Anarquía Coronada

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Entrevista a Alicia Stolkiner // Lila Feldman y Diego Sztulwark

En esta extensa conversación con Lobo Suelto, que tuvo lugar en julio del año pasado, Alicia Stolkiner recorre sus años de formación en la provincia de Córdoba, su experiencia con Marie Langer y otras destacadas personalidades, sus años de exilio en México, su activa participación en Nicaragua, la lucha por la Ley Nacional de Salud Mental en la Argentina: conquistas, conflictos, y batallas, aún abiertas.

 

¿Quién fue Marie Langer?

 

Lobo Suelto: ¿Quién fue Marie Langer? Quizás podamos afirmar que Marie Langer fue para el marxismo, el psicoanálisis y la militancia, dentro del contexto latinoamericano, si bien no un capítulo inicial, sí uno de carácter fundacional. ¿Cómo es esa historia?

 

Alicia Stolkiner: Marie (Mimí) Langer nació en Austria a principios del siglo XX. En la Viena de aquellas primeras décadas, supo combinar su formación psicoanalítica con la militancia política. Luego de participar en la Guerra Civil Española como médica, se exilió en Buenos Aires donde participó en la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina. En las épocas de plomo de la Argentina, fue amenazada y se exilió en México. Ahí colaboró con las organizaciones de exiliados y formó parte de la Coordinación del Equipo Internacionalista de Salud Mental México-Nicaragua que aportó a las políticas y prácticas de Salud Mental en el período de la revolución sandinista en ese país. También fue tempranamente una pensadora feminista; en Maternidad y Sexo, libro escrito a principios de la década de 1950, ya problematizaba la relación entre el psicoanálisis y el lugar de la mujer.

 

En su autobiografía,[1] dice una frase que he citado muchas veces por su densidad teórica -recordemos que había nacido en la última época del Imperio Austro Húngaro-, «Tuve un Edipo imperial: por detrás de la figura de mi padre estaba la del emperador Francisco José». En esa frase sintetiza algo que es parte de su pensamiento: una búsqueda constante de articulación entre lo subjetivo y lo social, y en este caso particular sintetiza bien la relación entre patriarcado y modo de gubernamentalidad estatal, la relación entre familia y Estado. Lo que, por ejemplo, trabaja  Jacques  Donzelot en La policía de las familias.

 

Marie Langer fue una mujer atravesada por las vicisitudes de la Europa de principios del siglo XX, una vida intensamente determinada por las guerras y también por los movimientos revolucionarios de esa época. De hecho, su vida coincide cronológicamente con el siglo corto al que se refiere el historiador Eric Hobsbawm.

 

Se formó como psicoanalista en la Viena de Freud, mientras en simultáneo militaba en el Partido Comunista. Como lo explica en su autobiografía, ambos caminos entraban en tensión: por un lado, el Partido Comunista no aceptaba su adhesión al psicoanálisis y, por el otro, desde el psicoanálisis no aceptaban con facilidad su militancia comunista.  Finalmente lo resuelve en la práctica, siguiendo las determinaciones históricas de esa tensión entre el psicoanálisis y la militancia en la izquierda. Ella era médica en una época en que eso no era lo más frecuente siendo mujer. Pertenecía a una familia judía culta y rica, en el esplendor de la Viena de la preguerra. No obstante, junto con su marido, se fue a la Guerra Civil Española como médica. Luego de la derrota de los republicanos, se exilió primero en el Uruguay y después en la Argentina.

 

Mimí fue una de las fundadoras de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), en 1942. Y mantuvo durante mucho tiempo esta preocupación por articular lo que sería el psicoanálisis con el pensamiento social. Hay un período, desde su arribo a la Argentina hasta finales de los años sesenta, en el cual eso se manifiesta más teórica que prácticamente. Fueron los años que estuvieron muy dedicados al psicoanálisis y que a la par coincidieron con el nacimiento de sus hijos.

 

La APA estaba muy ligada a la Escuela Inglesa de Psicoanálisis, que tenía una fuerte orientación kleiniana, aunque Mimí era una lectora permanente de Freud, a quien leía obviamente en alemán, su lengua madre.

 

La historia la vuelve a atravesar notablemente en los años sesenta, en la Argentina, durante el período de movilización y de conmoción social que se venía potenciando desde el golpe de 1955, las sucesivas dictaduras, y que eclosiona en la década de 1970. Entonces, vuelve a tener un compromiso político importante. Participa de la ruptura de la Asociación Psicoanalítica Argentina con el grupo Plataforma y en la creación del Movimiento de Trabajadores de Salud Mental, junto con un grupo de profesionales más jóvenes como Tato Pavlovsky y Armando Bauleo, y con algunos de los cuales eran sus analizantes.  Ese movimiento, que se asocia con Documento, otro grupo internacional al que pertenecía Fernando Ulloa, plantea una confluencia entre el pensamiento político y la práctica psicoanalítica desde distintas vertientes. Algunos venían desde una izquierda marxista y otros de un sector de la izquierda peronista. De esa confluencia surgirá el Movimiento de Trabajadores de Salud Mental.

 

Mimí era analista didacta y al romper con la APA, cuestionando su estructura verticalista, toma una posición político-institucional coherente. Tato Pavlovsky decía que para los jóvenes aspirantes o analistas en formación, romper con la APA en ese momento era «como quemar la tarjeta American Express».

 

En 1951, Mimí publicó Maternidad y sexo. Visto ahora desde la distancia, si bien en este libro hay cuestiones que podrían ser objetadas (cuestiones que ella objetaría años más tarde), el planteo está claramente situado desde una lógica emancipatoria con relación a la mujer. Este libro tuvo más de 40 reediciones. Cuando lo leí, siendo estudiante, me produjo un profundo impacto. En el prólogo a la primera edición, ella se refiere a la raíz freudiana de su pensamiento, pero afirma que el propio Freud ha reconocido que había dejado incompleto, apenas esbozado, el tema de la mujer y que debía ser revisado en la teoría. En el prólogo a la reedición de 1972, y ya en momentos de renovado compromiso político, afirma que no tiene tiempo de reescribir un libro al que sin embargo ya mira críticamente, pero que espera hacerlo en breve. En ese mismo escrito, lo que básicamente considera una omisión grave de su libro es haber dejado de lado -por no saber cómo incorporarlo en un escrito psicoanalítico- el aspecto social y la lucha por el cambio que protagonizaban las mujeres. En esa observación se plasma el nuevo giro que estaba tomando su vida.[2]

 

L.S.: Ella se interesó y trabajó mucho sobre lo referido a la sexualidad femenina, discutiendo con Freud, ¿no es así?

 

A.S.: Sí, sí. Ella reivindicaba uno de los aspectos del pensamiento de Melanie Klein, el haberle dado entidad y existencia a los genitales femeninos. Solía comentar que el psicoanálisis había sucumbido a la renegación que la moral de la época tenía de los genitales de la mujer, destacando que el varón tenía pene a diferencia de la mujer, sin reparar en lo que el cuerpo femenino tenía. En cambio, Melanie Klein teoriza en el psicoanálisis con niños y encuentra fantasmáticas en el interior del cuerpo de la mujer: la vagina, los pechos, etc., aparecen como parte de las fantasmáticas de la teoría kleiniana. Recuerdo nuestras risas con los chistes sobre esa particular fantasía de la “vagina dentada”. Además, Melanie Klein, que trabaja conceptualmente el tema de la envidia, encuentra fantasmáticas en la clínica de los varones con respecto al cuerpo femenino gestante. 

 

Mimí también cuestionó la posición sostenida hasta entonces por el psicoanálisis hegemónico, derivada de algún texto freudiano, respecto al “orgasmo vaginal” considerado como la madurez genital en la mujer. Esta idea se basaba en esa extraña división existente en el pensamiento de la época entre “orgasmo vaginal” y “orgasmo clitorideo”, que llevaba a considerar cualquier orgasmo no producido por penetración del pene en la vagina como signo de falla en el desarrollo femenino. En algunas viñetas clínicas se homologaba “orgasmo clitorideo” a frigidez. Aunque hoy parezca extraño, así se enseñaba en las academias y en los espacios de formación psicoanalítica, y así se lo trataba clínicamente. Obviamente, Mimi disentía con eso. La recuerdo cuestionando la posición de Marie Bonaparte, quien afirmaba que la sexualidad de la mujer se realizaba enteramente en la maternidad. Asimismo, la escuché cuestionar el concepto de masoquismo femenino y la homologación, frecuente en esa época, de histeria a femineidad.

 

Cuando yo era estudiante en Córdoba, Mimí era una autora lejana de textos que leía y estudiaba. La había visto una sola vez, antes de mi residencia en México, en un encuentro de la Federación Argentina de Psiquiatras, la FAP, que existía en ese período. Debe de haber sido la única federación de psiquiatras que era anti-psiquiátrica [ríe]. Creo que fue en el 74. Participaba en una mesa de debate sobre lo manicomial, que sería avanzada hasta para los tiempos actuales, en el salón de actos del legendario gremio de Luz y Fuerza, que entonces dirigía Agustín Tosco, que en algún momento participó del encuentro.

 

L.S.: ¿Estaba vinculada con el movimiento italiano?

 

A.S.: La Reforma Italiana sucedió en 1978 y esta mesa se realizó en el 74. Pero recuerdo que Mimí comentó diálogos con Franco Basaglia años después. Quien solía venir durante la época de la Federación Argentina de Psiquiatras y del Movimiento de Trabajadores de Salud Mental era David Cooper, el radical antipsiquiatra inglés. Representaba la antipsiquiatría inglesa extrema. Él vivía y actuaba de esa manera. Mimí tenía algunas anécdotas interesantes, algunas muy divertidas, de sus encuentros con Cooper. Ya radicada en México, sí recuerdo que ella comentó  algunos debates que sostenía con Basaglia, porque él incluía al psicoanálisis en su cuestionamiento a los saberes “técnico profesionales” en el abordaje segregacionista de la “locura”.

 

Desearía volver sobre los encuentros de la Federación Argentina de Psiquiatras, que hizo varios Congresos Argentinos de Psiquiatría, hasta que la persecución primero de la Alianza Anticomunista Argentina y luego de la dictadura cívico-militar terminaron con el exilio, la desaparición o el silencio de sus actores. Luego del retorno a la democracia, APSA, la Asociación de Psiquiatras Argentinos,  convocó al «Primer” Congreso Argentino de Psiquiatría, olvidando los anteriores convocados por la Federación Argentina de Psiquiatras. También leí un texto sobre el psicoanálisis en la Argentina, lamento no poder citarlo porque no recuerdo la autoría, que consideraba a ApdeBA como la primera ruptura de la Asociación Psicoanalítica Argentina, como si no hubieran existido Plataforma y Documento. Afortunadamente, luego se ha recuperado mucho de esos procesos y de esa época. Por ejemplo, todo el trabajo de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer,[3] entre otros autores. 

 

Esa mesa en el Congreso de la FAP, en Luz y Fuerza de Córdoba, en la que estaba Alfredo Moffat, Emiliano Galende, Mimí Langer y un psicoanalista español cuyo nombre no recuerdo, era sobre instituciones manicomiales y sobre cómo acabar con ellas. Eso se debatía ya, junto con la cuestión de las alternativas comunitarias en salud mental y lo antipsiquiátrico. Todo estaba presente y muchas de esas ideas son antecedentes de la Ley Nacional de Salud Mental. En ese panel central en el que estaba Mimí, se daba una discusión entre una corriente que se denominaba «psiquiatría nacional y popular», que sería la tendencia más peronista, y otra que representaba una posición más de izquierda marxista.

 

L.S.: ¿Cómo era esa discusión?

 

A.S.: Para tener una idea de cómo transcurrían los debates, vale señalar que la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental había desarrollado un Centro de Docencia e Investigación con siete cátedras que se ubicaban en tres áreas: Materialismo Histórico y Dialéctico, Epistemología Psicoanalítica y Teoría Psicoanalítica,  y Grupos de Trabajo de Investigación sobre temas concretos. En su primera apertura al funcionamiento tuvo 1100 inscriptos. El enfoque de estudio de Materialismo Histórico y Dialéctico era fuertemente althusseriano, y uno de los impulsores era el filósofo Raúl Sciarretta. En esa mesa, Alfredo Moffat narraba una experiencia concreta de la Psiquiatría Nacional y Popular.  Uno de sus objetivos era la descolonización por la vía de rescatar las raíces nacionales y combatir la hiperteorización colonizadora. Podríamos decir que adelantaba debates sobre lo descolonial.

 

 Mimí tenía una posición menos centrada en lo nacional, lo cual no quiere decir que en su práctica no tuviera enlaces con la izquierda peronista. En ese momento (estamos hablando de los años 73, 74, y este movimiento ya venía desde el 69),  ella  ya tenía un compromiso muy importante entre su práctica profesional y su práctica política. Las amenazas de la Triple A la obligaron a exiliarse en México antes del golpe de 1976, su tercer exilio. El primero fue en el Uruguay y luego en la Argentina. Cuando ella elige un lugar para morir, vuelve a la Argentina.

 

 

Exilio, México y Nicaragua

 

L.S.: ¿Cómo es que pasó de México a Nicaragua?

 

A.S.: En México, el exilio era muy organizado y muy solidario. Cuando llegué en 1976, ya existía el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPA). Dentro de este se había organizado un grupo solidario de salud mental, que después cobró una cierta autonomía con respecto al COSPA. Mimí, Silvia Bermann -que había sido presidente de la Federación Argentina de Psiquiatras-, Miguel Matraj, Ignacio Maldonado y otros fundacionales formaban parte de ese equipo solidario, al cual nos plegamos a colaborar algunos más jóvenes e inexpertos. Cuando me fui a México tenía 24 años, y ya estaba graduada, tenía pareja y un hijo. Una generación que, para tomar un título que Susana Torrado dedicó a otros jóvenes pero que vale, había vivido apurada y muerto joven. 

 

Una parte de ese grupo constituyó una brigada médica que fue a Nicaragua durante la guerra. Y también se brindaba asistencia en salud mental a los grupos de refugiados y exiliados nicaragüenses que llegaban a México en el período final de la revolución.

 

Me gustaría complementar la información: Nicaragua es un país centroamericano, no tan pequeño como El Salvador, pero pequeño comparado con Brasil, la Argentina o México. Cuando la revolución del 79, tenía 4 millones y medio de habitantes, de los cuales el 40% eran menores de 14 años. El país había sido gobernado por una dinastía dictatorial directamente sostenida por los EE.UU., la de los Somoza, desde 1936 hasta la revolución en 1979. Nicaragua tiene una desgracia geopolítica: un lago muy grande y un río, que sale al Atlántico, y que favorece la posibilidad de un canal interoceánico que podría reemplazar al canal de Panamá. Esa posibilidad ya fue considerada por Estado Unidos antes de promover el conflicto que dio lugar a la creación de la República de Panamá y a la instalación en esta de dicho canal. Permanece hasta la fecha en que habría un proyecto de China de financiar tal canal.

 

L.S.: Y eso lo vuelve geoestratégicamente importante para los EE.UU.

 

A.S.: Totalmente. Y además Nicaragua tenía oro, sus minas estuvieron concesionadas a empresas extranjeras por cánones irrisorios durante el somocismo. Históricamente, fue un país dominado por los EE.UU. De hecho, en el siglo XIX, un filibustero norteamericano, William Walker, desembarcó en el país y, aliado con un sector nacional, tomó el poder y los EE.UU. lo reconocieron como presidente.  Luego dejó un ejército de ocupación al que se enfrentó César Augusto Sandino en la primera mitad del siglo XX (de allí el nombre del posterior Frente Sandinista, a finales de los años setenta). Sandino murió asesinado y los EE.UU. apoyaron  la dictadura somocista hasta 1979.

 

Era un país con escaso desarrollo industrial, productor de café y de otros cultivos. Un país muy bello, con pobreza y también con riqueza de producción cultural, especialmente de poesía. Hubo un antecedente azaroso de esa revolución -la naturaleza a veces influye en la política-: el terremoto de Managua de 1972 que costó muchas vidas y derrumbó la ciudad. Los fenómenos naturales siempre develan o desnudan las situaciones sociales; en este caso, desnudó la corrupción del gobierno de Somoza, que vendió la sangre donada internacionalmente para las víctimas y aprovechó para apoderarse de los principales terrenos de la ciudad de Managua. Esa concentración de poder hizo que una parte de la burguesía nicaragüense pasara a la oposición.

 

Simultáneamente y muy acorde con la América latina de aquella época, se dio la aparición de movimientos armados que se oponían a la dictadura. Anastasio Somoza ya tenía preparado a su sucesor -su hijo, quien dirigía la Guardia Nacional-, pero surgió una resistencia armada que recuperó como idea fuerza la lucha de Augusto Sandino. Interesa quizás señalar que la dictadura había intentado borrar la memoria de Sandino, a quien solo se lo mencionaba en un texto oficial como “el bandido de la Segovia”. Fue un periodista argentino, Gregorio Selser, con su libro de investigación Sandino, general de hombres libres, quien le brindó una importante herramienta al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para ligar su historia con la lucha previa.

 

Finalmente, en 1979 y luego de una insurrección previa en la Ciudad de Estelí, se constituyó en Nicaragua un frente de unidad con las tres tendencias existentes en el movimiento armado sandinista: la GPP (Guerra Popular Prolongada), la TP (Tendencia Proletaria) y los Terceristas, de orientación social-demócrata, apoyada por la socialdemocracia europea. Esta unidad fue la que determinó la posibilidad del triunfo.

 

Recuerdo que compartí un viaje con un importante dirigente de la socialdemocracia que me dijo: «Ustedes (‘ustedes’, no sé a quién le hablaba, a quién se refería, cuando me decía ‘ustedes’, supongo que a los no socialdemócratas) creen que nosotros somos pacifistas, pero no somos pacifistas: somos socialdemócratas, pero no pacifistas, hemos apoyado esta guerra».

 

Luego del triunfo, la burguesía nacional que se oponía a Somoza formó parte de la  primera junta de gobierno: la representaba la señora Chamorro, viuda de un opositor asesinado por el régimen. La revolución nicaragüense se presentó como una revolución democrática popular, no como una revolución socialista. No me voy a extender sobre ese proceso y sobre su deriva. Solo quiero comentar que fue la primera revolución que no estableció una “justicia revolucionaria”, sino que juzgó los crímenes del somocismo con el código penal existente, sin aplicar la pena de muerte. Y también, que no tuvo ninguna consigna que dijera que había que matar o destruir al “enemigo”, salvo esa que surgió cuando comenzó la guerra de baja intensidad financiada por los EE.UU., que finalmente quebraría el proceso: la política de Ronald Reagan fue de agresión militar directa. Una seguidilla de ataques por parte de las antiguas tropas somocistas que se habían refugiado en Honduras, financiadas por el Departamento de Estado de los EE.UU., desconociendo la voluntad de su propio parlamento que no había aprobado los fondos. El financiamiento de la guerra contra la revolución sandinista fue realizado por medio de una maniobra ilegal encubierta de venta de armas a Irán. Es el célebre conflicto “Irán-Contras” (llamaban “contras” a los grupos somocistas que hacían atentados desde Honduras). Ante ese proceso, la consigna fue: “Aunque se mueran de nostalgia, no pasarán”. Aunque, finalmente, esa agresión permanente minó la economía, militarizó la sociedad y volvió a poner en guerra a un pueblo que no terminaba de llorar a los muertos de la anterior. Cuando el Frente Sandinista se vio obligado a reinstalar el servicio militar obligatorio, su suerte estaba decidida. Perdió las elecciones en 1990 contra Violeta Chamorro, que había dejado el gobierno sandinista y pasado a la oposición. En 2007, el Frente Sandinista con Daniel Ortega ganó las elecciones, pero previamente se habían producido rupturas y escisiones dentro de la coalición. Permanecen en la presidencia hasta la fecha, y en 2018 hubo una serie de protestas que fueron reprimidas con denuncias de violaciones de los DD.HH.

 

L.S.: ¿En qué año se vinculan ustedes con Nicaragua, con la guerra?

 

A.S.: En 1979, antes de que tome el poder  el Frente Sandinista, un grupo de médicos argentinos, entre los que estaban Silvia Bermann y Juan Carlos Volnovich, conformaron una brigada médica que dio asistencia durante la guerra.

 

El gobierno del PRI, en México, daba cierto apoyo al proceso de Nicaragua y brindaba asilo a los que debían huir de la persecución somocista. En México había muchos exiliados nicaragüenses; algunos  retornaban desde allí a Nicaragua para incorporarse a la lucha del sandinismo. Entonces les ofrecimos asistencia desde el equipo de salud mental. Mimí tuvo un rol muy importante en la organización de ese encuentro con los refugiados y exiliados, por solicitud de los responsables del Frente Sandinista en el exilio. Se concretó en un dispositivo que fue como una asamblea donde participamos los profesionales del grupo solidario, y los exiliados y refugiados. Allí explicamos cuáles eran las posibilidades de colaboración, y escuchamos sus solicitudes y propuestas. Luego se abrió el espacio para consultas individuales y grupales.

 

Cuando terminó la guerra, la ministra de Salud, Dora María Téllez, les solicitó a quienes dirigían ese equipo, especialmente a Mimi y a Silvia Bermann, que formaran un grupo de profesionales para apoyar, capacitar y asesorar al nuevo gobierno en salud mental. El equipo comenzó a funcionar en 1980 o 1981. Lo dirigían Mimí Langer, Silvia Bermann  e Ignacio Maldonado (un terapeuta familiar, argentino, también exiliado). Cubríamos una semana por mes de trabajo en Nicaragua con equipos rotantes, y la coordinación también viajaba para concertar y planificar la colaboración. Trabajábamos en el Hospital Psiquiátrico de Managua y en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nicaragua en la Ciudad de León, de manera permanente. A veces respondíamos a otras demandas específicas. Me tocó colaborar en el planeamiento de atención de emergencia ante la posibilidad de una invasión, por ejemplo.  

 

Yo ya había estado en Nicaragua y había colaborado antes de la constitución del equipo. Recuerdo ese momento tan particular que fueron esos primeros tiempos, apenas terminada la guerra.  Con respecto a ese intenso y particular período, suelo decir en broma a quienes se consideran antiestatales: «Yo estuve en una sociedad sin Estado, es un caos». Imaginen una sociedad donde todo el aparato estatal debe ser puesto en funcionamiento desde la nada. Los somocistas habían vaciado las arcas del Estado antes de dejar el gobierno, y hubo que sacar de circulación los billetes grandes para evitar que medraran de ese robo. Por citar un ejemplo que puede parecer anecdótico, pero no lo es: no había policía de tránsito, y personas que habían sobrevivido a una guerra morían en accidentes producidos por el caos del funcionamiento vial. Las calles habían perdido la dirección por las barricadas y la guerra.  Había armas por todos lados, no de modo muy organizado, y eso también producía situaciones de riesgo o problemas, como que un grupo de jóvenes tirara abajo los cables de electricidad de un barrio en medio de un festejo. Hubo un debate con un grupo extranjero de posición trotskista, que cuando el gobierno del Frente Sandinista comenzó a organizar el ejército formalmente e hizo una leva de armas, denunciaba que se estaba “desarmando al pueblo”. Solía responderles que si el “armamento general del pueblo” consistía en que casi todo el mundo tuviera un arma, ¡los Estados Unidos debían ser un soviet!

 

No obstante ese caos, también había una intensidad maravillosa: la gente estaba contenta porque había sido un triunfo y porque había terminado la guerra. Era como una especie de caos alegre y creativo, con miles de jóvenes participando en la campaña de alfabetización. Hay que reconocer que fue una revolución de jóvenes, a lo que se sumaba esa particular incentivación de la libido que sucede cuando termina  una guerra. Parecía que el proceso de Nicaragua era el reinicio de un ciclo de revoluciones, y en realidad era el canto de cisne de una época: la última rebelión de los años setenta, si bien inauguró un lenguaje y una poética en la que se reconoce alguna continuidad con lo que posteriormente sería el zapatismo en Chiapas, México.

 

Fue una guerra que tuvo la particularidad de que los combatientes y sus dirigentes se enfrentaban sabiendo quiénes eran los otros; un país pequeño, donde muchas familias quedaron divididas entre ambos bandos. Conocí a una jovencita que había combatido en el Frente Sur, que luego del triunfo iba a cuidar a un primo herido que había sido llevado forzosamente por la Guardia Nacional: “pero es mi primo y jugamos juntos de niños”, decía.

 

Por cierto, también tuvo los horrores de toda guerra. Desconfío de cualquier visión romántica de lo que es una guerra y de la épica en general. En su momento, nos consultaron por niños criados en los cuarteles somocistas, que eran capaces de torturar a una persona. Allí recordé la frase de Anna Freud sobre los niños y la guerra,[4] donde dice que los niños deben permanecer alejados de los horrores primitivos de la guerra, no porque la crueldad sea ajena a su naturaleza sino por todo lo contrario.

 

En 1980 formamos el equipo y cada miembro cubría una semana de trabajo por mes en Nicaragua por rotación. Por supuesto, era un trabajo honorario. Al principio nos pagábamos el viaje, pero más adelante, como la línea aérea pertenecía al nuevo Estado, nos habilitaron los viajes. La aerolínea estatal nicaragüense, Aeronica, tenía dos aviones y le decían «el rompope» [se ríe], que es el licor de huevo. Le decían así porque según los “nica” (que usan el voseo como nosotros), tenías que tener “muchos huevos para subirte al avión, tomar alcohol para afrontar el viaje y tener buena leche para llegar”. El piloto, según me contaron en uno de los viajes, era un palestino casado con una judía israelita, que habían decidido vivir allí. A los aviones les hacían el mantenimiento en EE.UU., y hacían escala en El Salvador, que estaba en guerra. Al final, a uno le pusieron una bomba que providencialmente estalló en el aeropuerto de El Salvador, porque la salida se había demorado, y no hubo víctimas. En el aeropuerto se veía un cartel gigantesco que decía «El Salvador. Pueblo y Ejército unidos”, con la imagen de un soldado gigantesco que llevaba a un chico de la mano. Así era Centroamérica.

 

Hay dos o tres cosas que quiero contar sobre la vida de Mimí en Nicaragua, que a mí aún me impresionan mucho. Era una mujer ya grande. Tenía una vitalidad que me agotaba a mí, que tenía por entonces 30 años. Nicaragua es un país con 37 grados de temperatura promedio. Además, no contábamos con demasiado confort, parábamos en casas que el gobierno destinaba a los “internacionalistas”, no en un hotel con aire acondicionado. Era una vida muy austera la que llevábamos ahí.  Mimí estaba todo el día en actividad. Todo el día. Ella y Silvia formaban un equipo de coordinación espectacular. No es sencillo coordinar un equipo de gente que viaja a veces en situaciones de muchísima tensión. O abordar situaciones como por ejemplo, cuando la contra asesinó a un médico francés, cerca de la frontera, y nos llamaron a los dos del equipo que estábamos allí para preguntarnos «¿Ustedes irían? ¿Van de reemplazo?» Y sí, fuimos. Mimí era una persona muy austera. No era de expresiones muy afectivas, ni cosas por el estilo.

 

L.S.: Una austríaca de comienzos de siglo.

 

A.S.: Una austríaca, sí. Con un sentido del humor bastante fuerte [se ríe]. Teníamos conversaciones de mujeres, me hacía chistes sobre personas que yo miraba. Era difícil tener presente que era una mujer de otra generación… tenía más edad que mi madre y yo le hacía comentarios sobre eso. Después me decía: «¿Pero qué hago? ¡A esta señora, que es una especie de prócer del psicoanálisis, le estoy diciendo eso!». Esa es una relación entre mujeres. Por lo menos con nosotras, Mimí tenía esa especie de vínculo. Digo, conmigo, con las más jóvenes del equipo.

 

L.S.: ¿Se puede decir que gracias a esa experiencia de contribuir con el tema de la salud mental en Nicaragua, se pudo armar algo que después creció en el trabajo que ustedes hacen en la Argentina? ¿Hay un lazo entre esas experiencias?

 

A.S.: Yo volví a la Argentina en 1984, con el retorno a la democracia. El Equipo Internacionalista de Salud Mental siguió colaborando durante unos años más. Entonces el “ustedes” debería reducirlo a cómo influyó en mi actividad en la Argentina. Entré al equipo como psicoanalista de niños y allí, en la experiencia de Nicaragua, comencé a orientarme a salud mental entendida como práctica social que involucra políticas de Estado. Eso signó mi orientación. Y cuando volví a la Argentina, mi primer tarea fue en la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UBA, que colaboraba estrechamente con la Dirección Nacional de Salud Mental del reciente gobierno de Alfonsín. Cuando en 1986 presenté el trabajo “Prácticas en Salud Mental”,[5] que de alguna manera funda la cátedra que dirijo, la referencia a un “modelo participativo integral” estaba fuertemente implicado en la experiencia de Nicaragua. Luego, cuando desde la II Cátedra de Salud Pública-Salud Mental, de la Facultad de Psicología de la UBA, comenzamos primero como experiencia de extensión universitaria, y luego como programa de investigación-acción el Proyecto de colaboración con el Programa de APS y el Hospital SAMIC de Eldorado, Provincia de Misiones, creo que no solo me motivó la experiencia profesional nicaragüense sino también, probablemente, la nostalgia.

 

Volviendo al equipo de Nicaragua. En nuestro trabajo en el Hospital Psiquiátrico de Managua, colaborábamos dando capacitación en clínica individual y familiar, y también en el armado de un dispositivo muy particular: el grupo de admisión. Había mucha escasez de profesionales (cinco psiquiatras nacionales en todo el sistema de salud del país) y mucha demanda en el hospital. El grupo de admisión funcionaba un día por semana, a la misma hora y, con excepción de determinadas problemáticas, todas las personas eran inmediatamente admitidas en el mismo. Allí se las escuchaba y se decidían las derivaciones, pero se les daba una acogida sin lista de espera. En el transcurso de su implementación pasó algo muy significativo: corrió la voz de que se podía ir al hospital a hablar sobre los problemas. En algunos casos, emergían con claridad los duelos de la guerra, y los conflictos entre generaciones y géneros que planteaba el cambio acelerado de la sociedad, y la gente venía a eso.  El grupo de admisión se transformó en un espacio donde la gente venía a hablar de sus problemas y a reflexionar sobre ellos con otros. Muchos no tenían intención de solicitar tratamiento, sino que venían al grupo. El grupo de admisión era un dispositivo pensado por un argentino que después se replicó acá, por ejemplo, en la experiencia del Hospital de San Miguel supervisada por Fernando Ulloa.

 

Quisiera detenerme en la experiencia del Hospital Psiquiátrico de Managua, que en ese período era una especie de laboratorio: funcionaba de modo permanente en asamblea en la que coincidían  enfoques y posiciones distintas. Colaboraban los cubanos, que tenían un enfoque psiquiátrico y conductual. También estaban los italianos seguidores de Basaglia: la reforma psiquiátrica en Italia se había institucionalizado en 1978, un año antes del triunfo de la revolución. Había profesionales de Suecia, un país que colaboró mucho con Nicaragua hasta que sucedió el asesinato de su primer ministro, Olof Palme, en 1986. De hecho, Suecia había donado un hospital pediátrico de alta complejidad, en el que alguna vez cumplimos funciones. Estaba Berthold Rothschild, un psicoanalista suizo del grupo internacional Documento, que reorganizaba la sala de crónicos con altos niveles de participación. Había un equipo de canadienses con un enfoque psiquiátrico bastante formal, y nosotros con un enfoque clínico psicoanalítico, salvo los profesionales que hacían terapia familiar, que eran de orientación sistémica.

 

Todo se resolvía en asambleas, en las que participaban los profesionales, los pacientes, y el personal no profesional. La resolución del tema electroshock,  por ejemplo, fue llevada a asamblea.  Nosotros nos oponíamos; los italianos lo consideraban tortura; los canadienses alegaban estudios con “método científico” que probarían su eficacia en el tratamiento de las catatonias y de las depresiones reactivas a medicamentos; algunos de los psiquiatras nacionales lo indicaban porque, con independencia de sus posiciones políticas, los había cuyas posiciones profesionales eran muy clásicas.  Cuando el debate parecía no llegar a ningún lado, pidió la palabra un representante de los enfermeros y del personal no profesional y dijo: «Miren, la cosa es así: ustedes tienen la razón científica. Nosotros les vamos a dar la organizativa y laboral. Si se practica el electroshock a lo largo de todo el día se descompagina todo el trabajo y se altera la actividad general y la vida de las personas en la institución. No vamos a acompañar ninguna aplicación que no sea antes del desayuno o sea entre las 6 y las 7 de la mañana, y por cierto no vamos a aceptar más que los médicos nos deleguen la aplicación a los enfermeros [parece que era una práctica frecuente que el médico lo indicara pero delegara en enfermería la aplicación], el médico que lo indica lo aplica”. También se resolvió que para aplicarlo, el médico psiquiatra que lo indicaba debía hacer un informe especial fundamentando el diagnóstico de “catatonia” o “depresión profunda no reactiva a medicación” ante una junta. De esta manera práctica desapareció la aplicación de terapias EC.

 

Para las otras actividades del equipo, viajábamos a León, donde estaba la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. El personal de salud mental era muy escaso, había pocos psicólogos y menos de una docena de psiquiatras en todo el país. En el Hospital Escuela de la Facultad capacitábamos al personal del servicio de salud y contribuimos al armado de distintos programas, como por ejemplo el programa de niño acompañado, o de acompañamiento en procesos de parto.

 

Allí estaba Juan Samaja, filósofo y epistemólogo argentino, que luego fuera Profesor de la Facultad de Psicología de la UBA y un teórico del pensamiento latinoamericano en Salud Colectiva. Juan trabajaba en la reforma curricular de la carrera de medicina, implementando el modelo del Eje Estudio Trabajo, una cuña articuladora entre teoría y práctica para transformar el perfil profesional de los médicos, incorporando una perspectiva social y comunitaria. En cada año, el alumno tenía un día a la semana dedicado a una práctica. En primer año era “Apoyo emocional al paciente”: cada estudiante de medicina acompañaba a un paciente y a su familia en el proceso de atención donde el eje era hospitalario, conteniendo e informando sobre los procesos de atención que recibía, que eran los hospitalarios comunes. El objetivo era que el estudiante tuviera su primera mirada del hospital desde el lugar y la subjetividad del paciente. En segundo año el eje era “Salud del escolar”: cada estudiante tenía a su cargo un grado escolar durante un año. Llevaba el seguimiento de indicadores de crecimiento y nutrición, control de vacunación, derivación a consulta, cuidados preventivos, etc. Era todo el año el mismo grado, con lo cual conocía muy bien a los alumnos y se implicaba con ellos. En tercer año colaboraban en los centros del primer nivel de atención, y recién en cuarto y quinto volvían al hospital. Mientras tanto, cursaban las materias propias de la carrera. Con Nora Elichiry, quien también formaba parte del equipo, incorporamos una investigación en el eje de “Salud del escolar” e hicimos un relevamiento de factores asociados al rendimiento de los escolares de León, con la participación de los estudiantes de medicina. 

 

En mi último viaje, en febrero de 1984, Nicaragua estaba bajo amenaza de invasión. Los Estados Unidos habían invadido Granada en octubre de 1983, previo bombardeo: un país muy pequeño, con un gobierno que no les resultaba adecuadamente afín, y un aeropuerto que les resultaba geopolíticamente complicado. Allí, Ronald Reagan hizo la primera operación militar de EE.UU. en el exterior, luego de la derrota de Vietnam. Seis días antes de la invasión, habían asesinado al primer ministro Maurice Bishop.[6] Esta experiencia inició el sistema de bombardeo masivo antes del desembarco de tropas. Luego de eso, amenazaba con la invasión a Nicaragua y el Grupo Contadora gestionaba para evitarlo. El recientemente asumido gobierno de Raúl Alfonsín tenía un importante papel en ello. En esa oportunidad, me tocó colaborar en el armado del plan de asistencia de salud mental en caso de invasión. Fue mi último viaje porque yo regresaba a la Argentina y, por ende, dejaba el equipo que siguió funcionando. Yo seguí en contacto con Mimí: nos veíamos cuando ella venía a la Argentina y también lo hicimos en el Encuentro de Psicoanálisis y Psicología Cubana, en Cuba, en 1986. La seguí viendo hasta poco antes de su muerte.

 

L.S.: ¿Los cubanos la escuchaban a Marie?

 

A.S.: Si, ella sabía adecuar sus intervenciones a un público no psicoanalítico y, además, sabía marxismo. En ese Congreso, por otro lado, se le hizo un homenaje en Casa de las Américas, en donde le dieron un lugar importante.

 

L.S.: Hubo mucha presencia de psicoanalistas argentinos en ese Congreso.

 

A.S.: Desde el vamos, fue un encuentro fuertemente promovido por Juan Carlos Volnovich (quien había trabajado en Cuba), entre psicoanalistas argentinos y psicólogos y psiquiatras cubanos. Lo notable es que, además, en ese Congreso se reencontraban muchos de los principales protagonistas de lo que fuera Plataforma, Documento y el Movimiento de Trabajadores de Salud Mental de la Argentina, que había sido disgregado y reprimido por la dictadura. Estaban presentes Mimí, Fernando Ulloa, Armando Bauleo, Gregorio Baremblitt, León Rozitchner y muchos más. Fue un acontecimiento muy intenso que para Cuba era una novedad y para los asistentes argentinos un reencuentro y un festejo del fin del horror de la dictadura.

 

La Ley Nacional de Salud Mental

 

L.S.: ¿Cómo ves, en general, las políticas de salud mental y, en particular, la Ley de Salud Mental? ¿Cuáles son para vos los principales obstáculos?

A.S.: La Ley de Salud Mental me parece una herramienta que sigue dando frutos, pero gracias a los actores que potenció y que a su vez fueron promotores de su creación. Porque la Ley de Salud Mental no es un producto superestructural, no es una ley que se pensó en un gabinete legislativo, es una ley que se militó mucho y durante décadas. La historia de la Ley de Salud Mental se conjuga con la historia de la salud mental en la Argentina como movimiento y, a su vez, con la historia del país. Es cierto que el movimiento internacional de reforma o de transformación de las prácticas manicomiales, que surgió en los países avanzados en la posguerra, tuvo influencia, pero aquí adquirió algunos debates y formas propias. 

Por ejemplo, la experiencia del Hospital de Lanús durante la década de 1950 resultó posible, en primer lugar, porque el gobierno peronista, derrocado en el golpe de 1955, había creado en ese municipio de trabajadores un hospital moderno y de alta complejidad para su época, inaugurado en 1952, con mucho reconocimiento de sus usuarios. Sin ese hospital y ese enfoque de la salud pública, la experiencia no habría existido. Luego del golpe, Mauricio Goldenberg crea el servicio inspirado en el ideario más avanzado de la psiquiatría comunitaria de la posguerra. Pero muchas de las características que este adquiere se deben a la confluencia entre esos principios y el aporte innovador de jóvenes profesionales políticamente comprometidos con causas populares y de izquierda, y algunos fuertemente referenciados en el psicoanálisis. Esto se repite en muchas de las experiencias de ese período, así como el movimiento de trabajadores de salud mental recoge principios e ideas del pensamiento antipsiquiátrico en los años setenta.

En las revistas de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires de ese período, aparecen ya propuestas de desmanicomialización, y en una de ellas hay una entrevista a David Cooper, por ejemplo.

Luego del impasse de la dictadura, con el retorno a la democracia muchas de estas ideas reaparecen en la propuesta de los lineamientos de un Plan de Salud Mental que diseña Mauricio Goldenberg, cuando Vicente Galli asume como director nacional de Salud Mental. A su vez, incorporan el ideario de Atención Primaria de la Salud que había sido consensuado por los países de la OMS en Alma Ata en 1978. Poco después del retorno de la democracia, se realizó en la Argentina un encuentro internacional del Réseaux Antimanicomial, en 1987.

A esto hay que sumarle, además, la experiencia de los equipos psicoasistenciales que acompañaron las acciones de los organismos de derechos humanos durante la dictadura, produciendo articulaciones importantes entre la reflexión sobre el sufrimiento del terrorismo de Estado, la subjetividad y la clínica, y creando una ligazón temprana entre los organismos de derechos humanos y la salud mental. Años después, hubo equipos psicoasistenciales de los organismos que brindaron asistencia durante las crisis, como por ejemplo en la de 2001. El caso, también, de los dispositivos de asistencia para desempleados de la APDH (Asamblea Permanente de Derechos Humanos). De hecho, los organismos de derechos humanos y la misma secretaría de Derechos Humanos fueron parte importante de la trama de actores que lograron que se arribara a la ley.

Antes de la Ley Nacional, ya había habido reformas en algunas provincias con o sin ley específica, como el caso de las provincias de Río Negro, San Luis, La Pampa, y otras. La Ley de Salud Mental se venía gestando a través de una acumulación que fortalecía, además, a determinados discursos y actores, y también emergieron actores nuevos.

Alrededor de las políticas y decisiones en salud mental, siempre estuvo planteado, como ocurre en todo el sistema de salud argentino, un conflicto corporativo. El espacio de la atención de la así denominada “enfermedad mental” tenía un fuerte dominio de la corporación psiquiátrica, que veía amenazada tal hegemonía por otras profesiones y también por la aparición de actores no profesionales como familiares y usuarios. Por cierto, la puja corporativa es una característica del sistema de salud argentino, ¿por qué esto no habría de aparecer en salud mental? Ahí es donde se juegan intereses, espacios, negocios, conflictos entre posiciones con respecto a la atención en salud, con respecto a la conceptualización salud-enfermedad, que abarca desde lo político a lo económico. Lo que vino a desbalancear esta puja corporativa fue la emergencia de nuevos actores: los organismos de derechos humanos, las entidades gubernamentales de derechos humanos -como la secretaría de Derechos Humanos-, y las organizaciones de usuarios y familiares, en algunos casos apoyadas por dichos organismos. Esto se daba en el marco de un período de mucha permeabilidad entre movimientos sociales y agenciamiento estatal.

Veamos algunos hitos de acción de esos nuevos actores. En 2007, el informe conjunto del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) y el organismo internacional MDR (Mental Disability Rights) sobre el estado de los derechos humanos de las personas internadas en instituciones psiquiátricas, “Vidas Arrasadas”, concluía en la necesidad de una legislación con enfoque de derechos.

La Universidad de las Madres organizaba anualmente los encuentros sobre Salud Mental y Derechos Humanos, a los que asistían cientos de profesionales y estudiantes de todo el país, que entraban en contacto con la experiencia de reforma en Brasil y con la experiencia de Italia, y debatían sobre el enlace entre derechos humanos y salud mental en sus prácticas. 

Durante el gobierno de Néstor Kirchner, Eduardo Luis Duhalde ocupa la secretaría de Derechos Humanos, quien nombra a cargo de la Dirección de Grupos Vulnerables a Victoria Martínez, que venía de la experiencia del  Movimiento Solidario de Salud Mental, en la que ya se articulaba el campo de los derechos humanos y el de la salud mental. Ella convoca a una Red Federal de Salud Mental, y la Secretaría da un fuerte impulso a la ley, probablemente mayor que la acción del  Ministerio de Salud. De hecho, cuando en 2010 se crea la Dirección Nacional de Salud Mental, meses antes de sancionarse la Ley, el primer director surge de esa Red.

Mientras tanto, en el Congreso se habían presentado varios proyectos de Ley de Salud Mental, entre ellos terminaría siendo promovido y aprobado el del psicólogo Leonardo Gorbacz,  diputado por Tierra del Fuego,  La ley se aprobó en la Cámara de Diputados sin pasar por comisiones, pero sí la hubo en el Senado en varias reuniones de comisiones. He trabajado las actas de esos debates. En ellos, aparecen las voces y los discursos de prácticamente todos los actores a favor y en contra de la ley.  Están los movimientos específicos de derechos humanos y de familiares y usuarios, que hasta entonces habían sido una voz inexistente en esas esferas.

Nuestro equipo de investigación indagó una ley anterior de APS y Salud Mental,[7] bastante avanzada, que fue pensada y gestionada para su aprobación por una diputada radical y sus asesores alrededor de 2000, y cuyo presupuesto fue vetado por el Poder Ejecutivo, lo cual la invalidó. Pese a ser una propuesta interesante, se trataba de lo que llamo una “ley de gabinete legislativo” que no prosperó en la práctica. En la ley que finalmente se aprobó en 2010, en los debates en las comisiones de la Cámara de Senadores se hace evidente el conflicto de actores y la participación. Se oponen a la ley algunas fuerzas corporativas de profesionales y la apoyan organizaciones profesionales de psicólogos y otras, así como organizaciones de familiares y usuarios y organismos de DD.HH. También comienza a aparecer la posición de quienes plantean distintas políticas de asistencia y tratamiento a los consumos problemáticos, incluyendo quienes se oponen a que se aplique de manera completa la ley en ese campo.  Al leer los debates, queda claro que la estrategia de quienes querían frenar la ley era lograr que la Cámara de Senadores la devolviera a la de Diputados para realizar modificaciones y luego trabarla allí. Por eso, quienes la apoyaban rechazaban cualquier modificación y pugnaban por lo que finalmente se logró, su aprobación directa.

Entre las organizaciones de familiares y usuarios, había una surgida en los 90, APEF (Asociación Argentina de ayuda a la persona que padece esquizofrenia y su familia), que tuvo participación y todavía era de las que se denominaban por patología. Luego aparece en el marco del CELS, que le brinda alojamiento, la Asamblea Permanente de Usuarios, APUSAM. Algunos de ellos han publicado un libro donde articulan sus experiencias personales en los espacios manicomiales con la referencia a la Ley Nacional de Salud Mental.[8] El desarrollo de estos movimientos y organizaciones de usuarios, familiares y voluntarios se multiplicó en las provincias y es previo a la ley. Estos movimientos la apoyan, y una vez que es sancionada y reglamentada se ven fortalecidos por  su participación como organismos de la sociedad civil en el Consejo Consultivo Honorario y en el Órgano de Revisión.[9]

También hubo dispositivos de participación en la reglamentación de la ley y en la elaboración del plan que se desprendía de ella. Se hicieron encuentros de debate al respecto y se realizaron consultas por vía de redes. 

L.S.: ¿Cuál es la importancia de la ley? ¿Vos crees que está retrocediendo?

A.S.: Comenzaré por la segunda pregunta y luego me centro en la importancia de la ley.

La ley se sancionó en 2010 y se reglamentó dos años después. La Argentina es un país federal y las provincias tienen la responsabilidad y la potestad de sus políticas en salud. Esto significaba que la ley debía ser trabajada en cada provincia para que la tomaran como propia y la implementaran de acuerdo con su sistema de asistencia en salud, aun cuando se trata de una normativa nacional. Había provincias que ya tenían reformas iniciadas, había otras que tenían establecimientos psiquiátricos de larga internación, otras no, etc. También hay que recordar que la ley no refiere solamente a las instituciones estatales, sino que incluye y debe regir también para el sistema de obras sociales y del sector privado. Luego de culminar la descentralización en los años noventa, solo quedaba una gran institución manicomial dependiendo del Ministerio de Salud de la Nación: la Colonia Montes de Oca. Todas las demás eran provinciales. 

Unos pocos años son más que insuficientes para modificar prácticas profundamente arraigadas y con actores poderosos. He escuchado a jefes de servicio decir “esa ley no se va a aplicar”, desentendiéndose de que los responsables de aplicarla eran ellos (“no se va a”). Hubo implementaciones concretas, se creó el cuerpo de letrados que debían apoyar jurídicamente a las internaciones involuntarias, se creó el Órgano de Revisión y la Comisión Interministerial de Salud Mental. Finalmente se convocó y creó el Consejo Consultivo Honorario de Salud Mental. La política posterior del macrismo no logró desbaratar totalmente estos organismos. Esa política tuvo dos momentos, el de 2016-2017 y el de 2017 al final de mandato. 

Cuando asume Macri, en 2015, nombra a Jorge Lemus como ministro de Salud, quien ya se había desempeñado con el mismo cargo en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Además, representaba a Médicos Municipales, una organización que se ha opuesto tenazmente a la Ley 448 de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires, y ha impugnado cualquier concurso de jefatura de servicios que haya sido ganado por un psicólogo o una psicóloga, aun cuando el servicio fuera, por ejemplo, de terapia familiar. Lemus nombró como director de Salud Mental a Andrew Blake, y con él entró un discurso fuertemente dirigido al uso ideológico de las neurociencias. Recuerdo un encuentro realizado en Quilmes, creo, que se denominó “Cerebrar la Salud Mental”, y el hecho de que el logo de la Dirección Nacional de Salud Mental que era un grupo de personas fue reemplazado por un cerebro. Bajo su gestión, cesó de funcionar la Comisión Interministerial de Salud Mental en el que se concertaba intersectorialmente con la jefatura de Gabinete las acciones necesarias para la ejecución de la ley. También se suspendió el apoyo al Consejo Consultivo Honorario, que se siguió reuniendo, con mucho esfuerzo, por voluntad de sus miembros que debían costearse los viajes (el CCH tiene representantes que no son de Buenos Aires). No obstante, y al no depender de la DNSM, el Órgano de Revisión de Salud Mental siguió funcionando e impulsó en las provincias la creación de los órganos de revisión locales llegando a configurar una red federal de OR. Por supuesto, la Dirección Nacional de Salud Mental desmanteló los programas territoriales preexistentes.

En 2017, cuando se producía un cambio de ministro de Salud, durante la campaña por las elecciones legislativas de medio término, trasciende que estaba a la firma del presidente la derogación del decreto reglamentario de la Ley de Salud Mental y la aprobación de uno nuevo, que contravenía todos los principios de la ley, comenzando por la definición misma de salud mental. Merece mencionarse que un decreto reglamentario del Ejecutivo no puede modificar la ley y mucho menos su fundamentación, pero eso era lo que se proponía.

El movimiento de distintos actores que apoyaban la ley fue tan fuerte que hizo fracasar la iniciativa y precipitó la renuncia del Director de Salud Mental. También, me parece, produjo un efecto dentro de un conflicto interno que había en la coalición Cambiemos, favoreciendo a un sector del radicalismo del cual provino el nuevo director de Salud Mental. El doctor Adolfo Rubinstein sucedió a Lemus como ministro de Salud, y nombró en la Dirección de Salud Mental al licenciado Luciano Grasso, un profesional psicólogo que ya tenía experiencia de gestión municipal en el campo, quien estableció un fuerte lazo colaborativo con la Organización Panamericana de la Salud, cuyos postulados en salud mental coincidían en términos generales con la Ley de Salud Mental. Sin embargo, se trató de una gestión enmarcada en una política de salud con fuerte restricción de la función del Estado y de la asignación presupuestaria, que culminó cuando el Ministerio fue degradado a Secretaría de Salud.

Durante su gestión, Luciano Grasso tomó medidas afines con la implementación de la ley. Por ejemplo, reactivó el Consejo Consultivo Honorario y sustanció un censo de personas internadas en instituciones psiquiátricas, lo que promovió bastante debate, en especial en algunas corporaciones u organizaciones psiquiátricas. Pero todo en un marco de restricción y bajo el modelo que se intentaba implementar en salud de la CUS (Cobertura Universal en Salud).

Por cierto, Basaglia decía que una política de desmanicomialización requiere de una política de empleo pleno. La implementación de una ley basada en la perspectiva de derechos requiere una política integral de profundización de derechos, y lo que sucedió en ese período fue lo inverso. Eso repercutió en la implementación de la ley, sin lugar a dudas. La propuesta de reforma del sector salud, el modelo de la CUS (Cobertura Universal en Salud), tampoco parece lo más adecuado para una política de salud mental que genere el marco necesario para que las personas con sufrimiento psíquico encuentren un espacio social donde desarrollar sus vidas, con los soportes necesarios para el ejercicio pleno de sus derechos.

Volvamos ahora a la primera parte de la pregunta: la importancia de la Ley de Salud Mental.

Cuando se estaba debatiendo la ley, muchas personas me preguntaban por qué se bregaba por una ley de salud mental cuando no había una ley nacional de salud. Otras decían que, entonces, habría que hacer una ley por especialidad médica. En ambos casos la respuesta era la misma: la importancia y la urgencia de la ley de salud mental estribaba en que era el único campo de la salud en el cual el Estado y la sociedad se reservaban el derecho de privar de libertad a una persona en nombre de su cuidado y del de la sociedad (terceros). Si uno asiste a una guardia con un problema grave y se niega a tratarse, una vez firmados los papeles correspondientes que deslindan de responsabilidad al servicio de salud, se puede retirar aunque corra riesgo su vida. Nadie interna compulsivamente a una persona con diabetes porque no está siguiendo de modo adecuado su tratamiento, pese a que corre riesgo y puede hacer correr riesgo a los demás, por ejemplo, manejando cuando no está en condiciones de hacerlo.  No sucede así en el caso de la salud mental, y no era así hasta mediados del siglo pasado mientras rigió la ley de lepra (que también autorizaba a recluir forzosamente, en nombre de la defensa de la sociedad). Entonces no se trataba solamente de una ley que estableciera modelos o técnicas de asistencia en salud, sino de una ley que amparara los derechos de personas sometidas a una situación de excepción. La ley no prohíbe las internaciones involuntarias, pero propone la generación de un marco institucional destinado a cuidar y promover los derechos, y a limitar la internación al tiempo específicamente necesario para que cese la crisis. En ese sentido, se trata de una ley antimanicomial, si se entiende por manicomio no un establecimiento sino un instituido y una práctica social de objetivación que genera un espacio de hiposuficiencia jurídica y, de manera indirecta, produce efecto en el conjunto de la sociedad.

A mi gusto, hay hitos centrales de esta ley:

  1. La definición misma que hace de salud y salud mental en su complejidad.
  2. El desplazamiento desde “enfermedad mental o trastorno” a “sufrimiento psíquico”, que es una categoría que necesariamente deriva en la necesidad de un abordaje interdisciplinario e intersectorial.
  3. La modificación de los causales de internación que pasa de “peligrosidad” a “riesgo cierto e inminente”.
  4. La inclusión de los consumos problemáticos definitivamente considerados problemas de salud y no de seguridad, sacándolos de la esfera penal.

Interesa señalar que antecedió a la reforma del código civil produciendo una transformación en el mismo: transformó el motivo de internación que antes era por «peligrosidad» en la necesidad de probar por medio de un diagnóstico interdisciplinario la existencia de «riesgo cierto e inminente». Puede parecer un problema de palabras, pero en lo jurídico las diferencias de palabras devienen en diferencias prácticas y concretas. Si se define que una persona es peligrosa, refiere a algo que le es intrínseco y esencial a esa persona, y asocia la locura con la peligrosidad, entonces una vez que se lo interna, aunque haya sido por un episodio delirante agudo que cesó en diez días, para darle el alta se debe definir que esa persona ya no es peligrosa, ¿quién pone la firma a eso? Cualquiera puede ser peligroso, nadie tiene la garantía de no serlo de manera absoluta.  Curiosamente, mientras el código civil autorizaba a mantener recluida a una persona por ser “peligrosa”, el derecho penal fija el tiempo de reclusión según la pena, y cuando la persona cumple la condena es dejada en libertad sin que medie evaluación de su peligrosidad. En ese sentido, era más riesgosa la “condena” del código civil porque podía resultar en una reclusión de por vida.

En su clásico libro Psicoanálisis y salud mental, Emiliano Galende[10] dedica un capítulo al Caso Santiago, un obrero de la construcción que tuvo en su juventud un episodio en apariencia de crisis, bastante comprensible por el momento vital que atravesaba, en el cual lesionó a otra persona. Fue considerado inimputable del delito de lesiones leves, que es excarcelable, en razón de su estado psíquico y pasó las siguientes décadas encerrado en el Borda. Hace 15 días, un muchacho en un conflicto de tránsito golpeó a un taxista hasta la muerte y será juzgado por algún tipo de homicidio, pero está en libertad mientras dure el proceso, no se lo consideró peligroso porque no se lo consideró loco y sea cual fuere su condena, si amerita reclusión saldrá en libertad una vez que la cumpla. 

L.S.: Lo que se propone entonces la ley es desvincular locura de peligrosidad, y desmontar la idea de encierro como respuesta.

A.S.: En efecto, ese doble movimiento. Reconoce circunstancias de riesgo cierto e inminente para sí o para terceros, pero la internación debe cesar apenas la persona sale de esa situación y se deben tomar los recaudos para impedir que esa internación se transforme en un encierro prolongado, por las razones que sea.

L.S.: Casos como los de Santiago hay millones.

A.S.: Muchísimos, claro. Esta idea la anticipaba ya la Ley 448 de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires del año 2000, que invierte el requerimiento de fundamentación meticulosa del alta a la internación. Antes había que fundamentar clínicamente, con mucho cuidado, cuándo se daba un alta; según la Ley 448, lo que hay que fundamentar y someter siempre a revisión constante son las razones por las que se mantiene la internación. Obvio, si para dar el alta se debe tener certeza de que esa persona “no reviste peligrosidad”, se dificulta; en cambio, si se trata de diagnosticar que pasó la situación de riesgo y lo que se requiere es que se fundamente con rigor porqué se mantiene la internación, ya es otra cosa.

La Ley Nacional de Salud Mental y Adicciones es anterior a la modificación del código civil y requirió de esa modificación del mismo, pero no es una transformación pequeña sino muy sustancial. Una de las cosas que alegan muchos de los críticos a la Ley es que “no permite internar”, y es una falsedad a veces producto de la desinformación y a veces de la mala voluntad respecto a ella. Algunas corporaciones psiquiátricas han cuestionado esto y sugerido que la ley impide la internación. Eso puede producir y produce prácticas incorrectas y riesgosas. Hace pocos años, me llamaron a la noche los padres de una persona que estaba con una crisis severísima, encerrado en su casa, sin permitir que entraran y amenazando con incendiarla. Logré hablar con él por teléfono (lo conocía) y, asombrosamente, aceptó que entrara la psiquiatra del equipo de emergencias que habían llamado.  Poco después me llaman de nuevo diciendo que la psiquiatra se retiraba prácticamente sin intervenir. Entonces les pedí hablar con ella. Me dijo que en efecto la situación le parecía de alto riesgo, pero que no podía hacer nada porque el paciente no aceptaba internarse voluntariamente y que, entonces, la ley le impedía actuar. Le leí el artículo de la ley con respecto a internaciones involuntarias, y le dije que sería responsable profesionalmente si sucedía algo grave. Una vez aclarado esto, encontró los recursos para acompañar al joven a la internación que desde luego necesitaba. Obvio que si una conversación telefónica había podido tener algún efecto, una psiquiatra con experiencia podía también hacer una intervención convincente (eso también se lo dije).

La ley permite internar y permite internar involuntariamente, pero solo cuando se considera una situación de riesgo cierto e inminente, y debe cesar la internación cuando cesa dicha condición. Considera que la internación es una medida restrictiva que solamente debe tomarse cuando no hay otra alternativa terapéutica con posibilidad de igual eficacia. Por cierto, también considera que toda internación voluntaria pasa a ser fiscalizada como si fuera involuntaria, a partir de determinado período de tiempo, para evitar cronificaciones en esos casos, y que toda internación de un niño, niña o adolescente se trata y fiscaliza como involuntaria en resguardo de sus derechos. Entonces la cuestión de la internación hace un giro copernicano.

L.S.: Y modifica ampliamente las prácticas.

A.S: Claro, tiene que meter una cuña de modificación en las prácticas. Se vuelve indispensable construir los dispositivos y espacios de atención en la comunidad y generar las políticas que den los soportes necesarios. En eso también se abre una articulación con las políticas basadas en el enfoque social de la discapacidad y sus derechos. Obviamente no es una transformación fácil. Ahí aparece un segundo elemento que tiene mucho que ver con lo que Basaglia en su momento señaló como articulación entre locura y pobreza. La confluencia entre locura y pobreza se manifiesta en la cronificación de lo que se llaman los «casos sociales».

L.S.: Término que se sigue utilizando demasiado, y se lo cuestiona poco…

A.S.: Entonces es ahí donde hay un deslizamiento por el cual, frente a la falta de garantía de derechos para que una persona pueda vivir en sociedad, teniendo los soportes necesarios para sus vulnerabilidades, lo que se hace es mantenerla internada y la institución se transforma en albergue pero con prácticas manicomiales. El hospital psiquiátrico deja de ser un hospital para transformarse en un espacio de albergue de personas desamparadas, pero sigue tratándolas como locas, están privadas de libertad por ser pobres.

Cuando el retorno de la democracia, la flamante Dirección Nacional de Salud Mental realizó un censo  en el Borda, y se descubrió que había pacientes que salían a la mañana y volvían al mediodía o a la tarde. Hacían actividades de trabajo informal para conseguir algunos recursos, como abrir puertas de autos, pedir limosna, o colaborar trasladando bultos en la zona de Constitución. Recuerdo que Dicky Grimson, que dirigía el censo, dijo: “Teníamos un hospital de noche y no nos habíamos dado cuenta”. En ese caso, el desorden había producido un efecto de generación no planeada de una institución en otra.

L.S.: No queremos dejar de preguntarte por la Ley y el tema de las adicciones.

A.S.: Recapitulemos los ejes de la ley. Los ejes centrales: uno es el de la peligrosidad que vira a riesgo cierto e inminente; el segundo es definir como objeto de la asistencia el sufrimiento psíquico y no la enfermedad mental. Hay dos momentos en los que el Estado intervino, por decirlo de alguna manera, variando la nominación de cómo se denomina en cuanto a los  términos. Una es cuando, en su momento, Ramón Carrillo dice “no los llamen más alienados, llámenlos enfermos mentales, son enfermos como cualquier otro”. En ese momento, lo que hace Ramón Carrillo  es de avanzada porque lo que él está diciendo es que la locura no es algo que se deja al costado del sistema de salud, sino que se la debe incorporar como enfermedad mental en el tratamiento, al igual que se trata cualquier otra enfermedad. Para esa época era un avance. El segundo momento es la Ley Nacional de Salud Mental que nomina como sufrimiento psíquico y no como enfermedad mental.

La ley dice que frente a la internación involuntaria hay determinados recaudos que se deben tomar, entre ellos la  presencia, que en su momento se constituyó, del Cuerpo de Letrados, pero después esto se tiene que replicar provincia por provincia, y el Cuerpo de Letrados y el Órgano de Revisión son dos dispositivos que deben estar presentes para garantizar que la internación no sea violadora de derechos.

Acá me voy a detener en otra cosa que dicen los psiquiatras, que cómo la ley va a decir que los medicamentos no deben ser usados como castigo o disciplinador, que los medicamentos solo se indican con todo cuidado para tratamiento. ¡Por favor! No pueden desconocerlo, ellos conocen los hospitales.  En un libro de una investigación temprana sobre una institución de albergue de madres solteras adolescentes,[11] no de pacientes psiquiátricos, se menciona el uso de la psicofarmacología como recurso disciplinario. Estamos hablando de madres lactantes que tienen que cuidar bebés, a las que sin embargo, para mantener la disciplina, se les daba psicofármacos… Debieran hacerse cargo. Cuando salió la ley que contempla el cuestionamiento a la violencia obstétrica, no salieron los obstetras a decir “¡cómo nos van a decir eso!” Porque todo el mundo sabe que existe la violencia obstétrica. No estoy señalando a los psiquiatras o las personas particulares, sino a lo que son los discursos corporativos. Cualquier psiquiatra que está en un hospital sabe perfectamente que si hay una sala con 30 personas y que a la noche hay un solo enfermero, se va a sobremedicar para mantener el orden.  No olvidemos que en los años sesenta se usaba un psicofármaco, el Dimaval, en las salas donde estaban los bebés recién nacidos para tenerlas en orden. Las prácticas objetivantes deben poder ser revisadas críticamente por sus actores, no negadas.

Finalmente, y volviendo a la pregunta, también está produciendo mucho ruido en  la Ley de Salud Mental el artículo 4, que coloca los consumos problemáticos y las adicciones en el plano de los problemas a ser abordados como del campo de la salud mental, o sea asistencialmente. Los tiende a retirar del campo de la penalización. Así como Carrillo dijo “no son alienados, son enfermos, vengan para el campo de la salud”,  esta ley dice “no son delincuentes, no entran en la égida del derecho penal ni tienen porque estar en mano de la seguridad, son personas con un problema de salud, vengan para el terreno de la atención en salud, de la salud mental, y despenalicémoslo”. Es una perspectiva de ampliación de derechos y, al hacerlo, tocó dos ejes centrales: uno, son intereses propios locales y otro es la necesidad política de algunas posiciones conservadoras de estigmatizar al consumidor para sostener la estrategia mundial de la “guerra contra el narcotráfico”, que en realidad es un complejo sistema de dominación y beneficios económicos para la industria armamentista. Cada avioncito de esos que hemos comprado para luchar contra el narcotráfico ha salido millones de dólares. Y es para invertir en la guerra más perdida del planeta, porque ya lleva 30 años y no cesa de fracasar, pero siguen invirtiendo millones de dólares y produciendo conflictos y muertes. A la larga, más que una guerra contra el narcotráfico parece una alianza virtuosa con el narcotráfico. Si todo ese dinero se destinara a prevenir el consumo, a crear programas para jóvenes, estaríamos bastante mejor con el tema narcotráfico que como con Bullrich parada vestida de fajina, mostrándote siempre los mismos paquetes de drogas incautados en pequeña escala, mientras nadie controla los movimientos de capitales en gran escala de ese comercio ilegal que en algún lugar se blanquea. Me parece un desquicio.

Otro actor que aparece cuestionando la ley son algunos representantes de esas instituciones que se llaman las comunidades de atención para adictos, que no están regidas por el régimen de una institución de la salud. Para instalar una clínica psiquiátrica hay que cumplir muchos requisitos, para poner una institución de estas, es suficiente con alquilar una quinta en un lugar donde estén baratas, contratar a un psicólogo o a una psicóloga un tiempo por semana, un psiquiatra que vaya de vez en cuando, y después conseguir que te deriven los tratamientos y las internaciones que en el modelo penalizante podrían ser obligatorias, o los tratamientos voluntarios o solicitados por los familiares. Luego es sencillo, los mismos internados preparan la comida, lavan la ropa, arreglan el césped, hacen todas las tareas y se curan entre ellos, porque el tratamiento muchas veces es de vinculación entre ellos. No estoy cuestionando toda comunidad terapéutica, sino el hecho de que su escasa regulación y fiscalización ha permitido que en algunas de ellas sucedan violaciones importantes de derechos e inclusive muertes por falta de asistencia médica, como se probó judicialmente a partir de la investigación del periodista Pablo Galfré, en La Comunidad. Viaje al abismo de una granja de rehabilitación.  Con esto yo no quiero decir que no haya algunas formas de comunidad terapéutica que son buenas y funcionan, y que no haya gente que para salir de un proceso adictivo, en una de esas necesita una internación. Lo único que estoy diciendo es que están sin control y algunas tienen inclusive violaciones básicas de derechos comprobadas judicialmente. En el debate en las comisiones de la Cámara de Senadores aparece claramente la oposición a la ley de algunas organizaciones que representan a comunidades terapéuticas.

L.S.: Otra cuestión polémica es que la ley establece que un psicólogo puede dirigir un servicio de Salud Mental.

A.S.: Lo que pasa es que la psicopatología, el diagnóstico psicopatológico, pasa a ser un elemento más del diagnóstico del sufrimiento psíquico. Por ejemplo, una persona tiene un cuadro delirante, una parte del sufrimiento del cuadro delirante es el lugar y la posición social que esto le hace ocupar.

L.S.: La estigmatización…

A.S.: La estigmatización, la dificultad, la pérdida de referencia con respecto a confiar en su propio principio de realidad, etc., y el lugar mismo de discapacidad socialmente asignado. Por ejemplo, una mujer tiene un cuadro delirante y en ese momento, que ella bien define como un escenario y un lenguaje que no puede compartir con nadie, el sufrimiento está fuertemente ligado a la psicopatología y la intervención puede requerir la psiquiatría. Pero cuando ha cesado la crisis y, por ejemplo, está iniciando una relación de pareja, no acepta una invitación a pasar unos días juntos porque no sabe cómo explicar la medicación que toma, ese sufrimiento es producido por el estigma. La puede llevar incluso a cortar esa relación. Algunas de las personas con problemáticas de salud mental, personas  con sufrimiento psíquico, son muy vulnerables a los ambientes hostiles de trabajo. Así como para adaptar el ambiente para una persona con discapacidad motriz se requieren determinadas condiciones, para adaptar un ambiente a una persona con una susceptibilidad particular, por su condición subjetiva, hay que tener alguna forma de gestión del ambiente laboral que puede producir malestar a todos, pero que a ellos les detona un sufrimiento mayor, por ejemplo.

En Francia acaba de ser juzgada Telecom, [12] porque en el proceso de ajuste se suicidaron 35 personas. No se suicida cualquiera, se suicida el que tiene la vulnerabilidad para hacerlo, pero generaron un ambiente tóxico desde el punto de vista de la salud mental equivalente a que se los somete a asbestos. No toda persona expuesta a asbestos enferma de cáncer, sólo a quienes son vulnerables, pero el problema es que se los sometió a esa exposición. En este caso, se reconoció el carácter tóxico de una condición laboral para una problemática de salud mental, se la ligó a las condiciones de trabajo.  El sufrimiento psíquico no es reducible a las nosografías psicopatológícas individuales. Las categorías nosográficas, psicopatológicas, son herramientas de trabajo, no dicen nada sobre el ser de la persona, ese es el punto. Vos no podes decir de la persona es esquizofrénica, es –en todo caso— una persona a la que se diagnostica así como recurso para intervenir. Aún así, dentro de quienes entran en ese diagnóstico, la gama de diferencias, padecimientos y potencialidades es altísima. No se los puede reducir a ello.

Ese proceso de esencialización muchas veces no tiene demasiado fundamento, en esencia no se sabe exactamente cómo actúan alguno de los psicofármacos, por ejemplo. Se los convalida empíricamente.  Recuerdo una señora a la que le dolía el estómago, y volvió contenta porque ya tenía el diagnóstico: “tengo gastralgia”. Lo único que había hecho el médico fue poner en lenguaje “científico” lo que le estaba diciendo ella, y con buena parte de los diagnósticos psiquiátricos pasa lo mismo.

En cambio un psiquiatra con el que yo trabajé y aprendí mucho, estaba haciendo el certificado de discapacidad una mujer y esta le pregunta qué quiere decir esquizofrenia paranoide, y él le respondió:  “es el modo como nosotros, los psiquiatras, llamamos a esos problemas que usted tiene y que estamos trabajando”. Me pareció exacto.

No hay que usar medicamentos a menos que se necesiten, no hay que usar el lenguaje psicopatológico a  menos que sea absolutamente necesario.

Para decidir un tratamiento, un psiquiatra tiene que tener una hipótesis diagnóstica. Lo que no se puede hacer es reducir luego a la persona a ello, o explicar todo a partir de ese diagnóstico. Es indispensable evitar el etiquetamiento, porque una vez que te etiquetan todo quedará asociado indefectiblemente a ese diagnóstico, y eso impide una estrategia de cuidado integral y respetuosa.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Marie Langer: Historia, memoria y diálogo psicoanalítico, Ghandi Folio Ed., Buenos Aires, 1984. https://isbn.cloud/9789506170097/memoria-historia-y-dialogo-psicoanalitico/

[2] Este comentario figura en la 41° edición de Maternidad y sexo, publicado por Psicolibro, en Buenos Aires, en 1976.

[3] Los dos tomos de Las huellas de la memoria, de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, publicados por Topía Editorial. .

[4] Anna Freud y Dorothy T. Burlingham: La guerra y los niños, Ediciones Hormé, Buenos Aires, 1965.

[5] Alicia Stolkiner: “Prácticas en salud mental”, Rev. Investigación y Educación en Enfermería, Vol. VI, No 1, Marzo 1988. Medellín.

[6] Un breve video puede informar sobre esta invasión que casi nadie recuerda: https://www.youtube.com/watch?v=h_owvq-IB6U

[7] “Obstáculos para el desarrollo de políticas transformadoras en salud mental: el caso de la ley 25.421”. Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. Año 14, Nº3 (2009) ISSN 0329-5893. Última autora. 

[8] Bogogevich, Albano, Bolomo, y Robinson: “La Ley de la Locura. Diálogos entre sobrevivientes de manicomios y la ley 26657”, FEPRA, Buenos Aires, 2015.

[9] Sobre estos movimientos hemos desarrollado una línea de investigación en el equipo UBACyT que dirijo y que tiene una serie de publicaciones:

Stolkiner A.: “Nuevos actores en el campo de la salud mental”. Revista Intersecciones Psi. Revista Virtual de la  Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. Año 2, No 4. Buenos Aires, Septiembre 2012. Disponible en: http://intersecciones.psi.uba.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=134:las-organizaciones-de-usuarios-y-familiares-como-nuevos-actores-del-campo-de-la-salud-mental&catid=17:investigaciones&Itemid=30

 

 

 “The identity as a rights advocate: contextualizing the understanding of mental health user associations in Argentina”. Disability & Society. 10.1080/09687599.2018.1488678. Publicado Online el 5 de Noviembre de 2018. ISSN: 0968-7599. En co-autoría con Melina Rosales y Sara Ardila. Disponible en: https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/09687599.2018.1488678?scroll=top&needAccess=true

 

“De usuarios de salud mental a promotores de derechos. Los efectos de la participación en una asociación de usuarios de servicios de salud mental en la Ciudad de Buenos Aires. Un estudio de caso en el año

2015”. Anuario de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. No XXV. Buenos Aires, 2018. ISSN 0329-5885. Última Autora. En co-autoría con Melina Rosales y Sara E. Ardila Gómez. Disponible en http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/anuinv/article/view/13488

 

[10] Emiliano Galende: Psicoanálisis y salud mental. Para una crítica de la razón psiquiátrica, Paidós, Buenos Aires, 1990.

[11] Anahí Viladrich: Madres solteras adolescentes, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1991.

[12] Nota periodística sobre el suicidio de 35 empleados de TELECOM Francia y el posible encarcelamiento de sus jefes. https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/se-suicidaron-35-empleados-telecom-francia-sus-nid2266272

La invención de una epidemia // Giorgio Agamben

Frente a las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus, es necesario partir de las declaraciones de la CNR*, según las cuales no sólo “no hay ninguna epidemia de SARS-CoV2 en Italia”, sino que de todos modos “la infección, según los datos epidemiológicos disponibles hoy en día sobre decenas de miles de casos, provoca síntomas leves/moderados (una especie de gripe) en el 80-90% de los casos”. En el 10-15% de los casos, puede desarrollarse una neumonía, cuyo curso es, sin embargo, benigno en la mayoría de los casos. Se estima que sólo el 4% de los pacientes requieren hospitalización en cuidados intensivos”.

Si esta es la situación real, ¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?

Dos factores pueden ayudar a explicar este comportamiento desproporcionado. En primer lugar, hay una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. El decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno “por razones de salud y seguridad pública” da lugar a una verdadera militarización “de los municipios y zonas en que se desconoce la fuente de transmisión de al menos una persona o en que hay un caso no atribuible a una persona de una zona ya infectada por el virus”. Una fórmula tan vaga e indeterminada permitirá extender rápidamente el estado de excepción en todas las regiones, ya que es casi imposible que otros casos no se produzcan en otras partes. Consideremos las graves restricciones a la libertad previstas en el decreto: a) prohibición de expulsión del municipio o zona en cuestión por parte de todos los individuos presentes en cualquier caso en el municipio o zona; b) prohibición de acceso al municipio o zona en cuestión; c) suspensión de eventos o iniciativas de cualquier tipo, actos y toda forma de reunión en un lugar público o privado, incluidos los de carácter cultural, recreativo, deportivo y religioso, aunque se celebren en lugares cerrados y abiertos al público; d) suspensión de los servicios de educación para niños y escuelas de todos los niveles y grados, así como de la asistencia a actividades escolares y de educación superior, excepto las actividades de educación a distancia; e) suspensión de los servicios de apertura al público de museos y otras instituciones y lugares culturales a que se refiere el artículo 101 del Código del Patrimonio Cultural y del Paisaje, según lo dispuesto en el Decreto Legislativo 22 de enero de 2004, n. 42, así como la eficacia de las disposiciones reglamentarias sobre el acceso libre e irrestricto a esas instituciones y lugares; f) suspensión de todos los viajes educativos, tanto en Italia como en el extranjero; g) suspensión de los procedimientos de quiebra y de las actividades de las oficinas públicas, sin perjuicio de la prestación de los servicios esenciales y de los servicios públicos; h) aplicación de la medida de cuarentena con vigilancia activa entre las personas que hayan estado en estrecho contacto con casos confirmados de enfermedades infecciosas generalizadas.

La desproporción frente a lo que según la CNR es una gripe normal, no muy diferente de las que se repiten cada año, es sorprendente. Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites.

El otro factor, no menos inquietante, es el estado de miedo que evidentemente se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad real de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla.

26 de febrero de 2020

 

* CNR es la sigla de El Consiglio Nazionale delle Ricerche [Consejo Nacional de Investigación].
Imagen principal: Dex HannonVirus in the Bloodine , 2018

En Quodlibet.it y Ficción de la razón

Los perros de Mauricio // Ariel Sicorsky

I

Recuerdo que esa tarde nos fuimos de la playa a la cabaña de Murilo y estábamos todos sentados en ronda -eramos seis o siete- y que la luz que entraba por la ventana dibujaba un rectángulo dorado en la pared de cal. Ese pueblito de pescadores del nordeste brasileño, que todavía conservaba su ritmo cansino y sin pretensiones, estaba, sin que me diera cuenta, terminando de aflojar la malla de contención en la que me había refugiado y en la que había vivido toda mi vida. Murilo era policía en Sao Paulo y tenía el famoso porro de la lata, aquel que Jemanjá se había encargado de verter por todas las playas del litoral paulista y que, según se decía, había sido descartado por un barco que venía de Tailandia ante la presencia una lancha de la marina de Brasil. Por otra parte, los brasileños tenían con el canabis, una relación diferente de la mía: en Buenos Aires armábamos unos porritos pequeños, unas agujitas tímidas que si bien nos aflojaban y nos ayudaban en la tarea de diluir la dureza porteña, no lograban disolver por completo las barreras de irónía en las que, por costumbre, nos parapetábamos. Murilo, en cambio, había desarrollado una ingeniería asombrosa: unía tres o cuatro papeles para armar y lograba unos porros gigentescos. El tamaño descomunal de los cigarros sumado a la potencia de ese porro tailandes, o de donde fuera que sea,  fueron llevándome a un lugar de sensibilidad y emoción que nunca había sentido; pero lo que terminó por desanudar los velos de mi personalidad, lo que abrió mi corazón desconfiado, fue el amor que circulaba, como si fuera una diosa remolona, entre los que estábamos allí.

Lalo -mi amigo de toda la vida, mi hermano- se había ido a nuestra cabaña, y el estar solo entre desconocidos, hablando de la paz entre los hombres ( a páis decía Murilo a quién yo veía ya como si fuera el oso de un dibujo animado), hablando sin prejucios del amor, sin nada que aparentar ni sostener, fue, creo, la primera vez que estuve en el mundo, por fuera de las formas y cliches de mi universo conocido.

Había un muchacho de Brasilia que se llamaba Natal al que todos trataban con respeto porque era “el poeta”. Había escrito una poesía en la cual nombraba a algunos de los presentes, y al sol del nordeste, y a las miles de estrelles que se veían en el cielo y cuyo estribillo repetía tem forró en Canoa Quebrada. Carlitos, el argentino de Banfield que estaba sentado a mi derecha, le había puesto musica y todos la cantamos una y otra vez. Esa canción simple pasó a formar parte del repertorio que con Lalo seguimos cantando durante toda la vida. El tiempo transcurría lentamente y al mismo tiempo, cargado de una hermosa intensidad. El pibe de Banfield cantó rasguña las piedras y para mi sorpresa, todos la corearon; ya era parte del cancionero del grupo. Las palabras que íbamos pronunciando tenían una dulzura que parecía acariciarnos, como si estuvieran llenas de lucecitas de colores. Murilo seguia armando esos porros tremendos.

Sin embargo, por alguna razón que no recuerdo, en un momento me levanté y me fui a un médano alto donde en los atardeceres, la gente iba a ver la puesta del sol. Quizas la intensidad que estaba viviendo era demasiado para mí, y necesité salir, deambular un poco, y lentamente rumbear para mi cabaña, con mi amigo de siempre. Cuando llegué al médano, el sol se acercaba al horizonte; habia grupitos  desperdigados por el medano descomunal, todos tranquilos, conversando suavemente, fumando. Jeferson -un pibito local que me había enseñado capoeira- agarró una guitarra y la perfiló hacia el mar para que el viento  pase por las cuerdas haciéndolas sonar. Todo era bello y plácido, pero, quizas extrañado frente a tanta belleza, me asusté. Talvez el hecho de que estén todos fumando tan despreocupadamente chocó contra un núcleo duro de mi ser, forjado en tiempos de la dictadura militar y que  se expresaba por un temor irracional a la policía, que por otro lado, en ese pueblito perdido, brillaba por su ausencia. No sé si me di cuenta en el momento, pero estaba, efectivamente, un poco asustado y seguramente mis movimientos se verían, de pronto, un poco más toscos. Ese estado me llevó a seguir moviéndome.

Caminé con paso firme hacia el mar subiendo el medano que parecía infinito. La cabaña donde parábamos estaba al lado de la playa pasando el medano gigante. Soplaba un viento cálido que zumbaba suave pero persistentemente en los oídos. Y de pronto, en medio del siseo del viento, escuche a los perros.

II

Habiamos llegado a Canoa Quebrada unos días antes. Como Lalo había estado allí el año anterior, cuando bajamos del camión con nuestras mochilas a cuesta, presa de una emoción que lo desbordaba, fue anticipándose a cada curva, cada casa, cada piedra, contándome anécdotas de su viaje. Él asegura que en un momento, un poco saturado, le pedí “amablemente” que me permita tener mi propio encuentro con el lugar; yo no le recuerdo, pero la situación así descripta encuadra perfectamente con nuestra relación de amigos-hermanos desde los cinco años.

Entre sus historias, la más relevante y preocupante era la concerniente a los perros. Había que tener cuidado, estar atentos, no bajar nunca la guardia frente a los perros. Llevar siempre algunas piedras encima para tirarles en caso de ataque. El año anterior, mientras regrersaba a su cabaña, despreocupado por la playa paradisíaca, fue interceptado y perseguido salvajemente por una jauría de perros. Trágico hubiera sido el desenlace si no hubiese aparecido Jehová, un pescador local que a fuerza de piedrazos logró disolver el temible frente de ataque canino.

A lo largo de esos días nunca vi ninguna jauría, sólo algunos típicos perros de playa, bonachones, que se te acercan tímidos con la cabeza gacha y moviendo la cola; sin embargo la amenaza de los perros secretamente  nos acechaba desde el fondo de nuestras mentes en las playas increíbles, en las guitarreadas con caipiriña, en la roda de capoeira.

III

Y finalmente aquí, mientras subo el médano infinito en este atardecer mágico y conmovedor, el viento me trae el sonido del horror… los perros. Distingo los ladridos desaforados entre las rafagas que vienen del oeste, y cuando vuelvo la cabeza los veo: son seis o siete y adivino sus formas que parecen de galgos. Vienen hacia mi en un galope rabioso. Su imagen de animales desplegados y atléticos lanzados en plena carrera hacia mí, se conserva en mi memoria exactamente igual hoy, más de treinta años despues.

Instintivamente empiezo a correr. Corro desprolijamente trepando el médano; la arena y el  miedo me vuelven torpe, como si estuviera ciego o no hubiera aprendido todavía las cordinaciones básicas del cuerpo. Corro por mi vida y es como si toda la expansión emocionada que había vivido a lo largo de toda esa tarde se hubiera transformado en lo opuesto: corro como si estuviera comprimido, como si todo el mundo se hubiera reducido al espacio que se acorta entre los perros y yo. No vuelvo a mirar hacia atrás porque cada segundo cuenta; corro y en el viento que parece haberse vuelto más fuerte, vienen trepando los ladridos como si fueran mordiscos secos que rasgan el aire.

Corro freneticamente llegando a la cima y cuando siento que estoy en una especie de meseta me detengo. Freno de golpe totalmente tomado por una sensación, por algo que teniendo  la textura de una certeza se expresa dentro de mi mente bajo la forma de una pregunta. Estoy en un estado totalmente desconocido: perplejo, como si estuviera en medio de un desierto sin nombre. Freno, y con la respiración todavía agitada por el pánico y la corrida, me pregunto lentamente, como si mi mente estuviera creando en ese mismo instante las palabras: ¿qué perros?

 

Estoy parado en la cima del médano como si estuviera sobre la meseta más alta y solitaria del mundo. La arena amarilla reflejando la última luz del día le da a esa inmensidad un aspecto lunar. Voy girando lentamente para encontrar lo que mi mente, desafiando la imagen de los galgos desbocados, ya intuía; lo que en algún lugar liminal ya sabía: no hay perros. No hay perros. No hay nada. Sólo el atrdecer, el cielo y yo.

Parado en la total soledad empiezo a ver miles de imágenes; mas que imágenes, visiones. Lo primero que veo es a mi hermano Ale, vestido con un camperón y un gorro de lana azul, que baja esquiando el medano, como si estuviera en el cerro chapelco; veo otras cosas, muchas, que desfilan ante mis ojos como una película que están proyectando sólo para mí, pero ya no las recuerdo: Sé -lo supe en aquel momento- que todo lo que veo tiene el sabor de la revelación. Esa tarde entendí cosas fundamentales y, sin advertirlo, tomé decisiones que determinaron los sigientes treinta años de mi vida.

Llegué a la cabaña y me abracé con mi amigo como si no lo hubiera visto en siglos.

IV

Hace unas semanas me encontré con Lalo. Vino a casa, y como hacía unos meses que no nos veíamos, nos dispusimos a pasar tranquilos la tarde/noche, sin prisa, con tiempo para hacer unos estiramientos e ir hablando de nada en especial. En un momento recordamos aquel lejano viaje por el nordeste brasileño. Nuestras mentes deambularon por las escenas familiares: Murilo, Natal, las chicas de Fortaleza, y por supuesto, el momento de mi epifanía fumona en los médanos. Lalo recordó entonces una escena que forma parte de su acervo familiar y que yo, curiosamente, no conocía: Mauricio, su papá, era corredor de rulemanes y autopartes y recorría las rutas del país en un autito que se adecuaba muy bien a su condición de joven de clase media que recién empieza. Una noche un poco fría, saliendo de un pueblito perdido en la provincia de Santa Fé, en una ruta sin nombre, escucha una explosión que le retumba en la cabeza. Baja del auto y descubre que pinchó una goma. Cuando acomoda todos los pertrechos y se dispone a cambiarla, aparecen como si hubieran nacido de la oscuridad de la noche, unos perros. Caminan tranquilos, con morosidad, como si simplemente estuvieran haciendo una ronda de reconocimiento de su territorio. Mauricio los observa un poco inquieto y trata de mantenerse tranquilo. Parece que ya se van, que no se sienten amenazados con su presencia, cuando un perrito chiquito y nervioso, un cuzquito de nada, se le acerca y con movimientos temblorosos empieza a ladrar. Mauricio se sonríe al ver esa especie de prepotencia con la que lo azuza el pequeñin, pero, como si fuera una señal que el comandante de la tropa lanza con una autoridad indiscutible, los otros perros se lanzan como flechas y ladran y gruñen y muestran sus dientes. Mauricio se queda al lado del auto midiendo la peligrosidad de la situación. Decide hacer movimientos lentos y pausados tratando de mostrarse tranquilo, como si estuviera más allá de la inminencia del desastre. Desajusta las tuercas, saca la goma pinchada, pone la nueva. Los perros continúan ladrando, se aecercan amenazantes y lo miran con los ojos rojos de sangre; Mauricio sigue haciendo lo suyo, conteniendo el impulso de salir corriendo y refugiarse en el auto; tiene la sensación de que está frente a un pelotón de fusilamiento que en cualquier momento, y sin ninguna razon en especial, pudiera disparar y terminar agujereando su preciada vida. Cuando finaliza, sube lentamente al coche sintiendo cómo la adrenalina que corre por sus venas le da un leve y continuo temblor en las manos. El sonido de los ladridos lo acompañará a lo largo de su vida.

Yo escuché la historia, de principio a fin, perplejo. En una escala mucho menor, el momentáneo estupor de mi mente debe haberse parecido a aquel que había sentido tantos años atrás. Lentamente descubrí que los perros que me persiguieron aqulla tarde en el médano, esos galgos que vi tan claramente desplegados, corriendo voraces por la arena no eran, como yo creía, los perros que Lalo había temido y que mi mente había aceptado y reproducido con todo el horror que cargaban en sus lomos; no eran los perros que la mente de mi amigo habían creado el año anterior, despues de que lo persiguiera la jauría.

Los perros que me corrieron aquella tarde, y que Lalo me legó, eran más antiguos; habian sido acuñados muchos años atrás a la vera de una ruta provincial y se habían transmitido a la siguiente generación, como se transmiten el conocimiento, los vicios y el amor.  Eran los perros de Mauricio.

 

El gran parásito ¿Dónde está? // Silvina Mercadal y Eugenia Boito

La película Parasite del director Bong Joon-ho ha tenido un periplo internacional destacado: La Palma de Oro en el Festival de Cannes, el premio a mejor película en los Globos de Oro, y como anticipo del Oscar a la mejor película “internacional”, el máximo premio del Sindicato de Actores de EEUU (SAG). ¿Cómo explicar este arribo a la cumbre por un filme en apariencia de crítica social?

Parasite quizás basa su éxito en una serie de artificios vinculados con la manera en que representa a las clases sociales en tiempos de gubernamentalidad neoliberal –donde el predominio de la “ontología de los negocios” aparece como organizador de la vida­–. En este sentido, es bueno recordar que el anticapitalismo está sobradamente difundido en el capitalismo, paradoja que la misma industria cultural expone de manera sintomática. En Hollywood la élite millonaria que constituye en star system se autocelebra con discursos expiatorios –como el que ofreció Joaquín Phoenix– en la ceremonia anual de entrega de premios.   

El relato se construye desde la perspectiva de una familia pobre y desocupada que pasa de los trabajos ocasionales a formar parte del personal de servicio de una familia rica. En una suerte de trama hobbesiana de “guerra de todos contra todos”, la lucha de clases comienza por el desplazamiento de los miembros de la clase subalterna –clase de pertenencia de los Kim– que están en una posición “acomodada” de empleo permanente. Si la pertenencia a la clase se desdibuja en los cuerpos y el lenguaje –aunque emerge en el olor que emanan los Kim–, se exhibe en una topografía polar y antagónica: mientras los Kim viven en un semi-sótano irrespirable, los Park viven en un punto alto de la ciudad –en una espaciosa mansión de diseño–, topografía que configura la descripción sociológica más superficial del filme. La distancia social en Corea tiene un correlato espacial, la ciudad aparece como una gran escalera en cuya cima los espera una empleadora crédula e incapaz de asumir las tareas de cuidado. Ya se sabe, si algo caracteriza a la burguesía es su “saber hacerse servir”, y mantener un trato cordial y distanciado con el personal de servicio.  

A esta primera topografía se agrega el descubrimiento del búnker en el que vive el marido del ama de llaves: un espacio construido para salvarse ante la amenaza de la guerra se ha convertido en la celda donde este personaje se sustrae del mundo para purgar la culpa por haberse endeudado. Se podría pensar en una topografía laica que es a la vez una fantasmagoría del cielo y del infierno: los ricos viven en un espacio des-responsabilizado, donde todo está dispuesto para el desarrollo de sus rutinas de bienestar, mientras los pobres habitan el infierno de la privación, la culpa, la responsabilización por su situación.

De esta manera, el filme está dispuesto y puede ser interpretado de manera ambivalente: en una operación de inversión ideológica se puede considerar que los parásitos son los pobres, una lectura más informada sobre la estructuración social le puede atribuir este carácter a los ricos, aunque hay una dimensión sensible revestida de propiedades suprasensibles, una envoltura ideológica que aún no ha sido desactivada, y aún más, un ente abstracto entre las clases que se alimenta de sus fluidos vitales.

En Realismo capitalista, Mark Fisher escribe: “El capital es un parásito abstracto, un gigantesco vampiro, un hacedor de zombies; pero la carne fresca que convierte en trabajo muerto es la nuestra y los zombies que genera somos nosotros mismos.” Es decir, hay un juego de intercambio de servicios entre la élite política y la población miserable a la que provee de un servicio también miserable: “lavarnos la libido de un modo sumiso”, “representar los deseos de los que no nos hacemos cargo”, asevera con lucidez Fisher.

¿Cuáles son los deseos no asumidos en este caso?  En primer lugar estamos frente al ethos que anticipaba Gilles Deleuze en su Posdata sobre las sociedades de control: la empresa ha reemplazado a la fábrica, y la empresa es un alma –a la que el marketing inventa sutilezas metafísicas–. La familia de los Kim aparece así como un grupo de emprendedores dispuestos a poner a prueba sus más inverosímiles talentos para escalar la pirámide social y llegar a la cima, aunque esto suponga terminar con cualquier vestigio de solidaridad intraclase.

En lo que se ha llamado la fase postindustrial de la economía capitalista, lo que predomina es la venta de servicios que constituye el “alma” de la empresa, la que se alimenta de la rivalidad y la competencia como fuente de estímulos para los sujetos, ya no colocados en la cadena de montaje fabril, sino en la picadora de carne del deseo. “El marketing es ahora el instrumento de control social, y forma la raza impúdica de nuestros amos” escribe Deleuze.

En este contexto, el Estado se muestra incapaz de coordinar la trama de las instituciones y otorgar sentido a la sociedad. En el filme aparece coordinando el caos y proveyendo de asistencia luego de una situación de catástrofe, o sea, como una institución liminar. La política se ha privatizado y parece desplegarse en los interiores en crisis: y la familia es un interior. A la escena donde los subalternos sueñan despiertos acceder a la vida de los ricos, le sigue la guerra intraclase que metaforiza un personaje simulando la retórica de la presentación de noticias sobre la potencia bélica del país asiático. Por último, la metáfora biológica que da su título al filme quizás sea una alegoría de la privatización de la política: los cuerpos parasitados por el capital despliegan sus tácticas de sobrevivencia en interiores estallados. Entre las cuatro paredes los subalternos ya no sueñan con las viejas esperanzas de emancipación, sino con los deseos modelados por la publicidad y provistos como entretenimiento por la industria cultural.  

Parasito /parásitos. ¿Singular y/o plural?

Siempre es interesante recurrir a las etimologías. Parásito refiere a “comensal” y posteriormente se acerca a la siguiente acepción: “organismo que se alimenta de las sustancias que elabora un ser vivo de distinta especie”. Así, parásito puede interpretarse como un comensal que se alimenta de las sustancias que elabora un ser vivo de distinta especie.

Entonces en esta época donde la industria ideológica –sensu Ludovico Silva– ha instalado el macroformato de la competencia de preguntas y respuestas en la carrera del entretenimiento televisivo, presente en diversos y sucesivos programas, en distintos canales y horarios, podemos repreguntar:

¿Quiénes son parásitos en el filme? Las respuestas que siguen pueden ser todas válidas, alguna válida, ninguna válida, y queda abierta nuevas lecturas posibles para los que se dispongan, también desde el lugar de comensal que se alimenta de las sustancias que elabora la industria del cine. ¿Ser vivo de distinta especie respecto del espectador?

Respuesta uno: Parásitos es la familia Kim, los cuatro miembros pobres que se alimentan de otra especie –de otra clase– inventado lo más inverosímil para ser contratados por la bellísima ama de casa; contrato que se hace de uno en uno, porque la lógica de estar adentro o afuera en la sociedad darwinista y competitiva, realiza la interpelación de uno en uno; es más, ya la forma familiar que propone el filme de acceso al empleo para todos/para cada uno, es atípica.

Respuesta dos: Parásitos es su reflejo, la familia Park, también de cuatro miembros pero de otra especie –de otra clase– que se alimenta de los paquetes de tiempo que compra de la vida de los otros. Paquetes de tiempo: La clase de inglés para la niña rica como “presentación social” adecuada de un empleo que en realidad es otro: poder tener algo/alguien para besar, apretar, tocar, frotarse en el bello cuerpo del joven/astuto profesor; o la compra del tiempo de la joven coreana destinada a la atención del niño rico, pequeño tirano que pide un adulto a gritos. Y la compra de paquetes de tiempo para roles más tradicionales y naturalizados por género: la realización de las tareas domésticas y el servicio de chofer, en el caso de los adultos. El ama de casa rica, la señora Park, se come el tiempo de todos, en todo momento: en las rutinas cotidianas y en la fiesta final para la celebración en honor de su pequeño que parece estar traumatizado por fantasmas.  Paga el tiempo –roba pedazos de vida– para que vengan todos los empleados (la familia Kim) a la fiesta, para continuar trabajando como siempre y más…

La lectura del señor Park, del hombre rico, es fácil: Talentoso ejecutivo de empresa transnacional que es un esclavo pero vive como dueño. Piensa, siente y actúa como dueño. Come como dueño.  

Respuesta tres: Parásitos es la comidilla intraclase entre pobres, entre lo que se ve en la superficie y el sótano; como se van comiendo entre generaciones los pobres esclavos que a veces se quedan sin espacio porque no tienen a quien venderle el tiempo cuando están sin patrón.

Respuesta cuatro: en una escena no hay compra ni venta de tiempo vivo sino que lo que se parasita –se vuelve objeto de comensalidad– es un objeto ausente, o más precisamente, un olor. Dice Zizek:

“Así pues ¿quién o qué es el Otro real? En el mercado actual, encontramos toda una serie de productos privados de su propiedad dañina: café sin cafeína, nata sin grasa, cerveza sin alcohol… Definitivamente deberíamos añadir a esta serie el olor: quizá la diferencia fundamental entre la clase baja y la clase media tiene que ver con cómo se relacionan con el olor. Para la clase media, las clases inferiores huelen mal, sus miembros no se lavan regularmente, o, por citar la respuesta proverbial de un parisino de clase media a porque prefiere ir en los vagones de primera clase del metro: «¿No me importaría ir en segunda clase con los trabajadores ¡pero huelen tal mal!». Eso nos lleva a una de las posibles definiciones de lo que significa hoy en día el prójimo: es aquel que por definición huele.”

La bombacha de la joven pobre se convierte en el fetiche que alimenta las fantasías de la pareja rica de los Park; la inesperada apropiación de la prenda íntima de una mujer sin rostro para encender la relación –de qué objetos se es dueño según la clase habilita otra línea de interpretación–. La dueña de la prenda está también allí acostada y oculta bajo un mueble y escucha en silencio la escena. Los rastros de alteridad de su prenda, que además se identifica como de otra clase, son apropiados por la pareja rica como incentivo para renovar el acto sexual. Un juguetito. Un gustito. ¿La evocación de un aroma?

Respuesta cinco: ¿Y si se trata de una terrible bacanal de todos contra todos y por eso el olor es el sentido que atraviesa, ata y desata núcleos de sentido en el filme? Durante el corte de la torta, en la comida final, la repulsión ante el olor que emana el personaje cautivo obliga al elegantísimo señor Park a taparse la nariz, gesto que desata la ira del padre pobre en medio de la carnicería humana donde se cruzan clases y generaciones. Entonces, si en las respuestas anteriores Parásito es en un sentido singular, aquí se pluraliza como violencia subjetiva en la puesta en escena de los ataques, pero se vuelve singular nuevamente por el hecho de que refiere una y otra vez a la violencia objetiva intra e interclases. La indica, subraya y remarca.

Por esto la pizca de verdad del filme está en la relación entre el olor y la otredad, pero en nuestra lectura, en acuerdo y en desacuerdo con las ideas de Zizek: el otro huele y a veces, lo que produce ese olor no es la evitación sino también el robo o la fagocitación; una especie de excursión protegida en las intimidades de aquel que huele; excusión de la que se vuelve habiendo saboreado. Comensalidad de lo impensado. Y en oposición, lo otro de la pizca de verdad del otro como el que huele, es la ideología y el máximo premio Oscar a la corrección política con la que es tratada la construcción del otro propuesta. Desde EEUU donde se reconoce, desde Corea del Sur donde se produce. Por eso Parasite inaugura ya no más el Oscar a la película extranjera sino a la película internacional. Parece no existir el “extranjero”, el afuera, ni el otro, ni la posibilidad de exilio –al decir de los situacionistas– en un mundo unificado.

Yo te creo, máquina // Agustín J. Valle

1. La verdad, no sé si tener miedo o no. Creo que el temor sosiega, paradójicamente: da una certidumbre, algo definido sucede, se circunscribe una fuente puntual de opresión a la que atribuirle el malestar que, de común, asedia difuso pero aplastante en la ciudad de la imagen. El miedo puede ser un modo de ordenar el mundo. En fin: creo que alguna vez tiene que pasar y el coronavirus, finalmente, librará de nuestra especie a la faz de la tierra. Creo que es un tipo de gripe y mata gente, más que nada adultos mayores, como también lo hace cada año la gripe común, pero sirve de alimento para la adhesión automática a todo miedo circulante, propia de la fragilidad anímica del reino mercantil, que es por un lado tan buen negocio para los medios de comunicación y, por otro, tan buena excusa para aumentar el arbitrio de los controles gubernamentales. Creo que es un virus introducido en China por los yankis para hacerle un agujero a su amenaza principal. Creo en todas las versiones; creo que todas tienen verdad.

2. El otro día se murió un terraplanero. Cayose de un cohete casero, que armó para demostrar su visión del mundo, según contó la noticia. El tipo -lo adiviné californiano apenas escuché la historia- dio la vida por lo que creía, puede decirse. Aunque es una creencia reactiva, efecto de un radical no-creer en “lo que nos dicen”.
Escépticos nos decían a los criados en la década del 90: tras la denominada caída de los grandes relatos, el escepticismo, no creer en nada, era el ánimo general. Sospecho que el escepticismo se ha diagnosticado en muchas épocas; creo recordar por ejemplo que Sartre lo señalaba en la posguerra. Quizá creer -dar crédito a la existencia de algo- es en el fondo una pulsión fisiológica. El mundo nos excede e incluso lo que conocemos apenas, lo que casi no conocemos, tiene nombre para nosotros, y en el nombre hay ya una idea, un relato, un crédito que damos. Creo que entonces lo que lo que hay son diversos regímenes y modos de la creencia, de aquello que llamamos creer, que, cuando varían, los formados en un régimen viejo no ven sino falta de creencias. En el capitalismo de los flujos -o capitalismo celular-, también las creencias se fluidifican y celularizan; en la mediósfera conectiva en que vivimos, se cree cualquier cosa precisamente porque a la vez no se cree nada. Dado que no se puede creer en nada, es imprescindible creer en algo.

3. Dice Peter Sloterdijk que la función de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas es excitar al colectivo social en cuanto tal, produciendo una inquietud común. Los medios reproducen el lazo social mediante el estrés. O sea que el metralleo sin descanso de crispación mediática no produce simplemente solo anomia y desintegración; esta excitación nerviosa, este odio, este pánico latente, este padecimiento insomne es el pegamento que liga al cuerpo social celularizado.
Cuanto más nervios produzca una noticia, entonces, más creencia obtiene en el régimen de creencia mediático.


Este video, por ejemplo, no creo que sea verdadero; dicen que es una simulación. Yo creo en todo, como decía. En el sentido de que, al revés de lo que decía Guy Debord (¡pero sin negarlo!), lo falso es un momento de lo verdadero. Si el video es una simulación, es concebible, imaginable, verosímil, es verdadero en tanto que simulación; es una simulación verdadera. Creo que hay que creer en todo, incluso por supuesto en muchas cosas contrapuestas, pero creyendo, sobre todo, que todo no es todo. Todo no es todo; el parámetro para valorar una creencia, un régimen de la creencia, es cuán activos -creadores- o nos deja, o simples deglutidores repitentes.

Fuente: Sólo las cosas

Sublevaciones populares y populismos. Dos regímenes del antisistema // Jun Fujita Hirose

El año 2019 estuvo marcado por una sincronía mundial en lo que refiere a los movimientos populares: por diferentes que sean sus circunstancias, cada movimiento comenzó protestando contra ciertos abusos del poder. Podemos ensayar una clasificación con cuatro tipologías:

El primer tipo de abuso concierne al aumento más de todo límite aceptable de cargas tributarias a la economía familiar: el aumento del gasto de combustible por la subida de impuestos (Francia, Líbano), por el recorte de subsidios (Ecuador, Irán) o por el aumento de precios (Haití), los aumentos de las tarifas de transporte (Chile) o de los precios de alimentos básicos (Sudán), la imposición sobre el uso de la aplicación de telecomunicación (Líbano), la defunción (Iraq) o la ausencia (Chile) de los servicios públicos, etc. El segundo tipo es la corrupción (Haití, Egipto, Iraq). El tercero es la monopolización del poder por la vía de la eternización de los mandatos presidenciales (Argelia), o vía reforma constitucional (Guinea). Y el cuarto es opresión sobre las minorías mediante la violación de los derechos de autodeterminación (Papúa occidental, Cataluña, Hong Kong) o vía la discriminación religiosa (India).

   Un aspecto central de los movimientos populares del año 2019 consiste, sin embargo, en el hecho de que ninguno de ellos detuvo su actividad luego de haber logrado limitar los abusos del poder contra los que reaccionaron. Y que todos ellos continuaron su despliegue dando lugar a un fenómeno que podríamos llamar “sublevación popular” (en el caso hongkonés, por ejemplo, las protestas siguieron ampliándose sin parar aún después de la retirada gubernamental del proyecto de ley de extradición a China).

   Al final de los años setenta, el filósofo francés Michel Foucault escribió una serie de reportajes y ensayos sobre el movimiento popular iraní contra el Sah Mohammad Reza Pahlavi y apuntó tres elementos distintivos que defienden “sublevación popular”. El primer elemento es la constitución de una “voluntad perfectamente colectiva”, que se forma inmediatamente como tal sin pasar por procesos de acuerdos o de alianzas entre clases sociales o corrientes políticas. El segundo es el “coraje” de cada individuo, expresado en la disposición a “arriesgar la propia vida” en las luchas. Y el tercero es la “desobediencia absoluta” (o “contra-conducta” absoluta), que consiste en rechazar todas las formas de gobierno (o de “conducta”), incluso las que se podría considerar “democráticas”.

   En 2019 asistimos justamente a este tipo de “sublevaciones populares” en las que cada individuo se pone en desobediencia absoluta arriesgando la propia vida formando una voluntad perfectamente colectiva. Todos los movimientos populares de 2019 pasaron “del rechazo a cierta forma de gobierno, al rechazo del gobierno en todas sus formas”, para retomar la expresión del filósofo japonés Yoshiyuki Koizumi, en su lectura de Foucault. El presidente Sebastián Piñera no se equivocó cuando decía, ante al pueblo chileno saliendo en la calle: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respecta a nada ni a nadie.”

   ¿Cómo un “rechazo de cierta forma de gobierno” se vuelve en “rechazo del gobierno en todas sus formas? A propósito de los iraníes de fines de los años setenta, Foucault señala la existencia de dos figuras que sirven de “punto de fijación”: por un lado, está Khomeyni, que “no está ahí, no dice nada y no es hombre político”, y por el otro, están los “muertos”, quienes han perdido sus vidas luchando bajo la represión militar del Estado. En 2019 no existía ninguna figura equivalente de Khomeyni. Pero todos los movimientos fueron fuertemente reprimidos. Quizá se pueda decir que, en cada uno de los movimientos de 2019, son los “muertos”, aquellos que cayeron en la primera etapa de luchas contra los abusos de poder, quienes funcionaron como “punto de fijación”, permitiendo la conversión del movimiento en “sublevación popular” (en el caso iraquí, por ejemplo, fueron asesinadas unas 600 personas en los dos primeros meses, antes de la dimisión del primer ministro Adil Abdul-Mahdi).

Las sublevaciones populares de 2019 son contemporáneas al fortalecimiento de fenómenos populistas en varios puntos del plantea. En estos populismos de izquierda y de derecha, que emergieron durante la segunda mitad de los años 2000, se trata también de formar una “voluntad perfectamente colectiva”. Su punto de partida estratégico reside, a ambos lados de la representación política, en la percepción del mundo actual en términos de heterogeneización de intereses populares: dada la fragmentación de la clase obrera, los discursos que apelan a los trabajadores, y a la “base” económica, no alcanzan sino a una porción limitada de la población. De allí que las retóricas populistas utilicen “significantes flotantes” que ya no se remiten a la base económica. Y que los típicos “significantes” emitidos por los populismos para formar una “voluntad perfectamente colectiva” tiendan a unificar a estas masas obreras fragmentadas. Se trata, de unir discursivamente lo que se ha dividido al extremo, en términos de asalariados en blanco y trabajadores precarios, opuestos entre sí. A fin de producir este efecto de unificación popular los populismos llamados de izquierda hablan del 99 % contra 1 % que concentra la riqueza, mientras que los de derecha emplean un discurso xenófobo (ciudadanos contra inmigrantes) y de la primacía nacional (economía nacional contra globalización).

   Si en el caso de una sublevación popular la “voluntad perfectamente colectiva” se forma en torno a los “muertos” caídos bajo la violencia estatal, debemos decir que este “punto de fijación” tampoco no es reductible a las lógicas de la “base” económica. Pero los muertos no son, en absoluto, un “significante flotante”. Los significantes populistas son palabras abstractas que sobrevienen de un modo ultra-básico (por encima de la “base”), mientras que los muertos son cuerpos concretos que subsisten en el suelo infra-básico (por debajo de la “base”). Es por eso que en una sublevación popular la corporalidad concreta se manifiesta en el coraje de cada uno de “arriesgar su propia vida”.

   En las sublevaciones populares de 2019 oímos constantemente críticas al “sistema”. También los populistas se presentan como “antisistema”. En la estrategia electoral de los populismos, el elemento “antisitema” toma por lo menos dos formas distintas: por un lado, hay un modo teórico de presentarse como “antistema”, que se sirve de significante flotante y que, en general, implica la crítica a las élites. Los políticos populistas, sean de izquierda o de derecha, se presentan entonces como si fueran los únicos capaces de ofrecernos una salida posible del “sistema” en el cual estaríamos completamente apresados bajo el control total de las élites. Desde este punto de vista, los demás políticos son, para los populistas, partidos “del sistema”. Pero por otro lado, hay una manera práctica de presentación de los populismos como “antisistema”, que consiste en desarmar todos los cuerpos colectivos intermedios existentes (tales como partidos políticos, sindicatos, agrupaciones sociales, etc.). Los populistas tales como Beppe Grillo, Donald Trump, Emmanuel Macron, Jair Bolsonaro, etc., procuran un contacto directo e inmediato con el electorado, rechazando toda intermediación organizada como “piezas del sistema”. “Pretendiendo representar en forma exclusiva al pueblo explotado […], el autodenominado candidato antisistema busca, en realidad, el restablecimiento del autoritarismo”, señala el mediólogo francés Éric Dacheux.

   El elemento “antisistema” activo durante las sublevaciones populares de 2019, fue el de la “desobediencia absoluta”. Así, no se trata de salir del sistema sino de no entrar en él. Es decir: de no entrar en ninguna relación de gobierno (gobernantes/gobernados), sino de afirmar en las prácticas mismas una verdad efectiva por fuera del sistema. El filósofo francés Michaël Fœssel dice: “en lugar de denunciar la omnipotencia del sistema […], tenemos que apoyarnos en lo que es siempre ya antisitemático en nuestras vidas”. Es cierto que las prácticas de no ingresar en el sistema -prácticas de “vida otra” (Foucault) o de creación de “formas de vida” (según el filósofo argentino Diego Sztulwark)- están cotidianamente llevadas a cabo por muchas personas en todas partes del mundo, tanto en las ciudades como en el campo. Pero una “sublevación popular” no se reduce al conjunto de semejantes prácticas cotidianas diseminadas, y se distingue por su dimensión inmediatamente global: es el pueblo entero de un país quien se pone a crear formas de vida autónomas (en el caso libanés es bajo la bandera nacional bajo la que se realizó una desobediencia absoluta popular).

   En el texto titulado “¿Es inútil sublevarse?”, Foucault sostiene que es sólo por la sublevación popular, producida como interrupción absoluta de la “historia” que “la subjetividad se introduce en la historia y le da su aliento”. La sublevación colectiva de los cuerpos que arriesgan cada uno la propia vida constituye, por tanto, algo así como el grado cero de la historia y conlleva, por eso mismo, la única verdadera “fuerza”, capaz de ponerla en marcha. Como decía el humorista francés Coluche, “si votar cambiara algo, lo hubiesen prohibido hace mucho tiempo”.

“El feminismo es la punta de diamante de una insurgencia internacional” // Silvia Federici

Victoria Furtado Y Mariana Menéndez

Foto: Victoria Furtado

Mientras alrededor del mundo se prepara la cuarta huelga feminista en cientos de reuniones, actividades y asambleas, escuchar a Silvia Federici resulta inspirador. En un impás de su andar por el mundo compartiendo claves y contagiando fuerza, Silvia nos recibió en su casa de Nueva York para conversar sobre la actualidad de las luchas feministas, las revueltas populares de los últimos meses, las tensiones del feminismo con la izquierda y los puntos más destacados de su último libro.

En los últimos años has estado viajando y en permanente contacto con compañeras y organizaciones feministas de América Latina y Europa. ¿Cómo ves la lucha feminista hoy?

Es un momento muy importante, muy particular. No solo en América Latina, aunque allí se ve con más impacto, es un momento en el que se da el encuentro del movimiento feminista, con toda su diversidad, con las luchas populares, con los movimientos sociales que, desde los años ochenta, han crecido en respuesta al ajuste estructural, a la política extractivista, al neoliberalismo. Este encuentro surge de una situación concreta muy fuerte, que es que todas estas políticas han impactado sobre todo en las mujeres y en la reproducción de la vida. Entonces las mujeres están en primer lugar no solo como víctimas del despojo sino también como luchadoras, como protagonistas de la resistencia. Y además de protagonizar la resistencia han necesitado hacer cuentas con los hombres de los movimientos, de las organizaciones mixtas. Y es aquí que se da el encuentro con el feminismo, el aporte del feminismo. 

Se ha creado así un feminismo nuevo, un feminismo que yo creo que es muy poderoso porque tiene una mirada anticapitalista que reconoce toda una historia de opresión, tiene una mirada descolonizante. Es un movimiento que, al fin, abarca todos los aspectos de la vida. No es un movimiento que se focaliza en el trabajo como se entiende tradicionalmente, es decir, vinculado a la producción, sino que se preocupa por el campo, por el cuerpo, por lo que pasa en la comunidad. Y no es solamente oposición, es un movimiento que construye. Yo creo que esta es su gran fuerza, es lo que le ha permitido crecer en estos años a pesar de que la ola de fascismo, de la derecha sigue creciendo. Crece porque está creando una infraestructura nueva que nunca se ha visto en los movimientos revolucionarios dominados por los hombres: toda esta creatividad, la capacidad de recuperar saberes tradicionales, de crear ligámenes afectivos. 

Yo creo que es un movimiento que tiene bases muy fuertes, por eso sigue sumando a mujeres que llegan de lugares diferentes, como en Argentina y Uruguay: de las organizaciones sindicales, de la economía solidaria, a las compañeras indígenas, a las campesinas. Esto es una fuerza. El movimiento feminista es el que trae las luchas hoy, en América Latina sin duda, pero esto, en forma diferente, está pasando también en otros lugares.


Precisamente, en los últimos meses hubo en América Latina una serie de levantamientos populares en defensa de una vida digna. Quizás los casos más claros son Chile y Ecuador, pero no son los únicos. ¿Cómo podemos leer estos procesos de lucha desde una perspectiva feminista que ponga en el centro la reproducción de la vida?

Yo creo que es importante una perspectiva feminista exactamente por eso, porque se enfoca en lo que es más fundamental, sea como objetivo o como condición de la lucha: el cambio de la reproducción de la vida cotidiana, de la reproducción social -no solamente de la reproducción doméstica- en todos los lugares. Porque reproducción significa trabajo doméstico, sexualidad, afectividad, significa también medioambiente, naturaleza, el campo, la agricultura, la cultura, la educación. 

El feminismo toca una gama muy vasta de temáticas vinculadas a la reproducción de la vida que son el fundamento de cualquier cambio social, que son el fundamento de cualquier lucha. No puede haber una lucha exitosa sin cambiar estos que son los aspectos más importantes de la vida. Por eso yo creo que en estos levantamientos que se han dado en Chile, en Ecuador, la participación de las mujeres es muy importante; sobre todo mirando a largo plazo, mirando estos movimientos no como una rebelión momentánea que mañana va a caer, sino como movimientos que expresan una revuelta muy profunda, que expresan un decir “basta ya” muy profundo con este sistema tan injusto, tan violento. Y pensando a largo plazo la perspectiva y las actividades de las mujeres son fundamentales.

Estas luchas feministas de las que estamos hablando, anticapitalistas o de un feminismo popular, se preocupan por una diversidad de asuntos. Se interesan no solo por los problemas de las mujeres sino por el conjunto de las relaciones sociales y con la naturaleza. No obstante, muchas veces se intenta ubicar nuestras voces de mujeres en lucha como sector, como si solo pudiésemos hablar de los temas de las mujeres. En particular este es un conflicto con la izquierda. ¿Cómo valorás la relación entre el feminismo y la izquierda?

Yo creo que esto es muy fundamental, creo que la izquierda no quiere ver. Los intereses masculinos vuelven ciegos a los hombres que proyectan sobre las mujeres lo que es su propia situación: son ellos que representan solamente un sector, un tipo particular de lucha. Lo que me parece importante del movimiento feminista es que ha abierto los ojos y ha descubierto todo el universo de la reproducción de la vida. Es un movimiento que verdaderamente mira no solamente un sector de la vida de los trabajadores, un sector del proletariado en el capitalismo, sino que mira en su totalidad. En los años setenta, al comienzo, se hablaba de reproducción como trabajo doméstico, pero en las últimas tres décadas hemos visto que reproducción es todo. Es el cultivo, las semillas, el campo, la salud, la educación, la crianza,  la calidad del aire, los entramados afectivos, etc. 

El aporte del feminismo ha sido también señalar las desigualdades, porque el capitalismo es producción de escasez, no producción de prosperidad, y producción de desigualdades. El capitalismo produce no solamente mercancías sino también divisiones y jerarquías como su condición primaria de existencia. Por eso el feminismo nos da una perspectiva más amplia, que no es sectorial sino que mira la totalidad de la vida. Claro que hablamos de un feminismo anticapitalista, no un feminismo de estado creado por las Naciones Unidas y los gobiernos para reclutar mujeres para las nuevas formas de desarrollo capitalista. Es muy importante clarificar esto porque hoy también hay un feminismo de estado, un feminismo institucional. No hablamos de estos feminismos.

A menos de un mes del 8 de marzo, en muchos países se están preparando, paros, movilizaciones y acciones. ¿Cuáles son los desafíos de cara a la próxima huelga feminista y, más en general, para mantener abierto este tiempo de lucha?

Para mí lo más importante es siempre el proceso, no la fecha, sino el proceso de construcción. El 8 de marzo es la manifestación de lo que se ha hecho, es un momento simbólico muy importante, pero lo más importante es lo que se construye en el proceso de contactar mujeres que, aunque muchas veces tienen intereses comunes, no se encuentran, el proceso de crear nuevos espacios. También es un momento de profundizar en lo que queremos. 

Entonces, por un lado, crear en concreto nuevas formas de organización, nuevos espacios, porque el espacio es fundamental, tener lugares donde podemos encontrarnos. Por otro lado, el programa, lo que queremos, porque todavía tenemos muchas cosas por definir. Por ejemplo, todavía se habla muy poco en el feminismo de la situación de la infancia, que para mí es trágica hoy, es una situación de crisis muy fuerte. Necesitamos articular más nuestro programa, sea en forma de oposición a lo que se está haciendo, sea en forma de construcción, de comprender lo que queremos, qué tipo de sociedad y relaciones queremos. Y, como siempre, el tercer objetivo es superar las divisiones de todo tipo que todavía existen entre las mujeres: raciales, de la diversidad sexual, de edad entre jóvenes y mayores, etc. Este es un objetivo muy importante porque la divisiones y las jerarquías son lo que más nos debilita y el arma más potente que tienen para crear nuevos conflictos, para mostrar que tenemos intereses diferentes, para hacer que nuestras energías se dispersen en luchas sectarias entre nosotras.

Ya que lo mencionás, ¿cómo ves las relaciones intergeneracionales en el movimiento feminista?

Soy optimista, porque he viajado mucho y veo que en España, en Argentina o aquí mismo, en Nueva York, a mis charlas llegan mujeres jóvenes. Yo tengo setenta y siete años y en mis presentaciones la mayoría, el ochenta por ciento son mujeres muy jóvenes, de diecinueve, veinte años. Me parece que hay un deseo de conectar. En los años setenta, en los movimientos mixtos se decía “nunca confíes en nadie que tiene más de treinta años”. Y bueno, yo puedo entender por qué, pero afortunadamente eso no pasa ahora con el feminismo. 

Hay un deseo de comprender, de conectarse con personas mayores. Aunque todavía la problemática de los mayores se está tocando muy superficialmente. Hoy los mayores, y sobre todo las mujeres mayores, viven una crisis muy fuerte. Muchas de ellas trabajaron toda su vida ayudando a los hombres a vivir y a morir, y cuando ellas necesitan ayuda porque no pueden trabajar más, no tienen recursos porque la mayor parte de su vida la han pasado trabajando sin ninguna ganancia. En Estados Unidos, las mujeres mayores son las que mayormente pueblan los refugios del estado. Son situaciones verdaderamente trágicas, sobre todo las de quienes no son autosuficientes, que muchas veces viven en condiciones terribles. Yo creo que esto, como la situación de la infancia, no se ha problematizado lo suficiente en el movimiento feminista. A pesar de que el movimiento reúne hoy a mujeres de varias edades, todavía es una problemática que debe ser incluida. Porque si hablamos de violencia, la miseria económica y afectiva en la que viven tantas mujeres mayores es una forma de violencia.

La lucha feminista está siendo muy fuerte en muchas partes del mundo, pero al mismo tiempo hay un avance, conservador en el mejor de los casos, directamente fascista en otros. ¿Cómo hacemos una lectura feminista de este proceso? 

Si ponemos esta violencia de hoy en el contexto del siglo veinte, sin irnos al siglo dieciséis o diecisiete, podemos ver que el capitalismo, en cualquiera de sus fases de desarrollo reciente, ha sido siempre muy violento: dos guerras mundiales donde murieron casi cincuenta millones de personas, la tortura de masas como sistema de dominio en América Latina a partir de los sesenta, todas las guerras que tanto gobiernos demócratas como republicanos de Estados Unidos han impulsado, etc. Pienso que es importante contextualizar esto para no pensar que es una novedad, para ver que, sobre todo cuando se siente amenazado, hostigado, el capitalismo necesita desplegar esta violencia. 

Y hoy el capitalismo se siente amenazado. En primer lugar, porque hace años se quejan de que el nivel de ganancia no es suficiente, entonces es un capitalismo en crisis. En segundo lugar, porque hay un avance, porque el feminismo es la punta de diamante de una insurgencia internacional. Son años y años de insurgencia continua. Desde la primavera árabe hasta hoy, es una insurgencia que siempre necesita de más tortura, guerra, cárcel. Entonces veo toda esta violencia como una respuesta que no es una novedad, sino la respuesta usual del capitalismo que se siente en crisis, que siente que sus fundamentos están en peligro y se enfrenta a movimientos internacionales que, sin estar coordinados tienen las mismas temáticas. Porque de Brasil a Chile, pasando por Ecuador, Líbano, Haití, hay una resistencia al empobrecimiento, a la miseria, a la violencia policial y del estado. 

No es casual que cuando las compañeras en Chile dijeron “el violador eres tú”, con un gran coraje, porque hacer esto en Chile no es lo mismo que hacerlo en otros países, esto ha circulado inmediatamente. Esta internacionalización y circulación inmediata de las preguntas, objetivos, consignas, formas de organización, nos dice que hay una insurgencia, un decir “basta” que es muy general. Pienso que los Bolsonaro y todas estas iniciativas de la iglesia y económicas son una respuesta. No se puede imponer una austeridad brutal, un despojo brutal por años y años, expulsar a millones de personas de sus tierras, sin organizar un enorme dispositivo de violencia. 

MÁS ALLÁ DE LA PERIFERIA DE LA PIEL

Acaba de publicarse “Beyond the periphery of the skin”, tu último libro [1]. Allí contraponés una noción de cuerpo tal y como ha sido pensada por el capitalismo -es decir, como máquina de trabajar y, en el caso de las mujeres, como máquina de procrear-, con el cuerpo tal y como ha concebido por la imaginación radical colectiva, en particular por el feminismo a partir de los setenta. ¿Qué significa hoy el cuerpo como categoría de acción social y política?


Me gusta la idea de cuerpo-territorio porque inmediatamente nos da una imagen colectiva. No solamente porque es el primer lugar de defensa y conecta el discurso del cuerpo con el discurso de la tierra, de la naturaleza, sino porque pone el discurso del cuerpo como una cuestión colectiva. Entonces, el discurso del cuerpo es sobre quién gobierna a quién, sobre quién tiene el poder de decidir sobre nuestras vidas. 

Yo pienso que esta es una de las preguntas fundamentales, de fondo en la lucha. Porque hay un estado que quiere controlar cada minuto, no solamente en el trabajo. En el caso de las mujeres, invade nuestro cuerpo, nuestra realidad cotidiana, de forma cada vez más intensa y más opresiva que en el caso de los hombres. El problema del aborto es muy ejemplar. Entonces yo creo que pensar el cuerpo desde una mirada feminista hoy es particularmente crucial para determinar quién tiene la posibilidad de decidir sobre nuestra vida. 

Cuerpo significa vida, significa reproducción, significa afectividad. Todo rodea la temática del cuerpo: la comida, el sexo, la crianza, la procreación. Entonces la lucha por el cuerpo es la lucha por los aspectos más fundamentales de la vida. Por eso creo que asombra a tantas mujeres con una intensidad tan fuerte, porque aquí se decide quién es el patrón de nuestra vida, ¿somos nosotras o es el estado?

Pero vos enfatizás en reclamar el cuerpo de forma colectiva, en recuperar la capacidad de decisión colectiva sobre nuestras vidas…

Sí, capacidad colectiva, absolutamente. Solas somos derrotadas. Por eso hay que salir de la casa por la lucha. No por el trabajo, salir de la casa por la lucha, salir de la casa para juntarse, salir de la casa para enfrentarse a todos los problemas que tenemos solas.

La idea de ir más allá de la periferia de la piel tiene que ver con postular una noción expansiva del cuerpo. Para eso discutís el cuerpo expansivo concebido por Bajtín, que se expande mediante la apropiación e ingesta de lo que está más allá de él, y proponés una idea igualmente expansiva pero de naturaleza radicalmente distinta. Hablás de una “continuidad mágica” con otros organismos vivos y de un cuerpo que reúne lo que el capitalismo ha dividido. En ese sentido, ¿el cuerpo sería el punto de partida para pensar la interdependencia?

No pienso en un cuerpo que quiere apropiarse, sino en un cuerpo que quiere conectarse. No quiere comer el mundo, quiere conectarse con el mundo. La mirada del siglo dieciséis y diecisiete, del renacimiento sobre el cuerpo no lo entendía como algo completamente aislado, no era una isla sino que era abierto. Podía ser afectado por la luna, por los astros, por el viento. Ese cuerpo que es expansivo porque no está separado del aire, del agua. Y también está íntimamente conectado con el cuerpo de los otros. La experiencia del amor y del sexo es ejemplar, pero no es la única que muestra como continuamente somos afectados y nuestro cuerpo cambia. La tradición del mal de ojo, por ejemplo, tiene que ver con que los otros te pueden hacer sufrir, o te pueden hacer feliz, te cambian.

No podemos pensar el cuerpo como los capitalistas lo piensan, como lo piensa la ciencia hoy, es decir, un cuerpo que es completamente máquina, que es un agregado de células, y cada célula tiene su programa, cada gen tiene su programa, no es algo orgánico. Mi mirada y mi intento es promover una visión del cuerpo que va exactamente al contrario de la mirada que domina hoy en la ciencia. Cada vez más, se intenta aislar el cuerpo en pequeños pedazos, cada uno con su característica. Es una fragmentación. Pienso en el fracking, hoy cuando los científicos piensan al cuerpo hacen una especie de fracking epistemológico que disgrega el cuerpo.

Para mí, el cuerpo se debe reconectar con los animales, con la naturaleza, con los otros. Este es el camino para nuestra felicidad y salud corporal. Porque la infelicidad, precisamente, incluye el cercamiento del cuerpo. Hay un cercamiento no solamente de la tierra, como he escrito en El Calibán y la Bruja, sino también de los cuerpos. Cada vez más nos hacen sentir que no podemos depender de los otros, que a los otros hay que tenerles miedo. Este individualismo exasperado, que se ha acentuado con el neoliberalismo, es verdaderamente miserable. Nos hace morir, porque es una vida conceptualizada en el nombre del miedo, del temor, en vez de ver que la relación con los otros es un gran enriquecimiento.

El último texto del libro, “On Joyful Militancy”, es especialmente hermoso. Allí oponés dos ideas de militancia: una militancia alegre, que nos hace sentir bien y conecta con nuestros deseos, versus una política y una militancia tristes.


Para mí la militancia triste es una militancia que no tiene futuro, pero existe. Yo creo que la militancia dominada por los hombres es una militancia triste, es una militancia como trabajo alienado, es una militancia donde se piensa “debo ir a otra reunión” como quien piensa “debo ir a trabajar”. Es ese compañero que siente la sumisión histórica, no le gusta, no tiene entusiasmo, no le da nada, pero lo hace como un deber, como una obligación. Esto no es construir otra sociedad. 

Se pueden correr riesgos, pero eso es diferente. A veces se corren riesgos porque hacerlo te da algo, te cambia la vida. Pero te cambia ahora, no en un futuro, no en veinte años quizás, te cambia ahora. Para mí esto es construir un mundo nuevo. No se trata solamente de decir “no”. La vida se cambia en la forma como empezamos a relacionarnos diferente con otras personas y a descubrir cosas de nosotros mismos. Porque cambiamos, haciendo relaciones diferentes cambiamos. Y yo creo que la vida es tan triste para la mayoría de las personas en el mundo que no van a agregar otra tristeza, prefieren morir a la noche mirando la televisión en lugar de ir a una reunión donde todo sea dolor o aburrimiento. 

Lo que desde el feminismo estamos nombrando como política del deseo sería un poco la antítesis de esta militancia triste…

Exactamente. Y es la creatividad, la creatividad de la militancia. Yo esto lo he experimentado profundamente porque me acuerdo de la diferencia que vi, en pocos años, cuando las mujeres dejaron los movimientos con hombres, los movimientos mixtos. Las mujeres cambiaron así (da vuelta las palmas de las manos). Empezaron a hablar, a cantar, a crear, a dibujar. ¡Fue como una explosión de creatividad increíble! Antes hacían todo el trabajo doméstico de las organizaciones. ¡Se ha hecho tanto trabajo doméstico en los movimientos con los hombres! Y por fin luego fue muy diferente, se volvió un placer. 
 


[1] Federici, Silvia. 2020. “Beyond the Periphery of the Skin: Rethinking, Remaking and Reclaiming the Body in Contemporary Capitalism”. Oakland, PM Press.

Publicado originalmente en Zur

 

Diálogos: La ofensiva sensible [Episodio 1] // Sztulwark – Horowicz

Primera de una serie de piezas audiovisuales que produjimos Caja Negra Editora en alianza con Fiørd tomando como punto de partida LA OFENSIVA SENSIBLE, el libro de Diego Sztulwark que publicamos a fines del año pasado. A partir del diálogo del autor con otrxs autorxs buscaremos expandir y profundizar las premisas del libro, confrontarlas con la coyuntura y con otras lecturas y conceptos. En esta oportunidad, el invitado es el historiador y ensayista Alejandro Horowicz, autor de libros como «Los cuatro peronismos» y «El huracán rojo». Los límites del progresismo, el propio malestar como índice de verdad histórica, la situación actual en Chile, la diferencia entre el peronismo como populismo y como plebeyismo, son algunos de los ejes sobre los que trabajaron. Esperamos que les guste y aspiramos a que sea la primera emisión de CAJA NEGRA TV.
 
Idea y realización: Fiørd Estudio
Música: Países Bajos (gentileza de Priusdiscos)
Muebles y escenografìa: Gonzalo Arbutti

La situación actual en Chile // Entrevista a Alicia Maldonado

 

Fuente: Radio Nacional Libertador

«El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir» // Entrevista a Diego Sztulwark

 

Por Melisa Molina

 

«El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir», dijo en diálogo con PáginaI12 el politólogo Diego Sztulwark. En su libro La ofensiva sensible (Caja Negra), Sztulwark indaga las diferencias entre vidas ligadas a los automatismos del mercado y vidas que no encajan porque asumen su existencia como una pregunta: «Ya sea porque se enferman, porque son vulnerables, rebeldes, oscuros, o porque han tenido alguna experiencia que los ha llevado a desviarse respecto de la norma», explica. Sztulwark reflexiona sobre quienes para vivir tienen que inventar lenguajes, alianzas y grupos nuevos y por eso entran en procesos de politización: ahí destaca el rol de los movimientos feministas, las comunidades indígenas y los movimientos de trabajadores precarizados que, sostiene, forman el «reverso de lo político» y sin los cuales sería difícil entender fenómenos claves en la crisis del neoliberalismo que vive gran parte de Latinoamérica. En ese sentido, advierte que los gobiernos populistas no han sabido o logrado propiciar un modo de vida diferente al que propone el mercado.

 

– ¿A qué se refiere cuando dice en su libro que “el modo de vida de derecha es tan triste como irrefutable”?

– Tomo este concepto de una tesis que elaboró Silvia Schwarzböck: dice que luego de los ‘70 y de la posdictadura solamente hay vidas de derecha. Es irrefutable ya que es una descripción correcta y permite comprender mucho del presente, pero es triste porque no permite ver la existencia de momentos donde hay una tensión distinta, donde los cuerpos aparecen articulados con el lenguaje de otra manera, donde hay una investigación sobre la propia vida y una no adaptación con lo que es el mundo neoliberal. Me resulta triste todo pensamiento que se limita a hacer una descripción del enemigo sobre nosotros y que sanciona una realidad derrotista. Es triste y también no es verdadera, ya que oculta toda una dimensión que llamaría “la verdad por desplazamiento”, que se crea desplazando lo que se impone, creando resistencias, y que no acepta el mundo tal como es.

 

-En su libro contrapone «modo de vida» a «forma de vida»: ¿cuál es la diferencia entre ambos conceptos?

– Llamo «modo de vida» a toda manera de vivir articulada en relación automática con el mercado, a todo lo que viene dado. El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir. Necesité distinguirlo de la «forma de vida», que sería la de aquellos que asumen su vida como una pregunta y no cuajan directamente en ese automatismo, ya sea porque se enferman, son vulnerables, rebeldes, oscuros, o porque han tenido alguna experiencia que los ha llevado a desviarse de la norma. Mi interrogante es qué hacemos con los que para vivir tienen que inventar lenguajes, alianzas y grupos nuevos y por eso entran en procesos de politización. Las izquierdas no lo piensan porque tienen la idea de que lo único posible contra el neoliberalismo es un partido revolucionario que “algún día podremos crear”. Pero el partido de los revolucionarios no será nada sin el partido de los sintomáticos y de aquello que no cabe en los “modos de vida” y que ocurre en el reverso de lo político. Sin eso, es difícil entender una serie de fenómenos que se van dando en las distintas crisis del neoliberalismo.

 

– ¿Qué importancia tienen los movimientos indígenas, feministas y de trabajadores precarizados en la construcción de otras “formas de vida”?

Lo indígena es importante porque tiene elementos comunitaristas, de resistencia, de marcas de una guerra perdida. De forma colectiva hacen ejercicios existenciales que los alejan de las premisas de obediencia que el neoliberalismo impone a la vida. Las tierras sobre las que están no dan lo mismo, el capital las quiere para hacer negocios y sus formas de vida necesitan poner un límite a ese modo de valorización. Por eso no se puede evitar la politización. Otro eje fundamental es lo que sucede con el trabajo precario. En Argentina hay una larga historia del movimiento de precarizados. En la crisis del 2001, el movimiento piquetero fue la irrupción autónoma de una resistencia desde la precariedad ante las formas de dominación neoliberal. Una parte grande de personas que trabajan en la ultra-informalidad hicieron ya experiencias de organización gremial, social, política y de lucha. El sujeto llamado “trabajador precario” va a estar en el centro de las dinámicas de conflicto. Y el tercer movimiento a observar son los feminismos populares. Ellos son capaces de radiografiar la economía desde abajo y percibir todas las formas de explotación informalizadas que recorren el campo social y que implican desde denunciar la deuda como mecanismo financiero de sometimiento hasta comprender cómo la construcción de masculinidades violentas es parte misma de la dinámica de valorización.

 

-Álvaro García Linera dijo, en 2015, que uno de los errores de los gobiernos populares de América Latina fue que lograron una ampliación del consumo pero sin politización de los sujetos. ¿Cómo analiza ese fenómeno a la luz de lo que sucede hoy en Bolivia y en toda la región?

Tomo a García Linera como el intelectual que mejor procesa discursivamente la versión que los gobiernos populistas dan de sí mismos. El balance que él hacía es que se daba una paradoja por la cual los gobiernos populistas incluyeron a los sectores históricamente excluidos en el consumo y, después, esos sectores populares votaron gobiernos neoliberales. Linera dice que faltó, en esa inclusión, clarificación política. Esa lectura es inocente porque si te das cuenta que la forma de consumo produce modo de vida no podés reducir el problema a una relación de consciencia que se resuelva vía pedagogía o propaganda. Los procesos prácticos de subjetivación no van a ser corregidos porque vengan a darte una clase de sociología. Una de las críticas fuertes a estos procesos es que privilegian ocupar el Estado por sobre ocupar la sociedad y transformarla. Hay que preguntarse qué experiencias de consumo hay habilitadas, y producir formas nuevas.

 

-Frente a las movilizaciones en Chile, ¿ve un rol importante de la juventud que, cansada del modo de vida neoliberal, sale a la calle, y que como respuesta el Estado les muestra su cara más represiva sacándoles los ojos?

Estuve en Chile y participé en manifestaciones, asambleas, y di un curso en la universidad. Es una barbaridad lo que están haciendo los carabineros. Mientras estuve allá había 217 chicos sin ojos. Cuando los equilibrios del neoliberalismo se agotan, aparece un odio inmenso a todo lo que se mueve, goza diferente, a lo que no se adecua. Un odio fascista que se estaba incubando y que lo vemos geopolíticamente en la figura de Bolsonaro. Se ve en el odio que tienen las fuerzas de seguridad; en el desprecio de las burocracias; en el racismo y sexismo de los medios de comunicación. En Chile apareció algo formidable que son miles de personas durante días en la calle, decididas a que el régimen post-pinochetista caiga. El descontento es amplio porque es en contra de cómo se reproduce la vida neoliberal. Frente a la estafa, hay un reverso de lo político que estalla, que no tiene representación en el régimen convencional y que pide discutir de cero la constitución del Estado.

 

– ¿Qué importancia tiene el diálogo entre las nuevas y las viejas generaciones para dar la batalla desde el campo de lo sensible y construir subjetividades distintas a las que propone el mercado?

-Cuando empecé a militar en los ‘90, Eduardo Luis Duhalde nos dio un curso de formación a los que estábamos en el secundario y me regaló dos libros: Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, e Historia y consciencia de clase, de Georgy Lukács, y me dijo: “Los militantes nos deprimimos cada vez que hay una derrota histórica pero leemos estos libros y seguimos. Por eso somos militantes”, después me aclaró que “solamente hay militante entre ciclo y ciclo de lucha», y que «el militante sirve para comunicarle al nuevo ciclo los saberes conquistados en el anterior”. Militante no es quien dirige, o la tiene clara, porque sus saberes son anacrónicos. Sin embargo, toda generación busca, como dice Walter Benjamin, una cita perdida con las generaciones anteriores. Y si bien es una cita que no se concretará, no podemos dejar de buscarla. Toda generación tiene el poder de apropiarse del pasado para sus fines, redimirlo, pero se trata de saberes que sólo sabrán cómo usarlos las generaciones que actualmente necesitan dar sus luchas y hacerse sus preguntas.

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/248046-diego-sztulwark-el-neoliberalismo-es-un-gran-aparato-que-ope

 

Niña mamá // Lila M. Feldman

La cámara no se mueve, pero te lleva a recorrer, sin pausa, la historia de un grupo de niñas y adolescentes, en la escena hospitalaria. Contada en primera persona, las palabras se te van a meter en los ojos y en la piel, como espinas, como dardos.

Una niña se convierte en mamá. Sucede de golpe. Sucede sin decisión de por medio. Cómo sucede? A veces es una violación. Otras un primer encuentro amoroso. Van 20 años y ya tenés 4 hijos. Tu mamá te abandonó de muy chica. Te criaste en la calle. Una hermana te rescató un día, y saliste de la droga de pedo. Estás en el puerperio, ya sos mamá, y tenés 16 casi. Otra vez embarazada, la pastilla se te olvidó un día. Te das cuenta que algo se mueve adentro, van 6 meses de embarazo y ya no hay escape. No tenés ni documento de identidad, recién un juzgado te lo está tramitando. En un cumple conoces a un pibe y quedas embarazada.- Vino la bendición. Yo no quería, pero vino, dice una. -Yo no pensaba nada, y en el hospital la obstetra me agarró y me dijo que yo no sé pensar, que llevo una vida adentro…tenía razón, soy hueca.  -La culpa es mía, no de mi mamá, a mí me gustó que él me toque, me gustaron las relaciones. Es mi culpa y me tengo que bancar las consecuencias, porque lo hice yo. -Con él no se puede hablar. Del forro nunca hablamos, con el no se puede, él no es de hablar. -Llegué al hospital en ambulancia, casi muerta, con politraumatismos. Él me golpeaba con una piedra en la panza y en la cabeza. -Yo tomé las pastillas para sacarmelo. Yo tal vez lo tenía, pero ya tenemos 4, y el se enojó tanto, me dijo: vos sos loca. Entonces fui a sacarmelo, y llegué al hospital con una hemorragia.

De estas historias, miles. Interminables la voces que relatan las múltiples violencias. De las parejas. De las propias madres. De la iglesia. De la institución hospitalaria muchas veces, también. Todas se sorprenden si no fueron maltratadas y acusadas en la guardia, o por los médicos. Todas lo agradecen como si fuera un privilegio extrañisimo encontrar algo de respeto. Y si fueron maltratadas les parece normal, justificado, lógico.

Las pibas pariendo. Acunando hijes mientras acunan en el vacío de una habitación compartida con otras, en un consultorio, o en un pasillo, sus propias soledades. Sobreviviendo a un aborto clandestino o mal hecho. Desgarradoras soledades y desamparos. Para una el hijo es un hecho desconocido, algo que observa a su lado y todavía no puede tocar. Para otra su salvación. El amor. Para otra el castigo merecido. Para otra la oportunidad de reparar los abandonos padecidos y sin remedio ya. Pero igual llora, mientras se balancea o acuna?: quiero a mi mamá ahora conmigo…

Niñas.

Están solas. Las ves ahí, llegar desde no se dónde, ni ellas saben exactamente, alguna prima o amiga tal vez las acompaña. Están solas. Paren solas. Los médicos se alejan, ellas están ahí llorando entre los primeros berridos de sus críos. Se irán del hospital. A dónde? A casa? A veces no hay casa, nunca la hubo.

Las escuchás mientras la trabajadora social o la médica les habla, les explica. A veces les pregunta cosas sin respuesta. A veces les baja línea. A veces les habla con diminutivos y condescendencia. A veces les habla en otro idioma, hecho de palabras raras y difíciles. Una sola le pregunta a una piba: querés decirme algo? Tenés alguna pregunta o duda?

Es durísimo escucharlas.

Y así es, cada día. Está pasando ahora.

«Tu cuerpo es tu decisión», decimos, las que estamos de este lado del papel, cómodas y a salvo. Tu decisión. A veces la única decisión fue y es sobrevivir. Ni el propio cuerpo les pertenece del todo. Nada es «decisión» de una. Las decisiones se toman en la desesperación de la soledad, en el páramo del miedo a sus parejas, a sus padres, a lo que dirán de ellas, a las violencias que vendrán, que están siempre. Nunca es «su decisión». Tiene que llegar a serlo. Tiene que ser política de Estado crear condiciones para que lo sea.

Decidir sobre vos misma cuando estás absolutamente sola y tu vida no vale nada…

Aborto legal, seguro y gratuito es un tema de salud pública, urgente, una deuda del Estado para con las mujeres, con los cuerpos gestantes. Pero salgo de ver la película y pienso, todavía herida por cada historia, una tras otra, sin tregua, que es mucho el Feminismo, como política de la dignidad para las niñas, adolescentes, y mujeres, para con los cuerpos gestantes, que nos sigue haciendo falta. Porque a fin de cuentas, están solas. Son niñas, y están solas. Y saben que ni su cuerpo es su decisión, ni que tienen derecho a nada.

«Ahí viene tu hijo», le dicen a una piba para que puje. Y el hijo nace. Ella los ve alejarse a los médicos con ese niño, y está sola. Los hijos vienen. Los padres no. Ellas paren.

Educación sexual integral para decidir.

Anticonceptivos para no abortar.

Aborto legal para no morir.

 

Niña mamá. Dos palabras que nunca deberían juntarse. Palabras que necesitan llegar a ser excluyentes.

Niña mamá es una película. La cámara, bajo la dirección de Andrea Testa, es sobria, sensible y respetuosa. Les dió la palabra.

El aborto, antes de poder ser una decisión personalísima, es una política.

Es urgente.

Es ya.

La calle y la violencia // Claudia Delgado

La mayor concentración de protesta en la historia de Colombia fue convocada por el Presidente Uribe en 2008 en repudio a las FARC. En casi todas las ciudades del país la gente respondió saliendo a la calle; también hubo concentraciones y marchas en otras ciudades del mundo. Las cifras difieren según las fuentes, pero todas nombran a más de un millón de personas.

Ese repudio era contra las FARC: no había eufemismos ni patrañas. Las FARC personificaban sin dificultad la figura de “La Violencia”, nombre dado a un período relativamente corto (5 años) de la historia de Colombia a mediados del siglo XX, y mitema para designar tanto el origen del Mal, como una suerte de condena como pueblo.

Lo fácil que resultaba personalizar el Mal en las FARC se debió no únicamente a una serie de acciones suyas que resultaron en muerte de civiles y en perjuicio a la vida cotidiana de centenares de miles de colombianos. Era, obviamente, también el resultado de una campaña de propaganda ininterrumpida adelantada por los medios de comunicación masiva, los cuales ignoraron sistemáticamente (en el mejor de los casos) las atrocidades perpetradas por los grupos paramilitares desde un cuarto de siglo antes de la concentración de 2008. “Los sospechosos de siempre” se llamaba esa historia: a las FARC le endilgaban de modo multiplicado cualquier acción nefasta, sobre todo si había sido escabrosa. Los medios de comunicación masiva no hacían distingos de bandera guerrillera, o de identidad de los muchos agentes armados que hubieran podido cometerla: “presumiblemente” eran las FARC… Los escasos desmentidos de la autoría se hacían públicos meses después y en letra chica. Esa era la información que recibía la ciudadanía: con gran decoro y voluntad de cambio y de paz, ella salió a la calle a en 2008.

Los colombianos anhelan la paz sobre cualquier otro bien social[1]. Incluso desde antes de la llamada “Violencia” en los años 50[2]. Los alrededor de 300.000 muertos en aquel corto plazo histórico solo fueron un pico exorbitante de una manera -de larga data- de buscar el Orden.

De varios de los muchos e ininterrumpidos intentos de los Gobiernos posteriores a ese periodo por instaurar un monopolio de la violencia del Estado –aparte del tendal de muertos- salió fortalecido sobre todo un movimiento de autodefensa campesino que gracias a ellos se convirtió en las FARC. 20 años después de la fundación de esa organización insurgente, un Gobierno afirmó que las razones de existencia de las guerrillas eran legítimas y que se precisaba un acuerdo sobre reformas urgentes. Así fue: hubo acuerdos[3] y desmovilizaciones de varios grupos armados. Las reformas acordadas nunca llegaron. Las FARC participaron en varios de estos procesos de diálogo por casi 30 años. ¡Treinta años! El único resultado de esa participación fue que el grupo salía fortalecido después de cada ronda de negociaciones.

El discurso justificador del status quo se adueñó de la designación “los violentos” para oponerla al Orden desde finales del siglo XX: Nosotros los del Orden, y los Otros, los de la Violencia. Era un buen momento para ese juego de ideas: el Orden estaba abierto a una reconfiguración. Como en casi toda América Latina por esos años, La Constitución Nacional fue modificada. En Colombia el año de la Asamblea Nacional Constituyente registró un pico dramático, “exorbitante”, de masacres, en su mayoría perpetradas por paramilitares con apoyo de las FFAA. Los medios de comunicación masiva informaron de las matanzas, pero repitieron el parte oficial: “autores no identificados” aunque dada la presencia de las FARC en la zona “se presume que…”. Las FARC no participaron en la ANC; parecía evidente que preferían la Violencia a un Acuerdo nacional. Su ausencia fue tanto más notoria cuanto la recientemente desmovilizada guerrilla del M-19 sí lo hizo, y además poniendo uno de los tres presidentes de la Asamblea.

En 2002 el último fracaso de una Mesa de Diálogo con participación de las FARC catapultó a Uribe a la Presidencia con la promesa de que las instituciones no volverían a arrodillarse frente a “los violentos”, y que la salida a la larga burla guerrillera era el severo castigo penal. Uribe no sólo fue Presidente: también fue reelegido por una aplastante mayoría, pues estaba cumpliendo su promesa de acabar con la guerrilla, es decir, de acercarse a la paz. Que sus logros se apoyaran en un despliegue paramilitar gigantesco no fue ni mencionado por los medios de comunicación masiva. Que paralelamente se intensificara el mecanismo de asesinato selectivo de dirigentes sociales o voceros del descontento, tampoco fue noticia en esos 8 años. 

Alcanzados los acuerdos entre las FARC y el gobierno de Santos, la “encarnación” de La Violencia se esfumó[4]. 155 dirigentes sociales fueron asesinados en el mismo año en que “los violentos” depusieron las armas (sin contar el número de sindicalistas, profesores, dirigentes indígenas, periodistas, fiscales, campesinos, estudiantes… asesinados[5]).

El retiro de las FARC significó, entre otras, que los territorios que dominaban quedaron sin Señor, lo que desató la rapiña por ellos. La historia de las atrocidades, de la degradación del tejido social y/o comunal se debe estar escribiendo y quedará para una lectura ponderada de lo que significa un Estado nacional ausente y reemplazado por otros poderes a lo largo de décadas. Pero ese desmadre lo están sufriendo ahora los habitantes de muchas, pero no de todas las regiones antes regidas por las FARC (algunas sienten alivio).

2019, 21 de nov., Bogotá. Foto publicada por El Tiempo el 22 de noviembre.

Esta foto, reciente, del primer día del paro nacional, tal vez sea menor en cantidad de gente respecto de la que se hizo presente para repudiar a las FARC, pero no por mucho.

El 21 de noviembre llovió, y a pesar del agua, la Plaza de Bolívar en Bogotá se colmó. También llovía el día del Plebiscito convocado por el Presidente Santos para convalidar los Acuerdos con las FARC, cuando ganó el “No”. Al día siguiente de la victoria del “No” uribista, cientos de jóvenes salieron en casi todas las ciudades del país a vocear un “Sí”… Criados en en absoulto escepticismo de la política y de las elecciones no salieron a votar el domingo lluvioso; creyeron que con poner “I Like” en las redes sociales habían participado suficientemente. A pesar de que el lunes también llovía, algunos jóvenes salieron en marchas espóntáneas, huérfanas–probablemente escuálidas- y poco publicitadas. Salieron a la calle.

El asesinato de Galán en un acto de campaña en 1989, cuando era precandidato favorito a la Presidencia, clausuró por muchos años la posibilidad de marchas  o concentraciones políticas en las calles[6]. Era sensato dejar la plaza para hacer política; pero además, ese retroceso coincidía con el afianzamiento de la política/espectáculo en Occidente. 

La primera gran concentración en la historia de Colombia fue en febrero de 1948; convocada por el casi siguiente Presidente, fue por la paz; es probable que su tamaño aunado a la disciplina mostrada por los desharrapados que la componían hayan acelerado la decisión de “descartar” [7] a Gaitán. La de Uribe en 2008 fue por la paz. ¿Las de 2019 son por la paz? Tienen en común con aquéllas la decisión popular contra la violencia. El Paro de 2019 y las marchas y concentraciones subsiguientes han exigido medidas contra la violencia: la policial, la legislativa, la estatal/fiscal, la estatal/bienestar social, la bancaria… Demandas acumuladas y represadas por “La Violencia”. Pero además, el pueblo en las calles en 2019 exige que se respeten los acuerdos realizados con… ¡las FARC!

La ausencia de las FARC como actor político y ordenador social  no solo deja poblaciones inermes y pueblos aliviados en las zonas rurales: deja el sitio de un emisor simbólico vacío en las ciudades. Evidentemente había voces que en otro registro querían clamar y que pueden hacerlo ahora, una vez silenciado[8] el  antagonista. Sin el protagonismo del actor insurgente armado, la protesta pacífica sigue denunciando la violencia, pero ya no la vinculada a las armas.

Gracias a la democratización de internet, y al uso masivo del celular, ha sido evidente que los únicos “violentos” en las jornadas recientes fueron los representantes del Estado. El poder de las redes sociales es tal que al día siguiente de los actos de vandalismo que habían provocado miedo entre los vecinos acosados, lo que expresó la población, volcada en las calles, fue indignación, cuando se supo que el acoso había sido propiciado por las fuerzas del Orden.

Toda una estrategia de desprestigio y criminalización de la protesta por “violenta”, construida para preservar los intereses de minorías ricas/poderosas (algunas cuasi feudales) tuvo éxito, como lo muestra la concentración antI FARC; pero como toda fórmula política, tiene límites históricos. El rechazo que los colombianos le tienen a la Violencia encontró otro acusado en estas jornadas de 2019:  “los violentos” son Otros. Son los que deberían proteger y garantizar los derechos a la educación, a la vejez digna, a la vida campesina…

Pero también esa toma de la calle produjo un sentimiento inédito en cuanto público: la fraternidad[9]. Un chico, a quien le disparó un policía en una de las recientes marchas, murió. Un país que sin estar en guerra mantuvo una tasa de homicidios más alta que países que sí los estaban; una sociedad urbana que se desentendió sistemáticamente durante 30 años de aquellos homicidios y también de las masacres cuyo número supera las mil, hoy se conmueve y clama por Dilan. Una pancarta contemporánea acusa: “Lo que nos mata es tu indiferencia”[10]: aparece la denuncia de otro (Otro) que provoca muerte (Nosotros, los buenos y desarmados).

El problema más grave de Colombia no son los enfrentamientos armados parece clamar la calle. Esa guerra entre los armados y los inermes que ha signado la historia colombiana ha tenido en las jornadas de 2019 una vuelta de tuerca. Ha emergido, potente y valiente la presencia de los desarmados . Como en tantas ciudades del mundo[11], es un clamor que no se apoya en líderes ni en partidos, ni en organizaciones consolidadas; enarbola tantas banderas como un whipala…

Las ciudades tienen calles a diferencia del campo. Las calles, según la letanía de los policías colombianos (“¡Circulen!” indicando la dirección con el bolillo) son para ir o venir (no son para hacer visita, no son para descansar, no son para besarse, no son para tomar cerveza… Para todas esas actividades hay otros lugares). Las calles no son para marchar sino para transitar. Las plazas no son para juntarse: son para las palomas. Cuarenta años espasmódicos de Estado de Sitio enseñaron esos usos del espacio púbico a policías y a ciudadanos desarmados. El retiro de las FARC parece haber liberado la calle como lugar popular: la gente[12] usándola con su cuerpo pareciera estar redefiniendo la ciudadanía y la manera de hacer política.

[1] Alrededor de cinco candidatos llegaron a la Presidencia prometiendo la paz.

[2] Si el nombre caló a modo de mitema, es porque los colombianos habían vivido sin interrupción una sorda guerra interna desde fundada la República.

[3] Y también comisiones de investigación sobre “La Violencia”: Colombia ostenta la titularidad de una especialización en la que se mezclan todas las disciplinas sociales: la “violentología” y que presumiblemente es endógena.

[4] Alguien podría argüir que la propaganda ideológica se quedó sin su leit motiv y que por tanto quedó la realidad prístina a la vista de todos …

[5] “A solo tres años de haber firmado la paz, en Colombia han sido asesinadas más de 23.000 personas, el porcentaje de víctimas menores de 25 años es del 43% según cifras ofrecidas por la policía”, afirma Alex Sierra en su artículo

ESPECIAL DE OPINIÓN – PROTESTAS CIUDADANAS EN COLOMBIA: LAS MUCHAS CARAS DE UN DESENCANTO

 En http://www.elindependiente.co/2019/12/19/uncategorized/especial-de-opinion-protestas-ciudadanas-en-colombia-las-muchas-caras-de-un-desencanto/, consultado 23/12/2019

 

[6] El asesinato de tres también candidatos a la Presidencia en representación de la izquierda (¡tres!), quienes no fueron asesinados en actos públicos, no provocó declaraciones al respecto, pero fue usado como argumento redundante para justificar el abandono de la plaza.

[7] Dos meses después de la Marcha del Silencio Gaitán fue asesinado

[8] Obviamente es el silencio de un emisor cuyo mensaje ya nadie en las ciudades oía. Pero en la medida en que el régimen de tenencia de la tierra no ha sufrido modificaciones, es bastante probable que la lucha campesina por la tierra produzca organizaciones de autodefensa armada.

[9] En las recientes jornadas, una de la acciones en Bogotá, ciudad fría, consistió en brindarle chocolate caliente a los integrantes del grupo élite de la policía (por cuya disolución reclaman); también sucedió que ante la violencia  de ese grupo de élite contra unos jóvenes, unas señoras vecinas salieron a abrazarlos para impedir su captura; una marcha desvio su curso para interponerse entre tanquetas del ejército y un grupo de encapuchados que lanzaban piedras y bombas caseras, haciendo retroceder a ambos contendientes… Hay quien afirma que los colombianos son poseídos por una Cultura de la Violencia. Estos datos quizás no sean relevantes (estadísticamente no lo son).

[10] No se ven pancartas ni se oyen consignas contra el neoliberlismo, o contra el imperialismo.

[11] Es excepcional que el Tibet de América Latina lata al unísono con la llanura. ¿Qué dirán los defensores de la excepcionalidad de Colombia?

[12] Oh, qué poco sociológico ese nombre.

«No hay neoliberalismo sin una violencia contra la sensibilidad» // Entrevista a Diego Sztulwark

Por Amador Fernández-Savater 

Francia, Hong Kong, Ecuador, Irak, Chile… Una nueva onda de politizaciones y revueltas expresa explícitamente el malestar global contra el neoliberalismo. El filósofo argentino Diego Sztulwark, antiguo miembro del Colectivo Situaciones, encuentra inspiración en ese «reverso de lo político» para un nuevo ensayo de pensamiento político radical: La ofensiva sensible (editorial Caja Negra). Anteriormente publicó Vida de perro, balance de medio siglo de política en Argentina, junto al periodista Horacio Verbitsky.

Revueltas, revoluciones

Dice el filósofo Alain Badiou que esta es una época de revueltas, pero ya no (¿aún no?) de revoluciones. Las revueltas gritan «no», ponen límites al poder, desalojan dictadores o gobiernos autoritarios, pero sin un modelo social alternativo y de repuesto. En este impasse o intervalo (ya no/aún no), ¿cómo te sitúas? ¿Dónde se sitúa tu pensamiento y la escritura de este libro?

No veo otra opción que situarme precisamente en el interior de este impasse. Ni en el desaliento que hace que consumamos razonamientos interesados en profundizar la impotencia, ni en alguna clase de utopismo que, paradójicamente, no puede afirmarse sin negar aspectos importantes de la situación que describes. Ni en el prestigio del realismo pesimista, ni en el autoengaño de quienes alientan a la acción sin hacerse cargo de lo que no funciona. El filósofo argentino León Rozitchner empleaba una fórmula que a mí me sigue interesando: «cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa». Es obvio que hay luchas muy importantes y hay nuevas formas de pensar. Y también es evidente que el tamaño de los problemas que afrontamos es enorme.

Jun Fujita, comentando justamente a Badiou, dice que ese impasse tiene que ver con la «dificultad de ligar la vida otra [ya en marcha en multitud de experiencias] con el otro mundo». Hay otras vidas, pero no otro mundo.

Hace unos años decíamos que no se trataba tanto de tomar el poder como de cambiar el mundo, lo que implicaba crear nuevas formas de vida. ¿Diremos ahora que las cosas se han invertido, que ya están entre nosotros las nuevas formas de vida pero falta inventar una traducción política? Quizás sea más justo afirmar que en el reverso de lo político se articulan malestares y capacidades de poner límites al poder y la explotación, y que es preciso dinamizar desde allí nuevas articulaciones entre capacidad de veto y pensamiento político radical.

Las revueltas recientes -en América Latina, Chile, Colombia, Ecuador, pero no solo-, ¿de qué te hablan, de qué nos hablan?

Lo que se escucha es un rechazo al estado de cosas, una suma de malestares e insatisfacciones. Miremos Chile: es clarísimo el hartazgo con los dispositivos neoliberales de gestión y explotación de la vida. Un movimiento de protesta extenso, que abarca pueblos y ciudades, que surge de colegios y universidades, que encuentra un nuevo dinamismo en las poblaciones empobrecidas y que se aúna en un rechazo a la privatización de los servicios sociales. Y aunque sea posible objetar que no está claro aún qué nuevo régimen político surge de toda esta potencia de las luchas, toda la discusión abierta en torno a la constituyente evidencia un fenómeno que recorre a todo el continente: un fuerte retraso de lo político con respecto a lo que se teje en su reverso, esto es, las capacidades plebeyas de revuelta y resistencia.

La sensibilidad como campo de batalla

¿Qué es la “ofensiva sensible”?

Esta formulación, que surgió en una conversación con una compañera, me pareció muy expresiva de un estado de cosas en el cual la sensibilidad se ha vuelto el campo de batalla en el que operan tanto las opciones individuales como las fuerzas colectivas de la economía y de la política. Tanto el rechazo como la instauración de lo que suele llamarse «subjetividad neoliberal» se juega en este nivel.

Uso el término «neoliberalismo» aclarando que su significación es plural y a veces crea confusiones. Designa al mismo tiempo al menos tres cosas diferentes: la reestructuración de las relaciones sociales capitalistas operadas a partir de la década del setenta a nivel global; un partido político que en cada coyuntura intenta profundizar un programa pro-empresarial; y unas micropolíticas y modos de gobernar la vida a partir de una coacción específica destinada a subordinar nuestras estrategias de existencia mediante dispositivos de mercado.

El libro quiere afirmar entonces dos cosas a la vez: por un lado, que no hay neoliberalismo sin una violencia contra la sensibilidad. Y por otro, que no hay lucha efectiva contra lo neoliberal por fuera de una ofensiva sensible sobre el campo social.

Este uso de la «sensibilidad» lo tomo sobre todo de dos pensadores contemporáneos: de la antropóloga Rita Segato, que logra explicar con toda claridad la relación entre neoliberalismo y patriarcado como una enorme pedagogía de la crueldad contra las mujeres, lo comunitario y contra la naturaleza misma; y de Franco Berardi, Bifo, que detecta en la innovación tecnológica una dinámica de apropiación corporativa de la inteligencia colectiva en términos de la aniquilación de todos los aspectos sensuales que permitirían ir más allá de la codificación con la que opera internet y en general de las formas digitales de cooperación.

¿Y los fenómenos recientes de «fascistización» tipo Brasil con Bolsonaro o Bolivia ahora? ¿Te parece que también tienen que ver con ese ataque sobre la sensibilidad?

Sí. Y me parece muy importante señalar la conexión entre exasperación de lo neoliberal y este tipo de neofascismo. Si lo neoliberal es inseparable de un intento de someter el deseo a la realización de las mercancías, el odio a la vida del neofascismo es la cara intolerante y militarizada de este neoliberalismo. Si en tiempos de paz los neoliberales enseñan los beneficios de vivir de acuerdo al mercado, en tiempos de crisis muestran su rostro hostil, el ataque a toda tendencia de autonomización de la vida con respecto a los mandatos de valorización capitalista.

Santiago López Petit lo ha explicado muy bien en sus libros: cada vez que el «querer vivir» entra en conflicto con el proyecto de vida organizado en el mercado, se desencadena una agresividad contra la existencia que abarca todo aquello que en la vida se presenta como síntoma: anomalía o inadecuación. La intolerancia con lo que en la vida no es productividad, no es deseo dócil a las normas y las marcas.

El odio crece con relación a todo aquello que no se adecua al mandato de los mercados. A todo lo que se presenta como anomalía. El neofascismo neoliberal, ejemplificado en Bolsonaro, es un peligro muy real. Algo que subestiman algunas personas de izquierda que no vieron con claridad la gravedad del golpe a Dilma y el encarcelamiento de Lula.

Por el contrario, una política del síntoma se abre si vamos más allá del tratamiento neoliberal del síntoma, que oscila entre el coaching y la represión. La opción de escuchar el síntoma puede conectar con el proceso de creación de formas de vida y de su politización.

En este contexto el golpe oligárquico y racista en Bolivia es particularmente grave, porque retrotrae la lucha política a los tiempos en la que los gobiernos constitucionales eran derrocados por golpes militares abiertamente represivos y «pro-occidentales». Insisto en la importancia de contar con un lenguaje propio para caracterizar estos procesos: nuestras críticas a los gobiernos llamados progresistas no tienen punto de contacto con las razones que mueven a los golpistas. Los golpes reaccionarios deben ser repudiados y resistidos por todos los medios posibles, porque no se hacen sólo contra dirigentes, sino sobre todo contra pueblos en lucha.

Lo plebeyo: figura de lo ingobernable

Escuchar el síntoma, los malestares que recorren lo social, en lugar de gestionarlos o reprimirlos. De ahí puede surgir, si entiendo bien, una fuerza rebelde que llamas plebeya. ¿Qué es lo plebeyo?

Parece ser que en la antigüedad se llamaba plebeyos a los hijos naturales de la tierra, es decir, aquellos que carecían de apellido o de títulos públicos: esclavos libertos, migrantes. Luego, en la época de las revoluciones, el significado de «plebeyo» parece oscilar entre el proletario y el villano. Finalmente, en la historia argentina y sudamericana reciente, lo plebeyo aparece reiteradamente ligado a una gestualidad irreverente e igualitarista, incapturable por la política convencional.

Lo plebeyo no ha dejado de irrumpir bajo formas semi-insurreccionales o animando luchas colectivas, más bien como reverso de la política populista, pero también de la neoliberal. Quizás se pueda decir que lo plebeyo es aquello que en nuestras sociedades insiste como desacato, sea por sustracción o desborde, de los modos burgueses de reglar los modos de vida.

No me propuse estudiar lo plebeyo como objeto de una sociología o una política, sino a la inversa: partir de esa gestualidad incapturable como un punto de vista que permite enlazar la secuencia crítica que va de la escucha del síntoma a la creación de forma de vida atravesando micro o macro politizaciones. Más que describir lo plebeyo, me interesa lo plebeyo como perspectiva desde la cual describir la escritura de un orden. Partir del punto de vista de la crisis para leer desde ahí lo que se supone normal.

Rescatas a Maquiavelo cuando afirma que toda sociedad está dividida entre los Grandes (que gobiernan y explotan) y la plebe (que rechaza ser gobernada y explotada). Pero esa división Grandes-plebe, ¿no nos pasa hoy por el medio en el neoliberalismo? No habría exactamente entonces dos bandos, sino que la «línea del frente» nos atravesaría a cada uno.

Los últimos años no pude resistir la atracción por Maquiavelo, a partir de la tradición republicana (Spinoza) y sobre todo de la izquierdista, iniciada por Antonio Gramsci. Claude Lefort sostiene que en Maquiavelo la política es la división entre quienes desean dominar y quienes no quieren ser dominados. Esa lectura funciona muy bien con toda esta referencia sobre lo plebeyo.

Lo que me tienta es usar a Maquiavelo para leer el comportamiento de una línea divisoria que se ha vuelto tan ambigua e imprevisible. Un poco lo que escribía Paolo Virno acerca de la «ambivalencia de la multitud», o la risa del Joker que propone el cine norteamericano actual. Esa risa que es a la vez dolor y alegría, y que es inseparable de una cierta imposibilidad de discernir lo que es real y lo que es mental. Toda esta ambivalencia pasional hace difícil distinguir de modo pleno fenómenos de sumisión y de rebelión, o anticipar estallidos. En sus clases de los años 80, Gilles Deleuze buscaba lo revolucionario en lo que llamaba «líneas de indiscernibilidad», en la proliferación de flujos «indecidibles».

Si es posible convocar de nuevo aquí a Maquiavelo es porque el Príncipe es ante todo un lector sintomático, un lector de síntomas. En la tradición de Freud y Marx, el síntoma anuncia una nueva manera de leer y de pensar. En la que la anomalía no debe ser apaciguada, sino desplegada. El «nuevo príncipe» -que con Gramsci deviene una figura colectiva y hoy agregaríamos, sin exclusión de género- es ante todo un lector interesado por captar el potencial cognitivo de las desobediencias (los síntomas), porque ese potencial es la materia sobre la que inventar nueva forma política.

Politizaciones impuras

En Maquiavelo, el «tumulto» es el motor de mayor vitalidad política y justicia social siempre y cuando el conflicto se inspire en el «deseo de no ser gobernados» del pueblo-plebe. Pero en la realidad que se nos muestra a los ojos las cosas a veces no están tan claras. La división social ya no se deja leer simplemente en el eje izquierda/derecha. Pienso en el 15M, en los chalecos amarillos franceses, en el movimiento brasileño de Junio de 2013, en el conflicto independentista en Catalunya… ¿Podríamos hablar de politizaciones impuras, de lo plebeyo oscuro? ¿Cómo situarse ante ello?

Quizás la lectura política sea difícil siempre, dado que el texto a leer está escrito en tinta limón. Es un texto atravesado por los enunciados «indecidibles» de los que hablaba Deleuze. ¿Qué política se hace posible en base a lo que en nosotros no quiere obedecer? Formular esta pregunta abre a una fenomenología compleja: síntoma-plebeyismo-creación de formas de vida-politizaciones. El príncipe colectivo debe aprender a leer en esa indiscernibilidad de que hablábamos. Debe extraer de esa lectura un sentido para lo anómalo. Debe extraer de allí las líneas que permitan recorrer una transformación histórica. Es su tarea: crear nueva institución.

¿Resulta útil la distinción izquierda/derecha en esta tarea? Creo que sí, a condición de ligar la izquierda con un cierto sentido del conflicto. Si retomamos la idea de Maquiavelo según la cual Roma tuvo las mejores leyes gracias a la condición tumultuosa de su pueblo, quizás podamos derivar de ahí una cierta idea de izquierda: aquella que liga la creación de forma de vida con la lucha popular y deduce de allí la mejora, el cambio de naturaleza histórica, de las leyes y las instituciones. Lo que en términos contemporáneos significa afirmar al mismo tiempo el carácter común de la propiedad y del carácter colectivo de las decisiones. En un sentido opuesto, puede observarse la conformación de «derechas tumultuosas», como es el caso reciente del macrismo en la Argentina. La derecha también gana elecciones y se moviliza, incluso puede tomar las calles. Pero esta conflictividad reaccionaria apunta a separar y a privatizar el problema de la propiedad y del de la decisión, a reestablecer jerarquías raciales, de género y de clase. Esto es más extremo aún en Brasil o en Bolivia.

Los tumultos que producen nueva imaginación política parten de y reivindican la experiencia y el deseo de lo común, no de la reivindicación de la propiedad privada.

El Estado y la plebe

Entre los Grandes y la plebe hay una tercera figura: el Estado. ¿Qué partido va a tomar el Estado, a favor de los Grandes o del pueblo? ¿Puede el Estado establecer con el pueblo-plebe una cierta alianza? ¿Puede el Estado apoyarse en la plebe y amortiguar el poder de los Grandes? Tu posición no es «purista», no buscas un «afuera revolucionario», como podría ser el caso del Comité Invisible. Te preguntas por la posibilidad de esa alianza precaria Estado-plebe. Pero al mismo tiempo haces un balance muy crítico de la última experiencia kirchnerista que algunos leen precisamente como un tipo de articulación así.

Tengo la impresión de que la lengua del Estado obstaculiza la de la emancipación, sin que eso implique caer en una posición de indiferencia entre gobiernos progresistas y reaccionarios. No es fácil organizar esta discusión. Es indispensable hacer una crítica desde abajo sobre lo que fueron las experiencias de los gobiernos llamados progresistas de la región latinoamericana, que descansaron sobre un modo de acumulación de capital que no se atrevieron a cuestionar. Y al mismo tiempo esa crítica exige elaborar un discurso antagónico respecto del que utiliza la derecha reaccionaria. Ellos hablan de «corrupción», mientras que me parece mucho más útil hablar de precariedad. Y de acumulación por desposesión.

Dicho esto, no disponemos de un «afuera» preexistente respecto de la dominación neoliberal. Sería mucho más fácil contar con un lugar incontaminado desde el cual defender una alternativa. Sí existen, en cambio, modos de estar «dentro y contra». Modos que quizás apuntan a un «más allá». Para pensar esta dinámica me es útil la reflexión de Deleuze y Guattari según la cual el capitalismo actúa según una lógica axiomática, resolviendo sus crisis en el espacio del mercado mundial y efectuando luego modelos de acumulación en el plano de la política nacional o regional. Esos modelos varían y funcionan de acuerdo a una oscilación entre dos polos: uno propiamente neoliberal, tiende a privilegiar el mercado exterior, y otro de tipo socialdemócrata (o populista) prioriza el mercado interno y las demandas sociales. La lógica axiomática impone a los estados una actividad de adjunción/sustracción de regulaciones según los requerimientos de la acumulación. Lo vemos en la Argentina de hoy, por ejemplo, donde la exigencia del pago de la deuda se traduce en una intensificación de las economías neoextractivas. Me parece imposible que la política pueda proyectar momentos democráticos efectivos sin apuntar a destruir este juego de oscilaciones.

¿Cómo romper esta circularidad? Esta pregunta lleva a indagar en el reverso de la política. En todas aquellas existencias que no se deducen automáticamente de la axiomática, sino que fugan de ese esquema de oscilaciones entre ambos polos. Entonces, si me interesa la posición que llamas «purista» (nombras al Comité Invisible) es porque es la única que aparece con nitidez discursiva por fuera de esta dinámica de control. Solo que hay que huir de todo lo puro porque, como decía Nietzsche, solo expresa valores sacerdotales. Los purismos esconden las propias dificultades para producir realidad de un modo alternativo. Por eso prefiero el pragmatismo de las resistencias populares. La posibilidad de combinar momentos nuevos entre quienes luchan por evitar la oscilación hacia el polo neoliberal-totalitario del capital y quienes luchan contra la axiomática como tal. Se trata de un espacio complejo, lleno de contradicciones, pero en el que quizás se puedan producir nuevas zonas comunes de acción.

Me parece que este tipo de acciones comunes se imponen cuando se comprende la imposibilidad de sostener una distancia absoluta entre forma de vida y política, o entre micro y macro política. Y vuelvo a poner de ejemplo una situación argentina actual: la reciente derogación de la ley que favorecía la utilización de contaminantes de aguas para la actividad de la megaminería en la Provincia de Mendoza. Una formidable movilización popular hizo dar marcha atrás al parlamento entero. ¿Es exagerado ver en estos episodios una comunicación con la calle chilena?

Para volver a lo que decíamos de Maquiavelo, el Príncipe colectivo solo tiene chance si se aprende la diferencia radical entre gobernar y dominar. El gobierno sin dominio va en camino de crear formas de autogobierno. Pero si, por el contrario, las luchas democráticas se desligan del problema del poder, la formación de mayorías electorales permanece impotente ante los dispositivos duros de la dominación (financieros, represivos, mediáticos). Por lo que, para volver a hablar de democracia, es necesario que la constitución de mayorías electorales logre penetrar y alterar el funcionamiento de esos dispositivos dictatoriales.

No estoy seguro de que hayamos aprendido esto aún. En una reciente entrevista a Pablo Iglesias, que ingresa como vicepresidente en el nuevo gobierno de coalición de izquierdas en España, observo poca innovación a la hora de pensar la relación entre gobierno y movimientos: el gobierno cristaliza demandas, pero no abre o reparte el poder; los movimientos funcionan como legitimación democrática, pero no como fuerza de transformación. En el libro hablas de «ampliar la decisión política a nuevos actores». ¿Qué significaría esto? 

En su libro El huracán rojo, el profesor Alejandro Horowicz reconstruye cómo la teoría y la práctica del doble poder permitió conectar, tanto en Francia como en Rusia, democracia y revolución. Esa conexión está determinada por sujetos colectivos en estado de experimentación de nuevos planos de igualdad. ¿Qué surgirá de lo que ocurre estos días en Chile en torno a la demanda de asamblea constituyente? Si algo hemos aprendido es que existe una correlación directa entre modo de acumulación por desposesión y restricción de los espacios de decisión política. Un gobierno que se quiere progresista o popular, pienso, debe honrar el compromiso de abrir espacios de transformación estratégica con todos aquellos que resisten al modo de acumulación (mega-minería, monocultivo, destrucción del medio ambiente, explotación vía endeudamiento, precarización de las condiciones de vida). Ampliar el sistema de toma de decisiones hasta abarcar actores sociales en disputa con el modo de acumulación es el único camino que imagino para modificar, en un proceso real, la realidad neoliberal en que vivimos. Es el sentido último de la idea de «ofensiva sensible»: aprender de los movimientos sociales que, como las Madres de Plaza de mayo, los piqueteros de 2001 o los feminismos populares han contribuido a resensibilizar el campo social.

 

El oro de los locos y Todo el mundo es banquero // Mark Alizart (Criptocomunismo, Ediciones La Cebra)

Mark Alizart Nació en Londres, en 1975. Dirigió varias obras colectivas y catálogos (Fresh Théorie, Stuart Hall, Traces du Sacré), y es autor de Pop théologie (2015), Informatique céleste (2017, que será publicado por La Cebra en 2020), Perros (2018; La Cebra, 2019), Criptocomunismo (2019; La Cebra, en prensa) y Le coup d’État climatique (2020, que La Cebra publicará en mayo de 2020). Fue encargado de programación cultural en el Centre Pompidou (2001-2005) y director adjunto del Palais de Tokyo (2006-2011).

La intención de Satoshi al crear Bitcoin no era solamente permitir que los ahorrantes protegieran sus ahorros de una intervención gubernamental en el caso de una nueva crisis financiera. También quería remediar las causas de la crisis. Puesto que la blockchain produce consenso, puede darle la calidad de la energía a la información, en el sentido de que permite producir y transportar una información no-duplicable. De hecho, mientras que por lo general dar energía es perderla, mientras que dar información es solamente compartirla, dar información en una blockchain también es perderla. Un bit entonces puede transformarse en un coin, puede tener una escasez que le confiere un precio y un precio tanto más grande cuanto que este bit-coin, que tiene todas las cualidades de la energía, también tiene las cualidades de la información en cuanto a velocidad de transmisión y fungibilidad. La blockchain, por lo tanto, es capaz de automatizar la impresión monetaria y substituirse a un banco, incluso a un banco central.

Sin embargo, en honor a la verdad hay que decir que cuando Satoshi concibió Bitcoin no tenía en mente ni a Marx ni a Schumpeter, sino a Hayek y que su arquitectura padece dolorosamente las consecuencias. Hayek afirmaba, en efecto, que solo sería posible acabar con las disfunciones del liberalismo a condición de liberar a la moneda de la tutela de los políticos, de los Estados e incluso de los bancos centrales, aunque éstos habían sido concebidos según el modelo del consejo de sabios preconizado por Hayek, que en esa época debió ya haberle parecido finalmente insatisfactorio. De este modo, Satoshi concibió Bitcoin no solo como una moneda sin emisor, sino como una “moneda dura” –una moneda cuya emisión es previsible, fundada en reglas estrictas, contrariamente a la moneda creada por el capricho de los bancos crediticios, gracias a su poder de que “se haga moneda” que le vale el sobrenombre de “moneda fiat”. La cantidad de bitcoins está limitada a 21 millones de unidades y su ritmo de emisión está planificado por anticipado según el modelo de una especie de “oro digital”, cuya totalidad de minas y capacidad de extracción ya serían conocidas. 

Los libertarianos lo han entendido bien porque consideran que Bitcoin es el salvador que esperaban desde hace décadas para destruir al sistema monetario internacional y volverlo más conforme a su fantasía de “rigor” monetario (u otra…). Como Bitcoin es de mejor calidad que las monedas en circulación (con lo cual se entiende que es deflacionista), piensan que va a hacerles la competencia y reemplazarlas progresivamente, hasta llegar a ser el nuevo patrón oro, un “patrón-bitcoin”[1] que pondrá fin a la supremacía indebida del dólar, consagrado como la moneda de pago internacional desde los acuerdos de Bretton-Woods de 1945, y que no solamente no es más que dinero falso desde que Nixon decidió el fin de la paridad entre el oro y el dólar en 1971, sino una moneda tiránica que sirve para hacer presión sobre todo aquel que no apoye la política extranjera norteamericana. Al mismo tiempo, los libertarianos creen que Bitcoin hará que las guerras se vuelvan imposibles de financiar (puesto que siempre son financiadas por la máquina de imprimir billetes) y que incluso barrerá con el desorden moral espantoso que preside la sociedad de consumo. Como sostenía Hayek, el origen del hedonismo que corroe las bases de la sociedad se encuentra, en efecto, según ellos, en el endeudamiento y el crédito fácil. Ahora bien, una moneda deflacionista desalienta el consumo, ya que el valor del dinero que uno posee crece a medida que pasan los días sin gastarlo, y que una moneda que prohíbe la creación monetaria a partir de reservas fraccionarias desalienta el crédito, puesto que el único medio de pedir dinero prestado es puncionar las reservas existentes, duramente ganadas al economizar. De esta manera, Bitcoin está destinado a estimular las virtudes de resistencia, continencia y frugalidad que caracterizan a los hombres fuertes y a las sociedades sólidas, al contrario de todas las “monedas blandas” que estarían asociadas a períodos de decadencia, enfrentamientos militares y declive económico.

Una visión del mundo semejante no es completamente antipática, ya que expresa perspectivas más socializantes de lo que ella misma se da cuenta. Por cierto, fue un economista italiano socialista de los años 1930, Silvio Gesell, quien primero teorizó este tipo de monedas, que él llamaba “monedas libres”[2]… Sin embargo, no es seguro ni que sea viable ni que no produzca el efecto exactamente inverso al que quiere obtener. Pretender que las épocas que conocieron el patrón oro o cualquier otro patrón monetario fueron épocas de prosperidad y que estuvieron exentas de guerras, por ejemplo, es sencillamente falso. Si la guerra de 1914 estalla en pleno gold standard, no es porque Inglaterra se eximiera de utilizarlo, sino precisamente porque el patrón oro creó tensiones imperialistas en el mundo entero. Y la crisis de 1929, o al menos la manera en la cual pasó de ser una simple crisis bursátil a una enorme depresión, también puede ser vista como un problema relacionado con el patrón oro.

El problema del patrón oro es que limita la liquidez a disposición de los mercados. Dicho de otro modo, vuelve extremadamente difícil el acceso al crédito, con mayor razón cuando se produce un credit crunch como en 1929. El patrón oro, de hecho, es el colmo de la privatización del dinero. Solo aquellos que tienen la confianza de la banca, aquellos que se benefician de la confianza de los partners, tienen derecho a líneas de crédito. El resto está bloqueado. De modo que la época del reinado del patrón oro, el siglo diecinueve, también fue aquella de la constitución de fortunas industriales colosales con una miseria galopante como telón de fondo. Sin la invención de la máquina de vapor, que permitió hacer ganancias de productividad descomunales y que no tiene nada que ver con el patrón oro, el siglo de Victoria habría sido un desastre económico, además del desastre social que fue.

Por lo demás, el patrón oro es una mentira. No puede impedir la creación monetaria endógena a la actividad económica, como mostró Schumpeter. Se debe poder crear dinero. Y si un emprendedor no puede acceder al crédito que necesita en lingotes de oro, lo inventará con collares de conchas. Después de todo, las épocas del patrón oro coincidieron con una multiplicación completamente anárquica de los medios de pago mucho más peligrosa que las reservas fraccionarias, al no estar bien reguladas, como aquellos cuya huella encontramos en Balzac, por ejemplo, cuyos personajes están constantemente inventando nuevas maneras de acumular deudas (y de no honrarlas): entre las “letras de cambio”, las “cuotas mensuales”, el “empeño” y los “pagaré”… Hoy en día, en China, el mercado de la deuda extraoficial supera al de la deuda oficial. El shadow banking amenaza la estabilidad del mundo mucho más que los bancos centrales. Ni siquiera el mercado del oro está a salvo: después de todo, ¿qué son todos los productos derivados procedentes del oro, futures y ETF, sino reservas fraccionarias que permiten diluir su cantidad y su valor para extraer más dinero y liquidez?

El dinero existente –el que se encuentra en nuestros bolsillos– no es más que una minúscula parte del iceberg monetario. El dinero no es realmente dinero sino porque comporta la potencialidad de serlo todavía más. Precisamente, y esto quizás es lo más fascinante del dinero, siempre es posible crear dinero a partir de nada. Basta con que dos personas se pongan de acuerdo sobre aquello que es dinero para que exista (mediante el hecho de que la cosa que lo representa respete algunas reglas, antes que nada una dificultad razonable de ser falsificada). ¡Es lo que permite que Bitcoin tenga valor! La razón de este prodigio es que el dinero es como las paradojas de la lógica formal identificadas por Bertrand Russell: es auto-referencial. Es un contenido (la cantidad de monedas que tengo en el bolsillo), pero también puede ser la forma de ese contenido (¡el precio que cuesta el hecho de tener la cantidad de monedas que tengo en el bolsillo, es decir, el número de monedas suplementarias que hay que pagar para tenerlas!). Dicho de otro modo, el dinero fija el precio de las mercancías pero también tiene un precio por sí mismo, –que se dice como dinero[3]. Ahora bien, como Kurt Gödel mostró precisamente respecto a las paradojas de Russell, es imposible ponerle fin a la creación de paradojas. Es posible soñar con un sistema axiomático formal “limpio”, que separe claramente las operaciones reflexivas y las operaciones no reflexivas, pero siempre se presentarán problemas indecidibles. Siempre se puede soñar con darle una forma pura al dinero, pero siempre existirá otra impura que lo desbordará. La idea de que se pueda fijar de una vez y para siempre el valor del dinero es simplemente infantil.

Satoshi se equivocó entonces en este punto cuando construyó Bitcoin. Pero si sucumbió a esta especie de pecado original que prohíbe todo retorno al Jardín del Edén del valor, es posible entrever cómo podría haber hecho para escaparle: puesto que el dinero es necesario, puesto que es creado permanentemente y que finalmente el problema no es que exista demasiado, sino que el acceso al que existe es vuelto cada vez más difícil por quienes lo poseen y obtienen beneficios, aquellos que alteran la competencia y manipulan los precios para llenarse los bolsillos, habría sido necesario que Satoshi liberara totalmente su creación, en lugar de forzar desesperadamente su cotización. Ahora bien, también es esto, y quizás sobre todo esto, lo que la blockchain permite más allá de Bitcoin.

[1]  Véase Saifdean Ammous, The Bitcoin Standard, Wiley, 2018.

[2]  Véase S. Gesell, L’ordre économique naturel (1916).

[3]  Marx efectivamente observó esto en el capítulo III del Capital. Fue el primero en decir que el dinero es un signo y una mercancía a la vez (y no uno o lo otro, como hasta entonces proponían dos escuelas de pensamiento económico opuestas).

Capítulo 8: Todo el mundo es banquero 

Cuando los cibercomunalistas soñaron con internet en los años 1970, pensaron en que una red de información mundial unificada permitiría que todos accedieran a la misma información de calidad. Lo que sucedió fue estrictamente lo contrario. Internet multiplicó las fuentes de información compartimentadas y de mala calidad, claramente manipuladas incluso. Cada cual, en su burbuja algorítmica, consume la información que los programas de recomendación le aconsejan ver en función de lo que ya le gusta. De hecho, internet no hizo que naciera un medio de comunicación global, sino que volvió a cada uno capaz de transformarse en su propio medio de comunicación. Hoy por hoy, los tweets de Kanye West pesan tanto como el editorial del Washington Post.

Es posible que la blockchain conozca el mismo destino. Hoy en día los criptoanarquistas creen que una sola moneda, de una calidad excepcional, se impondrá en la superficie terrestre. Bitcoin, un nuevo patrón internacional. Es más probable que existan miles, cuya mayoría será de tan mala calidad como los medios de comunicación en línea. Los bitcoiners dicen que la blockchain permite que cada quien se transforme en su propio banquero –es verdad, a condición de interpretar esto en todo el sentido del término: no significa que de ahora en adelante cada quien posea sus valores en su propia caja fuerte, sino que cada uno puede acuñar moneda, como un banco comercial o un Estado soberano.

Desde luego y sin lugar a dudas, solo habrá un protocolo de intercambios que sobrevivirá en el futuro (el protocolo Bitcoin, al igual que el protocolo http://, que no hay que confundir con los bitcoins que circulan sobre él, que no son más que el elemento de su securización), pero habrán tantas monedas que podrán ser vehiculadas sobre este protocolo como existen páginas web[1]. ¡Y esto quizás será, justamente, lo más comunista de todo!

Desde la creación de Bitcoin, los altcoins se multiplicaron de manera inflacionista (hoy por hoy, hay más de 2.000 a nuestra disposición). La mayoría de estos altcoins son versiones modificadas de Bitcoin con funcionalidades añadidas, como por ejemplo la posibilidad de insertar líneas de código en los bloques para ejecutar smarts contracts (Ethereum) o de mejorar la anonimación de las transacciones (Monero). Algunos conllevan una modificación de la securización de la cadena (proof of stake, proof of address, proof of existence…). Otros proponen una variante de la cadena de bloques (holographs). Además, algunas compañías emiten fichas a cambio de productos venideros (Initial Coin Offerings, ICO o Initial Exchange Offerings, IEO). En este caso, en lugar de emitir acciones o de endeudarse con un banco, una empresa de algún modo se endeuda con sus clientes. Las fichas funcionan como vales regalo o como miles comprados con antelación que se descontarán de una futura compra.

Este último modelo de altcoin es particularmente interesante en la medida que ofrece una escapatoria para la problemática schumpertiana de la inversión obstaculizada por las relaciones endógenas entre banqueros e inversionistas. En lugar de ir a pedirle a un banco que cree moneda para que le dé crédito, a riesgo de que se lo rechacen o de que se lo otorguen con condiciones leoninas impuestas por los monopolios en funcionamiento, y luego sufrir la fluctuación de las tasas de interés sobre las cuales no tiene ningún control, el emprendedor puede crear su propia moneda. La creación de moneda ya no pasa por la deuda bancaria sino por la generación espontánea de dinero, al menos en la medida que el emisor posea una comunidad susceptible de comprarle (del mismo modo que solo se reciben likes si se comparte un contenido rico en información con los followers). Al hacer esto, de paso, además elimina el pago de intereses al banco, lo que limita tanto el aumento artificial de la masa monetaria como los riesgos de depreciación del dinero[2].

Variantes en este tipo son posibles, como por ejemplo el Petro, lanzado por el gobierno venezolano. En este caso, se trata de aprovechar el hecho de que un país produce energía para crear una moneda-energía emancipada del sistema de los petrodólares, que esencialmente sirve para legitimar la emisión pletórica de dólares por parte de la FED, respaldándola en una fuente de valor real. En El mundo se liberta, escrito en 1913, H. G. Wells, quien ya se había transformado en el profeta de un “cerebro global” por venir –del cual internet es el descendiente directo– escribía que ajustar la cotización de las monedas al dólar no tenía sentido alguno. En su lugar, era necesario crear unidades de cuenta energéticas. Cada tipo monetario podría ser intercambiable contra energía por consumir. El Petro se acerca a este tipo de moneda energética, más útil para nuestro mundo que un retorno al patrón oro.

Otra variante son las stablecoins. Es evidente que las personas, así como los Estados, necesitan una moneda estable para efectuar sus pagos. Pero no está claro que Bitcoin pueda servir para esto, no tanto por su volatilidad, que disminuirá con el tiempo, sino en razón de su ausencia de liquidez, puesto que la cantidad de bitcoins es limitada. Pero si se está decidido a lograrlo, hay dos opciones: o bien la comunidad de Bitcoin vota un desbloqueo de este límite máximo y escribe un algoritmo que, por ejemplo, podría ajustar la cantidad de bitcoins en circulación al consumo energético mundial, a partir del modelo de la moneda energética de Frederick Soddy[3], mediante lo cual la masa monetaria de Bitcoin acompañaría las necesidades de liquidez mundiales (y se contraería también en período de recesión), sería una especie de super-Petro o de super-Bancor[4], o bien le correspondería a un stablecoin servir de moneda de pago. Este podría ser emitido por un consorcio de Estado, como el FMI, bajo la forma de un SDR digital[5]. O bien, podría ser emitido a iniciativa de una fundación, como Libra, la criptomoneda anunciada por Facebook. Aquí, no se trata exactamente de creación monetaria, puesto que Libra está respaldada en reservas, pero en teoría nada impediría que Facebook pueda dar crédito y tener reservas fraccionarias, de manera que millones de personas que actualmente no tienen acceso a los bancos podría hacerlo vía Facebook (especialmente en los países en vías de desarrollo). Si Facebook además hiciera de Libra una moneda-ficha para remunerar a sus usuarios más activos, ahí hallaríamos planteados todos los principios de un mini-Estado. Por supuesto, las libertades públicas no estarían garantizadas como en Bitcoin, pero en la práctica siempre existe un compromiso variable entre libertad y funcionalidad.

En Ethereum ya hay muchas herramientas de finanza descentralizada (DeFi) que permiten prestar dinero en la blockchain. Tether, el stablecoin más popular del ecosistema, por su parte, ya es sospechoso de practicar un sistema de reservas fraccionarias, aunque a espaldas de sus usuarios[6]. Para terminar, podemos imaginar incluso “monedas de monedas” que solo serían smart contracts que aseguren la interoperabilidad entre cambios, a la manera de futures que no tendrían la necesidad de ajustarse a una moneda de referencia como el dólar[7].

Resulta difícil imaginar la revolución que será esta versión modernizada del sacerdocio universal (donde el “todo el mundo es banquero” reemplaza al “todo el mundo es cura”), revolución que, imitando a Marx, también podría ser llamada “apropiación colectiva de los medios de producción monetaria”. Es demasiado pronto para decirlo. El mercado de los altcoins se ha desplomado globalmente durante estos últimos años, víctima de una cantidad de fraudes que no tiene nada que envidiarle a la época de la fiebre del oro. La volatilidad de las cotizaciones es delirante. Hay fortunas que se hacen y se deshacen a veces en solo un día. Evidentemente, habría que estar loco para poner hoy todos nuestros ahorros en la cripto. Lejos de provocar una situación de anarquía, apostamos a que la estabilidad tan esperada vendrá con el tiempo y que el sistema monetario internacional, por lo tanto, ganará con ello. Ya no sería necesario que el Estado intervenga como un bombero pirómano. El dólar, en particular, perdería su papel de moneda patrón. La lex americana dejaría de imponérsele al mundo.

Como decía el economista Bernard Lietaer, una economía se parece a un ecosistema: si solamente se planta una especie de árboles, se gana en velocidad y en productividad, pero se corre el riesgo de perderlo todo en caso de enfermedad fúngica o de incendio. De manera inversa, si se mantiene una biodiversidad forestal, se pierde un poco en productividad pero se asegura una resistencia bastante más grande a las catástrofes. Las monedas son como los árboles[8]. Hoy en día, todas están imbricadas unas en las otras, todas son emitidas de la misma manera, por bancos centrales, y todas sirven para lo mismo: para pagar bienes e impuestos. Por consiguiente, cada crisis financiera es una crisis contagiosa que arrastra de golpe a todo el sistema monetario consigo. Si hubiera distintos tipos de moneda, una variedad de monedas, todavía más que una multiplicación de monedas, emitidas de manera diferente, para distintos usos, con distintas velocidades, las crisis financieras no se transformarían automáticamente en crisis monetarias. La biodiversidad monetaria protegería la economía.

Es más, en la naturaleza ya existe una especie de sistema monetario que funciona según este modelo. El astrofísico François Roddier recuerda que uno de los instrumentos que nuestro organismo utiliza para regularse es el montaje paralelo de hormonas en oposición de fase. Así, el sistema nervioso simpático se encarga de las fases de actividad y el sistema nervioso parasimpático se encarga del reposo, o bien la insulina reprime el azúcar, o bien el glucagón la expresa. Una economía de solamente dos monedas, calientes y frías, se encontraría en la misma configuración de equilibrio ago-antagonista[9].

Traducción de Manuela Valdivia

 

[1]  Ya se pueden hacer transacciones en Tether en Liquid, una de las “sidechains” de Bitcoin. Con los “atomics swaps”, también es posible convertir los bitcoins en litecoins a voluntad y esto no es más que el comienzo.

 

[2]  Se podría argüir, como el químico Frederick Soddy Wealth en Virtual Wealth and Debt (George Allen & Unwin, 1926), uno de los primeros en relacionar explícitamente termodinámica y economía, que los intereses son la causa del único aumento “artificial” de la masa monetaria, y más todavía, de los intereses compuestos. Si es legítimo que la masa monetaria aumente con los influjos de energía y de información, la “progresión matemática” de los intereses compuestos la hacen aumentar a un ritmo que se aleja de ella completamente, hasta el punto que llega un momento en el cual es físicamente imposible producir riquezas suficientes para pagarla otra vez.

 

[3]  Véase nuestra nota anterior.

 

[4]  Bancor era el nombre de la moneda de pago internacional inventada por Keynes. Debía estar respaldada en una canasta de divisas pero también en materias primas. Hayek también había imaginado que su moneda desnacionalizada estaría respaldada en materias primas.

 

[5]  Véase A. Lipton, T. Hardjono, A. Pentland, Digital trade coin: towards a more stable digital currency, in Royal Society Open Science, 2018.

 

[6]  La reciente investigación de la oficina del procurador de Nueva York señaló que Bitfinex, la compañía emisora de Tether, se los prestaba a inversionistas, a pesar de que supuestamente solo puede ponerlos en circulación a cambio de su valor en dólares. Veremos si se llega a probar que esta emisión que no tiene contrapartida en criptodólares le permite manipular además la cotización de Bitcoin, lo que le sería fácil, al ser juez y parte en el caso, puesto que Bitfinex también es una plataforma de intercambio… Llegado el caso, sería irónico que la confianza en Bitcoin sea víctima de lo mismo que aspira a circunscribir y que sea necesario “rescatar” a Bitcoin, así como antaño la FED tuvo que “rescatar” al mercado de los eurodólares…

 

[7]  Véase M. J. Casey, “A Crypto Fix for a Broken International Monetary System”, Coindesk, 2 de septiembre del 2019, en línea.

 

[8]  B. Lietaer, Halte à la toute-puissance des banques, Odile Jacob, 2012.

 

[9]  François Roddier, Thermodynamique de l’évolution, Parole, 2012.

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Para pensar el presente con “terrenalidad absoluta”. Una lectura de La ofensiva sensible // Pierina Ferretti

aterrizaje en un mundo turbulento

La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de la política de Diego Sztulwark aterrizó en un escenario particularmente turbulento, atravesado por tendencias radicales y en apariencia contradictorias, que oscilan entre la fuerza emancipatoria de los feminismos y los movimientos populares de diverso signo que animan las luchas contra el neoliberalismo a nivel mundial y reacciones conservadoras neofascistas que también se multiplican por la geografía global contemporánea. Solo para hablar de lo que ocurre en este rincón del continente, cuando La ofensiva sensible… comenzaba a recalar en las librerías de Buenos Aires, una revuelta encabezada por comunidades indígenas contra las medidas neoliberales de Lenin Moreno sacudía Ecuador, el macrismo era derrotado en Argentina, el Frente Amplio perdía las elecciones en Uruguay, una masiva huelga general se levantaba en Colombia contra las reformas del gobierno de Duque, en Bolivia un golpe de Estado ponía fin al tercer gobierno de Evo Morales, mientras un fundamentalista religioso entraba biblia en mano en el Palacio Quemado desalojando a la wiphala en nombre del cristianismo y se desataba una violenta persecusión contra movimientos sociales, líderes políticos y sindicales, militantes populares y comunidades indígenas cargada de odio y revanchismo clasista y racial. Y en Chile, para completar el cuadro, estallaba una revuelta social que desmoronaba la imagen de exportación del que fuera, hasta hace pocos meses, el ejemplo continental de un neoliberalismo exitoso.

 

Como si hubiera estado planeado de antemano, La ofensiva sensible… se presentó en Santiago a mediados de noviembre, en pleno desarrollo de esta revuelta, en una ciudad convulsionada y totalmente transformada por la dinámica diaria de la lucha callejera y la represión policial. Tal sincronía virtuosa permitió que este libro, que se interna en la dimensión micropolítica del neoliberalismo y que se pregunta tanto por las formas en las que los modos de vida neoliberales se imponen como por las fisuras que permiten ensayar formas de vida que se alejen del mando capitalista, llegara en el preciso momento en que los malestares y síntomas de aquellas existencias que no encajan irrumpieron con una vehemencia desbordante en el laboratorio neoliberal por antonomasia. El clima de conmoción, de aceleración del tiempo, de agudización de la sensibilidad y la intensidad de aquellas jornadas produjeron un estado particularmente favorable para lectura de este libro y para la discusión de sus principales hipótesis, que parecían tener en las calles, plazas y barrios de Chile, entre concentraciones masivas, asambleas populares y una cruenta violencia del aparato estatal-empresarial, un escenario de experimentación en vertiginoso tiempo real.

 

Con todo esto aconteciendo no es exagerado señalar que La ofensiva sensible llega en buen momento, al menos para un público dispuesto a pensar sin complacencia, a meterse en problemas abiertos, lejos de las afirmaciones grandilocuentes, de las críticas facilistas, del pesimismo cínico y del optimismo afirmativo reacio a la crítica. Es un libro para mirar el presente sin nostalgias ni romanticismos. Una reflexión anclada en la historia reciente de la Argentina y en los propios caminos recorridos por el autor en los casi veinte años que van desde el estallido del 2001 hasta nuestros días y que marcaron un ciclo cuyos pliegues convocan al pensamiento. La crisis y las prácticas de autonomía del campo popular, el impasse de esas expresiones y la imposibilidad de generar una nueva política, la recomposición capitalista y su especificidad, la experiencia populista y sus límites, la arremetida neoliberal, sus condiciones de posibilidad y su fracaso, son algunos de los pasajes en los que se interna este ensayo, que es, a fin de cuentas, una invitación abierta y una provocación incisiva para pensar políticamente los horizontes todavía difusos de un nuevo proyecto histórico que se amasa en el magma de nuestras sociedades y que cada tanto remueve sus placas tectónicas.

 

Leí este libro al calor de la revuelta. Hice de su lectura un ejercicio de elaboración en momentos en que transitábamos entre la euforia de la fiesta callejera que se había apoderado de la ciudad y la turbación mental y afectiva de no saber con exactitud qué hacer, qué opinar, qué posición sostener, cómo intervenir en la coyuntura que avanzaba siempre más rápido que nuestra capacidad de procesar lo que estaba pasando. Para muchxs militantes y activistas fueron días así, intensos y ambivalentes. Segurxs de estar siendo parte de un acontecimiento determinante, viendo a nuestras organizaciones no solo desbordadas sino varios pasos por detrás de lo que en las calles se suscitaba de manera espontánea, sentimos el desgarro de constatar in situ la distancia entre esa multitud que se levantaba y esas izquierdas -en su abanico heterogéneo- a las que pertenecemos. Leer La ofensiva sensible justo en esos días me ayudó a transitar esa experiencia y a intentar elaborarla. Comparto en estas líneas algunos trazos de esa lectura, que de a poco y con el paso de los meses, ha ido decantando.  

 

el potencial cognitivo de la crisis

 

La ofensiva sensible comienza con una reflexión de carácter metodológico particularmente pertinente a la coyuntura chilena: las crisis tienen un potencial cognitivo en el que se cifran las claves de horizontes en germen y donde se juega la capacidad de la filosofía de abrir -y no obturar apresuradamente con verdades abstractas que hacen de refugio-, un nuevo campo al pensamiento. “Raramente ocurre -afirma Diego- que el grado cero de lo político coincida con el de la escritura. La pérdida de consistencia que se designa con la palabra crisis no siempre alcanza la contundencia capaz de derrumbar hábitos y representaciones. Pero hay ocasiones que obligan a pensarlo todo de nuevo», sostiene al referirse al 2001 argentino, acontecimiento que por lo que abrió en términos de prácticas e imaginación política y también por lo que de esa experiencia se frustró, constituye un inagotable estímulo para su reflexión y es el punto de partida de este libro.

 

La crisis se entiende como momento de alumbramiento y de apertura, de trabajo filosófico en escenarios de peligro e incertidumbre, donde las preguntas que se instalan no encuentran respuestas formateadas, y donde, como dijera hace casi dos siglos Simón Rodríguez “o inventamos o erramos”. Si para la generación de Diego ese momento de alumbramiento fue el 2001, para quienes vivimos al otro lado de la cordillera, el estallido social que comenzó en octubre tal vez cumpla una función similar. El desborde popular, sorprendente hasta para lxs más entusiastas, ha dibujado una situación política nueva que requiere disposiciones intelectuales y afectivas específicas que permitan extraer el potencial cognitivo de este momento excepcional. Las dificultades en este sentido no son menores, pues la crisis no implica solo un debilitamiento en la capacidad de mando del capital sino también la emergencia de nuevxs actorxs, “subjetividades de la crisis” como se las llama en el libro, que no encajan en las figuras tradicionales de las clases o grupos sociales que protagonizaron las luchas subalternas del siglo xx ni responden a las polaridades con las que se entendió tradicionalmente el enfrentamiento político: izquierda-derecha/burguesía-proletariado. La crisis es también una crisis de las izquierdas en su heterogénea composición, desde los sindicatos (en un país como Chile donde solo el 20% de la clase trabajadora está sindicalizada) a los partidos de la izquierda histórica y a los de la llamada “nueva izquierda” agrupada en el Frente Amplio (cuyo desfonde es a estas alturas un dato insoslayable).

 

Así las cosas, ese potencial cognitivo de la crisis que recupera Diego en su riqueza metológico-política tiene hoy en Chile un escenario privilegiado por partida doble: por un lado nos permite ver el resquebrajamiento de la capacidad del neoliberalismo de ordenar la vida social y la multiplicación de actos de desobediencia y desacato y apreciar cómo la crisis abre horizontes de visibilidad, desnuda el poder y sus estrategias, eleva la inteligencia colectiva y la expande por diversos espacios sociales. La “aptitud para radiografiar sin eufemismos las estructuras del orden en las que se desarrolla habitualmente la existencia” que señala Diego como la productividad específica de la crisis, encuentra en el estallido chileno una confirmación elocuente. Por otro lado, la emergencia de un campo popular abigarrado y de nuevo cuño, desanclado de las organizaciones históricas de la izquierda y el sindicalismo, ajeno a su cultura y prácticas, constituye también una crisis para las izquierdas. Es cierto que esta crisis viene de lejos y que sus causas han sido ampliamente discutidas (aunque quizás no tan ampliamente asumidas), pero también es cierto que en la intensificación política del estallido, con un pueblo que se autoconvocó en las calles antes de que cualquier organización sindical o política tuviera si quiera la capacidad de reaccionar, el agotamiento de las formas tradicionales que articularon el campo subalterno y sus luchas durante el siglo xx quedaron de manifiesto.

 

En este escenario de incertidumbres y de intensa movilización social, en que las luchas desatadas superan los esquemas existentes para entender la conflictividad social y para intervenir políticamente, La ofensiva sensible invita a un tipo de elaboración filosófica anclada en la práctica, a una filosofía, como escribiera en sus Cuadernos… Antonio  Gramsci -uno de los convidados a la polifónica y transgeneracional conversación que Diego articula- “hecha en los términos de una inmanencia absoluta, de una “terrenalidad absoluta””; una filosofía que se asienta en la premisa de que “sólo en la actividad práctica el conocimiento es “‘conocimiento real’ y no ‘escolasticismo””. Elaborar a partir del potencial cognitivo de la crisis nos exige apegarnos esa inamnencia y terrenalidad absolutas y en la radical unidad de teoría y práctica. Solo así se puede pensar a la altura del presente y de los problemas que la práctica política del trabajo vivo realmente existente nos pone delante. Una filosofía de la praxis para elaborar en tiempos de crisis podría sintetizar la propuesta metodológico-política que Diego propone y que constituye uno de los elementos, por cierto no el único, de mayor potencialidad en los tiempos que corren. 

 

 

persistencia neoliberal: ley del valor y subjetivación en el “ciclo progresista”

 

Diego cuenta que comenzó a escribir los textos que sirvieron de base para La ofensiva sensible en el año 2016, cuando Mauricio Macri asumía la presidencia de Argentina. Después de trece años de kirchnerismo la interrogación acerca de qué había hecho posible la llegada al poder de un representante emblemático del empresariado neoliberal tras un ciclo de expansión de derechos y de integración social por medio del consumo que resulta indesmentible, cobró urgencia. Ahora bien, como sabemos, las críticas a los gobiernos progresistas, provenientes tanto desde movimientos populares como de intelectuales de izquierda, se vienen elaborando de hace tiempo y han sido contundentes. La mantención o profundización del extractivismo, la desposesión de comunidades y territorios, la desmovilización de sujetxs colectivxs que estuvieron en el origen de las revueltas que posibilitaron la apertura de nuevas alternativas políticas, los déficits democráticos de algunas de estas experiencias, las alianzas establecidas por estos gobiernos con sectores empresariales y la incapacidad o falta de voluntad para alterar las relaciones de propiedad, son algunos de los elementos que la crítica ha desarrollado largamente. Diego, estando seguramente de acuerdo en varios de estos diagnósticos, entra al debate por otro costado, como dice Rita Segato comentado el libro, “por el lado de atrás”, hurgando “en el reverso de las opciones que nos presenta la política de Estado”, poniendo su atención en “esas vidas que se desarrollan en los pliegues de la tierra como la única forma de sobrevivir en un mundo totalizado por el proyecto histórico del capital y del desarrollo”. Así, en “el reverso de lo político”, el autor propone una discusión densa de la coyuntura argentina entre 2001 y 2019 cuyo alcance excede esta delimitación geográfica y temporal.

 

“Frente al orden neoliberal, la voluntad de inclusión no supo constituirse como una alternativa fuerte” sostiene en una de las ideas centrales de su análisis. El kirshnerismo es presentado como una variante débil, como una mediación precaria -recuperando la elaboración de la filósofa cordobesa Flavia Dezutto-, como el resultado de la recomposición capitalista tras la crisis del 2001 y de la incapacidad del campo popular de cuajar sus prácticas autónomas en una nueva forma política. ¿Por qué está mediación fue precaria? ¿por qué el populismo fue la alternativa débil del neoliberalismo? Para el autor la respuesta se haya, al menos, en un doble movimiento: en la neutralización de las energías populares desatadas en la crisis y en el descuido respecto al poder subjetivador de la ley del valor.

 

En lo que respecta a lo primero, el populismo, a juicio de Diego, realiza un movimiento de “negativización de la crisis”, “desposesión de sus saberes”, de “desvalorización de las redes que se constituyeron en aquel protagonismo colectivo” y de “reconducción de las expectativas sociales hacia un horizonte de normalidad”. “Esa negativización -sostiene- tomó la forma de una voluntad de inclusión social” por la vía de la ampliación del consumo y el fortalecimiento del mercado interno. Los límites de esas políticas de inclusión -que se negaron a politizar el consumo y a discutir las formas de producción y distribución de la riqueza- incubaron el germen de la crisis de las experiencias progresistas. En el fondo, lo que se eludía en estas políticas era la fuerza subjetivadora de la ley del valor, viejo problema que instalara el Che Guevara en la Cuba revolucionaria y que Diego trae de vuelta como clave para entender una dimensión fundamental de una coyuntura que ya no tiene el fondo de la revolución de los tiempos del Che, sino la crisis de las mucho menos ambiciosas -en términos de transformación del modo de producción- experiencias progresistas. “[…] la teoría populista -apunta- entendió la disputa en el plano de la subjetividad como una lucha por lo simbólico, que debía librarse, a partir de la centralidad del Estado, en los ámbitos de la cultura y de la comunicación. Supuso que el control del poder político y el aumento del consumo apuntalarían un triunfo en el plano de las ideas, y desoyó así una enseñanza perdurable de las revoluciones socialistas del siglo XX: en nuestras sociedades, la ley del valor es el principal poder subjetivador”.

 

De este modo, contra el asombro progresista (asombro para nada filosófico como había reclamado Benjamin contra los progresistas de su tiempo atónitos ante la emergencia del fascismo) que no acierta a entender cómo ha sido posible que aquellos millones de seres humanos que fueron beneficiados por un conjunto de políticas implementadas por los gobiernos populares adhieran voluntariamente a alternativas políticas de signo abiertamente neoliberal y, en casos como el brasileño, groseramente reaccionario, Diego se embarca en un examen de la micropolítica neoliberal y su relación con los efectos subjetivadores de las políticas de inclusión por consumo. “Las micropolíticas neoliberales -señala- crecieron en la región al calor del estímulo del consumo, de manera tal que las mismas iniciativas que sostenían los ingresos de la población pobre y trabajadora modelizaban aspiraciones y expectativas propias del régimen de individuación neoliberal”. No es falsa conciencia, no es alienación, no es un problema de pedagogía política -como lo plantea Álvaro García Linera-; es la fuerza subjetivadora de la ley del valor y de las políticas que refuerzan un modo de producción que, como sabemos, es siempre y al mismo tiempo productor de mercancías y de una determinada forma humana.

 

Ante esta constatación que explica la dimensión micropolítica de crisis del ciclo progresista y la porfiada persistencia del neoliberalismo más allá de los gobiernos de turno, Diego se pregunta: “¿cómo evitar que la acción de los flujos de capital, que el propio Estado progresista promueve para sostener la vitalidad de su economía, acabe fortaleciendo modos de vida subordinados al mando de los mercados?” En su óptica, una interrupción de las micropolíticas neoliberales pasa necesariamente por la modificación de las relaciones de propiedad y por la alteración en la distribución de la riqueza socialmente producida y del poder de decisición sobre los destinos colectivos. “¿Es posible -se pregunta- revertir la producción neoliberal de modos de vida sin una reorganización de los dispositivos de mercado, desde la propiedad y la gestión de las empresas hasta las dinámicas de endeudamiento?”. El progresismo no está dispuesto a llegar tan lejos, con la consecuencia de que, en estas cosas, si no se avanza, se retrocede. “La negativa del populismo de pasar de la inclusión por el consumo a la politización del mismo, permitiendo un cuestionamiento de las formas de producción y propiedad -concluye-, allanaron el camino a las arremetidas neoliberales”.

 

Dicho todo esto, es preciso remarcar que la reflexión de Diego sobre la experiencia populista se aleja de todo tono antiperonista tan caro a  la izquierda liberal confesa o clandestina. Su esfuerzo parece orientarse en la dirección de una discusión política con quienes dentro o cerca del peronismo, y también por cierto fuera de él, pueden ser interlocutores para compartir preguntas. En este libro, que entró a imprenta cuando la derrota de Mauricio Macri era el escenario más probable de la contienda electoral, busca dialogar críticamente con sectores que hoy forman parte del nuevo gobierno, en el reconocimiento de que en su interior se hallan figuras de reconocida e inobjetable trayectoria en la lucha social y en el entendido de que al interior del nuevo gobierno hay espacio para disputas, énfasis, alteraciones de los equilibrios y configuraciones más o menos favorables a lxs trabajadorxs. Una apuesta de alianzas y de tensiones productivas capaces de empujar los intereses sociales del campo popular, una mezcla nunca perfecta de calle e iniciativas político-institucionales que corran cercos y afirmen avances (o frenen retrocesos) se asoma o se deduce de la discusión que plantea Diego. Estrategias de presión desde abajo, desde el campo popular en su heterogénea composición, hacia un gobierno cuyos equilibrios estarán en permanente negociación, parece ser una de las políticas que el autor imagina para la coyuntura.

 

la rebelión de los hijos de la noche. Síntoma y lucha de clases.

Ahora, bien, si en análisis de “la voluntad de inclusión” el énfasis está puesto en la capacidad de las micropolíticas neoliberales de organizar modos de vida no a pesar de sino que a través de políticas de integración por la vía de la ampliación del consumo, otra hebra de la reflexión planteada por Diego se concentra en la dimensión sintomática de la experiencia neoliberal. Su reflexión se apoya acá en la distinción entre modo de vida y forma de vida que elabora retomando los planteamientos de Pierre Hadot sobre la filosofía como forma de vida. “Llamaremos modos de vida -puntualiza Diego- a toda existencia que persigue una adecuación inmediata a los protocolos de compatibilidad que ofrece la dinámica de la axiomática capitalista […] existencias deducidas de modo directo de los enlaces propuestos por el mando del capital”. Con “forma de vida”, en cambio, se refiere a “toda deriva existencial en la cual los automatismos hayan sido cortocircuitados”. Modos de vida corresponderían entonces al polo “estandarizante” mientas que las formas de vida al polo “singularizante”. Entre ambos, el síntoma, el malestar, se presenta como una posibilidad, nunca segura, nunca garantizada, del pasaje del modo a la forma de vida. Allí, en la posibilidad de este pasaje, donde se aúnan micropolítica y trasformaciones estructurales del modo de producción, se cifra la clave de la lucha de clases en tiempos de la crisis del neoliberalismo.

En la reflexión propuesta cobra particular importancia la cuestión del malestar social y la sintomatología neoliberal como índice de inadecuación existencial con potencial de politización. “Si el modo de vida resuena con los modelos de consumo y de valorización, y la forma de vida supone procesos de autonomía –en el sentido estricto de darse a sí mismo las propias normas–, entre ambos la vida se presenta como malestar o síntoma”, sostiene Diego en esta dirección. Para abordar esta problemática, retoma la reflexión del filósofo Catalán Santiago López Petit en su libro Hijos de la noche sobre el síntoma y el malestar. “Los hijos de la noche -explica- son aquellos que no caben en este mundo”, son aquellos que sufren el “pánico, el estrés y la angustia” y “los diagnósticos inespecíficos de padecimientos vinculados a un deseo que no logra adaptarse a las exigencias conectivas de los modos de vida triunfantes”. De estos “hijxs de la noche” está lleno el mundo contemporáneo y todxs quienes tenemos la experiencia de la precariedad neoliberal podemos reconocernos en esta categoría. Ahora bien, en el cuadro que Diego traza, el malestar es precisamente el punto de partida de una politización posible mas nunca asegurada. Terapias de control del síntoma o lucha de clases son los polos antitéticos abiertos como alternativas. “La crisis -señala a este respecto- expresa una pérdida de eficacia en la capacidad de producir o captar modos de vida. De allí su conexión con el malestar (la enfermedad y la depresión, la ansiedad y el sentimiento de humillación, el aislamiento y la incomunicación) en cuanto fuente de procesos de politización no convencionales, pero no por ello necesariamente destinados a convertirse en desafío abierto al orden. El síntoma -insiste- no es la revolución, pese a que ambos, síntoma y revolución, adquieren relevancia histórico-política cuando se los enmarca en la dinámica de la lucha de clases, y la pierden cuando se salen de ella: el síntoma se confina a la clínica, la revolución a la historia o a la teología”.

Ahora bien, el escenario chileno permite también pensar las complejidades y tensiones del pasaje de los modos de vida neoliberales, síntomas de inadecuación y sufrimiento psíquico a  formas de vida que pujan por la autonomización del mando capitalista. Un proceso cuya temporalidad no es lineal y que está atravesado por superposiciones, idas, venidas y oscilaciones. Lo que la revuelta chilena parece mostrar es que no hay modos de vida infranqueables al tiempo que tampoco hay garantía del paso del síntoma a la forma de vida, pero que la posibilidad está siempre allí, incluso donde parecía que el neoliberalismo había truinfado en su tarea de modelar subjetividades y se mostraba exitoso e inexpugnable como en Chile hasta hace pocos meses atrás. El estallido social se convierte, también en este aspecto, en un escenario privilegiado para discutir las hipótesis que Diego propone en el libro. El pasaje de los modos de vida neoliberales al estallido del maletar social y al ensayo de formas de solidaridad social al calor de la revuelta, la irrupción de nuevos deseos, prácticas de desobediencia, el pasaje de lo privado a lo público, la configuración de polaridades (“lxs privilegiadxs de arriba” y un nosotrxs, “lxs de abajo”, lxs que compartimos un conjunto de experiencias vinculadas a la precariedad de la vida en el neoliberalismo), y el desborde de lo político en su reverso, para seguir las coordenadas de lectura del autor. 

El llamado que realiza Diego, en la línea que recupera de Marx y Freud, es a elaborar un “política del síntoma” que debe sostenerse en la escucha y la alianza: “escuchar al síntoma, aliarse con él, pensar con y a partir de él es la base de toda crítica materialista”. Pero esa apuesta por una “política del síntoma” implica preguntarse por las potencialidades existentes en la experiencia de la precariedad y la fragilidad que halla a la base del malestar social en el neoliberalismo. ¿Es posible pensar una revuelta protagonizada precisamente quienes viven la precariedad en carne propia? Nuevamente los acontecimientos de Chile permiten dar una mirada a estas cuestiones, permiten participar de ese momento excepcional en que se produce un pasaje del sufrimiento privado, individual, de la soledad, a la rebelión colectiva y a la experiencia común de tomar las calles, las plazas, de organizar asambleas, de levantar formas de defensa frente a la represión, etc. Momentos así son excepcionales, porque si puede darse por descontado el aumento del malestar social y de un conjunto de patologías asociadas a las condiciones de precariedad impuestas por el neoliberalismo, nunca se puede suponer el levantamiento de un pueblo en contra de sus condiciones de vida. Mucho se ha discutido acerca de la “servidumbre voluntaria” y la familia de fenómenos sociales que se le asocian, del propio Chile se construyó la imagen de un neoliberalismo monolítico y exitoso y ese extendido diagnóstico revelaba, ciertamente, una parte de la verdad porque no siempre el pueblo se rebela y hay largos periodos en que lo que predomina es la aceptación de las condiciones de explotación. Pero hay también momentos excepcionales y Chile está atravesando por uno de ellos, aunque no llegue a configurarse todavía una alternativa definida y se esté más bien lejos de algo así.

La rebelión de lxs hijxs de la noche en Chile se nos presenta como un “momento spinoziano” en el sentido que Diego le otorga en el libro, como un momento en que “la vida, para proseguir su curso, reclama el redescubrimiento de la potencia de las ideas y de los cuerpos, en las fisuras de la obediencia, en las grietas del encadenamiento convencional de movimientos y pensamientos llamados normales”. Una explosión de la vida para poder perserverar, para poder continuar, puede resumir bien el corazón de la revuelta chilena y puede mostrar hasta qué punto la fragilidad y la precariedad pueden ser condiciones a partir de las cuales una politización se produzca.

Ahora bien, reconociendo la potencialidad política de la precariedad, no deja de rondar la pregunta acerca de qué hizo posible esta revuelta. En “Las virtudes de lo inexplicable”, un texto muy hermoso a propósito de los “chalecos amarillos”, Jacques Rancière da en uno de los nudos centrales de las revueltas contemporáneas que cruzan el mapa global. Dice allí que “los motivos de sufrimiento que se enumeran para explicar la revuelta son exactamente análogos a aquellos por los que explicaríamos su ausencia: unos individuos sometidos a semejantes condiciones de existencia normalmente no tienen el tiempo ni la energía para rebelarse. La explicación de las razones por las que la gente se moviliza -sostiene el filósofo francés- es idéntica a la explicación de las razones por las que la gente no se moviliza”. Así las cosas, el estallido de una revuelta que nos permite acceder a esos momentos en los que aquellos que no se movilizaban irrumpen en el espacio público, y tiene, por lo mismo, siempre un resto inexplicable. Sin embargo, Diego plantea un punto relevante que, sin quitar este carácter propio de toda revuelta, permite pensar en los ríos profundos en los que se va produciendo lo que llama en su libro una “resensibilización” del campo social. Movimientos que despiertan al cuerpo social, que lo desentumecen, que posibilitan la acción en tiempos de terror o de ofensiva sobre la sensibilidad, porque, como se lee en el mismo título del libro, lo que el neoliberalismo opera a nivel social e individual puede ser entendido como un asedio permanente a la sensibilidad por medio de “pedagogías de la crueldad” -para utilizar la expresión de Rita Segato- que tienen efectos disciplinadores y debilitadores de la sensibilidad. En ese marco, Diego identifica que ciertos movimientos, que se alojan indefectiblemente en el reverso de la política, tiene la capacidad de resensibilizar el campo social. Para la Argentina, la línea que traza va de las Madres de Plaza de Mayo, al movimiento piquetero e H.I.J.O.S, hasta los feminismos populares contemporáneos.

Si pensamos en Chile esos movimientos de resensibilización del campo social han sido, al menos hasta donde alcanzamos a ver, el movimiento por los derechos humanos en la dictadura, la lucha del pueblo mapuche (no es casualidad la enorme presencia de la bandera mapuche en las protestas), el movimiento estudiantil, el movimiento por las pensiones y el movimiento feminista. Sin ir más lejos, es posible trazar una línea que va de la emergencia feminista contemporánea al estallido de octubre. Ese pasaje del sufrimiento privado a la revuelta colectiva, que es el tránsito característico operado por el feminismo a nivel personal (empujando a mujeres y disidencias sexuales a rebelarse contra situaciones de violencia superando el papel de víctimas y el confinamiento doméstico o privado del sufrimiento) y a nivel colectivo (generando procesos de reconocimiento y organización entre quienes sufren situaciones de violencia), es lo que a nivel general se ha producido en estos meses en Chile, en un contexto en que el movimiento feminista en Chile ha sido durante estos años uno de los principales instrumentos de resensibilización del campo social y ha ido realizando un trabajo subterráneo de desnaturalización de mandatos y jerarquías sociales cuyo efecto se deja sentir en la revuelta actual. Meses antes de que la Plaza de la Dignidad fuera copada por el pueblo chileno en su conjunto, fue tomada por cerca de 500 mil mujeres el pasado 8 de marzo. No son, ciertamente, hechos desconectados. 

Como vamos viendo, por varios caminos, el estallido social en Chile se presenta como escenario particularmente rico para dialogar con las hipótesis desarrolladas por Diego en La ofensiva sensible, pero sobre todo, para actualizar el proyecto de investigación investigación política que propone, recuperando el método cartográfico de Félix Guattari, que permite “pensar la tensión entre modos de vida estandarizados y creación de formas de vida, como expresión central de lo que podemos pensar actualmente como lucha de clases”. El método de investigación política que propone Diego “se sumerge en lo micropolítico” y desde allí “permite comprender la coextensión entre lucha de clases y producción de modos de vida, y permite captar potencias antes de que estas cristalicen como mutaciones en los lazos sociales”. Una investigación de esta naturaleza nos parece la más adecuada al excepcional momento de revuelta del que estamos siendo parte en Chile.

 

el príncipe posmoderno

Enmarcar la política del síntoma y la micropolítica en la dinámica de la lucha de clases, tal como propone Diego, nos remite a una reflexión por la dimensión colectiva de cualquier intento de creación de formas de vida, dimensión sin la cual quedaría trunco y sería irrealizable. “Para Spinoza -sostiene Diego, convocando la filosofía de quien constituye una fuente permanente de su propia elaboración-, la “vida virtuosa” resulta inseparable de las instituciones colectivas: el “mejor Estado” (es decir, la vida común que ofrece seguridad y libertad) y la vida virtuosa resultan inseparables. No hay abismo alguno entre micro y macropolítica”. Pero en este punto que se extiende a las transformaciones del modo de producción las interrogantes que se abren son enormes. ¿Cómo, a partir de los impulsos igualitaristas que se expresan en las revueltas o, antes incluso, a partir de los síntomas y malestares sociales, se puede erigir un “mejor Estado”? ¿cómo no ceder ante la tentación de hacer de las prácticas de autotransformación un encierro individualista o de pequeños grupos de iniciados? ¿cómo no escindir micro y macropolítica en tiempos de crisis de las formas clásicas que articularon la política de las clases subalternas?, “¿subsiste aún hoy -se pregunta Diego-, al menos como proyecto, la posibilidad de crear una política igualitaria o libertaria?”. La izquierda maquiaveliana del siglo XX, se contesta, “de Antonio Gramsci a Maurice Merleau Ponty, de Claude Leffort a Louis Althusser, pasando por Toni Negri– leyó tanto al florentino como a Marx en la clave de una crítica que se abre a una praxis, según una concepción abierta de la historia para la cual lo aleatorio se hace presente como testimonio de la resistencia de una parte del pueblo a ser gobernado por los poderosos”.

Pues bien, los movimientos populares que han sacudido al continente en las últimas décadas, y que tienen hoy en Chile un escenario privilegiado de despliegue, expresan esa resistencia de sectores del pueblo a ser gobernados por los poderosos: por las finanzas globales, por las transnacionales, por los complejos extractivistas, por las empresas de “servicios sociales” (salud, educación, pensiones, agua, luz, telecomuncaciones, etc) y por las diversas formas de desposesión que imperan hoy en día. Asimismo, las recomposiciones del capital en versiones más o menos autoritarias son la contraparte de estas luchas. “Desde hace al menos dos décadas -repasa Diego-, América del Sur se ve conmovida por una serie de movimientos populares y de contraofensivas reaccionarias que vuelven a tensar y a poner en cuestión las nociones centrales de lo político. Cada nuevo antagonismo -anota- reactualiza la posibilidad de reinvención maquiaveliana: la historia abierta, lo político incalculable, la praxis como fuente de conocimiento, la revuelta como potencial cognitivo. Y cada cierre conservador, en cambio, se empeña en clausurar la brecha, en hacer de lo político un sistema separado, un conjunto de instituciones y un apego al orden jurídico sostenido sobre el a priori de la propiedad privada”.

En este mapa de fuerzas que se enfrentan, el surgimiento de lo que en la misma clave maquiaveliano-gramsciana podemos llamar “un príncipe colectivo” parece ser un nudo todavía lejano a ser resuelto. “El príncipe colectivo -dice Diego- es el pueblo que se constituye como voluntad de un nuevo proyecto histórico, como deseo que conlleva un potencial cognitivo a desplegar como fuerza instituyente”, pero su constitución enfrenta dificultades considerables. ¿Cómo se articula esa voluntad colectiva? ¿cómo se acumula fuerza evitando su dispersión? ¿cómo ser construye un dispositivo que no aplane la heterogeneidad de las nuevas figuras del trabajo vivo pero que evite la fragmentación socialmente producida por el capital?, y, punto central: “¿sigue siendo lo político la instancia capaz de articular esa nueva reunión, esa nueva síntesis?”

Si entendemos lo político la clave propuesta por Diego en la línea de la izquierda maquiaveliana como “el choque entre dos tendencias imposibles de satisfacer: el deseo de dominar de los poderosos, y el deseo de no ser dominados de una parte del pueblo”, podemos sostener que lo político sigue siendo, o puede llegar a ser, ese espacio para realizar síntesis y crear los dispositivos necesarios para intervenir en el presente. “El maquiavelismo -insiste Diego- implica la creación de dispositivos para producir una irrupción igualitaria y una nueva institucionalidad a partir del conflicto y la división”. La irrupción igualitaria emerge con cada revuelta popular contra el mando de los poderosos. Hoy en Chile esa irrupción igualitaria alcanza dimensiones que, por la tenacidad y persistencia del pueblo en su lucha, son francamente épicas. Sin embargo, la creación de una nueva institucionalidad se presenta como una tarea más compleja y como el desafío actual para una posible izquierda maquaveliana. A quienes queramos contribuir a crearla, La ofensiva sensible nos espera con sus interrogantes agudos y su potencia que brota de la “terrenalidad absoluta” del pensamiento contenido en sus páginas y de la contagiosa pasión política que anima a su autor.

¿La chetocracia va a caer? // Agustín Jerónimo Valle

Pensar que la historia es la historia de la lucha de clases no conduce a simplificar los análisis situacionales, a aplastar la rareza fundamental de lo real, sino al contrario, a introducir ese parámetro en la complejidad. Difícilmente algún fenómeno social pueda estar desvinculado de la suerte -por así llamarla- de las clases sociales. Y por lo tanto la disputa es no solo en el terreno de la relación directa de clases (lo que sería el plano estrictamente económico). La dimensión simbólica, lingüística, estética… A saber:

En algún momento, el término «cheto» dejó de ser peyorativo para ser elogioso. Este desplazamiento aconteció durante el kirchnerismo y, creo, empezó en barrios de gente humilde, o «sectores populares». Sería interesante historizarlo con precisión, pero en fin: cuando lo cheto dejó de ser algo condenable, y pasó a ser aspiracional, ahí se incubó el triunfo que tuvo el propietariado en 2015. Ganaron sobre la base de un concepto más o menos implícito: los pobres -y no los ricos- tienen la culpa de los males. Por eso también su slogan de «pobreza cero», que no solo se parece a decir mano dura con la pobreza, o con los pobres, sino que evitaba vincular la pobreza con el regimen de concentración de riqueza. 

En base a esa idea -propiamente clasista- ganaron entonces, y al toque Clarín sacó la serie «Los ricos no piden permiso». Ahora parece que los ricos no tienen permiso, no de cualquier cosa; no tienen permiso de tirar una bestia desde el cielo. Tolstoi muestra a los pendejos ricachones del zarismo decimonónico divirtiéndose cruelmente con un oso; nuestros garcas cagones ni eso: un cordero de dios… Es sintomático de su bajeza existencial: los sujetos igualitaristas y sobresalientes, como por ejemplo Charly, saltan desde las alturas. Los riquistas, en cambio, tiran a otros (bichos, gente…).

En la condena a los forros de Punta, a Susana Giménez y su nieta, a los ladris de Nordelta colgados de la luz y rugbiers asesinos, hace fuerza un concepto, un desplazamiento que es una de las disputas fundamentales del presente: una impugnación a los multimillonarios, un entendimiento de que no son los pobres el problema, ni siquiera la pobreza, sino que el problema son los ricos, los dueños, el régimen de concentración de riqueza, el privilegio, cuyas alegrías son penas de otros. 

 

La risa de Manuel Guillot // Diego Sztulwark, Mario Santucho, Florencia Lance, Natalia Fontana, Mariano Molina, y Sebastián Scolnik

Por Diego Sztulwark, Mario Santucho, Florencia Lance, Natalia Fontana, Mariano Molina, y Sebastián Scolnik

Fuente: Agencia Paco Urondo

Si en algo se parecen las religiones monoteístas a las revoluciones auténticas es en la constitución de nuevos linajes. El acontecimiento fundador atraviesa las fronteras de los grupos cerrados –sean nacionales, étnicos o familiares– y crea nuevas alianzas colectivas. El carisma de sus precursores se trasmite a los colaboradores cercanos y las leyendas míticas de sus inicios dan cuenta de las nuevas formaciones morales en la que se inscriben estas narraciones, tramadas por historias de fidelidades, cismas y traiciones. A diferencia de las religiones, lo propio de la estirpe revolucionaria es la expresión consciente de las luchas modernas de las clases sociales.

Si la influencia de la primera república soviética creó el partido, y la familia comunista, la Revolución Cubana dio lugar a una nueva izquierda continental que encontró en la gestualidad exigente y la lucidez irónica de Ernesto Che Guevara su emblema mayor. Con torpeza historiográfica se ha intentado demasiadas veces diluir lo propio y singular de la historia de esta revolución, marcadamente latinoamericana, en el ajedrez de la Guerra Fría. El reciente fallecimiento de Harry Villegas, Pombo, miembro de la guardia personal de Guevara (combatiente junto al Che en el Congo y uno de los cinco sobrevivientes de la experiencia del foco boliviano), brinda una excelente oportunidad para recordar hasta qué punto la Revolución Cubana significó, entre otras cosas, un intento de desbordar la cartografía bipolar forzando una mutación de las coordenadas Este/Oeste por las más próximas Norte/Sur. Es decir, de reconstituir las luchas comunistas a partir de los movimientos de descolonización del entonces llamado tercer mundo. 

Dos décadas después, cuando el mundo era otro, nuevas generaciones intentaron asumir las luchas contra los dispositivos de dominación que articulan lo neocolonial con lo neoliberal. Mientras el viejo movimiento comunista internacional era evocado solo a partir de la locura terrorista del stalinismo, se activaban renovadas búsquedas en el pasado reciente, desprovistas de toda nostalgia e idolatría. Mientras la globalización y la unipolaridad se exhibían como único horizonte posible, cuya versión local estuvo teñida por el cinismo menemista, los referentes locales inmediatos de las luchas sociales eran los movimientos de derechos humanos, la recientemente creada CTA y las múltiples puebladas que a lo largo del país no cesaban de afirmarse. En el continente, la referencia indispensable, tozuda y persistente, seguía siendo la Revolución Cubana como signo de tenacidad y resistencia. Luego, el alzamiento zapatista, en 1994, ofreció un lenguaje político para salir de la impotencia y hacer de la dignidad la matriz de una fuerza en la ausencia de programas alternativos integrales frente al neoliberalismo.

Por esos años, un colectivo de estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA (agrupación El Mate) se propuso reelaborar el pasado por fuera de las coordenadas que impuso el terror dictatorial. La exploración en las tradiciones revolucionarias y las luchas de liberación fue la marca con la que ese grupo se propuso reabrir la historia reciente en la perspectiva del treinta aniversario del asesinato del Che en Bolivia, el 9 de octubre del 67. Junto a un arco amplio de personas de diversas generaciones, El Mate creó la Cátedra Libre Che Guevara que se multiplicó en diferentes ciudades de una Argentina que incubaba la rebelión del 2001. Aquel anudamiento de pasado y presente debía eludir la nostalgia para reinventar las discusiones, los conceptos y las formas con las que pensar la transformación social.

Entre los factores que permitieron desarrollar esta experiencia inédita de enlace entre universidad y movimiento social, entre memoria y presente, entre estudio riguroso y lucha social, entre realidad argentina y latinoamericana, se encuentra uno que resultó decisivo: la sonrisa de Manuel Guillot Pérez. Manolo fue un joven activista en la lucha clandestina del Movimiento 26 de julio, dirigido por Fidel Castro, llegando a ser un destacado cuadro político con responsabilidades en América Latina, muy particularmente en la Argentina, donde desempeñó en varios períodos funciones diplomáticas y políticas de primer nivel. Sabía compartir sutiles lecturas de las mutaciones políticas del país, anudar alianzas para ayudar a su revolución, ser un compinche socarrón de cuanta aventura se nos ocurría y un generoso articulador con las experiencias que, dentro de la isla, persistían en la perspectiva creativa y crítica de una izquierda que había padecido y aún se resistía al molde gris y burocrático que caracterizó a los muchos comunismos del siglo XX. Su reciente fallecimiento nos empuja a recordar a quienes, como él, en silencio o en el anonimato, ayudaron a generar una profunda relación con la Revolución Cubana ajena a toda idolatría santificadora y a todo ritual burocratizado. Al recordarlo, compartimos las enseñanzas de un estilo lúcido, pícaro y fraternal que recorre desde adentro la filiación revolucionaria de todos los tiempos, y que en este caso, se sintetiza en la sonrisa inolvidable, la mirada tierna y cómplice de Manolo Guillot. 

Lenguaje sin palabras // Enrique Roig

“Nadie tiene  realmente las agallas para  decirlo,

pero si pudiéramos hacer mejores seres humanos,

sabiendo cómo agregar genes, ¿por qué no hacerlo?”

James Watson, 1998.

Lenguaje que  acaricias nuestros sentidos,

pocas veces conscientemente hemos podido  verte.

Los mitos de la  creación te han querido atrapar,

pero no te dejas  enjaular por nuestras  vidas ensueños.

Hermosa  creación siempre  naciente,

 alimento  natal que haces sentir los  cuerpos,

 cuántas veces tú nos pronuncias,

 nos  desnudas a  carcajadas señalándonos  desafiante.

Tu estridencia agiganta tu potencia de vivir.

Irradiante  ensanchas nuestros  árboles de vida.

Haces nuestros  instantes eternos y  presentes infinitos.

Dormidos  nos dejamos  llevar por tu  nacer.

Secas las  bocas con la  vibración del universo que se  vuelve latido.

 Huella musical en la que  los dioses danzan nobles  círculos eternos.

 

 Pero hemos  creado la reproducción  de imágenes.

 Mundo pantalla  semidiós, latiente  de impulso eléctrico.

 Mundo pantalla  ego humano.

 

 Pantallas   que agujerean  nuestros cuerpos de carne.

 Imagen  del universo  que nos mortificas   con implantes de siliconas.

 Conviertes a nuestro  cuerpo en una máquina sobreexcitada

 en  transeúntes  fondos de pantalla  de proyección de publicidades.

Haces del  cuerpo sagrado  éxtasis en carne  pornográfica.

 

 Ya no  somos pobres problemas  de identidad,

 porque secas  las imágenes nos  secas la fantasía real de  vivir poéticamente.

Imagen petrificante  del lenguaje,

haces de nuestro  erotismo un abuso  descabellado,

un laberinto transexual de medios.

Las redes sociales hiperventilan nuestro ser como  desechos aplastados.

El volumen artístico de nuestros dedos  deja de sentir los senos amantes.

Las manos  que saludan la  amistad con nuestros recuerdos  dejan de saludarte.

Ya no podemos  acariciar tu pubis de palabras.

Porque  la pantalla se metió adentro de nuestros deseos.

Hemos perdido  el querer que suspira en los  silencios 

y  dibujan las  caras de los antepasados.

La pantalla nos excita  haciéndonos piel deseante, huellas  erógenas,

pantalla  que tornas  el cuerpo como deseo.

Nuestros  sueños afloran como una gran  imagen.

Toda pantalla se torna  fuente de energía pseudohereje.

Somos un  transgénero de los  medios.

Entonces  aquellas palabras  que nos pronunciaban nos dejan de decir.

Ya no hay  silencios, solamente  ruidos e intercambios de datos.

Quedamos sueltos  y libres incontenidos  desparramados,

 sin potencia de hacer  palabras,

sin  vocabulario  que nos enseñe la pobreza de la  trascendencia.

Ahora descendemos  al desierto,

mundo  iluminado  por proyecciones.

Secos  sin que nadie nos pronuncie, sin otredad  que amar u odiar,

el ser de la  vida ya no nos atiende.

Perdemos  rectas yendo,

ganamos  velocidad  viniendo.

Ya no tenemos geometría  para ser en otros.

Nos autoreproducimos  autoinseminándonos pantallas.

Somos  transespecie.

 

Violencia sin vacaciones // Lucía Naser

Entre la insuficiencia de cualquier cosa que podamos decir y las náuseas que traen las noticias de valizas escribir y hablar de lo que pasó es casi que una responsabilidad y no para sumar al ruido de las redes sino porque lo que sucede necesita urgentemente ser pensado y enfrentado como algo que no puede suceder más. Nunca más.
 
Mutilación genital de una mujer en un balneario de este paisito que tantxs confunden con paraíso de derechos. Y sin dejar de condenar toda violencia, no: no es lo mismo que cualquier rapiña o acuchillamiento, o las peleas entre rotos, o un infortunio causado por alguien que «se pasó». Lo que sucede necesita ser interpretado. No vamos a poder hacerlo solxs.
Hace ya años que en ese balneario – que en la primera juventud de mi generación fue el corazón de un jipismo que recuerdo alegre, amoroso y ciertamente desbundado – pasan horrores que escriben crueldad sobre el cuerpo de mujeres y gurisas. Ni vacaciones de la violencia ni la violencia con vacaciones: no hay descanso para el odio a nuestros cuerpos. No hay poder sentirnos a salvo, a menos que los espacios los diseñemos nosotras. Y después se acusa a las mujeres de separatismo. Y seguimos buscando alternativas para poder seguir saliendo afuera, para no perder espacios, para seguir ganando derechos que supuestamente ya son nuestros.
 
Un paisaje paradisíaco puede volverse infernal dependiendo lo que en él suceda, y una fiesta puede volverse un espacio de tortura dependiendo de lo que ahí sucede. Algo así le pasa a valizas pero también le pasa al mundo desde que dejaron de esconderse y callarse las violencias y las heridas que escribe y reescribe violencia machista. 
 
En el correr de los años lo que siempre habíamos pensado como «joda» se reveló sufrimiento y acoso para muchas. Lo que era «romance», relaciones de opresión. Lo que era verano, oportunidad de encontrar a mujeres y pibas con la guardia baja. En todos los casos? No, claro que no en todos los casos. Pero en suficientes que en este caso es lo mismo que decir: demasiados. Ya lo dice Ahmed sobre la infelicidad de las mujeres: esto no nos gusta chicos. Apesta para nosotras. A nosotras nos gusta la fiesta y la joda y el desbunde y drogarnos y coger. Tanto nos gusta que demasiado tiempo hicimos la vista gorda a tantas cosas para no «aguar la fiesta». Tanto nos gusta que nos bancamos demasiadas cosas para no tener que dejar de ir. Pero ese tiempo llegó a un fin. Y las que tienen que renunciar y retirarse no somos nosotras.
 
¿Se imaginan llevar a la práctica la consigna feminista de pija violadora a la licuadora?  No, no se imaginan, cierto?  El machismo sin embargo lleva cabo todas sus más aberrantes consignas: desde si la veo con otro la mato, a hay que darle para que aprenda. El machismo es cultura de la violencia que no descansa en ningún momento y que mucho antes de infligir el código penal va moldeando a golpes físicos, verbales o emocionales el mundo y las subjetividades (por suerte el feminismo y otros movimientos le hacen cada vez mas oposición y competencia sin lograr aún destituirlo de su status dominante). La escalada de lo horrible-posible está veloz y empinada, como decidida a actuar en formas múltiples y dolorosas. Su pedagogía de la crueldad como lo viene enunciando Seagato opera, y a veces deja marcas invisibles, otras veces visibles, y otras ausencias. Estas marcas – visibles o no – nos constituyen y son imborrables. Son irreparables con o sin procesamiento de la justicia aunque duele mucho más cuando la impunidad las recubre dejando además del dolor, silencio, violadores sueltos, asesinos indemnes, compas que al día de hoy no sabemos dónde ni como están, niñas muertas.
 
La palabra mutilación la asociamos a religiones horribles, a lugares lejanos a contextos de guerra y hoy nos estalla en el espejo de lo que somos.
Nada más cercano. Nada más literal que cortarle la vulva a una mujer. Performativamente es tan claro y sin embargo es tan difícil de traducir. 
Activa nuestro miedos más profundos.
Lo que pasó le jode la vida a una compa pero también nos pasó a todas y va a seguir pasando. Cada noche que salgamos o que mejor no salgamos porque la noche está una mierda. Cada trago que pidamos o que dejemos de pedir. Cada vez que caminemos solas, o nos vayamos o mejor no nos vayamos con alguien de una fiesta. Seguirá pasando en nuestro deseo tantas veces contraído por la angustia, por la tensión de lo que podría pasarnos, de lo que les pasa a otras, de lo que nos pasó. Seguirá pasando y tendremos que encontrar formas de autocuidado que no se vuelvan alimentación para el crecimiento del miedo. Por que si los actos de extrema violencia son mensajes les decimos que no recibimos este: que no lo aceptamos, que no somos su destinataria, que no hablamos esta lengua.
Nuestro cuerpo no es su terreno, no es su chiquero, no será quitado de los espacios. Porque los que tienen que irse no somos nosotras. Y la semiótica cobarde de este acto anónimo nos hiere a todes, mucho más profundo de lo que aún comprendemos.

Idiotez y cinismo // Lila M. Feldman

Nuevamente me encuentro pensando que hay que distinguir idiotez de cinismo.
Sin embargo, ocurre algunas veces que ambos son inseparables.
Hay personas que pueden vivir en un mundo en el que hay dinosaurios vivos y los pobres lo son porque eligen serlo, o porque no han aprendido a no serlo. En ese mundo no hay injusticias más que la de no poder comprar dólares o tener que pagar impuestos muy altos, que disminuyan la propia y «merecida» riqueza.
En ese mundo no existe la lucha de clases, ni la injusticia, y la crueldad está justificada. Somos el granero del mundo, y aquí sobran recursos para todos. Sí que es un mundo justo. No hay desigualdad.
Los pobres y los dinosaurios son seres de otro planeta (el campo), pero están vivos y deben luchar por su supervivencia. En el reino de lo salvaje brilla la promesa de una «educación» posible, «civilización» banalizante de la miseria. Es idiotez o cinismo? Realmente es una pregunta que sostengo. Es el cinismo sirviéndose de la impunidad que brinda la idiotez? Es la idiotez que al no tener límites hace estragos con sus «buenas intenciones»?
Lo que si sabemos es que semejante idiotez y cinismo, cuando son inseparables, no tienen remedio.
Es triste esa verdad, y no tiene remedio.

No voy al Congreso (del Futuro). Carta-respuesta // Franco «Bifo» Berardi

A comienzos del mes de octubre recibí una invitación para participar en el Congreso del Futuro en Santiago de Chile y respondí que sí, que me parecía bien ir a Chile para discutir con colegas de diferente proveniencia sobre las perspectivas de la sociedad contemporánea.

Luego vino el 18 de octubre y las demostraciones masivas en las calles del país. He seguido con atención los acontecimientos chilenos, porque yo sé que este país tiene un papel especial en la historia de la modernidad tardía. Es el país donde el proyecto socialista encabezado por Salvador Allende y apoyado por la mayoría de la población, fue brutalmente sofocado por Augusto Pinochet, magnicida e instrumento de la dictadura financiera global, en una síntesis de tortura y explotación.

La herencia de Pinochet no ha sido cancelada, porque la Constitución que el dictador promulgó – una mezcla de ideología neoliberal y de normas autoritarias – sigue siendo la ley del país. Gracias a la Constitución de 1980 la violencia policial es legal y el sistema de educación pública sigue siendo remplazado por las costosas escuelas privadas de la elite.

Desde el 18 de octubre de 2019 millones de estudiantes, trabajadores, mujeres e intelectuales han marchado en las calles y en las plazas de Chile, declarando que quieren acabar con la Constitución del 80, cancelarla, y así poder escribir desde abajo una nueva constitución, basada en principios de libertad, solidaridad e igualdad social.

Según lo que he podido leer, el régimen de Sebastián Piñera reaccionó de manera brutal, declarando la guerra contra su propria sociedad. Más de 30 personas murieron en las calles, mientras que más de 300 han perdido un ojo por efecto de la acción policial y miles de jóvenes han sido detenidos y apresados.

En este punto he decidido ponderar cuidadosamente el sentido que el Congreso de Futuro puede adquirir en el contexto de la situación presente, y he visitado con interés el sitio web https://congresodelfuturo.cl/ cuando fue publicado.

La estética del sitio y su mensaje nos hablan del brillante futuro que todos deberíamos desear: uno de desenfrenada competencia y éxito individual. Un futuro en donde el cielo brilla y las y los jóvenes corren felices en verdes y campestres prados.

Sin embargo, hasta donde yo sé, ni el cielo se ve muy luminoso por estos días, debido a la catástrofe climática global; ni los jóvenes corren todos felices, obligados como están a afrontar la violencia económica, el desempleo y la precariedad laboral.

Hace algunos días, en el New York Times pude leer una editorial de Sebastián Piñera sobre la situación del país del cual es presidente. Olvidando la guerra que él mismo declaró a su propio pueblo, Piñera habla de democracia y de justicia con las mismas palabras hipócritas que usan los organizadores del Congreso del Futuro.

Entonces, con mucha pena yo he decidido que no iré a Santiago de Chile, porque soy consciente de que no podría ver a mis amigos que más me gustaría saludar durante mi estancia chilena, pues se encuentran detenidos o están sufriendo por las heridas infligidas por los agentes de Piñera.

Visitando el sitio de promoción del Congreso he podido escuchar la grabación de un discurso mío, por cierto, sin preguntar por mi permiso ni consentimiento. En este discurso hablo de libertad y de superación del trabajo asalariado. Digo, en mi vacilante castellano, algo como: “si nos liberamos de la episteme salarial, de la superstición del salario, empezamos a entender que la riqueza es otra cosa. No es la acumulación de dinero o mercancías, sino el tiempo para gozar libremente de lo que ya existe”. Naturalmente, sé lo que quería decir en aquella grabación de una de las varias charlas que he dado en español, pero en tanto el sentido de las palabras está determinado por el contexto, hablar de libertad y de alegría de esta manera puede sonar ridículo en el actual contexto chileno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Guaidó se atornilla a la presidencia de la Asamblea // Marco Teruggi

Página 12 en Venezuela

Desde Caracas

 

Cuando Juan Guaidó ingresó al patio de la Asamblea Nacional (AN) corrió junto a otros diputados para intentar agarrar a Luis Parra, quien se dirigía hacia el despacho de la presidencia legislativa. Parra, electo presidente de la AN el domingo pasado, había terminado la sesión unos minutos antes y salido del hemiciclo. Guaidó, quien reivindica la presidencia de la AN, ingresó minutos después al mismo hemiciclo para comenzar la sesión que afirmó presidir.

El martes en la mañana fue así un escenario de toma de trinchera en el Palacio Legislativo. Se trató del primer día de sesión luego de la elección de una nueva junta directiva el domingo que dejó por fuera a Guaidó, quien ocupaba el cargo de presidente de la AN desde el 5 de enero del 2019.

Guaidó no reconoció haber perdido la presidencia ante otra lista encabezada por otro sector de la oposición que contó con los votos de los diputados del chavismo, y afirmó ese mismo domingo, desde la sede de un periódico opositor, seguir siendo el presidente de la AN. No de otra, sino de la misma presidida por Parra.

El argumento de Guaidó fue que le habían impedido el ingreso a la sesión del domingo. Esa denuncia quedó desmentida por varios videos que circularon mostrando cómo era autorizado a ingresar, pero se negaba, alegando que solo entraría si permitían dejar ingresar a un diputado inhabilitado por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).

Su objetivo era, afirmaron diputados del chavismo, de la lista de Parra, generar un hecho mediático en vista de que no tenía los números suficientes para mantener la presidencia debido a que varios diputados que debían apoyarlo finalmente le dieron la espalda para la votación.

El día martes fue entonces el escenario esperado donde tanto Parra como Guaidó habían anunciado que irían al Palacio Legislativo a sesionar. Las especulaciones acerca de qué podría pasar eran muchas, aunque desde tempranas horas de la mañana se supo que no habría, nuevamente, impedimento para el ingreso de Guaidó y quienes lo respaldan políticamente.

Su entrada fue una nueva obra mediática que desembocó en el intento, insultos mediante, de agarrar a Parra cuanto éste salía de la sesión. El acto seguido fue el ingreso de Guaidó al hemiciclo a iniciar su sesión y obtener la fotografía de la reconquista del espacio perdido, para anunciar luego por redes que había “derrotado el golpe legislativo orquestado por la dictadura y sus cómplices”.

Ambos bloques se retiraron de la AN a principio de la tarde y quedó una pregunta sin respuesta: ¿qué sigue?

La respuesta tiene dos dimensiones, una en términos nacionales, y otra internacional. En lo nacional, la AN que dice presidir Guaidó no tendrá capacidad de ejercicio de poder, ya que los otros órganos del Estado, poderes públicos, reconocerán a la AN presidida por Parra, aunque, esa misma AN sigue bajo el desacato dictado por el TSJ en el 2016. ¿Se quitará ese desacato? Ya se habla al respecto.

 

En lo internacional, el bloque de países que reconocieron a Guaidó como autoproclamado presidente de Venezuela mantendrá su respaldo a la AN con Guaidó y a él como presidente encargado. Estados Unidos lo ha repetido a través de diferentes voceros de la administración desde el domingo hasta el martes horas después de lo acontecido en el Palacio Legislativo.

La presidencia de Parra será reconocida por aliados centrales del gobierno de Maduro, como, por ejemplo, Rusia. Ese reconocimiento será importante tanto en la posibilidad de realizar acuerdos internacionales, como en la conformación del próximo escenario electoral legislativo que tendrá lugar este año: será desde allí, por ejemplo, que seguramente se impulse la renovación del Consejo Nacional Electoral.

En cuanto a la dinámica concreta del Palacio Legislativo aún resulta temprano saber cómo seguirá. La próxima sesión convocada podría ser una repetición de lo sucedido este martes, donde existan dos momentos en el hemiciclo, desconociéndose mutuamente, pero teniendo la encabezada por Parra un poder de facto dentro de territorio y la política nacional. 

 

Venezuela: quiebre en la oposición y pulseada en la Asamblea // Marco Teruggi

Con los votos del chavismo y parte de la oposición, Luis Parra, del partido Primero Justicia, asumió al frente de la Asamblea Nacional. Sin embargo, Juan Guaidó denunció que no lo dejaron ingresar al edificio, desconoció el nombramiento y fue reelecto en una sesión paralela. La reacción de Estados Unidos y la convocatoria a las próximas elecciones legislativas.
 

 

La Asamblea Nacional (AN) de Venezuela tiene una nueva junta directiva. Juan Guaidó, quien había asumido el año pasado en esta misma fecha, ya no es el presidente del Poder Legislativo. En su lugar fue nombrado este domingo, día de la sesión para elegir la junta, otro diputado de la oposición para el período 2020-2021: Luis Parra, del partido Primero Justicia.

La elección de Parra sucedió en una sesión marcada por las dudas y las especulaciones. Ya se sabía, desde la mañana, acerca de la existencia de dos propuestas de junta directiva: una encabezada por Guaidó y otra por un sector de la oposición que había manifestado su desacuerdo con la coalición de Guaidó en los últimos meses, en una disputa marcada por acusaciones mutuas de corrupción.

Ese escenario político tenía la incertidumbre acerca de quién lograría la mayoría de votos necesarios: si el bloque de Guaidó o el de la oposición encabezada por Parra que, se sabía, contaría con el apoyo de los votos del bloque de parlamentarios del chavismo.

Sin Guaidó en la Asamblea Legislativa
La jor
nada se vio además marcada por la denuncia que realizó Guaidó desde las calles cercanas al Palacio, donde afirmó que el operativo de seguridad le impedía entrar a la sesión para presidirla y ganar con la mayoría que aseguró tener. Junto a él se encontraban otros diputados, algunos de los cuales están inhabilitados por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).

Esa versión fue desmentida tanto por los parlamentarios del chavismo, así como, por ejemplo, por Luis Parra y el diputado opositor José Britto, quienes aseguraron que Guaidó no ingresó a la sesión en vista de que sabía que no lograría los votos suficientes. Guaidó habría optado por mostrarse impedido de ingresar al recinto y así no perder la presidencia por los votos.

Ante la ausencia de Guaidó para dirigir la sesión, asumió la dirección el diputado más antiguo de la AN, Héctor Agüero, para presentar la propuesta de la lista encabezada por Parra, que obtuvo los votos necesarios.

“Treinta diputados de las regiones que nos cansamos del secuestro, que queremos abrirle un camino a la despolarización del país, dejamos claro cuál era nuestro planteamiento, presentamos nuestra alternativa, se dio una votación por aproximadamente 150 diputados que están registrados en cámara”, afirmó Parra luego de su elección al frente de la AN.

 

Un punto de quiebre
La elección de la nueva junta directiva marca un punto de quiebre en el conflicto: el reconocimiento internacional de Guaidó como presidente encargado de Venezuela estuvo construido desde la hora cero a partir de su presidencia del legislativo. Al quedar desplazado de ese cargo queda abierta la pregunta acerca del reconocimiento internacional sobre su presidencia interina.

Esa pregunta tuvo una respuesta temprana por parte del gobierno norteamericano que, a través de Mickael Kozak, subsecretario adjunto de la oficina de asuntos del hemisferio occidental del Departamento de Estado, quien calificó la sesión como de “farsa” y aseguró que “Juan Guaidó sigue siendo el presidente interino de Venezuela”.

Guaidó, por su parte, instaló en horas de la tarde del domingo lo que denominó una sesión de la Asamblea Nacional fuera del Palacio Federal Legislativo, para elegir la nueva junta directiva y ratificar su presidencia para el periodo 2020-2021. Este escenario podría abrir las puertas a la existencia de una AN, presidida por Parra, y una AN paralela presidida por Guaidó.

No sería la primera vez que la oposición busca crear una institución paralela, como el caso del denominado TSJ “en el exilio”, creado en el 2017 y, desde entonces, fuera del país.

 

¿Qué harán Guaidó y Trump?
¿Qué intentará hacer luego Guaidó? Responder esa pregunta significa indagar acerca de qué buscará hacer el gobierno norteamericano en el expediente Venezuela. Hasta el momento sus cálculos han resultado errados: el caso del TSJ “en el exilio” nunca logró impactar, Guaidó nunca construyó un esbozo de gobierno paralelo y su capacidad de movilización tuvo su último fracaso en el mes de noviembre.

Esa pregunta por Estados Unidos (EEUU) lleva a analizar el escenario norteamericano, donde Trump, enfrentado a un juicio político, cuenta con el apoyo de su partido que lo defenderá en el Senado y en las urnas del 2020, pero ese respaldo se ha traducido en la mayor apertura interna a los sectores neoconservadores.

El escenario de escalada e inestabilidad en Irán, con su impacto en el aumento de precios del petróleo, puede traducirse en una necesidad de acelerar el desenlace en Venezuela. Lo sucedido el domingo, calificado mediáticamente como un golpe de Estado en el Parlamento, puede ser una oportunidad para justificar un nuevo escalón en el ataque contra el gobierno venezolano y el proceso político que encabeza.

El tiempo político ha vuelto a acelerarse en Venezuela luego de varios meses de relativa estabilidad política, un mejor cuadro económico de superficie que ya ha comenzado a resquebrajarse con un nuevo aumento acelerado del dólar y un ataque a dos cuarteles militares en diciembre que logró ser controlado.

Los próximos pasos a esperar serán la sesión de la AN paralela presidida por Guaidó, las medidas públicas y operaciones encubiertas que tomará EEUU, y la convocatoria a las próximas elecciones legislativas que, en vista de los acontecimientos, no serán reconocidas por el gobierno norteamericano. 

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/240124-venezuela-quiebre-en-la-oposicion-y-pulseada-en-la-asamblea

Escena abierta, intensidades callejeras y deseos emancipatorios // Entrevista a Alicia Maldonado (desde Chile!)

Radio Ciudad FM 88. 1 Santa Fe

 

LA POTENCIA DE EXISTIR: SEMINARIO (casi) COMPLETO // Diego Sztulwark en Chile, 11/2019

Clase I: Pierre Hadot


Clase II: Spinoza y Foucault
Parte 1

Parte 2


Clase III: Maquiavelo

 

La potencia de existir III: Maquiavelo // Diego Sztulwark en Chile

Contornos de la crítica política. A propósito de las discusiones en torno al golpe en Bolivia // Sebastián Scolnik

“Los intelectuales que no se interrogan sobre el proceso histórico de su tragedia interna han dejado de cumplir con su tarea: ser ellos mismos el lugar humano contradictorio y sufriente donde también se elabora la verdad histórica”.

                                    León Rozitchner

 

I. Unicidad y disidencia.

En el año 2005, unos meses antes de las elecciones que a fines de ese mismo año consagraron a Evo Morales presidente, viajamos a Bolivia tras las conmociones ocurridas con La Guerra del Agua, con epicentro en Cochabamba (2000) y la Guerra del Gas (2003). Descubrimos allí, entre muchas cosas impactantes, que la lógica comunitario-indígena era mucho más compleja de lo que mostraban las imágenes estereotipadas que circulaban por América Latina. Que los movimientos sociales, tan potentes en el protagonismo destituyente de los gobiernos neoliberales, estaban recorridos por tensiones complejas (“repiten un guión como si lo estuvieran inaugurando”, al decir de María Galindo). Que la gestión de los bienes colectivos no se resolvía sencillamente con su estatización, sino que requería una sofisticada ingeniería social para administrar los recursos bajo el principio de los usos y costumbres respetando la tierra como espacio común. Y, finalmente, que el problema de la decisión política era un asunto muy delicado que no podía sencillamente sintetizarse en la concentración estatal. Entrevistamos dirigentes sociales, colectivos feministas, intelectuales y artistas que nos alumbraron acerca de las múltiples dimensiones que tenía lo que luego se llamó  Proceso de Cambio. El compendio de esas conversaciones salió en un díptico: el libro Mal de Altura. Testimonios y el audiovisual Mal de Altura. Recuerdos, un fotomontaje compuesto por los tonos diversos de las revueltas que, mientras narraban su guerra y sus formas de vida, reflexionaban sobre sus desafíos inmediatos. Allí, entre los múltiples y sofisticados razonamientos, escuchamos a Álvaro García Linera, quien por entonces oficiaba como profesor universitario y analista político en la TV (aún no era candidato a nada). Sus palabras nos ayudaron a comprender las dificultades de un país que habitaba temporalidades y lógicas heterogéneas: de un lado la realidad comunitaria e indígena, y de otro, el tiempo unitario del estado y su racionalidad capitalista (podemos agregar patriarcal). El peligro, para él, era que tanto Felipe Quispe como Evo Morales, si ganaban las elecciones, podían juntar las dos lógicas. Y eso podría desmovilizar el componente indígena y popular o subordinarlo a la lógica estatal. En todo el continente estaba en juego algo de esto, pero en Bolivia este drama se encontraba como en un concentrado en el que todas las tendencias, por lo radical de sus procesos, ofrecían las posibilidades más amplias para una experimentación política inédita. Y también para su fracaso. En Bolivia se conquistaron derechos y se produjeron reconocimientos históricos de extrema envergadura. También allí se comprobaron límites y estancamientos mientras se operaban capturas y divisiones habladas con la lengua del extractivismo e inscriptas en la lógica del mercantilismo financiero. La singular combinatoria de todos estos elementos, un estado con vocación reparatoria pero que aplanaba las sensibilidades críticas, un capitalismo popular que elevó los niveles de consumo de masas pero no fue capaz de prolongar una subjetividad comunitaria crítica como rasgo dominante del proceso y la falta de orientación de otros horizontes de explotación de los recursos naturales, fue la marca andina que todos seguimos de cerca.

Si con el zapatismo comienza un ciclo de luchas antineoliberal, fuente de inspiración para nuestra generación, que desconfiaba de las alternativas políticas gubernamentales, en Bolivia había una inflexión que ponía al estado como una posibilidad, siempre problemática, de la experimentación institucional en función de las luchas antineoliberales.

Un dilema que atravesó Latinoamérica y que habitualmente se tramitaba en clave de adentro o afuera. O se estaba en y con los gobiernos, o se estaba afuera. Quienes sostuvieron que había que ir por adentro rara vez atendieron las razones de la crítica y se encapsularon en una rigidez que se acentuaba al ritmo de la polarización. Todo acto de gobierno era justificado en términos de un realismo político que no asumía sus límites y la dureza de sus procedimientos de inclusión. Quienes se pensaron por afuera, muchas veces cayeron en el sectarismo dogmático o en un relativismo político que prescindía de las condiciones concretas en que toda política se lleva a cabo. Los gobiernos de signo progresista se tornaban indiferentes, equivalentes a las derechas, cuando no enemigos a enfrentar. En nuestro caso, interpretamos que la lucha zapatista exigía una elaboración en función de las coordenadas concretas de nuestra realidad política (John Holloway lo llamó “zapatismo urbano”). Experimentamos, en los noventa y dos mil, una relación con el estado que reconocía el enfrentamiento, la negociación y la indiferencia como términos sucesivos o incluso superpuestos (por ejemplo en relación a la obtención de recursos de los planes sociales) y, desde allí, se produjo luego de 2001 el pasaje a un vínculo con el estado cuya “vocación reparatoria” se proponía materializar una “voluntad inclusiva” que, desde el comienzo, se articulaba a tendencias complejas del mercado mundial y a procedimientos políticos ambiguos. Pensamos que adentro o afuera debían ser reformulados en una lógica más amplia que abriera cada vez los escenarios políticos sin restringirlos a una identidad cerrada, la izquierda dogmática o el “autonomismo” como una corriente ideológica, o a unas reglas duras de la gestión gubernamental. Sin embargo, no tuvimos mejor suerte. Confinados muchas veces a la irrelevancia, a la impotencia, al ninguneo o al mutismo, no pudimos o no supimos cómo construir instancias unitarias capaces de defender las conquistas, proponer agendas más amplias que las que ofrecían los gobiernos e ir más allá de las fronteras que imponía, en cada coyuntura, la polarización política, la cerrazón de algunas variantes de las izquierdas y los autonomismos, y la racionalidad de las formas estatales. Y todo esto en un clima de sospecha generalizada: los de adentro nos miraron como exteriores y los de afuera como interiores. En esos dilemas, en los que se incubó una incomprensión generalizada, nos paramos y de ellos no pudimos salir.

 

II. Acá y hace tiempo: peronismo y revolución.

En Argentina la forma de gobierno inclusiva, el kirchnerismo, se consolidó bajo el imaginario de un setentismo que se ofreció como modelo de las militancias de los últimos años. Sin embargo, los sesentas y setentas acudieron como íconos sin una reelaboración de sus contenidos y problemas. Se requería una interrogación más sutil que tomara en cuenta el pensamiento más agudo de aquellos años y sus dilemas irresueltos (cómo pensar la emancipación, el  peronismo y la izquierda, el desarrollismo, la lógica sindical, la violencia política, la relación entre teoría y práctica, etc.). Ni la política con su tendencia a la mistificación, ni la academia con sus ademanes burocráticos que postulaban el juicio abstracto o la corrección política como ideal extemporáneo para el análisis del pasado, podían recuperar de esos años algunos estilos de pensamiento que se pusieron en juego en torno al peronismo y a la revolución.

Entre las discusiones poco frecuentadas hay una especialmente interesante entre John William Cooke y León Rozitchner. Una controversia situada sobre el peronismo que tenía como fondo un problema común: cómo desplegar una subjetividad revolucionaria en medio de un modelo humano, el que promovía el peronismo, de carácter conservador que sedimentaba la subjetividad obrera.

Si para Cooke el peronismo era el núcleo problemático argentino (el hecho maldito), debía esa condición a ser el epicentro de la lucha de clases: negaba aquello que afirmaba, en el mismo acto, dejando en suspenso la irresoluble contradicción obrera. La burocracia era concebida como el punto en el que todas las luchas se cristalizaban en los valores del modelo burgués produciendo una forma de obediencia que impedía ir más allá de la verticalidad del régimen para romper la serie individual en la que cada uno se realiza como engranaje del sistema. El burócrata, cultor de un realismo político que condenaba como fantasiosa cualquier propuesta que desafiara al régimen y de un estilo de vida en el que los dirigentes obreros se transfiguraban como burgueses, era el operador central de la subordinación. Y no era un problema de intercambio de figuras, una por otra, sino de una lógica estructural. Decía Cooke que “la diferencia entre un burócrata y otro que aspira a sucederlo es de situación y no de calidad”.

El peronismo no era, en esta perspectiva, una “falsa consciencia” o “consciencia atribuida” como razonaba un Lukács, sino la consciencia realmente existente de la experiencia obrera, con su radicalidad y su irresolución a cuestas, a la que había que estimular para vencer la inercia que los dogmas del peronismo imponía. En definitiva, tal vez sobre el fondo de un destello sartreano, el problema era la falsa forma colectiva (lo “práctico inerte”) que ofrecía el peronismo como modelo. La apuesta por la dinámica de la historia, en Cooke, insistía en romper la interioridad peronista para prolongar la lucha en un frentismo plebeyo capaz de superar los dispositivos con que el régimen viabilizaba la dominación. Sin embargo, algunos sinsabores de su experiencia mostraban los obstáculos que enfrentaba esta posición. Cooke, dijo alguna vez Horacio González, tenía el dilema opuesto a los trotskistas. Si estos no sabían cómo entrar al peronismo, el Bebe no sabía cómo salir de él. Otra vez: adentro o afuera.

La posición de Rozitchner difería con la de Cooke, aunque el punto de partida era semejante: el modelo de liderazgo del peronismo imponía una condición de subordinación que no podía resolverse sino se elaboraban, al mismo tiempo, los compromisos y transacciones concretas del mundo popular con el sistema. Su célebre texto “La izquierda sin sujeto” planteaba, con un lenguaje extraordinario, el problema de todas las racionalidades revolucionarias que no partieran del concreto histórico para ser elaboradas por la subjetividad (el “nido de víboras”) que se encuentra enraizada en lo más profundo del cuerpo sintiente popular. El dogmatismo, el estrategismo y el determinismo implicaban no hacerse cargo de estas dificultades, fantaseando revoluciones que no hacían sino espejar las formas de la violencia de la dominación. El modelo humano peronista, para Rozitchner al igual que para Cooke, proponía una forma de verticalidad y obediencia que producía un tipo de individualidad que confirmaba, en cada uno de nosotros, la verdad del sistema a partir de la desintegración de nuestros lazos colectivos. Pero este obstáculo, para León, en lugar de ser condición para la revolución se transformaba en destrucción de la capacidad de “suscitar las fuerzas populares”. Todo cambio revolucionario, entonces, era impensable si no era mediado por el sujeto. No habría ninguna posibilidad de tránsito del mundo burgués a la revolución llevado a cabo para los pobres y a pesar de ellos mismos. O a través de una simple sustitución de liderazgos sin cuestionar la lógica de la dominación. Solo la subjetividad revolucionaria, problema estratégicamente guevariano, era el camino para poder realizar las transformaciones que constituyeran otro modelo humano que no partiera de las lógicas abstractas y las servidumbres voluntarias.

Algo parecido también planteó David Viñas en su estremecedor “Borges y Perón”. Tres páginas sumarias en las que iguala la racionalidad de ambos oponentes: la verticalidad como elemento común. En Borges, la literatura estelar que condena a la pasividad y al servilismo. En Perón, la relación líder-masa que media uno a uno impide la constitución de un entramado de relaciones horizontal, cooperativo y recíproco de las multitudes. Ambas figuras (los “burgueses más célebres” de Argentina) promueven la adhesión santificada y concluyen un modelo literario y político que, emanado del siglo  XIX, sintetiza la mentalidad de la nación al exaltar: “el símbolo de una vieja Argentina de virtudes patriarcales tranquilizadoras y estereotipadas”.

Viñas y Rozitchner, junto a unos cuantos más, animaron en los cincuenta la revista Contorno. Se propusieron producir un espacio en el que pudieran pensarse ciertas cosas (los cruces entre política y literatura, la producción de un pensamiento propio entre el nacionalismo estrecho y el universalismo abstracto liberal, el peronismo y la clase obrera, la filosofía, la relación entre teorías universales y un punto de perspectiva situado, y la lengua de los argentinos como simulacro redundante o experimentación) entre un insoportable pacatismo disciplinario emanado del peronismo oficial y un liberalismo chirle e ilustrado, heredero de la Argentina ganadera y oligárquica. Contorno actúa como un intersticio, un espacio que se crea para poder respirar frente a ambas alternativas. Tal vez era el modo que encontraron para que la crítica al peronismo no los condujera al liberalismo dominante y su complicidad con el golpe del 55. No asumir la identidad peronista no quería decir, para los contornistas, ser antiperonista. Tampoco profesar una equidistancia objetivista frente al dilema abierto por el golpismo cívico-militar. Se trataba, en cambio, de un punto de vista que proponía la libertad crítica de pensamiento como un gesto afirmativo para no ser hablados por la lengua de la política establecida. Pero, del no peronismo al anti peronismo hay una diferencia política sustancial.

El peronismo, para la crítica política militante, fue signo de incomodidad. Aún para los que actuaban  en sus filas. Tal vez algo de esto haya sentido también Walsh, en las proximidades del Golpe del 55, cuando reflexionó sobre el carácter burocrático y vertical que estaba descomponiendo las bases mismas de un proceso cuya decadencia explicaba la fortaleza de los militares golpistas.

Todos estos razonamientos, seguramente mal leídos y a las apuradas, vienen aquí para recordarnos una cuestión fundamental: que el pensamiento político siempre es dramático. Nunca surge de la pureza de los conceptos ni de las “posiciones” ya tomadas de antemano. Siempre es un dilema en el que no elegimos estar, y casi siempre no queremos estar. Una incomodidad que pone en juego nuestra coherencia frente a situaciones que nos resultan inimaginables. O cuyos desenlaces no sabemos ver a tiempo por incapacidad, torpeza, rigidez, ombliguismo autocelebratorio o porque, satisfechos con nuestro lugar, no percibimos signo alguno en la realidad que nos alerte sobre los peligros acechantes.

 

lll. Otra vez Bolivia: la materialidad histórica de la resistencia.

Las discusiones sobre el Golpe en Bolivia enfrentaron a sectores de izquierda y movimientos sociales que apoyaban al gobierno, y que denunciaron abiertamente el golpe, y a distintas fracciones disidentes de movimientos sociales (campesinos e indígenas), sindicatos (la Central Obrera Boliviana), intelectuales y militantes de trayectorias disímiles que o bien introdujeron matices en la narrativa masista del golpe o directamente no aceptaron la caracterización que sostenía que se estaba frente a un golpe de estado. ¿Por qué algo que se nos aparecía desde aquí como tan evidente encontraba resistencias para ser considerado de ese modo, lo que hubiera permitido coordinar acciones de resistencia inmediatas? ¿A qué responden las dudas y desavenencias? ¿Por qué personas con trayectorias diferentes, que han hecho de la lucha y la lucidez una marca histórica, sostuvieron esas posturas? Los argumentos esgrimidos podríamos compendiarlos del siguiente modo: Evo habría violado el mandato popular de no presentarse a elecciones (tras ser derrotado en un referéndum convocado a tales efectos, influyó sobre el Tribunal Electoral para que lo habilite a un cuarto mandato) e instrumentalizó el golpe para victimizarse en el contexto de una crisis política que afectaba la legitimidad de su gobierno. Un proceso, caracterizaban sus detractores, de concentración de la decisión política, acumulación de recursos, cooptación y división de los movimientos sociales, extractivismo desbocado (incluso se le atribuye complicidad con los incendios de la Amazonía boliviana que buscaban extender la frontera agropecuaria), un  machismo explícito en los procedimientos de gobierno y en su discurso público, acuerdos de convivencia con la burguesía de la medialuna y una corrupción extendida en el aparato del estado. Todos estos elementos constituyen los signos que evidencian esta crisis.

Del lado del evismo, los argumentos que denunciaban el golpe también fueron contundentes: intervención norteamericana en diversos niveles, con la OEA como protagonista central a través de un informe sobre las elecciones forzado para la ocasión, en el que emplea la palabra “fraude” cuando el MAS ganó ampliamente y se discutía si llegaba al piso de diez puntos de diferencia sobre su rival para evitar la segunda vuelta, el acuartelamiento de las fuerzas policiales, la insubordinación militar (los militares son los que “sugirieron” al presidente su renuncia) y la reorganización de la parte más fascista, oligárquica y religiosa de la Bolivia blanca, neutralizada en los primeros gobiernos del MAS y que ahora se proponía retomar el control del país con la anuencia externa para también recuperar la gestión de los recursos naturales con el litio como estrella del modelo productivo boliviano.

Aquí me detengo. No se trata de atribuir razones a unos u otros, sino de tratar de entender por qué una serie de personas que siempre nos despertaron admiración, más que cualquier opinólogo del progresismo argentino, formulaban una igualación entre gobierno y golpistas o una prescindencia entre sublevados y destituidos. No es que sus posiciones públicas respecto al gobierno de Evo se desconocieran. Pero frente a una situación de esta naturaleza… se hizo muy difícil digerir su invariabilidad, sin dudar, frente a las evidencias que imponía el golpe para la acción política.  

Desde aquí, quien para mí mejor resumió la situación, con la contundencia de un análisis marxista estructural, fue el profesor Alejandro Horowicz. Para él hubo un inapelable golpe de estado que se dio, como toda asonada vencedora, en medio de una crisis política. Un golpe triunfante nos habla tanto de las fuerzas emergentes como de las declinantes. Y solo puede haber una imposición de esa magnitud si el proceso de crisis política se encuentra en pleno desarrollo.

Dicho todo esto, el gran drama boliviano nos habla mucho y de manera directa. Por un lado, lo decíamos más arriba, porque concentra los dilemas continentales. Los modos de gobernabilidad neodesarrollistas, sus métodos de control y disputa en la base, el tipo de disciplina que exigen, la explotación, la gestión de los recursos naturales y los modos de vida son una parte del asunto. Por  otro lado, porque la gestión fascista de la sociedad –con los rasgos de un oscurantismo religioso, racista, jerárquico y asesino– por parte de unas derechas que actúan desembozadamente y ya sin la careta republicana en la que se escondieron a lo largo de los años anteriores se perfila como una preocupante novedad. Si Honduras y Paraguay nos avisaron algo, pese a que aparecían como hechos aislados, el Golpe en Brasil (en la secuencia que va de la destitución a Dilma, al  encarcelamiento de Lula y el triunfo posterior de Bolsonaro) propuso un experimento de gobierno fascista, en auxilio de un neoliberalismo en crisis, que profesa el lenguaje de la Ley para violentarla una y otra vez. La democracia, de un modo distinto a la salida de las dictaduras en los ochenta, otra vez aparece como un problema central. Y no todos lo vieron. En Brasil, como ahora también en Bolivia, muchos negaron la naturaleza del golpe o relativizaron su contenido en función de las debilidades del pálido y contradictorio gobierno de Dilma. 

Estos dilemas exigen de nosotros una radicalidad del pensamiento. Radicalidad no quiere decir izquierdización retórica sino fragilidad existencial. Ser capaces de deshacer lo que somos y dejarnos atravesar por el torrente de las cosas que nos rodean. Es muy difícil poder soltar nuestras certezas, las creencias o posiciones que no nos sirven para pensar el presente y que muchas veces se transforman en una certidumbre o en un lugar en del que no queremos salir, pues nos sentimos seguros, con ciertas audiencias garantizadas, etc. ¿Cuán dispuestos estamos a reorganizarnos en una nueva situación toda vez que esté en juego lo más elemental de la vida política? La rigidez es un signo de lo que no podemos pensar. Tal vez la coherencia se trate menos de prolongar gestos y discursos elaborados en nuestras trayectorias anteriores y disponerse de otro modo cuando el peligro de una situación requiere una apertura de nuestra sensibilidad política. Recuperar trayectos, formas de politización, teorías y afectos de las luchas pasadas (podríamos hacer una genealogía de las capas de politización previas: del guevarismo al zapatismo, del antiimperialismo a las guerrillas y las coordinadoras obreras, de las luchas de los organismos de derechos humanos a los piqueteros y los feminismos contemporáneos) para ponerlos en la tensión de un nuevo escenario que precisa una nueva imaginación para la resistencia efectiva al neogolpismo que pretende restablecer violentamente las jerarquías más crueles y salvajes. La materialidad histórica de nuestras luchas pasadas se vuelve a poner en juego como desafío. Y este es el drama del pensar: la pregunta por la eficacia política cuando la experiencia entró en un bloqueo (algo que, finalmente, se transforma en un problema común). Una línea política que sea indiferente a lo que sucede (un estatismo que no pueda ver sus puntos ciegos y una militancia que no se ponga en juego en una coyuntura determinada) es incapaz de revertir la situación. En este sentido, no hay posibilidades de relativizar el Golpe y esto exige de las más enérgicas fuerzas de lucha. Las hendiduras que han dejado los años precedentes son hondas y difíciles. Agresiones y ninguneos son parte del asunto. Pero pelear contra las caricaturas del otro, o encerrarse en los microclimas autocomplacientes no ayuda. Porque la política, al tener que ir más allá de lo que sabe, necesita fundar estilos de pensamiento y acción capaces de abordar la complejidad de niveles y problemas. Estilos que resistan las tentaciones del atajo y la fuga a la abstracción retórica. Porque, en definitiva, no pensamos sobre temas, sino sobre nosotros mismos y la realidad en la que estamos insertos. Si Bolivia nos habla es porque no podemos eludir su llamado. Porque, desde aquí es más fácil la condena exprés del golpe que pensar todos sus matices y nuestros propios desafíos. Y porque la autonomía política, el hecho de pensar y decidir con cabeza propia, nunca fue un posicionamiento ideológico predeterminado o una corriente identitaria, sino un gesto afirmativo que debe medirse con las condiciones concretas en las que se inscribe la búsqueda de la libertad.

Resistir el Golpe es una responsabilidad histórica y es una tarea democrática de primer orden (no hacerlo es, sencillamente, condescendencia). No para reponer la democracia como un conjunto de procedimientos liberales ni para reponer gobiernos que no escuchen las sensibilidades críticas ni rectifiquen sus rumbos. Sino para abrirla desde abajo, como sucede en Ecuador, en Chile, en Colombia y, de una u otra manera en casi todos los países del cono sur, para combatir el gobierno neoliberal de nuestras vidas y la devastación de nuestros territorios. Si no lo hacemos, los movimientos populares, las izquierdas, los autonomismos y los feminismos quedaremos en una debilidad estructural frente al neofascismo neoliberal, autoritario, racista y patriarcal que pretende clausurar todas las posibilidades de experimentar otras formas de vivir.

RÍO DESBORDADX: CRÓNICA DEL LEVANTAMIENTO EN MENDOZA // Florencia Breccia

¿Cómo escribir en el viaje? dice Albertina Carri y esa pregunta me hace eco, ¿cómo escribir en y de este viaje fuera del tiempo que es vivir estos días en Mendoza? ¿Cómo hacer escritura de esa vivencia del cuerpo, de ese paisaje que está siendo y es con otrxs?

En estos últimos cuatro años de macrismo muchas veces he balbuceado en mi cabeza “después de ésto es imposible volver a la normalidad”, pensaba-deseaba: “ahora nos quedamos a vivir en la calle”, sin embargo, la noche me encontraba guardada en casa o en la rosca cervecera con un par de amigas que no podíamos parar, aunque todo parara o mejor dicho siguiera, siguiera el curso de esa normalidad espantosa y arrasadora.

Pero los levantamientos populares son impredecibles dicen, y cuando empezó a correr la info sobre la intención de modificar la 7722 me fui a la plaza, y al llegar me agarró una depresión tremenda, estar ahí, armar unos carteles con lxs mismxs de siempre, imágenes-palabras nostálgicas y voluntaristas que después de tanta marcha y marchita solo me ponen triste y cansada. Al otro día no me pude levantar, pero en pocas horas el paisaje fue otro.

Después de que senadores y diputados sancionaran de urgencia la modificación de la 7722 con la legislatura y la plaza entera vallada, con un puñado de gente arrinconada en una escenografía cívica que nos dejaba a un costado de la visión, en un margen descentralizado que empieza a volverse fuerza- germen de movimiento. Desde ese margen y otros más, de los que venían “del interior del interior”, de las asambleas que vienen hace años, de lo organizado y lo espontáneo, así, desde el costado, desde esa posición lateral, dislocada y provinciana, y sin saber muy bien cómo empezamos a caminar y a juntarnos.

Procesiones paganas llegan de los pueblos, en autos, a pie, en bici y a caballo. Son muchísimxs, suenan mensajes todo el día, buscamos agua, y vamos a encontrarlxs en la ruta, los accesos están colapsados de gente que se mira y sabe que esto es histórico. Es domingo, somxs miles tomadxs por ese desborde de lo dado, lo imposible empieza a ser real y lo imaginado se ensancha.

El lunes a primera hora multitudes esperan a lxs caminantes en el nudo vial, somos treinta mil dicen y el número estremece a más de unx. El gobernador se ausenta, como buen machito nos clava el visto. Asambleas a medio camino intentan organizar cómo seguir, no hay sonido que alcance, hay cansancio, hay disputas, hay mucho llamado al pacifismo por micrófono, hay minorías no tan minorías que no aceptan el discurso de la paz, pequeñas asambleas organizan tirar las vallas, se avanza y se retrocede. No hay consenso, hay mucha gente y mucha cana.

En Mendoza el agua es un tema sensible, un aprendizaje cultural que te lo enchufan desde chicx en la escuela, pero sobre todo es una experiencia que vivís en el cuerpo, en la piel. Basta alejarse un poco de los barrios más céntricos para que en verano te quedes sin de agua, basta andar por los departamentos para ver las invenciones para su cuidado o la tristeza que produce su falta. Alcanza con mirar la distribución urbana, las casas crecen detrás de las acequias, esos ríos artificiales que hacen del desierto un oasis. Los discursos oficiales en la Vendimia nos cuentan de los tráficos del saber del pueblo huarpe a los colonos y de ahí a lxs inmigrantes. Mil veces escuchamos esa historia. Mil veces rogamos profanxs al cielo que llueva y que crezcan los ríos y que el agua se lleve la tierra que no nos deja respirar.

En esta provincia, tierra del código contravencional, el tema del agua es transversal, por eso entre quienes marchamos no hay otro consenso que esa defensa, se cruzan conservadores con feministas, peronistas con macristas, dos vidas con pañuelos verdes. En América Latina el problema de los extractivismos también es transversal, nos ubican como países dependientes y coloniales y marcan un límite a los gobiernos nacionales tanto de derecha (que nos entregan sin vacilaciones) como “progresistas”.

En las redes, desde Buenos Aires, nos acusan de boicotear a Alberto, los diarios más progres se preocupan por deslindar al PJ de esta decisión. Reducen una de las violencias más grandes del capitalismo a un bipartidismo que poco puede con esto. En la calle se escucha de todo, arengas anti-políticas, totalitarismos de la pacificación y lo blanco, pero también se revuelven las aguas, se ponen turbias, marrones como el río Mendoza, se desatan las furias, se abren posibilidades de articular la defensa del agua a los feminismos y por ahí resuena la advertencia de que es el macho saqueador, violador y extractivista el que quiere desposeernos de todo y entregarnos al sacrificio. Es la defensa por la vida, por lo no humano, por nuestrxs cuerpos y nuestros deseos lo que nos impulsa a movernos.

Y en esos tejeríos andamos cuando se desata la represión, furiosa, brutal, como nunca antes en Mendoza. Pero en estos años de agite feminista nos hemos estado preparando, y eso está con nosotrxs, mucho bicarbonato, limón y leche. Por eso mi resgistro ante la violencia es el de que algo vamos sabiendo. No somos lxs mismxs. Supimos correr muchas cuadras, no comernos todos los gases, tirar alguna piedra, estar atentxs a nuestrxs amigxs y a quien corría al lado, pudimos llevar a lxs compañerxs ciegxs por los lacrimógenos. Una cacería violenta y aleccionadora para volver a la casita tiene como contracara la puesta en acto de una serie de cuidados de los que nos hemos ido haciendo. Cuidados que no son suficientes y que no nos dejan a salvo de nada, pero nos permiten no obedecer la orden de disciplinamiento. Nos permite volver a la calle, a una marcha que siguió creciendo al borde de la noche.

La ocupación del espacio público se renueva al día siguiente, después de que el gobernador nos quiere engañar mediante comunicados televisivos que ya nadie cree, los diarios oficiales se llenan de mensajes anónimos que en cualquier espacio piden por la derogación de la 9209. Por eso, esto no es solo una defensa al agua como nos enseñaron en cada renglón escolar, es una revuelta en la que se traza una línea peluda en la que, mientras defendemos el agua, nos oponemos a los proyectos extractivitas y patriarcales, aprendemos popularmente como es eso legislar, desobedecemos los llamados al orden y derogamos en acto el código contravencional.

Estos días en Mendoza la calle explotó y fue una fiesta. El agua se hizo río, todo se puso lindo, turbulento, marrón y plebeyo. Hoy el gobernador, senadores y diputados dieron marcha atrás y recuperamos la ley guardiana del agua. Nos queda en el cuerpo el cansancio, la alegría y el erotismo de sentirnos parte de este cauce desbordado. Nos quedan también la inquietud de nuevas alianzas entre cuerpos, territorios y palabras que inunden los binarismos reduccionistas y nos ayuden a vivir el tiempo que nos toca con la ferocidad, la calma y la hondura del río.

Defendernos de Paul B. Preciado: Esa causa no es la nuestra // Declaración colectiva

 

Durante la última semana ha circulado por diferentes redes sociales el vídeo y un texto traducido al español de la intervención de Paul B. Preciado en las jornadas de École de la Cause Freudienne, titulada «Mujeres en Psicoanálisis» (17 de Noviembre 2019).

En el centro neurálgico en el que se proyectan las políticas internacionales del movimiento institucional por La Causa Freudiana (París), Preciado explicitó una perspectiva crítica sobre «El Psicoanálisis”, la cual encuentra su desarrollo en las últimas décadas a partir de los estudios queers y foucaultianos, entre otras investigaciones llevadas a cabo tanto por intelectuales vinculadxs a los feminismos y movimientos LGBTIQ+, como así también por los propios colectivos activistas y organizaciones militantes.

El hecho de que Preciado haya puesto de manifiesto el carácter patriarcal, heterocisnormativo y colonial de “El Psicoanálisis” (nosotrxs agregamos: clasista, capitalista, etc.), no tardó en encontrar una respuesta sectaria en algunos sectores del “campo psi argentino”. Ante ese generalizado rechazo corporativista, consideramos indispensable establecer nuestra posición política al respecto. Pues nos resulta indispensable alojar los señalamientos críticos de Preciado, en la medida que los mismos resultan una contribución fundamental para la necesaria tarea de dinamizar actualmente múltiples procesos de “mutación epistemológica” en psicoanálisis.

Preciado termina su intervención diciendo que “la tarea que nos resta por hacer es comenzar un proceso de des-patriarcalización, des-heterosexualización y de-colonización del psicoanálisis”. Esa tarea colectiva, por más terrible y mutante que parezca, concluye Preciado, es necesaria para construir algo que merezca hoy llamarse psicoanálisis.

Las críticas delimitadas por Preciado podrían tematizarse del siguiente modo:

– “El Psicoanálisis” no estaría exento de las dinámicas dominantes de las lógicas de producción, distribución y consumo del saber en la sociedad occidental, haciendo sistema con el discurso médico y jurídico en la reproducción de las relaciones de poder propias del patriarcado colonial específico del capitalismo.

– La mujer de “El Psicoanálisis” es la mujer del hombre. En nuestro país Ana María Fernández ha indicado tal sesgo como el «a priori de lo Mismo”. Volviendo a Preciado, en este caso lo Mismo es un tipo peculiar de subjetivación en “El Psicoanálisis” que tiende a reproducir los privilegios de una posición de enunciación referenciada, a grandes rasgos, con el hombre blanco, burgués, heterosexual, cis-sexista, europeo, propietario, etc.

– El carácter universalista del sujeto en “El Psicoanálisis” oficia mediante efectos performativos de carácter normalizante.

– El universalismo de “El Psicoanálisis” soslaya su especificidad colonial y patriarcal.

– “El Psicoanálisis” tributa a un universalismo abstracto naturalizado inseparable de la postulación a-histórica de un orden simbólico que tiende a fijar las posibilidades de la sexuación y las prácticas de placer al binarismo heterocentrado, produciendo una patologización de la diversidad.

– “El Psicoanálisis” deniega sus condiciones materiales de emergencia histórica, lo que conlleva a naturalizar o estructuralizar sus propias construcciones teóricas y configuraciones prácticas a nivel del dispositivo y la técnica. Por ello, no se asume como parte de una “epistemología de la diferencia sexual” sino como quien ingenuamente ha dado con el “descubrimiento” de tal verdad. De allí la renegación respecto a los efectos disciplinantes que “El Psicoanálisis” produce en los cuerpos y sus prácticas.

[Paréntesis y aclaración necesaria: cuando empleamos la expresión «El Psicoanálisis” (en mayúsculas y en un singular universalista), hacemos referencia al dispositivo político-institucional hegemónico y dominante. El cual tiende a operar mediante los siguientes mecanismos: a) sancionar desde los centros de poder supuestas desviaciones del dogma («eso no es psicoanálisis»); b) decretar, según la ocasión, una batería de políticas represivas de terror institucional para lxs practicantes que se dispongan a cuestionar los lineamientos de acción que impone la conducción parisina de “El Movimiento”; c) ante una intervención que se dispuso a poner en cuestión los fundamentos binarios, coloniales y patriarcales del corpus teórico dominante, dinamizó toda una fuerza en pos de la defensa corporativa de “El Psicoanálisis”, dispuesta a salir al cruce de cualquier intento de crítica a la doctrina]

En este texto cuestionamos que el rechazo “en bloque” sobre la intervención de Preciado se lo haga de forma unilateral en nombre de “El Psicoanálisis”, es decir arrogándose la “voz” de todxs lxs psicoanalistas y prácticas filiadas en la “tradición freudiana”. “El Psicoanálisis”, justamente, se caracteriza por presentar su interés y posición de enunciación particular como intereses y posiciones de todxs lxs trabajadorxs del campo psicoanalítico en general. Esto es un efecto contundente de ciertos mecanismos que buscan cercenar todo tipo de ejercicio de debate de ideas en psicoanálisis.

En ese marco, no podemos sino pronunciarnos para visibilizar que en el campo de los psicoanálisis (en minúsculas y en plural) hay grietas, disputas y resistencias.

Actualmente, restituyendo y reactualizando una amplia tradición del psicoanálisis en la Argentina, existen practicantes que nos encontramos involucradxs en el intento de construir (con el aporte de otras perspectivas y disciplinas) diversas elaboraciones teóricas, técnicas y políticas en psicoanálisis; lo cual se hace atendiendo al cruce de vectores que se implican en la producción histórica del sufrimiento psíquico, los cuales aluden a la clase, la colonialidad, el género, la etnia, la hetero-norma, el binarismo, el cis-sexismo, etc.

Nosotrxs sí nos sentimos interpeladxs por el desafío que plantea la intervención de Preciado.

Y ya hemos tomado una posición política al respecto.

La defensa a-crítica de El Psicoanálisis hegemónico y dominante, no es nuestra Causa.

Todo psicoanálisis es político.

 

Adhieren:

Paco Anguiano (México)

Ariel Antar Lerner

Thamy Ayouch (Francia)

Eliana Bagan

Fernando Barrios

Rosa Bisaccio

Laura Boggon

Bruno Bonoris

Raquel Bozzolo

Andrea Bravo

Carolina Bustamante

Alejandro Campos

Josefina Cantero

Sebastián Cañete

Verónica Cardozo

Victoria Caselles

Federico Castagnaro

Germán Cazzola

Nicolás Cerruti

Josefina Chiocconi

Mercedes Cicalese

Rodrigo Civeta

Maximiliano Cosentino

Silvia Cukierblat

Daniela Danelinck

Cintia Dafond

Cristina De Vita

Gustavo Del Cioppo

Lidia Distenfeld (Mexico)

Estela Eisenberg

Marcelo Esses

Emiliano Exposto

Pablo Farneda

Lila Feldman

Samantha Fernández

Celeste Ferrari

Ignacio Ferreyra Vaucher (Uruguay)

Gabriela Franzutti

Walter Garcia

Micaela Garibaldi

Florencia Gattari

Diego Gervasini (Uruguay)

Guadalupe Gentiles

Patricia Gherovici (EEUU)

Diego Hernán González

Beatriz Cristina Granda

Florencia Grandinetti

Sofía Guggiari

Hander Andrés Henao

Javier Iaria

Gabriela Insua

Miguel Jaschack (México)

Diego Kanzepolsky

Patricia Kapezyk

Maria Paula Larotonda

Pablo Lione

Francisco Llaneza

Maria Cecilia Lopez

Germán Loza

Fernanda Magallanes (México)

María Magdalena

Miriam Maidana

Alejandra Martínez Viademonte

Martín Mezza

Melisa Lucía Michalik

Mauro Milanaccio (Italia)

Hernán Molina

Cecilia Montenegro

Natalia Neo Poblet

Mariana Nogueira

David Pavón-Cuéllar (México)

Anabel Pavone

Patricia Peluffo

Ana Mercedes Perullini

Olga Pilnik

María Alejandra Porras

Juan Pablo Pulleiro

Alicia Rachid

Jésica Ramírez Punset

Jorge Reitter

Mirna Restuccia

Alejandra Rifé

Liliana Riga

Daniel Ripesi

Juan Manuel Rivas

Iñaki Rodríguez

Gabriel Rodriguez Varela

Lina Rovira

Florencia Russo

Marcela Salías

Espartaco Salerno

Juan José Scorzelli

María Paz Segui

Eduardo Smalinsky

Robson de Souza Rosa (Brasil)

Laura Soruco Soloaga

Pablo Tajman

Paola Torres

Benjamín Uzorskis

Nicolás Vallejo

Martínez Viademonte

Hernán Vidales

Elizabeth Vita

Juliana Vitale

Analia Wald

Adriana Zanón

 

Des­de allá arri­ba sí (mi­cro­en­sa­yo so­bre la de­sigual­dad) // Agustín Jerónimo Valle

 

Nues­tra obra ma­yor

La ma­yor obra de la hu­ma­ni­dad sue­le pa­sar desa­per­ci­bi­da en cuan­to tal, en cuan­to obra fru­to de la po­ten­cia de la crea­ción hu­ma­na. No me re­fie­ro a nin­gu­na de las con­si­de­ra­das ma­ra­vi­llas, ni a ca­te­dra­les, ni sin­fo­nías, ni acue­duc­tos, ni es­ta­cio­nes es­pa­cia­les, ni va­cu­nas, ni idio­mas… No: la ma­yor obra, el ar­ti­fi­cio de ma­yor mag­ni­tud de la es­pe­cie hu­ma­na, es la de­sigual­dad. El abis­mo de la de­sigual­dad; la dis­tan­cia tan ra­di­cal en­tre los mega ri­cos y los que poco po­seen apar­te de su cuer­po.

Pasa desa­per­ci­bi­da la de­sigual­dad como obra por cuán­to se ha na­tu­ra­li­za­do. Ge­ne­ra­ción tras ge­ne­ra­ción, las mu­je­res y los hom­bres lle­gan al mun­do y en­cuen­tran con que es así; con la de­sigual­dad como pun­to de par­ti­da, como si fue­se pre­mi­sa y no efec­to de re­la­cio­nes so­cia­les. En­cuen­tran, por ejem­plo, una de­sigual­dad, la más tras­to­ca­da de nues­tra era, so­bre el fon­do cro­ni­fi­ca­do de la ra­di­cal di­fe­ren­cia en­tre cla­ses so­cia­les; que es una di­fe­ren­cia pos­tu­la­da, casi como de es­pe­cies, como si fué­ra­mos bi­chos de otra ca­te­go­ría. Al­gu­nos has­ta es­tán acos­tum­bra­dos a te­ner cuer­pos de otros a su dis­po­si­ción para re­sol­ver sus ne­ce­si­da­des o ca­pri­chos.

En to­dos los ru­bros hu­ma­nos (co­mi­das, re­la­cio­nes con el tiem­po, re­cur­sos mé­di­cos, et­cé­te­ra), la fe­no­me­no­lo­gía de la de­sigual­dad, o me­jor, su et­no­lo­gía, es har­to frui­da –frui­dí­si­ma–. El abis­mo de cla­se –en­tre cuer­pos na­ci­dos na­tu­ral­men­te se­me­jan­tes– es una seg­men­ta­ción an­tro­po­ló­gi­ca, que cons­ti­tu­ye la más año­sa y so­fis­ti­ca­da ela­bo­ra­ción de nues­tra es­pe­cie. Na­tu­ra­li­za­da, es como un fres­co tan per­fec­to que se con­fun­de con la reali­dad mis­ma; la de­sigual­dad se pre­sen­ta como puro rea­lis­mo: así so­mos. Rea­lis­mo tau­to­ló­gi­co y au­to­evi­den­te de la de­sigual­dad: es así, hay ri­cos y hay po­bres, hay fuer­tes y hay dé­bi­les, hay vi­das que va­len más que otras, hay siem­pre al­gu­nos que lim­pian siem­pre la caca de otros; al­gu­nos bi­chos acos­tum­bra­dos a man­dar, al­gu­nos a obe­de­cer. Des­de siem­pre; so­mos así.

Pero los de aba­jo tie­nen que en­ten­der las ór­de­nes de los de arri­ba, tie­nen que en­ten­der las di­rec­tri­ces que or­de­nan su ser­vi­cio, y, si en­tien­den, es por­que com­par­ten la ap­ti­tud lin­güís­ti­ca, y si com­par­ten len­gua­je es por­que en­ton­ces no son tan de­sigua­les por na­tu­ra­le­za, sino por po­si­ción en una dis­tri­bu­ción so­cial de lo que cada cual pue­de, y lo que no pue­de. Eso son los de­re­chos: lo que cada su­je­to de la so­cie­dad pue­de, y lo que no (al­gu­nos pue­den ma­tar sin ir pre­sos, otros pue­den y ne­ce­si­tan en­con­trar va­lor en la ba­su­ra de otros, al­gu­nos usan per­fu­mes que va­len diez suel­dos mí­ni­mos…).

La dis­tri­bu­ción tan ra­di­cal­men­te de­sigual de lo que cada cual pue­de, pasa por na­tu­ral en su cro­ni­fi­ca­ción, pero se sos­tie­ne gra­cias a múl­ti­ples dis­po­si­ti­vos y téc­ni­cas que la re­pro­du­cen ac­tua­li­zán­do­se des­de hace mi­le­nios; téc­ni­cas que con­fie­san, en sus mo­men­tos más vio­len­tos, el es­fuer­zo ne­ce­sa­rio para sos­te­ner un abis­mo tan drás­ti­co en este día, y cada día.

La vio­len­cia ne­ce­sa­ria para sos­te­ner la con­cen­tra­ción pri­va­da de la ri­que­za equi­va­le a cuán­to la li­qui­dez –la ri­que­za– tien­de, por su na­tu­ra­le­za, a re­par­tir­se.

***

El pro­ble­ma es la ri­que­za (una for­ma de man­dar)

Pero la fi­gu­ra del “abis­mo” de cla­se, en reali­dad, es par­te de su mis­ti­fi­ca­ción; lo esen­cial del pre­sun­to abis­mo es en ri­gor, su ar­ti­cu­la­ción: la in­se­pa­ra­bi­li­dad en­tre ri­que­za con­cen­tra­da y po­bre­za co­mún.

Sue­le de­cir­se que la po­bre­za es el pro­ble­ma más ur­gen­te, el ma­yor fla­ge­lo y el ma­yor desa­fío que en­fren­ta­mos como so­cie­dad. Pero no. Es más: el dis­cur­so de la po­bre­za, o para ser más pre­ci­so, sos­te­ner en el cen­tro de la mi­ra­da y de la sen­si­bi­li­za­ción a la po­bre­za, es par­te del or­den de la de­sigual­dad. Por­que el dis­cur­so de la po­bre­za, des­de el po­bris­mo ca­tó­li­co has­ta el chis­te cam­bie­mis­ta de “po­bre­za cero”, sir­ve para co­rrer la mi­ra­da del ver­da­de­ro pro­ble­ma, que no es la po­bre­za: el pro­ble­ma es la ri­que­za. La po­bre­za es un sub tér­mino de la ri­que­za; de la ri­que­za en su ré­gi­men de pro­pie­dad hi­per con­cen­tra­cio­nis­ta y pri­va­tis­ta.

¿Cómo es que exis­ten los ri­cos, los mega ri­cos? (Re­cuer­do por ejem­plo que el año pa­sa­do cuan­do el go­bierno in­ten­tó apli­car un im­pues­to adi­cio­nal en las fac­tu­ras de gas para com­pen­sar a las em­pre­sas de Ener­gía por su “pér­di­da” de in­gre­so en dó­la­res como efec­to de la de­va­lua­ción, cosa que fi­nal­men­te no pu­die­ron ha­cer de­bi­do la opi­nión pú­bli­ca pero que sí pa­ga­ron con pla­ta de las ar­cas del Es­ta­do; pues en aquel mo­men­to Ale­jan­dro Bulghe­ro­ni, capo de Pan Ame­ri­can Energy, te­nía un pa­tri­mo­nio cal­cu­la­do por la re­vis­ta For­bes equi­va­len­te a diez mi­llo­nes de sa­la­rios mí­ni­mos). En­ton­ces ¿cómo se cons­tru­ye eso, cómo es po­si­ble que exis­tan los mul­ti­mi­llo­na­rios, las ver­da­de­ras eli­tes? Si to­das las ri­que­zas, to­das las co­sas que tie­nen va­lor, to­das las co­sas que exis­ten; exis­ten y va­len por­que fue­ron he­chas por al­guien, por las ma­nos y la in­te­li­gen­cia que todo lo ha­cen.  

¿Y qué es el pro­pie­ta­ria­do –los due­ños– sino un con­jun­to po­bla­cio­nal que po­see mu­cho más que lo crea­do por su sólo cuer­po? Pero ¿de qué son ri­cos los ri­cos? Son ri­cos de cuer­pos aje­nos, ri­cos en cuer­pos de otros a dis­po­si­ción. Hace al­gu­nos años, Fran­co Ma­cri dijo que­rer, como cual­quier em­pre­sa­rio, “te­ner cada vez más em­plea­dos”. No es solo una ra­zón eco­nó­mi­ca. En cada em­plea­do, en cada ser­vi­cio con­tra­ta­do, hay una oca­sión más de man­dar. Di­cho de otra ma­ne­ra, la ri­que­za es efec­ti­va­men­te un dis­po­si­ti­vo que tra­mi­ta la re­la­ción de man­do.

Hace al­gu­nas se­ma­nas, Ra­fael Co­rrea en­tre­vis­tó a Evo Mo­ra­les en un pro­gra­ma te­le­vi­si­vo. Allí el ex man­da­ta­rio de Ecua­dor in­sis­tió en que du­ran­te su go­bierno, el em­pre­sa­ria­do au­men­tó sus ga­nan­cias, au­men­tó su ren­ta­bi­li­dad, pero que igual lo ata­có y ata­có por to­dos los me­dios es­pe­ran­do siem­pre el mo­men­to pro­pi­cio para de­rro­car­lo y ve­dar­le, de ser po­si­ble, la chan­ce de vol­ver a con­du­cir al país. “Pre­fie­ren ga­nar me­nos di­ne­ro a re­sig­nar su po­si­ción de po­der”: por­que en el or­den de la de­sigual­dad, lo que más im­por­ta es que hay cuer­pos que son su­pe­rio­res; es una su­pre­ma­cía que ata­ñe al sub­sue­lo del ser… Su­pre­ma­cía de quie­nes, bueno, les tocó ser más.

Esa su­pre­ma­cía im­por­ta mu­cho más que la ri­que­za como gui­ta en sí. Es más, la de­sigual­dad mo­ne­ta­ria ne­ce­si­ta apo­yar­se en una es­truc­tu­ra sim­bó­li­ca de la de­sigual­dad; en la su­pre­ma­cía on­to­ló­gi­ca de los Me­jo­res. (De ahí la ten­den­cia de la de­sigual­dad al ra­cis­mo, a todo lo que afir­me su­pre­ma­cía de unos so­bre otros; y el ra­cis­mo per­mi­te a al­guien que su­fre subor­di­na­ción eco­nó­mi­ca, el goce de “man­dar” ra­cial­men­te).

Por eso los pri­vi­le­gios son sim­ples po­si­ti­vi­da­des, no son co­sas que al­guien pue­de, sino emi­nen­te­men­te dis­tin­cio­nes je­rár­qui­cas: co­sas que otros no pue­den. Todo pri­vi­le­gio tie­ne su esen­cia en afir­mar im­po­ten­cias aje­na.

Di­cho de otro modo, lo que lla­ma­mos la eco­no­mía es bá­si­ca­men­te un or­ga­ni­za­dor po­lí­ti­co, de re­la­cio­nes de po­der, de man­do y subor­di­na­ción.

En la po­pu­la­rí­si­ma pe­lí­cu­la Jo­ker se ve a un me­ga­mi­llo­na­rio que se pos­tu­la para al­cal­de; “soy el úni­co que pue­de ayu­dar­los”, dice el papá de Bat­man. La idea im­plí­ci­ta es que el rico no se en­ri­que­ce con co­sas de este mun­do pro­du­ci­das por tra­ba­ja­do­res, sino que “es” rico, como con­di­ción na­tu­ral, y baja de su lu­mi­no­so ul­tra­mun­do, por ge­ne­ro­sa fi­lan­tro­pía, para ayu­dar a los co­mu­nes con el ba­rro de su vida. Muy pa­re­ci­do al man­da­ta­rio ar­gen­tino sa­lien­te. Quien di­cho sea de paso, re­pe­ti­da­men­te ha­bló como emi­sa­rio de lo que lla­ma “el mun­do”, o in­clu­so “el mun­do eco­nó­mi­co”. Una reali­dad in­tan­gi­ble, se­pa­ra­da del co­mún de los mor­ta­les, aun­que, eso sí, po­de­ro­sí­si­ma.

Sus ojos azu­les pro­me­ten ve­nir de zona ce­les­tial…

Los Ri­cos y Me­jo­res son par­te de una mol­du­ra teo­ló­gi­ca, don­de al­gu­nos son su­pe­rio­res y los de­más, co­mu­nes; don­de los su­pe­rio­res tie­nen más de­re­cho como si hu­bie­ran lle­ga­do al mun­do pri­me­ro. Como si fue­ran los lo­ca­les, y el res­to vi­si­tan­tes. Se­gún la Bi­blia, se­ña­la el fi­ló­so­fo ita­liano Gior­gio Agam­ben, lo pri­me­ro fue el ver­bo, fue la pa­la­bra de aquel que está an­tes del mun­do –el su­pe­rior su­pre­mo– y lo pri­me­ro fue una pa­la­bra de man­do: há­ga­se la luz, há­ga­se esto, há­ga­se lo otro. El re­la­to he­ge­mó­ni­co de la hu­ma­ni­dad oc­ci­den­tal con­ci­bió que lo pri­me­ro, la base, es una pa­la­bra de man­do.

*** 

Ido­la­tría y de­sigual­dad

La re­la­ción exis­ten­cial que te­ne­mos con los dis­po­si­ti­vos que re­pro­du­cen la de­sigual­dad in­clu­ye, tam­bién, gran­des do­sis de goce, in­clu­so en las po­si­cio­nes de in­fe­rio­ri­dad. No pue­do, yo no sé… ne­ce­si­to. Ten­go algo que me due­le, y ne­ce­si­to al­guien que sepa. Re­sul­ta so­se­ga­dor enal­te­cer a al­gu­nos como di­fe­ren­tes y su­pe­rio­res. Es la ido­la­tría lo que está en la base sub­je­ti­va de la de­sigual­dad. ¡Ah el cuer­po sa­gra­do del ído­lo! ¡Qué pri­vi­le­gio con­tac­tar­los, al me­nos un rato, re­ci­bir to­ques de la luz que ma­nan, go­ti­tas de sal­va­ción…! ¡Se­res su­bli­mes, ca­pa­ces de crear, gra­cias por tan­to, per­dón por tan poco!

De­ten­tan en la in­di­vi­dua­li­dad de su cuer­po la ge­nia­li­dad crea­do­ra, sus­tra­yén­do­la del com­ple­jo en­tra­ma­do de po­ten­cia co­mún de nues­tra es­pe­cie. Pero nos ayu­dan a orien­tar­nos… Con­sa­grar cuer­pos de aquel lado de la sal­va­ción, pone una es­tre­lla fija para el mapa de nues­tra pre­ca­ria orien­ta­ción: es­tre­lla fija que orien­ta, que pre­su­po­ne que hay un sen­ti­do, una di­rec­ción a al­gún lado, adon­de pro­yec­tar el de­seo con la tran­qui­li­dad de que está bien, de que es para allá.

Pero la ido­la­tría va acu­mu­lan­do, su­brep­ti­cia­men­te, un ve­neno, por go­teo; un ca­lla­do re­sen­ti­mien­to que se tor­na ven­gan­za sú­bi­ta­men­te, cuan­do al­gún cuer­po ido­la­tra­do se apar­ta de la sen­da pro­yec­ta­da por su ido­la­tri­za­ción, trai­cio­nan­do la fe de las ove­jas. Y se sabe que las ove­jas se dan al efec­to do­mi­nó, y que como dice Pa­tri­cio Rey son ca­pa­ces, po­bres, de he­rir­te con su do­lor…

Por eso la ho­gue­ra in­me­dia­ta para el ído­lo que pi­fió, que te aban­do­nó, que pro­nun­ció pa­la­bras blas­fe­mas. Fue lo que le acon­te­ció a la pen­sa­do­ra Rita Se­ga­to se­ma­nas atrás, cuan­do el por­tal In­fo­bae pu­bli­có una nota re­cor­tan­do la trans­crip­ción que el pe­rió­di­co Mu ha­bía he­cho de una in­ter­ven­ción de la an­tro­pó­lo­ga en un pro­gra­ma ra­dial bo­li­viano. Ella cri­ti­ca­ba a Evo Mo­ra­les y fue fus­ti­ga­da de ma­ne­ra a la vez vio­len­tí­si­ma y fú­til, es de­cir, cri­ti­ca­da de ma­ne­ra fu­ri­bun­da en re­des so­cia­les. Pos­tu­le­mos que ella se equi­vo­có, que fue inopor­tu­na. ¿Bas­ta eso para ta­char­la y eli­mi­nar­la del arco de re­fe­ren­cias in­te­lec­tua­les va­lio­sas? ¿No po­día de­cir­se que se equi­vo­có y mu­chas de sus ideas si­guen sien­do gran­des apor­tes al en­ten­di­mien­to? “Chau Rita Se­ga­to”, era la mí­ni­ma de las con­de­nas. Es que cla­ro: no, no pue­de equi­vo­car­se. No le es per­mi­ti­do. Por­que era ído­la. Para man­dar a la ho­gue­ra a Rita Se­ga­to, pri­me­ro hubo que ido­la­trar­la como lu­mi­na­ria in­fa­li­ble: la ven­gan­za im­pia­do­sa del de­frau­da­do es con­tra­ca­ra de la su­mi­sión ido­lá­tri­ca, par­te del ré­gi­men re­pro­duc­tor de la de­sigual­dad.

Su­se­de que, para ido­la­trar, re­nun­cia­mos a nues­tra so­be­ra­nía sen­si­ble, a ser no­so­tros los ve­ri­fi­ca­do­res en úl­ti­ma ins­tan­cia del sen­ti­do y del va­lor de las co­sas. Y quien trai­cio­na esa en­tre­ga no pue­de ser per­do­na­do: anate­ma, roja cruz de anu­la­ción, no ver­te más.

Al ído­lo se lo em­bal­sa­ma para eter­ni­zar­lo: no es un co­mún, su cuer­po se sal­va de la con­di­ción mor­tal, no po­de­mos per­der su ima­gen… En cam­bio al ído­lo trai­dor de fe ya no pue­de vér­se­le, ya no pue­de ver­se al cuer­po que per­dió su in­ves­ti­du­ra, re­sul­ta por­no­grá­fi­co, por­que des­nu­da el ar­ti­fi­cio de la de­sigual­dad ido­lá­tri­ca, des­nu­da que el ído­lo era men­ti­ra, que era cual­quie­ra. Se sen­ta­ba, como to­des, so­bre un os­cu­ro culo ca­gón.

No es fá­cil vi­vir con un cie­lo sin es­tre­llas orien­ta­do­ras; es có­mo­do tam­bién asu­mir que al­gu­nos sa­ben, pue­den y nos guían, aún si los te­ne­mos de re­fe­ren­cia para cri­ti­car­los. Has­ta quie­nes pre­ten­der cons­truir la igual­dad sue­len dar­se a la ido­la­tría, a en­tro­ni­zar sa­gra­das guías en el ca­mino ha­cia ella: así, la igual­dad se des­pla­za a fu­tu­ro y en el pre­sen­te los me­dios para per­se­guir­la no ha­cen sino re­pro­du­cir la bre­cha en­tre los es­cla­re­ci­dos y los co­mu­nes que so­los no pue­den. No: nun­ca na­die ven­drá ja­más a sal­var­nos.

*** 

No­veno piso

Es po­si­ble te­ner otro tipo de re­la­ción con los as­tros, sin em­bar­go. “Des­de el fon­do de los tiem­pos la hu­ma­ni­dad mira las es­tre­llas, va­ro­nes y mu­je­res, ni­ños y gran­des, fla­cos y gor­dos, ne­gros y blan­cos, to­dos mi­ra­mos las es­tre­llas in­ten­tan­do des­ci­frar su sig­ni­fi­ca­do, y to­dos fra­ca­sa­mos por igual”, es­cri­bió Au­gus­te Blan­qui en pri­sión. To­dos fra­ca­sa­mos por igual, es de­cir, cada cual a su ma­ne­ra. Por­que lo con­tra­rio de la igual­dad es la de­sigual­dad: no la di­fe­ren­cia. La di­fe­ren­cia es par­te de la igual­dad; el ejer­ci­cio de la igual­dad acen­túa las di­fe­ren­cias en un plano de pa­ri­dad on­to­ló­gi­ca. El igua­li­ta­ris­mo no con­sis­te en ho­mo­ge­nei­zar las sub­je­ti­vi­da­des, eso re­que­ri­ría una ad­mi­nis­tra­ción bu­ro­crá­ti­ca para di­se­ñar “lo jus­to”, en fin, his­to­ria sa­bi­da.

“Cual­quie­ra que crea que es me­jor, peor, o in­clu­so igual, que otra per­so­na, se equi­vo­ca de ma­ne­ra ga­rra­fal”, con­tó al­gu­na vez el es­cri­tor Em­ma­nuel Ca­rrè­re que le es­cu­chó de­cir a un ami­go. So­mos igua­les pre­ci­sa­men­te en que to­dos te­ne­mos ca­pa­ci­dad de di­fe­ren­ciar­nos, de lle­var de via­je sin­gu­la­ri­da­des, de ex­plo­rar nues­tra ca­pa­ci­dad.

En­ton­ces, en la igual­dad apa­re­cen dis­tin­cio­nes, pero son dis­tin­cio­nes de otro tipo.

Hay un tipo de dis­tin­ción y ele­va­ción que no con­sis­te en la ser­vi­dum­bre aje­na. En­tre pa­dres e hi­jos, en­tre pro­fe­so­res y es­tu­dian­tes, etc., pue­de ha­ber di­fe­ren­cia de ro­les, de res­pon­sa­bi­li­da­des, in­clu­so de au­to­ri­dad; pero bajo una igual­dad on­to­ló­gi­ca fun­da­men­tal, la pa­ri­dad exis­ten­cial de que am­bos so­mos al­guien que está acá.

In­clu­so en­tre quie­nes se ele­van como au­to­res de obras y tra­yec­to­rias so­bre­sa­lien­tes, efec­tua­do­res de po­ten­cias muy sin­gu­la­res, pue­de ha­ber di­fe­ren­cia y ele­va­ción igua­li­ta­ris­ta y no im­po­ten­ti­zan­te de los co­mu­nes. Pien­so un ejem­plo: un anti ído­lo de es­tas tie­rras, Charly Gar­cía. Anti ído­lo es quien desa­fía la ido­la­tría trai­cio­nan­do adre­de la exi­gen­cia de los súb­di­tos una y otra vez (ha­cien­do tam­bién obras flo­jas, o pro­gra­man­do con­cier­tos y lue­go no to­can­do), rién­do­se de la in­fa­li­bi­li­dad que se le exi­ge. Un anti ído­lo que una y otra vez jue­ga os­ten­tan­do su con­di­ción mor­tal; quie­re que le res­pe­ten el de­re­cho a mo­rir­se como cual­quie­ra. Lo con­tra­rio de la ne­ga­ción del paso del tiem­po, y de la con­di­ción mor­tal, en que con­sis­te el pro­yec­to fi­sio­ló­gi­co de las eli­tes.

En una oca­sión, este her­mano dis­tin­to que re­cuer­do es­ta­ba en un cuar­to, en el no­veno piso de un ho­tel, y des­de afue­ra le or­de­na­ba otra per­so­na que sa­lie­ra; un cuer­po na­ci­do na­tu­ral­men­te se­me­jan­te que, no obs­tan­te, ves­tía uni­for­me po­li­cía­co.

“Sal­ga, va­mos, sal­ga, que to­dos so­mos igua­les”, dijo el bípe­do po­li­cía.

¿Ah sí?, dijo el bípe­do Gar­cía, y como res­pues­ta, ante esa con­cep­ción po­li­cía­ca de la igual­dad (ba­sa­da en lo que no po­de­mos) fue has­ta la ven­ta­na, miró des­de allá arri­ba bus­can­do aba­jo la pi­le­ta, cal­cu­ló el arro­jo, y dio el sal­to.

To­dos so­mos igua­les, ob­vio, pero cada quien hace co­sas muy dis­tin­tas con su igual­dad mor­tal: mor­ta­les so­mos to­dos, es­ta­mos igual de vi­vos, en el sen­ti­do de afir­mar a fon­do la pro­pia na­tu­ra­le­za y modo de ser. Al­gu­nos se es­con­den de­trás de una cha­pa, para afe­rrar­se a la re­pe­ti­ción pa­tro­nal de lo ya dado; otros bus­can la dis­tin­ción sin pa­rar­se so­bre la ca­be­za de na­die, con su pro­pio co­ra­je de sal­tar. No solo los “gran­des crea­do­res”, no: al­guien no acep­ta pen­sar­se de un modo ya pre­for­ma­tea­do. En la ges­tua­li­dad; en el em­pleo del tiem­po; en la for­ma de co­ci­nar po­pu­lar­men­te; en el modo de ha­blar y pa­la­brear una po­bla­ción…. Los igua­les son, bá­si­ca­men­te, atre­vi­dos. Que lo pri­me­ro que di­cen es “aquí es­ta­mos, esto so­mos”, y lo de­más des­pués va­mos vien­do.

El anti ído­lo per­mi­te pen­sar un igua­li­ta­ris­mo exi­gen­te -vi­tal­men­te exi­gen­te. Des­pués del sal­to, nadó, un rato, en el agua con­quis­ta­da. Es­cu­chó que al­guien al lado suyo, pero afue­ra, un hom­bre de un me­dio de co­mu­ni­ca­ción, le pre­gun­ta­ba si en esa pi­le­ta po­de­mos me­ter­nos to­dos. Que sí, con­tes­tó la es­tre­lla zam­bu­lli­da, al­zan­do su bra­zo para se­ña­lar: des­de allá arri­ba, sí.   ♣♣♣

#PA.

Fuente: Puente Aéreo Digital

Colombia rebelada: las multitudes toman las calles por la vida y la dignidad // Natalia Hernandez y Paula Carrizo

Fuente: Revista Amazonas

Un nuevo despertar: El mandato popular. 

En este momento en Colombia hay un estallido social y popular en curso. Una pujante resistencia a los dictámenes del norte económico global ante las estrategias de sus instituciones, que procuran avanzar en la captura de la naturaleza, los pueblos e incluso de las mismas revueltas sociales en dichos territorios. Las masivas movilizaciones populares que se están produciendo diariamente en gran parte del país disputan la legitimidad de este discurso neoliberal a través de acciones conjuntas que ensayan solidaridades, lenguajes, estrategias y alianzas en defensa de la preservación de lo común, e invitan a renovar no sólo las fórmulas de análisis político tradicionales, según las singularidades de la coyuntura, sino el mismo modo de vivir lo político.

Desde que se firmara en 2016 el Acuerdo de Paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC- EP), Colombia ha contabilizado la dolorosa cifra de más de 700 líderes y lideresas sociales asesinados. Número que se eleva al contemplar el asesinato de más de 150 ex combatientes. En este contexto, signado por la violación sistemática y generalizada de los derechos humanos, y en  donde el letargo político ha servido a la naturalización de esa violencia, la ciudadanía ha demostrado estar dispuesta a sostener un paro general y sucesivas movilizaciones. El anuncio gubernamental respecto a la inminente implementación de un “paquetazo” de medidas impulsadas por el actual presidente, Iván Duque, bajo el asesoramiento de organismos como el FMI y la OCDE, transformó el descontento social en hartazgo y al hartazgo en grito colectivo que, librado finalmente de miedos e indiferencia, comenzó a hacerse eco en todos los rincones del país. 

Entre las principales líneas planteadas por el mandatario, se destacan una reforma laboral, pensional y tributaria, la reducción del salario mínimo a un 75% para jóvenes menores de 25 años, un tarifazo del 35% en lo que concierne a energía eléctrica, la creación del holding financiero estatal Grupo Bicentenario (concretada el pasado 25 de noviembre) que privatizará empresas públicas y las obligará a desechar cualquier propósito social, y la estigmatización y restricción a la protesta social. En contraposición,  la primera marcha nacional de repudio y resistencia convocada el 21 de noviembre prontamente derivó en un sinfín de movilizaciones, concentraciones, asambleas y cacerolazos. Este rechazo generalizado se materializó en un extenso pliego de reivindicaciones definidas dentro de las mismas movilizaciones, que contemplan y exceden a la vez el eje económico, incluyendo el cumplimiento de los Acuerdos de paz, el cese del genocidio a líderes y lideresas sociales, defensores de derechos humanos y de la naturaleza, y el respeto al legítimo derecho a la protesta social.

Fotografía: Juliana Ladrón de Guevara

Nacer en la guerra, crecer en la lucha por la paz

Colombia, uno de los países con más comunidades indígenas en Latinoamérica y de fuerte vocación agraria, ha sido siempre dirigida por gobiernos de derecha con tradición política conservadora. Las poblaciones localizadas en zonas rurales -indígenas, campesinas y afrodescendientes- se han visto históricamente atravesadas por el conflicto armado interno, en una cotidianidad signada por las injusticias sociales producto de la expropiación de la tierra y el sistema de corte latifundista, la alineación con los intereses extractivistas internacionales, las élites, el narcotráfico, la presencia de transnacionales y grupos armados legales e ilegales. De acuerdo a las estadísticas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados, más de 7,7 millones de personas han sido víctimas del desplazamiento interno forzado desde 1985 a la fecha, producto de esta crisis política y social. En este escenario, la violencia política impacta simbólica y materialmente en los cuerpos de las mujeres: tan solo en el primer trimestre de este año se contabilizaron 220 feminicidios. Cada treinta minutos una mujer es víctima de agresión sexual. En lo que concierne a la niñez, al menos 314 niños, niñas y adolescentes perdieron la vida en los últimos quince años en operativos de la fuerza pública, siendo sus muertes registradas como “bajas en combate”, según un informe presentado recientemente por el senador de Colombia Humana, Gustavo Petro. Quince de ellos tenían menos de cuatro años.

La firma de los Acuerdos de Paz, concretada en la ciudad de Cartagena bajo el mandato de Juan Manuel Santos luego de años de negociación en la Habana, constituyó el hecho político más trascendente de los últimos tiempos. A pesar del golpe que implicó la posterior victoria del “No” ante el plebiscito convocado para refrendar el documento -lo cual derivó en la modificación de varios de sus puntos-, su aprobación permitió al pueblo colombiano comenzar a hablar de otras cosas, iniciar un camino de reparación, y despojar al gobierno de su discurso centralizado en la amenaza de un enemigo interno. Desde la asunción de Iván Duque, representante del partido Centro Democrático que tiene como líder al ex presidente y ahora senador ultraderechista Álvaro Uribe Vélez, este proceso de desmovilización e incorporación a la vida civil de los excombatientes se ha visto continuamente truncado. Los constantes ataques a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el sistema de justicia transicional encargado de juzgar a los exguerrilleros, han evidenciado una voluntad política por hacer trizas lo conquistado a partir de los acuerdos. 

Sin embargo, las últimas elecciones regionales en Colombia, desarrolladas el 27 de octubre del presente año, mostraron un tablero cuyas fichas comienzan a reacomodarse: el uribismo fue el gran derrotado durante las jornadas electorales. Los motivos parecen estar vinculados al preocupante índice de asesinatos, amenazas y extorsiones a defensores DDHH, líderes indígenas, campesinos y afrodescendientes, docentes y ex combatientes; y a la responsabilidad directa del Ejército colombiano en una masacre donde murieron 18 niños a causa de un bombardeo. Este suceso implicó la presentación de una carta de renuncia por parte del hasta entonces ministro de Defensa, Guillermo Botero, quien previamente justificó el ataque, argumentando iba dirigido contra disidencias de las FARC. El hecho se suma a los más de 8.000 casos de ejecuciones extrajudiciales de civiles, mal llamados “falsos positivos”, a quienes el gobierno hacía pasar como guerrilleros para inflar estadísticas y ostentar la eficacia de su lucha contrainsurgente.

Lugares comunes: Pensar Colombia en la marea regional. 

Hasta hace pocas semanas, ningún analista político habría podido anticipar y apostar por el masivo despertar de un espíritu de rebelión con cuerpo colectivo que hoy, luego de más de un mes de resistencia, continúa demostrando su empecinado deseo emancipatorio en diversos territorios de la región latinoamericana, generando estrategias de contrapoder popular ante las arremetidas expansivas del neoliberalismo. El despertar social colombiano no puede ser leído por fuera del convulsionado contexto regional: los levantamientos populares de los pueblos chileno y haitiano, las admirables resistencias indígenas en Ecuador, los procesos de organización gestados para hacer frente al golpe de Estado en Bolivia, la apuesta colectiva en Argentina por otro modelo de país que implique proyectos de vida más vivibles, son experiencias todas que se entretejen y dialogan a lo largo del continente.   

El malestar social, transversal a los procesos previamente mencionados, tiene un trasfondo más profundo que el mero rechazo al alza de una tarifa o a un proyecto recesivo en materia de derechos. Expresa y evidencia la insostenibilidad de un modelo económico de despojo y muerte, con aspiraciones expansivas ilimitadas en un planeta de recursos naturales limitados. Un ideal de productividad sin interrupciones que se reproduce produciendo, a su vez, ideales de felicidad, consumo y emocionalidad. El desencanto social se generaliza, confrontando espejismos. La promesa irresuelta de crecimiento se desvanece ante la falta de garantía de acceso a derechos básicos, el deterioro ambiental y el creciente riesgo de extinción de la vida. 

En contraste, los gobiernos de derecha y sus aparatos mediáticos demuestran su desinterés político hacia el descontento social. El “oasis” del presidente Piñera, ostentando una supuesta estabilidad económica y social en Chile a pocos días del levantamiento popular, el “PBI en aumento” que enorgullece el presidente de Colombia, Iván Duque, resultan valoraciones e indicadores macroeconómicos completamente disociados de la realidad cotidiana de la gente. El índice de desempleo en Colombia se sigue manteniendo en el 10%.

La sensación de “no tenemos nada que perder, qué miedo vamos a tener” -consigna escrita en algunos de los carteles que circularon por aquellas marchas- es grito y consecuencia de los niveles de daño y despojo causados por la extrema desigualdad social, la cada vez más concentrada propiedad privada y la intensificación de la financiarización de la vida. Lógicas reproducidas por la dinámica de la globalización neoliberal, que se traducen en el aumento del desempleo, falta de oportunidades, desesperanza, frustraciones y los padecimientos psíquicos consecuentes. “No era depresión, era capitalismo”: afirmación corporalizada que delata las facetas más letales de este sistema. En Chile, los estudiantes se suicidan porque no pueden pagar los créditos adquiridos para estudiar.

Por su parte, los Estados -apoyados por las élites económicas que representan- han asumido ante los reclamos populares actitudes extremadamente despreciativas. Tanto en Chile como en Colombia se brindó un tratamiento de guerra al derecho a la protesta y movilización social. Respondieron militarizando las calles, desarrollando una acción progresiva de intervención de la fuerza pública, declarando toques de queda -en Colombia incluso se cerraron las fronteras-, librando una batalla digital con el bloqueo de plataformas, vulnerando de esta manera el derecho a la comunicación con la pretensión de impedir la divulgación de los excesos de las fuerzas públicas. 

Apostaron a la estigmatización de los y las manifestantes, buscando crear enemigos internos que justifiquen el recrudecimiento represivo. Esta estrategia en Colombia y en Chile tomó la forma de supuestos actos vandálicos con la intención de instalar el pánico en la población y motivarla a volverse contra los manifestantes, operación que fue desmentida a través de los videos que circularon en redes y revelaron el protagonismo de la policía en dichas acciones, radicalizándose así el sentido de las protestas contra la represión y la corrupción estatal. La imagen de Dylan Cruz el joven de 18 años que fue asesinado por un oficial del Escuadrón Móvil Antidisturbios -ESMAD- luego de que el grupo antimotines intentara disolver una manifestación pacífica se convirtió en uno de los símbolos de esta lucha.

Fotografía: Alejandra Ramírez Rivera

Algo nuevo está pasando: Parar para avanzar. 

Resulta difícil prever el destino de este movimiento, teniendo en cuenta el desafiante mensaje lanzado por el gobierno con la aprobación en el Congreso de la reforma tributaria y del proyecto conocido como la ley “Andrés Felipe Arias” -presentada por el uribismo con el propósito de volver retroactiva la condena establecida por la Corte Suprema de Justicia a funcionarios a los que se les ha demostrado vínculos con el paramilitarismo, el narcotráfico y hechos de corrupción-, sumada a la capacidad de las derechas para renovar su stock de representación política, modernizar sus discursos y paralelamente radicalizar la represión. 

Sin embargo, un proceso inédito emerge en contraposición, configurando nuevas formas de lucha, reinventando y deseando nuevas institucionalidades, ensayando liderazgos colectivos, proponiendo y caminando una resensibilización de los cuerpos. Así, por ejemplo, Bogotá recibió la visita de la Guardia indígena (constituida para la protección de los territorios y comunidades) luego de que anunciara su adhesión al Paro Nacional, acogiéndola en la Universidad Nacional de Colombia y manifestando su apoyo en las concentraciones masivas realizadas en plazas localizadas en diferentes lugares de la capital. Estos hechos demuestran la capacidad de este proceso para generar nuevas alianzas territoriales y subjetivas a través de movilizaciones, asambleas barriales, regionales y nacionales que pueden apostar a trascender lo coyuntural para sentar cimientos de largo aliento. Este horizonte requerirá concentrar la energía en organizar el descontento, discutir los problemas de fondo y trabajar en la “generación de estrategias de contención y construcción de redes de solidaridad”, como dicen Denize Brazao y Vanessa Dourado, pues el paro no da señales de rendición. Como expresa la canción ´Somos los prietos´, del grupo Chocquibtown: “No se rinde el que nació donde por todo hay que luchar”. 

Fotografía: Juliana Ladrón de Guevara

Colômbia se rebelou: as multidões tomam as ruas pela vida e dignidade

Por Natalia Hernandez Fajardo e Paula Carrizo

Tradução: Luana Matsumoto

Um novo despertar: O mandato popular

Neste momento na Colômbia há uma explosão social e popular em curso. Uma pulsante resistência aos ditames do norte econômico global contra as estratégias de suas instituições, que buscam avançar na captura da natureza, dos povos e até das mesmas revoltas sociais nesses territórios. As massivas mobilizações populares que estão se produzindo diariamente em grande parte do país disputam a legitimidade deste discurso neoliberal por meio de ações conjuntas que ensaiam solidariedades, linguagens, estratégias e alianças em defesa da preservação do comum, e convidam a renovar não somente as fórmulas de análises políticas tradicionais, segundo as singularidades da conjuntura, se não o mesmo modo de viver o político. 

Desde a assinatura em 2016 do Acordo de Paz entre o governo e as Forças Armadas Revolucionárias de Colômbia – Exército do Povo (FARC-EP), o país contabiliza a dolorosa cifra de mais de 700 líderes sociais assassinados. Número que se eleva ao contemplar o assassinato de mais de 150 ex-combatentes. Neste contexto, marcado pela violação sistemática e generalizada dos direitos humanos, e onde o letargo político serviu para a naturalização dessa violência, a cidadania demonstrou estar disposta a sustentar uma greve geral e sucessivas mobilizações. O anúncio governamental a respeito da iminente implementação de um pacote de medidas impulsionadas pelo atual presidente, Iván Duque, sob a orientação de organismos como o FMI e a OCDE, transformou o descontentamento social em saturação e a saturação em grito coletivo que, livrou finalmente de medos e indiferença, começou a fazer eco em todos os cantos do país. 

Entre as principais propostas colocadas pelo mandatário, se destacam reformas trabalhista, previdenciária e tributária, a redução do salário mínimo em 75% para os jovens menores de 25 anos, uma tarifa de 35% no que diz respeito a energia elétrica, a criação da holding financeira estatal Grupo Bicentenário (concretizada no dia 25 de novembro) que privatizará empresas públicas e obrigará a desfazer qualquer propósito social, além de estigmatizar e restringir o direito de protestar. Em contraposição, a primeira marcha nacional de repúdio e resistência convocada no dia 21 de novembro prontamente derivou em um sem fim de mobilizações, concentrações, assembleias e panelaços. Esta rejeição generalizada se materializou em um extenso caderno de reinvindicações definidas dentro das mesmas mobilizações, que contemplam e excedem por sua vez o eixo econômico, incluindo o cumprimento dos Acordos de Paz, o fim do genocídio de líderes sociais, defensores de direitos humanos e da natureza, e o respeito ao legítimo direito de protestar.

Fotografia: Juliana Ladrón de Guevara.

Nascer na guerra, crescer na luta pela paz

Colômbia, um dos países com mais comunidades indígenas na América Latina e com forte vocação agrária, tem sido dirigida por governos de direita com tradição política conservadora. As populações localizadas nas zonas rurais – indígenas, camponesas e afrodescendentes – se viram historicamente atravessadas pelo conflito armado interno, em uma rotina marcada pelas injustiças sociais produto da expropriação da terra e o sistema da corte latifundiária, a alienação com os interesses extrativistas internacionais, as elites, o narcotráfico, a presença de transnacionais e grupos armados legais e ilegais. De acordo com as estatísticas do Alto Comissariado das Nações Unidas para Refugiados (ACNUR), mais de 7,7 milhões de pessoas foram vítimas de migração interna forçada desde 1985, produto desta crise política e social. Neste cenário, a violência política impacta simbólica e materialmente nos corpos das mulheres: somente no primeiro trimestre deste ano se contabilizaram 220 feminicídios. A cada trinta minutos uma mulher é vítima de agressão sexual.  No que tange a infância, ao menos 314 crianças e adolescentes perderam a vida nos últimos quinze anos em operações da força pública, sendo suas mortes registradas como “baixas em combate”, segundo um informe apresentado recentemente pelo senador de Colômbia Humana, Gustavo Petro. Quinze delas tinham menos de quatro anos. 

A assinatura dos Acordos de Paz, feita na cidade de Cartagena sob o mandato de Juan Manuel Santos depois de anos de negociação em Havana, constituiu no feito político mais transcendente dos últimos tempos. Apesar do golpe que implicou a posterior vitória “No” contra o plebiscito convocado para referendar o documento – o qual derivou na modificação de vários de seus pontos -, sua aprovação permitiu ao povo colombiano começar a falar de outras coisas, inicia um caminho de reparação, e despojar ao governo de seu discurso centralizado na ameaça de um inimigo interno. Desde a ascensão de Iván Duque, representante do partido de Centro Democrático que tem como líder o ex-presidente e agora senador de ultradireita Álvaro Uribe Velez, este processo de desmobilização e incorporação da vida civil dos ex-combatentes tem sido continuamente truncado. Os constantes ataques à Jurisdição Especial para a Paz (JEP), o sistema de justiça transicional incumbido por julgar os ex-guerrilheiros, evidenciou uma vontade política em destroçar o que foi conquistado a partir dos acordos. 

 Entretanto, as últimas eleições regionais na Colômbia, que ocorreram no dia 27 de outubro do presente ano, mostraram um tabuleiro cujas peças começam a se realocar: o uribismo foi o grande derrotado durante as jornadas eleitorais. O motivos parecem estar vinculados ao preocupante índice de assassinatos, ameaças e extorsões a defensores dos direitos humanos, líderes indígenas, camponeses e afrodescendentes, docentes e ex-combatentes; e a responsabilidade direta do Exército colombiano em um massacre onde morreram 18 crianças por causa de um bombardeio. Este acontecimento implicou a apresentação de uma carta de renúncia por parte do até então ministro da Defesa, Guillermo Botero, quem previamente justificou o ataque, argumentando que era contra dissidências das FARC. O fato aumenta os mais de 8.000 casos de execuções extrajudiciais de civis, mal denominados “falsos positivos”, os quais o governo fez passar como guerrilheiros para inflar as estatísticas e ostentar a eficácia de sua luta contra insurgentes. 

Lugares comuns: Pensar Colômbia na onda regional.

Até há poucas semanas, nenhum analista político poderia antecipar e apostar pelo massivo despertar de um espírito de rebelião com corpo coletivo que hoje, logo após um mês de resistência, continua demonstrando seu obstinado desejo emancipatório em diversos territórios da região latino-americana, gerando estratégias de contra poder popular perante as arremetidas expansivas do neoliberalismo. O despertar social colombiano não pode ser lido por fora do convulsionado contexto regional: as revoltas populares dos povos chilenos e haitianos, as admiráveis resistências indígenas no Equador, os processos de organização gestados para enfrentar o golpe de Estado na Bolívia, a aposta coletiva na Argentina por outro modelo de país que implique projetos de vida mais habitáveis, são experiências que se entrelaçam e dialogam em todo continente. 

O mal-estar social, transversal aos processos previamente mencionados, tem um plano de fundo mais profundo que a mera rejeição ao aumento de uma tarifa ou um projeto retrogrado de direitos. Expressa e evidencia a insustentabilidade de um modelo econômico de despojo e morte, com aspirações expansivas ilimitadas em um planeta de recursos naturais limitados. Um ideal de produtividade sem interrupções que se reproduz, produziendo, por sua vez, ideais de felicidade, consumo e emoção. O desencanto social se generaliza, confrontando miragens. A promessa não resolvida de crescimento se desvanece na ausência de garantia de acesso a direitos básicos, a deterioração ambiental e o crescente risco de extinção da vida. 

Por outro lado, os governos de direita e seus aparatos midiáticos demonstram seu desinteresse político perante o descontentamento social. O “oásis” do presidente Piñera, ostentando uma suposta estabilidade econômica e social no Chile a poucos dias da revolta popular, o “PIB em crescimento” que orgulha o presidente da Colômbia Iván Duque, resultam valorizações e indicadores macroeconômicos completamente dissociados da realidade cotidiana da população. O índice de desemprego na Colômbia continua em 10%. 

A sensação de “não temos nada que perder, que medo vamos ter” – lema escrito em alguns cartazes que circularam pelos atos – é grito e consequência dos níveis de dano e despojo causados pela extrema desigualdade social, a propriedade privada cada vez mais concentrada e a intensificação do financeirização da vida. Lógicas reproduzidas pela dinâmica da globalização neoliberal, que se traduz no aumento de desemprego, falta de oportunidades, desesperanças, frustações e os padecimentos psíquicos consequentes. “No era depressão, era capitalismo”: afirmação corporalizada que delata as facetas mais letais deste sistema. No Chile os estudantes se suicidam porque não podem pagar as dívidas adquiridas para estudar. 

Por sua vez, os Estados – apoiados pelas elites econômicas que representam – assumiram diante das reclamações populares atitudes extremamente depreciativas. Tanto no Chile como na Colômbia foi dado um tratamento de guerra ao direito de protestar e de se mobilizar socialmente. Responderam militarizando as ruas, desenvolvendo uma ação progressiva de intervenção da força pública, declarando toques de recolher – na Colômbia inclusive fecharam as fronteiras – travando uma batalha digital com o bloqueio de plataformas, violando desta maneira o direito de comunicação com a pretensão de impedir a divulgação dos excessos das forças públicas.

Apostaram na estigmatização dos e das manifestantes, buscando criar inimigos internos que justifiquem o recrudescimento repressivo. Esta estratégia na Colômbia e no Chile tomou a forma de supostos atos de vandalismos com a intensão de instalar o pânico na população e motivá-la a estar contra os e as manifestantes, operação que foi desmentida através dos vídeos que circularam em redes e revelaram o protagonismo da polícia em tais ações, radicalizando assim o sentido dos protestos contra a repressão e a corrupção estatal. A imagem de Dylan Cruz o jovem de 18 anos que foi assassinado por um oficial do Esquadrão Móvel Ante Distúrbios – ESMAD – após o grupo de antimotim tentar dissolver uma manifestação pacífica tornou em um dos símbolos desta luta.

Fotografia: Alejandra Ramírez Rivera

Algo novo está acontecendo: Parar para avançar. 

É difícil prever o destino deste movimento, considerando a desafiante mensagem lançada pelo governo com a aprovação no Congresso da reforma tributária e do projeto conhecido como a lei “Andrés Felipe Arias” – apresentada pelo uribismo com o propósito de tornar retroativa a condenação estabelecida pela Corte Suprema de Justiça a funcionários que tenham mostrado ligação com o paramilitarismo, o narcotráfico e ocorrências de corrupção -, somada à capacidade das direitas para renovar seu estoque de representação política, modernizar seus discursos e paralelamente radicalizar a repressão. 

Apesar disso, um processo inédito emerge em contraposição, configurando novas formas de luta, reinventando e desejando novas institucionalidades, ensaiando lideranças coletivas, propondo e caminhando para um re-sensibilização dos corpos. Assim, por exemplo, Bogotá recebeu a visita da Guarda indígena (constituída para a proteção dos territórios e comunidades) após o anúncio da adesão à Greve Geral, sendo acolhida na Universidade Nacional da Colômbia e manifestou seu apoio nas concentrações massivas realizadas em praças localizadas em diferentes lugares da capital. Estes fatos demonstram a capacidade deste processo para gerar novas alianças territoriais e subjetivas por meio de mobilizações, assembleias locais, regionais e nacionais que podem apostar na transcendência da conjuntura para estabelecer alicerces a longo prazo. Este horizonte requer concentrar a energia em organizar o descontentamento, discutir os problemas de fundo e trabalhar com a “geração de estratégias de contenção e construção de redes de solidariedade”, como dizem Denize Brazao e Vanessa Dourado, pois a greve não dá sinais de rendição. Como expressa a música ´Somos los prietos´, do grupo Chocquibtown: “No se rinde el que nació donde por todo hay que luchar”. 

Natalia Hernández Fajardo – Insurrecta

Socióloga, serigrafista, activista feminista, migrante con raíces en Colombia e integrante de Revista Amazonas y del colectivo Las Comarqueñas. En su caldero de bruja el arte y la academia son herramientas para perforar los mandatos y disposiciones que estrangulan los cuerpos y deseos. 

 

Paula Carrizo

Comunicadora social, trabajadora de niñez, militante sindical y activista feminista. Ha colaborado con diversos medios, especializándose en temáticas referidas a derechos humanos, niñeces y géneros. Caminando en colectivo por proyectos emancipadores, de vida, y libres de violencias.

 
 

Chalecos amarillos, de una Navidad a otra // Toni Negri

Pasamos la Navidad entre una huelga general y otra. Más de la mitad de las ferrovías están bloqueadas, y los Metros otro tanto. Hasta ahora tres gigantescas jornadas de lucha han bloqueado literalmente Francia, y Paris en particular. El año pasado por estas fechas sólo estaban los chalecos amarillos haciendo alboroto. Después de un año, son muchos quienes se preguntan frente a estas enormes manifestaciones cuál ha sido el efecto de los chalecos amarillos en la masificación de las luchas sociales en Francia.

Se sabe que el tema del disenso hoy es el sistema jubilatorio. El gobierno quiere sustituir el sistema actual (de reparto) por un sistema a puntos, atribuyendo a esta operación un fin solidario, dado que, en su discurso,  serían eliminadas las diferencias «corporativas» en los regímenes de pensiones. En los hechos, la reforma Macron es una típica reforma neoliberal, enfocada a individualizar el tratamiento jubilatorio y a subordinarlo a la gobernanza, es decir a la capacidad de controlar y eventualmente reducir el «salario diferido» (del Welfare y de las pensiones), a variables dependientes del desarrollo capitalista. Te imponen una máquina empresarial para explotarte incluso cuando has envejecido en la explotación. La guinda en esta torta navideña es el aumento de la edad jubilatoria de 60 a 64 años.

Se dice que el rechazo a esta reforma ha sido masivo. Pero la cosa más interesante de notar es que la huelga sobre las pensiones contiene muchos otros frentes de rechazo y lucha. Más allá del sector del transporte ferroviario y metropolitano, están empeñados en la lucha los y las docentes, los hospitales y el mundo de la investigación, es decir todos aquellos sectores, sobre todo en Francia, «públicos». Se puede entonces afirmar que estas huelgas y estas manifestaciones, esta resistencia que agita hasta el fondo la sociedad francesa, no son simplemente contra el nuevo modo de funcionamiento, sino contra la liquidación (de parte del Estado) de lo público.

Vieja batalla, se dirá. Y a la vez no. Es aquí que los chalecos amarillos han cualificado la lucha de un modo nuevo. Subrayando que la defensa de lo público, cuando se la hace contra el Estado, deviene afirmación de lo común.

Lo común es la forma de vida y la figura de contrapoder que los chalecos amarillos han introducido en Francia en la lucha de clases. Allí donde la protesta contra el costo de la vida, el rechazo a la redistribución de los ingresos por medio de la inequidad fiscal, la denuncia de la explotación y la exclusión vienen asumidos como objetivo de lucha con el fin de construir una forma de vida común, y se proponen como contrapoder respecto a la destrucción de «lo público» que las élites neoliberales persiguen. Proponiendo lo común como objetivo, los chalecos amarillos han constituido la fuerza de gravedad de este ciclo de luchas. Y hasta aquí, han caracterizado siempre más intensamente el desarrollo del movimiento, en sus formas así como en sus objetivos.

En cuanto a las formas, los chalecos amarillos han mostrado que la convergencia entre las luchas, además de masificar el movimiento debería producir (como dice un volante de los de Belville) «efectos de multiplicación, de divergencia y de exploración de manifestaciones salvajes». Es lo que ha acaecido en estas jornadas de lucha, en las cuales, al lado de las grandes manifestaciones, se han tomado miles de otras iniciativas, en los territorios, en las autopistas, en las escuelas y en todos lados. No podemos enumerarlas todas, pero van de los bloqueos de carreteras a la interrupción del suministro de energía eléctrica, de las huelgas salvajes en las grandes áreas logísticas al bloqueo de los puertos, etc.

Pero más importante aún es lo que ha sucedido en las marchas sindicales. En los años pasados, delante de cada marcha sindical, en las innumerables ocasiones de lucha de los trabajadores, se formaba una «cabeza» que podía andar entre los 500 y 5000 militantes. En contraste con aquellos quietos paseos sindicales, esta marcha ofrecía otra música. Hoy ella es absorbida por la gran manifestación, antes sindical, hoy marcha del común. Un común variopinto, diverso y colorido, sólido y fuerte, capaz de expresar formas de vida alternativas al neoliberalismo. Este es el efecto fundamental de un año de luchas de los chalecos amarillos -y no es un efecto de hegemonía (nada más lejano del estilo de los y las chalecos amarillos), sino un efecto de gravedad-.

Un último elemento de cuanto está aconteciendo aquí en Francia en los últimos días, sobre todo en la última manifestación del 17/12 (seguramente justo por el nuevo atractivo de masa producto de la nueva figura de la marcha), es que ha reaparecido una componente social, otras veces demasiado recalcitrante a los ceremoniales sindicales: el precariado cognitivo. Esta componente tiene una enorme consistencia pero también una radical dificultad para aceptar las liturgias. La recomposición de clase de esta componente no solo es importante sino necesaria: ella abre una  nueva figura política de las luchas, un advenimiento difícil que ya la lucha sobre las pensiones de estas semanas nos pone delante. Tarea de estas luchas es injertar en el viejo pero siempre ágil cuerpo de los trabajadores y trabajadoras de los servicios urbanos, a estos reclutas de la cooperación cognitiva, multitudinaria y asalariada. Si este experimento prospera, de esta lucha contra el macronismo se podrá decir: «¡bien excavado viejo topo!”

Pero volvamos a nosotros. No hay señales de desmovilización en perspectiva. Se espera incluso un acrecentamiento de la lucha, con la participación directa de las poblaciones, de los sindicatos de los y las docentes y del personal hospitalario. La lucha continúa. Después de la semana navideña se retomará más fuerte y dura. ¿Sobre qué objetivos? El retiro del «proyecto de sistema» relativo a la jubilación, sí, pero también la desestabilización del bloque económico-político hoy en el poder.

 

Macron parece querer la «graduación Thatcher» a través de este conflicto, como en aquel que Thatcher ganó contra los mineros. Pero la situación es muy diferente. Aquí no hay un sector en lucha, sino una población (a pesar de la tremenda dificultad no solo con el transporte, el apoyo a la lucha no baja del 60 %). Una población, una sociedad de trabajadores y trabajadoras que parece siempre más capaz de oponer un altísimo grado de subjetivación y un deseo incontenible al rediseño macroniano del régimen capitalista. La lucha continúa, ¡Feliz Navidad!

EuroNomade

 

La institución de lo común: ¿un principio revolucionario para el siglo XXI? // Entrevista a Pierre Dardot y Christian Laval

En Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI (2015), el filósofo Pierre Dardot y el sociólogo Christian Laval definen el principio de lo común como una actividad experimental e instituyente de autogobierno, profundamente democrática, capaz de crear dinámicas sociales, políticas y económicas opuestas a la racionalidad neoliberal. Previamente, habían estudiado esta racionalidad, en términos de gubernamentalidad, en La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal (2013), y después la analizaron en la coyuntura de su reconstrucción poderosa, luego de la crisis financiera de 2007, en La pesadilla que no acaba nunca. El neoliberalismo contra la democracia (2017). Inspirados por la puesta en marcha del principio de lo común en numerosas experimentaciones políticas y contestatarias actuales, dispersas en el mundo, los autores inscriben su idea de un comunismo de los comunes en una renovación crítica, transectorial y cosmopolítica del comunismo y de la izquierda.

Común en singular y comunismo

Patrick Cingolani (PC) y Anders Fjeld (AF): En Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI, ustedes insisten en la importancia de definir lo común en singular, como principio político transversal con respecto a las luchas actuales, como aprehensión institucional de bienes comunes y como dinámica emancipadora frente al neoliberalismo. Una cuestión central es la del comunismo, en lo que se refiere a sus orígenes, sus formas diferentes y su destino en el siglo XX. Su último libro, La sombra de Octubre1917-2017 (2017), profundiza en esta reflexión. Para empezar, ¿podrían explicar su insistencia en el singular de lo común? Y, partiendo de allí, ¿podrían explicar cómo intervienen ustedes en la tradición comunista para repensar las luchas actuales y la cuestión de la emancipación hoy?

Pierre Dardot (PD): La referencia al plural, los comunes, era de uso corriente cuando publicamos Común, en su versión francesa, en 2014; incluso bajo la forma de bienes comunes. En cambio, el uso del singular era raro, para no decir inexistente. Ahora bien, no insistimos en el singular para oponerlo al plural, sino para aclarar la relación entre el singular y el plural. Lo que realmente nos interesaba en nuestra arqueología de lo común era tratar de ver cómo un principio atraviesa las luchas actuales. No buscamos superponer, de manera artificial, un principio metafísico a las situaciones que conocemos, que vivimos, sino, al contrario, identificar un principio que parecía estar funcionando en las experimentaciones más interesantes alrededor de la cuestión de los comunes. Fue, sobre todo, a partir de los movimientos de las plazas —y por tanto de los comunes urbanos— que nos planteamos la cuestión de la definición de este principio, y nos dimos cuenta de que había allí algo muy profundo. Para retomar la expresión de los españoles del movimiento del 15M, había una reivindicación de “democracia real”, en el sentido de una democracia que se pretendía y que se decía “verdadera”, en oposición a la democracia representativa, sospechosa de disimular los intereses de una oligarquía. Esto se retomó después en diferentes movimientos, hasta el del parque Gezi, en Turquía.

Cuando estábamos elaborando el libro, teníamos presente todos estos ejemplos, que todavía estaban bastante vivos, con prolongaciones diferentes. Paralelamente, afrontábamos todas las dificultades de propagar tal movimiento en Francia. Me acuerdo de mítines de 150 personas en la plaza de la Bastilla, cuyo fin era emular, en el espíritu de sus iniciadores, lo que pasaba en España. Era un fiasco, en parte por razones que tienen que ver con la situación francesa, obviamente. Pero también por el hecho de que no es posible repetir nada de forma pura y simple; porque no se puede proyectar algo, como si fuera una receta, sobre una situación nacional, completamente particular.

Es importante subrayar estas experiencias porque, contrariamente a los que consideran que lo común sería para nosotros un principio metafísico, nuestra intención nunca ha sido reconectarnos con la herencia de la metafísica occidental para identificar una suerte de principio superior que permitiría juzgar o condenar, según tal o cual situación, una experimentación, sosteniendo que no se ajusta al principio de lo común tal como este fue postulado en su sentido original. Al respecto, insistimos en que se trata de un principio “meta-institucional”. “Meta-” no debe entenderse en el sentido de “por encima”, sino como algo que está en obra en la experimentación de nuevas instituciones. Consideramos, fundamentalmente, que los comunes son instituciones, en un sentido amplio que se inspira más en Cornelius Castoriadis (1975), que en una sociología de lo instituido. Estas instituciones de los comunes se experimentan hoy a gran escala. Aunque a menudo se trata de experimentaciones locales y situadas, tienen, no obstante, un alcance que va más allá de tal o cual población; un alcance que, con frecuencia, es inmediatamente mundial. La articulación que planteamos entre el singular y el plural se encuentra ahí, en esta relación entre los comunes institucionales y el principio que los anima desde el interior y que llamamos el principio meta-institucional de lo común.

Nosotros sustantivamos lo común, pero nos mantenemos muy atentos a no absolutizarlo, lo cual sigue siendo un gran riesgo. La tradición en Francia ha sido no sustantivar y más bien relegar lo común al rango de un adjetivo, y, entonces, hablar de los “bienes comunes” o del “bien común” (siendo este último un tópico de la filosofía política desde Aristóteles). Además, “los comunes” se han basado, sobre todo, en un enfoque de tipo económico y jurídico —los dos son a menudo mezclados— que nos parece reductor porque pone el acento sobre las propiedades o las características de ciertas cosas y no sobre la dimensión de la actividad. Si nos pareció tan importante definir este díptico entre lo común y los comunes fue, en efecto, para insistir en la dimensión de la actividad instituyente.

Christian Laval (CL): El uso teórico de lo común, en singular, proviene del trabajo de Michael Hardt y Antonio Negri, que son los primeros en promover este concepto en la década del 2000, a partir de la publicación de su libro Imperio (2002). Fue en nuestro intercambio con Negri, con su grupo y con sus amigos, en el marco de un seminario en el Collège International de Philosophie, y por medio de una relación a la vez amigable y conflictual en el plano teórico y político, que desarrollamos nuestra propia concepción. Nuestro primer libro en común, Sauver Marx? (2007), está efectivamente dedicado a la crítica de los trabajos de Hardt y Negri. Lo más curioso es que fue el propio Negri quien vino a buscarnos para hacer un trabajo con nosotros. Sin duda sabía que no íbamos a ser sus discípulos, y desde entonces los caminos, en efecto, se han bifurcado. Nuestra concepción de lo común está muy ligada a la institución y a la praxis instituyente, mientras que, por el lado de la corriente post-operaista de Negri,3 lo común es comprendido como una producción espontánea. Si Negri dice que nunca hemos estado tan cerca del comunismo, es porque ve que en las multitudes se desarrollan múltiples formas de interconexión, de commoning. El problema es que no tiene en cuenta la creación institucional, el acto de institución.

Esto nos lleva a la pregunta sobre el comunismo, que al mismo tiempo nos acerca y nos separa de Negri. Nos une el hecho de volver a poner la cuestión de lo común en el centro de esta pregunta. Curiosamente, la tradición comunista no ha dicho gran cosa sobre lo común. Siempre lo ha remitido rápidamente a la propiedad colectiva de los medios de producción y nada más. En los raros casos en los que los teóricos comunistas, como Lenin, han intentado definir lo común, ha sido para enunciar despropósitos del tipo “todo es común, incluso el trabajo”. Esto es, por cierto, extremadamente inquietante si uno piensa en el hecho de que Lenin lo pronuncia al comienzo de los años 1920, bajo el comunismo del periodo llamado “comunismo de guerra”. Uno tiene la impresión de que Lenin está hablando de un Estado que puede apoderarse de todo.

De todas formas, es curioso parecer ser los pioneros de una investigación que consiste en preguntarse qué quiere decir realmente “lo común”, lo que ha sido en la historia, las formas que ha tomado. Reinventar el comunismo, intentar pensar el comunismo hoy, es para nosotros indisociable de una interrogación sobre las formas que lo común ha tomado durante siglos. También notamos que el término mismo tiene una increíble riqueza significante. Había que sacarla, no para encontrar ahí una suerte de origen sagrado, donde todo se encuentra ya en el término mismo, sino para ver por qué este término ha tenido diferentes destinos y por qué se halla en el corazón del léxico político hoy, y durante siglos, en expresiones como comunidadcomunacomunismo, etcétera.

PD: El término “comunismo” se utiliza con demasiada frecuencia con una suerte de connivencia retórica, como si hubiera una significación común para todos sus usos. Es por esta razón que hemos querido mostrar, en particular en La sombra de Octubre, que cada vez que se habla de comunismo hay un entendimiento previo y particular de la naturaleza de lo común. Existe el comunismo de la comunidad, de 1830 a 1840, donde lo común se entiende como común de vida, un común moral, espiritual. La obligación es impuesta desde arriba, por el conjunto de la comunidad, a cada uno de sus miembros individualmente. Luego está lo común del que habla Marx, que es ante todo un común de producción, en el sentido de un común producido por la dinámica objetiva del capitalismo. Y está lo común del comunismo de Estado, que no es un común de producción, sino sobre todo un común estatal (y evidentemente no un común político, en el sentido en que lo entendemos nosotros). En la perspectiva del comunismo de Estado, es del común estatal que se deriva el establecimiento de los medios de producción. Hay que recordar que para Lenin, es el Estado el que debe establecer todo. En primer lugar, debe establecer el capitalismo en toda Rusia para lograr que el país pueda, de alguna manera, ponerse al día. Dicho de otro modo, debe hacer que se desarrolle en Rusia lo que se ha llamado la acumulación primitiva, pero bajo la dirección directa del poder de Estado, lo que implica una asignación totalmente autoritaria y terrorífica de la fuerza de trabajo, sobre todo a partir del periodo 1932-1934. Esta idea según la cual la actividad del trabajo debe ser la propiedad del Estado es algo que nunca se encuentra en Marx.

La naturaleza de lo común para nosotros, y de lo que llamamos el “comunismo de los comunes”, no es para nada la misma que se presenta en estas tres formas anteriores del comunismo.

Democracia, identidad y frontera

PC y AF: Una recuperación del sentido de la democracia es decisiva en su teoría de lo común. En La pesadilla que no acaba nunca, dicen: “Si, como creemos, el contenido de [la alternativa al neoliberalismo] no puede ser otro que el de la democracia llevada hasta sus límites, la elaboración de la alternativa debe consistir en la experimentación de tal democracia, es decir, en la experimentación de un común político” (2016 [2017], 225). ¿Esta idea de democracia no corre el riesgo de encontrarse atrapada entre una determinación negativa, ligada a la crítica del carácter antidemocrático del neoliberalismo, y una determinación derivativa de lo común, como si esta no fuera más que un corolario del principio de lo común? Para ustedes, ¿la democracia y lo común forman una suerte de alianza inherente e irreductible hasta el punto de hacerse indistinguibles, o hay diferencias, con tensiones posibles, en la forma de prácticas y orientaciones que pueden divergir? Partiendo de la teoría de lo común, ¿cómo pensarían ustedes estas dimensiones que son tan centrales en la concepción que elabora Jacques Rancière de la democracia: la conflictividad, la ambigüedad de las identidades y la incertidumbre de las fronteras?

PD: Bajo nuestra perspectiva, entre lo común y la democracia hay una identidad pura y simple. El principio de lo común no es otro que el principio del autogobierno, es decir, el principio de la democracia. Entonces, no hay la más mínima diferenciación para poder pensar en términos de tensión. Esto es decisivo en nuestra reflexión. Dicho esto, podemos distinguir la democracia como régimen, como principio y como experimentación.

Evidentemente, la democracia como régimen no se puede reducir a la elección de los dirigentes por parte de los ciudadanos. Esa es la acepción en extremo pobre, insulsa, en la que ha caído el término, en especial bajo la influencia del neoliberalismo. Nosotros oponemos la democracia a esta acepción y, al contrario de Rancière, nos parece completamente admisible hablar de la democracia como régimen. Pero hay que precisar sus condiciones y darle contenido. La regla de alternancia, según la cual cada uno debe ser, por turnos, gobernado y gobernante —que Aristóteles define en la ciudad antigua—, nos parece absolutamente fundamental. No hay democracia como régimen si no existe el respeto práctico de esta regla, así como la de la rotación de los mandatos, la de los principios constitutivos de lo que se llama el Estado de derecho, la de la división de los poderes, la de la independencia de la rama judicial; todos elementos evidentes que Castoriadis ha recordado de manera reiterada.

  • 4 “Nuit debout” hace referencia a un conjunto de manifestaciones contra la reforma de las leyes del t (…)

Luego, están la democracia como principio —principio de autogobierno— y la democracia como experimentación del principio de lo común. Aunque haya sido muy efímero, y con formas a veces extremadamente limitadas, consideramos, no obstante, que Nuit Debout4 fue una experiencia de puesta en práctica del principio de lo común a escala de un común político, esencialmente urbano.

CL: La pregunta presupone que nuestra idea de democracia está desarrollada de manera demasiado parcial, porque partiría de una determinación negativa. En efecto, en Común, después de La nueva razón del mundo, mostramos cómo el principio de lo común —que anima experimentaciones, luchas y movilizaciones— emerge precisamente contra el neoliberalismo. Pero para nosotros, esto no es para nada la marca de una debilidad de lo común. De manera muy curiosa, y de pronto al mismo tiempo muy lógicamente, es en las formas explícitas de oposición al neoliberalismo donde se encuentra la temática de los comunes, y es a partir de esta oposición que se puede establecer un análisis del contenido político de la reivindicación de los comunes. En este sentido, la oposición al neoliberalismo no concierne meramente a los principios económicos y políticos (como la manera de revitalizar la economía, el lugar del Estado, etcétera). En el altermundialismo y la ecología política, el neoliberalismo es criticado por su puesta en crisis sistemática y profunda de la democracia, incluso en sus formas más limitadas como la de la democracia liberal y representativa. La oposición efectiva al neoliberalismo implica la reivindicación de una democracia real, y esto es lo que para nosotros forja la identidad entre la democracia y lo común.

Nos apoyamos en un texto famoso de Naomi Klein, “Reclaiming the Commons” (2001) [Reclamando los comunes], donde después de Seattle, y en el momento del primer Foro Social Mundial de Porto Alegre, intenta definir el sentido del altermundialismo. Describe al neoliberalismo como una vasta empresa de apropiación no meramente de recursos naturales sino también de las condiciones sociales y políticas de la vida en común. Al instante, los comunes aparecen, entonces, como una respuesta a la racionalidad neoliberal. Estas formas alternativas se plantean como instituciones democráticas. No es una invención de nuestra parte; es lo que hemos observado en las grandes movilizaciones de las ciudades, en las ocupaciones de las plazas, en todos los lugares donde la cuestión de la democracia se ha planteado de manera muy explícita, no en un sentido que es de entrada teórico, sino práctico. Aunque hay a veces formas ingenuas y muchos impasses, en el fondo las movilizaciones de los últimos años y los movimientos de las plazas plantean de manera práctica la cuestión de lo que es una democracia real.

PD: En lo que concierne a la cuestión de la desidentificación y de la conflictividad, no tenemos ningún desacuerdo con Rancière. Pensamos la democracia como un principio conflictual, y nunca hemos contemplado la idea de hacer de lo común algo del orden de un consenso pacificador. Por el contrario, la conflictividad está presente en todas las experimentaciones que se han hecho; basta mirarlas. Para nosotros, no hay política como actividad sin conflictividad.

En cuanto a las identidades, en efecto puede haber aquí o allá ambigüedades con respecto al tratamiento de esta cuestión, o de hecho, su no-tratamiento, incluso tal vez una ceguera ante la cuestión de la identidad entre los que participan en las experimentaciones de lo común. Pero lo importante es entender que los comunes no corresponden, en general, a comunidades cerradas, o de pertenencia, lo cual se ve bien en las experimentaciones de hoy y en las de hace unos años. Incluso los comunes urbanos, por ejemplo, las ocupaciones en Italia, no responden a la experiencia clásica de las okupas. Hay edificios que están ocupados, pero se presenta también, inmediatamente, una apertura hacia la ciudad, tanto en Italia como en Quebec. Lo que nos interesa de la cuestión de la identidad es la manera en que los límites institucionales son reglas, sin ser fronteras; límites que no son fronteras. Aun en los comunes habituales y tradicionales, que se reinventan en la lucha contra la oligarquía neoliberal, hay a menudo —no siempre, sino a menudo— un tratamiento de la cuestión de la identidad que no es identitario, como en el caso de los Mapuche. En sus luchas actuales, en Argentina, así como en Chile, dado que viven en los dos lados de la frontera, hay una defensa de su identidad cultural que, sin embargo, no procede de una lógica identitaria. No es el caso en todos lados. No lo es, por ejemplo, en Bolivia, donde hay, por el contrario, comunidades que adoptan una dimensión de comunidad de pertinencia bastante cerrada. No obstante, hay comunes tradicionales que se reinventan en la oposición al neoliberalismo, como una forma de reinstitución, en un sentido democrático.

Lo común, el Estado y el servicio público

PC y AF: La nueva razón del mundo analiza la degradación neoliberal del Estado y de sus servicios, que están sometidos a los principios de competencia y de rendimiento, a la maximización de los resultados. El libro presenta una crítica de la colonización neoliberal del Estado. En Común, ustedes separan claramente lo común de lo estatal, y en un subtítulo, de hecho sostienen que “hay que liberar lo común de su captura estatal”. Paralelamente, esbozan algunas pistas de lo común, en especial en el sector asociativo, insistiendo sobre el carácter decisivo de la acción colectiva y, por consiguiente, de lo político. Ahora bien, nos parece que aquí se presenta una tensión entre dos figuras de lo social, una estatal y otra no-estatal, lo que parece confirmarse cuando vuelven sobre estas cuestiones en sus propuestas políticas al final del libro. Mientras parecen mantener la relación entre el Estado y el servicio público —donde se da prioridad al ethos del profesional de la “mano izquierda” del Estado—, quieren, al mismo tiempo, abrir el servicio público a los ciudadanos y a una democracia participativa efectiva. Sin embargo, ¿sería esto suficiente para superar a la vez la colonización neoliberal del ethos profesional y el endurecimiento burocrático? ¿Hasta qué punto puede el ciudadano ser un actor del servicio público? ¿No sería también lo común una forma de subversión de la relación saber/poder y, por lo tanto, de cierta identidad del profesional y de las relaciones instituidas alrededor de él? ¿Cómo relacionan dicho servicio público con lo asociativo, que, según ustedes, debe preparar la sociedad de lo común, pero al mismo tiempo está atrapado en los mecanismos de depredación mercantil de las nuevas formas de la socialización?

CL: Después de proponer una crítica de la racionalidad neoliberal en La nueva razón del mundo, efectivamente intentamos pensar, en Común, los tipos de alternativas que se presentaban en el campo político, así como en el campo social y económico. Nos pareció muy notable que a la sociedad de competencia generalizada impuesta por el neoliberalismo —que despoja a los individuos y a las colectividades de todo control sobre sus propios destinos y dinámicas— se opusiera otra forma de relaciones humanas, sociales y políticas fundadas sobre la puesta en común y sobre la elaboración colectiva de sus reglas. Es importante subrayar, por un lado, la inseparabilidad entre la manera de pensar las relaciones entre la gente en las actividades que llevan a cabo, y, por el otro, la elaboración colectiva de las reglas que rigen esta puesta en común. En este sentido, el principio de lo común no es precisamente un principio sectorial. No es un principio que se aplicaría sólo a la economía social y solidaria, o a los servicios públicos, o a las cooperativas, o de manera exclusiva a otras formas de experimentación. Es un principio transversal.

Así pues, nuestra pregunta, que podemos llamar estratégica y que aparece en particular bajo la forma de propuestas finales en el libro Común, es cómo este principio político de lo común puede avanzar, desplegarse, desarrollarse en los diferentes sectores sin privilegiar a ninguno. Esto se opone a dos visiones sectoriales típicas de ciertas izquierdas: una izquierda estatal y una asociativa. Existe, por un lado, y conformemente a una vieja figura de la izquierda, encarnada a fines del siglo XIX por Paul Brousse —que creía que todo debía volverse servicio público, que todo debía volverse Estado—, una izquierda que piensa la transformación social en términos del desarrollo de los servicios públicos y que piensa, entonces, la socialización como una extensión de la esfera del Estado, incluso como una apropiación de los medios de producción por parte del Estado. Es un rótulo muy típico de la izquierda francesa, obviamente ligado a la historia de Francia. Por el otro lado, existe lo que a veces se llama la “segunda izquierda”. Esta ha pensado el desarrollo de la autogestión y de otras alternativas al capitalismo bajo la forma de la asociación, la cual podría volverse un “tercer sector” entre el mercado capitalista y el Estado. El socialismo se desarrollaría, así, mediante una extensión progresiva de la economía social y solidaria, que contendría en sí misma los principios clave del socialismo.

Intentamos superar estas visiones sectoriales del socialismo —la versión estatal y la versión asociativa— al pensar lo común como un principio que debería encontrar en cada sector sus modalidades de desarrollo. No partimos de cero, no hacemos tabula rasa. En el sector asociativo, que hoy se llama economía social y solidaria, hay elementos y gérmenes de desarrollo de lo común. Muchos actores del sector —opuestos a la tendencia neoliberal, bastante fuerte hoy en día, que busca la transformación de dicho sector en emprendimiento social— recurren a los comunes precisamente para encontrar en su propio campo un sentido político más claro y más potente para su acción. Es lo que llaman los “comunes sociales”. Se trata de una reinterpretación política de la economía social y solidaria que coincide completamente con lo que acabamos de decir sobre la manera en que hoy toma forma la alternativa al neoliberalismo.

También observamos que los servicios públicos, en su historia y en sus propios principios, contienen componentes que remiten al principio de lo común, aunque hayan sido desviados y capturados por formas burocráticas. Nosotros intentamos mostrar cómo los servicios públicos pueden ser tratados como servicios e instituciones de lo común, justamente porque se trata, a escala de una sociedad, de una puesta en común de recursos, de tiempo, de medios diversos, ya sean materiales o inmateriales; es decir, de una puesta en común de medios destinados a satisfacer necesidades fundamentales a través del uso colectivo de los recursos.

En la actualidad, los servicios públicos están evidentemente dominados por las burocracias y las oligarquías neoliberales, lo que se corresponde con lo que hemos llamado la transformación neoliberal del Estado. Por lo tanto, no se trata, para nosotros, de sólo defender los servicios públicos. De ahí nuestra crítica a Pierre Bourdieu, quien, a partir de 1995, pensaba que la prioridad era hacer esta defensa, y que esta debía constituir la base de alianza que él buscaba entre las grandes organizaciones sindicales. Sin duda hay que defender los servicios públicos contra las ofensivas neoliberales, pero para nosotros se trata también de pensar su transformación. Más precisamente, se trata de pensar las formas de una democratización auténtica de los servicios públicos. Esto implica repensar, bajo una forma ampliada de la democracia de la empresa, la articulación entre la participación en estos servicios de los asalariados, de los usuarios y de los ciudadanos. ¿Qué significa para una escuela, una universidad, o un servicio público de transporte o de salud, incluir en realidad a los usuarios y a los ciudadanos en una deliberación, una decisión, una elaboración democrática? ¿Cómo puede un servicio público desligarse del control burocrático y oligárquico para volverse una institución de lo común según los principios del autogobierno? Se plantean aquí una cantidad de problemas, entre ellos el problema de la escala. Está claro que una escuela o una estación de tren no puede simplemente autogobernarse desde lo local. Depende de otras escalas determinar y elaborar reglas colectivas. No nos lo imaginamos de otro modo. Si cada escuela tuviera que determinar sus propias reglas de funcionamiento, recaeríamos en la lógica del mercado puro. De ahí la cuestión de la organización de las escalas bajo la forma federativa, tal como nos la imaginamos al final de Común. No buscamos establecer un programa político o proponer medidas, sino abrir el campo de la reflexión.

PD: A propósito de los servicios públicos, es esencial entender que lo que vivimos hoy no es en absoluto una tensión entre la administración burocrática y la gestión neoliberal, sino, por el contrario, una alianza perfecta entre ambas. Afirmar, como lo hacen algunos en la izquierda, bajo el pretexto de lucha contra el neoliberalismo, que este último es el reinado del mercado puro sin burocracia estatal y que, por lo tanto, hay que defender el Estado, incluso en su forma burocrática, nos parece un completo callejón sin salida. Basta observar cómo son gestionados hoy los hospitales, para darse cuenta de que son cada vez más neoliberales. Esto se nota, por ejemplo, en la creación de gigantes burocráticos, como los llamados agrupamientos hospitalarios de territorio. Frente a esto, la cuestión es cómo enfrentar la burocracia en los servicios públicos. No podemos pretender que no existe.

Para replantear hoy la cuestión de los servicios públicos, hay que partir de la ambición inherente a la noción de servicio público, esto es, de la exigencia del igual acceso para todos, de la universalidad. El monopolio que tiene la administración estatal en la actividad de deliberación y de decisión nos parece que prohíbe, justamente, que esta universalidad sea efectiva. Ir más allá de este monopolio implica permitir a los ciudadanos intervenir, participar de un modo directo en la elección de la orientación, con estructuras que pueden ser muy diferentes y diferenciadas en escala. No se trata simplemente de que sean consultados, como en las encuestas de satisfacción, sino que deben tener la posibilidad de participar en las grandes decisiones concernientes a las elecciones de orientación de los servicios públicos. Todo esto exige poner por completo en tela de juicio la lógica de gestión y la lógica burocrática.

Por lo tanto, hay que partir del hecho de que los servicios públicos son una obligación positiva del Estado, y afirmamos con Léon Duguit que dicha obligación está en contradicción con la soberanía del Estado. Defender a la vez la soberanía del Estado y los servicios públicos, como lo hace mucha gente en la izquierda, es un absurdo y es una herencia de la que incluso Bourdieu es deudor. Se trata, por el contrario, de pensar los servicios públicos contra la soberanía del Estado porque, precisamente, el Estado no puede hacer lo que quiere al respecto. Es la razón por la cual hay que proceder a una desestatalización de los servicios públicos, para poner en cuestión el monopolio de la administración burocrática y hacer prevalecer el principio del autogobierno, incluso en la forma en que los propios servicios públicos son gobernados. Por supuesto, esto también implica poner en tela de juicio cierto monopolio de la experticia y del saber que excluye la participación de los ciudadanos.

La cuestión de la escala: las finanzas y la Unión Europea

PC y AF: ¿Qué sucede con los territorios más hostiles, así como con los que están situados en otra escala, como las finanzas y la Unión Europea? Parece que hay fuerzas, presentes en todas las escalas, que obstaculizan poderosamente cualquier práctica de lo común y su capacidad para institucionalizarse, para influenciar las escalas superiores y transformar las instituciones existentes. ¿No habría, en este sentido, un dilema en su teoría, en lo que concierne al anclaje situado de lo común, en relación con la extensión difusa y totalizante del neoliberalismo? Con respecto a la Unión Europea (UE), ustedes muestran en La pesadilla que no acaba nunca cómo su constitución económica coloca los principios económicos del neoliberalismo por encima de toda influencia política, sellando su futuro ordoliberal y eliminando toda alternativa para los gobiernos nacionales. ¿Cuál podría ser el peso del principio de lo común en este nivel? ¿No se requeriría una concepción menos decidida de lo estatal y de la consolidación de las fuerzas? Y en lo que se refiere al poder de las finanzas, ¿piensan que el principio de lo común debe actuar como una fuerza enteramente exógena e inasimilable, en un combate continuo contra el mundo de las finanzas, o este mundo puede ser reorganizado desde dentro, con el fin de volver a movilizar sus mecanismos para fomentar y apoyar la creación de lo común?

CL: Es necesario hacer dos observaciones preliminares con respecto a los supuestos de estas preguntas.

Primero, la expresión “anclaje situado” puede dar la impresión de que nuestro trabajo se refiere a microinstituciones, pequeños colectivos que se autoorganizan y se autogobiernan, lugares situados de manera muy local… Es una visión de la cual intentamos escapar. Para nosotros, el autogobierno está incuestionablemente situado; no podemos pensar la democracia por fuera de colectividades concretas, pero no reivindicamos ni un esquema anarquista de autoorganización de pequeños átomos sociales y de pequeñas comunidades humanas, ni un esquema socialista de pequeñas repúblicas en el seno de talleres que conformarían una coalición. Hay que pensar la organización del conjunto de la sociedad según el principio de lo común, y es ahí donde surgen una serie de cuestiones prácticas e institucionales que están lejos de haber sido resueltas por la experiencia histórica.

Segundo, la pregunta puede sugerir la idea de que eliminamos completamente el Estado de nuestro razonamiento. Sin embargo, intentamos pensar la transformación del Estado por medio de lo que hemos llamado su “relativización”. Esta relativización opera, por un lado, mediante la extensión de las formas democráticas locales y productivas, y, por el otro, a través de una reorientación de las instituciones políticas internacionales, según una nueva cosmopolítica, que llamamos la “cosmopolítica de los comunes”. Se ha comenzado a comprender que ya es hora de instituir comunes mundiales —en especial el medioambiente o los océanos—, según formas institucionales específicas, por supuesto.

¿Qué podría ser entonces una institución financiera regida por el principio de lo común? Es evidente que no podría ser simplemente un banco estatal que se haría cargo del conjunto del financiamiento de la economía, ni bancos privados que continuarían el trabajo de los bancos de hoy. ¿Qué podría ser entonces un banco cooperativo, realmente cooperativo, que obedeciera a principios democráticos y que financiara las actividades de asociaciones, cooperativas, servicios públicos, en función de todo lo que hace falta hoy y que debe ser producido o mantenido? Todavía no hemos escrito sobre este problema de las finanzas, pero pienso que se puede articular con lo que decimos sobre la empresa, es decir, la manera como la empresa puede convertirse en una institución de lo común que dé cabida a los usuarios de los productos, los recursos y los servicios de la empresa. Nos volvemos a encontrar con lo que dijimos anteriormente sobre los servicios públicos: transformar al consumidor o al cliente en un usuario ciudadano, es decir, en alguien que tiene el derecho de participar en la definición y en la elaboración de las políticas llevadas a cabo por las empresas, y esto en un sector tan sensible como el del financiamiento de las actividades.

PD: Con respecto a la cuestión de las finanzas, hay que tener cuidado con la expresión “reorganizar desde dentro”. Esta nos llevaría rápidamente a pensar, como lo ha intentado hacer Negri, que sería posible transformar desde el interior la actividad de las finanzas tal como existe hoy, sin poner fundamentalmente en cuestión el lugar que ha tenido en el mundo desde los últimos cuarenta años. Tal estrategia, que ha sido la de una parte de la izquierda —y que consiste en querer situarse en el terreno del enemigo para disputar desde dentro la hegemonía que él ejerce sobre este terreno—, amerita una interrogación crítica, puesto que puede bloquear cualquier iniciativa. Podemos imaginar, de hecho, un funcionamiento de las finanzas por completo diferente, tanto a escala nacional como internacional. Christian hacía referencia a un banco para apoyar las iniciativas de unidades de producción o de cooperativas. Podríamos imaginar, como lo propone Benoît Borrits en Au-delà de la propriété (2018) [Más allá de la propiedad], un fondo social de inversión, que no se corresponde exactamente con el crédito popular de Proudhon, aunque vemos allí una fuente de inspiración. Podríamos también reflexionar sobre la reinstitución de la moneda como común, pero justo sería imposible aislarla del resto. Estos elementos bien podrían integrarse a la discusión sobre la transformación de las finanzas, pero precisamente no se trata de “reorganizarlas desde dentro”, sino de transformarlas muy profundamente a partir de una lógica de reinstitución de la sociedad en su conjunto.

Defendemos esta misma idea en lo que concierne a los gobiernos nacionales. Es verdad que surge la pregunta de cómo, llegado el caso, esta escala puede ser utilizada, por ejemplo, en la lucha contra los planes de la UE. A este respecto, hay experiencias que deben ser interrogadas, en particular la de Grecia. Cuando vemos que Alexis Tsipras se enorgullece hoy de la política que ha seguido desde 2015, diciendo que el pueblo griego por fin será emancipado de la UE porque el Gobierno griego ha cumplido su “contrato”, tenemos muchas razones para inquietarnos sobre el modo como el nivel nacional se pone en práctica.

No excluimos la llegada al poder de un gobierno que esté en realidad animado por un proyecto de crítica radical de las bases de la UE; incluso esto nos parece completamente necesario. Pero en este punto hay que saber a qué se compromete, saber lo que significa resistirse en la práctica a los planes de la UE. Primero, debe enfatizarse que no hay ninguna contradicción entre el nivel nacional y el nivel casi federal de la UE, sino una forma de ordenación de las exigencias de la UE por parte del gobierno nacional. El tipo de razonamiento, bastante corriente hoy, que confiere al nivel nacional una virtud que estaría ausente del nivel europeo es completamente desconcertante, en la medida en que la racionalidad neoliberal de la UE y la implementación de sus planes pasan por los gobiernos nacionales y por cierta apropiación de la soberanía del Estado-nación. Por lo tanto, hay que evitar plantear la cuestión de manera abstracta a partir de una oposición tajante entre la soberanía del Estado-nación, por un lado, y la malvada Unión, por el otro, y más bien insistir en el hecho de que un gobierno nacional sólo puede obtener concesiones importantes desde el momento en que fomenta, excita y estimula un movimiento de naturaleza extraestatal. De lo contrario, permanece preso de la lógica neoliberal, como es el caso de la mayoría de los gobiernos que han llegado al poder y que han tenido que renunciar por completo a sus programas de transformación. Abogamos, en este sentido, por una federación democrática de los pueblos europeos, lo que evidentemente implica una crítica fundamental de las bases de la UE establecidas en el momento de su fundación. Hay mucho por hacer, porque en realidad se necesita la construcción de una alianza con otras fuerzas extraestatales, fuerzas de la sociedad, a nivel europeo.

A modo de ejemplo, podemos observar cómo el gobierno de Rajoy en España desempeñó el papel de vector de imposición de las medidas de la UE y cómo las municipalidades llamadas “rebeldes” han resistido. Sobre la base de un artículo de la Constitución de España, que obliga a priorizar el reembolso de la deuda a todos los niveles, el gobierno conservador ordenó a todas las municipalidades, y en particular a las “rebeldes”, no “desviar” el dinero para aumentar el gasto social. Cuando la alcaldía de Madrid quiso liberar una suma adicional de 600.000 euros para gastos de asistencia social, tal acción fue prohibida y se llevó a cabo un chantaje que condujo a la renuncia de la municipalidad de Madrid. Es interesante observar estos mecanismos por medio de los cuales el gobierno nacional impone a las municipalidades desobedientes la ley del chantaje ordoliberal de la UE. Ilustra bien el hecho de que la alternativa no es entre el nivel nacional y el nivel europeo. Y es aún más interesante ver cómo ciertas municipalidades resisten. Son municipalidades que precisamente no se encierran en una relación directa y nacional con el gobierno nacional; que intentan aflojar el tornillo uniéndose no sólo entre sí, sino también con otras fuerzas en España y a escala europea, con otras ciudades a escala mundial, para pesar en las relaciones de fuerza. Y esto permite hacer cosas interesantes, como, por ejemplo, las dos multas de 600.000 euros impuestas por la municipalidad de Barcelona a Airbnb. No es en absoluto una lógica nacionalista, o una lógica centrada en las nacionalidades. Es una lógica del transnacionalismo de las prácticas.

CL: Podemos constatar que el internacionalismo obrero, socialista y comunista está en quiebra, y que también es a causa de este fracaso en los siglos XIX y XX que el capitalismo neoliberal ha podido generalizarse. En algún momento lanzamos un ciclo de encuentros llamado “Por un nuevo internacionalismo”, que planteaba la pregunta de cómo poner en común las fuerzas provenientes no sólo de sectores diferentes —para nosotros la convergencia de fuerzas sectoriales es absolutamente indispensable—, sino también de diferentes naciones. Vemos que en el movimiento de plazas se presenta una suerte de internacionalismo punteado por las formas de mimetismo y por las resonancias con luchas en otros lugares, pero todavía no ha habido una verdadera coordinación de las movilizaciones. Este es un vacío por llenar, en particular a nivel europeo. Por esta razón hemos explicado, en diferentes encuentros con actores europeos, que es necesario hacer listas transnacionales a partir de un proyecto de Europa en común, en la óptica de una federación democrática de los pueblos europeos. En nuestra opinión, esta es la única manera de contrarrestar el proyecto ordoliberal de la UE y de contrarrestar al mismo tiempo la emergencia poderosa de los soberanismos, los nacionalismos y las formas de xenofobia que observamos hoy en Europa y que amenazan directamente cualquier proyecto europeo. Pero esto se ha hecho difícil por este prisma nacional, incluso nacionalista, al que se refería Pierre, y que corresponde a una vieja fórmula de la izquierda —también presente en el marxismo— que considera que el espacio nacional es el único espacio político pertinente, que hay que arreglar primero las cuentas con la burguesía nacional antes de pensar en la revolución mundial. Pero en este momento de estallido de Europa —sólo hay que ver lo que está sucediendo actualmente en Italia, uno de los países cuya opinión fue, durante mucho tiempo, la más europea—, podemos esperar que la idea se abra camino. No vemos otra solución.

Sobre América Latina

PC y AF: En muchas discusiones sobre el neoliberalismo, América Latina ocupa un lugar singular. Por un lado, como “laboratorio” de políticas neoliberales (el Chile de Pinochet después del golpe de Estado de 1973, las pioneras políticas de reestructuración, el Consenso de Washington). Por otro lado, en relación con la diversidad y la intensidad de las luchas contra un capitalismo que, a menudo, ha sido particularmente violento, crudo, devastador y colonizador en este continente. ¿Qué lugar ocupa América Latina en su estudio del neoliberalismo y en su teoría de lo común con respecto a la especificidad de las luchas? ¿Habría en este punto una diferencia entre su concepción del neoliberalismo como razón del mundo y el enfoque de David Harvey en términos de tendencias de neoliberalización, relativas a los contextos nacionales y geopolíticos?

PD: La dimensión de laboratorio es una pregunta importante que se nos ha planteado con frecuencia, particularmente en Chile, y la mencionada referencia a la política económica neoliberal de Pinochet con los “Chicago Boys” es absolutamente indiscutible. Sin embargo, en esa época no se había experimentado todavía lo que llamamos, en La nueva razón del mundo, la gubernamentalidad neoliberal. Me parece importante hacer la distinción entre política económica y gubernamentalidad, puesto que esta última sólo comienza en Chile a principios de los años 1990, a partir del momento en que Pinochet es apartado del poder. Esta distinción no significa, de ningún modo, que ignoremos que el neoliberalismo fue capaz de adoptar caras menos amables antes de ese periodo, como puede observarse claramente en ese país, donde una especie de aplanadora se prolongó en las formas de gubernamentalidad, apoyándose incluso sobre lo que había sido arrancado a la fuerza por la dictadura de Pinochet. Lo mismo podría decirse en los casos de Brasil y Argentina, aunque siempre hay que prestar atención al contexto nacional para ver cómo sucedieron las cosas. En el origen de la gubernamentalidad neoliberal se presentan, a menudo, violencias, más o menos abiertas, que toman diferentes formas. Hubo, por supuesto, violencia en la implementación del neoliberalismo de Thatcher y en el aplastamiento de la huelga de los mineros, que fueron enfrentados por la policía y el ejército, lo que develó una violencia de Estado. Obviamente, son situaciones diferentes a la dictadura de Pinochet, pero ello no impide señalar que con frecuencia se presentan violencias de ese tipo en el comienzo; una violencia inaugural que de ninguna manera debe pasarse por alto.

No vemos ninguna contradicción a este nivel con David Harvey. No hacemos de la racionalidad neoliberal un principio unitario capaz de borrar todas las singularidades nacionales y las diferencias de situación, y, a la inversa, insistimos en el hecho de que el principio de lo común no es en ningún sentido un principio unitario. No se trata de una confrontación abstracta entre dos principios generales, en especial cuando el neoliberalismo ha mostrado, y lo muestra todavía hoy, que es capaz de adaptarse, e, incluso, más que simplemente adaptarse, de reinventarse en función de las relaciones de fuerza y de lo que encuentra en las distintas situaciones. Resulta extraordinario constatar cómo el neoliberalismo, cuando se establece, se ve conducido a anexar, a colonizar las cosas que ya están ahí, a menudo de manera muy violenta, pero también muy perversa o muy sutil, como reorganizaciones desde el interior. Y no hay absolutamente ninguna uniformidad a este respecto. Desde luego, existe cierta uniformidad cuando los principios del FMI se codifican en los acuerdos internacionales, pero esto no significa que haya modelos que sean privilegiados en la implementación. El Consenso de Washington evidentemente no les imponía a todos los gobiernos seguir el modelo de Reagan o de Thatcher. Ellos observan lo que funciona, lo que fracasa, lo que es problemático en las diferentes experimentaciones, y tratan de evitar los mismos problemas en las reformas estructurales en otro país con tradiciones diferentes. No hay que subestimarlos, ellos también son capaces de hacer diferencias. El principio de competencia no es de ningún modo un principio unitario que puede ser aplicado desde el exterior y desde arriba por los gobiernos, independiente de la atención prestada a las situaciones nacionales.

CL: Quisiera volver a nuestra propia historia para responder a esta pregunta. En el pasado fuimos militantes internacionalistas trotskistas y fuimos muy sensibles a las dinámicas y los procesos políticos de América Latina desde finales de los años sesenta. Cuando abandonamos dichas organizaciones internacionalistas, nos alejamos un poco de esos procesos. Esto se refleja desafortunadamente en La nueva razón del mundo, que, sin duda, no se ocupa lo suficiente de América Latina.

En efecto, es muy importante tener en cuenta, como lo dijo Pierre, cómo las condiciones de instauración del neoliberalismo en América Latina fueron creadas por violencias inaugurales que no se conocieron en otras regiones. Me refiero a los golpes de Estado y a las dictaduras militares. Es muy diferente a lo que pasó en otras partes, donde no hubo un aplastamiento por medio de la violencia, la tortura y el asesinato de militantes del movimiento obrero y de la izquierda, sino más bien un debilitamiento y a veces una descomposición de fuerzas sindicales y políticas. También notamos hasta qué punto neoliberales como Hayek y Friedman presentaron a América Latina, y a Chile en particular, como laboratorios, como lugares muy importantes donde se aplicaban sus preceptos económicos. Existen entrevistas con Hayek en las cuales explica que él prefería una dictadura que respetara el mercado, en lugar de una democracia que pusiera en cuestión el funcionamiento cataláctico del orden espontáneo.

Sin embargo, luego de la publicación de La nueva razón del mundo retomamos las preguntas planteadas por la situación de América Latina, gracias a una serie de invitaciones por parte de investigadores y militantes que se interesaron en nuestros trabajos, a pesar de cierto euro-americano-centrismo presente en el libro mencionado. Al respecto, nos hicieron notar que ellos tuvieron una experiencia mucho más violenta y desafortunada que la que tuvimos nosotros como europeos.

Nos interesaron en especial los trabajos de Guillaume Boccara y Paola Bolados sobre la “etnogubernamentalidad”, esto es, la articulación del multiculturalismo y del neoliberalismo. La pregunta que se plantean, y que no es ajena a las promociones del multiculturalismo en otras regiones del mundo, es cómo después de una fase de asimilación de las poblaciones indígenas se intenta promover progresivamente una cultura indígena y al mismo tiempo se recupera de modo mercantil, de manera competitiva, insistiendo en la identidad de cada grupo o etnia para encerrarla en dicha identidad. Esto nos parece muy interesante, puesto que muestra que no hay una oposición radical entre la perspectiva neoliberal y un cierto identitarismo; que puede haber ahí más bien una promoción de identidades que funcionan un poco como marcas comerciales.

También estamos muy interesados en lo que Jérôme Baschet llama las “rebeliones creadoras”, es decir, la manera como un cierto número de revueltas, entre ellas la de los zapatistas, no son retornos a identidades originarias ni repliegues en las comunidades, sino reinvenciones democráticas de la tradición en una perspectiva cosmopolítica, incluso “intergaláctica”, como diría el Subcomandante Marcos. Es en realidad impresionante para nosotros observar cómo justo la identidad puede no funcionar en absoluto como un repliegue o como un cierre según las perspectivas culturalistas, sino, al contrario, como un proyecto político completamente nuevo de puesta en común de diferencias regionales, étnicas o culturales, a la escala de un país o de un continente.

En cuanto a Brasil, estamos interesados en lo que comienza a llamarse allá comunes de lucha y de supervivencia, y que designan la manera como las comunidades de habitantes, en particular de favelas o de zonas rurales ocupadas, interpretan su acción no sólo como la ocupación de un lugar, sino también como un común autogobernado. Nos parece que esto tiene mucha resonancia con lo que hemos pensado como principio de lo común.

En la actualidad, el libro Común está traducido al español y al portugués, y parece interesarles a grupos de investigadores y de militantes con los cuales estamos entrando progresivamente en contacto. Para nosotros es definitivamente una región del mundo que nos importa cada vez más. Es también ahí donde, desafortunadamente, el neoliberalismo retoma cuerpo y vigor a partir de toda una serie de límites y de derrotas de las izquierdas latinoamericanas. Pensamos, por ejemplo, en el golpe de Estado constitucional de Temer, en la victoria de Macri en Argentina o de Piñera en Chile.

PD: Esto también permite volver a poner en cuestión la hipótesis del posneoliberalismo, según la cual Chávez, Lula, Morales y otros habrían inaugurado una era “posneoliberal”. Es interesante ver cómo, en todas esas experiencias, se presentan muchas lógicas neoliberales, a menudo a pesar de las intenciones declaradas de los gobernantes. Por ejemplo, la forma como bajo Lula, y en particular el último Lula, las ayudas sociales eran canalizadas, lo cual reconducía a una lógica de individualización que de ningún modo antagonizaba con la lógica neoliberal. Todo lo contrario. Cuando llegamos a Brasil, advertimos que no podíamos plantear la cuestión de la defensa de las instituciones del Estado social del mismo modo que en Europa occidental, en la medida en que en ese país casi no hay un Estado social. En efecto, se nos señaló que se trataba de inventar todo, y es por esta razón que aquello que los amigos brasileños han llamado “comunes de supervivencia” nos ha parecido tan importante. Aprendimos mucho en Brasil. Esto ha sido también muy relevante porque en dicho país hubo una acogida de La nueva razón del mundo que no esperábamos en absoluto. Se volvió un libro de referencia; fue el segundo libro más vendido de no-ficción de la editorial Boitempo en 2016, para dar sólo una idea de su difusión. No simplemente se apropiaron de él los investigadores en las universidades, sino también los militantes y activistas. Esto también trajo consigo responsabilidades, como tener en cuenta la manera como los temas de nuestro libro son retomados a partir de una situación muy específica. De hecho, desde hace tres años, América Latina se ha convertido en una preocupación central en nuestra reflexión.

¿Cuál estrategia para lo común?

PC y AF: Para continuar con Harvey, su análisis del neoliberalismo en términos de acumulación por desposesión abre la esperanza de una alianza transversal de los desposeídos del neoliberalismo, resignificando de este modo la lucha de clases. Al partir de experiencias de privación, Harvey parece pensar una estrategia más defensiva que la de ustedes. ¿Cómo sitúan su teoría de lo común frente a la acumulación por desposesión de Harvey y cómo piensan la estrategia política?

CL: La oposición entre Harvey y nosotros radica, en efecto, en el hecho de que su problemática de la desposesión, cuyo origen es claramente luxemburguista, significa, para él, que los comunes son cosas y dominios que existen de antemano, como cosas dadas que posteriormente son acaparadas, destruidas o captadas por el capitalismo. Esto devela una lógica defensiva: a grandes rasgos, Harvey nos dice que debemos defender nuestros comunes contra las lógicas de apropiación. Por esta vía, Harvey hace eco, sin duda, de muchas temáticas del movimiento altermundialista y ecologista. Es una mirada parcial de los comunes. Todo lo que pertenece a la creación y a la institución de los comunes es dejado a un lado. Es como si Harvey, en el fondo, permaneciera en perfecta armonía con el pensamiento económico y jurídico dominante, que reconoce sin ningún problema la existencia de bienes comunes, siempre que sean cosas dadas, que estén ahí, que no tengan propietarios, y que sean apropiables. Que lo viviente, los conocimientos, las tierras, el sector público, se conviertan en objetos de propiedad y en bienes de mercado responde a la concepción marxista tradicional de la extensión de la mercantilización y de la acumulación del capital. Esto nos mantiene bajo la idea de que sólo el capitalismo tiene iniciativa, que desde el lado de los dominados no hay creación original, capacidad de institución. Nosotros pensamos lo contrario. Lo que vemos, más allá de los “comunes naturales”, es que hay una proliferación de nuevas instituciones que relevan los comunes y que dan lugar a estrategias muy diferentes que no son sólo defensivas, que permiten, por el contrario, repensar la ofensiva antineoliberal en términos de formas económicas y políticas alternativas.

PD: Lo que está aquí en discusión es la dimensión instituyente. En efecto, en Harvey esta dimensión está menos presente, puesto que su reactivación del tema de la lucha de clases contiene la idea de que los desposeídos constituyen el nuevo proletariado, y esto en razón de la situación que crea el neoliberalismo para un cierto número de estratos sociales. Evidentemente es interesante que este análisis permita vincular a los trabajadores del sector público con la gente que es expropiada de su tierra, etcétera. Sin embargo, al mismo tiempo, esta concepción se basa en la idea de lo ya constituido, de lo ya dado. Por ejemplo, el sector público aparece como algo que es atacado por el neoliberalismo y que debe ser simplemente defendido de ese ataque. Se parte, así, de la idea de que uno podrá apoyarse en lo dado, en vez de poner en marcha una actividad instituyente. Para nosotros, en cambio, lo que está fundamentalmente en juego es la primacía de la actividad instituyente, y esto acarrea diferencias mayores con respecto a la noción de estrategia. Ella misma debe ser reelaborada a la luz de lo que llamamos el principio de lo común como principio de autogobierno.

La cuestión es, entonces, saber cuál es, en efecto, la estrategia fundamental que podemos imaginar. Foucault distinguía tres sentidos principales de la estrategia: la racionalidad en la elección de los medios en relación con ciertos objetivos; el juego, es decir, el hecho de tener influencia sobre el adversario (por ejemplo, el juego de cartas, del que por cierto se sirve Clausewitz); y, finalmente, la guerra. Sobre todo, destacaba la importancia de diferenciar los sentidos de la estrategia y no mezclar todo. Nos parece, en verdad, que la cuestión de fondo es la de la estrategia entendida como la elección de medios relativos a un cierto fin. Es muy importante no descuidar ese sentido. Podemos decir que es un sentido extremadamente clásico, pero no es menos importante interrogar la nueva forma en que podemos retomar este sentido a la luz de lo que está sucediendo hoy en el mundo.

Una de las dificultades que ha experimentado el movimiento obrero en toda su historia es precisamente la de pensar la relación entre los medios implementados y el “gran fin”, y con demasiada frecuencia tendemos a confiar en la idea de que los medios, cualquiera que sea su naturaleza, deberían permitirnos avanzar hacia ese fin, lo cual conlleva el riesgo de sacrificar los principios en nombre de la lucha final o de lo que debe suceder. Pensamos más bien que es necesario retomar una idea bastante antigua, de origen aristotélico, según la cual los medios no son instrumentos, porque, al reflexionar sobre el principio de lo común como principio estratégico, se advierte que debe haber una cierta inmanencia del fin en la lucha por el fin, o en la implementación de los medios que permiten avanzar hacia ese fin. Sin eso, llegamos muy rápidamente a utilizar medios por completo contradictorios con el fin que queríamos alcanzar, y después somos los primeros en arrepentirnos por haberlos utilizado. Son medios que al final le dan al adversario la opción de las armas. En ese momento, uno se sitúa en su terreno y le da la posibilidad de condenar ese tipo de experiencias en nombre de grandes principios morales. No deberíamos darle esa oportunidad, ya tiene suficientes, no vale la pena hacerle ese regalo. Por lo tanto, nos parece de suma importancia llevar a cabo una reflexión de fondo sobre la estrategia.

El trabajo y la empresa

PC y AF: “Hay que instituir la empresa común”, dicen ustedes. La cuestión de lo común en relación con el trabajo parece emerger del interior, del lado de una recuperación de la autonomía y de la democracia, que encuentra su resorte, por así decirlo, en lo que ustedes llaman “lo inapropiable de lo común profesional”. Da la impresión de que la figura consejista está aquí en el horizonte de lo común. Al articular democracia y empresa, ustedes retoman las reflexiones de Yves Clot (2008), por ejemplo, y, más allá de Bruno Trentin (2012), se refieren especialmente a Rudolf Bahro (1979). Sin embargo, parece que para ustedes no existe una exterioridad a la empresa. ¿Su perspectiva sobre lo común no privilegia aquí una relación “internalista”? Si ese es efectivamente el caso, ¿no habría potencialidades que vendrían del exterior en el momento en que la fragmentación, pero también la desterritorialización de la empresa (a través de las nuevas tecnologías), ponen en cuestión las alternativas? ¿Alternativas que no partirían necesariamente de las figuras instituidas de la empresa para poder incluir también, por ejemplo, a independientes, a trabajadores precarios, incluso a amateurs? Y esto nos lleva, a su vez, a la siguiente pregunta: ¿qué lugar ocupa el trabajo en su pensamiento de lo común? Si el trabajo ha sido la figura industrial por excelencia, ¿cómo se sitúan ustedes frente a este antiguo paradigma? ¿O piensan ustedes lo común fundamentalmente fuera de la idea de un centro?

CL: Esta pregunta permite prolongar la reflexión sobre la estrategia. Ella no parte de la figura del explotado ni del desposeído, en el sentido más general de Harvey. Partimos de sujetos instituyentes, de sujetos que realizan una praxis instituyente, y que son instituidos por su propio movimiento de institución. Es esta figura revolucionaria la que nos parece interesante hoy, y que, por cierto, no es ajena a la forma en que Marx pensaba la actividad condicionada-condicionante.

Nosotros perseguimos un hilo del pensamiento de Marx que pusimos de manifiesto en Marx, prénom: Karl [Marx, nombre: Karl] (2012), a propósito de la idea de que las capacidades instituyentes son transversales o generales. Cualquiera sea el lugar donde se encuentre un individuo —en el servicio público, en la empresa o incluso en situación de desempleo—, siempre hay que apostarle a esta capacidad de los sujetos de inventar y de instituir nuevas formas prácticas. Esto es lo que los sociólogos del trabajo han mostrado desde hace mucho tiempo: los trabajadores, incluso en las formas más dominadas del trabajo, son perfectamente capaces de inventar relaciones que no están inscritas dentro del organigrama oficial. También es un lugar común de la sociología del trabajo mostrar que la producción y la empresa no podrían funcionar si uno se atiene sólo a sus reglas formales. Esto es importante para nosotros, puesto que la manera como pensamos la relación entre lo común y el trabajo se basa en esta constatación de que el trabajo nunca ha sido sólo esta forma dominada y completamente moldeada por el capital. Existe una dimensión de praxis, incluso en las formas más dominadas del trabajo. De ahí que en el campo del trabajo y de la producción siempre sea posible apostarle a la capacidad de institución de la cooperación. No es exactamente lo mismo en Marx, quien esperaba de la desposesión del trabajador, de su sumisión completa al capital, la emergencia del trabajador colectivo capaz de tomar en sus manos el conjunto del proceso productivo.

Estos análisis, provenientes de la sociología del trabajo, nos han aportado mucho. Pensar la transformación del trabajo en términos de praxis instituyente, como actividad creadora de sus propias reglas, significa para nosotros pensar formas democráticas de organización de la producción. Es en este punto donde planteamos la cuestión de la empresa, organización típica del capitalismo desde hace cinco o seis siglos, que no podemos eludir. Llego, así, a los términos de la pregunta con los que estoy de acuerdo. En efecto, hay gente que piensa que la única manera de desarrollar formas alternativas al capitalismo sería al exterior de la empresa. Pero es evidente que no podemos simplemente pensar que las formas actuales del precariado, o que las plataformas digitales, van a constituir bases suficientes para engendrar formas poscapitalistas de producción. No hay que dejar por su propia cuenta las formas instituidas del capitalismo; hay que transformarlas, subvertirlas. La cuestión que nos planteamos es, entonces, cómo hacer de la empresa una institución común, sabiendo que la empresa no existe jurídicamente. Ella ni siquiera es reconocida por el derecho, que sólo reconoce a la “sociedad”, forma jurídica de la puesta en común de los capitales. En este sentido, todo está por hacerse para transformar la empresa en una institución de cooperación productiva en el plano jurídico y en el plano político. Este proyecto es absolutamente esencial para nuestro enfoque, sin que sea prioritario sobre los demás.

PD: Existen, en efecto, contribuciones muy importantes en la sociología sobre este punto preciso. Por ejemplo, en el libro La fabrique de l’homme nouveau de Jean-Pierre Durand (2017) se discuten diferentes figuras del trabajo. En lo que respecta a la emergencia del trabajador individual, Durand se niega a hablar del trabajador independiente, puesto que “independiente” connota un cierto número de cosas que son del orden de una valorización, lo que es muy difícil de sostener, dado que se trata de trabajadores que se ven obligados a pagar, ellos mismos, sus propios medios de producción, que se encuentran en una situación de dependencia con un contratista principal, con quien entran en relaciones de acuerdo directo. Por lo tanto, no podemos decir, como lo hacen en particular los negrianos, que todo lo que sucede al exterior es portador de una dinámica que hará estallar al capitalismo. No hay que desertar el terreno de la empresa clásica, pensando que como los trabajadores de la empresa clásica están bajo la condición de asalariados, son incapaces de emancipación, y, por esta razón, hay que abandonarlos, y crear algo en el exterior que los desborde. Eso nos parece una trampa. Pero tal cosa no nos lleva, claramente, a afirmar que hay que privilegiar las formas instituidas de la empresa. Lo interesante es la manera como esto nos permite reflexionar sobre lo que implica la lógica de institución de la empresa.

Hay que llegar a pensar la institución de la empresa como el resultado de una alianza o de una combinación entre formas de trabajo muy diversas, tal como ellas se viven y se experimentan hoy en día. Las plataformas cooperativas pueden ser muy interesantes, en la medida en que pueden dar lugar a invenciones colectivas en términos de cooperación. Hay ahí una aspiración a conjugar, por un lado, la experiencia de lo común en el trabajo y, por otro, una cierta forma de autonomía, e incluso a vincular autonomía y protección. Durand muestra, por ejemplo, que en el capitalismo contemporáneo existe un retorno de lo que Marx llamaba la subsunción formal en ciertos focos de la sociedad. Tiene razón en este punto de vista. Para Marx, era la subsunción real la que debía preparar el terreno de la victoria futura del proletariado, en el sentido de que la profundización de la sumisión llevaría a crear las condiciones de dicha victoria. De modo inverso, podríamos decir que en Negri hay, más bien, una valorización política de la subsunción formal. Salvo que habría que tener en cuenta, obviamente, el tipo de sector. El capitalismo no es por completo idiota. Sabe bien que hay sectores de actividades en los que se debe privilegiar esta subsunción formal, donde, de hecho, hay que provocarla, pero esto no significa que se retorne a la subsunción formal anterior al capitalismo. Es una ilusión total valorizar esas formas haciendo de ellas una especie de focos ideales a partir de los cuales el comunismo, que ya está ahí, podría desarrollarse.

CL: Como dice Pierre, el capitalismo no es completamente idiota, y podemos agregar que los mánager no son completamente estúpidos. Resulta primordial constatar cómo hoy en día los consumidores son llevados a contribuir, en comunidad y en actividad de trabajo y de colaboración, al servicio de la empresa, aunque sólo sea mediante las encuestas de satisfacción. Hay ahí una cierta relación entre la empresa y el cliente que se pone en marcha hoy, con otra configuración de la empresa, una ampliación de su campo que va de la mano con una ampliación del campo de trabajo. Es decir que las fronteras de trabajo se han ampliado, en lugar de restringirse. Para nosotros, la cuestión no es de ningún modo limitar la empresa sólo a los profesionales, sino pensar en la manera como los usuarios ciudadanos pueden participar en su actividad, sin que sean asalariados de la empresa o los sustituyan. Este es un terreno de reflexión y de práctica en extremo importante para nosotros.

Traducción del francés de Anders Fjeld y Diego Paredes Goicochea.

A propósito del 19 y 20 de diciembre // Entrevista a Diego Sztulwark

En dialogo con Sergio Tagle en el programa Bajo el Mismo Sol , Diego Sztulwark analizo el escenario político actual.

La huelga de hambre en las cárceles como un espejo social // Alejandra Rodríguez

¿Qué preguntas e imaginarios nos abre una huelga de hambre en la cárcel? ¿Es posible pensarla como repliegue y resistencia frente a un sistema cruel e inhumano? ¿Puede surgir una lucha emancipativa en su interior?

 

Desde comienzos de diciembre se está realizando una huelga de hambre en más de 40 cárceles del país, se inició en los penales de la provincia de Buenos Aires y se replicó en unidades provinciales con adhesión de algunas federales. Hoy, el número de personas en huelga asciende a 23.000. La huelga explotó porque ya no era posible seguir soportando la indignidad y la deshumanización en la que se vive adentro; el hacinamiento, la escasa y pésima alimentación, la falta de atención a la salud, sumado a las cuestiones de fondo referidas al proceso judicial, el uso indiscriminado de la prisión preventiva, el pedido de derogación de leyes que endurecen las penas, así como la implementación de penas alternativas a la prisión para embarazadas y/o mujeres con niñes.

Aunque los muros intenten hacernos creer que detrás de ellos solo hay cuerpos descartables, en las cárceles hay una enorme vitalidad gestada en medio de la violencia y la crueldad, que va encontrando formas de resistir a la aniquilación del sistema. La huelga es una de ellas.

La cárcel produce y reproduce una pedagogía de la crueldad que tiene como principio la falta de empatía entre las personas, se trata de dejar de ver al otro como un semejante, cuando el dolor del otro no vibra en mí, nos dice Rita Segato. Esta pedagogía hace de la violencia un lenguaje corriente y disponible que actualiza constantemente los métodos de tortura. Así lo describe Eva Reinoso (YoNoFui): “No puedo contar cuántas veces entré a los buzones, las palizas eran cada vez más perversas, me amarrocaban, me pisaban la cara, los tobillos, me sacaban la ropa para tirarme desnuda, me metían los dedos en los ojos, me hicieron tragar gas pimienta. Siempre había algo más; así como los artistas desarrollan su creatividad el Servicio recrea continuamente la tortura, nunca dejaban de sorprenderme.”

Las trayectorias vitales de nuestras compañeras privadas de libertad nos hablan de la pobreza: el trabajo registrado y la posibilidad de pensarse más allá de la subsistencia del día a día nunca existió. La mayoría tiene hijes a cargo, incluso adultos que dependen de ellas. Sus ingresos suelen provenir de trabajos precarios y/o de montos mínimos que se generan por algún plan social. En sus relatos aparecen otras huellas de la exclusión más brutal que hacen de su pasaje por la cárcel una experiencia violenta más en sus vidas.

Sabemos que el neoliberalismo más que un tipo de capitalismo o una ideología es una máquina de producir formas de vida. Durante el macrismo las cárceles se superpoblaron, empeoraron las condiciones de vida, se fortalecieron políticas de abandono y muerte. La promesa de felicidad macrista se apoyó fuertemente en el sistema securitista y punitivo, siendo la cárcel el depósito de todo lo que amenazaba ese ideal. Nadie conoce realmente cómo es una nación hasta haber estado en una de sus cárceles. Esta no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada, supo decir Nelson Mandela. En la actualidad de sus dichos y a la luz de este nuevo momento político, nos preguntamos: ¿Habrá decisión de modificar esos dispositivos securitistas y punitivos que nos deja el macrismo y sus máximas neoliberales? ¿Es posible pensar una transformación radical del sistema de castigo?

*Activista, feminista, educadora, integrante del Colectivo YoNoFui

Ese estallido que dicen que no ocurrió // Diego Valeriano

Quienes dicen que en la Argentina no hubo estallido por la esperanza de un nuevo gobierno nunca cruzaron Plaza Miserere a las tres de la mañana, ni fueron a un 15 en Merlo a unos pares de cuadras del Reconquista, ni a un bautismo de esos que siempre son de fuego. Ni Uber de Ciudadela a José León Suárez, ni delivery en la noche de Casanova, ni transa por las calles de Mariló. Nunca sintieron lo que es correr el bondi a las seis de la mañana, no para no perderlo, sino para esquivar la banda que gede en la esquina. 

 

Miran manija las imágenes de Chile, empachadas de lucha, de poses, de imágenes, de me gustas, sin saber qué es lo que pasa en la tercera de Morón un miércoles cuando cae el sol. Twittean, postean, miran C5N, opinan, mientras la base escurre a los pibes de las manos de las madres, mientras Milli, aterrada como cada vez que vuelve del laburo, duda si caminar más cuadras hasta la avenida o cruzar el campito y ver su suerte, mientras los guachos corren con el fierro en la cintura de los shores, mientras la vida vale poco.

El estallido llegó hace rato y está plagado de guachos saltando urgentes por la punta del andén en Flores, de putas viejas en la colectora después del Buen Ayre,  de quemas de rancho del violador, de ferias absurdas y abundantes, de pibas que se toman el 238 en Libertad para morir un viernes por la noche y resucitar lo más chetas un domingo a la mañana.

Los caretas de la política, las ortibas de las palabras, los panelistas estrella ven solo a la Plaza de Mayo como campo de batalla válido, como referencia piola, como todo llanto. No saben, no quieren, no ven lo que ya estalló, lo que no vuelve, lo que ya es para siempre. Esos cuerpos que mutaron de manera definitiva, esas fiestas que siguen siendo a muerte, y esas  ganas tremendas de no hacer caso, de pelear a fondo, de morir si es necesario que tienen en los ojos los guachines que pasan en el carro. 

 

7 hipótesis sobre el Sindicato de la Economía Popular (4° parte): el Precariado en Acción // Mariano Pacheco

Fuente: Profanas Palabras

VII-

Desde Marx, el proletariado deviene monstruo político del mundo capitalista y desde que Sarmiento publicó su Facundo (1845), el fantasma de la barbarie recorre la Argentina.

En su ensayo titulado “El monstruo político. Vida desnuda y potencia”, el pensador italiano Antonio Negri destaca que, en un cierto momento de la historia de la ideología occidental, el cuadro se transforma notablemente. “La lucha de clases se generaliza y ocupa toda la escena, también la teórica”, escribe. Así, el monstruo –que permanecía fuera de la economía del ser desde que la ontología griega lo conjurara– deviene sujeto político. “Marx pinta íntegramente el desarrollo capitalista con los colores de la monstruosidad. Él mismo es un monstruo irónico, un exceso de inteligencias que en el momento en que describe, también critica y destruye”. De estas reflexiones puede derivarse la construcción de toda una epistemología proletaria: les trabajadores no sólo se reconocen abstractamente como mercancías, sino –también– concretamente como partícipes de esa experiencia monstruosa, que es la de padecer el trabajo, pero además –precisamente– comprender que lo pueden enfrentar, y que los modos en que se organizará la explotación dependerán de su capacidad de resistencia (es interesante, en este sentido, prestar atención a toda la descripción que Marx realiza en El capital en torno a “La jornada laboral”, como titula el capítulo VIII del Volúmen I del Tomo I).

Contra la política que ejercen los filósofos del poder (no olvidar que la lucha de clases también se libra al interior de la teoría), comprometidos con la obra de aprisionar y enjaular al monstruo, Marx inaugura una filosofía (de la praxis) a partir de la cual el movimiento de conocer es inescindible del de transformar.

Por más externo a la razón occidental que se lo quiera presentar, no hay mayor interioridad que la del monstruo. Por eso, entendido como proletariado, el precariado no puede ser nunca lo excluido por el capital. Y es esa interioridad, precisamente, la que hace del monstruo algo tan peligroso, tanto que aterroriza al poder.

En Argentina, el policlasista movimiento peronista tuvo a su interior también al monstruo. Así supieron verlo las derechas, incluso con mayor precisión y lucidez que las izquierdas, ellas mismas monstruosas en el ciclo de luchas previo al peronismo (pongamos por caso: durante el último cuarto del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX). Entendido más allá de la clásica noción de “identidad” o de “estructura”, en tanto “experiencia” de una importante porción de la clase obrera argentina (cómo lúcidamente lo conceptualizó Carlos Olmedo a inicios de los años setenta), el peronismo supo ser ese monstruo que durante años estuvo de fiesta, clausurada luego por masacres que devinieron insumos de nuevos ciclos de luchas, cada vez más populares (menos policlasistas) y más radicales (con métodos más propiamente obreros).

Con el jocoso pseudónimo de Bustos Domeq, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares publicaron a fines de 1955, en la revista uruguaya Marcha, un relato escrito en 1947, titulado “La fiesta del monstruo”, en el que un “cabecita negra”, seguidor del “Gran Monstruo Nacional”, relata una historia en primera persona. Desde el título mismo (donde las palabras “fiesta” y “monstruo” aparecen juntas), Borges y Bioy dan cuenta de su posición estético-política, que es a la vez una posición de clase y generacional. El texto remite todo el tiempo, de manera casi directa, a la barbarie. El narrador, que es un militante peronista, le cuenta a su novia los avatares de una jornada en la que irán a la plaza a escuchar un discurso del Monstruo, nombre que se le da a Perón en el cuento. Un poco en la línea de la Breve historia de la Argentina, de José Luis Romero, Bustos Domeq presenta esta jornada de un 17 de octubre como un “espectáculo inusitado”, emblema de la mansedumbre de las masas ante el llamado demagógico de su líder. En este sentido el cuento es claro: desde el primer párrafo (“pesceuzo corto y panza hipopótama”) el personaje va padeciendo un proceso de animalización y una creciente pérdida de su subjetividad. En otras palabras, los peronistas son presentados como unos feos, sucios y malos que no asisten por voluntad propia a un determinado lugar, sino que son “recolectados” –como la basura–, y en el camino –como seres peligrosos que son- roban y prenden fuego lo que tienen a mano, sin ningún tipo de explicación lógica-racional. Situados como violentos y fuera de la ley, estos muchachotes se reconocen entre sí como por instinto. Son, juntos, no una suma de individuos –como le gustaba a Borges– sino una masa uniforme, una patota que canta la marchita hasta más no poder, una barra que se ríe, hace chistes y se reparten “amistosos rodillazos”. Tan iguales que son como hermanos gemelos (“todos del sur, idénticos”). Tan animalizados, estos personajes, que son presentados como objetos manipulados por cosas. En fin, quienes asisten a “la fiesta” (que no es de ellos, sino de Él), son unas bestias que ni siquiera saben hablar bien. De allí que aparezcan lunfardismos y términos populares típicos de la época. Con esta escenificación negativa de la nueva realidad de las masas populares en Argentina, los autores no sólo se ríen de las formas de hablar de estas masas populares, sino también de sus costumbres, y hasta de los lugares en que habitan. A diferencia del unitario protagonista de El matadero (de Esteban Echeverría), aquí son ellos –la barbarie– quienes van a Buenos Aires, invadiendo –desde la periferia– el culto y letrado territorio central de la ciudad-capital.

Si setenta años después volvemos a referirnos a estas escenas de la literatura argentina, es porque en ellas podemos encontrar una cifra no sólo del pasado sino del presente nacional. Es que tal como enseñó Frantz Fanon en Los condenados de la tierra, el mejor modo de describir y encontrar la palabra justa para referirse al enemigo político es el concepto de bestiario. Él lo pensó a partir de lo que escuchaba decir a los colonos franceses sobre los nativos argelinos. Nosotros podríamos pensarlo en relación a ese odio que “nuestras bellas almas racistas” (para usar un término de Jean Paul Sartre), sentían por los descamisados y hoy siguen sintiendo por todo lo que huele, se escucha y puede verse como plebeyo. En ese sentido es que Fermín Rodríguez, en su libro Un desierto para la Nación, escribe –respecto de los indios– que su animalización ha sido “el mecanismo de deshumanización por la cual la matanza se desrealiza”. E insiste en señalar: “No hay allí violencia contra una forma de vida, porque esa vida ya estaba negada desde el momento en que el enemigo se presenta como una fiera sedienta de sangre, fuera del límite de lo humano”. Algo similar podría pensarse de los cabecitas negras y la construcción del enemigo temible que de él hicieron los sectores poderosos de la Nación. Y si bien en Argentina desde hace casi cuatro décadas vivimos en “democracia”, cabe recapitular el modo en que las clases dominantes han reaccionado cada vez que lo plebeyo apareció para recordarles que los sueños de la razón, también, generan monstruos: allí están los más de treinta asesinados en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, y los rostros de las y los luchadores populares que, en confrontaciones puntuales, han caído bajo las balas homicidas de las fuerzas de seguridad del Estado o de las bandas parapoliciales, desde Teresa Rodríguez a Mariano Ferreyra, pasando por Kosteki y Santillán o Cristian Ferreyra, por nombrar a los conocidos.

En sus caras podemos ver cifrado el modo en que las clases dominantes en Argentina entienden que hay que tratar a las y los de abajo que no permanecen insumisos, que se rebelan, que promueven desobediencias; se llamen negros, indios, gauchos o descamisados (piqueteras, vagos o planeras). Les cabecitas negras serán siempre, para estos estos sectores, lo monstruoso, la barbarie impúdica de la razón liberal.

Que 2019 finalice con el lanzamiento de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), un sindicato en el que se busca agremiar al precariado, no hace más que poner sobre la mesa de las discusiones contemporáneas algo que en las calles no se ha dejado de expresar. A saber: que si no hay patria para todes, no habrá patria para nadie. Sepan entonces gorilas: acá, acá no se rindió nadie. Y vamos por más, vamos por todo.

 

«La sensibilidad es el campo de batalla en este período» // Diálogo con Diego Sztulwark (en Almagro Revista)

Texto: Eduardo D. Benítez / Fotos: Karin Idelson

 

Se produzca o no, una alternancia entre gobiernos neoliberales y nacional populares, el detritus de un vivir neoliberal seguirá siendo una “silenciosa” insistencia. Al menos si sigue sustraída de nuestro presente, la interrogación por el tipo de vida que podemos crearnos por fuera de sujeciones, por fuera del esquema de relaciones sociales automatizadas que impulsa el ordenamiento del mundo hoy vigente. Así lo piensa el ensayista y docente Diego Sztulwark, que en su libro La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político (Caja Negra Editora), analiza las cifras de lo neoliberal en tanto se ha evidenciado como proceso civilizatorio que modela deseos y opera gobernando “al nivel de la singularidad de cada individuo”.

El libro de Sztulwark viene a señalar que el consumo -factor determinante tanto para las experiencias progresistas como para el modelo neoliberal- debería estar en el centro del debate por venir. Imaginar nuevas maneras de habitar (nos) en torno al consumo, entendido como herramienta de subjetivación, para eludir el intento de obediencia y domesticación de nuestras existencias. ¿Qué significaría, entonces, politizar el consumo? ¿Es posible inventarnos una vida no neoliberal? ¿Cuáles serían las claves de esa nueva imaginación en el tembladeral sociopolítico que atraviesa América Latina? ¿Se inaugura un proceso auspicioso para Argentina con el gobierno entrante?

-En tu libro, el neoliberalismo está caracterizado no sólo en su aspecto macroeconómico -timba financiera, retracción del Estado en su capacidad de regular- sino también en su voluntad por modular subjetividades. ¿Por qué crees que este último aspecto se agudizó en los últimos años?
-La palabra neoliberal es muy útil políticamente pero a veces es muy imprecisa. En los noventa sirvió para denunciar el Consenso de Washington y las privatizaciones en todo el continente. Eso nombra una coyuntura macropolítica específica que fue derrotada en el 2001. Sin embargo lo neoliberal siguió formando parte de nuestras vidas de manera muy potente. Se pueden distinguir tres significados posibles del neoliberalismo. Por un lado un nombre genérico que le damos a un tipo de capitalismo muy actual: a la globalización y la reestructuración general de las relaciones sociales después de los años setenta, algo que muchos llamaron postfordismo. Por otro lado tenemos un partido neoliberal que en cada momento tiene una agenda muy específica, como el macrismo en Argentina. Pero me parece importante distinguir que las estructuras neoliberales nos abarcan a todos. Nadie está por fuera de las transformaciones de esas relaciones sociales aunque dentro de esta situación puede haber partidos reformistas. Llamamos neoliberal a Macri, porque es ideológicamente un neoliberal, pero el gobierno de Alberto Fernández nace atrapado en condiciones estructurales que también lo son. Pero claro, no es lo mismo el polo que intenta desregular mercados, que implica siempre triturar derechos u orientarse al mercado internacional; que un polo socialdemócrata o populista que dentro de estructuras neoliberales tiene voluntad de otra cosa. Un tercer significado es el neoliberalismo como micropolítica, como forma de estabilizar las subjetividades. Es el enorme esfuerzo que hace el capital por gobernar al nivel de la singularidad de cada individuo. Entonces se nos ofrecen formas de percepción, estrategias de resolución de problemas, un sistema de coaching continuo de la vida. Siempre el capital tendió a esto pero en las últimas décadas se hace más claro. Sobre todo a partir de la obra de Félix Guattari entendimos que, a través de distintas escalas de unidades empresariales, todo está destinado a gobernar el deseo hacia el mundo de las mercancías. Para que la brecha entre deseo y capital no se abra, hay un esfuerzo micropolítico muy potente, para que siempre la respuesta a nuestra existencia pase por la Gran Empresa que toma a su cargo el desarrollo de los modos de vida.

«Está claro: cambió el capitalismo, cambió el mundo. Ya no hay un patrón o un Padre que te diga “tenés que hacer las cosas así”. ¿Qué es lo que sí hay? La obligación de que tu vida, de alguna manera, pase por el mercado»

-Partiendo de este tercer significado del neoliberalismo, aparece en tu libro una distinción entre modos de vida y formas de vida
-Sí, tal vez es una distinción conceptual un poco rudimentaria en el sentido de que es algo binario. Los modos de vida están cada vez más a cargo del capital, como si fueran una nueva versión del poder pastoral que describió Michel Foucault alguna vez. El modo de vida es un automatismo capaz de registrar modos de existencia muy diversos, pero todos ellos son estandarizados. Es como entrar a un supermercado: tenés veinte marcas de cada cosa pero eso genera una especie de estándar sobre qué significa consumir. Se van armando “modos de vivir así” que siempre son recetables. La forma de vida es diferente porque surge al poder percibir que no se sabe qué es vivir. Es la larga historia por la cual las personas -tanto individual como colectivamente-no sabemos qué es morir, qué hacer con el sufrimiento, con el deseo, con el miedo. Desde siempre hubo preguntas sobre esto y prácticas para inventarse verdades a la altura de lo que significa vivir. Pero el neoliberalismo hoy es el gran secuestro de esa incertidumbre o de esa angustia. Nadie tiene derecho a preguntarse qué es vivir porque hay un cómo vivir inmediato. Muy rápidamente la empresa se hace cargo de anticipar tu angustia, tu inquietud, tu deseo y te da un cauce. En cambio pasar por esa angustia, por el no saber vivir, implica cuestionarse qué prácticas necesita uno para crearse una vida. A eso llamaría forma de vida: tiene que ver con el síntoma, con no participar del automatismo de los modos de vida.

-Sobre esos modos de vida estaría operando una Voz de mando, que uno tradicionalmente la identificaría como una centralidad omnipotente. Sin embargo hoy esa Voz mutó y aparece de forma múltiple. ¿Eso la hace más difícil de describir o identificar?
-Está claro: cambió el capitalismo, cambió el mundo. Ya no hay un patrón o un Padre que te diga “tenés que hacer las cosas así”. ¿Qué es lo que sí hay? La obligación de que tu vida, de alguna manera, pase por el mercado. Tenés que organizarte para funcionar en un tipo de dispositivo para curarte, casarte, ganar plata, sentirte relajado y productivo. Es sólo eso, nadie más te dice nada. Sólo que si no lo sabés hacer, jodete. Es un campo de obediencia que dice “organízate como dispositivo en el mercado y tratá de generar una renta”. Si no lo hacés nadie en particular va a venir a castigarte pero valdrás menos, terminarás en historias muy oscuras, etcétera. Entonces ¿no hay centro o el centro está en todos lados? No hay una Voz de mando pero por todos lados está este imperativo brutal que dice “en el mercado te valorizás”. En ese sentido el nivel de totalitarismo que estamos viviendo es infernal, pero ya no responde a la imagen genérica de una dictadura. No hay un malo pero todos tenemos una voz adentro que dice “¿cómo hago mañana?”. El mando opera desarmando toda forma de valorización de la vida en común. Funcionan como medios de comunicación, como sistemas crediticios, como empresas de seguridad. Solamente con ver cómo funciona el sistema de las finanzas en una sociedad, uno puede ver los automatismos del mando tal cual como opera.

-¿Esos automatismos son los que construyen a ese ciudadano consumidor que la figura de Macri proyectó sobre la sociedad de manera exitosa en el triunfo del 2015, como se lee en tu libro?
-Ese ciudadano consumidor viene de atrás, de la constituyente de 1994 -como lo señaló en su momento el historiador Ignacio Lewkowicz en su libro Pensar sin Estado– y se creó durante el kirchnerismo, que generó inclusión por consumo de masas. Habría que pensar bien por qué los gobiernos progresistas de América Latina tuvieron como forma de democratizar la sociedad, una apuesta muy fuerte por el consumo del mercado interno, como manera de crear derechos. El macrismo interpeló eso y lo aprovechó.

***

-¿Qué estaríamos perdiendo de vista si sólo nos entusiasmamos con la derrota electoral del partido neoliberal?
-A mi modo de ver nos estaríamos perdiendo dos cosas. En primer lugar, habremos perdido la posibilidad de politizar el mercado. El momento en el que el consumo interno fue fuerte, podría haber sido el momento de interrogar quién produce para el mercado, qué generan las formas de consumo y con qué prácticas podemos armar dinámicas menos estrechamente neoliberales. Son preguntas que no se hicieron en el kirchnerismo ni veo que se estén haciendo ahora. El de Alberto Fernández podrá ser, en el mejor de los casos, un gobierno no neoliberal en el sentido de haber derrotado a Cambiemos, pero nuestras existencias van a seguir siendo neoliberales en muchas dimensiones. Y sobre esa base la derecha se regenera. Creo que es momento de poner en discusión en toda América Latina qué es lo que se abre en torno al consumo y qué imágenes de felicidad podemos darnos. Pero en segundo lugar, y a la luz de lo que pasa estos días en Brasil, Chile y Bolivia, donde el estado declara la guerra a sus pueblos, estaremos perdiendo de vista la amenaza de un tipo de neofascismo alimentado durante las crisis de lo neoliberal, se trata de una amenaza que está acechando.

-En La ofensiva sensible decís que el neoliberalismo opera a partir de un imperativo de la felicidad que tiene como necesidad eclipsar la conciencia de la muerte…
-Creo que el neoliberalismo que encarnó Macri pretendió ofrecerse como un vitalismo. Apuntó a la gente en tanto vida potente que puede convertirse en emprendedora. El discurso del futurismo y el optimismo es muy fuerte y cada tanto se recrea. Desde su punto de vista, se trataba de decirnos lo siguiente: “el capitalismo nos hace más libres y nos hace disfrutar de más cosas”. Por otro lado nos informaba que el moralismo de las izquierdas, del peronismo y de la religión son grandes obstáculos que nos dejan paralizados en la memoria de los muertos o en el deseo de una igualdad idealista. El pretendido vitalismo del capital tiene por objetivo volvernos más productivos y mejor consumidores; adaptarnos plenamente al mundo de ofertas. Sobre esto, tanto la economía neoliberal como algunas escuelas de psicología positiva, fueron armando índices de felicidad: ¿cómo es ser feliz, qué afectos hay que tener y cuáles no? Es un razonamiento cada vez más preocupado en cómo hacer vivir. Mientras que podríamos tener en cuenta un vitalismo totalmente distinto. Sería mucho más impuro en su potencia productiva y consumidora, porque tendría en el centro enfermedades, fragilidades, dudas, pánicos, vacilaciones, vulnerabilidades. Tendría una especie de muerte interna, una negatividad: no cuajar, no querer producir ni estar siempre tan disponible. Entre esos dos vitalismos se da lo que llamaríamos lucha de clases. Por un lado, cuajar en el mundo del capital como si la ropa te calzara justo, sosteniendo una vida tal cual como te la proponen. Por el otro, todos aquellos que rechazamos tener esa vida, que asumimos un no querer. Esta forma de vida, esta otra vitalidad no se puede llevar adelante sin crearse alianzas, sin crear otras maneras, otros recursos, otro lenguaje. Es decir: sin estar inmersos en la lucha de clases.

«Creo que es momento de poner en discusión en toda América Latina qué es lo que se abre en torno al consumo y qué imágenes de felicidad podemos darnos»

-En tu libro hablás de los ejercicios espirituales del mundo grecolatino al que recurre un filósofo francés, ¿ahí estarían las claves para construir micropolíticas no neoliberales?
-Sí… Pierre Hadot, un filósofo muy importante y muy poco conocido, descubre que todas las escuelas filosóficas grecolatinas, cuando hablaban para sus discípulos, intentaban enseñar a vivir. A eso lo llamaban ejercicios espirituales: los cínicos, los estoicos. Cada escuela hacía ejercicios sobre cómo relacionarse con el placer, con la muerte, con lo que se puede cambiar y lo que no. Foucault tomó mucho de Hadot con todo el discurso de “cuidarse a sí mismo” o el “gobierno de sí” pensando en los griegos. Cuando Hadot ve lo que hizo Foucault, escribe un texto donde advierte: cuidado con hacer una filosofía dandy, con hacer de uno mismo una obra de arte. Porque no se puede suponer que eso era lo que los griegos decían. Cuando un griego decía “ejercicio espiritual”, estaba pensando en un “cuidado de sí” que empezaba por el cosmos, pasaba por la polis y llegaba a uno. No es el individuo neoliberal recortado que se cuida a sí mismo. Entonces cuando recién te decía que no se puede separar la forma de vida de la lucha de clases, es porque me parece imposible creer que uno va a poder hacerse preguntas fuertes sobre las angustias, los miedos, una vida deseable o una libertad, sin entrar en una dinámica de cuestionamientos o sin participar en conflictos. Y me parece que esto es imposible sin amigos. Ahí podría entrar lo colectivo pero no de manera estereotipada, porque participar de un colectivo no te salva de nada. Lo que te salva es hacerte buenas preguntas, tener buenos aliados y entrar en buenas prácticas.

-¿Para no caer en ese dandismo del que habla Hadot, podría aparecer la necesidad de invocar esos “momentos plebeyos” que mencionás en algún momento?
-En realidad lo plebeyo no sé si es algo que se pueda buscar, sino que es una insistencia que puede encontrarse en muchos momentos de la historia argentina del Siglo XX, donde aparecen gestos irreverentes e igualitarios que no necesariamente conforman una política, pero condicionan mucho el panorama. El plebeyismo tiene algo de libertario, algo de no aceptación del modo de vida, es un gesto centrífugo que no se deja regular. Lo veo como un reverso de lo político. Hubo mucho plebeyismo en el populismo, en el neoliberalismo e incluso en la dictadura. Pero sí…me parece que hay una relación muy linda entre el no cuajar, el preguntarse qué hacer y el gesto plebeyo a nivel colectivo. Ahí se arma algo sin lo cual no podemos explicarnos lo mejor de la historia argentina: ni el 17 de octubre, ni el Cordobazo, ni el 2001, ni Madres de Plaza de Mayo, ni los movimientos piqueteros, ni los movimientos feministas populares. Son todos movimientos sintomáticos, irreverentes, igualitaristas que intentan crear otra cosa, den o no den lugar a una forma política compleja y estable.

***

-Durante el gobierno de Cambiemos, eso que llamás potencias destituyentes no fueron contenidas por una voluntad de inclusión, como lo hizo el progresismo. Viendo los acontecimientos de Chile y Ecuador… ¿cómo crees que se hizo posible soportar cuatro años la asfixia económica, la represión, el desmoronamiento colectivo del autoestima…?
-Te diría que quedamos al límite. Y sólo quedamos al borde del precipicio porque el FMI inyectó 45 mil millones de dólares para que Macri llegara a las elecciones y porque se pudo meter una insurrección entera adentro de una elección. Esta elección contuvo una violencia enorme que hay que saber escuchar, es un odio a todo lo que hizo Macri en estos años. El gobierno de Alberto Fernández llega con el mandato de no reproducir el neoliberalismo insensible y brutal de Macri. Vamos a ver cómo funciona lo que viene, pero yo miraría Chile. Era el país de las mediaciones neoliberales perfectas, un modelo contrarrevolucionario exitoso para toda América Latina donde Pinochet todavía reina desde la tumba. Yo me preocuparía por desarrollar formas de investigación política que se tomen muy en serio lo que pasa con los estudiantes, con los movimientos de mujeres, los movimientos indígenas; porque son fuerzas vivas de las sociedades latinoamericanas. En 2017 Macri acababa de ganar las legislativas y había prometido reforma laboral, reforma previsional, y los movimientos populares lo frenaron en seco dos veces. Cambiemos sólo sobrevivió dos años porque Trump le pone 50 mil millones de dólares por cuestiones geopolíticas, e incluso así perdió las elecciones. Ese movimiento popular que lo frenó no está destruido y en Chile está constituyéndose a una gran velocidad. La idea de que la lucha de clases ya pasó, que los movimientos sociales no son vitales, que lo único que se puede hacer es gestionar neoliberalmente el mundo; es una mirada contra la que reacciono. Lo describiría así: todo es una mierda, el capitalismo va a ganar todo, el hombre y la mujer son egoístas, el amor es imposible, ejercitar la inteligencia no vale la pena, etcétera. Eso es el mundo pero a veces sucede que no. A veces aparecen Madres de Plaza de Mayo, el movimiento de mujeres, una filosofía, una insurrección. Es por eso que uno tiene que escribir, no para contar que el mundo es una mierda porque eso es obvio y para eso ya tenemos a la televisión y a los best sellers que lo relatan. ¿Qué pasa cuando surge lo otro, impulsos libertarios? Eso es lo que hay que contar, que hay unas excepciones que somos nosotros. Somos anomalías, lo que no cuaja, el síntoma, lo plebeyo. Cuando eso ocurre podemos respirar un poco y pensar. También ese es el momento de elegir desde qué punto de vista se para uno, y preguntarse dónde va a comprometer su lenguaje para darle aire a esas excepciones que pueden ser literarias, filosóficas, amorosas, políticas. Salvo que uno no quiera respirar más o que se sienta muy bien respirando en el neoliberalismo.

«Me parece imposible creer que uno va a poder hacerse preguntas fuertes sobre las angustias, los miedos, una vida deseable o una libertad, sin entrar en una dinámica de cuestionamientos o sin participar en conflictos. Y me parece que esto es imposible sin amigos»

-Ahí habría un contrapeso a la ofensiva sensible…
-Por eso el libro se llama así. Porque la sensibilidad es el campo de batalla en este período. El terrorismo de Estado fue una política sobre la sensibilidad porque, sobre todo, infundió terror. Y el neoliberalismo trabaja, como dice Rita Segato, liquidando la empatía por competencia pura. Si pensás en los grandes momentos de la lucha política, de la dictadura hasta el presente, te das cuenta que son todos movimientos de resensibilización del campo social. Por eso en el libro traté de construir una narración sobre esos momentos de desobediencia y en los que se puede ponerle límites al capital para armar espacios y pensar ciertas cosas. ¿Quién te dice gozá, se único, se creativo? Te lo dicen las empresas porque ya le dieron un sentido a eso, que es sencillamente: “acomodate al mercado”. Por eso te decía que no hay Voz de mando: está oculta y se ha convertido en compulsión al goce, porque las multinacionales son la voz del deseo, te están diciendo que tu vida será espectacular. Y cuando les empieza a ir mal en la economía, aparecen los Bolsonaro, los Bullrich, los Pichetto, les sale el odio y empiezan a fusilar como está sucediendo en Chile y en el bochornoso golpe al gobierno de Evo en Bolivia. Son las mismas elites de mercado que te dicen “gozá”, las que de repente -cuando los equilibrios macroeconómicos se le van a la mierda- te quieren meter un tiro en la cabeza y callarte la boca. Por eso es necesario hacer el esfuerzo para sacar de las resistencias, los elementos que nos permitan avanzar. No nos podemos distraer. Lo que pasó en Chile y Ecuador es importante, lo que pasó electoralmente en Argentina a su manera también. Pero todo depende del punto de vista: si uno lo mira pensando que la democracia es la capacidad de insurreccionar hacia arriba o si uno cree que la democracia es mantener el orden y las leyes. Yo cito a Maquiavelo para demostrar que el conflicto, el tumulto y la división es lo que permite que haya democracia.

-Teniendo en cuenta la magnitud y contundencia de los festejos por la asunción de Alberto Fernández… ¿qué camino crees que se abre alrededor de la experiencia nacional popular por venir?
-El día de la asunción, el 10 de diciembre, Milagro Sala dijo «gracias a los que resistieron estos años». La noche anterior el poeta y cineasta César González escribió: «No sé lo que viene pero este horror se va. Plebeya alegría. Hay que permitirse lo inmediato». Y agregó: «Pensamiento crítico y popular» contra la «tonta obsecuencia que es otra forma de convocar al atroz neoliberalismo». La plaza fue ocupada por voces muy distintas. Ya en la presentación del gabinete Fernández había enviado una señal a la militancia vinculada a los movimientos sociales al nombrar ministra a Elizabeth Gómez Alcorta, abogada de Milagros Sala, de los trabajadores de la Ford durante la dictadura y del líder mapuche Jones Huala. Luego, la plaza repleta y sin rejas fue el epicentro de una investidura presidencial inédita. Es cierto que las palabras de Cristina rozaron lo religioso, pero no lo fueron. El acto callejero de investidura del nuevo presidente fue laico. Una mística es aquella que brota de la fuerza colectiva de los cuerpos y no es atribuida de modo directo al líder. Hay una diferencia esencial entre mística laica y religión. En este caso la fuerza no proviene del cielo sino de una multitud muy diferenciada -tanto en experiencias como en formas de vida- que ve con nitidez lo que rechaza del pasado inmediato. Esa inmediatez tiene un valor cognitivo, es propiamente política.

-¿Qué consideraciones podrías hacer sobre el discurso de Alberto Fernández?
-El discurso de Alberto Fernández ante la asamblea legislativa del mediodía tuvo muchas aristas en torno a la democracia, el pacto y la unidad. Entre otras, señaló que el neoliberalismo realmente existente más que crear ha destruido empresas y que le toca al estado representar una nueva composición social. Para eso toma tres grandes compromisos: acabar con el hambre, reformar la justicia y el aparato de inteligencia y condenar los golpes en la región. Además de celebrar la buena voluntad, hay que saber que un nuevo tiempo sólo puede abrirse en la medida en que los movimientos populares -en el sentido más amplio posible de la expresión- encuentren el modo de convertir estas palabras en políticas concretas contra la criminalización del mundo social y de género, la activación de bienestar desde abajo y la creación de formas de participación y decisión que hagan de la democracia una experiencia real y efectiva. Las preguntas se agolpan: ¿cómo hacer de ese tiempo inmediato, de esa multitud que apoya y sostiene, un movimiento de transformación, no sólo de la justicia, sino también de las líneas duras de la acumulación por desposesión? ¿Cómo no someter esa fuerza a la burocracia política y las grandes estructuras -patriarcales- de poder económico? ¿Cómo colocar esa fuerza en la región del lado de las luchas ciudadanas y populares? Como no fue una escena de legitimidad religiosa sino popular, no cabe esperar milagros. ¿Estamos ante la última sofisticación populista o se abre nueva secuencia política?

Hacia un psicoanálisis plebeyo // Sofia Guggiari*

“pensar, hacer y sublevarse pasan a hacer la misma cosa” 
Suely Rolnik

Primero ¿De qué hablamos cuándo hablamos de  lo plebeyo? Lo plebeyo pensado como movimiento irreverente hacia lo normado. Potencia de desterritorialización. Potencia ingobernable, indescifrable. Instante de pregunta frente a una normalidad o cotidianidad. Plasticidad apta para atravesar el  caos (Sztulwark, 2019). Momento de vida que se sustrae (no a modo de progreso necesariamente) de una productividad falo-logo-capitalista. Lo plebeyo es terremoto y marea. Gesto y agite. Que  irrumpe y conmueve lo ya dado, pero al mismo tiempo es creador de  nuevos signos y nuevas formas de vida. 

 

En los tiempos actuales ya no operan los dispositivos  disciplinarios de los siglos xix y xx; y aunque la represión y la satisfacción de las fuerzas pulsionales se despliegan en otras lógicas, siempre mantienen la misma disputa: el campo de la obediencia es el campo de la moralización de las fuerzas pulsionales. Ahora la obediencia es al consumo que se enlaza a un supuesto paraíso de la pertenencia y publicidad – no sin culpa, ni deuda-  El yo como constitución  imaginaria histórica  y social; nada quiere saber de lo que lo desestabiliza, aunque allí resida la fuerza de lo vital. Y el costo de la desestabilización es aún mayor si no hay contención posible de esa agitación  que emerge.

 

Si en Análisis  terminable e Interminable en 1937  Freud hablaba de que el pasaje por un análisis psicoanalítico consistía en el trabajo de “rectificación” de la represión acontecida a modo de una defensa yoica sobre una fuerza pulsional (esfuerzo de desalojo y sustitución de una satisfacción por otra), asegurando así en esta rectificación algún tipo de gobernanzas de estas fuerzas (ello)  por el yo, trabajo de domeñamiento de ese factor cuantitativo pulsional; y que implicaba también  en sí mismo la producción de una nueva posición para el sujeto; y  por otro lado lo plebeyo es potencialidad que se sustrae a un tipo de ordenamiento, de gobierno, y que funciona como fuga,  despliegue, contagio de sublevación frente a lo instituido; entonces,  un psicoanálisis plebeyo es aquel que  ya no piensa en términos de gobernanzas ni domeñamientos de las fuerzas pulsionales sobre el yo,  si no que habla en términos de fuerzas vitales, intensidades, composiciones y descomposiciones, devenires, despliegues, territorio y planos de consistencia.  No sin angustias, ni dolores, tampoco sin ternura como red para que devenga el curso vital y singular; donde cohabiten lo ambiguo y lo contradictorio de lo vivo. 

 

Pensar, hacer y producir un psicoanálisis plebeyo

Un psicoanálisis plebeyo es aquel entonces que piensa-hace y produce justamente una clínica de la insurgencia de estas fuerzas. Que no busca una posible cura. Entendiendo que lo que pulsa debe encontrar un destino ético y no moral. Que entiende que no es sin bordes, sin legalidades, ni territorios precisos, lugar donde se puede configurar una vida posible; pero apostando que es en  las fisuras de lo normado, en las grietas de las ficciones truncas, en las sustituciones de la satisfacción pulsional -que por efecto represivo encuentra otro modo por donde brotar- es allí donde habitan las potencias pulsionales que necesitan, como el agua de un río, seguir su curso, sin juicio ni culpa. 

 

Que trabaje para crear planos de consistencia epistemológicos-clínicos-vitales para que se desplieguen los gérmenes vitales, que todavía no encuentran lugar en el mundo ya dado, pero que laten. Como palabras inéditas; nunca antes pronunciadas. 

Escuchar políticamente lo que hace síntoma. Lo que no cierra, lo que hace ruido, estorba y molesta. Escuchar desde el desierto. Huir de la dicotomía binaria terapéutico o analítico. Ser potencia con le otrx, en el encuentro. Mantenerla en la tensión de su imposible. Habitar, saber-hacer en las crisis que permiten las nuevas formas de componer y disponer los vínculos, afectos, posiciones y enunciaciones en relación a nuestra singularidad y al mundo: nuevas formas de existencia.

Una clínica que haga del balbuceo y del sin-sentido una ética. Del sueño un mapa de nuestra existencia; no a modo de “estado”, a modo de lineamientos de fuerzas, para moverse y producir.

Pensar, actuar y producir una clínica psicoanalítica no desde lo unívoco, si no desde lo múltiple: armar cartografía sensible de la historicidad de las fuerzas que actúan en el presente. Que se pregunte por sus condiciones de producción y reproducción de modelos hegemónicos de pensamiento ¡Que salga de la academia y se meta en la fiesta. Que se des/solemnize para que hable la jerga de la cumbia. Que diga menos “Nombre del Padre” y más “Abajo el patriarcado”. Que abrase mas y diagnostique menos!  

Que  no opine, ni moralice. Porque la moral pretende. Imperativos de cómo vivir. Manda como milico, como carabinero-chileno. Cómo golpista-Camacho. Efecto de ley: coloniza como FMI. La nueva moral obliga al consumo de la felicidad maníaca neoliberal; esa que castiga, empuja, obliga y reprime. Frente a esto, una práctica clínica ruidosa, movediza, disonante,  desordenada, insurrecta, anormal.  Devenir sublevación chilena. Devenir fuerza de pueblo Boliviano. Ello, ella o aquelles. Que no tenga un fin: finalidad exclusiva de capital.

Pensar y hacer una clínica de la insurgencia de lo plebeyo y de la producción de nuevas formas de existencia, no es una tarea, ni un objetivo, es un acto creativo. Es una propuesta ética, política y colectiva la de mantenerse escuchando las afectaciones del cuerpo, la de mantenerse en movimiento y liberando nuestras fuerzas vitales, fuerzas plebeyas que desestabilicen cierto orden que ya así no se soporta más, orden y obediencia al cual sometemos nuestras potencias y también nuestra salud. 

Hacia un psicoanálisis plebeyo para producir insurrección.

*Psicoanalista. Actriz. Directora. Escritora

 

Desventuras del nacionalismo uruguayo // Gabriel Delacoste

Algo antiguo y misterioso, oculto, poderoso y peligroso acecha detrás de lo nacional.

En 2016 se celebró en la Iglesia Matriz una misa por los 205 años de la batalla de Las Piedras. En esa ocasión hicieron uso de la palabra, entre otros, el arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla y el entonces jefe del ejército Guido Manini, vestido con su uniforme de gala. Homenajearon las tumbas de Lavalleja y Rivera, enterrados en la catedral, celebraron a la Iglesia como “partera de esta patria oriental” y señalaron a la batalla de Las Piedras como momento fundacional del ejército nacional que, si contamos la historia de esa manera, sería anterior y fundador de la nación.

Hoy Manini es líder de Cabildo Abierto, un partido de ultraderecha que forma parte de la coalición que va a gobernar el Uruguay después del primero de marzo. Su ascenso a la cima de la jerarquía militar fue decretada por el gobierno de izquierda. Esto nos obliga a hacernos algunas preguntas.

¿Hablamos de la nación fundada por la Iglesia y el ejército cuando hablamos de lo nacional? Muchos sí. Tengamos en cuenta que mucho de lo que hoy entendemos por nacionalismo uruguayo fue fabricado en los períodos militaristas del siglo XIX y por el mitógrafo católico Juan Zorrilla de San Martín a comienzos del XX.

Cuando la izquierda uruguaya, en los años 60, intentó, después de la revolución cubana y de una revisión de su internacionalismo cosmopolita, reconectar con lo nacional, lo popular, el campo y América Latina, recurrió a cierta visión de lo nacional que circulaba en ese momento. No es casualidad que los emblemas del Frente Amplio, que se autodefine como nacional, popular, antiimperialista y antioligárquico, sean artiguistas. Intelectuales católicos y conservadores como Real de Azúa y Methol Ferré fueron claves para que esto sucediera. Intelectuales que, en alguna medida, iban tras los pasos de liberales conservadores con cierta visión latinoamericanista, como José Enrique Rodó y Luis Alberto de Herrera. Todos estos fueron intelectuales elitistas, que pensaron intensamente la cuestión de lo popular.

Cuando hablamos de lo nacional ¿Sabemos realmente como se fabricaron las místicas nacionales entre mármoles e inciensos? ¿Nos hacemos cargos de la patria forjada a fuerza de fusil y calabozo? ¿Sabemos con que fuerzas estamos tratando cuando invocamos a esa nación?

Las naciones, para los nacionalistas, están hechas de místicas misterioriosas. Los pueblos tienen orígenes y destinos, símbolos y sentires. Vínculos profundos de sangre y de tierra. Quiero detenerme en la palabra “místico”, para tomarla muy en serio (más en una charla sobre un teólogo) y separarla de lo esotérico. El misticismo es la experiencia directa de lo divino, el conjunto de prácticas rituales, extáticas, ascéticas o comunitarias que permiten a las personas acceder a experiencias espirituales. Hay, sin duda, una mística nacional. La selección, el himno, la liturgia electoral, la empatía cuando nos encontramos con un uruguayo en el exterior.

Pero también hay un esoterismo de la nación. Lo esotérico es una forma de organización basada en la separación entre iniciados (un selecto grupo de quienes entienden de que se trata todo esto) y profanos (la gran mayoría de la gente). Mientras los primeros piensan de manera estratégica, comparten información entre sí y participan, quizás, de prácticas místicas de élite; a los segundos se les emite un mensaje hipersimplificado que oculta los verdaderos propósitos de la organización. Las logias, sectas y otras de ese tipo son típicas organizaciones esotéricas. Si bien tanto en lo místico como en lo esotérico hay una dimensión de misterio, son misterios distintos. Mientras el misterio místico es el de la dificultad para entender las experiencias extraordinarias, el misterio esotérico es para producir capas de secretismo y opacidad que den una ventaja estratégica a la élite que manda en la organización.

A los nacionalistas les gusta hablar de cábalas secretas que dominan el mundo, corrompen los valores, etc. Piensan esto porque proyectan en los demás sus propias prácticas. La política oscurantista del nacionalismo uruguayo (que no tiene nada de arcaica, porque siempre supo usar las técnicas de organización y comunicación más modernas) mana de organizaciones esotéricas e hiperjerárquicas como la Iglesia y el ejército, los Tenientes de Artigas, y otras tantas sectas, logias, cenáculos y opacidades, muchas veces enquistadas en pliegues del estado, desde donde espían, amenazas, cooptan. Y de ahí se tienden las redes de todo un mundo organizativo que es la base militante de la derecha uruguaya: las “fuerzas vivas” que agrupan a las clases dominantes en las ciudades del interior del país, los clanes oligárquicos y sus alianzas matrimoniales, los centros de retirados militares, las asociaciones tradicionales. Entidades que no se cansan de insistir en que son las portadores del verdadero espíritu del Uruguay.

Si bien Manini y su Cabildo Abierto hablan de lo popular, no podemos olvidar que su partido surge del riñón de la élite y las altas esferas del poder estatal uruguayo. El candidato: jefe del ejército, heredero de uno de los grandes clanes oligárquicos, portador de uno de los apellidos destacados de la derecha uruguaya desde hace un siglo. Manini, por cierto, es admirador de Rodó, Methol Ferré y Benito Nardone. El segundo al mando: actuó como escribano de la presidencia de la república, en los pasillos del poder hace décadas. Y eso sin contar a los ultraderechistas de varios pelos que habitan al partido. Es hora de que miremos a “lo nacional” a los ojos para ver lo que siempre estuvo ahí.

Con este tipo de nacionalismo vienen la glorificación del mando, la figura del patrón como señor, caudillo, patriarca; el derecho a mandar de ciertos linajes; una interpretación de la historia basada en padres míticos, tradiciones y herencias en peligro ante las “ideologías foráneas”; y una liturgia de fechas patrias que según ellos hay que recuperar. Hay allí algo con olor a papel viejo, a cuero quemado, a sangre seca.

Se, claro, que lo nacional excede a estas organizaciones y prácticas conservadoras. Y que tiene otros puntos desde donde ser enunciado y sentido, muchas veces en directa oposición a este tipo de política. Pero creo que por demasiado tiempo pensamos en abstracto sobre el nacionalismo uruguayo, sin detenernos a pensar que acercarnos a la cuestión nacional es lidiar con discursos, prácticas y formas de organización de este tipo. Porque una cosa es la idea de lo nacional y lo popular que uno obtiene leer las sutiles consideraciones izquierda-lacanianas de Laclau, y otra muy distinta la que uno se lleva cuando piensa en como se construye, en Uruguay, lo nacional. Si vamos a invocar a Gramsci, no olvidemos nunca que fue un comunista revolucionario que quería una sociedad sin clases, que murió en los calabozos de un gobierno nacionalista.

Los tupamaros, que por su naturaleza guerrillera siempre se llevaron bien con el simulacro y el secreto, fueron a fondo en sus vinculaciones con ese nacionalismo. La precisa naturaleza de sus vínculos con los Tenientes de Artigas es todavía un misterio. Otras izquierdas, en la búsqueda de crear una “izquierda nacional”, entraron en contacto con otras partes de estos nacionalismos, o por lo menos con espacios y artefactos que irradiaron de allí. La izquierda pensó, quizás inocentemente, que podía cooptar a lo nacional. Pero conviene hacerse la pregunta de quien cooptó a quien. Como dijo un gran reaccionario, cuando miras al abismo, el abismo te mira a ti.

 

*****

 

Todo discurso jerárquico despliega, al mismo tiempo, dos tipos de discursos sobre los subalternos: por un lado, los muestra como inferiores y merecedores de su condición subordinada, los trata de ignorantes, maleducados, sucios, feos, incompetentes, faltos de voluntad, etc.; por otro, los glorifica en tanto que subalternos, festeja al laburante que se levanta a las 7 de la mañana y hace lo que le dicen sin chistar, a la esposa que cría con amor a muchos hijos, etc. Este último discurso puede reivindicar la identidad, las formas de vida y la cultura subalternas, bajo condición de que se mantengan en su lugar. En el instante que el subalterno cuestiona su posición (y por lo tanto la jerarquía que lo subordina), pasa a ser alguien externo a la comunidad, un agitador, un infiltrador de ideologías foráneas, un contranatura. Quiero decir que existe una forma específicamente derechista de pensar lo popular.

Hay que tener cuidado, por ejemplo, con homolgar sin más a lo popular con el patriorismo o el valor del trabajo. Estos últimos no son necesariamente valores populares, y de hecho fueron impuestos por las élites de manera muy trabajosa. Recién a finales del siglo XIX se logró crear en esta parte del mundo un estado nación donde la gente aceptaba ser asalariada y formar familias nucleares. Contra ese proyecto disciplinador (pienso, obviamente, en Barrán), lo que se rebelaba era la vagancia, la picardía, el juego, el placer, el alcohol y el desperdicio.

Lo popular es algo complejo. Podría decirse que la palabra es un significante vacío, pero creo que más bien es algo viscoso, pegado a ciertas historias y experiencias, y a la naturaleza antagonista de la sociedad de clases. ¿El sujeto popular es el buen laburante o el vago? Los dos, que conviven en todos nosotros. También es, al mismo tiempo, el militante y el que acepta, porque quiere o porque no tiene más remedio, su situación subordinada.

En Uruguay existen dos grandes relatos nacionales: Por un lado el batllismo, curiosísimo populismo comopolita, izquierdista y republicano (pero no, como bien notó Rodó en su momento, liberal). Que fue europeísta, sí, pero en una Montevideo donde había enormes y crecientes contingentes extranjeros. Fue cosmopolita, pero construyendo un muy peculiar nacionalismo uruguayo, que propuso una nación de ciudadanos, organizada por un espíritu utópico colectivo. Sin duda esto tiene algo que ver con lo que en Uruguay, hasta hoy, entendemos como “lo popular”.

Si la narración nacional batllista es sarmientina, modernizadora, cosmopolita y de la patria chica, la blanca es federal, conservadora, romántica y de la patria grande. Y está llena de contradicciones. Fue forjada por liberales (atención: liberales) conservadores como Herrera y Rodó y por católicos hispanistas como Methol y Real. Hay algo muy delicado ahí. Por un lado, la izquierda tomó ese nacionalismo cuando lo necesitó, y el resultad fue tremendamente productiva en términos políticos y culturales. Por otro lado, también produjo muchos discursos nacionalistas ultraderechistas, como el de Nardone y hoy Manini.

Methol, ambigüo como el solo, estuvo presente en todos esos momentos. Estuvo con Seregni y Mujica, pero también con Nardone, y en ese reducto de hiper-elitista y neoliberal que es la Universidad de Montevideo. ¿Como entender estos tránsitos? ¿Hay momentos verdaderos y otros falsos de su carrera? ¿O es que, en su cabeza, había algo en común en todo esto? Entender esto puede ser la llave para entender mucho de la política uruguaya contemporánea. Y no se me escapa que hoy, mientras dos peronistas entran en la Casa Rosada desalojando a un playboy oligarca y neoliberal, Methol estaría tan contento como yo.

Entra aquí la cuestión geopolítica. Methol era uruguayo, latinoamericano y católico. Le preocupaba el destino de esos tres pueblos. No simpatizaba con el liberalismo ni con el “cosmopolitismo abstracto”. Esta posición geopolítica puede ser en ciertas situaciones compañera de un antiimperialismo de izquierda, pero en otras habría que tener algo más de cuidado. El periódico Nación, cercano al ejército uruguayo, y que saltó a la fama el viernes antes de la segunda vuelta de las elecciones por un editorial repugnante y antidemocrática, nos da un ejemplo: elogios a Putin y al Papa, discurso antiglobalista, entrevistas a Gustavo Salle, reseñas a historiadores ultraderechistas.

No quiero decir esto a la ligera, ni dejar de decirlo: cuidado con que el anti-cosmopolitismo y el anti-globalismo pueden estar al borde de la xenofobia y el antisemitismo. Cuidado con quienes pueden ser compañeros en el odio a Soros (sobre todo si no les preocupan los cientos de millonarios no judíos que financian organizaciones políticas neoliberales). Cuidado con la soberanía como eje de la política. Cuidado con confundir anti-imperialismo con discursos identitarios excluyentes, y a lo popular con las partes del pueblo que más compraron al discurso de quienes lo explotaron toda la vida.

No quiero decir, que se entienda bien, que haya que rechazar toda espiritualidad ni toda experiencia mística. Creo que expandir la conciencia es una obligación de toda persona y todo colectivo. No creo, tampoco, que toda organización con un componente esotérico tenga que ser rechazada: la opacidad es una ventaja demasiado importante para despreciarla así nomás. No creo, tampoco, que no haya nada que rescatar del catolicismo, que tantos mártires dio a las luchas populares. Ni mucho menos que no tenga sentido apelar al amor que toda persona siente al lugar en el que nació y en el que vive. Tan solo digo que no podemos ser ingenuos cuando lidiamos con este tipo de cuestiones.

Estoy, por cierto, muy de acuerdo con quienes critican al progresismo modernizador, liberal y tecnocrático, que hoy hegemoniza a la izquierda uruguaya. Lo que no creo es que necesariamente el nacionalismo sea la solución a este problema. Después de todo, nacionalismo y modernización no son contrarios, sino hermanos mellizos (si no gemelos), como lo son el liberalismo y el romanticismo. ¿Es posible pensar a lo popular sin lo nacional? ¿Es posible pensar a lo nacional por fuera de las cábalas que hablan en su nombre? ¿No hay otras místicas, otras opacidades, otras formas de entender al pueblo? ¿Hay que elegir entre nacionalismo conservador y liberalismo modernizador o hay alguna otra cosa? Yo creo que sí.

Hasta que no se hayan hecho y respondido estas preguntas, deberíamos tener una enorme prudencia para lidiar con fuerzas que no entendemos del todo.

La fiesta siempre tiene razón // Diego Valeriano

La fiesta siempre tiene razón. Una razón que solo entienden quienes la viven. Es manija, exceso, catarsis, alivio, combate. Es otra forma de decir democracia, una forma más real, más genuina, más exigente. La fiesta no negocia, no traiciona, no chamuya. Es todo lo que puede un cuerpo. Es otra forma de decir chau Macri, la más certera, la más genuina. 

La fiesta tensiona la representación, no se delega, nadie festeja a través de sus representantes. Es tan primitiva como los mejores sentimientos, como los verdaderos encuentros, como la mejor amenza. Pogo, gritos, puteadas, canciones y escabio. Banderas hechas con el corazón, consignas que solo valen por quien la escribe. Recuerdos que mienten un poco y una memoria construida con retazos de encuentros, perdones y abrazos. 

Espontánea, esperada, entrenada miles de veces. Es inteligencia colectiva, nuevas y efímeras reglas, pura solidaridad y amor. La fiesta de la Plaza de Mayo legítima más que cualquier elección, más que cualquier recuento definitivo, más que la visita de todas las delegaciones extranjeras. La fiesta es el modo en que queremos vivir, queremos trabajar, pelear, encontrarnos con nuestros amigos, proyectarnos hacia adelante y dejar en claro quienes somos. Es el modo más tenaz de marcarle la cancha a quienes nos gobiernan. 

La Dorrego

Foto M.A.F.I.A

Una mística laica // Diego Sztulwark

La plaza de ayer repleta y sin rejas fue el epicentro de una investidura popular. Cierto que las palabras de Cristina rozaron lo religioso, pero no lo fueron. El acto callejero que recibió al flamante presidente fue laico. Laico no quiere decir liberal. Menos aún quiere decir sin mística. Intento con esa palabra distinguir una mística atribuible a la fuerza colectiva de los cuerpos. Es esencial la diferencia. La fuerza no viene del cielo sino de una multitud muy diferenciada -en experiencias y formas de vida-, que ve con nitidez lo que rechaza del pasado inmediato. Esa inmediatez tiene un valor cognitivo. Es una inmediatez propiamente política. ¿Cómo hacer de ese tiempo inmediato -de esa multitud que apoya y sostiene- un movimiento de transformación (no solo de la justicia, sino también de las líneas duras de la acumulación por desposesión)? ¿Cómo no someter esa fuerza a la burocracia política y las grandes estructuras -patriarcales- de poder económico? ¿Cómo colocar esa fuerza en la región del lado de las luchas ciudadanas y populares? No fue un acto religioso, sino popular. Y lo popular, no reducido a populismo, es fuerza de invención. No cabe esperar milagros, sí quizás nuevos caminos.

Fiesta, desahogo y después. Crónica del 10 D // Mariano Pacheco

En revista Zoom

La precisión en el Palacio, la vitalidad en las calles. Crónica del 10 D. Una pincelada sobre el día en que la Plaza de Mayo se transformó en el verdadero escenario de una auténtica fiesta popular.

El Palacio

A las 11.15 horas el derrotado presidente Macri bajó del helicóptero: llegaba, pero era claro que se iba. Dos minutos después, Marta –la vice-presidenta derrotada– dio inicio a la Asamblea Legislativa, mientras Sergio Massa se preparaba para izar la bandera nacional. La sensación térmica para entonces, es de 34, 02°, y afuera del Congreso una multitud ya se encuentra concentrada a la espera de la asunción.

Para las 11, 23 Michetti nombra a Don Fernández y el protocolo deja paso a un unánime “Alberto Presidente, Alberto Presidente”. Tres minutos más tarde Cristina Fernández sale desde Constitución rumbo al parlamento. Minutos antes de las doce Alberto comienza a leer su discurso, que dura poco más de una hora, y en el que se refiere a temas centrales de las preocupaciones nacionales. Dice que la economía popular y sus movimientos organizados “serán actores centrales” de las nuevas políticas públicas y que se buscará desandar las injusticias y desigualdades a las que se ven expuestas día a día las mujeres, sobre quienes recae el trabajo doméstico. “Ni una menos debe ser una de las banderas de toda la sociedad y de las instituciones de la República”, expresó, a la vez que aseguró que “es deber del Estado reducir la violencia contra las mujeres hasta su total erradicación”.

El nuevo presidente también llamó a construir un nuevo contrato social y ciudadano, fraterno y solidario en un contexto de emergencia social y argumentó que “no hay lugar para el colonialismo en el siglo XXI”, en una referencia muy clara respecto de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, y la necesidad de una pujante unidad Latinoamericana, entre otras cuestiones, de las que no faltaron referencias a la defensa de los derechos humanos y la educación pública.

 

 

Las calles

Mediodía con sol radiante. Las columnas marchan desde Congreso y desde Avenida de Mayo y 9 de Julio hacia la Plaza de Mayo, ya sin rejas, donde se ha montado un enorme escenario por el que pasarán decenas de artistas durante todo el día.

Pasadas apenas las 14 horas Malena D´ alessio rapea con Bruno arias sobre el fondo de “El pueblo unido jamas será vencido”, la emblemática canción de la banda chilena Quilapayum, dando inicio al festival. Pleno agite por la plaza “recuperada” y reivindicación del ejercicio abierto de la solidaridad Latinoamericana (sobre todo para con Chile y Bolivia). “Se termino la pesadilla” y “La wipala se respeta carajo”, son dos de las consignas que se  gritan desde el escenario, mientras abajo una multitud salta bajo el sol.

Todas las calles de los alrededores de la Plaza se van transformando con el paso de los minutos en pasarelas alternativas donde, en búsqueda de un poco de sombra, miles de personas transitan mientras cantan, bailan y se detienen para comprar algo de beber, conversar o descansar sentadas en el cordón de una vereda.

A Bruno Arias le sigue Sudor Marika, con un agite por Brasil, Chile y Bolivia y una reivindicación de las lesbianas, maricas y no binaries. El sol arde, los puestos de ventas de bebidas frías y vendedores ambulantes se multiplican al ritmo de la cumbia y el cuarteto.
Sobre Rivadiavia, en la primera cuadra de la Plaza, una enorme bandera blanca reclamando por una “Navidad sin presxs políticxs” y frente a la Catedral, un enorme y verde Increíble hulk –con remera de Ate– flamea, encabezando las columnas de gremios que se concentran en la esquina de diagonal Sur. Suenan la trompetas y los bombos y pibas de clase media con remeras de Cristina se entremezclan con pibes pobres de barriadas que, en cuero y con viseras, levantan sus banderas de la CTEP y otros movimientos de la economía popular presentes en el lugar.

Sobre Avenida de Mayo las columnas y banderas azules del Movimiento Evita y las celestes de Somos-Barrios de pie se mezclan con las rojas del Movimiento Popular La Dignidad. Hay gente de La Cámpora y Nuevo Encuentro por varios lugares y desde el Peronismo Militante se mantienen incólumnes sosteniendo sus banderas. Por diagonal Sur hay varios gremios de la CGT y si bien en la misma Plaza de Mayo hay espacios para transitar, tanto en la zona del Cabildo como en los ingresos por avenida de Mayo y ambas diagonales las columnas se taponan y el ir y venir hacia ambos lados complica bastante el tránsito de los manifestantes.

Y así todo el día.


El cruce intergeneracional

A diferencia de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner y gran parte de las militancias juveniles que venían de ser protagonistas de los movimientos sociales emergentes en torno a 2001 (movimiento piquetero, fábricas recuperadas, asambleas barriales, agrupaciones universitarias y culturales) no acompañaban al nuevo gobierno, lo que sucedió este 10 de diciembre expresa con claridad un profundo cruce intergeneracional, no sólo expresado en la cantidad de familias presentes en la Plaza (madres, padres con niñes, pero también con hijas e hijos adolescentes, ya politizados), sino también por la composición de las columnas, donde podía verse a gente de todas las edades, desde pibas adolescentes con el pañuelo verde del aborto hasta personas mayores, que contaban en su haber –seguramente– con miles de batallas libradas en lo que van de años de democracia, e incluso, de años anteriores a la última dictadura. A ese cruce intergeneracional no le faltaron canciones.

A las 17 Iván noble hace sonar “Patri”, el clásico tema de los años noventa, al que reversiona agregando un “Y se va, Macri se va”.

A las 17.30 una columna con la consigna “Argentina plurinacional”, con decenas de wipalas y banderas mapuches, pasa por la esquina de Florida y Avenida de mayo. Hacen sonar instrumentos autóctonos mientras cantan a la pachamama.

Es con todos

Con el correr de las horas pasaron varios músicos por el escenario: Andrés Calamaro, Eruca Sativa, Los super ratones, Litto Nebbia, David Lebón, Juanse de Los ratones paranóicos y Coti de Mala fama, dando al evento una amplitud de sonidos, ritmos y melodías.

A las 20 estallan los cánticos entre la gente con el himno nacional. En Diagonal Sur y Florida, el coreo es ensordecedor. “Alberto presidente, Alberto presidente…” y luego, la marcha peronista. Las chicas saltan y gritan “Alberto presidenta, Alberto presidenta…”.

Cristina, a diferencia de la mañana en Congreso, sí dio un discurso, en el que destacó la persecución padecida en estos cuatro años. “Pese a todo hoy estamos aquí”, dijo, y rescató el proceso de unidad alcanzado, además de pedir generosidad y humildad a los dirigentes (“uno es más grande cuando es parte de un todo, sino somos voluntades sueltas”) y expresar la lealtad como valor. Lealtad al pueblo, a la patria y a los más jóvenes. Cristina cierra sus palabras dando un guiño al nuevo presidente, y desde abajo, la multitud canta: “Alberto, querido, el pueblo está contigo”.

El nuevo presidente recuerda a Néstor Kichner, habla del futuro y rescata poder cerrar esa noche junto a Cristina.

A los discurso le siguen fuegos artificiales y se arma un gran pogo con Jijiji, de Los redondos. Son las nueve de la noche y parece que nadie se quiere ir. Comienzan los avances y reotrocesos, la gente que comienza a retirarse de la Plaza y la que se acerca, luego de haber permanecdio durante horas a una, dos o tres cuadras del lugar.

A las 23.30, después de 12 horas de haberse realizado el traspaso presidencial, la Plaza de Mayo y sus alrededores hay grupos de jóvenes tomando cerveza, saludándose o haciendo fila para comprar una hamburguesa o un choripán. Sobre Diagonal Norte, camino hacia la 9 de Julio, dos muchachos tocan con sus trompetas la Marcha Peronista, detrás de una parrilla donde agonizan las últimas brazas. La gente que pasa caminando se detiene. Hay quienes colocan dinero dentro de una gorra que los músicos han puesto “a modo de colaboración”. Pasan jóvenes y cantan “Alberto Presidente” y otros “Presidenta”, retomando las palabras finales del Fernández, que al cerrar dijo “volvimos y vamos a ser mujeres/mejores”.

Es casi medianoche, y hay quienes en aún tocan sus instrumentoso. O más bien, como alguna vez Mario Benedetti escribió en un poema, “tocan el bombo con su más generoso rencor”.

 

 

Volvimos para ser mujeres // Lila M. Feldman

Devenir mujer. Llegar a serlo, decía, escribía, Simone de Beauvoir.

Lo femenino como potencia, hemos dicho tantas veces.

Mujer como la capacidad más fulgurante, pasada y actual de luchar contra las opresiones.

No se nace mujer, se llega a serlo. Del mismo modo en que no se nace libre. Lo libertario, democrático e inclusivo, es un proyecto, que a lo largo de la Historia generó revoluciones y revueltas.

Ayer se respiró alegría profunda y festejo. Cómo festejamos nosotres? Con lucha, en la Plaza y en la calle. Siempre. Lucha que amplíe no solo Derechos sino conquistas. Los Derechos no vienen dados, no se autoengendran ni se donan. Se conquistan.

Que un proyecto político encuentre en esa historia y en ese acontecimiento del presente la posibilidad de reabrir o relanzar su historia, es lo que conomovió a tantes, y lo que permite sostener una vital esperanza. Porque -si bien ayer hubo determinados gestos, intencionales y pensados, cuidadosos, provocadores y amorosos, como desenrejar la plaza por nombrar solo uno- esa frase revela en su forma de aparecer, o de existir, algo tan genuino y verdadero como lo es la realidad del inconsciente, la realidad del deseo, de los deseos inconscientes, inconsciente que además es histórico-social. Todo eso sintetizado en una sola oración. No la que ora, no la que promete, sino la que revela, se revela, en una verdad.

Ya no es simplemente «vamos a volver». Recapitulación del pasado que retorna igual en el presente, sino ese pasado que galopa sobre el tiempo del hoy, con sus ayeres a cuestas, y la búsqueda de un futuro en el que sea mejor ser mujer, y en el que todas esas luchas sostengan, motoricen e inspiren las que vendrán.

El inconsciente es histórico social, es político, y es productor de acontecimiento. Más que nunca ayer: singular y colectivo.

Una pregunta que me he hecho en otros lugares es cómo articular las luchas feministas con otras luchas. Ayer nomás, vía lengua revuelta, el inconsciente de Alberto Fernández, reveló su inteligencia. Devenganmos mujeres, seremos mejores. Volver es ahora, más que nunca, profundizar, complejizar y expandir ese rumbo.

No fue magia ni lo será, en todo caso es sueño. Y política.

Ah, y será ley!Image

 

La Herencia que recibe // Diego Valeriano

Recibe una herencia llena de runflas, buscas, gedes, rochas, transas y amanecidos que van hasta el bajo porque la manija es enorme pero el bolsillo ya no alcanza. Llena de gendarmes que manejan uber, de tipos grandes que pedalean bajo la lluvia cargando esa mochila sonriente, de doñas que defienden el puesto de tortilla a cuerpo entero y de una viejita que vende Flynn Paff en el San Martín por las tardes. Una herencia que llenó la calle de anteojos, casacas, chipá, tuppers, paltas, remeras nuevas, bolsas de morrones, ropa vieja, base, ramos de jazmines, patrulleros, Ariel liquido, ranchadas, crocks con corderito aunque sea verano y de seis vasos por 100 p. 

Una pesada herencia empachada de ortibas madrugadores pendientes de su teléfono, de haters de cada detalle de la vida de los demás, de doñas con el 911 fácil, de opinadores que ni respiran, de refugiados que dejan la falopa y agarran a cristo, de caretas que aman a su familia como toda meta y de chabones que juran por dentro de que esto que les pasa, este garrón que se están comiendo ahora, no puede seguir así. 

Una herencia con militantes termo, twiteras que callan cuando el violín es de la orga, dirigentes que usan el pañuelo como coartada, gordos de pechera que son eso que decían que no querían ser allá por el 2001 y ahora solo negocian la de ellos. De nuevos viejos batateos de expertos sobre la inclusión, el hambre, el futuro de los guachines y la educación como todo llanto.

Recibe como herencia la insolencia de las pibas que ya no escuchan, ya no quieren ni hacen caso. Que no esperan nada de vos, que miran sin carpa, que te la agitan en el bondi sin mediación alguna. Un legado de guachos re atrevidos que nunca bajaron la intensidad de la pelea, ni de la fiesta. Que se plantaron cada vez, en cada esquina, contra la misma policía de siempre, sin saber que pasaba esa tarde allá lejos en Plaza de Mayo. Que frente a la miseria planificada, escabio y vagancia; frente a las requisas agite y segundeo y frente a la voluntad de que sean obedientes responden con un deambular peposo, destituyente y sin tiempo. 

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