El sistemático rechazo de los inmigrantes en las fronteras de Europa no es solamente una manifestación de brutalidad, sino el síntoma de una transformación de la Unión Europa, devenida en una fortaleza racista. Crece una ola de nacionalismo y de odio en la población europea. El archipiélago de la infamia se expande en torno al mar Mediterráneo: los europeos construyen campos de concentración en sus territorios y le pagan a sus ‘gauleiters’ (NdR: los jefes de zona del partido nazi) en Turquía, Libia y Egipto para que hagan el trabajo sucio en las orillas del Mediterráneo donde el agua salada ha reemplazado al gas ZyklonB de los hornos. Si no paramos esta barbarie, se estarán asentando las condiciones para una guerra civil racista en todo el área europeo-mediterránea.
La rapiña financiera ha empobrecido el continente y los europeos están tan obsesionados y temerosos que toman a esos pocos millones de inmigrantes como chivo expiatorio del desastre económico del capitalismo financiero y de la depresión que se expande en la raza blanca declinante. Si aparece algún intento de reactivar la democracia como ocurrió en julio de 2015 en Grecia, la dictadura financiera sume a la gente en la humillación y la impotencia. No importa demasiado si el juicio es cierto o equivocado: se ve a la Unión Europea como un poder opresivo del que quieren liberarse. El modelo de la UE está muerto, pero aun así no tiene sentido volver al estado nacional.
Debemos reinventar Europa porque ninguno lo hará por nosotros. No queremos dejar de ser europeos ni aceptamos la amenaza de disolución del horizonte europeo: eso abriría las puertas del infierno del fascismo. Pero las elites financiera y política han destruido la posibilidad de ser europeo; han perdido el control a manos del populismo de derecha y no tienen los instrumentos económicos para crear puestos de trabajo, mientras la economía -bien lejos de una recuperación- avanza hacia un estancamiento permanente.
Antes del giro neoliberal y del diktat financiero de la Unión Europea, era un proyecto de redistribución del dinero y del trabajo. Después de Maastrich el centro, el programa de los gobiernos europeos, pasó a ser la estabilidad financiera. Y el fantasma de la estabilidad atraviesa todo.
El pleno empleo es una horrible utopía: no hay trabajo para todos y no lo habrá nunca más, excepto que se reduzca la jornada laboral. Según el Instituto McKinsey la mitad de los empleos desaparecerán en los próximos años gracias a la tecnología. El ‘Trabajo cero’ es la tendencia y debemos prepararnos para este perspectiva que al fin de cuentas no es tan terrible si aceptamos la idea de que se trabajará menos horas y tendremos más tiempo para pensar en la vida, en el arte y lo que nos da placer , y menos en lo que se gana y en el crecimiento.
Estamos en el punto más alto de un crack económico que, según Lawrence Summers y muchos otros economistas está llamada a prolongarse sin fin. De hecho, no se trata de una crisis. Al contrario: es un cambio de paradigma. La sabiduría de Europa debería adecuarse a esta condición y poner a punto un proyecto de emancipación de la obsesión económica moderna. No hay otro modo de salir de la depresión.
La política de estabilidad financiera produjo pobreza y precariedad. Muy lejos de ser un factor de estabilidad, las finanzas son un peso para la vida social. Una desgracia. Pero el dinero podría actuar como un activador de la demanda. Para eso, deberíamos reivindicar el Quantitative Easing, aquella iniciativa de comprar activos de los bancos para mantenerlos activos y evitar su bancarrota. ¡Pero no para la banca! ¡Para los ciudadanos! Llegó la hora de que los helicópteros del Banco Central Europeo lancen billetes desde el cielo. Los bancos centrales deberían distribuir dinero digital cuyo valor disminuye hasta agotarse si en pocos meses el beneficiario no lo gasta. Ese es un software fácil de programar. Importa poco que el Quantitive Easing sea en bitcoins o en euros. Debe generar inflación, porque eso es lo que sucede.Quién puede imponer un proceso de este tipo? ¿La Comisión que tuvo hasta hace poco un presidente que es un agente de Goldman Sachs? ¿El parlamento fantasma? ¿El intocable centro de poder financiero que es el Banco Central Europeo? Esas estructuras están paralizadas y no pueden reformarse desde adentro. Solo un movimiento desde abajo, un movimiento de ciudadanos y ciudadanas, y de ciudades, puede revitalizar esta UE agonizante.
Nos preguntamos, entonces, ¿qué es un movimiento en la época de las redes sociales? ¿Alcanza con un think tank como el de DIEM25 – Democracy in Europe Movement? El que se precisa es un acto performativo lo suficientemente amplio para provocar la disolución final del cadáver de la vieja UE, y lo suficientemente fuerte como para viabilizar la construcción de una Europa 2.0, basada en un salario ciudadano universal, en el dinero negativo y en una reducción inmediata del tiempo de trabajo
Están los conceptos, los retos, el software y hay modelos sostenibles fundados en el salario ciudadano universal. Y hay confianza en nuestras fuerzas mentales, incluso cuando la historia gira en direcciones imprevisibles. Y horrendas.
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