Anarquía Coronada

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La “revolución ciudadana”, el modelo extractivista y las izquierdas críticas

Entrevista a Alberto Acosta, candidato a la elección presidencial en Ecuador

por Franco Gaudichud 

La “revolución ciudadana” en Ecuador es uno de los símbolos de las experiencias “post-neoliberales” sudamericanas y el gobierno de Rafael Correa es considerado frecuentemente una referencia por numerosas izquierdas europeas. Las próximas elecciones presidenciales tendrán lugar en ese país el 17 de febrero de 2013, en una coyuntura política en la que la oposición conservadora ha sido incapaz de presentar una candidatura única y el gobierno conserva una muy fuerte ventaja en los sondeos, aunque con un leve descenso después de seis años en el poder. Hace dos años, hicimos un primer balance crítico de la experiencia ecuatoriana en el curso de una conversación con el intelectual y expresidente de la Asamblea Constituyente, Alberto Acosta /1. Acosta es ahora candidato a la presidencia por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas, coalición que agrupa a una decena de organizaciones que van desde el centro-izquierda a la izquierda radical, entre ellas Pachakutik (partido indígena considerado el brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador, CONAIE) y el Movimiento Popular Democrático, de origen maoísta, que cuenta con una implantación sindical notable (sobre todo en la enseñanza). Ahora hemos podido continuar esa conversación y el debate fraternal que habíamos iniciado para comprender los procesos en curso en el campo político de las izquierdas ecuatorianas.

F. Gaudichaud: Alberto, estamos en pleno proceso político electoral nacional en Ecuador, pues los comicios presidenciales que tendrán lugar el próximo mes de febrero 2013. Tú has sido una figura destacada de Alianza País, ministro asambleísta, presidente de la asamblea constituyente, y ahora apareces como cabeza de una candidatura de oposición de izquierda /2 al gobierno del Presidente Rafael Correa. ¿Qué es lo que pasó? ¿Cómo explicar esta situación y tu propio recorrido político personal?

A. Acosta: En la actualidad, el gobierno de Rafael Correa se asemeja a un mal conductor de bus… de esos que pone direccionales a la izquierda cuando en realidad gira a la derecha.
El gobierno de Correa ya no es un gobierno de izquierdas, mucho menos revolucionario y menos aun de “los ciudadanos”. Este es un gobierno que perdió su brújula en el camino y que como máxima expresión de su contradicción, ahora pretende destrozar uno de los mayores logros de este proceso: la Constitución de Montecristi, aprobada por amplia mayoría del pueblo ecuatoriano en septiembre del 2008. En este sentido cabe señalar que las violaciones a la Constitución del Ecuador por parte del gobierno del presidente Correa son múltiples y podría pasarme horas enteras narrándolas.

El propio presidente de la República, que defendió hace cuatro años la Constitución calificándola como “la mejor del mundo” y que duraría según él “trescientos años”, señala ahora que esta Constitución tiene demasiados derechos, que es “hipergarantista” y que por lo tanto hay que modificarla. ¿No te suena esta retahíla al discurso que los gobiernos llamados liberales o neoliberales han expresado en otras ocasiones, respecto a leyes que les condicionaban porque garantizaban los derechos de ciudadanos o de los consumidores? Correa se convirtió en un personaje que ya no quiere respaldar una Constitución que él mismo ayudó a elaborar y aprobar. Ese es el signo de la evolución del gobierno ecuatoriano.


Pero en el plano internacional y en las filas de gran parte de las izquierdas mundiales se le describe como un gobierno progresista consecuente, en acción, reformador. El gobierno de la “revolución ciudadana” aparece como un gobierno de cambio social, que podríamos calificar de tipo “posneoliberal”, y es cierto –según lo que he podido comprobar aquí en Quito y en el resto del país– que hubo avances concretos en varias temáticas: cambios fiscales progresivos, reformas sociales reales, planes públicos destinados hacia los sectores más pobres, grandes planes de construcción de infraestructuras, en particular en las regiones postergadas hasta el momento (como parte de la costa o de la Amazonia)…

Las reformas a las que haces alusión son ciertas. Y si comparásemos el gobierno de Correa con los gobiernos anteriores, llegaremos a la conclusión de que éste es un gobierno mejor que los que hemos tenido antes, los cuales por cierto fueron tan malos que dicha comparación es, en sí mismo, casi un insulto. Si me preguntas si el gobierno de Correa es mejor que el de Gustavo Noboa, el de Lucio Gutiérrez u otros del estilo, te diré que así es, pero también te preguntaré: ¿cuál es el mérito que eso tiene? Las personas que nos comprometimos con la propuesta de cambio que originalmente proponía el proyecto de Alianza País, no queríamos solo un mejor gobierno, queríamos un gobierno que transformara las estructuras del país, que haga una verdadera revolución democrática basada en la participación ciudadana. La Unidad Plurinacional de las Izquierdas en la actualidad plantea un gobierno en el que se tomen decisiones de manera democrática, participativa, consensuada, y no un gobierno con un estilo personalista, autoritario o caudillesco, que eso es lo que tenemos ahora.

Se lee a menudo en revistas académicas y bajo la pluma de algunos autores de la izquierda crítica a Correa, que este gobierno tendría “rasgos autoritarios”. ¿En qué sentido es realmente justificado afirmar eso, si la “revolución ciudadana” parece ser antes de todo un proceso democrático, que incluso ha abierto algunas instancias de consulta de la población?

Cierto es que han existido muchos procesos electorales y referendos en este período, pero las elecciones no garantizan la democracia. Recordemos que muchas veces los tiranos y los dictadores recurrieron a las elecciones y a los plebiscitos y recurrieron a este tipo de legitimación institucional. Por lo tanto, y lejos de cuestionar los procesos de voto protagonizados por la ciudadanía en Ecuador, digo que la democracia así entendida tendría que evaluar también si las disidencias tienen el mismo acceso a informar a la ciudadanía sobre sus posiciones que las que tiene el gobierno, si la utilización del aparato del Estado para campañas electorales por parte del partido de gobierno no es una deslegitimación del proceso, etc.

Nuestra apuesta va más allá de la democracia representativa y de plebiscitos, donde se utiliza de forma desproporcionada las herramientas del Estado para intoxicar la información destinada a los ciudadanos y las ciudadanas. Para serte sincero: en ninguna parte de este gobierno hay ya espacios reales de toma de decisiones junto con la ciudadanía. Por eso nos pronunciamos por una democracia radical. Me llamarás utópico quizás, pero si vivieses aquí todo el año, verías que la propaganda gubernamental es una farsa y, como teorizaron ya hace muchos años, pensadores antifascistas de la escuela de Frankfort como Adorno o Horkheimer, “la propaganda manipula a los hombres; al gritar ‘libertad’ se contradice a sí misma”. En resumen, la falsedad es inseparable de la propaganda. Es precisamente esta situación la que permite que no se respeten muchos de los derechos constitucionales, incluso los más básicos. Sea el derecho al trabajo o el derecho a la resistencia, ambos reconocidos en nuestra Constitución.

Para poner un par de ejemplos respecto a la violación del derecho al trabajo, puedo referenciarte como desde la emisión del decreto presidencial 813, que establece “la compra de renuncias obligatorias” en la función pública, se habilitó una lógica perversa de despidos que ha dejado ya a miles de funcionarios fuera del servicio público y que continuará sirviendo de herramienta para despedir más trabajadores. Ni los neoliberales se atrevieron a proceder con despidos intempestivos a funcionarios públicos de esta manera. De igual manera, el presidente Correa hace algo más de un año, vetó la ley del comerciante minorista, que garantizaba a todos los comerciantes minoristas –que son la mayoría en el país– seguridad social y otros beneficios; mientras tanto el gobierno como los gobiernos municipales siguen persiguiendo a los trabajadores informales en las calles e incautando los productos que venden, en contra de lo que manda la Constitución. En lo que respecta al ámbito de las disidencias, hoy hay más de doscientos líderes populares en los bancos de los tribunales, acusados incluso por “sabotaje” y “terrorismo”, utilizando leyes de la época de los gobiernos oligárquicos, en un país en donde no hay terrorismo. El derecho a la resistencia ha quedado proscrito y en las cárceles ecuatorianas hay más de una decena de jóvenes detenidos sin justificación legal. Elementos como los que he señalado demuestran que no hablamos ya de un gobierno revolucionario, me atrevería a decir que ni siquiera de izquierdas.

¿De qué revolución estamos hablando? Se violan también de forma sistemática derechos vinculados a la autonomía de los gobiernos locales y a la descentralización. Estamos absolutamente de acuerdo con el “retorno del Estado” después de que éste quedase reducido a su mínima expresión tras casi tres décadas de neoliberalismo, pero somos opuestos a que dicho Estado minimice el trabajo de las prefecturas y de los municipios, que están siendo a este rato aplastados por el gobierno central por un nuevo proceso de centralismo. El gobierno correísta está plasmando una suerte de Estado hobbesiano que está atentando en contra los derechos de la ciudadanía. Un modelo de Estado que dictamina entre otras barbaridades que la ciudadanía tenga prohibido tomarse una cerveza o una botella de vino los días domingo. ¿A ti te parece que hechos de esta naturaleza definen a un Estado como revolucionario? A mí, más bien me da la sensación de que son propios de un gobierno, en esencia, bastante conservador.

¿Entonces para ti y la alianza que representas en estas elecciones, este gobierno habría dejado de ser un gobierno de “izquierdas”?

Los ecuatorianos ya nos hemos acostumbrado a ver a un presidente cantar junto a sus ministros todos los sábados el “Hasta siempre Comandante Che Guevara”, pero también vemos que mientras tanto no se hace la reforma agraria, a pesar de que nuestra Constitución prohíbe los latifundios, el acaparamiento y la privatización del agua. El propio presidente de la República ha repetido en innumerables ocasiones que él no cree en la reforma agraria, señalando –como lo podría hacer cualquier patrón de hacienda ecuatoriano– que repartir la tierra es“repartir miseria”. Cabe indicar que el índice de GINI de concentración de tierra en Ecuador es del 0.81. La concentración del agua es aún mucho más pronunciada (los campesinos representan al 86% de los usuarios del agua de riego, y controlan el 13% del agua de riego, los terratenientes representan menos del 1% de las unidades productivas agrícolas, y controlan el 64% del agua riego). Es decir, estamos hablando de un país donde la tierra y el agua se concentran en muy pocas manos, mientras la miseria indígena –mayoritariamente campesinos– es superior al 50%.

Todo lo que expreso con anterioridad no pretende negar la existencia de mejoras en determinados aspectos. Pero hay que tener en cuenta que este gobierno es el que mayor número de ingresos fiscales ha tenido en toda la historia del Ecuador; por cierto se ha beneficiado en el ámbito petrolero en gran parte debido a los incrementos del precio del crudo en el mercado internacional. Esta situación ha permitido sostener una política de subsidios –que no de transformación– que hace que determinados sectores sociales caigan en las redes clientelares del gobierno. Sin embargo, las contradicciones son enormes y la concentración de la riqueza en pocas manos es algo difícil de justificar en un gobierno que lleva seis años de mandato y que se autodefine a sí mismo como “revolucionario”; gobierno que, además, es el que con mayores ingresos ha contado de toda la historia de la República.

La concentración de las ventas en mi país es tal que el decil de empresas más grandes controla el 96% de ventas. Las principales actividades económicas están concentradas en pocas empresas: el 81% del mercado de las bebidas no alcohólicas está en manos de una empresa, una empresa por igual contrala el 62% del mercado de la carne, cinco ingenios (con tan solo tres dueños) controlan el 91% del mercado del azúcar, dos empresas el 92% del mercado del aceite, dos empresas controla en 76% del mercado de los productos de higiene y así podríamos seguir enumerando, uno por uno, otros sectores productivos y comerciales. Las ganancias de los cien grupos más grandes se incrementaron en un 12% entre 2010 y 2011, y se acercan a la astronómica cifra de 36.000 millones de dólares. En este sentido es necesario destacar que las utilidades de los grupos económicos en el período 2007-2011 crecieron en un 50% más que en los cinco años anteriores, es decir durante el período neoliberal…

Si bien, por mandato constitucional, la banca y los banqueros ya no pueden tener propiedades ajenas a las relativas a su actividad específica, el crecimiento de beneficios de la banca privada fue sostenido. En el ejercicio del año fiscal 2011, dada la liquidez registrada por la economía ecuatoriana, el sector bancario incrementó sus utilidades en 52,1% en relación al año anterior. Entre enero y diciembre de 2011, la banca privada registró utilidades superiores a los 400 millones de dólares; en estos cinco años de gobierno de Rafael Correa, incluyendo el año crítico del 2009, el promedio anual de dichas utilidades bordea los 300 millones. Curiosamente, más del 40% de los depósitos a la vista y a plazo fijo de COFIEC, una entidad financiera del Estado, han sido colocados en el Banco de Guayaquil, de propiedad del candidato-banquero Guillermo Lasso… banco que además se beneficia por ser uno de los que entrega el bono de desarrollo humano.

Fíjate hasta donde llega el poder de los grandes grupos del capital ecuatoriano: la Constitución de Montecristi prohíbe el cultivo de transgénicos en el país, sin embargo ahora Correa quiere permitir dichos cultivos a través de una reforma constitucional. ¿A quién interesa esto? Hay una empresa nacional que tiene la representación de Monsanto en el Ecuador y que domina el 62% del mercado de la carne, que podría ser la gran beneficiada.

Los datos que manejo son datos oficiales provenientes de instituciones públicas. Si determinados analistas políticos –dentro y fuera del país– que se autodefinen progresistas, pretenden seguir definiendo a este gobierno como un gobierno de “izquierdas”, desde mi parecer tal situación no demuestra más que la lamentable situación en la que se encuentra la izquierda a nivel internacional.

En realidad, en vista de que este gobierno quiere ampliar la frontera petrolera y forzar la megaminería, más que hablar de “socialismo del siglo XXI”, de lo que deberíamos estar hablando es del “extractivismo del siglo XXI”. Es decir, que este gobierno en lugar de reconvertir su economía nacional en un sistema productivo dinámico, que genere puestos de empleo y que exporte productos con valor añadido, disminuyendo la dependencia del capital transnacional, continúa siendo un gobierno dependiente de las transnacionales y suministrador de sus recursos naturales para paliar las necesidades del mercado mundial capitalistas. ¿De verdad crees que se puede pensar que se construye el socialismo, alimentando al sistema capitalista global con materias primas como el petróleo y los minerales que sirven incluso para sus necesidades especulativas?

Exacto, pero al mismo tiempo sabemos que un pequeño país dependiente y empobrecido como Ecuador, necesita utilizar sus recursos para respondera la inmensa urgencia social y a la pobreza que dejó la “larga noche neoliberal” ¿Cuáles son tus propuestas respecto al extractivismo y cómo construiralternativas populares y democráticas a este modelo de desarrollo efectivamente predador e insustentable?

Desde las izquierdas que nos hemos ido encontrando al margen del gobierno de Rafael Correa, creemos que es fundamental tener claridad en la necesidad de superar el extractivismo, y esto ha de hacerse con políticas claras. En primer lugar, hay que poner la casa en orden. El Ecuador extrae petróleo con un costo social y ambiental altísimo, exportamos petróleo e importamos derivados de petróleo. El año 2011, importamos por cuatro mil millones de dólares: esto es mucha plata, demasiada plata me atrevería a afirmar. Entonces, llegamos a la conclusión de que un país que extrae petróleo pero tiene que importar derivados vive un absurdo. Hay que impulsar la modernización de la infraestructura de refinación, lo que implica la rehabilitación y repotenciación de la Refinería Estatal de Esmeraldas. Seguramente se necesitará otra refinería, por eso es necesario revisar lo que se ha hecho para la construcción de la Refinería del Pacífico, procurando, en caso de que convenga a los intereses nacionales su continuación, que no se provoquen graves afectaciones ambientales por el lugar equivocadamente elegido. Este gobierno lleva seis años de gestión, ¿dónde está la nueva refinería?, ¿ya repararon la refinería existente en el país –la de Esmeraldas? La respuesta es no.

Aquí hay un problema aún más grave, pues quemamos los derivados del petróleo, incluyendo los importados, para generar electricidad. En seis años de gobierno han avanzado muy lentamente las obras de construcción de plantas hidroeléctricas, sigue sin aprovecharse adecuadamente la energía solar, tampoco la geotermia; algo se ha hecho en el ámbito de la eólica. No hay una política de uso eficiente de la energía.

Este gobierno ha introducido algunas reformas tributarias importantes, pero a todas luces insuficientes. Más allá de que la tasa de presión fiscal en Ecuador (14%) dista mucho de la más alta de la región (22%), aun se mantiene un 40% de evasión fiscal. En nuestro gobierno los que más tienen deberán ser los que más tributen, sobre todo ante los niveles de concentración económica que citamos con anterioridad. Si elevas la presión fiscal a los niveles que tiene en la actualidad por ejemplo Bolivia, habría suficientes recursos para financiar la inversión y gasto públicos, sin apostar por proyectos extractivistas como los de la megaminería, que constituyen una tremenda irresponsabilidad ambiental para las generaciones futuras, a más de que no cumplen con las perspectivas económicas con que son presentados. Cabe recordar en este sentido que la presión tributaria en Europa es de más del 40%, en EE UU del 36%, en un país como Suecia está en torno al cincuenta y pico.

Si bien en el Ecuador se ha recaudado notablemente más en este gobierno que en anteriores, vuelvo a preguntar: ¿te parece que estemos ante un gobierno revolucionario?

Recordemos que entendemos por “reformas” el corregir errores el sistema vigente, mientras que cuando hablamos de “revolución” nos referimos a traspasar el poder de unos actores a otros.

Frente a esta situación, ¿qué programa político defienden colectivamente? ¿Puedes presentarnos un poco que es la Unidad Plurinacional y cuáles son las perspectivas por la cuales se movilizan?

La Unidad Plurinacional de las Izquierdas surge como respuesta a un gobierno que se distancia de sus principios básicos y que comienza a violentar sistemáticamente la Constitución. Desde la Unidad Plurinacional se comienza a aglutinar distintas fuerzas progresistas y movimientos sociales con el fin de enfrentar las agresiones de este gobierno.

Nuestra primera acción colectiva se da en el marco de la consulta popular que el presidente convocó en mayo del año 2011. Las organizaciones que hoy conforman la Unidad Plurinacional nos juntamos en la iniciativa “Esta vez No señor Presidente”, emitiendo un mensaje muy claro a la ciudadanía del país: no siga con sus prácticas autoritarias señor presidente, estamos en contra de que tome la justicia atentando contra la independencia de los poderes del Estado.

Meses después, en agosto del 2011, la Unidad Plurinacional se consolidaría entorno a un documento de 12 puntos básicos que luego sirvieron de base para la movilización popular denominada “Marcha por la Vida, el Agua, y la Dignidad de los pueblos” del mes de marzo 2012. La movilización fue un importante triunfo de los movimientos sociales, los cuales resistieron provocaciones, represión y contramarchas que, al igual que hacía Lucio Gutiérrez, realizó el gobierno de Correa.

En agosto 2012, la Unidad Plurinacional decide emprender un proceso insólito en el Ecuador: nombrar a su candidato presidencial a través de un proceso de primarias y recorriendo todo el país con sus seis precandidatos, entre los cuales me encontraba.

Ya elegido como candidato de la Unidad Plurinacional para las elecciones presidenciales de febrero 2013, el Consejo Nacional Electoral, organismo al que se le debería presuponer autonomía respecto del Estado, cuestionó las firmas que legalizaban a las dos más importantes organizaciones políticas al interior de la Unidad Plurinacional, el Pachakutik y el Movimiento Popular Democrático. Basta decir que el presidente y los vocales del CNE están todos vinculados al partido oficialista, siendo su presidente un ex ministro de Correa y su segundo, un operador político del actual canciller de la República. Todos tuvimos que salir a las calles a recoger firmas de la ciudadanía demostrando nuevamente al gobierno que no nos iban a atemorizar ni a amordazar. Superado este escollo, inscribimos nuestras candidaturas el día 13 de octubre 2012. La unidad se concretó en 34 de las 36 listas posibles de asambleístas –nacionales, provinciales y de la migración–, a más del binomio presidencial, por cierto.

En la actualidad seguimos elaborando conjuntamente con la ciudadanía y el tejido social organizado el programa de gobierno, mientras recorremos el país platicando con los ciudadanos y ciudadanas y tejiendo un sinfín de solidaridades con nuestra propuesta política, la cual no se distancia mucho de las propuestas básicas que tuvo en sus orígenes la revolución ciudadana. ¿Curiosa paradoja verdad?

No obstante, si analizamos los sondeos y encuestas de opinión independientes, podemos constatar que Rafael Correa sigue teniendo una popularidad muy alta, incluso después de estos años de gobierno. ¿No hubiese sido más efectivo políticamente intentar construir una izquierda radical dentro de Alianza País (AP), y así intentar disputarle la hegemonía a Correa sobre la mayoría de las clases populares, con propuestas alternativas que partan del ala izquierdo de AP?

Esa es una pregunta que podría incorporarla en un libro que voy a escribir algún día y que se llamará “Reflexiones para después de muerto”… Como todos los mortales, querido amigo, he cometido muchos errores en mi vida y posiblemente seguiré cometiéndolos. Pensar ahora si Alberto Acosta debería haberse quedado al interior de Alianza País para dar la pelea con un régimen que se convierte cada vez más en autoritario o con un líder que lejos de la participación democrática interna se convierte en un caudillo, es una cosa que no sirve para nada. Hoy estamos aquí, dinamizando junto a otros y otras, una perspectiva de oposición de izquierda al gobierno que presume de ser lo que no es.

Para lograr construir alternativas democráticas de gobierno y poder “desde abajo”, todos sabemos que se necesita forjar espacios políticos desde y con los sectores populares movilizados y organizados: ¿cuál es su relación con los movimientos sociales?

Nosotros tenemos una muy buena relación con los movimientos sociales, los cuales están siendo fuertemente agredidos en este momento por el gobierno. Se les persigue, se les ataca, se les intenta dividir o controlar, este uno de los mayores errores históricos de este gobierno. Si en febrero ganara las elecciones uno de los candidatos de la derecha, cosa que espero realmente que no suceda, el debilitamiento de las resistencias protagonizadas históricamente por los movimientos sociales va a ser la herencia más triste que dejará este gobierno. ¿Te parece explicable que se autodefina como revolucionario un gobierno que en lugar de fortalecer a las organizaciones sociales y empoderar a la ciudadanía, la debilita?

Si comparamos el movimiento social –y en particular indígena– actual con lo que han sido las grandes luchas antineoliberales de los 1990-2000, es imposible no subrayar una cierta desmovilización y hasta cierta apatía y fragmentación. Varios sociólogos e intelectuales más próximos a Correa dicen que no es el que el gobierno haya debilitado al movimiento social, si no que más bien las luchas llegaron al fin de un ciclo ascendiente, y que además el gobierno con su orientación posneoliebral ha respondido a varias de la reivindicaciones de las movilizaciones colectivas del periodo anterior, lo que es bien diferente.

¿Te parece que tiene que ver con un fin de ciclo que los dirigentes más cuestionados del movimiento indígena, como es el caso de Antonio Vargas en la Amazonía o Miguel Lluco en la Sierra Central, sean los baluartes del oficialismo al interior del movimiento indígena? ¿Te parece que es fruto del fin de un ciclo que los funcionarios del gobierno estén intentando comprar las voluntades de las comunidades indígenas, extendiendo cheques provenientes del excedente petrolero? ¿Te parece que es el fin de un ciclo que haya más de doscientos líderes sociales con expedientes abiertos por sabotaje y terrorismo en un país donde todos sabemos que no existe desde hace años ningún grupo armado?

A mi más bien me da la sensación de que es una estrategia gubernamental para atemorizar, dividir y debilitar a los movimientos sociales.

Ahora, desde una perspectiva estratégica más amplia, digamos de mediano y largo plazo: ¿es posible construir o profundizar una perspectiva realmente posneoliberal, con claros objetivos anticapitalistas y ecosocialistas actualmente en Ecuador?

No solo pienso que es posible, pienso también que es indispensable. De lo contrario no habrá futuro para el país, no habrá futuro para la democracia, para la vida con dignidad y no habrá“Buen Vivir”. Digo que es indispensable porque tenemos que avanzar en una forma alternativa de organizar la sociedad. En Ecuador, y otros países de la región, estamos en un momento que podríamos denominar como una fase posneoliberal, pero no poscapitalista. Eso debe de quedarles muy claro a nuestros amigos en el exterior. Nosotros estamos viendo como muy positivo que el gobierno no esté atado al Consenso de Washington, pero ahora se han impuesto otras condicionalidades provenientes de China, sobre todo en lo que tiene que ver con los créditos. La envergadura de este problema tendría que ver entonces con cuanto suman los créditos chinos y cuál es su importancia para el país. Este es un tema interesantísimo de averiguar. Es por ello que desde la Unidad Plurinacional nos propusimos completar y actualizar la auditoría de la deuda externa y nos comprometemos con la auditoria de los créditos chinos y de todos los créditos que vendrán en el futuro. Tampoco está de más hablar de las condiciones de eso créditos, los cuales tienen que ver con yacimientos petroleros, yacimientos mineros, grandes obras de infraestructura, tasas de interés elevadísimas (alguno de más del 9% como es el caso del financiamiento del megaproyecto Sopladora).

Si bien hemos de reconocer avances con respecto a gobierno anteriores, ¿cuáles son los cambios estructurales reales que se han dado en el Ecuador durante los últimos seis años?
Si revisamos la estructura de importaciones y exportaciones, estos cambios no existen, es más, se permitió que crezca aceleradamente el déficit comercial no petrolero, el cual se aproxima a ocho mil millones de dólares. El gobierno trata ahora de tomar algunas medidas, con las cuales estoy de acuerdo, pero son insuficientes, pues no transforman la estructura del sistema económico, ni del modelo de acumulación, algo que reconoce el propio presidente de la República. Por otro lado, señalaría algunos aspectos en los que el fracaso del gobierno correísta es rotundo, por ejemplo en el ámbito de la producción. No solamente no hay cambios en la estructura de la producción, sino que el país sigue siendo dependiente de los productos primarios, la lógica dependentista se mantiene, y seguimos manteniendo una economía rentista y holgazana en la cual apenas se invierte para producir. Seguimos atados a las condicionalidades del capital extranjero y del mercado mundial. No hay ningún esfuerzo real, en términos de política exterior y comercio, como tampoco hay una propuesta real y seria en el ámbito de la producción. El fracaso es generalizado.

Otro ámbito donde ha fracasado el gobierno es en el tema de la seguridad ciudadana, violencia y criminalidad. Los índices en esta materia han subido de una manera vertiginosa. Si bien es cierto de que el incremento de la inseguridad y la violencia no es culpa íntegramente de este gobierno –estamos hablando del crimen mundial organizado–, lo que es indiscutible es la carencia de respuestas en este aspecto por parte del Ejecutivo.

¿Cuáles serían las condiciones mínimas para emprender un proceso democrático, desde la dinámica actual que es de carácter postneoliberal a una dinámica anticapitalista y postextractivista?

Para encontrar la hoja de ruta apropiada para el cambio real del sistema en momentos como este, nos sirve mucho la Constitución de Montecristi. Este tiene varios puntos claves: por un lado, una serie de derechos que configuran el país que debemos construir –nuestro proyecto de vida en común y el modelo de sociedad del futuro–; a su vez y para hacer realidad esto, están las instituciones que se deben construir, todas ellas han sido violentadas por el control gubernamental durante estos años, pero serían estas en las que deberíamos encontrar garantías para las y los ciudadanos. Por ejemplo, la Constitución dice que está prohibido el latifundio y el acaparamiento del agua. Dicha situación debería obligar a un gobierno coherente con el mandato constitucional a proceder con la redistribución del agua y de la tierra. De igual manera, nuestra Constitución tiene mandados específicos en lo concerniente a la soberanía alimentaria. No estamos hablando de cualquier cosa, dado que cualquier modelo de reproducción agrícola aplicable en el país debería estar pensada en el contexto de soberanía alimentaria, cosa que choca con la actual propuesta vinculada a los biocombustibles y las semillas transgénicas que el gobierno hoy pretende implementar.

Al contrario de esto, lo que requerimos en realidad es una verdadera reforma agraria, una respuesta que atienda a las pequeñas y medianas empresas del campo y de la ciudad, a las cooperativas, a las asociaciones, a las comunidades y a todos esos proyectos comunitarios y asociativos que están marginados en la actualidad. Lo mínimo que podía haber hecho este gobierno es poner toda esa economía popular y solidaria dentro de las responsabilidades concernientes al Ministerio de Economía, y no en el Ministerio de Inclusión Social como se encuentra al momento. Las pequeñas y medianas empresas generan más del 76% del empleo en Ecuador: las pequeñas empresas que representan un 95% de los establecimientos, apenas participan con un 16% de las ventas a nivel nacional. Esa es la realidad del país, lo que evidencia que los cambios reales no se han dado.

¿Y el llamado a construir el “buen vivir” y el “sumak kawsay”, reivindicado tanto por dirigentes importantes del gobierno como por la oposición de izquierdas, entran en esta perspectiva?

Con este proyecto de gobierno no es posible alcanzar el buen vivir, se camina en dirección contraria, se está profundizando el “mal vivir”. Si a esto le sumas que el gobierno ha generado un ambiente de mucho recelo y temor entre los ciudadanos, derivaremos entonces en que el Ecuador insiste en el mal vivir acompañado de un proceso que deja mucho que desear desde el punto de vista democrático.

Después de febrero 2013, imaginemos (y es lo más probable) que gane de nuevo la presidencia, el candidato Rafael Correa: ¿cómo ven desde la alianza que representas el futuro ciclo político ecuatoriano?

Primero, esperemos que Correa gane las elecciones frente a la derecha… Si bien es cierto que Rafael Correa tiene una alta popularidad según dicen las encuestas, también lo es que el presidente de la República llegó a la consulta popular de mayo del año 2011 con una popularidad que bordeaba el 80%, y obtuvo tan solo el 47% de los votos. De todas formas, el futuro para la izquierda política y social ecuatoriana será seguir luchando.

Somos conscientes de que nuestra lucha no se acaba en un proceso electoral, por eso hemos dicho que el problema no es solo derrotar al presidente Correa, ganar las elecciones es importante pero no suficiente, porque nuestro objetivo es transformar al Ecuador.

Notas:

1/ Ver: F Gaudichaud, «Pensando alternativas, entre la crisis europea y el Yasuní. Entrevista con Alberto Acosta », ContreTemps, N°8, 2010, pp. 65-74  ; y « Ecuador. ¿De la «revolución ciudadana» a la transformación social radical? », Inprecor, n°541-542 septembre-octobre 2008 .


Esquizofrenia escolar: entre el quilombo que motiva y la paz que nos fastidia

Algunos pensamientos desde la precariedad escolar 

por Andrés

1- Precariedades
Sabemos que en las escuelas lo que debería ser no es (y encima viene todo para peor, nos dicen…). Nos topamos con situaciones de lo más diverso: dificultades para leer, berretines mediáticos, poca atención, peleas, boludeo tecnológico, etc.…  No hablamos solamente de simples interferencias en el paño escolar sino de quiebres en su lógica más intima; no de trastornos en su dobles interior sino en las condiciones de emergencia de su constitución social (un ejemplo son los docentes que no pueden dar clase por que se tienen que amotinar en la puerta del aula para que los pibes no huyan…).


Según cual sea el grado de la erosión escolar –un rechinar en su lógica o tambaleo de su ser constitutivo- se disparan diferentes niveles de precariedad que nos obligan a recurrir a diversos saberes escolares para transitar los espacios educativos: situaciones abiertas para las cuales no hay respuestas a mano; cortocircuitos donde la brújula escolar indica soluciones tradicionales, algunas que ya no resultan y otras que si; circunstancias donde se aplican experimentos que a veces funcan como otras no. Es innegable que cuando entramos a la escuela estamos haciendo un acto social. Como individuos, mal que mal, tomamos posesión de un rol: somos docentes. Los pibes lo mismo: se hacen alumnos. Afuera cada uno tendrá su vida, es más, nos podremos encontrar en la calle, compartir algún bar nocturno, pero al pasar el umbral escolar nos hacemos alumnos, porteros, preceptores, secretarios, etc. En el aula, de un lado está el docente, del otro los alumnos. Ante el escenario de precariedad latente es fundamental reconocer que esa frontera esta agrietada o en todo caso en ruinas; desde esa geografía social bien concreta debemos intervenir.
2- Mandato institucional
Como individuos que nos sentamos en el baqueteado rol docente estamos condicionados por una expectativa de la escuela; nuestro accionar en el aula no lo podemos pensar en abstracto sino en relación a un mandato que indica lo que más o menos se espera que hagamos. Sentidos diversos por que como comprobamos cada escuela es un micro mundo: sea por dinámicas internas, ubicación barrial, la clase social de los pibes, si es pública o privada, si es religiosa o no, el tipo de modalidad (no es lo mismo un humanidades lleno de minas que una técnica).
Tableros vitales cuyo umbral de mínima va desde que el aula no estalle bancando una minima sociabilidad (me decía un director: “esto es con todo los primeros 3 meses, después dejá que camine solo, fijate”) hasta respetar estrictamente normas escolares, algunas no solo tradicionales sino bastante jodidas (desde bajadas de línea sobre las estrategias didácticas a utilizar, preguntas por la religión que profesamos, o que cuando entramos al aula los alumnos se tienen que parar), o el caso de experimentos diversos, algunos copados y otros capaz no tanto (por ejemplo escuelas cooperativas, con subsidio estatal y cuota, pasando por colegios evangélicos y regimenes bastante novedosos y no poco dogmáticos). Imposible no pensar la escuela junto a la familia; estos umbrales de los que hablamos galopan en relación al tipo de empalme que haya entre los colegios y las infinidades de conformaciones familiares que hay y el lugar que ocupan los alumnos en ellas.
Conclusión: la expectativa institucional que nos rodea es un condicionante de nuestra intervención áulica. Una presencia que se activa por mecanismos formales como notas en libros de actas, reuniones docentes grupales o personalizadas en dirección, la intervención de directivos en situación de desborde, como de otras mas informales en tanto recolección de información pasando por los pasillos y fichando dentro del aula, conversaciones con alumnos, ingresos sorpresivos al aula, palazos por mail, y varios más.
3- Lógica punitiva
Mientras la precariedad escolar según sus diferentes escalas carece de imágenes para regular situaciones especificas de la institución que conforma (pedagógicas, didácticas, rituales patrios) se inflan proporcionalmente las que aseguran una sociabilidad en clave punitiva. Volvamos a la presencia de la institución en sus mecanismos formales: notas estampados en los libros de actas con recomendaciones desde que no aceptemos en Facebook a los alumnos, como la circular sobre la prohibición del uso de celulares en clase. Normativas que nacen tanto en la propia escuela como otras que bajan del ministerio (lo escolar tanto como una burocracia horizontal que normativiza sus propios hábitos como al pie una organización estatal-piramidal que debe adecuarse a lo estipulado desde arriba).
No nos olvidemos de los territorios escolares donde las autoridades se lavan las manos y cada uno sobrevive como puede. En este panorama –como en los otros también- recorre en los pasillos escolares un discurso docente del estilo “no podemos hacer nada con los chicos”, “nadie nos respalda”, “ellos siempre tienen razón…”; comentarios no muy difícil de vincular con el relato de un policía con los delincuentes (“todas las leyes los favorecen”, “no nos dejan hacer nada”). A propósito: es interesante como no hay casos de masacres activadas por docentes; profesores antipibes desbordados que empiecen a revolear tiros por todas partes (para el que le interese, ver la película francesa “el día de la falda”). Y aclaro: no hago una crítica moral ni mucho menos: algunas veces nos vimos hartos del quilombo áulico, y volviendo a lo que dijimos al principio, mas que interacción docentes-alumno, la relación se da de pibe- a casi pibe (no habiendo de mi parte poco más de 10 años de diferencia) con el límite jodido que eso significa. Pero vamos a estar de acuerdo que no se trata de plantarnos en un análisis de roles, una suerte de teoría de los demonios escolar entre docentes y alumnos, sino de plantear marcos de acción más complejos, de lógicas profundas que nos atraviesan y que desde ese lugar emergen instituciones y figuras sociales como las de profesores y estudiantes.
Para terminar este punto: que tragicómica es la secuencia que mientras a nivel social se genera un cierto diagnóstico que para enfrentar “la inseguridad” se necesita más escolaridad, en los colegios mas precarios se concibe en varios casos que hay alumnos que “no están para la escuela”; una virtual institución a mitad de camino entre el colegio y la cárcel se empieza a cocinar con tufillo punitivo (recordemos el proyecto del Servicio Cívico).
4- Castigo y gobierno del aula
La precariedad escolar es una marea que nos empuja a que más allá de las buenas intenciones y las lindas estrategias, estemos más tiempo generando las condiciones de posibilidad de una clase que efectuando la misma. De ahí que nuestras intervenciones disciplinarias como profes en el aula van desde llamados de atención, aplicación de sanciones, meter uno, o convocatoria a los padres.
Pero sabemos de sobra que para regular el orden áulico no solo se castiga, sino que también se desactiva a los pibes; el que quiera dormir que duerma, el que escucha música que escuche, el que no quiere hacer nada que no haga. No hay problemas a la vista pero no hay vínculo de ninguna manera, como tampoco los pibes cuentan con la libertad de irse a la casa… Es más: nadie se pregunta porque hay un pibe que duerme todo el día, que una piba esté sola en un rincón y nunca hable con nadie, que un chaboncito siempre esté mal y con ganas de llorar…
Otra secuencia es la sociabilidad por la sociabilidad misma; docentes que no dan clase o su función es hablar de “cosas de la vida”: conversar todo el día de fútbol, de lo que hicieron el fin de semana, dedicarle todo el tiempo del mundo a la organización de la fiesta y el viaje de egresados, desarrollar el parte diario de las boludeces mediáticas… Si bien este tipo de cosas son fundamentales para armar lazos con los pibes, y no solo por eso, sino porque nos gusta hablar y estar con ellos, el problema es cuando la clase pierde sentido y es solo esto. Un gesto ladri, ya que no es utilizado como estrategia didáctica, sino simplemente para que el tiempo pase. Una lógica no monopolizada por lo escolar, muy presente en lo mediático: los programas de fútbol que no son de fútbol, sino de cargadas a los integrantes del panel, anécdotas de su vida, y demás. Un tiempo que pasa, pero que no pasa así nomás: la sociabilidad nunca es neutra; no es que ante la fractura de lazos se arma un encuentro y a partir de ese momento se acopla un sentido a esa relación; ya desde el más mínimo indicio de interacción hay en germen un sentido, un mundo en potencia. [1]
No nos olvidemos como estrategia la evasión de los problemas. Hablamos de hacerse el boludo frente a un cortocircuito para no padecer otro mayor. Situaciones de pibes con problemas jodidos, sea de patologías, bardos en la casa. En los pasillos escolares se palpa un clima de paranoia, onda cuidate, ojo con esto y aquello…. El máximo ejemplo es la desorbitante solicitud de licencias como el éxodo de docentes que están en secundaria y parten para la educación no formal de adultos o a terciarios. La verdadera estratificación docente no pasa por el sueldo, el puntaje, ni el currículum, sino por quien está más o menos lejos del caos (como afirma Michel Houellebecq, en nuestras sociedades el mayor lujo consiste en evitar a los demás).
5- Esquizofrenia escolar
Si bien es innegable el malestar que provocan loas interferencias áulicas, no nos gusta el rol de docentes-gendarme. Para nada. Y no solo porque busquemos persuadir, convencer, ir por las buenas con los chicos, sino porque tampoco nos cabe el ideal de orden escolar. Ideal que como decaímos se encuentra cargado de moretones por no decir bastante desilachado, según los niveles de precariedad y umbrales institucionales que habitemos. Nos preguntamos: ¿Por qué tomar pruebas? ¿Por qué los pibes no pueden salir del aula cuando quieran? ¿Por qué no escuchar musica? ¿Por qué no venir más y quedarse durmiendo? ¿Por qué aceptar lo que decimos y encima que nos digan usted? La tranquilidad del aula todos trabajando, de silencios mecánicos, disconformidades que percibimos pero que no se manifiestan, nos dan una paz que nos fastidia. Nos habita una esquizofrenia: por un lado la docencia es un laburo y no podemos hacernos los pillos y hay cosas que respetar en relación a los distintos niveles de presencia institucional; pero ese lugar, bastante roto, no nos cabe. En pocas palabras: no negamos una precariedad turbulenta y las afecciones que despierta, pero tampoco nos cabe la tranquilidad y armisticio de los nervios áulicos, y mas aun si los construimos a partir de intervenciones punitivas.
Pero no terminamos acá: desde nuestras inquietudes singulares experimentamos dos tipos de afectos que no surgen en las intenciones nostálgicas que tanto conocemos: por un lado que si bien la precariedad escolar genera cimbronazos poco felices, no deja de ser una apertura, un indicio de que algo no va más y que lo social se puso en movimiento, lo cual es un desafío a tomar; definitivamente se quemaron los manuales del buen docente (lo cual es un problema; también una enorme alegría…). Las otras emociones se refieren a los intentos de experimentación y los deseos de armar otra cartografía escolar con los alumnos. Para lo cual carecemos de posibles y de imágenes fuertes pero vamos tanteando y pensando a partir de lo que surge como efecto del choque de cuerpos que se juntan en un aula y tratando de capturar esos momentos para pensarlos y darles forma. Lo cual no alcanza con buenas disposiciones unilaterales, sino que necesita de una reciprocidad activa. Un ejemplo es lo dicho sobre lo punitivo: intentos de no aplicar una disciplina zarpada ni ponerse en forro, y mientras los pibes critican de otros docentes que los putean y los tratan para el orto, luego no sostienen otra forma de convivencia. Pero sabemos que más allá de las composiciones áulicas están los factores institucionales que condicionan un marco de acción; que la presencia institucional sea baja es un beneficio, como también un problema, porque queda a merced del docente solo una masa de guachines, y sabemos de sobra que hay varios directivos piolas, al lado de tanto docente bobo… Pero también guarda con experimentaciones de sentidos que no nos caben, onda ONG, religiosidades dogmáticas, manifestando una lógica recombinante, donde se generan nuevas escolaridades pero con simetrías y valoraciones que no compartimos…
Podremos armar diferentes cosas con los pibes: desde darle autonomía e inflarles el pecho mientras el resto del mundo adulto los bautiza como irresponsables y boluditos; bancar situaciones jodidas y quilombos que padecen; dar cabida a cosas que hacen fuera de los muros escolares (deportes, danza). Pero nos preguntamos ¿que es hoy lo educativo? ¿Para que estar con pibes en un aula? ¿Qué es educar? ¿Qué es pensar? ¿Qué formas de percepción y expresión construir? ¿Qué vínculos diseñar con la tecnología? Estas preguntas significan poner en duda varios supuestos, incluidos los de un aula, bancos, textos. En fin: todo. En caso contrario nos encontraremos formalizando el rol docente; vaciarlo de todo a priori y hacerlo sensible a la realidad de los pibes pero dejando en pie el entorno institucional con los condicionantes que existen, como por ejemplo eso, que exista un docente. Lo cual no implica negar nuestras apuestas estemos donde estemos; las respuestas a las inquietudes que tiramos arriba irán surgiendo no de un plan preconcebido, sino de la organización de lo que valla surgiendo de las diferentes tiradas de dados sobre el complejo y fragmentado mundo escolar.


[1] Para profundizar en este punto tomando como caso la radio FM, leer el artículo en la Revista Crisis Nº 12 «La era del radioboludeo» (Gago-Valle).

Para pasar el finde: Horacio González: Literatura y política a partir de Malvinas (2012)


Esta conferencia de Horacio González fue pronunciada en la Universidad Federal de Santa Catarina (Florianópolis, Brasil) el 10 de mayo de 2012, como acto inaugural del ciclo de conferencias Malvinas, mar e meio ambiente, organizado por la  Secretaria de Cultura e Arte, el Núcleo de Estudos Literários e Culturais (NELIC) y elNúcleo Onetti de Estudos Literários Latino-americanos de la misma Universidad. Este ciclo, cuyos temas fundamentales son  política, cultura y medio ambiente, debate la ocupación británica del Atlántico Sur y el diferendo entre Argentina e Inglaterra acerca de las islas Malvinas. La conferencia inaugural de González es un recuento histórico, cultural y especialmente literario de la ocupación, una urgente reflexión sobre los sentidos del imperialismo y un llamado de atención sobre nuestro papel, como latinoamericanos, ante esos sentidos.
La transcripción de la conferencia fue realizada por: Inês Skrepetz, Selomar Borges, Gastón Cosentino, Rubens da Cunha y Byron Vélez. Y los subtítulos en portugués por: Inês Skrepetz y Rubens da Cunha. Núcleo Onetti de Estudos Literários Latino-americanos.


Duración: 2h. 4 min.
Idioma: portugués y español (con subtítulos en portugués).
Tamaño: 826 MB
Formato: MP4
Video en YouTube: acá
Enlace de descarga: acá
Subtítulo para el archivo en MP4: acá

Nota: la conferencia de Horacio González se inicia en el minuto 33 y está precedida por una presentación de Raúl Antelo, en portugués sin subtítulos.

Los desafíos de los gobiernos

Por Marco Aurelio García *


Parte importante de las izquierdas sudamericanas, especialmente en el Cono Sur, fue duramente afectada por la represión impuesta por las dictaduras de la región en las décadas del ’60, ’70 y parte de los ’80, en Brasil, Bolivia, Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay. La derrota sufrida por las organizaciones de izquierda en aquel período fue política, organizacional y, en donde recurrieron a la lucha armada, militar. En algunos países, como Argentina y Chile, la represión asumió dimensiones gigantescas dejando miles de muertos, desaparecidos, presos y exiliados.
En los países donde ese proceso fue acompañado por la aplicación de políticas neoliberales se produjeron cambios importantes que afectaron las bases sociales de los sindicatos, movimientos y partidos identificados históricamente con las clases trabajadoras.
Esos cambios tuvieron un fuerte impacto en el papel que las izquierdas desempeñaron en el período de transición a la democracia en algunos países de la región. Las políticas económicas conservadoras ampliaron la pobreza, debilitaron a la clase trabajadora tradicional y sus organizaciones. Al minimizar el rol del Estado en la economía, el recetario del Consenso de Washington debilitaba las nociones de Estado-Nación y soberanía nacional y, en consecuencia, la propia soberanía popular. El debilitamiento de la democracia económica y social debilitó la democracia política.
En Brasil, los militares, aunque represores, autoritarios y oscurantistas, llevaron adelante políticas de desarrollo económico que expandieron la economía aunque profundizaron las desigualdades. Con eso fueron creadas las bases materiales para el surgimiento de importantes movimientos sociales, para un nuevo sindicalismo y para la creación del Partido de los Trabajadores. Ese marco fue distinto en países con economías basadas en el petróleo y la minería como Venezuela, Ecuador y Perú, al igual que Colombia, por décadas escenario de una importante insurgencia rural.

La hegemonía de las ideas neoliberales en el plano económico durante el período de transición a la democracia proyectó personajes funestos como Carlos Menem en Argentina, Collor de Mello en Brasil, Sánchez de Lozada en Bolivia, figuras centrales de un movimiento del que también formaban parte Salinas de Gortari en México y Vargas Llosa o Fujimori en Perú.
La idea de la integración latinoamericana fue sustituida por el proyecto de creación de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsada por Estados Unidos. Las privatizaciones y la desregulación productiva, financiera y del mundo del trabajo se transformaron en palabras clave del pensamiento único que pasó a configurar una nueva propuesta programática de amplia aceptación en sectores conservadores y, sobre todo, en los medios de comunicación.
Es claro que esa ola conservadora fue estimulada por la crisis de los proyectos nacionales-desarrollistas de América latina y, más allá del colapso del modelo soviético, por la deriva de la socialdemocracia europea y por los nuevos rumbos de la economía y la política de China. Acosadas por la nueva derecha y privadas de los valores clásicos que habían seguido durante décadas en el pasado, las izquierdas vivieron un momento de perplejidad que incluso afectó a aquellos sectores que se habían disociado de una herencia ortodoxa y adoptado una postura crítica.
El renacimiento de las izquierdas en la región ocurrió esencialmente a partir de los movimientos sociales, de sus luchas reivindicativas y embates electorales que comenzaron a ser victorias en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Paraguay, y la evolución del proceso político chileno.
La consecuencia de ese renacimiento a partir de las luchas sociales, sin un proyecto político-ideológico común y consistente previo, fue una comprensible (algunos dirán saludable) heterogeneidad y fragmentación programática. Ese fenómeno refleja las particularidades de las tradiciones culturales y políticas nacionales que las dictaduras y las políticas neoliberales no habían logrado anular.
A pesar de esas diferencias, algunos elementos programáticos estuvieron presentes, con distintos enfoques y perspectivas, en las luchas y movimientos de los distintos países: 1) énfasis en las cuestiones sociales (combate a la pobreza, la exclusión y las desigualdades), 2) democratización del Estado y participación social, 3) defensa de la soberanía nacional e 4) integración sudamericana y latinoamericana capaz de garantizar a la región un lugar en un mundo que vivía (y vive) una intensa y acelerada transformación.
En el gobierno, las izquierdas impulsaron el crecimiento, el combate a la pobreza, la reducción de las desigualdades por medio de políticas económicas y sociales. Estas últimas dejaron de tener un carácter “compensatorio”, como en la agenda conservadora, y pasaron a ser el eje estructurante de la nueva política económica. Con diferencias, ligadas a los antecedentes económicos de cada país y las orientaciones adoptadas, la región logró el equilibrio macroeconómico (reducción de las deudas internas y externas, control de la inflación y el incremento de las reservas internacionales). La articulación de esos factores provocó una expansión significativa de la economía regional, mejoras sensibles en la situación social y explican el nuevo rol que pasó a tener América del Sur en la economía global, especialmente cuando estalló la crisis.
Los gobiernos de izquierda fueron sometidos a constantes procesos electorales y estimularon la creciente participación popular. En la región andina –Venezuela, Bolivia y Ecuador, sobre todo– la inestabilidad política anterior, resultante en parte de la obsolescencia de las instituciones, puso a la orden del día la convocatoria de Asambleas Constituyentes para ampliar el espacio público y la base de sustentación gubernamental. Se refundaron las instituciones. En otros países los cambios se hicieron sin grandes rupturas institucionales. La caída de Fernando Lugo en Paraguay fue, en parte, el resultado de la falta de una movilización popular fuerte y del aislamiento del gobierno en el interior de las instituciones heredades del antiguo régimen.
El éxito de los gobiernos democráticos populares de los últimos años tuvo un efecto desintegrador sobre las oposiciones. En la mayoría de los países las fuerzas tradicionales de derecha entraron en crisis. Incapaces de comprender los nuevos fenómenos políticos y sociales de la región, parte importante de las oposiciones asumió posiciones profundamente conservadoras, cuando no golpistas. Descalificaron las políticas económicas y sociales de las izquierdas, llamándolas “populistas” o instrumentos de “cooptación” de amplios sectores sociales que se estarían dejando comprar por “políticas asistencialistas”. A partir de ahí pasaron a descalificar las elecciones como proceso de constitución de los gobiernos democráticos. El pueblo se transformó en la “masa de maniobra populista”. Las derechas reactivaron sus agendas pro-mercado y desarrollaron una fuerte crítica a las políticas externas, especialmente a los procesos de integración sudamericana.
El papel central de la oposición en la mayoría de los países fue ocupado por los medios de comunicación, que sustituyeron a los partidos conservadores. Los éxitos de las experiencias de gobierno de izquierda y de centroizquierda en América del Sur no pueden ocultar, sin embargo, sus límites cuyo examen crítico es fundamental para la continuidad de esas experiencias y, sobre todo, para su profundización.
Si bien es necesario realizar un análisis detallado de cada una de las trayectorias nacionales de la última década, no hay aquí espacio para realizar ese inventario crítico. Confrontaciones exageradas o conciliaciones innecesarias, voluntarismo o pasividad burocrática, centralismo o basismo son algunas de las tendencias conflictivas que pueden observarse en los discursos y la práctica de los gobiernos progresistas sudamericanos.
Falta un relato coherente de los procesos políticos en curso en nuestros países. En su ausencia, la izquierda corre el riesgo de renunciar a cualquier discurso explicativo de su rica experiencia actual, cayendo en un empirismo peligroso, vacío y, a menudo, ocupado por las críticas de la derecha. Otro riesgo es el de otorgarle a ese relato una retórica de izquierda anticuada o la invocación de supuestas tradiciones históricas que remiten a los pueblos originarios o a las luchas de independencia.
Muchas veces esa “invención de tradiciones”, para retomar una expresión de Eric Hobsbawm, aunque justificable, oculta nuestra incapacidad para comprender y explicar la novedad de la experiencia que estamos desarrollando y los problemas que tenemos enfrente. El riesgo implícito en esa postura es el de estar luchando en batallas de guerras pasadas y, por lo tanto, equivocarnos de enemigos.
Esa advertencia sirve no sólo para tratar nuestras experiencias nacionales sino también para definir el horizonte de nuestros proyectos de integración. Esos procesos de integración son más complejos porque involucran a grupos de países con diferentes afinidades político-ideológicas. Baste recordar que en el marco de Unasur están los gobiernos del ALBA, pero también aquellos del Arco del Pacífico, además de aquellos que no siguen ninguna de estas opciones. La complejidad de esas cuestiones y los problemas de relación de fuerza involucrados muestran la necesidad de construir también un relato de la integración sudamericana.
Es necesario superar los tiempos de las Internacionales. Eso no significa abandonar un esfuerzo teórico político de análisis de las experiencias exitosas de reconstrucción de las izquierdas en esta última década. Es necesario establecer un debate calificado que, reconociendo las particularidades de cada experiencia nacional, sea capaz de establecer un ideario común a ser compartido.
Una de las paradojas de la situación actual de nuestro continente es que la derrota política y electoral del conservadurismo no ha sido acompañada por la derrota de muchas de sus ideas, de sus valores, y, sobre todo, de sus medios de difusión. La construcción de una América del Sur posneoliberal pasa por ese movimiento de reconstrucción de las izquierdas en varios países. La crisis de los paradigmas pasados de las izquierdas y los avances de los últimos años muestran que, contra las ideas dominantes, debemos afirmar las políticas económicas de crecimiento, sustentabilidad económica, social y ambiental. Una política económica que apunte a la construcción de una economía poscapitalista. Una reflexión que contribuya a la democratización radical del Estado, para la ampliación del espacio público y la socialización de la política. Tenemos que construir una democracia política fundada en la más amplia participación de hombres y mujeres en la vida política, en una sociedad plural, respetuosa de la ley, de los derechos humanos, capaz de asegurar la libre organización y expresión. Una sociedad solidaria, laica y de paz que socialice los bienes culturales y las oportunidades, que valore su diversidad étnica.
* Asesor para Asuntos Internacionales de la Presidencia de Brasil. Este texto es una reproducción de los pasajes salientes de la exposición “Las izquierdas: la hora de la integración sudamericana”, realizada el 21 de enero de 2013, en el Encuentro con intelectuales sudamericanos “Caminos progresistas para el desarrollo y la integración regional”, organizado por el Instituto Lula de San Pablo.

La política que te re donda

por Juan Pablo Maccia

La vida no se detiene en el verano, aún si se atonta bastante. Signo de relajamiento, sin dudas, es el desplazamiento a las playas y a las bikinis como escenario privilegiado de los temas políticos. Mar del Plata, Cariló y Pinamar siguen siendo –junto a las playas uruguayas- los tópicos dominantes.
Odio tanto las generalizaciones –siempre injustas- como la vida en el mar. Me repugna la vida de balneario y que me desvivo durante el período estival por zafar de la boludizacion que tiende a cubrirlo todo.
Por suerte, cada tanto, aparecen temas serios, en general internacionales –no siempre: el ataque al cuarte de La Tablada fue un 23 de enero, es decir, se cumplieron ya 24 años-, como la avanzada negociación con Irán para juzgar a los posibles autores de los dos atentados –al edificio de la Amia/Daia, y a la Embajada de Israel.
En fin, no es cierto que el calor lo recubra todo de una pátina de banalidad incurable: está allí la conmovedora renuncia del Papa, hombre que se ha quedado sin las fuerzas necesarias para seguir con su santo oficio. A último momento abandonado de la indispensable compañía divina, el destino de Ratzinger nos muestra la condición frágil de la condición teológica en nuestros tiempos, en que la fe más sublime se ve atravesada por la contingencia, impensada.
Tengo entre mis principios el no entrar en contacto cercano con gente que ama descansar en la costa del Uruguay. Efectivamente, detesto tanto Punta del Este (por razones tanto ideológicas como impositivas) como Barra de Valizas (por cuestiones sobre todo estéticas). Lo cierto es que ambas corrientes turísticas hacia el paisito se mezclan más de los quisieran en las aduanas y las lujosas naves de Buquebús. Lección esta que debió soportar esta vez el pobre Kicillof. El videíto es bastante cómico, gentileza del diario que mejor cubre los culebrones de verano.
Lo que me apena de Kicillof no es el mal rato que debió sufrir en familia. Tampoco la cobardía menor de una manga de radicales sin partido (me refiero a la desafortunada desaparición de la Unión Cívica Radical, que daba representación y modales a este sector de las clases medias y pudientes), sino el simple hecho de ver cómo se confirma la ley de hierro según la cual un personaje del que sabemos que sólo sabemos que es cualquier cosa menos un boludo queda reducido a su mínima expresión por la irrefrenable pasión estupidizante inherente del verano. (Nota al pie: el mismo diario La Nación, que se dedica a cubrir los chanchullos playeros desperdició, a propósito del affaire Kicillof, de aleccionar a sus lectores en el respeto a la sobriedad que tanto exalta, y con razón, en el presidente Mujica).
En la costa argentina las cosas no mejoran, no vayan a creer.  Ahí están las fotos del mes de enero con Humberto Tumini junto a Victoria Donda y Prat Gay. ¿Leyeron la entrevista que da, orondo, el ex militante del ERP a nuestro diario de chimentos estivales? Imperdible! Les doy sólo una pizquita para que se animen y lo busquen por ustedes mismos:
De los dirigentes montoneros o los del ERP no se enriqueció ninguno. Lo que hicieron después ya son decisiones individuales. No es el caso de La Cámpora, que tiene dirigentes que buscan mejoras materiales”. Y luego: “Sí. Queremos constituir una nueva mayoría en la ciudad con Prat Gay, Donda, Gil Lavedra y Estenssoro”. Una joyita. Entren y lean.
Claro que no quiero regodearme con el pobre de Tumini, víctima de fuerzas enemigas superiores que lo entrevistan en pleno entretenimiento y lo editan como quieren. Nada de eso. Lo que realmente deseo es detenerme en la foto que se publica junto con la entrevista (véanla para poder seguir). ¿Qué se ve ahí? Un par de buenas tetas pertenecientes a la legisladora Donda. Y es precisamente allí donde deseo detenerme.
Rápido y cachondo, el gran compañero Chino Navarro le espetó a los dirigentes del FAP: «Estamos hablando de chicos muertos, no estamos hablando de una cuestión de consignas ni de declaraciones poco o mucho felices y realmente viendo lo que ocurrió en los últimos días, donde se vio a la diputada (Victoria) Donda hacer campaña como si fuera una vedette. Me parece que hoy Tumini está más cerca de un proxeneta que de un dirigente político«.
No podemos dejar pasar así como así estos dichos, aunque no vamos a caer sobre un compañero acorralado por el calor. Va de suyo que las preocupaciones que deben ocupar a un dirigente de su peso territorial están más cerca de la interna narco-policial rosarina (y no sólo) que de responder cada declaración insolada que publique ese folletín veraniego que venimos ojeando. Así que vamos a olvidar la mala pasada del morocho de peso y curiosos anteojos de intelectual porteño, y vamos a mirar fijamente a la camarada Donda y a reflexionar un poco sobre su figura.
¿Qué piensa Donda?
En una entrevista reciente vierte definiciones substanciosas: “Cuando se votaron cuestiones económicas, el PRO, el PJ disidente y una parte de la UCR fueron con el oficialismo. La línea divisoria es entre los que quieren mantener la pobreza para mantener el poder y los que queremos llegar al poder para terminar con los pobres”. El Chino y Kicillof, cuando logren zafar, deberían enfrentar estas afirmaciones.
Volviendo a la foto, se lo ve triunfal a Tumini al lado de la piba. Hay algo perverso en ese vínculo (conste que el desafortunado episodio con el Chino me previene de los errores de apreciación a que podrían llevarme los cosquilleos que la diputada intenta despertar entre sus observadores). ¿Es linda Donda? Las aguas se dividen. Los comentarios de vestuario le son favorables (por zarpada). Sin embargo, hay quien reacciona mal a sus provocaciones («que alguien le avise a Donda que no está buena»). Sin embargo, no es ahí a donde quiero ir ahora. Sino a la sospecha que el “padrino” Tumini ostenta una oscura influencia sobre la compañerita.
¿Cómo piensa el descabellado “comandante”? Para derrotar al kirchnerismo hay que enfrentarlo, y quien se constituya como opositor se beneficiará con el apoyo de fuerzas disímiles, hoy desorganizadas. La fotografía en cuestión nos anticipa la formación prevista: un economista neoliberal y una jovencita nada inocente abanderada de los derechos humanos.  
Pero, ¿se pude enfrentar al kirchnerismo en el terreno de los derechos humanos? Escuchemos de nuevo a Donda:
El Gobierno reivindica los Derechos Humanos. pero de hace 30 años. Estoy absolutamente de acuerdo con los juicios a los militares. Memoria verdad y justicia son las banderas que no voy a bajar jamás. Ahora, mi mamá no peleaba para que sus asesinos estén presos. Mi vieja peleaba para que no haya ningún pibito con hambre y en este país hay 700 mil chicos que no pueden comer”.
Véase la calidad de la declaración. Donda no es como “otros” pibitos recuperados. No es el bobalicón de Cabandié et al: “La revolución no se lleva en la sangre. No por ser hijo de desaparecidos, ni porque naciste en un centro clandestino, sos buena persona per se. Porque eso está instalado. Sos hijo de desaparecidos y tenés un aura. Yo me fui de mi casa a militar antes de saber que era hija de desaparecidos”.
Esta confrontación se reeditó durante el célebre “asadito” que se mandaron los muchachos del ministerio de justicia en la Esma y que a la camarada que-no-es-sólo-gomas le revolvió –según declaró a medios públicos– el estómago. «Victoria ‘Tonta’ bebió sorbo a sorbo la ideología y el odio de sus apropiadores«, le respondió al toque Luis Delía, otro exponente del conurbano huérfano de toda caballerosidad.
Si algo duele, es el modo en que se maltrata a los cuadros jóvenes, con lo que cuesta formarlos. Donda no es tonta, ni inocente tampoco en el modo en que exprime su osado perfil público: “siempre fui así. No es que para la campaña empezamos a explotar, para ser bien gráfica, que tengo escote generoso. Por qué tengo que hacer un afiche con camisa y traje cuando no soy yo. Y decimos «vamos a portarnos mal» como un juego con una canción de Calle 13 que dice «vamos a decir lo que nadie dice, vamos a hacer lo que nadie hace”.
La palabra “mal” no se cae nunca de la boca insinuante de la compita: “para mí está mal que Duhalde reivindique a la dictadura militar. Está mal que se arme un frente anti Kirchner que junte a De Narváez y Alfonsín. Esta mal que el FPV se arrogue el mote de progresista”. Se ve a las claras que la enseñanza del “pelado” Tumini han calado hondo: no hay mal uso de los recursos cuando se los dispone en función de una estrategia del tipo “bien mayor” que, va de suyo, lo justifique. ¡Cuándo no! La manipuladora generación de los setentas y sus cuadros experimentados siguen haciendo, aquí y allá, de las suyas.

Respuesta a Jacques Rancière (y a Lobo Suelto!)

por Juan Pablo Maccia

Ignoro los pormenores ocultos tras el post subido a Lobo Suelto! bajo el título “¿Ranciere contra Maccia?” En el se ve al filósofo francés hablando en contra de toda reelección presidencial.
Sobre el argumento del señor Rancière tengo poco que agregar a lo que ya he escrito durante todo el 2012. No veo otra discusión política, en nuestro país, que la que intentamos quienes promovemos la re-reelección presidencial. No es la mía una posición de principios (nunca hubiese apoyado la re-reelección de Menem), sino una apuesta política inscripta en una coyuntura precisa, que por cierto no cabe al filósofo apreciar.
Puede ser que el señor Rancière esté respondiendo con esta argumentación a su colega Ernesto Laclau, quien sostiene que en América Latina hay una revolución en curso, y que el proceso encarna en sus presidentes. ¡Pero yo no voy tan lejos! Sí afirmo, en cambio, que en nuestro país hay sólo una cosa más temible que la posibilidad de que la oposición parlamentaria arme gobierno. Y es que lo haga la burocracia peronista que sostiene al Frente para la Victoria.
Sin la presidenta, habría poco para elegir. Si, como argumenta Diego Valeriano (véase sus textos en LS de enero), las organizaciones sociales disminuyeron su influencia hasta rozar la inexistencia, ¿qué sería de cualquier idea de democracia social con la presidenta fuera de juego? Argentina no tolera mas ajustes, y sólo la presidenta –hoy por hoy, es un dato “objetivo” equiparable al que encontramos en Bolivia y en Venezuela– garantiza una paz considerable entre compatriotas.
En un cierto momento el señor Rancière creyó oportuno romper con su maestro, Althusser. No se trata de una ruptura cualquiera. El maestro acababa de escribir su “Respuesta a John Lewis”, en donde se afirmaba aquella tesis magistral de la historia como “proceso sin sujeto”. Contra lo que los jóvenes del 68 creyeron, la tesis de Althusser no apuntaba a aniquilar procesos subjetivos, sino a pensar la subjetividad por fuera del historicismo. No se entiende a Althusser sin las nociones claves de “coyuntura” y de “sobre-determinación”. Evidentemente, no es ésta la “lección de Althusser” que mejor apreciase su discípulo, cada día más volcado a la estética. 
El señor Rancière es una estrella internacional. Estoy al tanto de su reciente visita al país. Mi prima Laura –adorniana y peronista– viajo a Buenos Aires para participar de una fantochada de acto callejero en la ciudad. Me consta –lo charlamos– que los planteos de Rancière no logran salir de una mirada eurocéntrica, casi diría “autonomista” (recuerdo cuando en el 2001 leíamos su libro El desacuerdo). Desconozco cuál fue su cachet (y no olvido cuál es el mío). Cada quien a su realidad. 
Supongo que Lobo cree hacerme un homenaje al jugar a que una superstar mundial pudiera referirse a un lector inquieto de provincias como yo. Gesto colonial, que no me enoja, pero que tampoco agradezco.

Trímbolis y recórcholis: ¡qué novelita de verano!

Por Juan Pablo Maccia


Alentado por mi prima Laura, fanática de Adorno y novel peronista, dediqué todo el verano a leer un libro extraordinario (por lo extraño, lo extenso y lo zafado) llamado Espía tu vuestro cuello, memorias y documentos de trabajo (2004-2007) escrito por un tal Javier A. Trímboli, que se presenta desde las solapas como profesor de historia de la UBA y cuadro del aparato kirchnerista de la cultura vía ministerio de educación y la televisión pública.

La novela –por llamarla de algún modo- relata el aprendizaje de un historiador nacido en los últimos sesentas: clase media acomodada-Colegio Nacional Buenos Aires- coqueteo político filoperonista en el PC de Luder Vittel-docencia. Memorias de alguien que, triste, es consciente de que las instituciones que lo formaron esperaban más de él.

Aunque en el inicio puede desalentar (¿hay un lugar más trillado que la obsesión de un joven ilustrado con el peronismo montonero, justo cuando la historia garpa por ese tipo de simulacros?), vale la pena seguirla, al menos hasta la leer los cuatro capítulos que separan al primero del sexto y últimos, menos avasalladores.


Pero la segunda parte es excepcional: nuestro historiador ya no cabe en ningún discurso. Enloquecido en su propio humor se entrega –a partir de una ponencia en un curso de formación de docentes- a una narración brillante –incluso y no a pesar de lo disparatado- de historia argentina. La novela entera puede leerse como una reflexión demente sobre los años ochenta del siglo que nos antecede, desquiciada por la interlocución con Ramos Mejía y, a  través de ella, con no pocos episodios del siglo XIX en torno a los cuales se descubre el carácter de la nación añorada (como la observación crucial según la cual la batalla de La verde, en la que el propio Ramos fue militarmente derrotado, fue crucial en nuestra historia pasada por medio de la introducción del Remington, tecnología decisiva para la concreción del estado centralizado).

Se trata de un libro largamente esperado: la primera pieza escrita de una “alta cultura” kirchnerista (por eso me lo habrá reglado Lau, sabe que el kirchnerismo me aburre por lo berreta de sus voceros habituales). En él, y de un modo enteramente nuevo, se reconocen los problemas y las soluciones al interior de la estricta historia nacional. Si Beatriz Sarlo acusa a la Presidenta Cristina de aprender mal y a las apuradas la historia nacional, y Horacio González se esfuerza hasta lo indecible (llega incluso a discutir con Feinmann en un libro improbable de edición Planeta) por dotar al kirchnerismo de un poder de fundamentación dialogal, con la escritura de Trímboli nada de esto se hace necesario. No hace falta justificar nada (ni mal ni bien, ni contra ni a favor). Al contrario, alcanza con “romper el tapper” que hace de la última década un encriptado universo de sentido y volver a dar un paseo por extravagantes textos del pasado para hallar una ubicación natural en el presente.

Si por algo se destaca su escritura –burlona hasta el cansancio, sí, pero para nada banal- es por el modo en que se alivia la manía ilusoria de la argumentación. Página tras página nos adentrarnos con en comentarios de gran sutileza sobre las guerras decisivas del pasado, particularmente Malvinas, y sobre la dictadura y la herencia nefasta de los setentas; pero también sobre las capas de significación a las que hay que acudir para comprender eso que se llama historia; o sobre la calidad de las tareas que la nueva democracia dio a sus jóvenes (militantes o intelectuales, ese es el universo); y sobre el estado de perplejidad en que nos puso –y aún nos supone- el peronismo. Todo esto sin acudir un ápice a la solemnidad. ¡Al fin!

A mil kilómetros de la exposición universitaria, la afirmación militante y la retórica crítica, la oralidad del texto se vanagloria de navegar a favor de la corriente, apoyándose en todo tipo de frases y refranes de sentido común. ¿Cómo lo leerán los amigos dedicados a hacer de cada palabra un tramo clave en la batalla ideológica? 

Hay algo de “proustiano”, ejem, en la escritura de la experiencia como aprendizaje del mundo (de desciframiento del tiempo); y de realismo conservador en la fina ironía con la que son desdeñados los temas y referentes actuales de la crítica política de la globalización capitalista (no da seguir a los autores que desde las europas prometen filosofías para un comunismo vitalista universal). Aún tomando en cuenta todo el patetismo que el autor encuentra en el recorrido de la generación a la que pertenece, su decisión es transparente: sólo en los hombres brillantes –y extravagantes- de la tradición nacional podremos hallar la luz necesaria para interpretar los enigmas del siglo pasado; la fuente de la cual extraer la fuerza para asumir las tareas del presente. Asunto de enigmas, pues. Porque la incapacidad proverbial  de las élites para dominar como se debe (se sabe: toda dominación instaura una relación de obligación mutua, en la que unos proporcionan protección a cambio de obtener a cambio, obediencia legítima; cuando no, el viejo Thomas Hobbes) acabó por excluir a las masas de toda posibilidad de convivencia nacional armónica. En esa falla en la voluntad de dominio sucedió lo que no debía, y sin embargo se veía venir: el peronismo.

Los puntos salientes de articulación de este razonamiento pueden ser captados, como decía antes,  no “a pesar” sino “gracias a” la desopilante fluidez con que se expone el des-encuentro entre cultura letrada y fascinación contrariada por las masas. En ese firmamento se alza la maestría de Ramos Mejía –que emerge así como autoridad fundamental -, así como el fastidio por sus herederos, el socialista Ingenieros y tras él, el comunista Ponce. Qué lejos han quedado esos nombres!

Pero bueno, ¿qué es lo que nos enseña Ramos?: que la guerra es el nervio de lo político; la locura el corazón de lo humano; el texto el elemento de la historia; y las masas una materia apasionada que jamás de los jamases hay que desdeñar, sino que como lo femenino en Maquiavelo, la fortuna, debe ser gobernada. Es este Saber el que habíamos perdido y hoy –nuestro tiempo, nuestra tarea – volvemos a reconquistar.

Novelita de verano, en la que desfilan los alucinados de toda laya que nos precedieron en ostentación de valores nobles: los hubo épicos, teólogos y racionalistas; todos ellos renegaron del comercio de los asuntos humanos, único referente atendible a la hora de esgrimir la filosófica “inmanencia”.

Gobernar – multitudes- es, pues, asunto serio. Sabe hacerlo quien aprende a leer los signos, primero en su propia vida, y luego en los otros, como Alcibíades (o nuestra Eva): el nuevo príncipe (o princesa). Y dado que en este amanecer de los pueblos está aún todo por hacerse, no cabe lugar para las reticencias. Toca a los intelectuales (léase: al nuevo historiador, mucho más que al filósofo) otorgar al Estado aquel fundamento del que carecieron nuestras clases dominantes, y que el peronismo vio frustrarse en 1976: dar protección a las masas, obtener por fin un orden vivible. No hay nación sin cobertura. Ramos, el autor de las “multitudes argentinas”, avezado lector de Le Bon, se nos anuncia, por fin, como el heraldo inesperado de un kirchnerismo aún por inventar.

El Líder

Por Diego Valeriano

Sin que nadie me invite, me meto en la “controversia” entre Maccia y Ranciere. Y lo hago por tres razones: uno, Maccia –con quien solo tengo un ex amigo en común– me menciona en su nota; dos, fui a la “fantochada” de Flores (donde habló de La Noche de los Proletarios, no precisamente a proletarios –¿por qué los habría? –, sino a una nutrida concurrencia mayormente femenina) y, tres, la prima adorniano-peronista del santafecino me interesa (al margen, nunca entendí bien a los intelectuales y menos a sus fans: los primeros plantean cosas absurdas y sus seguidores aplauden a rabiar). 
Y me meto para decir que Ranciere no le contesta a Maccia, principalmente, porque lo que dice es absurdo, irreal. Plantea el franchute, a nosotros, argentinos, que lo que mejor puede hacer un líder es irse rápidamente. Pero es sabido: de Alfonsín a De la Rúa tenemos una desagradable experiencia de la brevedad. La verdad es bien distinta: si la gente no puede seguir sin el líder es muy sencillamente porque la gente –aquí, como en Francia– no existe sin el líder. Quizás todo sea al revés de lo que piensa Ranciére y sea el líder quien crea al pueblo. Una idea que incómoda, pero que, en tanto tal, habría que hay que pensar a fondo.
El capitalismo runfla no deja de traer, una y otra vez, estas preguntas.

«Lucharé por ser cada día un poco más libre»


El domingo 17 de febrero, en la Sala Guillén de la Fortaleza de la Cabaña de La Habana, el escritor Leonardo Padura recibió el Premio Nacional de Literatura 2012. La ceremonia tuvo lugar como parte de las actividades de la XXII Feria Internacional del Libro, que se celebra en la capital cubana, en una sala repleta de personalidades intelectuales, amigos y lectores de sus populares relatos. Estas fueron las palabras de Padura, que ratificó su «lucha por «continuar siendo el mismo, por pensar con mi cabeza, por ser cada día un poco más libre», mientras concluye Herejes, una novela sobre los riesgos de asumir la libertad que debe publicarse a fines de este año.
Gratitud
Esta historia comenzó una mañana de 1976 en la oficina de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. Estábamos en los meses finales del curso académico con el que yo cumpliría el primer año de mi carrera y, como cada jornada, me disponía a cumplir mi trabajo como mecanógrafo, el destino al cual había llegado por el sistema de inserción laboral con el que se pretendía que los estudiantes nos formáramos en la socialista y revolucionaria combinación de estudio y trabajo. Durante aquel año había empezado a revolverse en mí una necesidad, hasta entonces desconocida, o más bien un deseo competitivo, de probar que yo también podía ser “escritor”, como otros estudiantes de la escuela, y, según mis códigos, lo único que me faltaba era empezar a intentarlo. Para ello escribí un cuento, más o menos fantástico, donde narraba la historia de un hombre que, al despertar de un prolongado sueño, encontraba que a su alrededor todo había cambiado: las formas, los colores, las funciones de las cosas y el pobre hombre necesitaba entender qué había sucedido. Por supuesto, a aquel personaje su situación inesperada le provocaba, sobre todo, asombro. Y se asombraba mucho.

Escrito el cuento, mi mejor opción para encontrar aprobación era precisamente uno de mis compañeros mecanógrafos, un estudiante de tercer año de la carrera que había leído muchos libros, escribía poesía y, algún que otro día, siempre en voz baja, me contaba de unas tertulias cuasi decimonónicas a las que él asistía, las cuales eran animadas por un tal Virgilio Piñera y se celebraban, por cierto, muy cerca de donde yo vivía y vivo, en la que fuera la última morada de Juan Gualberto Gómez, que entonces era ocupada por su hija, nietos y sobrino-nietos, unos mulatos refinados y políglotas que tomaban té en tazas de porcelana de bordes de oro a veces mellados. El compañero mecanógrafo, me imagino que sin mucho entusiasmo, se vio obligado a leer aquel cuento, y al terminar la jornada de trabajo y yo reclamarle un juicio, fue tan amable y elegante que mintió descaradamente al decirme que mi relato le gustaba, pero debía tener cuidado con el uso excesivo de los signos de admiración. Desde entonces, gracias a ese compañero de inserción laboral, que se llamaba, y por fortuna se sigue llamando, Abilio Estévez, he tenido especial cuidado con el uso de esas barritas verticales que solo sirven para enfatizar lo que el escritor es incapaz de expresar por medios más sutiles, más literarios.
Palabras de un amigo
Treinta y seis años después de aquella experiencia iniciática, el mismo día en que se hizo pública la noticia de que el jurado del Premio Nacional de Literatura 2012, presidido por el colega Reynaldo González, me había distinguido con ese galardón, recibí un email desde Barcelona, firmado por Abilio, el más hermoso y sincero de los elogios que acaparé en aquellos días y en el que mi ex compañero mecanógrafo me decía:Querido Leonardo (y, por supuesto, querida Lucía), acabo de leer la noticia de tu premio. No sabes la alegría y la sensación de justicia que he sentido. […]. Desde que diste el primer gran paso de quitar las exclamaciones a tus diálogos, han pasado muchos años y han llegado muchos brillos. Para ser justos, con este premio no te han dado el lugar que mereces, ha sido el premio el que se ha justificado a sí mismo. […] Nadie como tú para poner en evidencia que golpear cada día el yunque saca chispas en el metal más duro. Y esa es la clave de todo. Disfrútalo, disfrútenlo, y cuando bebas ron, pon un vasito a mi espíritu, ahí, con ustedes. Y luego a trabajar más aún, con más fuerza, pero eso a ti no hay que decírtelo. No es difícil adivinar que ahora serás aún más la diana de los ataques de los cainitas cubanos, que se dan como la verdolaga. Pero eso se resuelve con la fórmula de André Gide: «Que digan lo que quieran, mientras tanto yo escribo Paludes». Y a ti eso de encerrarte a escribir se te da maravillosamente. Claro, no se puede negar que ahí está Lucía, también premiada, como no podía ser menos. Mucha más suerte, hermano. Hace casi cuarenta años coincidimos en una oficina de la Escuela de Letras y, contra todos los pronósticos, aquí estamos, dando la lata y gritando lo que tenemos que gritar, nuestra pequeña verdad y nuestra pequeña angustia y también nuestra pequeña alegría. Me siento muy orgulloso de ir a tu lado por este camino largo y complicado, y que nuestras fotos estén juntas en el muestrario de Tusquets. Besos para Lucía y un fuerte abrazo para ti.

Y firmaba abilio, así, con minúscula.
Si hoy los hago escuchar estos dos hitos del origen y destino actual de mi relación personal y literaria con Abilio Estévez, uno de los intelectuales más sólidos y lúcidos de mi generación, tan o más merecedor que yo de este reconocimiento que por ahora le está vedado debido a su residencia geográfica, se debe a que en uno y otro momento las palabras del amigo han tenido para mí y para mi carrera como escritor un valor especial, y porque entre uno y otro momento está tendida la crónica de un aprendizaje, un esfuerzo, un empecinamiento personal al que debo, por completo, lo que haya podido motivar la generosa decisión de un grupo de instituciones y, sobre todo, un grupo de escritores, de concederme el Premio Nacional de Literatura que hoy recibo, con gratitud y alegría.Si desde la incultura sideral que acompañaba a aquel pelotero frustrado de Mantilla que escribió un cuento lleno de signos de admiración, he podido lograr algo, se debe, esencialmente, a un empecinamiento que llegó a convertirse en una necesidad vital. El proceso de aprendizaje fue arduo, pletórico de escollos, marcado por muchísimos sacrificios, pero siempre acompañado por la certeza de que con un nuevo intento, con más trabajo, con más lecturas, con más sudor las cosas podían ir saliendo mejor. Así lo he hecho durante estos 36 años y espero poder seguir haciéndolo, con el mismo espíritu, durante los próximos 36 que aspiro a vivir.
Memorias de la reeducación
Muchas personas me han ayudado durante este periplo y a algunas de ellas quiero hoy expresar públicamente mi gratitud. Tuve, por supuesto, el soporte material, afectivo, moral y ejemplar de mis padres, que están en el principio de todo. Tuve la incitación y el desafío de mis compañeros de estudio, sobre todo de los Socarrones de mi grupo en la Escuela de Letras, mis amigos Alex Fleites, Arsenio Cicero, José Luis Ferrer, Jorge Luis Arcos, Magda González, Soledad Álvarez y otros más. Conté con la complicidad generacional de poetas y narradores de mi promoción, que mucho me ayudaron a perfilar mis intereses literarios y a clarificar los riesgos del empeño que compartimos: Arturo, Senel, Sacha, Lichi, Reynaldo, Luis Manuel, Reina, Norberto, Víctor, Ramoncito, Abel, Miguelón y tantos otros. He contado con la fortuna de compartir la amistad y los consejos de maestros como Ambrosio Fornet, Eliseo Diego, Jaime Sarusky…. He gozado del enorme privilegio de poder alcanzar una inesperada presencia internacional gracias a haber contado entre mis editores con Beatriz de Moura, Antonio López Lamadrid y Juan Cerezo, los artífices de Tusquets Editores, quienes me dieron su confianza y prestigio cuando era un escritor cubano sato y sin pedigree; también editores en otras lenguas como mi querida madame Anne Marie Meteilié, el amigo Marco Tropea, Lucien Leitess, los hermanos Von Hurter en Londres, Manolo Valente en Portugal y Ole Sohn en el reino de Dinamarca. He contado, además, con el apoyo incondicional de Ediciones Unión, mi editorial cubana, gracias a la cual, sin poner nunca reparos, todos mis libros han circulado en Cuba… Tras esos editores, otras muchas personas han contribuido a hacer mejores mis libros, ya sea como traductores, pero sobre todo como lectores, y quiero recordar mi deuda de gratitud con Vivian Lechuga, Lourdes Gómez, Elena Zayas, Elena Núñez, entre otros muchos amigos que me han ayudado a escribir un poco mejor de lo que soy capaz… Pero, sobre todo, quiero recordar y reconocer que he sido merecedor del premio gordo de la vida por haber tenido durante 34 de estos 36 años caminados en la literatura y en la vida, a pie, en guagua, o en bicicleta china, a mi mujer, Lucía López Coll, a la que, por merecérselo, por haberlos sufrido tanto como yo, siempre he dedicado mis libros, utilizando la fórmula salingeriana del amor y la escualidez… en su más espiritual sentido. Muchas satisfacciones me ha dado mi trabajo a lo largo de estos 36 años. Desde el premio en el concurso de cuentos para estudiantes de la Escuela de Letras, allá por 1978, hasta la posibilidad de participar en tres proyectos periodísticos a los que mucho debo como escritor: aquel Caimán Barbudo, renacido de las cenizas del decenio gris, que a principios de la década de 1980, luchando contra adversarios más encarnizados que los molinos de viento, convertimos en evidencia de que una nueva generación de artistas se proponía hacer algo diferente en la cultura cubana, pasando luego por mis seis años en Juventud Rebelde, donde se suponía sería reeducado y, en verdad, lo fui, pero como periodista capaz de participar en un empeño que dejaría una muesca perdurable en la chata prensa cubana de estos últimos decenios, una labor a la que debo mi primer acercamiento eficaz con muchos lectores cubanos, y más tarde, la experiencia de La Gaceta de Cuba, donde junto con Norberto Codina trabajamos para adecuarla a los tiempos que corrían y llegar a convertirla en la publicación cultural de referencia en aquellos años oscuros y sudados del Período Especial. Mi trabajo me ha dado, además, la satisfacción de recibir premios, de visitar medio mundo, de publicar en más de 15 idiomas, de que se me hayan abierto las páginas de los más reconocidos periódicos de la lengua, de conocer gentes que me han nutrido, de poder acceder a la literatura que he querido y necesitado leer y, sobre todo, mi trabajo me ha permitido establecer una relación de cercanía con miles de personas que me han conocido a través de mis libros, gentes que acá en Cuba y en otras partes del mundo se han hecho mis cómplices y me han regalado el favor de su atención y, muchas veces, hasta de su cariño y han llegado a decirme que me agradecen que haya escrito lo que he escrito, una afirmación que supera el significado de cualquier premio… Mi trabajo me ha permitido, incluso, ganarme la vida decente y buenamente, una vida que no siempre ha sido fácil pero en la cual he logrado, trabajando, llegar a tener lo que tenía que tener, sin que nadie me lo “otorgara” por complacencias de ninguna clase. Y no puedo dejar de recordar a esta hora que ha sido mi trabajo el que me ha dado la entrañable oportunidad de conocer a un tipo como Mario Conde, tan jodido que, por haber sido, fue hasta policía, cornudo y aprendiz de escritor, un amigo que a lo largo de 23 años ha viajado conmigo ayudándome a entender este país singular y enigmático en el que vivimos, a veces tan generoso y a veces tan mezquino, a darle forma y expresión a mis sentimientos sobre la historia, la vida, la amistad, el amor, el miedo, la frustración, la pobreza humana (material y espiritual) y la condición de ser cubano.
Los sinsabores del éxito
Pero también sinsabores me ha traído este trabajo mío. Soy, ante todo, un escritor cubano y, como tal, no he podido sustraerme del efecto de los beneficios y las calamidades inherentes a tal pertenencia inalienable… Ya un día de 1992 me lo había advertido el maestro Mario Bauzá, en un bar de Nueva York, mientras el padre del latin jazz cumplía sus 60 años de alejamiento físico de la isla: uno de los componentes más lamentables de la espiritualidad cubana, me dijo con sus palabras de habanero impenitente, está en la incapacidad que acompaña a muchos de nosotros para tolerar el éxito ajeno, más si es un contemporáneo, peor si es otro cubano. Ya por mí mismo he podido comprobar que más duro se les hace a algunos admitir ese éxito si el personaje en cuestión no pertenece a capillas, ni comparte militancias partidistas o grupales, si el éxito es el resultado del trabajo cotidiano y no de los favores compartidos… He tratado a lo largo de todos estos años, y cada vez con más conciencia e insistencia, de ser un hombre todo lo libre e independiente que puede ser una persona en un mundo y en una sociedad como estos en que vivimos. He tratado de decir con sinceridad lo que pienso, dentro de Cuba y fuera de la isla; he mantenido la fidelidad a mis amigos, dentro y fuera del país; he sufrido mis miedos, pero no me he dejado vencer por ellos a través de la simple fórmula de enfrentarlos; he seguido siendo mantillero, incluso industrialista -aunque a veces he dudado, lo confieso- y también he sido Yankee o Angelino cuando alguno de mis ídolos peloteros lo han sido; nunca me he dedicado a atacar a nadie, menos por sus opiniones políticas, pues creo que todas son respetables mientras no agredan o limiten el derecho y la dignidad de los demás; he escrito los libros que he querido, que he creído que podía y debía escribir y, desde la literatura, he dicho en ellos, sobre la realidad, la historia, la cultura, los hombres y hasta sobre las mujeres, lo que mi capacidad y entendimiento me han permitido decir, superando muchas veces mis dudas y temores, que no han sido pocos. Y por todo eso he pagado un precio. Aunque lo he hecho con satisfacción. Como bien los llama mi colega Abilio, los cainitas que nos acompañan en este tiempo vital han hecho lo posible por disminuirme, por callarme, por ignorarme, a veces menospreciando mi trabajo, incluso convirtiendo la política en un arma de doble filo que me lanzaba -y me lanza- estocadas desde un lado, desde el otro, desde arriba, desde abajo… Pero, qué se le va a hacer, es lo que me merezco por ser un cubano de estos tiempos, por escribir, pensar, actuar y vivir como he vivido, golpeando “cada día el yunque para sacar chispas en el metal más duro (…) dando la lata y gritando lo que tenemos que gritar, nuestra pequeña verdad y nuestra pequeña angustia y también nuestra pequeña alegría”, como me dijera mi amigo Abilio.

A todos los que les debo algo para haber llegado a donde quiera que he llegado, les reitero mi gratitud, pues mucho de lo conseguido se debe a ellos. Porque, lo dijo John Done, no Hemingway, ningún hombre es una isla en sí mismo… Y a los que me ataquen o me odien, por la razón que sea (algunos quizá, seguramente, hasta tendrán buenas razones), les reiteraré que pueden decir lo que quieran, incluso pretender convertirme a mí, que no soy el enemigo, en su enemigo. A unos y otros les puedo asegurar que ni premios ni agresiones me van a cambiar en lo esencial, porque seguiré golpeando el yunque, mientras el brazo y la inteligencia me acompañen. Por eso, en mi casa de Mantilla, la que construyeron mis padres con su esfuerzo y su amor, con Lucía y con mis perros, con la sombra tutelar de José María Heredia que siempre me acompaña y el espíritu vivo de tres o cuatro generaciones de Paduras, y con la ayuda interesada de mi amigo Mario Conde, yo lucharé por continuar siendo el mismo, por pensar con mi cabeza, por ser cada día un poco más libre, mientras escribo Herejes, una novela sobre los riesgos de asumir la libertad, en otros tiempos históricos y también en este tiempo presente, el de los días de mi vida. Muchas gracias.
Todavía en Mantilla, febrero de 2013.

Los árboles de La Argentina Blanca

por Gastón Gordillo


En la década kirchnerista se ha consumado la mayor devastación de árboles de la historia argentina. Sólo en el año 2012, más de cuarenta millones de árboles han sido destrozados por topadoras y sus restos quemados para crear campos de soja con el apoyo entusiasta del gobierno nacional y los sectores más conservadores de la oposición anti-K. Esta hecatombe se suma a los restos de cientos de millones de árboles carbonizados en años previos. En el Chaco salteño, en el norte de Santiago del Estero y en las tierras bajas de Jujuy he visto cómo opera la destrucción del espacio de los agronegocios: mandando topadoras y matones con la actitud que Hollywood presenta como ficción en la película Avatar, donde topadoras seguidas de hombres armados destruyen árboles gigantescos y remueven a sus habitantes originarios a la fuerza por ser obstáculos para el maximización del lucro.

A pesar de ser la responsable política de no poner coto a la inmolación de millones de árboles, Cristina Kirchner declamó hace poco, con tono épico, que no vamos a tirar un sólo árbol. Y agregó: “Los árboles no se tocan, son sagrados”. Los árboles sólo podrán ser cortados “sobre mi cadáver”, remató, en la afirmación más surrealista que haya hecho en todo su mandato. Después de todo, Cristina ha sido todo este tiempo la conductora de una topadora gigantesca que arrasa con multitudes de árboles tan vastas que su inmolación deja columnas de fuego y humo que se pierden en el horizonte. También fue surrealista pero también emotivo el ensayo cargado de afecto por los árboles que Ricardo Foster, talentoso filósofo oficialista y miembro activo de Carta Abierta, escribió en estos días en Página/12. Allí Foster proclamó su «amor» incondicional por los árboles por su «bondad y lealtad» así como su «odio» hacia quienes los destruyen. Foster agregó: «Siento en ellos cómo brota lo esencial, lo que perdura, aquello que sortea la frivolidad de los portadores de falsa eternidad». 


La repentina pasión y amor por los árboles de Cristina y su vocero filosófico, claro está, fue generada por una coyuntura política particular: las protestas que generó en Buenos Aires la tala de algo más de cien árboles en la ciudad por parte de líder máximo del anti-kirchnerismo nacional, Mauricio Macri. Pero lo que define a estas intervenciones fuertemente emocionales en contra de la destrucción de los árboles no es tanto su obvio oportunismo sino la forma en que su notable selectividad por defender ciertos árboles, y no otros, expresa una geografía afectiva particular, definitoria de lo que propongo llamar La Argentina Blanca. Esta es una categoría compleja, evasiva, que es importante analizar justamente porque la blanquitud y sobre todo su naturalización en percepciones afectivas del espacio es uno de los grandes temas hechos invisibles y tabú en las narrativas dominantes de la Argentina. El viejo argumento, que ya no convence a nadie, de que “acá no hay problemas de racismo” es el mejor ejemplo de que La Argentina Blanca tiende a tener una actitud negadora de su propia existencia y de su racismo constituyente. Pero valga aclarar que no concibo a La Argentina Blanca como un objeto acotado reducible a la gente argentina que es “blanca” o descendiente de europeos. De la misma manera que hay argentinos rubios y de ojos celestes como Osvaldo Bayer que siempre han luchado contra La Argentina Blanca, hay argentinos con sangre indígena como el ex-gobernador de Salta Juan Carlos Romero que siempre han sido sus grandes defensores. La Argentina Blanca es un proyecto político-espacial y una postura espacial y afectiva que ha sido definitorio de la historia nacional: el intento de hacer del país un lugar blanco y libre deindios-mestizos-negros, o por lo menos un lugar donde no se note demasiado que la mayoría de la nación es morocha. Este es un proyecto utópico y acosado por el vértigo (y sobre todo el asco) que le genera la imposibilidad de su realización ante la realidad de las multitudes con rasgos indígenas (“esos negros de mierda”), pero que ha definido a las elites nacionales desde las masacres de gauchos lideradas por Sarmiento en Cuyo y las masacres de indios lideradas por Roca y Victorica en Pampa-Patagonia y el Gran Chaco hace ya más de un siglo.

 La gran paradoja es que el kirchnerismo, montado del contra-poder popular constituido en las calles por la insurrección de 2001, ha sido el primer proyecto político desde Perón que le disputa poder, de igual a igual, al ala más reaccionaria y racista de La Argentina Blanca. De allí el profundo odio que el núcleo duro de La Argentina Blanca expresa por el “populismo zurdo” de La Yegua y por esos «negros de mierda» que la votan «por un plan y zapatillas». Ese es, sin duda, el gran mérito histórico del kirchnerismo: haber desafiado a los viejos dueños de la Argentina, que crearon su riqueza sobre el saqueo capitalista del «desierto». Pero la voluntad de Cristina de desafiar tiene claros límites. Aliándose con lo peor de los feudalismos provinciales, el kirchnerismo ha apretado el acelerador de la maquinaria destructiva con la que La Argentina Blanca, la misma que lideró las protestas de «el campo”, está arrasando con espacios mestizos-criollos-indígenas en zonas rurales. El que Cristina y Foster digan sentirse afectados y emocionados por la destrucción de árboles como si millones de árboles nunca hubieran sido destruidos por el modelo sojero que ambos promueven confirma algo importante, y que el ala izquierda del kirchnerismo (o lo que queda de ella) sólo puede seguir tolerando a su propio riesgo. Lo que el silenciamiento de la incineración de los árboles del norte hace transparente es cómo el gobierno ha abrazado como propio, con su retórica progre y sus planes sociales financiados con el saqueo rural, el proyecto espacial y afectivo de La Argentina Blanca: el hecho que no los afecte la devastación de millones y millones de árboles igualmente vivos y e igualmente nobles en nombre del progreso (siempre el progreso), pues esos árboles son sentidos como que no cuentan por ser parte de una geografía lejana al ideal europeo de La Agentina Blanca. Esas zonas pobres de árboles sin valor que alimentan, como hace un siglo, formas aceleradas de despojo capitalista.

Pero es necesario hurgar más detenidamente en los parámetros raciales y espaciales que se esconden detrás de los recientes llamados a inculcar un afecto con los árboles como seres nobles que son parte viva de nuestra tierra. Foster aclara de entrada que su “elogio y defensa de los árboles” está geográficamente delimitado. Su ensayo es un homenaje a “los árboles de Buenos Aires”: esto es, los árboles de La Argentina Blanca. Esta localización hace invisible esos otros árboles: los sacrificados en el altar del modelo extractivo kircherista. Macri, desde ya, cultiva exactamente la misma geografía afectiva y con la misma selectividad. El líder del PRO, puesto contra las cuerdas por meter motosierras en plena Avenida 9 de Julio, replicó que el gobierno nacional había destruido más árboles que él. Los árboles se volvieron, de repente, armas políticas incluso para un miembro de la elite de La Argentina Blanca. Siendo justamente la Gran Esperanza Blanca de la vieja guardia de La Argentina Blanca, claro está que Macri no se refería a esos millones de árboles devastados en tierras mestizas cuya destrucción él también apoya con entusiasmo (después de todo, el delfín del PRO en Salta es el “Rey de la Soja” Alfredo Olmedo, destructor de cientos de miles de hectáreas de árboles y feroz expropiador de tierras criollas e indígenas). Al igual que los árboles de Foster y Cristina, los ejemplares vegetales cuya destrucción Macri denunció están en la gran urbe de La Argentina Blanca: los que, según él, tiró abajo el gobierno nacional para hacer la exposición de Tecnópolis. Abanderada de una nueva causa, Cristina respondió con un gran despliegue, mostrando fotos satelitales del predio de Tecnópolis antes y después de la feria que “demostraban” que tal destrucción de árboles no había existido. Estos cruces verbales en defensa de los árboles están marcados por una misma mirada que está sesgada en su espacialidad. Esto nos muestra que Macri, Cristina y Foster comparten, a pesar de sus peleas, el mismo paradigma espacial y afectivo de una nación que está tan racializada que ni los árboles escapan a la obsesión no del todo conciente de hacer invisibles a los espacios indios-mestizos, como espacios que cuentan menos que aquellos celebrados por La Argentina Blanca. Dime qué tipos de árboles te preocupan y cuáles ignoras, y dónde está cada uno, y te diré quién eres.

Cristina agregó un detalle no menor sobre cuáles son las geografías del país donde los árboles tienen valor. Cuando dijo que los árboles son “sagrados”, aclaró “por lo menos aquí en El Calafate”. La Patagonia ha sido un espacio neurálgico en el proyecto de blanquear y por ende de-indianizar el espacio de la nación. Las elites nacionales siempre han hecho grandes esfuerzos por europeizar la Patagonia y hacerla parecer física y arquitectónicamente a los Alpes suizos o alemanes, como lo demuestra cualquier visita al centro de Bariloche, donde la estatua de Roca está rodeada de una arquitectura que remite a los Alpes. Y ello ha significado presentar a la numerosa población mapuche originaria de la Patagonia como “extranjeros chilenos”, como lo hace regularmente en La Nación Rolando Hanglin, uno de los voceros más desinhibidos del racismo de La Argentina Blanca. La inclusión de Cristina de los árboles patagónicos dentro de aquellos a los que sólo se podría talar “sobre mi cadáver” confirma cuál es, y dónde está, el tipo de árboles que ella nunca destruirá.   


Los centenares de millones de árboles igualmente argentinos que han sido hechos pedazos y siguen siendo devorados por la voracidad despiadada de “boom sojero” no cuentan para Cristina o Macri como realmente existentes porque no están en Buenos Aires o en la Patagonia sino en los espacios más mestizos e indígenas del territorio argentino: Santiago del Estero, Salta, Chaco, Formosa. Estos son reductos de las poblaciones rurales que descienden de aquellas personas que ocupaban el país antes de que llegaran los barcos huyendo de la miseria de Europa, y que ahora están siendo sometidas a un acelerado proceso de saqueo y expropiación. En la escala de valores de La Argentina Blanca, en estos lugares de calor, polvo y pieles oscuras el valor degradado de sus árboles es equivalente al valor degradado de sus gentes . Esos son árboles y personas que, como diría Jacques Ranciere, no cuentan: un conglomerado de maderas de algarrobos, quebrachos, palos borrachos y de carne de seres humanos wichí, criollos, tobas que conviven bajo una misma geografía desgarrada. Este amalgama humano-vegetal siempre ha sido mirado con desprecio y de reojo desde Buenos Aires, Rosario o El Calafate como esa zona exótica, extraña, distante, no-blanca de la Argentina.


Mientras en los centros de poder se cantan loas contra la destrucción de los árboles de La Argentina Blanca, todos los días miles de árboles en Santiago del Estero o Salta caen bajo las topadoras de quienes promulgan, como diría Foster, «la frivolidad de los portadores de falsa eternidad». Si estos árboles de piel oscura que son despojados de valor, nobleza y bondad sobrevivirán en el futuro, en espacios cada vez más reducidos, no será por la sensibilidad de las elites urbanas sino porque la gente que vive a su alrededor le pone el cuerpo, desde hace años y con crecientes formas de organización y solidaridad, a las topadoras y a los matones armados que los acechan. Y ellos saben mejor que nadie de qué lado está Cristina: defendiendo en público a los gobernadores de las provincias donde campesinos e indígenas son asesinados cada vez con mayor frecuencia, como si estuviéramos en esa Argentina despiadada de hace un siglo donde (como escribió Sarmiento) la sangre de gauchos e indios era barata y desechable: la época dorada del “granero del mundo” a la que La Argentina Blanca, esta vez de la mano de la soja, siempre sueña con volver.

En busca de la legitimidad perdida

Por Paula Litvachky

Son excepcionales los momentos en los que los propios “judiciales” discuten qué hacen, qué son y para quiénes hacen lo que hacen. Un momento interesante se puede rastrear tras la recuperación democrática. Pero ese debate fue clausurado rápidamente. Se limitó a algunos cambios de nombres y de un incipiente movimiento interno llamado “jueces para la democracia”. Rápidamente ese espacio quedó reducido al mínimo y expresado en algunos ámbitos académicos, pero muy alejados del funcionamiento judicial. El libro de la antropóloga María José Sarrabayrouse Oliveira sobre el caso de la morgue judicial en plena dictadura puso en evidencia la dinámica de un poder que se mimetizó con los aires dictatoriales y se pobló de funcionarios grises, acomodados al momento político, en defensa del statu quo. No eran sólo algunos convencidos ideológicos, era todo un sistema que cubría el horror bajo el manto de su funcionamiento burocrático. Eso hizo del sistema de Justicia argentino actual, con el perdón de la generalización, un poder conservador por definición.
En 2001, luego de años de complicidad judicial para el desarme del Estado y una agenda de reforma judicial cooptada por la visión neoliberal, antiestatal y antipolítica, la crisis de legitimidad alcanzó también al Poder Judicial. Luego llegó un momento especial. Los decretos 222/03 y 588/03 fueron dando forma al proceso de renovación de la Corte Suprema (que generó las condiciones para el debate actual), abriendo una grieta en el cerrado círculo judicial. En los últimos años, también por la fuerza del proceso político y social de memoria, verdad y justicia, fueron avanzando imputaciones contra judiciales por los crímenes del terrorismo de Estado, inscribiendo finalmente algunos nombres y apellidos a la lista de cómplices de la dictadura.

Hasta ahora, el debate judicial interno había sido poco profundo. Hoy aparece de abajo hacia arriba –y desde los costados– un sector del propio sistema judicial dispuesto a dar los debates sobre cómo construir legitimidad social y política, poniendo en juego las estructuras y referencias políticas internas dominantes. Con optimismo puede verse que, después de tantos años, diferenciarse públicamente del sector más conservador en el Poder Judicial empieza a ser parte de la búsqueda de legitimidad social. La disputa de sentido por la función judicial, la idea de independencia y de legitimidad resulta en sí misma transformadora porque interpela a las estructuras que se resisten a perder espacios considerados propios. Esto se instala como continuidad de aquella crisis, demorada, que revisa la función del Estado y pone al sistema de Justicia en un lugar eminentemente político. Un momento histórico tan particular requiere participación, nuevas agendas y sobre todo impedir que se encapsule como algo meramente judicial.
Pero lo que aparece hoy como una ruptura de lenguaje, de referencias, de poder hacia el interior del sistema de Justicia, hace surgir nuevas preguntas: ¿cuál es la agenda de transformación que se promueve para sostener esa pelea y dar sentido de igualdad e inclusión? ¿De dónde se tomarán ideas, fuerzas, alianzas para construir esa legitimidad buscada?
El Poder Judicial será independiente en un sentido democrático y no corporativo cuando se asegure al resolver un conflicto la ausencia de presiones de los poderes políticos, pero también cuando –aun en contra de los intereses sectoriales de los diversos grupos de presión que pugnan por mantener un orden de cosas desigual– contribuya en el avance de la vigencia de los derechos humanos. Más aún cuando están en riesgo los derechos de los grupos más desaventajados o de las propias víctimas del poder estatal. En 2008 ya dijimos que un Poder Judicial más democrático será aquel que tienda con su práctica no a reproducir sino a transformar las injusticias del orden económico, político y social. Y para eso es que precisa ser independiente. ¿Alguien puede plantear seriamente que el no pago del impuesto a las Ganancias los hace más fuertes en este mismo sentido?
Hay una agenda judicial de defensa de los derechos humanos que debe estar en el primer lugar de las demandas de cambio. Como explica Boaventura da Sousa Santos, la función judicial no puede reducirse a “un desempeño reactivo de los jueces, centrado en el microlitigio clásico y políticamente neutralizado”. La idea de “independencia democrática” no deja de defender los intereses de la judicatura, pero los defiende como condición para que los juzgados asuman en concreto su cuota de responsabilidad política en el sistema democrático a través de un desempeño más activo y políticamente controvertible. La función judicial será más o menos transformadora cuanto más capacidad institucional tenga para defender los intereses de los sectores más desprotegidos.
Desde el CELS acompañamos e impulsamos otros procesos que abrieron espacios de construcción muy importantes, pero en los que habían quedado muy ajenos los propios integrantes del sistema judicial. La oportunidad se abre ahora hacia la construcción de una agenda compartida.
Está pendiente una propuesta profunda sobre las políticas de acceso a la Justicia (no sólo en el ámbito penal). Es absolutamente indispensable que este movimiento de transformación entre en diálogo con los movimientos sociales, de campesinos, indígenas y organizaciones sociales y de derechos humanos, porque de ellos saldrá justamente el reclamo de apertura y el anclaje desde donde construir legitimidad. Está claro que hay que organizarse para desformalizar y desburocratizar pero, fundamentalmente, para que las instituciones judiciales miren hacia ese lado.
No puede haber contradicción entre las políticas de inclusión social y las políticas criminales que, tal como hoy se manifiestan, profundizan la exclusión con más encarcelamiento y debates autoritarios sobre la seguridad que orientan los recursos a defender a los más ricos. La cárcel es síntoma de exclusión y el endurecimiento de los sistemas penales tiene que ser enfrentado por un movimiento de esta naturaleza.
Existe una agenda institucional en el Poder Judicial que puede ser enfocada hacia la apertura, la agilización de los trámites, el mejoramiento de la respuesta a partir de una gestión más inteligente, y orientada a los problemas sociales y no a la formalidad de los trámites. Hay mucho por hacer todavía hacia el interior de la Corte, y hay mucho por hacer también en la Cámara de Casación Penal.
Por ejemplo, a partir del caso del homicidio de Mariano Ferreyra se descubrió una trama de complicidades y una red de influencias que mostraron lo que era un secreto a voces: en la Casación Penal confluían expresiones del poder (militar, sindical, político, económico) que eran garantizadas por algunos jueces y funcionarios (algunos por convencimiento ideológico y otros, simples especialistas en la búsqueda de oportunidades). Los “esperpentos” de Arslanian salían nuevamente a la luz para mostrar el revés de la trama judicial. La responsabilidad de esos funcionarios hoy se está juzgando en un trámite muy demorado y en una investigación en el Consejo de la Magistratura, que debería poner lupa sobre estas prácticas que expresa el poder concentrado en el tribunal penal más importante del país. Aquí hay desafíos concretos para una agenda de transformación. Es necesario visibilizar esta forma de funcionamiento. Porque no se trata de un juez en particular sino de una forma de entender el sistema judicial.
¿Qué le queda a la política? No hay transformación judicial posible sin la confluencia de la política, de lo social y de un sector judicial dispuesto a comprometerse con el cambio. La pelea recién empieza. La legitimidad se construye con el afuera.

Bifo: “La derrota de la anti-Europa comienza en Italia”


Franco Berardi (Bifo) es filósofo, escritor y teórico de los medios de comunicación. Implicado en los movimientos autónomos italianos en los años setenta, preconizó en los ochenta la explosión de la Red como vasto fenómeno social y cultural, y fundó en 2005 la primera “televisión de calle” en Italia contra el monopolio comunicativo de Berlusconi. En castellano ha publicado La fábrica de la infelicidad (Traficantes de Sueños, 2004), Telestreet: máquina imaginativa no homologada (El Viejo Topo, 2004) y El sabio, el mercader y el guerrero (Acuarela Libros, 2006).
¿Cuál es el contexto en el que se han desarrollado las elecciones italianas?
La desintegración política de la Unión Europea. Europa nació como un proyecto de paz y de solidaridad social, recogiendo el legado de la cultura socialista e internacionalista que se opuso al fascismo. En los años 90, los grandes centros de poder del capital financiero decidieron destruir el modelo europeo y la firma del Tratado de Maastricht desató el asalto neoliberal. En los últimos tres años, la anti-Europa del BCE y el Deutsche Bank aprovechó la oportunidad de la crisis financiera de 2008 en EEUU para transformar la diversidad cultural del continente europeo (la cultura protestante, gótica y comunitaria, la cultura católica, barroca e individualista, la ortodoxia espiritualista e iconoclasta) en un factor de desintegración política de la Unión Europea; y sobre todo para plegar la resistencia del trabajo a la sumisión definitiva bajo la globalización capitalista. La reducción drástica de los salarios, la eliminación del límite de ocho horas de trabajo diario, la precariedad laboral juvenil, el aplazamiento de la jubilación para los ancianos y la privatización de los servicios. La población europea tiene que pagar la deuda acumulada por el sistema financiero, porque la deuda funciona como un arma apuntando a la espalda de los trabajadores.
Estamos en un punto de inflexión histórico. 
Pueden suceder dos cosas: o bien el movimiento del trabajo puede parar esta ofensiva y poner en marcha un proceso de reconstrucción social de la Unión Europea, o bien la próxima década verá en muchos lugares de Europa estallar la guerra civil, el fascismo crecerá en todas partes y el trabajo se someterá a condiciones de explotación del siglo XIX.
¿Cómo se ha pronunciado el electorado italiano sobre esa alternativa?
El 75% del electorado italiano ha dicho NO al proyecto europeo de Merkel-Draghi-Monti: un 25% se abstuvo; un 25% ha votado a favor de la opción del Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo; y el otro 25% ha votado por el partido de la mafia y el fascismo, por el estafador más brillante de la historia, Berlusconi, enemigo jurado de Angela Merkel porque la mafia no puede aceptar el dominio económico de Berlín. Las elecciones italianas son una respuesta que puede evolucionar en un sentido positivo o catastrófico. Depende de los progresistas, de los intelectuales y de los movimientos sociales autónomos del continente, depende de nosotros.
¿Cómo analizas el fenómeno Grillo?
El movimiento de Beppe Grillo es la novedad en estas elecciones. Recoge principalmente votos de los movimientos de izquierda, pero también ha recabado votos por la derecha. Beppe Grillo ha dicho en repetidas ocasiones que su movimiento robaría votos a la derecha y lo ha conseguido. No creo que el Movimiento 5 Estrellas vaya a ser capaz de gobernar Italia, ese no es el punto. La función importante y positiva que el Movimiento puede tener es hacer ingobernable el país para el partido antieuropeo de Draghi-Merkel-Monti. El electorado italiano ha dicho: no pagaremos la deuda. Insolvencia. La gobernabilidad financiera de Europa ha terminado, aunque Berlusconi y Bersani se pongan de acuerdo para sobrevivir y seguir empobreciendo el país transfiriendo recursos y riqueza al sistema financiero. Ese acuerdo no tiene futuro, no durará. Pero entonces puede empezar lo peor.
¿En qué piensas?
La clase financiera intentará estrangular Italia como ha hecho con Grecia. La crisis política será convulsa y violenta. El resultado puede ser aterrador. La mafia y el fascismo han demostrado controlar el treinta por ciento del electorado italiano y la izquierda ya no existe. La idea de una secesión del norte reaparecerá incluso si la Liga Norte se derrumbó.
¿Ves alternativa?
Sí, también puede comenzar un proceso de liberación de Europa de la violencia del capital financiero, la reconstrucción de Europa sobre una base social. Por fuera de los esquemas políticos del siglo XX, podría propagarse por todas partes un movimiento no convencional de insolvencia organizadada y autonomía productiva. Un movimiento de ocupación podría transformar las universidades en lugares de investigación práctica para encontrar soluciones post-capitalistas. Las fábricas, que el capital financiero quiere destruir, podrían ser ocupadas y autogestionadas, como se hizo en la Argentina después de 2001. Las plazas podrían ser ocupadas para hacer de ellas lugares de debate permanente.
Ese movimiento de la sociedad que propones, ¿tendría algún algún programa?
El programa lo ha enunciado Beppe Grillo, un programa que, a pesar de lo que dicen los mentirosos profesionales La Repubblica, es muy razonable:
-Salario de ciudadanía.
-Reducción de la jornada laboral a 30 horas.
-Restitución a la escuela de los ocho billones de dólares que el gobierno de Berlusconi ha sustraído del sistema educativo.
-Buenas condiciones de trabajo para todos los trabajadores precarios de la educación, la salud y el transporte.
-Nacionalización de los bancos que han favorecido la especulación a costa de la comunidad.
-Abolición inmediata del pacto fiscal.
Hay quien dice que el partido de Grillo administra la ausencia de movimientos en Italia y la reproduce.
No lo comparto. ¿Todo el mundo debe quedarse quieto cuando la sociedad es incapaz de moverse? No hay que lamentarse porque otro haga política en nuestro lugar, sino hacer política y crear movimiento. El partido de Grillo ha impedido el gobierno de la dictadura financiera. Ahora es el turno del movimiento de la sociedad. ¿Tendrá la sociedad la energía y la inteligencia necesarias para autogestionar la vida social con un movimiento de ocupación generalizada? Si no tenemos esa energía, nos merecemos el desastre que vendrá.

¡Setentistas somos nosotros!

Por Juan Pablo Maccia

Nacidos en los setentas, años de la guerra y de terror, enfrentamos una situación que tiende a presentarse como post-represiva: ¿han quedado tan atrás los años de plomo?, ¿vivimos tiempos pacíficos en lo individual y en lo colectivo? Se verá que no pregunto por preguntar, sino como modo de entrarle a un quilombito que se las trae.

Digo, sería un alivio para nosotros –como generación- poder abandonar nuestro estilo ético-cognitivo constituido íntegramente al calor de la postdictadura (contra la impunidad, el autoritarismo, el neoliberalismo) y dedicarnos a disfrutar de este tiempo al que respetados espíritus de la región llaman –óigase bien- “post-neoliberalismo”, palabra que en el desgastado lenguaje de las ciencias sociales refiere a algo así como una transición (de ahí el “post”) hacia un nuevo tipo de democracia social más plena que según quien la bautice puede sonar a “socialismo del siglo XXI”, “Revolución Ciudadana” y, más acá, “Crecimiento con inclusión”.
Quilombito post-represivo

Preocupa, creo que en esto hablo por todos, cierto tufo que se viene armando por lo bajo – en nuestro país, por lo pronto- y que de ningún modo puede asociarse a dificultades tan menores como lo es la existencia de una cierta objeción social a la figura de la presidenta; o a eso que sensibilidad progre llama lamentosamente la “fragilidad” de las conquistas. Intento hablar en serio. Me refiero a un mar de fondo que concierne al “modelo” de acumulación (soja, mega-minería, extractivismo, etc), así como a la matriz o régimen de consumo (imaginaria y tecnológicamente dependiente de lo peorcito de nuestro “occidente”), hablando mal y pronto, a la pervivencia y renovación de un cierto tipo de neoliberalismo –bien aceitado con mecanismos financieros- que se despliega con vitalidad envidiable en el nivel de los hábitos y las estructuras, y que tiende a la corta a competir con los valores que predominan en el nivel del activismo social y político.

Tengo la impresión de que nuestra generación debe aún aclararse un poco los tantos. Quizás por ser la única “otoñal” entre dos generaciones “primaverales” (la juventud del 73, y la que entró en la política con la muerte de Néstor), hemos sido demasiado tímidos a la hora de contar nuestra historia, de inspeccionar la calidad de nuestros recursos. Asunto que en sí mismo sería de poco interés si no fuese porque –he aquí el punto- nos toca a nosotros asumir en este momento exacto de la historia (digamos, desde hace algo más de una década) un rol protagónico en la gestión de esto que a falta de “categorías” adecuadas llamaré por ahora “quilombito pos-trepresivo”.
Las cosas por su nombre

No voy a gastar pólvora en chimangos; no me interesan las disputas de identidad. Sólo intento despejar lo esencial de un largo malentendido. La generación que tuvo en el ´73 su glorioso ingreso en la política y después terminó como terminó, esa de la que no dudamos en cuanto a su capacidad de entrega (aunque es evidente que se pasaron un poco de rosca), esa generación que haciendo de sí misma una leyenda pesó sobre nosotros como un mito difícil de llevar, esa generación digo, no hay vuelta que darle, se adentró en la década de los setentas ya “hecha” (con familia y todo); esa generación, señores, no merece ostentar el  nombre de “setentista”, porque llegaron a esa edad toditos adultos, jóvenes, de acuerdo, pero jóvenes “adultos” o, para buscar una fórmula que nos cierre a todos, llegaron como jóvenes-con-conciencia-política.

El problema, insisto, no es de identidad, sino que concierne a cómo se cuentan estos últimos treinta años de política argentina. Si se trata, como la cuentan ellos, de una política que confiaba en el sujeto como conciencia y en la guerra como estrategia o si, como creo evidente, nos hace falta otra narración.  Como verán el asunto se las trae. Nos toca a nosotros, quienes nos alimentamos de todo lo que había sobre la escena (y no de la parte que cada quien quiere recordar ahora), los auténticos “imberbes” (biológica y culturalmente), tomar la palabra.
Años de formación

De a poco me hago entender, espero. Interesa remarcar, sobre todo, que la generación de los setentas (que es la nuestra) no nació a la política apasionada con los fierros, Cuba, la patria o socialismo, sino agobiada bajo el peso de la palabra “desaparecido”.

Sentí ese estupor por primera vez en el invierno del ’81, bastante antes de Malvinas. Sabíamos -primos, hermanos- que Videla era un “dictador” y que la fiesta del 78 -que festejamos a full- había sido oscura. Eran los saberes que nos transmitían los adultos más próximos, no eran experiencia.

Nuestro encuentro con la historia no tuvo épica (dadas las circunstancias, fue lo mejor que pudo pasarnos). Tampoco cobardía, que se entienda. No es tanto el miedo lo que nos caracterizó desde un principio, como el exceso de conciencia. Nuestro tema no fue la guerra sino los efectos de realidad del terror. No es  la nuestra una generación cínica –como algunos dicen- sino pegada al cálculo de la catástrofe. Si cabe hablar de una temprana politización, no hay que representarse nada parecido a una formación ideológica, sino más bien un colonización forzosa de nuestros inconscientes.
¡Qué historia!

La derrota del peronismo del 83 incluyó a parte de la izquierda (por lo menos al PC). Para muchos hijos de aquellos militantes la alegría fue módica: festejar la democracia sin creer en el nuevo gobierno que luego del 85, y a pesar de los juicios a las juntas, comenzó a derrapar, en el 87 –cuando empezábamos a militar- nos vino con el cuento de la obediencia debida.  

El 89 fue un desastre. Crisis del sandinismo, carapintadas, declive de la URSS, toma del cuartel de la Tablada, hiperinflación y saqueos. Los adultos más próximos votaron por Angeloz. Nosotros festejamos el retorno del peronismo (“los desaparecidos habían sido peronistas”, asique ahora…). Aunque la cosa duró menos que un suspiro: indulto más privatizaciones igual consentimiento del pueblo peronista al programa de la dictadura. Si quedaban mitos, resquicios esperanzadores en los pliegues de la historia, pues, a despedirse de ellos lo más rapidito que se pudiera.

Nuestro aprendizaje elemental fue de lo más sintético: la economía era el hueso duro de roer, el corazón mismo de un poder político que, si la cosa se pone espesa te hace “desaparecer”, y luego andá a cantarle a Gardel, o a dar vueltitas toda tu vida los jueves 15:30hs a la plaza de mayo. Sin espacio moral para la transacción, nos hartamos bastante rápido del sonido de esa voz -“democracia”- en boca de tanto hipócrita. 

La impotencia contenida estalló durante el año 2001 y por fin pudimos mandar a todos, y a toditos, bien a la mierda. La disfrutamos como nunca. Si los veíamos venir los reventábamos, a progres y a no progres. Ni miedo ni impotencia: ¡a ver quién se nos anima! En esos días sólo creíamos en nosotros. Y nos arrodillábamos, a lo sumo, ante las viejas de la Plaza de mayo. (¿Se acuerdan cuando el entonces Presidente Adolfo Rodriguez Saá recibió a Hebe en la rosada, chocha ella?).
Somos gobierno

En el 2003 llegamos al gobierno. No digo nosotros, que ni queríamos enterarnos, sino nuestro lenguaje, nuestras percepciones, nuestro estado de ánimo. Se oficializó nuestro protagonismo, sin que nos avisen en qué ventanilla cobrar.

El kirchnerismo se hizo fuerte en nuestra historia agregándole algo que nosotros habíamos aprendido a repudiar (y por eso los que llegaron fueron ellos): el amor al poder (de la guita, del estado, de la bajada de línea). Y fue así, desde nuestros afectos, nuestras añoranzas y nuestras frustraciones que armaron lo que armaron desde la (casi) nada. Recuerden sino el acto de la Esma. Ahí estuvo Kirchner el político, ganando con casi nada al pedir perdón desde el estado, no a sus compañeros de militancia (¿qué compañeros?) sino a nosotros, a la-generación, por el hecho de habérsenos hecho entrar a la historia por el lado trágico.
Kirchnerismo de cuarentaypico

El kirchnerismo es básicamente eso, no vale la pena buscar mucho más. Nos dispuso bien, digamos, pero aflojó nuestro sistema de alertas y adormeció nuestra matriz cognitiva, esa desconfianza natural al modo en que el poder presenta las cosas, ese instinto que a pesar de todo se manifiesta en nosotros cada vez que nos cuesta entregarnos de cuerpo entero a las simplificaciones que parecen alimentar, tan pavotas ellas, el espíritu de nuestros mayores y (hay sorpresa) también la de nuestros menores.  (Y ojo que no critico, hace bien la presi dale que dale, meloneándose a pibas y pibes; más de un acierto la asiste, y nula competencia en el horizonte).

Vuelvo a la cuestión de los reflejos generacionales, a la que no le cabe festejar tan a fondo como podría los triunfos, que padece del mal incurable de la suspicacia, y que no ha tenido otro momento de furor violento–no sé si Abal Medina, Bossio y Massa compartan esto- en el 2001; a ella le pregunto qué camino ha de tomar, si aquel que sería más fiel a su carácter habituado a encontrar en toda situación gato encerrado, y dramas profundos, o aquel  otro sendero balizado por educación política a la que ha sido sometida estos últimos años por la retórica de la época.

El corazón del enigma refiere a la dictadura. ¿Conjugamos su existencia en tiempo presente y nos dedicamos a perseguir su pervivencia hasta el último rincón de sus metástasis (en los medios, en la semilla transgénica, en las bandas narco-policiales que asolan los barrios, en la pobreza estructural, en la tendencia de la tierra, en la matriz de las tecnologías y en los hábitos de consumo) o empezamos a vivirla como parte de un pasado ominoso que comienza a quedar atrás, como obstáculo y restricción a desmalezar en un camino cuyas contradicciones precisan ser tratadas a partir nuevas sensibilidades e ideas? 
Última vuelta

No sé si llegué a hacerme entender. La cosa no pasa por elegir (ojalá la cosa fuera tan sencilla) entre permanecer fiel a nuestro designio generacional (ser ante todo “anti”), o bien abjurar de nuestras marcas para asumir, dóciles, la potencia retórica de un presente enteramente optimista, sino encontrar posibilidades más dignas a nuestro destino.
En el momento en que logra conjugar bajo el sello de la militancia setentista las ilusiones políticas de al menos tres generaciones (nuestros mayores y su gusto por las batallas; nuestra propia pulsión por identificar y eludir los efectos del terror; y los mas pibes que buscan recoger banderas protagonizar este presente), el kirchnerismo enfrenta un desafío que proviene del exterior de la subjetividad política misma. La revivificación del corazón creyente de la historia, y la codificación entera de lo social por las exigencias de la politización alimenta por lo bajo a su contrario, una vitalismo de la mercancía, un neoliberalismo-popular, territorial y gozoso que subsiste y se desarrolla beneficiado por el “modelo” actual, pero sin conexión alguna con los códigos de las militancias.
Toda pregunta es esencialmente una trampa, y responderla es aprender a sortearla: ni el terror fue superado, ni se puede decir que persista sin más. ¿Cómo enfrentar este desemboque inesperado de lo político en lo “runfla”? Congelar, necios, nuestras marcas así como abjurar, inocentes, de ellas supone una misma impotencia ante nuestro destino. ¿Cómo negar que los saberes militantes sólo se revalidan en la cancha más amplia de a regulación de nuestras vidas? Llegados a la cima del tobogán de la lengua de la política tal y como la hemos heredado sólo podemos aspirar al vértigo de la caída. Pero destino no es fatalismo. La diferencia es profunda: el destino es un juego de desplazamientos.

Entrevista a Wu Ming: “Grillo crece sobre los escombros de los movimientos”


La de Grillo es una estrategia diversiva. Sirve para desplazar la “indignación”, tan celebrada en las acampadas españolas o en losoccupy americanos, lejos de las plazas italianas. Cuanto más feroz se vuelve la crisis, más se hacen confluir las descargas de resentimiento en un formato cómodo, el del blog del Jefe de los Cinco Estrellas que agita el justicialismo jacobino contra la “casta” y sus diferentes máscaras. Para Wu Ming, el colectivo de cinco escritores autores de Q,(como Luther Blissett), 54 y Altai, el Movimento 5 Stelle ha apresado las energías potenciales de una rebelión contra la austeridad en una jaula discursiva que parodia el conflicto político, administrándolas desde “una organización sectario-empresarial” (la Casaleggio&Associati) y con la guía simbólica de Beppe Grillo. Para ellos el radicalismo de las cinco estrellas “administra la falta de movimientos radicales en Italia”. La tesis expuesta con determinación en un artículo en la web de Internazionaleha sido ampliada en Giap, el influyente blog de los Wu Ming, interrumpiendo el silencio estupefacto de los movimientos que han atravesado la última década, desde Génova a las campañas sobre los bienes comunes.
Vosotros decís que Grillo no es un pirómano sino un bombero, porque lleva a cabo la sistemática ocupación del espacio discursivo de los movimientos: la No Tav[1], el agua como bien común [2], la escuela y la universidad, la renta básica de ciudadanía. Y lo recoloca en un marco que definís de “derechas”. ¿Podéis explicar lo que significa?

El nacimiento del grillismo es una consecuencia de la crisis de los movimientos altermundistas del principio de la década. A medida que el río se secaba, el grillismo comenzó a fluir sobre el viejo lecho. En los primeros años, los líquidos todavía se mezclaban, y esto impidió ver lo que se revolvía en su interior, aparte de atenuar algunos malos olores. Luego, el crecimiento tumultuoso del M5S se ha convertido a su vez en una causa –o al menos ha contribuido—a la ausencia de movimientos radicales en Italia, debido a la sistemática “captura” de las instancias de las luchas territoriales, sobre todo de las más “fotogénicas”. No hay lucha “cívica” sobre la que el M5S no haya intentado meter mano, proponiéndose como su único protagonista. Temas, reivindicaciones, consignas, han sido cooptados y declinados de manera diferente en un discurso embarullado y claramente “ni-ni”, es decir, que se presenta como superación de la derecha y de la izquierda. Es un discurso que acumula cada vez más contradicciones, porque pone en el mismo lugar ultraliberalismo y defensa de los bienes comunes, retórica de la democracia directa y principio de liderazgo “grillo-céntrico”, apoyo a los No Tav que practican la desobediencia civil y legalismo barato que confunde la ética con la ausencia de condenas judiciales. Este último aspecto era ya evidente en el primer V Day, cuando, desde el escenario, Grillo asoció a Daniele Farina, del centro socialLeoncavallo[3], a gente relacionada con la mafia, solo porque él también tenía “condenas”. Todo esto huele ya a cultura de derechas, pero lo que es derechista es sobre todo la narración que Grillo hace de Italia.
Eso, ¿cuál es la narración de Grillo?
Hay un “pueblo honesto” (considerándolo indivisible en su interior, sin clases, sin intereses contrapuestos) y hay una “Casta corrupta” descrita como externa al “Pueblo”. Para resolver los problemas de Italia, hay que votar a “las personas honestas”, que no tomarán “decisiones de derechas” o “decisiones de izquierda”: sólo tomarán las decisiones “justas”. En esto, la retórica del grillismo es afín a la del tan odiado gobierno Monti: las cuestiones son técnicas, no políticas. Es un esquema simplísimo y consolador, que elimina las contradicciones sin tocar las causas de la crisis y que ofrece enemigos fáciles de reconocer.
¿Pero por qué hoy el M5S obtiene un enorme consenso incluso entre personas de izquierda y activistas de los movimientos precedentes?
Si Grillo y Casaleggio han conseguido esto, es porque los movimientos no han sabido encontrar una salida a la crisis en la que se sumieron hace diez años. No ha habido un trabajo de reorganización, y los ciclos de lucha que han venido después no han puesto las raíces de una sensibilidad común. Grillo personifica el fracaso de los movimientos, es principalmente sobre esto sobre lo que nos tenemos que interrogar. El hecho de que muchas personas de izquierdas, incluso radicales (hasta los protagonistas de los precedentes ciclos de lucha), hayan elegido a Grillo “porque no hay otra cosa” es comprensible. No es con ellos con los que polemizamos. Pero estamos convencidos de que el M5S sea una falsa solución, y de que el “no hay otra cosa” sea una consecuencia de la “apropiación” que decíamos: si a cada movimiento se le superpone la cara de Grillo, es inevitable tener la impresión de que solo él se movilice. Hay que romper el embrujo, y al mismo tiempo, hay que poner en marcha un duro trabajo de reconstrucción.
Hablabais de los No Tav. El 23 de marzo todos los diputados del M5S irán a Val Susa a manifestarse en contra del TAV; una señal fuerte, el movimiento que hace suyas las reivindicaciones del valle. Y esto se podría repetir con otros movimientos. ¿Cómo puede ser compatible esta simbiosis con un movimiento real con el esquema de derechas del M5S?
Tendrían que ser ellos los que explicasen cómo se concilia el apoyo a un movimiento que no teme recurrir a la ilegalidad y que ha practicado incluso el uso de la fuerza, con una concepción de “honestidad” que se limita a no “tener antecedentes”. Incluso esta es una contradicción que el activismo frenético y vistoso intenta ocultar: se corre de acá para allá precisamente para no afrontar de verdad ninguna cuestión de fondo.
¿Podéis poner un ejemplo de una “cuestión de fondo” que no quieran afrontar?
La “renta básica de ciudadanía”: la evocan continuamente, y esto era ya un viejo tic del movimiento “antagonista”, sobre todo de un cierto post-obrerismo un poco… “flower power”. ¿Pero qué se entiende por “renta básica de ciudadanía”? La cuestión se subdivide ulteriormente en dos: ¿qué se entiende por “renta”? ¿Es un subsidio de paro? ¿Es un salario mínimo? ¿Son mil euros por cabeza? Y además, ¿se obtiene gravando a los ricos o eliminando las pensiones y recortando todos los salarios públicos? Seguramente el ultraliberal Casaleggio apuesta por la segunda hipótesis, ¿pero están todos de acuerdo? Y además, ¿qué se entiende por “ciudadanía”? ¿Es el principio universalista que nació con la Revolución Francesa o su declinación nacionalista de derechas? ¿Es el ius soli o el ius sanguinis? Mi vecino de casa de piel oscura, cuyos hijos van al colegio con los míos, ¿está incluido o no? Considerando ciertas manifestaciones racistas provenientes de exponentes del M5S y del mismo Grillo, diríamos que no está incluido, y que la “renta básica de ciudadanía” vendría asignada según criterios chovinistas.
“Apoyáis” la rebelión de la base del movimiento contra el vértice del M5S y la misma base. ¿Pero de qué base estamos hablando, dado que en el M5S encontramos al trabajador precario y al falso autónomo, pero también al pequeño empresario en crisis o al pensionista?
Sobre este punto se ha generado un malentendido. Por “apoyar la rebelión dentro del M5S” nosotros entendemos el deseo de que las contradicciones se intensifiquen y exploten. Esto no hay que confundirlo con un discurso ingenuo sobre las bondades de la base: en la base hay numerosos fascistas y gente que hasta ayer se exaltaba por Bossi o por Berlusconi; está incluso aquel tipo del M5S de Pontedera que ha difundido un comunicado racista escalofriante [4], está aquel grillistasardo que ha comparado el matrimonio gay con la unión con animales [5] … La “base” no es “buena”, incluso esto sería un esquema de derechas, un modo de incluir subrepticiamente el discurso del “Pueblo” contra la “Casta”, allí donde en este caso la casta son Grillo y Casaleggio. No, nosotros deseamos rupturas verticales y horizontales, y sobre asuntos concretos. Serán las batallas puntuales las que pongan a los grillistas “de izquierda” frente a decisiones que no se pueden seguir aplazando.
¿Creéis que Grillo aceptará la oferta de pactar para no acabar como en Grecia?
Casaleggio, que con toda certeza es un devorador de manuales de marketing como Thriving on Chaos de Tom Peters, se estará preguntando cómo mantener la imagen del M5S como “gran agitador” incluso en una fase como esta, donde habrá que tomar alguna decisión concreta, y donde para cada decisión concreta habrá que sacrificar algo (y a alguien). En cualquier caso, sea la que sea la ruta elegida, las contradicciones expuestas no se podrán ocultar por mucho tiempo.
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En Noviembre de 2012 el Ayuntamiento de Pontedera organiza la iniciativa “Pontedera Sono Anch’io” (Yo También Soy Pontedera) [http://www.comune.pontedera.pi.it/evento_calendario/eventi-2012/pontedera-sono-anchio] para conceder la ciudadanía honoraria a los niños extranjeros hijos de inmigrantes residentes en Pontedera. Durante la ceremonia, militantes del movimiento ultraderechista Forza Nuova  [http://it.wikipedia.org/wiki/Forza_Nuova] irrumpen en el teatro donde se celebraba el evento. Se convoca entonces una manifestación antirracista que pide el cierre de Forza Nuova a la que el M5S de Pontedera decide no participar, enviando un comunicado [http://teatridellaresistenza.wordpress.com/2012/11/19/il-razzismo-dei-grillini-e-meglio-di-quello-di-forza-nuova/]
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Una revolución democrática

Propuesta de lectura para el fin de semana: una intervención de Ángel Luis Lara, sociólogo y profesor de sociología, guionista de televisión y profesor de guión, sobre el debate abierto en torno a la necesidad de un «proceso constituyente» que redefina las reglas de juego de la vida en común. Lo que Ángel llama «una revolución democrática». Esa revolución no se agota en lo electoral, no obstante tiene en lo electoral un campo de acción. Pero, ¿cómo desbordar la racionalidad electoral que reduce la democracia a votar? ¿Cómo puede ese proceso constituyente ser una prolongación de la nueva lógica y cultura política que se despliega hoy en las redes, las mareas y las plazas? Se requiere una nueva racionalidad. De otro modo, nos encontraremos dando vueltas en un laberinto: reproduciendo por distintos caminos lo ya existente.


Decía Jesús Ibáñez que para derrotar a un sistema hace falta poner en juego una lógica superior a la de ese sistema. Por superior Ibáñez entendía de una complejidad mayor. El 15-M nos ha regalado, sobre todo, la puesta en juego de un grado de complejidad que ha desbordado las concepciones tradicionales de lo político, sus lenguajes convencionales y sus formas clásicas de subjetivación. Por eso hay quienes han propuesto entender el 15-M a partir de la enorme complejidad que ha activado, no como un sujeto o una organización, tampoco como una estructura o un punto fijo al que resulta posible adscribir una identidad o que puede ser sujetado a las coordenadas de los imaginarios políticos de lo instituido. Tampoco como una etapa en un camino, sino más bien como un caminar. Algunos han propuesto la idea de un nuevo clima que ha hecho que sean posibles cosas que antes resultaban inimaginables. Algo parecido a eso es a lo que Georges Lapassade y René Lourau llamaban un “analizador”, un acontecimiento que expresa las contradicciones y los límites que definen una realidad instituida, al mismo tiempo que desvela lo instituyente que yace aplastado bajo esa realidad y, al hacerlo, desarregla lo instituido.
Las dicotomías destacan entre las lógicas sistémicas a las que el analizador 15-M parece haber infringido una derrota más significativa. Las lógicas dicotómicas han encogido frente a la complejidad de las conjunciones imprevisibles que se han desatado en las plazas y en las mareas. También frente al convencimiento colectivo de que la democracia no puede consistir en un acto de elección entre una cosa u otra, sino que debe remitir a una experiencia de convivencia en la que no sólo podamos elegir ninguna de esas dos cosas, sino que, sobre todo, tengamos la posibilidad como sociedad de la distinción y la construcción de múltiples alternativas. Algunos han nombrado la derrota de la lógica dicotómica como el futurible fin del bipartidismo en nuestro país, congelando su potencia en la esfera de la representación política. Sin embargo, es muy posible que la ruptura del orden dicotómico tenga que ver más con elementos de una profundidad mayor.
Es en este sentido en el que pudiéramos pensar que la victoria más importante del analizador 15-M tal vez sea la crisis, ojalá irreversible, de la clásica dicotomía entre medios y fines. No es sólo que en nuestros actos, nuestros gestos, nuestros dolores, nuestros deseos y nuestras profundas conversaciones en los últimos dos años hayamos entendido que, lejos de lo que imponen los cánones tradicionales, los fines no pueden nunca justificar los medios. Es, además, que nos hemos convencido juntos de que, como diría José Agustín Goytisolo, eso es el mundo al revés y que, más allá de que deban ser los medios los que justifiquen los fines, hemos aprendido que, para derrotar al insoportable mundo al revés en el que vivimos, los medios que utilicemos deben contener ya en sí los fines que perseguimos. El cansancio generalizado y la indignación con la impunidad de los poderosos ha extendido el convencimiento de que no todo vale y de que no sirve cualquier forma. Es muy probable que sea precisamente esa preocupación multitudinaria la que en las plazas y en las mareas haya renacido la política como ética.
A partir de esa preocupación, en el último año se ha generalizado una interesante y vital conversación en torno a la pertinencia de activar socialmente un proyecto constituyente. Cuando hablamos de proyecto constituyente nos referimos generalmente a un proceso político de construcción de un nuevo marco de convivencia realmente democrático, a partir de la superación del régimen y la Constitución del 78. Se trata de una revolución democrática transversal que entre sus campos de acción considere también la esfera electoral, susceptible de ser convertida por la radicalización democrática de los movimientos de lucha actuales en un espacio de potencial carácter constituyente. Sin embargo, los procesos electorales usuales son de una lógica inferior a dichos movimientos: el 15-M, las mareas, la PAH y la mayoría de prácticas y experiencias de nueva institucionalidad que desde la autonomía de lo social se han activado en los últimos años en nuestro país son de una lógica superior al juego electoral. Las elecciones tienen casi siempre la forma de un laberinto: sólo ofrecen salidas interiores.
El reto que tenemos ante nosotros y nosotras es cómo atravesar el fenómeno electoral con una lógica superior, es decir, cómo podemos desbordarlo. Frente a dicho reto, no todo vale ni sirve hacer lo que sea, tampoco hacerlo de cualquier manera. Pese a la acuciante urgencia con la que afrontamos la necesidad de frenar el azote de destrucción que soportamos y de que nos vaya la vida en ello, la prisa será siempre una mala compañera. Si aceptamos las reglas lógicas del juego electoral, en las que, como ocurre con la propia democracia formal y representativa, siempre prima la forma sobre el contenido, quedaremos atrapados en su laberinto. Tal vez, para empezar, nos sirva con observar lo que las personas ya estamos haciendo: la cualidad radicalmente democrática de la PAH y de las mareas, por ejemplo, reside en su carácter abierto y participativo. Son experiencias en las que cualquiera puede participar y con las que cualquiera puede sentirse identificado. Esa debería ser, probablemente, la primera piedra de todo proyecto constituyente de intervención a través del orden electoral: no puede ser de nadie en particular, porque tiene que poder ser de cualquiera.
Sin embargo, cuando hablamos de proceso constituyente no sólo nombramos la conveniencia de superar de forma realmente democrática la Constitución y el régimen del 78. Hablamos también de la necesidad de transformar dicho régimen de manera integral, no dando por buenos ni admitiendo como naturales sus imaginarios, sus formas de subjetivación y sus artefactos discursivos, en definitiva, los marcos en los que la cultura de la transición ha encerrado nuestro país y la política durante casi cuarenta años. En este sentido, hacer del proceso constituyente una experiencia participable por cualquiera va a requerir, entre otras muchas cosas, que nos liberemos definitivamente de la dicotomía izquierda/derecha como vector de sentido. Es algo que, de manera natural, ya ha ocurrido en las plazas y en las mareas. Se trata tal vez de la premisa básica para que el proceso constituyente pueda ser realmente de cualquiera.
Nuestro tiempo es el tiempo de la posibilidad real de una revolución democrática en nuestro país. Decir revolución hoy significa reconocer explícitamente que lo que nos jugamos es un órdago: en un escenario como el actual, las personas y los movimientos sólo podemos aceptar el juego electoral si es para ganarlo. Sin embargo, ganar no significa obtener más votos, sino articular mayorías capaces de constituir una nueva cualidad de instituciones en un marco realmente democrático de relaciones sociales y de convivencia. Para ello no parece muy apropiado que resucitemos a viejos personajes de una vida institucional anterior, por muy iluminados que se nos aparezcan, ni que volvamos a izar las carcomidas banderas de las vanguardias.
De alguna manera, somos muchos y muchas las que intuimos que no se trata de ocupar una posición en el tablero de juego de lo existente, sino de construir un tablero de juego completamente diferente. Es tal vez a eso a lo que se refiere Jacques Rancière cuando dice que necesitamos sacar la política del campo del enemigo o que hacer algo “contra” no construye un comunismo positivo. En cualquier caso, no parece que la potencia del nuevo clima nacido en las plazas y en las mareas de nuestro país vaya a ser capaz de expresar y organizar su complejidad mediante la restauración de una izquierda inservible que es parte del problema, la propuesta de frentes o el delirio de “robespierres” y guillotinas en la Puerta del Sol. Definitivamente, cuando hoy hablamos de revolución deberíamos estar hablando de otra cosa. No tengamos miedo de desinventar sujetos o de usar palabras que todavía no tengan idioma, porque como decía José Bergamín, el camino se hace siempre huyendo del camino.

Conversación de Juan Pablo Maccia con Carta Abierta


La política se arruina cuando se hace de la opinión un negocio



Durante el mes de febrero la Juventud de Carta Abierta organizó una serie de encuentros para charlar de forma abierta con militantes e intelectuales que sostienen diferencias amables con el kirchnerismo. A continuación publicamos el encuentro con Juan Pablo Maccia. Agradecemos la gentileza del envío a Ricardo Foster.
JCA.  -¿Por qué publicar hoy en un blog, en tu cao Lobo Suelto!, y cómo definís tu apuesta por la comunicación política en el actual contexto de la “batallas de las ideas”?

JPM: -Lo único que retengo de mi paso frustrado por la carrera de comunicación, en Rosario, es lo siguiente: que la comunicación es el peor de los clichés. Que pasa por ser la respuesta a todos los males cuando en realidad se trata del más pesado de los lastres. Esto funciona, sobre todo, para el discurso que se quiere político. Lejos de toda pretensión de comunicar algo del orden de las imágenes y los sentimientos (eso que hoy pasa por lucha “hegemónica”) apuesto por la paradoja y el simulacro dado que sólo encuentro verdadera fiesta en la incomunicación. Eso es lo que extraño del 2001 y de ciertos momentos excepcionales del gobierno de Néstor: un escenario político en el cual felizmente teníamos poco y nada que decir y todo por experimentar en el nivel de la creación de lazo, de imaginación, de economías en diversos órdenes.

Es cierto que hoy publico principalmente en medios electrónicos, blogs y diarios digitales, de hecho en este momento es mi única actividad pública, pero éste es para mí un fenómeno muy nuevo. A fin del año pasado escribí sobre  un extraño libro llamado Posthegemonía, de un tal Jon Beasley-Murray, que aporta una argumentación que me interesa mucho. Él dice que está harto –y lo dice de un modo realmente muy sencillo pero verdadero– del carácter culturalista con que se recubre la política “populista”, en el sentido positivo con que se usa hoy entre nosotros el término. Él se pronuncia por un retorno a los afectos y a los hábitos (es decir, una dimensión ajena a la representación), como lo real de la política.


Lo que me gusta de esta posición es que se interesa por la política fundada en las intensidades. Y que confía mucho menos en el aspecto retórico. No se trata de una desconfianza ingenua de la lengua, sino de una nueva atención a la sensibilidad y a los problemas que surgen de la estructura material de nuestras sociedades antes de ser organizados por el régimen mediático y representativo. Creo que, contra lo que dicta la actual profesionalización de las militancias, una sensibilidad de este tipo requiere de mucho laburo, de pensamiento en serio, cosa que la mayoría de los intelectuales públicos más talentosos han ido abandonando en favor de un tipo mucho menos interesante de intervención, ligada a un ideal de la batalla política puramente argumentativa, pseudo-belicista, muy verbal y excesivamente preocupada por cuestiones de estilo.

JCA: ¿Y cómo concebís entonces el compromiso político en tu tarea?

JPM: -Lo que yo siento, la verdad, es que buena parte de los intelectuales, así como una mayoría de los militantes y del público “comprometido”, dan vida a una formidable división ideológica, muy importante por razones que todos conocemos, pero que por desgracia tiende a agotarse casi exclusivamente en el reino de la opinión. Encuentro que en el presente lo importante es mostrarse con una opinión. Es la gran satisfacción. La opinión política se ha convertido en la actualidad en uno de los códigos sociales más difundido. Es una gran novedad, digo, el hecho de que el discurso político funcione según la los requerimientos de una ecuación mercantil del tipo: tener una opinión = tener una identidad. Es como tener un valor propio para circular. Y ojo que no es una boludez, se invierte mucho esfuerzo en todo esto, en adquirir una opinión, en confrontarla, en defenderla a muerte. Lo curioso de todo esto es que la opinión nunca implica una práctica. Las prácticas han desaparecido bajo el rubro emergente de la pura opinión. Creo que la política está en problemas cuando se reduce a este juego.

Respondo más directo, entonces. Me interesa la política, desde ya, pero la política es para mí, si se me disculpa el exabrupto setentero, “creación y lucha”. Cuando digo que la política se da en el nivel de las prácticas hablo, como es lógico, de las prácticas inseparables de la cuestión del poder. No me interesa demasiado el discurso del que “sabe” de política, el discurso que en definitiva tributa a la cosa universitaria. Menos aún el discurso periodístico, que se ha vuelto muy pobre. En fin, no me siento contento con las retóricas que hoy nos gobiernan, porque las veo animadas por una tendencia muy despolitizante.

JCA: -Es extraño esta afirmación en un período de politización tan intensa, sobre todo de la juventud… 

JPM –Pero es que justamente desconfío de lo que hoy se llama “politizarse”. Al contrario de lo que se suele escuchar y leer casi en todos lados, mi impresión es que la política surge de los conflictos materiales de la vida en su conjunto. Y si bien la retórica es parte de cualquier política (y no dudo de que, efectivamente, vuelve a existir hoy un condimento político en los discursos sociales) no me resulta admirable el hecho de que la verba del sujeto político se autonomice, se aparte a tal punto de los problemas que van surgiendo, del modo en que surgen, digo. Los problemas políticos son sobre todo de mucha complejidad y están ligados a problemas como el trabajo, la infraestructura, la tenencia de la tierra, el tipo de tecnologías a las que tenemos acceso, la imagen de felicidad y de desarrollo (es decir, de bienestar) que estamos consumiendo, en fin, toda una gamas de cuestiones que son inseparables de un enfoque a fondo de lo que podemos seguir llamando, ¡por qué no!, la lucha de clases.

JCA: -No comparto tu desprecio por la opinión… me hace recordar lo que dice Rancière del “odio a la democracia”.

JPM: -No tengo gran simpatías por el señor Ranciére (como sabrán, hace poco se pronunció en contra de la re-relección presidencial con una irresponsabilidad que, en definitiva no debería sorprendernos tanto). Pero vuelvo, entonces, a la opinión. El punto, para mí, es que la opinión deja de ser la sustancia común de la democracia cuando es trabajada al modo del mercado. Yo rescato totalmente la opinión como expresión genuina de las pasiones, de la capacidad de deliberación entre iguales, pero creo que hoy no debemos ser ingenuos con el modo en que funciona el “régimen de la opinión” como parte de una administración comercial muy desarrollada.

En este contexto, me parece que hay que dejar atrás toda una épica del “dar la palabra”. El periodista comprometido no tiene nada ejemplar que hacer o decir, sino que su valor depende de su capacidad para participar de modo sensible (es decir, inteligente) en el  enhebrado colectivo. Se trata hoy de devolverle a lo colectivo su capacidad de variación. Y para eso tenemos que enfrentar la estructura emergente del poder simbólico que pretende instalarse de forma ominosa e irreversible. Me refiero, de nuevo, al hecho de que la opinión se vaya transformando en una fuente –a veces muy notable- de renta simbólica, como parte de un mercado surcado por todo tipo de intereses económicos y afectivos que no tienen ya nada que ver con lo que me parece que es la interrogación política.

JCA: -Pero entonces, ¿qué sería para vos la política?

JPM: -Yo creo en lo que llamo “la interrogación política” como brújula de las militancias. No es nada raro, sino lo que pasa cada vez que los acontecimientos nos fuerzan a actuar sin libreto. Este tipo de virtuosismo sólo existe hoy en el kirchnerismo. Sin embargo su modo de existencia es paradojal: se nos ofrece cada día como espectáculo a la vez que se nos veda a nivel de la experiencia cotidiana (es el sentido de programas como 6, 7 y 8, que todos los días nos cuentan muy pedagógicamente qué pensar ante lo que pasa).

Pensemos nomás en lo que pasó durante este verano. Es más fácil hablar sobre la Fragata, o sobre el escrache a Kicillof que sobre los saqueos, o sobre lo que Diego Valeriano viene llamando el “capitalismo runfla” (piensen, sino, en lo que sucede estos días con la violencia narco y policial en los barrios del Gran Rosario). Mientras que la primera serie de acontecimientos son “fáciles”, porque se nos dan de inmediato los recursos subjetivos para tratarlos –y por eso se habla y habla sobre ellos-, los segundos son mas jodidos, y por eso se los hurta del régimen de opinión (o se los manipula de modo indigno, como podemos ver a diario en medios como C5N, Radio 10, la señal de TN y Canal Trece, etc). Para mí, la militancia consiste en plantear desde abajo los verdaderos problemas. Son ellos los que nos hacen crecer, porque nos devuelven una imagen de nosotros mismos que no esperamos, que a veces no queremos, y, sobre todo, que arruina nuestro jueguito de la opinión-satisfacción.

JCA: Me parece injusto que digas que hay cosas que se sacan del debate. Este gobierno puso, como nunca, todos los temas del país en discusión como ningún otro.

JPM: Sin dudas, sin dudas. No quiero ser un boludo quisquilloso (por lo menos, no uno quisquilloso). Lo que digo es que si diferenciamos el régimen de la opinión (donde todo tiene un lugar, y en esto no es nada menor el mérito del gobierno) del debate en serio nos vamos a encontrar con cuestiones que son verdaderamente difíciles de elaborar. Por ejemplo: ¿con quién y cómo se discutió el hecho tan cargado de consecuencias para todos nosotros de que la “salida de la crisis” se desarrollase en base a la exportación de dos o tres granos, en condiciones completamente impuestas por la especulación financiera a nivel del mercado mundial, cuestión que –agrego condimentos nada simpáticos, lo sé bien- posee implicancias sociales desastrosas (lo que es aún más claro si ampliamos la lente hasta incluir a las economías extractivas a gran escala, a cargo de grandes multinacionales y del estado nacional)? Digo, este tema no es un tema abierto a la discusión. Podes, desde luego, ensayar una “opinión” y, va de suyo que todos queremos tener una posición al respecto sea del tipo “no a la minería” o al contrario, una afirmación del “crecimiento con inclusión”, bancándote estos costos. Pero, de hecho estas opiniones en torno de las cuales surgen las mayorías y las minorías, no surgen de un debate profundo. Digo ¿no había opciones? ¿hoy no podemos pensar opciones? Y no es sólo el tema de la soja, repito, son todos los problemas políticos de fondo.

Les doy otro ejemplo más indisimulablemente político: ¿por qué las transformaciones que se hacen hoy desde el gobierno deben apoyarse sí o sí en la estructura del peronismo, en su poder sindical y territorial, si ya es bastante claro, para la cúpula que está hoy –afortunadamente- en el gobierno, que esta estructura es una parte fundamental del problema y no de la solución? La respuesta es sencilla: tal y como sucede con la soja, o con los planes sociales como modo de tratar la pobreza, hay estructuras que debemos aceptar, porque en los hechos se escapan a la discusión política. Se nos presentan hechos duros, inmodificables, que los que bancamos este proyecto nos habituamos a aceptar sin más. Surgen así verdades catastróficas de este tipo: sencillamente no se puede derrotar ni ignorar al peronismo, y entonces hay que admitirlo como base fundamental de apoyo. Y sabemos que no es gratis, ¿no?  Por eso, como les digo, todo esto no se pone en discusión, salvo como parte de las internas, de la tácticas chiquitas, la chicana. Y aclaro de inmediato que si pongo este tipo de ejemplos, que conciernen nuestro gobierno, es porque el resto de las expresiones políticas son demasiado patéticas, no vale la pena hablar de ellas.

JCA: -Aunque yo diría las cosas de otro modo, puedo entender en general lo que decís. Lo que no entiendo bien es cómo asumís tu papel en la batalla de las ideas, desde un espacio que no es “kirchnerista”, aunque vos sí lo seas, sin enfatizar que todos estos problemas que planteás se dan dentro de un proceso innegable de cambios muy positivos en el país y en la región.

JPM: -Sí, sí, por supuesto, en este ámbito estoy dando por sobre-entendido la importancia de los cambios que se dan en muchos campos, y que conocemos de memoria. Tal vez soy anacrónico, pero, como les vengo diciendo, yo creo en la crítica con respecto al propio espacio ideológico. Y lo cierto es que escribo, a pesar de todo lo que vengo diciendo, notas “de opinión” como cualquiera. Pero intento escribirlas sin inocencia, aportando una dosis fuerte de ironía ante tanta paparruchada que nos agobia. El texto que me interesa escribir es el que es capaz de forzar al máximo la veracidad del propio género de “opinión”, poniendo en cuestión –ojalá lo lograse- el valor y el prestigioso del que goza.

En los hechos, mi argumentación busca la apariencia de quien sigue todas las reglas la opinión calificada, que incluso logra anticiparse a ella (como pasó hace poco cuando Beatriz Sarlo hizo referencia a un texto mío), pero por debajo y en el fondo la apuesta pasa por introducir la paradoja, y de introducirla a partir de radicalizar el propio juego de la opinión en el que estamos todos inmersos. Quizás sea un propósito algo triste y no pase de mostrar que en partes vivimos en un juego miserable. No me parece contradictorio con que en otros niveles pasen cosas muy positivas. Creo que vivimos un período “objetivamente fértil” y “subjetivamente estéril”, que muchos prefieren simplificar, llamándolo “apasionante”. Yo creo que hay un poco de ilusión en tanto apasionamiento.

JCA: Pero la pasión y la ilusión son parte de un nuevo clima, luego de tanto desánimo y frustración. Lo que decís me recuerda aquello del “pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”…
JPM: ¡Es que estamos atrapados! Cuando pensamos libremente damos una falsa impresión de desanimo. No me parece justo. Aceptar esto es conceder demasiado a las posiciones de las que me estoy quejando. No es cierto que nos falte buena voluntad o ánimo optimista. Si de algo carecemos es de oportunidades reales en las que poner en juego todo el entusiasmo, y hasta el desparpajo del que somos capaces. Pero para eso hay que cortarla con toda esa mojigatería ideológica a la que uno debe someterse cuando habla en público, ¿no creen?
JCA: Lo que yo creo es que hoy el entusiasmo y la libertad no son abstractos, sino que parten de defender claramente el rumbo del gobierno…

JPM: Está bien, está bien, ¿ven? Es desalentador todo esto. También yo banco el rumbo del gobierno. No veo otro (y los que veo son horripilantes). En todo caso, tomo esta charla como ejemplo vivo de lo que digo. Lo que más me interesa, ahora, es buscar un lugar… ¿cómo llamarlo? Digamos, un lugar “inexistente”, desde el cual zafar de toda esta carga tan fastidiosa… yo quiero un espacio con suficiente libertad para sorprenderme de mis propias impresiones e ideas.

JCA: La verdad es que tu posición es bastante inclasificable…

JPM: -Me doy perfecta cuenta. Y de hecho, para mucha gente soy, o bien un operador del gobierno, o bien alguien que está en contra el gobierno (aunque nunca oculté mis simpatías por el kirchnerismo). ¡Y hasta se ha sugerido que mi nombre es falso, un pseudónimo! Gracioso sería que más que una persona de carne y hueso mi nombre tuviera un destino colectivo (“La Maccia”, por ejemplo). Pero lo entiendo, después de todo, mi vida, por fuera de mi escritura, no es más que la de un monotributista de provincias.

Sucede que me llevo mal con la cultura “progre”. En mi vida personal tomo posiciones firmes, pero no creo en eso de “tomar de la palabra” como modo de amplificar mi subjetividad. En este terreno –y espero que sólo en este- me siento más bien un liberal clásico. Para mi la palabra pública tiene que ser siempre crítica y nunca apologética. Y con relación a la escritura, les confieso que me repugna cuando se trata meramente de trasladar al texto de una opinión que se tenía de antemano. No veo dignidad alguna en esta tarea. Escribir es algo muy distinto, más vinculado con un proceso “involuntario” en el cual uno adquiere conciencia de quién es realmente y qué lugar ocupa en el flujo de la mente social. Creo que recordar que Sartre tenía este tipo de reflexiones sobre la escritura en relación a una libertad y no a una autolimitación de tipo moralista (no sé si luego él mismo no se habrá traicionado en esto).

JCA: En algunos de tus textos tomas a las generaciones como objeto de reflexión política. Si recuerdo bien, sostenes allí que tanto la generación que militaba en el 73, como la juventud que actualmente ingresa a la política arrancan con experiencias históricas primaverales, mientras que situás a la que protagoniza el 2001 –en  la que te inscribís- como “otoñal”…  ¿es así? ¿Los que tuvieron la experiencia de “militar contra el estado” hoy se sienten más proximidad con las cacerolas que del kirchnerismo?

JPM: Aclaro que mi generación es la de los “setentas”, la de quienes nacimos en los setentas. Somos los hijos de la década loca y siniestra de la de historia nacional. Mi generación, que hizo su bautismo luchando contra el poder, contra el estado (la dictadura, la impunidad, el estado neoliberal) no puede ser hoy cacerolera. Es algo que no logro entender. La palabra “dictadura” es demasiado importante como para que quede en manos de los descerebrados que “toman la palabra” y usan las redes sociales pidiendo “libertad”.

Estoy convencido, y lo escribí en mi última nota, que para nosotros lo político es totalmente inseparable de una larga reflexión sobre la relación entre capitalismo y dictadura, un tema clásico –muy caro para Lenin, que para mí sigue siendo el gran maestro de la política- que estamos obligados a pensar en nuevas condiciones. En ese artículo me pregunto si nuestra cultura política ligada al rechazo de la dictadura y de todo autoritarismo (Hebe y Foucault, digamos), es un capital a reactivar para enfrentar o, al contrario, un nuevo lastre que nos impide asumir los nuevos problemas.

¿Sigue siendo el del terror el fundamento de la hegemonía del capital y de las finanzas? ¿O debemos abandonar definitivamente esta tesis leninista, con rumbos desconocidos asumiendo, por ejemplo, como hoy dicen muchos, que el mundo neoliberal o post-neoliberal va dejando atrás el núcleo duro de la violencia, el autoritarismo y la dominación? No veo que se pueda comprender el significado histórico que tiene el kirchnerismo para mi generación sin ensayar alguna idea –aun si provisoria- respecto de de estas cuestiones.

JCA: Mientras te escuchaba pensaba que por momentos ligas tus comentarios a la crítica de las izquierdas al kirchnerismo (que es banal, que es falso) y por momentos pareces tomártelo muy en serio, como el síntoma real de este presente. 

JPM: Es que el momento actual es el de una mezcla muy extraña entre motivos muy caros, muy profundos e importantes con una dosis impresionante de banalidad, también en los actos de gobierno. Muchas veces me pregunto de dónde surge este sentimiento de que todo es tan trucho, y no encuentro una respuesta acabada: ¿surge del modo de apelación a la juventud? Es evidente que, como decíamos antes, es un tema –el generacional- bastante clave y bastante patético por momentos; ¿proviene del contraste entre una retórica militante y una contraparte que se revela (como decirlos…) de una fuerte subjetividad consumista?; ¿o procede más bien del hecho de que banderas como la de los derechos humanos quede en manos de cuadros del PJ? Seguramente es una mezcla de todo esto.

JCA: Bueno, vamos terminando, esperamos que te hayas sentido cómodo, ¿querés agregar algo más?

JPM: -No, sólo decir que para lo difícil realmente jodido de esta época es que para hablar de estas cosas tenés que inventarte un personaje. Porque siempre va a pesar sobre vos la pregunta ¿“desde donde hablás”? Y yo detesto la identidad personal como lugar de elaboración política. No creo en la coherencia, sino en la inspiración. Creo que somos unos cuantos los que vivimos estos años haciendo de nosotros mismo una máscara. Nietzsche –y parece termino como empecé, recordando textos mal leídos hace demasiados años-  hablaba de esto, creo. Una máscara es un falso rostro que no esconde debajo nada auténtico. Lo único que importa en el enmascarado es la mutación de los rasgos que habilita. Y al final la máscara, que pretendía ocultar bajo unos rasgos inconmovibles una forma demasiado débil para exponerse por sí misma, acaba siendo ella misma el objeto de la mutación, la fisonomía alterada. Y todo esto sólo puede decirse con humor, con sano humor.         

Pintando Venezuela de «rojo-rojito»

por Pablo Stefanoni

Pocos imaginaron a finales de los 90 que el nacionalismo popular retornaría al continente de la manera en que lo hizo en la década de 2000. Y sin duda Hugo Chávez fue el que, desde su llegada al Palacio de Miraflores, en 1998, allanó el camino hacia el llamado “giro a la izquierda” latinoamericano. Apelando a una metáfora gastronómica que él mismo utilizó, no solamente sancochó a las elites tradicionales venezolanas, sino que casi ninguna elección de la región –desde México hasta Argentina, pasando por Perú o Colombia– dejó fuera al líder bolivariano, a menudo transformado en un fantasma omnipresente. Como todos los grandes personajes, Chávez fue ideológicamente complejo. Pero básicamente –apelando al cristianismo popular, al antiimperialismo militar y a un igualitarismo socialista más o menos genérico– reconstruyó una tradición antiimperialista muy cara a los latinoamericanos. Si Chávez fue socialista, es porque era antiimperialista, no al revés. De a poco, se fue sacando de encima a asesores ideológicos como el argentino Norberto Ceresole –un nacionalista de derecha y antisemita– y dejó de lado la faceta anticomunista propia del nacionalismo militar latinoamericano clásico. Con todo, eso no le impidió conservar una visión bastante organicista de la sociedad, sustentada en la pirámide caudillo-Ejército-pueblo. El latinoamericanista Marc Saint-Upéry captó bien el lugar político-simbólico de Chávez en su libro El sueño de Bolívar, al señalar que Chávez era una suerte de Perón y Evita en una sola persona. Si era un militar con tintes mesiánicos y salvadores, eso no le quitaba la cuota de rebeldía y “vulgaridad” plebeya. Bastaba ver su programa Aló presidente para que estas dos dimensiones tomaran la forma de una orden marcial de expropiación o de un show donde podía cantar, repartir heladeras, besar niños, anunciar que tendría sexo con su esposa (antes de separarse) y un largo etcétera que podía durar el domingo entero.


Más que comenzar a “construir con la gente una sociedad alternativa al capitalismo” –como escribió estos días Marta Harnecker–, lo que Chávez logró en 14 años fue romper el techo de cristal que en la Venezuela saudita impidió la participación política, económica y simbólica de gran parte de la población, buena parte de ella negros y mestizos como él mismo, a quien las elites solían llamar “mono negro”. Eso es más que clientelismo, como leen restrictivamente los antipopulistas. 

Pero si el presidente venezolano tuvo un enorme éxito en crear una identidad política popular en torno a su liderazgo, el chavismo tuvo menos resultados a la hora de poner en pie un nuevo modelo socioeconómico. O lo que en Venezuela suele sintetizarse en la expresión del escritor Arturo Uslar Pietri: “Sembrar petróleo” (1936). Los sucesivos experimentos de propiedad cooperativa, comunal y otras formas “socialistas”, se toparon con numerosas dificultades que derivaron en nuevas experimentaciones. Más que crear una burguesía nacional, su modelo benefició a la burguesía brasileña. En parte, todo ello se enfrentó a una realidad sociológica: una sociedad rentista e hiperconsumista. Chávez mismo predicó contra el consumo de whisky escocés en enormes cantidades, operaciones de los senos como popularizados regalos de 15 para las niñas venezolanas, la nafta casi gratuita y otras costumbres “miamenses” con las que chocó el socialismo del siglo XXI. Y en el propio chavismo surgió la llamada burguesía bolivariana o boliburguesía. Tampoco los aliados tomaron tan apasionadamente sus ideas anticapitalistas. “Hugo, dejate de joder con el socialismo. Eso es cosa del pasado”, dicen que le dijo Néstor Kirchner en una oportunidad.


Chávez era un gigante animal político y una máquina de tomar iniciativas. En ese sentido, si él mismo se consideró la espada de Bolívar, Maduro será ahora la espada de Chávez, sostenido en la legitimidad de haber sido nombrado su sucesor por el propio comandante, pero lejos de ser el líder indiscutido y enfrentado a una compleja situación económica. Chávez le dejó una inmensa base de chavismo popular “rojo-rojito” –y activas estructuras de poder comunal–, que al parecer le permitirá ganar cómodo las elecciones y desde ahí tratar de construir su propio liderazgo. 

Desapareció un joven boliviano cantante de hip-hop

por Martín Cortés 
(http://cosecharoja.org/) 

Guzmán Apaza Velasco vino solo de Bolivia hasta el Río de la Plata. Toda la contención que tenía estaba en “la movida”, como llamaban sus integrantes al grupo de hip-hop que formaban. Cada uno tenía un rol artístico: Guzmán cantaba y tenía armada una pequeña productora. Pero el funcionamiento del grupo era como el de una familia. Y, de hecho, fueron los primeros en empezar a buscarlo cuando desapareció.
Guzmán no podía vivir de lo que le gustaba, como tantos otros. Un joven boliviano que llega con su conciencia como toda compañía, bajando metros desde los 4.000 de El Alto, ese anexo clase B de La Paz, hasta Buenos Aires, pegada al río, y triunfa como cantante de hip-hop: no da para mucho más que un guión de Hollywood. La realidad la vivía Guzmán de lunes a viernes en el taller textil de Palermo en el que trabajaba, no muy lejos de la habitación que alquilaba con otro compañero, en Juan B. Justo y Goya. Eso le permitía vivir y mandarle algunos pesos a su madre, el único familiar directo que tenía allá arriba. Ese viernes 22 de febrero, Guzmán salió del trabajo y fue con un grupo de amigos para Flores, la patria boliviana en la ciudad de Buenos Aires, donde, de la plaza a la villa 1-11-14, una masa cobriza va de acá para allá, trabajando, divirtiéndose, viviendo. El grupo fue a comer a “La Sole” y de ahí a otro bar, “Mi Bolivia”, a hacer la previa antes de ir a bailar. Allí hubo una pelea que quebró la noche: dos chicas del grupo tuvieron una discusión fuerte que obligó al grupo a separarse. Guzmán se quedó con Cintia Chávez en el bar, una de las contendientes, mientras el resto del grupo enfiló hacia el boliche.
En este punto comienza el desatino. Cintia le pidió a Guzmán que la acompañara a la casa, a pocas cuadras, a buscar una campera y un pen-drive que tenía el joven que vive con ella. Guzmán esperó en la calle y, cuando Cintia bajó, él ya no estaba. Lo buscó por los alrededores y volvió a la casa, suponiendo que Guzmán se había ido a bailar con el resto del grupo. El resto del grupo supuso que él se había quedado con Cintia, por lo cual tampoco se alarmaron. Pero hay un problema de horarios: según Cintia, el momento en que subió y bajó (no más de diez minutos) fue alrededor de las 12 y media de la noche. Y el joven que tenía el pen-drive, que se levantó enojado porque tenía que trabajar al día siguiente, dice que esto sucedió a las 2 y media de la mañana. En ese período, algo pasó con Guzmán.
¿Es posible que el joven se fuera por su propia voluntad hacia algún lugar desconocido por sus amigos? A decir verdad, no. El compañero de trabajo que vive con él en Palermo no se alarmó ante su ausencia durante todo el sábado porque era común que pasara el fin de semana con su novia. Pero ese domingo 24 tenían que mudarse a otra habitación y dejar lugar para el nuevo inquilino en la anterior. Pero Guzmán no apareció. La dueña de la casa llamó a la novia para avisarle y ésta tuvo que sacar las cosas y llevarlas a otro lado: su ropa, equipos, dinero y documentos. Recién entonces fueron a realizar la denuncia a la comisaría 38º de Flores como “averiguación de ilícito”. El siguiente paso fue visitar el consulado, hospitales y morgues, sin noticias. También consultaron por las cámaras de seguridad ubicadas en las inmediaciones: tres en total, de las cuales dos no funcionaban y la otra no dio ninguna pista sobre el paradero de Guzmán. El lunes 4 de marzo llegó la denuncia a la fiscalía que subroga el doctor Marcelo Munilla Lacasa, y ayer llegó la madre del joven de Bolivia. La noticia está circulando por las radios de la colectividad boliviana y hoy se realizará una marcha en Nazca y Rivadavia a las 17 horas. Todo haciendo una sola pregunta: ¿Dónde está Guzmán Velasco?

Apuntes sobre gobiernos de izquierda e ideas de izquierda


Las formas democráticas

Alain Badiou dice que el siglo XX fue el siglo de la forma institucional del partido político, y que la política futura solamente podrá ocurrir, en tanto política, por fuera de la forma partido. El partido es el dispositivo que “politiza” al movimiento social al inscribirlo en el aparato del Estado en la modalidad de una representación de sus demandas o intereses: operación de la cual cabe deducir que el movimiento no es político y solamente cobra una existencia y una dimensión políticas al estar inscripto en el Estado bajo la forma genérica del partido. El movimiento es social y el Estado es político, y el partido es entonces lo que conduce lo social a lo político. Badiou razona que el movimiento es ya político y que el Estado tiene más que ver con el poder y la burocracia (enemigos, en suma, de la política), y que por tanto la política sería una práctica que se relaciona menos con la representación que “empodera” al movimiento social en el Estado, que con una cierta paciente organización del movimiento insurreccional en cuanto tal (las insurrecciones obreras en la Comuna de Paris, digamos). Slavoj Zizek, por otra parte, sugiere que la lucha anticapitalista contemporánea pasa menos por Marx que por Lenin, en el sentido en que el problema es menos el de saber cómo funciona y cómo nos determina el sistema capitalista (cosa que más o menos sabemos, ya que no es tan misteriosa) que el de saber “qué hacer” para luchar contra él. Y sabido es que Lenin fue el gran teórico de la forma partido en los movimientos insurreccionales o revolucionarios en el siglo XX: partido de vanguardia, partido de masas, momento de alianzas y frentes populares, etc. Se puede observar que las posturas de Badiou y Zizek son contradictorias sólo en apariencia: Zizek, supongo, quiere remitir a una especie de desconcierto generalizado de cierta élite intelectual politizada y anticapitalista que, sabiendo cómo funciona el enemigo, cómo domina, qué ontología lo sostiene y lo mueve, etc., está de todos modos absorto en una especie de estupor catatónico porque no tiene la menor idea de qué hacer. Son tiempos —oh, la novedad— de capitalismo global, mercantil, desregulado, que todavía parece vivir un romance fuerte y glorioso con la forma democrática en tanto reino de los medios de comunicación, la opinión pública y la volatilidad de la masa, el sufragio libre y la libertad de consumo. Todo apoyado, cada vez más tristemente, en el mito desarrollista, y en el fetiche técnico del número, la cifra y el porcentaje, y en el recetario liberal de los 80-90 (empequeñecimiento del Estado, control del gasto público y fiscal, terror al monstruo inflacionario, pago obediente de deudas a los organismos multilaterales como forma de acceso a buenas calificaciones y a nuevos créditos, fomento casi prostituto de la inversión extranjera directa, etc.).


Por otra parte, Jacques Rancière ensaya una defensa filosófica de la idea de democracia, considerando que la pulsión antidemocrática reprimida o la ira o el odio al demócrata (al confundirlo con el consumidor hedonista o lumpen incapaz de trascendencia o de idea colectiva alguna, típico producto del capitalismo tardío) trae inevitablemente de regreso la basura conservadora, reaccionaria y hasta protofascista (restauradores de las antiguas jerarquías, revalorizadores de las figuras “tutelares clásicas del padre o del teniente” —como dice Daniel Bensaïd—, gobiernos de técnicos o iluminados, intervenciones autoritarias o retrógradas verticalistas en nombre del republicanismo o aún de la universalidad, etc.). Mientras tanto, Badiou sostiene que es importante hoy mantener la valentía de definirse como “antidemócrata”, y también apela, razonablemente, a argumentos filosóficos: “democracia” es una palabra demasiado sucia ya, indisociable del capitalismo liberal de mercado, y conviene no solamente dejársela al enemigo, sino re-usarla para definir al enemigo.

Y estas observaciones no son meramente anecdóticas. Expresémoslo en términos rodonianos: ¿debe caer la propia democracia como máscara del carnaval calibanesco pragmático, del triunfo de los Estados Unidos y del mercado salvaje, para dar nuevamente con el “espíritu alado” de Ariel, los buenos valores apolíneos detrás de los cuales seguramente se agazapan los tiranos indignados con la chusma: restauradores del orden, la aristocracia, la buena religión y las jerarquías de la tierra, la familia y la propiedad? Es difícil, aún en estos niveles de abstracción conceptual, saber qué hacer: es decir, saber qué hacer no con la democracia (o con las formas actuales de la democracia liberal), sino saber qué hacer contra su creador y mentor, el capitalismo (sistema estructuralmente creador de injusticia, violencia, miseria, explotación, esclavitud). No con la forma idílica de la globalización sino con su estructura.
Izquierda en el poder

Esta es la principal gran contradicción de las izquierdas en el Estado o en el gobierno (y vamos a jugar, provisoriamente, a que esa palabra, izquierda, todavía es capaz de denotar algo que va más allá de su mera contingencia histórica, del juego electoral, de la mística de sus adhesiones, de banderas y colores y logos y consignas, de la épica de su pasado sacrificial, etc.). Si el Estado y el gobierno, la división de poderes y aparatos, etc., son criaturas históricas modernas estructuralmente vinculadas al capital y a su defensa y desarrollo (desde las minorías cultas y las élites gobernantes o legislativas hasta los artefactos militares y policíacos): ¿cómo sentarse en ese lugar de poder sin legitimarlo como mero ejercicio: cómo desdecir, desmentir o criticar ese poder sin dejar entender que se trata de un gesto del propio poder? ¿Cómo hablar de revolución o de anticapitalismo desde una coalición de partidos de izquierda que fue inventada en la ensoñación de llegar al Estado a través del sufragio democrático universal, y a la que le cabe entonces, desde un principio, la lógica perversa de la competencia electoral, de la opinión pública y del “ánimo” o el “humor” de la masa, de la publicidad, del costo de las campañas, de los compromisos ulteriores con el capital y los inversores, de la burocracia y la cuotificación sectorial de cargos y autoridades?

Vamos a partir entonces de una especie de axioma intermedio y concesivo, de esos que tanto me molestan porque parecen arruinar de antemano toda posibilidad de intervención conceptual radical: en Uruguay tenemos (ya un segundo) gobierno de izquierda, y vamos a creer que eso quiere decir algo, quesignifica algo (“y no más bien nada”). No es lo mismo un gobierno nacionalista católico de “padres y tenientes” (para insistir con la figura de Bensaïd) o uno de colorados clase B, incapaz de hablar de otra cosa que no sea la respuesta punitiva y penalizante de la seguridad, que un gobierno de izquierda. No es lo mismo, aunque lo sea. Entre paréntesis hay que agregar que un intelectual de izquierda tiene una especie de obligación ética de ser crítico, doblemente crítico, precisamente, con los gobiernos de izquierda, y que esa obligación ética poco tiene que ver con la decepción, o con un sentimiento de haber sido estafado o defraudado, sino con una defensa o una resistencia de la idea de izquierda vinculada a ciertodeseo anticapitalista. Pues vamos a pensar que en la izquierda empírica en el poder institucional (poder estructurado por el capital) todavía duerme una idea de izquierda, o un proyecto de izquierda que es contradictorio con ese poder y con el capital mismo. Y vamos a pensar además que esa idea de izquierda es capaz de situarse por encima de la tentación de resumir la contradicción política en la paranoia o en la obsesión tonta e ingenua de las parejas democracia-totalitarismo, o conservadores-progresistas, de tal modo que la única “verdad política” se resuelva entre los defensores de ciertos valores reaccionarios de orden, disciplina y “buena religiosidad” y los defensores de la democracia como mera inscripción formal de la libertad psicótica de expresión, de culto y de mercado. El problema, entonces, parados incómodos en este axioma, no podría ser otro: ¿qué hacer?
La propiedad pasiva.
En primer lugar, una idea de izquierda, que suponemos incluye una preocupación por la redistribución justa o equitativa de la riqueza, no puede situarse nunca al margen de una discusión del asunto de la propiedad, de la propiedad privada o exclusiva. Antes que nada, la forma brutal de la propiedad de la tierra y de la propiedad inmobiliaria (aunque también el asunto marxista clásico más complejo: la propiedad de los medios de producción). Independientemente de que en la propiedad, y en la propiedad exclusiva o privada haya una compleja y profunda discusión filosófica, se puede decir que una redistribución de la riqueza no puede ocurrir de ninguna manera exclusivamente ex post facto a través del recurso impositivo o fiscal, que arrincona y condena al Estado a funcionar como un actor económico más, y no como una entidad autónoma capaz de intervenir, regular y tomar decisiones políticas sobre la economía y el mercado.

Tarde o temprano, en estas formas primitivas y casi feudales de propiedad, formas pasivas o territoriales como la de los recursos naturales, la propia tierra o los inmuebles (o incluso el propio dinero), que involucran más a la especulación rentista que a la ganancia por explotación de la fuerza de trabajo, aparece una especie de debilidad endémica del capitalismo contemporáneo (para decirlo como Hardt y Negri: una contradicción interna entre productividad y propiedad privada), que debe ser aprovechada por la izquierda. El regreso de esta forma quieta, primitiva y brutal de la propiedad, con su voracidad acumulativa, su ley del mínimo esfuerzo, su folclore dinástico de herencia y prosapia, parece ir contra cierta sensibilidad creada por las propias dinámicas ansiosas de intercambio, sobrevivencia, producción, circulación, distribución y consumo del capitalismo urbano contemporáneo de mercado desregulado. ¿Por qué no empujar al capitalismo sobre sí mismo, por lo menos allí donde muestra puntos de vulnerabilidad y contradicción con el poder del Estado?

Un ejemplo. ¿Cómo y por qué no intervenir directamente, digamos, en el mercado de alquileres de vivienda, teniendo en cuenta la absurda y vergonzosa desproporción entre el salario mínimo inferior a los 8000 pesos, y la imposibilidad de alquilar una vivienda razonablemente habitable por menos de 12000 (sin incluir garantías, depósitos y todo el dispositivo destinado a asegurar al propietario)? La intervención a través de medidas indirectas como planes facilitadores o préstamos estatales para compra, en el supuesto de que van a terminar por incidir a mediano o largo plazo a la baja en el precio de los alquileres no es solamente ineficaz (hace seis o siete años que oímos lo mismo y los alquileres nunca han dejado de estar al alza): es inmoral: el Estado interviene como actor económico, confinando en la penumbra de lo económico-privado lo que debería ser un asunto político-público. ¿Por qué el miedo a intervenir políticamente, fijando y topeando precios, en la invocación del miedo al estímulo de un supuesto “mercado negro” —que ya es, por otra parte, el chasis irreductible de la dinámica capitalista urbana—, sobre todo teniendo en cuenta que los más jóvenes solamente pueden ingresar al mundo laboral casi exclusivamente en el “mercado negro”, sin protección estatal o sindical alguna, cobrando salarios por debajo de los laudos o de los mínimos, y por tanto son incapaces de entrar en el “mercado blanco” de alquileres? Quizás ni valga la pena tener en cuenta, por otra parte, que en el famoso fantasma inflacionario el rubro “vivienda y alquileres” aparece siempre como una guía o pauta del incremento. ¿Y no ocurre casi lo mismo con los precios de bienes de consumo necesarios en la canasta familiar (carne, verduras y frutas, etc.)? ¿No ha mostrado el ejecutivo la misma actitud pusilánime en el momento de intervenir en la libre regulación mercantil de los precios, fijando y regulando, por miedo otra vez al famoso “mercado negro”, dejando a los consumidores locales a la buena del “mercado pirata” de productores-exportadores o de comerciantes-importadores? En ciertos casos ridículos se ha llegado a apelar a la buena voluntad y al espíritu de colaboración de los mercaderes (cuando se trata de controlar la pauta inflacionaria), o en otros incluso se ha llegado a amenazar a los exportadores con importar carne roja o de pollo del Brasil (o alguna otra paparrucha inútil por el estilo) para corregir a la baja los precios del consumo interno, ni bien a los productores-exportadores se les va la mano con su voracidad. Es otra forma de intervención indirecta, apolítica, sobre la economía. (Sin embargo, y no insisto más porque el espíritu de estos apuntes es otro, el ejecutivo no vacila en replantear a la baja los acuerdos salariales ya aprobados por los consejos porque están por encima de la pauta inflacionaria: el Estado no toca los precios pero no vacila en “topear” los salarios. ¿Podemos llamar “de derecha” a un Estado que interviene de esta manera? Sin dudas, si todavía creemos en una idea de izquierda.) Algo similar ocurre con la propiedad de la tierra: cada vez más concentrada en menos manos latifundistas, a pesar del INC o de la compra estatal con fines redistributivos. Eduardo Platero observa: “En los últimos diez años han desaparecido (devorados por el latifundio) tres minifundistas por día. (…) Las leyes del mercado favorecen la concentración creciente de la tierra y el capital (…) Nunca hubo una matanza de pequeñas explotaciones del tamaño de las operadas en estos últimos diez años” (Tiempo de Crítica, Nº 44). Y se puede observar que la famosa “extranjerización de la tierra”, vinculado a la “soberanía” es un tema subalterno abstracto, lateral y sin importancia: a mí, por lo menos, me importa poco si el latifundista es austríaco, suizo o criollo, familiar o corporativo, si los beneficios y la riqueza común se alienan y se concentran en poquísimas manos privadas, son casi medievalmente rentistas y sin valor agregado y condenan casi a la esclavitud a los asalariados rurales. Una idea de izquierda no puede permitir que las reglas del mercado y el balance espontáneo privado oferta-demanda den cuenta de la tenencia de la tierra y de una riqueza que debería definirse a priori como pública o social. De ahí, por otra parte, que el resistido proyecto de cargas impositivas a la concentración de tierras haya resultado doblemente perverso: por un lado, la ingenuidad y la lentitud de otra intervención indirecta externa del Estado sobre la concentración de capital y riqueza (que, dicho sea entre paréntesis práctico: es mejor que exista a que no exista), y por otro, el hecho de que el proyecto se haya aprobado sólo a condición de que ese dinero se vuelque a las administraciones municipales para reinvertir en infraestructura y caminería que la propia actividad productiva privada estropea y arruina, al grito cimarrón y guapo de “que pague el que rompe”. El Estado termina por realizar así una quita al capital que es devuelta completamente a la propia dinámica del capital. Eso no es una intervención política del Estado sobre el capitalismo y la concentración: así planteado, eso es un chiste. Supongo que el espíritu original del proyecto era distinto.

Por más que lo podamos tratar en otro rubro, ya que indica un punto de intersección conflictiva entre la propiedad primitiva y las dinámicas urbanas típicas del posmocapitalismo, los medios de comunicación pueden ser vistos como otra forma, y una de las formas más escandalosas, de eso que podemos llamar “propiedad pasiva” (primitiva), sobre todo porque asume el comportamiento privado de propiedad algo que por definición es la concesión de explotación privada de un bien público o social. Algo que puede ser quitado o expropiado por el Estado en el momento que sea. Sin embargo, la impunidad oligopólica, las presiones ejercidas por tres o cuatro grandes empresas privadas en la adjudicación estatal de señales para abonados y ahora de señales digitales, etc., habla otra vez de la debilidad pusilánime del Estado de izquierda para enfrentar a la propiedad privada o exclusiva, aún en sus puntos jurídicamente débiles. Y acá la fuerza ideológica de Andebu recurre estúpidamente a argumentos liberales que mentan la democracia comunicativa, la libertad de prensa, el terror a la censura y al intervencionismo totalitario del Estado, etc. O peor, más ridículamente, se resisten a la iniciativa —bastante boba e inocua, por otra parte— de una cuota horaria de servicio social en sus trasmisiones, argumentando que ellos (usufructuarios de señales abiertas de radio o televisión) brindan un servicio gratuito (nadie paga para ver televisión abierta), y que, por tanto, ya es social. Es un argumento para reírse, o para abofetear a quien lo sostiene y a quien le cree, por cretino uno y por idiota el otro (si se cobrara un impuesto al cretinismo y a la idiotez que se volcara a la educación en serio, ya habríamos recorrido la mitad del camino revolucionario). ¿Puede hablar de democracia un oligopolio de grandes empresas que concentran el negocio de la información-comunicación-entretenimiento, que hacen y dicen lo que se les canta, que hacen la basura que hacen con un mínimo de costo y un máximo de beneficio, y que facturan millones en pautas publicitarias y tiempo contratado —todo en el usufructo de un bien común? ¿Y el Estado no puede tocar esa estructura, aún sabiendo que es el gran punto estratégico, el centro nervioso de la política (o de  la no-política) contemporánea?

En suma. En este asunto que he llamado “propiedad pasiva” se habrá notado que no estoy hablando (no todavía) de comunismo, de socialismo, y menos de revolución. Estoy mencionando simplemente lo que cabría esperar de un gobierno de izquierda dentro del juego democrático institucional. Bastaría, para empezar, en este caso, que el gobierno y el Estado aprovecharan a favor de cierta línea redistributiva, la contradicción interna entre la propiedad privada quieta y pasiva, y el axioma “democrático” de la dinámica histérica del desarrollo hiperproductivo y de hiperconsumo del capitalismo urbano desregulado. Bastaría que aprovecharan la ira o el enojo de la masa (típicamente post-social) con la acumulación brutal, rentista, especulativa o extractiva, propias de la propiedad pasiva, que es vivida como mera usurpación por distintos estratos de esa masa (desde los ocupas sin techo o sin tierra o los comerciantes ambulantes que toman medidas de “contrahabitación” u ocupación de lugares o territorios vacíos —Paul Virilio—, hasta cierta coquetería new age que poéticamente se queja del absurdo de que los árboles, los bosques, los minerales, el mar, los ríos, el aire y la vida sean la propiedad exclusiva de alguien). Evidentemente, esta estrategia está asediada por peligros múltiples —sobre todo si tenemos en cuenta cuáles han sido los puntos y los tics más débiles de los gobiernos de izquierda—. Uno de ellos es que la lucha contra la propiedad pasiva nos condene a ligarnos orgánicamente a la defensa democrática de la hiperproductividad y del juego abierto y darwiniano del mercado libre, o por lo menos del mito desarrollista. Ésa no es la verdadera contradicción: es, insisto, una “contradicción interna” al capitalismo, que es posible utilizar estratégicamente, pero que en cualquier caso, si no es superada oportunamente, nos devuelve al propio capitalismo.

Dinámicas urbanas de lo post-social

Un apunte lateral con respecto a la propiedad de los medios de producción (que no es, obviamente, una forma de propiedad pasiva, sino que, hasta cierto punto, se le opone): el capitalismo industrial analizado y criticado por Marx pone el énfasis en este tipo de propiedad, y en su gran creatura conceptual: el antagonismo capital-trabajo. Parece más sencillo, en este punto, seguir la línea clásica de una organización del proletariado urbano que se entiende y se sabe en lucha contra el capital que lo explota, y entiende y sabe que esa lucha encarna cierto tipo de universal (la superación de un sistema o de un modo histórico de producción). Porque por más que parezca haber pasado a segundo plano, o haber sido cubierta por formas más vistosas como el mercado o la renta, la contradicción clásica trabajo asalariado-capital todavía existe y la explotación de la fuerza de trabajo es y seguirá siendo una de las columnas más sólidas en las que se sostiene el sistema.

Acá hay ciertas iniciativas como el FONDES (fondos de desarrollo para empresas autogestionadas, resistido por sectores de la izquierda vinculados al astorismo) que quieren tramitar la voluntad de una redistribución posible, a pequeña escala experimental, de riqueza, trabajo y recursos, en comunidades cooperativas de trabajadores que compitan, con cierta asistencia estatal (ventas al Estado que aseguren un ingreso de sustentabilidad, por ejemplo), en el mercado capitalista desregulado. No sólo estamos lejos de los problemas de fondo: el peligro de este tipo de iniciativas casi con seguridad es el de sumarse al asistencialismo de las líneas de cooperación de los 90, las ONGs, incluidas las iglesias populares y su sueño de gobierno sobre las exoclases, que tiende a barrer con la contradicción trabajo-capital, desproletarizando la fuerza de trabajo, convirtiéndonos en emprendedores y persuadiéndonos de que con cierta ayuda, iniciativa, astucia, disciplina y ethos capitalista todos podemos competir libremente en un mercado lleno de oportunidades. Pues ¿qué asegura que una cooperativa de trabajadores que gestiona una empresa no se transforme en los hechos en una especie de sociedad anónima, o en una empresa capitalista como cualquier otra, definida por la competitividad, la lucha por nichos de mercado, los recursos publicitarios, la organización técnico-gerencial de la comunidad, etc.? (del mismo modo: ¿cómo evitar que una cooperativa de viviendas por ayuda mutua, digamos, no se termine por convertir en una mera asociación de propietarios organizados para la defensa de su propiedad?) Así, el asunto, más bien, se desplaza: ¿cómo orientar esos esfuerzos de manera tal que lo universal de la lucha contra el capital no se pierda o no se desvanezca en el entusiasmo productivo-competitivo? Porque “solidaridad” o “cooperación” son meras abstracciones (como la estúpida “educación en valores” que propone el ala reaccionaria del sistema liberal, al advertir el deterioro y la catástrofe de lo social que el propio liberalismo económico ha provocado en los últimos tiempos) si estos problemas de organización no se entienden dentro de la lucha emancipatoria de un sujeto contra la explotación, la injusticia, la especulación, etc. Ése es el lío en este caso. Porque evidentemente la organización de las comunidades autogestionadas pasará por el famoso tema de la capacitación laboral, técnica o gerencial-administrativa, o de diseño, marketing y publicidad, hasta ser completamente asimilada por la forma comunitaria empresarial pragmática protestante. (Yo me temo que esto forma parte del proyecto del actual gobierno de izquierda que se piensa destinado a la gran escala (universidad técnica, educación para el mercado de trabajo, etc.).)

Acá el problema es que el capitalismo contemporáneo empuja a una especie de desorganización absoluta de lo social, guiada menos por la propiedad privada o exclusiva de los medios de producción que por las líneas abiertas de la vida del mercado liberal no regulado: es eso que en otra parte hemos llamado “privatización de lo público”, “desocialización” o “despolitización” de lo social o estado “post-social”, caracterizado por la aparición de las “exoclases” o de los “exosujetos”, con su psicología lumpen-pragmática, la competitividad, la violencia o el celo territorial, el acting histérico individualista o grupal, las relaciones prácticas horizontales, etc. La famosa etologización del espacio social. Y esto, contradictoriamente, no excluye ciertas medidas de protesta o de lucha contra la propiedad pasiva que mencionábamos recién: la ocupación de hecho del territorio, la contrahabitación, los piquetes, la indignación o la ira generalizada como enormes montos de energía desatada de golpe en forma de calor, de actings violentos incapaces de ver o de pensar al capitalismo y dispuestos a  incendiar todo lo social. Y en este punto es donde el capitalismo contemporáneo, seguramente a golpes de azar y contingencia, adquiere una especie de “fuerza de sabiduría” que condena a la ira anticapitalista a caer en una doble trampa, a girar indefinidamente en el vacío: si me indigno con la usurpación medieval de la propiedad pasiva tiendo a caer en argumentos o en acciones que en la práctica terminan por ser funcionales con el mercado liberal, entonando la oda a la hiperproductividad y a la hipercirculación; o por el contrario, si me indigno con la desocialización consumista competitiva creada por el mercado liberal no regulado tiendo a caer en argumentos o en acciones que pueden terminar haciendo máquina con los valores abstractos del orden, la censura, la seguridad y la intervención del Estado como aparato superyoico, de las aristocracias de sabios o las tecnocracias de expertos, y que rápidamente serán parte del juego de lo que Rancière llama “el odio a la democracia”. Entonces, el asunto es, otra vez, guste o no, menos marxista queleninista: ¿qué hacer?

Quiero poner un solo ejemplo en el que me parece que el hacer del Estado es un buen hacer: los consejos de salarios. Los CS son, evidentemente, la gran herramienta promovida por el gobierno de izquierda para hacer público lo privado. Y éste parece ser el gran asunto en este momento: hacer público lo privado. Como en cualquier otro aspecto de la vida social, cabe esperar que un gobierno y un Estado “de izquierda” tomen como suyos la tarea de hacer público lo privado. Y ni siquiera lo digo en el sentido de propiedad privada vs. administración estatal, sino que estoy varios pasos más atrás: cuando Marx teoriza e insiste con el tema del salario y del plusvalor está llevando al espacio público, iluminando con una luz política, algo que tiende a quedar sepultado en el ámbito de lo privado (el acuerdo siempre injusto entre el dueño del medio de producción y el que vende su fuerza de trabajo; lo mismo vale para un contrato de alquiler, el acuerdo siempre injusto entre arrendador-propietario y arrendatario, o para el precio de un bien de consumo, o para el uso exclusivo de canales de trasmisión). En ese sentido hablo de llevar lo privado a lo público: llevar lo económico a lo político. Quebrar la hegemonía de la lógica económica sobre el pensamiento político y la organización social, e insistir en el antagonismo entre economía y política, entre lo privado y lo público.

Apuntes finales por hoy

Y acá, seguramente, llegado el momento, debemos ir más lejos que el marxismo clásico y sobrepasar no solamente el concepto de desarrollo de las fuerzas productivas sino, sobre todo, la idea misma deproductividad. El socialismo histórico ha quedado entrampado en el dogma capitalista de la producción y el desarrollo (la observación es vieja —yo, personalmente, la tomo de Walter Benjamin), dos de los pilares de la religión capitalista. Las variantes argumentales de que el socialismo solamente es posible luego de alcanzados ciertos rangos de desarrollo y de madurez de las fuerzas productivas (o en una versión cimarrona, que el socialismo es para los países ricos o desarrollados) es un estribillo recurrente en la izquierda (por lo menos, en la izquierda uruguaya) contemporánea. Voy a liberarme de toda obligación previa de definir el modelo de sociedad futura que la izquierda quiere, y a partir de la obligación filosófica (marxista, por otra parte) de que tal sociedad futura solamente nace de una praxis crítica con respecto al actual estado de cosas que nos ha tocado vivir (y ese “nace”, se entiende, no remite a ningún momento histórico específico, sino que es más bien el camino a una Idea). En un mundo globalmente privatizado(en el sentido más amplio y despiadado que es posible darle a esa palabra), en la que la dinámica y la circulación del capital adquiere, por un lado, la forma de una lucha caótica por el territorio (incluso, y quizás sobre todo, del territorio virtual de la comunicación y la información) como condiciones de producción (sobrevivencia, creatividad, competitividad, venta, compra, intercambio, prestación de servicios, etc.), y toda práctica ha sido “industrializada” en el sentido de “empresarializada” y dispuesta para el consumo (la propia fuerza de trabajo, la cultura, la sexualidad, el cuerpo, las actitudes, la creatividad, el arte, la diversión, la inteligencia, los afectos y los sentimientos, las ideas, el habla, las identidades, etc.), y por otro, la forma quieta y medieval de la propiedad pasiva o rentista con un vínculo escasísimo o sin vínculo alguno con el famoso orden productivo (inmuebles, alquileres, tierras, forestación, etc.), no tiene el menor sentido seguir insistiendo en la oposición entre capital productivo ycapital especulativo, entre buenas inversiones que dan trabajo y divisas e inversiones haraganas que especulan, extraen y saquean.1 El capital es uno solo, y ese Uno ha logrado, en sus extremos, partir el mundo en hiperproducción-hiperconsumo frenéticos, y quietud definitiva. Muerte por sobredosis o muerte por abstinencia. Tampoco tiene el menor sentido esperar el momento oportuno del desarrollo de la economía en un país pequeño del tercer mundo para dar el famoso “salto en calidad” (he escuchado ese argumente más de una vez en boca de más de un jerarca): eso es un argumento liberal “de derecha” contra el cual la izquierda clásica ya debería haber desarrollado anticuerpos. Nunca se dará, en un sentido empírico, ese salto, ya que “dar el salto” es tomar la decisión política de darlo y luego pensar hacia-atrás, pensar en el mundo de antes o de después del salto, sin que el “salto” en cuestión haya tenido una existencia empírica concreta. Si ese “salto”, como decisión conceptual-subjetiva, no ocurre, seguiremos observando obsesivamente los indicadores económicos de desarrollo, enamorados o aterrorizados con la exuberancia del número y la cifra (indicadores, PBIrenta per capita, índices de pobreza, etc.), absolutamente rehenes de una lógica económica omnímoda y asfixiante, difiriendo indefinidamente la decisión de cortar esa lógica con praxis crítico-política.

Y yo insisto: ése es el corte y la contradicción que un gobierno de izquierda ya debería forzar. Lo público y lo privado, lo político y lo económico, lo social y el capital. Porque (¿será necesario decirlo?) no hay capitalismo malo y capitalismo bueno (o “en serio”): el capital tiene como origen y destino al capital mismo (más capital), y ese destino se conquista explotando la fuerza de trabajo, o estimulando el la hiperproductividad, el libre mercado y el hiperconsumo, o a través de la renta o de la especulación pasiva. Se puede intervenir sobre la publicidad, las industrias blancas como el turismo y el comercio, los famosos créditos pedorros para el consumo con intereses de usura destinados al endeudamiento interno y a las bicicletas en el fetichismo de la mercancía. No es posible seguir ya oyendo la frase obscena de que tal o cual “empresa” estatal (transporte, ferrocarriles, líneas aéreas) ya no es rentable y lo mejor entonces es una cesión o una concesión a capitales privados y a inversiones extranjeras, o a administraciones mixtas regidas por el derecho privado, etc., porque la consigna es achicar los costos del Estado o abatir el déficit fiscal. El ejemplo de la acelerada “tercermundización” de Europa debería resultar aleccionante.
NOTA:

1. Significativamente, el Presidente Mujica, en su audición radial (forma extraña de intervenir como predicador oral en un modo siempre oblicuo y ambiguo con respecto a su investidura institucional) vuelve a insistir con la concentración y la extranjerización de la tierra, y maneja los ejemplos de Monte Fresnos y Taurión, una de las cuales reúne padrones que alcanzan entre las 30 y 50 mil hectáreas, ambas firmas presumiblemente propiedad de un ciudadano norteamericano, y con respecto a las cuales Mujica sospecha de un mera operación especulativa con los precios. Pocas horas después, una mujer (seguramente ocupa algún cargo gerencial importante en alguna de las empresas mencionadas, o en ambas), sale a corregir: dice que no se trata de tierras improductivas sino forestadas (el modelo Lacalle de productividad) y que la empresa da trabajo directo a 50 personas y trabajo indirecto a otras 250. 50 mil hectáreas emplean a 50 peones (vaya uno a saber en qué condiciones) e indirectamente da trabajo a otros 250 (que casi con seguridad incluye a los que remiendan la ropa, los que hacen tortas fritas, en fin). Es para reírse. Lo significativo es que Mujica no haya salido a responder esa idiotez, dejando la impresión de que se equivocó una vez más, de que no estuvo debidamente asesorado, etc., cuando en realidad el problema está en que la línea entre capital productivo y capital especulativo está borroneada por el propio capital. Supongo que en el fondo Mujica tiene que conceder que treinta mil hectáreas forestadas son una actividad productiva —y ésa es una de las trampas del argumento facilista que opone productividad a especulación.

Paisajes de la ciudad posmoderna

por Iconoclasistas


“Vivimos en un mundo gobernado por ficciones de toda índole: la producción en masa, la publicidad, la política conducida como una rama de la publicidad, la traducción instantánea de la ciencia y la tecnología en imaginería popular, la confusión y confrontación de identidades en el dominio de los bienes de consumo, la anulación anticipada, en la pantalla de TV, de toda reacción personal a alguna experiencia.” 
J.G. Ballard en el prólogo de Crash (1973)

1. La alienación es un concepto útil para intentar explicar por qué aceptamos sin cuestionar nuestra participación en un tipo de sociedad que en sus estructuras más básicas es hondamente desigual e injusta. Estar alienados implica no sólo ser tomados como objetos intercambiables en un proyecto de vida ideado en beneficio de otros. También describe nuestro modo de reaccionar ante las exigencias de un mundo que nos encuentra concentrados en nosotros mismos, caminando rápido para llegar primero, inalterables frente a las necesidades ajenas y sólo animados por la necesidad de calmar la voracidad consumista.
2. La ciudad se modela de acuerdo al orden hegemónico del neoliberalismo. Vivir en ella implica sumergirse en un sistema de interpretación del mundo que nos propone modos de vida regidos por el predominio del capital sobre todas las áreas de la existencia. La forma rápida de estar incluidos nos viene dada prioritariamente por el consumo, el cual nos permite compartir con otros un mismo “estilo de vida” ideado por el marketing y la publicidad, y difundido por la televisión, radios, revistas o diarios.
3. A partir de la expansión y renovación continua de necesidades ficticias, se consolida la sociedad de consumo. La producción va variando mediante investigaciones de mercado y consultoras de marketing que construyen nichos de consumo (targets). La publicidad acompaña esta operatoria a partir de la construcción de mundos atractivos que ofrecen nuevas “sensaciones” para satisfacer deseos con productos que prometen hacernos “libres”, “veloces”, “atractivos”, “inteligentes”, etc.

4.La publicidad construye una opinión sobre el mundo, sobre uno mismo y sobre los demás, incitando a participar de una forma de vida que nos permita diferenciarnos socialmente, en la forma de vestir, de comer, de hablar, etc. A la vez que moldea deseos y gustos, muchas veces manipulando la imagen de la mujer como objeto de seducción, oculta la explotación y alienación laboral en la producción. Su principal objetivo es inducir al consumo para ampliar el mercado de grandes empresas y colocar la mayor cantidad de productos en distintas partes del mundo con el fin de incrementar su margen de ganancia.
5.El manejo de las imágenes es uno de los instrumentos más poderosos y efectivos que utiliza el poder (económico, político y cultural) para conseguir una adhesión al pensamiento dominante. El papel de la publicidad es esencial porque construye espacios de representación en los cuales no sólo difunde una imagen amable del consumo y un prototipo del ciudadano-consumidor exitoso, sino que también naturaliza la dinámica competitiva del capitalismo, estimulándonos a adquirir productos que nos distingan de aquellos que no tienen la posibilidad de consumir.
6.Las principales vías de difusión de la publicidad son los medios masivos de comunicación. Estos buscan generar un excedente a partir de la producción y difusión de una maquinaria de imágenes, significaciones, visiones sobre el mundo y relatos sobre la realidad, que tienen como horizonte más próximo la satisfacción de intereses económicos y/o políticos. Los conglomerados mediáticos -con emisoras de radio, canales de televisión y cable, internet, etc.- tienden a homogeneizar la información que distribuyen instituyendo una creciente influencia sobre la conformación de la opinión pública.
7.Los sistemas de representación mercantilistas ideados por el marketing nos ubican en estructuras que promueven sentidos legitimados desde el poder como los correctos y triunfantes para vivir en el mundo. El objetivo es regular la libertad individual a partir de la imposición sutil de formas de ser, de actuar, de pensar y de transitar por los paisajes urbanos. Para continuar siendo parte, entramos en un movimiento de producción y consumo ilimitados en donde la técnica alienta el anonimato, permitiendo y facilitando el control por parte de las tecnologías institucionales.
8.El dominio del capital se extiende a todos los ámbitos de la vida alterando y formateando la identidad social. La subjetividad es mutilada y queda recluida en las planillas de las consultoras que mediante encuestas nos clasifican y ordenan de acuerdo a una serie de parámetros (ingresos, zona de residencia, tipo de vivienda, posesión de automóvil, tipo de trabajo, etc.), con miras a evaluarnos como potenciales clientes de algún producto “novedoso” pronto a salir al mercado.
9.Una de las formas de mantener el recambio de productos, objetos y servicios es la variación de ofertas a partir de los cambios en la moda. Ella custodia los mecanismos de aceleración del tiempo de rotación en la producción y las aceleraciones paralelas en el intercambio y el consumo. El mejoramiento en los dispositivos de comunicación y de información, la racionalización en las técnicas de distribución -que permiten aumentar la velocidad en la circulación de mercancías a través del sistema de mercado- y las operaciones de banca electrónica y dinero plástico que aceleran el flujo inverso de dinero facilitan estos movimientos.
10.Formamos parte de un orden hegemónico cuyo fin es extraer ganancia para que otros se apropien de ella. Esto implica vivir bajo una coacción gestionada mediante la amenaza constante de descarte o reemplazo. Obligados a hacer malabares para acomodarnos lo mejor posible en el estrecho sistema de inclusión, nuestra participación se orienta sólo en una determinada vía, lo cual nos empuja a un laberinto del cual es muy difícil encontrar la salida.
11.La fuerza de trabajo es una mercancía más que se compra y se vende en el mercado. Las formas laborales que dominan en la actualidad están marcadas por la precariedad expresada en las diferentes modalidades de contratación a corto plazo, el trabajo en negro, los bajos sueldos y la explotación. Esta situación provoca un brutal aumento de la desigualdad que arrastra a sectores medios y aplasta aún más a sectores históricamente desfavorecidos, ocasionando el surgimiento y la consolidación de marginación y desempleo.
12.En nuestra ciudad el espacio público, lugar donde se organiza la experiencia colectiva, está vallado, amenazado, mercantilizado. De la misma manera que el reloj lleva la cuenta del paso de las horas, minutos y segundos, sincronizando la duración de nuestras acciones y sometiéndonos a la disciplina y al cumplimiento de metas y objetivos en un tiempo racionado, el orden dominante determina las formas en las cuales el cuerpo se hace presente, reprimiendo aquellas que alteren la visión hegemónica mediante el uso de violencia física y simbólica.
13.Los Estados actuales solo quieren ciudadanos-consumidores en la calle y por este motivo se regula el tránsito por el espacio público castigando la permanencia y la apropiación. El temor al afuera nos lleva a aislarnos y a buscar la matriz protectora de nuestro hogar. Allí somos víctimas fáciles de las representaciones e ideologías de los medios masivos de comunicación, que difunden y refuerzan la imposición de una subjetividad de mercado.
14.Los flujos de producción y consumo se aceleran e incrementan los desperdicios. Aquellos que pueden acceder a estos mundos de promesas siempre incumplidas se erigen en los grandes defensores del orden, demandando la protección de sus bienes y tomando -muchas veces- la defensa en sus manos.
15.La reclusión en el hogar se justifica y alienta a partir de la llamada “ideología de la inseguridad”, difundida y amplificada por los medios de comunicación, que informan sobre casos de violencia urbana reforzando la retracción y el encierro. La calle se rehúye como espacio peligroso, de amenaza constante, actitud que marcha paralela al incremento de cerraduras, rejas, alambres de púa, circuitos cerrados de vigilancia y seguridad privada.
16.La exigencia de “mano dura” agudiza la prohibición de manifestarse en espacios públicos y refuerza la política de criminalización de la protesta. La intención del poder estatal de restringir la ocupación y el uso no disciplinado de espacios públicos se manifiesta en la prohibición de cortar las calles con amenaza de represión directa y sanción. También se hace patente en el enrejado de las plazas públicas, acompañado de desalojos de los puestos de venta ambulante y de la gente que allí duerme; en la inhabilitación de espacios para recitales y actividades orientadas hacia los jóvenes; y en el crecimiento especulativo de la construcción que provoca el desalojo de espacios recuperados con fines sociales y políticos.
17.El desplazamiento a través de la metrópolis condiciona nuestros sentidos. Sobreestimula la vista y el oído -obligados a permanecer atentos a los cambios, las interrupciones, las amenazas de vehículos, transeúntes y escollos varios- y atrofia nuestro gusto y olfato por la obscena oferta de productos innecesarios. También ejerce una influencia sobre nuestro modo de ser volviéndonos individualistas, egoístas, violentos, interesados, adictos al trabajo y a la adquisición de una cantidad cada vez mayor de objetos.
18.La geometría urbana impone una dirección al uso del cuerpo y del espacio. Orienta la circulación para evitar el derroche de tiempo y encauzar nuestras actividades a fin de alimentar la lógica de acumulación capitalista o, por lo menos, de no interrumpirla. La tecnología coopera reforzando el control cuando, por ejemplo, nos desplazamos llevando un celular y la señal del aparato es captada por las diferentes antenas, resultando muy simple ubicar espacial y temporalmente a cualquier sujeto.
19.Cada vez son más las muletas que necesitamos para poder vivir “plenamente”, o tan plenamente como nos lo vende el mercado. Nos convertimos en seres híbridos mitad humanos-mitad máquinas, amparados por objetos que nos auxilian a la hora de llevar adelante las exigencias sociales. Estamos siempre disponibles si tenemos un celular, siempre entretenidos con nuestro i-pod, siempre alienados y más pendientes del mensajito de texto que acabamos de recibir que de lo que pasa alrededor. Nuestro contacto con la realidad se media aún más a partir de toda la tecnología con la cual intentamos lidiar el vacío existencial.
20.El uso adictivo de las nuevas tecnologías refuerza el modo de ser engendrado por el capitalismo: la inhumanidad del no contacto, el utilitarismo, la falsa percepción de la realidad y el culto al individualismo.Como grotescas extensiones de nuestro ego, mostrarían al mundo nuestro “éxito” material y nos proporcionarían la posibilidad de dar un paso más hacia la felicidad de mercado.
21.En este trágico intento por evitar un contacto humano no deseado hay un fiel cómplice para quienes pueden pagar por su compañía: el automóvil. Con la misma lógica que el sistema impone a un individuo el continuo movimiento el auto nos traslada de un sitio a otro. Y en estos recorridos los automovilistas son víctimas fáciles del embotellamiento del tráfico, los choques y amenazas, que tornan este “privilegio” en una condena de disputas constantes, violencia y agresión.
22.El tránsito por las vías de circulación de la ciudad es lento y trasladarse de un lugar a otro se convierte en una odisea, exacerbada por la gran cantidad de vehículos públicos y privados que se desparraman por doquier. Estos medios de transporte producen una gran demanda de combustible que potencia la crisis energética del país y agrava la contaminación derivada de las emisiones de gases de efecto invernadero y el calentamiento global.
23.Vivir en la ciudad nos expone a exigencias sociales que promueven el desarrollo de enfermedades afines: stress, ataques de pánico, ansiedad, transtornos mentales, dificultades cardíacas, problemas de peso, etc. Las anestesiantes invenciones de la industria farmacéutica nos ofrecen un alivio momentáneo a nuestro malestar. Son fundamentalmente los psicofármacos (antisicóticos, ansiolíticos, antidepresivos) los que nos proveen de la conformidad para aceptar todas nuestras desdichas, frustraciones, preocupaciones y seguir adelante sin chistar.
24.El malestar rumiado durante la semana intenta mitigarse los fines de semana, cuando acudimos ávidos de relax y satisfacción al paraíso del consumidor fanático: los shopping. Estos monumentales escaparates de paseo, consumo y falta de la libertad se brindan como espacios públicos custodiados y con condiciones ideales para la compra. También invitan a una edulcorada diversión a cargo de los productos de la industria cultural con juegos infantiles pagos, complejos de multicines pochocleros y el patio de comidas rápidas y caloríferas.
25.La ciudad capitalista se sostiene sobre procesos de circulación de capital, flujos de consumo, mercancías y cuerpos; y resulta necesario conocerla para poder establecer grietas en su estructura; develarla no sólo en lo concerniente a su planificación sino también en la influencia de intereses económicos y políticos de empresas, sectores financieros y estatales; exponer la forma en la cual obedecemos a un standard que beneficia a pocos para dejar de aceptar con resignación un escenario que produce mayoritariamente exclusión, pobreza y desigualdad.
26.Una gran parte de la población se ve privada no sólo del consumo sino básicamente de la satisfacción de sus derechos más elementales (trabajo, vivienda, salud y educación). Vivimos en una sociedad donde la naturalización de la injusticia y la pobreza refuerzan el no cuestionamiento de los mecanismos que las producen. Esto permite la generación de políticas sociales y económicas que aumentan la desigualdad y mantienen a una gran cantidad sobreviviendo de una sociedad del desecho.
27. Los pobres son quienes más padecen la contaminación generada por los desperdicios de una producción sin controles y la subsiguiente generación de basura. Ellos viven cerca o sobre los basurales. Están lejos de poder comprar agua envasada, que necesitan por la ausencia de redes de agua potable o la contaminación de las napas. Sufren la podredumbre atmosférica provocada por los gases emanados en la descomposición de los residuos, y están amenazados por las enfermedades que transmiten los animales atraídos por la basura.
28.A pesar de toda la evidencia en contra se pretende invisibilizar la pobreza. La mayoría se habitúa a su existencia (“pobres siempre hubo”); otros ensayan estrategias asistencialistas y, los menos, se encierran en countries y barrios privados construidos como fortalezas, protegidos del exterior mediante muros de gran altura con puestos de vigilancia y sistemas permanentes de custodia a cargo de agencias privadas. Las mejoras en los centros urbanos degradados muchas veces terminan con la expulsión de sus habitantes cuando se vislumbra la posibilidad de reestructurar esas zonas precarias con fines residenciales y comerciales para personas de altos ingresos (gentrificación).
29.Ya nadie se cree la mentira de que el crecimiento de unos producirá un “derrame” de la riqueza para todos, ni la farsa de que “no trabajan porque no quieren”. No toleraremos la imposición de “ganarnos la vida”. ¿Ganársela a quién? Esto no debería ser una competencia, ni una disputa en la cual hay ganadores y perdedores, pero el poder dominante así la plantea.
30.No pretendemos generar una visión paranoica de la ciudad que nos ponga en el lugar de víctimas, sino que apuntamos a relevarla como un espacio de interacción de sujetos, vínculos y contradicciones a partir de los cuales es posible abrir espacios desde donde crear y resistir.

Lanzamiento del Frente Ciudad Futura

El sábado 16 de marzo, desde las 18hs en Sportivo América (Tucumán 2159), lanzaremos el Frente para la Ciudad Futura, un nuevo proyecto político para la ciudad de Rosario que reúne al Movimiento Giros, al Partido para la Ciudad Futura y al Movimiento 26 de Junio – Frente Popular Darío Santillán. Al nacimiento de ese sueño colectivo es que los invitamos, a participar de la materialización de la utopía que hemos construido en los territorios que otros decidieron olvidar y que hoy se levantan para mostrar que Rosario, ahora, tiene alternativa.

Abajo, compartimos las primeras palabras del Frente para la Ciudad Futura:


“No tiene sentido dividir o clasificar las ciudades en felices o infelices. Sino entre las que de los años y mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella.”
(Las ciudades invisibles, Italo Calvino)


El Movimiento Giros, el Partido para la Ciudad Futura y el Movimiento 26 de Junio – Frente Popular Darío Santillán se unen para hacer historia en Rosario. Para ofrecer un ideal. Para construir una utopía. Para que la ciudad se parezca más a nuestros sueños: ahora, el turno de las urnas.

Vivimos hoy, en los albores del siglo XXI, momentos de profundos y entusiasmantes cambios en Nuestra América. Los territorios de todo el continente se debaten día a día los caminos a seguir. Los rumbos a profundizar. Las cosas a corregir y las nuevas formas de sociedad a crear. Y esos procesos tienen un sólo protagonista, con sus particularidades en cada lugar: los pueblos. Las sociedades. Nosotros.

Por eso, porque también depende de nosotros, es que decidimos seguir inventando para no errar. Y creemos, humildemente, que desde acá, desde las ciudades, tenemos mucho que aportar. Mucho que transformar. Mucho que decir.

Y por eso nos animamos a lanzar este Frente para la Ciudad Futura. Porque no estamos dispuestos a retroceder ni un paso en lo que se avanzó. Pero tampoco estamos conformes con lo conseguido. Y menos con el lugar que ocupan las ciudades.


Ciudad Futura es el nombre que le pusimos nosotros a esa sociedad distinta.  Que es futura porque es un horizonte a construir. Pero es ciudad aquí y ahora. Es la sociedad que queremos y la que estamos construyendo y viviendo ya ahora.

Creemos que las ciudades están hoy como meras espectadoras de esos cambios. Que nos hicieron creer que la política local era meramente administrativa. Sin ideología, sin militancia, sin pasión. Sin cambio.

Porque vivimos en países, en continentes, pero fundamentalmente en ciudades. La ciudad es el primer y cotidiano contacto con la Patria. Con el continente y el mundo. Y allí, hay mucho para hacer. De abajo hacia arriba. De lo cotidiano a las grandes epopeyas: esa es la política desde el territorio.

Queremos llevar a la ciudad, a nuestra ciudad, lo mejor  y más entusiasmante de la nueva política que nace. La construcción de una democracia real, con todos los ciudadanos como activos protagonistas. Ya que esa es la única manera de transformar la injusticia en dignidad, y que sea para siempre.

Ustedes lo saben, lo venimos haciendo en los territorios, en nuestros barrios. Batallando por la tierra, confrontando con las complicidades que anuda el narcotráfico, fundando escuelas, haciendo producir la periferia. Y, también saben, que no sólo denunciamos que este modelo de ciudad es cada vez para menos y los más quedamos afuera, sino que además nos encargamos de construir el otro modelo que pueda reemplazarlo.

Ahora lo queremos hacer entre más. Entre todos. Para Todos.

Esto es una invitación a los que creen en ir tras los sueños. Nosotros arrancamos, y los esperaremos. Acá hay lugar para todos. 

Hoy más que nunca, hacia el socialismo del siglo XXI

Un Papa Cuervo y Peronista

por Juan Pablo Maccia

No hace falta ser teólogo para darse cuenta de que algo grande se juega en torno a la fumata blanca que avisa que el célebre Cardenal Bergoglio es el nuevo Papa. El primer Papa no europeo, latinoamericano, a pocos días de la muerte de Hugo Chávez. Previsible: la mirada del mundo puesta en región,  los pobres y en los mecanismos espirituales para capitalizar su vitalidad.


El primer Papa, también, de la Compañía de Jesús: jesuitas e intelectuales de la iglesia, pero sobre todo, los que mejor combinan lo celestial con lo terrenal. 

Y Papa argentino y setentista: Bergoglio es un viejo cuadro de Guardia de Hierro, de la «derecha» peronista; con un vínculo «oscuro» con la dictadura del 76. Lindo quilombo.

¡Hay Cristina!: vamos a tener que movernos rápido y finito. Los soportes territoriales y sindicales emocionan (¡hasta Pelloni!), el peronismo se derrite, el Pro brinda, los trsokos troskean con el opio de los pueblos (que rico es el opio…).

El Papa Francisco -Panchito para los amigos, porteño y cuervo desde siempre- viajaba en colectivo a las villas de la ciudad de Buenos Aires (Elefante Blanco), daba misa en Plaza Constitución y amparaba las denuncias de La Alameda contra la esclavitud en los talleres textiles clandestinos y la red de trata, así como a los fanáticos de Cristo Rey con su cruzada fascista a cuestas. Se trata un papa joven y peligrosamente político para una coyuntura especial para el occidente capitalista: le espera una tarea de reconstrucción conservadora que el catolicismo pedía a gritos luego de la frustración de Ratzinger.

Veo la biblioteca de mi prima Laura, peronista y lectora Adorno. Tiembla Kierkegaard, ríe Nietzsche, Spinoza se acurruca, Gramsci carraspea, Agamben se expande, Rozitchner se afila. La iglesia es menos institución residual y más la representación institucional de una metafísica hegemónica en todo el occidente capitalista: es hábito, economía y ley. Es régimen de propiedad, denigración de la sexualidad y prioridad de lo inmaterial sobre lo sensual, de lo simbólico sobre los placeres y afectos de la materia. Con esto nos enfrentamos, siempre, y ahora –parece- más que nunca.

Imágenes Paganas

Por Diego Valeriano 


Cruzo la plaza rumbo al Pago Fácil. Veo gente amontonada en las escalinatas de la Catedral: cada vez son más. Cuando vuelvo unas doscientas personas festejan la buena nueva. Flamean algunas banderas vaticanas. Los autos que pasan tocan bocina en señal de  apoyo. 

Me llama un amigo de La Cámpora y me dice: «¿Viste que hija de puta la derecha? Poner a Bergoglio… ¡Cómo odian a Cristina!». En ese instante suenan unos petardos: eran los pibes de la Juventud Católica que le estaban poniendo onda y cotillón a la cosa. 

Decido cortar con mi amigo y me meto entre la gente para escuchar qué decían. Todos contentos, muchos se conocían de misa: llegaban, se abrazaban, gritaban, se reían de los K y deslizaban algún comentario contra los homosexuales. Querían esbozar algún cantito, pero claramente no es lo suyo. Pensé que si me ponía a cantar «Ole, ole, ole, ole, ole, ola y el aborto no lo tienen nunca más» mas de uno se habría enganchado, pero no les quise dar ese gusto.
A los veinte minutos y bastante aburrido, decidí hacer tiempo chusmeando las redes sociales y me divertí bastante. Los mejores son los troskos: uno declaraba orgulloso que admiraba a Altamira, porque era el único político argentino que se oponía a la designación de Bergoglio. En ese momento siento algunos gritos y veo que se arma tumulto. Entre las personas salen corriendo dos pibitos, de no mas de 12, con la mochila de un fiel creyente que descuidó sus cosas. Bajan las escalinatas tras de ellos tres jóvenes claramente rugbiers. A los veinte metros los alcanza y mientras recuperan la mochila, le pegan una buena paliza. Mi indignación hace que me vaya de la catedral y decido meterme en un bar a tomar un café con leche reparador. La tele clavadísima en TN, que tiene una super cobertura, me permite enterarme de que Francisco era jesuita como los de la peli La Misión.
Apuro el café con leche y encaro de vuelta la calle: mientras puteo la fresca que avisa el fin del verano, pienso que, en el fondo, siento cierta simpatía con que un argentino llegue a algo tan groso.

Habemus Papam: La despedida del camaleón

por Claudio Mardones

Se lo acusa de cómplice de la dictadura tanto como se le agradece su protección a las víctimas de la esclavitud contemporánea. El cardenal Bergoglio -o Francisco como a partir de ahora se lo conocerá- llega a Roma luego de haber construido en la Argentina un poder terrenal envidiable. Perfil de un equilibrista que forjó su capital político combinando la astucia y el trabajo de base.


A  su alrededor dicen que este será su último verano de trabajo activo, el próximo lo encontrará jubilado. Hasta que eso suceda, seguirá abriendo las rejas del 415 de avenida Rivadavia a las 5.30 de la mañana. Luego cruzará frente a la Casa Rosada para comprar los diarios que leerá, entre mate y mate, antes de que la Catedral Metropolitana y el Arzobispado de Buenos Aires arranquen el día. Si tiene que salir, no usará auto oficial ni la protocolar sotana con un cinturón ancho de seda púrpura. Se perderá en la escalera del subte o entre los pasajeros de los colectivos que conducen a las parroquias de sus amigos en Almagro, Flores o Barracas. Llevará saco si la recorrida es por trabajo, si es de puro gusto, le alcanzará con camisa, pantalón y algún libro en la mano. Todo lo necesario para que nadie advierta que se trata del mismo tipo que estuvo a un paso de ser Papa en 2005, después de la muerte de Juan Pablo II. No lo fue, pero estuvo muy cerca de ocupar el puesto que detenta el alemán Joseph Ratzinger. Dicen que Benedicto XVI también pensó en designarlo como secretario de Estado del Vaticano apenas ganó el último cónclave en la Capilla Sixtina. Ocho años después, cuando ya se había acostumbrado a que nadie repare en su rostro, Ratzinger y la crisis de la Iglesia Católica le dieron una nueva oportunidad. Luego de seis años al frente del Episcopado político y después de haberse transformado en uno de los intermitentes adversarios del gobierno nacional, tiene la exposición pública suficiente y la vigencia de un político que comprueba que su poder trasciende la coyuntura. Jorge Mario Bergoglio, cardenal primado de la Argentina y arzobispo de Buenos Aires, tiene 76 años. Como si deshojara una margarita, espera el momento en que el nuevo Papa –apostamos a su derrota en el cónclave 2013– le acepte la renuncia que presentó el 17 de diciembre de 2011, el día que llegó a los 75 y, como ordena el derecho canónico, inició los trámites para jubilarse. El bumerang todavía no ha vuelto desde las oficinas romanas. Mientras tanto, el cardenal aprovecha el verano para visitar amigos y saludar a la extensa tropa de propios y aliados que les dejará a sus sucesores.
El 28 de febrero de 1998, extraño día bisiesto, un infarto al corazón del ultraconservador Antonio Quarracino le abrió el camino a este sacerdote jesuita ordenado en 1969. A la década del 70 Bergoglio había llegado como un joven de 32 influenciado por los sacerdotes tercermundistas. Cuando arrancaron los ochenta se había convertido en moderado, con matices provenientes de su simpatía por el peronismo y por un nacionalismo católico que lo llevaron a coincidir con Guardia de Hierro, la organización nacida de la resistencia peronista y luego parte del sector más reaccionario y católico de la juventud peronista.
En 1997, Quarracino ya estaba por cumplir una década bendiciendo al menemismo y varias combatiendo la homosexualidad. Antes del invierno de ese año, después de una serie de amargas advertencias médicas, el cardenal porteño viajó a Roma y mencionó a Bergoglio dentro de una terna de posibles sucesores. Para Juan Pablo II el jesuita argentino no era un desconocido y lo designó arzobispo coadjutor en junio de 1997. Fue la antesala administrativa para suceder a Quarracino. Ahora, las oficinas que vieron envejecer a su predecesor, también lo ven transformarse en un hombre de la tercera edad, aunque desde que llegó para ocuparlas, Jorge Mario, como le dicen sus amigos, las instituyó en el epicentro político de una red paralela de poder que se extendió por toda la capital desde el fin del menemismo.
Tres años después de ocupar el arzobispado porteño, el 2001 lo impactó por partida doble. El 21 de febrero, el Papa lo creó cardenal y le abrió las puertas para calificar como sucesor. Cuando volvió a Buenos Aires desde Roma, con el título en la mano, le faltaban diez meses para ver la represión en la Plaza de Mayo desde la ventana de su departamento. Como a toda la Iglesia, la crisis de diciembre de ese año lo llenó de miedo pero también de poder ante unos vecinos tambaleantes. En pocas semanas tuvo que bendecir a cinco presidentes. Pero sólo encabezó el tedeum para el interinato de Eduardo Duhalde, el caudillo lomense, cercano a su amigo Agustín Radrizzani, por entonces obispo de Lomas de Zamora. “Radri” venía de suceder a Jaime de Nevares en Neuquén, donde conoció al kirchnerismo santacruceño en su etapa inicial. Esos lazos le permitirían ser la principal figura religiosa de la mesa del Diálogo Argentino, un invento del duhaldismo para enfrentar los conflictos. Las sotanas aportaron todo el apoyo posible y detrás siempre estuvo el jesuita, con una influencia que no paró de crecer hasta 2003.
Cuando el 2001 le estalló en la cara, las oficinas de Bergoglio eran un centro estadístico nutrido de información. Cada parroquia no solo pedía auxilio, también aportaba un detallado panorama. Con ese mapa desarrollado con precisión por Cáritas Argentina, un verdadero ministerio social dentro de la curia, la lectura de este peronista conservador fue certera y resultó la base de un tejido político que tuvo a los sacerdotes tercermundistas como uno de sus principales aliados. Apenas llegó al arzobispado, creó la Vicaría Episcopal para las Villas de Emergencia. El ente, único en la Iglesia Católica, reúne a todos los curas de las villas de la ciudad, congregados hace tres décadas, y reporta directamente a su oficina. Desde ese lugar, por ejemplo, Bergoglio buscó proteger al padre José María Di Paola, cura de la villa 21 de Barracas. El padre Pepe había recibido en la puerta de su parroquia de la Virgen de Caacupé una bala de regalo, entregada por un vecino del barrio. El envío provenía de los narcos de la villa que jamás le iban a perdonar sus denuncias contra el consumo de pasta base y la recuperación de parte de sus clientes. La advertencia no era la primera, pero a Bergoglio le pareció la última aceptable. Cuentan sus colaboradores que le buscó protección en Europa. Preguntó en los mismos lugares donde estudió, como Alemania. Pero ninguna diócesis se animó a protegerlo, hasta que le consiguió refugio en Añatuya, Santiago del Estero. Dentro del arzobispado, no existen dudas sobre la preocupación permanente del cardenal por la seguridad de los sacerdotes tercermundistas. Sus detractores sostienen, por el contrario, que esa pasión es parte de un doble juego. Una búsqueda de rectificación de los errores del pasado o una marca personal de la forma de hacer política del cardenal primado.
Desde 2005, el periodista Horacio Verbitsky es uno de los mayores problemas de Bergoglio con ese pasado lejano. Según el libro El Silencio, el cardenal entregó a los sacerdotes tercermundistas Francisco Jalics y Orlando Yorio. Ambos fueron secuestrados por un Grupo de Tareas de la Armada el 26 de mayo del 76 y llevados a la ESMA donde fueron interrogados, torturados y pasaron seis meses en cautiverio. Tras la revelación, publicada antes del cónclave papal, “Bergo” rompió el silencio en un largo reportaje autobiográfico con los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti. En su descargo, el cardenal recordó que ambos jesuitas estaban organizando otra congregación. “Vivían en el llamado barrio Rivadavia del Bajo Flores. Nunca creí que estuvieran involucrados en ‘actividades subversivas’ como sostenían sus perseguidores, y realmente no lo estaban. Pero, por su relación con algunos curas de las villas de emergencia, quedaban demasiado expuestos a la paranoia de caza de brujas. Como permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante un rastrillaje. (…) Afortunadamente, tiempo después fueron liberados, primero porque no pudieron acusarlos de nada, y segundo, porque nos movimos como locos. Esa misma noche en que me enteré de su secuestro, comencé a moverme. Cuando dije que estuve dos veces con Videla y dos con Massera fue por el secuestro de ellos”, se defendió el cardenal, que en ese momento era la principal autoridad de la provincia jesuítica de Argentina y Uruguay, un cargo, ayer y hoy, muy influyente.
La autodefensa pública del purpurado sostiene que nunca quiso echar ni desproteger a sus hermanos de congregación, pero hay una decena de testimonios que indican que el jesuita habría dicho a las fuerzas armadas que los iba a sacar de la congregación, la desprotección suficiente para el calvario que vivieron después.
Ambos sacerdotes vivieron para contarlo y el caso obligó a Bergoglio a declarar ante la Justicia Federal y responder un extenso cuestionario donde queda en evidencia la cotidiana relación de la curia con las fuerzas armadas. Algo que hace improbable el desconocimiento eclesiástico del robo de hijos de detenidos desaparecidos. Más allá de las desmentidas de “Jorge Mario”, todavía no se ha podido esclarecer el papel que tuvo el cardenal para el desembarco de Guardia de Hierro en la Universidad del Salvador, dependiente de la orden jesuítica, la misma academia que le entregó el título honoris causa a Massera. “Creo que no fue un doctorado, sino un profesorado. –aclara Bergoglio a sus biógrafos– Yo no lo promoví. Recibí la invitación para el acto, pero no fui. Y, cuando descubrí que un grupo había politizado la universidad, fui a una reunión de la Asociación Civil y les pedí que se fueran, pese a que la Universidad ya no pertenecía a la Compañía de Jesús y que yo no tenía ninguna autoridad más allá de ser un sacerdote. Digo esto porque se me vinculó, además, con ese grupo político. De todas maneras, si respondo a cada imputación, entro en el juego.”
Las explicaciones, según los voceros eclesiásticos, ya han sido dadas, y no hay nada que ocultar. Aún así, nada logra borrar la sospecha que deja un documento confidencial de la Cancillería. Allí Bergo pide, en secreto, que no le otorguen pasaportes a Jalics y Yorio. Pero en el mismo momento, estaba entregando una nota formal para solicitar que se los dieran.
A pesar del escarnio, alrededor del cardenal justifican esos movimientos camaleónicos. Dicen que son parte de la combinación de súplicas cristianas y silencios cómplices que tuvo la mayoría de las autoridades de la Iglesia con la dictadura. Haber sobrevivido a su sombra, al parecer, fortaleció su cintura política. Un atributo que le permitió detentar durante seis años la jefatura política de la Conferencia Episcopal Argentina, elegido por la mayoría de sus 120 pares. La combinación del arzobispado con el mando de tropa que otorga la presidencia de la CEA, le dio más poder.


La opción por los esclavos

“A principios de 2008 tuvimos una audiencia en donde le dijimos al cardenal: ‘mire, en La Alameda hay gente que es religiosa y gente que no lo es. Estamos peleando contra la trata de personas, nos estamos metiendo en lugares muy pesados, ya tuvimos varios atentados (16 para esa época). Usted está tratando algunas cosas en su homilía que coincide con lo que planteamos nosotros. Y necesitamos claramente un respaldo porque si no vamos a terminar flotando en un río’. Así de simple”, recuerda el maestro de primaria Gustavo Vera, presidente de la Fundación La Alameda.
La intervención sobre los curas tercermundistas no es la única del jesuita en las villas porteñas. Desde allí, confiesan en su entorno, apoya las denuncias contra la complicidad policial con el consumo de paco y el narcotráfico. Lo mismo hace contra las redes de tráfico de personas y reducción a servidumbre en la ciudad, el campo y la industria textil con dos organizaciones aliadas que nacieron en diciembre de 2001. Una comenzó como la Asamblea Popular de Parque Avellaneda, creada en la génesis de los cacerolazos barriales del 20 de diciembre. La otra nació poco después. Es el Movimiento de Trabajadores Excluidos, una organización que reunió a los primeros trabajadores cartoneros después de 2001. Está encabezada por Juan Grabois, hijo de Roberto, uno de los principales dirigentes del Frente Estudiantil Nacional (FEN) que se fusionó con Guardia de Hierro en 1972. El MTE es una de las principales cooperativas que fueron formalizadas en la Ciudad por la gestión de Mauricio Macri, luego de una larga serie de reclamos, pero también gracias al peso de la buena relación que tenía el cardenal con el jefe de gobierno de la ciudad que en 2012 destinó 1660 millones de pesos a subsidiar a los colegios católicos.
Un llamado, una nota formal, una dura homilía, una bendición, una movida de piezas del tablero en nombre de la Catedral Metropolitana. Así se mueve en superficie la influencia eclesial pero por debajo tuerce voluntades y presupuestos. A veces también brinda protección. Como es el caso de los antiguos integrantes de la Asamblea conducida por Vera que comenzó a reunir a los trabajadores textiles rescatados de los talleres clandestinos que funcionaban en el sur porteño. La explotación extrema de la industria del vestido es uno de los costados más descarnados del capitalismo argentino, pero su denuncia no estuvo en manos de los movimientos sociales nacidos en 2001 o los sindicatos sino que, al menos en la última década, fue impulsada por La Alameda. También denunciaban la explotación en el campo, hasta que el cardenal se acercó a Gerónimo Venegas, líder de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE), uno de los sindicatos que debería combatir el esclavismo rural.
La llegada del Momo al círculo cardenalicio, se sumó a la relación con el líder de la CGT Hugo Moyano y el gobernador cordobés José Manuel De la Sota. Todos beneficiados con el apoyo púrpura para reclamar la apertura de la causa que investiga el asesinato de José Rucci en 1973. El elenco también incluye al alcalde porteño y a la diputada nacional Gabriela Michetti, hasta que Mauricio decidió autorizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en la Ciudad y Bergoglio acusó traición: había quedado desautorizado ante el Vaticano y ante sus opositores internos como el ultraconservador Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, que envió emisarios para pedir que “Bergo” excomulgara a Macri y a todos los ministros que hubieran intervenido. El pedido se volvió a repetir cuando la Ciudad reglamentó el aborto no punible, pero la alarma no llegó tan lejos porque la cúpula eclesiástica sabe que CFK no está de acuerdo con la legalización del aborto.
“A mi modo de ver, ha salvado muchas vidas. Puso el peso institucional de su figura para salir a bancar a denunciantes que la tenían muy complicada contra la trata. El esclavismo es un subproducto de la forma de acumulación mafiosa del capital. Si me preguntás si es lo mismo que piensa Bergoglio, sí. Lo dijo en la cuarta misa contra la trata y el tráfico de 2012: ‘Hoy los esclavistas comen en Puerto Madero’”, dice Vera y reconoce que en su red Bergoglio también sumó a los curas villeros y a las Oblatas y Adoratrices, las dos órdenes de monjas que luchan contra la trata y la esclavitud y aportan datos y rescatadas a La Alameda, la misma organización que denunció al miembro de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni por alquilar departamentos de su propiedad a presuntos prostíbulos. Cuentan en la Catedral que después del escándalo, el cardenal llamó al ministro para jurarle que no tenía nada que ver con las denuncias. Palabra de Dios.

Un malentendido

                                                          
A las nueve menos cinco Antonio bajó del tren. Por última vez haría ese recorrido. Despedido de la noche a la mañana. A la oportunidad que sintió con el telegrama en la mano, le siguió inmediatamente una inquietud pánica. En la salida del andén, le preocupó no encontrar el pasaje; lo buscó y rebuscó en los bolsillos, pero aparecía uno que creía de un viaje anterior; le explicó al empleado que lo había perdido y tuvo que pagar una multa. No bien bajó las escaleras, volvió a los bolsillos y se detuvo: el pasaje con el que daba y negaba estaba fechado ese mismo día. Menos por el dinero que por la acusación, pensó en aclarar el malentendido. Cuando mostró la evidencia, el empleado lo mandó con el supervisor. En la oficina, Antonio comentó el incidente, pero aquél le contestó que muy bien podía haberlo encontrado después en el suelo de la estación, que bajo ningún aspecto le reintegraría el monto.
-Yo no quiero el dinero, sino solamente… El supervisor lo miraba con atención.
-…sino solamente…
-Tome asiento, le dijo. Antonio se sentó. 
-Veo que es un hombre muy educado, eso puedo verlo, y que esta situación lo incomoda, lo cual también habla de una cierta honestidad suya. Pero vayamos de a poco. Usted usa nuestro servicio, ¿no es cierto?
-Sí, es cierto.
-Bien, ¿con qué motivo? Llegar a algún lugar, ¿no es así?

Antonio se levantó de la silla.     
-¿Usted por quién me toma? ¿Por algún tonto que va por ahí pidiendo lecciones de comprensión?
-Tranquilícese. Antes le dije que lo veía educado, y en verdad lo creo. Tal vez mis preguntas molesten al principio. O mejor, así lo tengo entendido. Mis hijos, mis amigos, mi mujer… Mi mujer, sobre todo, a veces reacciona así, pero luego vuelve en sí y seguimos conversando amablemente. Ella me conoce, por eso tengo su confianza, y además, es mi esposa, claro. Otros, en cambio, me dicen las palabras más terribles y nunca más los vuelvo a ver, cosa que me apena, pero que, debo confesar, en el fondo, también aliento. Si está en mi naturaleza, ¿para qué rehusarme?       
De pie frente al supervisor, el rubor cedía en la cara de Antonio; en su fuero interno, las aguas se calmaban, al tiempo que los músculos se distendían para que pudiera sentarse nuevamente. El supervisor se repantigó en el sillón y continúo.
-Veo que podemos retomar. Es un hombre sensato. Eso juega a su favor, pero la mayoría de las veces, para alcanzar ese estado, es necesario contraponer otros. ¿Sabe de lo que hablo, no?

-Vagamente. Si se refiere a los dos movimientos naturales básicos…

-¡Los dos movimientos naturales básicos!… me gusta esa apreciación. Sístole y diástole. Antonio, ¿puedo decirle Antonio, verdad?

-Supongo que puede, vaciló, agarrado con firmeza a los brazos de la silla.
Como Antonio notara que parecía un animal agazapado que, saliendo de un peligro, todavía se considera amenazado, intentó con todas sus fuerzas adoptar una postura más amigable. Después de varios movimientos, cruzó una pierna encima de la otra y colocó sus manos sobre una de ellas. El supervisor permaneció respetuosamente en silencio todo ese rato y, cuando advirtió que por fin Antonio se acomodaba, abrió uno de los cajones del escritorio. De allí sacó uno de esos álbumes con una película de celofán para cuidar las fotografías. Abriéndolo al azar, empezó a describir el contexto de lo que se veía.
-La terraza de la casa de mis padres. El pequeño soy yo, ésa que está a mi lado es mi abuela. Recuerdo que ese día me sentía enfermo y ella me sacó del colegio porque el sol, decía, era el remedio más natural que conocía. La cámara la tenía mi abuelo, que en ese momento estaba reparando una radio. Pero a ella, como quería tener esa tarde para siempre, poco le importó lo entretenido que él estuviese, y lo arrastró hacia nosotros. Mi abuelo, rezongando, sacó la foto. 
-La Iglesia del Sagrado Corazón. Mi otro abuelo, el del lado materno, me tiene en brazos la mañana de mi bautismo. Un hombre que vivía fuera de sus cabales, pero de buen corazón. A veces me llevaba a pasear, y si yo le pedía algo, lo que fuere, se paraba en la mitad de la calle y empezaba a gritarle a los que por ahí pasaran diciendo que yo lo vaciaba. Mi madre decía que se le subía fácil la sangre a la cabeza. 
Antonio, que escuchaba la divina juventud del supervisor, impaciente de tener que recorrer el árbol genealógico y desarrollo por entero, cortésmente, se aclaró la garganta. Del mismo modo que cuando de una zona de luz se pasa de repente a una de oscuridad, al supervisor le costó acostumbrarse. Todavía tenía esa expresión remota que le embargaba la miraba cuando cerró el álbum y de nuevo se acomodó contra el respaldar del sillón.                    
-Es cierto. Me disculpo. Es uno de mis pasatiempos preferidos, así que cuando me entusiasmo termino enfrascado, además de que me es muy difícil comprender que los demás puedan aburrirse. Para equipararnos, puede mostrarme algunas suyas.          
-Equipararnos, repasó Antonio en voz baja. Era común que le molestara en las personas esa manera de hablar en conjunto cuando apenas si lo conocían; sin embargo, esta vez, más que molesto, se sintió ofendido.                 
-No llevo fotos conmigo; y si las llevara, ¿por qué debería compartirlas con un extraño? contestó, secamente. El supervisor, reteniendo de las palabras sólo lo que le interesaba, volvió a preguntar:
-Comprendo que nadie anda con un álbum de acá para allá, pero ¿y en la billetera?
-¡No tengo billetera!- La cara de Antonio enrojeció nuevamente, y con un ademán brusco, agarró su bolso apoyado en el suelo, y lo puso encima del escritorio.
-¡Y ahí dentro tampoco encontrará nada que se parezca a una foto!  
-Bueno, está bien… y en un tono meditabundo, agregó: -…pero debería tener una billetera… déjeme ver, en alguno de estos cajones… antes, esta oficina se usaba entera para objetos perdidos, pero ahora apenas si alcanzan media docena al mes… yo recién empezaba en este trabajo… ¡ahí está!
De un cajón sacó una cosa polvorienta que se parecía poco a lo que él decía, pero, a fuerza de sacudones, al tiempo que una nube de polvo se formaba entre ellos, aparecía el objeto en cuestión. Cuando pudieron verse nuevamente, el supervisor alargó el brazo a través del escritorio.   
-Es suya, dijo, con ese aire de los que dan desinteresadamente. -Ahora puede guardar una foto y llevar algo de orden, ¿no le parece?
En uno de esos gestos involuntarios, Antonio se sorprendió con el brazo también tendido, aceptando el regalo. En lo más profundo, empezaba a sentirse abatido. La examinó al derecho y al revés, por dentro y por fuera. Al cabo de un momento, dijo, con una especie de cansada gravedad:      
-Tiene demasiados compartimentos. 
-Es posible que ahora no sepa qué hacer, le contestó, comprensivamente. -Y eso siempre ocurre cuando uno se encuentra ante una novedad. Quisiera que todo quedase en ese comentario… 
El supervisor adoptaba con Antonio la postura y concentración exactas que con las fotografías: a medida que se inclinaba hacia delante, una expresión remota y ensoñada se le manifestaba en la cara.                                 
-…Pero por alguna razón debo decirle que está considerando el asunto de modo incorrecto. O, lo que temo es peor, así ha acostumbrado a su pensamiento.
Igual que una ciudad que sólo cuenta con alarmas antiaéreas, Antonio sentía precipitarse un aluvión de preguntas que bombardearían su intimidad. Hizo un esfuerzo para enderezarse en la silla y, una vez conseguido, suspiró tan hondo que el supervisor se echó para atrás, el cual, saliendo de su sueño, se levantó levemente para acomodarse mejor los pantalones, y continuó:
-¿En qué estábamos?
Antonio se apresuró para empujar el tema hacia una calle lateral y oscura:
-Me contaba sobre esta oficina. 
-¡Ah, sí! Gracias. Bien, le decía que ésta era la sección de objetos perdidos. Supongamos que un pasajero perdía algo durante el viaje. Al finalizar la jornada, yo era el encargado de recorrer todas las formaciones y registrar lo que encontrara, por insignificante que pareciera a primera vista. Por supuesto, antes eran los guardas quienes cumplían esa función, aunque de un modo diferente: «señora, olvida su pañuelo; señor, su paraguas». Muy pocos eran los agradecidos, y en verdad era comprensible, pero ¿qué más podía hacerse?
-¿Crear una sección?, repreguntó Antonio, entre tembloroso y burlón.  
-¡Eso es!, dijo entusiasmado el supervisor. Para los que tendían a apoderarse de lo que ya les había pertenecido, había que reducir tal posibilidad. Lo que se hizo fue invertir el orden de la prueba. Si antes se les pedía una descripción, ahora yo la haría por ellos. Así, sólo cuando una verdadera emoción salía a la superficie, los dejaba buscar por los estantes. De ahí en adelante, los demás reclamos me fastidiaron. Y para serle sincero, en este caso, hago una excepción. Hay muy poco trabajo, como le decía.
-¿Excepción?, paladeó Antonio. -¿Excepción?, repitió.
-Claro que lo es, ¿o no?
-¡No!- Y, con todas sus fuerzas, dio un golpe sobre el escritorio para subrayar una convicción que se desmoronaba. El supervisor frunció el seño, y mirándolo con malicia, soltó una carcajada.     
-Discúlpeme que insista, pero nosotros nos encargamos de que los pasajeros lleguen a destino. Por favor, dígame si me equivoco, ¿usted quería llegar aquí, o no es así?
Antonio sintió un fuerte malestar en el estómago. Quería responder que no, que no quería, pero no pudo, por lo que el supervisor siguió:   
Bueno, entonces acá está. Nosotros hemos cumplido con la parte que nos correspondía. De ahora en adelante, depende de usted, por decirlo de algún modo.   
Antonio se revolcaba en la silla, haciendo toda clase de gestos ininteligibles.
El supervisor, de espaldas al espectáculo, se puso el abrigo y pensó: -tal vez sea el último que pase por acá… mañana la sección, lo que queda de ella, probablemente haya desaparecido… sí, muy probablemente… todos esos años…  bueno, ha sido un placer… ¡Ah! Qué cabeza la mía… ese álbum… todavía no lo reclaman. Puede quedárselo-. Con los ojos desorbitados de terror, ya tumbado en el suelo, Antonio miró al supervisor que, no sin tristeza, cerró la puerta y salió. Cuando se acercaba a la boletería, oyó un grito ahogado que retumbó desde el suelo hasta el techo del hall de la estación.  

-¡Un malentendido! ¡Un malentendido! 

De la universidad pública a la universidad común

por Diego Tatián
Desde hace muchas décadas, “universidad pública” es la palabra de orden que organiza la militancia en torno de la necesidad de su “defensa” a la vez que la disputa por su contenido. Particularmente durante los años noventa, el espacio público universitario fue objeto de embates internos y externos para su conversión en una pura entidad prestadora de servicios y su sometimiento al paradigma de la empresa.
Sin embargo, herencia del trabajo intelectual y político de muchas generaciones, ha sabido “defenderse” de su malversación y ha logrado –al menos en buena medida– preservarse de su captura por el reino de la mercancía que establece la tasación de las vidas y las trayectorias académicas, de las ideas y de los conocimientos, como lo hace con cualquier otro objeto. La “defensa” que procura mantener a la universidad a distancia de la rentabilidad privada está destinada a ser continua y sostener renovadamente su condición “pública”, siempre pasible de pérdida. Noción organizadora de la universidad posreformista latinoamericana, “autonomía” designa a su vez la condición institucional que no sólo se afirma como autogobierno, sino también como potencia productiva de saberes dislocados del imperio de la mercancía y como reino de la crítica frente al “desmonte” de lenguajes, saberes y experiencias renuentes a ser reducidos a una simple ecuación costo/beneficio.

Sin detrimento de este resguardo de la universidad, frente a un progresismo reaccionario que no sólo vacía al conocimiento de su orientación social, sino que también aniquila memorias, historias, vacilaciones propias de la forma de vida dedicada al estudio, “improductividades”, el gusto por la especulación y por las aventuras inciertas del conocimiento que es el espíritu de lo que llamamos “investigación”, resulta necesario adjuntar a su “defensa” una apropiación plural que la convierta efectivamente en un bien común. La conquista de lo común se asienta necesariamente en la defensa de lo público, pero inscribe allí la construcción de la universidad como “incubadora” de nuevas relaciones sociales. Y resignifica, sin abjurar de ella, la noción de autonomía.
Conforme la acepción que se le busca adjudicar aquí, autonomía no es indiferencia ni autorreferencialidad ni autismo, sino más bien articulación, intervención, apertura a la no universidad, construcción heterogénea, convergencia política y cognitiva con movimientos sociales, hospitalidad hacia los saberes populares, común formación de redes contrahegemónicas. No clausura solitaria sino heterogeneidad solidaria; “extensión en sentido contrario” –según la expresión de Boaventura de Sousa Santos– que incorpora saberes concebidos en otra parte e ideas acuñadas fuera para componer una interpretación del mundo y una conversación sobre todas las cosas a la mayor distancia posible de la heteronomía del capital y del mercado.
La “universidad común” que resulta de esta “autonomía heterogénea” no se desentiende a su vez de la implementación de políticas públicas que tienen su origen en el Estado, en aquellos casos e iniciativas institucionales que pueden ser consideradas formas de contrapoder y creación de igualdad; en tanto que activa su potencia crítica, lo cual es otro modo de no desentenderse del Estado y no abandonarlo en sus fragilidades a las embestidas de poderes que lo exceden–, cuando la igualdad y el contrapoder no es lo que orienta la disputa por la ley y las decisiones estatales, sino más bien la tolerancia a –o la directa promoción de– formas de acumulación que conllevan depredaciones ambientales o sociales (agronegocios, megaminería, radicación de plantas de semillas transgénicas…) conforme un desarrollismo unilateral e inmediatista despojado de una sabiduría de las consecuencias.
¿Cómo pensar lo común entre la universidad y los movimientos sociales? Y también: ¿qué es lo común entre las distintas ciencias y los diferentes movimientos sociales? Este interrogante no propone el hallazgo de lo que cosas distintas tienen en común, sino una exploración de algo que los diferentes pueden en común. Así, lo común no es lo ya dado de lo que se dispone sino el efecto de una voluntad de encuentro –o de una apertura a la aleatoriedad de los encuentros–, de un trabajo, y una conquista conjunta de acciones y nociones que precipitan una convergencia política; en otros términos: lo común es la conquista de una autotransformación que conmueve las identidades involucradas por la elaboración conjunta de una diferencia y la creación de una novedad.
La universidad común y los movimientos sociales (que con un pequeño forzamiento en la expresión podríamos llamar también “movimientos comunes”) se proponen como laboratorios de nuevas libertades y nuevas igualdades; como experimentación de relaciones sociales alternativas que desmantelen la separación corriente del saber y el sentido del saber en favor de una generación de comunidades contrahegemónicas capaces de mancomunar la búsqueda del conocimiento y el anhelo de transformación; capaces de constituir una red de intercambios de ideas y circulación de significados, y una convergencia de potenciamiento conjunto que no ocurre sin un trabajo y sin la creación de nuevas instituciones orientadas a albergar una conversación entre diferentes maneras de hablar y de interpretar el libro del mundo.
Cuando se produce, esa novedad no es efecto de una sumatoria de entidades incólumes sino de una interpenetración: una hospitalidad de los movimientos sociales hacia la ciencia y el conocimiento producido en la universidad (la escuela de formación política Florestán Fernandes del Movimiento sin Tierra de Brasil es un ejemplo de ello) y al revés, la inclusión –en sentido fuerte de la palabra– de saberes no universitarios al interior de la universidad conforme una cultura institucional que considere y promueva la extensión en sentido contrario.
La conquista de lo común requiere una tarea de traducción –en el estricto sentido de trans-ducción: llevar de un lado hacia el otro– en la que siempre (como cuando se lleva de una lengua a la otra) algo se pierde para ganar mucho. En este sentido, traducción no equivale a una aplicación inmediata de saberes provenientes de otro lado ni a una recepción pasiva de experiencias, sino antes bien a una actividad de comprensión y transformación. Esa actividad, política en sentido estricto, está destinada a ser interminable debido a una constitutiva opacidad de lo común, que no es algo anterior a lo que se pertenece ni un lastre con el que se carga, sino una dimensión emancipatoria por venir que no sucumbe a las ilusiones de la transparencia.

El cuento del buen papa

por Martín Caparrós


La Argentina se empapó. Mojada está, húmeda de gusto por su papa. Hace días y días que nadie habla de otra cosa o, si alguno sí, lo relaciona: papa y los diputados, fútbol y papado, papas y dólar blú y más papas, sus tetas operadas y el celibato de los papas. La Argentina reboza de gozo, se extasía ante la prueba de su éxito: seguimos produciendo íconos, caras para la camiseta universal. Habemus papam era una voz extraña, y en una semana se ha convertido en un justo lema de la argentinidad: tenemos papa –nosotros, los argentinos, tenemos papa. La figura más clásica de la tilinguería nacional, el Argentino Que Triunfó en el Exterior, encontró su encarnación definitiva: si, durante muchos años, Ernesto Guevara de la Serna peleaba codo a codo con Diego Armando Maradona, ahora se les unió uno tan poderoso que ni siquiera necesitó morirse para acceder al podio. Cada vez más compatriotas y compatriotos se convencen de que era cierto que Dios –al menos ese dios– es argentino.

Así las cosas, más papistas que el papa, el nuevo ha despertado aquí cataratas de elogios: que es humilde, que es bueno, que es modesto, que es muy inteligente, que se preocupa por los pobres. Sus detractores, sin embargo, no ahorran munición gruesa: algunos llegaron incluso a decir que era argentino y peronista. Y otros, más moderados, kirchneristamente basaron sus críticas en sus acciones durante aquella dictadura -y discutieron detalles. Como si no bastara con saber que, como organización, la iglesia de la que el señor Bergoglio ya era un alto dignatario apoyaba con entusiasmo a los militares asesinos.

Los críticos, de todos modos, no consiguieron unanimidad; algunos dicen que lo que hizo no fue para tanto, otros lo minimizan con un argumento de choque: que él es otro, ya no Jorge Bergoglio sino alguien distinto, el papa Francisco. Suena tan cristiano: el bautismo como renacimiento que deja atrás la vida del neófito; lo raro es que lo dijeron aparentes filósofos tan supuestamente ateos y materialistas como el candidato Forster. Y todos debatieron a qué políticos o políticas locales iba a beneficiar el prelado y su anillo a besar o no besar: me parecen pamplinas.

En el terreno nacional lo que me preocupa –lo escribí hace unos días en un diario– es el shock de cristiandad que vamos a sufrir los argentinos. Temo el efecto que este inesperado, inmerecido favor divino puede tener sobre nuestras vidas. No me refiero al hartazgo que a mediano plazo –en dos o tres días– pueda causar la presencia de Bergoglio hasta en la sopa; hablo del peso que su iglesia siempre intenta ejercer, ahora multiplicado en nuestro país por el coeficiente de cholulismo nacional que nos hizo empezar a mirar tenis cuando Vilas ganó algún grand slam, basket cuando Manu Ginobili, monarquías europeas cuando la holando-argentina se transformó en princesa.

Lo sabemos: la iglesia católica es una estructura de poder basada en fortunas tremebundas, millones de seguidores y la suposición de que para complacer a esos millones hay que escuchar lo que dicen sus jefes. La iglesia católica usa ese poder para su preservación y reproducción –últimamente complicadas– y para tratar de imponer sus reglas en esas cuestiones de la vida que querríamos privada y que ellos quieren sometida a sus ideas.

Así fue como, hace 25 años, se opusieron con todas las armas de la fe a ese engendro demoníaco llamado divorcio, que solo pudo establecerse cuando el gobierno de Alfonsín se atrevió por fin a enfrentar a la iglesia católica -y el mundo siguió andando. También intentaron oponerse a la ley de matrimonio homosexual hace un par de años, pero estaban de capa caída y no pudieron. Ahora, un papa argentino va a pelear con uñas y dientes y tiaras para evitar que un gobierno argentino tome medidas que podrían ser vistas como precedentes por otros gobiernos y sociedades regionales: el nuevo código civil, la fertilización asistida y, sobre todo, la legalización del aborto retrocedieron esta semana cincuenta casilleros. Y eso si no se envalentonan e intentan –como en España– recuperar el 
terreno ya perdido.

Pero peor va a ser para el mundo. El señor Bergoglio parece un hombre inteligente y parece tener cierto perfil vendible que puede ayudarlo mucho en su trabajo. Lo acentúa: cuando decide ir de cuerpo presente a pagar la cuenta de su hotel no está pagando la cuenta de su hotel –que puede pagar, un suponer, con su tarjeta por teléfono–; está diciendo yo soy uno que paga sus cuentas de hotel, uno normal, uno como ustedes. Uno que hace gestos: uno que entiende la razón demagógica y cree que debe hacer gestos que conformen el modo en que debemos verlo. Uno que, además, sirve para definir el populismo: uno que dice, desde una de las instituciones más reaccionarias, arcaicas y poderosas de la tierra, una de las grandes responsables de las políticas que produjeron miles de millones de humildes y desamparados, que debemos preocuparnos por los humildes y los desamparados.

Peor para el mundo. En estos días, demócratas y progres festejan alborozados la resurrección de un pequeño reino teocrático: la síntesis misma de lo que dicen combatir. La iglesia católica es una monarquía absoluta, con un rey elegido por la asamblea de los nobles feudales que se reparten los territorios del reino para que reine sin discusiones hasta que muera o desespere, con el plus de que todo lo que dice como rey es infalible y que si está en ese trono es porque su dios, a través de un “espíritu santo”, lo puso. La iglesia católica es una organización riquísima que siempre estuvo aliada con los poderes más discrecionales –más parecidos al suyo–, que lleva siglos y siglos justificando matanzas, dictaduras, guerras, retrocesos culturales y técnicos; que torturó y mató a quienes pensaban diferente, que llegó a quemar a quien dijo que la Tierra giraba alrededor del Sol –porque ellos sí sabían la verdad.

Una organización que hace todo lo posible por imponer sus reglas a cuantos más mejor y, así, sigue matando cuando, por ejemplo, presiona para que estados, organismos internacionales y oenegés no distribuyan preservativos en los países más afectados por el sida en África –con lo cual el sida sigue contagiándose y mata a miles y miles de pobres cada año.

Una organización que no permite a sus mujeres trabajos iguales a los de sus hombres, y las obliga a un papel secundario que en cualquier otro ámbito de nuestras sociedades indignaría a todo el mundo.

Una organización de la que se ha hablado, en los últimos años, más que nada por la cantidad de pedófilos que se emboscan en sus filas y, sobre todo, por la voluntad y eficacia de sus autoridades para protegerlos. Y, en esa misma línea delictiva, por su habilidad para emprender maniobras financieras muy dudosas, muy ligadas con diversas mafias.
Una organización que perfeccionó el asistencialismo –el arte de darle a los pobres lo suficiente para que sigan siendo pobres– hasta cumbres excelsas bajo el nombre, mucho más honesto, de caridad cristiana.

Una organización que se basa en un conjunto de supersticiones perfectamente indemostrables, inverosímiles –“prendas de fe”–, solo buenas para convencer a sus fieles de que no deben creer en lo que creen lógico o sensato sino en lo que les cuentan: que deben resignar su entendimiento en beneficio de su obediencia a jefes y doctrinas: lo creo porque no lo entiendo, lo creo porque es absurdo, lo creo porque los que saben me dicen que es así.

Una organización que, por eso, siempre funcionó como un gran campo de entrenamiento para preparar a miles de millones a que crean cosas imposibles, a que hagan cosas que no querrían hacer o no hagan cosas que sí porque sus superiores les dicen que lo hagan: una escuela de sumisión y renuncia al pensamiento propio –que los gobiernos agradecen y utilizan.

Una organización tan totalitaria que ha conseguido instalar la idea de que discutirla es “una falta de respeto”. Es sorprendente: su doctrina dice que los que no creemos lo que ellos creen nos vamos a quemar en el infierno; su práctica siempre –que pudieron– consistió en obligar a todos a vivir según sus convicciones. Y sin embargo lo intolerante y ofensivo sería hablar –hablar– de ellos en los términos que cada cual considere apropiados.

En síntesis: es esta organización, con esa historia y esa identidad, la que ahora, con su sonrisa sencilla de viejito pícaro de barrio, el señor Bergoglio quiere recauchutar para recuperar el poder que está perdiendo. Es una trampa que debería ser berreta; a veces son las que cazan más ratones.

Francisco, el gran político eclesiástico

por Rubén Dri


Llegó! La gran meta que sin duda se fijó Bergoglio, y para la que trabajó de manera sistemática, pausada e inteligente, fue llegar al vaticano, desde donde podrá desplegar el poder en su máxima expresión. Porque Bergoglio, actualmente Francisco I, es un hombre amante del poder, que disfruta del poder y que sabe desplegarlo con gran inteligencia y eficacia, al mismo tiempo que se presenta como el más humilde de los seres.


Sin duda tiene razón Eduardo Fabbro al afirmar que la llegada de Bergoglio al Vaticano obedeció “a una estrategia que se estuvo elaborando desde bastante tiempo”, en lugar de ser acontecimiento ocasional que a Bergoglio lo habría encontrado desprevenido. Si ello es así, se hace más necesario que nunca avanzar en un análisis que nos permita visualizar las grandes líneas del proyecto con el que llega a la suma del poder que tanto buscó.


¿Cómo desplegará desde el Vaticano este poder, dotado ahora de la infalibilidad? ¿Cuáles son los ámbitos que sentirán todo su peso? En la enorme complejidad de los problemas que deberá enfrentar queremos detenernos en los referentes a dos ámbitos, el de la Iglesia universal, con epicentro en el Vaticano, y el de América latina ,y en especial, de Argentina, desde donde hacemos este análisis.

El largo pontificado de Juan Pablo II y el corto de Benedicto de XVI permitieron a las corrientes conservadoras, enfrentadas a las líneas renovadoras del Vaticano II, desarticular todos los espacios de liberación abiertos y organizados, sacar del medio a todos los obispos comprometidos con dichos espacios, y dar cabida a las corrientes de derecha como el OPUS DEI, el movimiento Comunión y Liberación, los Legionarios de Cristo y, en América latina, condenar la Teología de la Liberación y enfrentar la revolución sandinista que se encontraba jaqueada por el imperio.

Benedicto XVI, frente a la superficialidad de la expresión populista teatral que le había impuesto a la Iglesia el papa polaco, pensó en consolidar el núcleo duro de la Iglesia, desentendiéndose de sus manifestaciones teatrales. Según su análisis “la obra del Concilio Vaticano II fue lamentable y la Iglesia debía recuperarse de la decadencia” debido a un pretendido “aggiornamento” que no fue otra cosa que ceder ante la nueva mentalidad moderna. Para ello debía recuperar íntegramente su doctrina, sus valores, aunque la consecuencia de tal actitud fuese que muchos la abandonasen. ¿Era ello una catástrofe? De ninguna manera, porque como decía Toynbee, “el destino de una sociedad depende una y otra vez de minorías creadoras”, por lo cual los creyentes cristianos “deberían verse a sí mismos como una minoría creadora”.

Esta minoría creadora terminaría presentando un proyecto exigente, capaz de galvanizar las hambres de espiritualidad como lo hacen las religiones orientales, especialmente el budismo, y concitaría la adhesión a semejanza del Islam que, “seguro de sí mismo, actúa desde lejos sobre el Tercer Mundo como algo fascinante”.

Fiel a su proyecto, Benedicto XVI replegó a la Iglesia al núcleo duro y logró la realización de la primera etapa, es decir, el alejamiento de los fieles, pero no la segunda, o sea, el proyecto exigente para las almas sedientas de espiritualizad y la seguridad de doctrina que concitase la adhesión tercermundista.

Fue todo lo contrario, el núcleo duro directamente se pudrió: cardenales corruptos, pedofilia, chantajes sexuales, oscuros manejos monetarios, despiadada lucha por espacios de poder, hipocresía generalizada, todo revestido de ceremonias religiosas que escondían una realidad putrefacta.

Benedicto XVI experimentó una amarga, profunda y prolongada sensación de frustración como consecuencia del fracaso del proyecto al que había dedicado décadas de trabajo, primero desde la presidencia de la Congregación de la doctrina de la fe, bajo el pontificado de Juan Pablo II, y luego como sumo pontífice. Es esa frustración la que le hizo sentir que se encontraba sin fuerzas para continuar y lo decidió a dar el golpe de su renuncia que, evidentemente, no se hizo en el vacío como se pudo pensar. Bergoglio estaba listo para asumir el proyecto y salvarlo de las turbulentas aguas en que se encontraba naufragando.

El actual pontífice se encuentra bien pertrechado para actuar eficazmente sobre la cabeza putrefacta de la Iglesia, es decir, sobre el Vaticano, en primer lugar, y sobre las diversas jerarquías desparramadas por el universo, después. Austero, lejos de los fastos de la corte, aparentemente humilde, inteligente, con dotes sobresalientes de gobierno, se presenta como el candidato ideal para la tarea. Ello no quiere decir que necesariamente vaya a triunfar en el cometido, pero es el que tiene las mayores chances de lograrlo.

Naturalmente que no se trata de “otra Iglesia” que no sea la Iglesia sacerdotal, de poder, que se logró retomar, después de dejar atrás los intentos de una iglesia-pueblo o iglesia más cercana a los ideales que emanan de Jesús de Nazaret, que se intentaron no precisamente en el concilio Vaticano II, pero sí como consecuencia de la apertura que allí se dio.

Limpieza de la curia vaticana y de las diversas jerarquías caídas en los lodazales de la pedofilia, de los desarreglos sexuales y monetarios del Banco del Vaticano. El tema del IOR será uno de los huesos más duros de roer. Limpiar esa Iglesia de tal putrefacción y relanzarla con el mismo proyecto de poder, con las mismas alianzas con los poderosos de este mundo. Si alguien espera otra cosa no encontrará más que frustración. Es más de lo mismo, o lo mismo redoblado. Apariencias de humildad pero, en la realidad, ejercicio del poder.

El otro tema, central para quien redacta esta nota, se refiere al comportamiento que tendrá Francisco I con relación a América latina en general y a Argentina en particular, sobre todo en lo referente a la nueva realidad motorizada por fuertes movimientos populares dirigidos por sus respectivos líderes que han ido rompiendo las ataduras ancestrales de dominación.

Como seres humanos, somos sujetos históricos, somos nuestra propia historia. En ella nos reconocemos. Para orientarnos sobre la posible conducta que observará Bergoglio sobre los movimientos populares latinoamericanos, debemos echar una mirada sobre su comportamiento con relación al movimiento popular que comenzó en el 2003 con el gobierno de Néstor Kirchner. La historia de ese comportamiento nos orientará no para saber exactamente, pero sí para aproximarnos a la actitud que tomará en relación a esos movimientos.

Al respecto distinguimos en Bergoglio dos actitudes diferentes asumidas por él mientras estuvo al frente del arzobispado de Buenos Aires. Por una parte, el enfrentamiento con el gobierno que lidera el movimiento nacional, popular, que recuperó la política como instrumento de transformación de la sociedad y dio respuestas positivas fundamentales a toda la inmensa problemática social, como ningún gobierno desde la recuperación de la democracia lo había hecho, y por otra, el acercamiento a esa problemática, propiciando una solución a-política, por medio de la acción de la Iglesia.

No sólo se opuso a la política de los Kirchner, sino que hizo intentos de articular a la oposición con cuyos dirigentes se reunió en múltiples oportunidades, mientras que nunca lo hizo con el Gobierno, al que en cambio acusó de confrontativo y crispado.

En principio, Bergoglio no rechazaba la posibilidad de reunirse con Kirchner siempre que la reunión se realizase en “su” territorio y no en el del Gobierno. Ello es muy significativo. Él representaba y ejercía el poder religioso, el poder de la Iglesia que, según su concepción, está por sobre el poder del Estado. Si Kirchner quería hablar con él debía venir al pie. Con ello, Bergoglio no hacía otra cosa que poner en práctica la doctrina del poder elaborada por Gelasio I en el siglo V sobre la superioridad del poder religioso sobre el político.

Por otra parte, nunca escuchamos alguna palabra de aprobación a los procesos latinoamericanos con los cuales se han logrado grandes avances en los derechos de los sectores populares como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.

El problema no deja de ser preocupante. Sin duda que Bergoglio aprobaría todos los avances de los sectores populares latinoamericanos si no fuesen producto de los nuevos proyectos políticos en los cuales la Iglesia puede participar pero no dirigir. En otras palabras, el problema de la pobreza se resuelve siguiendo las directivas de la Iglesia. Para que ello sea posible es necesaria la derrota de los movimientos populares.

Horacio González: ¿Un Vaticano peronista?

Como en el medioevo, se ha desparramado por el mundo una profusa gestualidad que convierte a la política en una nueva hermenéutica, una ciencia de los signos con interpretaciones que se sitúan entre lo cabalístico y las más diversas hechicerías. Nunca como hoy, en plena era de los medios, la política de gestos se establece como arte interpretativo, ya no de la manera en que los viejos cultores de la razón económica analizan la curva de precios, sino el orden simbólico que se puede analizar por el misterioso significado de la curva de desgaste de los sencillos zapatos del Papa, sin hablar de los sillones despojados en que se sienta, del tamaño y la materia de su cruz pectoral y del tiempo que insume viajando en ómnibus para abonar de su propia faltriquera una cuenta impaga de hotel. 

Entre las tantas reflexiones surgidas de un arsenal siempre disponible de reacomodamientos humanos, leemos en paredes y escuchamos en comentarios diversos, la expresión “el papa peronista”. Por muchas razones está equivocada, pero es tan dificultoso descubrir la raíz del error como perentorio hacerlo. Bergoglio, sin duda, es un habiloso tejedor de lenguajes, donde entre sus glosas sobre las escrituras, siempre un tanto marciales, como corresponde a los hijos del santo capitán Ignacio de Loyola, suelen colarse expresiones barriales. Ya en el Vaticano dijo que si no se camina hacia Jesucristo, abandonando un estado de “ONG piadosa, la religión o el propio Vaticano pierden el rumbo”. Y remató: “Así la cosa no va”. Es el idioma de los argentinos, seguramente con un lejano aire tomado de las jergas del idioma italiano. De algún modo, “así no va la cosa”, parece un latinazgo, pero del barrio de Balvanera, Boedo o de las esquinas de Buenos Aires en donde, según piadosos testigos, se ve a Bergoglio ir a comprar remedios a la farmacia “a sus pobres curitas”.

Vaya, que sea “así la cosa”, o “cosí la cosa”, puede permitir a muchos interpretar que ahora cambiaría todo, que expiraría el largo período de pobreza en el mundo y las grandes casamatas eclesiásticas comenzarían a pensar en su propia conciencia agrietada y a exonerarse a través de una nueva conciencia social. Y hasta en los ensueños más audaces, en un llamado contra el colonialismo. He aquí el papa que emerge de conglomerados humanos que viven en el barro, que toma mate en los balcones del Vaticano y hará asaditos en parrilladas argentinas cerca de los frescos de Miguel Angel, lo que nadie se animará a criticarle. Algún que otro gol de un equipo argentino, podrá verse inspirado, en la voz de relatores imaginativos, en la vida de este hombre austero. Vaya, vaya, quizás sea cosí la cosa. Los jesuitas son pintados en Rojo y Negro de Stendhal como personajes cuyo pensamiento yacía bajo rostros inescrutables siendo los proveedores de la máxima condición conspirativa en la Europa moderna, por la necesidad de actuar bajo diversas formas de clandestinidad frente a las acciones que les dirigen las monarquías del siglo XVIII, considerándolos «un Estado dentro del Estado». Un escrito apócrifo tuvo cierta circulación entre los siglos XVII y XIX, la Monita secreta Societatis Jesé, considerado el vademécum de la «conspiración jesuítica» que se abatiría sobre el mundo y que podía ser colocada sobre el bastidor del naciente marxismo. En efecto, los jesuitas fueron tan conspiradores como a otros se les atribuyen feroces conspiraciones contra ellos. Y desde luego fueron víctimas de muchas de ellas. Soldados y clérigos a un tiempo, no se privaban de amenazar a las instituciones monarquistas, imperiales o republicanas durante diversos períodos históricos. A los influjos de estos relatos conspirativos, no siempre injustos contra la Orden más conservadora, pero modernamente militante, no eran ajenos ni Stendhal, ni Eugenio Sue ni Michelet.

No olvidemos que es una orden de cuño militar y que actúa en destacamentos de frontera. Conocemos las famosas “Misiones”, raro y complejo experimento tomado como ejemplo de comunidad utópica por muchos, y por eso mismo condenado por Sarmiento, que tiene a los jesuitas como obsesión permanente, al punto que una de las consignas de Loyola (“perinde ac cadáver”: disciplinado como un cadáver) es motivo de ridiculización en sus más diversos escritos, y se la dedica polémicamente al pobre Alberdi, que de jesuita no tenía nada. Pero en el índex sarmientino, el poverello Alberdi figura con ese pesaroso mote. Las fronteras del jesuitismo incluyen los confines ideológicos del marxismo. En el siglo veinte, es el jesuita Calvet el que escribe un gran libro sobre Marx, también un trabajo, en este caso de calidad, en las fronteras de la ideología. Lo cierto es que la Compañía es una majestuosa interpretación del barroco político, como forma moderna de sujeción de lo popular dentro de grandes intuiciones místicas. Los jesuitas se destacaron con sus traducciones de los idiomas de los pueblos sujetados: son autores de los más importantes diccionarios de traducciones del guaraní al español. Enemigos de los borbones de España, incluso llegaron al malquistarse con un Papa que admitió sus sucesivas expulsiones de sus propias Provincias, entidades territoriales diseñadas por ellos según su propia geopolítica universal, lo que les daba un gran poder frente al Vaticano Aunque en nombre de él se expresaban, si dejar también de disputarle posiciones.

Leopoldo Lugones, mucho antes de su incursión en un ultramontanismo, igual al que muchos jesuitas compartieron y toleraron luego, escribe en el Imperio jesuítico una crítica monumental repleta de grandes análisis de signos y símbolos de la Compañía de Jesús, desde el punto de vista de la autonomía de la república liberal, que no podía permitirse, como tantos ya lo habían dicho, “un estado dentro del Estado”. Este libro es un antecedente de dos grandes trabajos posteriores, El mito de la nación católica, de Loris Zanatta y la gran investigación de Horacio Verbitsky sobre la Historia política de la Iglesia Argentina, cada uno con sus profundas características.

Volvamos a la improvisada noción de “papa peronista”. Además de su equivocada inconsistencia histórica, se priva de considerar las hondas implicancias del nombramiento de Bergoglio y su trabajo sobre los nombres, que no incluyen solo a Loyola sino al poverello Francisco, que intentó cristianizar a los musulmanes –misión que como se sabe estaba muy lejos de poder ser exitosa incluso para alguien tan pobre y tan hábil- pero se conservan sus parábolas de Gubbio, donde cristianizó a un viejo lobo y después de otros milagros que sin duda son ajenos a la tradición jesuítica, murió con las señales de las heridas místicas provocadas por el mismo Jesús reaparecido, como signos de su propia crucifixión doliente. La vida de Francisco de Asís, en el santoral, replica la de Jesús. El tema de fondo, es la identificación mística con la vida popular, entendida como entramado de leyendas, ante cierta incomprensión de las jerarquías religiosas o políticas.

La mezcla de jesuitismo y franciscanismo que imaginó Bergoglio con sus primeras exhibiciones de “estigmas vivientes” –en este caso no clavos ardientes sino zapatos de uso común, sentarse fuera del trono, no usar mitra-, deriva en un debate profundo para nuestro país. Decir “el papa peronista” es una figura alegórica de engañosos resultados en cuanto a esta polémica. Bergoglio, en realidad, viene a cerrar de un modo oscuro los grandes debates de los años 70, que implicaban distintas interpretaciones sociales, políticas y teológicas. Viene a cerrarlo con rostro conservador y astuto (recordemos que la  astucia era la principal virtud que Julien Sorel, el personaje de Stendhal, le atribuía a los jesuitas, con perdón de los otros grandes representantes de la orden intelectual de la Iglesia, que cuenta con insignes escritores e investigadores). Lo cierto es que estaba aun en tensión en estos años de historia nacional, la antigua querella entre los sacerdotes tercermundistas que hacían “la opción por los pobres” y la idea de controlar la pobreza con el ingenio militante propio del jesuitismo conservador. Se habría impuesto al fin éste, con rara facilidad, aunque en el misterio, mayor que el de una misa, de la reciente votación vaticana.

Tenemos ahora un Papa que bendice a todos “urbi et orbi”, según la ironía del propia Perón, que habría sido superado en estos días por la propia Iglesia, ya en condiciones de bendecir realmente a todo el mundo, desde Lilita Carrió hasta Binner, desde al jugador de fútbol que pone en su camiseta el rostro papal hasta los devotos del “papa peronista”. La broma “todos son peronistas”, se convertiría en política real por primera vez en la historia argentina: todos son papistas. Lo que ningún papa del pasado habría logrado con la totalidad de los duques y emperadores del medioevo. Por el momento, esta fruición incluye a los condenados por crímenes contra la humanidad, y es deseable que por fin Bergoglio, con su nombre o con el otro manto lingüístico casi milenario que se puso, pueda decir qué significan su nombre terrenal y su nombre celestial, haciendo lo que hasta ahora no hizo. Sabemos que no quiere ser una ONG misericordiosa. No sabemos aún si quiere esclarecer el pasado o desea astutamente saldar el conflicto de las décadas pasadas en medio de vaporosas tinieblas, enfundando a las clases populares en un orden místico conservador populista, desviándolas de un destino latinoamericano más justo. En este otro destino, debemos ser insistentes en esto, una latencia cristiana social conviviría dignamente con todas las vetas emancipadoras, con las que también podría redimirse un cristianismo enmohecido, no solo porque no usó sandalias de pescador.

Ahora, cuando decimos el nombre, como si fuera un pigmento secreto, de Guardia de Hierro, no es ni para distraernos con juicios diferidos hacia una “Orden laica” interna del peronismo, ni usar el fácil exorcismo de los que dicen no olvidar, pero su renuencia a olvidar la ejercen mal. Esta es una cuestión presente y de la que es menester hablar con circunspección. Disuelta esa Orden interna del Peronismo, que era un acto de paciente espera mimético en el seno de un orden popular e institucional mayor, quedó como espectro errante su espíritu de centinelas de las “misiones” disciplinadoras. La otra versión evangélica, asociada a diversas insurgencias y a hombres armados, y que supo invocar a la “teología de la liberación”, parecía ser la que se había transfigurado, luego de cuatro décadas, hacia zonas de cambio social más reposadas y viables, como las que en parte proponía el kirchnerismo. Este movimiento acude a nombres como el de Cámpora, cercano a esas teologías de emancipación (entre laicas y místicas) y desconocedor de las teologías políticas más fuertes, muy decisionistas y a la vez poseedoras de nociones más estatistas. Recordemos la idea de “organizaciones libres del pueblo”, de tintes neoderechistas, que moran en los recuerdos de la lengua de Guardia de Hierro y no dejan de evocarse en las homilías de Bergoglio. Son más popularistas que estatistas.

Este debate es como si viniera a cerrarse muchas décadas después, no en la Argentina, sino en el Vaticano. Bergoglio, más allá que haya tenido contactos con aquella disuelta organización y de su dudoso comportamiento en aquellos años, pertenece a esta saga política del “encuadramiento de lo popular” actuando en el “interior” de esquemas estatales o militares, para realizar un nuevo activismo que en este caso, como “organización popular libre”, disputará la dirección de los pueblos que se rigen por un noción no empaquetada de emancipación social. Pueblo organizado libremente, en esta versión, tiene aires de provincia jesuítica y ahora será enigma para vaticanistas. “Caminar hacia Jesucristo, sino la cosa no va”, dijo Bergoglio en su lengua laminada por lo popularesco. Ratzinger era un intelectual más conservador aún, también de dudoso pasado, y que había dicho en su debate con Habermas que “Cristo es la estructura del mundo”. Noción demasiado spinoziana y clausurada, para poder actuar en ese “caminar”, que en Francisco (“llámenme padre Bergoglio”, dice, como podría decir “Llámenme Ismael”) se resuelve en un llamado a la militancia más conservadora. Llamarlo “papa peronista” se revela entonces, sino fuera una astucia menor, como un lamentable traspié. No quiere este escrito ser anticlerical, cómo fácilmente imaginan los vertiginosos publicistas vaticanos, que mal copian a las grandes agencias publicitarias de la globalización, sino desentrañar en la fe de los pueblos y en nuestras propias “creencia en las creencias”, el destino no solo de la democracia profunda en un país, sino también del alma de las religiones mundiales, que deben despojarse de sus préstamos teológicos a los peores cerrojos políticos que sufren los pueblos del mundo.

Clinämen: Todo papa es político

Conversamos sobre cómo la asunción del nuevo papa puede modificar los horizontes políticos. El escenario mundial y el latinoamericano. El proyecto de una contención conservadora de lo popular. Las cúpulas de la iglesia y la dictadura en Argentina. El cristianismo como sustrato común.

 

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¿Qué les pasa?

por Luis Mattini



¿Qué les pasa a los izquierdosos, zurditos o nacionales y populares o seudos  peronistas advenedizos? ¿Le piden al Papa que deje de ser católico?

Yo soy ateo, marxista, libertario internacionalista y ante tanta papurruchada me acordé del gran escritor argentino Bernardo Verbitsky, muy olvidado hoy en día, quien entre una profusa obra es autor de la novela Villa Miseria también es América. De él aprendí que la pluma no se vende, aunque quien pague sea la propia Reina.  

Del marxismo aprendí que la Iglesia Católica es un poder espiritual muy fuerte en el mundo , incluida la Argentina. 

De la historia reciente aprendí que su poder es tan grande que, sin poseer divisiones, venció a las mejores unidades blindadas del Ejercito Rojo que habían derrotado al nazismo y logró tirar abajo a la poderosa Unión Soviética.  

De Lenin aprendí que la religión es un asunto privado. 

De mi faceta libertaria aprendí que los  grandes males del civilización son la propiedad, el matrimonio y el Estado.  


Claro uno vive en un Estado con sus leyes y a veces no se puede evitar estar casado para compartir ciertos beneficios sociales  con nuestra pareja, o por puro gusto. Por eso me parece aceptable y participé de la legalización del matrimonio gay….civil, claro esta! Por lo tanto el pedido de matrimonio gay  eclesiástico es un  asunto absolutamente privativo de los gay católicos! Lo mismo vale para el fin del celibato. Es algo que no nos incumbe a los ciudadanos que nos somos católicos, de la misma manera que como no soy judío, no opino sobre la validez o no de la circuncisión, ni de la ética protestante. 

Por lo tanto, en el papel de periodistas, ciudadanos argentinos, docentes, profesionales, sencillos trabajadores, etc, es un disparate haberle pedido/exigido al nuevo Papa,  entre otras cosas,  que acepte el matrimonio gay, que propicie el fin del celibato, incluso que permita el aborto. Esos son, insisto, asuntos privados de los creyentes. Además queridos  neoizquierdistas,  en países como la ex URSS y Cuba los gay fueron perseguidos  incluso con el código penal. 

O sea, los prejuicios contra la diversidad sexual fueron y son extensivos al conjunto de la sociedad  y la izquierda es la primera que tiene que hacerse la autocrítica. Asimilar esto es algo muy reciente en las mayorías de las sociedades, lo cual obliga que empecemos por casa. Es decir, antes de pedirle esas cosas  a la Iglesia  debemos  profundizar lo que hemos hecho nosotros hasta ahora, màs allà de la superficie legal. 

¿Qué hacemos todos los días para incorporar la diversidad sexual plenamente a nuestra cultura? ¿Estamos seguros de poder asumir con naturalidad la posibilidad de que nuestros hijos sean gay?

Por otra parte, ¿por qué no se les ocurre pedirle al Papa algo mucho más importante, que afecta a toda la humanidad, que deje de creer en esa formidable mentira que es Dios? A mí, que soy realmente ateo, por lo tanto creo firmemente que Dios es una mentira, no se me ocurre porque la religión es el derecho privado de creer en lo que se nos ocurra. Sólo que por ser privado no debemos incluir esto en asuntos de Estado.   

En cambio como ciudadanos argentinos debemos exigir al Congreso de la Nación que elimine esa aberración constitucional que estipula que se debe de ser católico para poder ser presidente de los argentinos.  Y ese no es un asunto que se deba a la Iglesia en términos legales (la Iglesia debe influir, claro está): esa es responsabilidad  de los ciudadanos católicos, en tanto ciudadanos y no en tanto ­católicos, y de los demás ciudadanos que no lo son pero no se “animan”. ¿No es paradójico que si genios como Freud, Einstein o Marx hubieran sido ciudadanos argentinos nativos no hubiera sido posible  proponerlos como presidentes? ¿Cuántos mahometanos, judíos, ateos, luteranos, etc,  muy inteligentes y dotados de sabiduría, andarán por allí sin que podamos disfrutar de sus talentos como presidentes?

Luego, está claro que creer o no creer en Dios es un asunto personal y es parte de la libertad de conciencia.  Es eso exactamente, creencia. Ni el Papa puede demostrar la existencia de Dios, ni yo puedo demostrar la no existencia.  Pero cuando la Iglesia empieza con su discurso dogmatico a decir “bienaventurados”  (los pobres, los sufrientes, los enfermos)  allí si se produce un conflicto ideológico, porque la Iglesia está propiciando la mansedumbre, la obediencia, la aceptación de la injusticia, criticando la rebeldía y la lucha por lo justo. Porque nosotros, los que intentamos cambiar al mundo,  podremos haber sido derrotados, pero no vencidos, por eso no somos zurditos nostálgicos resignados a la frase “esto es lo que hay”, no, de ninguna manera aceptamos este reinado de lo políticamente correcto,  seguimos siendo rebeldes construyendo otro camino para la liberación.

Intuyo que en esta oportunidad de surgimiento de un Papa argentino, en medio de semejante oportunismo, el gran escritor Bernardo Verbitsky habría escrito otra novela continuidad de aquella, quizás titulada “Villa Miserables también es Argentina”.

De Bergoglio a Francisco

por Atilio Borón
Poco nuevo hay por agregar a lo mucho que ya se ha dicho sobre el papa Francisco desde su sorpresiva elevación al trono de San Pedro. Trataré de sintetizar esta breve nota en torno de tres ejes: a) las acusaciones sobre su actuación durante la dictadura genocida cívico-militar; b) su política como arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal; c) el posible impacto de su pontificado sobre la realidad sociopolítica de América latina.
En relación con el primer punto es indiscutible que su conducta se encuadró, en términos generales, en las deplorables líneas establecidas por la jerarquía católica. No fue un monstruo como Christian von Wernich, activo participante en la comisión de delitos de lesa humanidad y por ello condenado por la Justicia argentina; o un troglodita medieval como el obispo castrense Antonio Baseotto, que propuso colgarle una piedra de molino al cuello y tirar al mar al ministro de Salud Ginés González García por haber recomendado la utilización de preservativos. Pero tampoco fue un cristiano ejemplar como los obispos Enrique Angelelli y Carlos Horacio Ponce de León, el padre Carlos Mugica, los sacerdotes palotinos o las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, todos asesinados por la dictadura, o como los obispos Miguel Hesayne, Jorge Novak y Jaime de Nevares, duros críticos del régimen militar. El por entonces Provincial de la Compañía de Jesús tuvo una conducta reprobable en relación con dos de sus directos subordinados, los sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Virgilio Yorio, quienes ejercían su labor pastoral en una villa del Bajo Flores y fueron secuestrados y torturados por la dictadura ante la inacción de su superior, que los privó de su protección. Algunos testimonios, como el de Alicia Oliveira, rechazan estas críticas señalando su activa colaboración para salvar la vida de clérigos y laicos en peligro. Pero la evidencia documental –que no es lo mismo que una opinión– aportada en estos días por Horacio Verbitsky en Página/12 o lo que escribiera un eminente católico como Emilio F. Mignone lo tipifican como un pastor que entregó “sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”, en un caso al menos de un nieto que fue apropiado por los represores manteniendo oculta esta información por años. Lo más probable es que ambas actitudes sean ciertas, pero los buenos gestos destacados por algunos no alcanzan para opacar la gravedad de los otros. En un país en donde todos sabían de los crímenes perpetrados por el terrorismo de Estado no se puede aducir ignorancia, menos que menos un sacerdote que administraba el sacramento de la confesión y en permanente contacto con el común de la gente. En su momento, Bergoglio pidió perdón en nombre de la Iglesia “por no haber hecho lo suficiente” para preservar los derechos humanos ante la barbarie del terrorismo de Estado; debería haberlo pedido, en cambio, por el explícito apoyo que la jerarquía les brindó a los genocidas y no por lo poco que hizo para combatirlos. ¿Neutralidad o tolerancia ante el terrorismo de Estado? ¡Hum!, recordemos lo que dice el Dante en La Divina Comedia: “El círculo más horrendo del infierno está reservado para quienes en tiempos de crisis moral optan por la neutralidad”.
Pero supongamos que un examen exhaustivo e imparcial dictamine la absoluta inocencia de Bergoglio en los años de plomo. ¿Qué podemos decir de su actuación durante la reconstitución democrática posterior a la dictadura? A tono con la contrarreforma lanzada por Juan Pablo II con el apoyo y beneplácito de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Bergoglio se asoció a las tendencias más reaccionarias de la Iglesia argentina, lo que no es poco decir. Formado en el peronismo de derecha, militante de Guardia de Hierro en su juventud, durante su gestión como cardenal primado de la Argentina se alineó inequívoca y sistemáticamente en contra de todas las buenas causas: se opuso –sin éxito– al matrimonio igualitario; reaccionó con el furioso fanatismo de Tomás de Torquemada ante la muestra del artista plástico León Ferrari, que tuvo que ser levantada antes de tiempo; ha combatido con fiereza todo lo relacionado con la educación sexual, el control de la natalidad, la despenalización del aborto y los derechos de las minorías sexuales; mantiene dentro de la Iglesia (y así les extiende su protección) a criminales como Von Wernich y Julio César Grassi (condenados los dos últimos por pedofilia); atenta contra el carácter laico del Estado democrático y defiende con enjundia los privilegios que tiene la Iglesia en materia financiera y en el control sobre el proceso educacional, en abierta violación a lo dispuesto por la Constitución de 1994.
En conclusión, un papa austero y alejado del boato del Vaticano con una marcada preocupación por la suerte de los pobres, pero sumamente conservador. ¿Es esto novedoso? Para nada. El conservadurismo popular tiene larga historia, y no sólo en América latina. A diferencia de su variante elitista y aristocratizante, los valores e intereses tradicionales que sostienen un orden social injusto se refuerzan, aprovechándose de la ignorancia y credulidad de los sujetos populares ganados por la prédica eclesiástica. Es un conservadurismo plebeyo, excéntrico en sus formas, pero que presta un valioso servicio a las clases dominantes, como lo prueba la obscena explosión de júbilo de los genocidas en los juzgados cuando se conoció la designación de Bergoglio como pontífice, o la desbordante alegría de las más diversas expresiones y variados representantes de la derecha argentina, o la fenomenal campaña apologética de los diarios de la burguesía y del imperio –principalmente Clarín y La Nación, este último marcando la penosa involución moral de un periódico fundado por Bartolomé Mitre, un masón probado y confeso– ante las noticias procedentes de Roma. Con semejantes amigos, ¿cómo creer que Francisco va a imitar al santo de Asís, cuya renuncia a la riqueza y los bienes materiales fue total y absoluta? En compañía de estos ricos cofrades, la “opción por los pobres” difícilmente pueda ser algo más que un lejano acompañamiento de sus sufrimientos y privaciones, pero cuidándose de enseñarles quién es el que los condena a transitar por este valle de lágrimas, padecimientos e infortunios. Hace casi medio siglo que don Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife, explicó muy bien esta contradicción: “Si les doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. No basta con la humildad ni con la confraternización con los pobres: de lo que se trata es de enseñarles que la pobreza no es resultado de un designio divino o de un capricho de la naturaleza, sino un producto histórico de una sociedad llamada capitalista, máquina implacable de fabricar pobreza y miseria y a la cual la Iglesia jamás tuvo la osadía de condenar a pesar de su intrínseca malignidad.
De los dichos y los hechos de Francisco no se desprende que esto vaya a ocurrir. Es bueno que el esclavo se rebele contra su amo, pero como decía Lenin, el cambio sólo se producirá cuando aquél se rebele contra la esclavitud, contra el sistema y no sólo contra uno de sus agentes. ¿Alentará Francisco la rebelión anticapitalista de los pobres, dado que dentro del capitalismo su suerte está echada? Nada en su biografía autoriza a pensar en ese curso de acción; lo más probable será que estimule su mansedumbre y eternice su sumisión. Es que la “opción por los pobres” de la Iglesia que surge de la contrarreforma liderada por Juan Pablo II y que barrió con los avances del Concilio Vaticano II no es la que proponía la Iglesia de Carlos Mugica, Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Oscar Arnulfo Romero (arzobispo de San Salvador), Sergio Méndez Arceo (obispo de Cuernavaca, México), Samuel Ruiz García (obispo de San Cristóbal, Chiapas), Pedro Casaldáliga y don Helder Cámara (Brasil) y Ernesto Cardenal (Nicaragua) o, en nuestros días, los teólogos de la liberación como Frei Betto, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérres o Jon Sobrino.
¿Será su pontificado una remake del de Juan Pablo II? Es muy poco probable. El papa Wojtila fue un producto de finales de los setenta, cuando el mundo era muy diferente del de hoy. Fue el ariete que la burguesía imperial necesitaba para derrumbar a la Unión Soviética y los países el Este europeo. Pero esa estrategia fue eficaz porque aquellos regímenes padecían de un avanzado estado de descomposición moral, política, económica y social. En realidad, Juan Pablo se limitó a desencadenar la embestida final a un inmenso edificio que ya se venía abajo producto de sus propias contradicciones. Hoy el mundo ha cambiado mucho: el imperialismo ya no tiene, tal como lo reconocen sus propios intelectuales orgánicos, la gravitación del pasado. Los rivales son más numerosos y diversificados, y económicamente mucho más fuertes que lo que eran la URSS y los países de Europa Oriental. Sus aliados, además, son más débiles y vacilantes. La Iglesia, a su vez, se ha visto debilitada por una interminable sucesión de escándalos y carece de la credibilidad que había ganado en los años de Juan XXIII. Además, si se quisiera lanzar todo su peso para desestabilizar los procesos bolivarianos en Venezuela, Bolivia y Ecuador o las experiencias de transformación política en curso en otros países de la región, la respuesta será muy diferente de la que hace más de treinta años se verificara en el Este europeo. Aquí se trata de procesos que cuentan con un enorme apoyo popular que ni remotamente existía allá, y por consiguiente el proyecto de las derechas latinoamericanas –organizadas, orientadas y financiadas por el imperio– de reutilizar el ariete eclesiástico que tan buenos resultados le diera en Europa Oriental para acabar con los gobiernos progresistas y de izquierda en la región terminaría en un rotundo fracaso. La “revolución de terciopelo” de Checoslovaquia nada tiene que ver con la Revolución Bolivariana de Venezuela, Evo Morales no es Lech Walesa, y Correa no es Ceaucescu. No sólo los procesos y la época histórica son distintos: los enormes problemas que enfrenta hoy la Iglesia (crisis financiera, delitos económicos del Banco Vaticano, alianzas con intereses mafiosos, pedofilia y sus juicios, el celibato sacerdotal, la incorporación de la mujer al sacerdocio y el postergado aggiornamiento reclamado por Juan XXIII) difícilmente le permitirán a Francisco dedicarle mucha atención a lo que ocurra en los países de Nuestra América. Es un buen administrador y tendrá que poner la casa en orden. Es también un muy hábil político, y sabe que muy pronto deberá convocar a un Concilio que permita destrabar viejas disputas que están corroyendo la Iglesia y aislándola cada vez más del mundo real. Hace exactamente quinientos años Nicolás Maquiavelo diagnosticaba en El Príncipe que, para salvarse, la Iglesia necesitaba una revolución. Tal cosa no ocurrió. Cuatro años más tarde, en 1517, estallaba la Reforma Protestante de Martín Lutero, y la revolución quedó congelada. Ahora, la revolución es muchísimo más urgente y necesaria que antes.
Si Francisco fracasa en este empeño, la suerte de la dos veces milenaria institución se verá muy seriamente comprometida. No hay que engañarse con las cifras manejadas por la prensa en estos días: de esos mil doscientos millones de católicos en todo el mundo, los realmente practicantes son una ínfima minoría, que además se achica cada día. Pretender socavar los procesos emancipatorios en curso en América Latina y el Caribe sería una pérdida de tiempo, el pasaporte para una segura derrota y un esfuerzo que desviaría al papado de su desafío fundamental. Tal vez por eso Leonardo Boff confía en que, pese a sus antecedentes, Francisco se abstendrá de seguir el curso que la derecha y el imperialismo le instan a seguir y elegirá, en cambio, el camino de la reforma. En pocos años la historia ofrecerá su veredicto.

Habemus Runfla

 por Valeriano


Tres gambas al Jefe de calle le tuvo que poner Ricardo para poder vender frente a la Catedral, tres violetas antes de empezar, a eso de las 11 de la noche del lunes. Y sabía que si veían que le empezaba a ir bien antes de las 3 le iban a pedir otros 300 mangos.
 ¿Qué puedo trabajar en la Catedral?
El viernes a la noche Ricardo llamo a Pablo, su contacto cuando necesita  cualquier cosa para vender. 
              
  Fijate hermanito, tienes banderas, camisetas de San Lorenzo, calcos y pósters.
A las 6 de la mañana del sábado se subió al Sarmiento, se bajó en Flores y se tomó el bondi para el Bajo.  Recibió un mensaje de Pablo: que no lo podía ir a buscar a la esquina, que lo esperaba en su casa.  En la entrada le dijo a unos de los pibes que iba para lo de Pablo y le hicieron una seña para que pase. Caminó por Bonorino justo a la hora en que todos salen y se metió en el pasillo que lo lleva a lo de Pablo. La casa era un depósito donde se guardaba hasta lo imposible: bolsas, cajas, cosas sueltas. Tardo bastante en encontrar lo de Ricardo, por las dudas le iba ofreciendo otras cosas.

 ¿No quieres unos póster o unas banderas?

Encontró la bolsa con los calcos, pagó y salieron juntos hasta la entrada principal. A Pablo lo estaba esperando un paisano que había llegado hace unos días y que iba a pegar trabajo en una cocina. Se trepo al 132 como pudo y se volvió para Ituzaingo.

 Si querés laburar tenés que poner tres gambas.

-No tengo esa plata todavía.

 Problema tuyo.
Tenía esa guita encima por las dudas, pero le pareció excesivo lo que le estaban pidiendo. Quiso negociar, pero no le dieron oportunidad: tres gambas o a tu casa. Y le aclararon que no hinche las bolas porque le secuestraban la mercadería. Sobre el final de la charla el oficial se puso conciliador y le aclaró que era para que nadie lo jodiera.
A las 12 empezó a llegar mucha gente y las calcos con la cara de Francisco comenzaron a moverse. Las cobraba diez mangos y se los sacaban de la mano.  Observó que lo que mejor andaba eran las banderitas papales y se lamentó de no haber podido juntar unos mangos más para comprar, por lo menos, algunas. A eso de las dos se acerco a la parrilla que estaba sobre la avenida Rivadavia a comerse un pati completo.  

 ¿Cuánto te piden por poner la parrillita?

 Nada, es de los muchachos

A  las tres explotaba de gente. Cuando por los parlantes comenzó a escucharse la voz del Papa Francisco, se hizo un silencio emocionante, las miles de personas que estaban se unieron para escucharlo. El estallido, cuando terminó de hablar, fue similar al de un gol. Le arrancaron las calcos de la mano en muy pocos minutos. De diez mangos, las subió a quince y de quince, a veinte. Igual las vendió todas y lamentó no haber comprado algunas más.

  ¿Vendiste todo, papá?, le dijo el oficial con el que había hablado cuando llegó.  Mirá que si querés vender más son 500 mangos.

Roberto le sonrió, sin resignación ni odio. No tenía nada más para vender y se quería volver a su casa. Encaró caminando por Rivadavia, tranquilo, rumbo al oeste. 

¿Puede el Estado ser lo común?

por Raúl Zibechi

Las reflexiones y análisis rigurosos y comprometidos son imprescindible en este periodo turbulento y caótico, en el cual las fuerzas antisistémicas tienen dificultades para orientarse y definir un rumbo. Algunos de esos análisis han jugado un papel destacado en los debates que realizan los movimientos, porque iluminan los temas más importantes para orientarse en el largo plazo.
Los trabajos del geógrafo David Harvey, en particular aquellos que permiten comprender mejor los modos de acumulación del capital, han sido incorporados por numerosos movimientos para analizar la realidad que desean transformar. El concepto de acumulación por desposesión, que puede traducirse también como acumulación por despojo, formulado en su libro El nuevo imperialismo (Akal, 2004), es una de las ideas-fuerza aceptadas por quienes integran organizaciones antisistémicas.
En otros trabajos Harvey se empeña en comprender más a fondo los movimientos del capital y su impronta en los espacios geográficos y en los territorios, destacando cómo han reconfigurado la trama urbana en las últimas décadas. En El enigma del capital y las crisis del capitalismo (Akal, 2012), constata la estrecha relación entre urbanización, acumulación de capital y eclosión de las crisis. Desde la posguerra (1945), apunta, la suburbanización jugó un papel importante en la absorción de los excedentes de capital y de trabajo.
El consumo explica el 70 por ciento de la economía estadunidense (frente al 20 por ciento que representaba en el siglo XIX), lo que lo lleva a concluir que la organización del consumo mediante la urbanización se ha convertido en algo absolutamente decisivo para la dinámica del capitalismo (p. 147). Consecuente con sus trabajos anteriores, coloca en un lugar central la creación de nuevos espacios y territorios, y los considera el aspecto fundamental de la reproducción del capitalismo, destacando las categorías de renta de la tierra y precio del suelo como las bisagras entre capital y geografía.
El análisis de la lógica territorial del capitalismo, complementaria y convergente con los flujos del capital que atraviesan los espacios con una lógica más sistemática y molecular que territorial (p. 171), conduce a Harvey a abordar el poder, los estados y las resistencias, recordando que en este periodo el Estado y el capital están más estrechamente entrelazados que nunca (p. 182). Ingresa aquí en un terreno mucho más delicado. Aunque parezca contradictorio con esa afirmación, defiende la utilización del Estado como instrumento principal de contrapoder frente a capital (p. 173).
En todo caso, Harvey hace un reconocimiento a las juntas de buen gobierno zapatistas como organizaciones territoriales capaces de crear un nuevo orden social. En este punto no establece ninguna diferencia entre organización territorial y Estado, ni entre poder instituido y contrapoderes. Aunque no trabaja en esa dirección, el debate acerca de si todo poder territorial es sinónimo de Estado sigue abierto y aún no hemos avanzado mucho al respecto.
No creo que sea lo más adecuado continuar un debate de carácter ideológico sobre el Estado –aunque sabemos la posición de Marx al respecto, siempre sostuvo la necesidad de destruir el aparato estatal–, sin abordar previamente los caminos para salir del capitalismo y transitar hacia un mundo diferente. En su más reciente trabajo, Rebel cities ( Ciudades rebeldes, aún no traducido), Harvey dedica un capítulo a La creación de los comunes urbanos, donde critica frontalmente tanto la organización centralizada de inspiración leninista como el horizontalismo, al que acusa de centrarse en prácticas de pequeños grupos que resultan imposibles en escalas mayores y a escala global.
Harvey cuestiona también las autonomías locales como los espacios adecuados para proteger los bienes comunes, porque en los hechos demandan algún tipo de cercamiento ( enclosure, p. 71). El razonamiento de Harvey está anclado en las escalas: tener un huerto comunitario en tu barrio es algo bueno, dice, pero para resolver el calentamiento global, la calidad del agua y del aire o problemas a escala global, no podemos apelar a asambleas ni a las formas de organización que tienen hoy los movimientos. Para eso no hay otro camino que apelar al Estado, en escala nacional, regional o municipal.
Tres consideraciones al respecto. Lo que propone Harvey se inscribe en una profunda tendencia histórica que ha recobrado vigor en los últimos años. Aunque quien suscribe no la comparta, el grueso de los movimientos latinoamericanos migraron de las posiciones autónomas a las prácticas estatistas y electorales. No reconocer esta tendencia no contribuye a profundizar los debates.
La segunda tiene que ver con el carácter del Estado: ¿puede el Estado, que no es lo común sino la expresión de una clase social, tener alguna utilidad para proteger lo común? La comunidad, verdadera expresión de lo común, es la organización humana más adecuada para proteger los bienes comunes. No es casual que allí donde esos bienes han sido preservados es donde predominan los modos comunitarios en sus más diversas formas.
En tercer lugar, es necesario deshacer un malentendido que ha ganado enorme predicamento en los últimos años: asumir la administración del Estado, el gobierno, se convirtió para muchos activistas en el camino para transitar hacia un mundo nuevo. Más allá de cómo se evalúan las gestiones de los gobiernos progresistas, no existe en el mundo ninguna experiencia de construcción de nuevas relaciones sociales desde el Estado heredado por el capitalismo.
La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines, escribió Marx en 1872, al hacer balance de la Comuna de París. Que aún no tengamos fuerza material para hacer lo que recomendaba Marx no quiere decir que nuestro horizonte deba ceñirse a luchar por administrar lo existente, porque de ese modo nunca superaremos el capitalismo.

Horacio González y Franciso I

por Diego Sztulwark



Estuvo relativamente interesante lo de Horacio Gonzalez (HG) anoche, con José Pablo Feinmann en TN/Clarín, discurriendo sobre el Papa Francisco. Es claro que Feinmann se ubica en una sintonía política mayor con relación al gobierno. Afirma sin rubor ni duda que no parece haber espacio a la “izquierda” del alineamiento Cristina-Francisco. Este es el punto difícil de asumir de este momento y ante el cual HG reacciona con gesto valiente. 

Su actuación de ayer, sin haber sido deslumbrante, fue muy ilustrativa. Primero se pasa el video en el que HG aparece en una reciente asamblea de Carta Abierta rechazando la táctica del oficialista Frente para la Victoria consistente en apoyar a Francisco para atraerlo a una política peronista (la ciudad apareció empapelada con un afiche -atribuidos, luego, al utra-oficialista Guillermo Moreno- con la cara de Bergoglio y la consigna “argentino y peronista”, epítetos históricos de la derecha peronista en relación a José Ignacio Rucci). 


Después, ya «en estudios», los conductores de “Palabras más, palabras menos”, Ernesto Tenembaum y Marcelo Zlotogwiazda, presentan la mesa, y se lo ve a HG vestido igual que en el video, lo que habilita la inevitable chicana: ¿“Vos siempre con el mismo saco y la misma camisa?” HG responde: “Debo confesar que acá (en TN) he tenido mis mejores derrotas, incluso referidas a la indumentaria”. Risas. 

Luego la argumentación. Se lo ve risueño, pero está bastante alarmado. HG no se desdice de lo dicho en la Asamblea de Carta Abierta, sino que, al contrario –en una actitud casi desconocida se afirma en un papel de tipo benjaminiano (“Aviso de incendio”): se dedica a sostener una voz de alerta, como si estuviese gritando: ¡Cuidado! ¡No todo giro táctico, aparentemente conveniente, conviene! 

La operación argumentativa en la que se embarca es compleja porque exige de aquellos a quienes se dirige una capacidad de entender, también, lo que no puede decir explícitamente. Que el juego de la “izquierda peronista” (¿dónde comienza y hasta dónde llega?) supone disputar las masas peronistas, sin mimetizarse con el contenido conservador que la “derecha peronista” le imprime. Lo que no se puede decir es que Perón mismo imprime este carácter conservador. Y no se lo puede decir (Cooke mismo no lo decía por escrito), porque se apuesta a que del lado de las masas, en sus luchas, surja otro principio de interpretación, capaz de darle al “amor a Perón” (haciendo del nombre Perón un significante vacío, según Laclau) nuevos contenidos morales. 

Lo que no se puede decir, pero que aún así es necesario escuchar en la argumentación de HG, es que incluso si Cristina debe visitar al Papa, las militancias populares no deben privarse de una muy seria discusión sobre lo que en esta situación está realmente en juego. Papa “argentino y peronista” equivale, para HG, a una confusión entre disputa táctica por las masas y disolución, en el desarrollo de esa táctica, de la diferenciación de contenidos morales respecto de esa “derecha peronista”, históricamente enaltecedora del mito de una argentina católica, a la que se le pide prestada la consigna. 

Cuando le preguntan por qué dice que prefiere a Ratzinger antes que a Bergoglio, cuando a todas luces pareciera ser que se trata de un paso progresivo en varios sentidos, la argumentación teológico-política de HG pierde vigor, o claridad, tal vez porque necesite de más tiempo para ser desplegada. Afirma que Ratzinger, en polémica con grandes intelectuales como Habermas y Kristeva, argumenta un Cristo que es estructura del mundo. Argumento conservador, dice HG, pero de mayor calidad teológica que el neofranciscano “camino de la iglesia hacia Cristo” proclamado por Bergoglio Papa. Entiendo que, según HG, Ratzinger, teólogo ultraconservador, encuentra una suerte de estructura divina del mundo y que, a su modo, trabaja a partir de esta versión inmanentista (que en alguno de sus artículos HG llama –para provocar, imagino- “spinozista”). Que la estructura del mundo sea Cristo supone que la iglesia debe dedicarse a conservar ese ser y a llevarnos a su encuentro, evitando nuestra perversión. Algo muy diferente al voluntarismo que pretende realizar un movimiento de “ir hacia algo» que, siendo el pueblo del que la iglesia se separó, sería objeto a alcanzar, botín a conquistar por vía del ejemplo y la evangelización. Iglesia pastor del ser y no poder pastoral como política dirigida a los pueblos. 

De este modo, lo de Francisco I sería, así, de menor densidad teológica, pero de mucha mayor peligrosidad política. Francisco es un militante, y un militante forjado al calor de la derechista Guardia de Hierro, es decir, en una estructura de cuadros especializada en los  hábitos de la conspiración que, en sus orígenes, pretendía sustituir a Perón, a partir –dice HG en sus textos de un ejercicio de mímesis con el lenguaje del mundo popular. Este sería el sentido de la tan festejada austeridad. Se trata de la gestualidad del político que va hacia el pueblo. De ahí su lenguaje llano, entrenado en años de militancia con el pueblo (el testimonio de La Alameda y de las familias de Cromañón, presentes ayer en el programa de TV, así lo confirman). Una iglesia, entonces, que dirige hacia su pueblo una iniciativa política. Ese pueblo, está claro, es el pueblo católico. El asunto no puede dejar de tener implicancias políticas directas para los pobres del mundo y en particular de América Latina. 

HG no se priva de insistir en que Bergoglio no ha dado respuestas a la rigurosa investigación que lo señala como responsable de la desaparición por varios meses, en la ESMA, de los jesuitas Yorio y Jalics. Ni ha contribuido a encontrar a los menores apropiados por los represores durante la dictadura. 

José Pablo Feinmann no comparte el argumento de Horacio, pero lo que le opone es de una pobreza, no precisamente, franciscana. Su posición, llamado a la disputa por la apropiación del Papa da pena por lo simple («Cristina marca una línea ‘este Papa tiene que ser nuestro, el que se gane este Papa va a ganar mucho, así que, muchachos, no jodan más con el pasado de Bergoglio, porque de aquí en adelante Bergoglio es Francisco y la derecha no nos lo puede sacar’”). Se trata de una suerte de versión aplanada de la disputa por la hegemonía a la Laclau (“disputar a Francisco”). 

HG aparece estos días con un rostro que sólo conocía por referencias indirectas (su testimonio en el libro La Voluntad; la lectura de un viejo prólogo sobre Gamsci y los arditi en clave nacional popular): el de un militante peronista de izquierda, tal y como se lo podría imaginar en el año 74, que sin perder sofisticación ni gracia hace de su temprana lectura de Gramsci un momento fundamental en la verdad de la historia y la política. Lo que exige, al político de oficio, una seriedad superlativa en la disputa por la conducción intelectual y moral de las masas. Concretamente y ante todo, no debe distraerse ni subestimar (esto también pertenece al propio Gramsci) el poder sutil del papado en el arte de combinar símbolos ocultado el poder de las fuerzas que en ellos se expresan. 

El militante es aquel que adquiere su destreza en las interpretaciones, porque se empeña en adentrarse en ese juego de comprensión de los signos que hacen sistema en el presente;  signos que forman parte de coordenadas de un mundo de disputas, de un carácter bélico, que no se reduce, pero que tampoco se entiende, sin incluir en él la acción directa y la violencia física.

Hay, en esta intervención de HG, una fuerte vocación hermenéutica y una honesta curiosidad por la dimensión teológica de la historia occidental. Es evidente el énfasis culturalista y politicista de muy alto vuelo (que bien haríamos en discutir) y la curiosa resonancia de viejos maestros (David Viñas, León Rozitchner), que seguramente no hubiesen participado de su apuesta al juego interno del peronismo, pero que se hacen presentes en el modo de tensionar lo político como una forma siempre desplazada la “guerra”. 

Esta presencia del tono disidente -que se venía manifestando en varias intervenciones de HG del último año- evidencian una conciencia de todo aquello que nos separa de los años setentas, así como del juego político que ya en esos años no pudo evitar una dura derrota. Situado en ese extremo-extremo, el profesor HG nos brinda, desde las entrañas mismas del  Grupo Clarín, la más conmovedora de sus clases sobre la inevitable atención que debemos prestar al mundo de los símbolos como momento central de una batalla (de “clases”) por la subjetividad de las multitudes.  

El dilema del populismo plebeyo

por Maristella Svampa

La muerte del presidente Chávez evidencia dudas sobre el futuro de un sistema que deberá decidir si va a profundizar o no el modelo de protagonismo popular.


Pese a lo mucho que se ha escrito, no resulta fácil hablar sobre Hugo Chávez y el proceso venezolano. Como gran líder carismático que generó hondas transformaciones sociales y políticas, a la hora de un primer balance, la figura de Chávez aparece cubierta de numerosas capas, atravesada por múltiples dimensiones, luces y sombras, que tornan imposible aprehenderla o sintetizarla en una imagen o un movimiento. Se ha ido uno de los raros políticos latinoamericanos de talla mundial, capaz de generar fuertes ambivalencias y pasiones encontradas, aun dentro de las izquierdas. Y, sin embargo, por encima de las críticas que podríamos hacer, lo insoslayable es que en los últimos catorce años Venezuela, el pueblo venezolano, las clases subalternas, lograron un inédito empoderamiento social y político. En razón de ello, para pensar la complejidad que nos propone el fenómeno, es que aquí quisiéramos recordar el Chávez insoslayable, el de la democratización plebeya y el del símbolo del antiimperialismo latinoamericano.

Así, en primer lugar, Venezuela, bajo el liderazgo de Chávez, conoció un proceso de democratización plebeya que sólo puede ser comparado al que atravesaron algunos populismos latinoamericanos en los 50. Tal como sucedió bajo el primer gobierno peronista, el chavismo habilitó el ingreso de aquellos sectores sociales que estaban tradicionalmente excluidos, logrando por una vía tensa y contradictoria, un proceso real y efectivo de redistribución del poder social. Expresión de ello ha sido la reducción de las desigualdades y de la pobreza, la universalización en el acceso a la educación (Misión Robinson), el acceso a la salud (Misión Barrios Adentro), la baja de la tasa de mortalidad infantil, la construcción de viviendas populares, la entrega de tierras, entre otros aspectos.

Asimismo, Chávez rescató la tradición del antiimperialismo para América Latina. No sólo tenía el talento o el carisma para expresar emociones colectivas, recitando, cantando y bailando bajo el frío intenso, sino también la capacidad retórica y discursiva de dotar y recrear desde sus palabras una mística latinoamericana que parecía imposible de recuperar, desde los lejanos tiempos del Che. Es cierto, como dice Pablo Stefanoni que si Chávez fue socialista, es porque era antiimperialista, y no al revés. Pero ese antiimperialismo revestido de un utópico y por momentos confuso horizonte socialista se nutrió de citas y tradiciones latinoamericanas, que iban de Mariátegui a Martí y Galeano, pasando siempre e inevitablemente por Simón Rodríguez y Bolívar.

En una época en la cual el populismo volvió a actualizar estilos políticos personalistas, retóricas nacional populares y debates ideológicos que se creían perimidos, todo ello le valió a Chávez mil epítetos y demonizaciones. Es que los populismos traen consigo una gran polarización –¡y vaya si el chavismo la ha traído!– y a la vez, en esa tensión constante y constitutiva que ofrecen entre la apertura y el cierre de la política, los populismos traen a la palestra, tarde o temprano, una perturbadora e incisiva pregunta, en realidad, la pregunta fundamental de la política: qué tipo de hegemonía se está construyendo, plural u organicista, en su versión nacional popular o en la ya conocida versión nacional estatal.

En este sentido, cabe añadir que hay algo intrínseco que diferencia el populismo chavista de otros hoy existentes. En el país caribeño, la polarización no es meramente discursiva sino que refleja de modo contundente la confrontación entre clases sociales diferentes. Quiero decir con esto que el chavismo es un populismo de clases populares que, hasta ahora, ha reflejado la articulación –rica y compleja, por momentos tensa, casi siempre desigual– entre líder y clases subalternas. Para hacer una comparación que generará escasa simpatía entre mis colegas oficialistas: el chavismo se diferencia de otros regímenes, como el kirchnerismo, por su componente de clase, pues este último no es otra cosa que un populismo de clases medias que hablan en nombre de las clases populares (por la que pretenden descalificar a otros sectores de clases medias). Teniendo en cuenta el legado político organizacional del peronismo –de varias décadas–, en el marco del kirchnerismo, las clases populares, asistencializadas, empobrecidas o precarizadas, carcomidas por la inflación, son cada vez más las convidadas de piedra en un proceso que indica un virulento conflicto intra clase. Por el contrario, en Venezuela las clases subalternas se convirtieron en protagonistas centrales, en un contexto de lucha contra los sectores privilegiados.

Es por ello que la dinámica de democratización que vivió Venezuela trajo como correlato la consolidación de un protagonismo popular que hoy quizá sólo encuentra parangón con el proceso boliviano. Quien haya estado alguna vez en Caracas, bajo la era de Chávez, habrá sentido –corporal e intelectualmente– lo que significa el empoderamiento popular, cuando las voces bajas se transforman en voces altas: me refiero a la necesidad de expresar opiniones, comunicar digresiones o desacuerdos, dar cuenta de una visión del mundo, profundamente plebeya, visible sobre todo en mujeres y jóvenes, logrando niveles potentes de audibilidad y de presencia interpelante, no sólo en el ámbito de las barriadas populares, consejos comunales sino también en la calle, en los medios o inclusive en eventos académicos. Esto es lo que muchas organizaciones sociales denominan “poder popular”. Tampoco hay que engañarse: el protagonismo popular aparece limitado, pues tal como señaló nuestro colega venezolano Edgardo Lander, la mayoría de las organizaciones populares fueron creadas desde arriba, dependen del financiamiento gubernamental y tienen dificultades para posicionarse de forma independiente.

El chavismo después de Chávez enfrenta numerosos problemas. El hiperpresidencialismo heredado, una tradición política de notorias consecuencias negativas en América Latina, es uno de ellos. Otro, no menos importante, evoca las limitaciones del modelo socioeconómico, histórico en Venezuela, basado cada vez más en el extractivismo petrolero. Por último, la dinámica económica ligada al Estado rentista ha generado una burguesía bolivariana, civil y militar, que bien puede terminar por encaramarse como clase dirigente. Y ello, sin olvidar el enorme rol que los militares ya tienen… En suma, hay un Chávez rotundamente latinoamericano, antiimperialista, popular y plebeyo, que deja una marca indeleble en la historia de nuestras tierras. Pero hay también un proceso de protagonismo popular, cuyo discurrir, en la era del poschavismo, es la gran incógnita. Así, si el régimen chavista tiene múltiples rostros, algunos de ellos insoslayables, en la etapa del poschavismo enfrentará grandes desafíos: el de profundizar el protagonismo popular, en una dinámica abierta y plural, o el de consolidar un populismo de clases privilegiadas, asentado en un núcleo dirigente, como en otros países latinoamericanos.

Pasado pisado

por Horacio Verbitsky
En un comunicado difundido por los jesuitas alemanes, Jalics dijo que había creído que su secuestro se debió a una denuncia, pero que ahora sabe que Bergoglio no tuvo responsabilidad
En un libro de 1994, Jalics menciona la falsa denuncia. En una entrevista de 1999 dijo que el denunciante era Bergoglio. Ahora llegó a la conclusión de que era un error.
En un comunicado personal incluido en la página web de la Compañía de Jesús del sur de Alemania, el sacerdote Francisco Jalics dijo que se sentía obligado a decir que hoy considera un error afirmar que su secuestro y el del sacerdote Orlando Yorio, en 1976, haya sido por una denuncia del entonces Superior Provincial jesuita, Jorge Mario Bergoglio. Agregó que hasta fines de la década de 1990 había creído que su cautiverio de seis meses y las torturas padecidas en la ESMA habían sido consecuencia de una denuncia. Pero entonces mantuvo numerosas conversaciones con personas que no identifica, que lo llevaron a concluir que se trataba de una suposición infundada. Agregó que hoy cree que fueron secuestrados por su relación con una catequista que trabajó con ellos y “luego ingresó en la guerrilla”. Agregó que fueron secuestrados (“detenidos” dice su declaración) tres días después de que desapareciera la mujer.
Luego de la elección de Bergoglio la semana pasada como obispo de Roma y primus inter pares entre los obispos de la Iglesia Católica con el nombre de Francisco, Jalics había declarado que se había reconciliado con aquellos hechos y que el caso estaba cerrado para él. En términos teológicos esto distaba de ser una absolución de responsabilidades. La reconciliación es un sacramento católico que consiste en perdonar las ofensas recibidas. La nueva declaración va más allá y exime a Bergoglio de responsabilidad. Pero aún así, Jalics reconoce que había creído que él y Yorio habían sido denunciados y que le llevó un cuarto de siglo llegar a una conclusión distinta. “Por lo tanto, es un error afirmar que nuestra captura ocurrió por iniciativa del padre Bergoglio.” Para el vocero de prensa del papado no se trata de un error sino de una calumnia izquierdista.
En esta página se reproducen fragmentos del libro que Jalics escribió en 1994, “Ejercicios de Contemplación. Introducción a la forma de vida contemplativa y a la invocación a Jesús”, en los que alude a Bergoglio. Coincide con la descripción de los hechos de la otra víctima, Orlando Yorio, en una carta dirigida en 1977 al Superior de la Compañía de Jesús. En 1999, luego de la asunción de Bergoglio como Arzobispo de Buenos Aires, Yorio y Jalics contaron esa historia en sendas entrevistas telefónicas con este diario, el primero desde Uruguay y Jalics desde un monasterio en Baviera. Yorio habló on the record, con nombre y apellido. Jalics pidió que lo que dijera se atribuyera a una persona de su íntima relación. La misma condición pusieron para suministrar su versión de los hechos Bergoglio y otro sacerdote jesuita, amigo de ambos, que ya no vive. El ahora Papa mantuvo la misma descripción de los hechos desde aquella entrevista hasta ahora. Yorio murió pocos meses después de la entrevista y sus hermanos suministraron al autor de esta nota una copia de la carta enviada al padre Moura, asistente del Superior General Pedro Arrupe. La gran novedad es el cambio de posición de Jalics, quien sin embargo no suministró los demás detalles que requeriría esta discusión pública sobre un tema trascendente.
En una entrevista telefónica, en abril de 1999, Jalics pidió ser mencionado como una persona de su íntima confianza y en esas condiciones dijo al autor de esta nota que “durante meses Bergoglio contó a todo el mundo que los dos sacerdotes estaban en la guerrilla. Hay testigos de eso. Jalics y Yorio fueron a hablar con algunos profesores del Colegio Máximo que repetían esas versiones. Dijeron que tenían noticias seguras. Un obispo le confesó a Jalics que era Bergoglio quien se lo había dicho. Jalics le reprochó que jugara así con la vida de ambos, y Bergoglio lo negó, dijo que le iba a decir a los militares que no les hicieran nada. Dos semanas después, Jalics le preguntó si había hecho esa gestión y Bergoglio respondió que aún no había podido. A la semana siguiente los secuestraron”. Liberados a fin de 1976 ambos dejaron el país. En 1979 se produjo el episodio del pasaporte del que se informó en estas páginas el domingo 17: Bergoglio pidió que se renovara el de Jalics sin que volviera de Alemania, pero el funcionario de Culto que lo recibió, Javier Orcoyen, escribió que en diálogo con él Bergoglio había implicado a los dos sacerdotes con la guerrilla y pedido que no se concediera la solicitud que él mismo presentó. Es obvio que un documento de 1979 no puede probar un hecho ocurrido dos años y medio antes, pero sí brindar una información de contexto. El procedimiento descripto en esos documentos coincide con el estilo dúplice que Yorio y Jalics atribuían a Bergoglio.
Las catequistas Mónica Quinteiro, Mónica Candelaria Mignone, María Marta Vázquez Ocampo y su esposo César Lugones, Beatriz Carbonell y su esposo Horacio Pérez Weiss fueron detenidos el 14 de mayo de 1976, todos en sus domicilios salvo la primera, por patrullas militares que dijeron ser del Ejército. Ninguno de ellos reapareció. El 23 de mayo más de cien soldados, con camiones militares y patrulleros policiales, cuyos jefes se trataban de capitán o mayor, coparon la villa del Bajo Flores y al concluir la misa arrearon con Yorio y Jalics y otros siete catequistas. Los catequistas quedaron en libertad al día siguiente, luego de oír el sermón de un encapuchado que se presentó como El Verdugo: “La villa no es lugar para ustedes. No vuelven a pisarla o aparecen en un zanjón”.
Yorio contó que al llegar las tropas a la capilla le mostraron una foto de Mónica Quinteiro, hija de un capitán de navío de la Armada. Yorio respondió que la conocía desde 1967. Antes de dejar los hábitos “en 1974 organizó en la villa una comunidad de treinta religiosos”, a la que él se sumó. Sin contemplaciones lo metieron en un auto y le colocaron una capucha de lona. Al bajar del vehículo lo llevaron hasta un recinto con una cama en la que lo sentaron y le engrillaron los pies. En ese lugar oscuro y estrecho pasó días. “De tanto en tanto entraban para insultarme y amenazarme. No podía dormir ni me llevaban al baño. Me tenía que hacer encima y no me permitían cambiarme de ropa. Perdí la noción del tiempo. Un día me dieron una inyección que me durmió”. En estado de sopor y pánico escuchó una voz a su lado que musitaba:
Ay Orlando.
Le pareció reconocer a Mónica Quinteiro.
El primer señalamiento público de Bergoglio fue hecho por el padre de otra de las catequistas, Emilio Mignone, en su libro de 1986, “Iglesia y dictadura”, donde lo mencionó como uno de los pastores que entregaron sus ovejas al enemigo. Bergoglio intentó explicarle su posición durante una misa posterior, pero Mignone se negó a hablar con él. En cambio sí se reunió con Jalics. En 1990, durante una de sus visitas al país, Jalics recibió a Emilio y Chela Mignone en el instituto Fe y Oración, de la calle Oro 2760. Según la minuta de ese encuentro escrita por Mignone, Jalics les dijo que “Bergoglio se opuso a que una vez puesto en libertad permaneciera en la Argentina y habló con todos los obispos para que no lo aceptaran en sus diócesis en caso que se retirara de la Compañía de Jesús”.

¿Por qué la derecha escribe tan simple?

por DS



Tres párrafos del columnista Carlos Pagni, del diario La Nacion de hoy:

I.

“El respaldo del nuevo papa al movimiento de curas villeros hace juego con esta idealización de la pobreza. Uno de sus líderes, José María Di Paola, el célebre «padre Pepe», cuenta que nunca necesitó más de una llamada para que Bergoglio lo atendiera. Y destaca que el documento del Equipo de Sacerdotes para las Villas (2010), su manifiesto, fue oficializado por el arzobispo en el Boletín Eclesiástico. A estos clérigos no los anima la teología de la liberación, sino lo que el propio Di Paola denomina teología de la pobreza. No se inspiran en los clásicos Boff, Cardenal o Frei Betto, que ensayaron un cruce entre catolicismo y marxismo, sino en los argentinos Lucio Gera o Rafael Tello, que peronizaron esa doctrina”.


II.
“En este borde se rozan los curas villeros con el papa Francisco, a quien uno de sus interlocutores frecuentes caracteriza como «alguien que razona en el marco del pensamiento nacional». Ya se sabe: Jauretche, Scalabrini Ortiz, Rodolfo Kusch, dice ese confidente. Y se detiene en el marxista Hernández Arregui”.

III.
“No debería llamar la atención que la alerta más encendida sobre lo que representa la exaltación de Bergoglio para el oficialismo la haya dado uno de los exégetas de Hernández Arregui. El líder de Carta Abierta, Horacio González, advirtió a sus compañeros que en esa promoción no hay motivo alguno de festejo. Vio el centro del conflicto: el pontífice del fin del mundo se propone discutir las estrategias con que el populismo aborda el problema de la desigualdad. El aviso de González fue premonitorio. Cuarenta y ocho horas más tarde el Papa obsequiaba a Cristina Kirchner un libro que no se refería a la seguridad jurídica, la división de poderes o la libertad de prensa. Era un documento sobre la pobreza, elaborado por el episcopado de América latina en Aparecida, durante una cumbre que encabezó el propio Bergoglio y que fue una plataforma decisiva para la elección del miércoles pasado ( www.celam.org/conferencias/Documento_Conclusivo_Aparecida.pdf )”.

Ahora dicen que jóvenes camporistas católicos tienen nueva bandera: la del Papanauta



El creciente fanatismo recalcitrante que gana a los argentinos eufóricos por la entronización de Jorge Bergoglio como nuevo Papa alcanzó a los jóvenes militantes de la Cámpora. La agrupación política fundada por Máximo Kirchner recibió con algarabía la asunción de Francisco a su nuevo cargo papal, y tras celebrar la llegada del “primer Papa peronista”, decidió adoptarlo como nuevo icono de militancia y lucha. “Como con  Perón en los 70, no tenemos que dejar que la derecha se apropie de Francisco, así que antes de que conviertan su paso por Guardia de Hierro y su silencio cómplice con la dictadura en banderas, lo metimos adentro del traje del Nestornauta y a la bosta”, admite un vocero camporista. Y así nació el Papanauta, también llamado Panchonauta, Bergoglionauta, etcétera. Si bien no está tan claro cómo harán para convertir un personaje tan conservador y con denuncias serias por su papel en la dictadura en un símbolo de los jóvenes más o menos progresistas, por el momento se trata de arrebatarle el Papa a la corpo y a la opo.”Después vemos si podemos rescatarlo como peronista, como solidario con los pobres o al menos como hincha del Ciclón”, aclara el vocero camporista. Y remata: “Algo inventaremos”.

PAPANATOLOGÍA


Lo celestial no es terrenal;
Lo papal no es presidencial;
Lo teológico no es ideológico;
Lo humano no es divinidad.
La militancia no es pastoral y
evangelizar no es peronizar
ni desperonizar.



Tampoco “kirchnerizar”ni “cristinizar”
porque para eso está La Cámpora
que está en todas partes.
El Papa es el Papa.
Un Gobierno es un Gobierno.
El pueblo
es el pueblo. Y Dios es Dios.
Los pobres tienen dueños
y por eso son pobres. Y los ricos
son ricos en cualquier religión.
Los mercaderes del templo
siempre vuelven.
Y la Fe a veces es adúltera
y ocupa el corazón de genocidas.
Hoy los papanatas pasan por doquier.
Sean papanatas devotos, ateos o agnósticos.
Los hay en la tierra como en el cielo.

Y hasta uno mismo 
puede esconder alguno sin saberlo.
Hay otros que sí lo saben: son los papanatas
que sienten salirse lágrimas
de los ojos que en lugar de saladas
son papales y dulces, pero falsas.
La “papanatalogía” es una enfermedad
de los papanatas que se meten con la teología.

Y la de los papanatas que se inventan un Papa
a imagen y semejanza
sin mirarse en el espejo,
y le causan un inmerecido castigo.
Pero no esperen que un jesuíta perspicaz y sagaz
les haga caso. El invento no les va a resultar.
Francisco es Francisco.
Y ya elaborará él una receta eficaz contra la “papanatalogía” que cunde.
Un buen papado la cura.
Mejor un Papa argentino que uno británico
y uno jesuita que uno del Opus Dei.
Y mejor que mejor es que Francisco
haya sido elegido por el pueblo de Dios.
Porque así no necesita intervenir
en ninguna otra elección terrena.
Amén

                   Orlando Barone

Tiempos Papales

Se vienen tiempos papales donde, parece, muchos empiezan a creer en pequeños gestos. 
Propongo un primer antídoto maravilloso, Superstition, de Stevie Wonder:
«Cuando crees en cosas que no entiendes
entonces sufres…
La superstición no es el camino».

Declaración a ser leída en Plaza de Mayo el 24 de Marzo

(Nos encontramos en las fuentes, 
de espaldas a la Catedral)

Somos un malón imberbe y cabeza.
No tenemos nombre porque vivimos en el pueblo argentino.
En un barrio que algunos llaman villa.
Somos el pueblo y rechazamos todo lo que se separe de nosotros para guiarnos, gobernarnos o bendecirnos.
Y podemos dejar de ser pueblo en cualquier momento para volvernos otra cosa.
Tenemos presidenta, el amor hacia ella nos constituye. El odio de todos nuestros enemigos contra ella nos fortalece.
Sentimos que la entronización de Francisco –enemigo del proyecto– es una operación contra todo lo que somos. Nace de una asamblea de cardenales que querían civilizarnos y temen el impulso que la muerte de Néstor nos dio para organizarnos.

Desde ese día no tenemos Papa.
Antes no nos importaba.
Conocer como se calló en la dictadura ratifica el lugar de la iglesia con los ricos de arriba,
No con nosotros, católicos de abajo…
Tenemos a Carlos Mugica, a los 30 mil desaparecidos, al Diego y a Falucho…
Mariano Moreno y el proyecto Belgranista de independizarnos con un Inca.
Franz Jalics y Orlando Yorio
con las primeras reacciones de Hebe y D’Elia
Pablo Lescano y el Che
Tupi or not Tupi, esa es la cuestión… Cristina es alta revolución Caraiba.
Somos peronistas sin Perón… aunque le agradecemos habernos echado de la plaza.
A Mitre le repudiamos habernos mandado a la Guerra del Paraguay y a Macri sacarnos del Indoamericano.
Nos morimos muchas veces, pero acá seguimos estando
No tenemos nación pero bancamos las nacionalizaciones.
Scioli es rati. De Narvaez la cocaína…
Perdimos la nación cuando los militares la secuestraron y Clarín y La Nación la empaquetaron sin nosotros.
Pero nos encontramos en la plurinacionalidad de nuestras raíces indias bien mezcladas… con todos los colores, los planes sociales y el matrimonio igualitario.
Somos los que vendemos en el tren y robamos para comprar birra.
Pizza, birra y paco.
Somos indias sin la lengua de los abuelos… porque sólo aprendimos el español y nos hicieron católicos. Indios en la villa y el barrio. Indios a los que nos miran mal todos los porteros.
Vamos en micro a todos los actos que tengamos.
Somos católicos, porque aquí nacimos, pero no somos romanos.
Irreverencia y asco contra los colaboracionistas y encuadradores de lo popular…
Cristina ayudó a que haya justicia contra los represores y nos dio voz… ahora no podemos callarnos ante esta deriva.
Sabemos que Cristina encontró al Papa con ironía.
El Estado de Derecho no nos dice nada. Los que lo invocan son los que todos los días nos mandan en cana.
Preferimos ser apátridas, sin ley, sin pasaporte, sin curriculum, sin república, sin Tedeum.
Habitamos la noche. Entre la barbarie que irrita a Grondona y el totalitarismo que pone nerviosa a Beatriz Sarlo.
Somos negros de mierda como los cabecitas de Evita…
Nunca responderemos a un Papa que nació de una asamblea que odiaba a Chávez, nuestro hermano…
El Papa no se disputa, se profana.
Sólo invocaremos al Papa para insultarlo.
Aprendimos a hablar en la escuela pública y a putear en el potrero.
Pero puteamos en la escuela y somos amigos de las putas.
Sólo Cristina es sagrada.
Defenderemos con el cuerpo la DéKada Ganada…
La Asignación y el descuelgue del cuadro de Videla nos fortalecen para chocar con quien venga.
Pero el repliegue nos obliga a gritar: La argentinidad se quiebra con el Papa.
Compañeros, combate contra todo lo que este Papa representa o, sino, ruptura.
El que aplaude genuflexo es radical, dictadura o la Rural.
Hasta acá llegamos juntos… acercate al Papa y te alejarás de Ella…
No hay unidad con Francisco conspirando y Macri festejando.
Para qué queremos que nos limpien las patas?
Nacimos de las cenizas del 2001 y con Kostequi y Santillán…
Ni liberales ni socialistas… para mal o para bien, somos peronistas.
Estudiaremos quechua y guaraní para cantar el himno.
Pero con Grondonas y Duhaldes no nos reconciliamos ni coincidimos en un mismo espacio…
Vamos con la Pachamama y gracias a Dios, como en la Constitución de Bolivia
Leemos hoja de coca, y vemos Fútbol para Todos.
Si te preocupa la inseguridad chúpame la pija
A los que colgaron la bandera argentina por el Papa les rompemos la ventana de un piedrazo
Somos soldados de Cristina y Néstor, Evo y Chávez, Mujica y Lugo (en ese orden)
Estamos por Malvinas pero también con los mapuches y Palestina…
La izquierda es la patrona de nuestras hermanas en el barrio de Belgrano…
Somos los que asimilaron en la campaña del desierto y los que construimos el canal de Panamá…
Somos las cholitas que dejaron la pollera y se cortaron las trenzas en la frontera.
Somos la Cumbia Villera
Viajamos en transporte público pero a las 5:30 de la mañana y para ir a laburar
Aunque preferimos quedarnos en el barrio.
No vamos a salvar a nadie
No somos pobres, somos indios
Hoy despertamos con la alegría de la hinchada…
Mantenemos mística y liturgia pero nunca más responderemos a ningún Papa.

Soledades

Por Juan Gelman


Siempre me ha llamado la atención la capacidad argentina de crear soledades. Monumentales, como cuando se prohibió al peronismo participar en varias elecciones presidenciales. O individuales, hoy en torno de Horacio Verbitsky porque insiste en la verdad de los costados oscuros del papa Francisco cuando todo el mundo, empezando por la señora Presidenta, se los limpia. Como nuestro Premio Nobel de la Paz, que sustituye lo que supo por absoluciones que huelen a rigor mortis de la ética, cualquiera fuere su color. José Luis Mangieri tenía razón: la Argentina es un país de antropófagos. De sí mismos.

Conocí al nuevo Papa cuando era obispo en circunstancias en que yo recurría a todos los medios posibles para saber qué había sido de mi nieta o nieto nacido en cautiverio. Corrían los años ’90. Que había una hija o hijo de mi hijo lo supe en 1978 por el padre Fiorello Cavalli, un jesuita encargado del Cono Sur en la Secretaría de Estado del Vaticano. El padre Cavalli se interesó verdaderamente por el problema y preguntaba a todos los obispos argentinos que llegaban a Roma si sabían algo del tema. Nadie sabía nada.

Con ese antecedente, acepté la propuesta de mi querida y excelente abogada penal Alicia Oliveira, muy amiga de Bergoglio, como lo ha subrayado no hace mucho, de entrevistarlo para exponerle la situación e interesarlo en la averiguación de datos que podrían llevarme a encontrar a mi nieta o nieto. Nos recibió en la Catedral muy cordialmente pero, en síntesis, su respuesta fue que no podía hacer nada. Refiero el hecho porque es verdad lo que el ya arzobispo Bergoglio declaró ante la Justicia argentina: que yo había ido a verlo para que me ayudara a encontrar a la hija o hijo de mi hijo, su único legado. En esa audiencia judicial señaló también que había hecho gestiones con ese fin y que me había comunicado que no obtuvo resultados. Lo primero no me consta, lo segundo no es cierto. Nunca volví a ver al arzobispo Bergoglio y por ninguna vía supe de sus presuntas gestiones ni de su falta de éxito.

Narro este episodio no por su importancia, sino porque es cierto lo que nuestro Premio Nobel de la Paz dijo en 2005. Habló de la ambigüedad de Bergoglio y rogó al Espíritu Santo que no lo eligieran Papa en ese conciliábulo cardenalicio. Bueno. El tiempo pasa con su escoba de olvidar y algunos la agarran. No es difícil barrer los recuerdos que las circunstancias tornan molestos.

Huevos al plato y Militancia

por Valeriano


Puede ser por mis 42 y mi incipiente calvicie, puede ser por las mil derrotas y mi cinismo de fracasado. Mil motivos o ninguno tengo para afirmar que la militancia del 24 de marzo me tiene los huevos al plato.
La plaza se va a llenar dos veces hasta rebalsar de burócratas que nos dicen que son los Derechos Humanos; unos diciendo que están cumpliendo el sueño de los compañeros; otros que están continuando su lucha; ambos kioscando ideológicamente con los compañeros. También va a estar llena de militantes sueltos que cumplen con su cuota anual de compromiso callejero, para refugiarse el resto del año en Facebook.
A 37 años del golpe cívico/militar/eclesiástico (agregue usted, avezado lector, lo que le parezca); la plaza está cada vez más llena de obviedades. El 24 se ha convertido en el como si del arco ideológico que va de la centro- izquierda a la ultra-izquierda, incluyendo la izquierda peronista (hoy estética dominante). Cientos de miles se cargan de moral y en tono festivo salen a recordar, a luchar, a continuar, a decir, a saltar y cantar, a estar bien con ellos mismos.
Pero 37 no son pocos años: son muchos años de luchas y derrotas; pero también de convicciones y victorias. Como son muchos, muchas boludeces hemos tenido que escuchar en estos últimos tiempos.  Jode ver a Hebe meter, ante cualquier medida del gobierno, el sueño de sus hijos; o ser testigos de una discusión imbécil y sin sentido frente a un asado en la ESMA (viendo a un chabón que pasó por ahí, que fue torturado, compungido frente a Nelson Castro porque alguien hizo unos patys: ¡Horror! Patys y choris en la ESMA). Es tremendamente estúpido que no se pueda usar la palabra desaparecido porque algún comisario político y moral te va a corregir un “Che, me desapareció la lapicera”). Ofenden nuestra inteligencia las columnas de banderas rojas que nos vienen avisando, desde Diagonal Norte, que no se reconcilian con no sé quién, justo ellos que jamás estuvieron en la discusión. Harta ver a Estela de Carlotto enfocada cada vez que Cristina habla como garante moral del gobierno; ejemplos tenemos miles y seguramente a cada uno de los pocos que lean esto se le viene alguno ahora mismo).
Un amigo mio me contaba el otro día que tuvo que ir al Olimpo, no sé bien por qué, y que al entrar vio a un grupo de unas diez personas que, se enteró más tarde, eran una especie de militantes de 678. Al salir de la reunión que tenía, justo al pasar cerca de la asamblea seisieteochista, escuchó que comenzaban a gritar “30 mil compañeros…”.
Y como si fuera, poco hoy por hoy, las redes sociales multiplican hasta el hartazgo la imbecilidad militante.
Pero creo que mis huevos al plato con el venticuatro de marzo no se deben ni a mi claro envejecimiento; ni mucho menos a los boludos sueltos que polulan por ahí; ni a la utilización que hace el Kirchnerismo, o a la utilización que hace cualquiera.  Se debe a que se ganó.
A 37 años del golpe podemos decir que la verdad, la memoria y la justicia prevalecieron en nuestro país. Por supuesto que faltan cosas todavía y que siempre hay que estar atentos. Oca, pero la lucha principalmente de Abuelas, Madres e Hijos después (ciudadanía popular) dio claro resultados. Ganaron. Ganamos.
La Marcha del 24 es, entonces, la disputa por el contenido de la victoria. ¿Quién se queda con la Copa? Y eso me llena tremendamente los huevos. La marcha del 24 es un compendio de obviedades, de clichés, de simulaciones. Lo único bello y rescatable son las miles y miles de pibas y pibes menores de 23 que van felices a la Plaza.
Por lo expuesto, señor lector, quiero proponer que no se haga más la Marcha del 24 de marzo: fuimos valerosos en la lucha y la derrota; no seamos imbéciles en la victoria. ¿Usted cómo la ve?

Homini Lupus Homini

por Lobo Suelto!



El territorio tiembla, el sentido de la eternidad afloja, el tiempo se recubre de un vertiginoso efecto de “ahora”. Así vive el hombre: en pleno desmonte. Entre neblinas, los viejos lobos recuerdan ese tiempo muy otro, el Tiempo-Ahora. Vale la imagen dialéctica para ajustar las tuercas a esta estafa llamada presente.
De las variaciones de la tierra sólo esperamos una cosa: que arrase con el hombre. Temblor y terror. Lo saben los más agudos entre nuestros enemigos (pastores de la humanidad): en la lucha contra el papado –¡hay, el tiempo no pasa, sólo se argentiniza!– un hombre lúcido, Thomas Hobbes, aprendió a descifrar en lo profundo de la naturaleza humana. El hombre fuera del Estado, dijo, de su influencia pedagógica y terrorista, es lobo (Lupo Líbero): Homini Lupus Homini. Fiera íntima que anida en la sexualidad no contenida de la mujer y del varón.
La esencia del humano es el miedo al dolor, es decir, la voluntad (eso es lo que nos separa y repugna). Luchar contra fuerzas vencedoras, dice el más original impulso lobuno; lo demás sería fútil pérdida de agresividad. Nuestra batalla carece de doctrinas: sólo nos orientan las líneas del desmonte, es decir, la guerra a la voluntad humana en todas sus formas y bajo todas sus máscaras.
Nuestros enemigos, entonces: en primer lugar, la voluntad divina. Luego, el murmullo feliz del populismo, epítome de los voluntarismos redentores. Finalmente, los más pillos bandidos de lo “post” (post hegemonía, post soberanía, post colonial): post-voluntad. Voluntad que creer, en vano, incluso cínicamente, estar de vuelta de sí.
Todo aquello que posee aspecto de filosofía merece ser invertido. Como esa escena patética del pensador aturdido por la civilización a la búsqueda de un “claro en el bosque”. Lo nuestro son los Materroles urbanos.

Allí donde se permanece mansito y gozoso, peligroso no insurrecto (mañana, quién sabe!). El círculo vicioso del nacional esencialismo persiste. ¡No nos van a agarrar! ¡No nos van a atrapar!

¡Oh Hobbes, nuestro primer poeta! El odio lo estremecía y su prodigiosa razón lo inmortalizó. Él es el hombre: en su palabra temerosa nos reconocemos. Somos refutación pura (¿la realidad es la única verdad?). Somos palabra santa desde que las profecías sucumbieron (¿comunidad organizada?). El de lo profético ocurrió hace poco: el año 2000 nos encontró agusanados. Homini Lupus Homini no es combate ni deseo de poder, sino goce y fuga.
“Vos llevás una opinión que va muy bien con tu tristeza” (y con las pilchas). Da seguridad, sosiega. Se llama Realidad. Se llama Simbólico. ¡La doxa se ha politizado! ¡El elenco! ¡El elenco! Opinemos todos y todas que las convicciones se han vuelto mercado: dan buena renta, identidad y hasta conjuran malestares.
¡Corre, Lupus corre! La libertad muestra sus dientes a la luz de la luna. Pero la realidad ya no va (no nos van a joder de nuevo con la verba de los verbosos: alka-rajo). Busquen, nomás, la coherencia enferma, el sinsentido en los argumentos: poco cabe en las estructuras del hábito. La deserción dibujada sobre nuestra fealdad (héroe de nuestra vergüenza). En nuestro desclase: pura pragmática; en nuestro subdesarrollo: pura reacción muscular. Imbatibles a fuerza de astucia y urbanidad obligada. La sublevación estereotipada del indio perezoso: Lupus es el afuera en el centro del adentro.
Con muy poco se puede hacer estallar la Historia.
Arte sutil de la incomunicación. Escritura acribillada para fugar de la literatura. Sólo el Maestro Lupus, gran escritor, alcanza el orgullo de no tener nada que decir. Lo demás es defender la propia causa bajo el disfraz del altruismo, de lo colectivo, de la Voluntad. Banderas pedorras (¿Banda de orgas en pedo? ¿pedo-gorras?).
                                            
Del goce al disfrute Lupus te la embute
Si se aguza el oído, desde el fondo del bosque envenenado se escucha el  ritornello: ¡pensamiento liberal que vergüenza que me das! / pensamiento nacional la vergüenza federal! Murmullo mudo, solitario, absoluto: aprendizaje de una retórica natural, oficio de obras falsas que propicia  encuentros silvestres.
No: lengua de la multitud en su descomposición (y recomposición). En la ambivalencia tensada, y sólo en ella, esperamos alcanzar la alta definición, la que sirve.  ¡Nuestra voz será falsa o no será!
Llevamos en nuestros oídos la más maravillosa música que es, para nosotros, la de la intolerancia y el tropezón con los que la viven de otro modo (¡no todos, of course!).
¡Sólo la mentira nos hará libres!

Clinämen: Poder financiero y dictadura

Conversamos con Bruno Napoli, historiador e integrante de la oficina de derechos humanos creada dentro de la Comisión Nacional de Valores para investigar el rol de dicho organismo durante la dictadura. A dos días del 24 de marzo, nos preguntamos por el lugar del estado y sus modos de vinculación con el poder económico.

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lluvia infinita de átomos desviación clinämen
retomamos conversaciones empezadas
hablamos entre nosotrxs hablamos con otrxs

todos los martes a las 11 hs. en la mar en coche / radio la tribu

les compartimos un breve archivo
de audios de la 2da mitad de 2012
y los primeros clinámenes de 2013
(el título linkea al audio)


Poder financiero y dictadura 26 de marzo de 2013
Conversamos con Bruno Napoli, historiador e integrante de la oficina de derechos humanos creada dentro de la Comisión Nacionalde Valores para investigar el rol de dicho organismo durante la dictadura. A dos días del 24 de marzo, nos preguntamos por el lugar del estado y sus modos de vinculación con el poder económico.

Todo papa es político 19 de marzo de 2013

Conversamos sobre cómo la asunción del nuevo papa puede modificar los horizontes políticos. El escenario mundial y el latinoamericano. El proyecto de una contención conservadora de lo popular. Las cúpulas de la iglesia y la dictadura en Argentina. El cristianismo como sustrato común.

La producción política de la catástrofe 18 de diciembre de 2012

Conversamos con Ángel Luis Lara, artista y activista español que vive en Nueva York, sobre los devenires de Occupy Wall Street y el surgimiento de Occupy Sandy, luego del paso del Huracán Sandy por los Estados Unidos, en octubre de este año.

Crear comunidad como forma de resistencia 11 de diciembre de 2012

Conversamos con Raul Gatica, activista, escritor, periodista y miembro del Consejo Indígena Popular de Oaxaca (CIPO) Flores Magon. Raúl es actualmente un organizador del movimiento de trabajadores campesinos golondrina en Canadá, en donde se encuentra exiliado.

Los afectos en política 4 de diciembre de 2012

Conversación intra-clinamen sobre la coyuntura política. ¿Hay una irrupción de los malestares y los miedos que está desplazando una política basada en la argumentación, los discursos y los intelectuales?

Cuando hablamos de seguridad 27 de noviembre de 2012

Conversamos con Quique Font, profesor de Criminología y política criminal de la Universidad Nacionalde Rosario, sobre la relación entre lo policial y lo político. ¿Qué pasa en las periferias? ¿Qué formas de conflicto y de violencia? ¿Qué pasa con los jóvenes?

Impunidad y bruteza 16 de octubre de 2012

Compartimos fragmentos de una conversación con Florencia Arietta, jefa de Seguridad del Club Atlético Independiente de Avellaneda. La disputa por la fiesta. ¿Qué pasa con los pibes? Impunidad y brutalidad, el ejemplo del crimen de Mariano Ferreyra. La trama de actores: la policia, la dirigencia de los clubes, los funcionarios públicos. Las falencias del progresismo en temas de seguridad.

Multitudes insondables 2 de octubre de 2012

Conversamos con Amador Savater, pensador y activista español, sobre los devenires del 15M y algo del aniversario de Ocuppy Wall Street. Luego, hicimos una pequeña incursión en la actualidad de los movimientos en Perú, con Juan Carlos Giles en el estudio.

Fanón y la lucha anti-colonial 11 de septiembre de 2012

Conversamos con el antropólogo Miguel Mellino sobre Frantz Fanon, pensador y activista de las luchas por la independencia de las colonias europeas, cuya vida y obra resonó en las militancias de izquierda de los años 70 en nuestra región.

El regimen político megaminero 14 de agosto de 2012

Conversamos con Horacio Machado Aráoz, docente e investigador catamarqueño, sobre el nuevo modo de gobierno que se genera mediante el cruce de los aparatos estatales y los agentes de las empresas extractivas en la región.
Conversamos con Tomás Palmisano, politólogo e investigador, sobre el modelo económico actual en Argentina y en la región. Cómo la mineria a cielo abierto, el agronegocio y la explotación petrolera pueden pensarse dentro de una misma dinámica económica, de caracter extractivo.

La ciencia con las asambleas en los territorios 3 de julio de 2012

Conversamos con María Comelli y Matías Blaustein de IPPM (Investigadores Populares sobre Problemáticas Mineras), un grupo interdisciplinario de investigadores y estudiantes de las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Ciencias Sociales de La UBA que trabaja junto a las asambleas contra la megaminería en el interior del país.

Darío nunca hubiese aceptado que a las familias les tiren con glifosato 26 de junio de 2012

Conversamos con Neka Jara y Alberto Spagnolo, que integraban el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) cuando asesinaron a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en Avellaneda. Diez años después, desde el Movimiento de Colectivos, reflexionan sobre las formas de organización actuales y las demandas vigentes.

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