Venga la esperanza // Mariano Molina

Faltaban varios años para el 2000. Era enero en Holguín, provincia oriental de Cuba. La Revolución estaba cumpliendo 35 años de vida. Era el motivo que me había llevado a viajar los 8 mil kilómetros entre el Buenos Aires, sur de América y la bella y hermosa isla del caribe. La Revolución fue también el impulso que justificase trabajar 8 o 10 horas diarias en una fábrica de alfajores y luego concurrir a esos primeros cursos de la Facultad. Juntar el dinero para el sueño motivó diversas y complejas tareas. La Revolución era y es el sueño eterno. Y en esos años de adolescencia y juventudes la Revolución era Cuba.

En Holguín pude conocer escuelas. Recuerdo una tremenda escuela de deportes. Una experiencia alucinante y envidiable. El deporte como derecho humano básico sigue siendo un anhelo irrenunciable. En una de las escuelas primarias me recibieron con un amor y un cariño desbordante. Podría decir que desproporcionado con quien soy y era. Un acto con todos los grados en el patio central. Pero eran tiempos del período especial. Y eso implicaba un enorme agradecimiento de las mayorías del pueblo con cualquiera que realizaba pequeños actos de solidaridad. Recuerdo una foto junto a maestras y estudiantes con sus clásicos uniformes blancos y rojos.

La Revolución Cubana fue, en esos años noventa, el único faro de resistencia y esperanza en medio de la tormenta neoliberal que azoraba al continente.  Y, además, su música, su arte, las y los artistas, su mística ganada a través de años de luchas y el cariño de su gente. Todo eso, sumado a la inalterable firmeza de Fidel y el legado guevarista hacían de Cuba un lugar único.

Sobre finales de siglo, Silvio Rodríguez cantaba en vivo una canción que nunca fue grabada en estudio. Un fragmento dice lo siguiente:
Cuando niño yo saque la cuenta
de mi edad por el año dos mil
(el dos mil sonaba como puerta abierta
a maravillas que silbaba el porvenir)

Pero ahora que se acerca saco en cuenta
que de nuevo tengo que esperar,
que las maravillas vendrán algo lentas
porque el mundo tiene aún muy corta edad…


Y el año 2000 pasó. Y hay injusticias y desigualdades que persisten. El nuevo siglo y las luchas populares trajeron mejores gobiernos a gran parte de nuestro continente. Y en muchos rincones se vivieron mejoras humanas y materiales soñadas. Un poco acotadas a veces, pero mejoras al fin y al cabo. Igualmente, el neoliberalismo y sus políticas despiadadas no desaparecieron. Y vaya si lo sabemos y sufrimos en Argentina.

Durante estos años mucha migración cubana empezó a llegar lentamente a nuestras tierras del sur. Muchas y muchos no son gusanos antirrevolucionarios que vienen hasta este rincón del mundo a diseñar planes de invasiones y derrocamientos. Muchas y muchos son profesionales extra calificados. Otros y otras con estudios básicos. Otras y otros son artistas o deportistas. Todas y todos formados por la Revolución. Los y las empezamos a cruzar en innumerables lugares de la vida cotidiana. Buscan mejoras materiales de su vida diaria. O ayudar con algún billete que puedan mandar a sus familias de la isla. La vida eterna de las migraciones económicas a lo largo de la historia. Nada que no conozcamos. Nada que no sepamos.

Desde hace tiempo estas escenas me generan innumerables preguntas. Interrogantes sobre las eficacias de los procesos sociales emancipadores. Sobre el consumo. Sobre la utopía socialista. Sobre las necesidades materiales básicas. Esas que aprendimos con las primeras y más elementales lecturas del marxismo. Preguntas imprescindibles para quienes abrazamos insistentemente a la Revolución Cubana. Preguntas necesarias cuando hay cosas que no salieron bien. ¿Cuánto hay de errores propios? ¿Qué cosas se hicieron mal? ¿Qué cosas se hicieron bien con resultados magros? ¿Es todo culpa de la agresión norteamericana? ¿Qué sueños son posibles en medio de una guerra económica? ¿Cuánto habrá de injusticias propias? ¿Qué horizontes contiene actualmente la utopía socialista?

Hace un tiempo vengo conversando con gente amiga estas cosas. Un poco en voz baja y un poco solo en confianza. Porque siempre están al acecho los dueños de una pseudo moral revolucionaria dispuestos a incendiarte en la hoguera de sus frustraciones, siempre en nombre de un ideal inexistente. Además, porque son dolores que vamos asumiendo lentamente. Y porque quienes seguimos teniendo horizontes anticapitalistas, sabemos que hay cosas que no siempre se pueden hablar con todas y todas.

Tengo la sensación que la Revolución Cubana no pudo abrazar otras experiencias del continente en estas últimas décadas. Dejarse permear un poco por esos movimientos contradictorios y limitados. Permitirse la influencia de algunas cuestiones que pueden ser interesantes. Empaparse de nuevas lecturas y procesos sociales. Observar que hay contradicciones que se mantienen en el tiempo. Y otras que pueden resolverse con más amor que dogmas. Y así se fue un poco alejando cuando los tiempos favorecieron. Son sensaciones que cruzan el pensamiento, muy lejos de cuestionamientos injuriosos. Quizás su titánica lucha con el imperio no le permitió ver otras experiencias del continente. O la lógica de la guerra fría persistió en este siglo XXI.

Pienso en la Revolución Cubana y no quiero sentirme lejos. Y no quisiera que se la vea con la misma actitud de hace dos o tres décadas: un paraíso con problemas producto de la agresión de los malos. Creo que la larga lucha de las y los cubanos y su Revolución no merecen tamaña ingenuidad. Y creo que hay que poder expresar tantas preguntas como ejercer solidaridades.

Llevo en mi piel los colores rojo y negro que conocí por el Movimiento 26 de julio. Tengo plena conciencia de la tremenda agresión que Cuba sufre por la principal potencia del planeta. A esa misma potencia la puedo seguir denominando imperialismo yanki sin ninguna vergüenza. Los aborrezco. Los odio. También creo que la Revolución logró la sociedad con mayor justicia social de nuestro continente. Y eso es una hazaña inconmensurable. Sigo convencido que Fidel ha sido el mayor líder de la liberación de nuestro continente en el siglo XX y el presente y, además, el más solidario. Y que, sin la existencia del Che Guevara en nuestra historia, la humanidad seria peor.

Así de concreto. Así de básico siguen siendo algunos de mis razonamientos. Pero algo lleva a escribir sobre estos dilemas que hace años están dando vueltas en la cabeza. Y en el corazón. Estamos haciendo una mudanza. Contratamos una mini empresa. Un camión con chofer y dos personas que ayudan a cargar y acomodar las cosas. En general les dicen peones, pero no puedo dejar de observar lo despectivo esa denominación. Apenas empezamos a levantar las cosas sus acentos migrantes irrumpen en el espacio. Mi compañera me comenta algo con dolor. Seguimos con la tarea. Después de un rato el camioncito está lleno de una vida que mutará en una nueva vida llena de esperanzas y proyectos. Sentado en un escalón, en una pequeña pausa antes de arrancar, les pregunto de dónde son. Los tres son cubanos. De Holguín. Y se produce un pequeño diálogo. Uno llegó hace dos años y medio. Otro vino después. Y el último y más veterano llegó hace una semana. Y hace un gesto típico de Cuba. Se pasa el dedo índice por el cuello. Me dice que la cosa esta tremenda. Candela. Y hace un juego con las palmas de la mano. No hablamos de la revolución ni nada de política. Aunque lo sabemos, todo diálogo también es político.

El camión se va lentamente, la cabeza estalla y el corazón se estruja. Hago las cuentas de mi edad cuando conocí Holguín. Las cuentas de la edad de dos de ellos. Hay altas probabilidades de que sean profesionales ganándose la vida en el sur del mundo con lo que aparezca ¿Y si alguno estuvo en esa escuela que visité y donde me recibieron amorosamente? Creo que no quiero averiguar más. Por las dudas. ¿Qué hacer con esa parábola de la vida? ¿Qué hacer con eso que ya es una gran paradoja existencial? Las preguntas vuelven insistentes. ¿Podemos dejar de hacernos preguntas? ¿Podemos seguir callando las cosas que nos duelen? ¿Existe la posibilidad de proyectos políticos emancipadores sin estos interrogantes? Leo a Silvio. En una entrevista de hoy nos dice que “Si en 60 años no pudimos desarrollar una creatividad que supere el bloqueo, estamos mal”. ¿Se puede seguir soñando una revolución y obviar estas realidades? ¿Podrá la izquierda y el campo popular hablar abiertamente de estos asuntos sin falsas acusaciones? Cuestan las respuestas totalizadoras. Prefiero ensayar una intuición: sin alguna de estas preguntas y cuestionamientos es difícil pensar que pueda haber revoluciones…  

Imágenes: Kaloian

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