Política del síntoma, política del trauma. Lo profesional también es político // Lila María Feldman

Hace ya algunos años, la conversación e interlocución con Diego Sztulwark, me llevaron a escribir y publicar en este mismo medio diversos artículos en torno a lo que Diego denominó “Política del Síntoma”. Incluso participamos de una mesa, en la AAPPG, institución de tradición psicoanalítica, para intercambiar sobre ese tema. Podría decir hoy que aquel fue un modo más de enlazar política y psicoanálisis, una de las preguntas que animaban el trabajo de pensamiento era la siguiente: ¿Qué tiene el psicoanálisis de político? Y otra de ellas era: ¿cuál es la potencia cognitiva y política del síntoma?

Algunas de esas preguntas e inquietudes habían aparecido para mí tiempo antes, de la mano de un manojo de textos que di en llamar la serie de la revuelta, también publicados aquí, en las páginas de Lobo Suelto.

Hoy, algunos años después, algunos textos después, nos encontramos con un conjunto de grupos y colectivos de trabajadorxs del campo de lasalud mental, en torno a ¿nuevas? batallas e interrogantes. Puedo narrarlo de diferentes maneras, incluso hay dos textos de autoría colectiva que hablan de ello (Acerca de los abusos y violencias en el campo psicoanalìtico, parte I y II). Puedo decir que lo que nos impulsa a escribir, a discutir, por cierto mucho a lo largo de estos días, son los silencios y complicidades en nuestro campo profesional, respecto de prácticas abusivas y violentas dirigidas a pacientes, alumnxs y colegas.

Es tiempo de ampliar la pregunta por el síntoma, pregunta que aún resuena –parece- para muchxs de nosotrxs. La política del síntoma como puesta en discusión y combate de lo neoliberal, y toda su corriente normativizante, adaptacionista, colonizante de las subjetividades. Porque –en cambio- no resuena tanto la pregunta por el trauma y sus políticas en el campo de la salud mental. Entonces diría: ¿Cuál es la potencia cognitiva y política del trauma? ¿Cuál es su potencia desarticulante del mando neoliberal y también de lo patriarcal, régimen de opresión por excelencia? no sólo el trauma que ocurre por fuera de nuestro campo e ingresa en él en busca de asistencia, tratamiento y alivio- sino el trauma que ocurre dentro del mismo- en nuestras propias aulas, consultorios, instituciones. De esos traumas se habla menos, se habla poco, se calla bastante, se silencia un montón, se traman complicidades destinadas a su eliminación, sanción y olvido. Llamativa paradoja, ya que lo propio de nuestro campo es el trabajo con lo reprimido, con los silencios, con los diversos modos en que retorna lo traumático, generando tantos sufrimientos. 

Me quiero detener en esa idea: política del trauma. Es decir, ¿qué hacemos con los traumas que nos conciernen? ¿consideramos que se trata de situaciones aisladas y singulares, excepciones que les tocan a algunas pocas personas? Sabemos que ocurren a la vista de todos, no únicamente ahora sino ya hace mucho, y que no se trata de situaciones de excepción. El trauma no es personal o individual, es personal y colectivo, daña a quien lo padece en nombre propio y a todo un tejido social, sus destinos varían de acuerdo a lo que suceda con él: no es lo mismo que se lo aloje y nombre a que se lo acalle, ignore o reprima. En torno al trauma se despliegan determinadas políticas. El trauma es el efecto de un daño que una persona ejerce en otra, pero lo traumático también se sostiene y expande en sus condiciones de posibilidad y sus condiciones de impunidad. Quienes abusan y violentan no son únicamente personajes marginales sino que, muchas veces, son los hijos sanos (y hegemónicos) de nuestro campo profesional. Quienes silencian siguen siendo mayoría.

La historia de nuestro país cuenta con valiosas y dolorosas experiencias en cuanto a políticas del trauma. Los organismos de Derechos Humanos, con su política de Memoria, Verdad y Justicia. La Ley de Salud Mental (26657) y la creación del Órgano de Revisión, instaurando y colocando en primer plano la perspectiva de Derechos en nuestro campo, frente a las prácticas manicomiales que los vulneraron y aún vulneran, porque esa batalla no ha terminado. Un presidente democráticamente elegido que ha pedido perdón en nombre del Estado Argentino, por los crímenes de la última dictadura cívico-eclesiástico-militar, que lo ha implicado. Son algunos ejemplos y marcas históricas con las que contamos. Los feminismos y sus arduas batallas y conquistas abrieron y siguen abriendo caminos. El Ni una menos, Thelma Fardin y el Mirá como nos ponemos, también ampliaron el coraje y el valor de narrar, ampliaron el territorio de lo narrable. Construyeron políticas de la palabra y la acción en torno a las violencias y abusos patriarcales. En otros países, por ejemplo en Finlandia, la Sociedad Psicoanalítica (SPY) pide muy recientemente disculpas en una declaración pública, por su participación o contribución a la estigmatización y sufrimiento en personas pertenecientes a minorías sexuales y de género. En nuestro país las llamadas “terapias de conversión” también generan estragos. Más cerca, o incluso dentro del psicoanálisis, perviven las prácticas hegemónicas estigmatizantes, y repetidoras de conceptos que ya deberían ser obsoletos, patologizantes, por ejemplo, de diversidades. 

Tenemos mucho camino por delante en cuanto a la política del trauma. Algunas alzamos la voz, nos agrupamos, conversamos en instituciones y con referentes de nuestro campo, recibimos pedidos de ayuda y escucha, son incontables los relatos de abusos y violencias ejercidos en instituciones de salud mental, consultorios privados, etc. Pero quiero señalar además, ya que la política del síntoma ha generado afortunadamente y sigue generando mucho interés en compañerxs y colegas, que es tiempo de poner en valor la pregunta y el trabajo de pensamiento en torno a la política del trauma y las acciones visibles o no visibles que genera, es tiempo de discutir la cofradía que confina el trauma al silencio y el amparo de la complicidad; es tiempo de discutir la falta o déficit de regulaciones con las que aún no contamos, para nuestro ejercicio profesional. 

El psicoanálisis ha dedicado libros, páginas, congresos, horas y horas a hablar de trauma. Sabemos que el trauma necesita de –al menos- dos tiempos, y sabemos que lo que se hace con el trauma importa. El trauma retorna y reclama elaboración, memoria, reparación, reclama ser alojado, nombrado, reclama ser pensado tanto en sus dimensiones singulares e individuales como colectivas. El trauma en nuestro campo nos implica, nos demanda, lo sepamos o no, lo nombremos o no. De nuestra política del trauma también somos responsables.

IMAGEN: Un alambre de voz de Claudia B. Greco

 

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