Del Gran Rechazo a la Gran Dimisión // Amador Fernadez-Savater

En los años 60, el extraño fenómeno se denominó “Gran Rechazo”: una revuelta contra la sociedad represiva a todos los niveles, desde la familia a la política, pasando por el trabajo y la cultura. Es decir, no ya sólo la demanda de mayor y mejor integración en lo existente, sino el rechazo mismo del principio de realidad.

A la vez una ruptura con la sociedad establecida y un éxodo hacia otros mundos posibles: comunas, barrios alternativos y zonas liberadas, experimentación psicodélica, sexual, física, etc. La política convencional, incluida a la izquierda, no tuvo durante años ningún marco para interpretar lo que estaba sucediendo ante sus narices, lo percibía como simple “barbarie”.

En 2021, medio siglo más tarde, el extraño fenómeno se denomina “Gran Dimisión” (o Gran Renuncia): un abandono masivo de los puestos de trabajo en primer lugar, prolongado luego por un masivo “dar la espalda” a la política convencional y los medios de comunicación.

No votar, no encender la tele, no seguir las noticias de actualidad, desviar la atención y el deseo de todos los focos que buscan atraparlos cotidianamente. La política, incluida la izquierda, vuelve a quedarse perpleja, desprovista de nuevo de marcos de interpretación ante lo que sucede.

¿Cómo resuenan entre sí el Gran Rechazo y la Gran Renuncia? ¿En qué difieren? ¿Qué semejanzas y diferencias podemos encontrar entre estos dos objetos volantes no identificados?

El Gran Rechazo

El pensador por excelencia del Gran Rechazo fue el profesor alemán Herbert Marcuse, miembro de la famosa Escuela de Frankfurt y autor de célebres ensayos como Eros y civilización (1955) y El hombre unidimensional (1964).

¿Cómo concebía Marcuse ese Gran Rechazo, que no sólo buscaba teorizar, sino intensificar y prolongar también con sus libros, sus charlas, sus intervenciones públicas?

El Gran Rechazo es un espíritu que dice no a la sociedad existente, en nombre de una liberación que es posible

Lo que Marcuse describe principalmente es un fenómeno de carácter utópico: los actores del Gran Rechazo –fundamentalmente movimiento estudiantil, población negra, luchas anticoloniales– expresan potencialidades inherentes al estado de las fuerzas productivas y tecnológicas del momento, bloqueadas sin embargo por el sistema capitalista represivo y autoritario.

El Gran Rechazo es una energía de contradicción, un espíritu que dice no a la sociedad existente, en nombre de una liberación no abstracta sino posible, autorizada y permitida por el progreso de la abundancia material. La negación de la represión y la explotación, de la pobreza y la miseria, de la diversión estandarizada y la belleza comercializada, se acompaña de la afirmación de la creatividad y el disfrute, del juego y la emancipación de los sentidos, de la cooperación y la riqueza de facultades del cuerpo humano.

Se trata de un gesto político profundamente estético: lo que ya no soporta más el estado de cosas y se rebela, lo que busca reapropiarse de sus potencias y prerrogativas, es la sensibilidad. El arte, en su autonomía con respecto a los principios de productividad, eficiencia y rendimiento, prefigura la emancipación posible; y la Nueva Izquierda y la contracultura buscan aterrizarla en la realidad concreta y vivida de todos los seres humanos.

La vieja izquierda no entiende nada de la revuelta de los años 60-70 y queda desbordada por todos lados

La vieja izquierda no entiende nada de la revuelta de los años 60-70 y queda desbordada por todos lados: impugnación de sus jerarquías, de sus formas de organización disciplinadas, de sus modos de expresión regimentados. Incapaz de leer políticamente los fenómenos de sensibilidad, considerados como algo “burgués”, entiende el cambio como una cuestión meramente cuantitativa: una mejor distribución de la misma productividad, un mejor reparto de los mismos bienes.

Pero la sensibilidad no es un asunto privado, afirma Marcuse, sino político. La transformación debe alcanzar las capas profundas del ser humano, en sus dimensiones biológicas y orgánicas incluso. Supone la creación de una “segunda naturaleza”, de una segunda capa de hábitos y deseos. Los movimientos y luchas de los años 60-70 expresan “diferencias cualitativas”: aspiraciones a otro tipo de cuerpo y de ciudad, de trabajo y de ocio, de vida y de muerte.

 

Se trata ni más ni menos, dice Marcuse conversando con Freud, de la liberación de Eros. No de la mera liberación sexual, como creen tantos reaccionarios ignorantes críticos de la contracultura, sino de la capacidad humana de establecer vínculos sensibles con todo: el mundo, los demás y uno mismo. Los apuntes de Marcuse sobre los movimientos feministas y ecologistas de la época son, en este sentido, de una sorprendente actualidad.

Sólo la fuerza de Eros puede sujetar a la pulsión de muerte, dice Freud al final de El malestar de la cultura. “Hoy la gente está locamente enamorada de la muerte, incluida de la suya propia”, prosigue Marcuse. Sólo la liberación de Eros puede contener la instrumentalización capitalista de las pulsiones destructivas –competitividad y agresividad, dominación y conquista– que amenaza ayer y hoy con llevarse el mundo por delante.

La Gran Renuncia

Quizá una de las cosas más interesantes de la Gran Renuncia es lo poco que sabemos de ella a ciencia cierta. En esta sociedad que neutraliza cualquier acontecimiento a fuerza de sobre-interpretación, la Gran Renuncia mantiene su misterio y, por tanto, su provocación al pensamiento. Eso sí, lo que sabemos seguro es que el fenómeno inquieta por igual a los empresarios, los departamentos de recursos humanos, los sindicatos y Yolanda Díaz.

Tal vez el pensador que ha reflexionado más sobre la Gran Renuncia es el italiano Franco Berardi, Bifo. Todo comienza para él con el abandono masivo de los puestos de trabajo en EE.UU. (también China y Europa) tras la normalización de la pandemia. Es decir, el tiempo de pandemia, un tiempo aparentemente suspendido donde no pasaba nada, fue en realidad el momento de una re-priorización general de las necesidades y los deseos, al término del cual mucha gente decidió dejar de sacrificar su vida al trabajo (y no sólo a los trabajos de mierda).

La Gran Renuncia es un fenómeno de deserción de la política, la economía y los medios de comunicación

Pero esa renuncia se ha seguido luego de otras. No acaba con la pandemia, sino que prosigue en tiempos de crisis permanente, guerra y sensación de fin del mundo. Como un fenómeno general de deserción de la política, la economía y los medios de comunicación, el trípode actual del statu quo.

–deserción de la visión política del mundo: lo real entendido como poder y cálculo de poder, manipulación del público, intrigas palaciegas, lógica de bandos sin preocupación ninguna por el bien común, militancia militarizada. Salida por hastío.

–deserción de la visión económica del mundo: lo real entendido como mercado, trabajo precario y ultraexplotado, presión al rendimiento, cada uno convertido en empresario de sí mismo, gestionando su capital simbólico de proyectos, visibilidad y contactos. Salida por agotamiento.

–deserción de la visión mediática del mundo: lo real como objeto de propaganda, captura de la atención en espectáculos prefabricados, alejados de la vida común, evanescentes. Personajes-marca, polémicas-trampa, noticias sesgadas de asuntos sobre los que no tenemos ningún poder de decisión. Salida por saturación.

Hastío, agotamiento y saturación: la Gran Renuncia aparece, a diferencia del Gran Rechazo, como un fenómeno sin utopía, post-utópico. No apunta a otro mundo posible. A ningún afuera.

Escapar de las ciudades que los confinamientos mostraron como grandes ratoneras, turistear menos y llevar una vida más local y localizada, bajar las expectativas de consumo, no seguir las noticias y centrarse en los vínculos cercanos, complicarse menos la vida: más que a una lucha social, la Gran Renuncia recuerda al gesto de Bartleby, el personaje de Melville: “Preferiría no hacerlo”.

Bifo lo interpreta como una retirada del deseo: un apagón libidinal, una caída de las ganas, una cierta apatía, pero también la fuga de los lugares donde la energía deseante estaba capturada hasta ahora: competitividad, consumo, éxito, auto-realización. Antes, contra la represión, liberación. Ahora, contra la presión, deserción.

Antes, contra la represión, liberación. Ahora, contra la presión, deserción

El cansancio aparece como síntoma y límite de la expansión, la tendencia privilegiada siempre por Occidente, en sus guerras, conquistas, aceleración progresiva y deseo de siempre-más. El eros se sustrae nuevamente al poder de la pulsión destructiva, pero ahora por un movimiento de defección: “Desaparición, falta o carencia, deserción, sublevación”. La caída del deseo persigue, paradójicamente, la felicidad.

Esta deserción desconcierta a la izquierda convencional, al menos la que registra el fenómeno, porque hay otra que vive permanentemente en la burbuja autorreferente de sus intrigas cotidianas y trending topics. En general se interpreta como hizo el presidente Joe Biden con su famoso “pay them more”. Es decir, como un asunto puramente cuantitativo y que puede resolverse con más medidas progresistas.

No se puede ni se quiere ver en el fenómeno una “diferencia cualitativa”, es decir, algo imposible de entender y resolver en el interior del marco de pensamiento establecido. El fenómeno no se deja traducir políticamente, la Nueva Política decepciona, baja la expectativa de voto a la izquierda, incluso la más “social”. La Gran Dimisión renuncia también a la inclusividad que propone la izquierda paliativa.

Los movimientos sociales, más allá de la política convencional de los partidos, también están desconcertados. La Gran Renuncia no expresa un nuevo activismo, sino más bien un des-activismo: una relajación y una ralentización de la vida, que busca su reconciliación con otros tiempos y otros ritmos, otros espacios y lugares, otras necesidades y deseos.

Es cuanto menos chocante: ante la peor guerra europea desde hace décadas, con implicaciones sociales muy serias y amenaza nuclear a las puertas, no se organiza ningún movimiento pacifista transnacional. El “no a la guerra” no se expresa hoy saliendo a las calles, sino apagando la tele.

Más allá de la política

Según Bifo lo que está muriendo poco a poco es la misma política moderna; y también, claro está, sus manifestaciones de izquierda, un mero fantasma de lo que fueron.

La promesa de la política moderna era el control racional de la realidad a través del Estado y la Ley. Pero el mundo de hoy, gobernado por automatismos hiper-complejos e hiper-acelerados, desborda completamente el marco político clásico. El Estado y la Ley son impotentes ante estos automatismos, cuando no sus secuaces.

¿El fin de la política moderna implica el fin de la idea de transformación social? No necesariamente, pero sí el abandono necesario de su facultad principal: la voluntad. La voluntad que fuerza los acontecimientos y los somete a los dictados de la razón.

¿Qué puede sustituir a la voluntad como principal facultad política? Tanto Marcuse como Bifo apuestan por lo mismo: la sensibilidad. Una cualidad esencialmente receptiva, que no busca dominar, forzar y conquistar el mundo, sino acoger, escuchar, y dejarse afectar por él. Receptividad no pasiva, sino activa y creadora. Una cualidad históricamente asociada a las mujeres.

Marcuse decía que el desafío del Gran Rechazo era pasar de fuerza política a fuerza revolucionaria. El desafío de la Gran Renuncia podría ser pasar de la deserción individual a una fuerza política sin horizonte revolucionario. No sin deseo de transformación social, sino sin idea clásica de revolución: toma del poder y control racional de la realidad. En todo caso, una revolución involuntaria.

CTXT

Referencias: 

La Nueva Izquierda y la década de 1960, Herbert Marcuse (Materia Oscura, 2022).  

Filosofía, psicoanálisis y emancipación, Herbert Marcuse (Materia Oscura, 2022). 

El tercer inconsciente, Franco “Bifo” Berardi (Caja Negra, 2022). 

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