Anarquía Coronada

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Chile.

Hay que volver a construir una izquierda con pensamiento estratégico // Rodrigo Ruiz

Rodrigo Ruiz es antropólogo e integrante de Territorios en Red (TER) y parte del Gabinete político de la Alcaldía de Valparaíso. A comienzos de los años 90 fue uno de los fundadores del Movimiento SurDA. En 2012 fundó El Desconcierto, una revista de referencia para la izquierda chilena. Fue director y luego, coordinó un sello editorial lanzado por la propia publicación. En 2016 dejó el proyecto. Con anterioridad fue miembro de la dirección nacional del Movimiento Autonomista y formó parte de Convergencia Social hasta el 15 de noviembre de 2019, cuando presentó su renuncia –junto a varios militantes, entre los que se destaca el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp Fajardo– luego de que se firmara el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución: “Es contrario en esencia a las demandas que las diferentes y diversas manifestaciones han enunciado en las calles”, decía en la carta de renuncia.  Sin embargo, cree que es preciso participar del proceso constituyente y “lograr que la Constitución tenga el contenido más radicalmente posneoliberal”.

Para Ruiz la revuelta expone que en Chile hay un debilitamiento de la dinámica institucional. El movimiento feminista es el que más claramente pone en escena un lenguaje en tensión con la matriz neoliberal. Expresa una fuerza destituyente contra esta forma neoliberal de concebir la vida. Están diciendo –sostiene–: este es el momento para cambiar profundamente las cosas porque estamos en riesgo como humanidad. “Probablemente estemos asistiendo a los prolegómenos de las revoluciones del siglo XXI”, asegura.

 

La impugnación total

Chile es el país pionero de la instalación del neoliberalismo en el mundo. Se ha hablado mucho de los treinta años, pero creo que es interesante hablar de los cuarenta años de neoliberalismo: diez años metidos dentro de la dictadura, como mínimo. Es decir, desde el giro que se da a finales de los ´70, en la dictadura de Pinochet, hacia la instalación del modelo como tal. Eso se expresa en una cantidad de políticas sociales, pero también en el comportamiento de los medios de comunicación masiva, y en la propia Constitución. También en la “gestión civil” del neoliberalismo desde 1990, con un proceso de, digamos, perfeccionamiento democrático en la posdictadura. Todo eso es lo que comienza a reventar el 18 de octubre.

Es muy difícil establecer una hipótesis clara respecto de qué ocurre en Chile hoy. Las manifestaciones son diversas, algunas muy disruptivas, y pasan muchas cosas en paralelo. Pero es evidente que hay un debilitamiento de la dinámica institucional. Eso se expresa en la parte política de la movilización, que va y ocupa las plazas, y en parte en conductas como el saqueo. Todo ello tiene un carácter político porque contiene una impugnación al Estado, y a la forma institucional que instala el neoliberalismo en Chile. Pero claro, el saqueo carece de una dimensión fundamental en la política en tanto no está vinculado con un ideal, un imaginario, y una forma de organización. Sobre todo porque no contiene una ruptura hacia un futuro posible.

Nosotros aquí hemos ido construyendo una lectura que le da mucha importancia a la noción de producción. Hemos leído a Marx desde ese lugar. También a Henri Lefebvre, que cuando habla de la producción del espacio subraya que el lugar teórico de la producción es ya muy fuerte en Hegel. En esta línea es muy interesante cuando Judith Butler dice que la producción del género debe entenderse como parte de la forma en que se producen los propios seres humanos en los marcos heteronormados actuales. Es desde allí que pensamos la construcción política: desde la producción del territorio, la transformación de los territorios, la nueva producción democrática socializada del territorio, donde no son las fuerzas tradicionalmente vinculadas al capital las que lo producen sino las vinculadas a la comunidad. Desde ese punto de vista también hay una comprensión del neoliberalismo como un espacio productivo: un régimen de producción de un nuevo tipo de subjetividad. Y cuando digo “subjetividad” no me refiero solo a modos de pensar, sino a existencias de los sujetos, formas materiales de construcción del sujeto. Eso es lo que está cayéndose, todo eso revienta en alguna medida.

Los estudiantes y el “no más lucro”

Esto empezó en 2006, con la “revolución pingüina”. Después fue muy fuerte el 2011, el 2012, cuando se levantó una consigna masiva: “no más lucro”, sobre todo en el plano de la educación. Una consigna estructural porque apunta a la matriz teórica básica, elemental, del neoliberalismo. Es decir, la idea de que las personas deben concebirse como empresas individuales y que la vida es una especie de proyecto de rentabilización individual del capital humano. Toda esa lógica en Chile está metida a fondo, dispone de un dispositivo de legitimación brutal, tanto por parte del Estado como del mundo privado y sus instituciones.

Todo el sistema educacional chileno está guiado por esa lógica, desde hace mucho. Por ejemplo, los sistemas de medición de “calidad de la educación” están vinculados a la lógica del capital humano. Es una cosa que no existe, a ese nivel, en ninguna parte de América Latina. En Chile hoy es absolutamente inimaginable una institución como la Universidad de Buenos Aires (UBA), o como la Universidad Autónoma de México (UNAM). No vas a ir a la UBA a decir esta es una mejor o una peor universidad en función de si forma un mejor o peor capital humano. Sería impensable, aún con Macri. En Chile eso es el pan de cada día. Te lo repite incluso gente de izquierda. La idea de la sociedad de las oportunidades, la idea del capital humano, está metido en ese nivel de la hegemonía, es brutal.

Entonces, creo que hay un reventón de esa matriz neoliberal que ha sido hegemónica durante los últimos 40 años. Es una revuelta que interroga y que interpela la forma del Estado, que interpela su producción de subjetividad. La gente está diciendo: “Ya no va más, no quiero vivir más de esa forma ni quiero pensarme a mí mismo de esa manera”. En ese marco, el movimiento feminista es el que más claramente pone en escena un lenguaje en tensión con esa matriz; lo verbaliza, lo articula de una forma muy clara cuando recorre todo el problema de la existencia humana: de la reproducción hasta el Estado. Es muy potente, lo pone en tensión desde una cultura nueva.

Revuelta y proceso constituyente

Nosotros pensamos que viene un proceso constituyente que tiene como base esta fuerza destituyente que expresa con especial potencia el movimiento feminista. Es una fuerza destituyente contra esta forma neoliberal de producir la humanidad. No es menos que eso; es una revolución tan profunda como eso. Probablemente estemos asistiendo a los prolegómenos de las revoluciones del siglo XXI. Que no van a ser de barbudos en la Sierra Maestra, van a tener otras formas. Pero son revoluciones en el sentido de que ponen en marcha una potencia destituyente que está enfocada hacia lo más profundo de la construcción del orden actual, hacia los elementos más estructurales. ¿Por qué la gente bota la estatua del conquistador, de Pedro de Valdivia, le arranca la cabeza y la pone en manos de un líder de la resistencia mapuche, de Caupolicán? La gente está diciendo: “Viejo, esto está mal desde que partimos”. Esto tiene 500 años de estar podrido. Es una movilización que se ha atrevido entonces a pensar con esta profundidad histórica.

Ahí viene la pregunta: está abierto un proceso constituyente, ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a construir una nueva forma de Estado como condición de totalización de esta movilización, como la forma de resolver la relación de esta movilización con la totalidad social? Creo que eso aun no es posible. Y eso se relaciona con el hecho de que en Chile no hay un líder. O sea, no hay un Evo Morales o un Kirchner o un Fidel. Y no hay que complicarse demasiado por eso. Hay que escucharlo. Creo es muy interesante. Tengo gran simpatía por los que acabo de mencionar, pero creo que la gente está diciendo: “No voy a resolver mi relación con la totalidad a través de fulanito como encarnación del Estado”. Entonces la lógica del populismo quizás habría que reverla.

A diferencia de la experiencia argentina, acá no hay una fuerza como la que encarnó el kirchnerismo; o sea, no hay un peronismo capaz de conducir una movilización en el pueblo, ni la posibilidad de intentar resolver la situación con este desplazamiento de lo popular hacia la totalidad a través de una experiencia “populista”, para llamarla de algún modo. La política argentina evidentemente sabe, o supo, cómo resolver una crisis política con una movilización de masas. La política chilena no.

Pero sobre todo y más importante, creo que la revuelta debe entenderse en un ciclo más largo y mucho más difícil de cerrar, de capturar. Pensando un ciclo corto, quizá la élite político-empresarial pueda apropiarse del proceso constituyente. De hecho, en ese punto fueron victoriosos: a espaldas de la gente lograron firmar el Acuerdo y diseñar el proceso constituyente. Creo que hay que saber leer cuándo la élite logra hacer su trabajo y encauza esto, y logran instalar esta idea, falsa a mi juicio, de que la Convención constituyente es lo mismo que la Asamblea constituyente.

Pero aun cuando comprendamos eso, el problema de fondo es que esa élite no tiene ninguna capacidad de procesar las demandas más profundas que están instaladas en la calle, que son las que en definitiva definen la temporalidad real de este proceso. No puede al nivel más elemental, en el nivel socioeconómico. La gente dice masivamente, con claridad, y desde hace varios años, “No más AFP”, no más a esa estafa que son las Administradoras de Fondos de Pensión. Pero el capitalismo chileno no tiene cómo diablos funcionar sin formas permanentes de acumulación originaria del tipo de las AFP. Por eso creo que el gobierno y la derecha montaron esa defensa doctrinaria ante el retiro del 10% del ahorro de la gente en las AFP, pese a que fue una forma de inyectar dinero a las economías familiares en medio de la crisis.

Esa gigantesca masa de capital disponible para las grandes empresas financieras, no es más que el dinero de los trabajadores, de sus sueldos. Le sacas esa forma de obtención de capitales a la economía chilena y entraría en crisis una hilera de cosas; entre ellas, el mismo sistema bancario. El otro día escuché que alguien decía: “Salvador Allende había acuñado la idea de que el cobre era el sueldo de Chile, pero ahora el sueldo de Chile es la economía financiera”: es cierto, la nuestra es una economía financiarizada hace rato. La economía chilena es, como muchas otras de América Latina, una economía extractivista. Pero la cuestión financiera es la que rige su funcionamiento. Y la gente tiene serios problemas con esa dinámica. 

¿Cómo resuelves eso? ¿Cuál es el tipo configuración de la élite política que hoy día puede hacerse cargo de eso? No existe. Podemos llegar a redactar una nueva Constitución, pero mi temor es que no lleguemos a delinear los modos de superar un orden económico como el que ha regido por tantos años. Quizás hay otras temporalidades. A eso me refiero cuando digo que hay una corriente subterránea de larga duración que dice: “El neoliberalismo, tal como lo conocemos en Chile, se acabó, no funciona, ni va a funcionar bien de aquí en adelante en ningún momento más”. En cierto punto, esto no es nuevo, la crisis era y es el modo de existencia del neoliberalismo. Pero ahora parece que ya no le interesa funcionar con la fiesta en paz. O ya no puede hacer otra cosa. Quizá Mauricio Macri en Argentina fue eso: qué problema hay si después traemos al FMI y nos mete una inyección de plata, y tratan de salvar acá, y después se van donde sea que estalle la crisis: así funcionan las instituciones financieras a nivel mundial. Bueno, creo que la revuelta nos pone ante la necesidad de resolver ese tipo de cuestiones, nada menos. Así se dibujan los niveles de profundidad con que debiera trabajar la Constituyente.

El desacato: ¡Basta!

La clave es lo que está diciendo el de abajo. Y el de abajo está diciendo: “Basta, esto ya no más”. ¿Qué pasa cuando miles de egresados universitarios dejen de pagar su deuda con el sistema privatizado de financiamiento de la educación? ¿Qué va a pasar si la gente dice “no pago más, se acabó, métanme un juicio, métanme preso, me da lo mismo, no voy a pagar?”. Empieza a haber una situación con ese nivel de anomalía, de disfuncionamiento del sistema. Es un misterio por qué todos pagábamos nuestras cuotas anuales de la deuda de la educación cuando todos sabemos que es una gran injusticia. Pero las pagábamos.

Entonces, hay un momento en que alguien dijo: “No pago más, andate a la mierda, no pago más y se acabó”. Y hoy decimos: “No paguemos más, no paguemos más”. O nos dicen: “Oye, tienen que irse de la plaza”. Y la multitud responde: “No me voy de la plaza, no me quiero ir de la plaza, la plaza es mía, y no me voy, y no me voy, y no me voy”. Y no se fueron. Pero, ¡están apuntando a los ojos! Hay un chico con un ojo menos, dos, diez, cien, doscientos. Y “no me voy de la plaza”. En suma, es impresionante la voluntad popular que dice: “No acepto más que esto funcione como venía funcionando”, aunque no sepa mucho más que eso. Creo que ahí estamos, no sabemos mucho más que eso, pero lo que había no lo aceptamos. Y en segundo lugar, no aceptamos que venga nadie a decirnos cómo tienen que ser las cosas. Esas dos cosas están instaladas radicalmente en la situación de hoy día en Chile, y representan un tremendo desafío para quienes estamos intentando la acción política.

Ahora, que tendrá que haber un nuevo presidente en Chile, obviamente; van a tener que haber parlamentarios, alcaldes; van a tener que haber constituyentes. No se trata de desconocer una dinámica de ese tipo, no van a desaparecer las instituciones, ni es deseable que eso ocurra. Nosotros no somos anti-instituciones; se trata, más bien, de pensar que Chile va a tener que entrar en una especie de proceso de reinstitucionalización. Pensamos que en ello la clave es avanzar hacia una forma más radicalizada de participación social. Es decir, una democracia con real profundidad social.

Las formas de participación política

Desde que llegamos al gobierno local de Valparaíso, desde el día uno, hemos estado impulsando un proceso participativo. Las tres o cuatro grandes cosas más relevantes que ha hecho esta administración, las ha hecho así. Y ese es un proceso para nada sencillo, no es fácil poner entre paréntesis el propio poder político. En 2014, para un libro que luego publicamos, le hicimos una entrevista a Álvaro García Linera donde planteaba esta lógica del Estado y de cómo pensar un socialismo no estatista. ¿Cómo recuperar el imaginario del socialismo, pero no desde la centralidad del Estado? Una centralidad que, además, nunca tuvo, sino que fue algo que se inventó después por necesidad práctica. Un socialismo que tiene como clave la acción de la comunidad organizada y la transferencia de poder a esta instancia. Un Estado que va retrayéndose en beneficio de esa participación. Si pensamos en la red de servicios de salud que articulamos desde la alcaldía en Valparaíso, lo que vemos es un servicio público no estatal, basado en formas de participación profunda, se podría decir. Porque la gente participa, incluso, de la designación de los funcionarios que se van a contratar en ese lugar para trabajar. Entonces, no es una ficción de la participación, sino que tienen decisiones concretas.

Entonces, respecto de los desafíos del momento actual, no se trata de ir a organizar a nadie. Es decir, no creo que tengamos ni la habilidad, ni el conocimiento, ni la potestad, para poder ir a organizar a otro. La primera línea es un ejemplo impresionante. Es una forma de organización que no viene de ningún arriba. Nadie pueda arrogarse la conducción o autoría de semejante cosa, ni se le ocurrió a un partido o a una fuerza “x”. Pero seguramente allí están corriendo ríos subterráneos de memorias históricas, de cuentos de abuelos, de aprendizajes del movimiento popular chileno de tantos años. Pero tampoco sería correcto decir lo contrario: “Bueno, asumamos que ahora es la gente, nosotros retraigámonos”. Este “la gente” es un significante vacío, “la gente” no existe, “la gente” somos nosotros también. Ahora, con eso se juega en el Frente Amplio de una manera un poco tramposa cuando se dice “nosotros hemos estado con la gente en la calle”, “estamos caceroleando junto a la gente”. No, no vengas a joder, caceroleamos todos. El problema es que el Frente Amplio debería ser hoy un artefacto político que radicalice una lógica de la participación, no de repliegue.

Naturalmente, no es fácil encontrar los mecanismos para llevar adelante formas de participación profunda. Pero lo que hay, por ejemplo, en Plaza de la Dignidad es un gran parlamento que funcionó durante varios meses en Chile. Allí la gente hablaba, parlamentaba de formas distintas, con las canciones y consignas. Se puede sacar un promedio al final del día, o de la semana, sobre lo que hay que hacer solo escuchando lo que ahí ocurre. No es necesaria una encuesta, la gente lo indica de alguna manera. No sé cómo en algún momento pasamos de todos los días en todos lados a los viernes en la Plaza de la Dignidad, por ejemplo. ¿Quién instituyó eso? ¿Quién se lo imaginó? No tengo idea, pero ahí está, y funcionó. Hay una lógica organizativa, que, sin embargo, no se puede pensar que esté coordinada en el sentido conspirativo en que lo cree la imaginación del gobierno; esa imaginación medio tremebunda de que hay un poder oscuro detrás de todo esto que digita las acciones a través de las redes sociales. ¡Falso! Es no entender nada. Aquí está pasando otra cosa que tiene que ver, más bien, con una idea diferente de la democracia de la que impusieron en la posdictadura.

Tenemos que ponernos en ese lugar y avanzar sobre un asunto muy relevante. Nos preocupan los déficits de conducción que tiene la revuelta. Ese es un problema real, del que no hay que hacer omisión a partir de una lectura romántica de la movilización. De la capacidad de construir una dirección política para el proceso, que hoy todavía no tiene, va a depender la salida que tenga. Es un problema de la mayor importancia. Y creo que solo se puede resolver si las distintas opciones transformadoras escuchamos lo que está en la calle y nos ponemos a su servicio con más humildad. De lo contrario, la separación entre las distintas izquierdas y la movilización se puede profundizar, se puede prolongar, se puede agravar. Hay que hacerse cargo, sin esconder ese hecho ni por un minuto, de que la movilización no tiene pre constituida una relación orgánica con ningún sector de la política, con ninguno.

La potencia destituyente: de Allende al 18

Tenemos que pensar en serio en la magnitud de la potencia destituyente. El 18 de octubre abrió un ciclo largo. Nosotros siempre dijimos: “el reventón de octubre es una apertura”. Pero decir que es una apertura podría ser un lugar común, algo obvio. Algo menos obvio es decir que, en el marco de ese reventón, no se va a producir un cierre. O sea, no hay que pedirle a ese ciclo corto el cierre grande, porque ahí nos equivocamos. Efectivamente, tienes cierres parciales, como podría ser el Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución. Pero lo fundamental es el proceso que se abrió para el pueblo de Chile.

Es interesante volver a hablar del pueblo o, mejor, de los pueblos de Chile. Porque está el pueblo mapuche, y por otro lado, en “el pueblo chileno” no siempre estuvieron realmente contadas las mujeres. Hay muchos pueblos. Todos esos pueblos están diciendo que quieren avanzar hacia una forma de vida diferente. Quienes mejor expresan esto, sin duda, son los más jóvenes. Particularmente las mujeres, porque les toca vivir la vida de una manera más profundamente desigual. En ellas se expresa una suerte de condensación, de cristalización de un imaginario del futuro que se hace cargo, por ejemplo, de que el planeta, así como está, en cincuenta años puede ser inhabitable. Están más conscientes de los problemas de la socialización actual. Están diciendo que este es el momento para cambiar profundamente las cosas porque estamos en riesgo como humanidad. Lo viven así, punto. Y andan en bicicleta por eso, no porque sea más entretenido. Andan en bicicleta también porque piensan en el combustible fósil.

En Chile, ese ciclo largo revienta en nuestra cara el 18 de octubre. Hay que leer lo que está ocurriendo de esa manera. Es un ciclo largo y profundo, que se remonta a cuando se instaló el modelo neoliberal en nuestro país; o mejor, que se remonta a la derrota del otro gran momento de imaginación política que tiene este país, que es el gobierno de Allende. Es decir, cuando Chile se atreve a pensar en un camino al socialismo que no existía en el mundo. “La revolución con empanadas y vino tinto”, una imaginación a escala global. “Vamos a inventar una cosa nueva, punto”.

Ustedes saben que el Che le regaló a Allende –que viajó a Cuba a los pocos días de la revolución– uno de los primeros ejemplares de La guerra de guerrillas. Y en la dedicatoria le puso: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo”. Me parece tonto pensar que la distinción a la que se refería allí es entre lucha armada o lucha electoral. Más bien le dice: “tú y yo estamos pensando en cómo construir una vía latinoamericana distinta a la soviética”. Se sabe que el Che tenía eso en la cabeza. Allende a su manera, por cierto también. Ese proyecto fue derrotado. Cuarenta años de construcción de clase, de levantamientos populares, fueron destruidos en el ’73. Es la contrarrevolución histórica que instala el modelo neoliberal y que destroza un nivel de imaginación histórica que había comenzado a construirse desde los años ’20, cuando entra en crisis la dominación oligárquica en Chile. Bueno, lo que estamos viendo hoy, de nuevo, es una ruptura. Esta vez la posibilidad de una ruptura con esa línea larga, que en América Latina tampoco es tan larga, que instituye su última fase en Chile con la derrota del ‘73. Estamos en un momento que tiene la profundidad histórica que tuvo la década del ´20, del ´30, que es cuando surge la izquierda chilena, se fundan el Partido Comunista y el Partido Socialista, o aquel en que se construye el modelo de la Unidad Popular y el gobierno de Allende, con la idea del socialismo y la revolución con empanadas y vino tinto. Está empezando a madurar una fuerza histórica que tiene esa profundidad. Es una crisis de época; es una posibilidad de apertura de otra época. Que sin embargo, no tiene nada asegurado.

Al lado de eso, no me vengan a joder con el sentido histórico del Acuerdo de Paz, es de otra escala. Volvamos al Frente Amplio y al tipo de responsabilidad histórica que le cabe. Yo creo que debería haberse puesto al frente de este proceso, esa era su responsabilidad histórica, en lugar de intentar cierres pequeños. El Frente Amplio andaba preocupado por cómo salíamos de la crisis en lugar de acompañar y ver cómo la crisis maduraba y se dirigía hacia alguna parte. ¿Cómo va a producir entonces una salida a la crisis por arriba? ¿Qué es eso? ¿A quién le importa hacer eso? A la clase dominante, toda la vida. Cuando el Frente Amplio intenta hacer eso está pensando, muy erróneamente, como clase dominante. No está pensando como pueblo. Esa es quizás la gran equivocación de su participación en el famoso Pacto.

Evidentemente, no es sencillo traducir esto en acción política inmediata. Hay que volver a construir una izquierda en Chile con pensamiento estratégico. El gran problema de la izquierda chilena, después de la derrota del ´73, es que no ha logrado impulsar un proyecto con vocación estratégica –como sí se pararon los comunistas, los socialistas, los anarquistas de principios del siglo XX. Un proyecto estratégico que se pare frente a la historia, que se pare frente al capitalismo del siglo XXI y diga: “Bueno, a ver, ¿cómo le hago?”. Hay que volver a procesar estas ondas largas en función de cómo construimos un proyecto de lucha y de nueva sociedad. La situación está abierta hacia ese lugar. Para eso las izquierdas requieren repensarse y reconstruirse desde adentro.

En otro plano, hay un cierre inmediato, la coyuntura corta se tiene que cerrar de alguna manera. Seguramente, el cierre de la coyuntura va a ser el proceso constituyente. Pero, a su vez, eso abre un nuevo momento importante, que es un poquito más largo, con sus discusiones, con formas de organización específicas. Por ejemplo, me resulta hasta divertido que se hable de “los independientes”, del lugar que ocupan los independientes en el proceso constitucional, como si “los independientes” no fuésemos casi todos, sino una especie de minoría nueva a la que hay que reservarle de forma paternalista unos espacios especiales.

Ahora, el pueblo de Chile se llama “los independientes”, es decir, todos los que no son ellos, todos los que tenemos la desgracia de que no somos de la clase política. Bueno, ¿cómo nos organizamos? Debemos articulamos con ese mundo en condiciones que no elegimos. Esta es la cancha, no la diseñamos nosotros, no dispusimos las reglas del juego ni el tiempo que dura el juego, pero vamos a ir a jugar ahí y vamos a tratar de ganar el campeonato. ¿Y qué significa eso? Que la constituyente que emerge de ese proceso sea lo más cercana al imaginario destituyente que está puesto hoy día en la movilización. Punto. Es decir, que tenga el contenido más radicalmente posneoliberal, si lo queremos decir de otra manera.

Tinta Limón 

 

Luis Mesina: “Estamos ante un momento inédito, todo está en disputa” // Tinta Limón

Lector de Nietzsche y heredero del mítico fundador del sindicalismo chileno, Clotario Blest, Luis Mesina es secretario general de la Confederación de trabajadores bancarios y vocero de la Coordinadora NO+AFP, corazón del movimiento que alcanzó el último julio una medida histórica: millones de chilenos pudieron acceder a retirar parte de sus fondos privados de pensiones: “la primera derrota que se le infringe a la derecha desde la dictadura”, afirma.

Hace más de diez años Luis Mesina se ha empecinado en disputarle a la monolítica burguesía chilena su joya más preciada: la caja de pensiones. Un sistema ideado por el economista José Piñera –hermano mayor del Presidente–, e impuesto en 1980 por Augusto Pinochet. Este sistema permitió la creación de instituciones privadas (las Administradoras de Fondos de Pensión) dedicadas a invertir los ahorros previsionales individuales que depositan las trabajadoras y trabajadores chilenos para su jubilación, con la particularidad de que dichos trabajadores no tienen participación alguna en las ganancias de estas inversiones, pero sí en las pérdidas. Toda una postal de lo abusivo del neoliberalismo chileno. Luego de años de activismo de la Coordinadora, de un plebiscito autoconvocado que movilizó a más de un millón de personas, de infinitas marchas y asambleas a lo largo de todo el país, la derogación del sistema previsional de capitalización individual encabezó la larga lista de demandas que visibilizó el estallido de octubre del ’19.

Tras el categórico triunfo en el plebiscito del 25 de octubre último, Mesina sostiene que hoy está en juego la posibilidad de que la ciudadanía derrote al paradigmático neoliberalismo chileno. En esta línea, acaba de lanzar su candidatura como Convencional Constituyente para participar de la redacción de la nueva Carta Magna: “Tenemos la posibilidad de echar por tierra la Constitución política de Pinochet”, asegura.

La marca Chile
(y la avidez de su burguesía)

Para descifrar lo que está pasando hoy en Chile hay que tener una mirada un poco más extensa, mirar como mínimo la última década, incluso mirar mucho más atrás. Lo sintetiza muy bien la consigna que se repitió en el estallido: “No son 30 pesos, son 30 años”. Y quizá no sean 30 años, todo lo que hicieron los gobiernos de la Concertación en ese periodo, sino 47, es decir, incluyendo los años de la dictadura. 47 años hace que el pueblo chileno viene sufriendo una arremetida sistemática y sostenida por parte de la burguesía chilena.

No es fácil para un chileno decir todo lo que representa este país para nosotros cuando pasando la cordillera, en Argentina y en otros países de la región, se le da crédito a la más grande estrategia de los sectores dominantes de América Latina, es decir, la estrategia neoliberal de la burguesía chilena. Ustedes saben que la burguesía chilena tiene una peculiaridad con respecto a las otras burguesías de la región y es que, desde la “recuperación” de la democracia ha conformado un estado monolítico. Es una burguesía que no se ha fragmentado por intereses contrapuestos, o por casos de corrupción, y que incluso asume una impronta de “probidad”, ajena a escándalos. Y siempre ha defendido un Estado centralizado; incluso siente un profundo desprecio por la forma federal de organización política brasileña, argentina, uruguaya, etc.

Desde la década de los ‘90 empezó a calar la idea de que Chile era el Jaguar de América Latina. Éramos comparados, no con los países de la región, sino con los países del sudeste asiático, tipo Indonesia, Malasia, Singapur. Y efectivamente, Chile se presentaba con una buena tasa de retorno, un lugar ideal para comprar acciones. Así fue como inversionistas extranjeros empezaron a invertir en las grandes compañías chilenas, que empezaron a tener un mayor valor bursátil y se fueron independizando de la banca, empezaron a emitir acciones en la bolsa de Nueva York, a tener buenas notas en las calificadoras de riesgo. Se produjo un país que empezó a crecer “bursátilmente”, crecía desde el punto de vista del capital financiero, especialmente especulativo, que no invierte en áreas que agreguen valor al trabajo.

El problema es que cuando se compara el Chile actual con el de hace 30 años algunos indicadores económicos son llamativos, incluso también si se los compara con los de otros países de la región. Por ejemplo, tenemos el ingreso per cápita más grande de la región, un poco más abajo están Argentina y Uruguay. Y en varios indicadores de salud pública, esto es paradojal, Chile aparece con estándares más altos que los propios norteamericanos, por ejemplo, en expectativa de vida. Lo que no se dice ahí es que no es consecuencia del modelo económico de los últimos 30 años, sino que es consecuencia de una serie de políticas públicas que Chile venía experimentando desde antes del golpe de Estado, especialmente en el área de la salud pública.

 

Salvador Allende, que era médico y antes de ser presidente fue ministro de Salud pública, jugó un papel muy importante. Aunque es una medida que podría sonar demagógica o populista, fue él quien instaló el medio litro de leche gratuita para todas las niñas y niños chilenos, y esto tuvo consecuencias directas en la expectativa de vida de la población. Parece menor pero no lo es, lo explican organismos especializados en la materia: cuando se instala en todas las escuelas públicas ese medio litro de leche, Chile da un salto. Entonces, hay que ser cuidadoso con el origen de los procesos que permiten a Chile proyectar ciertos indicadores en el exterior.

Y así se fue construyendo la marca Chile, a partir de una serie de políticas en las que estaban todos de acuerdo, la derecha pinochetista y la izquierda que ha gobernado. Y fueron exitosos, podríamos decir, porque hasta Europa compró la marca Chile. Los inversionistas extranjeros decían: hay un país allá en una región del sur, al final, que se llama Chile, que no es un país conflictivo, como la Argentina, ni un país con derechos sociales consolidados, como Uruguay, ni que está gobernado por los trabajadores, como el Brasil del PT. Chile se muestra al mundo, entonces, como una institución sólida.

Pero esta marca Chile empezó a calar también en la gente común y corriente. ¿Vieron lo que es el Metro de Santiago? Después del de la Ciudad de México, es el más extenso de la región, el que tiene más líneas. Y Chile es un país pequeño, con mucha menos población que Argentina o Brasil. Es un metro muy moderno, con vagones anchos, estaciones con aire acondicionado, lo limpian todo el tiempo, no tiene rayados. Y está prohibido pedir dinero, o vender cosas, o cantar. El metro chileno es superlativo, ni Londres y París tienen el metro con el nivel de acá. Puro lujo. Y eso tiene varios impactos, sobre todo en la subjetividad de la gente común y corriente, de los propios chilenos.

¿Y cuál es el activo que vendía Chile a estos inversionistas extranjeros? Vendía paz social y rentabilidad financiera a quienes buscaban mercados. ¿Y quién se beneficiaba? El sector dominante, los gobiernos de turno, y una casta empresarial que se ha enriquecido mucho, muchísimo en estos 30 años.

En la revista Forbes de 2015, Chile aparece con 12 multimillonarios. Argentina y Colombia, por ejemplo, no aparecen con ninguno, y eso que tienen 40 y 48 millones de habitantes, respectivamente. Argentina es el octavo país más grande del planeta, es rico por todas partes; Colombia igual. Chile es un país de 18 millones de habitantes; no somos un país pobre en recursos naturales, pero tenemos un desierto grande. ¿Cómo se explica entonces que haya tantos multimillonarios? Se explica por su sistema previsional, por el fondo de pensiones.

¿Dónde se financia el Banco Santander? En Chile y gracias a su sistema previsional. Se financia con nuestros ahorros jubilatorios y expande su negocio en Massachusetts, uno de los estados más ricos de los Estados Unidos. Las grandes empresas de celulosa se financian también aquí, en Chile, con bonos de deuda y con acciones. Compran capital –la mercancía llamada capital–, y van a invertirlo en Illinois y Michigan. Las empresas de concentración de madera más modernas del mundo son de chilenos. Porque junto a la financiera y la especulativa, crecieron las industrias extractivas. Como nunca, creció la industria forestal en Chile. Se plantaron miles y miles de pinos y eucaliptos. Y además de que se destruyó la flora nativa, esos árboles consumen una cantidad impresionante de agua, lo que provocó la crisis hídrica que hoy atravesamos.

Chile se caracterizaba por tener mucha agua en el sur, muchos ríos. En cada región hay tres o cuatro ríos. Es un país muy angosto entonces la cordillera bota el agua y rápidamente sale al mar. Paradójicamente, Chile tiene hoy graves problemas con el agua. Si tu vas unos 600 kilómetros hacia el sur, muchos ríos se han secado, o les queda un caudal mínimo de agua. El desarrollo desmedido, descontrolado, de la industria forestal terminó agotando el agua y liquidando a la zona sur del país, que era hermosa. La empresa que controla el agua es privada. Chile es el único país del mundo que tiene privadas todas las fuentes y distribución de agua. La otra industria clave que se desarrolló en el sur, desde mediados de los ‘80, es la del salmón; una industria que ha generado “orgullo nacional”, que permitía compararse con Noruega, el principal productor de salmón. Pero ésta y la forestal son dos industrias que contaminan el ecosistema de manera brutal.

Un largo ciclo de luchas
(contra la desigualdad impúdica)

En las últimas décadas, y con muy pocos escrúpulos, estos empresarios quisieron construir cinco centrales hidroeléctricas en la zona sur del país. Ahí no hacía falta generar electricidad. El problema es que la zona minera de Chile, una zona completamente enajenada al capital internacional –privatizada por los gobiernos de Lagos y Bachelet, cuyas políticas han sido continuadoras del modelo instalado por la dictadura– necesita mucha energía, mucha agua. Entonces querían hacer una carretera hídrica, transportar agua 3 mil o 4 mil kilómetros. Querían sacar agua de un lago de la Patagonia que comparten la Argentina y Chile, el Buenos Aires/ General Carrera, contaminar dos ríos que son puros, y desde allí hacer como una cicatriz con torres de alta tensión para traer la electricidad hasta las zonas mineras.

Esos proyectos se lograron parar con una serie de movilización que comenzaron en el año 2000 contra la contaminación de las hidroeléctricas. Y unos años después, en 2006, irrumpió la lucha del movimiento estudiantil de los cabros del secundario, muy potente. Por sus vestimentas escolares se los llamó “los pingüinos”. Un conflicto que también comenzó demandando un pase escolar para el metro. Y en el 2011 vuelve a surgir un movimiento estudiantil, esta vez universitario, que concitó mucha solidaridad a nivel de América Latina. Al mismo tiempo hubo explosiones importantes en ciudades grandes del país, como en Punta Arenas contra la colusión de los precios de los combustibles, del gas. Es una zona austral, muy helada, y se utilizan mucho gas. Y después viene la zona de Aysén también, con mucho enfrentamiento, mucha violencia, barricadas en la ciudad, etc. Después viene en el norte, en Freirina, por la contaminación que produce la industria del cerdo. Hicieron mierda los pueblos, literalmente. Se producen cerdos a gran escala, se exportan, pero toda la mierda de los cerdos queda ahí, con sus moscas, y comienza a bajar a las napas subterráneas y contamina el agua. Estas empresas no tienen ningún cuidado, ninguna consideración por la gente que vive en esos pueblos, en esas zonas (se las llama “zonas de sacrificio”); tienen un absoluto desprecio por el pueblo chileno.

Las direcciones políticas están todas, de una u otra forma, validando el modelo completo. Un modelo basado en un estado de tipo subsidiario, impedido constitucionalmente de intervenir en la economía como empleador, gestionando empresas. Es decir, no puede desarrollarse en áreas donde interviene el sector privado. El Estado chileno no puede, por ejemplo, generar un organismo público que administre un nuevo sistema de seguridad social. ¿Por qué? Porque están las AFP y se entrometería en un área que es privada y, por lo tanto, le cabe sanción al Estado. El Estado no puede meterse, por ejemplo, en el área de la salud. Tiene sus hospitales públicos, que se sostienen con el porcentaje mínimo del presupuesto nacional que se le otorga a salud. Y los hospitales se están cayendo a pedazos, no tienen insumos ni personal, no pueden contratar enfermeras. En cambio, ¿qué hacen las clínicas privadas? Contratan, muchas veces subsidiados por el propio Estado, es decir, hay transferencia constante de recursos del Estado Chileno al sector privado.

Entones, en los grandes estándares, en los grandes indicadores, Chile es extraordinario. Pero la gente está muy estallada. Este nivel de voracidad fue generando en Chile, en estos 30 años, una concentración de la propiedad brutal, que a su vez generó niveles de desigualdad y de segregación muy grandes. Hay dos Chiles. No hace falta más que caminar Santiago hacia arriba, hacia las Condes, hacia Vitacura, para ver lo que es la soberbia de una clase que quiere mostrarse ante el pueblo interno y también hacia el exterior. Somos una zona sísmica, tremendos terremotos, y tenemos el edificio más grande de América Latina. Hay uno de cuarenta y pico de pisos y otro de cincuenta y pico, ambos en Las Condes, pero el más alto tiene 62 pisos, en el Costanera Center, en Providencia.

Es una cosa muy desigual. La segregación de clase en Chile es notoria, palpable. La diferencia entre esas zonas altas y las de abajo es abismal. No solamente de clase, sino que es casi racial. Allá arriba hay gente rubia, ojos azules, no son el perfil mayoritario del chileno. La segregación es tal que la elite empresarial y política que vive en los barrios altos hace lo posible por no cruzarse con la gente común que vive abajo. Hay una carretera privada por debajo del río Mapocho, que está seco. La hizo Ricardo Lagos y tiene seis pistas, de alta velocidad. Entonces quienes trabajan en el centro, en las grandes empresas, se meten en la carretera y salen de la ciudad hacia la ruta 68, que va a Valparaíso y Viña del Mar. Y hay otra carretera que va por arriba, por encima del cerro, que es la que toman quienes vienen de Mendoza. Quiero decir, pasar por el centro de la ciudad, por ejemplo, por plaza Italia, es prescindible. Pero al mismo tiempo muy curioso, porque siempre se dijo que Chile se parte ahí: de Plaza Italia hacia arriba: de Plaza Italia hacia abajo. Violeta Parra tiene una canción: “Al medio de Alameda de las Delicias // Chile limita al centro de la injusticia”. Pero hoy Plaza Italia ya no es el límite; ahora el límite es mucho más alto, de Providencia hacia arriba. Ahí empieza la zona escandalosamente rica, la que concentra la riqueza en Chile. Es una clase brutal, muy ostentosa. A diferencia de otros lugares, acá los ricos coparon los cerros, viven en las partes altas, en la Cordillera. Porque en la Cordillera siempre podés ir más allá, al infinito, casi. Y al mismo tiempo, todo está relativamente cerca. Es ese Chile desigual y ostentoso el está generando esta bronca que se está viviendo, que es la bronca que estuvo en la base del estallido de octubre del 2019.

Movimiento No+AFP
(y la madre de todas las batallas)

Aquí todo es privado y bastante abusivo, y ni hablar el sistema previsional. Chile tiene el peor nivel de pensión en América Latina. Las Aseguradoras de Fondo de Pensión (AFP) administran, en total, más de 220 mil millones de dólares, el equivalente al 80% del PIB de este país. Imaginarán que eso constituye un mercado de capitales muy potente, todo conformado con el ahorro previsional nuestro. Todos los meses nos sacan el 10% de nuestro salario íntegro a 5.800.000 personas, para que lo administren ellos y al final de nuestra vida activa no condenan a pensiones miserables. Porque con la capitalización individual cada uno se rasca por su propia uña. Así funciona el sistema previsional chileno. A veces cuesta comprenderlo desde otras latitudes porque no se logra concebir el nivel de extremismo con el que se privatizaron y desarticularon derechos sociales básicos vinculados a la salud, a la educación o a las pensiones. Casi que hay que ir más atrás de la revolución francesa para encontrar estos niveles de precarización.

Entonces, cuando se dice “Chile despertó” se dice algo muy cierto: sí, despertamos. Nosotros, los bancarios, veníamos peleando hace años. Y en 2013, junto a otras organizaciones, formamos un movimiento que se llama Coordinadora No+AFP, cuyo principal objetivo es luchar por un sistema previsional distinto a esta estafa que son los fondos de capitalización individual. Acompañamos otras luchas, es cierto, como la de los estudiantes, pero en 2016 explota el tema nuestro y empiezan las grandes movilizaciones. En 2011, los estudiantes habían hecho marchas gigantes, habían movilizado 600 mil personas. Cinco años después nosotros movilizamos 2 millones, fue una señal clara de que la cuestión de las pensiones es transversal. Marchaban con nosotros jóvenes de 14, 15 años con sus abuelos, marchaban adultos, marchó todo el mundo contra el sistema de pensiones de mierda que hay en Chile. La presidenta era Bachelet, y aunque no quería saber nada tuvo que recibirnos.

El movimiento logró concitar la atención de mucha gente, de muchos medios de comunicación, capturamos la portada de muchos periódicos ingleses, sobre todo. Vinieron del Financial Times a entrevistarnos, un periódico de derecha, de la oligarquía financiera. No podían creer lo que pasaba, ¡y justo en Chile! No podían creer que tan masivamente se rechazara un modelo que, para ellos, era deseado por todo el mundo, un modelo al que le habían hecho tanta propaganda contra los sistemas de reparto, contra los sistemas de seguridad social. La movilización mostró que las AFP son una estafa, una farsa, una gran mentira.

Una de las principales demandas de la revuelta de octubre del ‘19 fue No+AFP. El sistema de pensiones administrado por las AFP está totalmente deslegitimado, en todas las encuestas de opinión, en todos los cabildos convocados, en las asambleas populares, en la consulta ciudadana que hicieron los alcaldes. A su vez, el sistema de AFP es la base estructural del modelo económico chileno. José Piñera, el creador de este sistema privado de pensiones, basado en la capitalización individual, dice que esta fue la madre de todas las batallas. Porque ese fondo permite el financiamiento de los grandes grupos económicos. Toman esa plata a través de acciones o bonos de deuda y expanden su capital. Por eso Chile tiene expandido su capital en América Latina, en Europa y en Estados Unidos. Por eso a los empresarios les gusta tanto el sistema chileno, porque tenés plata fresca y barata. La banca compra mucha de esa mercancía llamada capital al 4 por ciento anual. Compra dinero, en la cantidad que quiera –hay mucho dinero para un país más bien pequeño– y lo ofrece al mercado convertido en crédito. Lo multiplica por 10 de forma inmediata. Lo compran a 4 y te lo prestan a 40 al año. Ellos ganan completamente. Entonces, hay que cortar esa cadena, sacar el financiamiento.

Este es el principal problema de Chile, su pelea más dura, más difícil. Es una pelea contra el capitalismo financiero, que es el único capitalismo que hay en Chile. Y yo creo que está en lo cierto José Piñera, es la madre de todas las batallas, ahí tenemos que ir a pelear, al corazón del capitalismo chileno. Y a su vez, es una demanda transversal, en el sentido que tiene efectos sobre otras luchas, sobre otros problemas. Si pensamos en la contaminación, o el problema ecológico, o hídrico. Por ejemplo, el agua está justamente privatizada sobre la base de expandir nuevas fuentes de control de la distribución del agua a través de bonos de deuda que ellos obtienen del mercado de capitales, montado sobre los ahorros previsionales de todos los chilenos. Toda la banca vive de eso.  También se articula con otras luchas, como las luchas feministas, contra el patriarcado. En el mercado de valores son todos machos, patriarcas los que dominan el sistema.

Entonces, retomo. En 2016 estalló el movimiento. 2017 fue un año de muchas marchas grandes, pacíficas y muy enérgicas. Marchaban niños, jóvenes, adultos mayores. En 2018 comenzaron a atacarnos, a intentar deslegitimar al Movimiento No+AFP, algo parecido a lo que hicieron con los colegios secundarios emblemáticos, como el Instituto Nacional. En marzo de 2019, dijimos solos no podemos, y desde la Coordinadora No+AFP comenzamos a convocar a otros movimientos sociales con la idea de impulsar Unidad Social. E invitamos al Colegio de Profesoras y Profesores, a la Coordinadora Feminista 8M. Invitamos a la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), con la que teníamos muchas desavenencias porque ellos habían sido parte del gobierno de Bachelet, fue una organización muy obsecuente con el gobierno, nunca tuvo independencia, nunca le hizo un paro. E invitamos a la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (CoNES), a la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ASES), invitamos a organismos de DD.HH., invitamos a la Confederación de Estudiantes de Chile (CONFECH), que es la federación de estudiantes más grande, y a dos organizaciones de pobladores que son muy importantes, Ukamau y FENAPO. Un montón de organizaciones con las que, hasta ese momento, nos unía muy poco, casi nada. Pero dijimos pongamos de acuerdo en un solo punto: defender los derechos sociales y defendernos de este régimen que pretende seguir acabando con nosotros.

Estuvieron todos de acuerdo y ahí partió el proceso de convocar a una protesta, un paro, para el 5 de septiembre, bajo la consigna: “Nos cansamos, nos unimos”. Y ese día cortamos la Alameda y hubo una represión brutal, tuvimos tres horas de disputa con los pacos. Por primera vez probamos los gases que la policía utilizaría un mes después, en la represión del estallido de octubre; unos gases muy fuertes, muy tóxicos, que te tiraban al suelo. Un gas pimienta que te dejaba ciego. Hubo movilizaciones en otras cinco ciudades, y en la noche hicimos un cacerolazo. Veníamos de movilizaciones muy grandes en Chile y esta no fue multitudinaria, fue más bien el activo sindical, el activo político el que se movilizó. Pero ese era el preludio de lo que se venía y vino el estallido del 18 de octubre. Unidad Social ya había nacido.

El estallido
(y el deseo de cambiarlo todo)

Esta rebelión popular, esta explosión social, no puede reducirse, obviamente, a la pelea por el pasaje del metro, ese fue el detonante. “Siempre hay una chispa”, decía Lenin, algo hace que la cosa prenda. Pero prende porque hay un combustible acumulado durante muchos años. Eso es lo que pasó en Chile. A todos nos sorprendió el estallido, pero a su vez sintetiza las demandas que veníamos haciendo: pensiones dignas, educación pública de calidad, salud pública, que el agua deje de ser privada y se la reestablezca como un derecho natural de uso público, por el cuidado del medio ambiente y contra las zonas de sacrificio. Fue un proceso de acumulación lo que explica la reacción masiva de la gente, y en algunos casos violenta.

Siempre se dice que los chilenos son muy tolerantes, pero se dijo basta, no se aguantó más. Y sucedió algo inédito en la historia de Chile, nunca había sucedido un conflicto social de esta magnitud, de esta extensión, de esta radicalidad, de esta violencia. La gente salió a quemar todo; a quemar, no necesariamente a saquear. Hay una manifestación de odio, de bronca; y un deseo de hacer mierda todo lo que represente el Estado, por años de abuso. La quema misma del Metro. Todos tenemos sospecha de que no fue gente común y corriente, pero hay estaciones que las destruyo la gente, con mucha violencia. Se quemaron iglesias, supermercados, se quemó todo. Andabas por las calles y parecía un país después de una guerra. Los primeros días era impresionante. Sobre la Alameda ni se podía transitar, volaban las piedras. O sobre Vicuña Maquena, las calles no existen, las veredas no existen, todo devastado. En noviembre, tú caminabas por calle San Antonio y la fogata era de dos o tres metros. Estas calles ardían todos los días.

La primera semana fue muy violenta; después vino la semana del paro, y la tercera semana fue la peor, la más violenta, y la cuarta más violenta aún, y la quinta… y fueron dos meses muy intensos. Y no solo en Santiago, también en Antofagasta, 1300 km al norte. En una zona latifundista, siempre de derecha, como Los Hornos salió el pueblo a quemar todo, a enfrentarse con la policía. Valparaíso lo quemaron en el segundo mes, habían quemado antes Osorno, Rancagua. En Valparaíso, todo saqueado; son como 14 cuadras, la zona más importante. Eso es una reacción a algo, expresa algo. Nunca Chile había peleado tanto, desde el norte hasta el sur.

Tenemos que saber valorar los triunfos materiales, además de los triunfos morales. Y en Chile quienes llevamos muchos años implicados en las luchas sociales hemos vivido de derrota en derrota. La derrota más grande que tuvimos fue la del ’73, con todas las consecuencias que ello implicó. Nos pusimos de pie diez años después, cuando en el ’83 convocamos a las grandes manifestaciones contra la tiranía. Si embargo, nos traicionaron, porque a los tres años hubo un acuerdo espurio por atrás de estas manifestaciones, tal como supimos luego por las declaraciones de Edgardo Böeninger. Y luego nos volvieron a traicionar en el ’89, con la alegría y el arco iris, cuando ganó el “No”, pero se aplicó toda la política económica que sustentaban aquellos que defendían el “Sí”, aquellos que defendían al dictador. Ni hablar de los gobiernos de la Concertación y de los gobiernos de Bachelet que fueron desastrosos.

Por eso hoy es el momento de avanzar. Toda esta energía con la que impulsamos nuestras demandas en los últimos años, y en particular a partir del estallido, tiene que traducirse en un beneficio para la gente. Porque si no la gente pelea, pelea, y no ganamos nada. La gente común y corriente es gente pacífica, que se saca la cresta trabajando, y que no está para luchar toda la vida. Pero sí se revela contra la injusticia, y tenemos que ganar algo. En Chile tenemos la jornada laboral más larga del mundo. Todavía tenemos 45 horas semanales. Y hasta hace cinco años atrás trabajamos 48 horas. Y como Santiago es una ciudad grande, la gente para desplazarse se demora mucho. Si no tenemos un triunfo, la gente común y corriente, la gente sencilla dice “hasta aquí llego yo, nomás”. Que el movimiento social sea capaz de dar dirección política depende de muchos factores. Uno no puede diseñarlo a priori porque la lucha social tiene sus bemoles y esto ha sido un proceso a saltos, no es lineal. Estamos empujando un proceso constituyente, incluso más allá del pacto espurio en el Congreso. Depende de nosotros: tenemos la posibilidad de echar por tierra la Constitución política de Pinochet.

La Asamblea Constituyente fue la demanda de la ciudadanía en todos los cabildos autoconvocados, en las asambleas territoriales del pueblo. La elite política y empresarial nos escamoteó la Asamblea Constituyente y, ¿qué nos ofrecieron a cambio? Nos ofrecieron esta Convención Constitucional, que no es soberana, que tiene toda una serie de restricciones. Pero el pueblo supo enfrentar esta situación e intenta ir más allá de las restricciones que se le imponen al proceso. Pero es perfectamente posible que esas restricciones sean modificadas mediante la movilización social; es perfectamente posible que surgen leyes express que permitan cambiar lo que está establecido en este proceso constituyente que se abre a partir de este plebiscito. Y es perfectamente posible, como en caso del proceso constituyente ecuatoriano, correr el cerco de lo posible. Hoy estamos ante un momento inédito, ¡todo está en disputa!

 

El proceso constituyente
(la historia en nuestras manos)

A un año de la revuelta de octubre, el monumental triunfo del apruebo contra el rechazo (el 80% de la población se pronunció contra un 20%) viene a reafirmar aquello que demandó nuestro pueblo en las calles, luego de soportar años de abusos, corrupción y de impunidad. Y el resultado reafirma lo dicho: el carácter clasista y segregado de la sociedad chilena. El mapa electoral muestra todas las comunas populares y de las clases medias contra las tres comunas más ricas del país, donde viven los grandes empresarios y la mayoría de los líderes de los partidos políticos actuales.

Pero también reafirma, sobre todo la segunda votación, la de “Convención constitucional” sobre la “Convención mixta”, un rechazo de la gente a los partidos políticos, que deberían guardar silencio y dejar que la democracia se exprese, si es que quieren la paz social que reclaman. El triunfo no fue solo porque la mayoría desea acabar con la Constitución espuria del dictador, sino que también fue una gran victoria de la población contra los que cambiaron Asamblea Constituyente por Convención Constitucional. Fue un mensaje claro y rotundo contra los políticos tradicionales. La gente se cansó de la democracia representativa y demanda participación.

Por eso ahora se abre el momento más difícil, que es lograr que los representantes que emanen de la ciudadanía, que tengan mandato, sean representantes reales, genuinos. El sentimiento general que se expresa de mil formas, en las calles, en las pequeñas asambleas y a través de las redes sociales es que la ciudadanía desea que la nueva carta fundamental la escriban los que han luchado, los verdaderos artífices de estos cambios: el movimiento social en todas sus expresiones. No quiere delegar su representación, porque no confían, en los partidos políticos de siempre.

¿Qué es lo que está en juego en este momento? Varias cosas. Está en juego la posibilidad de cambiar realmente la situación, de avanzar hacia el diseño de un país verdaderamente democrático donde los derechos sociales que tanto se han demandado puedan efectivamente ser garantizados y ejecutados por las mayorías que los reclaman. Está también en juego, y es lo más importante, la refundación de nuestro Estado. No es baladí plantear esto. Son poco más de doscientos años de vida republicana y nunca hemos tenido al frente, aunque sea pequeña, la posibilidad de diseñar un Estado con el concurso de la población. Siempre ha sido la oligarquía quien se ha reservado para sí ese derecho. Ha contado con el poder económico y también con el poder de la fuerza militar. Las tres constituciones que han regido en el mayor periodo de nuestra historia emanaron de convulsiones trágicas cuyo costo lo pagaron con sus vidas muchos de nuestros compatriotas.

Hoy nos encontramos ante una situación única que no podemos desaprovechar. Es el paradigma neoliberal chileno el que puede ser despedazado por la ciudadanía. Es la sociedad de los negocios la que puede ser derrumbada, es el Estado abusador que solo defiende el interés de un puñado de privilegiados el que puede ser derrumbado. Es posible acabar con 40 años de abuso e injusticia, de privatización de los derechos sociales —la salud, la educación, las pensiones, el agua. Eso es lo que está en juego hoy día en nuestro país. Depende de nosotros estar a la altura de este periodo histórico.

Tinta Limón

Carlos Pérez Soto: “Hay que cuidarse del arcoíris que nos pueden vender” // Tinta Limón

Nos encontramos por primera vez con Carlos Aurelio Pérez Soto frente a la plaza Ñuñoa, un domingo caluroso, al caer la tarde. Pérez Soto es profesor de física, filósofo, docente e investigador marxista hegeliano. De inteligencia despierta, es reconocido por su perfil crítico y su pensamiento heterodoxo. La amplitud de sus campos de trabajo queda impresa en los títulos de sus obras, desde: Sobre la condición social de la psicología (1996); Sobre un concepto histórico de ciencia; (1998): Comunistas otra vez, para una crítica del poder burocrático (2001); Sobre Hegel (2006); Proposiciones en torno a la historia de la danza (2008); Una nueva antipsiquiatría (2012); Marxismo aquí y ahora (2014).

 

Hace solo unos días triunfó de manera contundente la opción de aprobar un espacio institucional de discusión y redacción de una nueva Constitución que reemplace a la de 1980, pergeñada en dictadura por Jaime Guzmán como estructura jurídica del neoliberalismo. Pero los pensamientos de Pérez Soto no tienen nada de triunfalistas. Lo primero que señala es que la mitad del padrón electoral no participó del plebiscito, y que eso puede implicar un problema de legitimidad para la futura Constitución, pero en lo inmediato es un factor que debilita la base social real que sustenta el proceso constituyente. Casi en simultáneo –compara–, en Bolivia, con golpe de Estado, con pandemia y aislamiento social, con mayor mortalidad por el virus que en Chile, votó el 87 por ciento del electorado. Sobre todo, insiste, porque esa fuerza social es necesaria para revertir la ilegitimidad de origen de este proceso constituyente, las condiciones impuestas a todos los chilenos por un grupo de señores feudales de la política y consignadas en el Acuerdo por la paz y la nueva Constitución. “Lo peor que podríamos hacer, dice, es tener otra vez una Constitución viciada de origen. Sería una torpeza de la clase política, porque dentro de cinco o diez años todo vuelve a estallar”.

Lo que sigue, son los extractos de una conversación hecha de distintos momentos.

Por un programa constitucional radical

Lo que hay que hacer en Chile es una refundación democrática de las bases institucionales, del Estado y de la convivencia nacional. Una refundación democrática que es el reverso de aquella refundación neoliberal que quiso hacer Jaime Guzmán de este país. Y eso es una larga marcha. Luego de este primer paso, del “Apruebo”, hay que elegir una Asamblea Constituyente realmente representativa, realmente soberana, para luego lograr una Constitución que opere como la base de esa refundación. Porque aún estamos a tiempo de dar una pelea por la soberanía efectiva de la Asamblea Constituyente, por remover los límites que le puso al proceso constituyente el famoso Acuerdo por la paz y la nueva Constitución. Es necesario impulsar ahora una reforma constitucional que defina toda una serie de cuestiones pendientes vinculadas a la forma en que se eligen los integrantes de esa asamblea. Una reforma, por ejemplo, que le tiene que dar participación a los pueblos originarios. Una reforma, por ejemplo, que permita ampliar y mejorar las condiciones de participación a los independientes.

La dinámica de movilización social debería decantar en candidatos determinados, unas orgánicas. Lo que tiene que haber son representantes de unas orgánicas. Y esas orgánicas deben ir a patear la puerta de los partidos políticos constituidos que se dicen de izquierda para que les den cupos en sus pactos. La ley que tenemos obliga a meter a los dirigentes sociales dentro de la camisa de fuerza de los partidos organizados. Porque los independientes que vayan por fuera de los pactos no tienen ninguna posibilidad de ser elegidos. Y los independientes que vayan en pactos chicos, en pactos regionales, tampoco tienen ninguna oportunidad. Acá los únicos pactos que tienen oportunidad real son los pactos que se estructuran a nivel nacional, con un referente único, que inscriben una lista única, etc.

Por eso nuestra política tiene que ser que haya tres grandes pactos, y no dos, en la elección de constituyentes del 11 de abril de 2021. Un pacto de derecha, aunque mejor si va dividida. Otro pacto que sea la Concertación, sola. Y un tercer pacto progresista, de izquierda, o radical, el nombre que quieran ponerle, pero separado de la Concertación. Todos los personeros de la Concertación están pidiendo una lista única, porque piensan que, al amparo del Frente Amplio, y de los independientes, van a poder meter su gente y salvarse. Pero la Concertación está en pleno naufragio y eso le hace muy bien a Chile, es muy educativo para el pueblo chileno. Entonces, un pacto de la derecha, un pacto de la Concertación clásica y un tercer pacto que vaya desde los comunistas hasta Revolución Democrática, los humanistas, el partido liberal, etc. Y lo importante es que dentro de ese pacto haya espacios para los independientes y que haya un programa constitucional radical. Ser independiente no es, por sí mismo, una garantía. Hay muchos independientes que tienen intereses locales, que son capaces de votar muy radicalmente en un tema y, sin embargo, de manera conservadora en otro tema. Lo que necesitamos son independientes que sean capaces de compartir un programa constitucional radical global. Y que no vayan solo a defender derechos sectoriales o regionales.

Otra cuestión a definir son los mecanismos de aprobación del nuevo texto constitucional. Se definió que para aprobar cada artículo tiene que votar a favor 2/3 de los constitucionalistas, y si no se alcanza, ¿qué pasa? Lo que hay que pedir es un plebiscito intermedio: que toda norma significativa sobre lo que no haya consenso se someta a plebiscito.

Es hora también de presionar para darle a esa reforma mayor transparencia para la Asamblea. Por ejemplo, hay que exigir que la asamblea constituyente no tenga sesiones secretas, que se sepa todo, que los constituyentes estén obligados a dar cuenta ante sus electores y que seamos capaces de reaccionar ante cada discusión que se vaya dando. Y hacer movilizaciones repartidas, distribuidas, sobre todo frente a los municipios. Pero la presión tiene que ser con programa. Es urgente redactar un programa constitucional radical, cinco puntos. Y en ese programa, no pondría los derechos sociales en un primer lugar, sino la forma de financiar esos derechos sociales. Hay que evitar un compromiso político en el que nos regalan una Constitución llena de derechos, pero nos niegan la posibilidad de ejercer esos derechos. Hay que cuidarse del arcoíris que nos pueden vender. Se puede redactar una Constitución que dé derechos sociales –porque no cuesta nada poner derechos en la Constitución– y después negar las fuentes de financiamiento. Es lo que ha pasado con varias de las constituciones nuevas que hay en América Latina, y en particular en Colombia. Que consagran el más absoluto derecho a la educación, pero resulta que no hay plata para la educación.

Entonces, podemos obtener una Constitución muy bonita, muy democrática, con una redacción espectacular, pero luego no tener un peso para financiar todo eso. Lo que hay que poner en centro de la discusión es cómo se distribuyen las riquezas de este país. Lo que hay que poner en el centro de la discusión son los 200 mil millones de dólares que tienen las AFP. Lo que hay que poner en el centro es el capital financiero, que nos va a endeudar intencionalmente para seguir espoliando este país. Entonces, el programa constitucional radical tiene que apuntar, primero, al capital financiero y a las riquezas básicas, y, después a la democratización de la estructura institucional de este país. Si eso ocurre, entonces los derechos sociales van detrás. Y, de este modo, los derechos sociales no solo se declaran, sino que son realmente posibles.

Es clave reclamar la soberanía efectiva de la Asamblea Constituyente. Remover los límites que tiene, sobre todo respecto de los tratados de libre comercio. Y también darle poder sobre el endeudamiento del Estado. Porque durante el desarrollo de la Asamblea Constituyente, si la cosa se viene muy mal para la derecha, este gobierno —que va a seguir vigente— es capaz de endeudar este país en cien mil millones de dólares en un par de meses y dejarnos clavados con la deuda externa. La Asamblea Constituyente debería tener soberanía suficiente para impedir el sobrendeudamiento externo para impedir que durante la Asamblea Constituyente se establezcan pactos internacionales que resguarden al gran capital chileno.

En la Constitución hay que hacer pronunciamientos que entren directamente en contradicción con el entramado legal que hay hasta este momento. Eso es lo que la derecha teme y eso es lo que hay que hacer. Hay que poner una disposición que entre directamente en contradicción con la ley minera y que obligue a reformularla o derogarla. Hay que poner en la Constitución una norma explícita que le prohíba al Estado respaldar deudas financieras privadas, porque todo el problema del saqueo de los países es a través de la deuda externa. Una norma explícita que le prohíba al Estado respaldar la deuda de los bancos. Hay que poner disposiciones expresas que aseguren que el Estado está obligado a responder por el 100 por ciento de la demanda educacional de salud, de pensiones, más allá de que haya universidades privadas, hospitales particulares, etc.

Hay que poner en la Constitución disposiciones expresas que apunten a la democratización del Estado. Los plebiscitos vinculantes a todo nivel, la revocatoria de mandato, la iniciativa popular de ley, la descentralización del gasto. Tenemos que lograr una Constitución que en su texto contradiga el entramado legal que se ha levantado durante cuarenta años en chile, de tal manera que obligue a una tarea parlamentaria posterior de reformular todas las leyes que entran en contradicción.

Porque los enemigos son claros, y son tres. El principal enemigo es el capital financiero transnacional, que está en las AFP, que está en los bancos (y en la deuda externa que nos van a meter si tratamos de democratizar este país). El segundo enemigo es el capital depredador de los recursos naturales. Hay que apuntar contra las mineras norteamericanas. Y el tercer enemigo es el capitalismo nacional, las grandes empresas que se han organizado en torno a los fondos que les llegan de las AFP y las inversiones que han hecho en el retail, es decir, en mecanismos de comercialización y de endeudamiento (el retail no es más que capital bancario encubierto). Hay que apuntar contra los acuerdos que se han establecido con la Organización Mundial de Comercio. Porque la OMC nos obliga a garantizar la propiedad privada, las concesiones que hemos dado, las deudas que hemos contraído. Por eso es tan grave eso de que la convención constituyente no pueda cambiar los tratados de libre comercio. Porque los tratados encubren este papel rector a nivel mundial de la OMC que opera como gran guardaespaldas de las operaciones del capital transnacional en cada país.

El 18 de octubre los chilenos perdimos la paciencia

A lo largo de treinta años se ha contado un cuento de éxito económico, de crecimiento, y lo que ocurre es que todo el mundo tiene la impresión de que a los únicos que les va bien es a los grandes empresarios. En cambio, la gente ve cada vez menos el éxito, hay dificultades muy concretas en la educación superior –que es cada vez más cara–, en la salud –que es cada vez más catastrófica. Había mucho malestar acumulado y con un chispazo la gente perdió la paciencia. Eso fue lo que pasó el 18 de octubre, los chilenos perdimos la paciencia

No es que el estallido y la movilización sean algo nuevo, han venido ocurriendo cada vez con mayor intensidad desde el 2001: 2001, 2006, 2011, 2019. Son todas revueltas contra la democracia neoliberal y contra quienes han gobernado este país durante los últimos treinta años. Una cosa notable es que los chilenos le tienen muchísima más paciencia a los gobiernos de la Concertación o de la Nueva Mayoría que a Piñera. Evidentemente, la derecha hace de manera torpe lo que la “centro izquierda” hace de manera eficaz. La derecha ha gobernado dos veces y las dos veces han sido los estallidos más grandes, es como cobrarle al gobierno explícitamente de derecha lo que no le habían cobrado a los otros gobiernos. Pero la verdad es que los gobiernos de la Concertación –como otros gobiernos de corte socialdemócrata, o de centroizquierda– profundizaron las bases del neoliberalismo en nuestro país, y en muchos casos fueron más allá de lo logrado por Pinochet.

Ahí está lo esencial de lo que puede mostrar el caso chileno: el modo en que se profundiza el modelo neoliberal al punto abarcar todos los ámbitos de la vida pública, estatal, privada, hasta que el modelo neoliberal se vuelve una forma de vida; y sobre todo una forma de disciplinamiento neoliberal de la vida. Y esto, claro, produjo muchos malestares.

Los malestares de un país triunfalista

Pero, sí, hay mucho malestar, o dos tipos de malestares combinados. Por un lado, está el malestar de las capas medias, hay una frustración acumulada de expectativas muy grande. Les vendieron una promesa de ascenso social que, luego de treinta años de neoliberalismo sólo redunda en endeudamiento, y una incertidumbre tremenda a la hora de buscar trabajo, enfermarse o jubilarse. Y, por otro, el malestar y el enojo de los más pobres. Los niveles pobreza en Chile son muy altos, pero están ocultos por estadísticas oficiales completamente mañosas y disimuladas en el endeudamiento: en este país, el 33 por ciento de los ciudadanos mayores de 18 años aparecen como morosos en el sistema financiero. De hecho, hay dos pobrezas, una pobreza absoluta, que está en orden del 10 por ciento, y otra relativa, que se va conformando con la pauperización de los sectores más pobres de las capas medias. Es la que surge del contraste entre las capas medias que crecen y los pobres que van cayendo. Este contraste con las clases medias que hace mucho daño; hay una indignación acumulada por ese contraste que los políticos no ven y el gobierno, mucho menos.

Chile es un país triunfalista en el que las ciudades están ordenadas de tal manera que las capas medias no ven a los pobres: literalmente, circulan en otros barrios. En cambio, los pobres ven permanentemente a las capas medias en las telenovelas, en los avisos comerciales. En las noticias, los únicos que aparecen son los estudiantes universitarios –en Chile las universidades son muy caras, muy elitistas. A la gente se le junta rabia porque ven y no son vistos. En Pascua o Año Nuevo, muchos salen de la ciudad a la costa. Y todo el mundo dice: “No quedó nadie en Santiago”. Sale 1 millón y medio, y no quedó nadie. La ciudad tiene 7 millones de habitantes. Es decir: cuando hay 5 millones de personas las calles están vacías, porque ese millón y medio es el visible, el que tiene todos los autos, los que van a los grandes supermercados. Eso te da un índice de la violencia de ver y no ver. Pero vas a Quinta Normal, sigues hacia Cerro Navia, o vas a San Ramón y si sigues hacia Puente Alto: hay un mar de pobres. De desempleados crónicos. De gente con unos regímenes laborales muy malditos, muy precarios, con salarios muy bajos. Las estadísticas del desempleo están absolutamente distorsionadas porque no consideran el subempleo, el empleo precario y el empleo informal. ¡Las estadísticas consideran como trabajador a alguien que ha trabajado dos horas en dos semanas!

Un orgullo monstruoso

Nosotros tenemos la ventaja monstruosa de ser vanguardia del neoliberalismo en el planeta. Aquí se han probado todas las técnicas en la instalación y luego, en la profundización de un sistema neoliberal “exitoso”, que alcanza a todas las dimensiones de la vida, hasta los niveles más inimaginable. La mayor parte de la izquierda mundial sigue llamando neoliberal a la derecha política; sigue llamando centroizquierda a las versiones más actuales del neoliberalismo, lo que implica un despiste grosero, histórico. Han quedado pegados a la imagen de que neoliberalismo implica una dictadura militar, privatizar las empresas del Estado, una abstención del Estado respecto de la economía, “achicar” el Estado y el empleo estatal. Y me parece que esta lectura es muy superficial, tiene muchos mitos.

Y estos mitos les impiden ver, por ejemplo, que el Estado neoliberal fue y es muy activo impulsando políticas de elusión –más que evasión– tributaria. Las empresas pagan la menor cantidad de impuestos –¡incluso no pagan nada!– a partir de mecanismos de compensación tributaria. Les impide ver que el Estado neoliberal fue y es muy activo orientando masivamente el gasto estatal hacia el beneficio privado. En Chile no se desfinancian la salud y la educación, sino que se las orienta hacia el lucro privado a partir de un Estado “subsidiario” que, en momentos de crecimiento económico deriva generosos subsidios a empresas para que se hagan cargo de las “cuestiones sociales”. Les impide ver, también, lo qué hay de neoliberal en los gobiernos latinoamericanos de centro-izquierda de las últimas décadas. No ven como neoliberal el endeudamiento, o el desvío sistemático de recursos del Estado para uso privado; no ven el neoliberalismo que consiste en convertir las empresas públicas en centros de negocios; no ven el neoliberalismo que significa el costo del crédito, que va depredando el salario.

Este me parece un punto central: una proporción cada vez más importante del salario se va en el costo del crédito. Es decir, no solo en el hecho de que los Estados se han retirado de los servicios básicos como salud y educación, y no solo el aumento sistemático del precio del transporte va mermando el salario, sino que cada vez que tú compras estás pagando al menos el 20 o el 30 por ciento sólo en crédito. O dicho de otra manera, los trabajadores son explotados en el acto de producción, pero después el salario que reciben es depredado, sobre todo, por el capital financiero. Eso es el neoliberalismo profundo que las izquierdas no suelen ver, incluso en Chile. Acá los comunistas tienen el criterio de llamar neoliberal a Piñera, pero no de reconocer como neoliberal a Michelle Bachelet. Pero la gente común y corriente lo sabe, son los políticos y los intelectuales los que no lo saben.

Por otro lado, es una cuestión de sentido común, no hace falta que lo diga un economista o un ingeniero comercial: es una irresponsabilidad absoluta prestarle plata a gente que no produce o que lo que produce es solo salario. Si tú produces salario y no te alcanza, y pides plata prestada es porque no te alcanza, ¿cómo vas a devolver lo prestado? Entras en un “bicicleteo”: bicicleteas la deuda permanentemente. Así, los niveles de endeudamiento privado van aumentando, hasta que en algún momento hay un colapso, se produce una corrida financiera y los bancos quiebran. El caso de Chile igual es particular. Los bancos tienen la certeza absoluta de que el Estado les va a respaldar las deudas. Porque la depredación del salario va de la mano con la depredación del Estado. Y Chile tiene ahorros en el sistema financiero internacional como para hacerlo –el Estado chileno tenía 40 mil millones de dólares y un riesgo país muy bajo. Esa irradiación del sistema financiero especulativo al bolsillo de cada trabajador es el neoliberalismo más profundo. Y hablamos de la depredación del salario y del Estado, pero podríamos hablar de cómo en Chile esta depredación alcanza niveles altísimos en los recursos naturales, el incremento del saqueo de la naturaleza. Por eso digo, es un orgullo monstruoso: somos los peores.

Una protesta difusa…

Lo que pasa hoy en Chile es muy interesante porque no hay un programa puntual de demandas, es una revuelta que lo pide todo. La lista más elemental pasa por salud, educación, pensiones, jornada laboral, salario mínimo, una lista gigante. De algún modo, eso se condensa en el pedido de una nueva Constitución.

Es interesante la protesta porque es una protesta difusa, contra el modelo en general y sin más horizontes que la ira generalizada. Me hace acordar a la Argentina del 2001, solo que si allá la consigna era: “¡Que se vayan todos!”, porque no había nadie a quien salvar; aquí es: “¡Que se vaya todo!”, que el modelo cambie radicalmente. Y ninguna de las izquierdas tiene como programa o como objetivo desbancar al modelo. El Frente Amplio, por ejemplo, que se supone que está más a la izquierda que los comunistas, no tiene ese programa. Incluso a la izquierda de ellos está el Partido Humanista. Ellos son los únicos que han dicho “No al modelo”: no a la politiquería, no al arreglismo, quizá porque no tienen ningún compromiso o una tradición ideológica que los condicione.

El estallido encontró desprevenida, incluso, a la represión. Creo que el poder se contó el cuento de que había pacificado el país, a tal punto que ellos mismos, en declaraciones públicas, reconocen que no tienen la inteligencia policial suficiente para saber qué movimientos hay. Todo eso lo descuidaron. Lo único que está absolutamente investigado y militarizado policialmente es el territorio mapuche, pero en Santiago no pasaba demasiado. Y cuando pasó, no supieron qué hacer, no supieron cómo parar la movilización. Por eso el ejército no quiso salir a la calle: no tienen la capacidad operativa para controlar una protesta difusa que además ocurre sin un movimiento político detrás.

Una protesta difusa en la que no hay un líder con el que puedas negociar o tomar preso. Y ninguna de las izquierdas han podido o querido aparecer dando la cara diciendo: “Nosotros llamamos a los chilenos a tal cosa”. Nadie. Ni los comunistas, ni Convergencia Social, ni los movimientos de pobladores que son muy radicales habitualmente. Nadie ha salido a decir: “Llamamos a los chilenos al próximo paro nacional”. No se atreven a algo que es elemental que es a llamar a protestar. Y que los vayan a buscar a la casa, y que los ponga presos, y que entonces se genere un héroe. No se atreven a hacer eso. Lo que hay, entonces, es una protesta difusa que es visible en la plaza Italia, pero que ocurre en todo Santiago y en todas las regiones del país, y sobre la que no hay capacidad operativa, ni de la policía ni del ejército, para controlarla.

… y una izquierda cómoda y sin imaginación

En ese marco, es muy raro que ninguna de las izquierdas tenga un proyecto global contra el modelo, que estén tan dispuestas a conversar a espaldas del movimiento social, como si tuvieran una desconfianza genérica del movimiento social. Aquí, la izquierda se contó el cuento de que la gente se abstenía en las elecciones, que estaba absorbida por el consumo. La propia izquierda no fue capaz de captar la acumulación de indignación que había y que en algún momento iba a estallar. Hay una insensibilidad realmente increíble que se debe, entre otras cosas, a que las izquierdas han entrado al juego electoral y el juego electoral en Chile está muy bien financiado por el Estado. Ser concejal, ser alcalde, ser consejero regional o ser diputado es muy buen trabajo. Sin ir más lejos, es un trabajo estable que las personas no tienen. Los militantes de los partidos políticos tienen una oportunidad de trabajo en el aparato político del Estado, algo nada despreciable.

Los partidos de izquierda son débiles porque no tienen capacidad de imaginar una alternativa real al modelo neoliberal. Lo que conciben como alternativa son formas de paliar los efectos más nocivos, pero no discuten lo estructural. Alternativa al neoliberalismo es no pagar la deuda. Es no pagarla, cero, no se paga nada, no se pagan intereses, no se paga el capital. Se declara nula. Alternativas al neoliberalismo, acá en Chile, es derogar las concesiones mineras. Alternativa es eliminar los mecanismos de elusión tributaria masiva de la que se beneficia la banca y las grandes empresas nacionales y trasnacionales, uno de los pilares del neoliberalismo. Alternativa es tomar los fondos de pensiones, que son el gran soporte de la estructura neoliberal –y que en Chile están administrados de manera privada por las AFP– y que el Estado los ocupe en mover la economía nacional, en invertir en el desarrollo del país; invertir en el cobre, en fruta, sumar valor agregado a productos internacionales. Salvo el caso de las AFP, de la que hay una proposición alternativa muy clara, formulada por gente muy valiosa como es la de la Fundación Sol, esas alternativas no existen.

Lo que nosotros llamamos neoliberalismo es consistente con el post fordismo, como forma actual de la división internacional del trabajo; consistente con un proceso en que la burguesía va perdiendo hegemonía frente al control burocrático, que es el proceso más de fondo. Se van introduciendo en organismos estatales técnicas de administración neoliberal, como el autofinanciamiento, como el riesgo de asumir deuda con el propio Estado. El capitalismo que hegemonizan los chinos no es el capitalismo del siglo XX, ni el del siglo XIX. Es un capitalismo en el que los capitalistas son una parte del bloque dominante, la otra parte son los burócratas. Todo eso se nota en el despiste histórico de la izquierda en la medida en que no ven que el centro hegemónico capitalista se corrió a China, que Estados Unidos se fue al hoyo, que Europa es un parque temático. En la medida en que no ven eso, no conciben alternativa. En la medida en que no ven cómo el modelo de acumulación capitalista tiene un cambio estructural, no logran pensar una alternativa. Lo que contraponen es una especie de keynesianismo, de estatalismo idiota a esta altura, porque el Estado puede ser saqueado a través de mecanismos burocráticos. Uno podría tener un Estado enorme y montar todo lo que quiera, pero todo el gasto social del Estado va a parar a bolsillo privado.

Claroscuros del movimiento social chileno

Hubo una marcha de un millón de personas unos días después del estallido. En una entrevista, los periodistas le preguntan al presidente de Renovación Nacional (RN), que es el partido de derecha, cómo ve la salida. Y el tipo, que está en una posición de negociar dice: “Bueno, si usted tiene 4 millones de personas en la calle hay que buscar una salida”. ¿4 millones? ¿De dónde sacó ese número? Todos los medios dijeron que había un millón. Incluso los propios organizadores. Lo que ocurre es que cada puesto de carabineros, a lo largo de todo Chile, manda un informe y el Ministerio del Interior suma. Entonces, claro, en Santiago hubo un millón, pero a lo largo de todo Chile se agregaron 3 millones más. Hubo movilizaciones hasta en los lugares más lejanos y pequeños.

Las movilizaciones fueron muy masivas y en todo Chile, nosotros no vemos eso, pero el gobierno sí lo ve. Por eso ellos están más asustados que nosotros. Las izquierdas en Chile no quieren verlo. No quieren verlo porque tendrían que asumir una tarea de conducción política que les queda grande y respecto de la cual han sembrado toda clase de desconfianzas. Sobre todo porque se han dejado manipular, han cometido errores groseros, como el de firmar el Acuerdo por paz y la nueva Constitución. A la candidata presidencial de la izquierda, del Frente Amplio, a Beatriz Sánchez, la funaron [escracharon] en Plaza Italia. Camila Vallejos no puede salir a la marcha. A Gabriel Boric lo funaron.

Hay dos dirigentes que, me parece, merecen mucha confianza porque no han caído en esto. Uno es Luis Mesina, de la Coordinadora No+ AFP, que hace mucho fue del Partido Socialista, y el otro es el presidente del Colegio de profesores, Mario Aguilar, que es Humanista, no pertenece a la izquierda tradicional. Son las dos caras más visibles de Unidad Social.

En Unidad Social también está la CUT, la Central Unitaria de Trabajadores de Chile, que se supone que es la confederación más grande de Chile, pero Bárbara Figueroa, que es comunista, y que es una mujer que, como los políticos, se ponen siempre adelante en la foto, ahora no aparece, no toma el micrófono. Las izquierdas chilenas se han comportado de una manera vergonzosa. Y el resultado de su accionar es que nos pasaron la aplanadora por encima. La gente no lo olvida.

Tampoco hay líderes sindicales por fuera de la CUT con alguna capacidad. Porque todo el movimiento sindical, que es un movimiento minoritario, está en manos de los comunistas y los socialistas. En Chile, la sindicalización es del orden del 20 por ciento del total de los trabajadores. Las condiciones de negociación salarial son mínimas. No hay un movimiento sindical real, es muy superestructural, gobernado por camarillas que son elegidas de manera indirecta a partir de sindicatos fantasmas y cosas por el estilo.

Tampoco se puede esperar mucho del movimiento estudiantil en Chile, que está en manos de una casta de politiqueros de izquierda. Piensa tú que para cada elección de la FECH (la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile) hay 6 listas de izquierda. En un país donde la izquierda es minoritaria, hay 6 listas de izquierda. Es decir, hay izquierdas que no tienen ninguna otra presencia que no sea en dos o tres universidades. Lo que pasa en Chile con las universidades tradicionales es que son extremadamente elitistas, muy elitistas, entonces representan a un sector de la población que no tiene problemas.

El hito clave en este deterioro político del movimiento estudiantil fue el 2011. En aquel momento, el movimiento fue por toda la educación chilena y al final los únicos que ganaron fueron los universitarios. A los secundarios les dieron la espalda, los abandonaron en el camino, salieron perdiendo. Por otro lado, el movimiento de los secundarios es un movimiento inorgánico, absolutamente inorgánico, no dura, es por generaciones. Hay generaciones que se organizaron mejor, como la del 2006 con el pingüinazo o la de 2011, que duran unos años organizadas. Pero luego se apaga por cinco años. Tienen una radicalidad muy grande pero ninguna capacidad de permanecer en el tiempo. Lo que evidencia que no puede haber un movimiento social sustentado en los estudiantes, tienen que moverse los trabajadores, los pobladores, los pensionados, las mujeres.

Una sociedad medicalizada

Hace un tiempo fui a Temuco, a dar una charla y luego fuimos con los anfitriones a comer, y me llamó la atención un cruce de calles que en las cuatro esquinas había farmacias, y todas tenían gente comprando. Lo comenté y un compañero me cuenta que en esas esquinas que ahora tienen farmacias hace unos 10 años había financieras de esas que prestan dinero de forma rápida y sencilla. Y que luego cerraron las financieras y pusieron parrillas, lugares para comer. Pero luego también quebraron y entonces pusieron farmacias. Me pareció ver ahí de modo muy claro, muy sugerente, todo un ciclo: la gente pide préstamos, se endeuda, gasta irresponsablemente y ahora sobrevive con antidepresivos. La medicalización de la subjetividad ha alcanzado una dimensión política en este país. No es el primero, eso en Estados Unidos funciona, en Europa también.

En Chile es muy visible y cotidiano el consumo de fármacos para anular la subjetividad. No hay familia en la que no haya dos o tres personas que están consumiendo: para despertar, para dormir, para no deprimirse, para activarse… Es común, incluso, que las personas consuman dos, tres fármacos simultáneamente. Ese fenómeno, por su magnitud, tiene un efecto de control social. Y cuando digo que tiene un efecto de control social estoy pensando en el efecto que producen sobre la subjetividad social, no en que haya un comité central de las farmacéuticas planeándolo. Pero sí detrás de esto hay una filosofía médica, desde mi perspectiva errónea pero ideal para los negocios, que se basa en la medicalización de la salud y que se ha vuelto hegemónica. Naturalmente, la industria farmacéutica hizo de esto un gran negocio, pero lo que a mi más me preocupa es cómo esto acaba funcionado como un mecanismo de control social, que a los Estados parece no preocuparle. En cierto sentido, es un síntoma de lo que ocurre en las sociedades neoliberales actuales.

Una democracia administrada

Cuando empezó todo esto, todo el mundo estaba entusiasmadísimo pero me parecía que lo más sensato era ser cauteloso. Recuerdo muy bien el ’83, que las protestas duraron un año entero y había barricadas en todos los barrios. Fue un año de una violencia increíble, se incendió todo Chile. Mucha gente decía que se estaba incubando el socialismo en las calles de Santiago. Pero luego vimos el reverso del ‘83, que fue el ‘89. Llegó el “arco iris” y se implantó el neoliberalismo. También hay que recordar el 2011 y lo fácil que le resultó a un poder altamente tecnologizado administrar un movimiento social, por muy violento que fuera.

Si hay algo de lo que el neoliberalismo chileno se puede jactar es de su capacidad de administrar el modelo. Porque este es un modelo muy inestable. Pero Chile es un país protegido en el mercado financiero internacional. Aquí no le van a hacer la bancarrota que les hicieron a los griegos, o a Islandia. Este país opera como modelo. Piensa en el caso peruano: en su campaña electoral, Pedro Kuczynski dijo: “Nosotros queremos ser como Chile” –algo muy raro porque los peruanos patriotas se sienten enemigos tradicionales de Chile. Luego salió a decir: “No, vamos a superar a Chile”. Pero como sea, Chile es el modelo neoliberal a seguir. Y es un modelo que están dispuestos a cuidar. Si la izquierda hubiera empujado un poquito más se podría haber logrado la renuncia de Piñera, es decir, entregar a alguien para cuidar el modelo. Se habían negado 20 años a hacer una Constitución nueva, pero se asustaron y en dos meses armaron las condiciones para hacerla. Porque la idea es cuidar el modelo que tiene una significación mundial.

Nosotros con Pinochet teníamos problemas con la dictadura, queríamos democracia. Hoy día tenemos problema con la democracia. Porque la democracia, en algún aspecto, es peor que la dictadura. Hay quien dice: “Pero no matan gente”. Claro, no matan gente a balazos, en el mejor de los casos. Pero la gente se muere en los hospitales, la gente se muere con unas pensiones miserables. Si tu consideras víctima solo al tipo que recibió un balazo en la frente, entonces no estamos entendiendo en qué consiste la miseria, en que consiste la explotación, la injusticia.

En ese sentido, nuestro problema es qué hacer con la democracia. Y con una democracia que no tienen ningún contenido participativo. Yo escribí un texto que se llama “La democracia como dictadura” describiendo cómo el marco institucional democrático está diseñado para administrar lo social. Y tiene unos recursos tan grandes que hay que pensar dos veces cómo hacer una protesta social para que no sea administrable. Los requisitos son básicamente dos, y no son muy novedosos: tiene que haber un pueblo indignado y tiene que haber una conducción política medianamente lúcida. Y aquí hay un pueblo indignado y no hay ninguna conducción política. ¿Por qué? Porque no hemos madurado políticamente el significado del neoliberalismo y, menos, una alternativa a él.

No tenemos programa radical para esta situación, todos los programas son horizontes de reformas. Las izquierdas más viejas se quedaron pegadas al estatalismo socialista, las izquierdas más nuevas tienen formas comunitarias, hippies, de autoconsumo. Pero no hay un programa global. Mi opinión es que ese programa es perfectamente formulable pero hasta ahora no parece haber fuerza política. Si tú ves en la calle gente indignada, y miras para el otro lado y no ves nadie capaz de dirigir, entonces al segundo o tercer día de la revuelta empiezas a pensar que te van a vender el arco iris y a reconfirmar el neoliberalismo.

¡Revuelta o barbarie! // Oscar Ariel Cabezas

Esto no es el fin

La inconsistencia permanece

en la fisura

somos exilio

en la patria del río.

—Daniela Catrileo, Río herido (2016)

En el contexto de la pandemia por Covid-19, en uno de los países con porcentajes de contagio y de decesos más altos, el fuego profano por la dignidad está lejos de apagarse. En la historia política de Chile, el rechazo de la sociedad civil a acatar la normatividad del orden neoliberal constituye un acontecimiento sin precedentes a lo largo de los treinta años de transición democrática. El modelo económico basado en el libre mercado y la privatización de los bienes comunes más exitoso del planeta es un cadáver que solo logra sostenerse sobre la base de la represión del Estado. La rebelión por la dignidad iniciada el 18 de octubre del 2019 (18-O) es una insurrección contra la normalidad de los treinta años de la llamada transición a la democracia. La consigna por el alza del boleto del metro, “No son 30 pesos, son 30 años”, condensa el desborde de un modelo basado en el sacrifico de los desposeídos. La evasión y luego las revueltas en todas las ciudades de Chile no fue otra cosa que la interrupción del sacrificio de millares de chilenas y chilenos, de migrantes latinoamericanos y haitianos que padecen no solo la explotación de la energías extraídas de sus cuerpos, sino la humillación, la discriminación, el desprecio, la indiferencia, el olvido, el expolio de sus vidas.

El 18-O es la primera fractura significativa en la hegemonía neoliberal y la apertura germinal de un laboratorio político y experimental en el que todo parece estar abierto. ¿Qué es lo que se ha abierto? En principio, la posibilidad de una trasformación radical del modo de producción que vampiriza y precariza la vida de la sociedad en su conjunto. La manera en que la sociedad civil ha traducido la experiencia del dislocamiento del tiempo de la normalidad neoliberal ha sido la indignación. El fuego de la pasión política que definió la lucha por la dignidad de los primeros meses, las barricadas en los barrios periféricos contra la represión policial del gobierno, las evasiones en el Metro de Santiago desatadas por los estudiantes secundarios, los cacerolazos durante la pandemia contra la falta de medidas sanitarias y el incremento del control policial, han estado acompañados de un antagonismo radical e insoluble desde las estructuras institucionales de la democracia parlamentaria. La democracia en Chile no es una democracia universal y plural, sino el instrumento de coerción policial de la clases políticas, que suplementa el programa global del neoliberalismo “mundial e integrado”.

La democracia encarnada en la materialidad social del devenir plebeyo, que se ha configurado desde el 18-O, pero que tiene precedentes en las luchas estudiantiles del 2001, 2006 y 2011, es inasimilable a la democracia parlamentaria de la forma-partido-estatal. La revuelta ha interrumpido la democracia neoliberal y la racionalidad de sus mecanismos de dominación micropolítica (subjetividad del emprendimiento, narcisismo autófago, individualismo sin aperturas, miedo al otro, salvación especulativa en el consumo). El tiempo de la normalidad y de su racionalidad ha sido fisurado por la irrupción social que se expresa en la revuelta por dignidad. Esta irrupción es de carácter múltiple y se sustrae a las formas modernas del partido-estado. La revuelta es la resta de la democracia neoliberal y la suma de una heterogeneidad radical de cuerpos que aspiran, a través de lógicas de organización asamblearia y de desmilitarización de la autodefensa de la sociedad civil, a constituirse en un contra-poder. Lo que la irrupción de la protesta social ha expresado es el deseo por destituir un gobierno que ha administrado la crisis del modelo mediante la peor represión social conocida en democracia después del fin de la dictadura en 1989. Así, el movimiento en las calles ha sido un movimiento contra el secuestro de la democracia y la justicia social en manos de la clase política y sus pactos oligárquicos. El odio a la revuelta de la sociedad civil que han expresado distintos sectores de izquierda y derecha a la interrupción del tiempo de la normalidad es el odio a la democracia de los cuerpos que se han expresado en la calle decididos a destituir una forma de gobierno y de sociedad que sostiene las desigualdades sociales y la violación de los Derechos Humanos. El antagonismo social, heterogéneo y plural, ha puesto en escena la descomposición del orden político y ha revelado que las estructuras de representación de las instituciones modernas y republicanas, secuestradas por la política neoliberal, ya no gozan de legitimidad. A través de la consigna la indignación por 30 años de abuso desocultó que el pacto oligárquico no es solo un pacto que a espaldas de la sociedad civil firmaran solo los gobiernos de la derecha, heredera de la dictadura que hizo posible el experimento neoliberal más exitoso del planeta. Los 30 años por los que reclama la sociedad civil son sobre todo los años de pactos firmados por los  gobiernos democráticos de la Concertación y la Nueva Mayoría.

En Chile ha sido la izquierda neoliberal la que sobre todo ha establecido una continuidad con el régimen constitucional que heredó de la dictadura del General Pinochet[ii]. Así, el tiempo de la normalidad de los 30 años es el tiempo hecho posible por el escamoteo de la heterogeneidad de cuerpos que componen a la sociedad civil y por la negociación de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. El tiempo de la normalidad neoliberal es el tiempo de los que oprimieron la democracia de la Unidad Popular en 1973 y, por lo tanto, es el tiempo que está inscrito en el legado de la dictadura militar, la que tiene su expresión conceptual y jurídica en la Constitución de 1980. En efecto, desde la década de los ochenta la carta magna del gobierno militar ha hecho posible que el experimento neoliberal sea el más exitoso en el mundo y que el atropello a los Derechos Humanos permanezca en la penumbra de una legalidad que protege a las fuerzas castrenses. De hecho, una de las características de la policía de Carabineros de Chile, durante los primeros meses de la rebelión, ha sido la represión desmesurada, la tortura y el asesinato. Las fuerzas del orden de manera sistemática han mostrado voluntad deliberada por violar los DD.HH. con el motivo de restablecer el tiempo de la normalidad. La criminalización de la revuelta por dignidad ha permitido que el gobierno sea el principal responsable de la mutilación de ojos de los manifestantes, torturas, violación de mujeres, maltrato infantil y asesinato según los resultados del informe anual del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH)[iii]; esta ha sido la respuesta del gobierno. La revuelta ha interrumpido el tiempo de la productividad afectando la popularidad del empresario y presidente de la república Sebastián Piñera que gobierna con menos del 10 % de aprobación ciudadana. 

El tiempo de la revuelta ha dislocado el tiempo del productivismo y, junto a los efectos de la pandemia por Covid-19, ha herido la lógica del consumo como espacio de recreación democrática y normalización de la subjetividad. El Chile que Tomás Moulián había diagnosticado en el Consumo me consume (1998) describiendo el síndrome de la individualidad neoliberal y la relación con el hedonismo de la pasión por el consumo ha sido herida por la irrupción de la revuelta. La subjetividad que ha emanado de lo incalculable de la revuelta podría llegar a constituir la protohistoria de un umbral emancipatorio o bien de una catástrofe social provocada por la desmesura de la represión. La revuelta es una especie de volcán en erupción y la verdad de una excepcionalidad que no tiene traducción en la normalidad del tiempo del consumo. La sociedad civil, hoy medianamente confinada —según privilegio de clase social y no de política de control sanitario estatal— por los peligros de la pandemia del Covid-19, no parece desear el continuum de una normalidad que se realiza en la compulsión hedonista del fetichismo de la mercancía. A pesar de la pandemia y de la “cuidadocracia” ejercida sobre todo por los sectores acomodados de la población, la crisis de la sociedad del consumo ha sido un destello emanado de la revuelta de la sociedad civil. Esto hace pensar que lo que Jean Baudrillard llamaba “las seducción de los objetos” del espacio mercantilizado del Mall y la subjetividad crediticia de los endeudados por el oasis del consumo ha sido herida por la subjetividad de la desobediencia civil. La subjetividad del 18-O ha emergido como una experiencia novedosa del tiempo que explica la fisura del tiempo del consumo y del productivismo de la modernización mercantilizadora del capital.    

La izquierda tradicional del parlamentarismo neoliberal se viene sumando a la deriva necropolítica desde el pacto oligárquico con los militares y los grandes empresarios desde 1989. Toda la estructura parlamentaria está corroída por la pulsión narcótica (dinero, poder, prestigio) del neoliberalismo y la revuelta lo sabe desde mucho antes del estallido. Lo sabe porque la sociedad civil debe vivir la crueldad perceptible de las fuerzas de la represión, al mismo tiempo que vive la violencia imperceptible inscrita en la subjetividad que habita la angustia y la muerte de la sociedad neoliberal. Por eso, la revuelta no confía en la izquierda del parlamentarismo neoliberal desde que sabe que la “cosa nostra” de los parlamentarios es parte de la injusticias estructurales del sistema. El saber de la revuelta es un “acervo de conocimiento a mano” sostenido por largos años de acumulación de experiencias de injusticia y abandono porque la transparencia de las desigualdades sociales es absoluta.  El promedio de lo que gana un parlamentario chileno es de unos 13.000 dólares, mientras que el salario mínimo es de unos 460 dólares. La rebelión por dignidad es también una reacción a la desmesura de estos privilegios. Y la violencia que se asocia a la emergencia de la marea en las calles que clama por el fin de los abusos se criminaliza porque el Estado neoliberal no tiene ya como contener la rebelión.

En su libro El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado (2019) Rodrigo Karmy, uno de los teóricos de la hipótesis destituyente, ha señalado con acierto que “la violencia popular no es una “violencia hobbesiana” sino una violencia que interrumpe la simbología capitalista” (50). Esta interrupción no ha sido obra de vándalos como ha querido hacer creer el gobierno, sino de un  clamor genuino que está asociado a la consigna de que “Chile despertó” de la hipnosis, del letargo, de la pandemia neoliberal internalizada a punta de crueldad. El despertar es incontenible. La desesperación por parte del gobierno de controlar el “estallido social” ha carecido de la más mínima racionalidad política. La arbitrariedad y el abuso de la fuerza se ha acoplado al sin sentido que se condensó, desde los primeros días, en la sentencia militar de Piñera: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable”. Esta proclama bélica contra la emergente sociedad civil es el deseo expreso de asfixiar los ímpetus de la rebelión por dignidad convirtiendo a la sociedad civil en presa de los crímenes de Estado: Torturar, mutilar, apresar niños y asesinar a más de treinta personas durante los primeros meses de la rebelión civil son el resultado de la imposibilidad estructural del gobierno y la casta de políticos que se han coludido con el intento por acallar el clamor de la sociedad civil. Una sociedad desgarrada que ha tenido que padecer los 17 años de una de las dictaduras más sanguinarias de la historia de América Latina y los 30 años de experimentación neoliberal basados en la humillación de las clases populares y la precarización de la vida de éstas. La dignidad de las clases humilladas emerge como un relato desde la epidermis de los cuerpos que se duelen y que se reconocen en las formas y los mecanismos con los que el sistema neoliberal los ha vejado. Pero sobre todo se reconocen en la lucha que resiste la crueldad de una historia de humillación y saqueo de las energías de millones de ciudadanos, ciudadanas e inmigrantes precarizados por el dominio de un sistema con aval global para explotar y usurpar la vida digna.

En Chile la dignidad es el relato entrelazado a los afectos micropolíticos de lo que Diego Sztulwark ha llamado “ofensiva sensible”[iv]. Este relato-afecto es lo que el gobierno no puede ni podrá detener con la estafa del control de la pandemia por Covid-19. En el relato-afecto la dignidad es algo así como la palabra plena de cuerpos que encendidos por la rebeldía oponen resistencia al mismo tiempo que afirman el umbral y la urgencia de una vida distinta de la que han ofrecido los pactos del parlamentarismo neoliberal. Alia Trabucco, una de las voces jóvenes más interesantes de la literatura chilena, hallael síntoma de la oposición al gobierno de Piñera en la ausencia de relato. En su artículo “El otro relato” Trabucco describe la miopía de la oposición y la manera en que la ausencia de relato oposicional y anti-neoliberal revela a una clase política incapaz de agenciarse, sin criminalizar, el clamor de la revuelta social: “La miopía de la oposición, por lo mismo, es gravísima. Supo ceder al ‘relato del orden’ no solo respecto del presente y las urgentes demandas de transformación, sino también respecto del futuro y sus urgencias sociales y ecológicas. La oposición, al parecer, no tuvo un relato propio que oponer. Pero tal vez ese otro relato, el que está imaginando futuros posibles, futuros vivibles, no esté al interior del congreso.”[v] Trabucco narra con la serenidad de quien sabe que la ofensiva sensible de la revuelta es la apertura a un Chile posible y urgente en el que pueda morar la dignidad de la pluralidad de mundos subjetivos. Su sospecha es que el relato de esta pluralidad ya no se halla en la izquierda del parlamentarismo neoliberal.Y en efecto, lo que está afuera del congreso es irreductible a lo meramente parlamentario porque toda esta estructura moderna vive una crisis profunda de legitimidad.

La ausencia de relato de la izquierda neoliberal resuena en la crisis de legitimidad y en la falta de imaginación, y en la retirada del horizonte emancipatorio que defendió durante la asonada de protestas contra el régimen militar de Augusto Pinochet en la década de los ochenta[vi]. La izquierda tradicional es constitutiva de la clase política del Estado patriarcal que pactó la transición a la democracia sin jamás salir de los marcos jurídico-normativos del experimento constitucional de 1980. Se puede decir, en la estela de Trabucco, que la oposición (ex-Concertación y Nueva Mayoría) carece de una narrativa para imaginarse a sí misma como una oposición real al parlamentarismo neoliberal del cual es parteEste diagnóstico no es algo que haya requerido un contingente de políticos y cientistas políticos, sino que es un saber de la sociedad civil en rebeldía. Se trata de un saber colectivo fundado en la experiencia de abusos, saqueos a los bienes comunes y humillaciones por más de 30 años de hegemonía neoliberal. En la inteligencia colectiva del devenir plebeyo de la revuelta del 18-O tiene todos los elementos teóricos y de desocultamiento del principio de crueldad con el que el neoliberalismo articula el mundo de vida.

El saber de la necesidad de otro relato y la crítica al neoliberalismo puede ser expresado por un estudiante secundario, un rapero popular, un militante de la primera línea, una anciana, un mapuche, un obrero, una lavandera, un universitario, un ciudadanx/proletarix nómade con la misma complejidad que la de un gran catedrático de ciencia política. Es por eso que la revuelta social no requiere de los intelectuales de la izquierda tradicional y menos de la academia a la que su inscripción en la universidad, sin distancia del neoliberalismo, la vuelve ajena al clamor del cambio social. La izquierda tradicional y sus intelectuales están agotados y han sido sustituidos por la inteligencia colectiva de la ciudadanía de la revuelta. Por eso, la crítica a la filosofía de Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Jaime Guzmán no llega ya a constituir un relato oposicional. La revuelta es la crítica a la crítica de la filosofía y el más intenso intento por superar el deslegitimado sistema de partidos políticos que sostiene el modelo neoliberal. Los que han pensado que la revuelta social es acéfala o que no tiene una orientación política olvidan que hay una inteligencia plebeya que recorre la estructura afectiva desde los estratos más populares hasta las maltratadas clases medias, de todas las fuerzas y los cuerpos que componen una revuelta  en marcha.  El General Intellect de la revuelta ha zurrado —al igual que lo había hecho en el movimiento de estudiantes en el 2001 (“Mochilazo”), en el 2006 (“La revolución pingüina”), en el 2011 (“La primavera de Chile”)— las pretensiones de ilustración proveniente de la intelectualidad de los partidos políticos. La revuelta en Chile es plebeya, pero no porque carezca de ilustración, sino porque su ilustración es radical respecto de la necesidad de arrancar de raíz el problema; y la raíz es el neoliberalismo y sus políticas de miseria y muerte. Lo que ocurre en el país con uno de los movimientos feministas más fuertes de la región es una revolución molecular, una revolución de los afectos y de la sensibilidad. Esta condición no-moderna de la revuelta es la verdadera novedad. La Pandemia de Covid-19 y la instrumentalización del gobierno de Piñera no podrá controlar una revolución que escapa a los manuales de la ciencia política y del marxismo vulgar.  En la superficie de un neoliberalismo estatal que es molar; la dualidad entre lo molar y lo molecular es la dualidad entre un Estado que intenta reprimir la multiplicidad de mundos subjetivos. Hasta antes de la pandemia por Covid-19 la revuelta había sido imposible de reducir mediante la represión policial y por las estrategias disuasivas de la clase política. La transformación de la ira acumulada en los afectos de una sociedad civil decidida a cambiar las crueldades del sistema ha permitido identificar que la descomposición del sistema de partidos políticos es parte del problema que la revuelta civil desea erradicar. La desconfianza en la clase política no es arbitraria ni menos aún irracional o acéfala. La revuelta por dignidad funciona con un operador de saber-potencia que se traduce en la inteligencia colectiva de la sociedad civil. Así el operador de saber-potencia de la rebelión por dignidad se distingue de los dispositivos del saber-poder  del gobierno y sus aparatos de represión policial. Lo que el parlamentarismo neoliberal no le perdona a la revuelta es que el General Intellect de la revolución molecular en marcha está diseminado en la pluralidad de los cuerpos. La pluralidad no tienen centro es pluralidad descentrada de las lógicas modernas con las que se ha pensado convencionalmente el poder. La revuelta está en todas partes, no tiene un centro de operaciones, ni un Estado Mayor, sino un devenir plebeyo múltiple que en nombre de la dignidad atraviesa los estratos sociales.

 La revuelta no es solo la ira de los humillados o el músculo cargado de energía contra el principio de crueldad del parlamentarismo neoliberal, sino también la inteligencia colectiva de los cuerpos reunidos por la indignación; así, el deseo de dignidad es la inscripción de la pluralidad de mundos subjetivos en la imaginación de un mundo plural que hoy se opone al Estado. En su artículo “Piglia y Walsh: escribir en tiempos de crisis”, el escritor y ensayista Diego Zúñiga piensa desde la sensibilidad de la revuelta que no es posible concebir  la crisis sin imaginar ficciones que tensen la relación con el estado[vii]. La revuelta es hoy la topología en la que ocurre un poema o la posibilidad de una ficción fundacional que tense la relación con el Estado y desborde la ilegitimidad del relato del orden social. Al igual que en la república de Platón, el Estado neoliberal desea dejar fuera la experiencia poética de la revuelta. Por experiencia poética entiendo las intensidades y los afectos de la pluralidad de mundos subjetivos que abre en el cielo turbulento de la historia el clamor por el fin del neoliberalismo. Los afectos y las intensidades que han emanado de la revuelta civil y militarmente desarmada se expresan en la experiencia de un poema vivo que desafían símbolos y pone en crisis el orden. La revuelta es ciudad y está movilizada por la politización de las expresiones artísticas más mundanas. Las danzas, las murgas, los Avengers de la primera línea, el negro Matapacos, la presencia de raperos en medio de barricadas, la canción “El derecho de vivir en Paz” de Víctor Jara, la performance “El violador eres tú” del Colectivo Lastesis, los poemas de La Guerra Florida de Daniela Catrileo, la lectura de los libros de Nona Fernández, las imágenes de las cicletada conducidas por la Wenüfoye, bandera mapuche reprimida desde su genealogía por el gobierno de Patricio Aylwin[viii], entre otros, constituyen la tensión estética o poemática de resistencia a símbolos de opresión colonial y neocolonial. El Negro Matapacos, la Wenüfoye constituyen el clamor de un liderazgo carismático sin precedentes. En el interior de la revuelta social los liderazgos carismáticos se inscriben en la pluralidad de mundos. Estos desafían símbolos coloniales y abstracciones nacionalistas cuya razón de ser es el umbral de un horizonte emancipatorio contra la barbarie neoliberal. 


Nota: agradezco a Lorena Amaro la lectura, los comentarios y sugerencias que generosamente hizo a este artículo

[ii] Véase Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito, Santiago de Chile: LOM Ediciones, 1997.

[iii] Véase al respecto el informe del INDH: https://bibliotecadigital.indh.cl/bitstream/handle/123456789/1701/Informe%20Final-2019.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[iv] Diego Sztulwark, La ofensiva sensible: Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, Buenos Aires: Caja Negra, 2019.

[v] Trabucco Zerán, Alia:  https://www.eldesconcierto.cl/2019/12/07/el-otro-orden/

[vi] Freddy Urbano, El puño fragmentado: la subjetividad militante de la izquierda en el Chile post-dictatorial, Santiago de Chile: Ediciones Escaparate, 2008.

[vii] Diego Zúñiga: https://www.latercera.com/culto/2020/01/19/ricardo-piglia-rodolfo-walsh-escribir-tiempos-de-crisis/

[viii] Fernando Pairican, “La bandera mapuche y la batalla por los símbolos”: https://ciperchile.cl/2019/11/04/la-bandera-mapuche-y-la-batalla-por-los-simbolos

La actualidad de Pasolini // Ivana Peric M.

El exceso de información con el que convivimos vuelve inevitable vincular el término “actualidad” con cierta impunidad del presente. Cada vez que nos enfrentamos a un evento inesperado le dedicamos inmediatamente un puñado de palabras, como si con ello se pudiera controlar cualquier desvío de aquello a lo que estamos habituados. Nos sentimos compelidos a decir algo, cualquier cosa, con tal de mantener el presente inmutable. La impunidad, entonces, opera de modo inverso a lo que el sentido común dicta. No es que la reacción ante un evento novedoso esté liberada del juicio de responsabilidad al que está sometido cualquier lectura, precisamente por su condición de experimental. Sino que es el propio presente el que parece liberado de la necesidad de ser vinculado con algo distinto del estado actual de las cosas como condición para su legibilidad.

 

La impunidad del presente parece haberse radicalizado con la emergencia de la así llamada crisis sanitaria. A propósito de la propagación a escala mundial del coronavirus se logró, en cuestión de semanas, disciplinar todas las formas de vida existentes. Y es que no sólo va actuando sobre la realidad de los cuerpos relegándolos a un espacio cerrado, sino que va operando sobre las redes virtuales también infectadas de información acerca de su despliegue. Ante el convencimiento de que el encierro generalizado es la única manera de frenar el contagio, es casi imposible desmarcarse de este aislamiento saturado de explicaciones. Cuestión que envuelve una paradoja sobre todo en países cuya institucionalidad, antes del inicio de la pandemia, estaba siendo cuestionada por revueltas nacidas desde los márgenes del capitalismo. Particularmente en Chile, nos ha situado frente a una aguda contrariedad: en nombre de proteger la salud de todos y todas nos hemos impuesto el mismo aislamiento que, a partir del 18 de octubre, comenzamos a resistir por ser una consecuencia descarnada del neoliberalismo.

 

En el contexto de dicha paradoja, los círculos de pensadores parecen haber estado esperando la aparición de este ser vivo microscópicamente extraño para remover las lógicas individualistas que permeaban sus propias prácticas, no menos expresivas de lo que se estaba denunciando en las calles. A partir de la emergencia sanitaria se reinstaló el ejercicio de citar polémicamente a otro u otra al momento de compartir reflexiones en medios de visitación masiva. Abandonaron su cómoda posición de académicos y académicas encerradas en la universidad para transformarse en verdaderos intelectuales públicos. Sin embargo, su falta de imaginación ha quedado al descubierto. Sus intervenciones tienen en común una vocación de ser fieles a los marcos de legibilidad instalados antes de tener noticias de la existencia del virus. Apelan a términos que son fácilmente atribuibles a sus respectivas autorías. “Máquina biopolítica”, “estado de excepción que deviene en regla”, “paradigma inmunitario”, “precariedad”, “comunismo renovado”, todas ellas exhiben cierto privilegio que niega la apertura hacia una eventual potencia novedosa subyacente a la propagación del virus.

 

No se ha podido imaginar un modo diverso de leer la situación actual que aquel que tradicionalmente ha ordenado la ciencia. Cada uno se ha presentado como si quisiera mostrar su capacidad predictiva, y entonces apuesta todo su valor a si la realidad puede ser subsumida con un mayor grado de verosimilitud bajo el marco propuesto. El virus pasa a ser un evento como cualquier otro, una excusa para sostener obstinadamente una matriz de análisis recitado de memoria, una nueva oportunidad para repetir la música de la cual ellos son a la vez compositores e intérpretes. De esto modo, se insiste en la percepción del coronavirus y las medidas gubernamentales que su amenaza suscita, como un objeto al que hay que tratar con la debida distancia explicativa.

 

Se podría aventurar la hipótesis de que dicha actitud metodológica nace de una falta de amor por la realidad que empaña cualquier esfuerzo creativo. Ese amor que el intelectual italiano Pier Paolo Pasolini decía, citando al cineasta Roberto Rosellini, que era más fuerte que la realidad misma. Tan fuerte que, a fines de los años cincuenta, confesaba que su alejamiento del otrora admirado Gramsci se debía a que objetivamente ya no tenía frente a sí el mismo mundo que éste había habitado, que ya no existía un pueblo al que dirigirse, y que por ende no se podía seguir sosteniendo el arte de contar historias. A partir de la identificación de este giro dramático de la realidad, se sabrá siempre afectado por los acontecimientos que su propia vida atestigua, arrancando desde ellos mismos, y no al revés, cualquier intento de darle forma. Lo que trae consigo una radicalización de la polemicidad reconocible ya en su primer libro publicado, Poesía en Casarsa, con el que a los veinte años se resistió al intento fascista de imponer el italiano como lengua oficial, rescatando en vez el friulano, dialecto del pueblo natal de su madre.

 

Es ese amor por la realidad lo que marcó su experimentación en formatos heterogéneos: la elección de si expresarse en poesía, en novelas, en artículos periodísticos, en textos académicos, en guiones, o en filmes respondía exactamente a su necesidad de hacer hablar a las cosas. Es así como durante el régimen fascista opuso a través de la poesía la espontaneidad del dialecto a la lengua nacional italiana; en el periodo de la Resistencia tensionó la racionalidad de la ideología con la irracionalidad de la pasión sintetizada en sus novelas; en la administración de la Democracia Cristiana interrumpió por medio de sus filmes la unilateralidad del relato del pasado con la posibilidad de su presentificación; en el devenir neoliberal se resistió a la economía del poder con el sudor de los cuerpos que mostraba en pantalla. Todo ello, sin que pudiera ser capturado por una promesa de superación de estos extremos en colisión permanente: su obra estuvo empeñada en mostrar no sólo la irreductibilidad de un extremo en el otro, sino que la imposibilidad de pensar la historia sin reconocer su eterno entrecruzamiento como si de un baile en parejas se tratara.

 

Esta vocación experimental lo llevó a preferir la exploración en el cine porque según afirmaba le permitía, como ninguna otra forma estética, “estar dentro de la realidad sin salir nunca de ella, sin tomar distancia para hablar de ella: (…) expresar la realidad por medio de la realidad”.[1] Lo que quiere decir que la cosa que se ve en pantalla es la misma que se ve fuera de ella solo que en un filme se muestra su duración: en él las cosas permanecen. Y entonces lo que haría el realizador cinematográfico sería inventariar los elementos que hay, por ejemplo, en el mismo paisaje que el novelista recorta, pero sin poder dejar de tomar consciencia de cada una de las cosas allí habidas.[2] De este modo, el cine es concebido por Pasolini como una actividad que se ocupa de la presentación misma de la realidad.

 

Pero ¿cuál es la realidad que infecta el virus? ¿Es una que se va modificando a medida que se resiste a su propagación? ¿Cómo actúan nuestros cuerpos ante la posibilidad de ser infectados y cómo se vinculan con los que no lo están? ¿Qué relaciones se configuran en la batalla por la evitación del contagio? ¿Cuál es la escritura que, infectada de realidad, puede anticipar el mundo en el que viviremos posterior a la pandemia? ¿El tiempo de la propagación afecta la duración de las cosas? Pasolini insistía en la operación de traer textos o personajes del pasado, con su propia forma de decir, al tiempo en el que vivía. La mayoría de sus filmes hacen uso de obras literarias que se ubican a una distancia temporal considerable de su época: utiliza tragedias griegas (Edipo Rey, Medea, La Orestíada), textos bíblicos (fundamentalmente del Nuevo Testamento), algunos textos profanos de la Edad Media y algo, las menos, de la modernidad (El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, Otelo, Los 120 días de Sodoma). Con ello, no buscaba actualizar sus contenidos, sino que proponer un vínculo indestructible entre cualquier forma material de vida y cierta vivencia del tiempo.

 

De este modo, la pregunta por la actualidad de Pasolini cobra un nuevo sentido, toda vez que al revisitar su obra la impunidad del presente se levanta a favor de una interpretación de los hechos que asume la responsabilidad de inducirnos a mirar, pensar, y vivir distinto. En otras palabras, con él se lee el presente mirando hacia un pasado que no se termina de reescribir. Lo que nos obliga a hacer nuestro el epíteto con el que empapelaban las ciudades italianas los fascistas en los años 60’ para manifestarse en su contra: “basta de apóstoles de fango”, decían. Actuar como si se fuera un apóstol significa anunciar la palabra que dice aquello que aún no conocemos pero que podemos imaginar. Sin embargo, actuar como si se fuera un apóstol de fango es ensuciarse con la realidad en la que se vive y, por ende, manosear esas palabras al punto tal de hacerlas indistinguibles de la propia realidad que se persigue presentar.

 

La invitación es, entonces, doble. En primer lugar, a asumir el desafío de actuar como si el coronavirus abriera un escenario propicio para no sólo ofrecer una renovada lectura de nuestras prácticas actuales, sino que anticipar un modo de relacionarse que todavía no ha sido imaginado. Y, en segundo lugar, a traer al presente la obra de Pasolini no sólo porque parece abordar sustantivamente ciertas problemáticas hoy agudizadas a propósito de la pandemia que todo homogeniza. Quizás, más fundamentalmente, porque muestra en la propia forma de experimentación que su actualidad depende de la capacidad de conectar dos cuestiones que parecían antes distanciadas, opuestas, o contradictorias lo que puede constituir el primer paso para revertir la anemia creativa que, durante demasiado tiempo, hemos padecido.

 

 

 

Santiago, abril de 2020.

 

[1] Silvestra Mariniello, Pasolini (Madrid, España: Ediciones Cátedra, 1999), 44.

[2] Pier Paolo Pasolini, Cartas Luteranas, 2017.a ed. (Madrid, España: Trotta, 1975), 41.

Chile: revuelta social y Epidemia // Entrevista a Oscar Ariel Cabezas

 

Esta entrevista fue realizada por la plataforma chilena de periodismo alternativo urbesalvaje.com

 

Incertidumbre y amenaza. Sin duda que existe una desconfianza hacia el Estado. Y no es solo en materias económicas y de salud pública. Muchísimos culpan a la clase política de la amplitud de males que aquejan a la sociedad chilena. El empresariado a la cabeza. ¿Chile despertó y está pandemia le va a poner el pie encima al modelo? ¿Otro Estado es posible? ¿Es el Plebiscito lo más importante hoy?

En medio de la pandemia y de lo que posiblemente será la peor de las crisis del sistema sanitario lo más importante hoy es lo que podemos llamar el cuidado del vecino, es decir, del que habita (ella o él) y coexiste en relación a esa otredad de la que también soy parte. La preocupación por el otro, sobre todo por aquel que no conozco y que debido a la eventualidad global del Covid19 podría estar en peligro de muerte es lo más importante en esta contingencia. Todo indica que la forma más efectiva para controlar el contagio es el distanciamiento físico de los otros porque no hay todavía una cura que pueda evitar la muerte. El plebiscito puede esperar los ventiladores y la recuperación de la sanidad pública me parece que es de primer orden. El confinamiento o cuarentena obligatoria dictaminada por el gobierno a primera vista parece ser una medida de sanidad pública y, sin duda, creo que lo es tal como lo ha confirmado la presidenta del colegio médicos de Chile. Pero no estoy seguro de si el gobierno y la precariedad absoluta del sistema de salud pública tenían otras medidas para contener la propagación del virus. Lo cierto es que la medida de declarar un estado de emergencia me parece que es una medida política que cumple, de momento, una función cínica. Por un lado, el estado de emergencia le ha permitido al gobierno generar un estado mental de pánico mediático. Así, el miedo a la muerte y al contagio funciona como una política de control de los espacios politizados por la revuelta social. No es casual que en vez de poner en marcha un plan para habilitar hospitales, intervenir la salud privada, comprar ventiladores, mascarillas, reforzar el cuerpo médico y de especialistas, etc., el gobierno comience a pintar plaza de la dignidad como un desesperado intento por recuperar los espacios y los símbolos que ya no le pertenecen. Te menciono esto por no expandirme en lo ridículo que ha resultado sacar—y qué ganas tenían de hacerlo—a los militares a la calle en las horas en que la gente duerme y el contagio social es ínfimo o casi imposible. Todo esto hace sospechar que el estado de emergencia es una medida de control de la desobediencia civil más que ser una medida de sanidad pública a la altura de la amenaza real que tienen todes los que vivimos en esta parte del planeta de ser contagiados por el Covid19. En otras palabras,  la medida del gobierno está entrelazada al control de la desobediencia civil, desatada por la emergencia de una ciudadanía que había desaparecido desde la época del plebiscito de 1989.  Sin duda, también las mediadas del gobierno de Piñera han tenido que seguir las directrices de lo que globalmente han hecho otros gobiernos para controlar la pandemia. En medio del oportunismo del gobierno neoliberal por detener el malestar social que desató la revuelta del 18 de octubre el cinismo revela ser un arma al servicio del miedo. Se trata del miedo que tiene la clase política, la oligarquía nacional y las empresas vinculadas al modelo neoliberal de que este país cambie de manera radical y se convierta en un modelo experimental de sociedad participativa orientada al cuidado por el otro y a formas de coexistencia basadas en otro modo de ser que el del hedonismo de la sociedad de consumo. Por lo mismo, creo que el plebiscito se puede posponer mientras el cuidado del otro tome la forma subjetiva de la revuelta social del 18 de octubre, es decir, mientras pasemos la cuarentena pensando en el nacimiento de otro modo de vida. Un modo de vida y de coexistencia completamente distinto del modo “sin coexistencia social” al que nos confinó el virus del neoliberalismo. Por supuesto, yo apruebo el cambio constitucional y mis deseos por el plebiscito están basados en que el cambio constitucional es la posibilidad de que el país gire en 180 grados hacia otro modo de existencia.  

Una pandemia como castigo. La catástrofe como sanción global hacia la humanidad. Te parece interesante esa reflexión.

Sí, me parece interesante, pero creo que el castigo introduce en el concepto de  catástrofe una dimensión teológica que tiende a desplazar el hecho de que la pandemia de Covid19 está, por un lado, internamente ligada a las formas de modernización capitalista de la gran industria del mercado agrícola y de la epidemiología. En el caso  de que no sea un virus que se haya escapado de algún laboratorio militar para deliberadamente provocar una catástrofe, el virus proviene, tal como lo muestra el texto del Colectivo Chuang que publicó la plataforma de Lobo suelto, de la industria mundial agrícola. El texto del Colectivo es muy interesante porque retira la posibilidad de leer teológicamente la catástrofe producida por la expansión de la producción industrial agrícola  y el modo en que se vincula con elementos, digamos, no humanos o naturales como sería el caso del Coronavirus. Las clases subalternas que están expuestas al contagio con microbios y catástrofes industriales no son nada nuevos, no constituyen una novedad en la historia del capitalismo y, por cierto, las epidemias tampoco constituyen una novedad. Con la idea de humanidad ocurre algo similar. La humanidad como concepto universal deja sin pensar los efectos que las catástrofes generadas por el capitalismo, en su fase global e hiperdepredatoria, dejan en la carne viva del cuerpo social. En otras palabras, no creo en las teorías que ven en el virus una exterioridad que nos ataca desde fuera y que según la posición en la que se mire, podría salvarnos de los males que le hemos hecho al planeta. Las catástrofes son siempre sociales, afectan el cuerpo material de individuos, colectividades, de poblaciones agrumadas nacional o posnacionalmente. La pandemia de Covid19 lleva casi 60.000 muertos y más de un millón de contagios. Se trata de la primera catástrofe social con resonancias comunicacionales globales y, quizá, de la primera catástrofe que desenmascara la precariedad de los sistemas de salud pública a nivel global. La urgencia de pensar un sistema de salud internacionalizado o globalizado parece que agrega un dato más a la urgencia de salir del fatídico ciclo de gobernabilidad neoliberal. Pero la salud como un derecho universal de cada individuo, de cada colectividad, del vecino, del amigo o de los que aún no han nacido se ve amenazado por la idea de que la pandemia es un castigo que todes debemos pagar. La idea de que deben pagar justos por pecadores es una idea que le hace mal a la izquierda y aún más mal a la urgencia de imaginar formas de cuidado que estén completamente escindidas de la religión del dinero y de la barbarie con la que se consuma el lucro en nuestro sistema de salud.

 

¿Qué rol ha jugado la filosofía en la vida, pasión y posible muerte del modelo? ¿Va a resucitar con una fuerza mayor o va a haber un cambio?

No soy filósofo, por lo que mis opiniones no deben confundirse con las que daría un filósofo de profesión. Pienso que en Chile la filosofía ha sido muy importante en la vida de sus poblaciones. Por poblaciones habría que entender la multiplicidad de cuerpos que han decidido resistir el modelo y por filosofía lo que ha emanado de la interioridad de sus prácticas y del deseo de “cambiarlo todo, sino pa’ qué”. Ha habido, sin duda, un despertar en las universidades, pero creo que la revuelta social ha pasado transversalmente por lo que llamo la emergencia de la sociedad civil. Me interesa mucho remarcar que se trata de una emergencia y no de un a priori de la filosofía política. Ha sido la sociedad civil y el pluralismo de su composición la que ha dado las coordenadas de una filosofía descentrada de los vínculos que las universidades en Chile han mantenido con el modelo de producción neoliberal de saberes. No creo que la filosofía de papers  y carrera universitaria de imitación norteamericana haya contribuido a la revuelta social. Por el contario, el individualismo en los espacios universitarios, la lucha a muerte por el reconocimiento académico, la falta de desarrollo de espacios de colectivización y producción de saberes es lo opuesto a la respiración de las pasiones que han emanado de la desobediencia de la sociedad civil. Por supuesto, esto no significa que la universidad y el conjunto de sus académicos y, sobre todo, de sus  estudiantes esté también recorrida por el espíritu de la revuelta. No estoy seguro de si la universidad como institución desea la muerte del modelo. Pero, si estoy seguro de que la universidad, aquella que se recoge en la comunidad de sus estudiantes y profesores, está contagiada por el deseo de democratizar todos los espacios que permitan que el espíritu de una vieja y necesaria institución esté a la altura de los cambios y orientada a la relación y el compromiso político con la metamorfosis de lo humano, es decir, de lo singular-plural. El  espíritu de una filosofía en que lo común, aquello que nos compete a todes, es algo que ha puesto de manifiesto la revuelta de los movimientos sociales, la coordinadora 8M, el movimiento feminista, el Movimiento contra las AFP y las Isapres, el Movimiento Estudiantil contra el lucro en la educación, las disidencias sexuales, el movimiento Mapuche, y, por cierto, toda esa población que todavía está media invisibilizada de inmigrantes haitianos y latinoamericanos componen la pasión de una filosofía por venir. Una filosofía que no está en el futuro, sino en las luchas cotidianas por la redefinición y construcción de instituciones orientadas a la coexistencia en común. La  pasión y los deseos colectivos por una sociedad distinta están encarnadas en una pragmática materialista—no abstracta— por la definición y redefinición de nuevas instituciones. Yo veo que esto es una filosofía que ha acontecido en las calles y que hoy la filosofía disciplinar deberá heredar como si Sócrates estuviese encarnado en la figura social y política del kiltro Matapacos o en el chico que ondeaba la flamante bandera del pueblo mapuche en Plaza Dignidad. Es probable que el futuro de la filosofía disciplinar y de la propia universidad se juegue en ello. En cambio, el por venir del fin del neoliberalismo sigue estando en las luchas cotidianas de la sociedad civil y en la emanación de una filosofía alojada en la potencia de la imaginación colectiva. La filosofía  suspendida en el aire que cultiva figuras aristocráticas del saber como atributo de una disciplina universitaria ha dejado hace mucho de ser algo interesante.            

Todo Chile en el mismo bote frente a la enfermedad. Barbarie o solidaridad: No hay un valor por la vida; por el respeto a las personas. ¿Campo fértil para qué? ¿Para la solidaridad de toda la ciudadanía o para la barbarie del poder?

La barbarie y la solidaridad son dos conceptos interesantes para abordar el problema de la pandemia de Covid 19 y el problema que está causando en nuestra sociedad. La solidaridad tiene una larga data en la tradición del pensamiento humanista y se le podría conceder que ha estado del lado de una política de la coexistencia pacífica. Cuando el imaginario de la tradición liberal propagaba la consigna de civilización o barbarie la solidaridad se trasformaba en política secular del cuidado por el prójimo y específicamente por los pobres. Esta política de solidaridad ha funcionado durante mucho tiempo como  dispositivo de compensación de las clases acomodadas. Se trata de la conciencia pequeño burguesa del “me preocupo por los pobres” y, así, disfruto de mis privilegios de clase acomodada sin conciencia de culpa. La solidaridad de la conciencia burguesa es un dispositivo importante del proyecto civilizatorio de la sociedad capitalista.  Los siglos XIX y XX están marcados por la consigna civilizatoria de la solidaridad de las clases acomodadas hacia los pobres. No cabe duda que estas formas de conciencia se prolongan en nuestro presente neoliberal e incluso la solidaridad puede aparecer como un dispositivo del poder del Estado para salvar empresas del sector privado. La solidaridad humanista moviliza el cinismo que contribuye a los sistemas de acumulación del capital.  Estar  fuera o dentro del patrón solidario de la civilización es estar inscrito en el privilegio de una solidaridad abstracta. Habría una solidaridad distinta, aquella que está vinculada a los afectos y a las posibilidades de ser afectado o modificado por la afectividad del amor genuino a los otros, a las diferencias, es decir,  a  la mundanidad de los mundos plurales. Esta solidaridad hoy no puede estar disociada de la revuelta social porque la revuelta es un movimiento de solidaridad profundo y transversal. Se trata quizá del primer movimiento de desobediencia civil en que la solidaridad de los mundos plurales coincide con el cuidado del cuerpo social. En otras palabras, la solidaridad como materia afectiva y no como objeto de expiación de la culpa  coincide con la preocupación por los otros, con el cuidado de los otros. La solidaridad que pone en marcha la desobediencia civil en Chile es posthumanista porque ha dejado de ser una abstracción de las clases acomodadas. Lo hemos visto en La Primera Línea, en los grupos juveniles de raperos, en Mon La Ferte… Lo hemos visto en el conjunto de paramédicos, enfermeras y enfermeros que han dado atención y cuidado a los y las manifestantes, en los artistas, en los estudiantes, en los ancianos que sin miedo han ido a Plaza Dignidad. Tu tienes razón en identificar el poder con la barbarie porque este (el poder) no ha dejado de producir formas catastróficas de civilización en nombre de la expulsión de la barbarie, del desarrollo y del progreso. En esta compulsión el poder ha consumado una política de la barbarie neoliberal en la que podríamos desaparecer como civilización. Hoy el cambio climático, el agotamiento de recursos vitales como el agua potable y la pandemia de Covid 19, así como todas las reivindicaciones de la revuelta social del 18 de octubre, despejan el cielo borroso de los años de la Concertación y la Nueva Mayoría. El neoliberalismo es el mal radical de nuestro presente y como tal su Estado y sus instituciones nos ponen en riesgo de muerte. Este peligro es esta vez transversal. En un registro siniestro, el Covid 19 democratiza la muerte porque esta vez no son solo las clases sociales más desposeídas las que padecen la posibilidad del contagio y el riesgo de muerte —aunque debido al sistema de salud y al modelo constitucional lo que en Chile no es democrático es la “cuidadocracia”. Los que se pueden cuidar del contagio o ser atendidos en caso de problemas respiratorios  con ventiladores de alta tecnología no son las clases trabajadoras ni los más vulnerables, sino los grupos sociales acomodados. Quizá, el único principio civilizatorio y de solidaridad afectiva fértil que tenemos es la siguiente consigna: revuelta social o barbarie desde el cuidado del otro y en resistencia civil a las políticas cínicas del control securitario.  

Valor de la vida: Nunca se preocuparon por los niños, los adultos mayores, los reos, incluso los condenados por delitos de lesa humanidad ante el congreso o a Iris le temen a la muerte. ¿El asesino siempre trata de aparentar bondad? ¿Qué rol le da el gobierno de Chile a la vida? ¿La violencia es una enfermedad social frente a los abusos? ¿Vigilar y castigar?

En La ciudad de Dios, libro que compré junto con las Confesiones hace años cuando comencé a trabajar con los textos del filósofo argentino León Rozitchner, me impresionó la referencia a la justicia que hace San Agustín. Los reinados sin justicia, dice Agustín, son como pandilla de criminales. Hay también una teoría del liderazgo porque él cree que una pandilla es un grupo de hombres bajo el comando de un líder. Después de informarnos de estas definiciones nos relata una anécdota. Un pirata ha sido capturado por Alejandro Magno. El emperador le dice al pirata si le parecía bien tener el mar infestado con sus piraterías. El pirata sin tartamudear le responde: lo mismo que te parece a ti tener infestado todo el orbe: solo que a mí por piratear con un pequeño barco me llaman ladrón y a ti por piratear con una imponente armada te llaman emperador. Aunque nos guste más el pirata, en ambas posiciones hay ausencia de justicia. En ambas hay composición  de  una pandilla. El Estado neoliberal es el lugar en que la justicia y la posibilidad de que ella ocurra dentro del marco jurídico se ha retirado completamente. La retirada de la justicia abre paso a la desvalorización de la vida. El neoliberalismo es precisamente eso; la desvalorización brutal de la vida porque el conjunto de sus máquinas que van desde la subjetividad molecular del emprendedor individual hasta la subjetividad cínica del médico de clínica privada que devalúa la vida cuando decide subordinar el cuidado médico al valor del dinero. Por muy engorrosa que sea la discusión filosófica sobre la cuestión de la biopolítica, me atrevo a decir que el neoliberalismo no es en ningún caso un Estado biopolítico. Por lo contrario, el neoliberalismo es el estado avanzado de la necropolítica y, en efecto, Chile es en América Latina el paradigma más exitoso de Estado neoliberal. Las  formas en el Estado chileno han articulado una política de la muerte con un régimen de acumulación de capitales que no tiene precedentes en ningún otro país de la región. La consumación necropolítica del neoliberalismo se ha expresado de manera muy fuerte en la producción y dominio de los lugares de encierro como técnica de aniquilamiento, tortura, vigilancia y control de la población. El campo de concentración de Tejas Verdes y el Estadio Nacional, por dar solo un ejemplo entre muchos más, fueron las primeras y más visibles formas del control necropolítico del neoliberalismo chileno en su fase de terror y violencia. En su fase de simulacro democrático tienes desde La Oficina, órgano creado por la Concertación para el aniquilamiento y el encierro de grupos de ultra izquierda hasta el infanticidio que en los recientes años hemos conocido como el infierno del SENAME. A esta lógica necropolítica del castigo y la vigilancia de la población se acopla, lo que quizá sean los dos pilares más importantes del modelo neoliberal: la vampirización y transformación de la vida de trabajadores y trabajadores a partir del sistema de AFPs y el robo de las potencialidades intelectivas y de imaginación de los estudiantes a través del lucro en la educación.  El Estado en Chile ha sido desde sus orígenes una institución sin justicia. Pero desde 1973 hasta el segundo gobierno de Sebastián Piñera, es decir, el actual gobierno, su aparato de poder se ha consumado como un instrumento criminal al servicio de la desvalorización de la vida y la valorización de la acumulación de capital-dinero. Sin embargo, no diría que el gobierno de Piñera es el único responsable de la ausencia o retirada de la justicia en la sociedad chilena. Es muy probable que más temprano que tarde el Sr. Piñera y su gabinete deba comparecer ante tribunales por violación de derechos humanos y por su responsabilidad directa en las más de 30 muertes que ha dejado el excesivo y criminal actuar de la institución policial de Carabineros. No hay duda de que los que han sido mutilados en sus ojos, violentados y torturados por la policía de carabineros, a vista de todo el mundo, deberán en algún momento componer hoy la demanda infinita de justicia. En Chile, la demanda de justicia es lo que está entrelazado a eso que la revuelta social ha llamado la dignidad. Esta se ha expresado en varias consignas y, quizá, la que mejor capta el hecho de que la dignidad es una política de valorización de la vida y, al mismo tiempo, un movimiento interno del clamor de la justicia social, es la que llama a luchar “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Esta consigna conmueve porque revela que el movimiento de protesta está arraigado en la valorización de la vida frente a un Estado criminal. Por eso, si queremos ser verdaderamente fieles al espíritu de la revuelta del 18 de octubre y al movimiento de desobediencia civil hay que rechazar la cuarentena como estado de inmovilidad política, es decir, como imposición de una política de control de la población. No digo que no haya que hacer cuarentena, digo que la cuarentena debe hacerse al interior del espíritu que la revuelta social ha abierto como posibilidad de otro mundo, de otro Estado, de otras instituciones a imaginar.                 

Si se respetara la libertad de expresión no habría crisis de legitimidad.  ¿Debe haber más de una voz oficial? ¿Qué papel juegan las redes sociales?

La pandemia del Covid19 y la revuelta social en Chile han tensado tanto a la oficialidad de los medios de comunicación como a las redes sociales. La comunicación es por decirlo así un campo de batalla, una lucha permanente por la circulación de significantes, es decir, por el derecho a la información. Que Chile esté atravesando por dos hitos excepcionales hace proliferar las estrategias por el control de la comunicación. Las redes sociales han permitido una cierta democratización de lo que se comunica y es comunicado. Pero no creo que puedan competir con el control y poder de la televisión y, sobre todo, con los modos en que este medio de comunicación produce efectos de verdad y, por lo tanto, efectos de opinión. La televisión es sensacionalista y publicitaria y sabe desde hace mucho del poder que tiene el uso y la circulación de la información. La pregunta por la libertad de expresión y la legitimidad es la pregunta por quienes controlan los medios de comunicación. Este control se da de manera desigual. No es lo mismo el muro del Facebook de un amigx inteligente que según la lógica algorítmica opina al interior de una comunidad virtual más o menos homogénea en sus modos de percibir el mundo, la política, la cultura, el tema de las diferencias, al poder que tiene Televisión Nacional de Chile y su periodismo de pacto oligárquico. La desinformación en este país es indisociable de la estructura publicitaria y neoliberal, es decir, es indisociable de la subjetividad cínica y publicitaria del comercio comunicacional. No lo digo solo por el acierto de la consigna “el mercurio miente”, sino también por el hecho de que toda la prensa alternativa que intenta resistir la lógica neoliberal de las comunicaciones no cuenta con los recursos y la cobertura como para hacer posible tanto la libertad de expresión y el derecho a informarse de manera confiable. En otras palabras, la liberad de expresión es una moneda cambiaria que oscila generalmente en beneficio de la información pactado con el orden del capital. Para que la libertad de expresión no sea solo un refugio lisonjero de los valores del liberalismo burgués y pueda componer  los criterios de razonabilidad, verdad y transparencia que se merece la sociedad civil habría que democratizar y nacionalizar como mínimo la televisión pública y, sobre todo, velar porque su estructura comunicacional no se subordine a los intereses del capital privado. Las redes sociales no están ajenas ni son una isla en el mar de las bondades de la comunicación. De hecho, siempre están intervenidas bajo el imperio del algoritmo, la selectividad de las comunidades virtualizadas o la corrupción de los gobiernos que pueden falsear cuentas y agitar verdades a medias. También tienen el peligro de producir lo que Daniel H. Cabrera llama vidas apantalladas. El apantallamiento en las redes sociales o en plataformas digitales no informa ni crea estados de proximidad con el pensamiento ni con la afectividad del que se duele. Si pensamos en la frase del idiota que ha sido capturado por el sensacionalismo de una noticia y dice “¡Prende la televisión!” nos deberíamos dar cuenta de que el imperativo del idiota es el llamado a apantallarse. El imperativo de la frase que urge a la disposición de apantallarse no solo es reaccionaria e irreflexiva es también la frase del idiota que, en su desafección, no desea resistir, pensar o imaginar más allá del morbo de la pantalla. Esto que ocurre con la televisión también ocurre con las redes sociales porque éstas no siempre están a distancia del sensacionalismo, de la propagación del miedo con el que mediáticamente se desatan toda clase de virus que hacen imposible una comunidad informada en la comunicación, la cual es sin duda imposible en contextos donde solo prima la oficialidad de la voz publicitaria de la vigilancia, el control y la publicidad.

De una herida lo que importa es la cicatriz. ¿La izquierda está sacando conclusiones de estos dos fenómenos: la pandemia y la revuelta?

La metáfora de la herida y la cicatriz es tan acertada que inmediatamente me asaltan imágenes de la historia del horror: la del Palacio de la Moneda en llamas, la de los militantes de partidos de izquierdas que fueron lanzados al mar, la inmolación de Sebastián Acebedo, la crueldad del asesinato de Natino, Parada y Guerrero, el asesinato de los hermanos Vergara, entre muchas otras. La crueldad de los años de la dictadura no cesó con la llamada transición a la democracia. El estado neoliberal prolongó las formas del horror en la articulación de lo que Clement Rosset llama “el principio de crueldad”. El principio de configuración de la sociedad chilena desde el plebiscito de 1989 hasta nuestros días ha sido el de un permanente despliegue del principio de crueldad.  Si hubiese que pensar en la genealogía democrática de este principio habría que decir que comenzó con la creación del “Consejo coordinador de seguridad pública”, es decir, con la creación de La Oficina a principios de los años noventa. Como institución que debía asegurar la seguridad pública contra el “terrorismo” de una exaltada izquierda para tiempos democráticos. La Oficina condensa la historia del comienzo del terrorismo de Estado articulada, esta vez, por la inteligencia de la izquierda. Esta instancia fue dirigida por militantes de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista y desmanteló prácticamente a todos los sectores de la izquierda más radical que habían sido centrales en la conquista de los derechos democráticos. ¿Cómo los desarticuló? Empleando ex agentes de la DINA y CNI e implementando los mismos métodos de la dictadura para aniquilar a los “terroristas”. El principio de crueldad es puesto en marcha para velar por el espacio de la democracia. Pero una democracia que siguió prolongando las instituciones del horror de la dictadura, cambiando las formas y blanqueando, por ocultamiento o estrategia publicitaria, el terrorismo de estado. Sin ese principio no podría haber detenido la barbarie neoliberal. El dispositivo de la democracia ha suplementado la prolongación y radicalización del principio de crueldad en el que se sostienen las instituciones de la democracia neoliberal. La crueldad de los infanticidios en el SENAME se prologa en el ancianicidio del sistema de pensiones. A través de las instituciones neoliberales, el principio de crueldad de la sociedad chilena aparece como la articulación completa de la degradación de la vida infantil hasta la vejez. Entre medio de esos dos pilares que deben sostener la diferencia entre crueldad y civilización, están todas las otras instituciones (educación, derechos laborales, vivienda, salud). Estas instituciones, reproducidas y resguardadas por la clase política en estas últimas tres décadas, constituyen el lugar de usufructo del trabajo de chilenas, chilenos, inmigrantes, mujeres, niños, diferencias sexuales y étnicas. ¿Por qué puede ser legítimo usufructuar, explotar, extraer plusvalía del trabajo de los otros? La revuelta social del 18 de octubre sabe que la respuesta se halla en el simulacro de la legitimidad de la constitución de 1980. Por lo mismo, no estoy seguro si esas heridas que dejó el golpe de 1973 han cicatrizado. Si lo hubieran hecho no habría en nuestro país historia de la insubordinación de las clases media y popular. Tengo la impresión de que las heridas no van a cicatrizar en las manos de la tradición de la izquierda que puso en marcha la crueldad de las instituciones democráticas heredadas de una constitución ilegítima y antidemocrática. La izquierda tradicional del viejo sistema de representación de partidos políticos mantiene las heridas abiertas porque no estuvo a la altura de las demandas por restitución de la justicia social que emanaron de las jornadas de protestas durante la dictadura y mucho menos está hoy a la altura de la demanda de justicia de la revuelta social. La izquierda que ha sido gobierno durante los 30 años que señala la consigna “no son 30 pesos, son 30 años” no puede conducir el descontento, el malestar social y subjetivo que expresa la desobediencia civil de la revuelta. Por eso, no sé qué consecuencias puede estar sacando de la pandemia y de la revuelta que no sean las de contener la trasformación de raíz de un modelo económico y de una vida cívica y social que, inscrita en el principio de crueldad, favorece a la oligarquía nacional e internacional. Al mismo tiempo, favorece a la clase política que teme perder los privilegios que le da una vida parlamentaria basada en el lucro de la política. Si la revuelta social sospecha de la clase política es porque esta no tiene ni el carisma ni la legitimidad para trasformar el modelo neoliberal. Una izquierda que participa de la reproducción neoliberal podría estar sacando conclusiones erradas de la pandemia. Por ejemplo, podría estar pensando en volver a atar el pacto que ha tenido con las instituciones que lucran con la educación, la salud y el sistema de pensiones y que la revuelta social ha hecho difícil de sostener. Cuando empiecen a morir cientos y, quizá, miles de ancianos y ancianas, jóvenes y no tan jóvenes vulnerables al coronavirus; cuando los hospitales no puedan cubrir las necesidades de los que ingresan con problemas respiratorios y empecemos a padecer la impotencia de una sociedad en el que la “cuidadocracia” está privatizada y el derecho a los ventiladores es solo para los más acomodados; entones volverá una y otra vez el mar de cuerpos desobedientes a interrumpir el principio de crueldad del estado neoliberal. La única conclusión, a la altura del clamor por la dignidad y el derecho de vivir en paz, que debería tener la izquierda en el gobierno es que la pandemia vaya a radicalizar el conflicto.  La sociedad civil sabe que las medidas de control social y policial usadas por el gobierno no tienen un propósito de sanidad pública, no están basadas en el cuidado de la población. La provocación del presidente Piñera de ir a sentarse a Plaza Dignidad es la constatación más clara de que el gobierno vive la pandemia de Covid19 como un arma para sofocar la revuelta. Sin ir más lejos, no ha tenido ninguna sensibilidad con los más de dos mil presos políticos (casi todos niñas y niños adolecentes) que han sido encarcelados por resistir el principio de crueldad del modelo económico en Chile.

Más allá del Coronavirus ¿Cómo salimos de la pandemia neoliberal? // Maxi Pedreros

 

Es un hecho muy inusual que un gobierno en plena crisis sea rescatado por un virus que probablemente -en el corto plazo-  haga colapsar los servicios de salud y extermine a una cantidad no menor de adultos mayores pobres. Es terrible sentir que esa potente idea de “pueblo”, ese sentimiento de unidad colectiva, forjado unos meses atrás en Chile, en el que, aunque caótico y espontáneo, se percibía un movimiento común, comience poco a poco a desintegrarse. Lo más evidente de este desmoronamiento, el rápido aumento de la popularidad de Sebastián Piñera en las encuestas. Una pregunta necesaria al respecto podría ser, ¿qué deseos trae consigo esa subida de porcentaje de aprobación? Lo que, en términos más amplios, equivaldría a preguntarse por las implicancias políticas de los actuales acontecimientos.

                Pese a todo, lejos de desvanecerse, azotado por una doble crisis, el gobierno en Chile parece estabilizarse. Sin duda, los militares en las calles no producen el mismo efecto que hace cinco meses y, en ese sentido, es certera la irónica y degradante frase del Ministro de Salud: “Un país que no quería nada de tropas en la calle, hoy clama porque tenga militares, armados, uno en cada puerta”. Desde este punto de vida, la crisis sanitaria en Chile puede producir que la bestia, que se había logrado conjurar durante cinco meses, rompa el sello y emerja nuevamente.

                Se trata del retorno del Chile fabricado durante de la dictadura. El Chile del milagro económico, del paraíso del consumo y de la inversión, de la inflación 0. Chile de la compra compulsiva de papel higiénico, del asco al otro, de veraneos en medio de la miseria. Chile campeón, falo-adorador del emprendimiento y orgulloso de la satisfacción personal basada en el sufrimiento ajeno. Chile competitivo. La competencia, como siempre, termina siendo por la vida: un renovado Coliseo romano. El exitoso, paga, el fracasado, muere en el consultorio en invierno. Los ojos perdidos hoy sangran doblemente. Chile despertó, está vez dentro de otro sueño.

                Sin embargo, el fenómeno virulento, permea también nuevas posibilidades para la política global y local. Es la oportunidad para un profundo cuestionamiento al modelo económico-jurídico. El simulacro antes de la batalla decisiva. El gobierno de Chile no puede declarar cuarentena obligatoria, porque su marco de acción política está cien por ciento apegado a la razón del mercado. Las muertes, son pérdidas necesarias, inversiones quizás (hay que romper un par de huevos para hacer la tortilla), la emergencia es también una oportunidad de crecimiento, ¿quiénes están detrás de las instalaciones médicas en el lugar de reunión de la clase acomodada? Las decisiones gubernamentales deben estar al servicio del crecimiento porque eso es lo que las legitima y, lamentablemente, un porcentaje no menor del pueblo chileno también lo entiende así, ¿acaso alguien quiere seguir perdiendo dinero en sus fondos personales administrados por las AFP?

                La otra cara de la cuarentena, es la notaria disminución de la contaminación en los lugares en los que esta se ha sostenido. Lo que abre la esperanzadora pregunta, ¿será posible pensar una política gubernamental que se legitime a través de decisiones ecológicas? Una verdadera eco-política. Con decisiones ecológicas no nos referimos solo a las más urgentes frente al avance del calentamiento global y, el cada vez más acelerado, agotamiento de los recursos hídricos; sino que también, a la ecología mental y social: el necesario tiempo para digerir la experiencia colectivo-afectiva. Tampoco nos referimos a un gobierno que tome mayores medidas para la protección del medio ambiente. Un gobierno neoliberal también puede ser ecologista. Nos referimos, a fin de cuenta, a la ecología instalada en el corazón mismo de la razón de Estado.

                Para quienes somos más optimistas, la crisis sanitaria nos hace soñar con una política que desmonte la premisa “producir para producir”, en tanto, eje de todas las decisiones de gobierno. Un estado de cosas, en que el “bien común” suponga, ya no la realización completa de un capitalismo extractivista, sino, pausas necesarias en un planeta y en un psiquismo colectivo que necesitan respirar. De este modo, no se trata de pensar que el “Chile despertó” era superficial, que fue un paréntesis en medio de la masacre que seguirá acaeciendo, todo lo contrario, puesto que todavía es viable conectar esa alegre potencia colectiva del estallido con la posibilidad de un Estado soberano local y global, que ponga en el centro de su aparato administrativo, una ecología vital, que afirme con entereza lo que el pueblo mapuche viene enunciando desde hace siglos: “la tierra no es de la gente porque la gente es de la tierra.”

                 Para terminar, quisiéramos llamar la atención sobre la pragmática política que puede suponer esta crisis en un año marcado por un proceso constituyente en Chile. La crisis del COVID-19 nos demuestra que no basta con reformas política que desmantelen o suavicen ciertas políticas neoliberales (que por cierto son imperiosamente necesarias), sino que, lo que se debe reformar es fundamentalmente el sentido empresarial instalado en el centro de todas las decisiones políticas y diseminado, paradójicamente, cual virus, en millares de formaciones deseantes de la vida cotidiana.

 

“El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir” // Entrevista a Diego Sztulwark

 

Por Melisa Molina

 

“El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir”, dijo en diálogo con PáginaI12 el politólogo Diego Sztulwark. En su libro La ofensiva sensible (Caja Negra), Sztulwark indaga las diferencias entre vidas ligadas a los automatismos del mercado y vidas que no encajan porque asumen su existencia como una pregunta: “Ya sea porque se enferman, porque son vulnerables, rebeldes, oscuros, o porque han tenido alguna experiencia que los ha llevado a desviarse respecto de la norma”, explica. Sztulwark reflexiona sobre quienes para vivir tienen que inventar lenguajes, alianzas y grupos nuevos y por eso entran en procesos de politización: ahí destaca el rol de los movimientos feministas, las comunidades indígenas y los movimientos de trabajadores precarizados que, sostiene, forman el “reverso de lo político” y sin los cuales sería difícil entender fenómenos claves en la crisis del neoliberalismo que vive gran parte de Latinoamérica. En ese sentido, advierte que los gobiernos populistas no han sabido o logrado propiciar un modo de vida diferente al que propone el mercado.

 

– ¿A qué se refiere cuando dice en su libro que “el modo de vida de derecha es tan triste como irrefutable”?

– Tomo este concepto de una tesis que elaboró Silvia Schwarzböck: dice que luego de los ‘70 y de la posdictadura solamente hay vidas de derecha. Es irrefutable ya que es una descripción correcta y permite comprender mucho del presente, pero es triste porque no permite ver la existencia de momentos donde hay una tensión distinta, donde los cuerpos aparecen articulados con el lenguaje de otra manera, donde hay una investigación sobre la propia vida y una no adaptación con lo que es el mundo neoliberal. Me resulta triste todo pensamiento que se limita a hacer una descripción del enemigo sobre nosotros y que sanciona una realidad derrotista. Es triste y también no es verdadera, ya que oculta toda una dimensión que llamaría “la verdad por desplazamiento”, que se crea desplazando lo que se impone, creando resistencias, y que no acepta el mundo tal como es.

 

-En su libro contrapone “modo de vida” a “forma de vida”: ¿cuál es la diferencia entre ambos conceptos?

– Llamo “modo de vida” a toda manera de vivir articulada en relación automática con el mercado, a todo lo que viene dado. El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir. Necesité distinguirlo de la “forma de vida”, que sería la de aquellos que asumen su vida como una pregunta y no cuajan directamente en ese automatismo, ya sea porque se enferman, son vulnerables, rebeldes, oscuros, o porque han tenido alguna experiencia que los ha llevado a desviarse de la norma. Mi interrogante es qué hacemos con los que para vivir tienen que inventar lenguajes, alianzas y grupos nuevos y por eso entran en procesos de politización. Las izquierdas no lo piensan porque tienen la idea de que lo único posible contra el neoliberalismo es un partido revolucionario que “algún día podremos crear”. Pero el partido de los revolucionarios no será nada sin el partido de los sintomáticos y de aquello que no cabe en los “modos de vida” y que ocurre en el reverso de lo político. Sin eso, es difícil entender una serie de fenómenos que se van dando en las distintas crisis del neoliberalismo.

 

– ¿Qué importancia tienen los movimientos indígenas, feministas y de trabajadores precarizados en la construcción de otras “formas de vida”?

Lo indígena es importante porque tiene elementos comunitaristas, de resistencia, de marcas de una guerra perdida. De forma colectiva hacen ejercicios existenciales que los alejan de las premisas de obediencia que el neoliberalismo impone a la vida. Las tierras sobre las que están no dan lo mismo, el capital las quiere para hacer negocios y sus formas de vida necesitan poner un límite a ese modo de valorización. Por eso no se puede evitar la politización. Otro eje fundamental es lo que sucede con el trabajo precario. En Argentina hay una larga historia del movimiento de precarizados. En la crisis del 2001, el movimiento piquetero fue la irrupción autónoma de una resistencia desde la precariedad ante las formas de dominación neoliberal. Una parte grande de personas que trabajan en la ultra-informalidad hicieron ya experiencias de organización gremial, social, política y de lucha. El sujeto llamado “trabajador precario” va a estar en el centro de las dinámicas de conflicto. Y el tercer movimiento a observar son los feminismos populares. Ellos son capaces de radiografiar la economía desde abajo y percibir todas las formas de explotación informalizadas que recorren el campo social y que implican desde denunciar la deuda como mecanismo financiero de sometimiento hasta comprender cómo la construcción de masculinidades violentas es parte misma de la dinámica de valorización.

 

-Álvaro García Linera dijo, en 2015, que uno de los errores de los gobiernos populares de América Latina fue que lograron una ampliación del consumo pero sin politización de los sujetos. ¿Cómo analiza ese fenómeno a la luz de lo que sucede hoy en Bolivia y en toda la región?

Tomo a García Linera como el intelectual que mejor procesa discursivamente la versión que los gobiernos populistas dan de sí mismos. El balance que él hacía es que se daba una paradoja por la cual los gobiernos populistas incluyeron a los sectores históricamente excluidos en el consumo y, después, esos sectores populares votaron gobiernos neoliberales. Linera dice que faltó, en esa inclusión, clarificación política. Esa lectura es inocente porque si te das cuenta que la forma de consumo produce modo de vida no podés reducir el problema a una relación de consciencia que se resuelva vía pedagogía o propaganda. Los procesos prácticos de subjetivación no van a ser corregidos porque vengan a darte una clase de sociología. Una de las críticas fuertes a estos procesos es que privilegian ocupar el Estado por sobre ocupar la sociedad y transformarla. Hay que preguntarse qué experiencias de consumo hay habilitadas, y producir formas nuevas.

 

-Frente a las movilizaciones en Chile, ¿ve un rol importante de la juventud que, cansada del modo de vida neoliberal, sale a la calle, y que como respuesta el Estado les muestra su cara más represiva sacándoles los ojos?

Estuve en Chile y participé en manifestaciones, asambleas, y di un curso en la universidad. Es una barbaridad lo que están haciendo los carabineros. Mientras estuve allá había 217 chicos sin ojos. Cuando los equilibrios del neoliberalismo se agotan, aparece un odio inmenso a todo lo que se mueve, goza diferente, a lo que no se adecua. Un odio fascista que se estaba incubando y que lo vemos geopolíticamente en la figura de Bolsonaro. Se ve en el odio que tienen las fuerzas de seguridad; en el desprecio de las burocracias; en el racismo y sexismo de los medios de comunicación. En Chile apareció algo formidable que son miles de personas durante días en la calle, decididas a que el régimen post-pinochetista caiga. El descontento es amplio porque es en contra de cómo se reproduce la vida neoliberal. Frente a la estafa, hay un reverso de lo político que estalla, que no tiene representación en el régimen convencional y que pide discutir de cero la constitución del Estado.

 

– ¿Qué importancia tiene el diálogo entre las nuevas y las viejas generaciones para dar la batalla desde el campo de lo sensible y construir subjetividades distintas a las que propone el mercado?

-Cuando empecé a militar en los ‘90, Eduardo Luis Duhalde nos dio un curso de formación a los que estábamos en el secundario y me regaló dos libros: Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, e Historia y consciencia de clase, de Georgy Lukács, y me dijo: “Los militantes nos deprimimos cada vez que hay una derrota histórica pero leemos estos libros y seguimos. Por eso somos militantes”, después me aclaró que “solamente hay militante entre ciclo y ciclo de lucha”, y que “el militante sirve para comunicarle al nuevo ciclo los saberes conquistados en el anterior”. Militante no es quien dirige, o la tiene clara, porque sus saberes son anacrónicos. Sin embargo, toda generación busca, como dice Walter Benjamin, una cita perdida con las generaciones anteriores. Y si bien es una cita que no se concretará, no podemos dejar de buscarla. Toda generación tiene el poder de apropiarse del pasado para sus fines, redimirlo, pero se trata de saberes que sólo sabrán cómo usarlos las generaciones que actualmente necesitan dar sus luchas y hacerse sus preguntas.

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/248046-diego-sztulwark-el-neoliberalismo-es-un-gran-aparato-que-ope

 

LA POTENCIA DE EXISTIR: SEMINARIO (casi) COMPLETO // Diego Sztulwark en Chile, 11/2019

Clase I: Pierre Hadot


Clase II: Spinoza y Foucault
Parte 1

Parte 2


Clase III: Maquiavelo

 

La calle y las urnas // Diego Sztulwark

Las elecciones presidenciales de hoy no sorprenderán por sus resultados -justa y previsible paliza a las candidaturas de Macri y Vidal- sino por lo que impone a futuro: traducir el no al neoliberalismo en las urnas en una presión sobre los dispositivos reaccionarios de gobierno de la crisis, que intentarán convertir el voto en una mera legitimación del sistema de partidos.

La región arde, pero sobre todo arde Chile. Ha estallado el emblema mismo del neoliberalismo sudamericano. La insurrección es la base misma de la democracia. No es cierto que la república es el mero respeto por las instituciones: es ante todo la capacidad de crear instituciones nuevas.

Argentina y Chile muestran, en estados distintos de desarrollo, secuencias de politización ancladas en el fracaso de los modos de vida neoliberales. Es la existencia misma la que no se deja atrapar por los requerimientos del orden. Crear forma de vida no neoliberal supone crear instituciones nuevas. Toda conmoción de la tierra invoca una inversión del punto de vista, nuevos esfuerzos literarios, nuevas vías para expandir y concretar la imaginación colectiva.

Enfrentamientos, aguante, deserción, fiesta // Diego Valeriano

Saltan los molinetes en Santiago, el andén en Merlo, las balas en Tablada. Saltan las pibas y van un poco más allá. Saltan, arrancan, se plantan. Salta un guacho cuando no le dan el asiento a su novia embarazada en el sarmiento. Fuego, estallido, saqueo, fiesta.

Se plantan las pibas, escrachan, se apañan, se quieren, se segundean. Los guachines se plantan y tocan a la estación para hacer mundo. Se plantan en Santiago, Merlo Gomez, Mendoza, Quito. Y todo es fuego, enfrentamientos, aguante, deserción, fiesta.  Se plantan contra este neoliberalismo cruel, tan lleno de requisas, precariedad monótona y tristezas. Contra este chamuyo de la inclusión, que agobia con talleres, cultura, cuotas, explicaciones y política. Contra esta vida tal cual es. 

Estalla todo, una ciudad, un país, el furgón, una esquina. Porque esto no puede seguir así, porque no quieren creer que la vida sea tan solo esto. Un trabajo, un viaje de dos horas, una app, una salida laboral, un clona, unas flores, una lata de birra en el chino camino a casa. 

Arrancan contra la gorra aunque después sea todo dolor, verdugueada y soledad. Porque el dolor de los golpes es mejor que ser empanada gigante, gato del plan, maestra en cualquier escuela, operario calificado, madre. Es mejor que aceptar, que creer, que esperar. Porque el gusto a sangre en la boca es el único modo de decir revelarse. Porque arrancar es casi lo único real que puede pasar en esta vida.

Chile: Yeguada Latinoamericana // Cheril Linett

“Abortar la justicia patriarcal”: Yeguada Latinoamericana irrumpió en sesión del Congreso con protesta a favor del aborto

Mientras se desarrollaba una sesión ordinaria en la Cámara Baja, la artista visual y de performance Cheril Linett irrumpió junto a la Yeguada Latinoamericana en el Congreso Nacional, ubicado en la región de Valparaíso.

Con un lienzo que rezaba “Abortistas”, las mujeres procedieron a mostrar sus colas de yeguas, ya parte fija del imaginario artístico de Linett.

En conversación con Radio ADN, Linett explicó que sacaron sus “colas de bestias mutantes, de yeguas” para manifestarse no solo a favor del aborto legal, seguro y gratuito, sino también para “abortar la justicia patriarcal, las decisiones que se están tomando adentro, que quieran decidir sobre nuestros cuerpos, y más encima, hombres”.

“La idea era hacerlo dentro del Congreso porque es un tema que se define ahí. Fuimos con un lienzo que decía abortistas, pero es un amplio sentido: desde aborto libre al sistema judicial. También abortar la idea de estos 9 abogados que están decidiendo por nosotras bajar la edad de consentimiento a los 12 años y otorgando grados sobre el delito de violación según la resistencia”. 

A juicio de Linett, abortar el sistema patriarcal implica un rechazo hacia la estructura y hacia “quienes toman decisiones, que son hombres, y las toman en función de sus privilegios. Ese era el sentido de ir a hacer nuestra intervención ahí”.

La artista aseguró que, al momento de ser desalojadas por funcionarias de Carabineros que llegaron con “mantas” a taparlas durante su intervención, una de las uniformadas les dijo: “Esto no es un cabaret”.

Ante lo sacro, desobediencia. Las yeguas en busca de la virgen // Jennifer Concha y Cheril Linett desde Chile

Volvemos a accionar como Yeguada Latinoamericana, volvemos a potenciar el chirrido común de la insurgencia feminista disidente y rebelde. Desde el cono sur queremos incitaral desacato a todas las que hemos sido históricamente oprimidas, incitamos también a des-ubicarse cotidianamente, des-sujetarse, a ser molestas, a incomodar donde sea, a no silenciar más nada que nos incomode, no dejar pasar ni un chiste, a ser mal portadas, desobedecer en manada, encontrarnos con las otras, explorar otros modos de existencia, transformar las relaciones más próximas, enamorarse de una misma y de la otra, fisurar las reglas y normas que castigan la transgresión al mandatodel régimen hetero-patriarcal.

Por ello es que decidimos confrontar a las instituciones centralesen cuanto al mantenimiento y administración del régimen socio-político patriarcal actual; el estado-nación, fuerzas armadas y la iglesia católica.

El Estado-nación moderno, el de las sociedades contemporáneas, en este caso el estado-nación-Chileno, protege a violadores y feminicidas, por ejemplo, mediantela ineptitud de su sistema legal-judicial patriarcal. En este sentido el bulladocaso de Nabila Rifo resulta ilustrativo, pues pese a que el agresor Mauricio Ortega extrae los ojos y golpea brutalmente a la mujer los jueces ponen en duda la intención de homicidio, y además la defensa del agresor y los medios masivos de desinformación construyen una imagen de “mala mujer” posiblemente “infiel”, argumento que de manera implícita o explícita busca justificar la agresión, legitimarla desde la lógica de propiedad privada que se encuentra al centro de la hetero norma.Con su burocracia el sistema judicial, que además es uno de los poderes centrales del estado, satura la cordura de cualquiera que quiera denunciar.El Estado incluso ha encarcelado mujeres que se han defendido con armas de sus agresores como el caso de Higui en Argentina. Silencia y olvida los crímenes de odio como el caso de Nicole Saavedra, se olvidan y silencian el hostigamiento y masacre soslayada al pueblo mapuche, como en el caso del asesinato impune de la “negra. Todos los días nos cosifican, callan, nos violan y nos matan.

Por su parte, la iglesia católica como ya sabemos ha causado estragos en el pueblo Latinoamericano, siendo la principal castradora de la historia cultural y socio política del territorio, institución que por si fuera poco se ha destacado en las últimas décadas por el encubrimiento e impunidad frente a delitos sexualescometidos por sus mismos miembros. El pensamiento cristiano construye criterios morales que se naturalizan como verdad y someten a la población muchas veces de manera solapada. La mayoría de nuestras concepciones sobre lo bueno o lo malo viene de aquí, así como la mayoría de las verdades asociadas al deber “ser mujer”. Lo que se naturaliza toma forma de verdad y produce existencias verdaderas, un verdadero y buen modo de ser resguardado por normas sociales que delimitan nuestras conductas y acciones tanto en lo público como en lo privado.Para el régimen cristiano la mujer tiene naturalmente roles y funciones en lo público y lo privado que siempre tienen una relación de subordinación respecto del bio-hombre. La mujer, cumple un rol público y privado (incluso intimo) de subordinación. Debe ser sumisa, servicial, maternal, pulcra, debe responder en cualquier caso al mandato heterosexual, debe reproducir y criar, atender a las labores domésticas, borrar su individualidad, casarse, vestirse de una determinada manera, etc.

Sabemos además que la iglesia como institución se ha opuesto a importantes movimientos de lo político en el país, como el voto femenino o el aborto libre (que además es un problema de salud pública), y el argumento siempre rodea la idea de una predeterminación de la mujer a ser madre y no pensar ni decidir sobre asuntos públicos, políticos e incluso por sobre su propio cuerpo, que para la iglesia no es suyo. La carga moral es evidente y se manifiesta cotidianamente.

Tanto el Estado como la iglesia han sido los principales pilares de la colonización de América. El estado como promesa de un buen gobierno de la socialidad, se impuso mediante las armas y la fuerza como “la mejor” estrategia de administración política y económica de los territorios y sus habitantes. Borrando con ello las identidades y trayectorias locales y sometiendo mediante diversas estrategias a los pocos pueblos que no fueron devastados por el proceso colonial. La iglesia por su parte se introdujo como promesa de humanización de aquellos seres “sin alma” y reprodujo su propio sistema cultural con estatus hegemónico y natural, por ello no es extraño encontrar en cualquier pueblo recóndito de los territorios de América del sur, al menos una iglesia central en donde se reúne la población a reproducir los rituales cristianos que se sostienen bajo la constante amenaza del juicio final. Dios resulta ser el imaginario de un ser panóptico que todo lo ve y que tiene la doble facultad de sancionar en vida y después de ésta, pues el cristianismo sostiene la ficción de una posible vida idílica en un supuesto mundo celestial consciente que se nos aparecerá después de la muerte.Desde esta lógica nos parece central la figura de la virgen como representación de una “buena mujer”, de una “verdadera mujer”; asexuada, compasiva, sensible a los otros, protectora, madre incondicional y servicial.


Las yeguas. No respetamos ninguna divinidad o santidad, somos paganas, brujas, impuras,raras, deformes, sucias. No dejaremos que nadie más nos discipline la cuerpa,el sexo y el placer.
No nacimos para parir, ni para servir, ni para criar,ni para satisfacer el deseo hetero-normado, ni para hacer familia, ni para sentir culpa por el placer. Nacimos para gozar, vivir como queramos, revolver cualquier agua calma.

Por ello irrumpimos en la Catedral de Santiago que es el principal templo de la iglesia católica en el país, frente al altar donde se encuentra retratada la asunción de la santísima virgen a quienes los fieles llaman “nuestra Señora”, “patrona de la catedral”, rodeada de ángeles, y nosotras las yeguas,paradas en frente de ella mostrando nuestras colas que tanto les molesta e incómoda a los ojos que juzgan,paradas con determinación y gusto sobre las tumbas de varios arzobispos de Santiago que fueron sepultados allí, confrontamos y luego nos escabullimos entre la multitud, difuminando la yegua para camuflarnos en el ritmo imparable de la ciudad. Luego, fuimos en busca de la patrona del Carmen, de esa señora denominada por el propio Estado como, “la patrona de Chile”, “Patrona y generala de las armas”, “protectora de fuerzas armadas y carabineros”. De aquella mujer violada y obligada a la maternidad, aquella mujer aparentemente sin deseo ni voluntad propia, fuimos en busca de su altar, de su espacio seguro, fuimos a seducirla e incitarla a la irreberencia. Para que todas,puras castas, putas, tortilleras, locas, bestias, mutantes, enyeguecidas, nos rebelemos, nos indisciplinemos y exploremos otras formas de habitar la cuerpa, de sentirla y de vivir junto a otrxs.

Entramos al lugar de manera sigilosa acordando a susurros y miradas el cómo íbamos accionar, cómo íbamos a transitar y utilizar el espacio. La catedral estaba llena de gente por todos lados, entre turistas y gente rezándole a cada altar. Quisimos llegar al altar de la virgen del Carmen y al ver a tantas mujeres ancianas allí, decidimos ir al altar principal, allí había variedad de personas circulando por el espacio. Nos dirigimos sin dudarlo más, con el impulso que te da la tensión, caminamos firmes rellenando con nuestras cuerpas el lugar, copándolo de desacato, nos detuvimos frente al altar y esto llamo inmediatamente la atención de ambos guardias del lugar, quienes en silencio nos observaron fijamente y se acercaron cuando ya estábamos mostrando nuestras colas frente al altar, la misma moral cristiana no les permitía hacer escándalo en el lugar ni alarmar con ello a las personas que andaban circulando, confesándose  y rezando silenciosa e íntimamente.

Cuando los guardias se acercaron por los costados nos bajamos el vestido y salimos del lugar.Mientras caminábamos por el camino al altar para salir de la catedral, vi las caras de sorpresa de la gente que estaba sentada en el lugar, siempre todo en silencio, sin un grito que lo irrumpiera, casi celestial.  Los guardianes del templo nos siguieron hacia afuera y de un costado vimos como nos perdieron de vista entre la multitud de personas que transitaban por plaza de armas, los guardias intentaban contactar a carabineros, pero ya nos habían perdido totalmente el rastro…

La revuelta será bulliciosa y también puede ser silenciosa, así sentimos al salir del lugar sacro. Esta vez fue diferente a las demás acciones, ya habíamos desobedecido al orden público, confrontando a carabineros y demostrado nuestro descontento y repudio hacia la visita del papa Francisco, pero esta vez se sintió diferente.  Fue un momento en suspensión dentro de la catedral en que hubo duda e inmediatamente convencimiento absoluto, ardor de nuestras cuerpas incendiarias en guerra y deseantes de desobediencia, deconstruyendo el paradigma del lugar sacro, lugar donde ocurre el perdón de los pecados y el ocultamiento de éstos.Abusadores, violadores, pederastas, torturadores, son simbólicamente absueltos y perdonados por la ley de Dios si es que muestran arrepentimiento.  Al accionar allí sabemos que es una rasgadura a la racionalidad y moralidad cristiana impuesta por siglos en nuestra sociedad.

La experiencia en la catedral fue orgásmica, pero quedó pendiente nuestra cita con la patrona de la patria, la protectora de aquellos que no conocen los derechos humanos, protectora de los genocidas militares. Nos dirigimos a su altar, fuimos en búsqueda de nuestro encuentro y no estaba allí, la estaban acicalando para su día de festejo, el 16 de julio.Su altar estaba vacío y también lo estaban preparando, quedo pendiente nuevamente hasta que volvimos el 19 de julio y allí estaba siendo visitada por un grupo de 30 hombres aprox, de entre 35 y 50 años, frente a ella y bajo sus faldas.  Bajo el altar y el grupo de machos extendimos nuestro lienzo y sacamos nuestras colas otra vez.

La santísima virgen del Carmen, reina y madre de Chile, patrona y generala jurada de las fuerzas armadas y de orden.  Estos son los títulos otorgados a esta imagen, a esta estatua de virgen española a la que le rezan, tocando sus faldas y pies que,por cierto, no tocan jamás el piso. Bajo sus pies donde se dieron el abrazo los supuestos héroes de la patria, Bernardo O’Higgins y San Martín para pactar la independencia de Chile introduciendo la virgen junto con otras costumbres colonas. A ella se encomendó O’Higgins durante el periodo de independencia de chile y Prat en la guerra del pacifico, también San Martin encomendó a ella sus victorias, de seguro también lo hizo Pinochet, ya que era esta su protectora, la protectora de genocidas militares. Se masificó así el fervor religioso hacia esta mujer de ardiente caridad e incondicional protección para con los opresores del pueblo.  Porque su caridad era lo único que debía ser ardiente, ya que esta imagen daba el ejemplo de cómo debía ser la mujer. Una mujer queno debía tener deseo, no debía gozar de placer y mucho menos masturbarse.

La virgen puede fácilmente tomarse de la mano con el denominado feminismo UDI (sin que por ello la línea más progre sea menos asquerosa en algunos aspectos), las políticas de derecha como la virgen del Carmen no están para defender a quienes sufrieron  tortura en dictadura por ejemplo, ese feminismo no empatiza con las familias de torturados y presos políticos, no dicen nada sobre el parto engrillada de Lorenza Cayuhan el 2016, o las mujeres de familias empobrecidas y con escasos recursos de diversa índole, protegen  a genocidas dictadores y les interesa mucho“a las dos vidas”, en realidad todxs sabemos que no les interesan las dos vidas, les interesa continuar ejerciendo poder sobre nuestras cuerpas, les interesa seguir produciendo esclavos, trabajadores y consumidores, les interesa seguir rellenando estadísticas y gobernando sobre la vida y los cuerpos, a lxs pro-vida, no les importan los miles de animales torturados por la industria de la carne, no le interesan por ello en la última marcha masiva pro aborto su contra propuesta fue la utilización de restos de animales por las calles, en esa marcha apuñalaron a algunas mujeres y tampoco nadie se alarmó, ese feminismo no es tal, es un dogma de las buenas costumbres, un intento insignificante de rebelión, tampoco les interesan los miles de niños con vidas miserables, de constante amenaza, quienes agudizan su situación en manos del Estado, niños precarizados, encarcelados y abusados en el SENAME, o exportados a Europa para su adopción.Ese feminismo nos boikotea cualquier intento de subversión indómita, así como “los compañeros” de izquierda que ponen la lucha de clases como prioritaria pero no son capaces de limpiar en su vida el baño pues esclavizan a alguna mujer de su círculo para aquel servicio doméstico gratuito. Ni con el Mercurio o la Tercera, ni con TheClinic, pues lo medios siguen reproduciendo la cosificación de la mujer, ridiculizando los insipientes movimientos sociales contra la violencia patriarcal en sus diversas aristas. Por lo anterior cuestionamos el imperativo de la sororidad pues no todas las autodenominadas mujeres son nuestras compañeras, incluso desde las feministas no todas tenemos afinidad, simpatía y la misma prioridad, todas hemos sido históricamente oprimidas es cierto, pero una sujeta policial es mi enemiga y no quiero abrazarla quiero interpelarlaaunque antes quiera ver arder a su compañero, la insurgencia es una decisión política teórica y radicalmente práctica.Con rabia, razón, placer y desobediencianos declaramos en resistencia ante la tiranía del régimen hetero-patriarcal que implacable se expande y nos produce modos de existencia.Las yeguas, hemos confrontado ya a la fuerza policial en repetidas ocasiones y que quede claro, lo seguiremos haciendo. Hemos anunciado nuestras intenciones sin miedo, pues las rasgaduras que nos atraviesan son más fuertes y nos movilizan a confrontar y perturbar los dispositivos de gobierno y control. Como yeguas insurgentes seremos visiblemente molestosas, tenemos rabia y razón,experiencias múltiples de violencia nos movilizan, pues todas hemos vivido alguna situación de abuso, acoso o violencia por el solo hecho de ser o estar en el mundo comomujer. Por ello seguiremos irrumpiendo, incitando, sintiendo aquellos instantes de acción, tensionando las verdades, las relaciones y las normas que nos someten en diversos niveles bajo el régimen hetero-patrircal. Más allá del estado y la iglesia el poder se ha expandido a tal punto de gobernar incluso nuestro, pensamientos, acciones y deseos, por ello decidimos ser profundamente incómodas y radicales.

Banda de Guerra // Yeguada Latinoamericana [manifiesto]

 

No seguiremos portando e inscribiendo en nuestras cuerpas ningún tipo de norma o mandato sexual. Por el contrario, decidimos tensionar y estallar en las fisuras de aquellas imposiciones naturalizadas y reproducidas como verdad. Nos rebelamos, escupimos y deformamos el “deber ser mujer” hetero-normada en Chile y Latinoamérica. Por ello, entre todas componemos una yeguada, caballada, existencia disociada, nos transformamos en animalas no humanas, no mujeres, recogemos lo primitivo, lo mitológico, lo fundante, para aparecer visibles, sujetas públicas, esparciendo el flujo indecoroso por las calles del ombligo de Santiago, bestias lúbricas, marchando, pisoteando decididas el cemento que dirige a los cuerpos productivos. Deformamos el cuerpo dócil, transitamos indecentes, a pasos del “santo padre”, el tótem cristiano, el Estado-nación. Nos autodenominamos “yeguada” y recordamos el proceso de colonización que introdujo animales no originarixs de estos territorios con el objetivo de instrumentalizarles, disciplinarles, someter su movimiento, su existencia y   utilizarles como tecnología militar. En su segunda visita, Colón trajo una yeguada de 7 hembras con el propósito de esclavizarlas para reproducción y carga. Hacemos ahí un cruce con nuestras propias cuerpas fragmentadas, cosificadas, etiquetadas para el consumo. Nuestros órganos son nombrados por la tecnología política del cuerpo como “órganos reproductores”, mutilando el deseo, el sexo, invisibilizando y negando la utilización de éstos para el placer, castigando la transgresión.

Nosotras hemos decidido abortar el silencio y la posición subalterna. Abortamos la patria como fundamento, así como la identidad chilena, para gritar que somos latinoamericanas yeguas y mestizas, mutantes. Nos burlamos de la historia colonial vestidas de jumpers de color “verde institucional”, que representan el uniforme de esos cuerpos dóciles, deformados y esculpidos por la institución de Carabineros de Chile, dotados de coerción directa y poder fácil, sucio, represivo. El uniforme borra las diferencias y define un ejercicio controlado. Los cuerpos restringen su movimiento, aprenden el desfile, controlan el esfínter, definen un peinado, el vestido, la falda, el maquillaje. El uniforme define límites con les otres, impone identificación, permite cierto estatus público. Y esto ocurre con el escolar, el carabinero o el doctor. Los cuerpos se instruyen y educan: la palabra, el silencio, lo bueno y lo malo, el ideal… Las, los y les cuerpes de todes les actores sociales portan prótesis que moldean su desplazamiento e incluso sus deseos, así como lo hacen los uniformes policiales que indistinguen y borronean la piel, los huesos, el miedo, el criterio, la voluntad.

Como yeguas rechazamos la posición subalterna en la que los humanos han situado a les animales no humanes, así como la estructura patriarcal ha sitiado y situado a la mujer. Concretamente en esta contingencia nos oponemos al uso de la denominada bestia, a su uso como mano de obra esclava, sometida y destinada a resguardar los intereses de las instituciones de poder. Nos reconocemos como sujetas insumisas frente a esa construcción histórica que ha hecho el hombre blanco, heterosexual y cisgénero, el cual nos ha posicionado y calificado como inferiores, mutilando nuestra animalidad e instintos. Cuando nos rebelamos o decidimos subvertir nuestras prácticas se nos persigue y busca castigar, denigrar con insultos especistas de animales no humanos feminizados, intentando hacer también de nuestras libertades estigmas y patologías. Si aquel es el costo de la transgresión a la norma, declaramos que somos las yeguas, las perras, las zorras, las cerdas, las vacas, y todas aquellas sometidas por el antropocentrismo patriarcal, colonizador y neoliberal, que explota e invisibiliza todo cuerpo no hegemónico, lo controla y somete en nombre de la “humanidad” y el progreso.

Re-inventamos nuestro modo de manifestarnos, siendo irreverentes e inmorales para la mayoría de las personas a quienes el Estado y la Iglesia tienen anestesiades. Usamos sus estrategias para incomodar. El bronce marca el paso y produce una atmósfera apocalíptica que la propia institución escolta, permitiendo con ello evidenciar la extraña familiaridad que evoca nuestra presencia, su instrucción militar puesta en conflicto y en impotencia. No concebimos que se le dé bienvenida al jefe de la Iglesia Católica, pues esta institución fue actor protagónico en el proceso de sometimiento de los pueblos originarios. No olvidamos, ni silenciamos el hecho de que aún existen iglesias y conventos en territorios mapuche usurpados. Por ello nos preguntamos ¿Para qué una visita del Papa en un país “laico” desde 1925, si no es para pedir disculpas y devolver lo que se ha robado?, ¿para qué su presencia y espectáculo, si no es para dar cara  ante tanta violación y abuso infantil por parte de los que encarnan la Iglesia? ¿Cómo recibir de brazos abiertos a un Papa que justifica a pedófilos y pederastas, hablando de “calumnias” ¿Un ridículo defensor de la paz y la justicia, que no es capaz de interceder por la injusta persecución a la machi Francisca Linconao y tantos otros perseguidxs políticxs? La denominada autoridad católica omite y sataniza los debates de identidad de género, aborto libre y sin causales y matrimonio igualitario, entre otras consignas contingentes, normalizando y reproduciendo prácticas opresivas y de sometimiento.

Por todo lo anterior y en base a la recepción violenta que ha tenido nuestra acción, ante los vínculos tácitos y aún latentes entre Iglesia-Estado, la valoración mesiánica del empresariado y las grandes élites nacionales, ante la elección de un reconocido delincuente como presidente de la República: declaramos que estamos en guerra, en resistencia, como yeguas locas, indisciplinadas, haciendo sonar nuestras trompetas en el cielo y en las cuerpas.

 

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