Notas de un diario clínico // Julián Doberti

Lo que sigue son fragmentos, anotaciones dispersas que acompañan mi práctica clínica. Se apoyan en citas de autores que me ayudan a ir bordeando un misterio que siempre persiste. Ese misterio que nos hace hablar, amar, soñar, seguir apostando por el psicoanálisis, escribir. Y que, tal vez, por momentos, pueda compartirse.

I

Tamara Kamenszain cuenta que Borges definía así la tarea del escritor: 

“Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo” 

Ayer me acordé de esa frase. Creo que sirve para pensar, también, la práctica psicoanalítica.

Laberintos de cuerpos que se agitan, duelen, se angustian, se excitan, dejan de sentir. Laberintos de pensamientos que no llevan a ningún lado. Laberintos como desiertos donde no hay salida porque (no) hay nada. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Un hilo de palabras y de silencios. El hilo como presencia que acompaña sin saber. Y, al final, se deja caer.

 

II

La soledad se dice de muchas maneras. 

Solo es una palabra que, pronunciada, es equívoca: a la vez adjetivo y adverbio. 

Por eso me quedé sola con él puede no escucharse como una paradoja. 

Winnicott hablaba de esa extraña posibilidad (él la nombró capacidad) de “estar solo con otro”. La soledad se vuelve, entonces, muy diferente del aislamiento. 

La soledad, creo, surge en los márgenes de la ausencia del otro. Causa un movimiento, bordea una promesa de encuentro. Como el silencio que rodea a una nota musical y le permite existir, distinguirse, y enlazarse con otra. 

El aislamiento, en cambio, implica un rechazo defensivo, que supone el agobio de una presencia permanente revestida de amenaza.  

La intimidad está hecha de soledades compartidas. Quizás compartir la soledad se haya vuelto cada vez más difícil.  

La soledad se dice de muchas maneras. 

Me quedé solo con ella y me olvidé de todo relata una voz. Soledad como condición de un olvido de sí, hacia el otro. Como estos versos de Claudia Masin:

Yo puedo olvidar incluso

que tengo un cuerpo cuando me estás hablando:

las partículas que soy se mezclan con lo que estás diciendo

y ya no soy más que el deseo 

de las palabras que me das

III

“De los personajes yo no hago el perfil psicológico. No hago eso porque no puedo hacer eso ni de la persona con la que vivo. Ni de mi mamá puedo hacer el perfil psicológico, o de mi papá. Entonces ¿cómo voy a hacer el perfil psicológico de un personaje? Es una mentira, es querer estar en un terreno seguro que uno nunca tiene respecto del otro. Entonces hay que encontrar maneras de escribir sin saber el misterio del otro, sin saber completamente lo que le pasa al personaje sobre el que uno está escribiendo.”

Así enseña Lucrecia Martel que trabajar con subjetividad no tiene nada que ver con la simplificación y la violencia de los “perfiles psicológicos”. Respetar, preservar y acompañar el misterio del otro es una cuestión ética y, también, creativa.

Freud decía, jugando con la figura matemática de las ecuaciones, que había que ir trasladando una X en cada nuevo enunciado. No es la voluntad de despejar la X lo que guía la escucha, es el deseo que relanza lo que no sabemos. 

IV

Freud no recomendaba la lectura de escritos psicoanalíticos a sus analizantes.

Consideraba un problema “el caso de los enfermos que practican el arte de escaparse a lo intelectual”.

Pontalis fue particularmente sensible a ese peligro, y le dedicó un libro bellísimo al problema de los sujetos que se vuelven expertos en descifrar sueños, pero devienen incapaces de estar en la experiencia de soñar. 

Leila Guerriero conoce la experiencia de soñar. En un escrito al que titula El sueño relata un encuentro onírico con Ricardo Piglia, poco después de la muerte del escritor. Ella le pide que le diga cómo seguir, le habla de cosas que jamás ha hablado con nadie. “Él está como siempre, con ese pelo de rulos irisados, como de loco”. Piglia se ríe con simpatía, con picardía, le dice cosas que ella anota. Finalmente despierta sin recordar ni una palabra: 

“Trato, como un náufrago inverso, de hundirme en el sueño, de volver allí, de recuperar lo que Piglia me dijo porque estoy segura de que me dio la clave, el secreto de todo. Pero sólo escucho su risa en todas partes, y la sigo escuchando hasta que me duermo. Una risa gozosa que me recuerda que siempre estamos solos. Nunca abandonados.”

V

En un texto al que titula El creador literario y el fantaseo, Freud escribe sobre la relación entre la poesía, el juego y las fantasías. En esas pocas páginas se encuentra una de sus frases más lúcidas y conmovedoras: “lo opuesto al juego no es la seriedad, sino la realidad”.  

Freud conjetura que los adultos se ven forzados a renunciar al jugar infantil y buscan amparo en la actividad de las fantasías. Aclara, no sin ironía, que alguien plenamente feliz no necesitaría fantasear, porque las fantasías alivian alguna insatisfacción.

Frente a la insatisfacción de un anhelo presente, el deseo toma retazos de ficciones e imágenes pasadas para figurar un escenario placentero futuro. 

Por eso, las fantasías son refugios hechos de deseo y de tiempo: “pasado, presente y futuro son como las cuentas de un collar engarzado por el deseo”. Esa imagen es una invención de Freud que, como escribió María Moreno, quizás sea el mayor poeta de todos los tiempos.

VI

“El amor, más lúcido que la amistad, renuncia por principio a toda comunicación” concluye Deleuze leyendo a Proust. La comunicación supone la existencia de emisores y receptores (posiciones que permiten la circulación transparente de mensajes) y siempre exige algún tipo de identificación. Quizás nada se aleje tanto de esas posiciones asépticas como los amantes y amados. Ellos habitan la opacidad del deseo, del cuerpo y sus malentendidos. Pero el malentendido no es el fracaso de la comunicación, sino el triunfo del erotismo en el discurso. Por eso, tal vez, el psicoanálisis sea una experiencia más cercana al amor que a la amistad. O… ¿por qué no? –pienso en voz alta-, nos ayude a inventar amistades que le hagan lugar a lo incomunicable, es decir, a la lucidez de lo íntimo.

VII

“Es en el mundo de la ficción, en la literatura, en el teatro, donde tenemos que buscar el sustituto de lo que falta a la vida

(…) En el ámbito de la ficción hallamos esa multitud de vidas que necesitamos”

Freud escribió estas palabras en medio del horror de la primera Guerra Mundial. 

El psicoanálisis, sin ser literatura ni teatro, es también un asunto de ficción en el que se pone en juego lo que falta en la vida. No se trata de recuperar lo que falta, sino de atravesar ficciones que duelen para encontrar otra cosa, otras vidas posibles: esas que necesitamos.

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