Narrarse, danzar lo invisible // Marina Chena

A veces es necesario un momento propicio o  un acontecimiento que dé origen a la narración. Algo nos conmueve – en el sentido de la dicha o el dolor- y necesitamos darle un sentido, hacerlo parte del andamiaje de significaciones y afectos con que contamos. A veces la escritura se impone como sin sentido,  sensaciones inconexas y desorganizadas.  Es un presagio. Se puede saber que algo está por suceder. Del mismo modo que con los pájaros antes de la tormenta, cuando los vemos volar desorientados e intranquilos hasta que una alineación perfecta los vuelve a reunir para ponerse a resguardo.  La escritura ocurre antes en el cuerpo como llamado al momento propicio o al acontecimiento necesario y se puede acudir con procedimientos muy precisos o –también- con el conjunto de nervios, órganos e historia que llamamos sujeto. Ser sujetxs de la escritura, estar sometidxs a su pulso, a  voces que no son las nuestras, amores que no son propios, deseos que no engendramos. Someter el propio cuerpo a ese ritmo como un gesto de bondad, de renuncia a nuestra violencia interpretativa. Confiar en la forma en que nuestro cuerpo se ve impulsado a inclinarse hacia a otros cuerpos -dolientes o gozosos-  como condición para elaborar una experiencia a partir de ese goce o ese dolor. 

John Berger describe dos tipos de danzas y las compara con formas de narración. Habla de danzas introvertidas – vueltas hacia lo interno- y extravertidas, volcadas hacia el exterior. Lo interno y lo externo refieren a la forma en que el cuerpo se dispone, no a un estado anímico o psicológico. Así mismo las narraciones introvertidas son aquellas que hacen hincapié en algo esencial que está oculto y las extravertidas hacen hincapié en lo que se revela. Las narraciones introvertidas  tratan de lo que no vemos a simple vista, de lo invisible. Pero al mismo tiempo, eso oculto no busca ser develado, sino que el misterio es algo que se lleva con uno. Lo que esa escritura nos brinda es lo que queda en nosotrxs y –como en la danza- lo hace a través de movimientos del cuerpo-escritura, del cuerpo-escribiente, del cuerpo-lector, del cuerpo-relato.  Y un cuerpo nunca es un individuo. 

Dice el Comité Invisible: habitar es narrarse en la tierra. Cuerpos en una tierra,  el deseo de  elegir una forma de vivir, el rechazo profundo a la vida que se nos fuerza a tener. Lo común es una forma de hospitalidad política, sin ilusión de armonía o ideal. Una comunidad imperfecta, que aparece en las acciones cotidianas frente al cansancio que da  hacerse a sí mismo en cada gesto, en cada elección, en cada palabra. Narrarse en la tierra como una forma de estar juntxs.  Escribir como una danza vuelta hacia lo oculto. Formas de la percepción que ocurren en una zona indeterminada y en sombras, donde no es posible saber qué camino tomar porque no existe un trazado primordial o único. La imagen de la errancia, la metáfora del viaje, lo que se arma mientras y durante. 

Hace un tiempo que la cercanía se tornó peligrosa, que la proximidad es un riesgo. Cuáles serán las formas de narrar que se requieren para poder seguir diciendo nosotrxs.  Para decir esta es la vida que queremos. Cuáles las maneras para hablar del daño, para intervenir frente al dolor. Cuál es el modo de nombrar el paisaje del que estamos hechxs cuando se ha herido su lengua. Escribir, narrarse, crear mundo, danzar con otrxs lo que está oculto. Descubrir el momento más propicio, que nos lleve a percibir lo que no nos atrevemos a mirar.

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