La felicidad de los partisanos y la nuestra. Organizarse en bandas // Valerio Romitelli (Cronopio, Nápoles, 2015)

Traducción: Fernando Venturi

Prólogo

Dos monumentos, dos épocas lejanas

Había una vez un pomposo monumento ecuestre del Duce que se entronizaba sobre el Estadio Littoriale de Bolonia y que había sido forjado con el metal de los cañones sustraídos a los austríacos en el curso de la insurrección ocurrida el 8 de agosto de 1848 en esa misma ciudad

Con la caída del régimen el monumento fue demolido, pero su material fue nuevamente utilizado. Después de haber sido arma borbónica y luego insignia de la dictadura mussoliniana, el bronce fue refundido nuevamente en 1947 para celebrar aquella que aparecía como una absoluta novedad de la época. La dialéctica histórica del Aufhebung, clave central de la filosofía hegeliana, o sea del “relevamiento”, podía presumir así una clamorosa confirmación ulterior. Fue Luciano Minguzzi reconocido escultor del período quien plasmó el Monumento “al Partisano y a la Partisana”. Ubicado de inmediato en las cercanías de la sede principal de la ANPI[1], el monumento será luego resituado en Porta Lame donde todavía hoy se yergue. Allí, en efecto, en noviembre de 1944, tuvo lugar una de las batallas más celebradas de la Resistencia boloñesa.

También en Bolonia tiene sede el monumento de bronce que celebra la insurrección referida anteriormente del 8 de agosto de 1848, cuando los birichini[2] boloñeses sustrajeron los cañones a los austríacos. Situado en las cercanías de la “Montagnola”, no muy lejos del centro de la ciudad, dicho monumento fue denominado “Il Popolano”. Fue creado por el escultor local Pasquale Rizzoli y emplazado en 1903 bajo el fuego de encendidas polémicas entre las asociaciones católicas, que pretendían participar de la inauguración, y los socialistas, que se oponían enérgicamente.

Entre ambos bronces existe pues un profundo ligamen histórico y simbólico, casi una parentela. Pero también una distancia temporal de más de cuarenta años, lo suficiente como para hacerlos estéticamente diferentes. Simplificando el análisis al máximo, se puede afirmar que el bronce de 1903, dedicado a la revuelta de 1848, parece más romántico, y que el de 1947, dedicado a la Resistencia, más realista. Sin embargo, si los comparamos a la luz de su significado político, sobresalen las distintas impresiones, casi opuestas, que suscitan estos dos monumentos. El primero muestra un popolano[3] semidesnudo, fiero y combativo, que dirige una mirada de desprecio al cadáver de un austríaco (se trata de un conjunto único del cual también forman parte los restos de un cañón arrancado al enemigo); el segundo en cambio muestra una partisana y un partisano, ambos armados, de complexión grave y robusta, con el aire extenuado, como luego de un trabajo agotador y de magros consuelos.

Estas diferencias nos hablan de un espíritu diferente de la época. Evidentemente el modo en que Bolonia elaboraba en 1903, después de medio siglo, su máximo acontecimiento del resurgimiento, tiene poco en común con el modo en que esta misma ciudad elaboraba en 1947, apenas dos años después, su máximo episodio partisano. En el primer caso, a inicios del novecientos, cuando era alcalde Enrico Golinelli, amigo de Aurelio Saffi y promotor de varias asociaciones obreras, es posible imaginar claramente qué motivaciones excitaban las pasiones políticas: no podían ser otras que las grandes novedades del socialismo emergente como protagonista de la escena pública, unida a la aparición de las clases subalternas como nuevas figuras más que nunca relevantes en el plano cultural y también político. En un escenario semejante no es difícil comprender que el 8 de agosto de 1848 apareciera como un antecedente mítico bien simbolizado en el “Popolano” erigido en 1903. En el segundo caso, en cambio, el contexto histórico en el que fue construido el monumento de 1947 ayuda a entender la diferente tonalidad pasional que lo caracteriza. Se puede intuir que lo que prevalece en aquella ciudad símbolo del nuevo protagonismo del PCI es la política de pacificación coronada en 1946 con la famosa amnistía concedida por Togliatti, entonces Ministro de Justicia. No sorprende pues que quisiera verse en los partisanos sobre todo a figuras capaces de anestesiar las pasiones más intensas e icónicas del horror y de los sacrificios pasados, mansas ejecutoras de un destino histórico que alcanzaba finalmente su conclusión pacífica.

Sin embargo, no se trata solamente de una visión localista y contingente. El monumento de Porta Lame simboliza muy bien el núcleo duro de aquella retórica de la Resistencia que se consolidaría durante la historia sucesiva de la Italia republicana. Los dos gigantes de bronce, la partisana y el partisano, además de íconos de la Bolonia comunista en sentido togliattiano, representan un signo emblemático de la constitución de aquella retórica. Sabiendo que fueron forjados con el mismo bronce del que fuera hecho un monumento al Duce, estaríamos tentados de ver en ellos, provocativamente, una referencia tangible a cómo la exaltación de la Resistencia sirvió también para encubrir una fallida desfascistización del Estado italiano. Deteniéndose en cambio en la estética del monumento puede entenderse que el aspecto severo y exhausto de los partisanos simboliza una visión muy precisa de la experiencia partisana: esta última se propone más como una obligación que como una invención, una necesidad más que una situación buscada, un deber más que un hecho deseado, un destino más que una decisión. A partir de 1947 será constante la idea de que la Resistencia fue un conjunto de sacrificios, la premisa obligada de nuestro bienestar en la sucesiva historia republicana. ¿No son estas acaso las crismas inviolables de la retórica de la Resistencia?

Así como los dos imponentes bronces de Porta Lame se limitan a suscitar un pacato respeto reverencial, de igual modo, el canon celebrativo que ellos encarnan, más que encender las pasiones y el pensamiento y sacudir las conciencias, se ha orientado siempre a confirmar la convicción tranquilizante que desde la posguerra en adelante, gracias sobre todo a los padecimientos de la Resistencia, “todos hemos estado mejor”.

Pero si bien el deseo de cuestionar este canon jamás estuvo del todo ausente de la historia republicana, sin embargo, cuando más se hizo presente, como en el “largo 68”, cayó casi siempre en la tentación de querer traer devuelta la temática de la lucha de clases que vemos representada por el monumento al “Popolano”. En la época en que este fue construido, en los primeros años del siglo XX, la expresión “lucha de clases” todavía podía tener un sentido gracias a los primeros logros de los socialistas; entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial este sentido en efecto fue superado con la constitución de los partidos de masas.[4]

Dos monumentos, pues, para dos épocas lejanas. Si quisiéramos reflexionar sobre cuánto pueden valer hoy las referencias a la Resistencia, se deberá entender cómo pueden todavía seguir emocionando y haciéndonos pensar, por supuesto conservando bien la distancia con el espíritu que anima el bronce de “Il Partigiano e la Partigiana”, así como aquel de “Il Popolano”.

El texto presente arriesga una perspectiva diferente a las muchas disponibles sobre estos temas, en tal sentido es bastante excéntrico, y apunta a repensar el significado de la experiencia partisana en relación al difícil desafío de nuestro tiempo, oscuro, complicado y políticamente postrado. Sin contribuir con ningún nuevo conocimiento de aspectos desconocidos para el bienio 43-45, intenta más bien discutir qué nuevas inspiraciones políticas podríamos extraer hoy, a setenta años de distancia. Intenta ir así al encuentro de aquella exigencia de profunda innovación política, también a nivel intelectual, que si bien se mantuvo siempre relativamente latente, emergió fuertemente en nuestro país más o menos al mismo tiempo que este inició su declive económico. En los primeros años noventa, los partidos de masas, en su momento artífices tanto de la Resistencia como de la República y a continuación protagonistas casi absolutos de la vida pública, se disolvieron definitivamente en favor de los partidos “ligeros”, que se presentaron como una discontinuidad de los anteriores.

Mi idea más general es que durante los primeros años noventa, en nuestro país, haya llegado a su fin la primera modernización de la política, que tuvo, justamente, en los partidos de masas, en el curso del siglo XX, su principal laboratorio, dejando así abierta la cuestión de saber qué nuevos laboratorios serán posibles en una segunda modernización política por venir.

Las cuestiones de la Resistencia que afrontaré no serán pues ni propiamente historiográficas, ni politológicas, ni de filosofía política, sino que se relacionarán más bien con una cuestión que puede llamarse pensamiento experimental de la política. Un pensamiento que para ser experimental, como lo es en las ciencias y en las artes, debe hacer el balance con las experimentaciones que ya se produjeron. La hipótesis que practicaremos aquí es precisamente que una de estas experimentaciones se ha dado en la Resistencia, y sobre todo en manos de las bandas partisanas, las cuales a su vez serán repensadas como una anticipación de la investigación de nuevas figuras políticas que hoy se impone.

Mi reflexión en este sentido se ha iniciado ya en 2001 con Quando se é fatto politica in Italia. Storia di situazioni pubbliche[5] y continuado en 2007 con L’odio per i partigiani[6]. Aquí, retomando la distinción entre pasiones tristes y pasiones felices, desarrollada en L´amore per la politica[7], intentaré valorizar el sentido feliz de la experiencia partisana. Una felicidad hoy difícilmente imaginable, aunque siempre envidiable y tal vez renovable.

Tercera parte

¿Qué aprender de los partisanos?

Just a fucking bandit

Finalmente llegó el día tan esperado de la liberación, en abril de 1945. En el cierre de Los pequeños maestros, Meneghello evoca el diálogo con el primer oficial de la VIII Armada que encontró en aquella ocasión. Desde lo alto del primer tanque de una larga y ruidosa columna, este hace el gesto de no entender. Los primeros versos de la Internacional entonada por su interlocutor a modo de saludo provocador en efecto le suenan completamente ajenos. El oficial le pregunta si es un poeta: “You poet?”. Y aquí la respuesta que sella el final del libro: “Just a fucking bandit”. Los partisanos como malditos bandidos.

Es claro que se trata de una figura “sucia”, de contornos inciertos, improponible como modelo, y siempre en riesgo de ilegalidad e incluso de criminalidad. ¿Pero no son hoy acaso las propias instituciones estatales las que resultan cada vez más a menudo cuevas de ilegalidad y de asociación criminal? “Banda”, en un sentido político, quiere decir solamente una hipótesis organizativa que parte del supuesto de que nada está dado, que el contexto inmediato más probable está hecho de hostilidad, extremo malestar y miedo, y que todo depende del coraje de inventar un modo propio de estar y de experimentar lo social allí donde más se sufre y padece.

Por supuesto, se puedo alegar que los partisanos nacieron en el ‘43 del colapso de un régimen veintenar, del “8 de septiembre”, de los bombardeos, el hambre, la destrucción, la muerte y las deportaciones por doquier, y no menos importante, de los decretos Graziani para el apalancamiento del ejército de Saló, etcétera.

Pues bien, al igual que evité comparar a los partisanos italianos con aquellos de otros países, tampoco intentaré ahora comparaciones entre nuestro país actual y el de setenta años atrás. Cada fenómeno al igual que cada época posee su singularidad y es a ella sobre todo que debemos hacer referencia. Recordando lo dicho por Lenin, que puede considerarse una suerte de incipit del pensamiento experimental: “análisis concreto de la situación concreta”. Sin embargo, para poder hablar hoy de bandas y que no parezca cosa de marcianos, deberíamos poder decir algo más, aunque vagamente, sobre lo que se asimila en nuestro tiempo a la situación vivida setenta años atrás.

Efectivamente, en Italia un cuasi-régimen veintenal ha concluido recientemente, pero algo todavía más grave es que lo ha sustituido, apoyado incluso en las antipatías generadas por el régimen anterior, algo que también se sostiene gracias a los acuerdos pactados con el viejo grupo dirigente sobreviviente. El estilo equívoco badogliano[8] no parece entonces tan lejano.

Por otra parte, hoy todo sucede a nivel financiero, pero tampoco en este nivel parece errado hablar de bombardeos e invasiones. Desde hace años, las valoraciones explosivas por parte de las agencias norteamericanas caen periódicamente sobre nuestra economía cada vez más a la deriva. Mientras tanto la única esperanza promete llegar de los capitales extranjeros. Una esperanza que, al omitir calcular los costos y los beneficios de tales arribos, solo demuestra cuánto la imagen de Italia actual recuerda, aunque solo sea lejanamente, a la de “Roma cittá aperta”[9].

En cuanto al hambre, la destrucción, las deportaciones, es claro que el presente es completamente otro. Sin embargo, se sabe, en nuestro país la pobreza se encuentra en rápido crecimiento y, para peor, no solo sufre una clamorosa desindustrialización sino que vuelve a contar más emigrados que inmigrados. En suma, en pocas palabras: no estamos como hace setenta años atrás, pero no muy diferente a entonces, no está claro dónde hallar un freno a lo peor.

Más que seguir elogiando como fuentes de salvación a la “democracia”, a Europa, a la OTAN, o incluso al no muy bien precisado arte italiano de “arreglárselas” publicitado como creatividad del made in Italy, ¿no valdría la pena concentrarse en lo que esta creatividad supo inventar políticamente para levantar nuestro país en el peor momento de su historia moderna, es decir, cuando aliado al nazismo se precipitó en el más perverso y exterminador experimento político nunca antes visto? Desde ese punto de vista, ¿no podrían pensarse precisamente las bandas partisanas como la excelencia máxima de nuestra tan celebrada creatividad?

Solo algún ejemplo de lo estimulante que podría ser para nuestra época una reflexión semejante. En la caracterización regional o incluso local que tuvo cada banda individual en su formación y desarrollo, puede verse ante todo –como subraya Bocca– la transformación en virtud de aquello que desde el punto de vista del Estado y de los partidos fue siempre considerado un vicio; un rasgo de italianidad nunca superior a la peculiaridad ciudadana o paisana. En efecto, fue su variedad lo que permitió la difusión y duración de la experiencia partisana. La capacidad de diferenciarse y modificarse, en términos organizativos, según las diversas circunstancias temporales, espaciales y culturales. Una condición extraordinaria de movilidad y adaptación, pero también de caracterización puntual de objetivos, que solo la fórmula de la banda hace posible.

Otro aspecto que vuelve actual e interesante la reflexión sobre la experiencia partisana de setenta años atrás es su carácter autodeterminado. El hecho de haberse constituido esencialmente –aunque de mil modos diferentes– sobre sus propias fuerzas, a veces ínfimas, contando solamente con las poblaciones locales, y sin el apoyo de las cuales –aunque en ocasiones controvertido– ninguna banda hubiese logrado sobrevivir. Es preciso sobre todo reconsiderar cómo los partisanos y las partisanas lograron entender lo que pensaban los campesinos, los obreros y los sectores urbanos encontrados en su trayecto.

Cabe recordar que este trayecto fue trazado y recorrido en un sentido enteramente no ideológico, por lo cual, en la mayor parte de las bandas, podían coexistir diferentes ideologías, comunistas, liberales o democristianos, pero también perspectiva decididamente anti-ideológicas, como las de algunas formaciones “autónomas” y de Giustizia e Libertà[10]. Desde el momento en que no fue ni la ideología ni la conciencia antifascista previa la que orientó el conjunto de aquella experiencia, se debe concluir que dicha experiencia se formó y transfromó gracias a lo que pensaban los propios partisanos y las partisanas.

Sin embargo, lo que vuelve completamente distante nuestro tiempo del bienio 43-45 es un hecho evidente: las partisanas y los partisanos  estaban unidos por el combate armas en puño contra nazis y repubblichini[11], mientras que hoy una experiencia propiamente política en Italia tendría naturalmente otros objetivos y no podría hacerse con las armas en la mano. Queda por esclarecer entonces sobre qué objetivos sería necesario organizar algo al menos vagamente similar a una banda partisana. Para disipar un poco la niebla, resumamos rápidamente algunos de los mayores significados que asumió la expresión “hacer política” en el curso de la historia.                     

Con este término, se indica tradicionalmente una movilización colectiva en lo social y en las instituciones para que las leyes sean aprobadas en el parlamento y aplicadas por el gobierno. Esta es la idea de política que sigue haciéndose la grandísima mayoría de la opinión pública occidental, no obstante se conozcan todos los inconvenientes y los obstáculos que hoy sufre el modelo operado por leyes. En ausencia de partidos de masas, la representatividad de los parlamentos así como la eficacia de los gobiernos termina dependiendo en efecto de los poderes de la comunicación, que si bien son legales, superan cualquier poder de la ley. El gobernar por leyes se ha convertido cada vez más, de gran conquista de la civilidad, en tapadera del ejercicio de poderes oscuros. En todo caso, intentar organizar hoy algo que recuerde lejanamente a una banda partisana con el fin de aprobar nuevas leyes no sería ciertamente de lo más sensato.

Otro modo de entender el “hacer política” es el que podría definirse como de origen jacobino. Consiste en la idea de dañar lo máximo posible al enemigo. Tal impostación es la más próxima al modo de pensar militar, en efecto el terror jacobino se impuso en un tiempo en el que Francia estaba en guerra y se hallaba infiltrada por todo tipo de espías. Para Danton, la guillotina servía para crear un “río de sangre” en las retaguardias del ejército revolucionario con el fin de desalentar deserciones o retiradas. En épocas posteriores, este modo de hacer política fue interpretado de varias maneras. Una variante es la sindical, que considera la huelga, y el daño que ella pueda provocar a la contraparte, la política más eficaz. “Durar un minuto más que el patrón”, es una consigna que ha tenido su eficacia, pero que jamás se ha realizado verdaderamente, y hoy, en tiempos de desindustrialización y deslocalización, tiene cada vez menos sentido. Esta idea de derivación militar según la cual la tarea política crucial sería dañar físicamente al adversario también se extendió entre los partisanos, en tanto agentes guerrilleros, en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Son numerosos los testimonios de los cuales resulta que la verdadera práctica de su accionar consistía en asesinar al mayor número de nazis y fascistas, “para mancharse de sangre hasta las axilas”, escribía Fenoglio. Una idea semejante saltó lamentablemente a la mente de los terroristas locales a finales de los años setenta y primeros años ochenta, pero en ausencia de invasión o guerra en curso, dirigida contra presuntos personajes clave del capitalismo multinacional. Una experiencia política nefasta, para no repetir bajo ningún aspecto y alcance.

Otro modo de concebir el “hacer política” es el socialista y comunista que pretende promover la conciencia de clase. El objetivo estratégico es pedagógico, consiste en hacer tomar conciencia de clase a la clase obrera que, por destino histórico, tendría la tarea de abolir todas las clases. La idea es que los obreros y las masas populares, sus aliados potenciales, representan la mayoría de la población mundial, por lo que, cuando estén en conocimiento de la explotación, de los males y de las contradicciones que el capitalismo implica, procurarán sustituirlo de modo más o menos violento o pacífico por un régimen más racional, socialista, el único capaz de una redistribución justa de los ingresos, tareas, objetivos productivos, etcétera. Se comprende entonces el resentimiento de los comunistas ante la acusación de estar movidos solamente por la “sed de poder”. Para ellos en cambio tomar el poder significaba conquistar la mejor condición para educar a la clase obrera y a las masas. Buena parte de los partisanos comunistas entre el ‘43 y el ‘45 eran presa de esta fe ideológica en la pedagogía marxista. Era esta sobre todo la que los motivaba en el combate contra los nazis y los repubblichini, pero también la que permitía el cambio radical en el sentido de su elección, como sucedió con las directivas claves de Togliatti al tiempo del “giro de Salerno”. En todo caso, es claro que en el horizonte de este modo de hacer política está la construcción de enormes aparatos burocráticos como los Estados socialistas y las academias de marxismo-leninismo. Y si bien aún resta mucho por estudiar y profundizar de estas experiencias, ciertamente no puede retomarse políticamente su aspecto pedagógico-burocrático.

¿Qué queda por hacer entonces para hacer política si se excluye la centralidad del hacer leyes, del perjudicar al enemigo, de buscar obtener el máximo de poder para educar las conciencias de obreros y masas? Evidentemente, es una pregunta sin respuesta. Sin embargo, algo puede decirse sobre el horizonte dentro del cual se puede buscar una solución. Ya esbozamos un adelanto en este sentido cuando hablamos de la capacidad de los partisanos y las partisanas de comprender e interpretar lo que pensaban las poblaciones entre las cuales actuaban. “Comprender” e “interpretar”, o sea, “pensar”. Se trata pues de la capacidad de pensar un pensamiento. ¿Quienes creen hoy, más allá de algún antropólogo o etnógrafo, que las poblaciones genéricas sin cualidades específicas están en condiciones de pensar algo por sí mismas? Son aún menos quienes creen que un pensamiento tal sea algo a pensar ulteriormente, o sea, a reelaborar intelectualmente. Pues bien, se puede hipotetizar que esta doble creencia, que las poblaciones piensan y que se trata de pensar su pensamiento, fuera algo decisivo en toda la experiencia partisana; lo cual no significa imaginar a los partisanos y a las partisanas como guerrilleros con las manías de la antropología o la etnografía. Es incontestable que se aislaron y perdieron cada vez que se hicieron antipáticos para las poblaciones en las que operaban. Se puede explicar y banalizar el hecho de que esto raramente ocurría, tomando como recurso el argumento de que en la mayoría de los casos el favor popular estaba ya garantizado desde el origen por el odio extendido contra los repubblichini y los nazis. Pero semejantes banalizaciones se justifican solo en nombre del presunto antifascismo que prevalecía en todo el pueblo italiano desde antes de 1943. Una presunción necesaria a esta retórica y que aquí hemos criticado insistentemente. El hecho es que a menudo, inicialmente, entre las partisanas/os y los campesinos, los obreros, los sectores urbanos, existía toda la desconfianza que había dejado –y luego amplificado– el colapso de un régimen que durante veinte años presumió una unificación sin precedentes entre los italianos. Sin un esfuerzo intelectual orientado a vencer esta desconfianza, ninguna experiencia partisana hubiera sido siquiera concebible.

 

Es aquí pues donde esta experiencia debe ser recuperada; una vez más, recordando que hoy no hay invasores o colaboracionistas armados en combate, sino más bien el sufrimiento de poblaciones expulsadas del cuidado de los gobiernos. Una condición prácticamente inabordable si no se habla con quienes hacen experiencia directa de ella.

El hecho de que el sufrimiento sea fuente de pensamientos, de otro modo imposibles, los cuales a su vez son el único acceso a su comprensión y remedio, es por cierto una clara indicación que viene ya del psicoanálisis, aunque en relación al estudio del inconsciente individual. ¿No tenía como objeto, incluso la gran ciencia del capital de Marx, la definición de los mecanismos de explotación que producen sufrimiento en quien trabaja? Diferente, pero no incompatible con Freud y Marx, sería la posición de un pensamiento político que tienda a experimentar la reducción del sufrimiento social a partir de lo que piensan las poblaciones que lo experimentan directamente. Retomar la memoria de los partisanos puede resultar instructivo precisamente por su capacidad de entender el pensamiento de la gente entre las cuales operaban. Microcuerpos organizados más o menos inspirados en el estilo partisano podrían hoy ocuparse ya no de sumar poder, sino de intentar pensar, habitar, estrechar aquellos márgenes cada vez más extremos, vastos y dispersos de lo social que se encuentran no solo sin la protección de los gobiernos, sino también sin alternativa política alguna.

En fin, podemos estar seguros que aparecería aquella felicidad que anhelaban los “fucking bandits”, los que en su momento fueron partisanos y partisanas.

[1] Asociación nacional de partisanos italianos. [N. de T.]

[2] Así se denominaba en Bolonia durante la primera mitad del siglo XVIII a ciertos grupos de “malvivientes” entre quienes regía un estricto silencio cómplice y conspirativo en torno a sus actividades delictivas. Léase, literalmente, vivaces, desobedientes, traviesos. [N. de T.]

[3] Popular, plebeyo, persona perteneciente a las clases populares. [N. de T.]

[4] Punto de inflexión que Hannah Arendt supo ilustrar con gran lucidez en Los orígenes del totalitarismo (1951), extrayendo sin embargo consecuencias de una orientación crítica y nostálgica diametralmente divergentes de las asumidas aquí por nosotros. Volveré en varias oportunidades sobre este asunto tan complicado y por ahora solamente reseñado; pero véase en particular el último parágrafo del capítulo II, segunda parte, y primer parágrafo de la tercera parte.

[5] V. Romitelli, M. Degli Esposito, Quando si è fatto politica in Italia. Storia di situazioni pubbliche, Rubbettino, Soveria Mannelli, 2001.

[6] V. Romitelli, L’odio per i partigiani. Come e perché contrastarlo, Cronopio, Nápoles, 2007.

[7] Id., L’amore per la politica. Pensiero, passioni e corpi nel disordine mondiale, Mucchi editore, Módena, 2014.

[8] En julio de 1943, tras el desembarco angloamericano en Sicilia y frente a la crisis del gobierno fascista y la destitución de Mussolini del gobierno, el rey Victor Manuel III designó en la presidencia a Pietro Badoglio, quien conduciría la suerte de Italia hacía una política de armisticios y alianzas que sellaría su salida de la Segunda Guerra Mundial. [N. de T.]

[9] “Roma ciudad abierta”. Película rodada en el año 1945 por Roberto Rossellini, es considerada una obra maestra e iniciadora del neorrealismo italiano. Rossellini narra esta historia verídica persiguiendo el pulso cotidiano de los acontecimientos entre los protagonistas auténticos de la devastación y la resistencia, improvisando escenas, filmando literalmente sobre los escombros de la guerra; características que serán notas distintivas del movimientos. [N. de T.]

[10] Junto a la Brigada Garibaldi, de extracción comunista, Giustizia e Libertà fue una de las formaciones partisanas más numerosa de todo el período. Su genealogía se remonta a París, a los primeros exiliados italianos del fascismo, quienes antes de reintegrarse a las luchas antifascistas en territorio italiano tendrían una intensa participación en la guerra civil española en auxilio de la Segunda República, bajo la formación de la llamada Columna italiana.

[11] Diminutivo de “republicanos”. El término reviste un tono despreciativo en alusión a la morralla de seguidores del último conato de gobierno del fascismo italiano, la llamada República Social Italiana, también conocida como República de Saló, en referencia a la localidad italiana donde esta radicó su sede de gobierno hasta su capitulación al final de la guerra. [N. de T.]

 

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