Anarquía Coronada

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¿Dónde están los muertos?

por Marina Garcés

Spinoza decía aquello de que las personas libres no piensan en la muerte. Deleuze se hacía eco de ello. Y yo me lo había creído. Aunque, casi como todos, he sentido alguna vez la angustia de mi propia muerte y, sobre todo, el abismo inconsolable ante la sola idea de la muerte de aquellos que amo (especialmente, los hijos), de alguna manera me sé o me siento en la estela de Spinoza y de Deleuze y de su apuesta por una vida y un pensamiento libres de la sombra de la muerte.
Lo que no se me había ocurrido pensar nunca es que no es lo mismo pensar en la muerte que pensar en los muertos, en aquello que no sabemos cómo será, si es que es algo, que en aquellos que ya han sido, que ya han sido, entre nosotros. Que los cuerpos muertos vuelven al ciclo de la vida, sea en la forma que sea, es la lección del materialismo ilustrado que muchos de nosotros, occidentales laicos, hemos interiorizado tan tranquilamente. Ni reencarnación de las almas, ni juicio final, ni cielo ni infierno. Que bien. Árboles, flores, energía cósmica y olas del mar. Es allí donde están nuestros muertos. Por eso ya no nos hace falta visitar los cementerios, ni sabemos por qué comemos castañas el día de Todos los Santos, ni tenemos altares domésticos, como los antiguos romanos o aún muchos orientales de hoy en día. Sabemos que allí, en sus símbolos, no están. ¿Dónde están los muertos, entonces? No las partículas de su cuerpo, sino ellos. Han dejado de estar, realmente, entre nosotros? Nuestra tradición, en su vertiente clásica y también atea, nos da una respuesta: están en el recuerdo. Es decir, que viven si alguien los recuerda y, oh cosa terrible, que dejan de estar cuando se borra el último recuerdo, es decir, cuando a su vez también muere la última persona que guarda memoria de ellos. Por eso los antiguos se esforzaban en ser héroes y vivir así eternamente en la posteridad, y por eso nosotros nos esforzamos, mejor o peor, en dejar un rastro de afecto o de estima, entre aquellos que nos rodean. Para no morir del todo, y para no ser sólo árboles, flores, energía cósmica y olas del mar.
Hace un par de semanas hice una escapada a Berlín. Había vivido allí unos meses en el año 95 y hacía tiempo que tenía ganas de visitar el “nuevo” Berlín: la reconstrucción de las zonas donde había habido el muro, la unificación de los barrios del Este y del Oeste y la reconversión de aquella ciudad temporalmente fuera de lugar en la capital de Alemania y, de alguna manera, de Europa. Y sí, en Berlín hay mucho de nuevo: edificios nuevos, habitantes nuevos, venidos en gran parte de la riqueza también nueva del Este, una nueva vitalidad social y cultural y un marco político europeo, igualmente nuevo, que le da una también nueva coyuntura. Entre tanta novedad, la breve escapada que hice al nuevo Berlin estuvo marcada inesperadamente por el impacto y las horas pasadas en tres espacios, también nuevos, dedicados a la memoria de los muertos: el Monumento al Holocausto, el Museo Judío y el Parque del Muro. No había caído: en el nuevo Berlín, en la ciudad de la Europa del futuro, si es que a Europa le queda algún futuro, la presencia más viva, más prometedora y más visitada, es la de los muertos y sus memoriales. Por cierto, en alemán memorial es “Denkmal”. En una extraña mezcla fonética de alemán y catalán, siempre me ha parecido que es una palabra que más que señalar el recuerdo de los muertos, nos quiere recordar que pensar (Denk-en) duele (denken, pensar; fa mal, en catalán).
El homenaje ético e histórico a los muertos de la guerra y de la violencia política se viste, en Berlín, de firma arquitectónica internacional, de vanguardia artística y de atracción turística. Pero quien pasa unas horas allí necesariamente se encuentra empujado más allá de la experiencia cultural consumista de haber visitado un Eisenman o un Liebeskind. La sensación es la de haber pisado una herida y salir, extrañamente, más acompañados. Aparte de los grandes memoriales, en Berlín hay muchos cementerios. No están en las afueras ni en grandes espacios amurallados. Son jardines entre las casas, pequeños o grandes, o en la esquina de cualquier calle, donde descansan, tranquilamente, unas cuantas decenas o centenas de tumbas que se ven, como un paisaje cualquiera, desde las ventanas y las casas de los vivos. En Berlin tuve la sensación, por primera vez en mi vida, de que los muertos, incluso aquellos históricamente dolorosos e intolerables, más que reparar o corregir el curso de la historia con su memoria, lo que hacen es ofrecer compañía a los hombres y mujeres libres que ya no piensan en la muerte. No creo que nos enseñen nada, pero hacen la vida más densa, más rica y más profunda.
Al volver de Berlín me cayó un libro en las manos, insólito y precioso, que lleva por título Tout sera oublié, todo será olvidado, del pintor Pierre Marquès y el escritor Mathias Enard (Actes Sud, 2013). El libro recoge, con inquietantes dibujos y un texto breve y contenido, un viaje a Bosnia que es un viaje a la desaparición de la destrucción. Un viaje a la nada. Un viaje que no persigue las pistas de la memoria ni las de la reconstrucción y vuelta a la normalidad de un país irreversiblemente herido por la guerra, sino el trabajo de erosión y de olvido que el tiempo, la gravedad, los materiales y la vida misma imponen a las heridas del pasado reciente. Es un viaje hacia la imposibilidad de rememorar, de inmortalizar, de fijar en el espacio y en el tiempo el rastro del horror. En los dibujos de este libro el horror es un lobo, el horror es un cuervo, el horror es un violador o un francotirador. Son la traza de lo irreparable, porque la muerte es lo que pasa, es decir, que tiene lugar y se borra, sin poder ser curado.
Berlín, el nuevo Berlín, se ha llenado de memoriales, mientras que el libro de Enard y Marqués narra desde los Balcanes la imposibilidad de todo memorial, de todo denkmal. Me preguntaba si plantean respuestas contrarias a un mismo problema sin solución. Me lo preguntaba, además, con el trasfondo de los 9.000 cuerpos del tifón de Filipinas que simplemente han desaparecido de una ventada, o con las discusiones, de nuevo abiertas, sobre las fosas comunes que en las cunetas de la Península Ibérica todavía no se han podido abrir. Y pensaba, finalmente, que si la memoria no corrige, el olvido no repara. Una y otro sólo permiten seguir viviendo una vida que acumula y desplaza el dolor de estar vivos, acompañados de tantos muertos.

Entrevista con Sebastián Scolnik: “Descubrimos que hacía falta una editora nacional y que la Biblioteca podía cumplir ese rol”

Por Juan Ciucci
APU: ¿Cómo arranca la editorial?
Sebastián Scolnik: Horacio González vino en el 2004 y la editorial arrancó al año siguiente. En principio empezamos sacando la revista La Biblioteca, que era una fuerte vocación de Horacio por recuperar la tradición de la revista, que la había fundado Paul Groussac y después la siguió Borges y él se puso de alguna manera en continuidad con esa experiencia. O sea que primero empezamos sacando la revista y después empezamos a coeditar algunos libros hasta que descubrimos que, fundamentalmente Horacio, hacía falta una editora nacional y que la biblioteca, si bien no tenía la aspiración de ser la editora nacional, podía de alguna manera cumplir ese rol de la edición. Que siendo que había experiencias muy fuertes anteriores como el CEAL (Centro editor de América Latina) o todas las experiencias ligadas a EUDEBA y demás ya no tenían la fuerza que supieron tener en otro momento. Entonces, en una situación marcada muy fuertemente por la transnacionalización del mundo editorial o por el mercado de suplementos culturales de los medios masivos, falta la intervención de una política editorial subsidiada que pudiese editar aquello que el mercado no valora. No lo hace como un negocio, ya sea por su tamaño o por el tipo de publicación, etcétera. Pero que a la vez tuviera la fuerte impronta de crear públicos lectores nuevos. Y, un poco, Horacio puso la biblioteca en ese rumbo al decidir crear la editorial.
APU: En ese sentido, las colecciones cómo se pensaron ¿qué sería esto que queda fuera del mercado?
SS: Por ejemplo, hay una parte de la edición que fue muy saludada, que es la colecciónReediciones y antologías. Es una colección que quedaría por fuera del mercado por el hecho de que son muy voluminosos, la edición facsimilar de la revista Los libros son cuatro volúmenes con los cuarenta y cuatro números que salieron de esa revista. Otro tanto la edición de Proa que se vende a $300 los dieciséis números de la revista. La reedición de la revista Envido, de Poesía Buenos Aires (que la estamos por editar), Pasado y presente, son volúmenes grandes que dan cuenta de una experiencia editorial, un conjunto de revistas de muchos números y que no son redituables desde el punto de vista del mercado. ¿A cuánto lo tenés que vender si tomás los costos de una editorial común? Y acá la Biblioteca subsidiando la lectura cumple una doble misión. Por un lado difundir ciertas lecturas del pasado que considera que hoy tiene algún tipo de relevancia en la discusión, y por otro lado ayudar a la Biblioteca Nacional a completar fondos que algunas veces no tiene, porque con cada edición de estas nosotros salimos a completar fondos que a veces no están en la hemeroteca o no están completos.
El caso de la revista Contorno es emblemático: no estaba en el país completa, estaba por fotocopias y se hizo un trabajo de investigación en el cual se dieron con todos los números y se hizo toda una reconstrucción que eso es parte del trabajo que se hace, el de limpiar los originales, una especie de “linotipismo digital” del nuevo tiempo. Esa doble función la cumple la Editorial de la Biblioteca Nacional con esta colección Reediciones y antologías. Después está la colección Los Raros, que publica cosas que precisamente por raras no son abarcativas de un público masivo, es decir, sus ediciones y sus precios son completamente subsidiados. Subsidiados no quiere decir necesariamente a pérdida, en el sentido de que por primera vez la Biblioteca Nacional a través de su editorial logró estar en las librerías del país y eso también es una novedad para el Estado, la capacidad de intervenir en el universo editorial, en los suplementos culturales pero también en el mundo de las librerías. Entonces, a través de la editorial se construye una presencia de la Biblioteca en la escena cultural. Y también se da a partir de ciertas cosas como la publicación de las obras de León Rozitchner. Es un conjunto muy basto de obras y que la verdad si uno analiza la política de precios respecto de la calidad de edición y al material que ofrece es realmente una ecuación muy virtuosa en estos años y eso se pudo lograr por la fuerte impronta que Horacio González le puso a la editorial.
APU: Más o menos cómo funciona la editorial ¿hay un equipo que preselecciona?
SS: Por un lado hay un equipo de trabajo muy chico, seremos unas diez o doce personas que se ocupan de todo, el proceso del libro es muy complejo: sacar ISBN, administrarlo, manejar el stock, la distribución, la venta en la librería de la Biblioteca, la diagramación, la edición etc. Horacio (González) interviene fuertemente en los criterios de selección de lo que se publica en una especie de diálogo muy abierto con nosotros y también con otras personas de afuera que vienen a acercar proyectos de edición; y la verdad es que nos vimos desbordados. Al día de hoy en menos de diez años llevamos unos trescientos cincuenta títulos, siendo esto que tenemos la ventaja de pertenecer al Estado pero también sus desventajas, ciertos procedimientos, ciertas reglamentaciones, formas de trabajo que no son las más dinámicas para un mundo tan cambiante como lo es el editorial. Es un grupo chico pero con criterios prácticos bastante aceitados y que asume en colaboración con otra gente de la Biblioteca el trabajo de llevar adelante la editorial. Es un trabajo bastante arduo.
APU: Quizá  la colección más popular sean los libritos chiquitos…
SS: Sí, los de La máquina del bicentenario. Eso es claramente una política de fomento de la lectura, es el rescate de libros clásicos o contemporáneos porque ha habido una cantidad de autores que han cedido cuentos y cosas. Son libros que están a cinco pesos, se mete una moneda en la maquinita y te llevás un Roberto Arlt, un David Viñas, un León Rozitchner, Quiroga, Borneman, un Borgesito te podés llevar… Eso hace furor, en cada Feria del libro se lleva La maquina del bicentenario y ahí la Editorial trabaja incluso por debajo de sus costes, pero es una política ponerlo en circulación. Además, a través del dispositivo de la máquina, genera un entusiasmo en los pibes, que de esa manera se accede a un libro es un gesto muy bonito. Sí, es la más popular de las colecciones.
APU: También se está editando la revista Modulo 2
SS: Sí, ese es un trabajo que dirige María Moreno con presos del Penal de Ezeiza, y la Biblioteca se pone como estructura al servicio de este trabajo que considera muy relevante: narrar las cárceles con el lenguaje producido desde las mismas cárceles. Ahí editamos, no intervenimos tanto en el proyecto sino a través de María Moreno.
APU: Hace poco presentaron la colección Jorge Álvarez.
SS: Es una colección muy importante. Por un lado está el tema de la figura de Jorge Álvarez, que es en sí mismo una figura histórica al haber participado en experiencias musicales y literarias como editor. Y la idea de la colección Jorge Álvarez era armar una especie de diálogo histórico entre aquello que él editó y el contexto en el cual él editaba y cosas de este tiempo que invita a pensar la edición hoy. Es como dos generaciones de edición en la cual participa Jorge Álvarez de ambas y es muy interesante porque sacamos dos libros al mismo tiempo. El primero son las obras completas de Germán Rozenmacher, la editora Jorge Álvarez en su momento empezó con el cuento Cabecita negra de Rozenmacher, que es un cuento bastante importante y lo que hicimos acá no fue sólo editar ese cuento, que era como la piedra inicial de la editorial, sino sumar todas las obras, los guiones de televisión, de teatro, los artículos periodísticos y los demás cuentos y armar las obras completas. El segundo volumen es uno muy pequeño de César Aira, se llamaTres cuentos pringlenses y que donó específicamente como una forma de apoyar esta experiencia. Y también para ponerse en diálogo con lo que significa Jorge Álvarez, con lo que significa desde el punto de vista de una edición pensada desde la Argentina con los criterios autónomos de la edición.
APU: Están planeando la edición facsimilar de la revista Fichas.
SS: Van a salir más o menos juntos tres facsimilares, uno es Socialismo/Peronismo y liberaciónque es la revista de Hernández Arregui, Fichas de Milcíades Peña y la revista Pasado y presente,que se cumplen 50 años desde que comenzó a salir. Saldrán en febrero, marzo. Ya la estamos montando y terminando de pulir los detalles.
APU: Y, a futuro ¿alguna otra publicación?
SS: Poesía Buenos Aires es otra publicación importante, son dos volúmenes de la más célebre quizá revista de poesía que salió en el país y específicamente en Buenos Aires y la idea también es tenerlo para marzo, abril, lo antes que se pueda. Pero son trabajos muy duros porque hay que limpiar imagen por imagen; cada página es una imagen y es, a veces, un trabajo de reconstrucción artesanal. Se escanea o se saca foto y después se la monta en la pantalla y con programas de edición se va reconstruyendo la imagen, borrando manchas, a veces clonando letras para conservar la tipografía original, es un laburo arduo. Pero la idea es que de acá a cuatro meses salgan esos facsimilares que van a ser muy importantes.

Entrevista a Silvia Duschatzky: “La escuela es hoy un hervidero de cosas que no sabemos pensar”

por Claudio Martyniuk
Un valle de lágrimas rodea nuestras escuelas. Baja calidad, deserción, repitencia, desigualdad: el diagnóstico parece unánime, indudable. ¿Pero acaso esta dimensión del declive escolar no ensombrece otras facetas, quizás logros fugaces pero intensos que llevan a que los chicos y los maestros concurran y vuelvan a encontrarse en el aula, experimentando juntos la construcción de saberes, el asombro ante cada revelación, la comprensión de los problemas del compañero? Mientras el aula atraviesa un eclipse multicausal, la vitalidad de las interacciones entre maestros y estudiantes puede aún alumbrar alegrías y generar, a la manera como lo concibe la especialista en educación Silvia Duschatzky, inquietudes movilizadoras, lecciones locales pero que pueden enseñarnos la valentía de poner el cuerpo y el valor de imaginar e interrogar colectivamente.

Defender la educación pública, ¿acaso ya es algo que se convirtió en una consigna vacía?

Me interesa la escuela pública por sobre la consigna. Tal vez podríamos pensar que todo enunciado vuelto consigna se vacía o pierde potencia. No obstante, quisiera dar alguna vuelta en torno de la palabra defensa. La defensa es la reacción a un ataque o por lo menos a un peligro en ciernes. ¿Está en peligro la escuela? Diría que no.

¿Está en riesgo, entonces, la educación tal como fue concebida en el pasado?

A todas luces el peligro aconteció. “Los chicos no vienen como antes”: esta frase remanida, común en las escuelas en los últimos años, sintetiza la sensación de que las actuales presencias de chicos y niñas o jóvenes ya no nos evocan esos cuerpos moldeables imaginados en el pasado. Podríamos enumerar los signos que muestran la alteración palpable de los escenarios institucionales, alteración que también puede notarse en el cuerpo docente, especialmente en el cuerpo de los docentes agobiados, desorientados, cansados. Pero esta alteración no oculta ni empaña la sorpresa que alcanzamos cuando asistimos a invenciones poderosas que ocurren en muchas escuelas y prácticas educativas. Si algo sostiene a la escuela a lo largo de su historia es la capacidad de reunir, de juntar aun en la desunión y las múltiples derivas. Y en esta coyuntura, entonces, se trata de preguntarnos si queremos pensar la escuela en relación a su mito fundacional o si no sería más pertinente pensar sus cambios, su devenir inconcluso.

¿Cómo, entonces, hoy podemos pensar la escuela?

La escuela es hoy un hervidero de cosas que no sabemos pensar y por eso rápidamente las arropamos de interpretaciones y clasificaciones. “Add” (síndrome de déficit atencional) se dice cada vez que un pibe se presenta disperso. ¿Acaso esa dispersión de atención no expresa en ocasiones las marcas de una época sobre nuestros cuerpos? La pregunta podría ser ¿nos incomoda la “incapacidad” de que los chicos fijen la atención en un punto o no saber qué hacer con una atención que opera de otro modo? Decir desatención es no advertir que hay una atención en otro lado. Entonces, ¿qué nos incomoda? ¿Que los chicos no presten atención a nuestros requerimientos o que su atención flotante interpela nuestra desatención?

¿Pero la educación pública puede atender esas incomodidades?

La educación pública no es un hecho congelado. No se expresa meramente en la masividad, ni en la gratuidad ni en la caprichosa voluntad de sostener su tradición. La escuela efectúa su carácter público cada vez que suelta sus viejas imágenes de lo que debería ocurrir y se afirma y actúa desde su capacidad de generar experiencias que afecten sensiblemente a sus habitantes. La escuela será pública si aprovecha su circunstancia de albergar vidas y hace la experiencia de poner a prueba lo común de esas vidas.

¿El aula es un espacio caduco, a partir de Internet?

El carácter caduco de un objeto, una idea, un discurso no está dado en contraposición a la ventaja de la novedad. ¿Está caduco el libro; es caduco el cine, el teatro? Creo que la caducidad se presenta cuando algo se ha agotado. Cuando no activa imaginaciones ni ya es capaz de generar problema alguno. Algo caduca cuando pierde toda sensibilidad de conectarse con lo que está vivo, con lo que podría crecer. Entro a un aula y veo a los chicos conectados a sus netbooks: este mero dato no me dice nada. Aun llenos de actualización tecnológica podríamos asistir a un tiempo en el que nada pasa, en el que nada movilizante ni desafiante entre ellos acontece, pero también todo lo contrario. Si hubiera alguna caducidad, la encontramos en los modos reiterados y automatizados de hablar, de enseñar y pensar las cosas.

¿Qué sería lo opuesto a esa actitud caduca?

Lo opuesto a lo caduco no es la novedad sino la actitud problematizante. Pensar qué formas de agrupamiento podemos darnos para investigar juntos. En el aula, fuera del aula, en los pasillos, en la puerta de la escuela, en la calle, en el barrio. No es el espacio, es lo que nos pasa mientras compartimos un tiempo. El punto es: ¿qué queremos compartir con los pibes? ¿Qué problema podría crear una zona común entre las generaciones? ¿Qué pregunta, qué pasión me toma como maestra? El despliegue de inquietudes no se responde consumiendo compulsivamente capacitaciones ni aplicando prescripciones aggiornadas, sino investigando y probando posibilidades.

¿Qué puede hacer, que no ha hecho, la escuela pública para profundizar, darle densidad a la cultura democrática?

Hacer la experiencia de una vida democrática implica sobre todo una sensibilidad proclive a interesarse por lo que hay, abandonando el desencanto. Tomarse en serio a los pibes no supone proclamar sus derechos sino interrogar y experimentar con ellos, construir y buscar con ellos. La democracia no es sólo un asunto de derechos jurídicos. Se trata del problema de las posibles formas de vida que se deben abrir como posibilidades y potencias en vez de clausurar. Se trata de liberar fuerzas imaginativas que se sustraigan de políticas que nos aplanan en todos los planos vitales; económicos, sociales, simbólicos, afectivos, sexuales, también escolares. Se trata de inventar modos que amplíen nuestro poder de decidir y actuar en el medio de las tensiones en las que estamos. La democracia no pide declamaciones sobre ella sino expresarse en prácticas abiertas de hacer lo común. La escuela aloja distintas vidas. Queda aprovechar ese escenario multitudinario para hacerlo experiencia compartida. ¿Y qué compartimos? ¿Un espacio, una obligación, una coincidencia, una retórica, una fe? Lo que compartimos son los problemas y una cierta afinidad sensible para desplegarlos, para investigar las infinitas maneras de relacionarnos con las personas y las cosas.

¿Cómo la escuela, herramienta del pasado, puede gestar el futuro?

Si pensamos el futuro como destino trazado de un bien a alcanzar sólo resta el fracaso. El futuro tendría entonces alguna chance si lo pensamos como aquello que puede nacer a partir de advertir los campos posibles que anidan en las existencias reales. Cada situación vivida puede ser reconfigurada bajo otro régimen de percepción. Sentir de otro modo, ver de otro modo, pensar de otro modo. Allí brota el futuro, como campos de posibilidades que sólo nosotros podemos imaginar a la vez que nos procuramos los recursos para activar devenires que jamás sabremos de antemano. Y en este hacer, la escuela tiene un horizonte de posibilidades infinito.

La administración, la burocracia estatal en la escuela, ¿qué obstáculos provocan?

Los problemas que se viven en la escuela se padecen o se aprovechan. Pero no sólo se padecen por el extrañamiento que nos provoca enfrentarnos a lo que no sabemos. La perplejidad podría ser el motor de nuevas preguntas, podría activar búsquedas colectivas, podría abrir la oportunidad de una mutación sensible. Habría otro padecimiento efectivamente estéril. Con frecuencia los maestros se ven tironeados por cuestiones que los exceden. Que exceden sus potencias, sus fuerzas, sus posibilidades efectivas de pensar lo que los afecta. Pensar problemas es pensar también en qué condiciones podemos hacernos cargo de lo que nos pasa. Y las exigencias burocráticas no ayudan, ya que buscan satisfacer las necesidades del aparato que las engendra.

¿Entonces el Estado sería un obstáculo para la fertilidad del trabajo educativo?

Lo sería por su naturaleza exterior a los problemas reales. El Estado no es un actor secundario. Es indudable que no es factible prescindir del conjunto de recursos financieros, estratégicos, humanos provistos por el Estado y su política pública. Dejemos a un lado los lugares comunes que enfatizan la presencia del Estado. Problematicemos, en cambio, el modo de esa presencia. ¿Qué hace el Estado, ya no entendido como sujeto que emite normas de funcionamiento institucional? El Estado debería ser capaz de ponerse al servicio de las dinámicas reales, de las inteligencias efectivas que piensan y lidian con lo que irrumpe a diario en las escuelas.

¿Cómo retener chicos en las escuelas? ¿Qué se puede hacer para evitar deserciones?

Retener, ¿y luego qué? ¿Retener para qué? La retención en sí misma plantea horizontes pobres, acotados. Probablemente podríamos invertir la cuestión. ¿Qué pensar con los chicos? ¿Cómo leer sus mundos? ¿Cómo imaginar zonas comunes? Pensemos al revés. Si no fuera por los chicos que en efecto van a la escuela aunque de modos intermitentes y disímiles, no habría escuela. Y si están y si vuelven, habida cuenta de que no hay algo que los ate, será porque existe en ellos la necesidad de estar con otros. Lo que hay no es deserción, en todo caso hay formas ininterrumpidas de ir y venir. Y más allá de los datos que confirman que sí la hay, mucho más poderosa es la evidencia de que las escuelas no están ni vacías ni vaciadas. Hay presencias molestas, intempestivas, plagadas de información, de economías de intercambio, de crudeza y astucias. Invirtamos la pregunta. ¿Qué escuela debemos hacer, imaginar, pensar con estos niños y jóvenes que están en el mundo, que hacen el mundo y que nos desconciertan?

La protesta social también hizo la democracia

por Mariano Pacheco



Resulta difícil entender la escena política contemporánea, tanto en Latinoamérica como en Argentina, sin tener en cuenta los procesos de participación, organización y luchas que, tanto en nuestro país y como en el continente, han protagonizado distintos sectores populares contra el modelo neoliberal, implementado durante la década del 90, luego de la derrota de las apuestas de transformación revolucionaria de las sociedades de los años 70, y del estrepitoso derrumbe de los socialismos reales hacia fines de los 80 del siglo pasado.
Sin embargo, tal como sucedió durante los primeros años de la recuperación de la democracia en nuestro país, también en la actualidad suele negarse el rol protagónico de la clase trabajadora y los jóvenes de los sectores populares en las luchas libradas contra la dictadura primero, y contra el neoliberalismo después. Luchas que implicaron importantes conquista para los sectores involucrados, pero también, para el conjunto de la sociedad argentina.
Breves consideraciones acerca de la protesta social y la democracia
Si consideramos a la democracia no como un sistema determinado de gobierno, una forma de administrar las instituciones del Estado sino como aquello que los cuerpos sociales pueden (hacer, sentir, pensar), entonces, la democracia tiene más que ver con la posibilidad de concretar una dinámica de organización social que ligue los deseos de los sujetos con principios que establezcan posibilidades de vida más igualitarias que con una simple gestión de lo existente. Esto implica, necesariamente, asumir que en la base de la democracia no está el consenso sino el disenso, el conflicto, la lucha de intereses entre quienes pretenden sostener cierto estatus quo, conservar determinados privilegios, y quienes por el contrario se empecinan en destituirlos para instituir políticas públicas que amplíen cada vez más los derechos políticos, sociales, económicos, culturales de las grandes mayorías.
Democracia, entonces, implica tramitar los conflictos, en vez de reprimirlos o negarlos.
Por todo esto es que la protesta social no es, como muchas veces se escucha decir, aun en boca de quienes protagonizan las protestas, el último camino a transitar, la opción (extrema) a la que determinados sujetos se ven “obligados” a apelar porque desde el poder no se los escucha, no se los tiene en cuenta en sus demandas. No, en esta concepción que estamos exponiendo, la democracia presupone la protesta social como derecho primero, sobre el cual pueden erigirse los demás. Tal como sostiene el prestigioso profesor de “Derecho Constitucional” en las universidades Torcuato Di Tella y Nacional de Buenos Aires, el abogado y sociólogo Roberto Gargarella, “el derecho a protestar aparece, en un sentido importante al menos, como el primer derecho: el derecho a exigir la recuperación de los demás derechos.”
Desde esta concepción, la democracia no sólo democratiza las relaciones sociales sino también al propio Estado, bloqueando o disminuyendo sus componentes coercitivos y ampliando sus aspectos garantistas.
Democracia y protesta social durante el menemismo
Casi desde sus primeros pasos el menemismo se topó con resistencias a sus políticas de peronismo inverso: ni socialmente justas, ni económicamente libres, ni políticamente soberanas. El tema es que las grandes luchas, sobre todo contra las privatizaciones de las empresas del Estado (cuyo emblema fue la larga huelga ferroviaria), fueron derrotadas. Hasta la relección de Carlos Saúl Menem como presidente de la Nación, sólo dos luchas fueron verdaderamente emblemáticas: la pueblada en Santiago del Estero, en 1993 (que culminó con la gobernación, varios edificios públicos y viviendas y autos de funcionarios incendiados), recordada con el nombre de “El Santiagazo” y, un año más tarde, la masiva movilización a Plaza de mayo, desde distintos puntos del país, a la que se le dio el nombre de “Marcha Federal”. Figuras como la de Carlos “Perro” Santillán, referente de la Corriente Clasista y Combativa, daban cuenta de que nuevos sujetos sociales emergían para sentar posición, y denunciar el pliegue profundo de la fiesta menemista. La novedosa experiencia de la Central de Trabajadores Argentinos, que ante una Confederación General del Trabajo totalmente comprometida con las políticas que condenaban el presente y el futuro de sus bases sociales, y con dirigentes sindicales devenidos empresarios, promueve la reorganización gremial de los trabajadores sobre nuevas bases, postulando la autonomía del Estado y abriendo sus estructuras, en gran medida, hacia las nuevas realidades del mundo popular, que tenía a los trabajadores desocupados y a los ocupantes de tierras para construir viviendas a los grandes protagonistas del período.
De todos modos, cabe destacar que hay un año clave, en el cual puede pensarse de modo condensado todo el período: 1996. Por un lado, en marzo de 1996, se produce la gigantesca movilización de repudio por los 20 años del Golpe de Estado. Es el comienzo de la desarticulación de la teoría de los dos demonios, que había primado en el sentido común de nuestra cultura durante más de una década. Es además el momento de emergencia de HIJOS. Los Hijos por la Identidad, la Justicia, Contra el Olvido y el Silencio, tenían entonces la misma edad que sus padres al momento de ser detenidos-desaparecidos por el Terrorismo de Estado. Luego de dos décadas de lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y otros organismos de Derechos Humanos, ahora eran estos jóvenes quienes tomaban en sus manos la continuidad de las banderas de sus padres y de sus abuelas. En un contexto signado por la impunidad, en el que los responsables de crímenes de lesa humanidad caminaban por las calles tranquilamente, los HIJOS propusieron una consigna potente: “Si no hay justicia, hay escrache”. Y junto con sus métodos de protesta contra un sistema judicial que sólo garantizaba impunidad, emergieron el escrache social sobre los responsables de los crímenes. Toda una nueva narrativa literaria y cinematográfica comienza a surgir a partir de allí, intentando dar cuenta de ese pasado traumático. Trauma que se intenta procesar y pensar, más allá de dolor.

También en 1996 se producen las primeras puebladas (de Cutral Có y Plaza Huincul, en el sur, de Tartagal y Mosconi en el norte del país), que fueron contagiando el entusiasmo y la eficacia, mostrando que la protesta social obtenía conquistas materiales que posibilitaban hacer menos espinosa la extremadamente difícil situación por la que atravesaba una porción enorme de la población trabajadora del país, entonces sin trabajo. El piquete y la asamblea se extenderán rápidamente por todo el país, posibilitando el surgimiento de los nuevos movimientos sociales, de fuerte base territorial y matriz comunitaria. Ante cada protesta, el menemismo despliega las fuerzas de Gendarmería para reprimir. Y son los jóvenes, grandes protagonistas de los piquetes, quienes ejercen la resistencia activa contra un Estado que se empecina en mostrar su ausencia en políticas sociales, aunque no la presencia de sus facetas represivas.

El aporte de las puebladas al conjunto de las clases subalternas, en este sentido, fue central, en tanto que contribuyeron a recuperar la confianza en las propias fuerzas (ante una autoestima fuertemente golpeada), a valorar la participación y la acción directa como forma de reconquistar los derechos conculcados por las políticas neoliberales.
En este sentido, tal como subrayó Pablo Semán en un artículo publicado en el diario Página/12 (“Memorias”,  9 de abril de 2007), el piquete fue un arma sabia: “logra fuerza para los que no tienen casi ninguna”. “No es por nada –continúa Semán– que gracias a los piquetes, los sectores subalternos de Argentina, en su época de mayor debilidad histórica, consiguieron, a pesar de ello, cambiar la agenda de una sociedad que tenía por principio ignorar sus demandas”. Surge así un “ethos” caracterizado por la ampliación de la participación y la desburocratización, según supo señalar la socióloga argentina Maristella Svampa.
Fue en ese mismo año 1996 que, para los festejos del Día del Trabajador, se realizó la primera movilización del Movimiento de Trabajadores Desocupados a la Plaza de Mayo. El MTD no era una organización única; tampoco un “movimiento” en los términos clásicos. En los hechos, era un conjunto heterogéneo de comisiones barriales que, sin vínculos entre sí, se habían ido desarrollando con el objetivo de agrupar a los desocupados, sobre todo en el conurbano bonaerense. Impulsadas por militantes provenientes de distintas experiencias políticas, sindicales, y eclesiales, las comisiones barriales de desocupados buscaban aunar esfuerzos para dinamizar el protagonismo de ese sector que crecía a ritmos escalofriantes.
A partir de 1996, por otra parte, van a producirse importantes luchas contra la Ley Federal de Educación. Actos, movilizaciones y cortes de calles. Nuevamente, luego de varios años de inexistencia, surgirán Centros y Coordinadoras de Estudiantes en los colegios secundarios. Diversas conmemoraciones (los 24 de marzo y los 16 de septiembre, sobre todo) irán chocando contra los directivos de las escuelas y un todavía sentido común “antisubversivo” instalado en muchos padres. Esos jóvenes, protagonistas de aquellas experiencias, ligarán su intervención en los colegios con cada vez más frecuentes acercamientos a las barriadas populares, realizando apoyo escolar y recreación con niños, junto con una búsqueda por expresar culturalmente sus rebeldías (fanzines, programas de radio, recitales, etcétera). El activismo en las universidades comienza, también a partir de allí, a dar sus primeros pasos, librando batallas contra la Ley Superior de Educación e intentando contrarrestar el discurso neoliberal.
Como puede verse, no todo en estos años fue avance neoliberal, sino también resistencia ante esa ofensiva. Proceso que tuvo a los trabajadores y a los jóvenes de los sectores populares como sus grandes protagonistas. Y que implicó un resurgimiento de la militancia y una revisión de las coordenadas estéticas, éticas y políticas de las generaciones precedentes.
Profundizar la democracia contra la democracia (la experiencia de 2001)
Serán todos sectores mencionados (y fundamentalmente la juventud) la que va a confluir en la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 (mucho más que los “mediáticos ahorristas” enojados por la confiscación de sus ahorros). Gran cantidad de activistas nucleados en agrupaciones estudiantiles, culturales, en movimientos sociales, que junto con otros miles de jóvenes trabajadores (entre los que no se puede dejar de destacar, por su participación activa y su firme decisión de enfrentar la represión, a los “motoqueros”) y de sectores medios y populares de la ciudad de Buenos Aires y del Conurbano Bonaerense, quienes van a protagonizar aquellas jornadas de intensos combates callejeros en los alrededores de la Plaza de Mayo, mientras que en varias provincias del país las movilizaciones, saqueos y protestas se multiplican con el correr de las horas.
Los cacerolazos de diciembre de 2001 jugaron un rol fundamental a la hora de quebrar el miedo impuesto por el presidente Fernando De La Rúa al declarar el Estado de Sitio, abriendo paso a un proceso inédito de participación y movilización de los sectores medios en la Argentina post dictatorial. La polisémica consigna “Que se vayan todos” fue entendida por amplios sectores como la posibilidad de avanzar en formas de participación popular más directas, poniendo en cuestión la anquilosada democracia representativa, en fuerte crisis por el desprestigio de la clase dirigente. Durante el primer semestre de 2002, aun con sus particularidades y límites, los asambleístas se incorporaron, de una u otra manera, al proceso de resistencia contra el modelo neoliberal que vastos sectores de la población venían protagonizando desde años atrás. La consigna “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, es expresión cabal de este proceso.

A estas experiencias se le van a sumar la de las fábricas recuperadas y la histórica lucha emprendida por el feminismo y otros sectores que promovieron la diversidad de géneros, que cobrarán cada vez mayor visibilidad. El avance de colectivos culturales, y sobre todo, comunicacionales, empezará a cuestionar el monopolio de la producción y circulación de la información y el autoencierro del arte en sus propias lógicas.
Muchas de estas experiencias son hoy condenadas al olvido, detrás de la conservadora interpretación del 2001, que se reduce a presentar todo este amplio proceso social descripto a unos pocos instantes de “caos”, producto de una “crisis económica” que hundió al país en la infamia y a sus habitantes en la ignominia. Así considerada, la crisis aparece como un mal a conjurar. Por supuesto, reducida a su aspecto económico, la crisis es expresión de las carencias materiales que pauperizaron las condiciones de vida de las clases populares, claro está. El tema es si ese aspecto implica, necesariamente, negar la positividadde la crisis en términos políticos.
La crisis como momento propicio para rever que hacemos, quienes somos, hacia dónde vamos. La crisis como momento enormemente productivo, donde la apertura de la historia vuelve otra a vez a colocarse en primera plana.
La crisis de 2001, entonces, puede ser pensada como momento de condensación, de sacudón, de una puesta en crisis de la cosmovisión posdictatorial, que venía insistiendo, una y otra vez, en que no se podía cuestionar el pacto de los consensos de la representación.
De este modo, las experiencias populares paridas o potenciadas por la crisis de 2001, si bien erigidas contra la democracia (en tanto sistema político representativo), terminarán fortaleciendo la democracia, en tanto posibilidad de promover la participación popular (recuperando, nuevamente, un lugar central del cuerpo para la política) y ampliar los derechos de las mayorías, bloqueando a su vez los intentos autoritarios y represivos que anidan en buena parte de la sociedad argentina.
Profundizar la democracia
Estas breves líneas pretenden erigirse en un aporte a la reconstrucción de la memoria histórica de “los de abajo”. Colocar al oficio periodístico junto a las luchas de las y los trabajadores argentinos, entendiendo que la escritura puede ejercer una función de índole ética, aunque no convirtiéndose en un medio de propaganda, sino más bien en la medida en que favorezca a desarrollar una nueva visión del mundo, que cuestione los cánones impuestos por las clases dominantes y promueva los saberes que en sus prácticas y reflexiones, va gestando el pueblo en sus luchas y procesos de organización.

Escribir entonces, al menos una parcialidad de esa historia poco abordada, como forma de contribuir al movimiento que arranque a los posibles lectores, y a quienes escribimos, de la situación en la que nos encontramos. Tal como sentenció David Viñas en la solapa de su primer libro de cuentos (Las malas costumbres), escribir para aportar a que “yo, usted y los hombres de aquí dejemos de ser casi hombres para serlo en totalidad”.

Autogestión y política del deseo

por Félix Guattari
(El presente texto es un capítulo de Líneas de fuga. Por otro mundo de posibles, editado por Cactus hace unos pocos días)
Metodologías de ruptura
Una política de autogestión, surgida de un militantismo analítico (o de un análisis militante, como se quiera), solamente podrá establecerse entonces a condición de que sean emplazados instrumentos de semiotización capaces de tratar sistemas de signos sin quedar prisioneros de las redundancias dominantes y de las significaciones de poder. Pero lo que a menudo desorienta a los militantes y a los especialistas de la cosa social, es que su micropolítica de deseo y su material conceptual les hacen perder la semiotización de la economía libidinal del campo social, en tanto que no cesa de desplazar sus intensidades sobre un continuum cuya existencia recusa por adelantado los sistemas de opción cristalizados según una lógica de objetos totalizados, de personas responsabilizadas, de conjuntos cerrados. Si no “acomodan” sobre lo real en ese campo, es, paradójicamente, porque las nociones que manejan son a la vez demasiado generales y no lo suficientemente abstractas[1]. Los flujos capitalísticos, en efecto, no trabajan con las categorías generales territorializadas (por ejemplo los hombres, las ciudades, las naciones), sino que ponen en juego funciones desterritorializadas que implican los modos de semiotización más abstractos en el orden económico, científico, técnico, etc. Pensar la “modernidad”, en tales condiciones, solo puede significar, según nosotros, una ruptura con todos los sistemas de categorías generales que no hacen más que sobrevolar lo real, que solo consiguen operar un inventario formal de sus elementos pretendidamente originales, supuestamente para organizarlos “lógicamente”, pero de hecho para estratificarlos en pragmáticas cuyas prolongaciones políticas jamás son explicitadas. Pensar la minoría en el orden del deseo presupone un asidero directo sobre la semiotización de un real en acto, dicho de otro modo la fabricación de nuevas líneas de realidades. Las funciones de equipamiento se apoyan sistemáticamente sobre categorías generales que tienden a apropiarse de los procesos colectivos para reterritorializarlos sobre las formaciones de poder, mientras que las funciones de agenciamiento se esfuerzan, por el contrario, en conectar directamente los flujos semióticos a las máquinas abstractas producidas por la desterritorialización de los flujos. La localización de este tipo de conexiones, mediante procesos de diagramatización, nos permitirá fundar mejor la oposición entre la política de los Equipamientos, en tanto que se apoya sobre un régimen de signos que funciona sobre el modelo de la representación, de los representantesde la enunciación, y de los iconos de poder, y la política de los agenciamientos colectivos que funcionan a partir de modos de semiotización que hacen trabajar los signos “directamente” en las cosas, los cuerpos y los flujos de toda naturaleza. En el primer caso, trataremos con interacciones entre objetos, sujetos distintos unos de otros, con una causalidad que opera sobre estratos discernibles; en el segundo, trataremos con interacciones que atraviesan, deshacen los estratos, cristalizan multiplicidades intensivas, polarizan modos de semiotización que ya no son atribuibles, en derecho, a personas individuadas, sino que permanecen adyacentes a constelaciones de órganos, de funciones orgánicas, de flujos materiales, de flujos semióticos, etc.
¿Pero dónde se manifiestan actualmente tales agenciamientos diagramáticos? Ciertamente no en la sociedad civil y política, cuya codificación se aferra a las leyes personológicas precapitalistas. Es más bien en dominios como las ciencias, la industria, las máquinas militares, artísticas, etc., que mejor podemos verlos en acción, en la medida en que los sistemas de signos que ponen en juego ya forman parte de manera intrínseca de su material de producción. Hasta el presente, las tentativas autogestionarias o comunitarias que han intentado luchar contra tales maquinismos desterritorializados han permanecido impotentes frente a la complejidad de la integración semiótica a la cual arriban. Es muy evidente que las invocaciones al “retorno a la naturaleza”, al “retorno al budismo zen”, a la defensa del entorno, al crecimiento cero, etc., como tales, jamás bastarán para detener las mega-máquinas que, actualmente, están barriendo todo a su paso: la naturaleza, los cuerpos, los espíritus, las formas originarias, las “morales”… Una recuperación revolucionaria de procesos maquínicos no podría contentarse entonces con una crítica ideológica que articule nociones generales que no acoplen sobre los procesos diagramáticos que aseguran la potencia real de los regímenes capitalísticos.
Solo la creación de otros tipos de máquinas de semiotización que reorienten la economía de los flujos desterritorializados deshaciendo las redundancias dominantes y las estratificaciones de los poderes establecidos podría comenzar a responder a un objetivo semejante. Lenin es uno de los que habían comprendido la necesidad de tal creación cuando, tomando conciencia de la ineficacia del discurso social-demócrata, economista, humanista o anarquista, consagró toda su energía a la construcción de un género absolutamente nuevo de máquina revolucionaria. Es esencialmente sobre problemas de organización que conduce su lucha contra la socialdemocracia, pareciéndole que las divergencias programáticas, en cierto modo, habían pasado bajo la dependencia de esta ruptura prioritaria con las viejas prácticas sindicales y socialdemócratas. Así el partido bolchevique se fijó por tarea primera formar un nuevo tipo de militante como soporte de una conciencia específica de la clase obrera y constituir una suerte de máquina de guerra capaz de chocar de frente con los aparatos políticos, económicos, policiales, sindicales socialdemócratas existentes. Para eso, debía estar en condiciones de extraer signos, consignas, de semiotizar sobre un modelo diagramático una nueva vanguardia obrera y de iniciar la desterritorialización revolucionaria del campesinado ruso que había quedado profundamente enraizado en el despotismo asiático. ¿Cómo la máquina leninista se dejó cercar por el imperialismo antes de enlistarse en el stalinismo? ¡Eso es otra cuestión! La “experimentación” leninista, aunque haya permanecido demasiado territorializada por el hecho de su centralismo implacable y de su nacionalismo de partido, aunque se haya dejado recuperar por el Estado soviético, por las máquinas militares y policiales, aunque el tipo de partido que produjo se haya vuelto, en el mundo entero, un equipamiento represivo suplementario, no habrá llegado menos a la creación de uno de los más importantes agenciamientos colectivos de enunciación de las clases obreras modernas. Lo que debe ser retenido aquí, no son los modelos que el leninismo ha creado sino la metodología de ruptura que puso en acto. Aunque el partido leninista ya no corresponde en absoluto a las necesidades de las luchas sociales contemporáneas, aunque aquellos que pretenden reproducir indefinidamente sus consignas y su organización se coloquen completamente fuera de la evolución histórica, la máquina abstracta que el leninismo puso en circulación, las cuestiones que planteó, a saber las de un nuevo modo de vida, de una nueva moral, de una nueva forma de agenciar las prácticas militantes y de sostener un discurso sobre la política y la sociedad, permanecen aún vivos. De hecho, las tentativas de vuelta atrás hacia las prácticas socialdemócratas nunca han desembocado sino en los peores compromisos. Solo un rebasamiento de esta problemática permitirá desbloquear el impasse en el cual se encuentra el movimiento obrero. Pero, allí también, se plantea la cuestión de una miniaturización de las máquinas de guerra y de la constitución de múltiples “micro-maquis” que permitan afrontar, con nuevas armas, las luchas de clase y las luchas de deseo bajo su aspecto molecular.
Singularidades de deseo
Todas las definiciones existentes de la vanguardia, de la función de los intelectuales revolucionarios, de los cuadros, del militantismo de masa, etc., se deben cuestionar. Apuntemos en particular que los análisis de Gramsci relativos a la división del trabajo entre los intelectuales y los militantes, por interesantes que sean, no nos parecen hacer progresar la cuestión de manera decisiva. Uno recuerda que él esperaba de la constitución de “intelectuales colectivos” la enunciación de una teoría que se volvería “la carne y la sangre del proletariado”[2]. Es evidente que lo que nosotros hemos designado a través de la expresión de agenciamiento colectivo no podría coincidir con esta nueva raza de “intelectuales orgánicos de la clase obrera”. Pensamos, en efecto, que no hay razón para erigir un grupo y una praxis específicas cuya función sería la de sintetizar la Teoría y la Acción. La práctica de la teoría, en la medida en que renunciaría a fundarse sobre sistemas de universales –aunque fuesen dialécticos y materialistas-, y la acción, en la medida en que se instituirá en la prolongación de una economía de deseo liberador, deberían hacer degenerar toda forma de división del trabajo entre el militantismo, el análisis del inconsciente y la actividad intelectual. La dinámica incesante de las componentes semióticas y pragmáticas de los agenciamientos colectivos relativos a las luchas de intereses y a los investimentos de deseo tiende en efecto a hacer perder su identidad formal a los polos tradicionales de la representación social (oposiciones; hombres-mujeres; jóvenes-adultos; manuales-intelectuales; base-cuadros; normales-locos; héteros-homos, etc.).
Por tal motivo la determinación de las condiciones en las cuales la clase obrera deberá tomar el control del Estado –o, según una fórmula de Gramsci, “hacerse Estado”- ya no se planteará en absoluto en esos términos, puesto que la cuestión de la degeneración del poder de Estado ya no será reenviada al final de un largo proceso histórico sino que será puesta a la orden del día de cada etapa de las luchas. Es toda la casuística marxista-leninista-maoísta de las contradicciones principales y de las contradicciones secundarias la que debe ser cuestionada. Considerar, por ejemplo, que las contradicciones hombres-mujeres, niños-adultos, son secundarias por relación a las contradicciones de clase en régimen capitalista no corresponde ni a la historia ni a las situaciones concretas actuales. Las tentativas de jerarquización de las contradicciones al nivel de la doctrina implican siempre una micropolítica de sujeción de las luchas de deseo a las “cosas serias” de la lucha de clases, es decir, en última instancia, a los estados mayores “representativos”. Se puede admitir que durante grandes luchas sociales la clase obrera tenga que jugar un rol determinante; pero eso no implica de ningún modo que las organizaciones obreras tengan algo que imponer a los movimientos de las mujeres, de los jóvenes, a las corrientes artísticas, intelectuales, regionalistas, a las minorías sexuales, etc.
Esta pérdida de las identidades, de los roles y de las especialidades, en el seno de “agenciamientos colectivos de enunciación”, no debería entonces, sino al contrario, acarrear la disolución de las características singulares de cada “región” pragmática. Sin diferenciar razas distintas de militantes, de intelectuales, de artistas, etc., se volverá posible que una misma persona pueda legítimamente pasar de un tipo de actividad a otra y cambiar radicalmente de sistema de referencia, sin que eso le cree dificultades mentales o sociales. Es claro, en efecto, que toda tentativa por homogeneizar los campos pragmáticos, por atenuar las singularidades de deseo relativas a cada tipo de componentes semióticas, funciona siempre en el sentido del cúmulo de las represiones (lo que puede ser localizado hoy al considerar las afinidades –sobre todo al nivel de sus prácticas institucionales- que existen entre formaciones de poder tales como los estados mayores de los partidos centralizados, los de los grupúsculos, de las sociedades de psicoanálisis, de las camarillas literarias, de los lobbies universitarios, etc.). Los agenciamientos diagramáticos existen de ahora en adelante en todas partes en las sociedades capitalísticas: constituyen el resorte mismo de su potencia semiótica. Pero todo está hecho para canalizar su creatividad sobre las territorialidades dominantes del sistema. Así el diagramatismo desterritorializante es sin cesar recuperado, reterritorializado, jerarquizado, impotentado. Paradójicamente, las sociedades capitalistas y socialistas burocráticas no podrían prescindir de procedimientos de captura semiótica de la libido, que, por otra parte, los amenazan intrínsecamente. Los Equipamientos colectivos son así el asiento de un complejo metabolismo de capitalización pero, al mismo tiempo, de neutralización de los agenciamientos diagramáticos. En consecuencia, están en la bisagra de la vieja sociedad civil y de la revolución maquínica.
Los señuelos de la ideología
Esforzándose en no salirse nunca de los marcos de la ortodoxia marxista –pero sería preciso observar esto más de cerca-, Louis Althusser intentó delimitar la especificidad de estas máquinas de semiotización colectiva con aquello que llamó los Aparatos ideológicos de Estado[3]. Recordamos que distingue, en el funcionamiento de los poderes represivos, una componente de poder de Estado que, dice, “funciona por la violencia” y una componente ideológica que funciona, en cierto modo, con suavidad. Por eso, para conseguir un cuadriculado sistemático del campo social en todos los dominios (religioso, escolar, familiar, jurídico, político, sindical, de la información, de la cultura, etc.), estos Aparatos son llevados a proceder por sutiles combinaciones de violencia y de “engaño” ideológico.  El hecho de que Louis Althusser despegue de lo que llama los “Aparatos represivos de Estado”, que dependen del dominio público, otros aparatos que dependen del ámbito privado nos parece algo del más alto interés. Pero nos separamos de él cuando caracteriza estos últimos como siendo fundamentalmente “ideológicos”. La problemática que hemos buscado delimitar nosotros mismos con los agenciamientos colectivos de enunciación, las máquinas diagramáticas y las funciones de Equipamiento colectivo nos condujo, por el contrario, a considerar la existencia de una continuidad entre las formas caracterizadas de represión pública y los innumerables modos de interiorización “privados” de la represión.
El Estado está en todas partes, y antes de encarnarse en instrumentos represivos, funciona en la libido. Decimos bien la libido, pues el movimiento de las ideas, sobre todo en este campo, no puede ser separado del metabolismo del inconsciente social. No podemos por tanto seguir a Louis Althusser cuando localiza los Aparatos ideológicos de Estado al nivel de superestructuras ideológicas, retomando así las viejas metáforas del siglo XIX del “edificio” de las causalidades. La base económica, según nosotros, no constituye una infraestructura que se impone necesariamente a la libido y a las ideas. ¡Todo puede devenir infraestructura! En ciertas condiciones, las doctrinas jurídico-políticas, las máquinas de inyectar ideas, determinaciones religiosas, etc., pueden jugar un rol determinante; es porque dependen entonces de procesos diagramáticos. En otras condiciones, flotan fuera de toda realidad social. E incluso entonces ya no es suficiente con decir que son “ideológicas” y dependen de una base económica. Sería hacerles todavía demasiado honor. Llevándolo al extremo, ¡ya no dependen de nada! No existen más que a título de redundancia vacía. Louis Althusser hizo de la ideología una categoría demasiado general que engloba y confunde prácticas semióticas radicalmente heterogéneas. Identificándola, según la tradición clásica, al logos, quiso marcar que no podría constituir una fuerza productiva. Y, en ese punto, solo podemos separarnos de él. De hecho, es toda una concepción del lenguaje y de la producción la que aquí está cuestionada.
Un abordaje analítico de la libido social exigiría que uno no se aferre a las meras partes visibles de equipamientos tales como las escuelas, las prisiones, los estadios, etc. En efecto, una parte fundamental de su funcionamiento consiste en su aptitud en captar no solamente los intereses, sino también los deseos individuales y colectivos. Si uno se aferra a su discurso manifiesto (reglamentario, legal, etc.), se pierde una parte esencial del iceberg represivo de los regímenes capitalísticos. Contentarse con analizar el carácter ideológico de estos discursos corre el riesgo de hacernos perder no solamente sus dimensiones implícitas –aquello que los freudianos intentaron delimitar con la oposición entre los enunciados manifiestos y los contenidos latentes-, sino también, de manera más fundamental, el metabolismo de las componentes de codificación y de las componentes semióticas no lingüísticas de los agenciamientos de enunciación que les corresponden. La ideología es un señuelo a título doble: al nivel de su contenido, da consistencia a redundancias vacías y, al nivel de su existencia misma, se esfuerza en dar crédito a la idea de que como tal, juega un rol de primer grado. Así, todo el mundo finge creer que el porvenir de la sociedad depende del hecho de que los dirigentes, los partidos, diarios, etc., vehiculan tales o cuales doctrinas, cuando en realidad, hoy, las perspectivas teóricas –los “proyectos de sociedad”- solo entran en una parte insignificante de los procesos decisionales reales del mundo capitalístico. Solo agenciamientos pragmáticos que embraguen sobre la realidad a partir de su propia máquina diagramática podrán aportar respuestas efectivas a los problemas sociales contemporáneos, sin que haya que esperar gran cosa de grupos y de líderes que pretendan aleccionar a las masas.
Se ha acondicionado a las personas para aplaudir al compás –voto, sondeo de opinión, manifestación, etc.- frente a las escenas demasiado bien alumbradas de la ideología, con sus personajes y sus opciones maniqueas: ¿la derecha o la izquierda, el socialismo o la barbarie, el fascismo o la revolución? Pero los proyectores de la historia real ahora se desplazan, irreversiblemente según parece, hacia una problemática completamente distinta: la izquierda y la derecha inextricablemente mezcladas, el socialismo yla barbarie, el fascismo y la revolución, es decir todo a la vez el estadio a la chilena, al nivel molar, y la “política de la plaza”, según la feliz expresión de Paul Virilio, al nivel molecular, es decir una micropolítica de cuadriculado generalizado[4]. ¡Las instituciones represivas nos tienen tomados por todos los extremos, nos movilizan a cada instante de nuestra vida –incluso los sueños, los actos fallidos y los lapsus tienen ahora que rendir cuentas, bajo el régimen de vigilancia psicoanalítica que comienza a ser puesto en marcha en cierto número de instituciones!
El conjunto de las concepciones relativas a los “tiempos fuertes” de las luchas en los períodos ascendentes y en los períodos descendentes, todos los sistemas de elección estratégicos del tipo “Hay que ganar tiempo para dejar consolidar el poder de los Soviets en la URSS” o los cálculos tácticos del tipo: “Primero las elecciones, luego las reivindicaciones” tienden a perder su significación. Una revolución molecular –adosada a las revoluciones molares-, para desviar de sus fines catastróficos a las sociedades capitalísticas, para volver a captar la economía de los flujos desterritorializados que ellas han logrado poner a su servicio, solo podrá ser permanente e instaurarse sobre todos los frentes a la vez. ¡No solamente “capitalizará” todos los vectores de desterritorialización, sino que “cargará las tintas” sobre ellos, en la medida en que se empeñará en deshacer las reterritorializaciones burguesas, entre las cuales conviene contar hoy todas las nostalgias retros!
Perspectivas autogestionarias
Se pueden señalar muchos índices de tal renovación revolucionaria, ¿pero es en esta vía que entrará la historia? Durante algunas “crisis de sociedades” como las que han marcado a los Estados Unidos, por ejemplo, al final de la guerra de Vietnam, o a Portugal en ocasión del desmoronamiento del régimen salazarista, algunas tentativas autogestionarias y proyectos comunitarios de toda naturaleza vieron el día, luego se estancaron en sus dificultades internas y en la indiferencia general. En Francia, la autogestión se ha vuelto un poco de moda con el caso Lip, es decir precisamente a propósito de una empresa implacablemente cercada por el capitalismo, el poder de estado y los sindicatos y, que, por ende, no tenía ninguna chance de supervivencia. ¡Pero, se dirá, ese entrecruzamiento se encontrará siempre más o menos por todas partes! Y toda tentativa de ese tipo terminará siempre por ser controlada o liquidada. Casi todo lo que fue puesto en movimiento en Mayo del 68 fue recuperado. Pero una inmensa fisura entre los equipamientos represivos y la energía colectiva reveló una nueva problemática, puso en circulación nuevas máquinas abstractas y abrió nuevas perspectivas de innovación militantes que transforman poco a poco las condiciones generales de las luchas sociales.
Sea lo que sea, nos parece que uno de los mayores obstáculos para que una orientación autogestionaria pueda ganar terreno, de forma decisiva, sobre el tablero político, es que la mayor parte de sus defensores y de sus promotores solo la conciben como debiendo limitarse solamente a la esfera de los problemas materiales y económicos. De este modo aparecen, ante los ojos de la opinión, como personas que buscan ante todo arreglar sus propios asuntos, en función de sus propios deseos y no tanto en función de los del resto de la sociedad. Chocamos aquí con el mito del espontaneísmo que, visto desde el exterior, es interpretado como una política del “cada uno para sí mismo”. Liberar la perspectiva autogestionaria del espontaneísmo, ya no es por tanto solamente un asunto de ideología, sino un problema fundamental de orientación que concierne a cuestiones teóricas cruciales –en particular cierta definición del inconsciente- así como a cuestiones muy prácticas de vida cotidiana y de organización militante. La autogestión, no puede ser ni antigestión, ni un manejo “democrático” de la planificación tal como la izquierda la concibe actualmente. Antes de ser económica, deberá involucrar la propia textura del socius, mediante la promoción de un nuevo tipo de relaciones entre las cosas, los signos y los modos colectivos de subjetivación. En sí misma, la idea de un “modelo” de autogestión es por tanto contradictoria. La autogestión solo puede resultar de un proceso continuo de experimentación colectiva que, al tiempo que toma las cosas siempre más adelante en el detalle de la vida y el respeto de las singularidades de deseo, no será por ello menos capaz de, poco a poco, asegurar “racionalmente” tareas esenciales de coordinación a los niveles sociales más amplios.
Digámoslo bien claro, no nos parece muy honesto prometer hoy la autogestión para mañanas electorales, sin comenzar a ponerla en práctica en todos lados donde ya es posible. ¡Es de inmediato, en el partido, en el sindicato, en la vida privada, que debe ser puesta en práctica! Las neurosis colectivas que se manifiestan por el investimento del burocratismo, el recurso mágico a los líderes, a las vedettes, a los campeones… no son únicamente el caso de los enemigos de clase ¡Es alrededor nuestro y en nosotros que se perpetúan! Y no se puede pretender resolverlos en otra parte si no se los ataca en los puntos en los que ellos más nos paralizan, es decir en los puntos ciegos de nuestros propios micro-fascismos. La autogestión no puede ser sinónimo de un autonomismo generalizado, de un cierre sobre territorialidades celosas unas de otras –la familia, la comunidad, el partido, la raza-: es, por el contrario, desterritorializar, conectar las antiguas estratificaciones, abrirse sobre una perspectiva de gestión planetaria no centralizada, no planificadora multiplicando los centros de decisión y liberando energías libidinales hasta entonces prisioneras de investimentos raciales, nacionales, falocráticos, etc. No puede por tanto estar separada, como hemos intentado mostrarlo, del emplazamiento de agenciamientos analítico-políticos que solo tienen lejanas relaciones con lo que cierto número de psicosociólogos “no directivistas”, rogerianos, etc., han clasificado bajo el registro de los “analizadores”; no se trata, en efecto, de proponer una nueva receta de “animación” de los pequeños grupos, sino de contemplar las condiciones de una micropolítica del deseo, indisociable ella misma de una política “a gran escala” concerniente al conjunto de las luchas de clases[5]. Para terminar con el diálogo de sordos que opone a los “centralistas”, que se dicen democráticos, y a los “espontaneístas”, que no lo son mucho más, los militantes autogestionarios deberán tomar a cargo a un nivel práctico el entrecruzamiento de las formaciones de poder y de las máquinas de deseo con las cuales se ven confrontados. Pero, en las actuales condiciones de una alienación capitalística de la que no se salva nadie, ¡cuesta imaginar que tales grupos analítico-militantes comiencen a caer del cielo!
¡No es de un día para el otro, tomando buenas resoluciones, optando por un buen programa, que se los hará proliferar! Y aun en condiciones revolucionarias o pre-revolucionarias, favorables en principio a la instauración de sistemas de “doble poder”, ¡uno no puede esperarse que se pongan a brotar por sí mismos sobre el suelo de la espontaneidad popular! Solo podrán nacer a partir de embriones debidamente experimentales, de agenciamientos colectivos completamente microscópicos algunas veces, capaces de combinar problemáticas de labor de gestión económica, de vida cotidiana, y del deseo. Tales agenciamientos, para producirse, a condición de haber conseguido embragar sobre la realidad, no tendrán necesidad de ser calcados o “propagandizados”. En efecto, desde el momento en que una nueva forma de lucha o de organización[6]logra resolver un problema, uno se da cuenta que se trasmite a la velocidad de lo audiovisual. ¡Una vez más, no es cuestión aquí de la puesta en circulación de un modelo! El crecimiento y la expansión de las “innovaciones sociales” solo pueden efectuarse en efecto según una línea –un rizoma- de experimentación creadora. Lo que continúa siendo enriquecedor, por ejemplo en la obra de Célestin Freinet[7], son menos sus “métodos” o el movimiento que los reivindica (de una forma a veces dogmática) que el hecho de que contribuye a catalizar otras tentativas, en otros contextos, por ejemplo en un marco urbano, con la pedagogía institucional[8], o que anuncia la idea de un cuestionamiento, mucho más radical, de la existencia de la escuela en tanto tal[9].
Transversalidades sociales
Jamás se puede decir de una situación particular de opresión que ella no ofrece ninguna posibilidad de lucha; inversamente, jamás se puede pretender que una sociedad o un conjunto social, como tal, estará definitivamente prevenido contra el ascenso de una nueva forma de fascismo. La semiotización molecular trabaja las estratificaciones molares e, inversamente, estas últimas intentan impotenciar los agenciamientos moleculares. Las territorialidades macroscópicas o microscópicas, las desterritorializaciones masivas o las líneas de fuga minúsculas, las reterritorializaciones paranoicas locales o fascistas a gran escala, no cesan de penetrarse entre sí según un principio general de transversalidad, de modo que, por ejemplo, pueden surgir de todos lados conjunciones de poder micro-fascista, como se lo ve hoy en día en Francia, en Alemania y en Italia, sin que se hayan modificado los derechos jurídicos y las garantías constitucionales, o incluso las “ventajas adquiridas”. Hasta el presente, en estos países, las conjunciones micro-fascistas parecen no tener que cristalizar de manera clara en el nivel molar. ¡Pero nada nos asegura que será siempre así! ¡No hemos olvidado, en la víspera del golpe de Estado en Chile, las declaraciones de los generales que afirmaban que su ejército era el más democrático del mundo! ¿Qué pasaba entonces, no solamente en sus cabezas, sino sobre todo en la de las personas que “les creyeron”?
¿No estábamos ya allí, al nivel de un fenómeno de creencia colectiva, en presencia de una toma de poder fascista? Michel Foucault mostró bien que no se puede considerar que el poder político de Estado sea únicamente el resultado de organismos jerarquizados de coerción. Puso en evidencia aquello que llamó la anatomía ramificada del poder disciplinario: “La disciplina no puede identificarse ni con una institución, ni con un aparato; es un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo que conlleva todo un conjunto de instrumentos, de técnicas, de procedimientos, de niveles de aplicación, de blancos; es una física o una ‘anatomía’ del poder, una ‘tecnología’[10].” ¡Toda la cuestión reside en saber en qué condiciones esta tecnología podrá ser neutralizada y esta anatomía deshecha! No se trata por tanto, para nosotros, de oponer dos tipos de origen, un origen genealógico de las grandes formaciones sociales y una emergencia micro-física del socius a partir de las máquinas deseantes. De lo que se trata aquí, más bien, es de la liquidación de toda idea de origen, y esto habida cuenta de la imposibilidad práctica en la cual generalmente se encuentran los agentes activos de enunciación –y no de los observadores “objetivos” y exteriores- de determinar el número y la intensidad de las componentes semióticas que, en un momento dado, en una situación dada, son capaces de intervenir para transformar una formación social.  Nuestra intención no es de ningún modo la de promover aquí una metafísica del indeterminismo, sino la de criticar las concepciones políticas que piensan la causalidad social en términos estáticos –aun cuando se pretenden dialécticos o se inspiran en conceptos termodinámicos[11]. Con sus “locomotoras de la historia”, sus “eslabones débiles y sus eslabones fuertes”, sus “correas de transmisión”, parece que cierto número de marxistas tuvieran una auténtica fijación con lo que podríamos llamar el ¡“complejo de la máquina a vapor”! Antes que apegarse a modelos simplistas de causalidad entre objetos perfectamente discernibles y en función de parámetros energéticos distintos entre sí, harían bien en inspirarse en “modelos” más recientes, por ejemplo en aquellos de las interacciones de la física contemporánea[12]. Debiendo la inspiración ser entendida aquí a la manera de los poetas o de los paseantes que quieren cambiar un poco el aire. No se trata evidentemente de proponer nuevos calcos o la búsqueda compulsiva de una “cientificidad” de los conceptos que, en estos ámbitos, parece depender más de la neurosis obsesiva que de un análisis teórico conectado con realidades sociales.


[1] Volveremos, en la segunda parte de este texto, sobre concepciones de Chomsky que, según nosotros, pierden de vista precisamente cierto nivel de abstracción del funcionamiento del lenguaje.  
[2] Gramsci, OEuvres choisies, Paris, Éditions sociales, 1959; Lettres de la prison, Paris, Éditions sociales, 1953.
[3] Louis Althusser, Positions, Paris, Éditions sociales, 1976.
[4] L’Insécurité du territoire, Paris, Stock, 1976. Ejemplo reciente: la decisión gubernamental que crea comisiones departamentales que hacen pasar bajo el control directo del director de acción sanitaria y social, de los inspectores de academia y de los notables, el internamiento de los niños en los establecimientos médico-psicológicos y asimilados. Los psiquiatras y los psicólogos serán obligados a aplicar las decisiones de dichas comisiones. Luego de los 16 años, podrán transferir ciertos niños que estiman “retrasados” directamente a los hospitales psiquiátricos cuyos servicios, se lo sabe, están muy a menudo semivacíos. Precisemos que uno vuelve a encontrar estos notables en las comisiones de vigilancia de estos mismos establecimientos y de los hospitales psiquiátricos. ¡Todo encaja!  
[5] Habiendo yo mismo lanzado, hace unos quince años, los temas de “el análisis institucional” y de los analizadores, fui llevado a realizar la puesta a punto siguiente en la reedición de 1974 de una compilación de artículos Psicoanálisis y Transversalidad, publicado en las ediciones Maspero: “Es a partir de 1961, durante las reuniones del GTPSI (Grupo de trabajo de psicología y de terapia institucional), que propuse situar la psicoterapia institucional como un caso particular de lo que llamé “el análisis institucional”. Esta idea tuvo entonces poco eco. Es más allá de los medios psiquiátricos, en particular en los grupos de la FGERI (Federación de los grupos de estudios de investigaciones institucionales), que fue retomada. Los animadores de la corriente de psicoterapia institucional apenas contemplaban una tímida extensión del análisis hacia los campos de la psiquiatría y, eventualmente, de la pedagogía. En mi idea, tal extensión solo podía llevar a un callejón sin salida sin no apuntaba al conjunto del campo político y social. En especial, me parecía que uno de los puntos de aplicación políticos esenciales de este análisis institucional era el fenómeno de la burocratización de las organizaciones militantes que debía poder involucrar lo que llamo “los analizadores de grupos”. Estos temas han hecho su camino, hemos colocado los analizadores, el análisis institucional e incluso la transversalidad, un poco a diestra y siniestra; quizá hay que ver en esto la indicación de que, a pesar de su carácter aproximativo, encerraban una problemática un tanto viva. ¡Lejos de mí la idea de defender una ortodoxia cualquiera a propósito del origen de estos conceptos! En esa época, el trabajo de elaboración del GTPSI era colectivo; las ideas estallaban desde todas partes sin pertenecer a nadie. Desgraciadamente, el clima cambió y si soy llevado a apuntar estas precisiones, es porque me pareció que escapaban a cierto número de personas que hoy en día se interesan por la evolución de esta corriente de pensamiento. Para colmar su laguna o su falta de formación, y para ser completamente exacto, recuerdo entonces que nada se ha dicho ni escrito sobre “el análisis institucional” y los “analizadores” antes de las diferentes versiones que dí de mi informe sobre “La Transversalidad”. Publicado en 1964 en el nº 1 de la Revue de psychothérapie institutionelle.       
[6] O, en otros dominios, de una nueva máquina matemática o de un nuevo procedimiento técnico.
[7] Célestin Freinet, Pour l’école du peuple, Paris, Maspero, 1969, y Élise Freinet, Naissance d’une pédagogie populaire, Paris, Maspero, 1969.
[8] Fernand Oury et Jacques Pain, Chronique de l’école caserne, Paris, Maspero, 1972; Fernand Oury et Aïda Vasquez, De al classe cooperative à la pédagogie institutionelle, Paris, Maspero, 1970; Fernand Oury et Aïda Vasquez, Vers une pédagogie institutionelle, Paris, Maspero, 1967.
[9] Un artículo apasionante aparecido en Libérationen setiembre de 1975 sobre las redes paralelas de educación intitulado “Vivre sans école” y en la revista Parallèle, nº 1, abril-mayo-junio 1976, editado por el Grupo de experimentación social (Reid, Hall, 4, rue de Chervreuse, 75006 Paris)  – y un artículo de Liane Mozère, “Projet d’hôtel d’enfants”.
[10] Michel Foucault, op. cit.
[11] Ver igualmente la muy sorprendente metafísica lacano-maoísta de Guy Lardeau y Christian Jambet, L’Ange, Paris, Grasset, 1976, quienes se esfuerzan en desmarcar de los universales lacanianos de la enunciación, a saber los cuatro discursos fundamentales: el del Amo, el del Universitario, el del Histérico y el del Analista, un “discurso del rebelde”. Cf. el seminario de Jacques Lacan, Libro XX, Encore, 1972-1973, Paris, Seuil, 1975. “Así es preciso purificar la palabra del Amo de los simulacros que la estorban, no para doblegarse ante ella sino para salirse de allí” (!) (p. 73). A riesgo de añadir a su lasitud (“¿Hace falta volver a decir sin cesar que el significante no es “lingüístico”, en el sentido en que se opondría a no sé cuál “libido”, pensamiento según la intensidad? ¿Hace falta reafirmar esta perogrullada de que la oposición de la energética a la ley significante es una burrada pre-crítica, imposible desde Lacan?”), nosotros continuaremos inquietándonos, con algunos otros asnos pre-lacanianos, por las consecuencias prácticas–políticas y analíticas- de la reducción de todoslos sistemas de intensidad, de todaslas energéticas, sobre el único registro (lingüístico o no) llamado del “significante”.
[12] Cuatro tipos de interacción permiten a los físicos “pasar” de la materia a la energía –interacciones gravitacionales – tipo “gravedad” –, interacciones electromagnéticas– tipo “luz” y “materia” -, interacciones débiles e interacciones fuertes – tipo “energía nuclear”. Otro tema de meditación podría ser el modo de articulación entre la mecánica cuántica, a escala microscópica, y la mecánica estática, a escala macroscópica, o incluso los principios elementales de la relatividad que consisten en jamás separar las mediciones del tiempo y del espacio del movimiento de los instrumentos que las efectúan, es decir de su “observador” o, si se quiere, de su agenciamiento de enunciación. Pero, a diferencia de estos “observadores” relativistas, cuyos movimientos propios y cuyas coordenadas de referencia son “homogeneizadas” a partir de un  mismo principio de invariancia matemática, los agenciamientos colectivos de deseo nunca renuncian completamente a la singularidad de aquello que los físicos llaman su “línea de capacidad”. Cf. Banesh Hoffmann (completado por Michel Paty), L’Etrange Histoire des quanta, Paris, Seuil, 1967.   

Diciembre

por Diego Valeriano



La solidaridad es algo que se ejerce largamente en los barrios, eso lo sabemos todos hasta tal punto que muchos creen que desde ahí se puede hacer algo. Pero este no es el punto, nunca lo fue. La solidaridad en la vida runfla no es valor, sino gesto. Nadie es solidario ¿Cómo serlo? Solo hace el aguante en algunas ocasiones. Ciertas, contadas, múltiples, dudosas.
Las fiestas, los días más largos dilatados por la temperatura, los quioscos con cerveza fría hasta las 01 hs, las chicas en shorcitos, las ventanas abiertas para que la música invada al vecino, el olor a podrido de la zanja son la vida runfla misma. Diciembre es el más bello de los meses. Previa de algo siempre, promesa, presente. Es la efectuación de una forma de vida, es el triunfo, el recuerdo que se hace presente de cómo es la vida.
Diciembre tiene la temperatura justa, los días exactos para la elaboración de liberaciones. Todo se prepara para que algo suceda, las expectativas maduran. Cada situación vivida puede ser reconfigurada bajo otro régimen de percepción. Sentir de otro modo, ver de otro modo, pensar de otro modo. Allí brota algo, como campos de posibilidades que sólo nosotros podemos imaginar este mes y no otro. Solo nos ponemos manija colectivamente en diciembre.
Los saqueos por venir son signo sobre todo de una sensibilidad proclive a interesarse por lo que pasa. Son signo de lo que tiene que pasar. Como el éxodo, como el amor, como la deserción. Todos tejen artesanalmente creyendo que la suma de operaciones decanta en algo. Ahora los medios van a hablar del aumento de precios, la iglesia hará lo suyo. Los compañeros explicaran que está todo preparado y así. Lo real, lo sensible, lo genuino es que es diciembre. Mes runfla, mes nuestro, es promiscuo. Mes donde ni la energía es la suficiente debido a nuestros fundamentalismos.
Todo está preparado para que suceda. Atracones de comida, aturdidos un martes, ir por trabas después de emborracharnos en la cena de fin de año. Los pibes esperan los saqueos ansiosos de pudrirla, los conspiradores están agazapados, hay fiestas inconclusas, suenan cuetes en horas de la siesta. Es un mes espeso y luminoso, es un mes de lujuria runfla, es el mes del te recabió. Bienvenidos a diciembre.

Clinämen: ¿Cómo darnos un lenguaje para expresar la nueva conflictividad social?

Conversamos con Rita Segato, antropóloga, autora, entre otros, del ensayo  «La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez». La lectura política de los casos policiales. Estado de excepción  y “segunda realidad”. Violencia instrumental y violencia expresiva. ¿Cómo darnos un lenguaje para expresar la nueva conflictividad social?

Invitación Especial: Conferencia de Eduardo Viveiros de Castro y presentación de La Mirada del Jaguar. Una Introducción al perspectivismo amerindio


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La Mirada del Jaguar.

Una Introducción al perspectivismo amerindio

de Eduardo Viveiros de Castro


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Las presentes entre(re)vistas son, esencialmente, artículos académicos en formato dialógico y en un lenguaje un poco más relajado que el habitual, sobre el perspectivismo amerindio, el multiculturalismo, Lévi-Strauss, las máscaras, wikiescritura, Latour, Gil, Brasil, desarrollismo y extractivismo, la antropología, Guimaraes Rosa, jaguares, buitres y jabalíes.

«Conocer, para nosotros, es des-subjetivar tanto como sea posible. Yo diría que lo que mueve el pensamiento de los chamanes, que son los científicos de los indios, es lo contrario. Conocer bien alguna cosa es ser capaz de atribuir el máximo de intencionalidad a lo que se está conociendo. Cuanto más soy capaz de atribuir intencionalidad a un objeto, más lo conozco. El bueno conocimiento es aquel capaz de interpretar todos los elementos del mundo como si fuesen acciones, como si fuesen resultados de algún tipo de intencionalidad. Seamos subjetivos, o no vamos a entender nada».

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Índice

Advertencia | 5 

“El cascabel del chamán es un acelerador de partículas” | 7

“Lo que me interesa son las cuestiones indígenas, en plural” | 33

“Si todo es humano, entonces todo es peligroso” | 47

“El perspectivismo retoma la antropofagia oswaldiana en nuevos términos” | 77
 leer
“En Brasil, todo el mundo es indio, excepto quien no lo es” | 93

“Lo que pretendemos es desarrollar conexiones transversales” | 127

“Una buena política es aquella que multiplica los posibles” | 157

“La indianidad es un proyecto de futuro” | 195

Del mito griego al mito amerindio: una entrevista sobre Lévi-Strauss | 209

Epílogo. ¿Cómo salir de Brasil? | 253

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Para descargar o leer on line: acá

Entrevista a Eduardo Viveiros de Castro: “El capitalismo sostenible es una contradicción en los términos”

por Julia Magalhães

 

Mordaz crítico del neodesarrollismo, de sus íconos y verdades, de sus políticas de “crecimiento” que arrasan la naturaleza, del consumo que empobrece las vidas, del Estado que las administra (no sin torpeza), de la izquierda (conservadora y antropocéntrica). “La felicidad, dice, tiene muchos otros caminos”.
Mientras esperamos que Tinta Limón Ediciones termine con la edición (más o menos modificada) del libro de entrevistas a Eduardo Viveiros de Castro, Lobo Suelto! invita a leer la última –y por demás transcendental—conversación con el antropólogo brasileño.

¿Cuál es tu percepción acerca de la participación política de la sociedad brasilera?

Prefiero comenzar con un des-generalización: veo a la sociedad brasileña profundamente dividida en relación a la visión sobre el país y su futuro. La idea de que existe “un” Brasil –en el sentido de que no son triviales las ideas de unidad y brasileñidad– parece una ilusión políticamente conveniente (para los sectores dominantes), pero antropológicamente equivocada. Hay por lo menos dos, y muchos más “Brasiles”.

El concepto geopolítico de un estado-nación unificado no es descriptiva, sino normativa. Hay fracturas profundas en la sociedad brasileña. Hay sectores de la población con una vocación conservadora enorme, que no necesariamente comprenden una clase específica, a pesar de que las llamadas «clases medias», ascendientes o descendientes, están bien representados aquí. Gran parte de la llamada “sociedad brasileña” –la mayoría, me temo– se sentiría muy satisfecha bajo un régimen autoritario, especialmente si es conducido mediáticamente por la autoridad paternal de una personalidad fuerte. Pero esta es una de esas cosas que la minoría liberal que existe en el país –e, incluso, una cierta minoría «progresista»– prefiere mantener envuelta en un silencio embarazoso. Se repita todo el tiempo y con cualquier propósito que el pueblo brasileño es democrático, «cordial», amante de la libertad, la igualdad y la fraternidad, lo que es una ilusión muy peligrosa.

Así es como veo la «participación política del pueblo brasileño»: como la propia de un pueblo fracturado, dividido, polarizado; una polarización que no necesariamente coindice con las divisiones políticas (partidos oficiales, etc.). Brasil sigue siendo una sociedad visceralmente esclavocrática, obstinadamente racista y moralmente cobarde. Hasta que no hagamos cuentas con ese inconsciente, no iremos «hacia adelante».

En otras ocasiones, fue claro: insurrecciones esporádicas y una cierta indiferencia pragmática en relación con los poderes constituidos, lo que se evidencia entre los más pobres –o los más ajenos al drama montado por los sectores de arriba, en la escala social, que inspiran modestas utopías y moderado optimismo por parte aquellos que la historia situó en la confortable posición de “pensar el Brasil”. Nosotros, en suma.

¿Qué es necesario para cambiar eso?

Hablar, resistir, insistir, mirar por encima de lo inmediato. Y, por supuesto, educar. Pero no «educar al pueblo» (como si la élite fuese muy educada y debiese o pudiese conducir al pueblo hacia un nivel intelectual superior), sino crear las condiciones para que las personas se eduquen y terminen educando a la élite quién sabe, incluso, si no se libra de ella.

El panorama educativo de Brasil es, hoy, el de un desierto. ¡Un desierto! Y no veo ninguna iniciativa consistente para intentar de cultivar en ese desierto. Por el contrario, tengo pesadillas de conspiratorias en las que sueño que a los proyectos de poder no les interesa realmente modificar el panorama educativo del Brasil: domesticar la fuerza de trabajo –si es que es eso lo que se está intentado (o planificando)–, no es, de ninguna manera, lo mismo que educar.

Esto es sólo una pesadilla, por supuesto: no lo es, no puede ser así… espero que no sea así. Pero el hecho es que no se ve una iniciativa para cambiar la situación. Considérese la ampulosa apertura de decenas de universidades sin la más mínima infraestructura física (por no hablar de las buenas bibliotecas, un lujo casi impensable en Brasil), mientras que la escuela secundaria siguen siendo muy deficitaria, con profesores que ganan una miseria, con las huelgas de los profesores universitarios reprimidas, como si fueran ladrones. La «falta» de la educación –que es una forma de instrucción muy particular y perversa, impuesta desde arriba hacia abajo– es quizás el principal factor responsable del conservadurismo reaccionario de gran parte de la sociedad brasileña. En definitiva, es urgente una reforma radical de la educación brasileña.

«El bosque y la escuela,» soñaba Oswald de Andrade. Desafortunadamente, parece que ya dejamos de tener una y todavía no tenemos la otra. Pues sin escuela, ya no florece el bosque.

¿Por dónde se empieza a reformar la educación?

Se comienza por abajo, por supuesto, desde la escuela primaria. La educación pública tendría una política unificada, orientada hacia una –perdón por la expresión– «revolución cultural». No alcanza con redistribuir el ingreso (más bien, aumentar la cantidad de migajas que caen de la mesa de los ricos) sólo para comprar un televisor y ponerse a ver la BBB, y ver la misma mierda. Así no se redistribuye la cultura, la educación, la ciencia y la sabiduría. Hay que ofrecerle al pueblo las condiciones de crear cultura en lugar de consumir la producida “para” ellos.

Está habiendo una mejora en los niveles de vida de los más pobres, y quizá también en los de la vieja clase media; mejora que va a durar todo el tiempo que China le siga comprando a Brasil en lugar de comprarle al África. Pero a pesar de la mejora en el llamado “nivel de vida”, no veo ninguna mejora real en la calidad de vida, en la vida cultural, o espiritual, si se me permite esa palabra arcaica. Al contrario. Pero, ¿será que es necesario destruir las fuerzas vivas, naturales y culturales de las personas –del pueblo brasileño de instrucción, para construir una económicamente sociedad más justa? Lo dudo.

En este escenario, ¿cuáles son los temas capaces de movilizar hoy a la sociedad brasilera?

Veo a la «sociedad brasileña» magnetizada –al menos en términos de su auto-representación normativa por parte de los medios de comunicación–, por un patrioterismo hueco, una suerte de bestia orgullosa, como encandilados por la certeza de que, de una vez por todas, el mundo se inclinó ante Brasil. Copa del Mundo, Juegos Olímpicos… No veo movilización en temas urgentísimos, como podrían ser el de la educación y el de redefinir nuestra relación con la tierra, es decir, con lo que hay debajo del territorio. Naturaleza y cultura, en fin, que ahora se encuentran no sólo mediadas, mediatizadas, por el mercado, sino mediocrizadas por él. El Estado se ha unido al Mercado, contra la naturaleza y la cultura.

Y estas cuestiones, ¿no movilizan?

Existe cierta preocupación de la opinión pública por cuestiones ambientales, un poco más que por cuestiones educativas, lo que no deja de ser para lamentar, pues las dos van juntas. Pero todo me parece too little, too late: muy poco y muy tarde. Se está demorando demasiado tiempo para difundir la conciencia medio-ambiental. Una sensación de que el planeta requiere, con absoluta urgencia, de todos nosotros. Y esta inercia se traduce en escasa presión sobre los gobiernos, las corporaciones, las empresa, que solo invierten en ese cuento chino del “capitalismo verde”. En particular, se evidencia muy poca presión sobre las grandes empresas, siempre distraídas e incompetentes cuando se trata del problema del cambio climático.

No se ve a la sociedad realmente movilizada, por ejemplo, por lo de Belo Monte, una monstruosidad probada y comprobada, pero que cuenta con el apoyo desinformado (es lo que se infiere) de una parte significativa de la población del sur y sureste, para donde irá gran parte de la energía que no sea vendida –a un precio en extremo barato– a multinacionales del aluminio para hacer latitas de sakë –en el bajo Amazonas, para el mercado asiático.

Necesitamos un discurso político más agresivo en relación con las cuestiones ambientales. Es necesario, sobre todo, hablar con la gente, llamar la atención respecto de que el saneamiento básico es un problema ambiental, de que el dengue es un problema ambiental. No se puede separar el dengue de la deforestación y del saneamiento. Tenemos que convencer a los más pobres de que mejorar las condiciones ambientales es asegurar las condiciones de existencia de las personas.

Pero la izquierda tradicional, como está demostrando, se muestra completamente inútil para articular un discurso sobre temas ambientales. Cuando sus cabezas más pensantes hablan, uno tiene la sensación de que están “corriendo desde atrás”, tratando torpemente de capturar y de reducir un tema nuevo a lo ya conocido, un problema muy real que no está en su ADN ideológico y filosófico. Incluso cuando la izquierda no se alinea con el insostenible proyecto ecocida del capitalismo, revela su origen común con esta última, con las brumas y oscuridades de la metafísica antropocéntrica del cristianismo.

En tanto sigamos sosteniendo que mejorar la vida de las personas es darles más dinero para comprar un televisor en lugar de mejorar el saneamiento, abastecimiento de agua, salud y educación primaria, nada cambiará. Se escucha al gobierno decir que la solución es consumir más, pero no se nota el más mínimo énfasis en abordar estos aspectos literalmente fundamentales de la vida humana en las condiciones del presente siglo.

Esto no significa, por supuesto, que los más favorecidos piensen mejor y vean más lejos que los pobres. No hay nada más estúpido que esas Land Rovers que vemos en São Paulo o Río de Janeiro, andando con calcomanías de Greenpeace, de consignas ecológicas, pegadas en el parabrisas. La gente recorre las calles en esas 4×4, y beben el diesel venenoso… gente que piensa que el contacto con la naturaleza es hacer un Rally en el Pantanal…

Es una situación difícil: falta educación básica, falta compromiso de los medios de comunicación, falta agresividad política en el tratamiento de la cuestión del medio ambiente.

Y siempre que se piense que hay un problema ambiental, algo que está lejos de ser el caso de los actuales gobernantes. Estos muestran, al contrario y por ejemplo, la preocupación por formar jóvenes que manejen con seguridad y, al mismo tiempo, mantienen firme su apuesta al transporte individual, en auto, en una ciudad como San Pablo en la que ya no cabe una aguja. Un gobierno que no se cansa de enorgullecerse por la cantidad de autos producidos por año. Es absurdo utilizar los números de la producción de vehículos como un indicador de prosperidad económica. Esa es una propuesta podrida, una visión estrecha y una muy empobrecedora propuesta de país.
Vos estás diciendo que las apelaciones al consumo vienen del propio gobierno, pero también hay una apelación muy fuete procedente del mercado. ¿Cómo evalúas esto?
Brasil es un país capitalista periférico. El capitalismo industrial-financiero es visto por casi todo el mundo como una evidencia palpable, el modo inevitable en el que se vive en el mundo actual. A diferencia de algunos compañeros de ruta, entiendo que el capitalismo sostenible es una contradicción en los términos. Y que nuestra actual forma de vida económica es realmente evitable: entonces, simplemente, nuestra forma de vida biológica (es decir, la especie humana) va a resultar innecesaria y la Tierra va a favorecer otras alternativas.

Las ideas de crecimiento negativo, o de objeción al crecimiento, o la ética de la suficiencia son incompatibles con la lógica del capital. El capitalismo depende del crecimiento continuo. La idea de mantener cierto nivel de equilibrio en relación con el intercambio de energía con la naturaleza no se ajusta a la matriz económica del capitalismo.
Este callejón sin salida, nos guste o no, será «resuelto» por las condiciones termodinámicas del planeta en un período mucho más corto de lo que pensábamos. La gente finge no saber lo que está pasando, prefiere no pensar en ello, pero el hecho es que tenemos que prepararnos para lo peor. Y Brasil, por el contrario, siempre se prepara para lo mejor. Este optimismo nacional frente a una situación planetaria por demás preocupante es extremadamente peligroso… Y la apuesta a que nos va ir bien dentro del capitalismo es un tanto ingenuo, si no desesperada…

Brasil sigue siendo un país periférico, una plantación high tech que abastece de materias primas al capitalismo central. Vivimos de exportar nuestra tierra y nuestra agua en forma de soja, azúcar, carne vacuna, para los países industrializados: son estos los que tienen la última palabra, los que controlan el mercado. Estamos bien en este momento, pero de ninguna manera en condiciones de controlar la economía mundial. Si la cosa se mueve un poco para un lado o para el otro, el Brasil simplemente puede perder ese lugar en el que está asentado hoy. Por no mencionar, por supuesto, el hecho de que estamos viviendo una crisis económica mundial que se ha vuelto explosiva en 2008, que está lejos de terminar y que nadie sabe dónde se detendrá. Brasil, en este momento de crisis, es una especie de contracorriente del tsunami, pero cuando la ola se rompa va a mojar a un montón de gente. Estas cosas hay que decirlas.

¿Y cómo evalúas la macro-política en relación a esta realidad, las políticas macroeconómicas, con las realidades rurales de Brasil, los indígenas ribereños?
El proyecto de Brasil que tiene la actual coalición de gobierno bajo el mando del PT considera a los ribereños, a los indígenas, a los campesinos, a los cimarrones como personas con retraso, un retraso sociocultural que debe ser conducida hacia otro estado. Esta es una concepción trágicamente equivocada. El PT es visceralmente paulista, el proyecto es un «paulización» del Brasil. Transformar el interior del país en un país de fantasía: mucha fiesta de peón en vaqueros, camionetas 4×4, mucha de la música country, botas, sombreros, rodeos, toros, eucaliptos, gauchos. Y del otro lado, ciudades gigantescas e imposibles San Pablo. El PT ve la Amazonia brasileña como un lugar para civilizar, para domar, para obtener beneficios económicos, para capitalizar. En una lamentable continuidad entre la geopolítica de la dictadura y la del gobierno actual, este es el viejo bandeirantismo que hoy forma parate del proyecto nacional. Cambiaron las condiciones políticas formales, pero la imagen de lo que es, o debería ser, la civilización brasileña, de lo que es una vida digna de ser vivida, de lo que es una sociedad que está en sintonía consigo misma, es muy, muy similar.

Estamos viendo hoy una ironía bien dialéctica: el gobierno liderado por una persona perseguida y torturada por la dictadura realizando un proyecto de sociedad que fue adoptado e implementado por esa misma dictadura: la destrucción del Amazonas, la mecanización, la transgenización y la agrotoxificación de la «agricultura», migración inducida por las ciudades.

Y por detrás de todo esto, una cierta idea de Brasil que se ve, a principios de siglo XXI, como si debiese ser, o como si fuese, los que los Estados Unidos fueron en el siglo XX. La imagen que Brasil tiene de sí mismo es, en varios aspectos, aquella proyectada por los Estados Unidos en las películas de Hollywood de los años 50: muchos autos, muchas autopistas, muchas heladeras, muchos televisores, todo el mundo feliz. ¿Quién pagó por todo esto? Entre otros, nosotros. ¿Quién nos paga ahora? ¿África, otra vez? ¿Haití? ¿Bolivia? Por no hablar de la masa de infelicidad bruta generada por esta forma de vida (y de quienes se enriquecen con esto).

Eso es lo que veo, una tristeza: cinco siglos de maldad siguen ahí. Sarney es un capitán hereditario, como los que vinieron de Portugal para saquear y devastar la tierra de los indios. Nuestro gobierno “de izquierda” gobierna con el permiso de la oligarquía y de estos matones necesita para gobernar: puede hacer varias cosas siempre que la mejor parte quede para ella. Cada vez que el gobierno ensaya una medida que la amenaza, el Congreso –elegido se sabe cómo, la prensa bombardea, el PMDB sabotea.
Hay una serie de callejones a los que no les veo salida o que no tienen salida en el juego de la política tradicional, con sus reglas. Veo un sentido posible por el lado del movimiento social –que hoy está desmovilizado. Pero si no es por el lado del movimiento social, seguiremos viviendo en este paraíso subjetivo en el que un día todo va a estar bien. Brasil es un país dominado políticamente por los grandes terratenientes y grandes contratistas, que no solo jamás sufrieron una reforma agraria sino que hoy dicen que ya no es necesario hacerla.

¿Crees que las cosas comenzarán a cambiar cuando lleguen a un límite?

Es probable que la crisis económica mundial afecte a Brasil en algún momento próximo. Pero lo que va a ocurrir con certeza es que el mundo va a pasar por una transición ecológica, climática y demográfica muy intensa durante los próximos 50 años, con epidemias, hambrunas, sequías, catástrofes, guerras, invasiones. Estamos viendo cómo cambian las condiciones climáticas mucho más rápido de lo que pensábamos. Y hay grandes posibilidades de desastres, de pérdidas de cosechas, de crisis alimentarias. Por lo pronto, hoy en día, incluso se beneficia Brasil. Pero un día la factura va a llegar. Climatólogos, geofísicos, biólogos y ecologistas son profundamente pesimista sobre el ritmo, las causas y consecuencias de la transformación de las condiciones ambientales en que se desarrolla la vida actual de la especie. ¿Por qué deberíamos ser optimistas?
Creo que hay que insistir en que es posible ser feliz sin quedar hipnotizado por este frenesí de consumo que los medios de comunicación imponen. No estoy en contra del crecimiento económico en Brasil, no soy tan estúpido como para pensar que todo se resolvería mediante la distribución de la plata de Eike Batista entre los campesinos del nordeste semi-árido o cortando los subsidios a la clase político-mafiosa que gobierna el país. No es que eso no sea una buena idea. Estoy en contra, más bien, del crecimiento de la «economía» del mundo, y estoy a favor de una redistribución de las tasas de crecimiento. Y también estoy obviamente a favor de que todos puedan comprar una heladera y, por qué no, un televisor. Estoy a favor de una utilización mayor de las tecnologías solar y eólica. Y estaría encantado de dejar de manejar el auto, si pudiésemos trocar ese medio absurdo de transporte por soluciones más inteligentes.

¿Y cómo ves a los jóvenes en este contexto?

Es muy difícil hablar de una generación a la que no pertenecés. En los años 60 teníamos ideas confusas, pero ideales claros: pensábamos que podíamos cambiar el mundo e intuíamos qué tipo de mundo queríamos. Creo que, en general, los horizontes utópicos han retrocedido enormemente.

¿Algún movimiento reciente en Brasil o en el mundo te llamó la atención?

En Brasil, la aceleración difusión de lo que podríamos llamar una cultura agro-sureña, tanto por derecha como por la izquierda, por el interior del país. Veo esto como la consumación del proyecto de blanqueamiento de la nacionalidad, de este modo muy peculiar de la élite gobernante de hacer cuentas con su propio pasado (¿pasado?) esclavista.

Otro cambio importante es la consolidación de una cultura popular vinculada al movimiento evangélico popular. El evangelismo de la iglesia Universal del Reino de Dios asocia, por cierto, a la religión con el consumo.

¿Y cómo ve usted la aparición de las redes sociales en este contexto?

Esa es una de las pocas cosas respecto de la que soy bastante optimista: el relativo y progresivo debilitamiento del control total de los medios de comunicación por parte de cinco o seis conglomerados mediáticos. Ese debilitamiento está muy vinculado a la proliferación de las redes sociales, que son la gran novedad en la sociedad brasileña y están contribuyendo a que circule un tipo de información que no tenía lugar en la prensa oficial. Y está habilitando formas antes imposibles de movilización. Hay movimientos enteramente producidos por las redes sociales, como la marcha contra la homofobia, la choripaneada de la «gente distinguida», los diversos movimientos contra Belo Monte, la movilización por los bosques.

Las redes son nuestra salida de emergencia ante la alianza mortal entre el gobierno y los medios. Son un factor de desestabilización –en el mejor sentido de la palabra– del poder dominante. Si algún cambio importante en la escena política llegara a suceder, creo que va a ocurrir a través de la movilización por las redes.

Y por eso se intensifican los intentos por controlar esas redes, en todo el mundo, por parte del poder constituido. Pero controlar el acceso es un instrumento vergonzoso, como el caso del «proyecto» de la banda ancha brasileño, que parte del reconocimiento de que el servicio será de baja calidad. Una decisión tecnológica y política antidemocrática y antipopular, equivalente a lo que se hace con la educación: impedir que la población tenga acceso pleno a la circulación de las producciones culturales. Parece, a veces, que hubiera una conspiración para evitar que los brasileños tengamos una buena educación y un acceso a Internet de calidad. Esas dos cosas van de la mano y tienen el mismo efecto, que es el aumento de la inteligencia social, que, dicho sea de paso, es necesario vigilar con mucho cuidado.

¿Te imaginás un nuevo modelo político?

Un amigo que trabajaba en el Ministerio de Medio Ambiente en la época de Marina Silva, me criticaba diciendo que mi discurso a distancia del Estado era romántico y absurdo, que teníamos que tomar el poder. Y yo le respondía que, si tomábamos el poder, sobre todo había que saber cómo mantenerlo después, porque es ahí donde la cosa se pone jodida. No tengo un diseño, un proyecto político para Brasil, yo no pretendo saber qué es lo mejor para el pueblo brasileño en general, y en su conjunto. Sólo puedo expresar mis preocupaciones e indignaciones, sólo allí es donde me siento seguro.

Pienso, de todos modos, que hay que insistir en la idea de que Brasil tiene –o, a esta altura, tenía– las condiciones geográficas, ecológicas, culturales para desarrollar un nuevo estilo de civilización, que no fuera una copia empobrecida del modelo de América del Norte y Europa. Podríamos empezar a experimentar, tímidamente, algún tipo de alternativa a los paradigmas tecno-económicos desarrollados en la Europa moderna. Pero me imagino que si algún país va a terminar haciendo esto en el mundo, ese país es China. Es cierto que los chinos tienen 5.000 años de historia cultural prácticamente continua y lo que nosotros tenemos para ofrecer son apenas 500 años de dominación europea y una triste historia de etnocidio, deliberado o no. Aun así, es imperdonable la falta de inventiva de la sociedad brasileña –al menos de su élite política e intelectual– que perdió ya varias ocasiones de generar soluciones socioculturales –tal como los puebles brasileños históricamente ofrecen—y articular, así, una civilización brasileña mínimamente diferente a la que proponen los comerciales de televisión.

Tenemos que cambiar completamente, en principio, la relación secularmente depredadora de la sociedad nacional con la naturaleza, con la base físico-biológica de su propia nacionalidad. Ya es hora de empezar una nueva relación nueva con el consumo, menos ansioso y más realistas ante la situación de crisis actual. La felicidad tiene muchos otros caminos. 

(Traducción: Diego Picotto)

Del fin del mundo

por Eduardo Viveiros de Castro

Hablando del fin del mundo. Nos parece agradablemente simbólico que una de las versiones recientes del fin del mundo, que ha excitado a la vasta platea pop globalizada de la red, haya sido aquella del  “Apocalipsis Maya”.  Como podemos constatar, el día 21/12/2012 el mundo no acabó, lo cual, por cierto, no estaba previsto (en estos términos) en ninguna tradición de los indios Maya. A pesar del equívoco, no nos parece inoportuno ligar el nombre de los Maya  con la idea del “fin del mundo”.

En primer lugar, porque la gran civilización Maya de Mesoamérica parece de hecho haber sufrido una severa crisis ambiental a lo largo de los siglos VII-X A.D., lo que llevó finalmente al colapso de su sociedad, al abandono de todas aquellas pirámides y ciudades espectaculares y, muy probablemente, de la cultura científica y artística que florecía en aquellas ciudades de la selva. Primer fin del mundo, por lo tanto, en el período pre-colombino, lo que puede servirnos de ejemplo y advertencia ante los procesos ambientales globales actualmente en curso.

Seguidamente, con la invasión de América por los europeos en el siglo XVI, los Maya, como los demás pueblos nativos del continente, fueron diezmados, i.e. reducidos a un décimo de su población anterior –en verdad, la pérdida puede haber alcanzado, en varios puntos de las Américas, hasta el 95% de la población efectiva. El exterminio a hierro, a fuego y virus de los pueblos amerindios –el fin del mundo para ellos- fue el comienzo del mundo moderno en Europa: sin la expoliación de América, Europa jamás habría dejado de ser el patio trasero de Eurasia, continente que abrigaba, durante la “Edad Media”, civilizaciones inmensamente más ricas que las europeas (China, India, el Islam). Sin el saqueo de las Américas, no existiría el capitalismo, ni la “revolución industrial”.

Este segundo fin del mundo de los Maya es todavía más emblemático, en vista del hecho de que la condena inaugural contra el genocidio americano es del puño del Obispo de Chiapas, Bartolomé de las Casas, campeón de los derechos indígenas, opresor temprano arrepentido del tratamiento brutal que los muy católicos europeos infligían a los, justamente, Maya.

En tercer lugar, porque, con todo eso, a pesar de haber pasado por sucesivos fines-del-mundo, reducidos a un campesinado pobre y oprimido, tener su territorio dividido y administrado por diversos estados nacionales (México, Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador), los Maya continúan existiendo, su población aumenta, su lengua florece, su mundo resiste, disminuido pero irredento.

Finalmente, son hoy los Maya quienes nos ofrecen el ejemplo de una insurrección popular exitosa (en el sentido de no transformarse en otra cosa) contra el monstruo bicéfalo Estado-Mercado que oprime las minorías del planeta. La única insurrección de los pueblos indígenas de América Latina que consiguió mantenerse sin degenerar en un proyecto más estado-nacionalista, y, es importante, sin apelar a la vieja escatología revolucionaria llamada “marxista” (en verdad, profundamente cristiana), con la que Europa, a través de sus insoportables intelectuales-clérigos, continúa queriendo controlar las luchas de liberación de los pueblos. Estamos hablando, está claro, del Movimiento Zapatista, esta extraña revuelta que es un modelo de “sustentabilidad” –sustentabilidad política, también y sobre todo. Los Maya, que vivieron varios fines-del-mundo, nos muestran hoy en día cómo es posible vivir después del fin del mundo. Cómo, en suma, es posible desafiar al Estado y el Mercado, y hacer valer el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Especialistas en fines del mundo, los Maya y demás pueblos indígenas de las Américas tienen mucho que enseñarnos, ahora que estamos en el inicio del proceso de transformación del planeta en algo parecido a las Américas del siglo XVI: un mundo invadido, arrasado y diezmado por bárbaros extranjeros. En este caso, nosotros mismos. 

(Traducción: Santiago Sburlatti)

Clinämen: Política y epistemología de los movimientos sociales

   

Conversamos con Arturo Escobar, antropólogo colombiano y profesor, investigador sobre ontologías relacionales en los territorios negros e indígenas en América Latina. ¿Cómo pensar lo político a partir de las “ontologías relacionales”? La centralidad de las dinámicas territoriales y la lucha contra el extractivismo. El poder “futural” de las luchas comunitarias: ¿qué transiciones somos capaces de imaginar?

Grandeza y miserias del río Magdalena. El desembarco de las multinacionales españolas en Colombia

por Nazaret Castro

No es el más largo ni el más caudaloso, pero el Magdalena es, con sus más de 1.500 kilómetros, la principal arteria fluvial de Colombia. El río que inspiró a Gabriel García Márquez para escribir novelas como El amor en los tiempos del cólera recorre el país de sur a norte, desde el Macizo Colombiano hasta el mar Caribe. El Gran Río de la Magdalena acoge a sus orillas multitud de poblaciones que recuerdan los tiempos en que el río, navegable, era un medio fundamental de comunicación y un elemento central para el desarrollo del país. Es más que un río: es un símbolo nacional. El “Río de la Patria”.
Cerca todavía del nacimiento del Magdalena, en el departamento (provincia) del Huila, se encuentra La Jagua, un pueblo de calles empedradas y solitarias, de esos en que el tiempo parece detenerse. Es un pueblo tranquilo, de poco más de mil habitantes, al que acuden visitantes atraídos por la antigüedad de sus casas coloniales y por su riqueza cultural de raíces indígenas. Es también, dicen, un pueblo de brujas. Cuenta la leyenda que son de dos tipos: hechiceras o voladoras. Uno puede o no creer, pero, como dicen por aquí, “pues que las hay, las hay”.
Aquí, el Magdalena pasa con un caudal todavía pequeño, pero gran fuerza y vitalidad. El río ordena la vida de la gente: es fuente de sustento de los pescadores, baña las tierras más fértiles y es el lugar de recreo por excelencia. Pero hoy está amenazado: la empresa Emgesa, filial colombiana de la multinacional italo-española Enel Endesa, está construyendo la central hidroeléctrica de El Quimbo. Ha encontrado la oposición de los vecinos, que se han unido en la asociación Asoquimbo, que agrupa a miles de afectados por las obras.
Zoila es una de las activistas más decididas con las que cuenta la comunidad. Cuando llegamos a su casa es de noche en La Jagua y, como durante todo el año, hace calor. La casa de Zoila se ha convertido en un baluarte de la resistencia: por la cocina, que comunica con un patio interior repleto de árboles y plantas, pasan cada día los vecinos para comentar la situación, intercambiar información, organizarse. También los más jóvenes: uno de los hijos de Zoila formó su propia asociación en defensa del río. Un hermoso mural adorna la casa de Zoila y anuncia su condición de punto de encuentro. Desde aquí, Zoila, mientras mantiene el fervor político cuida de sus cuatro hijos, su padre, los gatos, el perro. Su esposo, dice, colabora más en casa desde que ella está en Asoquimbo. Divergen en algunos planteamientos, pero están de acuerdo en lo esencial: la necesidad de defender la belleza del Magdalena y los sonidos que lo habitan. “Ahora que todavía está vivo, hay que proteger el río. Si no, ¿qué les vamos a decir a nuestros hijos, que no peleamos por defenderlo?”, se pregunta Zoila.
Tiene motivos para estar preocupada. Muy cerca de La Jagua, en el municipio de Hobo, se construyó la primera gran represa de la región: Betania, una central hidroeléctrica de gran tamaño inaugurada en 1987. Cuando se anunció el proyecto, los vecinos aceptaron de buena gana el discurso de la empresa y las autoridades: la hidroeléctrica venía a traer progreso al Huila, una región agrícola del interior del país, la puerta de entrada a la Amazonia. A los opitas –como les dicen a los originarios del Huila- les prometieron progreso y empleo, y ellos lo creyeron: votaron masivamente a favor de la represa. Veinticinco años después no ven los resultados. “El pueblo de Hobo sabe bien qué trae la represa: antes, aquí se cultivaba arroz, cacao, maíz; ahora, la mayor parte de la gente sobrevive como puede vendiendo agua en la carretera”, cuenta Gilberto, uno de los afectados por el proyecto.
Jorge Enrique Robledo, senador por el Polo Democrático y uno de los representantes de la izquierda más reconocidos en Colombia, resume así la secuencia que ahora temen los habitantes de La Jagua: “Se inunda un área grande de tierra fértil. Las utilidades se las lleva la multinacional, el empleo dura lo que la construcción de la presa, y se quedan sin tierra, cuando la agricultura es la que articula y encadena otras actividades productivas”, como la artesanía y el comercio. Las represas también acaban con los otros dos pilares de la modesta economía de muchas familias de la Colombia rural: la pesca y la minería artesanal.
“¡O se van las multinacionales del territorio, o las echamos!”
La central hidroeléctrica de El Quimbo se ubica al sur del embalse de Betania, en un sitio geográfico encañonado, a 1.300 metros aguas arriba, en la desembocadura del río Páez sobre el Magdalena. La represa inundará 8.586 hectáreas, de las cuales 5.300 eran productivas, y afectará a seis municipios. Además, el 95% de ese territorio forma parte de la Reserva Forestal Protectora de la Amazonía y el Macizo Colombiano. Las inundaciones de la represa, que ya se encuentra en fase de llenado con la expectativa de comenzar a funcionar en 2014, afectarán directamente a 1.537 personas a los que se expropiarán sus tierras. Es por eso que los habitantes de los municipios afectados, como Hobo, La Jagua y Gigante, decidieron formar hace cinco años Asoquimbo, una asociación a la que se han adscrito miles de vecinos, con el respaldo y el decidido apoyo del investigador Miller Armín Dussán. “¡O se van las multinacionales del territorio, o las echamos!”, dicen.
Sobre el papel, la ley garantiza a los expropiados la restitución por otras tierras productivas, pero Emgesa, sin encontrar la oposición de las autoridades, pretende comprarles las fincas a un precio que se queda muy corto por la inflación que ha generado el proyecto. “Nos ofrecen 32 millones de pesos (unos 12.000 euros), cuando la hectárea está ya a 40 ó 50 millones (entre 15 y 20.000 euros)”, asegura Jorge Uguanés, otro de los campesinos afectados. El proyecto perjudicará también a cientos de jornaleros que trabajaban para los terratenientes de la zona. Los dueños de las mayores fincas sí vendieron sus tierras a Emgesa: la empresa las dejó baldías. Tierras que antes eran productivas comenzaban a ser invadidas por las malas hierbas, mientras cientos de familias de jornaleros se quedaban sin trabajo ni sustento, y sin derecho a compensación alguna.
El pasado mes de abril los campesinos ocuparon tres de esas fincas, situadas en las afueras de La Jagua, en unos territorios denominados La Virginia. Las tierras volvieron a producir maíz, fríjol, cilantro. De la mano de Zoila, visito una de esas fincas, llamada La Guaca. Allí, Francisco, uno de los agricultores, se explica: “La empresa dijo que desarrollaría procesos productivos, pero cuatro años después, no había llegado ninguna solución. Emgesa dice que esto es una ocupación ilegal, pero no estamos invadiendo nada: estamos defendiendo el territorio. Ellos son los que nos lo arrebataron”. Toman la palabra sus compañeros de faena: “Estamos perdiendo terreno: quieren privatizarlo todo. Tenemos que recuperar nuestra cultura, nuestra identidad, el sentido de pertenencia a la tierra. La lucha es por la tierra”, dice Harold. “¿De qué van a vivir nuestros hijos, nuestros nietos? Si no defendemos lo nuestro, les estamos arrojando al delito”, añade Armando.
Cuando visité La Jagua, el pasado mes de julio, los vecinos se turnaban cada día para hacer guardia a las afueras del pueblo y vigilar que los funcionarios de Emgesa no pasaran a las fincas de La Virginia. No pudieron evitar que, a finales de septiembre, unas doscientas familias fueran desalojadas de tres fincas ocupadas, en una rápida operación del Escuadrón Antimotines de la Policía.
En sus comunicados de prensa, Emgesa, que rehusó dar su punto de vista, asegura que se están desarrollando proyectos productivos para mejorar la vida de los campesinos, pero los vecinos de La Jagua lo niegan. Añaden que el censo de afectados que ha elaborado la empresa es parcial y arbitrario: no incluye a todos los propietarios de tierras y mucho menos a otros afectados, como jornaleros y comerciantes. Temen también que, como ocurrió en Betania, la empresa no cumpla con lo prometido. Gilberto, el pescador de Hobo, aclara que a los afectados por Betania nunca se les restituyeron las tierras que perdieron con las inundaciones de la represa, y que se hizo pescador por obligación: “Ahora que ya aprendí el oficio, notamos que cada día hay menos pescado desde que comenzaron las obras de El Quimbo. Otra vez nos quedaremos sin trabajo”. Por eso dice Gilberto que la situación en el Huila es “una bomba de tiempo”. Y la bomba empezó a estallar poco después de mi visita, en agosto, con un parón agrario que movilizó 24 de los 32 departamentos del país y que congregó a campesinos, indígenas y transportistas, pero también a la opinión pública urbana, en protesta por las condiciones cada vez más precarias para el campo colombiano.
Al impacto social y económico de la represa se suman las posibles consecuencias sobre la riqueza ambiental y patrimonial que atesora el río. En su jardín en La Jagua, Mauricio, otro de los activistas de Asoquimbo, me enseña vasijas indígenas muy antiguas que, asegura, todavía se encontraban a la orilla del caudal hasta la llegada de Emgesa. En su jardín crecen plantas exóticas, como las heliconias, y se dejan ver iguanas y muy diversos pájaros. El jardín de Mauricio es, como cualquier rincón del Huila, una pequeña muestra del rico ecosistema de esta región de Colombia, el país más biodiverso del mundo en relación a su superficie.
Irregularidades y connivencias
Emgesa inició las obras de la represa antes de contar con un estudio de impacto ambiental, y cuando éste se publicó tampoco despejó las dudas. La propia Contraloría General de la República, el máximo órgano fiscalizador del Estado en Colombia, señaló errores de procedimiento, cuestionó la posibilidad de restituir las tierras productivas, como marca la ley, y concluyó: “Colombia está al borde de la catástrofe ambiental y El Quimbo es un caso excepcional”. La Contraloría pidió frenar el proyecto, pero la empresa contó con el decidido apoyo de las autoridades locales y nacionales. El poder que las autoridades colombianas han entregado a la empresa es tal que Emgesa diseñó el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de la zona, asegura el profesor Miller Dussán.
“Se trata de un proyecto mal planteado desde el principio”, afirma Jorge Robledo. El senador, miembro del Polo Democrático Alternativo, que ha criticado las políticas de los últimos presidentes de Colombia, que califica de neoliberales, argumenta que, entre otras cosas, el proyecto no contempla el control de la apertura de compuertas para prevenir inundaciones. No es un riesgo desdeñable después del antecedente de Alto Anchicayá, una represa ubicada en el departamento del Valle del Cauca y propiedad de la Empresa de Energía del Pacífico (EPSA), por aquel entonces filial de Unión Fenosa. En 2001, la represa abrió las compuertas sin previa consulta a las comunidades, provocando un desastre ambiental: se liberaron 500.000 metros cúbicos de sedimentos que llevaban medio siglo represados en el embalse. “Todos los peces murieron, los cultivos se dañaron y seis mil personas resultaron afectadas y quedaron prácticamente en la ruina”, informó el diario El Espectador.
El desembarco de las transnacionales
Unión Fenosa y Endesa –hoy propiedad de la italiana Enel- son, junto a Iberdrola, las multinacionales de origen español que, desde su desembardo en el continente, entre los años 90 y 2000, han consolidado posiciones de liderazgo en América Latina. Igual que los sectores de las telecomunicaciones (Telefónica), la banca (Santander, BBVA), la extracción de hidrocarburos (Repsol, Cepsa), el turismo (Sol Meliá, NH), la industria textil (Inditex, Mango), la prensa (Prisa, Planeta), las redes de agua y saneamiento (Agbar, Canal de Isabel II) o la construcción (FCC, Acciona y Sacyr Vallermoso, que encabeza el grupo que construirá el nuevo Canal de Panamá). Estas grandes firmas han convertido a España en el segundo inversor en Latinoamérica, sólo por detrás de Estados Unidos, y copan los servicios públicos domiciliarios en un buen número de países.
Estas firmas encontraron en Colombia un marco legal que se modificó en la última década del siglo XX para hacer del país un destino atractivo para la Inversión Extranjera Directa (IED), desde la propia Constitución de 1991, que elimina la distinción entre empresas nacionales y extranjeras. En los años 90, bajo la presidencia de César Gaviria, el Gobierno colombiano emprendió un intenso proceso de apertura económica que incluyó la privatización de las empresas que prestaban servicios públicos a los ciudadanos. Lo mismo ocurrió en el resto del continente: son los tiempos del Consenso de Washington, esto es, aplicación de políticas calificadas desde muchos sectores de neoliberales. En la América Latina de los años 90, la mayor parte de los países arrastra unos altos niveles de deuda externa que sitúan a países como México, Argentina y Brasil al borde de la suspensión de pagos. En ese contexto, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial presionan para poner en marcha las reformas de ajuste propias del discurso más liberal que incluye la privatización masiva de empresas públicas. Colombia es una excepción: no tiene grandes problemas de deuda, pero igualmente se suma a la corriente predominante y aplica el ajuste.
Al otro lado del Atlántico son los tiempos de la integración europea y la apertura de mercados. En ese marco, las empresas españolas, para ser competitivas, abordaron un intenso proceso de concentración empresarial, seguido de la privatización de algunas de las compañías públicas más relevantes. Endesa, Telefónica y Repsol, entre otras, son privatizadas durante los mandatos de Felipe González y José María Aznar. La secuencia culmina cuando esas nuevas compañías privadas compran las empresas que acaban de ser privatizadas en el continente latinoamericano. Unión Fenosa se hace con Electricaribe y EPSA en Colombia, Endesa adquiere Enersis en Chile y Repsol obtiene YPF Argentina. Gracias a las compras de filiales en América Latina, el peso de las inversiones extranjeras en el Producto Interior Bruto (PIB) español pasa del 0,9% en 1996 al 9,6% en el año 2000. Para entonces, España se ha convertido en el sexto país inversor en el mundo, y el 66% de esa inversión extranjera directa (IED) está en América Latina.
“Los gobiernos y las empresas suelen argumentar que el capital extranjero es necesario para acometer las transformaciones que requiere en el país y atender a la población rural y los barrios empobrecidos, pero la realidad es muy distinta: si el discurso privatizador prometía bajada de tarifas y mejora del servicio, el resultado fue el contrario”, afirma Pedro Ramiro, coordinador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) y autor de varios informes sobre el caso colombiano. “Las multinacionales eléctricas ofrecen un servicio pésimo, con apagones y cortes, tarifas impagables para la población pobre y accidentes derivados de las malas infraestructuras”, explica. Además, en el caso de los servicios públicos, la privatización “pone en cuestión la soberanía del país y la democracia en el acceso a los servicios básicos”.
“Las transnacionales extranjeras no crean nuevas industrias ni aportan nuevo know how: vienen a comprar lo que ya está hecho”, sostiene el senador Robledo. “El caso de las privatizaciones de servicios públicos es notable: el Gobierno colombiano crea la empresa, el mercado, la infraestructura, y ahí llega la IED y compra a buen precio”, añade. Las inversiones españolas en América Latina no aumentan la capacidad productiva ni crean empleo. Más bien al contrario. A menudo implicaron recortes de plantilla y precariedad laboral. Así, por ejemplo, la llegada de Endesa a Colombia supuso la pérdida de 2.000 puestos de trabajo y un deterioro del convenio colectivo; Unión Fenosa, por su parte, despidió a cerca de 700 personas, si bien la empresa privada anterior ya se había encargado de echar a la calle a otros 2.300 trabajadores. Esto explicaría la poca aceptación de las empresas españolas en Colombia: según el Latinobarómetro de 2004, apenas un 29% de los latinoamericanos creía que la inversión extranjera directa era beneficiosa para sus países.
El director de la Cámara de Comercio Hispano Colombiana, Enrique de Zabala Hartwig, no está de acuerdo con esas impresiones: admite que las grandes empresas pueden cometer errores, pero opina que esa está muy lejos de ser la norma. En su opinión, “el aumento de la IED ha contribuido a disminuir la inseguridad en Colombia” y ha venido acompañada de “mejoras en la calidad de vida”. También Carlos Neiva, director delIPSE, un departamento del Ministerio de Minas y Energía que se centra en las zonas no interconectadas del país, sostiene que la IED “ha sido un pilar para el desarrollo del país”. Las estadísticas del Banco Mundial sustentan parcialmente estas afirmaciones: elcoeficiente Gini (que mide la desigualdad en el país, donde 1 es la máxima desigualdad) ha pasado de 58,3 en 2004 al 55,9 en 2010. Ha mejorado levemente, pero sigue siendo uno de los más altos del continente, y la mejoría es moderada si se tiene en cuenta que, hasta sentir la crisis en 2009, Colombia creció esos años a tasas que llegaron al 7% del PIB anual. Las cifras sobre población sumida en la pobreza muestran una mayor mejoría –del 45% al 37% en los últimos cinco años-, pero esa evolución podría estar sesgada por el cambio en el sistema de medición que implantó el Gobierno de Juan Manuel Santos.
Pero las estadísticas esconden el precio que la Colombia rural ha pagado por esa noción de desarrollo. La pregunta es, entonces, qué entendemos por progreso. “En el sistema actual, se trata de crecer aunque sea de forma agresiva, pero, ¿a quién beneficia ese modelo? Cada vez se cuestiona más esa idea lineal de progreso que termina por enfrentar el afán de lucro con los derechos humanos”, me explica la antropóloga Lina María Martínez, que investigó los impactos de la represa de la Salvajina, en el departamento del Cauca, al suroccidente de Colombia.
Del paraíso al infierno en el embalse de Salvajina
En la Salvajina, la distancia entre el paraíso y el infierno la marca la cantidad de agua que retiene el embalse. En el invierno –los meses de abundantes lluvias-, el paisaje es hermoso, pero en el verano se seca el lago y deja al descubierto los sedimentos del río. A partir de agosto, la vida se les complica mucho a los lugareños. Durante varios meses quedan prácticamente incomunicados y expuestos a la contaminación y las enfermedades que traen los mosquitos. El lago de belleza impenetrable da lugar a un lodazal y las lanchas y planchones que habitualmente cruzan de un lugar a otro ya no pueden pasar.
Aquí, en el departamento del Cauca, al suroccidente de Colombia, la riqueza étnica de la zona sólo es comparable a la exuberancia de su naturaleza. Recorro el trayecto en el planchón, la barcaza que puso a disposición de los habitantes la empresa responsable del embalse, EPSA. El planchón hace el recorrido una sola vez al día. Son tres horas de travesía desde la reserva indígena de Honduras, en el municipio de Morales, hasta las comunidades afrodescendientes del municipio de Suárez. El crisol de razas que es Colombia se manifiesta con la misma plenitud que su biodiversidad. Mientras observo la belleza del lago me resulta difícil imaginar el paisaje que dejará el lodo en apenas unas semanas.
Encuentro a Robinson en el pueblo de Morales. Él me guía hasta la reserva indígena y me lleva a la casa de don Luis y doña Natividad. Allí dormiré, en un cuarto sencillo que da a un patio abierto donde nuestros anfitriones tienen gallinas y donde, en un trapiche artesanal, preparan la panela, un producto a base de caña de azúcar muy popular en Colombia. En ese patio aprendo que el arroz con huevo y tajadas de plátano maduro frito puede ser el más exquisito de los manjares. De noche, cuando las veredas quedan totalmente a oscuras –vivir junto a una represa no garantiza el suministro eléctrico-, la forma en que las estrellas toman el cielo se me antoja tan inédita que me cuestiono sobre mi urbanita ignorancia.
Robinson, don Luis, Natividad y otros vecinos que se amontonan en el modesto porche de la vivienda de don Luis aseguran que, antes de que la represa inundara las mejores tierras productivas, la comida era mucho más abundante; también el pescado y el oro, que sustentaba a muchas familias. La construcción de la represa sobre el río Cauca en 1984, a manos de una empresa pública, generó mucha resistencia y finalizó con miles de desplazados, muchos de los cuales nunca recibieron nada a cambio de las tierras expropiadas. “Muchos vecinos vendieron las mejores tierras y ahora viven en la loma, sin agua potable, incomunicados”, me explica Robinson. Su padre prefirió resistirse a vender, pero no le fue mejor: “Igualmente inundaron sus tierras, y nunca le pagaron”. Hoy, cuentan don Luis y doña Natividad, los cultivos ya no son lo mismo, sobre todo el maíz y el fríjol, y se sienten los efectos del cambio climático, traducido en un sol cada vez más agresivo, del que pronto mi blanca espalda dará fe. En invierno, con los mosquitos, llegan enfermedades epidemiológicas y respiratorias. Aunque lo peor es, quizá, el aislamiento de las comunidades, sobre todo en los meses de invierno. Algunos niños deben caminar dos y tres horas para llegar a la escuela.
Vecinos del resguardo de Honduras desistieron y marcharon a la ciudad en busca de otros caminos, que terminan, muchas veces, en las comunas (favelas) de Cali o Medellín, o en la venta ambulante. Otros muchos se quedaron y, organizados en formas cooperativas como las tradicionales mingas indígenas, siguen trabajando y cultivando. Se quedan, convencidos todavía de habitar un territorio sagrado que deben defender. Así lo expresa uno de los vecinos de don Luis: “Nosotros vemos el río como un modo de vida; ellos sólo ven bajar los dólares”.
La inundación de sus tierras más fértiles, las de la orilla del río Cauca antes de su desvío, fue un duro golpe, pero lo fue más aún el abandono de Estado y empresas. Poco después de la inauguración de la represa, los lugareños llegaron a un acuerdo con la empresa y el Estado, conocido como Acta de 1986, que incluía la construcción de caminos, escuelas y centros de salud para minimizar el impacto de la obra sobre la vida de las comunidades. Los lugareños denuncian que se hizo, como mucho, un 10% de lo prometido, y ya está deteriorado; el Estado ha sido demandado por tales incumplimientos.
“Si en Salvajina hubiésemos tenido conocimiento de los impactos, no hubiéramos permitido las obras. Pero no había percepción a futuro, y hoy vemos las consecuencias”, cuenta Eduardo Tamayo, consejero mayor del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), la organización que agrupa a la gran mayoría de los cabildos indígenas de la región. Tamayo asegura que, a día de hoy, ni el Estado ni las empresas se han responsabilizado de la situación. Cuando Unión Fenosa adquirió EPSA, en el año 2000, se desentendió del caos que había dejado el consorcio empresarial que la precedió. Nueve años después, tras la adquisición de Gas Natural de la mayoría accionarial de Unión Fenosa y tras una serie de complejas operaciones financieras, la multinacional española optó por deshacerse de EPSA. Mientras van y vienen fusiones, adquisiciones y compraventa de acciones, los habitantes afectados por la Salvajina siguen esperando una solución.
Siendo propiedad de Unión Fenosa, EPSA reavivó un viejo proyecto que a finales de los 90 había sido desechado por su impacto ambiental: la desviación del río Ovejas, que reactivaría la generación de energía ahora que Salvajina se encuentra al fin de su vida útil. La nueva obra afectaría, sobre todo, a las comunidades afrodescendientes de Suárez, que ya han mostrado su firme rechazo al proyecto. Una de esas comunidades, La Toma, ha protagonizado una campaña de resistencia que es mucho más reciente para los afrodescendientes que para los indígenas del Cauca. La nueva EPSA, participada por empresas colombianas, consintió en elaborar un plan ambiental con la participación de las comunidades. Pero, según el consejero mayor del CRIC, Eduardo Tamayo, ese plan “sólo identifica los impactos ambientales y las posibles compensaciones: se olvidan los impactos sociales, económicos y culturales. Y entonces, ¿qué precio le pones al río, a nuestra cultura?”, se pregunta.
Represas y extractivismo
Colombia no es una excepción. En Brasil hay medio centenar de represas proyectadas en la selva amazónica. La mayor de ellas se ha convertido en todo un símbolo: Belo Monte, una megaobra que, encabezada por un consorcio de empresas entre las que se encuentra capital español, pretende construir una de las tres mayores hidroeléctricas del mundo. El proyecto, que data de tiempos de la dictadura militar y que ha contado con el firme apoyo de los presidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff, ha sobrevivido pese a los múltiples procesos judiciales, a la resistencia de los pueblos indígenas y a una opinión pública en contra no sólo en Brasil sino en el resto del mundo: incluso caras famosas, como Sting y David Cameron, pusieron rostro a ese rechazo. Belo Monte es sólo una, la mayor y más simbólica, de las decenas de represas que el Gobierno brasileño tiene pensado levantar en la mayor selva tropical del planeta. Al otro extremo del continente suramericano, en otro ecosistema único y vulnerable como es la Patagonia chilena, Enel Endesa, a través de su filial chilena Enersis, proyecta construir cinco grandes represas.
Al tiempo que las grandes centrales hidroeléctricas comienzan a ser cuestionadas en Europa por sus consecuencias sobre los ciclos hídricos y los ecosistemas, en América Latina estos modernos dinosaurios están más de moda que nunca. Se proyectan grandes represas en serie, como las once centrales que Hydrochina pretende construir sobre el río Magdalena, y también microcentrales, como las de la región colombiana de Sumapaz. Gobernantes y empresarios defienden estos proyectos aludiendo a la soberanía y la seguridad energética de los estados y, en definitiva, las necesidades del progreso. Un buen número de organizaciones y movimientos sociales consultados aportan otra visión: las represas se construyen para satisfacer las necesidades del modelo extractivista –principalmente de la minería, muy demandante de energía barata- y no las de la población local. Lo cierto es que, en Colombia, las industrias pagan, como media, 100 pesos por KW/h, mientras los ciudadanos de bajos recursos abonan unos 350 pesos.
El extractivismo se presenta como el único camino posible para el desarrollo en toda América Latina. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, ha definido ese modelo en una expresión que el Gobierno repite sin cesar: la “locomotora minero-energética” debe tirar de la economía del país. La minería, la explotación de hidrocarburos y la instalación de centrales hidroeléctricas se suma así al monocultivo de café o caña, consagrado a la exportación, en el contexto del modelo extractivo que se ha generalizado en todo el continente. “El Huila es la puerta de entrada a la Amazonia. Los recursos más importantes están en el sur”, recuerda el profesor Miller Dussán. En Caquetá o Putumayo se encuentran importantes reservas de oro, coltán, petróleo. El suroccidente y el sur colombiano son espacios de disputa y, cada vez más, las comunidades locales se organizan para defender lo que para ellos no es sino vulneración de sus derechos. No sin riesgos…
Cuando defender el río cuesta la vida
En Colombia no pocos saben que los críticos con el sistema corren peligro de muerte y, por si a alguien se le olvida, las intimidaciones y amenazas son moneda común. En Cali, en la sede de la Asociación para la Acción Social Nomadesc, Olga Arauco me habla de la violencia que acompañó la construcción de la represa de la Salvajina. “Las autoridades militarizaron el territorio, quemaron casas y cultivos, y hubo desaparecidos. Hoy, en la comunidad de La Toma, los activistas se han acostumbrado a las amenazas y a llevar chaleco protector. A quienes osan defender su territorio, se les acusa de ser opositores al desarrollo. “Nos dicen que no permitimos el progreso, y lo que quieren es saquear las riquezas que hay en nuestro territorio”, afirma Alfredo Campos, director de la emisora indígena del municipio de Morales, en el Cauca.
De Cali, la tercera ciudad más importante de Colombia y eje del suroccidente del país, viajamos a Popayán, la capital del departamento del Cauca. Es una ciudad tranquila, de arquitectura colonial, de esas con edificios muy blancos y muchas plazas públicas. Allí, en la sede del CRIC, nos atiende Martín Vidal, que se encarga de cuestiones territoriales en el cabildo indígena. Martín pone el dedo en la llaga: “Las comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes son los sectores abandonados, que sufren las peores consecuencias del modelo económico. La población rural es la gran víctima del sistema, y el problema de fondo en Colombia es el acceso a la tierra”, afirma. Los números respaldan sus palabras: Colombia sigue siendo uno de los países más latifundistas del planeta. La concentración de la tierra alcanza un sorprendente índice Gini del 0,87. El acaparamiento de tierras avanza al ritmo de los megaproyectos mineros o hidroeléctricos, que, necesariamente, le roban tierras productivas al campo. Por eso se rebelan las comunidades indígenas y campesinas, y, frente a esos procesos de resistencia, “los poderosos utilizan la estrategia de la división, la confrontación interétnica, la división de las comunidades. Las multinacionales ofrecen prebendas y cooptan a los líderes comunitarios, mientras el Estado mira hacia otro lado”, sostiene Martín.
Si los intentos de cooptación y división no dan los frutos deseados, la vía es la violencia. En el Huila, el profesor Dussán ha recibido amenazas por su labor en Asoquimbo, y un joven oriundo de Gigante, Bladimir Sánchez, ha tenido que abandonar su tierra por las amenazas que ha recibido a raíz de su labor documental. Hace unos meses, en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad del Estado, otro vecino perdió un ojo. Con todo, el Huila no es de las zonas más violentas de Colombia: sí lo es el departamento de Antioquia. Allí, el 17 de septiembre, mataron a balazos a Nelson Giraldo Posada, líder del Movimiento Ríos Vivos, que defendía al medio centenar de personas afectadas por la central de Hidroituango. En la Costa Atlántica, en Barranquilla, varios activistas sociales han dado cuenta de amenazas de personas desconocidas y armadas en barrios de bajos recursos.
No es ninguna novedad que, en Colombia, defender los derechos humanos es una actividad de alto riesgo. En el primer semestre de 2013, cada día fue agredido un activista y cada cuatro días uno de ellos fue asesinado, según un informe del programa Somos Defensores. Hubo 153 agresiones y 37 líderes fueron extrerminados. En seis meses. En Colombia la violencia atraviesa la política desde hace más de medio siglo. El Grupo de Memoria Histórica (GMH) cuantifica en 200.000 las muertes provocadas por el conflicto en Colombia en el último medio siglo. Pero el conflicto armado es sólo una parte del conflicto social, que precede en el tiempo al levantamiento en armas de las guerrillas, y que se resume en una palabra: desigualdad.
“Los paralimitares tienen funciones de control territorial”, sostiene Dora Lucy Arias, del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (CCAJAR), uno de los más beligerantes contra la violencia paraestatal en Colombia. En Colombia se denominaparamilitares a los grupos armados ilegales de extrema derecha, que se denominaron a sí mismos autodefensas, y que generalmente están ligados al narcotráfico. Comenzaron a cobrar fuerza en Colombia en los años 80 y alcanzaron su época de mayor auge en tiempos de Uribe Vélez. En 2006, tras la supuesta desmovilización de estos grupos, se revelaron vínculos entre paramilitares y políticos; se generalizó el término parapolíticapara definir esas amistades peligrosas. Los grupos que antes conformaban las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) hoy se denominan bacrim (bandas criminales). Según CCAJAR y otras organizaciones de derechos humanos, conservan el control sobre vastos territorios del país, aunque la parapolítica es ahora menos visible.
La abogada Dora Lucy Arias vincula la violencia ejercida contra los desplazados en Colombia con lo que el intelectual británico David Harvey llamó acumulación por desposesión, esto es, el despojo de pueblos enteros para satisfacer las necesidades del sistema de acumular capital. Este proceso se da “por la imposición de la fuerza: a través de los actores armados, pero también de las leyes” y a través de esa coerción, las elites “socavan la dignidad de los pueblos: les quitan su narrativa”, añade la letrada.
Multinacionales frente al conflicto armado
“La violencia se asumió en Colombia como parte del modelo de desarrollo económico: cada transformación significativa del modelo económico vino acompañada de un ciclo de violencia”, sostiene el politólogo Carlos Medina Gallego, profesor de la Universidad Nacional. En su opinión, desde los años 80 Colombia vive un ciclo de violencia destinado a consolidar el modelo extractivista en América Latina: una economía basada en la exportación de materias primas y recursos naturales se convierte en el eje de economías de la región. En este contexto, “empresarios y latifundistas requieren de un nuevo ciclo de violencia para posibilitar la apropiación del territorio y sus recursos”, explica el profesor Medina. Es la época en que llega masivamente el capital extranjero y, paralelamente, los grupos armados –principalmente, los paramilitares- comienzan a presionar en los territorios con muertes y amenazas. El resultado es aterrador: en 20 años, entre 4,5 y 5,5 millones de habitantes –el 10% de los 46 millones de colombianos- fueron desplazados mientras se imponía la cultura del miedo. La gran mayoría eran pequeños campesinos que dejaron tras de sí alrededor de seis millones de hectáreas de tierra productiva de la que se apropiaron terratenientes y paramilitares. Para el discurso oficial, los desplazados son producto del fuego cruzado entre guerrilleros, militares y paramilitares. Los movimientos sociales hacen la lectura inversa: se ha generado un escenario de guerra y miedo, precisamente, para obligar a huir a los campesinos y despojarlos así de sus tierras.
En Colombia se entremezcla la acción de diversos actores armados: grupos insurgentes, fuerzas armadas, paramilitares; cada uno de ellos, a su vez, mantiene nexos con los narcotraficantes. En este complejo escenario, resulta difícil discernir la implicación de las empresas transnacionales en el conflicto. Para Pedro Ramiro, que investigó las operaciones de Repsol en el Arauca colombiano, parece obvio: “Como mínimo, comparten intereses: las empresas se benefician de la acción de las fuerzas armadas y los paramilitares”. Por su parte, el senador Robledo recuerda que “el Ejército protege oleoductos e infraestructuras: es una política de Estado” que conforma uno de esos pilares sobre los que se asienta la atracción de IED hacia Colombia. Seguridad democrática, lo llamó Álvaro Uribe.
En algunos pocos casos se han encontrado más evidencias: se sabe que la bananera Chiquita Brands –antigua United Fruit Company- transportaba armas en sus barcos. En 2007, el paramilitar y narcotraficante desmovilizado Salvatore Mancuso armó un gran revuelo al acusar a un buen puñado de grandes empresas extranjeras y colombianas, entre ellas Chiquita, de financiar a los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En 2008, Mancuso fue extraditado a Estados Unidos y, como él, otros exdirigentes paramilitares se encuentran extraditados o incomunicados.
El Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) intenta erigirse como una alternativa frente a la dificultad de que depurar las responsabilidades. En sus tres últimas sesiones, celebradas entre 2006 y 2010, la actuación de las transnacionales españolas en América Latina –especialmente, Unión Fenosa y Repsol- tuvo un gran protagonismo. Lo que intenta demostrar el TPP es que estas denuncias no suponen casos aislados, sino que responden a un “patrón de conducta global” que incluye violaciones de derechos humanos, inaccesibilidad a servicios básicos y deterioro de las relaciones laborales. Las transnacionales se apoyan en un marco legal global muy favorable, impulsado por organismos internacionales como el FMI, la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial. Reciben, también, el apoyo de los estados que reciben la IED y de los estados donde está la matriz de la multinacional.
Colombia es, en muchos sentidos, el caso más extremo de un modelo de desarrollo que se expande por todo el continente latinoamericano. Un modelo que expulsa a los campesinos hacia las favelas de las periferias urbanas y que encuentra su razón de ser en la depredación de los recursos naturales. Las comunidades indígenas y campesinas denuncian la violencia que sufren a lo largo y ancho del continente, pero en Colombia esa violencia se destaca por su brutalidad y cotidianeidad. No por ello los poderosos han conseguido imponer su ley del silencio: Colombia pasa por un momento de agitación social como no vivía desde los años 80. En El Quimbo, en la Salvajina, por todo el país los pueblos organizan sus resistencias. Como casi siempre, la otra cara de la miseria es la esperanza.
Para más información:
Javier Sulé, Unión Fenosa en Colombia. Una estrategia socialmente irresponsable.Observatorio de la Deuda de la Globalización. Cátedra Unesco en Tecnología y Desarrollo. 2006.
Argumentos y acciones jurídicas en defensa del territorio, el patrimonio nacional y de las comunidades afectadas por el proyecto hidroeléctrico El Quimbo, Miller Armín Dussán Calderón, Asoquimbo. Neiva, 2013.
Informe Los nuevos conquistadores, Greenpeace, 2009.
Pedro Ramiro, Erika González y Alejandro Pulido, Las multinacionales españolas en Colombia, Asociación Paz con Dignidad/OMAL, 2007.
Pedro Ramiro y Alejandro Chaparro, Colombia en el pozo. Los impactos de Repsol en el Arauca, Asociación Paz con Dignidad/OMAL, 2006.
Pablo Dávalos, La democracia disciplinaria. El proyecto neoliberal para América Latina. 2010.
Veredicto de la sesión de 2010 del Tribunal Permanente de los Pueblos.

No me importa, me voy a morir

por Helena Pérez Bellas


No me importa porque me voy a morir y si tramitás eso entendés la vida. ¿Era muy caro el vestido que me compré para que él no lo apreciara? No me importa porque me voy a morir y nunca más voy a volver a ser tan joven. Es inexorable aunque intente salvarme día a día. Tuve un accidente, tuve fiebre, confié en la medicina, me curaron, me trataron, me metieron antibióticos, me vacunaron va a doler directo al músculo. Pero es transitorio porque después ¿cuándo? no sé ni me importa, me voy a morir. Tengo miedo sí, porque vi morir y porque vi nacer y porque sé vivir. Obvio que tengo miedo pero me voy a morir. Por eso no desperdicio nada, excepto el tiempo en el ocio, porque me voy a morir. ¿Qué te crees piola porque tenés billete? Te vas a morir. ¿Qué te crees mejor que yo porque tenés título? Te vas a morir. ¿Qué hacés contando las calorías? Si te vas a morir. Te va a matar una combinación de falta de cariño, de aceite hidrogenado, de impericia estatal y de tráfico desbocado.
Estoy en Avellaneda con un tipo semidesnudo que no es atractivo mojada por el vendaval. Lo primero que supo de mí es que grite pero la puta madre cuando me arrastraron el viento, el agua y la fuerza de la naturaleza. Por un segundo no vi nada y me entraron las ganas de llorar de bronca, de tristeza, de impotencia, de estar lejos de mi casa, de irme cada vez más lejos de mi casa para no pensar pero en movimiento pienso lo mismo porque escribo primero con la cabeza, me va dictando la voz y voy volcando en un papel o retengo en la memoria hasta que estoy por explotar, cuantas emociones, hasta que ya no tengo espacio y quiero llegar a casa para descargar. Así se deben sentir los hombres cuando cogen sin amor. Esto es lo más cerca que voy a estar jamás de sentirme como un hombre. Más cerca no, más cerca nunca, más cerca para qué. Entonces le digo que vine por el libro y me pregunta ¿qué libro? y yo no lo puedo creer y me dice ¿pero viniste hasta acá con esta lluvia? y yo le quería decir ya con los ojos mojados que parecen mojados de la lluvia no del dolor, que me agarro arriba del 134, que vi cómo se volaban las cosas desde la cima del Puente Pueyrredón, que un poco pensé que se caía el colectivo, pero que no me importaba porque nada tiene sentido o lo que es peor todo tiene un sentido a todo le doy un sentido a cualquiera le doy entidad. Pero no le dije nada, lo retuve para mí y solo le dije que el libro era el libro de Elvira Orhpée que yo me llamo como me llamo y que vine igual porque cumplo con mi palabra. Me miró pero sin mirarme, me dejo debajo de un techo entre un montón de plantas y la imagen de la Virgen incrustada en la pared. Trajo el libro en una bolsita y cuando lo toqué supe que no lo iba a leer, que nada más lo iba a tocar un poco, olerlo, buscarle marcas y el año de edición, el taller donde fue impreso, pero de leerlo ni hablar. Desaparecí pero duro un segundo después volví a mí. Me senté en un bar y empecé a buscar en mercado libre libros, libros, libros y más libros deseando con el cuerpo que el próximo sea más lejos. Ojala que el próximo vendedor me cite en Ciudad Jardín. Ojalá que el próximo libro que oferte este en La Reja y que me niegue un punto intermedio de encuentro y que me amenacé con darme una mala calificación si le fallo. Ojala que la próxima gran cosa la encuentre en Luján y el vendedor me diga tomate la Lujanera y de paso ponete a rezar. Es un deseo muy mío que el próximo libro este en Castelar y via mail el vendedor me diga dale tomate el Sarmiento, dale te gusta leer, dale querés el libro, dale tomate el Sarmiento y venime a buscar a mí y al libro. Me enloquece la idea de que un vendedor me mande a Ezeiza y que sea un guardia cárceles que me citó en la cárcel para venderme los libros que le confisca a las reclusas y que me advierta en una llamada de teléfono que la revisación es obligatoria para todos y que si cancelo la compra…ya voy a ver si cancelo la compra. Busco un vendedor en Lobos que me obligue a subirme a una trafic blanca trucha con cero mantenimiento, con cero frenos, con cero nafta, con cero cinturón de seguridad, con cero seguro contra terceros y viajar, viajar con miedo, viajar con miedo con la cabeza trabajando, yendo a buscar un libro, otro libro que no voy a leer, otro libro que voy a dejar en la pila de literatura argentina, otra cosa inconclusa, otra excusa, una distraccción, un tránsito. Es un arranque, no sé qué es ¿es una rabia? Lo que me pasa no tiene nombre y lo que no se puede nombrar ¿qué es? Que miedo. Todo tiene que tener un nombre, todo tiene que tener un orden, todo tiene que tener una respuesta, todo tiene que tener un principio, un final. Acelero el desenlace pero nadie se entera. ¿Cómo hago para terminar sola? No sé. ¿Hay algo que sepa? Si, se un montón de cosas. Pero no me sirven, nada me está salvando, viene una mina me dice que me hace reiki y la quiero matar, viene una mina me habla de las piedras curativas y la quiero matar, viene una mina me habla de la sanación pránica y me quiero matar. ¿Qué le pasa a las minas? Es más drástica la solución. No tengo plata para pagarme tantas soluciones que se sepa como estoy no voy a negar ningún cargo. La negación es un suicidio cotidiano.
Hijas de puta traidoras pedazo de forras sin memoria las que vienen y te dicen cuando estás mal que a Xxxxx le tenés que decir esto, lo otro y aquello. Pero porque no te morís y volvés a nacer y te acordás como es. Que yo tengo sentimientos que se imponen a la razón. Pero también tengo memoria y me acuerdo de las horas que se hicieron días, que se hicieron meses y que hasta se hicieron años y todo tenía el nombre del pibe que te gustaba ¿Te acordas Xxxxxx? Acordate porque yo estuve ahí escuchando detalle por detalle de la vida intrascendente de alguien que cambio el domicilio amoroso de su vida. Acordate también vos Xxxxxxx que yo te toleré, es más: te tolero como contemporánea tuya el desfile de freaks, que hasta un circo rechazaría, que forma parte de tu lotería del amor y son nada más los números de tu desencanto. Sacás siempre cero. Pero yo estoy ahí, yo sostengo la manivela y saco las bolillas con vos y leo los nombres, cada vez son peores, te acompaño, me visto bien para nadie, gastos productos de Lancome para nadie, me planto en la parada del 15 para nadie, no mentira: para vos. Para acompañarte como tu amiga y sostenerte la mano en el desastre como sostengo el tubo del teléfono en la desazón. Así que no me digan que este tarado es un tarado porque yo ya lo sé, pero mal que mal es mi tarado. Y el próximo no va a ser mejor a lo sumo va a ser menos tarado. Porque sabemos que este dolor tan nuestro es un misterio para los hombres. Están ocupados en otras cosas, siendo convocados por lo social, por lo histórico. Pendientes de cómo son percibidos, negando su intrascendencia, haciendo fuerza contra la muerte, lastimando para no ser lastimados, sufriendo por el ego, interpelados por el éxito, asolados por la noción del fracaso, haciendo estrategias para no sufrir porque no entienden pero nos ven y les da miedo. Al final de la neurosis sé que un hombre solo es un hombre carente de orden, sin reglamento. Y yo traigo ese orden conmigo, la fuerza del reglamento, la armonía. Siempre te voy a decir que está todo bien, siempre te voy a admirar, no va a pasar día en donde te vea sin sentir y sin hacerte sentir que puedo vivir sin vos pero no quiero, porque no tiene sentido desprenderse del maravilloso aprendizaje al que me estás sometiendo con dolor, con sordidez, con amor, con pesar y con literatura porque no voy a dejarte, porque vos naciste para ser escrito y yo para escribir.

Desde Córdoba… el consumo libera

por Diego Valeriano



Los saqueos en Córdoba se dieron porque se podía, porque estamos en guerra. Silenciada, diaria y que casi nadie pretende explicar, pero guerra al fin. Los  medios hablan de mezquindades políticas, de nuevo conflicto social, de bandas narcos y de política. Todo eso existe, pero se saquearon comercios porque estaba la oportunidad de hacerlo, simplemente por eso. En la guerra por el consumo, el consumo, justamente, es algo que late. Somos capaces de cualquier cosa por el consumo, incluso trabajar. Eso que late es un impulso de liberación, de transformación permanente de nuestras formas de vida, de nuestros gustos y prioridades. El consumo libera, sin lugar a dudas, ¿o acaso atacar ferozmente y en motito el derecho de las personas y empresas de obtener, poseer, controlar, emplear, disponer de capital, cosas y otras formas de propiedad no es un acto absoluto de liberación?
El consumo libera. Y este proceso emancipatorio y de lucha que libran enormes sectores de la población anteriormente postergados y que va transformando las grandes ciudades es indetenible. Solo un complejo y largo proceso de recesión y represión tal vez puede erosionarlo.
Se van a seguir sucediendo expresiones crudas y colectivas de esta guerra cada vez que la confianza de las vidas runfla (killers, doñas, pibitas, guachines, transas, jóvenes, inmigrantes) se los indique. Cada vez que crean que pueden. Y ahí el enfrentamiento se recrudecerá, será cuerpo a cuerpo con los comerciantes o con la gendarmería. Diciembre invita al saqueo: la memoria colectiva y la sabiduría de los nuevos consumidores anuncia que es el mes para hacerlo. El calor, los días largos y las fiestas ayudan a los oportunismos.

“Los estudiantes se ríen de Bachelet, saben que lo que dice es demagogia pura”. Entrevista a Gabriel Salazar

 Por Ivonne Toro Agurto


El premio nacional de Historia afirma que el movimiento social derivará, sino se interrumpe el proceso, en el autogobierno de las comunidades, pero advierte una serie de riesgos: la tentación de precipitarse, que la clase política atraiga a los líderes -algo que, dice, ya está sucediendo en casos como los de Jackson e Iván Fuentes; que los candidatos intenten apoderarse del discurso de las bases y que los militares quieran tomar las riendas. Además asegura que Bachelet va a ganar, aunque nadie le cree, e insiste en que Camila Vallejo no es una líder nacional “aunque sigue siendo bonita”.
Cuenta el premio nacional de Historia Gabriel Salazar que aprendió, desde pequeño, a desconfiar del partido comunista. Que al lado de su casa vivía un militante del PC que en las noches “llegaba curado gritando consignas sobre los obreros y el capital” y que, en medio de la oscuridad, rayaba las murallas del barrio con la hoz y el martillo.
“¡Y yo me emputecía con eso! Me indignaba la presencia de este señor. No vi nada favorable en él, no resolvía ningún problema. En cambio mi madre -que había sido asesora doméstica y apenas fue a la escuela- pasaba los días visitando gente de las callampas, del Mapocho, les llevaba ropa que le daban las viejas católicas de plata. Eso era mucho más concreto”, asegura para luego aclarar que su viejo rencor por el PC no explica por sí mismo la opinión negativa que tiene de la ex dirigente estudiantil Camila Vallejo que, insiste “no era, no es ni será una líder nacional”. “Ya no suena ni truena. Hace noticia por su embarazo y sería. Sigue siendo bonita, pero ahora quién sabe con una panza a lo mejor ya no”, remata en medio de una carcajada.
Salazar, a los 77 años, está deslenguado y activo. Podría estar descansando en medio de los cientos de libros que atiborran cada espacio de su casona en La Reina, sin embargo, sigue dedicado a enseñar en la Universidad de Chile y a trabajar con los movimientos sociales. Cuando se lo piden, como en este caso, también opina de la contingencia y arremete contra Vallejo, contra Michelle Bachelet por demagoga, contra los milicos “por tontos”, contra los ex dirigentes estudiantiles del 2011 “por entrar al negocio de la clase política”, contra Marcel Claude “por precipitarse” al proceso de maduración del movimiento social. Pero el académico y ex mirista no se define sólo por lo que no le gusta. También proyecta lo que debería, a su juicio, ocurrir en el país: que la ciudanía se autogobierne.
¿Y hay alguna experiencia de autogobierno en el mundo?
Estados Unidos partió así, luego, por razones estratégicas, derivó en un Estado centralizado. Debemos llegar a un modelo en que la célula madre es la comunidad local que se organiza, respetando la autonomía, para construir un Estado. Por eso es maravilloso lo de Eloísa González (dirigentes escolar) que solita discutiendo con los cabros llegó a la conclusión correcta: la educación debe ser manejada por la comunidad. Ese discurso es mucho más avanzado que el de Michelle Bachelet o Camila Vallejo.
¿Y usted cree que ese proceso se está dando en Chile?
Claro. Ocurrió en Aysén cuando se le dobló la mano al Presidente porque estuvo tres semanas gobernando una asamblea. Eso fue un acto revolucionario, aunque no se quiera decir así. Freirina hizo lo mismo. Y Atacama quiso, pero (Sebastián) Piñera les ofreció el Fondenort que es una soberana mierda. Las localidades están pensando en tomar las decisiones. Están aprendiendo a autogobernarse. Dejar de pedir y reunirse y decidir las soluciones. Los gremios están más atrasados, porque viven pidiendo cosas. El de 2011, desde esta perspectiva, fue un movimiento de masas, pero no social porque no decían qué se iba a enseñar, sólo se pedía terminar con el lucro.
Sin embargo, el Gobierno y la oposición consideran que el 2011 fue un punto de quiebre en el país, que Chile cambió tras la movilización social en calles.
No es que haya cambiado el país después de las protestas estudiantiles porque lo importante del movimiento ciudadano no es la calle. La masa está en la calle, el movimiento social va por dentro, se manifiesta en un cambio de percepción de la realidad. Entonces venía cambiando desde antes y hoy estamos, de alguna manera, subiéndonos a la cresta de una ola que se formó hace mucho tiempo en un proceso que en muchas etapas ha sido oculto, subterráneo y que es parte de la memoria social. Esto comenzó el 57 cuando los pobladores marginales decidieron ellos mismos controlar el terreno, construir los campamentos, violando la ley, violando el derecho a propiedad privada y obligando al Estado, posteriormente, a construirles las casas y las calles. La toma de terreno se manifestó luego como tomas de industrias, tomas de fundos, tomas de universidades. La toma es un ejercicio político distinto de la petición ciudadana que se le hace un partido, el partido lo lleva al parlamento, ahí se discute y la derecha y la izquierda se pelean para sacar luego una porquería de decreto que no soluciona ningún problema.
Pero el proceso se interrumpió en dictadura…
Te equivocas. Las tomas se iniciaron durante el Gobierno de (Eduardo) Frei Montalva y llegaron a su culminación con (Salvador) Allende. Hasta se le planteó a Allende que disolviera el Congreso Nacional y creara la Asamblea del Pueblo. Eso no le gustó a Allende, ni al PC y fue el gran conflicto entre Allende y (Carlos) Altamirano. Luego, el Golpe de Estado destruyó los partidos, los sindicatos, el Estado, pero no destruyó el poder popular que apareció en temas como las ollas comunes que es como decir “nosotros resolvemos el problema del hambre”; en los campamentos porque la autoconstrucción es decir “nosotros resolvemos el problema de las viviendas”. Y claro, en la lucha armada que es decir, nosotros derrocamos la dictadura a través de la resurrección del Mir, la creación del Frente Patriótico y el Lautaro. Es decir, en dictadura, el movimiento social no se murió, se diversificó. La mejor manifestación de esto fueron las 22 jornadas de protestas en las calles contra la dictadura. Pinochet no pudo hacer nada contra eso porque había desarrollado la política de pescar a un militante, llevarlo a Villa Grimaldi, torturarlo para que delatara a otro militante y así. Pero la tortura no servía para la gente que estaba en las calles. La memoria social de cuatro décadas no desaparece, no muere.
Tal vez no muera, pero da la impresión que estuvo bastante dormida hasta las protestas de 2011.
Lo que pasó es que le dimos marcha blanca a la Concertación por 15 años. La Concertación aceptó la Constitución de 1980, aceptó el modelo neoliberal y los socialistas de antaño comenzaron a gobernar, pero ya en el 96 y 97 surgen huelgas porque la concertación se había neoliberalizado a más no poder. El 2005 tenemos el pinguinazo que plantea algo esencial: la asamblea manda, no hay dirigentes sino voceros, y esa cultura aparece otra vez el 2010, 2011. Y los universitarios funcionan a través de las asambleas. Ahora, lo más novedoso es la aparición de asambleas territoriales en Aysén, Freirina, Atacama, Montenegro. El fin de semana pasado hubo un encuentro de asambleas ciudadanas en Freirina con más de 150 grupos y acordaron organizarse para ejercer el poder constituyente sin ningún partido político.
EL RIESGO DE LOS MILICOS TONTOS
El temor del Gobierno, más que a este tipo de asambleas, es a que se vaya a “incendiar la calle” a través de marchas y protestas. ¿Hay un error en esta visión?
Sí. La derecha sigue mirando a la ciudadanía como un peligro sólo si está en la calle, pero el movimiento social no necesariamente está en la calle. Es mucho más grave para la derecha el encuentro de Freirina del fin de semana pasado que la movilización callejera de los jóvenes que el Gobierno maneja y reprime con los pacos. En Freirina se está pensando en deshacerse de los gobiernos. Y ellos saben de lo que hablan: pararon la planta de Agrusuper, pararon a Barrick y ahora están preparando una marcha por recursos hídricos. Eso sí es importante, que se incendie la calle da igual. Esta gente siempre piensa que la ofensiva contra el modelo neoliberal va a venir de la calle y por lo tanto de los encapuchados y por ese preparan estas leyes Hinzpeter. El riesgo real para la derecha no son los encapuchados, son las personas que a rostro descubierto están pensando en cambiar la política.
Si el riesgo para la derecha es la ciudadanía ¿Cuáles son los riesgos para el movimiento social?
Los riesgos son muchos. Que la gente se impaciente y en vez de alimentar ese proceso busque jugarse todo en una acción, como convocar en agosto a la asamblea constituyente, eso es precipitar los hechos. Es lo que está pensando además Marcel Claude al querer ser presidente. ¿Cuánto va a sacar? Un par de votos que se esfuman en el aire. No va por ahí, es la ciudadanía la que debe cambiar, hay que multiplicar las Freirinas. El otro riesgo es que movimientos creen dirigentes que se conviertan en líderes nacionales, y cúpulas que hagan de vanguardia y le quiten la soberanía porque se meten en el sistema y le siguen el juego. Ahí tenemos a Camila, Giorgio Jackson y Camilo Ballesteros. Otro riesgo es que políticos oportunistas pesquen el discurso de la nueva constitución -todos lo están pescando- e intenten manejar una asamblea constituyente. Se ha hecho en el pasado. En 1925 fue así. (Arturo) Alessandri pescó eso, lo manejó y quedó todo igual. También hay un riesgo de que los militares intervengan para terminar la cosa.
Suena como un temor arcaico eso de que vuelvan los militares
No creas. Hay que desarrollar una política hacia los militares, no marginarlos. Los militares han estado construyendo el Estado todo el tiempo a través de golpes y hay que evitar que lo hagan de nuevo. Y eso no se evita saliendo a dispararles a los milicos… porque nos cagan, tienen el monopolio de las armas, ya nos equivocamos en eso (risas).
Intervinieron en medio de la guerra fría, ¿hoy cuál podría ser la motivación?

Claro, en los ’70 Estados Unidos quería evitar que Allende ganara y luego derrocarlo. Por eso compraron a la DC, le pasaron más de US $1200 millones. Hoy el conflicto es otro. Es el capital financiero internacional versus la comunidad local que les para proyectos como Pascua Lama. Ahora, los militares no saben muy bien qué hacer, pero son un riesgo porque son tontos. Son tontos, porque si fueran inteligentes estarían entendiendo el proceso y si fueran leales al pueblo y no al capital extranjero, apoyarían el proceso como pasó en Venezuela y en Brasil donde dejaron tranquilito a Lula o como hicieron los oficiales jóvenes en Chile en 1924.
¿Tontos por naturaleza o por la formación que reciben?
Si los militares chilenos se educaran bien, serían distintos, pero los llevan a Panamá a estudiar guerra sucia. A los milicos hay que reeducarlos, hay que lanzar una ofensiva que haga leales a los milicos con el pueblo. Eso es mucho más inteligente que ir a matar a un par de soldados, porque no matamos a los poderosos, a Pinochet no lo matamos…lo salvó la virgen (risas).
“CAMILA Y GIORGIO JACKSON ENTRARON AL NEGOCIO DE SER CLASE POLÍTICA”
En un año electoral, ¿qué es esperable del movimiento social?
Lo que está pasando. Mantener distancia. En la última movilización los jóvenes no se preocuparon de los temas políticos, no le dieron pelota simplemente porque no les creen. Soy profesor, estoy mucho tiempo en la universidad y los estudiantes se ríen de Bachelet, saben que lo que dice es demagogia pura, que se viste con piel de oveja pero que atrás de ella están los lobos de los políticos. Yo también lo veo así. Ella dijo “voy a presentar un proyecto de educación gratuita, lo voy a presentar al Congreso porque quiero que las instituciones funcionen”. Eso en la práctica significa que lo que la ciudadanía quiere cambiar, ella lo va a convertir en un proyecto de ley para que la clase política decida.
¿Y los partidos no podrían encausar las demandas ciudadanas?
No las estructurales. Un ejemplo: la clase política en Chile jamás ha cambiado la Constitución, sólo lo han hecho los milicos. Ni Allende lo hizo y lo va ha hacer Bachelet. Se le ocurrió a Allende en junio de 1973 y le dijo a los presidentes de partidos “compañeros, ha llegado el momento de que el pueblo dicte por fin su propia Constitución”, no le dieron boleto. Tampoco insistió. Esa es letra muerta y ya. Nadie le cree a ella.
Pero a pesar de esa desconfianza que usted menciona, ella aparece en todas las encuestas con altas probabilidades de triunfo.

La gente no cree en Bachelet, pero va a ganar la elección, es cierto. Como hay que votar entre todas las payasadas que hay, votamos por ella. No va a cambiar la Constitución, pero yo creo que podría hacer un par de cosas interesantes. Podría iniciar un proceso que sintonice con lo que pide la gente, comenzar la renacionalización del cobre, promover que la educación privada se autofinancie y se liberen los fondos para la educación pública, pero están hablando de regular el lucro nomás. En realidad, ella está amarrada a los partidos políticos.
Los ex dirigentes sociales también se están amarrando a los partidos. Jackson iría a primarias con la Concertación, Iván Fuentes a diputado por la DC, Camila Vallejo por el PC. ¿Qué le parece esta situación?
Hay que verlo como un fenómeno sicológico. Cuando alguien llega a ser líder, la tentación del líder es apernarse como dirigente, por eso los partidos le proponen diputaciones, senaturías y así los atrapan y los movimientos los pierden. Camila y Giorgio Jackson entraron al negocio de ser clase política. Mi amigo Marcel Claude, también está haciendo guiños de convertirse en un político más.
¿No considera acertado intentar impulsar las propuestas desde adentro del parlamento?
Lo que están haciendo es legitimar la Constitución de la dictadura, jugar con esas reglas. No es raro el proceso. Le pasó a Chávez que llegó al poder y se apernó. A Castro que le heredó la presidencia a su hermano. Eso está en la lógica humana. Por eso hay que reeducar a los líderes de los movimientos. Giorgio Jackson al menos creó un movimiento propio, algo es algo. Me duele lo de Iván Fuentes porque es un gallo buenísimo, transparente. Me da pena que la DC le tirara el anzuelo. La Camila es distinto, porque ella siempre ha sido PC y el partido siempre la ha mandado y el partido trabaja sólo para sí mismo.
¿Por qué le desagrada tanto el PC?
Lo respeto pero tengo reparos personales e históricos. Cuando era niño tenía un vecino comunista muy desagradable y cuando grande me di cuenta de que el PC desarrolla una fuerza entrópica y centrípeta. Si algo se les opone, lo liquidan o lo hacen militar. Lo viví en el Arcis. Fui 20 años profesor, cree una escuela de Historia, un diplomado, un magíster y un doctorado. Cuando hubo que pedir ayuda financiera para la Universidad llegaron dos inversionistas: el PC y Max Marambio, ex mirista. Empezaron a controlar todo, y los que decían que no, pa fuera. Yo me opuse, los estudiantes se tomaron la Universidad. Me echaron. Me desquité y presenté una querella y tuvieron que pagarme hasta las ganas. Mi experiencia personal con el PC no es buena y en la historia el PC siempre ha actuado igual. ¿Qué hacen con el movimiento social? Pescan gente para tener más diputados y que el partido crezca y crezca.
¿Y a Vallejo no la considera una líder nacional por su discurso o por ser del PC?
El discurso de ella era bueno mientras representó al movimiento, fue poco tiempo. Y yo reafirmo lo que dije: Ella no es un líder nacional. No era, no es. ni va a ser porque tendría que dejar de militar al PC. ¿Camila Vallejo es un Hugo Chávez? No pues. Me saltaron todos encima cuando lo dije porque ella era popular. ¿Pero qué pasa ahora con la Camila? No suena ni truena. Hace noticias porque está embarazada y ya. Es una candidata más a diputada de un partido político que lo único que quiere es usarla para tener otro diputado más. Ha perdido apoyo en los estudiantes. Lo único es que sigue siendo bonita (risas), pero ahora quién sabe con una panza a lo mejor ya no.

La transición económica en el posconflicto colombiano

Por Pablo Alonso González y Alfredo Macías Vázquez

Colombia afronta un reto de gran calado histórico: transformar toda la energía y la pasión que ha empeñado durante el largo conflicto que ha marcado al país, en una fuerza y una potencia que la convierta en una de las economías más dinámicas del subcontinente latinoamericano. Lo que está en juego no es solamente rentabilizar los “dividendos de la paz” asociados con la resolución del conflicto armado, sino impulsar una transición económica que reinvente al país.
El posconflicto colombiano se insertará en un nuevo contexto regional, que está planteando nuevos desafíos y oportunidades a las sociedades latinoamericanas. Concretamente, es necesario buscar modos exitosos de transición a un posindustrialismo caracterizado por el predominio creciente de la economía del conocimiento, las nuevas tecnologías y el trabajo inmaterial. Sin embargo, la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos continúa instalada en un debate sobre la distribución de los recursos aplicando estrategias incapaces de transformar el régimen de acumulación económica propio del extractivismo, que en realidad somete a las políticas sociales a la dictadura férrea de los ciclos económicos. Lamentablemente, asistimos a una clara ausencia de ideas nuevas, donde el voluntarismo político o las ilusiones desarrollistas vinculadas con un quimérico regreso a la sustitución de importaciones impiden un verdadero debate sobre las cuestiones de fondo.
Con riesgos de réplica, Colombia podría abrir un escenario completamente inédito en la región. Como en toda situación posconflicto, el principal riesgo es que se produzcan exclusiones y que el proceso de pacificación no alcance a todas las franjas de la sociedad, prolongando dinámicas de violencia estructural relacionadas con un enquistamiento de la desigualdad social. Para impedirlo, es necesario poner en marcha una estrategia de desarrollo que incentive la producción de bienes comunes capaces de sustentar nuevos ámbitos de relaciones sociales no necesariamente vinculados a un pasado todavía demasiado presente y que fomenten la cohesión social y nacional. Normalmente, asociamos los bienes comunes con el territorio, la identidad y las tradiciones. En esta ocasión, buscamos nuevos bienes comunes, asociados con las transiciones posindustriales en marcha y donde el fomento de la economía del conocimiento resulta fundamental.

En los últimos años, Colombia ha mostrado significativos síntomas de dinamismo económico, particularmente si observamos las tasas de crecimiento económico y el esfuerzo inversor. Será necesario realizar un balance de las transformaciones en curso: en qué medida han impulsado un cambio estructural de la economía, si han mejorado los niveles de desigualdad social y territorial, si han implicado un deterioro medioambiental, si se han producido intensificaciones en la asignación de capital dando lugar a fenómenos especulativos, etc. De no extraer las lecciones precisas, se corre el riesgo de fracasar en el intento de cohesionar la sociedad en el contexto del posconflicto. En este sentido, el reciente conflicto campesino representa una voz de alarma que conviene tener presente. Alcanzar una mayor integración entre lo rural y lo urbano no se consigue solamente con mayores recursos financieros. De hecho, estos son difíciles de movilizar adecuadamente dados los diferenciales de productividad entre los sectores. Tan necesario como esto, es generar pautas urbanas de consumo que entronquen con las estrategias de valorización basadas en la mejora de la calidad que los productores campesinos puedan poner en marcha mediante la difusión de nuevos conocimientos y técnicas productivas. Pero para lograrlo, necesitamos transitar hacia una economía posindustrial donde los conocimientos no sean considerados solamente como recursos dados que sirven para crear nuevos productos o servicios o para reducir costes de un proceso productivo preexistente, sino también como mediadores que pueden generar significados, identidades y deseos que personalizan la economía, generan valor añadido y, mirando más hacia el futuro que hacia el pasado, posibilitan relaciones de confianza entre personas y comunidades.

Como la vida misma: biocidio y reapropiación en el «#fiumeinpiena»

por Giso Amendola y Francesco Festa


Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.
Cantando al sol,
como la cigarra,
después de un año
bajo la tierra,
igual que superviviente
que vuelve de la guerra.
(María Elena Walsh, Como la cigarra, 1978)
1. De las resistencias “menores” a una nueva inteligencia colectiva
La Historia, la oficial con H mayúscula, nos entrega representaciones de las revueltas y las manifestaciones de las poblaciones meridionales de Italia como el producto de una extemporaneidad, jaqueriealimentadas por la pasión y la excitación, y empolladas en las tierras volcánicas, cuando no en la fogosidad del clima, o en la propia sangre árabe y mediterránea, pero que están siempre mas allá del umbral mínimo de la paciencia, de la diligencia y de la sabiduría que un buen gobierno ha de tener para ejercer su poder sobre territorios y poblaciones. Algunos históricos las han definido como arrebatos pre-políticos, ímpetus que, una vez sublevados, después de la fiebre, vuelven a caber en el álveo de la política y de lo Político, es decir en la acción de aquellos gobernantes, hombres masculinos de fe y responsables, los únicos capaces de decidir el futuro de sus súbditos.
Otras narraciones, menos imparciales y mas literarias, pintan las tierras del Sur de Italia como canalizadas hacia una “fúnebre paz”, donde ni el Estado, ni las leyes, sino solamente madejas de intereses político-criminales, grumos de clientelas político-institucionales, imponen los tiempos de la disciplina y de la explotación hacia el trabajo vivo. Sin embargo, esporádicamente, estas tierras se sublevan, “queman el municipio, el cuartel de los carabineros, matan a los señores, y luego se van, resignadas, hacia las prisiones”. Así es, si os parece: jaquerie, arrebatos, episodios. Historias menores, historias de muchas pequeñas insurgencias y nada más, picores que dejan la piel marcada por trazas profundas y, mientras las trazas permanecen, la memoria se archiva en folklore del carácter meridional, con un ejercicio de contrapunto entre la naturaleza benévola, paradisíaca y los habitantes endemoniados, biológicamente inferiores, que desean nada más que “pan y circo”. Al contrario, la Historia está amasada de otra manera, sigue otros registros, la escriben hombres, machos y ilustrados, acompañados por periodistas con pluma veloz, saltimbanquis listos y sutiles, en fin un conjunto de políticos e intelectuales cristalizados en bloques de pensamientos, de partidos y sindicados que, con diferentes matices pero siguiendo la misma tecnología de gobierno, determinan el curso de los eventos.
Sin embargo, la que se está escribiendo es otra historia, de un tipo completamente diferente. Una historia que habla de las poblaciones meridionales a través de una condición de subalternidad que no es sufrida, sino más bien de una subalternidad que, liberándose de las verdades indiscutibles de aquella clase política y intelectual, se afirma a sí misma como potencia capaz de escribir la historia. Una potencia en expansión que es también y sobre todo una “potencia del actuar”, es decir, esfuerzo para esquivar la muerte, para imaginar y encontrar lo que puede destruir las causas de la tristeza. El 16 de noviembre de 2013 hasido la jornada en la que esta subalternidad se ha manifestado en toda su potencia. Arrojando los clichés y las representaciones que inferiorizan, según las cuales la devastación ambiental y la contaminación de los territorios son el producto de conductas, estilos de vida, individualismo y ausencia de civismo, un enjambre multitudinario de singularidades ha afirmado su determinación a perseverar en su propia existencia, a salvaguardarse, y a destruir todo lo que no es afín a la vida. #fiumeinpiena (río en crecida) ha sido el motivo de la jornada. No solamente como hashtag, y menos todavía como mera evocación o llamada a la calle. Pocos, realmente, imaginaban por dónde y cómo se mueve un río en crecida. Y sin embargo metro por metro, aquel #fiumeinpiena se ha materializado en cien mil – y quién sabe cuántos más – mujeres y hombres que han devenido una “potencia en acción”, una inteligencia colectiva: potencia de una “rabia digna”, para nada episódica, y lejana de cualquier fogosidad folclórica.
La rabia de quienes saben los nombres, los hechos y las responsabilidades y espetan estas verdades en la cara del poder. La indignación de quienes saben que el Estado italiano, el capital industrial y la criminalidad organizada participan de los mismos intereses. El hecho de que, a posteriori, el #fiumeinpiena sea interpretado como el subrogado de Roberto Saviano [autor de Gomorra, ndt] y Cia. o como la reacción a las noticias clamorosas de algún pentito de Camorra [arrepentidos, manera en que se les llamas a los colaboradores de justicias, ndt] es un error siempre a punto de ocurrir. Hay que estar atentos: los comités territoriales, las redes ambientales, los muchos riachuelos del #fiumeinpiena, han manifestado, mucho antes que el escritor famoso, contra la devastación ambiental, operada por parte del capital político-criminal, en Campania y en el Mezzogiorno, cuando se les tildaba de “picores arcaicos” y “inútiles”, incluso cuando se les acusaba de ser concausa cercana a la criminalidad y facilitadora de la crisis ambiental, que era necesario curar de manera inmediata con presidios militares.
De hecho, el #fiumeinpiena no ha nacido por casualidad. Como es obvio, se ha apoyado en el lecho de los movimientos sociales y ambientales de Campania y, sin embargo, ha sido el producto del agenciamiento de densas relaciones con un telos común, capaz de juntar y sintetizar a instancias y reivindicaciones de comités territoriales, de asociaciones, de redes ambientales, de centros sociales, de sindicalismos de base, de movimientos de parados, precarios, estudiantes, de parroquias y muchas singularidades que han llevado a la calle el deseo de reapropiarse del derecho natural a la vida.
2. El biocidio: la riqueza de la vida en la época de la subsunción real
La evocación misma del biocidiose mueve evidentemente en esta tensión, fotografiando este tendencial desbordar de las luchas ambientales fuera de cualquiera impostación simplemente defensiva. La explícita referencia a la dimensión del bios señala, seguramente de forma no del todo consciente pero significativa, el pasaje en que se despliega este movimiento: las luchas por la salud y el ambiente son ahora capaces de generalizarse con velocidad viral porque cruzan directamente el plano de la vida puesta a trabajar y los múltiples mecanismos – dispositivos – de explotación y valorización de la vida en todas sus plurales y heterogéneas dimensiones. No sorprende entonces que #fiumeinpiena pueda contener en su fluir con facilidad las luchas para reapropiación directa de los servicios y los derechos: fuerte es la participación, por ejemplo, de los movimientos por el derecho a la vivienda y de casas ocupadas.
Referirse al biocidio rompe, en el atravesamiento de estos campos complejos y no fácilmente reducibles a unidad, cualquier dimensión ociosamente naturalística, que se revela en la tradición como el agujero negro donde precipitan todas las batallas territoriales y ambientales: difícil acabar allí, sin embargo, para un movimiento que asume como único y general terreno de lucha la complejidad de la vida en cuanto producción de riqueza y cooperación; y antes todavía en cuanto producción de subjetividad. Estos movimientos “ambientales” del Sur tienen ya una genealogía larga y compleja: bien recordamos lo difícil que fue contar y lograr explicar la importancia, sobre todo en términos de subjetivación, de lo que se empezó a mover años atrás en las luchas sobre los vertederos y el procesamiento de la basura. El mainstream quiso verlas como la expresión nada más que de egoísmos territoriales en el estilo más NIMBY, y resultaba difícil escaparse de la representación, quizá cómplice y simpática, de quienes miran las revueltas del subdesarrollo.
Y sin embargo, justamente en aquellas luchas el nexo entre salud / vida puesta a trabajar / (bio)capitalismo empezaba a ser asumido de manera más consciente, como acumulación de inteligencia y capacidad de conexión. Es desde aquellas metamorfosis colectivas (mucho más que por los mensajes mediáticos que seguramente han tenido consecuencias) que se ha desarrollado el núcleo más fuerte y duradero de estos movimientos. Un núcleo que emerge ahora, después de haber trabajado por largo tiempo en la cresta que ata la vida a la producción, la salud a la acumulación capitalista, el territorio a la cooperación social, con una fuerza que los observadores no llegan a entender fácilmente y que, aun cuando pueden ver, no pueden hacer otra cosa que intentar neutralizar con el uso de categorías reductivas y decididamente ambiguas, como la de la “emergencia ambiental”: como si quisieran volver a empujar al bios a la dimensión “sectorial” que ya las luchas han destruido desde hace tiempo.
Sin pasarnos en la exageración, podríamos decir que esta dimensión compleja de la vida – vida que anuda salud, cooperación, deseo de reapropiarse del territorio y de la decisión colectiva – dibuja un tipo de movimientos propios del Sur, que están emergiendo como movimientos de resistencia y reapropiación frente a una época en la cual la subsunción real se está extendiendo y profundizando. Cuanto más se extiende la extracción del valor sobre la vida entera, a través de heterogéneos y múltiples dispositivos, más aprietan los movimientos el nudo entre vida, ambiente y cooperación social, y más se presentan en las formas asumidas por un río en crecida. Formas siempre heterogéneas pero puestas en conexión a través de la vida misma, percibida no como nuda vida o como blanco pasivo (como quieren en el fondo los cantores de la “emergencia ambiental” y los ejércitos que envían a nuestras tierras para salvarnos), sino como vida llena de resistencia e invención que crece dentro de las infinitas experiencias del mutualismo, de los experimentos del compartir, de las experiencias de reapropiación que se cruzan dentro de estas luchas.
Así, no nos maravilla como este río pueda contener dentro de sí muchas potencialidades que atraviesan directamente las luchas sobre los derechos laborales, la precariedad y la cuestión de la renta básica: son movimientos que se sitúan, como aquellos del 19 de octubre en Roma (manifestación nacional convocada por el movimiento NOTAV, ndt),en la intersección entre vida y trabajo, donde el conflicto típicamente “laboral” se cruza continuamente con su “afuera” ambiental, social y se encuentra desde su nacimiento con la más amplia cooperación social. Y esto nos permite rescribir completamente la triste dialéctica “laborista” entre derecho al trabajo y derecho al ambiente: nunca como en estas manifestaciones se ve trazarse – seguramente aun en términos potenciales y con todos los riesgos de volver a caer en la tradición a cada paso, y sin embargo con cierta claridad – una reformulación general del derecho a vivir capaz de romper aquella dicotomía y de empezar a marchar sin demasiadas dificultades hacia la reivindicación de una renta básica incondicionada como remuneración de la riqueza productiva de la vida misma y de la renta indirecta como reapropiación desde abajo de los servicios y del welfare.
Sintetizando, sería apresurado y voluntarista decir que #fiumeinpiena es un movimiento para un welfare del común pero seguramente el plano donde éste se da, así como la complejidad y la riqueza de la vida que lo animan como cooperación y producción de subjetividad nos devuelven el lenguaje de un welfare desde abajo, de los usos y de la reapropiación, de la renta básica y de la cooperación social, muy comprensible – y muchas veces tranquilamente “hablado” – al interior de estos movimientos definidos con banalidad como “ambientales”. Se está abriendo un campo en el cual trabajar para producir nuevas conexiones inteligentes.
3. Los procesamientos: una lucha sobre la reapropiación de la riqueza
Desde luego, si el #fiumeinpiena se orienta por la ruta de la reivindicación/reapropiación de riqueza y decisión colectiva (en lugar de conducirlo por el camino que pide e invoca la “intervención” salvífica reabsorbiéndolo en los movimientos cívicos), hay un dato fundamental, que emerge en la centralidad asumida por el tema de los procesamientos; y que los observadores no logran ver. ¿Por qué los proyectos de procesamientos han encendido el #fiumeinpiena y, antes aún, han movilizado los más combativos entre los movimientos territoriales? Seguramente no porque se hayan reconocido como movimientos de “limpieza” desde arriba, emergencial, y quizá acompañada por la ocupación militar y algunos bien conocidos dispositivos de policía. Y tampoco, como nos empuja a creer la interpretación “legalista”, muy querida por los observadores más progresistas, y presente también en algunos sectores de movimiento, porque los procesamientos hubieran sido la oportunidad para pedir “control” y “transparencia”. No. Los lemas y muchas intervenciones (“¡sanearos el cerebro!”) dicen otra cosa que no es una espera milagrosa del procesamiento.
Lo que hace del tema del procesamiento un asunto central es sencillamente el hecho de que las grandes inversiones en este sentido ponen al descubierto una gran disponibilidad de riqueza que la crisis misma produce, en su intento de volver a poner en marcha la acumulación agarrotada. Estos movimientos advierten con absoluta precisión que la crisis no comporta un empobrecimiento generalizado, como en los sermones de los sacerdotes de la austeridad, sino que produce flujos e ingentes movimientos de capital en busca de valorización: y no excluye inversiones y producción de riqueza a nivel europeo que precipitan en los territorios. La cuestión central que ponen estos movimientos ahora es precisamente una lucha sobre la medida de esta producción de riqueza.
Cuando oponen a los procesamientos desde arriba, a los golpes de comisarios y mega-inversiones, un “saneamiento social” de los territorios que radica en la decisión colectiva y democrática, estos movimientos luchan exactamente acerca de la medida de la producción de moneda: la medida de la vuelta a la acumulación capitalista contra la medida de la cooperación social, de las necesidades de los territorios, del deseo de dignidad y autonomía de las subjetividades. Lo cual hace evidente también cómo, más allá y contra toda representación angustiosamente “territorial”, en el nivel europeo del comando financiero, es dónde se juega de verdad la lucha de este movimiento como movimiento de reapropiación de la riqueza desde abajo, por parte de la cooperación social y de la “vida”: y sería urgente profundizar todas las posibles conexiones que este movimiento puede generar, empezando desde el sur, en la construcción de un plano de luchas y de campañas europeas contra la renta financiera y por la reapropiación de la decisión política sobre la riqueza. La consciencia de que la riqueza existe, y se necesita volver a conquistarla, junto a la riqueza de las potencialidades de la cooperación social, experimentada desde hace tiempo, son los elementos inmediatamente visibles de la fuerza de este movimiento.
Quienes estaban el 16 de noviembre lo podían percibir directamente: la composición del #fiumeinpiena es la de una generación joven y consciente. Es justamente la generación de la consciencia que toma la palabra y clava al poder a sus responsabilidades, sean los altos cargos del Estado, empezando por Rey Giorgio Napolitano, sean los administradores y políticos locales, sean, y sobre todo, la clase empresaria italiana. Contra luz aparece la alusión al emerger de una consciencia que atraviesa un espacio nuevo, libre y democrático de lucha política, donde se configuran unas relaciones y unas prácticas políticas “nuevas”. Y donde, sobre todo, es la dignidad la que predomina: la dignidad de salvaguardar y producir nuevas formas de vida, nuevas maneras de estar juntos.
En el #fiumeinpiena aparecen continuamente temas que cuestionan de manera directa el espacio declinado en sus diferentes formas y acentos: de “lugar físico”, tierra, territorio, donde materialmente de desarrolla la vida cotidiana y se entrelazan las relaciones fundamentales entre los seres humanos; de “lugar simbólico”, de la representación y auto-representación de la comunidad, “espacio publico mental” donde se define la identidad, se practica la confrontación, donde se encuentra al “otro” en forma de discurso; y se entrevé, aunque aparezca poco nítido, el “lugar institucional”, es decir el ámbito de la democracia directa, entendida como mandato desde abajo hacia los que mandan, lugar de condensación de una voluntad colectiva producida desde la multiplicidad y capaz de expresarse y tomar la palabra frente al “poder”.
4. Agujeros negros: el emergencialismo e el espectáculo de la representación
No faltan los intentos de invasión de estos espacios por parte de dispositivos de cauterización de los conflictos, ya que producen una opinión pública tan resentida como impotente, que se proponen neutralizar aquellos movimientos. ¿Qué otra tarea podía tener la noticia publicada por L’Espresso, “Bebe Nápoles y morirás” (juego sobre un dicho italiano, “Ve a  Nápoles y luego podrás morir”), sino la de producir miedo y terror y preparar el paso a las medidas de emergencia, las intervenciones anestesiantes en los espacios de la democracia y de la participación radical? A fortiori, un periodismo de este tipo no hace otra cosa sino engrasar los mecanismos interactivos donde ilegalidad, inmoralidad, y la degradación meridional parecen asumir la apariencia de infecciones y transformarse en monstruosas representaciones de una línea de tendencia general en el panorama nacional.
Dicho de otra forma: el Sur como mejor termómetro de la degradación italiana. Y en este marco de diagnosis, de nada valen las movilizaciones, las plazas llenas, el #fiumeinpiena. Estos últimos se quedan como fenómenos extemporáneos, comida para tertulias televisivas. Al mismo tiempo, las tecnologías de gobierno que defienden la “razón de estado” y sus principios, después del tiempo de la cólera, vuelven a tomar su espacio con responsabilidad y decisionismo, volviendo a tomar el mando de la gestión neoliberal del Mezzogiorno. Volviendo a proponer un viejo guión sobre cómo gestionar la emergencia: leyes especiales e intervención securitaria del ejército. Al menos, estaría bien que el Presidente de la República, Napolitano, y el Primer Ministro, Letta, reinventaran el léxico de la gubernamentalidad de las emergencias del Sur: desde hace más de un siglo, las clases políticas e intelectuales desean y luego intervienen con dispositivos de emergencia, haciendo de estas tierras “estados de excepción permanentes”.
Al fin y al cabo, detrás del discurso emergencialista, siempre hay un orden fundado sobre una condición de deficiencia, una condición de inferioridad y subalternidad que invoca y justifica la ayuda de quienes están en lo alto, de los más responsables e ilustrados. Pero este discurso tampoco parece funcionar. No han faltado, de hecho, al cierre de la jornada, los llamados a las intercesiones por parte del Presidente de la República o del Arzobispo de Nápoles: invocar al estado y a la iglesia, súplicas hacía arriba, intangible y verticalmente proyectadas hacia el pedido de socorro y, entonces, de sujeción. En cambio, la respuesta consciente del #fiumeinpiena al mecanismo de la “emergencia y de la intercesión” ha sido devolver el Rey a la tierra, hacerse potencia que apunta a cambiar lo existente sin invocar a nadie. Este ha sido el sentido del mensaje que atravesaba el enjambre multitudinario: que nadie se escape, por un lado o por otro. Quienes son los responsables tienen que pagar e irse.
¡Ejemplar ha sido la respuesta a tantas súplicas, cuando los nombres y los cargos públicos han recibido nada más que silbidos y protestas! Aquellos cargos ya no tienen la posibilidad de interceder en el #fiumeinpiena. Ya no pueden hacer daño porque se les ha desarmado de aquel dispositivo de reproducción de la subordinación que es condición necesaria para que exista un poder constituido. Y mientras estos dispositivos caían, el #fiumeinpiena volvía a llenar el debate de un nuevo significado a partir de la subalternidad, descubriendo la fuerza de una democracia directa.
Es obvio que algunos de los elementos emergidos el 16 de noviembre tienen una apariencia de crónica, perdidas en la inmensa participación popular; y, sin embargo, vale la pena que el #fiumeinpiena las enfrente desde ya para encauzar posibles derivas, ya vistas en el pasado, y romper los lazos que dejarían sin libertad la generalización de la lucha y de la conciencia. Sobre todo, el tema de la representación política: la representación política es un obstáculo en la realización de la democracia directa. La “simbólica sobredeterminación de la representación política” frena los “desarrollo sociales de las luchas”, hasta determinarse a sí misma como diagrama entre movimientos y instituciones.
Seguramente las experiencias pasadas, las de las luchas ambientales de 2008, son un ejemplo de esto: una clase intelectual y política que, si bien con el intento de reforzar el programa (diferenciación de la basura, ciclo alternativo de la basura, no a la incineración), ha vuelto a conducir parte de aquellas luchas hacia un circuito de representación política que poco ha hecho para desarticular el dispositivo de la subordinación y que, además, ha acabado por reproducir la acción a favor de los políticos de carrera (es el caso del juez Luigi de Magistris y su lista cívica, “Movimiento Naranja”), y ha sofocado de esta forma la generalización de las formas de democracia desde abajo y de autogobierno de los territorios. Por suerte, este movimiento parece tener anticuerpos. No será fácil reproducir formas para embridar la participación directa en contenedores institucionales, donde la “voluntad general” será anestesiada en nuevos partidos o revoluciones naranjas o en grupos y organizaciones políticas.
Después de todo, es difusa la consciencia de que estos grupos son parte del problema. Inequívoca en este sentido ha sido la contestación al símbolo de la Municipalidad  de Nápoles durante el #fiumeinpinea, como también, las críticas a los políticos en la manifestación. De la misma manera, ciertas incongruencias de aquellas contestaciones nos dejan entrever posibles cortocircuitos del #fiumeinpiena, debidos a la búsqueda de formas de representación a toda costa en su interior: ciertamente, tienen sabores diferentes la contestación – o mejor dicho la ajenidad radical – a las instituciones por parte de la mayoría del movimiento (los silbidos al Arzobispo y al Presidente, “cívicamente” invocados desde el palco) y las diatribas entre concejales completamente internos a la institución, “espectáculos” muy presentes, en una manifestación seguramente demasiado llena de tricolores (referencia a la bandera italiana, ndt.), asesores, representantes políticos de mayoría y oposición.

Para decirlo con Guy Debord, las imágenes reproducidas en el espectáculo son solamente “una relación social mediada por las imágenes”. Por tanto, incongruencias del espectáculo de la representación política que el #fiumeinpiena tendrá que barrer. De otra forma, el riesgo es que se reconstituya una figura del “representado” siempre lista para la emboscada, o que se mistifique «en una sociedad vaciada de toda inteligencia y manipulada por la ensordecedora idiotez del circuito mediático, subiendo la opacidad de la información como una ausencia de virtud y registrando exclusivamente la cínica transparencia del poder hecho más vulgar por su falta de responsabilidad». Palabras que son piedras. Claro está, tenemos toda la fuerza para evitar las trampas – siempre demasiado presentes en los movimientos meridionales –, tenemos la fuerza para no volver a estar atrapados en la representación política y sobre todo, en la trágica interiorización de una subalternidad carente de imaginación política e incapaz de pensar más allá del triste dogma sectario – que tantas veces ha matado lo nuevo que se manifestaba en muchos y amplios movimientos sociales – según los cuales «el líder y las estructuras centralizadas son la única manera de organizar proyectos políticos eficaces».
Traducción por Francesco Salvini para sumakmaskana.wordpress.com)

Yael y Roció

por Diego Valeriano



La duda de Yael es si lleva o no a Roció al outlet que están por ir a arrebatar. Está esperando a su mamá que quedó arriba del bondi por un piquete en la Savoia. En el último wasap le dijo que se venía caminando. Si la espera puede quedarse sin nada, si va con Roció puede ser peligroso y, además, va a agarrar muchas menos cosas. Hace dos horas le avisaron que iban a caerle al chino de Gaspar Campos, pero prefirió no ir. Al que abría que caerle es al mercadito de Rosana, por hija de puta. Pero a Rossana es imposible, tiene tanto arreglo con la policía que ya hay dos en su techo enfierrados y al jefe de calle dando vuelta en el Bora blanco con vidrios polarizados. Otro mensaje de la mamá le dice que está a 20 cuadras. “si keres dejala en la cuna q ya yego” Cómo voy a dejar sola a Roció, se indigna para sí. Cuando era más chica dejó varias veces solo a Pedro para ir a bailar, pero eso era antes.
Hace un calor insoportable que la pone más nerviosa aun. Está encerrada en la piecita del fondo con el aire a 16, en la tele hablan de problemas en algunos barrios, pero no dicen nada del de ella. Quiere unas Nike para llevarle al papá de Roció en Navidad, jamás le pudo llevar nada piola y quiere esta navidad poder hacerlo. Mira el aire porque no puede creer el calor que hace, marca 16, pero parece que no tuviera fuerza. Arroja una brisa tibia, se enoja. Le manda un wasap a la mamá pero solo marca un tilde. Espera, espera y no marca el otro. Ya uso la carga s.o.s y no tiene crédito ni para un mensaje. Se corta la luz.
Ni tele, ni aire, ni música. Sale a la calle y descubre que esta todo el mundo afuera. Algunos pibes comienzan a armar una fogata en la esquina. A lo lejos se escuchan explosiones, detonaciones la corrige Enrique. El Bora para en la fogata y da algunas indicaciones. Se acerca Cepillo y se quedan hablando un toque con el jefe de calle. Frenético como es, comienza a caminar y dar órdenes. En 5 minutos armó cinco fogatas/barricadas en tres cuadras a la redonda. “Se vienen los de las casitas”, escucha que dice el hermano de Cepillo. Lo único que ilumina la calle es la enorme fogata que llega hasta el cielo cerrado de nubes. Yael atiende el teléfono, es la mamá que le cuenta que se va a quedar en lo de su comadre, esta solo a diez cuadras pero no se anima a caminar sola. Le cuanta que se queda hasta mañana. Le agarra una bronca bárbara y después miedo de quedar sola. Cepillo no para de dar órdenes y contraordenes. Llega gente del municipio, todos los vecinos los rodean, Cepillo pide calma. Todos gritan, pero la que grita más fuerte es Mariela. Cepillo intenta calmarla, pero es en vano. Lo único que piden los del Municipio es que le garanticen seguridad a los de Edesur para arreglar el transformador. De nuevo empiezan los gritos y Mariela promete con su vida que nadie los va a tocar, pero que si no lo arreglan ella misma los va a cagar a corchazos. Yael decide acercarse a la avenida porque ya no soporta su cuadra. Camina mientras nota que cambia el viento “ojala refresque”. No hay luz en ningún lado. Un fuerte olor a lluvia la atrapa, intuye que sí, que va a refrescar, y eso la tranquiliza.

Serie Nuevo conflicto social. Extractivismo y política de lo común: entrevista a Sandro Mezzadra

Por Clinämen y Maura Brighenti



Quisiéramos comenzar con una pregunta sobre la manera en que utilizas la categoría de extractivismo en referencia al capitalismo contemporáneo. ¿Cuáles serían los beneficios de pensar la noción de explotación bajo la imagen del extractivismo, es decir de la explotación como extracción no sólo de los recursos naturales sino en general, a partir de su relación con el capital financiero? Y, más aún, ¿cuál es el beneficio político de pensar el extractivismo, es decir: a qué daría lugar en términos de organizaciones y movimientos sociales, de nuevas maneras de entender la realidad, la imagen de la explotación como extracción?

Es un tema que de alguna manera comencé a pensar discutiendo el año pasado con algunos amigos aquí en Buenos AiresMe llamó mucho la atención el debate sobre el neo-extractivismo que se desarrolló en los últimos tiempos en América Latina y traté de averiguar si hay una posibilidad de entender el concepto de extracción de una manera más amplia. Lo que significa preguntarnos si hay en la actualidad operaciones del capital que puedan ser nombradas como operaciones de extracción. Detrás de esta pregunta hay un intento, compartido con muchos compañeros y compañeras, de entender la naturaleza del capitalismo contemporáneo en tanto capitalismo global. Y en este sentido hace falta mapear las operaciones del capital que tienen un alcance global.

Por muchos años, la discusión sobre el capitalismo global ha sido a menudo perjudicada por una imagen del espacio global como espacio de flujos, una imagen que por sí misma brinda una idea de extraterritorialidad del capital. Al contrario, el intento de plantear el tema de las operaciones del capital apunta justamente a analizar la manera en que estas operaciones se enraízan en los territorios. En este sentido, el concepto de extracción nos permite nombrar la dimensión global del capitalismo contemporáneo y, al mismo tiempo, analizar las implicaciones extremadamente heterogéneas que estas operaciones tienen en los distintos territorios.

Cuando hablo de operaciones del capital me refiero, por un lado, a la importancia de subrayar el papel que juega a nivel global el sector extractivista en sentido estrecho. Por otro lado, al hecho de que también la propia manera de actuar del capital financiero puede ser descripta mediante la noción de extracción, en el sentido de que el capital financiero no organiza directamente la cooperación social que explota. Se podría decir que el capital financiero se encuentra en una posición de exterioridad frente a la cooperación social, aún si a esta exterioridad corresponde la capacidad de explotar la sociedad, la vida en su conjunto. Cuando se habla de capital financiero muchas veces se hace referencia a un capital desterritorializado y se termina reproduciendo un problema análogo a lo que planteaba a propósito del espacio global como espacio de flujos. Creo que una de las ventajas del concepto de extracción es que apunta justamente a las maneras en que el capital financiero entra en la cooperación social y la conforma, la organiza, bajo las perspectivas y necesidades de su valorización.

Hay una tendencia a asociar el concepto de extractivismo con los recursos naturales que en parte quizás está ligada a una asociación de la producción con el trabajo asalariado, que a su vez lleva a pensar que otras formas de circulación del dinero que no sean el salario son circulaciones de tipo clientelar. ¿Cómo se produce en la sociedad el valor de estas formas que exceden al trabajo asalariado y que quizás nos permiten pensar con más facilidad toda la amplitud de un concepto de extractivismo como el que estás planteando?

Al hablar de un capitalismo extractivo no me refiero solamente a operaciones del tipo extractivista en sentido estrecho y a las operaciones financieras. En la actualidad hay otras operaciones del capital, por ejemplo los grandes proyectos de renovación urbana -el llamado proceso de gentrificación-,que se pueden analizar bajo la perspectiva de la extracción. Hay una alianza entre capital financiero y capital inmobiliario que se enfrenta directamente con la cooperación social que produce la ciudad. En todos estos tipos de operaciones el capital no se enfrenta con el trabajo asalariado en el sentido tradicional -con el trabajador individual-, pero tampoco se enfrenta con el trabajador colectivo en el sentido de la cooperación organizada por el propio capital adentro de una fábrica. El capital se enfrenta más bien directamente con la cooperación social. Claramente permanecen otras operaciones del capital que siguen siendo muy tradicionales y hay que tomarlas en cuenta, por eso no podemos definir el capitalismo contemporáneo como meramente extractivista. Creo sin embargo que las operaciones extractivas son las que determinan la propia composición del capital en general, y es en estas operaciones que el capital se enfrenta directamente con la cooperación social. Desde ese punto de vista se precisa replantear el concepto de explotación.

Cuando hablo de explotación lo hago en un sentido específico, no en un sentido moral o metafórico. En el análisis marxiano, que retomo, la explotación se refiere a la producción de valor y a la apropiación de plusvalía. Hoy la plusvalía es producida y apropiada por el capital en una situación totalmente distinta de la que Marx trató de describir a través de la ley del valor-trabajo. Ya no tenemos una medida que permita armar la distinción entre la parte de la jornada laboral en que el trabajador produce para sí mismo y la parte en que produce para el capital. Al mismo tiempo cambia también la noción de propiedad frente al capital extractivista. Lo que importa no es tanto la propiedad por sí misma, sino la apropiación, y esto es un elemento esencial tanto en las prácticas extractivistas en sentido estrecho, como también en los proyectos de renovación urbana. Apropiación significa violencia, significa desposesión. Por esto creo que es necesario replantear el concepto de explotación, tomando la desposesión como uno de sus rasgos fundamentales.

En este sentido, debemos dar un paso adelante respecto al debate crítico contemporáneo y en particular al planteo muy influente que establece una distinción entre desposesión y explotación. La desposesión sería el resultado del extractivismo en sentido estrecho -para hacer megaminería se precisa desalojar gente, expropiar territorios campesinos o indígenas, etc.-; mientras que la explotación estaría vinculada al trabajo asalariado en sentido tradicional.

Es necesario ir más allá de esta distinción, ya sea por razones teóricas o analíticas, o por razones políticas. Desde un punto de vista teórico esta distinción no logra entender lo que pasa afuera del trabajo asalariado en sentido estrecho, no logra entender la gran importancia de la cooperación social en que se cruzan formas de trabajo y formas de explotación muy heterogéneas. Mientras que, desde un punto de vista político, se termina reproduciendo un problema hoy en día muy grande, que tiene que ver justamente con la dificultad de comunicación entre las luchas que se desarrollan en contra del extractivismo en sentido estrecho -muchas veces nombradas como luchas medioambientales- y las luchas que se desarrollan no solamente adentro de las fábricas, a partir del trabajo asalariado, sino en los territorios urbanos y las periferias metropolitanas.

¿Podemos decir que al entender la explotación casi como sinónimo de extracción se van rompiendo las fronteras y las distancias entre campo y urbanidad? Quizás si tal vez no hubiera que “agradecerle” al extractivismo haber vuelto visible un modo de operar del sistema financiero que se nos hacía demasiado etéreo o imposible de asir, y que de repente, con la megaminería y el agro-negocio nos muestra directamente la cara.

Sí, creo que tienen razón. La semana pasada me llamó mucho la atención la entrevista a Gastón Gordillo[1], cuando hablaba de los territorios del norte Argentino y los describía con imágenes de devastación: los campos, los aviones, las fumigaciones… Mientras lo escuchaba me venían a la cabeza imágenes del conurbano de Buenos Aires. Imágenes que no tengo como turista que estuve en aquellos lugares, sino por las continuas conversaciones con amigos y compañeros que los habitan. En un cierto momento me vino incluso la asociación entre la fumigación en los campos y la droga que está penetrando en modo extremadamente violento en las periferias urbanas: el elemento químico de ambos casos. Son imágenes que me impactaron mucho y que remiten a una materialidad densa del extractivismo que nos constriñe a replantear de una manera material también todo el tema de la explotación.

En la agenda que venimos charlando desde hace poco más de un año sobre el nuevo conflicto social, una cuestión que nos parece muy relevante es intentar aprovechar de las imágenes que vienen de las luchas contra la megaminería, el agro-negocio, etc., pero ampliándole con imágenes que provienen de las ciudades. Porque muchas veces, en las ciudades las luchas que se vienen dando contra la soja, la megaminería, y demás adquieren un tinte bastante moralista, y no se logra ver dentro de la máquina. Si, como señalaba Christian Ferrer, decir no a la megaminería y si a mi celular no son incompatibles, entonces cómo hacer para involucrarse en el conflicto? Porque si no nos involucramos en el conflicto nos quedamos con imágenes tan sencillas que al final en lo único que redundan es en la defensa de nuestro modo de vida y la derrota de la lucha política por la cual tenemos simpatías. Entonces ¿Cómo hacer la extensión? ¿Cómo meter el territorio en la ciudad, en la centralidad que tiene en todo este conflicto? También nos preguntamos qué es lo específicamente político en este contexto, pues estamos pensando la productividad en términos económicos, muy ligados al capital, y estaría bueno ver en el pasaje de esta cooperación a una financierización del valor qué prácticas nos permiten desplegar otro tipo de potencial.

Para mí toda esta discusión tiene implicaciones inmediatamente políticas y en este sentido hay que entender el concepto mismo de capital como potencia material y no como algo meramente económico. Se trata de un concepto político, tal como su acción es una acción política que va a organizar de una manera muy radical las formas de vida, todo el tiempo destruyéndolas y planteándolas nuevas. Entonces creo que no estamos hablando simplemente de economía, estamos hablando de política en el sentido más radical. ¿Cómo enfrentar esta potencia material y política que es el capital? Es la pregunta que nos queda por plantear y tratar responder.

¿Qué rol puede jugar en esto la investigación política?

La investigación política puede juagar aquí un papel fundamental en tanto no se trate solamente de denunciar lo que está ocurriendo. Hay investigación política cuando hay capacidad de detectar potencialidades, de dar forma a un exceso de la cooperación social frente al capital, y es justamente alrededor de estas potencialidades que hay que armar estrategias políticas para enfrentar la cara extractiva del capital. En este sentido la investigación política puede ser hoy una herramienta fundamental de la organización política.

¿En términos de investigación política, qué has visto de interesante en este tiempo acá en Argentina?

Veo una cotidianidad de resistencia, de autorganización popular en las periferias urbanas. Veo procesos de organización y de lucha en contra del neoextractivismo que también son muy importantes. Lo que me parece el problema fundamental hoy es justamente la articulación entre el conjunto de estas luchas. Pero hablar de articulación no significa pensar en un proyecto que desde arriba articula las luchas, significa más bien pensar en un proceso en el cual las luchas mismas sean capaces de plantear elementos comunes. Significa pensar un proceso en el que las luchas mismas se modifican. En la medida en que las luchas sean capaces de plantear estos elementos comunes surgen dispositivos de articulación.

Siguiendo la lectura crítica que haces de la “articulación desde arriba” y lo que venías diciendo antes  sobre las formas del capital ¿podrías compartirnos alguna reflexión sobre el papel del Estado en América Latina en estos últimos años?

Creo que hace falta retomar el tema del Estado. En los últimos veinte años muchas compañeras y compañeros trataron de describir los rasgos de la crisis del Estado nacional. Desde este punto de vista un libro como Imperiofue muy importante, pero podríamos recordar también algunos trabajos de Saskia Sassen. Fue un gran tema de análisis y de debate, donde el Estado ha representado un objeto de análisis en «negativo». Insistimos sobre lo que el Estado ya no es. Pero para mí siempre fue claro – ya lo había escrito en una reseña de Imperio publicada en «Il Manifesto» en ocasión de la publicación del libro- que hablar de crisis del estado no significa afirmar su inminente desaparición. Ya en ese entonces aparecía con claridad que el Estado seguiría jugando un papel importantísimo dentro los procesos de globalización.

Hace falta ir más allá de esta descripción negativa de la crisis del Estado nación y tratar de describir de una manera “positiva” lo que el Estado es actualmente. El Estado sique siendo un actor muy importante en América Latina en el manejo de la inserción en el mercado mundial, de la interdependencia, y al mismo tiempo en muchos países latinoamericanos el Estado nación ha desarrollado políticas de inclusión social. Habría que analizar de qué manera estos dos rasgos se articulan entre ellos. La pregunta sería si hay contradicciones entre estas dos funciones fundamentales del Estado nación.

Lo que vi en los últimos años, particularmente en Argentina, es que el Estado no es más un actor unitario. En este sentido sería importante ir más allá de la contraposición sencilla entre Estado y crítica del Estado para explorar la posibilidad de apropiarse de estructuras estatales que puedan jugar un papel positivo en las luchas. Lo fundamental para mí es replantear las teorías de las instituciones, imaginar nuevas instituciones comunes. En el proceso de construcción de nuevas instituciones comunes hay, al mismo tiempo, la posibilidad de manejar de una manera inteligente la relación con algunos segmentos de instituciones estatales.

Con relación a esta mirada del Estado como una instancia más heterogénea, ¿cómo crees que se ve desde las izquierdas al Estado en relación a las expectativas que por lo general se depositan en él, también ya como un espacio separado, como una máquina ya armada que se usa para ciertos fines, sin ver esos matices?

Me parece que en general hay una tendencia dentro de la izquierda a imaginar el Estado como una herramienta que puede ser tomada y hecha funcional a un proceso de transformación social. Creo que este planteo es bastante ingenuo, pues no toma en cuenta el hecho de que en estos últimos años el Estado mismo cambió, que hay una racionalidad neoliberal que penetró en las estructuras sociales más allá de las retoricas anti-neoliberales de muchos gobiernos latinoamericanos. Por eso para mí el punto fundamental es tratar de ir más allá de esta imagen del Estado.

Además de esto, hay un punto importante que es el patrón de desarrollo, cómo nos planteamos el tema del desarrollo. Otra vez creo que es necesario ir más allá de la contraposición entre neo-desarrollismo y la crítica radical del concepto mismo de desarrollo. Es necesario dar una pelea dentro de la idea misma de desarrollo, inventar una nueva manera de entender y practicar el desarrollo. Frente a la pobreza urbana hay una posibilidad de desarrollo, podemos inventar otra palabra, pero hay una necesidad de producir  riqueza y de distribuir esta riqueza de una manera distinta de la que ha sido distribuida en estas décadas.

A propósito de la necesidad de superar la contraposición entre estado y crítica al estado, por un lado, y entre neo-desarrollismo y crítica radical del desarrollo por otro, en una entrevista reciente Raquel Gutiérrez Aguilar habló de la necesidad de plantear una perspectiva no estadocéntrica. ¿Cómo la ves?

Leí el texto de la entrevista a Raquel[2]y lo encontré muy interesante, sobretodo porque parece evidente que estamos compartiendo una problemática común. Estoy convencido que el hecho de compartir esta problemática no tiene que ver sólo con las miradas individuales de dos investigadores militantes, sino que es algo que deviene de un proceso de conversación y discusión política muy amplio que está atravesando movimientos y luchas en muchas partes del mundo y en particular en América Latina, donde sobre estos temas en los últimos años han habido las experiencias más relevantes.

Lo repito: tenemos la necesidad de un salto de calidad en el debate acerca del Estado, tanto desde el punto de vista teórico cuanto desde el punto de vista político. Para mí no se trata ciertamente de volver atrás respecto a las adquisiciones sobre la crisis del Estado, se trata más bien de insistir mucho sobre el hecho que crisis significa siempre también transformación. Desde el punto de vista analítico, cabe entonces hacer el paisaje de un análisis en negativo a un análisis en positivo: vamos a ver lo que el Estado es hoy al interior de los procesos de globalización. Y esto tiene consecuencias relevantes también desde el punto de vista político.

Estoy muy de acuerdo con la necesidad de profundizar la crítica de toda concepción estado-céntrica de la política. Al mismo tiempo, y sobre todo en presencia de retoricas, difundidas en muchos países latinoamericanos, sobre el retorno del Estado -la posibilidad que el Estado juegue un papel fundamental en el gobierno de la globalización-, creo no es particularmente productivo contraponer una crítica abstracta del Estado. Una política no estado-céntrica para mí significa una política que es capaz de «desengancharse» de aquella alternativa, que ya Foucault criticaba al final de los Setenta, entre «estadofilia» y «estadofobia». Se podría hablar días enteros, lo que dije es relativo a la impostación del problema. Algo que quizás se podría agregar tiene que ver con el papel del Estado en los procesos latinoamericanos de los últimos diez años, pero la cuestión va muchos más allá y tendría que ser investigada también en términos más anchos, geográficae históricamente.

Desde un punto de vista históricoel problema se refiere a la relación que el socialismo, en tanto experiencia histórica determinada, tuvo con el Estado. Tanto la socialdemocracia como el «socialismo real» desarrollaron políticas absolutamente estadocéntricas. Fueron políticas estatales. Yo creo que aquí debemos retomar aquel sendero interrumpido que es la crítica radical del Estado, que Marx propone como elemento fundamental de una política comunista, a partir de los escritos sobre La Comuna de Paris y la Crítica al programa de Gotha. Se trata de volver a plantear la diferencia que existe entre socialismo y comunismo. Desde este punto de vista, el tema no es, lo digo una vez más,entre una política no estadocéntirca y una política estadal. Se trata más bien de entender que en ausencia de este suplemento, en ausencia de una política comunista como política irreductiblemente no estadocéntrica, el propio socialismo tiene la suerte que le tocó en la historia, tanto en la versión soviética como en la socialdemócrata. Es fácil imaginar, dentro de la globalización, una situación de un Estado con una retórica de izquierda muy dura, grandes políticas redistributivas, etc., que se encuentra circundado por una sociedad enteramente individualizada, totalmente neoliberal. En América Latina hay ejemplos de este tipo, y es precisamente aquí que se impone la necesidad de una política comunista. Una política comunista -con su irreductibilidad al Estado-debe ser puesta en el centro del debate y, sobretodo, de las prácticas políticas.Una vez más, no niego que el Estado pueda jugar un papel importante, pero sin el desarrollo al mismo tiempo de una autonomía social, de un contrapoder social, el papel del Estado sigue siendo el de reproducir las relaciones de poder.

¿Qué significa pensar al desarrollo como campo de lucha y de invención?

Cabe siempre recordar que las dos cuestiones caminan juntas. ¿Acaso no se de un Estado neodesarrolista en América Latina? A este propósito en losúltimos años estoy siguiendo con interés el trabajo de algunos críticos latinoamericanos del desarrollo, en particular de Arturo Escobar, que me apareció de gran importancia. La crítica del neodesarrollismo me parece tener un papel fundamental hoy, en particular porque el neodesarrollismo presenta una realidad del desarrollo que tiene muy poca correspondencia con lo que ocurre en la vida cotidiana de una sociedad. El modo en que el neodesarrollismo imagina el desarrollo, a través de la mediación fundamental del Estado, no se corresponde con los modelos de crecimiento que nos encontramos de frente, lo que es tanto más cierto en esta parte del mundo. Por eso la crítica sigue siendo muy importante. Es necesario subrayar que los modelos de desarrollo no fueron cuestionados, si no muy parcialmente, por los «gobiernos progresistas» de la última década. Es cierto, hubieron políticas redistributivas, pero sin cuestionar el modelo general. Desde el punto de vista analítico me parece muy convincente la fórmula de Maristella Svampa: del consenso de Washington al consenso de las commodities. Pero ¿es suficiente la crítica? ¿No tiene hoy un papel igualmente urgente intentar imaginar otros modelos de desarrollo? No lo digo en términos retóricos: otros modelos de desarrollo significan otros modelos de crecimiento. Debemos estar conscientes de que hablar de desarrollo y hablar de crecimiento significa asumir también el problema de la explotación de los recursos naturales y de la sociedad en su conjunto. No estamos hablando del país de Cucaña: en frente de la pobreza, en frente de la necesidad de responder a las necesidades sociales -que particularmente en América Latina se saben expresar en formas muy densas y ricas- no podemos esquivar esta cuestión. Personalmente no creo que el tema del desarrollo, con todo lo que conlleva, se pueda resolver en términos morales. Al contrario, se da aquí una materialidad muy fuerte. Una materialidad espuria y enquilombadaque pone problemas enormes. Si bien con formas distintas, se trata finalmente de los mismos problemas a que se vieron enfrentados muchos economistas al comienzo de los años veinte en Unión Soviética, cuando empezaron a hablar de acumulación originaria del socialismo. Ya sabemos cómo terminó aquella historia… Estamos hablando de cosas enormes, pero estas cosas enormes hay de alguna forma que asumirlas. Ciertamente al hablar de la necesidad de encontrar una vía diferente a la del neodesarrollismo, pero tampoco coincidente con una crítica moral del desarrollo, tengo presente lo que decía antes a propósito de la necesidad de una política comunista. Y una política comunista no puede ser una política que se pone más allá de lo privado y de lo público.

Clinämen: ¿Qué entendemos por democracia y derechos humanos en este diciembre caliente?

 

Cerramos el año conversando con Lisandro Fretes, del barrio Agustín Ramírez de Florencio Varela. El derecho a la tierra y al recuerdo de los que ya no están. La policía, los narcos y los pibes en los barrios. Los saqueos en las últimas semanas. ¿Qué entendemos por democracia y derechos humanos en este diciembre caliente?

Ministerio del Ocio y otros planes para hoy

Por Diego Posadas



«¿Qué lugar dejará la sociedad futura al oficio que se ama, en el que se regocija quien lo ejerce?»

Revista Janus
  
Sábado 7 de diciembre

Atesoro con cariño una revista Janus del año 1966 dedicada enteramente a la cuestión del Tiempo Libre. Se trata de una publicación de cultura y filosofía de origen francés, que tuvo su edición traducida al español allá por los años 60, impresa y distribuida en México DF, Buenos Aires, Santiago, Bogotá y tantas otras ciudades ávidas de pensamiento parisino. La encontré en una librería de usados de la calle Corrientes, pagué muy poco por ella, hace ya doce años, y la conservo como una referencia ineludible a la hora de buscar bibliografía que acompañe las ensoñaciones en torno a la cuestión de una improbable Sociedad del Ocio. Sociedad Delicia. La sonrisa contagiosa de una antigua máscara de teatro Noh japonés asomó desde la portada de Janus, debajo de otras tapas de revistas amarillentas. Fue hipnosis a primera vista. Al pie de esa figura se podía leer una consigna/promesa en pequeñas letras de molde, tan enigmática como la máscara y el motivo de esa sonrisa: La Revolución del Tiempo Libre. ¿Será que la inmensa mayoría de seres, no solo humanos, que poblamos este planeta nos merecíamos en 1966 una sociedad delicia? Si pensamos en los discos, films, libros que se editaron o escribieron en aquel año (ver página 213), que anticiparon la catarata psicodélica de obras de arte y revueltas de los tres años siguientes, la respuesta es un rotundo ¿Y porqué no?  El asesinato del Che, ocurrido en 1967, no se hacía las mismas preguntas.

Primera digresión: Mi amiga hacía películas para chimpancés. De esto hace ya un tiempo largo, vestida de Pantera Rosa, con bananas y otros atrezos, hacía cosas raras delante de una cámara para que luego unos monos apreciaran esas cintas, creadas exclusivamente para ellos, al parecer con bastante suceso en el momento del estreno, ya que algunos monos también eran actores de los cortometrajes. Contado así, sin el menor contexto, tal episodio puede hacernos pensar en una excéntrica productora de películas con ligeros sentimientos zoofilos, o en en una sociedad utópica en donde los animales (empezando por los que entendemos más cercanos) van al cine como nosotros, o incluso en una mezcla de ambas opciones. Pero lo cierto que es mi amiga, norteamericana, bióloga, realizaba estas piezas audiovisuales como parte de un experimento universitario que les permitía estudiar mejor el comportamiento y la psicología de los primates. Ya vuelvo…


Domingo 8 de diciembre

Resulta que ayer tan confiado inicié estas líneas diciendo que atesoro una revista Janus del año 1966 que ahora no puedo encontrar en toda la casa, y eso que en las últimas tres horas la he revuelto por completo. Sin esta fuente tan preciada pierde sentido el intento de este ensayo ocioso, motivado por cavilaciones post operatorias, en mis días de convalecencia tras una peritonitis. Si al menos pudiera recordar el nombre de algún autor o el título de algunos artículos intentaría dar con esos viejos textos en Internet, para no sentirme tan perdido.  ¡Qué torpeza imperdonable haber extraviado La Revolución del Tiempo Libre!

La seguiré buscando.

Lunes 9 de diciembre

Ya fue. Quizás con un esfuerzo mental logre traer ante mis ojos algunas páginas borrosas, detalles sueltos, ciertas palabras de la Janus 7 que conservo en mi memoria. Hago el intento y compruebo: “Se trata de la felicidad”. La frase asoma nítida en la primera página que responde a mi ejercicio mental. Una fotografía en blanco y negro, a doble página, completa el cuadro. El contorno de dos niños muy nouvelle vague abrazados en una playa, se revela lentamente y completa la visión. Esta imagen, como escapada de un revistero fantasma se imprime en mi retina y por un instante es como si tuviera en mis manos papel con olor a humedad. Nuestro cerebro es un archivo de imperfectos pdf, me digo. ¿Será entonces que podré escanear toda esta delicia perdida en mi cabeza? Me asusta pensar en un poder semejante. Empiezo a “leer”. “Se trata de la felicidad” me zambulle de lleno en la cuestión del tiempo liberado para vacacionar, esa conquista del siglo XX para las masas, esa porción de Tiempo arrancada de las fauces de las patronales, para el deleite de los trabajadores. La nota (o lo que de ella recuerdo), historiza el asunto y deja bien en claro que el goce de este ocio conquistado termina resultando muchas veces la obediente ejecución de un plan maestro organizado por las mismas fuerzas capitalistas que nos lo arrebatan (al Tiempo). Dos grandes películas, francesas también, “Las vacaciones del señor Hulot”, de Jacques Tati, y “El Rayo Verde”, de Eric Rohmer, abordaron el asunto con humores diferentes en 1953 y 1986. El señor Hulot es un torpe cincuentón en la playa, que desmonta, sombrilla por sombrilla, el andamiaje de una felicidad burguesa perfectamente ordenada, sin darse mucha cuenta. La protagonista de “El rayo verde”, es una joven oficinista de clase media, que tras una ruptura amorosa lleva como puede su duelo y se ve “obligada a vacacionar” cuando llega la hora. En su deambular por playas, casas de amigos y parajes turísticos mediterraneos se ve enfrentada a una soledad insoportable, incompartible, ante un abismo. El recuerdo de estas tramas y la lectura de mis breves fogonazos mentales de una revista perdida activan preguntas acaso vigentes en estos días de reposo recetado. ¿Quienes diseñan nuestra felicidad? ¿En qué horno se cocinan nuestros menúes de esparcimiento? ¿Qué tan libre será este tiempo libre que los monos supimos conseguir?

Doce acciones inspiradoras para burlar la nueva Ley de Seguridad Ciudadana

Doce historias de acciones que pueden ser inspiradoras hoy para desobedecer la nueva Ley de Seguridad Ciudadana con humor, belleza, movilidad y un poquito de camuflaje.
Cubo reflectante anti-cargas en Barcelona, 14-11-2012

Cubo reflectante anti-cargas en Barcelona, 14-11-2012
El objetivo de la nueva Ley de Seguridad Ciudadana es muy simple: proscribir la política, criminalizándola. Poner fuera de circulación todo lo que no sea la política de los políticos: esa idea tan raquítica de la democracia según la cual la capacidad de decisión es monopolio de los partidos, la voz pública es monopolio de los expertos y el papel de la ciudadanía es votar cada cuatro años.
En las redes sociales la Ley se ha bautizado inmediatamente como “ley anti-15M”. En efecto, la medida no observa el carácter abstracto y general de una Ley, sino que se dirige muy concretamente contra las formas que ha adoptado en la calle la política ciudadana desde hace dos años y medio: 15M, mareas, PAH… Las críticas hacia el 15-M decían que era una cosa floja e inofensiva, pero ahora se puede ver muy claro el desafío que suponen para los poderes sus modos de acción a un tiempo abiertos, creativos e incluyentes.
Desde luego no es la primera vez en la historia que la política -esto es, la activación de la gente para discutir y decidir sobre la vida en común- se encuentra amenazada: dictaduras, regímenes autoritarios y leyes represivas, gestión policial de los espacios, etc. ¿Qué hacer, cuando la confrontación abierta y frontal no es posible o no es la mejor opción (porque es inútil, porque produce desánimo y enronquece la voz, porque sólo acarrea una espiral de heridos, detenidos, etc.)?
En otras situaciones, muchas veces infinitamente más duras que la nuestra, la gente se las ha ingeniado para desactivar leyes y situaciones represivas desde las sutilezas de la inteligencia y la imaginación. Aquí te proponemos doce historias de acciones que pueden ser inspiradoras hoy, para desobedecer la nueva Ley con humor, belleza, movilidad y un poquito de camuflaje.

Humor (o cómo decir sin decir lo que no se puede decir) 

1. Fuck Communism en USA
En los Estados Unidos de los años 60 había dos palabras prohibidas. Una, literalmente, la palabra«fuck«. Decirla o escribirla podía acarrear multas y hasta penas de cárcel. Otra, cultural y simbólicamente, la palabra “comunismo”. El gran tabú, el fantasma que el Comité de Actividades Anti-Norteamericanas había decidido erradicar (amplificándolo, al considerar a todo el mundo sospechoso).
Los yippies, el grupo de activismo creativo liderado por Abbie Hoffman y Jerry Rubin, decide hacer algo al respecto y organizan una campaña (pegatinas y carteles por toda la ciudad de Nueva York) con el siguiente eslógan: «fuck communism«.
Decir lo prohibido sin decirlo, evitando la censura y la criminalización, buscando la complicidad del espectador inteligente que sabe leer entre líneas y apreciar el ingenio de la operación.
Decir (sin decir) lo que no se puede decir
Decir (sin decir) lo que no se puede decir
2. La Alternativa Naranja en Polonia
En la década de los 80, enfrentarse al régimen comunista polaco requería de mucho valor e ingenio. De lo contrario, con mucha probabilidad uno daba con sus huesos en la cárcel para toda la vida o algo mucho peor. Los miembros de Pomaranczowa Alternatywa (Alternativa Naranja) se destacaron por su uso creativo del absurdo y el sinsentido en las protestas.
Comenzaron su trayectoria pintando enanos sobre las manchas de pintura que cubrían en las paredes los graffittis contra el gobierno. Los enanos presentes por doquier se convirtieron muy pronto en símbolos de la disidencia polaca, cobraron vida y centenares de personas disfrazadas de enanos naranjas comenzaron a manifestarse por las calles exigiendo cosas como la dimisión de Gargamel (!).
Así, mediante el uso de la alegoría y la metáfora, diciendo sin decir, lograron llevar a cabo decenas de protestas sin correr el riesgo de ser detenidos o, por lo menos, de ser detenidos sin que las autoridades del régimen se convirtiesen automáticamente en un hazmerreír: ¿o es que acaso se le puede seguir tratando con respeto a un oficial de policía tras ver que detiene a un manifestante “por participar en una reunión ilegal de los enanos”?
                                     

3- El Tighty-whitie Block en Nueva York
Unos días antes del comienzo de las movilizaciones contra el World Economic Forum en febrero de 2002, el alcalde de Nueva York desempolva una antigua ley (¡escrita en 1847!) que prohíbe el uso de máscaras durante cualquier acto público. La aplicación de la ley persigue un claro objetivo: permitir a la policía realizar a sus anchas un archivo fotográfico de los manifestantes.
Los New Kids on the Black Block, un grupo de activistas antiglobalización expertos en tácticas de guerrilla de la comunicación, leen con atención la ley. Lo que allí dice es, literalmente, que queda tajantemente prohibido “el uso de toda máscara”. Pero, con un poco de creatividad, hay muchas cosas que pueden llegar a desempeñar las mismas funciones… Y así es como nace el Tighty-whitie Block.
«Tighty-whities” es como llaman los americanos a los calzones blancos de toda la vida. En pocas horas, los New Kids se hacen con un montón de estos calzoncillos (más de mil), les imprimen cientos de mensajes subversivos y los reparten entre los manifestantes. Además, confeccionan una pancarta-gallumbo gigante a modo de insignia para todos aquellos que desean –o necesitan– manifestarse de manera anónima, aunque sea con un calzón en la cara.
Los calzoncillos tighty-whities no son máscaras, así que poco o nada puede hacer la policía al ver desfilar con ellos a cientos de personas el día de la manifestación. No pueden ni detener ni, mucho menos, ampliar su archivo fotográfico, ¡cómo hubiesen quedado esas fotos!
El Tighty-whitie Block en Nueva York
El Tighty-whitie Block en Nueva York


Camuflaje (o cómo romper las reglas de juego desde dentro)

4. El movimiento 501 en Argentina
En Argentina el voto es obligatorio, pero el Código Electoral Nacional exime de la obligación a quienes se encuentran a más de 500 kilómetros de su domicilio. En 1999, un grupo de jóvenes invitó a todos los desafectos a las rutinas electorales a trasladarse el día de la votación a 501 kilómetros de su lugar de residencia, como un modo de decir colectivamente que el sentido profundo de la democracia no puede reducirse a elegir cada cuatro años entre opciones prácticamente intercambiables entre sí.
Quienes participaron certificaron en comisaría que el día de las elecciones estarían a 501 kilómetros de su lugar de residencia y se organizaron viajes colectivos y gratuitos desde Buenos Aires a la Sierra de la Ventana donde se celebró un encuentro. Por supuesto fueron acusados de “antipolíticos”, “antidemocráticos”, blablabla. Pero ellos respondieron, en su “Carta a los votantes”, que en el kilómetro 501 empezaba en realidad a recuperarse el sentido auténtico de la democracia, que no es la simple gestión de lo Inevitable y Necesario («lo que hay es lo que hay»), sino la transformación de lo existente entre todos y para todos.

El movimiento argentino 501
El movimiento argentino 501
5- Los Sex Pistols sobre el río Támesis
Mediados de 1977, el Jubileo de la Reina Isabel de Inglaterra está próximo y el gobierno y la Casa Real quieren evitar a toda costa cualquier acto crítico. Es por eso que toda actuación de los Sex Pistols, autores de la canción “God Save the Queen”, queda terminantemente prohibida en suelo inglés.
La reacción de la banda punk a la prohibición es ya célebre. Lejos de tirar la toalla, los Pistols alquilan un barco al que bautizan precisamente “Queen Elizabeth” y el 7 de junio, el mismo día del desfile real, organizan un concierto en mitad del río Támesis. Al fin y al cabo, la ordenanza gubernamental prohibía únicamente las actuaciones en suelo inglés, no decía nada acerca del agua.
La repercusión mediática de esta actuación fue tal que, esa semana, el single “God Save the Queen” alcanzó el número uno de la lista de los más vendidos en todo el país. Sin embargo, como estaba prohibida, la canción no pudo ser anunciada por televisión ni pinchada por ninguna emisora de radio. Aquella fue la única vez en la historia que no ha habido canción número uno.
                                                                                                                                                                  6- La Revolution Through Social Networks en Bielorrusia
En julio de 2011, la frustración por la crisis económica en Bielorrusia llega a su punto álgido. El régimen autoritario del presidente Alezander Lukashenko había prohibido cualquier tipo de protesta y la policía reprimía toda expresión de disidencia. En respuesta a esta situación, aparece la “Revolution Through Social Networks”, un llamamiento público a reunirse en las calles y aplaudir; o a hacer sincronizar sus teléfonos móviles y hacerlos sonar a la vez. Así, de este modo tan aparentemente inofensivo, miles de personas logran convertir unos simples gestos cotidianos en potentes expresiones de disidencia.
Protestas en Bielorrusia
Protestas en Bielorrusia

  

Movilidad (o cómo no ofrecer un blanco al adversario) 

7. Lavapiés 15 en Madrid
Lavapies 15 fue una casa okupada en la calle y número que indica su nombre del madrileño barrio de Lavapiés durante el año 96. A los seis meses de existencia recibió la orden de desalojo. Los habitantes de Lavapiés 15 sellaron la puerta y simularon parapetarse dentro, el procedimiento ortodoxo de autodefensa de las casas okupada por aquel entonces (heroico quizá, pero a la postre inútil y muy frustrante).
Así, mientras un destacamento de cien agentes de policía y un helicóptero rastreaban la casa buscando a los okupas, ellos huyeron por los tejados dejando en evidencia el desmesurado e injustificado despliegue represivo. Se cuenta incluso ¡que observaron su propio desalojo en la puerta con los demás curiosos!
«Resistir no equivale a sufrir, también la burla es una forma de lucha”, dijeron para explicar su gesto.
símbolo okupa
símbolo okupa
8- Día Nacional de la Protesta en Chile
Chile, julio de 1983. La dictadura de Pinochet cumple diez años y los trabajadores de las minas de cobre lo celebran organizando una huelga nacional. Las minas de cobre representan entonces la columna vertebral de la economía del país, así que la respuesta del dictador se hace notar enseguida: cientos de militares y policías de diferentes cuerpos rodean las minas con orden de disparar sobre todo aquél que secunde la huelga. El derramamiento de sangre parece inevitable. Y, sin embargo, no sucede así.
Apenas un día antes del inicio de la huelga y, repentinamente, los portavoces y líderes del movimiento obrero deciden cambiar de estrategia. En vez de insistir en el paro de las minas como única vía de protesta, convocan ahora a la primera Jornada de Protesta Nacional, un día repleto de muchas acciones descentralizadas a lo largo del todo el país. Dicho llamamiento animaba a la gente a, por ejemplo, conducir sus automóviles a velocidad muy lenta por las autopistas y principales calles chilenas con la intención de provocar un multitudinario atasco en todo el país; o a encender y apagar una y otra vez las luces de su hogar; o a golpear sus cacerolas y sartenes ininterrumpidamente en cuanto cayese la noche. Y así fue como nació el cacerolazo, un modo de protesta todavía vigente en la actualidad.
Llamada a la protesta en Chile, 1983
Llamada a la protesta en Chile, 1983
9. La (no) batalla de la puerta del Sol
El martes 2 de agosto de 2011, la policía desaloja de muy malos modos los restos de la acampada de Sol y el punto de información que allí había dejado el movimiento 15M, arrancando y arrojando a un contendor de basura la hermosa placa que decía “Dormíamos, despertamos. Plaza tomada”. Miles de madrileños se sienten entonces borrados del mapa y se autoconvocan espontáneamente para reconquistar la plaza.
Cordones de policía apostados en cada una de las arterias de la plaza les cierran el paso, mientras decenas de “lecheras” custodian un espacio desierto. De pronto un grito: “ciao, ciao, ciao, nos vamos a Callao”. La consigna prende. En lugar de hacer frente, los manifestantes dan la espalda. Cambio de perspectiva, cambio de escenario, cambio de interlocutores, cambio de afectos. Ya no se grita la rabia a la policía impasible, sino que el 15-M se hace presente por toda la ciudad. Se transforma una situación de impotencia en potencia. Alegría del regate.
La guarnición de policías de Sol se queda encerrada en su trinchera, protegiendo el vacío. Un día, dos días, tres… El dispositivo es insostenible y finalmente se desmonta cuatro día después. Y la noche del viernes 5 la gente entra de nuevo feliz en la plaza liberada en una gran manifestación.
La (no) batalla de Sol, vista por Enrique Flores
La (no) batalla de Sol, vista por Enrique Flores

Belleza (o cómo el arte desarma la fuerza bruta)

10- El pianista de Gezi Park (Estambul)
Antes del definitivo desalojo del parque Gezi en Estambul, durantes las protestas de junio, el presidente Erdogan había dado un ultimátum a los manifestantes.
Y se cumplió a las siete de la tarde del 12 de junio. Todo estaba preparado para el ataque de la policía: la enfermería, las máscaras de gas, los medios de comunicación, las barricadas… Pero cuando empezaron los primeros enfrentamientos, las primeras bombas de gas, entonces empezó a sonar algo que no erán cánticos de guerra ni disparos, sino música: “Let it be”, de los Beatles, un piano que había aparecido de la nada y un chico delgado con nariz ganchuda y sombrero que tocaba “Imagine” de John Lennon y el Bella Ciao. Y entonces todos dejaron lo que estaban haciendo y se fueron acercando: se sentaron, aplaudieron, cantaron juntos.
El pianista era un alemán, de origen italiano, que estaba viajando por Europa para transmitir un mensaje de paz. El piano lo había construido él mismo y afirmaba que su música calmaba a los policías y, de alguna manera, protegía a los manifestantes. Erdogan no se atrevió a aplastar esa comunidad en torno a la música. Hubiera sido una imagen brutal que recorrería el mundo.
(Y aquí la Solfónica produciendo el mismo efecto durante la huelga general del 14-N de 2012).
Lo que has leído es un fragmento de la crónica que escribió nuestro amigo José Fernández-Layos aquellos días desde Estambul: «Miles de pianistas en las barricadas»
                                     
11- «Standing Man” en Estambul
Cuando al fin Erdogan atacó un día de forma inesperada el parque Gezi y consiguió desalojarlo, amenazó con que cualquier persona que intentase entrar en Taksim (la plaza situada al lado del parque) sería considerado terrorista. Miles de personas intentaron entrar a base de ataques frontales y barricadas, pero fue en vano. Hasta que un hombre pasó inadvertido como un turista más, sin máscara de gas ni pañuelo que tapase su cara, y se puso frente al edificio Atatürk, y se quedó allí quieto, durante horas. Se convirtió en trending topic en twitter y la policía le detuvo, pero ya era tarde: muchos más “standing man” o “personas quietas” como él replicaron su acción en un goteo incesante en esa plaza y otras. Poco a poco, volvieron a tomar Taksim. Parecía difícil justificar de cara a la opinión pública que eran terroristas, cuando todo el mundo podía ver que eran personas que simplemente estaban ahí quietas… y sin embargo, todos sabían que estaban desafiando al Gobierno.
Lo que has leído es un fragmento de la crónica que escribió nuestro amigo José Fernández-Layos aquellos días desde Estambul«El espíritu de Gezi y los hombres quietos» 
                                     
12- Los Reflectantes en Barcelona
En torno al primer aniversario del 15-M, el poder había activado la vía de la represión y la criminalización para acabar con la protesta en calle. Entrar en esas dinámicas vacía la calle de pluralidad, “des-democratizando” la protesta hasta que sólo quedan grupos pequeños y muy homogéneos, fácilmente identificables y codificables. Ahí surgen entonces Los Reflectantes diciendo: “no vamos a jugar en ese juego, rompamos los códigos”.
Los Reflectantes parecen superhéroes salidos de un cómic de Marvel, pero se trata de gente corriente aunque con dos cosas o tres fuera de lo normal: su traje brillante hecho con papel de aluminio, el Rayo reflectante y el Reflectocubo.
Utilizado correctamente, el Rayo reflectante sirve para reflejar la luz del sol sobre las cámaras de la policía que graban a los manifestantes. Por otra parte, el Reflectocubo puede usarse de dos maneras distintas: como elemento lúdico en cualquier manifestación que se torne aburrida y como antídoto contra cargas policiales.
Este segundo uso del Reflectocubo se puso en práctica por primera vez en Barcelona, durante la pasada Huelga General del 14-N. La manifestación multitudinaria de la mañana había concluido ya cuando la policía asaltó Plaza de Cataluña golpeando con sus porras a todo aquél que encontraba en su camino. Cundió el pánico. La gente huyó despavorida en dirección a Paseo de Gracia y justo entonces hizo aparición el Reflectocubo. Tras un buen rato forcejeando con él, los antidisturbios decidieron quitárselo de encima empujándolo de vuelta hacia el lado de los Reflectantes, quienes se lo volvieron a enviar provocando una espacie de ping-pong absurdo que transformó el ambiente de la plaza radicalmente: del pánico a la juerga en menos de un minuto .

¿Y TÚ, CONOCES ALGUNA ACCIÓN DE ESTE ESTILO? APORTA LA HISTORIA EN LOS COMENTARIOS E IREMOS ACTUALIZANDO CON ELLAS ESTA ENTRADA
Esta primera recopilación ha sido realizada por Leónidas Martín Saura (colectivo Enmedio) y Amador Fernández-Savater, con la ayuda imprescindible de Sabino Ormazábal y sus tábanos, Juan Gutiérrez, Frauke Schultz, Lawrence de Arabia, Nuria Campabadal, Beautiful Trouble, José Fernández-Layos, Margarita Padilla y Franco Ingrassia.
Los fundamentos de la guerrilla-movimiento son en definitiva dos: la movilidad, como mejor arma de defensa; y el pensamiento, como mejor forma de ataque. Sustraerle los blancos al enemigo y convertir a cada individuo en simpatizante y amigo son las claves de la victoria

Mar del Plata: el día que la Policía puso en jaque a la ciudad

Por Pablo Chacón

A menos de media hora de pasar la medianoche, Mar del Plata es una ciudad sin transporte público, sin policía, sin un solo corredor de fondo en la explanada, sin un solo negocio abierto: cerca de un millón de habitantes encerrados en sus cubiles, unos pocos que miran sin recelo el cuarto de luna despejado pero que se miran con recelo entre sí


Mar del Plata, la Ciudad Feliz, es el pálido reflejo de la ciudad que supo ser antes de la privatización de los servicios públicos durante los 90, cuando un intendente que tenía el visto bueno de la señora Alsogaray, destruyó la última rambla y transformó el sur del balneario en coto de caza para especuladores y prostitutas de alta gama. Eso es el pasado. Esta noche no se escucha un ruido, ni un taconeo, ni un botellazo, no se escucha nada, se escucha, a lo lejos, el rumor de la policía acuartelada que discute cómo se repartirán las prebendas ahora que han conseguido un aumento por la fuerza, después de permitir que saquearan tres negocios en la peatonal San Martín. A cuadra y media del Instituto Unzué, un caminante apura sus pasos hacia la explanada que da a la playa, donde los balnearios están tendidos, la arena suave y las luces apagadas todo a lo largo, si exceptuamos algunas que iluminan el Museo de Arte Contemporáneo, ese elefante blanco que se supone debería estar inaugurado antes de las inminentes navidades. Extraño caminar a oscuras, en silencio, sin miedo, arrebujado (hace frío) por un balneario que siempre promete más de lo que da: guapos de cartón piedra, mujeres accesibles, vanguardias módicas, festivales internacionales. Ese mundo parece haber desaparecido detrás de cuatro paredes y la distancia nada irónica entre lo que se es y lo que se pretendió ser. El mar hace su trabajo de topo, viene, viene, viene y va, esta noche sin los farolitos de los pescadores solitarios sobre los muelles, las estaciones de servicio cerradas, los supermercados cerrados, la avenida Constitución, un haz luminoso, despoblado, como si una peste silenciosa hubiera convertido a Mar del Plata en un experimento postapocalíptico. Las  cosas son más sencillas pero quien la quitará a cualquiera que se ponga a pensar la extrañeza que se siente por andar a solas esta noche, una extrañeza similar a la que quizá sintió Scott Fitzgerald cuando volvió a Nueva York después de años en Francia y escribió de un tirón My Lost City. Entonces, si no hay por qué brindar, brindemos, aunque más no sea por expulsar los restos de la melancolía o la nostalgia que de nada sirven para quienes imposibilitados de aceptar la idea de declive también, esta noche al menos, están imposibilitados de aceptar la idea de progreso. Y que sean bienvenidos.

Saqueos organizados en Mar del Plata.

“El levantamiento de junio: una potentísima bifurcación dentro de la cual aún estamos”. Entrevista a Giuseppe Cocco

(Traducción para Lobo: Santiago Sburlatti)


¿Qué es lo que las manifestaciones del llamado Octubre Brasilero nos enseñan en lo referido a las posibilidades efectivas de la democracia directa?

Las manifestaciones de octubre son la continuidad y el desdoblamiento de aquellas de junio. En su conjunto, ellas nos enseñan muchas cosas, incluso sobre las posibilidades efectivas de la democracia directa. Ante todo, ellas nos enseñan que la “democracia directa” sólo existe en los términos de la radicalización de la democracia. El movimiento no nos dice apenas que la separación de la fuente (el pueblo) vis-à-vis del resultado (los representantes) es inmoral, sino explícita, y torna visible que esa dimensión inmoral del poder está basada en la violencia de sus policías. Es decir, el movimiento tiene la capacidad de mostrar en Brasil y en el mundo las dimensiones perversas del monopolio estatal del uso de la fuerza en Brasil; un régimen de terror de Estado que, por medio del régimen discursivo sostenido por los medios de comunicación de la élite neoesclavista, es tratado como si fuese “externo” e independiente de los gobiernos, hasta el punto en que, en Rio de Janeiro, la solución sería su profundización por medio de la llamada “pacificación”.

Sería irónico, si no fuese un cúmulo de cinismo esclavista. Y que la forma espuria de actuar del Estado, o colusión generalizada entre las fuerzas de policías y crimen organizado, en medio de la histeria represiva contra el tráfico de drogas, funciona como principal mecanismo de legitimación de la guerra contra los pobres y contra sus movilizaciones democráticas. Como siempre lo hace, desde junio el poder multiplica los rumores sobre participación del narcotráfico en las movilizaciones democráticas. En la senzala[1]–es decir, en las favelas, suburbios y periferias- el terror anda a todo vapor, más allá de a qué partido responda la policía. Es un terror estatal con visos clasistas y, sobre todo, racistas. Los vientos de junio continúan soplando (no sólo en octubre, sino también en noviembre), y el otoño ya viró en una primavera que anuncia el carnaval.

El levantamiento de junio no fue una explosión efímera, sino una potentísima bifurcación dentro de la cual aún estamos. En esta bifurcación, las posibilidades de democracia directa nos aparecen, al mismo tiempo, potentes y activamente bloqueadas, literalmente criminalizadas por un Ministro de Justicia que transforma en crimen, con el apoyo entusiasta de la prensa hegemónica, los derechos constitucionales de manifestación y libre opinión. Y esto en base a informes de la Policía Federalsobre actividades que no son crímenes.

Es decir, el Ministro de Justicia se transforma en Ministro de Policía y el Estado hace caer su máscara para aparecer explícitamente como lo que es: un Estado Policial. Confieso que me quedé espantado ante la “reacción” (y quiero enfatizar ese término “reacción”, pues es la raíz de otro término: “reaccionario”) de la izquierda en general, sobre todo de la izquierda de gobierno, en particular del PT y de algunos dirigentes y hasta de algunos amigos. Mi espanto aumenta cada día. Si de la presidenta Dilma (que, como dice un viral en la web de un artista carioca, “ya fue Campanita y hoy se convirtió en Capitán Garfio”) no esperaba ninguna sensibilidad, no digo “social”, pero aunque sea política, de otros esperaba una postura diferente, por lo menos progresista y clara. 

El hecho es que la izquierda del poder y el PT (que me interesa) no hicieron ni hacen ningún esfuerzo para abrir los gobiernos que lideran, a la nueva demanda de participación y de “democracia real ya”. Al contrario, asistimos a una postura arrogante y reactiva, en los moldes del Ministro de Justicia transformándose dócilmente en Ministro de Policía. Esta postura enfatiza lo que ya sabíamos: que las brechas de transformación de los gobiernos de Lula fueron definitivamente cerradas por el de Dilma; que los experimentos en términos de presupuesto participativo no sólo fueron cerrados hace tiempo, sino que fueron totalmente sobrevalorizados. El OP (Presupuesto Participativo) no dejó rastros políticos de ningún tipo.

Democracia productiva

De todos modos, a pesar de ese vacío político desconcertante, hoy es el horizonte innovador de una democracia productiva que tenemos delante de nosotros. Podemos aprehender sus dimensiones en tres grandes niveles:

A) La ruptura –parcial y temporaria, pero real- de las dimensiones totalitarias constituidas en torno del consenso de la “gobernabilidad”.

B) La multiplicación de asambleas (muchas de ellas llamadas “populares”) y ocupaciones de Cámaras y Asambleas Legislativas en muchísimas ciudades; y

C) La forma productiva del “movimiento”

Las tres dimensiones hacen del levantamiento de junio-octubre un momento constituyente. En un primer nivel, por el decreto de reducción de las tarifas de transporte (en el caso de Rio Grande do Sul, el gobierno de Tarso tuvo el coraje de promulgar el Pase Libre para los estudiantes) y una serie de otros decretos de la plebe. En Rio de Janeiro, se trató, sobre todo, de los alrededores del Maracanã y del retiro parcial del Prefecto (aunque falso) de las políticas de erradicación de las favelas. En un segundo nivel, las ocupaciones de “parlamentos”, más allá de traducirse en decretos similares a aquellos del primer nivel (“retiros” puntuales de los gobiernos), pretendían transformar la crítica de la representación en el terreno concreto de una profundización democrática, de invención de nuevas instituciones.

Evocando una vez más a Rio de Janeiro, las sucesivas ocupaciones de la Cámara de los Concejales (y de la playa de Leblon, debajo de la residencia del Gobernador, sin contar el sinnúmero de manifestaciones frente al Palacio Guanabara, frente de Alerj o la breve ocupación frente a la residencia del Prefecto Municipal) mostraron que el movimiento de junio no era efímero, sino capaz de abrazar las luchas más difíciles como aquella contra la mafia de los ómnibus (reclamando una CPI[2] transparente y democrática). Siendo que la lucha contra la mafia de los ómnibus no es apenas una lucha por la reforma urgente de gestión del sistema de transportes, sino también por la democracia: todo el mundo sabe que esos “lobbies” se constituyen en las mayores trabas al sistema democrático, ¡incluso del representativo!

La ocupación de la Cámara de Rio mostró toda su potencia de nuevo terreno de lucha democrática, cuando pasó a ser usada y renovada por los profesores de la red municipal. No es por casualidad que fue duramente reprimida: ciertamente, el poder no puede tolerar que la democracia real se instale. Sería un ejemplo insoportable.

En fin, con el otoño transformándose en primavera, la persistencia del movimiento nos muestra las dimensiones productivas y, en ese sentido, constitutivas del horizonte democrático que él define. Las movilizaciones prácticamente diarias, que se sucedieron en julio, agosto y septiembre hasta las que se masificaron nuevamente en los días 7 y 15 de octubre, son el terreno de una multiplicidad de iniciativas: abogados de la OAB[3], grupos de abogados activistas, grupos de primeros auxilios, Colectivo Projetação[4], autoformación en las ocupaciones, músicos y bandas, una multitud de medios de comunicación produciendo desde innumerables streamingsy documentales pasando por todo los tipos de registros fotográficos. La democracia que el movimiento diseña es constitutiva y asimismo productiva. El hecho de un proceso de subjetivación que muestra toda la potencia de las redes y las calles.

¿La ausencia de un proyecto político unificador de las pautas de los manifestantes llevó a la dispersión y la inmovilidad? ¿Fue eso lo que ocurrió después de la reducción del precio de los pasajes, principal pauta de las manifestaciones de junio en varias ciudades brasileñas?

Parece que sucedió exactamente lo contrario: no hubo dispersión, sino difusión y multiplicación de manifestaciones, reivindicaciones, asambleas y reuniones.  Por lo menos en el caso de Rio, no hubo siquiera un día de “inmovilidad”, sino una movilización diaria, modulada en escalas diferentes. La multitud pasó a re-hacerse a través de la multiplicación difusa de iniciativas que contienen luchas nuevas y antiguas. El movimiento de junio tuvo la capacidad de colocar pautas que eran tan urgentes como inalcanzables hasta entonces, como en la cuestión de los transportes urbanos. Claro, los esfuerzos de los jóvenes del Movimiento por el Pase Libre (MPL) están en la base de esto, pero es la primera vez que la lucha sobre el precio de los pasajes y la calidad de los transportes se consolida en las ocupaciones de las Cámaras y Asambleas Legislativas para que todo el sistema de gestión sea objeto de democratización.

El movimiento de junio se fue metamorfoseando en una constelación de movimientos e iniciativas, conectando entre ellas las luchas más diversas: desde aquellas de los favelados contra las erradicaciones o la violencia policial, hasta aquellas de los usuarios masacrados en los transportes todos los días, pasando por los movimientos de categorías como el de los bancarios, de los petroleros y, sobre todo, de los profesores.

Los profesores de Rio de Janeiro encontraron en el levantamiento de junio y, principalmente en su persistencia, la inspiración para luchar. Los profesores experimentaron, en las misturas con Ocupa Câmara y los jóvenes de Black Bloc, nuevas formas de lucha y organización, de tipo metropolitano: la forma sindical (el SEPE[5]), salió extremadamente debilitada (y hasta objeto de críticas violentas) al tiempo que, en su última fase, el movimiento fue experimentando formas embrionarias de organización territorial, algo como nuevas Cámaras de Trabajo Metropolitano que llegaron a vivir en las conexiones entre las diferentes acampadas. No se sabe con cuanto aliento, pero las acampadas de Leblon y de la Cámara fueron retomadas en estos días.

La huelga de los profesores municipales no fue una huelga tradicional absentista más del sector público, sino una lucha sensacional de ocupación y resistencia, incluso ante la represión policial. Es eso lo que llevó, en el día 1º de octubre, a una batalla campal de horas y horas en el centro de Rio de Janeiro (siendo la represión policial el único argumento usado  por el gobierno PMDB-PT para “negociar” con los huelguistas) y, en el día 7 de octubre, al regreso de la multitud a la Avenida Rio Branco.
Más de 100 mil personas marcharon, en una repetición de junio que ahora no tenía ningún tipo de ambigüedad más. Una gran manifestación de izquierda atravesada y enriquecida por las diferencias y por miles de jóvenes que adherían –tal vez por primera vez- a la táctica Black Bloc.

El día 15 de octubre, nuevamente decenas de miles de personas ocuparon la Rio Branco. La multitud está en la calle y persiste en su hacerse. No es una masa homogénea y manipulada (aquella que a los medios de comunicación neo-esclavistas le gustaría ver en la calle) o incluso una identidad categorial y corporativa que los sindicatos (“pelegos”[6] o supuestamente “radicales”) consiguen colocar, sino una multiplicidad de singularidades, sin liderazgos y por eso más potentes. Es la multitud que está al frente, practicando e innovando en las formas de lucha y volviendo a dar credibilidad a la política, en particular junto a los jóvenes.

Proyecto de los partidos

Recordemos que, en junio, los partidos tradicionales (de gobierno y de oposición) criticaban el movimiento por no tener organicidad, liderazgos y “proyecto”. Cabría preguntar: ¿cuáles son, hoy, la organicidad y los proyectos de los partidos? Por un lado, es difícil defender que los diferentes partidos de gobierno tengan organicidad. Ellos parecen funcionar como coaliciones espurias de estrategias personalistas, grupos de intereses económicos que forman bancadas muy poco “republicanas” a partir del peso de determinados lobbies (agronegocio, telecomunicaciones, evangélicos, etc.) que pasan por encima de las propias instancias partidarias. ¿Qué proyecto tienen esos “diputados y senadores”, que no sea la mera ocupación del aparato de poder así tal como es? ¿Y cuál sería el proyecto de los partidos de izquierda?

Aquellos que hacen oposición se confirmaron como fundamentales, en particular el PSOL de Rio de Janeiro. Sin embargo, la “oposición de izquierda” sale muy mal de esos cinco meses de luchas. Cuando todavía tiene ciudadanía en movimiento, eso no impide que el movimiento la transponga totalmente. Por otro lado, es evidente que la “oposición de izquierda” no representa ninguna alternativa electoral, y yo sigo convencido de que hasta el movimiento más radical precisa de algún momento electoral. Con respecto al PT, ¿cuál es su proyecto? Difícil decirlo, pues no hay ninguno, a no ser “continuar en el gobierno”. Y todavía peor si preguntamos: ¿qué proyecto implementó la presidente Dilma en su mandato? En términos de políticas públicas, no hubo ninguna innovación.

La marca de Dilma fue la vuelta del economicismo, y lo fue en torno a dos falacias: la primera fue la apuesta por la economía material de las commodities, de los megaeventos, de las megaobras y de los “global players” (la gran industria multinacional); la segunda –complementaria de aquella- fue la idea de que un cambio de modelo económico vendría de arriba hacia abajo, por la decisión-decreto de “bajar la tasas de interés”.

Cuando Dilma dice que prefiere los ingenieros a los abogados, ella está siendo muy sincera, nos hace entender que ella es realmente autoritaria. No se trata solamente de un “estilo”, del gusto por los ingenieros que hacen los cálculos de las represas o de los estadios, antes que los “fastidiosos” de los abogados que ayudan a los indios y los pobres a deconstruir esas ecuaciones para mostrar los impactos ambientales y sociales. Se trata justamente de una manera de pensar la política como una ingeniería social, una tecnología del progreso a ser implementada, incluso por la fuerza (la policía, sin olvidar que se trata de la policía brasileña, que mata oficialmente cinco personas por día), como hicieran Lenin y Stalin con la “industrialización forzada”. Sólo que ahora, lo ridículo es que el totalitarismo está para permitir a cualquier costo que la Copa del Mundo de la FIFA ocurra según los moldes e intereses de la FIFA. Elnacionalismo siempre es así: en nombre del interés nacional, se abren avenidas para el neocolonialismo interno y después, el externo.

Luego de que fue electa, Dilma mostró a qué vino: la destrucción del Ministerio de Cultura fue emblemática, pero también la afirmación de su estilo autoritario, con la dimisión de Pedro Abramovay, justamente por haber anunciado un elemento de proyecto (la reforma –urgente y necesaria- de la política de represión de las drogas). Un episodio que muestra el carácter arrogante y autoritario de la Presidenta y la sumisión dócil de sus ministros –comenzando por lo que debería haber sido la defensa de Pedro Abramovay, Ministro de Justicia- que prácticamente no tomaron ninguna iniciativa en estos tres años.

Nada fue producido por los ministros. Imaginen lo que habría pasado con Tarso Genro cuando tomó la valiente decisión de conceder refugio a Battisti. El hecho es que los elementos originales del gobierno de Dilma fueron desastrosos y apagaron lo poco que había de “izquierda” en el pragmatismo “lulista”: en el plano de las megaempresas, tenemos la falencia de Eike Batista –que implica a BNDES, CEF y FGTS[7]– y las dificultades pesadas de Petrobras que llevaron a Leilão de Libra (y dieron lugar al aumento del precio de la gasolina porque la producción de los pozos tradicionales cayó); los megaeventos se mostraron como impopulares justamente en junio, durante la Copa de las Confederaciones –¿cómo se hace para gastar billones en embellecimiento (en Porto Maravilha) cuando millones de personas al lado conviven con ríos de cloaca a cielo abierto? Sólo a través de la connivencia con la tradicional política de terror, esa que enmascarada tras el clivaje de raza y de clase mantiene a los senzala en “su lugar”.

En el plano de la nueva política económica (el mantenimiento de los subsidios a la gran industria y la tentativa de bajar los intereses), ésta acabó reforzando las tendencias inflacionistas que ya estaban presentes. El levantamiento de junio fue, inicialmente, la afirmación de que sólo una movilización democrática es capaz de romper la ronda mortífera que liga las dos inflaciones: ¡la de los intereses y la de los precios! Tornándose primavera, el otoño es también la base para la reafirmación de la propia noción de proyecto. El “proyecto” que interesa es aquel que no es unitario, sino múltiple, aquel que es abierto a otro proceso de producción de subjetivación, aquel que no se separa del proceso de su constitución: la única clave para la “política” de volver a ser ética (y creíble para los jóvenes) es la de mantener la fuente y el resultado juntos en un proceso continuamente abierto. El único proyecto que interesa es justamente aquel que no es proyecto, es decir, donde no hay ninguna teleología totalitaria, sino el máximo de constitución democrática.

¿Qué relación se puede hacer entre aquellas primeras manifestaciones y las más recientes, que pasaron a ser identificadas con los actos de violencia? ¿Se trata de la continuidad de un mismo fenómeno o son situaciones aisladas una de otra?

No hay diferencias entre las primeras manifestaciones y aquellas que persistieron a lo largo de estos meses: por ejemplo, las primeras manifestaciones en Rio de Janeiro, a comienzos de junio, tenían muy poca gente y ya eran caracterizadas por la determinación de una nueva generación de jóvenes en resistir a los ataques de la policía y dar a las manifestaciones algún tipo de efectividad. Contrariamente a lo que los medios  y los intelectuales ligados al gobierno afirman hoy, fue esa característica distintiva de las manifestaciones lo que las masificó. Al tiempo que los gobiernos encontraban que el “rodo” policial ahuyentaría a los manifestantes, en particular aquellos politizados de clase media que –según sus cálculos obsoletos- debían constituir el núcleo duro de las movilizaciones.

No solo que eso no los ahuyentó, sino que los masificó y, dentro de la masificación, se fue construyendo la capacidad de resistir y hasta de practicar acciones directas de tipo simbólico. Desde el inicio, el poder de los medios y los medios del poder trataron de imponer la separación entre los manifestantes “ordenados”[8] y los “vándalos”, aunque no funcionó. No funcionó porque, a pesar de las repetidas mistificaciones de los medios, las prácticas de autodefensa y de acciones directas respetaron límites políticos precisos que no permitieron que en ellas se filtre el discurso de la violencia y del miedo.

La mayoría de la población, sobre todo de la población joven y pobre, pudo divisar en esas prácticas una brecha de lucha efectiva. Se trata, entonces, de una continuidad y de una maduración, como vimos en el regreso de la multitud a la Avenida Rio Branco en los días 7 y 15 de octubre. Sin embargo, podemos y precisamos sistematizar la cuestión de la violencia en tres momentos de reflexión: la violencia ya existe y la novedad fue la brecha democrática; la cuestión de la táctica Black Bloc; y la represión.

La violencia

Los medios y el poder siempre intentan decir que la violencia viene de la protesta, es decir, de la manifestación democrática. Se trata de una operación sistemática de mistificación a la que asistimos en sus formas explícita y asesina en los últimos eventos de São Paulo –al tiempo que algunos jóvenes  están en prisión preventiva con la gravísima acusación de “tentativa de homicidio” de un policía (que no sufrió ninguna herida grave), los policías que asesinaron fríamente dos adolescentes (en momentos diferentes) son imputados por “homicidio culposo”. Peor aún, periódicos como O Globo (que tiene una larga y mortífera historia de apología de la arbitrariedad policial) llegaron a escribir titulares que invertían intencionadamente el sentido de los hechos: “Protesta contra la muerte de un joven termina con violencia”. Es decir, la justa indignación popular contra la violencia asesina del Estado sufre una inversión grosera, hasta ofensiva a la inteligencia del lector.

Lo que el movimiento hizo y hace no es practicar la violencia, sino tornar explícita y visible la violencia del poder y de sus sistemas de (in)justicia, como en el caso de Amarildo, el albañil torturado, asesinado y desparecido en la sede de la UPP[9] de la PM de Rochinha en Rio de Janeiro. Lo mismo sucedió con los más de 10 habitantes asesinados en la favela da Maré en junio, durante el movimiento, por la “Tropa de Elite” de la PM de Rio y en relación a la cual ni siquiera existe un procedimiento disciplinario. El movimiento mostró que los habitantes de senzala no tienen ciudadanía ni derecho a luchar. La matanza de Maré fue un mensaje claro, genuinamente neoesclavista, a los pobres: ustedes no tienen derecho de luchar y si luchan están muertos. Esta es la democracia en la que vivimos: no en los lugares más distantes del Brasil remoto, pero sí en la metrópolis olímpica, Rio de Janeiro. Y eso en un gobierno estatal del PT y del PMDB.

La táctica Black Bloc

Sin embargo, miles de jóvenes pobres descubrieron, en junio, que había una brecha para luchar. El Brasil de los megaeventos, de las Copas y las Olimpíadas no puede repetir en las calles y las plazas lo que hace en las favelas, periferias y suburbios todo el santo día. No es por casualidad que eso sucedió durante la Copa de las Confederaciones.

La lucha fue contra, pero por dentro: adentro y contra. Esa brecha es claramente democrática pues por medio de ella los jóvenes pobres (mismo que en su mayoría sean los más dinámicos –prounistas, reunistas, etc.) encontraron la posibilidad de luchar, escapando al doble mecanismo racista y asesino que normalmente es usado para controlarlos: el arbitrio de la policía y el del narcotráfico, siendo que a veces éste toma el nombre de “milicia”.

Al mismo tiempo, los jóvenes que encontraron esta brecha no creen en la representación y quieren mucho más y mejor. No quieren ninguna bandera que no sea aquella que ellos mismos afirman y producen en su lucha. Además de esto, me parece, estos jóvenes, y más en general los jóvenes que decidieron entrar a la política en junio, piensan que el único modo de hacerlo es conseguir cierto nivel de efectividad, es decir, permaneciendo en las calles desde las maneras más autónomas y determinadas posibles.

Deben existir otras explicaciones que yo desconozco, pero mirando hacia Rio de Janeiro, donde la táctica Black Bloc se presentó explícitamente (si no estoy equivocado) apenas el día 30 de junio, las manifestaciones de protesta durante la final de la Copa de las Confederaciones, creo que las banderas negras del anarquismo fueron aquellas que la gran mayoría de esos jóvenes eligió como siendo internas a una lucha que es, ante todo, una lucha contra la representación que afirma  la necesidad de formas organización radicalmente horizontales, sin liderazgos.

Nunca fui anarquista y no creo en el “anarquismo” porque pienso que la lucha es por la invención de nuevas instituciones. Pero no sirve de nada querer que la “realidad” se ajuste a nuestras ideas.  Es preciso que las ideas se adecúen a la realidad. La referencia (global) la táctica Black Bloc parece haber respondido o correspondido con algunas inflexiones totalmente brasileñas y cariocas.
La primera es la necesidad de esos jóvenes oriundos de las periferias y de los suburbios de enmascararse para poder luchar (existe como una inversión: no usan máscaras porque son Black Bloc, pero se llaman Black Bloc para poder usar las máscaras y llegar enmascarados a las manifestaciones del mismo modo que las banderas negras de la anarquía les parecen las únicas –aunque no exclusivas- que afirman la horizontalidad radical de su lucha).

La explicitación de táctica Black Bloc es también –y paradojalmente ante el proceso de criminalización del cual son objeto- la definición de una ética de resistencia y de la acción directa, es decir, de “límites” dentro de los cuales mantener esas dos prácticas que el movimiento de junio y sus desdoblamientos, a lo largo de los meses de julio, agosto, septiembre y octubre, colocaron como pauta. La táctica Black Bloc fue un suceso mediático inesperado. Son ellos quienes llaman la atención de todos los tipos de medios. ¿De dónde viene ese “suceso”? De la percepción de que en esta táctica hay una brecha democrática capaz de colocar en la calle la cuestión de la paz y de la justicia social: es esa táctica que consigue dar el nombre de Amarildo a todos los pobres sin nombre masacrados arbitrariamente por el Estado: cinco por día, según las estadísticas publicadas por O Globo.

Con todo, parece que la táctica Black Bloc tiene una dimensión estética que también puede funcionar como una identidad y eso, a mi modo de ver, es un problema. En primer lugar porque puede servir para los diseños de la represión que busca exactamente aislar fenómenos de organización que no existen. En segundo lugar, porque puede ingenuamente atribuir a las dimensiones estéticas de la acción directa un peso político que en la realidad no tiene. Por ejemplo, la rotura de los cajeros electrónicos se parece a la rotura de los relojes en las viejas revoluciones del siglo XIX. De la misma manera que el proletariado industrial no conseguía con eso detener los ritmos del tiempo del trabajo asalariado, el proletariado metropolitano no conseguirá detener los flujos de las finanzas rompiendo los cajeros electrónicos de los bancos (además, en eso los Black Blocs están quedando muy cercanos a Dilma y su fracasado intento de bajar las tasas de interés). Quedando en esta estética, la lucha corre el riesgo de caer en una encerrona. En fin, los adeptos de la táctica Black Bloc pueden acabar “presos” en esta dimensión estética, repitiéndola sistemática e ingenuamente. En suma, la dimensión estética corre el riesgo de sobredeterminar aquella política, y pienso en el lema de Walter Benjamin (el filósofo comunista alemán, víctima del nazismo): la lucha por la politización del arte continúa actual. 

La represión

Llegamos así a la cuestión de la represión: lo que está sucediendo –y a un nivel federal- es escandaloso. La Policía Federal–al mendo de la Presidentay el Ministro de Justicia- divulga en la prensa la existencia de listas de “sospechosos” de practicar actividades totalmente constitucionales: libertad de opinión y de manifestación, articulaciones políticas y culturales internacionales. No se puede creer.

En junio, dirigentes del PT y del gobierno advirtieron acerca del peligro de “golpe”, hablaron de coxinhas y también de “fascismo y barbarie” en las manifestaciones. Tuve un vivo debate con mi amigo Tarso Genro, con la presencia de Boaventura de Souza Santos, en Lisboa (en julio de este año), durante el cual él hablaba de fascismo y de la “marcha sobre Roma”. Ahora bien, el fascismo es un fenómeno estatal, nacionalista e identitario: totalmente lo contrario de los discursos, las banderas y la estética de estos muchachos. Quien tiene aires de fascismo es Vargas, a quien Emir Sader comparó al presidente Lula. Quien es ambiguo es el nacionalismo que circula en la izquierda neodesarrollista (inclusive, como vimos en Leilão de Libra, hace como el fascismo: retórica nacionalista y política entreguista).

Fascismo y xenofobia es hacer demagogia con los visados (bienvenidos) de los médicos cubanos y dejar irregulares a miles de trabajadores bolivianos en São Paulo. En fin, fascistas son las policías de cualquier estado de Brasil que pueden matar y torturar a gusto sin que el señor Ministro de Justicia constituya fuerza de tarea[10]alguna. Fascismo y barbarie son las condiciones de las prisiones en Brasil, a las que el mismo Ministro dice que no le gustaría ir.

El fascismo es un fenómeno estatal, organizado y estructurado en torno a la radicalización de los valores tradicionales: la nación, la familia y hasta la raza (y el anarquismo ante esto –sea que la gente guste o no de él- es una contradicción en los términos). El fascismo ya está presente y dominante en Brasil y no precisa de ningún golpe, a no ser de aquel que el propio gobierno está dando a la democracia. Quien puso al ejército en la calle fue el gobierno federal para proteger la licitación de las reservas estratégicas de petróleo. La fractura del Estado de derecho sucedió por obra del Estado de Rio (y la sorprendente aprobación de Cardozo) en la prisión indiscriminada y en masa de 200 personas con el único criterio de que estaban en la escalera de la Cámara de Concejales de Rio de Janeiro, ejerciendo el derecho constitucional de manifestación. Esa operación sí es de tipo nazista: prisión indiscriminada, en masa, por retaliación.

No se trata apenas de decir que ninguna fuerza de tarea fue constituida entre el Ministro de Justicia y los Secretarios de Seguridad de Rio y de São Paulo para detener los asesinatos sistemáticos de pobres (los “Amarildo”) por las PMs de todos los estados.  Hay otra evidencia, terrible, que solamente Cardozo y Dilma no quieren ver: en Rio de Janeiro, a lo largo de cinco meses de movilizaciones en la calle y enfrentamientos, la PM–como el propio Secretario de Seguridad José Mariano Beltrame dice- se “sujetó” y el uso de armas letales fue extremadamente limitado (aunque preocupante en el día 15 de octubre). ¿Qué significa eso? Que el uso sistemático del acto de resistencia para matar, torturar y someter a los pobres es una práctica que se vigoriza a través de una autorización de hecho por parte de los gobiernos. En el caso de las manifestaciones, para mantener su imagen externa y evitar también una revuelta generalizada, los gobiernos consiguieron hacer pasar el “mensaje” para su PM y no quieren hacerlo pasar con respecto a su actuación en Maré, en Rocinha, en los suburbios de Rio y en las periferias de São Paulo. Sólo por este Ministro de Policía para no ver la enorme brecha para la paz que habría, y abrir las mesas de negociación. Sólo para la arrogancia potencialmente totalitaria de la Presidenta y de los sectores mayoritarios del PT de no hace autocrítica sobre 10 años de (no) políticas de juventud. Lo mejor de la juventud brasileña está en las calles. ¿Qué fue hecho por los gobiernos de Lula y Dilma? ¿Alguien sabe?

¿De esto deriva que las recientes manifestaciones están permeadas por una cultura del resentimiento?

El único resentimiento que yo vi (y veo) es el que se encuentra en los análisis de esos “académicos” que están paradojalmente desarmados teóricamente para entender lo que sucede y sucedió. Descubren que las categorías que usaban no sirven para nada e intentan descalificar lo que sucede e intentan exorcizar los trabajos teóricos que los anticiparon. El caso más triste es de Marilena Chaui. En una entrevista de la Revista CULT, ella hace una serie de consideraciones infundadas sobre el pensamiento de Foucault, Agamben y Negri y comienza declarando “haberse llevado un susto cuando descubrió que los jóvenes del MPL habían usado las redes para llamar a las movilizaciones”. Como si las redes fuesen una opción y no la nueva base material del trabajo y de las luchas, la condición ontológica dentro de la cual vivimos. Esa desconexión entre el pensamiento y el análisis material (es decir, el hecho de que cuando ella habla de “clases” moviliza una extraña mezcla de sociología marxista ortodoxa con moralismo psicológico que poco tiene que ver con la teoría spinozista de los afectos) explica tal vez el hecho de que ella no se sintió tocada cuando criminalizó a los jóvenes que están en la calle, pronto para la máquina mortífera que es la PM de Rio (en agosto).

¿Cómo se relaciona este panorama con el concepto de multitud, de Antonio Negri?

Totalmente. Los conceptos de trabajo inmaterial y de multitud se muestran totalmente adecuados ante lo que está aconteciendo y confirman la dimensión pionera de esas teorizaciones. Lo que tenemos en las calles, sociológicamente, es el trabajo inmaterial metropolitano que lucha sobre la movilidad y la democracia al mismo tiempo. Y esas luchas “hacen” multitud, constituyen una multitud de singularidades que cooperan entre sí, manteniéndose como tales. La “multitud” no es positiva en sí (como dice de manera infundada la historiadora de la filosofía hablando de Negri), sino que es afirmación, constitución. Fuera de eso, lo que observamos es la fragmentación social, la pérdida de derechos. El movimiento de junio nos muestra que no precisamos volver a las grandes masas fabriles para luchar. Por el contrario, “nunca antes en la historia de este país” hubo un movimiento tan fuerte y tan autónomo, mucho más que el nuevo sindicalismo del que vino Lula.

Del mismo modo, cuando publicamos, en 2005, GlobAL: biopoder y luchas en una América Latina globalizada (Rio de Janeiro: Record, 2005), decíamos que los nuevos gobiernos eran interesantes en la medida en que serían atravesados por los procesos de subjetivación –quiero decir, por las luchas- capaces de construir una alternativa al neoliberalismo y al neodesarrollismo. De esta manera, Negri y yo anticipamos, por un lado, que las brechas del gobierno de Lula habían producido esa nueva subjetividad y que ésta no debía ser reducida al lulismo. Por increíble que parezca, el régimen discursivo hegemónico del PT no fue aquel de comparar Lula a Vargas y, de manera totalmente bipolar, a reducir la movilización social a movilidad estadística (la emergencia de una Nueva Clase Media). Por lo visto, quien es llamado a llenar ese vacío de la teoría y de la política hegemónica en el PT y el gobierno es la Policía Federal.


[1] Senzalase denomina al lugar donde vivían los esclavos que trabajaban en los ingenios y las haciendas del Brasil colonial (aproximadamente entre los siglos XVI y XIX), y que estaban al servicio del señor o patrón que poseía las propiedades rurales y que habitaba la Casa-grande.
[2] CPI: Comisión Parlamentaria de Investigación (del Transporte).
[3] OAB: Orden de Abogados del Brasil.
[4] El Colectivo Projetação se define como un “colectivo que arremete en la ocupación de espacios públicos como una forma de expresión política”.
https://www.facebook.com/pages/Coletivo-Projetação/516672891719996
[5] SEPE: Sindicato Estatal de Profesionales de la Educación.
[6] Pelegoes un término despreciativo utilizado en la jerga del movimiento sindical, para referirse a los líderes o representantes de un sindicato que en lugar de luchar por los intereses de los trabajadores, defienden secretamente los intereses de la patronal. 
[7] BNDES: Banco de Desarrollo del Brasil; CEF: Caja Económica Federal; FGTS: Fondo de Garantía del Tiempo de Servicio.
[8] Ordeiroen portugués hace alusión a “amigo del orden”, en un sentido más disciplinario.
[9] UPP: Unidad de la Policía Pacificadora.
[10] En portugués, força-tarefa, que alude a una unidad militar temporaria creada para realizar una operación o misión específica.

Saqueame a mí

por Helena Pérez Bellas


Pintó el saqueo ¿te pinta quererme? ¿te cabe saquearme a mí? ¿vos estás seguro de que volvimos vivos del 2001? Viste que se usa la figura del zombie para hablar de política. Para mí eso es no tener los huevos de poner los puntos sobre las ies. Ningún zombie, cero muerto vivo, cortando con la metáfora. Los que se murieron no vuelven nunca más ¿o vos viste que volvieran? No volvió ninguno y yo estuve esperando a muchos. ¿Le vamos a quitar la entidad a los muertos? Me es muy heavy. Recursos para la supervivencia tenemos todos, pero para la estupidez sobran. ¿Vos decís que la sociedad del 19 y 20 volvió zombie? Yo digo que no, digo que volvió medio tarada. ¿Y los sujetos políticos que creamos para tener una excusa para salir cada viernes? No existen más ¿A esos también les decimos zombies? No nos hagamos cargo de nada y rematemos el estado de las cosas con un zombie. ¿Mataron a alguien? Todo bien, vuelve como un zombie. ¿Hay pibes con hambre? Todo bien, se hacen zombies. ¿Se suicidó alguien porque perdió todo en un saqueo? Todo en orden se hace zombie y se une al ejército de seres imaginarios que vamos creando, para reemplazar con la estupidez esta del zombie lo que es real. Tu unicornio zombie. Si te morís no estás ni desaparecido, ni vivo, ni zombie. Estás muerto y se terminó. No hay nada después. ¿Qué te cuesta lidiar con la muerte? A mí también. Pero por ahora le tengo más miedo a los vivos, sobretodo si dicen pelotudeces. Ahí viene un zombie, asomando el prado verde de la democracia. Qué divino es. Le pego un tiro.
Ya actualice todas mis redes sociales en contra del gobierno. ¿Ahora qué me falta? Salir a la calle. Hay tantas cosas lindas que yo quiero tener y no me alcanza la plata. Una sola vez me agarré algo en un saqueo. Un alfajor Balcarce en Mar del Plata. Gracias Quebracho. Ya actualice todas mis redes sociales en contra del gobierno. No están las condiciones dadas para. Se está muriendo gente ¿Hacemos ficciones con todo esto? Voy a ver si me subo a la ternura que me provocan las revistas independientes que no quieren cerrar. Dicen que cuando cierra una revista alguien llora. ¿Entonces todas estas lágrimas fueron por eso? ¿Todo mi dolor es por el posible cierre de revistas independientes? ¿Cuando te trato mal es porque tengo miedo de que cierre la revista? Y me descontrolo, no me puedo contener. Los subsidios no otorgados a la cultura son el origen de mi dolor más primario, el manantial de mi llanto verdadero, la falta de aire cuando no te puedo ver, las ganas de morirme cuando no me contestás. Todo viene de ahí. Me siento mejor. Ya actualice todas mis redes sociales contra el gobierno. Chicas y chicos me pusieron like. ¿Me gusta esto es me gustas vos? Ojala que sea así, me lleno de esperanza.
¿Te calienta el caño de la policía colándose en tu democracia? A mi no, me da violación. Pero igual yo entiendo que muchos estén calientes a más no poder con la fiesta del aumento policial. Los chicos y las chicas del modelo se mojan con todo esto. Se les plantó la policía, se los cogió la policía y ni pasaron por el calabazo, no tocaron el piano, no les picanearon los órganos sexuales. Se los cogieron vía modem. Está todo bien igual en la fiesta de la democracia yo celebro la diversidad sexual de todas y todos. Si a vos te calienta que la cana te parta al medio con un aumento, mientras vos tramitás el tema del alquiler que viene con aumento a partir de enero, quién soy yo para negarte ese placer. Nadie. Mira el recibo de sueldo de la cana, van a ganar en algunos lugares 10 lucas y en otros más. La deben tener re dura. Por algo te la pusieron tan bien.
¿Y ahora? Vamos a dormir juntos como la otra vez que me quedé dormida leyendo Salem´s Lot. Me desperté y, hecho inaudito, ¡como esta cambiando el país!, me estabas abrazando. Me levanté y revise tus cosas, pero no las privadas, las públicas. Me dijiste que nunca te presto atención, que no escucho. Es verdad pero yo ya tengo una idea formada del mundo. Mira todas las cosas lindas que tenés, todos estos libros que yo no tengo. ¿Te puedo saquear? Tu biblioteca es un lego con la mía, vos tenés todo lo que a mi me falta. Y solo falta que te des cuenta que yo tengo todo lo que te falta a vos. Te conviene que pase eso o te saqueo. Te saqueo porque en la tele veo que nadie va en cana. Te saqueo porque me pongo a llorar y nadie te va a creer a vos, todos me van a creer a mí. Pero no lleguemos a eso ¿sí?. Mantengamos todo como ahora, en dónde yo te pido bien el Dahi y vos me lo abrís y me decís, dale comé, comé que te hace bien. Me hace bien comerme el Dahi, me deja contenta, me llena de energía, me aporta las vitaminas necesarias para salir a saquear. ¿Empiezo por tu casa? Ojala que no tenga que ser así: no sabes qué lindo sería que empezáramos juntos a saquear el mundo.

La Ciudad de la Furia

por Diego Tatián


Los motivos superficiales que permiten explicar el desencadenamiento de las horas de furia vividas en Córdoba desde la noche de 3 de diciembre y a lo largo de los días siguientes remiten a un acuartelamiento policial por reclamos salariales. Debido a ello, Córdoba se transformó en una inmensa zona liberada para el saqueo -del que durante esas horas serían objeto más de mil comercios-, que en su comienzo nada tuvo de espontáneo y más bien permite presumir una vendetta contra el poder político que no pudo mantener el negocio ilegal de estupefacientes coordinado por la misma policía, tras una investigación periodística de Tomás Méndez por el canal de la UNC.  Luego de contundentes testimonios exhibidos en el curso de esa investigación y del paciente trabajo del fiscal Enrique Senestrari, debieron renunciar el Ministro de Seguridad delasotista Alejo Paredes (discípulo del “Tucán” Yanicelli, símbolo de la represión ilegal en Córdoba durante el terrorismo de Estado, actualmente condenado a prisión perpetua) y el Jefe de la Policía Ramón Frías, en tanto que el titular de la Dirección de lucha contra el narcotráfico de la Policía Rafael Sosa se encuentra preso.

Los motivos que permiten comprender lo sucedido en su significado más profundo son otros, y remiten a una Córdoba fragmentada con grandes sectores sociales sumidos en el abandono por parte del Estado; a la ausencia de planes sociales y políticas de integración educativa, urbanística y cultural en favor de un dispositivo represivo sistemático que genera representaciones criminalizadoras de extensas barriadas populares sometidas al continuo acoso policial ya no sólo en las calles sino también desde el aire: las noches de Córdoba son cotidianamente alteradas por el patrullaje de helicópteros con potentes reflectores en busca del delito, cuya sensación de inminencia contribuyen a producir en una población que parece haberse acostumbrado a ellos como si se tratara de la cosa más natural.

Pero esta política -o más bien ausencia de política- no es sin resistencia. La manifestación popular más masiva de la ciudad -excepción hecha de la marcha de los 24 de marzo- es lo que se conoce como la “Marcha de la gorra” contra la represión policial y por la derogación del Código de Faltas (una ley provincial que permite a la policía regular decenas de contravenciones). Coordinada por el Colectivo de Jóvenes, la Marcha de la Gorra  convoca a agrupaciones sociales y políticas que demandan la vigencia de derechos civiles elementales como la libertad de circulación de todos los habitantes por igual o el derecho de defensa por un abogado, que el Código de Faltas autoriza a conculcar de manera abiertamente inconstitucional.

El conservadurismo provincial del cual el gobernador es emblema buscará hacer creer que los episodios del martes y el miércoles son la corroboración de lo que sucede cuando la policía deja de cumplir con su función represiva; buscará activar el deseo de seguridad y las pasiones que le son contiguas (el miedo, la desconfianza, la paranoia, el odio del desconocido…) para reclamar un endurecimiento del control social y la violencia de clase que actualmente ejerce. El trabajo de la política por revertir esa condición imaginaria del otro como delincuente nato o enemigo natural es la vía más corta -sin que ello signifique que sea corta- para comenzar a confrontar la violencia estructural en la que Córdoba se halla incursa desde hace mucho tiempo.

Las cualidades sensibles y la crisis terminal

por Diego Valeriano
Tengo los dos aire a full desde hace dos horas, se acerca la noche y sé que se va a cortar la luz. Los pagué en cuotas y los disfruto mientras pueda. Hasta que estalle el transformador de la esquina por todos los aire que hay en la cuadra, en la manzana, en el barrio. Son las siete y comienzan a caer todos detonados por el viaje que cada día es más largo. En diez años de crecimiento a tasas runfla, ir y volver del centro nos lleva el doble de la vida… siempre y cuando no pase nada, porque ahí nos lleva la vida entera. ¿Qué puede pasar? Nada, solo que ya no entran más autos en las calles, más gente en los trenes, más motitos yendo y viniendo. Un desvió, un reclamo, un tren demorado, un estallido, una obra, un temporal.

Desde hace un par de años las cosas ya no fluyen al ritmo de la corriente de nuestra interacción. Esta etapa aparece  en crisis: todos entramos a la fiesta, aunque no haya lugares disponibles. Nadie queda afuera. Se ingresa  a los codazos con la real percepción de que sufrimiento y placer es el par necesario de nuestras cualidades sensibles. Ni las calles, ni la energía, ni los lugares donde tirar la basura, ni los caños, ni los fravega pueden contener tanta feroz inclusión.

El capitalismo runfla es dramático y enigmático; ordinario, brusco y sutil. Ante todo, exuberante y gozoso. Las cualidades de este mundo son aprendidas desde el cuerpo: olores, gustos, colores, flujos, texturas, propiedades sensoriales y sensibles. Solo tenemos pensamientos y reflexiones complejas sobre la realidad a partir de categorías de la experiencia concreta.

Hacer la experiencia de una vida implica sobre todo una sensibilidad proclive a interesarse por lo que hay, abandonando el desencanto y la ideología. La abstracción es vulgaridad. El consumo libera.

Bergoglio, en el país de los ciegos

por Claudio Mardones


Desde que Jorge Mario Bergoglio fue nombrado jefe de la Iglesia católica, los 11125 kilómetrosque separan a Roma de Buenos Aires se redujeron a una discreta medianera, cruzada por cientos de llamadas telefónicas y vuelos aéreos. Travesías febriles que llevan y traen secretos y mensajes entre la Santa Sede y el equipo de asesores en las sombras que acompaña al primer papa latinoamericano y argentino. A fines de febrero, una de esas sotanas se animó a despedirlo como si fuera para siempre: “andá nomás, que vos acá no volvés más, porque te van a elegir papa”, le dijo un añejo conocedor de las reglas secretas de la Capilla Sixtina, mientras lo abrazaba con cariño. Pero el cardenal primado de la Argentina y arzobispo porteño estaba seguro de que regresaría tres semanas después, como mucho. Todavía no ha vuelto y, con suerte, lo hará en 2016, cuando hayan pasado las elecciones presidenciales que definan la sucesión de Cristina Fernández de Kirchner.


cambiar de piel


Si al cumplir los 77 sentía que la jubilación estaba a la vuelta de la esquina, ahora que está por llegar a los 78 sus allegados aseguran que está irreconocible, de un humor que antes le sabían escaso, que no para, pero que desconfía hasta de su sombra. Busca por todos los medios que el entorno palaciego que cercó a sus antecesores no lo someta como recién llegado. Tampoco que anticipe su partida. “Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, vanidosos y equivocadamente estimulados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado. (…) Yo no comparto este punto de vista y haré lo que pueda para cambiarlo”, confió Francisco al periodista Eugenio Scalfari, director del diario italiano La Repubblica. Fue en octubre. Habían pasado seis meses desde la puesta en práctica de una gestualidad humilde que sedujo al mundo. En el primer reportaje que concedió a la cadena brasileña O’Globo, dijo que la elección de la pensión vaticana como residencia fue para no gastar dinero en psiquiatras por el padecimiento de la soledad. Prefiere combatirla “en comunidad”, o sacándole chispas al teléfono. Casi siempre marcando 005411.

La envergadura de la crisis que Bergoglio tiene delante quizás le aporte la justa dimensión de su poder. Algo parecido le pasó a uno de sus enemigos íntimos, Néstor Kirchner, en 2003, cuando asumió con el 22 por ciento de los votos. Como una paradoja de la historia, el primer papa argentino procura no caer en las debilidades crepusculares que padeció Juan Domingo Perón a manos de un  secretario esotérico como José López Rega, y al mismo tiempo trata de conjurar la fragilidad de origen que afrontó el presidente santacruceño. La misma urgencia por acumular poder real y simbólico lo lleva a aprovechar la desacralización de la figura papal para desacartonar la conducción de la Iglesia y renovar la comunicación eclesiástica, hasta hace un año acosada por la sucesión de escándalos sexuales y financieros. Esos gestos públicos, cotidianos, a veces contundentes, siempre amplificados por los medios, son las piezas de un espejo gigante de colores, un salto moderno en la costosa comunicación del Vaticano, que le permite a Francisco proyectar hacia las entrañas del clero romano una imagen mucho más grande de la que posee. Gran dosis de gestualidad para completar el poder que le falta, y que necesita imperiosamente para conducir los cambios que acordó en marzo, dentro del cónclave, con sus 114 colegas cardenales.  Mientras tanto, en la agenda de lunes a lunes, arranca a las siete con una misa diaria en Santa Marta, dos pisos debajo de su dormitorio. Concreta un promedio de siete audiencias por jornada, y lee todos los diarios porteños que puede para seguir la política argentina bien de cerca. “Se está preparando para los próximos seis u ocho años, después verá qué hace, pero así como elogió la renuncia de Ratzinger también podría presentar la propia en algún momento y ver a su sucesor en vida”, arriesga un amigo porteño de Jorge Mario que sigue en detalle sus pasos y se sorprende por el buen humor cotidiano, contagioso, tan cargado de esa adrenalina que provoca el poder.


homilía pacifista


Entre el 23 y el 28 de julio, Francisco estuvo en Río de Janeiro. Habló en el cierre de las Jornadas Mundiales de la Juventud ante tres millones de peregrinos jóvenes, en la concentración más grande que haya vivido la ciudad carioca para un evento. Allí Bergoglio comenzó a redimensionar la agenda política que mantuvo en Buenos Aires, ahora a nivel global: amplió las críticas al neoliberalismo y la especulación financiera, cuestionó la cultura del dinero, recordó que los niños y los viejos son los dos extremos más vulnerables de las grandes metrópolis del capitalismo contemporáneo, insistió en una Iglesia por y para los pobres, castigó al narcotráfico y corrupción y defendió la atención a los adictos de la pasta base. Pero también hizo diplomacia eclesiástica, y aprovechó sus estrechos vínculos con el arzobispo de Boston y miembro de la orden de los Capuchinos Sean Patrick O´Malley, para enviarle un mensaje a Washington sobre Siria. La ofensiva, discreta, habría comenzado en Río, e incluía una orden al episcopado estadounidense para que abandone su histórico nacionalismo y revierta la brutal crisis de credibilidad que enfrenta por la escandalosa cantidad de casos de abuso de menores que no llegaron a la Justicia, gracias a un millonario acuerdo con 542 “posibles víctimas” de pedofilia. La fumata blanca judicial  fue impulsada por el propio O’Malley a costa de dejar en la bancarrota a la diócesis de Boston. Bergoglio siempre valoró a su colega capuchino, pero en Buenos Aires no pudo seguir su ejemplo. Luego de leer todos los cuerpos del expediente judicial por el que fue condenado el cura Julio César Grassi por abuso de menores dentro de la Fundación FelicesLos Niños, el entonces arzobispo porteño consideró que “no habían pruebas concluyentes” para condenarlo. Pasaron tres años de esa lectura profunda y Grassi tiene prisión efectiva.

La preocupación de la Santa Sede por un inminente ataque militar de la Casa Blanca a Siria prosiguió con el uso por primera vez en varios años de su aparato diplomático para intentar impedir una guerra.  El 1º de septiembre, Francisco aprovechó el rezo del Ángelus para pedirle a la comunidad internacional “hacer todo el esfuerzo posible para promover sin más dilación, iniciativas claras a favor de la paz por el bien de la población de Siria”. Luego armó una reunión con todos los embajadores acreditados ante la Santa Sede, y envió a su secretario para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, con la orden de entregarles un “non paper” que contenía el mismo mensaje que le había hecho llegar a Obama: “Resulta absolutamente prioritario el cese de la violencia, que sigue sembrando muerte y destrucción, y amenaza con extenderse no solo a los demás países de la región, con efectos devastadores, sino también con provocar consecuencias imprevisibles en diversas partes del mundo”. La iniciativa incluyó un multitudinario ayuno global por la paz, un posible llamado al mandatario sirio Bashar al-Assad (desmentido por el vocero Federico Lombardi), y una carta al presidente ruso Vladimir Putin para que incluyera  el peligro bélico en la Cumbre del G-20 en San Petersburgo.

En esos mismos meses, el nuevo papa se reunió con casi todos los representantes de Medio Oriente: el israelí Shimon Peres, el libanés Michel Suleiman, el palestino Abu Mazen, y el rey de Jordania Abdullah II bin al-Hussein. La lista incluirá al primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu y al premier ruso Putin. El desembarco diplomático de Bergoglio fue pura ganancia para el Vaticano. La Casa Blancaargumentó otras razones para retroceder sobre sus pasos, pero finalmente Obama frenó el ataque. No será el último encontronazo entre Roma y Washington. En la Casa Rosada esperan que el papa argentino alce la voz contra los fondos buitres que resisten la renegociación de la deuda externa en los tribunales de Nueva York. Una vecina de esa ciudad, nacida en el Bronx, ya se habría hecho eco de la preocupación papal.  Sonia Sotomayor es la primera jueza de origen hispano y la tercera mujer  que integra la Corte Suprema de los Estados Unidos. Fue propuesta por Obama en mayo de 2009 y juró el 6 de agosto, mientras su madre sostenía una biblia. A los 59 años es la sexta integrante católica dentro de una corte de nueve miembros y fue la única que a principios de octubre se negó a votar una medida a favor de los fondos buitres, dicen que por una gestión directa del influyente cardenal y arzobispo de Nueva York Timothy Dolan, reconocido como uno de los grandes recolectores de votos a favor de Bergoglio en el último cónclave. El máximo tribunal decidió que no tendría en cuenta un pedido de apelación presentado por el gobierno argentino para revertir la decisión del juez Thomas Griesa, que ordenó al país pagar la totalidad de los bonos a los acreedores que no ingresaron en los canjes de 2005 y 2010. Una victoria judicial para esos fondos especulativos es mucho más que un problema de dinero. Para la nueva perspectiva de la Santa Sede se trata de otra muestra del  “capitalismo salvaje que  ha enseñado la lógica de las ganancias a cualquier costo, y vemos los resultados en la crisis que estamos viviendo”, dijo Bergoglio dos meses después de asumir. Ese predicamento, especulan en Buenos Aires, habría retumbado en los oídos de Sotomayor, por boca directa del autor de la frase, para que evitara un fallo unánime contra la Argentina.


lavadero santo


El IOR es la caja de seguridad y administradora de los fondos de la burocracia vaticana, sus dicasterios y nunciaturas, y de las diócesis de los distintos puntos del mundo. Posee 6300 millones de euros en activos de clientes, repartidos en 2.300 millones en depósitos, 3200 en “activos bajo gestión” y otros 800 en custodia. Tiene 114 empleados, 18900 clientes y una ganancia en 2012 de 86,6 millones de euros.  La justicia italiana sospecha que la megaestructura financiera del reino de Dios saca algunos fondos del infierno y los lava camino al cielo, en forma de millonarias donaciones y óbolos.
El papa Bergoglio está desmontando centros de poder económico en el Vaticano. Está en el camino justo. Quienes se han nutrido hasta ahora del poder y la riqueza que derivan de la Iglesiaestán nerviosos, agitados. No sé si la criminalidad organizada está en condiciones de hacer algo contra el papa pero ciertamente está reflexionando. Los viejos padrinos con la gorra de visera dejaron de existir; están muertos o en la cárcel, ahora manda el mafioso inversor que hace lavado de dinero, que tiene el poder verdadero. Son esos sujetos los que se están poniendo nerviosos.” No lo dijo el ahora legislador porteño de UNEN y militante bergogliano Gustavo Vera, de la Fundación LaAlameda, sino el fiscal adjunto de Reggio Calabria, Nicola Gratteri.

Una de las tres comisiones de trabajo que creó Bergoglio para reformar la institución eclesial se debe encargar del destino del IOR. El equipo tiene, entre las ocho sotanas poderosas, al cardenal de Boston O’Malley y a varios laicos en las sombras, entre ellos algunos argentinos como Héctor Colella, el empresario que actualmente conduce Ocasa, organización logística que perteneció al empresario Alfredo Yabrán. Antes de matarse, en 1998, Yabrán entregó el control de sus empresas a Colella, estrecho amigo del excardenal Jorge Mario y uno de los mecenas que financiaron los abogados que defendieron al cura Grassi. Colella es considerado por  el Departamento de Estado norteamericano, según los cables secretos que reveló Wikileaks, como una fuente muy importante de la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires. Desde abril, es parte del puente aéreo que comunica con Roma.


teje maneje


–Discúlpeme, ¿pero me podría dar un tiempo para pensarlo?
–Sí claro, le doy dos minutos.
–Bueno, espéreme. Necesito más tiempo para pensarlo, ¿y si le digo que no?
–Su designación es una orden del papa Francisco, así es que le ruego que por favor venga a Buenos Aires y lo hablemos personalmente.

El nuncio apostólico en Argentina saludó y cortó. Emil Paul Tscherrig no podía entender tanto temor. Había llamado para darle una buena nueva al arzobispo de Santa Rosa de La Pampa Mario Poli, pero lo terminó espantando. Su amigo Jorge Mario, ahora jefe del Estado vaticano, lo había designado como sucesor en el arzobispado porteño.

Poli es todo lo contrario a la hiperactividad bergogliana. Su perfil tan pastoral y silencioso es leído como un gesto del papa con la Casa Rosada, tan medido como el pronunciamiento de la Conferencia EpiscopalArgentina sobre el narcotráfico, firmado luego de las elecciones del 27 de octubre. En las sombras, ese mutismo es administrado por el obispo auxiliar y vicario general Joaquín Sucunza, quien maneja los hilos de la Catedral y castiga con celo a quienes mantienen contactos directos con su exjefe. El hombre fue sobreseído en  una causa por adulterio que le inició el esposo de una creyente, pero Bergoglio lo defendió siempre.

La suavidad parece ser el sino de esta nueva etapa. Atrás quedaron los años sangrientos, cuando las espadas kirchneristas escuchaban los quejidos de la diplomacia vaticana contra el arzobispo y cardenal jesuita. “Este hombre está enfermo de poder y siempre pone gente de su propio partido”, bramaba el nuncio Adriano Bernardini, enviado a Buenos Aires desde 2003 por decisión del secretario de Estado Angelo Sodano. La confesión de bronca data de las gestiones de Bergoglio para evitar que los futuros obispos se formaran en Roma y para promover como rector de la Pontificia UniversidadCatólica de Buenos Aires, a  Victor Manuel Fernández, el teólogo preferido de Jorge Mario. Bernardini impidió su acceso a la rectoría  de la UCA durante años, mientras defendía al obispo castrense Antonio Basseotto de los ataques de Néstor Kirchner. Por entonces, durante el segundo año de su presidencia, Kirchner estaba seguro de que la elección de Bergoglio como papa podría resultar letal para el gobierno. “El presidente es el único que lo puede parar al perro”, se quejaba el cardenal por las investigaciones del periodista Horacio Verbitsky en Página/12, que lo señalaron como presunto delator de los sacerdotes jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio, detenidos y torturados en la ESMA durante la dictadura. La exhumación de estas acusaciones y la sanción del matrimonio igualitario, impulsado activamente por el entonces presidente, desembocaron en un desgaste directo de la relación entre el gobierno argentino y Bergoglio.

El cardenal no demoró en devolver las gentilezas y en 2007 confió en un desayuno de la Asociación Cristiana de Empresarios (ACE) que estaba “preocupado porque la Argentina iba a terminar en un baño de sangre”. Seis años después, aquel que vaticinó tempestades hoy podría actuar como un paragolpes institucional ante un escenario como el que predijo, desde su nueva investidura global. “Siempre sintió que tenía un rol histórico. Él considera a la Iglesia como un factor de poder y ahora ejerce ese razonamiento desde el papado para que la Iglesia recupere capacidad de influencia”, analiza un compañero de seminario que lo conoce desde sus primeros pasos como sacerdote. Pero también lo reconoce implacable y memorioso, especialmente con quienes desafían su poder. En esa lista está el intendente de Tigre y diputado nacional Sergio Massa. Cuando era jefe de Gabinete de CFK, Massita promovió como embajador argentino ante la Santa Sede al empresario inmobiliario Jorge O’Reilly, quien por entonces era su asesor para asuntos diplomáticos. El hombre, principal accionista de la desarrolladora inmobiliaria Eidico, en el partido de Tigre, tiene vínculos cercanos con la Fraternidad Pío X, del obispo cismático Marcel Lefebvre y, según Wikileaks, era otra fuente privilegiada de la diplomacia norteamericana en Buenos Aires.

La propuesta de O’Reilly fue vendida al secretario vaticano de Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, en la misma nunciatura apostólica donde  Bernardini se gastó dos millones de dólares en refacciones. El dinero fue aportado por Pedro Blaquier y Alejandro Roemmers, dos laicos contribuyentes de la Santa Sede. Como Gregorio “Goyo” Pérez Companc, que también es un activo donante del Opus Dei y su Universidad Austral.  El fallido embajador que impulsó Massa, por ahora, no es una buena carta de presentación para el Frente Renovador. Bergoglio todavía recuerda que se enteró de la maniobra cuando ya estaba consumada, sin que nadie le consultara nada. Una desobediencia cercana a la traición. Algo más que una mácula en las pretensiones de Massa ante el gran  elector del Vaticano. “Bueno, quizá podría decir que soy despierto, que sé moverme, pero que, al mismo tiempo, soy bastante ingenuo”, se autodefinió Francisco en el diálogo que mantuvo con todas las revistas jesuitas. En la política local no se puede verificar ingenuidad alguna de su parte. Jorge Mario se ha encargado de mantener aceitados todos los vínculos con la red de contactos que tejió desde la Catedral Metropolitana y que han  sido pacientemente administrados, entre otros, por el padre Carlos Accaputo, responsable de la Pastoral Social de Buenos Aires. “El sindicalista de Bergoglio”, lo retrató un joven laico mientras veía como lo abrazaban políticos de todo el arco en un reciente encuentro realizado en la parroquia de San Cayetano, barrio de Liniers.

Elisa Carrió, reelecta diputada por la Ciudad de Buenos Aires, se jacta de mantener extensos diálogos con Francisco que no han sido confirmados. Desde el peronismo más ortodoxo, el dirigente rural Gerónimo “Momo” Venegas llamó “Fe” a su partido para congraciarse con Bergoglio y puso a la amiga papal y ex Defensora del Pueblo Alicia Oliveira como candidata en sus listas. Ninguno de los dos pudo pasar las primarias abiertas de agosto, pero ambos siguen levantando el teléfono y muy a menudo escuchan “el papa Francisco desea hablar con Usted, ¿podría esperar en línea?”.

El rosario de amigos papales incluye a Daniel Scioli, a quien Bergoglio estima por su respeto a la Iglesia, por haber sostenido fielmente los enormes subsidios estatales a los colegios católicos, a pesar de las buenas migas que el gobernador bonaerense tejió con el arzobispo de La Plata Héctor Aguer, jefe del ala conservadora del episcopado argentino, que siempre ansió suceder a Bergoglio. Luego del 13 de marzo, Aguer se recluyó en un monasterio de Azul, para afrontar la derrota. Reapareció a principios de noviembre, como anfitrión de un encuentro para conmemorar el “Día de la Tradición” en la estancia Los Álamos, un costoso terreno en Baradero que el arzobispado platense controla desde 1930, cuando lo recibió como donación. Por allí desfilaron el intendente de Malvinas Argentinas Jesús Cariglino, el presidente de la Sociedad RuralMiguel Etchevehere, el presidente de la Federación AgrariaEduardo Buzzi, el conservador jefe de la diócesis Zárate-Campana Oscar Sarlinga, el intendente local Aldo Carossi y el nuncio Tscherrig.  “Se juntan en Baradero porque no los reciben en Roma”, chicanea un bergoglista con sotana, que omite la presencia del Momo, pasajero frecuente de Alitalia. Sarlinga no viaja, pero encabeza una diócesis del norte bonaerense poblada de casos de reducción a la servidumbre rural, y con parroquias encabezadas por sacerdotes removidos de otras diócesis por duras acusaciones en su contra. Especialmente por pedofilia.

El papa cultiva su vínculo con Scioli a través de su gran amigo Aldo Carreras, que revista como asesor del ministro de Trabajo bonaerense y ahora cumple la función de operador papal entre La Plata y Roma. Carreras fue compañero de Bergoglio en la organización Guardia de Hierro, vertiente del peronismo que nació en 1961 impulsada por veteranos de la resistencia que se distanciaron de las definiciones políticas de la Tendencia Revolucionaria, por considerar errónea la hipótesis de la lucha armada para forzar el retorno del líder exiliado al país.

En el tomo dedicado a la dictadura, de su Historia Política de la Iglesia Católica, Horacio Verbitsky explica que “desde la muerte de Perón (Guardia de Hierro) giraba sin sol. En 1976 se acogió en forma voluntaria a la protección de Massera, quien designó para conducirla al padre de una de las integrantes del grupo, el capitán de navío Carlos Bruzzone”.

Bergoglio se distanciaría de Guardia en 1975 debido a una disputa por el control de la Universidad del Salvador, pero en esos años tejió relaciones estrechas que siguen hasta hoy, como la que mantiene con el exinterventor del COMFER Julio Bárbaro, quien le cedió la licencia para el canal 5 del arzobispado porteño; o con el exsecretario de Comercio Interior Guillermo Moreno, flamante agregado económico en  la embajada argentina en Italia, desde donde mantendrá otra vía informal de intercambio con el Vaticano. “Si pudiera, sería un  hombre de misa diaria, como su mujer Marta Cascales”, admiten en la Catedral Metropolitanapara reflejar el ferviente catolicismo del más caracterizado de los funcionarios kirchneristas. Otro hombre de “misa diaria” es el nuevo jefe de Gabinete Jorge Capitanich,  que fue recibido en Roma después de la asunción papal y lo conoce de sus visitas a Chaco. Coqui es tan católico como Julián Domínguez, el hombre que disciplinó al bloque de diputados del FpV para que aceptaran algunos de los cambios a la reforma del Código Civil que impulsaba la Iglesia.


apareció y dijo


Algunos exégetas del campo nacional y popular advierten que Francisco pide desde Roma la unidad del peronismo. Adjudican la teoría a los antiguos modos del “Jorge Mario 2005”. Después de la derrota en el cónclave papal de ese año, Bergoglio volvió a Buenos Aires, siguió confrontando con el kirchnerismo, y en 2007 se metió de lleno en la discusión política e ideológica que llevaron adelante todas las Conferencias Episcopales del continente en el santuario de la ciudad amazónica de Aparecida, Brasil. Fue la quinta reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Los quince días de debates fueron volcados en un documento de 330 páginas, cuya redacción supervisó Bergoglio junto al arzobispo de Corrientes y secretario general del CELAM, Andrés Stanovnik, un miembro tan destacado de la orden de los capuchinos como el obispo de Boston, O’Malley.

El Documento Conclusivo ofrece una extensa síntesis, pero no registra los debates donde Bergoglio habría mantenido un duro contrapunto con los representantes de la Teología de la Liberación, la corriente perseguida por Juan Pablo II y Joseph Ratzinger desde Roma. Una de sus figuras más renombradas, monseñor Arnulfo Romero, fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en El Salvador, por un francotirador de las fuerzas paramilitares que combatían al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. El papa Francisco planea canonizar a ambos: en diciembre al polaco que después de haber contribuido a la caída del comunismo –y ser sindicado como perseguidor– se erigió en árbitro a los dos lados del muro de Berlín . Y el año que viene, al salvadoreño perseguido.

Parte de ese pensamiento ambiguo lo defendió en Aparecida. En sus ocho capítulos y más de 500 subtítulos, los obispos hablan de la fe, los sacerdotes, las enormes demostraciones de religiosidad popular a los santos del continente, de los jóvenes y también de economía y pobreza. El texto, que fue entregado a CFK un día antes de asumir el mandato en Roma, contiene argumentos contra el capitalismo salvaje, pero también contra “los populismos”; un intento por neutralizar ideológicamente a los herederos de la Teología de la Liberación, al mismo tiempo que un cuestionamiento a la segunda etapa de Hugo Chávez en Venezuela.

El párrafo 406 inciso C refleja el tono de las discusiones: “trabajar por el bien común global es promover una justa regulación de la economía, finanzas y comercio mundial”. También reclama, dos años después del primer canje de deuda iniciado por Argentina, “proseguir en el desendeudamiento externo, para favorecer las inversiones en desarrollo y gasto social, prever regulaciones globales para prevenir y controlar los movimientos especulativos de capitales, para la promoción de un comercio justo y la disminución de las barreras proteccionistas de los poderosos, para asegurar precios adecuados de las materias primas que producen los países empobrecidos y normas justas para atraer y regular las inversiones y servicios, entre otros”. En esa declaración, Bergoglio introdujo su cuchara: “en América Latina y El Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la doctrina social de la Iglesia”.

Bergoglio volvió a encontrarse con los miembros del CELAM en julio de este año, durante el último día de las Jornadas de la Juventud en Río de Janeiro. Los retó por el retraso en la aplicación del Documento Conclusivo y les advirtió sobre “el reduccionismo socializante basado en las ciencias sociales, desde el liberalismo hasta la categorización marxista”. La tercera posición forjada en Aparecida, dice el rector de la UCA“Tucho” Fernández, es un dogma de conducción política para el papa jesuita que se corporizó a fines de noviembre en la Evangelii Gaudium, un verdadero programa de gobierno para una Iglesia pródiga en cuadros envejecidos y escuálida en seminaristas. Se trata del primer documento surgido de su pluma, porque la encíclica Lumen Fidei fue escrita junto a Ratzinger; una actualización de su Doctrina Social; una relectura del Concilio Vaticano II, que Francisco considera aún inexplorado; y la confirmación de un tono progresista en los discursos pero conservador en sus fundamentos. El pedido de más alegría y vitalidad para evangelizar va de la mano con la reafirmación contra el aborto y a favor de un sacerdocio solo para varones. En las críticas anticapitalistas, que el papa ubica lejos de toda ideología, se lee: “hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad, pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia (…) Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia a una parte de sí misma, no hay programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”. “Viendo sus miserias –agrega Bergoglio–, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta.”


la vaca atada


Todavía no cumplió el primer año de mandato y para los influyentes cardenales europeos sigue siendo un desconocido, un outsider “que vino del Sur”, designado por el establishment del Vaticano para conducir una tormenta estructural que los espanta pero que sigue cerrando balances positivos en todas las cuentas.

Entre los costos más elevados de la Santa Sede se encuentran los medios propios: Radio Vaticana, Tipografía Vaticana/L’Osservatore Romano, Librería Editora Vaticana, Centro Televisivo Vaticano y el Vatican Information Service. Cuatro millones de euros de pérdida anual. Francisco decidió aprovecharlos ahora con más fuerza para relanzar la Santa Sedey ganar tiempo. Luego del viaje a Río y del megaescenario de 40 mil metros cuadrados en la playa de Copacabana que reunió a tres millones de fieles, comenzó a administrar los cambios previstos y fue por la cabeza del secretario de Estado Tarcisio Bertone, acusado de los desmanejos financieros de la última década. El cardenal de 78 años no se opuso y Bergoglio designó a Pietro Parolín como su sucesor, hasta ahora nuncio apostólico en Caracas y profundo conocedor de la situación en Venezuela, uno de los destinos donde el papa no descarta intervenir si el gobierno de Nicolás Maduro se debilita en los próximos años. Bergoglio no rebatió las palabras del mandatario cuando dijo que “Chávez desde el cielo había influido en su elección”, pero a principios de noviembre no dudó en recibir al líder opositor Henrique Capriles. La Iglesia venezolana tiene posiciones dispares sobre la revolución bolivariana. Parolín, primero como funcionario desde Roma y desde 2009 como embajador ante el Palacio de Miraflores, conoce las diferencias entre el clero y el gobierno bolivariano, y no olvida las incidencias que tuvieron en  el documento de Aparecida. Al igual que su jefe, cuenta con esa tercera posición para intervenir en la costa caribeña de América del Sur cuando la Santa Sede lo considere necesario. Bergoglio conoce los debates del episcopado latinoamericano en primera persona. En 1997 la Conferencia EpiscopalArgentina lo envió a Roma para ser uno de los nueve representantes argentinos en el encuentro de “Padres Sinodales de la Asamblea Especialpara América”. La cita fue realizada tres meses antes del importante viaje de Juan Pablo II a Cuba en enero de 1998. Algunas versiones de la Catedral Metropolitanaaseguran que Bergoglio formó parte de esa comitiva. Lo concreto es que después de la gira coordinó el libro Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, publicado en 1998 por Ciudad Argentina, la editorial de su amigo y mecenas Roberto Dromi, exministro de Obras Públicas del gobierno de Menem.  Los Diálogos contienen casi cien páginas dedicadas a los discursos de Wojtyla y otras cincuenta redactadas por el propio Bergoglio: “según el análisis de la Iglesia, los motivos por los cuales Estados Unidos instauró el embargo en 1962 se encuentran totalmente superados en la actualidad. Frente al desmantelamiento de la URSS, Cuba se encuentra desarmada en el sentido estricto de la palabra”, decía el obispo auxiliar, mientras mostraba sus desconfianzas por la “alianza estratégica entre cristianos y marxistas”: “pareciera que el discurso de Fidel Castro revela una inclinación a mostrar posiciones de coincidencias entre los mensajes de Juan Pablo II y las preocupaciones sociales del régimen (…) Habría que desentrañar si esta actitud posee una intencionalidad propagandística, la necesidad de obtener un interlocutor válido ante las dificultades económicas que hoy afectan  al pueblo cubano, o una postura de acercamiento, de conciliación, que la Iglesiasiempre está dispuesta a ofrecer y recibir”. Para el actual papa, las mayores coincidencias pasan por “la condonación de la deuda externa, creciente en Cuba, y la condena a las medidas de aislamiento económico impuestas al pueblo cubano”. Pero también habla de los “errores antropológicos del socialismo” y acusa al gobierno revolucionario de haber promovido otros credos para limitar al catolicismo. El cura de Flores escribió ese libro en pleno “período especial” y en su remate alerta que la visita de Karol Wojtyla fue “para resguardar al pueblo cubano de los males que podrían afectarlo ante la implementación de una política permisiva y aperturista hacia otros centros mundiales de poder económico, donde el más alto valor al alcance del hombre pareciera ser el de la utilidad”.

El tono actual de Bergoglio es más profético, quizás: “son muchos los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que hace falta tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Desconfío de las decisiones tomadas improvisadamente. Desconfío de lo primero que se me ocurre. Suele ser un error. Hay que esperar, valorar internamente, tomarse el tiempo necesario” trasmite el jesuita a sus pares, como si tuviera todo el tiempo del mundo para conducir una crisis que no da respiro. En Río, contó que se confiesa como todos los creyentes y confirmó que tiene un confesor. Esa oreja no está en Roma. Atiende en Buenos Aires y cada vez que el papa llama, le contesta risueño con una pregunta: “¿No te dije que no ibas a volver?”

(Texto publicado en revista Crisis Nº 17)

Escuela emancipadora

por Diego Valeriano



Ayer egresó el más grande de mis hijos de la primaria, la fiesta no fue ni espantosa. 37, 38 grados dentro de un tinglado que en breve se cae, un equipo de sonido que ahogaba (por suerte) todas las voces y un power point con fotos de lxs chicxs que, mínimo, atrasaba 20 años, hicieron del ultimo día de clases una jornada olvidable. Lo único que me llevo como intuición y certeza de estos seis años es que la escuela pública es el mejor lugar del mundo donde puede estar un pibe.
Ni de cerca voy a hablar sobre lo curricular o contenidos, lo que no creo realmente que le importe a nadie. Para pensar en la escuela necesito abandonar el lenguaje y el punto de vista escolar. Esto tampoco puede ser una declaración de lo público versus lo privado. De hecho, durante mucho tiempo quise mandarlo a una escuela privada pero no pude. Solo es el descubrimiento, a fuerza de años observación, que la escuela tal como está hoy es el mejor lugar.
Los pibes se forjan en la escuela mientras la van forjando; mientras engañan a la otra escuela, a la de la burocracia y la de pedagogos. La escuela es su lugar de experimentación, subsistencia, sufrimiento y goce.
Los pibes en su sobrevivencia hacen lo público, lo inventan, lo perfeccionan. Casi ningún pibe puede renunciar a la escuela, entonces aprovechan las circunstancias y hacen de ese territorio un espacio donde albergar vidas.
A fuerza de convivir mínimo cuatro horas diarias, instauran relaciones, viabilizan posibles modos de existencia; desarrollan nuevos posibles, se alían de todas las formas viables. Se despliega con toda la fuerza el poder implícito que los encuentros pueden desplegar. En este sentido los encuentros son ocasión de imprimir nueva realidad al mundo. Realidad paralela a los que se espera de ellxs en la escuela. No es que enfrentan el dispositivo escolar, simulan estar en él y desarrollan otro en paralelo. No rechazan de plano maestras, porteras, el quiosco con sobreprecios, horarios, abanderados, obligatoriedades, sanciones y boletines. Saben que esa es la cancha donde jugar y ahí despliegan.
Se transforman en vaqueanos de la escuela. Devienen lectores, es decir, apreciadores de signos. Los encuentros crean nuevas disposiciones, posibles que los sumergen en una claridad que padecen, ya que para llegar a ella deben primero sumergirse en lo oscuro.
Lo que para las maneras adultas habituales de sentir y de pensar puede ser interferencia, a los chicos les sirve como material para comprender y hacer los encuentros. Muchas veces pasa que la escuela se nos presenta de tal manera que nos hundimos en lo caótico y sentimos rozar lo amenazante. En ellas, los pibes como reales hacedores de la escuela perciben proximidades inauditas, deseos, dolores reales y preguntas antes inaudibles.
La escuela se ha movido en torno de la intervención. Enseñar fue un acto de intervención; intervenir en la ignorancia tornándola saber. Educar…  gesto de intervenir en el sujeto para hacerlo sujeto civilizatorio. Ahora eso es imposible, la escuela esta intervenida por lxs chicxs. Pensar la escuela no es pensar su función, sino el real de su existencia.

Saquear es consumir

por Máximo Badaró


Entre las numerosas interpretaciones de los violentos hechos que sacudieron a la Argentinaen la segunda semana de diciembre de 2013, la que más me dejó pensado fue la que hizo un amigo que vive en Concordia, la ciudad donde yo nací y me crié, cuando el lunes pasado lo llamé por skype para saber si el panorama desolador que el noticiero de TN mostraba en su pantalla reflejaba lo que ocurría en esa ciudad.
Mi amigo estaba sentado en la galería de su casa. “Acá estoy, esperando”, me dijo, mientras enfocaba con su celular la escopeta que tenía arriba de la mesa junto al termo, el mate y un cenicero repleto de colillas de cigarrillos. Se la había prestado un vecino. “Estamos todos armados”.
“Las esquinas de los barrios están llenas de gente en motitos, están esperando la noche para volver a robar”, agregó, mientras se escuchaba el ladrido de sus perros y la televisión encendida en el mismo programa de TN que yo estaba mirando en Buenos Aires.
Mi amigo temía que la violencia contra los negocios se extendiera a las casas de familia. “En Córdoba se metieron en las casas”. Por eso se armaba. En Concordia, como en otras ciudades que tienen un fuerte vínculo con la caza, la pesca y el campo, muchas personas tienen armas en sus casas.  
Ese día él había visto cómo alguien repelía con una pistola desde dentro de un automóvil a decenas de personas que llegaban en motitos a un supermercado presumiblemente, según me dijo, para saquearlo. Mi amigo estaba en la vereda del supermercado y los balazos le pasaron cerca. La noche anterior él había visto negocios saqueados, gente transportando colchones y televisores arriba de motitos y algunas camionetas.
A la hora de explicar lo que estaba pasando, mi amigo no descartó la idea de la organización: “Yo vi a un tipo que entró, compró una leche y salió, y después lo ví hablando por celular en la esquina antes de que lleguen las motos”. Pero no asoció la organización con la policía, a la cual reconocía la legitimidad de su reclamo. Para él la organización venía del lado de quienes estaban manejando a “los pobres” para aprovecharse de la situación creada por la huelga policial. 
Entonces mi amigo formuló la primera hipótesis que llamó mi atención: los pobres saquean y se llevan electrodomésticos porque el dinero que reciben de los planes sociales los “ceba” al consumo. 
Mi amigo sugería una representación de los sectores populares que está muy presente en muchos sectores medios y altos de la Argentina, y que los define desde su dependencia del estado, como actores que en cierta medida representan al estado: los pobres son el estado.
Pero esa no fue su única interpretación. Además de atemorizado, mi amigo tenía una indignación moral por lo que había visto en las calles de Concordia: “No roban porque tienen hambre, lo hacen de malditos y de dañinos, sólo para hacer daño”.
Así, mi amigo deslizaba dos interpretaciones llamativas: los pobres son el estado y roban a la sociedad para hacerle daño.
El comentario de mi amigo dejaba entrever que para muchos sectores de la Argentina la ampliación de la capacidad de consumo de los sectores populares que el estado ha fomentado en los últimos años, y que en buena medida les permitió mezclarse con algunos sectores medios, un proceso que en  las ciudades chicas tiene una expresión espacial muy fuerte, era una de las causas centrales de los males que los saqueos encarnaban con crudeza: los pobres hacen daño porque quieren seguir consumiendo.
Las motitos con las que se desplazaban muchos de los saqueadores, y a las que los sectores populares pueden acceder con relativa facilidad –al precio del endeudarse a altísimas tasas de interés–  son percibidas como el emblema de consumo de los pobres.
En muchos comentarios de los saqueos aparecía la imagen de la motito asociada a la figura de la “banda”: bandas de motitos conducidas por cientos de pobres que se desplazan aleatoriamente por la ciudad sin respetar normas de tránsito, molestando con los chillidos de caños de escape mal silenciados, y amenazando con saquear negocios o golpear a los transeúntes. La motito permite un recorrido nómade, liviano, veloz, ruidoso e indeterminado del espacio urbano. Y también permite escapar rápidamente.

Lejos estamos del recorrido regulado y de los traslados de punto a punto que impone el transporte público o del recorrido pesado, costoso y con escasa capacidad de reacción y maniobra que permiten los automóviles. 

Todavía está por hacerse el estudio que explore cómo el acceso de los sectores populares a motos baratas de baja cilindrada está reconfigurando sus modos de transitar y habitar el espacio urbano y de relacionarse con los sectores medios y altos en ciudades medianas y pequeñas de la Argentina. En muchos países de África, por ejemplo, el ingreso masivo de motitos baratas fabricadas en China está modificando la vida económica, política y social de las poblaciones más pobres, y transformando radicalmente las configuraciones del paisaje urbano y rural.
No voy a apelar a la corrección política para emitir juicios de valor sobre las apreciaciones de mi amigo. Lo que me interesa, en cambio, son las diferentes aristas que contienen sus comentarios. El antropólogo francés Pierre Clastres acuñó la expresión “la sociedad contra el estado” para referirse a las sociedades indígenas que intentan conjurar la formación del poder estatal y su intromisión en la vida social. En los conflictos de Concordia y de otras ciudades de la Argentina asistimos a otras variantes de este proceso. 
Por un lado, los saqueos, que a primera vista aparecen como un conflicto de clase – sociedad contra la sociedad– también se revelan como un conflicto del “estado contra la sociedad”, con la particularidad de que en este caso el estado aparece representado por una parte de la sociedad: “los pobres”. Por otro lado, las palabras de mi amigo traslucen la figura del consumo como destrucción. Y sugieren una variante: el consumo destructivo de los pobres como revelador de una faceta auto-destructiva del estado: “el estado contra el estado”.
Paradójicamente, fueron los policías, que forman parte del estado, quienes a través del apoyo de sus familiares, amigos y diferentes sectores sociales, encarnaron la fórmula de “la sociedad contra el estado”. Los conflictos violentos que se generaron a partir de la huelga policial pusieron en evidencia muchas problemáticas, entre las cuales me interesa destacar las que insinuaban los comentarios de mi amigo: las paradojas y ambigüedades del consumo como mecanismo de igualación social y de la capacidad del estado para lidiar con las fuerzas auto-destructivas propias y ajenas. 

La (otra) ola verde

Por el Colectivo Juguetes Perdidos


Un pibe sale corriendo porque tiene un veinticinco encima. Otro se queda fumando y esperando el verdugueo. A otro lo obligan a que se coma la tuca que acaba de tirar al piso. A otro lo tienen marcado porque le cabe rascar la pipa en la esquina. Estamos hablando del faso.

Los gendarmes paran a los pibes, los molestan, los huelen, buscan porro. Vos seguro tenés porro. Sienten que están habilitados para zamarrear, golpear, gritar y “educar” moralmente a los pibes. Estamos hablando de la Gendarmería en acción.

Las secuencias se reiteran cotidianamente en un barrio bajo del sur del conurbano bonaerense, pero podrían situarse también en cualquier otra zona en donde operan gendarmes, prefectos y demás “fuerzas de ocupación”. Los datos muestran que más del 90 por ciento de las detenciones que realiza la Gendarmería Nacional en sus operativos de rutina son por tenencia de drogas (tenencia de los pibes, en la mayoría de los casos para consumo personal). Y en todos estos barrios se conocen pocos casos de cierres de desarmaderos, de detención de narcos pesados, de clausura de prostíbulos y tugurios que son enclaves de las redes de trata.

La principal labor de los gendarmes parece ser otra: se trata de educar –y disciplinar– a los pibes y pibas mediante el verdugueo como práctica cotidiana; se trata de instaurar un orden, una sensación de tranquilidad (y también una tranquilidad real ya que sus presencias desplazan a los fierros de las calles y a muchos de los quilombos de la vereda, empujándolos puertas y barrios adentro). 

Mientras en la periferia urbana y suburbana, en las ranchadas nocturnas, en las esquinas y calles se para permanentemente a pibes y pibas por fumarse un fasito (o por presumir que lo hacen), en las terrazas de muchos barrios porteños, en sus calles céntricas, en los fondos de viviendas de clase media, en programas de radio o TV cool, la marihuana es casi-legal. Los nenes de colegios privados juegan a hacerse los dealers con las flores del auto-cultivo, la abuela se ríe de la planta rara que crece en el fondo, el jefe careta hace chistes de fumón, y la sociedad toda se vuelve más permisiva para el consumo de marihuana. Es verdad que la sensibilidad social no mutó de un día para otro: fueron y son muchas las marchas multitudinarias a favor de la despenalización (y la legalización), las discusiones públicas y mediáticas, las micropolíticas a favor del autocultivo, la militancia de revistas como esta y de organizaciones y colectivos, los aportes culturales de las bandas de rock y también –cómo no mencionarlo en el combo– la lógica mercantil olfateando el humo dulce –y redituable– de la cultura cánabica de los jóvenes.

Producto de todas estas movidas se impuso un cierto tono no-criminalizador para con los consumidores. Por suerte se escucha cada vez más “la policía no te dice nada si fumás en la calle”. Flores para todos y todas. Militancia a pulmón que recibe como premio sus merecidos cogollos… Pero hay que ampliar el campo de batalla. Mientras los azules son cada vez más permisivos en la ciudad blanca, los verdes están en plena tarea educativa en los barrios periféricos.

Una politización  (difusión, discusión, o como se quiera llamar) que no tome en cuenta el tema del consumo de droga como “excusa perfecta” para los gendarmes, reproduce una segmentación social y espacial muy violenta.
En una ciudad se permite y a veces hasta se celebra el consumo de marihuana; en la otra, en sus márgenes, en las villas, en la noche de los barrios pobres, los gendarmes revisan, controlan y requisan droga en pequeña escala (casi siempre para consumo personal, en algunos casos para pequeño menudeo) y, sobre todo, y a contramano de la oleada cultural canábica, usan la marihuana como excusa perfecta para disciplinar moralmente a los jóvenes.
Los pibes y pibas lo saben: se trata de cortales la fuga. De no permitirles el hedonismo, el descanso, la risa (tan promovida por el faso). Quizás se trata de disciplinar esa risa embriagada, atrevida, desafiante por colectiva, esa risa que tanto molesta a las fuerzas de seguridad. Esa risa a la que no le importan las consecuencias (por más dolorosas que sean).
Si la discusión sobre el consumo de marihuana amplía sus fronteras, si dinamitamos las excusas que los verdes tienen a mano para detener a los pibes, se pondrían sobre la mesa nuevas y potentes preguntas: ¿qué hay detrás del verdugeo gendarme a los mas jóvenes de los barrios (sabemos que no se trata de la gorrita o el faso…)?


Así están las cosas en las ciudades actuales, mientras unos pibes aprenden las reglas del autocultivo, otros aprender a correr rápido y a escabullirse de la mirada y el verdugueo de los verdes.

Ministerio del Ocio y otros planes para hoy (segunda parte)

por Diego Maxi Posadas
«¿Qué lugar dejará la sociedad futura al oficio que se ama, en el que se regocija quien lo ejerce?»
Revista Janus.
Martes 10 de diciembre
Un fantasma recorre Argentina, el fantasma de la democracia. Eso escribió Sebastián, mi amigo, en su “muro”. Le digo desde aquí que una ocurrencia así merece sus quince minutos de gloria en una pared palpable, real, callejera. Quiero esas manchas de pintura en las manos del autor de este provocador remix de Marx y Engels, con múltiples resonancias. Un fantasma es siempre una promesa, una misión no del todo cumplida, el contorno de un alma sin cuerpo que resiste olvidos, que no puede abandonar viejos sueños y viejas moradas. Hay quien se asusta con los fantasmas, con el ruido de sus oxidadas cadenas sin romper; hay quienes se asustan incluso de la palabra fantasma, prefieren no usarla.
Ellos, los fantasmas, también se asustan de nosotros. ¿Ellos? ¿Y si el fantasma de la democracia somos nosotros? 
Fantasmas todos, asustados ante un espejo que no siempre da cuenta del conjunto. «No exageremos», pide mi mujer, telepáticamente, desde la Plaza de Mayo, atenta a las palabras de Cristina. Más tarde cantará el León su hermoso villancico, ese otro himno que sabemos todos, y que pide  “…que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre  vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”. Bellas palabras, que suenan un tanto incómodas bajo los efectos de un «Cordobazo de mal viaje» (así lo definió el riojano Jorge Leiva) aún activos y pegando mal en otras provincias. Tucumán arde, Chaco arde…  y el ardor se propaga a otros feudos a la velocidad de la luz (verde) de unos azules acuartelados. 
Pero no nos engañemos, es el mundo entero el que arde. Y no se trata aquí de juzgar o premiar a los leones por hacerse eco o no de ardores ajenos. Festejar es imperioso. Celebrar y no mostrar debilidad, ante un golpismo que acecha, nos aconsejan. Gozar la fiesta programada, pase lo que pase, mueran los que mueran, será un acto de prudencia, y hasta de resistencia. Yo respeto esas voces, pero sigo pensando. 
Si el fantasma de la democracia somos nosotros, la pregunta no debería ir hacia afuera, ¿quién le teme a la democracia?, ¿a quiénes asustamos cuando aparecemos?, sino hacia adentro: ¿será que nos aterra no sabernos fantasmas, promesas?
Diciembre es nuestro reino, el reino de los fantasmas de la democracia. Es el inmenso pesebre viviente en donde nos movemos como ciegos por su casa. Cada pieza ya conoce el lugar asignado, y allí se deja caer, confiando en el cuidado de unas manos (o unas sombras) también muy obedientes. Pero, cualquier niña o niño lo sabe, con tantos animales sueltos, ovejas y gallinas, burros cansados y altivos camellos, reyes con tesoros, ¿a quién no le entran ganas de hacerse titiritero y salirse por un rato del libreto? 
Éste es el drama de diciembre y sus fantasmas. Una histeria colectiva, un quiero pero no puedo, pero quiero, que se apacigua con un sorbo de fresita. Las cadenas existen para eso, para que en medio de estos titubeos el fantasma avance a paso lento. Si a los fantasmas de diciembre “se le salta una tuerca” se viene el mundo abajo.
Miércoles 11 de diciembre
Lo que indigna a los cronistas de los saqueos es que la gente no lleva comida, rapiña lo que no necesita. Con la “demos gracias” se come (¿no habrán oído bien?). Sí, se come, ese ya no es el problema, pero sí el drama de nuestro fantasma: los espíritus no lastran. Diciembre, santo mes de la comida, con sus largas mesas navideñas en las que no puede faltar nada, ni una sola caloría, ni una nuez (menos un ruido) es una muestra de ostentación que enfurece al fantasma. Tal vez es por eso que aparece.
Tarde o temprano íbamos a descubrir que los bombos y los parches del reclamo salarial sonaban más fuertes, más potentes, acaso más convincentes, con la ayuda de la tonfa. Las manos invisibles que ayudaron a salir de oscuros closets de comisarias argentinas a estos antiguos bastones de defensa okinawense (también llamados tuifa, tunka o tonkwa), compañeros inseparables de todo agente del orden global, les tenían preparada una nueva y ruidosa misión. Tanto tiempo compartido en manifestaciones fueron la mejor escuela de percusión, ya expertos en el aporreo de “zurdos” ellos también ahora se sienten con derecho a hacer sonar los tambores de la dignidad del pueblo trabajador. Pero con otro ritmo: paritarias conquistadas a velocidad Record Guinness. No fue el desfile de orgullosas tonfas al viento lo que logró un aumento del 50% en el salario del policía cordobés. No se alcanza un premio así batiendo parches o improvisando pancartas. Hay que desapuntar los rifles destinados al control social, liberar ciertas zonas, para habilitar el diálogo, hay que invitar a la comunidad toda a un banquete social de alto voltaje. 
Flashback 1: ¿Qué fue del concepto “Zona Temporalmente Autónoma”? ¿Siguió aplicándose en algún laboratorio social? 
Pero no confundamos sidra con champán, ni fresita con fernet. Este apriete eficaz, no fue un “alto el fuego”,  no fue una tregua a la represión social, sino su contracara. Los fierros no descansan en paz, los fierros nunca dejan de apuntar a algún lugar. Y si hay donde apuntar, se hace presente la tentación de gatillar. Cualquier pibe lo sabe. 
¿Juguemos en el Coto mientras la gorra no está? Cuando un amigo se va. Hablando de amigos, «¡eh, amigo, qué mirás!» Hagan la prueba: a un pibe, no importa de qué barrio, le apuntas con un dedo a la cabeza y le decís “sacate la gorra”. Te va a mirar feo. Distinto es que le digas, “che, re piola esa visera, ¿puedo verla?” También te va a mirar  feo, con toda la cara de malo de la que sea él capaz, pero al rato la cosa tal vez pueda ir mejor. Es que “la gorra es para el rati, las nuestras son viseras”, mejor sabelo. A mí me lo enseño un amigo, un fantasmita de la democracia.
Lo cierto es que una buena porción de la comunidad (¿organizada?, ¿no vigilada?) respondió como debía, y acudió al festival de productos sin precios. ¿Sin precios? Ya suman varios muertos entre saqueadores y saqueados. Una jornada de lujuria consumista, a vida o muerte, una liquidación (hablando con propiedad) a quemarropa. Civiles armados hasta los dientes dispuestos a defender las mercancías, suyas y ajenas. Una nueva fuerza bruta, autoconvocada. “Esa licuadora no es tuya”, gritará mi vecino, cumpliendo el sueño del niño sheriff que todo jubilado lleva dentro, mi portero parapolicía, mi hermano a punto de lincharme. De este western no se sale. 
Flashback 2: ¿Alguien recuerda hoy a aquel movimiento “revolucionario” barcelonés llamado Yomango, que proponía un «sabotaje contra el Capital pasándoselo pipa»? Nadie. Ni sus creadores: el sitio quedó freezado en 2007 y con él la filosofía de la práctica yománguica.
Y es que tarde o temprano todo pide un freezer. Y un aire acondicionado, y una Pelopincho nueva, y… en diciembre más que nunca, al calor de sus deseos azuzados. Veo freezers en hilera, aún envueltos en sus nylon protectores, quietos como ovejas de lata al cuidado de un pastor alemán en una callecita cordobesa. No es una alucinación, es la TV que me trae a casa esta postal del orden recuperado; electrodomésticos desalojados de sus nuevos hogares, custodiados por los cumpas de la fuerza, ya de vuelta a sus tareas. Relucientes y sin uso, estos objetos parecen los pálidos rehenes de un absurdo poliladron a cara descubierta: sí, hubo ingenuos que subieron a las redes sociales fotos de los trofeos saqueados, con sus nombres y apellidos… La vanidad es un viaje de ida y vuelta.
Lo que me alivia es saber que ya hay plumas escribiendo, con mayor o menor lucidez, las interpretaciones que nos ayudarán a entender estos hechos tan confusos, cuando llegue el momento. Mientras tanto, mis días de asueto (¡balsámico!) indicados por el cirujano me obligan a la calma y la lectura.  Querida Janus 7, del año 1966, “La Revolución del Tiempo Libre”,¿por donde andarás?

Noam Chomsky vs. Michel Foucault: sobre la Naturaleza Humana


A principios de la década de 1970, Fons Elders condujo el International Philosophers Project, una serie de debates entre los filósofos más destacados de la época: Alfred Ayer y Arne Naess, John Eccles y Karl Popper, Leszek Kolakowski y Henri Lefebvre. Uno de los debates más resonantes del proyecto fue el que sostuvieron Noam Chomsky y Michel Foucault, celebrado en la Universidad de Amsterdam en 1971 y transmitido por la televisión holandesa.

Comunismo* y Magia

por Tiqqun

El ejecutivo solitario gritándole al auricular de su celular, con la acreditación de representante colgando del maletín. El conductor maldiciendo al volante de su auto. El clubber flasheado en su dance-floor electro favorito. El comerciante de tienda cool con su galimatías empresarial. Nuestros contemporáneos dan toda la sensación de estar embrujados. Los izquierdistas del mundo entero pueden aspirar a abrirles los ojos a propósito de la dimensión de la catástrofe, pero el empeño es vano y el asunto está perfectamente claro desde hace más de setenta años: no sirve de nada concientizar un mundo ya enfermo de conciencia.
Porque este embrujo no es producto de una superstición o de una ilusión que bastaría con deshacer, sino que es un embrujo práctico: es su sujeción a los dispositivos, el hecho de que sólo acoplados a tal o cual dispositivo se experimentan como sujetos.
Artaud tenía razón cuando escribió, en enero de 1947: “Mucho más que por su ejército, su administración, sus instituciones o su policía, la sociedad se sostiene mediante hechizos”.
En cada uso reside una posible salida del embrujamiento.
Porque cada uso libera las formas-de-vida contenidas en las cosas, en las palabras, en las imágenes. En el uso se establece una curiosa circulación entre “sujeto” y “objeto”, entre “especies”. El gesto cortocircuita la conciencia, suprime temporalmente la distancia entre el yo y el mundo, exige otras distancias.
La mirada nos incorpora los movimientos y las formas percibidos. Algo sucede en nosotros y fuera de nosotros. “La coincidencia de la transformación del medio y de la actividad humana o de la transformación del hombre por sí mismo, no puede ser captada y comprendida racionalmente más que como praxis revolucionaria”, dicen las Tesis sobre Feuerbach, pero puede ser captada y comprendida mágicamente como uso, por lo menos “si la magia es una comunicación constante del interior con el exterior, del acto con el pensamiento, de la cosa con la palabra, de la materia con el espíritu” (Artaud).
El hecho de que la materia esté animada por innombrables formas-de-vida, que esté poblada de polarizaciones íntimas, es algo que el propio Marx no ignoraba cuando escribió, en La sagrada familia: “Entre todas las cualidades inherentes a la materia, el movimiento es sin duda la primera y la más significativa, no sólo como movimiento mecánico y matemático, sino más aún como pulsión, dinamismo, como tormento de la materia, para emplear los términos de Jakob Böhme. Las formas primitivas de esta última son fuerzas esenciales, vivas, individualizantes, productoras de las diferencias específicas”.
A estas “formas primitivas” las hemos llamado formas-de vida.
Nos afectan, queramos o no, a través de todo aquello a lo que nos atamos, a través de todo aquello a lo que estamos atados.
Nos cuesta mucho admitir que estamos atados, porque estamos poseídos por una idea estética de la libertad. Una idea de la libertad como desapego, como indeterminación, como sustracción a cualquier determinación.
Esta disposición intermediaria donde el alma no está determinada ni física ni moralmente y donde sin embargo está activa de ambas formas, merece particularmente el nombre de disposición libre, y si se denomina físico el estado de determinación sensible, y lógico y moral el estado de determinación razonable, se dará a ese estado de determinabilidad real y activo el nombre de estado estético […] Sin duda el hombre posee virtualmente esta humanidad antes de cada uno de los estados determinados por los que puede pasar; pero la pierde efectivamente en cada uno de los estados determinados por los que pasa, y es necesario, para que pueda volver a un estado contrario, que esta le sea devuelta por la vía estética. (Schiller, Cartas…)
Esta idea de la libertad es la libertad del directivo, que recorre el mundo de hotel de lujo en hotel de lujo, la del científico (sociólogo o físico, poco importa) que no está nunca en el mundo que describe, la del anarquista metropolitano que pretende poder hacer lo que quiera cuando quiera, la del intelectual que juzga cual soberano sobre cualquier cosa desde su despacho, o la del artista contemporáneo que hace de toda su vida una “obra de arte” y para quien, en palabras del infecto N. Borriaud, el único imperativo es “invéntate, prodúcete a ti mismo”. A esta idea estética de la libertad nosotros oponemos la evidencia materialista de las formas-de-vida. Decimos que los seres humanos no están simplemente determinados, que no hay un ser puro de toda determinación por un lado que serviría de mero ropaje al conjunto de sus atributos, de sus predicados y de sus accidentes –francés, varón, hijo de obrero, jugador de fútbol, con dolor de cabeza, etc. Lo que existe en realidad es el modo cómo cada ser habita sus determinaciones.
Y en ese punto, la determinación y el ser son absolutamente indistinguibles, son formas-de-vida. Decimos que la libertad no consiste en deshacernos de todas nuestras determinaciones, sino en la elaboración del modo cómo habitamos tal o cual determinación. Que no consiste en liberarnos de todos los lazos, sino en el aprendizaje del arte de ligar y desligar. El hecho de que ese arte haya sido tildado de mágico durante mucho tiempo no nos produce embarazo alguno. Y asumimos el escándalo que pueda acarrear admitir la amenaza, en nosotros, fuera de nosotros, en todas partes, de la crisis de la presencia. Decimos incluso que si hay una igualdad efectiva entre los humanos esta se da justamente ante esa amenaza. Lo que hace de Kafka un gran comunista. Preferimos eso mil veces a la paradoja demasiado conocida por la cual cuanto más se toma uno por un individuo, mejor reproduce las estructuras de comportamiento más toscamente propias a la  “especie”, cuanto más se toma uno por un sujeto, más se abandona a las inclinaciones del conformismo más triste.
Somos conscientes de que, por ahora, desde sus limbos, las formas-de-vida se debaten en el más temible caos. Y que es el sentimiento de ese caos, así como el apego de nuestros contemporáneos a esa estúpida idea de la libertad, lo que los arroja a las redes de los dispositivos. Pero también vemos la potencia de la que disponen aquellos que han aprendido el arte de ligar y desligar. Y nos imaginamos la fuerza terrible que tienen en sus manos aquellos que elaboran colectivamente el juego de las formas-de-vida que les afectan. No tememos llamar comunismo a la puesta en común, allí donde sea, de dicha fuerza. Porque entonces los humanos llegan a la madurez y tienen en sus gestos la soberanía del niño.
“Puede que el hombre de la edad de piedra dibujase el alce de manera tan incomparable porque la mano
que manejaba la punta aún recordaba el arco con el cual había abatido al animal.”
El maná fluye, reinventemos la magia.
Notas:
* Basta con retomar la definición de comunismo de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, también conocidos como Manuscritos de París: “el comunismo es la verdadera solución al antagonismo entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la verdadera solución del conflicto entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la afirmación de sí, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie”, para convencerse de que el gesto estético no está ausente del propio programa comunista. Es decir, que la fase actual, estética, del capital, donde este da forma conjuntamente a una nueva humanidad –los ciudadanos– y a un nuevo mundo sensible –la metrópoli–, nos impone revisar nuestra concepción misma de comunismo.

“Ser homosexual sigue siendo revolucionario”. Entrevista a Virginie Despentes

Por Maite Garrido Courel

La autora de la polémica ‘Fóllame’ y de la biblia feminista ‘Teoría king kong’ habla sobre su novela ‘Bye  bye blondie’, publicada en español a diez años de su lanzamiento en francés, pero también sobre prostitución, violación y pornografía. No apta para todos los públicos.
Denominada por ella misma como “una novela romántica punk rock”, Bye bye Blondie (Pol·len Edicions, 2013) es un viaje al punk más descarnado de los años 80 y a la frivolidad más sórdida de principios del siglo XXI. Diez años después de su publicación, llega a las librerías con la dosis habitual de sinceridad desbocada y prosa vertiginosa que caracteriza a la autora. Virginie Despentes (Nancy, 1969) escritora y cineasta, perturbó con su primera novela Fóllame, llevada al cine por ella misma, y revolucionó la escena feminista con su Teoría King Kong. Hablamos de su novela, pero también de todos los tabúes que rodean a la feminidad y que hay que dinamitar.
Escribir con un lenguaje brutal y directo sobre ‘lo que no se debería escribir’ o ‘no se debería mostrar’. Aunque en el libro no aparece, en la película homónima uno de los temas principales es la relación lésbica mostrada en dos décadas diferentes.
Escribí el libro en 2003, y no era una historia lésbica… La película, sí. Cuando hice la película, ocho años más tarde, el romance lésbico me pareció una buena idea. Pero no hay sexo intenso en la película, no quería desnudar a las actrices, ni siquiera enseñar una teta. Estoy harta de las actrices del cine francés, que siempre vemos desnudas como si fuera algo obligatorio.
¿Escandaliza más ver a dos mujeres juntas que a dos hombres?
Al contrario. Dos mujeres juntas son sujeto de fantasía sexual para los hombres que siguen considerándolas como su terreno de juego. Además, es un clásico del porno mainstream. En Bye bye Blondie el problema sería que no follaran, los hombres heterosexuales no tendrían nada con qué alimentar su polla y no lo tomarían bien. Creo que dos hombres juntos son un ataque más frontal para los heterosexuales retrógrados.
Vuelves a situar -como en la Teoría King Kong- parte de la novela en los 80. ¿Había mayor libertad con el punk?
Sí. El punk, como muchos otros movimientos de sub-culture de los 80, era un terreno de libertad y de experimentación, sin una autoridad real que se interpusiera.   Aunque el punk en Francia era totalmente heteronormativo. En la película decidí crear una utopía del punk como lugar de libertad lésbica, que no existe tampoco, pero que me gustaba imaginar. Las bolleras no eran rechazadas, en el recuerdo que yo tengo, pero estaban identificadas como punkis antes que cualquier otra cosa.
Está habiendo un repunte homófobo en Francia que asusta, ¿qué opinas de esto?
Supongo que Sarkozy cambió el país… cinco años de propaganda de extrema derecha en la televisión, radio y prensa acaban dejando huella. También ha habido una propaganda anti-islámica muy dura. Creo que el tema de la homosexualidad, como el tema del feminismo, son centrales ahora. La extrema izquierda francesa tiene una tendencia histórica a considerar estos temas como secundarios y creo que es un error. Ser homosexual sigue siendo algo totalmente revolucionario, un asunto capital e inaceptable para los reaccionarios. Eso es lo que entiendo cuando veo el esfuerzo que han puesto en estas manifestaciones homofóbicas.
Tratas la violencia en el libro, cosa que hiciste de forma abrumadora en “Fóllame”. En ella, por primera vez en la historia del cine, unas mujeres eran tan sanguinarias como los hombres, y encima putas. Ahora, algunas feministas reclaman respuesta violenta a ataques violentos.
No sé. Me parece que hay mucha violencia pero casi siempre viniendo de hombres hacia mujeres… El contrario, lo espero, pero no lo veo. El poder de dar la muerte sigue siendo un ‘privilegio’ masculino. Lo ideal sería que los hombres renunciaran a la masculinidad clásica, pero me temo que eso tampoco lo veo. En Francia, me parece que hay mujeres más sumisas que antes, y hombres más convencidos de sus privilegios. Pero nunca se sabe que hará la próxima generación, solo es una cuestión de creencia.
¿Conoces el caso en España de una mujer que quemó vivo al violador de su hija?
Sí, lo he visto. Da ganas de hacer una película solamente por el momento final.
En Teoría King Kong hablas de forma autobiográfica sobre la violación y el silencio que había en torno a este tema. ¿Se sigue tratando la violación solo desde la víctima?, ¿el mensaje sigue siendo “encima de que te han violado, no deberías recuperarte nunca”?
Me parece que internet ha sido importante en los últimos años y ha permitido una reflexión colectiva, intensa e impensable hasta ahora sobre el tema de la violación. Leo, en francés, muchos artículos, textos e intervenciones de chicas que han sido violadas y que hablan juntas, en el espacio público que es internet, de la vergüenza, de la ira, del temor… y el hecho de escribir sobre el tema cambia las cosas. Primero porque descubrimos que somos muchísimas. Somos supervivientes, quizás, pero juntas somos un pueblo. Por lo tanto los violadores no pueden ser considerados como hombres excepcionales, son un pueblo también. Y de este espacio de intercambio de mujeres violadas que no esconden lo que les ha pasado, algo saldrá, algo nuevo.
“Decir que ‘te has hecho un cliente’ te sitúa al margen. Decir que vas de putas es distinto, no predefine al hombre de ningún modo”, escribías en la Teoría King Kong. Hay asuntos en los que no parece que avancemos mucho…
reo que, como con la violación, los espacios en internet cambian las cosas. Las prostitutas tienen blogs, redes y facebook y pueden intercambiar modos de acción, reflexiones y hablar directamente de lo que quieren, como un cambio en las leyes, por ejemplo. Y eso es tan nuevo que desde este lugar puede pasar algo. Hoy, hacer el trabajo de prostituta, si lo has elegido como manera de hacer dinero, no tiene nada que ver con los 90. Puedes pedir consejos, hablar de lo que haces. No están aisladas como lo estábamos nosotras en esos años, y eso cambia todo.
En tu trabajo documental Mutantes: Punk, porn, feminism (2009) recoges testimonios de María Llopis, Lydia Lunch (ambas artistas y activistas), Beatriz Preciado (filósofa feminista) o Annie Sprinkle (activista y sexóloga) hablando sobre porno y más porno. Y decías: “El antídoto para la pornografía no es la censura”. ¿Es hacer buen porno?
La obsesión del porno ‘oficial’ de los 70 hasta 2000, que era grabar el orgasmo femenino, se acabó. Las cosas han cambiado. En la censura no creo, en absoluto, pero sí en la educación de los niños para que vean porno. Sería urgente hablar con ellos y ellas para que no les enseñen a odiar el sexo. Y es urgente hablar de porno con los jóvenes, porque lo que vemos en internet ahora me parece más morboso y sórdido que porno. Hay que acabar con las leyes de censura y permitir que se hagan otros tipos de películas que muestren alternativas de la sexualidad desde miradas divergentes de la mirada normativa.

«La Patria es el Otro»: un coloquio filosófico

por D.P.

Ya a esta hora de la mañana hace un calor jodido. Es un miércoles de diciembre  y el remis nos espera sobre Esmeralda. Hago un saludo general, tímido y chivado. Lista en mano se acerca una piba, buena onda, de veintilargos. Le doy mi nombre y tilda. Me dice que me suba al próximo auto, que ya salieron varios. Me corro del centro de la escena para poder mirar uno a uno a mis ocasionales compañeros. De inmediato reconozco a dos punteros, dos referentes de la  Franja Morada de quince años atrás (me enteraré, luego, que mutaron kirchneristas en algunos de los pliegues de la década ganada). Un flaco de pelo largo me pregunta de qué universidad soy y qué investigo. Me cuenta centralmente sus estudios de doctorado en Francia, su investigación sobre Husserl y miles de cosas sobre su director, un viejo ignoto para mí, que no escucho. Un tercero comenta que le da por el “narrativismo” y que es seguidor de Hayden White, y que su director… Más pragmático que hostil (y cortando el repaso mental de la lista del super chino) el remisero interrumpe llamándonos a bocinazos. ¿El destino? La Secretaría de Cultura de la Nación situada en corazón de la 21-24, la Zavaleta.

La Casa de Cultura de Barracas (sede recién «construida» de la Secretaría de Cultura) es un galpón colorinche, amplio y luminoso: bien (pos)moderno, tanto que parece la transitoria escenografía de una película que, montada para un par de escenas, será prontamente desarmada y vuelta a levantar en algún otro cuadrado disponible.

Hospitalarios, nos reciben, primero el Anfitrión, luego los mozos. Café con leche y facturas tipo bocado. Ninguna queja: catering de primer nivel. Somos más de veinte entre organizadores e invitados. Todos juntos llegarán, minutos más tarde, los Conferencistas. Y la cosa arranca.

En fila vamos entrando a una sala grande que Augé no dudaría en calificar de no lugar. Paredes completamente blancas, de Durlock. No hay cuadros ni marcas de identidad, no hay nada. Todo limpio y ordenado. Las sillas se disponen en forma de herradura: en la parte corta, los tres Conferencistas; en las partes largas, los quince Aportadores. Y en la parte vacía (lo que hace que la herradura sea una herradura y no un rectángulo), tres cámaras, una consola de la puta madre, varios micrófonos y seis o siete asistentes y organizadores del evento, personal del Ministerio de Planificación Federal.

Prudente, elijo una de las puntas.

El Anfitrión, que evita la cabecera, presenta expeditivo el Coloquio. Un video institucional, pésimamente musicalizado, exhibe los logros del plan Igualdad Cultural e Inclusión en la Diversidad, una de las más importantes y menos festejadas políticas públicas de la década ganada.

Y arranca el primer Conferencista, GV: “La Patria es el otro” y sus posibles expresiones audiovisuales es el eje convocante.

***

(Una aclaración necesaria: el lector atento (también el desatento) notará cierto desequilibrio, cierta asimetría en el desarrollo de las tres exposiciones: muy extensa la de DT, mucho más cortas las otras. Esto responde, más que una preferencia del cronista, a la organización lógica de cada exposición: si la primera –la de GV– se deja sintetizar a partir de una hipótesis central que se juega en distintos momentos históricos y la tercera –la de RF– asume la forma de “deriva asociacionista”, donde es posible indicar los mojones más desmedido desplegar el azar de sus vínculos, la segunda, en cambio, una suerte de mapa conceptual del problema presentado por DT, exige cierto cuidado en la presentación de cada noción y las declinaciones que la articula con la siguiente).   
***

GV es un tipo común, amigo de amigos, y me cae muy bien, lo que sesga sin duda la mirada. Sólida intervención la suya, aunque exagerada en su cautela. Recorre con gracia cómo a lo largo de la historia política argentina el otro es un elemento constante: el exterminio del indio y el destierro del gaucho, el disciplinamiento del migrante europeo (“a los que se necesitaba y excluía”) y de los cabecitas negras(subsuelo sublevado de la patria, entramado afectivo de ocupación callejera: el otro por primera vez se volvía una cuestión de estado) hasta llegar al militante, a los hippies, a los homosexuales, a las múltiples minorías desaparecidas por la dictadura. Un país, entonces, conformado por Otros. El neoliberalismo y su política de exclusión social acentúan esta tendencia: el Otro es población sobrante. Hasta que llegaron Néstor Kirchner y sus políticas de inclusión social.

En ese marco, la Patria que incluye enfrenta esa gran maquinaria de estigmatización social que son los medios masivos de comunicación (TV-Radio-Diarios). La amenaza cobra forma de gorra: si el nosotros estigmatiza, el otro es política de Estado. Porque “La Patria es el Otro” es, precisamente, el feliz intento por integrar a los segregados.

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DT es astuto e inteligente. Indiscutiblemente filósofo. Asume con dedicación su mundo de conceptos y los trabaja cual orfebre. La patria es el otro, pero ¿qué decimos cuando decimos “otro”? La patria es la tierra de los padres, lo familiar. El patrimonio. El otro, en cambio, es lo ajeno, lo exterior. Dos nociones opuestas, entonces, unidas por un verbo que las homologa. Entonces, ¿el otro es el próximo, el cercano? ¿O  el absolutamente distinto, el lejano? ¿Y cuál es la frontera entre uno y otro? ¿La Sociedad Rural o Magneto pueden ser otro posible?

Levinás, Derrida, Sartre: un recorrido preciso y nada vanidoso que acaba invocando al realismo: el otro es, ante todo, una perturbación, aquello que altera el desarrollo normal de algo, que acaba irremediablemente con la paz. Pero es, sobre todo, aquello que evidencia nuestra finitud, es decir, la posibilidad de la muerte (y es sabido que un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte). La imaginación es, en ese marco, el lugar donde los otros dejan huellas: el otro es alguien vivo que deja marcas; marcas que producen efectos; efectos que no siempre son convenientes a nuestra existencia, es decir, a nuestra básica, precaria configuración de placeres y dolores.

Pero si no se puede evitar el vínculo (el desafío de ese realismo es, ante todo, evitar la misantropía), ¿qué se hace con el otro? ¿Cómo se teje un vínculo que se conveniente a nuestra existencia?

Una opción siempre transitada es la guerra, la destrucción del otro. Obvio, Hobbes: el otro como amenaza.Homo homini lupus. ¿Cuáles son las causas de esta guerra? El primero, evidente, el deseo de propiedad; el segundo, notorio, el deseo de seguridad y el tercero, más difícil de entender, el deseo de gloria y de dominio de otros.

¿Cómo poner fin a la guerra? Desde lo más remoto de los tiempos, de Erasmo para acá al menos, se propone el desarrollo de una cultura de la tolerancia (toleros: soportar). El mundo está lleno de otros, lleno de gente. Esto es una desgracia porque tensiona y pueden disputar intereses, pueden disputar mi propiedad. Pero no queda otra porque hay ciertas pasiones que no podrían ser satisfechas, sino es contra otros. Entones, el mal menor es soportarlos, porque mucho peor es la guerra.

Pero la tolerancia es una pasión triste, es un pacto de inmunidad fundado sobre el miedo: no me meto con vos, vos no te metas conmigo. Pero, además, es en el fondo un deseo imposible: siempre existe lo intolerante, porque siempre la tolerancia se despliega dentro de ciertos límites.

Más que de tolerancia, entonces, debería hablarse de reconocimiento. A diferencia de la tolerancia, el reconocimiento es producto de una lucha: la democracia es centralmente una lucha por el reconocimiento de derechos. El derecho afirma DT, se practica, es una fuerza expansiva. La ley limita (y por eso la democracia es excesiva en relación a la ley).

Así, en términos materiales, la democracia –un conflicto acompañado por una conversación– tiene que posibilitar lo que hay. Y los derechos se reconocen del otro en tanto otro (en política, por ejemplo, “reconocer como interlocutor” es ya toda una cuestión). Ese reconocimiento funda (y se funda sobre) una idea de justicia vinculado a las minorías.

Nos aproximamos, de este modo, a la cuestión de la identidad: ¿en relación a qué otros construimos nuestra identidad? ¿En relación a ese Otro significativo (como por ejemplo, los padres) o a otro no significativo? Entonces: una línea es el reconocimiento de derechos como declinación de una justicia que asume las minorías.

Cierra Borges: el sí mismo como otro, somos definitivamente otro. Nosotros bajo ciertas circunstancias somos otros. Somos mayormente previsibles, pero no del todo (las promesas, tarde o temprano, se estropean). Las identidades nos son más que ficciones del lenguaje: pero sobre esa ficción –que sin duda es bien material, bien real– ¿cómo construir una comunidad? ¿Cómo armar un vínculo con esos otros que son, a la vez, una dificultad y una necesidad? ¿Cómo ser sensibles con el otro en el marco de una democracia intensa y extensa? 

***

Llegó el momento. Música. Luces. RF es la figura máxima del evento. Altas pilchas, de físico cuidado. Algo soberbio, sabe moverse y habla con elocuencia: está dotado de gesticulación televisiva. Un filósofo famoso como momento cúlmine del show. RF es, además, local. 

Pero ríe nervioso: las cosas no salieron tal lo planeado. Duda, pide un corte, un café, ir al baño, estirar las piernas, atender un llamado telefónico, chequear mails. RF dice que lo que traía escrito ya lo dijeron maravillosamente GV y DT. Vuelve a dudar. Sorbe café. Transpira. A la tercer duda se larga a hablar de ese oxímoron que es “La Patria es el Otro” (“una contradicción en sus términos”), y de allí a Levinás (“el hambre del otro es sagrado), a Hegel (y el litigio entre Ulises y Abraham en torno a la patria y al viaje), a la guerra de la Triple Alianza y a su madre paraguaya, a la esquizofrenia, la lengua materna y los negros haitianos; y al huracán, a los pueblos originarios que exigen que el Estado los cuide; a su relación con Evo Morales, al cuidado hipócrita del lenguaje, a Pierre Clastres y a la etnología política, a la identidad, al ser y al reconocimiento del Otro. Y culmina: la Patria es el Otro remite a un milagro imposible, tan milagroso e imposible como estos diez maravillosos años en los que encontramos nuestro lugar los que estamos fuera de lugar, los que pensamos a contracorriente, a contrapelo de la historia.

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Inútil detenerse en el almuerzo (no más que la continuidad del catering por otros medios) o en el fallido intercambio de la tarde (una exhibición de narcisismo por parte de los Aportadores, con abundancia de citas pedantes e innecesarias, ausencia total de afección por el discurso del otro y de horizonte más lejano que su ombligo (¿o su bolsillo?): cada quien refiere al “tema” a partir de las pobres herramientas con las que su doctorado los dota). Ni la disposición a pensar de algunos de los Conferencistas, ni la amabilidad distendida del Anfitrión, ni el café y los deliciosos sanguchitos, ni los alentadores morlacos agenciados lograron que la situación de pensamiento se armase. Como el champagne del brindis del cierre: pura espuma.[1]Otra vez será.


[1]Ya a esta hora de la noche, en este miércoles de diciembre, el calor amaina un poco. La yuta de Córdoba está acuartelada y exige aumento salarial. Más o menos incitados por agentes desestabilizadores (siempre los hay), más o menos estimulados por deseos de consumo irresueltos, los saqueos se repiten. Ambos fenómenos amenazan con extenderse a lo largo y ancho del país. Ya se habla de un muerto. En el conurbano, además, falta la luz y el agua: no sería caprichoso que este fenómeno también se propague por ciudades estalladas. El consumo crece de manera implacable desde hace una década, pero la infraestructura urbana y social que le da soporte quedó detenida, anquilosada. Indiferentes al “milagro imposible”, consumo y precariedad de la vida conviven en un clima que tiende a tensarse. Guita sin lazo social. Capitalismo runfla lo llama un amigo. En ese marco, ¿qué horizonte político se dibuja bajo “La Patria es el Otro”? Sugerida en abril de 2013 en un acto en Puerto Madryn por la Guerra de Malvinas como llamado a superar las diferencias entre compatriotas y recuperada pocos días después para destacar la solidaridad con los afectados por las inundaciones de La Plata, la contagiosa consigna se fue consolidando, incluso en su oscuridad, como lo más parecido a una línea política opuesta al “individualismo” y a la “fragmentación social” heredada del neoliberalismo. “Es bueno que los argentinos estemos unidos, que veamos en cada argentino un hermano con el cual hay que superar las diferencias, con el cual hay que coincidir en lo importante (…) Hay que querer al prójimo, porque si no se quiere al prójimo es imposible querer a la patria. La patria es el otro. La patria es el prójimo”, dijo CFK ese día. De este modo, la “La Patria es el Otro” ensaya sintetizar un proyecto político que, basado en la inclusión social, tiene como horizonte declarado la reconstrucción del tejido social destruido. Una tarea que, en el mejor de los casos, recién comienza. Pero, ¿será capaz esta consigna de contrarrestar la construcción del otro como víctima, delicia de todos los poderes de turno? ¿Será capaz de neutralizar la desigualdad escondida bajo toda política que se funda en la solidaridad? ¿Qué pasiones despierta esta contundente apelación a la Patria, este revival de para un argentino nada mejor que otro argentino, en un marco en el que el racismo y la estigmatización social crecen a la par del miedo en la sensibilidad general? ¿Es posible, como querría DT, que los derechos de ese Otro no se funden sobre el azar del lugar en el que se nació sino que se rijan por el principio de “el que está  aquí, es de aquí”, es decir, una pertenencia fundada sobre los afectos que se desarrollan, las cosas que se hacen. “La Patria es el Otro” introduce, así, un problema central de la ciudad contemporánea: el de construir comunidad sobre las ruinas de la ciudad estallada donde el Otro es, en principio, un obstáculo, cuando no un peligro. ¿Seremos capaces de funda una política a la altura de ese desafío?

La caja de Pandora de los saqueos

por Maristella Svampa


Hay diferentes hipótesis que buscan explicar el fenómeno ya recurrente de los saqueos, desde la que podríamos llamar la hipótesis “catastrofista”, que suele asociar los saqueos a las grandes crisis o al fin de época; la hipótesis conspirativa, que sostiene que todo saqueo es organizado, y de lo que se trata es de detectar a los responsables políticos o sociales que estarían promoviendo activamente estos comportamientos colectivos; y por último, la hipótesis de índole más sociológica, que sostiene que los saqueos constituyen un repertorio de acción colectiva de los sectores populares, asociados a fuertes estructuras de desigualdad.
Desde mi perspectiva, hay que evitar los reduccionismos explicativos, ya que los saqueos constituyen un fenómeno complejo, que engloba diferentes dimensiones, aun si algunas de estas hipótesis tienen prioridad o presentan mayor espesor a la hora de explicar el disparador de los mismos y otras la tienen para explicar la sucesión de los hechos.
Lo ocurrido en Córdoba pone de relieve tales pliegues o dimensiones y agrega nuevos elementos a tener en cuenta: el autoacuartelamiento de la Policía instaló una zona liberada, que rápidamente –y de modo deliberado/organizado– fue ocupada por bandas de motociclistas que traspusieron el umbral, disparando la acción y reinscribiendo a ésta en un marco ya conocido: el de los saqueos como repertorio de acción colectiva, instalado en la memoria social de los sectores populares a partir de 1989.
Respecto de la hipótesis conspirativa y exógena, hay que añadir que a diferencia de otros momentos (2001), hoy no se pretende culpar a punteros y políticos peronistas. La zona gris de la cual hablara el sociólogo Javier Auyero entre práctica cotidiana, poder político y violencia colectiva arroja hoy nuevos actores, entre los cuales cuentan no solo las policías provinciales (con su pliego de reivindicaciones salariales), sino también las redes narcos, como parece haber sucedido en la ciudad de Córdoba.
Por otro lado, los saqueos como marco de acción colectiva instalan un nuevo horizonte de posibilidades, inaugurando un reducido tiempo extraordinario donde toda inversión del orden es posible. Por esa ventana de oportunidades se difunden y amplifican comportamientos colectivos que en tiempos ordinarios serían severamente repudiados. Hace unos días, revisando testimonios recogidos de lo sucedido en Córdoba, leí que ante el reproche de un periodista que decía a una persona “Estás robando”, en el momento en que éste se llevaba una mesa de un negocio saqueado, la respuesta del hombre fue: “No la robo. Me la llevo…” Ahora bien, los saqueos como modalidad de acción colectiva constituyen una de las caras posibles –no la única, por supuesto– de la gran asimetría, que expresa el agravamiento de la fractura social y espacial, consolidada en los últimos 30 años de democracia. En este caso son la respuesta antipolítica –ya aprendida, incorporada y reiterada en diversas ocasiones- en el plano de la violencia colectiva, que ilumina la faz oscura de los sectores subalternos en su intento por invertir un orden desigual, apropiándose de bienes primarios y también bienes de consumo que esta sociedad promete a sus ciudadanos consumidores, pero a los que en tiempos normales u ordinarios los pobres urbanos están lejos de poder acceder. Esta rebeldía insolidaria y destructiva, gestada en una sociedad con una fuerte estructura de desigualdades sociales y espaciales, va agregando nuevas capas de sentido, en cada repetición, donde tanto la acción de las fuerzas represivas como el comportamiento de los actores sociales perjudicados (clases medias, comerciantes), presentan un carácter recursivo y van instalando nuevos umbrales.
En este sentido, Córdoba marcó una inflexión, porque develó los contornos posibles de una guerra social destructiva, en donde se juegan emociones y sentimientos primarios por parte de diferentes sectores sociales, en el marco de la gran asimetría. Lejos estamos de las disputas político-ideológicas que esos mismos sectores subalternos proponen desde la acción de los movimientos sociales; pero también lejos de aquellas clases medias que buscan tender puentes e institucionalizar un lenguaje de los derechos humanos… Es que los saqueos involucran también comportamientos colectivos primarios desde los sectores medios y acomodados, quienes en nombre de la autodefensa territorial y de la propiedad privada, responden de modo descarnado, mostrando lo peor de sí mismos: racismo, clasismo, en fin, un rosario de discriminaciones y violencias. Nuevamente, como bien señaló en un artículo sobre este tema Pablo Seman, lo sucedido en Córdoba constituye un punto de inflexión, tal como lo ilustra un episodio de agresión en el barrio de Nueva Córdoba contra jóvenes por “portación de rostro” que atravesaban el territorio amenazado.Diciembre de 2013 no reenvía a 1989 ni tampoco es una reedición de 2001. Estos saqueos de 2013 se parecen más a lo ocurrido exactamente hace un año en Bariloche, la ciudad turística más emblemática de la Patagonia y a la vez, paradigma de la fractura socio- espacial. Claro que no era la primera vez que Bariloche, verdadera “ciudad-country”, nos sorprendía con imágenes extremas. Ya lo había hecho en 2010, cuando la policía asesinó a tres adolescentes y hubo fuertes manifestaciones de xenofobia y racismo por parte de los comerciantes del Bajo, en apoyo a la policía del gatillo fácil… Sin llegar al extremo de Bariloche, Córdoba también es una ciudad atravesada cada vez más por una brecha socio-espacial, cuyos muros invisibles son custodiados por una policía brava, que aplica la figura del “merodeo” y premia a los agentes por los arrestos realizados. La persecución de los jóvenes pobres, por “portación de rostro” y sus reiteradas detenciones y torturas, es una de las consecuencias de dicha política de mano dura.
En suma, ya no es necesario apoyarse en la hipótesis endógena (la catástrofe, la situación de gran crisis, como en 1989 o 2001), pues la base de los saqueos es un escenario agravado por las desigualdades socio-espaciales y crecientemente marcado por la problemática de la inseguridad urbana. Quizá lo novedoso de estos saqueos es que las fuerzas de seguridad, como agentes promotores, ahora son conscientes de su capacidad de presión (el poder político habla de “extorsión”); más aún, conscientes de que en su calidad de carceleros pueden activar de disparador, liberar de vigilancia al muro (invisibles o explícitos) y abrir así la caja de Pandora. Por supuesto, esto no implica desconocer tanto las internas policiales, sus divisiones jerárquicas así como la legitimidad de los reclamos salariales. Sin embargo, el modo en cómo han vehiculado el reclamo abre una serie de interrogantes mayores, máxime cuanto todo parece indicar también la expansión de redes narcos en el mundo popular. En el marco de una sociedad cada vez más marcada por la brecha social y espacial, los saqueos dan cuenta de un esquema perverso, cuyo carácter recursivo conlleva aristas muy peligrosas. Del lado de los sectores más pobres y segregados los saqueos permiten que, cada tanto, éstos salten el muro y puedan arrebatar algo de los bienes prometidos por esta sociedad, sin importar si esto afecta a un pobre comerciante (guerra entre pobres) o un rico propietario (guerra de clases). Del lado de los sectores medios y acomodados afectados potencia los sentimientos más oscuros y primarios, los prejuicios y la acción racistas y clasistas. Y desde el punto de vista político e institucional, esto genera un efecto acumulativo, donde la respuesta del poder es siempre más orden y seguridad, esto es, más militarización y segregación de los territorios empobrecidos de nuestra sociedad, esto es más poder –discrecional– a los carceleros que hoy se han sublevado.
Así, a la hora de hablar de las desigualdades y con 30 años de régimen democrático a cuestas, el pronóstico es muy preocupante. Sin cambios verdaderamente estructurales que cuestionen y desnaturalicen las desigualdades, y a su vez, generen instrumentos políticos capaces de rever el rol de las fuerzas de seguridad, la sociedad argentina de los próximos años corre el riesgo de consolidar un esquema de distribución del poder cada vez más perverso, basado en un Estado securitario-policial, como hoja de ruta y horizonte político-social.

Los chicos de diciembre (notas sobre los saqueos que vendrán)

por el Colectivo Juguetes Perdidos


Va pasando diciembre, éste, pero también todos los diciembres calientes ya pasados que retornan como espectros. Y si bien el acontecimiento 2001 parece seguir presente como un vector del orden y desorden político, las diferencias con el diciembre actual muestran una radical mutación sensible, política y social.

Una pregunta nos inquieta hoy, ¿quién lleva la gorra?Interrogante-impulso que emerge de un territorio inédito y en permanente recombinación. Los nuevos barrios son rejunte: hay consumo, mesas de gestión de la seguridad vecinal, hay más dinero, más programas sociales, más derechos, más transas, más policías (siempre pillos aunque cambie la pantalla de juego, siempre listos para acoplarse a las mutaciones de la realidad barrial), más motos y tal vez más fierros; hay gendarmes, hay pos-vecinos (¿qué es lo que te hace mi vecino?) y comerciantes armados (o listos para hacerlo); hay reposición de la figura del propietario, hay terror –un vector constante de la precariedad– y hay pibes silvestres. ¿Cómo operan estas mutaciones en los “acontecimientos de siempre” (saqueos, inestabilidades, diciembres calientes…)?

Si el 2001 puso en juego el par orden neoliberal/caos de las protestas políticas, la cosa hoy parece jugarse más en el par tranquilidad/quilombo. Términos menos políticos y estatales (justamente atravesada ya una década de la “vuelta del estado y la política”) y más del orden de los nervios, los estados de ánimo y los malestares de los cuerpos exigidos al máximo, pero agotados (cuerpos distintos a aquellos “invisibilizados” del 2001, aquellos expulsados por sobrantes, cuya apuesta era la politización).

En este diciembre de 2013 es díficil explicar los saqueos sólo por el hambre o la escasez, ni tampoco hay piquetes para interrumpir la circulación de mercancías para pocos: los saqueos son para aumentar el flujo de consumo (para revender aun lo saqueado en el barrio…) y los piquetes y barricadas se activan ante servicios que colapsan. El circuito se acelera y no puede detenerse: consumo para todos, permanentemente (no pare, sigue sigue…).

En los barrios del 2001, en las periferias de la ciudad, se organizan los movimientos de trabajadores desocupados en alianza con la militancia política, se juntan los pibes en la esquina, de fondo suena rock barrial y cumbia villera. Aún en la precariedad, los lazos sociales que se mantienen, redes que siguen conteniendo. Diciembre de 2001 es el barrio en movimiento, conocido y cartografiado por militantes, dirigentes sociales, manzaneras y doñas en los comedores… También hay terror, en la noche de los desocupados y de los empobrecidos hay fogatas, fierros y palos para proteger la poca propiedad que queda y para defenderse de los que vienen del fondo.El mapa lo completa la policía: asesinando, liberando zonas para los saqueos y el agite, propagando miedo, marcando militantes. Jornadas, las del 2001, de antagonismos nítidos: contra los políticos, contra la policía, contra la gobernabilidad neoliberal. ¡Que se vayan todos! es la expresión de la voluntad destituyente, es la traducción a eslogan del extendido malestar político. Si los muertos del 2001 no son vidas políticas (la mayoría no tenía inscripción partidaria o militante previa), sí fueron y serán vidas politizadas por el acontecimiento.

Los barrios de este diciembre son otros. Escenarios de guerras sociales difusas, mostraron jugadores que resultaron bien entrenados ante situaciones de quilombo extremo: pibes silvestres, vecinos, policías y doñas, todos parecían saber qué hacer. Cómo organizarse para saquear, cómo vender o mover lo obtenido, cómo negociar con la cana, cómo enfierrarse y armar verdaderos comandos “anti vandalismo”. Saberes que se caldearon en la década ganada, subjetividades con gimnasia de engorrarse, ya con la cabeza y el cuerpo curtidos para una “próxima” pantalla que sin embargo ya está sucediendo o siempre estuvo sucediendo. Nuevas y diferentes lógicas de la precariedad para barrios que han mutado, nuevas sensibilidades que arman redes contingentes y momentáneas para defender la propiedad –y los estados de ánimo que ella encierra–; redes contingentes pero que mostraron su eficacia cuando ciertos pactos (como el de la policía y el poder político) se rompen.

Estos son los pibes silvestres

Toda alegría proviene de una sensación de poder”.


Otros cuerpos son los protagonistas de lo que viene; no ya los del pico y la pala, sino los de la guita y la joda. También se los conoce como disponibles(reducidos a la mentirosa fórmula no estudian, ni trabajan), sobre todo por aquellos que los quieren disciplinar, contener o utilizar como fuerza de trabajo para los emprendimientos delictivos-policiales. La hipótesis de la disponibilidad pretende explicar la relación “hipnótica” entre los pibes y el consumo. Todos discursos que parten de una mirada externa que intenta institucionalizar una relación –siempre abierta– que los pibes tienen con el mercado. Los pibes silvestres (aquellos que son medio un misterio, una incógnita, pero que sin embargo son protagonistas de la mayoría de las secuencias barriales que incomodan) no tienen una relación pasiva con el consumo, no medicalizan, ni privatizan su insuficiencia y su dolor: lo hacen combustible para la fiesta explosiva; pura rapacidad y agite. Saben que vendrá el bajón, que toda vida loca trae vueltos, que el infinito quema… pero ese es otro tema.

Pero los pibes no están disponibles, sino dispuestos sensiblemente a jugarse en un saqueo (como lo hacen cuando salen a robar o cuando ingresan a una banda narco, o cuando viven cotidianamente sus vidas). Disposición e inteligencia para saber moverse en los nuevos barrios, para afrontar el verdugueo gendarme, para desoír mandatos sociales.

¿Serán los pibes silvestres el legado no-político de la década ganada para el futuro que vendrá? No lo sabemos aún. Curtidos en la ambigüedad y la amoralidad del consumo (en donde vale todo), los pibes silvestres pueden ser soldaditos de las guerras del narcotráfico, pueden ser empleados de las bandas que arma la gorra o pueden ser los que salten y vayan al frente cuando se limite el consumo para todos, o los que le pongan las preguntas más potentes a la sociedad mula (la de la pobreza dócil y moral que ya se empieza a predicar). Mientras tanto, los pibes silvestres están de fiesta (a puro ritmo), entrenándose para protagonizar la década que viene. Piensan, como chicos de diciembre que son, que navidad puede ser todo el año, imaginan las fiestas del mañana que ofrecerá la vida loca. Entre ruidos de cohetes y balas, con fondo de cumbia y nada más, los pibes silvestres brindan con unos vinos espumantes bien chetos y la agitan cantando: si el presente es de consumo, el futuro es nuestro.

¿Un mundo feliz?

por Ver qué onda

Uno
La nota de Valeriano baraja el supuesto de que en una escuela hueca del pulso vital de otra época, los cuerpos que la transitan a fuerza de choques e inercia por no haber carriles predefinidos que hoy los interpelen, quedan librados a su propia dinámica. ¿Y qué pasa entonces? Esto los beneficia: dejados a su propio empuje, mucho lo pueden.
No se termina de entender en el discurso de Valeriano si se percibe que los chicos dejados a su propia energía configuran fácilmente circuitos propios que les permiten afirmarse desde un impulso autónomo, más inmanente a sus propias aspiraciones y deseos, o en cambio, como si apareciera alguien que les avisa que se fijen, que miren bien, que mejores condiciones que las que hay ahí en otro lugar no van a encontrar…  
Sea un caso u otro, se niega una ambigüedad constitutiva: no siempre los pibes la pasan bien en la escuela, no siempre saben armar planos de complicidad que les caben, como que pareciera que en nombre de las propias posibilidades de los pibes y pibas, apareciera una voz onda consejo, de esos que saben qué es lo mejor para los demás
Hay un supuesto que palpita en los párrafos de Valeriano: como si la interrupción de la maquinaria escolar implicaría automáticamente la potencia de los pibes de hacer sentido en ese escenario resbaladizo. La escuela innegablemente ocupa una zona oscura para muchos pibes: no solo por el aburrimiento, sensación vacua de la no-experiencia, sino de afecciones zarpadas como consecuencia de bardeadas, hostigamientos jodidos e, inclusive, de algo que escuchamos varias veces y que no da para subestimar: “acá no aprendemos nada, profe”. Contamos una escena de fin de año. Se hace un desayuno-despedida de los pibes de sexto de una escuela en Casanova. En medio de la comilona pregunta una de las docentes que la organizó “Y chicos ¿van a extrañar la escuela el año que viene?”; contesta una piba: “más o menos como que la escuela ‘ya está’, fueron un montón de añospero tampoco queremos ir a trabajar mil horas o ponernos a estudiar de verdad”. Si la escuela es un no lugar, un espacio donde es difícil conectarse, siendo positiva en tanto no se sufre como en otro espacio valorado como negativo, no obstante se dificulta percibir como abundantes esos mundos alternativos a lo escolar que se tallan según Valeriano Circuitos que nadie niega que existan y en relación con todo esto sería interesante saber qué pasa con esas configuraciones que se arman en la escuela cuando se ponen en juego en otros espacios sociales, sea al mismo tiempo que transcurren lo escolar como luego de concluir el ciclo educativo: la calle, gimnasios, canchita, esquina, compu, noche, la familia heredada y la que se arma, laburos, la facu, lo que pinte
Decir que la escuela puede ser el mejor de los mundos para los pibes nos parece algo arbitrario (al igual que decir que sería el peor de los mundos posibles). Nos suenan a frases cerradas que niegan una ambigüedad que percibimos todos los días, donde pasa un poco de todo, según quien sea, donde sea y como sea. Pero hay una secuencia más contundente en demostrar lo poco interesante que es la escuela para tantos pibes: los índices de ausentismo y deserción escolar. Si bien la única causa de la no permanencia en la escuela no se relaciona exclusivamente con el deseo del pibe de ir o no a la escuela –hay mambos económicos, familiares- es un claro síntoma de la negación de la escuela como el mejor lugar para trazar complicidades y simpatías para muchos pibes que en cambio decidieron desertar de ser alumnos, sujetos escolares (tanto de lo tradicional como alternativo).
Dos
El texto de Valeriano sostiene una especie de binarización escolar: los pibes son pillos y con todas las luces, los demás, bueno, los demás… Se invierte la dicotomía  docentes que saben qué es lo bueno para los chicos y los chicos que no aprovechan la oportunidad y están en cualquiera. A todo esto es como su irrumpiera una voz –la de Valeriano- que agita en medio del barullo: no: los pibes la hacen bien en no darle bola a ustedes docentes y son ustedes los que no entienden nada.
¿En cuántos territorios donde hay pibes que se conectan vitalmente lo hacen con docentes, y no solamente con una clase, típica y común, sino con docentes que remoldean o directamente salen de su rol? ¿O que ni siquiera en calidad de docentes que devienen otra cosa desde lo docente, sino que por fuera de lo escolar, tras el choque y conocimiento en la escuela, arman cosas en común? Y no se trata de leer estas preguntas en clave de coyuntura –en mi escuela esto pasa o no pasa- sino en función de posibilidad real, ontológica.
Pero algo más. ¿Cómo no compartir la necesariedad de ver los hechos escolares como lo que son, hechos? Nada de etiquetas onda “acá no pasa nada” o “esto es un quilombo”. No nos cabe percibir lo que pasa y verificarlo si está bien o mal en relación con un juicio armado de antemano por una institución, sea la escuela, la familia, o lo que fuera.
Ahora: ¿cómo jerarquizamos? ¿Todo es igual? Nosotros que nos dedicamos a dar clase: ¿no tenemos derecho a bancar un circuito más que otro? ¿Cómo salir del juicio pero sin reconocer la importancia de una evaluación inmanente, constante de la práctica escolar que incorpore nuestros afectos? Inclusive, si esos circuitos implicarían  no solo desdibujar rol y darle un nuevo contenido, sino salir de la posición de docente y que se evapore su figura en pos de algo que aun no conocemos Pero sabemos que parte de estas experimentaciones es saber que no podemos banalizar los roles. Ser docente es un trabajo: las consecuencias fallidas de armar encuentros no tradicionales condicionan la generación de billete. Si bien la frase “de algo tengo que vivir” es una frase muy canalla que cínicamente pretende justificar cualquier cosa, no deja de ser para nosotros un lugar de partida objetivo a considerar de nuestra estrategia escolar.
Resumiendo: nos interesa salir de cualquier binarización y de repartir postulados de que es lo mejor para los pibes y pibas; también obviamente nos interesa bancar las tramas no escolares que se arman en la escuela a partir y en contra de lo escolar, pero con el impulso de bucear en esas tramas seleccionando y ensayando desde nuestras inquietudes como docentes, que no dejan de ser hechos, como cualquier otros. Se trata de dinamitar los guetos y prestar atención a las movidas más promiscuas, ambiguas, entre diferentes personajes del mundillo escolar.
verqueondaeducacion.blogspot.com

De Rusia con dolor

por Agustín Valle


Hay que ponerle carne a la nota, carne de la Rusia real, la santa Rusia que no cree en nada, o que cree que no cree: es Rusia a su pesar. La Rusia que se pensó a sí misma como la legítima heredera del Imperio Romano oriental, desde que al caer Constantinopla quedó como el único gran Estado cristiano en el confín europeo; la vencedora de Napoleón y de Hitler y conquistadora de Paris y Berlín; la Rusia que nombra en tercera persona tanto a Europa como a Asia, que no se siente parte de entidad mayor alguna y cuyo escudo nacional es un águila bicéfala que vigila ambos extremos de su poder, Oriente y Occidente.

Altos, blancos y fríos, los rusos son muy rusos. Son y no son el estereotipo: calzan y cumplen con el preconcepto, pero miran hacia otro lado, nadie quiere cargarse semejante historia. El alfabeto cirílico es difícil pero no imposible. Hay palabras occidentalmente universales que permiten sacar equivalencias de caracteres, comorestorán (Pectopah); pero en verdad la primera palabra que nos devela algo del cirílco es McDonalds: la cantidad de sucursales es impactante, tanto en San Petesburgo como en Moscú. “No, mucho no voy. Solo un par de veces por semana”, nos dice Mike: moscovita de treinta y seis años, hombre moderno y próspero con “muchos trabajos”, entre los que cuenta “productor de cine y comerciales” y “representante de bandas musicales”. Con su novia Nadia, arquitecta de 30 años, vive en un amplio y confortable departamento que, desde el piso 20, domina -como se dice- la ciudad.


Mike y Nadia llevan a dos argentinos a conocer el VDNKH o “All Russia exhibition centre”: un mega parque que solía ser la gran feria de exposición de los logros económicos y sociales de las repúblicas socialistas soviéticas unidas, con majestuosos pabellones para cada rama de la vida económica (el agro, la minería, la industria, también el deporte, la exploración cósmica), y otros igualmente grandiosos para cada país miembro de la antigua Unión. Hoy todo esto es una feria de paseo con entretenimientos familiares, y dentro de los pabellones hay mercados de chucherías, flores, productos de ferretería ocurrentes, de antigüedades baratas. Mike y Nadia, como toda la gente, caminan despacito entre los vendedores de manzanas acarameladas y los promotores de vaya a saber qué disfrazados de pies a cabeza para ganar la batalla por la atención infantil. La disposición se parece a las ferias de pueblo que muestran las películas yanquis situadas en la década del 50, solo que enmarcada entre estos soberanos edificios que encarnan el más ambicioso orgullo del socialismo real. “Arquitectura imperial, ¡me encanta!”, sonríe Nadia sobre estas construcciones estalinistas, con la simpatía tierna común hacia lo vintage, y con algo que suele verse en jóvenes rusos, una suerte de orgullo no asumido por hitos de su pasado nacional.

Estatuas doradas representan diversos sujetos del pueblo en su lozana fortaleza; grandes columnas de la historia llevada por las riendas; la grandilocuente retórica arquitectónica del socialismo. La caminata apochoclada resalta lo estrepitoso de la derrota, y es entristecedora la indiferencia que muestran los rusos hacia la refuncionalización de aquellas estructuras en escenario entretenido de un consumo ramplón. Como sea, los anfitriones notan que al salir del VDNKH hay que levantar. Ahí es entonces cuando proponen: ¿tomamos un café en McDonalds?, pero no esperan respuesta y tironean a los argentinos; son pocos metros entre la entrada/salida del parque y el local de la eme. Por suerte es imposible entrar: está repleto.

Nadia, acaso estimulada por la arquitectura imperial que le divierte, propone ir “al lugar de comida soviética”. Un pequeño comercio donde, de parado, se comen dos clases de lo que llamaríamos empanadas, se toma cerveza y/o vodka y no se ven sonrisas ni de casualidad: tipos altos, bigotes, caras curtidas, manos instrumentales. Pieles todo callo. Expresiones enquistadas en el garbo de aguantar el frío, el sino de la Madre Rusia. “Así era la era soviética”, dice Nadia y sonríe de nuevo con la condescendencia que da la distancia, como si el pasado fuera extranjero.

Al día siguiente en cambio sí: a la salida del Kremlin, Mike insiste con entrar al McDonalds que está pegado a la Plaza Roja. También está repleto, pero logra ordenar para los argentinos “hamburguesas estilo ruso”. Es que aún se desquitan, los rusos. Cuando abrió el primer McDonalds moscovita, en enero de 1990 (todavía en la URSS; de hecho fue McDonalds de Canadá el que manejaba el local), hubo filas de varias cuadras, gente esperando cinco horas: treinta mil personas fueron solo ese día por su gran mac. Ronald no fue tonto: ese fue el local más grande de la eme amarilla en todo el mundo hasta el año pasado, que abrieron uno superador en Londres para los Juegos Olímpicos. Ya para ese primer local, la cadena puso sus propias granjas, en suelo soviético, previendo escollos de abastecimiento socialista.

Carne de Rusia.


“Rusia hoy” es algo difícil de imaginar: tanta inercia imaginal tiene el pasado. Fue tanto, Rusia, que hoy es preciso un esfuerzo para limpiar los ojos y entrever que también ahora, pero de una manera muy otra, es, existe, Rusia: el país más grande del mundo (casi casi igual que Sudamérica); el país dirigido por Vladimir Putin desde el 2000 y hasta, dicen, 2024; el socio de Brasil, India y China en el BRIC; el organizador del Mundial 2018 (y las Olimpíadas invernales de 2014); el país donde los multimillonarios tienen mayor patrimonio promedio. Moscú es la ciudad del mundo con más cantidad de multimillonarios, la clase de mega ricos nacida con la apropiación de las empresas y fábricas que eran del Estado. Tipos cuyo perfume diario vale el pbi per cápita argentino, que ostentan su lujo con orgullo (limusinas de diez metros, vidrieras gigantes que exhiben solo un reloj) y viven en una megalópolis que los rodea de iconografía urbana comunista.

“Nos encontramos bajo la estatua de Lenin”, les escribió Slava a los argentinos. Ingeniero de veintiséis años, Slava vino hace ocho de su pueblo a San Petersburgo. La citada estatua es una soberbia figura de bronce, de unos diez metros de alto y gesto firme, batallador, decidido; aún emana leninismo, pero está sola, en medio de una gran plaza seca, bajo la nieve que cae. Detrás hay un edificio estatal enorme, coronado, una vez más, por la hoz y el martillo. Nadie les presta atención. La plaza tiene una entrada al subte: los subtes petesburguenses son los más profundos del mundo, dice Slava. Inaugurados en los cincuenta, su diseño estalinista es un alarde de suntuosidad palaciega ofrecida a la clase trabajadora a ciento y pico de metros de profundidad -se supone que también se proyectaban como refugio anti bombas.

Los rusos viven rodeados de simbología comunista (nada de Stalin, odiado como terrorista, y casi nada de Marx, “una figura europea”) y casi todos dicen que a nadie le importa la historia. Puede no importarles: a la historia no le importa. La ortodoxia cristiana, el imperialismo zarista, la utopía y el absolutismo socialistas, diversas estaciones de la grandeza rusa, conviven como concreto urbano junto al lujo millonarista actual; es la naturaleza que constituye la cotidianidad de los rusos; vale decir que no hace falta que les importe para que les sea constitutiva.

A Slava sí le importa. Pasea a los argentinos por Petersburgo con gesto embajador, y les muestra las marcas aún visibles de algunas de las ciento cincuenta mil bombas nazis que cayeron en la ciudad, sitiada por las tropas alemanas durante 900 días entre 1941 y 1944, sin ser doblegada. “Mis abuelos eran niños y estaban. Lo recuerdan. La gente vivía con 125 gramos de pan por día. Y ocurrieron todos los horrores”. Se calcula que murieron entre setecientos mil y un millón y medio de los tres millones de habitantes. Pero Slava asegura que no hay resentimientos: “Fue una guerra contra el fascismo, no contra Alemania. Y sostenida por el pueblo ruso, no por Stalin. Si no se hubiese resistido y triunfado, no habría más Rusia”.

En el subte, en la calle, la gente de más de cuarenta suele parecer un personaje del Acorazado Potemkin. La historia marcada en los cuerpos. El vodka desde la mañana. La sensación que da conversar con los rusos es que sería difícil encontrar uno que no tenga en su historia familiar la mella de alguna de las tantas tragedias vividas en esta tierra, desde las matanzas en la expansión rusa para llegar a su geografía actual, el feroz despotismo zarista y el régimen cruel de servidumbre, los progroms antijudíos, la guerra civil tras la Revolución, las hambrunas, las masacres de Stalin.


Ekaterimburgo es la primera ciudad importante pasando los Urales. El comienzo del infinito siberiano. Allí, en un sótano y durante la noche, los bolcheviques mataron a toda la familia del último Zar, Nicolás II, y varios de sus ayudantes. El fusilamiento fue programado por Lenin y uno de sus camaradas más íntimos, Sverdlov, que murió en 1919 en una epidemia de gripe.

En Ekaterimburgo el contacto ruso de los argentinos es Uliana; su edad es treinta y uno y tiene tres hijas de entre once años y dos meses. Se separó durante el embarazo y ahora vende la bicicleta del ex marido porque él no le pasa ni un rublo. “La mitad de los chicos en Rusia son criados por madres solas”, dice. Su madre la ayuda con las niñas; a su padre nunca lo conoció. Su abuelo, padre de su madre, murió preso en un Gulag. De manual: “Era campesino, tenía una pequeña tierra, y dijo que no quería dar su producción al Estado. No hizo nada, solo dijo que no quería, y lo mataron”.

Asegura que el pueblo lloraba cuando fue asesinado el Zar, porque el pueblo era religioso como él, y que el pueblo lloraba cuando se desmembró la URSS: “Cayó porque era un sistema muy grande y muy estúpido. En los últimos años no era cruel, era estúpido. Había enormes logros en infraestructura y tecnología, pero nada de eso se veía en la vida cotidiana de la gente. Había que atravesar una burocracia infinita para comprar cualquier cosa; si necesitabas un par de zapatos, estabas prácticamente obligado a ir al mercado negro. Pero la gente lloraba cuando se terminó. Era el fin del mundo en que vivían. Los rusos somos gente triste. No sabíamos nada; acá nadie sabía, por ejemplo, que existía el Muro de Berlín. ¿La gente en el mundo, por ejemplo en Argentina, realmente piensa que en Rusia andan osos por las calles?”.

Muestran tímidamente un interés, los rusos jóvenes, en desmentir la imagen que ellos tienen de la imagen que “el mundo” tiene de ellos.

Todos se ríen de que los argentinos, entre las cinco o seis palabras rusas que saben, la primera sea tovarich.

Uliana trabaja como vendedora en una gran factoría de vodka. Viaja por el país para gestionar ventas al por mayor. Viaja por ejemplo a pueblos en la costa del Océano Ártico. Ahí los habitantes trabajan todos en la explotación gasífera y “cobran entre seis y quince mil dólares por mes, y cuando no trabajan lo único que hacen es tomar vodka y fumar trafca”.

Rusia posee las mayores reservas mundiales de gas, las segundas mayores de carbón y las octavas de petróleo, según Wikipedia. Acaba de firmar con China el mayor contrato petrolero de la historia: lo abastecerá de 365 millones de toneladas de oro negro durante 25 años a cambio de 270 mil millones de dólares –más de medio pbi argentino. Aunque las cifras varían con las fuentes informativas, lo cierto es que habrá un adelanto de sesenta mil millones de dólares, y que el gigante oriental superará a Alemania (por lejos) como el principal comprador de crudo ruso.

Propulsada por la extracción y venta de recursos naturales energéticos, la economía rusa lleva catorce años de auge.

“En el 98 aquí hubo no crisis: hubo hambruna. No teníamos pan -recuerda Uliana-. Sobrevivimos gracias a la papa”.  En el 98 el pbi ruso se había reducido a la mitad de sus índices del 91. “Por eso yo creo que Putin, que maneja el país desde el 2000, va a gobernar hasta el 2024. No es bueno, y acá nadie simpatiza con nadie, pero es lo mejor que hoy puede pasar”, piensa Uliana.

En este país con bajísima natalidad (es realmente difícil ver embarazadas en la calle), cuando Uliana tuvo su segunda hija empezó a cobrar mensualmente quinientos dólares en efectivo provistos por el Estado; cuando tuvo la tercera, la ayuda aumentó: el Estado se hizo cargo de pagar la mitad de la compra de una vivienda, un cómodo departamento de cinco ambientes, mucho mejor mantenido que el viejo edificio que lo contiene. Ella está buscando trabajo; no le falta, pero quiere uno mejor. Confía en que seguro va a encontrar.

Racionalidad mercantil para un mundo de altos negocios cuidado por un Estado que hace caja con la explotación de recursos naturales y organiza cierto asistencialismo o condiciones elementales de la sobrevida poblacional: Rusia, tan lejos y tan cerca.

“Si tenes un problema de salud, ¿hay un sistema público que te cuida?”, oye Slava que le preguntan dos a los que envidia por su fútbol, y se pone serio al borde del escándalo: “Of course!”.

Resulta que no solo Slava sino los tres anfitriones son graduados universitarios; Mike de producción de cine y de “Encriptamiento informático” (¡Mother Russia!) y Uliana de Letras y Filosofía. La pregunta sobre si sus universidades son públicas no la entienden. “Que si a tus profesores les pagaba el sueldo el Estado…” “¡Yes, of course!”. Rusia tiene más alta tasa poblacional de graduados universitarios que cualquier país europeo.


Un grupo de chicos y chicas de veintidós, veintitrés años; estudian “lenguas extranjeras” y hablan perfecto ingles. Perfil cultural a la moda global, desprecian todo lo que sea vieja Rusia. La chicas fanas en chiste de Natalia Oreiro, furor como estrella televisiva; los chicos fanas de Messi “pero Maradona fue mejor”. Guían a los argentinos por algunas cuadras en Moscú, todo muy simpático, y en la despedida dicen “¡qué bueno poder charlar con extranjeros que no sean negros!”.

“¿Qué?”

“Sí, extranjeros que no sean negros. ¡Estamos cansados de los negros! Están por todas partes”.

“No vimos negros. ¿Hay negros en Moscú?”, pero los argentinos entendían que se hablaba de los trabajadores inmigrantes de las repúblicas ex soviéticas de nombres terminados en tán.

“No, bueno, no son negros-negros, pero son negros, ¿cómo les explico? ¿No los vieron? Viajás en subte y son todos negro, negro, negro. Los odiamos. En cualquier momento va a haber más de ellos que de nosotros. Vienen acá y tienen sus hijos…”

Slava y Uliana coinciden con ese desprecio. La Madre Rusia se quiere blanca y no se avergüenza de decirlo. Los que barren las veredas, los que arreglan el asfalto, los que se ensucian trabajando, son miles y miles de extranjeros caucásicos, que aquí reciben puestos de trabajo, xenofobia y racismo. Rusia, tan lejos y tan cerca…

“Acá no existe la oposición”, dice Uliana y se rِíe. “El Gobierno la compra”. En las elecciones del año pasado, Putin fue electo Presidente con más del sesenta y tres por ciento de los votos. Segundo salió el candidato del PC, con el diecisiete por ciento. “Es el partido de los viejos. Los viejos votan a los comunistas porque añoran el orden”, se repite como respuesta. Las publicidades callejeras de promoción del Pravda, el periódico del PC, son patéticamente conmovedoras: una familia feliz desde el niño hasta el abuelo, la perfecta imagen de familia pequeño burguesa, y un dibujo de un joven exactamente igual a Lenin pero joven y vestido de metrosexual con elPravda bajo el brazo.

“Putin reformó los contenidos escolares de historia para profundizar una campaña contra la imagen de Stalin –cuenta Uliana; incluso desclasificó muchos archivos de las viejas masacres. Quiere eliminar la figura que gobernó Rusia por treinta años, quiere convertirse él en el líder más importante de Rusia desde Lenin. El nuevo Zar”.  

El impulso vital de otra época

por Diego Valeriano

(esta nota discute con “¿Un mundo feliz?”, por Ver qué onda, que a su vez discutía con esta otra: “Escuela emancipadora”. de Diego Valeriano)

La ambigüedad es de lo tibios y a esos los vomitan seguro. Es necesario ser arbitrario para poder pensar, si no es imposible. La escuela pública es el mejor lugar del mundo para un pibe ¿Cuál otro sería entonces? La escuela está en su punto caramelo. Una burocracia totalmente permeable, unxs pibes en su mayoría voraces, el ideal sarmientino latente, las múltiples formas de ser docente y la asignación universal por hijo hacen un territorio fértil para que la escuela sea aquello que tantas veces se quiso que sea. Las paredes de la  escuela contienen encuentros que no se pueden producir en ningún otro lado y extienden esos encuentros a otras zonas.
Por supuesto que hay pibes que la pasan mal, desertan, los toman de puntos y demás. Pero, ¿eso hace que deje de ser el mejor lugar? Se aburrirán, lxs maestrxs no sabrán cómo motivarlos, se escaparán, se enamorarán, harán una radio comunitaria y traicionarán sus más nobles sentimientos. Una docente que intenta salir de la inercia, un profe de educación física medio milico, un calefactor que no anda, uno, tres, cinco, veinte chicxs con problemas, ¿y?. La maestra no deja correr en el recreo cuando juegan a la mancha y sin embargo juegan. Pasa todo esto y muchísimo más. En la escuela pasa todo. Y lo que prevalece es el impulso vital de otra época, pero hecho collage.
Como la dicha no es cosa alegre, mejor no es feliz. Ni pleno, ni absoluto, ni completo, ni bueno, ni carente de dolor, aburrimiento y frustración.
Mi fórmula para pensar que la escuela es el mejor lugar es el amor fati: no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario: menos aún disimularlo. Todo idealismo es mendacidad frente a lo que es necesario, dijo y me conquisto.

¿Cómo se llama la obra?

por Ezequiel Gatto



Fondo: una década de aumento en las posibilidades generales de consumo, crisis de las lógicas financieras neoliberales, desplazamiento en las estrategias bancarias y generalización del «hombre endeudado» como forma de dominio y control capitalista.

Escena 1: alguien en algún medio habla de saqueos, crímenes, robos, consumo, etc.

Escena 2: justo después (o al lado, si es gráfica) hay una publicidad de Tarjeta Naranja, Efectivo Si, o Quiensea préstamos personales.

Escena 3: un tipo en un barrio cualquiera presta guita de la que poco se sabe sobre su procedencia

¿Querés saber cómo se conectan esas cosas?

Viaje en ascensor con un guerrillero

Por Diego Fernando González


Llegaba del cine con un amigo y él salía de mi edificio. Fue un momento de estupor. De zozobra. “Ese era Gorriarán”,  me dijo mi amigo, serio. Lo mire. No le respondí y nos subimos al ascensor. Teníamos diecinueve y la Argentina explotaba. Estábamos a fines de 2003 y diciembre de 2001 estaba ahí, casi que si nos estirábamos lo agarrábamos. Y de mi edificio, en la muy recoleta esquina de Arenales y Billinghurst, salía el último guerrillero, Enrique Gorriarán Merlo.
Lo habían indultado un tiempito antes. Duhalde, antes de irse, después de los asesinatos de Kosteki y Santillán, había dado un gesto. Pacificador, como él siempre fue, decidió indultar juntos a Gorriarán y al Mohamed Alí Seineldín. Juntos, a mediados de 2003. Uno, Gorriarán, estaba preso desde 1996, la condena era a cadena perpetua por el ataque a la Tablada del 89. El otro, Seineldín, también tenía cadena perpetua, pero desde 1990.
Y ese hombre, pelado, alto, de andar cansino, de voz grave y movimientos lentos vivía ahora en mi edificio. A una cuadra del Alto Palermo, en el tercero, estaba Gorriarán.
Yo vivía en el cuarto y desde un primer momento el hombre me generó una fascinación cholula. Subía y bajaba por las escaleras, a ver si me lo cruzaba. En el resumen me fijaba si pagaba las expensas. Compraba en el chino y me tomaba la cerveza en la puerta de casa, para ver si él entraba o salía.
Pero la verdad, el hombre casi no se mostraba. Yo intentaba, buscaba excusas. Pero nada. O poco. Hasta que un día compartimos nuestro primer ascensor.
***
– ¿Usted es Gorriarán Merlo? – Yo ya sabía que era, pero igual le pregunté. El asintió. Me puse más nervioso.
Le cuento, vivo en el cuarto y estoy estudiando sociología y periodismo. Y tengo una materia en la que me piden una entrevista y a mí se me ocurrió que tal vez, si usted tuviera tiempo, nosotros pudiéramos, eventualmente…

– Dale, cuando quieras – me cortó en seco – Vivo en el tercero, tocas la puerta y la hacemos cuando quieras – dijo, y se bajó del ascensor.

***
En rigor, yo no tenía idea de quien era Gorriarán Merlo. Sabía que era del ERP, que estaba preso y que en la Tablada había pasado algo raro. Algo que nadie me pudo explicar nunca con criterio y argumentos. En mi círculo, con la gente que hablé, me decían que había sido un traidor. Que era un doble agente. Pero nunca una prueba, sólo rumores.
Leí un poco, busqué algo de archivo. Ese día, martes creo que fue, al mediodía, era julio pero había sol. Me bañé, me puse mi mejor ropa, esa que yo interpretaba no dejaba tan en claro que tenía 19. Era la primera vez que entrevistaba a alguien y para colmo, le desconfiaba todo.
Bajé por la escalera, llevaba un anotador, el grabador y varios casetes de 90 minutos. Toqué la puerta, y la vecina –su mujer – me abrió con una sonrisa. Me hizo pasar, Gorriarán esperaba en el living. Su casa era idéntica a la mía, como en espejo. Techos altos, parqué, arañas colgantes. Estaba sentado, con las piernas cruzadas, en un sillón viejo de ese color crema de los sillones viejos. Se levantó, me saludó y me invitó a que me siente.
Me senté y ahí nomás arrancaron las dudas. ¿Prendo el grabador? ¿Ya? ¿Ahora? ¿Espero? ¿Le pregunto?
¿Me hago el serio?
No me cree…
¿Qué estoy haciendo acá? Me voy. Yasta. Me voy. Listo.
No… tranquilo, me quedo. Tranquilo.
¿Le pregunto sobre el clima?
Prendí entonces el aparato y encaré.
Usted dijo que después de 33 años de clandestinidad, al salir a la calle se iba a sentir un turista en Buenos Aires. ¿Hoy, como se siente?
Tuve solamente tres accidentes que fueron por acá.
Y… esta zona es complicada…
Sí (risas), y tres mujeres. Una que pasé ahí y dijo acá liberan a cualquiera. Otra señora que me debería haber parado para conversar con ella acá en la esquina. Cuando iba a cruzar la calle yo la vi que se paró, y me miraba. Esperó a que cruzara y cuando pasé al lado de ella me dijo: “yo a usted no lo quiero”. Pero sin animosidad, ni siquiera con odio. Esos fueron los únicos incidentes que tuve.
¿Y señales de apoyo?
Bueno, no sé si llamarlas de apoyo. “Que suerte que esté afuera” y esas cosas me pasan hasta el día de hoy. No me sentí tan extraño como pensé que me podía a sentir. Yo siempre en la clandestinidad trate de mantener la identidad, que nunca era completa porque el solo hecho de no poder decir quién era me hacía forzosamente tener que mentir. Sin decir nada ya estaba ocultando algo. No podía decir todo lo que pensaba. Pero traté de mantenerme en una posición. Después la cárcel me ayudó, no quiero decir que la cárcel es buena, porque no lo es, pero en el caso mío fue un paso intermedio hacia una liberación completa, porque ahí ya podía hablar en mi nombre no con la gente que conocía sino ya con otra gente que me iba a visitar, de distintos sectores sociales. Desde piqueteros hasta ingenieros o abogados. O a mi propia madre que la había vista en 20 años 3 veces. La vi muchas más veces en los 5 años que estuve preso, una vez por semana, que todos los años anteriores. Entonces fue como un paso intermedio, al poder hablar con más libertades de lo que pensaba, no sé cuanta exactamente,  pero deben haber ido unas 2000 personas que no conocía. Entonces, es como que salía sabiendo un poco qué era lo que pasaba, pero sin saberlo completamente.
*****
Ya estamos adentro, pensé. El hombre habla sólo, hay que guiarlo nomás. Creo que está cómodo, que le gusta, aunque no me regala una sonrisa de más, ni gesticula. Se concentra en argumentar y explicar su postura. Evidentemente, siente la urgencia de explicarse. Sabe que su imagen está deteriorada y necesita recuperarse. Así que, me dije, vamos Diego al nudo de la cosa…
****
– ¿Cuáles son las diferencias entre la lucha de los 70 y la de la actualidad?

– Yo creo que hoy estamos en una situación social peor que la de los 70, pero con condiciones institucionales más sólidas. Es decir, se puede luchar con el mismo objetivo que entonces, la equidad social, pero en condiciones normales. Las posibilidades del triunfo democrático son hoy más plausibles que en aquella época.
Gorriarán me hablaba de instituciones y democracia y yo no entendía. La historia lo pintaba como un hombre de armas tomar y él me hablaba de sistemas electorales. Él, que se había escapado del penal de Trelew en el 72. Él, que había emboscado a Tachito Somoza en el Paraguay de Stroessner en el 80. Él, me planteaba que “las formas de ascender al poder dependen de las circunstancias. Salvador Allende subió por vía electoral, pero luego fue derrocado por vía militar. En Nicaragua, subimos por vía  militar y nos derrocaron por elecciones. La cuestión es poder hacer, después, las modificaciones necesarias sin afectar los tejidos sociales para mantenerse”.
Al hablar se acariciaba la barba, se tocaba la pelada. Se movía despacio, como abstraído. Incluso a veces parecía sobresaltarse, pero sin escándalo. Hablaba lento pero firme y era pedagógico al explicar. Metódico.
“Los que dicen que soy un reformista es porque tuvieron una formación precaria de lo que llaman marxismo leninismo. Lenin no estaba en contra de las reformas, sólo que no se quedaba ahí”, argumentaba.
Iban 15 o 20 minutos de entrevista, pero ya estaba envalentonado. Lo sentía como un ajedrez. No tenía que tomar las riendas, yo tenía que arrinconarlo.
*****
– ¿Usted hasta dónde llegaría?
– El ideal mío es la equidad social más completa. El socialismo tiene pasos y la marginación social no ayuda. Hoy la gente lucha para incorporarse al sistema, antes luchábamos para cambiarlo.
Un par de días antes de ese martes de julio, había visto en la tele una entrevista a Gorriarán que le había hecho Román Lejtman. Me había llamado la atención cómo Gorriarán hacía y decía lo que quería. Manejaba los ritmos, la cadencia, los temas. Era como una fiera de movimientos lentos, poco ágiles, pero definitivamente indomable. A ese hombre tenía enfrente. A un cacho de historia al que pretendía arriconar, yo, un muchachito de 19 que era todo lo de izquierda que se podía ser.
– Mientras la derecha lo tilda de terrorista, algunos sectores del progresismo insinúan que usted era un infiltrado de la CIA. ¿Se siente  víctima de una campaña de difamación?
– Absolutamente, han logrado diferenciar a los muertos de los vivos. Impusieron que los militares surgieron por la existencia previa de la guerrilla, que el que está vivo fue un traidor y el que murió fue un mártir.
Le pregunté por Firmenich,  quien también en el imaginario popular está sentenciado al destierro de los traidores. Sin pasión, pero convencido Gorriarán lo negó: “Eso no es así. Es un eje falso si fue o no traidor. Un eje que, además, no lo puede saber la población. Si no lo pueden constatar sus propios compañeros, ¿quién lo va a descubrir?”.
Y en esta línea, la de pensar como hoy se reescribe la historia, Duhalde nos había vuelto a embarrar la cancha con los indultos. Revivían los demonios y sus teorías. Indultando a Seineldín y a Gorriarán con mismo decreto indultaba a un ex jefe guerrillero y a un carapintada. El mensaje era claro: en el medio estábamos nosotros, los vecinos otra vez como víctimas de un fuego ajeno, sin ningún interés en el conflicto y víctimas inocentes de la insania infernal de los violentos. “Eso es lo que han hecho siempre ellos”, aceptó cansado, Gorriarán. Y agregó: “De todas maneras, en este caso, yo estoy de acuerdo con los indultos. Ideológicamente tengo diferencias con Seineldín, pero no está acusado de crímenes de lesa humanidad. Yo discutiría con él y no con Antonio Bussi, que tiene delitos comprobados. Porque un revolucionario a diferencia de un… (piensa…) no, un revolucionario no, una persona decente…
– ¿No se reconoce como un revolucionario?
– No, me gustaría pero no…
****

La charla siguió un largo rato más. Duró unas dos horas y media. Conversamos del error táctico de no haber aceptado la tregua que les ofreció Cámpora en el 73, de su experiencia en Nicaragua con los sandinistas y de La Tablada. Contó de su viaje a Cuba en mayo de 1988, en el que hizo una parada en Panamá. Ahí, dice, se entera que Seineldín estaba preparando un golpe contra Alfonsín que pretendía poner al vice de presidente y que él llamara a elecciones para que las ganara Menem.
Después, el origen de lo inexplicable. Contó que al volver habló con el Coti Nosiglia quien le confesó que sabían que eso era posible que sucediera, pero que no sabían qué hacer. “Ahí confirmamos una reunión entre Menem y Seineldín en una casa de Haedo, la denunciamos públicamente cuando vimos que no había reacción, todo con la perspectiva de una reacción pública que desbordase la intención de los golpistas”. Pero nada. “Incluso hicimos denuncias judiciales”. Pero nada. Por eso el asalto al cuartel de la Tablada, un levantamiento que en los planes iba a ser acompañado por una gran movilización popular y que terminó con 39 muertos. Todo, pero todo salió mal.
Ese hombre vivía en mi edificio y en los meses siguientes me lo volvería a cruzar varias veces en los pasillos. Éramos buenos vecinos. Yo le contaba que tenía que leer sobre la Rusia soviética y él me retrucaba con una anécdota con el Mariscal Tito.
Aprendí a quererlo, y creo que él también a mí. Cada vez que necesitaba una mano, le tocaba timbre y aceptaba cada vez con mejor sonrisa una entrevista.
Y en uno de esos encuentros, me saqué la espina. Era una pregunta a la que nunca me había atrevido: 
-Enrique, haciendo un balance, ¿Qué procesos que haya protagonizado cree que merecen una autocrítica?
– Creo que los que tienen que hacer autocrítica son los que acompañaron la dictadura militar, la desaparición de personas, la tortura. Nosotros pudimos haber cometido errores, pero ni arrepentimiento ni autocrítica de haber resistido – me dijo, y apagué el grabador.

Izquierda y progresismo: la gran divergencia

por Eduardo Gudynas


Uno de los mayores cambios políticos vividos en América Latina en los últimos veinte años fue el surgimiento y consolidación de los gobiernos de la nueva izquierda. Más allá de la diversidad de esas administraciones y de sus bases de apoyo, comparten atributos que justifican englobarlos bajo la denominación de “progresistas”. Son expresiones vitales, propias de América Latina, en cierta manera exitosas, pero ancladas en la idea de progreso. Su empuje, e incluso su éxito, está llevando a que esté en marcha una divergencia entre este progresismo con muchas de las ideas y sueños de la izquierda latinoamericana clásica.
Para analizar estas circunstancias es necesario tener muy presente la magnitud del cambio político que se inició en América Latina en 1999 con la primera presidencia de Hugo Chávez, y que se consolidó en los años siguientes en varios países vecinos. Quedaron atrás los años de las reformas de mercado, y regresó el Estado a desempeñar distintos roles. Se implantaron medidas de urgencia para atacar la pobreza extrema, y su éxito ha sido innegable en casi todos los países. Vastos sectores, desde movimientos indígenas a grupos populares urbanos, que sufrieron la exclusión por mucho tiempo, lograron alcanzar el protagonismo político.
Es también cierto que esta izquierda latinoamericana es muy variada, con diferencias notables entre Evo Morales en Bolivia y Lula da Silva en Brasil, o Rafael Correa en Ecuador y el Frente Amplio de Uruguay. Estas distintas expresiones han sido rotuladas como izquierdas socialdemócrata o revolucionaria, vegetariana o carnívora, nacional popular o socialista del siglo XXI, y así sucesivamente. Pero estos gobiernos, y sus bases de apoyo, no sólo comparten los atributos ejemplificados arriba, sino también la idea de progreso como elemento central para organizar el desarrollo, la economía y la apropiación de la Naturaleza.
El progresismo no sólo tiene identidad propia por esas posturas compartidas, sino también por sus crecientes diferencias con los caminos trazados por la izquierda clásica de América Latina de fines del siglo XX. Es como si presenciáramos regímenes políticos que nacieron en el seno del sendero de la izquierda latinoamericana, pero a medida que cobraron una identidad distinta están construyendo caminos que son cada vez más disímiles. Es posible señalar, a manera de ejemplo, algunos puntos destacados en los planos económico, político, social y cultural.
La izquierda latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970 era una de las más profundas críticas del desarrollo convencional. Cuestionaba tanto sus ideas fundamentales, incluso con un talante anti-capitalista, y rechazaba expresiones concretas, en particular el papel de ser meros proveedores de materias primas, considerándolo como una situación de atraso. También discrepaba con instrumentos e indicadores convencionales, tales como el PBI, y se insistía que crecimiento y desarrollo no eran sinónimos.
El progresismo actual, en cambio, no discute las esencias conceptuales del desarrollo. Por el contrario, festeja el crecimiento económico y defiende las exportaciones de materias primas como si fueran avances en el desarrollo. Es cierto que en algunos casos hay una retórica de denuncia al capitalismo, pero en la realidad prevalecen economías insertadas en éste, en muchos casos colocándose la llamada “seriedad macroeconómica” o la caída del “riesgo país” como logros. La izquierda clásica entendía las imposiciones del imperialismo, pero el progresismo actual no usa esas herramientas de análisis frente a las desigualdades geopolíticas actuales, tales como el papel de China en nuestras economías. La discusión progresista apunta a cómo instrumentalizar el desarrollo y en especial el papel del Estado, pero no acepta revisar las ideas que sostienen el mito del progreso. Entretanto, el progresismo retuvo de aquella izquierda clásica una actitud refractaria a las cuestiones ambientales, interpretándolas como trabas al crecimiento económico.
La izquierda latinoamericana de las décadas de 1970 y 1980 incorporó la defensa de los derechos humanos, y muy especialmente en la lucha contra las dictaduras en los países del Cono Sur. Aquel programa político maduró, entendiendo que cualquier ideal de igualdad debía ir de la mano con asegurar los derechos de las personas. Ese aliento se extendió, y explica el aporte decisivo de las izquierdas en ampliar y profundizar el marco de los derechos en varios países. En cambio, el progresismo no expresa la misma actitud, ya que cuando se denuncian derechos violados en sus países, reaccionan defensivamente. Es así que cuestionan a los actores sociales reclamantes, a las instancias jurídicas que los aplican, incluyendo en algunos casos al sistema interamericano de derechos humanos, e incluso a la propia idea de algunos derechos.
Aquella misma izquierda también hizo suya la idea de la democracia, otorgándole prioridad a lo que llamaba su profundización o radicalización. Su objetivo era ir más allá de la simples elecciones nacionales, buscando consultas ciudadanas directas más sencillas y a varios niveles, con mecanismos de participación constantes. Surgieron innovaciones como los presupuestos participativos o los plebiscitos nacionales. El progresismo, en cambio, en varios sitios se está alejando de aquel espíritu para enfocarse en mecanismos electorales clásicos.Entiende que con las elecciones presidenciales basta para asegurar la democracia, festeja el hiperpresidencialismo continuado en lugar de horizontalizar el poder, y sostiene que los ganadores gozan del privilegio de llevar adelante los planes que deseen, sin contrapesos ciudadanos. A su vez, recortan la participación exigiendo a quienes tengan distintos intereses que se organicen en partidos políticos y esperen a la próxima elección para sopesar su poder electoral.
La izquierda clásica de fines del siglo XX era una de las más duras luchadoras contra la corrupción. Ese era una de los flancos más débiles de los gobiernos neoliberales, y la izquierda lo aprovechaba una y otra vez (“nos podremos equivocar, pero no robamos”, era uno de los slogans de aquellos tiempos). En cambio, el progresismo actual no logra repetir ese mismo ímpetu, y hay varios ejemplos donde no ha manejado adecuadamente los casos de corrupción de políticos claves dentro de sus gobiernos. Asoma una actitud que muestra una cierta resignación y tolerancia.
Otra divergencia que asoma se debe a que la izquierda latinoamericana luchó denodadamente por asegurar el protagonismo político de grupos subordinados y marginados. El progresismo inicial se ubicó en esa misma línea, y conquistó los gobiernos gracias a indígenas, campesinos, movimientos populares urbanos y muchos otros actores. Dieron no sólo votos, sino dirigentes y profesionales que permitieron renovaron las oficinas estatales.Pero en los últimos años, el progresismo parece alejarse de muchos de estos movimientos populares, ha dejado de comprender sus demandas, y prevalecen posturas defensivas en unos casos, a intentos de división u hostigamiento en otros. El progresismo gasta mucha más energía en calificar, desde el palacio de gobierno, quién es revolucionario y quién no lo es, y se ha distanciado de organizaciones indígenas, ambientalistas, feministas, de los derechos humanos, etc. Se alimenta así la desazón entre muchos en los movimientos sociales, quienes bajo los pasados gobiernos conservadores eran denunciados como izquierda radical, y ahora, bajo el progresismo, son criticados como funcionales al neoliberalismo.
La izquierda clásica concebía a la justicia social bajo un amplio abanico temático, desde la educación a la alimentación, desde la vivienda a los derechos laborales, y así sucesivamente. El progresismo en cambio, se está apartando de esa postura ya que enfatiza a la justicia como una cuestión de redistribución económica, y en especial por medio de la compensación monetaria a los sectores más pobres y el acceso del consumo masivo al resto. Esto no implica desacreditar el papel de ayudas en dinero mensuales para sacar de la pobreza extrema a millones de familias. Pero la justicia es más que eso, y no puede quedar encogida a un economicismo de la compensación.
Finalmente, en un plano que podríamos calificar como cultural, el progresismo elabora diferentes discursos de justificación política pero que cada vez tienen mayores distancias con las prácticas de gobierno. Se proclama al Buen Vivir pero se lo desmonta en la cotidianidad, se llama a industrializar el país pero se liberaliza el extractivismo primario exportador, se critica el consumismo pero se festejan los nuevos centros comerciales, se invocan a los movimientos sociales pero se clausuran ONGs, se felicita a los indígenas pero se invaden sus tierras, y así sucesivamente. 
Estos y otros casos muestran que el progresismo actual se está separando más y más de la izquierda clásica.El nuevo rumbo ha sido exitoso en varios sentidos gracias a los altos precios de las materias primas y el consumo interno. Pero allí donde esos estilos de desarrollo generan contradicciones o impactos negativos, estos gobiernos no aceptan cambiar sus posturas y, en cambio, reafirman el mito del progreso perpetuo. A su vez, contribuyen a mercantilizar la política y la sociedad con su obsesión en la compensación económica y su escasa radicalidad democrática.
El progresismo como una expresión política distintiva se hace todavía más evidente en tiempo de elecciones. En esas circunstancias parecería que varios gobiernos abandonan los intentos de explorar alternativas más allá del progreso, y prevalece la obsesión con ganar la próxima elección. Eso los lleva a aceptar alianzas con sectores conservadores, a criticar todavía más a los movimientos sociales independientes, y a asegurar el papel del capital en la producción y el comercio.
El progresismo es, a su manera, una nueva expresión de la izquierda, con rasgos típicos de las condiciones culturales latinoamericanas, y que ha sido posible bajo un contexto económico global muy particular. No puede ser calificado como una postura conservadora, menos como un neoliberalismo escondido. Pero no se ubica exactamente en el mismo sendero que la izquierda construía hacia finales del siglo XX. En realidad se está apartando más y más a medida que la propia identidad se solidifica.

Esta gran divergencia está ocurriendo frente a nosotros. En algunos casos es posible que el progresismo rectifique su rumbo, retomando algunos de los valores de la izquierda clásica para buscar otras síntesis alternativas que incorporen de mejor manera temas como el Buen Vivir o la justicia en sentido amplio, lo que en todos los casos pasa por desligarse del mito del progreso. Es dejar de ser progresismo para volver a construir izquierda. En otros casos, tal vez decida reafirmarse como tal, profundizando todavía más sus convicciones en el progreso, cayendo en regímenes hiperpersidenciales, extractivistas, y cada vez más alejados de los movimientos sociales. Este es un camino que lo aleja definitivamente de la izquierda.

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