Anarquía Coronada

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Disputar el legado de Julieta Kirkwood // Pierina Ferretti

“pretendemos recuperar uno de los más plenos y significativos de los derechos humanos perdidos: la posibilidad de comprender y transformar el mundo en que nos ha correspondido vivir.”

Julieta Kirkwood

 I

El año 2007, la filósofa feminista Alejandra Castillo constataba el silencio que reinaba en torno a la figura y a la obra de Julieta Kirkwood:

“a más de veinte años de la muerte de Julieta Kirkwood el diálogo con su pensamiento apenas si ha comenzado. Las causas que demoran este encuentro son múltiples, pero existe cierto acuerdo en señalar que están asociadas a lo que se ha dado en llamar un “silencio feminista”. Silencio feminista en tiempos de transición, que nos habla en su mudez de una desazón, de un malestar en la democracia” [1]

Efectivamente, la presencia en el campo intelectual y en los espacios de militancia de quien fuera una de las teóricas y activistas más relevantes del feminismo de los años ochenta en Chile era, hasta hace poco, escasa. Castillo relaciona acertadamente este silencio respecto de Kirkwood con un proceso mayor: el silencio feminista que se impone en la transición como la contracara del protagonismo del movimiento feminista en las luchas contra la dictadura y del carácter restringido –consensual, diría la misma autora- de la democracia posdictatorial[2]. La obra de Kirkwood, gestada al calor de las movilizaciones sociales del primer lustro de los años ochenta, no tenía lugar en tiempos en que el pacto transicional se mantenía imperturbable; su lectura se restringía en ese entonces a quienes de manera solitaria encontraban en ella un estímulo para resistir y pensar, contra la fuerza de los hechos, otra democracia posible.

Once años después, algo ha cambiado. El regreso del feminismo es un hecho insoslayable, tanto en la sociedad chilena como en distintas latitudes del globo. Muestras de ello han sido la reciente conmemoración del 8 de marzo, que movilizó a millones de mujeres a lo largo del mundo, las masivas convocatorias contra la violencia machista que se han presenciado estos años, pero también que el feminismo tome lugar  los medios de comunicación, e incluso que personalidades del mundo de la cultura se declaren feministas. Si bien estos hechos deben ser apreciados con diversa ponderación en tanto responden a lógicas e intereses diversos y a que en muchos casos muestran la captura neoliberal del feminismo, de todos modos son indicadores de que el silencio feminista va quedando atrás, al igual que el silencio que reinaba en torno a la obra de Julieta Kirkwood. La reedición prácticamente simultánea de Feminariospor el colectivo Communes[3]en Chile y por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso)[4], así como también la organización de foros, charlas o conversatorios para abordar dimensiones de su pensamiento, parecen mostrar que ha llegado el reencuentro con su obra tras largo años de espera.

II

El tránsito desde el silencio a la recuperación de Julieta Kirkwood, ciertamente, pone sobre la mesa la cuestión de los posibles usos lecturas no solo de su producción escrita y de su legado teórico, sino, sobre todo, de su figura y de su nombre, en tanto autoridad para legitimar públicamente posiciones bajo el rótulo del feminismo[5]. La bancada parlamentaria que invoca su nombre, es un buen ejemplo de este tipo de apropiación.

Sin embargo, la discusión respecto de si es o no adecuado apelar a Julieta Kirkwood para instalar dicha bancada y su agenda legislativa, no debiera eximirnos de enfrentar otros desafíos teóricos y políticos que se abren con la enunciación feminista por parte de algunas diputadas. Por ejemplo, el de la posibilidad de desplegar allí una política feministacapaz de articular a la oposición y de orientarla en una dirección de ampliación de derechos, asumiendo las tensiones que históricamente ha generado la entrada de feministas en el espacio institucional y la enorme capacidad de procesar las demandas del feminismo en códigos neoliberales que la propia institucionalidad ha mostrado durante décadas. Si bien debatir estos temas es entrar en un terreno pedregoso, es claro que son problemas que no pueden ser evadidos. En ese sentido, nos parece pertinente relevar la reflexión de feministas contemporáneas, como la diputada Camila Rojas[6]o la historiadora Luna Follegati, que hacen frente a estas cuestiones. Tomando las palabras de esta última, es momento de que nos preguntemos abiertamente “¿Qué es hacer política desde el feminismo? ¿Cómo sería esta política feminista? ¿Cómo se enfrenta nuevamente la pregunta por la democracia y la institucionalidad? […]¿Es posible construir feminismo desde los espacios conquistados en el parlamento?” y “¿cómo debiese ser esa forma de construcción?”[7].

Las respuestas, por cierto, no están dadas, pero si el objetivo es perfilar un feminismo capaz de enfrentar políticamente la hegemonía neoliberal mediante el despliegue de un ideario y un proyecto alternativo, tiene sentido volver a Julieta Kirkwood. Su visión sobre el lugar del feminismo en un horizonte de transformación social global adquiere particular relevancia para pensar estos problemas:

“El feminismo -decía Kirkwood en esta dirección- rechaza la posibilidad de realizar pequeños ajustes de horarios y de roles al orden actual, pues eso no sería otra cosa que la inserción en un ámbito-mundo ya definido por la masculinidad (el otro término en la relación de opresión). La incorporación de las mujeres al mundo será para el movimiento feminista un proceso transformador del mundo. Se trata, entonces, de un mundo que está por hacersey que no se construye sin destruir el antiguo[8]”.

Esta visión del feminismo como una transformación del mundo nos impulsa a avanzar hacia una tarea de primer orden en el campo de las batallas político-ideológicas: la confrontación del  feminismo liberal que ha orientado las agendas y políticas de género en los últimos casi treinta años. Allí, la disputa debe apuntar, por un lado, a mostrar cómo el feminismo hegemónico -en tanto renuncia a un análisis materialista y asume el principio abstracto de la igualdad formal de todos los ciudadanos- oculta las desigualdades sociales y sexuales contribuyendo con ello a su reproducción[9]. Y por otro lado, a advertir que las políticas de igualdad de oportunidades, de transferencias focalizadas de recursos a poblaciones femeninas vulnerables, de subvención a las labores de cuidado o de tratamiento punitivista de la violencia machista -solo por mencionar algunos ejemplos típicos de la agenda liberal- son incapaces de atacar estructuralmente las desigualdades sociales y la opresión de género.

El feminismo crítico en general y el feminismo socialista en particular han desarrollado elaboraciones sustantivas en esta dirección. Sin embargo, que dichas críticas logren traspasar el terreno intelectual y provocar efectivamente una crisis en la hegemonía y legitimidad del feminismo liberal -tanto a nivel político como de sentidos comunes- es una tarea todavía pendiente y sumamente compleja, sobre todo si consideramos el grado de consenso que las agendas de género concitan en el campo de los progresismos y en sectores que se reconocen en la vereda de la izquierda.

El feminismo de Julieta Kirkwood, situado en un horizonte socialista de transformación social global, se torna ineludible para este empeño. En ese sentido, la invocación de su nombre por parte de un sector de parlamentarias que se reivindican feministas nos ofrece una posibilidad para tensionar y disputar qué entendemos por feminismo,pero también para pensar cómo podemos, desde el feminismo, producir tácticas de enfrentamiento político que vayan generando crisis en el pacto neoliberal y que, a su vez, vuelvan improcesable el feminismo en esos términos. Ese derrotero -elaborar política feministaa partir del legado teórico y político de Julieta Kirkwood- parece ser una buena forma de usar su nombre sin sacrificar su radicalidad.

III

La emergencia contemporánea del feminismo dentro de la cual se produce este regreso a la figura y obra de Julieta Kirkwood, ocurre en un escenario político y social de resquebrajamiento del pacto transicional y del consenso neoliberal: donde estallan conflictos sociales que impugnan el carácter subsidiario del Estado y la mercantilización extrema de la vida. Es en este ciclo de luchas -cuyo inicio más o menos puede situarse en el año 2006 con la llamada “revolución pingüina”- que el feminismo retoma protagonismo en Chile, al punto de que se ha tornado una necesidad política para todas aquellas organizaciones que se plantean avanzar hacia una superación del neoliberalismo[10].

En el contexto de extrema mercantilización de los derechos sociales y de la vida en general que se observa en Chile, un punto central que se juega en estas luchas es la posibilidad de recuperar soberanía sobre nuestras vidas, hoy completamente determinadas por el mercado hasta en sus dimensiones más cruciales. Recuperar esa soberanía, no es sino reimaginar y realizar un nuevo pacto social, una nueva forma de democracia[11]. En este entendido, ahora que pareciera abrirse una posibilidad de interrumpir el pacto neoliberal y la democracia elitaria y tecnocratizada de la transición, la obra de Julieta Kirkwood, recorrida de punta a cabo por la preocupación por la democracia, adquiere renovada actualidad y vigencia política.

Tal preocupación de Kirkwood se enmarcaba en un contexto preciso: el Chile del ascenso y la derrota del proyecto socialista de la Unidad Popular y el gobierno de Salvador Allende, de la dictadura y la desarticulación de los partidos políticos de izquierda y del denso tejido social que se había formado en más de un siglo de acumulación de luchas en el campo popular. Pero también de la resistencia contra la dictadura de comienzos de los ochenta que se expresó en protestas tan masivas que no faltaron quienes tuvieron la esperanza de que la recuperación democrática fuese resultado de un proceso de movilización popular[12].

Precisamente, en medio de las Jornadas Nacionales de Protesta, desarrolladas entre 1983 y 1986, Kirkwood realiza sus principales elaboraciones; sus textos están, por lo mismo, atravesados por ese tono de urgencia de quien escribe al calor de la lucha. El lema de su autoría -“Democracia Ahora”- transmite de manera ejemplar dicho carácter de su escritura. Sin embargo, esta urgencia no le restó agudeza ni capacidad de entender las posibilidades que se abrían y las que podían cerrarse, junto con el carácter determinante de esos años para la democracia que vendría. En 1983, cuando empezaban las primeras movilizaciones, escribía lo siguiente:

“Las feministas […] saben que el momento es político. De movilización callejera, de protestas y cacerolas; de sentadas con lienzos y de vuelta a andar con la consigna de la “democracia ahora”. Pero también saben que es tiempo de planes, de programas, de plazos y de tiempos, de propuestas y de cifras; de prácticas de Unidad formuladas en acuerdos no excluyentes; de acciones concretas en el aquí y el ahora […] El momento es delicado porque en él se está resolviendo el futuro, y este dependerá -absolutamente- de cómo, con qué inclusividad y desde dónde será planteada la alternativa democrática. Por ello quiero abrir de nuevo la primera página del reparto” [13]

Kirkwood logra ver la tensión entre dos lógicas diferentes, pero no todavía inconciliables: la movilización callejera, la protesta popular, y esas “prácticas de unidad”, esos “acuerdos no excluyentes” que ya se estaban fraguando. Tiene claro que la forma en que se realizara la recuperación democrática determinaría el carácter ampliado y popular o restringido y elitario de la democracia por venir. “El momento es delicado -advierte- porque en él se está resolviendo el futuro”. Y ese futuro, agrega, “dependerá -absolutamente- de cómo, con qué inclusividad y desde dónde será planteada la alternativa democrática”. Su preocupación, lo sabemos después de casi treinta años de pacto transicional, era acertada.

Paradójicamente, Julieta Kirkwood muere en abril de 1985 pocos meses antes de un hito que será central en esta historia: la firma del Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia por sectores que iban desde cierta derecha “republicana”, pasando por la DC, hasta sectores socialistas. Ese momento consagra la salida pactada de la dictadura, conservando la Constitución del 80 y el modelo de Estado que se había instaurado. Este acuerdo se firma incluso antes de que las movilizaciones populares empezaran a decaer a partir de 1986, lo que indica, con bastante claridad, que el proyecto político de una democracia elitaria no fue una necesidad histórica inevitable ante una sociedad desmovilizada, sino más bien un proyecto político que, precisamente, buscaba prefigurar la sociedad futura y desmovilizarla desde su origen. Se sella ahí lo que será la restringida democracia chilena no solo en términos de representación y de participación, sino sobre todo en términos de exclusión de los intereses de las mayorías sociales del pacto político-empresarial que iría a determinar el carácter del Estado hasta el día de hoy.

Kirkwood vio con preocupación este posible desenlace. Le inquietaba que la democracia se clausurara, que los sectores populares quedaran fuera, no solamente en términos de “exclusión material”, sino que, y sobre todo, en el sentido de que se les impidiera ejercer el derecho a construir una sociedad diferente a la impuesta. Con esa conciencia declara: “quiero abrir de nuevo la primera página del reparto”, como si quisiera ella misma repartir los papeles de la democracia futura, designar sus protagonistas y evitar la clausura elitaria que se asomaba como posibilidad.

La pregunta por el lugar de los sectores populares en el proceso político formaba parte del universo de problemas que ocuparon a Julieta Kirkwood hacia finales de los años setenta y que orientaron un conjunto de investigaciones colectivas en torno al concepto de “proyecto popular alternativo” desarrolladas al alero de Flacso[14]. El núcleo del planteamiento que estas investigaciones proponían era la existencia en América Latina de una larga historia de luchas de los sectores populares contra la dominación en las que se hallaba un proyecto social alternativo al de los sectores dominantes. Es importante tener este elemento presente, pues es al interior de esa matriz, cuya centralidad está puesta en la capacidad de los sectores populares de levantar proyectos sociales, que Kirkwood lee la movilización contra la dictadura como la posibilidad de realización de un proyecto alternativo y de allí su especial preocupación por el protagonismo o no de los sectores populares en el proceso de recuperación democrática. En esta dirección, junto a su equipo de Flacso, señalaba lo siguiente:

“la recuperación de la democracia, en lo que a los sectores populares se refiere, no puede ser concebida sólo como una alternativa en que se contemplen “mejores condiciones de existencia” para estos grupos, sino que además debe aceptarse que estos juegan un papel activo y protagónico en su realización… que su participación se entienda a partir de su propia capacidad de definir proyectos y perspectivas y no como simples “receptores” de la historia de los otros grupos y clases[15]”.

No se trataba solo de recuperar la democracia en términos formales, sino de pensar la democracia como parte del proceso de constitución de los sectores populares en un actor capaz de conducir la realización de un proyecto social que fuera expresión de sus intereses. De esta manera, aparece en el pensamiento de Julieta Kirkwood la cuestión del sujeto social necesario para la articulación de un proyecto político alternativo, cuestión que se debe explorar con mayor detención a futuro.

IV

Las preocupaciones de Julieta Kirkwood retornan para interpelar el presente. Hoy que se han activado luchas en contra de la mercantilización de la vida, que se impugna el consenso neoliberal que campeó durante décadas, que se abre a fin de cuentas la posibilidad de reinventar la democracia y que el feminismo se instala como desafío, como herramienta de lucha y como horizonte de una sociedad transformada[16], aparecen rápidamente los mismos peligros que a ella le preocupaban. El fantasma de la clausura elitaria de la democracia, el problema, poco asumido, de la necesidad de constituir un sujeto popular que sostenga un proceso de transformación social, la tentación de procesar el feminismo en agendas de género y de relegarlo a una lucha parcial de sectores específicos, aparecen también en este nuevo ciclo político.

Para alertarnos de tales peligros, interrogarnos y plantearnos un horizonte emancipatorio, nos espera, desafiante y siempre actual, la obra de Julieta Kirkwood.

 

Pierina Ferretti – Fundación NODO XXI

 

[1]Alejandra Castillo, Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, Santiago: Palinodia, 2007, p. 15.

[2]Entre los análisis críticos del feminismo en la transición, véase Nelly Richard, “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile”. En Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización 2, Buenos Aires: Clacso, 2001; Alejandra Castillo, Disensos feministas, Santiago: Palinodia, 2016; “¿Feminismo neoliberal? (Parte I)http://www.eldesconcierto.cl/2015/12/22/feminismo-neoliberal-parte-i/y “¿Feminismo neoliberal? (Parte II) http://www.eldesconcierto.cl/2016/01/06/feminismo-neoliberal-parte-ii/; Luna Follegati, “Democracia y feminismo. Reflexiones desde la izquierda” http://www.redseca.cl/democracia-y-feminismo-en-chile-reflexiones-desde-la-izquierda/y “El feminismo se ha vuelto una necesidad. Movimiento estudiantil y organización feminista (2000-2016)” en Juventud y espacio público en las Américas, La Habana: Casa de las Américas, 2016.

[3]Julieta Kirkwood, Feminarios, Viña del Mar: Communes, 2017. Edición prologada por Alejandra Castillo.

[4]Julieta Kirkwood, Feminarios, Buenos Aires, Clacso, 2017.

[5]Es interesante pensar el uso del nombre teniendo presente el análisis que hace Alejandra Castillo de la frase de la propia Kirkwood: “El feminismo soy yo”. Véase Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, ed. cit.  

[6]Camila Rojas, “La bancada F del Frente Amplio. ¿Es suficiente ser mujer?” https://antigonafeminista.wordpress.com/y “¿Para qué ser una (diputada) feminista?” http://www.theclinic.cl/2018/03/08/columna-camila-rojas-una-diputada-feminista/

[7]Luna Follegati, “El feminismo y la agencia política parlamentaria” http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2018/01/06/el-feminismo-y-la-agencia-politica-parlamentaria/

[8]Julieta Kirkwood, Ser política en Chile. Las feministas y los partidos. Santiago: LOM, 2010, p. 56.

[9]En el sentido de la clásica crítica de Marx al liberalismo en “La cuestión judía”.

[10]Luna Follegati ha insistido en que la emergencia contemporánea del feminismo en Chile responde a una necesidad surgida desde los procesos de politización producidos en los últimos años. Ver: “El feminismo se ha vuelto una necesidad. Movimiento estudiantil y organización feminista (2000-2016)” ed. cit.

[11]Carlos Ruiz Encina ha desarrollado la cuestión de la dicotomía mercado/democracia y la relación entre luchas por los derechos sociales y ampliación democrática. Ver De nuevo la sociedad, Samtiago: LOM, 2015) y “Socialismo y libertad. Notas para repensar la izquierda” en Chile actual: crisis y debate desde las izquierdas. Faride Zerán (ed.), Santiago: LOM, 2017, pp. 133-162.

[12]Grínor Rojo realiza un agudo análisis de la relación entre marco histórico y reflexión kirkwoodeana, además de ofrecer claves para valorar la actualidad política de su legado. Ver: “1986. El futuro es de Julieta Kirkwood” en Clásicos latinoamericanos. Para una relectura del canon. Santiago: LOM, 2011, Vol. 2, pp. 315-370.

[13]Julieta Kirkwood,Tejiendo rebeldías, SAntiago: CEM, La Morada, 1987, pp. 117-118.

[14]Un conjunto de documentos de trabajo producidos colectivamente por Julieta Kirkwood, Enzo Faletto, Rodrigo Baño, Leopoldo Benavides, Ángel Flisfisch, entre otros, al alero de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), se concentra en el estudio de lo que llamaban “proyecto popular alternativo”. Por ejemplo: “Antecedentes y consideraciones sobre el proyecto popular alternativo” (Baño, Benavides, Kirkwood, Santiago: Flacso, 1980); “Dominación urbana y proyecto alternativo en América latina” (Baño, Benavides, Kirkwood, Santiago: Flacso, 1981) y “El proyecto popular alternativo en la historia reciente de América Latina” (Baño, Benavides, Flisfisch y Kirkwood, Santiago: Flacso, 1982).

[15]Baño, Benavides, Faletto, Flisfisch, Morales y Kirkwood, “Movimientos populares y democracia en América Latina”, Santiago: Flacso, 1978 s/p.

[16]Por razones de espacio no nos es posible detenernos en recientes y estimulantes reflexiones que están desarrollándose en el feminismo local respecto a la necesidad de articular un movimiento feminista capaz de hacerse transversal a todas las luchas sociales, que evite circunscribirse a temas o problemas específicos, que piense la transformación social en términos globales y que se haga cargo de repensar la relación entre feminismo y democracia y entre feminismo e izquierdas. En esta línea han avanzado elaboraciones como las de Daniela López y Sofía Brito en “Qué feminismo para la emancipación: breves lecturas del Chile actual para el avance de la huelga de mujeres https://antigonafeminista.wordpress.com/que-feminismo-para-la-emancipacion-breves-lecturas-del-chile-actual-para-el-avance-de-la-huelga-de-mujeres/ y las de Luna Follegati en “Democracia y feminismo en Chile. Reflexiones desde la izquierda” http://www.redseca.cl/democracia-y-feminismo-en-chile-reflexiones-desde-la-izquierda/. También se mueven en la misma dirección la reciente declaración de la Coordinadora 8M, “Hacia una agenda común de movilización contra la precarización de la vida”https://www.facebook.com/notes/coordinaci%C3%B3n-8-de-marzo/hacia-una-agenda-com%C3%BAn-de-movilizaci%C3%B3n-contra-la-precarizaci%C3%B3n-de-la-vida/2293614130865358/ y la convocatoria realizada por la Fundación Nodo XXI a intelectuales, dirigentas sociales y militantes políticas a conformar un espacio de diálogo y debate que permita pensar desde el feminismo los desafíos del Chile actual http://www.nodoxxi.cl/se-realiza-la-primera-version-del-encuentro-dialogos-feministas-de-la-fundacion-nodo-xxi/

 

 

 

FUENTE: http://www.redseca.cl/

Esa costumbre caribe de no rendirse // Marco Teruggi

Venezuela se prepara para elecciones presidenciales ante la amenaza de Estados Unidos y la necesidad de sostener una revolución que todavía da esperanzas al continente.

Por Marco Teruggi (desde Venezuela) para La tinta

Caracas tiene ritmo de rabia y caribe. No es para principiante. El transporte es una batalla, el cajero es una batalla, la farmacia es una batalla, los precios son una batalla. La conclusión revienta como las tormentas tropicales que describió Mayakovsky: solo queda un poco de aire entre tanta lluvia, es una guerra. Pero no llueve en Caracas, son semanas de transición entre sol y lluvia, sequía nublada. El agua se recicla, se la pasa de balde en balde, se la cuida en la ducha, en la cocina. Cuando vuelve su ruido por las cañerías hay fiesta en las casas. Andamos cerca de los límites, ya es costumbre.

Nadie habría dicho que estaríamos acá en este mayo del 2018. Ni con dados, ni lectura de tabaco, ni con una aplicación meticulosa de hipótesis bien hilvanadas que dieron resultados en otros países. Este proceso tiene la costumbre de no aceptar reglas, de pegar como pega el gitano de la película Snatch cuando todos lo dan por caído, han apostado millones por su nocau, y se levanta con un derechazo que parte pronósticos y deja al otro en el piso. El del piso es la derecha venezolana, que no se repone de la derrota del año pasado cuando intentó tomar el poder político con los peores fuegos inoculados durante años en su base social y la entrada en escena de formaciones armadas y entrenadas para asaltos violentos. Por eso el grueso de esa derecha no va a elecciones. Los que han invertido en ellos leyeron su incapacidad de convencer a las mayorías. Hablo de los Estados Unidos, el imperialismo en época de disputas geopolíticas abiertas, condensadas en países como Siria.

Nos quieren hacer colapsar. Que el país se desfonde, que volvamos a las miserias que generaron el ciclo de la revolución, esta vez para revertirlo todo, hundir en lo material y en las ideas. Lo repiten con la impunidad del poder en sus grandes medios de comunicación semana tras semana, anuncian más ataques económicos, más asfixia de un bloqueo que busca impedir importaciones, transacciones, renegociaciones, en dólares y criptomoneda Petro. Su nuevo golpe será, se prevé, no reconocer al presidente electo que, según indican los pronósticos, resultará ser Nicolás Maduro. Si gana será por la unidad del chavismo alrededor de su candidatura, una base social histórica, el peso de Chávez, y por la flaqueza de sus adversarios electorales: Henry Falcón, ex chavista, que promete una dolarización de la economía -se cuida en decir cómo lo hará-, y el outsider evangelista conservador Javier Bertucci.

No todo es culpa del imperialismo. Es tan evidente como la existencia del imperialismo. Ponerlo en el centro de la escena sitúa el conflicto, sus dimensiones, el ring en el que estamos parados.

El pan, el cajero, el transporte, los precios y medicamentos, son parte de ese entramado  geopolítico, su manifestación inmediata, cotidiana, la forma en que impacta en la boca de cada uno. La estrategia de desgaste es obra de un diseño, no de una improvisación; duele donde más tiene que doler, se articula a miserias y contradicciones del proceso, a corruptos, indolentes, cómplices por una casa, un carro, una cuenta. Los efectos del cuadro económico sobre el tejido social cambian a medida que la situación se prolonga. Puede verse a pocos días de las próximas elecciones presidenciales que serán este 20 de mayo: mientras una parte de la gente, del chavismo, habla de la contienda, milita la contienda, sigue las noticias, otra parte está inmersa en la resolución de las batallas diarias que nunca cesan, y solo se apaciguan a veces algunas semanas en algunos rubros. Hay varios tiempos superpuestos en los territorios donde se fundó el chavismo.


Esos tiempos tienen exigencias. Piden que se retome el control sobre una economía que parece haberse desbocado, en particular en los precios, que se ejerza autoridad, se frene un escenario donde muchos han hecho de las necesidades pequeños, medianos, y millonarios negocios, que la dirigencia recupere el idioma de las calles, la forma Chávez de hacer política, profundice la lucha contra la corrupción que ha venido avanzando, que las promesas de campaña no sean promesas de campaña, sean hechos. Es una demanda a la dirección, al gobierno, al Partido Socialista Unido de Venezuela, a las instituciones, a la revolución como espacio de construcción, expectativa, de identidad.


No estamos en una crisis humanitaria, un concepto político instalado por los Estados Unidos y repetido hasta las náuseas por los grandes medios para justificar los ataques y demonizar con espanto cuando se pronuncia la palabra Venezuela.Estamos en un cuadro de retroceso de espacios que se habían conquistado, que empuja a reconversiones económicas, en los modos de cómo llegar a fin de mes, o de quincena, malabarear para que los números cierren. El caso de las remesas es una muestra clara de eso: cien dólares -que son poco en otro país- sirven para resolver una gran parte de las necesidades mensuales.

Así como hace un año resultaba imposible, o casi, pronosticar que este mes de mayo nos encontraría a las puertas de una presidenciales con posibilidad de victoria de Maduro, también lo es pronosticar qué pasará dentro de un año. El próximo paso es el 20 de mayo, garantizar la continuidad en el poder político. Es imprescindible, por el cuadro nacional y continental, ese que nunca pierde de vista el imperialismo. No existen tres bloques, existen dos. Es dentro del proceso, del chavismo como corriente histórica, que se pueden construir soluciones a las urgencias del cotidiano dentro de la perspectiva estratégica. Sería tarde darse cuenta después, con las clases dominantes descargando la revancha sin frenos ni mediaciones hasta dentro de nuestras casas.

Estamos ante nosotros mismos. Como historia, rabia, caribe, latinoamericanos, con nuestras pasiones y pobrezas, en una época que nos desafía como generaciones reunidas alrededor de Venezuela. Hay en este destino un destino común, que marca lo que podremos, o no, en los próximos años. Nos miran quienes nos antecedieron, quienes vendrán y buscarán lo que hayamos logrado.

Por Marco Teruggi para La tinta  

Ellos o nosotros // Claudio Katz

Siempre se supo que Macri gobernaba para los ricos y que su modelo económico desembocaría en una gran crisis. La primera afirmación quedó corroborada por la redistribución regresiva del ingreso perpetrada en los últimos dos años. La segunda comenzó a verificarse con la corrida cambiaria de la última semana.

Está temblando un modelo neoliberal asentado en enormes desequilibrios externos y fiscales solventados en el endeudamiento externo. Todos imaginaban que la financiación iba a durar hasta el 2019, pero el fin de la película se adelantó en forma imprevista.

 

Wall Street anunció en marzo que no aceptaría más bonos. El gobierno maquilló esa negativa con un engañoso anuncio de mayor financiación local, pero los capitales golondrinas captaron de inmediato el significado de la sequía. Emitieron la orden de retirada y comenzó la incontenible trepada del dólar.

La financiación se ha cortado por la desconfianza de los acreedores. Intuyen la futura insolvencia del deudor argentino. Por eso las calificadoras bajaron el pulgar, el riesgo país aumenta y la prensa especializada describe escenarios dramáticos.

 

UNA CONSECUENCIA DEL MODELO

 

La fragilidad del sector externo es el punto más crítico del esquema actual. Los bancos retiraron los créditos, al notar la ausencia futura de los dólares requeridos para sostener el endeudamiento. Observan la magnitud el déficit externo, que el año pasado superó los 30.000 millones de dólares (5% del PBI).

El bache central se localiza en la esfera comercial. El desbalance de 8000 millones del 2017 marcó un récord histórico. Ha sido generado por las fantasías librecambistas del oficialismo, que abrió el mercado a todo tipo de importaciones.

Mientras que en el mundo impera una dura negociación de aranceles, Argentina se ha transformado en un depósito de cualquier excedente. Para colmo, las exportaciones se frenaron, como resultado de la apreciación cambiaria que genera el ingreso de capitales especulativos.

El desbalance en el plano financiero es igualmente dramático. La salida de divisas acompaña a Macri, desde el mismo día que imaginó la incumplida la lluvia de dólares. La remisión de utilidades ha sido tan sostenida como la fuga de capital. Ese drenaje es congruente con la eliminación de todas las regulaciones a la actividad financiera. Los controles en el circuito bancario fueron desarmados, con la misma velocidad que se anuló la obligación de liquidar los dólares de la exportación.

En la misma desprotección se asienta la bicicleta financiera de los fondos que lucran con la altísima rentabilidad de los bonos argentinos. Las delirantes tasas de interés que aseguran ese negocio, destruyen cualquier posibilidad de inversión productiva. El malgasto de las divisas ha incluido también el despilfarro en el turismo. Esa hemorragia fue incluso celebrada por varios ministros como un maravilloso ejemplo del “retorno al mundo”.

El agujero fiscal es también impresionante. Bordea el típico porcentual del PBI (6-7%), que tradicionalmente precipitó los grandes terremotos de la economía. El gobierno resalta la envergadura de ese déficit y lo presenta como un mal ajeno que debe administrar. Con gestos de compasión, afirma que debió mantenerlo para financiar el gradualismo y evitar mayores sacrificios de la población. Pero oculta que todos los desequilibrios derivan del modelo en curso y no del ritmo de su implementación. Si hubiera apretado el acelerador del mismo combo neoliberal, el desastre sería infinitamente superior.

Cuando los funcionarios despotrican contra la costumbre de “gastar más de lo que ingresa”, ubican todas las desgracias en el primer componente. Olvidan que la recaudación quedó seriamente afectada por la reducción de los impuestos a los exportadores. Tampoco señalan que el blanqueo no revirtió la evasión. Argentina figura en el quinto puesto mundial de ese flagelo y la moda oficial de proteger patrimonios en empresas “off shore”, ilustra quiénes son promotores de la estafa al fisco.

El oficialismo también olvida registrar cómo el pago de intereses deteriora las cuentas públicas. Sólo en el primer trimestre del año esas erogaciones aumentaron 107% en comparación al 2017.

El modelo neoliberal genera descalabros que el gobierno no puede encarrilar. El desastre en curso no fue desencadenado por la nueva alícuota del impuesto a las ganancias sobre los títulos, sino por la aterrorizada reacción del Banco Central. En pocos días incineró varios manuales de política monetaria. Recurrió a todos los instrumentos conocidos para frenar una corrida y no acertó con ninguno. Incluso apeló infructuosamente al judicializado mercado del dólar futuro.

La crisis internacional no ha sido hasta ahora determinante del temblor argentino. Persiste la liquidez financiera global y no se observa una repetición del “efecto tequila” sobre las economías latinoamericanas. Ciertamente el incremento de las tasas de interés de Estados Unidos altera todas las inversiones en el mundo. Pero ese reacomodamiento tiene por el momento efectos acotados.

Si Argentina padece ese resfrío como una grave neumonía es por el pánico que suscita su alocado endeudamiento. El país encabezó en los últimos dos años el tablero mundial de colocación de títulos y es penalizado por ese descontrol. Pero el grueso de la población no es responsable de ese desmanejo. El culpable es Macri y los CEOs de su gabinete, que engrosaron los caudales de la clase capitalista. Para ocultar ese delito los comunicadores del oficialismo achacan a todos los “argentinos”, un desfalco consumado por esa minoría de privilegiados.

 

RETORNO AL MISMO FONDO

 

Las cifras de mayo retratan la gravedad de la crisis: devaluación del 20%, tasas de interés del 40%, pérdidas de 8.000 millones de dólares de las reservas. El temor por un dramático desenlace se acrecienta, con algunos síntomas de traslado de esa tensión a los bancos.

El gobierno se burla de la población emitiendo mensajes de tranquilidad. Pretende crear la ilusión de una simple corrección de la flotación cambiaria, sin consecuencia alguna. Todavía repite que el nivel de endeudamiento es “bajo en comparación al PBI”, como si esos genéricos porcentuales (y no la capacidad efectiva de pago del deudor) determinaran la actitud de los acreedores.

Mientras el discurso oficial minimiza la crisis, los financistas del exterior no cuidan las formas, en sus convocatorias “a escapar de la Argentina” (Forbes). La tranquilidad del gobierno es una burda estrategia, para evitar el despertar colectivo frente a la grave situación.

La decisión de volver al FMI confirma el dramatismo de la coyuntura. Es una medida desesperada que sorprendió a los propios popes del Fondo. Ilustra el pánico de un gobierno que busca blindajes a cualquier precio para frenar la corrida. La decisión fue tan imprevista, que anunciaron el retorno sin programa, ni cambio de ministro.

Los funcionarios peregrinan por Washington desconociendo las condiciones de los préstamos que mendigan. En el contexto de bajas tasas internacionales y cierta recuperación de la crisis del 2008, muy pocos países recurren al FMI. Los que eligen esa salida no tienen otro refugio.

Es totalmente ridículo imaginar la existencia de “otro FMI”. Esa institución es manejada por los mismos expertos en demoler conquistas populares. Los países atados a su tiranía atraviesan por el peor de los mundos. Es el caso de Grecia que no pudo desembarazarse de la auditoría del Fondo.

Los helenos ya padecieron cuarto rescates de sus bancos y tres agudas recesiones que retrotrajeron un 25% la renta nacional. La tasa de desempleo bordea ese mismo porcentaje, la deuda pública ha trepado al 180% de PBI y las pensiones sufrieron 14 recortes.

Argentina afronta las mismas perspectivas. El FMI será durísimo con el país. De las tres variantes crediticias que tiene disponibles sólo ofreció la versión más intragable. Descartó la línea flexible (que recibieron Colombia y México) y la modalidad de precaución (utilizada por Macedonia y Marruecos). A la Argentina sólo le otorgarán el conocido stand by por un monto aún desconocido.

Los 30.000 millones dólares que pide el gobierno superan todo lo asignado a los 13 países con planes de estabilización. La suma final llegará igualmente a cuenta gotas, para evitar su rápida conversión en divisas fugadas al exterior.

Cada porción utilizada de ese crédito será rigurosamente auditada por los enviados del Fondo. Esa revisión simboliza el brutal retorno a los años 90. Los expertos del FMI volverán a desembarcar trimestralmente para constatar su insatisfacción y exigir mayores ajustes.

No hay ningún misterio en los reclamos inmediatos de esa delegación. En diciembre pasado elaboraron un detallado ultimátum de reducción del gasto social, con mayor flexibilidad laboral, reforma previsional y despidos de empleados públicos. La paulatina privatización del ANSES y el drástico recorte de los presupuestos provinciales figuran al tope de esa agenda. En las conversaciones actuales habrían añadido un nuevo blanqueo y sobre todo una mega-devaluación con recesión que permita efectivizar la mejora real del tipo de cambio.

El ritmo y la aplicación de ese paquete dependerán de la intensidad de la crisis, que será testeada el próximo martes. Ese día el Banco Central afronta un enorme vencimiento de títulos (LEBACS). El volumen total de esos bonos equivale al monto de las reservas y al total del circulante. Si una parte de sus tenedores resuelve liquidarlos para refugiarse en el dólar, la corrida puede alcanzar otro pico de tensión.

Si por el contrario esa emergencia queda superada con la aterradora tentación de cobrar un 40% de interés, las mismas disyuntivas reaparecerán en los próximos meses. Como la cotización de todos los bonos argentinos se encuentra en franca picada, ya es evidente la gran desvalorización de activos que sufrirán las instituciones oficiales (empezando por el ANSES), que atesoran esos títulos.

En cualquier escenario el pacto firmado con el diablo del FMI empuja a la economía argentina al precipicio. Ya se avizora el círculo vicioso de ajustes que contraen la actividad productiva, deterioran la recaudación, potencian el déficit fiscal y desembocan en nuevos ajustes. El espejo de Grecia está a la vista, con eventuales elementos de estanflación.

Los anticipos de ese cuadro despuntan en el nuevo piso de inflación anual del 30%. Si la tasa de interés no baja rápidamente la recesión será inevitable. El gobierno cortó 30.000 millones de pesos de la obra pública, pero el FMI exigirá una paralización total. En los próximos meses nadie recordará la ficción estadística de menor pobreza que difundió el gobierno. Basta observar la pavorosa expansión de la mendicidad en las calles, para observar cuál es el panorama social que afronta el país.

 

REACCIONAR A TIEMPO

 

El manejo de la bomba que ha plantado el gobierno dependerá de la memoria y capacidad de reacción popular. El rechazo total al acuerdo con el FMI fue anticipado por las encuestas previas a la negociación. Entre el 75% de los consultados que rechaza el convenio figura la gran mayoría de los votantes del Cambiemos.

El retorno al FMI tiene un significado emotivo enorme. Recrea todo lo sucedido en el 2001. Por eso ya se difunden tantas analogías con el blindaje De la Rúa. Es imprescindible trasformar ese bagaje en rechazo activo, movilización y propuestas alternativas.

El punto de partida es ganar la calle para generar una drástica reversión del curso actual. El clima de tácita aceptación de las desregulaciones -que propagan los grandes medios de comunicación- desguarnece a la economía. Para evitar el agravamiento de la crisis hay que reintroducir todas las regulaciones eliminadas por oficialismo. Son medidas básicas frente a la emergencia.

El control de cambios es tan urgente como la prohibición al libre ingreso y salida de los capitales. Los depósitos de los pequeños ahorristas deben ser protegidos, mientras los grandes bancos y tenedores cargan con las pérdidas de los bonos desvalorizados. Hay que erradicar todos los mitos sobre la adversidad de un “cepo cambiario”. Los dólares no son un bien privado de libre disponibilidad. Sin controles a su atesoramiento y circulación no hay forma de lidiar con las corridas.

En lugar de volver al FMI corresponde investigar la deuda contraída en los últimos años y enjuiciar a los responsables de esa aventura. Caputo, Dujovne y Sturzzeneger deberían estar desfilando por los Tribunales. Mientras se revisa el estado real de las cuentas públicas hay que frenar la hemorragia de divisas que impone el pago de los intereses. La crisis actual empezó con el sometimiento a los fondos buitres y no puede resolverse sin ajustar cuentas con los depredadores del tesoro nacional. El manejo estatal del sistema financiero es una condición para emerger de la delicada situación actual.

Sólo por ese rumbo el costo de la crisis recaerá sobre sus causantes y no sobre la mayoría popular. Ese camino requiere una frontal batalla de ideas con todos los economistas de la derecha que han copado la televisión. Ensalzan el acuerdo con el FMI como una nueva justificación del mega-ajuste y lo presentarán como una necesidad para “cumplir con el mundo”. El mismo atropello que el oficialismo preparaba para después del 2019 será expuesto como un acto de responsabilidad hacia los acreedores.

Pero la factibilidad de esa maniobra se ha reducido drásticamente. El escenario político ha cambiado y las elecciones han quedado situadas muy lejos de la urgencia actual. Macri intentará golpear con el garrote y la zanahoria. Prepara el veto a la ley de restricción al tarifazo y buscará copiar el modelo brasileño de gobierno para-institucional.

Pero es consciente de su debilidad y recurrirá a los gobernadores y al PJ para lograr el mismo aval hacia el FMI, que obtuvieron para concertar el acuerdo con los fondos buitres. Sus socios ya le tendieron una mano en el Congreso al negarse a repudiar el retorno al FMI, aprobando una ley de liberalización del mercado de capitales en plena tormenta financiera.

La intensidad de la movilización definirá quién gana la partida. En pleno desconcierto popular frente al temblor financiero, esa reacción es por ahora limitada. Está pendiente la reaparición de gran fuerza lograda en calles durante diciembre. Esa potencia de la lucha podría recuperarse en las batallas contra el tarifazo y el techo a las paritarias. Pero el rechazo al FMI ocupa ahora el primer lugar de cualquier demanda.

Es urgente frenar la mayor agresión contra las conquistas populares de los últimos años. El tan anunciado mega-ajuste finalmente se avecina. Frente a la artillería que prepara el gobierno, el FMI y los capitalistas hay que erigir las defensas populares a toda velocidad. Como ya ocurrió en el pasado nuevamente son ellos o nosotros.

 

13-5-2018

 

Claudio Katz[1]

 

 

[1]Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

Fuente: Contrahegemonía

Frente al disciplinamiento financiero, rebeldía feminista // Ni una menos

Convocamos a una nueva asamblea el viernes 18 en la Mutual Sentimiento, Av. Lacroze 4181 a las 18 hs.
Estamos ante una situación de crisis producida desde arriba. El gobierno acude al FMI, fomenta el endeudamiento y promueve la suba del dólar para instalar las condiciones del tarifazo y el aumento de precios. La producción de crisis es estrictamente política: es la única manera de imponer las condiciones sociales para el ajuste. En este sentido, estamos ante la producción de un escenario de disciplinamiento social por medio de herramientas de disciplinamiento financiero.
Con las protestas de diciembre contra la reforma provisional cambió el clima político. La legitimidad del gobierno empezó un sinuoso descenso; después de un año de masivas movilizaciones históricas. Las relaciones de fuerza entre movimiento popular y gobierno no permiten la radicalidad neoliberal que se pretende.
Aun así, no hay una lectura compartida desde las organizaciones sobre las fuerzas capaces de llevar adelante una inestabilidad desde abajo.
El desborde de nuevas sensibilidades y políticas hoy se concentra en el movimiento feminista, que es el que está traccionando escenarios de lucha y transversalidad que combinan ocupación de calle y problematización de las condiciones concretas de la vida cotidiana. De acá se desprende una manera nueva, por ejemplo, de pensar cómo oponernos a la deuda como bomba de tiempo y como bloqueo a nuestras autonomías (ademas de repudiar al FMI). Derramar potencia y conectar luchas es la clave de intersección del feminismo con todas las conflictividades del momento. #NiUnaMenos #Vivas, Libres y Desendeudadas nos queremos

Hijos e hijas de genocidas // Clinämen

“Todavía no está claro qué es lo que tenemos que decir; lo que sí está claro es que no nos queremos callar más, los repudiamos, no queremos ser sus hijos, no les dejamos ser nuestros padres”, dice Florencia Lance, hija de un genocida procesado por los vuelos de la muerte. ¿Cómo es festejar el cumpleaños en Campo de Mayo?, ¿cómo es empezar a buscar y animarse a hablar?

Reseña de Vida de Perro // Oscar Cuervo

Fuente: La Otra
Dice Diego Sztulwark en la introducción a Vida de Perro, el libro de conversaciones con Horacio Verbitsky que acaba de publicar: «Verbitsky es un escritor austero que se halla inmerso en el conflicto político que atraviesa a la Argentina. (…) Militancia, periodismo y derechos humanos son momentos de una participación decidida y poco convencional en la política, sobre todo si se toma en cuenta que su poder de influencia no proviene de cargos públicos. Verbitsky maneja información. La obtiene, la interpreta y la usa». Es un modo de aproximación preliminar a la figura de su entrevistado.
Cuando se habla de Verbitsky, es inevitable tratar de determinar con precisión bajo qué categoría se lo piensa. Decir que es el mejor periodista de Argentina parece cierto pero no suficiente. Con eso hablamos de una superioridad profesional, pero la cuestión con el Perro no es una diferencia de grado, de mayor calidad, sino una distinción cualitativa. Si Verbitsky es un periodista, lo que lo distingue es que es también otra cosa. Lleva a cabo una praxis que no tiene en el presente otros practicantes.
De acuerdo: es un escritor. Ok: forma parte de un conflicto político del cual no es un mero analista ni un teorizador. No describe, o no solo describe; por sobre todas las cosas él interviene. La clave consiste en precisar cuál es su modo de intervención. No es la mera opinión ni la simple información. Tampoco es un operador al servicio de determinados poderes fácticos, alguien que dice lo que a otro le conviene que se diga. Quizás lo más interesante de Vida de Perro, de los extensos y pormenorizados repasos de muchos años y situaciones que tuvieron a Verbitsky como testigo, como participante y a veces hasta como protagonista, de las diferencias políticas que a veces asoman entre los interlocutores, sea que el libro incita a cuestionar la naturalización de la práctica del periodismo, requiere pensar en todo lo que hay por debajo, por encima y por los costados de esa profesión con tanta resonancia. Porque es por esos márgenes poco o nada explorados que Verbitsky se ha venido moviendo con una persistencia a lo largo de décadas, lo que lleva a sospechar que hay un pensamiento tácito en su praxis.
Único ejemplar de su especie, parece que Diego Sztulwark advierte esta singularidad, tanto como la necesidad de que algo de ese saber moverse por los intersticios de la lucha política en la Argentina cruenta de los años 60, 70, 80, 90, del 2000 y del presente valga la pena transferirse a las nuevas generaciones: de periodistas y de luchadores políticos.  Verbitsky sabe algo que está implícito en su trabajo: su escritura, en libros, revistas, diarios y últimamente en publicaciones digitales. Es un maestro en el estilo de comunicación indirecta. Deslumbra también por sus silencios. Eso que él sabe lo lleva a intervenir en la disputa política. También a la inversa: por intervenir en esa disputa es que ha aprendido. Y su modo de intervención es gravitante no para un sector político, sino para una diversidad de sectores -eso que a falta de un nombre mejor podríamos llamar «el campo popular», aunque la izquierda clásica no se sienta cómoda con esta categoría- a los que a veces les cuesta sentarse a discutir, si acaso lo logran.
Verbitsky cuando publica sus notas instala un diálogo tenso con diversos actores políticos: con dirigentes de ese campo popular, con el movimiento de los Derechos Humanos (que lo cuenta desde hace varias décadas como uno de sus principales actores), con el peronsimo, el kirchnerismo, la izquierda, las organizaciones sociales, los medios, otros periodistas y muchísimos militantes que esperan sus notas incluso para discutirlas. Su singularidad puede constatarse cuando se percibe la diferencia de la edición dominical de Página/12 antes y después de su salida: el diario puede seguir siendo bueno e interesante, pero perdió algo de la tensión que él le infundía. Quizás haya que buscar por este lado: su escritura no solo describe sino que también crea tensiones con actores concretos.
En este sentido, la conversación con Diego Sztulwark es interesante porque los dos son distintos: Diego es dos generaciones más joven, responde a un perfil más clásico de la izquierda y por ende se encuentra distante del apoyo que Verbitsky manifestó en los años kirchneristas. Si ellos se ponen a discutir, eso significa varias cosas: que Verbitsky y la izquierda clásica no son lo mismo, que ese diálogo es posible y necesario para ambas posiciones y, finalmente, que todavía no se logró hacer, al menos de manera pública.
Sztulwark declara que se propuso entrevistar a Verbitsky para desentrañar su método, por una necesidad histórica: Verbitsky acumuló en estos años un tipo de experticia que ahora hace falta transferir a las nuevas generaciones. Pero leyendo el libro se advierte que no se inquiere por un método en el sentido técnico, sino más bien por una praxis. No cómo hacer, sino qué hacer.
El Perro es reacio a teorizar sobre lo que hace y, en general, a teorizar en cualquier sentido. Su filosofía está implícita en sus movimientos y sobre todo en las cosas que Verbitsky nunca hace, en eso que lo diferencia de otros. Por ejemplo: la categoría de «periodismo militante», a la que no queremos desdeñar, no lo describe bien. Por eso, Verbitsky nunca fue a 678. No porque él desprecie la función o la utilidad política que pudo tener un programa así, sino porque su propia práctica es incompatible con ese tipo de intervenciones. Algo de eso es lo que Sztulwark quiere caracterizar cuando dice que Verbitsky es austero.
También podría decirse que su vinculación con la teoría política es de un pragmatismo escéptico, lo cual no implica que sea políticamente escéptico. Su escepticismo radica en que desconfía de la capacidad de las teorías para apresar las tensiones reales de la política. Quizás ese mismo escepticismo lo haya llevado a distanciarse de las posiciones de la izquierda clásica, a la que durante muchos años llamó «la paleoizquierda». Sztulwark le hace notar su disgusto con esa terminología y Verbitsky, en sus conversaciones, aclara que ya no usa más ese concepto, porque piensa que a partir de la emergencia de nuevos dirigentes como Myriam Bregman o Nicolás del Caño esa caracterización ya no es justa. Sin embargo, la tensión con la –ya no paleo– izquierda subsiste. Cuando en el libro se habla de la cercanía de Verbitsky con el kirchnerismo y también de sus manifiestas diferencias, cuando Verbitsky explica su visión del peronismo y el momento en que decide dejar de ser peronista -1973-, cuando marca el desencuentro de la izquierda trosquista con los procesos políticos populares, en todos esos pasajes también él parece guardar un escepticismo hacia el exceso de teoría que frena prácticamente a la izquierda clásica y la confina a no poder desbordar un límite social.
No lo dice así, pero es lo que yo creo intepretar. Sería algo por el estilo: «la izquierda quiere operar sobre la realidad desde un lugar de claridad teórica que no existe, las contradicciones son reales, también la de aquellos procesos con los que Verbitsky simpatizó o apoyó; él mismo los percibe, pero no está dispuesto a refugiarse en una posición de no contradicción que lo ponga a salvo de atravesar esas tensiones». O como diría Pasolini, en una frase que quizá Verbitsky nunca haya tenido en cuenta, pero es posible que haya encarnado como nadie: «las contradiccciones no hay que resolverlas, hay que vivirlas». La distancia de Verbitsky hacia la izquierda parece provenir de su escepticismo acerca de la existencia de un lugar de enunciación no contradictorio desde el cual ejercer la crítica de las relaciones reales de poder. Si se quiere intervenir en las disputas reales de poder, hay que tener menos resguardos teóricos y asumir la necesidad de que las contradicciones se hagan carne en uno mismo. Verbitsky dice: «Que yo no sea peronista no me hace ignorar la centralidad que aún tiene el peronismo y que puede tener en el futuro”.
Diego Sztulwark reconoce «la necesidad de aprovechar a fondo la mirada sistemática y documentada que Verbitsky establece con el presente político, el ejercicio analítico con que nutre semana a semana a sus lectores desde hace décadas, la perspectiva histórica de algunos de sus trabajos (de modo ejemplar, sus cuatro tomos sobre la Iglesia argentina) y la vocación de intervención en la actualidad, no sólo a través del periodismo sino también a través de dispositivos prácticos de gran alcance, como el CELS».
Un solo ejemplo de cómo en Vida de Perro se transitan estas tensiones. Dice Verbitsky:
– El día que mataron a Mariano, yo comí en Olivos con Néstor y Cristina, de casualidad, no por eso. Lo habíamos combinado antes. (…) Néstor era consciente de la gravedad de la situación. Cristina estaba con el mismo reflejo que el día que discutió conmigo por Milani, el de las provocaciones de la izquierda. Y contaba que el día anterior habían intentado quemar la puerta en una manifestación frente al palacio Pizzurno. Néstor estaba más preocupado por la muerte del pibe y por la patota que por la política de la izquierda. Esa fue la última vez que lo vi. Murió una semana después. Estaba cansado, se lo veía desmejorado, se fue a dormir temprano. Me llamó por teléfono uno o dos días después, exultante porque había logrado identificar a uno de los de la patota y había contado cómo había sido todo.
DS: ¿El CELS ya había definido tomar el caso Ferreyra?
HV: En ese momento aún no había causa. Yo siempre pensé que el CELS tiene que estar en ese tipo de conflictos fundamentales. En este caso, hubo un cruce de muchos trabajos nuestros: el litigio, el adecentamiento de la justicia, la violencia institucional, la precarización del empleo.
DS: ¿Por qué el adecentamiento de la justicia?
HV: Porque en el transcurso de la investigación se detectaron los sobornos y la intervención de la Side para beneficiar a Pedraza y lograr su impunidad. Denunciamos todo eso y promovimos una causa penal y el juicio político contra un juez de la Cámara de Casación, Eduardo Riggi. (…)
DS: ¿Cuál es tu balance del juicio?
HV: Del juicio a Pedraza, extraordinario. Muchas veces las patotas sindicales atacaron a militantes y opositores, como el caso de Blajaquis y Zalazar. Pero esta fue la primera vez en la historia argentina que un burócrata sindical fue condenado por el accionar de una patota. El kirchnerismo tuvo mucho que ver con eso. La izquierda dice: “Pedraza era el dirigente sindical del kirchnerismo” y muestra la foto con Cristina y con Néstor. Sí, es cierto, pero cuando mataron al pibe, el kirchnerismo se puso de punta contra Pedraza, y a pesar de todos esos nexos que evidentemente existían, no hizo nada para defenderlo sino todo lo contrario. En cambio, no tuvimos éxito con las denuncias contra Riggi, que fue protegido por la corporación judicial. Hubo críticas al juicio e incluso al CELS desde algunas posiciones liberales o de izquierda por no haber ido más arriba de los policías, hacia las responsabilidades políticas, particularmente contra Aníbal Fernández. Algunas personas lo dicen de buena fe y otras no. No es que el CELS no fue contra Aníbal Fernández, sino que no encontramos elementos para ir en contra de él. De hecho, hubo un juicio público transparente, que duró meses, y nadie aportó ningún elemento que mostrara algún involucramiento de Aníbal, más allá de las declaraciones estúpidas que hizo bancando la versión judicial. Ni la estupidez ni las posiciones políticas cuestionables son delito. Eso vale para un reproche político, pero no penal. El saldo de ese juicio ha sido muy importante y muy positivo. Puso en evidencia en la persona de Pedraza la parábola de la burocracia sindical. Yo lo conocí a Pedraza de joven en la CGT de los Argentinos (CGTA). No venía del peronismo sino de alguna de las orgas marxistas que confluyeron en la CGTA, enfrentadas con la burocracia sindical vandorista. Y décadas después termina siendo el responsable del asesinato de un pibe como él. Han pasado cuarenta años y él es el asesino de su propia juventud, impresionante.
DS: Fue un acontecimiento terrible que muestra algo más: un contraste entre tipos de militancia juvenil. Reconozco a la militancia como la de Mariano Ferreyra el hecho de meterse de lleno en el conflicto obrero, en el problema de los tercerizados, contra los componentes fascistas que contribuyen a gobernar las fuerzas del trabajo y que otras militancias no cuestionan.
HV: Es lo que te decía yo con respecto a la subordinación de la lucha gremial al partido político. Es lo mismo que sucede en Lear, con los cortes en la Panamericana. No cortan los laburantes, son los centros de estudiantes, es el partido.
DS: No sé, creo que no nos entendimos.
HV: Yo creo que sí. Sólo que acentuamos cosas distintas.
DS: Lo que quiero decir es que la patota de Pedraza, al tratar de sacar a los pibes que acompañan esas luchas por “rojos”, termina de confirmar –por contraste– que hay militancias que no acompañan esas luchas ni hablan de esos poderes fascistas. Me refiero concretamente a cierta militancia juvenil kirchnerista, que en estos años se ha planteado más como “soldados” de Néstor y Cristina que como una fuerza autónoma capaz de intervenir en conflictos como este que estamos señalando. Desde ahí me parece muy problemático que se silencie ese tipo de militancias como la de Ferreyra.
HV: En ambos casos son fuerzas subordinadas a un proyecto político. La Cámpora, al de Néstor y Cristina; los pibes de izquierda, al PO u otros partidos de izquierda. No me parece que difieran en eso. Yo no puedo dejar de ver que en el gran cuadro general uno es una fuerza progresista y el otro es una fuerza reaccionaria. Yo creo que el PO es una fuerza reaccionaria. Sus opciones políticas en la escena nacional jugaron en aquellos años del lado de la derecha y las del kirchnerismo, no. Esto no califica la militancia respectiva. A mí me resulta mucho más simpático Nicolás del Caño que Insfrán.
DS: ¿Dirías que un tipo como Insfrán, en Formosa, por el marco en el que estuvo inserto, terminó por fortalecer una política progresista incluso a pesar suyo?
HV: Sí, pero eso dura lo que dura el Gobierno nacional; cuando se acaba el gobierno, Insfrán vuelve a ser lo que es. Ahora los procesos en los territorios que controlan esos gobernadores quedan liberados a su propia influencia. Nosotros defendemos a Félix Díaz en Formosa, a la comunidad Qom. Y no dejamos de ver lo difícil de la situación en la que Insfrán tuvo apoyo. Es una mierda que haya sido así. Al mismo tiempo, no son pocos quienes viajan a la provincia y cuentan que en torno a Insfrán hay mafia, narco. En el contexto nacional, lo que hacemos desde el CELS es defender a La Primavera y enfrentar a Insfrán. Con toda la dificultad que tiene eso en un contexto como el que se dio en la década pasada.
[Fin de la cita]
En este notable pasaje aparecen todas las tensiones que mencioné al principio de este post: las que subsisten entre el apoyo crítico de Verbitsky al kirchnerismo y la distancia de la izquierda clásica, mejor representada por Sztulwark. El rol de Verbitsky como dirigente de una organización de Derechos Humanos. Sus discusiones con Néstor y Cristina y sus momentos de encuentro en causas que Verbitsky considera reivindicables. Su objeción hacia la falta de perspicacia de la izquierda para involucrarse en las luchas donde se disputa el poder real. Las tensiones entre su rol de investigador y su rol de luchador político, en las que ninguno de los dos roles anula al otro.
¿Qué es Verbitisky? parece preguntarse el libro Vida de Perro. No ¿quién es?, como si lo importante fuera algo del ámbito de su intimidad o su psicología particular. Qué es significa: qué tipo de práctica encarna, cómo hay que pensarla, que fertilidad permite esta práctica y que obstáculos encuentra. En un pasaje, Sztulwark dice que Verbitsky es un investigador político. La fórmula es atractiva, siempre que el «político» no sea solamente el adjetivo de «investigador». Puede pensarse también invirtiendo los términos: político investigador. La investigación del poder como una modalidad de la intervención política, que exige hallar un punto preciso en el que se reserva grados de autonomía que un militante típico no posee, pero no se sacrifica por eso un compromiso efectivo, el apoyo a determinados procesos en los que el poder real está en disputa, aun cuando estos procesos tengan aspectos contradictorios. O mejor: precisamente porque estos procesos son contradictorios hace falta involucrarse en ellos.

La tensión entre el kirchnerismo y la izquierda. Una conversación con Diego Sztulwark // La Otra radio

Para escuchar la conversación completa con Diego Sztulwark, tienen que clickear acá.
Fuente: La Otra
Diego Sztulwark nos dice, a propósito del tiempo que le llevó concretar Vida de perro, su libro de conversaciones con Horacio Verbitsky, que fueron dos años de encuentros con el Perro, pero antes transcurrieron otros dos años para convencerlo de que tenían que hacer el libro:
-Me acerqué con la curiosidad de qué pasaría si alguien como Verbitsky, que en los últimos diez años había estado comprometido con el proceso político kirchnerista, apareciera ofreciendo un balance mucho más largo y más complejo de la historia política argentina, de la historia de la militancia y la historia de la investigación. Más complejo, digo, que aquellos que se vieron involucrados en el debate militante de los últimos años, a favor y en contra, que a mí me parece que en muchos momentos redundó en una especie de simplificación muy brutal. Y Verbitsky ofrecía la posibilidad de otra complejidad, por su trabajo de sistematicidad, por método, por precisión de la información, pero también porque tuvo cuatro o cinco décadas de protagonismo muy fuerte y era un interlocutor privilegiado para hacer un repaso de nuestra historia política, no para hacer sólo una historia, ni mucho menos por arrepentimiento, sino, al contrario, para restituir historicidad a los debates actuales y las tareas militantes de este momento. Él se fue convirtiendo en un actor político muy singular, una persona que tiene muchísima influencia, muy leída, sus columnas se esperan, para bien o para mal, en muchos sectores de toma de decisiones del país. Sin embargo su poder de influencia no ha dejado de ser su capacidad para tratar la información y escribir. El no tuvo ni grandes capitales ni grandes cargos públicos.
– ¿Y por qué tanto tiempo para convencerlo?
– Yo en 2013 estaba en contacto con él por tareas militantes de ese momento, a través del mail. No lo conocía personalmente y, en contra de las imágenes habitualmente blindadas de Verbitsky como una persona inaccesible, me respondió con suma amabilidad. Me sorprendió muchísimo y me tomé el atrevimiento de decirle que yo creía que sería interesante hacer una reflexión de balance con alguien que viniera de los años 70 e hiciera un recuento histórico de procesos políticos más largos. Se lo venía proponiendo y él no me respondía más que con monosílabos o muy secamente: «no», «más adelante», «vamos a ver». Pero la noche en que Macri le gana a Scioli por tan pocos puntos la segunda vuelta electoral le dije: «bueno, es el momento». Y él me dijo: «sí, es el momento, pero yo soy un señor mayor, así que yo voy a marcar los tiempos».
Pasaron todavía algunos meses de 2016 entre respuestas evasivas, y en marzo Sztulwark insistió: «mirá, Horacio, creo que hay que hacerlo ya». Verbitsky respondió: «sí, yo le tengo un poco de miedo a tu registro más abstracto, más filosófico». Sztulwark le explicó que desde muy joven había sido un militante político y había leído sus notas, que conocía ese lenguaje perfectamente y creía que podían trabajar en ese nivel de conversación. Verbitsky aceptó y le dijo: «vamos a trabajar dos mañanas por semana durante los meses que hagan falta». El había recibido muchas veces propuestas de libros de entrevistas y por razones diversas las había ido rechazando. Cuando aceptó finalmente la propuesta de Diego, Verbitsky dijo: «sí, vos tenés la edad de mis hijos, me interesa cómo esa generación puede tomar mi obra, puede narrar y hacer algo con eso».
Entonces apareció el obstáculo por el cual Verbitsky recelaba de ese registro abstracto que suponía que Sztulwark manejaba:
– Él rechaza -dice DS- toda ideología abstracta, le tiene mucha desconfianza. Para él la política nunca puede encallar en la moral o en categorías abstractas, porque piensa que hace falta un ritmo, una vitalidad y una apertura, un habitar las contradicciones que él no encuentra en la izquierda clásica. Y él me pidió: ‘yo te cuento lo que hago y vos conceptualizá’.
Esta tensión es lo más interesante que plantea Vida de perro. Ante cada pregunta que corriera el riesgo de elevarse hacia conceptos muy generales, Verbitsky intentaba reconducir la discusión hacia las condiciones concretas en las que los conflictos se desenvolvieron, las fuerzas materiales que incidieron y los obstáculos que había que enfrentar para tomar una decisión, tanto en su época juvenil como militante de Montoneros, como en su década de compromiso maduro con el kirchnerismo.
La desconfianza de Verbitsky hacia la abstracción teórica no es una cuestión de estilo. Más bien él la considera un problema político: la principal objeción que le achaca a la izquierda tradicional argentina -que durante años llamó, aunque ya no, la «paleoizquierda»-es su incapacidad para vivir las contradicciones reales y operar sobre ellas, su inclinación a resguardarse en un plano teórico donde los conceptos estén despejados y desde allí posicionarse en el cuadro de la lucha política. Eso hace que sea el peronismo, y no la izquierda -si interpretamos bien el pensamiento implícito en la praxis de Verbitsky- el campo desde el cual se puede llevar a cabo una lucha transformadora contra las clases dominantes argentinas. La izquierda, por causa de la abstracción conceptual que privilegia para orientarse en sus decisiones, a menudo se coloca en un lugar apartado de los intereses populares. Verbitsky le dice a Sztulwark, como reprodujimos en un post anterior, que el PO es una fuerza reaccionaria y sus opciones políticas en la escena nacional juegan muchas veces del lado de la derecha, mientras que el kirchnerismo es una fuerza progresista. Esto no le impide valorar el compromiso militante de los jóvenes que integran la izquierda trosquista, ni ver la cuestionabilidad de figuras como Gildo Insfrán, integrante del FPV en los años de Néstor y Cristina. Pero esas cualidades personales no deben confundirse con una apreciación más global acerca de cómo cada fuerza opera en las pujas políticas argentinas. Por eso, desde hace décadas es desde el peronismo que, con sus contradicciones y zonas oscuras, se lleva a cabo una lucha contra el poder oligárquico o el poder financiero trasnacional, mientras la izquierda se abstrae en los márgenes. Estas tensiones aparecen en un tramo del libro en que hablan del conflicto del kirchnerismo con la comunidad primavera, de Félix Díaz:
DS: Mi interés en esta conversación tiene que ver en parte con tratar de entender, valorar y también discutir esta posición tuya, que tiene la complejidad de una doble valoración. Por una parte hiciste una lectura del FPV en la coyuntura argentina en términos positivos, sin negar que esa posición contiene a Insfrán (acabás de decir que te parece que el FPV fue objetivamente más progresista que el PO), y al mismo tiempo, el CELS defiende a Félix Díaz y a la comunidad de La Primavera contra el mismo Insfrán, que formó parte de ese Frente. Hasta cierto punto, se da el mismo esquema en el caso Ferreyra/Pedraza. De algún modo, me parece que el kirchnerismo en el gobierno no asimiló ni las demandas de los trabajadores tercerizados ni las de las comunidades en conflictos por tierras contra el Estado provincial o las grandes empresas.
HV: Yo te conté la pelea con Cristina por Milani, así que también te puedo contar la pelea por Félix Díaz. Algunos hijos de puta nos acusan de haber participado en el desalojo de los Qom. Todo lo contrario. A mí me avisa Gastón Chillier que está en el lugar, que los Qom se van, que están los ómnibus en el lugar, que está todo arreglado para que se abra la mesa de negociaciones, pero que allí está el Cuervo Larroque apurando, empujando para que se vayan. Y yo la llamo a Cristina y le digo: “Se acordó la negociación, se van voluntariamente, se están yendo. Déjenlos que se vayan tranquilos, no los apuren”. Y Cristina me dice, gritando: “Yo lo mandé al Cuervo, si te parece mal lo que hace el Cuervo te parece mal lo que hago yo, porque yo lo mandé al Cuervo”. Y le digo: “Sí, me parece mal lo que hacés vos, si fuiste vos. Te estoy diciendo: es provocativo, innecesario, tergiversa las cosas”. Fue la otra discusión fuerte que tuve con Cristina.

En una reflexión incluida en el libro, Sztulwark acota:
 
«Su razonamiento, concentrado en la confrontación con la derecha más conservadora sobre qué valores se ponen en juego a la hora de evaluar los gobiernos de los Kirchner –a qué se llama “errores” y a qué “aciertos”–, tiende a eludir por momentos una profundización en cuestionamientos políticos que podrían iluminar desde otro ángulo –ya no en polémica con las derechas, sino con las izquierdas–la debilidad de las transformaciones ocurridas estos años. Ese otro costado de la discusión [el que Sztulwark reivindica] pretende cuestionar la articulación entre modo de acumulación, modo de pensar y modo de toma de decisiones sobre la que se recostaron, con diferencias entre sí, los gobiernos llamados progresistas.
«Aunque tal vez haya otro modo de considerar el problema de la debilidad política de estos gobiernos progresistas. Su tendencia a plegarse a líneas neodesarrollistas –confianza en la creación de empleo de calidad a partir de un proceso de industrialización y de una centralidad del Estado- nación que subestima fenómenos como el de la llamada economía popular–y neoextractivas –explotación de recursos naturales para la exportación, según los requerimientos del mercado mundial–imposibilitó la consideración de combinaciones más audaces entre los aciertos que enfurecieron a las oligarquías –bajar el cuadro de Videla de la ESMA, estatizar las AFJP– y líneas de experimentación más creativas con los sujetos que emergieron de la crisis de 2001. Esa falta de experimentación sostenida puede ser comprendida como el anverso de lo que con frecuencia se llama los “errores” del gobierno, que la mayoría de las veces no han sido sino compromisos con las fuerzas del orden (empresas multinacionales que sustraen riquezas vía extracción de recursos o vía fuga de capitales, todavía habilitadas por la legislación de la dictadura en lo que concierne a las operaciones bancarias y empresariales, apoyadas por las fuerzas represivas y de seguridad de modo directo o tercerizado).

«Si algo parecido a un programa circuló de hecho entre las multitudes que protagonizaron la crisis del año 2001 argentino, ese programa fue parcial e inorgánico. Sin embargo, esa fecha sigue ofreciendo una perspectiva histórica, incluso para entender por qué, de todas las expresiones políticas creadas en aquella coyuntura, fue el PRO(hoy Cambiemos) el que mejor capitalizó a largo plazo el proceso abierto en aquella crisis».

Sztulwark y Verbitsky debaten:

DS: Me parece que el cierre de la toma de decisión política sobre un grupo político que subordina o excluye a referentes de luchas populares resta capacidad de identificar contradicciones y debilita la capacidad crítica de cualquier gobierno. ¿Cómo juntar fuerza de transformación sin ensayar procesos de decisión más colectivos?
HV: Siempre fue así. Fue así en los aciertos y fue así en los errores. Estoy de acuerdo con lo que planteás pero, de nuevo, es lo que dijimos anteriormente: la incorporación de las organizaciones sociales a la decisión política hubiera significado que la ruptura con Moyano no se habría producido en 2010 sino en 2004 y que el Congreso no habría aprobado todas las leyes que aprobó. Seguramente había equilibrios mejores, seguramente se habrían podido hacer cosas que no se hicieron y que hubieran dado mejores resultados. Siempre, en cualquier situación, este razonamiento es válido. Sin embargo, como balance de conjunto de la experiencia de los doce años, yo no veo que se hubiera podido hacer mucho más que lo que se hizo. El país había atravesado veinte años de democracias totalmente dependientes, incompletas, que se limitaban a hacer viables las políticas de ajuste por métodos no violentos, más otros ocho años entre lopezrreguismo y dictadura, de destrucción de bases materiales, de desindustrialización, de precarización laboral.  (…) La fantasía de la izquierda que pedía asamblea constituyente en 2002, y la idea de que estaban en una situación prerrevolucionaria, me parece que no está sostenida en ningún hecho de la realidad, es nada más que una expresión de deseo.
En la conversación que tuvimos el domingo en la radio Sztulwark reconoce que estos reproches de Verbitsky hacia el carácter abstracto de la política de izquierda provienen de una discusión anterior, la que John William Cooke desde el peronismo revolucionario sostuvo con la izquierda marxista clásica hace muchas décadas. La tradición, que viene de Cooke y en cierta forma Verbitsky encarna, propone partir de los fenómenos de radicalización y tensión efectivos y no de un conjunto de abstracciones lógicas.
– Creo -dice Sztulwark- que es el problema, en última instancia, de cómo se piensa la dialéctica. Él [por Verbitsky] lo piensa en términos de una dialéctica que hay que habitar en una tensión y no como una resolución. Hay, como decís vos, una teoría nunca del todo enunciada pero que está ahí operando, y claro que es fascinante. Pero me pareció siempre que con Verbitsky no serviría de nada si yo me ponía en el papel de admirador, que lo que había que hacer con Horacio, como con cualquier persona con la que uno tiene una interlocución, es pensar cuáles son las tensiones con las que hay que trabajar, el tipo de sacudidas que hacen que ese pensamiento esté obligado a decir más de lo que ha dicho, ¿no?
Sztulwark no se considera parte de una izquierda clásica, sino de un autonomismo que revaloriza el proceso de emergencia de los movimientos sociales, sobre todo los que aparecen en las asambleas de principios de siglo, posteriores al colapso de la alianza, que él considera que el kirchnerismo en cierta forma vino a obturar. ¿Cómo devolverle peso, en los momentos de decisión política, a estos sujetos colectivos, sin delegar su representación en liderazgos individuales que adelgazan, según su perspectiva, esta lucha?
Y la conversación siguió moviéndose entre planteos más conceptuales y ejemplos más concretos: Perón, Bergoglio, Néstor, Moyano, Mariano Ferreyra… La manera en que Verbitsky tramitó estas tensiones y el modo en que debemos repensarlas ahora que se plantea un nuevo momento político, en la resistencia contra el macrismo.

Moro Anghileri sobre Vida de Perro // Booktrailer #3

“Es un libro que hace un recorrido histórico de un modo muy vivo”, dice la actriz. Reflexiones sobre el libro de Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark

 

 

Devalúan // Diego Valeriano

Se devalúan las travas viejas del cementerio cuando llegan pibas nuevas, se devalúan esos pocos pesos guardados por las dudas. Se devalúan tus posteos, tus mezquindades y bajezas. Se devalúa la militancia que ya no cambia ni sus vidas, los que bancan a la jefa, las que aplauden panelistas. Se devalúan la esperanza, la alegría, las amigas. Se devalúan la teoría y bastante las palabras. Siempre devalúan los que hablan de la vida.

Se devalúan los talleres esos buenos para nada, los programas del PNUD y la educación redentora. De tanto que se devalúa ya se mata por muy poco, andar enfierrado paga menos que hace unos días. Se devalúan los guachines porque la plata les quema. Se devalúan de marchar las mamás luchonas, se devalúan los ortibas que se sienten traicionados y las chetas que esperaban otra cosa.

Se devalúan los careta porque la fiesta les explota, se devalúan los gendarmes porque extrañan a su hijas, se devalúa el peruano demorado en la frontera, se devalúan los quinteros y la tierra que no alcanza. Se devalúa la realidad que atacamos a pastillas. Se devalúan los padrastros porque las pibas son más pillas, se devalúan los dirigentes porque piensan en la propia.

Se devalúan amigos, cumpas y los setenta. Lo que pasa es que el escabio ya ni alcanza para atontarnos. El 2001 devalúa porque explicamos demasiado, se devalúa nuestra memoria de las calles de hace años. Se devalúan los posteos convocando a la nada, opinando como giles de las cosas que nos pasan, porque siempre devaluamos y valemos mucho menos.

Lo que no se devalúa es lo que pasa de verdad: las pibitas, los gedientos, las que llegan de mañana. Los que rompen noche, las que segundean en la clínica de Celina, los que corren en los pasillos tirando en la huida. Las maricas y sus gritos invitando a la vida, los amanecidos que chocan con la gorra porque queda de camino, las que arrancan, los que viajan bien manija hasta Flores y los pibitos que te asustan en las vía.

Políticas del deseo: retomar la intuición del 68 // Amador Fernández-Savater

 

¿Qué nos puede dar qué pensar hoy el 68 a quienes queremos una transformación sustancial del orden de cosas? Tiene que ver con una intuición que aparece entonces y con la que es urgente retomar el contacto si queremos salir de las posiciones reactivas con respecto al neoliberalismo y volver a tomar la iniciativa.

La intuición del 68

¿Cuál es el significado del 68 en la historia revolucionaria del siglo XX? Podríamos decir que es el comienzo de una crisis y una decadencia: el declive de la hipótesis de la revolución a través de la toma del poder, hegemónica desde la revolución rusa de octubre de 1917.

El 68 no fue sólo el mayo francés, sino una onda larga en el tiempo y el espacio que atravesó EEUU, México, Checoslovaquia, Italia, España, etc. En ninguno de los casos se trató de tomar el Estado a través de un partido de vanguardia. Se expresa así una intuición: no se cambia la sociedad (solamente) adueñándose del poder, ni siquiera de los medios de producción.

¿Qué ha pasado en la Unión Soviética desde 1917? Sin duda se ha producido un gran cambio en el poder político. Sin duda se ha producido un gran cambio en las relaciones de producción: desaparición del mercado, de la propiedad privada de los medios, de la competencia, etc. Pero se han reproducido sin embargo las lógicas más profundas del capitalismo burocrático: la división rígida entre dirigentes y ejecutantes, la concentración vertical del poder de decisión, el culto a la “ciencia” de los expertos, la taylorización del trabajo, el crecimiento y la productividad como fines últimos, etc.

Lo llamo “intuición” porque se trata de una formulación clara en la época, sino de algo confuso y balbuciente, con muchas versiones distintas. Están aún los que critican la URSS en el interior del marco conceptual marxista-leninista, los que piensan que la toma del poder debe complementarse con una revolución cultural (es el mensaje de Mao o el Che), etc. Pero un pálpito general dice: no basta con una revolución política. ¿Entonces?

Economía política, economía libidinal

Los años 70 en Francia son años de altísima productividad filosófica. El pensador argentino León Rozitchner decía: “si los pueblos no luchan, la filosofía no piensa”. Es decir, la filosofía no es una burbuja que funciona en circuito cerrado, sino que se alimenta de los impulsos y los problemas que se plantea la sociedad. Pero si los pueblos luchan, la filosofía tensa su esfuerzo al máximo. Y eso es lo que ocurre en los 70 en Francia.

Propongo imaginar esa productividad filosófica como animada por las distintas tentativas de hacerse cargo en el plano de las ideas de la intuición del 68. En los 70 se despliegan elaboraciones complejas sobre el poder, el saber, la sexualidad, el imaginario, el intercambio simbólico, etc. Se trata de una reconceptualización general que desborda el marxismo como marco teórico exclusivo o privilegiado. Y de la que nos seguimos nutriendo hasta el día de hoy.

Uno de los pensadores que trata de hacerse cargo filosóficamente de la intuición del 68 es Jean-François Lyotard, que durante los 50-60 había militado en el grupo autonomista Socialismo o Barbarie y que vivió la tormenta del 68 desde su epicentro: la universidad de Nanterre y el Movimiento 22 de Marzo.

La figura de Lyotard ha quedado clavada hoy en día a la noción de la posmodernidad, pero en su vida hizo otros muchos viajes de pensamiento. En los 70, por ejemplo, desarrolla una compleja filosofía en torno al deseo, en diálogo con las más conocida de Gilles Deleuze y Félix Guattari.

¿Qué forma le da Lyotard a la intución del 68? Resumo el planteamiento en una sola frase y paso a explicarla: Lyotard dice “no hay economía política sin economía libidinal”. ¿Qué significa esto? Muy resumidamente: no hay modo de producción que no esté sostenido en una determinada posición de deseo. En un tipo de actitud, de motivaciones y de disposición ante los demás, el mundo y la vida en general.

No hay macro sin micro. Los revolucionarios que trataron de introducir cambios sociales radicales sin tener en cuenta la cuestión de la subjetividad fracasaron estrepitosamente. Se cambiaron los contenidos sin tocar las formas y se reprodujo así el mal de la dominación, que no está sólo fuera sino también muy adentro de nosotros mismos.

Mutación de la posición de deseo

Hay que imaginar entonces la transformación social, dice Lyotard, como unamutación radical de la posición del deseo.

¿Por qué “posición? Porque no sólo es un cambio de un objeto de deseo por otro, sino de un cambio del modo mismo de desear, del lugar mismo desde el que lo hace: no sólo de lo que se quiere, sino de cómo se quiere lo que se quiere. No simplemente otros políticos, sino otra relación con lo político, no simplemente otro trabajo, sino otra relación con el trabajo, etc.

Se quieren otras cosas, se quiere distinto. La mutación de que hablamos significa una redistribución radical de lo deseable y lo indeseable, de lo que importa y de lo que no importa, de lo que nos hace vibrar y de los que nos deja indiferentes. A nivel de cuerpo y de piel, no meramente ideológico.

En definitiva, el cambio social según Lyotard es un problema de metamorfosis.Una mutación en la configuración misma de lo humano. El reventón de determinadas costuras antropológicas, la producción de una humanidad diferente y de otras posibilidades de existencia: un cambio de piel.

Una metamorfosis que sería completamente equivocado ver como un proceso feliz, lineal o necesario, porque es alegre y dolorosa a un tiempo, está atravesada de retortijones o contracciones, de altibajos y desvíos, de saltos y regresiones, repleta de suciedad, sangre, barro, impurezas… Es querida, asumida, pero también temida y rechazada. A veces las dos cosas, por las mismas personas, al mismo tiempo.

1968: un régimen regulador de la energía

¿Cómo es la posición dominante del deseo en los años 60, en la época del fordismo y la sociedad industrial? Lyotard habla de un régimen “regulador” de las energías que tiende a “normalizar” los cuerpos y a producir sólo intensidades medias, mediocres.

En el ámbito del trabajo, es el taylorismo según el cual “el obrero debe ser una mezcla de orangután y robot” como decía el propio Taylor. Definición estandarizada de las tareas, exclusión de toda forma de participación o implicación afectiva en el proceso de trabajo, sumisión absoluta a una jerarquía o estructura piramidal. El capitalismo de los años 60 es altamente represivo y disciplinario: ejerce un poder autoritario que fija los cuerpos a lugares y funciones. En la fábrica desde luego, pero también en la familia, la escuela, el hospital, el ejército, etc.

En el ámbito del consumo, es el triunfo absoluto del valor de cambio: cualquier objeto puede entrar y circular en el sistema si es susceptible de intercambiarse por dinero. Nada es sagrado, no hay nada “intocable”, todo se puede profanar: vender, comprar, comercializar. El dinero es el mediador absoluto, que destruye todos los demás: los viejos códigos pre-capitalistas que regían antaño la producción y circulación de bienes. En el fondo, no hay cosas, no hay personas, no hay actividades, no hay saberes ni creencias: sólo existen distintas máscaras del valor de cambio.

El “tipo humano” que se produce y reproduce entonces es el “homo economicus” que ahorra, calcula, negocia, defiende sus intereses, trabaja, es dócil, sobrio, serio, moderado. No se trata de un ser “sin deseo”, sino con un deseo obediente y dispuesto por lo abstracto.

La deriva del deseo en 1968

¿Cómo entender, desde aquí, los movimientos de los años 60? No son movimientos sociales, localizados y acotados, con sus reivindicaciones y demandas, sino más bien de derivas del deseo. Movimientos en las placas tectónicas de la sociedad.

Por un lado, suponen una gigantesca retirada del deseo que vacía de savia los canales y los objetos establecidos: la familia tradicional, el trabajo de fábrica, el individualismo en serie, la autoridad, el dinero, el consumo y la propiedad, el amor de pareja como propiedad del otro, etc. Erosión gigantesca e invisible: el tipo humano propuesto por el capitalismo burocrático no se critica ni se denuncia, sino que se deserta masivamente, mediante un desplazamiento de inversión libidinal.

Ya no se quiere lo que antes se quería. El deseo no se deja organizar mediante las instituciones establecidas, el poder disciplinario no es capaz de producir y reproducir un determinado tipo de cuerpo, los jóvenes no se reconocen ni se conducen como “homo economicus” y el sistema se gripa.

Por otro lado, el deseo se dispone de otra forma, empieza a funcionar de otro modo, inviste cosas distintas y otros “valores”: la autonomía frente a la disciplina y la autoridad; la intensificación de las pasiones frente a los vínculos instrumentales con el mundo; la comunidad frente al individualismo hermético de los átomos sociales. Las experiencias políticas y contraculturales de los 60 dan forma a una verdadera sociedad paralela compuesta de espacios y tentativas comunitarias, redes de apoyo y vínculos apasionados. El deseo social se fuga hacia un “afuera”.

Borrar la intuición del 68

¿Cómo se leen hoy los años 60? Desde la derecha, son el “chivo expiatorio” hacia el que redirigir los miedos contemporáneos: así, son los 60 -y no las políticas de precarización y desprotección de la vida- los culpables de la decadencia de todos los valores, la desorientación generalizada y el “caos” de la sociedad actual.

Pero los movimientos de los años 60 son también objeto de crítica desde el otro lado. En una curiosa complicidad con la derecha, leemos hoy a críticos de izquierda arremeter contra ellos. Se nos dice que el 68 fue en el fondo un movimiento liberal que aceleró la emergencia o consolidación de la sociedad de consumo y de la “modernidad”, fragmentando a la clase obrera, promoviendo el individualismo, rechazando toda tradición y toda disciplina en nombre del narcisismo, etc.

Esos análisis no tienen por lo general ni pies ni cabeza. Pero lo importante es leer el subtexto de las críticas: hay que abandonar las políticas del deseo y volver a las formas de la política clásica. El Partido y la conquista (electoral) del poder, la representación del pueblo identificado como víctima, la identidad o la moral como resortes y palancas, la izquierda, etc. El único horizonte posible de la política de emancipación sería, según estos críticos, la defensa del Estado social en desmantelamiento.

Se pretende así borrar la intuición del 68.

Mi idea es justo la contraria. Si el neoliberalismo hoy es tan fuerte se debe no sólo a que engaña y reprime, sino a que se presenta como evidente y deseable. Es preciso leer la contrarrevolución neoliberal de las últimas décadas, no simplemente como un ataque a la composición obrera y el salario, sino como uncontragolpe en términos de deseo.

En los años 60, los movimientos iban por delante y el poder los perseguía, pescando a los jóvenes que se fugaban y devolviéndolos a casa, etc. Hoy es justo al revés. Pensemos en el Airbnb (un ejemplo entre mil): el neoliberalismo lleva la iniciativa y la política de izquierdas se limita (en el mejor de los casos) a “regular”. El capital lee las corrientes sociales profundas, capta el deseo, sabe traducir todas las energías a dinero, inventa y crea. Y la izquierda sólo aspira mientras a imponer tal o cual impuesto sobre los flujos de mercado.

Si hoy las fuerzas de emancipación son tan efectivamente débiles es justamente porque han perdido el contacto con la intuición del 68. Ya no disputan en torno a las formas de vida deseables e indeseables, sino que se limitan a la opinión crítica, la política comunicativa, la resistencia que nada resiste.

Tomar de nuevo la iniciativa sólo puede consistir en plantear de nuevo la disputa en el plano del deseo: ¿qué tipo de ser humano somos y queremos ser? Pero hay que hacerlo en condiciones cambiadas, porque hoy vivimos en otra economía del deseo muy distinta a la de los 60.

2018: un régimen depredador de la energía

¿Cuál es hoy la posición dominante del deseo? Lyotard habla en 1974, en unas cuantas páginas visionarias, de un régimen “depredador” de las energías.

El “depredador” no es simplemente el vampiro que chupa la sangre. La figura es distinta, más compleja, más interesante: el depredador exalta las energías (para robarlas), depreda energías sobreexcitadas.

Resuena hoy poderosamente con el capitalismo de las finanzas, las políticas extractivistas, la especulación desregulada, la penetración del capital en capas del ser vivo (humano y no humano) que permanecían intocadas, el pillaje, el saqueo y la violencia machista como formas de conquista. Lo que se conoce como neoliberalismo.

¿Y el deseo? El neoliberalismo no sólo reprime o disciplina, sino que intensifica las energías: moviliza, agita, estimula. El “tipo humano” que produce y reproduce ya no es el “homo economicus”, sino lo que podríamos llamar el “maximizador” animado por el deseo de siempre-más. El maximizador no busca el ahorro, la moderación, la sobriedad o la seriedad, sino la superación indefinida de sí mismo:formación continua, máxima flexibilidad, evaluación constante, competencia permanente, etc.

Es el  “lobo” de Wall Street: desquiciado, siempre dopado, despilfarrador, depredador de contactos sexuales, sobreacelerado, desmesurado, impaciente, impúdico, desvergonzado. Siempre de subidón: el tipo de intensidad que nos propone el neoliberalismo es el subidón.

Del aburrimiento al agobio

El neoliberalismo ya no nos dice no (“no puedes”), sino sí (puedes y debes). No nos fuerza como un poder exterior, sino interior y voluntario. No reprime el goce (o no pone el goce en la represión), sino que lo suscita. Es una modulación del deseo de la que parece mucho más difícil escapar.

Pero también ocurre esto: el neoliberalismo, al hacerse cargo del deseo, lo maltrata y provoca un enorme sufrimiento. Hay que partir de ese malestar, de ese sufrimiento. ¿Qué quiero decir?

El antiguo régimen regulador reprimía, disciplinaba y fijaba rígidamente los cuerpos a lugares y funciones, produciendo masivamente el aburrimiento.

El aburrimiento, como vida des-apasionada, como minimización del goce, fue una fuerza mayor de la contestación revolucionaria de los años 60. “No queremos un mundo en el que la garantía de no morir de hambre sea la garantía de morir de aburrimiento”, escribió el situacionista Raoul Vaneigem en una cita que se volvió consigna popular.

El régimen depredador moviliza, fuerza y exige, produciendo así lo que coloquialmente llamamos agobio. Una mezcla de ansiedad y estrés por la sobrecarga de tareas, la movilización ininterrumpida de las energías mentales, el estímulo constante de la atención, la ilimitación del tiempo de trabajo confundido con la vida.

Del aburrimiento al agobio, de la represión de la vida (encauzada, encarrilada, encorsetada) a la movilización de la vida (sobrecargada, sobreexcitada, sobreestimulada). Del agobio al “cansancio”, un agotamiento del que se habla en mil conversaciones cotidianas y que no sería aquel del trabajador convertido en “orangután y robot”, sino la fatiga mental por estrés, angustia y culpa por no “estar siempre a la altura”. Y del cansancio a la depresión: el bajón radical de las energías, la pérdida de motivaciones, la cara b del régimen depredador.

El deseo hoy es electrocutado y segmentado. Electrocutado, al ser presionado y tensado por requerimientos externos. Segmentado, en la interrupción y la discontinuidad constante, la fragmentación y corrosión de toda duración.

La deriva del deseo en 2018

Al final de El hombre unidimensional, su célebre ensayo de crítica de la sociedad de los años 60, Herbert Marcuse situó la siguiente cita de Walter Benjamin: “Sólo gracias a los sin esperanza nos es dada la esperanza”.

Sigue siendo así. La esperanza está en el malestar que genera el imperativo de rendimiento, entre quienes dicen “ya no puedo más”, “ya no quiero más”.

Los angustiados, los asfixiados, los agotados, los abatidos, los abrumados, los saturados, los desbordados, los quemados, los agobiados, los electrocutados. Ellos y ellas son quienes pueden (podemos) pinchar la posición dominante del deseo hoy: el siempre-más.

Pero, ¿qué interrumpe hoy? ¿Cómo nos sustraemos al imperativo del rendimiento? ¿Cómo desertamos la figura del “maximizador”? Es preciso un nuevo ataque a la “economía libidinal” del neoliberalismo, a su organización del deseo. Un ciertoapagón de nuestras energías deseantes.

Esta “lucha” no es necesariamente épica, heroica y colectiva. No que hay minusvalorar la deserción gota a gota y los apagones personales. David Le Breton ha investigado por ejemplo modos sutiles de desacato al imperativo de “ser uno mismo”, de estar permanentemente conectado y disponible, de estar siempre a la altura. Habla del “silencio” y el “caminar”. Nos propone verlos como formas de resistencias políticas. Como fugas activas del ruido de la conexión permanente, como modos de volver a tomar contacto, no con el Yo, sino con el propio deseo, como ejercicios de atención a la propia fuerza (ritmo, cuerpo, respiración), como disfrutes no mercantilizados, que no se “capitalizan”, que no son medios de fines.

Hay también instantes de apagón colectivo. Algunos fragmentos de la sociedad se ponen entonces a vibrar juntos. A veces reivindican algo y otras no, a veces tienen un discurso elaborado y otras no: lo importante es que se organizan de modo que la forma de vida neoliberal es cuestionada. Se vive distinto, se le agarra el gusto a un existir distinto. Por un lapso de tiempo se pone fin a la angustia, a la ansiedad, a la carrera loca del hamster. Las energías se trasvasan del trabajo y el consumo al sostenimiento de un momento de vida colectiva. Ya no queremos estar en otro sitio más que donde se está. Tenemos todo el tiempo del mundo. Concentración máxima de la energía. Agotamiento, pero agotamiento feliz. Se volatilizan muchas de las patologías de la vida cotidiana y el deseo se regenera.

Vivir con tiempos muertos y gozar las trabas

En los muros de París en el 68 alguien escribe: “vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas”. Era una consigna contra el aburrimiento. Pero hoy ya no podemos oponer simplemente la vida a la muerte, la liberación a la represión, lo nuevo a lo viejo, la intensidad al aburrimiento, el afuera a lo que está dentro. Los apagones son justamente tiempos muertos en los que nos paramos a pensar y recuperamos el contacto con nuestro deseo como centro de gravedad. No se trata de romper -con los padres, con el trabajo, con el entorno-, sino de interrumpir la lógica depredadora de relación con todo. No se trata de salir de la sociedad hacia las “zonas liberadas”, sino de empujar la transformación ahí donde estemos. No se trata de vivir en un subidón permanente, sino de afirmar otras intensidades (más sutiles, con altibajos) y otra relación con ellas.

Lo único que puede cambiar sustancialmente las cosas es empezar a vivir de otra manera. Esta es la intuición del 68. Hoy sólo han cambiado las condiciones y los términos del desafío.

Algunas referencias:

Derivas a partir de Marx y Freud, Jean-François Lyotard, editorial Fundamentos, 1975.

Dispositivos pulsionales, Jean-François Lyotard, Editorial Fundamentos, 1981.

Economía libidinal, Jean-François Lyotard, Siglo XXI, 1991.

Sobre el régimen del siempre-más, véase por ejemplo La nueva razón del mundo,Christian Laval y Pierre Dardot, Gedisa, 2016.

Romper y mechar, un diálogo entre el 68 y el 15M

 

Fuente: https://www.eldiario.es/interferencias/mayo_del_68-deseo-Lyotard_6_770332960.html

Potencias de la invención // Maurizio Lazzarato

EDITORIAL CACTUS: la novedad de mayo ya la encontrás en el stand 1916 de la #FILBATodo libro es político – 2017

Potencias de la invención La psicología económica de Gabriel Tarde contra la economía política
Al igual que exhumar restos fósiles, historias o mitos del pasado, el acto de desenterrar viejos pensamientos puede tener varios sentidos. Aquí tiene uno estrictamente político y filosófico: una “arqueología” que es entonces «política de la filosofía”. A través de una lectura notable de su vasta obra, el pensamiento de Gabriel Tarde (1843-1904) nos es acercado no como plato a degustar, deleite del lector-comensal, sino como “caja de herramientas”, o “tarea para el hogar”, como una labor a proseguir: se trata de mantener intensa una experiencia de pensamiento, en este caso de Tarde a Lazzarato, pero también hacia nosotros, porque lo que se nos propone aquí es una “política de las multiplicidades”. Y puesto que la noción de multiplicidad, como la de diferencia, como la de devenir y tantas otras deben volverse “política”, si no quieren convertirse en simple jerga prêt à porter. Este libro puede pensarse en dos tiempos. La primera operación es despejar el concepto de “multiplicidades” en la filosofía de la diferencia de Tarde, ¡sí, mucho antes que Deleuze-Guattari! y litigar por su derecho a existir. Lazzarato se adentra en su asombrosa psicología económica que busca reponer el lugar de las multiplicidades “productivas” ahogadas por la dialéctica, la teoría del valor-trabajo y las teorías liberales. La segunda operación se deduce explícitamente política. Pues si la invención y la cooperación entre cerebros son fuerzas activas anteriores a su captura, a su neutralización en el trabajo, la reproducción y la representación, entonces la exigencia, o más bien la apuesta, consistirá en un esfuerzo por “tomarnos” (¿por lo que somos?) antes o fuera o más allá de la servidumbre teórica y práctica, sin saber de antemano lo que esto pueda o quiera decir.

Henri Meschonnic: Lo infinito del lenguaje // Hugo Savino

Para Henri Meschonnic, siguiendo y citando a Émile Benveniste, “el lenguaje sirve para vivir”. Esta proposición es de una importancia capital en su poética, orientada hacia lo “desconocido del lenguaje”. Si partimos de la base que para Meschonnic, en el lenguaje, hay más aspectos desconocidos que conocidos. En su aventura poética trató siempre de luchar contra las esencializaciones, esas que engendran lo teológico-político y lo lingüístico-político. Y todos los horrores que se desprenden de allí. La Biblia no es un origen, es un funcionamiento. El libro que anuncia esta entrevista  es un atravesamiento de siglos de cristianización acumulados sobre la Biblia. Y es también un libro que atraviesa la historia del poema y de la traducción. Como dice Meschonnic: “La realidad, como lo muestra la poética del traducir, es que en la inmensa mayoría de los casos, traducir, es un des-escribir”. Y dice con fuerza: poética del traducir y no de la traducción. Traducir es escribir. Y cuando no se escucha se des-escribe. Se normaliza la sintaxis. Se modifica la puntuación. Se achatan los textos. Se busca clientela. Mala señal cuando la traducción parece escrita en la lengua de llegada. Meschonnic cita la frase de Martin Buber: la  Biblia no es ni Antiguo ni Testamento. Entonces estamos frente a otra manera de leer. El poema Meschonnic es refractario a “la biologización de la vida humana. En el sentido de Spinoza.”

***

Acerca de Un Golpe de Biblia en la filosofía [1]

Entrevista con Henri Meschonnic

por Antoine Spire [2]

(Traducción: Hugo Savino)

Antoine Spire: Este libro es la expresión de lo que usted aprendió mientras traducía la Biblia, es decir, que el hebreo tiene un ritmo que todos los traductores del hebreo han desdeñado, prefiriendo centrarse en el sentido de las palabras. Al ignorar el ritmo, ignoraron el poema de la Biblia.

Henri Meschonnic: Aprendí a reconocer el continuo del lenguaje.  Un texto que inventa un pensamiento le “hace” algo a su lengua. Es un sistema de discurso que trabaja la lengua. No es el hebreo el que hace la Biblia, es la Biblia la que hace el hebreo.

Antoine Spire: Se puede decir eso de todas las lenguas. Ellas son el fruto de los trabajos literarios escritos y concebidos en tal lengua. El trabajo en la lengua se convierte en un trabajo sobre la lengua. Transforma la lengua.

Henri Meschonnic: Un autor le hace algo a la lengua que nunca antes le habían hecho. Dante, Shakespeare o Kafka transformaron su lengua. Pero la Biblia no se puede reducir a literatura. Es un texto religioso. Digo “religioso”, no “sagrado”.

Antoine Spire: En efecto, usted escribe que lo sagrado es la fusión de lo humano con lo cósmico, que lo divino es el principio de vida y que lo religioso, más tardío, es ritualización social. ¿Por consiguiente, la Biblia, para usted, instituye un ritual social?

Henri Meschonnic: En efecto, porque lo religioso se apropia de lo sagrado y de lo divino y hace de ellos una organización teológico-político. La ética ya no es la ética de lo divino, sino la ética de lo religioso. En nombre de Dios se puede matar. La religión entendida de esta manera es una catástrofe que le ocurre a lo divino.

Antoine Spire: ¿Qué hay detrás de este ritmo que cuenta tanto para usted?

Henri Meschonnic: La palabra “ta´am” en hebreo significa el gusto, el gusto de lo que se tiene en la boca. Es una metáfora espléndida de que el cuerpo, la física de la vida, hace el movimiento del lenguaje. Ahora bien, todas las traducciones se sitúan en el modelo griego del lenguaje que rige el pensamiento mundial desde hace 2500 años: lo discontinuo entre la forma y el contenido, la letra y el espíritu, el sentido y el sonido, el alma y el cuerpo.

Antoine Spire: En su opinión, la traducción corriente, la que separa el signo en sonido y en sentido, “busca una clientela”. ¿Cuál es la razón?

Henri Meschonnic: Para convertir. Traducir la Biblia en todas las lenguas del mundo es un acto notoriamente cristiano. Sin embargo, hay traducciones judías, entre otras la del Rabinato (1899-1905). Pero ella traduce sobre todo el estado del judaísmo francés de su tiempo: una voluntad de asimilación. Y, para Éxodo 3, 14 (ehié / asher ehié) el Rabinato dice: “Soy el Ser invariable” que no traduce el hebreo, sino el griego de la Septuaginta (la traducción al griego en el siglo III antes de Cristo). La traducción protestante de Second (1877) está más cerca del hebreo. Yo propongo: Seré   que seré. Pongo un blanco entre “seré” y “que” para transponer les ta´amim. La exégesis judía nos enseña que cuanto más ínfimos son los detalles, más importante son. El texto fundador del cristianismo no es la Biblia hebraica, sino la traducción al griego de la Septuaginta. Allí hay una apuesta a lo teológico-político muy fuerte: el cristianismo se hace pasar por el “verus Israel”. El cardenal Pacelli, que se iba a convertir en Pío XII, declaraba en 1937: “un Dios crucificado quiso hacer de nosotros el Pueblo elegido”. L´Osservatore romano: “El Cristianismo, el verdadero Israel”, al día siguiente de la creación del Estado de Israel.

Antoine Spire: “Seré   que seré”. Difícil de entender.

Henri Meschonnic: Dos versículos antes, en el versículo 12, Dios ya había dicho: “Estaré contigo”. Moisés vuelve a preguntar y Dios repite esta fórmula, por consiguiente se trata de un futuro. No de un presente como dice San Jerónimo. No es “Soy el que soy” sino un verbo en futuro. Y un verbo en lugar de un nombre. Lo divino, poder creador de vida, se separa radicalmente de lo sagrado. El ser humano ya no puede saber qué es lo divino.

Antoine Spire: Lo menos que se puede decir es que su traducción “Seré      que seré…” es difícil de entender sin su comentario. De esta manera impide su acceso a la mayoría de nuestros contemporáneos. Con su traducción estamos tal vez en el ritmo de la lengua original, el hebreo, pero el sentido ya no es fácilmente accesible para todos. Y su elitismo difícilmente puede concernir a todos y cada uno como  lo deseaba Antoine Vitez cuando hablaba de teatro elitista para todos.

Henri Meschonnic: Pero yo respondo efectivamente “elitista para todos”. Lo que pasa en el texto bíblico y que hasta ahora no se escuchó más que en hebreo (y no para todos, así, por ejemplo, la edición popular israelí de Hartom y Cassuto publica un texto acompañado de una puntuación moderna que remplaza los ta´amim. Sólo las ediciones eruditas o las ediciones religiosas publican el texto con los ta´amim), es una práctica que exige cierta tecnicidad. Pero si usted entra en una sinagoga, oye la cantilación del texto bíblico. Es una puesta en música de los ta´amimcuya melodía varía según se trate de yemenitas o de sefaradíes o de askenazis. Pero la rítmica que organiza el texto es común a todas estas versiones cuya música varía. Sólo retengo el carácter orgánico de los ta´amim y traduzco para hacer que se oiga la rítmica del hebreo contra 18 siglos de cristianización, de helenización, de latinización, por consiguiente de borramiento del ritmo. El ritmo de la Biblia es para mí un incentivo teórico, una profecía que muestra que todavía no se sabe lo que el ritmo hace en el lenguaje. La primera palabra en un imperativo célebre es “Shemá” (escucha). Escucho y doy a oír.

Antoine Spire: ¿No hay en usted una obsesión por el texto original? Cuando critica a los cristianos que helenizan el texto bíblico, los acusa de una carrera hacia el texto original que destruiría el texto mismo. Lo que cuenta, para llegar a lo divino o al menos a lo sagrado, es ir hacia la expresión total que es sentido, sonido y ritmo. ¿Acaso todo texto no es, aunque sea un poco, portador de todo eso y entonces esta obsesión del origen es mucho más inútil puesto que ya no tenemos el primer texto hebreo?

Henri Meschonnic: Saussure en su Curso de lingüística general mostró que cada vez que se busca el origen se encuentra el funcionamiento. A mí me interesa el funcionamiento. Son los cristianos los que corren detrás del origen desde hace siglos. Porque tienen un problema de identidad. Descalifican el texto masorético con el pretexto de que los Masoretas (los transmisores) anotaron tardíamente, entre el siglo VI y el sigo IX, las vocales y los ta´amim (los ritmos) que antes no estaban anotados. Efectivamente los manuscritos del Mar Muerto están escritos con las veintidós consonantes del alfabeto hebreo sin las vocales y sin el ritmo. Pero es absurdo atribuir a los Masoretas la invención de las vocales. El hebreo se pronunciaba y constaba de vocales, sólo que éstas no estaban escritas. Así como se ha cantado antes de inventar las notas de música, los Masoretas inventaron pequeños signos para escribir las vocales, para no perder el saber debido a la dispersión. Los Masoretas también anotaron  los ritmos, los nombres de los acentos que designaban formas gráficas, líneas melódicas y movimientos de la mano. Basta con entrar en una sinagoga y al lado del cantor se ve a alguien que agita las manos y los brazos. Un nombre de acento significa la mano abierta, otro quiere decir el dedo levantado. Era una dirección de actores muy anterior a la invención de los signos escritos.

Antoine Spire: Marc Alain Ouaknin, por su parte, como usted, pone a distancia el sentido y el sonido para consagrarse al literalismo. Para él, la hermenéutica judía trabaja la paciencia del sentido a través de la letra. Usted ve a este literalismo como un esencialismo. Sin embargo este literalismo da acceso a otros sentidos gracias a la cifra que acompaña la letra y retoma en eso la tradición de la cábala. Usted no se sirve de esta lectura, ¡muy al contrario, la critica!

Henri Meschonnic: Lo que critico en esta valorización absoluta que se le da a las letras, es que insidiosamente se instala una heterogeneidad radical entre la letra y el espíritu que es específicamente griega y cristiana. No se puede reducir la exégesis judía a la cábala. Rashi que no era un cabalista proponía otra exégesis. Hace referencia a los ta´amim, pero únicamente para indicar un valor gramatical o fonético. Por mi parte, me inscribo en la tradición de Maimónides que en la Guía de descarriados, en lo que concierne a Amos y Jeremías, muestra que cuando el profeta ve una canasta de frutas de verano, piensa en el fin de los tiempos o cuando dice que ve una vara de almendro, es para decir “Pues yo velo”. Estas palabras se parecen en hebreo.  La audición se convierte en la visión. Maimónides es el primero que descubre que el profeta ve por el oído.

Antoine SpireUn golpe de Biblia en la filosofía sugiere que el elogio del ritmo y el rechazo de la dicotomía sentido/sonido permiten entender lo que es el lenguaje. Usted nos propone adaptar lo que encontró en la Biblia a todos los textos literarios o filosóficos.

Henri Meschonnic: Sí, a toda la teoría del lenguaje. Y denuncio la ausencia de teoría del lenguaje en la mayor parte de los filósofos. Trabajo para mostrar que pensar supone sostener en su interacción el poema, el lenguaje, el arte, la ética y lo político. Para mí, el poema es la transformación de una forma de vida por una forma de lenguaje y recíprocamente. Es por eso que en Célébration de la poésie decía que un poema que está por hacerse y un poema que está por leerse tienen dos enemigos, la poesía y la filosofía. Si se identifica el poema con la poesía se  sigue haciendo poesía, y no nos damos cuenta que el amor al arte confundido con el arte, es la muerte del arte.

[1] Hay traducción española de este libro con el título de Un golpe bíblico en la filosofía, Editorial Lilmod, Argentina, 2007.

[2] Esta entrevista forma parte del libro Conversaciones con Henri Meschonnic, Editores Argentinos, que se publicará en abril del 2014.

Mujeres en el Cordobazo: una pincelada de aquel momento // Lucía Scrimini

Me llamo Lucia Scrimini

Habité aquellos días del Cordobazo, Mayo del 69, siendo estudiante de medicina y militante de la FJC y de la FUC. En la universidad y las fábricas había mancomunión de proyectos. Ese día, no sé muy bien qué pasaba en los barrios, pero en la ciudad universitaria una efervescencia nos empujó del límite y muchos caminamos hacia el centro, al encuentro de la movilización general.

Éramos más chicas las que íbamos por las calles de los barrios en esa dirección. No sabía ni pensaba el porqué de ese predominio femenino. Son mis recuerdos. En esas calles encontrábamos muchas personas que necesitaban intercambiar, y nosotras nos deteníamos a conversar sobre la situación. Veredeamos con las doñas y como doñas.

Al centro llegamos multiplicadas.

Participamos de muchas barricadas. Aportamos materiales y azuzamos el fuego. Pero me fuerzo a imaginar que ¿lo “más pesado” de eso lo habrán hecho los muchachos?. Porque cuando veinte años después vi fotos de aquel día, en diarios y revistas, no se ve mucha  presencia femenina. Y eso que predominaban las polleras aún, aunque el jean había comenzado a “igualarnos”. Aún no comprendo. ¿Quizá los editores de esos medios priorizaban la masculinidad? No los fotógrafos, porque hoy, ya más años, empiezan a desmontarse fotos que no se habían mostrado antes.

         Esas viejas fotos, esos viejos diarios y revistas los miraba un día,  en que tenía también en mis manos un diario de los 90 (otra pesada década), en el que encontré, en primera plana, la noticia de que “Estudiantes universitarios de la UBA cortan las calles para convocar a la población a las cátedras libres Che Guevara”: y en estas fotos solo se ven chicas. Minifaldas, colores, diversos peinados, adornos y sonrisas.

         Entonces comencé a mirar mejor los diarios de este presente, ya buscando, con una pregunta instalada, y descubrí que las fotos de las movilizaciones barriales se veían encabezadas por mujeres y niñxs. Y que aún en situaciones tan complejas como tomas de tierras, e incluso dolorosas como desalojos, hay risas, o, cuanto menos, cuerpos con “ritmos” -cuerpos que ya no son el cuerpo militante, ya no son el cuerpo grave, sacrificial, solemne, serio, con su vestigio de entrenamiento- militar. Ya no son los cuerpos militantes -que en las imágenes del cordobazo, eclipsan lo femenino.

Cuando empezó el estado de sitio -aquellos momentos de “soldado no tires somos hermanos”-, empezamos a correr a guarecernos, pero también a cumplir con nuestras citas. Habíamos quedado  en encontrarnos en la casa de unas compañeras, en Ba. Clínicas. Allí fuimos. Encontramos un cumpa herido en la calle, gritando: tenía un balazo en el pie. Es que algunos soldados, hermanados a su modo -pues ellos también estaban presos en la vil tarea, como supimos después-, tiraron no más que a los pies. Lo hicimos pasar a la casa para asistirlo.

  Alguien llamó al hospital y cuando vino la ambulancia también llegó el Ejército. Mientras nos llevaban a las chicas con los brazos en alto, vi a los muchachos: se habían puesto guardapolvo blanco, y salían con la camilla. Eran muchos camilleros… ¡pero se escabulleron!

Sólo después supe que en ese momento, mientras cruzaba la calle con los brazos en alto y a punta de fusil, junto a varias compañeras, llegaba mi hermano a la cita:“¿Qué le digo a mi viejo? ¡Mi hermanita detenida por los militares!”, pensó Carlos.

Nos subieron a un camión y mandaron al Tercer cuerpo. Éramos hombres y mujeres, ya de noche. Hablaron de pronto los soldados: “Eh! ¿Alguna es amiga de Marta Elizondo? Yo soy compañero de ella, somos colimbas, nos obligaron a venir. No sé si podemos ayudar pero si quieren mandar algún mensaje…”.

En el Tercer cuerpo, a las mujeres nos separan y nos llevan a una pieza. No debía tener más que 4 x 4, y, seguían trayendo mujeres: ¡fuimos 60! Hacía mucho frio, siete grados bajo cero, y como habíamos andado a las corridas e improvisadas estábamos desabrigadas; no había ni frazadas ni colchones ni nada: pero el amuchamiento, el ser muchas, nos abrigó.

Supe veinte años después que a los hombres los llevaron a dormitorios de soldados, con camas y frazadas. Pero parece que los militares “no sabían” qué hacer con las mujeres. Había uno que nos traía mate cocido; lo burlábamos riendo a carcajadas, él salía diciendo: “prefiero un batallón de mil soldados y no cinco mujeres juntas. ¡No las entiendo!”

Hoy sé que la potencia femenina desconcierta al machismo. Y además lo enoja, la mayoría de las veces. A medida que nuestra potencia siguió creciendo, y así también nuestra visibilidad, vaya que sí “supieron que hacer” con las mujeres, a partir de la triple A. Una desesperada máquina de aplastar sus  existencias.

Fueron liberando a casi todas, porque la mayoría eran mujeres desprevenidas que habían salido a la calle en toque de queda.  Una joven había bajado del tren proveniente de Azul: salía de su pueblo por primera vez. La habían contratado para hacer el vestido de novia de la hija de un coronel. Jamás iba a entender porqué por llegar a Córdoba a esos menesteres merecía la cárcel. Lloraba y lloraba. Nosotras la bautizamos “la modistita que dio el mal paso” y la mimamos mucho.

Solo a tres no liberaron, porque detectaron que éramos militantes: Jacobita Tato, Nora Protti y yo.

Pasamos por un pre interrogatorio, realizado por militares locales del Tercer cuerpo, que habían estado al mando de  Jorge Raul Carcagno y en ese momento estaban exigidos por Sanchez La Hoz. El oficial que me interrogó, me llamó por mi apellido materno. Me asombré. Era amigo de un tío de mi madre, Carlos Montenegro, teniente coronel que había sido dado de baja por peronista en la “Libertadora”. “Lo siento, jovencita -me dijo-, a pesar de mi compromiso con tu tío, no puedo hacer nada por vos…”.

Cuando salí mi tío estaba grave con neumonía. Murió. Mis primos me culparon, dijeron que había tomado frío por hacer tratativas para mí. Era cierto, quizá. Pero yo creo que se encontró con la impotencia de sus ideales. Fue él, llorando, quien me comunicó que ya sabían que me condenarían a 4 años. Pienso que murió de tristeza (las afecciones pulmonares están ligadas a este sentimiento).

Nos trasladaron al predio donde se realizaban los juicios. Habían terminado con los hombres. Escuchamos que a Tosco, dirigente de Luz y Fuerza y a Canelles líder de la construcción, los habían mandado a Rawson.

         Temblábamos de frío, en la espera.

Jacobita tenía veintidós años, yo veinte, Nora solamente dieciséis. Un joven oficial tomó su capa y la puso en los hombros de la adolescente. Entró Sánchez la Hoz:

– ¿Quién puso un capote a esa chica?

– Yo, mi General.

– ¡Se la quita inmediatamente!

– No, mi general, ¡la niña tiene frío!

– ¡Treinta días de arresto!

– ¡No se la quito, mi General!

– ¡Cuarenta días! ¡Es como si le pusiera la bandera!

– Si sólo tuviera la bandera, se la pondría, mi general.

– ¡Ciento veinte días de arresto!

Y, furioso, él mismo quitó el capote.

Poco después entró otro oficial. Pálido, le dice a un compañero que escribía a máquina: “¡Me toca la Scrimini! ¡Y la pierdo!” Sería mi abogado defensor, y perdía su ascenso si perdía el juicio, que estaba ya definido. El compañero le dice: “¡enfermate!”. Y eso hizo eso cuando estuve en el banquillo de acusadas. Mi temblor no aumentó: ya era máximo.

A Nora la mandaron a su casa por menor. A Jacobita y a mí se nos acusó de haber preparado un hospital de campaña, o sea de haber premeditado y preparado el enfrentamiento. Los fundamentos más importantes, sin embargo, fueron que éramos unas pobres chicas manipuladas por nuestros familiares (a ella, su padre, y a mí, mi hermano, ambos dirigentes del PC) y también utilizadas por Tosco y Canelles.

Nos condenaron a 4 años en Rawson.

Los oficiales se levantaron, cansados, diciendo: “mañana firmamos las condenas”.

Esa noche, Onganía levantó los tribunales militares. ¡El levantamiento popular había tenido éxito! Los “éxitos” de los momentos revolucionarios nunca perduran, pero sí sus efectos. ¡Aún persisten los aromas de junio del 18 cordobés, ese potente Cordobazo del 69 y la magia creativa del 2001!

La universidad pública, laica, reformista, con la participación de todos los claustros persiste en la Argentina desde ese poderoso movimiento de La Reforma Universitaria del 18.

El Cordobazo, experiencia de pueblo sorprendido en acontecimiento de su propia potencia. Lo imposible se hace realidad. Comienza el derrocamiento de una dictadura. El pueblo se reconoce en el codo a codo

 < Dijo Rodolfo Walsh:

 “El saldo de la batalla de Córdoba, «El Cordobazo», es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un pueblo florecen y marcan una página histórica argentina y latinoamericana que no se borrará jamás.
En medio de esa lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad del pueblo…”

 2001 también, la efervescencia absolutamente inventiva, tomó las calles y éstas se transformaron en experiencia íntima y universal. También se derroca un gobierno opresor. Nos quedan experiencia y hechos de potencia creativa, aunque del “Qué se vayan todos” se  haya diluido su significación y realidad.

 En todos estos acontecimientos hubo muertes y heridas, no las minimizo. Son la sombra que estimula aún más nuestra revuelta.

“No sabían qué hacer con las mujeres”, entonces nosotras pasamos a la cárcel civil, y estuvimos, solo un mes, en el penal femenino El Buen Pastor.

En aquellas épocas yo nada sabía sobre Feminismo. Hoy es mi militancia fundamental. He abandonado lo partidario, desde la guerra de Malvinas. La organización partidaria, de cualquier color, la considero siempre patriarcal, verticalista.

Hoy puedo comprender por qué era femenino que nos importara detenernos en los barrios frente a las miradas ingenuas, las que nada sabían acerca de la huelga de ese día.

Las mujeres podemos detenernos en el cotidiano.

Hoy ya sabemos que el cotidiano es la esencia de la vida.

Ya comprendí y ya somos muchas las que podemos sostener que “lo íntimo es político”.

Y creo que nosotras no éramos visibles porque no habíamos comprendido las diferencias complementarias. Creíamos que la igualdad pasaba por indiferenciarnos, por asimilarnos. Consideramos que la maternidad entorpecía esa igualdad (hasta Simone de Beauvoir se confundió en esto: demoró, como nosotras, en percibir que la maternidad es uno de nuestros atributos creativos).

Creíamos que la estética sólo era para las artes y sospechábamos banalidad si ésta habitaba nuestros cuerpos.

En este marzo del 2018 (8M), a cincuenta años de entonces, 800 mil mujeres recorrieron las calles de Buenos Aires, todas desplegando belleza, fortaleza, alegría, creatividad, danza, actuación, plástica, en cuerpos, paredes y suelos. Las tetas al aire hacen reír o asombrar mas no escandalizar.

Esa misma fiesta de existencia recorrió el planeta.

Nosotras ya conocemos y confiamos en nuestras diferencias.

Los represores pasaron el desconcierto de “no saber qué hacer con las mujeres”; siguen sin saberlo, pero creen que lo que ignoran no existe y pretenden borrarlas con despiadados femicidios.

Dice Silvia Federici: “La caza de brujas, como escena predilecta de una expropiación colectiva, no queda sólo en el pasado, sino que insiste y aparece bajo nuevas formas de criminalización, empobrecimiento y violencia contra las mujeres y sus formas de autonomía”

Después de tanta caza de brujas muchas mujeres quedaron amordazadas en un rol de silencios, simulaciones, histerizaciones, uso y abuzo de sus cuerpos apagando las hogueras. Ellos creyeron que nos habían sacado del campo de batalla y nosotras creíamos que debíamos estar allí de ayudantas o disimuladas.

Siglos de “mujeres detrás de un Gran Hombre”

Para Sánchez La Hoz era un sacrilegio que una mujer usara un capote militar; para un juez militar era un absurdo una mujer con responsabilidades políticas o de lucha, y sólo podían concebirlas usadas por esos hombres a los que ellos preferían tener en la querella.

Para el patriarcado, en aquellos momentos de mi relato, se jugaba la invisibilidad femenina. No era concebible, para el máximo represor, que el joven oficial pudiera percibir a la adolescente temblando de frio. Mi hermano no podía explicarle a su padre -no a la madre- que su hermanita se había hecho visible y él no lo había evitado.

En el 72 (Dictadura de Lanuse) en la comisaría en la que me “tiraron” después de allanar mi casa, ya fui testigo de una adolescente torturada, por “ser hermana de un guerrillero”. El guardia cárcel no cabía en el asombro y el dolor: “En las celdas de esta comisaría sólo había ladrones, no entiendo ahora traen a estudiantas y a niñas acusadas de hermana!!”

Esa joven cantaba con una voz asombrosa, canciones de la guerra civil española, tirada en el piso sin poder moverse del dolor.

 Y ella dio potencia a cada preso, al guardiacarcel, a nosotras.

 En el 74. Las AAA. Sufrí un allanamiento también. Y allí ya hubo la muerte de una compañera ((Rita Hidalgo) y los golpes y manoseos eran a las “putitas”

En la dictadura del 76, la mayor visibilización , las mujeres más claramente en lucha, enardeció a los impotentes y cubrió de femicidios, torturas y violaciones los cuarteles y campos de concentración.

Y después de la dictadura, de la desaparición masiva, siguió creciendo la potencia femenina en las calles, hogares y trabajos.

 Y también creció el reguero de sangre y dolor, en las mismas calles, campos y casas, de cuerpos femeninos, con úteros o sin úteros. También los travesticidios se incluyeron a la misma tragedia.

No hago punto final en la tragedia. Más y más fuerte, mayor es la sublevación y la manifestación de una nueva existencia.

Una nueva existencia donde los géneros se dirimen por un “Modo de Ser” y no por una sexualidad

 Así interpreto a este  feminismo que va  creciendo asombrosamente:

¡Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina!

La hoguera está prendida, Y el alerta es para nosotras, porque la hoguera está dispuesta por los impotentes.

Y sepan que en ella caben  también los que prestan el capote, los hermanos protectores, los que osan arrodillarse frente al milagro de esta nueva efervescencia, los que sostienen al bebé que cae de la marsupia de las mujeres.

Las mujeres no cedemos frente al fuego.

Los compañeros rodean, con el mismo riesgo, nuestra fiesta de cuerpos leales a la vida

Por eso el grito es hoy de la humanidad:

¡ALERTA, ALERTA, ALERTA QUE CAMINA, LA LUCHA FEMINSTA POR AMÉRICA Y EL MUNDO!

 

 

 

 

 

 

 

 

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Tu aliento vas a proteger, en este día y cada día (breve comentario a Vida de Perro) // León Lewkowicz y Facundo Abramovich

El siguiente comentario a Horacio Verbitsky. Vida de perro, balance político de una país intenso (del 55′ a Macri) editado por Siglo XXI y Tinta Limón fue parte originalmente a la entrevista a Diego Sztulwark publicada en Lobo Suelto

Tu aliento vas a proteger, en este día y cada día

(Aunque te quiebre la vida,

      aunque te muerda un dolor)

La lucha de clases, que tiene siempre ante los ojos el materialista histórico educado en Marx, es la lucha por las cosas toscas y materiales, sin las cuales no hay cosas finas y espirituales. Estas últimas, sin embargo, están presentes en la lucha de clases de una manera diferente de la que tienen en la representación que hay de ellas como un botín que cae en manos del vencedor. Están vivas en esta lucha en forma de confianza en sí mismo, de valentía, de humor, de astucia, de incondicionalidad, y su eficacia se remonta en la lejanía del tiempo. Van a poner en cuestión, siempre de nuevo, todos los triunfos que alguna vez favorecieron a los dominadores (…) Con ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, debe saber entenderse el materialista histórico.

Walter Benjamin, Tesis sobre la historia (IV)

Necesitamos de la historia, pero de otra manera de como la necesita el ocioso exquisito en los jardines del saber.

Nietzsche

Dos jóvenes se iban de sus casas, esta vez era un sábado 23 de abril por la mañana en Chacarita. Un poco por azar y un poco por Ignacio Lewkowicz, conocían, en una charla, a Diego Sztulwark. En busca de pistas, preguntas y respuestas que los hicieran comprender un poco de lo que estaba pasando en su país -y en Latinoamérica-. También, porque no se sentían identificados con la sensación de derrotismo generalizada. Entendían que, si habían caído ciertas premisas que parecían certeras, era el tiempo de doblegar el esfuerzo en el pensamiento, de tal forma que permitiera salir del estado de susto y tristeza, espanto e incomprensión. Por supuesto, con la necesidad de ampliar – ¡y no abandonar! – las categorías clásicas bajo las cuales se habían formado en su militancia secundaria. Encontramos ello entonces y a un gran amigo, quien ahora les entrega el libro.

***

Hablar de nuestras sensaciones en tanto lectores, implica entrar en diálogo con los autores y sus generaciones. De manera inevitable, con nuestra generación, aunque sea con nuestrxs amigxs y compañerxs. Un conjunto de discusiones que forman parte del libro retornan una y otra vez en nuestros propios temarios y diálogos. Generación, claro está, no es sólo una franja etaria, pero no deja de serlo: es un conjunto de experiencias, procesos políticos y sociales, que se atraviesan con sus especificidades. La historia no la resuelve uno, pero sí, de alguna forma u otra, se resuelve en uno. Esos dilemas, preguntas, aperturas y clausuras, caminos, laberintos -también sus lecturas, subrayados, anotaciones al margen- no dejan de ser parte de una experiencia común al mismo tiempo que individual.

Entramos entonces, en un diálogo con Verbitsky, la generación de los setenta. Setenta en Verbitsky no es setentismo, no es nostalgia, no es un lugar de privilegio, no es un lugar de autoridad y saber. Dialogamos también, con la generación de Sztulwark: “Confiamos menos en el heroísmo y damos más tiempo a las interrogaciones. El combate se nos presenta de otro modo”, dice de sí y de sus compañerxs. Una generación que creció en diálogo directo con lxs sobrevivientes de la crueldad genocida. Si ella es la generación que creció con “el fin de la historia” y, al mismo tiempo, vivió muy intensamente el 2001 -cada quién a su modo- fue absolutamente cortada y bifurcada por el kirchnerismo: heterogéneos programas, lenguajes y planteos se elaboraron, más allá -y a pesar- de 2001. ¿Y la nuestra? Mucho más ambigua, ya no creció en diálogo directo ni con la generación de los setenta ni, tampoco, encontró referentes claros en la generación ‘del 2001’.

Eso, que puede ser evaluado positiva o negativamente, abre zonas de potencia explícitas: no hay conclusiones previas, no hay pasos ni recetas. Se abre, por supuesto, un peligroso escepticismo, que coquetea mucho con la incredulidad posmoderna. Al mismo tiempo, despierta una cierta rebeldía.

Volvamos un poco a Vida de perro. La importancia teórico-política del libro, para nosotros, reside en su capacidad de pasar en limpio un conjunto de saberes, discusiones, elaboraciones que, desde hace mucho, hacían falta. Pero no, y he aquí lo fundamental, una conclusión sobre la historia. Es decir, más un conjunto de advertencias que un conocimiento sobre cómo luchar, cómo pensar y qué decir. Dice Sztulwark ya sobre el final: la historia no se repite, pero enseña e insiste. Bajo este lente puede leerse el libro entero. Esa es, quizás, la única conclusión que nos legan los autores.

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Hace pocas semanas, la Revista Crisis organizó una conversación sobre Qué historia se enseña en la Argentina, recuperando un dossier de la vieja Crisis setenta que, bajo un formato parecido, preguntaba Qué hay de real en la historia (1973). En el panel estaba Marcos Novaro, quien se presentó como un “pesimista del trabajo de los historiadores” y con serias dudas acerca de si hay “alguna contribución” de parte de la historia -y su enseñanza- a las nuevas generaciones. La exposición del “intelectual”, no sólo fue mediocre sino que alcanzó niveles de macartismo que ni siquiera son habituales en los más “orgánicos” de la derecha. Luego de desarrollar teorías conspirativas sobre el “faccionalismo” de los historiadores -a partir del cual estos se sentirían habilitados a decir cualquier cosa- Marcos Novaro, culpó a la izquierda por producir una historia con una agenda acotada (Derechos humanos, políticas neoliberales y “alguna que otra cosa más”) que “a mucha gente no le sirven para nada”. El “faccionalismo” tiene responsabilidades compartidas, pero hay sobre todo “una gran responsabilidad de los historiadores de izquierda”. Pues la izquierda, afirma Novaro, se aprovecha de un “victimismo” -que define como “el dispositivo ideal para ponerse en la posición de debilidad y decir ‘como el otro es más fuerte yo puedo inclinar la cancha’”. Una idea que existe “gracias a los derechos humanos” y que “ha generado un daño enorme”.

Este libro desgrana, migaja por migaja, los argumentos esgrimidos por él y tantos otros. Los destruye, los desnuda y los deja frente a un espejo, cara a cara con su banalidad. Muchas cosas se podrían decir al respecto, por ejemplo, ver a los “derechos humanos” como un tema más y un “victimismo” implica pasar por alto -y hay que ser ciego para no verlo- el lugar de lucha fundamental que los organismos de dd. hh. han cumplido desde el 83 hasta nuestros días. Incluso, implica negar que, desde hace añares, los gobiernos juegan gran parte de su legitimidad en torno al discurso y las prácticas que sobre los derechos humanos construyen.

Pero hay que reconocerle a Novaro algo: la historia está, efectivamente, en crisis. Se ha despertado una creciente desconfianza ella, la verosimilitud de sus discursos y, subsecuentemente, una desconfianza en el futuro. No podemos hacer oídos sordos a eso. Desde esta perspectiva, Vida de Perro, nos dijo algo: si el neoliberalismo operó en nosotrxs generando un pesimismo de la voluntad, lecturas de libros como éste pueden generar un optimismo de la razón. Eso no implica una confianza ciega en la Historia o en que ella que avanza hacia un lugar. Quiere decir que, incluso en su “realismo histórico” (de Verbitsky)  o “cartografía de posibles” (de Sztulwark), no cesan de señalar luchas políticas y sociales que, en los 60 años de historia que el libro recorre, fueron abriendo experiencias que despiertan un cierto optimismo, un vitalismo, cuando dan cuenta del dinamismo político de nuestro país. Aquellos relámpagos benjaminianos que ya mencionamos. No deja de ser cierto que “los muertos oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos”, pero esta mochila que cargamos guarda herramientas e instrumentos que no podemos dejar nunca a un costado.

El libro es pretencioso, pero no deja de alcanzarse a sí mismo en su pretensión. Otro rasgo curioso de su contenido es que, si bien traza un hilo rojo de la investigación militante, si bien es una investigación sobre la investigación militante, no deja de reflexionar al interior de ella misma. Ese secreto lo confiesa Sztulwark, cada vez que se pregunta a sí mismo si “hay un método” en Walsh, en Prensa Latina, en Verbitsky. Es decir, si es posible pensar una epistemología de las luchas populares y del cotejamiento riguroso de los enemigos. Imposible: cada coyuntura guarda un método en su interior, eso el libro lo recorre muy claramente.  Allí puede leerse, como decíamos, que no es un “libro de conclusiones”. Tampoco es un libro académico: lejos del “conocimiento” absoluto, transmite saberes situacionales.

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La investigación política y militante cumple una función de vanguardia: anticipa al enemigo en su próximo paso, señala, advierte, enfrenta. Pero, como no es académica, no puede pensarse por fuera de la conflictividad social con la cual elabora sus premisas. Decía el propio Walsh que quien se autoproclama vanguardia y no cumple esa función efectiva en la lucha, es una patrulla perdida en el medio de la ciudad. En el fuero investigativo, no se trata de desvelar lo oculto, sino de sacar a la superficie lo que ya está presente, realizando asociaciones. El investigador militante, parafreaseando a Piglia, debe instalarse en la frontera psíquica, límite entre el Estado y la sociedad, y de allí, escribir libros, enviar mensajes. En fin, librar una guerra.

Esta investigación epistemológica sobre un saber del combate, este hilo rojo, no deja de ser un posicionamiento ético-político sobre el “rol del intelectual” en nuestra época, la de la ‘comunión de los santos’. Desde esta perspectiva se lee la historia, nuestra historia.

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Verbitsky funciona pegado al dato, Sztulwark más pegado a las categorías. Por supuesto: ni dato por el dato, ni categoría abstracta. Dos lenguajes muy distintos y, simultáneamente, complementarios. Sin embargo, a pesar de los distintos enfoques propios de sus trabajos individuales, en esta coproducción parecen confluir en un estilo, atados al lenguaje de una conversación política, con las formalidades e informalidades que esto conlleva.

Que los autores provengan de corrientes políticas distintas, en un contexto de avance regional derechista, puede ser leído como un mensaje político: la necesidad de retomar discusiones que puedan aportar a un frente de lucha unitario de todo el campo popular. Y, en su interior, autocrítica y revisiones, discusiones estratégicas pendientes: es este también el lugar donde los autores y el lector se juegan su coherencia. En esa dirección caminan el Movimiento de Mujeres y el Movimiento de Derechos Humanos, en definitiva, los únicos movimientos que logran hacer preguntas al conjunto de la sociedad y pulsear al Estado y la iglesia -desde el 2×1 a la actual discusión sobre aborto. Una gran enseñanza de los sesenta y setenta es el carácter estratégico de la unidad. Muchas discusiones de aquella época pueden leerse en ese sentido.

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El capítulo dedicado a la historia de la iglesia argentina, en las cuales se incluye el rol de Bergoglio en la dictadura, no deben pasar por alto cuando el Papa se presenta hoy como una figura de cuyo legajo sólo forman parte los actos humanitarios. Un capítulo fascinante, donde se narra cómo la burguesía liberal se pliega a la iglesia. Recuerda a las páginas donde Marx dice que la burguesía por miedo a concretar en forma completa su programa, se lanza a los brazos de las fuerzas más conservadoras. De allí, se termina desprendiendo una clave para comprender al peronismo y sus desenlaces. También guarda advertencias sobre nuestra actual coyuntura.

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En fin: “el golpe de 1955, La Opinión, la resistencia peronista, el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y la táctica de la lucha armada, Rodolfo Walsh, Perón, López Rega, la dictadura, Malvinas, la posdictadura y los juicios a la cúpula de las FF.AA., las variaciones en el modo de acumulación del capitalismo en la Argentina, el papel de la iglesia argentina –dentro de ese marco, la figura de Jorge Bergoglio, ahora Francisco-, los organismos de derechos humanos –en particular el CELS-, el alfonsinismo, los carapintadas, las leyes de impunidad, Menem, los indultos, las privatizaciones y la caída del bloque del socialismo del Este europeo, Página/12El Cohete a la Luna, Clarín y Papel Prensa, la crisis de 2001 y las organizaciones sociales, Duhalde, la llegada del kirchnerismo, el nuevo escenario mundial con la emergencia de China, la desaparición de Julio López, la derogación de las leyes de impunidad, la recuperación de la ESMA, la soja y la industrialización, Chávez y el chavismo, el asesinato de Mariano Ferreyra, el sindicalismo y la izquierda, la Cámpora, Milani y la llegada de Macri al gobierno”: todos los temas que recorre. Como si fuera poco, como si no alcanzara.

Un libro que no puede pasar desapercibido en el mundillo de las novedades editoriales, no puede estar en una vidriera, quieto, no puede estar en una biblioteca, apretado; no podemos no enojarnos, reirnos, estar de acuerdo o dejar de estarlo en cada una de sus páginas. No puede ser sólo para eruditos. La historia de los libros es la historia de sus lectores. Y una vida, es, también. un conjunto de libros. No podemos, entonces, caminar sin ellos ni luchar sin ellos.  No pueden ellos caminar sin nosotros ni luchar sin nosotros. El libro como arma de autodefensa contra el presente. La historia que recorren las páginas del libro, la historia del libro, nuestra historia: una línea de combate, para los tiempos que vienen.

 

Apuntes sobre “Vida de Perro”, conversaciones con Horacio Verbitsky // Santiago Giménez

Sin pretender ser un libro de historia, sin pretender ser una biografía, sin pretender ser una teoría política, “Vida de Perro”, conversaciones de Horacio Verbitsky con Diego Sztulwark, siembra pistas sistematizadas para comprender y aportar un balance del presente político a través de diálogos que se inician en 1955 y llegan a la actualidad.

El director del Centro de Estudios Legales y Sociales, periodista y escritor, presentó estas “Conversaciones con Diego Sztulwark” en la Feria del Libro. La obra dialoga con la biografía de Verbitsky como una excusa para que el lector pueda mirar los procesos históricos y analizarlos con él.

Así, “Vida de Perro”, que apela al seudónimo con el que el periodista es conocido, ofrece un balance político de un país intenso, del 55 a Macri, aporta una historicidad mediante análisis, datos, preguntas sobre las resistencias, las revoluciones, las derrotas; habla de la derecha argentina sin caer en la comodidad de subestimar al enemigo y sin sobrestimar las fuerzas propias.

Verbitsky encierra una contradicción: afirma que sus modos de pensar y de sentir no han cambiado desde los años 70. “El Perro” vive pendiente del presente, del corto plazo en el que todos vivimos, pero tiene visión a largo plazo de los procesos. Según él, le pasa lo mismo que a la Iglesia Católica, tiene una visión a futuro.

El libro está dotado de un índice que recorre los bombardeos a la Plaza de Mayo,  la CGT de los Argentinos, Rodolfo Walsh, la resistencia peronista, Perón vuelve, las elecciones de 1973, las críticas a la conducción de Montoneros, ANCLA y la cadena informativa, la Iglesia Católica, Jorge Bergoglio (ahora el papa Francisco), el golpe cívico-militar de 1976, la argentina posdictadura, el juicio a las juntas, los organismos de derechos humanos y el alfonsinismo.

También la presidencia del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), las leyes de impunidad, Menem, los indultos, la corrupción del menemismo, la caída del bloque soviético, Página/12 y Papel Prensa, la crisis del 2001, el duhaldismo, la llegada del kirchnerismo, la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final, la desaparición de Julio López, la industrialización, los sindicatos y la izquierda, Milani, La Cámpora, la llegada de Macri y el Cohete a la Luna, su actividad periodística más reciente.

El libro se inscribe en la necesidad de una reflexión política a partir de la llegada de Mauricio Macri a la presidencia. El método de Verbitsky encuentra un balance como contrapunto a cierto aturdimiento de quienes se sienten avasallados y atacados por la derecha, o de quienes quedan capturados en las operaciones y lenguajes de medios de comunicación y en el espectáculo que banaliza la perspectiva histórica de los hechos.

A partir de esta historicidad construida en los diálogos el libro se abre a preguntas: ¿cómo investigar a la derecha? ¿cómo describirla? ¿cómo comprenderla? ¿cómo caracterizarla?

Late la necesidad de un diálogo generacional, de un balance, un análisis que implique reafirmar posturas. “Vida de Perro” abre el camino a un repertorio para relanzar la lucha para encontrarle el sentido al tiempo histórico, para revisar las trampas que causaron derrota y frustración, para entender que el ejercicio de escribir no es más que vivir un tiempo en continua excepción, donde el pasado vuelve en datos, archivos, memorias que entran en tensión con el sentimiento de fracaso y enseñan a construir anticuerpos.

Diego Sztulwark, autor de este libro, recuerda aquel comentario de Eduardo Luis Duhalde: “la militancia es la tarea de mantener viva la memoria histórica en los procesos de derrota”. Quizás esa sea la clave para entender este balance histórico.

FUENTE: Comuna 

Corrida // Diego Valeriano

Corren los pibes por los pasillos, corren los chetos por la city, corren los operadores a las pantallas de Florida, corren los pobres pocos pesos. Corre el agua y se estanca donde lo hace siempre. Corre base por los pulmones de los que ya no pueden, corre el dólar, corren rumores de saqueos en las esquinas, corre el chino a buscar los fierros, corren los ortibas a denunciar, corre el gobierno al Fondo, corren algunas a postear opiniones, corren los amanecidos a escabiar, corren los militantes a levantar sus banderas.

Corren las pibas el rumor de que son libres, corren los guachos con el fierro en la cintura, los de 6to corren a la plaza cuando se ratean. Corren los delivery para no ser cazados cuando cruzan Rivadavia. Corren las travas al gil ese que ya tienen marcado. Corre el transa a fijar el precio, corren los taxistas a uno de Uber. Corre la familia entera cuando baja del camión, corren por ocupar un terreno y corren porque saben que cuando dejen de correr van a tener que correr a los que vengan. Corre el padrastro a la guardia del Paroissien con dos tramontinas en la espalda. Corre la nena a lo de la tía, corre el banquero por el country bien temprano, corre el de la local el bondi bien temprano, corren los dirigentes contentos al instituto Patria, corren los guachines el camión regador en esos días de diciembre.

Corren y es corrida, estampida, arrebato en la calle, fuga de guita, robo en poblado, saqueo, olor a diciembre todo el año, motín en la primera, toma de escuela, pelea a muerte en el bautismo de la sobrina, lluvia de piedras al patrullero a la salida del Jesse James. Es corrida que no para y se transforma en un río gediento que empieza a arrastrar a todo lo que cruza, que rompe los bordes, que no quiere prisioneros. Corren espantados, manija, frenéticos. Corren y ya nada alcanza: ni los acuerdos con el Fondo, ni la guita al jefe de calle, ni el ajuste a los jubilados, ni el trabajador social que hace que escucha, ni el silencio cómplice de los hermanastros, ni la bondad de la maestra, ni los dólares de la abuela, ni siquiera ya, la sangre derramada.

El día que Rodolfo Walsh espió a la Federal mirando a Mirtha Legrand // Vida de Perro

Fuente: Cosecha Roja

Rodolfo Walsh prendió la TV y sintonizó el programa de Mirtha Legrand. Le gustaba almorzar mirando ese programa porque con frecuencia invitaban a alguna modelo que contaba que leía sus libros. El televisor era viejo. Un mediodía se acercó a ajustar la sintonía y escuchó una voz masculina: “Comando llama, 222, comando llama”. Era la red de comunicaciones de la Policía Federal.

“Rodolfo enloqueció, se olvidó de Mirtha Legrand y de las modelos, y se dedicó a manipular el dial hasta poder direccionar cuándo y cómo llegaba la interferencia, y ya en ese momento descular cómo funcionaba eso”, recuerda Horacio Verbitsky en “Vida de Perro: balance político de un país intenso, del 55 a Macri”, un libro de conversaciones con Diego Sztulwark (EDICIÓN DE SIGLO VEINTIUNO Y TINTA LIMÓN).

No se trata de una biografía de “El Perro”, sino de pensar a partir de su vida política y su obra. ¿Existe un “método Verbitsky” que permita una comprensión histórica del presente y, a su vez, un estímulo para el activismo? Lo que sigue es un fragmento donde Verbitsky cuenta cómo era su vínculo con Walsh y las características del trabajo que realizaron en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Montoneros.

 

HV: Esa era otra de las discusiones que teníamos: sobre Perón y sobre el rol de Perón. Rodolfo tenía una desconfianza absoluta hacia Perón.Yo le decía: “¿Pero vos creés que realmente Perón va a abandonar la lucha por la indemnización y el uniforme?”. Y él me respondía: “Sí, eso creo”. No estoy diciendo que yo crea que él tuviera razón en eso. Sólo estoy contando la discusión. Era complejo: había elementos a favor de cada  una de las interpretaciones y hasta el día de hoy la cosa no tiene solución. No la tendrá nunca. Persiste como un nudo.

DS: En tu período de Montoneros, mientras Rodolfo sigue en las FAP, ¿siguen trabajando como equipo?

HV: No.

DS: ¿Cómo es que se desarma ese equipo? No debe haber sido tan fácil…

HV: Ese equipo venía en crisis. Rodolfo almorzaba mirando el programa de Mirtha Legrand porque siempre había alguna modelo que cuando le preguntaban: “¿Y qué leés?”, contestaba: “Estoy leyendo a Rodolfo Walsh”. Y eso a él le gustaba mucho. Hasta que un día en el televisor, que era muy viejo, la imagen dejó de verse bien. Rodolfo se acercó para ajustar la sintonía, cuando de golpe, con la imagen de Mirtha Legrand, apareció una voz masculina que dijo: “Comando llama, 222, comando llama”. Nos quedamos paralizados de la sorpresa, hasta que nos dimos cuenta de que se trataba de la red radioeléctrica de la Policía Federal. Rodolfo enloqueció, se olvidó de Mirtha Legrand y de las modelos, y se dedicó a manipular el dial hasta poder direccionar cuándo y cómo llegaba la interferencia, y ya en ese momento descular cómo funcionaba eso. Cada cosa era una sigla, una convención, el alfabeto policial. Así empezó un trabajo minucioso. El tema de los patrulleros: cómo eran las claves, con qué código se identificaba cada comisaría, qué significaba la primera parte del código, qué significaba la segunda, qué eran los códigos de transmisión, esas cosas elementales que no sabíamos y fuimos aprendiendo. Por otro lado, la red radioeléctrica: a qué hora se hacían las transmisiones, cómo se comunicaba cada delegación regional con la central, qué importaba escuchar, qué no. Éramos seis personas trabajando, tres parejas, y nos habíamos repartido las 24 horas del día en turnos de cuatro horas por persona. Una vez que estuvo desculado el funcionamiento, vino la rutina del trabajo: con la información relevante escribíamos unos partes, los hacíamos canuto dentro de cigarrillos en letra minúscula, como los presos, y los dejábamos en unos huecos que había en algunas paredes de la ciudad como, por ejemplo, la Escuela Normal nº 1, en la manzana de Córdoba, Riobamba, Ayacucho y Paraguay, un edificio que estaba muy ruinoso, con las paredes muy carcomidas, y tenía muchos lugares para ponerlos. Luego, alguien de la conducción pasaba por ahí y retiraba la información. Con ese método de trabajo comenzábamos a descular movimientos como, por ejemplo, el traslado de un compañero preso de un lado a otro, y esto permitía programar una operación para rescatarlo.

DS: ¿Y esa planificación también se la delegaban al grupo de ustedes?

HV: No, nosotros pasábamos la información y, sobre esa base que actualizábamos día por día, otro grupo organizaba la operación de rescate en la que participaría. Un día, dejaron de retirar los papelitos. Habíamos ido a llevar papelitos y nos encontramos con que aún estaba allí el anterior. Los dejamos, y cuando fuimos a llevar el tercero nos dimos cuenta de que estaban los dos anteriores. Algo estaba pasando, y temíamos que hubiera caído alguien. Después verificamos que no, que no había caído nadie, que estaban abocados a la discusión ideológica. Se había desatado la polémica entre sectores.

DS: ¿Entre los llamados “oscuros” y “esclarecidos”?

HV: Sí: los iluminados, los oscuros, los fosforescentes. El “proceso de homogeneización política compulsiva” o PHPC, para la AICOPUPE (Alternativa Independiente de la Clase Obrera y el Pueblo Peronista). Las FAP se convirtieron en un grupo de estudio y de discusión y así fue como se disolvió de hecho el grupo. ¿Para qué íbamos a seguir? ¿Sabés lo que son cuatro horas seguidas de escucha y de anotaciones? La cosa más aburrida. Si eso es útil es una cosa, ahora, si no sirve para nada…

(…)

DS: ¿Cómo chequeaban la información que les llegaba? ¿Había un sistema o era algo que se manejaba intuitivamente?

HV: Intuitivamente. Claro que te podías comer un garrón, pero visto retrospectivamente no nos comimos tantos. Era difícil chequear. En general, uno conoce a la fuente y, en el caso de las fuentes indirectas, uno sabe cuál es la fuente de la fuente, y además está el contexto general. Para el trabajo con información hay un tema básico que es la verosimilitud. Hay cosas que te las dice alguien que está ubicado en un lugar clave, pero vos decís “esto no puede ser, esto no es, esto es falso”, porque él está engañado o porque él te quiere engañar, pero “esto no puede ser”. Hay otras cosas donde los matices son más difíciles de discernir, donde es más gris, y para eso cuenta el buen criterio de cada uno, el estar prevenido contra los deseos. A menudo, uno tiende a creer lo que desea, lo que no es mi caso en general, pero nadie está a salvo de eso, es lo más humano.

RITA SEGATO, ¿QUÉ HACER CON LA MASCULINIDAD? // Clinämen

“Hay una máquina de muerte que se manifiesta en el cuerpo de las mujeres”, dice la antropóloga Rita Segato.

La corporación de lo masculino, el grosor de la piel y el patriarcado como orden político.

 

“¿Cómo hacernos un cuerpo?” Entrevista con Suely Rolnik // Marie Bardet

Esta entrevista es un adelanto del libro «8 M | Constelación Feminista», editado por Tinta Limón.

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Suely Rolnik es una máquina de intervenciones en múltiples direcciones o por lo menos en las dos que se alían fuertemente en su trabajo: crítica y clínica, alianza que genera el campo de la micropolítica. Cada una de sus conferencias, textos, aquelarres con artistas, montaje de redes, conversación, es un modo de intervención situada. Pero que el feminismo y los saberes-del-cuerpo (con todos los nombres mutantes que inventan: “la cuerpa”, “acuerparnos”) sean las experiencias fundamentales de insurrección y reconfiguración micropolítica del momento, parecen ser desplazamientos que tienen en vilo a Rolnik en los últimos tiempos. Narra estos desplazamientos actuales con fuerza y detalles en una conversación de verano.

Cuenta aquí que las Asambleas Públicas de la Escuela de Técnicas Colectivas organizadas en Buenos Aires en abril 2017 por Verónica Gago y Silvio Lang en el marco del Coloquio “Cerca de la Revolución” en la UNSAM fueron decisivas para encontrar su feminismo en las moléculas más ínfimas de su cuerpo; explica cómo el momento actual de violencia y destrucción en América Latina y en el mundo que surge del nuevo pliegue del “inconsciente colonial-capitalistico” en el marco del capitalismo financiero y globalizado también es un momento muy importante de alianzas e insurrecciones, en particular del movimiento feminista; y propone que la brújula ética de los saberes-del-cuerpo oriente la micropolítica de estas reconfiguraciones de y por las mujeres, en el sentido más amplio y abigarrado que le dan el grito y el movimiento a la palabra.

La entrevista empieza con la presentación de las dos palmeras Pindó, que viven con ella, desde el patio de su departamento. Chamanas de su cotidiano, se vuelven interlocutoras clave a lo largo de esta conversación poco lineal, que salta de la evocación del territorio pre-colonial de Pindorama a la “transverberación” de Santa Teresa de Ávila, pasando por las brujas que, como aquel río Doce de Amazonía, se transfiguran y crean nuevas maneras de vivir frente a las fuerzas que producen su casi destrucción…

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Saberes-del-cuerpo

En su conferencia “Sobre el inconsciente colonial-capitalístico”[1], Rolnik apela a los “saberes-del-cuerpo” para socavar individual y colectivamente el régimen dominante, e invita a “hacernos un cuerpo”. Quisimos saber qué cuerpos y qué saberes se movilizan para ella.

“A la vuelta de mi última temporada en el hospital, hablando con mi Pindó más cercana, porque hablo mucho con ella, es una especie de chamana para mí, me di cuenta que mi enfermedad, esta colitis crónica, empieza cuando mi intensidad se vuelve muy acelerada, cuando hay una especie de aceleración insoportable de todo mi cuerpo. Hablando con ella me di cuenta que mi pensamiento tiene una velocidad incesante, que no obedece a nada. Puedo estar muy cansada soy capaz de quedarme tres noches sin dormir escribiendo; cuando ocurren ciertas experiencias, me pongo en estado de urgencia y entro en una aceleración total, que no cesa mientras no encuentre palabras para decirlas. Me di cuenta que mi pensamiento no tiene ritmo y que el ritmo del pensamiento viene del ritmo vital, que nos indica el cuerpo en su inspiración y expiración de toda la biosfera. El cuerpo baila con la biosfera. Entonces me di cuenta que esta capacidad, que es un elemento esencial del saber-del-cuerpo, viene… ¡del cuerpo! y que yo estaba totalmente disociada de mi cuerpo desde este punto de vista. Por supuesto, hace mucho que hablo de los afectos, pero sobre los ritmos del cuerpo, era totalmente ignorante. Pensé: “me paso la vida trabajando sobre esto y ¡no tenía la menor idea! Mi “espíritu”, que busco desde siempre llevar a la inmanencia con la biosfera, está todavía enteramente en la transcendencia, como si fuera una cosa abstracta, que nada tiene que ver con mi cuerpo, una suerte de objeto que me pertenecería o no sé qué…”. Entonces ahora estoy intentando conquistar esto. Atención: habitualmente no uso la palabra “espíritu” porque está demasiado cargada de tradiciones religiosas monoteístas, de las iglesias y sus sistemas morales que lo cafishean y de todas esas cosas new age;  si lo utilizo acá es para traerlo de vuelta al cuerpo; el espíritu es el saber-del-cuerpo. Y es el cuerpo el que da al espíritu el ritmo, la batida, el pulso, ¿no? Entonces, el ritmo es un elemento esencial del saber-del-cuerpo, ¿no?”

Por ejemplo, la palmera, cuando hay viento, baila, las hojas bailan, si hay otra al lado se acercan… y después se apartan. Todas las fuerzas de todos los cuerpos están en relación, y esas relaciones producen efectos en cada cuerpo. Es nuestra experiencia del mundo no en sus formas que desciframos con la percepción, sino en sus fuerzas, que desciframos con el saber-del-cuerpo por medio de los afectos que son los efectos en el cuerpo de las fuerzas de la biosfera (ese gran cuerpo viviente que incluye los humanos junto con todos los demás elementos del cosmos).”

“En este sentido, cuando hablaba de saber-del-cuerpo, lo que me interesaba era tomarlo como nuestra brújula básica. Además está nuestra brújula moral que nos sirve para nuestra existencia social. Lo que me interesa, es cómo la resistencia hoy consiste en reconectar lo más posible con nuestra condición de viviente, activar nuestro saber-de-viviente, saber-del-cuerpo, y que este saber es nuestra brújula. Pero una brújula ética, porque su norte (o más bien, su sur) no tiene imagen, ni gestos, ni palabras. Es diferente en esto de la brújula moral, cuyo norte es un sistema de valores, imágenes, palabras, etc. que funciona con el sujeto y su manejo de las formas sociales, y es importante también porque, desde luego, no vivimos sin situarnos en las formas sociales. Es importante no como referencia absoluta universal, sino como algo que se va a transfigurar cuando nos dejemos orientar por la brújula ética. Se tiene que transfigurar las formas sociales y transvalorar sus valores cada vez que la vida nos indica que ya no se puede seguir así, porque la sofoca. Y esto va desde la cosa más macropolítica hasta nuestra sexualidad.”

Destino ético de la pulsión [o #Nosmueveeldeseo.]

“Voy a dar un ejemplo maravilloso que me contó Aitón Krenak, activista intelectual indígena brasileiro, que pertenece a la comunidad Krenak. En Amazonia, hay un río llamado Rio Doce (río dulce), un río enorme como lo son los ríos amazónicos, y en una de sus orillas, vive una comunidad indígena. Como bien se sabe, las comunidades indígenas tienen una relación de conversación continua con los ríos y los demás elementos de la biosfera que hace parte de la construcción de su modo de existir. En esta región, hay una poderosísima minera llamada Valle de Río Doce, que pertenecía al Estado y hace un tiempo fue privatizada. Esta misma minera fue responsable de la catástrofe de Minas Gerais en 2015 donde una instalación explotó y varias ciudades de la región con miles de personas fueron totalmente destruidas y hasta ahora nada ha sido hecho para que la gente se reinstale. Esta empresa minera contaminó tanto el río que no solo estaban sus aguas contaminadas, sino que parecía haberse secado por completo. Si solo mirábamos la situación con nuestra percepción, hubiéramos dicho que el río estaba muerto. Pero dos años más tarde, los habitantes de esa comunidad indígena descubrieron que el río había encontrado una manera de seguir muy fuerte y muy limpio bajo la tierra. ¿Qué pasa ahí? El río, cuando es afectado por las fuerzas del abuso por parte de la minera y se seca, no va a hacer como nosotros en una situación similar. Nuestra parte “sujeto” piensa “¡Estoy destruida! ¿Qué voy a hacer? ¡No puedo vivir de otra manera! ¿Qué van a decir de mí? ¡No soy más nada, no pertenezco más a nada! ¡No lograré más existir! Es la muerte, es el fin…”. O proyectamos la causa de nuestro malestar en el otro “¡Mirá lo que hicieron!” y lo demonizamos furiosamente: nos quedamos con “¡Abajo Lula! ¡Abajo Dilma!”. El río, él, no tiene sujeto. Cuando la vida se encuentra amenazada, cuando el río siente los efectos de esas fuerzas destructivas en su vitalidad, inmediatamente inventa su manera de seguir, bajo otra forma, transfigurándose, creando otro lugar, de otra manera; el río cumple así el destino de la vida, que en su esencia es un proceso continuo de transfiguración para seguir perseverando. Es esa fuerza de perseveración que define la vida, lo que Spinoza llama conatus.

Esa transfiguracion Suely Rolnik propone pensarla en el mundo de la subjetividad humana. Los saberes-del-cuerpo, que llama también saberes-eco-etológicos, son los que permiten seguir cuando dos tipos de experiencias de nuestra subjetividad entran en tensión: la del sujeto que descifra el mundo por medio de la percepción, y la del viviente que somos, uno entre tantos otros en la biosfera, en la que aprehendemos el mundo por los afectos. “Afectos”, “no en el sentido de cariño, sino en el sentido de ser afectadx, perturbadx, tocadx”, precisa Rolnik, es decir los efectos de las fuerzas de la biosfera sobre nuestros cuerpos. Es lo que Rolnik llamaba “cuerpo vibrátil” en “Geopolítica del Rufián”, y que ella retoma también en su diálogo con el bailarín y pensador de la danza, Hubert Godard.

“Estas dos experiencias, la del sujeto que percibe para existir socialmente y la del cuerpo viviente que es afectado, no son opuestas; la relación entre ellas no es dialéctica, sino paradójica. Cuando entran en tensión una con la otra, la subjetividad se encuentra desestabilizada, desterritorializada. Deja de funcionar su brújula moral, ya no nos sirven nuestras referencias, nuestras imágenes del mundo y de nosotros mismos, nuestro modo de vida; es una especie de vacío de sentido. Pero si la subjetividad logra soportar este momento de vacío (que no está, precisamente, “vacío” porque hay un embrión de mundo que espera las condiciones y la temporalidad para germinar, para que la vida tome una nueva forma, en un nuevo modo de existencia), sigue el camino del destino ético de la pulsión (nombre que Freud ha dado a la fuerza vital en el humano) que es convocar el deseo para crear algo que logre dar forma y materializar lo que la vida nos pide cuando está amenazada, para recobrar su equilibrio. Puede ser una obra de arte, otra manera de vivir, otra manera de alimentarse, hacer estallar la noción de género, inventar otras sexualidades, etc. En cambio, cuando la subjetividad se reduce a su experiencia como sujeto, es el ego, el yo, que desde sus referencias interpreta la situación y, por eso, la ve como peligro de desagregación. Nos sentimos entonces totalmente amenazadxs, angustiadxs. Lo que era solo un malestar de vacío-lleno se vuelve angustia del yo, y el deseo se ve forzado a encontrar un equilibrio inmediato consumiendo algo ya existente: un discurso, un lenguaje, un modo de vida, etc. Va a hacer algo reactivo para mantener una imagen de sí mismo y del mundo, reacomodando el status quo. Y lo que se hace reactivamente puede ser muy creativo, pero no creador. Eso es antiético, porque implica interrumpir un proceso de germinación que es esencial para que la vida pueda respirar y perseverar. En eso consiste el efecto del abuso de la pulsión vital que la desvía de su destino ético; dicho abuso es la matriz micropolítica del régimen colonial-capitalístico.”

Política de las palabras: de la empatía a la transverberación

“De la misma manera que mientras el sujeto aprehende por medio de la percepción, nuestro cuerpo vivo aprehende por medio de los afectos, mientras que el sujeto se relaciona con lxs otrxs por medio de la comunicación, nuestro cuerpo vivo se relaciona con lxs otrxs por medio de algo cuyo nombre estoy buscando en este preciso momento para un texto nuevo[2]. Porque antes lo llamaba empatía, pero empatía no va. No va porque la publicidad lo usó mucho, la cosa new age y los libros de autoayuda también. A su vez, muchos militantes negros por ejemplo nos dicen “gracias, estamos hartxs de su empatía”; es que la empatía deniega la tensión. La palabra que creo que voy a poner, lo estoy trabajando en estos días, es transverberación. Transverberar alude a reverberar, traslucir, diseminar… Es un término que encontramos en Santa Teresa de Ávila. Voy a contar primero la descripción que ella hace de esa experiencia desde su idioma católico, después sacamos la Iglesia, Dios, etc., para transcribir su experiencia en nuestro idioma desde lo que esa experiencia aporta. Para Santa Teresa, existen seis etapas para volverse Santa, la sexta es la transverberación. Describe un sueño que tuvo: vino un ángel hacia ella y le traspasó el corazón. Sintió un dolor gigantesco en su cuerpo, su cuerpo quemaba pero decía todo el tiempo que ese dolor no era solo corporal, sino también espiritual. Y ahí, dice, habitaba totalmente el espíritu, es decir Dios en su idioma católico. Si traduzco esto en mi idioma lo que ella sentía habitar plenamente es el saber-del-cuerpo, nuestra condición de viviente, lo que podemos llamar “el espíritu”, si lo liberamos en nuestro idioma de su cafisheo por el poder colonial de la Iglesia, que ha sido fundamental e indisociable del poder de Europa sobre el resto del mundo así como del poder colonial del capitalismo globalizado, (ambos poderes van de la mano). Diríamos entonces que la ética de una vida consiste precisamente en habitar cada vez más nuestra condición de viviente. Desde esta perspectiva, la sexta etapa, en nuestro idioma, no es un devenir-santa, sino cumplir con el destino ético de una vida, honrándola; la vida es lo “sagrado”, si queremos preservar ese término. Honrar la vida es habitarla lo más plenamente posible. Esto es la transverberación. El “trans-” remite a trans­-versalidad, pero también a trans-sexualidad, y por supuesto a trans-cendencia, cuando esa no es lo más allá del mundo, sino su inmanencia misma. También es una especie de “reverberación” pero de “espíritu” con “espíritu”, de lo viviente con lo viviente, y no una comunicación entre identidades o sistemas morales. Es una especie de resonancia intensiva, o resonancia entre afectos. En este caso el conocimiento no es el de la cognición, sino el del saber-del-cuerpo, de lo viviente, del saber-eco-etológico. A partir de esto podemos pensar la resistencia, en particular del movimiento de mujeres.”

Macro y micro-política actuales: el feminismo como transfiguración de las mujeres (y no solo de ellas)

“Pienso que estamos en un momento muy interesante: las fuerzas brutas, ignorantes, confinadas en el inconsciente colonial-capitalístico, tomaron el poder en todas partes. Ya no tienen vergüenza, no se disfrazan, se manifiestan como quieren, hacen lo que quieren. En Brasil es espantoso lo que están haciendo en todos los niveles, incluso con el arte, con la cultura… ¡con todo! La vida se siente amenazada, y es siempre un momento en el cual estallan insurrecciones. Siento que hay en este momento una insurrección que se disemina por todas partes, en todos los dominios de la vida social, algo irreversible.  Bueno, en general soy optimista… lo que es tan idiota como ser pesimista… porque en ambos casos se hace referencia a la imagen de un final fijo y definitivo, sea un final feliz o infeliz, sea la imagen de un porvenir maravilloso como la de la revolución, heredera de la idea de paraíso, sea su opuesto, la imagen de un colapso total, heredera de la idea de apocalipsis. Tener optimismo y esperanza es distinto de creer en la vida en su potencia de perseveración que involucra un proceso continuo de creación de otras formas en las que se performatiza lo que la vida anuncia.

Hasta ahora la insurrección era básicamente macropolítica, aun si en el 68, empezaron insurrecciones micropolíticas… Bueno, incluso podríamos decir que había empezado antes con, las vanguardias de fin del siglo XIX y principio del XX, pero en cuanto movimiento político de masa, empezó en los años 70, en muchas partes, de distintas maneras. Creo que París fue el único lugar donde las esferas micro y macro estaban reunidas en la insurrección. Cosa que no pasaba en América Latina, ni en Checoslovaquia, ni en Italia, alrededor del 68, donde las insurrecciones en esas esferas no solo estaban separadas, sino que incluso había conflicto entre los que actuaban en una y otra lucha. Lxs activistas micro consideraban “caretas” a lxs activistas macros, porque su subjetividad era como la de los burgueses. Al revés, lxs macro lxs despreciaban porque había una tendencia a la despolitización (en el sentido macro) en los agentes de la insurrección micropolítica. A su vez, lxs activistas macro consideraban que la lucha en el campo de la subjetividad y de la cultura (en el sentido amplio) era propia del individualismo burgués, porque tenían una imagen de la subjetividad reducida al sujeto ya que así era su propia subjetividad. Creo que lo nuevo en este momento, y el desafío para nosotrxs, es que la lucha micropolítica está mucho más presente ahora, sin tener algo que tenía en el 68 que es creer en un porvenir maravilloso, algo como una sociedad hecha de comunidades entre hermanitxs, eternamente armoniosas y sin conflictos. Se trata hoy más bien de darse cuenta que la vida es una lucha constante entre fuerzas activas y fuerzas reactivas, entre fuerzas que quieren destruir la vida y fuerzas que quieren que el conatus transverbere, fuerzas no solo en la sociedad sino en nuestra propia subjetividad y en las redes relacionales en las cuales está ubicada. Esto es  algo que está cada vez más claro y presente en muchas luchas, en particular las luchas de lxs negrxs, de lxs indígenxs, de las mujeres y de lxs LGBTQI. Lo nuevo es también que se tiende a no oponer más micro- y macro-política.

Las dos luchas, micro y macro, son absolutamente importantes y ambas se dan en el ámbito de las relaciones de poder, pero en distintas esferas de las mismas, lo que involucra distintas metas, distintos modos de operación y cooperación, distintos agentes de la insurrección, etc. La lucha macropolítica tiene como meta la distribución más igualitaria de los derechos civiles etc. Por ejemplo, la lucha de las mujeres contra el machismo, en esta esfera, es la lucha contra el poder de los hombres. Lo que nos pone juntas para esto es una misma posición identitaria, y ahí la noción de identidad tiene sentido y sirve para la lucha macropolítica contra la opresión. Puede ser identidad de mujer, de negrx, de LGBTQI… y también de obrero. Aun si ya no es únicamente el obrero el agente de la lucha contra la explotación y la opresión, ya que se incluyen agentes que ocupan otros lugares y cede subalternidad (lo que es sin duda un avance), su lucha sigue siendo pensada y actuada desde una perspectiva macropolítica. En esta esfera el modo de cooperación parte de un programa y una meta pre-definidos, o sea es un movimiento programático y depende de la construcción de movimientos organizados, partidos, porque la meta es una redistribución de los derechos que sea más igualitaria, lo que involucra un cambio de leyes en el Estado que necesita de ese tipo de presión de la sociedad para (quizá) ser logrado. Mientras que en la lucha micropolítica intervenimos en la relación de poder pero ya no con la meta de combatir el poder del dominador: el varón si tomemos el ejemplo de las luchas de mujeres contra el machismo. La meta es conocer cada vez más cuál es nuestro personaje en ese teatro de la escena machista, y cuál es el personaje del varón en esa escena. Porque desde un punto de vista micropolítico esta escena no está hecha solo por los varones, está hecha, vivenciada, por dos personajes: mujer y varón, en una dinámica que involucra a ambos. Hace parte del personaje de mujer en la escena machista que se sienta muy mal si no tiene un varón, como si no existiera, y entonces para salir de ese estado, acepta vincularse con cualquier mierda de varón, y sobretodo acepta la relación de abuso porque solo se reconoce por medio del deseo de un varón, y todo lo demás que compone el personaje femenino y la dinámica de su relación con el personaje masculino, y que sigue vigente. Entonces, ¿cómo se produce la insurrección en las relaciones de poder desde este punto de vista? No es una lucha por oposición. La lucha macro sí es una lucha por oposición, es dialéctica, porque tenemos intereses opuestos. En la esfera micropolítica, se trata de deshacer nuestro personaje en la escena de las relaciones de poder, por medio de un trabajo de creación de otro personaje, o más bien de otros personajes, un proceso en el cual a medida que va tomando cuerpo otro personaje se deshace el personaje anterior y la escena misma no tiene como mantenerse. A medida que lo vamos haciendo (porque es una lucha de toda la vida), el otro personaje, el macho en este caso, no tiene más con quien hablar en aquella escena teatral. Entonces existen dos posibilidades: o bien tendrá la fuerza, él también, de empezar a inventar otro personaje, otros personajes, mil personajes, a partir de los afectos de lo que está viviendo en cada momento, o bien va a quedar atrapado en una fantasía de que afuera de esa escena y de su personaje en ella no hay nada, es el colapso de sí mismo y de su mundo. En ese caso su respuesta es reactiva para mantener la escena a cualquier costo; es eso lo que produce el aumento exponencial de los femicidios, como es el caso en Argentina actualmente y también en Brasil.

Se trata entonces de inventar otros personajes, disolviendo los personajes que en nosotros sostienen las relaciones de poder, en este caso, las relaciones machistas. Voy a retomar una idea de un estudiante mío, que es gay y que escribió un texto a raíz de mi ensayo “Esferas de la insurrección” donde dice que solemos pensar solo dos figuras de mujer en nuestra cultura: la “reservada y del hogar”, o la puta, vagabunda. “Reservada y del hogar” es lo que dice Temer, el presidente de Brasil, de su mujer. Ella ha sido Miss de su ciudad en la provincia de São Paulo y ha conocido a Temer en una convención de su partido, el PMDB, donde ella estaba trabajando en la función de mujer-adorno, común en ese tipo de evento. No solo Temer la presenta públicamente como una mujer “reservada y del hogar”, sino que sus consejeros en marketing sustituyeron sus ropas sexys de Miss o de mujer-adorno por ropitas de mujer “pura” y asexuada. Este estudiante mío dice no, hay otra figura, que es algo que sabemos muy bien pero está bueno recordarlo, es la bruja. La mujer que no soportó ser ni la pura, reservada y del hogar, ni la vagabunda, y empezó a construirse otro personaje de mujer. Un personaje conectado con los saberes-del-cuerpo, brújula ética que orientaba sus prácticas de cura, de alimentación, etc. Es esa figura de mujer que ha sido demonizada, llamada de manera peyorativa “bruja”, porque es portadora de lo más subversivo en relación al inconsciente colonial-capitalístico. La reconexión con los afectos y la reapropiación de la pulsión para que cumpla su destino ético es una verdadera revolución de la subjetividad sometida a este régimen de inconsciente y que amenaza a todo el resto. Entonces más allá de la santa y la vagabunda, siempre ha habido una resistencia micropolítica de las mujeres que deshacía esos personajes en sí mismas. Hoy cuando me dicen bruja, incluso en el mejor de los sentidos, yo siempre contesto: “soy aquello que el occidente colonial-capitalista llamó bruja, para demonizarlo y con eso justificar la prisión de un número espantoso de mujeres, torturarlas y quemarlas vivas en hogueras en la plaza pública”.

Resistencia e insurrección

“La creación de otras formas de vivir, distintas de las escenas dominantes, sus personajes y sus valores es la meta de la lucha micropolítica, distinta de la redistribución de los derechos, meta de la lucha macropolítica. Un personaje es un modo de existencia que se trata de transfigurar y transvalorar sus valores, como lo designaba Nietzsche; construirse de otra manera, otras relaciones con el/la otrx. En esta esfera de la insurrección, micropolítica, la estrategia de lucha no es programática, como lo es en la esfera macropolítica donde lo que se quiere obtener está previamente definido, sino que el resultado de la lucha, se define a lo largo de un proceso de creación. Su modo de cooperación no consiste en construir un movimiento organizado o un partido desde una identificación entre lugares de subalternidad como lo es en la resistencia macropolítica, sino en componer colectivos efímeros desde una transverberación de una misma frecuencia de afectos; efectos de las fuerzas que agitan un cierto mundo en cada uno de los cuerpos que allí se juntan, y que se encuentran habitados por los mismos embriones de mundo que fueran fecundados en el encuentro con dichas fuerzas (las asambleas de la Escuela de Técnica Colectiva en Argentina del año pasado son un ejemplo de ese tipo de cooperación micropolítica). Tales embriones quieren germinar y, para eso, nos piden acciones para darles una forma. Dichas acciones no es posible hacerlas solx, sino en un cierto campo relacional; es en esa experimentación colectiva que la germinación se produce. Y siempre estamos conectadxs a varios colectivos, entonces cuando uno de ellos llega a su fin, no hay que llorar diciendo “¡se volvió una mierda!”, “¡ha sido un fracaso”! No, cumplió su meta, que era producir una práctica en la cual la germinación se vuelve posible y cuyo efecto es la transfiguración de la realidad. Lo novedoso hoy no son solamente las indispensables prácticas de resistencia micropolítica, sino también que en los nuevos movimientos se articulan con la resistencia macropolítica. No hay descolonización efectiva sin transformación de la política de subjetivación y del deseo que resulta del inconsciente colonial-capitalístico, foco de la resistencia en la esfera micropolítica; pero la descolonización de la subjetividad y, más fundamentalmente de la pulsión, depende de su articulación con la descolonización en la esfera macropolítica. Si, por un lado, la lucha de lxs militantes de las izquierdas tiende a ser limitada micropoliticamente por su modo de subjetivación y su política de deseo, al final también sometidos al inconsciente colonial-capitalistico y, por lo tanto, disociados de sus saberes en tanto que vivientes, por otro lado, la posición de las izquierdas en la esfera macropolítica que consiste en resistir al interior mismo de la democracia burguesa para obtener más justicia es la mejor en el marco de ese régimen que atraviesa toda la historia moderna del Occidente. Entonces la lucha micropolítica no se posiciona en contra de la militancia macropolítica, sino que la amplía y la complejiza. Cuando decimos que los  políticos de izquierda no hicieron tal o cual cosa, incluso Lula y todxs lxs presidentes de izquierda de América Latina post-dictaduras, somos como niños regañando a sus padres por no haber hecho eso o aquello. Con todos sus equívocos y limitaciones, esos gobiernos hicieron mucho más en la esfera macropolítica de lo que había sido hecho en toda la historia de la república en esos países. Es nuestra responsabilidad llevar la insurrección más allá de la macropolítica, lo que probablemente puede incluso ampliar la osadía de las acciones en esa esfera misma.”

¿Seguimos hablando de vulnerabilidad?

En este momento de la conversación, surge una inquietud: en los contextos de violencia neoliberal y repliegue ultraconservador actuales, ¿sigue siendo la vulnerabilidad un camino para conectarse con esos saberes-del-cuerpo, como lo sugería Rolnik en “Geopolítica del Rufián”? Y en este sentido, cuando lanzó la idea, en las Asambleas de abril, de “hacernos un cuerpo”, ¿cómo nos hacemos ese cuerpo? ¿Volviendo la piel más porosa? ¿Ejercitando los músculos para fortalecernos? ¿Cómo nos hacemos una corporeidad resistente? ¿Buscando ese ritmo? ¿Es una vibración, o cierto tono muscular que pueda estar en frecuencia con otrxs? ¿Esto lo seguimos pensando como vulnerabilidad?[3]

“Tenemos que pensarlo juntas, porque este cuestionamiento de la vulnerabilidad en relación a los músculos y la piel, lo introducís vos. Lo que puedo decir de pronto es que la palabra vulnerabilidad está tan problemática como la palabra empatía. Si ese es un término que nombra una actitud frente a la alteridad, en general se lo usa entendido como una actitud del sujeto (y además con connotación políticamente correcta o new age), y no como una actitud del viviente, del afuera-del-sujeto; además muchas veces se lo confunde con debilidad, lo que es peor aún. Cuando tenemos palabras así de tomadas, o continuamos usándolas pero arrastrándolas en otra dirección, o cambiamos de palabra. Creo entonces que si nos parece fecundo mantener el término de vulnerabilidad, hay que describir la experiencia que ese término nombra para nosotras y agregarle adjetivos que lo califiquen. Vulnerabilidad ¿a qué? A las fuerzas, vulnerabilidad a los ritmos, vulnerabilidad a posturas corporales… Pero es también una vulnerabilidad al otrx por transverberación, frecuencia de afectos. Si decimos todo esto, podemos mantener la palabra vulnerabilidad, sino tenemos que encontrar otra palabra capaz de decir mejor y más sucintamente todo esto.

En todo caso, no había pensado la vulnerabilidad al nivel de músculos o piel, como proponés. Apenas empiezo a conocer mis músculos, soy muy ignorante en ese ámbito. En ese aspecto soy una intelectual judía; como yo decía cuando empezamos nuestra conversación, ¡el cuerpo en su fisicalidad pasó a existir para mí muy recientemente! Lo que sí existe para mí desde hace mucho es el cuerpo como experiencia de lo vivo, y descubrí hace un par de años que, paradójicamente, eso también me viene en parte de mi formación judía por la vía del  hasidismo de mis ancestros polacos, obviamente vaciado de su misticismo y más aún de su religiosidad, mezclada con las perspectivas de las culturas indígenas y africanas que me habitan fuertemente. Te hablé de esa necesidad de conectarnos con el ritmo vital que nos da nuestro cuerpo, por transverberación con la biosfera, pero introducís una otra dimensión muy importante,y es que hay que conectarse con nuestro cuerpo concreto, nuestros músculos, piel, huesos, etc. Es verdad que cuando se crean esos nuevos personajes, se produce un nuevo cuerpo, lo que incluye los músculos, sus tonos y sus formas, los huesos y sus posturas, la piel y su porosidad; son la materia misma de lo que expresa un cuerpo.  Pero eso tienes tu que investigar y aguardo con mucha curiosidad lo que me dirás a respecto en nuestro próximo encuentro.

La vulnerabilidad se vuelve herramienta micropolítica, para hacernos un cuerpo, inventar modos de vida y saberes corporales. No remite a un estatus establecido de fragilidad, una asignación a una victimización, o un repliegue. En la densidad del término así tomado, escapa a una alternativa errónea impuesta que opondría fragilidad a empoderamiento, víctima a superwoman, looser a winner, pasiva a activa… La experiencia de la insurrección feminista por ejemplo convierte la vulnerabilidad en un arma potente para leer, conectar, y desarmar situaciones de las violencias:

“Mi colitis crónica, por las que estuve internada varias veces, surgían cuando había situaciones de violencia política que yo asociaba inconscientemente a la memoria de la violencia que sufrí en la dictadura militar. Eso lo sé desde hace mucho tiempo. Pero hace algunos años descubrí que las crisis de colitis eran provocadas en esas situaciones por el daño que le quedó a la glándula adrenal desde que estuve en la cárcel cuando tuve mi imagen pública destruida en la narrativa ficcional que el gobierno militar inventó para justificar mi prisión y usarla en su estrategia política, divulgándola masivamente por todos los medios de información y comunicación. En mi última internación, gracias a un sueño, descubrí algo más: me di cuenta que mis crisis de colitis también vienen de situaciones que me recuerdan la violencia machista que sufrí con los varones desde muy temprano en mi vida y que incluso la imagen ficcional que militares, policías y periodistas han construido de mí en aquel inicio de los años 1970 dictatoriales, eran también extremamente machistas. Y si ya lo sabía (inconscientemente) sin saberlo (conscientemente), pasé a entender en mis más ínfimas células que los dos tipos de violencia son indisociables, y es más, que la violencia macropolitica se sostiene por la violencia micropolítica contra la vida, centrada en el campo de la subjectividad, del deseo y del erotismo. Tuve la consciencia visceral de eso a fines del 2016 en algunos grupos de trabajo con activistas negros que llevan una resistencia micro y macropolítica y luego después con ustedes en Argentina el año pasado. Es la presencia de esa violencia más allá de lo tolerable que me perturba el intestino y lo hace entrar en una aceleración totalmente loca, fuera de sus goznes. Saberlo agrega una nueva arma en la lucha por la construcción de un otro cuerpo.

Termina la conversación con una receta de remedio casero, poción de bruja para la tensión arterial. Como si el reconocimiento de las situaciones de violencia machista y la movilización de los saberes-del-cuerpo, con todo lo aun no sabido, nos autorizan a saber que no estamos solas. Que la tarea de pensamiento y la lucha micropolítica, feminista, también es una cocina de recetas colectivas, en los tiempos y los espacios que nos hacemos. Algo que vamos sabiendo. #Nosotrasparamos. #Estamosparanosotras.

[1] http://campodepracticasescenicas.blogspot.com.ar/2017/06/suely-rolnik-sorbe-el-inconsciente.html.

[2] Titulado “Esferas de resistencia”, de próxima publicación en Tinta Limón Ediciones.

[3] Una serie de preguntas e inquietudes que compartieron lxs participantes del segundo encuentro de la Casa de Bajo Estudios – en la Cazona de Flores, en Buenos Aires, el domingo 3 diciembre 2017, “Cuerpos, potencias, resistencias”, coordinada por Silvio Lang con Marie Bardet, Nicolás Cuello, Verónica Gago, Amparo González, Alejandra Rodriguez, con una parte de práctica corporal y otra de conversación. Cf. https://lobosuelto.com/?p=13608

“Necesitamos salir de la superstición del trabajo asalariado” // Entrevista a Bifo

Es una entrevista breve. Franco Berardi, ‘Bifo’ (Bolonia, Italia, 1948), no necesita rodeos para mostrar las líneas principales de su pensamiento. Ha venido con Andrea Gropplero a presentar Comunismo futuro, una película documental en la que acompaña los hitos de la historia política de las últimas décadas del siglo XX. Una ‘bifografía’ basada en sus reflexiones e intercalada con imágenes de archivo de Mayo del 68, de las luchas autónomas en Italia, el movimiento punk, el auge de internet y del neoliberalismo. La disyuntiva que se planteó en el año clave de 1977 entre la liberación y la esclavitud. Entre romper con el mito del trabajo asalariado o encadenar a la humanidad a un nuevo mito, el de “la máquina”.

Entre las reflexiones que salpican el documental destaca una: “No obedezcas a quienes quieren que tu vida se convierta en un contenedor de tiempo vacío. Si tienes que vender tiempo a cambio de dinero, recuerda que ninguna suma, por grande que sea, vale más que tu tiempo”. Es, quizá, lo que marca la diferencia entre el comunismo que Bifo quiere resucitar y la ideología que bajo ese mismo nombre fue derrotada en 1989 con la caída del bloque del Este. Es, antes que nada, un programa para la derrota del capitalismo financiero, cada vez más basado en la colonización del tiempo y de la vida de millones y millones de personas.

La película que presentas tiene un título sugerente, diría que provocador. ¿Por qué sugieres la idea del regreso del comunismo?
No pienso que el comunismo regresa. Sería loco decirlo. Es un título provocador que intenta decir que estamos en una catástrofe que ha sido provocada. Una catástrofe muy peligrosa, la del nazismo y el racismo que están volviendo en toda Europa. Como ha dicho Emmanuel Macron, la guerra civil es el peligro que estamos enfrentando hoy en Europa. Es una catástrofe que ha sido producida antes de nada por el fallecimiento de la perspectiva comunista, y sobre todo del internacionalismo que está vinculado muy estrechamente con el comunismo.

Entonces, digo que la palabra escandalosa ‘comunismo’ tiene que ser dicha de nuevo hoy; no porque haya una actualidad del comunismo en la escena política actual, sino porque tenemos que prepararnos para una época apocalíptica de la cual saldremos solo si tenemos el corazón para decir “comunismo”.

Pero comunismo no es un programa político, es un meme. Los fascistas están ganando en todo el mundo, comenzando por los Estados Unidos de América, porque han tenido la capacidad de olvidar los contenidos, los programas. Han tenido el coraje de hablar a través de memes, que es la manera en la cual el cerebro contemporáneo puede funcionar. Tenemos que funcionar de la misma manera: el meme que tenemos que lanzar al interior del mediascape [la escena mediática] global es hoy el apocalipsis, mañana, el comunismo. Esa es la manera en la que hemos utilizado esa palabra.

Estamos en una profunda crisis del trabajo asalariado, que fue el primer motor del movimiento obrero y del comunismo. ¿Cómo tiene que ser ese comunismo basado en una idea de nuestro siglo?
El problema es que esta palabra significa muchísimas cosas y al mismo tiempo no significa nada. Es un escándalo, una declaración de fallecimiento, de desmoronamiento, de colapso, de la perspectiva capitalista. Al mismo tiempo significa la necesidad de inventar algo de nuevo, que pertenezca a la historia del pasado también.

¿Cuál ha sido la falta esencial del comunismo histórico leninista? La incapacidad de focalizar la atención sobre el problema de la abolición, de la superación, del trabajo asalariado. Hoy, el problema de la superación del trabajo asalariado es el problema principal en el mundo. Lo dice la propia Google, dice, si Google aplica la producción, la inteligencia artificial de la que ya dispone, el 50% de los trabajos existentes desaparecen mañana por la mañana.

Ese es el problema: no necesitamos continuar en la locura del trabajo asalariado. Necesitamos salir de esa superstición. Eso se llama comunismo, tal y como lo entiendo. Es un programa totalmente utópico y totalmente realista. Utópico porque la realidad es que el fascismo está marchando en todo el mundo. Es totalmente realista porque es la única manera de transformar la derrota presente, la catástrofe presente, en una nueva imaginación de lo posible. Es lo posible de lo que estamos hablando ahora. No la utopía, lo posible. Lo posible es muy distinto a lo probable. Lo probable es el fascismo, que va ganando. Pero lo posible sigue existiendo en el interior de esta realidad catastrófica.

Recientemente, la ONU alertó del papel de Facebook en el genocidio de los rohingya. ¿Cuál es la relación de ese fascismo con la máquina, el algoritmo que está funcionando para ese futuro probable que es el fascismo?
Me acuerdo de que en un libro de 1947 que se llama Dialéctica de la ilustración, [Theodor] Adorno y [Max] Horkheimer dicen que la razón ilustrada tiene que ser consciente de la oscuridad que tiene en sí misma. Si no, la oscuridad será explotada por los enemigos de la razón. Hoy estamos en ese punto. La razón se ha transformado en el algoritmo. En la inexorable, inevitable lógica de un dominio matemático sobre la vida de los seres humanos. Y la razón política ha sido incapaz de problematizar este peligro y de superarlo.

¿Cómo se manifiesta la reacción social, popular, mayoritaria en esta situación? Es lo que [Georg] Lukács ha llamado, siempre en el siglo pasado, la destrucción de la razón. La destrucción de la razón está volviendo porque la razón se ha reducido al algoritmo. ¿Qué podemos hacer? ¿Podemos reivindicar la razón? No. Nadie quiere escuchar la razón. Tenemos que hablar el discurso de la locura para reestablecer una posibilidad de reinvención de la racionalidad. ¿Y dónde se encuentra una potencia capaz de transformar esta locura en una vuelta de la posibilidad racional? Se halla en el cerebro de millones, de centenares de millones de trabajadores cognitivos.

El problema que pone Facebook con Cambridge Analytica, con Google, no es un problema que el poder político, el Congreso americano, el Parlamento, la UE, puedan solucionar. No pueden. Porque se confunden si creen que Google o Facebook pertenecen al territorio de los Estados nacionales políticos o al territorio de la razón política. Al contrario. El Estado nacional americano pertenece al territorio de Google y de Facebook, y al mismo tiempo la dirección en la cual se mueve la máquina algorítmica global es una dirección que la razón política no puede ni encontrar, ni parar, ni subvertir.

La única fuerza que puede enfrentar, parar y subvertir el totalitarismo de las multinacionales informáticas es la fuerza del conocimiento de los que la han producido. Porque somos nosotros, ingenieros, artistas, programadoras, etc., quienes hemos producido la máquina de Facebook y Google. Nosotros podemos deconstruirla, sabotearla y reprogramarla en el interés de la sociedad. No hay política: solo la autoorganización del trabajo cognitivo puede enfrentar el totalitarismo contemporáneo.

La seña más importante de ese totalitarismo es el odio a las personas que se ven obligadas a migrar. ¿Qué significan las fronteras hoy?
Hay que ser muy claros: lo que se está verificando es algo que hemos previsto y anunciado en los años últimos cuando hemos dicho que si la izquierda, los partidos democráticos de la izquierda, no se oponen al capitalismo financiero, lo que va a pasar mañana es lo que pasó en los años 20 y 30 del siglo pasado en Alemania. Es decir, el empobrecimiento y la humillación política de los pueblos europeos. Eso produjo la agresividad racial.

¿Qué podemos decir a quienes tienen miedo de la migración? Podemos decir que la migración es una cosa buena, que los negros son amigos… ¡Todo eso es retórico! La verdad del internacionalismo es que tenemos un enemigo común, y ese enemigo común es el capitalismo financiero.

Eso es lo que la izquierda democrática en los últimos 30 años ha olvidado totalmente. Más que eso, no solo lo ha olvidado, porque desde [Tony] Blair hasta [François] Hollande, hasta [Bill] Clinton, Massimo D’Alema, [Matteo] Renzi, etc., han sido los de la izquierda democrática quienes han permitido al capitalismo financiero destruir la sociedad, destruir la racionalidad. Los que han abierto la puerta al fascismo que vuelve.

En la película que hemos hecho con algunos amigos, con Andrea Gloppero, no se vuelven a proponer los buenos sentimientos de la izquierda y del comunismo: no se trata de buenos sentimientos, se trata del hecho de que estamos enfrentando una catástrofe que la izquierda democrática ha preparado. Y la sola manera para salir de esta es la radicalidad, la liberación desde el trabajo. Nosotros lo llamamos comunismo, si hay una palabra mejor, bienvenida sea.

¿Cómo no quedarnos paralizados ante la magnitud de esa catástrofe?
¿De dónde partir? Desde el sufrimiento, desde el sufrimiento psíquico de la primera generación que ha aprendido más palabras de una máquina que de su madre. Ese es el punto de partida. Segundo: ¿qué herramientas podemos utilizar? Podemos utilizar las herramientas del trabajo cognitivo que, en esta situación, se ha transformado en una cadena opresora, pero puede ser, tiene que ser, la fuerza de liberación del capitalismo presente.

 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/entrevista-franco-berardi-bifo-recuperacion-concepto-comunismo

Vida de Perro, balance político de un país intenso, del 55′ a Macri // César González

De Foucault a Marx, el hilo rojo de la crítica // Julián Mónaco, Alejandro Pisera y Diego Sztulwark

  1. Los modos de la crítica en medio de la gubernamentalidad neoliberal

 

El lenguaje de la crítica se ha vuelto moralizante y sus operaciones suponen una idea simple del poder (como negación, como esencia, como atributo) y de la resistencia (como libertad, como sabotaje) siempre polares. Ese lenguaje se torna impotente para problematizar situaciones cuya trama es ambivalente (Virno[2]); gobernada por un régimen de la excepcionalidad permanente (Benjamin[3], Agamben[4]); cargada de posibles (Simondon[5], Lazzarato[6]).

 

Tales los rasgos de un nuevo tipo de conflicto social (IIEP[7]), caracterizado por innumerables tensiones de carácter biopolítico (Foucault[8]), por cuanto las fronteras entre los pares vida/política, juego de fuerzas/normatividad, poder/resistencia, formas de vida/lucha –corpus conceptual que durante mucho tiempo organizó esa crítica–, se han vuelto porosas y promiscuas[9]. Para comprender lo social, revestido de una opacidad estratégica (en gran medida producto de la extensión y complejización del mundo de las finanzas y de la producción de renta) se requiere, en consecuencia, de nuevas formas de la crítica.

 

La investigación política no trabaja en el aire, sino a partir de las condiciones concretas en que se (re)determina la vida en común. De allí, el pensamiento extrae los elementos de la crítica. El combate del pensamiento no se despliega como aplicación del saber teórico acumulado sino como reflexión sobre lo que aún no se sabe, en la no-familiaridad implícita en el devenir concreto de toda situación histórica.

 

La renovación de la crítica (para no agotarse en la denuncia) necesita de nuevas fuerzas y no solamente de la certeza subjetiva de tener razón: la verdad es efecto de las prácticas y no de una coherencia abstractamente razonada.

 

Ir de Foucault a Marx supone asumir la crítica del primero al marxismo (y al mismo  Marx), pero también, y sobre todo, valorar la capacidad del último Foucault para retomar aspectos importantes de la crítica de la economía política. No nos es indiferente el hecho de que intentando construir su noción inconclusa de biopolítica Foucault haya pensado con una radicalidad inigualable la cuestión del neoliberalismo.

 

En este texto no vamos a meternos con la discusión contemporánea de la biopolítica (intentamos no pronunciarnos en torno a lo que este debate tiene de moda académica, es decir de perecedero y banal). Sí, en cambio, vamos a tratar de tomar en serio la secuencia que va del surgimiento de la economía política y del liberalismo (frente al cual Marx alcanza la madurez del proyecto de su crítica) a la aparición del neoliberalismo como algo más que una mera política económica o una ideología pasajera de las élites de los años 90. En ese punto, intentaremos desentrañar cómo Foucault, siguiendo a Marx sin decirlo abiertamente, intenta renovar las premisas metodológicas de la crítica.

 

La crítica en Foucault y en Marx (dentro y contra)

 

Hay una vía posible de comunicación entre las críticas puestas en juego por Marx y por Foucault, aún si este último era reacio a ese término. Recordemos que, para Marx, ni las relaciones jurídicas ni las políticas pueden ser explicadas por sí mismas. Ni pueden explicarse, tampoco, por el desarrollo general del espíritu humano. Desde el comienzo, la operación crítica de Marx consiste en desnudar la pretendida “autonomía” de las “formas” por parte de la religión, del Derecho, de lo político, del Estado y finalmente de la economía política. Todas ellas, a su turno, se pretenden autofundantes y ofrecen una representación mediada por trascendencias de lo humano genérico. Marx acabará por llamar fetichismo al modo de imponerse de esta autonomía de las formas –lo “suprasensible” – sobre lo sensible del trabajo humano en la mercancía. La operación crítica consistirá siempre en reenviar la apariencia de universalidad que envuelve a estas “formas” a sus presupuestos histórico-concretos, es decir, en aterrizar las representaciones ideales en los procesos reales. De allí la singularidad de la crítica en Marx como crítica práctica.

 

La crítica se forja en Marx en polémica con Bruno Bauer, pero sobre todo con Hegel, y apunta a superar la representación del Estado, de la política y del Derecho (como luego ocurrirá con la economía) como el autodespliegue de una universalidad espiritual a partir de unos propios principios racionales que adoptarían vías específicas de realización en la historia, por detrás y a través de los sujetos particulares.

 

El corazón de la crítica que Marx elabora a partir de los años 1843-44 apunta al “misticismo lógico” de Hegel: la idea de que los sujetos no se constituyen sino a partir de un rodeo, una mediación trascendente que los determina en sus rasgos sociales, racionales y morales. El problema con esa mediación es que su “lógica” no refiere a un funcionamiento histórico-inmanente, abierto en su fundamento mismo, sino a una realidad organizada de espaldas a sus presupuestos (la universalidad política da la espalda a la realidad de los particularismos que pueblan la sociedad civil y reina la propiedad privada). Tal es su misticismo, una supervivencia secular de lo teológico-político que se concreta en instancias históricas (leyes e instituciones) del Estado, cuya verdad hay que buscar en la sociedad civil burguesa. Estas son las primeras tesis del Marx comunista, antes de emprender la crítica de la economía del capital.

 

La crítica en Marx busca sustituir lo universal (pensado al nivel del Estado o de la economía) por las dinámicas y tensiones que orientan la producción histórico-concreta de las sociedades. Ni la ciencia del estado, ni la de la economía política (mistificaciones deshistorizantes) permiten comprender la constitución de lo social.

 

Es que la economía política aparece como la respuesta natural y última a los problemas que la crítica plantea a la política, el hecho de presentarse como causa interna y principio determinante del todo social: esencia espontánea de lo social y verdad material del Estado. No hay operación crítica posible si no se parte de poner en crisis la prescripción económica como condición de posibilidad para las prácticas humanas. Es exactamente en este punto que madura en Marx la crítica de la economía política, cuyo objeto son esas leyes económicas que realizan plenamente la inmanentización de la trascendencia y nos entregan la percepción de un orden inapelable regido por el juego de intereses entre las diferentes categorías –clases- que componen la sociedad.

 

Marx penetra en esta apariencia de totalidad social para mostrar que las categorías de la ciencia de la economía política constituyen el punto último de penetración de las formas trascendentes en las relaciones humanas: para descifrar el secreto del fetichismo de la mercancía es preciso comprender cómo se da la yuxtaposición de lo supra-sensible sobre lo sensible mismo. La crítica de la economía política cumple, así, una doble tarea: por un lado, desmonta la narración –la maquinación– economicista (y su perfecto complemento politicista) que naturaliza como descripción científica lo que no es sino un conjunto de consignas de mando; por el otro, señala que estas categorías están atravesadas por un antagonismo, unas resistencias y un deseo de libertad.

 

¿No sucede algo parecido en Foucault? En su caja de herramientas el investigador foucaultiano  lleva los elementos de la crítica de los universales, aún si lapalabra, en su acepción marxiana, desaparece de su obra. Hay una profunda ironía en las relaciones explícitas de Foucault con Marx, enfrentado como estaba con el Partido Comunista Francés. El propio Foucault se ha divertido volcando párrafos de Marx sin comillas a la espera burlona de que los marxistas lo descalifiquen por no citar al padre del Materialismo Histórico. A pesar del énfasis que liga la crítica foucaultiana con Kant (inscribir el problema estudiado en sus condiciones de posibilidad), vale la pena considerar sus lazos con la crítica practica de Marx.

 

La crítica de los universales (el Estado, lo jurídico, lo político, lo económico) consiste en declarar que ellos no explican nada sino que son ellos mismos los que deben ser explicados. Como grandes conjuntos que implican relaciones requieren de una investigación sobre su constitución. En el lenguaje de Foucault no tiene tanto peso la crítica práctica aunque hacia el final de su obra desarrolle cada vez más el concepto de “problematización”, próximo en muchos sentidos.

 

La preocupación del propio Foucault por la locura o la sexualidad lo llevó a interrogar la naturaleza de estos objetos en sí mismos inexistentes y ante los que cabe preguntarse cómo es que se constituyen en cada coyuntura histórica: ¿cuál es su genealogía, es decir, las fuerzas, procesos y dinámicas que convergen para que se produzca el efecto que sólo erróneamente se coloca como fuente de explicación de lo que acontece?

 

Lo mismo en relación con el Estado. Su constitución material no se explica por los principios formales de la ciencia política o de la historia del Estado. Para entender lo que es el Estado en cada período hay que analizar procesos heterogéneos, incluso moleculares, series de acontecimientos de todo tipo que convergen o se integran en determinadas estructuras y procesos. No se trata de historizar un concepto (como si fuera una esencia que sufre cambios a lo largo de la historia), sino de dilucidar cómo se constituyen efectivamente los grandes conjuntos sociales y, en especial, a qué tipo de problemas dan solución.

 

Claro que los estudios de Foucault sobre las relaciones de poder recusa la separación de estructura y super-estructura en Marx. Las tecnologías de poder son radicalmente inmanentes a lo social. Sólo que este desacuerdo tiene más sentido contra el marxismo que contra Marx mismo: ¿o acaso es posible creer que en Marx se pueda pensar la relación de la máquina con la industria o del colonialismo y la acumulación originaria sin suponer la operación de relaciones de poder en la constitución misma de lo económico y de la producción? ¿Puede investigarse ese “conjunto de operaciones a través de los cuales los hombres producen su vida” por fuera de las relaciones de poder que allí se traman?

 

Hay, a nivel metodológico, una primera zona de aproximación entre Foucault y Marx: el Estado, los universales, los fetiches, las grandes instancias de referencia legal y moral no pueden ser explicadas por sí mismas (o por el modo en que se auto-manifiestan) y la crítica reenvía siempre a ciertas condiciones históricas, a tensiones y conflictos en el nivel de las prácticas y de las fuerzas que conforman lo real de la situación o del problema a pensar. El sujeto es efecto de unas condiciones no elegidas (estructura, historia, dispositivo) y a la vez es deseo y libertad condicionadas por su relación de resistencia y lucha en y contra esas condiciones mismas que lo condicionan. En Foucault, como en Marx, hay un rechazo a pensar en términos de los avatares de una racionalidad (Marx la rechaza en Hegel; Foucault en la Escuela de Frankfurt y particularmente en Habermas) a favor de las múltiples racionalidades –subjetivaciones– que se juegan en la conflictividad histórica.

 

A diferencia de quienes plantean el problema de la emancipación ligada a una historia de la razón, tanto en Foucault como en Marx el problema de la subjetivación se da siempre en torno a una escisión entre lo subjetivo y lo no subjetivo (se es sujeto resistiendo los efectos de unos dispositivos concretos; sobreponiéndose a unas condiciones determinadas no elegidas[10]); contiene una dimensión involuntaria (la subjetivación remite a una composición estratégica en torno a un campo de posibles) y remite a una pluralidad de racionalizaciones (dado que no hay solución predeterminada o natural, sino múltiple estrategias de problematización).

 

Como decía Spinoza en el apéndice de la Ética I: el hombre se cree libre porque sabe lo que quiere, pero no lo es porque no sabe por qué quiere lo que quiere. El problema de la liberación está planteado menos en el nivel de la conciencia de los sujetos y más en la capacidad de problematizar los agenciamientos en los cuales se quiere lo que se quiere y se cree lo que se cree.

 

Foucault: el neoliberalismo como forma de gobierno

 

Leídos durante los años 2013 y 2014 desde Buenos Aires, en una coyuntura en la cual lo sudamericano recobra preeminencia a la hora de plantear problemas, los cursos Seguridad, territorio, población y El nacimiento de la biopolítica invitan a reabrir la comprensión que tenemos del neoliberalismo, tomando la crítica europea –de Foucault a Marx– como archivo vivo: ¿en qué sentido el neoliberalismo sobrevive a las mutaciones sociales y políticas de la última década como verdad de los actuales mecanismos de gobierno de lo social?

Partimos del hecho de que el neoliberalismo se ha revelado como algo más profundo y capilar que una mera política (Consenso de Washington), una ideología dominante (un discurso de las élites nacionales y globales), o una receta económica (ajuste y privatización). En tanto estrategia de dominación política racionaliza determinadas relaciones de fuerza, crea procedimientos de mando y da nacimiento a un nuevo campo de obediencia en el que, paradojalmente, se pone en juego la noción de libertad y de cuidado de sí[11]. El neoliberalismo resulta de este modo inseparable de una política de la verdad que hace inteligible lo social por la vía de la competencia y de las regularidades del mercado (la construcción de más y más mercados) así como por la vía de la proliferación de una infraestructura financiera que se trama en los diversos estratos sociales y, por tanto, pasa a formar parte de las diversas estrategias (conductas y contraconductas) de diversos actores sociales[12].

 

El neoliberalismo forma parte de la cuestión del gobierno de las conductas de los otros (y de uno mismo). Una cuestión más amplia que la del estado. La gubernamentalidad neoliberal no se explica con la imagen de la dominación “desde arriba”, como si de una dictadura militar se tratase. En el mismo sentido en que se dice que las relaciones de poder se renuevan a partir de procedimientos y tecnologías inmanentes a las relaciones sociales, el neoliberalismo promueve un tipo de gobierno fundado en la horizontalización de las verticalidades y en la socialización proliferante de las jerarquías. Y de este modo el mundo es dominado por un esfuerzo tendiente a convertir toda la agencia social en emprendeduría, exaltación ontológica de las virtudes espirituales de la empresa[13]subsumiendo al mundo del trabajo y orientando la vida, la salud y la medicina[14].

 

Tal y como afirma Verónica Gago, la situación sudamericana se define por una extraña coyuntura en la que el dato principal no es tanto la voluntad de varios de sus gobiernos de impulsar la inclusión social en base a políticas neodesarrollistas o neoextractivas –variantes políticas que surgen de una exitosa inserción en el mercado mundial– como la convergencia entre la consolidación y la extensión de las condiciones neoliberales (que por un lado conllevan una renegociación constante entre lo formal y lo informal, y entre lo legal y lo ilegal determinada por la exigencia de optimización en base a procesos de valorización) y  la vitalidad de unos conatus, de una pragmática plebeya (feria; crédito popular; empresarialidad de masas) que da curso a una economía popular que no se deja reducir al ideal de la empresa en la medida en que la mezcla de elementos familiares, de género y comunitarios introduce tensiones que el ideal empresarial no acaba de totalizar. La actual exaltación del consumo –Valeriano[15], Gago– se complejiza en la medida en que reúne en sí (y ya no podemos simplificarlo sólo en su dimensión de “alienación”) la complejidad de estas tendencias opuestas (apropiación plebeya y renovación de las categorías de la economía política, comenzando por la extensión del crédito y la deuda al mundo popular).

 

Aun si puede rastrearse la historia a partir de la cual los neoliberales difundieron su estrategia al mundo occidental, sus efectos se han objetivado de tal modo que, como explican en una reciente entrevista Laval y Dardot[16], su capacidad de regular los intercambios sociales, de estrategizar el campo social y volverse autoevidente persiste incluso cuando y donde como ideología ha sido completamente derrotada, deslegitimada.

 

De allí que no se resuelva el problema del neoliberalismo desmontando su discurso. Menos aun moralizándolo Foucault permite justamente plantear nuevos interrogantes y vías de investigación (pensar nuevas formas de la crítica): ¿cuál es la fuente de normatividad neoliberal? ¿Cómo combatir una política que es de inmediato modo de vida? Con el neoliberalismo la vida misma se entreteje, bis a bis, con las categorías de la postmoderna economía política (la deuda, la extracción, el consumo, la moneda, el crédito). Dice Lazzarato, lo extra-económico mismo (la subjetividad, la moral, los proyectos, el tiempo) se desenvuelve a partir de la razón económica..[17]

La gubernamentalidad neoliberal –que es también la gubernamentalidad del estado mismo– refiere entonces a múltiples mecanismos, acuerdos y dispositivos (jurídicos, comunicacionales, monetarios, de representación política, etc.)[18] tendientes a orientar –producir saberes, valores y regulaciones– las prácticas sociales a un ideal de optimización por la vía de la producción de renta para los actores sociales.

 

La perspectiva de Foucault –la problematización– consiste en la acción del pensamiento que surge no de una natural voluntad de pensar, sino de la presencia de signos pululantes de indeterminación de ciertos aspectos de la realidad del  mundo que hasta el momento creíamos estables. Siguiendo a Nietzsche, pensar es activar una voluntad en torno a una interpretación que se descubre insuficiente o adversaria y descubrir que no hay hechos sino interpretaciones. No hay positividades, sino por efecto del encuentro de fuerzas.

 

¿Se da hoy fuente alguna de problematización que no sea la que el propio neoliberalismo se pone a sí mismo para seguir desplegándose? Por ahora sólo podemos agregar lo siguiente: en el terreno social, la problematización deviene inseparable de la emergencia de contraconductas (y hay que retener que las contraconductas no adquieren su rasgo problematizador a partir de una voluntad estética o nostálgica sino de sus prácticas efectivas al interior de dispositivos concretos, cuyas líneas –de visibilidad, de enunciación, de poder y de deseo– alteran, cortándolas, continuándolas más allá, plegándolas sobre sí[19]).

 

Para el caso de las sociedades gubernamentalizadas –“neoliberales”, de “seguridad” (Foucault) o de “control” (Deleuze)–, las contraconductas se organizan dentro y contra de los dispositivos de las finanzas (la deuda y el crédito); de la representación política; de la seguridad y de la mass-mediatización[20]. La crítica práctica o contraconducta se propone como desafío. Pero un desafío que no se reduce en la discusión de táctica política. Pues como afirma Santiago López Petit[21], el capital se ha hecho uno con la realidad. Y por tanto es la realidad la que se ha vuelto impotente. Ya no es ella quien nos provee de un exterior para la crítica. La renovación del proyecto de la crítica práctica, de la problematización a la altura de la realidad global que se impone requiere de desplazar (violentar, fugar de) la realidad misma.

 

  1. Pastorado y gubernamentalidad

 

Seguridad, Territorio, Población

 

Cuando intentamos valernos de los conceptos que heredamos de la filosofía política para entender nuestro presente, nos enfrentamos a un desajuste entre las nociones que eternizan una imagen soberana del estado y una realidad en la que el poder político circula a través de un complejo entramado de dispositivos. Michel Foucault describió ese pasaje de la soberanía a la gubernamentalidad hasta llegar al neoliberalismo, en el que la trama de poder se subjetiva de modo indirecto actuando sobre el medio (ese espacio sobre el que interactúan los individuos) antes que sobre las personas mismas. No se trata de que el neoliberalismo minimice al estado: más bien lo gubernamentaliza.

 

Una comprensión del estado y de la sociedad en términos de gubernamentalidad conlleva un replanteo de la imagen que la filosofía política difunde de un poder soberano del estado como resultante de un pacto social. A diferencia de la simplificación habitual que lo presenta como un pesimista de la naturaleza negativa –Homo  homini lupus est–, Thomas Hobbes veía en el hombre un ser de capaz de artificio. El animal que crea ficciones es el que más se parece a Dios creador, pues es el que puede crearse una naturaleza y un cuerpo colectivo: el Leviatán. Sólo que el hombre que pacta y que fabrica artificios no es un hombre pre-social y desnudo, pura potencia de invención, sino el hombre sometido a los poderes religiosos.

 

Se trata, entonces, con Foucault, de volver a contar la historia que va de la soberanía a la gubernamentalidad flexible del neoliberalismo, pero esta vez tomando en cuenta esta otra trama de poderes que subtienden a la filosofía política y que conciernen a la historia de la gubernamentalidad religiosa de Occidente.

 

Una vez que nos decidimos a abandonar la idea del Estado como si de una esencia inmutable se tratase (y este es, como hemos visto, un presupuesto metodológico fundamental de Foucault) captamos lo estatal como un conjunto variable de secuencias de integración de procesos plurales y heterogéneos que no funcionan en el vacío, sino al interior de una vasta voluntad de gobierno del alma y de las conductas que no siempre se expresa de modo directo en el estado.

 

Foucault se ocupa de esta idea de “gobierno” que obsesionó a Occidente de un modo particular, y seguramente es su reflexión sobre el pastorado cristiano la que más penetración alcanzó en este sentido.  Pero a la hora de plantear la disyunción entre soberanía de estado y gobierno de las almas y de las conductas, Foucault se interesó en la crítica que los jesuitas realizan a Maquiavelo. En efecto, la literatura anti-maquiavélica del siglo XVI se constituye en contrapunto con El Príncipe, en tanto se ocupa de formular el problema del gobierno de los hombres a partir de un nuevo campo de problemas (el de la población) y de nuevos mecanismos de saber y de poder (que a la larga devendrán en economía política).

 

En El príncipe, según la literatura anti-maquiavélica que Foucault cita ampliamente, se propone al poder político como aptitud para obtener y conservar un territorio. La soberanía, por tanto, es concebida como lazo trascendente príncipe-principado, un vínculo de apropiación que toma a la población como un dato natural, una propiedad más del territorio. El principado, en tanto que posesión del Príncipe, no se llega a plantear la cuestión del gobierno de las poblaciones, sino que se detiene en el arte de las astucias para derrotar a los rivales en la competencia por la apropiación. No es, desde luego, que no se perciba a la población. Pero no se la considera como un factor específico de creación de riquezas ni se perciben los mecanismos inmanentes de regulación que harían de ella una fuerza productiva. Sobre todo, no se toma en cuenta que, por debajo del príncipe, hay jefes capilares: padres de familia y líderes de órdenes religiosas capaces de modular la actividad de la población. El poder soberano gobierna por la ley y no se interesa por coordinar productivamente esa red población-territorio-riqueza que comienza a conceptualizarse durante el siglo XVII.

 

La literatura anti-maquiavélica, refutando a Maquiavelo, plantea la existencia de una realidad poblacional capaz de una productividad que permanece opaca para una visión restringida al problema de la propiedad territorial. La inspección de este nuevo objeto, la población, conjunto de singularidades que se determinan en relaciones recíprocas, llevan al descubrimiento de “la sociedad” y, junto con ella, al problema de su gobierno. Estos problemas nuevos, que demandan saberes nuevos –de la estadística a la sociología– desembocarán en la economía, a partir de la preocupación por conocer las reglas que permiten comprender los asuntos vinculados con el enriquecimiento de los estados.

 

El territorio, a la luz de la población, será cada vez más concebido como un medio. Y en el orden de lo que se entiende por soberanía surgirá a nivel del derecho el problema de los límites al poder del estado. El buen gobernante será aquel que sepa respetar, fijarse un límite. ¿Límite ante qué? Ante las regularidades virtuosas que parecen poseer las poblaciones, cierta proclividad natural que la sociedad posee para optimizar sus relaciones entre personas y cosas (territorios, recursos, hábitos, enunciados, riquezas, acontecimientos, etc.). La población, entendida por la nueva ciencia económica como conjunto de mercados, se vuelve fuente de verdad para el gobierno.

 

Para pensar esta población como pluralidad de interacciones, o sociedad civil, es imprescindible reparar en la “familia” como unidad de reproducción de personas, pero también de relaciones sociales. Y con ella toda una ciencia del deseo y la subjetividad que, con el tiempo, reparará en las cuestiones de la locura y la sexualidad. Al poder soberano, aquel que funda estados, parece escapársele este conjunto de procesos “moleculares” o “micropolíticos” que se encuentran, sin embargo, en el comienzo de la organización de los grandes conjuntos, sea el poder religioso o el estatal, sea el poder psiquiátrico o el de la prisión.

 

La gubernamentalización de la sociedad y del estado resulta inseparable del problema de la intensificación productiva de esta pluralidad poblacional largamente sometida a dispositivos de seguridad y estudiada por la ciencia de la economía.  No se trata con esto, para Foucault, de anunciar el fin del estado, sino de entender que el fundamento –los presupuestos- de su poder vienen dados por el desarrollo de larga duración de esta gubernamentalización de lo social.

 

Población, sociedad civil y economía constituyen, desde entonces, las grandes categorías del liberalismo, primero, y del neoliberalismo (que es una cosa diferente), después. Y en la medida en que gobernar lo social es, todavía hoy, ensamblar dispositivos aptos para la intensificación económica de una población, se comprende que el estado reciba de ese proceso la norma para sus acciones.

 

Cuestión de método

 

Esta enorme reflexión sobre la gubernamentalidad lleva a Foucault a formular, en el orden del método, tres desplazamientos.

 

El primer desplazamiento concierne al modo de pensar lo institucional. Lo que la gubernamentalidad enseña sobre el Estado –que es un integrador de procesos que le son exteriores– se extiende al pensamiento de cualquier institución: la lógica interna de la institucionalidad pone en juego un medio de exterioridad. Lo que sea una escuela, una radio o la policía no es asunto que pueda decidirse exclusivamente al interior de cada una de esas instituciones sin afrontar el medio exterior que tiende a constituirlas de un cierto modo. Para refrendarlo o para resistirlo y crear otras maneras, no se puede trazar una historia de las instituciones sin hacer una historia de ese orden de funcionamiento en que se inscriben. Este es el sentido de la declaración de Deleuze: “Foucault nunca fue un teórico del encierro”. Lo que hace Foucault no es describir prisiones y loqueros, sino analizar cómo, en un cierto período, una conjugación de fuerzas imprime una arquitectura panóptica a las instituciones de ciertas sociedades.

 

El segundo desplazamiento es el de la función, y refiere al hecho de que los medios de exterioridad prescriben procedimientos cuyo sentido puede ser contra-efectuado (para volver nuevamente a un comentario de Deleuze): el diagrama de funciones (asignar cuerpos según espacios; ritmos a las acciones de los cuerpos, etc.) sólo encuentra un sentido en el nivel de los estratos que se forman en las instituciones. Es en la institución que el diagrama de fuerzas se vuelve empírico (es allí que se ve, se siente). Y al mismo tiempo es a partir de estos estratos institucionales que el pensamiento puede comenzar su trabajo genealógico o problematizante, que consiste en elevarse al diagrama para contra-efectuar el juego de las fuerzas. A diferencia de lo que pasaba con los estructuralistas, en Foucault el pensamiento de las fuerzas es un medio de historización radical. Si las estructuras se definían por sus invariantes, los dispositivos lo hacen por sus líneas curvas de variación.

 

El último desplazamiento afecta al objeto. Al rechazar un objeto dado o yaciente (sea la delincuencia, la perversión, o la enfermedad mental) Foucault se plantea captar el movimiento por el cual estas figuras se constituyen en categorías discursivas como parte de una política de la verdad: ¿qué juego interpretativo es el que piensa una cierta multiplicidad en términos de delincuente, perverso, loco? ¿Es posible remontarse a la cuestión que está en juego en ese pensar para replantearla, y en complicidad con quienes padecen el poder de la prisión o de la psiquiatría crear nuevos discursos, hacer variar el modo en que vivimos nuestra relación con la violencia, el castigo, el cuerpo o la propiedad?

 

En resumen, la reflexión sobre la gubernamentalidad conlleva una valoración metodológica del medio -y del espacio- en el que se producen saberes y relaciones capaces tanto de resultar integrados –estatizados- como de conmover las estructuras de poder.

Pastorado.

 

Con el pastorado nace a Occidente una vía extraordinaria y trascendente que lo singulariza y que, en su desarrollo, entronca con el proceso de gubernamentalización que converge en el neoliberalismo. La historia del poder pastoral no coincide exactamente con la historia religiosa de las religiones. El pastorado no es una religión, no es un conjunto de creencias y doctrinas, sino un conjunto de técnicas de poder. Y es a ese nivel que hay que preguntarse por la producción de subjetividad. En este sentido se puede decir que el hombre cristiano no es fruto de “el cristianismo” como doctrina, exactamente en el mismo sentido que el hombre liberal es fruto de los principios de “el liberalismo”. Es en torno a determinadas técnicas de poder que se gobierna a los hombres y a las mujeres.

 

Foucault muestra el proceso epistemológico y político que “descubrió” a la población (anteriormente reducida a mera variable interna del territorio), y cómo el poder pastoral elabora y comanda dicho proceso. Por debajo de las cuestiones propiamente teológicas –esas en las que corre riesgo de perderse Agamben– el poder pastoral remite a una práctica (de la que los enunciados de la teología hacen parte) y a unos mecanismos novedosos y efectivos de subjetivación e individuación sin los cuales no reconoceríamos rasgos fundamentales del llamado “sujeto moderno”.

 

Existe entonces en Foucault la idea según la cual lo político moderno (la gubernamentalización de lo social, el neoliberalismo como estrategia de dominación) es inseparable de una suerte de preparación cristiana, sobre todo en lo que tiene que ver con la obediencia y con el cálculo. ¿Cómo se presenta esa continuidad por debajo de las grandes rupturas que dan origen a la época moderna? El pastorado despliega un campo general de obediencia (proponiendo la obediencia misma como valor) combinando, en la relación pastor-rebaño, el cálculo vinculado al premio y al castigo.

 

Así, si tomamos lo religioso a partir de la práctica real que su espíritu promueve (como proponía el jovencísimo Marx de La cuestión judía) veremos aparecer, parece decir Foucault, una economía funcionando en la cual la “ley” hace pasar las ansias de verdad y salvación. En lo fundamental, el modo de poder cristiano se constituye en un campo general de obediencia signado por la división entre pastor y sus ovejas (siendo, a su vez, el pastor, oveja para otro pastor). El pastor cuida el rebaño, pero se fija en cada oveja y evalúa para cada una de ellas méritos y deméritos, reguladores de la salvación (Omnes et Singulatim).

 

Observamos, entonces, en el pastorado como práctica de poder lo siguiente:

 

  1. Que la salvación viene otorgada bajo la forma de una economía;
  2. Que en esa economía de méritos y deméritos no se juega sólo el rebaño y cada oveja individual, sino que se desmultiplica al individuo en una serie de singularidades pre-individuales que son los “actos”;
  3. Que el pastorado liga esa economía a la salvación por medio de la postulación generalizada del valor de la obediencia.

 

Por medio de esta descripción desespiritualizada, Foucault capta las premisas que anticipan el papel de la economía en la gubernamentalidad devenida neoliberal. A diferencia del poder soberano, el pastorado se difunde en un espacio de obediencia generalizado que a todos abarca y concierne y supone un lazo inmanente e individualizado al extremo, capaz de conocer y orientar las almas del rebaño.  Esta individualización no repara en el estatus de un individuo o su nacimiento, sino en la serie de sus actos. Cada uno merece según el modo en que interactúa y se recompone en función de esta racionalidad económica en que está de lleno involucrado.

 

El poder pastoral (como todo lo que ocurre a nivel de los dispositivos) opera a nivel de afectos, hábitos, y ensambles económicos complejos. Ya en el poder pastoral se da lo que Deleuze generalizará como rasgo fundamental de la sociedad de control: más que sujetos  hay flujos. No hay identidades previas. Y cada vez hay que hacer una analítica económica para saber de quién o de quiénes estamos hablando.

 

Más que un “yo” individual y posesivo, estos mecanismos definen un campo en el cual la trascendencia se inmanentiza en una red de servidumbres en donde la individuación se da vía sujeción. Es lo que Foucault observa en las prácticas de confesión, en las que se coloca al sujeto a decir/producir verdades sobre sí (como hoy lo hacen las encuestas de mercado, los sondeos de opinión, el psicoanálisis). Siempre hay un resto de nosotros por conocer y en ese conocer hay una vía de sujeción/subjetivación.

 

El pastorado cristiano es una forma enteramente económica de poder ligada a la “salvación” y a una política de la verdad. Verdad y Salvación no desaparecerán del todo en el neoliberalismo, sino que permanecerán implícitos en la exaltación del juego de la economía como competencia y empresarialidad. El campo de la obediencia generalizada se convertirá en apología de la libertad y el pastor se desdoblará en prácticas de autocontrol y en tecnologías de seguridad.

 

Epílogo: economía política

 

La gubernamentalidad, enseña Agamben, es una máquina de doble pinza. Una de esas pinzas es el Estado, heredero de la soberanía en sentido schmittiano; y la otra, capilar y sutil, es la economía política. “La economía política es la verdad o el corazón interno de la gubernamentalidad contemporánea”, dice Foucault, desplazando al polo soberano del centro de la escena, sin desconocerlo. Y es que cada vez más el corazón del dominio político toma la forma de la economía y se orienta menos a controlar el cuerpo individual de manera directa (prisión) y mucho más a un conjunto de técnicas que pueden regular las conductas (a través, por ejemplo, de la deuda).

 

La gubernamentalidad moderna, contemporánea, se basa en la generalización del cálculo económico a lo extra económico, obligando al gobierno político a bregar por la salud del mercado de transacciones: “si no pagás estás en problemas; pero si pagás, estás gobernado”. Pero para poder pagar hay que insertarse libremente en el campo de la obediencia: así de sereno es el rostro sin rostro de la gubernamentalidad neoliberal.

 

La crítica desmonta funcionamientos, desarma trascendencias. Al retomar estas formulaciones en las que Foucault rastrea la preparación de nuestra gubernamentalidad neoliberal en un largo-tiempo del occidente nos permite penetrar en el vínculo complejo entre capitalismo y religión. El hilo rojo se extiende hacia atrás, hacia Spinoza. Y llega a nosotros, planteándonos la pregunta por el papel de lo religioso, de lo teológico político en el enhebrado (el suplemento moral) de los dispositivos de la gubernamentalidad neoliberal.

 

III.   Prólogo al neoliberalismo

 

1.

 

En uno de sus habituales textos publicados en Página/12, “Neoliberalismo y subjetividad”, el psicoanalista argentino Jorge Alemán se refirió a los cursos dictados por Foucault, en particular al Nacimiento de la biopolítica y a la conceptualización que allí se hace del neoliberalismo en tanto racionalidad de gobierno. El propósito del autor –fundador de lo que se denomina la “izquierda lacaniana”– es componer un cuadro de situación global según la cual la Europa neoliberal seguiría sometida a los dispositivos foucaultianos  de seguridad, mientras que en sudamérica, a partir de los gobiernos progresistas de buena parte de la región, se habría ingresado en una nueva fase (a la que el investigador brasileño Emir Sader suele llamar en diversas publicaciones “postneoliberal”).

 

 

Según Alemán, las conclusiones de Foucault resultan perfectamente vigentes para describir la situación europea: el neoliberalismo allí no actúa, dice, como una mera ideología de la retirada del Estado en favor del mercado sino que debe ser entendido como una construcción positiva, cuyo objetivo final parece ser la producción de un nuevo tipo de subjetividad: el empresario de sí. En sus palabras: “remarcando entonces el carácter constructivo del neoliberalismo y no sólo su faz destructiva, o insistiendo en el orden que se pretende hacer surgir a partir de sus destrucciones, se puede mostrar que las técnicas de gubernamentalidad propias del neoliberalismo tienen como propósito, en consonancia con la racionalidad que lo configura, producir, fabricar, un nuevo tipo de subjetividad. El empresario de sí, el sujeto neoliberal, vive permanentemente en relación con lo que lo excede, el rendimiento y la competencia ilimitada”.

 

 

Los discursos neoliberales que surgen a partir de la década del 40 en Alemania, dice Foucault, se caracterizan por una reformulación del problema del gobierno biopolítico y de la legitimación del estado a partir del mercado. El neoliberalismo encarnará efectivamente una verdadera práctica político-antropológica cuya política vital (vitalpolitik) tendrá como objetivo hacer que el tejido social completo adquiera la forma, la espesura y la dinámica propias de la empresa: la población será entonces reconocida en su capacidad de iniciativa y su aptitud emprendedora, ocupándose el estado de crear y reproducir las condiciones que permiten que la sociedad funcionen como un ensamble de mercados, según la competencia.

 

 

La principal diferencia entre el neoliberalismo contemporáneo (Foucault analiza la escuela alemana y la norteamericana, pero haríamos bien en leer de cerca el debate de los neoliberales del Perú de los años 80) y el liberalismo clásico es su teoría del Estado. Los neoliberales no creen en la libertad de mercado entendida como una naturalidad de las cosas que brota al ritmo que el estado deja de regular los intercambios sociales. Al contrario, ellos han aprendido la lección del artificio: la sociedad de competencia, que es para ellos también la de la libertad, sólo funciona bajo condiciones muy difíciles de lograr (dada la tendencia al monopolio, a las mafias, etc.). Se trata, por tanto, de construir una compleja maquinaria judicial, administrativa, política y policial que sea capaz de crear y sostener, a partir de una hiperactividad regulativa, las condiciones que promueven el ser social como subjetividad empresaria.

 

 

Así lo entiende Foucault en su repaso de la teoría neoliberal del “capital humano”, en la que se ilustra de manera asombrosa el método neoliberal consistente en extender el cálculo atribuido a la racionalidad del hombre a todas las esferas y acciones de la vida. Encargada de aniquilar toda la reflexión marxiana del trabajo, la explotación, y la rebelión colectiva, la tesis hiper-realista del capital humano enseña a concebir la propia vida y la de los demás como la administración empresarial de un stock inmaterial –no importa su magnitud– imputable a cada persona. La máxima racional que guía la vida de cada quien, en las circunstancias más diversas, es extraer renta (incluso una renta psíquica). Este esquema produce al sujeto en la exigencia de la gestión individual, y premia o castiga sus actos según la lógica de la inversión.

 

 

En los hechos esta teoría significa que todas las potencias de los vivientes adquieren un fin económico, bloquea toda representación de clase y de intereses colectivos y permite codificar toda conducta –desde la migración a la maternidad, desde la elección del barrio en el que vivir hasta las horas dedicadas a la socialidad– según la razón económica.

 

 

En esta sociedad del riesgo se hacen necesarias políticas sociales compensatorias que apuntan al individuo que no ha logrado administrar su capital vital con mínima eficacia. Las políticas públicas para “pobres” conllevan el ideal de restitucion de las capacidades empresariales, o bien tratan a los seres improductivos como seres inválidos para la vida social.

 

 

El neoliberalismo se difunde como modo de vida en el cual se impone la autogestión de tipo empresarial de las potencias y virtualidades del viviente. Cada quien administra su marca y se encarga de definir sus estrategias. Difundido como modo de ser de masas, el neoliberalismo se trama en un vitalismo estratégico de la población.

 

 

2.

 

Alemán ensaya en su texto una lectura de la coyuntura política global según la cual “esta racionalidad actualmente se ha adueñado de todo el tejido institucional de la llamada Unión Europea, en la consumación final de su estrategia de dominación (…) Latinoamérica es actualmente, en alguno de sus países, la primera contra-experiencia política con respecto al orden racional dominante en el siglo XXI. El neoliberalismo se extiende no sólo por los gobiernos, circula mundialmente a través de los dispositivos productores de subjetividad. Por ello a Latinoamérica le corresponde la responsabilidad universal de ser el lugar donde se pueda indagar todo aquello que en los seres hablantes mujeres y hombres no está dispuesto para alimentar la extensión ilimitada del sujeto neoliberal”.

 

 

América Latina como experimento postneoliberal es una fórmula que debe ser abierta a la luz de por lo menos cuatro tipos diferentes de preocupaciones:

 

 

(1) la producción retórica de los gobiernos llamados progresistas, un amplio abanico que va –según la diversidad de situaciones nacionales– de la producción de políticas públicas que apuntan a cuestionar dispositivos de la gubernamentalidad neoliberal, al apuntalamiento de un neoliberalismo –neodesarrollismo/neoextractivismo– con mayor intervención nacional-estatal;

 

 

(2) la necesidad de ciertos actores globales –de organismos internacionales al propio Estado Vaticano- de relegitimar su rol político en la crisis global y de dar cuenta de una nueva configuración geopolítica a partir de la emergencia de potencias asiáticas;

 

 

(3) la necesidad de los movimientos de lucha del sur de Europa de encontrar referentes en la región para su lucha contra las políticas de austeridad;

 

 

(4) el punto de vista de los movimientos sudamericanos que siguen intentando producir formas de vida y de coordinación política afirmando prácticas antagónicas a las que se promueven desde las grandes dinámicas de la valorización de capital.

 

 

Como se ve, el llamado postneoliberalismo adquiere entonces tonos y significados bien diferentes. En todo caso, las tensiones de la coyuntura sudamericana pasan en la actualidad por el choque entre las exigencias del tipo de inserción en el mercado mundial y la activación del mundo plebeyo. Tras la crisis de las políticas neoliberales puras de los años ’90, las “demandas” (como diría Laclau) populares se han ido incluyendo parcialmente en un ciclo de ampliación del consumo cuya condición de posibilidad es, efectivamente, el tipo de inserción que recién señalábamos.

 

 

El experimento sudamericano se caracteriza por una mayor porosidad entre Estado y sociedad, y por la generalización de una trama social activa y politizada que ha logrado conquistas importantes en diversas coyunturas. Sin embargo, no conviene simplificar el asunto, ni desconocer el carácter esencialmente ambivalente de estos procesos. Al mismo tiempo que una pluralidad de sujetos políticos cuestionan la hegemonía neoliberal, esta se reproduce a partir del dominio de las finanzas, del mando ejercido a nivel del mercado mundial, del ensamblaje mediático y tecnológico que apuntala lo que Ulrich Brand ha llamado un “modo de vida imperial”[2].

 

 

Y más profundamente aún es necesario comprender hasta que punto, como lo señala Verónica Gago, desde el nivel mismo de la reproducción social, las estrategias populares se han apropiado de estas condiciones neoliberales y han desarrollado una pragmática vitalista (un “neoliberalismo desde abajo”) en la que se traman modos familiares y comunitarios de gestionar conocimientos y cuidados de uno mismo y de los otros, introduciendo nuevas posibilidades estratégicas de la población a lo largo y a lo ancho del continente.

 

 

Así planteado, puede dar la impresión de que leemos en Foucault un triunfo absoluto del neoliberalismo. Pero no es así. Lo que sucede es que pensamos que en análisis muy difundidos del proceso sudamericano –de Alemán a Sader– se simplifica al cuadro de la gubernamentalidad oponiendo al polo Mercado, el polo Estado, como si de por sí el desarrollo del aparato del Estado fuese índice suficiente de una postneoliberalidad substancial. No estamos sólo criticando un punto de vista que cierra la imaginación política a la centralidad del Estado. Estamos más bien afirmando que este tipo de anti-neoliberalismo se orienta a una mayor sustentación estatal de la racionalidad neoliberal que, como hemos visto, es flexible y no se restringe a las políticas de ajuste y privatización.

 

En todo caso, quisiéramos afirmar que por postneoliberalismo entendemos lo contrario a una configuración nacional-estatal de izquierda cerrada sobre sí misma y negociando en desventaja su lugar en el mercado mundial. Imaginamos, en cambio, una estatalidad cada vez más abierta, tanto en su porosidad respecto de lo social, como a nivel regional, como único modo de fortalecer otros modos de pensar, de imaginar la vida individual y colectiva.

 

 

3.

 

 

Lo que leemos en Foucault en definitiva es la emergencia de un nuevo tipo de poder social y político que se basa en la paradoja ya señalada según la cual el poder neoliberal produce obediencia por medio de una práctica de la libertad, trastocando, de este modo, las contraconductas de tipo libertarias que suelen quedar comprometidas (sea por impotencia, sea por complicidad) en la obediencia.

 

 

El sujeto del neoliberalismo se sitúa estructuralmente en un punto en el cual se es sujeto por medio de una libre gestión de sí, en un contexto en que los dispositivos –seguridad, moneda, representación y mediatización– que conducen la maquinaria social (incluida su burocracia, su aparato de salud y educación, etc.) desembocan en la servidumbre.

 

 

Lo que aprende el poder neoliberal del poder pastoral es la triple relación entre ganancia y salvación; entre cálculo económico e individuación servil. Pero si el poder pastoral hacía funcionar estas equivalencias sobre un extendido plano de obediencia generalizada, el poder neoliberal sólo produce obediencia por medio de la libertad.

 

Es este tipo de paradojas lo que la “izquierda lacaniana” intenta pensar como “goce”: la participación activa del sujeto deseante en su situación de servidumbre.

 

Pero esta misma paradoja, por la cual sólo a través de una cierta práctica de la libertad se produce obediencia, ha sido apropiada al menos parcialmente desde abajo, dando lugar a fenómenos de una riqueza y una notable ambivalencia en los nuevos sujetos surgidos durante la última década en la región. Asunto que no siempre es bien recibido por un progresismo que sólo acepta valorar el mundo popular a partir de la figura de la víctima.

 

 

Una política post-neoliberal, pensamos, consiste, en este contexto sudamericano, en hacer vascular estos elementos de mixtura y reapropiación plebeya de la libertad hacia momentos de fuerza colectiva en los cuales hacer saltar los nexos fundamentales de la gubernamentalidad capitalista.

 

Esta posibilidad es más sudamericana que europea en virtud de una extensa red de prácticas biopolíticas conformadas durante décadas de resistencia al mando neoliberal: ¿cómo hacer converger el polo libertario del sujeto neoliberal con estas redes biopolíticas sin que el proceso de convergencia se cierre de modo sectario sobre el aparato de Estado?

 

 

Lo que ocurre de interesante en Sudamérica es el tipo de ambigüedad de lo social que, apropiándose de la dimensión empresarial, no se deja cerrar sobre ella y alimenta una economía popular capaz de mezclarse –este es el verdadero experimento– en un horizonte abierto y democrático con redes biopolíticas que surgen de la resistencia política a los núcleos duros del neoliberalismo.

 

 

Foucault, que se reía de los que sentían una “fobia al Estado”, no creía que el Estado, como lo hemos visto, fuese una esencia eterna e inmutable. No es aquí sobre el Estado que se discute, sino sobre un modo de pensar que toma al Estado como pura negatividad o como pura positividad sin reparar en su condición actual de dispositivo de doble articulación, pieza esencial en la inserción en el mercado mundial y de políticas de inclusión.

 

 

Lo que tomamos de Foucault, entonces, es la posibilidad de cambiar la pregunta: no ya por el papel que el Estado debe tomar en el cambio social, sino más bien, por cómo las políticas del cambio pueden actuar sobre las instituciones a partir de una teoría más amplia del gobierno.

 

 

En efecto, el héroe neoliberal ejemplifica la sujeción obedeciendo a la consigna “sé libre”, consigna que cada quien debería llevar a su propio ámbito de producción subjetiva específica: ¿resultará efectivo oponer a esta consigna un “sé solidario”? Realismo del capital y moralismo político no constituyen alternativas a la altura del tejido postneoliberal.

 

 

 

  1. ¿Un Marx “lampiño”?

 

“Lo que se reivindica y sirve como objetivo es la vida, entendida como necesidades fundamentales, esencia concreta del hombre”

Michel Foucault

 

“Esto es un homenaje a Marx, ‘la esencia concreta del hombre’ viene de Marx”

Gilles Deleuze

 

Aun si hay un Foucault “liberal”, opuesto a Marx (su amigo Paul Veyne escribe que Foucault no fue un hombre de izquierda) reivindicamos la hipótesis según la cual hay implícito en su obra, notoriamente en algunos de sus cursos, un redescubrimiento de la crítica de la economía política (sin que esto agote para nada un estudio de las relaciones posibles con Marx), a condición de considerar la crítica:

 

(1) Como reorientación del pensamiento hacia las prácticas y al movimiento real de lo real (captado como antagonismo, lucha, resistencia o contraconducta). En este punto, vía Foucault, se da la convergencia Marx/Nietzsche. La crítica apunta a comprender el juego efectivo de las fuerzas, identificando y combatiendo trascendencias. Como hemos visto, en Foucault la crítica conecta con (contra) el problema de los “universales” y con (a favor de) lo que denomina “problematización”.

 

(2) No se orienta sólo a trascendencias exteriores (modelo de soberanía), sino, sobre todo, a trascendencias inmanentizadas (los dispositivos de poder no son exteriores a la producción de efectos de subjetivación). El modelo de esta crítica de las trascendencias inmanentizadas se forja a partir la crítica de la religión (Spinoza, Marx). Si los poderes religiosos penetran en la carne y el alma, si se apropian de la vida práctica mistificándola, la crítica apunta a lo religioso como modelo de mistificación extendido a la economía política. Esa crítica sólo puede ser práctica y desplegada a partir de la vida misma. Este funcionamiento de la crítica supone tanto el descubrimiento de unas tecnologías religiosas de poder que en Occidente preparan el modelo de las trascendencias inmanentizadas, como los mecanismos de su secularización-prolongación en el plano de la moderna economía política.

 

(3) Como desconfianza del Estado en tanto forma que puede autoexplicarse. El Estado no extrae sus rasgos y potencias de sí mismo (no tiene esencia), ni posee una historia interna. Lo político-jurídico-institucional se explica por un medio de “exterioridad”, expresión de una voluntad de poder que se torna empírica en las instituciones. Las instituciones mismas, como hemos visto, se tornan campos de batalla cuando son capaces de contra-efectuar esas relaciones, remontando lo empírico a lo abstracto de las fuerzas.

 

(4) Rechaza la idea de una Razón en la historia y admite tantas racionalidades como experiencias de racionalización (trazado de relaciones) se experimenten en el nivel del movimiento real.

 

(5) Se enfrenta al discurso capitalista de la libertad, lo que conduce, en última instancia, al problema del control del trabajo y la reproducción y al discurso de la biopolítica.

 

(6) Apunta a producir comprensión democrática en torno al modo en que las categorías de la economía política dan tratamiento a los acontecimientos, mostrando hasta qué punto el discurso de la economía política, que actúa como racionalidad de última instancia  del conjunto de las dimensiones extraeconómicas de la vida, permanece subtendido por antagonismos internos que lo agrietan y desbordan. Es allí donde la crítica deviene política, enfrentando “dentro y contra” la verdad y la realidad producida por el ensamblaje de los dispositivos de poder neoliberales.

 

La crítica persiste en desanudar la articulación entre fetichismo de la mercancía y teoría política del estado y de las instituciones.

 

Cierto es que Foucault no converge con Marx sino al precio de “desprofetizar” su discurso y volverlo estratégico/genealógico. Y Foucault y Marx no convergen con nuestro proyecto de una crítica  sin antes provocar en ellos un descentramiento de la cuestión europea. Si en Marx se ha podido contrarrestar parcialmente este reproche a partir de su giro del año ‘67, nos preguntamos si los usos de Foucault encuentran en nuevas contribuciones su “desprovincialización”.22

Notas:

 

[1] Este artículo, «Los modos de la crítica en medio de la gubernamentalidad neoliberal» es el primero de una serie de cuatro textos que aparecerán los siguientes viernes y lunes en Lobo Suelto! bajo el título común de «De Foucault a Marx, el hilo rojo de la crítica» (el resto son «Pastorado y gubernamentalidad», «Prólogo al Neoliberalismo» y la Coda: De Foucult a Marx). En conjunto retoman las reflexiones desarrolladas a lo largo de dos años en el grupo “De Marx a Foucault”, coordinado por Diego Sztulwark.

[2] Virno, Paolo; Ambivalencia de la multitud, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2011.

[3] Benjamin, Walter; “Sobre el concepto de historia”, en Obras Completas. Libro I/vol. II, Editorial Abada, Madrid, 2008.

[4] Agamben, Giorgio; Estado de excepción, Adriana Hidalgo, Buenos Aires,  2004.

[5] Simondon, Gilbert; La individuación; Editorial Cactus y La Cebra Ediciones, Buenos Aires,  2009.

[6] Lazzarato, Maurizio; Política del acontecimiento, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2006.

[7] Instituto de Investigación y Experimentación Política: http://iiep.com.ar

[8] Foucault, Michel; Seguridad, Territorio, Población, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006.

[9] Colectivo Situaciones, Conversaciones en el Impasse, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2009.

[10] Sandro Mezzadra, En la cocina de Marx, el sujeto y su producción; Tinta Limon Ediciones, 2015.

[11] “El neoliberalismo es una forma de vida, no sólo una ideología o una política económica», entrevista a Christian Laval y Pierre Dardot disponible en:

http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2014/10/el-neoliberalismo-es-una-forma-de-vida.html.

[12] Gago, Verónica; La razón neoliberaleconomías barrocas y pragmática popular, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2014.

[13] Boltansky, Luc y Chiapello, Eve; El nuevo espíritu del capitalismo, Editorial Akal, Madrid, 2002.

[14] Rose, Nikolas; Políticas de la vida: Biomedicina, poder y subjetividad, Editorial UNIPE, Buenos Aires, 2012.

[15] Para una lectura de la posición de Diego Valeriano visitar el blog “Lobo Suelto”, en donde escribe asiduamente. http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/

[16] Ver nota 10.

[17] Lazzarato, Maurizio; La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Amorrortu, Buenos Aires-Madrid, 2013.

[18] Deleuze y Guattari ofrecen un razonamiento complementario cuando describen la operación del capital como una axiomática.

[19] Hay mucho escrito sobre los dispositivos en Foucault. Reenviamos a Deleuze, Gilles; “¿Qué es un dispositivo?” en Michel Foucault, filósofo, Editorial Gedisa, Barcelona, 1990.

[20] Hardt, Michael y Negri, Toni; Declaración, Editorial Akal, Madrid, 2012.

[21] López Petit, Santiago. Hijos de la noche, Ediciones Bellaterra, Barcelona, 2014.

[22] Tarea que ya ha comenzado, por supuesto. Ver por ejemplo en Castro Gómez https://www.youtube.com/watch?v=sMU2AbbTD00

 

Un perro con más vidas que ese gato // Jorge Pinedo

Fuente: El cohete a la luna

Diego Sztulwark construye el Método Verbitsky, que investiga para transformar

Cualquier libro es pasible de varias lecturas pero pocos, de Los Hermanos Karamazov a Operación Masacre, son varios libros a la vez. Vida de Perro —título sin duda taquillero— es de esa estirpe; el más próximo, el más prójimo.

Para las góndolas parecería una biografía de Horacio Verbitsky, sin embargo lejos está de una investigación propia del género, carece de chismes y detalles personales; nada se dice de su condición de amoroso padre, abuelo, marido, compañero, amigo, que por cierto lo es. Puede asomar, como del paso, el momento iniciático en el que junto a Bernardo, su padre —el extraordinario escritor y periodista—, descubrían desde el tren una villa miseria, o aquel tan delicioso como interminable viaje de Lima a Madrid con un Juan Domingo Perón sin un peso en el bolsillo, con insoportables escalas en Guayaquil, Bogotá y Caracas, y de cómo gambeteó a López Rega; o el torneo de pesca con Rodolfo Walsh en los magros cardúmenes del río Carapachay. Relámpagos anecdóticos entrañables que se inscriben en el margen de una trama mayor, esa que implica no menos que interpela al lector como sujeto histórico. Por eso Vida de Perro tampoco es un libro de Historia, en tanto dista de seguir las normas de esa ciencia para zambullirse en la poética de una historicidad plebeya que toma de los acontecimientos aquello que rompe y se rebela, lanzándose hacia una transformación.

Que la verdad sea dicha: Vida de Perro no es un libro de ni sobre Horacio Verbitsky. Es un libro de y por Diego Sztulwark (Buenos Aires, 1971) uno de los más brillantes y prolíficos intelectuales de esa generación en que se encuentran, precisamente, los hijos de su interlocutor. Resulta, en este aspecto, cierta transferencia de una generación a otra. Con su propia voz Verbitsky ejerce lo que la gramática latina llama un locus unde, complemento circunstancial de lugar y tiempo, indicador desde dónde, desde cuándo se ejerce una idea o acción. Es a partir de quien se teje la trama; no es sin él, quien narra su intensa experiencia de animal de la polis, testigo de su tiempo, actor y protagonista, legítimo heredero político de Rodolfo Walsh, hoy además constructor, motor y piloto de (este) Cohete (no Comandante, que connota jerarquías milicas prescriptas; ni Capitán, que hubo uno solo). Piloto de muchas vidas.

Sztulwark propone y logra un libro de balances al momento en que el arribo de Maurizio Macri a la presidencia hace emerger la “necesidad de una reflexión política demasiado postergada”, por encima del aturdimiento que desata la derrota. De ese modo el autor desanda un sendero donde desfilan: el golpe de 1955, el diario La Opinión, la resistencia peronista, Cooke, el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y la táctica de la lucha armada, Rodolfo Walsh, Perón, López Rega, la dictadura, Juan Gelman, Paco Urondo, los canallas, Malvinas, la posdictadura y los juicios a la cúpula de las Fuerzas Armadas, las variaciones en el modo de acumulación del capitalismo en la Argentina, el papel de la iglesia —y la figura del Papa Bergoglio—, los organismos de derechos humanos, el CELS, el alfonsinismo, los carapintadas, las leyes de impunidad, Carlos Saúl 1º de Anillaco, los indultos, las privatizaciones y la caída del bloque socialista, Página/12, Clarín, Papel Prensa, el 2001, las organizaciones sociales, el ex senador furtivamente a cargo del Poder Ejecutivo, el kirchnerismo, China imponiéndose en el mapa, Julio López, la lucha por la derogación de las leyes de impunidad, la recuperación de la ESMA, la soja y la industria, Chávez, el asesinato de Mariano Ferreyra, el sindicalismo, las izquierdas, La Cámpora, Milani, Maurizio, Milagro Sala, este Cohete a la Luna y nos quedamos cortos. Más de setenta años nos contemplan. Si se acude al índice onomástico que cierran las más de cuatrocientas páginas, se ve que están tods.

Sin condescendencia Diego Sztulwark pregunta, cuestiona y repregunta, marca sus diferencias políticas e ideológicas, lo que le aporta al conjunto del texto no sólo una frescura que insta a la devoración ocular sino que además impregna del refrescante aroma de la libertad: “No me acercan a él sus posiciones políticas de los últimos años —su abierto apoyo al gobierno de los Kirchner— ni el tono denigratorio con el que se ha referido en diversas oportunidades a expresiones de la izquierda (que no son precisamente grupos sin poder), ni la obsesión por desentrañar secretos que se le atribuyen”. Pues, como Verbitsky, Sztulwark también es sistemático y riguroso, implacable en su compromiso con la verdad y cruel enemigo de la estupidez. Avanza en pos de establecer algo así como El Método propio de la investigación política, militante. Aprovecha la documentada mirada de su interlocutor sobre el presente en la “vocación de intervención en la actualidad, no sólo a través del periodismo sino a través de dispositivos prácticos” de distinto alcance. Procura apartarse de “hacer un repertorio de lo mal hecho”, sin desatenderlo, para dejar lugar al “repertorio de saberes disponibles para relanzar la lucha política en nuevas condiciones; y también —y esto es tal vez lo fundamental— de revisar las trampas que han llevado en reiteradas ocasiones a derrotas y frustraciones”. Abdica entonces de todo cholulo narcisismo y entrega la palabra a Verbitsky, que ocupa el noventa por ciento del volumen. En forma esporádica incorpora otros testimonios aclaratorios, de su propia cosecha; reflexiones sostenidas en lecturas ajenas, citas afines, aportes congruentes que hacen al contexto y en absoluto desvían una pizca el contenido ni la atención.

Cuidados en los que colabora la filigrana edición de Celia Tabó, hacen de Vida de Perro también un raro cruce de hoja de ruta para la militancia con Cuaderno de Campo para futuros investigadores políticos, disciplina inexistente en las universidades y que Sztulwark, Verbitsky y Walsh —cada cual a su modo— anticipan en distintos momentos. Investigación militante que “pretende comprender los modos en que se reproducen los poderes para saber cómo enfrentarlos y, a la vez, cartografiar nuevos poderes posibles que muy rara vez la academia y la política convencional generan por su cuenta”. Como sucede en el arte que no está donde se le encuentra, la investigación política crece por fuera de la institución, de las aulas oficiales, de los partidos tradicionales. Similar al ímpetu que arriba desde los movimientos de mujeres, sociales, de hijs de genocidas, de derechos humanos, de aquello que avanza desde los márgenes.

Función que hace de la disposición de la información, de los datos duros, un arma con la que se defienden posiciones, con la seguridad que otorgan los argumentos sostenidos. Donde la escritura resulta una “toma de posición en una guerra cuyo campo de batalla es el propio sentido del tiempo histórico, y la estrategia es la resistencia —que parte incluso de cada uno— respecto de toda tentativa enemiga de fracturar un pasado que se va (que solo vuelve como inocuo homenaje), y una actualidad vestida de hipernovedad (que sólo habla el lenguaje del fetiche y el espectáculo)”. Posición por encima “de cierto desmoronamiento lamentoso que circula en parte de cierto progresismo, en una suerte de sintonía entusiasta con las fuerzas de impugnación del actual estado de cosas”.

Vida de Perro descubre que Verbitsky habla como escribe, escribe como piensa, vive por lo tanto en esa intensidad y esa es su acción, que incluye mucho más que su escritura y vuelta a empezar, “convoca a recobrar el valor de la investigación como instrumento hacia el interior del conflicto social y político en curso”. Reacio a algunas teorizaciones, la sistematización de esta disciplina naciente queda a cargo de Sztulwark, quien parece amenazar con próximos desarrollos en los que este libro funcione como anclaje empírico. Al modo de Kant para Hegel, de los cuadernos azules de Marx, la expedición a los Nambiqwara de Lévi-Strauss, el manojo de histéricas que le mentían a Freud.

Es odioso comparar, mas ambos protagonistas en el texto lo hacen. Reconocen el antecedente del indispensable libro de conversaciones de Juan Gelman con Roberto Mero, Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida; por razones obvias. La diferencia reposa probablemente en que Vida de Perro se extiende por otras latitudes más allá de esa particularidad histórica. En cierto modo también recuerda Tepoztlán (1960) de Oscar Lewis (Nueva York, 1914-1970), investigador de lo que con imperial paternalismo dio en llamar “cultura de la pobreza”. Y que aplicó la “historia de vida” como metodología, según la cual hacía relatar una experiencia en primera persona a diversos sujetos. En ese libro lo despliega en forma puntillosa, con el detalle que omite que al momento de grabar los testimonios la ciudad estaba bajo bombardeo aéreo, en plena revolución. La sideral distinción con Vida de Perro esta vez es más aguda ya que el relato se encuentra tramado desde el mismo cráter que dejó la explosión cuando aún polvo y humo no se han disipado (tarda décadas en estas pampas), los oídos continúan aturdidos por el estruendo y, una vez que se constata que se sigue con vida, más o menos enteros, lo primero es saber dónde se está a fin de evaluar cómo se continúa la marcha. Porque siempre nos levantamos una vez más de las que nos caemos.

 

FICHA TÉCNICA

Vida de Perro – Balance político de un país intenso, del ’55 a Macri

Diego Sztulwark – Horacio Verbitsky

Buenos Aires, 2018

430 págs.

Marx (1818-1883) // Diego Sztulwark + El joven Marx (película!)

En Tréveris, Alemania, hace exactamente dos siglos, nacía Karl Marx, el acontecimiento fundador de la crítica moderna, la renovación de la crítica spinoziana -esto es “terrena”- de las trascendencias: la crítica de la economía política (bajo esa rúbrica escribió casi todos sus textos entre 1844 y 1967). Marx elabora y plantea una crítica que apunta a demostrar que lo propio del dominio burgués es la separación entre instancias económicas, jurídicas, ideológicas y políticas. Su crítica a Hegel (Crítica de la filosofía del derecho) ofrece el modelo de toda crítica de los universales; los Cuadernos de París (Manuscritos económicos y filosóficos de 1844) iluminan la operatoria de la explotación social como acción de separación y discontinuidad de la praxis humana; El 18 de Brumario de Luis Bonaparte sigue siendo un ejemplo de análisis político, una investigación impecable sobre la relación entre estructura de clase y singularidad de los acontecimientos humanos; los Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la filosofía política) y luego El capital identifican el trabajo vivo como fuente del valor y proveen el método de la cartografía material que permite comprender la articulación capitalista de la cooperación social -la teoría política del capital- como clave de la lucha de clases. Según Toni Negri, la lucha de clases es la única premisa efectiva de una ciencia política, y Sartre sostuvo claramente que mientras perdure el capitalismo el horizonte del pensamiento será marxiano.

Una de las proezas de Marx fue subsistir al «marxismo-leninismo». La actividad de la crítica práctica, que relanzó Marx con fuerza única, crea categorías de pensamiento como armas hacia el interior de las luchas contra el fetichismo del capital. De la Comuna de París a la Revolución Rusa, de la China a la Cubana, de Rosa Luxemburgo a Antonio Gramsci, de Mariátegui al Che, de Cooke a Tosco y Rozitchner, del Cordobazo al 2001, del Movimiento de Mujeres a las luchas piqueteras, Marx -el espectro y los textos de ese enorme escritor irónico y libertario- sigue actualizando cartografías y elaborando estrategias contra el mundo organizado por el capital. Uno de sus grandes lectores, Walter Benjamin, escribió: “A nosotros, entonces, como a cualquier otra generación anterior, se nos habrá dotado de una débil fuerza mesiánica a la que el pasado tiene derecho. Ese derecho no cabe despacharlo a bajo precio. El materialista histórico lo sabe.»

https://www.youtube.com/watch?v=8wY8ScoTQQg

Micropolíticas // Eduardo Pavlovsky

27/03/00′

Los condenados de la tierra. Pedro Orce, un personaje de la última novela de José Saramago La balsa de piedra, percibía que la tierra temblaba ante sus pies. Sentía una especie de murmullo que le producía un suave cosquilleo en la planta de sus pies. Sólo Orce sentía ese murmullo mientras la Península Ibérica se iba lentamente desprendiendo de Europa, que a través de una grieta abierta a lo largo de los Pirineos se producía la separación del continente europeo de la península, transformándola en una gran isla flotante… Camino de una utopía nueva, decía Saramago.

Orce percibía el murmullo de lo real, del desprendimiento peninsular. Lo micropolítico es la expresión de un suave murmullo, a veces imperceptible, que los condenados de la tierra, los excluidos del mundo comienzan a expresar. Algunos no lo perciben. Son los que escuchan sólo los ruidos de los medios que nos intentan ensordecer todos los días. Es un problema clínico de auscultación. Son las voces nuevas que, con otras tácticas, se contagian por todos los continentes expresando sus balbuceos en sus diferentes singularidades. Pero el murmullo existe y hay que saber percibirlo. Se expresa a veces como murmullos inaudibles de los condenados, que quieren sólo recuperar la potencia de su dignidad humana en nuevas formas de expresión. Ninguna protesta se parece a la otra. Cada una expresa su propia diferencia y singularidad.
Los nuevos movimientos micropolíticos alertan al mundo. No hacen revoluciones. Despiertan conciencia y la recuperación de las voces acalladas de la protesta. Nuevas formas de insurrección se estarán gestando en este momento. Por los bordes. Por fuera de lo previsible. “Se puede”, parecen insinuar. Todavía se puede. Cuerpos juntos otra vez. Potencia de acción. Nuevas formas de individuación civil y un gran alerta que se avecina.
A veces los movimientos insurreccionales son demasiado rápidos y se adelantan a los mismos aparatos represivos, como ocurrió en Seattle.
La micropolítica es un descentramiento de lo que ya está indagado y estudiado, de lo que constituye la macropolítica: el Estado – el problema de la lucha entre partidos –, la constitución orgánica de un partido político y lo intelectual orgánico, etc. Todo esto constituye lo macropolítico.
La micropolítica sale de allí – a través de líneas de fuga – inventando nuevos territorios sociales existenciales, abiertos a la comunidad rizomáticamente. Es aquello que no pueden capturar los sistemas de representación – que no puede capturar fácilmente el Estado. Tiene que ver con lo resistencial y lo incapturable. Se maneja siempre fuera de los sistemas de representación habituales. Es lo que Deleuze define como acontecimientos o devenir. Paradigmas de estos fenómenos micropolíticos fueron en sus comienzos el movimientos zapatista y el Movimiento de los Sin Tierra brasileños.
Antonio Negri le preguntó a Deleuze sobre el tema de los devenires micropolíticos: ¿qué política puede prolongar en la historia el esplendor del acontecimiento y de la subjetividad?
Lo que más nos falta es creer en el mundo. Perdemos el mundo y nos ha sido tomado. Creer en el mundo es también suscitar acontecimientos, producir nuevos sentidos y subjetividades – aún pequeños– que escapen el control o hacer nuevos espacios tiempos, aunque sean de superficie y volúmen reducidos. Es a nivel de cada tentativa que son juzgadas la capacidad de resistencia o por el contrario la sumisión a un control. Son necesarios al mismo tiempo creación y pueblo.
Los límites impuestos a lo macropolítico darán lugar a estallidos sociales micropolíticos y también a la creación de nuevas máquinas represivas, cuyo último eslabón es el control social.
Peter Pal – filósofo brasileño — nos relató el fenómeno de lo que ocurrió   en las calles de su país como expresión micropolítica resistencial e incapturable en los días previos a la caída de Collor.
Un desastroso llamamiento del presidente para que el pueblo saliese en su defensa con los colores verdes y amarillos, hizo que el negro se apoderase de las ciudades.
No sólo se estaba protestando contra Collor, se creó allí una dramaturgia política específica, un modelo inédito. Tal vez tenga que ver con el “teatro filosófico” de Foucault, cuando habla del modelo teatral de las ideas de Deleuze. Una coreografía particular, un ritual fuera de lo común, que hacía resonar la elegancia y el luto, la extravagancia y la morbidez, la máscara y el cuerpo, el teatro y la vida, los indígenas, las banderas brasileñas, el negro del alma. Una producción colectiva que en ningún momento yo vacilaría en calificar como estética, y cuya atmósfera era la de la improvisación del arte, del gesto intempestivo que inventa una nueva composición, con los colores, con los cuerpos, con la ciudad. Allí, durante esas pocas horas, en esa irrupción creativa, cada cual hizo de su cuerpo una obra de arte, un estandarte. Cada cual hizo de su rostro una superficie de inscripción para el lema “fuera Collor”, “fuera Collor”. Cada persona se transfiguró y asumió un estado negro, devenir indígena, devenir punk, devenir saltimbanqui, devenir mago, devenir noche. O sea, se creó allí un espacio tiempo inédito, pues nunca Brasil había asistido a aquello: un espacio tiempo con una resonancia inmemorial. Es ahí, en esos momentos intempestivos, que la suspensión de la continuidad temporal viene a interrumpir la mansa o conflictiva secuencia de los días y las noches. Es en esos instantes de pequeños desvíos que algo escapa a la historia y que perturba a la historia, altera a la historia. Claro, al día siguiente el Brasil ya no era el mismo. Después, el Supremo Tribunal Federal aprobaba el rito del juicio propuesto por la Cámara y el Congreso votó contra Collor. Las instituciones incorporaron y deglutieron rápidamente esta modificación. El acontecimiento recayó en la historia. Mientras tanto, por un instante, el acontecimiento estuvo por encima de la historia, alzado en un autoposicionamiento inmanente que extrapolaba en gran medida todo lo que podía explicar o situar. Gesta de los cuerpos embanderados en una taciturna alegría, arrojando la historia de los caminos, ejerciendo la práctica de la interrupción del tiempo, inventando una fiesta sin tiempos. Simplemente, dejó de vivir un día después del otro. Un buen ejemplo del intempestivo de Nietzche.
Se ordenaban nuevas formas y velocidades que se gestaban en pleno proceso de violencia. Fenómenos de nuevos devenires sociales, que no se pueden explicar en la intensidad de su despliegue sólo por las causas que parecen motivarlo. La historia puede explicar el porvenir. Pero no el devenir. El devenir estalla con sus nuevos órdenes. Lo que angustia a los dirigentes es la velocidad y el contagio de sus producciones. Nada teme más la dirigencia que la velocidad de los acontecimientos. Nadie puede creer lo que está viendo. La velocidad en la intensidad de las imágenes del estallido produce temor. Es el terror que produce el cuerpo del que ya no tiene nada que perder. Este cuerpo es veloz, intenso y contagioso. Cada vez que no entendemos la producción de los nuevos órdenes de los acontecimientos, apelamos a la palabra caos. Nuevas producciones de máquinas sociales. Se produce un motín en una cárcel y se irradia el contagio a varias cárceles simultáneamente. La energía del pueblo yace intacta. El cuerpo social en pleno movimiento y las voces que, como coro griego, gestan un nuevo discurso inédito.
En ese momento sólo se cree en la solidaridad y en el agenciamiento, que se produce en el cuerpo a cuerpo, que se gesta en pleno movimiento.
A la cotidiana violencia, a la cotidiana marginación, a la cotidiana corrupción, a la cotidiana soberbia, a la cotidiana ausencia de justicia, a la cotidiana inmoralidad desplegada por la clase dirigente, surge el basta de la contraviolencia, en pleno estallido como acontecimiento puro.
Nuevas formas de justicia se están gestando en Latinoamérica, nuevas éticas del cuerpo social en movimiento. La represión también trabaja.
Santiago del Estero en 1993 fue una lección para no olvidar. El incendio se puede propagar.
También existe una micropolítica del fascismo tan bien estudiada por Wilhelm Reich en Alemania. Existió entre nosotros una micropolítica de la complicidad civil. Un gran sector de la clase media y alta, “la mayoría silenciosa” o la “masa gris astizforme”, producía una subjetividad de la complacencia. Lo interesante es que muchos de ellos ni siquiera apoyaban al gobierno militar. Funcionaban sin embargo como un gran colchón social acrítico. Insisto en el sector de la población que funcionó como masa acrítica, porque fue ese sector -precisamente- el que facilitó, a veces sin saberlo, que un país del horror tuviera la contrapartida de un país supuestamente feliz. Esa indiferencia que se extendía micropolíticamente entre los cuerpos acríticos y complacientes fue la que permitió que las Fuerzas Armadas pudieran cometer los crímenes aberrantes con tan alto nivel de impunidad. No existe Terrorismo de Estado sin complicidad civil. Hace años tuve la ocasión de asistir a la proyección de una película realizada por un joven cineasta alemán donde se abordaba la temática familiar durante el nazismo y donde se mostraba el entretejido micropolítico familiar durante el nazismo. El entretejido hitleriano de los vínculos familiares. Según me informaron, esa película fue prohibida en Alemania occidental. Tal era el patetismo de los lazos familiares hitlerianos en la Alemania nazi (Goldhagen. Los verdugos voluntarios de Hitler).
La complicidad civil como fábrica familiar, en un entretejido que atravesaba los cuerpos de los miembros de la familia. Cada uno vigilando al otro. La SS casera. Micropolítica en el fascismo. Micropolítica de nuestra complicidad civil durante la dictadura militar.
En relación a la política impuesta por el FMI a los gobiernos latinoamericanos, que produce aumento del desempleo, ajuste, precarización laboral y el efecto de la “exclusión” que sufre como consecuencia un gran sector de la población latinoamericana, es casi natural esperar que se produzcan movimientos sociales micropolíticos que expresen la resistencia civil a este sistema. Su necesidad de convertirse en sujetos activos de la historia a los que, con la exclusión, se intenta hacer “desaparecer”.
De lo que intentamos hablar es de la singularidad específica de este tipo de acontecimientos, de la dignidad de su aparición.
Se podría analizar también, en sus pormenores, la noción fuertemente polisémica de “mundialización”, que tiene por efecto si no por función ahogar en el ecumenismo cultural o el fatalismo economista los efectos del imperialismo y hacer aparecer una relación de fuerza transnacional como una necesidad natural (…) El remodelamiento de las relaciones sociales y de las prácticas culturales de las sociedades avanzadas conforme al patrón norteamericano fundado en la pauperización del Estado –la mercantilización de los bienes públicos y la generalización de la inseguridad social– es aceptado hoy con resignación como el desenlace obligado de las evoluciones nacionales.
Se interioriza la mundialización (globalización) –imperialismo, según Petras- como obvio natural y normal. (Bourdieu, Intelectuales política y poder.)
El obispo ecuatoriano Raúl López señala que no hace mucho tiempo existían avisos en los periódicos de Ecuador ofreciendo en venta campos con un número determinado de indios adentro – como si fueran ovejas o caballos. (The Guardian, Londres.)
En algunos lugares del mundo el nivel de los excluidos lleva a la animalización del ser humano. Los niños de algunos países tercermundistas, por sus grandes carencias alimentarias, parecen más cerca de lo animal que lo humano. ¡Y nosotros lo vemos por TV!
Una insurrección civil de extraordinaria magnitud ocurrida en Seattle (EE.UU.) impidió que la Organización Mundial de Comercio inaugurara la importante conferencia bautizada como Ronda del Milenio. Trabajadores, decenas de miles de jóvenes, campesinos y familias se unieron para rechazar la Ronda de la elite financiera del mundo globalizado. reunida en esa ciudad norteamericana de 500.000 habitantes.
Cincuenta mil personas desfilaron manifestando su repudio a la OMC. Los activistas se adelantaron al aparato represivo. Invento imaginativo. La policía llegando tarde. “La agricultura es cultura, no sólo negocio”; “Codicia más ignorancia es igual a OMC” eran algunas de las pancartas que portaban los manifestantes. Las velocidades y contagios en la multitud tomaron de sorpresa a las fuerzas gubernamentales. Independientemente de la complejidad de su constitución, el fenómeno Seattle se inscribe dentro de los nuevos movimientos civiles que se oponen a la globalización despiadada del capitalismo. “Nunca una reunión de esta magnitud –la cita del comercio mundial más grande de la historia– había sido perturbada por protestas”. En Londres también se produjeron enfrentamientos contra la conferencia. “La privatización mata” era una de las pancartas que exhibían un millar de manifestantes por las calles londinenses. Micropolítica pura. Nuevas formas de insurrección insospechadas. Por los bordes. La velocidad de los manifestantes norteamericanos desconcertó a las fuerzas represivas. Es imposible no resaltar la importancia del fenómeno Seattle: como fenómeno de formación de subjetividad.
Que se entienda: los movimientos civiles micropolíticos de resistencia no buscan hacer la revolución – pero logran “revolucionar” las cabezas adormecidas. Logran volver a creer en la “potencia de actuar” de este tipo de acontecimientos. La macropolítica nunca logra capturar del todo este tipo de movimientos civiles insurreccionales. Porque los “acontecimientos” fluyen por contagio. Son velocícimos. Estimulan la esperanza y la fuerza de la magnitud de las protestas civiles. Devuelven la “humanidad” perdida. Seattle representa el grito ahogado de quienes han perdido la palabra. Aquellos que parecen apresados por el desaliento.
“No quiero terminar sin llamar a apoyar a todos estos movimientos, o sea las FARC, el MST, los zapatistas, en esta gran lucha antiimperialista y anticapitalista que tiene posibilidades de ganar”. La esperanza de un luchador infatigable como Petras contagia alegría, pasión, admiración y respeto por las formas insurreccionales “sociales” a inventar que construyen en Latinoamérica la utopía de un nuevo modelo de socialismo. Por fuera de los partidos políticos tradicionales de izquierda. El nuevo socialismo será alegre o no será.
Hace pocos meses almorcé con Petras en Buenos Aires donde trató el tema del MST y surgieron nuestras pequeñas diferencias respecto a Chávez o al acontecimiento venezolano.
En cuanto a la concentración de ingresos en Estados Unidos. Hace 20 años –dice Petras– un Chief Executive Officer ganaba 80 veces más que un obrero. Hoy gana 430 veces más. Los trabajadores norteamericanos trabajan 2.000 horas por año, un 20% más que hace 20 años. Hay 55 millones de norteamericanos sin ninguna cobertura de salud, ni privada ni pública, y existe una prosperidad visible de un 30% de la población.
Veamos los puntos fundamentales, según Petras, del MST brasileño:
Movimiento social con enormes capacidades, opera en todos los estados de Brasil, con una fuerza importante en 24 estados (240.000 familias. Más de un millón de trabajadores rurales cooperativistas en el país)…
… que muestra, no teóricamente sino en la práctica, que la ofensiva neoliberal puede ser derrotada.
… tienen su propia dinámica, su propia inserción y su propia singularidad de concienciar la explotación y la necesidad de organizarse en la lucha de las expropiaciones de tierras.
… la influencia que tuvieron las bases de la Iglesia Católica de Brasil en su formación (muy pocos conocen esta afirmación).
… la importancia fundamental de la educación en el movimiento del MST. Escuelas de meses de educación política, historia, concepciones sobre el problema agrario, marxismo, el problema del imperialismo, etc.
… sus redes de solidaridad y extensión.
… la singularidad de la ética. No ética de proclamas. Sino del “cómo” vives.
… la ausencia de líderes carismáticos y existencia del liderazgo colectivo. Ocupar, resistir y producir.
… la existencia de dos luchas, una la expropiación de las tierras y la otra la presión ejercida al gobierno para que cumpla financiar la expropiación (basada en una cláusula de la Constitución de 1988).
… no excluyen la lucha electoral –pero los ritmos electorales no influyen en el ritmo de las expropiaciones.
… descripción de la relación con los partidos políticos –pero sin perder nunca la singularidad y ritmo del propio movimiento. La necesidad de adquirir un poder político para enfrentar la estructura jurídica vinculada con el sector latifundista.
También Petras se refiere a las luchas en Ecuador, México, el movimiento zapatista y su mística como creación revolucionaria, como ejemplo de este siglo. Colombia y las FARC.
Cada día, 30.500 niños y niñas menores de cinco años mueren en el mundo por causas evitables, mientras que 8.500 chicos y jóvenes se contagian el VIH, según reveló el informe titulado Estado Mundial de la Infancia 2000, presentado ayer en la Argentina por Unicef. De acuerdo con el documento, en 1998 el sida se cobró las vidas de 510.000 niños menores de 15 años y se estima que hay 1,2 millón comprendidos en esas edades que viven con el virus. El número de niños huérfanos a causa del sida es de cerca de 13 millones. Por otra parte, cada año fallecen 585.000 mujeres debido a complicaciones en el embarazo y el parto que podrían haberse prevenido.
Una curiosidad: la Ruckus Society (fundada en 1998 en Berkeley, California) ofrece seminarios y entrenamiento para preparar a jóvenes para protestas por mejorar el desarrollo ambiental y grupos de derechos humanos han entrenado a cientos de activistas para actos de desobediencia civil. (The Guardian.)
Primer mundo.
La miseria en el mundo. Bourdieu.
En 1990 la ciudad de Chicago (EE.UU.) registraba 849 asesinatos por 100.000 habitantes, uno cada 28 horas. El 40% de las víctimas son menores de 21 años. La mayoría de las víctimas residen en los seis distritos policiales correspondientes a los barrios del cinturón negro. El 80% son de origen afroamericano. Loic Wacquant –del equipo del sociólogo francés Bourdieu– establece que recientes trabajos epidemiológicos sugieren que los varones negros jóvenes tienen una probabilidad de sufrir una muerte violenta que es superior a la de los soldados enviados al frente en el punto culminante de la guerra de Vietnam. La miseria aplastante de este enclave vaciado de toda actividad económica y del que El Estado –con excepción de sus componentes represivos– virtualmente se ha retirado, son algunas de las causas fundantes del deterioro social.
La escuela es la que mejor simboliza la pauperización del gheto. El sistema educativo de Chicago se convirtió en una especie de “reserva escolar” donde se deposita (esa es la palabra) a los niños del gheto: de familias negras y latinas (85 por ciento) que viven por debajo del umbral oficial de pobreza (el 70 por ciento).
Es de allí de donde surge el “hustler profesional” – término aparentemente intraducible que en un nivel aproximativo puede identificarse mediante las nociones de «rebusque, astucia, chanchullo, timo, ratería y robo mediante arrebato” en la comunidad.
Uno tiene que vivir y hacer vivir a los suyos, y debido a esta insuficiencia crónica de las entradas obtenidas con el trabajo y la poca o casi ninguna ayuda social, casi todos los residentes del gheto deben recurrir a algún hustler para su supervivencia.
Es por el contrario una figura genérica que ocupa un lugar central en el espacio social del gheto norteamericano. No sólo no es “raro”, sino que reúne ejemplarmente un repertorio de propiedades y conductas valoradas en el gheto. La “inteligencia callejera” de los hustler es el único bien otorgado a todos, que hace más soportable la atmósfera opresiva de todos los días. El hustler es el efecto de llevar al extremo una lógica de exclusión socioeconómica y racial que afecta a todos.
Sugieren los investigadores que hay que evitar dos tipos de lecturas posibles: la que se conmueve y compadece del espectáculo de la miseria y la lectura populista que podría ver el fenómeno hustler como una estrategia heroica de “resistencia”, cuando en el fondo no es sino una táctica económica de autopreservación frente a un orden de dominación tan brutal y despiadado.
De estas condiciones excepcionales de exclusión social surge el hustler como formando parte natural, obvia y necesaria del gheto norteamericano (Primer Mundo).
En junio de 1990 la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador hizo el primer levantamiento indígena que paralizó el país.
Primer acto de masas de los indígenas – pero también fue la primera voz de alerta a las elites política y empresariales. Había nacido un nuevo actor que cuestionaba a todo el sistema.
Ahora, en los días previos al levantamiento, decían: “Las clases dominantes siempre nos han quitado todo. No sólo este gobierno que, al igual que los anteriores, nos trata como si fuéramos gente que no propone ideas y trabajo para sacar al Ecuador de su crisis”.
Se les contestó desde el gobierno: “Las propuestas indígenas son subversivas y el gobierno no las va a tolerar por ningún motivo”.
Días más tarde integraban una junta cívico-militar. El recorrido indígena había llegado a la Casa de Gobierno. Cuerpos indígenas llegaron hasta allí. Más allá de la traición posterior –por parte del general Mendoza– y de la retirada de los indígenas de Quito, no se debe evaluar el paso de los indígenas como fracaso. No son los resultados finales lo que miden el triunfo o el fracaso de los movimientos sociales. Lo importante fue el recorrido realizado y la fuerte producción de subjetividad que realizaron con este acontecimiento. Esta es la clave.
Hubo una fuerza protagónica del movimiento indígena, que supo ensayar su potencia de acción y seguramente de allí surgirán futuras creaciones micropolíticas de resistencia civil. Muchas veces los acontecimientos no hay que medirlos por el resultado transitorio, sino por la protagonicidad de una fuerza que se probó a sí misma frente todo Ecuador. Que poseía una voz que debió ser más escuchada que nunca para llegar a integrar la Junta cívico–militar. El futuro es lo que interesa. Las nuevas invenciones y máquinas micropolíticas insurreccionales de resistencia. Las nuevas voces. El levantamiento indígena dejó una fuerte huella y hay que volver a transitarla de nuevas formas. Y a las nuevas voces hay que saber “auscultarlas”, como Pedro Orce, el personaje de la novela de Saramago, que sentía que la tierra temblaba ante sus pies cuando la Península Ibérica se iba lentamente desprendiendo de Europa.
Como define Petras, las nuevas luchas de Ecuador, el movimiento zapatista y su mística revolucionaria de enorme producción de subjetividad y de alta capacidad simbólica, el MST brasileño, Colombia y las FARC… la esperanza en el triunfo final.
La utopía de nuevas formas de socialismo. Micropolítica de las resistencias. Pasan por allí. Allí están. Creando un murmullo inaudible y ensordecedor al mismo tiempo “en esta gran lucha antiimperialista y anticapitalista que tiene posibilidades de ganar”. Recobremos la gran esperanza de Petras: la ilusión y la utopía de un nuevo socialismo alegre y revoltoso (esto lo digo yo). Porque no hay nada más pobre que un socialismo burocrático y triste.
Recordemos también el desembarco del Gramma, con la mayoría de los guerrilleros muertos. Los catorce restantes crearon la utopía del contagio revolucionario en la población; y entonces los catorce se convirtieron en decenas de miles que lograron tomar el poder. El motor fue la esperanza irracional de Fidel.
Bibliografía recomendada:
Pierre Bourdieu, Contra fuego.
G. Deleuze y F. Guattari, Mil Mesetas.
G. Deleuze y Guattari, Diálogos.
Daniel Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler.
Lo Grupal 10, E. Pavlovsky, Subjetividad y devenir social, Artículo: Estética de la Multiplicidad.
Lo Grupal 10, E. Pavlovsky, ¿Qué hacemos con lo que sabemos?.
Toni Negri, Entrevista a G. Deleuze, Revista Futura Anterieur, 1990.
Peter Pál, Ponencia en las Jornadas G. Deleuze – F. Guattari – T. S. Martins, 1995.
E. Pavlovsky, Micropolítica de la resistencia.
E. Pavlovsky y H. Kesselman, Escenas y multiplicidad y Multiplicación dramática.
James Petras, Ciclo de conferencias en la Argentina, organizado por Herramienta, 1999.

La economía popular y el legado de la CGT de los Argentinos // Mariano Pacheco

 

Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de la lucha.

CGT-A, “Programa del 1° de mayo de 1968”

 

 

Hace 50 años, a cuatro semanas de haberse conformado la CGT de los Argentinos, se funda el periódico CGT, dirigido por Rodolfo Walsh. Allí sale publicada la proclama redactada por el autor de Operación masacre, el “Programa del 1° de mayo” de la CGT-A, la experiencia político-sindical argentina cuyo lema es “Sólo el pueblo salvará al pueblo”. Un siglo y pico antes, en el marco de la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, Karl Marx había escrito otra gran proclama obrera, en la que se afirmaba que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Apenas siete años después de aquel texto emblemático de la AIT, la clase obrera francesa protagoniza la “Comuna de París”, la “forma política al fin descubierta” bajo la cual ensayar la emancipación económica del trabajo, según la célebre frase que el autor de El capital escribió en La guerra civil en Francia, folleto en el que afirma que la Comuna fue una experiencia magnífica para pensar en la abolición de la propiedad privada (“expropiación de los expropiadores”) en el camino de establecer una dinámica de “trabajo libre y asociado”.

En 1968 –días antes de que estallara el “Mayo Francés” en el que se reinvindicará fuertemente a la Comuna– importantes sectores del peronismo combativo, las izquierdas y el cristianismo de base, confluyen en esta experiencia que es un hito de la historia de las luchas de las y los de abajo en el país, y que hoy cobra un relieve mayor a la hora de encarar algunos de los debates pendientes entre las experiencias de organización popular que se vienen gestando al calor de las luchas contra el creciente estado de malestar en el que se vive en la Argentina.

 

 

Una experiencia, un programa

El programa del 1° de Mayo hace un claro uso político de la historia. Lejos del memorialismo que ocupó la escena política de la Argentina durante la última década –y que hoy, muchas veces, se torna impotente frente a la ofensiva conservadora–, lejos de esas miradas impregnadas de ese otro conservadurismo –el progresista– que se sostiene en pensar todo el tiempo que el pasado fue mejor, la proclama de la CGT-A logra invocar el fantasma de los muertos, de los asesinados, de los caídos en las causas obreras como inspiración para esas rebeldías que viven en su presente. El programa, entonces, se inscribe en una genealogía que haya su fundamento en el pensar, el sentir y el actuar de los que han sido masacrados peleando por lo mismo que entonces se peleaba.

El programa, obviamente, también funciona como denuncia de la situación económica, política y social del presente: “Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre”. Así comienza el punto Nº 2, en el que se declara que en los años 60 la década del treinta “resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas populares”. Su lectura provoca un doble desafío: el de hacer el esfuerzo por recordar que la historia nunca se repite, mientas no se deja de prestar atención a las resonancias que vinculan ese pasado con nuestro presente, el de los años cínicos macrista que estamos viviendo. “El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales”, afirma el periódico CGT, en el que no se tiene empacho de asegurar que “la historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción”.

Por supuesto, más allá del reflujo de los años previos, no puede dejar de tenerse en cuenta que el Congreso Normalizador “Amado Olmos” de la CGT realizado el 30 de marzo puede realizar un fuerte cuestionamiento a la propiedad privada, fuente del modo capitalista de producción, porque encuentra su razón de ser en un proceso de más de una década previa muy diferente a la década anterior a la nuestra.

El contexto internacional, tras el triunfo de la revolución cubana en América Latina, pero también del Frente de Liberación Nacional en Argelia; el desarrollo de la Revolución Cultural en China y de la resistencia contra Estados Unidos en Vietman; la expansión del la figura de Ernesto Guevara por todo el mundo tras su asesinato en Bolivia, se entrelaza con un contexto nacional en el que el peronismo en la resistencia hizo un camino por fuera de la gestión del Estado, un tránsito simultaneo de sabotajes y huelgas, recuperación de espacios gremiales y tomas de fábricas, además de fugaces pero intensos ensayos insurreccionales –como la que se produjeron en el marco de la toma del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959– en los que fue profundizando su conciencia de clase y situando el horizonte de la liberación nacional junto con la perspectiva de edificación de una sociedad socialista. No por nada en el Programa de la CGT-A se dice: “retomamos pronunciamientos ya históricos de la clase obrera argentina”. Línea de continuidad directa, entonces, con los programas obreros de La Falda y Huerta Grande (1); mirada clasista de la nación, mirada nacionalista-popular de la inserción del país en el mercado mundial.

 

 

Lo reivindicativo y lo político

“El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecte hacia el control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones”, puede leerse en el programa del 1° de Mayo, en el que se recuerdan aquellas palabras pronunciadas Amado Olmos tiempo antes de morir en un accidente automovilístico. También se insiste en subrayar que los trabajadores no tienen por qué permanecer indiferentes al destino del país y ocuparse solamente de problemas sindicales, como proponen los “dirigentes ricos” que “voluntariamente han asumido ese nombre de colaboracionistas”, que significa “entregadores en el lenguaje internacional de la deslealtad”.

La CGT de los Argentinos, por el contrario, ofrece “a cada uno un puesto de lucha”, como bien repetía el un jovencísimo Darío Santillán, en las barriadas del sur del conurbano bonaerense, cuando a inicios de este siglo proliferaban los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD). De allí que el planteo ponga énfasis en que las direcciones sindicales burocráticas (“indignas”) debían ser barridas desde las bases. “Que se queden con sus animales, sus cuadros, sus automóviles, sus viejos juramentos falsificados, hasta el día inminente en que una ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones traicionadas”, rematan, no sin antes aclarar que el movimiento obrero “no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni cien personerías; no es un sello de goma ni es un comité; no es una comisión delegada ni es un secretariado. El movimiento obrero es la voluntad organizada del pueblo”.

La CGT-A no se queda sólo en un buen planteo sindical, sino que tiene vocación hegemónica. Y desde su papel al frente de una importante facción de los trabajadores argentinos, hace un llamado a otros sectores para conformar un bloque popular capaz de protagonizar un proceso de cambio en la Argentina. Y si bien en su llamado se dirige a los “empresarios nacionales” –categoría que ya entonces podía discutirse ampliamente– no deja de poner en la mira la importancia de la alianza de la clase obrera con el estudiantado, los artistas e intelectuales, los sectores académicos y religiosos capaces de coincidir con el programa propuesto, que no es más –ni menos– que un programa anti-imperialista para la liberación nacional y la justicia social.

 

 

Retrospectiva y perspectiva

No es posible pensar ningún aspecto de la realidad actual si no es inscribiéndola en el horizonte político y cultural de la posdictadura. Queda claro que el genocidio impuesto promediando la década del 70 llevó adelante, como los propios militares denominaron a su accionar, un verdadero Proceso de Reorganización Nacional. Lo que hicieron se complementó con aquello que, luego de asumir la gestión del Estado mediante el voto obtenido en elecciones sin proscripciones, coronaron los gobiernos radical y justicialista de Alfonsín y Menem. De allí que invocar a la CGT-A, a su Programa del 1° de Mayo, sólo pueda hacerse como ejercicio de inspiración para el accionar presente, pero mediante un análisis concreto de la situación concreta, no sólo de la coyuntura, sino también del ciclo histórico en el que las distintas coyunturas de las últimas décadas se inscriben.

Dicho esto, no puede obviarse que no sólo la Argentina sino el continente y el mundo entero han cambiado en demasiados aspectos como para sostener la pereza de meterse en análisis agudos que permitan determinar algunos rasgos al menos del momento actual de la lucha de clases, objetivo obviamente que excede estas líneas.

La mutación a escala global del capital debe ser puesta en serie con los cambios concretos que ha vivido la clase que vive del trabajo en el país, y en ese proceso de mutación no puede obviarse el papel que han jugado los sindicatos, y las personas concretas que en ellos ocuparon lugares de dirección.

La clase trabajadora argentina no es ajena al proceso de fragmentación que ha provocado el neoliberalismo. La fractura entre sectores asalariados y sectores de lo que hoy se denomina economía popular es profunda y estructural. De allí la necesidad –de doble vía– que implica, por un lado, que quienes viven en esta franja de la economía popular cuenten con sus instrumentos específicos de organización, que tienen singulares modos de expresarse, sus propios repertorios de lucha y formas específicas de politización (y a esta altura, una propia historicidad como movimientos sociales, diferente a la de los sindicatos). Por otro lado, resulta conveniente asumir el desafío de promover y proyectar la unidad orgánica de la clase. Dicho esto, resulta conveniente no confundir unidad orgánica con unidad de estructuras. Los sectores asalariados se encuentran, como el resto de sectores populares, también fragmentados. La CGT no es una sola e incluso la CTA –surgida fundamentalmente desde los gremios de servicios en la década del 90, como una forma de salirse de ese modelo de “sindicalismo empresarial” que se estaba gestando– tiene dos expresiones.

Las últimas semanas circularon entre la militancia, y aún en los medios de comunicación hegemónicos, varias versiones respecto de la posible conformación de un Sindicato Único de la Economía Popular con vistas a reunir a las diferentes expresiones del sector en perspectiva de ingresar a la CGT. Más allá de que la iniciativa no pasó de algunas versiones periodística y rumores entre las militancias, tuvo la virtud de funcionar como índice de debates aún no abordados con la profundidad que se merecen, en el camino de construir una mirada estratégica capaz de salirse del coyunturalismo.

Quienes vienen protagonizando las luchas y procesos de organización popular desde hace años saben muy bien que este tipo de discusiones no se resuelven desde posiciones de ideologismo o purismo principista sino desde un realismo crudo que muchas veces impone el ritmo de la necesidad de posicionarse ante las urgencias de cada momento. Pero también saben muy bien el costo que implica llegar a ciertas discusiones demasiado tarde.

En la profundización de una mirada estratégica para la etapa política que atravesamos seguramente se encuentre una de las claves para salir del inmediatismo, y pasar no digamos a al ofensiva, pero sí al menos a un momento de construcción de poder popular con bases económicas, políticas, sociales y culturales más sólidas.

 

FUENTE:  La luna con gatillo (www.lalunacongatillo.com)

 

*Redactor del periódico Resumen Latinoamericano, conductor del programa radial y coordinador general del Portal Cultural La luna con gatillo.

 

1) Para consultar los programas de La Falda y Huerta grande, presentados por Roberto Baschetti, podes ingresar Comuner@s en la orilla, sección del Pensamiento Crítico del proyecto comunicacional Resumen Latinoamericano. También allí se puede leer el programa completo de la CGT-A, ingresando a los siguientes links, por orden de mención:

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/10/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-programa-obrero-de-la-falda-introducido-por-roberto-baschetti/

 

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/11/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-el-programa-obrero-de-huerta-grande-presentado-por-roberto-baschetti/

 

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/13/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-programa-de-la-cgt-de-los-argentinos/

Néstor Sánchez, en argentino // Hugo Savino

Hay una frase de Laura Estrin que me gusta para empezar: “Y es cierto, si no se empieza por la vanidad, por el mito… ¿por dónde si no? Por la ficción, decían…”. Sí, decían ficción, y eso resumía todo, pero sigue siendo una palabra actual, de época, y ya era y es una palabra de museo en la obra de Néstor Sánchez. Todo lo que es de época es museo. Así que tenemos estas otras palabras: vanidad, vanidad de vanidades, mito, zona mítica, que se harán canto. Y canto es desarrollo de canto. El concepto de ficción se deshace en Néstor Sánchez. O más preciso: se hace y deshace. No hay tema. No hay relato. Hay motivos. Ficción y relato para él van de la mano. Y los relatos son fabricaciones de la propaganda. Se escriben para convencer. Tienen en cuenta al lector. Ese perezoso que casi siempre finge leer. No son poema. La obra de Néstor Sánchez, su manera de oír la literatura está del lado del recitativo. Del motivo. Sánchez escribe acentuando la palabra en la escritura, no en la letra. Sus libros, a partir de Siberia blues, empiezan a caer en un espacio que solo lee la letra. La crítica empieza a profesionalizarse. Aparecen las gangas: estructura, el placer del texto. Es el momento en que la literatura solo se ocupa de la letra, o sea del relato. Narración sin recitativo. Una menesterosidad que ocupará todo el terreno. Coro de monaguillos de la letra que solo lee el tema. Lee el relato. Ahí, en ese punto situado, Néstor Sánchez entra en conflicto con su época. Cada libro acelera la separación. En el territorio de la inflación de la letra, él escribe frase y ritmo, entre tensión trágica y humorística. Escribe una sintaxis retorcida porque este libro se le impone como exigencia de enigma, de libro en estado de pregunta. Ni personajes-símbolos, ni personajes-heraldos (Carlo Emilio Gadda). Los libros de Néstor Sánchez siguen, como las personas de Cómico de la lengua, su viaje del norte hacia el norte. Con tironeos al sur. Se alejan del centro de su época. A Néstor Sánchez la palabra se le hace frase y desarrollo de frase, y activamente enigmática.
Hay un leer para transformarse – Mauro Chavarría ausencia de dos días, y vuelve con una pila de libros que compró. ¿La zona mítica exige lectura? ¿Es como la leyenda? La conquista de una voz es una zona mítica. Y esa zona mítica incluye una poética del rechazo. Cómico de la lengua es una crítica a la figura del escritor como maniquí solemne: “Por primera vez experimento la necesidad de decir cosas, pero cosas que siento como esenciales, y no reflexiones derivadas de la cultura. Conocí a esa clase de escritores que creen poseer la ‘verdad’, escritores muy conocidos que enuncian ‘verdades’ definitivas, sin duda por miedo a descubrir otras cosas que socavarían su modo de vida y su escritura… Me interesé en ellos, en sus vidas, los escuché hablar: me espantaron.”
Y están las citas que abren el libro: la de James Joyce:
De la inexistencia a la existencia él venía a los muchos y era recibido como unidad; existencias a existencia él era con cualquiera como cualquiera con cualquiera; ido de la existencia a la no-existencia sería percibido por todos como nada.
La cita del tío Ismael:
¿Acaso nada más, cómico de la lengua, vigilo lo que no conozco?
Cómico de la lengua es un libro de preguntas sin respuestas: “La escritura cuando alcancé el estado esencial de pregunta tendió a un humor grave, acaso angustiado”. El estado de pregunta disuelve la solemnidad que impone el tema o el relato. Cómico de la lengua es un catecismo recuchicheado. Entonces: ¿qué vigila ese cómico de la lengua? El escritor como cómico. Igual que el traductor como estafador (Bernard Hoepffner) sale del círculo social de la charlatanería. Del realismo lógico. Los dos, cómico y estafador, o ladrón de bancos, o de estaciones de ferrocarriles, vigilan que su oído no se arruine en la solemnidad del saber, que generalmente tiene a la ficción como valor absoluto. Como “literatura universal”. El boom fue, entre otras cosas, esa ambición ridícula a literatura universal. Los libros en el changuito del supermercado fue y es otra figura de historia santa. Sánchez se rebeló contra su inclusión en el boom, al que consideraba uno de los momentos más bajos de la lengua española, para no perder la voz. El boom para Néstor Sánchez es la época. Los vanguardistas subvencionados que lo acusan de experimental, en realidad, se escandalizan de su no adhesión a la carrera literaria. Industriosos como son, no conciben un escritor que solo escribe. Y hacen de Cómico de la lengua el “patito feo” de toda la obra. Cómico de la lengua es también la búsqueda de una poética de la separación de su generación. Trata de acelerarla escribiendo su travesía. La época tiene sus lugares comunes, y los impone desde sus instituciones. El poema en la concepción de Roque Barcia es a contracorriente de la época. Digo Barcia y puedo decir Néstor Sánchez. Decir boom era una apuesta a esencializar la literatura. Néstor Sánchez escribía para dar a escuchar un poema. El suyo. Ni esencializaciones ni acontecimientos. No era una cuestión de subjetividad absoluta, de poesía, era una subjetivación en la lengua.
Obra donde el describir lo impone el mismo ritmo.
La cita de Joyce pertenece al capítulo que Néstor Sánchez tuvo como guía para este libro, Itaca, el número 17, “el patito feo del libro” (James Joyce a Frank Budgen). Y este capítulo es el regreso a casa. Bloom y Stephen van en “curso paralelo” a la casa de Bloom. Van a la cocina y ponen el agua para tomar algo. Y Néstor Sánchez invierte Itaca, en Cómico de la lengua hay un ir del norte hacia el norte. Salir de casa, de la cocina, de lo encásico. Siempre del norte hacia el norte. ¿Búsqueda del paso del Norte? Acá no hay regreso a casa, están los que se quedan allá, los Urrutia, las cartas de Juan-Juan aburrido y tocando en el piano siempre el mismo tema que le pide la gente, entre despianizarse y repianizarse, y los que van detrás de los que partieron, y los que siguen partiendo, hay exilio, hay lo exílico en la atmósfera. Hay varios exilios, el exilio en el propio país, en la cultura, se puede estar lejos y ser forastero, o “extranjero en el tiempo”, basta con no ser de la parroquia, por ejemplo. Ahora, de la parroquia narradores. No hay que irse para ser un exiliado, exilio en Néstor Sánchez tiene una historicidad, que arranca en Nosotros dos y llega hasta El drama sin atenuantes. Y el exilio se hace errancia, y lo que sigue hay que leerlo, no se puede filosofar, retoriquear encima de los libros de Néstor Sánchez.
¿Un irse que se detiene alguna vez? ¿O, acaso, se hace moneo ambulatorio?
Está el Eclesiastés. Entre las líneas. Esa vanidad de vanidades que Néstor Sánchez explora en sus libros o entrevistas. Acá, una de las vanidades, tal vez, la mayor, es “la tentación literaria sin atenuantes”, entonces, hay que explorar esa vanidad. No es interpretable, no es contable. Se escucha en cada lectura.
Están las ausencias: nombro dos:
La muerte es la ausencia interminable de perro.
Y la ausencia inacabada de mona.
O sea: hay ausencia interminable de perro y ausencia inacabada de mona. Y más ausencias “en el gran trinar adentro del verde que por su parte reverberaba” que se arman y rearman. Y hay presencia de “poema en el sentido de ser o en todo caso admitirse un guijarro de playa”, tal vez podemos decir: hay guijarro Joyce.
Está lo lumpen a lumpen: “el beisbolista Jack Kerouac releyendo incansablemente”. Y Néstor Sánchez a Marta Gallo: “Y de una manera fundamental con un texto que la literatura americana tiene que reverenciar para siempre como es El ángel subterráneo de Kerouac. Cuando él hace coincidir el temblor de la página con esas expectativas que en mí eran exactamente coincidentes […]”.
Está la línea que recorre toda la novela: la tensión entre lo reconvocante y lo desconvocante. La imposibilidad de comunidad sagrada. Y lo que reconvoca insistentemente a ese estrago llamado lo sagrado. La libreta de notas, ese correr de Roque Barcia a la nota, es el desacato a lo convocante-reconvocante sagrado. A lo sagrado que es fusión, y es lo contrario de lo divino. Primero el verbo, después la letra. La escritura, esa vanidad de vanidades, se hace en soledad. Se la mastica, hasta hacerla canto. O, fatal, se pierde la voz. Con la filosofía, “cuando el predicamento poemático de la página termina en la filosofía, todo entra en un plano secundario”.
Y está Maimónides, que abre a lo divino: “Maimónides aseguraba, por su parte, que solo eran divinas las palabras de un sueño cuando resultaba imposible comprobar quién era, en todo caso, el que las había pronunciado”.
Están los reproches a la sintaxis de Néstor Sánchez y están los reproches a la persona de Néstor Sánchez. Vieja manía sainte-beuviana. Pretensión de conocer a la persona para conocer al escritor. Más que vanidad. El reproche del academicismo actual es que Néstor Sánchez es muy experimental. Escuchan con el oído de Adorno cuando tal vez les iría mejor si escucharan con el oído de Aníbal Troilo o de Charlie Parker. ¿El reproche a la persona? Y bueno, eternos llorones del compromiso, Néstor Sánchez era, también, un sujeto psicológico.
Y está la renuncia a la ilustración: “Barcia renunciando a ilustrar literariamente cómo piensa una mujer, en este caso con un hijo y abandonada en la selva: la desidia bendita de Barcia”.
La desidia como fuerza asocial. Contra la jauría de los arcángeles de la poesía. Que aman la poesía, la filosofía y no el poema. ¡Ayúdanos desidia bendita de Roque Barcia!
Cómico de la lengua lleva a estado de sospecha lo duradero en común: “Ni mosquitos ni mona empedernida, ni jeep, ni Nacha, ni siquiera esa sala levantada como si fuese posible algo duradero juntos”.
La pretensión enfática de sentirse escuchado, que tal vez equivale a pretensión a terminar encuadernado como literatura universal aturdiría hasta el hartazgo: ¿o no?, a esto una respuesta en forma de pregunta: “¿Acaso creyó saber que lo escucharían? ¿Es realmente imprescindible sentirse escuchado?”.
Cada vez que abro un libro de Néstor Sánchez, todo vuelve a resituarse. Uso este re, sobre todo porque en este libro intensifica el empleo de este prefijo. En Cómico de la lengua las personas vuelven a “requererse con dificultad de corazón y de sintaxis”. No se escribe, se remingtonea. La sintaxis es un eje de relación. Néstor Sánchez, como decía Mallarmé, es un sintaxero. Y como sobre el lenguaje solo hay puntos de vista, la lectura vuelve a desplazarse, cada vez. Y esta vez el prefijo re se me impuso, y sobre todo el verbo remingtonear. Néstor Sánchez, en Cómico de la lengua, pide una lectura que no le ponga límites ni al tiempo ni a la sintaxis, el futuro acá se quiere trágico, cómico e indeterminado. Cómico de la lengua es una lucha entre lo acabado y lo incumplido. Entre soy y será que será. Aquí, el estado de pregunta es cómicamente infinito. Y escrito en argentino. En el argentino de Sánchez. Pero, y hay que insistir, no es la época la que escribe, es Néstor Sánchez. Que no se pone bajo el paraguas de ninguna garantía. Pone el cuerpo en el lenguaje. No hace estilo, hace ritmo. En Néstor Sánchez el lenguaje es una relación con el cuerpo. Y ese re desborda cualquier efecto de sentido, no es efecto sonoro, es “subjetivación máxima”, no es experimental porque está el cuerpo en el lenguaje escribiendo lo que no tiene y lo que no sabe.
Y están las secuencias de cine mudo –que ya estaban en El amhor, los orsinis y la muerte: “Los ojos del fantasma debieron presenciar la despedida de Pedro y Marisa breve, dificultosa, con los brazos de los cuatro que se entrecruzaban, con una de las valijas que se abría”. O: “Max Linder en la pantalla espejo y un helado de limón que se deshace despacio en la mano derecha”. El cine sonoro, o lata sonora : “Solo por las calles abarrotadas de Londres mientras triunfaba masivamente el cine sonoro”, será una demostración abrumadora de diálogo, estará cerca de eso que Néstor Sánchez llama, con humor: “literatura universal”, esa no-lectura que ve sin ser visto, que está sin estar, que todo lo sabe, que todo lo que se escribe “lo aumenta con alguna que otra reflexión contingente” , en fin, el detestado realismo omnipresente que solo sabe hablar la voz del amo.
Roque Barcia siempre teclea una relación: “encuentros furtivos, plaza, extrañeza del yeso ausente, amargura y como una sorpresiva fugacidad de las cosas”. Roque Barcia siempre entra en pausa manuscrítica, Roque Barcia siempre en disyuntiva entre no traicionar lo cronológico y el atrevimiento anticronológico. O descifra los papelitos de una carta. De una u otra manera, escribe hacia: “Repentina precisión en el teclear barciano”.
Este libro también es una voz de humor, que hay que pescar como perlas, entre las líneas: “más un rencor también imprevisto hacia lo medieval como alcalde”. Antidesfile: “que lo festivo no debe dejarse de lado porque la prescindencia de lo festivo representaría el triunfo final de los desfiles y de las estatuas y del bajo romanticismo francés y de todos los diarios de la mañana y de la noche”. No es la voz de un predicador de la ficción, no es puesta en abismo, hay un manuscrito dando vueltas, hay pausa manuscrítica en Roque Barcia, hay diecinueve libretas de apuntes, hay una Remington, hay tecleo. En ese amasijo el sentido se hace y se deshace. La voz del libro apunta a la de un sabio con la tela rajada. Una palabra de sabio cómico del Eclesiastés que
reconjetura
remingtonea
resiente lo sentido
un Barcia que hace relectura del Eclesiastés.
(*) Texto leído en la presentación de la reedición de Cómico de la lengua (Libros de la Resistencia, 2018).

Democracia, Igualdad, Emancipación en un mundo cambiante // Jacques Rancière

Comenzaré desde el nudo entre dos de los conceptos que se proponen para el reflejo de nuestro panel: igualdad y emancipación. Recordaré brevemente los dos puntos principales que están implícitos en la idea de la emancipación.

El primero es que la igualdad no es un objetivo a alcanzar. No es un nivel común, una cantidad equivalente de riquezas o una identidad de las condiciones de vida que deben alcanzarse como consecuencia de la evolución histórica y la acción estratégica. En cambio, es un punto de partida. Este es un principio que no es una medida común entre los individuos, es una capacidad a través de la cual los individuos actúan como poseedores de un poder común, un poder que pertenece a todos. Esta capacidad no puede verificarse. Debe asumirse como un principio de acción, pero solo se verifica mediante la acción misma. La verificación no consiste en el hecho de que mi acción produce igualdad como resultado. Promulga la igualdad como un proceso. Actúo, actuamos como si todos los seres humanos tuviéramos la misma capacidad intelectual. La emancipación significa primero el respaldo de la presuposición: puedo, somos capaces de pensar y actuar sin maestros. Pero somos capaces en la medida en que pensamos que todos los demás seres humanos están dotados de la misma capacidad. Segundo, la emancipación significa el proceso a través del cual verificamos esta presuposición. La igualdad no se da, es procesual. Y no es cuantitativo, es cualitativo.

La idea de emancipación descarta la oposición hecha por la tradición llamada «liberal» entre la libertad de pensamiento como el poder interior autónomo y la dignidad del individuo y la igualdad del pensamiento como la restricción de lo colectivo sobre los individuos. «Gratis» es igual a «igual»: no significa una propiedad de individuos. Designa la forma de su acción y su relación con otros individuos. La presunción de igual capacidad es un principio de libertad compartida, en contraste con la suposición de que los seres humanos solo pueden actuar racionalmente como individuos y cooperar racionalmente en una comunidad de acuerdo con un principio de subordinación. La autonomía ha sido un concepto clave en la política emancipatoria moderna. Pero debe ser entendido correctamente. No significa el poder autónomo de un sujeto como opuesto a las fuerzas externas: significa una forma de pensamiento, práctica y organización libre de la asunción de la desigualdad, libre de restricciones jerárquicas y creencias jerárquicas. Significa la oposición de dos tipos de sentido común y dos mundos comunes, uno basado en el proceso de verificación de la desigualdad y el otro basado en el proceso de verificación de la igualdad. Esto es lo que está involucrado en el concepto de desacuerdo que propuse para conceptualizar el conflicto político. El desacuerdo no es un conflicto de fuerzas, ni un conflicto de ideas y valores. Es un conflicto entre dos mundos comunes o dos sentidos comunes. Esto es lo que significa el escenario de secesión de los plebeyos romanos en el Aventino que puse en el centro de mi análisis de lo que significa «desacuerdo». En el sentido común que fundamenta la dominación de los patricios, no puede haber discusión entre los patricios y los plebeyos porque los plebeyos no hablan. Ellos solo hacen ruido. La presuposición de la desigualdad no es una idea simple, está incorporada en la realidad concreta de un mundo sensorial, por lo que los plebeyos no deben simplemente argumentar que también son seres que hablan, sino que también inventan una dramaturgia completa para crear un mundo sensorial donde lo inimaginable – e incluso imperceptible – el hecho de que hablan se hace perceptible.

Esta idea de emancipación nos hace pensar en política en términos de conflicto de mundos en contraste con la idea dominante que lo asimila a un conflicto de fuerzas. Es un conflicto de mundos comunes. La emancipación social no es la elección de la comunidad contra el individualismo. La misma oposición de la comunidad al individualismo no tiene sentido. Una forma de comunidad es siempre una forma de individualidad al mismo tiempo. No se trata de la presencia o ausencia de vínculos sociales, sino de su naturaleza. El capitalismo no es el reino de la individualidad: organiza un mundo común propio, un mundo común basado en la desigualdad y que lo reproduce constantemente, de modo que aparece como el mundo : el mundo real en el que vivimos, nos movemos, sentimos, pensamos y actuar Es el mundo ya existente con sus mecanismos y sus instituciones. Frente a su evidencia sensible, el mundo de la igualdad parece ser siempre un mundo tentativo que debe ser constantemente rediseñado, reconfigurado por una multiplicidad de inventos singulares de actos, relaciones y redes que tienen sus formas propias de temporalidad y sus modos propios de eficiencia. . Es por eso que la secesión de los plebeyos en el Aventino es paradigmática: el mundo de la igualdad es un «mundo en formación», un mundo de brechas específicas en el sentido común dominante, de interrupciones del modo «normal» del mundo. Implica la ocupación de espacios específicos, la invención de momentos específicos cuando el mismo paisaje de lo perceptible, lo pensable y lo factible se replantea radicalmente. El conflicto del mundo es asimétrico en su principio.

Pero el hecho es que esta disimetría ha sido oscurecida por la evidencia de un término medio que parecía ser común al mundo de la igualdad y el mundo de la desigualdad y también para designar un mundo y una fuerza. Ese término estaba funcionando, con su gemela, llamada mano de obra. Por un lado, el trabajo era el nombre de la fuerza que el capitalismo reunía y organizaba para su propio beneficio y la realidad de la condición de aquellos que fueron explotados por el capitalismo. Pero, por otro lado, era la fuerza que se podía reensamblar contra ese poder capitalista, reensamblado como una fuerza de lucha en el presente y la forma de vida del futuro. De esta manera, el mundo del trabajo parecía ser el producto de la desigualdad y el productor de la igualdad. Los dos procesos se realizaron en un solo proceso. La tradición marxista estableció esta conjunción dentro del escenario «progresivo», según el cual la desigualdad es un medio y una etapa histórica por la cual pasar, para producir la igualdad. Se decía que el capitalismo no solo producía las condiciones materiales de un mundo de reparto equitativo de las riquezas comunes, sino también la clase que lo derrocaría y organizaría el mundo común por venir. Para desempeñar este papel, la organización de los trabajadores tenía que asumir e interiorizar, primero en el presente de la lucha, la virtud de la disciplina de fábrica que les había inculcado el capitalismo.

La tradición anarquista se opone a la visión de la desigualdad de la igualdad de opinión y la constitución de las formas actuales de trabajo cooperativo y otras formas de vida.Pero este contrapositorio aún descansaba en la idea del «término medio»: la idea del trabajo como una forma de vida, una fuerza colectiva de lucha y la matriz de un mundo por venir. Está claro que el trabajo ya no se puede postular hoy como la identidad de una fuerza y ​​un mundo, la identidad de una forma de lucha en el presente y una forma de vida del futuro. Mucho se ha dicho sobre el final del trabajo o si se ha vuelto inmaterial. Pero el capitalismo no se volvió inmaterial, incluso si parte de su producción es el conocimiento, la comunicación, la información, etc. La producción material no desapareció del mundo común que organiza. En su lugar, se trasladó, lejos de sus antiguas ubicaciones en la Vieja Europa, en nuevos lugares donde la fuerza de trabajo era más barata y más obediente. La producción no material también implica formas clásicas de extracción de valor de los trabajadores mal pagados y formas de trabajo no remunerado proporcionadas por los propios consumidores. El trabajo no desapareció.En cambio, se fragmentó, se arrancó y se dispersó en varios lugares, y varias formas de existencia se separaron unas de otras de modo que ya no constituían un mundo común.

Junto con esta perturbación económica vinieron las reformas legislativas adoptadas en todo el mundo para volver a hacer del trabajo un asunto privado. Estas reformas no solo eliminaron los derechos y beneficios sociales adquiridos por las luchas obreras del pasado, sino que convirtieron el trabajo, los salarios, los contratos de trabajo y las pensiones en un asunto meramente individual, concerniente a los trabajadores tomados uno a uno y no más colectivo. El trabajo no ha desaparecido, sino que ha sido despojado del poder que lo convirtió en el principio materialmente existente de un nuevo mundo encarnado en una comunidad determinada. Esto significa que ahora estamos obligados a pensar en el proceso de emancipación, el proceso de crear su propio mundo como un proceso específico, desconectado de las transformaciones del proceso económico global. También enfrentamos la dificultad de lidiar con esta situación. Creo que esta nueva situación y la dificultad para lidiar con ella están perfectamente expresadas por los lemas que han resonado en varios idiomas durante los movimientos recientes: «democracia real ya», «nuit debout», «ocupan todo» o » san douli «. Todos toman su eficiencia en una interfaz ambigua entre la lógica del conflicto de fuerzas y la lógica de la oposición de los mundos.

«Ocupar» y «ocupación» son los ejemplos más reveladores de esta ambigüedad. Vienen de la tradición histórica de la lucha de la clase obrera. Los «ataques de sentada» de los ataques pasados ​​cuando los trabajadores ocuparon el lugar de trabajo, crearon un conflicto de fuerzas idéntico a una demostración de igualdad. Los huelguistas no solo bloquearon el mecanismo de explotación sino que también afirmaron la posesión colectiva del lugar de trabajo y los instrumentos de trabajo y convirtieron el lugar dedicado al trabajo y la obediencia en un lugar para la vida social libre. La nueva «ocupación» toma el principio de transformar la función de un espacio. Pero este espacio ya no está dentro del espacio, y el espacio se define dentro de la distribución de actividades económicas y sociales. Ya no es un espacio de lucha concreta entre Capital y Trabajo. Como Capital se ha convertido cada vez más en una fuerza de dislocación, que destruye los lugares donde podría organizarse el conflicto, las ocupaciones ahora tienen lugar en los espacios disponibles: los edificios que las contingencias del mercado inmobiliario han dejado vacíos o las calles que normalmente están destinado a la circulación de individuos y mercancías, y a veces a las manifestaciones de los manifestantes. El proceso de ocupación transforma aquellos espacios destinados a la circulación de personas, bienes y valores en lugares donde las personas se quedan y afirman por el hecho mismo de permanecer en oposición a los poderes capitalistas de circulación y dislocación.

El nombre «ocupación» sigue siendo el mismo y sigue pervirtiendo el uso normal del espacio, pero el proceso de ocupación ya no es un conflicto de fuerzas para ocupar un lugar estratégico en el proceso de reproducción económica y social. Se ha convertido en un conflicto de mundos, una forma de secesión simbólica que se materializa y simboliza en un lugar aparte. Occupy Wall Street se llevó a cabo en un parque ubicado al lado del centro de este poder financiero que ha destruido las fábricas que anteriormente eran el sitio de los movimientos de ocupación. El movimiento español de Indignados creó, durante una campaña electoral, asambleas que se presentan como la sede de la «democracia real ahora». La verdadera democracia se enfrentaba a la autorreproducción del elenco representativo. Pero la «democracia real» era, en la tradición marxista, el futuro de la igualdad material opuesto a la «democracia formal» burguesa. Era un futuro prometido como consecuencia de la toma del poder estatal y la organización de la producción colectiva. Ahora designa una forma de relación entre los seres humanos que debe practicarse en el presente tanto en contra como más allá del sistema jerárquico de representación. La democracia real en cierto sentido se volvió más formal que la «democracia formal» estigmatizada por la tradición marxista. No solo equiparó la promulgación de la igualdad con la forma de la asamblea, sino que todos los individuos tenían el mismo derecho pero impuso una serie de reglas tales como la igualdad de tiempo permitida a todos los oradores y el poder para que los individuos bloqueen la decisión de la asamblea. mayoría.

La ocupación se ha convertido en el nombre de una secesión. Pero esa secesión ya no es la acción de una comunidad específica que reclama sus derechos. En cambio, parece ser la materialización de una aspiración a lo común, como si lo común fuera algo perdido, algo que tuviera que ser reconstruido a través del acto específico de reunir a una multitud de individuos anónimos que realizaran públicamente su ser igual al igual que su ser en común. Es por eso que esa secesión, ese ser-aparte, se expresó en términos paradójicos, y especialmente por el extraño lema adoptado por muchas asambleas como la afirmación de la democracia real: «Consenso en lugar de líderes».Parece paradójico postular el consenso como la virtud específica de la asamblea disensiva reunida en espacios ocupados. Se puede argumentar que el disenso consiste precisamente en la constitución de otra forma de comunidad basada en la horizontalidad y la participación. Pero el problema de la democracia no se trata tanto del número de personas que pueden ponerse de acuerdo en el mismo punto como de la capacidad de inventar nuevas formas de promulgación colectiva de la capacidad de cualquiera.

Al subrayar esta paradoja, no estoy dispuesto a menospreciar esos movimientos.Algunas personas han enfrentado al pacifismo de las asambleas consensuales la necesidad de una acción violenta que confronte directamente al enemigo. Pero la «confrontación con el enemigo mismo» puede ser pensada y practicada de diferentes maneras y la mayoría de las formas de acción directa opuestas a las asambleas del Pacífico -por ejemplo, destrucción de los autómatas bancarios, escaparates u oficinas públicas- También fueron expresiones simbólicas de una oposición de mundos en lugar de acciones estratégicas en una lucha por el poder. Otras personas han criticado precisamente esta falta de estrategia; dijeron que estos movimientos no podían cambiar nada a la dominación capitalista e hicieron nuevos llamados para la edificación de las organizaciones de vanguardia destinadas a tomar el poder. Pero tal respuesta es incapaz de resolver las paradojas de la emancipación. La visión estratégica del mundo que lo sustenta es una visión de desigualdad que produce igualdad. Esa estrategia ha sido promulgada por los partidos comunistas y los estados socialistas del siglo XX y todos sabemos sus resultados. La desigualdad solo produce desigualdad y lo hace incesantemente. Además, esta visión del mundo estratégica ha perdido la base sobre la que descansaba, es decir, la realidad del trabajo / trabajo como un mundo común.

Ahora nos enfrentamos a la disimetría entre el proceso de igualdad y el proceso de desigualdad. La igualdad no hace los mundos de la misma manera que la desigualdad.Funciona, por así decirlo, en los intervalos del mundo dominante, en superposición al modo «normal» – dominante – jerárquico – de la creación del mundo. Y uno de los aspectos principales de la disimetría es precisamente el hecho de que el proceso de igualdad descarta la propia separación de los fines y los medios sobre los que se basa la estrategia de desigualdad que produce la igualdad. Esto es lo que la libertad significa en última instancia. La libertad no es una cuestión de elección hecha por los individuos.Es una forma de hacerlo. Una acción libre o una relación libre es una acción o una relación que encuentra su logro en sí misma, en la verificación de la capacidad y ya no en el resultado externo. En las sociedades jerárquicas del pasado, era el privilegio de una pequeña categoría de seres humanos llamados los «hombres activos» en contraste con todos aquellos que estaban sujetos al reino de la necesidad. En los tiempos modernos, la libertad se democratizó primero en el dominio estético con la categoría kantiana y schilleriana del juego libre como un fin en sí mismo y un potencial que pertenece a todos. Entonces el joven Marx hizo más, ya que hizo la definición misma de comunismo que equiparaba con el final de la división laboral: el comunismo, dijo enParís. Manuscritos significa humanización de los sentidos humanos; es el estado de cosas en el que esta capacidad de humanización se despliega en sí misma en lugar de usarse como un simple medio de ganarse la vida. Y lo ilustró con el caso de estos trabajadores comunistas en París, que se reunieron en un primer nivel para debatir sobre sus intereses comunes, pero lo hicieron más profundamente para disfrutar de su nueva capacidad social como tal.

Cierto es que el análisis de Marx se basó en la identificación del trabajo como la capacidad humana esencial. Cuando el trabajo ya no puede desempeñar este papel, la tarea de crear un mundo donde los fines de la acción no sean más distintos de sus medios puede parecer paradójica en sí misma. La comunidad libre e igual es algo que ya no puede depender de un sustrato empírico dado. Debe ser creado como un objeto de voluntad. Pero, por otro lado, esto ya no se planteará en términos de medios y fines. Es por eso que tiende a convertirse en un deseo global de otra forma de relaciones humanas. Esta ocupación ha sido la más ilustrada en Occupy Wall Street por las múltiples extensiones del uso del verbo «ocupar» que lo convirtió en el significante de una conversión global a otra forma de habitar el mundo: «ocupar el lenguaje», «ocupar la imaginación» , «Ocupe el amor» y eventualmente «Ocupe todo», lo que parece significar: cambie su forma de tratar con todo y con todas las formas existentes de relaciones sociales. Tal vez este enigmático lema encuentra su mejor traducción en el lema griego «No vivas más como esclavos». Esta frase no solo invita al rebelde contra la intensificación del gobierno capitalista. Invita a inventar aquí y ahora modos de acción, formas de pensar y formas de vida opuestas a las que se producen y reproducen perpetuamente por la lógica de la desigualdad, la lógica de la dominación capitalista y estatal.

Creo que esta solicitud ha encontrado una respuesta a la invención de esta forma llamada «espacio social libre», una forma que adquirió una fuerza particular en los movimientos sociales de este país. Lo que hace que esta noción sea importante en mi opinión es que pone en tela de juicio las oposiciones tradicionales entre las necesidades del presente y las utopías del futuro o entre la dura realidad económica y social y el «lujo» de la democracia «formal». Aquellos que abrieron tales espacios dejaron en claro que no solo querían responder a las situaciones de necesidad, desposeimiento y angustia creadas por la intensificación del gobierno capitalista. No querían dar cobijo, comida, cuidado de la salud, educación o arte a aquellos que estaban privados de esos bienes, sino crear nuevas formas de ser, pensar y actuar en común. Podemos extraer de esto una definición más amplia de esta forma: un espacio social libre es un espacio donde la separación misma de las esferas de actividad: producción material, intercambio económico, cuidado social, producción e intercambio intelectual, desempeño artístico, acción política, etc. – se pone en duda. Es un espacio donde las asambleas pueden practicar formas de democracia directa, no solo para otorgar los mismos derechos a todos, sino para tomar decisiones colectivas sobre cuestiones concretas. De esta forma, una forma de acción política tiende a ser la célula de otra forma de vida. Ya no es una herramienta para la preparación de una emancipación futura, sino un proceso de invención de formas de vida y modos de pensar en el que la igualdad fomenta la igualdad.

Lo que esta oración está por hacer es cambiar todas las formas de organización de la vida y los modos de pensar que están determinados por la lógica de la desigualdad, la lógica de la dominación capitalista y estatal.

Por supuesto, sabemos que estas células de una nueva vida social están constantemente sujetas a problemas internos y amenazas externas. Este «presente presente» es siempre un presente precario. Pero no tiene sentido, creo, que haya pruebas de que todo es vano mientras la revolución global no haya tomado el poder y destruido la fortaleza capitalista. Este tipo de juicio es una forma de poner la fortaleza en nuestras cabezas, de instituir un círculo de imposibilidad proclamando que nada puede cambiarse antes de que todo haya cambiado. La emancipación siempre ha sido una forma de inventar, en medio del curso «normal» del tiempo en otro momento, otra forma de habitar el mundo sensible en común. Siempre ha sido una forma de vivir el presente en otro mundo en lugar de diferir su posibilidad. La emancipación solo prepara el futuro en la medida en que se seca en las brechas actuales que también son surcos. Lo hace al intensificar la experiencia de otras formas de ser, vivir, hacer y pensar. Los espacios sociales libres creados por los movimientos recientes heredan las formas del mundo -cooperativas de producción y formas de educación popular- creadas por los movimientos obreros del pasado y en particular por los movimientos anarquistas. Pero nuestro presente ya no puede compartir la creencia que sostuvo las formas de autoorganización del pasado. Ya no puede confiar en la suposición de que el capitalismo produce las condiciones de su propia destrucción, y que el trabajo constituye un mundo orgánico del futuro ya en gestación en el vientre del viejo mundo.Más que nunca, el mundo de la igualdad parece ser el producto provisorio de invenciones específicas. Nuestro presente nos urge a redescubrir que la historia de la igualdad es una historia autónoma. No es el desarrollo de estrategias basadas en transformaciones tecnológicas y económicas. Es una constelación de momentos, algunos días, algunas semanas, algunos años que crean dinámicas temporales específicas, dotadas de más o menos intensidad y duración. El pasado no nos dejó lecciones, solo momentos que debemos extender y prolongar en la medida de lo posible.

* El presente texto es el discurso de Jacques Rancière en B-FEST (Festival Internacional Antiautoritario de Babylonia Journal), que se celebró el 27/05/17 en Atenas con el título Democracia, Igualdad, Emancipación en un mundo cambiante. La traducción griega se puede encontrar aquí .

Breve reseña de Vida de Perro // Diego Valeriano

Este es un libro que aplaca la verborragia panelista, esa patria llena de políticos, psicólogas, buscas, consejalas ansiosas, minutos tarifados y manteros de la filosofía. Es un libro necesario, algo irrespetuoso, con un poco de venta de humo, con disciplina y paciencia, tal vez con pocas risas. Es un libro que no puede dejar de leerse. Es uno de esos libros de los que se habla, de los que se aprende. Es un libro al que le faltan las puteadas que le queremos hacer a los  los setentistas, a la patria socialista. Es un libro donde se cruzan el 2001 y los 70, la resistencia peronista y cada una de las revueltas plebeyas. La orga y el piquete, el FAL y la gomera.

Dos investigadores militantes se encuentran y son dos que saben, dos que son lo que son, que no conceden un centímetro ni por respeto, que hablan entre ellos, pero que le quieren hablar a las pibas, a las comisiones internas, a las travas que venden falopa, a cada inmigrante que tiene que abandonar su tierra, a nuestras muertas, a los que empuñaron un fierro por convicción, a las que no quieren ser patrullas perdidas, a los que la aguantan donde sea. Es un libro contra la crueldad neoliberal.

Es también un libro de uno de los nuestros, uno que pregunta, que es amigo, que se esfuerza al máximo por entender, que se equivoca y que se confunde tanto que se enferma. Uno que de alguna manera nació, murió y resucitó en el 2001. Es un libro donde el que pregunta corrió con nosotros esquivando balas por Avenida de Mayo, tomó mate en el puente, fue por su cuenta a la plaza el 27 de octubre, estuvo todo lo  cerca que se tiene que estar de las Madres, preguntó a quienes no les interesaba responder.

En este libro el que pregunta es un chabón que insiste, que no para de hablar a donde lo convoquen, que encuentra siempre una arista más, que sufre por pavadas, se emociona con cada nueva lucha, se mete en los pasillos y laberintos.  Que no se entrega al cinismo propio de la edad y que siempre que puede, lleva a Iván a la cancha y plazas como único legado genuino.

Siete chavismos y una metamorfosis (entrega 1) // Marco Teruggi

Las palabras se gastan y a veces es bueno regresar a ellas, interrogarlas. Preguntar, por ejemplo, qué nombramos cuando decimos chavismo. O cuántos chavismos hay en el chavismo. Es necesario descomponer una palabra que usamos a diario, más que una palabra una categoría, donde entran más de veinte años de historia. Hacerlo en particular en épocas como estas, donde el agua se acerca al cuello, las elecciones presidenciales son el round por venir, y necesitamos ganar.

Parto de una certeza: el chavismo es Chávez y más que Chávez, más que un gobierno, un partido, una liturgia, dos mil comunas, dos millones de viviendas, decenas de elecciones casi todas ganadas. ¿Qué es? El chavismo desborda al mismo chavismo.

Acercarse a la respuesta tiene dos movimientos: desarmar por partes para luego volver a unir en un todo. Un ejercicio de análisis para adentrarse en las profundidades de un proceso político que los adversos desprecian y temen, y que muchas veces, en filas propias, es reducido a su dimensión gubernamental. No se puede comprender cómo seguimos de pie, contra las cuerdas o en el centro del ring, sin adentrarnos en los territorios donde se gestan las pasiones chavistas, las subjetividades, formas de organización, relación entre las partes, tensiones que parecen a veces al límite y luego se resuelven. Detrás de la pregunta está la cuestión principal: qué defendemos cuando vamos a elecciones o enfrentamos una violencia diseñada para empujarnos a los disparos.

Son ocho chavismos. Puestos sobre la mesa por partes, que luego se rearman para quedar palabra. Somos nosotros mismos, en ocho entregas y una metamorfosis.

ENTREGA 1:

El viejo y el machete

El viejo cuenta cuando le metieron la aguja en el ojo y se le aflojó todo. La imita con el dedo, de lejos hasta casi tocarse. Luego que le rasparon la parte de adentro y pensó que listo, no vería nunca más. A los días la luz pasó de tenue a entera, y ya Cuba no era Cuba sino nuevamente Venezuela, en la parte baja de Mérida, que a veces es Zulia, o también Trujillo, y se conoce como Sur del Lago. Volvió a agarrar el machete, calzarse las botas, andar con la camisa a medio abrir, y a rescatar tierras de manos de los terratenientes. Eso, se sabe, cuesta vida. Más de trescientos campesinos asesinados en dieciocho años. Quitarle poder a quien siempre lo ha tenido desata muerte.

Fue su primera vez en un avión, en una clínica de excelencia, todo fue gratuito. ¿Qué proceso político invierte dinero en los ojos de un campesino viejo? ¿Qué piensa un campesino viejo cuando recupera la totalidad de la mirada que daba por perdida? Fue junto a su compañera y varios contingentes de venezolanos. No se olvida de un solo detalle, tampoco de cómo se rescatan tierra: quince años después sigue ahí, terco con su machete y las botas con barro. El país ha cambiado en ese tiempo, la ola de avances contra la oligarquía se estancó, con un saldo de más de cuatro millones de hectáreas recuperadas y varios debates abierto. ¿Se hicieron productivas las tierras rescatadas? ¿Funcionaron de mejor manera las recuperaciones en manos del Estado o de los campesinos organizados?

Se podrían escribir miles de páginas de historias similares, de las masas de desposeídos que pudieron estudiar, tuvieron atención médica, pasaron de ser excluidos a centro de gravedad de un país, a politizarse, entrar a teatros, oficinas no solo para limpiarlas, a acceder a departamentos nuevos, imaginarios, a ser reivindicados por Chávez, proveniente él mismo de ese territorio histórico. Se trató de una democratización radical, en manos de la gente de a pie. El barrio, los pobres, campesinos, marginados, mujeres, sobre todo mujeres.

Como un dique que reventó, y los perdedores de traiciones de independencia y pactos de élites irrumpieron en la escena. Con pasiones alegres, impactantemente alegres.

La deuda histórica acumulada era inmensa al acceder Hugo Chávez a la presidencia. Falta de salud, acceso a la educación, la vivienda, la cedulación, el agua, la comida, los estragos de la avaricia de quienes condujeron a las mayorías de un un país petrolero a la pobreza. Es falso el mito de la Venezuela feliz pre-Chávez. Esa Venezuela había volado por los aires el 27 de febrero de 1989, y los protagonistas de esos días de plomo y multitud fueron quienes construyeron la columna vertebral del chavismo, su horizonte. Ahí puso Chávez la apuesta estratégica. Y lo primero fue esa deuda, resolverla de manera acelerada: abrir centros de salud, misiones para el estudio, agua para los barrios, comida en los platos.

Reducir la cuestión a lo material es como reducir el chavismo a un gobierno: un error. El proceso generó una revalorización de millones, como personas, historia nacional, popular, forma de vida, color de piel. La dignidad, el orgullo en su mejor sentido, esa fue la potencia que se puso en movimiento, enfrentó el golpe de Estado del 2002, el paro petrolero, permite resistir estos años en que las conquistas materiales -salvo excepciones como las viviendas- ya no avanzan, retroceden, y quienes son mayoritariamente afectados son las clases medias y bajas, centralmente la base social chavista.

El chavismo se configuró como algo propio, identitario, el nombre político de los que siempre estuvieron fuera del juego. Existe una ecuación que pocas veces falla: cuanto más humilde materialmente es un barrio, más chavista es su gente. La clase media emergente fue la primera en alejarse ante los impactos de una guerra diseñada y combinada con errores propios -las clases medias históricas asociaron mayoritariamente su destino al de los ricos miameros. La dimensión del chavismo como identidad, potenciada por el vínculo racional/sentimental con la figura de Hugo Chávez, se construyó por un protagonismo en la conquista de las cosas: no cayeron del cielo.

Lo escucho al viejo. Cuando tenemos sed corta un coco con el machete, convida el agua, cuenta de la producción, de los rescates de tierras que ahora producen maíz, yuca, plátanos, porque de lo que se trata es de democratizar la tierra y darle la productividad que nunca le dieron los terratenientes. El viejo no se ha hecho rico, tiene la piel como cuero, flaco con los músculos tensos, sigue en la de siempre. ¿Quién le quita el ser chavista? Aunque la situación esté difícil, se hayan dado desalojos a campesinos con la complicidad de quienes deberían ser chavistas y ante un monto en dólares se dieron vuelta, o tal vez siempre se acomodaron y nunca fueron. Él mismo es el chavismo.

Son millones como él. La base social dura del chavismo, el mismo chavismo. Que emerge cuando muchos dan la pelea por terminada. Como el 30 de julio del año pasado, cuando más de ocho millones de personas salieron a votar por la Asamblea Nacional Constituyente luego de cuatro mese de acorralamiento violento, donde ser chavista en una zona de clase alta era sentencia de muerte casi segura. ¿Por qué cruzaron ríos para sortear paramilitares e ir a votar? No fue por el gobierno, el partido, ni seguramente por la misma necesidad de cambiar la Constitución, fue por algo más grande, más hondo, una historia, una identidad, fue por uno mismo. La escala de prioridades, valores y capacidad de respuesta, es otra.

Si no se entiende a la clase, su pasado, formas territoriales, económicas, culturales, su manera de hacer política, no se entiende al chavismo. Ahí está la génesis. Y es ahí donde se debe comenzar a recomponer partes de lo perdido, lograr el sentido común otra vez. Porque muchos, en las mismas zonas populares, se han alejado, desafiliado, ingresado al ejército de quienes se levantan cada día para resolver los problemas materiales y dejaron de creer en la revolución como horizonte de posibilidades. No van a otra opción política, vuelven a lo privado, es el repliegue. Producto del desgaste de guerra -es uno de sus objetivos- y de las decepciones con dirigentes del chavismo que reproducen las formas de hacer política contra las que se alzó la revolución: clientelares, monopolistas de la palabra. Es el chavismo contra sí mismo, los muchos chavismos dentro del chavismo. El viejo lo tiene claro.

Chávez ya no soy yo, había dicho Chávez.
Tenía razón.

MARCO TERUGGI

FUENTE: TELESUR

Diego Sztulwark a propósito de la publicación de su libro de diálogos con Horacio Verbitsky // Mariano Pacheco

En la semana en que se presenta Vida de Perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri, conversamos con Diego Sztulwark, autor del libro en el que recoge dos años de diálogos con Horacio Verbitsky, publicado recientemente por Siglo XXI y editorial Tinta limón.

Rodeado de libros de filosofía y política, en el sitio en donde coordina sus grupos de estudio en la ciudad de Buenos Aires, Diego Sztulwark nos recibe para mantener una charla fugaz, entre mate y mate, y compartirnos un ejemplar del libro que acaba de publicar. En este diálogo breve pero intenso el ex integrante del Colectivo Situaciones (actual redactor del Portal Lobo suelto y columnista de La luna con gatillo) se mete de lleno en una tarea que –compartimos- se torna vital para el devenir de las experiencias de lucha y organización que se vienen sosteniendo en la Argentina de postdictadura.

¿Qué repercusiones tuvo en vos el hecho de haber revisitado todas esas experiencias del periodismo y la investigación de la que Horacio Verbitsky fue parte? Digo: más allá de lo que fueron esos momentos, que despertó en vos en términos de pensar el periodismo y la investigación en la actualidad.

A mí la figura de Verbitsky siempre me resultó fascinante. Digo: fascinante no en el sentido de que uno admira a alguien, sino de que pude ver ahí un estilo de presentación de la información y un estilo de confrontación que no venía del mundo periodístico propiamente dicho sino de una tradición militante, sea lo que sea que uno puede opinar de los períodos militantes de Verbitsky. La que me interesó fue eso centralmente: la investigación como una zona de rigor, en la que se trata –por ejemplo– de problematizar como operan las derechas, cómo actuar los poderes, y ser capaz de ofrecer una información sistemática para disputar, en el plano de la comunicación, cosas que también se están disputando en el plano de la calle, de la lucha social y sindical. Creo que eso hoy no se ve en el periodismo dominante, quizá sí se lo puede ver en determinados medios alternativo o periodistas particulares, pero no es la línea dominante en el periodismo actualmente. Y cuando uno se pone a ver de dónde viene todo eso, se topa inmediatamente con la figura de Rodolfo Walsh. Y pensando en él, se me ocurrió en que era posible trazar ea línea, la que va desde Prensa Latina con la Revolución Cubana –no entendida como fenómeno nacional sino como uno continental, regional– donde empieza a entenderse, en el plano de la comunicación, la información y la difusión, hay una disputa específica que dar (en el caso de la Revolución Cubana, con el imperialismo); y cómo a partir de ese fenómeno, una serie de intelectuales-militantes de ese período se comprometen con esa tarea. Siempre me pareció que había una relación entre esa experiencia, y la experiencia de la formación de las áreas de Información e Inteligencia, como la que desarrollaron Walsh y Verbtsky primero en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego en Montoneros, pero que puede verse en casi todas las formaciones guerrilleras. En todos los grupos revolucionarios en realidad estuvo siempre muy presente esta necesidad de la información y la inteligencia o como la querramos llamar. Y después también está todo el período de la prensa clandestina, de ese intento de seguir actuando autónomamente desde los movimientos populares –aún en los peores momentos– para librar esa lucha específica en el plano de la información y la inteligencia.

Sería pensar ese ciclo de las luchas revolucionarias de los años 60 y 70 previos al aniquilamiento vía el terror de todas esas experiencias…

Claro. Y desde 1977, la aparición de los organismos de derechos humanos, que también tienen una zona de investigación, más vinculada a lo jurídico, es cierto, a diferencia del período anterior donde la información está vinculada a la revolución. Toda esa lucha vinculada a investigar el genocidio creo que es una lucha muy vigente. No estoy de acuerdo con quienes plantean que es algo ligado sólo a los años 70. Me parece que hay toda una posibilidad de gestar figuras penales para los actores económicos que fueron parte del vínculo entre terrorismo de Estado y acumulación de capital. Insisto: me parece un tema no cerrado aún. Pero también la Iglesia, y los cuadros civiles, empresariales, que todavía no se ha encontrado la figura penal de cómo tipificarlos para juzgarlos. Yo creo que eso sigue siendo una tarea y que los organismos de derechos humanos de algún modo heredan ese hilo rojo de la investigación. Pero no sólo los organismos, porque después aparece el movimiento piquetero, y el Ni Una Menos y todas las militancias más ligadas a los movimientos sociales que a las organizaciones políticas como en los años 70. Y todas esas organizaciones enfrentan de algún modo el mismo desafío: poder entender contra quien pelean, comprender en el plano de la información y de la comunicación qué es lo que está en juego. Y yo creo que ese hilo rojo que va desde la Revolución Cubana hasta los movimientos sociales, de Prensa Latina a los intentos actuales de disputar es ese plano intelectual (de la información, la comprensión, la comunicación, la inteligencia), es una lucha estratégica de los movimientos sociales. Tampoco creo que sea una tarea de especialización burocrática sino que es algo que nos corresponde a todos: comprender que es una tarea estratégica, que hay una historia viva de estas funciones. Y creo que es una tarea poder proponer, a las organizaciones sociales, que se preste atención a este plano. En ese sentido no es que importe tanto la figura Horacio Verbitsky sino un método de trabajo, que tiene una historia muy larga, y que uno no querría que se pierda. Tampoco conservarla como es, pero sí rescatarla para pensar que hay ahí para actualizar, para recrear.

Vos también que te dedicas a coordinar grupos de estudio de filosofía: ¿ves que se produjeron ahí algunos cruces entre el pensamiento crítico occidental – por decirle de algún modo- y esta tradición crítica del periodismo nacional/Latinoamericano?

El cruce no se produce en Horacio Verbitsky, pero sí en compañeros que trabajamos esto. Cuando empezamos a trabajar, Horacio me dijo: “vos sos muy filósofo, muy abstracto, no sé si vamos a poder trabajar juntos”. Pero al final, lo que empezó a pasar –me parece– es que esa articulación le gustaba, pero no la quería hacer él. Entonces de algún modo me ofrecía que la hiciera. Es decir, tratar de teorizar un poco sobre esta dimensión de la investigación con elementos no tan tradicionales de la militancia de los 70, que tuvo una serie de categorías que pueden haber sido muy operativas para ese período -y que incluso hoy pueden tener alguna vigencia- pero que queda claro que si son sólo esas categorías falta incorporar mucho material.

Yo creo que sí, que el archivo europeo, por decirlo de algún modo, ese que va desde Spinoza a Marx, de Marx a Mayo del 68, tiene una potencia enorme. Un archivo, por otra parte, que seguramente los mismos europeo no sepan usar ya, pero que en la situación Latinaomericana –vinculado al último ciclo de luchas de los movimientos sociales– es muy susceptible de ser apropiado desde nuestra condición, nuestra experiencia, nuestro lenguaje. Creo que sería muy sectario de nuestra parte decir que hay cosas que pueden tener un valor pero que no las vamos a usar porque vienen de afuera. Ningún lector de Mariátegui, como fui yo toda mi vida, podría tener una mirada tan sectaria como para sostener que hay que descartar esa dimensión internacional o cosmopolita del conocimiento, de la conexión entre las luchas y las imágenes del pensamiento.

En este sentido, para mí, para mi formación, un autor argentino que fue clave es León Rozitchner. Y todo el período de trabajo con Verbitsky en mi cabeza estuvo esta comunicación con Rozitchner. ¿Por qué? Porque siempre una investigación empírica conecta con un plano más general de conceptos y de ideas que permiten pensar esa investigación. Y voy a poner un ejemplo: Verbitsky tiene una obra –para mí bastante desconocida y muy fundamental– que son los cuatro tomos sobre la historia política de la Iglesia argentina. Unas 1.600 páginas muy documentadas sobre el papel de la Iglesia en el siglo XX en el país. Básicamente, el momento en el que la secularización incompleta de la Argentina liberal, por presencia de la clase obrera migrante, lleva a la burguesía a aliarse con una iglesia a la que estaba combatiendo. Y a tomar de la Iglesia una ideología general del control, unas jerarquías naturales que se traducen luego en jerarquías sociales, y a delegar la represión del movimiento obrero en ese saber de la Iglesia. Entonces sucede que se produce ese ensamble, en donde las clases dirigentes –que no llegaban a ser laicas en el sentido europeo– le dan a la Iglesia la tarea de adoctrinar a las Fuerzas Armadas para la represión de un movimiento obrero que, cada vez más, era migrante y con ideas libertarias. Entonces, ese proceso que va desde comienzos del siglo XX a la ESMA, es una historia donde resulta muy difícil diferenciar Iglesia y Fuerzas Armadas. La doctrina de la tortura, la contención de los cuadros militares, toda la concepción anti-revolucionaria de las Fuerzas Armadas, viene muy elaborada en relación con ciertas corrientes de la Iglesia (vaticana, pero también francesa). Mientras yo leía esos tomos, tenía en mi cabeza La cosa y la cruz, el libro de Rozitchner, una investigación que tiene en su horizonte un período mucho más largo, porque es prácticamente una historia del cristianismo, entendido como una gran metafísica que separa cuerpo y alma y denigra la materialidad del cuerpo a favor de una inmaterialidad del alma. En Rozitchner entonces, el cristianismo tal como se constituye a partir del siglo IV –cuando se transforma en una religión de imperio y pasa a ser una tecnología de producción de subjetividades controladas – es una preparación del capitalismo. Por eso para mí, poder leer una tesis filosófica tan compleja y tan documentada como la de León Rozitchner, puesta en relación con una investigación empírica (como las 1.600 páginas de Verbitsky, en donde se recorre un archivo enorme y al mismo tiempo muy situado), me permitió indagar en por qué nuestro pensamiento crítico tiene tanto horror con las derechas eclesiales. No sólo porque nos gusta leer a Niestzsche y sus críticas al cristianismo, sino también porque esas lecturas nos permiten entender cómo se armó la picana, y cómo se puso a funcionar ese dispositivo que reventó a nuestros compañeros. No son cosas distintas. Entonces, la posibilidad de ensamblar el pensamiento crítico tal y como nosotros necesitamos pensarlo dadas las cosas que vivimos, con una investigación empírica, rigurosa, con datos, lo que permite es armar una fuerza del tipo discursivo, intelectual, que no está separada de la fuerza de política callejera. O por lo menos, como decía León, deberíamos apostar a que aquello que se juega en el plano de la calle sea lo mismo que se juega en el plano de las ideas.

Vida de Perro… se presenta este miércoles 2 de mayo en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark conversarán de 18.30 a 20 horas en la Sala Carlos Gorostiza.

Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark conversan sobre Vida de Perro // Clinämen

Conversamos con Horacio Verbitsky sobre el libro con Diego Sztulwark Vida de Perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri. La conversación como método de balance, reflexión e investigación. El debate entorno a la violencia en los 70. Bergoglio papa y el rol de la iglesia en la política argentina. Historizar la derecha, el macrismo y las luchas contra el poder.

“Sólo el marxismo explica por qué el capitalismo es inhumano” // Entrevista a Michael Löwy.

Fuente: Revista Intersecciones

Por: Facundo Nahuel Martín

La primera pregunta que queremos hacerte tiene que ver con la crisis del marxismo. El marxismo fue dado por muerto varias veces en su historia, pero particularmente en los años ’80 y ’90. Tanto en la academia y como en la política se impuso una impresión muy fuerte sobre la muerte del marxismo, y pareciera que luego de la crisis de 2008 (crisis económica mundial) hay una “rehabilitación” de la teoría marxista. ¿Cómo leés ese fenómeno, cómo lo analizás?

Sí. Mira, hay una frase interesante que dice así: “El marxismo está definitivamente muerto para la humanidad”. ¿Fecha? ¿1989? No. ¿1921? Tampoco: 1907, Benedetto Croce. Diez años después, Revolución Rusa. De esas previsiones de la muerte del marxismo, hubo miles y las va a seguir habiendo. En cuanto exista el capitalismo va a existir el marxismo. Obviamente. claro que hubo una coyuntura favorable a eso de la crisis del marxismo, que fue la caída de la URSS. Mucha gente creía que la URSS era la encarnación del marxismo y todo eso obviamente generó condiciones para que la burguesía tratara de librarse de una vez de ese espectro: el espectro del marxismo, el comunismo y el socialismo. Pero creo que no lo lograron.

Efectivamente, como tú lo dices, la crisis de 2008, abrió un espacio… Y esto sigue así, con altos y bajos. Hay momentos en que hay una ofensiva grande, la burguesía intenta hacer tierra arrasada con el marxismo, hay momentos en que no puede porque los problemas del capitalismo se tornan tan evidentes que, bueno… Entonces la burguesía dice: “No, pero Marx como estudioso del capitalismo, las crisis; sí, es interesante. Lo que no aceptamos es esa locura del socialismo”. Bien, pero creo que lo importante es ver más bien el hilo de continuidad. Es decir, con esos altos y bajos a la superficie, a nivel de la prensa y de la opinión más o menos politizada, bueno, creo que lo importante es, digamos, la línea de continuidad de fondo, que es… digamos que el marxismo es parte de la cultura moderna… y ya no se lo puede sacar de ahí. De una manera u otra, siempre vuelve, porque la única -digamos- forma de pensamiento crítico que logró entender, explicar, qué es el capitalismo, cómo funciona, por qué es insoportable, por qué es inhumano, injusto, y cómo hacer para acabar con él y sustituirlo por una sociedad justa, racional, etcétera. Por eso no va a desaparecer el marxismo.

Creo que tenemos que ver eso con un poco de distancia. Esas olas, altibajos, por eso he vuelto a la cita de Croce, para relativizar un poco eso. Y ver que, bueno, el marxismo está ahí, ¿no? Sartre tiene una frase que me gusta mucho: “El marxismo es el horizonte intelectual de nuestra época”, que sigue valiendo hasta hoy. Y las tentativas de superarlo terminan volviendo atrás, como las formas de pensamiento premarxistas, liberales, qué sé yo.

 

Hay una relación entre la última (si se la quiere llamar así) crisis del marxismo de los ’80 y ’90, y el ascenso en el mundo académico (pero habría que ver qué implicancia tiene esto en la política) del posestructuralismo y de cierta crisis de la modernidad y de las ideas universalistas de la modernidad. ¿Cómo se relaciona el marxismo con el proyecto de la Ilustración, el proyecto de la modernidad?

[Suspira]: Uf, bueno…

Es un poco vasta la pregunta, ¿no?

Sí, lo es… Bueno, yo creo que el marxismo obviamente es hijo de la Ilustración. Es la versión crítica, radical, revolucionaria de la Ilustración, pero es una versión autocrítica de la Ilustración. Se da cuenta de los límites de la Ilustración. Hubo dos grandes formas de la Ilustración, que fueron el materialismo francés de los enciclopedistas y el idealismo alemán. Marx tiene su origen en los dos, pero las supera dialécticamente: toma de ellas lo que tienen de crítico y de -digamos- importante para el pensamiento, pero las supera. Entonces hay un proceso de superación dialéctica de esas herencias de la Ilustración. Y lo mismo con la modernidad, es decir, el marxismo obviamente es una forma de pensamiento moderna, no surgió en el Medioevo [ríe], solo podía surgir en el momento que surgió, en el momento determinado de la modernidad; pero tiene una visión muy crítica de la modernidad realmente existente, que es la modernidad capitalista.

La posmodernidad para mí es… fue un fenómeno… en fin, una moda intelectual, una moda intelectual que tuvo cierto éxito, bueno, atrajo a intelectuales, estudiantes… Digamos, dio lugar a muchos estudios, tesis de doctorado, toda una literatura, etcétera; pero no es algo que, digamos, tenga un peso político, cultural, de fondo. Para mí es un fenómeno un poco superficial. Lo que sí tiene una importancia (y los posmodernos un poco lo teorizaron, pero el fenómeno venía ya de antes y sigue hasta ahora) es lo que se llama, se suele llamar “las políticas identitarias”. Es decir, la tendencia a negar los universalismos y autoafirmación de identidades particulares, que pueden ser étnicas, sexuales, religiosas, lo que sea, nacionales; en fin, de todo tipo. Y bueno, y sí, hay movimientos sociales, con los cuales tenemos que dialogar buscando incorporar sus legítimas demandas. Tienen que ser parte de nuestro programa revolucionario, pero al mismo tiempo criticando sus limitaciones y planteando la necesidad de -digamos- articularlas con una perspectiva universalista. Pero no puede ser un universalismo abstracto, que ignora a esas demandas, sino, como decía Hegel, un universal concreto que lleve en cuenta las particularidades.

Digamos, en Estados Unidos, si tú vas a una manifestación de “Black Lives Matter” y dices: “Pero es la lucha de la clase obrera lo que interesa porque es universal y usted está dividiendo a la clase obrera”, obviamente te van a recibir con piedras, con razón, ¿no? Entonces la lucha de los trabajadores por el socialismo tiene que incorporar la lucha de los negros por sus derechos, como un tema central. Si el universalismo no lleva en cuenta esas opresiones y esas legítimas demandas, es un universalismo falso. Es un pseudo-universalismo que esconde el mantenimiento de discriminaciones, de privilegios, de opresiones. Entonces creo que hay que distinguir esa crítica legítima del universalismo abstracto, tanto de la burguesía (obviamente) pero también de la izquierda, ¿no?, con esa crítica, esa postura posmoderna que pretende negar… en fin, que lleva a un relativismo total: “Bueno, cada uno tiene su idea de lo que es la verdad, el bien”, y bueno, ¿y cómo quedamos? Entonces el posmodernismo consecuente llega a un impasse, incluso en sus versiones más de izquierda, más simpáticas, por ejemplo como Boaventura de Sousa Santos, que es un hombre al que le tengo mucha admiración, es un pensador crítico muy comprometido con las luchas sociales, pero su teoría lleva a un callejón sin salida porque afirma la “pluralidad epistemológica” o algo así. Y entonces cada etnia, cada nación, cada raza, cada religión, cada pueblo, en fin, tiene su manera de conocer. ¿Y con qué quedamos, no? En fin, ¿todos son iguales o hay algunos que son mejores o…? Y si son contradictorios, ¿qué posición tomar? Así no podemos, ¿no? Ahí veo los límites del posmodernismo y su variante más izquierdista y más avanzada.

 

En tu trabajo estudiás esta idea de que hay rebeliones románticas que pueden ser anticapitalistas. Y da la impresión de que este elemento romántico acompaña siempre a la experiencia de la modernidad, como malestar, como incomodidad con la modernidad. ¿Hay ese elemento hoy en la sociedad, en las luchas incluso? ¿Dónde ves el romanticismo en la sociedad actual?

Antes de llegar a contestar quiero decir una palabra sobre Marx, para vincularla con lo que he hablado antes. Marx tiene una frase muy interesante sobre el romanticismo que dice exactamente lo que tú dijiste ahora. Marx dice así (recitado de memoria): “En las épocas anteriores”, no dice cuáles, anteriores, del pasado precapitalista, “existía una mayor plenitud, porque las cualidades humanas no estaban enajenadas. Querer volver a esa plenitud del pasado como plantean los románticos, es absurdo, es imposible y absurdo. Quedar con el vacío presente de la sociedad burguesa, peor aún”. Obviamente lo que él propone es otra cosa: es un salto al futuro. “Pero la burguesía es incapaz de responder a la crítica romántica”, esa que quiere volver a la plenitud pasada, “que tiene su legitimidad”, porque efectivamente existió esa plenitud, “y por tanto esa crítica romántica va a acompañar a la sociedad burguesa hasta el día feliz en que ya no existirá la burguesía”.

Acá Marx dice tres cosas muy importantes: Primero, el romanticismo tiene que ver con la idea de que en el pasado existió una mayor plenitud, esa es la idea fundamental. Dos: esa idea tiene cierta legitimidad, es verdad que existió una mayor plenitud. Pero, tercero, no podemos volver al pasado, eso es absurdo, en eso los románticos están equivocados. Aunque obviamente la burguesía es incapaz de responder porque representa el vacío, ¿no? Y en cuanto existan la burguesía y el capitalismo seguirá existiendo el romanticismo. Ese me parece el punto de partida para entender el fenómeno del romanticismo. Ahora, dentro del romanticismo… Esto Marx no lo dice en los Grundrisse, esto lo añado yo, y es la única cosa que pienso que hay que añadir, porque en esa frase Marx lo dice casi todo lo que hay que decir sobre el romanticismo [ríe], solo falta una cosa que es importante: dentro del romanticismo hay corrientes, digamos, regresivas, restauradoras o reaccionarias directamente, que efectivamente piensan que es posible volver al pasado, restaurar no sé qué: el Medioevo, el estado de naturaleza, lo que sea. Hay otras corrientes que son críticas de la modernidad capitalista o burguesa, pero saben que la vuelta al pasado es imposible, no creen en un futuro, por tanto son resignadas. Esta sociedad es mala, el pasado quizás era mejor, pero no podemos volver, por tanto tenemos que aceptar eso que existe, o por lo menos no poder hacer nada. Hay un fatalismo resignado. Max Weber es un buen ejemplo de eso. Y después, hay una tercera forma de romanticismo, que no quiere volver al pasado, sino dar una vuelta por el pasado en dirección al futuro, y eso está presente desde el inicio del romanticismo. Para mí el gran fundador del romanticismo en el siglo XVIII es Jean-Jacques Rousseau. ¿Qué dice Jean-Jacques Rousseau? “El hombre que vivía en estado de naturaleza”, incluso menciona a los salvajes de América Latina (los caraíba), “eran gente muy feliz, no había propiedad privada, había libertad y había igualdad”. Ahora, ¿qué propone él? Entonces Voltaire se burla de él, dice: “Mi amigo Jean-Jacques, ¿qué propones? ¿Que volvamos a vivir en los bosques, de cuatro patas [sic], comiendo hierba?” [ríe]. Se burla de él. Obviamente, eso no es lo que propone Rousseau ¿Qué propone Rousseau? En la sociedad actual hay propiedad privada, no hay libertad, no hay igualdad. Estamos en los hierros, dice, el hombre de la sociedad moderna es un prisionero. Bueno, entonces lo que él proyecta es una democracia (para él no es el comunismo), una democracia en el futuro, en la cual volveremos a encontrar la libertad y la igualdad, pero en una nueva forma, que no puede ser la de los caraíbas. Eso lo llamo “romanticismo revolucionario”. Y esa es una corriente que atraviesa los siglos, como el romanticismo. Siempre hay en el romanticismo esas dos almas: la conservadora, la regresiva; y la revolucionaria. Y eso sigue con William Blake, con Shelley, con, en fin, algunos de los socialistas utópicos, y llega al fin del siglo XIX con William Morris. Y después en el siglo XX ya con gente como Ernst Bloch y Walter Benjamin, etcétera, etcétera.

Ahora, volviendo un momento a Marx: Marx no era romántico, ¿no?, obviamente. En el texto de Grundrisse lo dice: no era romántico, era un hombre mucho más de la Ilustración que del romanticismo; pero en parte él se va a apoyar sobre la crítica romántica al capitalismo y a la burguesía, va a utilizar eso. Ya en la Crítica de la economía política él obviamente parte de los clásicos (de Smith, Ricardo), pero para criticar a Smith y Ricardo va a utilizar a Sismondi. Sismondi es un pequeñoburgués que quiere restaurar el artesanato y la pequeña propiedad campesina, y eso es imposible. Pero Marx dice: “Las críticas que hace Sismondi a la burguesía, a la sociedad capitalista, son acertadas: que lleva a la destrucción de las clases populares, provoca empobrecimiento, la desigualdad social…”, en fin, hay todo un párrafo del Manifiesto Comunista que habla de Sismondi, ¿no?, de la crítica de Sismondi al capital. Marx toma de los románticos elementos de esa crítica, sin la ilusión de la vuelta al pasado. Y eso lo volvemos a encontrar también más tarde en los textos de él o de Engels sobre la comunidad primitiva, lo que llaman el “comunismo primitivo”. Y por fin, en los textos del propio Marx (pero eso ya es mucho más importante políticamente), sobre la comuna rural rusa, cuando él dice: “Quizás la comuna rural rusa (que es algo premoderno, precapitalista, de propiedad semicolectiva, etcétera) puede ser el punto de partida para una regeneración socialista de Rusia”, en fin, toda esa cosa. Entonces, hay un elemento, una vertiente romántica revolucionaria en Marx y Engels, aunque ellos fueron mucho más hombres de la modernidad, de la Ilustración. Dentro del marxismo, en el siglo XX, hay una vertiente que yo llamaría “marxista romántica”, que viene con Ernst Bloch, Walter Benjamin y en América Latina José Carlos Mariátegui. José Carlos Mariátegui es un marxista romántico típico. Quizás más aún que los europeos.

Hoy en día (para llegar a tu pregunta [ríe]), hoy en día, ¿dónde está el romanticismo? Bueno, más de una vez encontramos varias formas de romanticismo. Para mí, digamos, mi concepto de romanticismo es: el romanticismo es una crítica de la sociedad burguesa. Si no es crítico de la sociedad burguesa, no es romanticismo. Entonces los reaccionarios que hablan del pasado pero aceptan el capitalismo, no son románticos. Por ejemplo, las sectas evangélicas que hay en América Latina: parecen estar hablando del pasado, de valores religiosos del pasado, regresivos, reaccionarios, etcétera; pero son ultra capitalistas, solo piensan en los valores del mercado, teología de la prosperidad y sus iglesias son verdaderos negocios capitalistas, cien por ciento. Entonces eso no es romanticismo, eso es otra cosa. El romanticismo es cuando efectivamente se lleva en serio esa idea de que el pasado es una referencia y se critica a la sociedad burguesa o al capitalismo. Y eso lo encontramos en varias formas, algunas reaccionarias efectivamente, pero también formas que tienen una dimensión utópica, progresista, revolucionaria, como se quiera llamar. Y para mí, en América Latina hay un ejemplo, que me parece muy importante, de un movimiento social pero también cultural que tiene su expresión en el pensamiento filosófico, antropológico, en la cultura, en la literatura, en la música, lo que sea, que es el indigenismo, que es un movimiento muy heterogéneo con vertientes más procapitalistas, otras más críticas. En su forma más crítica del capitalismo, el indigenismo critica a la modernidad capitalista partiendo de los valores de las culturas indígenas precolombinas, tradicionales, y su relación con la naturaleza (entonces hay una dimensión ecológica que es muy importante). Y eso tiene un impacto que va más allá de las comunidades indígenas, por ejemplo: toma Estados Unidos, toda esa pelea de los indígenas sioux contra Dakota Pipeline, una pelea muy importante desde el punto de vista ecológico, en contra del proceso de las energías fósiles, sucias, el calentamiento global, una pelea ecológica fundamental. Y ellos atrajeron a mucha gente: jóvenes, mujeres, ecologistas, sindicalistas a veces, gente de izquierda, que vino a apoyarlos en sus grandes campamentos. Y esa gente tenía mucha admiración por los indígenas, por su relación con la naturaleza, por su cultura, por su manera de actuar como una comunidad unificada por una mística, una espiritualidad, ¿no? Si tú lees el libro de Naomi Klein, Esto lo cambia todo, eso aparece en varios momentos. Ella no es indígena, es una judía de Canadá [ríe]. Pero ahí se ve esa identificación con los indígenas. Eso para mí es una forma de romanticismo progresista, si se quiere, hoy y en América.

 

La última pregunta, que hilvana con lo anterior: Muchas veces hay una acusación al marxismo de ser una ideología modernizadora, una filosofía eurocéntrica y además depredadora de la naturaleza. ¿Cómo leerías vos al marxismo en relación a ese tipo de problemas?

Sí, bueno. Es verdad que hubo interpretaciones del marxismo, que fueron bastante dominantes en el siglo XX, que lo interpretaron, lo formularon de esa manera, como una teoría de la modernización, que simplemente quería ser más eficaz, más racional que el capitalismo. Como un modo de producción que puede desarrollar mejor las fuerzas productivas que el capitalismo. Había mucho de eso en la Unión Soviética, ¿no es cierto? “Vamos a producir más acero que los americanos”, etcétera. Entonces es un hecho que el marxismo predominante (el estalinista y socialdemócrata) tenía esa actitud de que, al fin, el marxismo es una teoría de la modernización industrial, para unos de forma capitalista más social -digamos- y otros de forma no capitalista, pero siempre con ese proyecto y con todo un culto del desarrollo de las fuerzas productivas ilimitadas, etcétera, etcétera. Creo que sí hay que romper con eso, pero hay otra corriente dentro del marxismo que hizo una interpretación que, sin rechazar las conquistas de la modernidad, tenía esa coloración romántica de la que hablé antes. Por ejemplo José Carlos Mariátegui es alguien muy importante para nosotros en América Latina, e incluso más allá. Porque Mariátegui es alguien que habló del comunismo inca, y lo criticaron mucho por eso, le dijeron “romántico”, “populista”. Sí, antes de que llegaran los españoles había un tipo de comunismo primitivo, agrario, del imperio inca; pero no del imperio, de la estructura autoritaria del imperio, sino en la base, en el ayllu. Y eso es importante para nosotros, comunistas modernos, porque nos da un punto de apoyo para llevar el mensaje del comunismo moderno a las comunidades indígenas, a los campesinos, etcétera. Es una idea muy, muy interesante. Pero él obviamente no proponía restaurar el imperio inca [ríe] como algunos indigenistas que sí hablan de eso. Incluso tiene un pasaje en uno de sus ensayos que dice: “Bueno, ¿cuál es la diferencia entre el comunismo inca con el comunismo moderno? Que el comunismo inca era totalmente autoritario, un sistema en el que no había ninguna libertad del individuo. Nosotros queremos un comunismo moderno que incorpora las conquistas modernas de la libertad del individuo, la libertad de conciencia, de organización, etcétera”. Entonces, tiene esa visión dialéctica. No rechaza la modernidad, pero tiene esa referencia al pasado, como fuente de inspiración para la lucha revolucionaria por el comunismo en América Latina.

Yo soy un mariateguista del siglo XXI, yo creo que Mariátegui es una fuente muy importante para nosotros en América Latina, vale la pena volver a leer Mariátegui, inspirarse en él… Claro, muchas cosas han cambiado, no se trata de copiar, pero es una fuente de inspiración que muchas veces en América Latina no lo valoramos suficientemente. En la izquierda estamos habituados a leer Marx, Lenin, Trotsky o quizás Mao, o no sé quién, y se lee poco a Mariátegui, pero Mariátegui es fundamental. Además creo que es un pensador de la importancia y de la calidad desde el punto de vista de la profundidad filosófica, teórica, de los autores europeos equivalentes de su época: el joven Gramsci, el joven Bloch, el joven Benjamin, el joven Lukács, tienen mucho en común. Yo lo metería en ese equipo de los grandes pensadores marxistas más heterodoxos del siglo XX. Habría que añadir José Carlos Mariátegui.

“Esto es un retroceso horrible, pero no borra lo que se avanzó” // Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark

Adelanto del libro Vida de Perro, conversaciones de Horacio Verbitsky con Diego Sztulwark
Una extensa conversación con el investigador Diego Sztulwark le sirve al periodista y dirigente del CELS para ofrecer su mirada crítica sobre la historia y la actualidad argentinas. Desde el golpe de 1955 hasta la presidencia de Macri, realiza un balance de su experiencia vital, política y profesional. En este adelanto se ofrece un contrapunto entre los modelos kirchnerista y macrista y una mirada sobre el caso Maldonado.

Fuente: Pagina/12

Carta abierta ante las acciones persecutorias del diario La Nación // Lucía Pelourson

A todxs lxs interesadxs en la defensa de la Educación Pública:

Escribo esta carta conmovida por los sucesos de los últimos días, motivada por la enorme cantidad de compañerxs que impulsan todos los días la lucha por la defensa de nuestros Profesorados.

Ayer, mientras estaba en la escuela, mi teléfono no paró de vibrar. Llegaban miles de mensajes: así me enteré que el viernes 27/4 aparecí en el Diario La Nación.

Cuando vi la noticia entendí que sencillamente era una maniobra más del gobierno y las corporaciones mediáticas. Ahí estaba mi cara en un collage berreta junto a la de otrxs compañerxs. Algunxs pertenecemos a la Juventud Cienfuegos, otrxs a otras organizaciones, y otrxs son compañerxs no agrupadxs: todxs hartxs de no recibir respuestas por parte del Ministerio de Educación tras asistir martes y jueves a la Legislatura, movilizarnos, hacer clases públicas, y un sin fin de medidas más. Indignadxs tras el silenciamiento de nuestro reclamo, decidimos llevar nuestra voz – la de miles- a la Feria del Libro para que sea escuchada por nuestrxs representantes.

Dicen que se trató de una acción violenta. ¿Violenta? Jamás volaron sillas como quisieron deslizar. Jamás empujamos a nadie, de hecho, nos empujaron. Las “caras tapadas” eran parte de una performance artística con caretas: nadie ocultó su rostro porque todxs estamos muy convencidxs de lo que estamos haciendo.

Pero no pienso detenerme en el debate que ellxs quieren imponer. ¿Es que no se dan cuenta que lo violento es que vayan a cerrar 29 Institutos de Formación Docente? ¡Y los medios se preocupan por si gritamos más fuerte o más despacito!
Me genera indignación absoluta. Ya empezaron con lo de siempre. Que no queremos estudiar, que somos vagxs. Yo defiendo la educación pública porque la conozco, porque la transito todos los días. Tengo 23 años. Me recibí del Profesorado de Educación Primaria el año pasado. Ahora estudio el Profesorado de Educación Inicial. También estudio Sociología en la UBA y estoy haciendo una Tecnicatura en Recreación y Tiempo Libre en el ISTLyR. Lucho día a día no porque “soy militante” y tengo “objetivos políticos”, sino que por el contrario, soy militante y tengo objetivos políticos porque lucho día a día. Lucho porque defiendo mi educación, la educación de todxs. Elegí formarme como docente porque estoy convencida de que en la educación está la clave de la transformación.

Quiero plantear una última cosa: Si tienen pensado cerrar los Profesorados, echar a nuestrxs docentes, devaluar los títulos, cerrar nuestros Consejos Directivos, imponernos un rector a dedo, etc. al menos digan la verdad y dejen de dar vueltas. Si son los paladines de la democracia y se basan en “tener los votos”, ¿por qué jamás dijeron en su plataforma electoral que harían esta barbaridad? Quienes los votaron para ocupar esas bancas, no eligieron cerrar los 29 Profesorados. Tampoco hay especialista algunx que defienda esta reforma. En los terciarios el reclamo es unánime, nunca antes estuvimos tan unidxs. Docentes, estudiantes, Rectoras, toda la comunidad defendiendo nuestros Profesorados. ¿Hasta dónde piensan llegar?
No es cierto que están abiertxs al diálogo. Tal es así que nos enteramos de esta reforma por los portales de noticias.

Si son tan democráticxs, si realmente creen tener la razón y si supuestamente la población apoya este vaciamiento, le pido a la Ministra Soledad Acuña que nos convoque. Que me convoque junto a mis compañerxs de la CET, rectoras y especialistas a un debate público televisado donde la sociedad vea, escuche y se entere de lo que pretenden hacer. Esta es una propuesta democrática real. Que expliquen a todxs lo que van a hacer. Que se puedan exponer los argumentos y podamos intercambiar, porque este debate no se resuelve entre cuatro paredes, ni tampoco con una reunión de asesorxs de la Legislatura.
Espero realmente una pronta respuesta por la inmediatez y la urgencia. Mientras tanto, seguimos organizadxs, con más acciones, preparando una gran movilización para el 9 de mayo.

¡No al cierre de Nuestros Profesorados!
¡Viva la formación docente!

Lucia Pelourson
Conducción Cepn1 (Centro de Estudiantes Profesorado Normal 1)
Junta Representativa CET (Coordinadora de Estudiantes Terciarios)

Obreros del agite bailan en torno del mito de Sísifo // Ivanna Soto

A partir del Laboratorio de Creación II en el Teatro Cervantes, a cargo de Silvio Lang.

La experiencia no tiene un nombre más allá de lo pactado: Laboratorio de Creación II en el Teatro Cervantes, a cargo del director Silvio Lang (aunque en privado circulen títulos subterráneos como Fuerzas silvestres o Fuerzas plebeyas). Desde el vamos la linealidad impera y el encuentro se autodefine en público como lo que es: un espacio de experimentación en el que, desde febrero, los 25 artistas seleccionados entre los 500 que se presentaron exploran un lenguaje bestial.

Sabemos que los que impulsa Lang son cuerpos insurrectos. Shorts, mallas, tops, túnicas, polleras, bombachas, pañuelos le hacen juego a la desnudez unidos por los mismos símbolos de mestizaje rupestre. En la sala (diminuta para tanto despliegue) hay pieles brillantes, húmedas, chorreantes, ensordecidas, enceguecidas como una jauría. Los del centro del espacio son palíndromos sexuales, risueños, agitados, excitados; todos uniformados por una sola tentación: la demasía.

El territorio se expande y en cada rincón que se mira hay seres en acción hasta el paroxismo. A un lado, guitarra, tambor, micrófono, un grupo rotante se convulsiona de palabras mientras otro lo hace con gestos: todo el cuerpo dispuesto en forma de gritos. Circo, acrobacias, teatro de cabaret, elementos de descarte, estética de la austeridad, retazos de feria. No hay rodeos ni metáforas en los discursos que sueltan como alaridos desbocados, vociferados de mil maneras: mensaje único pero impulsado siempre a modo de aullido social de imágenes y sonidos intempestivos, modismos impropios, desorbitados, guturales. Como rap de medianoche. Como comparsa de barrio. Como marcha en 9 de Julio.

Un enjambre de escenas codifican una mirada frenética sobre la política y los políticos actuales, los votantes y la sociedad que encuadra en esa visión del mundo. Actrices, actores, bailarinas, bailarines y performers danzan alrededor del mito de Sísifo contra el absurdo. Abren la boca dejando entrever seis dientes de arriba y seis de abajo, se aceleran mientras perrean un compás de fervor ritual o balancean su peso en tablones o caños; con tacos altísimos (aguja o Converse con plataforma) se cuelgan peligrosamente de una escalera tambaleante, baten látigos y redes y cacerolas o ruedan dentro de barriles oxidados con toda su carne expuesta y entrelazada. Son cuerpos vasculantes. Son cuerpos catárticos. Son, no hay duda, cuerpos deseantes.

Los 25 actúan el exceso casi como una pose obligada de la resistencia. ¿Así luce un cuerpo libre? El gesto desmedido funciona a repetición: la que enciende un esbozo de gratitud. ¿Es acaso un modo de impulsar una política a tono con una economía libidinal, con una maquinaria de guerra? En contra del cantar individual, desde su silla en uno de los tres frentes que abre la experiencia, Lang promueve la disciplina deslenguada de la fuerza común. No hay representación sino travestismo escénico.

Ya lo había hecho en Meyerhold, freakshow del infortunio del teatro, con las palabras de María Moreno en Salón Skeffington, las insurrecciones de Lamborghini en El Fiord o el poemario de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny que Lang llamó del mismo modo: Diarios del odio. El teatro es agite. Aquí una vez más los espectadores bordean el abismo de la abundancia a riesgo de ser salpicados por la letanía, tras dos horas de movimiento continuo, de fiesta subversiva, sin poder sumarse al convite.

Lo que dicen es tan directo (tanto más que los cuerpos) que remueven el erotismo hasta dejar solamente la cascarilla del porno. Tal vez lo que buscan es disipar dudas que nadie pregonaría. ¿Es necesario autoproclamarse teatro comprometido? Pero el designio es colectivo y resulta al menos prometedor imaginar que con sus voces esgrimidas desde un teatro nacional son y serán capaces de desarmar morales, imposiciones, normativas, potestades, con la potencia única que guarda toda invención.

FICHA
Laboratorio de Creación II, por Silvio Lang

Lugar: Teatro Cervantes (Libertad 815)
Funciones: martes a las 19

FUENTE: Clarin

Introducción a Vida de Perro // Diego Sztulwark

Ya había visitado esa oficina, hace años, en un viejo edificio del barrio porteño de Tribunales, pero nunca había pasado del hall de entrada. Se mantiene más o menos igual, la misma austeridad, salvo por un afiche que anuncia la salida de su libro La mano izquierda de dios, de la serie sobre Iglesia y dictadura. Su asistente, Martín, me pide que espere unos minutos. Aunque he visto a Horacio Verbitsky en público un par de veces, no nos conocemos. Con una sonrisa amable, me hace pasar a su despacho, pequeño y hermético, lleno de libros, afiches, cuadros y materiales de archivo. Un escritorio y tres sillas, sin ventanas. Entre las fotos de Marilyn Monroe y de Aníbal Troilo, se destacan sólo dos políticas: una de un jovensísimo Verbitsky junto a Perón; otra de un Verbitsky actual, sentado, frente a Néstor Kirchner de pie, que se inclina, afectuoso, para saludarlo. Sereno y hospitalario, el Perro desarma en un instante el aura de inaccesibilidad que lo rodea.

Se lo ve muy cómodo trabajando en su oficina. Pocas veces ha considerado organizar cursos de formación sobre investigación política, u ofrecer su experiencia a organizaciones populares. Lo atribuye a rasgos fóbicos de su personalidad y al “cholulismo” ambiente. Aunque tiene un costado pedagógico y ha dedicado algún tiempo a la formación de un par de periodistas, el fuerte de su magisterio pasa por su obra.

Vengo a proponerle un libro de balances. La llegada de Mauricio Macri a la presidencia es el signo más contundente de la necesidad de una reflexión política demasiado postergada. Reflexión bloqueada por el aturdimiento que provoca la presentación de la coyuntura como espectáculo continuo, sucesión de instantes inconexos al ritmo marcado por los grandes medios de comunicación. Si creyéramos en la imagen del mundo que emana del lenguaje dominante de estos medios, la realidad se habría vuelto unidimensional y obvia. Más que una mera deshistorización, que haría perder la perspectiva de los hechos –las condiciones específicas en que se dan los fenómenos–, se trata de una completa banalización de lo real que apunta no tanto a borrar el pasado como a desdibujar toda posibilidad de un tiempo diferente por venir. Los balances y las críticas no pertenecen a este género.

El nuevo milenio nació, en el país y en la región, bajo el ímpetu de un extendido ciclo de luchas populares contra el neoliberalismo. Quince años después, el panorama es muy diferente. ¿Qué ha pasado para que el ciclo iniciado por aquellas luchas nacidas desde abajo, sucedidas luego por gobiernos denominados progresistas o populares, desemboque en procesos abiertamente conservadores, en programas políticos y gobiernos dóciles a los requerimientos del mercado mundial? ¿Es posible comprender la situación actual sin preguntarnos por la naturaleza de aquellas luchas y sin hacer un fuerte replanteo de la teoría y la práctica de los gobiernos que las sucedieron? Y ¿no habría que ir aún más atrás, no sólo al menemismo o a la última dictadura (fechas clave en la instalación del neoliberalismo en la Argentina), sino tal vez hasta el propio nacimiento del peronismo y el golpe militar que en 1955 lo desalojó violentamente del poder? Un libro de balances, sin embargo, no es necesariamente un libro de historia.

Los balances por hacer son muchos y se remontan a los años en los que Horacio Verbitsky iniciaba su vida periodística y militante: el golpe de 1955, La Opinión, la resistencia peronista, el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y la táctica de la lucha armada, Rodolfo Walsh, Perón, López Rega, la dictadura, Malvinas, la posdictadura y los juicios a la cúpula de las Fuerzas Armadas, las variaciones en el modo de acumulación del capitalismo en la Argentina, el papel de la Iglesia argentina –dentro de ese marco, la figura de Jorge Bergoglio, ahora papa Francisco–, los organismos de derechos humanos –en particular, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)–, el alfonsinismo, los carapintadas, las leyes de impunidad, Menem, los indultos, las privatizaciones y la caída del bloque del socialismo del Este europeo, Página/12, El Cohete a la Luna, Clarín y Papel Prensa, la crisis de 2001 y las organizaciones sociales, Duhalde, la llegada del kirchnerismo, el nuevo escenario mundial con la emergencia de China, la desaparición de Julio López, la derogación de las leyes de impunidad, la recuperación de la ESMA, la soja y la industrialización, Chávez y el chavismo, el asesinato de Mariano Ferreyra, el sindicalismo y la izquierda, la Cámpora, Milani y la llegada de Macri al gobierno.

No se trata indudablemente de hacer una biografía. Se ha escrito sobre él, y se lo seguirá haciendo. Le propongo otra cosa: aprovechar su mirada para pensar, a partir de ella o en contrapunto, cincuenta años de historia. Dejar de lado el “misterio Verbitsky” –sobre el que fantasea Gabriel Levinas en un libro acusatorio y malogrado del que necesariamente diremos algo más adelante–, para adentrarnos en algo así como el “método Verbitsky”, con la expectativa puesta en que esa reflexión sobre su modo de trabajo aporte al doble propósito de compresión histórica del presente y de estímulo a la labor de la investigación militante.

¿Por qué Verbitsky? La respuesta no es sencilla. No me acercan a él las posiciones políticas de los últimos años –su abierto apoyo al gobierno de los Kirchner–, ni el tono denigratorio con el que se ha referido en diversas oportunidades a expresiones de la izquierda (que no son precisamente grupos con poder), ni la obsesión por desentrañar los secretos que se le atribuyen. Inevitablemente conversaremos también sobre esto, pero mis razones son muy otras y apuntan, como queda dicho, a la necesidad de aprovechar a fondo la mirada sistemática y documentada que Verbitsky establece con el presente político, el ejercicio analítico con que nutre semana a semana a sus lectores desde hace décadas, la perspectiva histórica de algunos de sus trabajos (de modo ejemplar, sus cuatro tomos sobre la Iglesia argentina) y la vocación de intervención en la actualidad, no sólo a través del periodismo sino también a través de dispositivos prácticos de gran alcance, como el CELS.

Verbitsky escucha estos, mis argumentos, y toma la palabra. Reconoce mi insistencia (hace dos años que le escribo sobre la necesidad, cada vez más perentoria, de este libro) y admite que el proyecto le resulta justo. Sólo pone una condición (que no me cuesta demasiado aceptar): que no le haga preguntas abstractas, plagadas de supuestos teóricos y bibliográficos.

No es posible alcanzar “lo justo” voluntariamente, aunque toda reflexión política aspire en alguna medida a ello. ¿Cuánto ha variado lo que se entiende por justo desde las militancias previas a la última dictadura hasta hoy? En Verbitsky se da una curiosa combinación entre dimensiones que podrían parecer a priori contradictorias: afirma que no ha cambiado su modo de sentir ni de pensar desde los años setenta (más allá de lógicas maduraciones); sin embargo, ha conseguido lo que pocos: mantener vigencia en circunstancias políticas que, desde diversos ángulos, no podrían ser más opuestas. ¿Es posible perseguir los mismos objetivos, dar curso a los mismos deseos en coyunturas tan diversas?

***

Cuando habla de política, lo personal se retrae a un discreto segundo plano. Emerge muy raramente, como cuando evalúa los ataques que le han hecho en los últimos tiempos. Aunque lo han afligido, no cree que hayan logrado su propósito: afectarlo objetivamente en su credibilidad de investigador. Arroja un pensamiento nietzscheano a sus enemigos: “Lo que no me mata me fortalece”. Lo confirma la intuición del origen de estos ataques: se trata de devoluciones de gentilezas por parte de poderosos que se han sentido desnudados por sus denuncias. Detrás de Doble agente, el mencionado libro de Gabriel Levinas, se esconde no sólo la mano del Grupo Clarín sino una madeja más compleja y sutil, hecha de viejos cuadros de la agrupación Guardia de Hierro, con acceso al Vaticano.

Le comento mi interés particular por los aspectos “técnicos” de la investigación: los modos de fichaje, las fuentes. Sonríe. Recuerda que Emilio Aragonés, entonces embajador de Cuba en la Argentina, allá por los años setenta, le dijo a Walsh: “Ahora los entiendo, ahora sé cómo trabajan ustedes: el pueblo les hace llegar la información”. Pregunto qué cambió desde entonces. “Muy poco. En lo esencial, el trabajo siempre es igual. Es cierto que las tecnologías permiten almacenar mucha información en un mínimo de espacio, pero el trabajo lo hace siempre la cabeza. Las fuentes, sobre las que tanto se insiste, están en todos lados, son públicas en su abrumadora mayoría. El asunto es cómo uno hace asociaciones: eso es lo que importa. Y ese modo de asociar no ha cambiado demasiado desde los años setenta”.

Más allá del modo como lo biográfico se entrelaza con la historia política nacional, la conversación propuesta a Verbitsky tiene por objetivo acentuar aspectos prácticos de la lucha política que también deben incluirse en el balance. A diferencia de otras reflexiones, muy de moda en tiempos de cambios históricos, esta conversación no tratará sobre arrepentimientos. El arrepentido, decía el filósofo Spinoza, se equivoca dos veces: al olvidar las razones que lo llevaron a actuar de determinada manera en el pasado –los afectos que sobre él pesaban entonces–, y al prolongar esa ignorancia en el presente, entristeciendo y restando potencia al pensamiento actual.

El balance propuesto tiene una inspiración muy diferente. No se trata de hacer el inventario de lo mal hecho sino, todo lo contrario, de repasar el repertorio de saberes disponibles para relanzar la lucha política en nuevas condiciones; y también –y esto es tal vez lo fundamental–, de revisar las trampas que han llevado en reiteradas ocasiones a derrotas y frustraciones. Es probable que la más esencial sea la confusión, el solapamiento entre potencia y voluntad. La primera es un poder de hacer y pensar que, cuando es colectivo y se retroalimenta de un modo abierto, da lugar a fuertes transformaciones. La segunda, en cambio, alimenta ilusiones –también colectivas– y no permite advertir a tiempo obstáculos y desafíos.

 

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Verbitsky es un escritor austero inmerso en el conflicto político que atraviesa a la Argentina. Su inmoderación no es de carácter ni tampoco meramente ideológica. Es ética y proviene de su inserción en el proceso histórico. Su decisión es no abandonar la trinchera ni siquiera cuando los mapas cambian de color. De militante de las FAP a presidente del CELS, existe una línea de continuidad no siempre interpretable para sus contemporáneos. Militancia, periodismo y derechos humanos son momentos de una participación decidida en la política poco convencional, sobre todo si se toma en cuenta que su poder de influencia no proviene de cargos públicos. Verbitsky maneja información. La obtiene, la interpreta y la usa. Juega con lo visible y lo invisible despertando toda clase de fantasías. El analista político como actor de la política. Un hombre arrastrado al enfrentamiento que aprendió a no regalar flancos de ataque. Se le critica la parcialidad (sus simpatías y antipatías), como una inconsecuencia para alguien cuyo prestigio fue cimentado en el rigor. Sería un extraordinario personaje de novela (aunque, ya sabemos, la realidad contiene más sorpresa que la ficción). Un viejo cuadro de la inteligencia militante que sigue trabajando para el lado “bueno” de las cosas, lado por momentos impreciso y en continua mutación. La imagen del caparazón puede describirlo: intolerante a la ambigüedad y a la estupidez, celoso de su trabajo y de su tiempo y al mismo tiempo generoso con los interlocutores sinceros e interesados. Alguien dijo sobre él: “Supo seducir a Perón y al menos a dos presidentes más”.

Cuando pienso en mí y en mis compañeros y compañeras de distintas épocas, no encuentro nada parecido. Confiamos menos en el heroísmo y damos más tiempo a las interrogaciones. El combate se nos presenta de otro modo. Verbitsky fascina con sus mandobles a la derecha. Cada semana se espera una refutación incontestable. Tiene algo de caballero a la antigua, de los que se batían a duelo. Renuente a mostrar vacilaciones personales y dispuesto a jugar fuerte. Memorioso, selectivo, meticuloso. Tan suspicaz como fiador cuando percibe buena leche. Su mundo es el archivo y el jazz, interrumpido por visitas y llamadas. Su sentido de la justicia es omnipresente, aun cuando no se dedique a explicitar sus criterios. Obsesivo y detallista. Severo con las izquierdas. En constante debate entre pragmatismo y principismo.

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Verbitsky se convirtió en best seller con su libro Robo para la corona. Corría el año 1991 y el menemismo buscaba aún las vías de su consolidación. El libro era un fresco sobre la corrupción del gobierno. Frente al impacto de sus denuncias, este último se defendió atacando y, para afrontar esa batalla desigual, el periodista fue estableciendo una serie de alianzas: junto a un grupo de periodistas participó de la asociación Periodistas, en defensa de la libertad de expresión, y recurrió a instancias jurídicas internacionales. A David Viñas no le gustó que uno de los herederos de Rodolfo Walsh en el periodismo hiciera lo que entendía como un trabajo de fiscal, dedicado a denunciar infracciones. Le reprochaba una renuncia a la teoría y a la crítica transformadora. Tampoco aprobaba que Verbitsky se proyectara como “periodista estrella” y advertía que el discurso anticorrupción era despolitizador, una expresión más de la subordinación del mundo de las militancias al de los medios.

Dos décadas y media más tarde, Robo para la corona puede leerse no sólo como la radiografía de un período político argentino sino como una investigación sobre las formas de subordinación de la democracia a las razones de la acumulación de capital durante el período posterior a la Guerra Fría. Y si el discurso sobre la corrupción se ha tornado tan importante en nuestras sociedades, tal vez sea porque cumple funciones esenciales en la sociedad neoliberal: permite renovar el personal político sin consentir una auténtica y activa elucidación sobre el modo de acumulación de capital y conduce la percepción colectiva por medio de escándalos sucesivos, sustentados en un ideal de transparencia que se cuida muy bien de que las cámaras lleguen a enfocar los mecanismos estructurales de desposesión de las riquezas colectivas. Robo para la corona aceptaba la lengua de la denuncia de la corrupción porque creía poder hacer de ella una crítica de los mecanismos estructurales del régimen de la posdictadura. En un nuevo contexto –caracterizado por la politización de los movimientos sociales en torno a los sucesos de 2001, la experiencia del kirchnerismo y la llegada de Macri al gobierno–, el discurso sobre la corrupción ha vuelto a ocupar un lugar central en las discusiones públicas con un giro notable: ahora, los mismos empresarios que alimentaron los negocios ilegales con el Estado son quienes se proponen como héroes regeneradores y acusan a las organizaciones sociales y de derechos humanos de haberse beneficiado de su proximidad con el Estado.

Esta puesta bajo sospecha general de toda organización social que no acepte los términos de la paz social que impone el nuevo gobierno ha sido uno de los ejes centrales de la coyuntura de los últimos dos años, situación que Verbitsky procura desentrañar en su último libro, La libertad no es un milagro, sobre la detención ilegal de Milagro Sala, así como en la publicación de una serie de denuncias de corrupción sobre riquezas no declaradas y blanqueo de capitales por parte de grandes empresarios y de la propia familia presidencial. Abordamos estas cuestiones en los últimos capítulos del libro.

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De la agencia noticiosa Prensa Latina creada por la Revolución cubana a las tareas de “inteligencia” en organizaciones revolucionarias; de la investigación periodística a la sistematización de la información vinculada a los juicios por los derechos humanos existe algo así como una tradición bastante consistente de publicaciones –periódicos, cuadernos, películas, obras artísticas, libros, blogs– que fueron expresando en cada momento los niveles de organización popular en diferentes etapas: la investigación política forma parte de las estrategias que las luchas sociales activan y transmiten entre generaciones. Como un Jano bifronte, la tarea de investigación militante pretende comprender los modos en que se reproducen los poderes para saber cómo enfrentarlos y, a la vez, cartografiar nuevos posibles que muy rara vez la academia y la política convencional generan por su cuenta. Quizás preguntarse por la formación afectiva e intelectual del investigador político pase por comprender, en cada época, no sólo los enlaces vitales que ligan un destino individual con una historia más amplia, sino también el adiestramiento en la combinación del rigor lógico, el manejo de datos y la implicación histórica activa. En su momento, Antonio Gramsci reflexionó sobre la idea del “intelectual orgánico” y llegó a hablar del “intelectual colectivo” para referirse a su forma más alta, la de la organización política. Hay, en la historia de la investigación política, líneas para rastrear esta función colectiva y plantear nuevas formas de concebir esta función política del conocimiento para –¡ojalá!– debilitar la barrera o volver más fluida la relación entre investigación especializada y movimiento social, dentro de un contexto en el que los medios de comunicación convencionales excluyen por completo estas tradiciones discursivas. Según Rodolfo Walsh, hay más realidad en los hechos que en las ficciones. Le parecía que la investigación política era inseparable de una nueva literatura a la altura de ese plus.

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Las entrevistas que componen el eje de este libro tuvieron lugar entre abril y junio de 2016, cuando Verbitsky todavía publicaba sus columnas dominicales en Página/12. Desde entonces se inició el trabajo de edición (compartido con Celia Tabó). Si bien nos mantuvimos en contacto durante todo ese tiempo, hacia fines de 2017 volvimos a reunirnos para agregar un último capítulo sobre el segundo año de gobierno de Macri. En el transcurso del tiempo en que sostuvimos estas conversaciones, Horacio Verbitsky pasó de destacarse durante décadas como el columnista más importante de aquel diario a ser el director de un nuevo medio virtual: El Cohete a la Luna. Al desafío incierto de incursionar en una nueva plataforma se suma el del papel de la investigación política en la nueva coyuntura. Se propone combinar investigación de datos con toma de posiciones. Los primeros textos de Verbitsky en El Cohete son más fluidos, más largos y desenvueltos. Más lúdicos. En ocasiones incluyen alusiones a la música que escucha mientras redacta sus columnas. Entiendo que este es su gesto: desmarcarse de cierto desmoronamiento lamentoso que circula en parte del llamado progresismo, en una suerte de sintonía entusiasta con las fuerzas de impugnación del actual estado de cosas.

Una apuesta al ritmo de la calle que durante 2017 fue vibrante: desde la convocatoria a aquella formidable marcha contra el 2 x 1, que logró frenar los efectos del fallo de la Corte que pretendía aplicar la reducción de penas a un represor condenado de la última dictadura y corregir en un puñado de días a los tres poderes del Estado y al episcopado, a las masivas manifestaciones que exigían la aparición con vida de Santiago Maldonado y que impidieron, al menos parcialmente, que el gobierno se desentendiera de sus evidentes responsabilidades en esa muerte, para concluir en las marchas multitudinarias de los días 14 y 18 de diciembre contra los recortes a los jubilados. La secuencia entera, que ya había comenzado durante los meses de marzo y abril con importantes movilizaciones sindicales y de mujeres en lucha, parece señalar la persistencia de la organización popular y de la pulsión callejera como parte de una dinámica histórica cuyas cumbres, a lo largo del siglo, se alcanzaron en octubre de 1945 así como en mayo de 1969 o en diciembre de 2001. O en el movimiento de mujeres Ni Una Menos, cuya trascendencia como presentación de un nuevo actor social es equiparable a la aparición del movimiento por los derechos humanos, con madres y abuelas como portaestandartes. Como otros tantos que participamos en experiencias de investigación política (en mi caso, particularmente en el colectivo Situaciones), necesitamos comprender por qué medios continuar la tarea en las nuevas condiciones. Un propósito de este libro es suscitar, a través de las discusiones que proponen estas páginas, un mayor interés por elaborar herramientas aptas y adecuadas para las funciones de la investigación política sobre el nuevo período.

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Esta larga conversación busca extraer un conocimiento activo, en términos emancipatorios, a través del repaso inevitablemente parcial de diferentes momentos históricos. Se puede objetar que la labor de Verbitsky es demasiado realista y austera con relación al carácter utópico que toda voluntad de transformación suele poner en acto. Imagino que Verbitsky sería el primero en admitirlo. De alguna manera, también a mí me interesa más esa sobriedad que las declamaciones sobre un futuro mejor por venir. En Verbitsky prevalece la tarea, la disciplina y el impulso de investigar a las derechas. Lo mejor de su trabajo como escritor (Ezeiza, La educación presidencialEl vueloEl silencioHemisferio derecho y, sobre todo, los tomos dedicados a la historia política de la Iglesia) se apoya en el archivo y en una percepción de la actualidad, del antagonismo político, que no admite distracciones. Esos son, estimo, sus mejores aportes a posibles nuevas síntesis colectivas.

Es esta inscripción de la escritura en el terreno del antagonismo histórico la que puede permitir una zona común entre el trabajo de Verbitsky y las diferentes izquierdas. Quiero decir: los mismos enemigos. Aunque no es del enfrentamiento como tal de lo que este libro quisiera hablar; tampoco de Verbitsky estrictamente sino de la historia pasada y reciente, de los modos de hacer balances complejos sobre lo que vamos viviendo colectivamente y de la tarea de la investigación en su aspecto tanto político como “técnico” (por así llamarlo). Una conversación sobre las últimas décadas que no mira hacia atrás –este no es un libro de pase de facturas ni de ablandamiento de las diferencias–, que busca hacer de nuestra oscura coyuntura una ocasión para reflexionar sobre los modos de plantear dilemas colectivos. Si algo creo haber recibido de esta proximidad con Verbitsky es un sentido de la escritura como toma de posición en una guerra cuyo campo de batalla es el propio sentido del tiempo histórico, y la estrategia es la resistencia –que parte incluso de cada uno– respecto de toda tentativa enemiga de fracturar un pasado que se va (que sólo vuelve como inocuo homenaje), y una actualidad vestida de hipernovedad (que sólo habla el lenguaje del fetiche y del espectáculo). La escritura puede ser, ella misma, ejercicio sobre los modos de vivir un tiempo en continua excepción, donde el pasado –archivo, memoria– sobrevive como condición de un presente de acción en una circularidad o tensión en que ambas temporalidades se asisten y relevan mutuamente al modo de un cristal de tiempo. Late en esa relación de tiempo y escritura un sentido de justicia que nos viene de lejos, de todos los fracasos, y de todo aquello que entre fracaso y fracaso hemos aprendido a inventar.

Más que aprender un hipotético “método Verbitsky”, se trata de reconocer una necesidad propia de politizaciones del presente, de un saber sobre las diversas capas de la lucha política. Entonces, interesa menos teorizar sobre lo que Verbitsky hace –cómo investiga, cómo maneja la información– y más dialogar con cierto trayecto de la investigación política que ayude a comprender nuevas relaciones posibles entre investigación y política. El “método”, en definitiva, lo inventa quien lo necesita.

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Este libro fue cambiando en el camino. Comenzó como un conjunto de entrevistas hasta que Verbitsky expresó su deseo de que se convirtiera en una reflexión sobre su trabajo, desde la perspectiva de alguien que pertenece a otra generación, puesto que a su juicio él ya había dicho todo lo que tenía para decir y consideraba que volver sobre aquello sería un mero ejercicio de repetición sin sentido. ¿Escribir “sobre” Verbitsky? No era ni es el propósito. Finalmente primó la idea de una yuxtaposición. Sobre la base de largas entrevistas, introduje textos con fragmentos de archivo con el objetivo de ampliar diferentes contextos históricos y, cuando fue posible, también volqué mis propias reflexiones tanto acerca de aquellos aspectos del trabajo sobre los cuales Verbitsky es renuente a teorizar, como sobre las impresiones que me quedaron de los cuestionamientos referidos a sus posiciones políticas. Sobre el final, cuando conversamos sobre el período 2003-2015, el contrapunto es más evidente. Así como Verbitsky simpatizó públicamente con el kirchnerismo en la medida en que este coincidió con sus propios puntos de vista, otros no nos orientamos por el mismo camino, dado que habíamos elaborado nuestras posiciones y deseos políticos desde otra perspectiva: interpretamos la crisis de 2001 como la posibilidad de profundizar una participación real de los nuevos protagonistas sociales en todas las instancias de decisión. El libro cumplirá un objetivo importante si además de registrar estos contrapuntos logra ofrecerse como una invitación al pensamiento.

Si me decidí a escribir este libro ha sido, ante todo, para responder a mi necesidad de lector. Quería ver si era posible plantear un diálogo político, una conversación analítica, un ejercicio de lectura de coyunturas y una aproximación a ciertos agujeros negros del presente. En los inicios de los años noventa, me impactó un libro de conversaciones con Juan Gelman –Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida, de Roberto Mero–, que permitía a los militantes jóvenes ligar pasado y presente a contrapelo de los sentidos que afirmaba la historia. Hay algo de repetición –y algo de irrepetible– en el deseo de un libro como este, que responde menos a un plan previo y más a una pulsión de intervención y, en el fondo, a la necesidad de comprender la trayectoria propia de los últimos años. A la fatigosa compulsión a tomar partido por todo y todo el tiempo, es preciso anteponerle cierta serenidad para distinguir cuáles son los problemas en verdad importantes que enfrentamos y elaborar en lo posible nuevas estrategias. Este libro responde a la sensación de que sencillamente “hace falta”.

 

Uruguay, febrero de 2018

 

  • La presentación de ‘Vida de Perro’, con Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark, tendrá lugar el miércoles 2 de mayo a las 18,30 en la Feria del Libro, Sala Carlos Gorostiza.

Entrevista completa a Diego Sztulwark sobre Vida de Perro // Facundo Abramovich y León Lewkowicz

Las fuentes, sobre las que tanto se insiste, están en todos lados, son públicas en su abrumadora mayoría. El asunto es cómo uno hace asociaciones: eso es lo que importa. Y ese modo de asociar no ha cambiado demasiado desde los años setenta.

H.V en Vida de perro. Capítulo 1.

Una revista literaria o el asalto a un cuartel tienen para él la misma función, siempre que haya alguien que sea capaz de conectar un hecho con el otro. En un sentido es un clásico pensamiento paranoico. Como los locos, los revolucionarios profesionales están convencidos de que «todo tiene que ver con todo».

Ricardo Piglia. Los Diarios de Emilio Renzi. Años de formación

Teníamos la experiencia pero perdimos su sentido, acercarse al sentido restaura la experiencia

T.S.Elliot

¡Un último secuestro, no!

¡El de nuestro estado de ánimo, no!

Un Perro sin bozal y un filósofo-militante se escapan de sus casas. No se conocen y no esperaban encontrarse. Ya finalizaba el 2015. La derecha festejaba en sus casas, bajo llave – ¡la inseguridad! – y con champagne, la victoria de la Alianza Cambiemos. Amplios sectores del progresismo y la izquierda, en sus cuartos, lloraban y enviaban mensajes de whatsapp dándose explicaciones autocomplacientes. La calle deshabitada.

Sin querer queriendo, se cruzan. Un diálogo que pareció imposible durante años -entre quienes realizaron críticas al kirchnerismo y quienes apoyaron el Proyecto abiertamente- empezó a verse posible y, progresivamente, a darse. Hizo falta, lamentablemente, aquella calle deshabitada y una desmoralización de meses. Pero el Perro y el autonomista decidieron abrir un espacio de productividad que hoy, en estos días, se hace público bajo el nombre de Vida de Perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri, coeditado por Siglo XXI y Tinta Limón. El “Perro” es Horacio Verbitsky. El filósofo-militante es Diego Sztulwark. Uno dice que fue peronista y -cuenta en el libro- dejó de serlo en 1973. El otro, ante la pregunta, se enuncia marxista-lennonista: según él, las dos personas que marcaron la percepción de la humanidad.

Son 30 años los que lo separan, son diversas sus trayectorias y las elaboraciones. En definitiva, dos generaciones, dos lenguajes, dos estilos acuden a una cita en común: reflexionar sobre cierta sensibilidad política argentina y sus mutaciones. No los une el amor sino el espanto a una derecha clasista, patriarcal, eclesiástica, asesina que, con audacia, juega en estos días a la democracia. También los une haberse construido por fuera de las academias y una obsesión por la comprensión de las sucesivas coyunturas.

Se trata, en última instancia, de no consumir los discursos enemigos, de no digerirlos tan fácilmente. En otras palabras: construir una “frialdad” que permita atravesar las malas épocas. Quizás eso sea la amistad. La frialdad no es la frigidez, la primera consiste en comprender la tristeza para salir de ella. Como en el boxeo, se trata de mantener la compostura en el ring a pesar del avance enemigo, de no bajar la guardia luego del primer arrebato recibido, eso sería entregar la partida.

Nos animamos a repetir: el libro es un esfuerzo sistematizado de realizar un aporte a la comprensión del presente a partir de las imágenes que relampaguean en estos instantes de peligro. Son años y años de trabajo revisados y puestos en discusión.  ¿Un libro de historia? No. ¿Una biografía de Verbitsky? Tampoco. ¿Un libro de teoría política? Ni siquiera. Es mucho más que todas esas categorías que las librerías banalmente utilizan para catalogar. Sólo un lector desapercibido o un programa automatizado podrían decir eso. Es, sí, un excelente aporte a la discusión política: completo y realizado con el rigor que la coyuntura y la historia reciente merecen. En definitiva, un esfuerzo por no subestimar al enemigo ni sobreestimar las fuerzas propias. Tampoco al revés. Un libro, ante todo, necesario para todxs lxs que deseamos (y luchamos por) una coyuntura distinta. Un libro-tarea: debe escribirse, reescribirse, tachar, borrar y sobre escribirse.  El primer ejercicio ya lo tomaron los autores. Su presentación será el 2 de Mayo en la Feria del Libro.  A continuación, la conversación completa con Diego Sztulwark.

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Lobo Suelto: Acaba de publicarse tu último libro: Horacio Verbitsky, vida de perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri. La iniciativa del libro es tuya porque veías la necesidad de hacer un balance de la historia reciente argentina, por un lado, muy tomada por la experiencia del kirchnerismo, pero dentro de un proceso que comenzó en 2001 y culminó con la victoria de la Alianza Cambiemos en 2015. No son pocos los/las interlocutores lúcidos que tuvo el kirchnerismo y que ha sabido integrar, siempre de modo complejo y muy elaborado, los sectores políticos de gran trayectoria, sean del mundo partidario, del territorial, del sindical e incluso, del mundo “cultural”. En este sentido, una pregunta inmediata es ¿por qué Verbitsky? La otra es, ¿Por qué empezar el análisis desde 1955?

Diego Sztulwark: Me parece que la figura de Horacio Verbitsky sintetiza elementos imprescindibles para las discusiones políticas que nos debemos o que me interesan: décadas de una analítica rigurosa de fenómenos políticos y un sentido muy fuerte de la historicidad. Por otro lado, el bombardeo a la Plaza de Mayo de 1955 crea una fecha que permite anudar un acontecimiento fundamental en la historia del país y un momento clave en la toma de posición vital de Verbitsky. Por entonces, un adolescente estudiante del Colegio Nacional de Buenos Aires a quien le tocó ser testigo de los hechos. En esa plaza y en ese momento, con su biografía, entró de lleno en la crueldad de la historia argentina. Además, dentro de la reciente historia política argentina, está muy claro que 1955 es el año en el que se determina un nivel altísimo de violencia, que condicionará durante décadas cualquier tipo de acción política. Fueron años de interrupción sistemática de la posibilidad de acceso al gobierno por la vía electoral, es decir, de que las mayorías elijan el gobierno. El peronismo quedó proscripto y desde entonces, hasta 1973, no habrá elecciones presidenciales libres -cuestión que después, también, se descomprimiría muy rápido. O sea que entre 1955 y 1983 se da un período político muy especial en el país.

L.S.: ¿Cómo surge la idea de trabajar con Verbitsky?

D.S.: Alrededor de unos tres años atrás, me puse en contacto con Verbitsky por cuestiones completamente secundarias con respecto al libro y lejos de encontrarme con este personaje supuestamente inaccesible –un poco el mito que circula sobre él–, me di con alguien que respondía a mis correos electrónicos con mucha amabilidad. Eso me llevó a pensar en que podía proponerle algo que me parecía muy necesario: escribir un libro en el que hiciera un balance de distintos procesos políticos vividos en el país, que no estaban reunidos de modo sistemático y al alcance de un lector que quisiera formarse políticamente. El contexto era el debate del kirchnerismo, que había tomado un montón de temas muy valiosos en sí mismos –derechos humanos, derechos sociales, historia–, y era muy importante que los abordara, pero resolviéndolos de una manera que me incomodaba por diversas razones.

Hacia el fin del kirchnerismo, pensaba que las personas más sensibles que habían estado metidas en ese proceso y comprometidas en su defensa, podían ganar una libertad de pensamiento y hacer un balance no estricto del kirchnerismo o de cómo el kirchnerismo abordó esos temas, sino de estos procesos largos que merecían ser pensados con más tiempo y en toda su complejidad. Se me ocurrió que lo podía hacer Horacio por el hecho de que es una mentalidad ultra analítica y porque, además, tiene el hábito de hacer informes semanales desde hace años y años, como lo fueron sus columnas en Página/12 y ahora en El Cohete a la Luna. O sea que era él quien podía hacer ese trabajo.

Durante mis primeros años de militancia, había leído Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida, un libro de Roberto Mero de conversaciones con Juan Gelman, que me había impresionado mucho. Se me ocurrió entonces proponerle a Horacio ese formato: una conversación apoyada en un índice que contuviera todos los procesos históricos recientes que había que revisar.

La noche en la que Scioli es derrotado por Macri, por un punto en la segunda vuelta, le escribí diciéndole de manera más clara que teníamos que hacer eso, y él me respondió de inmediato que «sí, lo vamos a hacer». Pero, añadió, «soy un señor mayor, dejame que sea yo el que marque los tiempos». La cuestión es que en abril/mayo de 2016 nos pusimos a trabajar sobre el libro que conserva esta estructura: recorre procesos políticos desde 1955 hasta acá, toma la biografía de Verbitsky como excusa –no hay una investigación a fondo sobre su vida– lo que permite que, a través de su mirada, podamos repasar una cantidad muy grande de fenómenos. Creo que empieza en 1955 porque es muy marcante para la vida de Verbitsky como lo es también para la vida del país.

L.S.: Ya respondiste por qué te interesaba este libro a vos. Ahora, ¿por qué pensás que Verbitsky se abre a dialogar con vos? Sobre todo, viniendo de otra tradición, de otra generación.

D.S.: No sé por qué Horacio aceptó, la verdad. Quizás porque insistí mucho. Y porque le interesa la cuestión generacional. Tengo la edad de sus hijos. Quizás perciba cierta legitimidad en las posiciones que sostuvimos estos años junto a otros compañeros.  Y porque surge de un interés genuino. Si hay más motivos, yo no los conozco.

Quiero agregar que, cuando empezamos el libro, Horacio era otro. Él era el columnista de Página/12, hoy ya no. Fue censurado por el gobierno -con nombre y apellido. El libro alcanza a narrar esta mutación.

L.S.: Lo pensás, decías, como un aporte  a la formación política de viejas y nuevas generaciones. ¿Por qué la necesidad de ese aporte? ¿Viste que “faltó algo”? ¿Parte de alguna sensación con respecto al modo en el que las discusiones se venían dando?

D.S.: Recuerdo mis comienzos en la militancia. En una ocasión tuve un encuentro con Eduardo Luis Duhalde, quien más adelante fue secretario de Derechos Humanos durante el gobierno de Néstor Kirchner, y me regaló en ese momento Historia y conciencia de clase de Georg Lukács y Los condenados de la tierra de Frantz Fanon. No los había comprado para mí en la librería, sino que me regaló sus propios ejemplares, marcados por él: “Mirá -me dijo- la militancia es la tarea de mantener viva la memoria histórica en los procesos de derrota”. Y me entregó esos dos libros. No se trata tanto de que uno crea que a la militancia «le falta algo» (ni siquiera sé si este libro va dirigido a la militancia), lo que sí me parece más claro es que en la Argentina no deja de haber olas de plebeyismo social, de resistencia política, de derechos sociales, de gente que lucha por cosas y que hace falta que la historicidad –la que nutre a los contrapoderes en la Argentina y les permite tener mucha riqueza– esté todo el tiempo nutriéndose de análisis, información, complejidad, preguntas. Se trata de que aquel que se introduce en la lucha social y política pueda contar con materiales sobre la historia nuestra, las preguntas, el pensamiento. No es que yo diga «a la Cámpora le falta tal cosa», como si uno tuviera las cosas resueltas y quisiera corregir a los demás. Por ahí Horacio puede darse el lujo de decir «yo tengo cierta edad, un largo recorrido y ahora le hablo a los jóvenes». Para mí es más una tarea de producción de insumos para luchas.

L.S.: Tampoco este es un libro de historia. Con frecuencia vos planteás una diferenciación entre historia e historicidad. ¿Por qué este libro es de historicidad y no de historia?

D.S.: Para el poeta Henri Meschonnic, el historicismo es la capacidad de entender un fenómeno reenviándolo a sus condiciones de posibilidad, y otra cosa es la historicidad: no solamente las cosas están fechadas en su nacimiento, sino que estos nacimientos son una obra, son algo que intenta escapar del presente, que intenta no obedecer el mundo tal y como es, que intenta crear algo nuevo. Entonces, a mí me parece que este libro habla, por un lado, de la historia de las desobediencias en la Argentina de un modo un poco paradójico: se refiere a las luchas, a los modos de no-obedecer, de resistir, de hacer revoluciones, pero también habla de las derrotas, de todo el peso que implica asumirlas, habla de la derecha. Verbitsky es un gran investigador de la derecha. Por ese lado también hay una tarea, una pregunta que nos queda a nosotros: ¿Cómo somos capaces de investigar al poder, a la derecha, de comprender la derecha, de caracterizarla, en función de esta historicidad, de estos desvíos, de estas desobediencias?

Creo que hay una línea que el libro intenta recorrer –no sé si quedó tan clara como a mí me hubiera gustado– la que empieza a trazarse con Prensa Latina, la agencia de noticias que se armó a partir de la Revolución Cubana, que se ocupaba de informar en contra de los monopolios imperialistas de la información y, además, de investigar. Fue en esta escuela de investigaciones antiimperialistas donde se formaron una cantidad de cuadros políticos que después alimentarían la inteligencia de las organizaciones revolucionarias armadas, de la guerrilla. Muchos de esos cuadros, como el caso de Verbitsky en la Argentina, se dedicaban a hacer la prensa clandestina y las tareas de inteligencia clandestina durante la dictadura.

Tirando de ese hilo, ya en democracia, se puede ver el trabajo de investigación no solo del lado del periodismo militante, sino y sobre todo, de los organismos de derechos humanos (todo lo que tiene que ver con los juicios, con la reconstrucción de los crímenes). Y ver si hoy eso se puede reinventar para entender cuáles son las tramas financieras, policiales que están organizando la violencia en los barrios, así como ejercen la violencia de la acumulación del capital, hoy, con el neoextractivismo. Hay un hilo rojo de la investigación militante, política, que yo intento que en el libro se vaya contando, capítulo tras capítulo. Para mí es fundamental: eso es la historicidad.

L.S.: A fines del año pasado, trajiste varias veces, una idea de Lenin, que trabajaste en textos, que decía que en los momentos de avanzada enemiga lo importante era el repliegue organizado, es decir, marcar el límite del retroceso (político, moral, intelectual, social) para volver a apuntar al enemigo. Era la idea opuesta a la desbandada, a que cada quién corra para distintos lugares, lo cual permite al enemigo avanzar sin límites. Lo que vos llamás “balance” -palabra que confiesa tu trayectoria militante-, la necesidad del balance, ¿es el repliegue? ¿Es poner un límite de retroceso y volver a apuntar las armas contra los enemigos?

D.S.: La necesidad de un balance responde a varios motivos. Ante todo, el hecho de que Verbitsky tuvo simpatías explícitas con el gobierno kirchnerista y que, de una u otra manera, tuvo afinidad con muchas de sus políticas; esto es público y además está muy claro en el libro. Yo nunca fui parte del kirchnerismo y siempre mantuve muchas críticas hacia éste, más allá de mi colaboración con la Biblioteca Nacional, porque Horacio González es un personaje extraordinario y había creado un clima libertario único en el que no sólo se podía participar, sino incluso tener mucha identificación con algunas banderas que había tomado el kirchnerismo. Yo no estuve en la plaza el 9 de diciembre y tampoco en las plazas de auto-festejo del kirchnerismo. Entonces tenemos dos posiciones distintas. Esto está planteado en el libro: Verbitsky quería que en 2003 ocurriera en el país lo que ocurrió, mientras que algunos de los que nos habíamos entusiasmado en 2001 con la emergencia de sujetos sociales nuevos, surgidos bien de abajo, teníamos una perspectiva por completo diferente. Eso marca una distancia.

Sin embargo, me siento muy identificado con el modo en el que Verbitsky se ubica después de 2015, con una actitud que yo distingo de gran parte del progresismo que se deprime, se hunde en el lamento, hace una especie de repliegue caótico a la opinión fácil, una desbandada, o simplemente se ponen a ver Netflix. Creo que Verbitsky es portador de una historicidad que va mucho más allá del kirchnerismo, una historicidad que encuentra a lo largo de la historia argentina, en sus acontecimientos insurreccionales –el papel de los migrantes en el peronismo, las masas en la calle, en el 69, en 2001, los movimientos de derechos humanos y de mujeres. No creo que se pueda vivir con el ánimo político de acuerdo sólo a cómo les vaya a los gobiernos progresistas. Hay indicadores mucho más importantes del estado de ánimo: la capacidad que las sociedades tienen de recrearse, de luchar, de crear imaginarios, de crear espacios de libertad, de resistir. En ese sentido, no veo un país derrotado.

Esta es una larga discusión que también tuve con León Rozitchner en su momento. Él me decía que la Argentina es semejante a un país derrotado. Puede serlo porque el terrorismo de Estado fue tremendo y sus efectos siguen ocurriendo, y está claro que hay una gran dificultad para modificar los modos de acumulación, de propiedad. Pero coincido bastante con Verbitsky en que hay una historia plebeya, de luchas, de insurrecciones y que es desde ahí que vale la pena plantearse las cosas. De lo contrario, la otra posibilidad es, simplemente, no creer que las luchas sociales y las luchas políticas son precisamente luchas, y creer en cambio que la política es un estado de no-conflicto en el que las cosas tienen que estar siempre dispuestas a favor nuestro y que, cuando eso no ocurre, tenemos el derecho a deprimirnos. A mí, esa visión me entristece y me sorprende. Me llama mucho la atención que en la Argentina haya gente que piensa así. No sé sobre qué bases formó su cultura política la gente que piensa eso.

L.S.: Volvamos a tu necesidad como lector. Recordábamos que en los videos que grabaste con Rozitchner te dice que para entender la obra de cualquier escritor hace falta tener su biografía al lado. A vos, como lector de Verbitsky de hace 30 años, ¿cambió en algo tu modo de leerlo al conocer su vida, su biografía? Es una biografía que, siempre de forma muy lamentable, es cuestionada, discutida, puesta en duda, atacada, con la clara intención de vaciar de legitimidad su producción.

D. S.: Comencé a leer a Verbitsky cuando se lanzó Página/12, en mayo/abril de 1987, yo tenía por entonces 16 años. Me había impactado muchísimo. Recuerdo la crisis de los carapintada –Semana Santa de 1987. En los informes de Horacio sobre los militares quedaba claro que se trataba de una persona que manejaba una información muy precisa, que sabía cómo hacer análisis con esos datos y que escribía con un estilo que intentaba abrir escenarios de análisis para gente que necesitaba entender y actuar. Desde entonces lo leí siempre: podría asegurar que no se me escapó una sola de sus columnas. De chico, cuando no estaba en casa los domingos, le pedía a mi familia que me guardara el diario.

Fue una sorpresa muy grande cuando encontré La educación presidencial en una librería. Es su libro sobre la coyuntura de 1989, que cuenta el fin de Alfonsín, pasa por La Tablada, los apagones de luz generalizados en Buenos Aires, la hiperinflación, los saqueos; la hipótesis de Verbitsky sobre los hechos es que esa erosión no era para terminar con Alfonsín, sino que era el intento de las clases dominantes para disciplinar el peronismo que venía con Menem. Me impresionó muchísimo. Era una persona que estaba pensando en términos políticos, en términos de bloques, de clases dominantes. O sea que a Verbitsky lo leí siempre. Después, cuando estábamos en la militancia universitaria, en El Mate, más de una vez, antes de empezar nuestros plenarios, leíamos sus notas de coyuntura del domingo. Así que era realmente un orientador.

Desde ese punto de vista, lo que tengo que decir es que siempre le tuve confianza. Se trata de la confianza que genera un autor que escribe cosas útiles para uno. No es una confianza apoyada en su biografía, no sabía nada de su vida. Pero si todas las semanas me ofrece un análisis tan convincente, tan completo (aún sin coincidir con muchas de sus parcialidades), si no hay polémica en la que pueda sea refutado, si una y otra vez es útil para la gente que quiere hacer cosas, mi confianza se funda en ese plano, y no en que yo supiera algo de su vida.

Cuando empezaron a salir todas estas cuestiones que lo acusaban de haber sido colaborador de la Aeronáutica o de las FF.AA., o que la Fundación Ford financiaba el C.E.L.S., todo ese veneno que larga la derecha y repite gente de izquierda, me resultó muy irritante. Siempre me parecieron semejantes al tipo de comentarios que se hacen sobre los judíos, los comunistas. Una cosa muy genérica, muy sucia, sin asidero concreto.

L.S.: Policial, incluso

D.S.: Muy de fuente policial, siempre sin confirmar. Cuando Horacio aceptó la idea de hacer el libro, un poco preocupado por estas versiones, lo consulté a Luis Mattini. Le dije: “¿Vos qué harías?». Me contestó: «¿Vos tenés pruebas? ¿Hay alguna mínima prueba de que lo que se dice sobre Horacio pueda ser cierto?». Respondo: «No». «Entonces no lo tomés en serio. ¿Sabés cómo se actúa entre compañeros? Si hay alguna prueba, te preocupás. Por rumores, no». Entonces me puse a leer todo lo que hay contra HV. Encontré un libro de Carlos Manuel Acuña, Verbitsky. De La Habana a la Fundación Ford, que es el primer intento de vincular a la Fundación Ford con HV. El autor es un tipo formado en la Escuela Nacional de Inteligencia, funcionario del gobierno de Onganía y de Videla, que estuvo metido en una operación muy complicada con la DINA chilena y zafó de ir a juicio por delitos de lesa humanidad. Murió ya hace un tiempo. O sea, un cana. Entonces me puse a leer el libro, que es muy malo. Pero ahí está la base de los argumentos que después encontré en boca de compañeros de izquierda.

Mucho tiempo después, ya investigando para Vida de Perro, me encontré con la gente del C.E.L.S. Gastón Chillier, director ejecutivo del C.E.L.S., me dejó muy claro que cuando Verbitsky llega a la institución, la Fundación Ford ya hacía aportes financieros –aportes muy valiosos para la tarea del C.E.L.S. que yo admiro– y que ese financiamiento es cada vez menor con respecto al conjunto de los aportes que reciben. La usina de los rumores me parece detestable. La hipótesis de Acuña es que la Fundación Ford maneja dinero del Departamento de Estado de los EE.UU., tendiente a que viejos cuadros de la guerrilla ataquen la soberanía de los Estados nacionales latinoamericanos. Como estos Estados basan su soberanía en –escuchen bien– dos pilares: las FF.AA. y la Iglesia, cada vez que alguien diga que las FF.AA. y la Iglesia fueron parte de una dictadura, estarían siendo financiados por la Fundación Ford para desarticular la soberanía estatal.

Y no se piensa ni un poco en que la soberanía de los Estados nacionales no tiene nada que ver con esas herramientas de la dominación (las FF.AA. y la Iglesia) sino con la creación de instituciones populares, plebeyas, fuertes. ¡Y ahí los organismos de derechos humanos son mucho más importantes en la construcción de la soberanía que las FF.AA. argentinas, que se endeudaron, privatizaron, entregaron el país! Bueno, en fin, no se puede tomar en serio el asunto.

Después se publicó el libro de Gabriel Levinas, que lo trata a Verbitsky de agente de Inteligencia sin la menor prueba, solo con indicios muy manipulados. Son juegos para unos medios de comunicación ultracomplacientes: aparece un documento en el cual se dice que, durante la dictadura, la Fuerza Aérea le habría efectuado un pago a Horacio Verbitsky por el asesoramiento en la escritura de un libro. Esto se debe a que HV colaboraba con el comodoro Güiraldes, un señor que se había retirado de la Aviación en el año 1951. Había sido presidente de Aerolíneas Argentinas y manejado aeropuertos. Era un amigo de su padre. Cuando Verbitsky se desvincula de Montoneros, o más o menos por ese período, acepta trabajar para ganar un dinero con Güiraldes, y esto lo toma Levinas para afirmar que había una colaboración con la dictadura y que las FF.AA. tenían controlado a HV.

Hablamos a fondo con Horacio sobre esto. Leí El poder aéreo de los argentinos, un libro que no tiene absolutamente nada que ver con la dictadura, que no trata más que un proyecto sobre cómo pueden fortalecerse las aerolíneas civiles nacionales, y donde se agradece a HV por ayudar a organizar el material. Efectivamente, Güiraldes le pagaba a HV de su bolsillo para que lo ayudara a organizar el material sobre aviación civil a un amigo de su padre. Con esto ¿Güiraldes lo protegió en la dictadura? Es presumible que no hubiera podido protegerlo aún de haberlo querido. Y es muy probable que nunca haya sabido en concreto de su militancia. Quiero decir: se toman unos indicios que sirven para armar un programa de televisión y se lanza una acusación brutal. El libro de Levinas tiene un prólogo de Alejandro Katz –colaborador habitual del diario La Nación– en el cual se lee ¡que por fin se demuestra que HV no es alguien que pueda estar juzgando la colaboración de las personas en la dictadura! Katz reivindica una ontología del ser humano gris, adaptado a todo. Hay una incomodad de ciertas personas con la memoria histórica como algo vivo y justiciero en el presente, una capacidad de historizar. Se trata de un intento de bloquear la perspectiva de determinar las responsabilidades civiles del terrorismo de Estado, que no se agotan en los militares. Las complicidades económicas, empresariales…

Todo esto no quiere decir que yo crea que a Horacio Verbitsky no haya que criticarlo: en el libro, por ejemplo, reconstruyo la crítica que le dirigió David Viñas en tiempos de Robo para la corona. Viñas, uno de los intelectuales más admirables del país, le hace críticas muy atendibles. Por ejemplo, en los momentos en los que Verbitsky se convierte en una nube de meros datos que no permiten construir categorías para comprender de qué se está hablando; los momentos en que, como sucedió durante el menemismo, se recuesta sobre una postura de fiscal liberal.

L.S.: Viñas lo advierte a Verbitsky, diciéndole que el discurso de la corrupción despolitiza, banaliza.

D.S.: Lo que quiero decir es que hay que deslindar. Una cosa es la crítica canalla, que intenta acallar a un investigador porque está tocando ciertos intereses y porque perturba el imaginario de ciertos sectores políticos. Otra cosa es la crítica que se hace entre personas que están intentando formular análisis consistentes al sistema. Ahí habrá cosas de HV que nos pueden gustar y otras que no.

L.S.: Vayamos, por un rato, a los años setenta. Verbitsky y Walsh no tuvieron una relación fácil con Montoneros, sobre todo con la conducción política. Los documentos de Walsh son también los documentos de Verbitsky.

D.S.: Recuerdo que estaba conversando sobre los documentos críticos de Walsh a la conducción política de Montoneros y preguntándole por fragmentos específicos, me dijo «esos fragmentos los escribí yo». ¿Cómo, si están atribuidos a Walsh?. Bueno, el problema es que, según Verbitsky, cuando Walsh escribe esa carta se nutre de una serie de discusiones con varios compañeros de los cuales uno es él. Así que esa crítica no era estrictamente personal de Walsh. En el libro está muy contado y documentado. Pude acceder incluso a los manuscritos de Verbitsky de la época, los apuntes de sus críticas de entonces a la conducción de Montoneros. Fue todo un poco casual. El 24 de Marzo del 2016 una periodista llamada Claudia Peyro escribe una nota contra los setentistas que no se autocritican, y para hacerlo cita fragmentos del documento de Walsh. Es bastante obvio que Verbitsky es el blanco de su crítica. Y es cómico que los párrafos que cita son justamente aquellos párrafos escritos por Horacio!. Es interesante la situación: le piden a Verbitsky que haga autocrítica. Y el responde algo que yo admito. Que la crítica fue hecha en su momento, cuando sería para salvar algo concreto! Ese gesto para mi es fundamental, porque se logra separar lo que es la crítica con el arrepentimiento.Es indigno que se le pida a una generación combatiente que se convierta en generación arrepentida.

L.S.: El debate No Matarás.

D.S.: Sí, aquella carta de Oscar del Barco y esa contundente respuesta de León Rozitchner contra la ideología mistificante del consuelo. Eso también está en el libro. La posición de Verbitsky no quedó reflejada en aquella discusión de 2006. Creo que su posición puede resumirse en lo siguientes términos: no hay como elaborar el problema de la violencia en los años setentas sin considerar de un modo muy radical el contexto histórico. En condiciones en las que la política era violenta Montoneros planteó su posición política respecto a la lucha armada. La idea de arrepentimiento no cabe, porque supone ignorar las condiciones sobre las cuales se adoptaron aquellas desiciones. La posición de Verbitsky sobre la violencia es clara:  no hay arrepentimiento respecto de la lucha  armada pero tampoco la concibe como posibilidad legítima en el contexto actual. Una cosa es la lucha política en un horizonte revolucionario, dominado por el accionar de las fuerzas represivas, y otra en un horizonte democrático, aunque sólo sea a nivel de la vigencia de las instituciones democráticas. El libro va registrando un cambio de realidad. No es un cambio personal, es un cambio epocal. En el caso de Verbitsky hay casi un rechazo a discutir el problema de la violencia, cuestión que para mi debe discutirse haciendo la diferencia entre contraviolencia política y lucha armada tal como se la concibió durante los años setentas.

L.S.: ¿Cómo fue tomado por tu generación el tema de la lucha armada? Se bautizan en la vida política en los años de La Tablada.

 D.S.: Y no sólo La Tablada. También centroamérica: Nicaragua, el Salvador, Cuba obvio. Era un imaginario muy potente. En los ochentas no era pensable el discurso de los derechos humanos como realidad asumida por el estado. Ni que los movimientos sociales tuviesen recursos del estado. Para nada, dominaba la teoría de los dos demonios, impunidad, etc. No creo que lo decisivo sea reivindicar o no la lucha armada. Tiene razón Luis Mattini cuando dice que la violencia de los setentas fue parte de la intensificación de la lucha de clases. Tiene razón Verbitsky cuando dice que la violencia fue parte de la condición histórica para hacer política a partir del 55, no fue la decisión abstracta de un grupo de personas de introducir la violencia por razones meramente ideológicas. También tiene razón León Rozitchner cuando dice que esa violencia, muchas veces, no fue elaborada desde el punto de vista de una defensiva estratégica popular sino que se la hizo con categorías de derecha. Dicho esto, el problema no es el de hacer una evaluación de todo eso, sino más bien el de cómo distinguir el problema de la violencia del de aquellas tácticas de la lucha armada o, para decirlos de nuevo con el lenguaje de Rozitchner, distinguir contra-violencia y foco armado. ¿Por qué? Porque si nosotros pensamos que la violencia es siempre cierta táctica de la lucha armada estamos imposibilitados de pensar formas de  auto-defensa ligadas a la conflictividad actual. Entonces, es más interesante pensar qué es una contra-violencia en democracia, que discutir si nos interesa la luchar armada o no. La lucha armada, tal como está planteado el problema, es decir, en términos de reividicar o condenar lo ocurrido en los años setentas, no es un una cuestión del presente.  Estamos obligados a pensar todo esto en otros términos: las formas de una contra-violencia capaz de desactivar la violencia de arriba.

1983-2001: 20 años de democracia (que no conmovieron a nadie)

L.S.: En el capítulo sobre la Iglesia argentina, aparece la idea de secularización incompleta, que parecer trazar todo el recorrido. La Historia política de la Iglesia Argentina puede ser leída junto con La Cosa y la Cruz de León Rozitchner. Verbitsky narra históricamente la hipótesis que subyace en ese libro de León. En la historia que el libro describe, pueden leerse dos periodos: 1955-1983, caracterizados por la violencia política, y 1983-2017 que, envuelto bajo el signo de la democracia, la violencia parece estar ausente.

D.S.: Entre el 55′ y el 83′ las cosas se dirimen por las armas. De ahí en adelante, aunque las armas las monopolice el Estado, las cosas no se dirimen de la misma forma. Se dirime –lo que se dirime- en la lucha política. Eso cambia las condiciones del problema, y de ahí viene el protagonismo del movimiento de los derechos humanos, el movimiento de mujeres, del movimiento social. Eso muestra hasta qué punto la acumulación de fuerza en la lucha democrática no se puede subestimar.

También estoy de acuerdo con que leer La cosa y la cruz con los libros de Historia política de la Iglesia Argentina da un fenómeno muy interesante de convergencia, entre una perspectiva filosófica, abstracta, de largo plazo, y una muy ubicada históricamente, en el siglo XX argentino, que puede mostrar la relación entre el Terror -del cual habla Rozitchner- y las formas concretas que eso fue tomando en la Argentina.

Ahí tenemos dos pensamientos convergentes: momento de las armas y del Terror/ momento llamado ‘de la democracia’, ya aterrorizada.

L.S.: ¿Qué actualidad guarda la discusión en torno al peronismo? Pertenecés a una generación para la cual definirse como “peronista” o como “no-peronista” no parece tener una relación primordial en la auto-proclamación ideológica de uno (o eso parece). Es decir, la generación que creció en la versión menemista del peronismo y se “educó” políticamente en esa década con un peronismo arruinado. El PJ pasó a un lugar meramente institucional, y puede ser importante su disputa pero no parece tanto pasar por el sujeto la discusión. En la iglesia, quizás, se puede pensar algo parecido. Verbitsky, de todas formas, hace una afirmación muy llamativa: «Las discusiones en la Argentina entre las clases sociales, entre la burguesía y la clase trabajadora, acaban pasando por la línea católica.».  

D.S.: Primero el tema del peronismo. La idea de que la lucha de clases se da entre peronismo y anti-peronismo, como si el peronismo fuera el proletariado y el bloque liberal fuera burgués, es una lectura parcial de un razonamiento muy lúcido de J.W. Cooke. Obviamente Cooke no llegó a ver al menemismo, esa escena del peronismo agota la frase de Cooke, la desactualiza. Pero en su época, el decía que la lucha de clases era peronismo anti-peronismo, si se entiende, al mismo tiempo, que hay lucha en el propio peronismo. Entonces hay unas derechas peronistas que se arrogan la dimensión popular-plebeya del peronismo pero para regularla, limarla, limitarla y, muchas veces, para reprimirla. Entonces en el propio peronismo hay una posición que es muy retardataria, limitativa y represiva. Creo que hay que mirar con esa complejidad. El propio Verbitsky dice que «fue peronista hasta Ezeiza» porque  «no quiero ser parte de un movimiento donde me maten por la espalda». Está todo dicho: el peronismo es una realidad muy importante del país, es una identidad popular muy fuerte, es evidente que durante muchas décadas movimiento obrero y peronismo fueron realidades yuxtapuestas. Pero no creo que sea la situación de hoy, no creo que el movimiento obrero actual se pueda reducir al sindicalismo peronista. Hay mucha experiencia de delegados jóvenes, de gente de izquierda, con una politización más autonoma. Lo cual no quiere decir que el peronismo no pueda, cada tanto, dar lugar a experiencias en su interior muy revulsivas, interesantes y combativas. En todo caso, la idea de peronismo y anti-peronismo congela subjetividades, remite a una cartografía demasiado fija. Lo que es interesante es cómo se van produciendo las subjetividades, que sean o no peronistas no me parece la linea de demarcación fundamental. Pero tampoco lo era para Cooke: el decía que los anti-peronistas son enemigos, pero los no-peronistas no necesariamente. Entonces, cuando Cooke pensaba al peronismo como una radicalización por izquierda, el movimiento que pensaba era del peronismo a la izquierda y no del peronismo al peronismo. Al peronismo se lo puede ver como el máximo que se puede permitir como experiencia de politización popular o puede ser un espacio donde surgen politizaciones contradictorias. Y cuando las politizaciones que surgen son libertarias o ponen en el centro la cuestión de lo común, del cuestionamiento de la propiedad privada, es evidente que el mundo de las izquierdas tiene todo que ver con esos momentos. Ahora, no vale la pena congelar identidades políticas cuando la subjetividad nace de la propia lucha y del propio movimiento social. Y muchas veces se juntan peronistas con no-peronistas, como en la CGT de los argentinos, la CTA, el movimiento piquetero. Es una mezcla de composiciones y eso es más interesante. La lucha de clases como un movimiento vivo que va subjetivando de maneras variables y que a veces puede ser una política reaccionaria reducir eso a peronismo y anti-peronismo.

L.S.: Claro, al mismo tiempo -esto es un tanto obvio-, del 83 hasta nuestros días las identidades político-partidarias perdieron bastante peso. No hubo fenómenos de convergencia entre identidades ideológicas o políticas y movimientos sociales, sindicales. No tan claros, por lo menos.

D.S.: La dictadura, en ese sentido, es un punto de inflexión. Y la crisis del peronismo del 74/75 también. De todas formas, siempre hay que pensar al peronismo como una identidad política mucho más gelatinosa que un partido político. Y cuando fue el 2001, la posibilidad de surgimiento del kirchnerismo, tuvo bastante que ver con la capacidad del peronismo de, por un lado, proveer cuadros para una experiencia que vuelva a retomar el lugar del estado, el verticalismo y la conducción política. Por otro lado, es un peronismo que no puede dar nada de sí, para hacer tiene que tomar de otro lado: Menem tomó de la derecha neoliberal, el kirchnerismo tomó de los derechos humanos. Esa es una inversión, el peronismo ya no es una fuerza política que tiene aliados sino que el peronismo es una especie de identidad popular, lugar de una realidad muy fuerte en el país, pero que se regenera tomando algo que no produce, lo toma de la sociedad. Esa capacidad del peronismo de tomar de la sociedad, muestra lo vivaz que es pero, al mismo tiempo, que no tiene linea. Esto hace que en nombre del peronismo puedan pasar cosas muy contradictorias.

L.S.: Hace unos días, el Partido Justicialista fue intervenido. Y no pasó nada. Parecería que el macrismo ha logrado domesticar al peronismo, liderarlo en términos prácticos y subordinarlo.

D.S.: Sí, conseguir que los gobernadores, una buena parte de la burocracia política peronista cogobierne con el macrismo. Este peronismo ya dió muchas vueltas, pasó el menemismo y el kirchnerismo entero. Pareciera una especie de burocracia política que aún conserva vasos comunicantes con la sociedad, pero que es muy dudoso cuáles son y no sabemos cuanta salud tienen. Lo que sí hay que verle al peronismo es esa gran capacidad de acomodarse a las corrientes sociales. Entonces, cuando las corrientes sociales son más progresistas, el peronismo da una cara. Y, cuando viene más macrista, da una cara acorde a eso. Después de Menem, eso hay que registrarlo. El peronismo no le da un programa a la sociedad, se va reconstituyendo en torno a los programas que creen que en ciertos momentos son realistas para gobernar.

L.S.: Tengo que confesar cierta incomodidad que sentí leyendo la discusión del final del kirchnerismo. Por momentos, me pareció que Verbitsky abandona sus categorías más «estructurales» que expresan, en determinado momento, ciertas posibilidades y clausuras de los gobiernos. En particular, me pareció que por momentos confía en el «pleno empleo» o en la «industrialización» y, si bien es crítico del kirchnerismo en un montón de aspectos, acaba sobrevalorando el hecho de que Scioli haya sido candidato o, más bien, la falta de construcción de cuadros políticos por parte de Cristina. Ve allí una virtud de Lula, que construyó su reemplazo en la figura de Dilma. Con el diario del lunes, con el reciente «golpe institucional» y  encarcelamiento de Lula, podríamos decir que ello no alcanzó.

D.S.: Verbitsky se apoya mucho en los informes económicos de Eduardo Basualdo y su equipo económico. Que tienen una concepción fundada en ésta posibilidad de «reindustrialización», de un mercado interno fuerte, de un estado nacional- popular muy presente, que son categorías elaboradas en los años 70s, que a ellos le siguen funcionando y que, desde ahí, han hecho análisis que han influenciado y convergido mucho con la CTA en su momento y con una parte del FPV. Lo que decíamos de Carta Abierta, en alguna medida valen para todos los intelectuales que de alguna u otra manera simpatizaron con el kirchnerismo: se dedicaron más a explicar los horizontes que el gobierno abría contra la derecha, que a pensar horizontes estratégicos. Al mismo tiempo, hubo al menos una subestimación de la importancia de las críticas a la acumulación de tipo neo-extractiva, a formas de explotación de la naturaleza, de la energía, del agua, de la minería. Me acuerdo que en un momento del diálogo con Verbitsky, el me preguntó, terminando la conversación, «¿Qué te pareció a vos?». Yo le respondí que desde chico que leo sus notas y sus libros y siempre me habían resultado mapas conceptuales para entender la coyuntura, un ejercicio de cómo leer la coyuntura. Y que cuando él se hizo kirchnerista y yo no, siempre me había quedado la duda de por qué, si me gustaban tanto sus líneas de análisis, podíamos llegar a posiciones políticas tan diferentes. Conversando con él, me daba a mí mismo las siguientes respuestas: el modo de vivir el ciclo de luchas sociales más fuertes, 1998-2003, hizo que, desde mi punto de vista, la «solución» que se le dio coyuntura fue muy conservadora. Pero, desde el punto de su lectura eso no fue así. Al mismo tiempo, él no se subordinó al kirchnerismo, sino que el gobierno hizo gran parte de lo que él quería

L.S.: ¿Qué sentiste en el nacimiento y desarrollo de Carta Abierta? ¿Por qué tu decisión de no participar ahí desde un comienzo? Tampoco Verbitsky lo hizo.

D.S.: El por qué del alejamiento de Verbitsky de esa experiencia, no lo sé. Pero en una de las conversaciones él me dijo que vio muy importante la aparición de Carta Abierta, más que todo el proceso posterior. Él se mantuvo siempre en la primer línea de la confrontación política y quizás vio Carta Abierta como un lugar que agrupaba personas que habían quedado durante décadas fuera de esa línea de fuego. No sé si esa discusión le interesó. Si sé que, en los momentos de la crisis con el Campo, donde la derrota del gobierno era muy fuerte y parecía que la derecha iba a poder acosar al gobierno, la aparición de Carta Abierta la vio muy bien.

Yo tenía muchos amigos en la primera convocatoria de Carta Abierta, por ejemplo León Rozitchner. Pero no me sentí cómodo para ir, sentí que la pulsión principal era defender al gobierno, más «al servicio del gobierno» y eso no me convocaba. La edad de mucha gente que participó, no sentí que trajera un lenguaje renovado. También había gente muy cercana, como María Pía López, con quien siempre estuve cerca y me contaba lo que pasaba en Carta Abierta. Nunca los consideré enemigos ni adversarios, pero sí estaba interesado en otra perspectiva y lo sigo estando. ¿Qué pasa cuando grupos de amigos, realmente amigos, personas que realmente uno valora y quiere, lanzan una iniciativa política donde uno no ve interés o no cree que es el esfuerzo que hay que hacer? Hubo momentos donde el aparato cultural del kirchnerismo, con 678 o Carta Abierta, eran un lenguaje que consistía meramente en denunciar a la derecha y muy poco en elaborar una posición nueva que abriera posibilidades con lo que estaba pasando.

Creo, de todas formas, que fue importante en el momento que apareció. Y sí es una iniciativa libertaria, de una generación que volvió a tomar la palabra y defendió cosas que son justas. Por otro lado, en la medida en que se fue elaborando la teoría política del populismo, se convirtió en una teoría que compite contra la teoría neoliberal, compite contra un marxismo muy clásico pero, también, contra una filosofía más plebeya. Y ahí me parece un obstáculo: en la medida en que lo nacional-popular se organiza desde arriba, desde el Estado, que ese sea el centro de toda la tensión y preocupaciones, tiene aspectos de bloqueo. Hay cosas que desde Carta Abierta no se pudieron pensar y después se vieron que eran fundamentales: cuestiones vinculadas a la violencia, a los territorios, al género. Cosas muy importantes que ya veían y Carta Abierta restringía su agenda y lenguaje a lo que el gobierno planteaba. Me parece que una teoría política tiene que estar mirando lo que nace como movilidad social, no sólo defender unas políticas de estado contra el enemigo.

L.S.: Hay una idea de Verbitsky que es lo estructural de la corrupción desde el ’83. Está en el libro, cuando hablan de la relación de las organizaciones sociales con el kirchnerismo. Verbitsky dice que la corrupción que se atribuye a este último grupo -pienso en Milagro Sala, Madres de Plaza de Mayo- no es corrupción, pero ve un déficit organizativo en una relación tan dependiente con el Estado. Parece darte la razón.

Por otra parte, en tu artículo ‘Lula, nosotros y el problema de la corrupción’ decís que cuando se ataca a las organizaciones sociales, se ataca la historicidad de desobediencias que las atraviesa. ¿Ves que ahí haya un acuerdo con Verbitsky en estos dos puntos? Y, por otro lado, ¿qué eficacia ves en el discurso de la derecha actual, que liga directamente corrupción con organizaciones sociales?

D.S.: Verbitsky escribe un libro muy importante que se llama Robo para la corona. Es un libro escrito en los primeros años del gobierno de Menem, y es una investigación repleta de datos sobre el fenómeno de la corrupción. El título es sacado de una frase de José Luis Manzano, un importantísimo legislador joven del peronismo luego ministro de Menem, que dijo «yo robo para la corona», es decir, que el robo no era sólo corrupción inmediata y personal, sino que una forma de financiamiento y estructuración política. Hay un capítulo muy importante, que toma datos del equipo económico de Basualdo, en el que se dice que hay que entender el fenómeno de la corrupción en un contexto de un conflicto entre grupos económicos locales, que precisan del financiamiento del Estado, y acreedores internacionales, que manejan el negocio de la deuda. Son –dicen- las dos grandes fracciones -devaluadores/dolarizadores- que pugnan por influenciar en la economía argentina. Así, bajo esta idea de que hay que entender a las coyunturas políticas como momentos de unificación, conflicto e intento de predominio de una fracción sobre otra, las privatizaciones y toda la política económica del gobierno de Menem se entiende como el intento de resolución de ese conflicto en el seno de las clases dominantes. Y la corrupción es inherente a ese modo de acumulación, es estructural, porque es la forma o el aceite con el que se dirime ese conflicto de clase.

A mí me parece que si se analiza Robo para la corona visto desde hoy como el efecto de la disputa entre grupos de poder por el modo en que el Estado juega un papel en la acumulación de capital transfiriendo recursos públicos (plusvalía colectiva) hacia el bloque en el poder, lo que se está haciendo es describir un mecanismo de explotación social. Entonces, empezamos a des-banalizar el discurso de la corrupción. Del ’89 para acá, con la caída del muro y de la Unión Soviética se produce el ocaso de la lucha de clases como un proyecto histórico -un socialismo alternativo al capitalismo de las burguesías-, lo que en América Latina coincide con un contexto en el cual los golpes de Estado ya no están vigentes. Es entonces que el discurso anticorrupción aparece como el código aceptable por las grandes instituciones de la gobernabilidad occidental (empresas, aparato judicial, iglesia, partidos políticos, medios de comunicación), para suceder al personal político. ¿Cuándo queda desprestigiado un partido político? Cuando hay causas de corrupción contra ellos. Lo vemos en Perú, Estados Unidos, Francia, Brasil, etcétera. La anticorrupción como máximo de discurso dentro del plano político. Es un discurso que permite la disputa entre las élites políticas sin que se abra el espacio crítico a la acumulación del capital. Y hoy sirve para destrozar la experiencia de los llamados gobiernos progresistas.

El discurso anticorrupción, durante el menemismo, lo utiliza el progresismo -de ahí sale el programa del FREPASO. Es un progresismo muy limitado al espacio de politización que las clases dominantes abren: no se puede discutir la convertibilidad, ni el uno a uno; lo que se puede discutir es por qué Menem anda en una Ferrari o las valijas que le dieron a tal ministro. Ahí, tres cosas. Primero, hay un consumo de masas de hechos indignantes, que hace que la visibilidad del problema de la corrupción se reduzca al problema moral y al Código Penal. Por otro lado, hay una ideología general de las clases dominantes que dice que hablar de política es hablar de corrupción. En tercer lugar, hay un fenómeno sustraído de la visibilidad pública, por el cual la corrupción es estructural a un modo de acumulación.

¿Qué es lo que pasa con la llegada de gobiernos progresistas? Sucede que esa manera de dirimir los problemas internos de las clases dominantes, se utiliza en contra de estos gobiernos, que reclaman unas autonomías relativas respecto de los poderes. Ahí, yo creo que cambia un poco el sentido de la palabra corrupción, porque ya no estamos hablando de ese tipo de corrupción que es fundamental para aceitar los mecanismos neoliberales de privatización y de despojo del patrimonio público, sino en un contexto de mucha circulación de plata, y donde hay una cierta cooperación entre el Estado y los movimientos sociales. Es un cuadro diferente.

En ese contexto nuevo, las clases dominantes deciden, en primer lugar, que decir que los gobiernos progresistas son corruptos permite destruirlos, manteniendo consensos entre sí -porque no tienen consensos absolutos entre sí, pero se pueden poner de acuerdo acerca de una cosa- y sin que esto sincere que el motivo fundamental que los unifica en contra de esos gobiernos, lejos de ser la corrupción (puesto que ellos tienen ‘corrupciones peores’ o mismo porque sus cuadros están dentro de esos mismos casos de corrupción), es el hecho de que la autonomía de estos gobiernos progresistas viene dada por la crisis del neoliberalismo y el protagonismo de sectores plebeyos, que tuvieron un espacio de participación (mayor, menor, mejor, peor) estos años.

Decir que los movimientos sociales son corruptos ni siquiera tiene sentido, porque la corrupción es, básicamente, el hecho de que vos puedas cobrar un dinero por influenciar una política pública. Al nivel del movimiento social, en todo caso, lo que hay es un problema de una cierta debilidad o inmadurez –arbitrariedad, autoritarismo, ingenuidad, etc- en cómo entrar en relación con el Estado y cómo procesar ese manejo de recursos. Creo que Verbitsky admite que los movimientos sociales resultaron estatizados, y que eso no es nada positivo. , se sometieron al esquema de gobernabilidad que el Estado les proponía. No fueron lo suficientemente capaces, con gobiernos que eran más amigables, de discutir qué uso, cómo se entra en relación con ese dinero. Ahora, el derecho de las organizaciones sociales a percibir dinero del Estado hay que defenderlo, la idea de que todo lo que estuvo mal ahí se resuelve con el Código Penal es un discurso moralista e hipócrita. Y se lo hace para desmontar lo que -bien o mal- hay aún de luchas sociales, y para desprestigiar a los referentes de esas luchas, nos gusten o no. No se puede aceptar ese discurso. Que además proviene de delincuentes notorios. Y la izquierda partidaria, que habla de corrupción sin darse cuenta que el uso de la palabra corrupción hoy es una categoría específica de una política específica (desmontar la democracia utilizando las instituciones del Estado de derecho), no está entrando en contacto con esto. Es la idea de que un juez Moro en Brasil te oriente la coyuntura política, pueda desarmar gobiernos que, incluso represivos o neoliberales, asustan a las burguesías.

Me parece que es un aprendizaje muy importante de estos últimos años, nosotros tenemos que tener un lenguaje crítico propio. Tenemos que discutir la corrupción de los gobiernos progresistas, pero que sirva para fomentar un reparto mayor de dinero a los movimientos sociales, mayor autonomía política en las instituciones y, al mismo tiempo, desarmar estas avanzadas de la oligarquía. Ni defender a los gobiernos progresistas como si fueran nuestros -porque no lo fueron ni lo son- ni defender el discurso anticorrupción tal como es, porque ‘robaron y tienen que ir en cana’. El asunto no es ese, sino que con ese discurso se está reorganizando el sistema político, y nosotros tenemos que participar con un lenguaje nuestro. Si decimos ‘Cristina corrupta’  o ‘Lula corrupto’ estamos trabajando para la derecha, estúpidamente.

L.S.: En el capítulo sobre macrismo, se recupera el debate que tuvo Verbitsky con, por lo menos, la dirección de las organizaciones sociales, en torno a la firma de la Ley de Emergencia Social, un acuerdo que suponía beneficios beneficios para la CTEP y demás organizaciones populares, a cambio de ‘paz social’. En ese momento, se tomó a Verbitsky como un enemigo de la CTEP, como alguien que estaba en contra de que el movimiento popular obtenga acuerdos con el gobierno. En el libro esto se matiza muy bien: no hay ningún problema al respecto, sino que lo que él ve es que hay un peligro de acuerdo político que termine subordinando a la CTEP al gobierno.

D.S.: Yo creo que lo que hizo Verbitsky en aquella nota fue advertir los riesgos de confiar en el macrismo. Era una advertencia que él creía que tenía que hacer al movimiento social. Creo que fue una nota mucho más contra el macrismo, que estaba repartiendo palos en Jujuy y negociaciones con algunas organizaciones, que una crítica a la legítima lucha de todo movimiento social, por transferir lo que se pueda de riqueza social a sus bases. Habría que hacer un balance sobre si esto se está dando efectivamente o no, si es que el macrismo es confiable en ese plano.

Después, yo creo que volvemos sobre la ambivalencia del peso de la Iglesia Católica sobre los movimientos sociales. Me parece que yo estaría, también acá, de acuerdo con Verbitsky en decir que es tácticamente importante todo lo que permita construir una legitimidad para que los sectores populares tenga más riqueza. Ahora, no se puede, por eso, negar realidades históricas muy complejas sobre la historia de Bergoglio, por ejemplo. Tampoco se puede dejar de pensar lo que el 8M y otros movimientos han dicho sobre la crítica de la Iglesia al capitalismo: que es parcialmente positiva, parcialmente insuficiente y, vuelvo a decirlo, implica límites para el despliegue del propio movimiento social. Creo que hay que evitar embarrar la cancha ahí. Lo peor que puede pasar es pensar esto como un conjunto de operaciones políticas que embarran la cancha; hay que pensar más en el hecho de que el capitalismo no da pleno empleo, que el programa del 50 y 50 es anacrónico políticamente. Por lo tanto, es fundamental pensar cómo se hace para darle protagonismo a ese enorme sector que ya no es clase trabajadora formal, un sector muy heterogéneo, que va desde la economía popular hasta sectores muy calificados.

¿Cómo se le da centralidad a esta situación? Ahí te diría que la CTEP es maravillosa, porque es una forma de sindicalización de sectores que quedan por fuera de la sindicalización. Creo que todo el debate sobre cómo se sindicaliza eso, cómo se organiza eso, cómo eso tiene centralidad en la sociedad, con qué categorías se piensa, qué luchas se dan, qué marco de alianzas se tiene, son fundamentales. Yo no intentaría ensuciar ese debate. Haría lo contrario, intentaría limpiarlo. Es decir, intentaría mostrar que se trata de un debate estratégico para el movimiento popular, que es una muy buena lectura porque permite salirse de una nostalgia de una clase trabajadora homogénea. Permite plantear problemas más vigentes, implica renovar mucho la teoría política.

Por último, diría que el kirchnerismo no supo pensar esto. Es decir, el kirchnerismo sabe hablarle a ese sector de la sociedad -planes, subsidios, protagonismo a la movilización-, pero siguió esperando que la reindustrialización y la vuelta del Estado homogenice a la clase trabajadora. La verdad es que hay una pregunta muy importante, pendiente, sobre cómo se construye forma política para toda esta dimensión del trabajo.

L.S.: Hay también una relación con el discurso que dio Cristina en Arsenal el año pasado, donde hizo subir a cada una de las personas que venían ‘sufriendo el macrismo’, y hacerlas hablar. Fue el primer discurso corto de Cristina, donde no confronta. Parece haber escuchado a Durán Barba, por lo menos un poco, pero, al mismo tiempo, es una imagen de tratar a la víctima muy pastoral, muy católica. Muy mesiánica también.

D.S.: Sí, la idea de que se perdió el orden que había logrado: las vidas habían quedado desorganizadas. Era una reivindicación de un aspecto más o menos conservador de la idea de su política de gobierno. Era más eso que una lectura de cuáles eran las luchas sociales que estaban emergiendo. Si no, la lucha de los movimientos sociales o del movimiento de mujeres hubiera tenido una centralidad mucho mayor, y no eran discursos dominantes en esa época.

Yo creo que lo que queda pendiente es cómo las luchas sociales pueden protagonizar más, con una perspectiva propia, agendas, desarrollos, formas de representación, formas de liderazgo, lenguajes. La verdad es que no creo que esté faltando eso, creo que se está haciendo.

D.S.: En el libro se leen claras las diferencias sobre el significado del 2001 y el kirchnerismo. También las coincidencias. Verbitsky dice que «otra cosa no podría haber pasado» o que, mejor dicho, cualquier otra cosa hubiera conducido a algo peor. Dice una polémica afirmación: «La fantasía de la izquierda que pedía asamblea constituyente en 2002, y la idea de que estaban en una situación prerrevolucionaria, me parece que no está sostenida en ningún hecho de la realidad, es nada más que una expresión de deseo.”.  Muy distinto a como vos percibías la situación (más allá de lo de situación “pre revolucionaria” etc.).

L.S.: El pensamiento político tiene que soportar una tensión entre un realismo político muy fuerte y una proyección muy fuerte de posibles. Donde el realismo político cumpla su función, pero también esté la necesidad de proyectar posibles necesarios y pensables desde las resistencias. Eso nos faltó. ¿Por qué no se armaron estos años espacios de intelectuales y luchadores sociales con apoyo del estado para pensar una forma de acumulación no neo-extractiva? No en lo inmediato, por obvias razones, pero si en lo mediato. ¿Por qué no se pensaron formas de tomas de decisiones políticas donde los cuadros de las luchas contra el proceso de acumulación estén más en el centro y menos subordinados a esquemas políticos? ¿Por qué no se promovió la toma de decisiones por parte de cuadros provenientes de otras clases sociales? Puede ser que se nos diga que no se podía hacer en la coyuntura inmediata, pero ¿Por qué no se propuso ni se propone a largo plazo? Eso sería abrir escenarios, plantear esquemas estratégicos. ¿Por qué no se hizo? Me diferencio de la izquierda partidaria porque no me limito al reclamo hacia el kirchnerismo sin reclamarme a mí mismo, a las experiencias de las que participe, por qué  no fuimos capaces de abrir esas discusiones, fortalecer esos tejidos. El libro incluye discusiones fuertes, pero no recriminaciones. Se trata quizás de hacer las preguntas que ayuden a imaginar qué podría seri diferente hacia adelante. Cómo podríamos reconstruir un tejido de iniciativas que sean mucho más interesantes.

L.S.:Pareciera que hay dos tipos de relación con la historia: una más nostálgica con la derrota y una, como te dijo Duhalde, de la derrota propiamente dicha, un aprendizaje militante. Respecto a esto ¿por qué pensás que la mayoría del kirchnerismo tomó este tipo de postura más nostálgica, como por ejemplo Página/12, y Verbitsky no?

D.S.: En mi opinión, cuando hay gobiernos que defender lo que suele aparecer es un sistema, como vimos estos años, en el que domina la idea de «no hacerle juego a la derecha». Entonces, no habría que adoptar una posición crítica frente al gobierno sino frente a la derecha que lo acosa. Se produce una suerte de blindaje que consiste en no reconocer los errores propios y ver solo la malignidad del enemigo. Creo que en Verbitsky puede haber algo de esto, pero en general tuvo una actitud mucho más crítica en varios momentos (recuerdo, por ejemplo, el caso Milani, cuando como presidente del C.E.L.S. se opuso directamente a la asunción de este) y en general sostuvo posiciones autónomas. Creo que él es el heredero de una agenda que tiene su propia consistencia, que viene de antes. El propio C.E.L.S. tiene su agenda propia y viene de antes. Y creo que existe esto que podríamos llamar el peso de una historicidad.

En el caso de Verbitsky, hay una suerte de realismo histórico muy fuerte, que hace que todo el tiempo él pueda decirme que las cosas que yo hubiera querido que pasen en este país no habrían podido pasar. Por ejemplo, si vamos a los primeros debates del kirchnerismo: ¿Había que reconocer o no a la CTA como una central autónoma con los mismos derechos de la CGT? Y Horacio me contesta que hubiera estado muy bien, pero que Moyano no lo habría permitido nunca porque había que entender que con el kirchnerismo se iniciaba un nuevo momento de reorganización del sindicalismo y no quedarse con la discusión de la década de los años noventa. Ese tipo de realismo, que marca lo que se podía o no se podía hacer, es una evaluación siempre muy subjetiva y forma parte de las discusiones que podemos tener.  Cuando Horacio me dice que le parece muy bien que Kirchner haya incorporado al movimiento piquetero en los proyectos de inclusión, a mí me parece muy discutible porque son proyectos muy subordinados, que desconocen bastante los saberes de esos movimientos sociales y, además, queda la pregunta por la dificultad que tuvo el kirchnerismo para promover cuadros que habían empezado a foguearse de manera muy importante en esas luchas sociales.

Todo esto me hace pensar que algunas personas que vienen de la experiencia de los años setenta, muchas veces tienen categorías de pensamiento muy formadas, mientras que los que pertenecemos a otras generaciones sentimos la necesidad de introducir nuevas categorías acordes a cómo estamos percibiendo el mundo, sus procesos económicos, políticos, etc. En ese sentido, el libro también intenta dar cuenta de cuáles son las maneras en las que se puede discutir entre generaciones, entre gente que no tiene la misma posición política. A mi juicio, la historicidad son capas de desobediencia, no es la repetición siempre de la misma desobediencia. Me resulta muy interesante ver cómo Horacio apoya abrumadoramente y de forma explícita el 8M, por ejemplo, que está claro que no es un movimiento que podría haber surgido de la sensibilidad, de la mentalidad de un hombre de su generación. Son chicas jóvenes las que están protagonizando esto. Entonces hay momentos donde las categorías que uno tiene de pensamiento tienen que quedar suspendidas.

 L.S.: Volver a la escucha, digamos.

 D.S.: Claro, una escucha que tiene que ser capaz de conmover la cabeza de uno. Y eso no me parece fácil, menos a los setenta años, cuando uno ya publicó muchos libros y tomó posiciones muy duras.

¿Hay una historia?

L.S.: Retomo dos cosas que dijiste antes, para volver a esta idea de las generaciones. En un momento, HV dice que la investigación que hizo sobre Scilingo tiene como consecuencia política la existencia de H.I.J.O.S, lo más disruptivo del movimiento de DDHH en los ’90. Ahí habría un cruce, entre tu generación y su aporte investigativo político. Pienso, ahora, en ex-hijos. En lo que pasó hace poco en El Cohete, experiencias cercanas a vos personal y etáreamente. Son, también, dos momentos de la investigación militante: 1955-1983 y 1983-actualidad. De la clandestinidad al movimiento de derechos humanos, a la democracia. También entra en juego lo que decías: la potencia plebeya como base política del Estado.

D.S.: Exacto. Revolución y democracia. Entre el 55 y el 76 fue creciendo y alimentándose la hipótesis revolucionaria. No solo participaban las organizaciones guerrilleras: mucho movimiento de masas, la Teología de la Liberación, los Sacerdotes Tercermundistas, las coordinadoras obreras, etc. La investigación militante estuvo signada por la hipótesis revolucionaria.  Luego de la derrota militar, en torno a 1977, aparece otra cosa con las Madres de Plaza de Mayo; más adelante, con todo el proceso de politización en democracia, surge lo que dicen ustedes.  Es otro momento histórico. Y una de las cosas que yo me preguntaba sobre HV es qué cambió y qué no cambió en él, desde el momento de la “hipótesis revolucionaria” hasta el momento de la “hipótesis democrática”. Porque también es cierto que muchas personas de los años setenta no aceptaron esa conversión, digamos que preferían la idea de seguir fiel a la hipótesis revolucionaria y no tomar tan en serio el nuevo escenario democrático. Y otros asumieron esa conversión como un arrepentimiento de la revolución. Cuando le pregunto esto a HV, me responde: «Yo no cambié nada, lo que cambió fue el país. Lo que cambió fue la realidad». A mí, algo de eso me interesa, es decir, las discontinuidades como parte de una continuidad de fondo. Me hace recordar a la idea de León Rozitchner según la cual la democracia es una tregua política, y por lo tanto su valor viene dado por las luchas que puedan desplegarse. Desde ese punto de vista habría una continuidad clarísima, más allá del régimen político.

Por otro lado, me parece que hay un cambio de etapa muy obvio, por esta frase que me dijo HV: «Es Fidel Castro el que les pide a las FARC que se desarmen». Es decir, toda la cuestión de la lucha armada tal como se la pensaba en el período previo, caduca. Eso no quiere decir que ya no hay que pensar el problema de la violencia política. Pero sí hay que pensarlo de otro modo.

Verbitsky reflexiona sobre las generaciones. Ve que la generación protagonista de las organizaciones de DDHH es la de los padres y madres de los que produjeron la lucha de los setenta. La gente muy joven fue aniquilada, y son los padres los que retoman la lucha: Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto, Adolfo Pérez Esquivel, Emilio Mignone. Una generación de gente que es mayor que Verbitsky asume la lucha de los ochenta. También el libro es para él parte de una concepción generacional. Me dijo: «Acepté escribir ese libro con vos porque tenés la edad de mis hijos». Lo que yo entiendo que me está diciendo es que él quiere ser narrado por gente de otra generación, y leído por gente de otra generación. Creo que esa es su razón para hacer el libro. Y me parece que el tema de las generaciones, desde el 83 hasta acá, hay que pensarlo también con estas figuras: abuelas, madres, hijos.

L.S.: Lo más llamativo sería cómo la familia, la forma familiar, se termina convirtiendo en una lucha, en una posición de combate, en una trinchera. Desde Madres, hijos o ex-hijos.

D.S.: Sí, ahí hay una cosa. Cuando liquidaron la organización revolucionaria, surgieron, en primer lugar, los familiares de las víctimas. En Almirante Cero, Claudio Uriarte cuenta como Massera estaba muy convencido de que esos familiares no representaban ningún tipo de desafío porque era gente que pedía por la vida de sus hijos, pero no estaba en condiciones de pedir cuentas de la reorganización del país. En todo se equivocó Massera. También cuando él dijo, en la alocución suya de los juicios de los 80s, que estaba seguro de que sus hijos iban a estar orgullosos de llevar su apellido. Y hoy vemos con mucha emoción como Mariana Dopazo decide desafiliarse del apellido de Etchecolatz y la justicia argentina no sólo la autoriza, sino que en los fundamentos dice que todos tenemos derecho a no ser hijos de este monstruo, de este tipo.  Creo que primero vino la recomposición política a través de la figura familiar y, después, eso fue ampliándose como un tipo de sensibilidad que fue capaz de hablarle a las luchas sociales diciendo que había una posibilidad de pensar la soberanía política fundado en el cuidado de los cuerpos y no en la destrucción. Ese es el paradigma que al principio lo leímos en función de democracia y dictadura, es decir, una verdadera democracia no aniquila los cuerpos, hoy hay que transladarlo a la cuestión del neoliberalismo. El neoliberalismo es un heredero de la dictadura, un heredero democrático de la dictadura, un delirio democrático de la dictadura, un heredero que opera en estado de derecho, pero es un heredero que actúa con el mismo principio: la soberanía admite la posibilidad de destrucción de los cuerpos. Y los organismos de Derechos Humanos han contado con la posibilidad de re-invertir esa sensibilidad del plano de la re-sensibilización social. Creo que la aparición de los ex-hijos de genocidas, están dialogando con esta situación que todavía no sabemos pensar bien pero que es indispensable trabajar en eso. Porque cada vez que alguien puede decir: yo no quiero amar a unos sujetos que son engranajes fundamentales en el sistema de la crueldad, se está fundando a través de la desafiliación una manera capaz de detectar cuales son los puntos donde la crueldad trabaja chantajeando la afectividad. Creo que lo que vienen a decir los ex-hijos hay que, primero, escucharlo todavía y, segundo, usarlo para entender que no hay «dos versiones» sobre lo que pasó en la Argentina sino una única versión. Y es una versión donde Verbitsky jugó un papel clave y la vuelve a jugar cuando publica a los ex-hijos. Y, después, una cosa que va más allá de lo que estamos hablando: esta necesaria puesta en diálogo del saber sobre la crueldad que tienen los ex-hijos con el saber sobre la crueldad que tienen los que trabajan en talleres textiles o fueron víctimas de abusos, es decir, los que su vida está sometida a ese chantaje. Ese saber afectivo sobre la crueldad es un dispositivo fundamental en la lucha micropolítica contra el neoliberalismo.

L.S: Es como cuando Viñas, en su autopresentación, dice «escribo por humillación y para salir de ella».

D.S.: Eso. Hay que ver lo que era el movimiento piquetero: pibes y pibas jóvenes, con la cara tapada, con los palos, cortando la ruta, bancándose en el barrio y, después, lo indignante es cuando ciertos discursos de cuadros del kirchnerismo decían «con nosotros los jóvenes vuelven a la política». No, no es cierto. Es más bien: los jóvenes del kirchnerismo pueden estar ahí porque los piqueteros abrieron el espacio político que ellos pueden ocupar sin que los maten. Esto me parece fundamental. Verbitsky lo reconoce.

D.S.: En un momento del libro, sostenés que hay una importancia en «no anticipar la palabra sobre aquello de lo que aún no se tienen certezas, y al mismo tiempo evitar toda sobreestimación del dato y de la fuente por sobre la capacidad de asociación mental y de un cierto sentido de verosimilitud». La generación de Verbitsky se destaca por una fuerte confianza en la Historia, en un triunfo revolucionario más temprano que tarde. La nuestra, la de quienes nacimos rozando el siglo XXI, se muestra como una generación entregada a la «posverdad». La tuya parece funcionar al modo de una articulación entre ellas. Vos afirmás sobre tu generación: “Confiamos menos en el heroísmo y damos más tiempo a las interrogaciones. El combate se nos presenta de otro modo». A pesar de ello, Verbitsky es un realista anómalo con respecto a su generación. ¿Vos ves una importancia inmediata en ese realismo, en esa rigurosidad, en la investigación-militante en tiempos en los que la información se consume y la realidad se banaliza de modo permanente?

D.S.: En ese sentido, coincido con Horacio González que tiene una cierta percepción de Verbitsky como si fuera el personaje de un policial negro norteamericano, alguien que está en relación con los hechos, siguiendo pistas, elaborando hipótesis. Me parece que posee un rigor investigativo muy importante, que parte de la escuela de Rodolfo Walsh, quien en los años setenta le dice a Piglia que «hay más riqueza en los hechos que en la ficción». Es decir, la disposición a prestar toda nuestra capacidad de atención a los hechos para descubrir que en ellos siempre hay algo extraordinario, algo que va más allá de lo que uno hubiera podido imaginar; eso es el costado estético o artístico de la investigación: saber que vas a tener que enfrentarte con algo más o menos impensable. Por otro lado, me parece que hay un costado opuesto, de prudencia, que consiste en la cuestión de la verosimilitud (Verbitsky insiste mucho en esto). Las cuestiones que uno investiga deben estar atentas a la verosimilitud de los hechos; el dato que como tal tiene valor está siempre subordinado a la verosimilitud de la narración que se nos cuenta. Hay cosas que son inverosímiles, y que no pueden ser ciertas por más que lo diga una fuente ultra calificada y de ultra confianza.

L.S.: «Se robaron dos PBI».                                    

D.S.: Exactamente. Viene una fuente (un tal Fariña) y anuncia que los kirchneristas «se robaron dos PBI», y un periodista destacado como Carlos Pagni lo reproduce como cierto. Una cuenta elemental te dice que esto no puede ser. Entonces ¿qué es lo que se pone en juego como entrenamiento mental? ¿Lo extraordinario que hay en la realidad, pero no de lo inverosímil que es el efecto de una operación de cuarta, que trata de sustituir toda posibilidad de pensar lo real por discursos de consumo, de pura creencia, de pura fe, que es un poco lo de la «posverdad»? A mí me parece que esa capacidad de nutrir la inteligencia colectiva –una capacidad extraordinaria de no abandonar el mundo de los hechos–, y ese entrenamiento de suspicacia con respecto a las versiones que se nos enfrentan todo el tiempo, crea un cierto tono que es muy interesante y que está preocupado por tratar de entender que la derecha tiene ideas, que el poder tiene ideas. Y de los modos en los que la derecha se mueve y actúa, hay que aprender a reconstruir esas ideas que la derecha pone en acto sin confesarlas jamás, las ponen en acto como operaciones, siempre de manera silenciosa, a través de políticas, de formas represivas, de formas de acuerdo, de operaciones económicas.

L.S.: Pareciera que la historia de nuestras derrotas es la historia de la subestimación del enemigo. Y lo que en el libro se lee con total claridad es ese llamado a no repetir esta historia, ni como tragedia ni como farsa.

D.S.: Exacto, no subestimar a la derecha y pensar seriamente en la derrota. Y también añadiría la necesidad de pensar la derrota sin mistificarla. Cuando se mistifican las derrotas, no se permite la posibilidad de comprender el papel de las fuerzas propias en la realidad. Es cierto que las derrotas son nuestra historia, pero también es cierto que en ellas se configura un campo de realidad en donde las derechas tienen que actuar. Es decir, no todo es derrota. Hay derrotas y también conquistas; hay derrotas y hay puntos de no reversibilidad; hay derrotas y también momentos donde se le pone límite al poder: recordemos el año pasado con el 2×1. Por supuesto, después viene la elección y gana Macri. Uno no diría que lo que pasó con el 2×1 es una «victoria política» pero sí que hay derrotas que no se deben mistificar porque allí se demuestra que, además de la fuerza del enemigo, está la fuerza propia. Creo que el esfuerzo del libro es poder pensar la derrota, la fuerza del enemigo desde las fuerzas propias, desde la historicidad: luchas sociales, luchas sindicales, movimientos populares. Desde ese lugar llamar a un realismo, a una suspicacia, a una cierta viveza. Pero insisto: son derrotas que no son definitivas. Las clases dominantes están lejos de producir la derrota que ellas hoy quisieran. Tienen que laburar mucho para eso. Y nosotros tenemos que laburar mucho para que no lo logren.

Ojalá el libro pueda ser en el plano de las ideas una fuerza que acompañe esta recomposición callejera. El libro, Lobo Suelto, El Cohete a la Luna, y tantas iniciativas de tantos compañeros que están investigando, escribiendo, trabajando, produciendo materiales. Se me ocurre nombrar también el trabajo de Silvio Lang en Diarios del Odio. En fin, es imposible enumerar todos los intentos de manifestaciones y de actividades que tratan de ser paralelas a esta recomposición callejera. Esto también se manifestó en el 8M, que fue una cosa contundente, extraordinaria, con un programa y una articulación de demandas espectacular. Quiero decir: hay una simultaneidad de procesos que me parece que hay que hacer el esfuerzo por ponerlos juntos.

LS: También, de la mano con esto, vos decís que el macrismo es fenómeno nuevo, compuesto de cosas viejas. ¿Podría ser un puente entre estas dos ideas del Terror, de estas dos ‘eras’ de la Argentina? Pregunto, sobre todo, porque es un debate que, desde el 2015, estuvo muy mal encarado. No sé qué tal estará el nuevo libro de Natanson, por ejemplo. Pero en general se traduce en una disyuntiva muy banal: o es muy, muy nuevo o es lo más viejo y podrido.

D.S.: Yo diría que, frente al reflejo de la izquierda de decir que el macrismo es Videla o Menem, era necesario decir «no es así, hay que hacer una caracterización histórica singular de esta derecha, porque si uno va a combatir contra ella como si se combatiera contra Videla o contra Menem, no se va a ser efectivo». Es el propio deseo de pelear contra la derecha lo que lleva a revisar las caracterizaciones.

Enzo Traverso tiene un libro muy interesante, que se llama Las nuevas caras de la derecha. Me parece algo mucho más interesante en el planteo de que hay algo nuevo en la derecha, que en decir que hay una derecha nueva.

L.S.: ¿Es una forma nueva? ¿O hay algo nuevo en el propio contenido del programa de la derecha?

D.S.: Yo creo que hay algo nuevo en el capitalismo. En el papel de la producción llamda inmaterial, el papel de las redes sociales, en la nueva relación tecnología-economía-subjetividad, el nuevo papel de la información. Es un tema súper complejo, que implica, casi, como diría Bifo, una mutación antropológica.

Entonces, que las derechas actuales no sean las derechas disciplinarias de manual (nacionalistas-católicas, etcétera; como describíamos recién a Etchecolatz y a Videla), sino que sean descontracturadas, relacionadas con el yoga, la cultura del rock, mucho más pragmáticas, munidas de  nuevas  técnicas de  investigación de mercado, como los focus group, permite presentar un rostro mas amigable que el que mostraron en la ESMA: no es lo mismo hacerte hablar con la picana que «te entrevisto y te pago unos pesos por participar».

Hay novedad, innegablemente. Lo que no creo que se pueda decir es que haya novedad en el proyecto de subordinación de sectores populares, a las exigencias de valorización del capital. Tampoco hay novedad en el hecho de que, cada tanto, la amigabilidad macrista da lugar a la doctrina Chocobar, el asesinato por la espalda de Rafael Nahuel o al encubrimiento sistemático por parte del Estado de las responsabilidades en el asesinato de Santiago Maldonado. Es cierto que no se está gobernando sobre la base de una represión sistemática y asesina del conjunto de la sociedad. No estamos en la dictadura, no es Videla.

Tampoco es Menem, no se está gobernando a través del peronismo. No se está haciendo una aplicación general de privatizaciones, como sí se hizo en esa época. Esas singularidades históricas hay que saber leerlas. Lo que no creo que se tenga que hacer es, mediante la voluntad de singularizar y precisar la caracterización, aceptarle a Marcos Peña su cosmética y abandonar toda comprensión crítica de las políticas de las elites en el poder. Eso es un error total, porque el discurso con el que se caracteriza necesita ser un discurso crítico. La criticidad es fundamental: decir  hay una nueva derecha sirve si permite ver cómo, a través de estos nuevos discursos, se restituyen las formas más duras de las jerarquías sociales. Si eso no se hace, el discurso deja de ser crítico y se torna complaciente. Vos podés decir «mirá, Marcos Peña es más simpático que Martínez de Hoz». Sí, sí, pero ¿cuál es la relación entre la simpatía de Marcos Peña y la re-jerarquización de la sociedad? Eso es lo que hay que pensar. Si no, la palabra ‘derecha’ se disuelve, y sólo queda ‘nuevo’.

L.S.:  Recién nombraste el caso Santiago Maldonado. Tanto vos como Verbitsky decidieron sostener públicamente el carácter de desaparición forzada del caso, incluso después de la aparición del cuerpo, en base al contexto el que se da su muerte y porque, efectivamente, estuvo desaparecido tres meses, en los que el Estado hizo lo posible por echar la menor luz posible sobre su paradero. Sin embargo, a raíz del mismo hecho -la aparición de su cuerpo- sobrevino una desmoralización absoluta en el seno del mundo de izquierdas que si bien venía de antes, se intensificó. Más aún, fue visible una cierta crisis a la interna de los organismos de derechos humanos -CELS, Madres, etcétera-, donde a cada marcha sucesiva que se convoca éramos menos y se sentía que la habíamos pifiado. ¿Cómo pensás que impactó el caso Maldonado en las militancias y el movimiento de los derechos humanos? Al mismo tiempo, ¿pensás que tu postura fue la correcta? ¿Reafirmás tu posición?

D.S.: Sí, claro, reafirmo mi posición. En una lucha legítima, en una comunidad mapuche, en función del territorio y en base a una crítica al Estado roquista, la gendarmería hace una represión ilegal, reiterada, y, en ese contexto, desaparece Maldonado.  Y el Estado, en lugar de tener un compromiso -ineludible- con tratar de saber qué pasó y sancionar ese conjunto de ilegalidades, se dedica a desinformar a la sociedad. Me parece muy peligroso que las fuerzas represivas de ese momento sean reivindicadas, premiadas.

Luego de que aparece el cuerpo de Maldonado, sucede el asesinato de Rafael Nahuel, y el discurso es que las fuerzas represivas, a priori, tienen razón porque están defendiendo la legalidad -y el que ataca la propiedad privada, ataca la legalidad. Entonces, no veo ahí un punto que me desmoralice, ni que me permita comprender esa desmoralización.

Otra cosa son las discusiones adyacentes, como, por ejemplo, sobre si aplicación de la categoría de ‘desaparecido’ a el caso Maldonado fue la más feliz. Verbitsky explica, en Vida de Perro, que hay una categoría de la desaparición que no implica el carácter colectivo y sistemático. Es decir, que se puede hablar de desaparición sin que se trate de un genocidio o una dictadura. Ahí hay una dimensión de conocer las figuras legales que se utilizan.

Por otro lado, estamos obligados a pensar que las muertes violentas no son siempre en el mismo formato que en la dictadura. Son muertes violentas diferentes. Hay que saber pensar las continuidades y las rupturas. Fuerzas represivas matando luchadores es un continuo, no hay duda. El modo en que eso ocurre, sin embargo, tiene muchas novedades, y esto es muy relevante desde el punto de vista de la investigación y de la comunicación, ser capaz de reconstituir la singularidad en cada una de esas muertes. De hecho, en el caso de la muerte de Maldonado, hay algo que no sabemos: cómo fue, exactamente, su muerte. El Estado convoca una multitud de peritos y, sin embargo, al día de hoy hay dudas. Horacio González dice algo muy importante al respecto: «no es el saber positivista de un perito es que va a determinar, por sí solo, cuáles son las connotaciones y todo lo que tenemos que pensar sobre esta muerte». Me parece que es más complejo el proceso de cómo se establece la verdad.

Ahora, si, a raíz de un muerto político o desaparecido, la izquierda o un sector de la izquierda del kirchnerismo se ilusiona con que se puede hacer una continuidad directa entre dictadura y macrismo, olvidándose de todo lo que venimos diciendo sobre la caracterización de las novedades políticas, es un error y esa ilusión tenía que caerse. Yo creo que hay que poder sostener, al mismo tiempo, la enemistad de clase -la enemistad política con la derecha- sin mistificar, tratando de entender cómo se dan las cosas en este momento. Ni ellos ni nosotros nos podemos clasificar con cómo se daba la lucha social en los años ’70. Ahora,  repito, esas discontinuidades no significan que el macrismo pueda dejar de evocar proyectos de orden que existieron en la Argentina en los últimos dos siglos. Y las luchas sociales no dejan de evocar los momentos de efervescencia social de los dos siglos anteriores. Pero esa evocación es compleja, es sutil. No podemos decir «ellos son los que hicieron la Campaña del Desierto y nosotros los indios». Lewkowicz, Abramovich, Sztulwark. No nos cree nadie. Me parece que es un proceso de historización desmitificante.

L.S.: Claro. Por ejemplo, el 18 y 19 de diciembre del año pasado se vio una continuidad clara, observable, con las imágenes del 19 y 20 de diciembre de 2001, al mismo tiempo una clara ruptura: al día siguiente ya era obvio que no estábamos en tamaña crisis social y, aún si » un huracán atacó la ciudad y cambió el paisaje para siempre» y «se acabó el monólogo del macrismo», todo volvió a una relativa normalidad (no hubo helicóptero, en síntesis).

 

¿Cómo serán las manos del que las mueve gracias al odio?

L.S.: Metiéndonos con el capítulo 6, donde revisan la historia de la iglesia argentina. Se podrían identificar distintos roles que la iglesia católica fue tomando en las distintas épocas, al menos  Uno sería un rol más «social», donde la iglesia trabaja con la burguesía liberal argentina en la construcción de consenso. Una segunda podría ser, un rol más político, donde logran unificar a las clases dominantes y las fuerzas armadas con un mismo programa, en determinados momentos (golpe de 1955, por ejemplo). Otro tercero sería el trabajo en el plano moral, que permite, por ejemplo, justificar las torturas en la dictadura del 76. A su vez, el macrismo se presenta, a primera vista, como una derecha laica, que puede prescindir (y enemistarse con) la jerarquía católica argentina. Dice de sí mismo que, desde el 2001, empiezan a comprender los deseos, las aspiraciones, que le permite a ellos pensar una política neoliberal. Sin embargo, en términos prácticos pareciera necesitar a la iglesia.

D.S.: Vamos a ordenar un poco la pregunta. Por un lado, está la obra de Verbitsky sobre la iglesia, que son 4 tomos y son muy ilustrativos. Creo que es su obra más importante y no fue tan leída como hubiera sido necesario. Tal vez, para una parte de la sociedad argentina resulte muy difícil leer esos libros y haya quedado como libros para investigadores o especialistas. Pero desde el momento en que la iglesia argentina produce un papa, cambia la relevancia que tiene ese estudio, pasa a tener un interés más universal. En esos libros, Verbitsky narra cómo fue la competencia entre una emergente burguesía liberal y la iglesia católica. La burguesía está totalmente volcada en atacar a la iglesia. Hasta que la migración obrera con tradición libertaria empieza a desbordar el marco de esta burguesía liberal, que retrocede y hace una alianza con la iglesia católica, con la idea de un orden estable, de una jerarquía natural. Y lo que cuenta el libro es la larga historia donde la iglesia queda a cargo de adoctrinar a las fuerzas armadas como principal instrumento represivo contra la clase obrera. Es una larga historia que tiene un capítulo muy especial en el que se narra la influencia de militares que estuvieron participando del anti-colonialismo indochino y, sobre todo, en Argelia. Llegan a la Argentina, a través de la iglesia católica, colaboradores del nazismo francés y, son personas que empiezan a elaborar muy tempranamente en el país una doctrina de tortura y represión contra el comunismo. Hay que considerar también el testimonio de Scilingo, que es muy tremendo, porque cuenta que cuando tiraban cuerpos al río, entraban en crisis los cuadros de la represión y los cuadros de la iglesia les decían «esta es la muerte más humana». Como si hubiese una relación muy directa en cómo se llegó a la ESMA desde el punto de vista de la represión militar y el tipo de adoctrinamiento y contención que la iglesia fue ofreciendo. Pero, al mismo tiempo, no se puede perder de vista que la iglesia es anterior al mundo liberal y es crítico del mundo liberal-capitalista, desde siempre -no es una novedad de Bergoglio eso-. El problema es cómo se juzga esa crítica, si se la juzga como crítica radical (la iglesia como alternativa al capitalismo) o si, como podés pensar con Gramsci, la iglesia se convirtió en un intelectual tradicional: surge como intelectual colectivo vincualda a clases dominantes anteriores, pero se adapta a una cierta coalición de las clases dominantes de estas épocas. Eso parece narrar la investigación de Verbitsky: la coexistencia de intelectuales cuya ideología no proviene del capitalismo pero que no hacen una crítica lo suficientemente radical, por ejemplo la propiedad privada como tal.

L.S.: Hay un quiebre que se da en las épocas del peronismo, se abre una época de alianza con la iglesia pero, sobre todo, de competencia de un peronismo cumple un rol social que la iglesia quería cumplir.

D.S.: Claro, el peronismo toma la doctrina social de la iglesia y le disputa la conducción. Entonces con esquemas muy tomados de la iglesia, el peronismo, dice Verbitsky, adopta formas de pensar la comunidad, el mando político, el carisma, la santidad, muy parecidos. Pero la Santísima Trinidad no la pone el vaticano, la ponen Perón y Evita. Lo que me parece importante es que en la Iglesia hay muchas corrientes, siempre hubo corrientes «más sociales», incluso, la Teología de la liberación -que incorpora el marxismo-. Pero cuando hablamos de Bergoglio, estamos hablando de una corriente argentina que sin ser una corriente fascista, sin ser liberal, que generalmente es agrupada como «Teología del pueblo», dio la confrontación con la Teología de la liberación. En el libro lo explica bastante bien Rubén Drí, que fue parte de los Sacerdotes del Tercer Mundo. Esa corriente lo que hace es impugnar el papel del marxismo como elemento de análisis que la Teología de la liberación reivindicaba. Y propone la idea más cultural de un «pueblo» y no la historia de una lucha de clases. Esa sustitución da lugar a una idea de pueblo que converge con una idea mitológica de pueblo que Guardia de Hierro -corriente del peronismo que Bergoglio estaba muy vinculado- había elaborado. Son muy contrarias a la idea de pueblo de John William Cooke, del pueblo como lucha. Ahí no hay que perder de vista que la cristianización es un control pastoral de los cuerpos. Si nosotros estamos pensando, el lugar que cumple el 8M, por ejemplo, el conflicto entre la reivindicación plebeya de la ciudad, de la cultura, del goce, de los cuerpos, del aborto, va de lleno en choque con esta posición pastoral de la iglesia, tradicional y doctrinaria. Entonces lo que hay que pensar es que la Iglesia, cuando hace críticas al neolbieralismo,  tácticamente abre zonas que los movimientos sociales y todos tenemos que aprovechar y es muy interesante cuando ocurre. Y al mismo tiempo, saber que no es una crítica radical al capitalismo y, además, que el peso de esa iglesia, del poder eclesial sobre movimiento sociales como el movimiento de mujeres, es muy peligroso y cuestionable.

El otro aspecto es el macrismo, el tipo de laicismo que el macrismo apuesta herederar, por el lado de lo «new age», de tomar de las subjetividades flexibles, de la contra-cultura, del rock, de la lectura de Nietzsche que hace Alejandro Rozitchner, una suerte de laicismo general que le permite proponerse como gobierno moderno que discute temas como el aborto. Cosas que nunca hubiera hecho un gobierno que es ciego seguidor de la iglesia, en un contexto donde el Papa es argentino. No estaría, igualmente, de acuerdo en decir que da lugar a un ateísmo, la iglesia si ve ahí un ateísmo. Yo no puedo ver un ateísmo porque aceptar que el neoliberalismo en su aspecto laico es un ateísmo, implica suprimir todo lo que el capitalismo tomó en su constitución del cristianismo. Es un debate que planteó León Rozitchner de manera muy aguda y que tiene mucha importancia.

L.S.: El reemplazo de Dios por el Mercado.

D.S.: Claro, misma degradación de los cuerpos, descuido de los goces. Entonces como se toma el individuo consumista como si fuera un ateísmo es complicado. Creo que como lo explican en algún momento cuadros ligados a la teología del pueblo, la derrota del marxismo como enemigo histórico le permite a la iglesia situarse en un lugar de reivindicación de lo social y hasta del «quilombo» social, contra lo neoliberal. Pero a mi me parece que es una discusión que puede derivar en un co-gobierno mixto, del que surge un neoliberalismo con sensibilidad social. Hay partes de éste gobierno que parecen expresar eso, por momentos Vidal pero sobre todo Carolina Stanley. Son zonas de gobernabilidad y acuerdo que se dan sobre una base en las que un gobierno neoliberal con un cierto control de la iglesia puede llegar a haber un cierto mixto de gobernabilidad. En la coyuntura hay que evaluarlo esto, pero surge de un balance de lo que fueron los gobiernos progresistas y, sobre todo, los movimientos sociales más autónomos que no me parece nada interesante. Siempre hay que decirlo con muchos matices, porque siempre hay una cantidad enorme de gente de la iglesia que está siempre trabajando en la base social, con situaciones muy duras, que tiene un acompañamiento del mundo popular que no tienen otros actores, cuyos discursos pueden ser más interesantes. Esa presencia, acompañamiento y conocimiento de lo que son las contradicciones del mundo popular son invalorables. No se puede perder de vista, tienen que ser discursos muy matizados

L.S.: La hipótesis de la secularización incompleta parece fundamental para pensar a la burguesía, pero no sólo a ella, al Estado, al conjunto de la sociedad. Hay un problema ahí.

D.S.: Ahí está el libro de David Viñas sobre cómo la burguesía liberal positivista construye sus categorías al mismo tiempo que lleva adelante la guerra, el genocidio, contra los pueblos indigenas por la integración del estado-nación. Piensan, dice Viñas, el estado nación como gran propiedad. Tiene una gran frase David Viñas: la manera de pensar la gran propiedad de la tierra no es un proceso distinto al momento de creación de esas categorías iluministas. Y que después, como ni siquiera dan lugar a un capitalismo pleno de secularización previa, permiten esta recaída, este acuerdo con la iglesia. Hay algo que pensar en el problema de la tierra y el problema del pensamiento. Que después aparece en Verbitsky claramente en el 55. Verbitsky ve a los aviones tirando bombas sobre la Plaza de Mayo con la consigna «cristo vence», después de que con su padre han estado fascinados con el surgimiento de las villas miserias, sintiéndose como judíos parte de una migración sin tierra, presenciando cómo las fuerzas de seguridad e iglesia eran un sistema de cerrojo sobre la propiedad de la tierra. Pensar eso, también ilumina una forma de asumir al peronismo, que tiene que ver con una especie de multitud argentina, hecha de migrantes que vienen de afuera del país y de migración interna, de una suerte de plebeyismo que está a cargo de los grandes momentos históricos (del 55, 69, 2001). Ahí hay una cosa estructural para pensar. Estos análisis sobre la derecha, sobre el poder, sobre la iglesia, las Fuerzas armadas, no está separado de la idea de la lucha de clases. Como oposición, un plebeyismo por la manera de pensar, de apropiarse de la tierra, de los cuerpos. En donde creo que entra Walsh, porque después se liga con dispositivos concretos de investigación, de analítica de la sociedad argentina, de compromisos políticos. Creo que ahí está el asunto.

L.S.: Volvamos un poco a León Rozitchner, él decía que el cristianismo ‘allana el terreno’ para el surgimiento del individuo capitalista. Haciendo una teoría adyacente (y mala), podríamos decir que el golpe eclesiástico del ’76 abre el camino para que, en 2015, surja una derecha capaz de gestionar el deseo, como veíamos diciendo. Hay algo que no queda claro ahí. Primero, si pensamos al macrismo como vos decís, como consecuencia del 2001, habría que entender qué pasa entre 2001 y 2015. Y segundo, más aún, qué pasa entre el ’83 y el 2015.

D.S.: El hecho de que las derechas puedan capitalizar el descontento social es, hoy, un fenómeno que se puede ver en cualquier país, por lo menos de Occidente. O sea, una derecha que no aparece como responsable de las barbaridades del capitalismo, sino como la que puede denunciar a las élites -supuestas- previas y capitalizar el descontento social.

Entre 1983 y 2001, la derecha argentina no hace, prácticamente, política con cuadros propios -salvo el intento de la UceDé-, sino que gobierna a partir de los gobiernos populares, corrompiéndolos o influyéndolos. Alejandro Horowicz le llama democracia de la derrota, entendiéndolo como un período en el que, sin importar qué partido político gane, el programa es siempre el mismo. La política está suprimida, en el sentido en que la democracia no puede expresar un descontento o alternativas.

El 2001 es un cambio, uno muy fuerte. Ya lo dijimos, hubieron muchos 2001 y, así, una posibilidad de desplegarlo. Quiero decir: el 2001 es el momento en donde el kirchnerismo empieza a hacer una lectura sobre cómo gobernar después de semejante crisis, pero también es el momento en el que surgen Carrió y Zamora, con una fuerza impresionante. Y también es -y este es el punto- donde tiene su fundación la idea de Cambiemos, de un gobierno de CEOs. También hay que pensar lo que cuenta Pablo Vommaro (en el libro Mundo Pro), cómo es que los cuadros de gestión empresarial capitalista deciden salir a hacer política de forma directa, dejando de delegar en los partidos políticos que estaban antes.

La otra cosa que hay que ver es que el 2001, al ser tan múltiple, habilitó lecturas muy diversas. Acá lo importante es la lectura de un 2001 ordenancista que nombrábamos antes. Esta idea de poder meritocrático, de progreso individual, del híper consumo. Vemos acá que buena parte de la Iglesia, de los partidos políticos, del Poder Judicial y de los grupos económicos concentrados parecen compartir un balance del período social y político anterior a 2015 reducido al problema de la corrupción. ¡Como si se pudiera hacer un balance de la complejidad de esta etapa con un único eje -en la corrupción!  Esto es llamativo, porque es una unidad muy rara, entre grupos políticos que no tienen la misma perspectiva del país. Yo creo que es una operación ideológica muy complicada, porque recae sobre la más interesante de las experiencias, que se intentaron hacer entre movimientos sociales-derechos humanos-gobierno. En otras palabras, no sé si fueron interesantes las experimentaciones, pero lo que se intentaba ahí era vincular organizaciones sociales con instituciones. Creo que se está intentando dar por anulada la idea de que un actor colectivo, que no es funcional a la acumulación empresarial, pueda tener peso en la sociedad. Me parece de lo más grave que estamos viviendo hoy, en términos de discurso político.

L.S.: Alguna vez hablamos sobre algunas imágenes que narraban las ex-hijas en sus testimonios. Recuerdo, en particular, que te había conmovido mucho cuando Mariana Dopazo cuenta que Etchecolatz, cada vez que llegaba a su casa, se encerraba a rezar y besar estampitas religiosas. Tiene mucho que ver con el capítulo de Moral burguesa y revolución, de León Rozitchner, en el que cuenta que el rol de los curas en la invasión de Bahía de los Cochinos era justificar, consolar y habilitar a los torturadores en sus acciones, en nombre de Dios. ¿Cuál es el papel de una cierta idea de la Fe, de una doctrina muy fuerte, para sostener a los cuadros de la represión? ¿Qué hay ahí?

D.S.: Es cierto, cuando salieron los testimonios de ex-hijas de genocidas en El Cohete a la Luna, esa situación me impresionó mucho. Sobre todo porque se parece mucho a lo que cuenta Videla en el libro Disposición Final, de Ceferino Reato. Él dice que queda solo frente a la Virgen. El categórico «yo no me arrepiento de nada» se sostiene sólo en la Virgen.

De vuelta, yo creo que Rozitchner es el que más agudamente llego a ver el papel de una idea de amor en la religión, que es muy radial. Es un amor a Cristo. Freud dice, en Psicología de las masas y análisis del yo, que el amor de las masas artificiales es el de los soldados con el general. Es un amor que no pasa transversalmente entre los cuerpos, y que, además, deplora el odio, es sólo amor. Es decir, renuncia a que el cuerpo tiene, como diría Spinoza, amor y odio, que es una dimensión cognitiva básica para un movimiento social, popular, de masas. Experimentar odio por la explotación o la represión, y amor por todos aquellos con los que se va tejiendo fuerza. La renuncia a un amor concreto, en nombre de un amor abstracto, y la renuncia a un odio concreto, por moralización del odio, tiene una larga historia de domesticación.

Entonces, la idea de que haya una Virgen ¿Qué es una Virgen? Es una mujer abstraída de su capacidad de gozar, diría Rozitchner. Es esta idea de que hay una serie de abstracciones, con las que uno se relaciona de manera directa, para poder prescindir de lo que va a hacer con unos cuerpos que va a destruir -mujeres concretas, madres concretas que va a destruir, va a torturar, les va a robar los hijos. Es el papel de la abstracción en la subjetividad, donde lo que se hace es tener relaciones ideales con las imágenes, lo que permite permite una crueldad brutal con los cuerpos efectivos, que están al lado. Me parece que sin eso, sin ese cúmulo de crueldad del que habla Rita Segato, en general, las restauraciones capitalistas no son posibles. Entonces, sí, me impresionó mucho leerlo en Mariana Dopazo, leerlo en libro sobre Videla.

Claro que la Iglesia tiene un discurso del amor, Nietzsche lo trabajó mucho. Pero la Teología de la Liberación decía «bueno, que ese discurso del amor se vuelva lucha comunitaria concreta». O sea, esta lucha para que el amor no sea abstracto, porque el amor abstracto habilita mucha crueldad y mucha dominación. En cambio, el amor concreto permite, como diría Spinoza, ligar cada cuerpo con sus pasiones. Creo que ahí hay un problema general, que me interesa mucho, que quiero seguir rastreando.

L.S.: Siguiendo esto que decís de ligar los cuerpos con sus pasiones, en el libro traés a colación a Methol Ferré -que también lo usás en tus notas-, que dice la función de la Iglesia es esterilizar las distintas corrientes ideológicas que, de alguna manera, ponen en jaque al catolicismo, y, posteriormente, incorporar esos signos a la institución eclesiástica. Pareciera que hay algo que no se puede someter a esta lógica, que es el movimiento de mujeres a nivel mundial y la teoría de género, porque plantea lo más radical que se le puede plantear a la Iglesia: la disolución de la familia tradicional.

D.S.: Methol Ferré dice que la Iglesia se define por tener enemigos, es decir, una Iglesia está viva porque tiene enemigos con quien discutir. Pero la Iglesia discute con amor, sigue, no aniquila. Es dudoso que históricamente sea así. Pero es lo que él dice. Entonces, va mostrando que el enemigo es siempre el ateísmo de cada momento, como pueden haber sido los protestantes en su momento, o la Ilustración. Ateísmo no tomado como no-Dios, sino como quienes disputan el lugar fundamental de la Fe y la Iglesia.

A eso hay que aniquilarlo, porque el ateísmo sólo funciona cuando se liga con núcleo de verdad. Entonces, cuando se dice que la Iglesia se mueve con el amor y no con la aniquilación, significa que va a rescatar el núcleo de verdad, va a separarlo del componente ateo, aislando este último. Lo que tiene que ver la Iglesia, dice entonces, es quién es el que reivindica el ateísmo en este momento.

¿Qué diría Methol Ferré hoy? Que un hedonismo neoliberal es el ateísmo actual. Porque niega lo comunitario, niega la trascendencia, la Fe, los valores. Durán Barba, Marcos Peña, Alejandro Rozitchner serían los ‘ateos’ actuales. Siguiendo tu pregunta, ¿podría ser el 8M el ateísmo actual? Bueno, ahí se pone más interesante la cosa, porque el 8M como ateísmo no se lo puede pensar como duranbarbismo, porque lo que tienen estos movimientos es una experiencia de ruptura con el individualismo neoliberal, con las formas de explotación capitalista, con la organización desde la propiedad privada. Tiene un elemento de ruptura con el patriarcalismo de todos los colores, y eso hay que pensarlo, porque el neoliberalismo, sin patriarcalismo, no se puede organizar.

L.S.: Se trataría, al parecer, de una ligazón comunitaria no jerarquizada.

D.S.: Exactamente. Es lo que Alberto Methol Ferré dice sobre la Revolución Cubana, que es el momento en que el comunismo se vuelve pueblo en América Latina. Mientras la Revolución Cubana estuvo apoyada en el proyecto soviético y había una amenaza general revolucionaria, la Iglesia dio la lucha contra la apropiación de lo comunista por lo ateo. Cuando eso cae, la Iglesia puede permitirse tener mucha menos crítica hacia las revoluciones, incluso hacerlas propias. Y hacerle críticas al capitalismo, ya que no hay nadie más que se las pueda hacer. Pero, justamente, esas críticas no heredan esa radicalidad de ese marxismo.

Lo interesante del movimiento de mujeres es que no es un debate meramente intelectual acerca del capitalismo y el catolicismo, sino que liga realmente con las experiencias de abuso, experiencias de crueldad y barbarie del capitalismo patriarcal. En la medida en que este elemento plebeyo sea dominante en el movimiento de mujeres, lo que se va armando ahí no cuaja como ateísmo neoliberal. Hay, como mínimo, corrientes del feminismo, popular y otras, que están claramente en confrontación directa con el programa neoliberal. Entonces creo que ahí la visión paranoica busca-ateísmos de la Iglesia no es interesante.

Después de Spinoza, la idea de lo divino -es decir, lo que da vida– tiene dos corrientes: inmanente o trascendente. Tanto el comunismo, como el movimiento de mujeres y las luchas plebeyas piensan en un dar vida inmanente. Lo divino es histórico, pertenece a la comunidad y a lo que pasa en el plano de los cuerpos. Esto lo diferencia tanto del catolicismo del Vaticano como del neoliberalismo, que le atribuye la creación de todo al capital, y no a esta articulación de trama de los cuerpos.

L.S.: Está el carácter interminable del libro. Siempre podría haber algo más que agregar. Supongo que al momento de edición y la finalización de la publicación, generaba cierta ansiedad que todo el tiempo estén pasando cosas que podrían ser parte del libro.

D.S.: Verbitsky es una figura extraña en la medida en que su influencia no se deriva de cargos públicos, o riquezas. Su vocación es rozar los fenómenos políticos, en un país vivo políticamente, en el cual los acontecimientos históricos nos tocan: tenemos una gran capacidad de vivir acontecimientos históricos, mas alla del palacio y de los burócratas políticos. En ese sentido este es un libro que podría no haberse terminado nunca (ahora mismo podríamos estar armando un capítulo sobre los ex hijos, exacto), siempre se podría agregar algo más.

L.S.: Y va también contra la actualización constante que Bifo describe: un tipo de actualidad adaptativa. En estos casos la actualización está dada por el concepto mismo: esos acontecimientos hablan del presente y van a hablar del futuro constantemente porque hablan de la matriz histórica argentina

D.S.:  Franco Berardi (Bifo) dice que en el semiocapitalismo estamos todo el tiempo exigidos a actualizar una adaptación al medio. Pero el fenomeno que estamos describiendo es diferente y hasta opuesto: estamos creando experiencia, inventando un lenguaje, modos de hacer, de recordar, de archivar, de denunciar, de conceptualizar. En ese sentido es completamente anti semiocapitalista. Se trata de una velocidad propia: la velocidad de vivir acontecimientos. En Brasil quizás esto se vea distinto: meten preso a Lula y pasa poco y nada. Un amigo me decía en chiste: en Argentina meten preso a Altamira y hay más quilombo que en Brasil. Esa es la vitalidad que intento captar en el libro y creo haberlo logrado, no porque el libro esté bien escrito, sino porque me deprime que no esté lo de los ex-hijos y que falten cosas porque siempre hay más.

L.S.: Desde el 17 de Octubre hasta hoy en día la política nunca fue de palacio, ahí está su vitalidad.

D.S.: En la Argentina, a pesar de que el movimiento popular ha sido quebrado en el 76′ -y que ha sufrido golpes muy fuertes- tiende a reconstituirse, tiende a generar nuevas generaciones de luchadores, tiende a abrir agendas, a producir saberes, a tener una imaginación poderosa, lo vemos con el movimiento de Derechos Humanos, y lo vimos con el Movimiento Piquetero en el 2001. Yo no quisiera dejar de decirlo: personalmente, fue la experiencia más conmovedora que yo viví fue estar en los barrios del sur del conurbano bonaerense en el 2000/20001. Como explicarlo: la idea de que la política no la hacen las élites, que es lucha desde abajo. Pero también ahora con el 8M. Entonces, toda la educación militante de una parte de mi generación, esa que inicia en la política con la «primavera democrática», que sabíamos desde chicos que estábamos en dictadura porque nuestros padres eran militantes, siempre supimos o intuimos que detrás de los poderes públicos actuaban poderes siniestros. Nos criamos con la narración de los derechos humanos, y luego nos medimos con las luchas sociales de la crisis del 2001. Esta experiencia da una idea de la lucha, pero no de la victoria. En todos estos casos de politización se da la misma secuencia: las víctimas se constituyen en sí mismas en figuras de luchas, crean nuevos derechos. Los escraches que organizaba n los H.I.J.O.S, por ejemplo, creaban condena popular en el momento en que el Estado consagraba la impunidad, una máquina de reconstrucción del tiempo histórico, de simbolización, de reposición de justicia.

L.S.: ¿Al lado de qué libro pondrías a Verbitsky, vida de perro, balance político de un país intenso, del 55 a Macri?

D.S.: Primero, al lado de Contraderrota de Roberto Mero y Juan Gelman. Después, también al lado de Del obrero-masa al obrero social de Toni Negri.

L.S.: Si se me permite sugerir, diría que al lado de Almirante Cero, de Claudio Uriarte.

D.S.: ¡Ah, bueno! Yo estaba pensando en el hecho de que son conversaciones para pensar la transición de un momento a otro. Estaba intentando pensar qué libros se parecían en ese aspecto. Para mí, lo interesante que tiene Vida de Perro es que, en el ritmo de una conversación, se pueden pensar transiciones históricas. Ahora, si son los libros que yo tenía más vivos mientras lo hacía, es otra cosa.

L.S.: Hagamos esos dos criterios, entonces.

D.S.: Entonces serían los dos que dije antes, en la medida en que permiten pensar transiciones subjetivas y objetivas; en los que se puede leer cómo un cambio de situación histórica obliga a pensar la propia coherencia.

Libros que me parecen importantes para pensar con Vida de perro  hay un par. Primero, lo que nombré sobre el concepto de historicidad está en los libros de Henri Meschonnic y liga mucho con Walter Benjamin. Por otro lado, para mí la persona que está más presente en el libro es León Rozitchner, ya lo hemos dicho: la crítica al cristianismo, a la lucha armada. David Viñas. Rita Segato también está muy presente. El concepto de crueldad de Segato, principalmente, y el ensamblaje entre patriarcado y capitalismo. Y creo que Cooke también, la idea de poder pensar cómo en la Argentina se restituye lo maldito, cuáles son las formas -enmascaradas, matizadas- en las que aparece y cómo se entra en relación con eso.

También debería confesar que hay una idea althusseriana en el libro: que Verbitsky tiene un método práctico, y que éste está siendo leído sintomáticamente acá, está intentando ser leído como método. Hay algo de la preocupación por la investigación que a mí me parece fundamental, incluso si yo no sé hacerlo. Esto es, tratar de ver cómo la lucha de clases, llevada al plano de la investigación, tiene leyes propias. Todo lo que se considera fuente, verdad, forma de difusión. Todo ese conjunto más técnico de la investigación tiene una potencia práctica muy vigente en Verbitsky, y no sé si ha habido una reflexión sobre eso, porque se ha hablado más sobre su figura. En ese sentido, hay algo althusseriano en decir: en una práctica que funciona, se puede pensar cuáles son los conceptos o el método que está funcionando. Creo que es un chiste que circula constantemente -implícitamente- entre Horacio y yo: «vení y decime vos qué es lo que yo hago, porque yo hago lo que hago, no tengo una reflexión sobre lo que hago. Yo investigo, no teorizo».

Al mismo tiempo, hay algo de lo que dice Benjamin sobre las generaciones: que todas las generaciones tiene un débil poder mesiánico, pero que tiene que ver con una cita perdida entre generaciones. Ninguna de las generaciones puede dejar de ir a la cita, pero nadie sabe dónde está. Es hermoso, dice que las generaciones se buscan para decirse algo pero no se sabe dónde se va a dar el encuentro ni qué se va a decir.

 

 

 

 

Tu aliento vas a proteger, en este día y cada día

(Aunque te quiebre la vida,

      aunque te muerda un dolor)

La lucha de clases, que tiene siempre ante los ojos el materialista histórico educado en Marx, es la lucha por las cosas toscas y materiales, sin las cuales no hay cosas finas y espirituales. Estas últimas, sin embargo, están presentes en la lucha de clases de una manera diferente de la que tienen en la representación que hay de ellas como un botín que cae en manos del vencedor. Están vivas en esta lucha en forma de confianza en sí mismo, de valentía, de humor, de astucia, de incondicionalidad, y su eficacia se remonta en la lejanía del tiempo. Van a poner en cuestión, siempre de nuevo, todos los triunfos que alguna vez favorecieron a los dominadores (…) Con ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, debe saber entenderse el materialista histórico.

Walter Benjamin, Tesis sobre la historia (IV)

Necesitamos de la historia, pero de otra manera de como la necesita el ocioso exquisito en los jardines del saber.

Nietzsche

Dos jóvenes se iban de sus casas, esta vez era un sábado 23 de abril por la mañana en Chacarita. Un poco por azar y un poco por Ignacio Lewkowicz, conocían, en una charla, a Diego Sztulwark. En busca de pistas, preguntas y respuestas que los hicieran comprender un poco de lo que estaba pasando en su país -y en Latinoamérica-. También, porque no se sentían identificados con la sensación de derrotismo generalizada. Entendían que, si habían caído ciertas premisas que parecían certeras, era el tiempo de doblegar el esfuerzo en el pensamiento, de tal forma que permitiera salir del estado de susto y tristeza, espanto e incomprensión. Por supuesto, con la necesidad de ampliar – ¡y no abandonar! – las categorías clásicas bajo las cuales se habían formado en su militancia secundaria. Encontramos ello entonces y a un gran amigo, quien ahora les entrega el libro.

***

Hablar de nuestras sensaciones en tanto lectores, implica entrar en diálogo con los autores y sus generaciones. De manera inevitable, con nuestra generación, aunque sea con nuestrxs amigxs y compañerxs. Un conjunto de discusiones que forman parte del libro retornan una y otra vez en nuestros propios temarios y diálogos. Generación, claro está, no es sólo una franja etárea, pero no deja de serlo: es un conjunto de experiencias, procesos políticos y sociales, que se atraviesan con sus especificidades. La historia no la resuelve uno, pero sí, de alguna forma u otra, se resuelve en uno. Esos dilemas, preguntas, aperturas y clausuras, caminos, laberintos -también sus lecturas, subrayados, anotaciones al margen- no dejan de ser parte de una experiencia común al mismo tiempo que individual.

Entramos entonces, en un diálogo con Verbitsky, la generación de los setenta. Setenta en Verbitsky no es setentismo, no es nostalgia, no es un lugar de privilegio, no es un lugar de autoridad y saber. Dialogamos también, con la generación de Sztulwark: “Confiamos menos en el heroísmo y damos más tiempo a las interrogaciones. El combate se nos presenta de otro modo”, dice de sí y de sus compañerxs. Una generación que creció en diálogo directo con lxs sobrevivientes de la crueldad genocida. Si ella es la generación que creció con “el fin de la historia” y, al mismo tiempo, vivió muy intensamente el 2001 -cada quién a su modo- fue absolutamente cortada y bifurcada por el kirchnerismo: heterogéneos programas, lenguajes y planteos se elaboraron, más allá -y a pesar- de 2001. ¿Y la nuestra? Mucho más ambigua, ya no creció en diálogo directo ni con la generación de los setenta ni, tampoco, encontró referentes claros en la generación ‘del 2001’.

Eso, que puede ser evaluado positiva o negativamente, abre zonas de potencia explícitas: no hay conclusiones previas, no hay pasos ni recetas. Se abre, por supuesto, un peligroso escepticismo, que coquetea mucho con la incredulidad posmoderna. Al mismo tiempo, despierta una cierta rebeldía.

Volvamos un poco a Vida de perro. La importancia teórico-política del libro, para nosotros, reside en su capacidad de pasar en limpio un conjunto de saberes, discusiones, elaboraciones que, desde hace mucho, hacían falta. Pero no, y he aquí lo fundamental, una conclusión sobre la historia. Es decir, más un conjunto de advertencias que un conocimiento sobre cómo luchar, cómo pensar y qué decir. Dice Sztulwark ya sobre el final: la historia no se repite, pero enseña e insiste. Bajo este lente puede leerse el libro entero. Esa es, quizás, la única conclusión que nos legan los autores.

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Hace pocas semanas, la Revista Crisis organizó una conversación sobre Qué historia se enseña en la Argentina, recuperando un dossier de la vieja Crisis setenta que, bajo un formato parecido, preguntaba Qué hay de real en la historia (1973). En el panel estaba Marcos Novaro, quien se presentó como un “pesimista del trabajo de los historiadores” y con serias dudas acerca de si hay “alguna contribución” de parte de la historia -y su enseñanza- a las nuevas generaciones. La exposición del “intelectual”, no sólo fue mediocre sino que alcanzó niveles de macartismo que ni siquiera son habituales en los más “orgánicos” de la derecha. Luego de desarrollar teorías conspirativas sobre el “faccionalismo” de los historiadores -a partir del cual estos se sentirían habilitados a decir cualquier cosa- Marcos Novaro, culpó a la izquierda por producir una historia con una agenda acotada (Derechos humanos, políticas neoliberales y “alguna que otra cosa más”) que “a mucha gente no le sirven para nada”. El “faccionalismo” tiene responsabilidades compartidas, pero hay sobre todo “una gran responsabilidad de los historiadores de izquierda”. Pues la izquierda, afirma Novaro, se aprovecha de un “victimismo” -que define como “el dispositivo ideal para ponerse en la posición de debilidad y decir ‘como el otro es más fuerte yo puedo inclinar la cancha’”. Una idea que existe “gracias a los derechos humanos” y que “ha generado un daño enorme”.

Este libro desgrana, migaja por migaja, los argumentos esgrimidos por él y tantos otros. Los destruye, los desnuda y los deja frente a un espejo, cara a cara con su banalidad. Muchas cosas se podrían decir al respecto, por ejemplo, ver a los “derechos humanos” como un tema más y un “victimismo” implica pasar por alto -y hay que ser ciego para no verlo- el lugar de lucha fundamental que los organismos de dd. hh. han cumplido desde el 83 hasta nuestros días. Incluso, implica negar que, desde hace añares, los gobiernos juegan gran parte de su legitimidad en torno al discurso y las prácticas que sobre los derechos humanos construyen.

Pero hay que reconocerle a Novaro algo: la historia está, efectivamente, en crisis. Se ha despertado una creciente desconfianza ella, la verosimilitud de sus discursos y, subsecuentemente, una desconfianza en el futuro. No podemos hacer oídos sordos a eso. Desde esta perspectiva, Vida de Perro, nos dijo algo: si el neoliberalismo operó en nosotrxs generando un pesimismo de la voluntad, lecturas de libros como éste pueden generar un optimismo de la razón. Eso no implica una confianza ciega en la Historia o en que ella que avanza hacia un lugar. Quiere decir que, incluso en su “realismo histórico” (de Verbitsky)  o “cartografía de posibles” (de Sztulwark), no cesan de señalar luchas políticas y sociales que, en los 60 años de historia que el libro recorre, fueron abriendo experiencias que despiertan un cierto optimismo, un vitalismo, cuando dan cuenta del dinamismo político de nuestro país. Aquellos relámpagos benjaminianos que ya mencionamos. No deja de ser cierto que “los muertos oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos”, pero esta mochila que cargamos guarda herramientas e instrumentos que no podemos dejar nunca a un costado.

El libro es pretencioso, pero no deja de alcanzarse a sí mismo en su pretensión. Otro rasgo curioso de su contenido es que, si bien traza un hilo rojo de la investigación militante, si bien es una investigación sobre la investigación militante, no deja de reflexionar al interior de ella misma. Ese secreto lo confiesa Sztulwark, cada vez que se pregunta a sí mismo si “hay un método” en Walsh, en Prensa Latina, en Verbitsky. Es decir, si es posible pensar una epistemología de las luchas populares y del cotejamiento riguroso de los enemigos. Imposible: cada coyuntura guarda un método en su interior, eso el libro lo recorre muy claramente.  Allí puede leerse, como decíamos, que no es un “libro de conclusiones”. Tampoco es un libro académico: lejos del “conocimiento” absoluto, transmite saberes situacionales.

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La investigación política y militante cumple una función de vanguardia: anticipa al enemigo en su próximo paso, señala, advierte, enfrenta. Pero, como no es académica, no puede pensarse por fuera de la conflictividad social con la cual elabora sus premisas. Decía el propio Walsh que quien se autoproclama vanguardia y no cumple esa función efectiva en la lucha, es una patrulla perdida en el medio de la ciudad. En el fuero investigativo, no se trata de desvelar lo oculto, sino de sacar a la superficie lo que ya está presente, realizando asociaciones. El investigador militante, parafreaseando a Piglia, debe instalarse en la frontera psíquica, límite entre el Estado y la sociedad, y de allí, escribir libros, enviar mensajes. En fin, librar una guerra.

Esta investigación epistemológica sobre un saber del combate, este hilo rojo, no deja de ser un posicionamiento ético-político sobre el “rol del intelectual” en nuestra época, la de la ‘comunión de los santos’. Desde esta perspectiva se lee la historia, nuestra historia.

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Verbitsky funciona pegado al dato, Sztulwark más pegado a las categorías. Por supuesto: ni dato por el dato, ni categoría abstracta. Dos lenguajes muy distintos y, simultáneamente, complementarios. Sin embargo, a pesar de los distintos enfoques propios de sus trabajos individuales, en esta coproducción parecen confluir en un estilo, atados al lenguaje de una conversación política, con las formalidades e informalidades que esto conlleva.

Que los autores provengan de corrientes políticas distintas, en un contexto de avance regional derechista, puede ser leído como un mensaje político: la necesidad de retomar discusiones que puedan aportar a un frente de lucha unitario de todo el campo popular. Y, en su interior, autocrítica y revisiones, discusiones estratégicas pendientes: es este también el lugar donde los autores y el lector se juegan su coherencia. En esa dirección caminan el Movimiento de Mujeres y el Movimiento de Derechos Humanos, en definitiva, los únicos movimientos que logran hacer preguntas al conjunto de la sociedad y pulsear al Estado y la iglesia -desde el 2×1 a la actual discusión sobre aborto. Una gran enseñanza de los sesenta y setenta es el carácter estratégico de la unidad. Muchas discusiones de aquella época pueden leerse en ese sentido.

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El capítulo dedicado a la historia de la iglesia argentina, en las cuales se incluye el rol de Bergoglio en la dictadura, no deben pasar por alto cuando el Papa se presenta hoy como una figura de cuyo legajo sólo forman parte los actos humanitarios. Un capítulo fascinante, donde se narra cómo la burguesía liberal se pliega a la iglesia. Recuerda a las páginas donde Marx dice que la burguesía por miedo a concretar en forma completa su programa, se lanza a los brazos de las fuerzas más conservadoras. De allí, se termina desprendiendo una clave para comprender al peronismo y sus desenlaces. También guarda advertencias sobre nuestra actual coyuntura.

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En fin: “el golpe de 1955, La Opinión, la resistencia peronista, el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y la táctica de la lucha armada, Rodolfo Walsh, Perón, López Rega, la dictadura, Malvinas, la posdictadura y los juicios a la cúpula de las FF.AA., las variaciones en el modo de acumulación del capitalismo en la Argentina, el papel de la iglesia argentina –dentro de ese marco, la figura de Jorge Bergoglio, ahora Francisco-, los organismos de derechos humanos –en particular el CELS-, el alfonsinismo, los carapintadas, las leyes de impunidad, Menem, los indultos, las privatizaciones y la caída del bloque del socialismo del Este europeo, Página/12, El Cohete a la Luna, Clarín y Papel Prensa, la crisis de 2001 y las organizaciones sociales, Duhalde, la llegada del kirchnerismo, el nuevo escenario mundial con la emergencia de China, la desaparición de Julio López, la derogación de las leyes de impunidad, la recuperación de la ESMA, la soja y la industrialización, Chávez y el chavismo, el asesinato de Mariano Ferreyra, el sindicalismo y la izquierda, la Cámpora, Milani y la llegada de Macri al gobierno”: todos los temas que recorre. Como si fuera poco, como si no alcanzara.

Un libro que no puede pasar desapercibido en el mundillo de las novedades editoriales, no puede estar en una vidriera, quieto, no puede estar en una biblioteca, apretado; no podemos no enojarnos, reirnos, estar de acuerdo o dejar de estarlo en cada una de sus páginas. No puede ser sólo para eruditos. La historia de los libros es la historia de sus lectores. Y una vida, es, también. un conjunto de libros. No podemos, entonces, caminar sin ellos ni luchar sin ellos.  No pueden ellos caminar sin nosotros ni luchar sin nosotros. El libro como arma de autodefensa contra el presente. La historia que recorren las páginas del libro, la historia del libro, nuestra historia: una línea de combate, para los tiempos que vienen.

Sensibilidad de las desobediencias // Silvio Lang

Una vez más la Feria del Libro de Buenos Aires fue escenario del escándalo. Como dijo alguna vez Eduardo Rinesi: “La derecha no soporta el escándalo”. Así como lxs lectorxs descarriadxs de la Biblioteca Nacional le sacamos los carteles NO A LA BIBLIOTECA OFFSHORE, en el acto de Inauguración de la Feria del 2016,  a Alberto Manguel, designado por el Ministro Pablo Avelluto como director de la Biblioteca, ahora lxs pibxs de los Institutos de Formación Docente de la Ciudad le sacaron los carteles a Avelluto NO AL CIEERE DE LOS BACHIS POPULARES. La “Acción carteles por la Biblioteca Nacional” ampliada. Agitprop del “in your face”. En la misma sala de inauguración de la Feria, en el predio que la Sociedad Rural ofrece a  los mercados rentables. Hay una historicidad, o mejor, una sensibilidad comunitaria de las desobediencias. “¡Señor, señora, no sea indiferente, nos cierran los terciarios en la cara de la gente!”, cantaban anoche, estudiantes, profesores. La misma canción versionada que las compañeras travestis -Lohana Berkins y Diana Sacayán- inventaron para denunciar la persecución policial: “¡Señor, señora, no sea indiferente se mata a las travestis en la cara de la gente!”. Claudia Piñeiro, oradora principal de la Feria denuncia las políticas públicas de la industria del libro en pleno acto y cita a otra mujer, Griselda Gambaro, quien fue la primera oradora mujer en los 40 años de Feria: “La necesidad de la disidencia como espacio de alerta”. El mismo miedo ante los poderes que se enfrentan; el mismo coraje para actuar y defenderse del sufrimiento e impoder que nos causan; la misma vergüenza ante las víctimas que abrazamos. Hay que buscar esas fuerzas desobedientes de nuestras sombras, nuestros muertos, de nuestros amigos y amigas para boicotear el presente, para cruzar el cerco de la realidad que nos imponen.  Desadaptarnos de la vida neoliberal; desencajarnos donde sea necesario; aprender a pegar patadas; sacar el hocico del propio plato como los perros; pegar un grito fuerte para que nos escuchen; desplazar nuestras prácticas endogámicas; conectar nuestros mundos con otros improbables; transversalizar las luchas. Hacerse no una vida, si no un entramado de vidas en un teatro social de las fuerzas desobedientes.

La mascota que hay en vos // Agustín Jerónimo Valle

La tendencia es global: hace punta en Occidente, pero India, China, Tailandia y Vietnam son países con mayor crecimiento mascotil (Argentina exporta alimento para mascotas a China, y es el mercado con mayor proyección). Después de milenios de convivir cotidianamente con los animales para su uso utilitario (cosa que sigue sucediendo, cada vez menos, en la vida campesina), la humanidad consolida una “utilidad psicoafectiva” de los animales. Mamá, papá, el perro y el nene: cuadrado edípico.

El crecimiento de las mascotas como parte de la vida es paralelo al ajuste de los vínculos íntimos. En Argentina la natalidad bajó del 24 x 1000 anual en 1960 al 17 x 1000 en 2015; en Estados Unidos, del 24 al 12 x 1000 en el mismo lapso; en España, de 22 a 9 x 1000. Tener un hijo es algo muy complicado y un escollo para el despliegue programático de la vida personal; un hijo reduce el rendimiento calculado de la vida… Desde 2014, Facebook, Apple y otras corporaciones ofrecen a sus empleadas el servicio de congelamiento de óvulos, para que no interrumpan la productividad de su carrera justo cuando está en plena curva ascendente. Abramos apuestas: ¿cuántas usuarias de tal servicio prescinden de mascota?

El negocio mundial mueve más de cien mil millones de dólares por año. Los Estados Unidos de América por supuesto encabezan el asunto en el plano mercantil: allí, la pet industry pasó de generar 31 mil millones de dólares en 2003 a 62 mil millones en 2013. Los productos y servicios se diversifican y sofistican hasta extremos hilarantes; en Nueva York, por ejemplo, cuentan con un spa canino, donde se ocupan, entre otras cosas, del bienestar del alma –soul– del pichicho; y no es raro ver cuchas tecnologizadas en la puerta de los supermercados, para que la mascota espere a su dueño encerrada pero con música y aire acondicionado, por solo alguna moneda. En Brasil, el alimento balanceado ocupa el 66% del negocio mascotil; o sea que un 34% consiste en otros productos y servicios: hay hasta cerveza para perros, y una empresa de “Pet Party” que, sí, organiza estas para los descendientes de quienes fueran lobos.

“Observamos una fuerte tendencia a la humanización de las mascotas», declaró hace un par de años el director de Marketing la multinacional Mars (Thierry Montange), quien maneja las marcas Pedigree y Whiskas en Argentina, Uruguay y Paraguay. Esta humanización da lugar a viñetas callejeras inverosímiles, como una señora que, enojadísima con su perrito (porque iba a cruzar mal la calle), le grita a voz en cuello “¡¡bestia!!”, incluso, gente que pasea su perrito en un cochecito de bebé. La “humanización” deposita en la mascota -muda, mas no inexpresiva- saldos vinculares insatisfechos.

¡vaya a la cucha!

La campaña publicitaria de los planes de crédito hipotecario promovidos por el Gobierno pobló, desde el año pasado, los carteles gigantes de Buenos Aires: “Más facilidades para el acceso a tu vivienda”, rezaban. La consecuente felicidad de la inminencia propietaria era exhibida en la sonrisa de una chica: joven, blanca, en sus treinta. Chocha por esos metros cuadrados que serán suyos y de nadie más. Aunque, en rigor, la foto la muestra sola pero acompañada: ella y su perrito -a upa en sus brazos- son el sujeto compuesto al que se destina la política habitacional.

Vale conjeturar que la alegría exhibida incluye la alegría por la domesticación del canino. Y que no es la chica la destinataria de la política de gobierno; el destinatario es ese afecto, esa alegría de comprar un departamento teniendo mascota con la que vivir. La soledad es medio fea… Medio. Porque, también, la vida social, los vínculos, la gente, es tan difícil. En 1980, en la Ciudad de Buenos Aires uno de cada quince adultos vivía solo; en 2015, uno de cada seis. En el lapso de una generación, aumentó en un 250% la tasa de soledad. Mientras, entre 2003 y 2014, la cantidad de mascotas creció más de un 20%. Cuatrocientos treinta mil perros y doscientos cincuenta mil gatos viven en hogares porteños (“forman parte de las familias”); la nítida preferencia perruna se exceptúa en un solo barrio, Palermo, donde perros y gatos están empatados; la parte más gatuna de la ciudad. Los últimos datos oficiales son de 2014: una mascota cada dos hogares, y un crecimiento del 2% anual, contra una población humana estable como es la porteña.

A nivel nacional, una consultora privada (Millward Brown), contratada por empresas de alimento balanceado -principal negocio de la creciente industria mascotil-, aseguró haber realizado 1500 entrevistas en los principales centros urbanos y, en base a eso, calculó la existencia de nueve millones de perros y tres millones de gatos viviendo en hogares argentinos. La producción de alimentos balanceados aumentó un 63% entre 2007 y 2016; según la Cámara Argentina de Nutrición Animal se producen anualmente 612 mil toneladas de alimento para mascotas (otros hablan de 700), facturando 31.000 millones de pesos anuales. Más allá de los datos cuantitativos -siempre dudables-, basta recorrer una ruta hacia la costa atlántica para percatarse del rol central que tienen las publicidades de alimentos para los amados cuadrúpedos, cuya humanización multiplica oportunidades de negocios.

balcarce 2019

Gabriel Muro es ensayista y documentalista; está realizando un film sobre la historia de la domesticación de los perros en Argentina, y, consultado para esta nota, señaló: “La imagen con que Macri estrenó comunicacionalmente la investidura presidencial fue la de su perro, Balcarce, sentado en el sillón de la Rosada. Detrás de esa foto subida en redes sociales puede verse la mano de Durán Barba”. El entonces flamante Presidente, abjurando quizá de su mote felino, posteó la foto, y además epigrafeó su trascendencia: “Balca estuvo en La Rosada y se sentó en el famoso sillón presidencial. Es el primer perro de la historia argentina que llega a ese lugar”.

El acontecimiento ha de haber sido nulo para el pichicho -en torno al que también armaron “su” cuenta de Twitter, @ElPerritoDelPro-; en cambio, sí es un acontecimiento para el sillón. Gabriel Muro relata que en tiempos coloniales, y también en los primeros años patrios, el Cabildo emitía bandos (comunicados de disposiciones oficiales) prohibiendo tener más de un perro; que Buenos Ayres sufría “malones de perros”, al punto de que se ordenaba a los presos que salieran a masacrar perros cimarrones a puro garrotazo.

El hijo de Franco Macri añadió: “[Balcarce en el sillón] es un símbolo del respeto que tenemos por los animales”. Gobiernan los terratenientes, la Embajada,el sistema financiero, y gobierna, también, esa simpatía por la mascota -que implica, claro, la mascotización del bicho. La disposición a la mano dura, a meter bala a los chorros es una masiva exigencia gentil, pero posterior al afecto por la mascota, atributo necesario para el gobernante. La habilitación a viajar con perritos en el subte -paralela al cierre del zoológico-, la multiplicación de los caniles, la declaración de María Eugenia Vidal, en campaña, diciendo que “los perros y gatos forman parte de nuestras familias”, son muestras de este humanismo zoopolítico.

En los billetes se hace desaparecer a las figuras políticas del pasado nacional, sustituyéndolas por la fauna patria. La plata no tiene historia y se naturaliza el capital. Además, el animal es puro, inocente, no participa del conflicto. El sueño húmedo del PRO -o mejor, de la razón gestionistaes la negación del conflicto; la idea de que el conflicto no es inherente a la sociedad de clases, sino culpa de la necedad de sujetos conflictivos. Por eso, tales sujetos merecen escarnio (¡qué ganas de joder!, por no emprender…); y los animalitos, ternura. Pero las dos cosas van juntas. Porque la conjura del conflicto no atañe solo a la dimensión política; también a la personal: es tan difícil vivir juntos.

El modelo práctico de humanidad legítima, la versión actual del animal racional -es un decir-, perfil la un sujeto que está incompleto si le falta una sucursal de fauna domeñada. Alguien (¿“alguien”?) a quien querer sin tanta historia.

 

tercerización afectiva

La historia de la relación con los animales es una de las líneas desde las que puede contarse la historia de la humanidad. Primo Levi testimonió que en el campo de concentración nazi donde estuvo secuestrado, al final de cada día, los presos marchaban en fila de retorno al barracón: rotos, sobreviviendo después de jornadas de trabajos forzados extenuantes, desubjetivados. La “nuda vida” es un concepto que arraiga allí, en eso que les pasa a los cuerpos cuando nada los trata como seres activamente humanos; se desubjetivan, quedan vivos biológicamente. Y cuenta Levi que, en esos retornos en tristes filas, solía haber un perro que se sentaba y los veía pasar: era un perro que miraba hombres, y esa mirada de perro que los miraba como hombres tenía poder performativo y sostenía la condición humana de esos bípedos.

La nobleza de una relación digamos abierta con los animales no necesita, casi, ser argumentada; y antes de ser “mascota”, el perro o gato ya eran animales domésticos. Hay un afecto interespecie que, por un lado, permite efectuar nuestra capacidad de entendimiento sin código; la empatía en la más abismal diferencia. El bicho puede recordarnos nuestra propia bichez. Nuestra pertenencia a la existencia general de la naturaleza. “¿Qué botines esperan ganar si nunca un perro mira el cielo?”, inquiere Patricio Rey a los titanes del orden viril. Esa mirada nos recuerda que todos somos pasajeros de un viaje inmensurable pone en cuestión el mando de los paraísos artificiales que traccionan el deseo social. Por eso, también, se los humaniza a los bichos: para negar la fuga que su naturaleza guarda respecto del absurdo del orden de los valores.

Sin embargo, más que para abrir lo insondable de la existencia, las mascotas se usan para tapar agujeros y que la vida cierre. Ahora, ¿cierra cómo? Vida solitaria, sin nadie que te haga conflictos, pero con “alguien” a quien abrazar y a quien cuidar y querer en los ratitos en que se pausa la entrega existencial al productivismo; vida buena, o mejor, buenista: vida cariñosa, amorosa. En las miles de personas dedicadas al “rescate” de animales callejeros (muchas organizadas, otras no), pero también en los tenedores simples de mascotas, puede verse una fruición de mimos, calor y cuidado para seres más vulnerables, contraria a la impiedad que ritma la vida capitalista -tan difícil es introducir la piedad y la empatía como regla social, que se terceriza hacia el vínculo con las bestias.

manos embolsadas

La bondad mascotista es una de las de mejor rating en la ciudad contemporánea. En el soporte más reciente de la gestión amorosa entre humanos, las redes de citas, aplicaciones virtuales de búsqueda de sexo y pareja, es notable la cantidad de gente que, para ofrecerse como amante y compañero/a, elige mostrarse en fotos con sus mascotas. Como si la calidad de su potencia amorosa se verificara, sobre todo, en el vínculo con el bicho.

Más allá del abandono de la empatía humana como valor central, que se ve tanto en los proteccionistas de animales que se escandalizan por el trato que reciben los caballos de los cartoneros, sin mover un pelo por el trato social que reciben dichos trabajadores, como en los servicios premium con que las élites miman a sus mascotas con lujos que sus sirvientes tienen vedados, la amorosidad por los animales humanizados está matrizada por el mando y la obediencia como vector estructurante del vínculo. Amor con correa, cariño con collar de ahorque. Las necesidades de calor y afecto, dada la conflictividad propia de las relaciones humanas, se resuelven de cuatro paredes para adentro, y si es con un ser exento de lenguaje, mejor. Y las necesidades de obedecer que sufrimos en nuestra domeñada vida se compensan teniendo en casa una sucursal de la naturaleza que hace lo que le decimos con el dedito.

Pero si un saldo afectivo de la vida contemporánea es la necesidad de quererse sin complicaciones, otro es el miedo y el resentimiento. Cada noche se mastican en las almohadas argentinas toneladas de resentimiento; cada mañana, toneladas de temor contenido se aflojan en los inodoros. Y así, se usa al perro no solo como peluche, como pareja, como hijo, como nieto, como amigo; también se usa al animal como fierro. La domesticación consiste en que el perro renuncia a su capacidad de disputar: se supone que una parte de los lobos advirtió que conseguía más comida si hacía mímesis con el hombre y esperaba sus sobras (tal por ejemplo la hipótesis con que trabaja Pascal Quignard en Los desarzonados). Él nos muestra la lengua y nosotros le sonreímos, mostrando nuestros dientes. El perro tenido como mascota securitista busca que la domesticación ya no sea en tanto especie, sino privada: este pitbull no me ataca a mí. En los últimos años se repitieron los ataques de perros mortales, resonando especialmente los sufridos por niños; en Alejandro Korn la justicia condenó a ocho años de prisión efectiva a Horacio González porque, corresponde decirlo así, mató con su pitbull a un pobre niñito de dos años.

El perro como amenaza no es el único modo de tramitar, con el uso de la mascota, el resentimiento social. El casi medio millón de perros porteños es una herramienta de conversión masiva de resentimiento en goce, mediante esa sucia licencia (anarcoliberal) de dejar la caca en la vereda. Gracias a tener un perrito, ya no es necesario tener una empresa o mucho poder: cualquiera puede darse el gusto, el alivio de cagar a alguien. En el 2011 hubo un estudio que arrojó un dato estimativo de entre 35.000 y 70.000 kilos de caca canina por día en la Ciudad de Buenos Aires. Por supuesto, los vecinos que se ocupan del simple acto de no dejar ese abono orgánico en el artificial suelo citadino, los modestamente buenos,pasan desapercibidos.

 

Revista Crisis

Instrucciones para mirar una fotografía // Cora Gamarnik

Elegir, buscar o encontrar una fotografía que por alguna razón nos impacte, nos interese, nos sorprenda, nos duela, nos alegre, nos lastime, nos traiga recuerdos, nos convenza, nos interpele.

Buscar una foto y mirarla. Mirarla, mirarla y volverla a mirar. Detenernos para verla.

Buscar al autor o autora. Buscar el año, el día, el lugar donde se hizo. Si es posible, entrevistar al autor. Preguntarle por qué sacó esa foto, en qué circunstancias, que le pasó al sacarla, que sintió, que hizo después, cómo la hizo circular, para qué o para quién la sacó, dónde la publicó si es que se hizo pública. Preguntarle qué piensa de su foto.

Conocer la historia de ese autor, revisar otras de sus fotos, poner esa foto en serie, en continuidad.

Tomar lo que dice el autor con pinzas. Analizarlo, contrastarlo con otras voces. Considerarlo como una voz clave para pensar esa fotografía, pero no como la única voz posible.

Suponer la intención del autor. Pensar qué buscó, pero también lo que se le escapó, lo que captó sin querer, lo que pudo y lo que no pudo.

Identificar las causalidades y las casualidades de esa imagen.

Pensar qué hizo el fotógrafo para tomar esa imagen. ¿Dónde se paró, adónde se subió, con qué cámara la sacó, por qué eligió ese lugar? ¿Tenía otras opciones?

Pensar si la planificó, la organizó o la consiguió. Si hizo posar a los que intervienen en la imagen o no. Si sabían los fotografiados que estaban siendo fotografiados. Si trató de pasar desapercibido o armó la escena. Si modificó algo de la situación antes de fotografiarla o si hizo lo que pudo como testigo mudo.

Analizar la fecha, estudiar el acontecimiento fotografiado, las razones por las que se produjo, lo que estaba en juego, lo que quedó al margen, lo que se ganó o perdió.

Mirar lo que pasa dentro de la foto. Analizar su forma. Sus planos, sus ángulos, su composición, sus puntos de fuga, sus colores, sus luces y sombras. Ver los personajes u objetos que están presentes. Ver las poses, los detalles. Ver los actores primarios y los secundarios. Ver lo que está en primer plano. Ver lo que no está en primer plano. Ver las figuras centrales y el fondo. Ver qué está iluminado, ver qué queda a oscuras.

Ver el instante capturado. ¿Es una excepción? ¿Es parte de una rutina? ¿Es algo excepcional?

Ver si es única o una de miles.

Mirar las miradas. ¿A quién miran? ¿Hacia dónde miran? ¿Se miran entre sí? ¿Qué no pueden ver?

Mirar lo que está en el cuadro. Mirar lo que queda fuera de cuadro. ¿Qué eligió captar el fotógrafo? ¿Qué eligió que quede afuera? ¿Qué no pudo o no quiso incluir en la imagen?

Ampliar la foto y recortarla. Mirarla por pedacitos. Reencuadrarla.

Ver quiénes están dentro de la foto. ¿Qué les pasa? ¿Qué hacen allí? ¿Qué sabemos de ellos? ¿Por qué están ahí?

Mirar lo que la foto dice, grita o susurra. Mirar lo que la foto calla, oculta o no dice.

Mirar los textos que la acompañan. Pensar los textos que podrían acompañarla.

Mirar el lugar de publicación de la foto. Si está en un diario, en un libro, en el posteo de un amigo, en la página oficial de un gobierno, en un álbum familiar… Si la tomó el fotógrafo de un diario, de una agencia, un free lance, un fotógrafo de un medio alternativo, un aficionado…

Mirar la relación que hay entre el o los textos que la rodean y la foto. Ver si el texto la explica, la fortalece, la tergiversa, la transforma, la completa, la tapa, la sostiene, la piensa, la contextualiza.

Pensar si vale la pena mostrarla. Y pensar ¿dónde? ¿De qué manera? En la pared de un museo, en un muro de Facebook, en la pared de una escuela, en la pared de una calle… ¿Por qué mostrarla? ¿Por qué esa y no otra de las miles y miles que existen? ¿Esa sola o con otras?

Preguntarse: ¿Qué transporta la foto? ¿Qué conserva? ¿Qué guarda?

Compararla con otras. Del mismo día, del mismo autor, de otro autor, del mismo tema, de las mismas situaciones, de otras situaciones.

Contrastarla.

Ponerla en relación, en serie.

Escribir su historia.

Ver qué sintetiza, qué simboliza, qué indica.

Ver si es huella, vestigio o rastro.

Ver qué llama enciende, que vacío deja, cómo punza.

Pensar si es un testimonio, un documento, un aguijón o una ráfaga de luz.

Ver si vale la pena archivarla, catalogarla, etiquetarla.

Ver si late.

 

FOTO: Siria, 10 de julio de 2014 Fotógrafo Hosam Katan / Reuters Unos chicos juegan en un cráter provocado por un bombardeo en el barrio de Al Shaar.

La vida es muy corta para andar ahorrando // Diego Valeriano

Saboteemos todos los medidores de gas para que el contador no avance, pongamos imanes en el medidor de la luz, tiremos los ganchos a los cables de la calle, acerquemos unos mangos al de Cablevisión, busquemos en los cajones el pituto que compramos en la estación en el 2004, compartamos la clave del wifi. Seamos amigos solamente de quien comparte su usuario de Netflix.

Robémosle la luz a la vieja de adelante que no da más de ortiba, amenacemos a los operarios de Aguas Argentinas, usemos la SUBE del abuelo, vayamos a la odontóloga con un carnet prestado. Saltemos los molinetes en Once, caretiemos en las puertas de todos los recitales, besemos a las putas viejas de la colectora, a las que están más allá del Reconquista. Vayamos al bajo si es necesario porque el precio por acá es demasiado, hagamos cola en los pasillos por un 25 con pibitos que tienen la edad de los nietos que no tenemos, plantemos nuestras plantas aunque más no sea en baldíos olvidados. Seamos populistas y faloperos.

No demos ni un paso atrás. Agilicemos nuestra memoria, compremos en cuotas y demos de baja la tarjeta. No les regalemos a estos caretas nuestro goce y libertad, prendamos todas las estufas de cuarzo hasta que las velas derritan los cables del barrio de adelante, caguemos a piedrazos a las cuadrillas que vienen con malas noticias, atropellemos las barreras de los peajes, escrachemos públicamente a la que vende pastas y nos dice que pongamos el aire a 24, compremos vinos dudosos en el chino, pongámosle mucho hielo a La Bichi ahora de naranja.

Insultemos a las que te piden que firmes contra el tarifazo desde la comodidad de la militancia,  a los diputados caretas, a los políticos panelistas, a la que canta desde el flete en todas las marchas. Agudicemos el ingenio popular,  hagamos todo ahora porque la vida es muy corta para andar ahorrando, hagamos todo porque solo el consumo libera,  hagamos todo para no perder más.

Una estrategia y tres tácticas para la revolución en Deleuze y Guattari: Los proletarios, las minorías y el hombre[i] // Yoshiyuki Sato y Jun Fujita Hirose

 

Yoshiyuki Sato y Jun Fujita presentan las tesis esenciales de su libro Tres revoluciones: Filosofía política de Deleuze y Guattari (Kodansha, Tokio, 2017).

 

Gilles Deleuze y Felix Guattari escriben sus tres libros principales –El Anti Edipo (1972), Mil mesetas (1980) y ¿Qué es la filosofía? (1991)– para responder a una única pregunta fundamental: cómo minar el capitalismo, o cómo hacer estallar los mecanismos axiomáticos del capitalismo mundial, proponiendo una sola estrategia” que no varía a través de los tres libros: el devenir-revolucionario de todo el mundo. Pero la “táctica” que conciben es cada vez diferente, y cada una consiste en determinar “para cada coyuntura” un agente central del proceso revolucionario universal: los proletarios en su lucha de clase (El Anti Edipo), las minorías en su lucha por el reconocimiento (Mil mesetas), y el «hombre» en su filosofía política (¿Qué es la filosofía?).

Cierto es que ni la lucha de clase, ni la lucha por el reconocimiento, ni la filosofía política constituyen por sí mismas un devenir. En El Anti Edipo, Deleuze y Guattari afirman: «Es demasiado evidente que la suerte de la revolución está ligada únicamente al interés de las masas explotadas y dominadas. Pero el problema radica en la naturaleza de ese lazo, como lazo causal determinado o como vínculo de otro tipo» (AE387).[1] Este «problema» seguirá siendo central tanto en Mil mesetas como en ¿Qué es la filosofía?. A través de su lucha por componer una clase (el proletariado), los proletarios deben llegar a desterritorializarse en un fuera-de-clase, o sea, a reterritorializarse sobre un devenir-esquizo (El Anti Edipo). Las minorías, en su lucha por hacerse reconocer como subconjuntos de la mayoría, deben llegar a reterritorializarse sobre un devenir-minoritario (Mil mesetas). El hombre, en su filosofía que se politiza ante las víctimas o los «animales», debe llegar a reterritorializarse sobre un devenir-animal (¿Qué es la filosofía?). El devenir-esquizo, el devenir-minoritario y el devenir-animal son las tres variantes del devenir-revolucionario universal que Deleuze y Guattari han propuesto en veinte años de colaboración.

 

El Anti Edipo: los proletarios y el devenir-esquizo

Al contrario de lo que algunos comentaristas quieren hacernos creer, El Anti Edipo, publicado en 1972, no es un libro sobre el Mayo de 1968: Deleuze y Guattari no dedican ni una sola página del libro a analizar ese evento. En cambio, el análisis se centra en la lucha de clase que los proletarios conducen con su partido y, en particular, en la revolución rusa. Si hay algo del sesenta y ocho en El Anti Edipo, es el hecho de que los autores tratan la lucha proletaria “desde el punto de vista del deseo”. El deseo –deseo inconsciente– es algo cuya productividad política fue descubierta en el Mayo de 1968. Examinar las luchas de “interés” desde el punto de vista del “deseo” –es decir, el diagnóstico de las catexis (carga libidinal) inconscientes de deseo en las contracatexis preconscientes de interés– es lo que Deleuze y Guattari denominan «esquizoanálisis».

En El Anti Edipo, las «masas explotadas y dominadas» se identifican con claridad con los proletarios. El libro está escrito de frente a los proletarios que luchan por polarizar la sociedad de clase burguesa para imponerse como una verdadera «clase», cuyo ser y cuyos intereses objetivos están políticamente representados por el partido y/o el Estado. Solo que en ese empeño por producir un «corte leninista», los proletarios deben enfrentar necesariamente un “problema” respecto a la suerte de la lucha: «O bien el proletariado triunfa de acuerdo con su propio interés objetivo bajo la dominación de su vanguardia de conciencia o de partido, es decir, en provecho de una burocracia y de una tecnocracia que valen por la burguesía como “gran ausente”; o bien la burguesía mantiene el control del Estado, libre para secretar su propia tecnoburocracia, y sobre todo para añadir algunnos axiomas más para el reconocimiento y la integración del proletariado como segunda clase» (AE263). Es decir que del corte leninista –como «corte preconsciente de interés»– no resulta otra cosa que la reproducción misma de los límites internos del capitalismo en una escala más grande, sea bajo la forma del capitalismo monopolístico de Estado dentro del propio socialismo, sea como reformismo socialdemocrático en los países que siguen siendo capitalistas.

Deleuze y Guattari creen que al hacer frente a semejante «corte del corte» capitalista, los proletarios quedan comprometidos en una praxis esquizoanalítica que los conduce hacia un «corte inconsciente de deseo», el único capaz de imponerle a la axiomática capitalista el límite exterior absoluto que precipita a la sociedad de clase burguesa hacia una sociedad sin clases (sociedad esquizoide, o “fuera de clase”). «La actualización de una potencialidad revolucionaria se explica menos por el estado de causalidad preconsciente en el que, sin embargo, es comprendida, que por la efectividad de un corte libidinal en un momento preciso, esquizia cuya única causa es el deseo» (AE388). Si es verdad que solamente el corte inconsciente del deseo –es decir, la reterritorialización de los proletarios sobre un devenir-esquizo universal– puede producir un límite verdaderamente efectivo para la axiomática capitalista, no es menos cierto que esta «esquizia» inconsciente se realiza solamente en el «estado de causalidad preconsciente» propio del lazo causal con el interés objetivo de los proletarios: la lucha de clase proletaria condiciona entonces el devenir-fuera-de-clase universal.

Desde el punto de vista del deseo inconsciente, la oposición entre «clase» y «fuera-de-clase» se traduce en la de «grupo sometido» y «grupo-sujeto». Esta oposición fue concebida inicialmente por Felix Guattari en los años sesenta a través de la relectura de Psicología de las masas y análisis del yo de Freud (1921) y bajo una fuerte influencia de Sartre.[2] En El Anti Edipo, Deleuze y Guattari examinan la lucha de clase proletaria desde el punto de vista del deseo y la describen en términos de «grupo»: «Un grupo revolucionario en cuanto a lo preconsciente sigue siendo un ‘grupo sometido’, incluso al conquistar el poder, en tanto que este mismo poder remite a una forma de poder que continúa esclavizándose y aplastando la producción deseante. […] Un ‘grupo-sujeto’, al contrario, es aquél cuyas propias catexis libidinales son revolucionarias […]. Un grupo revolucionario puede haber recobrado ya la forma de grupo sometido y, sin embargo, estar determinado bajo ciertas condiciones a desempeñar todavía el papel de un grupo-sujeto» (AE359). Desde el punto de vista esquizoanalítico, toda formación de clase se define como grupo sometido. Aún cuando el grupo sometido puede ser tanto revolucionario como reaccionario, solamente el grupo sometido revolucionario puede transformarse en grupo-sujeto al realizar un corte inconsciente de deseo, puesto que sólo él vive desde adentro su estado de sumisión como problemática, por lo menos de manera virtual. En otras palabras, un corte leninista no se produce sin que haya simultáneamente un corte de corte inconsciente revolucionario tendencial, y es mediante una praxis esquizoanalítica que un grupo revolucionario preconsciente logra comprometerse con esa tendencia interna.

El grupo sometido y el grupo-sujeto se diferencian por la forma de catexis libidinal inconsciente: un grupo sometido, sea reaccionario sea revolucionario, se define por su catexis libidinal paranoica, mientras que un grupo-sujeto está definido por su catexis libidinal esquizoide. «La catexis paranoica y la catexis esquizoide son como dos polos opuestos de la catexis libidinal inconsciente, uno de los cuales subordina la producción deseante a la formación de soberanía y al conjunto gregario que se desprende, y el otro efectúa la subordinación inversa, invierte la potencia y somete el conjunto gregario a las multiplicidades moleculares de las producciones de deseo» (AE386-387). Con esto llegamos a una definición clara de lo que Deleuze y Guattari llaman «corte inconsciente de deseo»: condicionado por el corte preconsciente de interés y determinado a través de la praxis esquizoanalítica, el corte inconsciente de deseo consiste en invertir la subordinación paranoica de la producción deseante al interés de clase y a la representación consciente partidista o estatal que dicho interés exige de sí, y por ende en revertir el sometimiento de las multiplicidades moleculares de deseo al conjunto molar de clase. Como veremos más adelante, Deleuze y Guattari piensan que es ese tipo de inversión el que permite a un grupo convertirse en un grupo-sujeto, es decir, reterritorializarse sobre un devenir-revolucionario universal: no solamente permite a los proletarios entrar en un devenir-fuera-de-classe, o devenir-esquizo, sino que también les permite a las minorías entrar en un devenir-minoritario, y al hombre en un devenir-animal.

 

Escritos para el Anti-Edipo: el esquizoanálisis

Antes de pasar a Mil mesetas conviene hacer un desvío para aclararnos mejor lo que Deleuze y Guattari entienden por «esquizoanálisis». En sus Escritos para el Anti-Edipo, Felix Guattari explica en qué consiste la tarea del esquizoanálisis a partir de la hipótesis según la cual el proceso de subjetivación tiene tres formas diferentes de articular los flujos de deseo: «La conexión deseante camina de término a término […]. La conjunción antiproductiva hace biunívocas las conexiones. Tenemos entonces un significante y un significado, y las cadenas conectivas están cosidas unas a otras (papel del diferenciante fálico, del sujeto). La tercera articulación, disyuntiva, es la inversión de la conjunción, el regreso a la «descarga a tierra» deseante. No hay sujeto del enunciado sino agentes colectivos de la enunciación (reterritorialización artificial). […] Efectivamente hay agentes improductivos colectivos estructurales de la enunciación. El problema del esquizoanálisis es hacer que dichos agentes entren ellos mismos en el proceso de producción y abandonen la antiproducción» (EAŒ42-43).[3]

La primera articulación es la conexión de los flujos de deseo en la que el sujeto todavía no está formado. La segunda es la biunivocación antiproductiva de las conexiones deseantes, que pone en conjunción la cadena significada con la significante, y el sujeto del enunciado con el de la enunciación. «Si hay sincretismo entre el sujeto del enunciado y el de la enunciación […], el segundo se ha replegado sobre el enunciado. […] El enunciado dicta la ley. Produce un sujeto abstracto que doma las situaciones, se aliena las máquinas deseantes y proyecta en ellas un sujeto imaginario y molar de la enunciación» (EAŒ49). La segunda articulación corresponde a la formación del “sujeto sometido”. Sumisión significa aquí división entre el sujeto simbólico (sujeto del enunciado legal) y el sujeto real (sujeto de la enunciación), y subordinación del sujeto real (el inconsciente) al simbólico (la ley social) –ambas operaciones efectuadas por la función del «falo» lacaniano, signo de la renuncia a la satisfacción del deseo–. Como efecto del poder social, el sujeto introyecta e introduce la ley social y simbólica, llegando a domesticar su propio inconsciente. Con este mecanismo se producen sujetos trascendentales, autónomos y dóciles, bajo la forma de agentes colectivos improductivos de la enunciación (grupos sometidos).

La tarea del esquizoanálisis consiste en crear una tercera articulación, capaz de poner al sujeto de la  enunciación en disyunción con el sujeto del enunciado legal para anular al segundo y producir así los agentes colectivos productivos de la enunciación (grupos-sujetos), es decir, multiplicidades transversales que se someten solamente al inconsciente productivo. Guattari considera la tercera articulación como un retorno «artificial» a la primera, en el cual el sujeto de la enunciación se desterritorializa en –o se reterritorializa sobre– una conexión deseante productiva. La disyunción no es por lo tanto simplemente una conjunción paranoica rota, sino más bien una conexión esquizofrénica restablecida artificialmente, o sea, el devenir-esquizo como «esquizoidización del deseo» (EAŒ45). La articulación disyuntiva levanta así la represión antiproductiva del deseo, anula la duplicación trascendental del sujeto, produce sujetos puramente inmanentes, y construye un «plano de consistencia», sobre el –o a partir del– cual se conectan de modo transversal y forman grupos subversivos: «La tercera articulación no puede estar en el orden de la subjetividad individual sino en el de la enunciación social. El individuo es una excrecencia intolerable que es preciso replegar sobre la esquizia del sujeto (dualizado). Es algo que “va más allá”, algo que en el capitalismo funciona solamente cuando es castrado. […] Al contrario, la emergencia artificial, revolucionaria, de un agente colectivo de la enunciación puede dar lugar a una subversión del orden capitalista y promover esta tercera articulación como superficie de transcursividad del deseo» (EAŒ50-51).

En los Escritos para el Anti-Edipo, Guattari ha concebido así un procedimiento de anulación del sujeto del enunciado legal (el gran Otro o la instancia trascendental) y de formación de la colectividad conectiva, mútiple y transversal de los esquizos, sujetos de la inmanencia pura. Y ha llamado a esto «esquizoanálisis», haciendo referencia a la definición lacaniana de la esquizofrenia (“forclusión” del gran Otro).[4] Este esquizoanálisis guattariano prefigura perfectamente al que se propondrá en El Anti Edipo. El esquizoanálisis no es un análisis neutral sino teleológico, con una «finalidad» bien determinada, que consiste en transformar a los agentes colectivos improductivos de  la enunciación (grupos sometidos, paranoicos y jerárquicos) en agentes colectivos productivos de la enunciación (grupos-sujetos, esquizoides y transversales), cuya producción deseante constituye el límite absoluto a la reproducción de la axiomática capitalista. Por ello, en Deleuze y Guattari el esquizoanálisis no depende de una “táctica” específica sino de la “estrategia” general que atraviesa los tres volúmenes.

 

Mil mesetas: las minorías y el devenir-minoritario

En la época de preparación y publicación del Anti Edipo, Deleuze y Guattari creían en la centralidad de los proletarios en el proceso de subversion anticapitalista, los consideraban «el medio activo» (MP291)[5] del devenir-revolucionario de todo el mundo. En Mil mesetas, publicado en 1980, ya no será así. Si la táctica propuesta en El Anti Edipo se basaba en la oposición entre el burgués y el proletario, la presentada en Mil mesetas refleja una nueva oposición, esta vez entre la mayoría y las minorías. ¿Por qué este cambio de táctica? Por una mutación de la coyuntura mundial que se ha vuelto evidente desde mediados de los años setenta: «Muchos autores consideran […] que el eje Norte-Sur, centro-periferia, sigue siendo hoy más importante que el eje Oeste-Este, e incluso lo determina fundamentalmente. Eso expresa una tesis corriente, repetida y desarrollada por Giscard d’Estaing: cuanto más las cosas se equilibran en el centro, entre el Oeste y el Este […], más se desequlibran o se “desestabilizan” entre el Norte y el Sur, desestabilizan el equilibrio central. Está claro que, en estas fórmulas, el Sur es un término abstracto que designa al Tercer Mundo o a la periferia; e incluso que hay “Sures” y terceros mundos interiores al centro. También está claro que esta desestabilización no es accidental, sino que es una consecuencia (teoremática) de los axiomas del capitalismo, y fundamentalmente del axioma llamado del intercambio desigual, indispensable para su funcionamiento» (MP471-472).

Si los proletarios se han impuesto como una clase en el campo social, su lucha no ha seguido adelante: el capitalismo ha sabido integrar y estabilizar la polarización de clase antagonista (Oeste-Este) determinada por las luchas proletarias, introduciendo nuevos axiomas socialdemocráticos. Ahora bien, Deleuze y Guattari sostienen que la creación de dichos axiomas estabilizantes no sucede nunca sin producir al mismo tiempo axiomas complementarios. Para establecer un pacto socialdemocrático, es decir un new deal con los proletarios, la axiomática capitalista ha introducido un nuevo desequilibrio según el nuevo eje Norte-Sur, centro-periferia, mayoría-minorías. El pacto se ha establecido en el Norte entre el Oeste y el Este, entre la burguesía y el proletariado, terciarizando hacia los “Sures” el intercambio desigual así como todas las aporías democráticas (los problemas insolubles dentro de una democracia). En otras palabras, si el capitalismo ha reconocido una mayoría al centro, lo ha hecho multiplicando las minorías (complementarias), y esto no solamente en la periferia, sino también en el seno mismo del centro, bajo forma de «enclaves» (las mujeres, los inmigrantes, las minorías étnicas, los precarios, los LGBT, etc.).

Esta coyuntura determina un nuevo ciclo de luchas, con una nueva centralidad táctica, la centralidad de las minorías. Al no identificarse más con los proletarios, los «anillos más débiles» de la cadena capitalista se han desplazado hacia las minorías de manera definitiva. Lo que Deleuze y Guattari observaban durante la preparación de Mil mesetas, era, efectivamente, el levantamiento de las minorías que reivindicaban los axiomas del intercambio equitativo y de los derechos democráticos, es decir, la aparición de lo que los sociólogos de la época denominaban «nuevos movimientos sociales», para distinguirlos de los movimientos obreros tradicionales.

En Mil mesetas, Deleuze y Guattari afirman: «La potencia de minoría, de particularidad, encuentra su figura o su conciencia universal en el proletario» (MP475). Significa que las minorías, en su lucha alrededor de los axiomas, buscan ser “contadas” como subconjuntos (particulares) de la mayoría proletaria (universal). Pero al hacerlo, las minorías chocan contra una pared inevitable: su propia experiencia les advierte que en la axiomática capitalista, la reterritorialización de una minoría sobre un estado de mayoría, sobre un «islote» mayoritario, no sucederá nunca sin producir un nuevo desequilibrio en otra parte, es decir, sin producir nuevas minorías explotadas y dominadas. En otras palabras, las minorías no se abolirán nunca aunque conquisten los axiomas socialdemocráticos mayoritarios con la produción de un corte preconsciente de interés: «Por regla general, las minorías tampoco resuelven su problema por integración, incluso con axiomas, estatutos, autonomías, independencias» (MP475). Este «problema», sumado a la absoluta incapacidad de la axiomática capitalista para resolverlo, impulsa a cada minoría a poner en tela de juicio la axiomática mundial en su totalidad, y a producir un corte en el corte: un corte inconsciente de deseo que le permite reterritorializarse no ya sobre un estado particular de la mayoría sino sobre un devenir-minoritario universal, capaz de involucrar o mezclar a todas las demás minorías y a los mayoritarios. Una desterritorializacion masiva en un devenir-minoritario hace colapsar a la axiomática capitalista y a su sistema de redistribución continua de los flujos entre mayoría y minoría. Así las minorías ascienden al papel de «medio activo» del proceso revolucionario, relevando a los proletarios que han dejado de asumirlo.

 

¿Qué es la filosofía?: el hombre y el devenir-animal

Después de preguntarse «¿qué es el proletario?» (El Anti Edipo) y «¿qué son las minorías?» (Mil mesetas), Deleuze y Guattari plantean un nuevo interrogante: «¿Qué es la filosofía?». ¿Por qué esta pregunta está en el corazón de este último trabajo, publicado en 1991? Al comienzo del libro, los autores se explican diciendo que con la vejez les llegó la hora de preguntarse qué es la filosofía. Pero resulta evidente que los autores poseen también otras razones. Al leer esta frase fundamental: «¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto?» (CF109),[6] se comprende que esas otras razones son de orden político.

Deleuze y Guattari afirman aquí algo que nunca se permitieron decir antes: la mayoría despliega sus fuerzas represivas cuando las minorías se desterritorializan amenazando el lugar mismo de lo mayoritario. Esto quiere decir que la mayoría ya no tolera que las minorías luchen por los axiomas socialdemocráticos, y actúa con el fin de condenarlas a permanecer en su miseria sin poder salir de allí: las convierten en puras «víctimas». He aquí la nueva coyuntura en la que Deleuze y Guattari pensaban mientras preparaban ¿Qué es la filosofía?. Se trata de la coyuntura de los finales de los años ochenta, en la que, como sabemos, la universalidad de la figura proletaria  ha sido liquidada tras el derrumbe del socialismo, con la consiguiente neutralización del impacto universal de la revolución rusa.

¿Qué es la filosofía? fue escrito en el momento en que ya no se podía sostener la centralidad de las minorías, y por eso los autores buscan en la filosofía una nueva centralidad táctica para el proceso revolucionario: se trata de la politización de la filosofía ante las minorías condenadas al estado de víctima, asimilable al de un animal en agonía o amenazado de ejecución. Esta animalización de las minorías en la nueva coyuntura obliga a Deleuze y Guattari a reformular la oposición entre mayoría y minoría que han establecido en Mil mesetas. Ahora la oposición se presenta en términos de «hombre» y «animal»: la filosofía se vuelve política cuando un “hombre” piensa ante un “animal”. En este sentido Deleuze y Guattari comprenden la razón por la que la filosofía política contemporánea aparece primero con el concepto de derechos humanos, a la manera de una ONG humanitaria: la filosofía, politizada ante los animales, se reterritorializa sobre una utopía panhumanista, en la cual se universalizan los derechos humanos, o más bien, el derecho de ser un hombre, el “derecho al hombre”.

Pero, según Deleuze y Guattari, allí la filosofía encuentra un problema, tan inevitable como los que los proletarios y las minorías han conocido en sus respectivas luchas: el Norte puede gozar de los derechos humanos porque no duda en disparar y reprimimir cuando desde el Sur se reivindican los mismos derechos. La existencia del animal “es” la condición de los derechos humanos, o mejor dicho, es la del hombre tout court, por lo que la universalidad de los derechos humanos no será nunca de inmanencia sino siempre de trascendencia: «Mucha ingenuidad, o mucha perfidia, precisa una filosofía de la comunicación que pretende restaurar la sociedad de los amigos, o incluso de los sabios, formando una opinión universal como “consenso” capaz de moralizar a las naciones, a los Estados y al mercado. Nada dicen los derechos humanos sobre los modos de existencia inmanentes del hombre provisto de derechos» (CF109). Poniendo en tela de juicio los derechos humanos, la filosofía se desvía hacia otro modo de politización que consistirá en lo siguiente: cuando, ante los animales que mueren en su propia miseria, el hombre siente la «vergüenza de ser un hombre», es decir, la vergüenza de ser mayoritario o de rebajarse a compromisos innobles con la axiomática capitalista para su propia supervivencia, la filosofía se reterritorializará ya no sobre la universalización del derecho de ser un hombre, sino sobre un devenir-animal universal: «No somos responsables de las víctimas, sino ante las víctimas. Y no queda más que hacer el animal (gruñir, escarbar, balar, convulsionarse) para liberarse de lo innoble: el propio pensamiento es a veces más cerca de un animal moribundo que de un hombre vivo, incluso demócrata» (CF109-110).

Dicho esto, se podría objetar que el concepto de devenir-animal ya estaba presente en Mil mesetas y que nos equivocamos al presentarlo como si apareciera por primera vez en ¿Qué es la filosofía?. Pero para nosotros, la diferencia fundamental entre ambos libros reside grosso modo en lo siguiente: con ¿Qué es la filosofía? Deleuze y Guattari anulan la distinción entre la minoría y el animal presente en Mil mesetas. Si en Mil mesetas la minoría era considerada un «medio activo» del devenir del hombre, el animal se presentaba como un medio “inactivo”, o incluso pasivo: en un devenir-animal, quien dispara el proceso no es el animal sino el propio hombre cuando se plantea un «problema» ante el animal (véase el análisis del relato de Vladimir Slepian, Fils de chien: MP262-264), mientras que en un devenir-minoritario, como ya hemos visto, es la minoría la que plantea el problema-gatillo del proceso. En cambio, en ¿Qué es la filosofía?, Deleuze y Guattari asimilan la minoría al animal y la consideran como medio “pasivo”. Esta asimilación minoría-animal, determinada en la coyuntura, permite constatar la aparición de una situación política inaudita, por más que al mismo tiempo la identificación de las «masas explotadas y dominadas» con las minorías se mantenga tal como fue establecida en Mil mesetas: ya no existe ningún medio activo del devenir-revolucionario universal, por lo que la suerte del proceso revolucionario depende por completo del propio «sujeto», es decir del hombre (mayoritario): la mayoría, en tanto que sujeto del devenir-minoritario, debe ser inmediatamente “activa”. Esto implica el devenir-animal del hombre «ante las ‘víctimas’».

 

[1] La abreviatura “AE” refiere a El Anti Edipo: Capitalismo y esquizofrenia (nueva edición ampliada), de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición castellana (Ediciones Paidós, 1985), traducida por Mario Eskenazi.

 

[2] Véase: Félix Guattari, «Le groupe et la personne (bilan décousu)» (1966), «Introduction à la psychothérapie institutionnelle» (1962-1963), Psychanalyse et transversalité (1972), Découverte, 2003.

 

[3] La abreviatura “EAŒ” refiere a Escritos para El Anti-Edipo, de Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición francesa (Écrits pour l’Anti-Œdipe, Lignes & Manifeste, 2004), establecida por Stéphane Nadaud.

 

[4] Cf. Jacques Lacan, Seminario III, Las Psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2004.

[5] La abreviatura “MP” refiere a Mil Mesetas, de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición castellana (Pre-Textos, 2004), traducida por José Vázquez Pérez con la colaboración de Umbelina Larraceleta.

[6] La abreviatura remite a ¿Qué es la filosofía?, de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición castellana (Editorial Anagrama, 1993), traducida por Thomas Kauf.

[i] Jun Fujita Hirose reeditó especialmente el presente texto, publicado en italiano por Commonware, para Lobo Suelto.

Agradecemos la colaboración en la traducción de Delia Tasso y Diego Picotto.

Toma y daca // Silvia Duschatzky

La intelligentzia de gobierno no descansa, combina políticas que de un plumazo estrecha la materialidad de las vidas cotidianas con operaciones minuciosas tendientes a borrar cualquier ánimo de espíritus inquietos. La  “limpieza social” va ahora por los estudiantes secundarios. Las tomas no serán legalmente impedidas  ni abiertamente reprimidas sino hábilmente desarmadas apelando a desterrar las ansias de descontento y las tentativas de juntarse a pensar los malestares y las ganas de otras cosas.

No estoy segura que los motivos que respaldan una toma digan todo acerca de los deseos de okupar espacios arrasados por la insensibilidad Cambiemos.

La cuestión no es si otra forma del descontento es posible ni adjudicar novedad coyuntural a un estado de ánimo cuestionador. Lo preocupante son las maniobras de gobierno tendientes a limar los afectos que alientan las movidas de los jóvenes.

En la misma lógica de privatización y ejercicio de una visión jurídica, punitiva y rentable cada familia deberá hacerse cargo de los costos de los “daños” producidos en el escenario de una toma. Así mismo ningún estudiante podrá retirarse de la escuela sin que medie la presencia de un familiar a cargo. Cercos que se cuelan entre las generaciones para desterrar de la faz de la tierra la posibilidad de desprivatizar las vidas y las tensiones,  reduciendo al “calor de hogar” toda la tramitación de desórdenes juveniles.

¿Qué es lo que está en juego?. Los mentores que proclaman vientos de cambio procuran un conservadurismo que descanse en los principios de la familia y la propiedad. Los conflictos inherentes a la escuela deberán replegarse al ámbito de la “responsabilidad” de los particulares no ya inoculando morales de orden ni apelando a la alianza entre estado y comunidad sino corroyendo las subjetividades mediante la amenaza del pago.

La lógica descarnada del capital encontró un nuevo rostro para activar la parálisis. Ni la expulsión, ni las amonestaciones ni otra coartada disciplinaria. La culpa se paga literalmente con lo único que cuenta o que se cuenta. Las familias se vuelven eventuales deudoras de los ocasionales daños generados por sus hijos.

¿Qué pasa por la cabeza y el cuerpo alerta de los padres agobiados por la precaria economía cuando sobre ellos pesa la amenaza de costear lo que las autoridades sentencien como daño?

Sofisticada operatoria de un gobierno que traza una micropolítica apelando al miedo del deudor o a que sólo reine la moneda como mediador del “contrato social”.

En el espíritu  empresarial una toma se mediría en términos de costos-beneficios reduciendo las motivaciones y descontentos sociales del estudiantado y aún de los profesores que acompañan, a meros cálculos económicos. Lo que flota en estas “políticas” ni siquiera debe pensarse sólo desde el pragmatismo de los cerebros empresariales. Se trata de pegar ahí dónde las sensibilidades vulneradas podrían replegarse temerosas de que nuevos huracanes caigan sobre sus vidas.

El riesgo como clave organizadora de la vida social avanzaría en todos los planos disolviendo cualquier pregunta por lo común y minando las potencias de poner en cuestión las claves actuales de la existencia .

La complejidad de la vida y sus manifestaciones es barrida en pos de erigir un modelo social “desalmado” cuyo exponente no es otro que el homo economicus, productivista y portador de una moral particular y solipsista.

 

S.D

Abril 2018

#inteligenciasensible: en línea hasta que no // Lucía Naser

#inteligenciasensible

Guerra mediática. Artefactos cognitivos. Cuerpo media. Inteligencia artificial. Cyberpolítica. Neurociencia. Nanotecnología. Videovigilancia. Cortafuegos. Trazabilidad. Cybercuidados.

Configuración de privacidad. Fake news. Horda virtual. Simulacro. Escándalo. Escrache.

Escuchas telefónicas. Mediactivismo. Cazadores de noticias. Monitoreo en línea. Cortina mediática. Algoritmo. Singularidad. Dystopia. Pixel. Nature vs nurture. Posthumanismo.

Antropoceno. Cyborg. Automatización.

Me cuesta pensar fuera de las redes, aún cuando estoy desconectada.

Los artefactos cognitivos se acoplan a los acontecimientos neurofísicos; las extensiones físicas alteran el funcionamiento del cerebro. Me duele el instagram puede ser una expresión que llegue a existir dentro de algún tiempo.

#cuerpo

El cuerpo es como la inteligencia artificial: no hay que saber como funciona para usarlo (o que te use). Lo virtual abrió un umbral que inclusive habiendo sido creado por el hombre, éste no puede controlar. El edipo de El Padre reactivado o superado: no sólo dios sino que también el humano crea mundos y estos los exceden. Si dios existiera probablemente estaría tan perplejo frente a su creación como una vieja navegando la interfaz.

En el fondo queremos ser como nuestro creador: human creativity ats its purest.

Cicatrices de lo que antes eran claras diferencias organizan el músculo tironeado de nuestro pensamiento: cuerpo – ambiente, biología – cultura, humano – animal, máquina – humano.

#tecnología

¿Que le hace a la mano el celular? Vivimos una era de corporalidad expandida. El cuerpo son sensaciones de gente por ahí.

#mediomedium

Pasamos del cuerpo como medio al cuerpo como media. El presente está hecho de un inmanencia desvestida de cualquier aura.

El cuerpo fue medio de redención, medio de expiación, de conocimiento, de mercancía, de producción, de reproducción. Hoy es cuerpo-media, cuerpo funcionando en relación, cuerpo que desea cuando puede, cuerpo que a veces desea cuerpos, cuerpo que desea más que nada ser deseado. El cuerpo es media de si mismo.

Cuerpo humano no humanizado. Cuerpo conectado. De condenados de la tierra a condenados de la pantalla, trabajamos hacinados pero no nos une la línea de ensamblaje sino la red pública (y las subterráneas). Nos juntamos a compartir soledades en mesas anchas que intentan disimular nuestra alienación. Coworking pero cada una en la suya. Mirarse sin hablarse, verse conectado, compartir: porque ESTÁS. El necesario acto performativo del decir ESTOY es síntoma de un sujeto que se ve cada vez más borrado, más impotente y ante ello amplifica desesperadamente su presentación en la virtual vida cotidiana. Yo también ESTOY.

#afectos

Hay que entrenar ser afectado sin hacerse pelota. Hay que entender que exponerse no es subir 10 selfies por día ni todo lo que pasa por tu mente. Hay que entrenar la experiencia, en definitiva lo único de lo que podemos dar cuenta en tanto humanos. La experiencia como eso que nos conecta y nos da agencia en el devenir de un tiempo que EXCEDE.

No tengo la más puta idea de qué hay que hacer. Mejor me callo un poco. El ruido del flujo de la información permanente suena a acceso al conocimiento pero a veces no tiene nada que ver con él.

La capacidad de pensar, de simbolizar, de hacer esto que llamamos lenguaje o ESCRITURA, es necesariamente parte de nuestra capacidad de experimentar. Lo dijeron muchos lingüistas, psicoanalistas, historiadoras, sociólogxs, pero poco se escuchó al cuerpo, poniéndolo sin embargo, en la primera fila del campo de batalla. La bailarina silenciosa acribillada por las miradas, la piel que no puede dejar de moverse mientras es penetrada por interpretaciones.

La danza no habla así que hay que traducirla. Hay que experimentarla. Hay que traducirla a sudor.

Hoy estoy re fenomenológica.

#actualizacióndelsoftware

¿Como hacer para no pensar lo nuevo sin que sea desde las ideas viejas? ¿Como liberar al presente de los códigos interpretativos útiles para lo que ya no?

Hay que crear zonas de experiencia.

La ciudad es danza para los ojos. La experiencia es lo único que puede actualizar nuestra percepción. La experiencia es percepción que interviene cambiando el mundo con el movimiento del ojo o con el contacto entre aire, piel y aire.

Las cámaras aumentan nuestra trazabilidad. Quizás podemos componer un recorrido subversivo y que nos sigan. Quizás hasta les gusta el destino. O el camino. Quizás nunca lleguemos.

Lo artificial es eso que inventamos porque nos falta. Y nos faltan cosas; cosas que están al alcance de nuestras cuerpas organizadas.

Si las máquinas nos coreografían despistemos al mecanismo.

Despistemos la danza y que salga derrapando por todos los confines.

Hay que desorganizar! Hay que hacerse de un cuerpo sin órganos!

Describimos a la esencia del ser humano y al cuerpo según la tecnología más avanzada que conocemos; fuimos fantasma en la máquina, máquina de vapor, ceros y unos, algoritmo.

La danza parecía la destinada a ser el último reducto de defensa de la naturalidad del cuerpo; iba a ser la denunciante número uno del avasallamiento a la irreductibilidad de la experiencia humana; iba a luchar hasta contrahegemónicamente para preservar la naturalidad del cuerpo y al mismo tiempo la artificialidad de las formas bellas.

Pero el cuerpo es media de sí mismo y nunca rechaza las informaciones que se le apoyan.

#poder

Y, por otra parte, el cuerpo le encanta al poder. El cuerpo es la unidad básica de control de la vida del individuo y sus modos de (a)gregación. Es por eso que lo encontramos en el extremo del utopismo y en el extremo del fascismo, en el extremo romántico y en el racionalista, en el extremo de la naturalidad y en el extremo del cyborg, en la complejidad de las redes eléctricas y neuronales de nuestros sistemas y en la inteligencia emocional artificial de los robots con sentimientos. Es por eso que a veces lo encontramos aislado, como si pudiera abstraérselo. Cuerpo.

El cuerpo no transmuta por selección natural ni por supervivencia del más apto. Su respuesta no es la linealidad de la evolución sino el salto cuántico del conato.

Yo aprendí a escribir mucho porque no sé ser concreta; aprendí a pensar con conceptos porque sabía demasiado poco de las cosas; aprendí a bailar porque algo de la intensidad de la vida no me cabía en los textos. Toda habilidad nace de alguna clase de torpeza y no solo de ventajas evolutivas.

Exasperadas, cada una inventa la estrategia que puede, para sobrevivir o morir y que aunque sea en los propios términos. La sensibilidad del kamikaze.

#inteligenciaartificial

Un robot tiene una inteligencia idiota: solo sabe hacer una cosa, solo sabe sobre una sola cosa. La especialización avanza como tendencia evolutiva en el mundo del trabajo sin que la imaginación nos de para proyectar sus consecuencias.

Odio la especialización; esa tendencia del mercado que te obliga cada vez más a reducir tu interés e investigación a un área y dentro de ella a una megamicroárea para poder vender tu trabajo y vivir de él. Organización militar del espacio del conocimiento y asesinato en masa a la curiosidad.

Las inteligencias son múltiples y son siempre performadas o actualizadas en cuerpos, en formas de vida, tiempo, miedo o calma, temperaturas, tonos de voz, formas de producción.

La inteligencia no tiene que ser natural o artificial, sino sensible.

La percepción no es un medio de transmisión inocuo, que nos conecta y nos desconecta del mundo a la central neuronal de un pequeño fantasma-jefe, que habita la gran máquina de músculos, tendones y huesos que es el cuerpo. La percepción se construye colectiva y políticamente, la percepción se traduce a lenguaje pero se nutre abundante de experiencias.

Una inteligencia sensible es primeramente imposible de practicar desde un cuerpo individual o individualista. Es incompatible con el pensamiento del organismo, con el pensamiento organizado, con la disciplina. Una inteligencia sensible pone a negociar a las imágenes enfocadas y a la visión periférica, al presente de las cosas y a lo que está a punto de llegar, a las formas tangibles y a lo que se proyecta en la invisibilidad. Una inteligencia sensible pone a negociar la diferencia y también cede.

#sensopercibirlarevolución

No es posible apartar el sentimiento del movimiento. El cuerpomedia es una fuga en la separación entre práctica y teoría. Es una rajadura en la diferencia entre extensión y distensión. Es un inconsciente muscular transcutáneo y transitivo. Hace de la subjetividad una colección desordenada de informaciones.

¿Cómo se siente una revolución?

Enseñame sensopercepción para ambientes virtuales, enseñame. Enseñame como se es de izquierda y doble click. Enseñame una inteligencia incorporada, incorporada a la máquina, excorporada. Enseñame una inteligencia sensible que ponga su sagacidad a trabajar para la delicia del tacto, para la generosidad de la boca, para el sudor que sale del esfuerzo gozador de estar juntxs.

#percepciónartificial

You´ll never be alone. Ese slogan promociona el avatar que se encuentra en desarrollo en algún laboratorio de una ciudad de estados unidos cuya función es ser tu dance partner y hasta ejecutar movimiento improvisado. Si, improvisa. Y probablemente sabe qué paso va con esa música mejor que vos. You´ll never be alone: siempre vigilados, hasta por vos mismo vigilados e identificados, solicitados y likeados. Vigilados siempre, por gps, por apps de taxi fácil. Fotografiados, subidos y reconocidos fenotípicamente. Vigilados y presentes en fotos de las grandes ocasiones (porque son como documentos) y de las pequeñas e íntimas (para que quede de recuerdo). La foto de yo estuve aquí. El primer garche con él, el primer aborto con ella. La selfie de justo antes de pasarme a la clandestinidad. Hoy me siento_vigilada :o, y hoy me siento_distraida 8), mirando los recuerdos que fb seleccionó para mi, pensando en los posts que corren frente a mi cara. ¿Cuándo facebook empezará a proyectar futuros a partir de la información que ya tiene de nosotrxs? Hoy preparamos una sorpresa para tí: recuerdos del futuro te proponen como ser para maximizar tus interacciones. Vigiladas y contentas. Vigilada hasta por misma: vos que cuando no tengas más likes, ni solicitudes, ni etiquetados, ni toques, ni invitaciones, ni perfil, ni consensos, ni nuevos memes, ni amigos lindxs, te vas a eliminar, de tus amigos.

#enlineaestáshastaqueno

#hashtaghashtag

Espectros de Lenin: revisitar la gesta bolchevique un siglo más tarde // Mariano Pacheco

Notas sobre el libro  La Revolución Rusa: cien años después

 Fuente: La luna con gatillo

Con el Simposio titulado “Sobre la idea de comunismo”, primero (en Europa), realizado en marzo de 2009, y con el centenario de la Revolución de Octubre, después (en todo el mundo), la discusión en torno a lo que ha sido este cuarto de siglo tras la caída/derrumbe de los socialismos reales ha instalado nuevamente, en amplias franjas del activismo político y social y en la intelectualidad crítica, el desafío de volver a repensar la tradición del movimiento comunista internacional.

Las luces y sobras, los claro-oscuros de aquel proceso se nos presentan hoy cómo desafío a ser pensado, tanto en el ámbito específico de la teoría como en el de la persistencia o no de ese legado, en los procesos de organización y de luchas que, las más de las veces con escasas herramientas conceptuales, se han emprendido en todas partes del mundo frente a la prepotencia avasalladora del capital.

En ese marco, la publicación de La Revolución Rusa: cien años después, viene a contribuir a seguir sosteniendo esos debates más allá de aniversarios específicos. Compilado por el sociólogo, educador popular, editor y ex militante sindical en el gremio de bancarios Mario Hernández, el libro contiene diez ensayos en los que la gesta bolchevique se aborda desde distintas ópticas en el afán de recuperar varios debates a la vez.

Introducida por Guillermo Almeyra, la publicación reúne textos de Claudio Katz, Olmedo Beluche, Eric Toussaint, Daniel Omar De Lucía, Hernán Camarero, Silvio Schachter, Héctor Freire, Antonio Infranca y Néstor Koahn.

Por un lado, el libro funciona como una buena introducción historiográfica a la revolución de octubre. Tanto en la introducción como en algunos de sus artículos, el lector puede hacerse (o bien repasar si ya tiene lecturas al respecto) una idea general del contexto en que los bolcheviques tomaron el poder en Rusia en 1917, así como los hechos específicos y los actores que protagonizaron tanto la insurrección como los primeros pasos de la construcción de la nueva sociedad socialista (esos “diez días que estremecieron al mundo”, como supo afirmar John Reed, y los posteriores). Por otro lado, el libro aborda una serie de cuestiones fundamentales -al menos para la mirada de este cronista- respecto de las genealogías en las que los revolucionarios rusos inscribieron su acción y sus reflexiones, el papel del arte en la revolución, la recepción de aquel proceso en Argentina y la apropiación posible (realizada y por realizar) del leninismo en América Latina.

 

 

Simpatías sólo por un rato

Resulta por demás ilustrativo leer, a través del trabajo de archivo realizado por Camarero, cómo las simpatías que despertó en amplios sectores argentinos la revolución de febrero se diluyeron rápidamente en octubre. Así, mientras que en marzo el diario La Nación escribía “La revolución rusa merece la simpatía de los liberales de todo el mundo”, siete meses después  recordaba a sus lectores que “los maximalistas” no eran más que “socialistas ultras”. Movimiento similar detecta Camarero en La Prensa, pero también, en el socialista La Vanguardia, en donde puede leerse un desplazamiento que va de la reivindicación del “principio democrático que va infiltrándose paulatina pero eficientemente en todas las capas sociales de todas las naciones” a la denuncia que advierte que la población rusa le retira su confianza a los líderes Lenin y Trotsky.

 

 

Genealogías insurgentes

Omar de Lucía lo deja claro: los bolcheviques no actuaban sin tener en cuenta una historia que los precedía. “Los hombres que hicieron la revolución bolchevique de 1917 siempre tuvieron presente a la gran Revolución Francesa como antecedente insoslayable del proceso que ellos estaban protagonizando”, escribe, en un artículo que no deja de invocar asimismo la presencia  de 1789 en 1917, en términos de símbolos, imágenes y lenguajes, e incluso, en términos de estrategias de autodefensa del proceso revolucionario (el autor cita las lecturas de Trotsky a la hora de fortalecer al Ejército Rojo en cuanto a sus aspectos de técnica militar). 1789 en 1917 -entonces- pero también, lectura aguda de los procesos del 48, y el ensayo fundamental para las revoluciones por venir que implicó la Comuna de París en 1871.

 

 

Arte y revolución

Héctor Freire, que desde hace años viene trabajando cuestiones relacionadas al cine desde la revista Topía, recuerda en este libro que entre 1925 y 1928, las salas de cine en Rusia pasaron de 2.000 a 9.300, alcanzando el número de 29.200 al final del Primer Plan Quinquenal (cifra que luego ascendió a 40.000, superando así la Unión Soviética a Estados Unidos). Freire destaca la explosión experimental que siguió el cine luego de Octubre del 17 (“de todas las artes el cine es para nosotros la más importante”, supo decir Lenin alguna vez); los recorridos realizados por los “trenes de agitación” en plena guerra civil, entre 1918 y 1921 y la multiplicación de salas y films en esos primeros años de revolución.

Silvio Schachter, por su parte, subraya el papel jugado por los constructivistas, suprematistas, futuristas y otras manifestaciones de la vanguardia artística que se propusieron desarrollar un “arte-producción” ligado a la vida cotidiana. Tiempos en los que se crearon 36 nuevos museos, se inauguraron decenas de publicaciones y el ProletKult llegó a agrupar a 84.000 miembros en 300 grupos locales expandidos por todo Rusia. “Desde 1917, mientras que los funcionarios académicos huían hacia Occidente, los artistas de la vanguardia, reunidos alrededor de la revolución bolchevique, se organizaron, colectivizaron sus ideas y asumieron la responsabilidad de dirigir las nuevas instituciones culturales. Esta relación con el Estado no impidió que permanecieran como actores libres de una revolución de la que se sentían arte y parte en la búsqueda de fusionar los postulados socialistas con una formulación artística de ruptura y decididamente modernista”, escribe Schachter.

Ambos artículos ponen el foco en la importancia que jugó el arte en el proceso revolucionario, aún estando dicha apuesta atravesada por la primer Gran Guerra Mundial y la guerra civil desatada tras la toma del poder por parte de los bolcheviques.

 

 

Con tu querida presencia

El libro cierra con un excelente texto de Néstor Kohan, en el que se lee al guevarismo como un leninismo Latinoamericano. “Según nuestro punto de vista y nuestra lectura histórica y política, el guevarismo constituye la aplicación creadora, no mecánica, del leninismo en un continente del Tercer Mundo”, escribe Kohan, quien destaca que el revolucionario ruso comparte con el argentino el hecho de haber estructurado su pensamiento y su práctica política en polémica con el  marxismo oficial de su época: el de la II Internacional en el primer caso, el de la URSS en el segundo. “Los dos plantean un marxismo revolucionario, ambos expresan el ala izquierda al interior del marxismo revolucionario mundial…”, remata.

Esta lectura del guevarismo como leninismo del mundo periférico y dependiente permite realizar una lectura situada (Nuestra-americana) del legado bolchevique, sin renunciar por eso a la perspectiva internacionalista, tan necesaria en el marco de la revolución de Octubre, tan necesaria en los años 60 y 70 y tan necesaria en la actualidad, cuando el capital se ha globalizado como nunca y, sin embargo, aún no encuentra propuestas anti-sistémicas que lo enfrenten en el plano mundial.

Las últimas décadas han demostrado que, desde abajo y  la izquierda, han proliferado resistencias en muchas partes del planeta. Posición ética y política imprescindible para combatir a los apologistas de la inmutabilidad. Pero también estas décadas han demostrado claramente ya que el pragmatismo acérrimo y el anti-intelectualismo sólo condenan a los pueblos ha ser, en el mejor de los casos, condenados de la tierra en rebelión, pero no constructores de un mundo nuevo.

Libros como este nos recuerdan lo fundamental de la rebelión, pero también, que el marxismo fue una creación de la humanidad que llegó para proponer algo más que un sueño: algo tan palpable y tan real como la apuesta de tomar el cielo por asalto.

 

Podes conseguir el libro en Buenos Aires en algunas librerías de la calle Corrientes, como Hernández y la del Centro Cultural de la Cooperación; también en El Aleph, Cúspide, Fray Mocho, Librería del FCE y Lorraine.

En Córdoba, escribiendo a lunacongatilloradio@gmail.com y encargando un ejemplar.

 

 

Teoría de la revolución en Álvaro García Linera: Centralización Estatal y Elogio de la Derrota // Salvador Schavelzon             

Reseña y ensayo crítico a propósito del libro:

García Linera, Álvaro. ¿Qué es Una Revolución? De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución de nuestros tiempos. Vicepresidencia del Estado, La Paz, 2017[1].

 

El último libro de Álvaro García Linera, publicado en 2017 por la vicepresidencia de Bolivia y también como artículo en una colección por los 100 años de la Revolución Rusa, en España (García Linera 2017), presenta un compendio de trabajos o intervenciones públicas anteriores del autor, organizadas aquí junto con una lectura del proceso de establecimiento del poder soviético. García Linera busca en este texto acercarse a una definición sobre lo que es una revolución; abriendo un debate sobre las tareas de los revolucionarios en tiempos sin revolución.

Entre las frecuentes publicaciones del vicepresidente orientadas a intervenir en el debate político boliviano, este texto se destaca por explorar una dimensión más distante de la coyuntura y con pretensiones de diálogo con la izquierda mundial. La discusión contribuye, de hecho, como justificación clara de una posición que muchas veces la izquierda acaba asumiendo de forma un poco avergonzada: la resignación frente a las leyes de la economía capitalista y el refugio en el Estado liberal; el abandono de la tarea de crear nuevas instituciones; de construir poder de abajo; o cualquier otro objetivo que se contraponga al de mantener el statu quo de los grupos de poder y promover la expansión del capitalismo, de la mercantilización de las relaciones y la vida.

El texto se organiza como un “Qué hacer» para situaciones en que no exista un proceso de movilización en curso. Y la propuesta es simple: el Estado, como ámbito que se constituye en centro de actuación después del asalto revolucionario, avanzando en la estabilización del poder político en una gestión sin rupturas en el plano económico. De lo que se trata es, básicamente, controlar y neutralizar el conflicto entre fuerzas políticas y sociales para «esperar» condiciones favorables que permitan avanzar nuevamente, en un momento futuro fuera del alcance del Estado, con nuevos actores, en un futuro indefinido que alguna vez vendrá. El avance tardará años o décadas en reactivarse, en la argumentación de García Linera, sólo cabe entonces administrar una situación política sin más beligerancia entre sectores. Mientras una ola revolucionaria de movilización no suceda, se trata de administrar el capitalismo favoreciendo y buscando obtener lo mejor posible de las relaciones económicas existentes, frente a las que no habrá más oposición o resistencia.

Las características del proceso de la revolución rusa narrado por García Linera forman parte del consenso historiográfico sobre el asunto. El autor se refiere al mismo citando autores clásicos de referencia, incluso algunos bien cuestionados por el sesgo conservador e interesado en una descripción trágica y negativa del proceso que sucedió a la llegada al poder por parte de los bolcheviques (Liz, 2017). García Linera busca apartarse también de ese periodo inicial, descartando rápidamente estas medidas para dar lugar a un elogio acrítico de lo que vendría después. Es en la mirada interpretativa del proceso político donde encontramos la contribución de García Linera, ensayando una lectura con pretensiones teóricas por la cual el control férreo de la autoridad estatal se vuelve inevitable y, así, el proceso de burocratización y centralización autoritaria del poder en Rusia se describe como inexorable.

Dejando de lado una búsqueda anticapitalista que aparece como no posible en la escala nacional, para García Linera el objetivo de los revolucionarios debería ser prioritariamente el de garantizar el control centralizado y monopólico del Estado. Después de hacer la revolución, no debemos pensar en retomarla, continuarla, ni en la búsqueda de la revolución dentro de la revolución, en un trabajo dedicado a su expansión. No se trata de llevar adelante un proceso de cambios. En la base de la nueva hegemonía, el revolucionario espera, en un proceso que ya no está a su alcance, y que exige de él priorizar la economía, factor clave para garantizar el control político. La fórmula para un revolucionario después de la revolución, será control político estatal y libre mercado, no muy diferente de las prioridades de cualquier régimen político, cualquiera sea su horizonte.

El centro y la mayor parte del texto de García Linera es una relectura de la posición de Lenin en 1921, cuando después del período conocido como «comunismo de guerra», el gobierno bolchevique adopta la NEP (Nueva Política Económica). La NEP, en aquel momento, fue el resultado de una coyuntura compleja donde el gobierno de los bolcheviques se encontraba presionado por la situación política que exigía ceder posiciones frente a la reacción. Las ciudades y el campo se estaban levantando contra la revolución, además de persistir el acoso de las potencias occidentales, entre otras innumerables dificultades, incluyendo el boicot económico de la burguesía nacional. En la lectura de García Linera, sin embargo, el elogio de la NEP se eleva a la de modelo para pensar la revolución en cualquier época, criticando como ingenuos los intentos anteriores de los bolcheviques, cuando se intentó una intervención vigorosa contra la lógica capitalista de valorización y organización de la producción, en la industria y en el campo.

Para García Linera, la NEP no habría sido un «retroceso», y menos aún una política fracasada, como el propio Lenin la definió en diferentes momentos (Carr 1981: 58). Ella sería una medida necesaria e inevitable. La elección del gesto centralizador de Lenin, en lugar de otros posibles del revolucionario ruso, democratizadores o de ruptura con las estructuras existentes, tiene sentido como justificación de la política adoptada por el gobierno de Bolivia. Pero veremos abajo cómo la analogía, implícita en el libro de García Linera, carece de sentido en la forma en que es presentada.

García Linera concede en la argumentación que, aunque sea fundamental controlar el Estado, y eso es lo que Lenin habría posibilitado con la decisión estratégica de adoptar la NEP, no es el Estado quien hace la revolución. La NEP, en ese sentido, no es una política de orden revolucionaria, sino la medida táctica que permite a los revolucionarios que sustituyeron a la burguesía en el mando político, mantenerse en el poder. También la toma del Estado en octubre no sería la revolución, para García Linera. La revolución sólo puede ser entendida en un proceso más amplio, donde además de reorganización del poder entre bloques de clases, es necesaria una modificación de las estructuras del poder moral e ideas dominantes que circulan entre ellas.

La revolución se hace en un proceso lento, explica García Linera, como disputa que se dirime en el mundo plebeyo, antes de la toma del poder estatal, y que tiene una importante dimensión simbólica y cultural. García Linera piensa con el Gramsci de la disputa hegemónica, aunque el pensamiento del autor sardo no pueda ser recuperado plenamente, si pensamos en el concepto de revolución pasiva, por ejemplo. Para García Linera, la revolución se interrumpe totalmente en el momento de reflujo de la oleada de movilización desde abajo, cuando se justifica pasar a la táctica de control del poder estatal e intervención centralizada en las instituciones.

Lo que García Linera retoma de Gramsci es la idea de batalla cultural en un campo político que involucra a la sociedad, y que sería previo al asalto revolucionario. Pero también las críticas que Gramsci hace al economicismo de la ortodoxia marxista no son válidas en la recuperación que García Linera hace del planteamiento hegemonista. García Linera piensa el Estado con Hegel (y Bourdieu) antes que con Marx, entendiendo el poder y la economía de forma idealista, en un campo de disputa simbólica considerado aparte de las relaciones económicas materiales. Las ideas, deben ser disputadas como principios que son socialmente aceptados, por ejemplo, en el neoliberalismo. Al mismo tiempo, sin embargo, para un revolucionario sin proceso de movilización en curso, no hay nada que hacer más allá de administrar las relaciones económicas establecidas. Es esa concepción que llevaría el proceso a cerrarse en la administración del Estado y de la economía existente.

El idealismo que Marx criticaba, que podemos asociar a las teorías contemporáneas de la izquierda populista, con primacía para el discurso y la política como esfera autónoma, aparece combinado, en García Linera, con un determinismo económico como resabio de la ortodoxia marxista; y además con la aceptación de la institucionalidad burguesa como campo de actuación, de un progresismo que se encuentra con el camino histórico de la socialdemocracia y el reformismo. Estas son las coordenadas de una teoría de la revolución nace del intento de justificar el rumbo del progresismo latinoamericano y el del gobierno de Bolivia, desde una perspectiva que busca mantener una asociación con el legado de la Revolución Rusa.

García Linera también lleva la reflexión sobre el Estado para pensar la diferencia propuesta por Gramsci a la hora de pensar sociedades centrales y periféricas. Son las sociedades «orientales» con menos interiorización de la ley y con un Estado menos enraizado, donde la guerra de posiciones sería más apropiada, y sería en las sociedades «occidentales» donde el poder se estructura de forma más férrea. Invirtiendo el análisis de Gramsci, García Linera ve el Estado más lejano, «gelatinoso» y ausente en las sociedades «orientales», como Bolivia y Rusia, resultando en menos obediencia y conformismo. Sin un Estado sostenido de forma más consolidad y estructural, las sociedades periféricas serían más plurales y diversas. Por la estela del Gramsci, ese punto encuentra a García Linera con René Zavaleta y toda la generación intelectual de la que él forma, con una discusión que extrae reflexiones de la lucha del movimiento campesino e indianista de Bolivia, dando soporte a la idea del Estado Plurinacional (Multi-Nacional, en trabajos anteriores de García Linera) como forma política que busca aproximarse al pluralismo social de la sociedad abigarrada. En la teoría del Estado y de la Revolución de García Linera, sin embargo, la lucha de las nacionalidades indígenas por autogobierno y descolonización se transforma en un proceso estatal[2].

Esta lucha en el campo social y de la cultura, es previa y más importante que el asalto para la conquista de un Estado decadente que cuando la ola revolucionaria se levanta, dice García Linera, ya estaría muerto. Bourdieu es un autor con el que García Linera piensa estos problemas, en la relevancia para los aspectos simbólicos del poder, y en la definición de un lugar social para grupos a ser representados por un nuevo Estado. En el libro también menciona al sociólogo Erving Goffman, sobre la interiorización de la ley en las sociedades «occidentales», y a Durkheim, sobre la necesidad de alterar las estructuras mentales morales y lógicas de la sociedad, parte de la fase «gramsciana» de la lucha por el poder. Pero la propuesta teórica propone la necesidad de un complemento de ese pensamiento sociológico y gramsciano, útil para pensar especialmente la fase previa al control del poder, con el pensamiento de Lenin, necesario para entender la conquista del poder político e imprescindible centralización estatal.

En la argumentación de García Linera, la guerra de posiciones y consolidación de condiciones culturales hegemónicas en Rusia habrían ocurrido de forma muy acelerada en un recorrido que luego fue completado por los bolcheviques en el plano de la dirección política, en un momento jacobino o “punto de bifurcación de la revolución”. Este momento leninista es una tarea separada y posterior a la fase de lucha por la hegemonía, y tampoco tendría como objetivo el control de las instituciones, sino especialmente una lucha por el poder político y de definición del proyecto de poder. Es después de la revolución, en la doble victoria cultural y política, gramsciana y leninista, cuando se establece una nueva «dirección general de la sociedad para todo un largo ciclo estatal». En este punto, García Linera ve un congelamiento político que abre paso para que los jacobinos, sean socialistas, republicanos o progresistas, pasen a concentrarse en la administración del poder político aparentemente, ahora sí, de forma «oriental», despótica.

En el libro, García Linera rápidamente abandona al Lenin del asalto al poder, de Octubre, y también de la disputa hegemónica previa, gramsciana. Lo que le interesa a García Linera es el Lenin del Estado, de después de la revolución. No es también el Lenin del Estado y la Revolución, escrito en 1917, ni del Imperialismo, fase superior del capitalismo. Es el Lenin del Estado sin revolución, y de una política enfocada en el Estado nación que contrasta con la mirada internacionalista interceptándose con posiciones más comunes en tradiciones políticas nacionalistas, bonapartistas y populistas.

El título de la edición boliviana del libro es «¿Qué es una revolución?», pero el contenido se refiere a una lectura en que la misma se sitúa fuera del alcance del revolucionario, en una visión que recuerda mucho el etapismo y el mecanicismo del marxismo ortodoxo, en la medida en que el Estado no sólo es lugar prioritario de intervención política sino especialmente porque García Linera afirma que en ese lugar, se espera, no hay nada para hacer en un lugar de resignación y asilo para el revolucionario, que no tendría a su alcance influir en el retorno de una nueva ola revolucionaria, o de una revolución mundial.

La revolución permanece como posibilidad dormida o referencia a las luchas del pasado. Fuera de los momentos de explosión y movimiento, se necesita un poder unificado que se expresa en el Estado. Toda lucha que ocurra fuera de esos momentos fundacionales, mitologizados, distantes, se tratará de luchas locales, incompletas, no universales, y que, si no son controladas por el Estado bajo el mando revolucionario, jacobino, progresista, deberán cesar. Así, después de la revolución es preciso establecer una autoridad, que tenderá a buscar un control monopólico del territorio y el poder.

Un momento estatal, de consolidación del poder, resulta de la combinación del momento jacobino leninista, como el momento gramsciano hegemónico que le sirve de base. Así se define el monopolio territorial de la coerción y el monopolio nacional de la legitimidad, dice García Linera, «para todo un largo ciclo estatal». Este momento se define en la Revolución Rusa con la adopción de la NEP, superando el intento que sería ingenuo e ilusorio de abolir las relaciones de mercado, además de la escala salarial, en el comunismo de guerra. Sólo la NEP encuentra un desenlace para la disputa con las antiguas clases dominantes. En términos de teoría revolucionaria, cabe señalar, con la idea del monopolio nacional de la coerción y de la legitimidad, García Linera se aproxima a la tendencia que se conoció como Socialismo en un Sólo País, en el proceso soviético, y también a procesos caudillistas similares en otros países.

Sin capacidad para intervenir en un proceso que necesariamente se produce fuera del Estado, dice García Linera, el revolucionario debe consolidar el poder político evitando el retorno de las antiguas clases dominantes. Entre el pasado ominoso, interrumpido por una revolución, y el futuro donde ella puede ser continuada, se impone un presente desencantado de administración de lo posible. Un presente muerto, en términos de política revolucionaria (o revolución pasiva), que conjura el futuro al mismo tiempo en que delega todo en él. Si en otro lugar García Linera (2016) acusa a los que constatan un final de ciclo para el progresismo latinoamericano, como si estuvieran emulando el fin de la historia de Fukuyama, aquí es García Linera quien, para justificar la administración del Estado burgués sin interferencias en la economía de mercado, propone esperar. Esperanza en el futuro, inmovilismo en el presente. Se encuentra lejos de entender la historia como lucha de clases, de la urgencia en encontrar caminos de cambio de los que tienen la vida empeñada por el capital, o de los que ven los límites de la civilización y del capitalismo para vivir bien.

La importancia del libro de García Linera, es así explicitar el pensamiento de una izquierda estatal, hoy en retirada de los gobiernos latinoamericanos, donde tanto la búsqueda de formas políticas no centralizadas, como de alternativas al capitalismo y la lógica mercantil en todo lugar, son canceladas.

García Linera compara el momento de la adopción de la NEP en Rusia con la resistencia a la invasión en Bahía de Cochinos, en la revolución cubana; la huelga de PDVSA y golpe de 2002, en Venezuela y, en Bolivia, con la victoria contra el «golpe de Estado cívico-prefectural» (de los comités cívicos y gobiernos departamentales), en septiembre de 2008. En ese momento, cuando aún la resolución del proceso constituyente boliviano estaba abierta, el MAS de Evo Morales logra vencer definitivamente lo que había sido una importante resistencia al nuevo gobierno. Con apoyo social en la Media Luna y llegando a declarar la autonomía política de facto, la oposición desafiaba el monopolio estatal con la realización de referendos masivos y ocupación de instituciones. El MAS retomaba la iniciativa política que incluso una victoria electoral del 67% en un referéndum revocatorio reciente parecía no haber garantizado. Sólo después de reconocer la autonomía regional en mesas de negociación con la oposición, permitiendo la revisión del proyecto de constitución en el congreso nacional, el proceso que se encaminaría hacia la aprobación de la nueva Constitución y un nuevo ciclo de poder estatal se iniciaba (Schavelzon 2012).

 

¿Una NEP en Bolivia?

El libro de García Linera tiene el sentido claro de intentar justificar el rumbo tomado por el proceso boliviano, considerado aquí como camino que avanza en la misma dirección que el de la adopción de la NEP. Como demuestra la inclusión en el libro de frases textuales de otras intervenciones dedicadas originalmente a discutir con los críticos del progresismo, la defensa del Estado como espacio de interrupción no deja de ser una crítica a los que piden más del proceso boliviano; a los que critican un desvío del rumbo inicial; o consideran el fin de un proceso de descolonización y cambio. Es para esas críticas que García Linera responde que hay que esperar, y que para los revolucionarios sólo cabe la tarea de controlar el poder de la forma más consolidada posible, a cualquier costo.

La definición de la permanencia al mando del gobierno como prioridad, que incluso viene acompañada de una relajación de las tensiones con el poder económico, sirve para entender también la coyuntura boliviana, con frecuentes manifestaciones contrarias al gobierno, incluyendo sectores indígenas, cocaleros, moradores de antiguos bastiones de apoyo, con un retroceso electoral en el país entero. En este contexto fue aprobada la posibilidad de «repostulación» de Evo Morales para una nueva reelección, a partir de una polémica sentencia del Tribunal Constitucional, controlado por el gobierno, contradiciendo lo establecido expresamente en la Constitución aprobada por el MAS, y también por la victoria del «No» en un referéndum que consultaba la posibilidad de que Evo Morales y García Linera disputaran una nueva reelección. La permanencia en el control del Estado se muestra prioritaria, a cualquier costo[3].

En diferentes intervenciones fuera de Bolivia, García Linera postula una visión matizada de lo afirmado en este libro, donde la centralización estatal se complementaría de modo paradójico con formas que democraticen el poder. El Estado Plurinacional de Bolivia sería ejemplo de ello, con movimientos sociales en el poder (García Linera 2015)[4]. Pero el efecto del elogio de la adopción de la NEP en Rusia, y sus consecuencias políticas, permite que discutamos con un García Linera más honesto. Sin necesidad de referirse por extenso al proceso boliviano, donde la centralización política tuvo como consecuencia el alejamiento de los movimientos sociales de la base del MAS de la dinámica del gobierno, García Linera está libre para destacar lo que realmente ve como política necesaria en un proceso político: centralización, monopolio estatal de la acción, y represión de conflicto disidente o fuera de control. Es verdad que en Bolivia las dinámicas comunitarias y de participación política están vivas. Pero es contra ellas que la política adoptada por el MAS viene desarrollándose.

Lejos de destacar la democratización que los bolcheviques impulsaron en la determinación de los soviets como espacio que debería controlar el poder, vemos que lo que le interesa a García Linera para pensar la revolución es el Estado, y la dirección política del proceso dentro del Palacio. En este proceso, las bases movilizadas dejan de controlar el poder y pasan a ser controladas por él, al igual que los sectores de poder desplazados, sujetos todos de un poder trascendente que se postula como universal. En una crítica que también cabe para los bolcheviques, cuando se postula el control estatal en términos unificados y monopólicos, difícilmente eso pueda ser conciliado con sujetos sociales no estatales al mando del proceso político. Esa es la orientación del proceso que García Linera está discutiendo, independientemente de que cualquier Estado, y él mismo, declaren que las acciones del gobierno responden a la voluntad general, a los movimientos sociales, o algunos de sus miembros que se convierten en cuadros administrativos.

Sin recursos políticos para intervenir en las fuerzas económicas que se muestran inalcanzables, que sólo un proceso revolucionario emergente en la sociedad, además de internacional, podría alterar, para García Linera cabe al revolucionario apenas mejorar las condiciones de vida de la población a través de políticas de Estado. En una frase dirigida a los críticos de izquierda, García Linera dice en el libro «Uno desearía hacer muchas cosas en la vida, pero la vida nos habilita simplemente a hacer algunas” (2017: 61). Así, en diálogo con la Revolución Rusa, vemos que el revolucionario ideal de García Linera deja de ser el agente que se organiza para crear un poder paralelo, de abajo, y destruir al Estado burgués, para pasar a administrar este último.

Así, la Revolución Rusa que García Linera rescata, no es la de los bolcheviques que niegan colaboración al gobierno provisional progresista o de tendencia republicana de Kerensky. La identificación con Lenin es en su dimensión jacobina, de vanguardia de mando, y no de democratización del poder, que se pone al servicio de la clase trabajadora en la construcción de nuevas instituciones y en la interrupción del control económico de la burguesía. Después de la conquista del poder político, así, sólo será posible cosechar los frutos de lo que una lucha cultural previa hizo posible. No habrá espacio para la tantas veces evocada «participación», ni para disputas internas por el destino del proceso político. Una paz controlada que no permite resolver los antagonismos sociales ni reabrir una disputa por el poder político cuando sus nuevos ocupantes le dan la espalda al proceso iniciado por los de abajo.

El verdadero aspecto heroico y romántico de la revolución, para García Linera, se sitúa en esa fase post-conflicto, o que niega el conflicto, de poca épica y problemas de gobierno. El intento del libro es reconocer positivamente el curso que el proceso político tomaría en Rusia y en Bolivia, comenzando con la fusión de los soviets con el partido y el Estado; para luego avanzar en la prohibición del conflicto y disidencia interna; y finalmente consolidar una burocracia autoritaria que terminaría constituyéndose en la propia derrota de la revolución.

Para García Linera la toma del poder puede ser violenta o no, justificando la lucha armada para situaciones donde la definición del control del poder esté aún abierta en un momento jacobino que lo exija. En algunas situaciones puede utilizarse la vía electoral, u otras, pero el curso posterior de la revolución es sí, para García Linera, un proceso que necesita de mano firme y rectora. Este poder en pocas manos, cada vez más lejano, ocurre en Rusia después de 1921 y en Bolivia después de 2009, aunque estamos hablando de un proceso que respeta las instituciones anteriores y otro que las demuele y debe pasar por un periodo de guerra civil. En el momento en que se sitúa el corazón de un proceso, con centralización y verticalización que se realiza, dice García Linera, como paradoja, y “contra la revolución» (2017: 52).

La revolución debe avanzar contra la revolución, la democracia y la descentralización del poder de soviets de campesinos, soldados y obreros que en el momento jacobino de ruptura del orden antiguo, se convirtieron en espacios de democracia directa. En Bolivia, podemos hacer un paralelo con el avance del proceso de cambio contra la autonomía de las organizaciones indígenas históricas que propusieron el Estado Plurinacional en la Asamblea Constituyente, con las que el gobierno del MAS rompe después de 2009. Es necesario que el Estado imponga orden a escala nacional, dice García Linera, contra la fragmentación de los trabajadores y el acoso de la contrarrevolución. La democracia comunitaria, la representación directa de las nacionalidades indígenas y la descolonización del Estado quedarían como frases decorativas de la Constitución, con el gobierno del MAS operando para que ellas se mantengan al margen de las nuevas instituciones, a riesgo de cuestionar la unicidad y concentración del poder monopólico anhelado.

No es difícil imaginar el lugar del García Linera en la represión que a partir de 1921 el Estado Soviético orientaría contra opositores de izquierda, soviets rebeldes, el ejército de campesinos revolucionarios de Ucrania y después de los propios miembros del partido bolchevique que no se adhieran a la línea dominante. Aunque no se desencadenó un proceso represivo a gran escala, hubo criminalización de protestas y de ONGs críticas; intervención gubernamental en organizaciones sociales; difamación de adversarios en los medios de comunicación; marcando un camino claro que viene acompañado también del favorecimiento del «buen clima de negocios», la proximidad a una nueva burguesía local; y alianza con sectores poderosos de la economía antes resistentes al nuevo gobierno. Después de un momento inicial con fricciones y medidas fuertes, el poder gubernamental se consolidaba en manos del partido de gobierno, con la economía marcando el rumbo mientras el gobierno buscaba garantizar inversiones estatales, y la libertad para los actores económicos dominantes.

García Linera menciona el episodio de Kronstadt, en el que Lenin y Trotsky comandan una represión violenta contra marineros que eran héroes de la reciente revolución. Se trata para García Linera de un «producto de la arriesgada modificación de la correlación de fuerzas al interior del bloque popular» (90). Esto ocurrió junto con la discusión de la NEP en el congreso del Partido, cuando también se constataría un giro a respecto de las libertades de expresión y organización política en el país. García Linera no menciona ese proceso que acompañó a la adopción de la NEP, pero se entiende como efecto necesario del afianzamiento del control político vertical, evitando el establecimiento de un juego de correlación de fuerzas políticas en el interior del bloque popular.

Además del inicio de la censura a gran escala practicada por los bolcheviques, dejando atrás el momento en que ellos la sufrían, junto con la NEP se prohibía la disidencia interna en el partido, aunque no se organice como tendencia o facción, que ya anteriormente no estaba permitida. Simultáneamente, miles de mencheviques fueron arrestados, exiliados o tuvieron pena de muerte decretada, aunque no ejecutada (Fitzpatrick 2005) y los bolcheviques sustituían a miembros de otras organizaciones en el interior de los soviets (Machajski 2018).

García Linera define la práctica revolucionaria en base a algunas definiciones como «referentes universales que van revelando la naturaleza social de un proceso revolucionario en curso» (2017: 66). Estos referentes son el modo en que la sociedad se constituye (como clase), se organiza (en la acción política colectiva, con participación), y se proyecta (como objetivos del proceso político). Con las clases plebeyas movilizadas, en esta definición, existen posibilidades de lucha anticapitalista. También se supera la democracia representativa y, en el plano material de la economía, los objetivos de la lucha buscan abrir espacios a la lógica del valor de cambio como orden planetario, a partir del valor de uso, en un régimen de relación entre las personas y las cosas no mediado por la relación capitalista (2017:66-7).

Ahora bien, la hermosa definición, radical en la medida en que define una verdadera revolución a partir de la alteración efectiva del Estado burgués y de la economía capitalista a partir de un sujeto político de abajo queda suspendida, por largos períodos, cuando una incidencia política efectiva en esos los planes se define, por García Linera, como no posible. En ese punto una nueva definición se impone donde de forma cínica lo que acaba de ser determinado como rasgos característicos de una revolución, quedan descartados. La tarea del revolucionario no implica formas democráticas y colectivas, se impone como gobierno de pocos, aunque se diga en nombre de la clase o el grupo de fusión de los pobres y plebe subsumida a la acumulación ampliada del capital. En lugar de eso, una élite jacobina que tampoco alterará la ley del valor creará condiciones para que el capitalismo se expanda y haga su plaza del espacio políticamente controlado por anticapitalistas.

Es en este punto, con un nuevo gobierno que administra el estado y la economía capitalista, y decreta que el momento del conflicto terminó, cuando aparecen dos aspectos identificables como esencia del nuevo momento: espera y control. No siendo posible una revolución socialista, la energía del proceso se apaga o se vuelve hacia adentro, descuidando justamente lo que los bolcheviques enseñaron: una revolución realizada donde la teoría no la consideraba posible, en las posiciones del Lenin en 1917 contra el propio partido. Destacando los caracteres tácticos y situados de la acción y pensamiento leninista, hoy nos preguntamos por caminos concretos para una revolución que no pasará necesariamente por la aceptación de lo existente, ni por la promesa de un control político que posterga el mundo nuevo lejos y más allá del presente.

Garcia Linera postula un paralelo entre el Estado, como espacio de lo universal, y el dinero. En los dos espacios se encuentra un limite que exige entender que el movimento revolucionário ha cesado. A partir de ahi es contra los interesses de la revolucion, esto es, de su permanência, modificar impositivamente las leyes del mercado, y tambien cuestionar la nueva autoridade estatal. De este modo, junto con el control politico, existe uma apertura economica, con efectos en la politica internacional, en un processo que podemos ver yendo en la direccion del entierro de todo posible foco revolucionario, por caminos diferentes a los que, por exemplo, el Che Guevara siguió a partir de premisas y situaciones políticas comparables (Sztulwark 2017).

Al mismo tiempo que la NEP era presentada en el congreso del Partido, y la represión política avanzaba, la Rusia de los bolcheviques también reabrió relaciones comerciales con Inglaterra y firmaba acuerdos secretos con Alemania para albergar fábricas alemanas de armas, prohibidas de funcionar en aquel país debido al tratado de Versalles (Carr, 2017). Lejos de la época en que los bolcheviques ordenaron la publicación de los tratados ocultos del zar, el gobierno soviético gobernaba ahora un país con intereses que podían no ser los del proceso revolucionario, ni contrarios al objetivo de acabar con el capitalismo y democratizar el poder. Y eso es exactamente lo que identifica a García Linera con ese momento.

La ocasión y el tema del libro sirve a García Linera para generalizar un análisis que suele aplicar al entendimiento del proceso boliviano: como Marx analizaría 1848 en Europa, las revoluciones en la historia suceden como sucesión de oleadas. En esta constatación retrospectiva del argumento de García Linera, las oleadas funcionan como esperanza futura, celebración de las rebeliones del pasado, pero presente muerto. La revolución es un instante efímero que nos llena de ilusión, pero que debemos entender como un momento muy diferente del tiempo del reflujo, cuando el Estado cuidará de la situación y las luchas necesariamente desaparecen.

García Linera entiende el estado fluido de la sociedad producto de luchas, pero ellas se circunscriben a una fase inicial, seguida necesariamente de un momento donde la forma estatal reglamenta la sociedad por décadas, como estructura de poder que es producto de esas luchas anteriores. El Estado Soviético, y ya no un poder soviético contra el Estado, y el Estado Plurinacional, en Bolivia, son una fortaleza donde antes que cualquier objetivo de la revolución -o de los principios básicos de la izquierda- la prioridad es garantizar la permanencia del comando político considerado revolucionario. El Estado Revolucionario es el pasado de las luchas fortificado y consolidado como autoridad centralizadora y autónoma de cualquier lealtad con los movimientos de los que es resultado.

Para García Linera, las revoluciones se «enfrian», «se solidifican» cuando las luchas se institucionalizan y dejan espacio para estructuras estatales y económicas «que regirán y regularán la sociedad bajo la forma de relaciones de poder y dominación durante las siguientes décadas, hasta un nuevo estallido» (2018: 17). En una conferencia en Buenos Aires, destinada a refutar la idea de que Bolivia y los gobiernos progresistas de la región se encontrarían en un fin de ciclo, García Linera conecta explícitamente los objetivos del gobierno de Bolivia con aquellos que serían los de los bolcheviques después del «comunismo de guerra», cuando la burguesía fue derrotada, pero con siete millones de personas muertas de hambre, dice García LInera. Los objetivos serían «cuidar la economía, ampliar los procesos de redistribución, aumentar el crecimiento». Lo que Lenin hizo, según García Linera, fue «priorizar la economía […] reestablecer la confianza de los sectores populares, obreros y campesinos, en su gobierno, a partir de la gestión económica, del desarrollo de la producción […] respetando iniciativas autónomas de campesinos, obreros y pequeños empresarios -incluso empresarios- para garantizar una base económica con estabilidad y bienestar para la población «(García Linera, 2016).

En el momento en que el Lenin de García Linera comienza a parecer un líder europeo de posguerra, un defensor del espíritu emprendedor o un ministro de Bachelet o Rafael Correa, tal vez sea preciso reflexionar sobre si el paralelismo que García Linera propone puede ser llevado adelante.

Independientemente de lo justo de la evaluación de la NEP para Rusia, como medidas necesarias para la consolidación de la revolución, o que dinamizarían la situación política, revitalizando un proceso que encontraba una caída en la vitalidad de las nuevas instituciones y energía de los revolucionarios, lo que estaba en juego en Bolivia parece es muy diferente. Bolivia pasaría por un proceso de centralización del mando, cerrando una de las experiencias más avanzadas de partido-movimiento, donde el «mandar obedeciendo» y la decisión política en manos de las bases era un elemento fundamental, y fue eliminado. Este proceso, que García Linera justifica, aunque no puede ser considerado responsable, como actor secundario en la organización del nuevo poder de Bolivia, ocurrió en un momento de condiciones económicas excepcionales, con precios altos de los commodities, estabilidad económica, y el ingreso estatal más alto de la historia del Estado.

Bolivia contó con condiciones políticas positivas a partir de 2009, con control absoluto de los tres poderes de gobierno y oposición perdida y en dispersión. Se trata de una situación opuesta a las condiciones en que la NEP es decidida, con dolor para los revolucionarios, en la Rusia de 1921. Además del ciclo positivo de bonanza económica regional, hubo decisiones políticas en Bolivia que explican la capacidad de reducir la pobreza y sostener políticas «de inclusión», pero también de no modificar la distribución del poder económico, y que propone un modelo de desarrollo que no se diferencia del adoptado por los países vecinos sin administracion progressista o de izquierda.

García Linera destaca el ejemplo de la decisión de los bolcheviques en abrir la explotación de recursos naturales a empresas extranjeras, con condiciones privilegiadas que las empresas nacionales no tenían. Se trataba de una necesidad prioritaria, debido a la falta de energía para la industria. Muy diferente de la situación boliviana, aunque la decisión de los bolcheviques aparezca en el texto de García Linera con un claro sentido justificador, en la adopción de un modelo extractivista de tipo neo-colonial, favorecedor de empresas extranjeras en contradicción del espíritu de octubre de 2003, cuando las calles de Bolivia abrieron un momento con posibilidades revolucionarias, oponiéndose a la privatización del gas, y que al inicio del gobierno de Morales sería respetado en el aumento de impuestos para las empresas extranjeras que explotaban hidrocarburos en el país, la llamada nacionalización de 2006.

Hasta qué punto el carácter revolucionario del nuevo Estado ruso, que justificaría la centralización autoritaria del poder, puede aplicarse al gobierno del MAS, es una cuestión que nos lleva a la evaluación del proceso ruso, a la teoría de la revolución no democrática y aprisionadora del García Linera, pero también a la posible lectura equivocada de procesos políticos puntuales. La decisión de la NEP, que en Rusia resultó de fuertes presiones venidas desde afuera, y de la falta de acompañamiento internacional de la Revolución, con el fracaso de la esperada revolución alemana, en Bolivia consistió en la elección de un camino político, que en la argumentación del García Linera no aparece como una elección difícil, sacrificada, de renuncia respecto de los objetivos y metas anheladas. Esto lleva a pensar que, a diferencia de Rusia, fueron internas al proceso de cambio, y no externas, las limitaciones políticas y presiones que resultaron en la interrupción de una posible búsqueda anticapitalista, buscada en Rusia pero no en Bolivia.

En Bolivia, un proceso de movilización producto de una construcción de décadas, derivó en un proceso que, si planteó posibilidades de alcance revolucionario, estas fueron abortadas desde dentro y no por una derrota frente a fuerzas externas. La pregunta que se abre en Bolivia, después de más de una década de gobierno del MAS, es hasta qué punto, de hecho, los cambios en el sistema político y la incorporación de miembros de organizaciones sociales en la administración del Estado y el poder institucional constituyen la destitución del antiguo poder. Más allá del simbolismo de un presidente campesino, sindicalista e indígena, y de la aprobación de una Constitución que establece cambios en la concepción del Estado, hasta qué punto hubo una ruptura con la institucionalidad republicana y liberal anterior.

Por otra parte, e incluso asumiendo que en un contexto como el boliviano puedan plantearse problemas semejantes a los de la Revolución Rusa, en los últimos 100 años el pensamiento de izquierda ha cuestionado la idea de progreso, el lugar del Estado como motor del desarrollo, el modelo económico que un proceso revolucionario debe impulsar, además de cuestionado las formas políticas clásicas de lucha y organización, en un intento de adecuarlas a un capitalismo contemporáneo que no puede ser comparado con el de la Rusia de 1917 o 1921. El trabajo, el sujeto político, la organización revolucionaria y las formas institucionales son así rediscutidos. El salto temporal y político de García Linera, de los bolcheviques a los progresistas de los gobiernos de América del Sur a comienzos de la década, parece permanecer en el mismo lugar en que la izquierda pensaba el poder en aquella época, sin entender cómo el mismo produce, circula, y no aparece forma centralizada como objeto a ser poseído y controlado por un grupo pequeño de iluminados.

 

Entre el realismo pragmático, el izquierdismo y la ilusión

Una crítica posible a García Linera sería la que se hace de un lugar de principios y proximidad con el proyecto de la tradición de izquierda, contra un pragmatismo que Lenin o cualquier otro revolucionario podrían haber ejercido en determinado momento. Es el lugar que García Linera quería asumir en la discusión, como buen comunicador del progresismo hoy en retirada: el lugar del responsable hombre de Estado que sabe hasta qué punto los deseos pueden ser llevados adelante, y hasta qué punto no. Así, el vicepresidente de Bolivia reconoce que la revolución exige centralizar las decisiones y sacrificar el flujo de creatividad del pueblo, como criticó Rosa Luxemburgo, y dice que «no debemos adecuar la realidad a las ilusiones, sino al contrario; tenemos que adecuar las ilusiones y las esperanzas a la realidad «(2018:61).

De hecho, podemos ver al García Linera que se encontraría con Lenin contra las críticas de Rosa Luxemburgo, por ejemplo, para quien las concesiones de la NEP para los kulaks, campesinos ricos; o antes, la pérdida de democracia a la hora de decidir, sin los soviets, la toma del poder, tendrían un costo demasiado alto, con consecuencias futuras desastrosas, incluso en términos de alcance de la revolución. Aceptando el lugar de lo imposible, podemos preferir una lectura de la revolución rusa que demuestre cómo la historia y lo posible fue desafiado, asaltando el cielo. Todo el poder para los soviets, y la posibilidad de crear un Estado proletario tiene todavía un poder desafiante y revolucionario que mostró cambios materiales y capacidad para crear un mundo nuevo, transformando estructuras que parecían fijas para siempre y contribuyendo a marcar el pulso de la energía revolucionaria en todo el mundo.

En el contexto de un libro que rinde homenaje a los 100 años de la Revolución Rusa, de este modo, podemos pensar como bastante fuera de lugar el esfuerzo de García Linera en llevar la idea de revolución justamente al lugar donde se apaga. Si recordamos 1917, porque difícilmente vamos a encontrar muchos homenajes a la NEP en 2021, no es por la mesura, espera y capacidad de control social de los bolcheviques que la revolución rusa es evocada. La desesperación de Lenin en las cartas al partido para organizar de forma urgente la insurrección, o incluso las críticas al final de su vida, dirigidas a la burocracia y el monstruo que iba mostrando sus formas, muestran una idea contraria de desmesura y poder subjetivo para contribuir en el alineamiento de una crisis y movilización en una revolución.

Recordamos a los bolcheviques por haber sido locos, en una apuesta sin precedentes, que la teoría indicaba como imposible, y que a pesar de ello funcionó. Los bolcheviques fueron inventivos, osados, conectando con la autoorganización y disponibilidad para la lucha de los de abajo, pero también avanzando en un salto hacia el vacío. Saltaron en un lugar que antes de ellos no existía. La NEP fue volver a lo conocido de las relaciones capitalistas de comercio, incentivo a la producción, propiedad y libre mercado.

Lo que es realmente admirable es cómo Lenin entendió el movimiento de las fuerzas políticas defendiendo con determinación una posición opuesta a la línea del propio partido, y que abrió un tiempo nuevo donde no parecía que fuera posible. Es ese el núcleo de la revolución, que en Bolivia probablemente se aproxime más a la fuerza campesina y obrera en un devenir indígena que se propuso descolonizar a las instituciones y pensar formas distribuidas de poder estatal, en una apuesta para formas territoriales, reciprocas y comunitarias más allá del Estado y conectada con vestigios que permiten discutir con otras alternativas a la civilización occidental.

La NEP puede haber sido una buena decisión de gobierno, o no. Y puede haber sido una buena decisión de gobierno que, sin embargo, no fue un buen movimiento para continuar la revolución y expandirla. Pero buenas decisiones de gobierno tenemos en todos los países y en todas las épocas… estadistas y buenos estrategas tenemos de cualquier lado del espectro ideológico. No es eso lo que hace de la revolución rusa una experiencia útil para pensar cualquier revolución o proceso de cambio. No necesitamos de Lenin ni de García Linera para pensar el problema de la dificultad de llevar programas a su ejecución, o de la izquierda que pasa a gobernar de la misma forma que antes combatía, con objetivos a corto plazo y dejando para más adelante los objetivos de transformación.

El MAS, junto con la oposición política ligada al poder tradicional y empresario, se ocuparon de fortalecer y restaurar el poder republicano de Bolivia con un pensamiento que priorizaba la búsqueda de estabilidad política, consolidación del poder de mando, y libre espacio para expansión capitalista, encontrándose con formas políticas que antes otros caudillos o gobernantes nacionalistas intentaron. En el caso de las mujeres, se trata de una crítica pertinente al pragmatismo que encierra búsquedas políticas más radicales y exigentes, que eran presentadas como izquierdistas, infantiles aliadas al imperialismo por García Linera y otros constructores del relato progresista, mientras que el poder político se alía al poder económico tradicional.

Pero lejos de la crítica al pragmatismo gubernamental tenemos otra crítica también posible, que muestra hasta qué punto la lectura de García Linera es conservadora.

A contramano de la organización que el propio García Linera hace de la discusión política, contra los revolucionarios de café, podemos ver en el libro un alto grado de retórica revolucionaria mistificadora e idealista, ajena a las fuerzas materiales que de hecho orientan el proceso boliviano. García Linera mantiene un tono lírico en su evocación de la revolución, y de la NEP, como momento de avance y consolidación revolucionario. En ese punto su perspectiva contrasta con la forma en que los propios bolcheviques se refirieron al nuevo plan económico. Tanto Lenin como Trotsky (2008) la presentaron como única alternativa, obligados por condiciones muy desfavorables. En una lectura no romántica pero realista del proceso boliviano, urge apartarnos de la ilusión de que la llegada al Estado de un gobierno «progresista» pueda ser sugerida como revolución homologable con la Revolución Rusa, cuyas fases y disputas puedan ser pensadas en términos de efectivo asalto al poder y victoria en el campo de la hegemonía.

El desencanto frente a las dificultades reales para efectuar cambios estructurales en los distintos gobiernos del progresismo latinoamericano contrasta, en García Linera y tantos otros, con la difusión de visiones totalmente fantasiosas y mistificadoras sobre lo que se habría tratado de una auténtica revolución en la región. García Linera, como buena parte de la base de clase media intelectualizada del lulismo, del kirchnerismo, del correismo, son de hecho generadores de una fundamentación con lenguaje de izquierda revolucionaria o progresista, nacional popular o ciudadanista, congelada en su narrativa en la época de oposición al neoliberalismo contra gobiernos de la década de los ’90, como si al final del ciclo hablaran aún al comienzo del mismo, sin haber cambiado el lugar de habla después de haber sido gobierno por más de una década. Es en este campo político donde tiene sentido la visión de la Revolución Rusa concentrada en la apertura hacia las relaciones capitalistas, el retroceso, la espera y el control político de los focos de conflicto y lucha política autónoma.

La retórica cargada, de poder indígena, soberanía nacional y antiimperialista, de una revolución concreta en Bolivia en la reducción de la pobreza, expansión del consumo y políticas de transferencia de renta para sectores populares, con una nueva clase media que se vuelve principal sujeto político del nuevo país, se traduce en el campo político polarizado con una derecha liberal o conservadora, pero que, en lo referente al modelo económico, no presenta una impugnación o divergencia. Además de la falta de horizonte socialista o comunitario, una disputa limitada al plano de una esfera política de discursos y símbolos, entendida como autónoma, difícilmente tiene algo que ver con el proceso revolucionario ruso.

El idealismo romántico de García Linera es el de tachar de gobierno revolucionario un proceso que se siente en el derecho de cerrar alianzas con los enemigos de las clases subalternas, los poderes económicos tradicionales, cuya proximidad se constata en el proceso boliviano después de clausurado el conflicto por la aprobación de la constitución. Entre mistificación, propaganda, y defensa de privilegios; cinismo e ilusión; el interés y la falta de autocrítica, todo poder estatal que se imponga como mediación que posterga el momento de la implementación de los cambios, debe ser cuestionado como distante de la revolución y no símbolo que se presenta en el lugar de la revolución, ocupando como poder estatal el lugar imaginario de aquella, contra el fascismo, el neoliberalismo, el colonialismo o cualquier otro antagonismo discursivo que el marketing político encuentre apropiado.

A falta de revolución, tenemos entonces una teoría de la revolución sin revolución. En la imagen de García Linera, pretender alcanzar el socialismo a partir del Estado, como en el «comunismo de guerra», sería como andar con una linterna en la noche oscura. El control estatal sólo funcionará donde conseguimos iluminar, mas alla se impondrá el mercado (2018:86). La impotencia reconocida en esta afirmación, y coincidente con una atribución del Estado en las sociedades periféricas apenas aparente y débil, contrasta con el postulado de la necesidad de un poder político férreo, pero sólo para dejar la economía actuar libremente regida por la inevitable lógica de valoración capitalista. Asumiendo que el papel estatal se desarrolla de forma más eficiente como administración del capitalismo, García Linera pretende así hacer de la fuerza del capitalismo una virtud de los revolucionarios.

Nos preguntamos por los efectos subjetivos, y de neutralización de energías revolucionarias de ese tipo de visión política. El efecto de pensar la política con el espíritu de la NEP, parece resultar en pasividad, en atribuirse a sí mismo un papel de dirección y control estatal, más acorde con fuerzas políticas que en lugar de militantes revolucionarios se dirigen a votantes de clase media (nueva o vieja) en mensajes televisivos que sustituyen lo que en otro momento fue un proceso político llevado adelante por la movilización. De las calles, a la Asamblea Constituyente con movilizaciones y finalmente al Estado, nos preguntamos hasta qué punto la espera de las oleadas futuras de la revolución no se constituye en un muro que evita y obstaculiza la emergencia de experiencias que puedan encontrar siempre otros caminos.

La posición de García Linera, no parece distante de la de quien se atribuye el papel de coordinar la revolución de otros, lugar conocido en la organización del poder de las repúblicas coloniales. Se trata de una élite política que se siente en el derecho, o en la responsabilidad, de asumir ese papel. Un jacobinismo de mando que, sin capacidad de conducir un proceso de transformaciones, gestiona y arbitra el poder repartido entre sectores viejos y nuevos de la burguesía (Prada 2013). No es extraño que junto con ese aislamiento de los procesos que dieron origen al nuevo momento estatal, se coloque la culpa en la pasividad de los de abajo, que no tendrían preparación o capacidad para ejercer un autogobierno, justificando el lugar de la nueva casta burocrática, conductores de un proceso que se sostiene con propaganda e imaginario revolucionario, pero que congela el conflicto social en un presente eterno de control y resignación.

 

Un Lenin para una revolucion comunitária?

Slavoj Žižek menciona una desconocida preocupacion mantenida por Lenin, que permite llamar la antencion sobre las posibilidades comunitárias del processo boliviano, descuidadas mientras el sueño desarrollista y la clausura estatal impedia al processo politico avanzar en la direccion buscada por las fuerzas politicas fundamentales en la fase previa a la llegada de Evo Morales. En los términos del analisis de Garcia Linera, se podria decir que el lugar adquirido no solo por los indígenas, sino también por sus formas de justicia, democracia y economía, obtuvieron una victoria cultural, pero fueron sepultadas despues del punto de bifurcacion en que la consolidacion del poder estatal jacobino tomo uma via que los negaba, que trabajo en pos de su neutralizacion, como hizo siempre el poder politico en Bolivia.

En un texto sobre Lenin, Žižek interpreta el lugar del revolucionário ruso en un gesto de “excision sectária” recuperando el lugar de los bolcheviques para pensar, en los tiempos actuales, uma necesaria fuga de Europa, de su legado y su cuerpo decadente. Este seria el lugar donde el gesto leninistas podria ser recuperado, dice Žižek, pensando una necesaria ruptura con la modernizacion econômica y en los sagrados fetiches liberales y democráticos, donde nada deberia ser intocable (ni en las relaciones econômicas de mercado, agreguemos), en un posible nuevo comienzo. Y cita una historia referida al mismo momento en que Lenin defendia la NEP, y concretaba la clausura centralizadora y represora de la disidencia en Rusia (2010:97).

En el verano de 1921, relata Žižek, Lenin convoca a la formación de un grupo para discutir el fortalecimiento del vinculo entre los campesinos y el gobierno soviético. Proponian entregar tierras a antiguas sectas cristianas “protocomunistas”, que en aquella época contaban entre tres y cuatro millones de miembros. El 5 de octubre, una proclama fue dirigida a la Secta de lo Viejos Creyentes (perseguidos por el régimen zarista desde el siglo XVII) invitándolos a instalarse en las tierras abandonadas y vivir alli de acuerdo a sus costumbres. Citaba una frase de los Apóstoles: “Ninguno debería decir que lo que posee le pertenece solamente a él, y debería mantenerse en común […]”.

El objetivo de Lenin no solo es practico, de producir mas alimentos; pretendía también explotar las potencias comunistas de las formas pre-capitalistas de propiedad común (que ya Marx, en la correspondencia con Vera Zassulitch, señalaba como la base potencial para la produccion comunista). De hecho, la Secta de lo Viejos Creyentes fundaría una hacienda estatal (sovkhoz) cerca de Moscu, cuya actividad fue acompañada muy de cerca por el propio Lenin. Žižek concluye el comentario considerando que la izquierda debería mostrar esa misma apertura actualmente, incluso en relacion con los fundamentalistas más “sectários”[5].

Es probable que, si en algun lugar de occidente recientemente el proceso político abrió posibilidades para pensar comunidades ancestrales como posibilidad del presente, ese lugar fue Bolivia, a partir del trabajo de las organizaciones indígenas que se movilizaron abriendo un ciclo político, con presencia crucial en la Asamblea Constituyente, proponiendo conceptos de ruptura, y en 2008-2009 apartándose definitivamente del MAS. La vigencia de las relaciones comunitarias en el país andino, presentes en las grandes ciudades, en los sindicatos del campo, en la tradición política del indianismo katarista, es una presencia continua en la política boliviana.

Nada de eso le es ajeno a García Linera. Muy por el contrario. Fue justamente en la lucha política de ayllus y comunidades donde García Linera se formo políticamente sumándose al proceso político en los años ‘80s. Estudió el interés de Marx en las formaciones comunistas (en las cartas con Vera Zassulitch y los Cuadernos Kovalevsky), y dedicanto a eso varios trabajos, incluyendo su libro de mas aliento, escrito cuando estaba preso por participar del Ejercito Guerrillero Tupaq Katari[6].

En el libro Forma Valor y Forma Comunidad desarrolla un punto retomado en el texto sobre la Revolucion Rusa. Es en el plano de la Ley del Valor donde una revolución se mide. Justamente esa dificultad es la que lleva al planteamiento de que es el Estado donde se espera, entre las oleadas revolucionarias que van y vienen. Pero en ese libro aun leemos una critica a los manuales marxistas presentan como necesaria la modernizacion “progresivista” contraria a la comunidad. Destaca, además, las “potencialidades contemporáneas de estas formas de sociedad comunal para que se conviertan en “punto de partida” y fuerza directa para la supresión del sistema capitalista mundial y la reconstrucción nueva y superior de la comunidad primaria ancestral convertida ahora en una de caracter universal” (2009:239). Pero eso debe ser reconsiderado como mera literatura panfletaria, si atendemos que García Lienra de hoy considera que el horizonte comunitario y de la autonomía consistía apenas un programa para el tiempo de resistencia y luta por el poder, no para su efectuación en la construcción de una sociedad nueva.

En lugar de eso, Garcia Linera lee la revolución posible de hoy como un proceso estatal y nacional desarrollista, enfocado en la clase media. O mejor dicho, considera más bien que eso es lo que queda, mientras una nueva oleada de movilización planetaria no aparezca. Nos preguntamos si este destino, que es el de la sociedad capitalista industrial, no puede ser cuestionado a cien años de la Revolucion Rusa. Rosa Luxemburgo y toda una tradición de marxismo autonomista o critico cuestionaron la falta de democracia del régimen soviético y el alejamiento del horizonte socialista. Bukharin seria derrotado en un importante debate donde Lenin, Trotsky y Preobajenski se impondrían con un modelo de industrialización acelerada, que después implementaría Stalin, llevando la centralización, burocratización y autoritarismo a extremo. En esos debates, el poder del colectivo y del soviet proletario, base de la Revolucion aparecia asociado a la tradición comunitaria rural, que el sesgo de un marxismo-leninismo de corte moderno y jacobino negaría.

Coincidiendo con Garcia Linera en la idea de la revolución y del Estado como fuerzas que no se encuentran e incluso se repelen; el desafio de hoy tal vez sea pensar contra Garcia Linera, por un camino político donde lo que hacemos políticamente no sea tan distante de lo que deseamos y entendemos como objetivo para avanzar en la construcción de una nueva sociedad y vuda mejor. En esa direccion hoy resulta difícil pensar un proceso que proponga una idea de poder concentrado en lugar de distribuido; control social y no estatal; desarticulación o desconexión en lugar de administración del sistema. Contra la estabilización con políticas publicas en un cementerio estatal de las luchas, reencontrar, estimular y estar abierto a visualizar las oleadas en lugar de esperar por ellas o impedirlas cuando vienen contra un poder que antes las surfeó, y ahora se escapa de ellas. En la lectura de la Revolución Rusa, también, evidentemente la centralización y apertura no llevó a nuevas oleadas de movilización que permitieran superar lo alcanzado inicialmente. Cuando aparecieron, el poder estatal se volvió contra ellas, sin poder evitar un inexorable colapso.

 

Bibliografía

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[1] Disponible en PDF en https://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/revolucion-2.pdf Texto traducido del portugués por Santiago Arcos Haly-Burton.

[2] Sobre la cuestión del Estado, ver por ejemplo estas dos conferencias que trabajam temas próximos al del libro, ver discurso de janeiro de 2013, donde dice: “El Estado Plurinacional es la irradiación de la conducción del Estado hacia todos los confines de la sociedad boliviana para organizar su autogobierno unificado y, es por eso, que la territorialidad estatal, que la topología del poder en el Estado Plurinacional, por primera vez, abarca 1.098.581 kilómetros cuadrados que tiene nuestra patria; por primera vez, no se detiene donde llega el interés de casta, clase ni persona. La territorialidad del Estado Plurinacional es homogénea y resulta de la fusión de las territorialidades de las naciones indígenas, de las comunidades campesinas, de las clases sociales, de las juntas vecinales, de las organizaciones juveniles, de las regiones y de todos.” (disponible en  https://www.vicepresidencia.gob.bo/DISCURSO-VICEPRESIDENTE-ALVARO-GARCIA-LINERA-22-DE-ENERO-DE-2013). Y en la Universidad de Praga, en abril de 2015 “[…] El Estado y la economía son, mitad, estructuras, recursos y medios; y mitad, ideas, y carencias. Si algo he aprendido, en ocho años en el gobierno, es eso, que el Estado es la estructura más idealista que conozco en el mundo, Hegel tenía razón más que Marx en este caso, el Estado es materia, instrumentos, medios, instituciones y coerción pero, también mitad son ideas fuerza e ideas movilizadoras […] La función del dinero es material que simboliza recursos, pero es un símbolo, es idea, es creencia, la mitad de las cosas que pasan en la economía tienen que ver con las ideas, con las creencias, con los simbolismos, lo mismo pasa en el Estado” (Disponible en: https://www.vicepresidencia.gob.bo/CONFERENCIA-MAGISTRAL-UNIVERSIDAD).

[3] Pablo Solon, ex representante del gobierno de Evo Morales en la ONU, lo describe así: “O que foi feito do processo de mudança que há mais de quinze anos conquistou sua primeira vitória com a Guerra da Água em Cochabamba? Por que o conglomerado de movimentos que queriam mudar a Bolívia acabou preso num referendo para que suas pessoas pudessem se reeleger mais uma vez em 2019?” (Solon 2018:61). La cita se vuelve necessária para caracterizar rapidamente aqui un processo político que, independentemente de si fue revolucionário o no, caminó en sentido de la centralización, fortalecimento de un poder unitário com tendências monopolistas, lejos de los postulados sobre partido-movimiento, control social y democracia comunitária más allá de haber perdido, en los últimos tempos, el apoyo plebiscitário del voto mayoritario que antes lo acompañaba.

[4] Ver conferencia en la Universidad de Nova York, el 30 de abril de 2015: “Me atrevo a decir que es la única experiencia de un gobierno de organizaciones sociales, un gobierno de movimientos sociales, y es complicado porque un gobierno Estado es monopolio, es la definición de Weber, de Marx, de Elías, de Bourdieu, de quien sea. Movimientos sociales es democratización de decisiones. Entonces, es una paradoja, pero es una bella paradoja real, que funciona con tensiones, con complicaciones: si democratizas mucho, te paralizas; y si centralizas demasiado, eres un gobierno cualquiera, y no te diferencias de los demás. La clave está en esa tensión, en este equilibrio: centralizar – democratizar. Esta es la experiencia viva en Bolivia a partir de este esquema de gobierno de movimientos sociales que podrían cumplir, a su modo, al modo andino amazónico, la reflexión del profesor Habermas sobre la acción comunicativa, a partir de estos espacios de democratización de toma de decisiones”. (Disponible en: https://www.vicepresidencia.gob.bo/Exposicion-del-Vicepresidente-del)

[5] Žižek cita como fuente de su comentario, el libro de Jean-Jacqes Marie, Lénine 1870-1924, París, Editions Ballano, 2004, pp. 392-93.

[6] Como registra Bruno Bosteels (2013), en trabajos de la década del ’90, Garcia Linera (con el pseudónimo de Qhananchiri) escribe que la tarea de los comunistas en relacion al parlamento es “¡Destruirlo!, ¡quemarlo!, ¡hacerlo desaparecer junto con el gobierno y todo el aparato estatal!” (Crítica de la nación y la nación crítica naciente, La Paz: Ofensiva Roja, 1990, 34). Bruno Bosteels (2013) muestra la ruta de los estudios de las formas comunitarias -abandonada cuando entra en el gobierno- útil para un autor que no suele revisar abiertamente sus cambios de posición. Alli leemos lo siguiente: “En palabras de Marx, utilizadas para referirse al futuro posible de la comuna rural rusa, lo que se requiere para ‘salvar’ en la actualidad a la forma comunal allá donde ella se ha preservado en una escala nacional, es ‘desarrollarla’ convirtiéndola en ‘punto de partida directo’ de la construcción de un nuevo sistema de organización social fundada en la producción y la apropiación comunitaria-universal.” (2013: 104).

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