Anarquía Coronada

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Henri Meschonnic: el ritmo del poema en la vida y el pensamiento (I) // Conversación con Serge Martin


Introducción

El poeta Henri Meschonnic es inclasificable, inasignable: se podrá evocar a Eluard pero sin la monotonía, a Hugo, pero sin la grandilocuencia, a Apollinaire pero sin el esteticismo, a muchos otros, Breton, Guillevic y también Eustache Deschamps y suArt de dictier y seguramente Yehudah Halevi (poeta y teólogo judío español de principios del siglo XII). Tal vez habría que buscar del lado de los rusos (Mandelstam, Tsvietáieva…) aunque más no sea para recordar que sus padres vinieron a Francia desde Besarabia en 1924, por lo tanto antes de su nacimiento en 1932, luego la guerra y el acoso. ¡Sí! un aniversario que le permite al FA (Le Français aujourd´hui) hacer del año 2002, al lado de Victor Hugo, el año del poeta Meschonnic [1]. 

Habría sido necesario acompañar esta crónica con un CD porque las lecturas de Henri Meschonnic permiten oír una voz por debajo del texto, una respiración que es toda una manera de hacer la relación en el lenguaje: inimitable, incomparable, única porque es intempestiva y casi silenciosa, personal y casi anónima, sabia y muy cercana a cada uno, alegre, viva y llena de voces de ultratumba, voces que vienen de lejos y no dejan de hacerse oír para que uno se oiga mejor. Pero esta voz está en cada libro, hace el continuo o está hecha por el continuo de un verso al otro, de un poema sin fin, de un libro que se abre al siguiente. Henri Meschonnic, una cantera de lo continuo que es una relación infinita en y por el lenguaje.

Serge Martin

Henri Meschonnic: El ritmo del poema en la vida y el pensamiento / Conversación con Serge Martin [2]

Serge MartinDe acuerdo a los primeros poemas (Poemas de Argelia) y a todos aquellos que vinieron después, ¿podemos decir que cada poema es de circunstancia? ¿El sujeto del poema constituye el vínculo entre la vida y la vida, entre tal discurso y tal otro, en todo lo que  hay de más empírico, de más histórico? ¿Y si se convierte en un universal – lo que parece estar en tu búsqueda – no pierde su fuerza política, su fuerza de transformación de formas de lenguaje en formas de vida y a la inversa (conceptos que te gusta retomar de Wittgenstein)?

Henri Meschonnic: Más avanzo, más entiendo que la poesía, lo que llamo poesía, a menos que se diga, lo que va en otra dirección, hacia lo imprevisible, de ahí el placer, ya no poesía, sino poema, y más aún el poema del pensamiento, entonces un poema es de circunstancia cuando es al máximo poema, cuando es el máximo de la relación entre la vida y el lenguaje, entre una vida y un lenguaje. Lo que hace que esta vida se transforme mediante su lenguaje y que el lenguaje se transforme mediante esta vida. Y mediante todas las pequeñas vidas que hay en una vida. Por consiguiente no se trata de un «vínculo», la expresión es insuficiente, entre la vida y la poesía, se trata de una transformación recíproca.

Y si el poema es esta transformación, esta transformación misma es aquello que llamo el sujeto del poema, es decir la subjetivación máxima de un sistema de discurso. Digo subjetivación, no subjetivización, que orientaría el poema hacia la psicología, por consiguiente hacia el enunciado, y el signo, hacia su doble discontinuo, lo discontinuo interno del signo, lo discontinuo interno del ritmo, ya que ambos producen toda la cadena del discontinuo entre las categorías de la razón, que separan y seudo-autonomizan el lenguaje, la ética y lo político.

No, la subjetivación de un lenguaje a través de una vida obliga a pensar el poema como un acto ético, y como un acto ético supone que sujeto es aquello que hace sujeto, que sujeto es aquel a través de quien otro es sujeto, el poema es al máximo un acto ético. Por lo tanto, lleva a pensar y practicar una política de los sujetos y no una política de la oposición propia del signo entre individuo y sociedad. En este sentido un poema es también un acto político.

Decir que es universal, es decir que en todas partes y siempre es lo que un poema hace. Lo que implícitamente permite y obliga incluso a buscar en esta exigencia, en este implícito, el criterio de lo que hace que un poema sea un poema, para poder marcar la diferencia entre un poema y aquello que hace todo para parecerse a la poesía. Necesariamente somos llevados a reconocer esta diferencia, y debemos aprender a reconocer lo verdadero de lo falso. En arte. Lo que rápidamente hace del pensamiento también un arte. Y una ética. Y una política.

En cuanto a la circunstancia, ¿de qué se trata? No es una situación excepcional. Cada momento, cada encuentro con los otros, con uno mismo, es de este orden. Pero uno  no sabe, en todo caso uno no sabe de antemano, lo que determina el desencadenamiento de un poema. Desde este punto de vista, se descubre la fuerza de lo ínfimo. Eso no significa naturalmente que se minimicen estos cambios mayores que nos agitan, que nos conmocionan. Pero lo importante es que la emoción pase del sujeto que piensa, del sujeto que sabe, que quiere, que tiene emociones, al sujeto del poema.

De lo contrario, solo está el enunciado, la descripción, todo aquello que Mallarmé llama el nombrar, donde yo veo el criterio de eso que no pertenece al poema, sino a la confusión tradicional entre el signo y el poema. Y es contra esta vieja asociación de las ideas que pensar lo que sucede en un poema, lo que hace un poema, produce  disociación de ideas – este hallazgo de Rémy de Gourmont. El poema rompe el signo, rompe signo, rompe asociaciones de ideas, es decir consensos que tomamos como verdades. Hay terrorismo en el poema, en relación con lo establecido del signo. Siempre ha sido así. Nada nuevo aquí. En lo que el poema hace. Pero lo nuevo es reconocerlo. Trastocar nuestras costumbres, nuestra mala educación, dos mil quinientos años de dualismo y de discontinuo, para reconocer todo eso que no sabemos que se oye, todo eso que no sabemos que se dice, todo eso que no sabemos que se hace, en el lenguaje.

una línea

es solamente una

frase que se detiene después otra

la vida rima

con la vida

somos todos rimas vivientes

que intentan

terminar su frase

no hay

final para

decir

quizá sin saberlo

no somos más que las sílabas

de palabras que empezamos

pero nadie tiene la frase entera

el sentido son solamente fragmentos

de sentido que somos lo que

falta

para hacer la frase es en

el otro el otro el otro

(Puesto que soy esa zarza, Leviatán, 2008)

¿Cómo se ajustan versos y prosas en el poema? Dédicace proverbesya daba una respuesta aunque más no sea por su título? No hace mucho en una respuesta a Juden Stefan  rechazabas la problemática de una elección entre Mallarrmé y Rimbaud, pero tus poemas eligen el verso, ¿qué verso escribes? ¿Puede equiparase eso con el «rechazo de la linealidad» de la que habla Bernard Noël?

Versos, prosas. Shelley en su Defensa de la poesía, escribía que era un error grosero oponer los escritores en verso a los escritores en prosa. Es la confusión canónica entre los versos y la poesía. Y por algo Hugo escribía «no amo los versos, amo la poesía». Entonces, no, no escribo en verso. Uso la línea. Que no es lo mismo. Para hacer que coincidan dicción y tipografía, o más bien oralidad y visualidad del ritmo. Y si es necesario pensar en las relaciones con lo que Mallarmé llamaba el «verso nacional», estoy tan embrujado por este «misterio de las Letras» que es el ritmo par en francés, que cuido mis impares torpezas. Físicamente es en términos de síncopa que oigo la interrupción del final de la línea, dado que el poema es la unidad, unidad que no es ella misma más que un pasaje, un momento que se interrumpe en el largo poema que no deja de escribirse, y donde uno no puede más que interrumpirse. Y una vez más, como decía Hugo, la vida es «una frase inacabada». Estamos en lo inacabable. Momentos, pequeños fragmentos de infinito. En cuanto a la prosa, prefiero, incluso sería la única cosa que conservaría de Hegel, oír en esta noción no la eterna tontería del maestro de filosofía del señor Jourdain, que seguimos padeciendo, sino la de «prosa del mundo» – el combate indefinido de los contrarios, el desorden opuesto al «buen infinito». Es entonces solamente, paradójicamente, cuando se podría (parece que me contradigo) reunir estas dos cabras sobre el puente que son el verso y la prosa. Porque  entonces es solo ahí donde aparecería no solamente la pluralidad interna de las prosas, como se dice en italiano, sino la multiplicidad interna de los ritmos, cuya regulación métrica no es más que un momento, y un aspecto, que no solamente oculta todo lo que hay de prosa en los versos, y de métricas de prosa, sino que oculta, más allá de las oposiciones formales, el verdadero problema poético que es aquel de un ritmo-sujeto. Sin que olvidemos lo desconocido del ritmo que es el gran régisseur de los desfiles del lenguaje, de su aventura. En comparación los binarismos del formalismo y del calculismo, incluso en lo lúdico, no parecen más que formismo, con esto quiero decir una de las formas de lo tontísimo.

Los nombres todos los nombres juntos

hacen una ausencia de nombre

más se empujan más se aprietan

el anonimato

que hará de nuestro nombre una frase

*

Las calles como nosotros se volvieron azules

los paseantes casi invisibles

son huellas de movimientos y

noche tras noche se ve en el interior

*

tal vez se empiece a decir

lo que pasa de cuerpo en cuerpo

cuando se lleguen a oír

las voces que solamente hablan

en los silencios de nuestra voz

*

los intervalos entre los arrebatos del corazón

no están vacíos

los intervalos entre las palabras no son blancos

son casi palabras

casi gestos

algo más que callarse

y algo menos que decir

*

en el interior de las letras

otras letras

en el interior del cuerpo

nuestros otros cuerpos

como una lengua

en cada momento diferente

que estamos siempre en el inicio de aprender

(Nous le passage [Nosotros el pasaje], Verdier, 1990)

¿Qué diferencia, qué parecido entre el poema del «lenguaje ordinario» (el proverbio, pero también el ritmo en la prosodia de cada «locutor») y el poema de la poesía cuando escribes, por ejemplo «Los anónimos llevan mi nombre» (Dédicaces proverbes [Dedicatorias proverbios]). ¿Tu guerra contra los sacerdotes de la poesía (incluidos los poetas, filósofos y otros) llega al punto de rechazar toda idolatría y por consiguiente la «gran» obra a fin de sugerir la grandeza de lo que hace toda palabra?

En primer lugar, lo que sé desde  hace mucho tiempo es que no hay lenguaje ordinario. Sobre todo en el sentido en que se lo opone al lenguaje poético. Tampoco hay lenguaje poético y lenguaje ordinario o sonido y sentido en el lenguaje, o forma y contenido. Para el signo y en el signo sí. Desde luego. Pero el signo no está en el lenguaje. Es solamente una representación de la parte conocida del lenguaje, que nos oculta la parte desconocida, impensada. Impensada por el signo. Tan solo lo discontinuo. Que no solamente nos oculta el continuo, sino que ni siquiera sabe que lo ignora. Una borrante doble. Como la traducción corriente lo expone con obscenidad. La que corre detrás del lenguaje corriente. Entonces, sí, hay una guerra del lenguaje. Que no tiene nada que ver con la guerra de las lenguas. Es la guerra de la ética del poema contra la heterogeneidad de las categorías de la razón. Curiosamente, lo que me enseñó el trabajo de traducir un texto que se recibe como texto «religioso» – los textos bíblicos – es que el combate del poema y del ritmo, de lo continuo contra lo discontinuo, de la coherencia de lo continuo contra la coherencia de lo discontinuo, es el mismo problema que el de la recuperación de lo divino por lo religioso. Se trata pues de un combate contra lo religioso  – lo religioso visto como una catástrofe que le ocurrió a lo divino, y paradójicamente lo divino como creador de lo infinito de la historia y de lo infinito del sentido, ambos inseparables. Por eso se trata de un combate contra las idolatrías del lenguaje. Contra las idoletras. Y desde el punto de vista del sujeto del poema, el de la ética del poema, el máximo de sujeto ocurre cuando el nombre se vuelve anonimato, se confunde con el anonimato.

 

El descanso del lenguaje es mi descanso

duerme mientras hablan muchos de

esos que creen decir pero están desensamblados

islas en el aire por eso no los encuentro

ahí donde yo nos busco porque solo me mantengo

despierto mientras junto nuestras novedades

y caigo no oyendo más

nuestra búsquedas sino eso relojes

que faltan cada uno a la verdad.

Los especialistas del descanso

toman su libro de palabras para un lenguaje

pero aquel que aísla una palabra está aislado por esa / palabra.

Nuestro lenguaje no son las palabras

sino aquello que reúne y que nos renueva en las palabras

nuestro despertar nos hace nos deshace

y la gramática de nuestro despertar es nuestra alianza.

(Dans nos recommencements [En nuestros recomienzos], Gallimard, 1976)

¿El amor-en-poesía (la relación amorosa que hace el poema) es lírica o/y épica? ¿Dices que los poemas formulan mejor que una metáfora del amor, que un  «como el amor», que producen un enredo, una reversión sexual, de los cuerpos-lenguaje, un «íntimo exterior»? ¿Tu búsqueda de lo fabuloso (Légendaire chaque jour [Legendario cada día, Gallimard, 1979]) abre el poema al cuento (esta palabra está muy presente en tu segundo libro)? ¿Qué lugar le darías entonces a autores como Robert Walser, Bruno Schultz y otros (algunas prosas de Michaux) en tus poemas?  

Tal vez es un poco raro de decir, pero si un poema es el máximo de relación entre la vida y el lenguaje, transformando uno por el otro, entonces solo puedo pensar dos cosas, una es que todos los poemas son poemas, como se dice, de amor – lo que no quiere decir que hablen del  amor – y que en ese sentido, que ya no es el de André Breton cuando decía que las palabras hacen el amor, diría que un poema entra en el trabajo de amor, de hecho forma parte de él; y la otra cosa es que contrariamente al lugar común y que algunos recientemente intentaron reactivar, en lo que concierne a esta cosa confusa denominada «lirismo» y que implica necesariamente su oposición a la epopeya, lo que tiende, perversamente, hacia la identificación, desde que el poema largo ha sido desvalorizado, entre lirismo y poesía a secas, empujando la epopeya hacia el relato, y hacia un pasado de la poesía, creo que no hay lirismo y que solo hay épica en el lenguaje, que todo poema es un fragmento de epopeya. Porque no puedo no pensar en la vieja relación, que las palabras muestran y ocultan a la vez, entre la voz y la épica, y lo que oigo en un poema, es una historia que le ocurre a una voz. Y la épica es el recitativo hecho relato de una historia que le ocurrió a una voz, y de una voz que le ocurre a una historia. Y también es verdad entonces, comprobación vieja como el mundo, que el amor es sin duda lo que hay de más intenso en esta relación entre lo que le ocurre a una historia, humana, y lo que le ocurre a una voz. Con lo cual también compruebo, y lo lamento por ellos, que algunos solo acceden a esto, mientras hacen crujir sus defensas y sus prejuicios mundanos, a través de la pérdida de un ser amado. Pero, eso tampoco está garantizado, y el terreno de observación que es la poesía muestra también que incluso estos desgarros, estos sufrimientos del sujeto, no son suficientes para curar retóricas del enunciado que se confunden con la enunciación transformadora del poema. La voz es lo «íntimo exterior», a condición de que haya poema, en el sentido que digo. De lo contrario, hay únicamente voz,   únicamente exterioridad, y lo íntimo solo es psicológico, enunciado, algo descriptivo. Pero en todo eso, no se puede querer nada, decidir nada. Lo que también es una observación fuerte que hacía Shelley en su Defensa de la poesía, que el poeta más grande no puede querer o decidir nada para que el poema sea poema. Entonces lo fabuloso es una de las formas que toma el recitativo para hacerse una  voz. Y eso lo encuentro, y mucho,  en Michaux. Pero sin embargo no es lo mismo que el cuento, incluso si a veces puede haber entre el poema y el cuento pasajes.

                                              

un giro de vida

lo que una mirada

capta es lo que nosotros

sabemos tú de mí tan rápido

que nos quedamos inmóviles

como la luz

cuando viene al mundo

*

es para no gritar más que

mis manos tomaron el lugar de

mis ojos

*

tengo ojos pero por mi boca

te conozco mejor

*

las manos sobre los ojos me

desvío de mí busco

mi cara en todas las otras

y cada vez la encuentro

por eso me tapo los

ojos para no

reconocerme

*

cuando el cielo y yo

estamos

tan libres que vamos juntos

ya no se puede ver

si estoy en la luz

o la luz está en mí

porque la guardo para ti

cierro los ojos las manos

están de fiesta

(Je n´ai pas tout entendu [No he oído todo], Dumerchez, 1999)

Traducción : Hugo Savino

[1] Publicada en la revista Le Français aujourd ´hui [El Francés hoy] nº 137, abril de 2002.

[2] La universidad de Niza y la revista Nu (e) organizaron dos jornadas consagradas al poeta los días 15 y 16 de junio del 2002.

Fuente: Cuarta Prosa

La autopsia, o la parte por el todo // Ismael Jalil

Las revelaciones de la autopsia, pero en mayor medida las circunstancias que rodearon a esas conclusiones, abren dos caminos bien diferenciados entre las hipótesis en juego de la querella y las de todo el andamiaje oficial.

Lejos de cerrar la historia, como pretenden los operadores mediáticos, disparan la necesidad de profundizar la investigación de un delito pluriofensivo, como lo viene sosteniendo Cristina Castro desde el minuto cero de su peregrinar combativo.

No se trata de “la” prueba sino de una prueba importante en un contexto incriminatorio de la fuerza policial que nos trae dos certezas: Facundo llegó vivo al cangrejal y su muerte no fue una causa natural sino violenta (asfixia por sumersión). Todo lo demás está por descubrirse.

La autopsia no le explica a Cristina cómo llegó su hijo a ese sitio.
La autopsia no le explica a Cristina en qué condición llegó.
La autopsia no le explica a Cristina por qué llegó allí.

No obstante los operadores desplegaron rápidamente el manto de impunidad, Recordando las maniobras distractivas de las huestes de Patricia Bullrrich en el caso Santiago Maldonado, los del caso Facundo Castro instalan que “se murió ahogado”.

Bradbury lo explica bien: El televisor es “real”… te hostiga tan apremiantemente para que aceptes sus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar “Qué tontería”…

Hay un contexto incriminatorio de la policía que no debe soslayarse: a) incumplieron el protocolo dos veces (en Mayor Buratovich y en Tte. Origone) al no trasladar a Facundo a su domicilio, b) hay hallazgos reveladores del paso de Facundo por dependencias y/o móviles policiales (el amuleto en el destacamento de Origone y la gema turmalina en el móvil de la UPPL), c) hay manejos de celulares y redes que sospechosamente se eliminaron a escasos ocho días de la desaparición (el de la oficial Xiomara Flores que reconoce haber trasladado a Facundo), d) hay instrucciones policiales y de la propia justicia bahiense destinadas a incumplir el protocolo Covid-19 (a raíz de otro caso de violencia policial en la zona se destapó una instrucción no escrita del fiscal), e) hay una camioneta “perro” de la bonaerense (sin GPS) sospechada en un presunto traslado irregular de la zona de Buratovich a Villarino Viejo cercano al cangrejal; f) hay una evidencia de enorme relevancia, la existencia de un móvil policial en las proximidades del sitio en el que se hallaron los restos esqueletizados y cuya magnitud se comprende cuando queda demostrado que estuvo allí el mismo día que, en Buratovich, Xiomara Flores borraba su celular y se bajaba de todas sus redes; g) hay una fundada sospecha sobre la manipulación de las pericias de los celulares policiales por parte del Policía Federal (las nuevas pericias hechas desde la Procuración revelan diálogos y conversaciones comprometedoras de los efectivos involucrados). A todo ello, la autopsia suma ahora la muerte violenta, asfixia por sumersión coinciden todos.

Llama la atención que la jueza, en su comunicado oficial, haya omitido que hay una discrepancia significativa: la de la perito de Cristina Castro, que reveló un curioso cambio de criterio en una perito odontóloga sobre una especificación que podría dar respuestas a muchos los interrogantes. Y llama la atención la reacción virulenta de los otros peritos ante una observación tan habitual como necesaria en estos casos.

Parece la crónica de una muerte anunciada (la de la verdad). Es que el estado, involucrado en una desaparición forzada primero y después, investigándose a sí mismo, se le parece mucho.
Empieza a cobrar altura la necesidad de una urgentísima reforma al sistema de contralor de la investigación que salga del marco institucional. No se trata de una delegación de la facultad investigativa, sino de un control sobre esa facultad.

La imagen de Cristina Castro diciendo “La cosa viene de arriba, no se puede confiar en nadie de ellos” es tan potente que requiere de una urgentísima atención. Lo dijo, no desde su dolor de madre ni de víctima (recordemos que la desaparición forzada de un hijo la convierte legalmente en eso) sino desde esa condición de luchadora que le revuelve las tripas a lo establecido.

Los caminos que se abren con las revelaciones de la autopsia obligan a elegir: el de la solidaridad con Cristina y entonces la profundización de la investigación y las medidas impostergables que requiere su querella, o el de lo formalmente establecido, como una apariencia, una forma peligrosa de renunciar a la verdad.

Facundo es otro Luciano, es otro Julio y hasta otro Santiago ¿qué otro nombre hace falta sumar para que se entienda?

Abriendo Caminos

Ante el inminente desalojo de la toma de Guernica // Entrevista a Neka Jara, de la asamblea feminista de la toma

Publicamos un importante documento para entender lo que se juega en la toma de Guernica. A menos de 24hs del plazo legal previsto para el desalojo, Neka Jara, de la asamblea feminista de la toma fue entrevistada esta mañana por Daniel Tognetti. Se trata de un testimonio imprescindible de la necesidad de una presencia diferente del estado, abrazando y no criminalizando a las organizaciones populares. Neka fue, además, militante del MTD de Solano y recordando la Masacre de Avellaneda de junio de 2002, advierte con tono urgente sobre la imperiosa necesidad de frenar una nueva tragedia.

¿Es la revolución aún deseable?* // Amador Fernández-Savater

Hay que empezar por la impotencia, seguramente una de las sensaciones más extendidas en relación a la experiencia política contemporánea. Impotencia para frenar la marcha de poderes desbocados y devastadores que nadie ha elegido en unas urnas, impotencia para transformar las cosas de manera sustantiva, impotencia de las palabras y los gestos que hemos heredado para nombrar y morder la realidad.

¿Cómo podemos entender esta impotencia? La pregunta, si la tomamos en serio, nos obliga a una revisión radical de nuestra concepción de la política. A día de hoy, esta ha devenido sencillamente en la gestión, en un territorio y entre una población concreta, de los imperativos económicos globales (finanzas, etc.). El Estado no desaparece, sino que pierde toda autonomía con respecto a los poderes que definen la realidad y se pone a su servicio. Pero gestionar nunca ha sido pensar a fondo o transformar, sino sólo modular lo que se nos presenta como necesario e inevitable, contra lo que nada debe intentarse. Una etimología de la palabra “necesidad” nos la presenta asociada a los siguientes significados: “argolla”, “estrechamiento”, “sofoco”… Es la asfixia de la situación sin salida. Las distintas opciones partidistas, que compiten en las elecciones con el fin de alcanzar el poder estatal, son distintas variantes de gestión de la misma argolla.

 

Esa gestión se rige hoy por un código simple: gobierno-oposición. Ese código es un segundo clavo en el ataúd de la impotencia política. El gobierno se convierte principalmente en la serie de maniobras que le permiten seguir siendo gobierno. La oposición maniobra a su vez para ocupar los puestos de gobierno. Todas las cuestiones vitales —la enseñanza, la salud, el trabajo, etc.— son constantemente instrumentalizadas en esas maniobras de poder: no importan nada en sí mismas y por sí mismas, sólo son pretextos para atacar al otro y reforzarse uno. Esto es una obviedad para cualquiera que vea simplemente un telediario sin ser un fanático de alguno de los bandos en competencia.

El código gobierno-oposición segrega un tercero excluido: la población, convertida en espectadora y consumidora, mantenida rigurosamente al margen de la decisión en los asuntos que le atañen, reducida a quejarse, votar u opinar en las redes sociales, lo que muchas veces es lo mismo. La mayor catástrofe de la sociedad contemporánea, la base de todas las demás, no es algún tipo de acontecimiento por venir, sino este tipo de relación con el mundo: nuestra posición de espectadores de lo que pasa, de consumidores ilusos e indiferentes, de opinadores sabihondos pero sin el cuerpo implicado en una experiencia de cambio. Ninguna transformación social de calado es posible sin una activación de la sociedad, sin salir de la condición espectadora y victimista de la realidad, sin convertirnos en agentes del propio cambio.

 

“No nos representan”, “lo llaman democracia y no lo es”, “la lucha es el único camino”: los gritos de los movimientos de los últimos años revelan una inteligencia lúcida de toda esta situación. De cómo la política reducida a gestión, administrada según el código gobierno-oposición y con la población como espectadora, amenaza la vida digna (y la vida a secas) sobre el planeta y supone un verdadero escollo para la transformación social, escollo entendido como dificultad, como obstáculo, como problema, como peligro.

“La lucha es el único camino”, sí. Pero, ¿qué es luchar? Podemos pensarlo así: es un acto de interrupción colectiva de las maneras establecidas de ver y vivir, una forma de parar el mundo como diría Carlos Castaneda. Y el planteamiento de un nuevo juego de preguntas y respuestas, preguntas sobre la vida en común y respuestas creadoras de nuevas posibilidades de existencia. No preguntas y respuestas abstractas o lanzadas al aire, sino muy concretas, vividas, situadas, efectuadas a través de espacios, experiencias, dispositivos, hechas con el cuerpo.

Una lucha es, como dice Isabelle Stengers, la reapropiación colectiva de la facultad de poner atención: esa inteligencia práctica y situada que se activa justamente cuando nos hacemos cargo de un trozo de mundo del que dependemos y en cuyo interior reside el mundo común entero.

Lo que hace falta por tanto no es más crítica, no son juicios morales o sabihondos lanzados sobre el mundo desde lejos, ni la opinión por muy mordaz que sea lanzada contra los temas que pasan ante nuestros ojos por las pantallas, sino activar la capacidad de plantear problemas propios (pensamiento) y de ensayar respuestas encarnadas (creación). El desafío sin duda más delicado y difícil, pero también más fecundo. Las preguntas perforan el guión que nos propone a diario la sociedad del espectáculo, porque construir un problema propio es muy distinto a opinar sobre un tema enlatado y prefabricado. Y las respuestas suponen un nuevo aprendizaje del mundo a través de la producción colectiva de situaciones y experiencias.

Nuestra capacidad de atención se libera entonces de su captura cotidiana, nuestra potencia de pensamiento se desbloquea, nos volvemos capaces de pensar y actuar a partir de realidades que nos afectan. Salimos de la condición espectadora y victimista, de la queja y la espera permanente, del juicio moral y las generalidades. Y de ese modo desafiamos el bucle catastrófico de la gestión.

¿Por qué bucle catastrófico? Porque secuestrando la capacidad colectiva de pensar y actuar en favor del monopolio de los que saben y pueden, evitando la aparición de nuevos juegos de preguntas y respuestas, limitándose en el mejor de los casos a la contención, a ofrecer “un mínimo de protección” con respecto a los efectos más devastadores de las lógicas de poder y beneficio desatadas, la política devenida gestión oculta y a la vez reproduce las condiciones de las crisis y los males contemporáneos, preparando así de alguna forma nuevos episodios de los mismos desastres: crisis económicas, crisis de refugiados y migrantes, crisis ecológicas, feminicidios, etc.

Los movimientos de las plazas, los nuevos feminismos o ecologismos, las caravanas de migrantes, son algunas de las “situaciones de lucha” que se han ido (re)abriendo estos últimos años, irrumpiendo e interrumpiendo los saberes establecidos, creando nuevos planteamientos, nuevos enfoques y formas de vida, capaces de sacar a buena parte de la población de su condición espectadora, de poner a las sociedades en movimiento. Hay muchas otras, menos conocidas, menos visibles, sin nombre siquiera… Cada vez que se ha abierto una de estas situaciones de lucha, se han desplegado inmediatamente todo tipo de dispositivos de gobierno (represivos, mediáticos, etc.) con el fin de instarnos a “volver a la normalidad”. Pero es justamente en esa normalidad donde se incuba la catástrofe, como el huevo de la serpiente. Sólo podemos rebelarnos contra ese destino desastroso averiando la máquina y abriendo bifurcaciones en la historia, nuevos caminos. Nos las tendremos que ver entonces con otros problemas, porque no hay final de la historia ni sociedad armónica o reconciliada de una vez por todas, pero no ya con una congelación indefinida de los mismos.

Vamos a plantear aquí y ahora una distinción entre política y politización: la política es del orden de la gestión dentro de un marco-argolla dado como necesario e inevitable, mientras que politizarse implica hacerse preguntas radicales (de raíz) sobre lo existente. La política remite a una esfera exclusiva de especialistas de la cosa común en los que delegamos, mientras que la politización ocurre cada vez que abrimos y sostenemos colectivamente preguntas sobre cómo queremos vivir juntos. La política se reproduce como lucha por el poder y sucesión o recambio de dirigentes, mientras que la politización sucede cuando se inventa aquí o allá -sin lugar predeterminado o actores designados, sino por cualquiera- una interrupción de los poderes-saberes establecidos y la aparición de un nuevo juego de preguntas y respuestas.

La politización implica la transformación social —y de nosotros mismos— a través del cuestionamiento radical de objetos y relaciones completamente “naturalizados” hasta el momento: por ejemplo, la relación con el trabajo como explotación, por el movimiento obrero; la relación entre sexos como desigualdad, por el movimiento feminista; la relación con la naturaleza como depredación, por el movimiento ecologista; la desnaturalización de las fronteras y sus regímenes de muerte por parte de migrantes y refugiados…

Sin situaciones de lucha no hay pensamiento, sin pensamiento no hay creación, sin creación no hay nuevos posibles ni transformación social.

¿Es la revolución aún deseable?

Durante dos siglos al menos, la transformación social se pensó bajo la imagen de la revolución, la toma del poder tras un acontecimiento mayor que corta la historia del mundo en dos. Pero ¿y hoy, después de la experiencia desastrosa del comunismo burocrático del siglo XX? ¿Sigue siendo deseable la revolución? Michel Foucault planteó esta pregunta en una entrevista de 1977, con los ecos aún frescos de mayo del 68 y en medio de una nueva oleada de testimonios disidentes sobre la realidad de la URSS.

Foucault introduce la pregunta por la posibilidad misma de la revolución, ya no sólo su necesidad o su urgencia en abstracto, sino la deseabilidad de un cambio social radical, sin cuya sombra toda política corre el riesgo de desaparecer, convirtiéndose en politiquería y simple gestión.

“El retorno de la revolución es nuestro problema… (Si la revolución ya no fuera deseable) habría que inventar otra política o algo que la sustituyera. Vivimos acaso el fin de la política. Porque si bien es verdad que la política es un campo abierto por la existencia de la revolución, y si la pregunta por la revolución no puede ya plantearse en semejantes términos, entonces la política corre el riesgo de desaparecer”.

 

Desde aquel 1977, la revolución se ha vuelto ya definitivamente indeseable, en el sentido de que su referencia ha perdido toda vitalidad. Sin revolución deseable, dice Foucault, la política se vuelve gestión. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido en Europa durante la restauración del orden en los años 80 y 90 tras las sacudidas de los años 60.

En esta situación de impasse lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. ¿Qué significa esto?

Las imágenes de cambio propias de la secuencia política del siglo XX siguen aquí, pero no se componen ya con las prácticas, los cuerpos y las experiencias en movimiento. Se vuelven vacías, estereotipadas. Judith Butler dice que el desacople entre cuerpos y palabras es propio de situaciones de dolor y de duelo: las palabras que se dicen ya no nos alcanzan o suenan huecas, pero no tenemos otras a mano. Así estaríamos nosotros: huérfanos de la idea de revolución, atrapados en imágenes de cambio que ya “no nos dicen nada”.

Las antiguas imágenes revolucionarias siguen funcionando, pero ya sólo como imágenes-zombi. No hacen pasar la potencia, no hacen vibrar el deseo, no acompañan positivamente las prácticas, devienen reactivas y nostálgicas.

Ese desacople entre cuerpos e imágenes sería otra razón de nuestra impotencia. Es decir, la impotencia no sólo tiene que ver con el hecho de que la política ya no tenga apenas margen de maniobra con respecto a las fuerzas del capitalismo global, sino que afecta también desde dentro a las prácticas y las iniciativas que pretenden cambiar las cosas aquí y ahora. Hay miles de estas prácticas e iniciativas, dice Alain Badiou, pero nos hace falta un nuevo pensamiento de la política, otro vocabulario, otro repertorio de figuras. Las antiguas imágenes como “lucha de clases”, “huelga”, “nacionalización”, “liberación nacional”, “dictadura del proletariado”, “partido” o “comunismo” han perdido su fuerza, pero ¿cuáles han venido a reemplazarlas? El impasse significa que las prácticas de emancipación no encuentran formas propias.

Hay tristeza o infelicidad política cuando no somos capaces de inventar nuestras propias palabras y herramientas, cuando actuamos y nos medimos según imágenes heredadas de otras luchas, con respecto a las cuales siempre estaremos en déficit, siempre por debajo, siempre en falta.

En medio esta tristeza emergen actualmente en la izquierda posiciones puramente defensivas o reactivas: el soberanismo, la nostalgia de Estado del bienestar y la apelación a la patria y la Nación se presentan como los únicos horizontes posibles. A falta de una nueva imaginación política, la izquierda se aboca a disputar con la derecha la gestión del miedo, la impotencia y el victimismo de las poblaciones contemporáneas: “nosotros os protegeremos mejor”. Es un estrechamiento suicida del ámbito de lo posible.

Si queremos salir de la posición reactiva y defensiva, si queremos pasar a algún tipo de ofensiva, en el sentido de volver a tomar la iniciativa con respecto al pensamiento y la acción, si queremos volver a hacer deseable el cambio social, hay que reimaginar la revolución. Esto es, reconcebir la transformación del mundo por fuera del modelo revolucionario heredado. Repensar y dar a la luz nuevamente el cambio social y todo aquello que lleva asociado: las figuras del nosotros, el enemigo, la organización, la estrategia, el conflicto, las tácticas, el tiempo, el compromiso, el pensamiento, el objetivo, etc.

(Fuente) infoLibre publica un extracto de Habitar y gobernar. Inspiraciones para una concepción política, el nuevo ensayo de Amador Fernández-Savater publicado por Ned Ediciones. El volumen reúne artículos y entrevistas escritos por el filósofo en los últimos años, que conforman una invitación a «transformar nuestros imaginarios colectivos y a pensar en la política más allá de la gestión del poder». Habitar y gobernar se publica el lunes 28 de septiembre, y se puede consultar más información en la web del autor.

Meditar con calma, reír con causa: unidos y organizados // Roque Farrán

Primero salió una nota de un par de psicoanalistas diciendo que los hombres no aman a las mujeres, que el deseo masculino es esencialmente intrusivo y violatorio; luego otra nota de una periodista afirmando que los hombres odian a las mujeres, que la heterosexualidad es de por sí violenta y despreciativa, etc. Ni siquiera se plantean en esas notas conceptos como “patriarcado” o “heterosexualidad normativa”, se habla lisa y llanamente en términos generales: “los varones”, la “heterosexualidad”, etc. ¿Qué habrá sido del pensamiento deconstructivo, antiesencialista y antiuniversalista, de la complejidad de las teorías de género y del psicoanálisis, de los ricos debates que se producían hasta no hace mucho? ¿Estamos viviendo en tiempos tan anti-intelectuales como para llegar a formular las cosas de forma tan necia y reduccionista? No tenemos que retroalimentar la lógica troll, no importa quiénes hayan firmado las notas, el problema es la posición enunciativa que facilitan y reproducen los medios sin cesar; contra eso necesitamos recomponer mínimamente la capacidad de pensamiento.

Nos hemos cansado de repetir la frase de Thatcher que parecía sintetizar el modo de gobierno neoliberal: “El método es la economía, el objetivo es el alma”; pero lo paradójico de la situación actual, donde el gobierno algorítimico de los cuerpos resulta avasallante, es que hay muy poco o casi nada de gobierno de las almas. Al contrario de lo que suponían las fantasías más totalitarias de control absoluto, los alquimistas posmodernos se limitan a retroalimentar con los nuevos dispositivos las peores tendencias latentes: ignorancia, estupidez, odio y envidia (véase el documental El dilema social). Claro que eso basta para vender sus productos a muy buen precio, pero así y todo vamos derecho hacia el caos y la autodestrucción planetaria, aceleradamente. De poco les valdrá fantasear con los viajes interplanetarios para algunos. Necesitamos de la imaginación y la máxima inteligencia más que nunca, para gobernar las conductas aquí y ahora. Y para eso tenemos que preparar y acondicionar el terreno nuevamente: entre tanto ruido y desinformación mediática, meditar con cuidado acerca de cada cosa que vemos, oímos, experimentamos o leemos.

Meditar, para unx materialista, no es reflexionar o poner la mente en blanco, ni siquiera imaginar cualquier cosa; sino una actividad de suspensión del sentido común y los fines impuestos; actividad que se trama rigurosamente entre la práctica de lectura y escritura, no como mero pasatiempo o consumo de información, sino como formación material en que se pone a prueba y se juega una vida. Una vida singular se va dando forma así, entretejiéndose con voces y escrituras de otros, pero apropiándolas de un modo tal que hace cuerpo, encuentra su voz y el tono justo para decir. Meditar, ponerse a prueba en torno a lo real, no siempre entraña ejercicios estimulantes, positivistas o vitalizantes, a veces implica conectarse con una situación de muerte inminente. También, como sucede a veces, puede sentirse un cansancio infinito. No hay síntesis lógica ni moraleja edificante en ello: unx materialista aprende a convivir con todo, incluso las partes perdidas, la infinita letanía de los astros y las imágenes que alguna vez nos confortaron o nos causaron espanto.

Conviene ejercitarse entonces en la meditación estoica de todos los males posibles [praemeditatio malorum], más aun si parecen estar sucediendo de hecho todos juntos: incendios, virus, enfermedades, muertes, fascismos, idiotez, pobreza, etc. En la antigüedad, esta meditación no era un simple estimulo del pesimismo, sino una obturación radical del futuro imaginario: una actualización tan alarmante de todos los males posibles que los extinguía, los volvía irrelevantes, dejando espacio solo para el vacío del acto. Un ejercicio terrible, por ejemplo, consistía en pensar cada vez que se besaba a un hijo: “Pronto morirás”. Hay algo de extremismo en el método, pero si se entiende la diferencia entre lo imaginario, lo simbólico y lo real, resulta mucho más práctico y sincero que cualquier baboseada humanista (de la cual un Hitler emocionado hasta las lágrimas no estaba exento, por supuesto). De todos modos, en mi práctica cotidiana he modificado un poco esta meditación (que tampoco se aleja tanto de los hechos); cada vez que beso a mi hija, en un relámpago pienso: “Aquella vez morí y no llegué a conocerte, este fugaz y feliz contacto es solo una excepción a las leyes naturales que no hace más que confirmarlas.”

En el mismo sentido de la meditación anterior, conviene en momentos especiales tomar contacto directo con la muerte. Hace poco recordé el momento en que toqué por última vez la cabeza de mi padre para despedirme, y la sentí tan fría que me causó espanto; era un frío de otro mundo. De mi padre como de mi hermano recuerdo también la sonrisa en el rostro con que ambos dejaron este mundo. La sonrisa que aprendí a cultivar y valorar luego como un gesto material, situado entre este mundo y el otro; gesto de entendimiento que cruza la frialdad extrema y la calidez humana, como si fuese posible al fin otro modo de ser, otro comienzo. Vivir cada día y cada instante como si fuese el último sobre la faz de la tierra, con ese ánimo y templanza. Vivimos el tiempo que resta.

¿Qué se hace después que se cumplieron los sueños y el deseo, después que se pasaron los terrores nocturnos y se atravesaron a plena luz del día las peores pesadillas, después que los fantasmas y los muertos fueron puestos en su sitio, escuchados? Pues nada espectacular, la verdad: se vive y es mucho, se vive sin creérsela en absoluto, sin la idiocia común ni las falsas expectativas, un poco sonriendo de lado por los que todavía se preocupan, idealizan o calculan en exceso, sin ocuparse verdaderamente de sí mismos, ni de nada, ni de nadie. No hay ninguna genialidad, ni ironía, ni autosuficiencia en el gesto, apenas una sonrisa inevitable, como la lluvia que se viene después de tanta sequía. No hay significante supremo, ni risa necia que en él se sostenga; lo que hay es una risa cósmica, que emerge de captar la esencia singular de cada cosa que nos afecta, tan natural como la luz de una estrella extinguida hace millones de años o un agujero negro.

La risa nos da cierta soltura, desde ya, pero no tenemos que reír como idiotas, ni ablandarnos al punto de devenir sensibleros o melancólicos incurables.

Ante la insensibilidad y la crueldad imperantes, pensamos en rescatar a menudo la simple posibilidad de afectar y ser afectados; pero no es solo eso: quienes responden con odio y delirios persecutorios, tampoco dejan de sentirse afectados, hasta por las medidas sensatas del más mínimo cuidado o el pronunciamiento de una voz frágil y decidida en la escena pública. El problema, como sabía Deleuze al leer a Spinoza, es cómo activar los afectos; cómo dejar de depender tanto de las pasiones, tristes o alegres, y alcanzar la verdadera libertad que nos da conocer cada cosa singular, según el tercer género de conocimiento. La máxima felicidad no proviene de afectar y ser afectados, sino de entender cómo somos afectados por cada cosa y activar los afectos en función del conocimiento de lo singular.

Por último, no creo en el esfuerzo ni en el mérito, sino en el deseo y en la composición: en las fuerzas materiales que nos mueven efectivamente; todo lo demás nos conduce a lo peor, y lo estamos viendo. Por otra parte, no creo en la teoría como un redoble discursivo, más o menos prestigioso, de la práctica política: no hacen falta teorías de la militancia, sino militantes que puedan hacer trabajos teóricos para pensar sus prácticas; la teoría tiene que ser construida también con un deseo singular de movilizar conceptos y tradiciones de pensamiento. Que las prácticas no se reduzcan a un único discurso no significa que no puedan encontrarse pensando y haciendo con el deseo que las moviliza singularmente y las herramientas que les son propias. Nada garantiza que igualmente no nos estemos yendo al demonio, pero que la hora final al menos no nos encuentre tan idiotizados. Mejor: unidos y organizados.

 

Roque Farrán, Córdoba, 29 de septiembre de 2020.

 

AMISTAD Y POLÍTICA // SANTIAGO DRUETTA y RAFAEL SEVILLA

Apuntes y preguntas para una ética posible

“Cuando un cuerpo descubre la utilidad común junto con otros,
engendra un saber que va más allá de sí mismo.”
DIEGO SZTULWARK

Cuando todo parece inventado, pensado y formulado, es cuando más debemos imaginar otras formas posibles de ser en el mundo. Ya no basta con una mirada macropolítica para pensar en transformar la realidad, sino que lo micropolítico y la dimensión afectiva se vuelven trincheras cruciales.

El sistema imperante, como sabemos, organiza nuestros afectos, nuestros deseos y modos de ser. Configura de manera continua nuestra subjetividad, nuestro territorio existencial. Reproduce una forma de relacionarnos y obtura otras formas posibles de pensarnos.

Entonces ¿cómo reconocernos en nosotros y en los otros, a partir de afectos no neoliberales? Tal vez, el encuentro con otros posibilite nuevas preguntas que amplíen las experiencias en el mundo. Por eso urge pensar (desde) la amistad.

La celebración 

La amistad —que intentamos pensar— es, en sí misma, la negación de vínculos asimétricos. Una re-invención constante de los vínculos. La celebración de una identidad común, configurada por múltiples identidades, que entiende al otro como una extensión de uno.

Un encuentro de subjetividades que posibilitan la constitución de un nosotros. Una relación desmercantilizada. Un mundo donde sólo permanece lo que se comparte. 

La posibilidad de encontrar, descubrir o crear nuevas experiencias del mundo, a partir del encuentro con otros y otras, implica politizar (repensar y transformar) los mecanismos de lo humano para, también, desarmar la idea de que se puede vivir sólo de una manera.

El carácter autodidacta de la amistad desarma y arma. Porque, desde lo cotidiano enseña nuevas formas de relacionarnos, a partir del querer.

Lo sensible y el querer

Si el individualismo, la reproducción de deseos enajenantes y la resignación son unas de las formas de la muerte, por el contrario la amistad constituye una condensación de afectos, emociones y valoraciones sobre el otro.

Hoy, la forma de relacionarnos es a partir del interés. Se mercantiliza la vida y se disminuye la realidad, pasando por el tamiz de la racionalidad todas las experiencias vitales. Una ética de la amistad buscaría abrirse paso en dirección opuesta porqueposibilita un encuentroa partir de la confianza, el afecto y el querer.

Uno no se encuentra con sus amistades por una actividad meramente racional, sino a partir de la afectación que el cuerpo del otro produce. Allí radica la importancia de encontrar-nos.

Diego Sztulwark dice que un amigo en la política no es aquél que tiene con uno una afinidad ideológica, sino que son aquellos que nos ayudan a desafiar, juntos, una época.

Por eso, asumir el sentido político de la amistad es una invitación al pensamiento, a desautomatizar(se) (d)el mundo.

La suspensión del tiempo

La amistad permite emanciparnos del agobio y del hastío, de la disociación permanente entre ser y buen vivir. Este último, parecería ser un destino lejano, al cual accedemos sacrificando el ahora. 

La amistad, por el contrario, es el encuentro entre los cuerpos y el buen vivir, ahora, en el presente. Es la experiencia de la suspensión del tiempo en términos mercantiles, que abre espacios para pensarnos de otra(s) forma(s). 

A sabiendas de que esta suspensión, no dura para siempre ¿qué pasaría si pensáramos en la reproducción de este no-tiempo? Deberíamos, pensar la celebración de la amistad, como un acto intencional. Y para ello debemos hablar de una ética de la amistad. Una forma deliberada de ser con el otro, que busca necesariamente la construcción de una relación social, ya no a partir del interés si no desde el querer. 

El disfrute, el goce colectivo, pareciera estar dado cuando el tiempo vuelve a tener sustancia, justa y paradójicamente cuando la noción de tiempo desaparece. La realidad, entonces, se presenta en aumento y el tiempo recupera su aroma.

Más allá de nosotros

Las formas que uno tiene de vincularse con los otros es el mundo que uno está proponiendo.Entonces: una ética de la amistad para una ética ciudadana.

La amistad puede conjugar relaciones alternativas, con un mayor grado de reciprocidad y solidaridad. Pero es a partir de la politización de esos vínculos donde se construye una utilidad común, una trama de relaciones que pueden multiplicarse en la sociedad. Allí radica el germen micropolítico de la ética de la amistad.

No basta con ser buen amigo, sino que se requiere problematizar cómo nos relacionamos entre nosotros,preguntándonos por formas mejores y fundamentalmente expandibles. No sólo con los semejantes sino, y más aún, con los extraños, produciendo nuevos vínculos.

La ética de la amistad, más que mera retórica, busca ser una práctica voluntaria. Porque desautomatiza la vida, colocándola en el plano de la reinvención en busca de su mejor rostro. La amistad como proyecto de convivencia, del vivir en común. Politizar la amistad, politizar los vínculos. Buscar no otra forma de relacionarnos, sino una multiplicidad. 

Pensar en la lucha contra el sistema neoliberal no es sólo a partir de las contiendas electorales, sino que es necesaria la construcción de nuevos modos de vida, extendiendo lo político por todo el cuerpo social, que el enemigo quiere despolitizado. 

Amistad o nada. Para quienes pretenden del mundo un lugar mejor, del vivir y la existencia un lugar más amable: una ética de la amistad o nada.

Fuente: REVISTA AJÍ

ANTIEDAD // Sofía Rutenberg

“En el mundo hay todo tipo de cosas que funcionan como espejos”

Jacques Lacan, El Seminario, libro 2.

 

 

Cuerpo tecno-pandémico

Una de las cosas que más me llamó la atención de la pandemia es que muchas personas aumentaron su actividad física. Los gimnasios permanecían cerrados y las plazas estaban prohibidas, entonces las personas comenzaron a hacer gimnasia en el living: clases virtuales, tutoriales de YouTube y correr por la casa fueron las actividades que más se instalaron como rutina. En un principio se trató de continuar la vida con “normalidad” sin salir a la calle. Luego, el terror a morir se esparció junto al virus e invadió a la humanidad. Llegó veloz la noticia de que son los más viejos los que tienen mayor riesgo de morir y gran parte de la población se desentendió: “otros mueren, yo no”. En medio de una pandemia mundial, en la que ya hemos transitado la fase del pánico, esta creencia de inmortalidad se manifiesta y deja en evidencia el poco interés por los ancianos y las ancianas.

La vejez angustia. Las expresiones de dolor al levantarse de la silla, el cuerpo lento que necesita un bastón o un brazo ajeno para cruzar la calle, dificultades respiratorias, cataratas, cocktail de pastillas, el deterioro generalizado de las funciones cognitivas y físicas, representan la pérdida de autonomía y control sobre sí mismx. Su presencia es un espejo del paso del tiempo. Personifican la muerte. La piel arrugada y estirada es el verdadero símbolo de debilitamiento. Casi ninguna persona soporta mirar a la vejez de frente. La sociedad trata a los viejos con desprecio: no pertenecen a la comunidad, se los abandona en asilos, son un gasto extraordinario para las prepagas. Se los aísla en soledad para que el resto de la sociedad siga consumiendo el fraude anti-age: la ilusión de inmortalidad en frascos de crema. Traducido al español, se adoctrina odiar la edad. Cuanto mayor es la persona, más rechazo genera. También su sabiduría es muy incómoda. Suelen hablar del pasado, todo lo contrario a la exigencia de “vivir en presente” necesaria para extirpar la idea de vejez.

Nos encontramos intentando detener el tiempo, apaciguarlo, no sentirlo en el cuerpo. Cremas, gimnasio, masajes, regeneración celular, lifting, renegar de un vaso de cerveza. El espejo devuelve una imagen siempre distorsionada. Te vas a dormir pensando ¿por qué no dejé de fumar antes? o ¿por qué no me cuidé de las arrugas a tiempo? Según Foucault “Mi cuerpo es el lugar al que estoy condenado”. Empiezan las precauciones, las cautelas. ¡No quiero envejecer! El tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos: mesoterapia, maquillajes, senos de silicona, bótox, autobronceante, tintura para las canas, cremas reductoras, dientes blanqueados, hilos de oro, depilación definitiva, reconstrucción vaginal, agrandamiento peneano, estrógenos, vitaminas, abdominales, analgésicos.

 

Livin’ la vida fit

Es innegable que existe una asimetría entre la vejez masculina y la femenina. Son las mujeres las que no deben aparentar la edad que tienen. La belleza nunca es suficiente. Siempre queda una parte del cuerpo que genera insatisfacción. A las mujeres se les exige lo que en cualquier hombre implicaría un “trastorno psiquiátrico”: ¡Nadie diría que una mujer que se saca los pelos del cuerpo con cera hirviendo y de un tirón está loca! Ser flaca y linda son los dos mandatos más importantes de muchas mujeres.

Existe un mito que supone que las mujeres embarazadas poseen una mayor belleza si van a tener un niño varón y que, por el contrario, si tendrán niñas mujeres éstas se la quitarán. Las mujeres tendrían una esencia biológica que viene en los genes para afear a la madre. En el desarrollo posterior de su vida, la niña querrá según su biología, “opacar” a las otras mujeres. Desde el embarazo son nombradas desde una posición que supone que una mujer siempre quiere lo que tiene la otra. Las mujeres compiten para ser objetos preciosos. La gordura se vuelve una amenaza que utilizan madres y padres: “si sos gordx nadie te va a querer, te lo digo por tu bien”. Puede ser enloquecedor escuchar que tu cuerpo “está mal” y que nunca vas a poder ser feliz si no lo cambiás. La medicina patologizó una fisonomía, decretó que el cuerpo gordx es enfermo.

Las mujeres entienden que para ser amadas deben ser bellas y flacas: signos de juventud y salud. Es necesario que encarnen la vida para los varones, y para ello es necesario ocultar todo lo que remite a la muerte. La belleza es uno de los modos en que la mujer representa al hombre, como signo exterior de la fortuna, potencia fálica, poder, inteligencia. La belleza femenina le evita al hombre una pregunta por la muerte.

A medida que las mujeres se van liberando de las servidumbres de las tareas del hogar, el mandato de la belleza se les impone. La mayoría de las mujeres desean bajar entre 5 y 10 kilos. Lo piden mientras soplan las velitas, antes de comerse el permitido del mes: la porción de torta de su propio cumpleaños. Siguen dietas a rajatabla, controlan las calorías diarias, concertan citas con nutricionistas. La balanza es el instrumento de tortura de nuestro siglo. El fitness moldea el cuerpo esperable y se torna una obsesión. Las mujeres viven una vida postergada: “cuando baje de peso voy a ser feliz”.

El goce sexual es inseparable de la alimentación. Si una mujer odia su cuerpo, ¿por qué gozaría de su sexualidad? Algunas se arman rituales: apagar la luz, dejarse el corpiño, estar tapadas con las sábanas, que no haya espejos en la casa y un sinfín de etcéteras.

La celulitis es la señal de que has gozado, de que has pecado: fumar, tomar alcohol, comer chocolate y papas fritas. La celulitis es repulsiva porque lo que no se soporta es que las mujeres disfruten. Si el 99% de las mujeres tienen celulitis debe ser porque es parte del cuerpo, ¿no? La cuestión es que la celulitis es un enorme capital de la industria farmacoestética, no casualmente dirigida por hombres. Las mujeres se operan, los hombres las operan y se enriquecen.

Lo importante es llevar una vida “liviana”: ¡Ocupate de tu cuerpo, no pienses! Para ser una verdadera mujer es necesario gozar de la propia impotencia. Se criminaliza la grasa para hacer sentir a las mujeres como falladas. Si querés ser valorada, te tenés que ajustar a las normas de belleza hegemónica que muestra Instagram. Aquellos cuerpos que no se ajustan a los parámetros marcados por la industria son depreciados. Livin’ la vida fit pero jamás la vida loca.

La mayoría de las mujeres destinan gran parte del día a su físico. Se preparan antes de salir, antes de dormir y antes de vivir: cremas, maquillaje, peinado y vestimenta. La preocupación por su apariencia puede arruinarles el día. El único objeto-humano que tiene valor es el sofisticado y joven. Cuando las mujeres no se pueden reproducir ─les llega la menopausia─ ni representar la belleza ─les llega la vejez─, son despojadas bruscamente de su femineidad, y dejan de ser necesarias para el hombre, quien puede sustituirlas por un modelo nuevo. La cuestión: cuando esto sucede, todavía le queda aproximadamente la mitad de su vida adulta y no saben qué hacer con ella porque se han dedicado a mantener la talla.

 

En el fondo del espejo me espía la vejez

¿Cómo se llega a la vejez en una cultura que relega a los ancianos a una vida indigna? ¿Qué significa ser vieja o viejo? ¿Qué sucede cuando el cuerpo no responde como quisiéramos? ¿Cómo soportar que la carne ya no sea deseable?

La vejez se torna un secreto vergonzoso del que no hay que hablar. Pacientes jóvenes han dicho en sesión que prefieren una muerte prematura antes de llegar a viejas; no podrían soportar la decrepitud física. La vejez del varón representa la sabiduría, la erudición y la experiencia. Así descubre Freud la transferencia amorosa. Pacientes jovencitas se enamoraban de un analista viejo: ¿Qué me vió? Se ama a quien se le supone un saber.  La vejez en las mujeres representa la decrepitud. El hombre se vuelve el viejo sabio de la tribu; la mujer una bruja maldita. Los hombres conservan su virilidad aunque sean viejos. No existen las Rolling Stone mujeres. “Achacosa, vieja, fea, la mujer produce horror”, dice Simone de Beauvoir. La decrepitud de los hombres también produce espanto, pero no se relacionan entre sí como espejos inmanentes, sino como sujetos autónomos que pueden reunirse a ver un partido de fútbol, seguir hablando de minas o de política. La decrepitud de la carne la representa la mujer.

 

Reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja

Así como Simone de Beauvoir nos enseña que ser mujer no es sólo una condición biológica ni una esencia sino un devenir cultural, la vejez también es una categoría social que condiciona nuestro destino. Vejez es sinónimo de enfermedad, y ésta es un gasto económico para la sociedad que prefiere no enterarse que algún día también le llegará. Cuando los viejos y las viejas se jubilan, ya no están dentro del sistema productivo y dejan de ser provechosos para la economía. Salvo algunos pocos que cuentan con el dinero para pagar una prepaga, vivienda, comida y servicios, los viejos y las viejas -junto con les niñes y las mujeres- son la población más vulnerable.

Es imposible pensar en una política de la vejez ─jubilaciones y viviendas dignas, atención médica gratuita y de calidad, espacios de ocio y de lazo con otres─ si no reivindicamos la vida. En términos beauvoirianos, se trata de una transformación de las categorías existenciales. Se me viene a la cabeza una frase que leí hace tiempo de J.P Donleavy: “Y descubriste que crecías como tus padres. Que papá no era Dios, ni siquiera un buen vendedor, sino un hombre tembloroso y aterrado en medio de una pesadilla”.

También son nuestros seres queridos los que envejecen y requieren de una sociedad más justa e igualitaria que incluya la vejez como parte de la vida. La marginación de la vejez lleva a los ancianos y las ancianas a la soledad y la miseria. Ignorar la última fase de la vida, hacer de cuenta que no existe, implica negar sus derechos, arrojarlos a una categoría de “no humanos”: este es el signo de fracaso de una sociedad.

 

 

*Psicoanalista. Autora de Hacia un feminismo freudiano (La Docta Ignorancia, 2019).

 

Armar una época // YoNoFui, Diego Valeriano

Amor se dice arrancar, ocupar, respirar. Y tierra es otra forma de decir manija, alegría, pelea, plantarse. A Caro, la alegría de sus hijos corriendo por la toma no se la quita nadie: ni las ministras ciegas, sordas y mudas, ni el frío, ni el vigilante de Berni, ni las dudas a esta hora de la madrugada, ni los patrulleros que merodean sabiendo que cada día pueden un poco más, ni ese periodismo ortiba. Ni la orden de desalojo. Ale me dice que las pibas saben, y que cuando se juntan saben todavía un poco más. ¿Cómo no van a saber? Si ya pasaron por todas, si entienden de tanto andar. Si saben lo que somos los chabones, las piezas de alquiler, la calle, las trabajadoras sociales, los trabajos inmundos. Las pibas saben que el ánimo es un músculo que entrenan en la toma, y ese saber recorre todo hasta hacerse piel, abrazo, discusión, asamblea, pallet, nylon, chapa, hermandad inesperada. 

Ale cuenta que hay un clima de resistencia festivo, calmo, seguro. Un clima en el que se puede respirar, compartir esas ganas de respirar, conspirar, darle otra entidad a la política. Construir alianzas. Con Ale charlamos de varias cosas, de la organización, de las giladas, de quienes se borran, de cómo aguantan la toma. Y me cuenta que una piba, una pibita ¿20, 21?, una mina, una mujer, una que banca allá en Guernica le dice: “Nuestra lucha no es solo por un pedazo de tierra, es también para armar una época de recuperación de la tierra, de transformación de la política, de reconstrucción de los vínculos”. Quedamos careta. Careta ella, mucho más careta yo. Armar una época, ocupar una época, recuperar la política, desplazar otra época, esta época que no permite nada: ni respirar el aire, ni tomar el agua, ni reír a los guachines, ni jugar en el campito a las nenas, ni levantar una casa. 

Amar se dice arrancar, tomar es vivir, y habitar es armar una época, esta época nueva, la época de ellas. Revelación, pelea, agitación, construir barricadas para poder respirar juntas, para rajar a los violentos, para seguir mostrando que es acción política, para flashear cosas lindas, para que los garrones queden bien lejos, para vivir la tierra, para seguir haciendo mundo.

#YoNoFui

Foto: Colectivo Luz en la Piel / YoNoFui 

Zombies // Mirta Zelcer

Estamos siendo testigos de la corrosión de la gobernabilidad. ¿Cómo se hace efectiva? ¿Y para qué?

             

Los ampulosos gritos de un individuo de “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!” –cita de un fragmento de la primera estrofa de nuestro himno nacional– proferidos en estos días de pandemia, y desde allí, amplificados a través de las pantallas televisivas fueron emblemáticos de la primera manifestación de los así llamados “anticuarentena” en la República Argentina. Se ha dicho que tales gritos instigadores de acción podrían entenderse como un código mafioso. ¿Por qué?

 

Uno de los rasgos más importantes de la operación mafiosa es crear un estado dentro del estado legítimamente elegido e instituido, pero que tiene al mismo sistema estatal como objeto de operaciones.  Para ello, se vuelve necesario corroer esta legitimidad desautorizándolo y burlándose de las acciones políticas haciendo al mismo tiempo otras que pretenden reemplazarlas. se trata de la ilegalidad metida en los tejidos de la legalidad.

 

Con el apoyo de numerosos medios masivos de comunicación, usan el sentido tácito de esas palabras, degradadas, para sus propios fines. Términos como “Libertad”, “Patria”, «Democracia» o “República” inducen a la acción a aquellos que quieren conseguir desesperadamente lo que perdieron. Lo que desean recuperar no es sólo una mejor situación económica, sino que también buscan sentirse nuevamente sujetos históricos: quieren restituir en el poder legítimo a aquellos que no los van a confundir con “cabecitas negras”, desean mostrarse como los verdaderos patriotas argentinos. Quizás arañan, incluso, la ilusión de sentirse jóvenes por ser desobedientes. Añorante de acciones heroicas, la mafia neoliberal no tiene escrúpulos para el uso de estos cuerpos inducidos. Con este fin agitan otros vocablos para llegar a una acción que advierta y conjure la amenaza de peligros espantosos: «Venezuela», «comunismo», «judíos».

 

En el trayecto que va de la inducción a la acción, esta última termina tomando la forma de conductas neofascistas encarnadas en cuerpos que parecen vivos. Esclavos que se entregan a la opresión creyendo que se liberan. Zombies que se mueven des-subjetivados. Autómatas voluntarios infectados de arrojo. Soldados zombies envueltos en banderas argentinas que puedan aparecer en la TV salvando a la Patria, a la República y a la libertad. Zombies cuyos procesos de individuación y de pensamiento singular y comunitario, vibrando al unísono, fueron obturados. Zombies que quieren volver a Eros, pero aferrándose a Tánatos.

 

No nos confundamos: las llamadas “movilizaciones” que impulsan las mafias no consisten en lo que habitualmente entendemos por tales. Sus asistentes son zombies colonizados por una muerte que enceguece, y que están movidos para el botín de acumulación de capital y de dominio de los inductores. Excrecencias de un mundo que redobla las fuerzas que conducen a la fatalidad. La depredación, el poder y el dominio conforman la meta.

 

La conjunción de las conductas mafiosas y neofascistas se infiltra y sostiene a la sociedad neoliberal. Desde ya, no estamos hablando solamente de los ciudadanos inducidos. Estamos en presencia de apartamientos de acuerdos gubernamentales de clara ruptura desobediente y traicionera. Como si la cultura mafiosa ya fuese una cuestión regular instalada fuera de los personajes de la mafia misma.

¿Qué ocurriría si se descubre la manipulación mafiosa? ¿Tenemos un gobierno que advierte de qué se trata? Si lo sabe, ¿con qué fuerzas cuenta para desactivar o –por lo menos- amortiguar las fuerzas que llevan a la destrucción?

UNA DECLARACION POLITICA ABSOLUTA // Raúl Cerdeiras

 

¿A confesión de parte, relevo de prueba?

En abril de este año escribí un trabajo en el que se podía leer: “Hasta el Coronavirus la situación “política” (entre comillas porque entiendo que lo que hoy circula bajo ese nombre es la negación de la política, es pura gestión del orden existente) ofrecía una disputa acerca de quien gestiona y gobierna al neoliberalismo: o es el Estado, con sus dos variantes, la democrática o la dictatorial (China), o es el capital financiero y las reglas del mercado”.

El 9 de agosto de este año Pág. 12 publica  la siguiente declaración de Cristina Kirchner: “El capitalismo demostró ser el sistema más efectivo. Por eso va a seguir. Ahora lo que queda por resolver es quien continuará dirigiendo ese sistema, si el Estado o el mercado”. Cuatro meses antes el presidente Fernández en un reportaje hecho por Fonteveccia el 11-4-20 decía: “Después de la caída del comunismo el capitalismo no se discute”. El panorama es claro y transparente.

Se parte de la base de que no existe otra realidad que no sea el capitalismo, y la política se reduce a una opción entre dos formas de gestionarlo: una sería el Estado y la otra el mismo mercado (el Estado “ausente”). Dentro del populismo y junto con destacados pensadores que militan en esa corriente, como es el caso de Jorge Alemán,  la “opción” Estado se divide a su vez en Estado democrático o dictatorial. https://www.pagina12.com.ar/285289-la-tecnica-del-golpe-neoliberal. El autor afirma que Estado democrático les da una “oportunidad” a las políticas de ultra derecha que consiste en que acepten el “juego” democrático que garantiza que el adversario nunca se convierta en un enemigo al que hay que aniquilar como sea. La tercera opción -que descarta- sería la salida “revolucionaria”, que implica una postura “sacrificial” que no repara en la inmolación incontrolada de vidas humanas. (Aunque sería prudente, comento, no confundir una política “revolucionaria” con “la revolución”, en cuanto es esta última la que promueve el asalto por la fuerza al Estado para gobernar y no necesariamente la primera).

Sin embargo es una buena descripción de la matriz o configuración de la política hoy realmente existente. Lo que no dice es que ese modelo hace siglos que ya demostró su fracaso y su impotencia. Los que sostenemos la necesidad de abrir un nuevo ciclo de pensamiento, acción y organización de políticas emancipativas e igualitarias, una tarea imprescindible (pero no la única) es desnudar la esterilidad de este montaje. Dejar de aliviar nuestra precaria situación consolándonos con la crítica fácil al desastre neoliberal, y empezar a hacernos responsables de que este mundo capitalista despreciable existe, entre otras cosas, por nuestras propias limitaciones, que insisten obstinadamente en seguir luchando dentro de las reglas del juego político que justamente han impuesto los dueños del mundo para que nada cambie.

Un síntoma de este estancamiento ha sido percibido nuevamente por las agudas observaciones de Alemán, bajo el neologismo de “nopolítica”. https://www.pagina12.com.ar/282463-politica-o-nopolitica . Así describe la situación: “Denomino con el neologismo «nopolítica» una modalidad donde la política ya no tiene punto de anclaje. Va hacia una deriva sin límites donde la relación con la verdad, la ética, los legados históricos quedan suspendidos sin necesidad de declarar el estado de sitio.” Concluyendo: “Por supuesto una de las posibilidades que inaugura esta horrible pandemia con el crujir civilizatorio que la acompaña es que esta Nopolítica sea lo que termine ocupando el centro de la escena en la mundialización del nuevo estado de excepción propia del Capitalismo contemporáneo. Cuidar de lo político es ahora más que nunca un freno a la locura peligrosa. No hablamos del loco real que en una insondable decisión eligió ser libre más allá de toda apariencia, sino de la locura mala que ve en la vida solo un fondo disponible para sus maquinaciones.”.

Mi referencia a este trabajo, no es discutir los argumentos que lo sostienen, sino para señalar que hable de la nopolitica. Me importa destacar que ese significante “roza” mi convicción de que una de las causas que explican el dominio abrumador de este modo de vida depredador que se llama capitalismo se debe a la ausencia de políticas que inventen una nueva experiencia liberadora. Que hoy la política esté a la “deriva”, sin “puntos de anclaje”, suspendida su “relación con la verdad”,  refleja que la carencia  de toda política ya está ocupando el centro de la escena. Y si eso ocurre no nos asombra que el capitalismo, tocado de alguna manera por la pandemia, saque a relucir su propia capacidad de hacer crujir a la civilización. Sin duda que lo hará,  pero no como un “nuevo estado de excepción propia del capitalismo”, como dice el autor, sino porque está poniendo una vez más en la  superficie su lógica y su matriz más íntima: la feroz maquinaria que lo retroalimenta constantemente.

Inventar Otra política.

Las declaraciones del presidente y de la vicepresidenta arriba citadas son, cuando menos, el certificado  por adelantado de otra frustración de los que declaran querer salir de este infierno. Porque en la realidad política de nuestro país, y formando parte activa de los partidos y movimientos sociales que forman la coalición gobernante, hay núcleos militantes -me refiero a La Cámpora– que piensan que ante el colapso del marxismo-leninismo ellos son el  relevo político de los proyectos liberadores.

Las revisiones lanzadas a la experiencia comunista fueron hechas desde una perspectiva más filosófica que política. Por ejemplo, aduciendo que en su universo teórico aún perdura un esencialismo propio de la metafísica; que el sujeto está preconstituído; que hay un determinismo rampante en sus desarrollos; que construyó una concepción del mundo que desplegó un universalismo sofocante que desconocía el mundo de las diferencias, etc. Estas observaciones fueron la moneda corriente de la “filosofía posmoderna”, que luego desembocará en la ideología reaccionaria de nuestra época sosteniendo un relativismo absoluto  y la destrucción de toda idea de verdad.

La crítica estrictamente política está (salvo esfuerzos aún precarios, minoritarios y muy desperdigados) ausente. Solo la derecha ocupó esa ausencia y dio su veredicto: la caída del comunismo es el triunfo de la democracia por sobre el totalitarismo y asistimos al fin de la Historia: no hay alternativa.

Sí, tiene razón la Tacher y los ideólogos del “fin de la Historia”: no hay alternativa: 1) el capitalismo no se discute, se impone por  su efectividad y 2) sólo queda (¡nos dejan!) la opción de elegir entre dos formas de Estado, la democracia o la dictadura para componer nuestra vida política con el único fin de gestionar lo inevitable: el capitalismo. Todo cierra. Nos encierra.

Querer insistir sobre la presunta capacidad del Estado para domesticar al capitalismo, es tan arcaico como los que insisten, desde la vieja izquierda marxista-leninista, en hacernos creer que nada sustancial hay que cambiar o reveer en el interior de la concepción política que tomó el poder en Rusia en 1917.

¿Cómo el populismo puede tirar por la borda el primer intento serio de organizar una política con el fin de voltear al capitalismo (y que forjó en la práctica triunfos que nadie puede cuestionar), y dejar intacto el viejo sueño del reformismo? Porque si la Historia es llamada para que de su veredicto tendremos que decir que es cierto que el proyecto comunista fracasó, (1917/1980) pero mucho más cierto es que hace más de dos siglos que el Estado se ha mostrado absolutamente impotente para frenar la maquinaria capitalista. Y aún más, el Estado ha sido el dispositivo que el capitalismo ha utilizado para sus proyectos más reaccionarios, y cuando en tiempos de crisis interviene para ya sea para socorrer a su banca quebrada (Lehman Brothers, 2008) o para darle al pueblo una limosna, (Estado de bienestar) siempre  ha sido dentro de la lógica de “dar algo para no perder todo”, que lejos de debilitarlo termina siendo un intervalo necesario para recuperar  y reorganizar su brutal dispositivo de despojo a toda la humanidad.

Mientras sigamos dentro del pensamiento de Hobbes que en el siglo XVII precisó cuál era la esencia del Estado moderno no podremos salir del pozo político en el que hoy estamos. Marx y Lenin, pese a su potente doctrina política revolucionaria, agotaron las posibilidades que ofrecía la doctrina del Leviatán “Hobbsiano”, propusieron la idea que así como el Estado servía para garantizar el orden establecido, también podía servir como el lugar y herramienta de transformación revolucionaria ni bien se desaloje  a las clases dominantes que lo ocupan.

Por eso se hace indispensable para cualquier proyecto político anticapitalista en serio poner la nueva invención política a distancia del Estado, y si abarcamos con el nombre de “política” a toda acción organizada del pueblo construyendo su capacidad política (que será su propia invención) con  pensamientos y principios igualitarios, esta capacidad kdeberá situarse a distancia del Estado, midiendo su potencia represiva,

La poliestado.

Para los que afirman que el corazón de toda política posible estriba en optar por dos maneras de gobernar-gestionar al capitalismo neoliberal: la forma democrática o la forma dictadura, les ha salido una piedra en el zapato.

Resulta que en el seno de lo que se llama “democracia” hace tiempo que han nacido innumerables maneras de producir chicanas jurídicas, trenzas institucionales, desplazamientos de personas, incuidos presidentes, avalanchas de “informaciones” absolutamente descabelladas, trabas de todo tipo para el funcionamiento de las instituciones, despedazamiento e injerencias mutuas entre los poderes constitucionales, negocios descarados que un puñado de oligarcas realizan apoyados desde el interior mismo del aparato gubernamental, falseamiento intencional de la realidad, etc., etc., formando un verdadero circo mediático en el que el pueblo, al que se lo invoca como el artífice y destinatario final de toda democracia, resulta ser el desecho final de este espectáculo.

Pero también aparecen personajes y discursos políticos que antes debían circular por fuera del circuito “democrático”, pero que ahora se pasean sonrientes y amenazantes pronunciando estampidos y disparates verbales dignos de la mejor tradición de los dictadores de antaño. Portadores de un racismo desatado y de cualquier “pudor por las formas democráticas”, se dan el lujo de desafiar la legalidad ocupando legalmente el poder y en nombre de la legalidad… Todo el mundo sabe a quién nos referimos.

Asistimos a un lento pero sostenido proceso de licuado de una diferencia que se instituyó para abrir una opción política sin otra alternativa que no sea elegir entre “dictadura o democracia”. Un juego mortal que se produjo al compás de dos circunstancias decisivas: 1) la caída y fracaso del proyecto comunista de derrotar al capitalismo; 2) la universalización del sistema capitalista considerado como destino inamovible de la humanidad.

Por esa circunstancia es que afirmamos que la existencia social contemporánea se la puede encuadrar como una época marcada por  cuatro circunstancias: a) sin políticas emancipadoras; b) vivida dentro de un lazo social mortífero; c) teniendo como único horizonte de futuro evitar lo peor; d) con el reinado de una ideología llamada “posmoderna” que ha destruido la posibilidad de todo pensamiento argumentado, sometiendo a las ideas que aún se osan emitir a un relativismo extremo.

Entonces es el momento de empezar a reinventar una nueva política emancipadora e igualitaria si no queremos seguir observando como víctimas impotentes o escandalizadas el desastre neoliberal. Ya no hay más excusas, hay que empezar a apostar por una nueva experiencia política liberadora.

Hay que mirar la descomposición de la falsa opción entre dictadura o democracia que actualmente se ofrece, como un proceso interno a ese mismo juego. Dejar de lado la clásica opinión que ve en esta confusión un avance de los totalitarismos. Pero diferente también de aquellos para quienes asumir el poder sin límite alguno es una finalidad que no van a abandonar  nunca.

Nosotros vemos a esa opción que hoy parece diluirse no como una alternativa,  sino como las partes integrantes de un jugo político reaccionario, que permite abrir una cierta flexibilidad para hacerse cargo de la gobernabilidad, por parte del Estado, de los innumerables conflictos que se desatan en el interior de una sociedad que marcha al paso del neoliberalismo. Y, al mismo tiempo, esa parodia de diferencia instaura un sentido común ampliamente difundido tanto por demócratas como por totalitarios, de que la política consiste pura y simplemente en la gestión del orden existente. Es decir: política = gestión.

Por eso estamos convencidos que lo que Aleman denomina como nopolitica es el corazón, la esencia misma de lo que hoy se llama corrientemente “política”. No es su desplazamiento, es su coronación.

Nosotros proponemos desarticular ese dispositivo y no tomar partido por alguna de sus opciones. De tal manera,  cada vez que se verifica que la famosa “democracia” puede extender sus brazos para alojar en su seno acciones, discursos, y personajes que tradicionalmente crecían en la orilla de las “dictaduras”, vemos ahí una circunstancia propicia para empezar a desenmarañar esta encerrona que nos condena a vivir sin política verdadera, en serio, emancipadora.

Por si aún es necesario describir esta encerrona, digámosla una vez más: a) el sistema capitalista es inamovible; b) la política se reduce a la gestión estatal de ese sistema bajo dos formas de gobierno: la democracia o la dictadura; c) los programas de gobierno no pueden aspirar a otra cosa que no sea liberar al sistema para que este se auto-regule y desate su impiadosa lógica (Milton Friedman), o tratar de “humanizarlo” para hacerlo más “racional” (John Keynes) ; d) todo proyecto de futuro consiste en evitar lo peor o elegir el mal menor; e) el pueblo, considerado como una víctima incapaz de tomar  en sus manos el destino de su vida colectiva debe resignarse, como un simple espectador, a elegir o aceptar al representante de turno. Así de jodidos estamos, a tal punto la política ha desaparecido que los únicos discursos que circulan en su lugar son los de esos dos economistas, ambos sostenedores a rajatabla del capitalismo.

Ahora bien, es necesario liberar a la política de esa cueva. También se lo puede decir de otra manera: ese entramado lejos de merecer el nombre de “política” no es otra cosa que un formidable obstáculo para impedir que circule alguna política digna de ese nombre. Y para nosotros más que “circule” debemos decir que pueda “crearse” una nueva política. Es indispensable empezar a abrir, aunque sea un poco, el mundo en el que vivimos y al horizonte que nos constriñe. Un poco de aire fresco. Propongo  empezar por dejar de llamar “política” a todo este dispositivo que nos asfixia. En su reemplazo sugiero (puede haber mejores) llamarla  “poliestado”.

Sí, lo que aparece disfrazado de “política” no es otra cosa que una operación por la cual la política se organiza alrededor del Estado para cumplir la función principal de todo Estado: ser el garante de la situación de la cual él es el Estado. En nuestros días la situación de la que el Estado es su garante es el capitalismo neoliberal. Exactamente igual que el Estado comunista era el garante de la sociedad soviética planificada por el Stalinismo.

De la misma manera que nadie llamará a un espectáculo televisivo que despliega un novelón a la hora de la siesta una obra de arte,  nosotros debemos empezar a calificar a este novelón político con el que se nos aturde y desmoviliza todos los días, con otro nombre distinto del de “política”. Por lo menos para ir liberado el terreno que hoy ocupa este dispositivo engañoso.

El que recorre todos los días los estudios de televisión, el que va a las casas a recolectar el voto de sus habitantes con la promesa de un programa que los va a beneficiar, el que busca que la justicia electoral le reconozca la personería de un partido y así constituirlo en un órgano más del Estado, el que piensa que el número de una votación electoral o en cualquier otro recinto, es el tribunal inapelable de una verdad política, etc., etc. En fin, el que despliegue el ritual que todos conocemos y padecemos diciendo que está haciendo “política”, hay que decirle que eso no tiene nada de política. Que él es un simple empleado o empleada de una maquinaria que produce la “poliestado”, cuyo fin principal es precisamente obturar que haya  política, es decir,  una acción y un pensamiento colectivo organizado para, como mínimo, impedir el funcionamiento, en la situación que sea, de la lógica del Capital. Ser un practicante de la “poliestado” es básicamente despojar la creativa del pueblo, de cualquiera, para someterla al orden y las reglas del Estado.

En una nueva era que esperamos se vaya abriendo para las políticas de emancipación debemos reivindicar a la política como una práctica autónoma, edificada sobre sí misma con su propio discurso y formas organizativas, una invención en la que los pueblos edifican, en distintos momentos históricos, su capacidad de luchar para hacer efectivo el principio de igualdad de toda la humanidad. Cuando no queremos que un espectáculo televisivo se confunda con una obra arte, lo que queremos decir es que no toda obra humana merece ser llamada arte. Por eso cuando proponemos llamar “poliesatado” al cachivache que hoy se disfraza de “política”, lo hacemos con el mismo convencimiento de preservar  la dimensión que debe tener la política si es, como lo sostenemos, la obra en donde se construye la verdad de la vida social de los pueblos.

La “poliestado” se diferencia de las políticas reaccionarias. Las políticas reaccionarias son ciertos movimientos creativos a los que recurre el orden constituido cuando en su interior irrumpe una nueva creación política destinada a modificar su imperio. Bien ganado tienen el nombre de “reaccionarias” esas políticas porque son una reacción dirigida a neutralizar el despliegue de una nueva política en curso. Así se abre el cuadro de una auténtica lucha política en la que se pone en juego la transformación o la conservación del statu quo. También podemos decirlo así: ante una política activa que amenaza a lo instituido, para defenderlo no basta con la fuerza y el peso del pasado, es necesario inventar una nueva “reacción” política, (una política reaccionaria) para instrumentar  y fortalecer la lucha por mantener el orden.

Pero nuestra época, luego del colapso de la secuencia de las políticas cuya matriz fue el marxismo-leninismo, el campo de la sociedad capitalista quedó desierto de nuevas invenciones políticas, más allá de promisorias luchas aisladas o resistencias fugaces. Nada oscurece el dominio casi absoluto del Imperio mundial neoliberal. Entonces, las políticas reaccionarias del pasado ahora se pudren, entran en una descomposición cuyo fétido aroma respiramos todos los días. La “poliestado” no tiene otra tarea que no sea gestionar lo que hay y poner todo su esfuerzo en luchas internas por grandes o miserables tajadas. La gobernabilidad pasa al primer plano para “resolver” todos conflictos a los que da lugar un sistema sostenido en una competencia salvaje de todos contra todos. La política, como la entendemos, queda fuera de todo foco y en su lugar emergen los desechos que se emparchan y combaten entre sí, en un campo abonado por una  subjetividad que han tejido en conjunto el neoliberalismo y la posmodernidad. En fin, todo lo que soportamos diariamente.

Por eso, dentro de este momento no muy alentador que atravesamos, en especial referido a nuevas apuestas políticas que nos puedan sacar del pozo en el que estamos metidos, es alentador que el mundo de la “poliestado” vea como se les derrite ante sus narices esa diferencia (democracia o dictadura), en la que encontraron un discurso medianamente consistente para armar el escenario que en pocos años desactivó a la política  y permitió la consolidación planetaria del capitalismo. Y no sólo su consolidación sino también su capacidad de colocar nuevamente en sus causes a esos desmadres sintomáticos e inesperados que de vez en cuando explotan sin previo aviso por todo el mundo (indignados, piqueteros, primavera árabe, etc.).

Declaración absoluta.

La política debe reinventarse. Después de las desastrosas consecuencias de la experiencia del comunismo que apostó al Estado y al Partido-Estado como el centro neurálgico de su proyecto revolucionario, hay que dar un golpe de timón. Pero este giro debe reafirmar un principio que llamaremos “absoluto”. Potenciado por el descalabro producido por la pandemia del Covid 19, ahora más que nunca ha emergido a la superficie el carácter irremediablemente destructor de la humanidad como tal que representa el capitalismo mundializado. En el frontón de toda política emancipativa debe estar este punto de partida innegociable.

En consecuencia: “No se puede tolerar más al capitalismo. Con su necesaria y única lógica salvaje de acumular riqueza en manos de unos pocos, somete irremediablemente al hambre, el despojo y la muerte a la mayoría de los pueblos del mundo. Animaliza todo lazo social humano, somete a la cultura y al pensamiento al grado cero de su existencia, al mismo tiempo que poco a poco está haciendo inhabitable al planeta en el que vivimos. Desata guerras y toma por asalto a pueblos enteros. Está sostenido por una inmensa red de dominación mundial que articula, además de su globalización económico-financiera, una hegemonía mediática e ideológica, un enorme poder técnico-militar y un reaseguro político garantizado por el Estado alrededor del cual succiona cualquier intento político para derribarlo. Acabar con este infierno depende absolutamente de cada uno de los seres humanos y la llave que proponemos es abrir una nueva experiencia política emancipativa e igualitaria, sin otra garantía que los efectos que recoja de su acción, pensamiento y organización. Ninguna política digna de ese nombre puede desplegarse si no se sostiene explícitamente en esta DECLACIÓN ABSOLUTA.”

Y no hay que ser cómplice. Esto hay que decirlo siempre y en cualquier lugar  que sea. No se puede seguir tolerando que camadas inmensas de intelectuales y dirigentes políticos o sociales, que algunos entre ellos murmuran en voz baja su anti capitalismo, y que nadie cuestiona su honestidad,  pero que frente a las cámaras de televisión o donde sea, gambetean esta verdad política absoluta, y se dedican a esgrimir sus firuletes argumentativos dentro de los dimes y diretes de un discurso carente de toda sustancia con el que el capitalismo se oxigena y respira al compás de la “poliestado”.

Esto no es “infantilismo”, ni “anarquismo declamatorio”, ni  tampoco el cómodo “revolucionario de escritorio”. Por el contrario, es la plena asunción de nuestra extrema debilidad, pero al mismo término la necesidad absoluta de cortar políticamente con el juego macabro de la “poliestado”. Y si es bien cierto que aún tenemos muy pocas cosas afirmativas en nuestras manos para ofrecer, por lo menos no debemos entregar esta capacidad irrenunciable de oponernos -aunque no haya aún surgido una nueva política revolucionaria afirmativa– de manera absoluta a esta forma social de existencia. La posibilidad de que se abra una nueva secuencia política emancipativa se va a demorar y entorpecer muchísimo más si no se grita de una vez por todas un ¡ya basta! a esta “realidad” que no hace otra cosa que condenarnos al eterno fracaso.

¿Y cómo se hace? Es una apuesta, compañero/ra. Es una creación y no hay receta escrita por nadie para enseñarnos cómo se hace para crear algo. No obstante van aquí algunas ideas: En nuestra época la política se debe afirmar así misma como la invención de una excepción interna a los lazos sociales establecidos a los que busca subvertir. Es un pensamiento y una acción organizada que se somete al principio de igualdad y lucha por la abolición de toda dominación. Su organización independiente se realiza a distancia de los imperativos del Estado, y su acción no representa a nadie sino que es la actividad colectiva de cualquiera que se articula por un lazo político al que le da consistencia un discurso político, que no es otra cosa que la soberana manifestación de lo que ella es y hace.

O sea:

                                                     Presentación

                                                     Organizada

                                                     Liberadora

                                                     Independiente

                                                     Transversal

                                                     Igualitaria

                                                     Colectiva                 

                                                     Apuesta

A juntarse y manos a la obra.

 

Raúl Cerdeiras   25-09-2020

Soplo y vibración // Peter Pál Pelbart

Conferencia sobre Antonin Artaud, ofrecida durante la “Ocupación Artaud” organizada por la Compañía Taanteatro en la Alianza Francesa de São Paulo en agosto de 2016. Cf. “Palestra de Peter Pál Pelbart: Artaud, Sopro e Vibração”.

La filosofía, desde Platón, siempre se esforzó en contraponer la oscuridad terrorífica de las profundidades con la serenidad de las alturas. Ese modelo puede haber variado a lo largo del tiempo, pero continúa siempre fiel a la preocupación de conjurar el devenir-loco de la materia a través de un expediente superior: las ideas, las esencias, los conceptos. Ser divino de la antigua metafísica, Yo trascendental, consciencia intencional, siempre fue preciso que una instancia unificadora se contrapusiera a lo sin-fondo del abismo. La amenaza era que “fuera de este Ser o de esta Forma” tendríamos el caos.

Ahora bien, ¿cómo superar esa dicotomía impuesta tanto por la filosofía trascendental como por la metafísica? Deleuze lo hace reivindicando la superficie como producción de sentido. “Lo más profundo es la piel”, dice Valéry. Pero hay seres en que esa superficie se derrumba. De ese derrumbamiento son testimonios mayores escritos como los de Artaud y Nietzsche. Éste, por ejemplo, en sus primeros años, aún discípulo de Schopenhauer, “hace hablar a Dioniso sin fondo, oponiéndolo a la individuación divina de Apolo y nada menos que a la persona de Sócrates”. El vigor de la escritura nietzscheana en la época sólo confirma, según Deleuze, que “fueron siempre momentos extraordinarios aquellos en que la filosofía ha hecho hablar a lo Sin-Fondo y encontró el lenguaje místico de su furor, de su informidad, de su ceguera”. Pero Nietzsche tuvo la peculiaridad de sustentar los dos extremos. No cayó en un abismo indiferenciado, sino que montó una máquina dionisíaca de producir sentido, lo que ya lo eleva al nivel de la superficie. Al mismo tiempo, no desistió de la tarea radical de escuchar el fondo, de hacer hablar a lo sin-fondo, con todas sus voces, ruidos y monstruos. Fue en ese gesto, dice Deleuze, que Nietzsche pereció. Pereció porque se sumergió en la mixtura de los cuerpos, incluso en la mixtura corporal sifilítica. Dilacerada por explosiones y desgarramientos, la superficie recayó en una “pulsación anónima en que las mismas palabras no son ya más que afecciones del cuerpo: el orden primario que gruñe bajo la organización secundaria del sentido”.[1] ¿Qué habría hecho Nietzsche, entonces? Alió la dirección descendente del loco (rumbo a la profundidad) y la ascendente del niño (rumbo a la superficie).

Parece que es siempre pendiendo de un hilo que Nietzsche puede hacer obra —producir un acontecimiento, un sentido, una superficie—, emergiendo de una inmersión abisal, y siempre con una bandera blanca en la mano, despedazada y salpicando sangre. En Nietzsche, Freud, Marx, Michel Foucault recuerda que ese movimiento es también una técnica de interpretación. Al criticar la profundidad ideal, Nietzsche estaría criticando la profundidad de la consciencia, denunciada como un invento de los filósofos. El intérprete nietzscheano, al contrario, debe descender “como buen escudriñador de los bajos fondos” (Nietzsche), pero con el fin de “restituir la exterioridad resplandeciente que ha sido recubierta y enterrada”.[2] El objetivo sería mostrar que la profundidad es un secreto absolutamente superficial, y descubrir que “no era sino un ademán y un pliegue de la superficie”. Lo que acontece, efectivamente, sólo cuando él, Nietzsche, puede “volver”.

Artaud, a su vez, en otro sentido, no es menos ejemplar. Dice, literalmente:

No amo los poemas o los lenguajes de superficie, y que respiran ocios felices y triunfos del intelecto, aunque se apoye sobre el ano pero sin poner ahí alma o corazón. El ano es siempre terror, y no admito que perdamos un excremento sin desgarrarnos por la posibilidad de perder ahí también el alma. Podemos inventar nuestra propia lengua y hacer hablar la lengua pura con un sentido no gramatical, pero es preciso que ese sentido sea válido en sí mismo, es decir, que surja del tormento.[3]

La crítica de la superficie se hace en nombre del cuerpo, y la reivindicación mayor es la de una palabra que sea física, que se efectúe, que ya no flote en la superficie inmaterial del sentido. La palabra debe descomponerse en sus elementos fonéticos, en pedazos ruidosos, em fragmentos alimentarios y excrementicios que amenazan, invanden, penetran, clavan. Sí, deshacerse de la gramática, dice Artaud —para poder deshacerse de Dios, diría Nietzsche—, pero si eso se vuelve un mero juego de palabras aún seguimos en la superficie. A menos que entendamos el juego de palabras en el sentido en que Freud lo utilizó para indicar la dimensión primera de la palabra, esto es, lo pulsional.

Se trata ahí del placer fonatorio, de la experimentación de la materialidad, de las pulsiones libidinales investidas en el lenguaje. Como en el niño, que en sus primeros balbuceos moviliza todo el cuerpo en una gesticulación global: el lenguaje es vivido entonces como puro dispendio gestual, júbilo muscular, polifónico y rítmico. El sentido viene secundariamente, como diferenciación interna de esa actividad y como represión progresiva de sus componentes somáticos y libidinales. Se sabe que los niños, al aprender una lengua materna, primero la “hablan” por intermedio de la gestualidad pulmonar, glótica y labial, produciendo una especie de simulacro, para después precisar y diferenciar los sentidos correspondientes a su lengua. “La lógica gestual del sistema fonemático prevalece sobre su uso comunicativo”, explica Michel Thévoz, agregando que, incluso después de adquirida la lengua materna, los niños realizan constantemente la experiencia libidinal del funcionamiento vacío del lenguaje. “Discurren por discurrir, por pura euforia elocutoria”. Sólo con el tiempo esa gestualidad, ese dinamismo y esa corporeidad de la materia sonora deberán trasladarse más allá de la barra que separa en nuestra cultura el significante del cuerpo fisiológico, o como dirían los psicoanalistas, los impulsos sádico-orales primitivos se subliman.[4]

Si aprovechamos esas observaciones sobre la prioridad pulsional de la elocución, no será para concluir que la palabra-loca consiste en una regresión al balbuceo infantil. Por ahora tenemos presente la advertencia de Deleuze en cuanto a la dirección ascendente del niño, rumbo a la superficie, en contraste con la dirección descendente del loco, rumbo a la profundidad. El loco no regresa a un estado infantil, sólo redescubre un proceso primario del lenguaje reprimido por el despotismo de la gramática y del sentido —y lo reutiliza a su modo. El lenguaje-cuerpo del loco puede ser un cuerpo sonoro y fonemático que, al transformarse en grito, aullido o soplo, no necesariamente tendrá relación con un sentido. Cuando Artaud, por ejemplo, dice: “Jusque là où la rourgue est à rouarghe a rangmbde et rangmbde a rouarghamde”, está haciendo, según Deleuze, una cadena de asociaciones entre elementos tónicos y consonánticos, en una región de infrasentido y según un principio fluido e indescomponible de la palabra impermeable. Aunque Rouergue sea la región de Rodez en que Artaud se encontraba, y rourghe y rouarghe indiquen ruée (‘riada’), roue (‘rueda’), route (‘ruta’), régle (‘regla’), se trata de signos vacíos de sentido, pero que se confunden con una acción o pasión del cuerpo. No sólo un significante redoblado sobre el significado o el referente, sino la abolición de la frontera misma. Cuando esa barra se borra, la misma escritura deserta del registro simbólico de las letras para encarnarlas, darles forma, insuflarlas, moverlas de lo abstracto a lo figurativo.[5]

La serie de las palabras se mezcla con la de las cosas. ¿Pero cómo abrazar ese movimiento sin zozobrar? Pregunta que Deleuze formuló a su modo, y que cito entera:

¿Cómo evitar que el trazado silencioso de la grieta incorporal en la superficie se convierta […] en una Spaltung profunda, y el sinsentido de superficie en una sinsentido de las profundidades? Si querer es querer el acontecimiento, ¿cómo no querer también la plena efectuación en una mezcla corporal y bajo esta voluntad trágica que preside todas las ingestiones? […] ¿Cómo no llegar a este punto en el que ya no se puede sino deletrear y gritar, en una especie de profundidad esquizofrénica, pero no hablar en absoluto?[6]

Habría un deseo imperioso de —en vez de dejar al acontecimiento flotar en la superficie incorpórea de las cosas— encarnarlo en la mezcla de los cuerpos. Abandonar la ascesis de la idealidad para romper terminantemente con la dicotomía metafísica a que nos habituó Occidente. Para el pensador, esa es la tentación más intensa y al mismo tiempo la más arriesgada: abrazar el devenir-loco de la materia. En otros términos, la tentación del pensador es vecina de la locura. Deleuze tiene razón entonces al preguntar si es posible, en el fondo, pensar sin enloquecer.

Pero esa pregunta remite a otra, que Artaud no se cansó de repetir: ¿es posible pensar? Como lo dice Artaud, la dificultad mayor no está en el método, ni en la técnica, sino simplemente en llegar a pensar alguna cosa. Pues el pensamiento, comenta Deleuze, implica “un impulso, una compulsión, que pasa por todo tipo de bifurcaciones […], que parte de los nervios y se comunica al alma”. Y concluye: “así, lo que el pensamiento está forzado a pensar es también su hundimiento central, su fisura, su propio «no poder» [o «impoder»] natural, que se confunde con la mayor potencia”.[7] Es otra imagen del pensamiento la que aquí se traza, sin certezas ni garantías. El pensamiento no es innato, debe ser engendrado en el pensamiento; es preciso que nazca el pensamiento en el pensamiento, hacer aquello que todavía no existe.

Artaud busca el pensamiento, pero dice todo el tiempo: “No puedo pensar”. Y gira en torno de ese punto doloroso: “Yo no puedo pensar”. El vaivén entre la parálisis y la reflexión, entre el estado petrificado y el movimiento, pone en marcha una máquina pensante liberada de todas las operaciones racionales, reencontrando la pura intensidad que precede al pensamiento. Es preciso rehacer el pensamiento, o hacerlo nacer a partir de la intensidad y como pura intensidad. Es preciso que el pensamiento “emita fuegos, aunque sean locos”. El pensamiento no es automático, no es natural —nace de un cuerpo metálico, frío, inmóvil y vacío, que puede entonces ser atravesado por todo tipo de fuerzas que, a su vez, desmontan el automatismo del pensamiento. Si el pensamiento es imposible, para Artaud, es porque en su espíritu la forma se quebró. Por lo tanto, ni formas, ni imágenes, ni representaciones, nada de aquello que ataría o escamotearía las fluctuaciones intensivas del ser. ¿Pero cómo componer un pensamiento en una tierra así devastada? De hecho, es otra imagen del pensamiento, sin forma, sin imagen, sin representación: el pensamiento arrojado al absoluto informe, la “matriz hirviente del inconsciente”, dice él. Por tanto, el pensamiento como vibración emocional o fluctuación de las fuerzas. El pensamiento como grado de vibración. Pensar entonces pasa a ser pesar los nervios, captar las vibraciones en el cuerpo —por tanto, pensar es indisociable del cuerpo, y esa frontera misma debe ser cuestionada. Pero, si pensar es indisociable del cuerpo, no lo es de ese cuerpo desorganizado y distribuido en partes, funciones y jerarquías, sino de otro cuerpo, que cabe justamente inventar, descubrir, extraer, en otra economía de las fuerzas, de los flujos, que abandona sus límites, que se manifiesta como onda gaseosa, tal como él la descubre entre los indios de México. El cuerpo debe ser esa vida animada que no conoce el límite, vida abierta a las fuerzas, que se figura como soplo y vibración. Cuerpo atómico, no anatómico.

Kuniichi Uno, un estudioso de Artaud que hizo una tesis con Deleuze, escribió bastante al respecto. Yo me permito vampirizar trechos de su tesis, titulada Artaud y el espacio de las fuerzas,[8] para profundizar un aspecto relevante de esa secuencia. Él insiste en lo siguiente: “Hay que colocarse en el grado cero del pensamiento para ser capaz de pensar”. Vaciar el pensamiento, el cuerpo, las palabras. Aparentemente, es una operación de nadificación. Pero, si la fuerza aparece inicialmente como fuerza de vaciamiento, la pregunta es: ¿cómo puede apropiarse de aquello que vació? ¿Será suficiente vaciar o agujerear? ¿Cómo devolver las palabras, el cuerpo, el pensamiento al campo de las fuerzas, y así recolocarlos en estado de eterno movimiento o de eterna vibración, de devenir?

Es donde aparece la función del signo. Los signos, como para los niños, son aquello que pone en relación sus propios cuerpos con los cuerpos de los objetos. Una palabra, una señal, un gesto, y ya el cuerpo del niño hace cuerpo con otro cuerpo. El lenguaje constituye, así, esa instancia que pone en relación; ella misma es una fuerza que el mundo arcaico o mítico conocía perfectamente. De ahí el rechazo del lenguaje como representación, como esa fina película que debe casi desaparecer para mostrar aquello que designa. No, dice Artaud, el lenguaje es algo incorporal que no debe ser apagado en favor de otra cosa. Si él sospecha del lenguaje es porque las palabras a veces se tornan demasiado etéreas, y el pensamiento debe ser corpóreo, y cada vez diferente, y sumergido en las fuerzas.

Artaud necesita desertar del lenguaje articulado para reencontrar en las palabras las vibraciones corporales. El lenguaje es como arrastrado al estado de pura intensidad, a lo informal de las fuerzas.

Un libro sobre Nietzsche sirve aquí de inspiración mayor —se trata de El círculo vicioso, de Klossowski.[9] El autor muestra cómo, en Nietzsche, la fluctuación intensiva es indispensable, y los signos no pueden congelarla o evitarla, a riesgo de abortar el movimiento. En Artaud, sucede algo semejante: a veces, las palabras congelan las fuerzas vitales; por eso es preciso poner todo el tiempo los signos en estado de vibración, en el umbral en que esos signos no interrumpan el vaivén entre la forma y las intensidades, lo consciente y lo inconsciente, de modo que sean el síntoma de esa vibración de fuerzas. Tal vez así los signos dejen de ser signos de alguna cosa para ser en sí mismos cuerpos que comunican con otros cuerpos, de modo en que el sentido no sea más que el movimiento del cuerpo.[10] Podemos retomar la expresión de Klossowski para Artaud: se trata de una semiótica pulsional. Pues los signos no representan nada; no significan nada, sino que presentan; comunican con otros cuerpos; son ondas indeterminadas, pero diferenciales, y see rebelan contra la fijación idéntica del lenguaje articulado. Así, el sentido de una frase está mucho más cerca del sentido en la acepción propia, a saber, aquello que se siente, y por tanto, la facultad de sentir, de lo que da significación o da representación. Las palabras captan las fuerzas y las vibraciones y comunican en su movimiento. Es en ese sentido que las palabras deben mezclarse con los cuerpos. Ellas tienen el aspecto incorporal, pero igualmente el corporal; esto es, soplo, acento, tartamudeo, escansión, todos los fenómenos que diferencian la sonoridad. Es preciso devolver la escritura a la voz, al soplo, a la vibración, a la potencia indeterminada.

Eso queda aún más claro en las cartas, dirigidas a un escritor en una relación más o menos afectiva, en donde la tartamudez poética aparece para más tarde resolverse en sonidos como pura intensidad. La tartamudez sirve para poner en tela de de juicio a las palabras, y también a la propia lengua como instrumento articulado, como lenguaje institucional. Como se ve, hay ahí todo un juego, o una transición entre la imposibilidad de pensar a través de las formas, las imágenes, los conceptos, hasta la posibilidad de pensar sin formas, de manera corporal y pulsional.

Finalmente, los signos en Artaud son líneas finas, lubricantes, fluctuantes, en movimiento. Y la aspiración de Artaud es volverse una línea impalpable, pero poderosa, indeterminada. Volverse una línea en vez de ocupar un espacio —esa es la geometría de Artaud, explica Uno. Sospecho que esa idea también le corresponde a Deleuze, que se pasó la vida entera hablando de las líneas, de las líneas de la vida; la línea, y no el punto; la línea que pasa en medio de las cosas, y no el punto que instaura el balance o el acabamiento. No hacer territorios en el espacio, sino volverse la pura línea que atraviesa la “geometría sin espacio”, ese es el modo de negar el espacio homogéneo organizado y de volverse puro movimiento, pura vibración. No repartir el espacio por medio de fronteras, sino, al girar la línea, crear otro espacio. Y si ese espacio creado no es homogéneo, es porque hay membranas que no paran de fluctuar, que no establecen fronteras fijas. En verdad, como los tímpanos, las membranas sirven más para instaurar diferentes grados, una gradación de intensidades. Por tanto, la membrana rechaza el juego de las oposiciones, entre vida y muerte, verdad y error, vacío y fuerza; ella sólo gradúa intensiva, vibratoriamente.

Si pensar no significa manipular operaciones formales, sino lanzar el pensamiento a lo informal caótico o a la matriz hirviente de las fuerzas, es a través de los grados de intensidad, de la escala de vibración de las fuerzas que se puede pensar, evitando el peligro de la caída de intensidad. Se trata de pilotear las ondas de esa vibración reencontrada en las fuerzas, de operar y rehacer los signos en la posibilidad plástica máxima del flujo original de donde ellas son extraídas. Así es como, en la vibración del cuerpo despojado de sentido, el pensamiento se rehace como flujo de fuerzas. Artaud, que rechaza las imágenes, rehace los signos a partir del sonido como pura vibración del cuerpo y de las cosas. Reorganiza los signos como flujo musical, rehace el pensamiento y los signos como variación de ondas sonoras de las fuerzas. Si, en la experiencia del dolor y de la angustia que caracteriza a la primera parte de la obra de Artaud, es posible decir: “Todo es cuerpo”, en la experiencia del teatro puede exclamarse: “¡Todo es flujo!”. En el universo del afecto, de las materias fluidas, donde todo es vibración, todo es flujo de fuerzas, sin imágenes ni formas determinadas, la diferencia sólo existe en la escala de las fuerzas, y es el soplo el que asciende y desciende las fases de esa fuerza, en variación continua. El soplo se vuelve grito. El soplo y el grito siguen y captan las ondas de las fuerzas. Es por el grito y por el soplo elaborados que el cuerpo se transforma en materia fluida y comunica con las fuerzas. Aprender el oficio de actor, por ejemplo, es saber captar las ondas de las materias y del cuerpo y elaborarlas —su grito, su soplo.

En el teatro, los signos no significan: vibran. Los signos son estados de los cuerpos o de las materias puestas en comunicación, el intercambio perpetuo de intensidades. Significan sólo fuerzas puras. Y el teatro sólo vale, para Artaud, si es apertura a las fuerzas puras. Es una especie de “atletismo afectivo”. Como escribe: “Así, por la agudeza afilada de los soplos el actor labra su personalidad. Pues el soplo que nutre la vida permite remontar sus estadios peldaño por peldaño”.[11] En verdad, el otro nombre del soplo es deseo. “Ahora bien, lo que en el cuerpo humano representa la realidad de ese soplo no es la respiración pulmonar, que sería para ese soplo lo que el sol, en su aspecto físico, es para la reproducción, sino ese tipo de hambre vital, cambiante, opaca, que recorre los nervios con sus descargas y entra en lucha con los principios inteligentes de la cabeza. Y esos principios, a su vez, recargan el soplo pulmonar y le confieren todos los poderes”.[12]

El soplo no proviene de los órganos, sino de un hambre vital. Creo que hoy, para nosotros, interrumpir en este punto es como cortar la sesión de análisis en el punto de mayor tensión, y dejar que ese corte interrogue.

Pero como no estamos en una sesión de análisis, agrego una última frase sobre la importancia de leer a Artaud hoy. Concuerdo con lo que escribió Foucault en su Historia de la locura: que Artaud es uno de los que borran la frontera entre razón y sinrazón, de modo que, en vez de medir a Artaud según la regla del mundo, considerándolo un loco o un desviado, él nos obliga a medir nuestro mundo según la desmesura de su obra.[13] Eso significa que nuestras más elementales certezas sobre la razón, la sociedad, el cuerpo, la cultura, sufren tal descalabro al enfrentarnos con sus textos que nos fuerza a repensarnos enteramente, a poner en jaque todo lo que nos parecía evidente, dado, necesario. Él desnaturaliza incluso lo que considerábamos la evidencia primera, desde el cuerpo hasta los poderes que nos rodean, incluso el poder del lenguaje y de la razón. Por eso, cuando lo leemos algo se nos quiebra, se pulveriza. Él decía que escribía para analfabetos. Habría dos maneras de entender esa frase. Una, como lo hizo Deleuze: escribe en el lugar de los analfabetos, en el sentido de dar una lengua a aquellos que no la tienen. Otra es la que propuso Évelyne Grossman: ante Artaud, nosotros somos analfabetos y estamos obligados a reaprender a leer. Incluso a leer el mundo.

 

Traducción: Enrique Flores

Revisión: Valentina Quaresma

 

[1] Cf. Gilles Deleuze. Lógica de la sensación. Trad. Miguel Morey. Madrid: Paidós, 2005, p. 93.

[2] Nietzsche, Freud, Marx. Trad. Carlos Rincón. Buenos Aires: El Cielo por Asalto, 1995, p. 39.

[3] Antonin Artaud. Lettres de Rodez. Cf. Oeuvres complètes IX. Paris: Gallimard, 1971. p. 184-185. [Cartas de Rodez. Trad. Carlos Riccardo. Buenos Aires: Desacierto, 2014.]

[4] Cf. Michel Thévoz. Le langage de la rupture. Paris: puf, 1978. pp. 154 ss.

[5] Cf. Gilles Deleuze. op. cit., p. 69.

[6] Ibid., pp. 113-114.

[7] Gilles Deleuze. Diferencia y repetición. p. 226.

[8] Kuniicho Uno. Artaud et l´espace des forces. Tesis inédita dirigida por Gilles Deleuze.

[9] Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso. Trad. Isidro Herrera. Madrid: Arena, 2004.

[10] No sin razón Deleuze puede decir: “El escritor emite cuerpos reales”. Cf. Gilles Deleuze. Conversaciones. Trad. José Luis Pardo. Madrid: Pre-Textos, 2006. p. 188.

[11] Antonin Artaud: “Un athlétisme affectif”. Cf. Oeuvres complètes IV. Paris: Gallimard, 1978. p. 129. [“Un atletismo afectivo”. El teatro y su doble. Trad. Silvio Mattoni. Buenos Aires: Cuenco de Plata, 2014.]

[12] Cf. Antonin Artaud. Héliogaballe ou l’anarchiste couronné. Oeuvres complètes VII. Paris: Gallimard, 1983, p. 220. [Heliogábalo o el anarquista coronado. Trad. Víctor Goldstein. Buenos Aires: Argonauta, 2006.]

[13] Michel Foucault. Historia de la locura en la época clásica. Trad. Juan José Utrilla. México: Fondo de Cultura Económica, 1976.

Todo terreno es político // Claudia López Mosteiro

 

El rastreo

 

                “El haber controlado ante cada caso confirmado el numero de contagios habla primero de la infraestructura del servicio de salud: poder testear aquí, hacer que el testeo fuera en el domicilio –desde los inicios– toda esa puesta en marcha del trabajo hizo que tuviéramos ante cada caso confirmado inclusive una disminución, en barrios donde las condiciones de vulnerabilidad son similares a otros de ciudades donde hay hoy mismo circulación intensa.”

“Son las condiciones de vida, y en los barrios el riesgo puede aumentar. Ese aumento está condicionado por la desigualdad. En ese escenario nosotros tenemos un sistema de salud y una presencia territorial que busca igualar, por eso fuimos críticos a esas concepciones que miraban la pandemia solo desde grandes centros hospitalarios y de intervenciones de las «camas críticas«. Es muy importante aumentar el número de camas, la ampliación de internación, pero también el desarrollo territorial. Cuando hay «clínica con vínculo sostenido» se puede ver de otra forma. Haber vacunado en el domicilio a los adultos mayores, a la población de más alto riesgo, haber llevado los medicamentos durante dos meses a la casa para que no se movieran, son elementos que ayudan a entender los resultados. Esa es la diferencia con un modelo que generó que muchas vueltas al domicilio provocaran más contagios en países donde había poca presencia territorial.

Leonardo Caruana, Secretario de Salud Municipal de Rosario.

Un sistema que busca igualar. Diario Página 12 –  Rosario 12. 7/6/20[1].

 

«Quizás nos concentramos mucho en los insumos y descuidamos un poco organizar el rastreo. Lo que pasa es que al principio no había evidencias de circulación comunitaria. Tal vez habría que haber empezado un poco antes«.

Gines González García. Ministro de Salud de la Nación. Diario La Nación. 14/6/20[2].

 

Cuidar

 

¿Dónde reside hoy el cuidado, el lugar protegido?

Se dice, en casa, o afuera pero con distancia y tapabocas.

Muchos equipos de salud salen en estos días desde sus lugares habituales de trabajo, hacia los barrios, villas, hoteles, a buscar a las personas que puedan estar enfermas o haber estado en contacto estrecho con alguien enfermo. Se trata de los lugares más desprotegidos, precarios, inciertos. Vamos deviniendo equipos todo-terreno: se suma a las tareas habituales, deshabituadas ahora, el trabajo cotidiano en los barrios. Algunos equipos ya lo venían haciendo, pero ahora se ha intensificado.

Los sabemos expuestos, nos sabemos expuestos.

¿Dónde, cómo, sentirnos seguros?

¿Bajo techo, en equipo, entre paredes, solos, protocolizados, acompañados, en red?

Como plantea Mario Rovere, la cuarentena es el primer nivel de prevención. Es una medida de Atención Primaria de la Salud; y éste es justamente el momento de desplegar la APS, no de replegarla.

 

En La Carbonilla

 

A partir de la detección de dos casos sospechosos de COVID 19 a fines de mayo en La Carbonilla, se decide que el CESAC 22 (Centro de Salud y Acción comunitaria), establezca una posta para la detección y seguimiento  de casos y de sus contactos estrechos, dado que es el Centro de Salud  más cercano al barrio, ubicado en La Paternal, que tiene una población de alrededor de seis mil habitantes.

La posta funciona todos los días, de 9 a 16 hs, incluidos los fines de semana, cubierta en dos turnos por todo el equipo de salud (administrativos, enfermeros, farmacéuticos, fonoaudiólogos, ginecólogos, kinesiólogos, médicos generalistas, odontólogos, pediatras, psicólogos, trabajadores sociales), organizado en grupos de entre cuatro y cinco personas cada turno, acompañados por promotoras de salud del barrio, para facilitar el recorrido y la llegada a los vecinos, y con apoyo de equipos de la Defensoría del Pueblo. Los primeros días –aún hacía calor- contábamos  sólo con un gacebo, luego se agregó un container; y hacia fin de junio se establece la base en una escuela cercana.

Mi primer día en La Carbonilla fue un sábado a las 8 de la mañana. Empezamos a armar el lugar, el gacebo, las mesas, sillas, el equipo de protección para vestirnos; era el tercer día de la posta. Mis dos compañeros médicos se van a recorrer el barrio con las promotoras, me quedo yo allí, con el equipo de la Defensoría.

A las 9.30 hs cae un joven de 16 años. Quiere saber si está bien; se siente bien, pero nos cuenta que su abuela está internada con COVID, su hermana de diez años también, y el padre está en el hospital acompañándola. Él se quedó solo en la casa. En ese momento pensamos que al ser contacto estrecho, aún asintomático, debía ir al hospital a hisoparse. Se lo explicamos, le dijimos que fuera a su casa a buscar lo que pudiera necesitar para estar un par de días en el hospital. ¿Hay tele? Nos preguntó. Y, ¿me van dar comida? Le dijimos a todo que sí, cruzando los dedos, confiando en que así iba a ser. Se fue a su casa y aseguró que en media hora volvía. Así fue, pertrechado con su mochila y un libro en la mano. Lo hacemos sentar en el lugar donde se espera el Corona-móvil, rebautizado coronabondi por una compañera. 

Me pongo a charlar con él, le pregunto qué libro trae. Me muestra: El concepto de la angustia, de Kierkegaard. Lo abre, trae anotado allí su número de teléfono –se lo habíamos pedido, no lo recordaba, y además su móvil lo tenía el padre-, y se ven unos dibujos, que cuenta que hizo su sobrino. Es como un libro-libreta, libro-cuaderno, de esas ediciones de tapa dura, azul.

Hay algo surrealista en este encuentro fortuito entre ese libro sobre la angustia, y las manos de un chico dispuesto a irse al hospital para estar con su familia y que le den de comer.

Charlamos un rato. “Mi mamá se fue a Perú, me abandonó,” es lo único que dice de él. Y que el libro se lo trajo una vez su abuela, junto con otros dos; y que “está bueno”.

Recuerdo que en estos días el presidente dijo Angustia es que el Estado te abandone. Otra vez, lo personal es político.

Finalmente se decide que como aún está asintomático no hay criterio para que se hisope. Se queda en su casa y lo pasaremos a ver en unos días.

A los seis días vuelvo a la posta, y nos toca ir a buscarlo, como a otros contactos estrechos de casos confirmados. Sigue asintomático pero esta vez sí se va a hisopar; está desayunando, lo apuramos, ya está por irse el móvil. Dice que su padre quiere hablar con nosotros, le decimos que venga, pero no aparece. Se trae a la posta su desayuno –arroz y fideos-; y lo bien que hizo, dado que el móvil se demora mucho. Cuando finalmente va a salir, me acerco a despedirlos, a él y a las otras personas que se van al hospital.

Todas solas, sin ningún familiar que los haya acompañado hasta la posta. Los saludo con la mano, como quien despide a alguien que se va de viaje. Mi compañero está al lado mío, no se da cuenta de que lloro. Pienso, qué suerte que con el barbijo, la cofia, los anteojos, la máscara, el camisolín, nadie se va a dar cuenta.

Me daba pena que se fueran solos, cada uno en un lugar del micro, distanciados. Sin saber si quedarían internados, cuanto tiempo, en qué condiciones. A su vez tenía la certeza de que estábamos haciendo lo que había que hacer.

Al rato apareció el padre del pibe, nos hizo algunas preguntas criteriosas; pero no llegó para acompañarlo.

Más tarde me di cuenta de algo obvio: la pena en una despedida es también del que se queda. Hay algo de la soledad, en cualquier despedida.

Estaba acompañada, y me sentía sola. Estaba sola, pero también me sentía acompañada. Por mis compañeros.

 

Adiós

 

Hace un tiempo Ricardo Klein me hizo este comentario a un texto que escribí sobre las despedidas: “Adiós era un saludo medieval que se decía cuando alguien se iba de la fortaleza protegida, o de la ciudad amurallada, hacia el afuera. Afuera donde no podía ser cuidado. Y el saludo, reducido hoy en el adiós, decía: A Dios te encomiendo -pues fuera de las murallas no puedo cuidar de ti-”.

En agosto se aprobó la Ley del derecho al último adiós, para acompañar a pacientes en contexto de pandemia.

Se habilitan los bares, las plazas, actividades comerciales e industriales, hasta se propone volver a clases a la intemperie. Pero aún no se habilitan los velorios y entierros.

¿Qué cuestiones se priorizan? Me pregunto cómo impacta en nosotros la imposibilidad de acompañarnos ante una pérdida, tener que contenernos el impulso natural, o mejor, la tradición cultural a estar allí donde juntos nos acompañamos en el dolor.

 

Nadie toca nada

 

Una psiquiatra cuenta que estando de guardia, llega en ambulancia una mujer de 59 años, pesa treinta kg, vive sola; como no contestaba el teléfono un familiar fue hasta la casa, la encuentra en estado de inanición; había estado dos meses en su casa encerrada, sin alimentarse; las paredes estaban todas escritas por ella, una típica situación de pequeño encierro -como las que solemos encontrarnos en el Programa AdoP-AdopI, de Atención Domiciliaría en Salud Mental-, añade la psiquiatra.

En el hospital se decide derivarla a su Obra Social, pero permanece internada durante dos días, dado que para ser derivada se requería el alta clínica.

La mujer no quería sacarse las botas, desconfiaba, quería irse.

Era el primer mes de la cuarentena, y parecía que tocar a un paciente podía desencadenar una tragedia; nadie quería entrar a la habitación; la mujer estaba extremadamente débil, se supone que quiso ir al baño a pesar de tener un pañal y la encontraron tirada en el piso: no se la podía tocar, la llaman a la psiquiatra -dado que estaba internada por salud mental- pero si se cayó, ¿fue acaso por su esquizofrenia? Había que esperar al camillero, que se vista de anticovid para levantarla; así lo hace y la dejan nuevamente en su cama.

Al día siguiente cuando se acercan para darle el almuerzo, la paciente estaba muerta. Al sacarle la ropa, la encuentran con su riñonera puesta, igual que las botas; recién ahí descubrieron que en la riñonera tenía una suma importante de dinero en dólares.

La psiquiatra se pregunta, en el hospital que siempre te roban cualquier cosa ¿cómo nadie se dio cuenta que tenía esa plata? Y además, nadie la había revisado.

Ahora, con el COVID,  nadie toca nada, concluye.

 

Los trabajos y los días

 

En “La vida y el trabajo deben continuar”  Sebastián Bartel, dice:

 

 “Freud invita a continuar trabajando. ¿Cómo continuar trabajando en un contexto como el actual? ¿A qué se refiere Freud con “trabajo”? Es un concepto que atraviesa su obra. Freud habla de “trabajo del sueño”, de “trabajo psíquico”, inclusive de “trabajo del duelo”. Hay una labor que es necesaria poner en práctica frente a determinados sucesos o acontecimientos”.[3] Diario Página 12.21/05/20

 

En estos tiempos se habla mucho de ansiedad, de cansancio. Y de que se sueña más.

Es que hay muchos trabajos psíquicos de los que ocuparse, algunos silenciosos, solitarios, como el del sueño y otros también colectivos.

Hay un esfuerzo en asimilar este nuevo mundo que habitamos.

Lo cual implica un duelo por lo que ya no está.

También hay un trabajo de anticipación, de prepararse para lo que se viene.

Sabemos que ha habido cambios, pero no sabemos bien cuáles; intuimos que hemos perdido cosas, y como en todo duelo, no es claro qué se ha perdido con esa ausencia; vislumbramos un futuro incierto y por lo tanto nos resulta muy cuesta arriba pertrecharnos para esa travesía.

Hace unas semanas me surgió esta pregunta: ¿cómo estar a la altura de lo que se nos va a requerir?

Entonces encontré una definición mínima de ansiedad, que nos da Daniel Calméls: estar aquí, queriendo estar allí [4].

Podría ser también algo así: añorar el antes, estando ahora; o querer ya habitar el mañana, cuando hay que atravesar el presente aún.

Sin siquiera saber lo que se nos va a requerir.

 

El camino es la red

 

Un compañero médico me dice: nunca vi tanto la fragmentación del sistema como con esta pandemia. Había ido junto a otros miembros del equipo del CESAC a la casa de un vecino que consultó por síntomas en su Obra Social, y a pesar de tener criterio de internación, lo habían mandado a la casa. El médico decide llamar él mismo a la Obra Social, y de esa manera activa el protocolo.

La fragmentación del sistema existe. Pero en cada intervención podemos trabajar para construir red, o no hacerlo; pero si no se hace, no es simplemente una omisión sino que seguramente se lo obstaculiza, o se mantiene y reproduce esa forma de hacer.

Nuestra tarea actual sigue siendo construir dispositivos que atraviesen transversalmente todo el sistema, que generen espacios y tiempos de articulación. La Red de Servicios tiene que poder atravesar y articular todos los lugares y sectores (público, privado y de seguridad social) del sistema de salud.

El seguimiento y acompañamiento de los recorridos –muchas veces inciertos y solitarios en estos tiempos de COVID- de las personas, se basa en la convicción de pensar los procesos de atención de la salud como continuidad de cuidados.

El trabajo no es sólo hacia, con, destinado a, los usuarios, si no a nosotros mismos, el propio sistema en el que trabajamos, donde no es que meramente estamos, si no que lo construimos y le damos sentido en cada uno de nuestros modos de estar allí.

 

¿Esenciales, héroes o qué?

 

Nos designan como trabajadores esenciales. A algunos les ha costado reconocerse en esa categoría, a otros ese ropaje les calza como anillo al dedo. A veces nos adulan como héroes.

Tal vez en estos meses se fue construyendo el sentido de lo esencial, de lo indispensable, de lo que no puede faltar, en aquello que hacemos; todo eso mezclado con la fatiga, la saturación, el temor, la incertidumbre, la certeza de que esa incertidumbre perdurará más de lo esperado.

Algo es seguro: de héroes, nada.

 

Fugaz

 

Una trabajadora social trata de conseguir un hotel para una familia que está en situación de calle. Cuando está a punto de lograrlo, la familia recibe diagnóstico de COVID  positivo y los envían a un hotel para permanecer en aislamiento. Con alegría le mandan fotos del hotel 4 estrellas al que los destinaron. Ella se agarra la cabeza –teme que se pierda la gestión que le llevó tanto tiempo-  ante esta felicidad pasajera.

Pero en verdad ¿cuál no lo es?

 

Mediocres

 

En estas últimas semanas asistimos a una mediocre y manipulada multiplicación de marchas anti cuarentena en muchos lugares del mundo. En España, un famoso que la convocó, llegó al colmo de no asistir.  En el centro de Buenos Aires, se celebra una quema de barbijos; algunos de los que lo ejecutan llevan uno puesto. Me pregunto si en cada una de ellas, los que allí concurren sabrán que están alimentando, produciendo y reproduciendo ese rencor, cuando lo que nos hace falta es que se vea muchos más cómo nos cuidamos entre cercanías amistosas.

 

Claudia López Mosteiro

Psicóloga 

Dra. en Salud Mental Comunitaria

Septiembre 2020

[1] https://www.pagina12.com.ar/270771-un-sistema-que-busca-igualar

[2] https://www.lanacion.com.ar/ciencia/coronavirus-gines-gonzalez-garcia-no-podemos-creer-nid2378952

[3] https://www.pagina12.com.ar/267136-la-vida-y-el-trabajo-deben-continuar

 

[4] ¿Qué nos está diciendo el cuerpo? Carlos Ulanosvky .El cohete a la luna. 17/05/20. https://www.elcohetealaluna.com/que-nos-esta-diciendo-el-cuerpo/

Guernica y la necesidad de desactivar la violencia // Diego Sztulwark

Guernica, de Emir Kusturika

 

En estos días me cuesta distinguir a Kafka de Benjamin. Un judío sin Estado está obligado a participar de la potencia común de quienes necesitan desactivar la violencia del poder. Así lo entendieron Judith Butler (¿A quién le pertenece Kafka?, Palinodia, 2014) y, mucho antes, León Rozitchner (Ser judío, publicado en 1967 y reeditado junto a Otros textos, por la editorial de la Biblioteca Nacional, a cargo de Sebastián Scolnik, durante la gestión Horacio González). El «nuevo abogado» de Kafka, que hace del derecho un puro objeto de estudio, se encadena con la poderosa Crítica de la violencia (Walter Benjamin, 1921), en la que el orden legal del Estado, y el poder coactivo del derecho, son duramente enfrentados como producción ilegítima de poder. En un texto tremendamente inspirador -y de no fácil lectura-, Benjamin articula una perspectiva a la vez teológica -la violencia divina destruye el poder coactivo, de fundamentos míticos- y política (los argumentos de George Sorel sobre la huella revolucionaria como disolución del estado burgués). La violencia pura, divina -o revolucionaria- tiene, para Benjamin, los siguientes rasgos: es 1) no sanguinaria, 2) fulmínea y 3) purificadora. Destructora de poder, no de humanidad. Es decir: 1) ataca al poder coactivo del orden injusto y no a la vida; 2) no es gradual ni se confunde con la violencia administrada del derecho; 3) expía y desculpabiliza al desligar a las personas de la obediencia legal al orden ilegítimo. En su ensayo, Benjamin siente la necesidad de refutar un «anarquismo infantil», despreocupado por la acción real, y el significado profundo de las cuestiones colectivas. Esto la lleva a Butler a aclarar que esta «violencia no-violenta» no es una recusación inmediata de todo orden legal, sino solo de la dimensión de injusticia que se impone como destino a los oprimidos. Resulta muy esclarecedor meditar sobre estas cuestiones, en días en los que el Estado argentino decide sobre qué hacer (desalojar o no) ante el fenómeno de la toma de tierras. Días en los cuales, además, el problema de la violencia reaparece en una confusión perniciosa (asesinato de jóvenes, amenazantes huelgas policiales). La crítica de la violencia propone las condiciones para distinguir la violencia que crea y conserva poder, de aquella otra que funciona en todo caso destruyéndolo. Esta distinción (que recuerda también las ideas de Rozitchner sobre la contra-violencia no asesina) es fundamental y se hace cada vez más importante. En oposición a la violencia que mata y desposee, hay una «violencia no-violenta», que no apunta a los vivos, sino exclusivamente a impedir la coacción desgarradora del poder. Con ella ha de comprometerse sin culpa alguna quien necesita componerse con lxs demás -crear un pueblo-, para crear una vida. Ese compromiso, en Benjamin, se llama Mesías.

El malestar en la cooltura // Julián Ferreyra

A propósito de los 90 años del texto freudiano: vigencia, críticas, urgencias.

       

 

El porvenir del malestar

El malestar… fue también el malestar de Freud. Lo escribió luego de un período de receso de escritura, probablemente a causa de su enfermedad. Fue hace 90 años, paradójica e inmediatamente después de concluir El porvenir de una ilusión. El anudamiento entre porvenir, ilusión y malestar resulta crucial para que el abordaje de este último no se degrade en control o normalización.

La apuesta freudiana es la construcción íntima y a la vez común de alguna clase de porvenir para el malestar, dignificándolo como lo más propio del ser hablante: el malestar de cada quien y de los pueblos incluye historia(s) y conflicto; nos confronta con lo que no está hecho para funcionar como una máquina: el deseo.

Es freudiano afirmar que no hay escisión entre deseo y malestar. Un “completo bienestar” sería únicamente homologable a la muerte, a un ideal demasiado mortífero.

 

Felicidad y malestar

El título original era “La infelicidad en la cultura”. Al no existir una traducción literal al inglés, en esa lengua fue publicado como Civilization and its Discontents, trayendo así un problema, un síntoma, estrictamente freudiano: equiparar cultura a civilización. En este sentido la anécdota permite esbozar algunas preguntas interesantes: ¿infelicidad es sinónimo de malestar? ¿No podría haber malestar aun estando-feliz? ¿hay hecho cultural sin malestar? ¿qué dispositivos sociales, comunitarios, afectivos y políticos para su tratamiento?

Dichos problemas son freudianos, aun cuando lo que él entendiera por cultura, o la cultura de su tiempo, incluya matices, cambios y diferencias cruciales con “nuestra” cultura. Otra época, otro tiempo, no obstante preguntas y problemas que incluyen rasgos humanos fundamentales.

El malestar… está vigente porque es una pregunta que interpela. Esto último es condición necesaria y deseada para la vigencia del psicoanálisis en su conjunto.

 

Sociología freudiana

Es un texto con horizonte social, una sociología freudiana: empresa fallida, pero que igualmente causó el deseo de un público mucho más amplio que los psicoanalistas o el “campo psi”. Freud produce una discusión en torno al hecho cultural, introduciendo una cuestión que a su juicio implicaba un antagonismo irremediable: las exigencias pulsionales, diríamos “individuales”, y las restricciones impuestas por la cultura. Por ello es que dicha sociología freudiana ─que implicaba también su propia neurosis e ideología─ aunque polemizara con las categorías de masa, individuo y sociedad les otorgaba al mismo tiempo consistencia. Se trataba de una curiosa forma de liberalismo, y de una aspiración contractualista un tanto ingenua.

En ese impasse inconciliable entre pulsión y cultura Freud ubica un denominador común: en ambas dimensiones se impone una exigencia, cuestión que le permite trazar cierto paralelismo que encuentra un cruce en la noción de Superyó: ese representante de la conciencia moral, que es al mismo tiempo tan íntimo y familiar como también testimonio de una determinada época.

Un Ideal que plantea reclamos y exige, importando esto menos una discusión moral que una pregunta ética con plena vigencia: ¿no será el malestar, acaso, un signo de cómo una determinada cultura exige, demanda y normaliza? Y si así fuera, ¿se trataría de eliminar el malestar, acallarlo, tornarlo dócil, funcional a determinados parámetros?

 

Ilusión o estupidez

Freud tenía una ilusión del hecho cultural y humano en la cual el Bien podría salir del Mal mediante alguna clase de proceso, natural en tanto psíquico. Una ilusión maniquea, neurótica; pero una ilusión que le permitió trazar un porvenir, incluyendo un tratamiento posible: el psicoanálisis. Porque para Freud las ilusiones son poderosas. Quienes dicen “no te hagas ilusiones” suelen ser los estúpidos, a quienes difícilmente un análisis cure. Recordemos que para Freud la estupidez resulta tanto o más costosa que la enfermedad. ¡Premisa demasiado vigente!

En un psicoanálisis se operan ilusiones, sobre todo la más difícil de soportar: la (des)ilusión amorosa y su relación al malestar. El psicoanálisis dignifica por ver y escuchar ficción y drama allí donde simplemente había miseria.

 

Nove(r)dad

Resulta tentador descubrir malestares específicos de nuestra época, pero quizás convenga abstenernos de esta actitud, en tanto comporta la necesidad por la novedad. Exigir novedad, originalidad o unicidad es justamente una exigencia nueva pero al mismo tiempo antigua. Un vino nuevo en un odre viejo, diría Freud.

¿Esto quiere decir que el malestar no adopta nuevos ropajes, nuevas configuraciones? Por supuesto que no. El malestar se actualiza en formas sutiles, sofisticadas, siendo una de ellas su propia renegación. Me refiero a esas formas del malestar que se presentan como su aparente contrario: los ideales de salud perfecta, de felicidad continuada y obligatoria, de productividad a como dé lugar.

 

Individualismo enfermo

El malestar… resulta urgente para evitar que el propio psicoanálisis ─o cualquier discurso psi─ devenga medicalizante, ya que no todo sufrimiento o dificultad implica trastorno, déficit o (psico)patología. Urge recordar esta cuestión en este tiempo pandémico: expresar malestar puede ser también un signo de salud.

Lo último es correlativo a una lectura crítica del texto freudiano, esto es, el problema de reducir el malestar a un asunto individual. Freud describe al menos tres fuentes de sufrimiento: el propio cuerpo y su decadencia, el mundo exterior y su eventualidad implacable, y las relaciones con los semejantes. Claro está, el individualismo como modo de subjetivación permitiría un subterfugio a esta última, pero no sin consecuencias: evitaría el sufrimiento que el otro, sobre todo el diferente, me implica, pero rechazando cínicamente toda forma de lazo. Ahorrándose el sufrimiento, diría Freud, se relega el placer de estar en comunidad.

De nuevo en pandemia, vale reivindicar las políticas y protocolos en salud mental que intentan cuidadosamente sostener ciertos encuentros con los prójimos en momentos de dolor, tales como los rituales y ceremonias en torno a la muerte de seres queridos. Esa reivindicación es también freudiana.

 

Malestar sobrante

Hay vidas más duras de vivir que otras, y al malestar intrínseco al hecho cultural es lícito y necesario agregar lo que Silvia Bleichmar planteara como malestar sobrante, particularizado en diversos colectivos y poblaciones. Además de la inexorabilidad del existir, se produce sufrimiento a causa de relaciones de poder y sujeciones históricas.

Quien ejerce el psicoanálisis debe, como invitaba Lacan, estar a la altura de la subjetividad de su época en este sentido. Un/a psicoanalista que no critica su realidad y la de quienes lo rodean no dista mucho de convertirse en un coach: aquel que pregona una neutralidad que le permite recostarse sobre laureles artificiales en la torre cómoda de la apoliticidad.

 

Resianálisis

La trampa de algunos discursos de época, individualistas y afines al neoliberalismo como modo de subjetivación, es persuadir de que lo injusto es necesario y que la respuesta “adaptativa” y valorada frente a ello debiera ser cualquier forma de la llamada “resiliencia. Resiliente sería quien se hubiera perjudicado con neurótica docilidad, sepultando la potencia de su malestar.

La apuesta ética del psicoanálisis no se estaciona cómodamente en una mera “aceptación” de lo injusto, sino en la posibilidad de quebrar cualquier forma del statu quo, transformándolo. Esto último, claro está, si y sólo si quien conduce un psicoanálisis dota a su práctica de una ética en este sentido. Lamentablemente existe un ejercicio cínico del freudismo que podríamos nombrar resianálisis.

 

Coolpa o solidaridad

No omitamos hablar entonces del malestar en la cooltura: nuevas culpas de viejas exigencias, modos new age con aparente signo positivo, coolpas. Porque no hay nada más culpógeno que el imperativo “¡viví sin culpa!”. Un superyó aggiornado que exige gozar, un hipsteryó afín a sofisticados dispositivos de control: por ejemplo, el emprededurismo de sí. Esta cuestión es central, ya que desde el texto freudiano la culpa constituye el problema más importante del desarrollo cultural.

En tiempos de profundas transformaciones socioculturales, políticas y sexuales, hay una idea fuerza de El Malestar en la Cultura que resulta casi indispensable: asumir y abrazar el hecho de que “ninguna regla vale para todes”. De esta manera, evitaremos generar un sufrimiento miserable y objetivante allí donde simplemente había malestar.

Este horizonte ético recuerda que no será desde la inoculación de culpas ni su aparente contrario, coolpas, el camino hacia un porvenir del malestar. Quizás tengamos una pista en una antigua más no por ello vieja idea, la solidaridad: eso que va más allá de una mera identificación, que no se reduce a altruismo ONGista ya que incluso atañe a la propia supervivencia.

Solidaridad es un concepto freudiano, ya que la felicidad no será sin los otros.

 

Julián Ferreyra escribió #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (La Docta Ignorancia, 2020).

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/292576-el-malestar-en-la-cooltura

La vida, la muerte // Entrevista a Jean-Luc Nancy por Daniel Alvaro

Acabás de cumplir 80 años en medio de una pandemia mundial inimaginable hasta hace poco tiempo atrás. ¿Cómo te sentís?

Estoy contento de haberme escapado hasta ahora del virus, ya que formo parte de las personas “de alto riesgo”, dada mi edad y, además, mi estado de trasplantado inmunodeprimido. Por supuesto que siempre he tenido y tengo mucho cuidado. Pero el hecho de haber cumplido 80 años es mucho más importante que el riesgo viral. Porque obliga a preguntarse: ¿qué significa eso? ¿Por qué es un cumpleaños rodeado de un aura particular? Terminé por pensar que esta edad, hoy en día, representa o simboliza una culminación: una vida culmina. Es decir que se está, de aquí en adelante, en la última línea recta hacia la muerte, por un lado, y por otro, que se puede considerar que se ha vivido y hecho lo que había para vivir y hacer.  

Desde luego que no puedo prescindir de seguir trabajando, escribiendo, explorando. Pero no es más una aventura a través de los océanos o las montañas. Es más bien una inspección de los límites del pensamiento y de la acción (porque escribir, discutir, publicar, intercambiar son acciones). Inspección de eso que siempre supo desembocar en lo inexplorable, en lo imposible, pero de lo cual ahora se siente vivamente la forma o el aspecto. La “desembocadura” da a un vacío cuya densidad se puede presentir y se busca rozar. Habría que escribir de otra manera, dejar escribirse de otra manera.

Sos una de las voces filosóficas mundialmente reconocidas que opinaron sobre la nueva condición social, económica, política y existencial en la que nos encontramos desde que el COVID-19 empezó a propagarse. A casi seis meses de la declaración de la pandemia, ¿cuál es tu evaluación general sobre la situación?

Como todo el mundo, constato que la extensión de la pandemia es potente en el espacio y en el tiempo. Que, en consecuencia, muchas de las dudas que algunos tenían al comienzo fueron desbaratadas. Ningún sistema de protección es absolutamente preferible ni fácil de elegir según las situaciones. Que las personas mayores sean, como desde el inicio, los más amenazados saca a la luz elecciones o preferencias culturales (o civilizatorias, palabra penosa) que no valen simplemente por su diversidad antropológica, sino más bien como marcadores de una opacidad de nuestra propia civilización tecno-económica mundial, para la cual la productividad y la aptitud para consumir son los primeros criterios de calidad de la existencia, seguidos por la aptitud a dejarse explotar y someter por las violencias tecno-económicas (lo que distingue aproximadamente a un cuarto de la población mundial de los otros tres cuartos).

Si somos sensibles a las preguntas suscitadas por esta situación, es por un reflejo que nos hace “respetar la vida humana” sin que seamos capaces de pensar lo que justifica ese respeto. De ahí que ese respeto formal sea vano y se adapte a la perpetuación de todas las conductas que agravan las desigualdades y las injusticias. No sabemos por qué el hombre es respetable, ni por qué los seres vivos en general son respetables, ni por qué se supone que hay una igualdad de todos los humanos, ni por qué la vida y la naturaleza en general deberían ser consideradas con precaución y moderación. Tenemos un discurso que flota en el aire y al cual nada le da carne ni sangre. Las grandes religiones han fallado en su misión, que era darle sentido a la existencia. La fe en el progreso técnico ha revelado hoy que ella es tan poco fiable como las religiones. Ha llegado el tiempo, muy claramente, de pensar esa ausencia de fundamento (de razón, de justificación, de finalidad, de sentido, como se quiera) en toda su amplitud y profundidad.

Se podría decir que en la actualidad sos el último sobreviviente de una corriente de la filosofía francesa contemporánea que se remonta a Georges Bataille y Maurice Blanchot, y continúa a través de Jacques Derrida y Philippe Lacoue-Labarthe, por solo nombrar a ellos. ¿Cómo vivís esa herencia? ¿Y cuál es, si tuvieras que arriesgar una respuesta breve, el gesto de pensamiento que todos ustedes comparten?

 

Ese gesto es precisamente el que designa el no-fundamento como la verdad de la que hay que hacerse cargo. Sin embargo, quiero agregar que esta tradición no es exclusivamente francesa, sino también alemana y, más ampliamente, que ella procede del corazón del pensamiento desde que la filosofía se separó de la mitología y de la sacralidad. Eso vale también para varias tradiciones de pensamiento orientales. Cuando Heidegger dice que el ser no es y cuando el Tao dice que el camino no es el camino, hay una proximidad cierta, incluso si ella va acompañada de una distancia enorme. Quiero decir que, en todo caso, la mundialidad de nuestra situación es cierta y no se reduce a la “mundialización” como despliegue del capital y de la técnica. Esta globalización produce sin haberlo querido una mundialidad que va a volverse contra ella y que ya ha comenzado a agrietar el “globo”.

¿Y tu propio legado? ¿Qué creés que heredás, filosóficamente hablando, y a quiénes?

Me tratás como si estuviera muerto… o como si hubiera escrito un testamento, lo que implica proyectarse más allá de la propia muerte. Y no estás equivocado, porque en efecto 55 años de actividad pública, docente y editorial inevitablemente forman una especie de conclusión. Pero los legados intelectuales siempre son descubiertos y, de cierta manera, constituidos por los sucesores –en el simple sentido de los que vienen después y revuelven la pila de textos, de grabaciones, de declaraciones para extraer de ellos lo que aún les parece “vivo”. (En otra época hubo un título-fórmula muchas veces repetido: Lo que está muerto y lo que está vivo del pensamiento de X.).

No puedo escribir un testamento filosófico porque la filosofía no es una propiedad. No hay “mi” filosofía, como tampoco hay una filosofía “de Derrida” o “de Badiou” (para mantenerme en la “corriente” que vos evocaste). Hay LA filosofía, es decir, el río que recoge miles de afluentes y que arrastra eso que ahí se sumerge de una sociedad, de una época, de ciertas lenguas y ciertas traducciones, de sensibilidades diversas y preocupaciones comunes. Cada pensador es un receptor de un aspecto de su tiempo.

Las herencias no son simplemente transmisiones de capitales. Cuando una herencia se reduce a eso, está perdida. Los herederos no saben qué hacer con ella, a menos que hayan retomado verdaderamente el espíritu del muerto. Esto es cierto incluso para las herencias materiales. Todavía más para las espirituales, si es que se puede hablar de herencia.

Por supuesto, yo vengo de Platón, Agustín, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Heidegger, Derrida, Deleuze, Lacan. Y de Rousseau, Schopenhauer, Marx, Nietzsche, Bataille. Pero también de gente que no tiene nombres célebres, de amigos, de profesores, de encuentros, de libros encontrados por azar –y de la guerra de Argelia, del fin del comunismo, del eclipse de Europa, de la era cibernética, etc. No soy identificable como esos grandes nombres o esos acontecimientos. Soy un contrabandista, paso de un tiempo a otro, del siglo XX al siglo XXI, del ateísmo seguro de sí mismo a la inquietud por otro “espíritu”, de un soplo a otro…

 

Traducción de Tomás Speziale

Para un urbanismo de la cooperación // Gustavo Diéguez

¿Quién se opondría a la cooperación?

El proyecto de ley denominado Producción Social Autogestionaria de Hábitat Popular (PSAHP) puede perder estado parlamentario si no es tratado en lo que queda del año.

En el contexto de la pandemia, y de la consecuente necesidad de atención inmediata a una buena parte de la población sacudida por las dificultades económicas, todas las acciones que suponen apartarse de ese foco parecieran tomar una importancia relativa y secundaria. Pero resulta conveniente poner en relieve lo que implica y lo que hay detrás de una ley cuyo nombre probablemente no expresa o representa para la ciudadanía todo cuanto implica.

La ley en cuestión promueve la posibilidad de cambiar el paradigma de la producción de viviendas a nivel nacional a través de que su construcción se pueda realizar también mediante “organizaciones sociales autogestionarias de iguales solidariamente relacionados (cooperativas, mutuales, sindicatos y asociaciones civiles), sostenidas en dinámicas funcionales participativas y decisorias, de carácter no delegativo ni asistencial.”

Ello implica que las organizaciones puedan administrar recursos del Estado para la “producción de bienes de uso para la materialización de derechos humanos básicos (trabajo, educación, vivienda y hábitat, salud y cultura) promoviendo e impulsando, a través del trabajo autogestionario, la confluencia de saberes, prácticas y capacidades en los planos materiales, intelectuales y afectivos.”

La normativa establece “la participación codecisoria de las organizaciones sociales autogestionarias en el ciclo completo (gestación, elaboración propositiva, implementación, evaluación y reproducción) de las políticas públicas” y formula el “respeto e inclusión de la multiculturalidad, la equidad de género y la biodiversidad.”

Entre las consideraciones y objetivos de esta nueva herramienta, inscripta en el concepto de hábitat y en el derecho a la belleza, se estipula la exclusión de la obtención de ganancias, la producción de carácter solidario sin patrones en su estructura de relaciones sociales y la concreción de los principios de función social de la propiedad. Se establece además el aporte de mano de obra solidaria o ayuda mutua para la conformación cierta del colectivo autogestionario y la generación de un campo de calificación laboral creadora de condiciones para la producción de empleo.

Este proyecto tiene un antecedente virtuoso en la Ley 341 promulgada en el año 2000 de alcance único para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que, a pesar de haber sido literalmente saboteada y desfinanciada a lo largo del tiempo, posee resultados exitosos para exhibir. Es importante señalar que en los veinte años de existencia de esa ley no hubo ninguna iniciativa concreta, ni en los ámbitos de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, ni a nivel nacional, dirigida a fomentar de este modo el pensamiento y la acción colectiva para la construcción de los entornos habitados. Quedó clara la decisión política de que ese sentido cooperativo de la autogestión de la vivienda no cobre dimensión, y mucho menos que los alcances de esa forma de vida sean promovidos y estimulados.

¿Cuáles son las razones por las que estas herramientas que alientan a la organización social son desalentadas? ¿Quién se opondría a la cooperación?

 

¿De quién son las ciudades? ¿De quién es el urbanismo?

“La ciudad es de todos”, es un lema que se suele escuchar pronunciado con mucha convicción. Es una frase de apariencia lógica, encarnada en el decir colectivo y ejercitada perversamente en la literatura del marketing político, cuya evidencia es su falsedad. Si realmente estamos de acuerdo con que la ciudad es el objeto en común de las comunidades, también lo debiera ser la decisión sobre el destino de sus transformaciones y las decisiones sobre su forma, su imagen de futuro y sus objetivos. Todo aquello siempre ha quedado en manos de muy pocos, precisamente quienes sostuvieron su constitución desbalanceada e injusta.

El fenómeno del actual crecimiento de las ciudades es la consecuencia de la satisfacción de los grandes capitales, que han logrado la financiarización de los núcleos urbanos, la expulsión o segregación de sus poblaciones y el acrecentamiento de las desigualdades, expresando con obviedad en su configuración, las mismas diferencias económicas y sociales que sobre las vidas de sus propios habitantes. Las ciudades, en sentido estricto, las metrópolis, no son otra cosa que la expresión construida de las inequidades.

Pero si la ciudad es nuestro organismo en común, ¿por qué motivo aquello que se conoce como urbanismo no forma parte de las conversaciones cotidianas de sus habitantes? Si las ciudades son una materia colectiva, ¿por qué razón el sentido común la volvió materia de especialistas?

Nos estaríamos equivocando si dejamos que se interprete al urbanismo como un territorio cercado solo para el desempeño de los profesionales del tema y, por lo tanto, lejano a nuestras posibilidades de incidencia y utilización como herramienta de comunicación y producción en la cotidianeidad. Los asuntos de la ciudad resultan indelegables.

Es igualmente inexacto comprender al urbanismo como una disciplina que opera solamente sobre lo que ha sido construido, sobre el campo de lo visible, sin considerar sus dinámicas inaprensibles, fruto de los vínculos y de la capa que provee la esfera de la información que se mueve a gran velocidad en las redes digitales.

¿De cuál urbanismo estamos hablando? Podríamos hablar acerca de una disciplina de orden y producción estatal y que, como tal, atiende a los intereses del bien común en las ciudades. Pero sabemos que no es así.

Ante el intento por responder a la pregunta genérica e introductoria sobre cómo se producen nuestras ciudades en la actualidad, no se tarda en comprobar que la arquitectura de la ciudad, operada por sus disciplinas profesionales, ha demostrado ser el dispositivo instrumental por el cual se vehiculiza la voluntad de un entramado constituido por la tensión ecosistémica entre las corporaciones agroexportadoras, industriales, inmobiliarias, tecnológicas y financieras; cuyas agendas de acción urbana están instaladas como sentido común a través del manejo concentrado de los medios de comunicación y del manejo de las redes. El ejercicio del poder político institucional del Estado establece en cada caso un mayor o menor grado de resistencia en la concreción de sus objetivos, pero esos islotes que componen la estructura estatal flotan aislados en la “fluidez” del contexto neoliberal que los envuelve.

Lo cierto es que la vida del común en las ciudades y el poder de decisión de las personas quedaron relegados a esa superficie prefigurada que en algún sentido nos predetermina, coordina nuestras percepciones y organiza nuestras formas de vida. El ambiente se modela entonces a consecuencia de esas lógicas que atienden a la producción de riqueza concentrada sin considerar los desequilibrios que ocasionan.

Para los principales hacedores de este escenario tal parece que no quedan chances estructurales de que exista un lugar necesario y con algún nivel de prioridad para las formas de solidaridad o cuanto menos para aquellas dinámicas sociales que produzcan excesos de significados que nos permitan progresar a nuevos sentidos. La idea de participación ciudadana no solo se ha desgastado en sus posibles significados, sino que el formalismo de su manejo desde los organismos de gobierno ha posibilitado que se hayan vuelto prescindibles los procesos de decisión horizontales.

Todas estas imágenes y definiciones que alientan a la lejanía, son parte de una verdad instalada basada en la cristalización de esta palabra, urbanismo, en total ajenidad con la vida en común y mucho menos con la posibilidad de una institucionalización confiable de los mecanismos de cooperación como herramientas de producción urbana. Por muchos motivos antes expuestos ha sido conveniente que su implicancia este lejos de nuestro alcance.

Pero para que la metrópolis, en tanto “fenómeno irreversible” en palabras de Negri, sea aún de nuestra incumbencia, hay palabras que merecen ser reapropiadas, que deben ser incorporadas a la vida cotidiana, a los intercambios personales, a la posibilidad de que se asocien con los proyectos colectivos como una necesidad vital.

Por ello, y casi desde una definición arcaica, vale afirmar que el urbanismo es una disciplina que sería más sencilla de identificar en sus objetivos si se resumiera a ser definida como “la vida en común”, la disciplina de la copertenencia mutua.

 

Individuos, ciudadanos, consumidores, vecinos, plebeyos. Nosotres.

 “Cuando los occidentales se definen hoy despreocupadamente como demócratas, no lo hacen, la mayor parte de las veces, porque tengan la pretensión de cargar con la cosa pública en las labores cotidianas, sino porque consideran, con razón, que la democracia es la forma de sociedad que les permite no pensar en el Estado ni en el arte de la copertenencia mutua.” Peter Sloterdijk. En el mismo barco.

Sloterdijk publicó el citado libro en 1994, al mismo tiempo en el que Ignacio Lewkowicz escribía el ensayo que da inicio a su libro Pensar sin estado, la subjetividad en la era de la fluidez. En Del ciudadano al consumidor, La migración del soberano, Lewkowicz pone su atención en la aparición de la figura del consumidor en el artículo 42 de la reforma constitucional de 1994. “En el fundamento de nuestro contrato no hay sólo ciudadanos; también hay consumidores.” De esta manera la figura no solo tomó rango constitucional, sino que con ello una consistencia discursiva que de alguna manera abonó un camino de opacidad y de disolución de la figura del ciudadano como sujeto de la conciencia política, de la conciencia moral, de la conciencia jurídica, en definitiva, sujeto de la conciencia nacional. Para un Estado técnico-administrativo como el que estaba a la vista por entonces, el consumidor como sujeto ha resultado ser más efectivo, a partir de su determinación en primera instancia por lo económico. “La soberanía no emana ya del pueblo sino de la gente. La gente ya no son los ciudadanos sino los consumidores. Si el consumidor se inviste como soberano, la ley será la ley de consumo.”

Si recuperamos desde un extremo lejano el relato de Borges en Nuestro pobre individualismo, donde caracterizaba al argentino como un individuo y no como un ciudadano; podríamos extender la cadena de sustituciones en espejo en el texto de Lewkowicz, en un proceso de mutación del ciudadano en un consumidor. Y bajo esa condición sería posible interpretar una de las bases sobre la que se sustenta la figura del actual sujeto reclamante, cuya investidura ha cobrado fortaleza desde el entrenamiento provisto por plataformas tales como los foros de los diarios online o Twitter, campos de actuación pública que han llevado la situación hasta sus confines al constituirse como una forja placentera para odiadores. 

Lo que nos dejan los años recientes en lo que a reconversiones discursivas se trata, es que la figura del consumidor en ese plano de lo económico no se detuvo y ha logrado desplegarse en la noción del “vecino” en lo relativo a la dimensión urbana de sus incumbencias.

En la tarea de contrastastación de las subjetividades que habitan la democracia, todo conduce hacia la misma pregunta desafiante que se hacía Lewkowicz en aquellos textos y que sigue atravesando los pensamientos de quienes se refieren a la condición de la metrópolis como campo de actuación. “¿Cómo se constituye un sujeto responsable sin compartir un conjunto de ideas, una condición de clase, unos axiomas o unos valores, sino un problema o un encuentro?”.

La mayor ansiedad latente radica en poder desentrañar cómo se constituye con todo eso un otro “nosotros”, posible, aunque de base inestable y en proceso de cambio permanente, que atraviese las diferentes formas de organización, de pensamiento y de resistencia. Un nosotros que agencie a la ciudad como territorio común.

Esa preocupación se verifica también en los textos de Toni Negri en los que analiza las relaciones de dominación extractiva en las metrópolis. En Inventar el común de los hombres, sus palabras operan dentro de la aspiración de que la democracia funcione como “gestión común del común”, donde nosotros “no es una posición o una ‘cosa’, en esencia, que pueda fácilmente declararse como pública. Nuestro común no es nuestro fundamento, es nuestra producción, nuestra invención continuamente reiniciada. Nosotros es el nombre de un horizonte, el nombre de un devenir.” En este sentido, el común está concebido como una máquina de diferencias en tanto que es producto de la multitud.

Reside tal vez allí el punto de contacto y de tensión con la referencia que Lewkowicz hace de una cita de Diego Tatián para la idea de comunidad: “nosotros no es un lugar al que se pertenece; es un espacio al que se ingresa para construirlo”. Quizás por eso el mismo Lewkowicz asume que no termina de comprender quiénes componen ese nosotros y expone su incertidumbre. “Quizá nosotros no sea un conjunto de personas sino una configuración subjetiva de los pensamientos en una circunstancia”.

La aparición del libro La ofensiva sensible reavivó esa reflexión compleja en la caracterización de lo que Diego Sztulwark llama el reverso de lo político, y de la condición de lo plebeyo como parte de la multitud contemporánea en su relación con el espacio y con la tierra. Desde una lectura de la colonización y la estatalidad en tanto heredades constitutivas y fundantes, lo plebeyo está atravesado por la cuestión territorial. “Entendemos por tierra la potencia de reunir elementos y de alojar; la tierra es aquello que hace de suelo y que adquiere su forma de relación con el acto de poblar. Al ocupar la tierra, se la puebla: con ella como suelo se establecen vínculos con otros, se ponen en juego modos peculiares de tomar el espacio (de repartición y de distribución) y modos de pensar (de reglas, de ritualizar, de representar)”.

 

La tierra como necesidad, demanda y potencia quedó expuesta literalmente en tiempos de pandemia. La toma de Guernica es un emergente visible y representativo a la vez, un caso dentro de los incontables movimientos e impulsos constantes mediante el cual se pone de manifiesto la reacción a la constitución excluyente de las metrópolis, que se redimensiona ante la situación simultánea de grandes extensiones de territorios incendiados intencionalmente para favorecer su explotación. Ese par de acciones sobre el suelo constituyen una parábola perfecta  para comprender la necesidad de “territorializar el concepto de multitud” que invoca Negri y tratar de comprender que las leyes en ambos casos no construyen ni el ambiente ni la vida en común.

Volviendo sobre el aspecto de coyuntura que dio inicio a este texto, esto es, la citada ley en espera de tratamiento; también podemos pensar que las leyes no alcanzan, que no ofrecen suficiente garantía para las transformaciones necesarias, o cuanto menos para que la expropiación de la cooperación común no se siga reproduciendo. Por el contrario, el capital bajo bandera neoliberal ha demostrado que no necesita nuevas leyes, ni depende del todo de ellas para seguir multiplicándose y empobreciendo.

Los hechos anticipan a las leyes. A su vez, las leyes y dispositivos se ponen a distancia. Sin embargo, este citado proyecto de ley que intenta una renovación en la producción de las ciudades, si bien corre por detrás de las demandas urgentes, no deja por ello de ser una importante señal para componer una reversión del sentido que permita construir formas de vida mutualistas y autogestivas. Como sostiene Negri, “ahora es necesario que los ciudadanos se descubran como productores del lugar que habitan. Que tomen en sus manos las llaves de lectura, construcción y de acción de -y en- la ciudad”. Es necesario ir contra la mistificación del conocimiento de la ciudad, hacia una emancipación del cerrojo impuesto a los temas del urbanismo desde la implementación de herramientas colectivas para la imaginación urbana y el acceso efectivo e igualitario del uso del suelo, basados en las lógicas de la cooperación y en la ganancia de más herramientas para la construcción de nuestros ambientes.

Imagen: Para un urbanismo de la cooperación por Josefina Bustos @josefina_bustos 

El conflicto por la tierra en Guernica // Edipo

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Este informe fue hecho en la urgencia. La intención es producir un insumo útil para quienes en medio de la vorágine que implica una toma de tierra, deben construir una estrategia que les permita atravesar de la manera lo más inteligente y digna posible, el campo minado que el sistema político, judicial y mediático les ofrece.

Se trata de construir, en tiempo real, un mapa de los distintos actores que procuran imponer el desalojo como única solución posible a la ocupación que tuvo lugar el 20 de julio en el barrio Villa Numancia, de la localidad de Guernica, partido Presidente Perón. Más de dos mil familias sin techo se instalaron en un predio de menos de 100 hectáreas. Un aluvión imparable empujado por la necesidad, en medio de la pandemia y el frío, en el marco de la peor crisis que el país recuerde en mucho tiempo. Dos meses después se anuncia la intervención represiva del Estado, que acude en auxilio de quienes más tienen.

La reacción habitual de quienes nos solidarizamos con aquellos que luchan por sus derechos consiste en difundir y potenciar su vozsus razones, sus reclamos. Y está muy bien. Pero muchas veces no dedicamos el mismo esfuerzo a conocer quiénes son sus enemigos. Ese es el objetivo de esta humilde contribución.

Sin más preámbulos, pues el tiempo apremia, vamos al grano.

 

capítulo 1: cartografía de la desigualdad

El siguiente mapa muestra la disposición de los barrios que se formaron a partir de la ocupación iniciada el 20 de julio, y su correspondencia con las parcelas de quienes reclaman ser dueños u ocupantes legítimos. El sector “20 de julio” fue el primero en conformarse, durante el día inaugural de la toma. Al difundirse la noticia siguieron llegando familias sin vivienda y así surgió el sector “San Martín”. Después vino “La Lucha”. Y por último “La Unión”. Fueron cuatro días de ocupaciones constantes, hasta que ola se detuvo por la intervención de personas armadas que impidieron a los tiros la expansión.

capítulo 2: los dueños de la tierra

Para la mirada predominante, que es también la oficial, las principales víctimas de este conflicto son los propietarios de la tierra. Pero la toma de Guernica es un ejemplo testigo de cuáles son las fuerzas que colisionan en la disputa: de un lado, miles de familias que precisan un lugar para vivir; del otro, los artífices de un modelo de desarrollo para muy pocos, que se expande gracias a una alianza entre los desarrolladores inmobiliarios y las autoridades municipales.

 

1. el bellaco sa

Del territorio ocupado por las famillias sin techo, la parcela más extensa pertenece a El Bellaco SA.

Esa empresa posee una superficie de 360 hectáreas, donde ya comenzó la construcción de un fastuoso complejo de barrios privados y clubes exclusivos. Los terrenos ocupados afectan a 60 hectáreas, es decir un sexto del total.

A pesar de las dimensiones del emprendimiento denominado Country San Cirano, El Bellaco dejó de pagar el impuesto inmobiliario en 2018 y registra deudas ante la Agencia de Recaudación de Buenos Aires (ARBA) por 970.959 pesos, según consulta realizada el 15 de septiembre de 2020.

Un año más tarde, en junio de 2019, la empresa dejó de aportar al seguro y a la obra social de sus empleados, motivo por el cuál en febrero de 2020 la aseguradora Experta ART rescindió su cobertura.

El presidente y al mismo tiempo representante legal de El Bellaco S.A. es Gervasio Pérez Pesado, miembro de una familia tradicional de La Plata. Su papá jugó en el Club de Rugby Los Tilos, mientras que él y sus hermanos pertenecieron al Santa Bárbara Hockey Club.

También integran el directorio de El Bellaco, José Alfredo Pizone (vicepresidente), Diego Guillermo Aidenbaum, Tomas Francisco Pizone y Jorge Daniel Szuster como directores titulares, y Hugo Alfredo Wainerman, Dagmar Szuster, Rogelio Isaac Jelen y Lucas Ezequiel Aidenbaum como directores suplentes.

El origen de la empresa nos remonta a 2006 y nos traslada a la provincia de Santiago del Estero, donde el objeto social era la actividad agrícola y ganadera (quizás sus fundadores hayan contribuido a la expansión de la frontera agropecuaria sobre territorios campesinos). Pero en 2008 ingresa a El Bellaco el empresario Ricardo Alberto Calderwood, y la sede social se traslada a la Ciudad de Buenos Aires, modificándose también su objeto social: ahora el negocio consiste en “realizar toda clase de operaciones inmobiliarias”. Poco después la empresa quedará en manos de los actuales propietarios.

Calderwood, quien desde 2017 es miembro honorario y vitalicio de la Sociedad Rural, también figura como vendedor de las tierras que actualmente reclama El Bellaco, en este caso en sociedad con Osvaldo Norberto Bordacahar y Desplats, apellido este último que volveremos a ver a continuación.

 

2. liorsel sa

Nidia Edith Desplats es la otra denunciante de peso en la causa, aunque sus propiedades no han sido ocupadas. De 66 años, es presidenta de la firma LIORSEL SA, y titular de un amplio terreno de 350 hectáreas que conforman la finca El Trébol, lindante con los terrenos de El Bellaco.

Desplats declaró que “el 21-7-20, alrededor de las 8:30 horas, advirtió que se encontraban cortando parte del alambrado perimetral de su propiedad (100 metros aproximadamente)”. La misma denuncia fue radicada por su hijo Guido Giana, actualmente concejal de Presidente Perón por Juntos por el Cambio, uno de los más activos promotores del desalojo y de la criminalización de las tomas de tierras.

En sus redes sociales también destacó “el trabajo que está haciendo Alejandro Carbone, Secretario de Seguridad de #PtePerón, el Sub Comisario de la Comisaria 1 de Guernica Emanuel Suárez, la Jefa de la Policia Local, María Laura Suárez, la UFI N°1 de #PtePerón, al fiscal Juan Cruz Condomi Alcorta y el equipo de la policía bonaerense, pero es fundamental que el Gobierno Provincial y Nacional den señales claras”. El Concejal del PRO explicita de esta manera el consenso casi unánime de la totalidad del sistema político municipal, que incluye a todos los partidos políticos con representación en la Legislatura, y a los agentes judiciales.

Giana fue gerente financiero del PAMI durante la gestión de Cambiemos a nivel nacional y provincial. Y en febrero de 2020, fue designado personal de planta en el ministerio de Desarrollo Económico y Producción de la Ciudad de Buenos Aires, con un sueldo de 8500 unidades retributivas (equivalentes a unos 150 mil pesos).

 

3. otros propietarios

Vilma Alicia Enriquez dice ser propietaria de varias manzanas contiguas al campo de El Bellaco SA, desde hace cuarenta años. María Jacinta Medina Romero manifiesta que uno de los terrenos ocupados fue cedido por “el señor Mujica” para construir una Iglesia con ayuda de los vecinos, pero hasta el momento solo se había instalado una capilla con la imagen de la Virgen de Caacupé. Por último, Andrés Ríos asegura que es benficiario de un acuerdo transaccional de cesión de derechos posesorios sobre varias parcelas ubicadas en la zona.

 

capítulo 3: mapa de actores judiciales y políticos

El 20 de julio tuvo lugar la ocupación de los terrenos que hoy conforman la toma. Pronto los propietarios hicieron denuncias policiales y presentaciones judiciales que dieron origen a la Investigación Penal Preparatoria (IPP) N° 06-02-002138-20/00. El agente fiscal a cargo es Juan Cruz Condomí Alcorta y el juez que interviene es Martín Miguel Rizzo. La mayoría de las familias que participan de la toma están representadas por el defensor oficial Juan Pablo Stasi. Y dos personas tienen de abogados a la Asociación Gremial de Abogados y Abogadas de la República Argentina, cuyos defensores son María del Rosario Fernández y Eduardo Néstor Soares. También pidió intervención la asesora de menores Laura Ozafrain.

La Investigación se dirime en el departamento judicial de La Plata (una de las 19 áreas en las que está dividida la justicia provincial).

 

perfil político del fiscal juan cruz condomí alcorta

Es abogado, docente de la Universidad Católica de La Plata y fiscal de instrucción desde el año 2007, habiendo pasado por distintas dependencias del Ministerio Público del Departamento Judicial de La Plata.

Fue nombrado por la entonces procuradora de la provincia María del Carmen Falbo y el gobernador Felipe Solá (2002-2007). En el entorno judicial se menciona que su designación fue apadrinada por Luis Genoud, exministro de Seguridad durante la primera etapa de la gestión de Felipe Solá y sindicado como un artífice del poder más conservador. En el 2009 Genoud asumió como miembro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.

En cuanto a Condomí Alcorta, pertenece a una familia tradicional de la elite platense. Su último domicilio del que existe registro está ubicado en el barrio privado San Joaquín.

En el 2013, siendo titular de la Unidad Fiscal Institucional (UFI) #5, fue denunciado penalmente por el delito de encubrimiento e incumplimiento de los deberes de funcionario público en relación a la identificación de cadáveres luego de las inundaciones en la ciudad de La Plata. Dicha denuncia no prosperó.

En 2017 llevó adelante la investigación contra el intendente Mario Secco, de Ensenada, quien habría ingresado al recinto de la Cámara Legislativa de La Plata con varios militantes.

Ese mismo año se conoció una denuncia según la cual le fueron sustraídos varios caballos de polo en un campo de su propiedad.

En 2018 intervino en el conflicto que llevaban adelante los trabajadores de Astillero Río Santiago, asumiendo una postura persecutoria y particularmente agresiva.

 

breve cronología del conflicto judicial

20 de julio: Inicio de la ocupación.

24 de julio: El juez dispuso una medida cautelar para que no ingrese ninguna familia más.

31 de julio: El fiscal, luego de tomar declaración testimonial y recibir documentación de un puñado de personas que alegan la posesión de los terrenos que ahora conforman los cuatro sectores de la toma, solicita el desalojo.

7 de agosto: El juez dicta el desalojo. Ese mismo día la/os abogadas/os defensores apelan la resolución del juez.

8 de septiembre: La Cámara de Apelaciones y Garantías de La Plata confirma el desalojo y dispone las pautas para que se realice.

11 de septiembre: El juez fija la fecha de “lanzamiento” para el día 23, 24 o 25 de septiembre. También le pide al poder ejecutivo provincial la conformación de un ámbito de negociación interinstitucional.

15 de septiembre: El juez aprueba el plan presentado por el Ejecutivo provincial. Ese mismo día se celebra la primera reunión del “dispositivo interministerial” propuesta por el gobierno de la Provincia de Buenos Aires con les representantes de la toma.

18/19 de septiembre: El censo promovido por el “dispositivo interministerial” se llevó a cabo con éxito.

 

Veamos ahora el relevamiento zonal presentado en la causa por el poder ejecutivo provincial, con información recabada en distintos registros estatales.

Sector A: barrio Estación Numancia, inscripto en el registro de villas y asentamientos precarios (folio 129-0004). Su radicación se remonta a la década de 1990.

Sector B: se encuentra escasamente habitado.

Sector C: barrio San Martín, inscripto en el registro de villas y asentamientos precarios (folio 129-0008). Su radicación se remonta a la década de 1990.

Sector D: La mayoría de estas parcelas forman parte de la ocupación, y corresponde a un loteo registrado en el año 1946, que a la fecha permanece a nombre de sus titulares originales.

Sector E: Se compone de un sector de inmuebles en designación de chacra (lotes de grandes dimensiones).

Sector F: El lugar reviste características de bañado, es la zona hacia donde escurren las aguas del entorno, con lo cual no resultaría apto para urbanizar.

 

¿qué es el dispositivo interministerial?

En su resolución del 11 de septiembre, el juez Rizzo abre una hendija para la resolución democrática del conflicto, al solicitarle al poder ejecutivo la confección de “un plan de contingencia y propuestas y/o soluciones alternativas para los ocupantes de los predios en cuestión, en especial de aquellos y aquellas que pudieran estar en una mayor situación de vulnerabilidad y atendiendo las particularidades de cada caso a fin de poder antes de la fecha en que efectivamente se lleve a cabo el lanzamiento, una respuesta posible a dichas situaciones y a su vez cumplimentar el reintegro de los predios”.

El dipositivo está integrado por las siguientes agencias del Ejecutivo provincial:

• El Ministerio Desarrollo de la Comunidad, a cargo del dirigente de La Campora Andrés “el Cuervo” Larroque, de quien depende el Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia (con Eva Asprella, exintegrante del CELS, como directora ejecutiva) y la Subsecretaria de Hábitat de la Comunidad de la Provincia de Buenos Aires (cuyo titular es Rubén Pascolini, integrante del movimiento MILES).

• El Ministerio de Justicia, representado por la Subsecretaria de Política Criminal a cargo de Lisandro Pellegrini (exsecretario de Coordinación Institucional de la Procuración General de la República durante la gestión de Alejandra Gils Carbó).

• Y el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, a cargo de Estela Diaz (exsecretaria de Género de la CTA).

 

En su primera reunión se debatió en torno a un plan de trabajo en dos etapas:

1. La realización de un censo.

2. La elaboración de propuestas, que irían desde planes de urbanización sobre tierras sin dueños o de propietarios con deudas (lo que implicaría la relocalización de las familias ocupantes), el pago de subsidios en pos de alternativas habitacionales, hasta el desalojo forzado de no mediar un acuerdo.

El desalojo solicitado por el fiscal y aprobado por el juez puede hacerse sin que se haya cometido el delito de usurpación (art.181 del Código Penal), gracias a una herramienta que existe desde 2006 cuando se introdujo un artículo que permite los desalojos express, sin que sea necesario acreditar la propiedad de la tierra del supuesto poseedor, ni imputar a personas concretas como eventuales “usurpadores”. Contradictoriamente, desde 2013 existe la ley de Acceso Justo al Habitat (14.449), que establece un paradigma del derecho a la ciudad para abordar el déficit urbano habitacional.

 

 

perfil de la intendenta del municipio presidente perón: blanca haideé cantero

El partido de Presidente Perón se crea en 1993 en territorios que anteriormente pertenecían al distrito de San Vicente, además de una pequeña porción de Almirante Brown.

En el año 2019, Blanca Cantero venció al candidato de Juntos por el Cambio por una diferencia de 45 puntos. La actual intendenta obtuvo 29.330 votos, contra 7.882 del postulante macrista.

Cantero está en pareja con Carlos Alberto Acuña, secretario General del Sindicato de Obreros y Empleados de Estaciones de Servicio (SOESGyPE) e integrante del triunvirato que está a cargo de la CGT.

Desde el inicio de la toma, Cantero se mostró intransigente con las familias sin techo. La Intendenta asegura que quienes ocupan tienen vivienda no son de Guernica y están ocupando para luego hacer negocios inmobiliarios.

 

¿qué pasa si no hay acuerdo?

Si las negociaciones que se abrieron con el dispositivo interministerial del Ejecutivo no logran acordar salidas alternativas aceptadas por todos los actores, el desalojo se produciría entre el 23, 24 o 25 de septiembre. Dada la premura de los plazos las esperanzas están puestas en una postergación del desalojo, en busca de tiempo para la elaboración de soluciones. Tal postergación debería ser solicitada por “el dispositivo” y aceptada por el juez.

Este último delegó en el fiscal el uso de la fuerza pública (policía bonaerense) pero estableció condiciones, como se observa en los siguientes apartados del fallo:

capítulo 4: consideraciones sobre el conflicto de fondo

 

1.

Guernica es la ciudad cabecera del municipio de Presidente Perón, ubicado en la zona sur del Gran Buenos Aires, a una distancia de 30 km de la Capital Federal. Según el último censo, en el año 2010 contaba con una población de 81.141 habitantes.

Forma parte del llamado “corredor verde”, junto a las localidades de Canning (Ezeiza) y San Vicente, conformado entre la Autovía 2, periferia de la ciudad de La Plata, la ruta 58 (a partir de su ampliación) y la ruta 52 (pavimentada en 2018). La disponibilidad de tierras y el costo menor comparado con la Zona Norte de la provincia alimentaron un “boom inmobiliario”, que se incrementó durante el último año por el descenso en los precios de la construcción y el cambio de hábitos motivados por la pandemia.

Solo en Presidente Perón contamos las siguientes urbanizaciones privadas y clubes de campo para sectores de altos ingresos: San Eliseo; Malibú; Lagos de San Eliseo; La Alameda; Horizontes al Sur; El Rebenque; El Paraíso de Guernica; Casuarinas; Parque de las Naciones; Santo Domingo; Cruz del Sur; El Candil. El country & club de campo San Cirano será un nuevo mojón en este depliegue colonizador.

La contracara son los asentamientos y barrios populares creados por sucesivas oleadas de ocupaciones, promovida por personas a quienes ni el estado ni el mercado les ofrecen el acceso a la vivienda. Desde la aprobación de la Ley 27.453, sancionada en octubre de 2018 por iniciativa de las organizaciones sociales, no se permite el desalojo de los mismos. Y se instruye su integración urbana.

Según el Registro Nacional de Barrios Populares, en el partido de Presidente Perón se contabilizaron los siguientes asentamientos: Parque Americano; Las Lomas; Hospital Guernica; El Roble; La Yaya 1; San Roque; Santa Teresita; y Agrocolonias. Los barrios 20 de julio, San Martín, La Lucha y La Unión, de consolidarse, se sumarían a esta expansión plebeya que exige su derecho a la ciudad.

Una periodista del medio local InfoPerón graficó el dilema con un razonamiento sencillo: “¿cómo no van a tomar las tierras si el lote más barato que te ofrecen las inmobiliarias en esas urbanizaciones privadas cuesta 30 mil dólares?”.

 

2.

El conflicto por la tierra en la Región Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) se intensificó en los últimos cuarenta años, a partir de la desindustrialización, el creciente flujo migratorio hacia las grandes ciudades, y las nuevas tendencias habitacionales de las clases pudientes quienes asumieron el modelo norteamericano de morar en las periferias. Pero es posible que estemos arribando a un nuevo punto de inflexión en la disputa, debido a la cada vez más acuciante escasez de territorios.

La pregunta es: ¿por qué la tierra se vuelve un bien escaso, caro e inaccesible para la mayoría de la población?

La respuesta es una sola: porque la dinámica que gobierna su uso es la especulación, orientada a la creación de rentas extraordinarias. La lógica inmobiliaria replica en las ciudades lo que el agronegocio impuso en la ruralidad.

De no mediar un cambio profundo de estas tendencias que empujan la mercantilización de los bienes comunes, el conflicto se intensificará de manera invitable.

Según Rubén Pascolini, secretario de Acceso al Hábitat de la provincia de Buenos Aires “el déficit habitacional proyectado en la provincia es de aproximadamente 1.240.000 familias que tienen problemas de vivienda. De ese total se calcula que el 50 por ciento es déficit cuantitativo, es decir que necesita una vivienda nueva; y el otro 50 por ciento es déficit cualitativo, es decir familias que necesitan mejoramientos o ampliaciones de vivienda. En lo que hace a villas y asentamientos, hay registrados en la Subsecretaría de Hábitat de la Comunidad, 1.807 de los que se denominan barrios populares, con graves déficit urbanísticos, sociales, ambientales y de servicios públicos”.

 

3.

Durante la pandemia las ocupaciones en el conurbano se intensificaron. Cientos de tomas de tierras tuvieron lugar en Quilmes, La Matanza, José C. Paz, Moreno, Florencio Varela, San Martín, Merlo, San Fernando, entre otros municipios. La mayoría de ellas resultaron repelidas sin violencia por la rápida intervención de las autoridades, mientras otras fueron reprimidas con saña.

Según el ministerio de Seguridad provincial, a día de hoy existen seis tomas grandes judicializadas, cuya resolución debe tramitarse en los próximos días: dos predios en La Plata, dos en La Matanza, uno en Moreno, y la más emblemática de Presidente Perón.

La toma de Guernica saltó a la primera plana de los diarios y al prime time televisivo, donde la mayoría de los periodistas y funcionarios la exhibieron como el ejemplo de un caos amenazante que debe ser apagado por la fuerza. Desde las posiciones más reaccionarias hasta las mas progresistas, acuerdan en condenar la ilegalidad del método utilizado y se pone el énfasis en la existencia de organizaciones criminales que estarían lucrando con la necesidad de la gente.

Sin embargo, el foco de la atención fue interrumpido durante los primeros días de septiembre por la emergecia de otro impactante conflicto: la sublevación de la policía bonaerense en reclamo de mejores condiciones de trabajo. Miles de efectivos de la fuerza de seguridad acudieron armados hacia la casa del Gobernador y del Presidente de la República, poniendo en vilo los consensos democráticos mínimos. El sistema político reaccionó ante semejante amenaza con un razonamiento sensato: dejar en un segundo plano la ilegalidad de los métodos y atender a la legitimidad del reclamo. Las soluciones llegaron en tiempo récord.

Pero cuando se trata de la vivienda para los sectores populares, la respuesta parece ser la contraria. La doble vara resulta evidente. Es el cinisimo de un sistema hecho a medida de los poderosos.

 

el conflicto por la tierra en guernica (1)

El escritor político/50 años // Diego Sztulwark

El escritor político es aquel que, sumergiéndose en los misterios del poder, busca desentrañar por medio de la palabra una potencia de división, permitiendo hacer del antagonismo social las claves de un poder diferente. John W. Cooke fue, seguramente, uno de los más grande escritores políticos argentinos. Hoy se cumplen cincuenta años de su muerte. Norberto Galasso escribió una magnífica biografía política suya, cuyo título, «Cooke: de Perón al Che», habla nítidamente de su recorrido. Hace unos días apareció otro libro importantísimo sobre el peronismo revolucionario: «La patria socialista» (Ediciones En Lucha), que cuenta la historia de la corriente inspirada en Gustavo Rearte. Según la documentación disponible, Rearte y Cooke habrían asegurado a Guevara respaldo político si este lograba extender la lucha revolucionaria desde de Bolivia a la Argentina. Se intentaba resolver la tensión entre «foquismo» y lucha «de masas» al interior del campo revolucionario. Seguramente el pesado silencio en torno de Cooke tenga que ver con la imposibilidad actual de retomar el legado de esas discusiones. Se habla mucho de «legado» pero no se habla de aquellos textos. Y el problema no es que no se hable, sino que al callar (y callar a Cooke es callar la presencia de Marx en capítulos esenciales de la experiencia peronista de la clase obrera argentina), se piensa que las transformaciones necesarias ya no son posibles. Sólo que si se acepta eso, si ya no se lee a Cooke (ni a Marx); si se separa definitivamente la escritura (el misterio) y la política (el poder), no valdrá la pena tampoco perder el tiempo en conversaciones ahogadas en el periodismo, la indignación moral o en las tomas de partido en las redes sociales.

Necesidad y dificultad del encuentro // Amador Fernández-Savater

¿Cómo orientarse en lo que pasa? Es una pregunta clásica de la filosofía: ¿cómo orientarse en el pensamiento y en la historia? Su actualidad es muy evidente. 

 

¿Cómo orientarnos hoy en la masa de datos, rumores, estados de ánimo más o menos manipulados, en medio de una situación abierta y completamente inédita? ¿Cómo leer e interpretar esos datos, qué relación hay entre los datos y las decisiones gubernamentales? ¿Exactamente en nombre de qué se están tomando las decisiones? ¿La salud, la economía? Pero, ¿qué salud y qué economía? 

Las dificultades para orientarse generan hoy estupor y parálisis por abajo: renunciamos finalmente a entender, es tanta la complejidad, y delegamos en «los que saben». ¿Quiénes? Los especialistas de la cosa pública: expertos políticos y sanitarios. Renunciamos a transformar la situación y nos las arreglamos como podemos -entre el miedo, la resignación y la pillería. 

Tenemos la intuición de que tanto los datos como las interpretaciones se nos sirven «cocinadas» en función de los intereses del momento: minimizar el alcance del virus para reactivar la economía / maximizarlo para vendernos protección a cambio de miedo y sumisión. Negación y disuasión. Pero, ¿cómo ir más allá de la mera sospecha crítica? En una palabra: ¿cómo pensar en estas circunstancias? ¿Y cómo actuar conforme a lo que pensamos? 

Vamos a repasar algunos posibles elementos de respuesta en tres autores contemporáneos: Cornelius Castoriadis, Guy Debord y Hannah Arendt. 

Castoriadis

En la obra del filósofo griego Cornelius Castoriadis, una idea central es que no hay expertos en política

La política, el ejercicio de pensar y decidir juntos sobre la vida en común, no admite una ciencia, un saber universal y necesario. Se decide en función de valores que son creaciones imaginarias sociales -siempre particulares y contingentes- y que ninguna razón puede fundamentar del todo. La definición de una «vida buena» es una apuesta, una invención. Es decir, no hay naturaleza humana que realizar, ni tampoco una idea de Bien Común escrita desde siempre en el cielo de las ideas. Lo humano es creación permanente de sentido sobre un fondo trágico de sinsentido, interrogación infinita y apertura de la historia. 

No hay Ciencia o Razón de la política, sólo hay razones u opiniones. No todas valen lo mismo, dice Castoriadis, pero -he aquí la dificultad- no hay procedimiento a priori para decidir entre ellas. La subordinación del criterio político -particular y contingente- a un punto de vista científico -universal y necesario- supone la cancelación misma de la política democrática. 

En una verdadera democracia, el experto puede aportar su saber específico (tekhné) a la elaboración colectiva de un juicio y un criterio, pero no determinar una decisión. La misma configuración del problema es un asunto social. Es decir: la política no consiste sólo en la elaboración colectiva de respuestas a problemas dados, sino en la construcción misma de esos problemas. La construcción del sentido de lo que pasa. Por esa razón, dice Castoriadis, el juez de un experto no puede ser otro experto, sino la propia colectividad de los afectados por las decisiones que se toman.

Nada más lejos de la situación actual, donde nos limitamos a obedecer las decisiones tomadas por los expertos de la cosa pública. Podemos desde luego legitimar con nuestro asentimiento las decisiones que nos parezcan más razonables, pero no confundamos esa adhesión con una forma de participación. El espacio de pensamiento y decisión con respecto a los asuntos más comunes de la vida cotidiana está hoy cerrado, no es participable. Al parecer no tenemos nada que aportar salvo caos y confusión. Mejor mantenernos apartados, callados, sumisos. 

Debord 

Guy Debord acuñó la célebre fórmula de «sociedad del espectáculo» para referirse a la sociedad contemporánea. ¿En qué consiste? 

El espectáculo detenta «el monopolio de las apariencias», esto es, el monopolio sobre lo que se percibe, lo que puede decirse acerca de lo que se percibe, lo que se puede hacer al respecto o en consecuencia. (La sociedad del espectáculo) «es el momento en que la imagen elegida por otro se ha convertido en la principal relación con el mundo».

Ese monopolio es un monólogo autorreferencial y sin réplica, que incluye distintas opciones -distintas mercancías, distintos canales, distintos partidos- pero todas dentro del mismo marco de lo visible y pensable. Como cantaban los Housemartins, «nos dicen que hay distintos puntos de vista, pero sólo son los distintos tonos de una misma tristeza». 

“El espectáculo es lo opuesto a la lógica» dice Debord en una frase llena de implicaciones. ¿A qué lógica se refiere? A la capacidad de captar inmediatamente lo importante, lo menos importante, lo irrelevante; lo incompatible y lo complementario, lo que tal enunciado implica, lo que impide. Esa lógica sólo se ha formado socialmente en el diálogo y la comunicación directa.

Se aprende a pensar pensando en común, escuchando y engarzando nuestra palabra con la del otro, activando la atención para aportar al hilo del razonamiento que se construye en el entre de la conversación, captando las sombras de nuestros puntos de vista gracias a las críticas de otros puntos de vista, alcanzando así una posición más fuerte, más incluyente. «La verdad», dice Debord, «es la totalidad de los sentidos posibles». 

Pero el espectáculo es una luz sin sombra. No tolera ninguna alteridad desde la que ser criticado, nunca admite mirarse desde afuera. Dice verlo todo, representar la totalidad. Como espectadores, en condiciones de aislamiento, aferrados a nuestras identidades, nos volvemos literalmente estúpidos. Incapaces de pensar, es decir, de salir de nosotros mismos, ese «nosotros mismos» -opiniones, gustos, emociones- que sólo es una opción más en un menú prestablecido. 

En pandemia, el espectáculo se ha vuelto «espectáculo del horror»: el periodismo mainstream se reduce al conteo morboso de los casos de contagio, la polémica política y la culpabilización y polarización social (jóvenes, inmigrantes, pobres). El pensamiento jamás roza un medio de comunicación, incluyendo a los medios «progres» y sus tertulianos «críticos». Pensar no es denunciar o polemizar, sino elaborar un juego nuevo de preguntas y respuestas: nuevos modos de ver e, incluso, nuevos objetos que ver. Eso ocurre en lo común y lo común no existe en los medios de comunicación, sólo una sucesión de monólogos llamados «tertulias». 

Los historiadores de una sociedad emancipada futura se preguntarán cómo pudo la nuestra colocar en su mismo corazón un dispositivo tan estupidizante e irracional como los medios de comunicación. Y leerán a  Guy Debord. 

Arendt

Según Hannah Arendt, el primer paso en la pérdida de la libertad es «la privación de un lugar en el mundo que haga significativas a las opiniones y efectivas a las acciones». 

Es lo que pasa en el caso de las redes sociales: se pueden opinar mil cosas distintas, pero no son significativas porque no están ligadas a una acción, a un gesto, a un cuerpo, a un comportamiento, a un mundo compartido, a un terreno común.  

Ese «lugar» es lo que permite que los actos y las palabras estén ligados, que «las palabras no estén vacías y los hechos no sean brutales, que las palabras no se empleen para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usen para violar y destruir, sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades». Habitar ese lugar nos permite recuperar nuestro poder de hacer y rehacer el mundo común,  todo lo contrario de la política de los políticos (palabras vacías, empleadas para velar realidades, etc.).

Sin lugar no es posible pensar. Y en esa disociación entre palabras y actos empezamos a disparatar. Los fenómenos totalitarios, según Arendt, son típicamente modernos: arraigan en el suelo de la atomización y la soledad de masas, donde han sido destruidas las comunidades políticas estables y los territorios comunes. Allí nacen las «teorías de la conspiración», como la conspiración judía, que conectan todos los hechos en una gran teoría explicadora: el plan total, la gran paranoia. El sentido común se crea en elemento de lo común. 

Cuidar de qué vida

Hoy tenemos como nunca necesidad de pensar. Para orientarnos en lo que pasa, para salir del estupor y la parálisis. Y sólo se piensa, como hemos visto, en el encuentro. No se trata sólo de «entender lo que pasa» a un nivel abstracto, sino de preguntarnos qué vida queremos y cómo se protege. Cómo queremos que sean las escuelas, los barrios, el trabajo, etc. No hay orientación sin deseo, no hay pensamiento sin un querer

Cuanto más sepamos sobre el virus, mejor. Pero ninguna explicación «racional» y «objetiva» nos dirá qué debemos hacer al respecto, qué sentido tiene su intrusión para nosotros, cómo debemos vivir. El problema y la respuesta son, como decía Castoriadis, una creación, una invención, una apuesta. 

El «lugar» de que hablaba Hannah Arendt puede ser, no sólo una comunidad o un territorio dado, sino una pregunta: ¿qué vida queremos, cómo cuidarla? Podemos incluso decir esto: la pregunta inventa el lugar y la comunidad. La pregunta convoca y reúne a quienes se sienten afectados, aparece en un espacio dado -escuela, barrio, centro de salud- pero a la vez lo reorganiza, crea nuevas conexiones, abre una situación de pensamiento, de aprendizaje, de lucha. 

En esas situaciones se elaboran voces autónomas que pueden intervenir en la coyuntura, agujerando el «monopolio de las apariencias» (político-mediático-experto) que reina sin réplica. Voces que hablan desde la vida pero sin moverse de la vida, a diferencia de los que pretenden legislar sobre ella a distancia. 

Se trata de romper todas las las separaciones que debilitan, las barreras por funciones y roles (entre trabajadores, entre trabajadores y usuarios), creando nuevas asociaciones en torno a problemas y aprendizajes, incluyendo a «expertos en saber» y a «expertos en experiencia» en igualdad, sin jerarquías. 

Necesitamos pensar y se piensa en el encuentro. Pero el encuentro se ha vuelto hoy un desafío mayor. No sólo porque estén prácticamente prohibidas las reuniones, sino porque hay que crear un espacio de reunión -o de manifestación, etc.- cuidadoso e inclusivo, donde los diferentes se encuentren al seguro. Los modos de hacer  prefiguran lo que se reclama y se quiere. Lo que había hasta ahora no alcanza. Es precisa una nueva sensibilidad política. 

Amador Fernández-Savater publica ahora Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política (Ned ediciones)

Fuente: El Diario España

León Rozitchner lector // Diego Sztulwark

“El coraje de la recreación es la verdadera valentía que se abre en la palabra intensiva: animarnos a retomar como punto de partida lo que quizás más nos haya dolido o más hayamos gozado”
I. Leer como práctica de conocimiento de sí
León Rozitchner solía repetir a Simón Rodríguez, para quien la lectura era una actividad de orden anímico y transtemporal: no se lee sin investir signos objetivados. No se descifran escrituras pasadas sin vivificarlas a partir de nuestras propias experiencias, que es lo único con lo que contamos a la hora de despabilar palabras y frases para encontrar en ellas una vida solapada.
 
Toda lectura pone en juego una dimensión de auto-conocimiento. No sabemos qué podemos, en tanto lectores, hasta que no nos vemos impelidos a entrar en contacto con el esfuerzo de escritura que otrx hizo en otro tiempo y que ahora, deseosos de constituir un sentido, debemos realizar nosotros. No podremos enterarnos de la riqueza que envuelve el jeroglífico hasta que no le comuniquemos una riqueza que nos es propia y que no siempre advertimos de antemano.
La lectura es una práctica de autoconocimiento también por otra razón: sólo la confrontación cuerpo a cuerpo con la positividad del texto hará emerger la propia subjetividad lectora; las operaciones de selección y asociación que la intensión nos demanda para conferirle una significación. Leer implica, en definitiva, un esfuerzo proporcional al invertido en la escritura del texto en cuestión.
II. Con el sudor de tu frente
 Se trata de una operación a dos puntas. Por un lado, se penetra en la coherencia del texto, se busca acceder a una subjetividad, constituir una empatía, conferirle una vida a partir de la propia. Y, por otro, se lo confronta, tratando de comprender a fondo la trampa que esa coherencia –que hay que descubrir– encubre. Lo que interesa de una subjetividad –en esto Rozitchner se asemeja al Nietzsche de Ecce Homo– es la oportunidad que brinda para pensar a fondo una trampa que nos concierne (el “obstáculo”), y proviene directamente del modo en que los poderes actúan en nosotros; una presencia amenazante que advertimos como señal de angustia cada vez que transgredimos ciertos límites que –lo sabemos, porque se nos lo anuncia desde el vamos– se castiga con la muerte.
 
Y si interesa es porque las prácticas –la analítica, la política, la literaria, la filosófica– son campos de operaciones con relación a dicho obstáculo. Lo que cuenta en ellas es la materialización de un deseo celebratorio de las estrategias que permiten superar, componiendo nuevas fuerzas, la presencia paralizante del terror.
Es bajo esta condición que la lectura se vuelve una ocupación meticulosa, que lleva mucho tiempo. Una actividad “de chinos” (o de “judíos”); una labor artesanal que se realiza concepto por concepto. Se lee como se trabaja en una “cantera”. No es posible leerlo todo. La lectura no es, para Rozitchner, una actividad erudita. Si ya cuesta mucho encontrar qué leer, el verdadero trabajo no comienza del todo hasta que no se da con algo significativo en lo que se lee.
III. A la búsqueda del síntoma
Ricardo Piglia señala este carácter “sintomático” de la lectura en Rozitchner, empeñado en el fragmento, en la búsqueda de un “punto ciego”, irresuelto o nunca continuado, a fin de prolongarlo o replantearlo. Esos síntomas, por otra parte, tienen un valor inmediato cuando se los encuentra en autores que han penetrado como pocos en su propia subjetividad para extraer de allí nuevas relaciones con las cosas del mundo. No hay un método establecido para dar con ellos (Scheler, Freud, Agustín, Marx, Perón): se trata de algo intuitivo, se nos dice. Pero a la larga se los reconoce en que sólo con ellos uno puede “apasionarse”. Sus textos van al fundamento y en esa medida desafían al lector a hacer lo propio, abriéndose allí –en el contraste entre formas diferentes de concebir el fundamento subjetivo– un grandioso “enfrentamiento”.
El propio Rozitchner nos lo ejemplifica leyendo a Descartes a partir de una revelación equívoca en la que el padre del cogito afirma que su madre había muerto mientras él nacía, cuando en realidad él tenía en torno a un año cuando ella murió. Para León “ahí está todo”. Pero ¿qué es ese “todo”?: es la repercusión subjetiva de un corte brutal que afecta al pensar y que Rozitchner va a tomarse completamente en serio para postular una distancia del pensador Descartes –una distancia interna en el propio pensamiento– respecto a su ser materia afectiva. Es ese corte el que permitiría explicar, en términos de su acceso subjetivo a la razón, el origen de un modo de pensar la materia como mero objeto de análisis y medida. Cuando Descartes escribe sobre la primera idea que tiene el “yo pienso”, se refiere no a una engendrada por su existencia afectivo-corpórea, sino a la que colocó en él un dios creador, como dejando en nosotros, sus criaturas, una huella de la perfección que el pensador recupera en el nivel de la percepción intelectual pura. Es esta denegación de la materia afectiva (y con ello de la natura spinoziana) en los orígenes mismos de la modernidad burguesa lo que le permitirá establecer los decisivos vínculos que unen cristianismo y racionalismo (es el proyecto de Rozitchner en La cosa y la cruz); el proyecto teológico, el científico y el del capital poseen un mismo fondo común, sin el cual no es posible comprender la efiacia del complejo de dominación patriarcal que el ateísmo estándar, el universitario, no sabe leer. O mejor: no sabe cómo leerlo al modo político en que lo leía León Rozitchner, activando un cuerpo en filigrana contra los filósofos de academia (como él mismo lo explica en su artículo “Justificado para no ir al congreso de filosofía”) convocados por el gobernador Gioja, de San Juan.
IV. Refutar para comprender
León Rozitchner lector es inseparable de una escena de confrontación vinculada a la escritura. Se lee a un adversario al que se respeta (o admira) y al cual se desea desafiar en su coherencia última. No es una enemistad lo que se funda: juntos podrían conversar sobre la diferencia subjetiva irreductible que ambos encarnan. Lo difícil es lograr esa proximidad necesaria –empatía incluso íntima sin la cual el desafío no se concretaría– al borde mismo de una hostilidad sin acuerdo posible.
La posición es política y analítica: enfrentarse al otro para que diga lo suyo, como condición para poder decir lo propio; todo un meticuloso arte de la escucha y de la sensibilidad, para llegar a captar lo que de la verdad del otro resuena en la propia. Confrontación atrevida que no pone en juego la afectividad del otro sino para descubrir, suspicaz, el modo en que su racionalidad escamotea un sometimiento que, sin embargo, sostiene su propia subjetividad. Es esta historia de confrontaciones con el obstáculo –la presencia en el propio sujeto de signos de la dominación política– lo que interesa, porque es penetrando en ella que se comprenderán los misterios del sometimiento, y se les contrapondrán –de eso se trata– elaboraciones de un saber rebelde como parte de la experiencia de constitución un contrapoder histórico.
En articulación con la escritura, la lectura se transforma en un dispositivo analítico-crítico inmanente al acto bélico implicado en cualquier resistencia; presente en todo deseo de liberación.
Radicalizada por la escritura, la actividad de la lectura abre al plano de constitución de las subjetividades, a la condensación de los imaginarios. Porque es recién en la escritura que el desafío de la lectura se resuelve en hallazgo pleno de la propia subjetividad como lugar de “elaboración de verdades históricas”, como solía decir. Y este descubrimiento es doble: León Rozitchner era egiptólogo al empeñarse en descifrar signos de raigambre mitológica, y en hallar en ellas las determinaciones estructurantes tanto de la psiquis individual, como de las determinaciones subjetivas de las coyunturas histórico-políticas. Para él, ambas iban juntas.
Y este “van juntas” es ya una rebelión contra todo lo que mantiene separado lo objetivo respecto de lo subjetivo, y lo material respecto de lo espiritual. Todo el problema es, en cierto modo, cómo zafar de ese corte que interrumpe la prolongación deseada que va de lo subjetivo a lo objetivo y de lo individual a lo histórico. De ahí que el Materialismo ensoñado, última obra de León Rozitchner, sea una filosofía práctica de la conjunción. Y el problema de la lectura sea el de cómo acceder a esta no separación, venciendo sobre la teoría del sentido de los poderes (cristiano-burgueses) que obstaculizan (introducen una distancia subjetiva en nosotros mismos y objetiva respecto de las riquezas del mundo) este tránsito inmanente.
León Rozitchner esperaba que un día, cuando la ciencia progresase lo suficiente –en el buen sentido, es decir, aquel no “progresivista”–, los grandes libros deberían adjuntar una biografía de sus autores: no un retrato escolar, sino una narración del modo en que cada uno de ellos había vivido su intento de realizar este tránsito.
V. Contrera sí, gorila no
 Leer es hacer política, lo que en la Argentina de su tiempo equivalía a leer a Perón y al peronismo. Horacio González disfrutaba en alguno de sus textos de imaginar a Rozitchner “deviniendo” Perón en la escritura. Con menos humor y comprensión se ha vuelto un tópico identificar a León Rozitchner con el antiperonismo. Esto no es cierto. Como decía David Viñas, ellos –la generación Contorno– nunca fueron gorilas, siempre fueron “contreras”, que no es lo mismo. León Rozitchner puso la atención en el amor entre Perón y los trabajadores argentinos. ¿Qué clase de amor es ese? ¿Qué arma y qué desarma? ¿Cómo ese amor dispuso a los trabajadores para esa guerra que es la lucha de clases? No es posible leer la política como guerra sin hacerse a fondo estas preguntas.
VI. ¿Qué hacer con León Rozitchner?
Piglia se interesaba también por el Rozitchner escritor. En sus conversaciones León se lamentaba frente al hecho de que en filosofía no sea posible adoptar una posición marginal en la escritura. No al menos de un modo tan fluido como en literatura. Objetaba, a fin de cuentas, la dureza de la frontera entre ambos campos. Piglia, en cambio, parecía inclinarse a reconocer en Rozitchner un derecho al margen conquistado políticamente en la reivindicación de la condición periférica del campo cultural en que se reconocía.
 
¿Cómo leer a León Rozitchner? Piglia me dice que espera de las generaciones venideras que sean capaces de leerlo con la misma penetración y contundencia refutativa con la que él se había  devorado a los autores con los que se metía (una larga lista –además de los ya citados–: de Del Barco a Althusser, de Simón Rodríguez a Descartes, de Marx a Heidegger, a Hegel a Derrida, de Spinoza a Lacan, de Deleuze a Levinas, de Eggers Lan a Clausewitz).
No creo que estemos en condiciones de refutar a León Rozitchner. No al menos en lo inmediato. Sobre todo porque un nuevo encuentro con su obra, diferente al modo en que fue leído por ejemplo en los años setentas y ochentas, está recién en curso, e impone operaciones de apropiación distintas a las que él mismo aplicó a sus descuartizados.
León Rozitchner significa en sí mismo, aquí y ahora –al menos para algunos de nosotros– un argumento de resistencia a la atmósfera de denigración subjetiva, despótica y neoliberal, que desautoriza a cada quien a tomar la palabra sin otro respaldo que su propia subjetividad. Este clima se reproduce de modo específico en el ámbito llamado intelectual. En este contexto, poner a disposición su obra como pensador argentino-universal sigue siendo un modo muy concreto y efectivo de intervención política.
Leer a Rozitchner tal vez suponga más una operación de actualización de muchos de sus problemas que de refutación de sus posiciones. Sobre todo de aquellos problemas que se planteaban en sus combates de manera programática, y que hoy constituyen su mayor vigencia: me refiero a la cuestión de los afectos en el campo político y subjetivo, en particular el de los afectos del terror y del amor.
¿Mantiene vigencia su reflexión sobre el terror, generalmente vinculada a las dictaduras y a la guerra? ¿Vale la pena, realmente, insistir en ellas para iluminar plenamente el momento actual, dominado por modalidades propiamente neoliberales de estabilizar y conducir las subjetividades? Pienso que sí, aún si para continuar esas investigaciones haya que profundizar sobre los modos en que se difunde actualmente el terror en nuestras sociedades, a través de la multiplicación de todo tipo de fronteras. Para Rozitchner el terror militar sobrevive en la concentración de la propiedad privada y en las operaciones destinadas a conservar este estado de cosas. Lo que hoy llamamos el gobierno –o la dictadura– de las finanzas. En este aspecto, la tesis sobre el vínculo entre los efectos sociales del terror militar y la incapacidad de la política de avanzar sobre esa concentración mantiene una vigencia pavorosa.
La segunda cuestión, referida al amor, fue planteada por León Rozitchner en polémica con el filósofo cristiano Eggers Lan: ¿hasta qué punto es compatible el amor de Cristo con el amor que se recrea en la lucha de los movimientos sociales contra las distintas formas de opresión? “El Papa ama a todos –escribió un flamante Francisco en 2013–, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos”. Si la vocación transformadora del Movimiento de sacerdotes por el tercer mundo de los años setentas podía abrir un espacio común, la actual restauración mediática de un conservador “amor a los pobres” pone las cosas en otros términos y actualiza, de un modo tal vez inesperado, las posiciones que asumía Rozitchner ya a comienzos de los sesentas. La irreductibilidad de este amor con el amor en Marx alumbra un fundamento diferente que parte de la inmanencia radical de las luchas y la resistencia tal y como en ella se afirma la potencia amorosa de los cuerpos. La misma idea se encuentra en la tesis IV de Sobre el concepto de historia de Walter Benjamin.
 
* * *
León Rozitchner decía que había aprendido a leer en Paris, en las clases de Paul Ricouer –un cristiano no marxista con el que leía renglón a renglón los Manuscritos de Marx de 1844. Su vida intelectual fue un intensísimo ejercicio por extraer todas las consecuencias posibles de ese aprendizaje

El presente salió editado en noviembre de 2015 en la revista digital Nuevos Trapos texto retoma la conversación sostenida por León Rozitchner y Ricardo Piglia en uno de los capítulos de la serie “León Rozitchner, es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa”. Para ver el capítulo en cuestión cliquear aquí: https://www.youtube.com/watch?v=oktOFC8Cou4

TIERRA PARA VIVIR, FEMINISMOS PARA HABITAR. NO AL DESALOJO EN GUERNICA

 

TIERRA PARA VIVIR, FEMINISMOS PARA HABITAR
NO AL DESALOJO EN GUERNICA

Interpeladas por el grito lanzado por nuestras compañeras en la carta dirigida hacia las Ministras de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires y de la Nación, varias organizaciones feministas llevamos a cabo el 12 de septiembre una asamblea en la toma de Guernica.

Durante los últimos años, desde los feminismos, hemos logrado articular distintas experiencias que hacen a la sostenibilidad de nuestros territorios y la precariedad de nuestras vidas. Durante los paros internacionales lxs feministas hemos planteado la importancia de la tierra y la vivienda en la construcción de nuestros proyectos de vida, de nuestras familias, de nuestrxs hijes.

Nos atraviesa una emergencia social. La pandemia puso al límite la posibilidad de supervivencia de muchas familias y muchos hogares. Muches trabajadores precarizades quedamos sin trabajo. La mayoría de nuestres niñes viven en la pobreza. Se volvió imposible garantizar lo más básico: la alimentación y un techo digno para vivir. Las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries nos vemos particularmente afectades por tener hijes a cargo, por ser cuerpos racializados y objeto de múltiples violencias.

Detrás de las tomas de tierras –multiplicadas en los últimos meses– hay hambre, abandono, pobreza y violencia, pero también hay fortaleza para buscar alternativas. Por eso defendemos el acceso a la tierra para vivir, producir y criar. Derecho que no puede ser equiparado a la propiedad privada y la especulación inmobiliaria y financiera.

Vemos con preocupación el manejo de la información por parte de los medios de comunicación y su colaboración con la pérdida de sensibilidad social. El incremento de los discursos de odio hacia los sectores populares organizados implica también la estigmatización de quienes se ven empujados por la emergencia social a recuperar tierra para vivir, y legitima, a su vez, la criminalización cada vez mayor hacia las formas de resistencia popular.

Repudiamos el accionar violento de la policía en los desalojos que vienen llevando a cabo.
Repudiamos el desalojo y la represión en Ciudad Evita (La Matanza) que dejó varies detenides y decenas de herides por reclamar el derecho a una vivienda y una vida dignas.

Repudiamos también la persecución y hostigamiento por parte de los gobiernos locales y las fuerzas represivas hacia quienes sostienen las tomas de tierras.

Vemos con preocupación los alzamientos policiales de estos días, puntualmente su reclamo de impunidad, y su resolución por la vía de aumentos de sueldos sin que hayan depuesto antes sus armas.
Estamos en alerta y comprometides activamente ante las amenazas de desalojo de la toma de Guernica programado para el 23 y 24 de septiembre.
Hacemos responsables al gobierno nacional, provincial y local de generar instancias para la resolución de este conflicto sin recurrir a las fuerzas represivas. Exigimos la conformación de mesas de diálogo integradas por quienes protagonizan el reclamo de la tierra, organizaciones sociales, organizaciones de derechos humanos y las instituciones del Estado pertinentes.

Convocamos a fortalecer y profundizar espacios y acciones por el derecho a la tierra y al buen vivir.

#TierraParaVivir
#FeminismosParaHabitar
#NiUnaMenosSinVivienda
#NoAlDesalojoEnGuernica


Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora
Las comarqueñas
Red Potencia Sur (Casa Anfibia, Santa Fe – Dignidad Rebelde, Río Negro y Neuquen – Feminismo Xeneize, CABA)
Colectivo YoNoFui
Tatagua – Colectiva Feminista Conurbano Sur
Colectiva Mujeres Andando, Plurinacionales y Disidentes, San Vicente, Pte. Perón
Consejería Panambí de acompañamiento territorial feminista, Pte. Perón
Reagrupa – Feministas del Conurbano Sur
Feministas del Movimiento de los Pueblos (Frente Popular Darío Santillán, Corriente Plurinacional – Movimiento por la Unidad Latinoamericana y el Cambio Social – Izquierda Latinoamericana Socialista – Movimiento 8 de Abril)
Casa de Género y Diversidades Micaela Bastidas, Barrio Nicole
Columna Antirracista (Negras, Indígenas, Racializadas, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, No Binaries)
Colectivo Ni Una Menos
Coordinadora Feminista 8M (Chile)
CELS – Centro de Estudios Legales y Sociales
Organizaciones Libres del Pueblo
Secretaría de Géneros de la Unión de Trabajadores/as de la Tierra (UTT)
Movimiento de Trabajadores/as Excluidos (MTE)
Espacio de Genero MNCI UTEP
Encuentros de Feminismo Popular
Feministas de Abya Yala
Pañuelos en Rebeldía
Mala Junta – Vamos
Red de Mujeres y Disidencias Organizadas de la Villa 21-24 y Zavaleta
Orilleres, Villa 21-24
Orilleras (Victoria – Entre Ríos)
Red Río Feminista (Cuenca del Río Paraná)
MP La Dignidad La Matanza
FPDS Lomas de Zamora
Bachilleratos Populares El Puente y Warisata (FPDS Lomas)
Movimiento de Liberación La Hora de Los Pueblos
Encuentro de Organizaciones
Campaña Nacional Contra las Violencias hacia las Mujeres (Compañeras feministas autónomas, compañeres independientes, feministas sindicalistas, Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), Federación de Organizaciones de Base Autónoma (FOB Autónoma), Corriente Social y Política Marabunta, Acción Socialista Libertaria (ASL), Venceremos PT, Mariposas de Villa Paris, Agrupación Victor Choque, Aquelarre Agrupación Feminista, Frente Popular Dario Santillán Mendoza, CORREPI)
Secretaría de mujeres y diversidades UTEP
Secretaría de Géneros CTAA Capital
No tan distintas Mujeres y Diversidades en Situación de Vulnerabilidad Social
Matambas
Casa Comunidad (Córdoba)
Caracolas Feministas -zona oeste PBA-
La Rouco. Colectiva Feminista. Necochea/Quequen.
Wakoldas. Feministas Villa la Angostura. Neuquen
Cátedra libre Virginia Bolten. «Construyendo Feminismos Populares»
CIAJ
Casa de salud comunitaria La Enramada
Furia Trava
Colectiva Feministas “Las Azucenas”
Casa Chavela
Campaña Somos Plurinacional
Colectiva de Prensa Feminista La Plata
LAs AmAndAs colectiva feminista de aRTivistas
Corriente Villera Independiente 21-24 Zavaleta
Cooperativa Minga
Agrupación docente La Violeta en Suteba Matanza
La Simón Bolívar
Mesa Gremial 19 y 20 UTEP
Corriente Pueblo Unido UTEP
Agrupación Konciencia Popular
H.I.J.O.S La Matanza
Mujeres Libres – Centro Comunitario La Cabida de Ludueña – Rosario
La Nuestra Fútbol Feminista (Barrio Padre Mugica – V 31)
Consejería La Tejedora
Colectiva Maternidades Feministas
Frente de Género Esteban Echeverría
Consejería diversa La Berkins
Colectivo de Mujeres Barrio Pueblo Unido (Glew)
Resistiendo juntas Colectiva Feminista Alte Brown
Corriente Política y Social La Colectiva
Consejeria popular feminista La Mateada
Colectiva Materia
Aquelarre, agrupación feminista de LA CASA Espacio de Debate y Cultura
Mujeres al Oeste
Fogoneros Olnys
Movimiento Teresa Rodriguez – Votamos Luchar
Casa de las Brujas MPLD – Corriente Villera Independiente (Villa 31bis)
Campaña Nacional por el derecho al aborto legal seguro y gratuito Regional Zona sur
La hora de los pueblos
KALLPA Colectiva Transfeminista
Comisión de géneros, Centro Cultural y Político La Toma
Casa de la Mujer Esther de Careaga
Frente Docente Disidente – Nuestra disidencia es sexual
Colectivo Filosofarconchicxs
Movimiento 26 de julio
LatFem Periodismo Feminista
PRA – Pensamiento Revolucionario Americano
Abriendo Caminos
Tierra para vivir
Frente Docente Disidente
Sembrando Rebeldías – manada de arte y educación popular
Frente Popular Darío Santillán
Consejería para la Prevención de la Violencia Obstétrica
Maternidades, xaternidades y crianzas feministas, La Plata
Carmelitas clown
ACIDA (Autoconvocadas del Conurbano, Independientas, Diversas y Abolicionistas)
Red de Mujeres de la Matanza
Comisión de Géneros del MTL
Poetas por el Aborto Legal
Grupo de Apoyo a Comedores Comunitarios
Asamblea Popular Feminista
Casa Transconurban*s de zona sur
Conurbane Disidente / Comunidad lgbtqia+ UNLa
Mesa Aborto La Matanza
Seccional CICOP Hospital Paroissien de La Matanza
Ternura Revelde
PRC – Partido por la Revolución y el Comunismo
Personas Trans Autoconvocadas R.A.
Consejería para la Prevención de la Violencia Obstétrica
Asamblea por la vida Chilecito (La Rioja)
Comunidad Danzante Killa P’unchay
Opinión Socialista
Niñez y Territorio
Comisión vecinxs por Campomar
Circulo Cultural Brujeres, Resistencia Chaco
Frente Juvenil Hagamos Lo Imposible
CEAAL Argentina
CEAAL Chile
Frente Evita La Matanza
Barrios organizados de La Matanza
Corriente de trabajadores revolucionarios
Colectivo radial El conventillo
H.i.j.o.s Villa Gesell
Partido de los Poetas
Federación Obrera Regional Argentina (FORA) Zona Sur GBA
CADeP (Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo)
Ferro antifascista
Radio Kermés FM 106.1 comunitaria
Asociación Argentina para la Investigación en Historia de las Mujeres y Estudios de Género
Coop 203 Virrey del Pino
Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPREN)
Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA)
Osadía Cárceles
Red de Habitat Kilmes Juanjo Cantiello
Lobo Suelto Blog
Cooperativa esquina libertad- las mostras
Organización Paco Urondo
Asociación Casa de Todos
CPI – Comisión Política de la Iglesia Dimensión de Fe
Fundación Agenda de las Mujeres
Colectiva Sangría
Colectiva Ni Una Menos – Activistas Feministas (Chile)
Bachiller Popular Cartonero «Anuillan»
Las mariposas, agrupación feminista (Quitilipi, Chaco)
Trabajadoras Unidas por la Tierra

  • Florencia Guimaraes, activista travesti
    Lily Galeano
    Raquel Gutiérrez Aguilar, Universidad Autónoma de Puebla Casa de Ondas
    Vanesa Fernández, militante feminista, comunicadora y activista tlgbi
    Anabella Barbieri
    Cecilia Turquet
    Paula Peyseré, poeta
    Ana Giovenco
    Anahi Bauer
    Noelia Gonzalez
    Laura Elena Soria
    Patricia Salvetti
    Constanza Barberis
    Adriana Desanzo
    Noelia Billi, UBA-CONICET
    Jaqui Flores
    Paula Lo Cane
    Betty Arce
    Mariela Scafati
    Silvio Lang
    Eugenia Campano, educadora CEIP
    Luciana Rolón
    Guadalupe Lucero
    Candela Contarino
    Claudia Castro Activista lesbiana
    Daniela Castellano
    Romina Spitaleri
    Olga Bareiro
    Emilia Cappetta
    Alejandra Oberti
    Adriana Silva
    Claudia Bacci, feminista
    Daniela Rioja
    Cristina Ochoa
    Fanny Seldes
    Monica Curiel
    Manuela Anastasía
    Cecilia Campos
    Silvia Beatriz Adoue
    Guadalupe Blanco
    Mendoza Giselle
    Fernando Juarez
    Gabriela Luzzi
    Bebe Luque
    Liliana Daunes
    Carolina Alamino
    Victoria Heredia
    Gabriela Cabezón Cámara
    Ángela Menchón
    Flavia Salinas
    Laura Macri Denegri
    Gabriela Conder, Gremial de Abogadxs
    Virginia Giannoni
    Diego Valeriano
    Carlos Peysere
    Ivana Torrez
    Mariana Terron
    Gemma Rizzo
    Ivana Vallejos
    Maria Alicia Gutierrez
    Valeria Álvarez
    Marian Milberg
    Ana Repetto
    Sandra Aguilar
    Melina Varnavoglou
    Diana Hernández
    Alejandra Ciriza
    Julieta Blanco
    Gloria Polo
    Yamila Iphais Fuxman
    Mara Manzilla
    Marina Becerra
    Ileana Arduino
    Ana Iriart
    Ana Schoo
    Gabriela Abreliano
    Ana Inés Florencia Dolard
    Adriana Giménez
    Florencia Piedrabuena
    Andi Nachon
    Melina Pinkus
    Marina Onorato
    Hilda Beatriz Sánchez, militante social feminista y activista socioambiental
    Silvia Martin, Comisión directiva SUTEBA Matanza
    Ismael Menegolla
    Karin Grammático
    Malen Rodriguez
    Debora Busolini, Hijos Villa Gesell
    Lobo Cruz
    Sergio Cherco Smietniansky (CADeP)
    Lorena Garcia
    Marina Mariasch
    Martha Calveyra
    Ignacio Ceballos, activista trans
    Pagella María Soledad, delegada ATE Ministerio de Trabajo de la Nación
    Sandra Coronel
    Flavia Guardia
    Cintia Brenda Alcaraz
    Mariela Rinaldi, presidenta Comedor 26 de Julio
    Natalia González
    Susana Ciumelli, YaBasta Italia
    Melina Paparas
    Laura Pasquali, docente (Pueblo Esther, Santa Fe)
    Cecilia Vergara
    Paula Fojo
    Claudia Bani
    Nadia Belén Cascallares
    Juan Borges
    Valeria Cervero
    Gabriela Guerreros – Pastora Evangélica Pentecostal
    Rosa Olga Cristiano
    Mirta Fontana Precidenta de Coop 204 Barrio Nicole
    Nerea Barbosa
    Xoana Fuertes
    Javier Nuñez Iglesias
    Devora Galvan
    Lucia Prado
    Mariana Mina
    Say Sacayan. Activista transmasculino no binarie.
    Fernando Juarez
    Julia Beatriz Garcia
    Agostina Ferrante
    Mapuche Zomo Soraya Maicoño Puel fta Willi Mapu
    Alicia Aquino
    Josefina Fernandez
    Paula Viturro
    Johana Baricheval, docente, feminista (Chaco)
    Mónica D’Uva
    Diego Duquelsky

 

Escribir, escuchar, transmitir: un ethos materialista // Roque Farrán

Camila se levantó preguntándose qué es lo que puede un cuerpo: “¿por qué si lo manejamos no podemos hacer todo lo que queremos?” Su madre le habló entonces de ejercicios y entrenamientos más complejos que se hacía necesario practicar para eso. Luego también le preguntó por el origen del universo y, ante la teoría del Big Bang expuesta, replicó: “sí, ¿pero de dónde salieron las sustancias que explotaron?” Cuando vino a casa, como siempre jugamos a luchar y la veía más ágil, hacía otros movimientos, entonces le pregunté si había estado entrenando y me dijo que no, solo había estado pensando en cómo hacerlo; también me enseñó que una defensa podía convertirse en un ataque, y viceversa (resolviendo en breve el dilema Cobra Kai/Karate Kid). Cuando suelo contar lo que hace o pregunta mi hija no es solo por “padre orgulloso”, que sin dudas lo soy, sino porque realmente me hace pensar y me genera mucha felicidad cómo crece. Ella es una interlocutora tan importante para mí como lo son Spinoza o Lacan, por caso. La cito en lo que escribo con la misma autoridad que cualquiera de ellos, aunque el amor que siento por mi hija sea único.

En el próximo libro escrito en este difícil transe, Escribir, escuchar, transmitir: la práctica de la filosofía en pandemia y después, de pronta publicación en editorial Doble Ciencia, Camila aparece citada varias veces. En relación al libro anterior hay una continuidad lógica y práctica, como también un desplazamiento tópico: escuchar y transmitir se han acentuado en este periplo, junto a la práctica de escritura. Es esencial cambiar el registro de escritura, por supuesto. Una escritura simple y clara que se vincule a la vida, la muerte, el deseo; que no repita lugares comunes ni pretenda ser absolutamente original. Una escritura de uso singular dispuesta para cualquiera que también viva, desee y dé lugar a la muerte. Una escritura que nombre a los seres queridos y a los muertos amados, sin idealizaciones, porque cualquiera puede pensar. Esa es la escritura que ensayo, el tono adquirido en este tiempo.

La práctica del psicoanálisis también está muy presente en mi escritura actual. Una objeción o atemperamiento de la divulgación precipitada, de la palabra oral simplificada en exceso, una suerte de cura respecto de estas pulsiones se alcanza en el uso de la escritura. Por ejemplo, es una estupidez pensar que al reconstruir una escena del pasado infantil, en la cual estábamos fijados a una posición sufriente, eso determina un destino fatal en nuestras conductas actuales; tampoco es que la simple explicación baste, bajo la reposición de una línea causal, para disolverla. Lo que desactiva la fatalidad del mecanismo sintomático es el trazado literal de la repetición en que el sujeto encuentra su intervalo: la repetición de la diferencia. Asumir la determinación del síntoma, paradójicamente, libera porque al contar como dos eso que se le aparecía con la fuerza inexplicable del Uno, el sujeto se divide y juega. Para eso tiene que haber Otro que haga sus veces de tercero, que ponga de sí su causa y escuche (sin apurarse por comprender): el o la analista, cual sea su género o filiación, lo importante es que sepa contar y habilitar la cuenta básica que hace al sujeto.

El psicoanálisis no es per se heterosexista o falocentrista, sino que es la práctica discursiva que encuentra en las limitaciones del decir de un sujeto que sufre, en lo que organiza su economía afectiva, el significante fálico. Es el régimen de significación o valoración per se el que es fálico, porque funciona por la exclusión de un término privilegiado que organiza el conjunto de los significados coherentes: un todo significativo. No importa cuál sea el término excluido, porque incluso puede operar en grupos identificados a alguna disidencia sexual o de género. Lo difícil es aprender a hablar y pensar de otra forma, siguiendo la lógica del no-todo y la valoración singular de cada parte, sin exclusiones ni medidas comparativas (la significación fálica requiere todo el tiempo la comparación respecto al punto excluido) que garanticen la consistencia del conjunto. Practicar un modo de hablar y pensar y organizar la economía afectiva que no haga totalidades significativas sino anudamientos irreductibles.

Recuerdo a un profesor de la facultad que decía “un analista no tiene que ser demasiado inteligente”; es cierto, basta escucharlos para darse cuenta de eso. La eficacia de la práctica analítica pasa por señalar casi siempre cosas bobas, tan insignificantes para los demás discursos como lo son los lapsus, sueños, repeticiones, balbuceos, etc. La escucha analítica atiende a la repetición insensata y el efecto de no querer comprender ni clasificar rápidamente eso que se oye allí, cada vez, resulta conmovedor. Un discurso a contracorriente, una práctica valiosa, sin dudas. La inteligencia quizás opere a veces como semblante, en algunos casos, pero no es lo decisivo; solo al final de un análisis es concluyente: si se han despejado los enredos y enigmas del deseo, siguiendo los traspiés de la lengua, la cifra que relanza la historia del sujeto depende de un salto sin garantías, con toda la inteligencia material y el coraje de la verdad para decir eso cuya falta haría vano el universo (pues nada lo garantiza y un sujeto puede retroceder en su deseo, volverse idiota o canalla, lo vemos incluso entre algunos analistas).

El psicoanálisis se aproxima así al cuidado de sí, ambos presentes en los gestos de escritura del libro. Epimeleia heautou es la expresión que toma Foucault de los griegos para pensar el cuidado de sí de manera rigurosa. Es una obviedad decir que el cuidado de sí, como lo concebían los antiguos, incluía a los otros, porque el individualismo posesivo es una invención moderna. Cuando hablamos de cuidado, entonces, quizás podamos recuperar algo de aquella antigua concepción que remitía a atender en cada acto a cómo se constituye el sí mismo en relación a otros, a legados, tradiciones, comportamientos, actitudes, pasiones, utilidades, goces, etc. El sí mismo es un nudo, un plexo relacional en constante atención y reformulación, no una monada individual obsesiva y posesiva que busca capturar objetos para sí. El supuesto proteccionismo machista o policial, agitado en estos días, no es cuidado ni es riguroso.

El cuidado de sí tiene una dimensión política insoslayable, como señalo también en el libro, algo que una y otra vez encuentro en los gestos del presidente. La tranquilidad que mostró Alberto Fernández para manejar la crisis policial, como a Verbitsky me hizo acordar la tranquilidad con la que manejó Guzmán la renegociación histórica de la deuda. Ese estilo cuasi Zen de expresarse y manejarse ante asuntos delicados y complejísimos. Hace tiempo que quería hacerlo notar porque esa “estética de la existencia” no es coaching ni responde a marketing alguno, es un modo de ser y conducirse que resalta mucho con la contraparte neoliberal: basta ver el look y estilo discursivo de un Milei o un Casero, por ejemplo. El pensamiento ético y político es claro, decidido, pero la estética de la existencia también lo muestra ostensiblemente (de ese estilo comunicacional sería bueno que aprendan los periodistas que apoyan al gobierno). Resulta necesario entender esos entrecruzamientos o sobredeterminaciones entre ética, estética y política.

En ese sentido, para mí no es tan relevante la distinción entre micro o macro política, lo esencial sucede siempre en el medio: lo decisivo es la mesopolítica, diría, allí donde se juega el deseo. Por eso tengo una particular sensibilidad por cada lucha, sea cual sea el lugar donde se juegue (Estado, sujeto, academia, movimientos), pues las sitúo siempre a un nivel ontológico: perseverancia en el ser. Practico una escucha por el deseo militante y, más acá de las diversas infatuaciones a las que nos condenan los dispositivos, aliento como puedo esas producciones deseantes. Conectar las luchas y perseverancias en su singularidad es la única forma de combatir este modelo paranoico de infatuación yoica que domina, incluso entre ánimos que se creen militantes. Se trata de cultivar un ethos materialista.

Cuando hablo de “ethos materialista” me refiero a prácticas concretas; no se trata de principios morales abstractos o grandes configuraciones epocales; sino de un modo de conducirse en relación a los otros, al uso los saberes, al uso de los cuerpos, al uso de las palabras y las cosas. Un ethos materialista asume que no hay principios ni fines últimos que orienten los procesos y las prácticas; entiende de los emplazamientos históricos, de las inercias estructurales, de las múltiples temporalidades entrelazadas; así como de las sobredeterminaciones y desajustes específicos que abren el tiempo de las intervenciones oportunas. Un ethos materialista no promociona las emociones ni las subjetividades, sino que piensa las transformaciones subjetivas y los afectos concomitantes con el rigor de la geometría flexible en que se componen los cuerpos. Un ethos materialista alienta a que se vuelva incesantemente sobre sí, no por cultivar un afán individualista o solipsista, sino porque entiende que el principal campo de batalla, hoy como siempre, es el alma; ese punto éxtimo, vacío, donde se tejen las determinaciones de todos los poderes, saberes y modos de relación concomitantes. Volver sobre sí en cada gesto para responder a los otros, al mundo, e incluso a eso de sí que se sustrae a toda aprehensión. Un ethos materialista atiende a lo irreductible en el nivel o campo que se juegue, sea la historia, la política, el inconsciente, la ley, el estado, la racionalidad, la afectividad, el método o el sujeto. Un ethos materialista puede parecer temerario porque no retrocede, ni ante la muerte, en la cual se ejercita a diario como un proceso de disolución material. Nada más.

Por último, esto me conduce a ajustar el movimiento de pensamiento ensayado en estas escrituras y el uso de la teoría. Tres movimientos del pensamiento se solicitan para que la teoría haga cuerpo. En primer lugar, asumir que somos leídos antes de leer, hablados antes de hablar, pensados antes de pensar, actuados antes de actuar, deseados antes de desear; asumir la determinación fundamental que nos constituye y no hacernos los locos: no hay libertad alguna antes de entender que estamos constituidos por modos y formas que nos preceden. En segundo lugar, asumir la circularidad productiva del concepto: encontrar el lugar y la fórmula, el objeto y el instrumento, el índice y factor de intervención conceptual; no hay garantía trascendental del conocimiento, sino un punto singular donde encontramos la inconsistencia o incompletud del Otro (tradición, texto, cultura) para producir nuestra in(ter)vención, la modulación de la voz propia, la enunciación del nombre propio. En tercer lugar, asumir la tarea de anudar los gestos simples en la trama compleja: los verbos-actos se han liberado al determinar la determinación, marcar las marcas, redoblar y escindir el círculo; se trata a partir de allí de abrir un campo o problemática nueva y entrelazar conceptos, autores, tradiciones, dispositivos, etc. Activar los afectos es posible si se producen conceptos y entrelazan los gestos (ver, escuchar, hablar, leer, meditar) en un ejercicio de libertad regulada, ejercicio asentado en el conjunto de determinaciones asumidas, desplazadas y reformuladas. La vida y el concepto se anudan en esos gestos de entrelazamiento que invitan a pensar a –y con– otros, hacer el pase.

 

Roque Farrán, Córdoba, 13 de septiembre de 2020.

 

Fuerza imparable // Diego Valeriano

No hay mayor gesto antipolicial que segundear. Estar ahí, escuchar, bancar con el cuerpo lo que las palabras ni dicen, abrazar como lo hacen las amigas, acompañar sin tanta pregunta, sin moral ni bando. Plantarse sabiendo que vamos a cobrar, que las piñas ya me duelen mucho, que las marcas quedan ahí, que cuesta cicatrizar. Nadie segundea desde arriba de un patrullero, ni por zoom, ni pidiendo la ubicación, ni dando un discurso. Nadie lo hace para controlar, enseñar, señalar. Se segundea para encontrar otras potencias, para que todo alcance lo máximo que pueda alcanzar, para que lo que se desvía, se desvíe de manera gozosa, plena, festiva. Se segundea para defender nuevas formas de vida. Formas que aún no conocemos, pero que claramente no son estas tan absurdas, crueles y vigilantes. 

El segundeo es un lazo tan fuerte como estar en las que hay que estar. No siempre ni en cualquier momento, no para jugar roles prefijados y aburridos. Estar es estar en las bravas, en las que nos necesitamos. ¿Hay algo más importante que segundear? ¿Hay algo más importante que construir estrategias de deserción frente a lo vigilante que se puso todo? ¿Hay algo más importante que no ser policía? Segundear es una actitud cero vigilante que rechaza esa manija insaciable de juzgar. Ya no hay deudas impagables, ni postergaciones, ni aparentes absoluciones, ni juicio ortiba, ni ayuda desde el patrullero. Ya no hay nada a cambio, solo esta amistad que borra las jerarquías. 

Ahora que los patrulleros se acercan, que el ministro sigue tirando tiros con la boca, que el gobernador retrocede, que la gorra se agranda,  ahora que los guachos y las madres están cada vez más solas, ahora que los desalojos son plan de vivienda, que lo policial es político, ahora es urgente apelar al segundeo como tarea vital, lucha diaria, gesto profundamente ideológico, real, posible. Como necesidad vital ante tanta crueldad, como fuerza imparable capaz de cambiarnos para siempre.

«Bifo» Berardi desde Buenos Aires // Diego Sztulwark & ¿Cómo reconstruir la subjetividad cuando hay miedo al acercamiento de los labios? // Franco Bifo Berardi

El miércoles pasado, Franco «Bifo» Berardi afirmó en un Zoom público organizado por la Untref que la política había muerto. Se refería a la política como creencia en que la voluntad puede crear nuevos proyectos colectivos y transformar estructuras (vigente entre Maquiavelo y Lenin). Asistimos, dijo, al colapso de la agresiva y largamente dominante mente blanca, masculina, colonial, capitalista (y la política parece morir con esa cultura). Se trata para él, por tanto, de partir de otro lugar: de lo poético, lo erótico y el derecho a defender nuevas formas de vida, para salir del cadáver podrido del capitalismo. Esto es hermoso: la belleza de Bifo como somático profeta luminoso de la oscuridad brilla en ese razonamiento con fuerza particular. Como escribe en un libro reciente: mueren lxs viejxs del norte (los fascismos que nos acosan), hay que crear espacios para las nuevas vidas en peligro, la de lxs jovenes del sur.

Entre quienes rechazan ese discurso profético porque lo ven carente de «pensamiento estratégico» hay optimistas -que hacen subsistir la creencia política sobre la crudeza del diagnóstico- y los hay pesimistas -como no hay opción a la pudrición capitalista, lo mejor sería apegarse a la política como una actividad sin creencias fuerte.

Mientras Bifo hablaba, la policía de la provincia de Bs-As ejercía una protesta pública, en la que sus reivindicaciones salariales y de condiciones de trabajo abrían paso a una visible amenaza política (amenaza reaccionaria creciente en la región y en el país, donde las policías son un actor muy importante en este proceso). Es imposible limitar la lectura de ese episodio a la precariedad del trabajo policial, sin agregar una palabra sobre el hecho de que las policías siguen siendo un instrumento (él mismo precarizado) de regulación para una precarización social más amplia (hubiera sido muy otra cosa, desde ya, escuchar policías diciendo: «no queremos ser más reguladores de la precarización de nuestras comunidades»). Cuando los medios de comunicación decían que la policía armada rodeaba Olivos (quinta presidencial), fue inevitable para quienes tenemos cierta edad, recordar la movilización en las calles y las plazas para evitar el golpe militar-carapintada, durante la segunda mitad de los años 80. ¿Tiene razón Bifo al decir que la política realmente existente ya no es capaz de plantear verdaderos problemas (el problema de la precarización y la explotación con su carga de violencia, el papel de la policía en ese sistema), ni de recrear nuevos proyectos colectivos, ni plantear transformaciones profundas? 

Si aceptamos que toda coyuntura está definida por la coexistencia de más de un tiempo simultáneo, quizás podamos intentar pensar que, si por un lado la política convencional perdió su relación con la estrategia (en un sentido fuerte, crítico, transformador) sin que una política revolucionaria alternativa aparezca y la sustituya; en el reverso de lo político -allí donde el zoom de Bifo cuenta- la invención de estrategias no hace sino renacer, sobre nuevas condiciones, nuevas formas de concebir quizás la «voluntad», nuevas formas de sentir y pensar. En toda formación de una nueva voluntad vuelve a plantearse el problema de la estrategia, y quizás a proponerse un nuevo concepto de lo «político».

Diego Sztulwark

¿Cómo reconstruir la subjetividad cuando hay miedo al acercamiento de los labios? por Franco Bifo Berardi

El filósofo italiano, Franco Berardi, Bifo, participó de una conferencia virtual: Respiración umbral: virus y literatura. “¿Qué pasa en el imaginario de una generación que entra en el mundo de la afectividad con la prohibición de acercar sus labios a otros labios?”, se pregunta Bifo y despliega la idea de sensibilización fóbica a los cuerpos. “El umbral. Crónicas y meditaciones” es su nuevo libro publicado por Tinta Limón. El encuentro estuvo organizado por la UNTREF, coordinó Daniel Link y participaron Diego Sztulwark y Diego Bentivegna. Compartimos la transcripción de sus intervenciones.

Antes que nada, pido disculpas por producir tantos escritos. Es un problema obsesivo pero, al mismo tiempo, en el último período me ha parecido necesario hacer un trabajo de análisis sobre lo que pasa. Es un trabajo auto-terapéutico e intenta ser terapéutico. Cuando uno conoce un poco las cosas que he escrito, que he dicho –como Diego Sztulwark, viejo amigo– puede sonreír al escucharme decir que me propongo ser terapéutico, porque no estoy describiendo, en estos libros sobre todo, una situación que se pueda definir como optimista o fácil de enfrentar, todo lo contrario. Creo que nos encontramos en una situación que me gusta definir como “umbral”. ¿Por qué? Porque el umbral es el pasaje en el que nos trasladamos de la luz a la oscuridad, pero también de la oscuridad a la luz.

Entonces, lo que intento hacer es comprender y conceptualizar los aspectos oscuros del pasaje que vivimos. Lo primero que tenemos que hacer es mirar la bestia a los ojos. Ponernos al nivel de la tragedia que estamos viviendo. Solo a través de la comprensión de las tendencias que vivimos podemos cambiar, transformar el ritmo de nuestra propia respiración. Creo que la explosión del virus, al comienzo de este año, no es la causa de la catástrofe que estamos viviendo, es el catalizador. Se puede decir que fue un elemento de precipitación de otros procesos catastróficos que se estaban desarrollando. Primero, el proceso de catástrofe ambiental del que la explosión del coronavirus es un efecto y, al mismo tiempo, un acelerador. Segundo, la extrañación del capitalismo global, que en los últimos diez o quince años ha caracterizado la vida social, ha golpeado la vida social.

La manera para recuperar la acumulación capitalista ha sido la de empobrecer la vida social en todos sus aspectos. Ha comenzado con el empobrecimiento del sistema sanitario que en Europa, en España, en Italia, en Inglaterra ha sido la causa directa de la situación trágica de la primavera de 2020. La recuperación financiera capitalista ha producido un empobrecimiento de la vida y, al mismo tiempo, de las infraestructuras que hacen la vida posible. Entonces, las tendencias catastróficas ya estaban inscriptas en el proceso social, el covid solo las ha precipitado. El otoño de 2019, desde Santiago de Chile a Hong Kong, desde Beirut a París, a Barcelona, ha sido un otoño de convulsión como si el cuerpo sofocado, asfixiado de la sociedad, sobre todo de los jóvenes, se rebelara sin una estrategia clara, sin una línea de unificación posible, pero con un mismo rechazo de la asfixia neoliberal. Después vino el contagio y el contagio ha producido una explosión de estos procesos.

Ahora lo que me pregunto, en una precipitación que se vuelve cada vez más peligrosa a nivel económico, a nivel geopolítico, en una situación como la que estamos viviendo, dónde tenemos que mirar, cuál tiene que ser el objeto principal de nuestra observación. Y mi respuesta es: la subjetividad, o mejor dicho, el proceso de subjetivación. Necesitamos una subjetivación solidaria, colectiva, feliz para enfrentar los efectos del Apocalipsis. Si miro a la subjetivación, miro antes que nada a los cuerpos. Miro la declaración de la ministra canadiense de la sanidad que ha dicho, muy irresponsablemente, catastróficamente, stop kiss, interdicción de besarse. Y si tienes sexo –porque el sexo es necesario económica y demográficamente, parece–, no olvide de ponerse la máscara sanitaria. No tengo una opinión positiva ni negativa sobre esta declaración. La política está muerta. La política buena hoy es solo la política capaz de aceptar la disciplina de los científicos, la disciplina de los médicos. Pero eso no es política, no es invención de una transformación posible. Y la invención de una transformación posible –depende hoy y mañana– del inconsciente social, del imaginario social. ¿Qué pasa en el imaginario de una generación que entra en el mundo de la afectividad con la interdicción de acercar los labios a los labios? Esta es mi obsesión principal: ¿cómo podemos reconstruir subjetividad —en términos psicoanalíticos, políticos, poéticos— cuando hay miedo al acercamiento de los labios? Ese es un poco así que voy a presentar la discusión desde mi punto de vista.

La pandemia y el umbral

Estamos en un umbral. Me gusta decirlo así. En el umbral podemos vislumbrar un panorama de posibilidad, estas posibilidades son como una oscilación que puede evolucionar en direcciones diferentes, pero antes que nada tenemos que describir las condiciones en las cuales la oscilación subjetiva se hace posible. ¿Cuáles son estas condiciones? Alguien pregunta si el distanciamiento físico es distanciamiento afectivo y político. Claro que lo es. Sé muy bien que hay una retórica –que comparto en cierta medida– de que hay un sentimiento de solidaridad entre los que se encuentran en peligro verdadero, pero paralelamente lo que es más verdadero es que está creciendo una generación de niños, de jóvenes, que internalizan el miedo de la relación con el cuerpo del otro. En términos psicoanalíticos yo la llamaría una sensibilización fóbica a los labios, a los cuerpos. En una sensibilización fóbica muchas cosas pueden acontecer. Puede acontecer que el miedo se transforme en una verdadera epidemia de depresión o de autismo.

La discusión de esta tarde también está dedicada a la relación entre literatura y efectos de la pandemia. Hay una escritora negra, norteamericana, que se llama Octavia Butler que escribió en el año 1984 un libro con el título The parable of the sower [La parábola del sembrador], donde narra una Norteamérica violenta, destrozada, como la que vemos hoy en la pantalla del televisor. En esta Norteamérica, hay una niña de tres años que sufre de un mal espantoso llamado “empatía”. Los médicos la están curando, porque esta niña, cuando ve a alguien sufriendo o muriendo en la calle, sufre un poco. En su cerebro hay una disfunción empática. Esta historia a mi interesa mucho: ¿por qué la multiplicación del sufrimiento y del miedo puede producir un efecto que se define propiamente como autístico? El autismo me parece la condición psíquica más probable a la salida de este proceso. Pero cuando digo probable no estoy diciendo que vamos en esta dirección estoy diciendo que tenemos antes que nada que reflexionar y actuar anticipadamente ante esta posibilidad. Antes que nada, reconociéndola, analizándola.

Diego pone la cuestión de que es la política en la época de la extinción como nuevo horizonte. Antes que nada la palabra extinción ha entrado en el vocabulario político solo en los últimos dos años –me parece– pero ha habido también una remoción, un rechazo, una negación a la tendencia de la extinción. He leído el último libro de Donna Haraway y la cito mucho porque me parece iluminadora. En la introducción a su libro Staying with the trouble —no sé si está traducido en Argentina— Donna Haraway dice: tenemos que reconocer que si la tendencia demográfica anunciaba 11 mil millones de personas al final del siglo y, al mismo tiempo, las tendencias del colapso ambiental de áreas enteras del globo, sobre todo las montañas –miren lo que está pasando en California hoy–, estas tendencias van a producir un efecto que no puede ser la extinción de la civilidad humana, de la civilidad del género humano, tenemos que reflexionar desde este punto de vista. Este es el horizonte que descubrimos saliendo de la pandemia. Cuando descubrimos un horizonte tenemos también que buscar las herramientas que nos permitan cambiar de dirección, inventar algo nuevo.

¿Es la política esta herramienta? No lo sé. Me parece que la política como capacidad de gobernar el conjunto social desde un punto de vista de la racionalidad progresiva no tiene mucha fuerza, mucha credibilidad. Yo creo que el trabajo principal que hay que hacer es esencialmente desvincular, disentangle, liberar, emancipar comunidades que se dan una regla, un ritmo, una forma de vida, un horizonte que es diferente, que es cismogenético, en el sentido de que abandona la historia de la humanidad. Yo creo que la evolución humana no puede más que transitar a través de un proceso cismogenético. Naturalmente lo que estoy diciendo es muy grave, porque implica que no somos capaces de enfrentar la realidad probable de una población mundial que se está precipitando en una condición de creciente miseria y sufrimiento. Lo sé, pero solo recreando las condiciones de un éxodo de la sensibilidad, de la conciencia y de la cognición, de la condición cognitiva, solo a partir de eso podemos repensar el futuro de la comunidad humana en su conjunto.

La poesía como premonición

Cuando hablamos de poesía no sabemos mucho bien de qué estamos hablando. Intentamos definirla, pero se nos escapa siempre. La palabra poética se podría decir con el arte, pero me parece que la palabra arte tiene demasiado contacto con el mercado, con la valoración, no me interesa todo eso. No me interesa la poesía, en un sentido estrictamente literario, pero ¿qué me interesa? Me interesa, antes que nada, la capacidad profética del poeta. A comienzo de la pandemia releí libros de William Burroughs, de Philip Dick, el último libro de Salman Rushdie, Quijote. He leído Quijote. Es una anticipación delirante de un Apocalipsis producido por el vacío. Entonces, la poesía como premonición sensible de algo que está aconteciendo en la dimensión de la psicosfera, en el psiquismo social. Pero la poesía es también sublimación –lo ha dicho Freud, lo sabemos por el psicoanálisis–, y la sublimación es algo que siempre me ha parecido ambiguo. Significa que cuando no puedo acercar tus labios a mis labios, como deseo hacerlo, puedo escribir versos, puedo dibujar imágenes, puedo hacer gestos que actúan en la misma dirección de seducción y de implicación erótica a nivel lingüístico del otro. Pero eso lo creo hasta un cierto punto.

Hay un tercer nivel del que se puede hablar. Que es la transformación del ritmo. La poesía es esencialmente eso: la pesquisa, la búsqueda de un ritmo que nos permita encontrar una sintonía con los otros cuerpos, con la naturaleza, con la muerte. Es un tercer nivel, la transformación de nuestro ritmo interior y la relación con el caos circundante y a final la poesía es una ampliación de la dimensión imaginaria, imaginacional. Una ampliación de una capacidad de imaginar algo que no se podía imaginar al interior del lenguaje dominante. Hemos descubierto que se puede distribuir millones a personas que no van a trabajar. Hemos descubierto que se puede dar la renta básica. Hemos descubierto que el imposible es posible. Cuando el posible se ha hecho imposible, la tarea de descubrir dimensiones de la realidad que no podemos ver es una tarea de la actividad poética.

El teletrabajo y el distanciamiento

Se puede decir que una parálisis de la subjetivación se ha manifestado de manera evidente, casi escandalosa en el lockdown, en el distanciamiento social, en el miedo del acercamiento, pero esta tendencia ya existía. Ya existía desde hace décadas, en la tendencia hacia la virtualización, la digitalización, la descorporalización de la relación social y hasta de la relación erótica. Ya hay una literatura sobre los efectos psicopatológicos de este distanciamiento, de esta virtualización que llega al triunfo con el distanciamiento obligatorio. Una atrofia emocional como la que se ha producido en las últimas décadas es algo que no solo imposibilita algunas formas de solidaridad política que hemos conocido en el siglo pasado, sino que al mismo tiempo nos obliga a buscar nuevas dimensiones de esta solidaridad.

Por ejemplo, creo que en el futuro próximo asistiremos a la formación y al éxodo de comunidades pequeñas, grandes, medianas, que crean las condiciones para cooperar y, al mismo tiempo, vivir en una relación armónica con la naturaleza y, sobre todo, en una condición armónica con los cuerpos de los otros. La comunidad, la red de comunidades, el abandono de la dimensión metropolitana, de la dimensión urbana, esa es una tendencia que ya vemos en Europa. Tengo muchos amigos que hablan de esta posibilidad, que quieren abandonar la ciudad para vivir en lugares donde hay muchos cuerpos amistosos.

Pero al mismo tiempo hay un problema y es el problema del trabajo asalariado. El teletrabajo es una condición provisional, temporal, pero es al mismo tiempo una tendencia que no va a retraerse en el futuro, va a expandirse, y el desafío más grande del teletrabajo, y en general de todas las formas trabajo cognitivo, es el desafío del trabajo asalariado, el fin del salario como forma de compensación del trabajo físicamente o digitalmente controlable; es algo que me parece más en crisis, cada vez más marginal. El tema de la renta básica hoy se ha hecho un tema absolutamente necesario para un futuro que no sea un futuro de guerra social en todos los espacios. Pero siempre hablamos del mismo problema: demos posibilidades nuevas, como la posibilidad de emancipación del trabajo asalariado, pero dónde construimos, dónde encontramos una subjetividad social solidaria capaz de implementar estas posibilidades.

La literatura como insumo para entender el mundo

Tengo que hacer una confesión un poco vergonzosa: no he leído Proust, me ha aburrido desde el comienzo. No sé por qué es mi falta. He leído dos, tres partes, pero no hace parte de mi universo literario. Los autores que he leído más en los últimos meses —puedo decirlo porque he intentado más o menos seguir una línea— son, primero, algunas escritoras como Sara Mesa, de Sevilla, como Octavia Butler, como Margaret Atwood, o como la misma Joyce Carol Oates. Entonces, la sensibilidad femenina como capacidad de realizar sintonías que la cultura patriarcal no puede ni imaginar, es decir, el proceso de desidentificación. Hay un pequeño libro de Sara Mesa que se llama Cara de pan que a mí me ha parecido muy sugestivo a este nivel. Es la percepción de una niña frente a la percepción de un viejo loco, furioso, de 60 años, y se hacen amigos, viven en un mundo. Es un tipo de posibilidad de la percepción que sale totalmente de la percepción que hemos recibido de la historia del patriarcado y del capitalismo.

La segunda dirección que me ha interesado muchísimo, es mi obsesión en este momento, es la crisis final de los Estados Unidos de América. Yo siento, percibo, con mucha claridad que los Estados Unidos de América como Estado federal, nacional, unitario no existe. Lo vemos porque tienen una unidad falsa, pero lo que se está verificando es de un lado, el desencadenarse de una verdadera guerra contra los pobres, contra los negros. Una guerra civil, criminal de la mayoría blanca, de la casi mayoría blanca americana. Segundo, y más catastrófico en el largo plazo, el armamento masivo del pueblo norteamericano y el desmoronamiento de la unidad del sistema militar y de los servicios de seguridad. La crisis de la relación entre la Casa Blanca y el FBI. La crisis de la relación con el sistema militar. He leído a Philip Roth, American pastoral, Joyce Carol Oates, American martyrs, Jonathan Franzen, The corrections, que es un libro sobre la descomposición del cerebro blanco, patriarcal, masculino, norteamericano. Y para terminar he leído Quijote, de Rushdie, que es una lectura del enloquecimiento de la mente americana que tiene como tela de fondo el fin del mundo americano, el fin del abismo americano. Esa es mi obsesión en este momento, no importa si gana Trump o si gana Biden, es exactamente la misma cosa porque el proceso ya se ha movilizado. Si gana Biden, la guerra civil puede precipitarse de manera peligrosa. Esas son mis lecturas. Escritores y escritoras que he leído para entender lo que está pasando en el mundo a nivel geopolítico y, por otro lado, para repensar la percepción, la sensibilidad, la manera de filtrar sensiblemente la relación con la naturaleza.

Lazzarato, la estrategia y la crítica a los automatismos

Tenemos que investigar la palabra estrategia. Maurizio Lazzarato siempre escribe cosas interesantes, pero tal vez no estoy de acuerdo con su manera de interpretar la palabra estrategia. No es muy clara, o es clara pero en una dirección que no me interesa. Es la voluntad en relación a la estrategia. La voluntad humana –para mí- es una facultad que ha sido enormemente sobrevalorada por el pensamiento político. Creemos que la voluntad es tan importante que decidimos. Y decidimos, pero lo que decidimos es relevante para una pequeña parte del conjunto de la historia humana, de la sociedad, de la colectividad, etc. Y sobre todo la voluntad y la conciencia racional que permite actuar decisiones, analizar, comprender la realidad y decidir. Esta fuerza de la voluntad ha existido en cierta medida, desde Maquiavelo hasta Lenin. Maquiavelo ha pensando la potencia de la estrategia como manifestación de la voluntad humana, más precisamente de la voluntad masculina. Maquiavelo habla en El Príncipe del poder político como la capacidad de someter la fortuna que es fémina, y por eso caprichosa y voluble. Esa es la política como dominio de la voluntad hasta Lenin, que ha realizado una actuación esencialmente voluntarista, en el buen y mal sentido de la palabra. Pero cuánto más la velocidad y la complejidad de los procesos informacionales, de los procesos políticos y de las formas de vida se han hecho caóticas, en este punto me parece que la voluntad humana, la voluntad política vale siempre menos, decide siempre menos, cada vez menos.

Los automatismos, claro, en esto Maurizio tiene razón: son estrategias, pero no son estrategias de la voluntad. Son estrategias de intereses brutales de un lado, que se manifiestan a través de automatismos psíquicos. Cómo podemos imaginar que la clase capitalista financiera que odia a todo el mundo, como dice Maurizio y tiene razón, cómo podemos pensar que la voluntad de la clase capitalista haya creado esta situación sin considerar la autodestrucción misma del capital, no creo. Creo que, a cierto punto, la voluntad de los capitalistas no ha sido capaz de controlar una máquina, un autómata –Autómata y caos, el libro que gracias a las compañeras de Hekht he editado, es un discurso que largamente, no había leído aún el libro de Maurizio entonces no he respondido, pero es implícitamente una respuesta.

Existe el caos de las infinitas voluntades que son deseo, que son las formas de manifestación del inconsciente. Esto es causa del cuerpo real, de la corporeidad social y de la mente encorporada. Y, del otro lado, hay un autómata que se está construyendo a través de un entrelazamiento de automatismos. En ese proceso, la voluntad se está claramente retrayendo, hasta el punto que hoy la voluntad política, cuando es racional, se pliega completamente sobre la disciplina sanitaria, pero cuando es manifestación loca-criminal-genocida, en el caso de Trump, Bolsonaro y otros, se manifiesta como autonomía de lo político. La autonomía de la voluntad política está muerta. Tenemos que inventar algo que nace del interior de la subjetividad, pero se manifiesta y se construye a través de formas de contra-automatismos, antes que nada, a nivel psíquico. Pero hoy el contra-automatismo se verifica, se puede implementar solo cuando tenemos la fuerza, la capacidad de salir, no se para el automatismo financiero, se abandona. Se crea una forma de vida que no depende y que se defiende si es necesario con todas las herramientas. Tenemos que defender nuestra posibilidad de abandonar el cadáver del capitalismo.

La Malinche: traición y traducción

¿Qué es Malinche? Antes que nada es una mujer. Segundo, una mujer que juega un doble juego. De un lado, es la traidora que traiciona a su pueblo, su etnia, su comunidad para ponerse al servicio del conquistador. Pero, por otro lado, su pueblo la había esclavizado. Malinche era esclavizada, era sometida a la violencia de su propio pueblo, entonces es el olvido de la identidad. No tengo ninguna bandera, ninguna patria, ningún pueblo y ninguna comunidad. Soy una singularidad. Es la amante de Cortés, la madre del primer mexicano, pero al mismo tiempo, nos dicen los historiadores, desarrolla una función esencial que es una función de traductora. El traidor es traductor. Sabemos que el traductor es traidor, pero también el traidor se hace traductor y traduce las palabras de Cortés y de los curas, de los conquistadores para los pueblos de idioma náhuatl. Esta traducción en algunas situaciones, no solo permite la salvación de grupos de personas de su comunidad, sino que sobre todo instaura, crea una tradición cultural sincrética, nueva, que permite a algunos pueblos latinoamericanos, sobre todo al pueblo mexicano, reproponer una ambigüedad y una autonomía a nivel lingüístico, a nivel cultural, religioso, social, etc.

Entonces, la figura de Malinche me interesa mucho porque es la figura de alguien que reconoce que la mega máquina está destrozando nuestra cultura. El fin de una cultura es el fin de un mundo. La única manera que tenemos para transmitir un mensaje humano es hablar la lengua del enemigo, hablar el idioma del enemigo para traicionarlo desde adentro. Eso significa que tenemos que hablar el lenguaje de la máquina digital para traicionarlo, para cambiar o redirigir la dirección hacia donde la máquina digital se mueve. Así, similarmente tenemos que esperar algo de las generaciones que están viviendo en su inconsciente más profundo, en su formación infantil, adolescente, una transformación que es enormemente profunda del inconsciente. ¿Cómo se puede reinventar el erotismo? ¿Cómo se puede reinventar la solidaridad social? ¿Cómo se puede reinventar la amistad a partir de esta nueva condición? Malinche puede hacerlo. Es la única persona que puede hacer este proceso.

Caósmosis y cismogénesis

Hay dos palabras que me parecen cruciales. Una es la palabra caósmosis de Félix Guattari. La otra es cismogénesis, que es una palabra de Gregory Bateson. Caósmosis es una definición perfecta para definir lo que estamos viviendo. Caósmosis significa que entramos en un proceso de aceleración, pero no solo de aceleración, de intensificación dolorosa de nuestra relación con el entorno técnico y social. Esta aceleración produce lo que Félix Guattari llama un espasmo caósmico. ¿Qué es un espasmo? Un movimiento de los músculos, del cuerpo, del organismo; un movimiento tan acelerado, tan irregular, tan caótico que produce un dolor, un sufrimiento físico o mental. Porque hay un espasmo mental que es un espasmo que se manifiesta en la forma del pánico, pero también puede caer en la dimensión de la depresión como intento de destacarse del espasmo. Caósmosis es el proceso que nos permite encontrar un nuevo ritmo de nuestro organismo, lingüístico, cognitivo, estético, erótico.

Edición y fuente: Tinta Limón Ediciones

Conferencia completa

Gustavo Rearte y el origen de la Tendencia revolucionaria del peronismo // Diego Sztulwark

Hace algo más de medio siglo, se creaba la primera Tendencia del peronismo revolucionario de la mano del dirigente Gustavo Rearte. Un libro reciente, La patria socialista (Ediciones en Lucha, Buenos Aires, 2020), creado por militantes de ese movimiento -Eduardo Gurucharri, Jorge Pérez, Edgardo “Cambá” Fontana y la fallecida Sara Alfaro-, reúne por primera vez valiosos documentos y testimonios de la corriente que bregó durante una década y media por la unión de la estrategia armada, la lucha de masas y la organización político-ideológica.

La corriente fundada por Rearte tomó nombres y senderos distintos desde el lanzamiento del MRP -el 5 de agosto de 1964-, pasando por la JRP y su sucesor el MR17, el FRP y la fusión de los dos últimos en el FR17, previo a la derrota bajo la última dictadura.

Creado a instancias de un Perón exiliado en Madrid, a través del financista Héctor Villalón, y sometido a los vaivenes de sus disputas con el neoperonismo liderado por el dirigente sindical Augusto Vandor, el MRP surge con la intención de agrupar a la militancia combativa del peronismo en una única organización, con el propósito inmediato de dinamizar el retorno del líder, a cargo por entonces de las estructuras sindicales burocratizadas. Muy pronto, la Juventud Revolucionaria Peronista siguió su camino y, como otras vertientes de la militancia, recibió la influencia de la Revolución Cubana. Rearte viajó a la isla en 1966, al tiempo que consolidó su afinidad con la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) de John William Cooke. Mientras, colaboraba con el entonces nuevo delegado de Perón, el mítico mayor Bernardo Alberte, quien perdería en abril de 1968 la jefatura táctica del movimiento, por haberse recostado sobre su ala revolucionaria. Eduardo Gurucharri publicó, en 2001, Un militar entre obreros y guerrilleros, una biografía política de Alberte que incluye su correspondencia con Perón. 

Luego de los estallidos populares de 1969, la organización de Rearte pasó a denominarse Movimiento Revolucionario 17 de Octubre. El intento de constituir una organización nacional que articulase la lucha armada con la lucha de masas es argumentado en el texto de Rearte  “Violencia y tarea principal”.

Rearte, de sólida implantación territorial en el peronismo de La Matanza, y otros notables referentes de la resistencia peronista como Jorge Di Pascuale “vieron con aprensión y a despecho del optimismo predominante, el primer retorno de Perón al país”, en noviembre de 1972. Unos meses después, en julio de 1973, fallece Rearte con apenas 40 años. El MR17, la organización heredera tras la muerte de su líder, apoyó la candidatura de Perón, reprobó públicamente el atentado contra el secretario general de la CGT, José Rucci, y el asalto del ERP al cuartel de Azul, condenó la acción de la ultraderecha peronista y desistió de participar del acto del 1ro. de Mayo de 1974, en desacuerdo con el rumbo del gobierno.

Luego, el MR17 impulsó la unificación de los sectores del peronismo revolucionario afines al suyo. En mayo de 1975, concretó la fusión con el Frente Revolucionario Peronista de Armando Jaime y Juan Carlos Arroyo. El FR17 llamó a la resistencia popular contra el gobierno de Martínez de Perón y el golpismo militar.  En lo ideológico, reivindicó su adhesión al marxismo como teoría de análisis de la realidad.

El congreso clandestino del peronismo revolucionario, convocado por la JRP, del cual surgió la Tendencia, se realizó el 17 (en FOETRA) y el 18 (en el sindicato de Farmacia) de agosto de 1968. El texto del llamamiento corrió por cuenta de Rearte. Este proponía la inminente unidad de las organizaciones peronistas dispuestas a asumir una estrategia revolucionaria de la lucha armada, apegada a la lucha de masas. Dirigentes clave como Jorge Di Pascuale (del gremio de farmacia y de la CGT de los Argentinos), Juan García Elorrio (director de la revista Cristianismo y Revolución), Alicia Eguren y John W. Cooke (de la ARP) y el mayor Alberte se sumaron a los preparativos. Una de las consecuencias inmediatas del encuentro fue la publicación del mensuario Con Todo. Su primer número salió con una hoja suplementaria, escrita de urgencia por Alicia Eguren, anunciando el fallecimiento de Cooke, el 19 de septiembre de 1968, el mismo día en que resultaba abortado el intento guerrillero de las FAP en Taco Ralo, Tucumán, menos de un año después de la caída del Che en Bolivia. 

En agosto de 1967, se había celebrado en La Habana la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Aquel encuentro se proponía apoyar activamente las luchas contra las dictaduras proimperialistas de América, y nombró como presidente honorario al Che, ya instalado en Bolivia. La delegación argentina de siete miembros, presidida por Cooke, tuvo una fuerte representación del peronismo revolucionario, cuyos principales dirigentes -entre ellos Cooke y Rearte- dieron a Guevara garantías de apoyo en caso que llegase a la frontera argentina.

La tendencia revolucionaria del peronismo fue la corriente que con mayor intensidad registra, en la Argentina, el doble proceso de una revolución democrático-burguesa o de “liberación nacional” interrumpida (peronismo), y una naciente revolución de proyección continental (la Cubana). Entre Madrid y La Habana, entre Perón y Guevara, se gestó una sensibilidad específica, de nítida presencia en la correspondencia entre Perón y Cooke, contra la que reaccionó la derecha peronista y la burocracia sindical, primero, y luego el Plan Cóndor, dimensión regional de la doctrina de seguridad nacional. 

Entre los textos preparatorios del Congreso del MR17, en octubre de 1974, la corriente de Rearte expone su balance de la derrota en Bolivia y realiza una crítica explícita a la doctrina foquista de Guevara. Si el Che acertaba en desarrollar la lucha armada y oponerse al pacifismo de los partidos comunistas, erraba sin embargo al reducir la lucha armada al foco rural: “La experiencia demostró que la mera instalación de un foco guerrillero no aseguraba el desarrollo de condiciones subjetivas” de la revolución. El grupo de Rearte insistía en su camino de vincular la estrategia armada con la lucha ideológica y la organización política, con el trabajo entre las masas, en particular obreras, y prestaba particular atención a las diferencias específicas entre distintas regiones del continente.

Respiración Umbral: virus y literatura // Conferencia virtual con Franco ‘Bifo’ Berardi

La tristeza feminista // Sofía Rutenberg

 

 

“Algunos días, si la amargura fuera una piedra de afilar, yo podría ser filosa como el desconsuelo”

Audre Lorde

 

“¿Quién puede recordar el dolor una vez que éste ha desaparecido? 
Todo lo que queda de él es una sombra, 
ni siquiera en la mente o en la carne.
El dolor deja una marca demasiado profunda para que se vea,
una marca que queda fuera del alcance de la
vista y de la mente”

Margaret Atwood

 

           

La tristeza de las mujeres ha sido diagnosticada y tratada a lo largo de la historia. Para la ciencia médica estar triste no es una posibilidad. Como no existe un nombre científico para este sentimiento, es necesario medicalizarlo. Cuando alguien asiste a una guardia médica con un ataque de angustia se la trata como una molestia que está interfiriendo en “las cosas importantes”, porque no se está muriendo “de verdad”, y su vida no parece estar en riesgo. Cuando la tristeza se vuelve un riesgo para sí o para terceros, es el momento de empastillar y encerrar. La felicidad se prescribe en pastillas. Los niveles de serotonina son alterados con un psicotrópico para manipular las reacciones singulares ante ciertas situaciones, por considerarlas enfermas. Los “inhibidores selectivos” en pequeñas cápsulas borran la tristeza del mapa. La seleccionan y la inhiben. La tristeza es incómoda. En nuestra sociedad es más común ver gente desnuda que triste. La industria farmacológica vende antídotos contra la tristeza, que son consumidos por más mujeres que varones.

Son las mujeres las que heredaron la tarea de hacer felices a los demás, ese es su deber. El “equilibrio emocional” del hogar depende de ellas. Mostrarse tristes desmorona la imagen que se tiene de ella y se corre el peligro de alterar el bienestar familiar. Al diagnosticar a una mujer como depresiva, ésta se convierte en enferma mental y pierde la autonomía de su vida. Cada decisión que quiera tomar tiene que estar habilitada por otra persona. Comienza a considerarse a sí misma sin criterio, pierde la confianza en su capacidad de pensar; y las otras mujeres se alejan por miedo al contagio.

Las mujeres tardaron siglos en enterarse que los hombres las odian. Todavía existen mujeres que no lo saben. Fueron esos hombres, los que desprecian a las mujeres, los que investigaron, practicaron y experimentaron con su tristeza. Escribieron tomos, manuales y libros sobre cómo domesticarlas. Hasta el día de hoy se intenta domarlas, acotar un goce que, al ser no-todo, impone un sentimiento de vacío peligroso. Como no se sabe de qué se trata ese vacío ni parece importante preguntarles a las mujeres, se las empastilla. En algún momento estuvo prohibido que una mujer sepa leer: se las alejaba de saber lo que los hombres escribían sobre ellas.

El cuerpo sigue siendo desconocido para las propias mujeres, quienes tienen que consultar con un médico ㅡsi es varón mejorㅡ para corroborar estar “bien por dentro”. Su cuerpo se les presenta como misterioso porque es ajeno: le pertenece a la hegemonía masculina, la industria farmacológica, la medicina, los jueces, la religión y el mercado. La gran mayoría de las mujeres van por lo menos una vez por año ㅡy algunas hasta tres o cuatro vecesㅡ a hacerse introducir un artefacto ecográfico en la vagina para controlar el útero, esa parte de su cuerpo que no les pertenece. Espacio biopolítico en el que se disputa poder.

Silenciar el dolor ha sido uno de los mecanismos de dominación. El dolor se vuelve una amenaza: o te callás o van a pensar que estás loca. Por eso las locas son las que no se callaron. Audre Lorde se pregunta en Los diarios del cáncer (1980): “¿Qué tiranías te tragas día a día e intentas hacer tuyas, hasta que te enfermen y te maten, todavía en silencio?”

La tristeza es obscena, mejor llorar en el baño, cuando los niños duermen o mientras cocinás, con una copa de vino en una mano y el Clonazepam en la otra. La tristeza te convierte en una “aguafiestas”. Te vuelve la responsable de la violencia del otro. ¿No es acaso la “depresión femenina” una la respuesta al machismo? La violencia deja una herida abierta, un enojo en estado de ebullición. En cualquier momento podés estallar y que todos se enteren de lo loca y desmedida que sos: “Existen una serie de traumas que podemos soportar antes de salir corriendo a la calle y gritar”, dice Jasmine en la película Blue Jasmine (2013).  La mujer deshecha en llanto es una imagen embarazosa, fuera de lugar, desmedida e irrazonable. La tristeza no es un problema hormonal ni está en los genes. Son las mujeres las que tienen más posibilidades de vivir en la pobreza. En muchos casos dependen económicamente de un hombre y no se pueden separar, por no tener a dónde ir ni dinero para subsistir.

Ocultar la tristeza es ocultar la falta. Se adiestra a las mujeres con imperativos de equilibrio: ¡Mantené el orden! El imperativo de estar “en equilibrio” hace de la tristeza y la alegría polos diagnosticables. El equilibrio se vende por T.V.: las publicidades de yogures que “te equilibran” son dirigidas exclusivamente para las mujeres. ¿Qué varón diría “yo tomo Activia porque no puedo hacer caca” frente a millones de televidentes? Son las mujeres las que necesitan “ser reguladas”. Se les exige además que equilibren al otre. Si el varón se enoja o está de mal humor, es la tarea y responsabilidad de la mujer devolverle la tranquilidad, calmar a la fiera. Sólo si él se encuentra bien ellas pueden retomar sus actividades. Una paciente recuerda de su niñez los días en que su padre regresaba del trabajo irascible, y su madre les decía: “vayan a su habitación que papá está de mal humor”. Esa indicación era la de mantener silencio durante la cena, no quejarse ni levantar la mirada.

Hay medicamentos, tés, yerbas, bebidas, comestibles y hasta golosinas “Fem”. Me ha sucedido de ofrecerle un Ibuevanol (marca de Ibuprofeno para los dolores menstruales que contiene lo mismo que cualquier otro analgésico) a un varón que se quejaba del dolor de cabeza y que no lo acepte ya que es “para mujeres”, como si fuera a convertirse en una y eso fuese algo muy malo o peligroso. Los varones toman proteínas para remarcar los músculos y pastillas para rendir en la cama. Asumir su tristeza los desviriliza. Las mujeres consumen productos para vaciar sus intestinos y riñones. Consumen para vaciarse.

Toda la investigación de la histeria en la primera parte de la obra de Freud es sobre el motivo por el cual la memoria puede doler en el cuerpo. De ahí su inquietud sobre la conversión histérica: ¿por qué estas mujeres en lugar de recordar aquello penoso, les duele una parte del cuerpo?

Elisabeth Von R. padecía de fuertes dolores en las piernas que la inmovilizaban: su pierna derecha era donde le cambiaba las vendas de las piernas a su padre en el lecho de muerte. La pierna izquierda le dolía cuando recordaba a su hermana muerta.

Emmy Von N. hacía años que no sentía placer por la comida y tenía problemas estomacales. Cuando Freud la hace hablar, afloran recuerdos de su infancia en los que aparece su hermano moribundo con el “mal abominable”, expectorando flemas mientras cenaban.

Miss Lucy R. tenía una sensación olfatoria de pastelillos quemados que remitía a unas escenas en las que su patrón había sido violento con ella cuando no cumplió con una orden: algo olía mal.

Y a Dora le dolía la tristeza atragantada de su padre.

 La tristeza de las mujeres tiene su origen en la impotencia: la felicidad del otro depende de ellas. ¡Te tenés que mostrar feliz para que tu hábitat sea feliz! La tristeza genera culpa y autorreproches: “No quiero que mis hijos me vean triste o llorando porque se ponen mal”. La felicidad es la trampa. Se les dice a las mujeres que para agradar hay que sonreír. El feminismo cuenta la historia de las mujeres que no son felices con lo que se supone que debería hacerlas felices. Reconocer la tristeza y la decepción es un trabajo muy complejo, porque cuando una mujer denuncia una injusticia se le dice que “está siendo injusta”. El hombre se convierte en pobrecito y la mujer en mala, malísima. El terror de herir al hombre ㅡque amenazó con que si lo dejan se va a matarㅡ, las lleva a fingir, a mentirse a sí mismas. Asumir la tristeza cuando su vida debería causarle felicidad lleva a construir una pregunta masoquista: ¡¿Qué falla en mí?! Asumir como propia esa pregunta te convierte en una histérica insatisfecha a la que nada le viene bien. Una (in)satisfacción mutilante.  

La insatisfacción es una etiqueta que le han puesto los hombres a las mujeres para no escuchar lo que ellas tendrían para decir: “¡esta vida no me hace feliz!”. Es decir, un “no”. Las mujeres que no pueden decir esto es porque temen a la violencia y el desprecio del otro. Los hombres se vengan de las mujeres con el dinero y los bienes. Si ellas los dejan, ellos las dejarán en la calle, o al menos harán el intento. En general la justicia está de su lado. Si no están con ellos, si no cumplen con su papel de madres, nada les pertenece, ni siquiera sus hijos. La felicidad es una imposición de la sociedad machista.

Las pacientes tardan mucho tiempo en (de)construir la genealogía de su tristeza. Un análisis lleva tiempo porque la tristeza tiene generaciones. Cuando no se siente, cuando no se descubre ㅡen el sentido de quitarle el velo para luego seguir viviendoㅡ la tristeza queda como un estado permanente, donde el origen ya no importa porque tiñó todo. Te convertís en la que está sentada en una silla rivotrileada mientras todo el mundo baila.

El movimiento feminista reconoció la bronca de las mujeres. Tal vez llegó la hora de recuperar la tristeza contenida desde hace siglos, usurpada y clasificada por la hegemonía masculina. La tristeza de las mujeres tiene una genealogía que no se encuentra en los manuales de psiquiatría. Es incómoda y creativa, por eso la sociedad no la tolera.

 

*autora de Hacia un feminismo freudiano (La Docta Ignorancia,2019)

Cosas vistas // Julien Coupat et al

Hemos visto la libertad más básica de las constituciones burguesas —la libertad de ir y venir— ser abolida en un chasquido de dedos.
 
Hemos visto a un presidente que afirma regular los «detalles de nuestra vida cotidiana» desde el Palacio del Elíseo.
 
Hemos visto a un gobierno que promulga de la noche a la mañana nuevas costumbres, la forma correcta de saludarse y que incluso decreta una «nueva normalidad».
 
Hemos escuchado que a los niños se les llama «bombas virológicas»; para después, finalmente, decir que no.
 
Hemos visto a un alcalde que ha prohibido sentarse más de dos minutos en las bancas de «su» ciudad y a otro que ha prohibido comprar menos de tres barras de pan a la vez.
 
Hemos oído a un profesor de medicina deprimido que habla de «una forma de suicidio en masa para ellos y para los demás» a propósito de jóvenes que tomaban el sol en un parque.
 
Hemos visto un sistema de medios de comunicación perfectamente desacreditado que trata de recuperar una onza de crédito moral a través de una empresa de culpabilización masiva de la población, como si la resurrección del «peligro juvenil» fuera a traer la suya.
 
Hemos visto a 6000 gendarmes de las unidades de «montaña» apoyados por helicópteros, drones, lanchas rápidas y 4×4, comprometidos en una cacería a nivel nacional de los agrimensores de senderos, orillas de ríos, lagos, sin mencionar, por supuesto, costas.
 
Hemos visto a polacos en cuarentena que reciben la orden de elegir entre tomarse fotos en casa con una aplicación que combina la geolocalización y el reconocimiento facial, o recibir una visita de la policía.
 
Hemos oído a los ancianos que golpean la puerta de sus habitaciones de la Institución Residencial para Personas Mayores Dependientes pidiendo que les dejen salir para ver el sol quizá una última vez, y la barbarie civilizada se cubre con excusas sanitarias.
 
Hemos visto que la noción de «distancia social», ideada en los Estados Unidos de la década de 1920 para cuantificar la hostilidad de los blancos hacia los negros, se ha convertido en la norma evidente de una sociedad de extraños. Hemos visto así un concepto nacido en respuesta a los disturbios raciales de Chicago de 1919 ser movilizado para congelar la ola insurreccional mundial de 2019.
 
Hemos visto, en nuestras noches confinadas, que los satélites de Elon Musk reemplazan las estrellas, así como la caza de Pokémon reemplazó la caza de mariposas extintas.
 
Hemos visto de un día para otro nuestro departamento, que nos habían vendido como refugio, cerrándose sobre nosotros como una trampa.
 
Hemos visto la metrópoli, una vez desaparecida como el teatro de nuestras distracciones, revelarse como un espacio panóptico de control policial.
 
Hemos visto en toda su desnudez la estrecha red de dependencias de la que nuestras vidas están suspendidas. Hemos visto a qué se sujetan nuestras vidas y por qué somos sujetados.
 
Hemos visto, en su suspensión, la vida social como una inmensa acumulación de limitaciones aberrantes.
 
No hemos visto ni Cannes, ni Roland Garros, ni el Tour de Francia; y eso estuvo bien.
 
Hemos leído esta declaración del Centro de Empleadores Suizos: «Debemos evitar la tentación de que algunas personas se acostumbren a la situación actual, o incluso que se dejen seducir por sus insidiosas apariencias: mucho menos tráfico en las carreteras, un cielo desértico por el tráfico aéreo, menos ruido e inquietud, una vuelta a la vida simple y al comercio local, el fin de la sociedad de consumo… Esta percepción romántica es engañosa, porque la ralentización de la vida social y económica es en realidad muy dolorosa para innumerables personas que no desean soportar más esta experiencia forzada de decrecimiento».
 
Hemos visto a los Estados Unidos, Francia o Italia que declaran una guerra que está destinada a ser despiadada contra un enemigo que es, por supuesto, invisible, e imitar el poder chino en esto. Hemos visto a los Estados más occidentales que adoptan de forma natural las palabras, los métodos y las maneras que se consideran característicos del «despotismo oriental»; pero sin los medios para hacerlo. Hemos visto que la despiadada gubernamentalidad de China es designada como un enemigo porque en realidad sirve como modelo. Hemos visto hacia dónde tienden las democracias.
 
Hemos visto que lo social es cada vez más absorbido por lo gubernamental, y que lo gubernamental se reduce a lo puramente hostil. Hemos visto la separación consumada que coincide con el proyecto de una gubernamentalidad perfecta.
 
Hemos visto durante semanas el interminable sketch televisivo de los cubrebocas, las pruebas y los puntos de reanimación. Y hemos visto en esta mascarada un reflejo de nuestra propia e inconmensurable impotencia.
 
Hemos visto la pasión triste de estar bien gobernado como algo que siempre tiene que ser decepcionado.Hemos visto a las costureras de las aldeas suplir las carencias del Estado y a los cuidadores hablar más alto que un presunto Presidente. Sólo hemos visto portavoces sin voz, generales sin ejércitos, estrategas sin estrategia y ministros sin magisterio. Hemos visto la vieja fe en el Estado desmoronarse en el mismo momento en que se le ha dado al Estado una razón de ser inesperada.
 
Hemos visto al Estado francés, tan comúnmente golpeado por la grandiosidad como todo aquello que es francés, reducido a su verdadero estatuto de Estado fallido. Lo hemos visto escondiendo bajo los oropeles de su aparato una realidad del Tercer Mundo: robando cubrebocas a sus propias colectividades locales y a sus «aliados europeos», movilizando al ejército como el primer presidente mexicano que vino a escenificar un control de la situación en el que nadie cree, imitando la eficacia de cartón con helicópteros y trenes de alta velocidad, apropiándose como propios los estallidos espontáneos de solidaridad hacia los cuidadores que nunca había dejado de desplumar.
 
Hemos visto, a través de los agujeros de los abrigos de las enfermeras, el intenso bricolaje que pasa por «nuestras instituciones».
 
Hemos visto la meta-burocracia privada de las empresas consultoras mundiales tan torpe como la burocracia estatal, y en todas partes extendiendo su control.
 
Hemos visto cómo los Estados Unidos, en los hechos un Estado fallido, cuenta con el valor de Francia.
 
Hemos visto por todas partes la pretensión de administrar las cosas, de gestionarlas desde lejos, chocando con la realidad; y eso, para empezar, en el hospital.
 
Hemos visto que el reflejo de centralizar-planificar-organizar en todas partes empeora la situación, y sólo mejora la imagen de los organizadores.
 
En el punto álgido de la crisis, hemos visto al Estado como algo que ya no necesitamos, y del que nada emana en forma de alivio más que una sorda amenaza y golpes bajos. Hemos visto que vivir sin el Estado, o lejos de su imperio, se ha convertido para muchos en la primera medida vital.
 
Hemos visto cómo la autoorganización local se despliega, de lo cercano a lo cercano, dentro de los territorios vividos, como un reflejo vital que devuelve un poco de sentido y agarre,  como una experiencia ínfima pero real de potencia colectiva.
 
Hemos visto la pasión por el jardín, o incluso el gallinero, apoderarse de aquellos que hasta entonces sólo tenían tres macetas de flores marchitas.
 
Hemos visto, en el galope de prueba del confinamiento mundial, que no hay ruptura entre un mundo antes y un mundo después. Lo hemos visto como un simple revelador del mundo que ya estaba ahí, pero cuya coherencia hasta ahora había sido mortal.
 
Hemos visto el surgimiento, con el arresto domiciliario de la mayoría de la población mundial, de la nueva arquitectura plenamente dispuesta de la separación, donde la ausencia de contacto es la condición para que todas las relaciones sean mediadas cibernéticamente.
 
Hemos visto la aparición del hasta ahora clandestino ecosistema de la vigilancia de masas, a la luz de algunas estadísticas del Ministerio del Interior sobre el 20 % de los parisinos que se marcharon de su ciudad para confinarse en otro lugar. Hemos visto que era inútil, en este ámbito, distinguir entre la organización estatal y los data brokers privados, entre los que detentan los títulos y los que disponen las palancas.
 
Hemos oído a Eric Schmitt, antiguo jefe de Google, que se ha convertido en un pilar del complejo militar-industrial estadounidense, formular aquello que se cuidan de no decir oficialmente en Francia: la desescolarización conectada de los niños es, en efecto, un «experimento masivo de educación a distancia». Luego especifica el plan: «Si queremos construir la economía y el sistema educativo del futuro en toda la televisión, necesitamos una población totalmente conectada y una infraestructura ultrarrápida. El gobierno necesita hacer inversiones masivas —tal vez como un paquete de estímulo— para convertir la infraestructura digital de la nación en plataformas basadas en el cloud y conectarlas a través de la red 5G». Hemos visto en su llamada de gratitud a los gigantes digitales —«¡Piensa en cómo sería tu vida en Estados Unidos sin Amazon!»— la voz triunfante de los nuevos amos.
 
Hemos visto, bajo el pretexto imparable de la pandemia, que aparece la coherencia de las partes hasta entonces desarticuladas de los planes imperiales: geolocalización, reconocimiento facial, Linky, exceso de drones, prohibición de pagos en efectivo, Internet de las cosas, generalización de los sensores y la producción de rastreo, arresto domiciliario digital, privatización exasperada, economías masivas mediante el teletrabajo, el teleconsumo, la teleconferencia, la teleeducación, la teleconsulta, la televigilancia y, por último, la telelicencia.
 
Hemos visto en el nivel de equipamiento tecnológico de cada uno las condiciones para soportar una forma de encarcelamiento que, incluso hace diez años, habría resultado intolerable; algo así como la introducción de la televisión en la cárcel extinguió las grandes revueltas que había.
 
Hemos sido testigos de la rápida inflación de un tipo específico de tecnologías: de las que Kafka dijo que perecemos porque «multiplican lo fantasmal entre los hombres».
 
Hemos visto, con el confinamiento mundial, la socialización de lo virtual respondiendo a la virtualización de lo social. Lo social ya no es lo real. Lo real ya no es lo social.
 
Hemos visto en los Estados Unidos que el toque de queda de la policía ha tomado el relevo del confinamiento sanitario, y las aplicaciones de rastreo imaginadas «para el Covid» se utilizan para rastrear a los amotinados.
 
Hemos visto en Francia que las manifestaciones que antes estaban prohibidas por razones impenetrables de orden público, ahora son prohibidas por razones impenetrables de orden sanitario.
 
Hemos visto, una vez que la población ha sido confinada, que la policía goza hasta el asesinato su soberanía recuperada en un espacio público idealmente desierto.  Y hemos visto a cambio, en los Estados Unidos, en qué puede consistir el éxito del desconfinamiento: el regreso a las calles, los motines, los saqueos, la reducción a cenizas de la policía, los grandes almacenes, los bancos y los edificios gubernamentales.
 
Hemos visto en un balcón de Nantes esta estúpida y cobarde pancarta: «¡Quédense en casa! ¡Preparemos las luchas del mañana!».
 
En todas partes, hemos visto a ciudadanos que se hacen eco del «¡vuelve a casa!» ladrado por los policías y sus drones.
 
Hemos visto a la izquierda, como siempre, en la vanguardia del «civismo» que los gobernantes aspiran a producir; en la vanguardia, por lo tanto, del controlismo.
 
Hemos visto cómo el chiste de los «permisos para vivir» imaginados en 1947 por los dadaístas del Da Costa Encyclopédique se ha hecho realidad como una política de Estado y una medida ciudadana. El hecho de que fuera posible para todos obtenerlos debería habernos alertado sobre la naturaleza estrafalaria de la iniciativa.
 
Hemos visto de qué se trata el «rigor fiscal», así como el imperativo moral de levantarse temprano en la mañana para ir al trabajo.
 
Hemos visto, para aquellos que continúan trabajando, que el trabajo forzado es la verdad del trabajo asalariado, que la esencia de la explotación es no tener límites y que la autoexplotación es su primer recurso.
 
Hemos visto la jerarquía social como puramente basada en el grado de parasitismo. Hemos visto a la sociedad del utilitarismo enviar a sus propios gerentes a casa como «no esenciales».
 
Hemos experimentado en la falsa alternativa entre un espacio público bajo completo control y un espacio privado prometido a la misma suerte la falta de lugares intermedios de los que podamos retomar localmente en nuestras manos condiciones de existencia que, por todos lados, se nos escapan. Hemos visto en la proliferación de intermediarios de todo tipo —tanto comerciales como políticos, tanto intelectuales como sanitarios— la consecuencia de esta falta de lugares.
 
Hemos sentido al aparato mediático y gubernamental, desde palinodias hasta crudas mentiras, desde contradicciones abiertas hasta revelaciones fingidas, tocando durante dos meses en nuestros estados de ánimo como en un piano. Y disfruta tanto del ejercicio que pretende continuar el mayor tiempo posible.
 
Hemos experimentado cómo, por la insondable amenaza del virus, se nos vinculó a nosotros mismos al vincularnos con los demás, pero por un vínculo que es la propia desvinculación: el miedo.
 
Hemos visto surgir una nueva virtud cívica de lo que sólo ayer fue un delito: estar enmascarado. Hemos visto que el pavor proclama su altruismo y la normopatía se da como ejemplo. Hemos visto el más completo desconcierto sobre el modo de vivir, la más completa extrañeza hacia uno mismo, dando lecciones de saber-vivir. Hemos visto en esta incertidumbre, y en esta extrañeza, la promesa de una moral completamente reprogramable.
 
Hemos visto a gobernantes y corporaciones transnacionales que celebran el care con la única esperanza de disuadirnos de hacerles la guerra. Hemos visto a los campeones del descrédito que tratan de cubrir los abucheos que se les hacía al hacer que los condenados del asalariado aclamaran. Hemos visto a los evasores que inventan siempre el heroísmo de los «luchadores de primera línea» como la última forma de esconderse.
 
Hemos visto cómo la imposibilidad de distinguir la verdad de la mentira, y no el reinado exclusivo de la mentira, nos hacía maniobrables a voluntad, cómo, al ser negada sistemáticamente la más mínima información concluyente durante el día por otra no menos improbable, bastaba con mantener una cierta niebla sobre todos los datos cuyo monopolio tienen los gobernantes para hacernos perder el equilibrio.
 
Hemos visto a la ciencia tan plagada de intereses que es incapaz de producir el más mínimo indicio de verdad. Hemos visto el saber tan saturado de poder que ha implosionado. Nos hemos quedado con la intuición y la investigación situada como los últimos caminos practicables de acceso a lo real, como las raíces de todo razonamiento lógico.
 
Hemos visto la causa de la «salud pública» como una expropiación pura y simple de cualquier certeza sensible sobre nuestra salud real.
 
No hemos probado la benévola inquisición de las «brigadas de ángeles guardianes» del doctor Olivier Véran.
 
Hemos visto al soberano republicano realizar su sueño de reunir para su misa a todos sus súbditos idealmente separados frente a su pantalla entre las cuatro paredes de su casa, y finalmente reducidos a su contemplación exclusiva. Hemos visto al Leviatán realizado.
 
Hemos visto a Macron apoderarse pacíficamente del 1 de mayo de los trabajadores y de los días felices del Consejo Nacional de la Resistencia, y a los izquierdistas imitando su legado en lugar de concluir que había caducado para siempre.
 
Hemos visto, durante dos meses, al siempre presente izquierdismo multiplicar las convocatorias en el vacío y los programas para nadie. Hemos visto que es incapaz, en estas «circunstancias excepcionales», de hacer otra cosa que no sea movilizar, es decir, explotar hasta el agotamiento los últimos recursos subjetivos.
 
Hemos visto a los grandes libertarios alabando el confinamiento y promoviendo la utilización ciudadana de cubrebocas y a los mayores fascistas denunciando la tiranía. El anarquista que quiere creer en la buena voluntad o incluso en la benevolencia del Estado nos recuerda así que no hay gobierno sin autogobierno, y viceversa. El gobierno y el autogobierno son solidarios, forman parte del mismo dispositivo. El hecho de que el pastor cuide de su rebaño nunca le ha impedido llevar los corderos al matadero.
 
Hemos visto a los marxistas, aturdidos por el hecho de que los «servidores del capital» interrumpen su reproducción en menor medida, ahogarse de que el clero de la economía decide bloquearla un poco, en resumen: hemos visto a los marxistas descubrir que la economía no es un dato crudo e insuperable, sino una forma de gobernar, y de producir, un cierto tipo de hombres.
 
Hemos visto a un burgués de Borgoña, un filósofo en su tiempo, que ayer mismo cantaba «la economía como ciencia de los intereses apasionados» y pedía a Microsoft que financiara su cátedra universitaria, convocando salir de la economía.
 
Hemos visto, con ocasión del confinamiento, a un rico chino de Aubervilliers robar sin retorno a la maestra de su hijo como tutora doméstica, y duplicar su salario para ello, menos tacaño en este aspecto que tantas familias de la burguesía parisina, pero no menos decidido a poner fin a la educación pública.
 
Hemos visto que la Educación Nacional pide a su personal que esté atento «en los pasillos y el patio para vigilar las palabras que atenten contra la cohesión social».
 
Nos hemos encontrado, en la maleza del confinamiento, con las sonrisas de la infracción cómplice. Hemos visto un gobierno tan centrado en la disciplina que termina dando a simples picnics en el bosque aires de conspiración, y a los buenos ciudadanos reflejos de equilibrio.
 
Hemos visto cómo la Federación Nacional de Sindicatos de Explotadores Agrícolas, siempre dispuesta a relanzar, como en 1942, algunos nuevos «campos de trabajo para jóvenes», se escandalizaba de que los voluntarios reclamaran ahora que se les pagara, sólo para recurrir a la explotación de los migrantes indocumentados en los lugares donde los rumanos faltan.
 
Hemos visto, como en 1942, a buenos franceses siempre dispuestos a denunciar a los no confinados, y a Ouest-France lanzándose a sutiles distinciones entre delación y denuncia.
 
Hemos visto a los cabrones —pesquerías industriales, grandes forestadores o agroindustrias— con cada brida desatada, intensificar aún más su explotación de los océanos, la tierra y los bosques mientras estábamos encerrados en nuestras casas.
 
Hemos visto a aquellos que, ante el acontecimiento, están ansiosos por construir «el mañana» para «el próximo mundo» donde puedan asegurar sus acogedoras ilusiones, y a aquellos que están dispuestos a tomar acción a partir de lo que está sucediendo, sin importar lo escalofriante que pueda ser.
 
Hemos visto, entonces, quién se vuelve loco, y quién mantiene la cabeza fría, quién se suscribe al pánico y quién permanece digno, quién tiene propaganda en su boca y quién todavía se las arregla para sentir y pensar por sí mismo.
 
Hemos vislumbrado la entrada en otra temporalidad, ajena al tiempo social, más densa, más continua, más ajustada, propia y compartida. Hemos deseado el acercamiento físico de nuestros seres queridos, y el distanciamiento de los más hostiles de nuestros vecinos.
 
Hemos visto cómo se fortalecen todos los lazos y todos los lugares que nos rodean y que hacen que la vida esté viva, y cómo desaparece todo lo que carecía, en el fondo, de razón de ser.
 
Hemos visto todo esto, y esto determina una compartición, una compartición con aquellos que acogen las verdades del acontecimiento y una partición con aquellos que todavía no ven nada. No tenemos intención de convertir a estos últimos en nuestros puntos de vista: ya nos han obstaculizado bastante con su maldita ceguera.
 
Vemos, ante la creciente «ingobernabilidad de las democracias», que se endurece un bloque socio-gregario dotado de aparatos tecnológicos, financieros y políticos, mientras se van formando mil deserciones singulares y pequeños maquis difusos, alimentados por algunas certezas y algunas amistades. Vemos la deserción general fuera de esta sociedad, es decir, fuera de las relaciones que esta sociedad comanda, imponerse como la medida elemental de supervivencia sin la cual nada puede renacer. Vemos la aniquilación como el destino manifiesto de esta sociedad, y como lo que les corresponde precipitar a aquellos que han emprendido desertarla; si al menos queremos que la vida en la Tierra vuelva a ser respirable, dondequiera que esté. El muro al que nos enfrentamos en este momento es el de los medios y las formas de la deserción. Tenemos la experiencia de nuestros fracasos como explosivo para hacerlo ceder. Cualquier estrategia surge de esto.
 
Nos hemos propuesto formular lo que vimos la primavera pasada, antes de que la amnesia organizada llegara a cubrir nuestras percepciones. Lo hemos visto y no lo olvidaremos. Más bien, reconstruiremos sobre esas evidencias. No presuponemos ningún nosotros, ni el del pueblo, ni el de ninguna vanguardia de la lucidez. No vemos otro «nosotros» en esta época que el de la claridad de las percepciones compartidas y la determinación de actuar en consecuencia, en cada nivel de nuestras modestas y locas existencias. No buscamos la constitución de una nueva sociedad, sino de una nueva geografía.
 

Análisis militante del inconsciente // Emiliano Exposto y Gabriel Rodriguez Varela

“Introducción” al libro Manifiestos para un análisis militante del inconsciente (2020) publicado por Red Editorial en la colección 90 Intervenciones.

Este libro compila y reelabora bajo la forma de manifiestos dos de las publicaciones que realizamos durante el 2019 en medios digitales (Lobo suelto! y Revista Intersecciones). Los textos constituyen una intervención marxista implicada en inmanencia a los campos problemáticos del psicoanálisis en particular y del giro malestarista que se registra en las teorías críticas contemporáneas en general. En lo que hace al primero de tales campos, exploramos una orientación crítica de la clínica con el objetivo de establecer las coordenadas mínimas desde las cuales contribuir a suscitar procesos institucionales, culturales, teóricos y políticos tendientes a expropiarle la propiedad pública y privada del inconsciente a la burguesía psicoanalítica. Buscamos con ello colaborar con la aceleración del movimiento transversal de democratización de la función-analítica que ya se viene generando en diversas prácticas sociales, instituciones, movimientos populares y luchas concretas. Respecto al segundo campo de problemas, indagamos en una orientación clínica de la crítica según la cual viabilizar una política comunista del síntoma, disputando el sentido de la misma en el marco de la pregnancia que adquieren en la actualidad de las teorías críticas los temas referidos al “malestar”, la “politización del dolor” o la “socialización del padecer”. A los efectos de construir una plataforma en virtud de la cual hacer frente a ambos desafíos, entendemos necesario componer colectivamente un análisis militante del inconsciente, cuya perspectiva anticapitalista nos permita conjugar una teoría crítica global de la sociedad moderna y una clínica situada del síntoma social, implicadas hacia el interior de experiencias de lucha y organización que se desarrollan en el presente. El objetivo estratégico de un análisis militante, entonces, no podría ser otro que cooperar con los procesos históricos que se orientan hacia una revolución permanente de lo inconsciente capitalista.

Nos proponemos dinamizar una crítica radical a la orientación burguesa del psicoanálisis hegemónico en la Argentina posdictatorial. Buscamos poner de manifiesto las razones en las que se justifica su necesaria transformación, supresión y superación en un sentido emancipatorio. Ese psicoanálisis, aburguesado en sus dispositivos, contradictoriamente capitalista en sus teorías y más allá de su autopercepción de “radicalidad subversiva”, no ha cesado de hacer sistema con el sistema productor de sufrimiento, es decir con el modo de producción capitalista. Entendemos que aquello que se dirime en la disputa por la orientación del análisis de lo inconsciente no puede quedar reducido, tal y como pretende la “burguesía psi”, a la unificación o fragmentación del movimiento psicoanalítico en pos del resguardo de La Causa Freudiana; o en su defecto, a las disputas por la defensa de los intereses corporativos tras las bambalinas de un pretendido “salvataje del sujeto y la singularidad” ante el embate de la industria farmacéutica y las terapias que gravitan más próximas a su órbita. En cambio, lo que se dirime es la posibilidad política de intervenir en el espacio donde se entrecruzan inconsciente y modernidad capitalista; se debate la capacidad clínica de combatir a los enemigos que habitan en nosotros mismos; se juega la comprensión del nudo inconsciente entre las temporalidades de larga y mediación duración (lenguaje, patriarcado, monoteísmo, colonialismo, etc.) y la temporalidad capitalista; se abre la oportunidad crítica de politizar las encrucijadas entre contradicciones objetivas y conflictos subjetivos, deseo y valor, sujeto y trabajo, goce y capital, sentido y mercado, significante y dinero, fantasma y mercancía, síntoma e individuación capitalista.

Por estos motivos creemos que es urgente gestar democráticamente una herramienta política y cultural con la cual articular las resistencias que hoy se están realizando contra el estado de cosas y de signos existentes en el “campo psi”; intentando radicalizar esas experiencias estableciendo una retaguardia común para enfrentar las represarías político-institucionales del freudolacanismo dominante. En términos tácticos, procuramos contribuir con la construcción de un frente único contra la burguesía psicoanalítica en todos sus planos de realidad. Elaborando como alternativa un análisis militante que se presente con independencia política, autonomía de clase en la batalla teórica y cultural, y con una clara demarcación programática en las hipótesis estratégicas conformadas en función de una revolución de lo inconsciente.

No queremos dejar de mencionar que el presente libro sería inconcebible sin los encuentros de reflexión compartidos con diferentes compañerxs en el seminario “Problemas de marxismo y psicoanálisis” que llevamos adelante desde la Cátedra Abierta Félix Guattari, la cual inauguramos junto a Mariano Pacheco y José Ignacio Scasserra en 2019. El carácter combativo de los manifiestos que integran el libro es deudor de la impronta que imprime el espacio en donde se desarrollaron esos encuentros y reflexiones: la Universidad de lxs trabajadorxs-IMPA. Lugar que fuera en 2001, y que aún sigue siendo, referencia cardinal de las discusiones que nos disponemos afrontar. Para nosotros no es mera contingencia que el libro surja como resultado de un conjunto de debates realizados en una Universidad que funciona en las instalaciones de la primer fábrica recuperada de Argentina por la lucha de lxs trabajadorxs pertenecientes al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER).

En el marco de la Universidad de lxs trabajadorxs, decir “psicoanálisis”, en función de un diagnóstico compartido por el conjunto de lxs compañerxs en torno al carácter elitista, clasista, patriarcal, cisheteronormativo y antipopular de la “invención freudiana”, prefiguraba desde el vamos que la invitación a reflexionar sobre el mismo no podía ser el convite para redundar en las cantinelas reaccionarias en las que pretenden adoctrinarnos lxs enemigxs de clase en psicoanálisis; esas cantinelas con las que machacan a diario quienes se erigieron en clase dominante del inconsciente haciéndose con el monopolio público y la propiedad privada del psiquismo desde la última dictadura. Es pertinente recordar que esta dominación se ha construido apoyándose en los servicios genocidas de los milicos en su connivencia con la burguesía local. Encontrando su condición histórica en el exilio, la represión, la tortura y la desaparición de compañerxs que, al tiempo que militaban por la superación revolucionaria del capitalismo, comprometían la puesta en función del psicoanálisis con los procesos sociales, culturales, sindicales y políticos a través de los cuales se disponía efectivizar dichas transformaciones. Haciendo propias las referencias centrales que comparten lxs compañerxs del MNER, este libro en particular y nuestro proyecto de investigación política en general, no dejara de tener como objetivo ocupar el campo del análisis de lo inconsciente actualmente dominado por la burguesía psicoanalítica; resistir los embates de su máquina de terror disciplinante ante cualquier confrontación deliberada; y producir un análisis militante de la construcción situada de lo inconsciente en pos de transformar las relaciones sociales que lo generan y reproducen.  

Los manifiestos aquí compilados pretenden ofrecerse entonces como un aporte para relanzar un nuevo ciclo de la lucha de clases en lo que hace al análisis de las determinaciones y posibilidades inconscientes en la modernidad capitalista. Resulta indispensable destacar que esto se inscribe hacia el interior de un proyecto más amplio de reconstrucción intergeneracional de las teorías críticas y de las prácticas políticas revolucionarias, en el cual están implicadxs compañerxs de otros espacios que no solamente tributan al marxismo y/o al psicoanálisis, sino que provienen desde otras tradiciones, inquietudes y perspectivas. En el marco de ese proyecto, el desafío es asimismo colaborar con la elaboración de una epistemología proletaria. Entendiendo que está podría funcionar como el esquema de referencia para la configuración de una práctica de análisis militante del inconsciente operativizada en las experiencias situadas de organización y autogestión instituyente en activismos, territorios, cooperativas de trabajo, instituciones sociales, sindicatos, organizaciones políticas, colectivos militantes o movimientos populares. Un análisis motorizado desde el punto de vista de las luchas concretas que buscan poner en crisis las formas actuales de la dominación, politizando el sufrimiento que las relaciones establecidas producen inconscientemente en los actores particulares y en los agentes colectivos de espaldas a su voluntad consciente, demandas de grupo o intereses preconscientes de clase. Precisamente, esa es la impronta de las actividades impulsadas desde La Guattari, las cuales se prolongan en distintos talleres de autoformación, militancia en organizaciones políticas de izquierda, intervenciones en instituciones, inserción en movimientos populares, cooperación con grupos activistas, congresos, publicaciones, espacios de co-visión e investigación técnica sobre la práctica clínica del psicoanálisis, participación en jornadas nacionales e internacionales, etc.

Por último, nos interesa destacar que este libro es parte de un esfuerzo más amplio de experiencias desde abajo y a la izquierda que vienen resistiendo al despotismo de la Máquina-Miller. Nuestro programa de politización del inconsciente no expresa más que una tendencia entre tantas otras prácticas, activismos, militancias, disputas institucionales, teorías y perspectivas que combaten los modos dominantes y autoritarios del psicoanálisis hegemónico, con la intención de recomponer la correlación de fuerzas en el “campo psi”. Es en relación a tales prácticas de resistencia que hacen del psicoanálisis un campo de batallas, que estos manifiestos pretender colaborar con la construcción de estrategias y marcos de alianzas que radicalicen una confrontación abierta contra las formas establecidas del psicoanálisis posdictatorial en Argentina.

 

 

Tanto que no se pierde // Diego Tatián

Solitario en su momento, hay un libro decisivo por su generosidad y por su anomalía, cuya marca exhibimos con alegría quienes llegamos un poco más tarde. Con los años, Spinoza: la política de las pasiones se volvió muchos libros en toda América Latina, que abierta o secretamente abrevaron de él, y hoy componen una biblioteca spinozista “salvaje”, cuya raíz llega a ese pequeño volumen verde como a su semilla. Al escribirlo y publicarlo, acaso sin saberlo, Gregorio Kaminsky dejaba una ofrenda que se transmite desde entonces entre tantos lectores, desconocidos o agradecidos por su trato cómplice.

En una línea de interpretación tributaria de la recepción francesa (sobre todo Deleuze, también Guéroult, Balibar, y otros), este escrito precioso y audaz[1] realiza una lectura de la Ética (en particular las partes III y IV), afirmando un Spinoza “pasionalista” –“Baruch Spinoza es un pasionalista aboluto”, no intelectualista ni racionalista-, según una analítica de las pasiones que registra una politicidad compleja a la vez que primaria, y proporciona una clave privilegiada de decodificación social. El pensamiento de Spinoza es aquí considerado como una filosofía del cuerpo, el deseo y la imaginación: “lugar de verificación de la unidad inescindible de las cosas extensa y pensante; cuerpo e idea, materia y espíritu. Para Spinoza, toda la subjetividad está comprometida en el proceso de la imaginación”[2].

El programa filosófico de la Ética busca así establecer una “racionalidad encarnada”, no contradictoria con la vida de la imaginación ni con el juego de las pasiones exentas de tristeza, sino antes bien derivada de este ámbito elemental; precisamente aquí, según Kaminsky -y no tanto en la filiación republicana explícita del filósofo ni en su denostado ateísmo-, estriba el “escándalo spinozista”, en la medida en que su pasionalismo desactiva el sometimiento del cuerpo por el alma a la vez que libera sus poderes. Como un corolario de esta antropología pasional, el carácter radicalmente no tanático de la filosofía spinozista se sustrae al “delirio teológico que hace de la negación, la impotencia y la muerte las formas últimas en las que se apoya la dominación política y la servidumbre que le es correlativa”[3] .

Anti-cartesiano, anti-hegeliano, no indiferente a los grandes motivos del psicoanálisis, el Spinoza de Kaminsky demarca una economía de las pasiones a partir de la cual las discordias y conflictos acceden a su desembocadura social: “La mejor política de las pasiones es, pues, la de la razón apasionada, que procura y tiende a la composición de muchísimos individuos en un Individuo Superior, tan inmanente a la naturaleza del hombre como su propia razón”[4]. El Spinoza “pasionalista” de Kaminsky tiene en el exilio su contexto de investigación y de escritura; trae desde el destierro una marca libertaria (casi diríamos una herida libertaria) que, tras el diluvio, reimpulsó el pensamiento desde otras claves y con otros horizontes.

Años más tarde, en noviembre de 2001, se hicieron en Córdoba unas Jornadas sobre el pensamiento de Baruch Spinoza, y con ellas comenzó una reflexión colectiva y sistemática de la obra spinozista que se extiende hasta ahora y cuenta con quince Congresos Internacionales continuos. Goyo fue uno de los impulsores -como también de todos los que siguieron luego- de aquel encuentro de 2001 (que no era un momento cualquiera en la Argentina), en el que también participaron Horacio González, Cecilia Abdo Ferez, Ezequiel Ipar, Mariana Gainza, Sebastián Torres, entre otros.

Algunas de sus intervenciones, que extienden la lectura iniciada por el libro de 1986, nos quedan publicadas en los volúmenes que recogen los textos de esos encuentros. Lo que no queda, más que en la memoria, es la vitalidad, la lucidez y la alegría que Goyo imprimía en esos días con amigos y amigas de todo el mundo; las conversaciones en alguna caminata por la mañana antes de comenzar las discusiones o en el momento de compartir el vino por las noches.

De entre todos sus trabajos[5], que he vuelto a leer en este tiempo adverso para la vida y para el pensamiento, hay dos de los quisiera hacer mención –fueron efectivamente presentados y constan en los programas de los coloquios respectivos aunque, no sé por qué motivo, no fueron enviados por Goyo para su publicación. Uno de ellos, leído en el Coloquio de 2007, llevaba por título Bios. Apunte de inmunología spinoziana, en tanto que el otro trataba sobre Ontología y enfermedad. Spinoza, la vida y sus desarreglos –sería publicado luego por el número de la revista Confines correspondiente a 2009 y allí dedicado a Nicolás Casullo (cuya muerte acaba de cumplir diez años en octubre último).

Aunque trato de hacer memoria, no puedo reconstruir más que en fragmentos una conversación con Goyo, en la terraza del hotel de Vaquerías -donde tuvieron lugar la mayoría de estos encuentros-, en la que me habló de la enfermedad. De la suya. Y de la decisión de vivir y pensar su enfermedad en diálogo con Spinoza, que algo sabía de ello.

En ese texto que escuchamos en Vaquerías y luego sería publicado en Confines -desgarrador, leído con el tiempo- habló de la enfermedad de Spinoza, que era la tisis; habló de la fragilidad de su constitución; habló de la carta de 1665 donde cuenta haber debido hacerse una sangría tras un viaje a Ámsterdam y de sucesivos ataques de fiebre terciana; habló del interés de Spinoza por la sangre y del argumento hematológico en una discusión con Oldenburg, eminente científico de la Royal Society de Londres (“Spinoza –dice Kaminsky- sabe de sangre, sabe de lo que acontece con la suya, formula la alegoría del gusanito [que habita en la sangre]… un gusano migratorio que navega llevando su carga, como por ejemplo un bacilo contagioso”). Revisó todas las biografías, antiguas y modernas, en busca de indicios del combate de Spinoza contra su mal, y como al pasar recuerda una frase de Gebhardt: “Nunca nadie lo oyó quejarse de su enfermedad”.

Creo que la búsqueda de Goyo en los últimos años fue la de aprender a morir con un filósofo para quien “el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte”. Aunque he olvidado las palabras, una memoria afectiva me ofrenda que era ese el sentido de lo que buscaba decirme en esa perdida conversación sobre filosofía y enfermedad, en una también perdida noche cordobesa.

Pero acaso lo importante no son tanto los libros y los escritos a los que dedicamos las horas como lo son las vidas capaces de hacer experiencias con la eternidad, vidas que por eso no mueren nunca del todo. Aprendimos del Goyo que esas experiencias están al alcance de cualquiera y no son ajenas a cosas simples como el amor por las ideas, la reacción elemental por la injusticia, la conversación o la amistad. Tanto que no se pierde.

 

Diego Tatián

[1] Gregorio Kaminsky, Spinoza: la política de las pasiones, Gedisa, Buenos Aires, 1990.

[2] Ibid., p. 36.

[3] Ibid., pp. 113-120.

[4] Ibid., p. 173.

[5] Otros escritos de Kaminsky sobre Spinoza, “Spinoza peligroso: pasiones, imaginario y subjetividad”, en Coloqio internacional Spinoza, Dolmen, Santiago de Chile, 1996; “Sed perseverare imaginarium”, en Horacio González (comp.) Cóncavo y convexo. Escritos sobre Spinoza, Altamira, Buenos Aires, 1999; “La sociedad de los hombres torcidos”, en Tatián Diego y Torres, Sebastián (editores) Las aventuras de la inmanencia. Ensayos sobre Spinoza, Cuadernos de Nombres nº 1, Córdoba, 2002, pp. 9-18; “Spinoza en el mundo de la frágil seguridad”, en AA.VV., Spinoza. Primer Coloquio, Altamira, Buenos Aires, 2005; “Securitatem, inter metum et desperatio”, en AA.VV., Spinoza. Segundo Coloquio, Altamira, Buenos Aires, 2006; “Resentimiento y rencor en los arrabales del mundo”, en AA.VV., Spinoza. Tercer Coloquio, Brujas, Córdoba, 2007; “Ontología y enfermedad. Spinoza, la vida y sus desarreglos”, en Pensamiento de los confines, nº 23 / 24, abril de 2009.

“Frente a la cuestión de la igualdad se define toda la política” // Entrevista a Diego Sztulwark por Daniel Mundo (Agencia Paco Urondo)

El plebeyismo insubordinable

Pandemia. Cuarentena. Por un tiempo, el capitalismo se detuvo. Todo parecía posible. Fue una ilusión óptica que duró unos días. En cuanto se salió de la sorpresa y la inercia, el enemigo puso de nuevo en funcionamiento sus mecanismos de explotación habituales. En el interregno, me encontré con el libro de Diego Sztulwark, La ofensiva sensible (Caja Negra, 2019), en el que se piensan desde una nueva izquierda clásica los nodos centrales de este régimen de vida al que nos sometemos. El afecto es la última mercancía producida por el capitalismo desalmado. Frente a este horizonte, me pareció más que oportuno charlar con Diego. Por motivos obvios, no pudimos juntarnos. Por razones técnicas, no logramos armar un encuentro virtual. Casi hicimos todo a la vieja usanza: le formulé algunas preguntas, y Diego, generosamente, las respondió.

La ofensiva sensible | El Cohete a la Luna

AGENCIA PACO URONDO: Me gustó la elaboración teórica, y el respeto por el cruce de dos tipos de experiencias: la reflexión y el compromiso. Criticás al «cuadro militante organizado» y recuperás otro compromiso que pareciera rebelarse a la obediencia. ¿Cómo concebís ese cruce?

Diego Sztulwark:¿Me preguntás si defiendo una posición de una militancia no organizada contra el cuadro político? ¿O lo afirmás? Lo que yo trato de explicar ahí tiene que ver con una larga discusión que existe entre las personas que creen que la política se da a partir de una organización centralizada, con las muchas formas que puede tener esto. Y que creen que ese centro se concreta en una estructura que tiene como una jefatura muy clara, una línea centralizada y después un activismo militante muy amplio que le da cuerpo a esa línea política, ¿no? Tanto en la izquierda como en el peronismo existen versiones de esto. Se puede decir que es la política clásica, un poco tradicional, en la que yo también me formé de chico, cuando empecé mi militancia. Yo no desprecio esa idea para nada. Y hay que reconocer que las revoluciones efectivas hechas durante el siglo XX, las que uno admira más allá de las discusiones que merecen, han contado con esa práctica militante. Hace un tiempo salió un libro muy importante, me parece a mí, sobre la militancia. Muy bien escrito. Muy bien pensado, de Damián Selsi. Se llama Teoría de la militancia. Trata sobre la militancia en los noventa y en el 2001. Selsi hace una reivindicación muy fuerte del militante como parte de una estructura y una organización. Y presenta al militante, al aspirante al cuadro y al cuadro como la máxima realización de una forma de responsabilidad por lo colectivo. Y yo no estoy de acuerdo con eso. Es decir, me parece que en Argentina y en la historia latinoamericana no es tan fácil decir esto, sobre todo después de las dictaduras, del terrorismo de Estado, de la instauración del neoliberalismo, no es tan fácil afirmar que las formas de la responsabilidad de lo colectivo se concretan en estructuras políticas verticales.

Con un recorrido a vuelo de pájaro, por lo que fueron los organismos de Derechos Humanos, por lo que fueron las organizaciones piqueteras en el 2001, lo que son hoy los movimientos llamados feminismo popular o el movimiento indígena comunitario, por una cantidad gigantesca de activismo terapéutico, cultural, artístico, barrial, antirracista, que componen el tejido más importante y activo de la Argentina, no se puede decir que esa es la única forma de responsabilidad política. Uno se da cuenta que existen formas muy radicales e importantes de hacerse cargo de temas centrales como el terrorismo de Estado, la lucha contra la precarización laboral, contra el patriarcado, etc., que no necesitan ese tipo de estructuras para hacerse cargo. O sea que esa idea de la responsabilidad no me parece que pueda ser tan fácilmente adjudicada a una estructura política que además tiene tanta empatía y naturalidad con un tipo de estructura estatal que es más parte de un problema a plantear que de una solución ya hecha. Ahora, yo no deduzco de esto que la organización no sea necesaria e incluso indispensable, ni reivindico una militancia sin organización.

Yo solo digo que la organización no tiene por qué ser pensada bajo estas formas de un monopolio político de un grupo o estructura, y de un conjunto de cuadros que operan como su representación en el Estado. Pienso que hay muchas otras formas de organización y muchas otras formas de madurez política, de síntesis activistas, de organización de programas, de proliferación de liderazgos, de construcción de formas de sesión, que en ese sentido generan figuras que tienen el mismo espesor político que el cuadro. Son cuadros del movimiento social o de los movimientos de Derechos Humanos. Cuadros en el sentido de personas que tienen una visión histórica, que fueron capaces de hacer una síntesis en cierto momento, que son capaces de generar un lenguaje complejo, capaces de respetar la multiplicidad de actores que participan de estos movimientos, pero que además conservan una visión muy, muy crítica sobre la complicidad que el Estado tiene en uno de sus núcleos centrales con la acumulación de capital. Es decir, que no se pierde de vista ese problema como un problema central del cual derivan muchísimos otros problemas que queremos y necesitamos transformar con urgencia. Sea el problema del patriarcado, el del neoliberalismo, el del racismo estatal que se transmite todo el tiempo en experiencias nefastas de “gatillo fácil”, de represión a los jóvenes en los barrios, etc. Es decir, hay toda una cantidad de problemas de articulación estatal con el mercado mundial, con el Capital, con las empresas, que son complejísimos, y que yo creo que es urgente atacarlos, desarmarlos, denunciarlos. Y para eso creo que hace falta organización: edición de materiales, capacidad de coordinación en luchas, capacidad de representación política, liderazgos, toma de decisiones, programas. Lo que está en discusión no es la organización, sino el tipo de organización, el fetichismo de la dirección, el fetichismo del cuadro. En cambio, yo creo que los momentos más importantes de la política argentina reciente son momentos donde no hizo falta un partido político único para poder sincronizar golpes unitarios como sucedió tanto en la coyuntura de diciembre del 2001 como en la secuencia antimacrista que va de diciembre del 18 a las primarias del 11 de agosto. La sincronización de la capacidad de golpear, el efecto unitario de las muchas fuerzas, es absolutamente necesario, permite pasar de una coyuntura a otra pero no resuelve por sí mismo el problema de construcción política.

APUTe referís a la «subjetividad de la crisis» como una forma de vida posible. Tal vez entendí mal, pero me quedó la sensación de que estas subjetivadades son las que provocan o “conquistan” las crisis. ¿Es esto lo que planteás? Te lo pregunto porque yo tengo otra impresión, como si estas subjetividades fundamentales en realidad se crearan como por default, como un efecto de las crisis económicas y políticas, más que ser las causas de esas crisis. Creo que el neoliberalismo por su propia dinámica nos hace vivir en crisis ¿Cómo lo ves vos?

D.S.: Bueno en tu segundo comentario, que para mí es muy complejo porque desafiás un poco mi claridad o la coherencia con la que te puedo contestar. Lo que te puedo decir es que la experiencia que yo viví de manera colectiva en el año 2001 es una experiencia menos preocupada por problematizar la crisis como un objeto al que hay que estudiar, y mucho más ocupada en la emergencia de un punto de vista desde la crisis, y desde allí ver la normalidad. Ver la estructura. Ver lo que se pretende como regularidad. Es decir, tomar la crisis como un punto de vista más que como un objeto de análisis. Esto tiene consecuencias muy grandes sobre la figura del intelectual, sobre la manera de pensar el protagonismo, etc. Por supuesto que el Capital se desarrolla en sus crisis. Cuando pensamos la crisis desde el punto de vista del Capital, la crisis es una manera de gobernar, de reproducirse, de ampliarse, de reimpulsarse. A mí no me interesa tanto esa crisis. A mí me interesa la otra crisis.

¿A qué llamo la otra crisis? Llamo la otra crisis al hecho de que si el Capital, por múltiples vías, intenta evitar que una parte de la sociedad autonomice sus prácticas, sus instituciones, sus deseos, sus economías, subsumiéndolas y subordinándolas a las relaciones de explotación, yo llamaría crisis a los momentos en los que el movimiento popular logra poner algún tipo de resistencia a eso. Y muchas veces esa resistencia es, como decís vos, un efecto de default, es que no da para más, es que se quedaron barrios o ciudades enteras sin trabajo. La reproducción de la sociedad corre riesgos. Y entonces organizarse para hacer una olla comunitaria, organizarse para cortar una ruta, organizarse para poner un límite, es una cosa muy mínima, muy mínima. Pero ese mínimo cuando se lo toma como premisa, es decir, como el lugar desde donde se ve la sociedad y desde donde pensar, abre una perspectiva regenerativa y que cada tanto vuelve a aparecer. Esto es propio de la violencia de la dinámica neoliberal. A mí me parece que los que discuten sobre el neoliberalismo, narrando y describiendo las situaciones, hacen algo un poco redundante porque ya todos sabemos la verdad de nuestra sociedad como verdad neoliberal y los efectos que eso produce.

Creo que estos análisis son a esta altura clichés que se ven en el cine, la televisión, que se escuchan en el periodismo, en las ciencias sociales, en los militantes. Todos sabemos y decimos más o menos lo mismo. Lo que me parece que hace diferencia son los momentos en los que algo de lo acumulado por la organización social es capaz de poner algún tipo de límite. Cuando eso ocurre —yo estuve en Chile, por ejemplo, en noviembre pasado—, por más parcial que sea, ahí sí logra crear una diferencia sensible, organizativa, de lenguajes, de puntos de vista. Me da la impresión que en esos momentos se concreta un poco más de qué tipo de enfrentamientos se trata y de cuáles son las fuerzas y las tareas a realizar. Desde este punto de vista yo llamaría subjetividad de la crisis a todas las personas y colectivos que asuman ese punto de vista. De este planteo, no sé, se pueden hacer muchas narraciones. En la Argentina, por ejemplo, están desde las Madres de Plaza de Mayo, que yo pondría claramente como subjetividad de la crisis. Son personas que pasaron por una crisis de las organizaciones revolucionarias, crisis de sus familias, crisis de sus vidas, y cómo esas personas, en lugar de colocarse como víctimas, fueron capaces de hacer un desplazamiento y convertirse en una voz pública. Una voz capaz de denunciar que no se puede hablar de que hay ley mientras no se logre conocer y transfomar la estructura que produjo el genocidio. Esto se comunica al interior del campo popular y madura un punto de vista que es muy activo en el movimiento social y político.

Entonces, vuelvo a esta idea de la crisis como punto de vista, más que una sociología sobre la crisis. Cuando yo digo —esto lo decíamos mucho en el Colectivo Situaciones— que la subjetividad de la crisis produce la crisis, es porque no se subordina, no se dociliza, pone un límite al ajuste brutal e infinito, o a la impunidad total y absoluta. Estos sujetos que ponen un límite y hacen caer a De la Rúa, o hacen que las políticas de impunidad no puedan ser eternas, o generan quilombos sobre fin de año en los barrios para evitar que el ajuste sea tan fuerte, estos límites son productores de crisis, en el sentido de que no permiten cerrar las cuentas ni mantener el ideal de la dominación. Están en las bases plebeyas de casi todas las experiencias sociales y políticas que vamos viviendo.

APUMe parecen muy claras las críticas que hacés en el libro a los dos modelos hegemónicos de subjetivación del siglo XXI: el modo de vida neoliberal de derecha, y el modo de vida populista inclusivo. Y recuperás otras formas de vida, la vida del vagabundeo, de la errancia, de la fiesta, pero sin ilusión, como aprovechando lo que hay para disfrutar algo. Das a entender que esta “fiesta” muchas veces bordea situaciones límites. Como si fueran difíciles de domesticar estas fuerzas. Plebeyas las llamás. Ahora te pregunto: ¿estas formas o proyectos de vida pueden organizarse para convertirse en un actor político? ¿O no deberían organizarse? Y en este caso, ¿podrían ser un actor político?

D.S.: Voy leyendo comentario tras comentario y me voy asustando cada vez más. A ver, yo recurro a la noción de plebeyismo porque me resultan insatisfactorias otras que a mí me hubiera gustado utilizar: clase social, multitud, proletariado, clase obrera. No sé, todas estas me gustan mucho. Me gustaría que ese fuera el lenguaje para usar. Pero plebeyo me pareció más justo tratando de darle un uso lo suficientemente evasivo. Es decir, no se trata de definir sociológicamente un sector de la sociedad sino aquello que se sustrae a la regulación burguesa de las formas de vida. Que desborda y se sustrae y no se deja regular. Me da la impresión de que el plebeyismo no es un actor político, es más bien el reverso de lo político. En todo caso, una de las preguntas que me hago es si el límite de lo político que estamos viviendo no consiste en esta incapacidad de actualizar un concepto de lo político que sea capaz de ubicar más en el centro estas dinámicas plebeyas. Yo no tengo ninguna idea en términos prescriptivos de qué es lo que otros deberían hacer. Por razones biográficas e intelectuales no tengo esa idea de lo que debería ocurrir. Simplemente me parece que esta premisa, esta presencia de un plebeyismo incapturable e indefinible, presevándolo como incapturable e indefinible, se vuelve un iluminador desde abajo bastante útil para enriquecer los pensamientos políticos. En el libro, de hecho, una de las citas que yo hago es a John Williams Cooke, la idea de que dentro del peronismo y dentro del movimiento nacional y popular existe una lucha de clases. Entonces, lo plebeyo no sería exactamente lo populista. Lo plebeyo sería este reverso que siempre acompaña una suerte de organización no capturable de lo popular y que a veces evade, a veces rebasa, a veces ocupa, a veces se escapa y que es muy insatisfactorio para las subjetividades políticas más clásicas, como la mía inclusive, en el sentido de que nosotros quisiéramos una fuerza más consistente y programática. Sin embargo, tengo la impresión de que no tiene ninguna chance la voluntad política de transformación por fuera de esta premisa. Lo voy a decir de otra manera: me parece que la crisis de la racionalidad de izquierda postrevolucionaria es tan grande que su inteligencia ya no se reconstituirá si no es sobre bases sensibles nuevas.

Estas bases significan la maduración de un tipo de perspectiva sobre qué es la sociedad, cuáles son sus movimientos, qué relación tienen con las instituciones, es decir, toda una regeneración de lo político que no puede despreciar esta dimensión de lo plebeyo. Ocurre más bien al revés, esta dimensión de lo plebeyo sería una premisa para dar lugar a organizaciones y formas políticas nuevas. Por ahora, en esta etapa histórica, me parece que la tarea política tiene mucho más que ver con bloquear la crueldad, el racismo, el femicidio, en fin con bloquear la ofensiva fascista neoliberal, que con la posibilidad de tener un proyecto político alternativo al capitalismo en sentido sistemático. Pero me da la impresión de que son dos tareas completamente ligadas. Que si la tarea que pienso como poner límites no se desarrolla bien, no hay chances de constituir ni los conceptos, ni las formas, ni los vínculos para pasar a la siguiente. Los veo bastante unidos. Entonces, el nombre de plebeyo es un nombre muy poco pretencioso, no es una categoría que tenga destino. Simplemente es un nombre lo suficientemente suelto como para poder ligarse a una materialidad colectiva que me parece muy existente y muy insistente, pero que no tiene la consistencia de la organización política ni su representación. Me da la impresión, sin embargo, que tiene una gran eficacia sociocultural y política. Y está subvalorada. Lo demás, cuando hay citas del colectivo Juguetes Perdidos, de Diego Valeriano, donde se cuentan y describen situaciones de la vida perisférica, de los asentamientos de jóvenes en los barrios, cuando ellos cuentan, la palabra es de ellos. Yo traigo estas descripciones para poder pensar un poco esa materialidad. No es tanto que yo la reivindique, sino que hay que saber tomarla como premisa. E insisto mucho con esto: la crisis como premisa, lo que se sustrae como premisa. Son lugares desde donde pensar y no tanto objetos a describir. Y por lo tanto lamento toda la zona oscura de ese plebeyismo. Lo lamento quiere decir que lo acepto plenamente, pero al mismo tiempo soy conciente que hay una oscuridad ahí que de ninguna manera me interesa a mí reivindicar o proponer.

APUUn concepto recurrente en el libro que acabás de usar, y que aparece en el subtítulo es el de reverso. El reverso de lo político. ¿Nos podrías explicar qué significa para vos?

D.S.: Tampoco me es fácil contestarte esta pregunta, todo me parece difícil hoy (risas). Debo estar cansado. Mirá, yo pienso que hay una zona de visibilidades y de legitimidades que después del 2001 se hizo más evidente con lo que el kirchnerismo llamó “el retorno de la política”. Consistió en empezar a hablar de los políticos en primera persona: Néstor, Cristina, que después la derecha utilizó con Mauricio, Gabriela, y ahora Alberto. Hay una distribución de visibilidades que reponen el teatro de sombras chinas de la política más convencional: partidos, dirigentes, elecciones, es decir todo el elenco de una política liberal en el sentido de un sistema político autonomizado del sistema de las necesidades sociales. Si esa es la luz, el anverso de la escena política es todas aquellas cosas de la que hemos estado conversando hoy. Queda fuera mucho protagonismo social y colectivo, mucha energía popular lectora de las dinámicas históricas. Entonces, no me satisface para nada la conversación política convencional, el análisis periodístico convencional, el ensayismo convencional, la historia política clásica. No me convencen para nada. No me parece que den cuenta de las fuerzas reales del país. Creo que biográficamente no dan cuenta de las cosas que yo viví y milité en el país. Yo empecé militando a los quince años con las madres de Plaza de Mayo. Después estuve siempre en grupos minoritarios recorriendo escenas muy distintas. Lo que me parece es que siempre hay un sacrificio de unas vidas colectivas que no llegan nunca a reivindicarse con el lenguaje de la política oficial, y yo no quiero ser cómplice de ese sacrificio. Me parece políticamente muy débil. La recuperación que hago en el libro de El príncipe, de Maquiavelo, el príncipe está puesto ahí como capaz de leer todo aquella parte del pueblo que no quiere ser dominada. Y en cada una de esas desobediencias, el príncipe colectivo podría estar viendo ahí un texto, el texto de las instituciones que faltan, de los enlaces que no se hicieron todavía, de la constitución de una fuerza que por ahora actúa por sustracción, pero que podría ser la base de una transformación. Todo esto tiene por atrás una visión histórica que en el libro no está desarrollada, y que me gustaría desarrollar, que tiene que ver con la historia desde la dictadura militar para acá. Los neoliberales en su versión triunfalista, optimista, que es una versión que creo no existe más (Alejandro Rozitchner creo que fue el último que podía pensar estas cosas más o menos en serio), retomaron de una manera totalmente reaccionaria la idea del Hombre Nuevo del Che Guevara. Es decir, la idea de una nueva humanidad. Solo que todo lo que el Che Guevara presentaba como posibilidad de una humanidad nueva tenía que ver con superar el peso dominante de la ley del valor sobre la conciencia humana y sobre las economías.

Mientras que los neoliberales lo invirtieron y dijeron que esta nueva humanidad es la que surge de aceptar plenamente la ley del valor como organización de la conciencia humana y de las economías colectivas. Esta inversión se ganó en el campo de batalla. Ellos son los triunfadores de la guerra contrarrevolucionaria. Son los que hoy nos plantean un futuro tecnoeconómico de progreso, y lo plantean en su versión más entusiasta… hoy ya no sé si es así. Bolsonaro no es eso, es algo infinitamente menos futurista. Hoy sería una derecha del Sin Futuro… Pero bueno, ¿a qué voy? A que la política tradicional se basa en aceptar el requisito según el cual no hay política sino gestionando la economía capitalista. Y en el anverso de lo político aparecen todas las posibilidades subjetivas que no se deducen de la ley del valor o de la economía política. Que no están obligadas a someterse a eso, sino que son una suerte de fuerzas preparatorias para otra cosa que no logra entrar en escena ni logra crear un concepto de lo político. En esos sucesivos fracasos de las multitudes en Venezuela, de los Sin Tierra en Brasil, etc. estos estertores de otra cosa es lo que me interesa a mí. Este anverso es histórico. Son los derrotados del proyecto revolucionario continental durante las dictaduras. Son los que más claramente tienen una visión de la continuidad del terrorismo de Estado en la economía neoliberal y son las únicas bases en las que uno puede recostarse para imaginar que en Argentina pueda hacerse una crítica radical de lo neoliberal y discutir transformaciones de fondo con todas las letras. Yo no tengo confianza en la política tradicional para llevar a cabo esta discusión que me parece fundamental e inevitable.

APU: Comparto algunas de las críticas que le hacés al populismo inclusivo, principalmente una, lo que planteás como punto de coincidencia con las mismas prácticas que defiende el neoliberalismo, me refiero al consumo. La fórmula podría resumirla así: consumir sí, pero acompañado de la pregunta: ¿para qué? ¿cómo? No se trata solo de consumir. ¿O se trata de no-consumir? ¿Podrías aclararnos un poco esto?

D.S.: El tema del consumo es muy delicado. Muy difícil de plantear porque a su alrededor se juegan muchas cosas, tiene muchas capas de significación y a veces no se sabe bien qué se quiere decir. Por un lado hay un aspecto cuantitativo del consumo: más o menos consumo. En este sentido, la inclusión realizada por los llamados gobiernos populistas aciertan cuando aumentan el consumo, sobre todo cuando se trata de aumentar el consumo de sectores populares que se vieron excluidos o participan de un modo minoritario. Hay una cuestión acá democrática de redistribución que me parece justo y deseable. Después está el aspecto cualitativo del consumo, que ya es otra cosa. La pregunta acá sería: ¿cómo y quién define los consumos? ¿Quién y cómo se produce lo que se consume? ¿Quién tiene derecho a proponer los criterios? Acá se entra en una discusión muy fuerte con la estructura productiva, de control y de decisión, que por lo general están en manos de empresas muy concentradas y globalizadas. Discutir este poder implicaría que el protagonismo popular no solo se vería beneficiado parcialmente con el aumento cuantitativo del consmo. Implica un ingreso de ese mundo popular y esas energías en las tomas de decisión, bajo la forma de una intelectualidad de masas que empieza a crear espacios de discusión y de decisión sobre los consumos. Si querés, entonces, el conflicto es doble: en el plano de la cantidad, me parece que a partir de una cierta participación popular en el aumento del consumo se generan ciertas tensiones que permiten introducir al mundo popular fuertemente en la ciudad, en la economía y en la producción. Un keynesianismo bien llevado adelante. Pero desde el punto de vista cualitativo, la discusión deja de ser keynesiana y pasa a ser marxista, en el sentido de que se abre una discusión muy fuerte de clases subalternas sobre las estructuras de producción, distribución, imágenes de felicidad, etc. En definitiva, cuando discutimos el consumo me parece que significa avanzar sobre la cuestión de la redistribución, cosa que para mí el populismo hizo de una manera ultradefectuosa porque lo hizo sin redistribución de poder. Y sobre todo implica elaborar un pensamiento sobre el consumo. Porque lo que vemos es que luego del primer ciclo de gobiernos progresistas después del 2002, lo que se llamó “aumento de consumo”, fue un concepto bastante neoliberal de consumo. Y si nosotros entendemos que el consumo es un momento de la subjetivación, un momento que crea modos de vida, en mi lenguaje, entonces se convierte en un tema político fundamental. Es todo el horizonte político el que se pone en cuestión. Lo que los movimientos populares en América Latina enfrentan desde hace décadas tiene que ver con la cuestión cualitativa.

APUEn varios pasajes del libro me surgió la pregunta: ¿hay un referente real de este proyecto político que leo entrelíneas? Vos nombrás algunas experiencias en las que participás: el Colectivo Situaciones, Juguetes Perdidos, por ejemplo, experiencias intensas. Pero saliendo de la micropolítica (tal vez no se pueda o deba salir, no sé), ¿dónde podemos ver concretada esta revolución? Citás varias veces a Lenin, a mí me hizo acordar a un actor que hace mucho que no leo, Trotsky. Pensaba en Cuba y Venezuela. Me gustaría que nos expliques si estos referentes son válidos como revolución o dónde fallaron.

D.S.: Esta pregunta es de un nivel de complejidad enorme, no sé si estoy preparado para responder. Ante todo te aclaro que el Colectivo Situaciones no existe hace muchos años, que yo no participo de Juguetes Perdidos, si bien estuve cerca, como un amigo interesado. Aclarado esto, no creo que haya posibilidad de salir de la micropolítica como tal, porque ésta es una dimensión de la política y de la realidad. Lo más interesante para mí del plano micropolítico es el surgimiento de fuerzas concretas. Si en la macropolítica se juegan estrategias e intereses, en la micropolítica se juega la ética, de donde surgen nuevas percepciones y afectos. A mí me interesa la micropolítica no para refugiarme en grupos chicos y sus formas de organización, sino que me parece que es una cuestión de dimensiones. La macropolítica es la gestión de las estructuras existentes y sus disputas de intereses, mientras que en la micropolítica se juega todo lo que tiene que ver con la creación de afectos, de nuevas percepciones, y en general con la creación de fuerzas nuevas. En el reverso de lo político para mí tiene una importancia muy grande lo micropolítico. Entonces, no me parece que haya salida de la micropolítica, puede hacer salida de una cierta manera de practicarla. No es lo mismo un tipo de experiencias micropolíticas como las que se organizaron alrededor del 2001, que las que se organizaron durante el kirchnerismo, que las que surgieron en la resistencia contra el macrismo, que las que pueden surgir hoy. En este sentido sí me parece que hay una búsqueda. Y sobre todo, que como no se puede elegir entre macro y micropolítica, el hecho de tener una práctica micropolítica en ningún sentido te absuelve de pensar el problema de la macropolítica. Acá aparece entonces esta secuencia: hay una serie de cuestiones relacionadas con la igualdad, que como dice en su maravilloso libro, El huracán rojo, Alejandro Horowics, están para nosotros vinculadas con la noción de revolución.

Sea la revolución burguesa que inventó “un hombre-un voto”, sea la revolución socialista que tuvo a la igualdad de clase como proyecto. Comparto con el profesor Horowicz la impresión según la cual la supuesta inactualidad de la cuestión revolucionaria conlleva una imposibilidad practica de defender las igualdades históricamente logradas, y mucho menos permite imaginar en cómo avanzar sobre igualdades nuevas. Por lo tanto, el problema de la revolución se replantea una y otra vez, salvo que se renuncie defnitivamente a defender las igualdades mínimas, y se abandone toda producción de nuevas igualdades. Frente a esta cuestión de la igualidad se define toda política. En ese aspecto, sigo viendo una gran alternativa: o bien un concepto de lo político motivado por transformar estructuras en un sentido creador de igualdades, concepto que implica no abandonar el problema de la revolución, aún cuando no sea del todo claro como llevar adelante esa revolución, o bien un concepto de lo político que renuncia a la igualdad, y que tiene por tanto, como tarea, liquidar todo sentido posible de la política como revolución. Sólo que este ultimo camino es el sucidio mismo de lo político. Por el contrario, la tradición revolucionaria es más rica en posibilidades y en problemas, y, contra lo que tanto se dice, quizás sea mucho más interesante históricamente, sobre todo si pensamos que para liquidar la política hace falta una fuerza de orden que quizás no esté tan disponibe como se cree. Pero esa idea de revolución no es fácil de imaginar. Una cosa fue la década del sesenta donde se quiso recrear una izquierda anticapitalista en Occidente, que tenía que ser también antistalinista, y entonces tenía que jugar a dos aguas. Hoy la tradición stalinista y la unión soviética no es una referencia. Por lo tanto, hoy tenemos menos necesidad de dar pruebas de de que no somos stalinistas y mucho más tenemos la necesidad de que es necesario un anticapitalismo potente, que por otro lado no hay.

Entonces, mi impresión es que toda la tradición revolucionaria está a nuestras espaldas, que hay que volver sobre ella y no hay que repetirla, más bien hay que sometarla a crítica. Eso sí, es una crítica interna, no externa. Lo diría así: tal vez la revolución socialista tal como la hemos conocido dio respuestas insuficientes a problemas que siguen siendo los nuestros. Despues hay otros problemas, que es la coyuntura latinoamericana, sobre todo la situación de Cuba, pero también la de Venezuela. Lo que se juega ahí es la deseperada y agresiva vocación de los poderes del capitalismo de liquidar esas posibilidades. Hay entonces un problema de ultrapolarización. Son procesos que no pueden ser juzgados desde el ángulo de un enemigo histórico que lo que quiere es destrozar todo vestigio, toda alternativa de otra cosa. Siendo muy claro en esto, después se puede hacer toda una discusión sobre esos modelos llamados populistas o socialistas, de lo que resulta indeseable o criticable para nosotros de ellos. Pero hay que ubicarlo en ese contexto.

APUEn un momento, en el libro, revisás esa dicotomía estructural de Carl Schmitt, la de amigo-enemigo, y se cuela ahí el concepto de adversario, que es un concepto que en su momento, durante la década kirchnerista, circuló bajo la “patente” de Chantall Mouffe. Esta tensión entre amigo – adversario, que vos decís que los medios comprimen y deforman con el término «la grieta», sin embargo es real, aunque puede tener distintas realidades. ¿Cómo pensás que sería la manera de desarticularla o articularla convenientemente para el campo popular?

D.S.: Como voy leyendo las preguntas de a una, me voy sorprendiendo cada vez y te lo cuento, ¿no? Antagonismo, adversario, enemigo, grieta, en fin. A ver, no me convence a mí el reemplazo que hicieron Laclau y Mouffe de enemigo por adversario. Lo entiendo, pero no me satisface. En un proceso político donde la justicia y la igualdad no se va a obtener por medios revolucionarios sencillamente porque la revolución no está en el horizonte, entonces de lo que se trata es de armar un campo de mediaciones políticas tal que si hubiera una reforma, la derecha no pueda utilizar medios abiertamente contrarrevolucionarios. Por lo tanto, sería el mismo campo popular el que no está interesado en que haya enemistad. Y entonces la idea de adversario sirve para intentar hacer estas reformas legales y graduales del protagonismo popular. Por supuesto que en lo inmediato de la coyuntura lo comparto. Ante lo que vemos en Brasil o en Chile, o la derecha que se movilizó ayer en Argentina, cuando vemos sus programas y sus agresividades, lo comparto totalmente. Ahora, a mí me parece un pensamiento muy débil e insuficiente. Porque, por un lado, la llamada “grieta”, produce un defecto óptico en relación a las líneas de antagonismo fundamentales, que tienen que ver con todo lo que estamos conversando acá. Vamos a decirlo con Marx: si la plusvalia es un plus de tiempo, un plus de vida apropiado por el capital, de lo que se trata al pensar el antagonismo es de poder ver el conjunto de resistencias que hay de aquellas personas que quieren recuperar su tiempo y su vida para sí misas, para sus familias, para sus comunidades, para sus deseos vitales. Yo parto de ahí. Sean los movimientos de derechos humanos o los movimientos feministas o los movimientos populares indígenas, en fin, toda esta gama del tapiz latinoamericano que entre sí no dan lugar a una racionalidad unificada, a un partido político o a una organización centralizada, sí pueden dar lugar a un elemento nuevo, en el reverso de lo político, que permiten hacer un cuestionamiento más profundo de las estructuras. Yo no quiero tomar el concepto de enemistad de Schmitt porque esencializa la enemistad y además confía que lo político surge de esa esencialización. A mí no me interesa una idea de derecha de la guerra o del enfrentamiento político. Lo que me interesa es leer el texto del antagonismo en relación con la independencia y los proyectos libertarios que surgen en las vidas concretas. Es este tejido el que importa, en donde sí hay que asumir momentos de enemistad, esto es inevitable. Lo que hay que ver es cómo se define y entabla la enemistad. La enemistad pueden ser momentos en los que asumir antagonismos que se componen y descomponen y recomponen. No me parece que sea interesante la idea de adversario porque nos condena a una escena en la que el Capital toma absolutamente la iniciativa, tanto en el plano de la economía como en el de los afectos, de la técnica o de la comunicación, y el campo político queda apresado en unos tiempos institucionales, jurídicos, eleccionarios, etc. El movimiento popular tiene que recuperar una velocidad y una dinámica propia para no quedar apresado en el campo de las reglas político-liberales.

 

Los amigos, como los libros, no son individuos con los que uno tendría que coincidir en todas sus opiniones. Pero por su cercanía afectiva, son los que nos permiten pensar un poco más, ir más allá de lo que pensamos, para poder pensar de otro modo, desde otra perspectiva, lo que a todos nos preocupa: la injusticia, la idiotez, el egoísmo y las opciones políticas por vencerlo. Para otra charla quedará la reflexión sobre las coyunturas pandémicas.

Duelo y amor: la palabra y sus bordes // Julián Doberti

I

Duelo y amor son experiencias que, sin confundirse, se entrecruzan, se tocan, se aproximan, construyen bordes inesperados, nos hacen soñar y nos impiden dormir, nos hacen hablar y nos confrontan con silencios abismales y deliciosos, con ráfagas de éxtasis y arrebatos de llanto, con días interminables y noches que quisiéramos interminables, disolviendo irrevocablemente cualquier posibilidad de cálculo, cualquier ideología de la estrategia, cualquier moral de la esperanza. Las experiencias del duelo y del amor, cada vez, agujerean los saberes que intentan teorizarlas, fijarlas, subsumirlas en los carriles conceptuales de lo normal y de lo patológico, de lo sano y de lo enfermo. Duelos y amores agujerean nuestras vidas, volviéndolas dignas de ser vividas.

En el psicoanálisis, ni Freud ni Lacan establecieron teorías del duelo y del amor. Se aproximaron, con sus respectivos estilos, a esos universos, y formularon lo que me interesa leer como intuiciones, sospechas, relámpagos clínicos que nos importan precisamente por su dimensión de lucidez evanescente y frágil, por momentos profundamente conmovedora.

Freud, en Duelo y melancolía, esboza una definición del duelo: “el duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces…”. La persona amada forma parte de la definición freudiana del duelo. No hay duelo sin amor. A su vez, en ese escrito, Freud introduce una distinción fundamental. Sugiere que, muchas veces, sabemos –es prácticamente imposible no saberlo- a quién perdimos, pero nos resulta tanto más difícil saber lo que perdimos con él, con ella. Sutileza que lleva al duelo muy lejos de cualquier coordenada empirista. ¿Qué perdemos cuando perdemos a alguien que amamos? El duelo no es pensable por fuera de esos matices.

Cuando, en el mismo escrito, Freud se ocupa de los delirios de insignificancia del melancólico, plantea una pregunta que importa: “quizás en nuestro fuero interno nos parezca que [el melancólico] se acerca bastante al conocimiento de sí mismo y sólo nos intrigue la razón por la cual uno tendría que enfermarse para alcanzar una verdad así”. No sólo Freud se atreve a escuchar, en la ferocidad de los autorreproches de la melancolía, una forma particularmente atormentadora del conocimiento de sí: se pregunta por qué tendríamos que enfermarnos para alcanzar esa verdad. Creo que ahí Freud articula verdad y enfermedad, descubre que hay una dimensión de la verdad que enferma.

El duelo, entonces, no está del lado de la verdad –que lleva a la melancolía-, pero lo otro de la verdad no es la mentira. Jean Allouch destacó la importancia para el psicoanálisis de considerar la etimología griega de la palabra verdad[1] (a-leteia). En griego, verdad es no-olvido, la verdad dice la negación del olvido. En este sentido, el duelo estaría del lado del olvido, el duelo tendrá que ver con la posibilidad de que un olvido sea posible.

II

Jacques Lacan no le dedicó ningún escrito explícitamente al duelo. Sin embargo, la cuestión no estuvo por fuera del campo de su interés. Quizás podamos leer en ese abordaje desplazado, más o menos indirecto, la decisión de ajustarse a la cualidad de un asunto que no se deja tomar directamente (Freud no hacía otra cosa cuando realizaba el rodeo por la melancolía para pensar el duelo). 

Durante el seminario del 30 de enero de 1963, Lacan dice: “sólo estamos de duelo por alguien de quien podemos decir Yo era su falta” y un poco después “estamos de duelo por personas a quienes hemos tratado bien o mal y respecto a quienes no sabíamos que cumplíamos la función de estar en el lugar de su falta”.

Lacan enlaza duelo y falta, pero de un modo que suele pasar inadvertido. Cuando afirma que estamos de duelo por “quien podemos decir Yo era su falta” todo el problema recae en ese “podemos decir”: ¿cómo decirlo? ¿cómo decir esa falta? ¿cómo saber qué falta representábamos para el otro? Después reconoce que “no sabíamos que cumplíamos la función de estar en el lugar de su falta”. Si no lo sabíamos ¿ahora sabemos? A lo largo de ese seminario hay un cruce de imposibilidades, de paradojas, de ironías disfrazadas de preguntas, de callejones sin salida que, a simple vista, no parecen callejones. Porque, precisamente, el duelo nos confronta con el límite de lo que podemos decir, con el límite de lo que podemos saber. Me interesa pensar el duelo como un borde entre las palabras y lo que las excede.

Encuentro en un poema de Mirta Rosenberg estos versos:

Y ahora
quiero quedarme
sin palabras. Saber perder
lo que se pierde.

Para perder lo que se pierde es preciso quedarse sin palabras, algo muy distinto a la resignación en la mudez. Quiero quedarme sin palabras, escribe la poeta. Hay allí un querer que se abisma en el límite del discurso. En ese límite el duelo puede permitir que la falta cause un deseo que permita seguir viviendo, seguir amando.

III

El 25 de octubre de 1977 fallece Henriette Binger, madre de Roland Barthes. Al día siguiente, su hijo comienza a escribir lo que póstumamente se conocerá como Diario de duelo. En la entrada que inaugura lo que será uno de los testimonios más íntimos y desgarradores de la escritura de Barthes, leemos:

 

26 de octubre de 1977

Primera noche de bodas.

Pero ¿primera noche de duelo?

La noche de bodas, la noche de duelo. Entre ambas, un pero y una interrogación que sostiene a la segunda. Un poco después, el 29 de octubre, leemos: “En la frase: ‘Ella ya no sufre’, ¿a qué, a quién remite ‘ella’? ¿qué quiere decir ese presente?”. El diario de duelo muestra una y otra vez que el duelo es un asunto inseparable de las palabras que lo van diciendo. Por eso Diario de duelo puede leerse en el sentido del genitivo subjetivo: es el duelo el que escribe ese diario, el que se escribe a lo largo de los dos años que duran las entradas.

En septiembre de 1977 había sido publicado Fragmentos de un discurso amoroso, libro que se convertirá rápidamente en un best-seller y llevará a Roland Barthes a una figuración pública que nunca había imaginado. Tres años antes, había iniciado un seminario sobre el discurso amoroso, un espacio donde la experiencia del amor encontró la oportunidad de pensarse por fuera de los mandatos sexo-políticos de una época que, según el seminarista, desvalorizaba al amor considerándolo un sentimiento pasado de moda.

En la sesión del 19 de mayo de 1976 de ese seminario, Barthes decía: “es evidente que ‘conocerse’ psicoanalíticamente hablando no tiene mucho sentido. El psicoanálisis puede deshacer los engaños de la fantasía, pero no descubre ninguna ‘verdad’ en su lugar: el hombre es un sujeto no ‘cognoscible’, sino ‘parlante’. La crisis amorosa funciona como una cura, en la medida en que deja funcionar y desgastarse la ‘rueda libre’ del lenguaje.”

Nuevamente aparece el problema de la verdad y su desplazamiento. Si el duelo no tiene que ver con la verdad, el amor tampoco. Se trata, no de la verdad detrás de las palabras, sino de la verdad en las palabras, en su deslizamiento. Como escribió Anne Carson: “se mueve el deseo. Eros es un verbo”. Y Barthes no hizo otra cosa que escribir ese movimiento del Eros, construir las figuras que van modulando la experiencia amorosa. Experiencia en la que se trata de “subvertir la reducción operada por la lengua. Que cada uno tenga la lengua, no de su sexo, sino de su sexualidad: pasar, en la lengua, al plural de las situaciones, de las investiduras, de los deseos. Pienso que el problema no pasa en reivindicar una sexualidad contra el otro (o los dos en igualdad de condiciones), sino en pensar que no hay dos sexualidades, sino millares, toneladas de sexualidades. De ahí la utopía fundamental: cambiar la lengua (¿cómo cambiar el mundo sin cambiar la lengua?).”

Barthes soñaba con cambiar la lengua, que para él no era otra cosa que cambiar el mundo. Se lamentaba, por esos años, de un mundo en el que “ya no se puede reconocer a un enamorado en la calle. Estamos rodeados de seres de los que no podemos saber si están o no enamorados. Porque si lo están se controlan enormemente”.

Las experiencias del duelo y del amor comparten la utopía de una lengua que pueda decir el alivio y la alegría, la tristeza y la desesperación de habitar un tiempo tejido de presencias y de ausencias. Eros es un verbo, y en sus movimientos los cuerpos nacen y mueren, se hacen preguntas, se olvidan, se enamoran, sueñan, se analizan, escriben, lloran en los cines, militan, se sumergen en el mar. Hasta el próximo amor, hasta la próxima muerte.  

 

[1] Agradezco esta referencia a Alexandra Kohan

«Hoy estamos viendo el nacimiento de una micropolítica fascista» // Diego Sztulwark

¿Qué es “La ofensiva sensible”, y dónde está situada hoy después de todo lo que se ha vivido en estos últimos meses?

“La ofensiva sensible” es un punto de vista, es una premisa, para tratar de captar ciertos fenómenos, que tiene que ver con la idea de que la lucha de clases, se juega en la batalla de la sensibilidad. Si tomamos el punto de vista de la historia reciente, las dictaduras y los terrorismos de todo el cono sur, produjeron efectos de retracción mediante el terror en la sensibilidad. Después, los métodos de la ultra competencia, y la ultra jerarquización de las formas neoliberales de gestionar el trabajo y el consumo, también promueven una cierta neutralización de la dimensión sensible.

Pero, ¿qué sería lo sensible? Lo sensible sería esa capacidad de poder leer en los cuerpos, en los otros, los signos no especificados, lo no dicho, como dice Franco «Bifo» Berardi. Es la capacidad de comprensión, es la capacidad de ironía, es la capacidad de poder coordinar con otras acciones, por fuera de los sistemas de normas y consignas. Cuando pensamos en la historia reciente, como por ejemplo, el papel de los Derechos Humanos o el de las madres en la Plaza de Mayo en Argentina, o los piqueteros en el 2001, vemos que su principal eficacia consiste en re-sensibilizar el campo social. Leer lo no dicho en el tiempo, en las desobediencias del pasado, pero también como un modo de convocar a luchas y malestares del presente que no disponen de una lengua o códigos comunes, pero que por la vía de la re-sensibilización, vuelven a constituir campos sensibles a vibraciones y posibilidades. Cuando estuve en noviembre, en Chile, pude ver eso en la calle.

Hoy estamos en el mismo lugar, seguimos en una situación donde una derecha fascistizante sigue promoviendo “micropolíticas” del terror, de crueldad, que son efectivamente desensibilizantes.

¿Cuál es la diferencia que plantea tu libro entre “modo de vida” y “forma de vida”?

Aquello parte desde una distinción necesaria: el ser humano es un animal que no sabe vivir. Desde la antigüedad, por ejemplo las escuelas filosóficas griegas, según Pierre Hadot, intentaban sobre todo promover ejercicios espirituales y discursos que tendían a adquirir hábitos respecto a la muerte, el dolor, el ser. Las disposiciones no discursivas, eminentemente afectivas y vitales, que eran el objeto en su momento de esa filosofía. Luego, el cristianismo y el mundo de la religión, monopolizó un poco esos haberes, y pienso que la economía neoliberal tiene mucho que decir sobre cómo crear un modo de vida. De hecho, diremos que la micropolítica de los neoliberales, la micropolítica del capitalismo contemporáneo es subjetivadora, crea modos de vidas.

Entonces yo llamo formas de vidas a todas las anomalías, a todo aquello que no cuaja con los modos de vidas; que no cuaja inmediatamente con las disposiciones que articulan vida y mercado. Personas que nos sentimos improductivas, o que no tenemos la suficiente disposición o buena presencia (o carácter), o que enfermamos o tenemos ataques de pánico…. Hay una amplia gama sintomática de todos aquellos que debemos inventarnos una forma de vivir, dado que el modo de vida que el mercado nos ofrece no solo no nos funciona, sino que muchas veces tenemos la necesidad de antagonizar. Esto tiene mucho que ver con la lucha de clases en el campo de lo sensible.

El neoliberalismo tiene un desarrollo micropolítico muy importante, porque el neoliberalismo ofrece un modelo empresarial, rentístico y económico, para colonizar las maneras de sentir y de calcular, además de las tácticas de la vida.

Conforme ha avanzado esta entrevista, ha salido a la luz un par de veces el concepto de “micropolítica”… ¿Qué es para ti la “micropolítica”?

En los años 60, sobre todo en Francia, a partir de Foucault, Guattari, Deleuze, surge el lenguaje de las “micropolíticas”. Esto no se refiere a los grupos chicos, o con las realidades locales, sino que es una dimensión de toda política o de toda realidad. Es la realidad política tomada no como sucede en la macropolítica, desde el punto de vista de la representación de los grandes intereses consolidados de las fuerzas ya visibles e instituidas: los sindicatos, las empresas, los Estados, los partidos políticos; sino que, más bien, toma a las fuerzas en el punto en que se constituyen, en el punto en que nacen. Por lo tanto, atiende a toda la dimensión en que se producen los afectos, en que se producen las percepciones, en que se producen los pensamientos.

Desde esto, la micropolítica sí tiene una afinidad con los colectivos experimentales, con fenómenos que ocurren al nivel de las vidas de las personas, porque es ahí que se ve el nacimiento, el contagio, los desvíos, los síntomas, la aparición de nuevos enunciados, la aparición de nuevas posibilidades de los cuerpos, la posibilidad de nuevas formas de organización, la posibilidad de nuevos planteamientos, y de nuevos cuestionamientos, tácticas y estrategias.

Hay siempre también, por su puesto, una micropolítica del capital. Hoy estamos viendo el nacimiento de una micropolítica fascista, que tiende a alinear todo afecto y todo percepto con un cierto orden del capital. Entonces micropolítica no es un término positivo, es un término metodológico, neutral. No dice nada bueno. No quiere decir que la macropolítica es mala y la micropolítica es buena. Simplemente abre una analítica en el plano, en donde los deseos, los afectos, los perceptos, la manera de pensar y las tácticas nacen y se conforman.

En todo caso, la apertura de una analítica micropolítica, y de una experimentación micropolítica, fue una gran novedad desde el momento que se hizo evidente que el corte macropolítico de izquierda, absolutamente necesario, es también muy insuficiente cuando no viene acompañado por toda esta dimensión llamada micropolítica.

El neoliberalismo tiene un desarrollo micropolítico muy importante, porque el neoliberalismo ofrece un modelo empresarial, rentístico y económico, para colonizar las maneras de sentir y de calcular, además de las tácticas de la vida. En la medida en que modela actitudes mínimas, en que envenena las formas de reconocimiento del mundo, el neoliberalismo es una micropolítica muy difícil de problematizar, de derrotar, sino se lo enfrenta no solo en el ámbito macropolítico, sino también en el micropolítico.

«La ofensiva sensible» por Editorial Caja Negra.

“La ofensiva sensible” nació en medio de tiempos turbulentos para el continente, marcando a Ecuador y Chile como epicentros de las manifestaciones latinoamericanas durante el 2019. ¿De qué se trata el concepto de lo “plebeyo”, y fueron las manifestaciones en el cono sur un ejemplo de aquello?

Cuando yo escribí este libro, a fines del año pasado, pensaba, sobre todo, en la memoria del escenario del 2001 argentino. Y, de lo que fue en general, el nivel de crisis y movilización social que se dio en muchos lugares del cono sur de América. Es decir, una memoria nacional y regional. Cuando se publicó el libro sucedió lo de Ecuador, y estuve en Chile en noviembre, así que tuve oportunidad de ver lo que estaba ocurriendo, pero también el golpe en Bolivia. De alguna manera, esa inestabilidad y esa noción de crisis, que acompaña a la idea de lo plebeyo, apareció con mucha fuerza.

Sobre si lo plebeyo aparece allí o no, no tengo una manera directa de responder porque el uso que yo hago de lo plebeyo no es sociológico. Los plebeyos no son los pobres, por ejemplo, o la clase trabajadora, o lo que Toni Negri llamó “la multitud”. Yo llamo plebeyismo a todo aquello que en la vida de las personas, y de los grupos sociales, no se deja regular por la norma de vida neoliberal. Sea que se sustrae, sea que lo rebasa. Muchas veces (casi siempre) ese plebeyismo actúa más bien como reverso del escenario político, más que en el anverso. Actúa al nivel de las vidas de las personas, al nivel de la vida de los colectivos, de los grupos y de los movimientos.

Desde este punto de vista creo que sí, que se puede decir que en el 2001 argentino, como en el 19 chileno, como cada tanto en América del Sur, hay un elemento plebeyo que a veces está ligado con lo indígena-popular, que a veces está ligado con los feminismos, que a veces está ligado con el trabajo precario, que a veces está ligado con la cuestión de las luchas contra el racismo, o contra el clasismo, y que tiene este elemento no regulable por lo neoliberal, no capturable. Ante esto creo que sí, que hay un elemento plebeyo en el reverso de lo político y que hoy, en la crisis del neoliberalismo, y sumada hoy a la aceleración de esa crisis con la pandemia, lo plebeyo sigue siendo una premisa desde la que mirar la situación.

Chile se aproxima a un plebiscito ciudadano el 25 de octubre para iniciar un posible proceso constituyente… ¿que te parece este paso en un país conocido por ser un «experimento neoliberal»?

Yo estuve en noviembre en Chile y tuve la oportunidad de ver tanto la crueldad de esas formas represivas en donde, por ejemplo, le disparaban a los ojos de las personas, como también la decisión de tanta gente de que Chile despierte. Y todo esto, como dices tú, en un país que se había presentado siempre como la vanguardia neoliberal de Sudamérica, tanto por las formas de privatización y mercantilización económica de la sociedad, como también por la consistencia orgánica del aparato represivo en función de ese proyecto.

Me parece que desde el punto de vista del régimen es una apuesta muy fuerte intentar desgastar el movimiento, e imponerle un nuevo orden a la situación chilena que fue catastrófica para el Estado, en donde fue completamente rebasada su capacidad de dirección política de la sociedad. Imagino que desde el punto de vista del orden, que creo que en Chile tiene una influencia muy grande casi en la totalidad de los partidos políticos, se trata de sacrificar lo menos posible y retomar este orden desde arriba. Me parece que para todos aquellos que tomaron la decisión de que Chile despertó, se juega un momento en el cual se trata de evitar esta relegitimación y esta recomposición desde arriba del orden que generó todas estas razones por las cuales la gente salió a la calle. Y quizás, también, el proceso asambleario, el proceso de organización y de renovación de estructuras populares, permitan reabrir, total o parcialmente, una discusión sobre cómo deben ser las instituciones de aquí en adelante en Chile. No me queda claro si se trata simplemente de hacer fracasar este intento de relegitimación por arriba, o se trata también de la posibilidad de entrar a un proceso constituyente y generar desde abajo una situación nueva. La verdad es que esto es una cosa de la que más quisiera yo enterarme.

FUENTE: LA PREGUNTA CHILE

La transmisión de lo real: el deseo y el concepto // Roque Farrán

Deleuze y Guattari, explican: “¡El deseo, siempre el deseo, no se quitan esa palabra de la boca!” Esto termina por irritar a la gente seria, los militantes responsables. Desde luego, no se nos ocurriría recomendar que se tome en serio al deseo. Más bien habría que minar el espíritu de seriedad, empezando por el dominio de las cuestiones teóricas.” Hay una seriedad solemne, protocolar, aburrida hasta la náusea, que mata el deseo; pero hay otra seriedad que es lúdica, divertida, concentrada en el juego del deseo y la creación. A la primera se subordinan los burócratas y la rechazan los románticos soñadores, a la segunda se entregan niños e inventores. Nada más serio que el juego de un niño, nada más serio que quien crea realidades, aunque se ría con ellas. La alegría de pensar adviene cuando entendemos cada cosa en su singularidad, incluso la mueca de la tristeza, la insensatez del mundo o la muerte. Lo singular atañe a lo real, por supuesto.

El problema de la transmisión de lo real es lo que sucede cada vez, en cada experiencia singular, en cada práctica. La práctica que se dedica a la producción de conceptos, llamada filosofía, no está exenta de esa dificultad e incluso puede ayudar a las otras a circunscribirla mejor: lo real siempre excede al concepto, pero éste se le aproxima por saltos al límite, por trazados diagramáticos, por anudamientos que acotan y abren a nuevos enlaces. Un error clásico es creer que el concepto se reduce al significado, una simple definición de diccionario o una sofisticada contextualización filológica; pero el concepto es movimiento de captación inventiva y sobrecogimiento ante cada cosa singular. La producción del concepto exige ante todo tres operaciones básicas, más acá de las grandes ideas, sistemas y cosmovisiones: 1) subversión del sujeto (reconocerse activo allí donde se creía pasivo, reconocerse pasivo allí donde se creía activo); 2) círculo productivo (encontrar el lugar y la fórmula de donde extraer las herramientas para circunscribir el lugar y la fórmula, para variar su extensión); 3) anudamiento de gestos simples (despejar esos actos en cuya simplicidad se anuda lo complejo, para continuar los entrecruzamientos y encuentros con lo real). Por supuesto, la modulación afectiva es crucial.

Ha leído y escuchado mucho sobre las escrituras y discursos del odio, y cada vez pienso: solo el amor puede vencer al odio. No es una consigna pacifista, no se trata de un dogma cristiano, es una verdad ontológica que emerge de entender cómo se componen los seres. Para eso es necesario entender, precisamente, ejercitarse en el entendimiento de las cosas, tomar distancia de las consignas y afectos estereotipados. La filosofía práctica que propongo no presupone ningún humanismo o fatalismo, sino que asume la radical materialidad plástica del género humano, es decir, su posibilidad de reinventarse a través de diversas tecnologías o antropotecnias. Ese es mi ánimo y disposición, incluso al borde del abismo: no me siento acabado, siento que estamos todavía en formación y transformación, que no estamos fijados a tristes destinos. Por eso propongo leer a Spinoza, los estoicos, Foucault, Althusser y Lacan, en un ejercicio constante de formación y transformación práctica. Siento que es posible reinventar los lazos a través de diversos dispositivos, constituir otra erótica del pensamiento y la transmisión; lo siento porque así lo experimento y practico a diario.

Tengo un proyecto intelectual que coincide en buena parte con el proyecto académico, consiste nada más y nada menos que en rehabilitar la filosofía práctica como gobierno de sí y de los otros, transformación de sí e interpelación a los otros a transformarse y pensar afectivamente, porque las formas académicas, económicas, culturales y políticas imperantes nos están conduciendo a la extinción. Disocian permanentemente. No sé si es demasiado pretencioso o es una tarea destinada al fracaso, es lo único que deseo hacer en este momento de peligro y lo sostengo, sea cual sea el resultado. Pues no basta con señalar los límites de los pensadores europeos, también tenemos que considerarnos a nosotros mismos y nombrarnos; considerar nuestra potencia de obrar y alegrarnos; hacer uso de las tradiciones que deseemos y volvernos condición material de nuestro pensamiento situado. Una práctica que sostenemos entre varixs, hace tiempo.

 

Roque Farrán, Córdoba, 31 de agosto de 2020.

 

Apuntes acerca del cuerpo (sin órganos): suplir la interpretación por la experimentación // Carolina Pavlovsky

Ser extranjero en su propio territorio. Moverse como recién llegado. No ser siempre el anfitrión. Ser traidor. Agenciarse aliados. Ser rebelde. No hay creación, no hay vida posible sin transgresión. Transgresión de nuestras propias normas, sobre todo. Ruptura de códigos. No contabi­lizar los elementos del código, sino enloquecerlo, hacerlo desbordar. Fuga de la Máquina: energía que se manifiesta no siempre en regíme­nes de repetición, sino en direcciones imprevisibles y multidimensio­nales; como reencarnaciones: formas de corporizar energías inheren­tes a la apropiación maquínica del deseo.

Suplir la interpretación por la experimentación Hacer de la experiencia un entrenamiento; diseñar un mapa — programa, progra­mar trayectos, en sus avances, detenimientos, retrocesos necesarios. Y convertir estas estrategias en una liberación.

Ideas acerca de la clínica y los cuerpos

 

Clínica como arte de composición, más que de interpretación. Clínica como estrategias geográficas: construir un mapa en un desierto, seguir se recorrido, todo mapa es orientativo. No coincide con el territorio: sobre el mismo terreno se pueden trazar mapas alter­nativos. Clínica como ciencia geológica, que opera sobre estratos, su­perficies en constante devenir, clínica como metáfora termodinámica, que sabe guiarse por umbrales de intensidad, entre velocidades y rit­mos diversos.

Una clínica que se apoya en líneas duras, segmentarias, sólo puede contener, frenar, cortar, asesinar: mantener bajo control las líneas de des-bordes cuando éstas se inscriben en los cuerpos, y en las acciones de los mismos. Disiplinamiento de los cuerpos. Apogeo de las técnicas como modos de sometimiento, examen y control: regímenes de captura social.

  Hoy se asiste al retomo de los cuerpos que las tecnologías no com­putan: cuerpos como restos de la anti-producción; restos amontona­dos, sin caras ni nombres; de las guerras, de los cataclismos – viola­ciones sobre el Cuerpo Madre Tierra, que no dejan sobrevivientes; res­tos vaciados de la desnutrición infantil; cuerpos virtuales sin fisuras, planos, objetos de consumo de una sociedad pasiva y obesa de imágenes.

  Retorno de los cuerpos que la ciencia no logra capturar, ni aún en sus utopías de repeticiones aberrantes genéticas. Hoy ya casi no asis­timos a una clínica del SÍNTOMA, sino a una clínica de la producción de máquinas duras sobre cuerpos catatónicos.

Los cuerpos fragmentados de las psicosis, vidriosos de la drogadic­ción; cuerpo débil y quejoso de las hipocondrías actuales: falla de la Medicina: órganos que se resisten a ser estudiados, curados, clasifica­dos, enmudecidos. Cuerpos hipertensos, desafectivizados producidos cotidianamente en las grandes concentraciones urbanas. Nuevas patologías. Retorno molesto de los cuerpos de la niñez, sometidos a una adultización precoz, expulsados para siempre de su campo de expe­riencia singular: la máquina feroz del neocapitalismo no respeta los derechos de la infancia

Retorno inquietante del cuerpo de la adolescencia, retorno terrorífi­co del cuerpo de la vejez, anulado como tal en tanto territorio de experiencia y memoria, incómodo para una ciencia quedice interesarse en los secretos de la vida y la muerte, cuando en los hechos parece querer momificar el fluir entrópico del tiempo en pro­gramas de Internet y en la investigación clónica.

Retorno de los cuerpos que el mismo psicoanálisis expulsó de su doctrina: el del esquino, del paranoico, del marginado, del alcohólico, etcétera, etcétera…

Cuerpos que hoy se manifiestan como arena de esclavitud, cárcel de pulsiones, que ya no tienen amos, pero que se expresan bajo regíme­nes de terror.

 

Cuerpos sin órganos

 

Si hay un tipo de discurso social que se ha acercado y mimetizado por momentos casi a extremos delirantes con el discurso de lo policía­co, es precisamente el de la salud mental. Todas las produccio­nes enunciativas alrededor de ciertos temas que incumben a lo margi­nal, como ser el Sida, o la droga, tanto sean científicas, culturales, tec­nológicas, cierran las preguntas en vez de abrirlas.

No se producen preguntas, sino que se imponen enunciados de un alto nivel de eficacia como estrategia de control. Los cuerpos de la drogadicción, de las psicosis, de la marginación, aún las anorexias, aparecen entonces como líneas de fugaque escapan a la segmentaridad dura del Cuerpo Programado.

La muerte no es solamente la muerte física: es unalínea de aniqui­lación que atraviesa los cuerpos más saludables. Mortificación en vi­da de la creatividad humana. Se necesitan cuerpos sanos, previsible­mente sanos para controlarlos mejor. Este es el punto, el tema que a toda psicología le cuesta pensar el de la experiencia, y el de la significación social de esa experiencia.

En tanto la experimentación se ve cada vez más restringida, solo quedan alternativas extremas, transgresoras de experiencia.

 La pregunta que la clínica debiera hacerse es: ¿Cómo hacer el pasa­je por la experiencia sin involucrar el desgaste del cuerpo? O bien, ¿Por qué la salud no basta? ¿Por qué la «grieta» es a veces ineludible en el encuentro con el deseo? Quizás sea porque nunca se ha pensado sino por ella y sus bordes. ¿Hay alguna otra salud que la de un cuerpo que sobrevive lo más lejos posible a su propia cicatriz, a una grieta que no cesa de inscribirse? La grieta es sólo una palabra. Hasta que el cuerpo no se ha comprometido con ella, hasta que el hígado, el cere­bro, los órganos no presentan estas líneas en las que se lee el futuro, y que profetizan por sí mismas.

Ante la muerte de nada nos sirven conceptos resignantes como el de castración. Hay que acompañarse a sí mismo primero para sobrevivir, cuando se muere. (Deleuze). El acon­tecimiento no debe confundirse con su inevitable efectuación, la grie­ta no detenerse en el crujido de cada cuerpo. Hay que transmudar el apuñalamiento de los cuerpos, «ametrallamiento» de la superficie de todo acontecimiento… sobrevolar la grieta…

 

La problemática del drogarse se cierra cuando es tornada en forma sustantiva: La droga: se trata de una sustancia, de la relación entre un cuerpo y un objeto que le falta. Así como la esquizofrenia se manifies­ta como proceso de irreductibilidad totalizadora, de resistencia a la constitución de objetos totales, expulsados de entrada del reino totali­tario de la representación, la droga es una máquina de drenar flujos: flujos corporales, de capitales, de bandas, a velocidades incapturables e imprevisibles.

Pero la singularidad del drogarse, el tema de la droga concierne de manera inquietante al devenir animal del hombre: cuerpo ani­mal, olfato animal, ve­locidad animal, sensi­bilidades del devenir animal específico a cada estado. Del deve­nir – vegetal del hom­bre: se trate al fin de cuentas de un matri­monio metabólico en­tre las plantas y los cuerpos: devenir quí­mico – molecular del ser humano; pura quí­mica fluyendo por las venas.

La droga es una cuestión de «bodas» entre cuerpos y obje­tos, pero sobre todo en­tre cuerpos y el espíri­tu que cada química produce como cone­xión. Bodas de altas y a veces mortales dosis de fidelidad. Bodas por contagio, asimilación metabólica, pasiones y encuentros molecu­lares felices o infelices. Las bodas son siempre entre moléculas, partí­culas, singularidades; entre ritmos, umbrales de velocidad y de tempe­raturas. Entre bandas, territorios, organizaciones.

Si la droga es hoy una problemática en este social – histórico es por­que hemos perdido la capacidad de reconocer nuestros orígenes más remotos, de reconocernos, a través del polvo de los siglos, en otros modos de producir y relacionarse con lo real, en otros modos de expe­riencia, propia de hombres de carne y hueso, sujetos a otros modos de gozar y sufrir. Hay un origen dionisiaco, de intensidades mistéri­cas y sublimes, de ceremonias y rituales jamás solitarios, de una com­prensión de la Naturaleza en donde la humanidad es parte y protago­nista de un drama, argumento que intenta develar encarnándolo, transmutándose en Naturaleza. Hoy se diría que el drogarse son sólo los restos, apenas un gesto desesperado e inútil por restituir lo dioni­síaco de la cultura, de dialogar con dioses ya muertos, pero que en épo­cas remotas constituían una realidad tan necesariamente tangible como lo cotidiano.

 

Cuerpos – producto

Hoy los cuerpos no devienen en sus dimensiones vitales. Se fabri­can. Fabulosas maquinarias de fabricación, mutación, transformación aberrante de cuerpos. No se ve el proceso, éste se oculta; lo que nos llega son los cuerpos como producto acabado. Auge del aplanamiento de los cuerpos. En es­tas culturas de espectadores catatónicos, ávidos adictos consumidores de imágenes, la imagen ya no tiene por qué responder a la realidad. Habla por sí sola. Crece como un tumor, cobra poder sobre los cuer­pos.

Los cuerpos no están hechos para soportar estructuras tan fijas co­mo las dictadas por las modas, cada vez más homogéneas. Los cuer­pos están atravesados por múltiples afectaciones, responden a diversi­dades en sus modos de dejarse afectar.

Por ejemplo, la anorexia y la bulimia; nuevos mercados para una clíni­ca hambrienta y mísera, que intenta reducir estos fenómenos a la me­ra urgencia de un síntoma: ni siquiera son cuadros nosográficos nue­vos. Son, más bien verdaderos actos de sabotaje al deber ser de época. No son «desórdenes», pero desordenan, como líneas de flujo, las líneas duras de la moda. Son la manifestación de OTROS modos de relación con el CONSUMO. Dos modos diferentes de «hacer cuerpo» con el alimento.

Dejemos a las anoréxicas un poco sublimar sus cuerpos, dejemos a las bulímicas un poco sus catarsis hedónicas con la comida. Hay que ser un poco loco, un poco drogadicto, un poco anoréxico, un poco bulímico, un poco alcohólico, un poco guerrillero, lo justo para atravesar la experiencia, pero no demasiado, para no profundizar la grieta, la herida, hasta su limite.

 

 

El cuerpo sobrio

 

Devenir sobrio de los cuerpos: las líneas más difíciles de soste­ner. Devenir sobrio no tiene necesariamente que ver sólo con sus­tancias que se incorporan­, se ingieren, ha­cen máquinas cerrada con los cuerpos. Se trata de la transmuta­ción de los cuerpos. Voluntad de un plan de consistencia, de una estrategia de so­brevivencia. La so­briedad es un devenir del espíritu. Pero devenir imperceptible sin caer en los duros estratos del ascetismo.

  Devenir utopía. Pero en determinados socio-históricos, las utopías deben ser creadas, deben tener un plan de consistencia pura poder ser efectuadas. Hay que inventar nuevas utopías cuando nos han pulveri­zado la máquina deseante de la ética social. Las esperanzas de un so­cialismo posible y real hoy parecen obsoletas. Y sin embargo hoy asis­timos a la vigencia de un régimen de producción de subjetividad que bien podría elevar a Marx al nivel de uno de los genios más indiscuti­dos del siglo XIX: los antagonismos sociales, cada vez más extremos, la instalación de democracias dependientes hasta lo obsceno en los países tercermundistas, en relación con un Primer Mundo, concebido desde hace décadas para instalar de forma atroz e impune la división internacional del trabajo, gracias a la cual la explotación asesina de unas clases sociales por otras se denomina «progreso».

Devenir sobrios es mantener la memoria.

Toda memoria es subversiva, y también todo proyecto de futuro… Y en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación» (Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina, 1975).

 

Cápitulo de su próximo libro. “Clínica Grupal con Psicodrama: Etica y Estetica”. Editorial Thaiel. Carolina Pavlovsky. Psicologa. Psicodramatista

 

 

 

FASE 4: Transmutaciones en fuga // CRIA – La Criatura

LA CRIATURA es un evento bienal organizado por la Asociación Creando Redes Independientes y Artísticas (CRIA*). Se alimenta del contexto para desplegar una programación que incluye performances, intervenciones artísticas, conferencias, debates y talleres, entre otras actividades. 

 

En su segunda edición, debido a la crisis COVID-19, LA CRIATURA-20 imagina e interpela la #NuevAnormalidad. Para hacerlo crea un formato multiplataforma web, público y gratuito durante los meses de julio-octubre de 2020. 

 

LA CRIATURA-20 NuevAnormalidad propone discutir e imaginar diagnósticos, conflictos y salidas en torno al contexto Covid19, a través de una cumbre performativa dividida en fases y una programación que incluirá un menú transdisciplinario e internacional, a partir  de una serie de temáticas y agendas urgentes como: crisis y pandemia (#NuevAnormalidad), sexualidades, feminismos y disidencias (#SeVaACaer), arte y educación (“PedagogíasDelHacer), medioambiente, pueblos originarios, agroecología (#NeoExtractivismos), migración, crisis de representación y democracia (#EstadosDeExcepción).

 

La FASE 4,  se realiza el sábado 05/09 a las 18hs. y  propone reflexionar sobre la rebelión a la normopatía, en ese sentido las intervenciones pensarán la anormalidad como respuesta a la normalización de la violencia y desigualdad. Participan Peter Pal Pelbart (Br), Louis Yupanqui (Ar); Mabel Bellucci (Ar), Alfredo Olivera (Ar). Interferferencia de Leo Masliah (Uy). Cierra la jornada  Ava Rocha (Br) con un show experimental.

Link a Zoom : https://bit.ly/2ERC6oF



LA CRIATURA-20 no es un seminario en Zoom; es una plataforma, un escenario virtual y real para la educación colectiva y la creación de redes solidarias en tiempos de crisis.

Es una oportunidad para aprender, compartir, crear y debatir acerca de los orígenes, las causas y las consecuencias de la NuevAnormalidad.

 

Ver  FASE 1, (25/7)  Y FASE 2 (8/8) y FASE 3 (22/8) con más de 1000 personas en los vivos por Zoom, YouTube y más de 3200 views.

Link Fase 1 

Link Fase 2

Link Fase 3

 

BIENVENIDES A LA CRIATURA-20                                                                                                               

 

Este proyecto cuenta con el apoyo de Prince Claus Fund y el Fondo Nacional de la Artes, Prohelvetia, Instituto Goethe Buenos Aires y  Instituto francés de Argentina / Embajada de Francia 

 

 #NuevAnormalidad




*CRIA está conformada por los siguientes individuos, colectivos y espacios culturales: Milena Caserola, Hekht, Etcétera, M.U.L.I., Experiencia Hiedra, Fe en la errata, Milena Paris y Cumbiemos el mundo. CRIA es parte del Network Partners del Prince Claus una red internacional que nuclea a 12 organizaciones culturales del mundo.  

 

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Invención o realidad disminuida // Amador Fernández-Savater

Para transitar los tiempos que vienen, nos va a ser necesario un esfuerzo grande de creación, porque lo que había antes ya no sirve, ya no funciona. O al menos su sentido está cancelado o puesto entre paréntesis.

En el momento en el que estamos, es preciso un esfuerzo de invención en las maneras de relacionarse, de estar y de compartir; o vamos a vivir en lo que llamaría una realidad disminuida (o mutilada o recortada). En el sentido de que vamos a vivir la vieja normalidad de antes, la vieja normalidad con su relación de producción, de trabajo, de consumo, etc., pero sin todo el encuentro con el otro, que nos va a faltar o va a estar limitada.

Entonces, o encontramos nuevas maneras de encontrarnos o vamos a vivir una realidad disminuida; en la cual lo “malo”, es decir la obligación de trabajar en condiciones precarias, la obligación de consumir, los tráficos desbordantes, etc., van a seguir estando ahí, pero nos va a faltar la dimensión del encuentro. Como nunca, este presente nos exige un esfuerzo de invención. Si no hay invención, vamos a vivir tristemente en una realidad devaluada, que va a ser lo mismo, pero menos. A no ser que creemos otra realidad, que no sea igual a la anterior, sino que sea distinta y más.

En torno a este concepto de realidad disminuida, una clave del hoy es el desafío de inventar nuevas maneras de vivir.

La intrusión de Gaia

Podemos pensar la pandemia del coronavirus con un concepto de una pensadora belga —que recomiendo especialmente— que es muy potente y a la vez muy accesible y que se llama Isabelle Stengers. En el contexto en un libro que se llama En tiempos de catástrofes, propone el concepto de la intrusión de Gaia (madre tierra, naturaleza, planeta). Ella dice (antes del Covid19) que viene un tiempo de catástrofe, e intenta pensarlo con este concepto de la intrusión de Gaia. Como una reacción de lo que ella llama el planeta viviente a la depredación, al abuso, a la explotación de un sistema capitalista ciego. Es decir, no es una reacción de revancha o de venganza; durante todo este tiempo se ha hablado mucho de sí el coronavirus era un castigo de la naturaleza. Ella dice no, la intrusión de Gaia no es un castigo, no es una revancha, Gaia es indiferente a los temores y a los proyectos de los seres humanos. Ni tampoco es un mensaje (muchos dicen “el virus trae un mensaje”), Stengers dice que no hay ningún mensaje. En todo caso hay una realidad que nos impone, a todos nosotros, preguntas. Stengers dice que ver todavía que la naturaleza nos castiga, es seguir en una posición antropocéntrica. El ser humano es lo más importante y la naturaleza me castiga o nos trae un mensaje, pero nosotros somos el centro de la creación. Stengers dice: “Ella es indiferente a nosotros”. Pasa que se ha irritado por nuestras políticas de depredación y hace como nosotros cuando nos quitamos una mosca. Ésa es la intrusión de Gaia. Ella no nos pide ni espera nada de nosotros. Ha estado antes y seguramente seguirá después.

Lo que sí hace es plantear preguntas. Y nosotros debemos inventar una respuesta y esa respuesta nos exige una creación en todos los aspectos: político, económico, cultural, existencial, laboral, etc. Entonces, ¿qué vamos a hacer? Es la pregunta que nos hacen estas catástrofes: ¿Vamos a seguir igual? ¿O vamos a ser capaces de inventar maneras nuevas de habitar el planeta?

Ya pensando más concretamente en Covid-19, entresaco tres respuestas posibles, que veo que están en marcha. Por lo menos dos en marcha y una que deberíamos inventar.

La respuesta neoliberal

La primera respuesta podríamos llamarla neoliberal-neoliberal e identificarla con algunos nombres propios: Trump, Bolsonaro, Boris Jonhson. La idea sería volver cuanto antes a la normalidad. Lo que ha pasado ha sido un momento, un mal momento, y debemos regresar cuanto antes a la normalidad, caiga quien caiga. La idea es: ha sido un tropiezo, volvamos a la normalidad. Se dice la economía está por encima de la vida, del cuidado de la salud, del cuidado de la vida. En realidad, lo que plantean los neoliberales es que la economía es la vida. Que la vida es productividad, que cada uno es una empresa, que somos empresarios de nosotros mismos, que debemos gestionar permanentemente nuestro capital. Que vivir es hacer empresa, es proyectar y que debemos dejar caer a los que no pueden seguir el ritmo. La pancarta “Sacrifice the weak” (sacrifiquen a los débiles) de unos partidarios de Trump es la imagen más clara.

Y esto que parece muy raro en realidad es el contenido de las políticas en marcha. Esa consigna parece sólo una burrada pero en verdad hace presente lo que está latente, hace evidente lo que estaba implícito, hace explícito lo que estaba implícito. Sería lo que podemos llamar una necro-política o una necro-lógica, una lógica de muerte o una política de muerte. La producción de poblaciones que fueron consideradas desechables, superfluas, sobrantes. En EEUU se están muriendo negros y latinos pobres con problemas de diabetes, de sobrepeso, etc. Esto es, gente que sobra. Eso es la necro-política. Hay poblaciones que “sobran” porque no son “necesarias” a lo que es la vida equivalente a “producir”. Esta respuesta neoliberal-neoliberal nos escandaliza, pero en realidad creo que el escándalo es demasiado fácil y no nos lleva a ningún sitio. Decir “qué bruto Trump” es una crítica muy fácil. Porque en realidad habría que preguntarse si esa lógica no está ya en nosotros mismos. Por ejemplo, con respecto a lo que ha ocurrido en algunas residencias de ancianos españolas (abandono, desidia, muerte), ¿no ha estado operando ahí una necro-lógica, no han caído ahí acaso los más vulnerables? ¿Nos está importando eso? ¿Estamos empujando un cambio en la lógica de las residencias? ¿O consideramos que era gente mayor, que ya estaba en edad de irse y punto? ¿No estamos naturalizando la lógica neoliberal? Lo digo porque muchas veces creemos que el neoliberalismo está en otros, es cosa de otros. Yo más bien creo que es un inconsciente que nos atraviesa a todos. Y ese inconsciente es el que nos lleva a pensar que, bueno, total era gente mayor. Esta sería una de las respuestas: ha habido una interrupción, pero nosotros vamos a seguir como si nada. Darwinismo social, los fuertes serán más fuertes después de esta sacudida. Una versión un tanto perversa de lo que se llama resiliencia, es decir hemos recibido un golpe, pero ese golpe nos hace más fuertes y caen los débiles. La respuesta neoliberal, de alguna manera, nos atraviesa a todos nosotros. De hecho, creo que dentro cada uno hay una voz que nos dice “ojalá podamos volver cuanto antes a la normalidad”.

La respuesta neoliberal-socialdemócrata

La segunda respuesta la podríamos llamar neoliberal-socialdemócrata, llevaría el nombre de Pedro Sánchez en España o Alberto Fernández en Argentina, por ejemplo. Obviamente que para mí es muy preferible la respuesta que se da en España a la que se está dando en Brasil o en EEUU, no sólo preferible sino defendible por mil razones. Pero me parece que hay que pensar, que hay complejizar, y complejizar pasa por decir que lo que hay no es lo único posible, seguir pensando, no quedarse ahí.

Esta respuesta propone una combinación de derechos sociales (como la renta mínima) y medidas sanitarias con un marco de producción y consumo que ni se cuestiona ni se toca.

La combinación de medidas sociales con medidas sanitarias es importante, pero con un límite que no se toca ni se cuestiona: el marco de producción y de consumo en el que estamos instalados (turismo, etc.). Es lo que podemos llamar “nueva normalidad”.

Segunda respuesta entonces: a la intrusión de Gaia, respondemos con algunos derechos, con algunas medidas sanitarias. Nueva normalidad pero no cuestionamos el marco, las condiciones que han producido la situación, que están produciendo las catástrofes. Entonces, ¿por qué no se van a producir otras? Si seguimos en el régimen de depredación y el desarrollo ciego que obliga a Gaia a reaccionar.

Esta respuesta tiene ventajas con respecto a la neoliberal, pero tiene límites que tenemos que ver qué hacer con ellos. Una manera, un marco de producción y de consumo que no se está cuestionando, que no se está alterando, que no se está desmontando, que no se está transformando.

La respuesta en clave emancipadora

Y cabría imaginar una tercera y última respuesta, pero por ahora no la hay. Al menos yo no la sé ver. Y en todo caso tampoco puede salir de la mente de un solo individuo. Es decir, es una respuesta que la debe crear la gente, no los intelectuales; porque es la gente la que crea maneras de vivir. No son ni los gobiernos, ni los militantes, ni los intelectuales, sino la gente común, la gente cualquiera es la que tiene que crear la tercera respuesta.

Tenemos una materia prima en la que esa respuesta podría arraigar, que es lo que ha pasado durante el confinamiento. En lo que han sido los dos o tres meses de confinamiento y de las fases. Porque me parece que en esa interrupción ha habido una interrupción del marco de producción-consumo, una interrupción que no la ha traído una revolución proletaria, obrera, sino que la ha traído el bicho más pequeño que hay en el planeta. Esta es una cosa rarísima que nos obliga a pensar, a inventar nuevas categorías, porque las respuestas que tenemos no sirven de nada.

En este tránsito de confinamiento me parece que nos han pasado cosas y esas cosas podrían ser la materia prima, el humus, el caldo de cultivo para otra respuesta, en clave emancipadora.

¿Qué ha emergido en estos tres meses de confinamiento? Yo diría que tres cosas: preguntas, malestares y nuevos deseos.

Preguntas. Nadie ha podido seguir la vida igual, todas las vidas han sido trastocadas. Todas las vidas han tenido que reinventarse: trabajar o no trabajar, qué hacer con los niños, obedecer o no obedecer las normas, cómo informarnos, cómo no volvernos loco en el confinamiento, cómo cuidar a los míos. Eso han sido preguntas radicales. La interrupción de la normalidad nos pone preguntas que nos obligan a inventar formas de vida. No nos pasa tantas veces que estamos obligados a inventar. Creo que son momentos bien importantes cuando surgen preguntas que nos interrogan profundamente. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos va a pasar? ¿Qué es lo esencial? ¿Qué y quién nos cuida? ¿Qué es lo significativo? ¿Qué es lo importante? ¿Qué relaciones me sostienen? ¿Qué hace que mi vida valga la pena? ¿Qué es lo que tengo que cuidar? ¿En qué poner atención?

Malestares. El malestar es una potencia para la revuelta, malestar es lo que nos empuja a combatir un estado de cosas. No encajar, sentir que la realidad te oprime, te aplasta, te asfixia. Es una potencia de subversión, para agujerear la realidad, para ir más allá de lo que se nos propone. Y malestar ha habido mucho, con respecto al estado y con respecto al mercado. Con respecto al Estado porque —más allá de sus mejores intenciones— su manera de actuar siempre es ciega a las desigualdades. Por ejemplo dice: “hay que confinarse” y seguramente meterse en casa ha sido lo más sensato en ese primer momento. Pero, ¿y los que no tienen casa? ¿Y los que viven en una casa muy chiquita con una familia inmensa? ¿Y los que viven al día? El Estado legisla como si todos fuésemos una gran clase media. Por eso se han tenido que organizar desde la sociedad las despensas solidarias, porque no es así. El Estado es ciego, legisla desde lo que deben ser las cosas, pero luego están lo que son las cosas. En lo que son las cosas hay desigualdades, de clase, de género, de edad… y también hay singularidades, cada uno somos una singularidad, cada vida tiene una peculiaridad.

Y por supuesto, con respecto al mercado, porque hemos visto como una evidencia que el mercado no cuida la vida: no había mascarillas, no había respiradores, había precariedad entre los sanitarios porque todo eso es funcional a la “maximización del beneficio”. La lógica del mercado no es la de los valores de uso, sino la del beneficio. Y el beneficio está por encima de la vida. Marx decía que el mercado sigue una lógica extraterrestre, porque está por encima de la tierra, por encima de los terrestres, por encima de las preocupaciones y cuidados terrenales.

Deseos. Por último, yo diría que ha habido deseos nuevos. En la experimentación de cierto silencio, en el tiempo reapropiado, un tiempo que ya no es la rueda del hámster, en ciertos encuentros o reencuentros que ha habido con la naturaleza, desde los pájaros por las ventanas hasta los paseos sin coches, en el cuidado de los más cercanos, en el cuidado amoroso de desconocidos como ha pasado en las despensas, en prácticas creativas caseras para habitar el tiempo, en la intensificación de los vínculos. En miles de experiencias distintas se han despertado las ganas de vivir de otra manera, en otro contacto con los demás, en otro contacto con el silencio, con la naturaleza, con el tiempo. Me parece que todo eso es el caldo de cultivo, el humus, la materia prima de una posible tercera respuesta.

Lo existencial y lo político

¿Cuál es el desafío? Me parece que el desafío más importante que tenemos es el desafío de inventar otra concepción de la política. Mientras sigamos pensando que lo político pasa por “los” políticos, por las luchas de poder, la política estará siempre seca. Porque no tiene la fuerza de lo existencial. Habría que reinventar la política, uniendo lo político a lo existencial. ¿Y qué es lo existencial? Es lo que nos pasa. Son preguntas que nos pasan, malestares y deseos que nos pasan y queremos compartir. Son espacios de compartir lo que a uno le pasa por el cuerpo, lo que a uno le pasa en lo más íntimo. ¿Dónde está la fuerza del movimiento feminista? En unir a lo político las vidas cotidianas, el cuidado, la violencia. Siempre que lo existencial se une a lo político, hay energía, hay fuerza. Siempre que se separa, hay debilidad, sólo quedan luchas entre camarillas.

La transformación social no tiene sólo que ver con hacer demandas al estado para que las solucione, sino que es también la expresión, la organización, la elaboración de esas preguntas radicales sobre el sentido de la vida. Hacer política es compartir preguntas sobre qué hacemos en esta vida que compartimos, eso es la política para mí. Es la pregunta por lo común. La pregunta original de la polis: ¿cómo nos vamos a organizar para vivir juntos? La sanidad, la educación, la pregunta por lo cotidiano pero que sale de la esfera de lo íntimo, de lo individual y se comparte con otros. Y parecería que hoy el desafío de nuevo está ahí.

Tres respuestas, por tanto, a esta situación de catástrofe en la que vivimos, que no es una catástrofe puntual sino un estado catastrófico del mundo debido a una lógica de beneficio que no mira consecuencias. Dos respuestas que sólo piensan en gestionar la catástrofe: hacer como si nada y limitar daños. Y una respuesta de transformación que está aún por inventar. El desafío es ese: reinventar la política dotándola de un contenido existencial. Esto es, que en la política pueda entrar lo más íntimo de cada cual, sus preguntas, sus malestares y sus deseos de vida.

Transcripción por la revista Ají del coloquio realizado en Madrid en Espacio La Atenea. “Habitar y gobernar la incertidumbre. Reflexionar en común en tiempos confusos”. Miércoles 15 de julio.

 

Estas borrascas que nos suceden. Esquirlas del miedo #8 // Marcelo Percia

 

Miedos que nos habitan presienten la inminencia de lo peor. Se balancean entre la enfermedad y el despojo, entre la muerte y la disolución del peligro.
Escritos por entregas suspenden conclusiones, aplazan desenlaces, sostienen indecisiones. Prefieren cortes y heridas, antes que argumentaciones cerradas.
Serenas indeterminaciones laten en cada fragmento. Obstinadas inclinaciones por lo inacabado.
Oliverio Girondo (1925) comienza Calcomanías con una sentencia tomada del Oráculo manual y arte de prudencia de Gracián (1647): “Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Lo malo, si poco, no tan malo”.
Esquirlas practican brevedades, pero no para conjurar o mitigar lo malo. Se expresan encogidas y concisas, con alientos cortos y agónicos. A veces, solo se expanden en doscientos ochenta caracteres admitidos en una plataforma de micro escrituras.
Esquirlas no hacen alardes minimalistas, se inclinan por lo despojado.

A veces, preferible que el cuerpo duela, antes que alucinar imágenes y voces terribles. Preferible incisiones en la carne, antes que sentir nudos en la garanta, rencores que apuñalan, deseos que se ausentan.
Cuando no queda defensa o resguardo que suavice lo insoportable, cuando ni siquiera la peligrosidad sirve como escudo protector, desesperaciones apelan a la última soberanía: la de dañar la excedida existencia que habitan.

El riesgo de la noción de alteridad reside en que consolida reducciones, enfrentamientos, representaciones congeladas. No se cuida a otro, se cuidan orfandades, intemperies, oscilaciones. Orfandades cuidan orfandades, intemperies abrigan intemperies, oscilaciones escuchan oscilaciones. Potencias de cuidar, abrigar, escuchar: cuidan, abrigan, escuchan a otras potencias replegadas.

No se trata de “hacer propio el dolor de otro”, sino saber estar en el súbito instante que disuelve fronteras. Momento que precipita un común sentir que arrastra. Una corriente de dolor que tira con fuerza hundiéndonos en tristezas que pertenecen al vivir.

Se necesitan protocolos sanitarios y normativas que prescriban cómo actuar mejor en todos los casos. Pero fragilidades que requieren ayuda necesitan, también, que se atiendan excepciones. Lo que no significa privilegios, sino demoras imprevistas y derecho a la atención de lo que no encaja en la regla.

Preferencias evitan discusiones tediosas. Cuando se repite la fórmula “producción de subjetividad”, se podría sugerir (por ahora) “producción de sujeciones”. Cuando se propician acciones para soltar lo que aprisiona, preferible sugerir “liberación de sensibilidades” o “emancipación de demasías”. Automatismos del habla repiten frases hechas, parasitan enunciados ya establecidos.

El proceso de Kafka (1925) presenta dos de las preguntas más intrincadas de la vida en común. Una: se me acusa de algo, pero no entiendo de qué. Dos: no sé qué esperan de mí.
Advenimos perplejidades hostigadas por imperativos que agitan ideales inalcanzables y por exigencias que no se satisfacen nunca. Continuas evaluaciones reprochan cosas que quedan pendientes, rechazan acciones realizadas por mal hechas o por considerarlas insuficientes. Desprecios gozan haciendo sufrir.

Hablas del capital infiltran recuerdos y sentimientos como cosas vividas. Editan y acomodan memorias. Asignan gracias y desgracias entre naciones, géneros, divisiones sociales. Amansan rebeldías, sosiegan cuestionamientos, moderan disidencias. Y, después de todo eso, proclaman que cada soberanía disfrute de su libertad.

Singularidades acontecen no representables, no clasificables, no particularizadas. No se trata de “mi singularidad” ni de “la singularidad de cada uno”. Ni posesión personal ni cualidad de la unidad masculinizada. Singularidades sobrevienen como momentos únicos e irrepetibles en un común estar.

Una de las circunstancias difíciles de encuentros clínicos por teléfono (o por otras formas que los posibilitan en las distancias) reside en los silencios. Esos íntimos momentos callados entre cercanías. Muchas veces, ahora, violados por la pregunta ¿Estás ahí?
Otra circunstancia reside en la ausencia de mirada. La mirada no acontece solo en un rostro que ve. Miradas hieren, abrazan, desnudan, abrigan, escuchan voraces, responden antes que las palabras. Incluso cuando se suspende la visión, la mirada está ahí, sosteniendo lo que dice una entrega que habla recostada sobre un diván.

Casi todo puede el hablar y casi todo y más puede el silencio.

En Extracción de la piedra de locura, Alejandra Pizarnik (1968) escribe: “De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque”.
Si la alegría no se reduce a una fantasía de felicidad ni a una sonrisa ejercitada, actúa como potencia que resiste el dolor, la lamentación, la pesadumbre. Incluso sobreviene como fuerza de lucha.

Preguntas: ¿qué hacer ante el terror, los dolores del amor, la muerte? Dolores del amor y la muerte advienen, inevitables. Pero, el terror: una fatalidad de la civilización que se podría evitar.

Ochenta y tres fortunas del planeta escriben una carta: “Hoy, nosotros, los millonarios y multimillonarios que suscribimos esta misiva les pedimos a nuestros gobiernos que nos aumenten los impuestos. Inmediatamente. Sustancialmente. Permanentemente”. ¿Vergüenzas? ¿Culpas? ¿Conveniencias? ¿Filantropías? ¿Contribuciones de capitales buenos? ¿Menudencias que disimulan grandiosas evasiones?

Urgen extender prácticas planetarias de un común vivir, una común igualdad, una común justicia, una común equidad. Hace falta poner en marcha un plan detectar de alegrías que se dan a la amistad, a la fraternidad, a la cooperación, a la hospitalidad, al cuidar, al abrigar, a las ternuras que alojan. Se necesitan millonadas de sensibilidad.

El dios del génesis (meticuloso, sistemático, prolijo) comienza dividiendo las todavía no cosas indiferenciadas del caos en pares opuestos. Esa pasión binaria arranca separando la luz de la oscuridad.
La idea de humanidad realiza dos tareas: distinguirnos de los dioses y del resto de lo viviente. Pero esa indistinción sigue siempre presente.
Aprendimos con Nietzsche que se podía habitar el vértigo: la indeterminación como condición de posibilidad, la alegría como disponibilidad alojadora de lo imprevisible.
Sin deseo se vive en la nada. En el vientre de la nada espera el deseo.

Katherine Mansfield (1922) anota en su Diario (un año antes de su muerte a los treinta y cuatro años) que lo peor del sufrimiento reside en que sentimos que no tiene límites. Cuando creemos haber tocado fondo, nos hundimos todavía más. Recomienda no resistirse, confiar en que no puede durar tanto, admitirlo como condición del vivir. Aconseja respirar.
Escribe: “Hoy estoy en un cenagal de desaliento, y como todas las vidas que están así, estoy fea, me siento fea”. O en otro pasaje dice que sobrelleva antenas muy sensibles que reciben tal cantidad de impresiones que, por eso, se siente capaz de tanto entusiasmo y tanto desánimo.

Con la muerte del amigo desertan deseos. Leonardo Favio (1978) tras despedirse de Leopoldo Torre Nilsson dijo que hacemos cosas para enamorar a la amistad, para deslumbrarla, para agasajarla, para merecerla. Y que nada se compara con el ardor de esa fuerza que nos hace hacer.
El recuerdo no puede más que la muerte, pero lo poco que puede alcanza para llorarla.

Deleuze (1988) piensa (en una de las entrevista que le hace Claire Parnet) que no se desea a alguien o algo, sino que se desea en un conjunto, en una constelación, en un ensamble, en una composición, en una conjunción. No solo cambia la preposición, objeta creencias en un tesoro profundo, esencial, personal: se desea en un espacio, en un tiempo, en un común estar.

El siglo diecinueve europeo siente el peligro de las masas como fuerza política en las calles. Le Bon (1895) las piensa como desenfreno y amenaza, tanto del orden social como del recato individual. Cree que sin tutela de una aristocracia normalizadora, masas sin racionalidad solo pueden la destrucción.
Poe (1840) en el “El hombre de la multitud” describe a la muchedumbre como conglomerado de figuras insensibles que pasan unas junto a otras, obnubiladas y ensimismadas, cada una con sus dramas y miserias.
El pintor belga James Ensor (1896) realiza un pequeño grabado, “La muerte persiguiendo al rebaño humano”, en el que un esqueleto con guadaña y patas de buitre amenaza a una abigarrada multitud fantasmal que baja por una estrecha calle. Una corriente macabra de pánicos, estupores, soledades. La figura que marcha al frente, casi saliéndose del cuadro, se toma la cabeza con las manos.
Se extrañan algarabías de percusiones y ritmos disímiles que concurren a una misma plaza con alegrías, dolores, silencios. Se extrañan transpiraciones disidentes que bailan y se respiran no amenazadas de muerte.

No se trata de la tensión entre lo individual y lo colectivo, ni entre lo singular y lo plural, sino del derecho a vivir entre cercanías y distancias. Una opción sin coagular para soledades próximas y lejanas. El deseo de un común estar cercano y distante, a la vez.
Esta idea no reitera el relato de los puercoespines de Schopenhauer citado por Freud. Esas criaturas cubiertas de púas que se aproximan para darse calor pero que, al mismo tiempo, necesitan alejarse para no lastimarse. Un común estar solicita derecho a cercanías y a distancias porque sí. Por el derecho del mero estar. No para evitar daños ni para prevenir disputas entre afectividades que se repelen.
Uno de los problemas reside en que las palabras sociedad, comunidad, colectivo, arrastran uniformidades, soldaduras, homogeneidades, regimentaciones.

El arrullo de las soledades necesita de la mirada, de la voz, del abrazo, del movimiento.

Se repite la fórmula sujeto dividido como contraseña de pertenencia al psicoanálisis. Pero, ¿por qué privarse de decir entrañas estrujadas, recepciones traspasadas, abundancias insubordinadas, querencias que no siguen el redil normalizador? ¡Ay… las heridas coloniales!
Algunas expresiones llevan un collar en el cuello. Se distinguen las arrogancias que las emplean por cómo mueven la cola.
Una cosa pensamientos pre-freudianos, otra reiteraciones que emplean el vocablo sujeto como automatismo no interrogado. Se trata de cuestionar la unidad de esa ficción, no solo dividirla.

Respiramos, hablamos, tosemos, estornudamos, expandimos en el aire partículas que pueden contener patógenos de un virus contagioso.
Parquedad y crudeza técnica concentra la expresión “distanciamiento social”. Pero ¿cómo nombrar la conveniente lejanía entre cercanías que se aman y se necesitan?
Ni temores, ni normativas, ni persuasiones, ni sabios consejos, alcanzan.
Piensa Spinoza (1677) que no deseamos algo por juzgarlo bueno, sino que lo juzgamos bueno porque lo deseamos.
Urge desear la distancia, volverla buena.

No conviene acarrear como legado clínico la idea de psicopatía ni la etiqueta de psicópata como identidad individual o cualidad personal. La crueldad nos habita como tentación agazapada. No se la puede expulsar de la vida en común.
Se necesita interrogarla como sujeción. Como embriaguez de un poder que daña. Como explotación de intemperies que se someten ilusionadas en recibir protección absoluta. Como fragilidad que niega la fragilidad abusando de ella.

Se confunden delicadezas con debilidades. Sin embargo, delicadezas cuidan y sostienen. Como en esa foto en la que Evita sigue llorando abrazada a Perón. Delicadezas saben la pausa, saben la espera, saben la confianza. Saben estar ahí: en el silencio que suaviza la angustia.

En el comienzo de El Banquete se asiste a la pregunta ¿quién te relató lo que me vas a contar? En el inicio de Fedón, se quiere saber quiénes acompañaron a Sócrates en sus últimas horas. A lo que se aclara que, entre los amigos allí presentes, Platón había faltado porque estaba enfermo.
En ambos casos, asistimos al relato de algo que pasó contado por quien no estuvo presente en lo ocurrido. Alguien cuenta aquello que le contaron. Estos Diálogos introducen, de entrada, vacilación, duda, incertidumbre, en la credulidad que desea saber. Recuerdan que, aun eso que se considera la propia experiencia, sobreviene siempre precedida por una composición anterior que modela lo que se está viviendo.
La transmisión no se realiza por la fidelidad o exactitud de lo narrado, sino por la confianza en quien narra. La recepción amorosa de un relato al que se asiste con la credulidad herida.
Conviene abandonar la idea de verdad. Dejar de usar esa palabra. Recordar que en ella se instalan poderes que dominan y confunden. Asentar en su lugar no la falsedad, sino una incógnita soberana. Una indecisión que se decida por un relato. Una responsabilidad que asuma las consecuencias.

Convengamos: hay quienes siguen llamando “aparato psíquico” o “psiquismo” a una ficción teórica, a una fantasía del pensamiento. Solo una fórmula convenida para mitigar el desconcierto.
Así como Nietzsche considera que el yo o el alma se ofrecen como errores útiles, lo mismo cabe para el vocablo psiquismo. Errores útiles, se podrían pensar como ficciones dadoras. Fábulas que abrigan.
Pero, en un momento, lo útil se torna inútil y lo que estaba para dar, sustrae. Al cabo, todos los artefactos iluminan oscureciendo.

La locución preposicional “a pesar de” reseña cómo estamos viviendo. Pese al dolor, a la tristeza, a no poder abrazar, a no poder viajar, a no tener empleo, a no saber hasta cuándo. La expresión “a pesar de” atestigua cómo seguimos viviendo sin ceder a la negación, en tiempos de adversidades, fatigas, infortunios.

Algunos refranes consuelan en tiempos de miedo y cansancio. Uno dice “No hay mal que dure cien años” y remata para despejar dudas “…ni cuerpo que lo resista”. Otro afirma que “No hay dolor que la muerte no acabe”. Otro alivia recordando: «Siempre que llovió, paró».
Para no desanimarse por tantas desgracias que sufren, Quijote dice a Sancho: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.

Resistir la ferocidad // LTA

¿En qué nos metimos?, le pregunté. 

No podía más, sentía que hasta mi psicoanalista me había dejado en banda. No podía pensar más, no se me caía una idea, sólo podía sentir. Estaba así, atónita. Así, sin tono.

Una de mis amigas/aliadas me escribe. Le cuento cómo estoy. Me propone: escribamos, escribamos juntas y ahí, esa hoja blanca se armó como campo de experimentación. Ahí con ella, arrancó de nuevo el motor y encontré ritmo.

¿Por qué no aprender de ese adormecimiento afectivo que a veces tienen los tipos? Por más léidos que sean, ellos saben mantenerse ignorantes frente a las afecciones. 

Me dijo eso porque a veces esto de experimentar cansa el cuerpo, pero sabemos que no va por ahí. 

 

Nos lanzamos a escribir.

 

E m b a t e s   a b i e r t o s   

 

Primero. Redireccionar fuerzas permite armar otros posibles y eso genera mayor poder sobre el juego. Hasta ahí nos da bien la ecuación. Ahora, ¿Cómo hacer para que ese saber no nos separe de lo sensitivo? ¿Cómo sostener esas contradicciones entre lo racional y lo afectivo? ¿Cómo hacer para armar no a pesar de lo afectivo sino con eso?

Segundo. ¿Cómo pensar un encuentro, uno que salga de los guiones preestablecidos sin compañeros que nos sigan en estas experimentaciones? No hablamos de relaciones que salgan del guión necesariamente, pueden ser relaciones de pareja o noviazgo socialmente “aceptadas/regladas”. Nos referimos al modo en el que se tejen las relaciones, este armado de nuevas suavidades que dice Rolnik. Como hacer para pensar en los encuentros si los tipos en general hablan de otro caso, de otra cosa. Cuando se ingresa a un campo más sensible, se van afuera y no sólo estratégicamente. Como dice una amiga, buscan afuera, “les gustan los universales, el “ser”, la teoría, porque no saben una mierda sobre lo que sienten”. Y no solo eso, cuando la relación requiere un poco más de disposición afectiva para escuchar lo que nos pasa, lo que estamos atravesando, rápidamente corren el cuerpo: “no puedo / no estoy ahí / demasiada rosca / por qué le das tanta vuelta / era un modo de decir”. Modos de andar tradicionalmente masculinos.

Tercero. ¿Cómo escribir estas otras historias sin que eso caiga sobre nosotras con toda la ferocidad de lo normado? Todo muy lindo, ser feminista, hablar con e y ser copade. Pero eso que difiere no se acepta tan fácilmente hasta en los ámbitos más progres e inclusivos. No querer tener hijos, querer a dos personas al mismo tiempo, pensar en el trabajo sexual como una opción (pensamos en algunos pero hay miles), no son campos de experimentación sencillos de sostener.



A (r) m a r  r e s i s t e n c i a s   p o s i b l e s

 

Hay mucho por andar y por suerte los resultados son pocos pero muy potentes. Pensamos juntxs algunas pistas para pensar-nos frente a esta ferocidad. Intentando, claro, que la letra no mate la experiencia, que la letra no cierre sentidos, sino por el contrario, que los sostenga y abra posibilidades.

El feminismo (que es uno y es muchos) aporta en este sentido. Tenemos que armar relaciones, poder y saber desde ahí, sosteniendo las contradicciones inherentes a la vida. Aprendemos en la vida que teñir de afectación la percepción empaña la vista, aprendemos a no contar con lo emocional como dato. Todo lo contrario, por lo general si esa percepción no encuentra correlato con lo “normado/establecido”, nos lanza a la locura. Es toda una historia (de poder) operando en los cuerpos, que coloniza el saber, el hacer y el sentir. Tenemos que sumar esa potencia tradicionalmente femenina que incluye las afectaciones, lo singular, el cuidado del otre, la posibilidad de equívocos y la apertura a la experiencia, en la construcción del mundo.

Experimentar es una actuación contra natura. No es algo espontáneo. Espontáneo es Tenerla Adentro. Espontáneo es seguir los guiones de la obra heteronormada, espontáneo es el apuro por el reloj biológico, espontáneo es la alegría porque una amiga “consiguió” pareja y está contenta. Espontáneo es lo primero que nos sale y por lo general sigue diálogos cristalizados y armados por otros. 

Experimentar implica redireccionar las fuerzas, armar otros recorridos, propiciarse gestos como artificios que abonen en otros sentidos y esto no es sin malestar, sin contradicciones, sin dudas. Implica un acto de resistencia, de insurrección para abrir otros mundos posibles.

 

L a   a r m a m o s   c o n   a m i g a s 

 

Esto, claro, es  i m p o s i b l e  sin aliadas. Imposible sin cuidados. Cuántas veces sentimos que si decíamos algo, quedábamos mal paradas; cuantas veces nos sentimos medio locxs por sentir /pensar X cosa; cuántas veces esa ferocidad se nos vuelve con la misma fuerza y empezamos a sentir que “meamos fuera del tarro”, que no es tan así, que capaz estamos haciendo mucho rollo. La vergüenza como afecto de regulación. ¿Por qué dije tanto/así/tan fuerte? La tristeza como antesala a darse con toda la ferocidad: ¿Para qué te metiste ahí? ¿Por qué creíste que podía ser diferente? Vergüenza y tristeza, resacas primeras de un golpe. Antesala de las voces feroces que nos responsabilizan por la ingenuidad de creer que es posible a(r)mar otras maneras. 

Las amigas ahí son claves. No hay mejor registro que el de aliadas sensibles. Tenemos que armar desde ahí, contar con las amigas, tirarle una bomba a las jerarquías afectivas y volver a construir mundo, entre nosotras y a partir de allí. 

Hay que obligarse a sortear la tristeza y la vergüenza y ponerse en relación con las otras. Sortear el enojo con una misma y acuerparse con otras que pongan otras palabras suaves a esas tan feroces. Sabemos que esa ferocidad con la que arremetemos en nosotras mismas, es la voz del conservadurismo. No somos del todo “nosotras”, es otra cosa: la voz de la norma, del patriarcado, del statu quo. Pero claro, duele y es difícil disputar. Son necesarias las otras ahí. Muchas veces es difícil distinguir ¿cuál soy yo? ¿cuál es mandato?

Otras voces llegan de manos amigas como platsul para la piel lastimada. Todes aprendemos a esconder/silenciar/ocultar las historias que “no salen bien”, lo roto. Cuánta costumbre tendremos de eso que el dispositivo de la terapia es un lugar al que se llega, en general, para hablar de eso con garantías de confidencialidad. Después, en el mejor de los casos, ocurren otras cosas ahí. 

Permitir una circulación más liviana y libre de las “otras” historias, de lo roto, de lo que parece que no, quizás nos permitiría agujerear los guiones de las formas y los modos de “la” felicidad. Quizás así, se puedan ir inventando y armando situaciones que de tan mínimas no “valen” nada (en el sentido ampliamente capitalista) pero que justamente en esa cualidad, encuentran su potencia para armar estrategias que nos sostengan en rebeldía y también, en los encuentros.

Dejar de insistir para que nos abran lugar en esos guiones sabidos, esos, socialmente preestablecidos. Abrirse y no resolver con el chongo o con la familia como primera opción. Parar la pelota y buscar afuera, capaz sea la clave para empezar a armar entre nosotras otros modos de vivir.

Estamos viviendo  – porque es a partir de la experiencia – el derrumbe de a poquito y cada vez, de la jerarquización de los afectos y los vínculos. De un tiempo a esta parte venimos sintiendo que la familia y la pareja no son lo primero ni  tampoco lo único. Puede llegar a escucharse medio obvio o trillado, pero la sensación es tan vital y novedosa que es bueno detenernos en esto.

Armamos una cotidiana distinta, la armamos con amigas. Cuando nos entraron a robar, cuando nos enteramos que estábamos embarazadas, cuando la cosa se puso turbia en el trabajo, llamamos a una amiga. Cuando nos pensamos a futuro, en nuestra vejez, en quién se “hará cargo de nosotrxs”, más allá de estar o no en pareja, o de tener hijes, sabemos, va a ser con amigas. Hoy para nosotras las amigas son referencia, sentimos que vamos a armar vida más allá de la «familia, la pareja o les hijes» porque sencillamente ya lo estamos haciendo. 

Con estas amigas, con las que nos acuerpamos, nos pedimos alertas o avisos: “Decime si me ves haciendo cualquiera, es probable que me cueste escucharte o me enoje pero te prometo que voy a desconfiar de mí”. Es que claro, hay una gran parte del trabajo que consiste en no dudar de lo que sentimos. Darle plena entidad al registro de nuestras emociones y lo que nos pasa en el cuerpo. Pero a la vez, como sabemos de la ferocidad de las voces que nos llaman a la domesticación, tenemos que estar atentas y cerca de la palabra aliada porque tenemos voces enemigas dentro que nos confunden. 

 

¿ Q u é   n o s   e m p u j a ?

Creemos que podemos vivir mejor, de manera genuina, creemos que podemos vivir [todes] de maneras más livianas y hondas. Nos empuja esa convicción. 

¿Cómo decir? ¿Cómo hacer? La escritura y lo clandestino nos parecen dos puertas muy potentes. [Ya nombramos otros guiños más cotidianos. Cada unx tendrá que ir inventando y traficando los que sirvan]. 

 La escritura es un modo de darle lugar a eso que anida en las gargantas, a ese germen que quiere decir. Escribir es un modo de experimentar, y por eso también, algo que nos exige. No sólo es un modo “piola y necesario” para decir sobre lo que estamos atravesando. No es un diario íntimo. La escritura es un acto político. Tiene fuerza política este armado, entre letras, de espacios cómplices y subversivos, de pimienta feminista. Capaz lo clandestino y las tradiciones orales nos ayudan a entender algunos cuidados que armamos frente a algunas amenazas. Pero es importante dimensionar que la escritura sienta, asienta e inscribe otros mundos y principalmente avanza sobre este que tenemos. La escritura estría la tierra. 

Hacer escritos colectivos y anónimos es un modo que encontramos.  Estos escritos colectivos no tienen imágenes ni nombres propios. Es un frente a la individualización y con ello, a las formas del poder que subordinan vidas, fuerzas, historias.

Son escritos que se dicen con una voz en off que es la nuestra y es la de muchas. Simplemente porque sabemos que hay cosas que se cuidan de esa forma, que hacerlo así es una posibilidad, un modo de resistir a la ferocidad de la regulación de la vida, de las pasiones. Los publicamos, porque creemos que es un sostén lo suficientemente resistente en el que desarmar modos aprendidos y posibilitar la convivencia de vidas, gestos y encuentros.

Si de algo estamos convencidas es de que este es un movimiento delicado, sensible y sobre todo, muy potente, de abrir el juego. De mantenernos jugando y creando. 

La tenemos adentro, sí, pero La Tiramos Afuera, la sacamos a rodar.

La gorra sabe // Diego Valeriano

La gorra sabe lo que puede. Siempre pudo y ahora sabe que puede un poco más, justo ahora que ni lo esperaba. Sabe cómo hacer que las pibitas se caguen de miedo cuando vuelven de noche, sabe cómo hacer que los guachos trabajen para ellos, sabe lo que puede un fierro. Saben descansar, verduguear, hacer crecer el miedo, mirar para otro lado. Saben qué calles esquivar cuando es necesario. Saben qué decirle a la novia linda del preso nuevo cuando llora toda triste en la comisaría. Saben hacer desaparecer. 

La gorra sabe de política. ¿Cómo no saberlo? Sabe cuándo atacar, cuándo correrse, que decir, cuándo pueden ir un poco más allá. Saben del odio y desprecio de la política a lo que vagabundea, a lo que no obedece, a lo que se escapa, a lo joven, a la vagancia. La gorra sabe que los necesitan, saben que ciertos territorios hostiles ellos caminan para que no los caminen otros. Saben qué hacer, entienden las consignas, las interpretan, las patrullan. Sabe el valor de la política sobre la vida y la diferencia entre un militante y un guacho.

La gorra sabe y si se la banca sabe más. Sabe que mañana, cuando Facundo sea olvido, cuando el ministro siga ahí boqueando sin filtro, cuando las panelistas griten otra cosa, sabe que pueden dar unos pares de trompadas más. Apretar más tranquilos, verduguear lo más piola, disparar sin armar tanta escena, romper la noche en la lancha por la Rivadavia levantando a las chicas del cementerio de Morón, patear puertas, seguir despreciando madres que preguntan por sus hijos. También saben que ahora en el patrullero no están solos, los acompaña el miedo de Axel, la prepotencia de Berni, el silencio de la militancia, la complicidad de la justicia y ese odio bien manija y visceral de todos los que nacieron así, con el corazón ortiba. 

¿Que hay detras de la marcha anti Winkul Mapul // Pablo Bassi

Una caravana de cincuenta autos que intentaba llegar este sábado a Villa Mascardi desde de Bariloche, 30 kilómetros al sur, fue bloqueada por la Policía de Río Negro a mitad de camino. El grupo de personas, en su mayoría hombres, bajaron de los vehículos, prendieron fuego, entonaron el himno con banderas argentinas y desplegaron piedras sobre la Ruta Nacional 40. Y no se querían ir. Habían sido convocados bajo la consigna “Banderazo patriótico”, que en el grupo de Facebook “Apoyo a los vecinos de Villa Mascardi”, alentó una mezcla de justicia por mano propia, venganza y odio sobre la comunidad Winkul Mapu, que tomó posesión de parte del territorio en noviembre de 2017 cuando, en su intento por evitarlo, Prefectura mató por la espalda a Rafael Nahuel.

No es la primera vez que un puñado de vecinos apuesta por una solución represiva al conflicto. Horas después del asesinato de Nahuel, 500 barilochenses marcharon por el centro de la ciudad en respaldo al accionar de las fuerzas federales, por entonces al mando de Patricia Bullrich. Durante su gestión, el Ministerio de Seguridad militarizó la zona sobre la construcción de un imaginario: el pueblo mapuche radicalizado como enemigo interno.

Con la asunción de nuevas autoridades en diciembre, el Estado argentino desistió de avanzar en su ofensiva judicial contra la comunidad Winkul Mapu, si bien mantiene la denuncia por «usurpación» de hectáreas cuya propiedad se adjudica la Administración de Parques Nacionales. El Gobierno apostó en cambio por una mesa de diálogo encabezada por Gabriel Fuks, secretario de Articulación Federal de la Seguridad, que viajó hasta Mascardi, mantuvo contacto con los actores involucrados y diseñó una agenda de trabajo.

La nueva orientación política colisionó con la convocatoria a la marcha del sábado. Algunos perfiles arengaron a armarse y el Director Nacional de Cooperación Judicial y Ministerios Públicos de la cartera de Seguridad de la Nación, Jonatan Firun, presentó una denuncia penal por la posible comisión de los delitos de “instigación a cometer delitos”, “apología del crimen” y “asociación ilícita”. Ni Clarín ni La Nación le perdonaron la vida a la ministra Sabina Frederic en su tapa dominical.

Una parte de los convocados prefirió llevar sus reclamos al Centro Cívico de Bariloche. Allí circuló un petitorio que reclama “la intervención de las fuerzas federales de seguridad para el desalojo de los intrusos y la posterior custodia efectiva del territorio de dominio público y privado”. Además, solicita “que el gobierno provincial declare <personas no gratas> a todos aquellos funcionarios que se expresen en contra de lo manifestado por la propia gobernadora”

Arabela Carreras, la gobernadora de Río Negro, había asegurado “no reconocer las reivindicaciones ni la presencia en el lugar de esta autodenominada comunidad, considerando que es una ocupación ilegal y defendiendo a los vecinos que pacífica y legítimamente habitan la región”. Finalmente, Carreras se hizo presente el sábado en el Centro Cívico y en el acto montado sobre la Ruta 40 y dijo: “Repudio la violencia de un grupo de encapuchados que no tiene ninguna legitimidad”, al tiempo que intentaba desactivar la protesta: “Violencia y confrontación no son una solución”.

La violencia a la que hace referencia la mandataria se encuentra, en realidad, en proceso de investigación judicial. Se trata de denuncias por presuntos ataques a la propiedad privada adjudicados a Winkul Mapu. Estas versiones fueron reproducidas en medios de comunicación locales y nacionales. Una de las últimas, disparó la movilización del fin de semana.

El mensaje de ciertos medios de comunicación abonan a la destrucción de los puentes de diálogo. Durante la última semana, Clarín adjudicó a diversas organizaciones de trabajadores de la economía popular, entre ellas la UTEP y Colectivo Al Margen de Bariloche, acompañar la ocupación de 60 hectáreas de la Reserva Natural del Mirador del Azul y Cabeza del Indio en El Bolsón, donde desde el 22 de agosto se asientan 140 familias. Este lunes, Al Margen iniciará acciones legales contra el multimedio y el autor de la nota, Claudio Andrade.

Para la Coordinadora del Parlamento Mapuche Tehuelche de Río Negro, órgano representativo de las comunidades indígenas de la región, la convocatoria al banderazo escondió “claramente un ataque xenófobo y racial contra la comunidad mapuche”. Las organizaciones calificaron la movilización como un “intento destituyente” del diálogo encausado con el Estado y particulares.

Dos datos resultan ineludibles en cualquier análisis. El primero, es que detrás de las denuncias sobre ataques a la propiedad privada se encuentran dueños de cabañas y estancia con intereses inmobiliarios y, según fuentes oficiales, presuntas compras irregulares de tierras a Parques Nacionales.

El segundo dato, reflejado en una cartografía publicada por Susana Lara en el portal El Cohete a la Luna, es la concentración de hectáreas de la zona en manos de Zorreguieta, Benetton, Roemmers y Lewis. La posesión de tierra en pocas manos se extiende por todo Bariloche y alrededores, e incide sobre otra realidad que no llega a la tapa de diarios: la presión inmobiliaria sobre el precio y la dificultad de acceso para las mayorías.

Canal Abierto

Fuga hacia el paisaje. Entrevista a Jacques Rancière // Catherina Calvet

La siguiente entrevista trata del último libro de Jacques Rancière, Le temps du paysage. Aux origines de la révolution esthétique (La Fabrique, 2020), de próxima publicación en la colección “Contemporáneos” de Red Editorial, bajo el título de El tiempo del paisaje. Los orígenes de la revolución estética.

Al momento de “desconfinamiento”, ¿cómo representamos estos paisajes que aún nos están prohibidos? En su nuevo libro, el filósofo invita a un paseo histórico por los jardines europeos de los siglos XVIII y XIX, cuando este arte se consideraba parte de las bellas artes. Una exploración que, en el curso de las revoluciones francesa e inglesa, saca a la luz procesos sociales y políticos. En efecto, en 1790, en el apogeo de la Revolución Francesa, el filósofo alemán de la Ilustración, Emmanuel Kant, llevó el arte del jardín a las filas de las bellas artes, mientras que hasta entonces sólo había sido una parte de la arquitectura. Un paréntesis filosófico muy rico porque, haciendo su entrada en el arte, la naturaleza podría ser, en sí misma, una artista. La lectura de este libro es una necesaria fuga en estos tiempos replegados de coronavirus.

Este trabajo es una continuación de un trabajo anterior sobre las mutaciones en el arte a finales del siglo XVIII. ¿Cómo es que se trata de un punto de inflexión clave?

Este libro viene después de Aisthesis. Escenas del régimen estético del arte (Galileo, 2011), continúo hoy con este nuevo libro para informar sobre el cambio de paradigma en el arte entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Este es el momento en que pasamos del régimen representativo del arte al régimen estético del arte. El régimen de representación es un régimen normativo que define las cosas que pueden ser representadas y las formas en que deben ser representadas según su mayor o menor dignidad. Es un sistema jerárquico, que se ajusta a una jerarquía social. La revolución estética destruye esta jerarquía. Cualquier tema, incluso el más vulgar, se convierte en digno de interés y el arte es para cualquiera. Pero, sobre todo, el arte ya no se define de manera técnica, como un conjunto de maneras de hacer las cosas, capaces de asegurar el éxito de las obras. Se define como un mundo sensible, un mundo común de un nuevo tipo. El producto del arte se convierte en una mirada sobre mundo propuesta a los demás, una forma de experiencia sensible más que el resultado de una idea materializada según reglas.

Este momento de cambio es bastante breve.

El papel que se le da a los jardines es breve: unas décadas entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Pero es decisivo para la idea de arte que toma de un modelo arquitectónico. El jardín francés, del que Versalles es un ejemplo, fue concebido, en términos arquitectónicos, como extensión de un palacio. Era un prodigio de la ingeniería, sujeto a las leyes geométricas. Pero, justamente, por esta misma razón permaneció al margen de las bellas artes. Kant lo inscribió, en 1790, en el arte de la pintura, que es un arte de la apariencia… alejándolo de la arquitectura. A diferencia de la arquitectura, el jardín sólo tiene la apariencia de una finalidad determinada. No se presenta como una obra de la voluntad. Por supuesto que el jardín se construye, pero imitando al paisaje natural, que no es obra de una voluntad. Con el paisaje, lo que no es voluntad, lo inacabado entra en el arte donde ahora jugará un papel esencial.

¿Así que la naturaleza también es una artista?

Sí, y es una revolución. Incluso en el siglo XVII, la naturaleza no tenía nada que ver con los arroyos, los campos, los árboles… La naturaleza era el orden de las cosas, una cadena de causas y efectos que el arte tenía que imitar en sus propias composiciones. En el siglo XVIII, se identificará con la libertad, con lo que es opuesto al artificio humano. El paisaje es el trabajo de un artista de un género nuevo, la naturaleza, que hace bella porque no quiere hacer arte. Es esta nueva naturaleza que el arte de los jardines pretende imitar.

Este punto de inflexión se ilustra con el éxito del jardín inglés…

El jardín de estilo inglés pretende imitar la verdadera naturaleza contra el jardín a la francesa, geométrico y absolutista. Contrastará la línea curva con la recta y un paisaje de contornos suavizados, suaves ondulaciones y líneas serpentinas con la rigidez geométrica de Versalles. Se presenta, así, como una metáfora de la monarquía, supuestamente liberal, inglesa. Este jardín sería la imagen de una sociedad en la que no hay una separación radical entre las clases, sino una gradación insensible entre la parte superior e inferior de la sociedad.

Algunos dirán que estos arreglos que imitan a la naturaleza son finalmente tan autoritarios y arquitectónicos como los de los jardines franceses…

Por supuesto, este jardín liberal es, de hecho, tan autoritario como el otro: para disponer estos grandes espacios abiertos, estos charcos sinuosos de agua y estas ondulaciones, los árboles tienen que ser cortados, derribado, excavados, nivelados y transformados completamente el paisaje. Por eso, a finales del siglo XVIII, los teóricos ingleses le hicieron la guerra al «jardín inglés». Lo contrastan con las «escenas» creadas por la propia naturaleza y caracterizadas por la ausencia de selección de plantas, el libre despliegue de árboles entremezclados, la ausencia de límites marcados: una democracia de la naturaleza contra la tiranía de los arquitectos de jardines y los propietarios. Porque estos nuevos parques paisajísticos se desarrollaban al mismo tiempo que los nuevos hospicios que mandan a los pobres del otro lado de la puerta de los espacios hasta entonces compartidos.

¿Como una afirmación de los límites de la propiedad?

Este es el último episodio de la historia de los «hopicios» que comenzó en Inglaterra en el siglo XVI y que experimentó un nuevo desarrollo en los inicios de la revolución industrial. Las cercas les quitaban a los pobres el uso de los bienes comunes donde podían pastar los animales, encontrar comida, madera, etc. Las propiedades de los ricos, que solían cruzar los demás de camino a sus casas, ahora estaban cercadas por vallas que obligan a los campesinos a dar largos rodeos. Y los empinados setos de coníferas ocuparon el lugar de los altos robles que les daban sombra. ¡Incluso en torno a las plantas hay lucha de clases! Este cambio de escenario ya no permitía la metáfora de una sociedad tranquila, con relaciones pacíficas entre las diferentes clases sociales, sino que revelaba la verdadera cara de la propiedad privada.

¿Puede la rigidez del jardín francés explicar la radicalidad de la Revolución en Francia en contraposición a una revolución más gradual y progresiva en Gran Bretaña?

Al menos, eso es lo que dicen los ingleses. El gran teórico de la monarquía liberal, Edmund Burke, es también el teórico de la línea serpentina. Su Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, publicada en 1757, influyó mucho en el arte de los jardines ingleses. Sin embargo, en 1790, en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia, denunció a los revolucionarios franceses diciendo que procedían por líneas rectas y nivelación, como los arquitectos de los jardines monárquicos franceses. Lo contrasta, por supuesto, con el liberalismo de la línea curva de los jardines y la monarquía inglesa. Pero, durante estos mismos años revolucionarios, otros en Inglaterra denunciaron el despotismo propietario y noble que actuaba en el interior de ese llamado liberalismo.

El paisaje es también un hecho social y político…

Sí, el paisaje fue pensado en ese momento como una forma de coexistencia entre elementos y plantas que proporcionaba una metáfora de la coexistencia entre individuos. Es la imagen de una sociedad pacífica, fiel a una naturaleza que ya no está constreñida, sino que es libre. Burke lo aplica a la monarquía inglesa. Sin embargo, en el mismo año 1790, el joven poeta Wordsworth reconoció sus rasgos en las campañas y festivales de la Francia revolucionaria. Y Rousseau asoció la armonía de los jardines «naturales», pero también la del sublime paisaje montañoso, con un ideal republicano.

Este período del jardín como parte de las bellas artes iniciado por Kant terminó cuarenta años después con Hegel.

Ambos filósofos, de hecho, sirven como hitos cronológicos en la historia estética del paisaje. En la década de 1820, Hegel reintegró el arte de los jardines en la arquitectura y vio el modelo en los grandes parques de la monarquía francesa. Sin embargo, Hegel había sido en su juventud un partidario de la Revolución Francesa y un admirador del paisaje sublime. Pero, con el tiempo, se convirtió y dejará la pasión por lo sublime sólo a los románticos. Con él, la naturaleza ya no es una artista. El arte es sólo una obra de la mente. Es una especie de certificado de defunción de todo el gran entusiasmo y las esperanzas del período revolucionario.

Se ha hablado mucho últimamente de “vegetalizar” las ciudades. ¿Podemos imaginar un nuevo «jardín urbano»?

La «vegetalización» urbana responde sobre todo a un objetivo general de lucha contra el calentamiento global y a un objetivo particular de gentrificación. Estamos muy por detrás de los programas filantrópicos del siglo XIX con los grandes parques de estilo inglés, como el Buttes-Chaumont, diseñados para devolver un poco de naturaleza y aire limpio a los pobres atrapados en las ciudades industriales.

¿Cómo analiza este período de crisis? ¿Y cómo vivió este confinamiento?

Lo veo como un momento en el que es mejor suspender los grandes análisis sobre la relación entre el hombre y la naturaleza. La naturaleza en este momento son las flores que cuelgan en mi ventana y el mirlo cantando en el patio. ¿Cómo podemos analizar seriamente el estado del mundo cuando estamos en una situación en la que no vemos nada de él por nosotros mismos?


Revista Ignorantes

Covid-ficciones (tres microrrelatos sobre los potenciales del presente) // Amador Fernández-Savater

“Necesitamos ficciones para creer en la realidad de lo que vivimos”

  1. El muro

Finalmente decidieron separarse. La ciudad se dividió en dos: los jóvenes al Oeste y los mayores al Este. Un gigantesco Muro electrificado cortaba la ciudad como un limpio hachazo. Los jóvenes nunca asumieron que la pandemia tuviera que ver con ellos. Los mayores, más y más asustados por sí mismos, no supieron encontrar otra salida. Extrañas noticias jamás verificadas de un complot juvenil para contagiarse masivamente en Fiestas de Vida y de Muerte acabaron por decidirles. Al cumplir 14 años los jóvenes eran apartados de sus padres y enviados a la zona Oeste, llamada Ciudad Diamante. A partir de los 25 podían volver a la Zona Este, la Ciudad de Vidrio, como fuerza de trabajo simple o cualificada según los rendimientos tele-escolares. Algunas voces se levantaron al principio hablando de segregación y autoritarismo, pero apenas nadie protestó por aquella medida. Era el comienzo de los Nuevos Tiempos, todo era posible, todo estaba justificado. Los padres y los hijos se encontraban semanalmente en compuertas de cristal a lo largo del Muro. Los expertos estudiaron que la tristeza social por el distanciamiento fue muy intensa durante los tres primeros tres años, pero la vida retomó pronto su normalidad. Y así fue cómo se dividió la ciudad.

 

  1. El desafío

Apareció cuando ya estaba a la vista el tercer confinamiento, mientras la situación social se degradaba al tiempo que se iba aceptando como normal. Aquel mensaje-llamamiento convocaba a los que no tienen nada que perder, a los que lo han perdido ya todo a extender por todas partes el contagio si no se garantiza a todos un salario digno en la cuarentena. Hacer del cuerpo un arma, usar el virus como palanca, un desafío inaudito. La amenaza se ejecutaría la mañana del primer día de confinamiento, individualmente, por grupos, en masa (…) Ya estamos muertos, no tenemos miedo.

El mensaje corrió como la pólvora, entre la incredulidad de todos. ¿Iba en serio? ¿Quién se atrevía a tomar así a la sociedad entera como rehén? La derecha llamaba a encontrar y castigar rápidamente a los responsables. La izquierda decía comprender el fondo del mensaje, pero sin compartir las formas. Los anticapitalistas lo juzgaban «aventurerista» y «equivocado sobre la correlación de fuerzas». Los teóricos de la renta básica lamentaban que empañaba su propuesta, «que es viable sin recurrir a la violencia». Pero al otro lado no había nadie, sólo un silencio cada vez más inquietante y muchos rumores: «conozco a una persona que lo va a hacer», «he visto a unos vecinos organizándose», «de últimas tienen razón, no queda otra».

El pánico y la expectación crecían en paralelo, en el clima de un capítulo de Black Mirror. Hasta que llegó la famosa alocución del gobierno, cuyo contenido no se esperaba nadie. Nunca pudo descubrirse quién redactó aquel mensaje-llamamiento, pero todo lo que vino después lo tuvo como origen. 

 

  1. La fiesta

En aquel lugar las fiestas habían tenido siempre un componente popular muy fuerte. Así que cuando, en el año I d.C., las autoridades decidieron cancelarlas, el gesto casi automático fue convocar una asamblea para ver qué hacer. Allí se reunieron todas las tribus: las Madres del Puerto, los punkis del Barrio Antiguo, los vecinos del Alto, los fiesteros de la playa de los Ingleses.

Un punki jovencito tomó la palabra y formuló la cuestión: «no podemos hacer las fiestas como siempre, como si no pasara nada, pero tampoco queremos aceptar la cancelación sin más, por miedo. Nuestro deseo es celebrar juntos un año más a nuestra diosa de Agosto». El desafío pasaba por organizar unas fiestas donde el cuidado fuese un asunto colectivo, teniendo en cuenta las exigencias que imponía la nueva situación. ¿Cómo hacer que la precaución no implicase alejamiento, sino un nuevo juego, un nuevo arte de las distancias?

Toda la gente sabía bien que no se inventa una fiesta desde la nada, por decreto, así que se pusieron a excavar en viejas tradiciones que pudieran servir. Las Madres rescataron aquella curiosa reverencia tan «japonesa» que se practicaba antiguamente en el Puerto como saludo. Los punkis recuperaron esa furiosa danza, cuyo recuerdo fue sepultado después por el pogo, donde cada uno bailaba solo y al mismo tiempo vibraba con los demás. Los vecinos del Alto recobraron aquel lento Ritual de Cortejo tan presente en su primera adolescencia, motivado a medias por la timidez y a medias por la vigilancia de los padres. Los fiesteros aportaron toda su sabiduría en la creación de ambientes.

Desde luego aquellas fiestas no serán recordadas por su eficacia, puntualidad ni armonía, pero todo eso fue compensado por la energía intensa de una implicación sin delegación. Lo que se celebró ese agostó fue la reapropiación de la existencia y la conquista de un nuevo sentido del vínculo social.

Lo que nadie podía prever es que toda esa energía se prolongase a la vuelta de verano y que tantos experimentos surgieran entonces para reinventar radicalmente la educación y la salud, el trabajo y el consumo, como se habían reinventado las fiestas, probando así que, como dicen los clásicos, una sola chispa puede incendiar toda la pradera.

 

Capitalismo a los Bezos // Colectivo C4xiv4*

Asistentes a la polémica espectacularizada, nos quedamos calientes con el discurso que dió Jeff Bezos[1] via zoom, para el congreso de los Estados Unidos. Figura modelo de la explotaciòn informática y uno de los principales ganadores de la crisis en curso, el dueño de Amazon posee más de 190 mil millones de dólares, patrimonio que sobrepasa el PBI de más de 140 países y lo ubican en el puesto 54, antes de Qatar. Jeff tiene algo así como el 35% del PBI argentino.

Modelo humano exitoso de la vida contemporánea, Bezos habló y nos preguntamos: ¿qué quiso vender? ¿cómo nos quiere hacer comprar? ¿Con qué nos emocionó Jeff Bezos en su casa, desde el Congreso de los Estados Unidos, en cadena nacional con transmisión globalizante? Un discurso teológico basado en tres momentos fabulosos y míticos que modelan la existencia común: oportunidades, trabajo y el par exito/fracaso. Tres momentos que regulan, que hacen del sueño americano un pasaje calculado.

Cargado de pasiones, las palabras de quien se quiere filántropo buscaron (des)movilizar. Emprendedurismo de primera, palabras sobre el sacrificio de sus xadres, de su performance como buen hijo, aceptación de los fracasos fueron los hitos destacados por Jeff en su relato modelo. Incluso, el dueño de una de las empresas que a nivel mundial más se benefició con la crisis en curso, dió cuenta de la labor de Amazon en relación a las personas en situación de calle, de su preocupación por la complejidad de las diferencias raciales y de la grave situación migratoria que atraviesan los Estados Unidos, efectos todos de un sistema del que Jeff parece sentirse ajeno. Incluso sus palabras buscan negar estos problemas en su carácter estructurante del capitalismo. Al final, se atrevió a afirmar que “al resto del mundo le encantaría beber aunque sea un pequeño sorbo del elixir” que tienen en Estados Unidos. Como buenxs consumidores de sustancias mágicas y compradorxs de relatos mistificantes, seguimos escroleando el discurso de Jeff mientras lo sentimos hacerse sentido común, fast-food subjetivante del que venden por la tele. Esperamos que el elixir amazoniano no nos pegue otro mal viaje. 

Bezos arma una tierra de oportunidades, lisa, llana y cínicamente homogeneizante. Aquí, en la tierra inventada por la economìa clásica del capital, el joven Jeff, hijo de inmigrantxs en el que nadie creìa, puede empezar su imperio desde un sueño de garage. ¿Qué posibles hace pasar un mundo de la oportunidad? La oportunidad es una estructura deshistorizante que implica un solo sujeto sin trayectoria, ni solidaridad ni conflicto, en una situación neutra, mirando estrictamente hacia un futuro sin marcar, escena sacralizada del neoliberalismo donde los derechos sociales son subsumidos en la lógica falsa de la oportunidad individual. Así las desigualdades estructurales que sostienen el estado actual de cosas son leídas como accidentes, situaciones marginales, excedencias o problemas a solucionar, que incluso el principal ganador de la crisis en curso dice estar intentado resolver. En el mito de Bezos, quien no triunfa es porque no quiere, no hay desigualdad fundante, no hay historia, ni violencia,  ni remedio para quien no hizo de su desventaja una oportunidad para ganar. ¿Por qué nos sigue calentando un discurso que reproduce la lógica del pecado original económico que ya el mismo Marx criticaba? 

De la tierra de la oportunidad, en donde toda minoría puede triunfar, al hitazo millonario de dominar el movimiento, en el relato de Jeff hay, ante todo, una ética heteronormado ciscuerdista del trabajo, la autoconfianza y la perseverancia: del sueño al éxito solo hay voluntad y sacrificio. ¿Nos vende Bezos una utopía de la servidumbre? ¿es el trabajo el que dignifica? ¿se puede ser indigno del capital?  Si internet modula constantemente nuestra manera de habitar el mundo, ¿cómo hacemos vidas no vendibles? ¿qué afectos no son mercancía? producimos vidas, producimos afecto, producimos mundo, imagen, consumo,  datos, control ¿cuando nos van a pagar por producir existencias?

Una vez un amigo italiano dijo: “la creación de la internet es tan importante como la creación del fuego”. ¿Será que sin internet nos cagamos de frío? ¿Es internet nuestra manera de hacer el común? Una amiga dice no lo quiero pero lo necesito. La vida digitalizada no es una imposición, una dominación de todo o nada, parece ser algo más complejo, nos clausura, nos potencia, nos reprime y nos fascina. La compra-venta digitalizada que propone Amazon o Mercadolibre, no es un espejo de la compra-venta tradicional, abre otros procesos, otros posibles, también obtura, regula, especula. Lxs gobernantes del mundo entero, arman protocolos para gestionar la crisis provocada por el coronavirus.  Bezos dice “la máquina de Amazon ya está andando”, que venga la crisis mundial y se encabalgue sobre la axiomática en curso. La compra-venta digitalizada parece ser en la mayoría de las conjeturas una solución. Sujetxs desmovilizadxs, mercancías circulando como por arte de magia. Se hace del vendedor un dato, del deseo un algoritmo, del repartidor un invisible, de la relación entre personas un puntaje y del espacio común la soledad. 

Dejame conocer tu casa, a través de la domótica, cómo comes, cuando cagas, cómo miras, cuando cojes, como acabas, cuando te agarran esas ganitas de sentir un chumbito en la cintura, cuando prendes tu televisor y tu pantalla, cómo es tu rendimiento, todo esto es predecible y modelable solamente observando tus compras y tu basura. Un buen hombre es quien conoce los tiempos del consumo, y es por eso que la lucha de Bezos es una lucha por colonizar el tiempo y por ordenar los cuerpos. El tiempo de Bezos es un tiempo sin pausa, sin interrupción, un tiempo al ritmo de los mercados, un tiempo de posibles ya marcados, repetitivo en lo novedoso, creativo sin creación. Solo jeff sabe lo que vos queres y es por su obsesión por los clientes. Jeff está enamorado de la insatisfacción del cliente, lo excita nuestra insatisfacción constitutiva. Jeff más que nadie sabe que las zonas erógenas se expandieron y que una huella dactilar apoyada en una pantalla, puede provocar orgasmos, incluso conoce la soledad del después. Dictaduras del , ejércitos de seguidores, influencers corte pastores evangélicos. ¿Existe ambivalencia en nuestra experiencia digitalizada? ¿Podemos reivindicar la potencia no valorizable, lo que no es data? Más que nadie, Jeff sabe que nunca vas a dejar de querer. 

El circuito cerrado de la falacia de Jeff tiene punto de partida colectivo (igualdad de oportunidades) y punto de llegada individual, al final solo los mejores triunfan en el camino del capital. Asistimos finalmente a la culminación del programa biologicista e individualizante de Ronald Reagan cuando afirmaba que el emprendimiento estaba presente en la naturaleza estadounidense, y sostenía: “Hemos vivido los tiempos de la gran industria y los tiempos de las grandes corporaciones. Pero yo creo que esta es la era del emprendedor”. ¿Tenemos ahora sí alguna alternativa?

La fábula que se nos presenta habilita también el escenario temporal del fracaso. Jeff incluso se lo apropia y lo hace bandera en su afán de volver democrática la narrativa performativa del emprendedor exitoso. El fracaso de Jeff es un fracaso careta, limpio, que parte de una razón mercantil binaria, exitista y felicista.  Incluso como ganador, Jeff nos sale a vender la oportunidad provisional de fracasar al tiempo que nos despoja del fracaso como estrategia contrahegemónica, el fracaso turbio, fracaso cachiva, fracaso que fuga. 

El discurso de Jeff interpela a las sensibilidades contemporáneas desde un relato individualista yoico-viril-heroico. Jeff tiene la capacidad de vender y publicitar las diferencias, de volverlas limpias y compatibles. Su afán higienista incluye un vitalismo, fruto del coaching, manuales de autoayuda y libros para aprender a emprender. El fracaso a los Bezos abre la posibilidad de un espacio cuantificable para corregir el camino y redireccionar, siempre al interior del mismo circuito cerrado que se va comiendo todo, en el que todo futuro es un pasado ya programado, direccionado, calculado, valorizado. La lógica triunfalista del emprendedor exitoso incorpora el fracaso como un dato, compone el flujo para conocer dónde y qué  traba, para redireccionar todo en clave exitista. Trata al fracaso como parte de las condiciones de un problema, como si pudiera pensarse en términos ingenieriles, binarios, matemáticos, de una fórmula. Todo esto para que el armado de la empresa del YO sea eficiente. 

Jeff quiere hacer de sus derrotas programadas y computadorizadas una oda a la perseverancia del trabajo, una oda a la multiplicación de las transacciones mercantiles. Su realización vital se da sólo a través del triunfo de su proyecto laboral, donde se realiza como un buen hijo, un buen muchacho y un buen ciudadano. Jeff es el hombre ideal, que no rehusa a sus sueños, “quien minimiza la cantidad de cosas de las que se arrepiente”, quien no abandona. Clausura en cada click la posibilidad de negarse a competir en las condiciones que ofrece el mercado, que obliga a revalorizarse a uno mismo y a lxs otros en los términos que propone el capital. 

La dominación de los parámetros desiguales del intercambio informático y su insistencia con el fracaso (entendido en términos ingenieriles y binarios) muestran la obsesión por eliminar el “afuera”, por el control capilar de la vida cotidiana. Lo que ofrece mediante su imperio no es el acceso a productos sino un servicio de conexiones, un modelo donde las pasiones se reemplazan por una lista de favoritos, donde la imaginación política queda desplazada por la precisión de los algoritmos y las transacciones, donde el colectivo tejido en red se vacía en la empatía de la red social digital. En el juego de Bezos la aceleración está calculada, su sistema mantiene la velocidad justa para la gestión y el comando de la vida. 

Podemos decir que el principal producto del capitalismo es el modo de vida donde el deseo se vive como mercancía y como deseo de mercancía. El cuerpo modelizado, el yo en tanto producto, empresa de sí, la manera programada de hacernos un común. La producción ocupa hoy casi todos los espacios y los tiempos de la vida, la vida se ha vuelto medio de producción y producto predilecto del capital, en tanto produce imagen y produce consumo. Productores y consumidores pueden ser leídos como los extremos de la relación que vivimos en tanto modos de habitar la existencia situada, precaria y común.  

Al final nos preguntamos por qué decidimos tragarnos el elixir norteamericano. Quizás porque nos gusta tomar todo, también porque mejor probar a que nos cuenten. En fin, porque en el asco del elixir que repite y devuelve sabemos que este es sólo uno más de estos ya largos chamuyos coloniales, que se ven bien, brillantes y luminosos, y en cada sorbo producen mito, sostienen muerte, contrato racial, y vida mula. A fuerza de bezos te dejan de cama, falto de active y meta emoticon.

[1] En los últimos años, entre los millonarios del planeta, los herederos de la irrupción industrial del petróleo y las finanzas comparten podio con los nuevos explotadores de la información. Estos nuevos millonarios pueden ser descritos como un consorcio enchufado a la internet armado por plataformas, algoritmos, usuarios y tecnologías smarts. Hace algunas semanas, estos consorcios fueron rostrificados en cuatro representantes, en el congreso de los Estados Unidos donde se armó comisión antimonopolio. Jeff Bezos (Amazon), Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (Google) y Mark Zuckerberg (Facebook) debieron convencer a lxs congresistas de lo importante que es mantener tal como están las regulaciones digitales que permitieron a estas corporaciones acumular recientemente una cantidad desorbitada de activos.   Para ver el discurso de Jeff Bezos.

La música que escuchamos mientras escribíamos

 

*Firman hoy: Dana Rosenzvit, Martin Rajnerman, Ari Lutzker y Juan Pepo Scioli

Imagen: @ratinoamericaunida





Hacer Morir. Hacer Vivir. Pliegues de un encierro que se extiende // Colectivo Editorial Tinta Revuelta – YoNoFui

Introducción

El cuidado hoy es un campo en disputa, es por eso que hay varias preguntas que hacernos. En estos últimos meses, muchas personas salieron de la cárcel con un arresto domiciliario; y que quede claro, el arresto domiciliario está lejos de ser un paraíso. Este proceso está siendo mostrado como un proceso de cuidado hacia las personas que estaban privadas de libertad, pero ¿qué pasa una vez que salen de estar en prisión? ¿Quien se hace cargo? Acá es donde entran a disputarse los cuidados. Somos una organización que forma parte de una comunidad que históricamente sobrevivió gracias a los cuidados colectivos, a los cuidados alternativos al aparato estatal. Los únicos cuidados que garantizaron nuestras existencias fueron los hilados colectivos y segundearnos entre nosotrxs.

Estas voces cuentan historias en primera persona, historias que son archivos de sensaciones, de secuencias, de gestos, de vivencias diarias configuradas por una arquitectura hecha para la vigilancia, una espacialidad que crea modos de programar relaciones amparadas en violencias racistas, clasistas y patriarcales. La cárcel es estructuralmente violenta, del mismo modo que lo son los modos coloniales de la justicia, creada para apuntalar los cimientos del estado-nación, una justicia blanca, una justicia viril y punitiva. El poder punitivo se materializa en tecnologías de castigo, ordenadoras de los cuerpos y de las vitalidades, que al mismo tiempo que te hace vivir, te hace morir. Es por eso que seguimos preguntándonos ¿qué otros modos de justicias podemos crear? Salir de esta nueva necronormalidad protocolar, ser inadecuadxs. Insistimos y apelamos a la memoria capilar de las prácticas de justicias alternativas, que no se apoyan en lógicas individuales y que nos implican comunitariamente. 

Colectivo YoNoFui

Se puede acceder al libro desde la plataforma virtual www.tintarevuelta.yonofui.org, también será puesto a circular libremente en formato PDF, y pronto estará lista su versión en papel para quienes quieran adquirirlo.

Desprogramación de la cultura // Silvio Lang

 

Este texto me fue encargado, en abril 2020, por el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para la publicación “Porvenir: la cultura de la post pandemia”, junto a la fundación MEDIFÉ. Pero fue excluido de la publicación con el argumento: “Se sale de la consigna y se enfoca demasiado en lo político”.

 

 

La cuestión de la ética surge precisamente en los límites de nuestros esquemas de inteligibilidad, en el ámbito donde nos preguntamos qué puede significar  proseguir un diálogo en el que no es posible suponer ningún terreno compartido, en el que nos encontramos, por decirlo de algún modo, en las fronteras de lo que conocemos,  pero de todas maneras necesitados de recibir y ofrecer  reconocimiento: a alguien que está allí para ser interpelado y cuya interpelación debe admitirse.

– Judith Butler, “Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad”.

 

EL FUTURO ES AHORA

 

Pensar en nuestro rol como artistas o trabajadorxs culturales y en la función de una política cultural metropolitana post pandémica no puede hacerse sin un diagnóstico de cómo estábamos antes de la pandemia y cómo la estamos pasando. Desconfío de la futurología. Pienso que el futuro se elabora con los posibles del presente en conjunción con los posibles del futuro anterior. El tiempo de post pandemia no habrá sido nada que no hayamos intuido y constituido en el hoy.    

 

¿Qué tipo de ciudad estábamos habitando e imaginando? ¿Qué disposiciones de vida se estaban estructurando en el tejido metropolitano? ¿Con y contra qué normas, valores e intereses hegemónicos tuvimos que hacernos una vida para sobrevivir? ¿Qué prácticas artísticas reproducíamos y cuáles se inventaron contra-hegemónicamente? ¿Qué sufrimientos, sacrificios, coacciones, coerciones y concesiones estamos soportando y silenciando? ¿Qué prácticas de insubordinación y de dignificación de esos afectos y hábitos estamos activando? ¿Qué cuidados nos estábamos dando como sociedad, en cada comunidad de afinidad existencial?

 

El COVID-19 no aparece en un espacio liso. Los virus, las bacterias, invisibles a primera vista, son especies que coexisten con nosotrxs humanxs, incluso que gestamos entre nosotrxs y las superficies que intercambiamos. El (óculo)centrismo de lo humano nos impide, casi siempre, reconocer y co-existir con otras especies y fuerzas de nuestros entornos que nos afectan aunque sean y se nos presenten como más o menos elusivas. Por otro lado, un virus aparece en contextos organizados de una manera específica y estructuras sociales definidas. Este nuevo virus ha dejado más expuesta la estructura de desigualdad socio-económica que ya estábamos padeciendo. Padecemos una organización de la vida con normas y valores sociales invivibles y condiciones institucionales de una crueldad deshumanizante. Nos hemos adaptado a vivir en una vulnerabilidad social generalizada donde la cuarentena y la preservación de la vida no es igual para todxs. Nos parece más natural esa vulnerabilidad indigna que un virus como ser vivo. Sin embargo, las personas vih-positivas aprendimos cómo con-vivir con el virus. Incluso, muchxs de nosotrxs, pudimos politizar e instaurar el derecho a esta existencia contaminada.

 

¿Qué mutualismo social y protección poblacional institucional hemos podido activar para las personas que la epistemología urbanista higienista y visualista  viene expulsando? La pandemia es el modo en que la organización de lo social decanta con la aparición de un virus. La pandemia no es el virus, si no la respuesta política y la re-configuración social de una población existente atravesada por un virus y sus desigualdades socio-económicas.  Intuyo que trazando un plano crítico de esa organización estructural de crueldad y desigualdad, cargado de nuestras insurgencias colectivas, podemos comenzar a pensar en común una re-configuración de las fuerzas productivas de una cultura de lo múltiple, en el tiempo de post pandemia. Es necesario recuperar los momentos en que lxs artistas y activistas hemos sabido entrenar, en el último tiempo, prácticas de democracia real. Es decir, rica en perspectivas existenciales diferenciales y en fricción con lo establecido.

 

CULTURA CAMBIEMOS

 

Podría hacer la histología singular de mi identificación como plaga antimacrista a erradicar de las instituciones culturales públicas porteñas, condición que padezco desde que el PRO gobierna la Ciudad de Buenos Aires (2007). Padezco este estigma en cada una de mis insistencias por mi existencia artístico-política y las reivindicaciones colectivas en las que me he implicado estos últimos 13 años. Pero no pienso que sea algo personal. Propongo que consideremos esta disposición higienista contra la multiplicidad democrática, en la gestión del PRO, como una producción ideológica de (auto)control y (auto)represión. Una disposición que funciona con un protocolo de normas, valores e intereses sociales de double bind (Gregory Bateson). Vivimos comprimidxs entre el miedo a ser excluidxs y el deseo y la seducción de ser parte. La internalización coercitiva de esta forma de vida dominante modaliza una forma de ser de lxs diferentes individuos participantes de la comunidad artística, en particular, y del conjunto diverso de la esfera social, en general. “Macri es la cultura” fue la consigna implícita que hallamos, entre varios colectivos en el 2016, en la performatividad del PRO, constitutiva de su propia realidad social y cultural. La hipótesis de que la alianza Cambiemos había triunfado en la sociedad mediante un código cultural neoliberal que descodificaba y modalizaba las relaciones sociales mediante afectos, conductas, percepciones, usos del cuerpo y del espacio urbano, deseos, etc. Las gestiones del PRO, en la Ciudad de Buenos Aires, habían sido el laboratorio de esta micropolítica de una nueva subjetividad de derecha, fundada en tan sólo dos axiomas: la empresa capitalista y la policía. Mientras que la mayoría de los cuadros políticos del peronismo se resistían a pensar con las categorías de la dimensión micropolítica para “leer” los estados de ánimos de la esfera social.

 

En constelación con Gayatry Spivak, propongo tratar a esa disposición performativa como “producción ideológica”, actualizando esa noción en desuso para la teoría política. Y llamar provisoriamente, a esta producción situada: cultura cambiemos. Puede detectarse en varios de sus dispositivos de acción comunicativa como en hábitos de sus instituciones y en  su performatividad social. Funciona mediante un protocolo de individualización subjetiva que actúa de manera contradictoria, metiendo presión entre la intimidación y lo motivacional. Por un lado, la activación de la culpabilización a sentires y posibles respuestas defensivas discordantes. La culpabilización produce una (auto)represión subjetiva. Por otro lado, la proliferación de una constante positividad motivacional que activa una (auto)poiesis individual adaptativa. Se trata de un protocolo existencial, compuesto de prescripciones sociales –valores, normas, sentimientos, intereses, actitudes- que hacen desear la adaptación de la potencia impersonal de la vida a un tipo de vida personalizada. El protocolo suscita modelos de vida neoliberales con dos axiomas vitales básicos: la vida como empresa y la vida como policía -tal como viene caracterizándolo Diego Sztulwark. Es decir, unx mismx como empresa unipersonal y policía de sí y de lxs otrxs. “Nos ponemos la gorra”, para usar una imagen que ha desplegado brillantemente el colectivo Juguetes Perdidos, cada vez que alguna alteridad altera la empresa (auto)poietica de sumisión. De ahí, se entiende la moral punitivista, securitista e higienista de la ideología de la cultura cambiemos, que produce subjetividades odiantes microfacistas.

 

En todas las sociedades hay régimen de normas, valores e intereses. Nuestra identidad podría entenderse como un tejido de la relación-negociación con ese régimen dominante y la interacción de los “perfiles” de las redes sociales Pero siempre hay márgenes de autonomía. Como plantea Judith Butler: “Las normas no nos deciden de una manera determinista, aunque sí proporcionan el marco y el punto de referencia para cualquier conjunto de decisiones que tomemos a continuación”. Pero el punto para mí es si contamos con las condiciones socio-económicas y los recursos materiales e intelectuales a disposición para tomar decisiones autónomas de riesgo y transformar las normas que no nos reconocen. Por ejemplo, ¿podemos poner en cuestión las normas de la cultura cambiemos para que reconozcan a lxs artistas como trabajadorxs? ¿O en cada reclamo colectivo que hagamos seguiremos recibiendo como respuesta por parte de este código cultural la estigmatización y la precarización?

 

El índice de democracia de una sociedad podría medirse por el margen que tenemos de crítica de las normas, valores e intereses dominantes, que no reconocen otras formas de vida emergentes, en cada presente histórico. El margen liberado e incentivado por la Cultura Cambiemos es cada vez más constreñido, controlado, cruel, discriminador y excluyente para formas de vida no hegemónicas. Redirecciona, en cambio, los recursos de sus políticas culturales a la adaptación de identidades. Esta normalización social de la cultura cambiemos ocluye los márgenes de indeterminación donde pueden expresarse la multiplicidad de perspectivas de existencia o mundos críticos del régimen vigente. Sin ese margen de crítica a las normas y valores dominantes es muy difícil el reconocimiento de existencias diferenciales y la sobrevivencia de culturas alternativas. En palabras de Butler, ampliando a Michel Foucault: “El cuestionamiento del régimen de verdad mediante el cual se establece mi propia verdad es motivado, en ocasiones, por el deseo de reconocer a otro o ser reconocido por él. La imposibilidad de hacerlo dentro de las normas de que dispongo me fuerza a adoptar una relación crítica con ellas”.

 

Nuestra invención de prácticas artísticas trabaja en el desplazamiento y ruptura de la normalización social cuando sus prescripciones se vuelven anacrónicas e invivibles. Pero, también, nuestro trabajo artístico y activista consiste en la instauración de nuevos sentidos relacionados con “derechos de existencia” (David Lapoujade), que implican la lucha por las condiciones de jurisprudencias de formas de vida contra-hegemónicas. En la cultura cambiemos los márgenes de indeterminación del arte y activismo críticos y creadores están bloqueados, (auto)reprimidos, sin recursos económicos y sin espacios de uso. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires es la ciudad donde se concentra la mayor riqueza del país y una de las ciudades del mundo más validadas por su producción cultural contemporánea. La cultura cambiemos no ha dejado de extraer plusvalía de esa validación internacional. Sin embargo, en sus 13 años de gobierno, no ha desarrollado una política pública de democratización que implique un mayor acceso a recursos económicos e infraestructurales, espacios culturales públicos, opciones de trabajos artísticos remunerados para la producción, la investigación, la formación y la subsistencia de lxs artistas de la Ciudad. En cambio, ha utilizado el marketing como el salario espiritual de sus instituciones.  En la espiritualidad del marketing se patentiza más enfáticamente su producción ideológica. Es decir, su engaño. “Lo que llamamos ideología es precisamente la confusión de la realidad lingüística con la natural, de la referencia con el fenomenalismo”, tal como nos enseñó Paul de Man.    

 

Por ejemplo, la mayoría de lxs artistas escénicxs porteñxs subsistimos en “economías barrocas” (Verónica Gago). Nuestras economías domésticas se componen de una heterogeneidad y dispersión de nuestro oficio que puede ser desesperante.  Damos clases en talleres autogestionados; nos apoyamos en redes afectivas donde circulan intercambios monetarios y no monetarios, cada tanto percibimos paupérrimos bordereaux’s de las funciones que hacemos, realizamos servicios sexo-afectivos y terapéuticos, hacemos casting para publicidades, nos endeudamos con nuestras familias y amigxs, inventamos cualquier tipo de  changas y hacemos todo lo posible para ser parte de la cultura cambiemos y recibir alguna migaja. Los planes de emergencia gubernamental para artistas, durante la cuarentena, siguen siendo condicionados por bases concursables, contraprestaciones y rendiciones de cuenta. Cuando lo que necesitamos, tal como David Casassas viene planteando la “renta básica” como “revolución democrática”:    es que se dispongan recursos económicos de manera “incondicional y universal”, garantizando la “invulnerabilidad social” para todxs lxs artistas o trabajadorxs culturales de la Ciudad.

 

La modalización del protocolo actitudinal y afectivo de la cultura cambiemos produce un consenso cultural o, en palabras de Raymond Williams, el proceso de una “hegemonía vivida”, que niega el conflicto de la estructura de desigualdad y crueldad social y económica, así como la existencia de otras formar de ser y perspectivas de mundo. La meritocracia, la autogestión hipercompetitiva, el capacitismo, el aspiracionalismo, el emprendedurismo, el exitismo y el reconocimiento personalistas, la positividad unívoca, la productividad y el rendimiento sostenidos, el progreso económico individual, la transparencia, la salud higienista, la adaptabilidad permanente, la estandarización de los cuerpos, la alegría sin negatividad, el clasismo amnésico e introyectado de la “acumulación originaria”, conforman el universo de valorización de la cultura cambiemos. Son operadores existenciales microfascistas que han sido alquilados a ciertas técnicas de coaching ontológico, las teorías new age y las neurociencias. Se trata de prescripciones anímicas invivibles para cualquier tipo de expresión heterogénea a este protocolo de individuación. Valores, normas, sentimientos, intereses, actitudes sociales que envenenan la sensibilidad; explotan los cerebros; separan a los cuerpos de su propia potencia de actuar y de la potencia de parentesco con otros cuerpos; atentan contra toda proposición de colectivo, y contra el reconocimiento de que toda producción es común, social.

 

Cultura cambiemos, tiene, al mismo tiempo, la característica binarizante de cualquier código. Lo que se opone o no es compatible con la lógica de de sus elementos, es eliminado, estigmatizado, encarcelado, reprimido, patologizado. La consigna “revolución de la alegría” no fue más que la modulación semiosensitiva -el “timbreo” pastoral, entre intimidación y motivación-, de este código cultural. Pro de positividad, sin posibilidad de rezago ni de crítica a la adaptación absoluta; Alianza Cambiemos, ratificando el pacto de la desposesión subjetiva; Juntos por el Cambio, el “emprendedurismo” como “innovación creativa” y (auto)explotación autogestiva. No todo cambio es revolucionario. Un cambio puede ser concesión, coacción, declinación, neutralización, separación, desposesión, adaptación. Muchxs artistas y juventudes porteñxs no pudieron más que adaptarse y reproducir cultura cambiemos en este universo de valores y materias expresivas estandarizadas. Tanto por miedo a quedar  afuera como por la motivación a pertenecer. Aunque siempre regateando los recursos económicos y las infraestructuras colonizadas que sólo se habilitaron para una élite de burócratas y crápulas, que despreció, no sin antes extraer energía creadora, a la comunidad de trabajadorxs culturales de la Ciudad. Es menester emplazarse frente a la corte cultural que administra los escasos recursos e instituciones. Aunque eso no garantiza que los recursos aparezcan. Nunca se sabe hasta donde puede llegar el terror y la humillación a los súbditos. Sobre todo cuando ni siquiera se admiten a bufones que desenmascaren al poder soberano.

 

Desde esta perspectiva crítica, la cultura, no es para mí, necesariamente, una actividad laboral más, ni un sector productivo especial de la sociedad, sino la industria misma de la sociedad. La cultura no es una máquina expendedora de contenidos para que consumamos. La cultura es el software de la producción social de nuestras vidas. Lxs artistas críticos somos lxs hackers. Y el software de la cultura cambiemos no se sostiene en la recesión económica post pandemia y la bronca encuarentenada. Podremos inmunizarnos del COVID-19 pero no nos vamos a inmunizar tan facilmente de la cultura cambiemos. Se podrá naturalizar, pero eso no es inmunizar, en todo caso es negar lo ya internalizado. “EL VIRUS ES EL CISTEMA”, reza un grafiti, a la vuelta de mi casa, en el barrio de Constitución.

 

UN DIÁLOGO DE FRONTERA

 

El Ministro Enrique Avogadro me llamó para escribir este ensayo sobre el después de la pandemia. Me re-identifico como antimacrista y esta invitación es para mí una interpelación ético-política shockeante. ¿Por qué me llama a mí? ¿Quién soy? ¿Debo responder a su interpelación? Y si lo hago, ¿cómo hacerlo? Si bien mi disposición performática es tensionar las normas de las instituciones donde trabajo, esta vez se trata de una invitación a un diálogo público con un agente cultural del estado. El Ministro escribe el prólogo y los textos de lxs invitadxs se publican en el dominio de sus plataformas de gobierno. El estado es mucho más que un gobierno o una institución, es una forma de captura y gestión inmemorial de todos los flujos sociales, una idea imperial de absoluto. En palabras de Eduardo Viveiros de Castro: “El punto de vista del estado no es un punto de vista cualquiera. Es él punto de vista, jamás un punto de vista. El estado es, justamente, un absoluto (…) Es la transformación, por captura, del multiverso en universo”. ¿Cómo escapar a esta captura de lo Uno? ¿Cómo conjurar esta unificación del punto de vista? ¿Cómo impedir una identificación mortificante que secuestre nuestra soberanía subjetiva? Es una cuestión que no puede evitar cierto trauma.

 

PLAGA ANTIMACRISTA

 

Mi relación con las instituciones culturales y funcionarios de gobierno, especialmente en las gestiones de la cultura cambiemos, tiene un historial conflictivo. Siempre termino difamado, estigmatizado, patologizado, eyectado como una plaga a erradicar y en precariedad económica. Aunque contenido por redes de apoyo afectivas y parentescos por afinidades extra-estatales. Me parece importante citar algunos hitos de estigma para dar cuenta de esta corporalidad de enunciación traumatizada desde la cual hablo en esta plataforma. Necesito exponer las identificaciones asignadas y los procesos de desidentificación o re-identificación en los que he podido rehacerme.

 

“¡¿Por qué lo eligieron a Silvio?! Siempre que está Silvio Lang, hay quilombo”, se ofuscó la Productora Artística del CTBA -Complejo Teatral de Buenos Aires- contra el Comité Curatorial de las residencias coreográficas Danza Al Borde. El proyecto fracasó por abusos y maltratos laborales de los productores internacionales. El CTBA canceló el estreno, suspendió los contratos del equipo técnico-artístico y me hizo devolver el dinero que llegué a cobrar de mi contrato, tras 8 meses de trabajo.  “Si está Silvio Lang en el proyecto no presenten nada porque la Directora de Festivales no lo quiere ni ver después de lo que hizo con la Comparsa Drag en el FIBA”, le advirtió un productor de la Usina del Arte a un compañero, cuando intentábamos presentar un proyecto en esa institución. “Si vas a trabajar en la Casa, o estás con nosotros o no estás”, me intimidó el Director Artístico del CTBA por un post de Facebook, donde narraba un episodio entre la seguridad del Teatro General San Martin y la Comparsa Drag. “Vos, ocúpate de tu seguridad, que dice que este teatro es un ‘espacio privado’ y nos expulsa”, le contesté. “Hiciste una afirmación política con voluntad espectacular, no vemos tu investigación”, me culpabilizó el ex Director Artístico del Teatro Cervantes. Y les quitó a lxs performers el derecho a realizar presentaciones remuneradas y canceló la edición del libro sobre la investigación del Laboratorio de Creación II, que dirigí. “Hasta que no cambien las autoridades conservadoras del Teatro no vas a poder volver a trabajar, Silvio”, se sinceró el Director Artístico del Centro de Experimentaciones del Teatro Colón, luego que estrené la ópera El Fiord, con consignas políticas actuales y un estilo escénico disidente. “No te va atender, está enojado. ¿Por qué lo traicionaste, Silvio?”, me culpabilizó la asesora del ex Director Artístico del CTBA, cuando intentaba hablarle por la reprogramación de la obra Querido Ibsen: Soy Nora”. La “traición” era que me había implicado en el reclamo colectivo de los elencos seleccionados para participar de “Escena 70”, por condiciones de trabajo adecuadas. El funcionario enojado no reprogramó la obra. Y hasta el día de hoy, desde hace 7 años, que nunca más pude volver a dirigir en ninguna sala del CTBA. 

 

 

 

DESPROGRAMACIÓN CULTURAL 

 

Pienso que la esfera social y las instituciones estatales de la Ciudad necesitan iniciar un proceso de desprogramación de esta producción ideológica de double bind de la cultura cambiemos para habitar el tiempo de post pandemia. No damos más. Si bien, “el mundo que viene va a ser un mundo de economía de la información y de alimentos” (Andrés Malamud), como proyectan algunos expertos del capital socializado, creo que podemos hacer un salto de imaginación política. Por un lado,  la cultura digital y la digitalización de la vida no tienen por qué ser nuestra prioridad. Podemos invocar un derecho a la desconexión de los dispositivos tecno-lingúisticos ¿Por qué adaptarnos, otra vez, tan fácilmente a los dispositivos que en nuestras prácticas artísticas de las corporalidades y políticas del contagio conjuramos? Nuestra prioridad es cómo rehacemos nuestras vidas prescindiendo del universo de valores de la cultura cambiemos. ¿Cómo queremos vivir y producir nuestras vidas juntxs en esta Ciudad? ¿Va a seguir siendo el urbanismo la epistemología de control, de la expulsión y de la violencia ciudadana a cielo abierto, las únicas modalizaciones existenciales posibles? ¿O vamos a trazar estrategias contra-hegemónicas que regeneren el espacio público? ¿Es posible trabajar en “un futuro no heteroreproductivo” (Jack Halberstam), abierto al reconocimiento de  existencias diferenciales? ¿Podremos desplazarnos del centralismo de lo humano y convivir con lo no humano sin subordinarlo ni exterminarlo? ¿Aprender a co-existir con los virus, lxs muertos, lo eterno-de-cada-cual, por ejemplo? ¿Somos capaces de  asumir la producción de lo común, humano y no humano? Lo común como lo que nos afecta a todxs: los alimentos, el lenguaje, los afectos, las normas, las bacterias, la tierra, etc. Necesitamos, como nos interpela Donna Haraway, “seguir con el problema” de aprender un hacer-pensar en común, que usufructúe colectivamente los valores que producimos en asociación. Apelar, en el caso de los alimentos, por ejemplo, a un “repertorio de formas de organización territorial autogestionaria y de constitución de un mercado popular que posibilite  ciertos consumos en escala de masas” (Verónica Gago). No se trata de la “caridad cristiana”, ni la “solidaridad participativa”, ni del “voluntariado” de un neoliberalismo recargado. Más bien de transformar la infraestructura de las fuerzas productivas de lo humano y lo no humano, y de liberar la esfera pública de la violencia cultural de la producción ideológica hegemónica.

 

27 de abril – 7 de mayo 2020, Buenos Aires.

 

 

 

Olor a nada 2 (tacto y olfato como potencias anímicas) // Agustín J. Valle

 

El rechazo general al tacto es parte de las formas de vida que eran parte clave de la normalidad y con cuya profundización se organiza, ahora, la excepción con que nos cuidamos de la pandemia. El distanciamiento social, más bien distanciamiento corporal, encontró afinidad electiva con la pandemia. Así es que el dolor, la pena, el miedo por el coronavirus resultan colateralmente una buena noticia para ciertos deseos, los deseos de la vida celular, tocarse lo menos posible, olerse lo menos posible, aislarse en una cápsula privada donde sostener una muy definida vida propia (vida blíster, como dice Franc Paredes). Cuanto más requiere el capital financiero de una disponibilidad general del cuerpo común a la recombinación, cuanto más desarraiga el viento especulatorio, más crece, a la par, la hiper definición de las vidas: yo soy esto, me gusta esto y lo otro no, mis bordes son esto y lo demás no es mi problema. Una forma -de vida- dada por todo lo que definitivamente no la toca. Y esto, por cierto, esta definición del propietarismo existencial (“yo tengo mi vida”), así como tiene una cara de alivio con el aislamiento obligatorio, tiene otra cara de banderazo porque un gobierno osa decirte lo que no debés hacer en tanto parte de un cuerpo colectivo.

Hace rato que la ciudad muestra el paisaje propio de esta subjetividad mediatizada que vive en la nube. En casi todas partes se busca estar como en una autopista, pasando por los lugares sin estar en ellos; y si no se tiene el auto, bendito sea, si no queda otra que ir rodeado de docenas de personas, igual, se autopistea la escena con auriculares que bloqueen el sonido del mundo, mientras la mirada se encapsula en la pantallita continua, para atravesar la ciudad sin verla ni oírla, tolerando el tacto de los otros entre la queja abierta y el simulacro de insensibilidad. Y los edificios metropolitanos con “amenities”, que ofrecen espacios y servicios para salir lo menos posible a la calle (al barrio, al barro), uno de los formatos de vivienda de  mayor crecimiento en nuestro siglo, ¿fueron hechos a medida de la pandemia, o al revés? Nada: coincidencia y profundización de tendencias de larga data.

No son nuevos los despreciadores del cuerpo que ya atacaba Zarathustra. Ahora por ejemplo se lo disciplina, al cuerpo, con una modélica corporal en apps y challenges de instagrám… Aunque lo que más desprecia al cuerpo es economía; la economía, que, precisamente por ser la gran ordenadora de los cuerpos, es política.

Una economía política refractaria al tacto, y al olfato, y a los modos de pensar y sentir que tienen puntales en el tacto y el olfato. Para qué sentir la presencia del otro cuerpo cuerpo vivo: siempre más impredecible, menos “bloqueable” que su virtualización. La existencia conectiva organiza un régimen de contactos sin tacto. Y aunque no creo que la subjetividad mediática sea propia de una ideología política ni de una clase social, sí recuerdo que en el año 2016, en una manifestación en Plaza de mayo de apoyo al entonces Presidente, una asistente festejaba así: “Acá no hay olor a chori, no hay olor a nada” (acá, video).  Olor a nada, una de las banderas de la sensibilidad neoliberal -el olor es signo de que hay alguien, y el capital financiero tiene la ilusión de su soledad, de su autonomía (se valoriza solito!), y si hay población, que se adapte…

Ahora oler es peligroso. Tocar es peligroso. Exactamente lo que plantea Bifo Berardi cuando distingue el modo conjuntivo de relación del modo conectivo. Pero si lo conectivo es un régimen general, y no  una instancia determinada, es porque su modo de pensar y sentir organiza también las relaciones presenciales y el espacio físico común. El ideal celular encuentra en el barbijo un descanso, descanso de ser visto. En el alcohol en gel, un íntimo alivio -la corporalidad tiene algo asqueroso…-. De Emmanuel Levinas heredamos la idea de que un rostro dice no matarás. Algo de la cara funda umbrales básicos de empatía y semejanza. ¿Qué efectos tendrá la supresión de los rostros en la ciudad? Los rostros permanecen allí donde no hay cuerpo, en las pantallas.

¿Y suprimir el tacto y el olfato? Tener tacto, tener olfato, son, además de sentidos, metáforas. Los sentidos metaforizan modos más sofisticados de la sensibilidad del alma, de la mente, del pensamiento… Tener tacto y tener olfato nombra potencias subjetivas. Tener tacto, por caso, designa el tener conciencia del impacto en los otros de nuestros movimientos e intervenciones, con capacidad de sutileza y cuidado. Tener tacto es responsabilizarte de que podés llegar a dañar. De los cinco sentidos, el tacto nos recuerda que no podemos percibir sin ser percibidos, no se puede tocar sin ser tocado. Que cuando algo es algo para nosotros, nosotros somos algo para ello. El tacto es el sentido de mayor fomento ético. (Por eso podemos decir que vemos algo pero no lo sentimos hasta tocarlo; el gusto sería un mega-tacto, un tacto con especificidad)

Y el olfato, como potencia del alma o intelectual, designa a la capacidad de percibir lo no evidente, de intuir, de captar lo que no está, percibir las huellas, percibir lo involuntario… “Sabés, papi?”, me dijo estos días mi cachorro de flamantes cinco años, “yo sé el olor de todas las personas. Cuando alguien me regala algo, lo huelo, lo huelo, y me doy cuenta de si era suyo, o si se lo regaló otra persona o si es nuevo”. Olfatear es la capacidad de adivinar la pista de lo que no está en acto. Los virtuales de lo viviente (no su virtualización), la presencia inactual pero real. Para el realismo capitalista, para el imperio de lo obvio, nada mejor que seres que no olfateen, que tengan oído para órdenes y ofertas, y vista para ver la realidad, las cosas como son, sin más.

 

Entrevista a Diego Sztulwark // Ivan Pintos Veas

¿Cómo describir las transformaciones políticas ocurridas durante las últimas dos décadas en latinoamérica, particularmente apuntando hacia el cono sur? ¿qué lugar ocuparon los movimientos sociales en la llamada “marea rosada” de hace diez años atrás? ¿cómo explicar el auge del neofascismo? ¿bajo que promesas fue posible la contradictoria idea de un “neoliberalismo progresista”? Y, en definitiva ¿dónde estamos ahora? ¿cuál es el nombre de esta época que habitamos? Todas estas preguntas surgen a la mente al leer el reciente ensayo del activista y filósofo argentino Diego Sztulwark La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político (Caja Negra Editora, 2019), un libro que puede leerse como un ensayo exploratorio sobre el paisaje político contemporáneo argentino y latinoamericano, a partir de un nuevo ciclo de crisis. Desde una posición abiertamente activista y militante, el libro de Sztulwark utiliza la teoría como una “caja de herramientas” para comprender una época, siempre a la luz de las corrientes históricas del pensamiento de izquierda, pero desafiando sus cristalizaciones y puntos ciegos, a partir de un pensamiento recursivo y no lineal, estableciendo “cortes” y “entradas” que nos ayudan a comprender de nuevos modos nuestra coyuntura.

Previamente programada, su visita  durante el 2019 a dar un seminario en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación se dio en el contexto de un aún movilizado Noviembre. Aunque la universidad estaba en paro, Sztulwark decidió darlo igual, de forma abierta y con absoluto hincapié en relacionar lo discutido con lo que estaba pasando afuera del aula. Durante los días que duró este seminario se estableció una especie de laboratorio para pensar determinadas crisis de las formas políticas apuntando a la necesidad de una nueva imaginación. No pudimos entrevistarnos durante esos días, en medio de sus actividades fue difícil encontrar un momento. Sin embargo algunos meses después volví a contactarlo, esta vez de forma virtual y en medio de la pandemia. Se sumó a ello que uno de sus intereses más recientes estaba siendo releer los libros de Gilles Deleuze (una de sus pasiones filosóficas) sobre cine. En esta conversación abordamos varias cosas: su experiencia durante un Chile movilizado, algunas ideas planteadas en su libro y su interés por el cine.

Iván Pinto: Llegaste esos días en pleno estallido social, mientras eso ocurría, yo asistía a tu seminario y leía tu libro. Pensaba con insistencia en las ideas que planteabas en tu libro mientras la realidad se desbordaba. Resonaban ideas en torno a las micropolíticas, lo plebeyo, las crisis que planteabas. Me gustaría preguntarte por tu percepción del estallido mientras estuviste en Chile…

Diego Sztulwark: Yo me acuerdo sobre todo de la situación previa a mi viaje porque yo ya tenía pautado una actividad en la universidad. Yo no soy académico, no trabajo en la universidad, así que para mí ya fue extraordinaria la invitación a un seminario académico internacional. Intenté, al principio, disuadir a los que me invitaban de que era una pésima idea, en el sentido de que yo no soy realmente un académico, no doy seminarios ni sé cómo se hace eso. Estos días me tocó, además, la cuestión de la evaluación, de tener que evaluar trabajos, entonces pedí que me eximan de poner notas, solamente dar comentarios, una devolución, sugerencia de textos. Así que al armar el programa tuve una conversación bastante intensa con las personas que me invitaban, de otros compañeros y compañeras de Chile. Sobre todo de Pierina Ferretti, que justo estaba haciendo una investigación muy interesante sobre un pensador que a mí me importa mucho, León Rozitchner, acá en Argentina. Estaba también una compañera chilena, Alicia Maldonado, que vivió mucho tiempo en Mendoza y la conocí por otro tipo de actividades. Estaban varios compañeros y compañeras chilenas, Óscar Cabezas, que es amigo mío hace mucho tiempo. Había una cantidad de compañeros y compañeras con las que veníamos intercambiando muy intensamente sobre lo que estaba pasando en el cono sur.

Y cuando en octubre estalla lo de Chile, hubo muy buenos amigos y amigas que me van contando día a día lo que ocurre, que hablamos por teléfono todos los días, que me van contando cómo evolucionan las cosas, lo que se discute, debatimos alocadamente hipótesis políticas. Entonces yo estaba en mi doble condición de interesado por lo que pasaba en Chile, y también preocupado por tener que dar un seminario que, además, se tendría que haber interrumpido, porque unas semanas antes de mi viaje se cerraron las universidades, se suspendió la actividad académica. Me preguntaron si quería suspender el seminario y yo dije: “la verdad es que si los aeropuertos están abiertos y hay alguna posibilidad de hacer encuentros, aunque sea fuera de la universidad, a mí me encantaría, por supuesto”. Como decís vos, estaba escribiendo y pensando y podía encontrar una cierta comunicación privilegiada en la situación de Chile. Mientras estaba viajando se contactaron conmigo colectivos, compañeros y compañeras que conozco desde hace muchos años de Chile, alguna gente joven, y me invitaron a hacer presentaciones del libro en una plaza, algún programa de radio, alguna actividad aparte, en fin, todo tipo de cosas. Con lo cual la editorial Caja Negra armó también contactos en Chile y salió particularmente un programa de radio que me gustó mucho. Quiero decir, había muchas relaciones con Chile, y yo estaba muy conmovido por la situación, me interioricé todo lo que pude. Entonces, cuando llegué a Santiago no llegué realmente a una universidad a dar un seminario, sino que llegué a un espacio de compañeros y compañeras a quienes no conocía en su mayoría, algunos sí, a poner en juego un discurso que se había elaborado al calor de lo que pasó en la Argentina el 2001, que para mí fue un acontecimiento muy importante, y que ahora en Chile encontraba una continuidad inesperada. Así que bueno, viví de esa manera los acontecimientos.

Cuando llegué, me avisaron de algo que yo sabía, que no podía ir a las manifestaciones sin ponerme unas máscaras en la cara, que son máscaras pre-pandemia, para proteger los ojos porque los carabineros estaban disparando a los ojos. Ahí entonces entré en contacto con la brutalidad. Con una brutalidad que es conocida, porque cuando esto comenzó me llegaron todo tipo de videos por whatsapp sobre el tipo de brutalidad policial y militar que es la base del sistema de gobierno y de la economía chilena, que nadie desconoce desde la herencia pinochetista. Pero una cosa es saberlo y otra cosa es estar ahí y verlo. En Argentina, también hubo represiones muy salvajes y he estado en situaciones de represión policial a movilizaciones en masa, pero estos disparos a los ojos me parecieron una barbaridad absoluta, coordinada, por la cantidad de casos, hecho a los ojos de todo el mundo, en fin. Así que llegué y me tocaron 3 cosas: me tocó ver el despertar de masas, que siempre es muy emocionante y tiene bastante que ver con lo que yo traía del 2001,  tratando de comprender como es que surgen y se desvanecen esos despertares, qué dejan, hasta qué punto tomar esa perspectiva como lugares en que pensar tiene una validez, dado que son episodios que, en algunos casos, daría la impresión de que nacen y desaparecen. Qué huellas dejan. Sobre todo la cuestión de hasta qué punto es válido pensar desde ahí. No sería tanto pensar esos momentos, sino pensar desde esos momentos. Ese cambio de perspectiva

Lo segundo, insisto, es la violencia del estado, la violencia del capital, la violencia represiva. Siempre asociada a una dimensión trágica, de chicos y chicas que pierden los ojos, muertos, asesinatos, cuando llegué habían denuncias muy fuertes de tortura. En fin, eso nunca se puede subestimar. Es una zona oscura que hay que tener muy presente, no se puede pasar la fiesta por encima del dolor. Son cosas que coexisten.

Diego Sztulwark durante el seminario en UMCE, Noviembre 2019

Y lo tercero es, bueno, no sé si decirlo así, mi edad. Mi dificultad cuando caían los gases para correr, para sentirme sincronizado con los chicos de la primera línea, el miedo. Cosas que yo ya había sentido en el 2001, así que no sé si diría que es solo la edad. Esa especie de choque de imaginarios entre concebirse a uno mismo como un activista esperando el momento de la acción y la realidad física de uno, que en mi caso no estoy preparado para espontáneamente entrar en un enfrentamiento callejero en una ciudad que no conozco, ni en una que conozco, contra un cuerpo militarizado. Lo cual también hace pensar un poco sobre esta carácter necesariamente de masas de los enfrentamientos, porque si no se profesionalizan, se convierte en una estética y un elemento en sí mismo. Cuando en realidad, creo yo, los enfrentamientos tienen posibilidad de historia cuando hay mucha gente como yo, que no sabe qué hacer ahí. Es decir,  cuando es realmente de masas. Bueno, sentí un poco todo eso. Después sentí gente joven muy, cómo decirlo, buena e inteligente por los acontecimientos. Es algo que yo también había visto en Argentina. Sacudidas como estas permiten ver la inteligencia de las personas. Había muchos jovencitos en el seminario, particularmente recuerdo a uno que era secundario, y se anima a ir a un doctorado en filosofía a tomar la palabra y decir cosas muy brillantes.

Y después tengo la idea, pero la verdad que mucho menos revisada, de que la pandemia interrumpió una dimensión de movilización de masas del proceso, y ahí ya tengo menos detalles. Habría que pensar un poquito qué es lo que pasó, cómo es que se logra meter un movimiento social en cuarentena, digamos. Me sigue llegando información sobre asambleas y procesos que siguen vivos, no creo que la caurentena haya acabado con todo eso y sí me parece que ese proceso sigue vivo, imposible no guardar espectativas al respecto. 

Está también la situación actual de Estados Unidos. Donde vuelve a haber una explosión de masas, vuelve a ocurrir lo mismo, es decir, todos sabíamos que en Estados Unidos había racismo, sabíamos que cada tanto pasaban estos actos de barbarie, todos sabíamos que hay una cierta capa insurreccional en algunos barrios populares, y algunos lugares donde los negros son fuertes, etc. Pero era inesperado, hechos de barbaridad había un montón y nadie reaccionaba, estos aparecen durante la cuarentena, aparecen en una pandemia, y sin embargo se toman las calles. Y no sabemos si esto va a ser la posibilidad de que la ultra derecha norteamericana conquiste un electorado racista o fundamentalista religioso, le dé una reelección difícil a Trump, o si este es el fin de Trump. Son movimientos que realmente intervienen en la coyuntura y meten preguntas difíciles de responder.

IP: Quería preguntar por algo que está muy marcado en tu libro, que es la idea de fin de ciclo. Son ciclos largos. Y estos reforzamientos de derecha nos hablan de algo, tú alcanzas a sacar la foto de Trump, Bolsonaro y Latinoamérica, el giro que está teniendo en este momento. Y te instalas como punto de vista el 2001 argentino, observando en retrospectiva todo este proceso. Entonces te quería preguntar por eso. El libro llega hasta un punto en lo que observa, y exactamente lo que ocurre durante el año siguiente, este año, es que la hipótesis del libro se refuerza, es decir, que los puntos de lectura donde estas situando esto (la lógica del estallido, la multitud, la fuerza del plebeyismo) se han reforzado. Entonces, quería preguntar sobre tu punto de vista sobre este fin de ciclo latinoamericano (fin o comienzo, no sabemos) ¿cómo seguirías escribiendo este acontecer?

DS: La situación de América Latina tal como le tocó vivirla a mi generación me parece un acontecimiento prioritario. Así como para la filosofía francesa puede parecer prioritario pensar el 68, que todavía hoy se discute. A mí el 68 francés me queda lejísimos. En cambio el 2001 argentino o el octubre chileno es donde estoy. Entonces, no hay lugar a dudas para mí de que se trata de entender en qué situación se encuentra uno, y pensar esa situación, y extraerle a esa situación todo el pensamiento posible.

Por lo tanto, la periodización, tal como dijiste vos, es una periodización arbitraria que depende de haber puesto una marca muy fuerte en una ciudad y en un área. Buenos Aires, 2001. Pero claro, no es un problema de nostalgia, realmente es un problema de punto de vista, desde ahí se puede pensar toda la oscuridad que vino después. Por ejemplo se puede pensar el macrismo. Y ahí en lo regional, me parece que tenés razón, después del fin de ciclo de lo que llamaron los gobiernos “progresistas” o “populares”, o “populistas”, todos nombres que esos gobiernos se dan a sí mismos. Yo  los uso con comillas, no son los nombres que les daría yo. Cuando termina ese ciclo de gobiernos, que se da alrededor de una década según qué país, viene una situación muy complicada que responde a una crisis global. Pero yo insisto, esa globalidad la quiero pensar desde América del sur. No la quiero pensar desde la globalidad misma. La globalidad misma no existe, cuando dicen globalidad misma están hablado de Nueva York, París o Berlín. A mí me interesa hablar de la globalidad tal como la vivimos nosotros. Y como la vivimos nosotros pareciera ser que la reproducción social sigue dependiendo completamente de la inversión del capital. Y la inversión del capital no es un proceso automático. No es un proceso netamente objetivo. También depende de subjetividades que la sostengan. Y también depende de subjetividades que la ajusten. Y también depende de legitimidades y operaciones políticas. Ahí creo que el escenario brasileño, como gran centro de la región, tiene que ser estudiado muy a fondo, porque podemos hablar de Trump, podemos hablar de Chile, pero realmente tenemos que ver que pasó entre Lula y Bolsonaro. Qué pasa con este tipo de subjetividad neofascista que viene asistir la máquina de acumulación del capital en América Latina. Es una cosa muy importante, porque es muy difícil de pensar el golpe que sufrió el gobierno del MAS en Bolivia sin vincularlo con lo que pasa en Brasil. Es muy difícil pensar en la coyuntura venezolana y sus posibilidades sin relacionarlo con lo que pasó en Brasil. Esta necropolítica- como dice mi amigo Óscar Cabezas- que se vive en Chile es muy difícil pensarla sin ponerla en conexión con la necropolítica que hoy vive Brasil. Entonces, me parece que, lo primero que yo diría, lo que estamos asistiendo en América Latina es a los efectos  de la crisis global, pero también a un tipo de ajuste subjetivo fundado en un tipo de neofascismo que intenta evitar la ruptura entre reproducción social y capital. Yo creo que esa ruptura entre reproducción social y capital es el mensaje último de las insurrecciones de comienzos de milenio que se vienen dando en países como Ecuador, Colombia, Chile, Bolivia, Brasil, Venezuela, Argentina.

IP: Algo que yo creo que, en el fondo, es algo que está muy bien planteado en el libro es la crítica al progresismo, lo que llamas su “voluntad de inclusión”. Eso me parece que es otro síntoma que lees: por un lado la crítica al neoliberalismo y por otro, mirando críticamente desde un movimiento que no es externo, porque estás adentro, observas estos anclajes. Entonces, esa distancia que tomas con respecto a determinadas políticas de inclusión es algo donde logras ver algunos síntomas importantes de esos proyectos ¿Cuál es para ti el límite de esa voluntad de inclusión? Porque hay algo ahí que permite el surgimiento de lo otro, el fascismo. Es uno de los puntos clave del libro.

DS: Claro, yo intenté pensar de Lula a Bolsonaro, pero lo que conozco es la situación argentina. Me explico esa secuencia en términos argentinos, y hago algunas citas de Brasil, sobre todo a partir de textos de dos personas que admiro, que son Rita Segato y Toni Negri.  A partir de algunos análisis de ellos, recupero algunas secuencias para hablar cosas de Brasil, pero lo que puedo hacer, lo que sé hacer es contar eso con detalle desde Argentina. Esa secuencia que va desde el 2001 al 2017, 2018. Luego, escribí un libro acá en Argentina, que no sé si en Chile tenga el interés que sí tuvo en la Argentina, que fue una conversación con un perdiosita argentino llamado Horacio Verbitsky, que es un personaje importante, una persona que ya bordea los 80 años, que tuvo décadas de protagonismo periodístico político y que es discípulo de Rodolfo Walsh. Hicimos una larga conversación de historia argentina que abarca el kirchnerismo, el macrismo. Eso me llevó a mí a meterme de vuelta en la coyuntura política argentina, en la historia política argentina, después de años de lecturas filosóficas y estar buscando por el lado de la filosofía. Entonces, esta reinmersión en la historia argentina fue una condición de posibilidad para este análisis que vos comentás, y que voy a repasar muy rápido.

Yo decía que en el año 2001 es una suerte de fecha en la uno puede registrar una crisis previa del neoliberalismo de los 90, y de unos movimientos sociales que fueron fundamentales también en el período de los gobiernos llamados progresistas. En Argentina: el kirchnerismo. Y aún hoy hay ecos de organización social que tiene que ver con esa irrupción. Llamé a eso “subjetividades de la crisis” heredando las reflexiones que hicimos en aquel momento en un colectivo de investigación militante que se llamaba Colectivo Situaciones 1, que tuvo su inmersión y una teorización con movimientos sociales en esos momentos, tratando de pensar un tipo de saber-hacer que nosotros encontramos en el movimiento piquetero, en los barrios, en los clubes del trueque, en los movimientos campesinos, en los nuevos movimientos de derechos humanos como HIJOS. Es decir, había un momento de imaginación estratégica desde abajo. Esas subjetividades de la crisis las identifico como el “punto cero”. Es decir, es un tipo de activismo social que cuando ocurre- y ustedes lo vieron en Chile- es también un grado cero intelectual.

Entonces, intenté pensar ese grado cero de la política como subjetividad de la crisis, es decir, el grado cero sería el hecho de asumir la crisis como premisa, y no de desesperadamente querer cerrar la crisis y volver a la normalidad. Cuando llega el kirchnerismo, y esto se sabe después porque el kirchnerismo no se sabe de inmediato lo que es, unos años después se empieza a desarrollar lo que se llama voluntad de inclusión, pero que otros compañeros y compañeras llaman “inclusión por consumo”, hay muchas maneras de pensar los rasgos de la inclusión. Tuvo que ver con la posibilidad de esos estados de, por primera vez, abrirse a esos movimientos y organizaciones sociales, y a la ambigüedad que tuvo ese proceso. Por un lado, es un proceso de reconocimiento, es un proceso de incorporación, y por otro lado, cambia la naturaleza de esos movimientos, que dejan de ser movimientos de crisis para ser movimientos de gobierno, perdiendo cierta capacidad de disrupción. Desde el punto de vista de la operación de inclusión, se traduce esa potencia de invención de los movimientos en reparación a víctimas. Cambia la naturaleza. En lugar de encontrar movimientos de lucha, encontramos conglomerados de víctimas con demandas postergadas. Que, por supuesto, no se pueden resolver, pero se pueden reparar mínimamente. Es el cambio de lectura que nos avisa que el nuevo movimiento político en que esos actores que tienen motivos y saberes de ruptura pasan a ser personas comprometidas con la estabilidad. Y, desde el punto de vista de la sociedad, se considera que son víctimas con las que hay un compromiso moral, compromiso ético y una cierta restitución, y no personas portadoras de una posibilidad justa para el conjunto de la sociedad.

Sobre esa base lo que se arma, desde mi punto de vista, es una alternativa al neoliberalismo duro y puro, una alternativa que se llama a sí misma populista o progresista, y que sería la variante débil del propio neoliberalismo. Como variante del neoliberalismo yo la defiendo frente a la opción agresiva del neoliberalismo. Pero al mismo tiempo digo que, en tanto y en cuanto el progresismo no deja de ser una variante débil del neoliberalismo, no es una perspectiva consistente, no es una perspectiva posible, no es una perspectiva que pueda dar respuesta a los problemas que tenemos y sería muy pobre convertirlo en nuestro horizonte intelectual, ético y político.

IP: Extendiendo las cosas que están aquí en juego a la situación radicalmente actual como es la situación pandémica ¿Cómo ves el asunto con esto en juego? Retomando algunas ideas, me parece una suspensión radical de todos estos procesos que estaban ocurriendo o ¿siguen ocurriendo?

DS: La pandemia, en la medida en que no le deja a los estados mucho más recursos que la cuarentena, cuarentena que cada cual llamará como quiera, acá en Argentina la cuarentena es muy fuerte, se ha convertido en una bandera política del gobierno muy fuerte. Sé que en Chile le llama cuarentena inteligente, en Brasil y en Estados Unidos dicen que no, en Argentina hay una cierta conciencia me arriesgaría a decir que popular sobre la importancia de la cuarentena. Incluso generó toda una discusión, que sé que es una discusión global, pero bueno, reconozco los términos en que se dio acá, entre los que defendemos la vida y la salud versus los que defienden la economía. Creo que la cuarentena nos sorprendió a todos porque trajo un tiempo nuevo, que es un tiempo de interrupción. En un primer momento se consideró que iba a ser un tiempo muy breve, y no sé cómo viene en Chile, pero en Argentina cada 15 días el presidente, el gobernador de la provincia de Buenos Aires y el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires aparecen en la televisión los tres juntos, son de signos políticos diferentes entre ellos, y anuncian juntos el gobierno del cuidado, el gobierno de la ciudad, y la prolongación de 15 días más, y 15 días más, y 15 días más de la pandemia. Estamos hoy 11 de junio y el invierno está recién empezando y los casos de contagio están ahora recién aumentando, no sabemos para cuánto tiempo más tenemos.

Pero, en todo caso, esta crisis sanitaria implica que muchísimos trabajadores no vayan a trabajar. Implica, por lo tanto, un cierto colapso de automatismos económicos. Entonces, mi impresión es que este colapso trae una cierta de interrupción, el hecho de que no haya clases en la escuelas, el hecho de que si diga hoy que las clases en las escuelas van a comenzar, pero no se sabe cuándo ni cómo, etc. Esta interrupción de los automatismos me parece que trae una posibilidad de ver algo que habitualmente no se ve. ¿Qué es lo que ocurre cuando nuestros automatismos se interrumpen? También puede decir desde la situación más cotidiana, ¿qué pasa cuando ya no puedo ir a tomarme un café a la esquina? Cuando mis hábitos quedan, por el momento, interrumpidos. Para muchos de nosotros que la tarea doméstica es una cosa muy secundaria, que la hacemos a mucha velocidad, que no prestamos atención ni a la limpieza, ni a las compras, ni a la cocina ni nada, tenemos que volvernos especialistas en precios, dedicarnos a multiplicar los menús, a pensar qué hacemos con nuestros hijos, con la actividad física. Todo este tipo de cuestiones no las veo como un retorno a una vida más meditativa, sino que veo un espacio de preguntas. Mi inquietud, lo que me interesaría poder ver, es hasta qué punto estas preguntas llegan al orden social como tal. ¿Cómo es que una potencia como Estados Unidos no invierte en aparatos sanitarios? ¿Cómo es que no aparecen las mascarillas cuando tienen que aparecer? ¿Cómo es que tanto dinámica de valor capitalista no se convirtió en una riqueza que se puede distribuir en momentos de emergencia? ¿Cómo es que los estados ahora llamados bancos-empresas no puedan poner todo lo que hay que poner para que aquellos sectores sociales que no tienen la capacidad de contar con cuidados fundamentales los tenga? Es decir, mi inquietud, mi pregunta es si este momento de contemplación, si este momento de ruptura de automatismos, la mente de las personas no se llena de una visión un poco más problematizante de los cotidianos o sobre los modos de liderazgo. Me da la impresión que sí, de que algo de eso pasa, porque si pienso en lo que pasa en Argentina, ayer se acaba de intervenir una empresa importante. Es una empresa con negocios que estaba estafando al estado, se la intervino y se mandó al congreso nacional un proyecto de expropiación. Al mismo tiempo se está hablando de buscar mecanismos para cobrar más impuestos a las 11 mil personas que tienen las fortunas más grandes del país. Se está interviniendo sobre la agencia de los servicios de inteligencia. Quiero decir, ninguna de esas medidas me da expectativa. No tenga tanta confianza en este gobierno como para entusiasmarme y creer que ahora sí comenzó un rumbo, por fin, de justicia. Lo que digo simplemente es que el modo en que las elites políticas puedan procesar este momento de crisis económica-financiera tan grande, teniendo que mantener una población bajo ciertas condiciones de cuidado, lo que está expresando es una suerte de inquietud social que está ahí en una situación, llamémosla, de suspenso. Es una situación llena de preguntas, muy frágil, en donde la desesperación del capital es que lo más rápido posible los trabajadores vuelvan a producir, vuelvan a crear ganancia, demostrando que no es la inversión la que crea ganancia, sino el trabajo. El fin de la discusión con los neoliberales que dicen que las finanzas producen valor por sí mismas. Es el trabajo el que produce valor. Y el trabajo está hoy en una situación de veremos, en qué condiciones las clases trabajadoras vuelven a producir, a trabajar, cómo es que volvemos a habitar la ciudad, volvemos a establecer formas de cooperación, diría que con una fragilidad que no habíamos visto. Creo que no la habíamos visto nunca, en nuestra generación.

La reproducción del trabajo es una escena a mirar. Termina de invertir la idea de que el capital cuida al trabajo como trabajo, o que reproduce al proletario como proletario porque lo necesita para explotarlo. En Brasil es escandaloso lo que está pasando. El descuido  de la población y el descuido de las clases trabajadoras. Pero también se abre la posibilidad de pensar el carácter estratégico que tienen los cuidados, el carácter estratégico que tiene el sentido de la autovalorización proletaria, por decirlo en una fórmula clásica. O sea, el sentido que tienen las redes de cuidado, el problema sanitario ya no como un cuidado parcial y específico, sino como zona central de la reproducción social y como central del proceso político. Hay movimientos indígenas, movimientos feministas, tienen muchos saberes, tienen mucha historia, en algún momento eso puede conectar. Es decir, yo no descuidaría que el elemento de acumulación de la subjetividad de la crisis pueda restar cada vez con más potencia, en algunos casos, con los problemas que el virus presenta y que los estados y las empresas descuidan olímpicamente, agresivamente. Vladimir Safatle, que es un pensador joven brasileño, dice respecto de Bolsonaro que las elites pueden estar entrando en una zona suicida, en el sentido de llevar al país a un intento de suicidio. Entonces, me parece que ahí el papel acumulado del saber de la subjetividad de la crisis vuelve a ser un elemento desde el cual pensar

IP: Recientemente he visto que estás interesado en el tema del cine. He visto también que has escrito sobre el libro de Jun Fujita Hirose, Cine-Capital (2014). Quería saber sobre ese interés, si ves ahí algún potencial político.

DS: Mira, hubo dos encuentros, para mí particularmente importantes, que pueden abrir la premisa. La premisa es mi interés por Deleuze. Siempre me interesó mucho. Algo que yo siempre percibía en los dos estudios que dedicó al cine, La imagen-movimiento La imagen-tiempo. Yo los leí, los estudié, pero me pasó que nunca me interesaron las citas de cine clásico que él hacía. Pero cuando leía lo que Deleuze decía me parecía apasionante. Estaba seguro, por lo tanto, que el libro no era un libro sobre cine. Sino que haber visto cine a Deleuze le permitía desplegar una serie de categorías que ocupaban un lugar en su filosofía, y me parecía que, como esos libros eran libros que tenían más lecturas en escuelas de cine que entre filósofos, seguramente había una vuelta que darle. Así yo lo leía, y así alguna vez lo puse a estudiar en grupos. Pero siempre yo tenía como límite las imágenes mismas de las que Deleuze hablaba. Esta es la premisa, mi interés por Deleuze, que es muy viejo y muy profundo.  Yo trabajo organizando grupos de estudio, y siempre hay una cantidad de grupos que tienen que ver con los distintos libros de Deleuze que voy leyendo y releyendo, me voy de una lado para otro.

El primer encuentro es Jun Fujita Hirose, que también pertenece al período del 2001. Nos conocimos porque él hizo una entrevista al Colectivo Situaciones. Imagínate que te escriba alguien de Japón y termine preguntándote sobre detalles del peronismo. Tuvo una inmersión profunda en la realidad argentina muy conmovedora y él hizo una publicación en Japón sobre todo esto, y vino a la Argentina y nos hicimos amigos. Justo él era una persona fascinada con Deleuze, también por ese lado nos hicimos amigos, pero, sobre todo, él es un crítico de cine. Allá en Japón es muy activo como crítico de cine. Entonces, venía con todos los saberes sobre la imagen-cristal y este Deleuze del cine que era el que yo menos manejaba. Por ese lado tuve un primer encuentro que hasta acá se mantiene activo.

Él vino después a la Argentina un par de veces más, publicamos acá en Tinta Limón su libro Cine-CapitalCómo las imágenes devienen revolucionarias. Este año publicamos una edición ampliada de ese libro, vino Jun Fujita y la presentamos, con lo cual volví a leer su libro, volvimos a montar un diálogo. Es decir, ahí hay una fuente de inspiración, y lo que vos estás citando es una reseña que hice de la edición ampliada de su libro en la revista Kilómetro 111. Lo que más me interesó en este encuentro que hace Fujita en el libro, que yo repasé, es el encuentro que hace entre Bergson y Marx como base posible de la lectura que Deleuze hace entre las relaciones del cine y el capital. Es decir, que había una relación interna e íntima entre el cine y el capital. El cine sería el único arte que tiene como dimensión de posibilidad interna una cierta relación con el capital. Eso lo explica Deleuze. Y Jun Fujita hace un comentario que me parece importante, que es decir, bueno, esa relación no es solamente técnica. No es solamente el dinero que cuesta movilizar la producción de una película, sino que además el cine tiene algo así como un film dentro del film. Tiene una relación con el capital que está siendo elaborada en la propia práctica cinematográfica, y eso tiene que ver con que el cine está preocupado por el tema del tiempo. El tiempo, bergsonianamente hablando, siempre es la correlación entre dos imágenes. Dice Deleuze en la imagen-cristal, es una imagen actual y una imagen virtual. Una imagen presente y una imagen pasado. Y ese propio cine que está reproduciendo el drama que toda sociedad tiene en relación al capital, en la medida en que el capital se presenta como dinero que puede financiar actualizaciones de la praxis humana. Es decir, el dinero posibilita cosas. O bien, si no hay una garantía de la tasa de ganancia, desfinancia cosas. Por eso en el prólogo de su libro Deleuze dice que la única diferencia entre un director de cine y otro pensador es que al director de cine es fácil frustrarlo, alcanza con no darle plata y ya no puede hacer su película. Entonces, lo que el cine estaría planteando, si entiendo bien a Fujita, es el drama y la posibilidad de que las imágenes, su capacidad de actualización, la creación de nuevas imágenes, se independice de un cierto pasado que lo toma una y otra vez,  que es el capital y sus condiciones. En el cine se juega, en el proceso estético-creativo, lo mismo que los movimientos sociales de los que estamos hablando. Que su capacidad de actualizar virtuales deje de estar determinado por las condiciones de un capital cada día más violento. Eso es lo que me interesó en la reseña que yo publiqué.

El segundo encuentro es con una actriz y directora de teatro que se llama Moro Anghileri. Con Moro estamos coordinando ahora un taller que se llama “El cine como forma de vida”. Ese encuentro para mí fue interesante porque ella estudió cine, se dedica al cine, y, de alguna manera, fue la persona que me cuestionó mi lectura de Deleuze, en el sentido de no poder entrarle al cine como tal, de no poder ver las imágenes. Entonces, empezamos una práctica que tiene que ver con leer los libros de Deleuze pero viendo, por fin, las películas clásicas, Napoleón y este tipo de cosas. Empezamos a entrarle más a fondo al asunto, y decidimos compartir esa práctica en el taller, que es ir comprendiendo cuales son los grandes dilemas, las prácticas filosóficas de Deleuze en esos libros, que a mí me parece que son un resumen muy original de todos los otros elementos de la obra de Deleuze, o sea, no son libros aparte. A los deleuzianos debería interesarles muy particularmente esos dos tomos. Por cómo se juega ahí Bergson, por cómo se juega ahí Nietzsche, cómo se juega la pregunta por el tiempo, lo actual y lo virtual. Los grandes temas de Deleuze están ahí. Y, al mismo tiempo, pudiendo comprende qué significa una práctica que crea imágenes. Que crea percepciones del tiempo, que crea percepciones de la praxis, que crea percepciones de la vida. Por eso es el cine como forma de vida. Bueno, ahí estamos haciendo el taller y escribiendo. La verdad es que cuando empezamos haciendo esto para mí era una actividad más entre las actividades que tenía, pero justo coincidió con la cuarentena. Y el placer de ver cine, el tiempo para ver cine, considerar la interrupción como un momento histórico, justo cuando para Deleuze la interrupción es una de las grandes posibilidades del cine de la imagen-tiempo, del cine moderno, me parece un privilegio histórico.

 

La Fuga

 

 

Carta de Soledad Laciar, mamá de Blas

Valentino Blas Correa tenía 17 años. El seis de agosto la policía cordobesa baleó el auto donde iba con sus amigos porque evitaron un control de tránsito. Las pericias ya comprobaron que la bala que lo mató salió de un arma policial. “No tengo odio, pero quiero que esto cambie”, dice su mamá.

Es difícil como mamá ponerle palabras al dolor que siento, pero lo voy a intentar porque no tengo odio, lo único que espero es que no haya otra mamá como yo que sufra.  La muerte de Blas me destruyó la vida, y aunque voy a hacer prejuicios anticipados porque no estuve la noche del 6 de agosto cuando le dispararon, puedo decir que en lo que siguió obraron todo mal.

Blas tenía un grupo de 11 amigos muy respetuosos de la cuarentena. Cuando acá en Córdoba se habilitan las reuniones familiares para los fines de semana nos pusimos de acuerdo con los papás de dejarlos juntar en las casas, se les había dado por cocinar así que un día hacían pollo al disco, al otro día hacían un asado, otro día un costillar y así. 

Ese fin de semana vuelven a bloquear las reuniones familiares, pero en Córdoba sí estaban autorizados los bares y restaurantes hasta la 1 de la madrugada. Blas me dice “mami no vamos a ir a ninguna casa porque no vaya a ser que nos pongan alguna multa y pongan en riesgo a algún papá, nos vamos a ir a un bar”.

Salió de mi casa a las 6 y media de la tarde y fue a lo de sus abuelos a bañarse, porque acá en casa estábamos con una obra. Se bañó y se juntó con sus amigos para ir al bar y de ahí no volvió nunca más. Hizo lo que estaba permitido y lo mataron.

Cosecha Roja

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