Anarquía Coronada

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Segundeo // Diego Valeriano

Pedro escribe y algo activa, nos activa. Ale invita a Ariel a caminar la toma, lo cuida, lo banca, se escuchan y empiezan a mirar todo de otra manera. Fiorela y las amigas deciden que en esta siguen juntas, que casi no importa nada más que respirar juntas, que descubrir el aire, que llenar los pulmones de ganas cuando van en la bici. Romi sube a la moto con Gonza, se calza esa mochila naranja horrible, lo agarra fuerte de la cintura, y sin decirlo saben que esta noche larga de repartos no va a ser tan garrón como lo es casi siempre. Ine y la No Sufras algo se dicen, se inventan, se ríen, se abrazan. El segundeo es una fuerza que se construye y se conquista. Se da, se recibe, se necesita, se comparte. Es otra forma de respirar, de evitar la asfixia que nos rodea, de ponerle palabras nuevas a las cosas. 

Mirta hace ñoquis como una nueva forma de estar entre amigas, como trinchera, mimo, segundeo, refugio. Como una manera de plantarse contra la orden de desalojo, contra los bien intencionados, contra los patrulleros que siguen ahí nomás. Se levanta bien temprano y mientras amasa sueña en cómo habitar la tierra nueva que por ahora solo tiene pallets, bolsas, chapas y palos. Esta tierra nueva llena amigas nuevas, amores nuevos, hijes de todas. Habitar, cocinar, caminar, escribir, seguir juntas, activar, estar en las bravas, descubrir nuevas complicidades. Enhebrar afectos, palabras y sensaciones comunes. 

En el segundeo se expresa la rareza de unas apuestas y sus desvíos impredecibles; en lugar de la ideología, irrumpe el deseo y su campo estratégico. Es el reverso de la militancia, de la inmovilidad, de la obediencia. Segundear no es un favor, no es darle una mano a alguien, ni voluntad de transformación: es una tarea vital, un gesto anímico, real, posible. Es un momento de libertad, una manija única, compartir algo. Es hacernos cargo de una especie de necesidad vital en medio de todo esto que es horrible, mezquino y cruel. Se segundea porque no se puede hacer otra cosa, porque es lo que hay, porque algo arranca, se activa, camina, se enlaza, crece. Porque es una fuerza imparable capaz de cambiarnos de una vez y para siempre.

(Imagen: El grito del sur)

Palabras para Ernesto Guevara. Entre héroes y pobres // Vicente Zito Lema

Sobre la tierra sureña, humillada durante siglos por el crimen de la pobreza, un crimen que hace añicos las mil máscaras con que la razón protege las crueles lógicas del poder. Sobre los cuerpos que reproducen el dolor, sacrificados por la necesidad de la riqueza, hasta convertir su humanidad viva en un espejo opacado de tanta humanidad muerta. Allí, junto a la mujer que agoniza, devorada por el hambre –un hambre que ahora es fiebre y es peste–, planta Ernesto Guevara a caballo de la poesía el estandarte de sus palabras, que es el inicio de su gesta:
tus hijos todos vivirán la aurora / lo juro.
Guevara se nacerá a sí mismo en el dolor del otro, es un proceso de conciencia que lleva a la existencia en el dolor. Será su padre y su madre en el lenguaje absoluto de su cuerpo, cruzado por todos los cuerpos. Será un espesor de vida que legitima cada uno de sus pensamientos para la construcción de lo que está pensado pero no escrito en la realidad de la historia
Guevara, tan restallante como lúcido, y como tal ejecutor de palabras que queman, signos de un cuerpo que desnuda, con su sola presencia, un pentagrama de silencios en este tiempo de esencial ambigüedad, cuya gestualidad mayor es lavarse las manos.
Hay ahí un fuego que no se termina de consumir, desbordando las vestiduras formales que lo contienen, para abrir, aún hoy, un espacio de voluntad capaz de hacer frente a una quietud entronizada como única verdad posible.
Se trata de una ética, fundada en la acción, que jamás aceptó traicionar su destino: subvertir el saber de la época.
En un espacio de resistencia y trasgresión, Guevara levanta su atalaya para seguir el curso de un mundo que, en su imperativo agónico, deberá ser descifrado y rehecho de cuajo. ¿Cómo si no volver libre, con conciencia crítica y capacidad creadora, al hombre antiguo, momificado en estereotipos, ciego y seco por siglos de mansedumbre oscura?
Guevara logra acercarse, hasta tocarlo, al hombre concreto de carne y hueso, nombrándolo como nunca en una subjetividad a devenir, en su capacidad de sujeto histórico, de hacedor necesario de su deseo. Es a ese hombre al que Guevara abraza y enriquece con su más íntimo sentimiento, el amor: “déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está movido por grandes sentimientos de amor…”.
Guevara es una imagen emocionada del mundo a construir; es una dura indagación del sistema a destruir como paso previo. Y nos ofrece, finalmente, una experiencia de naturaleza estética, en tanto la verdad es la forma más acabada y peligrosa de la belleza.
Su muerte, en la forma en que se dio en Bolivia, ratifica, elocuentemente ahora, que nunca puede haber historia más allá del lenguaje que la propone, la interpreta y la imagina. Porque su final fue un principio, y su imagen (el cadáver) un preciso y extraño instante de recreación de los significados, de parte de una generación que amaba asumir el escándalo del mundo.
La muerte del Che consagró la nobleza, no las lógicas, que portan los sueños. Aseguró la distancia de la política, en nombre de la política. Inscribió, como sentimiento, no como reconocimiento, que se estaba en ese indescifrable tiempo de la revolución.
La ética, ese sobrehumano forzamiento de la realidad común y oscura de los hombres, necesitaba reinar sin atenuantes, con sus cuotas de belleza y locura implacables. Y en aquel lienzo infinito, latinoamericano, de una edad no muy lejana, se pudo amar tanto al campesino de Bolivia, indiferente a la tragedia, condenado a la pobreza en el núcleo extremo y deshumanizante de la pobreza, como al héroe que ofrendaba su vida creyendo lapidariamente en principios universales.
Palabras para Guevara, tantos años después, con el sueño convertido en pesadilla.
Palabras para Guevara, cuando vamos enterándonos con dolor, día a día, que nadie es eterno, ni siquiera él.
Palabras para Guevara, en un escenario donde se repite hasta el hartazgo que la utopía se agotó, la era de los grandes relatos existe sólo en algún lugar que está detrás de las espaldas de la humanidad, y que la esperanza de cambiar el mundo duerme bajo el pesado manto del fracaso.
Un tiempo patético de tan pragmático, groseramente injusto de tan capitalista y para colmo de males, de una vulgaridad que lo torna canallesco.
Frente a un tiempo así, paradójicamente, ¿cómo no esforzarnos para superar esa pátina sombría que el espíritu de la época insiste en colocar sobre los asuntos humanos, y levantar los ojos hacia lo que fue y seguir imaginando lo que podrá ser…?
Palabras para Guevara, que nos ayuden a pensarlo, fuera de las modas que lo desguazan e instalarlo legítimo, otra vez, frente a un viaje de miles y miles de kilómetros, viaje que, como bien se sabe, siempre se inicia dando un paso.

 

Las fake news somos nosotros, del otro lado del espejo // Luchino Sivori

Es paradójico, y un poco una broma del destino, que nos hayamos vuelto justamente nosotros, progresistas de toda índole, los jueces de la verdad detrás de toda noticia periodística, post, hilo, infografía. Como el viejo dicho de aquél escritor, pasamos más tiempo desenmascarando mentiras, que acallando a tontos. 

Es paradójico, decimos y afirmamos, porque se sabe que tanto “ellos” como “nosotros” (sí, aún sostenemos la polarización, aunque no sea para forzar unos mínimos teóricos) somos hijos -o nietos, mejor dicho- de aquello que solemos denominar como constructivismo social, es decir, la muerte de Dios, el Hombre, el Lenguaje… en fin, los meta-relatos, y con ello el nacimiento de la famosa “construcción de la(s) realidad(es)” -así, en plural y en presente continuo-, sin partituras pre-establecidas, sin matrix. Política, a secas.

Ellos, pues, también son herederos de Derrida & cía, aunque no lo reconozcan ni lo hayan leído (muchos de nosotrxs, ejem, somos igual, aunque nos esforcemos en “recuperar el tiempo perdido” coqueteando con esa memoria selectiva vintage tan de moda). Preguntémonos, acaso, ¿qué serían esos hilos, memes, posts, stories basados en el onomatopéyico término anglosajón bluff, es decir, mentira, falsedad, artificio, sino una gran realidad performativa, representación de representación, discurso

No están haciendo nada malo (léase: no están siendo realistas, sino, ay, exigiendo lo imposible).

El lector atento se preguntará: “¿Pero acaso la Política es solo eso, efectos? ¿No hay, se preguntará el caminante sobre el mar de nubes de Friedrich, algo que sí … -rellenar según parezca-? Y ahí, medio desbordados medio esquizofrénicos, surgen los revivals de los Barthes, las ensaladas rusas de Marx con los estudios culturales, el sempiterno Kant… 

Podemos seguir haciendo periodismo de datos y maldita hemeroteca, y así perseguir la pelota mientras “ellos” marcan la cancha, modificando el sentido común, haciendo, snif, política. 

Podemos seguir debatiéndonos entre el primer y el último Foucault, queriendo conciliar la psicografía de Google con Mélenchon. 

Podemos, centennials, confundir cinismo con postmodernismo, terapia grupal en pocos caracteres.

O podemos comenzar a reconocernos de una vez por todas como hijos de nuestra época, y crear la verdad.

Un Steve Bannon de este lado del espejo. 

A la vuelta de la esclavitud: armar alternativas en pequeña escala // LTA

La percepción del mundo y la experiencia que vamos construyendo, no es una y tampoco innata. Es verdad que lo sensible se nos presenta como lo más obvio, algo con lo que contamos, tocamos, miramos, escuchamos. Sin embargo, existe una larga tradición científica que, en búsqueda de la verdad y las causas de las cosas, encuentra argumentos “válidos” para decir que los sentidos pueden ser engañosos.

Nosotras, gracias a la marea verde y a todo lo que viene – teórica y epistemológicamente – con eso, llegamos a otras orillas y nos hacemos preguntas que si bien, se alejan de la búsqueda de verdades universales, hacen foco también en la experiencia que tenemos con lo sensible.

“Qué onda con mis ganas de que me escriba si sé también que no me hace bien, que me quedo hecha mierda”; “¿Será que es así como me dice?, ¿estaré confundida?”; “Estoy sintiendo cualquiera”; “Siento que quiero ser mamá, no sé si es por la edad o por mis ganas, pero lo siento”; «Me veo vieja ¿quién mira al espejo cuando me veo?»; «Me siento sola si no estoy en pareja».

Sabemos que La Tenemos Adentro y por eso estamos advertidas que no siempre eso que sentimos, potencia, enriquece, abre. Sabemos que la “realidad” está atravesada por la heteronorma y el fucking patriarcado. Sabemos que no solo somos una célula clandestina sino también una célula que reproduce destinos. 

Es interesante pensar que uno de los modos de colonizar en época de invasiones era justamente engendrar al interior de los cuerpos esa célula modelizadora. Se violaba a las mujeres de los pueblos originarios de forma masiva y sistemática para que en su interior creciera eso que representaba el horror, pero que al mismo tiempo, empezaba a formar parte de sus organismos y se resolvía en eso tan amado, que suele ser unx hijx, producto del propio cuerpo. 

Poner la carne a disposición, tener el enemigo dentro: primer movimiento de sumisión. Un poco más acá, pero en ese mismo movimiento, estamos también hoy muchas veces. Colonizadas que colonizan con opiniones y actitudes. Queremos vivir el poliamor pero anhelamos también ser las elegidas. Buscamos otras sensibilidades pero nos enganchamos con el “onvre” de turno. Convivimos  con la policía interior que todes tenemos dentro.

LTA, sí, pero por suerte no estamos solas y sabemos que son bien distintas las prácticas que intensifican la vida y las que la debilitan induciendo la circulación por recorridos infernales. Estamos claras en que en esta fragilidad que es la vida, algunas prácticas cuidan justamente eso minoritario y otras se asientan sobre ella y la debilitan hasta la muerte o el horror. 

Por ahí va nuestra propuesta: pensar en esas prácticas, en cómo estar sensibles justamente a esos otros registros, que están, que existen y, también, a esos que tenemos que construir. Deleuze dice: «El cuerpo visible muestra las fuerzas invisibles por las marcas que éstas dejan en él, y al hacerlas visibles las potencializa y eleva a un nivel superior, vital». En ese punto tenemos ganas de pensar, en esas fuerzas que nos llegan como sensaciones. Pensar qué fuerzas vamos a invocar, qué queremos transformar y por cuáles cosas tenemos ganas de ser transformadxs. 

Del registro de lo sensible

Tenemos ganas de ir armando conocimientos más paticos [a partir de lo que se siente y experimenta] y no sólo discursivos. Armar saber desde eso que nos afecta, desde esa cartografía sensible. Ir por esos umbrales subjetivos / sensitivos: ¿qué duele? ¿qué nos genera un nudo en la panza? ¿qué nos deja entristecidas? ¿que mueve alegrías? ¿qué nos entusiasma?. Todas potencias que se sienten en el cuerpo y, sin embargo, como venimos diciendo, cuestiones en las que tenemos que detenernos. 

Lo dado muchas veces tiene sus trampas y por lo general es sólo una opción dentro de los posibles. Si forzamos un poquitito allí, si nos animamos a experimentar y cambiar, por ejemplo, las coordenadas de tiempo y espacio, se van abriendo otros registros que no son los comunes y que acercan otros sonidos que se escapan a los oídos, otros modos que desestimamos por estar apuradas, otras charlas posibles, otras sensibilidades.

Crear una nueva piel

Solo como ejemplo, como ensayo, nos vamos a detener en una de las vías sensibles:  el tacto, la piel, esa red-extensa que nos pone en con-tacto con le otre. Nuestro primer punto de diferenciación y también, primera superficie de acercamiento con el que contamos. 

Encontrar en el tacto, en eso tan “a la mano”, un mundo de posibilidades que por lo general pasa desapercibido. Indagando un poco nos dimos con que en la piel, existen mecanorreceptores que trasducen/cambian una energía a otra, hecho que nos permite “sentir”. Hay miles, distintos y en distintos niveles. Varían según su adaptabilidad (algunos son rápidos, otros lentos) y su campo receptivo (si son pequeños o amplios, ramificados o específicos, superficiales o profundos). Son “mecano” porque justamente los receptores modifican su forma y eso es lo que los activa. Tienen también una función háptica, lo que significa que se activan con el movimiento de la piel. No son meros receptores sino que en esa acción de tocar, de búsqueda, se activan. 

Esto nos acerca algunas pistas sensibles a tener en cuenta: lo que cambia en lo que recepta es lo que produce sensibilidad; la acción hace a la sensibilidad, ser inquietas nos lleva a buenos y mejores puertos; las variaciones en intensidad y tiempo nos conectan con distintas sensibilidades. 

Pensamos en cómo las mujeres hemos sido adoctrinadas en los modos de sentir a le otre y a nuestro cuerpo, a gozar de formas indicadas, al porno hetero hecho carne en nuestras cuerpas. Hablamos de las mujeres porque es nuestra experiencia y porque sabemos que hemos sido reguladas y violentadas por eso, pero todxs, en mayor o menor medida, tenemos esta experiencia de regulación. Del mismo modo que entendemos que nosotras estamos formateadas, por ejemplo, a complacer, a explicar, a cuidar, entendemos que los tipos están atravesados por esta “desesperación por la obediencia”. De ellos se espera estar siempre disponibles para coger o que el enojo y la desafectación, por ejemplo, sean modos de resolución al sentir.

Para nosotras es una conquista reventar esos formateos que ponen en automático las primeras respuestas a cualquier estímulo. Sin entrar en dicotomías aburridas y cerradas, creemos que de toda la gama de los posibles, hay algunos modos fuertemente atravesados por lo que aprendimos cuando alguien nos nombra varones o mujeres. Nosotras, por las dudas y ante todo, complacemos. ¡Cuánto se nos abre el mundo cuando ese modo empieza a desmoronarse! 

Del armado de lo sensible

Proponemos también pensar, de qué forma irrumpir y reordenar el universo de lo sensible que entendemos como “la realidad”. Cómo podemos armar ficciones que abran a nuevas sensibilidades.

Primera cosa: no dar nada por sentado, por obvio. ¿Qué pasaría si chapo con una mina?, ¿se puede pensar en la crianza entre amigas?, ¿podré querer a más de un tipo por vez?, ¿y si me voy de viaje sola aunque no sea “soltera”?, ¿si no quiero tener hijxs y no quiero dar explicaciones? 

Pensamos que una alternativa es la fabricación paciente y en pequeña escala de situaciones, de experimentaciones. Animarnos y habitar esos micro-espacios, micro -mundos que no son parte de lo que “el mundo” nos habilita como respuesta. Habitar esos intersticios tramposos, no por mentirosos sino porque son del orden de la creación. 

“Me veo vieja”: ¿Diez años atrás cómo me miraba? ¿Me gustaba? Además de sentirme vieja ¿qué más siento en este cuerpo?, ¿cómo me gusta coger hoy?, ¿es distinto?, ¿y en diez años más que voy a ser?, ¿cómo creo voy a mirar esta vejez que siento hoy de acá diez años?

“Me siento sola si no estoy en pareja”: ¿qué más siento estando “sola”?, ¿en pareja me sentí sola? ¿Qué acompaña mis soledades?, ¿cómo siento la soledad?, ¿dónde?, ¿cuándo? Cuando se hablan en plural ¿dejaron de estar solos? ¿Porque me siento más tranquila si estoy en pareja? 

“¿Qué onda con mis ganas de que me escriba si sé que no me hace bien?”: ¿ganas de qué tengo?, ¿cómo se invita al otrx a algo?, ¿es tan terrible aceptar el desencuentro y ver qué se gesta ahí? Si el otrx no aparece ¿habla de mí necesariamente? ¿Qué fuerza me lleva a forzar el encuentro?

El chongo se abrió, no me quiere ver más: ¿Necesariamente es triste? ¿Si alguien se corre de mi lo único a lo que puedo quedar lanzada es a estar triste y esperar? Si hay tristeza, hay tristeza. No es que sea un problema eso, o que no queramos pasar por la tristeza. Pero ¿hay algo más ahí? ¿Algo más late, como un brote, de otra cosa? ¿Puedo estar triste y además otras cosas en relación a esa experiencia? Son preguntas. No tienen respuestas previstas.

“Siento que quiero ser mamá, no se si es por la edad o por mis ganas pero lo siento”: ¿cómo se de mis ganas?, ¿existen limpidamente como algo que surge de adentro? ¿importa saber por qué tengo ganas de algo? No querer tener hijxs es algo más que atendible. Para tenerlos ¿hay que estar segura?, ¿y con las otras decisiones de la vida? ¿Lo que siento es la mayor validación para mis decisiones? ¿Cuántas maneras puedo imaginar de llegar a la maternidad? ¿Y de no llegar a ella? 

Stengers plantea que aprender a formular un problema requiere aprendizaje e invención, no es algo dado, hay que hacerlo existir para desde ahí pensar/hacer otra cosa. Propone no aplanar los problemas sino resolverlos juntxs. Construir un sentido en común que contemple estas tensiones, esto que difiere. La Tenemos tan Adentro que si no construimos el problema, se nos pasa por las venas y no nos damos cuenta de la opresión, de la violencia, de los modos, de lo que sostenemos, de lo que nos decimos a nosotras mismas.

Entonces ¿por qué no armar lo sensible? Construir diques de expresión que den curso a esas potencias que están ahí, latentes, virtuales diría Rolnik y darles lugar para que irrumpan en esos guiones preestablecidos que arman la realidad.

 De la posibilidad de devenir otre

¿Cómo hacer con estas inclinaciones más “normativas” que forman casi un loop desde el que somos  captadas? ¿Cómo hacer con esa esclavitud tan bien anidada en nuestros cuerpos que nos hace caminar una y otra vez por los mismos senderos? 

Abrir el campo de lo sensible como una vía para trabajar sobre nuestras prácticas. Armar experiencias como ficciones de las que servirnos  para abonar otras inclinaciones que abran a una nueva constelación de universos de referencia. 

A veces nos preguntamos ¿cómo volver de estas experiencias? ¿cómo volver a sentarnos en la “mesa familiar” sintiendo tan nuevo, tan distinto, a veces, sintiéndonos otrxs? ¿cómo hacer para que no duela la piel, para que no duelan todos estos mundos abiertos, tan vitales pero que se encuentran a su vez con una maquinaria social y afectiva que cierra y reproduce? 

Volvemos a sentir que nos cuidan lxs amigxs cómplices con quienes se arman problemas  y la posibilidad de cada quien de tener mundos privados, propios, y ver que crece ahí. Hacerse y hacernos muchas preguntas que incomodan/irrumpen las respuestas automáticas que (nos) damos. 

Habitar la incomodidad y mirar con cautela y suspicacia las primeras salidas que se nos aparecen como posibles favorece una extrañeza que permite armar nuevos problemas, nuevas preguntas y, en el mejor de los casos, nuevas alternativas. ¿No es así como se gestan las revoluciones? 

El cattivo maestro y la lección antagonista // Entrevista a Diego Sztulwark sobre Antonio Negri por Editorial Cactus

1) Sabemos que mantenés desde siempre un interés por el trabajo de Toni Negri. ¿Podés resumirnos cómo ese interés se renueva en el contexto de sus últimos libros, al mismo tiempo que escribe y se publica su autobiografía? 

Es cierto, mi interés por Negri se remonta a la primera mitad de los años noventa, cuando llegó a mis manos un librito suyo publicado en castellano por Paidós, junto con la Universidad Autónoma de Barcelona, precisamente en el año 1992. Recuerdo que la edición venía con una introducción de Gabriel Albiac. En ese libro encontré por primera vez una idea de la posmodernidad desde abajo, leída desde la dinámica de la lucha de clases.

Un poco antes había leído un artículo suyo publicado en una revista de ciencia política que vendían en la Facultad de Ciencias Sociales, El cielo por asalto, dirigida entonces por Atilio Borón y Horacio Tarcus. En el número dos, de otoño de 1991, ellos tradujeron un artículo muy impactante de Toni en el que se trataba de leer el keynesianismo como respuesta reformista del capital a la amenaza de autonomía obrera, emergente con la Revolución Rusa: “J. M. Keynes y la teoría capitalista del estado en el 29” (texto que encontré luego publicado en la edición que Akal hizo del libro La forma-estado y que incluimos en un libro pirata que hicimos desde Lobo Suelto y Tinta Limón compilando los textos que más nos gustaron de Toni Negri y que, lógicamente recomiendo mucho: Una vez más comunismo[1]).

Quiero decir, el primer Toni Negri que leí fue en la coyuntura de la caída de la URSS y de la ofensiva ideológica neoliberal de aquellos años contra las ideas revolucionarias. Luego vino la lectura luminosa de El poder constituyente. Ensayos sobre las alternativas de la modernidad, publicado por primera vez en castellano en el año 1994 en Madrid, por Libertarias-Prodhufi. Ese libro me dio la pauta definitiva de que Negri era el autor que con más sistematicidad teórica y militante se dedicaba a plantear un problema absolutamente esencial para la política y la filosofía, que es el de re-situar la lucha de clases como la premisa que otorga racionalidad y produce conocimientos –tanto teóricos como prácticos– sobre el modo de producción capitalista en todas sus instancias: económica, política, ideológica y jurídica. La lectura de El tren a Finlandia (editado también por Libertarias-Prodhufi, en 1990; con epílogo de Albiac) me puso en contacto con su vida militante. Estas lecturas constituyeron mi primera aproximación a Negri y su obra.

Luego vinieron los años de investigación militante en el Colectivo Situaciones. Ya en medio de la crisis y de la emergencia de un nuevo protagonismo social, hicimos una larga entrevista a Negri, aún preso en Roma. Le permitían estar en su casa de día, pero luego volvía a pasar la noche en la prisión. Eran los años de la publicación de su libro más célebre, Imperio, escrito con Michael Hardt. Recuerdo que lo fuimos a visitar a su casa del barrio de Trastevere. Allí conversamos una tarde entera y nos dio una entrevista muy larga, que me sigue pareciendo genial. La publicamos con el título “Entrevista a Toni Negri” en un libro llamado Contrapoder, una introducción[2] en el año 2001 (Ediciones De mano en mano). En aquella visita le habíamos contado la experiencia de las Cátedras Libres Che Guevara, desarrolladas a partir de la experiencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, desde 1997. Para la edición de Contrapoder, Negri escribió especialmente un texto –que llamó así, “Contrapoder»– que citaba con evidente complicidad a Guevara dentro del contexto de su pensamiento. Así que leímos Imperio con mucho interés. Aún si el libro dividió aguas en el mundo de las izquierdas (fue criticado por igual, y por razones hasta cierto punto coincidentes, por el marxismo-leninismo y por el populismo), nosotros lo defendimos apasionadamente. Nos movía una doble motivación: la necesidad de abrir un pensar nuevo para el protagonismo emergente de los movimientos populares (lo que con Toni podíamos llamar “autonomía”), y la chance de hacerlo en una discusión productiva y sostenida con el propio Negri y a través suyo con algunos de sus viejos compañeros como Paolo Virno, Maurizio Lazzarato, o Franco Bifo Berardi, autores que fuimos dando a conocer desde Tinta Limón Ediciones.

Luego vinieron los años de los gobiernos llamados “progresistas” en algunos lugares de América Latina y nuestros intercambios con Toni se volvieron más desparejos. Seguimos leyendo con interés sus libros en colaboración con Hardt (Multitud y Commonwealth, pero también el menos conocido El trabajo de Dionisos), pero sobre todo, al menos hablo por mí, vino el tiempo de profundizar en sus libros de teoría política, sobre todo La anomalía salvaje, La fábrica del sujeto (33 tesis sobre Lenin), Del obrero masa al obrero social y Marx más allá de Marx

Los últimos años, hasta donde conozco, la obra de Negri se sigue desarrollando por las mismas tres vías: está su obra biográfica Historia de un comunista, traducida por Raúl Sánchez Cedillo y editada en Madrid por Traficantes de Sueños, libro extraordinario y desmesurado, muy útil para recomponer un itinerario biográfico, político e intelectual tanto en lo individual como en lo que hace a la historia de la corriente del obrerismo y el postobrerismo italiano; su última colaboración con Hardt, Asamblea, publicado en español el año pasado por Akal, y que tiene poderosas sugerencias sobre la relación entre nuevas formas de cooperación económica y de toma de decisión política y de liderazgo; y finalmente sus obras que desarrollan tesis de filosofía y política, en particular los libros que ha editado Cactus estos últimos años: Marx y Foucault (2019), un libro fuertemente metodológico, y De la fábrica a la metrópolis, que profundiza sus intuiciones sobre la necesidad de pensar la noción de renta y antagonismo en el espacio intensivo y extensivo de la metrópoli contemporánea, intuición que ya estaba presente en la tesis del pasaje de la fábrica a la ciudad-fábrica.  

2) En los términos del método negriano, que en Marx y Foucault definís como excedencia y constitución de lo real, ¿cómo caracterizar la toma de Guernica? ¿Podrías actualizar un poco a qué llamabas el «método Negri» (Marx como diagnóstico, Foucault como porvenir y posibles)? 

La toma de tierras que actualmente se lleva adelante por parte de más de 2.000 familias en la localidad de Guernica[3] se inscribe en un momento particular de agudización de la crisis capitalista por efecto de la pandemia del Covid. Entre los primeros síntomas públicos de esa crisis están las tomas de tierras, que son parte de una conflictividad social más amplia. El bloque político y social más derechista, emparentado con el gobierno de Maurizio Macri, desde siempre reacciona ante las organizaciones populares defendiendo el derecho de propiedad a como dé lugar. La novedad es que en el oficialismo actual aparecen por lo menos dos posiciones. Están aquellos que hacen suya la consigna de “hacer cumplir la ley” y defender como sagrado el ya citado derecho de propiedad y aquellos que consideran que el problema de las tomas es un problema de crisis habitacional y no de seguridad. Es decir, como siempre sucede, cuando aparece el antagonismo social, el mapa de lo político convencional se desdibuja, o se redibuja (está por verse). 

Desde el punto de vista de la izquierda (igual que desde la perspectiva populista), muchas veces se dijo que las luchas sociales precisan una conducción partidaria. Sin embargo, cuando aparecen luchas de esta intensidad, parece más bien como si los partidos estuvieran un poco como “en retraso” en relación con la profundidad y riqueza de lo que estas luchas plantean. En este punto es que las consideraciones metodológicas de Negri pueden resultar realmente interesantes, comenzando por la tesis ontológica según la cual el ser (social) está siempre en exceso respecto de toda representación o medida, y que el antagonismo es la forma en que dicho exceso se expresa y se impone. De modo que, del lado de las luchas, hay siempre una riqueza superior, una desmesura tal que vuelve patética toda tentativa de opresión. El gran aporte de Negri es, a mi juicio, el trasladar estas nociones a una concepción histórica que abarca la entera constitución del orden social. En este sentido, el excedente del trabajo colectivo sobre el capital –aun en la actual sociedad neoliberal– funciona como orientador de una cartografía de la cual podemos extraer indicaciones políticas aptas, incluso, para asumir la necesaria reforma en el plano jurídico, en el orden del derecho, en función de un derecho de lo común (acceso común a la riqueza común: de la tierra al conocimiento), contra el marco restringido de las constituciones liberales organizadas sobre el principio de la propiedad privada[4]

Para resumir, a partir de los términos de la pregunta, en los dos nombres propios particularmente brillantes de la tradición europea: Marx es la apropiación de la determinación, Foucault es el proceso de la subjetivación. Marx es el diagnóstico del presente y Foucault la estrategia (la elaboración de posibles). Claro que, para llegar a estas fórmulas, es preciso seguir a Negri en su particular lectura de un Marx por fuera de una filosofía teleológica de la historia, y a un Foucault por fuera de las puntuaciones académicas que lo despolitizan. Esa tarea Negri la desplegó, junto con sus compañeros de la llamada tendencia de la autonomía obrera, en polémica con el entonces influyente Partido Comunista Italiano. Influencia que nos es pertinente, porque está muy presente en las actuales tesis del populismo político en España y Argentina.

3) En De la fábrica a la metrópolis, algo del «comunismo de Negri» (es decir, el modo de persistir en el «dentro y contra», o mejor, esa fe materialista en la historia que obliga a una suerte de optimismo metodológico) se manifiesta en su modo de analizar, ante los escenarios de mayor fragmentación social, racista y económica, la irrigación mutua entre metrópolis global y periferias, como fuente de valorización capitalista, pero también de hackeo permanente, de apertura de tangentes y locus deslocalizado de resistencia. Nos daban ganas de preguntarte cómo verías la clausura del espacio público actual (contexto Covid) en relación a las condiciones de posibilidad de producción del espacio común ante el cierre virtual de las metrópolis y casi todas sus circulaciones. En ese sentido, ¿cómo ves la emergencia de Guernica, más allá de la «reacción» del suburbio a la crisis habitacional y del trabajo?

Pienso que todxs estamos procesando un poco todo esto. De la fábrica a la metrópolis nos ayuda en el punto en que Negri parte de afirmar que la nueva metrópolis es, ya, «forma de vida». La metrópolis es a la vez lo «común» que se alza contra la distinción público-privado de la ciudadela burguesa, y es también corrupción de la renta inmobiliaria. Es el trabajo de la cooperación social ampliada y es también su corrupción bajo las formas de explotación vía gobierno del algoritmo. Es excedencia y es, a la vez, explotación de tipo «extractiva». Se trata de un desborde respecto del espacio-tiempo de la jornada laboral industrial, y a la vez, de una respuesta capitalista que profundiza en la captura del valor social por la vía de la multiplicación de dispositivos financieros. Es decir, la metrópolis misma se define por el antagonismo. Explotación, pero sobre todo, recomposición de la subjetividad productiva en la excedencia de la cooperación social. La metrópolis postmoderna –más allá de la distinción demasiado simple entre centro y periferia– es escenario de un fenómeno crucial o de doble intensidad: autonomía ontológica del trabajo y, a la vez, sometimiento al mando cada vez más abstracto del capital.

Vemos entonces que la explotación de la cooperación social ya no pasa por la capacidad del capital de organizar la producción, sino más bien por su aptitud para montar instancias de captura cada vez más exteriores –es el sentido de la expresión “extractivo”–, complementadas en el plano político con el doble ejercicio de un poder que se impone tanto a partir de una interpretación liberal del derecho, como del gobierno micropolítico del consumo y el deseo. 

Creo que Negri nos ayuda a plantear la pregunta: ¿cuál es la potencia antagonista del nuevo proletariado metropolitano (un proletariado plural, surcado por líneas raciales, de género, de clase, determinado ahora en las múltiples formas de la cooperación social)? Su propuesta apunta a crear «forma de vida», operando directamente en y sobre la cooperación, reapropiando capital fijo (incluido el propio proceso de construcción del algoritmo cognitivo). En los planteos de Negri se hace posible, por fin, estallar la ficticia distinción entre economía y política, propiedad y violencia. En sus palabras: se trata de crear una «huelga abstracta» (muy corpórea, pero abstracta en relación a la naturaleza del mando del capital y a las operaciones cognitivas de la propia cooperación). Una huelga capaz de “romper” el algoritmo, para construir «nuevas redes de significación». Se trata del problema clásico de la lucha salarial, tomada ahora en su sentido más amplio, como ingreso social, y de la huelga, en condiciones posmodernas de gestión de la fuerza de trabajo. Así hay que leer la afirmación de Negri según la cual «sin producción por parte del trabajo vivo, sin subjetivación, no hay algoritmo». La otra cara de esta «huelga”, es la ruptura de la subordinación de los consumos a la dimensión monetaria, por la vía de la recuperación del mando de la cooperación sobre el consumo.

Me parece que Toni Negri sigue dando lecciones únicas sobre la renovación del antagonismo social, en este caso, en torno a la espacialidad política del fenómeno urbano. ¿Cómo pensar todo esto en medio de la pandemia? Nuevamente, es lo que todxs estamos procesando. Pero creo que el principal aporte de Negri sería el de ayudarnos a pensar desde la perspectiva del excedente de la cooperación colectiva, su presencia en el espacio, y la extrema tensión que las luchas sociales le imponen a una temporalidad neoliberal en crisis, que quisiera poder resolver esta crisis en su favor por medio de una rápida vuelta a alguna clase de normalidad. Ante el enorme peso de las tendencias capitalistas a imponer el orden, Negri parece recordarnos el caute de Spinoza. ¿En qué sentido caute? En sentido perceptivo. Los neoliberales nos quieren convencer de que no hay reproducción social por fuera de las categorías de la valorización capitalista. Negri nos ayuda a colocar el antagonismo dentro de la reproducción y, con ello, a ver el “contra” que habita el “dentro”. Dentro y contra, haciendo del tiempo de la excepción o de la crisis un punto de vista propio. Una vez más, el hilo rojo de las luchas es la premisa desde la cual se enhebra el sentido de los textos del “cattivo maestro”.

 

 

 

 

 

 

[1] https://tintalimon.com.ar/libro/una-vez-m%C3%A1s-comunismo/

[2] https://tintalimon.com.ar/libro/contrapoder/

[3] Para interiorizarse sobre la toma de Guernica conviene conocer esta investigación del centro de investigación política Edipo: https://lobosuelto.com/el-conflicto-por-la-tierra-en…/ y escuchar la voz de Neka Jara, integrante de la asamblea feminista que allí funciona:

https://lobosuelto.com/ante-el-inminente-desalojo-de-la-toma-de-guernica-entrevista-a-neka-jara-de-la-asamblea-feminista-de-la-toma/?fbclid=IwAR25OyLtYg4b-3qI7bTrLt38WMeMts3TDly8V19VqYuPzu4i-mCdFIPwyaM

 

[4] En esta perspectiva trabaja por ejemplo el arquitecto argentino Gustavo Diéguez. Vale la pena leer sus puntos de vista sobre un urbanismo de la cooperación: https://lobosuelto.com/para-un-urbanismo-de-la-cooperacion-gustavo-dieguez/.

No es un fantasma, es el patriarcado // Lila M. Feldman y Marianella Manconi

El patriarcado no es un fantasma.  Es el sistema que opera legitimando y reproduciendo como “natural” su propia violencia, dirigida al cuerpo de las mujeres, a sus vidas.  A veces de modos explicitos, otras veces sutiles, incluso enmascarados en teorías. Siempre brutales. A veces deja escapar esa brutalidad en alguna frase que es dicha –o escrita- al pasar, como nos sucedió en una red social en el día de ayer. De repente podés encontrarte con una pregunta: ¿Será el patriarcado un fantasma femenino?

El negacionismo es un elemento constitutivo de esa operatoria de impunidad, es uno de los resortes  de la maquinaria reproductora de la opresión patriarcal. Por ejemplo, cuando traduce una violencia padecida vía “psicologización” o “patologización”  en una problemática propia de una cierta subjetividad. Ello no está lejos del  lamento condescendiente que hace referencia a esos “pobrecitos ignorantes”, o esos “negros sin educación”. Tampoco está lejos del “por algo será”, “algo habrá hecho”, “se la buscó”. Cuando un psicoanalista se pregunta si el patriarcado es un fantasma femenino, es responsable de la perpetuación negacionista e impune del sistema patriarcal. Cuando supone que formular esa pregunta en esta época es apenas un “desacierto”, se excusa en el hecho de que las mujeres estamos muy sensibles en estos tiempos, o que hay cosas que hoy no queda bien decir.  Pero las dice, las escribe, luego las borra, aun cuando las piensa. Y así atiende a sus pacientes. Supone finalmente que las cuestiones del patriarcado son un problema de la época, que tienen que ver con la “causa femenina” y sus reivindicaciones, que a él por supuesto no lo involucran. Supone que el poder que ellos ejercen es el poder del que hacen uso no porque pueden, y deciden hacerlo,  sino porque las mujeres se los hemos otorgado “desde hace siglos” (culpa nuestra, y ancestralmente nuestra, una vez más…)

Una pregunta formulada o escrita al pasar (¿Es el patriarcado un fantasma femenino?) nos lleva a preguntarnos si  estamos frente a una expresión de idiotez, de cinismo, o ambas cosas. ¿Nos preguntaríamos acaso si el Holocausto es el fantasma judío? ¿Si el Terrorismo de Estado es el fantasma de sus víctimas? ¿Nos atreveríamos a hacer de algo sucedido y padecido algo a cuestionar, algo de lo cual dudar, o minimizar? ¿Nos atreveríamos a ubicar las marcas de esas violencias y crueldades vividas, un asunto psíquico a analizar, localizando el trauma en ciertos fantasmas y resortes del psiquismo en un sujeto particular, o atribuírselo a un determinado género? Hay quienes se atreven, y por supuesto también a veces sus propias víctimas lo reproducen, tristemente.

Freud retiró al cuerpo de las histéricas del mundo del espectáculo, y les dio la palabra a esas mujeres, confinadas al lugar de locas, y enfermas, que disponían hasta allí únicamente del cuerpo como territorio de expresión de conflictos, represiones, traumas y silencios. Freud, preguntándose acerca de lo ciertamente acontecido o lo que es de orden fantasmático, construyó su teoría, con todos sus logros y límites también. En ese sentido, las “series complementarias” no deben ser olvidadas. Sabemos, también hoy, que el síntoma es figuración de una verdad, que en los avatares de la sexualidad humana hay huellas muy tempranas de nuestros primeros vínculos y encuentros, pero que allí también está la cultura, con toda su potencia erotizante y condicionante.

Toda vez que el psicoanálisis permite que alguien se culpabilice de la opresión padecida, o por haberla provocado, o por  haberla deseado, o por haberla propiciado, se convierte en agente –lo sepa o lo desconozca- del discurso del Poder.

Los Feminismos y sus luchas, siguen visibilizando los diversos modos en que el Patriarcado erotizó, subjetivó, y marcó nuestras vidas: nuestra sexualidad, nuestras identificaciones, nuestros destinos posibles, nuestros ideales. Sabemos bien las mujeres y disidencias en qué medida esa violencia sistemática y estructural, y ese sistema de valores sigue operando desde nuestro propio superyó tantas veces, violencia interiorizada, cada vez –por ejemplo- que una adolescente se mira al espejo y decide no salir de su casa porque su cuerpo no responde al ideal hegemónico que la cultura reproduce. Cada vez que una mujer naturaliza la violencia sufrida asumiendo la culpa de haberla generado. Cada vez que naturaliza y acepta la desigualación que la empobrece y sobrecarga (en pandemia tanto más aún). Cada vez que piensa que el placer se paga. Cada vez que no se atreve a abortar. Cada vez que sí se atreve y esa culpa sobrevuela en su vida para siempre. Cada vez que aborta y muere en el abandono y la clandestinidad. Y sobran los ejemplos. Las violencias de género se alimentan de la inoculación de culpa, de negación y de negacionismo, de ese campo que nos lleva a dudar de nuestras propias percepciones, o a pactar con la desmentida.

La pregunta: ¿es el patriarcado un fantasma femenino? (no hace tanto tiempo otrxs psicoanalistas se preguntaban también ¿por qué las mujeres aman “tanto” a los varones?) duele.  (¿Pensarán que la interrogación habilita a decir cualquier cosa?) Pero la desactivamos, la desarticulamos cada día con ESI (que no le vendría nada mal a algunxs psicoanalistas), reclamando la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo: el aborto legal, seguro y gratuito; exigiendo la Declaración de la Emergencia Pública Nacional por Violencia de Género; con la reformulación de nuestras teorías también, en tiempos en los que las mujeres, esas “sensibles y exageradas”, volvemos a decir, a gritar: paren de matarnos. En estos días, que se confirmó el quinto femicidio en Jujuy: #Niunamenos.

El patriarcado no es un fantasma. Y se va a caer.

BRUJAS, LOCAS Y AGUAFIESTAS // Sofía Guggiari

“La historia del feminismo se convierte así

en la historia de esas mujeres que causaron problemas”

Sara Ahmed “La promesa de la felicidad”

 

“De tan histérica, histórica”

Sara Hebe “Histórica”

 

 

 

Hacia una reivindicación

 

¿Qué relación hay entre Brtiney Spears, Milagro Sala, Juana de Arco, Natacha Jaitt, Ofelia Fernandez, Romina Tejerina?

Pareciera que nada, que a simple vista lo unico que las junta es que todas son mujeres (cis-genero); y que las separa una generación, una colonia o un imperio, un color de piel, la ideologia, una historia personal,  un lugar geopolítico social y cultural en la historia occcidental. Pero si nos detenemos bien a escuchar el impacto que generan estos nombres en el sentido común, ¿acaso no hay allí una alianza como cuerpos marginales, enloquecidos,  insurrectos y desobedientes?

Abruptas, ruidosas, escandalosas, de mala reputación, insumisas,  irreverentes, subversivas, asesinas. Existe una relación directa entre insurrección, desafío, desobediencia, castigo, estigmatización e infelicidad. Nadie quiere ni causar ni estar en problemas y nadie quiere ser causa de infelicidad propia o social.

En este sentido, la figura de la loca, la bruja, la aguafiesta son representaciones estigmatizantes para el imaginario social. Desorganizan, generan miedo, o incomodidad.  Por fuera de lo que se constituye como una “buena feminidad”,  “una feminidad autorizada” o “una feminidad correcta y adecuada”; la feminidad que supone hacer feliz a los demás . Siglos de producir un régimen del terror sobre aquellos cuerpos que no se suscriben a las formas de vida dominantes (ni coloniales), aquellos cuerpos insubordinados que siempre pagan un precio: incendiados, torturados, presos, en tratamiento para curar. Mejor siempre tenerlos lejos, objeto de burla o de humillación, cuando no objeto de estudio de la ciencia, cuerpos rechazados, mal vistos, cuerpos que dan miedo, incluso horror.  

Mitos de brujas que se devoran a niñxs mientras tienen un éxtasis sexual, úteros migrantes como causa de los males femeninos,  terapéuticas de fumigaciones vaginales, actrices e histéricas juntas en el mismo escenario de la medicina occidental, feministas mostradas como frustradas con su sexualidad,  malas, malisimas, re contra malas, enojadas y  ortivas. Y si, ¿como no estar enojadas con tanta opresión?

 

 

Brujas, locas y aguafiestas

 

Bajo tortura, las mujeres acusadas de brujeria en Europa y luego en la America colonial – por lo general mujeres pobres, campesinas, sostenedoras de economias comunales, curanderas, poseedoras de un saber y practicantes de la medicina con plantas, parteras, aborteras, mujeres por fuera del sistema de alianzas matrimoniales, ante los ojos de los otros “libertinas o promiscuas”-  confesaban los crimenes que el clero, los politicos, aristocratas,  inquisidores y colonizadores querían escuchar: que habian hecho un pacto sexual con el diablo.

A comienzos del siglo XVII, los discursos médicos que comienzan a despegarse de los discursos religiosos más ortodoxos, para así los dos ordenarse bajo las lógicas políticas y sociales del racionalismo de los nacientes estado-nación, comienzan a reemplazar el término «bruja» por el de «enferma mental»; no eran brujas y no habían hecho un pacto sexual con el diablo si no que estaban enfermas. Eran histéricas, paranoicas, dementes, locas, pervertidas, epilépticas, melancólicas ( Ana María fernandez, 1983).  A veces putas también  pero siempre aguafiestas.

Del alma al cuerpo, del demonio a la mente, de la religión al sujeto. Dispositivos de control para enjuiciar, gobernar aquello que, por fuera de lo que la hegemonía de sentido ordena como normal y legítimo,  retorna como lo terrorífico. Así, lo que se proscribe insiste, o como demonio, como pesadilla, como síntoma, o como ese cuerpo en protesta, que siempre cae un poco mal, y que no es bienvenido y arruina el festejo de los que escribieron y escriben la historia occidental (hombres blancos, propietarios y heterosexuales).

¿Quiénes entran y quiénes quedan afuera de esta fiesta? Y en todo caso ¿cómo hay que comportarse para entrar?

La feminidad así, siempre definida occidentalmente desde los griegos en la época clásica, como una debilidad asociando mujer y útero “caprichoso, migrante o defectuoso”; o por Russea y la filosofía de la ilustración , como un sujeto inferior debido a su estancamiento en el estadio pre-social;  desde el saber-poder psiquiátrico, por su fragilidad de las fibras nerviosas; o desde el psicoanálisis, como una existencia que se inscribe en el inconsciente desde la castración. Esa feminidad, claro, definida por el relato europeo que colonizó nuestras formas de pensar la salud y la vida toda.

En falta o en exceso. Insatisfecha por insaciable o por casta y virginal. Débil por naturaleza,  biológica y mentalmente, reverso de su potencia y maldad. (ya que quien está predispuesta a hacer un pacto con el diablo es por su fragilidad carnal o por su debilidad del sistema nervioso) Miles de hogueras para quemar, terapéuticas para curar o normalizar, causas penales para enjuiciar o perseguir. De culpables a enfermas a culpables otra vez.

Es en este sentido es que Silvia Federici pezca muy bien en El calibán y la bruja, que los ideales burgueses de feminidad legitima normal saludable y esperada; pasividad, domesticidad, maternidad, pudor y obediencia con los que se subjetivizan los cuerpos, nacieron sobre  las camaras de torturas y  las hogueras del genocidio de brujas.

 

 

Alegría y Rebeldía

 

¿Podemos identificar la eficacia simbólica  restrictiva y cohercitiva hoy en día que produjo  el genocidio,  la demonización y estigmatización (por siglos y en la actualidad) sobre las feminidades? ¿Del impacto subjetivo culpabilizante en el discurso social actual que produjeron  las aclamadas terapeúticas de siglos pasados (que todavía tienen sus correlatos en el presente) para «normalizar» y acallar los gritos que denunciaban las opresiones? ¿Qué consecuencias hay a nivel de la socialización, de las representaciones sociales, de las educaciones sentimentales y afectivas, en los discursos familiares privados y domésticos que se inscriben y operan en el inconsciente y en los cuerpos hoy en día?  ¿Qué relación hay entre las obediencias y las desobediencias en la historia y las maneras que tenemos de vivir la salud, las maneras de enfermar,  de amar, de excitarnos, de autorizarnos?

 

Como dice Sara Ahmed, hay que ser un poco aguafiestas. Reivindicar la figura de la que lo pudre todo; para armar claro, la fiesta propia, el aquelarre comunal y amistoso de los cuerpos rebeldes. Hay que ser un poco mística, un poco bruja, un poco loca, un poco histérica, un poco actriz; movimiento de re-apropiación del signo estigmatizante para volverlo potencia vital

Huir del mandato de ser y dar felicidad como objetivo ideal, ese objetivo que exige la adpatacion del cuerpo y las potencias -a costa de muchisimo malestar- a un mundo determinado heteronormativo. Huir para habilitar el lugar de las múltiples posibilidades. Y de, en todo caso, producir una existencia desde la alegría como alternativa política a la felicidad como moral.

 

 

PENSAR EN TIEMPOS DE PANDEMIA // Denise Najmanovich

No estamos aislados. Nunca lo estaremos. Por el contrario, si algo nos ha mostrado esta pandemia es lo ligados que estamos, lo profundamente entramados y no sólo entre humanos sino con todas las criaturas y entidades de la naturaleza. Estamos unidos, tal vez más unidos que nunca, aunque no podamos movernos como antes. Lo que estamos viviendo no es aislamiento, sino geolocalización (en fácil, cada uno en su casa, si la tiene). El éxito que ha tenido la denominación “asilamiento social” nos muestra la fuerza que aún tienen el pensamiento moderno y sus ilusiones individualistas  y antropocéntricas que nos hacen creer que trascendimos la naturaleza, que estamos enfrentados a ella y que podemos, e incluso debemos, dominarla. Este modo de concebir la humanidad no sólo invisibiliza nuestras raíces, nuestra pertenencia y participación en la trama de la naturaleza, sino que también nos impide darnos cuenta (y agradecer) a todos aquellos que  hoy con su actividad sostienen, nutren y cuidan la vida de todos: personal de salud, sin duda, pero también agricultores, distribuidores de alimentos y medicamentos, barrenderos, cuidadores de casas, de ancianos y tantísimos otros humanos y no humanos como la red de plantas que produce oxígeno y los animales que colaboran en la dispersión de las semillas.  Nosotros los humanos nos movemos menos, pero esto ha hecho que muchas otras especies ganaran movilidad, ya que los ecosistemas viven en un equilibrio dinámico que expresa una paradójica armonía tensa, generativa, robusta y vulnerable a la vez, siempre creativa y por lo tanto parcialmente destructiva.  

Por eso hoy, más que nunca, tenemos que dejar atrás las falsas y peligrosas ilusiones de independencia. Lo más importante que podemos aprender de esta pandemia es que no vivimos aislados –ni ahora ni nunca-, porque la vida es siempre convivencia, influencia y afectación mutua. No hay aislamiento alguno:  han variado los modos de la presencia, la expresión de los afectos, los medios de interactuar, las formas de circular. Lo que se ha modificado es la dinámica vincular y las formas del lazo, se han generado otros encuentros y modos distintos de entretejernos: ahora tengo más tiempo para cuidar de mis plantas, y doy clases por internet. Nosotros estamos más quietos pero los ecosistemas siguen fluyendo y si somos capaces de entender lo que ha sucedido, podremos utilizar el dolorosísimo aprendizaje  para no volver a ese modo de vida que nos quieren hacer creer que es la “normalidad” cuando se trata una “normalización” impuesta por las élites que son las únicas que se benefician del modo de existencia extractivo y depredador de la modernidad y de estos tiempos convulsos que Bauman bautizó como “modernidad líquida” (2003). Un modo de vivir  que concibe todo como recurso y mercancía, que basado en un saber mecanicista ha sido incapaz de comprender la vida y sólo ha deseado someterla. Es desde esa concepción y las prácticas productivistas que promueve que las corporaciones globales han depredado el planeta. Esta  pandemia ha sido una de muchas nefastas  consecuencias, pues está genéticamente ligada a un modelo productivo (basado en la devastación de los bosques, la fractura y agotamiento de los suelos, el emponzoñamiento de los ríos, los incendios  indiscriminados) que en nombre de un supuesto (y falaz) progreso económico está hiriendo de muerte al planeta y a nosotros en él.

Nos han  educado para creer que somos la cumbre de la creación, que estamos enfrentados a la naturaleza, que la hemos trascendido gracias a la razón, que debemos enseñorearnos de ella. Así hemos dado rienda suelta a la codicia corporativa, que presenta la mera acumulación monetaria como crecimiento. Así hemos confundido los caprichos de las élites dominantes con necesidades universales humanas, el éxito con la felicidad y el buen vivir con el mucho poseer.

Un diminuto virus vino a recordarnos que nuestra independencia es una vana y peligrosa ilusión, que somos una criatura entre otras y que no hay dueños de la vida. Tal vez el desafío más importante que tengamos sea el de aprender a pensar y a vivir de un  modo no predatorio, entendiendo que somos parte y no amos de la tierra, y que nuestro destino está enlazado al de lo demás.

 

 

La cuarta herida narcisista: Ciegos a nuestra ceguera

 

«Lo mejor para las turbulencias del espíritu, es aprender. Es lo único que jamás se malogra. Puedes envejecer y temblar, anatómicamente hablando; puedes velar en las noches escuchando el desorden de tus venas, puede que te falte tu único amor y puedes perder tu dinero por causa de un monstruo; puedes ver el mundo que te rodea, devastado por locos peligrosos, o saber que tu honor es pisoteado en las cloacas de los espíritus más viles. Sólo se puede hacer una cosa en tales condiciones: Aprender.»  (Yourcenar,1999)

 

Si algo podemos aprender de estos tiempos catastróficos es que la vida no tiene compartimentos estancos, ni seres aislados. Hemos estado ciegos a la interconexión de la naturaleza. No hemos sabido pensarnos como parte, ni comprender la importancia de la convivencia entre los diversos ecosistemas y también al interior de cada uno de ellos. Se trata ahora de entender lo que Edgar Morin vine planteándonos desde hace décadas:

el fenómeno que nosotros llamamos “Naturaleza” no es más que la extraordinaria solidaridad de sistemas encabalgados,  edificándose los unos sobre los otros, por los otros, con y también contra los otros: la Naturaleza son los sistemas de sistemas, en rosario, en racimos, en pólipos, en matorrales, en archipiélagos. (1977)

La luz cegadora del iluminismo, convirtió todo en objeto y también en recurso. La concepción mecanicista, disociada y desvitalizada de la ciencia moderna, se forjó bajo la ilusión de que el hombre podía adueñarse de la naturaleza. Por eso es preciso renunciar a la creencia de que somos una excepción y aceptar  esta  cuarta herida narcisista que nos impone un diminuto y a la vez poderosísimo virus. Primero Copérnico nos invitó a abandonar la creencia de la tierra como el centro del universo, luego Darwin, nos instó a aceptar que somos un animal entre otros y finalmente Freud, abrió la experiencia humana para acoger los territorios del inconsciente. Hoy,  cuando creíamos controlarlo todo, la pandemia nos ha mostrado lo fútiles y dañinas que son la pretensiones de dominación. Así nos invita y hasta diría que nos exige dejar de lado el absurdo protagonismo que nos hemos conferido, abandonar la postura antropocéntrica para entendernos como parte de la trama de la vida. Vida que no es propiedad de ninguna criatura y que  nadie  puede dominar.

Para entender esta pandemia es preciso repensarlo todo: nuestra concepción de la humanidad, los vínculos dentro de nosotros y con otros –que nunca son completamente ajenos-, así como las complejidades, devenires y tensiones de la vida en común. Para emprender esta tarea necesitamos salir de los corralitos disciplinarios, aprender a ver las conexiones: ¿cuáles son los vínculos entre el virus, el agronegocio y el tráfico de fauna? ¿Qué relación tienen las pandemias con la tala indiscriminada, la industrialización del campo y la megaminería que están devastando el planeta? ¿Qué tiene que ver la megalomanía corporativa global con la eliminación de las regulaciones  que protegían la vida?

Desde los postulados del modelo mecánico-racional se supone que la productividad genera crecimiento económico cuando la experiencia nos ha enseñado que  se trata sólo de un modo de acaparamiento y avara acumulación de las élites para las que el otro (tanto humano como no-humano) es un mero recurso, un objeto a utilizar. Para los abordajes de la complejidad que promuevo el otro es un compañero convivencial que me puede potenciar tanto como despotenciar, pero cuya existencia es tan legítima como la  mía. No somos los amos de la tierra, somos terranos como todas las criaturas. Ni siquiera somos protagonistas, somos parte entre partes de la vibrante, activa y creativa trama de la vida.  Para reparar y expandir la vida postpandemia necesitamos gestar otro modo de pensar que nos permita entender el juego de los vínculos (Najmanovich, 2005), entender sus ritmos, sus tensiones, sus producciones, sus sinergias e inhibiciones, sus diversidades y su generatividad.

En su excelente texto Componer con Gaia Jordi Carmona Hurtado (2020) plantea que «la naturaleza se ha vuelto un agente histórico». En una conversación virtual le comenté que para mí siempre lo ha sido, y siempre lo será. De ella venimos y en ella nos disolveremos. A mi entender, y creo que acordamos en ello, lo que está ocurriendo es que el Coronavirus nos permite hacer visible lo que siempre ha estado allí pero que nuestro entrenamiento cultural no nos permitió percibir ni pensar: que no somos los directores de la orquesta universal.  Por eso el desafío actual es aprender a prestar atención a los vínculos, las mediaciones, los equilibrios dinámicos, las armonías tensas, del vivir entramados en lugar de seguir intentando encajar la vida en la grilla de lo ya sabido. Seguir los consejos de Heráclito cuando nos advertía que había que “esperar lo inesperado; porque lo inesperado es difícil y arduo” (1997). Extraordinaria paradoja que hoy resulta imprescindible aprender a habitar para poder ser partícipes activos en la construcción de un modo de existencia que ponga en el centro la vida y comprenda el valor primordial del cuidado mutuo para evitar que se repitan las catástrofes y para que en lugar de generar destrucción, cegados por el eufemismo de la producción, empecemos a ser parte de la curación de este planeta herido.

Pasados varios meses desde las primeras noticias sobre este virus que todo lo ha trastornado, recién estamos empezando a atar algunos cabos, que lentamente dan lugar a un paisaje para el que no estábamos preparados. Nos damos cuenta que no supimos ver los indicios ni escuchar las múltiples señales de alarma que, recién ahora, sabemos que existieron y que fueron desatendidas por aquellos que detentan posiciones de poder.

 

Crónica de una pandemia anunciada

 

Les propongo ahora un pequeño recorrido para pensar cómo se generó esta catástrofe, para ver cuántas señales de alarma fueron pasadas por alto y ‑sobre todo- para salir del foco estrecho al que nos condenan los análisis disociados. Desde luego que sólo podremos dar algunos trazos pero serán más que suficientes para empezar a percibir la matriz generativa de esta pandemia, y muchas de las epidemias que la precedieron y que no fueron tenidas en cuenta como merecían ya que afectaron sobre todo a países alejados del Norte Global. 

Esta pandemia que ya ha costado cientos de miles de muertos y millones de contagiados no es una desgracia que nos ha caído del cielo, ni es el producto de un lamentable azar, ni tampoco un castigo divino (discurso infaltable de algún obispo  apocalíptico tratando de cosechar almas para su rebaño).  Como todo lo que existe es el resultado de un proceso generativo que es preciso entender. Algo que nunca lograremos si quedamos cautivos de las noticias sensacionalistas sobre  “mercados exóticos” de China (que buscan azuzar la xenofobia) mientras se elude informar que esos mercados, si bien existen y juegan un papel en esta historia, son sólo una parte del tráfico ilegal de especies que mueve entre 8.000 y 20.000 millones de euros al año. En la siguiente enumeración podemos ver algunas de los muchísimas alertas que ningún gobernante del planeta quiso escuchar:

 

2007 Artículo de investigadores de la Universidad de Hong Kong en Clinical Microbiology Reviews alertando sobre el peligro de un brote de coronavirus

2008 Informe de la CIA que preveía una pandemia aproximadamente para el 2025.

2012 Libro de David Quammen Derrame: Infecciones animales y la próxima pandemia humana

2015 Charla TED de Bill Gates indicando que no estábamos preparados para la próxima pandemia

2016 Libro Megagranjas, Megagripe de Robert Wallace

2019 Reporte de la OMS informando sobre la posibilidad de una pandemia causada por un patógeno respiratorio letal.

 

Todos estos informes fueron públicos, muchos de agencias gubernamentales, otros de muy reconocidos especialistas y no faltaron los personajes hipermediáticos como Bill Gates a quienes escucharon millones de personas. Todos ellos no dejaban lugar a duda sobre el rol estelar que tendrían las pandemias en siglo XXI.  El texto de David Quammen (2012) fue distinguido como el libro científico del año por el New York Times. En su texto predice con claridad que la próxima pandemia sería producida más o menos para esta época por un virus zoonótico. Veamos con un poco de detalle esta cuestión, pues es crucial para comprender lo que nos está sucediendo, cómo llegó a producirse y por qué no se hizo nada para evitarlo. La palabra “derrame” que utiliza en el título de su libro  es un término técnico que utilizan los biólogos para dar cuenta de lo que ocurre cuando un microorganismo pasa de su ecosistema habitual a infectar al ser humano. Desde luego que el virus no se va de paseo a visitar el mundo. Su dispersión se debe a que la actividad de las empresas extractivas, especialmente pero no exclusivamente del agronegocio,  arrasan los equilibrios dinámicos de los ecosistemas.

El mismísimo Bill Gates dio públicamente la voz de alarma sobre las pandemias que se venían en el año 2015 en una conferencia que al día del hoy escucharon varias decenas de millones de personas. En ella señaló claramente que la epidemia de Ébola  tenía que ser tomada como una alarma temprana, que pronto habría otras, probablemente peores. Desde luego no dijo nada del agronegocio, sino de la necesidad de otros emprendimientos en el área de salud…y no es casual porque él mismo está hoy embarcado en la producción agrícola de alta tecnología y utilización intensiva de agrotóxicos que producirán las enfermedades que luego sus empresas de salud van a curar (sólo para aquellos que puedan pagarlo).

El biólogo Robert G. Wallace en su libro Big farms, Big Flu (2016) trazó con claridad  la conexión entre las nuevas pautas de la producción agropecuaria y la etiología de las epidemias que se han desatado en las últimas décadas. Su trabajo resulta central para comprender  que el Covid‑19 no es un incidente aislado. Si focalizamos sólo en el virus en el mejor de los casos tendremos una vacuna para éste, pero las megacorporaciones globales seguirán depredando el planeta y habrá  brotes de otros virus (locales o globales, pero siempre muy letales), en un círculo vicioso infernal.

Si alguno cree que ya el panorama no puede ser peor, he de terminar este apartado mencionando el valiosísimo trabajo de Dennis Carroll, quien dirigió la Unidad De Influenza Pandémica y Amenazas Emergentes en la Agencia Federal para el Desarrollo Internacional (USAID) durante casi 15 años. En un reportaje reciente el investigador norteamericano sostuvo: “Sabíamos que esto iba a suceder. Podría haber sido este coronavirus… u otro virus de la influenza. Pero ahora sabemos que la frecuencia se está intensificando” (Carroll, 2020). La respuesta de Trump fue desfinanciar la agencia, lo mismo que hizo con la del cambio climático. Carroll sostiene que uno de los mayores obstáculos para entender lo que sucede es que “desafía a las personas a pensar de manera diferente”. Necesitamos aprender a percibir los paisajes vitales, revitalizar el pensamiento y los modos de convivencia en lugar de quedar cautivos de los modelos disociados y mecánicos del productivismo global y de las concepciones competitivas y guerreras que le son propias.

 

Lo que la metáfora de la guerra nos impide ver

 

“La guerra como metáfora moral es limitada, limitante y peligrosa. Al reducir las opciones de acción a ‘una guerra contra’ lo que sea que sea, divide el mundo en Yo o Nosotros (bueno) y Ellos o Él (malo) y reduce la complejidad ética y la riqueza moral de nuestra vida a Sí/No, Prendido/Apagado. Esto es pueril, engañoso y degradante”. (Le Guin, 2003)

 

Nuestra cultura suele entender la paz como mera ausencia de guerra, no tenemos ninguna definición afirmativa de las experiencias o situaciones pacíficas. Tan solo imaginamos que son estados completamente libres de conflictos, de desacuerdos, de disonancias. Algo que cualquiera que piense un segundo notará que no sólo es falso en relación a su experiencia, sino también imposible. La otra versión que tenemos de la paz, es aún más absurda, porque suele entenderse como imperturbabilidad: una vida libre de influencias, afecciones, emociones y deseos. Si tal fuera el caso, y por suerte no lo es, sólo podría hallarse en los cementerios. Como nadie se vería tentado a esa excursión macabra para encontrar la paz deseada, se nos ofrecen refugios ilusorios, ideales perfectos donde reina una armonía paradisíaca, donde se acoplan las “medias naranjas”, y hallan una imperturbable felicidad las  almas gemelas. En la vida política esto se expresa en la pretensión de lograr un  consenso unánime, una convivencia sin tensiones, una seguridad sin fisuras. En la medicina esta mirada ha llevado a que se impusiera la más absurda definición de salud que se haya podido producir: «La salud es un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad» (OMS, 1946). Esta perfección-completud no tiene el más mínimo sentido en relación a un ser vivo, siempre en devenir en el encuentro con otros, con los que puede lograr  un equilibrio complejo, fluido, tenso, generativo. La pretensión paradisíaca nos ha llevado a concebir la medicina como una guerra perpetua contra cualquier agente que perturbe ese ideal inalcanzable y así nos ha impedido ver la potencia (re)generativa de la vida y de los vínculos, así como el valor del cuidado mutuo.

Macrón, Trump, Bolsonaro, entre otros dirigentes mundiales, han hecho  un (patético) llamamiento a la guerra contra un enemigo invisible. La respuesta más lograda que he leído es la de  Arundhati Roy:

 

…si fuera una guerra de verdad, ¿quién estaría mejor preparado que Estados Unidos? Si no fueran mascarillas y guantes lo que necesitaran sus soldados de primera línea, sino fusiles, bombas inteligentes, armas anti-búnker, submarinos, aviones de combate y bombas nucleares, ¿habría escasez? (2020)

 

Solo me resta destacar que si fuera una guerra está claro que no han sido estos líderes los que han triunfado.  

Por suerte no es un destino obligado el de quedar cautivos de las metáforas guerreras aun cuando son muy pregnantes en nuestra cultura, no sólo en la política, sino también en la medicina, como mostró hace décadas Susan Sontag en su excelente libro La enfermedad y sus metáforas (2003). Las células invaden, los anticuerpos son el ejército de defensa, bombardeamos el tumor con rayos, o recurrimos al arsenal químico, etc.

Cuando concebimos la vida como un combate,  gestamos un escenario plano, un foco estrecho, una perspectiva pobre (y triste) para  pensar y comprender la salud y la convivencia que son indisociables. Lamentablemente ésta es nuestra herencia cultural: tanto en la teoría política, que a partir de Hobbes sostiene la idea del “hombre lobo del hombre” (1983), como en la teoría evolutiva que describe el vivir como una lucha por la existencia.

Nadie en sus cabales negará las tensiones, conflictos, combates que se dan en el vivir, pero tampoco dejará de percibir la ternura, la ayuda mutua, el cuidado, la generatividad y fecundidad de la naturaleza y de todas sus criaturas, incluidos nosotros.

Si cerramos el foco de nuestra percepción limitando nuestro pensamiento al “ataque” viral, quedarán en la neblina las preguntas por la causa de la pandemia y con ellas perderemos la oportunidad de evitar otras. Pero  no sólo eso, nuestra vida quedará reducida al temor a la muerte y a lucha contra ella. Una vida raquítica y precaria, que no busca el bien vivir-convivir sino el evitar morir. Una vida aterrada por el temor al otro, al que siempre se ha de considerar ajeno.

Muchos de los saberes ancestrales y también muchos desarrollos del pensamiento contemporáneo han hecho lugar a la complejidad comprendiendo la naturaleza toda como una matriz generativa en lugar de quedar cautivos en los modelos ideales de la ciencia y la filosofía mecanicista.  Hoy más que nunca, ante el cataclismo de una enfermedad global y muchos otros desastres debidos al cambio climático y la explotación extrema, es vital cambiar paradigmas y, más ampliamente, transformar completamente nuestra relación con la naturaleza, aprender a cuidar y expandir la vida, reducir el daño que está generando esta pandemia y evitar otras en el futuro.

La narrativa guerrera siempre ha sido central en nuestra cultura, como muestran los aforismos invertidos de Von Clausewitz (2015)  “La guerra es la política continuada por otros medios” y Foucault (1992) “La política es la continuación de la guerra por otros medios”. Lamentablemente la metáfora del combate y de la competencia (que es una ritualización de la guerra) permeó toda la cultura: desde la historia y la biología, hasta la medicina, especialmente a partir de la focalización en la lucha contra los microbios. Para citar sólo algunos ejemplos de las últimas décadas los líderes mundiales  han declarado la guerra al cáncer, a las drogas, a la pobreza, al terrorismo, al crimen, ¡incluso a la violencia!. Ya sabemos los resultados de estas cruzadas que no han hecho otra cosa que que intentar apagar el fuego con gasolina. No ha de extrañarnos, pues la metáfora de la guerra anula la complejidad, limitando las vías de cuidado y curación. Lo que nos lleva a preguntarnos cómo es que se mantiene incólume cuando su aplicación casi siempre ha fracasado.

Su simplicidad es parte de su éxito, pero también es crucial comprender la faceta afectiva: la promoción simultánea del miedo, que es el afecto menos afín al pensamiento y el ansia de conquista.  Al construir un mundo de enfrentamientos absolutos que buscan la subyugación o la aniquilación del otro,  todo se reduce a los vencedores y los vencidos, los líderes y los seguidores, los héroes y los villanos. Un mundo en blanco y negro, muy diferente a nuestra caleidoscópica existencia, pero que crea una narrativa poderosa: el otro es absolutamente ajeno y necesariamente un enemigo. Como dijo uno de los personajes de Sartre: “El infierno son los otros” (2004). ¿Lo  son?

 

Tejiendo la convivencia: armonías generativas tensas e intensas

 

Hemos heredado un modo de pensar basado en modelos mecánicos, abstractos e ideales que ha descuartizado la investigación en contextos estancos y que al hacerlo nos ha impedido comprender los vínculos, las tramas, los flujos, las tensiones, la diversidad de composiciones. En fin, hemos quedado ciegos a la complejidad del vivir-convivir que también es devenir (evolución creativa, bien diferente al domesticado e ilusorio progreso lineal mecánico).

La vida, sin embargo, no puede pensarse desde esta mirada esencialista que presupone pureza, y menos aún desde la versión mecánica de la modernidad que se sostiene en la ilusión de independencia. La vida nace, deviene y muere, en el encuentro con otros, gracias a otros y también contra otros, en entrecambio con otros. Propongo utilizar el término entrecambio para dar cuenta de que no se trata meramente de una interacción exterior, sino de una transformación mutua. Necesitamos a los otros para nutrirnos, para crecer, para procrear, para aprender, para respirar…para todo lo que implica el vivir que es siempre convivir.

Los poetas lo han expresado mejor que nadie, uniendo la belleza y el sentido como en estas palabras de  Octavio Paz:

 

la vida no es de nadie, todos somos la vida (…)
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra… (1960)

 

Nuestra relación con los otros no es la de la pura lucha y enemistad, aunque a veces puedan darse enfrentamientos. Vivir es ser acogido en un nido ecológico cuidado por otros y la vida se sostiene y expande a través de los encuentros potenciadores. Esto es lo que la metáfora de la guerra y su estética dicotómica nos impiden ver: que no existen enemigos ni amigos absolutos (porque en la vida no hay absoluto), que todo depende de lo que se geste en el vínculo, que –además‑ es dinámico. Que la vitalidad y la hospitalidad al otro son primarias, y la defensa necesaria pero subsidiaria.  

Focalizar en el amigo versus elbenemigo hace que queden en la penumbra o, peor aún,  que resulten invisibilizados los amantes, los amigos “con derechos”, los contactos, los conocidos, los compañeros, los hermanos de sangre, la fratría y/o sororidad elegida, los rivales, los simbiontes, los amigos que devinieron  enemigos, los enemigos que se volvieron amigos, los actos generosos de los enemigos, algunos  comportamientos mezquinos de los amigos, y un largo etcétera. No se trata de salir de la captura del negro y blanco por albergar solamente a grises –que desde luego  es una apertura valiosa-, ni tampoco promuevo la remanida estrategia de buscar  un justo medio que también sostiene la pureza de los extremos. Mi propuesta es aprender a percibir y pensar la radical, multicolor, caleidoscópica diversidad en permanente mixtura, composición y descomposición que nos ofrece la naturaleza. Abrirnos a otras percepciones y sentidos con sus sutilizas y matices porque saber viene de “sabor” y la experiencia humana es la de un cuerpo vivo complejo que puede ser afectado de muchos modos y pensar en diferentes cuerdas.

Nuestra cultura esencialista no ha soportado nunca  la impermanencia. Esa que hermosamente describía Heráclito cuando afirmaba que “nunca nos bañamos dos veces en el mismo río…” y continuaba afirmado (aunque la divulgación mutiló la cita): “…y las almas se disuelven en la aguas” (1977). Tanto le tememos  que la Real Academia de la Lengua Española ni siquiera admite la existencia de este término, que igual ha sido y sigue siendo muy utilizado por los que amamos el pensamiento más que los mandatos de sus majestades. Hemos sido criados en el  temor al cambio, y el pavor a la alteridad. Nos asusta la ambigüedad, y nos cuesta comprender la permeabilidad. Tenemos enormes dificultades para pensar la generatividad  y pánico a la contaminación. La ilusión de independencia y autodeterminación nos ha llevado a demonizar la influencia hasta tal punto que la gripe primero se llamó influenza.

La “influencia”, está ligada al fluir, a la vida errante, a lo que no se deja atrapar en una categoría, a lo que altera (temor de los temores) por eso es incompatible con la pureza inmutable del Ser. Nuestra civilización está no sólo fundada, sino fundamentada en la creencia en un Ser puro, en una esencia eterna e inmutable, imperturbable. Así nace también el ideal de invulnerabilidad incompatible con la vida. Nuestra relación con la alteración, la transformación, la errancia (que de allí proviene “error”), ha sido siempre la de concebirlas como patologías, defectos, faltas, vicios a ser evitados o combatidos. Al menos por la mirada hegemónica, pero la vida siempre pugna por salir y fluir, así que existieron muchos que  han preferido el fluir de la vida al agua estancada del Ser.

En la actualidad están desarrollándose una gran variedad de abordajes complejos que hibridan ciencia, arte, filosofía, saberes comunitarios, sabidurías ancestrales en alegre y promiscuo mestizaje.  Modos de investigar y actuar que no disocian la teoría y la práctica, ni la ciencia del saber comunitario,  que buscan generar sentidos que nos permiten comprender la potencia generativa de la naturaleza y tejer con ella un modo de convivencia cuidadoso. En un trayecto fecundo fueron tejiéndose saberes que nos permiten comprender la potencia de la naturaleza sin reducirla a un modelo único, dando lugar a múltiples facetas de la poiesis vital, del vínculo tenso entre el ser vivo y el ambiente en el que estamos embebidos, junto a una inmensa variedad de especies amigas y también de posibles venenos y predadores. Esta perspectiva no dicotómica nos está permitiendo pensar armonías generativas muy distintas al modelo de equilibrio estático del mecanicismo, al monocorde acuerdo total, o al acople mecánico de la llave y la cerradura que son las armonías monótonas, paradisíacas e ilusorias  que ofrece la cultura esencialista en todas sus versiones (desde la Antigua Grecia hasta la Modernidad). La armonía generativa es paradójica: acorde y discorde a la vez, capaz de albergar la simbiosis y también el parasitismo, de gestar múltiples modos de colaborar que no se oponen a algunas formas de competir. Una danza de composiciones y descomposiciones, de modos de potenciarnos y también de dañarnos, que van configurando  una inmensa variedad de alianzas y parentescos raros (Haraway, 2019).

En este paisaje complejo y vital, nada es en sí dañino o beneficioso, todo depende de múltiples factores, a diferencia de la máquina para la cual todo elemento extraño es destructivo ya que no puede ni aprender ni desarrollarse. En el vivir, los otros son límite y posibilidad a la vez, peligro y sinergia. Nada puede ni busca crecer ilimitadamente, salvo en la imaginación megalómana de las élites globales.

Los virus pueden ser considerados un ejemplo maravilloso de la ambigüedad, ya que es imposible dar una respuesta unívoca a la pregunta ¿son los virus seres vivos?, que tiene una deliciosa, y también ambigua, respuesta: puede ser, a veces, depende de la localización. Lo mismo sucede con este cuestionamiento que ante tanta cruzada guerrera  es imprescindible hacerse: ¿son los virus enemigos? Menuda desgracia sería si lo fueran, se calcula que hay 1031 virus en nuestro planeta, más que estrellas en el universo (Wu, 2020). Pero esto no es lo más sorprendente: como muestra la investigación de las últimas décadas sobre el microbioma en nuestro cuerpo hay entre dos y diez veces más microorganismos que células humanas. No sólo co-evolucionamos con otros diferentes a nosotros, sino que nuestro propio cuerpo es una activa comunidad, un ecosistema diverso en permanente transformación. Como sostiene Ed Yong:

 

El cuerpo humano alberga billones de microbios que conforman todo un mundo en simbiosis con su entorno. Estos microscópicos y multitudinarios compañeros vitales no solo moldean nuestros órganos, nos protegen de enfermedades, e influyen en nuestro comportamiento, sino que resultan clave a la hora de entender el funcionamiento de la vida (…) Todos los conceptos que usan los ecólogos para describir los ecosistemas de escala continental que vemos a través de los satélites también se aplican a los ecosistemas de nuestros cuerpos, que vemos a través de los microscopios (2017).

 

Antes que él, lo dijo el poeta Walt Whitman (2001):

 

Yo soy inmenso…y contengo multitudes

 

La ciencia recién ahora comienza a atisbar el carácter ecosistémico de la naturaleza y de nuestra propia existencia, y a comprender que la pureza es estéril y que la vida gesta y anida en la fecundidad vincular. Todo en el vivir son encuentros, pero tanto la metáfora de la guerra como la mecanicista, nos han hecho ciegos a las composiciones sinérgicas (aquellas que nos potencian), pues sólo ven “peces grandes que se comen a los chicos”. La versión de la teoría evolucionista centrada en la competencia, que cada día está más cuestionada en el ámbito científico, nos ha impedido comprender el valor crucial de la ayuda mutua y la simbiosis en la vida personal y colectiva. El temor a la otredad –fuera y dentro de cada uno- ha llevado a focalizar y destacar sólo  los encuentros destructivos o despotenciadores.

Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado a todos que hay vínculos potenciadores, nutritivos, reparadores. Que hay tanta o más ayuda mutua que competencia, más simbiosis que depredación, como desde hace décadas viene planteando Lynn Margulis y hoy aceptan las nuevas corrientes de la biología resignificando y remodelando radicalmente las concepciones evolutivas (Margulis, y Sagan, 1995).

Personas y bacterias, virus y seres inorgánicos, ninguno es un veneno en sí mismo, sino que lo es para alguien, en ciertas composiciones. Ni el SARSCoV2, ni ningún otro. Sabemos desde antaño que no existe veneno sino dosis (lo que vale para los virus y cualquier otra sustancia). Nada es dañino, ni beneficioso, en  sí mismo. Es en el vínculo vivo,  actual y situado, que algo me fortalece o me lastima, me inhibe o me potencia. Y eso cambia con el tiempo, con el contexto, con el modo de poner el cuerpo, con la configuración de la comunidad…con todas y cada una de las dimensiones de la vida.

Nuevos paradigmas están revolucionando el campo de la inmunología que también fue construido desde la metáfora de la guerra y la exclusión del otro (lo que no resulta asombroso cuando recordamos que algunos de sus padres fundadores, como Sir Macfarlane Burnet, fueron miembros activos de las sociedades eugenésicas). En las últimas décadas diversos investigadores han propuesto miradas que salen de la perspectiva disociada y batalladora del Yo vs. No‑Yo. Francisco Varela (2000) nos invita a pensar el sistema inmune como un tipo de sistema cognitivo que organiza el sí mismo corporal,  actividad que no se realiza  en contra de otros, sino nutriéndose de muchos y, por supuesto, también defendiéndose de los dañinos. En éste sentido ha sido particularmente valiosa la “Teoría del peligro” de Polly Matzinger (2002). En lugar de seguir la metáfora de la guerra, ella gestó un modelo inmunológico que plantea que el sistema inmune responde a señales de peligro que se producen cuando somos dañados y no a la mera  extrañeza o ajenidad. En lugar de un enfrentamiento entre el Yo y un No-Yo (absolutos, esenciales e inmutables) el sistema inmunológico se ocupa de cuidar la vida de un ser que vive entre otros, con otros, gracias a otros, y no necesariamente (aunque a veces sí sea el caso) contra otros. Su propuesta permite explicar por qué el sistema inmune no ataca la comida que sin duda está formada por cuerpos extraños al organismo y tampoco a un feto sano o los miles de millones de microorganismos que viven en simbiosis dentro nuestro. Al mismo tiempo permite comprender por qué  no responde defensivamente cuando lo foráneo no es dañino, y también ataca cuando algo propio lo es, como en los fenómenos de autoinmunidad.

Estas nuevas miradas son cruciales para comprender nuestra propia existencia como ecosistemas complejos en los que no existe un yo esencial, sino  una composición vital siempre en curso, un trayecto abierto de construcción de sí, no exento de peligros ni de sinergias. Los seres vivos generan dinámicamente su propia coherencia vital en armonización tensa con otros, muchos de los cuales son colaboradores, algunos devienen simbiontes esenciales para la vida y otros la ponen en peligro.

Para comprender el vivir-convivir tenemos que poder albergar todo aquello que hemos intentando eludir o combatir: el entrecambio, la afección e influencia mutua, la co-evolución, el linaje de transformaciones (no somos los mismos de ayer ni seremos idénticos mañana). No tiene sentido “sumar” o meramente “agregar” lo que habíamos expulsado. Es preciso reconfigurar completamente nuestro modo de conocer, de concebir lo vivo, de entender la naturaleza incluidos nosotros en ella.

 

A modo de inconclusión

 

La estupidez consiste en querer concluir.

(Flaubert, 2010)

 

Un virus zoonótico recorre el mundo generando una de las mayores catástrofes de las últimas décadas. Los líderes mundiales han planteado el problema en términos de guerra y cruzada sanitaria, pero no es ésta la única mirada posible. En lugar de quedar cautivos en las concepciones militaristas-mecanicistas podemos plantar y cultivar otro territorio problemático.

La pandemia no es el resultado de la mera existencia de un virus patógeno, sino de un modo de existencia que facilita su difusión y que limita las estrategias de cuidado. Si hacemos lugar a la complejidad de la vida y el pensar veremos que esta pandemia es más bien un síntoma de una enfermedad mucho más grave aún que he denominado “productivitis”: una dolencia generada por el modelo  social basado en la expansión ilimitada de la producción y el consumo que promueve para ello un modelo de negocios predador cada vez más intenso caracterizado por las Megagranjas, Megaemprendimientos, Megaminería, Meganegocios, propios de la Megalomanía del pensamiento racionalista patriarcal que jamás ha comprendido la vitalidad de la vida.

Los valores privilegiados por las Megacorporaciones (sin distinción ideológica) son la maximización, la optimización y la eficiencia concebidos desde un modelo mecánico combinado con un esquema financiero en el que la naturaleza y sus dinámicas no tienen lugar. Estos sistemas no crecen, tan sólo “incrementan” (ganancias, propiedades, dinero, todo aquello que se puede cuantificar). Este modo de pensar no acepta límite alguno a su carrera hacia el abismo y buena parte de su producción es despilfarro, acumulación ociosa que en la mayoría  de los casos es inútil pero muchísimas veces resulta tóxica o letal.

El arrasamiento de los equilibrios dinámicos de los ecosistemas no es un daño colateral de la aplicación de su modelo, es inherente a él e inevitable. Esta vez la consecuencia ha sido una pandemia, en otras oportunidades han sido desastres climáticos, envenenamiento de los ríos, y muchas otras catástrofes que se han agudizado en las últimas décadas. Si, además, consideramos que sus políticas eficientistas desmantelaron los sistemas de salud y más ampliamente los lazos de cuidado en la mayoría de los países del Norte Global, podremos entender las inmensa cantidad de muertos que se ha cobrado la pandemia en los países que presumían de ricos. La combinación letal de productivitis y eficientitis es la responsable tanto de la propagación del virus como de su letalidad, ya que contagiarse no implica enfermarse y el curso de la enfermedad depende de los cuidados que podemos desplegar. Los recortes en salud, para hacer más eficiente el sistema, tuvieron éxito, y su triunfo es nuestra desgracia porque  muchos de los contagios se debieron a que las élites hicieron todo lo posible para no cerrar sus fábricas o las cerraron cuando ya la situación era catastrófica y las muertes no fueron el resultado directo de la infectividad vital sino de que una parte muy importante de la población no puede acceder a los servicios médicos necesarios.

La productividad y la eficiencia son medidas de rango estrecho que privilegian ciertos valores como la ganancia, el “ahorro” de tiempo cronológico, la cantidad de productos, a costa de otros que resultan invisibilizados o desvalorizados. Entre ellos todo lo que no entre en su sistema de medidas: la belleza, el cuidado de la naturaleza –incluyendo en ella a los trabajadores-, el lazo comunitario, etc. La invención y la imposición de la obsolescencia programada son muestras más que claras de la concepción de la excelencia eficientista.

La megalomanía corporativa nos hechiza con grande narraciones, con gestas heroicas, ahora recargadas en la versión CEO. En ellas el protagonista está preocupado sólo por su meta, y no se hace responsable de lo que destruye en el camino para obtener el triunfo. Su eficiencia se basa en la extracción y explotación de otros –humanos y no humanos- “externalizando” los problemas. La corporación global produce consumiendo agua que paga a precios irrisorios y luego elimina sus desechos sobre los ríos que nutren a los seres vivos. Destruye los equilibrios ecosistémicos para imponer su modelo productivo, pero esta depredación no entra  en sus costos, sino en los nuestros.  Por supuesto que su sistema de publicidad mediático mundial no destaca estos aspectos, sino que se expresa con bellas palabras creando una versión contemporánea de los patriarcales cantares de gesta. Revisten su accionar de gestos heroicos, de avances tecnológicos, de innovaciones imparables, de emprendedimientos invulnerables, de crecimiento económico y  progreso. Pero no pueden evitar que muchos veamos el lado oscuro de la productivitis que nos está matando de diversos modos: generando devastación y pandemias, pero también hambre (porque la industrialización del campo no ha mejorado ni un poco este flagelo mundial), jornadas interminables de trabajo cada vez más precario, desfinanciación y desmantelamiento de todas las protecciones y cuidados sociales.

Si queremos gestar un modo de existencia potenciador para todos es preciso volver a poner en el centro la vida y la convivencialidad. Para ello es preciso cambiar no sólo de paradigmas, sino todo nuestro modo de pensar-sentir-actuar para abandonar la autopista productivista que nos lleva al abismo y empezar a gestar un caminar convivencial, como proponía Ivan Illich (2011), en el que las herramientas, industrias, dispositivos, sistemas sirvan para  potenciar la vida singular y común, a diferencia del sistema  productivista en el que la vida es un recurso para el sistema.  Hoy la propuesta de convivencia puede pensarse de forma aún más amplia, por eso me gusta hibridarla con el ecofeminismo de Haraway que amplía la convivencialidad para abarcar las relaciones con lo no‑humano.

A mi entender, la cuestión crucial que emerge cuando pensamos la pandemia desde la complejidad es la necesidad de transformar los modos de existencia para que la gestión esté al servicio de la gestación y no al revés como impone el modelo patriarcal corporativo global (ya sea capitalista neoliberal, chino, ruso, o cualquier otro).

Podemos hacer de esta pandemia, que solo es uno de los muchos síntomas  de la catástrofe planetaria generada por la productivitis humana, un punto de bifurcación para salir de la captura mecanicista-racionalista y empezar a habitar la trama de la vida. En ella el crecimiento nunca es mero incremento, sino transformación en el encuentro porque a diferencia de las máquinas los seres vivos crecen (lo que implica múltiples transformaciones) en la convivencia con otros regulándose y adaptándose mutuamente.

Los seres vivos somos a la vez vulnerables y robustos, lo que para nuestra cultura dicotómica resulta impensable pero es muy fácil de entender cuando salimos de sus grillas. Somos vulnerables porque vivir es convivir y podemos ser afectados de muchas maneras. La gran mayoría son potenciadoras y eso hace que la vida sea robusta, que pueda perseverar en la existencia, y seguir la dinámica generativa y regeneradora. Por supuesto, la otra cara de esta vulnerabilidad es que también habrá encuentros que nos hieran o destruyan. Al comprenderlo podemos cultivar el arte de los buenos encuentros, habitar la vida desde el cuidado mutuo, desplegar nuestra vitalidad y no solo evitar los daños. 

La megalómana ilusión de invulnerabilidad puede tener un éxito circunstancial pero a la larga siempre ha sido lo que más nos ha debilitado, pues este modo de vivir que persigue el incremento ilimitado no sólo es iluso sino también suicida. En la trama de la vida todo desarrollo tiene como límite el de los demás, ya sea como potenciación mutua, como constricción, o como daño o destrucción. Vivir implica siempre que nos co-adaptamos, co-evolucionamos, con-vivimos regulándonos mutuamente. La vida no es productiva, es poiética y por lo tanto: viable, fecunda, fértil, gestante, creativa, fructífera. Ningún ser vivo busca ni precisa de un crecimiento ilimitado, ningún sistema viable puede lograrlo.

La vida es siempre vulnerable porque es afectación mutua. Esa vulnerabilidad no es fragilidad, es permeabilidad y apertura. Por eso puede ser generativa y re-generativa, precisamente porque no es un sistema cerrado, sino un sistema abierto,  permeable capaz de incorporar a otros, de metamorfosearse y  aprender.

Sólo podremos reparar el daño de la productivitis, desarrollarnos y desplegar la potencia vital desde perspectivas convivenciales (que nunca son ni abstractas ni  únicas). Para ellos será preciso soltar el lastre del consumo, sus desigualdades y sus  excesos,  para promover formas nutricias y al mismo tiempo frugales (desde  el consumo de alimentos hasta el de noticias, pasando por deshacer el hechizo de que cada nuevo gadget o invento es un avance ¿hacia dónde?, ¿para quién?)

La ecología convivencial de los cuidados es también una mirada feminista que honra la complejidad y por ello nos invita a desertar del patriarcado, sus guerras y sus cantares de gestas, para emprender un camino que nos permita ser parte del cuidado de este planeta herido. No negamos la producción, la resignificamos como poiesis y la ponemos al servicio de la trama de la vida. No buscamos la eficiencia, que siempre se mide por algún parámetro arbitrario, sino la vitalidad. No precisamos ganar porque la vida es fecunda y no necesita protagonistas porque  en ella todos podemos disfrutar de ser parte del ensamble.

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Marguerite Yourcenar (1999) Sources II (notes de lecture). Gallimard.

 

 

El punto de vista popular (y no progresista) para pensar la historia y la actualidad // Mariano Pacheco*

Sostenemos que si hay algo a lo que podamos llamar historia, es porque existe un proceso de la humanidad caracterizado por su creación, su autoactividad, y además de la dominación y opresión que unos sectores puedan ejercer sobre otros (y más específicamente, de “explotación” en las modernas sociedades capitalistas), existen también luchas, resistencias, procesos de organización de los pueblos por su emancipación. Desde allí –entonces–, desde esos procesos, es que nos proponemos leer tanto la historia como la actualidad. Es la famosa historia entendida como “lucha de clases” con la que comienza el Manifiesto comunista. Claro que, hablando con propiedad, la lucha de clases es un fenómeno moderno, pero esa línea divisoria trazada por Marx y Engels en 1848 (burgueses y proletarios, pero también amos y esclavos, siervos y señores) puede servir para pensar tipos-humanos, modos determinados de ser/estar en el mundo. A grandes rasgos, esa concepción permite trazar una línea divisoria entre quienes tienen vocación de mando (de ejercer la dominación) y quienes desobedecen los mandatos, se rebelan frente a los lugares preasignados. O para decirlo con las palabras que la intelectual brasileña Suely Rolnik utiliza en su libro Esferas de la insurrección, del modo en el que se resuelva el enfrentamiento entre fuerzas de vida activa y formas de vida reactivas dependerá el “modo dominante de subjetivación” en una formación social dada.

Ese punto de vista popular (o proletario) que reivindicamos, es el de “la clase en movimiento”. Tal como enseñó el “Operaísmo” italiano de la década del setenta del siglo XX (con autores como Antonio Negri), esa perspectiva implica asumir el antagonismo social que atraviesa a nuestras sociedades, para aportar a la compresión –en doble registro– tanto de la composición técnica de la clase explotada, como de los ciclos y crisis del sistema, con el afán de contribuir a la organización política del proletariado, es decir, de la clase de mujeres y hombres que viven de su trabajo y se organizan y pelean por dejar de ser eso que las reglas vigentes hicieron de ellos (de nosotros, de nosotras). Dicho de otro modo: el punto de vista popular es aquel que se sitúa, para abordar tanto la actualidad como la historia, en la perspectiva de las simples personas que no poseemos medios de producción, y sólo sobrevivimos vendiendo nuestra fuerza de trabajo en el mercado, a cambio de un salario, o nos “inventamos” formas de trabajar que nos permitan sobrevivir, en el marco de un sistema que ya ni siquiera requiere del total de la mano de obra disponible (el “precariado” –como sostenemos en otro lado– no es un sector de excluidos sino la franja del proletariado que padece explotación en otros términos).

Para volver a pensar los desafíos del movimiento popular en la Argentina actual, entonces, necesitamos poder comprender mejor el mundo contemporáneo, para visibilizar y aportar a construir el sujeto social, los agentes concretos capaces de materializar los cambios propuestos. Este es el elemento central del “punto de vista popular”: no hay transformación política posible sin un sujeto social que la encarne y la dinamice. Para nosotrxs, ese sujeto sigue siendo, centralmente el de la clase trabajadora, hoy escindida entre asalariados (aun mayormente organizados en sindicatos), y el precariado (organizado fundamentalmente en movimientos populares, con fuerte anclaje territorial y dinámicas de matriz comunitaria). Ese sujeto, por supuesto, no está definido de antemano, sino que lo entendemos como proceso de construcción en un concreto proceso de lucha.

Asimismo, atendiendo a los aportes más contemporáneos realizados por las históricas luchas feministas, podríamos agregar que en el siglo XXI no es posible concebir al sujeto potencial del cambio social sino en función de la interseccionalidad que lo constituye a través de una encrucijada que además de la clase incluye a la raza y el género (puesto que la explotación/dominación/opresión en el capitalismo se presenta de manera simultánea en términos clasistas/coloniales/racistas/hetero-sexistas –normativos–).

Es desde el punto de vista popular, por lo tanto, que entendemos deben abordarse los problemas de la realidad nacional, y las posibles líneas de pensamiento crítico y acción transformadora capaces de avanzar en procesos de conquistas que permitan volver a imaginar/construir una Argentina con justicia social, en el camino de transformaciones más amplias de la patria grande Latinoamericana, único modo de cambiar las relaciones de fuerza a nivel internacional.

Es desde el punto de vista popular, por lo tanto, que entendemos deben abordarse los problemas de la realidad nacional, y las posibles líneas de pensamiento crítico y acción transformadora capaces de avanzar en procesos de conquistas que permitan volver a imaginar/construir una Argentina con justicia social, en el camino de transformaciones más amplias de la patria grande Latinoamericana, único modo de cambiar las relaciones de fuerza a nivel internacional.

Resumiendo, diremos que el punto de vista popular implica una serie de postulados y operaciones de análisis que sintetizamos en los siguientes puntos:

  1. Asunción de que, si bien condicionadas siempre por los ciclos de acumulación y las crisis capitalistas (que es necesario estudiar), son siempre las masas populares las hacedoras de la historia.
  2. Ese que-hacer histórico, se asume, es constituido a través de una dinámica de irresoluble antagonismo social.
  3. De allí la necesidad de inscribir los análisis de coyuntura en la serie histórica.
  4. Esa serie histórica es siempre co-relacional: nacional, Latinoamericana e internacional (“la historia nacional leída como un texto en relación al intertexto Latinoamericano y del mercado mundial capitalista”, según supo escribir alguna vez David Viñas).
  5. Por otra parte, se hace necesario atender que, en tanto seres complejos como somos los humanos, la lucha emancipatoria implica un dimensión económica y una política, pero también otro cultural.
  6. Por último, el punto de vista popular asume el “carácter prolongado” de los procesos de cambio, atendiendo a la asimetría de fuerzas enfrentadas, sin olvidar –de todos modos– que esas relaciones de fuerzas nunca son absolutas, sino relativas (tanto las fuerzas reaccionarias como las revolucionarias tienen puntos débiles y fuertes, como bien aclaró Mao Tse Tung cuando analizó la guerra de liberación que los chinos llevaron adelante contra Japón en las primeras décadas del siglo XX, estableciendo la conceptualización conocida como “Guerra Popular y Prolongada”.
La revolución de las necesidades vitales Marx en la era de la crisis ecológica | Nueva Sociedad

Así entendida,  la teoría no es una acumulación de papers académicos, sino que funciona como una “caja de herramientas” para pensar críticamente la historia y la actualidad. La elaboración conceptual, por lo tanto, se asume como un momento más de la estrategia y la lucha general del movimiento popular (gestación del archivo y establecimiento de las genealogías; crítica que avanza junto al movimiento). “Cuando el pueblo no lucha la filosofía no piensa”, supo decir el filósofo argentino León Rozitchner. De allí que, desde el punto de vista popular, se sostenga que la gestación de una “filosofía política para las militancias” (que libre el combate en el terreno mismo de las teorías sociales) implique un nuevo modo de concebir la filosofía, gestada y desarrollada al ritmo de la lucha de las y los explotados.

¿Qué relación puede tener la filosofía –esa práctica social elitista– con un modo popular de asumir la construcción política?, podrán preguntarse quienes lean este texto. Sencillo, respondemos con Antonio Gramcsi: no concebimos procesos de cambio social sin una “filosofía de la praxis” que contribuya a gestar a una “visión del mundo” en franco combate con la visión hegemónica de mundo de la clase dominante.

Para finalizar, subrayar que –desde una perspectiva militante que sostenga el punto de vista popular– ni la historia ni la teoría cobran su real significación si no son puestas en relación con una práctica impugnadora no sólo del orden del discurso, sino también del orden general existente. Es la primacía de la práctica sobre la teoría de la que hablaba Mao en sus “Tesis filosóficas”, comprendiendo que se le concede seria importancia a la teoría, precisa y únicamente, porque puede guiar la actividad práctica, entendiendo que el conocimiento juega un papel activo en el pasaje de la comprensión a la transformación, pero no olvida –sin embargo– que la comprensión que la humanidad tiene del mundo encuentra su criterio de verdad en la práctica social, que no se reduce a la actividad productora, pero asume a ésta como su práctica fundamental. El conocimiento separado de la práctica, entonces, es desde esta mirada inconcebible, puesto que –en el fondo del planteo del “punto de vista popular”– está claro que, para adquirir conocimientos sobre la transformación, es necesario participar en la práctica que se propone modificar la realidad.

Ya en 1862, en sus “Tesis sobre Feuerbach”, Karl Marx había planteado que “es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad… la terrenalidad de su pensamiento”, y también, que “la coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”. Por eso, en su famosa “Tesis XI”, el autor de El capital remata que si hasta entonces los filósofos se habían dedicado “a  interpretar” el mundo, de allí en más, de lo que se trataba, era de contribuir a “transformarlo” (comprender y combatir como un mismo movimiento, diríamos con Rozitchner). 

Quilmes, 1° de octubre de 2020

*Escritor, periodista, investigador popular. Director del Instituto Generosa Frattasi. Políticas Públicas para la Inclusión Social: https://institutofrattasi.com.ar

Fuente: TECLA EÑE Foto: Fernando Bordón La Tinta

Responsabilizar a los desposeídos // Silvana Vignale

“Las penas son de nosotros

las vaquitas son ajenas”

Atahualpa Yupanqui

 

I.

 

En la semana que pasó, se visibilizó nuevamente un conflicto en torno a la ocupación de tierras y la posibilidad de su desalojo, en razón del aumento de tomas de terrenos, que son consecuencia del hacinamiento y la pobreza. Se pone otra vez en escena si se trata de un asunto de seguridad o de déficit habitacional, si se trata de infracción a la ley o de falta de garantía de derechos. Los dichos del Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, plantean el problema en términos de derechos que parecen ser de unos y no de todos los ciudadanos y ciudadanas: “Se pueden quedar tranquilos, que para su gobernador y su ministro los derechos sagrados inviolables son el derecho a la libertad, el derecho a la salud y el derecho a la propiedad privada”. Frente a esto, Juan Grabois, dirigente de Patria Grande y referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos, en una nota de opinión en Página 12, el pasado sábado decía: “nunca se debe responsabilizar a los excluidos de sus propios padecimientos. Nunca se debe criminalizar una demanda social. El peronismo enseñó que donde hay una necesidad, nace un derecho… no un delito.»[1]

 

No buscaremos aquí dilucidar, desde el punto de vista del derecho, si las ocupaciones de la tierra son o no un delito, sino de problematizar más bien la noción de “delito” para quienes, en determinadas condiciones, ocupan las tierras. No se trata de una cuestión retórica, ni de una equivalencia de factores que no altere el producto, cuando parece que las penas son de unos y no de otros. Pues no hay que perder de contexto los ilegalismos: delitos son los de algunos. Por otra parte, la violencia y la expropiación de los medios de producción a los campesinos que dio lugar a la acumulación originaria del capital, es lo que se reedita como círculo vicioso para que el capitalismo se sostenga. En lo que sigue, buscaremos mostrar el encabalgamiento del registro biopolítico en relación a la responsabilización y pena de los desposeídos, en su relación con la garantía del derecho de la propiedad privada y la reedición de esa violencia.

 

Sobre la gestión de los ilegalismos Foucault dedicó varias páginas en Vigilar y castigar, donde se evidencia que los castigos, las penas, no están destinadas a suprimir las infracciones, sino más bien a distinguirlas, no tanto a volver dóciles a quienes transgreden las leyes, “sino a organizar la transgresión de las leyes en una táctica general de sometimientos”.[2] En otras palabras: los castigos sirven para garantizar el libre accionar de unos, mientras se somete a otros. No se castiga el delito, se castiga a determinados delincuentes. El aspecto biopolítico se traza sobre a quiénes se considera delincuentes y a quiénes no, a quiénes se castiga y a quiénes no. En este punto no debiera llamarnos la atención observar quiénes componen la población en una cárcel: mayoritariamente pobres, desposeídos, que seguramente incurrieron en hechos delictivos. Ahora bien: ¿las cárceles están pobladas de delincuentes? No. Están pobladas de pobres que han delinquido.

 

La penalidad sería entonces una manera de administrar los ilegalismos –dice Foucault–, de trazar límites de tolerancia, de dar cierto campo de libertad a algunos y hacer presión a otros, de excluir a una parte y hacer útil a otra; de neutralizar a éstos, de sacar provecho de aquéllos. En suma, la penalidad no «reprimiría» pura y simplemente los ilegalismos; los «diferenciaría», aseguraría su «economía» general. Y si se puede hablar de una justicia de clase no es sólo porque la ley misma o la manera de aplicarla sirvan los intereses de una clase, es porque toda la gestión diferencial de los ilegalismos por mediación de la penalidad forma parte de esos mecanismos de dominación.[3]

 

Esa administración de los ilegalismos o de los delitos acaba –como en este caso– en la criminalización de una demanda, que redunda en culpabilizar a las víctimas de sus propios padecimientos: los pobres pagando con penas por su propia condición de pobres. Ahora bien, es interesante poner en perspectiva la cuestión del poder disciplinario y de las disciplinas como subsuelo de las libertades formales y jurídicas –donde aparece esta “justicia de clase”–, en relación al origen del capitalismo. O, dicho de otra forma: de mostrar una genealogía conjunta de las tecnologías disciplinarias de la pena y la acumulación originaria del capital. Dado que desde esta lógica perversa donde unos gozan de derechos inalienables, otros pagan con penas y castigos la imputación de delitos por su propia condición; son vidas que, desde el corte biopolítico de la gestión de las poblaciones y de la lógica de la meritocracia, son consideradas sin valor, abandonadas a su suerte. Por más de que se esfuercen, están a priori excluidas, arrojadas con anterioridad a la pobreza, a la locura, a la marginalidad: son los mendigos y vagabundos errantes que Karl Marx describe en el proceso de acumulación originaria del capital, a partir del cual se desnaturalizan los modos de producción capitalista, la propiedad privada y la penalización de determinadas conductas que atentan contra ella.

 

II.

 

En los Manuscritos Económicos-Filosóficos de 1844, Marx advierte esto último en el apartado dedicado al trabajo enajenado: la economía política tiene como supuesto la propiedad privada y la separación entre trabajo, capital y tierra: “parte de la propiedad privada como de un hecho elemental. No nos la explica. Concibe el proceso material de la propiedad privada –proceso que ella experimenta en la realidad– bajo fórmulas universales, abstractas que, para ella, poseen valor de leyes”.[4] Es decir, concibe la propiedad privada como si fuera un hecho “natural”, cuando en realidad es el producto, el resultado, la consecuencia necesaria, del trabajo enajenado. La propiedad privada tiene una historia. Y no es la historia de la libertad de los artesanos y de los comerciantes respecto del yugo feudal y medieval, como suele presentarse: la disolución del mundo feudal de producción gracias a la emancipación del trabajador obscurece la “transformación del modo feudal de explotación en el modo capitalista de explotación”.[5] No fue un proceso de “liberación” respecto del modelo feudal, sino un violento despojo de los campesinos de las tierras que cultivaban. El proceso hace referencia al siglo XVI, “en que se separa súbita y violentamente a grandes masas humanas de sus medios de subsistencia y de producción y se las arroja, en calidad de proletarios totalmente libres, al mercado del trabajo”.[6]

 

En el siglo XV la inmensa mayoría de la población eran campesinos libres que trabajaban para sí mismos cultivando sus tierras y disfrutaban de la tierra comunal. Pero a fines del siglo XV y comienzos del XVI una masa fue arrojada al mercado del trabajo. Mediante una serie de leyes, a lo largo de muchos años, se perpetró en escala colosal el robo de tierras fiscales, pasando, ni más ni menos que, de la propiedad comunal al robo por ley, con “decretos mediante los cuales los terratenientes se donan a sí mismos, como propiedad privada, las tierras del pueblo; decretos expropiadores del pueblo”;[7] expulsando a los campesinos que las trabajaban, y transformando las tierras de labor en praderas destinadas al ganado. Es así que aquellos arrojados, que se mantenían a sí mismos y a sus familias mediante el cultivo del suelo donde vivían, se encuentran obligados a trabajar para otros; se convierten en “trabajadores libres”, vendedores de lo único que poseen: su fuerza de trabajo. Desde esta perspectiva, se trata de un modo de gestión de la vida a favor del desarrollo del capitalismo: seres humanos disponibles para su explotación: live and let die.

 

Esa expulsión tiene como efecto una enorme fábrica de mendigos y vagabundos, pues como dice Marx, hubo quienes

 

no podían ser absorbidos por la naciente manufactura con la misma rapidez con que eran puestos en el mundo. Por otra parte, las personas súbitamente arrojadas de su órbita habitual de vida no podían adaptarse de manera tan súbita a la disciplina del nuevo estado. Se transformaron masivamente en mendigos, ladrones, vagabundos, en parte por inclinación, pero en los más de los casos forzados por las circunstancias.[8]

 

Se produce así en toda Europa una “legislación sanguinaria contra la vagancia”, persiguiendo y castigando a vagabundos e indigentes, que los trataba como “delincuentes voluntarios”, como todavía se piensa hoy de todos aquellos excluidos de la educación y del mundo del trabajo, culpabilizados de su propia situación. Como vemos, no es menor conocer cómo surge el capitalismo, la propiedad privada y los grandes terratenientes. Aquella violencia descrita por Marx en el Tomo I de El capital, con la que se expropia y pauperiza a los campesinos, se actualiza permanentemente en el capitalismo. Quien no trabaja, es “porque no quiere”, como los miles de vagabundos que quedaron errantes una vez que fueron arrojados del mundo que les permitía cultivar su propia tierra, despojados forzosamente de sus modos de vida, violentados, perseguidos, segregados, marginados. Violencia, marginación, persecución, segregación, que se reproducen desde hace siglos en cada una de las vidas sin los privilegios de los dueños de los medios de producción, pero también sin las condiciones forzosas del trabajo asalariado. Las vidas que el Estado no protege, las que formalmente incluye el derecho en su abstracción, pero que materialmente no gozan de la igualdad de quienes se encuentran dentro del círculo de la producción y del consumo, o que quedan despreciadas en enunciados donde el derecho a la propiedad privada vale más que el derecho a una vivienda digna, como se desprende de los dichos del Ministro Berni.

 

Las instituciones de encierro son la desembocadura del embudo histórico originado con la acumulación original del capital, para esa marea de vagabundos, mendigos y criminales que se rehusaron a los nuevos modos de producción y al trabajo asalariado. Ni nobles, ni burgueses son quienes habitan esos receptáculos que nacieron en el siglo XVIII para contener locos y criminales. Las instituciones y tecnologías de la pena surgen como subordinadas a la fábrica, como dispositivo de defensa de la producción capitalista. El encierro –la prisión– aparece, de este modo, como un modo de fijar la indeterminación geográfica de los cuerpos, la desterritorialización y movimientos de los vagabundos; de manera que no es posible comprender las lógicas del castigo y de la pena, sino es desde el entrelazamiento entre lo económico, lo jurídico y lo moral. El pasaje del feudalismo al capitalismo es posible gracias a la constitución posterior del criminal como “enemigo social”, como aquél que no se adapta a los nuevos modos de producción y rechaza el trabajo, al que se lo termina incluyendo en su confinamiento o reclusión.

 

III.

 

Por lo último dicho es relevante el análisis económico que realiza Foucault en su curso del año ´72-´73 La sociedad punitiva, a partir de los fisiócratas.[9] Los vagabundos no se vuelven una amenaza con respecto al consumo, sino en relación a la producción: se convierten en un flagelo para la economía no por sustraer una parte del consumo sin trabajar, sino porque su movimiento perpetuo produce escasez en la mano de obra, el alza de los salarios y la baja de la producción. La noción de “enemigo social”, que se configura en el siglo XVIII –y que en el análisis foucaulteano se encuentra en el marco del análisis de la penalidad en torno a la noción de “guerra civil”–, transforma la idea del crimen como una mera falta a algo que perjudica a la sociedad toda: “el castigo se instaura entonces a partir de una definición del criminal como la persona que hace la guerra a la sociedad”.[10] La vagancia se presenta como categoría fundamental de la delincuencia, por eso lo que fija la posición de la delincuencia es la relación no con el consumo, sino con respecto a la producción. Hay una relación directa entre la idea del criminal como enemigo social y la función anti-productiva:

 

el vagabundo y el señor feudal constituyen dos instancias de antiproducción, enemigas de la sociedad. Se opera aquí, entonces, una asimilación que será fundamental. En efecto, desde el momento en que la sociedad se define como el sistema de las relaciones de los individuos que hacen posible la producción, permitiendo maximizarla, se dispone de un criterio que autoriza a designar al enemigo de la sociedad: cualquier persona que sea hostil o contraria a la regla de maximización de la producción.[11]

 

En otras palabras, el capitalismo es posible mediante la criminalización de quien no produce. Nos interesa, a propósito de esto, la  hipótesis “lúdica” con la que inicia Foucault este curso: clasificar a las sociedades respecto a la suerte que les reservan a los vivos “de quienes quieren deshacerse, y conforme a la manera como dominan a quienes procuran escapar al poder y como reaccionan ante quienes, de un modo u otro, saltan, violan o eluden las leyes”.[12] La sociedad punitiva es una sociedad que gestiona la ilegalidad. Y lo demuestra a partir de un análisis de archivo en el momento en el que se implementa el Código Penal francés, de 1810, donde puede verse la conciencia clara y perfectamente formulada en el discurso de la época de que “las leyes sociales son hechas por personas a quienes no están destinadas, pero para aplicarse a quienes no las han hecho. La ley penal, en el espíritu mismo de quienes la hacen o la discuten, solo tiene una aparente universalidad”.[13] El análisis muestra a la práctica judicial como declaración de guerra pública, pero no al de todos contra todos, sino la de los ricos contra los pobres, los propietarios contra los que no tienen nada, los propietarios contra los proletarios.

 

Estas referencias que entrelazan, de un modo esquemático, a Marx y Foucault, permiten ver el cruce de lo económico, lo jurídico y lo moral, y su actualización tal como aparece con el giro punitivo y el capitalismo en su fase actual, lo que puede abordarse tanto desde una ontología histórica de la pena, como desde su genealogía moral. Nos permiten comprender que se le sigue llamando “delito” a las acciones de quienes están desposeídos desde el comienzo por la desigualdad de condiciones, y no a la de quienes, por ejemplo, incendian humedales para el desarrollo inmobiliario privado. Y también una nueva escucha de aquellos versos de El arriero: “las penas son de nosotros / las vaquitas son ajenas”, en cuanto por lo expuesto hasta aquí, las penas no son solamente afectos de tristeza, como contraparte de la alegría, sino también castigo y condena, punitivismo; mientras las vaquitas son ajenas.

 

En lo que sigue, tendremos que tener más presente la pregunta por quiénes son criminalizados, qué personas serán tratadas como delincuentes, quiénes quedarán desprotegidos ante la ley, qué cuerpos y qué vidas serán castigadas y bajo qué parámetros. Quiénes serán privados de derechos y qué cuerpos y vidas quedan expuestas al sacrificio, que no aparecen como sujetos en el discurso hegemónico. Preguntas que nos permitan repensar el estatuto jurídico de la vida, para que ninguna vida humana (ni ninguna otra) se convierta en nuda vida.

 

 

 

 

[1] GRABOIS, Juan. “Odio las tomas”. Página 12. Sábado 5 de setiembre de 2020. https://www.pagina12.com.ar/289944-odio-las-tomas?fbclid=IwAR1umqp-ac1DN789O5O-l9WdKggVP9VZOweZF6naumT25gLWsdHclfjIx-Y

 

[2] FOUCAULT, Michel (2008). Vigilar y castigar; nacimiento de la prisión. Buenos Aires, Siglo XXI, p. 316.

[3] FOUCAULT, Michel, Op. Cit., pp. 316-317.

[4] MARX, Karl (2010). Manuscritos Económicos-Filosóficos de 1844. Buenos Aires, Colihue, p. 104.

[5] MARX, Karl (2011). El capital; el proceso de producción del capital. Buenos Aires, Siglo XXI, p. 893.

 

[6] MARX, Karl (2011). Op. Cit., p. 895.

[7] MARX, Karl (2011). Op. Cit., p. 906.

[8] MARX, Karl (2011). Op. Cit., p. 918.

 

[9] El análisis versa sobre el texto de Le Trosne, Mémoire sur les vagabonds, de 1764.

[10] FOUCAULT, Michel (2016). La sociedad punitiva: curso en el Collège de France (1972-1973). Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, p. 51.

[11] FOUCAULT, Michel (2016). Op. Cit., p. 72.

[12] FOUCAULT, Michel (2016). Op. Cit., p. 17.

[13] FOUCAULT, Michel (2016). Op. Cit., p. 40.

Henri Meschonnic: el ritmo del poema en la vida y el pensamiento (I) // Conversación con Serge Martin


Introducción

El poeta Henri Meschonnic es inclasificable, inasignable: se podrá evocar a Eluard pero sin la monotonía, a Hugo, pero sin la grandilocuencia, a Apollinaire pero sin el esteticismo, a muchos otros, Breton, Guillevic y también Eustache Deschamps y suArt de dictier y seguramente Yehudah Halevi (poeta y teólogo judío español de principios del siglo XII). Tal vez habría que buscar del lado de los rusos (Mandelstam, Tsvietáieva…) aunque más no sea para recordar que sus padres vinieron a Francia desde Besarabia en 1924, por lo tanto antes de su nacimiento en 1932, luego la guerra y el acoso. ¡Sí! un aniversario que le permite al FA (Le Français aujourd´hui) hacer del año 2002, al lado de Victor Hugo, el año del poeta Meschonnic [1]. 

Habría sido necesario acompañar esta crónica con un CD porque las lecturas de Henri Meschonnic permiten oír una voz por debajo del texto, una respiración que es toda una manera de hacer la relación en el lenguaje: inimitable, incomparable, única porque es intempestiva y casi silenciosa, personal y casi anónima, sabia y muy cercana a cada uno, alegre, viva y llena de voces de ultratumba, voces que vienen de lejos y no dejan de hacerse oír para que uno se oiga mejor. Pero esta voz está en cada libro, hace el continuo o está hecha por el continuo de un verso al otro, de un poema sin fin, de un libro que se abre al siguiente. Henri Meschonnic, una cantera de lo continuo que es una relación infinita en y por el lenguaje.

Serge Martin

Henri Meschonnic: El ritmo del poema en la vida y el pensamiento / Conversación con Serge Martin [2]

Serge MartinDe acuerdo a los primeros poemas (Poemas de Argelia) y a todos aquellos que vinieron después, ¿podemos decir que cada poema es de circunstancia? ¿El sujeto del poema constituye el vínculo entre la vida y la vida, entre tal discurso y tal otro, en todo lo que  hay de más empírico, de más histórico? ¿Y si se convierte en un universal – lo que parece estar en tu búsqueda – no pierde su fuerza política, su fuerza de transformación de formas de lenguaje en formas de vida y a la inversa (conceptos que te gusta retomar de Wittgenstein)?

Henri Meschonnic: Más avanzo, más entiendo que la poesía, lo que llamo poesía, a menos que se diga, lo que va en otra dirección, hacia lo imprevisible, de ahí el placer, ya no poesía, sino poema, y más aún el poema del pensamiento, entonces un poema es de circunstancia cuando es al máximo poema, cuando es el máximo de la relación entre la vida y el lenguaje, entre una vida y un lenguaje. Lo que hace que esta vida se transforme mediante su lenguaje y que el lenguaje se transforme mediante esta vida. Y mediante todas las pequeñas vidas que hay en una vida. Por consiguiente no se trata de un «vínculo», la expresión es insuficiente, entre la vida y la poesía, se trata de una transformación recíproca.

Y si el poema es esta transformación, esta transformación misma es aquello que llamo el sujeto del poema, es decir la subjetivación máxima de un sistema de discurso. Digo subjetivación, no subjetivización, que orientaría el poema hacia la psicología, por consiguiente hacia el enunciado, y el signo, hacia su doble discontinuo, lo discontinuo interno del signo, lo discontinuo interno del ritmo, ya que ambos producen toda la cadena del discontinuo entre las categorías de la razón, que separan y seudo-autonomizan el lenguaje, la ética y lo político.

No, la subjetivación de un lenguaje a través de una vida obliga a pensar el poema como un acto ético, y como un acto ético supone que sujeto es aquello que hace sujeto, que sujeto es aquel a través de quien otro es sujeto, el poema es al máximo un acto ético. Por lo tanto, lleva a pensar y practicar una política de los sujetos y no una política de la oposición propia del signo entre individuo y sociedad. En este sentido un poema es también un acto político.

Decir que es universal, es decir que en todas partes y siempre es lo que un poema hace. Lo que implícitamente permite y obliga incluso a buscar en esta exigencia, en este implícito, el criterio de lo que hace que un poema sea un poema, para poder marcar la diferencia entre un poema y aquello que hace todo para parecerse a la poesía. Necesariamente somos llevados a reconocer esta diferencia, y debemos aprender a reconocer lo verdadero de lo falso. En arte. Lo que rápidamente hace del pensamiento también un arte. Y una ética. Y una política.

En cuanto a la circunstancia, ¿de qué se trata? No es una situación excepcional. Cada momento, cada encuentro con los otros, con uno mismo, es de este orden. Pero uno  no sabe, en todo caso uno no sabe de antemano, lo que determina el desencadenamiento de un poema. Desde este punto de vista, se descubre la fuerza de lo ínfimo. Eso no significa naturalmente que se minimicen estos cambios mayores que nos agitan, que nos conmocionan. Pero lo importante es que la emoción pase del sujeto que piensa, del sujeto que sabe, que quiere, que tiene emociones, al sujeto del poema.

De lo contrario, solo está el enunciado, la descripción, todo aquello que Mallarmé llama el nombrar, donde yo veo el criterio de eso que no pertenece al poema, sino a la confusión tradicional entre el signo y el poema. Y es contra esta vieja asociación de las ideas que pensar lo que sucede en un poema, lo que hace un poema, produce  disociación de ideas – este hallazgo de Rémy de Gourmont. El poema rompe el signo, rompe signo, rompe asociaciones de ideas, es decir consensos que tomamos como verdades. Hay terrorismo en el poema, en relación con lo establecido del signo. Siempre ha sido así. Nada nuevo aquí. En lo que el poema hace. Pero lo nuevo es reconocerlo. Trastocar nuestras costumbres, nuestra mala educación, dos mil quinientos años de dualismo y de discontinuo, para reconocer todo eso que no sabemos que se oye, todo eso que no sabemos que se dice, todo eso que no sabemos que se hace, en el lenguaje.

una línea

es solamente una

frase que se detiene después otra

la vida rima

con la vida

somos todos rimas vivientes

que intentan

terminar su frase

no hay

final para

decir

quizá sin saberlo

no somos más que las sílabas

de palabras que empezamos

pero nadie tiene la frase entera

el sentido son solamente fragmentos

de sentido que somos lo que

falta

para hacer la frase es en

el otro el otro el otro

(Puesto que soy esa zarza, Leviatán, 2008)

¿Cómo se ajustan versos y prosas en el poema? Dédicace proverbesya daba una respuesta aunque más no sea por su título? No hace mucho en una respuesta a Juden Stefan  rechazabas la problemática de una elección entre Mallarrmé y Rimbaud, pero tus poemas eligen el verso, ¿qué verso escribes? ¿Puede equiparase eso con el «rechazo de la linealidad» de la que habla Bernard Noël?

Versos, prosas. Shelley en su Defensa de la poesía, escribía que era un error grosero oponer los escritores en verso a los escritores en prosa. Es la confusión canónica entre los versos y la poesía. Y por algo Hugo escribía «no amo los versos, amo la poesía». Entonces, no, no escribo en verso. Uso la línea. Que no es lo mismo. Para hacer que coincidan dicción y tipografía, o más bien oralidad y visualidad del ritmo. Y si es necesario pensar en las relaciones con lo que Mallarmé llamaba el «verso nacional», estoy tan embrujado por este «misterio de las Letras» que es el ritmo par en francés, que cuido mis impares torpezas. Físicamente es en términos de síncopa que oigo la interrupción del final de la línea, dado que el poema es la unidad, unidad que no es ella misma más que un pasaje, un momento que se interrumpe en el largo poema que no deja de escribirse, y donde uno no puede más que interrumpirse. Y una vez más, como decía Hugo, la vida es «una frase inacabada». Estamos en lo inacabable. Momentos, pequeños fragmentos de infinito. En cuanto a la prosa, prefiero, incluso sería la única cosa que conservaría de Hegel, oír en esta noción no la eterna tontería del maestro de filosofía del señor Jourdain, que seguimos padeciendo, sino la de «prosa del mundo» – el combate indefinido de los contrarios, el desorden opuesto al «buen infinito». Es entonces solamente, paradójicamente, cuando se podría (parece que me contradigo) reunir estas dos cabras sobre el puente que son el verso y la prosa. Porque  entonces es solo ahí donde aparecería no solamente la pluralidad interna de las prosas, como se dice en italiano, sino la multiplicidad interna de los ritmos, cuya regulación métrica no es más que un momento, y un aspecto, que no solamente oculta todo lo que hay de prosa en los versos, y de métricas de prosa, sino que oculta, más allá de las oposiciones formales, el verdadero problema poético que es aquel de un ritmo-sujeto. Sin que olvidemos lo desconocido del ritmo que es el gran régisseur de los desfiles del lenguaje, de su aventura. En comparación los binarismos del formalismo y del calculismo, incluso en lo lúdico, no parecen más que formismo, con esto quiero decir una de las formas de lo tontísimo.

Los nombres todos los nombres juntos

hacen una ausencia de nombre

más se empujan más se aprietan

el anonimato

que hará de nuestro nombre una frase

*

Las calles como nosotros se volvieron azules

los paseantes casi invisibles

son huellas de movimientos y

noche tras noche se ve en el interior

*

tal vez se empiece a decir

lo que pasa de cuerpo en cuerpo

cuando se lleguen a oír

las voces que solamente hablan

en los silencios de nuestra voz

*

los intervalos entre los arrebatos del corazón

no están vacíos

los intervalos entre las palabras no son blancos

son casi palabras

casi gestos

algo más que callarse

y algo menos que decir

*

en el interior de las letras

otras letras

en el interior del cuerpo

nuestros otros cuerpos

como una lengua

en cada momento diferente

que estamos siempre en el inicio de aprender

(Nous le passage [Nosotros el pasaje], Verdier, 1990)

¿Qué diferencia, qué parecido entre el poema del «lenguaje ordinario» (el proverbio, pero también el ritmo en la prosodia de cada «locutor») y el poema de la poesía cuando escribes, por ejemplo «Los anónimos llevan mi nombre» (Dédicaces proverbes [Dedicatorias proverbios]). ¿Tu guerra contra los sacerdotes de la poesía (incluidos los poetas, filósofos y otros) llega al punto de rechazar toda idolatría y por consiguiente la «gran» obra a fin de sugerir la grandeza de lo que hace toda palabra?

En primer lugar, lo que sé desde  hace mucho tiempo es que no hay lenguaje ordinario. Sobre todo en el sentido en que se lo opone al lenguaje poético. Tampoco hay lenguaje poético y lenguaje ordinario o sonido y sentido en el lenguaje, o forma y contenido. Para el signo y en el signo sí. Desde luego. Pero el signo no está en el lenguaje. Es solamente una representación de la parte conocida del lenguaje, que nos oculta la parte desconocida, impensada. Impensada por el signo. Tan solo lo discontinuo. Que no solamente nos oculta el continuo, sino que ni siquiera sabe que lo ignora. Una borrante doble. Como la traducción corriente lo expone con obscenidad. La que corre detrás del lenguaje corriente. Entonces, sí, hay una guerra del lenguaje. Que no tiene nada que ver con la guerra de las lenguas. Es la guerra de la ética del poema contra la heterogeneidad de las categorías de la razón. Curiosamente, lo que me enseñó el trabajo de traducir un texto que se recibe como texto «religioso» – los textos bíblicos – es que el combate del poema y del ritmo, de lo continuo contra lo discontinuo, de la coherencia de lo continuo contra la coherencia de lo discontinuo, es el mismo problema que el de la recuperación de lo divino por lo religioso. Se trata pues de un combate contra lo religioso  – lo religioso visto como una catástrofe que le ocurrió a lo divino, y paradójicamente lo divino como creador de lo infinito de la historia y de lo infinito del sentido, ambos inseparables. Por eso se trata de un combate contra las idolatrías del lenguaje. Contra las idoletras. Y desde el punto de vista del sujeto del poema, el de la ética del poema, el máximo de sujeto ocurre cuando el nombre se vuelve anonimato, se confunde con el anonimato.

 

El descanso del lenguaje es mi descanso

duerme mientras hablan muchos de

esos que creen decir pero están desensamblados

islas en el aire por eso no los encuentro

ahí donde yo nos busco porque solo me mantengo

despierto mientras junto nuestras novedades

y caigo no oyendo más

nuestra búsquedas sino eso relojes

que faltan cada uno a la verdad.

Los especialistas del descanso

toman su libro de palabras para un lenguaje

pero aquel que aísla una palabra está aislado por esa / palabra.

Nuestro lenguaje no son las palabras

sino aquello que reúne y que nos renueva en las palabras

nuestro despertar nos hace nos deshace

y la gramática de nuestro despertar es nuestra alianza.

(Dans nos recommencements [En nuestros recomienzos], Gallimard, 1976)

¿El amor-en-poesía (la relación amorosa que hace el poema) es lírica o/y épica? ¿Dices que los poemas formulan mejor que una metáfora del amor, que un  «como el amor», que producen un enredo, una reversión sexual, de los cuerpos-lenguaje, un «íntimo exterior»? ¿Tu búsqueda de lo fabuloso (Légendaire chaque jour [Legendario cada día, Gallimard, 1979]) abre el poema al cuento (esta palabra está muy presente en tu segundo libro)? ¿Qué lugar le darías entonces a autores como Robert Walser, Bruno Schultz y otros (algunas prosas de Michaux) en tus poemas?  

Tal vez es un poco raro de decir, pero si un poema es el máximo de relación entre la vida y el lenguaje, transformando uno por el otro, entonces solo puedo pensar dos cosas, una es que todos los poemas son poemas, como se dice, de amor – lo que no quiere decir que hablen del  amor – y que en ese sentido, que ya no es el de André Breton cuando decía que las palabras hacen el amor, diría que un poema entra en el trabajo de amor, de hecho forma parte de él; y la otra cosa es que contrariamente al lugar común y que algunos recientemente intentaron reactivar, en lo que concierne a esta cosa confusa denominada «lirismo» y que implica necesariamente su oposición a la epopeya, lo que tiende, perversamente, hacia la identificación, desde que el poema largo ha sido desvalorizado, entre lirismo y poesía a secas, empujando la epopeya hacia el relato, y hacia un pasado de la poesía, creo que no hay lirismo y que solo hay épica en el lenguaje, que todo poema es un fragmento de epopeya. Porque no puedo no pensar en la vieja relación, que las palabras muestran y ocultan a la vez, entre la voz y la épica, y lo que oigo en un poema, es una historia que le ocurre a una voz. Y la épica es el recitativo hecho relato de una historia que le ocurrió a una voz, y de una voz que le ocurre a una historia. Y también es verdad entonces, comprobación vieja como el mundo, que el amor es sin duda lo que hay de más intenso en esta relación entre lo que le ocurre a una historia, humana, y lo que le ocurre a una voz. Con lo cual también compruebo, y lo lamento por ellos, que algunos solo acceden a esto, mientras hacen crujir sus defensas y sus prejuicios mundanos, a través de la pérdida de un ser amado. Pero, eso tampoco está garantizado, y el terreno de observación que es la poesía muestra también que incluso estos desgarros, estos sufrimientos del sujeto, no son suficientes para curar retóricas del enunciado que se confunden con la enunciación transformadora del poema. La voz es lo «íntimo exterior», a condición de que haya poema, en el sentido que digo. De lo contrario, hay únicamente voz,   únicamente exterioridad, y lo íntimo solo es psicológico, enunciado, algo descriptivo. Pero en todo eso, no se puede querer nada, decidir nada. Lo que también es una observación fuerte que hacía Shelley en su Defensa de la poesía, que el poeta más grande no puede querer o decidir nada para que el poema sea poema. Entonces lo fabuloso es una de las formas que toma el recitativo para hacerse una  voz. Y eso lo encuentro, y mucho,  en Michaux. Pero sin embargo no es lo mismo que el cuento, incluso si a veces puede haber entre el poema y el cuento pasajes.

                                              

un giro de vida

lo que una mirada

capta es lo que nosotros

sabemos tú de mí tan rápido

que nos quedamos inmóviles

como la luz

cuando viene al mundo

*

es para no gritar más que

mis manos tomaron el lugar de

mis ojos

*

tengo ojos pero por mi boca

te conozco mejor

*

las manos sobre los ojos me

desvío de mí busco

mi cara en todas las otras

y cada vez la encuentro

por eso me tapo los

ojos para no

reconocerme

*

cuando el cielo y yo

estamos

tan libres que vamos juntos

ya no se puede ver

si estoy en la luz

o la luz está en mí

porque la guardo para ti

cierro los ojos las manos

están de fiesta

(Je n´ai pas tout entendu [No he oído todo], Dumerchez, 1999)

Traducción : Hugo Savino

[1] Publicada en la revista Le Français aujourd ´hui [El Francés hoy] nº 137, abril de 2002.

[2] La universidad de Niza y la revista Nu (e) organizaron dos jornadas consagradas al poeta los días 15 y 16 de junio del 2002.

Fuente: Cuarta Prosa

La autopsia, o la parte por el todo // Ismael Jalil

Las revelaciones de la autopsia, pero en mayor medida las circunstancias que rodearon a esas conclusiones, abren dos caminos bien diferenciados entre las hipótesis en juego de la querella y las de todo el andamiaje oficial.

Lejos de cerrar la historia, como pretenden los operadores mediáticos, disparan la necesidad de profundizar la investigación de un delito pluriofensivo, como lo viene sosteniendo Cristina Castro desde el minuto cero de su peregrinar combativo.

No se trata de “la” prueba sino de una prueba importante en un contexto incriminatorio de la fuerza policial que nos trae dos certezas: Facundo llegó vivo al cangrejal y su muerte no fue una causa natural sino violenta (asfixia por sumersión). Todo lo demás está por descubrirse.

La autopsia no le explica a Cristina cómo llegó su hijo a ese sitio.
La autopsia no le explica a Cristina en qué condición llegó.
La autopsia no le explica a Cristina por qué llegó allí.

No obstante los operadores desplegaron rápidamente el manto de impunidad, Recordando las maniobras distractivas de las huestes de Patricia Bullrrich en el caso Santiago Maldonado, los del caso Facundo Castro instalan que “se murió ahogado”.

Bradbury lo explica bien: El televisor es “real”… te hostiga tan apremiantemente para que aceptes sus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar “Qué tontería”…

Hay un contexto incriminatorio de la policía que no debe soslayarse: a) incumplieron el protocolo dos veces (en Mayor Buratovich y en Tte. Origone) al no trasladar a Facundo a su domicilio, b) hay hallazgos reveladores del paso de Facundo por dependencias y/o móviles policiales (el amuleto en el destacamento de Origone y la gema turmalina en el móvil de la UPPL), c) hay manejos de celulares y redes que sospechosamente se eliminaron a escasos ocho días de la desaparición (el de la oficial Xiomara Flores que reconoce haber trasladado a Facundo), d) hay instrucciones policiales y de la propia justicia bahiense destinadas a incumplir el protocolo Covid-19 (a raíz de otro caso de violencia policial en la zona se destapó una instrucción no escrita del fiscal), e) hay una camioneta “perro” de la bonaerense (sin GPS) sospechada en un presunto traslado irregular de la zona de Buratovich a Villarino Viejo cercano al cangrejal; f) hay una evidencia de enorme relevancia, la existencia de un móvil policial en las proximidades del sitio en el que se hallaron los restos esqueletizados y cuya magnitud se comprende cuando queda demostrado que estuvo allí el mismo día que, en Buratovich, Xiomara Flores borraba su celular y se bajaba de todas sus redes; g) hay una fundada sospecha sobre la manipulación de las pericias de los celulares policiales por parte del Policía Federal (las nuevas pericias hechas desde la Procuración revelan diálogos y conversaciones comprometedoras de los efectivos involucrados). A todo ello, la autopsia suma ahora la muerte violenta, asfixia por sumersión coinciden todos.

Llama la atención que la jueza, en su comunicado oficial, haya omitido que hay una discrepancia significativa: la de la perito de Cristina Castro, que reveló un curioso cambio de criterio en una perito odontóloga sobre una especificación que podría dar respuestas a muchos los interrogantes. Y llama la atención la reacción virulenta de los otros peritos ante una observación tan habitual como necesaria en estos casos.

Parece la crónica de una muerte anunciada (la de la verdad). Es que el estado, involucrado en una desaparición forzada primero y después, investigándose a sí mismo, se le parece mucho.
Empieza a cobrar altura la necesidad de una urgentísima reforma al sistema de contralor de la investigación que salga del marco institucional. No se trata de una delegación de la facultad investigativa, sino de un control sobre esa facultad.

La imagen de Cristina Castro diciendo “La cosa viene de arriba, no se puede confiar en nadie de ellos” es tan potente que requiere de una urgentísima atención. Lo dijo, no desde su dolor de madre ni de víctima (recordemos que la desaparición forzada de un hijo la convierte legalmente en eso) sino desde esa condición de luchadora que le revuelve las tripas a lo establecido.

Los caminos que se abren con las revelaciones de la autopsia obligan a elegir: el de la solidaridad con Cristina y entonces la profundización de la investigación y las medidas impostergables que requiere su querella, o el de lo formalmente establecido, como una apariencia, una forma peligrosa de renunciar a la verdad.

Facundo es otro Luciano, es otro Julio y hasta otro Santiago ¿qué otro nombre hace falta sumar para que se entienda?

Abriendo Caminos

Ante el inminente desalojo de la toma de Guernica // Entrevista a Neka Jara, de la asamblea feminista de la toma

Publicamos un importante documento para entender lo que se juega en la toma de Guernica. A menos de 24hs del plazo legal previsto para el desalojo, Neka Jara, de la asamblea feminista de la toma fue entrevistada esta mañana por Daniel Tognetti. Se trata de un testimonio imprescindible de la necesidad de una presencia diferente del estado, abrazando y no criminalizando a las organizaciones populares. Neka fue, además, militante del MTD de Solano y recordando la Masacre de Avellaneda de junio de 2002, advierte con tono urgente sobre la imperiosa necesidad de frenar una nueva tragedia.

¿Es la revolución aún deseable?* // Amador Fernández-Savater

Hay que empezar por la impotencia, seguramente una de las sensaciones más extendidas en relación a la experiencia política contemporánea. Impotencia para frenar la marcha de poderes desbocados y devastadores que nadie ha elegido en unas urnas, impotencia para transformar las cosas de manera sustantiva, impotencia de las palabras y los gestos que hemos heredado para nombrar y morder la realidad.

¿Cómo podemos entender esta impotencia? La pregunta, si la tomamos en serio, nos obliga a una revisión radical de nuestra concepción de la política. A día de hoy, esta ha devenido sencillamente en la gestión, en un territorio y entre una población concreta, de los imperativos económicos globales (finanzas, etc.). El Estado no desaparece, sino que pierde toda autonomía con respecto a los poderes que definen la realidad y se pone a su servicio. Pero gestionar nunca ha sido pensar a fondo o transformar, sino sólo modular lo que se nos presenta como necesario e inevitable, contra lo que nada debe intentarse. Una etimología de la palabra “necesidad” nos la presenta asociada a los siguientes significados: “argolla”, “estrechamiento”, “sofoco”… Es la asfixia de la situación sin salida. Las distintas opciones partidistas, que compiten en las elecciones con el fin de alcanzar el poder estatal, son distintas variantes de gestión de la misma argolla.

 

Esa gestión se rige hoy por un código simple: gobierno-oposición. Ese código es un segundo clavo en el ataúd de la impotencia política. El gobierno se convierte principalmente en la serie de maniobras que le permiten seguir siendo gobierno. La oposición maniobra a su vez para ocupar los puestos de gobierno. Todas las cuestiones vitales —la enseñanza, la salud, el trabajo, etc.— son constantemente instrumentalizadas en esas maniobras de poder: no importan nada en sí mismas y por sí mismas, sólo son pretextos para atacar al otro y reforzarse uno. Esto es una obviedad para cualquiera que vea simplemente un telediario sin ser un fanático de alguno de los bandos en competencia.

El código gobierno-oposición segrega un tercero excluido: la población, convertida en espectadora y consumidora, mantenida rigurosamente al margen de la decisión en los asuntos que le atañen, reducida a quejarse, votar u opinar en las redes sociales, lo que muchas veces es lo mismo. La mayor catástrofe de la sociedad contemporánea, la base de todas las demás, no es algún tipo de acontecimiento por venir, sino este tipo de relación con el mundo: nuestra posición de espectadores de lo que pasa, de consumidores ilusos e indiferentes, de opinadores sabihondos pero sin el cuerpo implicado en una experiencia de cambio. Ninguna transformación social de calado es posible sin una activación de la sociedad, sin salir de la condición espectadora y victimista de la realidad, sin convertirnos en agentes del propio cambio.

 

“No nos representan”, “lo llaman democracia y no lo es”, “la lucha es el único camino”: los gritos de los movimientos de los últimos años revelan una inteligencia lúcida de toda esta situación. De cómo la política reducida a gestión, administrada según el código gobierno-oposición y con la población como espectadora, amenaza la vida digna (y la vida a secas) sobre el planeta y supone un verdadero escollo para la transformación social, escollo entendido como dificultad, como obstáculo, como problema, como peligro.

“La lucha es el único camino”, sí. Pero, ¿qué es luchar? Podemos pensarlo así: es un acto de interrupción colectiva de las maneras establecidas de ver y vivir, una forma de parar el mundo como diría Carlos Castaneda. Y el planteamiento de un nuevo juego de preguntas y respuestas, preguntas sobre la vida en común y respuestas creadoras de nuevas posibilidades de existencia. No preguntas y respuestas abstractas o lanzadas al aire, sino muy concretas, vividas, situadas, efectuadas a través de espacios, experiencias, dispositivos, hechas con el cuerpo.

Una lucha es, como dice Isabelle Stengers, la reapropiación colectiva de la facultad de poner atención: esa inteligencia práctica y situada que se activa justamente cuando nos hacemos cargo de un trozo de mundo del que dependemos y en cuyo interior reside el mundo común entero.

Lo que hace falta por tanto no es más crítica, no son juicios morales o sabihondos lanzados sobre el mundo desde lejos, ni la opinión por muy mordaz que sea lanzada contra los temas que pasan ante nuestros ojos por las pantallas, sino activar la capacidad de plantear problemas propios (pensamiento) y de ensayar respuestas encarnadas (creación). El desafío sin duda más delicado y difícil, pero también más fecundo. Las preguntas perforan el guión que nos propone a diario la sociedad del espectáculo, porque construir un problema propio es muy distinto a opinar sobre un tema enlatado y prefabricado. Y las respuestas suponen un nuevo aprendizaje del mundo a través de la producción colectiva de situaciones y experiencias.

Nuestra capacidad de atención se libera entonces de su captura cotidiana, nuestra potencia de pensamiento se desbloquea, nos volvemos capaces de pensar y actuar a partir de realidades que nos afectan. Salimos de la condición espectadora y victimista, de la queja y la espera permanente, del juicio moral y las generalidades. Y de ese modo desafiamos el bucle catastrófico de la gestión.

¿Por qué bucle catastrófico? Porque secuestrando la capacidad colectiva de pensar y actuar en favor del monopolio de los que saben y pueden, evitando la aparición de nuevos juegos de preguntas y respuestas, limitándose en el mejor de los casos a la contención, a ofrecer “un mínimo de protección” con respecto a los efectos más devastadores de las lógicas de poder y beneficio desatadas, la política devenida gestión oculta y a la vez reproduce las condiciones de las crisis y los males contemporáneos, preparando así de alguna forma nuevos episodios de los mismos desastres: crisis económicas, crisis de refugiados y migrantes, crisis ecológicas, feminicidios, etc.

Los movimientos de las plazas, los nuevos feminismos o ecologismos, las caravanas de migrantes, son algunas de las “situaciones de lucha” que se han ido (re)abriendo estos últimos años, irrumpiendo e interrumpiendo los saberes establecidos, creando nuevos planteamientos, nuevos enfoques y formas de vida, capaces de sacar a buena parte de la población de su condición espectadora, de poner a las sociedades en movimiento. Hay muchas otras, menos conocidas, menos visibles, sin nombre siquiera… Cada vez que se ha abierto una de estas situaciones de lucha, se han desplegado inmediatamente todo tipo de dispositivos de gobierno (represivos, mediáticos, etc.) con el fin de instarnos a “volver a la normalidad”. Pero es justamente en esa normalidad donde se incuba la catástrofe, como el huevo de la serpiente. Sólo podemos rebelarnos contra ese destino desastroso averiando la máquina y abriendo bifurcaciones en la historia, nuevos caminos. Nos las tendremos que ver entonces con otros problemas, porque no hay final de la historia ni sociedad armónica o reconciliada de una vez por todas, pero no ya con una congelación indefinida de los mismos.

Vamos a plantear aquí y ahora una distinción entre política y politización: la política es del orden de la gestión dentro de un marco-argolla dado como necesario e inevitable, mientras que politizarse implica hacerse preguntas radicales (de raíz) sobre lo existente. La política remite a una esfera exclusiva de especialistas de la cosa común en los que delegamos, mientras que la politización ocurre cada vez que abrimos y sostenemos colectivamente preguntas sobre cómo queremos vivir juntos. La política se reproduce como lucha por el poder y sucesión o recambio de dirigentes, mientras que la politización sucede cuando se inventa aquí o allá -sin lugar predeterminado o actores designados, sino por cualquiera- una interrupción de los poderes-saberes establecidos y la aparición de un nuevo juego de preguntas y respuestas.

La politización implica la transformación social —y de nosotros mismos— a través del cuestionamiento radical de objetos y relaciones completamente “naturalizados” hasta el momento: por ejemplo, la relación con el trabajo como explotación, por el movimiento obrero; la relación entre sexos como desigualdad, por el movimiento feminista; la relación con la naturaleza como depredación, por el movimiento ecologista; la desnaturalización de las fronteras y sus regímenes de muerte por parte de migrantes y refugiados…

Sin situaciones de lucha no hay pensamiento, sin pensamiento no hay creación, sin creación no hay nuevos posibles ni transformación social.

¿Es la revolución aún deseable?

Durante dos siglos al menos, la transformación social se pensó bajo la imagen de la revolución, la toma del poder tras un acontecimiento mayor que corta la historia del mundo en dos. Pero ¿y hoy, después de la experiencia desastrosa del comunismo burocrático del siglo XX? ¿Sigue siendo deseable la revolución? Michel Foucault planteó esta pregunta en una entrevista de 1977, con los ecos aún frescos de mayo del 68 y en medio de una nueva oleada de testimonios disidentes sobre la realidad de la URSS.

Foucault introduce la pregunta por la posibilidad misma de la revolución, ya no sólo su necesidad o su urgencia en abstracto, sino la deseabilidad de un cambio social radical, sin cuya sombra toda política corre el riesgo de desaparecer, convirtiéndose en politiquería y simple gestión.

“El retorno de la revolución es nuestro problema… (Si la revolución ya no fuera deseable) habría que inventar otra política o algo que la sustituyera. Vivimos acaso el fin de la política. Porque si bien es verdad que la política es un campo abierto por la existencia de la revolución, y si la pregunta por la revolución no puede ya plantearse en semejantes términos, entonces la política corre el riesgo de desaparecer”.

 

Desde aquel 1977, la revolución se ha vuelto ya definitivamente indeseable, en el sentido de que su referencia ha perdido toda vitalidad. Sin revolución deseable, dice Foucault, la política se vuelve gestión. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido en Europa durante la restauración del orden en los años 80 y 90 tras las sacudidas de los años 60.

En esta situación de impasse lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. ¿Qué significa esto?

Las imágenes de cambio propias de la secuencia política del siglo XX siguen aquí, pero no se componen ya con las prácticas, los cuerpos y las experiencias en movimiento. Se vuelven vacías, estereotipadas. Judith Butler dice que el desacople entre cuerpos y palabras es propio de situaciones de dolor y de duelo: las palabras que se dicen ya no nos alcanzan o suenan huecas, pero no tenemos otras a mano. Así estaríamos nosotros: huérfanos de la idea de revolución, atrapados en imágenes de cambio que ya “no nos dicen nada”.

Las antiguas imágenes revolucionarias siguen funcionando, pero ya sólo como imágenes-zombi. No hacen pasar la potencia, no hacen vibrar el deseo, no acompañan positivamente las prácticas, devienen reactivas y nostálgicas.

Ese desacople entre cuerpos e imágenes sería otra razón de nuestra impotencia. Es decir, la impotencia no sólo tiene que ver con el hecho de que la política ya no tenga apenas margen de maniobra con respecto a las fuerzas del capitalismo global, sino que afecta también desde dentro a las prácticas y las iniciativas que pretenden cambiar las cosas aquí y ahora. Hay miles de estas prácticas e iniciativas, dice Alain Badiou, pero nos hace falta un nuevo pensamiento de la política, otro vocabulario, otro repertorio de figuras. Las antiguas imágenes como “lucha de clases”, “huelga”, “nacionalización”, “liberación nacional”, “dictadura del proletariado”, “partido” o “comunismo” han perdido su fuerza, pero ¿cuáles han venido a reemplazarlas? El impasse significa que las prácticas de emancipación no encuentran formas propias.

Hay tristeza o infelicidad política cuando no somos capaces de inventar nuestras propias palabras y herramientas, cuando actuamos y nos medimos según imágenes heredadas de otras luchas, con respecto a las cuales siempre estaremos en déficit, siempre por debajo, siempre en falta.

En medio esta tristeza emergen actualmente en la izquierda posiciones puramente defensivas o reactivas: el soberanismo, la nostalgia de Estado del bienestar y la apelación a la patria y la Nación se presentan como los únicos horizontes posibles. A falta de una nueva imaginación política, la izquierda se aboca a disputar con la derecha la gestión del miedo, la impotencia y el victimismo de las poblaciones contemporáneas: “nosotros os protegeremos mejor”. Es un estrechamiento suicida del ámbito de lo posible.

Si queremos salir de la posición reactiva y defensiva, si queremos pasar a algún tipo de ofensiva, en el sentido de volver a tomar la iniciativa con respecto al pensamiento y la acción, si queremos volver a hacer deseable el cambio social, hay que reimaginar la revolución. Esto es, reconcebir la transformación del mundo por fuera del modelo revolucionario heredado. Repensar y dar a la luz nuevamente el cambio social y todo aquello que lleva asociado: las figuras del nosotros, el enemigo, la organización, la estrategia, el conflicto, las tácticas, el tiempo, el compromiso, el pensamiento, el objetivo, etc.

(Fuente) infoLibre publica un extracto de Habitar y gobernar. Inspiraciones para una concepción política, el nuevo ensayo de Amador Fernández-Savater publicado por Ned Ediciones. El volumen reúne artículos y entrevistas escritos por el filósofo en los últimos años, que conforman una invitación a «transformar nuestros imaginarios colectivos y a pensar en la política más allá de la gestión del poder». Habitar y gobernar se publica el lunes 28 de septiembre, y se puede consultar más información en la web del autor.

Meditar con calma, reír con causa: unidos y organizados // Roque Farrán

Primero salió una nota de un par de psicoanalistas diciendo que los hombres no aman a las mujeres, que el deseo masculino es esencialmente intrusivo y violatorio; luego otra nota de una periodista afirmando que los hombres odian a las mujeres, que la heterosexualidad es de por sí violenta y despreciativa, etc. Ni siquiera se plantean en esas notas conceptos como “patriarcado” o “heterosexualidad normativa”, se habla lisa y llanamente en términos generales: “los varones”, la “heterosexualidad”, etc. ¿Qué habrá sido del pensamiento deconstructivo, antiesencialista y antiuniversalista, de la complejidad de las teorías de género y del psicoanálisis, de los ricos debates que se producían hasta no hace mucho? ¿Estamos viviendo en tiempos tan anti-intelectuales como para llegar a formular las cosas de forma tan necia y reduccionista? No tenemos que retroalimentar la lógica troll, no importa quiénes hayan firmado las notas, el problema es la posición enunciativa que facilitan y reproducen los medios sin cesar; contra eso necesitamos recomponer mínimamente la capacidad de pensamiento.

Nos hemos cansado de repetir la frase de Thatcher que parecía sintetizar el modo de gobierno neoliberal: “El método es la economía, el objetivo es el alma”; pero lo paradójico de la situación actual, donde el gobierno algorítimico de los cuerpos resulta avasallante, es que hay muy poco o casi nada de gobierno de las almas. Al contrario de lo que suponían las fantasías más totalitarias de control absoluto, los alquimistas posmodernos se limitan a retroalimentar con los nuevos dispositivos las peores tendencias latentes: ignorancia, estupidez, odio y envidia (véase el documental El dilema social). Claro que eso basta para vender sus productos a muy buen precio, pero así y todo vamos derecho hacia el caos y la autodestrucción planetaria, aceleradamente. De poco les valdrá fantasear con los viajes interplanetarios para algunos. Necesitamos de la imaginación y la máxima inteligencia más que nunca, para gobernar las conductas aquí y ahora. Y para eso tenemos que preparar y acondicionar el terreno nuevamente: entre tanto ruido y desinformación mediática, meditar con cuidado acerca de cada cosa que vemos, oímos, experimentamos o leemos.

Meditar, para unx materialista, no es reflexionar o poner la mente en blanco, ni siquiera imaginar cualquier cosa; sino una actividad de suspensión del sentido común y los fines impuestos; actividad que se trama rigurosamente entre la práctica de lectura y escritura, no como mero pasatiempo o consumo de información, sino como formación material en que se pone a prueba y se juega una vida. Una vida singular se va dando forma así, entretejiéndose con voces y escrituras de otros, pero apropiándolas de un modo tal que hace cuerpo, encuentra su voz y el tono justo para decir. Meditar, ponerse a prueba en torno a lo real, no siempre entraña ejercicios estimulantes, positivistas o vitalizantes, a veces implica conectarse con una situación de muerte inminente. También, como sucede a veces, puede sentirse un cansancio infinito. No hay síntesis lógica ni moraleja edificante en ello: unx materialista aprende a convivir con todo, incluso las partes perdidas, la infinita letanía de los astros y las imágenes que alguna vez nos confortaron o nos causaron espanto.

Conviene ejercitarse entonces en la meditación estoica de todos los males posibles [praemeditatio malorum], más aun si parecen estar sucediendo de hecho todos juntos: incendios, virus, enfermedades, muertes, fascismos, idiotez, pobreza, etc. En la antigüedad, esta meditación no era un simple estimulo del pesimismo, sino una obturación radical del futuro imaginario: una actualización tan alarmante de todos los males posibles que los extinguía, los volvía irrelevantes, dejando espacio solo para el vacío del acto. Un ejercicio terrible, por ejemplo, consistía en pensar cada vez que se besaba a un hijo: “Pronto morirás”. Hay algo de extremismo en el método, pero si se entiende la diferencia entre lo imaginario, lo simbólico y lo real, resulta mucho más práctico y sincero que cualquier baboseada humanista (de la cual un Hitler emocionado hasta las lágrimas no estaba exento, por supuesto). De todos modos, en mi práctica cotidiana he modificado un poco esta meditación (que tampoco se aleja tanto de los hechos); cada vez que beso a mi hija, en un relámpago pienso: “Aquella vez morí y no llegué a conocerte, este fugaz y feliz contacto es solo una excepción a las leyes naturales que no hace más que confirmarlas.”

En el mismo sentido de la meditación anterior, conviene en momentos especiales tomar contacto directo con la muerte. Hace poco recordé el momento en que toqué por última vez la cabeza de mi padre para despedirme, y la sentí tan fría que me causó espanto; era un frío de otro mundo. De mi padre como de mi hermano recuerdo también la sonrisa en el rostro con que ambos dejaron este mundo. La sonrisa que aprendí a cultivar y valorar luego como un gesto material, situado entre este mundo y el otro; gesto de entendimiento que cruza la frialdad extrema y la calidez humana, como si fuese posible al fin otro modo de ser, otro comienzo. Vivir cada día y cada instante como si fuese el último sobre la faz de la tierra, con ese ánimo y templanza. Vivimos el tiempo que resta.

¿Qué se hace después que se cumplieron los sueños y el deseo, después que se pasaron los terrores nocturnos y se atravesaron a plena luz del día las peores pesadillas, después que los fantasmas y los muertos fueron puestos en su sitio, escuchados? Pues nada espectacular, la verdad: se vive y es mucho, se vive sin creérsela en absoluto, sin la idiocia común ni las falsas expectativas, un poco sonriendo de lado por los que todavía se preocupan, idealizan o calculan en exceso, sin ocuparse verdaderamente de sí mismos, ni de nada, ni de nadie. No hay ninguna genialidad, ni ironía, ni autosuficiencia en el gesto, apenas una sonrisa inevitable, como la lluvia que se viene después de tanta sequía. No hay significante supremo, ni risa necia que en él se sostenga; lo que hay es una risa cósmica, que emerge de captar la esencia singular de cada cosa que nos afecta, tan natural como la luz de una estrella extinguida hace millones de años o un agujero negro.

La risa nos da cierta soltura, desde ya, pero no tenemos que reír como idiotas, ni ablandarnos al punto de devenir sensibleros o melancólicos incurables.

Ante la insensibilidad y la crueldad imperantes, pensamos en rescatar a menudo la simple posibilidad de afectar y ser afectados; pero no es solo eso: quienes responden con odio y delirios persecutorios, tampoco dejan de sentirse afectados, hasta por las medidas sensatas del más mínimo cuidado o el pronunciamiento de una voz frágil y decidida en la escena pública. El problema, como sabía Deleuze al leer a Spinoza, es cómo activar los afectos; cómo dejar de depender tanto de las pasiones, tristes o alegres, y alcanzar la verdadera libertad que nos da conocer cada cosa singular, según el tercer género de conocimiento. La máxima felicidad no proviene de afectar y ser afectados, sino de entender cómo somos afectados por cada cosa y activar los afectos en función del conocimiento de lo singular.

Por último, no creo en el esfuerzo ni en el mérito, sino en el deseo y en la composición: en las fuerzas materiales que nos mueven efectivamente; todo lo demás nos conduce a lo peor, y lo estamos viendo. Por otra parte, no creo en la teoría como un redoble discursivo, más o menos prestigioso, de la práctica política: no hacen falta teorías de la militancia, sino militantes que puedan hacer trabajos teóricos para pensar sus prácticas; la teoría tiene que ser construida también con un deseo singular de movilizar conceptos y tradiciones de pensamiento. Que las prácticas no se reduzcan a un único discurso no significa que no puedan encontrarse pensando y haciendo con el deseo que las moviliza singularmente y las herramientas que les son propias. Nada garantiza que igualmente no nos estemos yendo al demonio, pero que la hora final al menos no nos encuentre tan idiotizados. Mejor: unidos y organizados.

 

Roque Farrán, Córdoba, 29 de septiembre de 2020.

 

AMISTAD Y POLÍTICA // SANTIAGO DRUETTA y RAFAEL SEVILLA

Apuntes y preguntas para una ética posible

“Cuando un cuerpo descubre la utilidad común junto con otros,
engendra un saber que va más allá de sí mismo.”
DIEGO SZTULWARK

Cuando todo parece inventado, pensado y formulado, es cuando más debemos imaginar otras formas posibles de ser en el mundo. Ya no basta con una mirada macropolítica para pensar en transformar la realidad, sino que lo micropolítico y la dimensión afectiva se vuelven trincheras cruciales.

El sistema imperante, como sabemos, organiza nuestros afectos, nuestros deseos y modos de ser. Configura de manera continua nuestra subjetividad, nuestro territorio existencial. Reproduce una forma de relacionarnos y obtura otras formas posibles de pensarnos.

Entonces ¿cómo reconocernos en nosotros y en los otros, a partir de afectos no neoliberales? Tal vez, el encuentro con otros posibilite nuevas preguntas que amplíen las experiencias en el mundo. Por eso urge pensar (desde) la amistad.

La celebración 

La amistad —que intentamos pensar— es, en sí misma, la negación de vínculos asimétricos. Una re-invención constante de los vínculos. La celebración de una identidad común, configurada por múltiples identidades, que entiende al otro como una extensión de uno.

Un encuentro de subjetividades que posibilitan la constitución de un nosotros. Una relación desmercantilizada. Un mundo donde sólo permanece lo que se comparte. 

La posibilidad de encontrar, descubrir o crear nuevas experiencias del mundo, a partir del encuentro con otros y otras, implica politizar (repensar y transformar) los mecanismos de lo humano para, también, desarmar la idea de que se puede vivir sólo de una manera.

El carácter autodidacta de la amistad desarma y arma. Porque, desde lo cotidiano enseña nuevas formas de relacionarnos, a partir del querer.

Lo sensible y el querer

Si el individualismo, la reproducción de deseos enajenantes y la resignación son unas de las formas de la muerte, por el contrario la amistad constituye una condensación de afectos, emociones y valoraciones sobre el otro.

Hoy, la forma de relacionarnos es a partir del interés. Se mercantiliza la vida y se disminuye la realidad, pasando por el tamiz de la racionalidad todas las experiencias vitales. Una ética de la amistad buscaría abrirse paso en dirección opuesta porqueposibilita un encuentroa partir de la confianza, el afecto y el querer.

Uno no se encuentra con sus amistades por una actividad meramente racional, sino a partir de la afectación que el cuerpo del otro produce. Allí radica la importancia de encontrar-nos.

Diego Sztulwark dice que un amigo en la política no es aquél que tiene con uno una afinidad ideológica, sino que son aquellos que nos ayudan a desafiar, juntos, una época.

Por eso, asumir el sentido político de la amistad es una invitación al pensamiento, a desautomatizar(se) (d)el mundo.

La suspensión del tiempo

La amistad permite emanciparnos del agobio y del hastío, de la disociación permanente entre ser y buen vivir. Este último, parecería ser un destino lejano, al cual accedemos sacrificando el ahora. 

La amistad, por el contrario, es el encuentro entre los cuerpos y el buen vivir, ahora, en el presente. Es la experiencia de la suspensión del tiempo en términos mercantiles, que abre espacios para pensarnos de otra(s) forma(s). 

A sabiendas de que esta suspensión, no dura para siempre ¿qué pasaría si pensáramos en la reproducción de este no-tiempo? Deberíamos, pensar la celebración de la amistad, como un acto intencional. Y para ello debemos hablar de una ética de la amistad. Una forma deliberada de ser con el otro, que busca necesariamente la construcción de una relación social, ya no a partir del interés si no desde el querer. 

El disfrute, el goce colectivo, pareciera estar dado cuando el tiempo vuelve a tener sustancia, justa y paradójicamente cuando la noción de tiempo desaparece. La realidad, entonces, se presenta en aumento y el tiempo recupera su aroma.

Más allá de nosotros

Las formas que uno tiene de vincularse con los otros es el mundo que uno está proponiendo.Entonces: una ética de la amistad para una ética ciudadana.

La amistad puede conjugar relaciones alternativas, con un mayor grado de reciprocidad y solidaridad. Pero es a partir de la politización de esos vínculos donde se construye una utilidad común, una trama de relaciones que pueden multiplicarse en la sociedad. Allí radica el germen micropolítico de la ética de la amistad.

No basta con ser buen amigo, sino que se requiere problematizar cómo nos relacionamos entre nosotros,preguntándonos por formas mejores y fundamentalmente expandibles. No sólo con los semejantes sino, y más aún, con los extraños, produciendo nuevos vínculos.

La ética de la amistad, más que mera retórica, busca ser una práctica voluntaria. Porque desautomatiza la vida, colocándola en el plano de la reinvención en busca de su mejor rostro. La amistad como proyecto de convivencia, del vivir en común. Politizar la amistad, politizar los vínculos. Buscar no otra forma de relacionarnos, sino una multiplicidad. 

Pensar en la lucha contra el sistema neoliberal no es sólo a partir de las contiendas electorales, sino que es necesaria la construcción de nuevos modos de vida, extendiendo lo político por todo el cuerpo social, que el enemigo quiere despolitizado. 

Amistad o nada. Para quienes pretenden del mundo un lugar mejor, del vivir y la existencia un lugar más amable: una ética de la amistad o nada.

Fuente: REVISTA AJÍ

ANTIEDAD // Sofía Rutenberg

“En el mundo hay todo tipo de cosas que funcionan como espejos”

Jacques Lacan, El Seminario, libro 2.

 

 

Cuerpo tecno-pandémico

Una de las cosas que más me llamó la atención de la pandemia es que muchas personas aumentaron su actividad física. Los gimnasios permanecían cerrados y las plazas estaban prohibidas, entonces las personas comenzaron a hacer gimnasia en el living: clases virtuales, tutoriales de YouTube y correr por la casa fueron las actividades que más se instalaron como rutina. En un principio se trató de continuar la vida con “normalidad” sin salir a la calle. Luego, el terror a morir se esparció junto al virus e invadió a la humanidad. Llegó veloz la noticia de que son los más viejos los que tienen mayor riesgo de morir y gran parte de la población se desentendió: “otros mueren, yo no”. En medio de una pandemia mundial, en la que ya hemos transitado la fase del pánico, esta creencia de inmortalidad se manifiesta y deja en evidencia el poco interés por los ancianos y las ancianas.

La vejez angustia. Las expresiones de dolor al levantarse de la silla, el cuerpo lento que necesita un bastón o un brazo ajeno para cruzar la calle, dificultades respiratorias, cataratas, cocktail de pastillas, el deterioro generalizado de las funciones cognitivas y físicas, representan la pérdida de autonomía y control sobre sí mismx. Su presencia es un espejo del paso del tiempo. Personifican la muerte. La piel arrugada y estirada es el verdadero símbolo de debilitamiento. Casi ninguna persona soporta mirar a la vejez de frente. La sociedad trata a los viejos con desprecio: no pertenecen a la comunidad, se los abandona en asilos, son un gasto extraordinario para las prepagas. Se los aísla en soledad para que el resto de la sociedad siga consumiendo el fraude anti-age: la ilusión de inmortalidad en frascos de crema. Traducido al español, se adoctrina odiar la edad. Cuanto mayor es la persona, más rechazo genera. También su sabiduría es muy incómoda. Suelen hablar del pasado, todo lo contrario a la exigencia de “vivir en presente” necesaria para extirpar la idea de vejez.

Nos encontramos intentando detener el tiempo, apaciguarlo, no sentirlo en el cuerpo. Cremas, gimnasio, masajes, regeneración celular, lifting, renegar de un vaso de cerveza. El espejo devuelve una imagen siempre distorsionada. Te vas a dormir pensando ¿por qué no dejé de fumar antes? o ¿por qué no me cuidé de las arrugas a tiempo? Según Foucault “Mi cuerpo es el lugar al que estoy condenado”. Empiezan las precauciones, las cautelas. ¡No quiero envejecer! El tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos: mesoterapia, maquillajes, senos de silicona, bótox, autobronceante, tintura para las canas, cremas reductoras, dientes blanqueados, hilos de oro, depilación definitiva, reconstrucción vaginal, agrandamiento peneano, estrógenos, vitaminas, abdominales, analgésicos.

 

Livin’ la vida fit

Es innegable que existe una asimetría entre la vejez masculina y la femenina. Son las mujeres las que no deben aparentar la edad que tienen. La belleza nunca es suficiente. Siempre queda una parte del cuerpo que genera insatisfacción. A las mujeres se les exige lo que en cualquier hombre implicaría un “trastorno psiquiátrico”: ¡Nadie diría que una mujer que se saca los pelos del cuerpo con cera hirviendo y de un tirón está loca! Ser flaca y linda son los dos mandatos más importantes de muchas mujeres.

Existe un mito que supone que las mujeres embarazadas poseen una mayor belleza si van a tener un niño varón y que, por el contrario, si tendrán niñas mujeres éstas se la quitarán. Las mujeres tendrían una esencia biológica que viene en los genes para afear a la madre. En el desarrollo posterior de su vida, la niña querrá según su biología, “opacar” a las otras mujeres. Desde el embarazo son nombradas desde una posición que supone que una mujer siempre quiere lo que tiene la otra. Las mujeres compiten para ser objetos preciosos. La gordura se vuelve una amenaza que utilizan madres y padres: “si sos gordx nadie te va a querer, te lo digo por tu bien”. Puede ser enloquecedor escuchar que tu cuerpo “está mal” y que nunca vas a poder ser feliz si no lo cambiás. La medicina patologizó una fisonomía, decretó que el cuerpo gordx es enfermo.

Las mujeres entienden que para ser amadas deben ser bellas y flacas: signos de juventud y salud. Es necesario que encarnen la vida para los varones, y para ello es necesario ocultar todo lo que remite a la muerte. La belleza es uno de los modos en que la mujer representa al hombre, como signo exterior de la fortuna, potencia fálica, poder, inteligencia. La belleza femenina le evita al hombre una pregunta por la muerte.

A medida que las mujeres se van liberando de las servidumbres de las tareas del hogar, el mandato de la belleza se les impone. La mayoría de las mujeres desean bajar entre 5 y 10 kilos. Lo piden mientras soplan las velitas, antes de comerse el permitido del mes: la porción de torta de su propio cumpleaños. Siguen dietas a rajatabla, controlan las calorías diarias, concertan citas con nutricionistas. La balanza es el instrumento de tortura de nuestro siglo. El fitness moldea el cuerpo esperable y se torna una obsesión. Las mujeres viven una vida postergada: “cuando baje de peso voy a ser feliz”.

El goce sexual es inseparable de la alimentación. Si una mujer odia su cuerpo, ¿por qué gozaría de su sexualidad? Algunas se arman rituales: apagar la luz, dejarse el corpiño, estar tapadas con las sábanas, que no haya espejos en la casa y un sinfín de etcéteras.

La celulitis es la señal de que has gozado, de que has pecado: fumar, tomar alcohol, comer chocolate y papas fritas. La celulitis es repulsiva porque lo que no se soporta es que las mujeres disfruten. Si el 99% de las mujeres tienen celulitis debe ser porque es parte del cuerpo, ¿no? La cuestión es que la celulitis es un enorme capital de la industria farmacoestética, no casualmente dirigida por hombres. Las mujeres se operan, los hombres las operan y se enriquecen.

Lo importante es llevar una vida “liviana”: ¡Ocupate de tu cuerpo, no pienses! Para ser una verdadera mujer es necesario gozar de la propia impotencia. Se criminaliza la grasa para hacer sentir a las mujeres como falladas. Si querés ser valorada, te tenés que ajustar a las normas de belleza hegemónica que muestra Instagram. Aquellos cuerpos que no se ajustan a los parámetros marcados por la industria son depreciados. Livin’ la vida fit pero jamás la vida loca.

La mayoría de las mujeres destinan gran parte del día a su físico. Se preparan antes de salir, antes de dormir y antes de vivir: cremas, maquillaje, peinado y vestimenta. La preocupación por su apariencia puede arruinarles el día. El único objeto-humano que tiene valor es el sofisticado y joven. Cuando las mujeres no se pueden reproducir ─les llega la menopausia─ ni representar la belleza ─les llega la vejez─, son despojadas bruscamente de su femineidad, y dejan de ser necesarias para el hombre, quien puede sustituirlas por un modelo nuevo. La cuestión: cuando esto sucede, todavía le queda aproximadamente la mitad de su vida adulta y no saben qué hacer con ella porque se han dedicado a mantener la talla.

 

En el fondo del espejo me espía la vejez

¿Cómo se llega a la vejez en una cultura que relega a los ancianos a una vida indigna? ¿Qué significa ser vieja o viejo? ¿Qué sucede cuando el cuerpo no responde como quisiéramos? ¿Cómo soportar que la carne ya no sea deseable?

La vejez se torna un secreto vergonzoso del que no hay que hablar. Pacientes jóvenes han dicho en sesión que prefieren una muerte prematura antes de llegar a viejas; no podrían soportar la decrepitud física. La vejez del varón representa la sabiduría, la erudición y la experiencia. Así descubre Freud la transferencia amorosa. Pacientes jovencitas se enamoraban de un analista viejo: ¿Qué me vió? Se ama a quien se le supone un saber.  La vejez en las mujeres representa la decrepitud. El hombre se vuelve el viejo sabio de la tribu; la mujer una bruja maldita. Los hombres conservan su virilidad aunque sean viejos. No existen las Rolling Stone mujeres. “Achacosa, vieja, fea, la mujer produce horror”, dice Simone de Beauvoir. La decrepitud de los hombres también produce espanto, pero no se relacionan entre sí como espejos inmanentes, sino como sujetos autónomos que pueden reunirse a ver un partido de fútbol, seguir hablando de minas o de política. La decrepitud de la carne la representa la mujer.

 

Reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja

Así como Simone de Beauvoir nos enseña que ser mujer no es sólo una condición biológica ni una esencia sino un devenir cultural, la vejez también es una categoría social que condiciona nuestro destino. Vejez es sinónimo de enfermedad, y ésta es un gasto económico para la sociedad que prefiere no enterarse que algún día también le llegará. Cuando los viejos y las viejas se jubilan, ya no están dentro del sistema productivo y dejan de ser provechosos para la economía. Salvo algunos pocos que cuentan con el dinero para pagar una prepaga, vivienda, comida y servicios, los viejos y las viejas -junto con les niñes y las mujeres- son la población más vulnerable.

Es imposible pensar en una política de la vejez ─jubilaciones y viviendas dignas, atención médica gratuita y de calidad, espacios de ocio y de lazo con otres─ si no reivindicamos la vida. En términos beauvoirianos, se trata de una transformación de las categorías existenciales. Se me viene a la cabeza una frase que leí hace tiempo de J.P Donleavy: “Y descubriste que crecías como tus padres. Que papá no era Dios, ni siquiera un buen vendedor, sino un hombre tembloroso y aterrado en medio de una pesadilla”.

También son nuestros seres queridos los que envejecen y requieren de una sociedad más justa e igualitaria que incluya la vejez como parte de la vida. La marginación de la vejez lleva a los ancianos y las ancianas a la soledad y la miseria. Ignorar la última fase de la vida, hacer de cuenta que no existe, implica negar sus derechos, arrojarlos a una categoría de “no humanos”: este es el signo de fracaso de una sociedad.

 

 

*Psicoanalista. Autora de Hacia un feminismo freudiano (La Docta Ignorancia, 2019).

 

Armar una época // YoNoFui, Diego Valeriano

Amor se dice arrancar, ocupar, respirar. Y tierra es otra forma de decir manija, alegría, pelea, plantarse. A Caro, la alegría de sus hijos corriendo por la toma no se la quita nadie: ni las ministras ciegas, sordas y mudas, ni el frío, ni el vigilante de Berni, ni las dudas a esta hora de la madrugada, ni los patrulleros que merodean sabiendo que cada día pueden un poco más, ni ese periodismo ortiba. Ni la orden de desalojo. Ale me dice que las pibas saben, y que cuando se juntan saben todavía un poco más. ¿Cómo no van a saber? Si ya pasaron por todas, si entienden de tanto andar. Si saben lo que somos los chabones, las piezas de alquiler, la calle, las trabajadoras sociales, los trabajos inmundos. Las pibas saben que el ánimo es un músculo que entrenan en la toma, y ese saber recorre todo hasta hacerse piel, abrazo, discusión, asamblea, pallet, nylon, chapa, hermandad inesperada. 

Ale cuenta que hay un clima de resistencia festivo, calmo, seguro. Un clima en el que se puede respirar, compartir esas ganas de respirar, conspirar, darle otra entidad a la política. Construir alianzas. Con Ale charlamos de varias cosas, de la organización, de las giladas, de quienes se borran, de cómo aguantan la toma. Y me cuenta que una piba, una pibita ¿20, 21?, una mina, una mujer, una que banca allá en Guernica le dice: “Nuestra lucha no es solo por un pedazo de tierra, es también para armar una época de recuperación de la tierra, de transformación de la política, de reconstrucción de los vínculos”. Quedamos careta. Careta ella, mucho más careta yo. Armar una época, ocupar una época, recuperar la política, desplazar otra época, esta época que no permite nada: ni respirar el aire, ni tomar el agua, ni reír a los guachines, ni jugar en el campito a las nenas, ni levantar una casa. 

Amar se dice arrancar, tomar es vivir, y habitar es armar una época, esta época nueva, la época de ellas. Revelación, pelea, agitación, construir barricadas para poder respirar juntas, para rajar a los violentos, para seguir mostrando que es acción política, para flashear cosas lindas, para que los garrones queden bien lejos, para vivir la tierra, para seguir haciendo mundo.

#YoNoFui

Foto: Colectivo Luz en la Piel / YoNoFui 

Zombies // Mirta Zelcer

Estamos siendo testigos de la corrosión de la gobernabilidad. ¿Cómo se hace efectiva? ¿Y para qué?

             

Los ampulosos gritos de un individuo de “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!” –cita de un fragmento de la primera estrofa de nuestro himno nacional– proferidos en estos días de pandemia, y desde allí, amplificados a través de las pantallas televisivas fueron emblemáticos de la primera manifestación de los así llamados “anticuarentena” en la República Argentina. Se ha dicho que tales gritos instigadores de acción podrían entenderse como un código mafioso. ¿Por qué?

 

Uno de los rasgos más importantes de la operación mafiosa es crear un estado dentro del estado legítimamente elegido e instituido, pero que tiene al mismo sistema estatal como objeto de operaciones.  Para ello, se vuelve necesario corroer esta legitimidad desautorizándolo y burlándose de las acciones políticas haciendo al mismo tiempo otras que pretenden reemplazarlas. se trata de la ilegalidad metida en los tejidos de la legalidad.

 

Con el apoyo de numerosos medios masivos de comunicación, usan el sentido tácito de esas palabras, degradadas, para sus propios fines. Términos como “Libertad”, “Patria”, «Democracia» o “República” inducen a la acción a aquellos que quieren conseguir desesperadamente lo que perdieron. Lo que desean recuperar no es sólo una mejor situación económica, sino que también buscan sentirse nuevamente sujetos históricos: quieren restituir en el poder legítimo a aquellos que no los van a confundir con “cabecitas negras”, desean mostrarse como los verdaderos patriotas argentinos. Quizás arañan, incluso, la ilusión de sentirse jóvenes por ser desobedientes. Añorante de acciones heroicas, la mafia neoliberal no tiene escrúpulos para el uso de estos cuerpos inducidos. Con este fin agitan otros vocablos para llegar a una acción que advierta y conjure la amenaza de peligros espantosos: «Venezuela», «comunismo», «judíos».

 

En el trayecto que va de la inducción a la acción, esta última termina tomando la forma de conductas neofascistas encarnadas en cuerpos que parecen vivos. Esclavos que se entregan a la opresión creyendo que se liberan. Zombies que se mueven des-subjetivados. Autómatas voluntarios infectados de arrojo. Soldados zombies envueltos en banderas argentinas que puedan aparecer en la TV salvando a la Patria, a la República y a la libertad. Zombies cuyos procesos de individuación y de pensamiento singular y comunitario, vibrando al unísono, fueron obturados. Zombies que quieren volver a Eros, pero aferrándose a Tánatos.

 

No nos confundamos: las llamadas “movilizaciones” que impulsan las mafias no consisten en lo que habitualmente entendemos por tales. Sus asistentes son zombies colonizados por una muerte que enceguece, y que están movidos para el botín de acumulación de capital y de dominio de los inductores. Excrecencias de un mundo que redobla las fuerzas que conducen a la fatalidad. La depredación, el poder y el dominio conforman la meta.

 

La conjunción de las conductas mafiosas y neofascistas se infiltra y sostiene a la sociedad neoliberal. Desde ya, no estamos hablando solamente de los ciudadanos inducidos. Estamos en presencia de apartamientos de acuerdos gubernamentales de clara ruptura desobediente y traicionera. Como si la cultura mafiosa ya fuese una cuestión regular instalada fuera de los personajes de la mafia misma.

¿Qué ocurriría si se descubre la manipulación mafiosa? ¿Tenemos un gobierno que advierte de qué se trata? Si lo sabe, ¿con qué fuerzas cuenta para desactivar o –por lo menos- amortiguar las fuerzas que llevan a la destrucción?

UNA DECLARACION POLITICA ABSOLUTA // Raúl Cerdeiras

 

¿A confesión de parte, relevo de prueba?

En abril de este año escribí un trabajo en el que se podía leer: “Hasta el Coronavirus la situación “política” (entre comillas porque entiendo que lo que hoy circula bajo ese nombre es la negación de la política, es pura gestión del orden existente) ofrecía una disputa acerca de quien gestiona y gobierna al neoliberalismo: o es el Estado, con sus dos variantes, la democrática o la dictatorial (China), o es el capital financiero y las reglas del mercado”.

El 9 de agosto de este año Pág. 12 publica  la siguiente declaración de Cristina Kirchner: “El capitalismo demostró ser el sistema más efectivo. Por eso va a seguir. Ahora lo que queda por resolver es quien continuará dirigiendo ese sistema, si el Estado o el mercado”. Cuatro meses antes el presidente Fernández en un reportaje hecho por Fonteveccia el 11-4-20 decía: “Después de la caída del comunismo el capitalismo no se discute”. El panorama es claro y transparente.

Se parte de la base de que no existe otra realidad que no sea el capitalismo, y la política se reduce a una opción entre dos formas de gestionarlo: una sería el Estado y la otra el mismo mercado (el Estado “ausente”). Dentro del populismo y junto con destacados pensadores que militan en esa corriente, como es el caso de Jorge Alemán,  la “opción” Estado se divide a su vez en Estado democrático o dictatorial. https://www.pagina12.com.ar/285289-la-tecnica-del-golpe-neoliberal. El autor afirma que Estado democrático les da una “oportunidad” a las políticas de ultra derecha que consiste en que acepten el “juego” democrático que garantiza que el adversario nunca se convierta en un enemigo al que hay que aniquilar como sea. La tercera opción -que descarta- sería la salida “revolucionaria”, que implica una postura “sacrificial” que no repara en la inmolación incontrolada de vidas humanas. (Aunque sería prudente, comento, no confundir una política “revolucionaria” con “la revolución”, en cuanto es esta última la que promueve el asalto por la fuerza al Estado para gobernar y no necesariamente la primera).

Sin embargo es una buena descripción de la matriz o configuración de la política hoy realmente existente. Lo que no dice es que ese modelo hace siglos que ya demostró su fracaso y su impotencia. Los que sostenemos la necesidad de abrir un nuevo ciclo de pensamiento, acción y organización de políticas emancipativas e igualitarias, una tarea imprescindible (pero no la única) es desnudar la esterilidad de este montaje. Dejar de aliviar nuestra precaria situación consolándonos con la crítica fácil al desastre neoliberal, y empezar a hacernos responsables de que este mundo capitalista despreciable existe, entre otras cosas, por nuestras propias limitaciones, que insisten obstinadamente en seguir luchando dentro de las reglas del juego político que justamente han impuesto los dueños del mundo para que nada cambie.

Un síntoma de este estancamiento ha sido percibido nuevamente por las agudas observaciones de Alemán, bajo el neologismo de “nopolítica”. https://www.pagina12.com.ar/282463-politica-o-nopolitica . Así describe la situación: “Denomino con el neologismo «nopolítica» una modalidad donde la política ya no tiene punto de anclaje. Va hacia una deriva sin límites donde la relación con la verdad, la ética, los legados históricos quedan suspendidos sin necesidad de declarar el estado de sitio.” Concluyendo: “Por supuesto una de las posibilidades que inaugura esta horrible pandemia con el crujir civilizatorio que la acompaña es que esta Nopolítica sea lo que termine ocupando el centro de la escena en la mundialización del nuevo estado de excepción propia del Capitalismo contemporáneo. Cuidar de lo político es ahora más que nunca un freno a la locura peligrosa. No hablamos del loco real que en una insondable decisión eligió ser libre más allá de toda apariencia, sino de la locura mala que ve en la vida solo un fondo disponible para sus maquinaciones.”.

Mi referencia a este trabajo, no es discutir los argumentos que lo sostienen, sino para señalar que hable de la nopolitica. Me importa destacar que ese significante “roza” mi convicción de que una de las causas que explican el dominio abrumador de este modo de vida depredador que se llama capitalismo se debe a la ausencia de políticas que inventen una nueva experiencia liberadora. Que hoy la política esté a la “deriva”, sin “puntos de anclaje”, suspendida su “relación con la verdad”,  refleja que la carencia  de toda política ya está ocupando el centro de la escena. Y si eso ocurre no nos asombra que el capitalismo, tocado de alguna manera por la pandemia, saque a relucir su propia capacidad de hacer crujir a la civilización. Sin duda que lo hará,  pero no como un “nuevo estado de excepción propia del capitalismo”, como dice el autor, sino porque está poniendo una vez más en la  superficie su lógica y su matriz más íntima: la feroz maquinaria que lo retroalimenta constantemente.

Inventar Otra política.

Las declaraciones del presidente y de la vicepresidenta arriba citadas son, cuando menos, el certificado  por adelantado de otra frustración de los que declaran querer salir de este infierno. Porque en la realidad política de nuestro país, y formando parte activa de los partidos y movimientos sociales que forman la coalición gobernante, hay núcleos militantes -me refiero a La Cámpora– que piensan que ante el colapso del marxismo-leninismo ellos son el  relevo político de los proyectos liberadores.

Las revisiones lanzadas a la experiencia comunista fueron hechas desde una perspectiva más filosófica que política. Por ejemplo, aduciendo que en su universo teórico aún perdura un esencialismo propio de la metafísica; que el sujeto está preconstituído; que hay un determinismo rampante en sus desarrollos; que construyó una concepción del mundo que desplegó un universalismo sofocante que desconocía el mundo de las diferencias, etc. Estas observaciones fueron la moneda corriente de la “filosofía posmoderna”, que luego desembocará en la ideología reaccionaria de nuestra época sosteniendo un relativismo absoluto  y la destrucción de toda idea de verdad.

La crítica estrictamente política está (salvo esfuerzos aún precarios, minoritarios y muy desperdigados) ausente. Solo la derecha ocupó esa ausencia y dio su veredicto: la caída del comunismo es el triunfo de la democracia por sobre el totalitarismo y asistimos al fin de la Historia: no hay alternativa.

Sí, tiene razón la Tacher y los ideólogos del “fin de la Historia”: no hay alternativa: 1) el capitalismo no se discute, se impone por  su efectividad y 2) sólo queda (¡nos dejan!) la opción de elegir entre dos formas de Estado, la democracia o la dictadura para componer nuestra vida política con el único fin de gestionar lo inevitable: el capitalismo. Todo cierra. Nos encierra.

Querer insistir sobre la presunta capacidad del Estado para domesticar al capitalismo, es tan arcaico como los que insisten, desde la vieja izquierda marxista-leninista, en hacernos creer que nada sustancial hay que cambiar o reveer en el interior de la concepción política que tomó el poder en Rusia en 1917.

¿Cómo el populismo puede tirar por la borda el primer intento serio de organizar una política con el fin de voltear al capitalismo (y que forjó en la práctica triunfos que nadie puede cuestionar), y dejar intacto el viejo sueño del reformismo? Porque si la Historia es llamada para que de su veredicto tendremos que decir que es cierto que el proyecto comunista fracasó, (1917/1980) pero mucho más cierto es que hace más de dos siglos que el Estado se ha mostrado absolutamente impotente para frenar la maquinaria capitalista. Y aún más, el Estado ha sido el dispositivo que el capitalismo ha utilizado para sus proyectos más reaccionarios, y cuando en tiempos de crisis interviene para ya sea para socorrer a su banca quebrada (Lehman Brothers, 2008) o para darle al pueblo una limosna, (Estado de bienestar) siempre  ha sido dentro de la lógica de “dar algo para no perder todo”, que lejos de debilitarlo termina siendo un intervalo necesario para recuperar  y reorganizar su brutal dispositivo de despojo a toda la humanidad.

Mientras sigamos dentro del pensamiento de Hobbes que en el siglo XVII precisó cuál era la esencia del Estado moderno no podremos salir del pozo político en el que hoy estamos. Marx y Lenin, pese a su potente doctrina política revolucionaria, agotaron las posibilidades que ofrecía la doctrina del Leviatán “Hobbsiano”, propusieron la idea que así como el Estado servía para garantizar el orden establecido, también podía servir como el lugar y herramienta de transformación revolucionaria ni bien se desaloje  a las clases dominantes que lo ocupan.

Por eso se hace indispensable para cualquier proyecto político anticapitalista en serio poner la nueva invención política a distancia del Estado, y si abarcamos con el nombre de “política” a toda acción organizada del pueblo construyendo su capacidad política (que será su propia invención) con  pensamientos y principios igualitarios, esta capacidad kdeberá situarse a distancia del Estado, midiendo su potencia represiva,

La poliestado.

Para los que afirman que el corazón de toda política posible estriba en optar por dos maneras de gobernar-gestionar al capitalismo neoliberal: la forma democrática o la forma dictadura, les ha salido una piedra en el zapato.

Resulta que en el seno de lo que se llama “democracia” hace tiempo que han nacido innumerables maneras de producir chicanas jurídicas, trenzas institucionales, desplazamientos de personas, incuidos presidentes, avalanchas de “informaciones” absolutamente descabelladas, trabas de todo tipo para el funcionamiento de las instituciones, despedazamiento e injerencias mutuas entre los poderes constitucionales, negocios descarados que un puñado de oligarcas realizan apoyados desde el interior mismo del aparato gubernamental, falseamiento intencional de la realidad, etc., etc., formando un verdadero circo mediático en el que el pueblo, al que se lo invoca como el artífice y destinatario final de toda democracia, resulta ser el desecho final de este espectáculo.

Pero también aparecen personajes y discursos políticos que antes debían circular por fuera del circuito “democrático”, pero que ahora se pasean sonrientes y amenazantes pronunciando estampidos y disparates verbales dignos de la mejor tradición de los dictadores de antaño. Portadores de un racismo desatado y de cualquier “pudor por las formas democráticas”, se dan el lujo de desafiar la legalidad ocupando legalmente el poder y en nombre de la legalidad… Todo el mundo sabe a quién nos referimos.

Asistimos a un lento pero sostenido proceso de licuado de una diferencia que se instituyó para abrir una opción política sin otra alternativa que no sea elegir entre “dictadura o democracia”. Un juego mortal que se produjo al compás de dos circunstancias decisivas: 1) la caída y fracaso del proyecto comunista de derrotar al capitalismo; 2) la universalización del sistema capitalista considerado como destino inamovible de la humanidad.

Por esa circunstancia es que afirmamos que la existencia social contemporánea se la puede encuadrar como una época marcada por  cuatro circunstancias: a) sin políticas emancipadoras; b) vivida dentro de un lazo social mortífero; c) teniendo como único horizonte de futuro evitar lo peor; d) con el reinado de una ideología llamada “posmoderna” que ha destruido la posibilidad de todo pensamiento argumentado, sometiendo a las ideas que aún se osan emitir a un relativismo extremo.

Entonces es el momento de empezar a reinventar una nueva política emancipadora e igualitaria si no queremos seguir observando como víctimas impotentes o escandalizadas el desastre neoliberal. Ya no hay más excusas, hay que empezar a apostar por una nueva experiencia política liberadora.

Hay que mirar la descomposición de la falsa opción entre dictadura o democracia que actualmente se ofrece, como un proceso interno a ese mismo juego. Dejar de lado la clásica opinión que ve en esta confusión un avance de los totalitarismos. Pero diferente también de aquellos para quienes asumir el poder sin límite alguno es una finalidad que no van a abandonar  nunca.

Nosotros vemos a esa opción que hoy parece diluirse no como una alternativa,  sino como las partes integrantes de un jugo político reaccionario, que permite abrir una cierta flexibilidad para hacerse cargo de la gobernabilidad, por parte del Estado, de los innumerables conflictos que se desatan en el interior de una sociedad que marcha al paso del neoliberalismo. Y, al mismo tiempo, esa parodia de diferencia instaura un sentido común ampliamente difundido tanto por demócratas como por totalitarios, de que la política consiste pura y simplemente en la gestión del orden existente. Es decir: política = gestión.

Por eso estamos convencidos que lo que Aleman denomina como nopolitica es el corazón, la esencia misma de lo que hoy se llama corrientemente “política”. No es su desplazamiento, es su coronación.

Nosotros proponemos desarticular ese dispositivo y no tomar partido por alguna de sus opciones. De tal manera,  cada vez que se verifica que la famosa “democracia” puede extender sus brazos para alojar en su seno acciones, discursos, y personajes que tradicionalmente crecían en la orilla de las “dictaduras”, vemos ahí una circunstancia propicia para empezar a desenmarañar esta encerrona que nos condena a vivir sin política verdadera, en serio, emancipadora.

Por si aún es necesario describir esta encerrona, digámosla una vez más: a) el sistema capitalista es inamovible; b) la política se reduce a la gestión estatal de ese sistema bajo dos formas de gobierno: la democracia o la dictadura; c) los programas de gobierno no pueden aspirar a otra cosa que no sea liberar al sistema para que este se auto-regule y desate su impiadosa lógica (Milton Friedman), o tratar de “humanizarlo” para hacerlo más “racional” (John Keynes) ; d) todo proyecto de futuro consiste en evitar lo peor o elegir el mal menor; e) el pueblo, considerado como una víctima incapaz de tomar  en sus manos el destino de su vida colectiva debe resignarse, como un simple espectador, a elegir o aceptar al representante de turno. Así de jodidos estamos, a tal punto la política ha desaparecido que los únicos discursos que circulan en su lugar son los de esos dos economistas, ambos sostenedores a rajatabla del capitalismo.

Ahora bien, es necesario liberar a la política de esa cueva. También se lo puede decir de otra manera: ese entramado lejos de merecer el nombre de “política” no es otra cosa que un formidable obstáculo para impedir que circule alguna política digna de ese nombre. Y para nosotros más que “circule” debemos decir que pueda “crearse” una nueva política. Es indispensable empezar a abrir, aunque sea un poco, el mundo en el que vivimos y al horizonte que nos constriñe. Un poco de aire fresco. Propongo  empezar por dejar de llamar “política” a todo este dispositivo que nos asfixia. En su reemplazo sugiero (puede haber mejores) llamarla  “poliestado”.

Sí, lo que aparece disfrazado de “política” no es otra cosa que una operación por la cual la política se organiza alrededor del Estado para cumplir la función principal de todo Estado: ser el garante de la situación de la cual él es el Estado. En nuestros días la situación de la que el Estado es su garante es el capitalismo neoliberal. Exactamente igual que el Estado comunista era el garante de la sociedad soviética planificada por el Stalinismo.

De la misma manera que nadie llamará a un espectáculo televisivo que despliega un novelón a la hora de la siesta una obra de arte,  nosotros debemos empezar a calificar a este novelón político con el que se nos aturde y desmoviliza todos los días, con otro nombre distinto del de “política”. Por lo menos para ir liberado el terreno que hoy ocupa este dispositivo engañoso.

El que recorre todos los días los estudios de televisión, el que va a las casas a recolectar el voto de sus habitantes con la promesa de un programa que los va a beneficiar, el que busca que la justicia electoral le reconozca la personería de un partido y así constituirlo en un órgano más del Estado, el que piensa que el número de una votación electoral o en cualquier otro recinto, es el tribunal inapelable de una verdad política, etc., etc. En fin, el que despliegue el ritual que todos conocemos y padecemos diciendo que está haciendo “política”, hay que decirle que eso no tiene nada de política. Que él es un simple empleado o empleada de una maquinaria que produce la “poliestado”, cuyo fin principal es precisamente obturar que haya  política, es decir,  una acción y un pensamiento colectivo organizado para, como mínimo, impedir el funcionamiento, en la situación que sea, de la lógica del Capital. Ser un practicante de la “poliestado” es básicamente despojar la creativa del pueblo, de cualquiera, para someterla al orden y las reglas del Estado.

En una nueva era que esperamos se vaya abriendo para las políticas de emancipación debemos reivindicar a la política como una práctica autónoma, edificada sobre sí misma con su propio discurso y formas organizativas, una invención en la que los pueblos edifican, en distintos momentos históricos, su capacidad de luchar para hacer efectivo el principio de igualdad de toda la humanidad. Cuando no queremos que un espectáculo televisivo se confunda con una obra arte, lo que queremos decir es que no toda obra humana merece ser llamada arte. Por eso cuando proponemos llamar “poliesatado” al cachivache que hoy se disfraza de “política”, lo hacemos con el mismo convencimiento de preservar  la dimensión que debe tener la política si es, como lo sostenemos, la obra en donde se construye la verdad de la vida social de los pueblos.

La “poliestado” se diferencia de las políticas reaccionarias. Las políticas reaccionarias son ciertos movimientos creativos a los que recurre el orden constituido cuando en su interior irrumpe una nueva creación política destinada a modificar su imperio. Bien ganado tienen el nombre de “reaccionarias” esas políticas porque son una reacción dirigida a neutralizar el despliegue de una nueva política en curso. Así se abre el cuadro de una auténtica lucha política en la que se pone en juego la transformación o la conservación del statu quo. También podemos decirlo así: ante una política activa que amenaza a lo instituido, para defenderlo no basta con la fuerza y el peso del pasado, es necesario inventar una nueva “reacción” política, (una política reaccionaria) para instrumentar  y fortalecer la lucha por mantener el orden.

Pero nuestra época, luego del colapso de la secuencia de las políticas cuya matriz fue el marxismo-leninismo, el campo de la sociedad capitalista quedó desierto de nuevas invenciones políticas, más allá de promisorias luchas aisladas o resistencias fugaces. Nada oscurece el dominio casi absoluto del Imperio mundial neoliberal. Entonces, las políticas reaccionarias del pasado ahora se pudren, entran en una descomposición cuyo fétido aroma respiramos todos los días. La “poliestado” no tiene otra tarea que no sea gestionar lo que hay y poner todo su esfuerzo en luchas internas por grandes o miserables tajadas. La gobernabilidad pasa al primer plano para “resolver” todos conflictos a los que da lugar un sistema sostenido en una competencia salvaje de todos contra todos. La política, como la entendemos, queda fuera de todo foco y en su lugar emergen los desechos que se emparchan y combaten entre sí, en un campo abonado por una  subjetividad que han tejido en conjunto el neoliberalismo y la posmodernidad. En fin, todo lo que soportamos diariamente.

Por eso, dentro de este momento no muy alentador que atravesamos, en especial referido a nuevas apuestas políticas que nos puedan sacar del pozo en el que estamos metidos, es alentador que el mundo de la “poliestado” vea como se les derrite ante sus narices esa diferencia (democracia o dictadura), en la que encontraron un discurso medianamente consistente para armar el escenario que en pocos años desactivó a la política  y permitió la consolidación planetaria del capitalismo. Y no sólo su consolidación sino también su capacidad de colocar nuevamente en sus causes a esos desmadres sintomáticos e inesperados que de vez en cuando explotan sin previo aviso por todo el mundo (indignados, piqueteros, primavera árabe, etc.).

Declaración absoluta.

La política debe reinventarse. Después de las desastrosas consecuencias de la experiencia del comunismo que apostó al Estado y al Partido-Estado como el centro neurálgico de su proyecto revolucionario, hay que dar un golpe de timón. Pero este giro debe reafirmar un principio que llamaremos “absoluto”. Potenciado por el descalabro producido por la pandemia del Covid 19, ahora más que nunca ha emergido a la superficie el carácter irremediablemente destructor de la humanidad como tal que representa el capitalismo mundializado. En el frontón de toda política emancipativa debe estar este punto de partida innegociable.

En consecuencia: “No se puede tolerar más al capitalismo. Con su necesaria y única lógica salvaje de acumular riqueza en manos de unos pocos, somete irremediablemente al hambre, el despojo y la muerte a la mayoría de los pueblos del mundo. Animaliza todo lazo social humano, somete a la cultura y al pensamiento al grado cero de su existencia, al mismo tiempo que poco a poco está haciendo inhabitable al planeta en el que vivimos. Desata guerras y toma por asalto a pueblos enteros. Está sostenido por una inmensa red de dominación mundial que articula, además de su globalización económico-financiera, una hegemonía mediática e ideológica, un enorme poder técnico-militar y un reaseguro político garantizado por el Estado alrededor del cual succiona cualquier intento político para derribarlo. Acabar con este infierno depende absolutamente de cada uno de los seres humanos y la llave que proponemos es abrir una nueva experiencia política emancipativa e igualitaria, sin otra garantía que los efectos que recoja de su acción, pensamiento y organización. Ninguna política digna de ese nombre puede desplegarse si no se sostiene explícitamente en esta DECLACIÓN ABSOLUTA.”

Y no hay que ser cómplice. Esto hay que decirlo siempre y en cualquier lugar  que sea. No se puede seguir tolerando que camadas inmensas de intelectuales y dirigentes políticos o sociales, que algunos entre ellos murmuran en voz baja su anti capitalismo, y que nadie cuestiona su honestidad,  pero que frente a las cámaras de televisión o donde sea, gambetean esta verdad política absoluta, y se dedican a esgrimir sus firuletes argumentativos dentro de los dimes y diretes de un discurso carente de toda sustancia con el que el capitalismo se oxigena y respira al compás de la “poliestado”.

Esto no es “infantilismo”, ni “anarquismo declamatorio”, ni  tampoco el cómodo “revolucionario de escritorio”. Por el contrario, es la plena asunción de nuestra extrema debilidad, pero al mismo término la necesidad absoluta de cortar políticamente con el juego macabro de la “poliestado”. Y si es bien cierto que aún tenemos muy pocas cosas afirmativas en nuestras manos para ofrecer, por lo menos no debemos entregar esta capacidad irrenunciable de oponernos -aunque no haya aún surgido una nueva política revolucionaria afirmativa– de manera absoluta a esta forma social de existencia. La posibilidad de que se abra una nueva secuencia política emancipativa se va a demorar y entorpecer muchísimo más si no se grita de una vez por todas un ¡ya basta! a esta “realidad” que no hace otra cosa que condenarnos al eterno fracaso.

¿Y cómo se hace? Es una apuesta, compañero/ra. Es una creación y no hay receta escrita por nadie para enseñarnos cómo se hace para crear algo. No obstante van aquí algunas ideas: En nuestra época la política se debe afirmar así misma como la invención de una excepción interna a los lazos sociales establecidos a los que busca subvertir. Es un pensamiento y una acción organizada que se somete al principio de igualdad y lucha por la abolición de toda dominación. Su organización independiente se realiza a distancia de los imperativos del Estado, y su acción no representa a nadie sino que es la actividad colectiva de cualquiera que se articula por un lazo político al que le da consistencia un discurso político, que no es otra cosa que la soberana manifestación de lo que ella es y hace.

O sea:

                                                     Presentación

                                                     Organizada

                                                     Liberadora

                                                     Independiente

                                                     Transversal

                                                     Igualitaria

                                                     Colectiva                 

                                                     Apuesta

A juntarse y manos a la obra.

 

Raúl Cerdeiras   25-09-2020

Soplo y vibración // Peter Pál Pelbart

Conferencia sobre Antonin Artaud, ofrecida durante la “Ocupación Artaud” organizada por la Compañía Taanteatro en la Alianza Francesa de São Paulo en agosto de 2016. Cf. “Palestra de Peter Pál Pelbart: Artaud, Sopro e Vibração”.

La filosofía, desde Platón, siempre se esforzó en contraponer la oscuridad terrorífica de las profundidades con la serenidad de las alturas. Ese modelo puede haber variado a lo largo del tiempo, pero continúa siempre fiel a la preocupación de conjurar el devenir-loco de la materia a través de un expediente superior: las ideas, las esencias, los conceptos. Ser divino de la antigua metafísica, Yo trascendental, consciencia intencional, siempre fue preciso que una instancia unificadora se contrapusiera a lo sin-fondo del abismo. La amenaza era que “fuera de este Ser o de esta Forma” tendríamos el caos.

Ahora bien, ¿cómo superar esa dicotomía impuesta tanto por la filosofía trascendental como por la metafísica? Deleuze lo hace reivindicando la superficie como producción de sentido. “Lo más profundo es la piel”, dice Valéry. Pero hay seres en que esa superficie se derrumba. De ese derrumbamiento son testimonios mayores escritos como los de Artaud y Nietzsche. Éste, por ejemplo, en sus primeros años, aún discípulo de Schopenhauer, “hace hablar a Dioniso sin fondo, oponiéndolo a la individuación divina de Apolo y nada menos que a la persona de Sócrates”. El vigor de la escritura nietzscheana en la época sólo confirma, según Deleuze, que “fueron siempre momentos extraordinarios aquellos en que la filosofía ha hecho hablar a lo Sin-Fondo y encontró el lenguaje místico de su furor, de su informidad, de su ceguera”. Pero Nietzsche tuvo la peculiaridad de sustentar los dos extremos. No cayó en un abismo indiferenciado, sino que montó una máquina dionisíaca de producir sentido, lo que ya lo eleva al nivel de la superficie. Al mismo tiempo, no desistió de la tarea radical de escuchar el fondo, de hacer hablar a lo sin-fondo, con todas sus voces, ruidos y monstruos. Fue en ese gesto, dice Deleuze, que Nietzsche pereció. Pereció porque se sumergió en la mixtura de los cuerpos, incluso en la mixtura corporal sifilítica. Dilacerada por explosiones y desgarramientos, la superficie recayó en una “pulsación anónima en que las mismas palabras no son ya más que afecciones del cuerpo: el orden primario que gruñe bajo la organización secundaria del sentido”.[1] ¿Qué habría hecho Nietzsche, entonces? Alió la dirección descendente del loco (rumbo a la profundidad) y la ascendente del niño (rumbo a la superficie).

Parece que es siempre pendiendo de un hilo que Nietzsche puede hacer obra —producir un acontecimiento, un sentido, una superficie—, emergiendo de una inmersión abisal, y siempre con una bandera blanca en la mano, despedazada y salpicando sangre. En Nietzsche, Freud, Marx, Michel Foucault recuerda que ese movimiento es también una técnica de interpretación. Al criticar la profundidad ideal, Nietzsche estaría criticando la profundidad de la consciencia, denunciada como un invento de los filósofos. El intérprete nietzscheano, al contrario, debe descender “como buen escudriñador de los bajos fondos” (Nietzsche), pero con el fin de “restituir la exterioridad resplandeciente que ha sido recubierta y enterrada”.[2] El objetivo sería mostrar que la profundidad es un secreto absolutamente superficial, y descubrir que “no era sino un ademán y un pliegue de la superficie”. Lo que acontece, efectivamente, sólo cuando él, Nietzsche, puede “volver”.

Artaud, a su vez, en otro sentido, no es menos ejemplar. Dice, literalmente:

No amo los poemas o los lenguajes de superficie, y que respiran ocios felices y triunfos del intelecto, aunque se apoye sobre el ano pero sin poner ahí alma o corazón. El ano es siempre terror, y no admito que perdamos un excremento sin desgarrarnos por la posibilidad de perder ahí también el alma. Podemos inventar nuestra propia lengua y hacer hablar la lengua pura con un sentido no gramatical, pero es preciso que ese sentido sea válido en sí mismo, es decir, que surja del tormento.[3]

La crítica de la superficie se hace en nombre del cuerpo, y la reivindicación mayor es la de una palabra que sea física, que se efectúe, que ya no flote en la superficie inmaterial del sentido. La palabra debe descomponerse en sus elementos fonéticos, en pedazos ruidosos, em fragmentos alimentarios y excrementicios que amenazan, invanden, penetran, clavan. Sí, deshacerse de la gramática, dice Artaud —para poder deshacerse de Dios, diría Nietzsche—, pero si eso se vuelve un mero juego de palabras aún seguimos en la superficie. A menos que entendamos el juego de palabras en el sentido en que Freud lo utilizó para indicar la dimensión primera de la palabra, esto es, lo pulsional.

Se trata ahí del placer fonatorio, de la experimentación de la materialidad, de las pulsiones libidinales investidas en el lenguaje. Como en el niño, que en sus primeros balbuceos moviliza todo el cuerpo en una gesticulación global: el lenguaje es vivido entonces como puro dispendio gestual, júbilo muscular, polifónico y rítmico. El sentido viene secundariamente, como diferenciación interna de esa actividad y como represión progresiva de sus componentes somáticos y libidinales. Se sabe que los niños, al aprender una lengua materna, primero la “hablan” por intermedio de la gestualidad pulmonar, glótica y labial, produciendo una especie de simulacro, para después precisar y diferenciar los sentidos correspondientes a su lengua. “La lógica gestual del sistema fonemático prevalece sobre su uso comunicativo”, explica Michel Thévoz, agregando que, incluso después de adquirida la lengua materna, los niños realizan constantemente la experiencia libidinal del funcionamiento vacío del lenguaje. “Discurren por discurrir, por pura euforia elocutoria”. Sólo con el tiempo esa gestualidad, ese dinamismo y esa corporeidad de la materia sonora deberán trasladarse más allá de la barra que separa en nuestra cultura el significante del cuerpo fisiológico, o como dirían los psicoanalistas, los impulsos sádico-orales primitivos se subliman.[4]

Si aprovechamos esas observaciones sobre la prioridad pulsional de la elocución, no será para concluir que la palabra-loca consiste en una regresión al balbuceo infantil. Por ahora tenemos presente la advertencia de Deleuze en cuanto a la dirección ascendente del niño, rumbo a la superficie, en contraste con la dirección descendente del loco, rumbo a la profundidad. El loco no regresa a un estado infantil, sólo redescubre un proceso primario del lenguaje reprimido por el despotismo de la gramática y del sentido —y lo reutiliza a su modo. El lenguaje-cuerpo del loco puede ser un cuerpo sonoro y fonemático que, al transformarse en grito, aullido o soplo, no necesariamente tendrá relación con un sentido. Cuando Artaud, por ejemplo, dice: “Jusque là où la rourgue est à rouarghe a rangmbde et rangmbde a rouarghamde”, está haciendo, según Deleuze, una cadena de asociaciones entre elementos tónicos y consonánticos, en una región de infrasentido y según un principio fluido e indescomponible de la palabra impermeable. Aunque Rouergue sea la región de Rodez en que Artaud se encontraba, y rourghe y rouarghe indiquen ruée (‘riada’), roue (‘rueda’), route (‘ruta’), régle (‘regla’), se trata de signos vacíos de sentido, pero que se confunden con una acción o pasión del cuerpo. No sólo un significante redoblado sobre el significado o el referente, sino la abolición de la frontera misma. Cuando esa barra se borra, la misma escritura deserta del registro simbólico de las letras para encarnarlas, darles forma, insuflarlas, moverlas de lo abstracto a lo figurativo.[5]

La serie de las palabras se mezcla con la de las cosas. ¿Pero cómo abrazar ese movimiento sin zozobrar? Pregunta que Deleuze formuló a su modo, y que cito entera:

¿Cómo evitar que el trazado silencioso de la grieta incorporal en la superficie se convierta […] en una Spaltung profunda, y el sinsentido de superficie en una sinsentido de las profundidades? Si querer es querer el acontecimiento, ¿cómo no querer también la plena efectuación en una mezcla corporal y bajo esta voluntad trágica que preside todas las ingestiones? […] ¿Cómo no llegar a este punto en el que ya no se puede sino deletrear y gritar, en una especie de profundidad esquizofrénica, pero no hablar en absoluto?[6]

Habría un deseo imperioso de —en vez de dejar al acontecimiento flotar en la superficie incorpórea de las cosas— encarnarlo en la mezcla de los cuerpos. Abandonar la ascesis de la idealidad para romper terminantemente con la dicotomía metafísica a que nos habituó Occidente. Para el pensador, esa es la tentación más intensa y al mismo tiempo la más arriesgada: abrazar el devenir-loco de la materia. En otros términos, la tentación del pensador es vecina de la locura. Deleuze tiene razón entonces al preguntar si es posible, en el fondo, pensar sin enloquecer.

Pero esa pregunta remite a otra, que Artaud no se cansó de repetir: ¿es posible pensar? Como lo dice Artaud, la dificultad mayor no está en el método, ni en la técnica, sino simplemente en llegar a pensar alguna cosa. Pues el pensamiento, comenta Deleuze, implica “un impulso, una compulsión, que pasa por todo tipo de bifurcaciones […], que parte de los nervios y se comunica al alma”. Y concluye: “así, lo que el pensamiento está forzado a pensar es también su hundimiento central, su fisura, su propio «no poder» [o «impoder»] natural, que se confunde con la mayor potencia”.[7] Es otra imagen del pensamiento la que aquí se traza, sin certezas ni garantías. El pensamiento no es innato, debe ser engendrado en el pensamiento; es preciso que nazca el pensamiento en el pensamiento, hacer aquello que todavía no existe.

Artaud busca el pensamiento, pero dice todo el tiempo: “No puedo pensar”. Y gira en torno de ese punto doloroso: “Yo no puedo pensar”. El vaivén entre la parálisis y la reflexión, entre el estado petrificado y el movimiento, pone en marcha una máquina pensante liberada de todas las operaciones racionales, reencontrando la pura intensidad que precede al pensamiento. Es preciso rehacer el pensamiento, o hacerlo nacer a partir de la intensidad y como pura intensidad. Es preciso que el pensamiento “emita fuegos, aunque sean locos”. El pensamiento no es automático, no es natural —nace de un cuerpo metálico, frío, inmóvil y vacío, que puede entonces ser atravesado por todo tipo de fuerzas que, a su vez, desmontan el automatismo del pensamiento. Si el pensamiento es imposible, para Artaud, es porque en su espíritu la forma se quebró. Por lo tanto, ni formas, ni imágenes, ni representaciones, nada de aquello que ataría o escamotearía las fluctuaciones intensivas del ser. ¿Pero cómo componer un pensamiento en una tierra así devastada? De hecho, es otra imagen del pensamiento, sin forma, sin imagen, sin representación: el pensamiento arrojado al absoluto informe, la “matriz hirviente del inconsciente”, dice él. Por tanto, el pensamiento como vibración emocional o fluctuación de las fuerzas. El pensamiento como grado de vibración. Pensar entonces pasa a ser pesar los nervios, captar las vibraciones en el cuerpo —por tanto, pensar es indisociable del cuerpo, y esa frontera misma debe ser cuestionada. Pero, si pensar es indisociable del cuerpo, no lo es de ese cuerpo desorganizado y distribuido en partes, funciones y jerarquías, sino de otro cuerpo, que cabe justamente inventar, descubrir, extraer, en otra economía de las fuerzas, de los flujos, que abandona sus límites, que se manifiesta como onda gaseosa, tal como él la descubre entre los indios de México. El cuerpo debe ser esa vida animada que no conoce el límite, vida abierta a las fuerzas, que se figura como soplo y vibración. Cuerpo atómico, no anatómico.

Kuniichi Uno, un estudioso de Artaud que hizo una tesis con Deleuze, escribió bastante al respecto. Yo me permito vampirizar trechos de su tesis, titulada Artaud y el espacio de las fuerzas,[8] para profundizar un aspecto relevante de esa secuencia. Él insiste en lo siguiente: “Hay que colocarse en el grado cero del pensamiento para ser capaz de pensar”. Vaciar el pensamiento, el cuerpo, las palabras. Aparentemente, es una operación de nadificación. Pero, si la fuerza aparece inicialmente como fuerza de vaciamiento, la pregunta es: ¿cómo puede apropiarse de aquello que vació? ¿Será suficiente vaciar o agujerear? ¿Cómo devolver las palabras, el cuerpo, el pensamiento al campo de las fuerzas, y así recolocarlos en estado de eterno movimiento o de eterna vibración, de devenir?

Es donde aparece la función del signo. Los signos, como para los niños, son aquello que pone en relación sus propios cuerpos con los cuerpos de los objetos. Una palabra, una señal, un gesto, y ya el cuerpo del niño hace cuerpo con otro cuerpo. El lenguaje constituye, así, esa instancia que pone en relación; ella misma es una fuerza que el mundo arcaico o mítico conocía perfectamente. De ahí el rechazo del lenguaje como representación, como esa fina película que debe casi desaparecer para mostrar aquello que designa. No, dice Artaud, el lenguaje es algo incorporal que no debe ser apagado en favor de otra cosa. Si él sospecha del lenguaje es porque las palabras a veces se tornan demasiado etéreas, y el pensamiento debe ser corpóreo, y cada vez diferente, y sumergido en las fuerzas.

Artaud necesita desertar del lenguaje articulado para reencontrar en las palabras las vibraciones corporales. El lenguaje es como arrastrado al estado de pura intensidad, a lo informal de las fuerzas.

Un libro sobre Nietzsche sirve aquí de inspiración mayor —se trata de El círculo vicioso, de Klossowski.[9] El autor muestra cómo, en Nietzsche, la fluctuación intensiva es indispensable, y los signos no pueden congelarla o evitarla, a riesgo de abortar el movimiento. En Artaud, sucede algo semejante: a veces, las palabras congelan las fuerzas vitales; por eso es preciso poner todo el tiempo los signos en estado de vibración, en el umbral en que esos signos no interrumpan el vaivén entre la forma y las intensidades, lo consciente y lo inconsciente, de modo que sean el síntoma de esa vibración de fuerzas. Tal vez así los signos dejen de ser signos de alguna cosa para ser en sí mismos cuerpos que comunican con otros cuerpos, de modo en que el sentido no sea más que el movimiento del cuerpo.[10] Podemos retomar la expresión de Klossowski para Artaud: se trata de una semiótica pulsional. Pues los signos no representan nada; no significan nada, sino que presentan; comunican con otros cuerpos; son ondas indeterminadas, pero diferenciales, y see rebelan contra la fijación idéntica del lenguaje articulado. Así, el sentido de una frase está mucho más cerca del sentido en la acepción propia, a saber, aquello que se siente, y por tanto, la facultad de sentir, de lo que da significación o da representación. Las palabras captan las fuerzas y las vibraciones y comunican en su movimiento. Es en ese sentido que las palabras deben mezclarse con los cuerpos. Ellas tienen el aspecto incorporal, pero igualmente el corporal; esto es, soplo, acento, tartamudeo, escansión, todos los fenómenos que diferencian la sonoridad. Es preciso devolver la escritura a la voz, al soplo, a la vibración, a la potencia indeterminada.

Eso queda aún más claro en las cartas, dirigidas a un escritor en una relación más o menos afectiva, en donde la tartamudez poética aparece para más tarde resolverse en sonidos como pura intensidad. La tartamudez sirve para poner en tela de de juicio a las palabras, y también a la propia lengua como instrumento articulado, como lenguaje institucional. Como se ve, hay ahí todo un juego, o una transición entre la imposibilidad de pensar a través de las formas, las imágenes, los conceptos, hasta la posibilidad de pensar sin formas, de manera corporal y pulsional.

Finalmente, los signos en Artaud son líneas finas, lubricantes, fluctuantes, en movimiento. Y la aspiración de Artaud es volverse una línea impalpable, pero poderosa, indeterminada. Volverse una línea en vez de ocupar un espacio —esa es la geometría de Artaud, explica Uno. Sospecho que esa idea también le corresponde a Deleuze, que se pasó la vida entera hablando de las líneas, de las líneas de la vida; la línea, y no el punto; la línea que pasa en medio de las cosas, y no el punto que instaura el balance o el acabamiento. No hacer territorios en el espacio, sino volverse la pura línea que atraviesa la “geometría sin espacio”, ese es el modo de negar el espacio homogéneo organizado y de volverse puro movimiento, pura vibración. No repartir el espacio por medio de fronteras, sino, al girar la línea, crear otro espacio. Y si ese espacio creado no es homogéneo, es porque hay membranas que no paran de fluctuar, que no establecen fronteras fijas. En verdad, como los tímpanos, las membranas sirven más para instaurar diferentes grados, una gradación de intensidades. Por tanto, la membrana rechaza el juego de las oposiciones, entre vida y muerte, verdad y error, vacío y fuerza; ella sólo gradúa intensiva, vibratoriamente.

Si pensar no significa manipular operaciones formales, sino lanzar el pensamiento a lo informal caótico o a la matriz hirviente de las fuerzas, es a través de los grados de intensidad, de la escala de vibración de las fuerzas que se puede pensar, evitando el peligro de la caída de intensidad. Se trata de pilotear las ondas de esa vibración reencontrada en las fuerzas, de operar y rehacer los signos en la posibilidad plástica máxima del flujo original de donde ellas son extraídas. Así es como, en la vibración del cuerpo despojado de sentido, el pensamiento se rehace como flujo de fuerzas. Artaud, que rechaza las imágenes, rehace los signos a partir del sonido como pura vibración del cuerpo y de las cosas. Reorganiza los signos como flujo musical, rehace el pensamiento y los signos como variación de ondas sonoras de las fuerzas. Si, en la experiencia del dolor y de la angustia que caracteriza a la primera parte de la obra de Artaud, es posible decir: “Todo es cuerpo”, en la experiencia del teatro puede exclamarse: “¡Todo es flujo!”. En el universo del afecto, de las materias fluidas, donde todo es vibración, todo es flujo de fuerzas, sin imágenes ni formas determinadas, la diferencia sólo existe en la escala de las fuerzas, y es el soplo el que asciende y desciende las fases de esa fuerza, en variación continua. El soplo se vuelve grito. El soplo y el grito siguen y captan las ondas de las fuerzas. Es por el grito y por el soplo elaborados que el cuerpo se transforma en materia fluida y comunica con las fuerzas. Aprender el oficio de actor, por ejemplo, es saber captar las ondas de las materias y del cuerpo y elaborarlas —su grito, su soplo.

En el teatro, los signos no significan: vibran. Los signos son estados de los cuerpos o de las materias puestas en comunicación, el intercambio perpetuo de intensidades. Significan sólo fuerzas puras. Y el teatro sólo vale, para Artaud, si es apertura a las fuerzas puras. Es una especie de “atletismo afectivo”. Como escribe: “Así, por la agudeza afilada de los soplos el actor labra su personalidad. Pues el soplo que nutre la vida permite remontar sus estadios peldaño por peldaño”.[11] En verdad, el otro nombre del soplo es deseo. “Ahora bien, lo que en el cuerpo humano representa la realidad de ese soplo no es la respiración pulmonar, que sería para ese soplo lo que el sol, en su aspecto físico, es para la reproducción, sino ese tipo de hambre vital, cambiante, opaca, que recorre los nervios con sus descargas y entra en lucha con los principios inteligentes de la cabeza. Y esos principios, a su vez, recargan el soplo pulmonar y le confieren todos los poderes”.[12]

El soplo no proviene de los órganos, sino de un hambre vital. Creo que hoy, para nosotros, interrumpir en este punto es como cortar la sesión de análisis en el punto de mayor tensión, y dejar que ese corte interrogue.

Pero como no estamos en una sesión de análisis, agrego una última frase sobre la importancia de leer a Artaud hoy. Concuerdo con lo que escribió Foucault en su Historia de la locura: que Artaud es uno de los que borran la frontera entre razón y sinrazón, de modo que, en vez de medir a Artaud según la regla del mundo, considerándolo un loco o un desviado, él nos obliga a medir nuestro mundo según la desmesura de su obra.[13] Eso significa que nuestras más elementales certezas sobre la razón, la sociedad, el cuerpo, la cultura, sufren tal descalabro al enfrentarnos con sus textos que nos fuerza a repensarnos enteramente, a poner en jaque todo lo que nos parecía evidente, dado, necesario. Él desnaturaliza incluso lo que considerábamos la evidencia primera, desde el cuerpo hasta los poderes que nos rodean, incluso el poder del lenguaje y de la razón. Por eso, cuando lo leemos algo se nos quiebra, se pulveriza. Él decía que escribía para analfabetos. Habría dos maneras de entender esa frase. Una, como lo hizo Deleuze: escribe en el lugar de los analfabetos, en el sentido de dar una lengua a aquellos que no la tienen. Otra es la que propuso Évelyne Grossman: ante Artaud, nosotros somos analfabetos y estamos obligados a reaprender a leer. Incluso a leer el mundo.

 

Traducción: Enrique Flores

Revisión: Valentina Quaresma

 

[1] Cf. Gilles Deleuze. Lógica de la sensación. Trad. Miguel Morey. Madrid: Paidós, 2005, p. 93.

[2] Nietzsche, Freud, Marx. Trad. Carlos Rincón. Buenos Aires: El Cielo por Asalto, 1995, p. 39.

[3] Antonin Artaud. Lettres de Rodez. Cf. Oeuvres complètes IX. Paris: Gallimard, 1971. p. 184-185. [Cartas de Rodez. Trad. Carlos Riccardo. Buenos Aires: Desacierto, 2014.]

[4] Cf. Michel Thévoz. Le langage de la rupture. Paris: puf, 1978. pp. 154 ss.

[5] Cf. Gilles Deleuze. op. cit., p. 69.

[6] Ibid., pp. 113-114.

[7] Gilles Deleuze. Diferencia y repetición. p. 226.

[8] Kuniicho Uno. Artaud et l´espace des forces. Tesis inédita dirigida por Gilles Deleuze.

[9] Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso. Trad. Isidro Herrera. Madrid: Arena, 2004.

[10] No sin razón Deleuze puede decir: “El escritor emite cuerpos reales”. Cf. Gilles Deleuze. Conversaciones. Trad. José Luis Pardo. Madrid: Pre-Textos, 2006. p. 188.

[11] Antonin Artaud: “Un athlétisme affectif”. Cf. Oeuvres complètes IV. Paris: Gallimard, 1978. p. 129. [“Un atletismo afectivo”. El teatro y su doble. Trad. Silvio Mattoni. Buenos Aires: Cuenco de Plata, 2014.]

[12] Cf. Antonin Artaud. Héliogaballe ou l’anarchiste couronné. Oeuvres complètes VII. Paris: Gallimard, 1983, p. 220. [Heliogábalo o el anarquista coronado. Trad. Víctor Goldstein. Buenos Aires: Argonauta, 2006.]

[13] Michel Foucault. Historia de la locura en la época clásica. Trad. Juan José Utrilla. México: Fondo de Cultura Económica, 1976.

Todo terreno es político // Claudia López Mosteiro

 

El rastreo

 

                “El haber controlado ante cada caso confirmado el numero de contagios habla primero de la infraestructura del servicio de salud: poder testear aquí, hacer que el testeo fuera en el domicilio –desde los inicios– toda esa puesta en marcha del trabajo hizo que tuviéramos ante cada caso confirmado inclusive una disminución, en barrios donde las condiciones de vulnerabilidad son similares a otros de ciudades donde hay hoy mismo circulación intensa.”

“Son las condiciones de vida, y en los barrios el riesgo puede aumentar. Ese aumento está condicionado por la desigualdad. En ese escenario nosotros tenemos un sistema de salud y una presencia territorial que busca igualar, por eso fuimos críticos a esas concepciones que miraban la pandemia solo desde grandes centros hospitalarios y de intervenciones de las «camas críticas«. Es muy importante aumentar el número de camas, la ampliación de internación, pero también el desarrollo territorial. Cuando hay «clínica con vínculo sostenido» se puede ver de otra forma. Haber vacunado en el domicilio a los adultos mayores, a la población de más alto riesgo, haber llevado los medicamentos durante dos meses a la casa para que no se movieran, son elementos que ayudan a entender los resultados. Esa es la diferencia con un modelo que generó que muchas vueltas al domicilio provocaran más contagios en países donde había poca presencia territorial.

Leonardo Caruana, Secretario de Salud Municipal de Rosario.

Un sistema que busca igualar. Diario Página 12 –  Rosario 12. 7/6/20[1].

 

«Quizás nos concentramos mucho en los insumos y descuidamos un poco organizar el rastreo. Lo que pasa es que al principio no había evidencias de circulación comunitaria. Tal vez habría que haber empezado un poco antes«.

Gines González García. Ministro de Salud de la Nación. Diario La Nación. 14/6/20[2].

 

Cuidar

 

¿Dónde reside hoy el cuidado, el lugar protegido?

Se dice, en casa, o afuera pero con distancia y tapabocas.

Muchos equipos de salud salen en estos días desde sus lugares habituales de trabajo, hacia los barrios, villas, hoteles, a buscar a las personas que puedan estar enfermas o haber estado en contacto estrecho con alguien enfermo. Se trata de los lugares más desprotegidos, precarios, inciertos. Vamos deviniendo equipos todo-terreno: se suma a las tareas habituales, deshabituadas ahora, el trabajo cotidiano en los barrios. Algunos equipos ya lo venían haciendo, pero ahora se ha intensificado.

Los sabemos expuestos, nos sabemos expuestos.

¿Dónde, cómo, sentirnos seguros?

¿Bajo techo, en equipo, entre paredes, solos, protocolizados, acompañados, en red?

Como plantea Mario Rovere, la cuarentena es el primer nivel de prevención. Es una medida de Atención Primaria de la Salud; y éste es justamente el momento de desplegar la APS, no de replegarla.

 

En La Carbonilla

 

A partir de la detección de dos casos sospechosos de COVID 19 a fines de mayo en La Carbonilla, se decide que el CESAC 22 (Centro de Salud y Acción comunitaria), establezca una posta para la detección y seguimiento  de casos y de sus contactos estrechos, dado que es el Centro de Salud  más cercano al barrio, ubicado en La Paternal, que tiene una población de alrededor de seis mil habitantes.

La posta funciona todos los días, de 9 a 16 hs, incluidos los fines de semana, cubierta en dos turnos por todo el equipo de salud (administrativos, enfermeros, farmacéuticos, fonoaudiólogos, ginecólogos, kinesiólogos, médicos generalistas, odontólogos, pediatras, psicólogos, trabajadores sociales), organizado en grupos de entre cuatro y cinco personas cada turno, acompañados por promotoras de salud del barrio, para facilitar el recorrido y la llegada a los vecinos, y con apoyo de equipos de la Defensoría del Pueblo. Los primeros días –aún hacía calor- contábamos  sólo con un gacebo, luego se agregó un container; y hacia fin de junio se establece la base en una escuela cercana.

Mi primer día en La Carbonilla fue un sábado a las 8 de la mañana. Empezamos a armar el lugar, el gacebo, las mesas, sillas, el equipo de protección para vestirnos; era el tercer día de la posta. Mis dos compañeros médicos se van a recorrer el barrio con las promotoras, me quedo yo allí, con el equipo de la Defensoría.

A las 9.30 hs cae un joven de 16 años. Quiere saber si está bien; se siente bien, pero nos cuenta que su abuela está internada con COVID, su hermana de diez años también, y el padre está en el hospital acompañándola. Él se quedó solo en la casa. En ese momento pensamos que al ser contacto estrecho, aún asintomático, debía ir al hospital a hisoparse. Se lo explicamos, le dijimos que fuera a su casa a buscar lo que pudiera necesitar para estar un par de días en el hospital. ¿Hay tele? Nos preguntó. Y, ¿me van dar comida? Le dijimos a todo que sí, cruzando los dedos, confiando en que así iba a ser. Se fue a su casa y aseguró que en media hora volvía. Así fue, pertrechado con su mochila y un libro en la mano. Lo hacemos sentar en el lugar donde se espera el Corona-móvil, rebautizado coronabondi por una compañera. 

Me pongo a charlar con él, le pregunto qué libro trae. Me muestra: El concepto de la angustia, de Kierkegaard. Lo abre, trae anotado allí su número de teléfono –se lo habíamos pedido, no lo recordaba, y además su móvil lo tenía el padre-, y se ven unos dibujos, que cuenta que hizo su sobrino. Es como un libro-libreta, libro-cuaderno, de esas ediciones de tapa dura, azul.

Hay algo surrealista en este encuentro fortuito entre ese libro sobre la angustia, y las manos de un chico dispuesto a irse al hospital para estar con su familia y que le den de comer.

Charlamos un rato. “Mi mamá se fue a Perú, me abandonó,” es lo único que dice de él. Y que el libro se lo trajo una vez su abuela, junto con otros dos; y que “está bueno”.

Recuerdo que en estos días el presidente dijo Angustia es que el Estado te abandone. Otra vez, lo personal es político.

Finalmente se decide que como aún está asintomático no hay criterio para que se hisope. Se queda en su casa y lo pasaremos a ver en unos días.

A los seis días vuelvo a la posta, y nos toca ir a buscarlo, como a otros contactos estrechos de casos confirmados. Sigue asintomático pero esta vez sí se va a hisopar; está desayunando, lo apuramos, ya está por irse el móvil. Dice que su padre quiere hablar con nosotros, le decimos que venga, pero no aparece. Se trae a la posta su desayuno –arroz y fideos-; y lo bien que hizo, dado que el móvil se demora mucho. Cuando finalmente va a salir, me acerco a despedirlos, a él y a las otras personas que se van al hospital.

Todas solas, sin ningún familiar que los haya acompañado hasta la posta. Los saludo con la mano, como quien despide a alguien que se va de viaje. Mi compañero está al lado mío, no se da cuenta de que lloro. Pienso, qué suerte que con el barbijo, la cofia, los anteojos, la máscara, el camisolín, nadie se va a dar cuenta.

Me daba pena que se fueran solos, cada uno en un lugar del micro, distanciados. Sin saber si quedarían internados, cuanto tiempo, en qué condiciones. A su vez tenía la certeza de que estábamos haciendo lo que había que hacer.

Al rato apareció el padre del pibe, nos hizo algunas preguntas criteriosas; pero no llegó para acompañarlo.

Más tarde me di cuenta de algo obvio: la pena en una despedida es también del que se queda. Hay algo de la soledad, en cualquier despedida.

Estaba acompañada, y me sentía sola. Estaba sola, pero también me sentía acompañada. Por mis compañeros.

 

Adiós

 

Hace un tiempo Ricardo Klein me hizo este comentario a un texto que escribí sobre las despedidas: “Adiós era un saludo medieval que se decía cuando alguien se iba de la fortaleza protegida, o de la ciudad amurallada, hacia el afuera. Afuera donde no podía ser cuidado. Y el saludo, reducido hoy en el adiós, decía: A Dios te encomiendo -pues fuera de las murallas no puedo cuidar de ti-”.

En agosto se aprobó la Ley del derecho al último adiós, para acompañar a pacientes en contexto de pandemia.

Se habilitan los bares, las plazas, actividades comerciales e industriales, hasta se propone volver a clases a la intemperie. Pero aún no se habilitan los velorios y entierros.

¿Qué cuestiones se priorizan? Me pregunto cómo impacta en nosotros la imposibilidad de acompañarnos ante una pérdida, tener que contenernos el impulso natural, o mejor, la tradición cultural a estar allí donde juntos nos acompañamos en el dolor.

 

Nadie toca nada

 

Una psiquiatra cuenta que estando de guardia, llega en ambulancia una mujer de 59 años, pesa treinta kg, vive sola; como no contestaba el teléfono un familiar fue hasta la casa, la encuentra en estado de inanición; había estado dos meses en su casa encerrada, sin alimentarse; las paredes estaban todas escritas por ella, una típica situación de pequeño encierro -como las que solemos encontrarnos en el Programa AdoP-AdopI, de Atención Domiciliaría en Salud Mental-, añade la psiquiatra.

En el hospital se decide derivarla a su Obra Social, pero permanece internada durante dos días, dado que para ser derivada se requería el alta clínica.

La mujer no quería sacarse las botas, desconfiaba, quería irse.

Era el primer mes de la cuarentena, y parecía que tocar a un paciente podía desencadenar una tragedia; nadie quería entrar a la habitación; la mujer estaba extremadamente débil, se supone que quiso ir al baño a pesar de tener un pañal y la encontraron tirada en el piso: no se la podía tocar, la llaman a la psiquiatra -dado que estaba internada por salud mental- pero si se cayó, ¿fue acaso por su esquizofrenia? Había que esperar al camillero, que se vista de anticovid para levantarla; así lo hace y la dejan nuevamente en su cama.

Al día siguiente cuando se acercan para darle el almuerzo, la paciente estaba muerta. Al sacarle la ropa, la encuentran con su riñonera puesta, igual que las botas; recién ahí descubrieron que en la riñonera tenía una suma importante de dinero en dólares.

La psiquiatra se pregunta, en el hospital que siempre te roban cualquier cosa ¿cómo nadie se dio cuenta que tenía esa plata? Y además, nadie la había revisado.

Ahora, con el COVID,  nadie toca nada, concluye.

 

Los trabajos y los días

 

En “La vida y el trabajo deben continuar”  Sebastián Bartel, dice:

 

 “Freud invita a continuar trabajando. ¿Cómo continuar trabajando en un contexto como el actual? ¿A qué se refiere Freud con “trabajo”? Es un concepto que atraviesa su obra. Freud habla de “trabajo del sueño”, de “trabajo psíquico”, inclusive de “trabajo del duelo”. Hay una labor que es necesaria poner en práctica frente a determinados sucesos o acontecimientos”.[3] Diario Página 12.21/05/20

 

En estos tiempos se habla mucho de ansiedad, de cansancio. Y de que se sueña más.

Es que hay muchos trabajos psíquicos de los que ocuparse, algunos silenciosos, solitarios, como el del sueño y otros también colectivos.

Hay un esfuerzo en asimilar este nuevo mundo que habitamos.

Lo cual implica un duelo por lo que ya no está.

También hay un trabajo de anticipación, de prepararse para lo que se viene.

Sabemos que ha habido cambios, pero no sabemos bien cuáles; intuimos que hemos perdido cosas, y como en todo duelo, no es claro qué se ha perdido con esa ausencia; vislumbramos un futuro incierto y por lo tanto nos resulta muy cuesta arriba pertrecharnos para esa travesía.

Hace unas semanas me surgió esta pregunta: ¿cómo estar a la altura de lo que se nos va a requerir?

Entonces encontré una definición mínima de ansiedad, que nos da Daniel Calméls: estar aquí, queriendo estar allí [4].

Podría ser también algo así: añorar el antes, estando ahora; o querer ya habitar el mañana, cuando hay que atravesar el presente aún.

Sin siquiera saber lo que se nos va a requerir.

 

El camino es la red

 

Un compañero médico me dice: nunca vi tanto la fragmentación del sistema como con esta pandemia. Había ido junto a otros miembros del equipo del CESAC a la casa de un vecino que consultó por síntomas en su Obra Social, y a pesar de tener criterio de internación, lo habían mandado a la casa. El médico decide llamar él mismo a la Obra Social, y de esa manera activa el protocolo.

La fragmentación del sistema existe. Pero en cada intervención podemos trabajar para construir red, o no hacerlo; pero si no se hace, no es simplemente una omisión sino que seguramente se lo obstaculiza, o se mantiene y reproduce esa forma de hacer.

Nuestra tarea actual sigue siendo construir dispositivos que atraviesen transversalmente todo el sistema, que generen espacios y tiempos de articulación. La Red de Servicios tiene que poder atravesar y articular todos los lugares y sectores (público, privado y de seguridad social) del sistema de salud.

El seguimiento y acompañamiento de los recorridos –muchas veces inciertos y solitarios en estos tiempos de COVID- de las personas, se basa en la convicción de pensar los procesos de atención de la salud como continuidad de cuidados.

El trabajo no es sólo hacia, con, destinado a, los usuarios, si no a nosotros mismos, el propio sistema en el que trabajamos, donde no es que meramente estamos, si no que lo construimos y le damos sentido en cada uno de nuestros modos de estar allí.

 

¿Esenciales, héroes o qué?

 

Nos designan como trabajadores esenciales. A algunos les ha costado reconocerse en esa categoría, a otros ese ropaje les calza como anillo al dedo. A veces nos adulan como héroes.

Tal vez en estos meses se fue construyendo el sentido de lo esencial, de lo indispensable, de lo que no puede faltar, en aquello que hacemos; todo eso mezclado con la fatiga, la saturación, el temor, la incertidumbre, la certeza de que esa incertidumbre perdurará más de lo esperado.

Algo es seguro: de héroes, nada.

 

Fugaz

 

Una trabajadora social trata de conseguir un hotel para una familia que está en situación de calle. Cuando está a punto de lograrlo, la familia recibe diagnóstico de COVID  positivo y los envían a un hotel para permanecer en aislamiento. Con alegría le mandan fotos del hotel 4 estrellas al que los destinaron. Ella se agarra la cabeza –teme que se pierda la gestión que le llevó tanto tiempo-  ante esta felicidad pasajera.

Pero en verdad ¿cuál no lo es?

 

Mediocres

 

En estas últimas semanas asistimos a una mediocre y manipulada multiplicación de marchas anti cuarentena en muchos lugares del mundo. En España, un famoso que la convocó, llegó al colmo de no asistir.  En el centro de Buenos Aires, se celebra una quema de barbijos; algunos de los que lo ejecutan llevan uno puesto. Me pregunto si en cada una de ellas, los que allí concurren sabrán que están alimentando, produciendo y reproduciendo ese rencor, cuando lo que nos hace falta es que se vea muchos más cómo nos cuidamos entre cercanías amistosas.

 

Claudia López Mosteiro

Psicóloga 

Dra. en Salud Mental Comunitaria

Septiembre 2020

[1] https://www.pagina12.com.ar/270771-un-sistema-que-busca-igualar

[2] https://www.lanacion.com.ar/ciencia/coronavirus-gines-gonzalez-garcia-no-podemos-creer-nid2378952

[3] https://www.pagina12.com.ar/267136-la-vida-y-el-trabajo-deben-continuar

 

[4] ¿Qué nos está diciendo el cuerpo? Carlos Ulanosvky .El cohete a la luna. 17/05/20. https://www.elcohetealaluna.com/que-nos-esta-diciendo-el-cuerpo/

Guernica y la necesidad de desactivar la violencia // Diego Sztulwark

Guernica, de Emir Kusturika

 

En estos días me cuesta distinguir a Kafka de Benjamin. Un judío sin Estado está obligado a participar de la potencia común de quienes necesitan desactivar la violencia del poder. Así lo entendieron Judith Butler (¿A quién le pertenece Kafka?, Palinodia, 2014) y, mucho antes, León Rozitchner (Ser judío, publicado en 1967 y reeditado junto a Otros textos, por la editorial de la Biblioteca Nacional, a cargo de Sebastián Scolnik, durante la gestión Horacio González). El «nuevo abogado» de Kafka, que hace del derecho un puro objeto de estudio, se encadena con la poderosa Crítica de la violencia (Walter Benjamin, 1921), en la que el orden legal del Estado, y el poder coactivo del derecho, son duramente enfrentados como producción ilegítima de poder. En un texto tremendamente inspirador -y de no fácil lectura-, Benjamin articula una perspectiva a la vez teológica -la violencia divina destruye el poder coactivo, de fundamentos míticos- y política (los argumentos de George Sorel sobre la huella revolucionaria como disolución del estado burgués). La violencia pura, divina -o revolucionaria- tiene, para Benjamin, los siguientes rasgos: es 1) no sanguinaria, 2) fulmínea y 3) purificadora. Destructora de poder, no de humanidad. Es decir: 1) ataca al poder coactivo del orden injusto y no a la vida; 2) no es gradual ni se confunde con la violencia administrada del derecho; 3) expía y desculpabiliza al desligar a las personas de la obediencia legal al orden ilegítimo. En su ensayo, Benjamin siente la necesidad de refutar un «anarquismo infantil», despreocupado por la acción real, y el significado profundo de las cuestiones colectivas. Esto la lleva a Butler a aclarar que esta «violencia no-violenta» no es una recusación inmediata de todo orden legal, sino solo de la dimensión de injusticia que se impone como destino a los oprimidos. Resulta muy esclarecedor meditar sobre estas cuestiones, en días en los que el Estado argentino decide sobre qué hacer (desalojar o no) ante el fenómeno de la toma de tierras. Días en los cuales, además, el problema de la violencia reaparece en una confusión perniciosa (asesinato de jóvenes, amenazantes huelgas policiales). La crítica de la violencia propone las condiciones para distinguir la violencia que crea y conserva poder, de aquella otra que funciona en todo caso destruyéndolo. Esta distinción (que recuerda también las ideas de Rozitchner sobre la contra-violencia no asesina) es fundamental y se hace cada vez más importante. En oposición a la violencia que mata y desposee, hay una «violencia no-violenta», que no apunta a los vivos, sino exclusivamente a impedir la coacción desgarradora del poder. Con ella ha de comprometerse sin culpa alguna quien necesita componerse con lxs demás -crear un pueblo-, para crear una vida. Ese compromiso, en Benjamin, se llama Mesías.

El malestar en la cooltura // Julián Ferreyra

A propósito de los 90 años del texto freudiano: vigencia, críticas, urgencias.

       

 

El porvenir del malestar

El malestar… fue también el malestar de Freud. Lo escribió luego de un período de receso de escritura, probablemente a causa de su enfermedad. Fue hace 90 años, paradójica e inmediatamente después de concluir El porvenir de una ilusión. El anudamiento entre porvenir, ilusión y malestar resulta crucial para que el abordaje de este último no se degrade en control o normalización.

La apuesta freudiana es la construcción íntima y a la vez común de alguna clase de porvenir para el malestar, dignificándolo como lo más propio del ser hablante: el malestar de cada quien y de los pueblos incluye historia(s) y conflicto; nos confronta con lo que no está hecho para funcionar como una máquina: el deseo.

Es freudiano afirmar que no hay escisión entre deseo y malestar. Un “completo bienestar” sería únicamente homologable a la muerte, a un ideal demasiado mortífero.

 

Felicidad y malestar

El título original era “La infelicidad en la cultura”. Al no existir una traducción literal al inglés, en esa lengua fue publicado como Civilization and its Discontents, trayendo así un problema, un síntoma, estrictamente freudiano: equiparar cultura a civilización. En este sentido la anécdota permite esbozar algunas preguntas interesantes: ¿infelicidad es sinónimo de malestar? ¿No podría haber malestar aun estando-feliz? ¿hay hecho cultural sin malestar? ¿qué dispositivos sociales, comunitarios, afectivos y políticos para su tratamiento?

Dichos problemas son freudianos, aun cuando lo que él entendiera por cultura, o la cultura de su tiempo, incluya matices, cambios y diferencias cruciales con “nuestra” cultura. Otra época, otro tiempo, no obstante preguntas y problemas que incluyen rasgos humanos fundamentales.

El malestar… está vigente porque es una pregunta que interpela. Esto último es condición necesaria y deseada para la vigencia del psicoanálisis en su conjunto.

 

Sociología freudiana

Es un texto con horizonte social, una sociología freudiana: empresa fallida, pero que igualmente causó el deseo de un público mucho más amplio que los psicoanalistas o el “campo psi”. Freud produce una discusión en torno al hecho cultural, introduciendo una cuestión que a su juicio implicaba un antagonismo irremediable: las exigencias pulsionales, diríamos “individuales”, y las restricciones impuestas por la cultura. Por ello es que dicha sociología freudiana ─que implicaba también su propia neurosis e ideología─ aunque polemizara con las categorías de masa, individuo y sociedad les otorgaba al mismo tiempo consistencia. Se trataba de una curiosa forma de liberalismo, y de una aspiración contractualista un tanto ingenua.

En ese impasse inconciliable entre pulsión y cultura Freud ubica un denominador común: en ambas dimensiones se impone una exigencia, cuestión que le permite trazar cierto paralelismo que encuentra un cruce en la noción de Superyó: ese representante de la conciencia moral, que es al mismo tiempo tan íntimo y familiar como también testimonio de una determinada época.

Un Ideal que plantea reclamos y exige, importando esto menos una discusión moral que una pregunta ética con plena vigencia: ¿no será el malestar, acaso, un signo de cómo una determinada cultura exige, demanda y normaliza? Y si así fuera, ¿se trataría de eliminar el malestar, acallarlo, tornarlo dócil, funcional a determinados parámetros?

 

Ilusión o estupidez

Freud tenía una ilusión del hecho cultural y humano en la cual el Bien podría salir del Mal mediante alguna clase de proceso, natural en tanto psíquico. Una ilusión maniquea, neurótica; pero una ilusión que le permitió trazar un porvenir, incluyendo un tratamiento posible: el psicoanálisis. Porque para Freud las ilusiones son poderosas. Quienes dicen “no te hagas ilusiones” suelen ser los estúpidos, a quienes difícilmente un análisis cure. Recordemos que para Freud la estupidez resulta tanto o más costosa que la enfermedad. ¡Premisa demasiado vigente!

En un psicoanálisis se operan ilusiones, sobre todo la más difícil de soportar: la (des)ilusión amorosa y su relación al malestar. El psicoanálisis dignifica por ver y escuchar ficción y drama allí donde simplemente había miseria.

 

Nove(r)dad

Resulta tentador descubrir malestares específicos de nuestra época, pero quizás convenga abstenernos de esta actitud, en tanto comporta la necesidad por la novedad. Exigir novedad, originalidad o unicidad es justamente una exigencia nueva pero al mismo tiempo antigua. Un vino nuevo en un odre viejo, diría Freud.

¿Esto quiere decir que el malestar no adopta nuevos ropajes, nuevas configuraciones? Por supuesto que no. El malestar se actualiza en formas sutiles, sofisticadas, siendo una de ellas su propia renegación. Me refiero a esas formas del malestar que se presentan como su aparente contrario: los ideales de salud perfecta, de felicidad continuada y obligatoria, de productividad a como dé lugar.

 

Individualismo enfermo

El malestar… resulta urgente para evitar que el propio psicoanálisis ─o cualquier discurso psi─ devenga medicalizante, ya que no todo sufrimiento o dificultad implica trastorno, déficit o (psico)patología. Urge recordar esta cuestión en este tiempo pandémico: expresar malestar puede ser también un signo de salud.

Lo último es correlativo a una lectura crítica del texto freudiano, esto es, el problema de reducir el malestar a un asunto individual. Freud describe al menos tres fuentes de sufrimiento: el propio cuerpo y su decadencia, el mundo exterior y su eventualidad implacable, y las relaciones con los semejantes. Claro está, el individualismo como modo de subjetivación permitiría un subterfugio a esta última, pero no sin consecuencias: evitaría el sufrimiento que el otro, sobre todo el diferente, me implica, pero rechazando cínicamente toda forma de lazo. Ahorrándose el sufrimiento, diría Freud, se relega el placer de estar en comunidad.

De nuevo en pandemia, vale reivindicar las políticas y protocolos en salud mental que intentan cuidadosamente sostener ciertos encuentros con los prójimos en momentos de dolor, tales como los rituales y ceremonias en torno a la muerte de seres queridos. Esa reivindicación es también freudiana.

 

Malestar sobrante

Hay vidas más duras de vivir que otras, y al malestar intrínseco al hecho cultural es lícito y necesario agregar lo que Silvia Bleichmar planteara como malestar sobrante, particularizado en diversos colectivos y poblaciones. Además de la inexorabilidad del existir, se produce sufrimiento a causa de relaciones de poder y sujeciones históricas.

Quien ejerce el psicoanálisis debe, como invitaba Lacan, estar a la altura de la subjetividad de su época en este sentido. Un/a psicoanalista que no critica su realidad y la de quienes lo rodean no dista mucho de convertirse en un coach: aquel que pregona una neutralidad que le permite recostarse sobre laureles artificiales en la torre cómoda de la apoliticidad.

 

Resianálisis

La trampa de algunos discursos de época, individualistas y afines al neoliberalismo como modo de subjetivación, es persuadir de que lo injusto es necesario y que la respuesta “adaptativa” y valorada frente a ello debiera ser cualquier forma de la llamada “resiliencia. Resiliente sería quien se hubiera perjudicado con neurótica docilidad, sepultando la potencia de su malestar.

La apuesta ética del psicoanálisis no se estaciona cómodamente en una mera “aceptación” de lo injusto, sino en la posibilidad de quebrar cualquier forma del statu quo, transformándolo. Esto último, claro está, si y sólo si quien conduce un psicoanálisis dota a su práctica de una ética en este sentido. Lamentablemente existe un ejercicio cínico del freudismo que podríamos nombrar resianálisis.

 

Coolpa o solidaridad

No omitamos hablar entonces del malestar en la cooltura: nuevas culpas de viejas exigencias, modos new age con aparente signo positivo, coolpas. Porque no hay nada más culpógeno que el imperativo “¡viví sin culpa!”. Un superyó aggiornado que exige gozar, un hipsteryó afín a sofisticados dispositivos de control: por ejemplo, el emprededurismo de sí. Esta cuestión es central, ya que desde el texto freudiano la culpa constituye el problema más importante del desarrollo cultural.

En tiempos de profundas transformaciones socioculturales, políticas y sexuales, hay una idea fuerza de El Malestar en la Cultura que resulta casi indispensable: asumir y abrazar el hecho de que “ninguna regla vale para todes”. De esta manera, evitaremos generar un sufrimiento miserable y objetivante allí donde simplemente había malestar.

Este horizonte ético recuerda que no será desde la inoculación de culpas ni su aparente contrario, coolpas, el camino hacia un porvenir del malestar. Quizás tengamos una pista en una antigua más no por ello vieja idea, la solidaridad: eso que va más allá de una mera identificación, que no se reduce a altruismo ONGista ya que incluso atañe a la propia supervivencia.

Solidaridad es un concepto freudiano, ya que la felicidad no será sin los otros.

 

Julián Ferreyra escribió #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (La Docta Ignorancia, 2020).

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/292576-el-malestar-en-la-cooltura

La vida, la muerte // Entrevista a Jean-Luc Nancy por Daniel Alvaro

Acabás de cumplir 80 años en medio de una pandemia mundial inimaginable hasta hace poco tiempo atrás. ¿Cómo te sentís?

Estoy contento de haberme escapado hasta ahora del virus, ya que formo parte de las personas “de alto riesgo”, dada mi edad y, además, mi estado de trasplantado inmunodeprimido. Por supuesto que siempre he tenido y tengo mucho cuidado. Pero el hecho de haber cumplido 80 años es mucho más importante que el riesgo viral. Porque obliga a preguntarse: ¿qué significa eso? ¿Por qué es un cumpleaños rodeado de un aura particular? Terminé por pensar que esta edad, hoy en día, representa o simboliza una culminación: una vida culmina. Es decir que se está, de aquí en adelante, en la última línea recta hacia la muerte, por un lado, y por otro, que se puede considerar que se ha vivido y hecho lo que había para vivir y hacer.  

Desde luego que no puedo prescindir de seguir trabajando, escribiendo, explorando. Pero no es más una aventura a través de los océanos o las montañas. Es más bien una inspección de los límites del pensamiento y de la acción (porque escribir, discutir, publicar, intercambiar son acciones). Inspección de eso que siempre supo desembocar en lo inexplorable, en lo imposible, pero de lo cual ahora se siente vivamente la forma o el aspecto. La “desembocadura” da a un vacío cuya densidad se puede presentir y se busca rozar. Habría que escribir de otra manera, dejar escribirse de otra manera.

Sos una de las voces filosóficas mundialmente reconocidas que opinaron sobre la nueva condición social, económica, política y existencial en la que nos encontramos desde que el COVID-19 empezó a propagarse. A casi seis meses de la declaración de la pandemia, ¿cuál es tu evaluación general sobre la situación?

Como todo el mundo, constato que la extensión de la pandemia es potente en el espacio y en el tiempo. Que, en consecuencia, muchas de las dudas que algunos tenían al comienzo fueron desbaratadas. Ningún sistema de protección es absolutamente preferible ni fácil de elegir según las situaciones. Que las personas mayores sean, como desde el inicio, los más amenazados saca a la luz elecciones o preferencias culturales (o civilizatorias, palabra penosa) que no valen simplemente por su diversidad antropológica, sino más bien como marcadores de una opacidad de nuestra propia civilización tecno-económica mundial, para la cual la productividad y la aptitud para consumir son los primeros criterios de calidad de la existencia, seguidos por la aptitud a dejarse explotar y someter por las violencias tecno-económicas (lo que distingue aproximadamente a un cuarto de la población mundial de los otros tres cuartos).

Si somos sensibles a las preguntas suscitadas por esta situación, es por un reflejo que nos hace “respetar la vida humana” sin que seamos capaces de pensar lo que justifica ese respeto. De ahí que ese respeto formal sea vano y se adapte a la perpetuación de todas las conductas que agravan las desigualdades y las injusticias. No sabemos por qué el hombre es respetable, ni por qué los seres vivos en general son respetables, ni por qué se supone que hay una igualdad de todos los humanos, ni por qué la vida y la naturaleza en general deberían ser consideradas con precaución y moderación. Tenemos un discurso que flota en el aire y al cual nada le da carne ni sangre. Las grandes religiones han fallado en su misión, que era darle sentido a la existencia. La fe en el progreso técnico ha revelado hoy que ella es tan poco fiable como las religiones. Ha llegado el tiempo, muy claramente, de pensar esa ausencia de fundamento (de razón, de justificación, de finalidad, de sentido, como se quiera) en toda su amplitud y profundidad.

Se podría decir que en la actualidad sos el último sobreviviente de una corriente de la filosofía francesa contemporánea que se remonta a Georges Bataille y Maurice Blanchot, y continúa a través de Jacques Derrida y Philippe Lacoue-Labarthe, por solo nombrar a ellos. ¿Cómo vivís esa herencia? ¿Y cuál es, si tuvieras que arriesgar una respuesta breve, el gesto de pensamiento que todos ustedes comparten?

 

Ese gesto es precisamente el que designa el no-fundamento como la verdad de la que hay que hacerse cargo. Sin embargo, quiero agregar que esta tradición no es exclusivamente francesa, sino también alemana y, más ampliamente, que ella procede del corazón del pensamiento desde que la filosofía se separó de la mitología y de la sacralidad. Eso vale también para varias tradiciones de pensamiento orientales. Cuando Heidegger dice que el ser no es y cuando el Tao dice que el camino no es el camino, hay una proximidad cierta, incluso si ella va acompañada de una distancia enorme. Quiero decir que, en todo caso, la mundialidad de nuestra situación es cierta y no se reduce a la “mundialización” como despliegue del capital y de la técnica. Esta globalización produce sin haberlo querido una mundialidad que va a volverse contra ella y que ya ha comenzado a agrietar el “globo”.

¿Y tu propio legado? ¿Qué creés que heredás, filosóficamente hablando, y a quiénes?

Me tratás como si estuviera muerto… o como si hubiera escrito un testamento, lo que implica proyectarse más allá de la propia muerte. Y no estás equivocado, porque en efecto 55 años de actividad pública, docente y editorial inevitablemente forman una especie de conclusión. Pero los legados intelectuales siempre son descubiertos y, de cierta manera, constituidos por los sucesores –en el simple sentido de los que vienen después y revuelven la pila de textos, de grabaciones, de declaraciones para extraer de ellos lo que aún les parece “vivo”. (En otra época hubo un título-fórmula muchas veces repetido: Lo que está muerto y lo que está vivo del pensamiento de X.).

No puedo escribir un testamento filosófico porque la filosofía no es una propiedad. No hay “mi” filosofía, como tampoco hay una filosofía “de Derrida” o “de Badiou” (para mantenerme en la “corriente” que vos evocaste). Hay LA filosofía, es decir, el río que recoge miles de afluentes y que arrastra eso que ahí se sumerge de una sociedad, de una época, de ciertas lenguas y ciertas traducciones, de sensibilidades diversas y preocupaciones comunes. Cada pensador es un receptor de un aspecto de su tiempo.

Las herencias no son simplemente transmisiones de capitales. Cuando una herencia se reduce a eso, está perdida. Los herederos no saben qué hacer con ella, a menos que hayan retomado verdaderamente el espíritu del muerto. Esto es cierto incluso para las herencias materiales. Todavía más para las espirituales, si es que se puede hablar de herencia.

Por supuesto, yo vengo de Platón, Agustín, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Heidegger, Derrida, Deleuze, Lacan. Y de Rousseau, Schopenhauer, Marx, Nietzsche, Bataille. Pero también de gente que no tiene nombres célebres, de amigos, de profesores, de encuentros, de libros encontrados por azar –y de la guerra de Argelia, del fin del comunismo, del eclipse de Europa, de la era cibernética, etc. No soy identificable como esos grandes nombres o esos acontecimientos. Soy un contrabandista, paso de un tiempo a otro, del siglo XX al siglo XXI, del ateísmo seguro de sí mismo a la inquietud por otro “espíritu”, de un soplo a otro…

 

Traducción de Tomás Speziale

Para un urbanismo de la cooperación // Gustavo Diéguez

¿Quién se opondría a la cooperación?

El proyecto de ley denominado Producción Social Autogestionaria de Hábitat Popular (PSAHP) puede perder estado parlamentario si no es tratado en lo que queda del año.

En el contexto de la pandemia, y de la consecuente necesidad de atención inmediata a una buena parte de la población sacudida por las dificultades económicas, todas las acciones que suponen apartarse de ese foco parecieran tomar una importancia relativa y secundaria. Pero resulta conveniente poner en relieve lo que implica y lo que hay detrás de una ley cuyo nombre probablemente no expresa o representa para la ciudadanía todo cuanto implica.

La ley en cuestión promueve la posibilidad de cambiar el paradigma de la producción de viviendas a nivel nacional a través de que su construcción se pueda realizar también mediante “organizaciones sociales autogestionarias de iguales solidariamente relacionados (cooperativas, mutuales, sindicatos y asociaciones civiles), sostenidas en dinámicas funcionales participativas y decisorias, de carácter no delegativo ni asistencial.”

Ello implica que las organizaciones puedan administrar recursos del Estado para la “producción de bienes de uso para la materialización de derechos humanos básicos (trabajo, educación, vivienda y hábitat, salud y cultura) promoviendo e impulsando, a través del trabajo autogestionario, la confluencia de saberes, prácticas y capacidades en los planos materiales, intelectuales y afectivos.”

La normativa establece “la participación codecisoria de las organizaciones sociales autogestionarias en el ciclo completo (gestación, elaboración propositiva, implementación, evaluación y reproducción) de las políticas públicas” y formula el “respeto e inclusión de la multiculturalidad, la equidad de género y la biodiversidad.”

Entre las consideraciones y objetivos de esta nueva herramienta, inscripta en el concepto de hábitat y en el derecho a la belleza, se estipula la exclusión de la obtención de ganancias, la producción de carácter solidario sin patrones en su estructura de relaciones sociales y la concreción de los principios de función social de la propiedad. Se establece además el aporte de mano de obra solidaria o ayuda mutua para la conformación cierta del colectivo autogestionario y la generación de un campo de calificación laboral creadora de condiciones para la producción de empleo.

Este proyecto tiene un antecedente virtuoso en la Ley 341 promulgada en el año 2000 de alcance único para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que, a pesar de haber sido literalmente saboteada y desfinanciada a lo largo del tiempo, posee resultados exitosos para exhibir. Es importante señalar que en los veinte años de existencia de esa ley no hubo ninguna iniciativa concreta, ni en los ámbitos de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, ni a nivel nacional, dirigida a fomentar de este modo el pensamiento y la acción colectiva para la construcción de los entornos habitados. Quedó clara la decisión política de que ese sentido cooperativo de la autogestión de la vivienda no cobre dimensión, y mucho menos que los alcances de esa forma de vida sean promovidos y estimulados.

¿Cuáles son las razones por las que estas herramientas que alientan a la organización social son desalentadas? ¿Quién se opondría a la cooperación?

 

¿De quién son las ciudades? ¿De quién es el urbanismo?

“La ciudad es de todos”, es un lema que se suele escuchar pronunciado con mucha convicción. Es una frase de apariencia lógica, encarnada en el decir colectivo y ejercitada perversamente en la literatura del marketing político, cuya evidencia es su falsedad. Si realmente estamos de acuerdo con que la ciudad es el objeto en común de las comunidades, también lo debiera ser la decisión sobre el destino de sus transformaciones y las decisiones sobre su forma, su imagen de futuro y sus objetivos. Todo aquello siempre ha quedado en manos de muy pocos, precisamente quienes sostuvieron su constitución desbalanceada e injusta.

El fenómeno del actual crecimiento de las ciudades es la consecuencia de la satisfacción de los grandes capitales, que han logrado la financiarización de los núcleos urbanos, la expulsión o segregación de sus poblaciones y el acrecentamiento de las desigualdades, expresando con obviedad en su configuración, las mismas diferencias económicas y sociales que sobre las vidas de sus propios habitantes. Las ciudades, en sentido estricto, las metrópolis, no son otra cosa que la expresión construida de las inequidades.

Pero si la ciudad es nuestro organismo en común, ¿por qué motivo aquello que se conoce como urbanismo no forma parte de las conversaciones cotidianas de sus habitantes? Si las ciudades son una materia colectiva, ¿por qué razón el sentido común la volvió materia de especialistas?

Nos estaríamos equivocando si dejamos que se interprete al urbanismo como un territorio cercado solo para el desempeño de los profesionales del tema y, por lo tanto, lejano a nuestras posibilidades de incidencia y utilización como herramienta de comunicación y producción en la cotidianeidad. Los asuntos de la ciudad resultan indelegables.

Es igualmente inexacto comprender al urbanismo como una disciplina que opera solamente sobre lo que ha sido construido, sobre el campo de lo visible, sin considerar sus dinámicas inaprensibles, fruto de los vínculos y de la capa que provee la esfera de la información que se mueve a gran velocidad en las redes digitales.

¿De cuál urbanismo estamos hablando? Podríamos hablar acerca de una disciplina de orden y producción estatal y que, como tal, atiende a los intereses del bien común en las ciudades. Pero sabemos que no es así.

Ante el intento por responder a la pregunta genérica e introductoria sobre cómo se producen nuestras ciudades en la actualidad, no se tarda en comprobar que la arquitectura de la ciudad, operada por sus disciplinas profesionales, ha demostrado ser el dispositivo instrumental por el cual se vehiculiza la voluntad de un entramado constituido por la tensión ecosistémica entre las corporaciones agroexportadoras, industriales, inmobiliarias, tecnológicas y financieras; cuyas agendas de acción urbana están instaladas como sentido común a través del manejo concentrado de los medios de comunicación y del manejo de las redes. El ejercicio del poder político institucional del Estado establece en cada caso un mayor o menor grado de resistencia en la concreción de sus objetivos, pero esos islotes que componen la estructura estatal flotan aislados en la “fluidez” del contexto neoliberal que los envuelve.

Lo cierto es que la vida del común en las ciudades y el poder de decisión de las personas quedaron relegados a esa superficie prefigurada que en algún sentido nos predetermina, coordina nuestras percepciones y organiza nuestras formas de vida. El ambiente se modela entonces a consecuencia de esas lógicas que atienden a la producción de riqueza concentrada sin considerar los desequilibrios que ocasionan.

Para los principales hacedores de este escenario tal parece que no quedan chances estructurales de que exista un lugar necesario y con algún nivel de prioridad para las formas de solidaridad o cuanto menos para aquellas dinámicas sociales que produzcan excesos de significados que nos permitan progresar a nuevos sentidos. La idea de participación ciudadana no solo se ha desgastado en sus posibles significados, sino que el formalismo de su manejo desde los organismos de gobierno ha posibilitado que se hayan vuelto prescindibles los procesos de decisión horizontales.

Todas estas imágenes y definiciones que alientan a la lejanía, son parte de una verdad instalada basada en la cristalización de esta palabra, urbanismo, en total ajenidad con la vida en común y mucho menos con la posibilidad de una institucionalización confiable de los mecanismos de cooperación como herramientas de producción urbana. Por muchos motivos antes expuestos ha sido conveniente que su implicancia este lejos de nuestro alcance.

Pero para que la metrópolis, en tanto “fenómeno irreversible” en palabras de Negri, sea aún de nuestra incumbencia, hay palabras que merecen ser reapropiadas, que deben ser incorporadas a la vida cotidiana, a los intercambios personales, a la posibilidad de que se asocien con los proyectos colectivos como una necesidad vital.

Por ello, y casi desde una definición arcaica, vale afirmar que el urbanismo es una disciplina que sería más sencilla de identificar en sus objetivos si se resumiera a ser definida como “la vida en común”, la disciplina de la copertenencia mutua.

 

Individuos, ciudadanos, consumidores, vecinos, plebeyos. Nosotres.

 “Cuando los occidentales se definen hoy despreocupadamente como demócratas, no lo hacen, la mayor parte de las veces, porque tengan la pretensión de cargar con la cosa pública en las labores cotidianas, sino porque consideran, con razón, que la democracia es la forma de sociedad que les permite no pensar en el Estado ni en el arte de la copertenencia mutua.” Peter Sloterdijk. En el mismo barco.

Sloterdijk publicó el citado libro en 1994, al mismo tiempo en el que Ignacio Lewkowicz escribía el ensayo que da inicio a su libro Pensar sin estado, la subjetividad en la era de la fluidez. En Del ciudadano al consumidor, La migración del soberano, Lewkowicz pone su atención en la aparición de la figura del consumidor en el artículo 42 de la reforma constitucional de 1994. “En el fundamento de nuestro contrato no hay sólo ciudadanos; también hay consumidores.” De esta manera la figura no solo tomó rango constitucional, sino que con ello una consistencia discursiva que de alguna manera abonó un camino de opacidad y de disolución de la figura del ciudadano como sujeto de la conciencia política, de la conciencia moral, de la conciencia jurídica, en definitiva, sujeto de la conciencia nacional. Para un Estado técnico-administrativo como el que estaba a la vista por entonces, el consumidor como sujeto ha resultado ser más efectivo, a partir de su determinación en primera instancia por lo económico. “La soberanía no emana ya del pueblo sino de la gente. La gente ya no son los ciudadanos sino los consumidores. Si el consumidor se inviste como soberano, la ley será la ley de consumo.”

Si recuperamos desde un extremo lejano el relato de Borges en Nuestro pobre individualismo, donde caracterizaba al argentino como un individuo y no como un ciudadano; podríamos extender la cadena de sustituciones en espejo en el texto de Lewkowicz, en un proceso de mutación del ciudadano en un consumidor. Y bajo esa condición sería posible interpretar una de las bases sobre la que se sustenta la figura del actual sujeto reclamante, cuya investidura ha cobrado fortaleza desde el entrenamiento provisto por plataformas tales como los foros de los diarios online o Twitter, campos de actuación pública que han llevado la situación hasta sus confines al constituirse como una forja placentera para odiadores. 

Lo que nos dejan los años recientes en lo que a reconversiones discursivas se trata, es que la figura del consumidor en ese plano de lo económico no se detuvo y ha logrado desplegarse en la noción del “vecino” en lo relativo a la dimensión urbana de sus incumbencias.

En la tarea de contrastastación de las subjetividades que habitan la democracia, todo conduce hacia la misma pregunta desafiante que se hacía Lewkowicz en aquellos textos y que sigue atravesando los pensamientos de quienes se refieren a la condición de la metrópolis como campo de actuación. “¿Cómo se constituye un sujeto responsable sin compartir un conjunto de ideas, una condición de clase, unos axiomas o unos valores, sino un problema o un encuentro?”.

La mayor ansiedad latente radica en poder desentrañar cómo se constituye con todo eso un otro “nosotros”, posible, aunque de base inestable y en proceso de cambio permanente, que atraviese las diferentes formas de organización, de pensamiento y de resistencia. Un nosotros que agencie a la ciudad como territorio común.

Esa preocupación se verifica también en los textos de Toni Negri en los que analiza las relaciones de dominación extractiva en las metrópolis. En Inventar el común de los hombres, sus palabras operan dentro de la aspiración de que la democracia funcione como “gestión común del común”, donde nosotros “no es una posición o una ‘cosa’, en esencia, que pueda fácilmente declararse como pública. Nuestro común no es nuestro fundamento, es nuestra producción, nuestra invención continuamente reiniciada. Nosotros es el nombre de un horizonte, el nombre de un devenir.” En este sentido, el común está concebido como una máquina de diferencias en tanto que es producto de la multitud.

Reside tal vez allí el punto de contacto y de tensión con la referencia que Lewkowicz hace de una cita de Diego Tatián para la idea de comunidad: “nosotros no es un lugar al que se pertenece; es un espacio al que se ingresa para construirlo”. Quizás por eso el mismo Lewkowicz asume que no termina de comprender quiénes componen ese nosotros y expone su incertidumbre. “Quizá nosotros no sea un conjunto de personas sino una configuración subjetiva de los pensamientos en una circunstancia”.

La aparición del libro La ofensiva sensible reavivó esa reflexión compleja en la caracterización de lo que Diego Sztulwark llama el reverso de lo político, y de la condición de lo plebeyo como parte de la multitud contemporánea en su relación con el espacio y con la tierra. Desde una lectura de la colonización y la estatalidad en tanto heredades constitutivas y fundantes, lo plebeyo está atravesado por la cuestión territorial. “Entendemos por tierra la potencia de reunir elementos y de alojar; la tierra es aquello que hace de suelo y que adquiere su forma de relación con el acto de poblar. Al ocupar la tierra, se la puebla: con ella como suelo se establecen vínculos con otros, se ponen en juego modos peculiares de tomar el espacio (de repartición y de distribución) y modos de pensar (de reglas, de ritualizar, de representar)”.

 

La tierra como necesidad, demanda y potencia quedó expuesta literalmente en tiempos de pandemia. La toma de Guernica es un emergente visible y representativo a la vez, un caso dentro de los incontables movimientos e impulsos constantes mediante el cual se pone de manifiesto la reacción a la constitución excluyente de las metrópolis, que se redimensiona ante la situación simultánea de grandes extensiones de territorios incendiados intencionalmente para favorecer su explotación. Ese par de acciones sobre el suelo constituyen una parábola perfecta  para comprender la necesidad de “territorializar el concepto de multitud” que invoca Negri y tratar de comprender que las leyes en ambos casos no construyen ni el ambiente ni la vida en común.

Volviendo sobre el aspecto de coyuntura que dio inicio a este texto, esto es, la citada ley en espera de tratamiento; también podemos pensar que las leyes no alcanzan, que no ofrecen suficiente garantía para las transformaciones necesarias, o cuanto menos para que la expropiación de la cooperación común no se siga reproduciendo. Por el contrario, el capital bajo bandera neoliberal ha demostrado que no necesita nuevas leyes, ni depende del todo de ellas para seguir multiplicándose y empobreciendo.

Los hechos anticipan a las leyes. A su vez, las leyes y dispositivos se ponen a distancia. Sin embargo, este citado proyecto de ley que intenta una renovación en la producción de las ciudades, si bien corre por detrás de las demandas urgentes, no deja por ello de ser una importante señal para componer una reversión del sentido que permita construir formas de vida mutualistas y autogestivas. Como sostiene Negri, “ahora es necesario que los ciudadanos se descubran como productores del lugar que habitan. Que tomen en sus manos las llaves de lectura, construcción y de acción de -y en- la ciudad”. Es necesario ir contra la mistificación del conocimiento de la ciudad, hacia una emancipación del cerrojo impuesto a los temas del urbanismo desde la implementación de herramientas colectivas para la imaginación urbana y el acceso efectivo e igualitario del uso del suelo, basados en las lógicas de la cooperación y en la ganancia de más herramientas para la construcción de nuestros ambientes.

Imagen: Para un urbanismo de la cooperación por Josefina Bustos @josefina_bustos 

El conflicto por la tierra en Guernica // Edipo

COMPLETO EN PDF AQUÍ

Este informe fue hecho en la urgencia. La intención es producir un insumo útil para quienes en medio de la vorágine que implica una toma de tierra, deben construir una estrategia que les permita atravesar de la manera lo más inteligente y digna posible, el campo minado que el sistema político, judicial y mediático les ofrece.

Se trata de construir, en tiempo real, un mapa de los distintos actores que procuran imponer el desalojo como única solución posible a la ocupación que tuvo lugar el 20 de julio en el barrio Villa Numancia, de la localidad de Guernica, partido Presidente Perón. Más de dos mil familias sin techo se instalaron en un predio de menos de 100 hectáreas. Un aluvión imparable empujado por la necesidad, en medio de la pandemia y el frío, en el marco de la peor crisis que el país recuerde en mucho tiempo. Dos meses después se anuncia la intervención represiva del Estado, que acude en auxilio de quienes más tienen.

La reacción habitual de quienes nos solidarizamos con aquellos que luchan por sus derechos consiste en difundir y potenciar su vozsus razones, sus reclamos. Y está muy bien. Pero muchas veces no dedicamos el mismo esfuerzo a conocer quiénes son sus enemigos. Ese es el objetivo de esta humilde contribución.

Sin más preámbulos, pues el tiempo apremia, vamos al grano.

 

capítulo 1: cartografía de la desigualdad

El siguiente mapa muestra la disposición de los barrios que se formaron a partir de la ocupación iniciada el 20 de julio, y su correspondencia con las parcelas de quienes reclaman ser dueños u ocupantes legítimos. El sector “20 de julio” fue el primero en conformarse, durante el día inaugural de la toma. Al difundirse la noticia siguieron llegando familias sin vivienda y así surgió el sector “San Martín”. Después vino “La Lucha”. Y por último “La Unión”. Fueron cuatro días de ocupaciones constantes, hasta que ola se detuvo por la intervención de personas armadas que impidieron a los tiros la expansión.

capítulo 2: los dueños de la tierra

Para la mirada predominante, que es también la oficial, las principales víctimas de este conflicto son los propietarios de la tierra. Pero la toma de Guernica es un ejemplo testigo de cuáles son las fuerzas que colisionan en la disputa: de un lado, miles de familias que precisan un lugar para vivir; del otro, los artífices de un modelo de desarrollo para muy pocos, que se expande gracias a una alianza entre los desarrolladores inmobiliarios y las autoridades municipales.

 

1. el bellaco sa

Del territorio ocupado por las famillias sin techo, la parcela más extensa pertenece a El Bellaco SA.

Esa empresa posee una superficie de 360 hectáreas, donde ya comenzó la construcción de un fastuoso complejo de barrios privados y clubes exclusivos. Los terrenos ocupados afectan a 60 hectáreas, es decir un sexto del total.

A pesar de las dimensiones del emprendimiento denominado Country San Cirano, El Bellaco dejó de pagar el impuesto inmobiliario en 2018 y registra deudas ante la Agencia de Recaudación de Buenos Aires (ARBA) por 970.959 pesos, según consulta realizada el 15 de septiembre de 2020.

Un año más tarde, en junio de 2019, la empresa dejó de aportar al seguro y a la obra social de sus empleados, motivo por el cuál en febrero de 2020 la aseguradora Experta ART rescindió su cobertura.

El presidente y al mismo tiempo representante legal de El Bellaco S.A. es Gervasio Pérez Pesado, miembro de una familia tradicional de La Plata. Su papá jugó en el Club de Rugby Los Tilos, mientras que él y sus hermanos pertenecieron al Santa Bárbara Hockey Club.

También integran el directorio de El Bellaco, José Alfredo Pizone (vicepresidente), Diego Guillermo Aidenbaum, Tomas Francisco Pizone y Jorge Daniel Szuster como directores titulares, y Hugo Alfredo Wainerman, Dagmar Szuster, Rogelio Isaac Jelen y Lucas Ezequiel Aidenbaum como directores suplentes.

El origen de la empresa nos remonta a 2006 y nos traslada a la provincia de Santiago del Estero, donde el objeto social era la actividad agrícola y ganadera (quizás sus fundadores hayan contribuido a la expansión de la frontera agropecuaria sobre territorios campesinos). Pero en 2008 ingresa a El Bellaco el empresario Ricardo Alberto Calderwood, y la sede social se traslada a la Ciudad de Buenos Aires, modificándose también su objeto social: ahora el negocio consiste en “realizar toda clase de operaciones inmobiliarias”. Poco después la empresa quedará en manos de los actuales propietarios.

Calderwood, quien desde 2017 es miembro honorario y vitalicio de la Sociedad Rural, también figura como vendedor de las tierras que actualmente reclama El Bellaco, en este caso en sociedad con Osvaldo Norberto Bordacahar y Desplats, apellido este último que volveremos a ver a continuación.

 

2. liorsel sa

Nidia Edith Desplats es la otra denunciante de peso en la causa, aunque sus propiedades no han sido ocupadas. De 66 años, es presidenta de la firma LIORSEL SA, y titular de un amplio terreno de 350 hectáreas que conforman la finca El Trébol, lindante con los terrenos de El Bellaco.

Desplats declaró que “el 21-7-20, alrededor de las 8:30 horas, advirtió que se encontraban cortando parte del alambrado perimetral de su propiedad (100 metros aproximadamente)”. La misma denuncia fue radicada por su hijo Guido Giana, actualmente concejal de Presidente Perón por Juntos por el Cambio, uno de los más activos promotores del desalojo y de la criminalización de las tomas de tierras.

En sus redes sociales también destacó “el trabajo que está haciendo Alejandro Carbone, Secretario de Seguridad de #PtePerón, el Sub Comisario de la Comisaria 1 de Guernica Emanuel Suárez, la Jefa de la Policia Local, María Laura Suárez, la UFI N°1 de #PtePerón, al fiscal Juan Cruz Condomi Alcorta y el equipo de la policía bonaerense, pero es fundamental que el Gobierno Provincial y Nacional den señales claras”. El Concejal del PRO explicita de esta manera el consenso casi unánime de la totalidad del sistema político municipal, que incluye a todos los partidos políticos con representación en la Legislatura, y a los agentes judiciales.

Giana fue gerente financiero del PAMI durante la gestión de Cambiemos a nivel nacional y provincial. Y en febrero de 2020, fue designado personal de planta en el ministerio de Desarrollo Económico y Producción de la Ciudad de Buenos Aires, con un sueldo de 8500 unidades retributivas (equivalentes a unos 150 mil pesos).

 

3. otros propietarios

Vilma Alicia Enriquez dice ser propietaria de varias manzanas contiguas al campo de El Bellaco SA, desde hace cuarenta años. María Jacinta Medina Romero manifiesta que uno de los terrenos ocupados fue cedido por “el señor Mujica” para construir una Iglesia con ayuda de los vecinos, pero hasta el momento solo se había instalado una capilla con la imagen de la Virgen de Caacupé. Por último, Andrés Ríos asegura que es benficiario de un acuerdo transaccional de cesión de derechos posesorios sobre varias parcelas ubicadas en la zona.

 

capítulo 3: mapa de actores judiciales y políticos

El 20 de julio tuvo lugar la ocupación de los terrenos que hoy conforman la toma. Pronto los propietarios hicieron denuncias policiales y presentaciones judiciales que dieron origen a la Investigación Penal Preparatoria (IPP) N° 06-02-002138-20/00. El agente fiscal a cargo es Juan Cruz Condomí Alcorta y el juez que interviene es Martín Miguel Rizzo. La mayoría de las familias que participan de la toma están representadas por el defensor oficial Juan Pablo Stasi. Y dos personas tienen de abogados a la Asociación Gremial de Abogados y Abogadas de la República Argentina, cuyos defensores son María del Rosario Fernández y Eduardo Néstor Soares. También pidió intervención la asesora de menores Laura Ozafrain.

La Investigación se dirime en el departamento judicial de La Plata (una de las 19 áreas en las que está dividida la justicia provincial).

 

perfil político del fiscal juan cruz condomí alcorta

Es abogado, docente de la Universidad Católica de La Plata y fiscal de instrucción desde el año 2007, habiendo pasado por distintas dependencias del Ministerio Público del Departamento Judicial de La Plata.

Fue nombrado por la entonces procuradora de la provincia María del Carmen Falbo y el gobernador Felipe Solá (2002-2007). En el entorno judicial se menciona que su designación fue apadrinada por Luis Genoud, exministro de Seguridad durante la primera etapa de la gestión de Felipe Solá y sindicado como un artífice del poder más conservador. En el 2009 Genoud asumió como miembro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.

En cuanto a Condomí Alcorta, pertenece a una familia tradicional de la elite platense. Su último domicilio del que existe registro está ubicado en el barrio privado San Joaquín.

En el 2013, siendo titular de la Unidad Fiscal Institucional (UFI) #5, fue denunciado penalmente por el delito de encubrimiento e incumplimiento de los deberes de funcionario público en relación a la identificación de cadáveres luego de las inundaciones en la ciudad de La Plata. Dicha denuncia no prosperó.

En 2017 llevó adelante la investigación contra el intendente Mario Secco, de Ensenada, quien habría ingresado al recinto de la Cámara Legislativa de La Plata con varios militantes.

Ese mismo año se conoció una denuncia según la cual le fueron sustraídos varios caballos de polo en un campo de su propiedad.

En 2018 intervino en el conflicto que llevaban adelante los trabajadores de Astillero Río Santiago, asumiendo una postura persecutoria y particularmente agresiva.

 

breve cronología del conflicto judicial

20 de julio: Inicio de la ocupación.

24 de julio: El juez dispuso una medida cautelar para que no ingrese ninguna familia más.

31 de julio: El fiscal, luego de tomar declaración testimonial y recibir documentación de un puñado de personas que alegan la posesión de los terrenos que ahora conforman los cuatro sectores de la toma, solicita el desalojo.

7 de agosto: El juez dicta el desalojo. Ese mismo día la/os abogadas/os defensores apelan la resolución del juez.

8 de septiembre: La Cámara de Apelaciones y Garantías de La Plata confirma el desalojo y dispone las pautas para que se realice.

11 de septiembre: El juez fija la fecha de “lanzamiento” para el día 23, 24 o 25 de septiembre. También le pide al poder ejecutivo provincial la conformación de un ámbito de negociación interinstitucional.

15 de septiembre: El juez aprueba el plan presentado por el Ejecutivo provincial. Ese mismo día se celebra la primera reunión del “dispositivo interministerial” propuesta por el gobierno de la Provincia de Buenos Aires con les representantes de la toma.

18/19 de septiembre: El censo promovido por el “dispositivo interministerial” se llevó a cabo con éxito.

 

Veamos ahora el relevamiento zonal presentado en la causa por el poder ejecutivo provincial, con información recabada en distintos registros estatales.

Sector A: barrio Estación Numancia, inscripto en el registro de villas y asentamientos precarios (folio 129-0004). Su radicación se remonta a la década de 1990.

Sector B: se encuentra escasamente habitado.

Sector C: barrio San Martín, inscripto en el registro de villas y asentamientos precarios (folio 129-0008). Su radicación se remonta a la década de 1990.

Sector D: La mayoría de estas parcelas forman parte de la ocupación, y corresponde a un loteo registrado en el año 1946, que a la fecha permanece a nombre de sus titulares originales.

Sector E: Se compone de un sector de inmuebles en designación de chacra (lotes de grandes dimensiones).

Sector F: El lugar reviste características de bañado, es la zona hacia donde escurren las aguas del entorno, con lo cual no resultaría apto para urbanizar.

 

¿qué es el dispositivo interministerial?

En su resolución del 11 de septiembre, el juez Rizzo abre una hendija para la resolución democrática del conflicto, al solicitarle al poder ejecutivo la confección de “un plan de contingencia y propuestas y/o soluciones alternativas para los ocupantes de los predios en cuestión, en especial de aquellos y aquellas que pudieran estar en una mayor situación de vulnerabilidad y atendiendo las particularidades de cada caso a fin de poder antes de la fecha en que efectivamente se lleve a cabo el lanzamiento, una respuesta posible a dichas situaciones y a su vez cumplimentar el reintegro de los predios”.

El dipositivo está integrado por las siguientes agencias del Ejecutivo provincial:

• El Ministerio Desarrollo de la Comunidad, a cargo del dirigente de La Campora Andrés “el Cuervo” Larroque, de quien depende el Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia (con Eva Asprella, exintegrante del CELS, como directora ejecutiva) y la Subsecretaria de Hábitat de la Comunidad de la Provincia de Buenos Aires (cuyo titular es Rubén Pascolini, integrante del movimiento MILES).

• El Ministerio de Justicia, representado por la Subsecretaria de Política Criminal a cargo de Lisandro Pellegrini (exsecretario de Coordinación Institucional de la Procuración General de la República durante la gestión de Alejandra Gils Carbó).

• Y el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, a cargo de Estela Diaz (exsecretaria de Género de la CTA).

 

En su primera reunión se debatió en torno a un plan de trabajo en dos etapas:

1. La realización de un censo.

2. La elaboración de propuestas, que irían desde planes de urbanización sobre tierras sin dueños o de propietarios con deudas (lo que implicaría la relocalización de las familias ocupantes), el pago de subsidios en pos de alternativas habitacionales, hasta el desalojo forzado de no mediar un acuerdo.

El desalojo solicitado por el fiscal y aprobado por el juez puede hacerse sin que se haya cometido el delito de usurpación (art.181 del Código Penal), gracias a una herramienta que existe desde 2006 cuando se introdujo un artículo que permite los desalojos express, sin que sea necesario acreditar la propiedad de la tierra del supuesto poseedor, ni imputar a personas concretas como eventuales “usurpadores”. Contradictoriamente, desde 2013 existe la ley de Acceso Justo al Habitat (14.449), que establece un paradigma del derecho a la ciudad para abordar el déficit urbano habitacional.

 

 

perfil de la intendenta del municipio presidente perón: blanca haideé cantero

El partido de Presidente Perón se crea en 1993 en territorios que anteriormente pertenecían al distrito de San Vicente, además de una pequeña porción de Almirante Brown.

En el año 2019, Blanca Cantero venció al candidato de Juntos por el Cambio por una diferencia de 45 puntos. La actual intendenta obtuvo 29.330 votos, contra 7.882 del postulante macrista.

Cantero está en pareja con Carlos Alberto Acuña, secretario General del Sindicato de Obreros y Empleados de Estaciones de Servicio (SOESGyPE) e integrante del triunvirato que está a cargo de la CGT.

Desde el inicio de la toma, Cantero se mostró intransigente con las familias sin techo. La Intendenta asegura que quienes ocupan tienen vivienda no son de Guernica y están ocupando para luego hacer negocios inmobiliarios.

 

¿qué pasa si no hay acuerdo?

Si las negociaciones que se abrieron con el dispositivo interministerial del Ejecutivo no logran acordar salidas alternativas aceptadas por todos los actores, el desalojo se produciría entre el 23, 24 o 25 de septiembre. Dada la premura de los plazos las esperanzas están puestas en una postergación del desalojo, en busca de tiempo para la elaboración de soluciones. Tal postergación debería ser solicitada por “el dispositivo” y aceptada por el juez.

Este último delegó en el fiscal el uso de la fuerza pública (policía bonaerense) pero estableció condiciones, como se observa en los siguientes apartados del fallo:

capítulo 4: consideraciones sobre el conflicto de fondo

 

1.

Guernica es la ciudad cabecera del municipio de Presidente Perón, ubicado en la zona sur del Gran Buenos Aires, a una distancia de 30 km de la Capital Federal. Según el último censo, en el año 2010 contaba con una población de 81.141 habitantes.

Forma parte del llamado “corredor verde”, junto a las localidades de Canning (Ezeiza) y San Vicente, conformado entre la Autovía 2, periferia de la ciudad de La Plata, la ruta 58 (a partir de su ampliación) y la ruta 52 (pavimentada en 2018). La disponibilidad de tierras y el costo menor comparado con la Zona Norte de la provincia alimentaron un “boom inmobiliario”, que se incrementó durante el último año por el descenso en los precios de la construcción y el cambio de hábitos motivados por la pandemia.

Solo en Presidente Perón contamos las siguientes urbanizaciones privadas y clubes de campo para sectores de altos ingresos: San Eliseo; Malibú; Lagos de San Eliseo; La Alameda; Horizontes al Sur; El Rebenque; El Paraíso de Guernica; Casuarinas; Parque de las Naciones; Santo Domingo; Cruz del Sur; El Candil. El country & club de campo San Cirano será un nuevo mojón en este depliegue colonizador.

La contracara son los asentamientos y barrios populares creados por sucesivas oleadas de ocupaciones, promovida por personas a quienes ni el estado ni el mercado les ofrecen el acceso a la vivienda. Desde la aprobación de la Ley 27.453, sancionada en octubre de 2018 por iniciativa de las organizaciones sociales, no se permite el desalojo de los mismos. Y se instruye su integración urbana.

Según el Registro Nacional de Barrios Populares, en el partido de Presidente Perón se contabilizaron los siguientes asentamientos: Parque Americano; Las Lomas; Hospital Guernica; El Roble; La Yaya 1; San Roque; Santa Teresita; y Agrocolonias. Los barrios 20 de julio, San Martín, La Lucha y La Unión, de consolidarse, se sumarían a esta expansión plebeya que exige su derecho a la ciudad.

Una periodista del medio local InfoPerón graficó el dilema con un razonamiento sencillo: “¿cómo no van a tomar las tierras si el lote más barato que te ofrecen las inmobiliarias en esas urbanizaciones privadas cuesta 30 mil dólares?”.

 

2.

El conflicto por la tierra en la Región Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) se intensificó en los últimos cuarenta años, a partir de la desindustrialización, el creciente flujo migratorio hacia las grandes ciudades, y las nuevas tendencias habitacionales de las clases pudientes quienes asumieron el modelo norteamericano de morar en las periferias. Pero es posible que estemos arribando a un nuevo punto de inflexión en la disputa, debido a la cada vez más acuciante escasez de territorios.

La pregunta es: ¿por qué la tierra se vuelve un bien escaso, caro e inaccesible para la mayoría de la población?

La respuesta es una sola: porque la dinámica que gobierna su uso es la especulación, orientada a la creación de rentas extraordinarias. La lógica inmobiliaria replica en las ciudades lo que el agronegocio impuso en la ruralidad.

De no mediar un cambio profundo de estas tendencias que empujan la mercantilización de los bienes comunes, el conflicto se intensificará de manera invitable.

Según Rubén Pascolini, secretario de Acceso al Hábitat de la provincia de Buenos Aires “el déficit habitacional proyectado en la provincia es de aproximadamente 1.240.000 familias que tienen problemas de vivienda. De ese total se calcula que el 50 por ciento es déficit cuantitativo, es decir que necesita una vivienda nueva; y el otro 50 por ciento es déficit cualitativo, es decir familias que necesitan mejoramientos o ampliaciones de vivienda. En lo que hace a villas y asentamientos, hay registrados en la Subsecretaría de Hábitat de la Comunidad, 1.807 de los que se denominan barrios populares, con graves déficit urbanísticos, sociales, ambientales y de servicios públicos”.

 

3.

Durante la pandemia las ocupaciones en el conurbano se intensificaron. Cientos de tomas de tierras tuvieron lugar en Quilmes, La Matanza, José C. Paz, Moreno, Florencio Varela, San Martín, Merlo, San Fernando, entre otros municipios. La mayoría de ellas resultaron repelidas sin violencia por la rápida intervención de las autoridades, mientras otras fueron reprimidas con saña.

Según el ministerio de Seguridad provincial, a día de hoy existen seis tomas grandes judicializadas, cuya resolución debe tramitarse en los próximos días: dos predios en La Plata, dos en La Matanza, uno en Moreno, y la más emblemática de Presidente Perón.

La toma de Guernica saltó a la primera plana de los diarios y al prime time televisivo, donde la mayoría de los periodistas y funcionarios la exhibieron como el ejemplo de un caos amenazante que debe ser apagado por la fuerza. Desde las posiciones más reaccionarias hasta las mas progresistas, acuerdan en condenar la ilegalidad del método utilizado y se pone el énfasis en la existencia de organizaciones criminales que estarían lucrando con la necesidad de la gente.

Sin embargo, el foco de la atención fue interrumpido durante los primeros días de septiembre por la emergecia de otro impactante conflicto: la sublevación de la policía bonaerense en reclamo de mejores condiciones de trabajo. Miles de efectivos de la fuerza de seguridad acudieron armados hacia la casa del Gobernador y del Presidente de la República, poniendo en vilo los consensos democráticos mínimos. El sistema político reaccionó ante semejante amenaza con un razonamiento sensato: dejar en un segundo plano la ilegalidad de los métodos y atender a la legitimidad del reclamo. Las soluciones llegaron en tiempo récord.

Pero cuando se trata de la vivienda para los sectores populares, la respuesta parece ser la contraria. La doble vara resulta evidente. Es el cinisimo de un sistema hecho a medida de los poderosos.

 

el conflicto por la tierra en guernica (1)

El escritor político/50 años // Diego Sztulwark

El escritor político es aquel que, sumergiéndose en los misterios del poder, busca desentrañar por medio de la palabra una potencia de división, permitiendo hacer del antagonismo social las claves de un poder diferente. John W. Cooke fue, seguramente, uno de los más grande escritores políticos argentinos. Hoy se cumplen cincuenta años de su muerte. Norberto Galasso escribió una magnífica biografía política suya, cuyo título, «Cooke: de Perón al Che», habla nítidamente de su recorrido. Hace unos días apareció otro libro importantísimo sobre el peronismo revolucionario: «La patria socialista» (Ediciones En Lucha), que cuenta la historia de la corriente inspirada en Gustavo Rearte. Según la documentación disponible, Rearte y Cooke habrían asegurado a Guevara respaldo político si este lograba extender la lucha revolucionaria desde de Bolivia a la Argentina. Se intentaba resolver la tensión entre «foquismo» y lucha «de masas» al interior del campo revolucionario. Seguramente el pesado silencio en torno de Cooke tenga que ver con la imposibilidad actual de retomar el legado de esas discusiones. Se habla mucho de «legado» pero no se habla de aquellos textos. Y el problema no es que no se hable, sino que al callar (y callar a Cooke es callar la presencia de Marx en capítulos esenciales de la experiencia peronista de la clase obrera argentina), se piensa que las transformaciones necesarias ya no son posibles. Sólo que si se acepta eso, si ya no se lee a Cooke (ni a Marx); si se separa definitivamente la escritura (el misterio) y la política (el poder), no valdrá la pena tampoco perder el tiempo en conversaciones ahogadas en el periodismo, la indignación moral o en las tomas de partido en las redes sociales.

Necesidad y dificultad del encuentro // Amador Fernández-Savater

¿Cómo orientarse en lo que pasa? Es una pregunta clásica de la filosofía: ¿cómo orientarse en el pensamiento y en la historia? Su actualidad es muy evidente. 

 

¿Cómo orientarnos hoy en la masa de datos, rumores, estados de ánimo más o menos manipulados, en medio de una situación abierta y completamente inédita? ¿Cómo leer e interpretar esos datos, qué relación hay entre los datos y las decisiones gubernamentales? ¿Exactamente en nombre de qué se están tomando las decisiones? ¿La salud, la economía? Pero, ¿qué salud y qué economía? 

Las dificultades para orientarse generan hoy estupor y parálisis por abajo: renunciamos finalmente a entender, es tanta la complejidad, y delegamos en «los que saben». ¿Quiénes? Los especialistas de la cosa pública: expertos políticos y sanitarios. Renunciamos a transformar la situación y nos las arreglamos como podemos -entre el miedo, la resignación y la pillería. 

Tenemos la intuición de que tanto los datos como las interpretaciones se nos sirven «cocinadas» en función de los intereses del momento: minimizar el alcance del virus para reactivar la economía / maximizarlo para vendernos protección a cambio de miedo y sumisión. Negación y disuasión. Pero, ¿cómo ir más allá de la mera sospecha crítica? En una palabra: ¿cómo pensar en estas circunstancias? ¿Y cómo actuar conforme a lo que pensamos? 

Vamos a repasar algunos posibles elementos de respuesta en tres autores contemporáneos: Cornelius Castoriadis, Guy Debord y Hannah Arendt. 

Castoriadis

En la obra del filósofo griego Cornelius Castoriadis, una idea central es que no hay expertos en política

La política, el ejercicio de pensar y decidir juntos sobre la vida en común, no admite una ciencia, un saber universal y necesario. Se decide en función de valores que son creaciones imaginarias sociales -siempre particulares y contingentes- y que ninguna razón puede fundamentar del todo. La definición de una «vida buena» es una apuesta, una invención. Es decir, no hay naturaleza humana que realizar, ni tampoco una idea de Bien Común escrita desde siempre en el cielo de las ideas. Lo humano es creación permanente de sentido sobre un fondo trágico de sinsentido, interrogación infinita y apertura de la historia. 

No hay Ciencia o Razón de la política, sólo hay razones u opiniones. No todas valen lo mismo, dice Castoriadis, pero -he aquí la dificultad- no hay procedimiento a priori para decidir entre ellas. La subordinación del criterio político -particular y contingente- a un punto de vista científico -universal y necesario- supone la cancelación misma de la política democrática. 

En una verdadera democracia, el experto puede aportar su saber específico (tekhné) a la elaboración colectiva de un juicio y un criterio, pero no determinar una decisión. La misma configuración del problema es un asunto social. Es decir: la política no consiste sólo en la elaboración colectiva de respuestas a problemas dados, sino en la construcción misma de esos problemas. La construcción del sentido de lo que pasa. Por esa razón, dice Castoriadis, el juez de un experto no puede ser otro experto, sino la propia colectividad de los afectados por las decisiones que se toman.

Nada más lejos de la situación actual, donde nos limitamos a obedecer las decisiones tomadas por los expertos de la cosa pública. Podemos desde luego legitimar con nuestro asentimiento las decisiones que nos parezcan más razonables, pero no confundamos esa adhesión con una forma de participación. El espacio de pensamiento y decisión con respecto a los asuntos más comunes de la vida cotidiana está hoy cerrado, no es participable. Al parecer no tenemos nada que aportar salvo caos y confusión. Mejor mantenernos apartados, callados, sumisos. 

Debord 

Guy Debord acuñó la célebre fórmula de «sociedad del espectáculo» para referirse a la sociedad contemporánea. ¿En qué consiste? 

El espectáculo detenta «el monopolio de las apariencias», esto es, el monopolio sobre lo que se percibe, lo que puede decirse acerca de lo que se percibe, lo que se puede hacer al respecto o en consecuencia. (La sociedad del espectáculo) «es el momento en que la imagen elegida por otro se ha convertido en la principal relación con el mundo».

Ese monopolio es un monólogo autorreferencial y sin réplica, que incluye distintas opciones -distintas mercancías, distintos canales, distintos partidos- pero todas dentro del mismo marco de lo visible y pensable. Como cantaban los Housemartins, «nos dicen que hay distintos puntos de vista, pero sólo son los distintos tonos de una misma tristeza». 

“El espectáculo es lo opuesto a la lógica» dice Debord en una frase llena de implicaciones. ¿A qué lógica se refiere? A la capacidad de captar inmediatamente lo importante, lo menos importante, lo irrelevante; lo incompatible y lo complementario, lo que tal enunciado implica, lo que impide. Esa lógica sólo se ha formado socialmente en el diálogo y la comunicación directa.

Se aprende a pensar pensando en común, escuchando y engarzando nuestra palabra con la del otro, activando la atención para aportar al hilo del razonamiento que se construye en el entre de la conversación, captando las sombras de nuestros puntos de vista gracias a las críticas de otros puntos de vista, alcanzando así una posición más fuerte, más incluyente. «La verdad», dice Debord, «es la totalidad de los sentidos posibles». 

Pero el espectáculo es una luz sin sombra. No tolera ninguna alteridad desde la que ser criticado, nunca admite mirarse desde afuera. Dice verlo todo, representar la totalidad. Como espectadores, en condiciones de aislamiento, aferrados a nuestras identidades, nos volvemos literalmente estúpidos. Incapaces de pensar, es decir, de salir de nosotros mismos, ese «nosotros mismos» -opiniones, gustos, emociones- que sólo es una opción más en un menú prestablecido. 

En pandemia, el espectáculo se ha vuelto «espectáculo del horror»: el periodismo mainstream se reduce al conteo morboso de los casos de contagio, la polémica política y la culpabilización y polarización social (jóvenes, inmigrantes, pobres). El pensamiento jamás roza un medio de comunicación, incluyendo a los medios «progres» y sus tertulianos «críticos». Pensar no es denunciar o polemizar, sino elaborar un juego nuevo de preguntas y respuestas: nuevos modos de ver e, incluso, nuevos objetos que ver. Eso ocurre en lo común y lo común no existe en los medios de comunicación, sólo una sucesión de monólogos llamados «tertulias». 

Los historiadores de una sociedad emancipada futura se preguntarán cómo pudo la nuestra colocar en su mismo corazón un dispositivo tan estupidizante e irracional como los medios de comunicación. Y leerán a  Guy Debord. 

Arendt

Según Hannah Arendt, el primer paso en la pérdida de la libertad es «la privación de un lugar en el mundo que haga significativas a las opiniones y efectivas a las acciones». 

Es lo que pasa en el caso de las redes sociales: se pueden opinar mil cosas distintas, pero no son significativas porque no están ligadas a una acción, a un gesto, a un cuerpo, a un comportamiento, a un mundo compartido, a un terreno común.  

Ese «lugar» es lo que permite que los actos y las palabras estén ligados, que «las palabras no estén vacías y los hechos no sean brutales, que las palabras no se empleen para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usen para violar y destruir, sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades». Habitar ese lugar nos permite recuperar nuestro poder de hacer y rehacer el mundo común,  todo lo contrario de la política de los políticos (palabras vacías, empleadas para velar realidades, etc.).

Sin lugar no es posible pensar. Y en esa disociación entre palabras y actos empezamos a disparatar. Los fenómenos totalitarios, según Arendt, son típicamente modernos: arraigan en el suelo de la atomización y la soledad de masas, donde han sido destruidas las comunidades políticas estables y los territorios comunes. Allí nacen las «teorías de la conspiración», como la conspiración judía, que conectan todos los hechos en una gran teoría explicadora: el plan total, la gran paranoia. El sentido común se crea en elemento de lo común. 

Cuidar de qué vida

Hoy tenemos como nunca necesidad de pensar. Para orientarnos en lo que pasa, para salir del estupor y la parálisis. Y sólo se piensa, como hemos visto, en el encuentro. No se trata sólo de «entender lo que pasa» a un nivel abstracto, sino de preguntarnos qué vida queremos y cómo se protege. Cómo queremos que sean las escuelas, los barrios, el trabajo, etc. No hay orientación sin deseo, no hay pensamiento sin un querer

Cuanto más sepamos sobre el virus, mejor. Pero ninguna explicación «racional» y «objetiva» nos dirá qué debemos hacer al respecto, qué sentido tiene su intrusión para nosotros, cómo debemos vivir. El problema y la respuesta son, como decía Castoriadis, una creación, una invención, una apuesta. 

El «lugar» de que hablaba Hannah Arendt puede ser, no sólo una comunidad o un territorio dado, sino una pregunta: ¿qué vida queremos, cómo cuidarla? Podemos incluso decir esto: la pregunta inventa el lugar y la comunidad. La pregunta convoca y reúne a quienes se sienten afectados, aparece en un espacio dado -escuela, barrio, centro de salud- pero a la vez lo reorganiza, crea nuevas conexiones, abre una situación de pensamiento, de aprendizaje, de lucha. 

En esas situaciones se elaboran voces autónomas que pueden intervenir en la coyuntura, agujerando el «monopolio de las apariencias» (político-mediático-experto) que reina sin réplica. Voces que hablan desde la vida pero sin moverse de la vida, a diferencia de los que pretenden legislar sobre ella a distancia. 

Se trata de romper todas las las separaciones que debilitan, las barreras por funciones y roles (entre trabajadores, entre trabajadores y usuarios), creando nuevas asociaciones en torno a problemas y aprendizajes, incluyendo a «expertos en saber» y a «expertos en experiencia» en igualdad, sin jerarquías. 

Necesitamos pensar y se piensa en el encuentro. Pero el encuentro se ha vuelto hoy un desafío mayor. No sólo porque estén prácticamente prohibidas las reuniones, sino porque hay que crear un espacio de reunión -o de manifestación, etc.- cuidadoso e inclusivo, donde los diferentes se encuentren al seguro. Los modos de hacer  prefiguran lo que se reclama y se quiere. Lo que había hasta ahora no alcanza. Es precisa una nueva sensibilidad política. 

Amador Fernández-Savater publica ahora Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política (Ned ediciones)

Fuente: El Diario España

León Rozitchner lector // Diego Sztulwark

“El coraje de la recreación es la verdadera valentía que se abre en la palabra intensiva: animarnos a retomar como punto de partida lo que quizás más nos haya dolido o más hayamos gozado”
I. Leer como práctica de conocimiento de sí
León Rozitchner solía repetir a Simón Rodríguez, para quien la lectura era una actividad de orden anímico y transtemporal: no se lee sin investir signos objetivados. No se descifran escrituras pasadas sin vivificarlas a partir de nuestras propias experiencias, que es lo único con lo que contamos a la hora de despabilar palabras y frases para encontrar en ellas una vida solapada.
 
Toda lectura pone en juego una dimensión de auto-conocimiento. No sabemos qué podemos, en tanto lectores, hasta que no nos vemos impelidos a entrar en contacto con el esfuerzo de escritura que otrx hizo en otro tiempo y que ahora, deseosos de constituir un sentido, debemos realizar nosotros. No podremos enterarnos de la riqueza que envuelve el jeroglífico hasta que no le comuniquemos una riqueza que nos es propia y que no siempre advertimos de antemano.
La lectura es una práctica de autoconocimiento también por otra razón: sólo la confrontación cuerpo a cuerpo con la positividad del texto hará emerger la propia subjetividad lectora; las operaciones de selección y asociación que la intensión nos demanda para conferirle una significación. Leer implica, en definitiva, un esfuerzo proporcional al invertido en la escritura del texto en cuestión.
II. Con el sudor de tu frente
 Se trata de una operación a dos puntas. Por un lado, se penetra en la coherencia del texto, se busca acceder a una subjetividad, constituir una empatía, conferirle una vida a partir de la propia. Y, por otro, se lo confronta, tratando de comprender a fondo la trampa que esa coherencia –que hay que descubrir– encubre. Lo que interesa de una subjetividad –en esto Rozitchner se asemeja al Nietzsche de Ecce Homo– es la oportunidad que brinda para pensar a fondo una trampa que nos concierne (el “obstáculo”), y proviene directamente del modo en que los poderes actúan en nosotros; una presencia amenazante que advertimos como señal de angustia cada vez que transgredimos ciertos límites que –lo sabemos, porque se nos lo anuncia desde el vamos– se castiga con la muerte.
 
Y si interesa es porque las prácticas –la analítica, la política, la literaria, la filosófica– son campos de operaciones con relación a dicho obstáculo. Lo que cuenta en ellas es la materialización de un deseo celebratorio de las estrategias que permiten superar, componiendo nuevas fuerzas, la presencia paralizante del terror.
Es bajo esta condición que la lectura se vuelve una ocupación meticulosa, que lleva mucho tiempo. Una actividad “de chinos” (o de “judíos”); una labor artesanal que se realiza concepto por concepto. Se lee como se trabaja en una “cantera”. No es posible leerlo todo. La lectura no es, para Rozitchner, una actividad erudita. Si ya cuesta mucho encontrar qué leer, el verdadero trabajo no comienza del todo hasta que no se da con algo significativo en lo que se lee.
III. A la búsqueda del síntoma
Ricardo Piglia señala este carácter “sintomático” de la lectura en Rozitchner, empeñado en el fragmento, en la búsqueda de un “punto ciego”, irresuelto o nunca continuado, a fin de prolongarlo o replantearlo. Esos síntomas, por otra parte, tienen un valor inmediato cuando se los encuentra en autores que han penetrado como pocos en su propia subjetividad para extraer de allí nuevas relaciones con las cosas del mundo. No hay un método establecido para dar con ellos (Scheler, Freud, Agustín, Marx, Perón): se trata de algo intuitivo, se nos dice. Pero a la larga se los reconoce en que sólo con ellos uno puede “apasionarse”. Sus textos van al fundamento y en esa medida desafían al lector a hacer lo propio, abriéndose allí –en el contraste entre formas diferentes de concebir el fundamento subjetivo– un grandioso “enfrentamiento”.
El propio Rozitchner nos lo ejemplifica leyendo a Descartes a partir de una revelación equívoca en la que el padre del cogito afirma que su madre había muerto mientras él nacía, cuando en realidad él tenía en torno a un año cuando ella murió. Para León “ahí está todo”. Pero ¿qué es ese “todo”?: es la repercusión subjetiva de un corte brutal que afecta al pensar y que Rozitchner va a tomarse completamente en serio para postular una distancia del pensador Descartes –una distancia interna en el propio pensamiento– respecto a su ser materia afectiva. Es ese corte el que permitiría explicar, en términos de su acceso subjetivo a la razón, el origen de un modo de pensar la materia como mero objeto de análisis y medida. Cuando Descartes escribe sobre la primera idea que tiene el “yo pienso”, se refiere no a una engendrada por su existencia afectivo-corpórea, sino a la que colocó en él un dios creador, como dejando en nosotros, sus criaturas, una huella de la perfección que el pensador recupera en el nivel de la percepción intelectual pura. Es esta denegación de la materia afectiva (y con ello de la natura spinoziana) en los orígenes mismos de la modernidad burguesa lo que le permitirá establecer los decisivos vínculos que unen cristianismo y racionalismo (es el proyecto de Rozitchner en La cosa y la cruz); el proyecto teológico, el científico y el del capital poseen un mismo fondo común, sin el cual no es posible comprender la efiacia del complejo de dominación patriarcal que el ateísmo estándar, el universitario, no sabe leer. O mejor: no sabe cómo leerlo al modo político en que lo leía León Rozitchner, activando un cuerpo en filigrana contra los filósofos de academia (como él mismo lo explica en su artículo “Justificado para no ir al congreso de filosofía”) convocados por el gobernador Gioja, de San Juan.
IV. Refutar para comprender
León Rozitchner lector es inseparable de una escena de confrontación vinculada a la escritura. Se lee a un adversario al que se respeta (o admira) y al cual se desea desafiar en su coherencia última. No es una enemistad lo que se funda: juntos podrían conversar sobre la diferencia subjetiva irreductible que ambos encarnan. Lo difícil es lograr esa proximidad necesaria –empatía incluso íntima sin la cual el desafío no se concretaría– al borde mismo de una hostilidad sin acuerdo posible.
La posición es política y analítica: enfrentarse al otro para que diga lo suyo, como condición para poder decir lo propio; todo un meticuloso arte de la escucha y de la sensibilidad, para llegar a captar lo que de la verdad del otro resuena en la propia. Confrontación atrevida que no pone en juego la afectividad del otro sino para descubrir, suspicaz, el modo en que su racionalidad escamotea un sometimiento que, sin embargo, sostiene su propia subjetividad. Es esta historia de confrontaciones con el obstáculo –la presencia en el propio sujeto de signos de la dominación política– lo que interesa, porque es penetrando en ella que se comprenderán los misterios del sometimiento, y se les contrapondrán –de eso se trata– elaboraciones de un saber rebelde como parte de la experiencia de constitución un contrapoder histórico.
En articulación con la escritura, la lectura se transforma en un dispositivo analítico-crítico inmanente al acto bélico implicado en cualquier resistencia; presente en todo deseo de liberación.
Radicalizada por la escritura, la actividad de la lectura abre al plano de constitución de las subjetividades, a la condensación de los imaginarios. Porque es recién en la escritura que el desafío de la lectura se resuelve en hallazgo pleno de la propia subjetividad como lugar de “elaboración de verdades históricas”, como solía decir. Y este descubrimiento es doble: León Rozitchner era egiptólogo al empeñarse en descifrar signos de raigambre mitológica, y en hallar en ellas las determinaciones estructurantes tanto de la psiquis individual, como de las determinaciones subjetivas de las coyunturas histórico-políticas. Para él, ambas iban juntas.
Y este “van juntas” es ya una rebelión contra todo lo que mantiene separado lo objetivo respecto de lo subjetivo, y lo material respecto de lo espiritual. Todo el problema es, en cierto modo, cómo zafar de ese corte que interrumpe la prolongación deseada que va de lo subjetivo a lo objetivo y de lo individual a lo histórico. De ahí que el Materialismo ensoñado, última obra de León Rozitchner, sea una filosofía práctica de la conjunción. Y el problema de la lectura sea el de cómo acceder a esta no separación, venciendo sobre la teoría del sentido de los poderes (cristiano-burgueses) que obstaculizan (introducen una distancia subjetiva en nosotros mismos y objetiva respecto de las riquezas del mundo) este tránsito inmanente.
León Rozitchner esperaba que un día, cuando la ciencia progresase lo suficiente –en el buen sentido, es decir, aquel no “progresivista”–, los grandes libros deberían adjuntar una biografía de sus autores: no un retrato escolar, sino una narración del modo en que cada uno de ellos había vivido su intento de realizar este tránsito.
V. Contrera sí, gorila no
 Leer es hacer política, lo que en la Argentina de su tiempo equivalía a leer a Perón y al peronismo. Horacio González disfrutaba en alguno de sus textos de imaginar a Rozitchner “deviniendo” Perón en la escritura. Con menos humor y comprensión se ha vuelto un tópico identificar a León Rozitchner con el antiperonismo. Esto no es cierto. Como decía David Viñas, ellos –la generación Contorno– nunca fueron gorilas, siempre fueron “contreras”, que no es lo mismo. León Rozitchner puso la atención en el amor entre Perón y los trabajadores argentinos. ¿Qué clase de amor es ese? ¿Qué arma y qué desarma? ¿Cómo ese amor dispuso a los trabajadores para esa guerra que es la lucha de clases? No es posible leer la política como guerra sin hacerse a fondo estas preguntas.
VI. ¿Qué hacer con León Rozitchner?
Piglia se interesaba también por el Rozitchner escritor. En sus conversaciones León se lamentaba frente al hecho de que en filosofía no sea posible adoptar una posición marginal en la escritura. No al menos de un modo tan fluido como en literatura. Objetaba, a fin de cuentas, la dureza de la frontera entre ambos campos. Piglia, en cambio, parecía inclinarse a reconocer en Rozitchner un derecho al margen conquistado políticamente en la reivindicación de la condición periférica del campo cultural en que se reconocía.
 
¿Cómo leer a León Rozitchner? Piglia me dice que espera de las generaciones venideras que sean capaces de leerlo con la misma penetración y contundencia refutativa con la que él se había  devorado a los autores con los que se metía (una larga lista –además de los ya citados–: de Del Barco a Althusser, de Simón Rodríguez a Descartes, de Marx a Heidegger, a Hegel a Derrida, de Spinoza a Lacan, de Deleuze a Levinas, de Eggers Lan a Clausewitz).
No creo que estemos en condiciones de refutar a León Rozitchner. No al menos en lo inmediato. Sobre todo porque un nuevo encuentro con su obra, diferente al modo en que fue leído por ejemplo en los años setentas y ochentas, está recién en curso, e impone operaciones de apropiación distintas a las que él mismo aplicó a sus descuartizados.
León Rozitchner significa en sí mismo, aquí y ahora –al menos para algunos de nosotros– un argumento de resistencia a la atmósfera de denigración subjetiva, despótica y neoliberal, que desautoriza a cada quien a tomar la palabra sin otro respaldo que su propia subjetividad. Este clima se reproduce de modo específico en el ámbito llamado intelectual. En este contexto, poner a disposición su obra como pensador argentino-universal sigue siendo un modo muy concreto y efectivo de intervención política.
Leer a Rozitchner tal vez suponga más una operación de actualización de muchos de sus problemas que de refutación de sus posiciones. Sobre todo de aquellos problemas que se planteaban en sus combates de manera programática, y que hoy constituyen su mayor vigencia: me refiero a la cuestión de los afectos en el campo político y subjetivo, en particular el de los afectos del terror y del amor.
¿Mantiene vigencia su reflexión sobre el terror, generalmente vinculada a las dictaduras y a la guerra? ¿Vale la pena, realmente, insistir en ellas para iluminar plenamente el momento actual, dominado por modalidades propiamente neoliberales de estabilizar y conducir las subjetividades? Pienso que sí, aún si para continuar esas investigaciones haya que profundizar sobre los modos en que se difunde actualmente el terror en nuestras sociedades, a través de la multiplicación de todo tipo de fronteras. Para Rozitchner el terror militar sobrevive en la concentración de la propiedad privada y en las operaciones destinadas a conservar este estado de cosas. Lo que hoy llamamos el gobierno –o la dictadura– de las finanzas. En este aspecto, la tesis sobre el vínculo entre los efectos sociales del terror militar y la incapacidad de la política de avanzar sobre esa concentración mantiene una vigencia pavorosa.
La segunda cuestión, referida al amor, fue planteada por León Rozitchner en polémica con el filósofo cristiano Eggers Lan: ¿hasta qué punto es compatible el amor de Cristo con el amor que se recrea en la lucha de los movimientos sociales contra las distintas formas de opresión? “El Papa ama a todos –escribió un flamante Francisco en 2013–, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos”. Si la vocación transformadora del Movimiento de sacerdotes por el tercer mundo de los años setentas podía abrir un espacio común, la actual restauración mediática de un conservador “amor a los pobres” pone las cosas en otros términos y actualiza, de un modo tal vez inesperado, las posiciones que asumía Rozitchner ya a comienzos de los sesentas. La irreductibilidad de este amor con el amor en Marx alumbra un fundamento diferente que parte de la inmanencia radical de las luchas y la resistencia tal y como en ella se afirma la potencia amorosa de los cuerpos. La misma idea se encuentra en la tesis IV de Sobre el concepto de historia de Walter Benjamin.
 
* * *
León Rozitchner decía que había aprendido a leer en Paris, en las clases de Paul Ricouer –un cristiano no marxista con el que leía renglón a renglón los Manuscritos de Marx de 1844. Su vida intelectual fue un intensísimo ejercicio por extraer todas las consecuencias posibles de ese aprendizaje

El presente salió editado en noviembre de 2015 en la revista digital Nuevos Trapos texto retoma la conversación sostenida por León Rozitchner y Ricardo Piglia en uno de los capítulos de la serie “León Rozitchner, es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa”. Para ver el capítulo en cuestión cliquear aquí: https://www.youtube.com/watch?v=oktOFC8Cou4

TIERRA PARA VIVIR, FEMINISMOS PARA HABITAR. NO AL DESALOJO EN GUERNICA

 

TIERRA PARA VIVIR, FEMINISMOS PARA HABITAR
NO AL DESALOJO EN GUERNICA

Interpeladas por el grito lanzado por nuestras compañeras en la carta dirigida hacia las Ministras de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires y de la Nación, varias organizaciones feministas llevamos a cabo el 12 de septiembre una asamblea en la toma de Guernica.

Durante los últimos años, desde los feminismos, hemos logrado articular distintas experiencias que hacen a la sostenibilidad de nuestros territorios y la precariedad de nuestras vidas. Durante los paros internacionales lxs feministas hemos planteado la importancia de la tierra y la vivienda en la construcción de nuestros proyectos de vida, de nuestras familias, de nuestrxs hijes.

Nos atraviesa una emergencia social. La pandemia puso al límite la posibilidad de supervivencia de muchas familias y muchos hogares. Muches trabajadores precarizades quedamos sin trabajo. La mayoría de nuestres niñes viven en la pobreza. Se volvió imposible garantizar lo más básico: la alimentación y un techo digno para vivir. Las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries nos vemos particularmente afectades por tener hijes a cargo, por ser cuerpos racializados y objeto de múltiples violencias.

Detrás de las tomas de tierras –multiplicadas en los últimos meses– hay hambre, abandono, pobreza y violencia, pero también hay fortaleza para buscar alternativas. Por eso defendemos el acceso a la tierra para vivir, producir y criar. Derecho que no puede ser equiparado a la propiedad privada y la especulación inmobiliaria y financiera.

Vemos con preocupación el manejo de la información por parte de los medios de comunicación y su colaboración con la pérdida de sensibilidad social. El incremento de los discursos de odio hacia los sectores populares organizados implica también la estigmatización de quienes se ven empujados por la emergencia social a recuperar tierra para vivir, y legitima, a su vez, la criminalización cada vez mayor hacia las formas de resistencia popular.

Repudiamos el accionar violento de la policía en los desalojos que vienen llevando a cabo.
Repudiamos el desalojo y la represión en Ciudad Evita (La Matanza) que dejó varies detenides y decenas de herides por reclamar el derecho a una vivienda y una vida dignas.

Repudiamos también la persecución y hostigamiento por parte de los gobiernos locales y las fuerzas represivas hacia quienes sostienen las tomas de tierras.

Vemos con preocupación los alzamientos policiales de estos días, puntualmente su reclamo de impunidad, y su resolución por la vía de aumentos de sueldos sin que hayan depuesto antes sus armas.
Estamos en alerta y comprometides activamente ante las amenazas de desalojo de la toma de Guernica programado para el 23 y 24 de septiembre.
Hacemos responsables al gobierno nacional, provincial y local de generar instancias para la resolución de este conflicto sin recurrir a las fuerzas represivas. Exigimos la conformación de mesas de diálogo integradas por quienes protagonizan el reclamo de la tierra, organizaciones sociales, organizaciones de derechos humanos y las instituciones del Estado pertinentes.

Convocamos a fortalecer y profundizar espacios y acciones por el derecho a la tierra y al buen vivir.

#TierraParaVivir
#FeminismosParaHabitar
#NiUnaMenosSinVivienda
#NoAlDesalojoEnGuernica


Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora
Las comarqueñas
Red Potencia Sur (Casa Anfibia, Santa Fe – Dignidad Rebelde, Río Negro y Neuquen – Feminismo Xeneize, CABA)
Colectivo YoNoFui
Tatagua – Colectiva Feminista Conurbano Sur
Colectiva Mujeres Andando, Plurinacionales y Disidentes, San Vicente, Pte. Perón
Consejería Panambí de acompañamiento territorial feminista, Pte. Perón
Reagrupa – Feministas del Conurbano Sur
Feministas del Movimiento de los Pueblos (Frente Popular Darío Santillán, Corriente Plurinacional – Movimiento por la Unidad Latinoamericana y el Cambio Social – Izquierda Latinoamericana Socialista – Movimiento 8 de Abril)
Casa de Género y Diversidades Micaela Bastidas, Barrio Nicole
Columna Antirracista (Negras, Indígenas, Racializadas, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, No Binaries)
Colectivo Ni Una Menos
Coordinadora Feminista 8M (Chile)
CELS – Centro de Estudios Legales y Sociales
Organizaciones Libres del Pueblo
Secretaría de Géneros de la Unión de Trabajadores/as de la Tierra (UTT)
Movimiento de Trabajadores/as Excluidos (MTE)
Espacio de Genero MNCI UTEP
Encuentros de Feminismo Popular
Feministas de Abya Yala
Pañuelos en Rebeldía
Mala Junta – Vamos
Red de Mujeres y Disidencias Organizadas de la Villa 21-24 y Zavaleta
Orilleres, Villa 21-24
Orilleras (Victoria – Entre Ríos)
Red Río Feminista (Cuenca del Río Paraná)
MP La Dignidad La Matanza
FPDS Lomas de Zamora
Bachilleratos Populares El Puente y Warisata (FPDS Lomas)
Movimiento de Liberación La Hora de Los Pueblos
Encuentro de Organizaciones
Campaña Nacional Contra las Violencias hacia las Mujeres (Compañeras feministas autónomas, compañeres independientes, feministas sindicalistas, Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), Federación de Organizaciones de Base Autónoma (FOB Autónoma), Corriente Social y Política Marabunta, Acción Socialista Libertaria (ASL), Venceremos PT, Mariposas de Villa Paris, Agrupación Victor Choque, Aquelarre Agrupación Feminista, Frente Popular Dario Santillán Mendoza, CORREPI)
Secretaría de mujeres y diversidades UTEP
Secretaría de Géneros CTAA Capital
No tan distintas Mujeres y Diversidades en Situación de Vulnerabilidad Social
Matambas
Casa Comunidad (Córdoba)
Caracolas Feministas -zona oeste PBA-
La Rouco. Colectiva Feminista. Necochea/Quequen.
Wakoldas. Feministas Villa la Angostura. Neuquen
Cátedra libre Virginia Bolten. «Construyendo Feminismos Populares»
CIAJ
Casa de salud comunitaria La Enramada
Furia Trava
Colectiva Feministas “Las Azucenas”
Casa Chavela
Campaña Somos Plurinacional
Colectiva de Prensa Feminista La Plata
LAs AmAndAs colectiva feminista de aRTivistas
Corriente Villera Independiente 21-24 Zavaleta
Cooperativa Minga
Agrupación docente La Violeta en Suteba Matanza
La Simón Bolívar
Mesa Gremial 19 y 20 UTEP
Corriente Pueblo Unido UTEP
Agrupación Konciencia Popular
H.I.J.O.S La Matanza
Mujeres Libres – Centro Comunitario La Cabida de Ludueña – Rosario
La Nuestra Fútbol Feminista (Barrio Padre Mugica – V 31)
Consejería La Tejedora
Colectiva Maternidades Feministas
Frente de Género Esteban Echeverría
Consejería diversa La Berkins
Colectivo de Mujeres Barrio Pueblo Unido (Glew)
Resistiendo juntas Colectiva Feminista Alte Brown
Corriente Política y Social La Colectiva
Consejeria popular feminista La Mateada
Colectiva Materia
Aquelarre, agrupación feminista de LA CASA Espacio de Debate y Cultura
Mujeres al Oeste
Fogoneros Olnys
Movimiento Teresa Rodriguez – Votamos Luchar
Casa de las Brujas MPLD – Corriente Villera Independiente (Villa 31bis)
Campaña Nacional por el derecho al aborto legal seguro y gratuito Regional Zona sur
La hora de los pueblos
KALLPA Colectiva Transfeminista
Comisión de géneros, Centro Cultural y Político La Toma
Casa de la Mujer Esther de Careaga
Frente Docente Disidente – Nuestra disidencia es sexual
Colectivo Filosofarconchicxs
Movimiento 26 de julio
LatFem Periodismo Feminista
PRA – Pensamiento Revolucionario Americano
Abriendo Caminos
Tierra para vivir
Frente Docente Disidente
Sembrando Rebeldías – manada de arte y educación popular
Frente Popular Darío Santillán
Consejería para la Prevención de la Violencia Obstétrica
Maternidades, xaternidades y crianzas feministas, La Plata
Carmelitas clown
ACIDA (Autoconvocadas del Conurbano, Independientas, Diversas y Abolicionistas)
Red de Mujeres de la Matanza
Comisión de Géneros del MTL
Poetas por el Aborto Legal
Grupo de Apoyo a Comedores Comunitarios
Asamblea Popular Feminista
Casa Transconurban*s de zona sur
Conurbane Disidente / Comunidad lgbtqia+ UNLa
Mesa Aborto La Matanza
Seccional CICOP Hospital Paroissien de La Matanza
Ternura Revelde
PRC – Partido por la Revolución y el Comunismo
Personas Trans Autoconvocadas R.A.
Consejería para la Prevención de la Violencia Obstétrica
Asamblea por la vida Chilecito (La Rioja)
Comunidad Danzante Killa P’unchay
Opinión Socialista
Niñez y Territorio
Comisión vecinxs por Campomar
Circulo Cultural Brujeres, Resistencia Chaco
Frente Juvenil Hagamos Lo Imposible
CEAAL Argentina
CEAAL Chile
Frente Evita La Matanza
Barrios organizados de La Matanza
Corriente de trabajadores revolucionarios
Colectivo radial El conventillo
H.i.j.o.s Villa Gesell
Partido de los Poetas
Federación Obrera Regional Argentina (FORA) Zona Sur GBA
CADeP (Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo)
Ferro antifascista
Radio Kermés FM 106.1 comunitaria
Asociación Argentina para la Investigación en Historia de las Mujeres y Estudios de Género
Coop 203 Virrey del Pino
Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPREN)
Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA)
Osadía Cárceles
Red de Habitat Kilmes Juanjo Cantiello
Lobo Suelto Blog
Cooperativa esquina libertad- las mostras
Organización Paco Urondo
Asociación Casa de Todos
CPI – Comisión Política de la Iglesia Dimensión de Fe
Fundación Agenda de las Mujeres
Colectiva Sangría
Colectiva Ni Una Menos – Activistas Feministas (Chile)
Bachiller Popular Cartonero «Anuillan»
Las mariposas, agrupación feminista (Quitilipi, Chaco)
Trabajadoras Unidas por la Tierra

  • Florencia Guimaraes, activista travesti
    Lily Galeano
    Raquel Gutiérrez Aguilar, Universidad Autónoma de Puebla Casa de Ondas
    Vanesa Fernández, militante feminista, comunicadora y activista tlgbi
    Anabella Barbieri
    Cecilia Turquet
    Paula Peyseré, poeta
    Ana Giovenco
    Anahi Bauer
    Noelia Gonzalez
    Laura Elena Soria
    Patricia Salvetti
    Constanza Barberis
    Adriana Desanzo
    Noelia Billi, UBA-CONICET
    Jaqui Flores
    Paula Lo Cane
    Betty Arce
    Mariela Scafati
    Silvio Lang
    Eugenia Campano, educadora CEIP
    Luciana Rolón
    Guadalupe Lucero
    Candela Contarino
    Claudia Castro Activista lesbiana
    Daniela Castellano
    Romina Spitaleri
    Olga Bareiro
    Emilia Cappetta
    Alejandra Oberti
    Adriana Silva
    Claudia Bacci, feminista
    Daniela Rioja
    Cristina Ochoa
    Fanny Seldes
    Monica Curiel
    Manuela Anastasía
    Cecilia Campos
    Silvia Beatriz Adoue
    Guadalupe Blanco
    Mendoza Giselle
    Fernando Juarez
    Gabriela Luzzi
    Bebe Luque
    Liliana Daunes
    Carolina Alamino
    Victoria Heredia
    Gabriela Cabezón Cámara
    Ángela Menchón
    Flavia Salinas
    Laura Macri Denegri
    Gabriela Conder, Gremial de Abogadxs
    Virginia Giannoni
    Diego Valeriano
    Carlos Peysere
    Ivana Torrez
    Mariana Terron
    Gemma Rizzo
    Ivana Vallejos
    Maria Alicia Gutierrez
    Valeria Álvarez
    Marian Milberg
    Ana Repetto
    Sandra Aguilar
    Melina Varnavoglou
    Diana Hernández
    Alejandra Ciriza
    Julieta Blanco
    Gloria Polo
    Yamila Iphais Fuxman
    Mara Manzilla
    Marina Becerra
    Ileana Arduino
    Ana Iriart
    Ana Schoo
    Gabriela Abreliano
    Ana Inés Florencia Dolard
    Adriana Giménez
    Florencia Piedrabuena
    Andi Nachon
    Melina Pinkus
    Marina Onorato
    Hilda Beatriz Sánchez, militante social feminista y activista socioambiental
    Silvia Martin, Comisión directiva SUTEBA Matanza
    Ismael Menegolla
    Karin Grammático
    Malen Rodriguez
    Debora Busolini, Hijos Villa Gesell
    Lobo Cruz
    Sergio Cherco Smietniansky (CADeP)
    Lorena Garcia
    Marina Mariasch
    Martha Calveyra
    Ignacio Ceballos, activista trans
    Pagella María Soledad, delegada ATE Ministerio de Trabajo de la Nación
    Sandra Coronel
    Flavia Guardia
    Cintia Brenda Alcaraz
    Mariela Rinaldi, presidenta Comedor 26 de Julio
    Natalia González
    Susana Ciumelli, YaBasta Italia
    Melina Paparas
    Laura Pasquali, docente (Pueblo Esther, Santa Fe)
    Cecilia Vergara
    Paula Fojo
    Claudia Bani
    Nadia Belén Cascallares
    Juan Borges
    Valeria Cervero
    Gabriela Guerreros – Pastora Evangélica Pentecostal
    Rosa Olga Cristiano
    Mirta Fontana Precidenta de Coop 204 Barrio Nicole
    Nerea Barbosa
    Xoana Fuertes
    Javier Nuñez Iglesias
    Devora Galvan
    Lucia Prado
    Mariana Mina
    Say Sacayan. Activista transmasculino no binarie.
    Fernando Juarez
    Julia Beatriz Garcia
    Agostina Ferrante
    Mapuche Zomo Soraya Maicoño Puel fta Willi Mapu
    Alicia Aquino
    Josefina Fernandez
    Paula Viturro
    Johana Baricheval, docente, feminista (Chaco)
    Mónica D’Uva
    Diego Duquelsky

 

Escribir, escuchar, transmitir: un ethos materialista // Roque Farrán

Camila se levantó preguntándose qué es lo que puede un cuerpo: “¿por qué si lo manejamos no podemos hacer todo lo que queremos?” Su madre le habló entonces de ejercicios y entrenamientos más complejos que se hacía necesario practicar para eso. Luego también le preguntó por el origen del universo y, ante la teoría del Big Bang expuesta, replicó: “sí, ¿pero de dónde salieron las sustancias que explotaron?” Cuando vino a casa, como siempre jugamos a luchar y la veía más ágil, hacía otros movimientos, entonces le pregunté si había estado entrenando y me dijo que no, solo había estado pensando en cómo hacerlo; también me enseñó que una defensa podía convertirse en un ataque, y viceversa (resolviendo en breve el dilema Cobra Kai/Karate Kid). Cuando suelo contar lo que hace o pregunta mi hija no es solo por “padre orgulloso”, que sin dudas lo soy, sino porque realmente me hace pensar y me genera mucha felicidad cómo crece. Ella es una interlocutora tan importante para mí como lo son Spinoza o Lacan, por caso. La cito en lo que escribo con la misma autoridad que cualquiera de ellos, aunque el amor que siento por mi hija sea único.

En el próximo libro escrito en este difícil transe, Escribir, escuchar, transmitir: la práctica de la filosofía en pandemia y después, de pronta publicación en editorial Doble Ciencia, Camila aparece citada varias veces. En relación al libro anterior hay una continuidad lógica y práctica, como también un desplazamiento tópico: escuchar y transmitir se han acentuado en este periplo, junto a la práctica de escritura. Es esencial cambiar el registro de escritura, por supuesto. Una escritura simple y clara que se vincule a la vida, la muerte, el deseo; que no repita lugares comunes ni pretenda ser absolutamente original. Una escritura de uso singular dispuesta para cualquiera que también viva, desee y dé lugar a la muerte. Una escritura que nombre a los seres queridos y a los muertos amados, sin idealizaciones, porque cualquiera puede pensar. Esa es la escritura que ensayo, el tono adquirido en este tiempo.

La práctica del psicoanálisis también está muy presente en mi escritura actual. Una objeción o atemperamiento de la divulgación precipitada, de la palabra oral simplificada en exceso, una suerte de cura respecto de estas pulsiones se alcanza en el uso de la escritura. Por ejemplo, es una estupidez pensar que al reconstruir una escena del pasado infantil, en la cual estábamos fijados a una posición sufriente, eso determina un destino fatal en nuestras conductas actuales; tampoco es que la simple explicación baste, bajo la reposición de una línea causal, para disolverla. Lo que desactiva la fatalidad del mecanismo sintomático es el trazado literal de la repetición en que el sujeto encuentra su intervalo: la repetición de la diferencia. Asumir la determinación del síntoma, paradójicamente, libera porque al contar como dos eso que se le aparecía con la fuerza inexplicable del Uno, el sujeto se divide y juega. Para eso tiene que haber Otro que haga sus veces de tercero, que ponga de sí su causa y escuche (sin apurarse por comprender): el o la analista, cual sea su género o filiación, lo importante es que sepa contar y habilitar la cuenta básica que hace al sujeto.

El psicoanálisis no es per se heterosexista o falocentrista, sino que es la práctica discursiva que encuentra en las limitaciones del decir de un sujeto que sufre, en lo que organiza su economía afectiva, el significante fálico. Es el régimen de significación o valoración per se el que es fálico, porque funciona por la exclusión de un término privilegiado que organiza el conjunto de los significados coherentes: un todo significativo. No importa cuál sea el término excluido, porque incluso puede operar en grupos identificados a alguna disidencia sexual o de género. Lo difícil es aprender a hablar y pensar de otra forma, siguiendo la lógica del no-todo y la valoración singular de cada parte, sin exclusiones ni medidas comparativas (la significación fálica requiere todo el tiempo la comparación respecto al punto excluido) que garanticen la consistencia del conjunto. Practicar un modo de hablar y pensar y organizar la economía afectiva que no haga totalidades significativas sino anudamientos irreductibles.

Recuerdo a un profesor de la facultad que decía “un analista no tiene que ser demasiado inteligente”; es cierto, basta escucharlos para darse cuenta de eso. La eficacia de la práctica analítica pasa por señalar casi siempre cosas bobas, tan insignificantes para los demás discursos como lo son los lapsus, sueños, repeticiones, balbuceos, etc. La escucha analítica atiende a la repetición insensata y el efecto de no querer comprender ni clasificar rápidamente eso que se oye allí, cada vez, resulta conmovedor. Un discurso a contracorriente, una práctica valiosa, sin dudas. La inteligencia quizás opere a veces como semblante, en algunos casos, pero no es lo decisivo; solo al final de un análisis es concluyente: si se han despejado los enredos y enigmas del deseo, siguiendo los traspiés de la lengua, la cifra que relanza la historia del sujeto depende de un salto sin garantías, con toda la inteligencia material y el coraje de la verdad para decir eso cuya falta haría vano el universo (pues nada lo garantiza y un sujeto puede retroceder en su deseo, volverse idiota o canalla, lo vemos incluso entre algunos analistas).

El psicoanálisis se aproxima así al cuidado de sí, ambos presentes en los gestos de escritura del libro. Epimeleia heautou es la expresión que toma Foucault de los griegos para pensar el cuidado de sí de manera rigurosa. Es una obviedad decir que el cuidado de sí, como lo concebían los antiguos, incluía a los otros, porque el individualismo posesivo es una invención moderna. Cuando hablamos de cuidado, entonces, quizás podamos recuperar algo de aquella antigua concepción que remitía a atender en cada acto a cómo se constituye el sí mismo en relación a otros, a legados, tradiciones, comportamientos, actitudes, pasiones, utilidades, goces, etc. El sí mismo es un nudo, un plexo relacional en constante atención y reformulación, no una monada individual obsesiva y posesiva que busca capturar objetos para sí. El supuesto proteccionismo machista o policial, agitado en estos días, no es cuidado ni es riguroso.

El cuidado de sí tiene una dimensión política insoslayable, como señalo también en el libro, algo que una y otra vez encuentro en los gestos del presidente. La tranquilidad que mostró Alberto Fernández para manejar la crisis policial, como a Verbitsky me hizo acordar la tranquilidad con la que manejó Guzmán la renegociación histórica de la deuda. Ese estilo cuasi Zen de expresarse y manejarse ante asuntos delicados y complejísimos. Hace tiempo que quería hacerlo notar porque esa “estética de la existencia” no es coaching ni responde a marketing alguno, es un modo de ser y conducirse que resalta mucho con la contraparte neoliberal: basta ver el look y estilo discursivo de un Milei o un Casero, por ejemplo. El pensamiento ético y político es claro, decidido, pero la estética de la existencia también lo muestra ostensiblemente (de ese estilo comunicacional sería bueno que aprendan los periodistas que apoyan al gobierno). Resulta necesario entender esos entrecruzamientos o sobredeterminaciones entre ética, estética y política.

En ese sentido, para mí no es tan relevante la distinción entre micro o macro política, lo esencial sucede siempre en el medio: lo decisivo es la mesopolítica, diría, allí donde se juega el deseo. Por eso tengo una particular sensibilidad por cada lucha, sea cual sea el lugar donde se juegue (Estado, sujeto, academia, movimientos), pues las sitúo siempre a un nivel ontológico: perseverancia en el ser. Practico una escucha por el deseo militante y, más acá de las diversas infatuaciones a las que nos condenan los dispositivos, aliento como puedo esas producciones deseantes. Conectar las luchas y perseverancias en su singularidad es la única forma de combatir este modelo paranoico de infatuación yoica que domina, incluso entre ánimos que se creen militantes. Se trata de cultivar un ethos materialista.

Cuando hablo de “ethos materialista” me refiero a prácticas concretas; no se trata de principios morales abstractos o grandes configuraciones epocales; sino de un modo de conducirse en relación a los otros, al uso los saberes, al uso de los cuerpos, al uso de las palabras y las cosas. Un ethos materialista asume que no hay principios ni fines últimos que orienten los procesos y las prácticas; entiende de los emplazamientos históricos, de las inercias estructurales, de las múltiples temporalidades entrelazadas; así como de las sobredeterminaciones y desajustes específicos que abren el tiempo de las intervenciones oportunas. Un ethos materialista no promociona las emociones ni las subjetividades, sino que piensa las transformaciones subjetivas y los afectos concomitantes con el rigor de la geometría flexible en que se componen los cuerpos. Un ethos materialista alienta a que se vuelva incesantemente sobre sí, no por cultivar un afán individualista o solipsista, sino porque entiende que el principal campo de batalla, hoy como siempre, es el alma; ese punto éxtimo, vacío, donde se tejen las determinaciones de todos los poderes, saberes y modos de relación concomitantes. Volver sobre sí en cada gesto para responder a los otros, al mundo, e incluso a eso de sí que se sustrae a toda aprehensión. Un ethos materialista atiende a lo irreductible en el nivel o campo que se juegue, sea la historia, la política, el inconsciente, la ley, el estado, la racionalidad, la afectividad, el método o el sujeto. Un ethos materialista puede parecer temerario porque no retrocede, ni ante la muerte, en la cual se ejercita a diario como un proceso de disolución material. Nada más.

Por último, esto me conduce a ajustar el movimiento de pensamiento ensayado en estas escrituras y el uso de la teoría. Tres movimientos del pensamiento se solicitan para que la teoría haga cuerpo. En primer lugar, asumir que somos leídos antes de leer, hablados antes de hablar, pensados antes de pensar, actuados antes de actuar, deseados antes de desear; asumir la determinación fundamental que nos constituye y no hacernos los locos: no hay libertad alguna antes de entender que estamos constituidos por modos y formas que nos preceden. En segundo lugar, asumir la circularidad productiva del concepto: encontrar el lugar y la fórmula, el objeto y el instrumento, el índice y factor de intervención conceptual; no hay garantía trascendental del conocimiento, sino un punto singular donde encontramos la inconsistencia o incompletud del Otro (tradición, texto, cultura) para producir nuestra in(ter)vención, la modulación de la voz propia, la enunciación del nombre propio. En tercer lugar, asumir la tarea de anudar los gestos simples en la trama compleja: los verbos-actos se han liberado al determinar la determinación, marcar las marcas, redoblar y escindir el círculo; se trata a partir de allí de abrir un campo o problemática nueva y entrelazar conceptos, autores, tradiciones, dispositivos, etc. Activar los afectos es posible si se producen conceptos y entrelazan los gestos (ver, escuchar, hablar, leer, meditar) en un ejercicio de libertad regulada, ejercicio asentado en el conjunto de determinaciones asumidas, desplazadas y reformuladas. La vida y el concepto se anudan en esos gestos de entrelazamiento que invitan a pensar a –y con– otros, hacer el pase.

 

Roque Farrán, Córdoba, 13 de septiembre de 2020.

 

Fuerza imparable // Diego Valeriano

No hay mayor gesto antipolicial que segundear. Estar ahí, escuchar, bancar con el cuerpo lo que las palabras ni dicen, abrazar como lo hacen las amigas, acompañar sin tanta pregunta, sin moral ni bando. Plantarse sabiendo que vamos a cobrar, que las piñas ya me duelen mucho, que las marcas quedan ahí, que cuesta cicatrizar. Nadie segundea desde arriba de un patrullero, ni por zoom, ni pidiendo la ubicación, ni dando un discurso. Nadie lo hace para controlar, enseñar, señalar. Se segundea para encontrar otras potencias, para que todo alcance lo máximo que pueda alcanzar, para que lo que se desvía, se desvíe de manera gozosa, plena, festiva. Se segundea para defender nuevas formas de vida. Formas que aún no conocemos, pero que claramente no son estas tan absurdas, crueles y vigilantes. 

El segundeo es un lazo tan fuerte como estar en las que hay que estar. No siempre ni en cualquier momento, no para jugar roles prefijados y aburridos. Estar es estar en las bravas, en las que nos necesitamos. ¿Hay algo más importante que segundear? ¿Hay algo más importante que construir estrategias de deserción frente a lo vigilante que se puso todo? ¿Hay algo más importante que no ser policía? Segundear es una actitud cero vigilante que rechaza esa manija insaciable de juzgar. Ya no hay deudas impagables, ni postergaciones, ni aparentes absoluciones, ni juicio ortiba, ni ayuda desde el patrullero. Ya no hay nada a cambio, solo esta amistad que borra las jerarquías. 

Ahora que los patrulleros se acercan, que el ministro sigue tirando tiros con la boca, que el gobernador retrocede, que la gorra se agranda,  ahora que los guachos y las madres están cada vez más solas, ahora que los desalojos son plan de vivienda, que lo policial es político, ahora es urgente apelar al segundeo como tarea vital, lucha diaria, gesto profundamente ideológico, real, posible. Como necesidad vital ante tanta crueldad, como fuerza imparable capaz de cambiarnos para siempre.

«Bifo» Berardi desde Buenos Aires // Diego Sztulwark & ¿Cómo reconstruir la subjetividad cuando hay miedo al acercamiento de los labios? // Franco Bifo Berardi

El miércoles pasado, Franco «Bifo» Berardi afirmó en un Zoom público organizado por la Untref que la política había muerto. Se refería a la política como creencia en que la voluntad puede crear nuevos proyectos colectivos y transformar estructuras (vigente entre Maquiavelo y Lenin). Asistimos, dijo, al colapso de la agresiva y largamente dominante mente blanca, masculina, colonial, capitalista (y la política parece morir con esa cultura). Se trata para él, por tanto, de partir de otro lugar: de lo poético, lo erótico y el derecho a defender nuevas formas de vida, para salir del cadáver podrido del capitalismo. Esto es hermoso: la belleza de Bifo como somático profeta luminoso de la oscuridad brilla en ese razonamiento con fuerza particular. Como escribe en un libro reciente: mueren lxs viejxs del norte (los fascismos que nos acosan), hay que crear espacios para las nuevas vidas en peligro, la de lxs jovenes del sur.

Entre quienes rechazan ese discurso profético porque lo ven carente de «pensamiento estratégico» hay optimistas -que hacen subsistir la creencia política sobre la crudeza del diagnóstico- y los hay pesimistas -como no hay opción a la pudrición capitalista, lo mejor sería apegarse a la política como una actividad sin creencias fuerte.

Mientras Bifo hablaba, la policía de la provincia de Bs-As ejercía una protesta pública, en la que sus reivindicaciones salariales y de condiciones de trabajo abrían paso a una visible amenaza política (amenaza reaccionaria creciente en la región y en el país, donde las policías son un actor muy importante en este proceso). Es imposible limitar la lectura de ese episodio a la precariedad del trabajo policial, sin agregar una palabra sobre el hecho de que las policías siguen siendo un instrumento (él mismo precarizado) de regulación para una precarización social más amplia (hubiera sido muy otra cosa, desde ya, escuchar policías diciendo: «no queremos ser más reguladores de la precarización de nuestras comunidades»). Cuando los medios de comunicación decían que la policía armada rodeaba Olivos (quinta presidencial), fue inevitable para quienes tenemos cierta edad, recordar la movilización en las calles y las plazas para evitar el golpe militar-carapintada, durante la segunda mitad de los años 80. ¿Tiene razón Bifo al decir que la política realmente existente ya no es capaz de plantear verdaderos problemas (el problema de la precarización y la explotación con su carga de violencia, el papel de la policía en ese sistema), ni de recrear nuevos proyectos colectivos, ni plantear transformaciones profundas? 

Si aceptamos que toda coyuntura está definida por la coexistencia de más de un tiempo simultáneo, quizás podamos intentar pensar que, si por un lado la política convencional perdió su relación con la estrategia (en un sentido fuerte, crítico, transformador) sin que una política revolucionaria alternativa aparezca y la sustituya; en el reverso de lo político -allí donde el zoom de Bifo cuenta- la invención de estrategias no hace sino renacer, sobre nuevas condiciones, nuevas formas de concebir quizás la «voluntad», nuevas formas de sentir y pensar. En toda formación de una nueva voluntad vuelve a plantearse el problema de la estrategia, y quizás a proponerse un nuevo concepto de lo «político».

Diego Sztulwark

¿Cómo reconstruir la subjetividad cuando hay miedo al acercamiento de los labios? por Franco Bifo Berardi

El filósofo italiano, Franco Berardi, Bifo, participó de una conferencia virtual: Respiración umbral: virus y literatura. “¿Qué pasa en el imaginario de una generación que entra en el mundo de la afectividad con la prohibición de acercar sus labios a otros labios?”, se pregunta Bifo y despliega la idea de sensibilización fóbica a los cuerpos. “El umbral. Crónicas y meditaciones” es su nuevo libro publicado por Tinta Limón. El encuentro estuvo organizado por la UNTREF, coordinó Daniel Link y participaron Diego Sztulwark y Diego Bentivegna. Compartimos la transcripción de sus intervenciones.

Antes que nada, pido disculpas por producir tantos escritos. Es un problema obsesivo pero, al mismo tiempo, en el último período me ha parecido necesario hacer un trabajo de análisis sobre lo que pasa. Es un trabajo auto-terapéutico e intenta ser terapéutico. Cuando uno conoce un poco las cosas que he escrito, que he dicho –como Diego Sztulwark, viejo amigo– puede sonreír al escucharme decir que me propongo ser terapéutico, porque no estoy describiendo, en estos libros sobre todo, una situación que se pueda definir como optimista o fácil de enfrentar, todo lo contrario. Creo que nos encontramos en una situación que me gusta definir como “umbral”. ¿Por qué? Porque el umbral es el pasaje en el que nos trasladamos de la luz a la oscuridad, pero también de la oscuridad a la luz.

Entonces, lo que intento hacer es comprender y conceptualizar los aspectos oscuros del pasaje que vivimos. Lo primero que tenemos que hacer es mirar la bestia a los ojos. Ponernos al nivel de la tragedia que estamos viviendo. Solo a través de la comprensión de las tendencias que vivimos podemos cambiar, transformar el ritmo de nuestra propia respiración. Creo que la explosión del virus, al comienzo de este año, no es la causa de la catástrofe que estamos viviendo, es el catalizador. Se puede decir que fue un elemento de precipitación de otros procesos catastróficos que se estaban desarrollando. Primero, el proceso de catástrofe ambiental del que la explosión del coronavirus es un efecto y, al mismo tiempo, un acelerador. Segundo, la extrañación del capitalismo global, que en los últimos diez o quince años ha caracterizado la vida social, ha golpeado la vida social.

La manera para recuperar la acumulación capitalista ha sido la de empobrecer la vida social en todos sus aspectos. Ha comenzado con el empobrecimiento del sistema sanitario que en Europa, en España, en Italia, en Inglaterra ha sido la causa directa de la situación trágica de la primavera de 2020. La recuperación financiera capitalista ha producido un empobrecimiento de la vida y, al mismo tiempo, de las infraestructuras que hacen la vida posible. Entonces, las tendencias catastróficas ya estaban inscriptas en el proceso social, el covid solo las ha precipitado. El otoño de 2019, desde Santiago de Chile a Hong Kong, desde Beirut a París, a Barcelona, ha sido un otoño de convulsión como si el cuerpo sofocado, asfixiado de la sociedad, sobre todo de los jóvenes, se rebelara sin una estrategia clara, sin una línea de unificación posible, pero con un mismo rechazo de la asfixia neoliberal. Después vino el contagio y el contagio ha producido una explosión de estos procesos.

Ahora lo que me pregunto, en una precipitación que se vuelve cada vez más peligrosa a nivel económico, a nivel geopolítico, en una situación como la que estamos viviendo, dónde tenemos que mirar, cuál tiene que ser el objeto principal de nuestra observación. Y mi respuesta es: la subjetividad, o mejor dicho, el proceso de subjetivación. Necesitamos una subjetivación solidaria, colectiva, feliz para enfrentar los efectos del Apocalipsis. Si miro a la subjetivación, miro antes que nada a los cuerpos. Miro la declaración de la ministra canadiense de la sanidad que ha dicho, muy irresponsablemente, catastróficamente, stop kiss, interdicción de besarse. Y si tienes sexo –porque el sexo es necesario económica y demográficamente, parece–, no olvide de ponerse la máscara sanitaria. No tengo una opinión positiva ni negativa sobre esta declaración. La política está muerta. La política buena hoy es solo la política capaz de aceptar la disciplina de los científicos, la disciplina de los médicos. Pero eso no es política, no es invención de una transformación posible. Y la invención de una transformación posible –depende hoy y mañana– del inconsciente social, del imaginario social. ¿Qué pasa en el imaginario de una generación que entra en el mundo de la afectividad con la interdicción de acercar los labios a los labios? Esta es mi obsesión principal: ¿cómo podemos reconstruir subjetividad —en términos psicoanalíticos, políticos, poéticos— cuando hay miedo al acercamiento de los labios? Ese es un poco así que voy a presentar la discusión desde mi punto de vista.

La pandemia y el umbral

Estamos en un umbral. Me gusta decirlo así. En el umbral podemos vislumbrar un panorama de posibilidad, estas posibilidades son como una oscilación que puede evolucionar en direcciones diferentes, pero antes que nada tenemos que describir las condiciones en las cuales la oscilación subjetiva se hace posible. ¿Cuáles son estas condiciones? Alguien pregunta si el distanciamiento físico es distanciamiento afectivo y político. Claro que lo es. Sé muy bien que hay una retórica –que comparto en cierta medida– de que hay un sentimiento de solidaridad entre los que se encuentran en peligro verdadero, pero paralelamente lo que es más verdadero es que está creciendo una generación de niños, de jóvenes, que internalizan el miedo de la relación con el cuerpo del otro. En términos psicoanalíticos yo la llamaría una sensibilización fóbica a los labios, a los cuerpos. En una sensibilización fóbica muchas cosas pueden acontecer. Puede acontecer que el miedo se transforme en una verdadera epidemia de depresión o de autismo.

La discusión de esta tarde también está dedicada a la relación entre literatura y efectos de la pandemia. Hay una escritora negra, norteamericana, que se llama Octavia Butler que escribió en el año 1984 un libro con el título The parable of the sower [La parábola del sembrador], donde narra una Norteamérica violenta, destrozada, como la que vemos hoy en la pantalla del televisor. En esta Norteamérica, hay una niña de tres años que sufre de un mal espantoso llamado “empatía”. Los médicos la están curando, porque esta niña, cuando ve a alguien sufriendo o muriendo en la calle, sufre un poco. En su cerebro hay una disfunción empática. Esta historia a mi interesa mucho: ¿por qué la multiplicación del sufrimiento y del miedo puede producir un efecto que se define propiamente como autístico? El autismo me parece la condición psíquica más probable a la salida de este proceso. Pero cuando digo probable no estoy diciendo que vamos en esta dirección estoy diciendo que tenemos antes que nada que reflexionar y actuar anticipadamente ante esta posibilidad. Antes que nada, reconociéndola, analizándola.

Diego pone la cuestión de que es la política en la época de la extinción como nuevo horizonte. Antes que nada la palabra extinción ha entrado en el vocabulario político solo en los últimos dos años –me parece– pero ha habido también una remoción, un rechazo, una negación a la tendencia de la extinción. He leído el último libro de Donna Haraway y la cito mucho porque me parece iluminadora. En la introducción a su libro Staying with the trouble —no sé si está traducido en Argentina— Donna Haraway dice: tenemos que reconocer que si la tendencia demográfica anunciaba 11 mil millones de personas al final del siglo y, al mismo tiempo, las tendencias del colapso ambiental de áreas enteras del globo, sobre todo las montañas –miren lo que está pasando en California hoy–, estas tendencias van a producir un efecto que no puede ser la extinción de la civilidad humana, de la civilidad del género humano, tenemos que reflexionar desde este punto de vista. Este es el horizonte que descubrimos saliendo de la pandemia. Cuando descubrimos un horizonte tenemos también que buscar las herramientas que nos permitan cambiar de dirección, inventar algo nuevo.

¿Es la política esta herramienta? No lo sé. Me parece que la política como capacidad de gobernar el conjunto social desde un punto de vista de la racionalidad progresiva no tiene mucha fuerza, mucha credibilidad. Yo creo que el trabajo principal que hay que hacer es esencialmente desvincular, disentangle, liberar, emancipar comunidades que se dan una regla, un ritmo, una forma de vida, un horizonte que es diferente, que es cismogenético, en el sentido de que abandona la historia de la humanidad. Yo creo que la evolución humana no puede más que transitar a través de un proceso cismogenético. Naturalmente lo que estoy diciendo es muy grave, porque implica que no somos capaces de enfrentar la realidad probable de una población mundial que se está precipitando en una condición de creciente miseria y sufrimiento. Lo sé, pero solo recreando las condiciones de un éxodo de la sensibilidad, de la conciencia y de la cognición, de la condición cognitiva, solo a partir de eso podemos repensar el futuro de la comunidad humana en su conjunto.

La poesía como premonición

Cuando hablamos de poesía no sabemos mucho bien de qué estamos hablando. Intentamos definirla, pero se nos escapa siempre. La palabra poética se podría decir con el arte, pero me parece que la palabra arte tiene demasiado contacto con el mercado, con la valoración, no me interesa todo eso. No me interesa la poesía, en un sentido estrictamente literario, pero ¿qué me interesa? Me interesa, antes que nada, la capacidad profética del poeta. A comienzo de la pandemia releí libros de William Burroughs, de Philip Dick, el último libro de Salman Rushdie, Quijote. He leído Quijote. Es una anticipación delirante de un Apocalipsis producido por el vacío. Entonces, la poesía como premonición sensible de algo que está aconteciendo en la dimensión de la psicosfera, en el psiquismo social. Pero la poesía es también sublimación –lo ha dicho Freud, lo sabemos por el psicoanálisis–, y la sublimación es algo que siempre me ha parecido ambiguo. Significa que cuando no puedo acercar tus labios a mis labios, como deseo hacerlo, puedo escribir versos, puedo dibujar imágenes, puedo hacer gestos que actúan en la misma dirección de seducción y de implicación erótica a nivel lingüístico del otro. Pero eso lo creo hasta un cierto punto.

Hay un tercer nivel del que se puede hablar. Que es la transformación del ritmo. La poesía es esencialmente eso: la pesquisa, la búsqueda de un ritmo que nos permita encontrar una sintonía con los otros cuerpos, con la naturaleza, con la muerte. Es un tercer nivel, la transformación de nuestro ritmo interior y la relación con el caos circundante y a final la poesía es una ampliación de la dimensión imaginaria, imaginacional. Una ampliación de una capacidad de imaginar algo que no se podía imaginar al interior del lenguaje dominante. Hemos descubierto que se puede distribuir millones a personas que no van a trabajar. Hemos descubierto que se puede dar la renta básica. Hemos descubierto que el imposible es posible. Cuando el posible se ha hecho imposible, la tarea de descubrir dimensiones de la realidad que no podemos ver es una tarea de la actividad poética.

El teletrabajo y el distanciamiento

Se puede decir que una parálisis de la subjetivación se ha manifestado de manera evidente, casi escandalosa en el lockdown, en el distanciamiento social, en el miedo del acercamiento, pero esta tendencia ya existía. Ya existía desde hace décadas, en la tendencia hacia la virtualización, la digitalización, la descorporalización de la relación social y hasta de la relación erótica. Ya hay una literatura sobre los efectos psicopatológicos de este distanciamiento, de esta virtualización que llega al triunfo con el distanciamiento obligatorio. Una atrofia emocional como la que se ha producido en las últimas décadas es algo que no solo imposibilita algunas formas de solidaridad política que hemos conocido en el siglo pasado, sino que al mismo tiempo nos obliga a buscar nuevas dimensiones de esta solidaridad.

Por ejemplo, creo que en el futuro próximo asistiremos a la formación y al éxodo de comunidades pequeñas, grandes, medianas, que crean las condiciones para cooperar y, al mismo tiempo, vivir en una relación armónica con la naturaleza y, sobre todo, en una condición armónica con los cuerpos de los otros. La comunidad, la red de comunidades, el abandono de la dimensión metropolitana, de la dimensión urbana, esa es una tendencia que ya vemos en Europa. Tengo muchos amigos que hablan de esta posibilidad, que quieren abandonar la ciudad para vivir en lugares donde hay muchos cuerpos amistosos.

Pero al mismo tiempo hay un problema y es el problema del trabajo asalariado. El teletrabajo es una condición provisional, temporal, pero es al mismo tiempo una tendencia que no va a retraerse en el futuro, va a expandirse, y el desafío más grande del teletrabajo, y en general de todas las formas trabajo cognitivo, es el desafío del trabajo asalariado, el fin del salario como forma de compensación del trabajo físicamente o digitalmente controlable; es algo que me parece más en crisis, cada vez más marginal. El tema de la renta básica hoy se ha hecho un tema absolutamente necesario para un futuro que no sea un futuro de guerra social en todos los espacios. Pero siempre hablamos del mismo problema: demos posibilidades nuevas, como la posibilidad de emancipación del trabajo asalariado, pero dónde construimos, dónde encontramos una subjetividad social solidaria capaz de implementar estas posibilidades.

La literatura como insumo para entender el mundo

Tengo que hacer una confesión un poco vergonzosa: no he leído Proust, me ha aburrido desde el comienzo. No sé por qué es mi falta. He leído dos, tres partes, pero no hace parte de mi universo literario. Los autores que he leído más en los últimos meses —puedo decirlo porque he intentado más o menos seguir una línea— son, primero, algunas escritoras como Sara Mesa, de Sevilla, como Octavia Butler, como Margaret Atwood, o como la misma Joyce Carol Oates. Entonces, la sensibilidad femenina como capacidad de realizar sintonías que la cultura patriarcal no puede ni imaginar, es decir, el proceso de desidentificación. Hay un pequeño libro de Sara Mesa que se llama Cara de pan que a mí me ha parecido muy sugestivo a este nivel. Es la percepción de una niña frente a la percepción de un viejo loco, furioso, de 60 años, y se hacen amigos, viven en un mundo. Es un tipo de posibilidad de la percepción que sale totalmente de la percepción que hemos recibido de la historia del patriarcado y del capitalismo.

La segunda dirección que me ha interesado muchísimo, es mi obsesión en este momento, es la crisis final de los Estados Unidos de América. Yo siento, percibo, con mucha claridad que los Estados Unidos de América como Estado federal, nacional, unitario no existe. Lo vemos porque tienen una unidad falsa, pero lo que se está verificando es de un lado, el desencadenarse de una verdadera guerra contra los pobres, contra los negros. Una guerra civil, criminal de la mayoría blanca, de la casi mayoría blanca americana. Segundo, y más catastrófico en el largo plazo, el armamento masivo del pueblo norteamericano y el desmoronamiento de la unidad del sistema militar y de los servicios de seguridad. La crisis de la relación entre la Casa Blanca y el FBI. La crisis de la relación con el sistema militar. He leído a Philip Roth, American pastoral, Joyce Carol Oates, American martyrs, Jonathan Franzen, The corrections, que es un libro sobre la descomposición del cerebro blanco, patriarcal, masculino, norteamericano. Y para terminar he leído Quijote, de Rushdie, que es una lectura del enloquecimiento de la mente americana que tiene como tela de fondo el fin del mundo americano, el fin del abismo americano. Esa es mi obsesión en este momento, no importa si gana Trump o si gana Biden, es exactamente la misma cosa porque el proceso ya se ha movilizado. Si gana Biden, la guerra civil puede precipitarse de manera peligrosa. Esas son mis lecturas. Escritores y escritoras que he leído para entender lo que está pasando en el mundo a nivel geopolítico y, por otro lado, para repensar la percepción, la sensibilidad, la manera de filtrar sensiblemente la relación con la naturaleza.

Lazzarato, la estrategia y la crítica a los automatismos

Tenemos que investigar la palabra estrategia. Maurizio Lazzarato siempre escribe cosas interesantes, pero tal vez no estoy de acuerdo con su manera de interpretar la palabra estrategia. No es muy clara, o es clara pero en una dirección que no me interesa. Es la voluntad en relación a la estrategia. La voluntad humana –para mí- es una facultad que ha sido enormemente sobrevalorada por el pensamiento político. Creemos que la voluntad es tan importante que decidimos. Y decidimos, pero lo que decidimos es relevante para una pequeña parte del conjunto de la historia humana, de la sociedad, de la colectividad, etc. Y sobre todo la voluntad y la conciencia racional que permite actuar decisiones, analizar, comprender la realidad y decidir. Esta fuerza de la voluntad ha existido en cierta medida, desde Maquiavelo hasta Lenin. Maquiavelo ha pensando la potencia de la estrategia como manifestación de la voluntad humana, más precisamente de la voluntad masculina. Maquiavelo habla en El Príncipe del poder político como la capacidad de someter la fortuna que es fémina, y por eso caprichosa y voluble. Esa es la política como dominio de la voluntad hasta Lenin, que ha realizado una actuación esencialmente voluntarista, en el buen y mal sentido de la palabra. Pero cuánto más la velocidad y la complejidad de los procesos informacionales, de los procesos políticos y de las formas de vida se han hecho caóticas, en este punto me parece que la voluntad humana, la voluntad política vale siempre menos, decide siempre menos, cada vez menos.

Los automatismos, claro, en esto Maurizio tiene razón: son estrategias, pero no son estrategias de la voluntad. Son estrategias de intereses brutales de un lado, que se manifiestan a través de automatismos psíquicos. Cómo podemos imaginar que la clase capitalista financiera que odia a todo el mundo, como dice Maurizio y tiene razón, cómo podemos pensar que la voluntad de la clase capitalista haya creado esta situación sin considerar la autodestrucción misma del capital, no creo. Creo que, a cierto punto, la voluntad de los capitalistas no ha sido capaz de controlar una máquina, un autómata –Autómata y caos, el libro que gracias a las compañeras de Hekht he editado, es un discurso que largamente, no había leído aún el libro de Maurizio entonces no he respondido, pero es implícitamente una respuesta.

Existe el caos de las infinitas voluntades que son deseo, que son las formas de manifestación del inconsciente. Esto es causa del cuerpo real, de la corporeidad social y de la mente encorporada. Y, del otro lado, hay un autómata que se está construyendo a través de un entrelazamiento de automatismos. En ese proceso, la voluntad se está claramente retrayendo, hasta el punto que hoy la voluntad política, cuando es racional, se pliega completamente sobre la disciplina sanitaria, pero cuando es manifestación loca-criminal-genocida, en el caso de Trump, Bolsonaro y otros, se manifiesta como autonomía de lo político. La autonomía de la voluntad política está muerta. Tenemos que inventar algo que nace del interior de la subjetividad, pero se manifiesta y se construye a través de formas de contra-automatismos, antes que nada, a nivel psíquico. Pero hoy el contra-automatismo se verifica, se puede implementar solo cuando tenemos la fuerza, la capacidad de salir, no se para el automatismo financiero, se abandona. Se crea una forma de vida que no depende y que se defiende si es necesario con todas las herramientas. Tenemos que defender nuestra posibilidad de abandonar el cadáver del capitalismo.

La Malinche: traición y traducción

¿Qué es Malinche? Antes que nada es una mujer. Segundo, una mujer que juega un doble juego. De un lado, es la traidora que traiciona a su pueblo, su etnia, su comunidad para ponerse al servicio del conquistador. Pero, por otro lado, su pueblo la había esclavizado. Malinche era esclavizada, era sometida a la violencia de su propio pueblo, entonces es el olvido de la identidad. No tengo ninguna bandera, ninguna patria, ningún pueblo y ninguna comunidad. Soy una singularidad. Es la amante de Cortés, la madre del primer mexicano, pero al mismo tiempo, nos dicen los historiadores, desarrolla una función esencial que es una función de traductora. El traidor es traductor. Sabemos que el traductor es traidor, pero también el traidor se hace traductor y traduce las palabras de Cortés y de los curas, de los conquistadores para los pueblos de idioma náhuatl. Esta traducción en algunas situaciones, no solo permite la salvación de grupos de personas de su comunidad, sino que sobre todo instaura, crea una tradición cultural sincrética, nueva, que permite a algunos pueblos latinoamericanos, sobre todo al pueblo mexicano, reproponer una ambigüedad y una autonomía a nivel lingüístico, a nivel cultural, religioso, social, etc.

Entonces, la figura de Malinche me interesa mucho porque es la figura de alguien que reconoce que la mega máquina está destrozando nuestra cultura. El fin de una cultura es el fin de un mundo. La única manera que tenemos para transmitir un mensaje humano es hablar la lengua del enemigo, hablar el idioma del enemigo para traicionarlo desde adentro. Eso significa que tenemos que hablar el lenguaje de la máquina digital para traicionarlo, para cambiar o redirigir la dirección hacia donde la máquina digital se mueve. Así, similarmente tenemos que esperar algo de las generaciones que están viviendo en su inconsciente más profundo, en su formación infantil, adolescente, una transformación que es enormemente profunda del inconsciente. ¿Cómo se puede reinventar el erotismo? ¿Cómo se puede reinventar la solidaridad social? ¿Cómo se puede reinventar la amistad a partir de esta nueva condición? Malinche puede hacerlo. Es la única persona que puede hacer este proceso.

Caósmosis y cismogénesis

Hay dos palabras que me parecen cruciales. Una es la palabra caósmosis de Félix Guattari. La otra es cismogénesis, que es una palabra de Gregory Bateson. Caósmosis es una definición perfecta para definir lo que estamos viviendo. Caósmosis significa que entramos en un proceso de aceleración, pero no solo de aceleración, de intensificación dolorosa de nuestra relación con el entorno técnico y social. Esta aceleración produce lo que Félix Guattari llama un espasmo caósmico. ¿Qué es un espasmo? Un movimiento de los músculos, del cuerpo, del organismo; un movimiento tan acelerado, tan irregular, tan caótico que produce un dolor, un sufrimiento físico o mental. Porque hay un espasmo mental que es un espasmo que se manifiesta en la forma del pánico, pero también puede caer en la dimensión de la depresión como intento de destacarse del espasmo. Caósmosis es el proceso que nos permite encontrar un nuevo ritmo de nuestro organismo, lingüístico, cognitivo, estético, erótico.

Edición y fuente: Tinta Limón Ediciones

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Gustavo Rearte y el origen de la Tendencia revolucionaria del peronismo // Diego Sztulwark

Hace algo más de medio siglo, se creaba la primera Tendencia del peronismo revolucionario de la mano del dirigente Gustavo Rearte. Un libro reciente, La patria socialista (Ediciones en Lucha, Buenos Aires, 2020), creado por militantes de ese movimiento -Eduardo Gurucharri, Jorge Pérez, Edgardo “Cambá” Fontana y la fallecida Sara Alfaro-, reúne por primera vez valiosos documentos y testimonios de la corriente que bregó durante una década y media por la unión de la estrategia armada, la lucha de masas y la organización político-ideológica.

La corriente fundada por Rearte tomó nombres y senderos distintos desde el lanzamiento del MRP -el 5 de agosto de 1964-, pasando por la JRP y su sucesor el MR17, el FRP y la fusión de los dos últimos en el FR17, previo a la derrota bajo la última dictadura.

Creado a instancias de un Perón exiliado en Madrid, a través del financista Héctor Villalón, y sometido a los vaivenes de sus disputas con el neoperonismo liderado por el dirigente sindical Augusto Vandor, el MRP surge con la intención de agrupar a la militancia combativa del peronismo en una única organización, con el propósito inmediato de dinamizar el retorno del líder, a cargo por entonces de las estructuras sindicales burocratizadas. Muy pronto, la Juventud Revolucionaria Peronista siguió su camino y, como otras vertientes de la militancia, recibió la influencia de la Revolución Cubana. Rearte viajó a la isla en 1966, al tiempo que consolidó su afinidad con la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) de John William Cooke. Mientras, colaboraba con el entonces nuevo delegado de Perón, el mítico mayor Bernardo Alberte, quien perdería en abril de 1968 la jefatura táctica del movimiento, por haberse recostado sobre su ala revolucionaria. Eduardo Gurucharri publicó, en 2001, Un militar entre obreros y guerrilleros, una biografía política de Alberte que incluye su correspondencia con Perón. 

Luego de los estallidos populares de 1969, la organización de Rearte pasó a denominarse Movimiento Revolucionario 17 de Octubre. El intento de constituir una organización nacional que articulase la lucha armada con la lucha de masas es argumentado en el texto de Rearte  “Violencia y tarea principal”.

Rearte, de sólida implantación territorial en el peronismo de La Matanza, y otros notables referentes de la resistencia peronista como Jorge Di Pascuale “vieron con aprensión y a despecho del optimismo predominante, el primer retorno de Perón al país”, en noviembre de 1972. Unos meses después, en julio de 1973, fallece Rearte con apenas 40 años. El MR17, la organización heredera tras la muerte de su líder, apoyó la candidatura de Perón, reprobó públicamente el atentado contra el secretario general de la CGT, José Rucci, y el asalto del ERP al cuartel de Azul, condenó la acción de la ultraderecha peronista y desistió de participar del acto del 1ro. de Mayo de 1974, en desacuerdo con el rumbo del gobierno.

Luego, el MR17 impulsó la unificación de los sectores del peronismo revolucionario afines al suyo. En mayo de 1975, concretó la fusión con el Frente Revolucionario Peronista de Armando Jaime y Juan Carlos Arroyo. El FR17 llamó a la resistencia popular contra el gobierno de Martínez de Perón y el golpismo militar.  En lo ideológico, reivindicó su adhesión al marxismo como teoría de análisis de la realidad.

El congreso clandestino del peronismo revolucionario, convocado por la JRP, del cual surgió la Tendencia, se realizó el 17 (en FOETRA) y el 18 (en el sindicato de Farmacia) de agosto de 1968. El texto del llamamiento corrió por cuenta de Rearte. Este proponía la inminente unidad de las organizaciones peronistas dispuestas a asumir una estrategia revolucionaria de la lucha armada, apegada a la lucha de masas. Dirigentes clave como Jorge Di Pascuale (del gremio de farmacia y de la CGT de los Argentinos), Juan García Elorrio (director de la revista Cristianismo y Revolución), Alicia Eguren y John W. Cooke (de la ARP) y el mayor Alberte se sumaron a los preparativos. Una de las consecuencias inmediatas del encuentro fue la publicación del mensuario Con Todo. Su primer número salió con una hoja suplementaria, escrita de urgencia por Alicia Eguren, anunciando el fallecimiento de Cooke, el 19 de septiembre de 1968, el mismo día en que resultaba abortado el intento guerrillero de las FAP en Taco Ralo, Tucumán, menos de un año después de la caída del Che en Bolivia. 

En agosto de 1967, se había celebrado en La Habana la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Aquel encuentro se proponía apoyar activamente las luchas contra las dictaduras proimperialistas de América, y nombró como presidente honorario al Che, ya instalado en Bolivia. La delegación argentina de siete miembros, presidida por Cooke, tuvo una fuerte representación del peronismo revolucionario, cuyos principales dirigentes -entre ellos Cooke y Rearte- dieron a Guevara garantías de apoyo en caso que llegase a la frontera argentina.

La tendencia revolucionaria del peronismo fue la corriente que con mayor intensidad registra, en la Argentina, el doble proceso de una revolución democrático-burguesa o de “liberación nacional” interrumpida (peronismo), y una naciente revolución de proyección continental (la Cubana). Entre Madrid y La Habana, entre Perón y Guevara, se gestó una sensibilidad específica, de nítida presencia en la correspondencia entre Perón y Cooke, contra la que reaccionó la derecha peronista y la burocracia sindical, primero, y luego el Plan Cóndor, dimensión regional de la doctrina de seguridad nacional. 

Entre los textos preparatorios del Congreso del MR17, en octubre de 1974, la corriente de Rearte expone su balance de la derrota en Bolivia y realiza una crítica explícita a la doctrina foquista de Guevara. Si el Che acertaba en desarrollar la lucha armada y oponerse al pacifismo de los partidos comunistas, erraba sin embargo al reducir la lucha armada al foco rural: “La experiencia demostró que la mera instalación de un foco guerrillero no aseguraba el desarrollo de condiciones subjetivas” de la revolución. El grupo de Rearte insistía en su camino de vincular la estrategia armada con la lucha ideológica y la organización política, con el trabajo entre las masas, en particular obreras, y prestaba particular atención a las diferencias específicas entre distintas regiones del continente.

Respiración Umbral: virus y literatura // Conferencia virtual con Franco ‘Bifo’ Berardi

La tristeza feminista // Sofía Rutenberg

 

 

“Algunos días, si la amargura fuera una piedra de afilar, yo podría ser filosa como el desconsuelo”

Audre Lorde

 

“¿Quién puede recordar el dolor una vez que éste ha desaparecido? 
Todo lo que queda de él es una sombra, 
ni siquiera en la mente o en la carne.
El dolor deja una marca demasiado profunda para que se vea,
una marca que queda fuera del alcance de la
vista y de la mente”

Margaret Atwood

 

           

La tristeza de las mujeres ha sido diagnosticada y tratada a lo largo de la historia. Para la ciencia médica estar triste no es una posibilidad. Como no existe un nombre científico para este sentimiento, es necesario medicalizarlo. Cuando alguien asiste a una guardia médica con un ataque de angustia se la trata como una molestia que está interfiriendo en “las cosas importantes”, porque no se está muriendo “de verdad”, y su vida no parece estar en riesgo. Cuando la tristeza se vuelve un riesgo para sí o para terceros, es el momento de empastillar y encerrar. La felicidad se prescribe en pastillas. Los niveles de serotonina son alterados con un psicotrópico para manipular las reacciones singulares ante ciertas situaciones, por considerarlas enfermas. Los “inhibidores selectivos” en pequeñas cápsulas borran la tristeza del mapa. La seleccionan y la inhiben. La tristeza es incómoda. En nuestra sociedad es más común ver gente desnuda que triste. La industria farmacológica vende antídotos contra la tristeza, que son consumidos por más mujeres que varones.

Son las mujeres las que heredaron la tarea de hacer felices a los demás, ese es su deber. El “equilibrio emocional” del hogar depende de ellas. Mostrarse tristes desmorona la imagen que se tiene de ella y se corre el peligro de alterar el bienestar familiar. Al diagnosticar a una mujer como depresiva, ésta se convierte en enferma mental y pierde la autonomía de su vida. Cada decisión que quiera tomar tiene que estar habilitada por otra persona. Comienza a considerarse a sí misma sin criterio, pierde la confianza en su capacidad de pensar; y las otras mujeres se alejan por miedo al contagio.

Las mujeres tardaron siglos en enterarse que los hombres las odian. Todavía existen mujeres que no lo saben. Fueron esos hombres, los que desprecian a las mujeres, los que investigaron, practicaron y experimentaron con su tristeza. Escribieron tomos, manuales y libros sobre cómo domesticarlas. Hasta el día de hoy se intenta domarlas, acotar un goce que, al ser no-todo, impone un sentimiento de vacío peligroso. Como no se sabe de qué se trata ese vacío ni parece importante preguntarles a las mujeres, se las empastilla. En algún momento estuvo prohibido que una mujer sepa leer: se las alejaba de saber lo que los hombres escribían sobre ellas.

El cuerpo sigue siendo desconocido para las propias mujeres, quienes tienen que consultar con un médico ㅡsi es varón mejorㅡ para corroborar estar “bien por dentro”. Su cuerpo se les presenta como misterioso porque es ajeno: le pertenece a la hegemonía masculina, la industria farmacológica, la medicina, los jueces, la religión y el mercado. La gran mayoría de las mujeres van por lo menos una vez por año ㅡy algunas hasta tres o cuatro vecesㅡ a hacerse introducir un artefacto ecográfico en la vagina para controlar el útero, esa parte de su cuerpo que no les pertenece. Espacio biopolítico en el que se disputa poder.

Silenciar el dolor ha sido uno de los mecanismos de dominación. El dolor se vuelve una amenaza: o te callás o van a pensar que estás loca. Por eso las locas son las que no se callaron. Audre Lorde se pregunta en Los diarios del cáncer (1980): “¿Qué tiranías te tragas día a día e intentas hacer tuyas, hasta que te enfermen y te maten, todavía en silencio?”

La tristeza es obscena, mejor llorar en el baño, cuando los niños duermen o mientras cocinás, con una copa de vino en una mano y el Clonazepam en la otra. La tristeza te convierte en una “aguafiestas”. Te vuelve la responsable de la violencia del otro. ¿No es acaso la “depresión femenina” una la respuesta al machismo? La violencia deja una herida abierta, un enojo en estado de ebullición. En cualquier momento podés estallar y que todos se enteren de lo loca y desmedida que sos: “Existen una serie de traumas que podemos soportar antes de salir corriendo a la calle y gritar”, dice Jasmine en la película Blue Jasmine (2013).  La mujer deshecha en llanto es una imagen embarazosa, fuera de lugar, desmedida e irrazonable. La tristeza no es un problema hormonal ni está en los genes. Son las mujeres las que tienen más posibilidades de vivir en la pobreza. En muchos casos dependen económicamente de un hombre y no se pueden separar, por no tener a dónde ir ni dinero para subsistir.

Ocultar la tristeza es ocultar la falta. Se adiestra a las mujeres con imperativos de equilibrio: ¡Mantené el orden! El imperativo de estar “en equilibrio” hace de la tristeza y la alegría polos diagnosticables. El equilibrio se vende por T.V.: las publicidades de yogures que “te equilibran” son dirigidas exclusivamente para las mujeres. ¿Qué varón diría “yo tomo Activia porque no puedo hacer caca” frente a millones de televidentes? Son las mujeres las que necesitan “ser reguladas”. Se les exige además que equilibren al otre. Si el varón se enoja o está de mal humor, es la tarea y responsabilidad de la mujer devolverle la tranquilidad, calmar a la fiera. Sólo si él se encuentra bien ellas pueden retomar sus actividades. Una paciente recuerda de su niñez los días en que su padre regresaba del trabajo irascible, y su madre les decía: “vayan a su habitación que papá está de mal humor”. Esa indicación era la de mantener silencio durante la cena, no quejarse ni levantar la mirada.

Hay medicamentos, tés, yerbas, bebidas, comestibles y hasta golosinas “Fem”. Me ha sucedido de ofrecerle un Ibuevanol (marca de Ibuprofeno para los dolores menstruales que contiene lo mismo que cualquier otro analgésico) a un varón que se quejaba del dolor de cabeza y que no lo acepte ya que es “para mujeres”, como si fuera a convertirse en una y eso fuese algo muy malo o peligroso. Los varones toman proteínas para remarcar los músculos y pastillas para rendir en la cama. Asumir su tristeza los desviriliza. Las mujeres consumen productos para vaciar sus intestinos y riñones. Consumen para vaciarse.

Toda la investigación de la histeria en la primera parte de la obra de Freud es sobre el motivo por el cual la memoria puede doler en el cuerpo. De ahí su inquietud sobre la conversión histérica: ¿por qué estas mujeres en lugar de recordar aquello penoso, les duele una parte del cuerpo?

Elisabeth Von R. padecía de fuertes dolores en las piernas que la inmovilizaban: su pierna derecha era donde le cambiaba las vendas de las piernas a su padre en el lecho de muerte. La pierna izquierda le dolía cuando recordaba a su hermana muerta.

Emmy Von N. hacía años que no sentía placer por la comida y tenía problemas estomacales. Cuando Freud la hace hablar, afloran recuerdos de su infancia en los que aparece su hermano moribundo con el “mal abominable”, expectorando flemas mientras cenaban.

Miss Lucy R. tenía una sensación olfatoria de pastelillos quemados que remitía a unas escenas en las que su patrón había sido violento con ella cuando no cumplió con una orden: algo olía mal.

Y a Dora le dolía la tristeza atragantada de su padre.

 La tristeza de las mujeres tiene su origen en la impotencia: la felicidad del otro depende de ellas. ¡Te tenés que mostrar feliz para que tu hábitat sea feliz! La tristeza genera culpa y autorreproches: “No quiero que mis hijos me vean triste o llorando porque se ponen mal”. La felicidad es la trampa. Se les dice a las mujeres que para agradar hay que sonreír. El feminismo cuenta la historia de las mujeres que no son felices con lo que se supone que debería hacerlas felices. Reconocer la tristeza y la decepción es un trabajo muy complejo, porque cuando una mujer denuncia una injusticia se le dice que “está siendo injusta”. El hombre se convierte en pobrecito y la mujer en mala, malísima. El terror de herir al hombre ㅡque amenazó con que si lo dejan se va a matarㅡ, las lleva a fingir, a mentirse a sí mismas. Asumir la tristeza cuando su vida debería causarle felicidad lleva a construir una pregunta masoquista: ¡¿Qué falla en mí?! Asumir como propia esa pregunta te convierte en una histérica insatisfecha a la que nada le viene bien. Una (in)satisfacción mutilante.  

La insatisfacción es una etiqueta que le han puesto los hombres a las mujeres para no escuchar lo que ellas tendrían para decir: “¡esta vida no me hace feliz!”. Es decir, un “no”. Las mujeres que no pueden decir esto es porque temen a la violencia y el desprecio del otro. Los hombres se vengan de las mujeres con el dinero y los bienes. Si ellas los dejan, ellos las dejarán en la calle, o al menos harán el intento. En general la justicia está de su lado. Si no están con ellos, si no cumplen con su papel de madres, nada les pertenece, ni siquiera sus hijos. La felicidad es una imposición de la sociedad machista.

Las pacientes tardan mucho tiempo en (de)construir la genealogía de su tristeza. Un análisis lleva tiempo porque la tristeza tiene generaciones. Cuando no se siente, cuando no se descubre ㅡen el sentido de quitarle el velo para luego seguir viviendoㅡ la tristeza queda como un estado permanente, donde el origen ya no importa porque tiñó todo. Te convertís en la que está sentada en una silla rivotrileada mientras todo el mundo baila.

El movimiento feminista reconoció la bronca de las mujeres. Tal vez llegó la hora de recuperar la tristeza contenida desde hace siglos, usurpada y clasificada por la hegemonía masculina. La tristeza de las mujeres tiene una genealogía que no se encuentra en los manuales de psiquiatría. Es incómoda y creativa, por eso la sociedad no la tolera.

 

*autora de Hacia un feminismo freudiano (La Docta Ignorancia,2019)

Cosas vistas // Julien Coupat et al

Hemos visto la libertad más básica de las constituciones burguesas —la libertad de ir y venir— ser abolida en un chasquido de dedos.
 
Hemos visto a un presidente que afirma regular los «detalles de nuestra vida cotidiana» desde el Palacio del Elíseo.
 
Hemos visto a un gobierno que promulga de la noche a la mañana nuevas costumbres, la forma correcta de saludarse y que incluso decreta una «nueva normalidad».
 
Hemos escuchado que a los niños se les llama «bombas virológicas»; para después, finalmente, decir que no.
 
Hemos visto a un alcalde que ha prohibido sentarse más de dos minutos en las bancas de «su» ciudad y a otro que ha prohibido comprar menos de tres barras de pan a la vez.
 
Hemos oído a un profesor de medicina deprimido que habla de «una forma de suicidio en masa para ellos y para los demás» a propósito de jóvenes que tomaban el sol en un parque.
 
Hemos visto un sistema de medios de comunicación perfectamente desacreditado que trata de recuperar una onza de crédito moral a través de una empresa de culpabilización masiva de la población, como si la resurrección del «peligro juvenil» fuera a traer la suya.
 
Hemos visto a 6000 gendarmes de las unidades de «montaña» apoyados por helicópteros, drones, lanchas rápidas y 4×4, comprometidos en una cacería a nivel nacional de los agrimensores de senderos, orillas de ríos, lagos, sin mencionar, por supuesto, costas.
 
Hemos visto a polacos en cuarentena que reciben la orden de elegir entre tomarse fotos en casa con una aplicación que combina la geolocalización y el reconocimiento facial, o recibir una visita de la policía.
 
Hemos oído a los ancianos que golpean la puerta de sus habitaciones de la Institución Residencial para Personas Mayores Dependientes pidiendo que les dejen salir para ver el sol quizá una última vez, y la barbarie civilizada se cubre con excusas sanitarias.
 
Hemos visto que la noción de «distancia social», ideada en los Estados Unidos de la década de 1920 para cuantificar la hostilidad de los blancos hacia los negros, se ha convertido en la norma evidente de una sociedad de extraños. Hemos visto así un concepto nacido en respuesta a los disturbios raciales de Chicago de 1919 ser movilizado para congelar la ola insurreccional mundial de 2019.
 
Hemos visto, en nuestras noches confinadas, que los satélites de Elon Musk reemplazan las estrellas, así como la caza de Pokémon reemplazó la caza de mariposas extintas.
 
Hemos visto de un día para otro nuestro departamento, que nos habían vendido como refugio, cerrándose sobre nosotros como una trampa.
 
Hemos visto la metrópoli, una vez desaparecida como el teatro de nuestras distracciones, revelarse como un espacio panóptico de control policial.
 
Hemos visto en toda su desnudez la estrecha red de dependencias de la que nuestras vidas están suspendidas. Hemos visto a qué se sujetan nuestras vidas y por qué somos sujetados.
 
Hemos visto, en su suspensión, la vida social como una inmensa acumulación de limitaciones aberrantes.
 
No hemos visto ni Cannes, ni Roland Garros, ni el Tour de Francia; y eso estuvo bien.
 
Hemos leído esta declaración del Centro de Empleadores Suizos: «Debemos evitar la tentación de que algunas personas se acostumbren a la situación actual, o incluso que se dejen seducir por sus insidiosas apariencias: mucho menos tráfico en las carreteras, un cielo desértico por el tráfico aéreo, menos ruido e inquietud, una vuelta a la vida simple y al comercio local, el fin de la sociedad de consumo… Esta percepción romántica es engañosa, porque la ralentización de la vida social y económica es en realidad muy dolorosa para innumerables personas que no desean soportar más esta experiencia forzada de decrecimiento».
 
Hemos visto a los Estados Unidos, Francia o Italia que declaran una guerra que está destinada a ser despiadada contra un enemigo que es, por supuesto, invisible, e imitar el poder chino en esto. Hemos visto a los Estados más occidentales que adoptan de forma natural las palabras, los métodos y las maneras que se consideran característicos del «despotismo oriental»; pero sin los medios para hacerlo. Hemos visto que la despiadada gubernamentalidad de China es designada como un enemigo porque en realidad sirve como modelo. Hemos visto hacia dónde tienden las democracias.
 
Hemos visto que lo social es cada vez más absorbido por lo gubernamental, y que lo gubernamental se reduce a lo puramente hostil. Hemos visto la separación consumada que coincide con el proyecto de una gubernamentalidad perfecta.
 
Hemos visto durante semanas el interminable sketch televisivo de los cubrebocas, las pruebas y los puntos de reanimación. Y hemos visto en esta mascarada un reflejo de nuestra propia e inconmensurable impotencia.
 
Hemos visto la pasión triste de estar bien gobernado como algo que siempre tiene que ser decepcionado.Hemos visto a las costureras de las aldeas suplir las carencias del Estado y a los cuidadores hablar más alto que un presunto Presidente. Sólo hemos visto portavoces sin voz, generales sin ejércitos, estrategas sin estrategia y ministros sin magisterio. Hemos visto la vieja fe en el Estado desmoronarse en el mismo momento en que se le ha dado al Estado una razón de ser inesperada.
 
Hemos visto al Estado francés, tan comúnmente golpeado por la grandiosidad como todo aquello que es francés, reducido a su verdadero estatuto de Estado fallido. Lo hemos visto escondiendo bajo los oropeles de su aparato una realidad del Tercer Mundo: robando cubrebocas a sus propias colectividades locales y a sus «aliados europeos», movilizando al ejército como el primer presidente mexicano que vino a escenificar un control de la situación en el que nadie cree, imitando la eficacia de cartón con helicópteros y trenes de alta velocidad, apropiándose como propios los estallidos espontáneos de solidaridad hacia los cuidadores que nunca había dejado de desplumar.
 
Hemos visto, a través de los agujeros de los abrigos de las enfermeras, el intenso bricolaje que pasa por «nuestras instituciones».
 
Hemos visto la meta-burocracia privada de las empresas consultoras mundiales tan torpe como la burocracia estatal, y en todas partes extendiendo su control.
 
Hemos visto cómo los Estados Unidos, en los hechos un Estado fallido, cuenta con el valor de Francia.
 
Hemos visto por todas partes la pretensión de administrar las cosas, de gestionarlas desde lejos, chocando con la realidad; y eso, para empezar, en el hospital.
 
Hemos visto que el reflejo de centralizar-planificar-organizar en todas partes empeora la situación, y sólo mejora la imagen de los organizadores.
 
En el punto álgido de la crisis, hemos visto al Estado como algo que ya no necesitamos, y del que nada emana en forma de alivio más que una sorda amenaza y golpes bajos. Hemos visto que vivir sin el Estado, o lejos de su imperio, se ha convertido para muchos en la primera medida vital.
 
Hemos visto cómo la autoorganización local se despliega, de lo cercano a lo cercano, dentro de los territorios vividos, como un reflejo vital que devuelve un poco de sentido y agarre,  como una experiencia ínfima pero real de potencia colectiva.
 
Hemos visto la pasión por el jardín, o incluso el gallinero, apoderarse de aquellos que hasta entonces sólo tenían tres macetas de flores marchitas.
 
Hemos visto, en el galope de prueba del confinamiento mundial, que no hay ruptura entre un mundo antes y un mundo después. Lo hemos visto como un simple revelador del mundo que ya estaba ahí, pero cuya coherencia hasta ahora había sido mortal.
 
Hemos visto el surgimiento, con el arresto domiciliario de la mayoría de la población mundial, de la nueva arquitectura plenamente dispuesta de la separación, donde la ausencia de contacto es la condición para que todas las relaciones sean mediadas cibernéticamente.
 
Hemos visto la aparición del hasta ahora clandestino ecosistema de la vigilancia de masas, a la luz de algunas estadísticas del Ministerio del Interior sobre el 20 % de los parisinos que se marcharon de su ciudad para confinarse en otro lugar. Hemos visto que era inútil, en este ámbito, distinguir entre la organización estatal y los data brokers privados, entre los que detentan los títulos y los que disponen las palancas.
 
Hemos oído a Eric Schmitt, antiguo jefe de Google, que se ha convertido en un pilar del complejo militar-industrial estadounidense, formular aquello que se cuidan de no decir oficialmente en Francia: la desescolarización conectada de los niños es, en efecto, un «experimento masivo de educación a distancia». Luego especifica el plan: «Si queremos construir la economía y el sistema educativo del futuro en toda la televisión, necesitamos una población totalmente conectada y una infraestructura ultrarrápida. El gobierno necesita hacer inversiones masivas —tal vez como un paquete de estímulo— para convertir la infraestructura digital de la nación en plataformas basadas en el cloud y conectarlas a través de la red 5G». Hemos visto en su llamada de gratitud a los gigantes digitales —«¡Piensa en cómo sería tu vida en Estados Unidos sin Amazon!»— la voz triunfante de los nuevos amos.
 
Hemos visto, bajo el pretexto imparable de la pandemia, que aparece la coherencia de las partes hasta entonces desarticuladas de los planes imperiales: geolocalización, reconocimiento facial, Linky, exceso de drones, prohibición de pagos en efectivo, Internet de las cosas, generalización de los sensores y la producción de rastreo, arresto domiciliario digital, privatización exasperada, economías masivas mediante el teletrabajo, el teleconsumo, la teleconferencia, la teleeducación, la teleconsulta, la televigilancia y, por último, la telelicencia.
 
Hemos visto en el nivel de equipamiento tecnológico de cada uno las condiciones para soportar una forma de encarcelamiento que, incluso hace diez años, habría resultado intolerable; algo así como la introducción de la televisión en la cárcel extinguió las grandes revueltas que había.
 
Hemos sido testigos de la rápida inflación de un tipo específico de tecnologías: de las que Kafka dijo que perecemos porque «multiplican lo fantasmal entre los hombres».
 
Hemos visto, con el confinamiento mundial, la socialización de lo virtual respondiendo a la virtualización de lo social. Lo social ya no es lo real. Lo real ya no es lo social.
 
Hemos visto en los Estados Unidos que el toque de queda de la policía ha tomado el relevo del confinamiento sanitario, y las aplicaciones de rastreo imaginadas «para el Covid» se utilizan para rastrear a los amotinados.
 
Hemos visto en Francia que las manifestaciones que antes estaban prohibidas por razones impenetrables de orden público, ahora son prohibidas por razones impenetrables de orden sanitario.
 
Hemos visto, una vez que la población ha sido confinada, que la policía goza hasta el asesinato su soberanía recuperada en un espacio público idealmente desierto.  Y hemos visto a cambio, en los Estados Unidos, en qué puede consistir el éxito del desconfinamiento: el regreso a las calles, los motines, los saqueos, la reducción a cenizas de la policía, los grandes almacenes, los bancos y los edificios gubernamentales.
 
Hemos visto en un balcón de Nantes esta estúpida y cobarde pancarta: «¡Quédense en casa! ¡Preparemos las luchas del mañana!».
 
En todas partes, hemos visto a ciudadanos que se hacen eco del «¡vuelve a casa!» ladrado por los policías y sus drones.
 
Hemos visto a la izquierda, como siempre, en la vanguardia del «civismo» que los gobernantes aspiran a producir; en la vanguardia, por lo tanto, del controlismo.
 
Hemos visto cómo el chiste de los «permisos para vivir» imaginados en 1947 por los dadaístas del Da Costa Encyclopédique se ha hecho realidad como una política de Estado y una medida ciudadana. El hecho de que fuera posible para todos obtenerlos debería habernos alertado sobre la naturaleza estrafalaria de la iniciativa.
 
Hemos visto de qué se trata el «rigor fiscal», así como el imperativo moral de levantarse temprano en la mañana para ir al trabajo.
 
Hemos visto, para aquellos que continúan trabajando, que el trabajo forzado es la verdad del trabajo asalariado, que la esencia de la explotación es no tener límites y que la autoexplotación es su primer recurso.
 
Hemos visto la jerarquía social como puramente basada en el grado de parasitismo. Hemos visto a la sociedad del utilitarismo enviar a sus propios gerentes a casa como «no esenciales».
 
Hemos experimentado en la falsa alternativa entre un espacio público bajo completo control y un espacio privado prometido a la misma suerte la falta de lugares intermedios de los que podamos retomar localmente en nuestras manos condiciones de existencia que, por todos lados, se nos escapan. Hemos visto en la proliferación de intermediarios de todo tipo —tanto comerciales como políticos, tanto intelectuales como sanitarios— la consecuencia de esta falta de lugares.
 
Hemos sentido al aparato mediático y gubernamental, desde palinodias hasta crudas mentiras, desde contradicciones abiertas hasta revelaciones fingidas, tocando durante dos meses en nuestros estados de ánimo como en un piano. Y disfruta tanto del ejercicio que pretende continuar el mayor tiempo posible.
 
Hemos experimentado cómo, por la insondable amenaza del virus, se nos vinculó a nosotros mismos al vincularnos con los demás, pero por un vínculo que es la propia desvinculación: el miedo.
 
Hemos visto surgir una nueva virtud cívica de lo que sólo ayer fue un delito: estar enmascarado. Hemos visto que el pavor proclama su altruismo y la normopatía se da como ejemplo. Hemos visto el más completo desconcierto sobre el modo de vivir, la más completa extrañeza hacia uno mismo, dando lecciones de saber-vivir. Hemos visto en esta incertidumbre, y en esta extrañeza, la promesa de una moral completamente reprogramable.
 
Hemos visto a gobernantes y corporaciones transnacionales que celebran el care con la única esperanza de disuadirnos de hacerles la guerra. Hemos visto a los campeones del descrédito que tratan de cubrir los abucheos que se les hacía al hacer que los condenados del asalariado aclamaran. Hemos visto a los evasores que inventan siempre el heroísmo de los «luchadores de primera línea» como la última forma de esconderse.
 
Hemos visto cómo la imposibilidad de distinguir la verdad de la mentira, y no el reinado exclusivo de la mentira, nos hacía maniobrables a voluntad, cómo, al ser negada sistemáticamente la más mínima información concluyente durante el día por otra no menos improbable, bastaba con mantener una cierta niebla sobre todos los datos cuyo monopolio tienen los gobernantes para hacernos perder el equilibrio.
 
Hemos visto a la ciencia tan plagada de intereses que es incapaz de producir el más mínimo indicio de verdad. Hemos visto el saber tan saturado de poder que ha implosionado. Nos hemos quedado con la intuición y la investigación situada como los últimos caminos practicables de acceso a lo real, como las raíces de todo razonamiento lógico.
 
Hemos visto la causa de la «salud pública» como una expropiación pura y simple de cualquier certeza sensible sobre nuestra salud real.
 
No hemos probado la benévola inquisición de las «brigadas de ángeles guardianes» del doctor Olivier Véran.
 
Hemos visto al soberano republicano realizar su sueño de reunir para su misa a todos sus súbditos idealmente separados frente a su pantalla entre las cuatro paredes de su casa, y finalmente reducidos a su contemplación exclusiva. Hemos visto al Leviatán realizado.
 
Hemos visto a Macron apoderarse pacíficamente del 1 de mayo de los trabajadores y de los días felices del Consejo Nacional de la Resistencia, y a los izquierdistas imitando su legado en lugar de concluir que había caducado para siempre.
 
Hemos visto, durante dos meses, al siempre presente izquierdismo multiplicar las convocatorias en el vacío y los programas para nadie. Hemos visto que es incapaz, en estas «circunstancias excepcionales», de hacer otra cosa que no sea movilizar, es decir, explotar hasta el agotamiento los últimos recursos subjetivos.
 
Hemos visto a los grandes libertarios alabando el confinamiento y promoviendo la utilización ciudadana de cubrebocas y a los mayores fascistas denunciando la tiranía. El anarquista que quiere creer en la buena voluntad o incluso en la benevolencia del Estado nos recuerda así que no hay gobierno sin autogobierno, y viceversa. El gobierno y el autogobierno son solidarios, forman parte del mismo dispositivo. El hecho de que el pastor cuide de su rebaño nunca le ha impedido llevar los corderos al matadero.
 
Hemos visto a los marxistas, aturdidos por el hecho de que los «servidores del capital» interrumpen su reproducción en menor medida, ahogarse de que el clero de la economía decide bloquearla un poco, en resumen: hemos visto a los marxistas descubrir que la economía no es un dato crudo e insuperable, sino una forma de gobernar, y de producir, un cierto tipo de hombres.
 
Hemos visto a un burgués de Borgoña, un filósofo en su tiempo, que ayer mismo cantaba «la economía como ciencia de los intereses apasionados» y pedía a Microsoft que financiara su cátedra universitaria, convocando salir de la economía.
 
Hemos visto, con ocasión del confinamiento, a un rico chino de Aubervilliers robar sin retorno a la maestra de su hijo como tutora doméstica, y duplicar su salario para ello, menos tacaño en este aspecto que tantas familias de la burguesía parisina, pero no menos decidido a poner fin a la educación pública.
 
Hemos visto que la Educación Nacional pide a su personal que esté atento «en los pasillos y el patio para vigilar las palabras que atenten contra la cohesión social».
 
Nos hemos encontrado, en la maleza del confinamiento, con las sonrisas de la infracción cómplice. Hemos visto un gobierno tan centrado en la disciplina que termina dando a simples picnics en el bosque aires de conspiración, y a los buenos ciudadanos reflejos de equilibrio.
 
Hemos visto cómo la Federación Nacional de Sindicatos de Explotadores Agrícolas, siempre dispuesta a relanzar, como en 1942, algunos nuevos «campos de trabajo para jóvenes», se escandalizaba de que los voluntarios reclamaran ahora que se les pagara, sólo para recurrir a la explotación de los migrantes indocumentados en los lugares donde los rumanos faltan.
 
Hemos visto, como en 1942, a buenos franceses siempre dispuestos a denunciar a los no confinados, y a Ouest-France lanzándose a sutiles distinciones entre delación y denuncia.
 
Hemos visto a los cabrones —pesquerías industriales, grandes forestadores o agroindustrias— con cada brida desatada, intensificar aún más su explotación de los océanos, la tierra y los bosques mientras estábamos encerrados en nuestras casas.
 
Hemos visto a aquellos que, ante el acontecimiento, están ansiosos por construir «el mañana» para «el próximo mundo» donde puedan asegurar sus acogedoras ilusiones, y a aquellos que están dispuestos a tomar acción a partir de lo que está sucediendo, sin importar lo escalofriante que pueda ser.
 
Hemos visto, entonces, quién se vuelve loco, y quién mantiene la cabeza fría, quién se suscribe al pánico y quién permanece digno, quién tiene propaganda en su boca y quién todavía se las arregla para sentir y pensar por sí mismo.
 
Hemos vislumbrado la entrada en otra temporalidad, ajena al tiempo social, más densa, más continua, más ajustada, propia y compartida. Hemos deseado el acercamiento físico de nuestros seres queridos, y el distanciamiento de los más hostiles de nuestros vecinos.
 
Hemos visto cómo se fortalecen todos los lazos y todos los lugares que nos rodean y que hacen que la vida esté viva, y cómo desaparece todo lo que carecía, en el fondo, de razón de ser.
 
Hemos visto todo esto, y esto determina una compartición, una compartición con aquellos que acogen las verdades del acontecimiento y una partición con aquellos que todavía no ven nada. No tenemos intención de convertir a estos últimos en nuestros puntos de vista: ya nos han obstaculizado bastante con su maldita ceguera.
 
Vemos, ante la creciente «ingobernabilidad de las democracias», que se endurece un bloque socio-gregario dotado de aparatos tecnológicos, financieros y políticos, mientras se van formando mil deserciones singulares y pequeños maquis difusos, alimentados por algunas certezas y algunas amistades. Vemos la deserción general fuera de esta sociedad, es decir, fuera de las relaciones que esta sociedad comanda, imponerse como la medida elemental de supervivencia sin la cual nada puede renacer. Vemos la aniquilación como el destino manifiesto de esta sociedad, y como lo que les corresponde precipitar a aquellos que han emprendido desertarla; si al menos queremos que la vida en la Tierra vuelva a ser respirable, dondequiera que esté. El muro al que nos enfrentamos en este momento es el de los medios y las formas de la deserción. Tenemos la experiencia de nuestros fracasos como explosivo para hacerlo ceder. Cualquier estrategia surge de esto.
 
Nos hemos propuesto formular lo que vimos la primavera pasada, antes de que la amnesia organizada llegara a cubrir nuestras percepciones. Lo hemos visto y no lo olvidaremos. Más bien, reconstruiremos sobre esas evidencias. No presuponemos ningún nosotros, ni el del pueblo, ni el de ninguna vanguardia de la lucidez. No vemos otro «nosotros» en esta época que el de la claridad de las percepciones compartidas y la determinación de actuar en consecuencia, en cada nivel de nuestras modestas y locas existencias. No buscamos la constitución de una nueva sociedad, sino de una nueva geografía.
 

Análisis militante del inconsciente // Emiliano Exposto y Gabriel Rodriguez Varela

“Introducción” al libro Manifiestos para un análisis militante del inconsciente (2020) publicado por Red Editorial en la colección 90 Intervenciones.

Este libro compila y reelabora bajo la forma de manifiestos dos de las publicaciones que realizamos durante el 2019 en medios digitales (Lobo suelto! y Revista Intersecciones). Los textos constituyen una intervención marxista implicada en inmanencia a los campos problemáticos del psicoanálisis en particular y del giro malestarista que se registra en las teorías críticas contemporáneas en general. En lo que hace al primero de tales campos, exploramos una orientación crítica de la clínica con el objetivo de establecer las coordenadas mínimas desde las cuales contribuir a suscitar procesos institucionales, culturales, teóricos y políticos tendientes a expropiarle la propiedad pública y privada del inconsciente a la burguesía psicoanalítica. Buscamos con ello colaborar con la aceleración del movimiento transversal de democratización de la función-analítica que ya se viene generando en diversas prácticas sociales, instituciones, movimientos populares y luchas concretas. Respecto al segundo campo de problemas, indagamos en una orientación clínica de la crítica según la cual viabilizar una política comunista del síntoma, disputando el sentido de la misma en el marco de la pregnancia que adquieren en la actualidad de las teorías críticas los temas referidos al “malestar”, la “politización del dolor” o la “socialización del padecer”. A los efectos de construir una plataforma en virtud de la cual hacer frente a ambos desafíos, entendemos necesario componer colectivamente un análisis militante del inconsciente, cuya perspectiva anticapitalista nos permita conjugar una teoría crítica global de la sociedad moderna y una clínica situada del síntoma social, implicadas hacia el interior de experiencias de lucha y organización que se desarrollan en el presente. El objetivo estratégico de un análisis militante, entonces, no podría ser otro que cooperar con los procesos históricos que se orientan hacia una revolución permanente de lo inconsciente capitalista.

Nos proponemos dinamizar una crítica radical a la orientación burguesa del psicoanálisis hegemónico en la Argentina posdictatorial. Buscamos poner de manifiesto las razones en las que se justifica su necesaria transformación, supresión y superación en un sentido emancipatorio. Ese psicoanálisis, aburguesado en sus dispositivos, contradictoriamente capitalista en sus teorías y más allá de su autopercepción de “radicalidad subversiva”, no ha cesado de hacer sistema con el sistema productor de sufrimiento, es decir con el modo de producción capitalista. Entendemos que aquello que se dirime en la disputa por la orientación del análisis de lo inconsciente no puede quedar reducido, tal y como pretende la “burguesía psi”, a la unificación o fragmentación del movimiento psicoanalítico en pos del resguardo de La Causa Freudiana; o en su defecto, a las disputas por la defensa de los intereses corporativos tras las bambalinas de un pretendido “salvataje del sujeto y la singularidad” ante el embate de la industria farmacéutica y las terapias que gravitan más próximas a su órbita. En cambio, lo que se dirime es la posibilidad política de intervenir en el espacio donde se entrecruzan inconsciente y modernidad capitalista; se debate la capacidad clínica de combatir a los enemigos que habitan en nosotros mismos; se juega la comprensión del nudo inconsciente entre las temporalidades de larga y mediación duración (lenguaje, patriarcado, monoteísmo, colonialismo, etc.) y la temporalidad capitalista; se abre la oportunidad crítica de politizar las encrucijadas entre contradicciones objetivas y conflictos subjetivos, deseo y valor, sujeto y trabajo, goce y capital, sentido y mercado, significante y dinero, fantasma y mercancía, síntoma e individuación capitalista.

Por estos motivos creemos que es urgente gestar democráticamente una herramienta política y cultural con la cual articular las resistencias que hoy se están realizando contra el estado de cosas y de signos existentes en el “campo psi”; intentando radicalizar esas experiencias estableciendo una retaguardia común para enfrentar las represarías político-institucionales del freudolacanismo dominante. En términos tácticos, procuramos contribuir con la construcción de un frente único contra la burguesía psicoanalítica en todos sus planos de realidad. Elaborando como alternativa un análisis militante que se presente con independencia política, autonomía de clase en la batalla teórica y cultural, y con una clara demarcación programática en las hipótesis estratégicas conformadas en función de una revolución de lo inconsciente.

No queremos dejar de mencionar que el presente libro sería inconcebible sin los encuentros de reflexión compartidos con diferentes compañerxs en el seminario “Problemas de marxismo y psicoanálisis” que llevamos adelante desde la Cátedra Abierta Félix Guattari, la cual inauguramos junto a Mariano Pacheco y José Ignacio Scasserra en 2019. El carácter combativo de los manifiestos que integran el libro es deudor de la impronta que imprime el espacio en donde se desarrollaron esos encuentros y reflexiones: la Universidad de lxs trabajadorxs-IMPA. Lugar que fuera en 2001, y que aún sigue siendo, referencia cardinal de las discusiones que nos disponemos afrontar. Para nosotros no es mera contingencia que el libro surja como resultado de un conjunto de debates realizados en una Universidad que funciona en las instalaciones de la primer fábrica recuperada de Argentina por la lucha de lxs trabajadorxs pertenecientes al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER).

En el marco de la Universidad de lxs trabajadorxs, decir “psicoanálisis”, en función de un diagnóstico compartido por el conjunto de lxs compañerxs en torno al carácter elitista, clasista, patriarcal, cisheteronormativo y antipopular de la “invención freudiana”, prefiguraba desde el vamos que la invitación a reflexionar sobre el mismo no podía ser el convite para redundar en las cantinelas reaccionarias en las que pretenden adoctrinarnos lxs enemigxs de clase en psicoanálisis; esas cantinelas con las que machacan a diario quienes se erigieron en clase dominante del inconsciente haciéndose con el monopolio público y la propiedad privada del psiquismo desde la última dictadura. Es pertinente recordar que esta dominación se ha construido apoyándose en los servicios genocidas de los milicos en su connivencia con la burguesía local. Encontrando su condición histórica en el exilio, la represión, la tortura y la desaparición de compañerxs que, al tiempo que militaban por la superación revolucionaria del capitalismo, comprometían la puesta en función del psicoanálisis con los procesos sociales, culturales, sindicales y políticos a través de los cuales se disponía efectivizar dichas transformaciones. Haciendo propias las referencias centrales que comparten lxs compañerxs del MNER, este libro en particular y nuestro proyecto de investigación política en general, no dejara de tener como objetivo ocupar el campo del análisis de lo inconsciente actualmente dominado por la burguesía psicoanalítica; resistir los embates de su máquina de terror disciplinante ante cualquier confrontación deliberada; y producir un análisis militante de la construcción situada de lo inconsciente en pos de transformar las relaciones sociales que lo generan y reproducen.  

Los manifiestos aquí compilados pretenden ofrecerse entonces como un aporte para relanzar un nuevo ciclo de la lucha de clases en lo que hace al análisis de las determinaciones y posibilidades inconscientes en la modernidad capitalista. Resulta indispensable destacar que esto se inscribe hacia el interior de un proyecto más amplio de reconstrucción intergeneracional de las teorías críticas y de las prácticas políticas revolucionarias, en el cual están implicadxs compañerxs de otros espacios que no solamente tributan al marxismo y/o al psicoanálisis, sino que provienen desde otras tradiciones, inquietudes y perspectivas. En el marco de ese proyecto, el desafío es asimismo colaborar con la elaboración de una epistemología proletaria. Entendiendo que está podría funcionar como el esquema de referencia para la configuración de una práctica de análisis militante del inconsciente operativizada en las experiencias situadas de organización y autogestión instituyente en activismos, territorios, cooperativas de trabajo, instituciones sociales, sindicatos, organizaciones políticas, colectivos militantes o movimientos populares. Un análisis motorizado desde el punto de vista de las luchas concretas que buscan poner en crisis las formas actuales de la dominación, politizando el sufrimiento que las relaciones establecidas producen inconscientemente en los actores particulares y en los agentes colectivos de espaldas a su voluntad consciente, demandas de grupo o intereses preconscientes de clase. Precisamente, esa es la impronta de las actividades impulsadas desde La Guattari, las cuales se prolongan en distintos talleres de autoformación, militancia en organizaciones políticas de izquierda, intervenciones en instituciones, inserción en movimientos populares, cooperación con grupos activistas, congresos, publicaciones, espacios de co-visión e investigación técnica sobre la práctica clínica del psicoanálisis, participación en jornadas nacionales e internacionales, etc.

Por último, nos interesa destacar que este libro es parte de un esfuerzo más amplio de experiencias desde abajo y a la izquierda que vienen resistiendo al despotismo de la Máquina-Miller. Nuestro programa de politización del inconsciente no expresa más que una tendencia entre tantas otras prácticas, activismos, militancias, disputas institucionales, teorías y perspectivas que combaten los modos dominantes y autoritarios del psicoanálisis hegemónico, con la intención de recomponer la correlación de fuerzas en el “campo psi”. Es en relación a tales prácticas de resistencia que hacen del psicoanálisis un campo de batallas, que estos manifiestos pretender colaborar con la construcción de estrategias y marcos de alianzas que radicalicen una confrontación abierta contra las formas establecidas del psicoanálisis posdictatorial en Argentina.

 

 

Tanto que no se pierde // Diego Tatián

Solitario en su momento, hay un libro decisivo por su generosidad y por su anomalía, cuya marca exhibimos con alegría quienes llegamos un poco más tarde. Con los años, Spinoza: la política de las pasiones se volvió muchos libros en toda América Latina, que abierta o secretamente abrevaron de él, y hoy componen una biblioteca spinozista “salvaje”, cuya raíz llega a ese pequeño volumen verde como a su semilla. Al escribirlo y publicarlo, acaso sin saberlo, Gregorio Kaminsky dejaba una ofrenda que se transmite desde entonces entre tantos lectores, desconocidos o agradecidos por su trato cómplice.

En una línea de interpretación tributaria de la recepción francesa (sobre todo Deleuze, también Guéroult, Balibar, y otros), este escrito precioso y audaz[1] realiza una lectura de la Ética (en particular las partes III y IV), afirmando un Spinoza “pasionalista” –“Baruch Spinoza es un pasionalista aboluto”, no intelectualista ni racionalista-, según una analítica de las pasiones que registra una politicidad compleja a la vez que primaria, y proporciona una clave privilegiada de decodificación social. El pensamiento de Spinoza es aquí considerado como una filosofía del cuerpo, el deseo y la imaginación: “lugar de verificación de la unidad inescindible de las cosas extensa y pensante; cuerpo e idea, materia y espíritu. Para Spinoza, toda la subjetividad está comprometida en el proceso de la imaginación”[2].

El programa filosófico de la Ética busca así establecer una “racionalidad encarnada”, no contradictoria con la vida de la imaginación ni con el juego de las pasiones exentas de tristeza, sino antes bien derivada de este ámbito elemental; precisamente aquí, según Kaminsky -y no tanto en la filiación republicana explícita del filósofo ni en su denostado ateísmo-, estriba el “escándalo spinozista”, en la medida en que su pasionalismo desactiva el sometimiento del cuerpo por el alma a la vez que libera sus poderes. Como un corolario de esta antropología pasional, el carácter radicalmente no tanático de la filosofía spinozista se sustrae al “delirio teológico que hace de la negación, la impotencia y la muerte las formas últimas en las que se apoya la dominación política y la servidumbre que le es correlativa”[3] .

Anti-cartesiano, anti-hegeliano, no indiferente a los grandes motivos del psicoanálisis, el Spinoza de Kaminsky demarca una economía de las pasiones a partir de la cual las discordias y conflictos acceden a su desembocadura social: “La mejor política de las pasiones es, pues, la de la razón apasionada, que procura y tiende a la composición de muchísimos individuos en un Individuo Superior, tan inmanente a la naturaleza del hombre como su propia razón”[4]. El Spinoza “pasionalista” de Kaminsky tiene en el exilio su contexto de investigación y de escritura; trae desde el destierro una marca libertaria (casi diríamos una herida libertaria) que, tras el diluvio, reimpulsó el pensamiento desde otras claves y con otros horizontes.

Años más tarde, en noviembre de 2001, se hicieron en Córdoba unas Jornadas sobre el pensamiento de Baruch Spinoza, y con ellas comenzó una reflexión colectiva y sistemática de la obra spinozista que se extiende hasta ahora y cuenta con quince Congresos Internacionales continuos. Goyo fue uno de los impulsores -como también de todos los que siguieron luego- de aquel encuentro de 2001 (que no era un momento cualquiera en la Argentina), en el que también participaron Horacio González, Cecilia Abdo Ferez, Ezequiel Ipar, Mariana Gainza, Sebastián Torres, entre otros.

Algunas de sus intervenciones, que extienden la lectura iniciada por el libro de 1986, nos quedan publicadas en los volúmenes que recogen los textos de esos encuentros. Lo que no queda, más que en la memoria, es la vitalidad, la lucidez y la alegría que Goyo imprimía en esos días con amigos y amigas de todo el mundo; las conversaciones en alguna caminata por la mañana antes de comenzar las discusiones o en el momento de compartir el vino por las noches.

De entre todos sus trabajos[5], que he vuelto a leer en este tiempo adverso para la vida y para el pensamiento, hay dos de los quisiera hacer mención –fueron efectivamente presentados y constan en los programas de los coloquios respectivos aunque, no sé por qué motivo, no fueron enviados por Goyo para su publicación. Uno de ellos, leído en el Coloquio de 2007, llevaba por título Bios. Apunte de inmunología spinoziana, en tanto que el otro trataba sobre Ontología y enfermedad. Spinoza, la vida y sus desarreglos –sería publicado luego por el número de la revista Confines correspondiente a 2009 y allí dedicado a Nicolás Casullo (cuya muerte acaba de cumplir diez años en octubre último).

Aunque trato de hacer memoria, no puedo reconstruir más que en fragmentos una conversación con Goyo, en la terraza del hotel de Vaquerías -donde tuvieron lugar la mayoría de estos encuentros-, en la que me habló de la enfermedad. De la suya. Y de la decisión de vivir y pensar su enfermedad en diálogo con Spinoza, que algo sabía de ello.

En ese texto que escuchamos en Vaquerías y luego sería publicado en Confines -desgarrador, leído con el tiempo- habló de la enfermedad de Spinoza, que era la tisis; habló de la fragilidad de su constitución; habló de la carta de 1665 donde cuenta haber debido hacerse una sangría tras un viaje a Ámsterdam y de sucesivos ataques de fiebre terciana; habló del interés de Spinoza por la sangre y del argumento hematológico en una discusión con Oldenburg, eminente científico de la Royal Society de Londres (“Spinoza –dice Kaminsky- sabe de sangre, sabe de lo que acontece con la suya, formula la alegoría del gusanito [que habita en la sangre]… un gusano migratorio que navega llevando su carga, como por ejemplo un bacilo contagioso”). Revisó todas las biografías, antiguas y modernas, en busca de indicios del combate de Spinoza contra su mal, y como al pasar recuerda una frase de Gebhardt: “Nunca nadie lo oyó quejarse de su enfermedad”.

Creo que la búsqueda de Goyo en los últimos años fue la de aprender a morir con un filósofo para quien “el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte”. Aunque he olvidado las palabras, una memoria afectiva me ofrenda que era ese el sentido de lo que buscaba decirme en esa perdida conversación sobre filosofía y enfermedad, en una también perdida noche cordobesa.

Pero acaso lo importante no son tanto los libros y los escritos a los que dedicamos las horas como lo son las vidas capaces de hacer experiencias con la eternidad, vidas que por eso no mueren nunca del todo. Aprendimos del Goyo que esas experiencias están al alcance de cualquiera y no son ajenas a cosas simples como el amor por las ideas, la reacción elemental por la injusticia, la conversación o la amistad. Tanto que no se pierde.

 

Diego Tatián

[1] Gregorio Kaminsky, Spinoza: la política de las pasiones, Gedisa, Buenos Aires, 1990.

[2] Ibid., p. 36.

[3] Ibid., pp. 113-120.

[4] Ibid., p. 173.

[5] Otros escritos de Kaminsky sobre Spinoza, “Spinoza peligroso: pasiones, imaginario y subjetividad”, en Coloqio internacional Spinoza, Dolmen, Santiago de Chile, 1996; “Sed perseverare imaginarium”, en Horacio González (comp.) Cóncavo y convexo. Escritos sobre Spinoza, Altamira, Buenos Aires, 1999; “La sociedad de los hombres torcidos”, en Tatián Diego y Torres, Sebastián (editores) Las aventuras de la inmanencia. Ensayos sobre Spinoza, Cuadernos de Nombres nº 1, Córdoba, 2002, pp. 9-18; “Spinoza en el mundo de la frágil seguridad”, en AA.VV., Spinoza. Primer Coloquio, Altamira, Buenos Aires, 2005; “Securitatem, inter metum et desperatio”, en AA.VV., Spinoza. Segundo Coloquio, Altamira, Buenos Aires, 2006; “Resentimiento y rencor en los arrabales del mundo”, en AA.VV., Spinoza. Tercer Coloquio, Brujas, Córdoba, 2007; “Ontología y enfermedad. Spinoza, la vida y sus desarreglos”, en Pensamiento de los confines, nº 23 / 24, abril de 2009.

“Frente a la cuestión de la igualdad se define toda la política” // Entrevista a Diego Sztulwark por Daniel Mundo (Agencia Paco Urondo)

El plebeyismo insubordinable

Pandemia. Cuarentena. Por un tiempo, el capitalismo se detuvo. Todo parecía posible. Fue una ilusión óptica que duró unos días. En cuanto se salió de la sorpresa y la inercia, el enemigo puso de nuevo en funcionamiento sus mecanismos de explotación habituales. En el interregno, me encontré con el libro de Diego Sztulwark, La ofensiva sensible (Caja Negra, 2019), en el que se piensan desde una nueva izquierda clásica los nodos centrales de este régimen de vida al que nos sometemos. El afecto es la última mercancía producida por el capitalismo desalmado. Frente a este horizonte, me pareció más que oportuno charlar con Diego. Por motivos obvios, no pudimos juntarnos. Por razones técnicas, no logramos armar un encuentro virtual. Casi hicimos todo a la vieja usanza: le formulé algunas preguntas, y Diego, generosamente, las respondió.

La ofensiva sensible | El Cohete a la Luna

AGENCIA PACO URONDO: Me gustó la elaboración teórica, y el respeto por el cruce de dos tipos de experiencias: la reflexión y el compromiso. Criticás al «cuadro militante organizado» y recuperás otro compromiso que pareciera rebelarse a la obediencia. ¿Cómo concebís ese cruce?

Diego Sztulwark:¿Me preguntás si defiendo una posición de una militancia no organizada contra el cuadro político? ¿O lo afirmás? Lo que yo trato de explicar ahí tiene que ver con una larga discusión que existe entre las personas que creen que la política se da a partir de una organización centralizada, con las muchas formas que puede tener esto. Y que creen que ese centro se concreta en una estructura que tiene como una jefatura muy clara, una línea centralizada y después un activismo militante muy amplio que le da cuerpo a esa línea política, ¿no? Tanto en la izquierda como en el peronismo existen versiones de esto. Se puede decir que es la política clásica, un poco tradicional, en la que yo también me formé de chico, cuando empecé mi militancia. Yo no desprecio esa idea para nada. Y hay que reconocer que las revoluciones efectivas hechas durante el siglo XX, las que uno admira más allá de las discusiones que merecen, han contado con esa práctica militante. Hace un tiempo salió un libro muy importante, me parece a mí, sobre la militancia. Muy bien escrito. Muy bien pensado, de Damián Selsi. Se llama Teoría de la militancia. Trata sobre la militancia en los noventa y en el 2001. Selsi hace una reivindicación muy fuerte del militante como parte de una estructura y una organización. Y presenta al militante, al aspirante al cuadro y al cuadro como la máxima realización de una forma de responsabilidad por lo colectivo. Y yo no estoy de acuerdo con eso. Es decir, me parece que en Argentina y en la historia latinoamericana no es tan fácil decir esto, sobre todo después de las dictaduras, del terrorismo de Estado, de la instauración del neoliberalismo, no es tan fácil afirmar que las formas de la responsabilidad de lo colectivo se concretan en estructuras políticas verticales.

Con un recorrido a vuelo de pájaro, por lo que fueron los organismos de Derechos Humanos, por lo que fueron las organizaciones piqueteras en el 2001, lo que son hoy los movimientos llamados feminismo popular o el movimiento indígena comunitario, por una cantidad gigantesca de activismo terapéutico, cultural, artístico, barrial, antirracista, que componen el tejido más importante y activo de la Argentina, no se puede decir que esa es la única forma de responsabilidad política. Uno se da cuenta que existen formas muy radicales e importantes de hacerse cargo de temas centrales como el terrorismo de Estado, la lucha contra la precarización laboral, contra el patriarcado, etc., que no necesitan ese tipo de estructuras para hacerse cargo. O sea que esa idea de la responsabilidad no me parece que pueda ser tan fácilmente adjudicada a una estructura política que además tiene tanta empatía y naturalidad con un tipo de estructura estatal que es más parte de un problema a plantear que de una solución ya hecha. Ahora, yo no deduzco de esto que la organización no sea necesaria e incluso indispensable, ni reivindico una militancia sin organización.

Yo solo digo que la organización no tiene por qué ser pensada bajo estas formas de un monopolio político de un grupo o estructura, y de un conjunto de cuadros que operan como su representación en el Estado. Pienso que hay muchas otras formas de organización y muchas otras formas de madurez política, de síntesis activistas, de organización de programas, de proliferación de liderazgos, de construcción de formas de sesión, que en ese sentido generan figuras que tienen el mismo espesor político que el cuadro. Son cuadros del movimiento social o de los movimientos de Derechos Humanos. Cuadros en el sentido de personas que tienen una visión histórica, que fueron capaces de hacer una síntesis en cierto momento, que son capaces de generar un lenguaje complejo, capaces de respetar la multiplicidad de actores que participan de estos movimientos, pero que además conservan una visión muy, muy crítica sobre la complicidad que el Estado tiene en uno de sus núcleos centrales con la acumulación de capital. Es decir, que no se pierde de vista ese problema como un problema central del cual derivan muchísimos otros problemas que queremos y necesitamos transformar con urgencia. Sea el problema del patriarcado, el del neoliberalismo, el del racismo estatal que se transmite todo el tiempo en experiencias nefastas de “gatillo fácil”, de represión a los jóvenes en los barrios, etc. Es decir, hay toda una cantidad de problemas de articulación estatal con el mercado mundial, con el Capital, con las empresas, que son complejísimos, y que yo creo que es urgente atacarlos, desarmarlos, denunciarlos. Y para eso creo que hace falta organización: edición de materiales, capacidad de coordinación en luchas, capacidad de representación política, liderazgos, toma de decisiones, programas. Lo que está en discusión no es la organización, sino el tipo de organización, el fetichismo de la dirección, el fetichismo del cuadro. En cambio, yo creo que los momentos más importantes de la política argentina reciente son momentos donde no hizo falta un partido político único para poder sincronizar golpes unitarios como sucedió tanto en la coyuntura de diciembre del 2001 como en la secuencia antimacrista que va de diciembre del 18 a las primarias del 11 de agosto. La sincronización de la capacidad de golpear, el efecto unitario de las muchas fuerzas, es absolutamente necesario, permite pasar de una coyuntura a otra pero no resuelve por sí mismo el problema de construcción política.

APUTe referís a la «subjetividad de la crisis» como una forma de vida posible. Tal vez entendí mal, pero me quedó la sensación de que estas subjetivadades son las que provocan o “conquistan” las crisis. ¿Es esto lo que planteás? Te lo pregunto porque yo tengo otra impresión, como si estas subjetividades fundamentales en realidad se crearan como por default, como un efecto de las crisis económicas y políticas, más que ser las causas de esas crisis. Creo que el neoliberalismo por su propia dinámica nos hace vivir en crisis ¿Cómo lo ves vos?

D.S.: Bueno en tu segundo comentario, que para mí es muy complejo porque desafiás un poco mi claridad o la coherencia con la que te puedo contestar. Lo que te puedo decir es que la experiencia que yo viví de manera colectiva en el año 2001 es una experiencia menos preocupada por problematizar la crisis como un objeto al que hay que estudiar, y mucho más ocupada en la emergencia de un punto de vista desde la crisis, y desde allí ver la normalidad. Ver la estructura. Ver lo que se pretende como regularidad. Es decir, tomar la crisis como un punto de vista más que como un objeto de análisis. Esto tiene consecuencias muy grandes sobre la figura del intelectual, sobre la manera de pensar el protagonismo, etc. Por supuesto que el Capital se desarrolla en sus crisis. Cuando pensamos la crisis desde el punto de vista del Capital, la crisis es una manera de gobernar, de reproducirse, de ampliarse, de reimpulsarse. A mí no me interesa tanto esa crisis. A mí me interesa la otra crisis.

¿A qué llamo la otra crisis? Llamo la otra crisis al hecho de que si el Capital, por múltiples vías, intenta evitar que una parte de la sociedad autonomice sus prácticas, sus instituciones, sus deseos, sus economías, subsumiéndolas y subordinándolas a las relaciones de explotación, yo llamaría crisis a los momentos en los que el movimiento popular logra poner algún tipo de resistencia a eso. Y muchas veces esa resistencia es, como decís vos, un efecto de default, es que no da para más, es que se quedaron barrios o ciudades enteras sin trabajo. La reproducción de la sociedad corre riesgos. Y entonces organizarse para hacer una olla comunitaria, organizarse para cortar una ruta, organizarse para poner un límite, es una cosa muy mínima, muy mínima. Pero ese mínimo cuando se lo toma como premisa, es decir, como el lugar desde donde se ve la sociedad y desde donde pensar, abre una perspectiva regenerativa y que cada tanto vuelve a aparecer. Esto es propio de la violencia de la dinámica neoliberal. A mí me parece que los que discuten sobre el neoliberalismo, narrando y describiendo las situaciones, hacen algo un poco redundante porque ya todos sabemos la verdad de nuestra sociedad como verdad neoliberal y los efectos que eso produce.

Creo que estos análisis son a esta altura clichés que se ven en el cine, la televisión, que se escuchan en el periodismo, en las ciencias sociales, en los militantes. Todos sabemos y decimos más o menos lo mismo. Lo que me parece que hace diferencia son los momentos en los que algo de lo acumulado por la organización social es capaz de poner algún tipo de límite. Cuando eso ocurre —yo estuve en Chile, por ejemplo, en noviembre pasado—, por más parcial que sea, ahí sí logra crear una diferencia sensible, organizativa, de lenguajes, de puntos de vista. Me da la impresión que en esos momentos se concreta un poco más de qué tipo de enfrentamientos se trata y de cuáles son las fuerzas y las tareas a realizar. Desde este punto de vista yo llamaría subjetividad de la crisis a todas las personas y colectivos que asuman ese punto de vista. De este planteo, no sé, se pueden hacer muchas narraciones. En la Argentina, por ejemplo, están desde las Madres de Plaza de Mayo, que yo pondría claramente como subjetividad de la crisis. Son personas que pasaron por una crisis de las organizaciones revolucionarias, crisis de sus familias, crisis de sus vidas, y cómo esas personas, en lugar de colocarse como víctimas, fueron capaces de hacer un desplazamiento y convertirse en una voz pública. Una voz capaz de denunciar que no se puede hablar de que hay ley mientras no se logre conocer y transfomar la estructura que produjo el genocidio. Esto se comunica al interior del campo popular y madura un punto de vista que es muy activo en el movimiento social y político.

Entonces, vuelvo a esta idea de la crisis como punto de vista, más que una sociología sobre la crisis. Cuando yo digo —esto lo decíamos mucho en el Colectivo Situaciones— que la subjetividad de la crisis produce la crisis, es porque no se subordina, no se dociliza, pone un límite al ajuste brutal e infinito, o a la impunidad total y absoluta. Estos sujetos que ponen un límite y hacen caer a De la Rúa, o hacen que las políticas de impunidad no puedan ser eternas, o generan quilombos sobre fin de año en los barrios para evitar que el ajuste sea tan fuerte, estos límites son productores de crisis, en el sentido de que no permiten cerrar las cuentas ni mantener el ideal de la dominación. Están en las bases plebeyas de casi todas las experiencias sociales y políticas que vamos viviendo.

APUMe parecen muy claras las críticas que hacés en el libro a los dos modelos hegemónicos de subjetivación del siglo XXI: el modo de vida neoliberal de derecha, y el modo de vida populista inclusivo. Y recuperás otras formas de vida, la vida del vagabundeo, de la errancia, de la fiesta, pero sin ilusión, como aprovechando lo que hay para disfrutar algo. Das a entender que esta “fiesta” muchas veces bordea situaciones límites. Como si fueran difíciles de domesticar estas fuerzas. Plebeyas las llamás. Ahora te pregunto: ¿estas formas o proyectos de vida pueden organizarse para convertirse en un actor político? ¿O no deberían organizarse? Y en este caso, ¿podrían ser un actor político?

D.S.: Voy leyendo comentario tras comentario y me voy asustando cada vez más. A ver, yo recurro a la noción de plebeyismo porque me resultan insatisfactorias otras que a mí me hubiera gustado utilizar: clase social, multitud, proletariado, clase obrera. No sé, todas estas me gustan mucho. Me gustaría que ese fuera el lenguaje para usar. Pero plebeyo me pareció más justo tratando de darle un uso lo suficientemente evasivo. Es decir, no se trata de definir sociológicamente un sector de la sociedad sino aquello que se sustrae a la regulación burguesa de las formas de vida. Que desborda y se sustrae y no se deja regular. Me da la impresión de que el plebeyismo no es un actor político, es más bien el reverso de lo político. En todo caso, una de las preguntas que me hago es si el límite de lo político que estamos viviendo no consiste en esta incapacidad de actualizar un concepto de lo político que sea capaz de ubicar más en el centro estas dinámicas plebeyas. Yo no tengo ninguna idea en términos prescriptivos de qué es lo que otros deberían hacer. Por razones biográficas e intelectuales no tengo esa idea de lo que debería ocurrir. Simplemente me parece que esta premisa, esta presencia de un plebeyismo incapturable e indefinible, presevándolo como incapturable e indefinible, se vuelve un iluminador desde abajo bastante útil para enriquecer los pensamientos políticos. En el libro, de hecho, una de las citas que yo hago es a John Williams Cooke, la idea de que dentro del peronismo y dentro del movimiento nacional y popular existe una lucha de clases. Entonces, lo plebeyo no sería exactamente lo populista. Lo plebeyo sería este reverso que siempre acompaña una suerte de organización no capturable de lo popular y que a veces evade, a veces rebasa, a veces ocupa, a veces se escapa y que es muy insatisfactorio para las subjetividades políticas más clásicas, como la mía inclusive, en el sentido de que nosotros quisiéramos una fuerza más consistente y programática. Sin embargo, tengo la impresión de que no tiene ninguna chance la voluntad política de transformación por fuera de esta premisa. Lo voy a decir de otra manera: me parece que la crisis de la racionalidad de izquierda postrevolucionaria es tan grande que su inteligencia ya no se reconstituirá si no es sobre bases sensibles nuevas.

Estas bases significan la maduración de un tipo de perspectiva sobre qué es la sociedad, cuáles son sus movimientos, qué relación tienen con las instituciones, es decir, toda una regeneración de lo político que no puede despreciar esta dimensión de lo plebeyo. Ocurre más bien al revés, esta dimensión de lo plebeyo sería una premisa para dar lugar a organizaciones y formas políticas nuevas. Por ahora, en esta etapa histórica, me parece que la tarea política tiene mucho más que ver con bloquear la crueldad, el racismo, el femicidio, en fin con bloquear la ofensiva fascista neoliberal, que con la posibilidad de tener un proyecto político alternativo al capitalismo en sentido sistemático. Pero me da la impresión de que son dos tareas completamente ligadas. Que si la tarea que pienso como poner límites no se desarrolla bien, no hay chances de constituir ni los conceptos, ni las formas, ni los vínculos para pasar a la siguiente. Los veo bastante unidos. Entonces, el nombre de plebeyo es un nombre muy poco pretencioso, no es una categoría que tenga destino. Simplemente es un nombre lo suficientemente suelto como para poder ligarse a una materialidad colectiva que me parece muy existente y muy insistente, pero que no tiene la consistencia de la organización política ni su representación. Me da la impresión, sin embargo, que tiene una gran eficacia sociocultural y política. Y está subvalorada. Lo demás, cuando hay citas del colectivo Juguetes Perdidos, de Diego Valeriano, donde se cuentan y describen situaciones de la vida perisférica, de los asentamientos de jóvenes en los barrios, cuando ellos cuentan, la palabra es de ellos. Yo traigo estas descripciones para poder pensar un poco esa materialidad. No es tanto que yo la reivindique, sino que hay que saber tomarla como premisa. E insisto mucho con esto: la crisis como premisa, lo que se sustrae como premisa. Son lugares desde donde pensar y no tanto objetos a describir. Y por lo tanto lamento toda la zona oscura de ese plebeyismo. Lo lamento quiere decir que lo acepto plenamente, pero al mismo tiempo soy conciente que hay una oscuridad ahí que de ninguna manera me interesa a mí reivindicar o proponer.

APUUn concepto recurrente en el libro que acabás de usar, y que aparece en el subtítulo es el de reverso. El reverso de lo político. ¿Nos podrías explicar qué significa para vos?

D.S.: Tampoco me es fácil contestarte esta pregunta, todo me parece difícil hoy (risas). Debo estar cansado. Mirá, yo pienso que hay una zona de visibilidades y de legitimidades que después del 2001 se hizo más evidente con lo que el kirchnerismo llamó “el retorno de la política”. Consistió en empezar a hablar de los políticos en primera persona: Néstor, Cristina, que después la derecha utilizó con Mauricio, Gabriela, y ahora Alberto. Hay una distribución de visibilidades que reponen el teatro de sombras chinas de la política más convencional: partidos, dirigentes, elecciones, es decir todo el elenco de una política liberal en el sentido de un sistema político autonomizado del sistema de las necesidades sociales. Si esa es la luz, el anverso de la escena política es todas aquellas cosas de la que hemos estado conversando hoy. Queda fuera mucho protagonismo social y colectivo, mucha energía popular lectora de las dinámicas históricas. Entonces, no me satisface para nada la conversación política convencional, el análisis periodístico convencional, el ensayismo convencional, la historia política clásica. No me convencen para nada. No me parece que den cuenta de las fuerzas reales del país. Creo que biográficamente no dan cuenta de las cosas que yo viví y milité en el país. Yo empecé militando a los quince años con las madres de Plaza de Mayo. Después estuve siempre en grupos minoritarios recorriendo escenas muy distintas. Lo que me parece es que siempre hay un sacrificio de unas vidas colectivas que no llegan nunca a reivindicarse con el lenguaje de la política oficial, y yo no quiero ser cómplice de ese sacrificio. Me parece políticamente muy débil. La recuperación que hago en el libro de El príncipe, de Maquiavelo, el príncipe está puesto ahí como capaz de leer todo aquella parte del pueblo que no quiere ser dominada. Y en cada una de esas desobediencias, el príncipe colectivo podría estar viendo ahí un texto, el texto de las instituciones que faltan, de los enlaces que no se hicieron todavía, de la constitución de una fuerza que por ahora actúa por sustracción, pero que podría ser la base de una transformación. Todo esto tiene por atrás una visión histórica que en el libro no está desarrollada, y que me gustaría desarrollar, que tiene que ver con la historia desde la dictadura militar para acá. Los neoliberales en su versión triunfalista, optimista, que es una versión que creo no existe más (Alejandro Rozitchner creo que fue el último que podía pensar estas cosas más o menos en serio), retomaron de una manera totalmente reaccionaria la idea del Hombre Nuevo del Che Guevara. Es decir, la idea de una nueva humanidad. Solo que todo lo que el Che Guevara presentaba como posibilidad de una humanidad nueva tenía que ver con superar el peso dominante de la ley del valor sobre la conciencia humana y sobre las economías.

Mientras que los neoliberales lo invirtieron y dijeron que esta nueva humanidad es la que surge de aceptar plenamente la ley del valor como organización de la conciencia humana y de las economías colectivas. Esta inversión se ganó en el campo de batalla. Ellos son los triunfadores de la guerra contrarrevolucionaria. Son los que hoy nos plantean un futuro tecnoeconómico de progreso, y lo plantean en su versión más entusiasta… hoy ya no sé si es así. Bolsonaro no es eso, es algo infinitamente menos futurista. Hoy sería una derecha del Sin Futuro… Pero bueno, ¿a qué voy? A que la política tradicional se basa en aceptar el requisito según el cual no hay política sino gestionando la economía capitalista. Y en el anverso de lo político aparecen todas las posibilidades subjetivas que no se deducen de la ley del valor o de la economía política. Que no están obligadas a someterse a eso, sino que son una suerte de fuerzas preparatorias para otra cosa que no logra entrar en escena ni logra crear un concepto de lo político. En esos sucesivos fracasos de las multitudes en Venezuela, de los Sin Tierra en Brasil, etc. estos estertores de otra cosa es lo que me interesa a mí. Este anverso es histórico. Son los derrotados del proyecto revolucionario continental durante las dictaduras. Son los que más claramente tienen una visión de la continuidad del terrorismo de Estado en la economía neoliberal y son las únicas bases en las que uno puede recostarse para imaginar que en Argentina pueda hacerse una crítica radical de lo neoliberal y discutir transformaciones de fondo con todas las letras. Yo no tengo confianza en la política tradicional para llevar a cabo esta discusión que me parece fundamental e inevitable.

APU: Comparto algunas de las críticas que le hacés al populismo inclusivo, principalmente una, lo que planteás como punto de coincidencia con las mismas prácticas que defiende el neoliberalismo, me refiero al consumo. La fórmula podría resumirla así: consumir sí, pero acompañado de la pregunta: ¿para qué? ¿cómo? No se trata solo de consumir. ¿O se trata de no-consumir? ¿Podrías aclararnos un poco esto?

D.S.: El tema del consumo es muy delicado. Muy difícil de plantear porque a su alrededor se juegan muchas cosas, tiene muchas capas de significación y a veces no se sabe bien qué se quiere decir. Por un lado hay un aspecto cuantitativo del consumo: más o menos consumo. En este sentido, la inclusión realizada por los llamados gobiernos populistas aciertan cuando aumentan el consumo, sobre todo cuando se trata de aumentar el consumo de sectores populares que se vieron excluidos o participan de un modo minoritario. Hay una cuestión acá democrática de redistribución que me parece justo y deseable. Después está el aspecto cualitativo del consumo, que ya es otra cosa. La pregunta acá sería: ¿cómo y quién define los consumos? ¿Quién y cómo se produce lo que se consume? ¿Quién tiene derecho a proponer los criterios? Acá se entra en una discusión muy fuerte con la estructura productiva, de control y de decisión, que por lo general están en manos de empresas muy concentradas y globalizadas. Discutir este poder implicaría que el protagonismo popular no solo se vería beneficiado parcialmente con el aumento cuantitativo del consmo. Implica un ingreso de ese mundo popular y esas energías en las tomas de decisión, bajo la forma de una intelectualidad de masas que empieza a crear espacios de discusión y de decisión sobre los consumos. Si querés, entonces, el conflicto es doble: en el plano de la cantidad, me parece que a partir de una cierta participación popular en el aumento del consumo se generan ciertas tensiones que permiten introducir al mundo popular fuertemente en la ciudad, en la economía y en la producción. Un keynesianismo bien llevado adelante. Pero desde el punto de vista cualitativo, la discusión deja de ser keynesiana y pasa a ser marxista, en el sentido de que se abre una discusión muy fuerte de clases subalternas sobre las estructuras de producción, distribución, imágenes de felicidad, etc. En definitiva, cuando discutimos el consumo me parece que significa avanzar sobre la cuestión de la redistribución, cosa que para mí el populismo hizo de una manera ultradefectuosa porque lo hizo sin redistribución de poder. Y sobre todo implica elaborar un pensamiento sobre el consumo. Porque lo que vemos es que luego del primer ciclo de gobiernos progresistas después del 2002, lo que se llamó “aumento de consumo”, fue un concepto bastante neoliberal de consumo. Y si nosotros entendemos que el consumo es un momento de la subjetivación, un momento que crea modos de vida, en mi lenguaje, entonces se convierte en un tema político fundamental. Es todo el horizonte político el que se pone en cuestión. Lo que los movimientos populares en América Latina enfrentan desde hace décadas tiene que ver con la cuestión cualitativa.

APUEn varios pasajes del libro me surgió la pregunta: ¿hay un referente real de este proyecto político que leo entrelíneas? Vos nombrás algunas experiencias en las que participás: el Colectivo Situaciones, Juguetes Perdidos, por ejemplo, experiencias intensas. Pero saliendo de la micropolítica (tal vez no se pueda o deba salir, no sé), ¿dónde podemos ver concretada esta revolución? Citás varias veces a Lenin, a mí me hizo acordar a un actor que hace mucho que no leo, Trotsky. Pensaba en Cuba y Venezuela. Me gustaría que nos expliques si estos referentes son válidos como revolución o dónde fallaron.

D.S.: Esta pregunta es de un nivel de complejidad enorme, no sé si estoy preparado para responder. Ante todo te aclaro que el Colectivo Situaciones no existe hace muchos años, que yo no participo de Juguetes Perdidos, si bien estuve cerca, como un amigo interesado. Aclarado esto, no creo que haya posibilidad de salir de la micropolítica como tal, porque ésta es una dimensión de la política y de la realidad. Lo más interesante para mí del plano micropolítico es el surgimiento de fuerzas concretas. Si en la macropolítica se juegan estrategias e intereses, en la micropolítica se juega la ética, de donde surgen nuevas percepciones y afectos. A mí me interesa la micropolítica no para refugiarme en grupos chicos y sus formas de organización, sino que me parece que es una cuestión de dimensiones. La macropolítica es la gestión de las estructuras existentes y sus disputas de intereses, mientras que en la micropolítica se juega todo lo que tiene que ver con la creación de afectos, de nuevas percepciones, y en general con la creación de fuerzas nuevas. En el reverso de lo político para mí tiene una importancia muy grande lo micropolítico. Entonces, no me parece que haya salida de la micropolítica, puede hacer salida de una cierta manera de practicarla. No es lo mismo un tipo de experiencias micropolíticas como las que se organizaron alrededor del 2001, que las que se organizaron durante el kirchnerismo, que las que surgieron en la resistencia contra el macrismo, que las que pueden surgir hoy. En este sentido sí me parece que hay una búsqueda. Y sobre todo, que como no se puede elegir entre macro y micropolítica, el hecho de tener una práctica micropolítica en ningún sentido te absuelve de pensar el problema de la macropolítica. Acá aparece entonces esta secuencia: hay una serie de cuestiones relacionadas con la igualdad, que como dice en su maravilloso libro, El huracán rojo, Alejandro Horowics, están para nosotros vinculadas con la noción de revolución.

Sea la revolución burguesa que inventó “un hombre-un voto”, sea la revolución socialista que tuvo a la igualdad de clase como proyecto. Comparto con el profesor Horowicz la impresión según la cual la supuesta inactualidad de la cuestión revolucionaria conlleva una imposibilidad practica de defender las igualdades históricamente logradas, y mucho menos permite imaginar en cómo avanzar sobre igualdades nuevas. Por lo tanto, el problema de la revolución se replantea una y otra vez, salvo que se renuncie defnitivamente a defender las igualdades mínimas, y se abandone toda producción de nuevas igualdades. Frente a esta cuestión de la igualidad se define toda política. En ese aspecto, sigo viendo una gran alternativa: o bien un concepto de lo político motivado por transformar estructuras en un sentido creador de igualdades, concepto que implica no abandonar el problema de la revolución, aún cuando no sea del todo claro como llevar adelante esa revolución, o bien un concepto de lo político que renuncia a la igualdad, y que tiene por tanto, como tarea, liquidar todo sentido posible de la política como revolución. Sólo que este ultimo camino es el sucidio mismo de lo político. Por el contrario, la tradición revolucionaria es más rica en posibilidades y en problemas, y, contra lo que tanto se dice, quizás sea mucho más interesante históricamente, sobre todo si pensamos que para liquidar la política hace falta una fuerza de orden que quizás no esté tan disponibe como se cree. Pero esa idea de revolución no es fácil de imaginar. Una cosa fue la década del sesenta donde se quiso recrear una izquierda anticapitalista en Occidente, que tenía que ser también antistalinista, y entonces tenía que jugar a dos aguas. Hoy la tradición stalinista y la unión soviética no es una referencia. Por lo tanto, hoy tenemos menos necesidad de dar pruebas de de que no somos stalinistas y mucho más tenemos la necesidad de que es necesario un anticapitalismo potente, que por otro lado no hay.

Entonces, mi impresión es que toda la tradición revolucionaria está a nuestras espaldas, que hay que volver sobre ella y no hay que repetirla, más bien hay que sometarla a crítica. Eso sí, es una crítica interna, no externa. Lo diría así: tal vez la revolución socialista tal como la hemos conocido dio respuestas insuficientes a problemas que siguen siendo los nuestros. Despues hay otros problemas, que es la coyuntura latinoamericana, sobre todo la situación de Cuba, pero también la de Venezuela. Lo que se juega ahí es la deseperada y agresiva vocación de los poderes del capitalismo de liquidar esas posibilidades. Hay entonces un problema de ultrapolarización. Son procesos que no pueden ser juzgados desde el ángulo de un enemigo histórico que lo que quiere es destrozar todo vestigio, toda alternativa de otra cosa. Siendo muy claro en esto, después se puede hacer toda una discusión sobre esos modelos llamados populistas o socialistas, de lo que resulta indeseable o criticable para nosotros de ellos. Pero hay que ubicarlo en ese contexto.

APUEn un momento, en el libro, revisás esa dicotomía estructural de Carl Schmitt, la de amigo-enemigo, y se cuela ahí el concepto de adversario, que es un concepto que en su momento, durante la década kirchnerista, circuló bajo la “patente” de Chantall Mouffe. Esta tensión entre amigo – adversario, que vos decís que los medios comprimen y deforman con el término «la grieta», sin embargo es real, aunque puede tener distintas realidades. ¿Cómo pensás que sería la manera de desarticularla o articularla convenientemente para el campo popular?

D.S.: Como voy leyendo las preguntas de a una, me voy sorprendiendo cada vez y te lo cuento, ¿no? Antagonismo, adversario, enemigo, grieta, en fin. A ver, no me convence a mí el reemplazo que hicieron Laclau y Mouffe de enemigo por adversario. Lo entiendo, pero no me satisface. En un proceso político donde la justicia y la igualdad no se va a obtener por medios revolucionarios sencillamente porque la revolución no está en el horizonte, entonces de lo que se trata es de armar un campo de mediaciones políticas tal que si hubiera una reforma, la derecha no pueda utilizar medios abiertamente contrarrevolucionarios. Por lo tanto, sería el mismo campo popular el que no está interesado en que haya enemistad. Y entonces la idea de adversario sirve para intentar hacer estas reformas legales y graduales del protagonismo popular. Por supuesto que en lo inmediato de la coyuntura lo comparto. Ante lo que vemos en Brasil o en Chile, o la derecha que se movilizó ayer en Argentina, cuando vemos sus programas y sus agresividades, lo comparto totalmente. Ahora, a mí me parece un pensamiento muy débil e insuficiente. Porque, por un lado, la llamada “grieta”, produce un defecto óptico en relación a las líneas de antagonismo fundamentales, que tienen que ver con todo lo que estamos conversando acá. Vamos a decirlo con Marx: si la plusvalia es un plus de tiempo, un plus de vida apropiado por el capital, de lo que se trata al pensar el antagonismo es de poder ver el conjunto de resistencias que hay de aquellas personas que quieren recuperar su tiempo y su vida para sí misas, para sus familias, para sus comunidades, para sus deseos vitales. Yo parto de ahí. Sean los movimientos de derechos humanos o los movimientos feministas o los movimientos populares indígenas, en fin, toda esta gama del tapiz latinoamericano que entre sí no dan lugar a una racionalidad unificada, a un partido político o a una organización centralizada, sí pueden dar lugar a un elemento nuevo, en el reverso de lo político, que permiten hacer un cuestionamiento más profundo de las estructuras. Yo no quiero tomar el concepto de enemistad de Schmitt porque esencializa la enemistad y además confía que lo político surge de esa esencialización. A mí no me interesa una idea de derecha de la guerra o del enfrentamiento político. Lo que me interesa es leer el texto del antagonismo en relación con la independencia y los proyectos libertarios que surgen en las vidas concretas. Es este tejido el que importa, en donde sí hay que asumir momentos de enemistad, esto es inevitable. Lo que hay que ver es cómo se define y entabla la enemistad. La enemistad pueden ser momentos en los que asumir antagonismos que se componen y descomponen y recomponen. No me parece que sea interesante la idea de adversario porque nos condena a una escena en la que el Capital toma absolutamente la iniciativa, tanto en el plano de la economía como en el de los afectos, de la técnica o de la comunicación, y el campo político queda apresado en unos tiempos institucionales, jurídicos, eleccionarios, etc. El movimiento popular tiene que recuperar una velocidad y una dinámica propia para no quedar apresado en el campo de las reglas político-liberales.

 

Los amigos, como los libros, no son individuos con los que uno tendría que coincidir en todas sus opiniones. Pero por su cercanía afectiva, son los que nos permiten pensar un poco más, ir más allá de lo que pensamos, para poder pensar de otro modo, desde otra perspectiva, lo que a todos nos preocupa: la injusticia, la idiotez, el egoísmo y las opciones políticas por vencerlo. Para otra charla quedará la reflexión sobre las coyunturas pandémicas.

Duelo y amor: la palabra y sus bordes // Julián Doberti

I

Duelo y amor son experiencias que, sin confundirse, se entrecruzan, se tocan, se aproximan, construyen bordes inesperados, nos hacen soñar y nos impiden dormir, nos hacen hablar y nos confrontan con silencios abismales y deliciosos, con ráfagas de éxtasis y arrebatos de llanto, con días interminables y noches que quisiéramos interminables, disolviendo irrevocablemente cualquier posibilidad de cálculo, cualquier ideología de la estrategia, cualquier moral de la esperanza. Las experiencias del duelo y del amor, cada vez, agujerean los saberes que intentan teorizarlas, fijarlas, subsumirlas en los carriles conceptuales de lo normal y de lo patológico, de lo sano y de lo enfermo. Duelos y amores agujerean nuestras vidas, volviéndolas dignas de ser vividas.

En el psicoanálisis, ni Freud ni Lacan establecieron teorías del duelo y del amor. Se aproximaron, con sus respectivos estilos, a esos universos, y formularon lo que me interesa leer como intuiciones, sospechas, relámpagos clínicos que nos importan precisamente por su dimensión de lucidez evanescente y frágil, por momentos profundamente conmovedora.

Freud, en Duelo y melancolía, esboza una definición del duelo: “el duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces…”. La persona amada forma parte de la definición freudiana del duelo. No hay duelo sin amor. A su vez, en ese escrito, Freud introduce una distinción fundamental. Sugiere que, muchas veces, sabemos –es prácticamente imposible no saberlo- a quién perdimos, pero nos resulta tanto más difícil saber lo que perdimos con él, con ella. Sutileza que lleva al duelo muy lejos de cualquier coordenada empirista. ¿Qué perdemos cuando perdemos a alguien que amamos? El duelo no es pensable por fuera de esos matices.

Cuando, en el mismo escrito, Freud se ocupa de los delirios de insignificancia del melancólico, plantea una pregunta que importa: “quizás en nuestro fuero interno nos parezca que [el melancólico] se acerca bastante al conocimiento de sí mismo y sólo nos intrigue la razón por la cual uno tendría que enfermarse para alcanzar una verdad así”. No sólo Freud se atreve a escuchar, en la ferocidad de los autorreproches de la melancolía, una forma particularmente atormentadora del conocimiento de sí: se pregunta por qué tendríamos que enfermarnos para alcanzar esa verdad. Creo que ahí Freud articula verdad y enfermedad, descubre que hay una dimensión de la verdad que enferma.

El duelo, entonces, no está del lado de la verdad –que lleva a la melancolía-, pero lo otro de la verdad no es la mentira. Jean Allouch destacó la importancia para el psicoanálisis de considerar la etimología griega de la palabra verdad[1] (a-leteia). En griego, verdad es no-olvido, la verdad dice la negación del olvido. En este sentido, el duelo estaría del lado del olvido, el duelo tendrá que ver con la posibilidad de que un olvido sea posible.

II

Jacques Lacan no le dedicó ningún escrito explícitamente al duelo. Sin embargo, la cuestión no estuvo por fuera del campo de su interés. Quizás podamos leer en ese abordaje desplazado, más o menos indirecto, la decisión de ajustarse a la cualidad de un asunto que no se deja tomar directamente (Freud no hacía otra cosa cuando realizaba el rodeo por la melancolía para pensar el duelo). 

Durante el seminario del 30 de enero de 1963, Lacan dice: “sólo estamos de duelo por alguien de quien podemos decir Yo era su falta” y un poco después “estamos de duelo por personas a quienes hemos tratado bien o mal y respecto a quienes no sabíamos que cumplíamos la función de estar en el lugar de su falta”.

Lacan enlaza duelo y falta, pero de un modo que suele pasar inadvertido. Cuando afirma que estamos de duelo por “quien podemos decir Yo era su falta” todo el problema recae en ese “podemos decir”: ¿cómo decirlo? ¿cómo decir esa falta? ¿cómo saber qué falta representábamos para el otro? Después reconoce que “no sabíamos que cumplíamos la función de estar en el lugar de su falta”. Si no lo sabíamos ¿ahora sabemos? A lo largo de ese seminario hay un cruce de imposibilidades, de paradojas, de ironías disfrazadas de preguntas, de callejones sin salida que, a simple vista, no parecen callejones. Porque, precisamente, el duelo nos confronta con el límite de lo que podemos decir, con el límite de lo que podemos saber. Me interesa pensar el duelo como un borde entre las palabras y lo que las excede.

Encuentro en un poema de Mirta Rosenberg estos versos:

Y ahora
quiero quedarme
sin palabras. Saber perder
lo que se pierde.

Para perder lo que se pierde es preciso quedarse sin palabras, algo muy distinto a la resignación en la mudez. Quiero quedarme sin palabras, escribe la poeta. Hay allí un querer que se abisma en el límite del discurso. En ese límite el duelo puede permitir que la falta cause un deseo que permita seguir viviendo, seguir amando.

III

El 25 de octubre de 1977 fallece Henriette Binger, madre de Roland Barthes. Al día siguiente, su hijo comienza a escribir lo que póstumamente se conocerá como Diario de duelo. En la entrada que inaugura lo que será uno de los testimonios más íntimos y desgarradores de la escritura de Barthes, leemos:

 

26 de octubre de 1977

Primera noche de bodas.

Pero ¿primera noche de duelo?

La noche de bodas, la noche de duelo. Entre ambas, un pero y una interrogación que sostiene a la segunda. Un poco después, el 29 de octubre, leemos: “En la frase: ‘Ella ya no sufre’, ¿a qué, a quién remite ‘ella’? ¿qué quiere decir ese presente?”. El diario de duelo muestra una y otra vez que el duelo es un asunto inseparable de las palabras que lo van diciendo. Por eso Diario de duelo puede leerse en el sentido del genitivo subjetivo: es el duelo el que escribe ese diario, el que se escribe a lo largo de los dos años que duran las entradas.

En septiembre de 1977 había sido publicado Fragmentos de un discurso amoroso, libro que se convertirá rápidamente en un best-seller y llevará a Roland Barthes a una figuración pública que nunca había imaginado. Tres años antes, había iniciado un seminario sobre el discurso amoroso, un espacio donde la experiencia del amor encontró la oportunidad de pensarse por fuera de los mandatos sexo-políticos de una época que, según el seminarista, desvalorizaba al amor considerándolo un sentimiento pasado de moda.

En la sesión del 19 de mayo de 1976 de ese seminario, Barthes decía: “es evidente que ‘conocerse’ psicoanalíticamente hablando no tiene mucho sentido. El psicoanálisis puede deshacer los engaños de la fantasía, pero no descubre ninguna ‘verdad’ en su lugar: el hombre es un sujeto no ‘cognoscible’, sino ‘parlante’. La crisis amorosa funciona como una cura, en la medida en que deja funcionar y desgastarse la ‘rueda libre’ del lenguaje.”

Nuevamente aparece el problema de la verdad y su desplazamiento. Si el duelo no tiene que ver con la verdad, el amor tampoco. Se trata, no de la verdad detrás de las palabras, sino de la verdad en las palabras, en su deslizamiento. Como escribió Anne Carson: “se mueve el deseo. Eros es un verbo”. Y Barthes no hizo otra cosa que escribir ese movimiento del Eros, construir las figuras que van modulando la experiencia amorosa. Experiencia en la que se trata de “subvertir la reducción operada por la lengua. Que cada uno tenga la lengua, no de su sexo, sino de su sexualidad: pasar, en la lengua, al plural de las situaciones, de las investiduras, de los deseos. Pienso que el problema no pasa en reivindicar una sexualidad contra el otro (o los dos en igualdad de condiciones), sino en pensar que no hay dos sexualidades, sino millares, toneladas de sexualidades. De ahí la utopía fundamental: cambiar la lengua (¿cómo cambiar el mundo sin cambiar la lengua?).”

Barthes soñaba con cambiar la lengua, que para él no era otra cosa que cambiar el mundo. Se lamentaba, por esos años, de un mundo en el que “ya no se puede reconocer a un enamorado en la calle. Estamos rodeados de seres de los que no podemos saber si están o no enamorados. Porque si lo están se controlan enormemente”.

Las experiencias del duelo y del amor comparten la utopía de una lengua que pueda decir el alivio y la alegría, la tristeza y la desesperación de habitar un tiempo tejido de presencias y de ausencias. Eros es un verbo, y en sus movimientos los cuerpos nacen y mueren, se hacen preguntas, se olvidan, se enamoran, sueñan, se analizan, escriben, lloran en los cines, militan, se sumergen en el mar. Hasta el próximo amor, hasta la próxima muerte.  

 

[1] Agradezco esta referencia a Alexandra Kohan

«Hoy estamos viendo el nacimiento de una micropolítica fascista» // Diego Sztulwark

¿Qué es “La ofensiva sensible”, y dónde está situada hoy después de todo lo que se ha vivido en estos últimos meses?

“La ofensiva sensible” es un punto de vista, es una premisa, para tratar de captar ciertos fenómenos, que tiene que ver con la idea de que la lucha de clases, se juega en la batalla de la sensibilidad. Si tomamos el punto de vista de la historia reciente, las dictaduras y los terrorismos de todo el cono sur, produjeron efectos de retracción mediante el terror en la sensibilidad. Después, los métodos de la ultra competencia, y la ultra jerarquización de las formas neoliberales de gestionar el trabajo y el consumo, también promueven una cierta neutralización de la dimensión sensible.

Pero, ¿qué sería lo sensible? Lo sensible sería esa capacidad de poder leer en los cuerpos, en los otros, los signos no especificados, lo no dicho, como dice Franco «Bifo» Berardi. Es la capacidad de comprensión, es la capacidad de ironía, es la capacidad de poder coordinar con otras acciones, por fuera de los sistemas de normas y consignas. Cuando pensamos en la historia reciente, como por ejemplo, el papel de los Derechos Humanos o el de las madres en la Plaza de Mayo en Argentina, o los piqueteros en el 2001, vemos que su principal eficacia consiste en re-sensibilizar el campo social. Leer lo no dicho en el tiempo, en las desobediencias del pasado, pero también como un modo de convocar a luchas y malestares del presente que no disponen de una lengua o códigos comunes, pero que por la vía de la re-sensibilización, vuelven a constituir campos sensibles a vibraciones y posibilidades. Cuando estuve en noviembre, en Chile, pude ver eso en la calle.

Hoy estamos en el mismo lugar, seguimos en una situación donde una derecha fascistizante sigue promoviendo “micropolíticas” del terror, de crueldad, que son efectivamente desensibilizantes.

¿Cuál es la diferencia que plantea tu libro entre “modo de vida” y “forma de vida”?

Aquello parte desde una distinción necesaria: el ser humano es un animal que no sabe vivir. Desde la antigüedad, por ejemplo las escuelas filosóficas griegas, según Pierre Hadot, intentaban sobre todo promover ejercicios espirituales y discursos que tendían a adquirir hábitos respecto a la muerte, el dolor, el ser. Las disposiciones no discursivas, eminentemente afectivas y vitales, que eran el objeto en su momento de esa filosofía. Luego, el cristianismo y el mundo de la religión, monopolizó un poco esos haberes, y pienso que la economía neoliberal tiene mucho que decir sobre cómo crear un modo de vida. De hecho, diremos que la micropolítica de los neoliberales, la micropolítica del capitalismo contemporáneo es subjetivadora, crea modos de vidas.

Entonces yo llamo formas de vidas a todas las anomalías, a todo aquello que no cuaja con los modos de vidas; que no cuaja inmediatamente con las disposiciones que articulan vida y mercado. Personas que nos sentimos improductivas, o que no tenemos la suficiente disposición o buena presencia (o carácter), o que enfermamos o tenemos ataques de pánico…. Hay una amplia gama sintomática de todos aquellos que debemos inventarnos una forma de vivir, dado que el modo de vida que el mercado nos ofrece no solo no nos funciona, sino que muchas veces tenemos la necesidad de antagonizar. Esto tiene mucho que ver con la lucha de clases en el campo de lo sensible.

El neoliberalismo tiene un desarrollo micropolítico muy importante, porque el neoliberalismo ofrece un modelo empresarial, rentístico y económico, para colonizar las maneras de sentir y de calcular, además de las tácticas de la vida.

Conforme ha avanzado esta entrevista, ha salido a la luz un par de veces el concepto de “micropolítica”… ¿Qué es para ti la “micropolítica”?

En los años 60, sobre todo en Francia, a partir de Foucault, Guattari, Deleuze, surge el lenguaje de las “micropolíticas”. Esto no se refiere a los grupos chicos, o con las realidades locales, sino que es una dimensión de toda política o de toda realidad. Es la realidad política tomada no como sucede en la macropolítica, desde el punto de vista de la representación de los grandes intereses consolidados de las fuerzas ya visibles e instituidas: los sindicatos, las empresas, los Estados, los partidos políticos; sino que, más bien, toma a las fuerzas en el punto en que se constituyen, en el punto en que nacen. Por lo tanto, atiende a toda la dimensión en que se producen los afectos, en que se producen las percepciones, en que se producen los pensamientos.

Desde esto, la micropolítica sí tiene una afinidad con los colectivos experimentales, con fenómenos que ocurren al nivel de las vidas de las personas, porque es ahí que se ve el nacimiento, el contagio, los desvíos, los síntomas, la aparición de nuevos enunciados, la aparición de nuevas posibilidades de los cuerpos, la posibilidad de nuevas formas de organización, la posibilidad de nuevos planteamientos, y de nuevos cuestionamientos, tácticas y estrategias.

Hay siempre también, por su puesto, una micropolítica del capital. Hoy estamos viendo el nacimiento de una micropolítica fascista, que tiende a alinear todo afecto y todo percepto con un cierto orden del capital. Entonces micropolítica no es un término positivo, es un término metodológico, neutral. No dice nada bueno. No quiere decir que la macropolítica es mala y la micropolítica es buena. Simplemente abre una analítica en el plano, en donde los deseos, los afectos, los perceptos, la manera de pensar y las tácticas nacen y se conforman.

En todo caso, la apertura de una analítica micropolítica, y de una experimentación micropolítica, fue una gran novedad desde el momento que se hizo evidente que el corte macropolítico de izquierda, absolutamente necesario, es también muy insuficiente cuando no viene acompañado por toda esta dimensión llamada micropolítica.

El neoliberalismo tiene un desarrollo micropolítico muy importante, porque el neoliberalismo ofrece un modelo empresarial, rentístico y económico, para colonizar las maneras de sentir y de calcular, además de las tácticas de la vida. En la medida en que modela actitudes mínimas, en que envenena las formas de reconocimiento del mundo, el neoliberalismo es una micropolítica muy difícil de problematizar, de derrotar, sino se lo enfrenta no solo en el ámbito macropolítico, sino también en el micropolítico.

«La ofensiva sensible» por Editorial Caja Negra.

“La ofensiva sensible” nació en medio de tiempos turbulentos para el continente, marcando a Ecuador y Chile como epicentros de las manifestaciones latinoamericanas durante el 2019. ¿De qué se trata el concepto de lo “plebeyo”, y fueron las manifestaciones en el cono sur un ejemplo de aquello?

Cuando yo escribí este libro, a fines del año pasado, pensaba, sobre todo, en la memoria del escenario del 2001 argentino. Y, de lo que fue en general, el nivel de crisis y movilización social que se dio en muchos lugares del cono sur de América. Es decir, una memoria nacional y regional. Cuando se publicó el libro sucedió lo de Ecuador, y estuve en Chile en noviembre, así que tuve oportunidad de ver lo que estaba ocurriendo, pero también el golpe en Bolivia. De alguna manera, esa inestabilidad y esa noción de crisis, que acompaña a la idea de lo plebeyo, apareció con mucha fuerza.

Sobre si lo plebeyo aparece allí o no, no tengo una manera directa de responder porque el uso que yo hago de lo plebeyo no es sociológico. Los plebeyos no son los pobres, por ejemplo, o la clase trabajadora, o lo que Toni Negri llamó “la multitud”. Yo llamo plebeyismo a todo aquello que en la vida de las personas, y de los grupos sociales, no se deja regular por la norma de vida neoliberal. Sea que se sustrae, sea que lo rebasa. Muchas veces (casi siempre) ese plebeyismo actúa más bien como reverso del escenario político, más que en el anverso. Actúa al nivel de las vidas de las personas, al nivel de la vida de los colectivos, de los grupos y de los movimientos.

Desde este punto de vista creo que sí, que se puede decir que en el 2001 argentino, como en el 19 chileno, como cada tanto en América del Sur, hay un elemento plebeyo que a veces está ligado con lo indígena-popular, que a veces está ligado con los feminismos, que a veces está ligado con el trabajo precario, que a veces está ligado con la cuestión de las luchas contra el racismo, o contra el clasismo, y que tiene este elemento no regulable por lo neoliberal, no capturable. Ante esto creo que sí, que hay un elemento plebeyo en el reverso de lo político y que hoy, en la crisis del neoliberalismo, y sumada hoy a la aceleración de esa crisis con la pandemia, lo plebeyo sigue siendo una premisa desde la que mirar la situación.

Chile se aproxima a un plebiscito ciudadano el 25 de octubre para iniciar un posible proceso constituyente… ¿que te parece este paso en un país conocido por ser un «experimento neoliberal»?

Yo estuve en noviembre en Chile y tuve la oportunidad de ver tanto la crueldad de esas formas represivas en donde, por ejemplo, le disparaban a los ojos de las personas, como también la decisión de tanta gente de que Chile despierte. Y todo esto, como dices tú, en un país que se había presentado siempre como la vanguardia neoliberal de Sudamérica, tanto por las formas de privatización y mercantilización económica de la sociedad, como también por la consistencia orgánica del aparato represivo en función de ese proyecto.

Me parece que desde el punto de vista del régimen es una apuesta muy fuerte intentar desgastar el movimiento, e imponerle un nuevo orden a la situación chilena que fue catastrófica para el Estado, en donde fue completamente rebasada su capacidad de dirección política de la sociedad. Imagino que desde el punto de vista del orden, que creo que en Chile tiene una influencia muy grande casi en la totalidad de los partidos políticos, se trata de sacrificar lo menos posible y retomar este orden desde arriba. Me parece que para todos aquellos que tomaron la decisión de que Chile despertó, se juega un momento en el cual se trata de evitar esta relegitimación y esta recomposición desde arriba del orden que generó todas estas razones por las cuales la gente salió a la calle. Y quizás, también, el proceso asambleario, el proceso de organización y de renovación de estructuras populares, permitan reabrir, total o parcialmente, una discusión sobre cómo deben ser las instituciones de aquí en adelante en Chile. No me queda claro si se trata simplemente de hacer fracasar este intento de relegitimación por arriba, o se trata también de la posibilidad de entrar a un proceso constituyente y generar desde abajo una situación nueva. La verdad es que esto es una cosa de la que más quisiera yo enterarme.

FUENTE: LA PREGUNTA CHILE

La transmisión de lo real: el deseo y el concepto // Roque Farrán

Deleuze y Guattari, explican: “¡El deseo, siempre el deseo, no se quitan esa palabra de la boca!” Esto termina por irritar a la gente seria, los militantes responsables. Desde luego, no se nos ocurriría recomendar que se tome en serio al deseo. Más bien habría que minar el espíritu de seriedad, empezando por el dominio de las cuestiones teóricas.” Hay una seriedad solemne, protocolar, aburrida hasta la náusea, que mata el deseo; pero hay otra seriedad que es lúdica, divertida, concentrada en el juego del deseo y la creación. A la primera se subordinan los burócratas y la rechazan los románticos soñadores, a la segunda se entregan niños e inventores. Nada más serio que el juego de un niño, nada más serio que quien crea realidades, aunque se ría con ellas. La alegría de pensar adviene cuando entendemos cada cosa en su singularidad, incluso la mueca de la tristeza, la insensatez del mundo o la muerte. Lo singular atañe a lo real, por supuesto.

El problema de la transmisión de lo real es lo que sucede cada vez, en cada experiencia singular, en cada práctica. La práctica que se dedica a la producción de conceptos, llamada filosofía, no está exenta de esa dificultad e incluso puede ayudar a las otras a circunscribirla mejor: lo real siempre excede al concepto, pero éste se le aproxima por saltos al límite, por trazados diagramáticos, por anudamientos que acotan y abren a nuevos enlaces. Un error clásico es creer que el concepto se reduce al significado, una simple definición de diccionario o una sofisticada contextualización filológica; pero el concepto es movimiento de captación inventiva y sobrecogimiento ante cada cosa singular. La producción del concepto exige ante todo tres operaciones básicas, más acá de las grandes ideas, sistemas y cosmovisiones: 1) subversión del sujeto (reconocerse activo allí donde se creía pasivo, reconocerse pasivo allí donde se creía activo); 2) círculo productivo (encontrar el lugar y la fórmula de donde extraer las herramientas para circunscribir el lugar y la fórmula, para variar su extensión); 3) anudamiento de gestos simples (despejar esos actos en cuya simplicidad se anuda lo complejo, para continuar los entrecruzamientos y encuentros con lo real). Por supuesto, la modulación afectiva es crucial.

Ha leído y escuchado mucho sobre las escrituras y discursos del odio, y cada vez pienso: solo el amor puede vencer al odio. No es una consigna pacifista, no se trata de un dogma cristiano, es una verdad ontológica que emerge de entender cómo se componen los seres. Para eso es necesario entender, precisamente, ejercitarse en el entendimiento de las cosas, tomar distancia de las consignas y afectos estereotipados. La filosofía práctica que propongo no presupone ningún humanismo o fatalismo, sino que asume la radical materialidad plástica del género humano, es decir, su posibilidad de reinventarse a través de diversas tecnologías o antropotecnias. Ese es mi ánimo y disposición, incluso al borde del abismo: no me siento acabado, siento que estamos todavía en formación y transformación, que no estamos fijados a tristes destinos. Por eso propongo leer a Spinoza, los estoicos, Foucault, Althusser y Lacan, en un ejercicio constante de formación y transformación práctica. Siento que es posible reinventar los lazos a través de diversos dispositivos, constituir otra erótica del pensamiento y la transmisión; lo siento porque así lo experimento y practico a diario.

Tengo un proyecto intelectual que coincide en buena parte con el proyecto académico, consiste nada más y nada menos que en rehabilitar la filosofía práctica como gobierno de sí y de los otros, transformación de sí e interpelación a los otros a transformarse y pensar afectivamente, porque las formas académicas, económicas, culturales y políticas imperantes nos están conduciendo a la extinción. Disocian permanentemente. No sé si es demasiado pretencioso o es una tarea destinada al fracaso, es lo único que deseo hacer en este momento de peligro y lo sostengo, sea cual sea el resultado. Pues no basta con señalar los límites de los pensadores europeos, también tenemos que considerarnos a nosotros mismos y nombrarnos; considerar nuestra potencia de obrar y alegrarnos; hacer uso de las tradiciones que deseemos y volvernos condición material de nuestro pensamiento situado. Una práctica que sostenemos entre varixs, hace tiempo.

 

Roque Farrán, Córdoba, 31 de agosto de 2020.

 

Apuntes acerca del cuerpo (sin órganos): suplir la interpretación por la experimentación // Carolina Pavlovsky

Ser extranjero en su propio territorio. Moverse como recién llegado. No ser siempre el anfitrión. Ser traidor. Agenciarse aliados. Ser rebelde. No hay creación, no hay vida posible sin transgresión. Transgresión de nuestras propias normas, sobre todo. Ruptura de códigos. No contabi­lizar los elementos del código, sino enloquecerlo, hacerlo desbordar. Fuga de la Máquina: energía que se manifiesta no siempre en regíme­nes de repetición, sino en direcciones imprevisibles y multidimensio­nales; como reencarnaciones: formas de corporizar energías inheren­tes a la apropiación maquínica del deseo.

Suplir la interpretación por la experimentación Hacer de la experiencia un entrenamiento; diseñar un mapa — programa, progra­mar trayectos, en sus avances, detenimientos, retrocesos necesarios. Y convertir estas estrategias en una liberación.

Ideas acerca de la clínica y los cuerpos

 

Clínica como arte de composición, más que de interpretación. Clínica como estrategias geográficas: construir un mapa en un desierto, seguir se recorrido, todo mapa es orientativo. No coincide con el territorio: sobre el mismo terreno se pueden trazar mapas alter­nativos. Clínica como ciencia geológica, que opera sobre estratos, su­perficies en constante devenir, clínica como metáfora termodinámica, que sabe guiarse por umbrales de intensidad, entre velocidades y rit­mos diversos.

Una clínica que se apoya en líneas duras, segmentarias, sólo puede contener, frenar, cortar, asesinar: mantener bajo control las líneas de des-bordes cuando éstas se inscriben en los cuerpos, y en las acciones de los mismos. Disiplinamiento de los cuerpos. Apogeo de las técnicas como modos de sometimiento, examen y control: regímenes de captura social.

  Hoy se asiste al retomo de los cuerpos que las tecnologías no com­putan: cuerpos como restos de la anti-producción; restos amontona­dos, sin caras ni nombres; de las guerras, de los cataclismos – viola­ciones sobre el Cuerpo Madre Tierra, que no dejan sobrevivientes; res­tos vaciados de la desnutrición infantil; cuerpos virtuales sin fisuras, planos, objetos de consumo de una sociedad pasiva y obesa de imágenes.

  Retorno de los cuerpos que la ciencia no logra capturar, ni aún en sus utopías de repeticiones aberrantes genéticas. Hoy ya casi no asis­timos a una clínica del SÍNTOMA, sino a una clínica de la producción de máquinas duras sobre cuerpos catatónicos.

Los cuerpos fragmentados de las psicosis, vidriosos de la drogadic­ción; cuerpo débil y quejoso de las hipocondrías actuales: falla de la Medicina: órganos que se resisten a ser estudiados, curados, clasifica­dos, enmudecidos. Cuerpos hipertensos, desafectivizados producidos cotidianamente en las grandes concentraciones urbanas. Nuevas patologías. Retorno molesto de los cuerpos de la niñez, sometidos a una adultización precoz, expulsados para siempre de su campo de expe­riencia singular: la máquina feroz del neocapitalismo no respeta los derechos de la infancia

Retorno inquietante del cuerpo de la adolescencia, retorno terrorífi­co del cuerpo de la vejez, anulado como tal en tanto territorio de experiencia y memoria, incómodo para una ciencia quedice interesarse en los secretos de la vida y la muerte, cuando en los hechos parece querer momificar el fluir entrópico del tiempo en pro­gramas de Internet y en la investigación clónica.

Retorno de los cuerpos que el mismo psicoanálisis expulsó de su doctrina: el del esquino, del paranoico, del marginado, del alcohólico, etcétera, etcétera…

Cuerpos que hoy se manifiestan como arena de esclavitud, cárcel de pulsiones, que ya no tienen amos, pero que se expresan bajo regíme­nes de terror.

 

Cuerpos sin órganos

 

Si hay un tipo de discurso social que se ha acercado y mimetizado por momentos casi a extremos delirantes con el discurso de lo policía­co, es precisamente el de la salud mental. Todas las produccio­nes enunciativas alrededor de ciertos temas que incumben a lo margi­nal, como ser el Sida, o la droga, tanto sean científicas, culturales, tec­nológicas, cierran las preguntas en vez de abrirlas.

No se producen preguntas, sino que se imponen enunciados de un alto nivel de eficacia como estrategia de control. Los cuerpos de la drogadicción, de las psicosis, de la marginación, aún las anorexias, aparecen entonces como líneas de fugaque escapan a la segmentaridad dura del Cuerpo Programado.

La muerte no es solamente la muerte física: es unalínea de aniqui­lación que atraviesa los cuerpos más saludables. Mortificación en vi­da de la creatividad humana. Se necesitan cuerpos sanos, previsible­mente sanos para controlarlos mejor. Este es el punto, el tema que a toda psicología le cuesta pensar el de la experiencia, y el de la significación social de esa experiencia.

En tanto la experimentación se ve cada vez más restringida, solo quedan alternativas extremas, transgresoras de experiencia.

 La pregunta que la clínica debiera hacerse es: ¿Cómo hacer el pasa­je por la experiencia sin involucrar el desgaste del cuerpo? O bien, ¿Por qué la salud no basta? ¿Por qué la «grieta» es a veces ineludible en el encuentro con el deseo? Quizás sea porque nunca se ha pensado sino por ella y sus bordes. ¿Hay alguna otra salud que la de un cuerpo que sobrevive lo más lejos posible a su propia cicatriz, a una grieta que no cesa de inscribirse? La grieta es sólo una palabra. Hasta que el cuerpo no se ha comprometido con ella, hasta que el hígado, el cere­bro, los órganos no presentan estas líneas en las que se lee el futuro, y que profetizan por sí mismas.

Ante la muerte de nada nos sirven conceptos resignantes como el de castración. Hay que acompañarse a sí mismo primero para sobrevivir, cuando se muere. (Deleuze). El acon­tecimiento no debe confundirse con su inevitable efectuación, la grie­ta no detenerse en el crujido de cada cuerpo. Hay que transmudar el apuñalamiento de los cuerpos, «ametrallamiento» de la superficie de todo acontecimiento… sobrevolar la grieta…

 

La problemática del drogarse se cierra cuando es tornada en forma sustantiva: La droga: se trata de una sustancia, de la relación entre un cuerpo y un objeto que le falta. Así como la esquizofrenia se manifies­ta como proceso de irreductibilidad totalizadora, de resistencia a la constitución de objetos totales, expulsados de entrada del reino totali­tario de la representación, la droga es una máquina de drenar flujos: flujos corporales, de capitales, de bandas, a velocidades incapturables e imprevisibles.

Pero la singularidad del drogarse, el tema de la droga concierne de manera inquietante al devenir animal del hombre: cuerpo ani­mal, olfato animal, ve­locidad animal, sensi­bilidades del devenir animal específico a cada estado. Del deve­nir – vegetal del hom­bre: se trate al fin de cuentas de un matri­monio metabólico en­tre las plantas y los cuerpos: devenir quí­mico – molecular del ser humano; pura quí­mica fluyendo por las venas.

La droga es una cuestión de «bodas» entre cuerpos y obje­tos, pero sobre todo en­tre cuerpos y el espíri­tu que cada química produce como cone­xión. Bodas de altas y a veces mortales dosis de fidelidad. Bodas por contagio, asimilación metabólica, pasiones y encuentros molecu­lares felices o infelices. Las bodas son siempre entre moléculas, partí­culas, singularidades; entre ritmos, umbrales de velocidad y de tempe­raturas. Entre bandas, territorios, organizaciones.

Si la droga es hoy una problemática en este social – histórico es por­que hemos perdido la capacidad de reconocer nuestros orígenes más remotos, de reconocernos, a través del polvo de los siglos, en otros modos de producir y relacionarse con lo real, en otros modos de expe­riencia, propia de hombres de carne y hueso, sujetos a otros modos de gozar y sufrir. Hay un origen dionisiaco, de intensidades mistéri­cas y sublimes, de ceremonias y rituales jamás solitarios, de una com­prensión de la Naturaleza en donde la humanidad es parte y protago­nista de un drama, argumento que intenta develar encarnándolo, transmutándose en Naturaleza. Hoy se diría que el drogarse son sólo los restos, apenas un gesto desesperado e inútil por restituir lo dioni­síaco de la cultura, de dialogar con dioses ya muertos, pero que en épo­cas remotas constituían una realidad tan necesariamente tangible como lo cotidiano.

 

Cuerpos – producto

Hoy los cuerpos no devienen en sus dimensiones vitales. Se fabri­can. Fabulosas maquinarias de fabricación, mutación, transformación aberrante de cuerpos. No se ve el proceso, éste se oculta; lo que nos llega son los cuerpos como producto acabado. Auge del aplanamiento de los cuerpos. En es­tas culturas de espectadores catatónicos, ávidos adictos consumidores de imágenes, la imagen ya no tiene por qué responder a la realidad. Habla por sí sola. Crece como un tumor, cobra poder sobre los cuer­pos.

Los cuerpos no están hechos para soportar estructuras tan fijas co­mo las dictadas por las modas, cada vez más homogéneas. Los cuer­pos están atravesados por múltiples afectaciones, responden a diversi­dades en sus modos de dejarse afectar.

Por ejemplo, la anorexia y la bulimia; nuevos mercados para una clíni­ca hambrienta y mísera, que intenta reducir estos fenómenos a la me­ra urgencia de un síntoma: ni siquiera son cuadros nosográficos nue­vos. Son, más bien verdaderos actos de sabotaje al deber ser de época. No son «desórdenes», pero desordenan, como líneas de flujo, las líneas duras de la moda. Son la manifestación de OTROS modos de relación con el CONSUMO. Dos modos diferentes de «hacer cuerpo» con el alimento.

Dejemos a las anoréxicas un poco sublimar sus cuerpos, dejemos a las bulímicas un poco sus catarsis hedónicas con la comida. Hay que ser un poco loco, un poco drogadicto, un poco anoréxico, un poco bulímico, un poco alcohólico, un poco guerrillero, lo justo para atravesar la experiencia, pero no demasiado, para no profundizar la grieta, la herida, hasta su limite.

 

 

El cuerpo sobrio

 

Devenir sobrio de los cuerpos: las líneas más difíciles de soste­ner. Devenir sobrio no tiene necesariamente que ver sólo con sus­tancias que se incorporan­, se ingieren, ha­cen máquinas cerrada con los cuerpos. Se trata de la transmuta­ción de los cuerpos. Voluntad de un plan de consistencia, de una estrategia de so­brevivencia. La so­briedad es un devenir del espíritu. Pero devenir imperceptible sin caer en los duros estratos del ascetismo.

  Devenir utopía. Pero en determinados socio-históricos, las utopías deben ser creadas, deben tener un plan de consistencia pura poder ser efectuadas. Hay que inventar nuevas utopías cuando nos han pulveri­zado la máquina deseante de la ética social. Las esperanzas de un so­cialismo posible y real hoy parecen obsoletas. Y sin embargo hoy asis­timos a la vigencia de un régimen de producción de subjetividad que bien podría elevar a Marx al nivel de uno de los genios más indiscuti­dos del siglo XIX: los antagonismos sociales, cada vez más extremos, la instalación de democracias dependientes hasta lo obsceno en los países tercermundistas, en relación con un Primer Mundo, concebido desde hace décadas para instalar de forma atroz e impune la división internacional del trabajo, gracias a la cual la explotación asesina de unas clases sociales por otras se denomina «progreso».

Devenir sobrios es mantener la memoria.

Toda memoria es subversiva, y también todo proyecto de futuro… Y en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación» (Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina, 1975).

 

Cápitulo de su próximo libro. “Clínica Grupal con Psicodrama: Etica y Estetica”. Editorial Thaiel. Carolina Pavlovsky. Psicologa. Psicodramatista

 

 

 

FASE 4: Transmutaciones en fuga // CRIA – La Criatura

LA CRIATURA es un evento bienal organizado por la Asociación Creando Redes Independientes y Artísticas (CRIA*). Se alimenta del contexto para desplegar una programación que incluye performances, intervenciones artísticas, conferencias, debates y talleres, entre otras actividades. 

 

En su segunda edición, debido a la crisis COVID-19, LA CRIATURA-20 imagina e interpela la #NuevAnormalidad. Para hacerlo crea un formato multiplataforma web, público y gratuito durante los meses de julio-octubre de 2020. 

 

LA CRIATURA-20 NuevAnormalidad propone discutir e imaginar diagnósticos, conflictos y salidas en torno al contexto Covid19, a través de una cumbre performativa dividida en fases y una programación que incluirá un menú transdisciplinario e internacional, a partir  de una serie de temáticas y agendas urgentes como: crisis y pandemia (#NuevAnormalidad), sexualidades, feminismos y disidencias (#SeVaACaer), arte y educación (“PedagogíasDelHacer), medioambiente, pueblos originarios, agroecología (#NeoExtractivismos), migración, crisis de representación y democracia (#EstadosDeExcepción).

 

La FASE 4,  se realiza el sábado 05/09 a las 18hs. y  propone reflexionar sobre la rebelión a la normopatía, en ese sentido las intervenciones pensarán la anormalidad como respuesta a la normalización de la violencia y desigualdad. Participan Peter Pal Pelbart (Br), Louis Yupanqui (Ar); Mabel Bellucci (Ar), Alfredo Olivera (Ar). Interferferencia de Leo Masliah (Uy). Cierra la jornada  Ava Rocha (Br) con un show experimental.

Link a Zoom : https://bit.ly/2ERC6oF



LA CRIATURA-20 no es un seminario en Zoom; es una plataforma, un escenario virtual y real para la educación colectiva y la creación de redes solidarias en tiempos de crisis.

Es una oportunidad para aprender, compartir, crear y debatir acerca de los orígenes, las causas y las consecuencias de la NuevAnormalidad.

 

Ver  FASE 1, (25/7)  Y FASE 2 (8/8) y FASE 3 (22/8) con más de 1000 personas en los vivos por Zoom, YouTube y más de 3200 views.

Link Fase 1 

Link Fase 2

Link Fase 3

 

BIENVENIDES A LA CRIATURA-20                                                                                                               

 

Este proyecto cuenta con el apoyo de Prince Claus Fund y el Fondo Nacional de la Artes, Prohelvetia, Instituto Goethe Buenos Aires y  Instituto francés de Argentina / Embajada de Francia 

 

 #NuevAnormalidad




*CRIA está conformada por los siguientes individuos, colectivos y espacios culturales: Milena Caserola, Hekht, Etcétera, M.U.L.I., Experiencia Hiedra, Fe en la errata, Milena Paris y Cumbiemos el mundo. CRIA es parte del Network Partners del Prince Claus una red internacional que nuclea a 12 organizaciones culturales del mundo.  

 

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Invención o realidad disminuida // Amador Fernández-Savater

Para transitar los tiempos que vienen, nos va a ser necesario un esfuerzo grande de creación, porque lo que había antes ya no sirve, ya no funciona. O al menos su sentido está cancelado o puesto entre paréntesis.

En el momento en el que estamos, es preciso un esfuerzo de invención en las maneras de relacionarse, de estar y de compartir; o vamos a vivir en lo que llamaría una realidad disminuida (o mutilada o recortada). En el sentido de que vamos a vivir la vieja normalidad de antes, la vieja normalidad con su relación de producción, de trabajo, de consumo, etc., pero sin todo el encuentro con el otro, que nos va a faltar o va a estar limitada.

Entonces, o encontramos nuevas maneras de encontrarnos o vamos a vivir una realidad disminuida; en la cual lo “malo”, es decir la obligación de trabajar en condiciones precarias, la obligación de consumir, los tráficos desbordantes, etc., van a seguir estando ahí, pero nos va a faltar la dimensión del encuentro. Como nunca, este presente nos exige un esfuerzo de invención. Si no hay invención, vamos a vivir tristemente en una realidad devaluada, que va a ser lo mismo, pero menos. A no ser que creemos otra realidad, que no sea igual a la anterior, sino que sea distinta y más.

En torno a este concepto de realidad disminuida, una clave del hoy es el desafío de inventar nuevas maneras de vivir.

La intrusión de Gaia

Podemos pensar la pandemia del coronavirus con un concepto de una pensadora belga —que recomiendo especialmente— que es muy potente y a la vez muy accesible y que se llama Isabelle Stengers. En el contexto en un libro que se llama En tiempos de catástrofes, propone el concepto de la intrusión de Gaia (madre tierra, naturaleza, planeta). Ella dice (antes del Covid19) que viene un tiempo de catástrofe, e intenta pensarlo con este concepto de la intrusión de Gaia. Como una reacción de lo que ella llama el planeta viviente a la depredación, al abuso, a la explotación de un sistema capitalista ciego. Es decir, no es una reacción de revancha o de venganza; durante todo este tiempo se ha hablado mucho de sí el coronavirus era un castigo de la naturaleza. Ella dice no, la intrusión de Gaia no es un castigo, no es una revancha, Gaia es indiferente a los temores y a los proyectos de los seres humanos. Ni tampoco es un mensaje (muchos dicen “el virus trae un mensaje”), Stengers dice que no hay ningún mensaje. En todo caso hay una realidad que nos impone, a todos nosotros, preguntas. Stengers dice que ver todavía que la naturaleza nos castiga, es seguir en una posición antropocéntrica. El ser humano es lo más importante y la naturaleza me castiga o nos trae un mensaje, pero nosotros somos el centro de la creación. Stengers dice: “Ella es indiferente a nosotros”. Pasa que se ha irritado por nuestras políticas de depredación y hace como nosotros cuando nos quitamos una mosca. Ésa es la intrusión de Gaia. Ella no nos pide ni espera nada de nosotros. Ha estado antes y seguramente seguirá después.

Lo que sí hace es plantear preguntas. Y nosotros debemos inventar una respuesta y esa respuesta nos exige una creación en todos los aspectos: político, económico, cultural, existencial, laboral, etc. Entonces, ¿qué vamos a hacer? Es la pregunta que nos hacen estas catástrofes: ¿Vamos a seguir igual? ¿O vamos a ser capaces de inventar maneras nuevas de habitar el planeta?

Ya pensando más concretamente en Covid-19, entresaco tres respuestas posibles, que veo que están en marcha. Por lo menos dos en marcha y una que deberíamos inventar.

La respuesta neoliberal

La primera respuesta podríamos llamarla neoliberal-neoliberal e identificarla con algunos nombres propios: Trump, Bolsonaro, Boris Jonhson. La idea sería volver cuanto antes a la normalidad. Lo que ha pasado ha sido un momento, un mal momento, y debemos regresar cuanto antes a la normalidad, caiga quien caiga. La idea es: ha sido un tropiezo, volvamos a la normalidad. Se dice la economía está por encima de la vida, del cuidado de la salud, del cuidado de la vida. En realidad, lo que plantean los neoliberales es que la economía es la vida. Que la vida es productividad, que cada uno es una empresa, que somos empresarios de nosotros mismos, que debemos gestionar permanentemente nuestro capital. Que vivir es hacer empresa, es proyectar y que debemos dejar caer a los que no pueden seguir el ritmo. La pancarta “Sacrifice the weak” (sacrifiquen a los débiles) de unos partidarios de Trump es la imagen más clara.

Y esto que parece muy raro en realidad es el contenido de las políticas en marcha. Esa consigna parece sólo una burrada pero en verdad hace presente lo que está latente, hace evidente lo que estaba implícito, hace explícito lo que estaba implícito. Sería lo que podemos llamar una necro-política o una necro-lógica, una lógica de muerte o una política de muerte. La producción de poblaciones que fueron consideradas desechables, superfluas, sobrantes. En EEUU se están muriendo negros y latinos pobres con problemas de diabetes, de sobrepeso, etc. Esto es, gente que sobra. Eso es la necro-política. Hay poblaciones que “sobran” porque no son “necesarias” a lo que es la vida equivalente a “producir”. Esta respuesta neoliberal-neoliberal nos escandaliza, pero en realidad creo que el escándalo es demasiado fácil y no nos lleva a ningún sitio. Decir “qué bruto Trump” es una crítica muy fácil. Porque en realidad habría que preguntarse si esa lógica no está ya en nosotros mismos. Por ejemplo, con respecto a lo que ha ocurrido en algunas residencias de ancianos españolas (abandono, desidia, muerte), ¿no ha estado operando ahí una necro-lógica, no han caído ahí acaso los más vulnerables? ¿Nos está importando eso? ¿Estamos empujando un cambio en la lógica de las residencias? ¿O consideramos que era gente mayor, que ya estaba en edad de irse y punto? ¿No estamos naturalizando la lógica neoliberal? Lo digo porque muchas veces creemos que el neoliberalismo está en otros, es cosa de otros. Yo más bien creo que es un inconsciente que nos atraviesa a todos. Y ese inconsciente es el que nos lleva a pensar que, bueno, total era gente mayor. Esta sería una de las respuestas: ha habido una interrupción, pero nosotros vamos a seguir como si nada. Darwinismo social, los fuertes serán más fuertes después de esta sacudida. Una versión un tanto perversa de lo que se llama resiliencia, es decir hemos recibido un golpe, pero ese golpe nos hace más fuertes y caen los débiles. La respuesta neoliberal, de alguna manera, nos atraviesa a todos nosotros. De hecho, creo que dentro cada uno hay una voz que nos dice “ojalá podamos volver cuanto antes a la normalidad”.

La respuesta neoliberal-socialdemócrata

La segunda respuesta la podríamos llamar neoliberal-socialdemócrata, llevaría el nombre de Pedro Sánchez en España o Alberto Fernández en Argentina, por ejemplo. Obviamente que para mí es muy preferible la respuesta que se da en España a la que se está dando en Brasil o en EEUU, no sólo preferible sino defendible por mil razones. Pero me parece que hay que pensar, que hay complejizar, y complejizar pasa por decir que lo que hay no es lo único posible, seguir pensando, no quedarse ahí.

Esta respuesta propone una combinación de derechos sociales (como la renta mínima) y medidas sanitarias con un marco de producción y consumo que ni se cuestiona ni se toca.

La combinación de medidas sociales con medidas sanitarias es importante, pero con un límite que no se toca ni se cuestiona: el marco de producción y de consumo en el que estamos instalados (turismo, etc.). Es lo que podemos llamar “nueva normalidad”.

Segunda respuesta entonces: a la intrusión de Gaia, respondemos con algunos derechos, con algunas medidas sanitarias. Nueva normalidad pero no cuestionamos el marco, las condiciones que han producido la situación, que están produciendo las catástrofes. Entonces, ¿por qué no se van a producir otras? Si seguimos en el régimen de depredación y el desarrollo ciego que obliga a Gaia a reaccionar.

Esta respuesta tiene ventajas con respecto a la neoliberal, pero tiene límites que tenemos que ver qué hacer con ellos. Una manera, un marco de producción y de consumo que no se está cuestionando, que no se está alterando, que no se está desmontando, que no se está transformando.

La respuesta en clave emancipadora

Y cabría imaginar una tercera y última respuesta, pero por ahora no la hay. Al menos yo no la sé ver. Y en todo caso tampoco puede salir de la mente de un solo individuo. Es decir, es una respuesta que la debe crear la gente, no los intelectuales; porque es la gente la que crea maneras de vivir. No son ni los gobiernos, ni los militantes, ni los intelectuales, sino la gente común, la gente cualquiera es la que tiene que crear la tercera respuesta.

Tenemos una materia prima en la que esa respuesta podría arraigar, que es lo que ha pasado durante el confinamiento. En lo que han sido los dos o tres meses de confinamiento y de las fases. Porque me parece que en esa interrupción ha habido una interrupción del marco de producción-consumo, una interrupción que no la ha traído una revolución proletaria, obrera, sino que la ha traído el bicho más pequeño que hay en el planeta. Esta es una cosa rarísima que nos obliga a pensar, a inventar nuevas categorías, porque las respuestas que tenemos no sirven de nada.

En este tránsito de confinamiento me parece que nos han pasado cosas y esas cosas podrían ser la materia prima, el humus, el caldo de cultivo para otra respuesta, en clave emancipadora.

¿Qué ha emergido en estos tres meses de confinamiento? Yo diría que tres cosas: preguntas, malestares y nuevos deseos.

Preguntas. Nadie ha podido seguir la vida igual, todas las vidas han sido trastocadas. Todas las vidas han tenido que reinventarse: trabajar o no trabajar, qué hacer con los niños, obedecer o no obedecer las normas, cómo informarnos, cómo no volvernos loco en el confinamiento, cómo cuidar a los míos. Eso han sido preguntas radicales. La interrupción de la normalidad nos pone preguntas que nos obligan a inventar formas de vida. No nos pasa tantas veces que estamos obligados a inventar. Creo que son momentos bien importantes cuando surgen preguntas que nos interrogan profundamente. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos va a pasar? ¿Qué es lo esencial? ¿Qué y quién nos cuida? ¿Qué es lo significativo? ¿Qué es lo importante? ¿Qué relaciones me sostienen? ¿Qué hace que mi vida valga la pena? ¿Qué es lo que tengo que cuidar? ¿En qué poner atención?

Malestares. El malestar es una potencia para la revuelta, malestar es lo que nos empuja a combatir un estado de cosas. No encajar, sentir que la realidad te oprime, te aplasta, te asfixia. Es una potencia de subversión, para agujerear la realidad, para ir más allá de lo que se nos propone. Y malestar ha habido mucho, con respecto al estado y con respecto al mercado. Con respecto al Estado porque —más allá de sus mejores intenciones— su manera de actuar siempre es ciega a las desigualdades. Por ejemplo dice: “hay que confinarse” y seguramente meterse en casa ha sido lo más sensato en ese primer momento. Pero, ¿y los que no tienen casa? ¿Y los que viven en una casa muy chiquita con una familia inmensa? ¿Y los que viven al día? El Estado legisla como si todos fuésemos una gran clase media. Por eso se han tenido que organizar desde la sociedad las despensas solidarias, porque no es así. El Estado es ciego, legisla desde lo que deben ser las cosas, pero luego están lo que son las cosas. En lo que son las cosas hay desigualdades, de clase, de género, de edad… y también hay singularidades, cada uno somos una singularidad, cada vida tiene una peculiaridad.

Y por supuesto, con respecto al mercado, porque hemos visto como una evidencia que el mercado no cuida la vida: no había mascarillas, no había respiradores, había precariedad entre los sanitarios porque todo eso es funcional a la “maximización del beneficio”. La lógica del mercado no es la de los valores de uso, sino la del beneficio. Y el beneficio está por encima de la vida. Marx decía que el mercado sigue una lógica extraterrestre, porque está por encima de la tierra, por encima de los terrestres, por encima de las preocupaciones y cuidados terrenales.

Deseos. Por último, yo diría que ha habido deseos nuevos. En la experimentación de cierto silencio, en el tiempo reapropiado, un tiempo que ya no es la rueda del hámster, en ciertos encuentros o reencuentros que ha habido con la naturaleza, desde los pájaros por las ventanas hasta los paseos sin coches, en el cuidado de los más cercanos, en el cuidado amoroso de desconocidos como ha pasado en las despensas, en prácticas creativas caseras para habitar el tiempo, en la intensificación de los vínculos. En miles de experiencias distintas se han despertado las ganas de vivir de otra manera, en otro contacto con los demás, en otro contacto con el silencio, con la naturaleza, con el tiempo. Me parece que todo eso es el caldo de cultivo, el humus, la materia prima de una posible tercera respuesta.

Lo existencial y lo político

¿Cuál es el desafío? Me parece que el desafío más importante que tenemos es el desafío de inventar otra concepción de la política. Mientras sigamos pensando que lo político pasa por “los” políticos, por las luchas de poder, la política estará siempre seca. Porque no tiene la fuerza de lo existencial. Habría que reinventar la política, uniendo lo político a lo existencial. ¿Y qué es lo existencial? Es lo que nos pasa. Son preguntas que nos pasan, malestares y deseos que nos pasan y queremos compartir. Son espacios de compartir lo que a uno le pasa por el cuerpo, lo que a uno le pasa en lo más íntimo. ¿Dónde está la fuerza del movimiento feminista? En unir a lo político las vidas cotidianas, el cuidado, la violencia. Siempre que lo existencial se une a lo político, hay energía, hay fuerza. Siempre que se separa, hay debilidad, sólo quedan luchas entre camarillas.

La transformación social no tiene sólo que ver con hacer demandas al estado para que las solucione, sino que es también la expresión, la organización, la elaboración de esas preguntas radicales sobre el sentido de la vida. Hacer política es compartir preguntas sobre qué hacemos en esta vida que compartimos, eso es la política para mí. Es la pregunta por lo común. La pregunta original de la polis: ¿cómo nos vamos a organizar para vivir juntos? La sanidad, la educación, la pregunta por lo cotidiano pero que sale de la esfera de lo íntimo, de lo individual y se comparte con otros. Y parecería que hoy el desafío de nuevo está ahí.

Tres respuestas, por tanto, a esta situación de catástrofe en la que vivimos, que no es una catástrofe puntual sino un estado catastrófico del mundo debido a una lógica de beneficio que no mira consecuencias. Dos respuestas que sólo piensan en gestionar la catástrofe: hacer como si nada y limitar daños. Y una respuesta de transformación que está aún por inventar. El desafío es ese: reinventar la política dotándola de un contenido existencial. Esto es, que en la política pueda entrar lo más íntimo de cada cual, sus preguntas, sus malestares y sus deseos de vida.

Transcripción por la revista Ají del coloquio realizado en Madrid en Espacio La Atenea. “Habitar y gobernar la incertidumbre. Reflexionar en común en tiempos confusos”. Miércoles 15 de julio.

 

Estas borrascas que nos suceden. Esquirlas del miedo #8 // Marcelo Percia

 

Miedos que nos habitan presienten la inminencia de lo peor. Se balancean entre la enfermedad y el despojo, entre la muerte y la disolución del peligro.
Escritos por entregas suspenden conclusiones, aplazan desenlaces, sostienen indecisiones. Prefieren cortes y heridas, antes que argumentaciones cerradas.
Serenas indeterminaciones laten en cada fragmento. Obstinadas inclinaciones por lo inacabado.
Oliverio Girondo (1925) comienza Calcomanías con una sentencia tomada del Oráculo manual y arte de prudencia de Gracián (1647): “Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Lo malo, si poco, no tan malo”.
Esquirlas practican brevedades, pero no para conjurar o mitigar lo malo. Se expresan encogidas y concisas, con alientos cortos y agónicos. A veces, solo se expanden en doscientos ochenta caracteres admitidos en una plataforma de micro escrituras.
Esquirlas no hacen alardes minimalistas, se inclinan por lo despojado.

A veces, preferible que el cuerpo duela, antes que alucinar imágenes y voces terribles. Preferible incisiones en la carne, antes que sentir nudos en la garanta, rencores que apuñalan, deseos que se ausentan.
Cuando no queda defensa o resguardo que suavice lo insoportable, cuando ni siquiera la peligrosidad sirve como escudo protector, desesperaciones apelan a la última soberanía: la de dañar la excedida existencia que habitan.

El riesgo de la noción de alteridad reside en que consolida reducciones, enfrentamientos, representaciones congeladas. No se cuida a otro, se cuidan orfandades, intemperies, oscilaciones. Orfandades cuidan orfandades, intemperies abrigan intemperies, oscilaciones escuchan oscilaciones. Potencias de cuidar, abrigar, escuchar: cuidan, abrigan, escuchan a otras potencias replegadas.

No se trata de “hacer propio el dolor de otro”, sino saber estar en el súbito instante que disuelve fronteras. Momento que precipita un común sentir que arrastra. Una corriente de dolor que tira con fuerza hundiéndonos en tristezas que pertenecen al vivir.

Se necesitan protocolos sanitarios y normativas que prescriban cómo actuar mejor en todos los casos. Pero fragilidades que requieren ayuda necesitan, también, que se atiendan excepciones. Lo que no significa privilegios, sino demoras imprevistas y derecho a la atención de lo que no encaja en la regla.

Preferencias evitan discusiones tediosas. Cuando se repite la fórmula “producción de subjetividad”, se podría sugerir (por ahora) “producción de sujeciones”. Cuando se propician acciones para soltar lo que aprisiona, preferible sugerir “liberación de sensibilidades” o “emancipación de demasías”. Automatismos del habla repiten frases hechas, parasitan enunciados ya establecidos.

El proceso de Kafka (1925) presenta dos de las preguntas más intrincadas de la vida en común. Una: se me acusa de algo, pero no entiendo de qué. Dos: no sé qué esperan de mí.
Advenimos perplejidades hostigadas por imperativos que agitan ideales inalcanzables y por exigencias que no se satisfacen nunca. Continuas evaluaciones reprochan cosas que quedan pendientes, rechazan acciones realizadas por mal hechas o por considerarlas insuficientes. Desprecios gozan haciendo sufrir.

Hablas del capital infiltran recuerdos y sentimientos como cosas vividas. Editan y acomodan memorias. Asignan gracias y desgracias entre naciones, géneros, divisiones sociales. Amansan rebeldías, sosiegan cuestionamientos, moderan disidencias. Y, después de todo eso, proclaman que cada soberanía disfrute de su libertad.

Singularidades acontecen no representables, no clasificables, no particularizadas. No se trata de “mi singularidad” ni de “la singularidad de cada uno”. Ni posesión personal ni cualidad de la unidad masculinizada. Singularidades sobrevienen como momentos únicos e irrepetibles en un común estar.

Una de las circunstancias difíciles de encuentros clínicos por teléfono (o por otras formas que los posibilitan en las distancias) reside en los silencios. Esos íntimos momentos callados entre cercanías. Muchas veces, ahora, violados por la pregunta ¿Estás ahí?
Otra circunstancia reside en la ausencia de mirada. La mirada no acontece solo en un rostro que ve. Miradas hieren, abrazan, desnudan, abrigan, escuchan voraces, responden antes que las palabras. Incluso cuando se suspende la visión, la mirada está ahí, sosteniendo lo que dice una entrega que habla recostada sobre un diván.

Casi todo puede el hablar y casi todo y más puede el silencio.

En Extracción de la piedra de locura, Alejandra Pizarnik (1968) escribe: “De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque”.
Si la alegría no se reduce a una fantasía de felicidad ni a una sonrisa ejercitada, actúa como potencia que resiste el dolor, la lamentación, la pesadumbre. Incluso sobreviene como fuerza de lucha.

Preguntas: ¿qué hacer ante el terror, los dolores del amor, la muerte? Dolores del amor y la muerte advienen, inevitables. Pero, el terror: una fatalidad de la civilización que se podría evitar.

Ochenta y tres fortunas del planeta escriben una carta: “Hoy, nosotros, los millonarios y multimillonarios que suscribimos esta misiva les pedimos a nuestros gobiernos que nos aumenten los impuestos. Inmediatamente. Sustancialmente. Permanentemente”. ¿Vergüenzas? ¿Culpas? ¿Conveniencias? ¿Filantropías? ¿Contribuciones de capitales buenos? ¿Menudencias que disimulan grandiosas evasiones?

Urgen extender prácticas planetarias de un común vivir, una común igualdad, una común justicia, una común equidad. Hace falta poner en marcha un plan detectar de alegrías que se dan a la amistad, a la fraternidad, a la cooperación, a la hospitalidad, al cuidar, al abrigar, a las ternuras que alojan. Se necesitan millonadas de sensibilidad.

El dios del génesis (meticuloso, sistemático, prolijo) comienza dividiendo las todavía no cosas indiferenciadas del caos en pares opuestos. Esa pasión binaria arranca separando la luz de la oscuridad.
La idea de humanidad realiza dos tareas: distinguirnos de los dioses y del resto de lo viviente. Pero esa indistinción sigue siempre presente.
Aprendimos con Nietzsche que se podía habitar el vértigo: la indeterminación como condición de posibilidad, la alegría como disponibilidad alojadora de lo imprevisible.
Sin deseo se vive en la nada. En el vientre de la nada espera el deseo.

Katherine Mansfield (1922) anota en su Diario (un año antes de su muerte a los treinta y cuatro años) que lo peor del sufrimiento reside en que sentimos que no tiene límites. Cuando creemos haber tocado fondo, nos hundimos todavía más. Recomienda no resistirse, confiar en que no puede durar tanto, admitirlo como condición del vivir. Aconseja respirar.
Escribe: “Hoy estoy en un cenagal de desaliento, y como todas las vidas que están así, estoy fea, me siento fea”. O en otro pasaje dice que sobrelleva antenas muy sensibles que reciben tal cantidad de impresiones que, por eso, se siente capaz de tanto entusiasmo y tanto desánimo.

Con la muerte del amigo desertan deseos. Leonardo Favio (1978) tras despedirse de Leopoldo Torre Nilsson dijo que hacemos cosas para enamorar a la amistad, para deslumbrarla, para agasajarla, para merecerla. Y que nada se compara con el ardor de esa fuerza que nos hace hacer.
El recuerdo no puede más que la muerte, pero lo poco que puede alcanza para llorarla.

Deleuze (1988) piensa (en una de las entrevista que le hace Claire Parnet) que no se desea a alguien o algo, sino que se desea en un conjunto, en una constelación, en un ensamble, en una composición, en una conjunción. No solo cambia la preposición, objeta creencias en un tesoro profundo, esencial, personal: se desea en un espacio, en un tiempo, en un común estar.

El siglo diecinueve europeo siente el peligro de las masas como fuerza política en las calles. Le Bon (1895) las piensa como desenfreno y amenaza, tanto del orden social como del recato individual. Cree que sin tutela de una aristocracia normalizadora, masas sin racionalidad solo pueden la destrucción.
Poe (1840) en el “El hombre de la multitud” describe a la muchedumbre como conglomerado de figuras insensibles que pasan unas junto a otras, obnubiladas y ensimismadas, cada una con sus dramas y miserias.
El pintor belga James Ensor (1896) realiza un pequeño grabado, “La muerte persiguiendo al rebaño humano”, en el que un esqueleto con guadaña y patas de buitre amenaza a una abigarrada multitud fantasmal que baja por una estrecha calle. Una corriente macabra de pánicos, estupores, soledades. La figura que marcha al frente, casi saliéndose del cuadro, se toma la cabeza con las manos.
Se extrañan algarabías de percusiones y ritmos disímiles que concurren a una misma plaza con alegrías, dolores, silencios. Se extrañan transpiraciones disidentes que bailan y se respiran no amenazadas de muerte.

No se trata de la tensión entre lo individual y lo colectivo, ni entre lo singular y lo plural, sino del derecho a vivir entre cercanías y distancias. Una opción sin coagular para soledades próximas y lejanas. El deseo de un común estar cercano y distante, a la vez.
Esta idea no reitera el relato de los puercoespines de Schopenhauer citado por Freud. Esas criaturas cubiertas de púas que se aproximan para darse calor pero que, al mismo tiempo, necesitan alejarse para no lastimarse. Un común estar solicita derecho a cercanías y a distancias porque sí. Por el derecho del mero estar. No para evitar daños ni para prevenir disputas entre afectividades que se repelen.
Uno de los problemas reside en que las palabras sociedad, comunidad, colectivo, arrastran uniformidades, soldaduras, homogeneidades, regimentaciones.

El arrullo de las soledades necesita de la mirada, de la voz, del abrazo, del movimiento.

Se repite la fórmula sujeto dividido como contraseña de pertenencia al psicoanálisis. Pero, ¿por qué privarse de decir entrañas estrujadas, recepciones traspasadas, abundancias insubordinadas, querencias que no siguen el redil normalizador? ¡Ay… las heridas coloniales!
Algunas expresiones llevan un collar en el cuello. Se distinguen las arrogancias que las emplean por cómo mueven la cola.
Una cosa pensamientos pre-freudianos, otra reiteraciones que emplean el vocablo sujeto como automatismo no interrogado. Se trata de cuestionar la unidad de esa ficción, no solo dividirla.

Respiramos, hablamos, tosemos, estornudamos, expandimos en el aire partículas que pueden contener patógenos de un virus contagioso.
Parquedad y crudeza técnica concentra la expresión “distanciamiento social”. Pero ¿cómo nombrar la conveniente lejanía entre cercanías que se aman y se necesitan?
Ni temores, ni normativas, ni persuasiones, ni sabios consejos, alcanzan.
Piensa Spinoza (1677) que no deseamos algo por juzgarlo bueno, sino que lo juzgamos bueno porque lo deseamos.
Urge desear la distancia, volverla buena.

No conviene acarrear como legado clínico la idea de psicopatía ni la etiqueta de psicópata como identidad individual o cualidad personal. La crueldad nos habita como tentación agazapada. No se la puede expulsar de la vida en común.
Se necesita interrogarla como sujeción. Como embriaguez de un poder que daña. Como explotación de intemperies que se someten ilusionadas en recibir protección absoluta. Como fragilidad que niega la fragilidad abusando de ella.

Se confunden delicadezas con debilidades. Sin embargo, delicadezas cuidan y sostienen. Como en esa foto en la que Evita sigue llorando abrazada a Perón. Delicadezas saben la pausa, saben la espera, saben la confianza. Saben estar ahí: en el silencio que suaviza la angustia.

En el comienzo de El Banquete se asiste a la pregunta ¿quién te relató lo que me vas a contar? En el inicio de Fedón, se quiere saber quiénes acompañaron a Sócrates en sus últimas horas. A lo que se aclara que, entre los amigos allí presentes, Platón había faltado porque estaba enfermo.
En ambos casos, asistimos al relato de algo que pasó contado por quien no estuvo presente en lo ocurrido. Alguien cuenta aquello que le contaron. Estos Diálogos introducen, de entrada, vacilación, duda, incertidumbre, en la credulidad que desea saber. Recuerdan que, aun eso que se considera la propia experiencia, sobreviene siempre precedida por una composición anterior que modela lo que se está viviendo.
La transmisión no se realiza por la fidelidad o exactitud de lo narrado, sino por la confianza en quien narra. La recepción amorosa de un relato al que se asiste con la credulidad herida.
Conviene abandonar la idea de verdad. Dejar de usar esa palabra. Recordar que en ella se instalan poderes que dominan y confunden. Asentar en su lugar no la falsedad, sino una incógnita soberana. Una indecisión que se decida por un relato. Una responsabilidad que asuma las consecuencias.

Convengamos: hay quienes siguen llamando “aparato psíquico” o “psiquismo” a una ficción teórica, a una fantasía del pensamiento. Solo una fórmula convenida para mitigar el desconcierto.
Así como Nietzsche considera que el yo o el alma se ofrecen como errores útiles, lo mismo cabe para el vocablo psiquismo. Errores útiles, se podrían pensar como ficciones dadoras. Fábulas que abrigan.
Pero, en un momento, lo útil se torna inútil y lo que estaba para dar, sustrae. Al cabo, todos los artefactos iluminan oscureciendo.

La locución preposicional “a pesar de” reseña cómo estamos viviendo. Pese al dolor, a la tristeza, a no poder abrazar, a no poder viajar, a no tener empleo, a no saber hasta cuándo. La expresión “a pesar de” atestigua cómo seguimos viviendo sin ceder a la negación, en tiempos de adversidades, fatigas, infortunios.

Algunos refranes consuelan en tiempos de miedo y cansancio. Uno dice “No hay mal que dure cien años” y remata para despejar dudas “…ni cuerpo que lo resista”. Otro afirma que “No hay dolor que la muerte no acabe”. Otro alivia recordando: «Siempre que llovió, paró».
Para no desanimarse por tantas desgracias que sufren, Quijote dice a Sancho: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.

Resistir la ferocidad // LTA

¿En qué nos metimos?, le pregunté. 

No podía más, sentía que hasta mi psicoanalista me había dejado en banda. No podía pensar más, no se me caía una idea, sólo podía sentir. Estaba así, atónita. Así, sin tono.

Una de mis amigas/aliadas me escribe. Le cuento cómo estoy. Me propone: escribamos, escribamos juntas y ahí, esa hoja blanca se armó como campo de experimentación. Ahí con ella, arrancó de nuevo el motor y encontré ritmo.

¿Por qué no aprender de ese adormecimiento afectivo que a veces tienen los tipos? Por más léidos que sean, ellos saben mantenerse ignorantes frente a las afecciones. 

Me dijo eso porque a veces esto de experimentar cansa el cuerpo, pero sabemos que no va por ahí. 

 

Nos lanzamos a escribir.

 

E m b a t e s   a b i e r t o s   

 

Primero. Redireccionar fuerzas permite armar otros posibles y eso genera mayor poder sobre el juego. Hasta ahí nos da bien la ecuación. Ahora, ¿Cómo hacer para que ese saber no nos separe de lo sensitivo? ¿Cómo sostener esas contradicciones entre lo racional y lo afectivo? ¿Cómo hacer para armar no a pesar de lo afectivo sino con eso?

Segundo. ¿Cómo pensar un encuentro, uno que salga de los guiones preestablecidos sin compañeros que nos sigan en estas experimentaciones? No hablamos de relaciones que salgan del guión necesariamente, pueden ser relaciones de pareja o noviazgo socialmente “aceptadas/regladas”. Nos referimos al modo en el que se tejen las relaciones, este armado de nuevas suavidades que dice Rolnik. Como hacer para pensar en los encuentros si los tipos en general hablan de otro caso, de otra cosa. Cuando se ingresa a un campo más sensible, se van afuera y no sólo estratégicamente. Como dice una amiga, buscan afuera, “les gustan los universales, el “ser”, la teoría, porque no saben una mierda sobre lo que sienten”. Y no solo eso, cuando la relación requiere un poco más de disposición afectiva para escuchar lo que nos pasa, lo que estamos atravesando, rápidamente corren el cuerpo: “no puedo / no estoy ahí / demasiada rosca / por qué le das tanta vuelta / era un modo de decir”. Modos de andar tradicionalmente masculinos.

Tercero. ¿Cómo escribir estas otras historias sin que eso caiga sobre nosotras con toda la ferocidad de lo normado? Todo muy lindo, ser feminista, hablar con e y ser copade. Pero eso que difiere no se acepta tan fácilmente hasta en los ámbitos más progres e inclusivos. No querer tener hijos, querer a dos personas al mismo tiempo, pensar en el trabajo sexual como una opción (pensamos en algunos pero hay miles), no son campos de experimentación sencillos de sostener.



A (r) m a r  r e s i s t e n c i a s   p o s i b l e s

 

Hay mucho por andar y por suerte los resultados son pocos pero muy potentes. Pensamos juntxs algunas pistas para pensar-nos frente a esta ferocidad. Intentando, claro, que la letra no mate la experiencia, que la letra no cierre sentidos, sino por el contrario, que los sostenga y abra posibilidades.

El feminismo (que es uno y es muchos) aporta en este sentido. Tenemos que armar relaciones, poder y saber desde ahí, sosteniendo las contradicciones inherentes a la vida. Aprendemos en la vida que teñir de afectación la percepción empaña la vista, aprendemos a no contar con lo emocional como dato. Todo lo contrario, por lo general si esa percepción no encuentra correlato con lo “normado/establecido”, nos lanza a la locura. Es toda una historia (de poder) operando en los cuerpos, que coloniza el saber, el hacer y el sentir. Tenemos que sumar esa potencia tradicionalmente femenina que incluye las afectaciones, lo singular, el cuidado del otre, la posibilidad de equívocos y la apertura a la experiencia, en la construcción del mundo.

Experimentar es una actuación contra natura. No es algo espontáneo. Espontáneo es Tenerla Adentro. Espontáneo es seguir los guiones de la obra heteronormada, espontáneo es el apuro por el reloj biológico, espontáneo es la alegría porque una amiga “consiguió” pareja y está contenta. Espontáneo es lo primero que nos sale y por lo general sigue diálogos cristalizados y armados por otros. 

Experimentar implica redireccionar las fuerzas, armar otros recorridos, propiciarse gestos como artificios que abonen en otros sentidos y esto no es sin malestar, sin contradicciones, sin dudas. Implica un acto de resistencia, de insurrección para abrir otros mundos posibles.

 

L a   a r m a m o s   c o n   a m i g a s 

 

Esto, claro, es  i m p o s i b l e  sin aliadas. Imposible sin cuidados. Cuántas veces sentimos que si decíamos algo, quedábamos mal paradas; cuantas veces nos sentimos medio locxs por sentir /pensar X cosa; cuántas veces esa ferocidad se nos vuelve con la misma fuerza y empezamos a sentir que “meamos fuera del tarro”, que no es tan así, que capaz estamos haciendo mucho rollo. La vergüenza como afecto de regulación. ¿Por qué dije tanto/así/tan fuerte? La tristeza como antesala a darse con toda la ferocidad: ¿Para qué te metiste ahí? ¿Por qué creíste que podía ser diferente? Vergüenza y tristeza, resacas primeras de un golpe. Antesala de las voces feroces que nos responsabilizan por la ingenuidad de creer que es posible a(r)mar otras maneras. 

Las amigas ahí son claves. No hay mejor registro que el de aliadas sensibles. Tenemos que armar desde ahí, contar con las amigas, tirarle una bomba a las jerarquías afectivas y volver a construir mundo, entre nosotras y a partir de allí. 

Hay que obligarse a sortear la tristeza y la vergüenza y ponerse en relación con las otras. Sortear el enojo con una misma y acuerparse con otras que pongan otras palabras suaves a esas tan feroces. Sabemos que esa ferocidad con la que arremetemos en nosotras mismas, es la voz del conservadurismo. No somos del todo “nosotras”, es otra cosa: la voz de la norma, del patriarcado, del statu quo. Pero claro, duele y es difícil disputar. Son necesarias las otras ahí. Muchas veces es difícil distinguir ¿cuál soy yo? ¿cuál es mandato?

Otras voces llegan de manos amigas como platsul para la piel lastimada. Todes aprendemos a esconder/silenciar/ocultar las historias que “no salen bien”, lo roto. Cuánta costumbre tendremos de eso que el dispositivo de la terapia es un lugar al que se llega, en general, para hablar de eso con garantías de confidencialidad. Después, en el mejor de los casos, ocurren otras cosas ahí. 

Permitir una circulación más liviana y libre de las “otras” historias, de lo roto, de lo que parece que no, quizás nos permitiría agujerear los guiones de las formas y los modos de “la” felicidad. Quizás así, se puedan ir inventando y armando situaciones que de tan mínimas no “valen” nada (en el sentido ampliamente capitalista) pero que justamente en esa cualidad, encuentran su potencia para armar estrategias que nos sostengan en rebeldía y también, en los encuentros.

Dejar de insistir para que nos abran lugar en esos guiones sabidos, esos, socialmente preestablecidos. Abrirse y no resolver con el chongo o con la familia como primera opción. Parar la pelota y buscar afuera, capaz sea la clave para empezar a armar entre nosotras otros modos de vivir.

Estamos viviendo  – porque es a partir de la experiencia – el derrumbe de a poquito y cada vez, de la jerarquización de los afectos y los vínculos. De un tiempo a esta parte venimos sintiendo que la familia y la pareja no son lo primero ni  tampoco lo único. Puede llegar a escucharse medio obvio o trillado, pero la sensación es tan vital y novedosa que es bueno detenernos en esto.

Armamos una cotidiana distinta, la armamos con amigas. Cuando nos entraron a robar, cuando nos enteramos que estábamos embarazadas, cuando la cosa se puso turbia en el trabajo, llamamos a una amiga. Cuando nos pensamos a futuro, en nuestra vejez, en quién se “hará cargo de nosotrxs”, más allá de estar o no en pareja, o de tener hijes, sabemos, va a ser con amigas. Hoy para nosotras las amigas son referencia, sentimos que vamos a armar vida más allá de la «familia, la pareja o les hijes» porque sencillamente ya lo estamos haciendo. 

Con estas amigas, con las que nos acuerpamos, nos pedimos alertas o avisos: “Decime si me ves haciendo cualquiera, es probable que me cueste escucharte o me enoje pero te prometo que voy a desconfiar de mí”. Es que claro, hay una gran parte del trabajo que consiste en no dudar de lo que sentimos. Darle plena entidad al registro de nuestras emociones y lo que nos pasa en el cuerpo. Pero a la vez, como sabemos de la ferocidad de las voces que nos llaman a la domesticación, tenemos que estar atentas y cerca de la palabra aliada porque tenemos voces enemigas dentro que nos confunden. 

 

¿ Q u é   n o s   e m p u j a ?

Creemos que podemos vivir mejor, de manera genuina, creemos que podemos vivir [todes] de maneras más livianas y hondas. Nos empuja esa convicción. 

¿Cómo decir? ¿Cómo hacer? La escritura y lo clandestino nos parecen dos puertas muy potentes. [Ya nombramos otros guiños más cotidianos. Cada unx tendrá que ir inventando y traficando los que sirvan]. 

 La escritura es un modo de darle lugar a eso que anida en las gargantas, a ese germen que quiere decir. Escribir es un modo de experimentar, y por eso también, algo que nos exige. No sólo es un modo “piola y necesario” para decir sobre lo que estamos atravesando. No es un diario íntimo. La escritura es un acto político. Tiene fuerza política este armado, entre letras, de espacios cómplices y subversivos, de pimienta feminista. Capaz lo clandestino y las tradiciones orales nos ayudan a entender algunos cuidados que armamos frente a algunas amenazas. Pero es importante dimensionar que la escritura sienta, asienta e inscribe otros mundos y principalmente avanza sobre este que tenemos. La escritura estría la tierra. 

Hacer escritos colectivos y anónimos es un modo que encontramos.  Estos escritos colectivos no tienen imágenes ni nombres propios. Es un frente a la individualización y con ello, a las formas del poder que subordinan vidas, fuerzas, historias.

Son escritos que se dicen con una voz en off que es la nuestra y es la de muchas. Simplemente porque sabemos que hay cosas que se cuidan de esa forma, que hacerlo así es una posibilidad, un modo de resistir a la ferocidad de la regulación de la vida, de las pasiones. Los publicamos, porque creemos que es un sostén lo suficientemente resistente en el que desarmar modos aprendidos y posibilitar la convivencia de vidas, gestos y encuentros.

Si de algo estamos convencidas es de que este es un movimiento delicado, sensible y sobre todo, muy potente, de abrir el juego. De mantenernos jugando y creando. 

La tenemos adentro, sí, pero La Tiramos Afuera, la sacamos a rodar.

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