“SI LA POLÍTICA ES DE CONTENCIÓN DE UNA SOCIEDAD PRECARIZADA PIERDE LA VOCACIÓN IGUALITARIA” // Entrevista a Diego Sztulwark (audio)
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Todo síntoma, toda crisis, todo hecho psíquico es político. Ese es un punto de partida de Las máquinas psíquicas. Crisis, Fascismos y Revueltas. Ahora bien, politizar –aquí- no es centralmente un punto de partida sino un verbo, que Emiliano Exposto conjuga en dos modos: tiempo y espacio. Politizar, entonces, es ese verbo que se conjuga espacio-temporalmente. Su conjugación atañe por un lado a la cuestión de las velocidades (este libro se inscribe en el “acelaracionismo gótico”) y por otro lado a la cuestión espacial que ubica a la politización de dos formas espaciales antagónicas (politizar desde arriba –allí imperan el mando del capital, el orden neoliberal y los fascismos, un polo normativo- o politizar desde abajo –bajo la forma de revueltas, luchas populares, la potencia de la multitud, la investigación militante, disputa anímica, un polo disidente-. Este libro asume como posición lo segundo).
Las máquinas psíquicas se suma a un trabajo abierto, una batalla permanente, no se trata de la asunción o reivindicación de la realidad política de la vida, sino de situar o ubicar los asuntos sobre los que hemos de profundizar, desarrollar, abordar. Emiliano nos indica que se trata de “acelerar”, de agudizar, radicalizar. Propone un aceleracionismo que se enfrenta a la inmediatez eficiente y al automatismo del mando neoliberal, a la economía de tiempos y ritmos que distribuye y administra el capital. (Yo te leo, Emiliano, y pienso en Spinoza y su idea de potencia, con su economía de composiciones y alianzas fundadas en velocidades que alternan reposo y movimiento).
El verbo nos señala algo que define a este libro: es un libro de acción. Más para la calle que para la biblioteca. Este libro plantea que la vida política no es únicamente análisis o contemplación, tampoco moralización ni romantización (esto último es crucial). Es conflicto y lucha. Es disputa anímica, contra esa corriente culpabilizante y pasivizante propia del imperio neoliberal, ese es el campo de batalla. ¿Qué consecuencias abre ello en el campo de la salud mental (este libro para mí se inscribe en este campo)? ¿Y en el psicoanálisis en particular? Voy a intentar pensar algo de esto en estas incipientes anotaciones, de lectora febril de Las máquinas psíquicas.
Las máquinas psíquicas se dirige a los inconscientes que se rebelan, a los sujetos activistas y militantes (Emiliano define al análisis militante como aquel análisis que impulsa un movimiento de politización de las subjetividades). Reimaginar las revoluciones es también, y centralmente, reimaginar al sujeto. Sujeto del inconsciente es –aquí- sujeto de luchas. En luchas. Libro dirigido a los inconscientes que se rebelan, y yo leo allí “rebelión” como la capacidad inalienable del inconsciente, de revisar pero también reinventar de modo permanente e interminable la propia potencia. Retorno de lo reprimido pero a su vez radical creación, usina de acontecimientos. El inconsciente como victorioso inadaptado.
Luchar es trabajo des-alienante, contra los poderes psicologizantes, biologizantes y narcotizantes, en ese abanico de prácticas que se ubican entre un paternalismo y un punitivismo. Luchar contra el capitalismo que enferma, y a su vez contra el “capitalismo terapéutico”. Luchar es profundizar conflictos, no aquietarlos o acallarlos. Sobre todo es poder leerlos. Luchar es desarmar, desmontar el atrapamiento subjetivo planteado en términos de vasallajes. Un yo (je) vasallo no es un yo que lucha, sino un yo condenado o resignado a una perpetua sumisión y a incorporar en su funcionamiento la lógica de la opresión, a moverse dentro de determinados márgenes. Vasallo designa también una posición subjetiva, no únicamente a los términos a los que se enfrenta (ello, superyó, realidad exterior). Luchar es revisar ideales e identificaciones. Vigorizar inadecuaciones, síntomas, crisis. No temerles o rehuirles, en primer lugar no pugnar por normalizarlos. Luchar se inscribe en una “política del síntoma”, tanto –agrego- como en una “política del sueño”.
“Investigación política de las crisis subjetivas desde el punto de vista de las luchas populares”, ese es el enunciado prínceps de este manifiesto epistemológico-político. Si el libro La ofensiva sensible de Diego Sztulwark, planteó la idea de la crisis como punto de vista, Emiliano en este libro propone ubicar a las luchas como punto de vista. El eje para ampliar los márgenes de lo pensable, y de lo posible, es decir los márgenes de libertad, son las luchas.
Las luchas abren potencias ambiguas y sientan premisas para una nueva inteligencia colectiva. Tienen un valor cognitivo. Este libro para mí también se suma a la lucha por revisar la potencia de la teoría y la clínica psicoanalítica.
Resistencia, represión, defensa, censura, lucha, conflicto, Freud elevó esas palabras ligadas a la política o provenientes de la política, a conceptos teóricos para abordar y pensar el sufrimiento humano, y los transformó en herramientas de trabajo, creando un nuevo discurso. La lucha en torno y a partir de conflictos es parte de la dinámica intrapsíquica. Las máquinas psíquicas aporta otros términos: conspiración, saqueo, insurgencia, sublevación, extractivismo, des-posesión, sabotaje. ¿En qué medida esas palabras posibilitan otras representaciones de los fenómenos psíquicos o anímicos? No me refiero únicamente a los contenidos que la historia y la coyuntura ofrecen y despliegan, sino a su incidencia en los modos de subjetivación y estructuración psíquica actuales, me refiero a nuestra posibilidad de dejar que la teoría sea permeable a nuevos modos de pensar el psiquismo humano. Si Freud tomó por ejemplo a los desarrollos de Le Bon para dar cuenta de los fenómenos de conformación de masas y a partir de allí la estructura del yo y las identificaciones, ¿qué seremos capaces de actualizar y pensar hoy, dentro del campo psicoanalítico, con los desarrollos teóricos y con las experiencias colectivas con las que ahora contamos? León Rozitchner, Silvia Bleichmar, Paolo Virno, son algunos autores que a muchxs de nosotrxs nos han permitido repensar y abrir nuevas cuestiones. Los feminismos y sus luchas populares también.
El conflicto es base y motor del aparato psíquico y de la vida psíquica. Y -podemos agregar e insistir- de la vida social y colectiva (¿hay vida psíquica, por empezar, sin vida colectiva?). El psicoanálisis recibe a la crisis, no le rehuye ni reprime, la aprovecha, la trabaja, la considera terreno fértil. El psicoanálisis también pone, y se pone, en crisis. Ha tomado a la crisis como punto de vista, en el mejor de los casos. ¿Podemos decir que el psicoanálisis toma a la lucha como punto de vista? ¿Qué posibilidades de pensar e intervenir tenemos si nos ubicamos allí?
Las crisis subjetivas (crisis que revelan nuestra inadecuación con el capital) para Emiliano se organizan políticamente, admiten diversas formas de organización política. Una pregunta sería: ¿Cómo organiza la multitud, como recupera y disputa la multitud, aquello que el capital distribuye, produce y administra, para luego reprimir o subsumir en formaciones alienantes como la formación de masa? ¿Cómo crear líneas de rebelión y sublevación personales, singulares y colectivas frente a lo que el capital regula, indica y ordena? Emiliano sostiene en todo el libro la referencia a la lucha de clases, aclarando que desborda la oposición burgueses-proletarios. Yo prefiero leer mal (leer a mi modo), y plantearlo en términos de lucha frente a las opresiones, porque entiendo que esa es la matriz que incorpora la amplitud de las luchas que nos damos: feministas, indigenistas, antineoliberales, antipatriarcales, anticoloniales y antirracistas. La lucha, define Emiliano, es aquello que modifica nuestros territorios existenciales, nos rescata de aquellos circuitos del proceso salud-enfermedad cuyos márgenes fija el capitalismo: “estar sano es poder ser explotado, y recuperarse es volver a producir”.
Una política del síntoma y del sueño. ¿A qué nos referimos? A esas figuras de lo inalienable. Le conciernen al sujeto aunque sigan siendo presencia y testimonio de su existencia extranjera, a la persistencia de lo no colonizable, a construir y ampliar márgenes de libertad. He definido al sueño como bastión de la vida psíquica y de la vida colectiva, en consonancia con Emiliano cuando plantea que los sueños constituyen potencias políticas. Me gusta decir que son bastión, trinchera, porque allí nadie penetra a la fuerza, a pesar de tantos y tantos esfuerzos por controlar, medir, manipular, exacerbar o limitar nuestros sueños, el soñar se impone como territorio último de la subjetividad. En este sentido, recomiendo aquí la lectura del libro de Charlotte Berardt: Los sueños en el Tercer Reich. Testimonio del valor cognitivo de los sueños, más allá del régimen de la voluntad, tanto de las voluntades ajenas como, incluso, de las propias. El sueño es al futuro lo que el azogue al espejo, nuestras posibilidades de resistencia y creación e invención se fundan en él.
“El malestar contiene potencias ambiguas” escribe Emiliano. Las multitudes saben de sueños, las masas saben de espejismos. La multitud politiza los sueños, los vuelve acontecimiento, agrego yo. A un siglo de “Psicología de las masas y análisis del yo” cobra sentido repensar al sujeto y sus identificaciones a partir de la idea de multitud. La multitud como sujeto político de la revuelta.
Me interesa puntualizar un aspecto en el que se detiene el libro. Aquel que ubica al trabajo psíquico como trabajo ilegal, no reconocido jurídica ni legalmente, y como trabajo no pago. Afortunadamente, diría yo. Entiendo que el trabajo psíquico como todo trabajo tiene también potencias ambiguas, pero creo a su vez que su especificidad radica en que es trabajo no institucionalizado ni normativizado; sin ese trabajo ¿qué sería de la vida psíquica? Me distancio, sí, de la propuesta de una “huelga psíquica general”. Pienso que de las capturas capitalistas nos libramos sin parálisis ni renuncias, en insurrección activa. Trabajo psíquico que se detiene o para, es caldo de cultivo para la conformación de masas, carne de los fascismos. Más que paro existencial, me siento más afín a la idea de revuelta existencial.
¿Qué convierte a este libro en un manifiesto? El llamado a construir ciudadanía en salud mental. Ejercer cuidados y apoyos mutuos, visibilizar y desactivar, combatir las relaciones de poder subyacentes a los extractivismos creadores de des-posesión (diferencia extractivismo financiero, subjetivo, de estado y por último el extractivismo del algoritmo), desnaturalizar y visibilizar opresiones. “Necesitamos combinar procesos destituyentes, constituyentes e instituyentes en el armado de otras formas de vida”. Una ofensiva subjetiva y colectiva contra la “máquina embrujada del capital”. “Al contrario de los siglos pasados, ya no fantaseamos con que la historia esté de nuestro lado”, escribe Emiliano.
Por eso luchamos.
Por Agustín Bontempo e Ignacio Marchini
Parte del peronismo que se ha manifestado en contra de pagar la deuda, si bien después terminó aceptando el pago, quedó muy expuesto con el conflicto que se desarrolló esta semana, a raíz de las presentaciones de renuncia y los pedidos de cambios de gabinete. ¿Qué pensás de esa discusión?
La crisis no es más que una expresión sumamente clara del impacto de una derrota como la que acaba de sufrir el oficialismo. No estamos hablando de un “revés electoral”. En siete de ocho circunscripciones de la provincia de Buenos Aires fue derrotado, y fue derrotado mayoritariamente en todo el país. En ninguna de las grandes ciudades obtuvo algo parecido a una victoria, ni siquiera a un acompañamiento. Es simple el motivo. La sociedad, cuando vota al peronismo, no espera del peronismo este comportamiento. Y cuando tiene este comportamiento, deja de votarlo. No es un misterio muy complejo. Cuando uno hace un diagnóstico de los motivos de la cuestión, es imposible no poner en el centro la política general del gobierno.
Si la ponés en el centro del análisis, estás diciendo que no es simplemente un problema de funcionarios ni de que se trata del efecto general de la pandemia a nivel global, donde los oficialismos son castigados. No hay ninguna duda de que una pandemia se sufre y, por lo tanto, nadie la pasa particularmente bien, eso es cierto. Pero hay una distancia entre pasarla mal mirando mi parque de 1500 metros cuadrados y pasarla mal en una casilla con 16 personas en 40 metros cuadrados. La diferencia no requiere grandes explicaciones sociológicas, simplemente que el que la pasa mal en un terreno, cuando mira al que la pasa mal en otro, no le produce exactamente simpatía.
¿Qué caracterización haces del peronismo que hoy está en el poder?
Hay una suerte de división del trabajo en la cual, en el orden político existente, los que organizan el saqueo no lo pagan y los que lo pagan no lo organizan. Esa división no deja de ser operativa y sumamente clara. Y cuando vos ves las condiciones para pagar el saqueo, aparece en el otro extremo la vieja cuenta ortodoxa tradicional, el equilibrio fiscal. El argumento que el ministro de Economía dio en su momento en el Congreso, de que no se sale de una recesión ajustando, parece ser que solamente quedó para la elaboración conceptual. En la práctica real, él propone salir de la recesión ajustando.
El gobierno públicamente adoptó un discurso de izquierda pero la política económica no fue para nada en ese sentido, ¿estás de acuerdo?
Los números son muy claros y no dejan mucha opción a la interpretación. Si vos mira el salario real del 2019 y el salario real de hoy; miras los niveles de actividad económica del 2019 y miras los niveles de actividad económica de hoy, no hay ninguna clase de discusión. Uno puede explicar por qué una cosa o por qué la otra, pero las explicaciones, para el que tiene que sufrir la situación, no son de mucha ayuda.
¿Esta coalición gobernante tiene similitudes con alguno de los peronismos de los ciclos anteriores en los que ha sido gobierno o estamos viendo algo nuevo?
Conviene ser prudentes y claros. Yo tengo una caracterización clara sobre el peronismo, que son cuatro. Básicamente, cuando me refería al de Cristina y al de Néstor dije en su momento, y sostengo ahora, que tienen la música del tercero y la letra del cuarto, es decir, que no proponen un programa distinto, para la sociedad argentina, al de los programas que estaban en curso. El programa de la sociedad argentina desde 1976 es pagar la deuda externa que se construye sistemáticamente. Pues bien, los que las hacen después no las pagan en el mismo terreno pero logran una asociación política que consiste en pagar la deuda, que nunca nunca se pone en tela de juicio. En todo caso, se discute que no se debe tomar la deuda pero la deuda tomada se paga, y como pagar la deuda en términos fiscales es enormemente simple, son recursos públicos destinados a tal efecto, cuando vos destinas el excedente al pago no lo destinas a otras cuestiones que suponen consumo popular, inversión, etcétera.
En las elecciones de 2019, algo que se terminó cristalizando y siendo central en el armado de las listas fue la unidad del peronismo. El Frente de Todos, entre el kirchnerismo, el massismo, el albertismo y sectores de los movimientos sociales, se presentó unido a las elecciones. Ahora parece ser insuficiente. ¿Qué opciones le queda a este frente, de cara a las elecciones ejecutivas del 2023 y las generales de noviembre?
Vamos por partes, como diría nuestro viejo amigo Jack El Destripador. Conviene entender que la unidad de esas fracciones se parece peligrosamente a la inmovilidad. Esas fracciones pueden coincidir todas en un acto electoral, en los comicios, pueden armar una lista común pero la política común que pueden elaborar se parece peligrosamente a la que elaboraron. Y la respuesta de la sociedad a la política que elaboraron, está a la vista. El planteo es enormemente sencillo. Para ajustar no lo van a votar a Alberto Fernández, para ajustar existe Macri. Para ajustar existen las respuestas ortodoxas tradicionales de las que se espera exactamente eso. Si no se acompaña eso cuando se espera, no se va a acompañar aquello que no es lo esperado.
El problema no es simplemente la unidad, sino la unidad para qué, la unidad en derredor de qué programa. Y el secreto de esta unidad es que es la unidad para el pago del desaguisado anterior. Esa unidad se rompe en varios pedazos rápidamente porque la sociedad se ocupa de que eso quede claro. No se puede sostener un acuerdo político simplemente porque las direcciones políticas lo acuerdan. Las bases sociales de ese acuerdo huyen rápidamente porque no comparten esa decisión y no la eligieron.
¿Considerás que por fuera del oficialismo hay un escenario de radicalización de las opciones políticas? Porque también se mencionó mucho de que crecieron los extremos, por derecha y por izquierda.
De ninguna manera. Lo que creo es que hay un fenómeno de descomposición de las opciones políticas. Milei es, simplemente, el que carajeó a la casta política. Y expresa horizontalmente, cuando la carajea, al conjunto mayoritario de la sociedad que ve en esta casa un comportamiento diferencial clarísimo. Alberto Fernández logra, en un momento, haciendo una política de Estado frente a la pandemia, un apoyo altamente significativo. Sostener esto, para cada uno de los que lo sostuvo, fue un esfuerzo enormemente grande, desgastante y doloroso. Cuando yo veo la foto de Alberto Fernández haciendo aquello que nos dijo clara y explícitamente que no hiciéramos, siento que está rompiendo el pacto que constituyó con la sociedad que lo respaldó. Es decir, está devaluando la palabra pública y haciendo que su credibilidad no exista. Desde el momento en que la credibilidad del Presidente es puesta en duda, la palabra pública deja de ser el elemento común, y lo que el Presidente diga de acá en adelante no va a ser tan sencillo de aceptar. Entre otras cosas, porque lo más obvio de todo, quedarte en tu casa y no festejar con otros, no pudo cumplirse.
¿Pudiste leer la carta de Cristina Fernández?
Punteé los elementos claves y la primera cosa que dice la Vicepresidenta es sobre el problema de la política fiscal. Porque el equilibrio fiscal es la clave de la ortodoxia. Y cuando vos lo haces, en medio de una recesión y una pandemia, los más débiles son los que más pagan. Eso está clarísimo y se ve en el resultado electoral.
Fuente: Marcha
La derecha avanza, la crueldad es la nota, el ruido se apodera de todo. Cartas, redes y ansiedad. Delegamos nuestro estado de ánimo y solo nos queda frustración, aburrimiento y tristeza. Nadie sale vivo de ningún lado. Gato de la jefa, del algoritmo, del mercado, del odio. Ya no queda el aire necesario, ni las palabras, ni el tiempo. Ya nadie segundea a nadie, todos señalan a todos, el régimen de la opinión es el que manda.
Ya nadie está en una, solo stalkean, dicen jefa, termean. Ya no hacemos ningún movimiento, solo obedecemos, posteamos, festejan. Opinamos pero no podemos hablar, las palabras ni salen, el cuerpo no se inquieta. Delegar el estado de ánimo nos deja sin territorio, sin fuerza, sin posibilidad de cicatrizar las heridas. Nos deja impotentes frente al avance del odio. Somos espectadores quejosos de distintas formas de crueldad que avanzan. Decimos derecha y ya no decimos nada.
Opinar es lo contrario a la vitalidad, a la desobediencia, a estar en una. Es el momento en que la imagen elegida por otro se ha convertido en nuestra principal relación con el mundo, casi la única. Opinar corte random y renunciar a entender. Arrebato, posteo, aturdimiento. Delegar el estado de ánimo, militar proyectos que son de otros. Ser hater, ser pollo, ser likes.
Aparecida en el libro : Différence, différend: Deleuze et Lyotard, coordinado por
Corinne Enaudeau y Frédéric Fruteau de Laclos, editado por Encre Marine.
Querido Jean-François:
Estoy en un estado bajo de escritura, y no podré hacer nada para L’Arc. Tu texto sobre el falso problema de una alternativa es muy bello, te lo envío de vuelta, visto que es tu única copia. Una cosa continúa sorprendiéndome: cuanto más sucede que tenemos pensamientos combinables o próximos, más sucede que surge una diferencia enervante que no consigo localizar. Es como en nuestras relaciones: cuanto más te amo, menos consigo aferrar, pero ¿qué? Hablo por mí, solo por mí. Qué curioso.
Todavía no me he conseguido readaptar a la vida francesa y sigo viviendo entre dos noches. Para ambos, todo mi afecto y amistad,
Gilles
Traducción : Álvaro García-Ormaechea en Cuarta Prosa
Hay que recuperar con fuerza el paradigma de un proyecto: ofensiva sensible, agenda económico-social, disputa política, batalla de ideas.
La rotunda derrota electoral del Frente de Todos en las PASO de ayer da cuenta del profundo llamado de atención para la coalición gobernante. Y esto en un doble sentido: por lado, la mayoría de la población ha dado un mensaje de que las cosas no pueden seguir así. Por otro lado, ese descontento se ha canalizado por derecha, incluso dando un visto bueno a quienes condujeron el país al abismo, apenas dos años atrás.
No parece ser un dato menor que la izquierda identitaria, sumando los votos de sus seis expresiones trotskistas (las cuatro que fueron a internas del FIT-U -es decir, MST, PTS, PO, IS-, mas Palabra Obrera y el Nuevo MAS), haya cosechado no más del 7 % de los votos. Sí, han realizado una mejor elección que en otras oportunidades, obtuvieron buenos resultados en Chubut y dieron un batacazo en Jujuy (alguna vez lo dieron en Salta), pero el dato central de estas Primarias no es el leve repunte de estas expresiones sino que la derecha que se presentó fragmentada por fuera de la interna de cambiemos logró sumar alrededor de 12 %. Es decir, que la derecha en su conjunto, con 50 % de caudal de votos, se posiciona como una nueva mayoría en la Argentina. Tampoco parece ser un dato menor que los candidatos más votados de la derecha hayan sido los responsables más cercanos en el tiempo de la debacle del país (no importa que Larreta se haya impuesto sobre Macri o Juez sobre Negri en Córdoba, porque como declaró éste último, en noviembre estarán todos juntos “para combatir el populismo”).
Por el lado del peronismo, entre Ranzazzo y Moreno juntaron menos que la izquierda (y casi lo mismo que el voto en blanco), es decir que, sumando esos votos peronistas a los del Frente de Todos, no se llegó si quiera al 40%. El porcentaje de presentismo, por otra parte –teniendo en cuenta que eran elecciones primarias y en pandemia–, fueron elevados. Esto tira por la borda las estimaciones de las encuestadoras (nuevamente). Está claro entonces que el descontento no se expresó ni por la vertiente de la anti-política ni tampoco a través de las corrientes de izquierda o de un peronismo más ortodoxo. La mitad del padrón eligió opciones de derecha.
Una lupa para leer la época
El escenario tiende nuevamente a polarizarse. Por el lado de Juntos por el cambio, es parte de su estrategia: polarizar e intentar reducir la amplitud de la coalición gobernante actual al kirchnerismo. Esperemos no sea también estrategia del cristinismo, porque si hay que ha primado en estos últimos dos años en un alto porcentaje de quienes somos parte del Frente de Todos, es el deseo de tercera posición.
El desafío es enorme: agrupar en un mismo polo una gran diversidad de expresiones, que puedan plantearse claramente como una alternativa al proyecto cambiemista que gobernó hasta 2019, poner en valor lo acertado de determinadas formas de administrar la pandemia, pero también de dar cuenta de una autocrítica, y proponer líneas de acción concreta para la pospandemia (Cristina, por ejemplo, habló una hora durante el acto de cierre en Tecnópolis, con abundantes referencias al pasado, incluso de su pasado personal y familiar, pero poco o nada respecto del futuro de las mayorías populares del país).
La división del frente opositor, la incógnita en torno a qué capacidad de conservar intactos los votos radicales tendrá Juntos también juega en la coyuntura que se avecina, aunque lo central tendrá que pasar puertas adentro en base a la lectura autocrítica que pueda realizarse.
Si todo esto resulta vital es porque corremos el riesgo de perpetuar las dificultades que venimos arrastrando para leer las situaciones, desde la coyuntura previa al ballotage Scioli-Macri hasta hoy. Enunciados del tipo “medidas económicas ya” o “redoblar la militancia desde hoy mismo” no pueden ser las únicas respuestas. Claro que uno de los puntos centrales de la hora es abordar con mayor profundidad la agenda económico-social, porque no alcanza con denunciar que el combo herencia macrista + pandemia mundial fue fatal, sino que hay que poder hacer algo con eso. Estamos en ese aspecto en números escandalosos, de pobreza e indigencia, pero también de brecha entre los aumentos de los índices de inflación y los del salario real. Tampoco se trata (sólo) de “más militancia”, en tanto no se problematicen los modos en que se lo hace: hay que escuchar más, permanecer a la apertura del intercambio, poder leer qué repertorios ya están totalmente caducos o al menos profundamente deslegitimados y no caer en la tentación de pensar que entonces debemos hacer las cosas como la derecha. Porque la derecha tiene otro proyecto, y éste es inescindible de los modos en que se expresa (memoria de corto plazo, trabajo sobre lo emocional, slogans sin fundamentos, mentiras descaradas, ocultamiento de sus intenciones).
Y hablando de proyecto, vieja palabrilla un poco en des-uso, quizás sea la hora de retomarla un poco. No puede ir la agenda económico-social por un lado, la disputa política por otro, la batalla de ideas extraviada como patrulla perdida y las ofensivas sensibles como interrogante perpetuo. Hay que poder anudar estas dimensiones en una estrategia integral. Y para ello se requiere un trabajo arduo, sostenido, de miras lejanas. Hay que poder trabajar sobre las herencias y los cambios epocales.
Desigual y combinada
Un desafío de la hora es abordar los cambios epocales.
La pandemia radicalizó una serie de tendencias que venían pujando por abrirse espacio, y ella misma abrió un momento específico de crisis multimensional. Pues entonces no es posible pretender resolver los problemas urgentes de la hora con recetas ya caducas, con formas anticuadas, con repertorios gastados y contenidos añejos. Y lo inverso también es válido: no se puede saltar del discurso de reconstruir la Argentina peronista al tarot y las humoradas sobre garchar, aunque no haya que descartar ni el garche, ni el juego, ni el humor como cuestiones políticas.
Las brechas entre militancias populares y de nuevos emergentes y las y los funcionarios y dirigentes políticos “de carrera” es enorme. Y profunda la desconexión entre estas instancias y el que-hacer intelectual y las intervenciones en torno a cuestiones vinculadas a la subjetividad El momento electoral no puede ser una excepción en este proceso de necesario reanudamiento de estas instancias. Hay que asumir la integralidad sensible, económica, política, cultural de las apuestas en las que nos embarcamos.
Recuperar la iniciativa táctica requiere entonces, necesariamente, discutir más fondo algún tipo de perspectiva estratégica.
Y el mundo actual muestra que la recuperación de márgenes de autonomía de los Estados nacionales en el orden mundial neoliberal sólo puede ser una parte de la película. Los otros tramos del film que protagonizamos requieren apostar por la invención, entender la política misma como una invención, y retrabajar la herencia: ¿en qué nos equivocamos en el pasado? ¿Qué cuestiones pretéritas ya no tienen sentido en nuestro presente? Y por el contrario: ¿qué elementos de la tradición debemos rescatar, retener, refuncionalizar para no quedar atrapados en la red de elementos inmediatistas en que nos vemos envueltos en la era del realismo capitalista?
Las luchas feministas y de la diversidad, los paradigmas ecologistas y las prácticas territoriales de matriz comunitarias de algunas economías populares tienen mucho para decir al respecto. Hay que ver hasta dónde la política tradicional (incluso la progresista) está dispuesta a escuchar, a incorporar, a dejarse interpelar.
Después de las PASO de 2019 el macrismo recuperó diez puntos. No ganó, pero tampoco se retiró humillado; y le quedó nafta para esta disputa de 2021. Cristina Fernández activó una batería de medidas tras la derrota de 2009 y arrasó en 2011. Así que un desafío de la hora es combatir el desánimo en las propias filas. Y ser más audaces para imaginar el futuro.
Álvaro García Linera insiste en una caracterización que deberíamos retener. Dice que a diferencia de épocas anteriores ahora los momentos políticos son muy inestables, y todo triunfo (popular, progresista o neoliberal) debe asumirse en su fugacidad. Como si el “equilibrio inestable de fuerzas” ya no fuera un momento excepcional sino una constante. Sobre el fondo de esta cuestión está el debate sobre las formas de vida contemporáneas.
Si el capitalismo en su fase neoliberal produce no sólo al hombre y la mujer como mercancías, sino un tipo determinado de subjetividad, necesitamos urgente emprender una analítica micro-política capaz de indagar sobre los ámbitos de la sensibilidad, trabajar críticamente en torno a cómo el neoliberalismo fabrica modos de vida que logran captar y modelar los deseos de las personas. Porque allí se juega una disputa fundamental: y no hay relatos de Víctor Hugo Morales, columnas de opinión en Página/12 o locutores ofuscados de C5N que puedan aplacar esta tendencia. Porque el problema no es sólo de información o de conciencia, sino mucho más profundo (el enemigo histórico no está sólo allí afuera, cosechando votos en lugar de golpear las puertas de cuarteles militares, sino que actúa como un centinela dentro nuestro, al interior de cada espacio propio, e incluso, adentro de cada una, de cada uno de nosotros).
Que la disputa comunicacional es una parte de la pelea, sí, claro (otra es la discusión sobre el modo en que se aborda); pero debemos inscribir esa disputa en una lucha cultural más amplia (que implica asimismo “batalla de ideas” y “ofensiva sensible”, para retomar el concepto con el que Diego Sztulwark tituló un libro suyo). Las otras partes, como ya hemos señalado, implican una agenda económica y social urgente para atender las necesidades elementales de los sectores más golpeados por la situación actual y vocación política de sostener la unidad.
Sin estos elementos no hay salida victoriosa en el horizonte de las disputas en curso. Esperemos que las y los funcionarios y dirigentes políticos tradicionales hayan tomado nota de los resultados de ayer. Esperemos tengan la generosidad de tener más en cuenta a las organizaciones sindicales, los movimientos populares, las construcciones sociales a la hora de emprender la patriada que tenemos por delante.
Un tropezón no es caída. Pero te podés lastimar. Y aquí no se daña sólo la gestión del gobierno. Aquí se daña nuestra dignidad, se lastima el presente y el futuro de nuestro pueblo, de nosotros, de nosotras, que somos parte de él, porque vivimos como él, y no como los sectores privilegiados que pretendemos combatir cuando decimos anhelar y luchar por una Argentina libre y soberana, por un país con justicia social.
*Director del Generosa Frattasi, Instituto Plebeyo de la Federación de Cooperativas de Trabajo Evita. Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular. Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari. Responsable de la Formación del Movimiento Evita en la Provincia de Buenos Aires.
Cada quien ama Perú a su manera. La mía estuvo y está muy lejos de Abimael Guzmán, hombre y mito. Llegué al Perú buscando a Mariátegui, allá por el año 94, y mi primer amor sobre terreno fueron una serie de compañerxs que venían del partido unificado mariateguista -PUM-, cuya mirada me abrió las puertas a la cultura de la riquísima izquierda peruana. No sólo Tito Flores Galindo -«Buscando un inca», «La agonía de Mariátegui»-, sino también una comprensión del fenómeno estremecedor que fue Sendero Luminoso. También sobre terreno leí la tesis de Guzmán y una larga entrevista que entonces circulaba con mucha reserva, y conocí el libro de Julio Roldán, «Gonzálo el mito» -que contaba el fondo ideológico y político maoísta de Sendero. Desde ya conocía el análisis de Jorge Castañeda en «La utopía desarmada», pero sobre todo estudié el excelente estudio de Carlos Iván Degregori «El surgimiento de Sendero Luminoso», situado en Ayacucho 1969-79, editado por el IEP. Conocí la universidad de San Marcos, admiré al Colectivo Amauta y con ellxs recorrí todo lo que pude de historia y presente de ese país clave de nuestra región. Temblamos -en la época de la Cátedra del Che-, cuando un comando del MRTA tomó la embajada de Japón y los asesinos Fujimori y Montesinos reaccionaron de acuerdo a su naturaleza. Más tarde llegó el libro de Santiago Roncagoglio, «La cuarta espada. La historia de Abimael Guzman y Sendero Luminoso», escrito cuando el líder senderista ya estaba en prisión. Pero sobre todo me conmovió el libro «Persona», del historiador y poeta -hijo de militantes de sendero asesinados por el estado- José Carlos Aguero, un talentoso escritor, que se atreve a discutir el secuestro que la cultura de la guerra le hace al discurso de los sujetos singulares. Imposible amar Perú e ignorar a Sendero. No es fácil sostener la fascinación por la izquierda peruana, incluso en esta hora, sin llenarse de preguntas sobre la oscuridad que envuelve a la figura de Guzmán. No despedimos a Guzmán como se despide a un revolucionario. Su nombre, lejos de borrarse, perdurará como lo hacen los enigmas más penosos, aquellos que por encerrar la cifra de nuestros fracasos, no deben ser pasados por algo.
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Hace no mucho tiempo, el ex Presidente hijo de Macri estuvo en el programa de televisión de Mirta Legrand, sin ella porque lo que se reproduce es el dispositivo: un espacio donde poner al cuerpo en situación de no-producción, no trabajo, no oficiando su oficio, sino almorzando. Se sabe que la verdad se asoma en los recreos, en los pasillos, en los breaks. Sentada, deglutiendo, la gente se suelta y expresa cosas más allá del “casette” (qué antigüedad la expresión). Entonces a Macri se le escapó un chorrito de verdad que fue muy señalado, cuando dijo que mientras trabajaba de Presidente trataba bajar la persiana a las siete de la tarde, todos los días, y quedarse con la familia viendo la tele, sin enterarse de nada ni responder nada. Se lo acusa más que nada de vago y en realidad no es vago -o al menos no tiene una pizca de lo que se llama la vagancia-, simplemente su forma es la de quien sabe que, de fondo, puede no hacer nada e igual está salvado. Lo que contó, en rigor, es que estaba agobiado, quemado, deprimido. Al fin y al cabo es un bípedo más, solo que fue líder emergente de un movimiento que llevó a la política la subjetividad corporativa de forma literal. No tiene por qué -desde un punto de vista naturalista, o materialista- estar a la altura de la Historia. Los presidentes también pueden entrar en depresión. En parte por ese quiebre anímico de Macri, la razón del capital ahora ve crecer en el plano de la política expresiones como el neo facho de Javier Benny Hill Milei, con su furiosa vitalidad. Lo más vital que nos pasó a los progres en el último año y medio fue ser odiados por semejante crispación, dicen algunos. Si nos odia tanto, algo de vida tenemos. No ha de ser por Alberto Fernández; está allí precisamente por su bajísima capacidad de generar pasiones. Cristina lo eligió porque advirtió que, en la coyuntura aquella, resultaba un buen candidato. Nunca se planteó que fuera buen Presidente. Un hombre de la Política, no de la Historia. Razón de Estado. Rosca y gobernabilidad. Cristina, en cambio, sí tiene una presencia jocunda que amerita odio, o más en general, pasiones fuertes. Ella sí piensa desde un plano más histórico; tiene más presente la lucha de clases, negada por Sergio Berni, a quien ella apoya. Pero la Historia la puso en un combate del que pareciera no tener salida. Le volvieron loca a la hija, que tuvo que replegarse a un exilio psiquiátrico. No se fue a Estados Unidos (como Béliz), ni a España como Urutbey. Se fue a Cuba. Materialismo aleatorio: la líder del proceso político que procesó institucionalmente la revuelta de 2001 (que contuvo sus efectos, en el doble sentido del término) fue blanco de un odio de clase que no era en realidad contra ella, sino contra el protagonismo, que había crecido, de sujetos subalternos, pero que fue depositado en ella como receptáculo -ella, que en aquel discurso en Parque Norte cuando estalló el conflicto con los dueños de las tierras, declaró: “no estamos en contra de las ganancias empresariales, nosotros -los peronistas- inventamos la alianza entre el capital y el trabajo”. Pero se la agarraron con ella -las clases privilegiadas no quisieron tanta alianza- y ahora, por la dinámica del combate, parece ser casi la única que sabe percibir un poco más allá de la inmediatez del teatro político, por ejemplo cuando señala que “el lawfare no es contra un líder o un pequeño grupo de líderes, sino para disciplinar a todos los que se dediquen a la política, meterles miedo”.
Más allá del espectáculo de la política, o sea más acá de la esfera que gestiona institucionalmente las relaciones de fuerzas de la sociedad -que se dirimen en instancias múltiples de forma infinitamente más amplia-, se cuecen las habas. En el 2001 se escrachó a Cavallo, a los bancos, a la Corte, se corrió a la yuta, se echó al Presidente -sufrimos más de treinta asesinados, e hicieron falta dos más seis meses después, en la Estación Avellaneda, para entristecer y desanimar la revuelta. Las clases privilegiadas tenían miedo; la reproducción normal del privilegio crónico, estamental, tembló un poco. Sin aquellas condiciones sería impensable lo inclusivo y democratizante que tuvo el proceso de gobierno kirchnerista. Tener esto presente no es nostalgia: es estratégico. Solo hay movimientos democratizantes consistentes en el plano institucional cuando reflejan la fuerza de la movilización social. Entonces resulta un problema grande si los ¿líderes, representantes, emergentes, delegados, referentes, extractivistas? de la movilización promueven la desmovilización, como hizo Alberto desde el mismísimo día posterior a aquel palizón hermoso de las PASO. Y la ortodoxamente alfonsinista gestión del funeral de Diego, y la represión y quema de ranchos en Guernica reformaron esa línea. ¿Puede haber algo popular en el gobierno sin encauzar alguna consistencia presente de aquella histórica e impresionante plaza del 10/12/19? ¿Cómo es que siguen haciendo fortuna los bancos, los terratenientes, el puñado de productoras alimenticias que manejan los precios, las energéticas, clarin, mercadolibre, y demás, mientras se extiende un drama de miseria especialmente agudo aún para la historia contemporánea argentina? Una desesperante situación -contenida en parte por las organizaciones de la economía popular- que acaso no estalla justamente porque la figura de Cristina sostiene alguna esperanza (“coordina expectativas”). Pero no fue ella ni fue Alberto quienes derrotaron al macrismo; es más: de no ser por aquellas cuarenta o cincuenta mil personas que la acompañaron, bajo intensa lluvia, en abril de 2016 cuando tuvo que declarar en Comodoro Py, seguramente la habrían metido presa. El teatro se acomoda a las condiciones que impone la movilización popular. Macri mismo lo dijo, sin advertir lo revelador de sus palabras. “¿Y siempre estuviste así, encerrado viendo Netflix desde las siete de la tarde?”, le preguntó Juana. “No, no”, contó el condenado por contrabando, “fue desde que nos tiraron catorce toneladas de piedras en el Congreso, en diciembre de 2017. Ahí sentí que no podía más, que habíamos ganado en octubre, y aún así no había caso; a partir de ahí estuve deprimido”. Se quebró ahí, en aquella batalla por la Previsional. En la que muchas organizaciones se dieron la vuelta y retrocedieron a la nueve de julio -por una combinación de entendible miedo y cálculos políticos- pero muchas otras se quedaron al frente y, sobre todo, se les iban lxs pibxs al frente más allá del encuadre de los dirigentes. Allí derrotamos al macrismo, comenzamos a derrotarlo; fue una estocada de la que no se recuperó. Esa noche del 18 hubo cacerolazos de protesta en la mismísima Capital,y una tercera marcha (14, 18 y 18 noche) al Congreso. Un par de meses después el gobierno acudió al FMI: como señaló Diego Sztulwark, no solo para pedir Plata, sino un aliado político. Acá ya se sentían en el horno. Esa batalla callejera -que por supuesto reúne lazos y ánimos que se gestan en otras dimensiones también- hirió de muerte al gobierno de los CEOs, despues de dos años en que lograban aparentar que las movilizaciones de cien, doscientas o trescientas mil personas ni los molestaban. Después apareció la herramienta electoral que tradujo esa correlación de fuerzas al plano institucional. Ahora se realizará el acto electoral y no hay que olvidar que a veces llueven piedras -y para eso es preciso el gesto de agarrar la tierra, dar vuelta este suelo-, y, a veces, sapos.
¿Cómo construir una fuerza que no sea una organización? Ahí también, después de un siglo de debate sobre el tema «espontaneidad u organización», la pregunta tuvo que estar muy mal planteada para que nunca hayamos encontrado una respuesta válida. Este falso problema reside en una ceguera, en una incapacidad para percibir las formas de organización que encubren de manera subyacente todo aquello que llamamos «espontáneo». Toda vida, a fortiori toda vida común, segrega por sí misma maneras de ser, de hablar, de producir, de amarse, de luchar, y por tanto costumbres, hábitos, un lenguaje; formas. Ocurre que hemos aprendido a no ver formas en lo que vive. Una forma, para nosotros, es una estatua, una estructura o un esqueleto, en ningún caso un ser que se mueve, que come, que danza, canta y se amotina.
Las verdaderas formas son inmanentes a la vida y no se captan sino en movimiento. Un camarada egipcio nos explicaba: «Nunca El Cairo había estado tan vivo como durante la primera plaza Tahrir. Al no funcionar nada, cada uno cuidaba de lo que tenía alrededor. La gente se encargaba de la basura, barrían ellos mismos las calles y a veces hasta las repintaban, dibujaban frescos en los muros, se preocupaban los unos de los otros. Hasta la circulación se había convertido milagrosamente en algo fluido desde que no había agentes de circulación. De lo que nos hemos dado cuenta de golpe es que habíamos sido expropiados de los gestos más simples, aquellos que hacen que la ciudad sea nuestra y que nosotros le pertenezcamos. La gente llegaba a la plaza Tahrir y espontáneamente se preguntaba en qué podía ayudar, iba a la cocina, transportaba en camilla a los heridos, preparaba pancartas, escudos, tirachinas, discutía, inventaba canciones. Nos dimos cuenta de que de hecho la organización estatal era la desorganización máxima, porque se basaba en la negación de la facultad humana de organizarse. En la plaza Tahrir nadie daba órdenes. Evidentemente, si a alguien se le hubiera metido en la cabeza organizar todo eso inmediatamente se habría convertido en un caos».
Esto nos hace recordar la famosa carta de Courbet durante la Comuna: «París es un verdadero paraíso: nada de policía, nada de tonterías, nada de exigencias de ningún tipo, nada de disputas. París marcha por sí solo, como sobre ruedas, haría falta poder quedarse así para siempre. En una palabra, es un verdadero deleite». Desde las colectivizaciones de Aragón en 1936 hasta las ocupaciones de plazas de los últimos años, los testimonios del mismo deleite son una constante en la Historia: la guerra de todos contra todos no es lo que llega cuando ya no está ahí el estado, es lo que organiza sabiamente el estado mientras existe.
Sin embargo, reconocer las formas que engendra espontáneamente la vida no significa en ningún caso que podamos contentarnos con la simple espontaneidad para mantener y hacer crecer esas formas, para operar las metamorfosis necesarias. Al contrario, se requieren una atención y una disciplina constantes. No la atención reactiva, cibernética, instantánea, común a los activistas y a la vanguardia del management, que no mira más que por la red, la fluidez, el feed-back y la horizontalidad, que gestiona todo sin comprender nada, desde fuera. Tampoco la disciplina exterior, encubiertamente militar, de las viejas organizaciones surgidas del movimiento obrero, que se han convertido casi por todas partes en apéndices del estado. La atención y la disciplina de las que hablamos se aplican a la potencia, a su estado y a su incremento. Están atentas a los signos de aquello que la disminuye, vislumbran aquello que la hace crecer. No con- funden nunca lo que apunta a un dejarse-ser y lo que apunta a un dejarse-ir, esa verdadera plaga de las comunas. Velan por que no se mezcle todo bajo el pretexto de compartirlo todo. No son algo exclusivo de algunos solamente, sino algo que concierne a todos. Son, a la vez, la condición y el objeto del verdadero compartir, y la prueba de su agudeza. Son nuestro baluarte contra la tiranía de lo informal. Son la textura misma de nuestro partido. En cuarenta años de contrarrevolución neoliberal es este vínculo entre disciplina y alegría lo que ha sido olvidado en primer lugar. Lo volvemos a descubrir en el presente: la verdadera disciplina no tiene por objeto los signos exteriores de la organización, sino el desarrollo interior de la potencia.
La mujer del cartel habla de educación y salud: cuando gobernó, redujo considerablemente los presupuestos de ambos sectores. Después la quiso arreglar, y se fumó un porro en Palermo (no en la villa donde “están los narcos”, claro está).
El hombre del video, con pretensiones de espontaneidad y soltura, dice abiertamente que somos un “pueblo de pelotudos”.
Una mujer en YouTube habla de “felicidad de un pueblo” y “garche”. El sexo siempre garpa. Llama la atención, hipnotiza. Ni lerda ni perezosa, recogió el guante: reivindicación del goce, le dicen. Sí, qué se yo… ¿Ideas? Bien, gracias. ¿Astrología, también? Buenísimo, ahora sí voy a llegar a fin de mes…
Sexo, porro y rock and roll, aullaba Cherashny allá por 2007.
Hasta eso ya se ha visto…
El hombre de la tele, con lo que parece ser una peluca y a los gritos, ofrece libertad como si fuese una mercancía que puede intercambiarse por otros bienes como, por qué no, los votos: es la caricaturización de la (no) política, el Bolsonaro argentino católico y desfachatado, el ejemplo perfecto de la posverdad, el victimario que la va de víctima, el que quiere parecerse a una juventud que las mismas políticas que reivindica se encargaron de destrozar.
El hombre del cartel, ya sin bigote y con gesto adusto, habla de jerarquizar la policía (prioridades son prioridades, ¿viste?) y de educación. Sí, sí, es él. El mismo que hace veinte años atrás anunció una batería de recortes en salud, educación, asistencia social, coparticipación. Ahora viene a contarnos cómo es la cuestión. El problema era el bigote, se ve.
Y espera que aún hay más: el que aparece solo un mes antes de toda elección para cuidar su kiosquito y después ni te enteras que existe (salvo que lo veas en el subte); los que se opusieron al impuesto a las grandes fortunas (entre otras) y no pueden (ni quieren) ampliar su base electoral; el hombre de traje impoluto que habla de “bronca” y “libertad” (otro más…); algunos hablan de “revancha” (sí, tremendo); otros exigen “patria”.
“Todos”, “Juntos”, “Libertad”, “Cambio”, “Patria”, “salir adelante”, “Democracia”, “República”: conceptos vacuos, sacados de contexto, ensuciados, embrutecidos. Detrás de todas estas hermosas palabras se esconden los peores demonios. Siempre los mismos spots. Siempre la música épica y esperanzadora. Siempre las mismas promesas. Siempre las mismas caras. Siempre los mismos problemas. Ya conocemos sus sonrisas, sus tonos, sus palabras. Ya sabemos qué van a decir. ¿De verdad con eso les alcanza?
El mundillo de la política Argentina se ha convertido en un concurso de popularidad, una especie de Bailando por un sueño de tejes y manejes de baja calaña, perfiles de Instagram con millones de seguidores que todos los fines de semana nos muestran la vida perfecta, la que quisiéramos todos, la belleza, la astucia, la creatividad, los likes, la vanidad.
Disculpen mi nihilismo exacerbado. No vengo a proponer sino a gritar.
¿Buscan el voto de aquellos que tenemos entre dieciocho y cuarenta años? No nos subestimen. Gánenselo. No con una fotito retocada ni hablando de porro y garche; no con viejas políticas que nos han llevado a la ruina.
Soy parte de una generación derrotada, quienes por primera vez nos encontramos con la sangre y no frente al combate. Somos los hijos de quienes anhelaban el divorcio pero nos enviaron a escuela católica, nietos de quienes vestían de caballeros y golpeaban a sus esposas. Somos hijos de la derrota de las palabras.
¿Qué van a decirnos que podrá convencernos, entonces?
Somos los hijos de quienes no quisieron tener hijos; quienes caminamos hasta el final del arcoíris y descubrimos que no había pepitas de oro; los que nos dimos cuenta que faltan varias piezas en el rompecabezas; los que buscamos a Dios en cada gota de lluvia pero no en las Iglesias; los que soñamos un cielo con mesa de pool y alguna que otra hierba buena; los que crecimos con las promesas de los ´90 y vimos la Ferrari estrellarse contra sí misma en el 2001; a quienes nos robaban cada viernes que íbamos a jugar al fútbol; los que vimos a nuestros viejos quedarse sin laburo; los que tuvimos Patacones y Lecops en los bolsillos; la generación de la cumbia villera cuando era mala palabra; la del rock cuando sonaba en las esquinas; la que sufrió Cromañón; la que creyó que nunca más iba a escuchar hablar de FMI, default, riesgo país; la que ve que la vara está muy baja, que todo es una gran sátira disfrazada de realidad.
Están muy alejados de nosotros. Hay un abismo infranqueable en el medio, una especie de muro que no nos permite acercarnos, no nos deja ser parte aunque las palabras digan que sí, que cualquiera puede acceder, que ellos nos representan, que la democracia es el gobierno del pueblo, que metemos un voto en una urna cada dos años y etcétera. Verso. Cuentitos de cuna. Cavernas platónicas.
¿Qué significa, hoy, hablar de “república” y “democracia”? ¿Podemos seguir reconociendo su significante en base al mismo significado que tenían en la antigua Grecia? ¿O será que nos debemos como sociedad (ni hablar quienes nos formamos en el campo de las Ciencias Sociales, los que más en deuda estamos con la batalla cultural) un amplio debate respecto a nuevos campos de sentido de conceptos tan complejos como necesarios?
Esa es la “elección” que venimos perdiendo. La de las urnas, son chamuyo.
Por eso no me resulta tan extraño que las únicas palabras que me convencen de un tiempo a esta parte son las que se repiten en todas las mesas en que he compartido alguna bebida: “¿y a quién querés que vote?”.
Ahí tienen el muro. Ellos están del otro lado. Agarremos el pico y la pala.
00. Apatía. A pocos días de las PASO, la maquinaria comunicacional hace oír más fuerte su lamento por la supuesta apatía de una parte del electorado que la celebración del momento electoral, que sigue proponiéndose como el momento político por excelencia. Así funciona la percepción de las «productoras», autentico sujeto de la campaña, y más en general, de lo político vuelto fenómeno comunicacional de mercado.
01. Percepción. Las “productoras” son los agentes a cargo de todo lo que se muestra. Constituyen el aparato sensorio-motriz mismo de la representación, los órganos mismos de percepción-acción. Sólo por su intermedio la política percibe -estudios cuantitativos y cualitativos- a la sociedad (bajo la forma de estudiadas “demandas sociales”); sólo por su intermedio la política se hace oír y escuchar. Las productoras son agentes mediadores de mercado, cuya misión es consumar todo el proceso que culmina en la venta de un producto particular: lo político.
02. Antipolitica. Debe ser difícil crear espectáculo político -lo político vuelto producto- en medio de la pandemia. De hecho, el discurso de lxs políticxs advierte sobre cierta amenaza recurrente ante la cual no hay grieta que valga: la llaman la “antipolítica”. Esta partícula paradojal del lenguaje -que supone que la política viabiliza aquello que la niega- tiene un origen posible en la escuela alfonsinista, que defendía lo político como actividad parlamentaria -aquello que Lenin llamaba el “cretinismo parlamentario”-, atribuyendo a toda actividad extra-institucional supuestas potencias “desestabilizantes”. No por nada diciembre de 2001 es, para la política profesional, el pesadillezco festival de la antipolítica.
03. Líbido. Pero las productoras no hablan de “antipolítica”, sino que hacen análisis desde los “estudios del deseo”, y por tanto piensan más bien en términos de un supuesto repliegue libidinal. Este tipo de diagnósticos contrasta -o bien se confirma- ante fenómenos como el de los llamados “libertarios”: un pequeño grupo de personas provenientes de la comunicación y las finanzas, que propone un razonamiento rudimentario, que suponen movilizador. La Argentina sería un país dominado por una “cultura de izquierda”, motivo por el cual la rebelión que imaginan sólo podría expresarse –“naturalmente”- desde la derecha liberal. El esquema es simple, y sus supuestos: que hay “cultura de izquierda” sin “política de izquierda”; que hay una “rebelión” en marcha; que no hay nada más natural que esa rebelión adopte la ideología de todo lo que es dominante en nuestro mundo.
04. Síntoma. La imagen misma de un país sometido a una economía de mercado y gobernado por una supuesta «cultura de izquierda» es ya una producción de la derecha. De derecha son los supuestos mismos -el modo en cómo funcionan la palabra “cultura” e “izquierda”- y de derecha es el esquema resultante, aún si su relativo éxito pudiera consistir en ser repetido al interior mismo del llamado campo progresista. Pero esos supuestos son inconsistentes, porque la “cultura de izquierda” no existe -no tiene efectividad de izquierda- por fuera del cuestionamiento al mando opresivo de la lógica del capital sobre la sociedad. Si algo resulta sintomático en este tipo de esquematismos reaccionarios es la carencia de respuestas efectivas desde un punto de vista no reaccionario. Sólo un ejemplo:
Las declaraciones del candidato Milei, llamando “zurdo de mierda” y amenazando con “aplastar” al líder mejor posicionado de la derecha, Rodríguez Larreta. Al considerar este episodio sólo como maniobra de intensificación comunicativa sin relevancia, no sólo se pasa por alto la apelación “libertaria” al lenguaje de la última dictadura -en la que se “aplastaba” a los “zurdos de mierda”-, sino que, sobre todo, se presta consentimiento a la idea de que “cultura de izquierda” es compatible con statu qúo.
05. Derecha. La ausencia de una respuesta consistente en términos de una política de izquierda quizás se explique por un desplazamiento más profundo que afecta al conjunto de la campaña: la absorción misma del mundo político por las «productoras» es el hecho reaccionario de nuestro presente. Reaccionario porque en su propio mecanismo tiende a confirmar las premisas culturales de la derecha en el uso de los discursos de izquierda. El “efecto de verdad” del discurso de los “libertarios” se circunscribe a este punto: Cuando la “cultura de izquierda” se apoya en funcionamiento “de derecha”, abandona toda relación con la rebelión (no sólo presente, sino también pasada y futura).
06. Fracaso. No hay cómo transformar esta incapacidad de politizar el malestar sin hacer fracasar esta absorción de la política en la concepción neoliberal de la comunicación. Ojalá esta supuesta apatía, que tanto preocupa al mundo de la telepolítica, fuera también conciencia social sobre sus límites y por tanto ocasión para crear “productoras” de nuevo tipo, más próximas a la función narrativa de las experiencias vividas, a los tejidos ocurridos durante la pandemia. Al imaginar que nuevas articulaciones entre vivencias colectivas y comunicación pública pudieran emerger de un fracaso del actual andamiaje empresarial de medios, en la que hoy se apoya la política convencional, nos convertimos en víctimas de nuestras propias ilusiones, pero ganamos a cambio una mirada diferente, menos sometida a lo que nos muestra, una mirada al sesgo.
La Tecl@ Eñe
Recuerdo siempre la impresión de inmediatez y de asombro que me produjo leer el manuscrito de El entenado (estaba escrito a máquina). Desde luego, no leemos igual un libro publicado o un original (y esa palabra ya lo dice todo). Hay una sensación de cercanía que es única y en el recuerdo nos parece que hemos sido –y seremos siempre– el primer lector de esas páginas.
En aquel tiempo yo dirigía una colección de narrativa en Folios, una pequeña editorial de Buenos Aires, y Saer nos había enviado el libro para que lo publicáramos. Visto a la distancia, me parece que esa decisión define bien su poética y su modo de entender la literatura. Si Saer decidió publicar El entenado en una editorial casi desconocida fue, antes que nada, porque había algunos amigos ahí a los que les tenía confianza.
Por esa misma razón (y me parece que contar esta historia es pertinente aquí) leí las pruebas de imprenta de Glosa y escribí el texto de contratapa. En ese caso, fue otro amigo el que hizo posible la publicación, Alberto Díaz, que desde entonces se convirtió en el editor de Saer (primero amigo, después editor).
Un circuito de amigos sostiene la escritura. Y a ellos, desde luego, les está dedicada. Hay que seguir la compleja red de dedicatorias en Saer y se verá que cada libro tiene un destinatario específico. En mi caso, La pesquisa, una novela policial, porque Saer me ha asociado siempre con el género y ha discutido durante años ese asunto conmigo. Las dedicatorias entonces han tenido una función interna al propósito del libro, y ésa es una cuestión abierta (¿qué quiere decir, después de todo, dedicar un libro?). La sobremesa a la que alude la dedicatoria de Glosa, por ejemplo, es la indicación irónica de la relación de la novela con el Banquete de Platón (del que por supuesto es una glosa).
Los libros están escritos para los amigos. Dirigidos a los amigos, digamos mejor. La amistad es una red que sostiene al que escribe por afuera de cualquier circulación pública. De hecho, la amistad establece el modelo de la lectura literaria: cercana, intensa, fuera de todo control y de todo interés que no sea la complicidad literaria.
En distintos momentos de la obra de Saer tenemos representaciones de esa lectura entre amigos. Por ejemplo en Glosa. “Una sombra tenue pasa, rápida, por la cara de Tomatis. Sin haberlo pensado nunca, sabe que un pedido de relectura es una forma velada de indicar que el efecto buscado por el lector no ha alcanzado al oyente y que el oyente, o sea Leto ¿no?, para no verse en la obligación de ensalzar lo que no le ha hecho ningún efecto, utiliza el pedido de relectura, y también para preparar, durante la relectura, un comentario convencional que deje satisfecho a Tomatis.”
La proximidad, la atención, la ironía, es lo que está en esa escena. Y también cierta fidelidad. De hecho quince años después Leto volverá a leer originales de Tomatis “con credulidad y placer”, en un relato de La mayor que se llama, justamente, “Amigos”.
Los amigos se leen entre sí (y muchas amistades se pierden en ese tráfico). La literatura crea un tejido de amigos. Podríamos intentar una clasificación del estilo de esas relaciones.
Primero, la amistad como aprendizaje, la relación entre maestro y discípulo, cuyo ejemplo decisivo está, en El entenado, en el vínculo entre el narrador y el padre Quevedo, que le enseña a leer y a escribir y se convierte en su modelo ético. (“No era únicamente un hombre bueno; era también valeroso, inteligente y, cuando estaba en vena, podía hacerme reír durante horas.”)
Ese tipo de amistad tiene uno de sus ejes en la figura de Jorge Washington Noriega, centro de Glosa, al que todos respetan y festejan y del que todos aprenden y al que todos leen. “Te admiran, te han leído”, le dice Marcos Rosenberg a César Rey al hablar de los jóvenes de la nueva generación (como Tomatis, Leto, Barco). Y Pichón Garay y Lalo Lescano van a comer a un restaurante de la costa “porque saben que años atrás lo frecuentaban Higinio Gómez, César Rey, Marcos Rosenberg, Jorge Washington Noriega y otros que pasaban por la vanguardia literaria local”.
Luego está la amistad entre iguales, fundada en la complicidad plena pero también en la confrontación y la disputa, que define la relación entre el grupo de amigos que rodea a Tomatis y reaparece con variantes en todos los relatos de Saer.
“En la costra reseca”, un relato situado hacia 1955, con Tomatis y Barco que acaban de terminar el secundario y deciden enterrar una botella con un mensaje en una isla del Paraná, puede ser visto como el momento inicial de esa serie (y es en ese relato donde Barco ayuda a colgar en la pared el cuadro de Van Gogh que identificará el cuarto de Tomatis durante toda la saga).
Digamos entonces que la amistad es uno de los núcleos centrales de la narrativa de Saer. El grupo de amigos que se encuentran para charlar y discutir es el tejido básico sobre el que se traman las historias. La amistad funciona en Saer como la familia en Faulkner: define la forma de la narración porque permite enlazar personajes diversos en situaciones distintas a lo largo del tiempo. La estructura abierta de la narración reproduce el juego de encuentros y desencuentros entre los amigos. Hay tensiones, rupturas, rencuentros, historias antiguas, nuevas versiones. Ahí debemos ver la presencia de Pavese en la obra de Saer. En las grandes nouvelles del autor de La casa en la colina, los amigos pasan el tiempo conversando y vagando hasta el alba por una ciudad de provincia.
Esta sociabilidad, fundada en lo que Saer llama “el arte de la conversación”, define el modo de narrar. Está en juego un uso del lenguaje y por lo tanto una forma de vida (los asados, los encuentros en los bares, las caminatas, las visitas inesperadas). La amistad supone además un territorio común. Los amigos viven en un mismo lugar, en una misma región. La cercanía es a la vez espacial y emocional. Los que se van, siguen ahí.
Todas estas cuestiones están presentes desde el principio en los libros de Saer. Especialmente en el largo relato “Algo se aproxima”, escrito en 1960, que cierra su primer libro En la zona. Algo se aproximaba, sí: la literatura de Saer. Difícil encontrar un escritor (salvo Onetti quizá) que haya definido con tanta claridad su mundo en el momento de empezar a escribir.
Al contrario de las amistades inglesas (“que empiezan por excluir la confidencia y muy pronto omiten el diálogo”), las amistades argentinas (si es que existe esa categoría) son una combinación algo extraña de diálogos interminables y de confidencias discretas.
Conocí a Saer a fines de 1964 o principios de 1965 en una mesa redonda en la antigua Facultad de Filosofía y Letras de la calle Viamonte. Habíamos ido a presentar La lombriz, el libro de cuentos de Daniel Moyano, y estábamos, si no me engaño, Saer, Roa Bastos y desde luego Moyano. El libro lo publicó Sergio Camarda, un italiano muy entusiasta que había fundado una pequeña editora familiar que primero se llamó Camarda Junior Editores y luego Nueve 64, donde se publicaron algunos textos clave como Todos los veranos de Conti, y también Palo y hueso de Saer. Por otro lado, a fines del año 65 Camarda editó la revista Literatura y Sociedad, que yo dirigía.
Pequeñas editoras, pequeñas revistas, jóvenes escritores, el apoyo de un autor consagrado, la presentación de un libro como pretexto para un debate literario: podríamos ver ahí ciertos signos del estado de la literatura argentina en aquellos años.
La discusión que se entabló esa noche parece ahora lejana y sin embargo es muy significativa. Se discutía la tensión entre los escritores de Buenos Aires y una serie de excelentes narradores del interior del país que, como Saer, Daniel Moyano, Héctor Tizón y Juan José Hernández, escribían sus obras lejos de la capital (y sufrían, según parece, las consecuencias).
Había un aura latinoamericana en esos escritores (de allí el aval de Roa Bastos) que los diferenciaba de la llamada tradición europeísta de Buenos Aires. El asunto era interesante porque apuntaba implícitamente a poner en cuestión el concepto de literatura nacional y a hacer ver que, en todo caso, existen varias literaturas nacionales que son simultáneas y contradictorias, cada una con su propia tradición.
No recuerdo bien cómo se desarrolló el debate, lo cierto es que inesperadamente –pese a que yo había nacido en Adrogué y vivía en La Plata– me encontré encarnando el centralismo porteño (y la tradición unitaria) frente a Saer, que llevaba, como se dice, la voz cantante de la otra posición.
Recuerdo que discutimos agriamente con alusiones, bromas y argumentos múltiples y muy malintencionados, y que después nos fuimos a cenar al Dorá, donde seguimos hasta que la disputa concluyó (o fue suspendida) algunas horas después, entre bromas y chistes sangrientos, en un café del Bajo.
Tal vez la memoria me falla y fueron otros los participantes, otras las circunstancias, otros los temas de discusión, lo que recuerdo es que estuvimos hablando de La lombriz, en la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la calle Viamonte, y después fuimos a cenar al Dorá, y que terminamos casi al alba en un bar de la zona.
Esa primera conversación fue igual a muchas otras conversaciones que tuve luego con Saer. Diálogos apasionados, bromas, una maledicencia liviana, gustos tajantes, argumentos arbitrarios, acuerdos instantáneos y diferencias irreductibles.
Nos vimos muchas veces a lo largo de los años en distintos lugares, en distintas circunstancias que se me han borrado ya, pero recordaré siempre el entusiasmo, la ironía y la inteligencia de Saer como uno de los privilegios más grandes que me ha dado la literatura.
Saer tiene (no pienso escribir tenía) el don de la amistad. Siempre será suyo ese esplendor. Y nadie que lo haya leído podrá olvidarlo.
“Alma, inclínate sobre los cariños idos”, como dice el poema de Juan L. Ortiz.
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Texto escrito por Piglia en 2005 como Liminar a la edición crítica de Glosa / El entenado, a cargo de Julio Premat, en la colección Archivos, y recuperado para la publicación de Por un relato futuro. Conversaciones con Juan José Saer, editado por Anagrama en 2015.
Tristeza de las generaciones sin “maestros”. Nuestros maestros no son sólo los profesores públicos, si bien tenemos gran necesidad de profesores. Cuando llegamos a la edad adulta, nuestros maestros son los que nos golpean con una novedad radical, los que saben inventar una técnica artística o literaria y encontrar las maneras de pensar que se corresponden con nuestra modernidad, es decir con nuestras dificultades tanto como con nuestros difusos entusiasmos. Sabemos que en el arte, y aun en la verdad, hay un solo valor: la “primera mano”, la auténtica novedad de lo que decimos, la “musiquita” con la que lo decimos. Sartre fue eso para nosotros (para la generación que tenía veinte años en el momento de la Liberación). Por entonces, ¿quién si no Sartre supo decir algo nuevo? ¿Quién nos enseñó nuevas maneras de pensar? Por brillante y profunda que fuera, la obra de Merleau-Ponty era profesoral y dependía en muchos aspectos de la de Sartre (a Sartre le gustaba asimilar la existencia del hombre al no-ser de un “agujero” en el mundo: pequeñas lagunas de la nada, decía. Pero Merleau-Ponty las consideraba pliegues, simples pliegues y plegamientos. De ese modo se distinguían un existencialismo duro y penetrante y un existencialismo más tierno, más reservado). Camus, ¡ay!, era la virtud inflada o el absurdo de segunda mano; Camus reivindicaba a los pensadores malditos, pero toda su filosofía nos remitía a Lalande y a Meyerson, autores que los bachilleres conocen muy bien. Los nuevos temas, un cierto estilo nuevo, una manera nueva, polémica y agresiva, de plantear los problemas, todo eso vino de Sartre. En medio del desorden y las esperanzas de la Liberación, lo descubríamos, lo redescubríamos todo: Kafka, la novela norteamericana, Husserl y Heidegger, los interminables ajustes de cuentas con el marxismo, el impulso hacia una nueva novela… Si todo pasó por Sartre, no fue sólo porque como filósofo tenía un sentido genial de la totalización sino porque sabía inventar lo nuevo. Las primeras representaciones de Las moscas, la aparición de El ser y la nada, la conferencia El existencialismo es un humanismo fueron acontecimientos: en ellos aprendíamos, después de una larga noche, la identidad entre el pensamiento y la libertad.
Los “pensadores privados” se oponen de algún modo a los “profesores públicos”. Hasta la Sorbona necesita una anti-Sorbona, y los estudiantes sólo escuchan bien a sus profesores cuando tienen también otros maestros. En su momento, Nietzsche dejó de ser profesor para convertirse en un pensador privado. También lo hizo Sartre, en otro contexto, con otra salida. Los pensadores privados tienen dos características; una especie de soledad que les pertenece siempre, cualesquiera sean las circunstancias; pero también una cierta agitación, un cierto desorden del mundo en el que surgen y en el que hablan. Y también sólo hablan en su propio nombre, sin “representar” nada; y lo que le reclaman al mundo son presencias brutas, potencias desnudas que tampoco son “representables”. Ya en ¿Qué es la literatura?, Sartre dibujaba el ideal del escritor: “El escritor retomará el mundo tal cual es, totalmente en crudo, sudoroso, maloliente, cotidiano, para presentarlo a los libertados sobre el cimiento de una libertad. No basta con concederle al escritor la libertad de decirlo todo. Es preciso que escriba para un público que tenga la libertad de cambiarlo todo, lo que significa, además de la supresión de las clases, la abolición de toda dictadura, la renovación perpetua de los cuadros, la continua perturbación del orden tan pronto como tienda a fijarse. En una palabra, la literatura es, por esencia, la subjetividad de una sociedad en revolución permanente”. Desde el principio, Sartre concibió el escritor bajo la forma de un hombre como todos, que se dirige a los demás desde un solo punto de vista: su libertad. Toda su filosofía se insertaba en un movimiento especulativo que impugnaba la noción de representación, el orden mismo de la representación: la filosofía cambiaba de lugar, abandonaba la esfera del juicio, para instalarse en el mundo más colorido de lo “prejudicativo”, de lo “sub-representativo”. Sartre acababa de rechazar el Premio Nobel. Continuación práctica de la misma actitud, horror ante la idea de representar prácticamente algo, aunque sean valores espirituales o, como él dice, de institucionalizarse.
El pensador privado necesita un mundo que incluya un mínimo de desorden, aunque más no sea una esperanza revolucionaria, un grano de revolución permanente. En Sartre hay, en efecto, cierta fijación con la Liberación, con las esperanzas decepcionadas de esa época. Hizo falta la guerra de Argelia para reencontrar algo de la lucha política o de la agitación liberadora, y aun así en condiciones tanto más complejas cuanto que nosotros ya no éramos los oprimidos sino aquellos que debían alzarse contra sí mismos. ¡Ah, juventud! Ya no quedan más que Cuba y los maquis venezolanos. Pero, más grande aún que la soledad del pensador privado, está también la soledad de los que buscan un maestro, los que querrían un maestro y sólo podrían encontrarlo en un mundo agitado.
El orden moral, el orden “representativo” se ha cerrado sobre nosotros. Hasta el miedo atómico adoptó los aires de un miedo burgués. A los jóvenes, ahora, se les ofrece a Teilhard de Chardin como maestro de pensamiento. Tenemos lo que nos merecemos. Después de Sartre, no sólo Simone Weil sino la Simone Weil del simio. Y sin embargo no es que en la literatura actual no haya cosas profundamente nuevas. Citemos al voleo: el nouveau roman, los libros de Gombrowicz, los relatos de Klossowski, la sociología de Lévi-Strauss, el teatro de Genet y de Gatti, la filosofía de la “sinrazón” que elabora Foucault… Pero lo que hoy falta es lo que Sartre supo reunir y encarnar para la generación anterior: las condiciones de una totalización: aquella en la que la política, lo imaginario, la sexualidad, el inconsciente y la voluntad se reúnen en los derechos de la totalidad humana. Hoy nos limitamos a subsistir, con los miembros dispersos.
Sartre decía de Kafka: “Su obra es una reacción libre y unitaria contra el mundo judeocristiano de Europa central; sus novelas son la superación sintética de su situación de hombre, de judío, de checo, de novio recalcitrante, de tuberculoso, etcétera”. Pero es el caso de Sartre mismo: su obra es una reacción contra el mundo burgués tal como lo pone en cuestión el comunismo. Expresa la superación de su propia situación de intelectual burgués, de ex alumno de la Escuela Normal, de novio libre, de hombre feo (puesto que Sartre a menudo se presentó de ese modo), etc.: todas cosas que se reflejan y resuenan en el movimiento de sus libros.
Hablamos de Sartre como si perteneciera a una época caduca. ¡Ay! Somos nosotros, más bien, los que hemos caducado en el orden moral y conformista de la actualidad. Sartre, al menos, nos permite la esperanza vaga de los momentos futuros, de las reanudaciones donde el pensamiento puede reformarse y rehacer sus totalidades como potencia a la vez colectiva y privada. Por eso Sartre sigue siendo nuestro maestro.
El último libro de Sartre, Crítica de la razón dialéctica, es uno de los libros más bellos y más importantes que se hayan publicado en estos últimos años. Le da a El ser y la nada su complemento necesario, en el sentido en que las exigencias colectivas vienen a consumar la subjetividad de la persona. Y si volvemos a pensar en El ser y la nada, es para recuperar el asombro que supimos sentir ante esa renovación de la filosofía. Hoy sabemos aún mejor que las relaciones de Sartre con Heidegger, su dependencia de Heidegger, eran falsos problemas que descansaban en malentendidos. Lo que nos impactaba de El ser y la nada era únicamente sartreano y servía para medir el aporte de Sartre: la teoría de la mala fe, donde la conciencia, en el interior de sí misma, jugaba con su doble poder de no ser lo que es y de ser lo que no es; la teoría del Otro, donde la mirada del otro bastaba para hacer vacilar el mundo y para “robármelo”; la teoría de la libertad, donde ésta se limitaba a sí mismaconstituyéndose en situaciones; el psicoanálisis existencial, donde recuperábamos las elecciones básicas de un individuo en el seno de su vida concreta. Y, cada vez, la esencia y el ejemplo entraban en relaciones complejas que le daban un nuevo estilo a la filosofía. El mozo del bar, la chica enamorada, el hombre feo, y sobre todo mi amigo Pedro-que-nunca-estaba, formaban verdaderas novelas en la obra filosófica y hacían palpitar las esencias al ritmo de sus ejemplos existenciales. Por todas partes brillaba una sintaxis violenta, hecha de rupturas y estiramientos, que nos recordaba las dos obsesiones sartreanas: las lagunas de no-ser, las viscosidades de la materia.
El rechazo del Premio Nobel fue una buena noticia. Al fin alguien que no trata de explicar la clase de paradoja deliciosa que es para un escritor, para un pensador privado, aceptar honores y representaciones públicas. Ya hay muchos astutos que tratan de sorprender a Sartre contradiciéndose: le atribuyen sentimientos de despecho porque el premio llegó demasiado tarde; le objetan que algo, de todos modos, siempre representa; le recuerdan que sus logros, de todos modos, fueron y siguen siendo logros burgueses; se sugiere que su rechazo no es razonable ni adulto; se le propone el ejemplo de aquellos que lo aceptaron rechazándolo, sin perjuicio de destinar el dinero a buenas obras. No les conviene provocarlo demasiado; Sartre es un polemista temible. No hay genio que no se parodie a sí mismo. Pero, ¿cuál es la mejor parodia? ¿Convertirse en un viejo adaptado, una coqueta autoridad espiritual? ¿O bien querer ser el retrasado de la Liberación? ¿Verse como un académico o bien soñarse como resistente venezolano? ¿Quién no ve la diferencia de calidad, la diferencia de genio, la diferencia vital entre esas dos opciones o esas dos parodias? ¿A qué es fiel Sartre? Siempre al amigo Pedro-que-nunca-está. Ése es el destino de este autor: hacer correr aire puro cuando habla, aun si ese aire puro, el aire de las ausencias, es difícil de respirar. 5
Publicado originalmente en la revista Arts
el 28 de noviembre de 1964. Trad. Alan Pauls.
Texto publicado en Revista Sonámbula: cultura y lucha de clases.
Vivimos una crisis de la salud mental. Las crisis económicas, ecológicas, sociales y sanitarias coexisten con crisis subjetivas. Síntomas políticos encarnados en nuestra vida personal, con efectos diferenciales y desiguales en nuestros cuerpos y mentes por factores de género, clase, raza, etc. La pandemia intensificó los colapsos afectivos, aumentando las experiencias de aturdimiento y cansancio, ansiedad y depresión, insomnio, estrés y angustia. ¿Cuándo no se producen estallidos sociales y cambios políticos, cómo politizar nuestros bloqueos y desbordes anímicos? ¿Si no hay explosión política, solo nos queda soportar la implosión psíquica? ¿Qué posibilidades emocionales podemos detectar hoy en la conflictividad social? ¿La crisis de una alternativa política al capitalismo se hace carne en nuestros malestares?
El deterioro de nuestra salud mental es la epidemia antes de la pandemia, ya que nadie puede adaptarse sin conflictos a una vida capitalista cada vez más invivible. El consumo de psicofármacos, el aumento de las consultas en servicios de salud mental, los abusos, encierros involuntarios y torturas psiquiátricas, las dificultades emocionales, el cuerdismo y el capacitismo estructural, las prácticas manicomiales, entre otros vectores, anteceden a la pandemia. Los efectos psíquicos del capitalismo evidencian que nuestras dolencias no pueden ser tratadas de manera individual, biologicista o en los estrechos límites de una atención profesional. Necesitan una respuesta colectiva para cuestionar las causas estructurales que hacen del capitalismo un sistema productor de sufrimiento psíquico.
En la pandemia, la salud y la enfermedad han sido utilizadas como motivos para disciplinar nuestros humores, reprimir las conductas inadecuadas y achatar los imaginarios populares, buscando normalizar la crisis para relanzar la acumulación capitalista. Tal es así que la contradicción entre capital y vida, señalada por los feminismos, parecería asumir la forma de una contradicción entre capital y salud colectiva. Dada la hegemonía del modelo biomédico y farmacéutico, cada vez más personas con malestar subjetivo somos etiquetadas y diagnosticadas. El consumo de drogas o alcohol, la alimentación y tantos otros comportamientos son tratados como “trastornos mentales”, medicando y patologizando las diferencias. Es en este marco que la crisis capitalista agudizada con la pandemia puso en la agenda de la opinión pública los problemas ligados a nuestra salud mental. Pero se trata de una omnipresencia tan banal, mediática y mercantil como individualista y estatal. Los episodios de Chano Carpentier y de la atleta Simone Biles, por ejemplo, pusieron el tema en boca de todxs hace semanas. No obstante, se habla de salud mental sin cuestionar las relaciones de exclusión, estigmatización y violencia que producen el cuerdismo, el capacitismo, el racismo o el sexismo funcionales al capital; sin visibilizar las muertes cotidianas en los manicomios, sin denunciar la sobremedicación de las infancias, sin oponerse a la psiquiatrización del mundo, etc. Si bien esta coyuntura democratiza los problemas de la salud mental, tiende a profesionalizar las respuestas a esos mismos problemas, acentuando los mecanismos de psicologización y privatización del dolor.
En nombre de la salud mental, se clasifican los cuerpos sanos y enfermos, normales y patológicos, las vidas valorizadas y desvalorizadas, las muertes que merecen ser lloradas y aquellas que no valen la pena. Se responsabiliza y culpabiliza a los individuos para no subvertir las causas estructurales del malestar. La crisis de nuestra salud mental no puede reducirse a la gestión de las dolencias personales, supone una disputa contra los límites sociales que impiden el ejercicio de nuestros derechos. El cambio psicosocial depende del reconocimiento de nuestra diversidad anímica, empoderando a las personas con dificultades emocionales. No somos enfermos o trastornados, habitamos pasiones y dolencias diferenciales. Atravesamos desigualdades en las relaciones de poder, no desequilibrios químicos. Si las industrias farmacéuticas buscan medicar nuestros malestares, los progresistas gestionarlos y las derechas criminalizarlos, nosotros debemos politizar nuestras tristezas, deseos y disfrutes. Es tiempo de crear alternativas por la justicia psicosocial.
Los problemas de salud mental son problemas políticos. No se trata de temas privados, son cuestiones sociales tan relevantes para la política revolucionaria como la crítica de la deuda y el ajuste, la impugnación de la propiedad privada, etc. La lucha de clases pierde espesor subjetivo cuando se banalizan las experiencias anímicas como problemas subordinados a la disputa gremial, programática o institucional. Nuestras emociones son prácticas construidas en las relaciones sociales, de modo que una política radical de los afectos precisa transformar las relaciones sociales de explotación y dominación del capitalismo patriarcal y colonial. Es necesaria una perspectiva antagonista para revertir las opresiones y privilegios de la máquina capacitista, sexista, cuerdista, clasista y racista que llamamos “sistema de salud mental”. Es prioritario forjar una conciencia colectiva contra la explotación de nuestros estados de ánimo, ya que nuestros malestares tienen causas políticas y económicas, antes que familiares, biológicas o individuales. Hoy el fascismo y las “nuevas derechas libertarias” son una forma de politización reactiva de nuestros malestares, dirigidos a reasegurar las estructuras de opresión de la propiedad privada en nombre de un supremacismo amenazado en sus privilegios. ¿Los activismos psicopolíticos podemos construir un frente de liberación psíquica colectiva para disputarle nuestros humores a los fascismos?
La crisis de la salud mental no puede superarse al interior del capitalismo y reclama una alternativa política anticapitalista. ¿Qué relación existe entre colapso ecológico, crisis habitacional, espacio urbano y deterioro psíquico? ¿Podemos coordinar una protesta existencial para reapropiarnos de los medios de producción de las subjetividades? La lucha por la “soberanía anímica” (Gabriel Rodriguez Varela) es un momento de la lucha por el cambio social, en la medida en que requiere combatir las estructuras que agravan nuestros padecimientos, tales como la precariedad económica y existencial, la concentración de la riqueza, la desigualdad, el extractivismo, etc. “No era depresión, era capitalismo”, sentenció la revuelta chilena de 2019, componiendo la liberación psíquica con el levantamiento social.
De acuerdo a Rafael Huertas Locuras en primera persona, presenciamos un “resurgimiento del activismo en salud mental, tanto profesional como en primera persona”. Hoy diferentes militancias y colectivos apuntamos en esa dirección en diversos ámbitos, laburando desde la participación comunitaria, el protagonismo en primera persona o la organización de lxs trabajadorxs y profesionales críticxs. Huertas señala que los textos y experiencias de Kate Millett y Judi Chamberlin, entre otrxs, son cruciales para una “nueva generación” de activismos, investigadorxs y personas con malestar. El libro Pájaros en la cabeza. Activismo en salud mental desde España y Chile de Javier Erro, es un material útil para ubicar experiencias del activismo en el movimiento social por la salud mental, donde se intenta conjugar la producción de conocimiento, reivindicación, acción directa y cuidado. Se promueven prácticas horizontales como alternativas de cuidado colectivo frente a las relaciones de poder entre profesionales y usuarios, basándose en la autogestión, el apoyo mutuo y los saberes subalternos. El sujeto del cambio social en salud mental ya no son lxs profesionales o familiares, sino las personas con sufrimiento psíquico o diagnóstico, usuarixs y ex-usuarixs, autodefinidas locas, con discapacidad psicosocial, neurodivergentes, entre otras.
Pensando en estas coordenadas, compartimos el libro Enajenadxs. Salud mental y revuelta. El volumen aporta claves para construir una salud mental popular y desde abajo. Enajenadxs podría ser leído como un archivo por el derecho a la disidencia psíquica. Se trata de un fanzine que reúne textos, intervenciones y experiencias de padecimiento subjetivo en primera persona. El compilado que socializamos está compuesto por una introducción, dos prólogos, los diez números de la revista, un anexo y un epilogo. Es una revuelta contra el psi-sistema. Esta versión publicada en España en los dosmil, recopila escritos que apuestan por una politización del malestar, como estrategia de transformación individual y colectiva. Abrevan en la antipsiquiatría, el esquizoanálisis, los movimientos libertarios, Foucault y sobre todo en las experiencias de lucha y organización de lxs usuarixs, ex usuarixs y supervivientes de la psiquiatría. Si el sufrimiento psíquico puede ser un punto de vista contra la normalidad, Enajenadxs se afirma como “una defensa de la anormalidad”.
¿Por qué recuperar Enajenadxs hoy? Porque las experiencias de politización del malestar en primera persona pueden ser una alternativa crítica ante las respuestas psicoterapéuticas, profesionales, estatales, biomédicas o mercantiles en salud mental. En medio de esta catástrofe, la salud en general y la salud mental en particular podrían ser reivindicaciones transversales para trazar alianzas entre diferentes frentes del cambio. ¿Qué relación existe entre la revuelta psíquica de Enajenadxs y las revueltas populares en Chile o Colombia?
Javier Erro comenta que la recopilación de todos los números de Enajenadxs se realizó en 2007 en España, bajo el título Uníos Hermanxs Psiquiatrizadxs en el “Taller de Investigaciones Subversivas”. Al oponerse a la criminalización del sufrimiento y a la individualización neoliberal, se propone una autogestión del malestar. Es una refutación del punitivismo terapéutico de las psicologías dominantes y un desacato de la patologización de nuestras diferencias subjetivas. Sus páginas nos otorgan herramientas para enfrentar, en nuestra propia vida, la violencia psicocapitalista, cuestionando el paternalismo normativo del progresismo psi y sus mecanismos de victimización y tutelaje, infantilismo y moralismo. Enajenadxs promueve el desacuerdo “contra viento y marea”, porque “nos etiquetan, nos encierran, nos drogan… somos socialmente indeseables y lo sabemos. La Norma nos ha herido por no querer abrazarla. Por nuestra parte, hemos declarado la guerra a la Norma”.
Una de las premisas de estas “intervenciones intermitentes” para las revueltas psíquicas colectivas es la siguiente: “el orden psiquiátrico se nos impone a todos, no sólo a quienes cruzan la delgada y difusa línea que separa la cordura de la locura, y lo hacen de una forma descarada… hasta para currar de teleoperadora es necesario «superar» algún tipo de prueba psicológica… El poder tiene demasiadas caras, y el poder de las psiquiatras, psicólogos, educadoras y otros «carceleros de mentes» rara vez es desenmascarado. Disfrazadas de Ciencia, de salud mental, de apoyo y buenas intenciones, desarrollan sus prácticas represivas al servicio de una normalidad que apesta”. La rebelión de lxs enajenadxs hace de la disputa anímica contra el realismo capitalista el terreno de una lucha de clases, contestando la banalización izquierdista de los afectos. Su propuesta: “sacar a debate dentro del gueto político anticapitalista el tema de la enfermedad mental, rescatar un frente de lucha necesario y vital para cualquier colectivo o individualidad que desafíe el orden social”.
En este marco, como dice Judi Chamberlin, “el punto de vista del malestar subjetivo” en primera persona puede ser crucial para empoderarnos y construir una epistemología crítica en salud mental. Necesitamos revertir la individualización de nuestros estados de ánimo y reconocerlos como una cuestión política. Como dice Mark Fisher, ¿si lo personal es político, es porque lo personal es impersonal? ¿Si lo personal es político, que sucede con lo íntimo?, ¿qué hay de común en nuestros afectos?, ¿necesitamos terapias para trabajar sobre lo íntimo y activismos para politizar lo personal?, ¿es posible componer terapias y políticas? ¿Qué significa politizar nuestros humores? ¿Colectivizarlos, despatologizar nuestras experiencias, sacar del closet nuestros malestares? ¿Cómo podemos crear estrategias de autonomía emocional que no busquen solucionar nuestros padecimientos, normalizarlos, cerrar nuestras heridas para adaptarnos a los estereotipos de superación, bienestar o capacidad psíquica obligatoria? ¿Todxs tenemos derecho a politizar nuestros malestares?
No podemos reducir las prácticas de politización a un mandato capacitista de movilización política obligatoria. En momentos de crisis, ¿desafectarse puede ser un modo de sobrevivir? La conexión entre nuestro malestar y el capitalismo no es sencilla. Los estragos psíquicos del capitalismo se elaboran activamente en nuestra vida personal. La desigualdad anímica depende de relaciones de poder. Si nuestras emociones son prácticas construidas en las relaciones sociales, el cambio en nuestra estructura de sentimientos es inescindible de la transformación de las relaciones sociales. Dado que cada cuerpo experimenta las opresiones de modo diferencial y desigual, la disputa anímica implica diferentes tiempos, tácticas y espacios. La relación entre malestar y capital no es lineal, como si dijéramos que con la superación del capitalismo se eliminarán todas nuestras dolencias. A decir verdad, no sabemos cómo sanar nuestras vidas y cambiar este mundo. Sin embargo, ¿la salud mental es separable de la lucha contra los límites que nos impone la normalidad capitalista?
En contextos de crisis de la salud mental y revueltas populares, Enajenadxs puede ser un archivo útil para dinamizar una liberación psíquica colectiva. Porque no hay reconstrucción del movimiento revolucionario sin recomposición anímica de nuestras propias fuerzas.
Para acceder al texto completo, presionar aquí: https://kupdf.net/download/enajenadxs-salud-mental-y-revuelta_58d1e7b3dc0d60db1fc346cd_pdf
En conversación con Diego Sztulwark en un video filmado por la productora Fiord como motivo de las charlas en torno
La soledad no se encuentra, se hace.
Marguerite Duras
En vacaciones o en cualquier tiempo similar, puede llegar a suceder algo más que un idiotismo intelectualoide-escapista o un culto por la inmediatez del consumo: al menos por momentos, puede acontecer también una desconexión, mejor dicho, una conexión distinta con y del conflicto: eso que es el corazón materialista-espiritual de la neurosis.
En ese instante opera un trance que va del purismo desenfrenado de la satisfacción a la potencia apacible de la satisficción. Menos sublimación ─noción pretenciosa si las hay─ que arrojo calmo. Se trata de un movimiento, del reverso de la pedagogía, que Piglia nos enseñó desde Borges: dejar de fiscalizar vía papers cómo está la realidad en la ficción, para atreverse entonces a experimentar cómo está la ficción en la realidad. Un viaje de vuelta circular.
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Estando de vacaciones Freud experimentó el sueño más famoso de la historia [del psicoanálisis], “la inyección de Irma”, y aprendió algo tan inesperado como añorado: los sueños pinchan el cuerpo desde el alma. Despertó para tomar coraje y dejó de tragarse los sapos de la medicina rigurosa y desopilante de su tiempo, la cual negaba al alma con el fin de aplastar al hecho carnal, sexuado y mortal. Intuyó que lo más interesante de un sueño es el momento de un despertar.
Luego, en Estudios sobre la histeria conocimos a Katharina[i], una joven que Freud escuchó mientras estaba en otro descanso, esta vez en las montañas. Como estaba de vacaciones se permitió relajarse y, así, sustituir la supuesta profundidad que la hipnosis garantizaba por la apuesta de “mantener una simple plática”, arribando igualmente a efectos no sólo terapéuticos y de alivio, sino analíticos.
Desde esta peripecia Freud comenzó a tomarle el gusto a lo que se convertiría en el único principio rector del psicoanálisis, la asociación libre. Porque si bien no existe un correlato directo de la asociación libre para quien psicoanaliza, una escucha no relajada atentaría contra la misma. De más está decir que esa relajación de la que hablamos no es ociosa, perezosa o pasiva, sino por el contrario una ardua posición activa: no hay nada más activo que simplemente escuchar.
Cuando se aprende a nadar se debe primero aprender a flotar. En este orden se fundamenta la “atención parejamente flotante”: flotar para no ahogar el nado del decir, que es siempre un Nadar de noche (Juan Forn).
Viajar y vacacionar no son necesariamente análogos, y solemos recordárselos a nuestros analizantes viajeros: se puede viajar sin estar de vacaciones, y viceversa. En el mismo sentido, poco interesante es viajar, descansar, o comenzar un análisis, presumiendo a priori cuál será el efecto, qué se pretenderá encontrar, etc. Buscar y encontrar, tanto como viajar y vacacionar, son dos actos diferenciados que eventualmente coinciden. Dicha coincidencia, más que eventual, remite en todo caso a la contingencia de una elección.
Parafraseando al Cromwell de Freud, nunca se llega tan alto como cuando no se sabe hacia dónde vamos: por ello no hay tal cosa como un “psicoanálisis sin lágrimas”, las cuales no son necesariamente tristeza.
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Esos momentos tan gloriosos como llanos donde uno aprende, descubre, o quizás simplemente enuncia algo que era anhelado con fervor, pero con fervor apagado. Se reaviva un poco, o bastante, un fuego muerto harto conocido, un calor íntimo pero estropeado con la humedad compulsiva del intelecto, del rendimiento y de lo que garpa.
En el silencio, allí donde suele haber sonidos con pretensión de ideas, tan geniales como (in)utilitarias, aparecen chorros amablemente centrífugos de música. Cualquier música, la que a uno más le guste, eso da igual. Escuchamos eso de nuestras verdades reveladas y obvias que, a decir verdad, chorreaba falsedad; o al revés, oímos en nuestro cuerpo que allí, en esos sortilegios cotidianos y engañosos de sí, existía una verdad tan dura como confortable puede resultar la arena.
En este momento, o quizás hace un rato, aprendí o perfeccioné sin esfuerzos una minucia técnica de natación; luego perfeccioné mi forma de limpiar la hoja de afeitar, y ahora aprendí a escribir sin pensar. Nada del otro mundo, y justamente por ello, por mundano, el asunto es tan fascinante.
Un descubrimiento más acá de sí; todo lo contrario a aquello de lo cual se ocupan los llamados “especialistas”, esos exégetas de vidas ajenas que postulan una existencia compartimentalizable en individualidades, coartada de un neoespiritualismo del desentendimiento. EspeCIAlistas de un “radicalismo cerebral” ─a.k.a. Facundo Manes─ o bien de un inconciente hippie (bella provocación de J. Alemán).
Si de vaticinar se trata, mucho más interesante la adivinación de un pasado, que nunca es propio ni todo verdadero.
Freud atinó muy bien que “la verdad al cien por ciento es tan rara como el alcohol al cien por ciento”, y uno de sus interlocutores epistolares, Stefan Zweig, sentenció amablemente que “la teoría de Freud se ha mostrado irrefutablemente verdadera, en el sentido creador, según la frase inolvidable de Goethe: <Solamente es verdadero lo que es fecundo>”. La verdad se escapa, afortunadamente, de la pretensiosa completud de lo verdadero, y para ello se vale de ciertos elementos no tan significativos: esos que para otros y para la propia neurosis son degradados en “falsedades”.
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Los Elige tu propia aventura contenían al principio una “Advertencia” que incluye un pasaje crucial: “no leas de corrido (…) de tanto en tanto, mientras leas, se te va a pedir que tomes tus propias decisiones…”. Gran consejo sobre el vivir, el leer o el analizar para quien no lo pidió: leer es siempre escribir, y escribir no se hace de corrido sino siempre eligiendo. Al leer conviene posicionarse como si estuviéramos encarnando una novela de iniciación: se aprende como efecto indirecto de una experiencia.
Freud también dijo alguna vez que la única manera de hacer importantes descubrimientos era disponiendo todas las ideas exclusivamente enfocadas en un interés central: en un psicoanálisis ese interés es lo insignificante. Una pasión shakespeariana: “soy tuyo entero pues veo en ti todas las imágenes que amé”[ii]. Más o menos esto es lo que llamamos transferencia.
Se trata de algo similar a la intuición; por ende, deseo. La intuición es efecto de una extrospección precisa. Eso mismo: lo que no se busca, lo que se encuentra, por ejemplo, al conversar con lo que escribo. Algo mucho más acá. Una soledad construida, una proximidad tan cierta e inminente como necesariamente conjetural: un aprendizaje insignificativo.
Eso.
*Autor de #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (2019)
[i] Katharina se llamaba Aurelia Öhm (de soltera Kronich), y se encontró con Freud en 1893.
[ii] Soneto XXXI de la compilación traducida por Mujica Lainez.
En este escrito se discuten los pormenores de condicionar la abogacía y lucha por los derechos desde lo propio del
A propósito de los 90 años del texto freudiano: vigencia, críticas, urgencias. El porvenir del malestar El malestar…
Fue en la oscuridad del tiempo entre guerras del siglo pasado cuando el movimiento psicoanalítico conquistó el mundo. Un momento
Lxs personajes de Diego Valeriano en su última novela “La no sufras o la ética del segundeo” bien podrían haber sido compañerxs del Pollo, Walter, Chiqui , Ricardo y Severino, en el “caserón del orto”.
Nuevamente oKupas- mítica serie que vio la luz en el año 2000 y conmovió la sociedad en aquel entonces- está sacudiendo el país. La última novela de Diego Valeriano La no sufras o la ética del segundeo (milena caserola 2021) tiene demasiados puntos de contacto con la mini serie de Bruno Stagnaro. No exageramos al afirmar que la protagonista de La no sufras, apodada La No Sufras, podría haber sido una más de la banda de amigos que se reúnen por casualidades y causalidades en el “caserón del orto”. Los 4 fantásticos de oKupas al igual que lxs protagonistas de la novela de Valeriano tienen varios puntos en común, pero uno sobre todos los demás, el más importante de todos: comparten la ética del segundeo como filosofía de vida.
La ética del segundeo
“Pavear, desertar, darnos ánimo, ser cómplices, sufrir juntos, estar siempre que podamos, extrañar a Marquitos. Amarnos de la manera más genuina que se puede hacer. Segundearnos.” Valeriano ametralla y da forma a una aproximación de la definición del verbo “Segundear”. Nosotrxs agregamos: (in)lógica antineoliberal, anticareta, antiyuta; oda al aguante y a la amistad, pero no cualquier amistad, sino aquella que se funda estrictamente en el amor por el otrx desinteresado de toda materialidad, despojado de cualquier intento de corrección sobre la persona. Segundear es vagar porque si, porque no hay nada mejor que hacer, porque es buscar el poco aire que queda para respirar, es desertar, irse, fugarse, un llamamiento a la amistad, una trinchera de lo genuino.
Los personajes de Valeriano se la pasan entrando y saliendo “de una”. Sus sentimientos son contradictorios, veamos: “No reconoce neutrales -¿cómo hacerlo?-, amigo o enemigo, segundeo o traición, se comparte el papeo o nada, compa o recurso. Espalda con espalda o mano a mano. Definiciones claras que no siempre consigue identificar, de ahí la importancia de nunca relajar las posturas del cuerpo, siempre en guardia, siempre pilla, nunca pollo. La pelea es a muerte (…)”
En estas palabras de Diego ¿no están el Chiqui, Walter, el pollo y Ricardo? Leer la no sufras es entender mejor Okupas y ver Okupas es entender mejor la no sufras o la ética del segundeo: 4 amigos que se bancan en todas, que la cuelgan, que se defienden, que se pelean, que comparten hasta lo que no hay. “-Había comprado dos porciones pero bueno somos cuatro” dice Ricardo; Walter contesta “con Severino somos 5”.
En La no sufras el tren aparece de manera constante, es un escenario vivo a lo largo de toda la narración, es sinónimo de desertar, de colgarla, de andar vagando. En Okupas el viaje a Quilmes desde Constitución, en el roca, para pegar Falopa y que Ricardo pruebe la merca, es emblemático, personifica, encarna, materializa el “segundeo” en su versión fiesta (que no es la única, también está el vuelto, están las malas)
Lo plebeyo
El amor a los reventados, a lo plebeyo, al barrio; los pibes y las pibas en la calle, el guacherio, la desobediencia como toda regla. En la no sufras el escenario es el conurbano, José C Paz, Malvinas Argentinas, Morón, la estación de Sol y Verde, San Miguel; en oKupas son las torres del doque, con sus personajes, con su filosofía de la calle. Esta presente la fiesta y la resaca, el arrebato bien puesto y la trompada que te parte la jeta.
Lxs pibxs del docke, el Negro Pablo, ser anti yuta, chorro antes que mulo, despilfarrar el mango porque un balazo te arrebata la vida en un toque y entonces que importa. “Ganar o perder” sentencia el Pollo. Valeriano es ese mundo, habla desde ese territorio, allí se engendro. No hay moral que valga para Diego, provocación absoluta: en la calle, en el agite y el descanso de los guachos y las turras èl encuentra potencia y creación.
Uno es todo y todos somos uno
El chiqui, el pollo, Ricardo y Walter podrían ser hijos de La No Sufras, podrían vivir con ella, refugiarse en su rancho cuando se pudre todo y no hay refugio, irse a la mañana con la frazada que les prestó escondida debajo de la ropa para no tener frio a la noche y que ella les saque la ficha pero mire para otro lado. Podrían ser sus hijos porque para ella la sangre no lo es todo, cria pibxs porque si, porque aparecieron ahí, porque no se puede hacer otra cosa.
También la no sufras podría ser ellos, podría ser el Chiqui, que cuando no hay donde dormir duerme en la plaza; cuando no hay guita pide en los trenes, en la calle, en los semáforos, en los bondis. El chiqui podría ser La No Sufras por lo colgado, por lo noble, por las ocurrencias, por las salidas, por el mambo, por estar en una. Podría ser el pollo por los códigos, por la calle, por la amistad, por el aguante, por lo oscuro, por no bajar la guardia, por dormir con un ojo abierto, por poner la piel por los suyos. Walter y sus chistes, sus descansos, por ir sin importar las consecuencias, podría ser ella. Ricardo también, no por su origen de clase media con culpa, sino por la inocencia, por aprender al andar.
El rock como todo llanto
No esperen encontrar en nuestras historias ningún final feliz ni zafar de la tragedia. En la calle los finales de Hollywood no existen. Si en oKupas la tragedia nos tira al piso, nos deja llorando, nos recorre un escalofrió y una sensación de vacío en el cuerpo; en La no sufras la sensación es similar: el dolor que experimentan sus protagonistas- un dolor colectivo y genuino- avanza en toda la atmosfera, nos humedece los ojos, nos parte al medio. No es para menos. (No queremos spoliar, por ende no profundizaremos en esto)
¿Cómo nos recuperamos de un knockout? “Con el segundeo” nos dirá Valeriano.
Una última reflexión
A modo de reflexión podemos afirmar que la ética del segundeo vence al tiempo. Hace 2 décadas estuvo presente en oKupas, hoy aparece en la calle, y la materializa la pluma de Valeriano. La amistad prevalece, se transforma, pero jamás pasa de moda, nos sigue conmoviendo, nos sigue marcando el pulso. Practicar el segundeo es una aspiración genuina, una acción revolucionaria sin saber a fondo de que se trata, armar algo nuevo sin instrucciones previas, salir del embace para llegar a lo genuino.
Pero además de ello, lo que también está presente en ambas obras es el escenario, el contexto en el que los protagonistas toman decisiones y van determinando con acciones sus propios destinos. Ese telón de fondo es la pobreza, la falta de perspectivas para millones de pibes y pibas, la precarización laboral, la imposibilidad de tener un techo donde vivir, las lógicas neoliberales que continúan dominando el estado de cosas. De Okupas a La no sufras pasaron 2 décadas pero continúan los mismos bondis.
Debe ser por todo esto que tanto oKupas como La no sufras conmueven profundamente a quienes lxs conozcan.
Con oKupas, La no sufras… llego a Netflix.
Ilustración Fede Albornoz
Para quienes conocíamos la desbordante actividad filosófica de Jean-Luc Nancy, y con más razón para quienes también sabíamos la vida que llevaba, su muerte resulta simplemente inconcebible. Desde hace mucho tiempo, Nancy se había transformado en un activo sobreviviente. Un trasplante de corazón a principios de la década de 1990 y los efectos más o menos esperables de la disminución inmunitaria que siguió a la operación lo habían dejado al borde de la muerte. Esta serie de sucesos, al mismo tiempo una “aventura metafísica” y una “performance técnica”, fue narrada por Nancy en un conocido ensayo titulado El intruso (Buenos Aires, Amorrortu, 2006). Desde entonces, sus estadías en el hospital se hicieron recurrentes y terminaron por volverse habituales. Lejos de lo que se podía esperar, los 30 años de sobrevida con el corazón de otra personay con recaídas de salud intermitentes fueron increíblemente fecundos. La mayor parte de su obra, compuesta por más de un centenar de libros y un sinnúmero de contribuciones, fue realizada en este periodo durante el cual el pensamiento de la finitud y la experiencia de la urgencia fueron la trama sutil de su escritura.Nancy escribía noche y día, incansablemente, sobre los temas más variados. Tenía especial inclinación por la historia de la filosofía, la ontología y la política, la estética, la religión y el psicoanálisis, pero siempre se mostraba abierto y extremadamente atento a otros lenguajes, a otras sensibilidades. Sus colaboraciones con artistas del mundo de la danza y la pintura, del dibujo y el cine, seguramente serán recordadas junto a sus publicaciones sobre la comunidad, la libertad, el cuerpo, la democracia y el sentido.
Con el correr de los años, Nancy también se había convertido en el sobreviviente de una corriente de la filosofía francesa contemporánea que nunca se identificó como tal, que en realidad nunca fue del todo identificable, y que sin embargo se deja reconocer a través de ciertos gestos filosóficos que encuentran acogida en las obras de Nietzsche y Heidegger, por nombrar solamente las referencias másresonantes. Los nombres de Georges Bataille, Maurice Blanchot, Jacques Derrida y Philippe Lacoue-Labarthe forman parte de esa corriente, de esa “comunidad de los que no tienen comunidad”que marcó el siglo XX y parte del XXI con escritos y debates que conciernen fundamentalmente a la filosofía, la política y el arte. Nancy no solo se inscribe en ella, sino que su filosofía está inextricablemente ligada por lazos de pensamiento, pero también de camaradería y amistad, a todas esas personalidades. A cada una de ellas, se entiende, de manera diferente. En parte por una cuestión generacional, en parte por la contingencia de la vida, a Nancy le tocó sobrevivir a los amigos y en algunos casos también le tocó despedirlos. Lo que en todo caso vale la pena retener es que Nancy, en calidad de superviviente, continuó interrogando y poniendo a prueba las ideas legadas por sus amigos ya ausentes, tal vez como una estrategia para prolongar la vida de aquellos que ya no lo acompañaban, tal vez como una afirmación práctica de la máxima que leemos en El intruso: “Aislar la muerte de la vida, no dejar a una íntimamente trenzada en la otra, introduciéndose cada una en el corazón de la otra, eso es lo que nunca hay que hacer”.
La interdicción de separar lo que de hecho no es separable, debe ser leída como parte de una operación filosófica que se las ingenia para pensar la vida a partir de la muerte y, simultáneamente, la muerte a partir de la vida. Derrida se había referido a esta relación indecidible con una frase que Nancy solía usar como otro nombre para la existencia: “la-vida-la-muerte”. En el último tiempo y muy especialmente desde que se declaró la pandemia mundial por coronavirus, este enunciado había cobrado especial relevancia en las reflexiones de Nancy. En julio de 2020, con motivo de su cumpleaños 80, le propuse entrevistarlo para hablar sobre su vida, pero desde el arranque la conversación se encaminó involuntariamente y de manera muy natural hacia la muerte, hacia su propia muerte, de la que sin duda se sentía próximo sin verse por ello en la necesidad de abandonar la tarea de toda una vida consistente en explorar o inspeccionar “los límites del pensamiento y de la acción”. “Inspección de eso que siempre supo desembocar en lo inexplorable, en lo imposible, pero de lo cual ahora se siente vivamente la forma o el aspecto”. Nadie mejor que un superviviente como él, alguien que en la proximidad absoluta de la muerte se aferró a la vida, para comunicar la sensación de un cuerpo colmado por un vacío inminente: “La ‘desembocadura’ da a un vacío cuya densidad se puede presentir y se busca rozar” (Un virus demasiado humano, Buenos Aires, La Cebra, 2020).
Si hoy tuviera que elegir una palabra y solo una para decir el tenor de una filosofía y una vida como la suya, esa palabra sería fervor. El entusiasmo era, por así decirlo, su disposición hacia el mundo, su modo de ser y estar con otros existentes. Todo lo que hacía, y Nancy ante todo fue un hacedor, un creador, un generador…, lo hacía con una intensidad de sentimiento, con una pasión, ante la cual era imposible permanecer insensible o indiferente. El carácter excesivo de su discurso, de sus estilos y de sus grandes temas de exploración, respondía a un deseo inescrutable por tocar los límites, unas veces para sentir o presentir la extremidad y otras veces directamente para transgredirlos. Este exceso es reconocible en ciertas figuras retóricas y sobre todo en el vocabulario que usaba habitualmente, por ejemplo, en las palabras que implican un movimiento “hacia afuera” o “más allá”: de la exposición a la existencia, pasando por la excritura,la extensión y la experiencia. El fervor de Nancy, llamativo pero discreto, paciente y activo, a la vez pensante, sintiente e imaginante, fue su forma singular de introducir una diferencia filosófica y política en el mundo. El ardor con el que siempre hizo valer la exigencia de lo infinito (verdad o sentido, justicia, libertad, valor inconmensurable de todos los seres) en lo finito de nuestras existencias es el mismo que lo llevó a afirmar la vida hasta el último suspiro, hasta el último soplo.
El retrato del pensador erudito que en estos días reproducen los diarios de todo el mundo tiene el inconveniente de eclipsar un lado no menos importante de su figura que en verdad es indisociable del anterior. Nancy fue sin duda uno de los representantes más destacados del pensamiento contemporáneo, y también fue el portador de una mirada diáfana y una sonrisa amplia, una persona tremendamente ocurrente y con un gran sentido del humor, alguien que practicaba la filosofía como un intercambio entre iguales y que siempre estaba dispuesto a realizar, con una paciencia y una amabilidad asombrosas, las muchas peticiones que le llegaban todos los días desde los puntos más remotos del planeta. Intuyo que le hubiera gustado ser recordado no solo como un filósofo del sentido, sino también como un conductor del sentido, una especie de comunicador o de médium entre el sentido y los sentidos, entre lo inteligible y lo sensible, entre el más acá y el más allá.
Silvia Duschatzky
Pablo Manolo Rodríguez
Septiembre 2021
[1]Rodríguez, Pablo Manolo (2019). Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas. Buenos Aires, Editorial Cactus.
[2]Goffman, Erving (1989). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires, Amorrortu.
[3]Lacan, Jaques. El seminario. Libro X. La angustia.Buenos Aires, Paidós.
[4] Lévi Strauss, Claude (1964). El pensamiento salvaje. México, FCE.
[5] Lewkowicz, Ignacio (2004). Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires, Paidós
[6]Quad es el primer episodio de una serie de televisión experimental minimalista realizada por Samuel Beckett en 1981 por canal de TV alemán SüddeutscherRundfunk.
[7] Donna Haraway (1983). Manifiesto Cyborg.
[8]Isabelle Strengers (2017). En tiempos de catástrofes. Cómo resistir a la barbarie que viene. Buenos Aires, Futuro Anterior Ediciones.
[9] Silvia Duschatzky (2021). Pedagogía de la interrupción. O un salto afuera. Revista Adynata:
ASAMBLEA POPULAR TRANSFEMINISTA POR LA VIVIENDA.
✅El domingo 5 de septiembre convocamos a las 16 hs. en Parque Centenario (a mts del mástil), a una *Asamblea Popular Transfeminista por la Vivienda, para debatir y profundizar sobre la problemática habitacional que vivimos cotidianamente en la Ciudad de Buenos Aires y que naturaliza la violencia estatal sobre nuestrxs cuerpxs, nuestros hogares y nuestras vidas.
📢Digamos #XNiUneMenosSinVivienda
#BastaDeDesalojos
#BastaDeViolenciaEstatal
#AnulaciónDeLaLeyN°6287
Conversación con Alfredo Gómez-Müller, autor de «La memoria utópica del Inca Garcilaso. Comunalismo andino y buen gobierno». En esta entrevista, que es el epílogo del libro, el profesor colombiano de Estudios Latinoamericanos y filosofía detalla las razones de este trabajo, parte de su historia personal y sus métodos de investigación.
Tinta Limón: ¿Por qué volver hoy a la figura del Inca Garcilaso de la Vega y a sus Comentarios Reales, una obra publicada en 1609? ¿Qué problemas filosóficos encontrás en esta primera escritura política “latinoamericana”?
Alfredo Gómez-Muller: Comencé a frecuentar la obra del Inca Garcilaso hace más de veinticinco años. En aquella época me interesaba ante todo la manera singular que tiene el Inca Garcilaso de abordar la cuestión de la identidad. Lo hace de una manera muy libre, acentuando el aspecto de la autoidentificación, de lo cual encontramos trazas en el acto de nombrarse a sí mismo, un acto que reitera a través de su vida. Hay datos personales, biográficos, que sostenían existencialmente ese interés mío por la experiencia del Inca Garcilaso. Esto se relaciona con el hecho de que, siendo colombiano, tengo asimismo raíces europeas, más precisamente francesas. Este hecho biográfico me plantea desde niño una serie de desafíos, de preguntas. Cuando era niño no podía entender el asunto, pero lo sentía en mi relación con las demás personas. Tiempo después, luego de haber hecho estudios filosóficos –ya era profesor de filosofía en ese momento– tenía algunas herramientas más para tratar de pensar el problema de la “identidad” (tal como explico en el libro, siempre mejor entre comillas), y decidí hacerlo a partir de un estudio sobre el Inca Garcilaso que fue publicado en 1993. Pero en esa época no entendí lo que hay en el fondo del acto de nombrarse en el Inca Garcilaso, y no pude ir más allá de la interpretación establecida que ha construido la imagen de un Inca Garcilaso “mestizo”, desatendiendo su propia autoidentificación como “indio” o “indio inca” o “indio del sur” (“indio antártico”, dice él).
Desde aquella época, la cuestión de la “identidad” me parece guardar una relación estrecha con otra pregunta que también tiene raíces existenciales: la pregunta por el sentido, en el sentido que la filosofía existencial da a ese término. Es decir, la pregunta por el sentido o el sinsentido del ser, del existir. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué hacemos aquí? ¿Hay alguna razón, algo que pueda aclarar por qué estamos aquí? Para mí, como subjetividad y como filósofo, esa pregunta –que es tal vez la pregunta fundamental de los seres humanos desde hace miles de años en todas las culturas del planeta– es fundamental. Y es una pregunta que hoy en la filosofía no tiene espacio y es dejada de lado. Es decir, hay una orientación dominante hoy en la filosofía según la cual la pregunta por el sentido es una pregunta ociosa, pura pérdida de tiempo. O, mejor, es una pregunta “metafísica”, y por metafísica se entiende algo muy malo, donde solo cabe lo arbitrario, donde no se puede decir nada que tenga consistencia; donde lo que se formula no se puede verificar empíricamente ni en términos matemáticos. Todo este discurso parte, evidentemente, de cuestiones legítimas. Por ejemplo, la crítica que ya en el siglo XVIII Kant hace de la metafísica dogmática, me parece ser una crítica fundamental y muy actual. Pero el problema es que se arroja al bebé con el agua del baño. Se arroja la pregunta por el sentido, junto con el agua con la que se lavan los aspectos más dogmáticos de la metafísica. La pregunta por el sentido es metafísica en términos literales: no se resuelve en términos físicos. Y esa pregunta para mí es central, y es por eso que ya desde aquella época trabajé con una serie de pensadores –como Heidegger, como Sartre– que han abordado de forma profunda esta pregunta por el sentido; por el sentido del ser, por el sentido del existir. Después, entre todo ese trabajo, me di cuenta de que la pregunta por el sentido, que es finalmente la pregunta por las condiciones históricas y epistémicas que puedan hacer que surja sentido, me llevó a la cultura y a la filosofía de la cultura. La cultura es un espacio de permanente producción, construcción, deconstrucción y reconstrucción de sentidos, de significados, de valores. Y, desde mi experiencia de vida, la cultura se dice en plural. La “cultura” es siempre la diferencia cultural.
Hablar en singular de “la” cultura es un poco general y abstracto. Prefiero hablar de culturas concretas, de culturas históricas, de las culturas de los tiempos, de los espacios y de las geografías diversas. Desde ahí llegué al debate sobre el multiculturalismo, sobre las políticas de diversidad cultural, sobre políticas multiculturales. Siempre en relación con el tema del sentido, del sentido de la vida social, económica y política. Y fue por esa vía que lleva de la pregunta por el sentido a la pregunta por la cultura, por la diversidad cultural, que finalmente retorno al Inca Garcilaso, después de más de veinte años. Descubro entonces el pensamiento político del Inca Garcilaso, un pensamiento arraigado en la tradición del comunalismo andino y en la memoria cultural incaica del “buen gobierno”. Un pensamiento que permite replantear, a partir de lo concreto, la relación entre cultura y política, y que tuvo un impacto extraordinario en Europa a partir del siglo XVII. Un impacto en general desconocido por la historiografía eurocentrista, que sigue hasta hoy ignorando el aporte del Inca Garcilaso a la construcción de un nuevo pensamiento político en Europa, desde Morelly en el siglo XVIII hasta el debate de finales del siglo XIX y principios del siglo XX sobre el “comunismo inca” o el “socialismo inca”. En el Inca Garcilaso podemos aún encontrar una serie de claves para abordar problemas que son nuestros, que son problemas contemporáneos. Es decir, el Inca Garcilaso no es para mí una figura puramente del pasado, una figura que hoy en día tendría un valor simplemente histórico, del museo de las ideas. Para mí el Inca Garcilaso es alguien muy actual. O al menos eso es lo que intento demostrar en este libro: ¿qué nos dice, en pleno siglo XXI, la experiencia del mundo del Inca Garcilaso de la Vega?
TL: En el marco de tus investigaciones en el campo de la ética y de la filosofía política, hace años que venís investigando el anarquismo y anarcosindicalismo en América Latina, y publicaste textos claves al respecto. ¿Cómo se vincula esa línea de trabajo con este libro sobre el Inca Garcilaso que estamos publicando? Y una pregunta por las antípodas, ¿tenés formación cristiana o religiosa?
AGM: Bueno, comenzando por lo último, en mi familia no recibí ninguna formación religiosa. Mi padre era un buen liberal en el sentido que tenía la palabra en Colombia a mediados del siglo XX. Es decir, alguien que se reconocía en figuras como Jorge Eliécer Gaitán, una gran figura de la historia política colombiana y que fue asesinado en 1948. Es decir, un liberalismo de tipo social y profundamente anticlerical. Mi padre era anticlerical, mi abuelo también. Mi abuelo era masón, de la más pura tradición liberal de aquella época, no solo de Colombia, sino también de América Latina. Mi madre tampoco tenía realmente creencias religiosas, por lo menos creencias que ella hubiera querido compartir. Y estudié en colegios laicos y públicos cuando era niño.
El Inca Garcilaso no es para mí una figura puramente del pasado, una figura que hoy en día tendría un valor simplemente histórico, del museo de las ideas. Para mí el Inca Garcilaso es alguien muy actual. O al menos eso es lo que intento demostrar en este libro: ¿qué nos dice, en pleno siglo XXI, la experiencia del mundo del Inca Garcilaso de la Vega?
Tampoco tuve en mi medio familiar una formación anarquista. Es más, en la época de mi infancia y adolescencia el anarquismo era prácticamente inexistente en Colombia: políticamente no era nada, no tenía ningún significado. Toda la gran tradición anarquista de la década del 20, en el caso colombiano, había sido olvidada. Pero ciertas ideas asociativistas y anarquistas se vinculan, más bien, con mi experiencia política y militante de finales de la década del 60, y sobre todo en los años 70, que fue una experiencia de trabajo con asociaciones campesinas. Yo hice trabajo político-social en la ANUC (la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos), en la región de Boyacá, que era el principal sindicato de campesinos de esa época –todavía existe, pero no es ni la sombra de lo que fue en esa época–. Destaco de esa experiencia dos cosas: primero, en ese trabajo encuentro gente que de manera muy desinteresada y gratuita ayudaba a la “causa”, como se decía, sin exigir ninguna contraparte; segundo, encuentro también la realidad del sectarismo y de la fragmentación política.
Sobre lo primero, aquella gente desinteresada y solidaria provenía muchas veces del cristianismo. Eran católicos que trabajaban desde la perspectiva de la teología de la liberación. Recuerdo bien a un grupo de ellos que tenía acceso a un mimeógrafo, que era un aparato fundamental para el trabajo político en aquella época porque permitía reproducir las hojas volantes, hacer publicaciones, etc. Y que, a su vez, era difícil conseguir porque era muy costoso. Pues bien, había gente de estos círculos católicos que tenía acceso a mimeógrafos y nos los ponía a disposición para imprimir lo que quisiéramos, sin preguntarnos nada. Esa experiencia de solidaridad y gratuidad me impactó mucho y me permitió interesarme por figuras que, hasta ese momento, eran para mí muy lejanas. Por ejemplo, cuando era niño viajé una vez a Bogotá a visitar a una hermana que era estudiante de la Universidad Nacional de Colombia. En la Universidad estaba haciendo un discurso Camilo Torres, una de las grandes figuras precursoras de la teología de la liberación y una de las grandes figuras de la historia política y social de Colombia y de América Latina. Cuando era niño no entendía, pero años más tarde, después de haber encontrado a estos grupos que ayudaban de esa manera solidaria, me acerqué un poco más a ver quién era esa gente. En su interpretación del cristianismo cabía lo que se llamaba la “opción preferencial por los pobres”, y en nombre de esa opción algunos, como Camilo Torres, empuñaban las armas, mientras que otros estaban en actividades en barrios populares, compartiendo la vida con la gente que vivía de la manera más precaria. Todo esto me llamaba la atención, y así fui descubriendo ciertos valores éticos y espirituales del cristianismo de la liberación.
Sobre lo segundo, diría que esa época fue también una que conoció todas las vicisitudes de una parte importante de la izquierda militante colombiana, latinoamericana y mundial: la experiencia de la fragmentación, del sectarismo, del vanguardismo. Se trata de prácticas y de maneras de concebir la política en las cuales la lucha política tiende a reducirse a una lucha entre vanguardias autoinstituidas. El problema que se plantea de entrada es que, por definición, vanguardia hay una sola, no puede haber varios partidos de vanguardia, eso es contradictorio e inadmisible. Es la concepción que sostiene, por ejemplo, la teoría leninista de la organización, y que supone la creencia de que el partido tiene el monopolio de la verdad política. Pero en la realidad hay muchos partidos que son rivales y compiten entre ellos por dirigir a las masas, dado que la vanguardia dispone de la teoría y sabe para dónde hay que ir. Las masas, en cambio, no saben, no tienen pensamiento propio, necesitan la dirección de una vanguardia y de los teóricos que van a decir por dónde es el camino. Esa experiencia que José María Arguedas describe y critica en su obra, como mucha otra gente, yo la viví, y llevó a cuestionarnos el esquema que teníamos de lo político, de la manera de hacer política, de la relación entre los activistas y las “masas”. A cuestionar esa tesis de que las “masas” no tienen ningún saber en sí mismas, que todo el saber les viene de afuera, del exterior, de los intelectuales políticos que sí saben. Y en ese proceso de cuestionamiento, pasamos de las formas duras del vanguardismo de inspiración leninista a Rosa Luxemburgo, que representa una concepción de la relación entre el saber político y las “masas” bastante distinta a la de Lenin, porque reconoce que en las masas hay un saber político. Algo fundamental en el pensamiento de Rosa Luxemburgo –al menos del modo en que la leíamos en aquella época– es que ella reconoce formas de autonomía de las “masas” frente a los partidos políticos. Es la polémica con Lenin alrededor de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905: Lenin impulsa que el Partido Socialdemócrata tome el control de los soviets, de los consejos obreros, y Rosa Luxemburgo dice que no, que los soviets deben mantener su autonomía. Entonces, pasando por Rosa Luxemburgo, finalmente llegamos a interesarnos por el anarquismo. Porque, en lo esencial, el anarquismo es una afirmación muy clara de la autonomía política de los grupos sociales; una afirmación de que la política debe ser obra de todos los actores sociales, no de un grupo de especialistas en política. Cuestionamos, en ese sentido, la idea de especialización en la política y estimulamos la idea de que todo el mundo debe apropiarse de lo político. No habrá realmente emancipación de ningún tipo –eso es lo que pensábamos en aquel momento y lo que pienso todavía– mientras la gente no se reapropie de la política y no asuma lo político en lo cotidiano. Quiero decir, el anarquismo me permitió encontrar una serie de temas que no habían formado parte de mi experiencia política anterior, fundamentalmente marxista. Por ejemplo, temas relacionados con la crítica de la vida cotidiana, que están muy presentes en el anarquismo desde el siglo XIX, pero que en el marxismo no tenían espacio en esa época. O el feminismo, que en esa época era considerado algo que distraía de lo esencial, que era la lucha de clases. Hablar de feminismo era introducir la división en el seno de la clase obrera, era hacerle el juego al imperialismo y a la burguesía, se decía. Pero en el anarquismo, desde el siglo XIX, encontramos discursos anarquistas feministas, las raíces del anarcofeminismo vienen de esa época.
Ahora, llegamos a la primera parte de la pregunta, la relación entre esta tradición anarquista y la historia que cuenta el libro. Es evidente que en el Inca Garcilaso no se pueden encontrar elementos del anarquismo, que es una creación histórica europea del siglo XIX. Es más, en su propio pensamiento hay un énfasis por lo estatal que lo aleja del anarquismo. Incluso, el “buen gobierno” que él encuentra admirable se lo atribuye a los Incas, es decir, a los gobernantes. En suma, desde esa perspectiva, es lo más lejano del anarquismo que uno se pueda imaginar. Pero no es la única: trabajando el tema de la recepción histórica, en América Latina y Europa, de la obra del Inca Garcilaso a través de los siglos, me encontré con una dimensión de la justicia social, de la justicia redistributiva, que es clave en el pensamiento del Inca Garcilaso. Pero esta dimensión no fue una creación de unos individuos, de una élite como la de los Incas, de “reyes” o “emperadores”. Es simplemente una estructura cultural, social, económica, muy antigua en la región andina, una tradición comunal de la que los Incas son herederos. El ayllu no fue inventado por los Incas: ni por los Incas como pueblo, ni, menos aún, por los Incas como soberanos. Es una tradición en la que se inscribe la práctica social y política de los Incas. Y que ellos, inclusive, distorsionan, a través de la imposición de un sistema estatal (relativamente) centralizado. Pero esa raíz subsiste, y se observa en la presencia de formas de organización social y económica basadas en una cierta horizontalidad (por lo menos en el ayllu “clásico”, de aquella época), en el sentido de que hay formas igualitarias de redistribución de los frutos del trabajo colectivo. Y también hay formas de ayuda mutua en el trabajo colectivo. Todas esas formas coinciden con temas fundamentales del anarquismo: la ayuda mutua, la solidaridad, la igualdad e incluso ciertas formas de organizar la toma de decisiones, en las cuales la comunidad es consultada. En todo eso hay puntos de contacto con la tradición anarquista. Y eso es lo que explica el interés de los anarquistas peruanos –y no solo peruanos, también chilenos– por la obra del Inca Garcilaso. Un ejemplo es El comunismo en América, la obra de Angelina Arratia, que se inspira en las descripciones de la organización social-económica incaica transmitidas por el Inca Garcilaso, aunque no lo cite. Hay un interés por ese pasado indígena que estará en el centro de eso que, en la historia de las ideas, se conoce como el debate acerca del comunismo incaico, que ocupa una parte importante del libro.
En los Incas hay formas igualitarias de redistribución de los frutos del trabajo colectivo. Todas esas formas coinciden con temas fundamentales del anarquismo: la ayuda mutua, la solidaridad, la igualdad e incluso ciertas formas de organizar la toma de decisiones, en las cuales la comunidad es consultada. Y eso es lo que explica el interés de los anarquistas peruanos y chilenos por la obra del Inca Garcilaso.
Este debate se desarrolló durante más de cincuenta años –desde las dos últimas décadas del siglo XIX y hasta las tres primeras del siglo XX–, entre América y Europa. En buena parte de ese periodo el término “comunismo” no remitía al sentido marxista de la palabra, ni menos aún a su significado leninista, sino al sentido originario de teoría de lo común. Más concretamente, el comunismo es una teoría y una doctrina que defiende como valor la afirmación de lo común, en particular en relación con la economía. Es decir, los bienes fundamentales para la vida no deben ser objeto de apropiación privada por parte de individuos, sino que deben ser comunes. De ahí la palabra comunismo. En el libro reconstruyo el aporte del Inca Garcilaso al nacimiento de las diferentes teorías y doctrinas sociales y políticas del siglo XIX en Europa –el marxismo, el anarquismo, el cooperativismo, etc.– que buscaban alternativas a la inhumanidad del capitalismo, en particular, en la época de la Revolución Industrial. Entonces, hay nexos que trato de establecer, hilos conductores que trato de conectar, aportes que intento rescatar para que no queden olvidados, como pasó en la historiografía política tradicional, de matriz europeo-centrista.
TL: En esa discusión sobre el comunismo incaico, uno de los aportes centrales del Inca Garcilaso que destacás corresponde a la cuestión tradicional de la justicia distributiva, base del “estado de bienestar” que permitía el buen vivir en el Incario. Pero, tal como la presentás en tu libro, es una noción de buen vivir que no se deja atrapar por las imágenes neodesarrollistas, tan propias de los Estados latinoamericanos (incluso cuando se trata de un Estado que, a su modo, garantiza este buen vivir) ni que reduce lo político al modo de vida (o a una serie de hábitos individuales); es decir, no desatiende la esfera colectiva de la práctica política. ¿Es precisamente en tensión con estas líneas dicotómicas que se va construyendo lo político?
AGM: Es cierto que hay un debate, tanto en Europa como en América Latina, que suele reducirse a estas dos opciones: o se plantean formas de vida alternativa, con valores comunitarios, como la solidaridad, y otras formas de relacionarse con otros y con la naturaleza; o se plantea hacer política y tratar de ocupar el aparato del Estado, etc. O hacemos esto, o hacemos lo otro. Me parece que, en principio, el problema es esa dicotomía. Por el contrario, hay que tratar de articular esos dos desafíos: el de la forma de vivir y el de reconstruir lo político de una manera alternativa. Uno alimenta al otro. El desafío de reconstruir lo político de una manera alternativa debe alimentarse, en gran parte, del desafío que plantea el buen vivir. Ese sería el primer punto, mantener las dos cosas juntas.
En el libro reconstruyo el aporte del Inca Garcilaso al nacimiento de las diferentes teorías y doctrinas sociales y políticas del siglo XIX en Europa –el marxismo, el anarquismo, el cooperativismo, etc.– que buscaban alternativas a la inhumanidad del capitalismo.
Porque la pregunta es fundamentalmente política, es decir, se pregunta por cómo orientarse políticamente hoy. Y un primer posicionamiento sería, como ustedes dicen, no desatender lo político, sea bajo su forma estatal u otra. Evidentemente el buen vivir tiene una dimensión política, claro que sí. Pero otra cosa es asumir las preguntas y los problemas que plantea lo específicamente político, que tiene que ver con el poder, efectivamente, sea de tipo estatal o de otro tipo. Lo fundamental es que el cambio social –es decir, la construcción de un modelo social más humano, que tenga más sentido para todos– no puede definirse únicamente a través de transformaciones en la manera de vivir, sino que tiene que entenderse lo político de un modo más amplio. Y lo político en ese sentido amplio permite incluir, incluso, al anarquismo. El anarquismo es, sobre todo, una crítica de la política, pero no de lo político. El anarquismo plantea formas de lo político alternativas a las formas estatales de lo político. El desafío que se plantea es pues el de ir más allá de la dicotomía: hay que asumir, a la vez, el desafío que plantea la construcción de formas culturales alternativas como el buen vivir y, por otra parte, asumir el riesgo de lo político.
Segundo punto: ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hacer concretamente esta articulación, este cambio social? Pienso que a esto no se puede responder en general, en abstracto. La respuesta la debe crear y decidir la gente según las circunstancias, según los contextos históricos, sociales, culturales, políticos. No creo que nadie pueda ofrecer una especie de hoja de ruta con etapas ya preestablecidas. Es un papel que suelen ocupar ciertos intelectuales, de quienes me siento bastante alejado. No son los intelectuales, sino la gente misma (lo que incluye a los intelectuales) la que decide, en cada circunstancia, cómo articular el buen vivir y lo político, y a qué ritmo hacerlo. Porque todo eso depende, centralmente, de las circunstancias. Hay circunstancias en las cuales se fortalece la práctica de lo político y otras en que se fortalecen más las prácticas del vivir cotidiano, tratando siempre de evitar la dicotomía.
La pregunta sobre cómo reconstruir lo político se plantea de distintas maneras según el contexto. Por ejemplo, si pensamos en Argentina o en Chile, esta pregunta no se plantea de la misma manera en la época de la dictadura militar que hoy en día. Cuando uno trata de asumir esta dimensión de lo político como tal, lo primero que se debe hacer es no simplificar, no reducir todo a lo mismo. Es aprender a diferenciar contextos, situaciones. De lo contrario, no se puede pensar lo político, porque asumir lo político significa poner en práctica una especie de arte de la diferenciación, aprender a diferenciar, a no poner todo en un mismo costal. Porque si se convierte la realidad en algo de un solo color es muy difícil orientarse y tomar decisiones. La realidad es polícroma, de múltiples colores: ideológicamente polícroma y políticamente polícroma. Si finalmente borro los colores y todo es gris, todo es lo mismo, ¿cómo me voy a orientar? ¿Cómo puedo incidir en las tensiones, en los juegos de fuerzas que atraviesan una sociedad? En cada contexto la gente misma es la que define las formas que asume la construcción de modos alternativos de lo político. Y eso no se hace en abstracto ni por fuera del contexto.
Pienso, por ejemplo, en la experiencia de los cordones industriales, sobre el fin del gobierno de la Unidad Popular en Chile; una experiencia que, por desgracia, se convirtió inmediatamente en un terreno de lucha, de rivalidades políticas dentro de los diferentes partidos de la Unidad Popular; lo que contribuyó al debilitamiento de esta forma de autoorganización obrera, de esa forma de poder obrero y popular. Pero, años antes, ¿quién podía haber imaginado la experiencia de esos cordones industriales? Nadie, ningún teórico, ningún filósofo, ni sociólogo, nadie podía haberlos imaginado, ni dentro ni fuera de la Unidad Popular. Pues bien, eso surgió, impulsado por la gente misma, que enfrentada a una situación, a un desafío planteado por la movilización de las fuerzas de derecha y de extrema derecha, encontró esa forma de organización muy interesante y potente, los cordones industriales.
En Bolivia hubo una experiencia política, muy efímera, cuando el gobierno de Juan José Torres. En esa época se formó una Asamblea Popular con representantes de sindicatos, confederaciones obreras, campesinas, partidos políticos, asociaciones, etc. Es decir, una institución que, frente a lo establecido, se presentaba como algo nuevo y poderoso, que le disputaba poder al Estado. Eso tampoco lo había inventado nadie, eso fue algo que surgió de las necesidades mismas del contexto. Lo mismo ocurre con la famosa Comuna de París. Las formas de organización creadas en la Comuna de París, las formas de organización del poder social, no fueron tampoco imaginadas por ningún teórico, ningún filósofo, ningún político. Fue la gente misma que, por necesidad, tuvo que inventar formas nuevas de organización y de construcción de lo político. La Comuna fue una invención que impresionó a Marx, a Rosa Luxemburgo y a todo el mundo, porque era la primera vez que se veía en la historia del movimiento obrero occidental la construcción de una alternativa política al Estado burgués.
O un ejemplo actual, extremadamente novedoso, que es chileno y también colombiano, como el de la primera línea. Eso tampoco lo ha inventado nadie; ningún político o teórico dijo de un día para el otro: “Tenemos que hacer primeras líneas”. No, surgió de la necesidad de la gente misma, de los jóvenes que pensaron y crearon una nueva forma de organicidad al interior de la protesta, lo que implica toda una forma de relación de la gente en el seno de una manifestación. La manifestación no ya en el sentido tradicional, como una colección de individuos separados, sino como un cuerpo orgánico en el cual hay funciones diferentes que se articulan unas con otras. Eso es una creación política, y eso lo hicieron los jóvenes.
Bueno, son solo ejemplos de cómo, en la construcción de lo político, a la hora de articular estos dos desafíos, se debe simplemente confiar en la creatividad y en la espontaneidad popular. Hay que confiar en ciertas formas de espontaneidad social que, a diferencia de lo que se planteaban las organizaciones políticas unas décadas atrás, es un valor. Pero tampoco se trata de espontaneidad en el sentido de la supuesta “generación espontánea”, pues la espontaneidad es siempre portadora de memorias culturales, sociales y políticas, que suelen transmitir los círculos de acción.
TL: Como contás en el libro, Gómez Suárez de Figueroa –que luego devendrá en el Inca Garcilaso de la Vega y se dedicará a estudiar y a escribir– tenía como profesión las armas y brindaba sus servicios como militar a distintas cortes, por un salario exiguo, como él mismo dice. ¿Se pueden encontrar elementos de esa experiencia militar que nutren su escritura? ¿Qué lugar tiene la guerra en la imagen política que reconstruye el libro en torno al “socialismo inca”?
AGM: El Inca Garcilaso vive y escribe, en cierto sentido, en estado de guerra. Y organiza toda una serie de estrategias de escritura en ese sentido; estrategias para camuflarse, para decir sin decir, muy prudentemente. Pero, sí, claro, está ese pasaje del campo militar a la escritura. El mismo Inca Garcilaso lo dice y en su escudo figura claramente: “Con la espada y con la pluma”. Para él, escribir es una forma de continuar un combate que, en otra época, fue con la espada. Los incas fueron derrotados militarmente por los invasores. Y la época de la resistencia armada, con el intento de construcción de un enclave inca en Vilcabamba, también fracasa. Los últimos incas acaban destrozados. El Inca, que tiene una gran fineza en su análisis político, asume esta situación. Él veía cosas que poca gente en su época veía, y una de las cosas que él ve es que las condiciones para continuar el combate con las armas, con la espada, en ese momento preciso, no estaban realmente dadas. Lo cual no quiere decir que en otro momento pudiese plantearse de nuevo la opción de luchar con la espada. Pero todo depende, como ya dijimos, de las circunstancias, de los contextos, de los momentos. La contingencia es nuestra condición: vivimos en un mundo en el que todo cambia permanentemente y eso produce dificultad para orientarse.
Para el Inca Garcilaso escribir es una forma de continuar un combate que, en otra época, fue con la espada.
Se abre, entonces, un período en el que resistir puede significar resistir culturalmente, por medio de las ideas. Hasta que llegue otro contexto, otro momento, en el que se plantean las cosas de otra manera y sea de nuevo posible resistir con la espada. Pero en ese momento que él vive como sujeto singular en España, como emigrado indio, ¿qué podía hacer con la espada? Entonces, resiste con la pluma. Pero es un mismo combate. Él concibe la escritura como una forma de lucha extremadamente eficaz y potente para rehabilitar la memoria cultural de su pueblo y defender los derechos de su pueblo. La prueba de esta potencia y eficacia es el gran impacto que tuvo, tanto que lo llevó al rey de España (más de un siglo después de publicada la obra) a prohibir la circulación de los Comentarios Reales en todo el continente americano. El rey le tenía miedo a ese libro. Esa famosa cédula real llama a los virreyes a recoger el libro allí donde se encuentre: hay que recogerlo y quemarlo. Destruirlo y, sobre todo, impedir que vuelva a ser editado. Lo que evidencia que el Inca Garcilaso con su obra le da duro al Imperio español, más duro de lo que podía ser un tiro de arcabuz, o un bombazo, o cualquier tipo de arremetida con una caballería. En ese sentido, a mí el Inca me despierta una gran admiración. Fue un gran luchador, que llevaba una vida silenciosa en un pueblo perdido de Andalucía; mientras, secretamente, preparaba el bombazo que poco después iba a estallar. Eso es admirable: poca gente logra en la vida hacer algo así.
Pero también otra forma de guerra aparece tematizada en su obra, que describe un estado de guerra prácticamente permanente. El Tahuantinsuyo –es decir, el “Imperio” inca– tal como lo describe Garcilaso, no es una sociedad pacificada o pacífica, sino que está permanentemente en guerra. El Tahuantinsuyo se va expandiendo cada vez más, haciéndole la guerra a otros pueblos y sometiendo a otros pueblos. El Inca Garcilaso, frente a esto, simplemente reproduce el discurso oficial de los incas. La historia oficial que le transmitieron sus parientes, que pertenecían a la élite social de los incas. Una historia sesgada, una historia que distorsiona profundamente la realidad. En el libro indico este aspecto. Y esto es una suerte de contrasentido histórico, no solo por la manera como describe a los otros pueblos, los pueblos no incaicos –sobre todo a los pueblos preincaicos– como “bárbaros”, como “salvajes” que fueron civilizados por los Incas; sino también por la manera en que describe la guerra de los gobernantes incas contra los otros pueblos, para someterlos. Es una descripción idílica. Dice el Inca en muchas descripciones que los gobernantes incas buscaban “persuadir”, buscaban “convencer” a los otros pueblos de que debían someterse. Y que la utilización de la violencia y el llamado a la guerra solo era admitido en casos extremos, prácticamente cuando los incas se ven atacados y obligados a defenderse. Y que los Incas buscaban someter a los otros pueblos por el ejemplo, diciendo: “Miren, nosotros hacemos esto así, lo hacemos mejor que ustedes, entonces ¿por qué no son ustedes como nosotros? Sométanse a nosotros”. Esto es completamente idílico, la realidad no es así. La realidad es una realidad de lucha expansionista, de violencia y de sometimiento de otros pueblos. En ese sentido, este aspecto de la experiencia relatada por el Inca Garcilaso, el de la guerra, me parece lo menos lúcido de su lectura política.
TL: La mutación de Gómez Suárez de Figueroa en Inca Garcilaso de la Vega te permite problematizar la cuestión de la identidad y proponés la autopercepción y el renombrarse como operación ético-política fundamental. El desafío sería cómo tensionar cualquier idea de pureza, cómo mantener siempre abierta esa “identidad”, ¿no? Al mismo tiempo, este modo en que pensás la identidad se puede extender al modo en que pensás los conceptos y el propio proceso de pensamiento.
AGM: Esta forma de construir la identidad, de concebir la identidad como un proceso narrativo siempre abierto, puede servir para pensar formas de autoidentificación muy diversas. Todo tipo de identidad puede tener como base una concepción de la identificación como un proceso siempre abierto. Y acá aparece el elemento narrativo, porque lo que se suele llamar “identidades” son construcciones simbólicas. Al mismo tiempo, lo que somos es algo que no se deja encerrar en ningún concepto y que solamente se puede simbolizar. Por ejemplo, un nombre propio simboliza, de una manera siempre parcial, siempre precaria. En otras palabras, eso que llamamos el “yo”, el “sí mismo”, es una construcción simbólica, de tipo narrativo; el Inca Garcilaso se nombra y renombra contándose y re-contándose. Es lo que Paul Ricœur llama la identidad narrativa: solamente nos podemos narrar. No es por conceptos que podemos decirnos, es a través de relatos que podemos decir algo, simbolizarnos. Aquí la narración, que muchas veces ha sido dejada de lado en las ciencias humanas y sociales, en la filosofía, recobra un valor fundamental. Y, además, indica una pista significativa para reapropiarse de lo metafísico, de lo que no puede ser encerrado en conceptos, sino solamente simbolizado. Cuestiones fundamentales de la existencia, del existir, tienen que ver con la narrativa, con la narración, con nuestra capacidad de narrar.
Respecto de los conceptos y del trabajo del pensamiento, hace años que discuto la idea predominante en la academia de una “filosofía pura”, que estudia y comenta textos, que pretende llegar a la realidad solamente a través de los textos. Esa concepción de la filosofía y del pensamiento me parece problemática, creo que hay que hacerla aterrizar sobre otras experiencias, sobre cosas más concretas. Actualmente hay discursos –pienso, por ejemplo, en muchos temas presentados como decoloniales– que desde mi punto de vista pierden el contacto con la experiencia y acaban haciendo meras afirmaciones generales, abstractas. Se encierran en categorías o esquemas generales. Por ejemplo, cuando hablan de “la modernidad” –como si hubiese una sola modernidad, convertida en una especie de fetiche– y no se interesan por analizar concretamente qué contenidos puede tener esa modernidad. Encierran el pensamiento en un esquemita: modernidad colonial capitalista. Pero cuando se mira con un poco de atención, es fácil darse cuenta de que la modernidad es algo mucho más complejo, que en la modernidad hay elementos anticolonialistas, que en la modernidad hay elementos anticapitalistas. Es lo que trato de mostrar en el libro a propósito de las lecturas en Europa de la obra del Inca Garcilaso.
TL: Nuestro primer acercamiento a lo decolonial fue un texto de Silvia Rivera Cusicanqui en el que discutía fuerte con Walter Mignolo y presentaba lo decolonial como una operación que tenía su base en las universidades norteamericanas. Esta operación consistía en desconocer toda una tradición de pensamiento latinoamericano que ya había pensado estos problemas que plantean los decoloniales y en invertir la fuente desde las que se ponen a circular esos saberes, que vuelven a América Latina llenos de novedad, de neologismos. ¿Cómo te suena esta discusión que plantea Silvia?
AGM: La discusión que plantea Silvia a una serie de publicaciones que se autodefinen como “decoloniales” –sin querer, por ello, meter a todos en una misma bolsa– me parece oportuna, en tanto que plantea un problema que es preocupante, que es el de cierta “moda” decolonial. Ya Silvia lo decía en ese artículo: para ser admitido, para que le publiquen a uno algo en tales revistas, toca poner tales referencias de tales autores que forman parte del canon de los estudios decoloniales. Si no figuran los autores de ese canon, quedan excluidos los textos. Eso Silvia lo describe muy bien, no tengo nada que agregar. Lo preocupante de la “moda” decolonial tiene que ver con el hecho de que en todo fenómeno de moda intelectual o artística hay una tendencia a la simplificación. En los fenómenos de moda se convierte todo en estereotipo. Ya no se piensa, sino que se repiten estereotipos que son acordes con los cánones de la moda. Y eso puede llevar a cosas muy graves. Un ejemplo: una vez yo estaba dando un curso en la Universidad Nacional de Colombia y me encontré con un estudiante que me decía que la razón –en el sentido de la racionalidad– era algo europeo y, por lo tanto, colonial y colonialista. Que aquí, en los pueblos de América, nuestra facultad fundamental es la imaginación, no la razón. Somos seres de imaginación y no seres de razón. Y que reivindicar la razón era caer en una posición “etnocéntrica y colonialista”. Es casi una caricatura, pero expresa muy claramente algo que circula con fuerza y que constituye una extrema simplificación que puede tener consecuencias muy graves. Es más, este muchacho no se daba cuenta de que su discurso anticolonialista era, fundamentalmente, colonialista. Porque si algo ha hecho el colonialismo desde siempre es reivindicar la razón como algo europeo y la imaginación o el sentimiento como algo no europeo. Por ejemplo, es habitual escuchar que los blancos son “inteligentes” y que los negros tienen un sentido del ritmo formidable. Porque ellos sienten, tienen el ritmo, la emoción; pero no piensan. Los que piensan son los europeos. Ese discurso colonialista y racista es algo muy antiguo y se funda en la voluntad de detentar el monopolio de la razón para los blancos y dejar para los no-blancos la imaginación, las emociones, la afectividad. Y la posición de este muchacho que quería ser radicalmente anticolonialista era profundamente colonialista, porque reproducía esquemas binarios de esa tradición colonialista. Lo único que le pude decir fue que si algún día los indígenas en Colombia –porque él se reconocía indígena– decidían abandonar la racionalidad “por europea” e instalarse en lo puramente imaginario, ese día realmente los europeos que son colonialistas habrían ganado la batalla.
Lo preocupante de la “moda” decolonial tiene que ver con el hecho de que en todo fenómeno de moda intelectual o artística hay una tendencia a la simplificación.
Insisto, el ejemplo es un poco una caricatura, pero dice mucho, porque esta posición dicotómica entre la imaginación y la razón se traduce en otras formas de dicotomía. Por ejemplo, la modernidad y la periferia. “La modernidad es colonialista y capitalista”: esto es muy problemático, muy simplificador, y puede tener consecuencias graves no solo a nivel del conocimiento, sino también, y sobre todo, a nivel político. Porque muchas veces ese discurso supuestamente “decolonial” es portador de concepciones esencialistas de la identidad, ya sea de las identidades indígenas, afroamericanas o latinoamericanas –como si hubiese una especie de modelo de identidad indígena, africana o latinoamericana eterno, que trasciende el tiempo y las épocas–. Y, como en todo esencialismo político, hay un riesgo de chauvinismo e, inclusive, de rechazo a lo diferente, que puede tener consecuencias bastante graves.
TL: Nos interesa que nos cuentes un poco sobre tu método de trabajo, aquel que te permitió armar este texto riguroso en sus lecturas e hipótesis, cuidadosamente estructurado y muy logrado en su escritura.
AGM: En la mayor parte de las cosas que he escrito trato de desarrollar el mismo método. ¿Cuál es este método? Doy un ejemplo que tal vez permita entenderlo rápidamente, saliendo un poco del tema del Inca Garcilaso. Hace unos años escribí un libro sobre el filósofo francés Jean-Paul Sartre. Se llama De la náusea al compromiso. La náusea es una novela de Sartre en la que reescribe literariamente algo que ya había desarrollado en un libraco de filosofía de casi mil páginas: El ser y la nada –un libro que poca gente ha leído realmente, porque es bastante denso–. ¿Por qué la náusea? La náusea es la sensación terrible de angustia, de asco, de sentirse morir, que produce el sentimiento de que la vida es absurda, de que no tiene sentido. Es el nihilismo. El protagonista de La nausea es un personaje que de pronto capta –no solo intelectualmente, porque si así fuera no tendría mucho interés– con todo su cuerpo, en todo su ser, en todo su sentir, lo absurdo de la vida, y chorrea náusea. Es algo muy concreto. Eso corresponde a un período del pensamiento sartreano en el que enfrenta la experiencia de lo absurdo o del nihilismo: nada tiene sentido, la historia no tiene sentido. Pero es bien conocido que después de la Segunda Guerra Mundial, Sartre se convierte casi en lo contrario, en modelo del intelectual comprometido. Porque efectivamente, desde finales de la década del 40 y hasta el final de su vida, en 1980, fue un hombre muy comprometido con las luchas sociales, cercano en ciertos momentos al Partido Comunista, y hacia el final de su vida está más cerca del anarquismo. Hay ahí un enigma: ¿cómo un hombre que vive el mundo como absurdo, como un sin sentido, en estado de náusea, puede finalmente pasar a una forma de vivir comprometida a fondo con las luchas sociales? Hay ahí una pregunta. Y para hacer un libro hay que partir de un problema, de una pregunta –no se trata de escribir por escribir–. Se escribe –o al menos así lo pienso yo– porque hay algo realmente enigmático, un problema que resolver, como en este caso, el paso del nihilismo a un existir ético-político fundado en el compromiso con la justicia social. Entonces, primer punto de partida, el reconocimiento de un problema.
Segundo, ¿cómo abordar ese problema? ¿A partir de qué método puede uno abordar satisfactoriamente esa especie de salto que hace el pensamiento sartreano? A partir de otras experiencias que yo había tenido con otros textos, de entrada se me impuso como una evidencia que el método no podía ser puramente “libresco”. Es decir, que no podía estudiar la obra de Sartre desde El ser y la nada, y luego pasar a la Crítica de la razón dialéctica y así siguiendo, puramente con libros, con productos escritos, para finalmente llegar a una conclusión. Me parecía evidente que ese no podía ser el camino. ¿Por qué era evidente? Porque de lo que se trata es, precisamente, de una experiencia de vida y no solo de escritura. No es lo mismo vivir que escribir –aunque escribir forma parte de la vida–. Pero no es lo mismo. Tocaba, por consiguiente, estudiar la vida de Sartre y tratar de encontrar en ella experiencias que estén en consonancia con la filosofía nihilista. Hay una relación entre la experiencia de la vida como absurdo y el pensamiento sobre lo absurdo. Entre la vida y la obra hay una relación muy estrecha, y desde allí es posible pensar precisamente un método fundado en ese ir y venir permanente entre la vida y la obra. Y mi libro sobre Sartre es eso: un ir y venir permanente entre aspectos de la historia singular de Sartre, su biografía, y su pensamiento filosófico o no filosófico. Y en ese libro me parece que hay algunas pistas que permiten realmente entender por qué Sartre en una época desarrolla un pensamiento nihilista –influenciado por Nietzsche– y cómo después de su vivencia de la Segunda Guerra Mundial llega a otro tipo de pensamiento. El método, en una palabra, es el ir y venir permanente entre “lo concreto” de la experiencia del mundo que tiene una subjetividad (o un grupo de subjetividades) y lo que esa subjetividad puede pensar del mundo. Hay una relación entre los dos y lo uno alimenta a lo otro. Hay una alimentación de lo que se piensa por lo que se vive e, inversamente, hay una alimentación de lo que se vive por lo que se piensa.
Este método que alía lo teórico y lo narrativo es el mismo que uso con el Inca Garcilaso. El libro puede ser visto como una biografía histórica de una subjetividad singular que a su vez tiene toda una visión de mundo, un discurso general y un saber sobre la realidad. Aquí se explora de nuevo la relación entre experiencias de vida y concepciones filosóficas del mundo.
El libro puede ser visto como una biografía histórica de una subjetividad singular que a su vez tiene toda una visión de mundo, un discurso general y un saber sobre la realidad.
TL: Y ese método es el que te permite hacer un texto que no quede reducido a lo puramente conceptual, y que incluso tenga momentos narrativos muy interesantes (en particular, en aquellos en los que reconstruís la vida del Inca Garcilaso); en definitiva, una escritura ensayística que va más allá de la frialdad de los papers académicos.
AGM: En la misma línea de la pregunta anterior, si ahora me invitaran a redactar un ensayo puramente discursivo y conceptual –como suele entenderse en ámbitos académicos y filosóficos el ensayo–, me costaría muchísimo trabajo hacerlo, porque siento la necesidad, cuando escribo, de integrar lo narrativo. Y ese es el modo en que entiendo el ensayo político, como un texto que va más allá de la dicotomía entre lo conceptual y lo narrativo. Una dicotomía presente en toda una tradición académica de raíces europeo-centristas que se ha extendido por todo el mundo, y que sostiene que el saber conceptual es el verdadero saber, el que se produce en las universidades, el que tiene patente. La narración, de menor valor, queda relegada a los novelistas, a los que sueñan, a los que trabajan con la imaginación. Pues bien, esta desvalorización de lo narrativo me parece uno de los principales problemas epistémicos que se podrían plantear hoy en día.
Al mismo tiempo, cualquier proyecto de transformación social de la realidad debería asumir este problema. No se puede pasar por alto el problema de cómo construimos un saber sobre la realidad. Asumiendo que si lo hacemos de manera puramente conceptual, nuestro conocimiento –construido a partir de modelos eurocentristas– quedará definitivamente “cortado” de los saberes ancestrales y populares, de culturas donde muchas veces se producen saberes de manera narrativa. Si excluimos lo narrativo, rompemos toda posibilidad de diálogo con esos saberes otros, distintos de los conocimientos construidos en medios académicos, donde se privilegia lo conceptual y se entiende el ensayo como un producto discursivo-conceptual. Justo ahora estoy trabajando sobre este problema, tratando de pensar una filosofía narrativa. Partiendo de la idea de que todos reclamamos narratividad, ¿qué puede ser una filosofía narrativa? No es una patología ni un gusto particular de alguien. Más bien, somos seres narrativos y la narración de la humanidad y de lo humano es clave en el pensamiento. En suma, para vivir necesitamos narrativas, reclamamos relatos. ¿Escuchamos ese reclamo o no lo escuchamos?
León Rozitchner, nació en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, el 24 de septiembre de 1924 y falleció en CABA, el 4 de septiembre de 2011. Fue filósofo, escritor y uno de los intelectuales argentinos más importantes. Estudió Humanidades en La Sorbona de París, Francia, donde se graduó en 1952. Fue codirector en 1953 de la mítica revista Contorno, donde compartió espacio con Ismael, David Viñas y Oscar Masotta. Siendo profesor de la Universidad de Buenos Aires, en 1976 tuvo que exilarse en Caracas, donde fue profesor de la Universidad Central de Venezuela, director del Instituto de Filosofía de la Praxis e investigador del CENDES (Centro de Estudios del Desarrollo). El texto que transcribimos a continuación fue una clase realizada, luego de su regreso del exilio, para el Centro de Estudiantes de Psicología el 21 de agosto de 1984. Si bien refiere a cuestiones de un pasado lejano, creemos que muchos de los interrogantes que plantea pueden ser leídos en clave de nuestra actualidad
En la APA, que pretendía también ejercer ese saber y mantener la herencia de ese otro muerto ilustre que era Freud, se vio enfrentada al desarrollo de la lucha política argentina, frente al desarrollo de ciertos partidos
Vamos a hablar de una historia en el campo de la Psicología pero de una manera que merecedores, por decirlo así, desde esta apertura de un campo teórico, todo él también definido por las categorías del poder, por las categorías de un lenguaje que se convierte en un lenguaje de capilla, por la pretensión de una ciencia completamente alejada de los problemas que nos acucian hoy, no solamente los problemas tradicionales nacionales, los que se entienden como política, sino los problemas que seguramente están presentes en todos uds. ¿Qué pasó? ¿Qué nos pasó durante el proceso? ¿Cómo pudo ser que, en este país, en nuestro país se produjera, no es cierto, la presencia de un sistema donde la muerte, el asesinato, la alienación, es decir, la alienación a nivel político hubiera existido?
Frente a esa tremenda realidad en la cual vivimos y que todavía está presente entre nosotros, sin embargo, había aquí una ciencia, una pretendida ciencia, un pretendido saber que se desentiende por completo de toda esta problemática.
Yo no he visto ninguno, o no he escuchado ninguno de estos enfrentamientos por el poder del psicoanálisis en que estuviera presente justamente en el debate, el interés por elucidar, por tratar de comprender ese problema fundamental que tenemos. Entonces, evidentemente uno se decide a algo, que va a pasar acá, en la Escuela de Psicología, es que aquí también se da lo mismo, es que ahora tendrán que enfrentar uds aquellas formas de conocimiento que sirvieron en su momento para encubrir lo que estaba pasando en el país.
Y les decía que esto forma parte de una historia que tal vez uds no conozcan y que estas “ciencias”, que aparecen pretendiendo la totalidad del saber, también innovan y encubren. Yo por ejemplo podría señalarles que esto que uds están viviendo a nivel del psicoanálisis como una lucha por el poder, y con una pretensión de ejercer el saber cómo un garrote mágico contra los demás, todo en función de un predominio en el campo de la profesión, es decir todo al servicio de un determinado desarrollo de una posición y un mercado.
Me estaba preguntando si uds sabrían que este problema, el problema de un enfrentamiento de una Psicología dentro del Psicoanálisis para abrir un campo que permitiera pensar nuestros propios problemas ya había existido antes de que existiera el proceso. Porque el problema del proceso, uds conocen, tiene un antecedente aquí en el país. Es decir, los gobiernos militares se han sucedido, los intentos de dominación, los intentos de evitar precisamente que el pensamiento, que el conocimiento pudiese habitarse en nuestra propia problemática, eso ha existido hace mucho tiempo y no hemos estado nosotros mismos exentos de participar en el debate.
Entonces, yo recordaba, por ejemplo, antes del proceso, durante los años ´60, justamente cuando se produce el golpe de Onganía, se cerró también la Universidad. Ya en esa época se iniciaba en el país un debate muy importante que dio como consecuencia que la Asociación Psicoanalítica Argentina, que era el recinto sagrado de los teóricos donde la herencia de Freud, que también pretendía permanecer cerrada a los grandes problemas que presentaba el país, y aquellos problemas a los cuales nosotros también estamos inmersos como personas, esa dramática fundamental que nos correspondía vivir en un momento histórico determinado también había sido radiada del campo del conocimiento. También había sido ejercido en nombre de Freud un conocimiento que dejaba fuera del campo freudiano, perdón por la palabra que parecería propiedad privada, había dejado fuera de esa ciencia, inaugurada por Freud, una cantidad de problemas. Habían hecho que la Psicología creyera estrictamente en el análisis individual. Una individualidad, por lo tanto, separada de la sociedad, separad de lo histórico, de lo colectivo, encerrado, presuntamente en una intimidad que para nada necesitaba, en tanto los problemas y las dificultades de los enfermos iban requiriendo el trabajo médico, para nada requería ser incluido en ese campo como si hubiese una dramática esencial, una dramática metafísica que no estuviese constituida con el surgimiento del hombre dentro de una determinada circunstancia histórica. Decíamos que en la A.P.A., que pretendía también ejercer ese saber y mantener la herencia de ese otro muerto ilustre que era Freud, se vio enfrentada al desarrollo de la lucha política argentina, frente al desarrollo de ciertos partidos.
Dentro de esa A.P.A. aparecieron, entonces fuerzas que trataron de abrirse campo, que trataron de defender el saber de la Psicología para convertirlo en un conocimiento que englobara aquellos aspectos que estaban también presentes en Freud señalados, pero que la asociación psicoanalítica tradicional había dejado de lado. Así, apareció el grupo Plataforma, el grupo Documento, que se separaron de la A.P.A.
La ideología lacaniana, que justamente se declaraba como proviniendo de Freud pero que pretendía, de alguna manera determinar qué era lo bueno y que era lo malo en Freud, cuál era el verdadero y cual el falso Freud, es decir, nuevamente regentear un muerto a cuyo nombre se erigía un nuevo saber
Al mismo tiempo que esto sucedía, al mismo tiempo que desde estos grupos enfrentados al poder, que de alguna manera regenteaban el saber freudiano, frente a esa situación, frente a ese enfrentamiento aparece en la Argentina, con la presencia de Masotta y a través de él, el conocimiento de Lacan. Y nosotros meta repetir el mismo esquema del despotismo dentro de esta nueva corriente, ahora acentuando porque la presencia de Lacan le permitía a él excluir todo lo que se refiriese a la temática nacional, excluir todo lo que se refiriese a una ampliación o extensión del saber freudiano, que justamente estaba abierto con el grupo Plataforma y Documento, para volver a restringirlo ahora en función de una nueva ideología, la ideología lacaniana, que justamente se declaraba como proviniendo de Freud pero que pretendía, de alguna manera determinar qué era lo bueno y que era lo malo en Freud, cuál era el verdadero y cual el falso Freud, es decir nuevamente regentear un muerto cuyo nombre se erigía un nuevo saber. De aquí que las características de ese nuevo saber eran las mismas, era un nuevo saber que ocultaba todo aquello que, en la Argentina, dificultosamente se estaba abriendo en el campo del conocimiento.
Era la misma época en que estábamos nosotros dando clase acá. Y ese grupo, de ese grupo, de esa, de alguna manera, primera aparición del lacanismo en la Argentina que trataba de copiar exactamente el mismo poder despótico que estaba presente en la escuela lacaniana de París, esa misma escuela es la que se desarrolla aquí durante todo el proceso militar. Esa misma escuela es la que permite elaborar aparentemente un conocimiento científico, y así no habría ningún achaque particular por no haber enfrentado estos problemas, simplemente decimos que durante el proceso, ese sistema, esa forma de comprensión de la teoría freudiana, y por lo tanto de la Psicología y del Psicoanálisis le permitieron, bajo la evocación de Lacan, destruir todo lo que pudiese hacerle correr peligro frente al sistema aterrorizante que dominaba en la Argentina, y que por algo, por lo tanto fue utilizado en tanto tal, es decir, permitir o seguir permitiendo el ejercicio de la profesión sin tener que enfrentar ningún otro problema que pudiera presentarse si uno aspiraba a ir más allá. Es esta misma ideología, por lo tanto, producto de la presencia del sistema apolítico que hemos vivido la que pretende ahora prolongarse en la realidad luego del proceso político vivido. Es la misma forma de pensamiento, es la misma forma, por lo tanto, de tornar invisible, convertir en un punto ciego, los problemas fundamentales que son justamente aquellos, insistimos una vez más, que están presentes en la obra de Freud, y no por nada tanto, en esta presencia nueva de un Freud envidiado por Lacan como, en la presencia anterior de un Freud descubierto por la Escuela Psicoanalítica, siendo que se trata de desplazar, de admitir una herencia, tratando justamente de circunscribir el campo de lo solamente pensable, el campo de lo solamente audible, aquello que esta camarilla, así presente, que se adueña de ese poder hablar ella únicamente en función de la verdadera ciencia, es la posibilidad de seguir excluyendo de nuestro propio campo la presencia de los problemas fundamentales que nosotros estamos viviendo todavía aquí como continuación del proceso político. Por eso les decía, me extraña no encontrar dentro de lo que se está elaborando en este momento en la Argentina, no encontrar que la Universidad, que el saber que están recibiendo ahora en la Universidad no ponga en juego, no trate de ampliar el campo de la teoría, no trate de profundizar en el problema del saber cómo para poder dar cuenta de aquello que está todavía presente en nosotros. ¿Cómo comprender nuestro propio pasado? ¿Cómo comprender aquello que tan profundamente nos transformó? ¿Cómo no comprender el problema del terror que circunscribía el problema del saber? Y ¿Cómo no comprender, por lo tanto, que se trataba de inaugurar otra forma de conocimiento? Conocimiento que incluye aquello que antes tal vez no podía ser pensado por la existencia del poder aterrorizador militar pero que ahora sí. Nosotros, pienso, no podemos seguir en ese juego de mantener presente, una vez ya desaparecido, el terror militar, la presencia del terror en la cabeza del que piensa como prolongación de aquel anterior. Por eso les decía entonces que no se trataba de un retorno.
Nosotros no podemos continuar con aquellas categorías que estaban presentes en el proceso y que impedían pensar. Yo no vengo aquí a pedir que nadie haya hecho más de lo que hizo o podía hacer, puesto que yo mismo estuve fuera del país y hacía afuera lo que uds, tal vez no podían decir. Ese es otro problema. Yo no vengo acá a reivindicar ningún discurso. Solamente digo lo siguiente, por el hecho de haber pasado por el proceso no podemos seguir pensando y recibiendo una teoría que fue adecuada al encubrimiento y que sigue ahora.
Decía entonces que, ¿cómo es posible, ¿cómo podemos pensar que después de lo que ha pasado vengan a reunirse mil profesionales, estudiantes argentinos, aquí en Buenos Aires, a discutir el problema de la herencia de Lacan, y donde desaparece el problema fundamental? ¿Qué capacidad tenemos para resolver esos problemas, para volver a pensar con un instrumento adecuado eso que no pudimos pensar en su momento? ¿Qué nos pasó a nosotros los argentinos en este país? Eso es de alguna manera a lo que me estaba refiriendo. No estaba pidiendo para nada que hicieran algo que no podían hacer.
Pero lo que sí ahora podemos hacer es exigirnos a nosotros mismos no caer de nuevo en la trampa de aquellos que, o por qué no quisieron, o por qué previeron antes del proceso que no convenía pensar, porque no pueden negar que no hizo falta solo la presencia del proceso para que en la A.P.A. desde mucho tiempo atrás se encubrieron los verdaderos problemas de la realidad nacional.
Entonces, una vez más lo que plantea, es que tiene que ver Freud con todo este problema, que tiene que ver Freud con esta limitación del pensar, hasta tal punto que yo he escuchado una vez un lacaniano, y no voy a hablar de Lacan, esto es solo un ejemplo, voy a rescatar los aspectos más positivos, que de pronto, se asiste a un club socialista donde yo estuve presente, se estaba discutiendo el problema del marxismo, la decadencia del marxismo y un profesor, un psicoanalista lacaniano creo, comienza a explicar lo que decía Lacan y dice: “claro porque Lacan también había hablado bien de Marx”, como reconfortándose. Claro, lo que él decía era que lo más importante era que Marx había puesto el énfasis en el problema del signo…(risas). Claro, se dan cuenta uds, Marx había puesto el énfasis en el problema del signo. Pero no es el problema del signo que está presente en el primer capítulo del Capital, se extiende hasta abarcar todo el proceso de producción, se extiende hasta abarcar toda la contradicción social, y desarrolla a partir de allí y de ese signo minúsculo para dar cuenta de todo el problema del Capital y de la organización social, por lo tanto, de todo un problema de la teoría de la acción y de la teoría transformadora lacaniana. Se dan cuenta de que no depende desde que perspectiva nosotros leamos el problema. Si estoy esperando que Lacan me venga a anunciar a mí la verdad que tengo que describir en Marx estamos bien listos, ¿no es cierto?
Es evidente que no tiene sentido.
El problema de la alienación tiene que ser leído desde más atrás, desde aquel planteo que viene desde Hegel, que viene desde Marx, el problema de la alienación que nos atañe a todos, no simplemente al enfermo, todos estamos alienados en un sistema que encubre la relación que tenemos con él
Todo eso da cuenta de un estrechamiento de la perspectiva, que antes, puedo decirles, antes del proceso no existía. De pronto antes del proceso la Universidad del estado hubiera dado este surgimiento, actualmente más determinada por la teoría del psicoanálisis. Antes pretendíamos por lo menos, creo leer a Freud y tratar de encontrar una temática que permitiera pensar. Pero ahora nos pretenden mostrar un Freud donde los aspectos positivos de la teoría freudiana, aquellos aspectos expresados desde un comienzo cuando Freud decía que la Psicología individual es ya desde un comienzo y en un principio psicología social, no estaba diciendo meramente una frase, estaba diciendo que el análisis, el discernimiento de estructuras más específicas, más profundamente individuales tenemos que ver, ya presente aquí dentro la estructura social y colectiva. Y esto no es un juego, entonces por qué diablos, nos preguntamos este psicoanálisis ramplón que viene a buscar el descubrimiento del lenguaje que creo más preciso cuando más encubridor es, que cree que son más independientes cuando menos se dan cuenta de la sujeción, que permanecen ignorando el problema de la alienación, que no es un problema referido a la enfermedad “mental” de la madre. El problema de la alienación tiene que ser leído desde más atrás, desde aquel planteo que viene desde Hegel, que viene desde Marx, el problema de la alienación que nos atañe a todos, no simplemente al enfermo, todos estamos alienados en un sistema que encubre la relación que tenemos con él.
Entonces, por lo tanto, lo que nos interesa mostrar es que en Freud ya está presente, incluso en ese Freud revolucionario extremadamente izquierdoso señalado como un liberal y pequeño burgués.
Hasta en estos que están tratando de administrar al derecho de Freud bajo la vocación de Lacan, hay un encubrimiento de una verdad muy profunda que tenemos y que pienso justamente que lo importante sería volver nuevamente a Freud apoyándose en una concepción teórica que pueda analizar los presupuestos de los que parte cada teoría en cada teoría científica. En ese caso una concepción filosófica que haya debatido previamente el problema de los presupuestos de esa ciencia, esos presupuestos de los cuales nosotros comenzamos a pensar los presupuestos de la ciencia, tal vez y solamente desde allí, podamos entonces tratar de comprender que significa una ciencia y una psicología. Por eso pienso que no se puede leer a ninguno de estos autores sin remitirnos a una constitución anterior. La desgracia es que ahora está todo separadito y atomizado. Se estudia psicología, pero no filosofía, la psicología es una rama y la filosofía es otra. Pero, sin embargo, pienso que no hay posibilidad de hacer una sin la otra. Pienso que justamente ese requerimiento está presente en Marx y en Freud. No por nada Freud en última instancia se consideraba a sí mismo como un filósofo frustrado frente a por ejemplo la filosofía hegeliana. No por nada en Marx está presente una psicología a la cual él tiende a elaborar y dar los primeros pasos. Es decir que el problema que ha determinado toda esta búsqueda, el problema de estos hombres que han sentado las bases de un desarrollo nuevo del saber, ha sido justamente que no han atomizado ni han separado. Así como Marx tendía a abarcar desde lo histórico y lo individual, así también Freud trató de abarcar desde lo individual lo histórico, y no podía estar separado un aspecto del otro.
Y, qué nos enseña este nuevo psicoanálisis que nos vienen a mostrar en nombre de Lacan, un sujeto sin historia, así como, por otro lado, Althusser nos quería mostrar una historia
sin sujeto
Y, qué nos enseña este nuevo psicoanálisis que nos vienen a mostrar en nombre de Lacan, un sujeto sin historia, así como por otro lado Althuser nos quería mostrar una historia sin sujeto. No sé si uds recuerdan, pero el debate de Althuser ha sido superado porque Althuser no estaba ligado a un problema profesional, salvo el de la proyección revolucionaria, y fracasado ese proceso revolucionario con el también desaparece, por así decirlo, la concepción althuseriana que había relegado el problema del sujeto en el problema del proceso histórico, que había relegado al problema de la subjetividad en el proceso político.
Pero encontramos ahora una contraposición semejante y análogo en cierto sentido, en el seno del psicoanálisis encontramos una concepción que excluye la historia. Es decir, una subjetividad sin historia, una subjetividad que quedaría para ser comprendida en su más profunda dramaticidad separada completamente de lo que nos ha pasado, por ejemplo, lo que pasó en el proceso militar que acaba, o mejor dicho que está queriendo terminar. Estos aspectos están presentes en Freud, yo no creo que tenga que iniciarlos a uds, hoy en ese desarrollo. Está presente en la enunciación más elemental del Edipo. Uds saben es la estructura mínima de la cual se constituyen, tanto para Freud como desde una concepción marxista, se constituye el primer poder despótico en la subjetividad del niño. Pero para Freud el problema del Edipo es la presencia, la aparición de una subjetividad despótica como determinando la conducta y la acción, y por lo tanto la escisión del yo.
Ese problema no lo podemos analizar si no lo vemos y lo ponemos de relieve sobre el fondo de un deseo colectivo, entonces tratar de recurrir para analizar el problema de lo individual, de lo individual que estaría constituido por la matriz elemental de la familia, recurre a un tránsito histórico, trata de comprender como fue el advenimiento de la historia el tránsito de una colectividad a otra, el tránsito de la horda primitiva a la alianza fraterna, el tránsito forzosamente violento que implicó la muerte del dominador a la alianza fraterna, es decir, de la misma manera aparece en Freud una extensión de los límites de lo individual, como exigiendo que para poder ver lo minúsculo, él dice así, de la conducta individual es preciso ampliar la visión y esta ampliación de la visión solo se consigue a nivel de las ciencias humanas, ampliando el marco en el cual está inscripto, ampliando más hasta abarcar la totalidad del proceso histórico.
Supongamos que sea válida que la explicación que hacen los lacanianos hayan deformado aún la teoría de Lacan.
Lacan no se basta a sí mismo, hay que recurrir a Freud. Pero más todavía, retomando la teoría de Lacan yo no veo que haya prolongado ninguna de las teorías de Freud hasta abarcar el problema de lo colectivo y lo político. Es decir, a incluir dentro de todo lo que aconteció, la teoría de la definición histórica. Esto es visible aún en la concepción de lo simbólico en Lacan, donde el problema de Edipo, todo el problema que muestra Freud, el enfrentamiento que tiene que ver con lo económico, es decir, con la creación de fuerzas antagónicas, y por lo tanto con la represión de la agresión. Todo eso no aparece planteado en la obra de Lacan.
Yo digo que aún está también presente como está en el campo de esta gente que de alguna manera se actualiza al negar el código que legó Lacan, como también creo que es posible negar en Lacan porque él también está negando a Freud.
Una cosa es Lacan que puede ser un tipo admirado por el enfoque y el desarrollo que hizo, aún en su imparcialidad, eso no hace, por lo tanto, que tenga que ser reverenciado como el que abre un nuevo campo científico como es Freud. Podríamos nombrar un sinfín de autores que han aportado a la teoría freudiana, pero que de ninguna manera han significado un olvido de aquella triste matriz que elaboró esta teoría y que era mucho más rica en su desarrollo de lo que está presentando el lacanismo. De ahí la insuficiencia con la cual nosotros leemos a Lacan, de ahí al mismo tiempo los psicoanalistas que son expertos en detectar el problema de la sumisión o de la identificación con el otro, no perciben que Lacan exige para ser leído, solamente para ser leído la sumisión. Para ser desentrañable exige que de alguna manera nosotros tengamos que ser reverentes con su discurso y admitir la profundidad de su verdad que nos obliga a insistir varias veces en su lectura para desentrañar su mensaje. Esa característica del lacanismo no puede pasar desapercibida porque evidentemente sí somos teóricos verdaderamente del discurso no podemos dejar de lado aquello que está circulando en él, en su primera presentación. Ahí también circula una significación especial. En fin, esto lo dejamos de lado como algo parcial.
Pregunta inaudible.
Prof.: Al escucharte hablar parecería que no hay nada que hacer porque el poder hace de nosotros lo que quiere. Y parecería también que la represión no viene a reprimir nada, sino que se instala simplemente como una represión pura. Si el proceso viene a reprimir y a asesinar y a violar y a matar y a destruir y a transformar la economía del país es evidente que lo que hace una presencia de un poder que estaba emergiendo.
Ningún poder represivo reprime por placer, sino porque detecta en ciertos índices, la aparición de un posible futuro contrapoder que lo puede enfrentar.
Yo creo que los militares veían más lejos en ese momento. No eran procesos esporádicos que aparecían aquí y allá sin significación.
Y por algo cuando reprimen, no solo reprimen a la clase obrera, destruyen toda la educación del país, cierran las universidades, expulsan a los profesores, niegan la posibilidad en la sociedad de que empiece a expandirse un saber diferente, destruyen las organizaciones de barrio, las organizaciones populares, destruyen las organizaciones a nivel agrario del interior del país. En fin, no golpeaban de cualquier manera. Ellos veían cuales eran los puntos de emergencia de ese poder que evidentemente no estaba constituido de manera cabal porque estaba formándose, y eso les sirvió, de alguna manera para encontrar el punto de aplicación del terror valiéndose del terror. Para ellos no era el problema de la guerrilla, era el problema del país.
Bueno, retomando, en la medida en que el Edipo se va abriendo, lo que quedó relegado como sometimiento del niño, permanece como intento de dominación también.
Justamente, lo que Freud nos da es una teoría donde están presentes los dos aspectos en el niño mismo. La presencia de lo que en el niño es absolutamente indelegable, que es su propia libertad, que por un momento cede en esa situación equívoca de la salida infantil. ¿Pero eso no desaparece para siempre, queda por lo menos presente en el campo inconsciente, que explico? Es decir, como algo que vuelve nuevamente a plantearse en ¿?? Nueva relación de sometimiento a la cual el niño, convertido en adulto va a tratar también en gran parte, de escapar. Por eso creo que de la teoría no vamos a tener solamente el aspecto de sometimiento, el aspecto de la implantación de la ley, si mantenemos eso no hay salida, caemos en el pesimismo, pero si mantenemos justamente eso que esta presente en el niño ya; aquello que va a subsistir en el adulto. Podemos contar con una dimensión e optimismo de pensar que la represión, que sigue reprimiendo, reprime porque hay algo incontenible que no puede resistir lo que está presente siempre. Esa es la conclusión de Freud.
Alumno: -En este planteo estaría el deseo antes que la represión.
Prof.: -Está presente el deseo y también como una salida imaginaria del niño. Lo que Freud plantea en el deseo es la primera aparición en el campo imaginario de satisfacción, es el esquema de la repetición, saliendo del pecho de la madre, del vientre de la madre la primera satisfacción de alimento, ahí aparece claramente expresado. El deseo es el intento de repetir la percepción del primer objeto que produce satisfacción y repetirlo tal cual.
Pregunta no desgrabada.
Profesor: -…Un campo político que simplemente se plantea el problema de la alienación enfrentando la determinación despótica en el campo del estado o enfrentándola en el campo de la economía, descubriendo la estructura falaz de la economía o descubriendo el problema de la religión, todos estos son planteos insuficientes, porque si vos pretendés movilizar a la gente para una acción tenés también que movilizarlos desde ese punto fundamental que quedó sin tocar en esta teoría que es lo que se llama politiquismo habitual, que es lo que a izquierda habitualmente desarrolló. La izquierda habitualmente desarrolló aquello que se refiere a la puesta en duda y a la puesta, por lo tanto, en el cauce de la cuestión del sometimiento infantil que sigue presente en el adulto. No tocó las estructuras afectivas de dominación presentes en nosotros. Es por eso que podía tener la cabeza a la izquierda y el cuerpo a la derecha.
Profesor Kaminsky: -Comenzaste generando un fenómeno restringido pero que tiene que ver con nosotros, que es un fenómeno de sometimiento profesional que explica agresiones, sumisiones, etc. Llegamos a la conclusión de que en el campo colectivo solamente podemos pensar si podemos hacernos cargo del fracaso.
Este pedido colectivo de pedir una receta tiene que ver creo yo, no tanto con la receta sino con sobre el fondo de qué subjetividad social podemos estar analizando este fracaso, sobre el fondo de que colectividad esta subjetividad se desarrolla.
Entonces cómo construir una teoría que resista bien, cómo construyo una subjetividad que sea fuerte frente al embate de este poder despótico y cómo me amplío en un cuerpo común colectivo que también pueda enfrentar el poder colectivo despótico. Yo creo que más allá de las recetas hay un punto que creo que duele, me gustaría saber qué pensás y qué lo tocaste tangencialmente hace un ratito, acerca de que, entre el fracaso y la resistencia, hay algo que duele mucho en el campo profesional de la psicología y en el campo colectivo del poder despótico implantado en los años anteriores, que es la cuestión relativa a qué es lo que hemos invertido nosotros para ser sometidos.
Es decir, esta represión, además de ese garrote del que hablaba, ha sido productiva, ha podido reconstruirse tomando elementos que estaban ahí. Así como existe una política de destrucción de la economía nacional, Martínez de Hoz, existen por la calle coches importados, en este sentido hay un juego de agresiones, algunos sociólogos que le quieren llamar consenso, que tienen que ver con el sometimiento. Entonces yo quisiera que ahondaras un poquito más en esto: qué de sometimiento ha habido en cada uno de nosotros y colectivamente en todos para comenzar a pensar los índices, la profundidad y el registro de este profundo fracaso y para poder imaginar con estos optimismos que podemos sacar desde el fondo del Edipo y desde lo colectivo. Entonces me gustaría que apuntaras un poco más a esto: entre fracaso y resistencia está el tema del sometimiento y la adhesión positiva en esto del sometimiento y no el “nos tuvimos que callar la boca”, nos mataron, etc. Hubo un cuantus de agresión y lo señalaste claramente en un campo restringido como el de la psicología. Cree que de manera ampliada puede haber ocurrido exactamente lo mismo ¿Qué pasó con esto del sometimiento?
Profesor Rozitchner: – Yo, francamente ante esa pregunta puedo decir no sé que pasa. No sé que pasó, primero porque yo estuve fuera del país y por lo tanto no sé qué pasó porque estuve fuera de lo que les pasó a los que se quedaron acá. No estoy autorizado a contestar esa pregunta porque no tengo con qué contestarla, podría contestarla a nivel teórico y sería una presunción, el querer hacer una teoría con un contenido que desconozco. Por eso pienso que uno viene más bien tratando de escuchar y comprender más que de dar recetas y hablar y decir cómo hay que enfrentar con recetas concretas este problema. Yo vengo a ubicarme en la misma posición en que estamos todos acá, a preguntarnos qué nos pasó y en última instancia a preguntarles a uds también, así como algo nos pasó a los que nos quedamos afuera, que pasó con los que se quedaron adentro. Pero ese es un campo todavía reconquistable, a reconquistar, a comprender. Yo no sé, en ese sentido qué pasó. Podría tirar unas categorías que me aproximen a ese entendimiento y que seguramente uno podrá utilizar para entender. Pero ahora yo no podría decir sobre eso nada más.
Alumno: -Perdón, cuando el profesor se refirió al sometimiento, a mi se me ocurrió, se me conectó con el tema de la desaparición y el tema de la forclusión respecto de la desaparición. Entonces…
Profesor: -de la forclusión…
Alumno: -Si, eso de quedarse sin registro, de un número, un nombre, sin ninguno de los estatutos en que uno estaba acostumbrado a vivir. De allí es que pensé, quizás ese terror, ante ese terror, el tema del sometimiento se hace efectivo.
Profesor Kaminsky: -Yo decía esto porque yo también estuve algunos años afuera.
Señalaba León hace un rato que el miedo no se deja, el terror está, que esta situación uno la padeció desde afuera, desde ese extrañamiento que se llama exilio sobre el que León tiene un trabajo. Y esta pregunta yo la hacía un poco indirectamente para justamente ver desde ahí, desde ese encuentro, Norman Brisky decía: “Si hubo dos exilios, uno interior y otro exterior, tiene que haber dos regresos”, y tenemos que regresar y encontrarnos, no podemos correr, caminemos despacio. Pero tenemos como direcciones bastantes precisas, pero solamente lo podemos hacer en la medida en que podamos hacernos cargo de las trampas que están anudadas en nosotros mismos, no ponerlas afuera o nosotros ponerlas adentro en términos geográficos. Y en términos subjetivos de la misma forma.
Hubo los que se entregaron, hubo los que se resistieron. Yo creo que tenemos que empezar a desenmarañar y tenemos algunas herramientas y algunos instrumentos, vamos a ver que eficacia tienen todos estos instrumentos, teorías, elementos y autores. Lo que tiene que haber fundamentalmente es la voluntad de hacer. Además, recogiendo lo qué decías antes, reorganizando experiencias de seminarios, de grupos, etc…, en donde de alguna manera esto de lo colectivo y lo individual comience a resolverse. Pero desde la idea de que también el sometimiento transitó por nosotros. Eso es un poco la pregunta.
Yo decía qué de adhesión hay en nosotros en toda esta cosa que ahora reconocemos, qué de terrorífico tengo yo ante este problema adentro mío cuales son mis propios aspectos monstruosos. Yo no se realmente si tiene que ver con, o si lo podemos analizar a partir de esto que señalaba el compañero que es la forclusión. En ese sentido podríamos decir, bueno qué asociación hacemos entre forclusión y terror. Habría que pensarlo. Pero desde estas adhesiones, desde estas inversiones de deseo qué es lo que nosotros tenemos invertido en todo esto.
Si nosotros no lo reconocemos en nosotros mismos lo vamos ampliando mal y vamos a poder analizarlo aparentemente, objetivamente.
Profesor Rozitchner: -Para terminar un poco la cosa. Yo lo que veo, por otra parte, es este juego entre dos aspectos de la teoría que desarrollábamos siguiendo a Freud, el aspecto de lo individual y lo colectivo, y aquí apareció, evidentemente, lo platearon uds., los distintos niveles en los cuales la contradicción se ha planteado.
Yo pienso que lo fundamental, lo importante es la aparición como propia de una teoría que se ocupa de la subjetividad, de una teoría que se ocupa de la subjetividad, de una teoría que se ocupa de la psicología social, de estos problemas que no pueden estar al margen, y tienen que ser, como uds lo hacen, recuperados.
Me parece que como punto de partida es importante esta recuperación, este volver en este campo que anteriormente estaba vedado, este sinnúmero de problemas que tal vez no tengan o con seguridad no tienen una solución, un enfoque adecuado, pero que los tengamos presentes para poder comenzar dese allí en estos dos extremos y manteniéndolos presentes, plantear los problemas que nos traen, de alguna manera, que nos traen aquí. Eso es lo que me parece digno de ser señalado como punto de partida para esta charla. Haber hecho o haber dejado que aparezcan, que afloren estas dimensiones de la realidad que habitualmente ponemos entre paréntesis, al margen, como suspendidas, cuando nos metamos en el campo de la teoría así llamada científica, tanto de Freud como de Lacan.
Yo no sé si hay algo que agregar a todo esto. No se si podemos, por el modo en que se ha ido desarrollando todo esto. Intentar un resumen cabal paso a paso de lo dicho en cada momento. A no ser que haya alguna pregunta que pueda contestar.
Aquí se está repitiendo un poco lo que dice Foucault y lo que por otro lado también dice Freud. El sistema no podría subsistir si solamente reprimiera, para poder subsistir tiene que conceder y a través de la concesión, reprimir. Las formas más sutiles de la represión son las formas de la satisfacción.
Es decir, el sistema no aparece solamente para reprimir, insisto, aparece con la intención de satisfacer, pero la forma sutil que tiene justamente este poder es que en la satisfacción misma que nos va proporcionando nos reprime. La forma más útil de esto que les estoy diciendo es la aparición de Perón. Perón reprimió, pero no reprimió de golpe inmediatamente, reprimió en la medida en que organizaba, en la satisfacción a la clase obrera y tenía que conceder, pero esta concesión tenía también su contraparte.
La parte de sometimiento que él obtenía a través de esta concesión y que por otra parte le permitía a él obtener lo esencial, como decía Perón: “asentarse en el corazón de los hombres”. Este asentarse en el corazón de los hombres, Perón lo lograba a través e dar, a través de conceder, a través de gratificar.
De modo tal que no podemos seguir pensando el poder como simplemente desnudo represivo, como el que aparece en el momento de decir su verdad, en el momento del terror. Ese es un momento, nada más, un momento extremo en el cual ya no puede satisfacer y solamente queda en ese momento si, la necesidad de reprimir. Lo característico del poder es eso.
Peor, en fin, habría que hablar mucho más y tal vez hablar de por qué es necesario acudir a la teoría de la guerra para entender que el Edipo no funciona estrictamente a nivel individual, sino que también funciona a nivel de una teoría, de la elaboración de una teoría que organiza las fuerzas dominantes de la sociedad. Pero, en fin, estas son palabras mayores que acá no vamos a desarrollar ahora. Yo creo que tendríamos que terminar acá.
Aplausos.
FUENTE: REVISTA TOPÍA
A raíz del debate despertado por una serie de televisión (donde el rol de un grupo religioso específico dentro de la trama política argentina y sus vínculos con el poder son, principalmente, los temas fundamentales), nos proponemos poner sobre la mesa una cuestión que, parece, vuelve a cobrar importancia en estas épocas de hiper-conexión comunicativa: la meta-ficción y sus “enseñanzas”.
Más allá del contenido de la serie -no entraremos en el debate suscitado sobre la verosimilitud, originalidad, posicionamiento ideológico, etc. que tanto ha dado que hablar-, vale la pena llamar la atención sobre un aspecto a la vez curioso y llamativo; como bien afirmó su autora en su último artículo de opinión en Eldiario.ar:
“El Reino abrió un debate. Tal vez, ése sea uno de sus mayores e impensados logros: que a partir de lo que esta ficción cuenta, se haya habilitado en la sociedad una discusión que permita pensar en voz alta algo que estaba latente, que necesitaba hablarse puertas afuera, entre todos, discutirse”.
(Piñeiro, C. “En El Reino, la ficción también es mentira”, 29/8/2021)
El fragmento tiene un énfasis, en negrita, sobre el valor desatado a partir del debate no calculado por la misma autora -o eso, al menos, es lo que se infiere de sus propias palabras-. Quedémonos con eso, por un momento, en algún costado de nuestra lectura. Si añadimos lo que sigue, “a partir de lo que esta ficción cuenta…”, paradójicamente no subrayado por la edición del diario, tenemos una aproximación interesantísima sobre lo que la ficción, incluso no premeditadamente, puede suscitar y fomentar más allá de sus propias fronteras narrativas.
¿Qué puede “provocar” una ficción?, se preguntaban hace muchos años los teóricos de la literatura comparada, y algunos semióticos de la escuela estructuralista francesa. Formalismos aparte, volvámonos polémicos con una posible hipótesis: a diferencia de los textos expositivos -mayoritarios en los diarios, revistas, blogs y tesis-, la ficción abre, intempestivamente, hilos y ríos de interpretación inusitados.
Algunos lectores apresurados intentarán argumentar el hecho de que la ficción, por razones obvias, es más “popular” y tiene más llegada a un público amplio que no, por ejemplo, un artículo científico, reducido a una élite académica e intelectual. Otros, en la misma línea, aducirán que son los ejes temáticos aquellos que marcan la diferencia. Aquí, sin dejar de destacar esas suposiciones, nos volcamos sobre una tercera lectura del factor ficcional como motor de debates en la sociedad: mientras que un análisis -incluyendo a este mismo artículo- descriptivo, explicativo, argumentativo, prescriptivo y normativo llenan con teoría (con “llenar” nos referimos a intentar cubrir, respondiendo, los espacios siempre emergentes del devenir humano), la ficción, dramáticamente, tensiona el relato con imágenes que dialécticamente despiertan pasiones. Y las pasiones, más allá de su trillado uso, mueven a los cuerpos.
¿Cómo se produce esta conmoción, incluso en áreas donde poco y nada sabemos?
¿Bajo qué forma esa identificación con un personaje que en nada nos representa puede, aún así, despertarnos la ira que hace, cuando éste cae, alegrarnos por su derrota, haciéndonos saltar de un estado alterado a otro en cuestión de minutos?
Algunos, leyendo estas preguntas, se estarán cuestionando si toda esta exposición no es más que un revival de la ya histórica deriva estética de la teoría crítica, ese énfasis por la percepción, la forma, el discurso -el pulso del relato, la recepción-, supuestamente en la vereda de enfrente del objetivismo de las ciencias sociales, de la evidencia del empirismo, incluso de las relaciones materiales de la existencia.
La respuesta, seguramente insuficiente, no pretende solucionar esa cuestión, ya de por sí bastante estudiada. Además, hacerlo sería, muy probablemente, formalizar aquello que supuestamente pretendemos rescatar.
Sin embargo, podemos arriesgarnos a vaticinar una posible relectura, abriendo aún más la grieta para insertar un eje distinto: la de rechazar ambos, el plano teleológico e instrumental del lenguaje, y defender, aunque sea contra-fácticamente, es decir, algo que podría ocurrir aunque jamás ocurra, puntos de fuga con un trasfondo activo e imaginario, intersubjetivamente amasado, entendido. Una coordinación sin un corpus temático.
Con la serie de la escritora Claudia Piñeiro hemos visto cómo el debate emergió luego de haberse emitido la tira ficcional. Artículos como este comenzaron a pulular por las redes y blogs, intentando darle un marco teórico a la discusión. La autora destacó, como vimos, ese run run como un elemento positivo dentro de una sociedad democrática, enfatizando sobre todo en el hecho de que fue una ficción la que lo produjo -aunque confiesa, no intencionalmente-. La serie, pues, dio lugar, no forma, a una cuestión latente previa a la serie. El espacio, así, se otorgó mediante recursos dramáticos, no expositivos. El contenido del tema abrió múltiples lecturas que desbordaron con creces la trama de la serie, es decir, de lo particular se viró a lo general, y vice versa, haciendo dialogar ambas dimensiones mediante contrastes y comparaciones, etc. Ese ejercicio, somático y cognitivo, raramente se dispara cuando se alecciona desde la trascendencia.
A diferencia de otros discursos, afirma Piñeiro, la ficción es una mentira que no pretende engañar, `como sí lo hace otro tipo de discursos, porque advierte que lo es y se define a sí misma en el contrato ficcional´. La retórica, la comunicación y la escritura, parece estar diciéndonos, no están lejos del viejo acto de contar historias, aunque precisemos de una metafísica, una ontología, un horizonte sobre el que dibujar un marco, un ideal.
Esa necesidad, sin embargo, no habita fuera del discurso mismo que la narra, sino que es inherente a su -histórico- mecanismo de convencimiento argumentativo. Y así se vuelve herramienta, no principio, de todos los relatos.
Al decir esto, nos adentramos en un terreno movedizo, ya que implícitamente estamos confirmando la necesidad de un constructo, como la de una rueda para que el vehículo circule sin trastabillar. Ese es el aprendizaje de la ficción -y, de paso, del uso del lenguaje en sus principios, antes del fin comunicativo por excelencia-. Sin pretensiones de verdad, no hay emisiones; sin “núcleo”, no hay verosimilitud (credibilidad) del discurso. Sin discurso…
Nada es más escalofriante que aquello que deja en el aire el metalenguaje sin pactar, contrato ficcional del mundo de la vida.
Todo el ruido de lo ya pensado, impide la escucha del presente, de lo desconocido.
Henri Meschonnic
Hacer una lectura política quiere decir contextuarla en la ciudad, en la teoría de la ciudad en el sentido más amplio.
David Viñas
I
No es fácil pensar una época a través de una obra ni lograr que un texto le hable al presente. De este modo se puede comprender la dificultad que atraviesa el bienpensante de izquierda: en cuanto su tiempo no le brinda respuestas, la impotencia obtura la efectividad de su pensamiento. La eterna lógica de buscar en la historia lecciones –o errores de los que «aprender para no repetir”– es desafiada con el surgimiento de fenómenos imprevistos o situaciones de nuevo tipo. Quizás el problema no radique tanto en la selección de textos, sino más bien en nuestra hermenéutica: la “dificultad” se resuelve, en parte, en el modo como los lectorxs decidimos enfrentarnos a los textos.
II
Pueden señalarse, entonces, dos tipos de lectura: la lectura a la que recurren lxs eruditxs y acumuladorxs de información y, en la vereda opuesta, aquella que funciona como insumo habilitante de una lectura activa para las nuevas luchas.
Un archivo no puede entenderse sino como una derivación de estas formas de lectura. Así, por un lado, encontramos el museo inerte académico y, por otro, el archivo militante donde los conceptos y saberes de otras épocas pueden ser, también, parte del combate en el presente. Uno presupone el conocimiento como fin en sí mismo, el segundo, como búsqueda de nuevas aperturas colectivas.
Escribimos y publicamos esto en momentos en que el retroceso de los gobiernos progresistas en la región y, en particular, la brutalidad del gobierno de la Alianza Cambiemos nos obligan a revisar las dos últimas décadas en búsqueda de claves explicativas. La inauguración del nuevo milenio bajo las luchas contra el neoliberalismo pueden ser, en este contexto, un punto de partida esencial para quienes nos proponemos comprender y combatir nuestra actual coyuntura.
III
Aún más difícil es leer estos textos cuando el período de radicalización denominado “2001” (que podemos llamar, como Mariano Pacheco, De Cutral-Có a Puente Pueyrredón, 1996-2002) se presenta cada vez de modo más oscuro. Múltiples lecturas, demonizaciones y reivindicaciones se han hecho de esos años. En 2015, las campañas electorales de los distintos espectros políticos estuvieron basadas en el fantasma de “no volver” al 2001.
Entonces, ¿qué es esa cosa llamada “2001”?, ¿qué esa “cosa” hoy? Ante todo, “2001” como pregunta, como fantasma que resuena en los saqueos, en cada diciembre, en los piquetes, en las ollas populares, en los índices económicos, en las luchas, en el FMI, en los movimientos sociales, en el movimiento de mujeres, en los trueques, en los discursos securitistas, en el macrismo, en el -kirchnerismo. La apelación al “2001” fue una constante para ordenar o desordenar, ya sea desde los discursos de los gobiernos –y sus aliadxs– hasta por experiencias que, desde abajo, piensan cómo cambiar lo que hay.
IV
El Colectivo Situaciones es una de tantas experiencias que brotaron en este periodo. La época los lleva a abandonar la agrupación El Mate, surgida en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, para abocar sus esfuerzos militantes en las nuevas experiencias que surgían en la Ciudad de Buenos Aires y en la zona sur del Conurbano. En ese sentido, CS no fue una “patrulla perdida”, sino un diálogo permanente con heterogéneas experiencias y elaboraciones teóricas: MTD Solano, la coordinadora Aníbal Verón, H.I.J.O.S, Madres de Plaza de Mayo, ATE, CTA, MOCASE, MLN-Tupamaros, la Universidad Trashumante, la escuela Creciendo Juntos de Moreno, el zapatismo, Mujeres Creando, Grupo de Arte Callejero, Toni Negri, Miguel Benasayag, Luis Mattini, Rubén Dri, León Rozitchner, Suely Rolnik, Horacio González, Jacques Rancière, Silvia Rivera Cusicanqui, Colectivo Simbiosis Cultural, Raquel Gutiérrez Aguilar, Paolo Virno, John Holloway, Ignacio Lewkowicz, Mauricio Lazzarato, Peter Pál Pelbart, Mezzadra, Amador Fernández-Savater, Franco “Bifo” Berardi, Santiago López Petit, Spain en Blanc, el colectivo Precarias la Deriva, Editorial Traficantes de Sueños y tantxs otrxs. Dentro de esta red, se propusieron producir un pensamiento a la altura de la recomposición del movimiento popular luego de años de “democracia de la derrota”, donde, gobernara quien gobernara, el programa era el mismo. Son muchos los textos que forman parte del “Archivo Situaciones”. Cada uno de ellos fue escrito como un análisis concreto de situaciones concretas. Lo componen 14 libros, 67 artículos y declaraciones, 14 conferencias y entrevistas. Además, como toda obra, tiene sus derivas, sus continuidades por otros medios. Una de ellas –sin la cual no hubiera sido posible este archivo– es Tinta Limón Ediciones, que luego de más de 10 años sigue produciendo y editando, siendo un insumo cada vez más consultado por las nuevas y viejas generaciones que están en el ring por nuevas formas de vida.
V
“Por ejemplo, la investigación militante. Bueno, es una investigación. Pero ¿cuál es el marco teórico? Qué sé yo: decime cuál es el problema, y después te digo qué podemos leer. ¿Y cuándo termina? No sé, depende de financiamiento, tengo financiamiento para estudiar movimientos sociales durante un año. Ahí dijimos: así no”
En estos meses, ha sido extensa la bibliografía sobre cómo el macrismo surge interpretando el 2001. Sin embargo, se deja sin responder una serie de preguntas urgentes: ¿Qué 2001 leemos nosotrxs? ¿Cómo se piensa una política emancipatoria una vez que el Estado ya no es el centro que organiza el sentido de la sociedad (es decir, luego del pasaje de una “subjetividad ciudadana” a una “subjetividad de mercado”)? ¿Cómo podemos volver a pensar el Estado luego de que los gobiernos populares o progresistas hayan intentado reponerlo como centro de organización de las vidas? ¿Fue esa política eficaz o la disputa territorial con actores de nuevas escalas (narcotráfico, policía, punteros, iglesias) nos fuerza a pensar nuevamente nuestras luchas? ¿No nos sigue exigiendo 2001 un pensamiento más allá del Estado? ¿Acaso ya se cerraron las heridas infligidas por el 19 y 20?
Por eso interesa la obra de CS: permite una epistemología propia de las luchas actuales. El CS se define a sí mismo como un intento de realizar una “lectura ‘interna’ de las luchas, una fenomenología (una genealogía), y no una descripción ‘objetiva’”, ya que así el “pensamiento asume una función creadora, afirmativa” a partir de que “las luchas persisten y crecen, y eso es todo un punto de partida”. Una zona abierta, entonces, donde el “pensamiento abandona toda posición de poder sobre la experiencia de la que participa”. La figura del investigador militante, además, permite evadir las dos derivas estériles ya mencionadas: la del pensamiento académico que, lejos de aportar a las luchas emergentes, las utiliza meramente como “objeto de estudio” y la del militante ‘anti-intelectual’ que, sin rumbo, queda triste e impotente cuando la realidad no se transforma al ritmo de su voluntad. De alguna manera, el investigador militante plantea las preguntas que Deleuze señalaba en Foucault: “¿qué nuevo tipo de luchas hay, si es que hay?, ¿qué nuevo tipo de resistencia al poder?, ¿hay hoy en día, aquí y ahora, un rol particular que sería el rol del intelectual?, ¿qué significa aquí y ahora ser un sujeto?”. Podríamos agregar: ¿frente a qué poderes se lucha? y la pregunta sobre la vocación historizante (¿con qué otras experiencias, épocas y luchas dialoga?).
VI
Pensar y habitar una situación es un gesto radical en sí mismo: consiste en concebir cada momento de creación y experimentación por lo que tiene de novedoso para la vida estandarizada (en el sentido en que nos lleva “más allá”). Se trata de ver y re-valorizar la potencia actuante, de observar qué posibilidades se abren en el tiempo propio de crisis, es decir, en cada momento donde las premisas que organizan nuestras vidas caen. Situacional, aclara CS, no significa local, sino que “consiste en la afirmación práctica de que el todo no existe separado de la parte, sino en la parte”, aquel recorte espacio-temporal donde se elabora sentido.
De lo posible se sabe demasiado en varios sentidos: porque, por momentos, sabemos muy bien vivir de manera neoliberal, porque el llamado “leninismo” (quienes hablaron en nombre de Lenin), lejos de pensar en situaciones concretas, intentó aplicar el mismo esquema en diferentes experiencias (Partido, Vanguardia, Verdad-Programa, toma del Estado, etc.) y esa incapacidad se volvió a expresar en aquellos años. CS expresa una necesidad todavía latente: repensar las teorías y prácticas emancipatorias que no han sido eficaces. No se trata de una reivindicación utópica de “lo imposible”, sino de una operación que consiste en observar rigurosamente las aperturas. Si de lo posible se sabe demasiado, el desafío consiste, como afirman siguiendo a Badiou, en pensar como un “agujerear” el saber (lo posible-sabido) en –y de– una situación.
VII
“¿Cómo habitar una época cuyas claves no terminamos de comprender?”, se pregunta el CS en Contrapoder (2000). Dieciocho años después nos persigue la pregunta: ¿qué contrapoderes están actuando, aquí y ahora? Contrapoder, dice Negri, es resistencia, insurrección y poder constituyente. Como lxs piqueterxs en ese ciclo de luchas, que “en plena tierra de nadie trabajan resistiendo el juego des-reglado para fundar nuevas consistencias sociales, políticas y culturales”. ¿Dónde se está desarmando el juego capitalista para afirmar y activar nuevas consistencias, un nuevo reparto de lo sensible?
La irrupción del movimiento de mujeres y disidencias sexuales, la actual CTEP, las nuevas experiencias sindicales, el surgimiento de ex-hijxs dan cuenta de que una nueva hipótesis estratégica no puede prescindir de una nueva “cartografía”. Parte de estas experiencias recientes merecen ser pensadas a la luz del período 2001: quizás las ollas populares de ayer explican el verde de hoy y al feminismo popular; quizás la única reconciliación posible sea entre H.I.J.O.S y ex-hijxs en busca de verdad y justicia; quizás los MTD puedan, aún hoy, alumbrar la actual experiencia organizativa para lxs trabajadorxs de la economía popular; quizás, sólo quizás, en la vieja CTA encontremos el germen de un nuevo sindicalismo de base.
VIII
Si algo nos recuerda a aquella época, es la actual situación “defensiva-estratégica”, donde una modificación sustancial de las correlaciones de fuerzas en favor del bloque dominante implicaría una derrota de largo aliento para el movimiento popular. Por el contrario, la resistencia a la consolidación del proyecto neoliberal puede llevarnos a nuevas experimentaciones políticas y sociales.
En tiempos donde el “debate 2019” amenaza con eclipsar el conjunto de nuestras discusiones, el concepto de autonomía parece haber quedado en el fuego del pasado. Sin embargo, las preguntas que este envuelve no pueden ser rápidamente desechadas. No se trata de una reivindicación vacía que lleva a una rápida impostura anti-estatista, sino de una actualización para (y en) los días que corren. Prudencia y audacia en el pensamiento, en búsqueda de una nueva radicalidad social. Prudencia y audacia como armas contra el presente.
Son muchas las tareas que quedan pendientes para posibilitar una contraofensiva. He aquí este humilde aporte que es el Archivo Situaciones: un intento de poner sobre la mesa ciertas claves teóricas y prácticas que susciten nuevas preguntas en los años por venir.
Septiembre 2018
58 – La construcción de un poder destituyente, para Página/12. | 20/12/2006 |
59 – ¿La vuelta de la política? | 13/02/2007 |
60 – Politizar la tristeza | 13/02/2007 |
61 – Carta a nuestras hermanas Sonia y María | 17/05/2007 |
62 – Un devenir pos-humano. Entrevista a Franco Berardi «Bifo» | Octubre-2007 |
63 – Postscript. Diálogo entre Alice Creischer y el Colectivo Situaciones.(Berlín – Buenos Aires) | 10-octubre-2007 |
85 – Manifiesto de infrapolítica. El pasaje de las micropolíticas de la crisis a las del impasse. Verónica Gago y Diego Sztulwark | 10/01/2012 |
86 – Discutir la Multitud: Cacerolas bastardas | 01/09/2012 |
87 – Por una política más allá de la “vuelta” a la política. Entrevista a Mario Santucho | abr-13 |
Las formas de vida contemporáneas atestiguan la disolución del concepto de «pueblo» y de la renovada pertinencia del concepto de «multitud».
Profesor emérito de la Universidad de París VII y ex presidente del Colegio Internacional de Filosofía, Miguel Abensour pertenece a
En América Latina no es fácil hablar de naciones. Inconclusas, borroneadas, desvaídas, suelen ser motivo de retóricas más que de
A todos nos re cabe, nos equivocamos, nos zarpamos, hacemos cualquiera, enloquecemos, arrancamos a los gritos porque sí. Todos somos emboscados, cancelados, scrolleados, señalados, stalkeados, atacadas. Sufrimos la maldad y el oportunismo de los guachos. Sabemos de su odio, desprecio, desdén. Todos somos filmados con carpa, capturados haciendo alguna, hechos meme. Somos gatos del algoritmo, panchos de la jefa, defensoras de proyectos personales de otros, posteadores de cada cosa que se nos cruza en el muro, presos de nuestra propia estupidez, víctimas en una guerra que no es nuestra. Todos queremos opinar, tenemos que opinar, nos informamos para opinar, dejamos la vida por opinar. Todas somos la profesora, así de desquiciadas, empastillados, odiadas, enardecidos, despistadas. ¿Hay otra forma de ser docente? ¿Hay otra manera de plantarse en el aula y no morir en el intento? ¿Hay otra forma de hablar de política? Todos creemos que hay algo que explicar, transformar, militar, tuitear. Una vida, un grupo, el territorio, una deuda. Creemos que si explicamos se entiende, que es cuestión de argumentos, palabras, datos, hechos, pasión, amor. Todos creemos de manera absurda, mágica, religiosa que la política transforma. Creemos en el Estado, en el trabajo, en la educación, en el futuro y en ser cuidados. En que el compromiso político es esto y algún posteo más. Creemos lo que podemos de Alberto, que el hijo de ella es un cuadro, en la juventud gloriosa, en los libros, en las series, en la inclusión. Todos creemos y tenemos una razón, un kiosco, una astilla, una soga donde aferrarnos, donde esperar la noche, el finde, la jubilación, la muerte. Todos tuvimos un pasado mejor, una vida más plena, una anécdota, una foto, una amiga que ya no está. Creemos que sabemos, que podemos, que es cuestión de voluntad, que la pasión es esto. Que hay una batalla cultural que se libra en todos lados. Flasheamos un montón de cosas, pobres, chiquitas, insignificantes, que son re costosas anímicamente, que duelen, que quedan rebotando hasta entrada la noche, que ni valen la pena, que nos traban la cabeza, que no son nuestras. Todos somos la profe y tenemos nuestro estado de ánimo hecho mierda de tanto fuego externo.
1
Añoramos un lenguaje más primitivo que el nuestro. Los antepasados hablan de una época donde las palabras se extendían con la serenidad de la llanura. Era posible seguir el rumbo y vagar durante horas sin perder el sentido porque el lenguaje no se bifurcaba y se expandía y se ramificaba hasta convertirse en este río donde están todos los cauces y donde nadie puede vivir porque nadie tiene patria. El insomnio es la gran enfermedad de la nación. El rumor de las voces es continuo y sus cambios suenan noche y día. Parece una turbina que marcha con el alma de los muertos dice el viejo Berenson. No hay lamentos, sólo mutaciones interminables y significaciones perdidas. Virajes microscópicos en el corazón de las palabras. La memoria está vacía porque uno olvida siempre la lengua en la que ha fijado los recuerdos.
2
Cuando decimos que el lenguaje es inestable no estamos hablando de una conciencia de esa modificación. Es necesario salir de allá para percibir el cambio. Si uno está adentro cree que el lenguaje es siempre el mismo, una especie de organismo vivo que sufre metamorfosis periódicas. La imagen más divulgada es la de un pájaro blanco que en el vuelo va cambiando de color. El aletear profundo del pájaro en la transparencia del aire da una falsa ilusión de unidad en el pasaje de los tonos. El dicho dice que el pájaro vuela interminablemente y en círculos porque le han vaciado el ojo izquierdo y busca ver la otra mitad del mundo. Por eso nunca va a poder aterrizar, dice el viejo Berenson y se ríe con la jarra de cerveza otra vez contra los bigotes, porque no encuentra un pedazo de tierra donde apoyar la pata derecha. Tuerto habría de ser el tero dijo después, para perderse en el aire y venir a parar a esta isla de mierda. No empieces, Shem, le dice Teynneson tratando de hacerse oír en el barullo del bar, entre los acordes del piano y las voces de los que cantan Three quarks for Muster Mark!, todavía tenemos que ir al entierro de Pat Duncan y no quiero tener que llevarte en carretilla. Ese es el sentido del diálogo, que se repite como un chiste privado cada vez que están por irse, pero no siempre usan el mismo lenguaje. Se sostienen del brazo y cruzan muy erguidos el salón para salir. La escena se repite, pero sin saberlo hablan del pájaro tuerto y del entierro de Pat a veces en ruso, a veces en un francés del siglo XVIII. Dicen lo que quieren y lo vuelven a decir pero ni sueñan que a lo largo de los años han usado cerca de siete lenguas para reírse del mismo chiste. Así son las cosas en la isla.
3
“El lenguaje se transforma según ciclos discontinuos que reproducen la mayoría de los idiomas conocidos (registra Turnbull). Los habitantes hablan y comprenden instantáneamente la nueva lengua pero olvidan la anterior. Los idiomas que se han podido identificar son el inglés, el alemán, el danés, el español, el noruego, el italiano, el francés, el griego, el sánscrito, el gaélico, el latín, el sajón, el ruso, el flamenco, el polaco, el esloveno, el húngaro. Dos de las lenguas usadas son desconocidas. Pasan de una a otra pero no las pueden concebir como idiomas distintos sino como etapas sucesivas de una lengua única.” Los ritmos son variables, a veces un idioma permanece semanas, a veces un día. Se recuerda el caso de una lengua que se mantuvo quieta durante dos años. Después se sucedieron quince modificaciones en doce días. Habíamos olvidado las letras de todas las canciones, dijo Berenson, pero no la melodía y no hubo modo de cantar una canción. Se veía a la gente en los pubs silbando a coro como guardias escoceses, todos borrachos y alegres, marcando el ritmo con las jarras de cerveza mientras buscaban en la memoria alguna letra que coincidiera con la música. La melodía persiste y es un aire que cruza la isla desde el principio de los tiempos pero de qué nos sirve la música si no podemos cantar, un sábado a la noche, en el bar de Humphery Chimden Earwicker cuando todos estamos borrachos y ya nos olvidamos de que el lunes hay que volver al trabajo.
4
En la isla se cree que los ancianos se encarnan al morir en los nietos, razón por la que no pueden encontrarse los dos vivos al mismo tiempo. Como ocurre a pesar de todo algunas veces, cuando un anciano se encuentra con su nieto, antes de poder hablar con él, debe darle una moneda. En esa teoría de las reencarnaciones se ha fundado la lingüística histórica. La lengua es como es porque acumula los residuos del pasado en cada generación y renueva el recuerdo de todas las lenguas muertas y de todas las lenguas perdidas y el que recibe esa herencia ya no puede olvidar el sentido que esas palabras tuvieron en los días de los antepasados. La explicación es simple pero no resuelve los problemas que plantea la realidad.
5
El carácter inestable del lenguaje define la vida en la isla. Nunca se sabe con qué palabras serán nombrados en el futuro los estados presentes. A veces llegan cartas escritas con signos que ya no se comprenden. A veces un hombre y una mujer son amantes apasionados en una lengua y en otra son hostiles y casi desconocidos. Grandes poetas dejan de serlo y se convierten en nada y en vida ven surgir otros clásicos (que también son olvidados). Todas las obras maestras duran lo que dura la lengua en la que fueron escritas. Sólo el silencio persiste, claro como el agua, siempre igual a sí mismo.
6
La vida del día empieza al amanecer y si ha habido luna hasta el alba los gritos de los jóvenes en la ladera pueden oírse ya antes de la aurora. Inquietos en la noche poblada de espíritus, se gritan unos a otros tratando de adivinar qué sucederá con el sol alto. La tradición dice que el lenguaje se modifica en las noches de luna llena pero ésa es una creencia desmentida por los hechos. La lingüística científica no acepta ninguna relación entre los fenómenos naturales como las mareas o los vientos y las mutaciones del lenguaje. Los hombres del pueblo siguen sin embargo acatando los viejos rituales y cada noche de luna esperan que llegue por fin la lengua de su madre.
7
En la isla no conocen la imagen de lo que está afuera y la categoría de extranjero no es estable. Piensan a la patria según la lengua. (“La nación es un concepto lingüístico.”) Los individuos pertenecen a la lengua que todos hablaban en el momento de nacer, pero ninguno sabe cuándo volverá a estar ahí. “Así surge en el mundo (le han dicho a Boas) algo que a todos se nos aparece en la infancia y donde todavía no ha estado nadie: la patria.” Definen el espacio en relación con el río Liffey que atraviesa la isla de norte a sur. Pero Liffey es también el nombre que designa al lenguaje y en el río Liffey están todos los ríos del mundo. El concepto de frontera es temporal y sus límites se conjugan como los tiempos de un verbo.
8
Nos encontramos en Edemberry Dubblenn DC, dijo el guía, la capital que combina tres ciudades. En el presente la ciudad cruza de Este a Oeste siguiendo la margen izquierda del Liffey por los barrios y los ghettos japoneses y antillanos, desde el nacimiento del río en Wiclow hasta Island Bridge, un poco más abajo de Chapelizod, donde sigue su curso. La ciudad próxima se va abriendo, como si estuviera construida en potencial, siempre futura, con calles de fierro y lámparas de luz solar y androides desactivados en los galpones de la Scotland Yard. Los edificios surgen de la niebla, sin forma fija, nítidos, cambiantes, casi exclusivamente poblados por mujeres y mutantes.
Del otro lado, hacia el Oeste, subiendo por la zona del puerto, está la ciudad vieja. Al mirar el mapa hay que tener en cuenta que la escala está construida a la velocidad media de un kilómetro y medio por hora de marcha. Un hombre sale de 7 Eccles Street a las ocho de la mañana y sube por Westland Row y a cada lado del empedrado están las acequias que llegan hasta la orilla del río por donde sube el canto de las lavanderas. El que avanza por la calle empinada hacia la taberna de Baerney Kiernam trata de no oír el canto y golpea con el bastón el enrejado de los sótanos. Cada vez que entra en una calle nueva las voces envejecen, las palabras antiguas están como grabadas en las paredes de los edificios en ruinas. La mutación ha ganado las formas exteriores de la realidad. “Lo que todavía no es define la arquitectura del mundo”, piensa el hombre y desciende a la playa que rodea la bahía. “Está ahí, en el borde del lenguaje, como la casa de la infancia en la memoria.”
9
La lingüística es la ciencia más desarrollada en la isla. Durante generaciones los investigadores han trabajado en el proyecto de fijar un diccionario que incorpore las variantes futuras de las palabras conocidas. Necesitan fijar un léxico bilingüe que permita comparar una lengua con otra. Imagínense (dice el informe de Boas) a un viajero inglés que llega a un país extranjero y en el hall de la estación de ferrocarril, perdido en medio de una multitud desconocida, se detiene a revisar un pequeño diccionario de bolsillo buscando una expresión correcta. Pero la traducción es imposible porque sólo el uso define el sentido y en la isla conocen siempre una lengua por vez. Los que persisten en la elaboración del diccionario lo consideran ya un manual de adivinación. Un nuevo Libro de las Mutaciones concebido, explicó Boas, como un diccionario etimológico que hace la historia del porvenir del lenguaje.
Hubo un solo caso en la historia de la isla de un hombre que conoció dos idiomas al mismo tiempo. Se llamaba Bob Mulligan y decía que soñaba con palabras incomprensibles que tenían para él un sentido transparente. Hablaba como un místico y escribía frases desconocidas y decía que ésas eran las palabras del porvenir. En los Archivos de la Academia han quedado algunos fragmentos de los textos que escribió e incluso se puede oír la grabación de la voz aguda y lunática de Mulligan que cuenta un relato que empieza así: “Oh New York city, sí, sí, la ciudad de Nueva York, la familia entera se fue para allá. El barco se había llenado de piojos y hubo que quemar las sábanas y bañar a los chicos con agua mezclada con acaroína. Cada bebé tenía que estar separado de los otros porque el olor los hacía llorar si estaban cerca. Las mujeres usaban un pañuelo de seda en la cara igual que damas beduinas, aunque todas tenían el pelo colorado. El abuelo del abuelo fue police-man en Brooklyn y una vez mató de un tiro a un rengo que estaba por degollar a la cajera de un supermarket.” Nadie sabía lo que estaba diciendo y Mulligan escribió ese relato y otros relatos en esa lengua nueva y después un día dijo que la había dejado de oír. Venía al bar y se sentaba en esa punta del mostrador a tomar cerveza, sordo como una tapia, y se emborrachaba despacio, con la cara avergonzada de un hombre arrepentido de haberse hecho notar. Nunca más quiso hablar de lo que había dicho y vivió siempre un poco apartado hasta que murió de cáncer a los cincuenta años. Pobre Bob Mulligan, dijo Berenson, de joven era un tipo expansivo y muy popular y se casó con la Belle Blue Boylan y al año la mujer se murió ahogada en el río y su cuerpo desnudo apareció en la ribera del este del Liffey, en la otra orilla. Mulligan nunca se repuso, ni volvió a casarse y vivió solo toda la vida. Trabajaba de linotipista en la imprenta del Congreso y venía con nosotros al bar y le gustaba apostar a los caballos hasta que una tarde empezó a contar esas historias que nadie entendía. Yo creo, dijo el viejo Berenson, que la Belle Blue Boylan fue la mujer más hermosa de Dublin.
Todos los intentos de construir una lengua artificial se han visto perturbados por una experiencia temporal de la estructura. No han podido construir un lenguaje exterior al lenguaje de la isla porque no pueden imaginar un sistema de signos que persista sin mutaciones. Si a + b es igual a c, esa certidumbre sólo sirve un tiempo porque en un espacio irregular de dos segundos ya a es -a y la ecuación es otra. La evidencia vale lo que tarda una proposición en ser formulada. En la isla ser rápido es una categoría de la verdad. En esas condiciones los lingüistas del Area-Beta del Trinity College alcanzaron lo que parece imposible: casi fijan en un paradigma lógico la forma incierta de la realidad. Definieron un sistema de signos cuya notación se transforma con el tiempo. Hemos logrado establecer un campo unificado, le han dicho a Boas, ahora sólo nos falta que la realidad incorpore al lenguaje alguna de nuestras hipótesis. Hasta el momento saben que han transcurrido diez y siete ciclos, pero suponen que existe una potencialidad casi infinita, calculada en ochocientos tres (porque ochocientas tres son las lenguas conocidas en el mundo). Si en casi cien años, desde que en 1939 empezó el registro de los cambios, se han detectado diez y siete formas distintas, los más optimistas imaginan que el círculo puede completarse en otros cien años. Ningún cálculo es seguro, porque la duración irregular de los ciclos forma parte de la estructura de la lengua. Existen tiempos lentos y tiempos rápidos, como el cauce del Liffey. Los más afortunados, dice el proverbio, navegan en aguas tranquilas, los mejores viven en tiempos veloces, donde el sentido dura lo que dura la cólera de un gallo. Los jóvenes más radicalizados del grupo Trickster del Area-Beta del Trinity College se ríen de esos proverbios idiotas. Piensan que, mientras el lenguaje no encuentre su borde final, el mundo será sólo un conjunto de ruinas y que la verdad es como los peces que boquean en el barro hasta morir cuando el caudal del Liffey baja con la sequía del verano, hasta transformarse en un riacho de aguas oscuras.
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He dicho que la tradición dice que los antepasados hablan de un tiempo en el que la lengua era un llano por el que se podía andar sin sorpresa. Las generaciones, afirman los antiguos, heredaban los mismos nombres para las mismas cosas y podían legarse documentos escritos con la certeza de que todo lo que escribían sería legible en los tiempos futuros. Algunos repiten (sin comprenderlo) un fragmento de aquella lengua original que ha sobrevivido a lo largo de los años. Boas dice que los escuchó recitar ese texto como si fuera un chiste de borrachos, de modo que la vocalización era pastosa y las palabras estaban cortadas por risas y expresiones que nadie sabía ya si formaban o no parte del antiguo sentido. El fragmento llamado Sobre la serpiente, dice Boas que era así: “Empezó la época de los grandes vientos. Ella siente que le arrancan el cerebro y dice que su cuerpo está hecho de tubos y conexiones eléctricas. Habla sin parar y a veces canta y dice que me lee el pensamiento y sólo pide que yo esté cerca y que no la abandone en la arena. Dice que es Eva y que la serpiente es Eva y que nadie en los siglos de los siglos se ha atrevido a decir esa verdad tan pura y que sólo María Magdalena se lo dijo al Cristo antes de lavarle los pies. Eva es la serpiente, la mutación interminable, y Adán está solo, siempre ha estado solo. Dice que Dios es la mujer y que Eva es la serpiente. Que el árbol del bien y del mal es el árbol del lenguaje. Recién cuando se comen la manzana empiezan a hablar. Eso dice ella cuando no canta”. Para muchos es un texto religioso, un fragmento del génesis. Para otros se trata sencillamente de un rezo que persistió en la memoria a la permutación de las lenguas y que fue recordado como un juego adivinatorio. (Los historiadores afirman que se trata de un párrafo de la carta que Nolan dejó antes de matarse.)
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Algunas sectas genealógicas aseguran que los primeros habitantes de la isla son desterrados, que fueron enviados hacia aquí remontando el río. La tradición habla de doscientas familias confinadas en un campo multirracial en los arrabales de Dalkey, al Norte de Dublin, detenidos en una redada en los barrios y los suburbios anarquistas de Trieste, Tokyo, México DF y Petrogrado.
Embarcados en el Rosevean, un tres palos, con hélice Pohl-A, en la bahía del norte, fueron enviados por el río hacia atrás en el tiempo, según Teynneson, bajo las ráfagas heladas del viento de enero.
El experimento de confinar exiliados en la isla ya había sido utilizado otras veces para enfrentar rebeliones políticas, pero siempre se usó con individuos aislados, en especial para reprimir a los líderes. El caso más recordado fue el de Nolan, un militante del grupo de resistencia gaélico-celta que se infiltró en el gabinete de la reina y llegó a ser el hombre de confianza de Möller en el comando de planificación propagandística. Lo descubrieron porque usaba los informes meteorológicos para cifrar mensajes destinados a los pobladores de los ghettos irlandeses de Oslo y de Copenhague. La historia cuenta que Nolan fue descubierto por azar, cuando un investigador del MIT de Boston procesó en una computadora los mensajes emitidos durante un año por la oficina meteorológica, con la intención de estudiar las modificaciones infinitesimales del clima en el Este de Europa. Nolan fue desterrado y llegó a la isla después de navegar cerca de seis días a la deriva y vivió absolutamente solo casi cinco años, hasta que se suicidó. Su odisea es una de las grandes leyendas en la historia de la isla. Sólo un hijo de puta empecinado irlandés pudo sobrevivir todo ese tiempo aislado como una rata en esta inmensidad y cantando contra las olas, Three quarks for Muster mark, a los gritos, en la playa, buscando siempre la huella de una pata humana en la arena, dijo el viejo Berenson. Sólo alguien como Jim pudo fabricarse una mujer con la que hablar en esos años interminables de soledad.
El mito dice que con los restos del naufragio construyó un grabador de doble entrada, con el que era posible improvisar conversaciones usando el sistema de los juegos lingüisticos de Wittgenstein. Sus propias palabras eran almacenadas por las cintas y reelaboradas como respuestas a preguntas puntuales. Lo programó para hablar con una mujer y le habló en todas las lenguas que sabía y al final era posible pensar que la mujer había llegado a amar a Nolan. (Por su parte él la quiso desde el primer día porque pensaba que ella era la mujer de su amigo Italo Svevo, Livia Anna, la más bella de las madonas de Trieste, con ese hermosísimo pelo colorado que hacía pensar en todos los ríos del mundo.)
A los tres años de estar solo en la isla, las conversaciones se repetían cíclicamente y Nolan se aburría y la grabadora empezó a mezclar las palabras (“Heremon, nolens, nolens, brood our pensies, brume in brume”, le decía por ejemplo) y Nolan le preguntaba “¿Cómo?” “¿Qué?” y en esa época empezó a llamarla Anna Livia Plurabelle. Al final del sexto año de exilio, Nolan perdió las esperanzas de ser rescatado y empezó a no dormir y a tener alucinaciones y a soñar que se pasaba la noche en vela escuchando el susurro inalámbrico y la dulce voz de Anna Livia.
Tenía un gato y cuando el gato se metió una tarde en el monte y no volvió más, Nolan escribió una carta de despedida, apoyó el codo derecho en la mesa para que no le temblara el pulso, y se pegó un tiro en la cabeza. Los primeros que desembarcaron del Rosevean se encontraron con la voz de la mujer que seguía hablando en el grabador bifocal. Apenas si mezclaba las lenguas, según Boas, y era posible comprender perfectamente la desesperación que le había producido el suicidio de Nolan. Estaba sobre una piedra, frente a la bahía, hecha de alambres y de cintas rojas y se lamentaba con un suave murmullo metálico.
He tejido y destejido la trama del tiempo, decía, pero él se ha ido y ya no va a volver. Un cuerpo es un cuerpo, sólo las voces sirven para amar. Desde hace años estoy sola aquí, en la ribera de todos los ríos y espero que llegue la noche. Siempre es de día, en esta latitud todo es tan lento, nunca llega la noche, siempre es de día, el atardecer tarda tanto, estoy ciega, al sol, quiero arrancar “la venda de hierro” que me ciñe la frente, quiero traer aquí “la oscuridad concentrada del Africa”. La vida está siempre amenazada por los cazadores (ha dicho Nolan), instintivamente hay que fabricar, como las abejas sus alveólos, un sentido. Incapaz de considerar mi propio enigma, digo: no es su propio yo el que cuenta, sino su Musa, su canto universal.
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Si la leyenda es cierta la isla ha sido un gran asentamiento de exiliados en la época de la represión política que siguió a la contraofensiva del IRA y a la caída del Pulp-KO. Pero ninguno de los historiadores tiene el menor vestigio de ese pasado o del tiempo en que Anna Livia estuvo sola en la ribera o de la época en que llegaron las doscientas familias y no se encuentra ningún rastro que atestigüe los hechos. La única fuente escrita en la isla es el Finnegans Wake al que todos consideran un libro sagrado porque siempre pueden leerlo sea cual sea el estado de la lengua en que se encuentren.
En realidad el único libro que dura en esta lengua es el Finnegans, dijo Boas, porque está escrito en todos los idiomas. Reproduce las permutaciones del lenguaje en escala microscópica. Parece un modelo en miniatura del mundo. A lo largo del tiempo lo han leído como un texto mágico que encierra las claves del universo y también como una historia del origen y la evolución de la vida en la isla.
Nadie sabe quién lo escribió, ni cómo llegó hasta aquí. Nadie recuerda si fue escrito en la isla o si estaba en el equipaje de los primeros exiliados. Boas vio el ejemplar que se conserva en el Museo, encerrado en una caja de vidrio y como suspendido en una luz nuclear. Es una viejísima edición numerada de Faber and Faber, que tiene más de cien años y en la que hay notas manuscritas y un calendario con la lista de los muertos de una familia irlandesa del siglo XX. Ese ejemplar sirvió para hacer todas las copias que circulan en la isla.
Muchos creen que el Finnegans es un libro de ceremonias fúnebres y lo estudian como el texto que funda la religión en la isla. El Finnegans es leído en las iglesias como una Biblia y es usado para predicar en todas las lenguas por los pastores presbiterianos y por los sacerdotes católicos. En el Génesis se habla de una maldición de Dios que provocó la Caída y transformó el lenguaje en el paisaje abrupto que es hoy. Borracho, Tim Finnegan se cayó al sótano por una escalera, que inmediatamente pasó de ladder a latter y de latter salió litter y del desorden la letter, el mensaje divino. La carta es encontrada en un vaciadero de basura por una gallina que picotea. Está firmada con una mancha de té y la prolongada permanencia en el basurero ha dañado el texto. Tiene agujeros y borrones y es tan difícil de interpretar, que los eruditos y los sacerdotes conjeturan en vano sobre el sentido verdadero de la Palabra de Dios. La carta parece escrita en todas las lenguas y cambia continuamente bajo los ojos de los hombres. Ese es el Evangelio y el basurero de donde viene el mundo.
Los comentarios del Finnegans definen la tradición ideológica de la isla. El libro es un mapa y la historia se transforma según el recorrido que se elija. Las interpretaciones se multiplican y el Finnegans cambia como cambia el mundo y nadie imagina que la vida del libro se pueda detener. Sin embargo en el fluir del Liffey hay una recurrencia hacia Jim Nolan y Anna Livia, solos en la isla, antes de la carta final. Ese es el primer núcleo, el mito de origen tal cual lo transmiten los informantes (según Boas).
En otras versiones el libro es la transcripción del mensaje de Anna Livia Plurabelle, que lee los pensamientos de su marido (Nolan) y le habla después que él está muerto (o dormido), única en la isla durante años, abandonada en una piedra, con las cintas rojas y los cables y el armazón metálico al sol, murmurando en la playa vacía hasta que llegan las doscientas familias.
13
Todos los mitos terminan ahí y también este informe. Hace dos meses que salí de la isla, dijo Boas, y todavía resuena en mí la música de esa lengua que es como un río. El que oiga el canto de las lavanderas en las orillas del Liffey no se podrá ir, dicen allá, y yo no he podido resistir la dulzura de la voz de Anna Livia. Por eso he de volver a la ciudad de los tres tiempos y a la bahía donde reposa la mujer de Bob Mulligan y al Museo de la Novela donde está el Finnegans, solo en la sala, en una caja negra de cristal. También yo voy a cantar en la taberna de Humphery Earwicker, golpeando el puño contra la madera de la mesa y tomando cerveza, una canción que habla del pájaro tuerto que vuela sin parar sobre la isla.
en La ciudad ausente, 1992
La impresión política e intelectual que sentimos cuando nos topamos con la figura de Toni Negri no tiene comparación posible.
Toni Negri hizo todo lo que había que hacer. La frase le brota espontánea esta mañana a un querido amigo
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No me formé intelectualmente en Argentina aunque por sus intensos dilemas políticos ya me sienta profundamente atravesado. No he transitado tampoco los circuitos académicos locales aunque de sus debates también me haya nutrido. Pero a González lo escuché. Lo escuché varias veces. Y me gusta imaginar que lo hice con la atención que merecía. Retengo en el recuerdo una de esas ocasiones. Una semblanza intensa de su forma de expresarse, un trozo fulgurante de duración metido en este tiempo pensado sub especie aeternitatis. Una de estas verdades relativas intensas, expresión que también leí, o imaginé haberlo hecho, en algunas de las muchas páginas escritas por él. Luego de más de una hora de conversación sobre teoría política y coyuntura histórica (creo que hablaba de Marx…) González yergue la frente, como que despertándose de una ensoñación, y dice: «acá está, es eso, creo que es eso que quería decir!». Siempre volví a través de estos fragmentos de memorias que somos todos a este gesto, leyéndolo como el índice de una ética del pensamiento. Una ética cuya fibra más profunda está allí, en esta aceptación apasionada de la aventura de pensar. La disponibilidad incondicional a acompañar de cerca las conexiones que el pensamiento invita a construir. Este estar habilitado para atravesar sus recodos creyéndole a cada una sus mediaciones como si fuesen no apenas momentos de una conclusión por venir sino piezas absolutamente adecuadas e imprescindibles de un engendro que muestra su potencia sentido tras sentido. Un pensamiento cesa cuando termina. Encuentra su arroyo allí donde la palabra vacía muta en palabra plena. Allí, en esta entrega al gesto reflexivo, siempre quise ver además un despliegue práctico basado en la confianza absoluta en el otro. Todo pensamiento es adecuado y aún aquellos que habitan transitoriamente el lugar de lo falso lo hacen desde sus razones profundas. Existen y se comunican desde este lugar profundamente coherente que es la razón de su razón momentánea y putativamente desplazada. Aunque no haya intercambiado siquiera una palabra con Horacio González, conversamos numerosas veces en otro plano. Ese plano que sigue el mismo orden y conexión de las cosas. Me quedo con esta cercanía construida en la distancia. En este trágico y triste momento de su desaparición física tal vez sea la ocasión de mantener viva en la retina esta imagen que grafica la ética del pensamiento que creo haber encontrado en sus intervenciones. Hacerlo quizás sea tan necesario como urgente en esta coyuntura en que el verbo explicar circula con tamaña pompa e ingenuidad
Es una historia de edificios, de viajes, de trenes nocturnos, de grandes figuras de la política, de la oratoria, de
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I Ya parece quedar claro que las medidas de inmovilización de la población -y consecuentemente de la producción y demás
Esta reseña ha sido publicada en Junio del 2021 por Revista de Psicología UNLP y está disponible en https://revistas.unlp.edu.ar/revpsi/article/view/12278. Este trabajo puede citarse del siguiente modo: Drivet, L., «Eros y Narciso en la cruz del presente», Revista de Psicología (UNLP), junio 2021.
“El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo puede restituírselo a trueque de ser-amado.”
Sigmund Freud ([1914] 2003, p. 95)
I
En El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche describe la experiencia de lo dionisíaco como una mezcla de espanto y éxtasis delicioso que se produce cuando el principio de individuación pierde consistencia. La aproximación de la fuerza de la primavera, expresa el joven profesor de Basilea, o el influjo de alguna bebida narcótica [narkotischen Getränkes], propician la intensificación de las emociones que desdibujan la subjetividad “hasta llegar al completo olvido de sí” (Nietzsche, [1872] 1994, p. 45). Ante este pasaje, una sensación de desconcierto sacude al lector. La palabra “narcótico” deriva de la voz griega narke: parálisis, confusión o entorpecimiento asociados al contacto con el “pez torpedo” [narka] (anguila eléctrica) del cual se nos ilustra en el Menón (Platón, 1987, 80a-c, pp. 299-300). Ésta es una raíz que se halla en “narciso”, flor llamada así, según Plutarco (1987, 647b, p. 153) porque produce somnolencia, “aplaca los nervios y produce una pesadez narcotizante”. Ahora bien, ¿cómo podría estar ligada la experiencia dionisíaca del olvido de sí nada menos que a Narciso, quien parece, a todas luces, el ejemplo arquetípico de la incapacidad del descentramiento, un caso agudo del culto de sí mismo? Ocurre que las apariencias engañan y, después de todo, el mito de Narciso no enseña otra cosa. El delicado y feroz ensayo de Florencia Abadi resuelve el enigma: nos rescata de la descaminada interpretación de Narciso como un egoísta, y nos permite pensar esa figura mítica como un ser que no ha llegado a constituir un “sí mismo”, que no se conoce (hasta su muerte) ni se ama porque, por fuera de los ecos de la ensoñación materna, jamás ha sido tocado por un tercero. No es contradictorio, entonces, que Narciso sea presentado por Nietzsche en un contexto dionisíaco. Como la historia del espejo que los titanes obsequian con malicia al pequeño Dioniso, el reflejo del hijo de Liríope en la fuente de agua, y no en los ojos de otro, representa “la tragedia del imposible reencuentro del individuo consigo mismo” (Vernant, [1989] 2001, p. 161). Ni herido ni reconocido, Narciso muere por su imagen, a expensas de su cuerpo. Ésta es, nos dice Abadi, la clave sacrificial de su destino.
El desarrollo pormenorizado y polifacético de esta hipótesis de lectura abre una vía hermenéutica que le permite a la autora pensar un amplio conjunto de narraciones, que van de la “alta cultura” a las tradiciones populares, y de lo clásico a lo contemporáneo. En un presente hostil a las humanidades, este esquema interpretativo demuestra el valor de la literatura, no sólo por su capacidad para ofrecer goce estético, sino también debido a su fecundidad teórica. Aquí destacaremos que, en particular, interroga de modo insistente a los lectores de Freud, quien, tal vez por no detenerse en el sentido preciso del mito, a menudo confundió el narcisismo con el autoerotismo.
Chesterton expresó con gracia en algún lugar que «de Edipo sólo sabemos que no tenía el complejo». Abadi nos empuja a pensar que Narciso no sufrió de heridas narcisistas. ¿Cómo podría renunciar a la centralidad de sí, y cómo sería capaz, por consiguiente, de amar, quien no pudo desarrollar un “sí mismo”? Ante su imagen, que parece por todos los signos corresponderle, reflejada en una fuente “no tocada” por nada ni por nadie –puntualiza Ovidio (1983, p. 56)– Narciso permanece paralizado. Olvidado de comer y de dormir, con un ansia insaciable, sufre impotente ante el amor, y se arroja desesperado a los brazos de ese otro ilusorio en quien encuentra, sin saberlo hasta el final, su ser y su muerte. Su destino de autoconsumición nos devuelve a un Freud que, no por casualidad, encuentra las tentaciones tanáticas cuando, hacia 1920, se entrega a la especulación: actividad vinculada etimológicamente al espejo. Estudiando sobre la vida de los organismos unicelulares se convence de que la degradación de la vida y el deceso están ligados a la intoxicación con los propios –y sólo con los propios– desechos metabólicos. Como si, escapando al riesgo del erotismo, un deseo de muerte sobreviniera a causa de la mismidad. Inesperado reflejo de Narciso bajo el microscopio: De te observationis narratur.
II
Son diversos los modos con que nuestras tradiciones literarias y filosóficas se han referido a las tensiones entre el principio de individuación y el deseo de fundirse con el todo, entre la consolidación del yo y las fuerzas naturales y sociales que lo preceden y lo sobrepasan, entre la aspiración a la autosuficiencia y la inclinación a la interdependencia. Con aspectos compartidos y con notas singulares, la filología del futuro nietzscheana evocaba la dinámica entre Dioniso y Apolo, mientras que Freud percibía la opuesta complementariedad de la sexualidad y la autoconservación, el principio del placer y el de realidad, Eros y Ananké, Eros y destrucción. Desde estas perspectivas, la vida y la muerte se juegan entre el movimiento y la quietud, oscilando entre el apego al límite y su transgresión, en medio del fluir y el estancamiento, transitando la descarga y la inhibición, la transformación y la conservación. Es en esta constelación de problemas donde puede inscribirse El sacrificio de Narciso, a partir del dualismo entre Eros y Narciso que Florencia Abadi recupera con originalidad de la sabiduría griega. Así como Freud ([1932] 2006) descubría la complementariedad de los mitos de Hércules y de Prometeo para dar cuenta de la dialéctica de las pasiones, el reconocimiento del carácter contrapuesto y complementario de las figuras de los hijos de Venus y de Liríope es otro de los rasgos destacables de este ensayo. A Narciso, objeto de contemplación, lo detiene el temor a perderse, que le impide poner en juego su deseo. A Eros, por el contrario, lo persigue el miedo a ser identificado, como si el hechizo de la seducción pudiera ser conjurado por la atribución de rasgos fijos. Narciso es el nombre bajo el cual se agrupan la quietud, la inmovilidad, la voluntad de conservación, la estabilidad; Eros comprende la locura, la desintegración, la transitoriedad, el desequilibrio. El sentido así expuesto de las figuras míticas gana consistencia cuando Abadi, subrayando la lucidez de Calderón de la Barca, se detiene en las funciones opuestas cumplidas por las madres del demon y del cazador no cazado. Mientras que Venus propicia involuntariamente, y por la vía de la envidia, el despliegue del deseo de su hijo, Liríope atrapa en el cautiverio de su deseo a Narciso, condenándolo al aislamiento, y a la perpetuación de un estado psicológico larvario.
Abadi desbarata las hipócritas ilusiones de candidez de cierto erotismo contemporáneo, tanto como el arrogante y sobreactuado gesto de rechazo del (necesario) momento narcisista en nombre del deseo. Si el joven Nietzsche compone una reivindicación apolínea de la tragedia griega, y Freud insiste, para disgusto de los partidarios del imperio irrestricto del placer, en el valor cultural del principio de realidad y de la renuncia, Abadi apuesta, a contramano de la tradicional e injusta condena de Narciso como un exponente arquetípico de la soberbia y el egoísmo, por la equilibrada reivindicación de los aspectos narcisistas de la subjetividad que permiten resistir la tentación de la locura divina. El campo psicoanalítico encontrará en este libro una voz provocadora no sólo para añadir nuevas y estimulantes aristas a nociones y problemas conocidos, sino para tensionar algunos conceptos técnicos. En particular, pero no de modo exclusivo, para pensar por qué si el narcisismo es el amor a la imagen de sí, no puede ser equiparado al egoísmo. En un contexto en el que el desborde subjetivo se articula como mandato, y el deseo, que reclama sus derechos para liberarse de la prisión del “amor” tradicional, llega a mostrarse incapaz de abandonar el protagonismo (Freud insiste en que el deseo es antisocial) el encomio crítico de las dimensiones “sacrificiales” de la subjetividad no es un gesto de menor audacia.
III
Las lógicas contrapuestas en El sacrificio de Narciso son las del amor y el deseo. Éste es despiadado y caprichoso, inocente [unschuldig] (en otras palabras, perverso), fugaz, inestable, odioso; el amor es protector, equilibrado, conciliador. Si el erotismo pertenece a la esfera polifónica y amoral de las pulsiones, y se halla movido por la rivalidad y la envidia (Envidia es la tercera figura central de este libro, y resulta imperdible el análisis de las tres representaciones femeninas del ideal envidioso: la Esfinge, la Mantis religiosa, y la estatua del velo de Isis) el amor está asociado a la piedad, al cuidado, a la gratitud, a la complicidad, al recato, al velo. Pero no es el señalamiento de la “contradicción” entre estos ámbitos lo que distingue la tesis de este ensayo. En la provocadora perspectiva de Abadi, la oposición de esas lógicas está signada por la incompatibilidad.
Para Freud, el amor se compone de una corriente sensual y de una tierna, siempre en tensión, pero capaces de crecimiento y armonía en el orden cultural. Éste, por definición, nunca dejará de exigir renuncias. Si pensamos en la metafísica nietzscheana, lo dionisíaco y lo apolíneo marchan “casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos” (Nietzsche, [1872] 1994, pp. 41-42) hasta que finalmente, por un milagro metafísico de la voluntad helénica, se muestran apareados entre sí, y acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática. Para ambos pensadores, las lógicas contradictorias son capaces, extraordinariamente, de fusionarse. En el contexto de El sacrificio de Narciso, en cambio, no hay conciliación posible entre amor y deseo: la expresión “amor erótico” es un “oxímoron” (Abadi, 2018, p. 20) y un “delirio” (Op. cit., p. 74). Como si fueran líneas paralelas, y no senderos que se bifurcan y trazan encrucijadas, deseo y amor se repelen: cuando se desea, no se ama; cuando se ama, no se desea. El deseo no admite estabilidad: es singular hasta el límite de lo impersonal y odioso de cualquier mismidad, incluida la propia. El amor, por el contrario, es compasivo y clemente. Si el deseo es imprevisible y no lo detiene consideración alguna por las expectativas y las ilusiones, el amor, complementariamente, es promesa y fidelidad. Asociado a la piedad y al cuidado, el amor, en la constelación abadiana, se aproxima a la caridad, al deber, a la ob-ligación y a la responsabilidad. ¿Tal vez a la culpa? Desprovisto de toda dimensión involuntaria (que le es atribuida al deseo) se asocia incluso a la capacidad de soportar el aburrimiento, y es definido como el “resto o sostén que hace falta cuando no hay deseo” (Abadi, 2018, p. 21). Abadi ofrece buenos argumentos para sostener esta tesis incómoda que ataca, precisamente, cierto orgullo “narcisista” sobre el amor y el deseo. Después de todo, es innegable que, agitado por las pulsiones parciales, el erotismo se asienta en un juego transitorio, seductor y riesgoso, de objetivación no sintetizable del amado y que, como contracara, el amor exige, a los fines de alojar a otro y hacer lazo, descentramientos, postergaciones y renuncias. Al mismo tiempo, hacia el final uno se pregunta si entre el deseo volátil y devorador, y el amor como el acto que sostiene y cuida, no hay matices, formas intermedias, combinaciones posibles menos evanescentes que el deseo, y menos abnegadas que este amor. ¿No hay acaso disposiciones relativamente estables a sentir deseo por alguien amado? ¿O confundimos la pura y azarosa renovación erótica con la regularidad? ¿Y no es conocida la inclinación a amar (como sujeto) al objeto deseado? Así como somos capaces de unirnos en el desprecio del “fuego sin lumbre” [the lightless fire] (Shakespeare, 2002, Luc 4, p. 243) ¿nos es dado crear un amor encendido?
Es tentador pensar que Eros personifica el deseo de un objeto, mientras que Narciso encarna el querer ser amado. Los extremos de este arco son mortificantes (para uno y/o para los otros) y su magnetismo amenaza con convertirnos en déspotas sin remordimiento o en esclavos de un ideal parasitario. No es que las zonas medias estén exentas de peligros, pero en nuestros días no es difícil de entender por qué el calor del erotismo que no guarda la más mínima expectativa de engendrar alguna forma de amor (por pequeña y transitoria que sea) se parece tanto al odio. La búsqueda de una aleación tal de amor y deseo, ¿no es quizá la verdadera superación de la tragedia de Narciso y de su antítesis, el absolutismo de Eros? Puesto que si aquel sacrifica su cuerpo en aras del amor a su imagen, no es menos cierto que destruye esa imagen al precipitarse sobre ella. ¿Deberíamos decir entonces que Narciso no ama, sino que desea su imagen?
El ensayo aquí reseñado puede leerse como una apuesta por el vivificante equilibrio inestable entre componentes antagónicos. Como un espejo invertido, trueca certezas por interrogantes, refracta nuestra mirada e incita a seguir. La multiplicación del preguntar en los lectores es acaso el mejor signo del carácter filosófico de una obra.
Referencias bibliográficas
Abadi, F. (2018). El sacrificio de Narciso. Hecho Atómico Editores.
Freud, S. ([1914] 2003). Introducción del narcisismo. En S. Freud, Obras completas. Trad.: J. L. Etcheverry, Tomo XIV (pp. 65-97). Amorrortu.
———–. ([1932] 2006). Sobre la conquista del fuego. En S. Freud, Obras completas, Trad.: J. Etcheverry, Tomo XXII (pp. 169-178). Amorrortu.
Nietzsche, F. ([1872] 1994). El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo. Trad.: A. Sánchez Pascual. Alianza.
Ovidio Nasón, P. (1983) Metamorfosis. Trad.: A. Pérez Vega. Cervantes Virtual.
Platón. (1987) Menón. En Platón. Diálogos II. Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo. Trad.: F. J. Olivieri (pp. 273-337). Gredos.
Plutarco. (1987). Moralia, Charlas de sobremesa (Quaestiones convivales). Trad.: F. Martín García. Gredos.
Shakespeare, W. (2002).The Rape of Lucrece. En W. Shakespeare, The Complete Sonnets
and Poems. Ed. C. Burrow, (pp. 243-338). Oxford.
Vernant, J-P. ([1989] 2001). El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia. Trad.: J. Palacio. Paidós.
* Este trabajo es una reseña del libro El sacrificio de Narciso publicado en Argentina por Hecho Atómico Ediciones en el año 2018 y en España por Punto de Vista Editores en el año 2020.
Están uno frente a otro sin armas, sin palabras convenidas,
sin nada que los asegure
sobre el sentido del movimiento que los lleva uno hacia el otro.
Tienen que inventar desde la A a la Z
una relación aún sin forma que es la amistad:
es decir la suma de todas las cosas a través de las cuáles
uno y otro pueden darse placer.
Foucault
Escuchamos y decimos: “si no se nombra no existe”. Consigna que apuesta a la visibilidad de modos de vida marginales. Potencia de la palabra, potencia de nuevas categorías para dar cuenta de la multiplicidad. Categorías que luego seguro reventaremos, pero en el mientras tanto, las necesitamos para abrir mundo.
No hay marco legal que ampare a la amistad. Por suerte. La amistad es una de las pocas relaciones que gambetea definiciones e instituciones. Deleuze plantea que la amistad implica entenderse tan bien sin la necesidad de ideas comunes, sin que pueda atribuirse a…”. Si somos capaces de no desesperar tanto por nombrar y explicar, y a la vez mirar con detenimiento y precisión qué hay, podemos encontrar ahí un primer gesto amigo.
Ahí, la potencia del armado entre amigxs, pero también el lugar óptimo que encuentra este sistema brujo que es el capitalismo para capturar lo que se genera allí. Se inmiscuye en las amistades como lo hace en cada resquicio de la vida. A veces también en las amistades sentimos el cuerpo en situaciones y experiencias que nos dejan en orsai, sin entender mucho ese malestar que atraviesa la piel. También ahí, LTA.
Es por eso que nos preguntamos:
¿Qué decimos cuando se dice amigxs?
¿Es lo mismo una alianza imprevista, las asociaciones esporádicas, las diferentes posibilidades que nos abre estar en red para algunos posibles y el sentirse amigx de alguien?
¿Existen celos entre amigxs? ¿Son más o menos válidos que en las relaciones con chongxs? ¿De qué maneras les damos lugar? ¿Hay jerarquías afectivas que se plantean entre unx chongx y lxs amigxs? ¿Y el utilitarismo o las relaciones de cambio? ¿Y los forzamientos? ¿Se produce también extractivismo entre amigxs?
Creemos que sobre el amor romántico hay mucho pensado, desenredado, escrito. Sobre la amistad pensamos que hay esfuerzos en definir las potencias y las particularidades de la belleza de lo que hace a la amistad, pero no encontramos mucho sobre las capturas tristes y desvitalizantes de las que es capaz de a ratos, ni porqué esto podría ocurrir. Nos parece necesario avanzar y hacer foco en los vínculos de amigxs, relaciones tan importantes y tan poco pensadas.
Desromantizar las relaciones de amistad implica volver nuestra mirada sobre cómo nos relacionamos, cómo armamos entre amigxs, cómo nos sentimos. Poner entre paréntesis y hacernos preguntas sobre esta forma de estar con otrxs muchas veces incuestionada.
Del mismo modo en que se rigidizan y cristalizan modos de relación en los vínculos sexoafectivos esto puede ocurrir en las amistades. Tal vez son formas menos visibles pero no menos sentidas. Nos atraviesan, nos hacen ruido y también la queremos tirar afuera.
Amigxs para siempre
En las amistades muchas veces la incondicionalidad se vuelve un encadenamiento difícil de explicar, pero fácil de sentir. ¿Cuál es la línea entre la obligación y el deseo? ¿Cómo intervienen las expectativas e ideales? ¿Cómo pensar relaciones que nos liberen en la amistad?
Se vuelve un juego complejo y trabado cuando sólo nos relacionamos desde funciones establecidas en el tiempo, formas estancas y fijas que determinan nuestros lugares y formas: “vos siempre estás”, “más allá de todo somos amigxs”, “somos amigxs para siempre”, “¿porqué no me escribiste/llamaste/viniste si somos amigxs?”, “no puedo creer que no sabía de esto siendo tu amiga”.
¿Qué quiere decir que siempre estamos para otrx? Existe una delgada línea que puede cruzarse sin que nos demos cuenta, perder de vista nuestros deseos y sentires para estar al servicio de, cumpliendo una función necesaria para otrx. Ser la que: siempre resuelve, siempre escucha, siempre acompaña, siempre define qué hacer, siempre requiere ser cuidadx, siempre empuja, etc. Quisiéramos precisar esto: no sería un problema en sí mismo que unx persona prioritariamente tenga empuje o sea elegida para acompañar, sea le divertide o quien ayuda a pensar, la cuestión es si esto se rigidiza tanto que, cualquier movimiento de esa función, tiene como efecto tirones y desconocimientos en la relación.
Cuando la incondicionalidad se da por hecho, se desdibuja el otre y une misme. Estamos para le otre más allá de una misma, de lo que ocurre en la relación, de lo que va pasando. Se está “al servicio de” cuidando la continuidad de esa relación y más allá de lo que se va sintiendo. Estar cumpliendo una función porque es “lo que se hace ahí”, porque es parte de los deberes adquiridos.
Esto nos recuerda a Sara Ahmed cuando nos dice que el feminismo es la “pelea que hay que dar para conseguir voluntad propia”. Porque lo propio se vuelve indispensable en un mundo que postula que algunos seres son propiedad de otrxs, son para otrxs y están a disposición: “afirmar que una no pertenece a nadie o que tiene una voluntad propia puede implicar un rechazo a estar dispuesta de ser para”.
Pensamos que tal vez en estos micropactos invisibles, se cuela una forma de estar juntxs que da rienda suelta al cálculo vincular, al forzamiento de relaciones sin deseo.
Si desarmamos y desandamos la base de la incondicionalidad en la amistad, de amigas para siempre, como la eternidad en el amor: ¿qué nos queda? Tal vez la posibilidad de ver que (nos) sucede en ese vínculo, sin ampararnos en formas establecidas. Abrir espacio para aquello indefinido donde pueda darse mundo y lenguaje común, donde podamos ir reinventándonos como todo lo vivo.
¿Qué lugar tienen las amikas?
El sistema en el que vivimos propone una especie de pirámide afectiva, una jerarquía vincular. La Vasallo nos diría que la monogamia no se trata solamente de tener una pareja exclusiva o un único vínculo sexoafectivo, sino que se trata de “un sistema organizador de nuestros afectos y vínculos sociales que sitúa en la cumbre al núcleo reproductor de manera identitaria”. De esa manera, ese núcleo formado en pareja se torna el vínculo más importante y central, las demás relaciones quedan como secundarias o satélites en relación a ese núcleo.
Escuchamos en la diaria: “Todo bien, tengo amigas, pero necesito un novio para armar algo a futuro”, ”las amigas obvio, siempre están, hablo de otra cosa», “me embola mi amiga cuando se pone de novia, desaparece, solo arma con él o a lo sumo salidas de pareja”, “habíamos quedado en vernos, pero la agitó el chongo, tenía que aprovechar”.
Volver sobre estas situaciones que nos atraviesan el cuerpo, nos habla de este lugar extraño donde el vínculo entre lxs amigxs se da como dado y algo vago. Una relación de “baja escala” en relación a chongxs o novixs.
¿Por qué me siento sola si no estoy en pareja teniendo otros vínculos a mi alrededor?
Muchas veces nos vemos centrando toda nuestra energía en la importancia de estar en pareja y lxs amigxs allí acompañando ese centramiento. La completud y la tranquilidad recién aparecerían si tengo esa relación central.
También sucede con lo familiar, allí viene, peleando el segundo puesto en el ranking de los afectos, la familia con toda su institución. No importa si ya no compartimos más nada, si mi vieja es de derecha o si tira comentarios que solo entristecen, ahí están esos vínculos “incondicionales”. Si te pasa algo “la familia siempre está”. De hecho, algunas de estas amistades incondicionales de las que hablábamos anteriormente se vuelven así: “familiares”. No importa el paso del tiempo o que estemos en otra, se convierten en “hermanxs” de la vida. Remitimos a la familia para nombrarlos: “no es sólo una amiga, es como una hermana”. Y viceversa, cuando con un hermane hay mucha complicidad se aclara que “no sólo es mi hermane, es mi amigx”. Un ir y venir que utiliza la vara de la familia como máxima expresión del amor. Incondicionalidad, eterna, permanente, sin importar qué hace le otre.
La centralidad disputada entre la familia y la pareja deja poco lugar para las amistades. ¿De que se trata, entonces?, ¿de revertir esa pirámide?, ¿de pensar en lxs amigxs como familia o chongxs y darles la centralidad “que merecen”? Nos parece que si entramos en ese juego justamente de centralidades, caemos en la misma trampa y atentamos a su potencia. La propuesta podría ser justamente, nutrir nuestros modos de estar de esa forma amorfa que tienen las amistades cuando no son cooptadas por las garras del capitalismo. Armar desde la indefinición que le es propia, desde los vericuetos que deja para risa y el segundeo, diría Valeriano. Hacer con y a partir de su lógica y expandirnos desde allí, más que darle “otro lugar” en nuestras vidas.
Prestar atención al aire
Hemos citado varias veces a Amador que habla de ser fiel a las intensidades. Pensamos que para que eso sea posible hay que cultivar un modo de vida que se aleje lo más que se pueda de los automatismos. Hay que poder pensar y hacerse preguntas, no dar por sentado que el modo de vida propuesto es el único existente.
Hay un potencial subversivo en la amistad como lo hay en los vínculos amorosos. Sentimos que la amistad en tanto relación menos atravesada por formatos definidos es un campo plagado de posibilidades pero que debe ser mirado con atención y delicadeza para que no sea comido por las fuerzas más hegemónicas del capitalismo con su extractivismo y utilitarismo individual como mordiscos de jaguar. Dice Ahmed: “Proceder sin suponer que hay una dirección correcta es avanzar de manera diferente. Decir que la vida no tiene por que ser de esta manera, tener esta forma o tomar esta dirección es hacer lugar a la suerte. Hacer lugar a la suerte puede experimentarse y juzgarse como la ruptura de lazos”.
Nos hace sentido pensar en la timidez de los árboles para reflexionar sobre esto. La timidez botánica ocurre en algunas especies de árboles en los cuales las copas frondosas no se tocan entre sí, formando un espacio con brechas o espacios que les permite desarrollarse sin comerse/invadir al resto. Estar juntxs pero con un espacio en el entre. Dar lugar a lo que pasa, allí en relación.
Cuestionar la idea de incondicionalidad de lxs amigxs. Romper con la idea de que todo es soportable por el amor que nos tenemxs podría dejarnxs más atentas y prestando atención a lo que crece en cada relación. La construcción de relaciones efectivamente horizontales y que no tiranizan a otrx implica el riesgo de asumir cabalmente la otredad.
Quizás ser “buena amika” sea ese aire de posibilidad, dar lugar a esa suerte que nos encuentra sin prometer una incondicionalidad que se sabe/asumimos imposible.
Estoy tentado de decir que mi experiencia de la escritura me lleva a pensar que no siempre se escribe con el deseo de que a uno lo entiendan; al contrario, hay un paradójico deseo de que eso no suceda…
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… si la transparencia de la inteligibilidad estuviera garantizada, destruiría el texto, demostraría que no tiene porvenir, que no rebasa el presente, que de inmediato se consume; entonces, cierta zona de desconocimiento e incomprensión es también una reserva y una posibilidad excesiva: una posibilidad para el exceso de tener un porvenir y, por consiguiente, de generar nuevos contextos.
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En la escritura subyace la exigencia de un exceso aun respecto de aquello que puedo comprender de cuanto digo: la necesidad de dejar una suerte de apertura, de juego, de indeterminación, que significa hospitalidad para el porvenir (…), apertura de un lugar dejado vacante para quien ha de venir, para el adviniente.
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Si se da a leer algo completamente inteligible, plenamente saturado de sentido, no se lo da a leer al otro. Dar de leer al otro significa también dejar desear, o dejar al otro el lugar de una intervención con la cual podrá escribir su interpretación: el otro deberá poder firmar en mi texto. Y es en ese punto donde el deseo de que a uno no lo entiendan significa, simplemente, hospitalidad para la lectura del otro, y no rechazo del otro.
Fuente: Derrida, Jacques y Ferraris, Maurizio (1993). El gusto por el secreto. Entrevistas. Amorrortu. Buenos Aires, 2010.
Si cuando renunció a su cargo en la Universidad por no soportar las exigencias de los sistemas internacionales de publicación con referato, ningún escritor del campo popular salió a respaldarlo (apoyo que tampoco recibió cuando renunció al Premio Itaú de ensayo por estar en desacuerdo con el convenio bilateral de producción automotriz con Brasil), lejos estuvo de sorprenderse al ver por el televisor del bar La Ópera cómo, en la Legislatura, el bloque peronista daba quorum para que la comisión de obra púbica aprobara el proyecto oficialista de licitación del Distrito Literario. Pensó: no hay salida. Lo supo: ahora sí estaba todo definitivamente terminado.
Unos años antes, con el desembarco invasor del tapeo en Buenos Aires, una línea de menues que, así recién llegada como se la veía, sabía que acabaría por extenderse e imponer más temprano que tarde una cultura individualista neoliberal en la gastronomía, ya había sentido el presagio de la partida. Fue ahí, aquel mediodía diáfano, al regresar de la Facultad. Volvía caminando a su departamento de la calle México cuando el avistaje de esa tipografía mediterránea, trazada con pulso new age en la pizarra exhibida al transeúnte sobre la vereda santelmitana, le marcó en el pecho que el final se acercaba.
Por eso, en la madrugada de maratónica sesión, ante la votación consumada, ni lo dudó: agarró los ahorros que le quedaban y compró un pasaje al exterior. Dejaba el país, literalmente, de la noche a la mañana. Pero antes de irse me llamó a la Redacción del Portal para, por fin, por alguna razón que sólo él conoce, acaso basada en la cordial relación mantenida desde que fuera mi profesor, aceptar la histórica entrevista a la que tantas veces se había negado.
Las posibilidades de la literatura ante la proliferación comunicacional, la crítica económica de objetos culturales como método, el negativismo exagerista, la ciudad palermitana y el rol de los escritores frente a las últimas novedades en el arte de gobernar: polémico, en la charla que a continuación presentamos al lector, Fernández Barrios habla de todo.
Lo primero que voy a hacer cuando llegue a mi nuevo destino trágico es escribir una carta pronunciando mi posición, dijo ni bien me vio, con su habitual mal carácter y la arrogancia de siempre. Hacemos la entrevista a condición de que no haya preguntas sobre mi exilio, disparó prepotente desde su bigote amarillento. Si de preguntas se trata, me pregunto cómo es que anoche en las discusiones nadie se interrogó por las relaciones entre cartelización de la obra pública y obra literaria. Llevaba una valija de cuero marrón y vestía un sobretodo igual de raído, a tono con el paisaje melancólico del Río de la Plata que se recortaba de fondo.
Eran las ocho AM de un día nublado de marzo de 2016 y nos sentamos en el sector fumadores del bar del hall. Pidió un café negro largo y estranguló en el cenicero un primer Marlboro Box. Desconocido para el gran público, una voz ausente en los medios, clave para entender las claves del presente, autor de materiales tan prolíficos como muchas veces anónimos*, tenía, ante mí, una enorme responsabilidad, a la vez que un gran privilegio. ¿Estaría a la altura? Había tiempo para averiguarlo. El último llamado a embarcar se anunciaría recién a las nueve.
“Cuanto más emite el sujeto, más se separa de sí mismo”
Releyendo su obra, uno puede notar cómo la interfaz entre escritura e instituciones lo convoca particularmente y cómo le permite caracterizar la política cultural de los últimos quince años. Sin ir más lejos, en su Cultura económica reciente, desarrolla un método de lectura e indagación que resulta sumamente estimulante. ¿Querría contar cómo surgió, profundizar la idea, en fin, comentar un poco al respecto?
En una investigación anterior había encontrado que para el sistema educativo escritura es acta, examen, proyecto, planificación. Es decir, una práctica vinculada más a una serie administrativo-evaluadora que a una serie expresivo-testimonial. Este libro comenzó teniendo la pretensión de determinar qué es la escritura para otros sistemas, como el cultural, pero esa inquietud fue quedando en segundo plano y terminé avanzando en otra dirección. Reuní el conjunto de revistas indexadas con temática humanística pertenecientes a universidades públicas, el corpus de tesis doctorales de ciencias sociales que se han presentado, proyectos de investigación postulados a beca Concert tanto en literatura como en la comisión de sociología y demografía, planes de trabajo concursados en el Fondo Nacional de las Artes Comparadas. Hubiera sido interesante tomar documentos internos de grupos de trabajadores de institutos y centros culturales, de bibliotecas nacionales. Escritos colectivos en los que se plasme un balance, una sistematización acerca de qué, cómo, con quién, con qué límites hicieron lo que hicieron. Nada de eso existe. Y esa es una ausencia que vivo de manera dramática.
¿Con qué se podría decir que se encontró, al reunir y trabajar sobre esos conjuntos y esos corpus de materiales estatal-escriturales?
Encontré fundamentalmente dos cosas. Una reducción del lenguaje a medio de comunicación. Y una explotación de la realidad. Su subsunción a parcelas de objetos redituables, tematizables, concursables. Pienso en Martínez Estrada.
El actual gobierno asumió hace unos meses y sin embargo ya puede vislumbrarse esta suerte de expropiación de la conflictividad del lenguaje que pareciera venir a proponer, que apunta a aplanar la percepción y a reducir la rugosidad de las cosas a slogans y hashtags. En algunos ámbitos se viene discutiendo mucho sobre el rol del escritor en el nuevo contexto. Preguntarle entonces por esa discusión.
Permítame un rodeo: la vida pública normaliza el lenguaje, lo estandariza y lo convierte en reglas de protocolo, lo institucionaliza, lo mecaniza. Paralelamente, la novedad del siglo XX es que al cuerpo se lo exige como a una máquina, que pasa a estar regulado con criterios de funcionalidad y rendimiento, como cualquier otra máquina. Entonces: si la vida social propiciaba una primera separación del lenguaje respecto de su naturaleza creadora orgánica, la maquinización del cuerpo va a propiciar una segunda. En la comunicación mediada por pantallas el poder nos obliga a emitir mensajes. ¿Pero tenemos todo el tiempo algo para decir?, ¿no llega un momento en el que la palabra acelerada, vertiginosa, se nos automatiza, se nos separa, se nos dispara y adopta una vida propia, una naturaleza ya no orgánica sino maquínica en la que dejamos de ser nosotros los que hablamos? Situaría en este punto la pregunta por el escritor. No es lo mismo el escritor en tiempos disciplinarios duros -donde viene a desencorsetar, a liberar la palabra, a descomponer y ahí ya el solo hecho de ser escritor lo coloca en un lugar de transgresión- que pensar al escritor en tiempos emiso-mediáticos, donde la palabra ya está disparada, dispersa, caotizada y todo puede ser dicho sin que eso signifique que se componga o se esté diciendo algo. De modo que la pedagogía del vaciamiento que propone el nuevo gobierno se vuelve un problema mucho más acuciante, porque la lógica del emisionismo puede multiplicarla exponencialmente hipetrofiando, saturando gravemente las posibilidades nerviosas que como sociedad tenemos para procesarla. Cuanto más emite el sujeto, más se separa de sí mismo, más se vacía. En este punto, creo que el papel que tenemos los escritores es triple: tratar de efectuar las posibilidades de la lengua cada vez que tomamos la palabra, no hablar con los lenguajes del dominador y hablar menos. No es con “más poesía menos policía” que se puede hacer una intervención política hoy, sino en todo caso con menos policiación de los lenguajes. Y ya que estamos, por qué no, con menos poesía.
Con esta suerte de tiro por elevación a la posición de ciertos colectivos de poetas, no puede uno dejar de recordar aquella polémica suscitada por sus dichos acerca de la formación curricular en las carreras de realización audiovisual…
Al pretender encontrar el conflicto en la historia que cuenta y no en la historia social en la cual transcurre la praxis de su contar, el guionista egresado promedio termina sintonizando con el gobierno actual. Creo que está todo dicho. El conflicto es al guionista lo que el sumario al periodista. Buscar lo conflictivo y hacer sumarios, son, vaya ironía, dos cosas que hace nuestra policía.
¿Cuáles les parece que son entonces los clivajes que dividen a la literatura de la época? ¿Mainstream-Underground? ¿Oficiales-Malditos? ¿Vitalistas-Cínicos? ¿Auditivos-Visuales? ¿Oncativo-Garnero? ¿Moreno-Di Natale?
Ninguno de esos pares me resulta elocuente. En régimen de expresión, el clivaje es mediático emisionistas versus animal orgánicos. En régimen de circulación, el clivaje es auto-lobystas versus encuentristas. En ética estética, Palermo contra todo lo que en el país y en el continente no es Palermo, que lamentablemente cada vez es menos, problema de una urgencia insoslayable, de acuciante tratamiento. Hay además otras zonas de indagación que me convocan. Señalo acá solamente algunas de las que trabajé en los ensayos agrupados en Un médico en la sala: relación de los escritores con la coyuntura. Adhiero a los escritores que tienen una relación no actualista, no agendista con la coyuntura. Relación de los escritores con los viajes. Así como los poetas de fines del XIX y principios del XX inventaron el viaje a Europa y Ernesto Guevara inventó el viaje por latinoamérica, ¿qué viaje inventamos hoy? No inventamos ningún viaje. Relación con la ciudad. No andamos en bandada por la ciudad. Andamos de a uno. Tenemos una relación mediática con la ciudad. La ciudad es eso que está en el medio del punto en el que estoy y el punto al que tengo que llegar. No permanecemos en la ciudad. Con lo linda que es. Eso es algo que a mí me llama poderosamente la atención y que vivo dramáticamente. Relación de los escritores con la materialidad de la arquitectura. Minimalismo durlockiano, ornamentalismo blanco, transparentismo vitricular. Tríadas, series dominantes, santas trinidades: Durlock, Cunington, Smartphone, como antes Winchester, Sociedad Rural, alambrado. Pero volvamos a las relaciones. Relación con lo inmobiliario. El que alquila no tiene escritura. Relación con la ecología. El gobierno autónomo está permanentemente haciendo obras que no sirven más que para mostrar que están haciendo obras. Del mismo modo, habría una porteñización de lo publicable: del evento para presentar el libro al libro para tener un evento. Ríos de tinta que ciertamente le generan una contaminación innecesaria al medioambiente. Otra relación: relación de los escritores con lo subalterno. Me convocan especialmente quienes mantienen una relación no imaginaria, es decir no académica, es decir no mediada por la fotocopiadora del centro de estudiantes de la vieja facultad de ciencias sociales con lo subalterno. ¿Qué hacemos, aparte de narrarlo?, ¿qué hacemos con lo subalterno? Relación con la crítica literaria. No se hace más crítica literaria, se hace reseña. No hay crítica cultural, hay suplemento. En rigor, relación con el papel. El papel es el árbol, el árbol es la sombra, la sombra el caballo, el caballo la tierra, la tierra es la madre. Me interesan las relaciones no telúricas ni pachamamescas con la tierra. Y las relaciones de los escritores con las madres.
Escuchándolo, uno puede notar cómo recurrentemente usa el No. “No actualistas”, “No telúricas”… Es como si encontrara en el No una potencia. La potencia del No. ¿Querría comentar algo sobre eso?
No.
Entonces podemos volver a Palermo. En otra entrevista ubicaba a Villa Urquiza ya también como parte de Palermo. ¿Lo sigue sosteniendo?
Enfáticamente. Villa Urquiza sigue los pasos de Villa Crespo. Barrios más diseñados que vividos. Para ser habitados como un turista. Como un diseñador lampiño. O como un diseñador turista. No hay Rapipago, hay Pagofácil. En esos barrios vivimos los escritores. ¿Quiere esto decir que para sostener una ética de la escritura tengamos que migrar a Villa Santa Rita o Villa Luro? No lo sé. Y esta incerteza se me presenta con un componente de dramaticidad francamente insoportable. De paso: ¿se han hecho las inversiones correspondientes en Villa Crespo para evitar el colapso habitacional al que está conduciendo el crecimiento exponencial de actores de teatro mudados al barrio en los últimos años? No lo sé tampoco.
Y esa incertidumbre se le vuelve dramática…
No, esa no.
Para aprovechar el rato que nos queda, me parece prioritario retomar ahora otra de sus inquietudes recientes. Si entendí bien lo que plantea en Viajeros, señoritos soñadores, tenemos que decir que hoy hacer crítica literaria es hacer crítica de la emisión. Pese a pertenecer a otra generación, y esto es algo que da cuenta de la curiosidad como incansable motor de la vitalidad de su pensamiento, trabaja usted la economía discursiva en las redes. Postula la hipótesis de la extinción de la gratuidad de la palabra a partir de dos casos. El caso del colaborador freelance, que sólo escribe en lugares con versión digital para compartir el link. Y el caso del joven académico, que sólo escribe en lugares indexados. Lo relaciono con uno de sus actuales trabajos en curso, El ciclo de la producción inmaterial, sobre la economía política de la etiqueta en facebook. Allí compara las maneras de citar en un texto académico, de agradecer en un discurso político y de etiquetar en un evento. ¿Hay algo que pueda adelantar sobre eso?
En la economía política del habla virtual existen dos grandes tipos de etiqueta: la etiqueta afectiva y la etiqueta financiera. La segunda está mediada por un cálculo de utilidades en un sistema de rendimientos.
La apelación constante al recurso de la enumeración hace pensar en el discurso clasificatorio y el discurso clasificatorio nos remite al discurso de la ciencia. Podemos recordar, por caso, aquella clasificación de los editores en meceno-coleccionistas, padrino-alentadores, interlocutores, videntes, guardianes de acceso y técnico-gestores. ¿Cómo se lleva con la posibilidad de ser tildado de cientificista en su discurso? ¿Lo asume como un riesgo?
No en rigor. Si por ello fuera, la pregunta misma referida a los clivajes sería considerada científica. Formulada con un lenguaje que no es autónomo sino importado de un campo exterior al de la literatura. Pienso, pregunto: ¿toda enumeración es una clasificación?, ¿qué relación existe entre lista y enumeración?, ¿y entre clasificación y lista? Propongo establecer esta hipótesis: la lista es un discurso de la clínica, la clasificación es un discurso de la ciencia y la enumeración es un recurso de la literatura.
Hablábamos del rol de los escritores en la actual coyuntura. La pantalla indica el último llamado a embarcar. No se me ocurre mejor manera de cerrar la conversación que volver a preguntarle por las politizaciones posibles de la literatura.
Son fundamentalmente tres. La literatura es la guardiana última de la densidad, la violencia y el conflicto del lenguaje, batalla semántica contra la pretendida transparencia de la comunicación. Esa es la primera politización. El hombre le cede cada vez más funciones a la máquina. Funciones de orientación en el espacio, funciones de memorización mental, funciones de erotización. Dramáticamente: la masturbación autónoma se perdió. Amputación de la autonomía de creación de imágenes placenteras propias, no mediadas por pantallas. Autonomía enunciativo-imaginal. A eso me estoy refiriendo. Algo análogo podemos pretender de la literatura. Postularla como el último bastión, el laboratorio de creación y experimentación de imágenes no-previsualizadas autónomas, resguardo final de lo orgánico y de una sensorialidad no-maquínica. Postulación de imágenes de ciudad. Una ciudad otra, sustraída de la ciudad técnica diseñada en función de circular. Todo eso daría forma al segundo plano de responsabilidad humanista, politizadora, que la literatura tendría. Tercera politización: la ironía como lo que remite al cuerpo, a la voz y a lo propiamente humano, aquello que rompe con la reducción a ceros y unos del pensamiento binario. Del algoritmo al ritmo. Del lenguaje como medio de comunicación eficiente al lenguaje como gratuidad creadora. Preservar el lenguaje de la ironía y la ironía del lenguaje.
Conciente del valor documental del producto obtenido, en un país proclive a la repetición, vuelvo a revivir el final de la secuencia. Chequeo que la entrevista haya quedado bien grabada en el teléfono, tomo el cortado frío que por la compenetración nunca llegué a tomar y pido la cuenta. San Martín, Rosas, ahora él. Páginas, capítulos de una misma historia. Algo familiar hay en la escena. Acodado en un rincón de la cubierta del Buquebus, adivinándolo fastidioso por el deambular molesto de los pasajeros con niños que no se quedan quietos y bajan y suben las escaleras, lo alcanzo a ver entre volutas de humo, en territorio patrio, acaso por última vez. Con destino a la vecina localidad de Colonia, olvidado y solo, el irreductible Fernández Barrios parte al destierro. Se acerca la camarera y pago: novecientos pesos con setenta.
(“Crítica literaria”. Relato perteneciente a Ficciones Culturales. Disponible, junto a otros dos libros del autor, en https://juansodo.com/libros/)
¡Oh, perro, perro mío, aúlla, / ofréceme un poema de aullidos, concédeme esta gracia extrema, / tú mismo lo leerás, / mientras yo quemo los demás poemas!
Poema para la poesía, Virgilio Piñera.
1.
Si hay una vieja hazaña de la literatura, la más reputada y polémica, es la de legarnos nombres y, por eso, hacerlos también olvidar. Ese legado lo construye el mercado editorial, en primer lugar, y la cultura de lecturas, en segundo. En medio de ambos, los amigos. Pero en el fondo, la escritura, el pulso atroz del fraseo, el gesto que viene a poner en evidencia, desde un fondo innombrable, el nombre mismo: «lo primero que habrá escrito un escritor habrá sido su nombre. Digo, el primer libro quizá fue firmado antes de haber sido escrito», declara Wilcock en la entrevista de la RAI de 1973.
La busca del legado que anima al último grito de la afantasmada Sur largó hace unos meses el Wilcock de Adolfo Bioy Casares, el cual es fundamental leer en contrapunto con el mastodonte anterior de los diarios de ABC que titularon Borges.
Hay que decirlo de una. El libro de Wilcock se intensifica solamente en dos o tres momentos. Las cartas del ingeniero convertido en poeta que se abren con la comicidad negativa que leemos en sus novelas, relatos y cuentos, y la anécdota de la ceja abierta de Bioy (ni siquiera las fotografías tienen mucho valor, salvo las que aparece Livio Bacchi-Wilcock). El resto es la asunción errada del diarista de una rivalidad que, en verdad, lo excluía: la forjada entre Borges y Wilcock bajo los ojos del propio Bioy y Silvina Ocampo.
Johnny era un extranjero en el círculo trino de JLB, ABC y SO; que reducidos a siglas no dejan de sonar a nombres de whiskys: quizás por eso Héctor Libertella bautizó al JB que le servían en el Varela Varelita con un «Pepe Bianco». Esa extranjería equivoca a Bioy, porque mientras él creía medirse con el exiliado, que dejó Buenos Aires por Roma, y Roma por sus márgenes, lo que en el fondo sucedía, para fortuna de la literatura argentina, era una grieta mucho más honda: la distancia entre el escritor-monumento, el domador de la escritura, y el escritor-leyenda, el exiliado perpetuo (que abre un punto de contacto entre lo mejor que vino después: Copi, Osvaldo Lamborghini, etc., etc.).
Se trata, una vez más, de ponerse en pose de combate y elegir una posición u otra, porque tanto el monumento como la leyenda tienen sus adalides y sus pequeñas guerras inútiles. Y de señalar la diferencia: ahí donde el monumento construyó una casa de sólidos fundamentos, donde cobijar a la grey y asignarle a cada uno una habitación específica (incluso dejando el sótano y el subsuelo para algunos, las ovejas negras), la leyenda quemó la casa y escapó.
Ya se sabe. Borges dispuso su obra como la Casa impertérrita, con sus parientes y sirvientes, la novela familiar que dejó en negativo sin escribir, y echó como a un perro a quienes no querían, o no podían, acomodarse a las circunstancias designadas: comer la comida que el monumento señalaba, armar las fiestas que el monumento quería, cantar las formas que el monumento deseaba. La leyenda estaba excluida por definición del monumento.
Y ¿qué era la leyenda? Respuesta: la leyenda era una vida que contenía dentro suyo, como un fuego precioso, un principio poético que ponía todo lo que tocaba en estado de literatura o de incendio. Era inevitable, entonces, que Wilcock, la leyenda Wilcock, haya dado tanto para decir, falsear, ficcionar, tanto que a esta altura ni siquiera la sombra del fantasma de esa biografía detalladísima que Ernesto Montequin prepara hace más de 20 años podrá controlar. No, las intrigas van a seguir porque el principio de la poesía motoriza las narraciones y no al revés: primero poetizar, después narrar.
2.
Empecé a leer a Wilcock por consejo de un amigo al que le encanta la polémica («el mejor Aira es un mal Wilcock», me dijo y me enervó la curiosidad —¿cómo iba a decir eso del gran Aira?). Y entré por el Wilcock que escribía ya en esa «specie di italiano», como declara en una autotraducción de sus poemas en castellano de 1963, y pensé de inmediato en aquella película mal traducida de Andrei Tarkovski, El sacrificio. No se trató de un sacrificio, sino de una ofrenda: La ofrenda de quemar la propia casa (cualquiera puede recordar esa imagen). Ahí está la leyenda: quemando el castellano, que ya no daba para más, como repetía Wilcock, porque Borges, sí, Borges lo había agotado desde su torre de control infinita: dispuesta sobre todo el Sur, hasta globalizarlo.
A la leyenda Wilcock, el libro de Bioy no puede hacerle justicia porque cree erradamente que su amistad estaba tensada por una rivalidad congénita (por eso el primer retrato de Bioy, El perjurio de la nieve, donde el poeta y protagonista del cuento, Oribe, es un desagradable plagiador y de voz aguda como el Wilcock de carne y hueso muestra la verdad de esa amistad, la competencia, que se intensifica en la anécdota de la ceja abierta). Sin embargo, creo que la leyenda Wilcock, a diferencia del Wilcock de Bioy, está estructurada como una fuga. Y hay ahora, en la restitución de Wilcock al canon que el monumento y sus tentáculos crearon, y que ya no existe más sino como pasión de viejos vinagres, una intención contra la fuga: redimirlo, recordarlo, pagar la culpa, ¡ay!, del olvido y la exclusión (y, ¿por qué no?, del aborrecimiento con que lo excomulgaron), y reconocerlo como la oveja negra, ahora perdonada, de la divinidad trina.
Pero Wilcock, en su escritura, nombre, vida y obra, logró colocarse más allá del bien (no del mal): irredimible. Cualquier restitución que se pretende redentora, quiere, en la contracara de sus buenas intenciones, de las que siempre hay que desconfiar, practicar el deporte del patronato nacional: la doma: acomodar en la segunda línea, o tercera, de una época y una forma de hacer literatura, a un nombre y obra. Entonces Wilcock sería la mascota algo indómita con que se divertía y molestaba la santísima trinidad de Sur: JLB, ABC y SO. Su conversación sería, por eso, mejor que su escritura. La leyenda más importante que la obra, de la que podríamos, por eso, eludirnos de leer…
3.
Ante ese dios trino (¡y por eso cristiano!) que conformaron la alianza de JLB, ABC y SO, siempre en la mirada de Wilcock, y sus poderes de salvación, creo que lo mejor que hizo el ingeniero, yéndose a Italia a escribir en esa sublengua tildada de “specie di italiano”, fue convertirse en otro dios: putrefacto, maldito, con el cual impedir su manumisión. Porque solamente otro dios podría estar más allá de la redención con que el mercado y la cultura canonizarían un nombre, controlarían una llama.
Dejémosle, entonces, el infierno, al que pertenece con esa lengua de perversa inocencia a través de la que no pudo dejar de incendiarse su vida y obra: “Fuoco, compagno, caro amigo dell’ombra, / ardi e ti spegni e grazie a me riprendi / te disperato che bruceresti il mondo / e qui da solo bruci te stesso…” .
Empecemos, entonces, a leerlo de verdad, sin pretensiones de redención, entremos a su infierno y apaguemos de una vez las esperanzas. Lo inesperado nos espera. La literatura, el fuego —que acá, y siempre, rima con juego.
1956: se arma en un domingo de marzo una discusión literaria después de comer, sobre una edición de poemas de sor Juana Inés de la Cruz. Bioy declara dos errores. El segundo, la acentuación de “salgáis y tenéis”, a lo que Wilcock agrega, corrigiendo al lector: “Como todas las palabras agudas que terminan en n o s, se acentúan.” Bioy se desespera y corre arriba a buscar un Quijote para “dilucidar el punto, y, para agraviar el oprobio de ser corregido por un mozalbete”, pero en la oscuridad atropella la esquina de un ropero, se abre una ceja y sangra copiosamente. ¿Cómo no leer esto con una sonrisita? Y habría que corregir a Bioy, otra vez: no se trataba de la acentuación de las palabras, sino de la colocación de las tildes. ¿Se abrirá ahora la otra ceja?
La Sociales de Marceloté 2230 que recuerdo no llegó a ser del todo de la UBA. Fue más bien un intervalo en el tiempo, un edificio al borde de la institución. Allí practicamos un tipo entrañable del rigor con los conocimientos muy distinto al del discurso universitario. Como me lo explicó una brillante amiga de aquellos años, la rigurosidad aprendida iba del libro a la clase pública (para volver al libro de un modo apasionado), del estudio a las militancias (para plantearle al estudio unas preguntas urgentes y a la vez clásicas), del aula al café (por los pasillos imaginarios de una conversación infinita), del pizarrón a la calle (haciendo de ese viaje una experiencia universitaria de la ciudad y y una vivencia política de la universidad). Los más grandes y admirados docentes -Rubén Dri, León Rozitchner, Alcira Argumedo, Horacio González- no eran los hijos de la beca y el doctorado (aunque fueran doctores), sino de fuertes experiencias vitales e históricas volcadas sobre una relación muy propia con el lenguaje de la filosofía. Marcelo Matellanes, Silvia Siblat, Atilio Borón, Eduardo Gruner, Horacio Tarcus, Christian Ferrer, Alejandro Horowicz, Diego Baccarelli o Eduardo Rinesi no formaban profesionales (aún si también lo hicieran), sino que realizaban el milagro de sostener al borde del abismo una biblioteca extraoridnaria, en la que Platon, Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Hegel, Marx, Weber, Gramsci y Althusser eran evocados en un cuerpo a cuerpo Perón, Guevara y Hebe de Bonafini, mientras que lxs amigxs y comperñerxs -al menos los que mejor recuerdo- no éramos exactamente «buenos alumnxs», sino hacedores de desvíos complementarios: Cátedras alternativas, asambleas, marchas y revistas que no tenían contacto alguno con el aparato administrativo de la UBA. Me refiero a las que me más me marcaron: El ojo mocho, La escena contemporánea, o De mano en mano. Aunque recuerdo lecturas intensas de muchas otras, como Doxa, Aínda, Cauzas y Azares o El cielo por asalto. Elijo cuatro nombres, Alcira, Ruben, Horacio y León para recordar de qué puede estar hecho el paso por una institución, una facultad, una universidad. Es con esos nombres y desde esas marcas que puedo entender la sigla UBA
Las máquinas psíquicas: crisis, fascismos y revueltas admite ser leído como parte de un esfuerzo más amplio por actualizar una desafiante tradición política intelectual que ha caído en desuso, cuya saliente más visible es el artículo La izquierda sin sujeto, escrito hace más de medio siglo por León Rozitchner. Se reconoce esta tradición por un gesto único y extremo que la sitúa desde el comienzo al borde mismo de la extinción. Su toma de partido (decidida y existencial) en favor de una revolución anticapitalista, resulta inseparable de una clara conciencia de los obstáculos que impiden su “tránsito efectivo” en el plano histórico concreto. El gesto es difícil, o complejo, porque comienza con una frustración, ya que la encrucijada en la que se adentra el deseo revolucionario es la del choque de la voluntad, siempre insuficiente, contra una realidad siempre más fuerte.
En su perseverancia estratégica, esa voluntad inicial se le aparecerá como débil y abstracta. Será sometida a crítica, pero también a reconstitución, buscando en el pensamiento la fuerza de la que carecía. El proceso no carece de violencia subjetiva, y sólo esa violencia es capaz de sacar al pensamiento de su sopor autocomplaciente habitual.
Se trata de un circuito propiamente spinoziano. Tal y como aparece descripto en el apéndice de la parte primera de Ética, la potencia de pensar no se da de manera automática. La filosofía materialista precisa dar cuenta de la torsión subjetiva en la que el deseo se descubre prolongado en el pensamiento. El “tránsito efectivo” supone que dicho proceso puede ser colectivo, venciendo el terror vivido en el enfrentamiento. Sin la elaboración de ese terror, que siendo colectivo ha sido interiorizado bajo la forma de una impotencia individual, no hay sujeto para la izquierda.
La señal de efectividad del tránsito, por tanto, supone un doble movimiento por el cual la angustia individual da paso a una experiencia colectiva nueva, y el pensamiento asume el medio formado por unas determinaciones materiales, como la condición en la que deberá convertirse él mismo en causa activa, capaz de producir efectos reales.
*
Esta tradición, que no sé cómo llamar, pero tiene algo de spinoziana e izquierdista, adquiere en la figura de Rozitchner un matiz que a mi juicio la mejora, porque es capaz de pensar a fondo a partir de las derrotas sufridas.
Apenas resisto la tentación de referirme a una izquierda spinozista propiamente argentina, cuyo aporte específico sería partir de lo real de la derrota como exigencia materialista, para recomponer un deseo revolucionario efectivo. Es cierta evocación de este gesto lo que más me interesa del libro. Pero esa evocación no es directa. La presencia del filósofo en cuestión está en él diluida: presente en su ausencia, o mejor, dosificada en citas camufladas, como sucede con la subjetividad como “nido de víboras”, e incluso la referencia a un Freud ligado a Marx y la lucha de clases.
En esas citas apenas develadas percibo el gesto agazapado de la abundante fraseología procedente del libro El Antiedipo, de Deleuze y Guattari. Hay allí una pregunta que hace de lo “psíquico” uno de los términos de una dialéctica desmitificante que permite comprender la ambivalencia de toda integración de lo subjetivo en lo objetivo. Al detectar lo subjetivo en lo objetivo como su contenido activo, se descubre la artificialidad de los cortes en nombre de los cuales la objetividad aparece escindida como un momento independiente, como peso de los hechos impuesto a los sujetos, como condena a la impotencia.
*
Si insisto en prestar atención a la máquina psíquica León Rozitchner es porque en su manera de ligar lectura y escritura se ponía en funcionamiento este tipo dialéctica, capaz de desmenuzar las operaciones de su integración. Dicha operación equivale a fundar un punto de vista crítico del capital como relación social. Si el punto de vista del capital es el de la integración de la sociedad, la analítica de lo subjetivo integrado, si resulta capaz de captar las resistencias, las tendencias autónomas y los desconciertos, se convierte en perspectiva de una posible (contra) coherencia, sin la cual no surgiría nunca un punto de vista de izquierda. El punto de vista propio del capital es el de la integración que pulveriza el cuerpo sensible que resiste, el de integración fundada en la separación fetichista, en la que lo subjetivo quedaba subordinado a una objetividad preconstituida, y en la que cada instancia del sujeto resulta convenientemente devaluada. Una degradación en la que se vislumbra la continuidad esencial que liga a lo cristiano con lo neoliberal.
El punto de partida de Rozitchner siempre fue Marx. No es fácil leer a Marx desde Argentina, prescindiendo de la lectura de Rozitchner. Se trata de un Marx tomado en la trayectoria larga de un materialismo sensualista, que va de las pasiones en Spinoza al deseo inconsciente en Freud. Desde ahí concibió su polémica con la comprensión racionalista e idealista del sujeto, en una línea espiritualista que remontaba hasta San Agustín, pasaba por Descartes y aterrizaba entre nosotros en el marxismo de Althusser y el psicoanálisis de Lacan; hoy denominado populismo de izquierda o “izquierda lacaniana”.
Creo que la máquina psíquica León Rozitchner también está presente en la idea de que se escribe para estar en sincronía con las militancias; para participar de la lucha de clases. Como sucedía en El Antiedipo, sí, pero sobre todo, en las páginas introductorias de Freud y los límites del individualismo burgués.
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Las máquinas psíquicas mantiene dos líneas de escritura. La primera va de los padecimientos a la revuelta, pasando por la crisis y soportando la reacción neofascista. Hay una segunda línea, que es la del propio entusiasmo de Exposto con ciertas ideas y ciertas lecturas. Un deseo de que la escritura haga converger ambas series. Una voluntad de feliz intersección, de encuentro entre los malestares, las politizaciones y la formulación de prácticas y enunciados.
Si es cierto que la verdad debe ser creada, y esto vale tanto para las prácticas como para las teorías, el valor de los conceptos no debería ser medido por su capacidad para describir la realidad empírica de la precarización económica y psíquica, sino la realidad empírica de lo que puede ser esa precarización cuando es felizmente interceptada por conceptos y prácticas micropolíticas.
El primer párrafo de este libro comienza con una cita apenas velada a El Antiedipo: “Nos dirigimos a los inconscientes que se rebelan”. Lo que llama la atención aquí es la enunciación en primera persona del plural. En el caso de Deleuze y Guattari, este “nosotros” se explicitaba como un “rizoma” que hacía del “entre” de los autores una multiplicidad. En el caso de Exposto, dicha multiplicidad se constituye por ese deseo al que hacía referencia en las primeras líneas. Hay un nosotros que apuesta a la producción de esas disidencias de los inconscientes. El primer párrafo dice así: “Buscamos aliados para una nueva lucha de clases”, que es como decir: “Hay un nosotros definido por una búsqueda”. Un nosotros en el que creo reconocer la presencia de otra escritura colectiva, una más activista, la del Comité Invisible. La hipótesis se confirma si uno lee con detenimiento la tercera oración: “Nuestros amigos están en las calles…”.
El “nosotros” se establece por complicidad de luchas. Resta definir, en todo caso, en qué sentido es “nueva” esta “nueva lucha de clases”, difundida un poco en todos lados. Quizás Exposto alude a la novedad a partir de una convocatoria generacional, pero como el valor de lo generacional se establece a posteriori, es más interesante pensar que la misma proviene de los ciclos de recomposición de los malestares y las luchas. La propia pandemia marca un tiempo “nuevo”.
El primer párrafo del libro termina con una frase que puede entenderse en esta clave de recomposición: “Un terreno sensible en el cual se realizan investigaciones militantes en diferentes prácticas”. Esa articulación entre ofensiva sensible y prácticas de investigación militante toca la intimidad de núcleos enunciativos presentes en el universal sensible de Rozitchner, el discurso de la feminista comunistarista Rita Segato, las resonantes intervenciones de Franco “Bifo” Berardi, y sobre todo, la intervención del Colectivo Situaciones entre los años 2000 y 2009.
¿Cómo entender la política de escritura en la que esos nombres son al mismo tiempo evocados y suprimidos? La “nueva” lucha de clases se hace presente como una correntada que arrastra, subsume y amalgama nombres y palabras claves, y los recupera más allá de toda autoría, sin borrarlos o suprimirlos. La política de escritura militante de Exposto se da como un rapto de entusiasmo que quiere hacer funcionar, en un continuo, nociones procedentes de un lado y de otro, sin la molesta interferencia de la autoría. Esta relación entre entusiasmo y cita teórica eludida recorre el libro entero. Insisto: no es falta de reconocimiento a los textos leídos, es otra cosa. Es voluntad de funcionamiento. Sucede también con las preguntas que aparecen en la introducción. Según el curso sobre el poder que Deleuze dio sobre Foucault, publicado hace ya unos años por editorial Cactus, constituyen el método foucaultiano de estimación de las posibilidades de actuar en determinada coyuntura: ¿qué nuevos tipo de luchas surgen?, ¿qué nuevos modos de pensar y conocer?, ¿qué nuevas formas de vida? Luchas, ideas y sensibilidades constituyen la materia singular que, acorde a su disposición, nos permite estimar y evaluar nuestras intervenciones. Deleuze mismo aclaraba que estas disposiciones son variables, irrumpen como devenir atravesando la historia. Los años 80, en los que él mismo impartía su curso, era más bien una noche de las no preguntas.
El texto de Exposto busca desesperadamente esa materia singular, situada y moviente en la que podemos actuar en un contexto de adversidad, cuando la amenaza de la noche de las no preguntas se cierne una y otra vez sobre nosotros.
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Lo que interesa en esta clase de textos es la pretensión de tocar el real al que apuntan, de afrontar eso que normalmente queda encubierto incluso en los discursos críticos. La mayor dificultad radica en atravesar la distancia invisible que se da entre la consistencia lógica de un discurso y su capacidad de participar del tránsito a la efectividad. Defender la posibilidad lógica de un discurso y concretar su posibilidad en potencia, son dos cosas distintas.
En la obra de Rozitchner, esa diferencia se juega en el régimen de la guerra. En Freud y el problema del poder, la guerra es un asunto de fuerzas y enfrentamientos. De política real. De derrotas y revisiones dolorosas. De tácticas y estrategias. La guerra es el más exigente de los ámbitos en lo tocante al problema de la verdad y la verificación. Una nueva lucha de clases es también un nuevo terreno de verificación de las verdades sobre las que pronunciamos enunciados.
Las máquinas psíquicas es más interesante cuando se lo lee atendiendo a la siguiente pregunta: ¿cómo leer y escribir luego de León Rozitchner? Al reconocer que la pura posibilidad lógica resulta insuficiente, se propone un punto de partida autoexigente. La pura posibilidad no colma la ruptura sucedida entre lo humano y el mundo. El pensamiento puramente lógico, con todo su prestigio, deja escapar lo efectivo del pensar. Su omnipotencia arroja impotencia como único resultado, y la impotencia como resultado no interesa. Interesa, sí, como inicio. No es lo mismo. Tomar en serio nuestra impotencia, ya sea intelectual o política, como inicio de algo, es algo completamente diferente, porque está ubicada, no en la conclusión de una pura posibilidad, sino en el inicio de una nueva efectividad. Nada que Exposto, como lector de Artaud, no conozca bien.
El punto de partida de Las máquinas psíquicas es la impotencia de luchar como efectividad primera de una nueva lucha de clases, donde la lógica borra el obstáculo y la potencia nace de sentirse poca cosa en el choque con el obstáculo. No hay otro modo de tomar en serio la postulación de una “nueva” relación entre pensamiento y vida, en la que el saber es reemplazado por nuevas creencias y el discurso es devuelto al cuerpo.
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Luego de años de comunicación intermitente con Exposto, hallo en algunas frases de este libro varios puntos de encuentro; proposiciones en las cuales se postulan la dimensiones cognitivas y terapéuticas como niveles de una disputa, y no como propiedad ya controlada por el capital como único sujeto.
Si la “nueva” lucha es de clases, lo es porque son pensadas a partir de una “lucha” en la que las clases se conforman. Estas “clases” constituyen momentos de afirmación en el terreno del conocimiento y los cuidados, en un medio sometido a precarización, pero extrayendo de este medio disposiciones de lucha. Lo que me interesa de estas proposiciones es su carácter absorbente. El uso del término “precarización” es capaz de absorber al mismo tiempo la teorización “bifiana” y sus resonantes escritos sobre la precarización psíquica del cognitariado, y lo que el filósofo catalán Santiago López Petit y el Colectivo Espai en Blan han planteado sobre el poder terapéutico.
López Petit, en particular, es el autor de una filosofía entera que busca abrir el antagonismo sobre nuevas bases; localizando campos de disputa, donde tiende a regir la determinación. A la verdad evidente del realismo capitalista, le opone la verdad por desplazamiento, cuyo punto de partida es el malestar y el odio que esa realidad evidente difunde. Un Marx próximo al ya citado Artaud.
Las máquinas psíquicas contiene enunciados absorbentes que tienden a pensar la inclusión de lo subjetivo en la objetividad. Si toda lectura se distingue de otras por el modo en que ciertas frases repercuten y operan conexiones en el cerebro-lector, en mi lectura de Las máquinas psíquicas resaltan frases como ésta: “Las crisis de las subjetividades están en el núcleo de la crisis de la objetividad”.
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En la línea de El Antiedipo, Exposto escribe: “Lo inconsciente es arena de las luchas de clases”. No es que haya un inconsciente por cada clase, sino que la producción del inconsciente es inseparable de estas arenas, de una tierra granulada en la que se da una disputa entre clases. Las tesis de la célebre querella de Deleuze y Guattari contra el psicoanálisis son conocidas: la reconducción del deseo al triángulo familiar, la práctica “psi” como parte de la axiomática capitalista, la insuficiencia de un discurso del deseo fundado en una filosofía de la negatividad (de las trascendencias), de la falta y la carencia, y del estructural lingüismo, con sus significantes amo, etc.
Los autores propusieron su “esquizoanálisis” como alternativa. Una analítica del deseo adecuado a las prácticas de los grupos revolucionarios y los devenires minoritarios. Acorde con su postulación de una nueva lucha de clases, Exposto se propone una vía de actualización del esquizoanálisis. Del padecimiento a la revuelta. En su libro Spinoza ayer y hoy Toni Negri tiene la impresión de que la vigencia de El Antiedipo consiste, sobre todo, en la invención de nociones “maquínicas”.
Luego de publicar dos libros claves, Spinoza y el problema de la expresión y Diferencia y repetición, Deleuze había operado una ruptura con la metafísica del individuo, íntimamente vinculada a la experiencia de la mercancía, la propiedad y la soberanía del estado. En El Antiedipo, Deleuze y Guattari desplegaron un nuevo espacio teórico, contextuado en una crítica del capitalismo contemporáneo, para estudiar la nueva composición de las relaciones entre humanos y máquinas, mostrando, sobre todo, dos regímenes en torno a los cuales se juega la posibilidad de una nueva inmanencia radical.
En una célebre entrevista publicada con el nombre “Control y devenir”, Negri le preguntó a Deleuze por la posibilidad política de producir una coincidencia entre máquinas deseantes y técnicas, a través de una serie de actos comunistas de reapropiación de las máquinas técnicas del capitalismo postmoderno. ¿No sería su reapropiación una estrategia capaz de restituirle riqueza expresiva a los devenires minoritarios de los que Deleuze y Guattari hablaban en Mil mesetas?
Deleuze dijo que no se trata nunca de una relación directa con las máquinas. Éstas no son sino la expresión de un funcionamiento colectivo de enunciación más amplio; cuestión que remite al capitalismo como axiomática. Para Deleuze no necesitamos más comunicación. Las palabras están tan podridas como el dinero. Más bien habría que sustraerse de la comunicación en favor de nuevos espacios silenciosos, aptos para aquello que realmente importa: los actos de creación. Y la creación es siempre resistencia a la muerte, extracción de vida a la muerte.
Negri lee la respuesta de Deleuze como expresión de impotencia política. Una vacilación que impide saber qué implica, concretamente, la “politización” en el ámbito del deseo. Cuando Exposto escribe: “Los psicoanalistas no han hecho más que interpretar el inconsciente de diversos modos, cuando de lo que se trata es de politizarlo”, me asalta el mismo tipo de perplejidad. ¿Qué significa ésto? Menos resbaladiza y más orientadora me resulta esta otra formulación: “No existe ni una sola formación del inconsciente que no implique una investigación militante”. La articulación entre lucha de clases y formación inconsciente fracasa cuando un término aplasta al otro. De hecho, da la impresión de que El Antiedipo pretende aportar a la política fundada en la lucha de clases un aspecto del que carecía: una posición no servil del deseo. ¿Qué quiere decir exactamente “politización”, en esta actualización que Las máquinas psíquicas se propone hacer del esquizoanálisis? Una primera respuesta parece ser el clasismo. Politizar sería equivalente a asumir un punto de vista de clase. ¿Pero no es acaso un punto de vista que asume la conciencia? En el plano del inconsciente no hay teatro, hay fábrica. No hay representación, sino producción. Más que identificación con clases, se juega ahí la cuestión del enfrentamiento, como escribía Rozitchner en sus textos sobre Freud, en el cual lo deseante se subordina a las categorías y funcionamientos que organizan lo real, o bien apuntan a su profunda subversión, por medio de una articulación que será política en la medida en que se las arregle para dar curso a lenguajes, alianzas y estrategias, capaces de hacer crecer ese deseo de otra relación con el mundo.
Es el problema que Negri le planteaba a Deleuze, sobre cómo el deseo se apropia concretamente de los medios de producción. Exposto apunta ahí cuando escribe que “la colonización del inconsciente es el resultado de la descomposición de los territorios obreros y populares. Depende a su vez de las reestructuraciones tecnológicas y laborales del capitalismo”. Creo que Deleuze podría responder que la colonización del inconsciente se produce en la formación propia de la clase como tal. Por eso el clasismo no implica por sí mismo una descolonización del inconsciente. Quizás durante fases de descomposición de las formaciones obreras pueda aparecer un tipo de clasismo más combativo. Algo de ésto pudo olfatearse durante el 2001 argentino.
No se trata de una respuesta anti-obrera, sino de una teoría de la subjetivación en la que la agencia clasista depende de la liberación con respecto a la máquina social, que en el capitalismo opera axiomáticamente. Más que revoluciones, estos flujos libres crean enunciados “indecidibles” que pueden dar lugar a una recuperación capitalista, subjetivaciones neofascistas o devenires revolucionarios. Es en ese punto que urge la actualización del esquizoanálisis.
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Hay en el libro de Exposto una cita de un texto de Facundo Nahuel Martín sobre el problema del tiempo y las velocidades. Para salir del “realismo capitalista” habría en los marxismos dos tendencias básicas. Una aceleracionista, que pretende organizar el infinito a través de una reapropiación de la razón maquínica; y otra “gótica”, que aspira a hacer saltar la razón dominante mediante una ampliación de lo sensible. Exposto llama “aceleracionismo gótico” a la mezcla de componentes de ambas corrientes. Del aceleracionismo aspira a recoger un elemento de proyección, y del “gótico”, un espesor subjetivo, una “fascinación” con aquellos aspectos de la materia que la valorización capitalista desecha.
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Quiero decir algo más sobre cómo el llamado neofascismo le impone la guerra a los movimientos populares, y cómo éstos tienen que inventar modos de desactivarla. Por eso decía que urge la actualización del esquizoanálisis, más aún en pandemia. Rita Segato se pronuncia al respecto hacia el final de su libro La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juarez.
Los movimientos populares no matan. Hace casi medio siglo que no practican la lucha armada por una razón relativamente simple. De los atentados anarquistas a las guerrillas de los años setentas, el problema de la contra-violencia sólo se plantea cuando la intensidad de la lucha de clases asciende a determinados niveles del enfrentamiento. Como lo explicó el general Karl Von Clausewitz, no hay guerra si la fuerza agredida no se defiende. Los sectores organizados políticamente desde el poder, en cambio, no han dejado de asesinar. Cada vez se muestran más dispuestos a defender la “libertad individual” y la “propiedad privada” a como dé lugar.
Luego del aniquilamiento de las organizaciones armadas ocurrido en 1977, los movimientos populares desplegaron formas de lucha cuya violencia —la violencia implicada en una huelga, un escrache o un piquete— no aparejaba amenaza de muerte alguna. Aún así, esas acciones fueron interpretadas por los sectores de poder como un desafío directo a su modo de vida. De ahí que, incluso durante los últimos años, en la Argentina se sigan produciendo muertes políticas como las de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, en el contexto de la represión estatal a la lucha de comunidades mapuches en el sur del país; o el asesinato de Pablo Kukoc (rematado por el policía Luis Chocobar a pocos metros de distancia, cuando Pablo estaba ya herido y en el suelo). Asesinatos que el gobierno de Macri reivindicó como parte de la defensa de la propiedad privada, la libertad individual y la soberanía del estado. O las muertes de tantas mujeres violadas y asesinadas mediante actos criminales, que como nos enseñan los feminismos, son también actos de poder. Crímenes políticos.
La performance de la derecha neofascista, acelerada durante la pandemia, plantea dos cuestiones que atañen a los planteos militantes de Exposto: ¿qué dimensiones puede adquirir este fenómeno en este momento histórico?, ¿cómo superar cierta impotencia política que parece caer sobre sujetos que suelen demostrar una capacidad muy superior de movilización, tanto física como mental?
Es imprescindible desarmar la paradoja según la cual quienes defienden férreamente el sistema actúan como si lo cuestionaran, y quienes lo cuestionan profundamente parecieran quedar a la defensiva. En función de este modo de presentar las cosas, la derecha más reaccionaria estaría logrando apropiarse de una actitud de rebeldía. Se los suele llamar «anti-sistema»; algo absurdo, ya que las manifestaciones neofascistas encarnan una defensa total del orden de la propiedad privada, del intercambio mercantil y de la idea de libertad individual que surge de dicho intercambio.
Para defender el orden que sienten en riesgo, los neofascistas decidieron atacar lo que podemos llamar el “consenso”: un conjunto de restricciones perceptivas y lingüísticas que determinan lo que en la esfera de la comunicación suele llamarse lo “políticamente correcto”. Al atacar este consenso abren una brecha en el propio campo de la derecha, porque el consenso cuestionado no es otra cosa que la traducción burguesa —en el estado y en los medios de comunicación— del conjunto de las conductas sociales. Es, por tanto, una pieza fundamental del sistema mismo.
¿Cuál es el contenido, el texto de ese consenso? Básicamente, se trata de una serie de eufemismos para excluir del mundo simbólico toda referencia a lo real de la desigualdad, del racismo, del sexismo, del odio, de la explotación y de la muerte. El consenso ha sido una pieza clave para que el sistema sea tolerable. Sin embargo, es en nombre de una defensa extrema del sistema que el neofascismo de hoy lo cuestiona. Entonces, no queda otra que preguntar: ¿quién ataca realmente al sistema?, ¿es que esta derecha, envuelta en un delirio de propietarios, ha enloquecido al punto de imaginar enemigos inexistentes? ¿Acaso la locura y el delirio no son efectividades claves, sin las cuales no se concibe la constitución de fuerzas históricas? Creen, ya que así lo dicen, que la propiedad y la libertad individual están bajo peligro. La pandemia intensificó ese miedo. Encarnan un presentimiento, una anticipación paranoica y preventiva de un hecho que todavía no termina de hacerse del todo presente. Intuyen una amenaza, por ahora virtual: la posibilidad de que parte de la sociedad reaccione contra la miseria que supone someterse a las categorías del neoliberalismo. Ven fantasmas y se aprestan a la guerra. La derecha procesa una evaluación práctica: ¿resulta conveniente romper este consenso, esta traducción burguesa de las relaciones sociales en el plano de la percepción y del lenguaje? Lo cierto es que incluso quienes adoptan compromisos con esta mediación consensual no dudan en violarlo cada vez que la defensa del sistema lo requiere.
La paradoja se enuncia así: los grupos de poder desean asegurar los fundamentos del sistema —muerte, despojo, explotación—, sin evidenciar el carácter estructural de la división que promueve, y que sólo la lengua del consenso permite omitir o soportar. Ésto nos conduce al segundo problema. Lo único verdaderamente incómodo en esta situación es que las fuerzas que tienen legitimidad histórica para atacar al sistema, queden enredadas en la defensa de este consenso.
En un artículo reciente, López Petit plantea que sólo si las izquierdas elaboran una relación no fascista con la muerte podrán situarse más allá del consenso, en el cuestionamiento del sistema. Se trataría, entonces, no sólo de plantearse una relación no fascista con la muerte y con el odio, sino también una relación no capitalista con la desigualdad y la explotación. Un modo de afrontar, sin hipocresía, y con un lenguaje directo y verdadero, cada una de estas cuestiones.
Algo que la cultura progresista elude sostenidamente, a pesar de contar con una entera filosofía argentina sobre la cuestión. Una filosofía que comienza con Rozitchner y resulta imprescindible actualizar por todos los medios posibles.
Diego Sztulwark
Marzo de 2021
Presentación del libro Las máquinas psíquicas: crisis, fascismos y revueltas (La Docta Ignorancia, 2021):
Martes 17 de agosto a las 20 hs.
Presentan: Vir Cano, Diego Sztulwark y Emiliano Exposto
Coordina: Tomás Pal
A través de Zoom y FB
FB: https://www.facebook.com/ladoctaignoranciapresentaciones
Zoom: ID: 851 9146 5239 Código de acceso: 591512
Lo peor de Alberto son tus posteos. Esos posteos donde de toque se te cayó la ficha de lo vigilante que eras, como tenías el teclado fácil para señalar, marcar, acusar, explicar. Todas esas veces que escribiste Tío Alberto, capitán Beto, Alberta. Que dijiste todo lo orgullosa que te sentías por tener un presidente que sabe hablar, explicar, contener, que es profesor, que la UBA, que los científicos, que Lito Nebia, que la educación pública, que giladas. Tweets, historias, estados delegando tu estado de ánimo, tus ganas, tu tiempo, tu manija. Refugiado, gobernada, responsable, catador de distancias en fotos ajenas. Agradeciste que te cuide, que te explique de manera certera con filminas, que te reten. Le hiciste hacer a tu pobre hija un dibujito para que le llegue a él, la hiciste decir pavadas corte buchona para subir el videito o que agradezca la vacuna de la abuela. Tuiteaste para pedirle que te diga feliz cumpleaños, que te desee suerte en un examen, empezaste a seguir la cuenta de Dylan. Cómo te cabió Alberto y tu viveza que se te volvió en contra después de termear todo el año pasado a tus primos macristas en el grupo de wasap. Ahora viene el vuelto, ahora se te ríen fuerte, ahora sos un pancho, un chiste, un meme y tiene que saltar tu mamá a defenderte, a pedir que no hablen de política en el grupo familiar. Quedaste como festejante de cualquier gilada, idea, consigna, fake. Excitación, ansiedad, reseteo y aturdimiento. Caíste en la trampa ruidosa que pide obediencia, vigilancia, servilismo y likes. Flasheaste politización de los proyectos personales que son de otros, que no convidan, que se la quedan. Lo peor de Alberto somos nosotros que entramos todo el tiempo en batallas culturales que cuando pasan apenas unos meses ya son puro chamuyo.
Diego Sztulwark retoma la pregunta que se hiciera Daniel Bensaid con relación a qué tipo de posición es la que se sitúa “a la izquierda de lo posible” y desarrolla la idea de que esa expresión remite a la reacción ante el ataque neoliberal a toda mediación popular democrática. Sztulwark sostiene que quizá se trate de una inesperada vigencia de la tradición de los oprimidos, un tipo de presencia cuya única existencia consiste en el hecho de ser continuamente conjurada.
(para La Tecl@ Eñe)
“Moscú, tal como se presenta ahora, por el momento, reducidas a un esquema, todas las posibilidades: sobre todo, las del fracaso y del éxito de la revolución”.
Walter Benjamin, carta a Martin Buber
1. Geopolítica. Las ciudades ya no aspiran a realizar ciertas ideas, sino a corporizar la dinámica de los capitales. Lo que fue Moscú para el comunismo o Jerusalén para el sionismo es algo que pertenece, en cierto modo, al olvido. No hay más ciudades capitales de ideas, sino ciudades del capital. Jun Fujita Hirose ha escrito, en un libro reciente de filosofía política, que el Partido Comunista Chino es hoy el partido del capital global. El único partido que, por razones geopolíticas, es capaz de pensar una temporalidad que trascienda el corto plazo y una espacialidad que articule la polaridad norte-sur. El estado chino no es un estado más. Sino el que mejor efectúa la conversión de un tipo de modelo de acumulación de capital fundado en el petróleo, a otro fundado en metales raros. China se ha situado a la vanguardia de la articulación entre neoextractivismo sobre tierras raras e infocapitalismo, las grandes operaciones actuales del capital global. En contacto con las capitales, las ideas del siglo XX se disipan. Beijín, en cambio -en este nuevo siglo- parece ser otra cosa: la ciudad capital del capital.
2. Centinela. Del otro lado se encuentran las ideas tal y como han sabido preservarse del contacto con las instituciones estatales. Se trata de otro régimen de existencia. Daniel Bensaid se refiere a cierto régimen de cuidado de esa existencia frágil, que son las ideas que no aspiran a realizarse en ningún tipo de poder. Los cuidadores de esas ideas, que viven entre los libros y los sueños, en un estado puramente narrativo: los “centinelas”. Ellos asumen la función de preservar ese tesoro vulnerable, en atenta vigilancia. Conservan aquello que Walter Benjamin llamaba “la tradición de los oprimidos”. Una tradición que no cabe ni se resume en institución alguna, ni se “territorializa” del todo en ningún país. Walter Benjamin es un buen ejemplo de este régimen de existencia. La “tradición de los oprimidos”, formada por todos aquellos posibles que no fueron nunca realizados, que quedaron desplazados y olvidados en cada triunfo “en el prostíbulo de la historia”, tiene en las Tesis sobre el concepto de historia, un principio de escritura. Es pensando en Benjamin, que Bensaid habla de un “centinela mesiánico”. Se trata de una figura de rasgos precisos. Un marxismo que conserva los textos originales ante la malversación burocrática, un “comunismo marrano”, que no se confunde con las izquierdas modernizantes. Materialismo histórico y misticismo. Eso es Benjamin para Bensaid: un judaísmo “no religioso” y un comunismo “no estalinista”. La preservación de la tradición tiene un enemigo declarado: el conformismo. Así lo explica Bensaid en su libro Walter Benjamin, centinela mesiánico. A la izquierda de lo posible (Cuenco del plata, Bs-As, 2021) ¿Qué tipo de posición es ésta que Bensaid sitúa “a la izquierda de lo posible”?
3. Percepción. Decir que algo está “a la izquierda”, supone un espacio convencional (originalmente un cuerpo legislativo) visto en perspectiva. Es evidente que la expresión “a la izquierda de lo posible” no se refiere a este tipo de espacio, al menos no inmediatamente. Y por tanto apela a alguna forma especial de la percepción. Según John Berger, la percepción se constituye en una tensión entre la mirada, que viene siempre antes, y la palabra que trae siempre una creencia que la condiciona. Sin que se alcance nunca una adecuación entre lo que miramos y lo que decimos. La percepción ocurre en el mutuo relevo del mirar y del decir. En su bellísimo libro Modos de ver (GG, Barcelona, 2019), Berger da cuenta de cómo funciona la percepción: jamás capta un objeto aislado, siempre establece una relación entre una pluralidad de cosas. Pero, además, produce una relación entre esas cosas y nosotros mismos. Y entre nuestra percepción y el hecho de ser percibidos, lo cual, en el mundo de las palabras, conlleva una cierta tendencia a la conversación, y a la esfera pública. De hecho, leyendo a Berger alcanzamos a comprender con claridad el modo en que la percepción da paso a la representación, cuando las imágenes se autonomizan de la visión, volviéndose signos de otra cosa, presencia de una ausencia. Lo visto sustituido por su reproducción. A la larga, se asiste a un cierto poder -que Guy Debord llamó “espectáculo”- de la representación sobre lo representado, dando lugar a problemas fundamentales de la política. Lo político mismo se sitúa -muere y renace- en el juego de relevos y desfasajes que operan en la percepción, la creencia y la representación.
4. Experiencia. La idea misma de experiencia, sobre la que trabaja Walter Benjamin en El narrador, supone un juego atento sobre estas secuencias de percepciones, creencias y representaciones. Narrador es quien por medio de la oralidad y la memoria, torna comunicable el acontecimiento, hace de la experiencia algo transmisible entre generaciones. De la que dependen la trama interna y artesanal de la huelga y, a la larga, de todo desvío de los tiempos (verdarero objetivo de la política). Benjamin sitúa la narración en el anuncio mismo de una prosecución incesante, resistente al flujo de la información, del mundo tal como queda prefigurado por la industria capitalista de la comunicación. Hay una cierta relación necesaria, entonces, entre narración y tradición de los oprimidos, puesto que ambos recurren a la experiencia como momento de la interpretación, frente a la circulación infinita del dato, palabra sin saber vital.
5. Izquierda. Volvamos entonces al problema de percepción que plantea la expresión “a la izquierda de lo posible”, y al extraño lugar ubicado en la ostensible no coincidencia entre la mirada y las palabras. La expresión “a la izquierda de lo posible” remite a coordenadas espacio temporales que carecen de sentido por fuera de la memoria de la tradición. Ni fuera ni dentro, ni manifiesto, ni latente: “a la izquierda” nombra una existencia cuya posición resulta inasignable por fuera del desplazamiento que introduce. Un tipo de presencia cuya única existencia consiste en el hecho de ser continuamente conjurada.
6. Límite. Algo de esto parece intuirse en la actividad política. Ernesto Sanz, uno de los fundadores de la alianza UCR-PRO-CC, declaró hace unos días en una entrevista con elDiarioAR lo siguiente: “La única manera de resolver el problema del conurbano es con una gran alianza de construcción de poder con las organizaciones sociales y las pymes. No se puede seguir estigmatizando a los Grabois, a los Pérsico y a los padres Pepe Di Paola (…) Hoy la emergencia es el empleo y hay que trabajar con las organizaciones sociales que están administrando con mucha eficacia, en cuanto a que están evitando el estallido social”. La cita no dice nada que no sepamos. Aunque se mueve en el terreno de lo que venimos argumentado. Porque aunque lo sepamos, es preciso preguntarnos por esta clase de saberes. Según Sanz, las organizaciones sociales están “evitando el estallido”. Desde ya que la política agradece esta acción, de la que ella por sí misma sería del todo incapaz. No es esto lo que llama la atención, aunque es de agradecer que la labor de las organizaciones sociales no sea siempre y cada vez criminalizada. Lo que cuenta es el tipo de actualidad que le confiere al estallido. Presente y precariamente aplazado. El estallido ya casi existe. Es importante el “casi”, porque designa practicamente la dirección de concreción de una tendencia apenas postergable. Sanz dice algo al borde de lo que sabemos: que la política, gracias a las organizaciones sociales, logra por el momento contener (o posponer) algo que apenas si logramos imaginar. Porque: ¿qué sería ese estallido? ¿sería un 2001? ¿Pero, qué sería hoy un 2001? El 2001 vuelve a presentarse como límite. Límite de la política. Del otro lado del límite se encuentra lo que los políticos llaman la “antipolítica”. Ese lugar al que se arriba cuando la política de los políticos fracasa en sus términos.
7. Antipolítica. El 19 de diciembre de 2001 una multitud de personas coreó una consigna recurrente: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Muy distinta -que duda cabe- del “vamos a volver”, vigente en las movilizaciones populares de los años 2015 y 2019. Como señaló en su momento Horacio González, las calles de aquel diciembre se detenían en la plaza sin expectativas de una palabra que pudiera bajar desde el balcón de la rosada. Aquella marea ponía los pies del otro lado del límite: nada que proponer, nada que reponer. Visto retrospectivamente, esa situación contrasta con el uso del “Que se vayan todos” en boca de los reaccionario-libertarios. Las consignas funcionan en contextos concretos. No suena igual ese cantito en boca de los desposeídos, que en boca de los poseedores. Aunque vale la pena preguntarse, cómo es que las consignas pegan toda la vuelta entera antes de volverse neutras. ¿O alguien puede creer que esa consigna decía lo mismo en boca de movimientos piqueteros y asamblearios, contra el ministro Cavallo, que en boca de una nueva derecha que piensa como él? “Vamos a volver”, en cambio, fue una consigna que evitaba acercarse al límite. El antimacrismo tenía una memoria inmediata. Tenía a donde regresar, una meta próxima. Desde ahí se resistía. A diferencia del “Que se vayan todos”, había un desde donde tangible en el tiempo y en el espacio. Como lo tiene hoy esa derecha que se presenta como antipolítica. “Vamos a volver” trama e imagina una actividad estatal que aspira a condicionar en lo posible a los mercados. La derecha antipolítica, en cambio, imagina un mundo de mercado sin mediaciones, y procura controlar de modo directo el estado a esos fines.
8. Escena. A la izquierda de lo posible se dan escenas como las que vimos durante fines de 2019 en las calles de Chile, y hace unas semanas, durante la apertura de la Convención Constituyente. No son escenas habituales, porque no son escenas neoliberales (aun cuando no alcancen, desde ya, para acabar con el neoliberalismo). Tampoco es una escena típicamente populista (no parece ser éste el tipo de articulación que el populismo piensa y desea). No es una escena típicamente “política” (mas bien se presenta como un inmenso cuestionamiento a dichas coordenadas). Menos aún una escena “antipolítica” (sino una escena de antagonismo directo a los poderes que sueñan con liquidar las mediaciones democráticas y populares). Se trata, sí, quizás de una escena atípica. En la que se activan percepciones, creencias y representaciones de otro orden. “Revés de trama”, diría David Viñas, para mostrar la emergencia de lo sujetos explotados en un cierto período. No es sólo Chile. Es algo más extendido e inasible, que no deja de aparecer un poco por todas partes. Es la reacción ante el ataque -lo que solemos llamar neoliberalismo- a toda mediación popular democrática. Una inesperada vigencia de la tradición -de los oprimidos-, sería otro modo de pensarlo.
9. Amargura. En Moscú, Benjamin se irrita con la “nueva burguesía” y con la nueva religiosidad del estado y su estética monumental. La “santificación de la técnica en detrimento del erotismo”, comenta Bensaid. El paso de los años y la burocratización desarticulan la relación entre consignas y experiencia. La política cívica que surge desde abajo resulta adulterada por la que viene de arriba. Benjamin abandona Moscú en febrero del 27. Marcha llorando a la estación de trenes. Su amargura proviene de la enfermedad de Asja Lacis. Pero hay algo más. Esa amargura –“metódica”, agregaría Christian Ferrer- concentra una “lucidez histórica en alerta”. Una lucidez que actúa una y otra vez recorre la concatenación entre percepciones, creencias y representaciones, y una disposición en alerta -que define al centinela- y recuerda -de otra forma, en otro mundo- una de las imágenes que proponía Horacio González en uno sus últimos textos, publicado en La Tecl@ Eñe: un “llorar hacia adentro”.
El informe más contundente sobre el cambio climático hasta hoy se publicó esta semana. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático fue lapidario. Hoy mismo, la crisis climática llega a todas partes del mundo. La amenaza etérea que algún día iba a llegar, está aquí y nos viene a cobrar la deuda que estábamos tomando del futuro. El acreedor parece inmaterial, pero su ardor se inscribe en los cuerpos y las mentes. ¿Cómo reposicionamos nuestras subjetividades para no caer en la parálisis? ¿Hay otros futuros posibles o nos sentamos a esperar el apocalipsis?
Las peores sospechas confirmadas: la senda de autodestrucción que los combustibles fósiles y el sistema agroalimentario han ocasionado nos llevará a la crisis climática. O mejor dicho, a una serie de crisis de distintas dimensiones solapadas. Climática, seguro. El organismo que lo escribió por primera vez tiene la legitimidad para poner nombre y apellido a los culpables. Establece que no hay región del planeta donde el clima no haya sido modificado por actividades humanas y que olas de calor, sequías y lluvias torrenciales serán cada vez más frecuentes e intensas. El informe no menciona ni aborda el hecho de que los impactos de este clima extremo exacerban la crisis económica, alimentaria, sanitaria, de cuidados, de desigualdad y de precarización de la vida. Si ya había una atmósfera de sentidos que bloqueaba toda posibilidad de pensamiento y acción, tomar dimensión de la situación actual tiende sólo a exacerbarla. Pero la discusión de si la crisis climática existe o no ya queda caduca. La lucha debe ser ahora por disputar los sentidos y proyectos de futuro alrededor de qué vamos a hacer en torno a ella.
Mientras la infosfera nos inunda de imágenes del clima extremo alrededor del mundo, es importante saber que esto no termina en apocalipsis. Los eventos climáticos abren heridas en el paisaje; arrasan en poco tiempo con el entramado social y el progreso de civilizaciones que se han construido dependientes de ecosistemas. Desbordan el espacio y el territorio en algunos lugares, y secan los ríos y las mentes: se llevan nuestra capacidad de imaginar otros futuros en el momento que más nos hace falta saber que todo lo podemos cambiar. La crisis no es sólo climática. Es política.
Y no hay apocalipsis. Las películas de Hollywood nos vendieron eventos de proporciones bíblicas que arrasarían con la vida en la tierra. Pero el colapso es más parecido a lo que estamos viviendo que a una gran caída. Inundaciones que vienen cada vez más seguido, y que cada vez son más largas, hasta que un día el agua simplemente no se va. El colapso es la pérdida de la capacidad de los ecosistemas de recuperarse, y tiene su reflejo económico en la lenta subida de precios de los bienes básicos para acceder al bienestar. La eco-dependencia se vuelve más evidente: la noción de que los sistemas económicos dependen absolutamente de la salud de los ecosistemas ecológicos. Ejemplos obvios sobran de estos tiempos. Con el Río Paraná casi seco, no hay cauce para el 80% de exportaciones sobre las cuales se basa la economía nacional. A futuro sabemos que a medida que el gas y el petróleo se hacen más difíciles y caros de sacar, más aumenta la luz y la nafta. Por eso hay algo en la percepción social que está cambiando: ya es imposible ocultar los efectos e impactos de esta precarización de la vida en todo sentido. Si la pandemia terminó de inscribirnos esa sensación de lento descenso en la precariedad, la crisis climática moviliza otra noción de urgencia, de desesperación. Pero al mismo tiempo trae la noción central de que es generada por la sociedad. Y si esto fue por acción humana, quiere decir que podemos construir otra. Estamos a tiempo del volantazo, siempre estamos a tiempo.
Una señora alemana confiesa en cámara que siempre supo que esto iba a pasar, pero que pensaba que iba a ser en “los países pobres”. Mientras los milmillonarios sueñan con escapar al espacio, en la tierra se sienten los efectos cercanos, tangibles y corporales del clima extremo. Antes, las zonas de sacrificio eran lejanas, rurales, poco pobladas. Los impactos eran más evidentes sobre cuerpos feminizados, racializados y del sur global. El estilo de vida barato para las clases medias subvencionado por las violaciones a los derechos humanos y ambientales en otras partes del mundo aseguraba.
Incluso a las regiones no tan lejanas, gracias a esa forma de imperialismo interno que permite que las poblaciones rurales tengan menos derechos humanos que quienes viven en las urbes. Un modelo de distribución que incluso hoy en día sigue apareciendo en las columnas de los economistas neoclásicos de diarios progresistas de tirada nacional. Según estos académicos varones blancos de traje, las comunidades que viven cerca de los bienes comunes deben sufrir los impactos del extractivismo en sus cuerpos, para que las clases medias urbanas puedan sembrar los beneficios de las divisas producto de la exportación. Sacrificios humanos en nombre del desarrollo, la economía y las divisas.
Pero la globalidad de la crisis climática revierte esos sentidos, degrada estos relatos. Los beneficiados de mantener el sistema energético y agroalimentario son cada vez menos. El poder concentrado se agolpa cada vez más en pocas empresas multinacionales que actúan como oligopolios en sus sectores. Hoy en día, las grandes ciudades también sienten los efectos de la expansión y profundización de la máquina extractiva que exige sacrificios humanos y territoriales para su necesidad de crecimiento infinito.
La pandemia mundial, los incendios masivos, las inundaciones, la seca de los ríos y de las mentes y la precarización general de la vida ya no son algo que sucede en un futuro distante, en tierras lejanas. El humo se acerca, acecha a la vuelta de la esquina y se siente llegar, se huele en el viento, sofoca la capacidad de imaginar otros futuros, tapa la visión de los otros horizontes, envenena la posibilidad de alternativas, de adquirir nuevo aire que renueve las ganas de cambiarlo todo. Las empresas oligopólicas mantienen sus campañas millonarias para debilitar los sentidos que les asignan responsabilidad, que les exigen cambio de rumbo.
El informe del IPCC de esta semana es el más contundente hasta ahora y sin embargo declara que los gases de efecto invernadero son, sin lugar a dudas, causados por actividades humanas. Pero las preguntas de fondo, que la ONU no se anima a responder, son: ¿Qué actividades humanas? ¿Quienes toman las decisiones sobre esas actividades? ¿Quienes se benefician del actual sistema? Si es por actividades propias de los humanos, no podemos cambiarlo estamos condenados. Pero si es por una serie de decisiones que un grupo muy particular y concentrado de humanos está tomando para beneficiarse es distinto. Si hay que desmantelar la industria de combustibles fósiles y cambiar el sistema agroalimentario la historia es otra.
Mientras tanto, en las redes sociales y medios hegemónicos desbordan las salidas individualistas. Guías extensas y minuciosas listas con instrucciones para descarbonizarte paso a paso; todos los cambios individuales requeridos para hacer tu parte y asumir tu responsabilidad. Pero lo que estas publicaciones niegan es que la mayor parte de estos cambios individuales son posibles sólo a base de ciertos privilegios sociales. Poca gente puede dedicar tiempo, plata o capacidad emocional para modificar su entramado cotidiano en favor de causas globales. Casi todxs están muy ocupadxs lidiando con su propia precarización de la vida como para hacerse de este espacio. Sumado a esto, el factor de que las causas ecológicas están muchas veces atravesadas por las nociones individualistas del ambientalismo burgués urbano atraviesa el posicionamiento de superioridad moral. Se culpa y señala a individuos, que casi no tienen capacidad de acción, por no hacer elecciones lo suficientemente responsables, ecológicamente hablando. No sólo queda afuera la conciencia de clase, sino una multidimensionalidad de facetas que atraviesan las decisiones personales y los modos de vida identificados con el bienestar a través del consumo.
Pero mientras no exista una real democracia y decisión popular sobre las macroestructuras (como el sistema energético o el sistema agroalimentario) las conductas individuales no serán suficientes. Incluso organismos hegemónicos sentencian que estos cambios individuales sólo podrían reducir el 4% de las emisiones totales. Lejos de restar importancia a los cambios que podemos inscribir en los cuerpos individuales, es posible entender a la reducción de emisiones o de huella ecológica a nivel personal como fundamental para nuestra capacidad de proyectar las formas de lo colectivo. Construir la legitimidad social y el respaldo sociopolítico para la necesaria transición socioecológica sólo será posible con la materialización y la condensación constante de la mayor parte de la ciudadanía. Porque es a partir de las huellas individuales y acciones atomizadas que aparecen los aportes a la construcción de procesos colectivos. ¿Cómo reorganizamos el entramado de la sociedad para buscar el bienestar colectivo?
Mientras que la reducción de la energía y los materiales disponibles en las próximas décadas son inevitables, el colapso no lo es. No solamente tenemos por delante el desafío de frenar la crisis climática sino que también tenemos que dar ese volantazo. Y esa es la madre de todas las batallas. El ritmo, la profundidad y justicia con la que enfrentamos una transición de escala inusitada está por ser disputado. La ventana de oportunidad para configurarlo todo está abriéndose durante nuestras vidas. Es la hora de prefigurar cómo va a ser el futuro de nuestra sociedad para construir sus formas en el presente.
Debemos estar más atentxs que nunca a la capacidad del poder de cooptar las imágenes del futuro. Los megaproyectos de energías renovables impuestas con violencia y violaciones a los derechos humanos sobre el territorio son un buen ejemplo de lógicas de siempre, pero con tecnologías de hoy. Mientras que el Norte global intentará avanzar en la descarbonización como único método de cambio para disminuir la crisis climática, es preciso que desde los sures pensemos en lógicas y formas de transición que no se conviertan en excusas para que los ricos del mundo puedan seguir con su actual estilo de vida, condenando al resto del mundo a una mayor precarización.
Nuestro desafío es recuperar el futuro. Hacer carne la noción de que esto sigue y que sólo perdemos si nos resignamos. Disputar los sentidos que pueden cambiar el entramado social. Encontrar en los márgenes propuestas y proyectos que puedan volver a pensar en otros paradigmas. Priorizar el bienestar de las mayorías, rechazar el de las finanzas de unos pocos. Retomar la dimensión transformadora y crítica, y cuidar que eso no signifique ceder espacio ante el avance de neoderechas negacionistas (en un sentido múltiple), ni la intervención del Norte global. Recuperar la economía para las personas, no para el flujo financiero. Construir proyectos que puedan desmercantilizar la vida material. Dejar de privatizar el uso y disposición de los bienes comunes, especialmente los necesarios para una vida digna.
Si la capacidad de nuestras sociedades ha llegado a modificar al mundo de una manera irreversible, quiere decir que también tenemos el potencial de hacer lo contrario. Desacoplar el consumo voraz de una pequeña parte de la población, que condena a toda la humanidad es posible. Pero requiere otros objetivos políticos. La crisis es política.
Olores distintos en la ciudad mediatizada, en su rumor general, en los grafittis, en las
redes, en las charlas de café. Una posición subjetiva extendida, por ejemplo, es la que
insiste en que “todo está mal porque todo es una mierda, son todos iguales, viste, yo te
dije, yo sabía: una mierda”. Otra, su contraria, insiste en cosas como “ponele onda, amar
garpa”. Son tonalidades afectivas urbanas -muy capusotteables- que arman una
polaridad. Por un lado, el “fatalismo reconfortante”. Que goza con constatar la
mierdosidad de todo (y el prejuicio siempre encuentra material con que reconfirmarse).
Por otro, el “voluntarismo felizón”. Que insiste en que querer es poder…
El fatalismo reconfortante expresa una crispación de la subjetividad espectadora. Una
queja perenne donde se borra la posible incidencia nuestra en el orden de cosas. Señalo,
simplifico y me quejo. Un narcisismo triste y pobre, cuya reconfirmación de sí mismo -yo
sabía, yo te dije, etc- se apoya en una inconfesada pero evidente impotencia.
El voluntarismo felizón, por su parte, al revés: ostenta la presunción meritocrática de que
para ser feliz alcanza con quererlo bien. Como si el mundo nos afectara de puro porfiados
que somos. Como si lo único que faltara en el mundo para resolver todos los males es un
acuerdo universal de “hacer nacer lo bueno”. Como decía Vonnegut, allí donde tanto se
habla y se habla de amor, habría que reclamar un poco menos de amor y un poco más de
simple decencia.
Otra versión disponible del voluntarismo felizón no parte de la negación de la realidad,
sino que metamorfosea toda desgracia o padecimiento en una oportunidad para
inmunizarse de ella (“si sucede, conviene”).
El fatalismo reconfortante asume la realidad dada como una determinación total. El
voluntarismo felizón niega el poder condicionante de lo real (o relativiza su influencia para
afirmar la autonomía del individuo). Pero como dicen que decía Sartre, no hay que ser ni
tan cobarde como para pensar que somos lo que hacen de nosotros, ni tan ingenuo como
para pensar que somos lo que hacemos de nosotros. Somos lo que hacemos con lo que
hacen de nosotros. Ni determinismo total, ni ausencia de condicionamientos.
Ni el goce en la queja pura, ni la zoncería buenaondista. Ambos niegan lo político: no “la
política”, como esfera oficialmente destinada a la tramitación de los asuntos públicos, sino
lo político como la dimensión de tensión en las relaciones sociales, que nos condiciona,
nos agarra, nos limita, y donde a la vez siempre alguna dosis de fuerza tenemos. Quizás
una opción sea abandonar la oposición entre el “fatalismo reconfortante” y el
“voluntarismo felizón”, para observar en qué medida ambos parten de un mismo
presupuesto básico: la atomización del sujeto respecto de su realidad circundante, ya sea
para regodearse en la impotencia, o para enaltecer una omnipotencia boba).
Ahora, ¿qué fuerzas propagan estas tonalidades afectivas? ¿qué les da eficacia, es decir,
carnadura? ¿Qué estructuras de lo real nos invitan una y otra vez a participar del
fatalismo o del voluntarismo? ¿Qué transacciones subjetivas nos tornan fatalistas o
voluntaristas para recibir la habilitación a ser en este mundo? ¿Es acaso posible amar,
trabajar, socializar o desarrollar cualquier proyecto existencial sin tornar propio algo de
ambas disposiciones?
Una cosa es el nihilismo, dice Greil Marcus, y otra la negatividad o el rechazo. El nihilismo
niega el mundo globalmente, como si no le creyera. Dice que el amor se muere y no dice
más. La negatividad, en cambio, asume la existencia de otras personas: rechaza algo,
rechaza a alguien. El negativismo, dice, abre zonas de libertad; niega para ejercer una
presencia menos determinada; niega para estar.
Un ejemplo de negativista era el escritor Carlos Busqued. Que se la pasaba atacando;
rechazaba la Literatura y hacía literatura. Escribía contra la Literatura; o escribía contra la
Literatura en la arena pública para poder escribir contra los demonios en la intimidad. O
quizá, más que contra la Literatura, contra los Escritores. Para defender una zona de
libertad en la escritura, de exploración, rechazaba las figuras coaguladas de
profesionalización del escritor.
Rechazaba, Busqued, y se reía. Qué mejor crítica que una buena risa. Quizá esa sea
prueba de un negativismo no nihilista, un negativismo vital. El fatalismo reconfortante no
se ríe, no tiene gracia. Busqued era un gran despreciador, y acaso los grandes
despreciadores sean en el fondo quienes más aman el mundo -aman lo que está en
posición minoritaria respecto de los poderes, aman lo frágil, lo vulnerable, lo en gesta, lo
germinal, lo que se transmite por debajo de los códigos dominantes, aman perplejos y
enojados ante la crueldad, la zoncera, la frivolidad.
Y si vamos a insistir en amar, que sea a fondo, ¿no?: “Amar esta mierda garpa”. Amar la
tierra con su bosta, su barro, sus durezas, sus frutos, sus raíces trabadas, sus napas
corrientes, sus cadáveres, sus piedras preciosas, nuestras manos que se ensucian
porque intervienen.
Foto: Ana Gerez
Fuente: Bestias Posibles
El campo de la salud mental ha sido, como todo ámbito atravesado por el estigma, invisible a la mirada ciudadana salvo por situaciones excepcionales.
Cuando esas situaciones se dan, lo que se hace visible es apenas un episodio, que no necesariamente es representativo de una generalidad.
La muerte de una persona en crisis y del policía que intentó controlarlo frente al Malba el año pasado, la muerte de un interno en el Hospital Borda atacado por una jauría de perros, un muchacho muerto en su departamento donde la principal sospecha recaería en los operadores de una comunidad terapéutica que lo fueron a buscar y lo habrían medicado para forzarlo a una internación y el reciente caso del cantante Chano Charpentier, son sólo algunos ejemplos de situaciones que se mediatizan, algunas más, otras menos.
Como suele suceder, muchos de estos acontecimientos generan un sinnúmero de opiniones, algunas desde el dolor y la desesperación, otras desde la especulación, y no siempre con conocimiento del tema y del contenido de las normas. Y se agitan ideas de soluciones rápidas, fáciles y definitivas para problemas complejos que nunca van a tener soluciones rápidas, fáciles ni definitivas. Como por ejemplo la propuesta de que reformando la ley de salud mental se resuelven estos problemas.
Las situaciones violentas vinculadas a crisis en salud mental o consumos problemáticos no nacieron en el 2010 con la ley 26.657 ni son patrimonio exclusivo de nuestro país.
¿Es razonable entonces pensar que la modificación o derogación de esta ley va a resolver todos estos problemas? No.
Pero entonces, si siguen pasando las mismas cosas, ¿qué cambió con la ley? ¿Cómo podemos mejorar el sistema de salud mental para intentar prevenir estas situaciones?
Intentemos ir respondiendo estas preguntas.
Quienes responsabilizan a la ley 26.657 de estos episodios no pueden explicar por qué este tipo de situaciones –y muchas otras- sucedían aún antes de su sanción, ni tampoco por qué situaciones muy parecidas e incluso más graves suceden en otros países como Estados Unidos, donde obviamente no rige la ley de salud mental argentina, y sin embargo cada tanto una persona con padecimientos mentales ingresa a una institución y produce una masacre con armas de fuego.
Los detractores de la ley tampoco pueden explicar exactamente cuáles artículos de la Ley de Salud Mental generan obstáculos y debieran ser modificados, y sólo refieren generalidades que contienen ideas falsas acerca de lo que la norma establece o prohíbe.
Algunos incluso plantean la propuesta de promover una ley específica en materia de adicciones, desconociendo que esa ley ya existe, lleva el número 26.934, fue impulsada por el entonces diputado nacional Horacio Pietragalla Corti, hoy secretario de derechos humanos, y establece un programa de abordaje integral de consumos problemáticos completo y ajustado a los parámetros de la Ley Nacional de Salud Mental.
Para decirlo claramente, la Ley Nacional de Salud Mental de nuestro país no sólo permite las internaciones involuntarias (sin contar con el consentimiento de la persona), sino que admite incluso la intervención de las fuerzas de seguridad en auxilio. En este punto la ley 26.657 es compatible con el nuevo Código Civil, que en su artículo 42 establece que “la autoridad pública puede disponer el traslado de una persona cuyo estado no admita dilaciones y se encuentre en riesgo cierto e inminente de daño para sí o para terceros, a un centro de salud para su evaluación. En este caso, si fuese admitida la internación, debe cumplirse con los plazos y modalidades establecidos en la legislación especial. Las fuerzas de seguridad y servicios públicos de salud deben prestar auxilio inmediato”.
La legislación argentina brinda un marco para desarrollar una política nacional de salud mental que sea respetuosa de los derechos de las personas, al mismo tiempo que brinda herramientas para accionar en situaciones graves que ponen en riesgo la integridad de la persona o de terceros.
La ley exige un “riesgo cierto e inminente” como requisito para internar a una persona en contra de su voluntad. Además, la ley prevé que en esos casos se deben poner en marcha mecanismos de control externo; porque una internación involuntaria es una restricción de un derecho fundamental (la libertad) y en un Estado de derecho las privaciones de la libertad deben ser controladas.
Algunos discuten el concepto de “riesgo cierto e inminente” como requisito para poder internar a una persona, y proponen que con la sola voluntad del médico o del equipo tratante una persona pueda ser internada sin consentimiento, solamente por portación de diagnóstico. La gravedad a la que nos llevaría una situación de esas características es mayúscula: todos estaríamos bajo libertad condicional.
Imagínense por un instante que se deprimen, o que atraviesan una situación de mucha ansiedad, o están bebiendo un poco más de lo habitual, o deciden cortar vínculos con algunas personas de su entorno. Si alguien considera que eso constituye una enfermedad mental, aunque ustedes no estén de acuerdo, podrían ser internados en un hospital psiquiátrico. O imaginen que tienen un patrimonio importante y quieren donar una parte a una entidad benéfica y sus hijos, que perderían eventualmente parte de su herencia, pidieran internarlos y declararlos incapaces para quitarles el manejo de su patrimonio. O imagínense, por último, que son artistas exitosos, como Britney Spears, y que atraviesan un problema de consumo y un juez decide no sólo que su patrimonio va a ser manejado por su padre, sino que van a tener que usar métodos anticonceptivos por decisión de terceros, aunque ustedes no quieran y ya hayan superado su crisis de consumo.
Todos estos son ejemplos de la realidad, no ficciones, aunque se parecen mucho a una película de terror. Estas son las situaciones que la Ley Nacional 26.657 procura evitar, a través de encuadres que al mismo tiempo permitan accionar en situaciones de urgencia.
Muchos de quienes aprovecharon el episodio sufrido por Chano para reclamar la reforma de la Ley de Salud Mental en realidad están postulando la idea de que quitando derechos la salud mental se gestiona mejor. Sin embargo, ya sabemos a dónde conducen estas ideas.
Es restituyendo derechos que podemos mejorar el acceso a la salud mental de nuestra población, y para eso la materia pendiente no es ninguna reforma legal sino la aplicación cada vez más extensa de lo que la ley nos propone.
Un sistema de salud mental y adicciones que no respeta a las personas está destinado a fracasar, porque nadie se acerca a pedir ayuda a una institución o sistema que no va a respetar sus derechos. Necesitamos que las personas que padecen se acerquen y no que se escondan del sistema.
Algunas provincias, como Buenos Aires, están demostrando que con voluntad política e inversión se pueden generar nuevos dispositivos y mejorar la accesibilidad a la atención, como por ejemplo lo muestra la implementación de la línea de acompañamiento en salud mental que alcanzó a 19.539 personas, para citar un ejemplo.
Es necesario mejorar la atención oportuna de las emergencias con equipos de salud mental debidamente entrenados, capacitar a las fuerzas de seguridad para cuando se necesite su intervención, multiplicar los equipos de salud mental en todos los hospitales generales y centros de atención primaria, crear viviendas con apoyo para las personas que no tienen red socio familiar que puedan contenerlos, entre otras medidas que la ley contempla
Trabajar en la plena implementación de la ley nos permitirá mejorar la atención de la salud mental de la población, aunque ninguna ley va a eliminar los problemas de salud mental ni va a impedir que sigan existiendo crisis difíciles de abordar.
*Director Nacional de protección de grupos en situación de vulnerabildiad
Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
Diputado Nacional (MC) autor de la ley nacional 26657
Silvia nos invita a pasear por un paisaje que dibuja para habitarlo.
El libro comienza con la nostalgia del verano reciente, apenas antes de iniciar la cuarentena por estos lares, aún con el recuerdo de la arena en los pies, paisajes de playas que ya empiezan a estar vacías, despobladas, como cuando termina la temporada; o que ya anuncian soledades por venir.
Dice: una parte de mi mundo se cerró, pero entrevemos que alguna puerta fue abierta para compartir con otros ese mundo.
Ya la dedicatoria a sus hijas, tan cerca ellas (y tan lejos), mastica, repasa las distancias alteradas. Ellas en la pantalla, casi las únicas caras sonrientes a lo largo de estos dibujos.
Durante 2020 esperaba sus dibujos, me sorprendían los primeros que vi en su Facebook, casi con alegría coincidía en esa cierta mirada: “sí, es eso, es así”, pensaba a medida que iban apareciendo. Alguna vez le mandé fotos de personas en las terrazas que divisaba desde mi ventana–casi siempre solas, dibujando movimientos en el aire-. La vida imitando el arte de Silvia.
Nos trae a la memoria este libro, la creciente desorientación que percibíamos, en aquellos primeros meses del aislamiento, ante los lugares conocidos, familiares y sin embargo cambiados, no sabíamos aún en qué. Transitábamos perplejos, desalojados de nuestro habitual paisaje urbano.
Uno de los que más me conmovió: ¿Entramos? Un hombre y su perro, de espaldas, ante un parque desolado, detenidos ante una cinta sutil, que da a entender que no se puede pasar.
Nos cuenta que cuando su mundo se cerró, empezó a trabajar en dos espacios, a los que llama: Espacio Diurno, el de las témperas, y Espacio Nocturno, el de los bordados.
Espacios nombrados en una dimensión temporal.
Día y noche. Armar rutinas. Dibujar y bordar. Noche y día. Bordar y dibujar. En el entretiempo, mirar, animarse a salir, convertir quizás esa desolación en algo narrable, habitable.
Bordar la noche juega con animales coloridos, sin barbijos; dichosos ellos, atemporales.
La mayoría de los dibujos muestran figuras solas, y aunque haya dos o más personas, transmiten soledad. O insinúan que este fue, en ese día, el rato en compañía, entre tanto estar solitario.
Silvia nos convida a husmear en esas terrazas, balcones, calles, casi como espías entrando en una intimidad expuesta. Actos mínimos, un estar lento: pasear al perro, mirar el cielo desde lo alto del edificio- las manos atrás-, trotar en el balcón, hablar por teléfono, saltar la soga, tomar sol; abrigados o en bikini, un recorrido por todas las estaciones del año en pandemia. Tiempos suspendidos.
La bici del delivery, en ocasiones lo único que se veía moverse en las calles.
La ropa tendida, también trasmite soledad.
Y siempre por allí algún perro.
Me entraron ganas de obsequiarle unos hilos de seda hermosos de mi madre, que guardamos amorosamente en el cajón de objetos de otro tiempo.
Por si sigue la cuarentena.
Naturaleza muerta, témpera, 18×26 cm, ph Amadeo Azar
*La imagen que ilustra la nota es: Autorretrato, témpera, 23×15 cm, ph Amadeo Azar
Lo viviente transvasa memorias sintientes
Marcelo Percia
Un texto, diario de viaje o recuerdo de experiencia hace lugar a una intervención de la que fui parte y partera, a partir de un trabajo de campo para una carrera de posgrado. La apuesta es fabricar una narrativa de los habitantes de una comunidad, varones que fueron invitados a hablar de su historia de vida en una cárcel. Grupalidad que reunió a personas privadas de libertad y trabajadores penitenciarios, un armado que insistió en crear y sostener los encuentros como formas instituyentes frente a las que resiste la institución.
Transito instituciones carcelarias como psicóloga. Cada entrada es un ritual que se repite sin dejar marcas, aunque el montaje parezca fijar destino. El personal penitenciario cambia, pero siempre piden lo mismo: nombre, DNI y profesión. La persona que abre el portón de ingreso, anota los datos en unas hojas sueltas, atadas con un gancho de chapa y separa con el trazo de una línea cada nombre al que da admisión. Registra la hora, y el papel se descarta al final del día. Esa anotación lejos está del registro formal, una vez un celador lo escribió en su mano.
¿Peretti se escribe con una t o dos t? ¿tiene jerarquía? son las preguntas que me esperan cada ingreso. Respondería muchas cosas, pero en ese momento, me ajusto al guion. Respondo con dos tt. Soy “actor/a externo”. Así le llaman a quiénes no pertenecemos al servicio penitenciario. Significante no menor, se emparenta al “agente externo” aquel que puede infectar la institución.
Camino entre pasillos, y vuelvo a dar mis datos algunas veces más. Cerca del consultorio a donde me dirijo, está la cocina del casino penal. El pasillo con una mezcla de olor a mierda y flores muertas. Antes de entrar al consultorio, hay una tapa de resumidero que refuerza el hedor del pasillo. Piso y entro, el olor es más fuerte. Una vez que ingreso, enciendo sahumerios como un ritual. Abro una pequeña ventana por la que circula aire. Entre las rejas hay un pequeño espacio donde ubicamos cuatro plantas suculentas, trasplantadas una mañana de octubre con un paciente. La ventana da a un patio, donde frecuentan quienes asisten a la cocina penal. Primero faltó una maceta y después otra. Las dos que quedaron no pasaron los barrotes. Pienso en la sustracción, tan habitual y tan naturalizada en este lugar, pero ahora lo sustraído era algo vital. Pienso mientras camino ¿qué destino habrán tenido las suculentas?
¿Qué destino tiene la salud mental en una institución penitenciaria? ¿cómo se distribuyen los espacios físicos que habitamos? ¿cuál es la decisión política en esa administración? Si la cárcel es un destino elegido por la selectividad del sistema penal hacia jóvenes vulnerados desde antes del ingreso, ¿cómo construir y ofrecer otras metáforas y otros espacios a los del desecho, resumidero, escoria de la sociedad? ¿cómo invitar a que las palabras den lugar a nuevas narrativas?
Kafka en el cuento Ante la ley, narra una relación desigual entre un guardián y un campesino, el intento de ingresar a una puerta, y el banquillo en el que permanece por años el campesino buscando la ley. ¿Qué sintieron los personajes? ¿qué les pasaría si hubiera habido una escucha que los singularice? ¿a qué posibilidades abriría esa invitación? Desde una política de la escucha, de la circulación de la palabra, se ramifican otros destinos desconocidos que dan lugar a las sensibilidades. Marcelo Percia, usa la expresión “sensibilidades que hablan” sugiere que las palabras gravitan sobre las afectividades. (Percia, 2020) También agrego, sensibilidades escuchan, escuchas sensibles crean horizontes, ni diagnósticos ni etiquetas estancas.
Desde estas citas leo algunos registros cotidianos en las prácticas. Empiezo por escribir los nombres de los pacientes, o nuevos consultantes, que llamo en cada jornada y entrego una lista al celador de turno. En este marco, observé con atención cómo llegaban al consultorio. Lo particular del contexto es que no llegan solos, es decir voluntariamente, sino que son “trasladados” por el personal penitenciario. Vienen atados con grillos o esposas[1], desde los pabellones donde se encuentran, hasta el lugar donde los espero.
El trabajador golpea la puerta avisando que llegó el paciente y yo salgo a recibirlo, me dispongo a abrir el consultorio. El consultorio es un cuarto propio, un lugar de diferenciación donde ficcionamos un afuera. Hay un mural de un paisaje, un río, árboles, y un cielo abierto; también armamos una biblioteca y una videoteca, donde circulan revistas, libros y películas. Cuando se abre la puerta del consultorio, comienza la “de-sujeción”. A veces ocurre que los celadores se van sin sacar los grillos, entonces hago el pedido de que, por favor, desate los puños. En ese gesto, empecé a notar que algunos podían poner la llave en el hierro frío de manera cálida, hasta a veces haciendo un chiste, o llamando al interno por el nombre. Y, por otro lado, quiénes ejercían un destrato, marcando el poder por tener la llave, imposibilitados de esperar a que la entrevista termine, irrumpiendo con ruidos detrás de la puerta, con los mismos grillos que habían sacado.
A partir de esas escenas, hubo un acto de lectura de los vínculos ¿cómo se percibe lo común? ¿se reconocen como parte de una misma institución? ¿qué sabe cada uno del otro con el que convive? ¿cómo armar algo del intercambio que incluya un registro de comunidad?
A partir de las preguntas que pude ir construyendo en el cotidiano de una institución que da certezas, inacciones y órdenes dirigidas a individualidades despojadas de palabras e historias de vida, me entusiasmó la posibilidad de presentarle al director la propuesta de trabajar en grupos que incluyan a los trabajadores penitenciarios. Población que el equipo general de salud mental al que pertenezco, no incluye. Tema que me convocaba al debate y a pensar. Entonces avancé en la propuesta, el trabajo de posgrado ofrecía la opción de hacer algo más que mi trabajo cotidiano. Me interesaba escuchar a los celadores, ya que depende del personal “disponible” el trabajo con la población privada de libertad ambulatoria. Me interesaba armar conversación, registros de otros con los que se vive, armar cercanías, acortar dualidades que rivalizan.
El entusiasmo en la grupalidad venía siendo un norte. Hacía tres años que junto a Pablo mi compañero de equipo, alguien sensible e inteligente, ofrecíamos un taller de escritura creativa para los escritores que desearan participar libremente. La potencia del grupo nos cautivaba, nos daba nuevos lazos a los que la institución resiste, nos daba palabras, y como dijo Emanuel, un escritor que participó del taller, nos daba “justicia por letra propia”. Taller que tres años después, por interés de sus participantes, reunió a músicos creando una banda, “Los propios”.
Un trabajo grupal que incluya a los trabajadores penitenciarios, no era una experiencia inédita, era una experiencia que tomé de mi director de tesis, Juan Carlos Dominguez Lostaló, titular de Ps Forense de la Facultad de Psicología de la UNLP. De quién tomo que lo forense tiene que ver con el foro, con los fundamentos primigenios de administración de justicia, anteriores a la plaza romana. Una forma comunitaria de debate de los conflictos, la escucha es fundante de la sanción en el acto del foro, a mayor capacidad de escucha mayor es la posibilidad de decir la propia palabra. “El efecto de resonancia despierta un grado de participación y un efecto de jurado” (Dominguez Lostaló, 2006). Es fundamental el derecho al consenso como al disenso entre las voces, y el sentir particular -transferencias- entre los participantes.
Armé la propuesta de trabajo, fui con el material escrito y un aval de la carrera de posgrado a hablar con el director de la unidad. El director era un señor que se mostraba con amabilidad, en particular con las mujeres, tenía un semblante de actor, alto, y de ojos claros. Su traje celeste portaba una serie de estrellas doradas en el lado izquierdo del pecho y un cartel con su nombre en letra imprenta mayúscula. Le comenté del proyecto. Había elegido para trabajar un número de diez personas, cinco integrantes del taller de escritura, ya conocidos y quedaban por elegir cinco trabajadores. El director puso objeción. Los trabajadores no podían participar porque estaban en su horario laboral. En segundo lugar, dijo que no podían ser los mismos trabadores debido a que el personal era rotativo. Por ejemplo, todos los martes no iban a estar los mismos. Ese detalle, se me había pasado. La segunda objeción del director era más alentadora, entonces seguí por ahí. Le propuse hacer encuentros con las mismas personas cada 15 días, y dejaba sujeto al horario más conveniente, el que no afecte recuentos de pabellón ni actividades de traslados. Además, le hablé de la experiencia de haberse hecho en otras instituciones, de lo inédito de hacerlo en ésta, del aporte que iba a generar a los lazos, en fin, ponderé con coraje lo que no sabía que iba a resultar.
El director después de algunos rodeos aceptó la propuesta, convenimos los martes a las 14hs. Sugirió tres trabajadores, y yo propuse dos que conocía, que había notado con disponibilidad de hablar. Por otras reuniones y situaciones, estaba advertida que el “decir que sí” del director, no era signo de que sea posible. Pero continué el plan, asumiendo el desafío de las dificultades. Hablé individualmente con cada persona invitada, contando el proyecto que había nombrado: “historias de vida de los habitantes de una comunidad penitenciaria”[2]. Fueron aceptando la participación, con recepción de sorpresa por estar invitados a una actividad compartida dentro de la institución.
Los encuentros fueron cinco, a los primeros me acompañó Pablo como co-participante. El proyecto planteaba un tema por encuentro. El primero daba lugar a la presentación de cada uno, lugares de procedencia, y registros anteriores a la institución. Los temas posteriores fueron sobre salud, educación, trabajo, (como derechos humanos fundamentales) y violencia institucional. Temas que seguían el eje de la invitación a hablar de las “historias de vida”. Los escollos fueron apareciendo en cada encuentro, desde no tener el lugar asignado y reunirnos en el consultorio, un lugar bastante chico para tantas personas. También en insistir en que lleguen las personas citadas, la búsqueda de cada uno, llamados a pabellones, preguntas a oficiales. Todo fue con mucha dificultad y tenacidad para que las reuniones pudieran darse.
Recuerdo sentires variados, un compromiso en la escucha del otro, risas y malestares. La sorpresa, como factor común, por haber compartido los mismos lugares, escuelas, instituciones de salud, juegos de infancias, trayectos laborales precarizados, disconformidad hacia la institución, hacia la jerarquía, órdenes que recibían y no dependía de ellos.
Con el análisis de los encuentros, ubico al neoliberalismo, como otro lugar común, uno de los principales factores de causalidad en que ellos habiten una institución carcelaria. Las personas detenidas estaban por causas penales de “robo”[3] y los penitenciarios, por el argumento de tener un “sueldo fijo” mensual.
Se sumó a los encuentros un trabajador que hacía tres meses estaba en la actividad laboral. Su puesto era en las “garitas”, un puesto por fuera, que nadie quiere ocupar, un puesto de “derecho de piso”. Él dijo que tuvo un mes de “formación” en la escuela penitenciaria y luego pasó al cargo, con arma cargada y con responsabilidades que cumplir. Pudo decir que vivía con miedo e inexperiencia esa situación. Nos quedamos acompañando su relato, con las experiencias de los otros trabajadores en sus llegadas. Un tema con complejidades y variables de análisis.
En el tercer encuentro propuse una actividad de lectura y escritura. La consigna fue hablar sobre la Convención de los Derechos Humanos, leímos los artículos 1 Obligación de Respetar los Derechos, 5 Derecho a la Integridad Personal y 11 Protección de la Honra y de la Dignidad. Luego invité a escribir una breve reflexión sobre lo escuchado. Quiénes estaban por causa penal, hablaron del incumplimiento y la violación de los Derechos Humanos en la institución. Armaron reflexiones en torno a la igualdad y a la dignidad. Cabe destacar que había una presencia de la lectura y escritura más cercana, la idea de consiga era algo que compartían por el taller de escritura. Los trabajadores en cambio, se sorprendieron y tomaron con dificultades la actividad. Para ellos los derechos se cumplen, y en relación al artículo sobre las personas privadas de libertad, no avalaron la relación de separación entre procesados y condenados, de modo contrario al establecido en la convención de los Derechos Humanos[4].
El desconocimiento, la falta de información, también es un derecho vulnerado hacia los trabajadores. Como quién porta armas luego de ir un mes a la escuela penitenciaria. Los celadores se mostraron con malestar por su precariedad laboral, falta de vacaciones, rotación y traslado. La mayoría viajaba muchos kilómetros hasta el lugar de trabajo. Situación que los alejaba de su familia, “nosotros no tenemos fin de condena, ellos en algún momento se van”. Esa expresión, nos dejó habitando el silencio de la profundidad de lo dicho. El celador que hizo ese comentario, también planteó la necesidad de un espacio para hablar de su malestar, ya que un compañero trasladado un año atrás había cometido un quíntuple crimen. Aquel trabajador al regresar a su domicilio, con arma, mató a su ex mujer, y a cuatro familiares más. La sorpresa otra vez fue compartida, una sorpresa que abrió a lo siniestro, a la angustia ¿cómo no pudimos ayudarlo? Se preguntó ese trabajador, ¿cómo no hicimos nada, si yo lo veía que andaba ido? ¿cómo acompañar a otros que no están bien? Valiosas preguntas tomaron cuerpo.
Devenir al tema de las violencias familiares, una trama de tensiones que se repiten y multiplican ferozmente. El silencio fue parte de la sorpresa, un silencio ante la escucha de sensibilidades que hablan, y ponen palabras al horror.
La cárcel es una máquina de producir dolor, una bestia magnífica, dice Foucault. Varones portadores de armas, poco empáticos y sin poder llorar.
En los encuentros aparecieron vidas sufrientes, con sentires, con historias portadoras de fragilidades. Ante la escucha, se abren múltiples derivas, y el registro de la escritura permite una marca de diferenciación y de existencia.
La institución penitenciaria forcluye las penas, las rechaza. Pienso en la exigencia a la hombría, y recuerdo una cita de Rita Segato: “Mostrar y demostrar que se tiene la piel gruesa, encallecida, desensitizada, que ha sido capaz de abolir dentro de sí la vulnerabilidad que llamamos “compasión” y, por lo tanto, que es capaz de cometer actos crueles con muy baja sensibilidad a sus efectos. Todo esto forma parte de la historia de la masculinidad, que es también la historia de la vida del soldado”. (Segato, 2018)
Esa exigencia a ser visto por otros, como “macho”, a mostrar una masculinidad armada, hegemónica, sin fisuras, estalla. Cada vez más seguido de las peores maneras. No me refiero a cualquier muerte, me refiero a los feminicidios: la violencia extrema de matar a mujeres, travestis, trans, transgénero.
El sistema penal está formado por tres agencias: la policía, el sistema judicial y el sistema penitenciario. Eugenio Zaffaroni, plantea que “abarca desde que se detecta o supone que se detecta una sospecha de delito hasta que se impone y ejecuta una pena”. (Zaffaroni, 2020) En este sentido, la pena es el resultado de un delito para el sistema penitenciario. Los términos jurídicos ubican que la pena es el “castigo” que se mide en tiempo.
¿Qué pasa con las penas, las emociones de las masculinidades, y en particular de quiénes habitan las cárceles? Recuerdo a un joven que escribió en el taller de escritura, una carta a una jueza de ejecución penal que decía, “señora jueza de ejecución de las penas, yo sólo quiero ver a mi hija”. El lapsus, como hallazgo, mostró la verdad de lo íntimo de su sentir, más allá de la intención de nombrar de modo público a una jueza de ejecución de la pena. Decir otra cosa, en esa otra escena está lo que el psicoanálisis nos enseña. Dispositivo que es posible de habitar cuando alguien habla, cuando hay escucha, y efectos de las palabras.
Traigo otros interrogantes ¿cómo poner a jugar las penas con las palabras? ¿cómo darle atención al sentir de cada uno? ¿cómo construir lo penatenciario? Pero no como un lugar de castigo, eso ya sería el no hablar penitenciario, sino con la posibilidad de de-sujetar la hombría y dar lugar a lazos humanizantes.
Cuando las penas se rechazan, crecen, retornan de diferentes formas y camuflajes. A veces devastando al entorno, como el celador del quíntuple crimen. Este punto de capitón redireccionó el trabajo inicial de investigación sobre los vínculos de la institución, permitiendo ubicar lecturas de género, e invitar a hablar del sufrimiento de las masculinidades enmudecidas. Marta Boccardo, fue mi co-directora del trabajo de posgrado y es una referente que acompaña en lecturas y escrituras de un psicoanálisis con perspectivas de género.
Al recordar los encuentros, me vuelve la cita de la canción de Atahualpa “las penas son de nosotros las vaquitas son ajenas”. Ese “nosotros” fue desde el encuentro con otros semejantes, pero no desde los fenómenos de masa que comandan la institución. Sino desde un lugar común con voces escuchadas, que comparten penas y también alegrías. La risa apareció frecuentemente, aunque tampoco es libre de manifestarse. Trayectorias de emociones vitales, que patriarcado mediante, no han recibido el don de la posibilidad de hablar.
Pedir ayuda, es un signo de la “comunidad penatenciaria”, aquella comunidad que puede poner atención a las penas, y también a la búsqueda de amor. Ubicando que no son ajenas, siguiendo la cita de Don Ata, las vaquitas en cambio sí. El poder, está en otro lado, no está preso, no viene de barrios vulnerados, ni tiene portación de cara del estereotipo de “delincuente”. Es el poder el que construye segregaciones, reincidencias, y penas cada vez más severas.
Las resonancias amplificaron cercanías. En el taller de escritura hablaron sobre la experiencia compartida, narrándola a quienes no habían participado. El rasgo de sorpresa seguía siendo una respuesta común, sobre todo por el modo que nombraban a los trabajadores que habían sido parte. Poder hablar del otro, desde una vivencia de las palabras y la escucha, produjo la apertura de nuevos registros para cada uno y entre todos.
Los celadores siguieron preguntándome por mi trabajo de la carrera, llamándome por mi nombre y yo por el de ellos. Esa marca de encuentros también generó mis propias cercanías a ubicar los sentires, las vulneraciones, las penas, más allá de los trajes y las investiduras. Después de los encuentros grupales, suelo preguntarles a los trabajadores por sus nombres. Se sorprenden con la pregunta. Muchos sonríen, encontrando en esas ceremonias mínimas, un modo más humano de habitar la institución.
Referencias
Boccardo, Marta (2018) Masculinidades y mandatos del patriarcado neoliberal. Buenos Aires: Entre Ideas
Dominguez Lostaló, J. (2006). El porqué de una psicología forense. UNLP: ficha de cátedra. Facultad de Psicología.
Percia, M. (2020). Sensibilidades en tiempos de hbalas del capital. Adrogué, Buenos Aires: La cebra.
Segato, R. (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo.
Zaffaroni, E. R. (2020). Manual de derecho penal. Buenos Aires: Ediar.
[1] En el artículo Voces masculinas tras las rejas. Me detengo en este significante, en el lugar que también es nombrada la mujer para la cultura patriarcal.
[2] Hoy no le pondría el mismo título, la parte de historia de vida sí, pero lo de comunidad penitenciaria, abre un gran debate. En todo caso, hacia una comunidad penitenciaria.
[3] Es interesante las consideraciones sobre lo simple y agravado del robo. Quién evalúa esos criterios, y cómo las causalidades por vulnerabilidad, que establecen Las 100 reglas de Brasilia, quedan por fuera de estos puntos a determinar desde el poder judicial.
[4] Parte del Art 5 plantea: Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Toda persona privada de libertad será tratada con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano. La pena no puede trascender de la persona del delincuente. Los procesados deben estar separados de los condenados, salvo en circunstancias excepcionales, y serán sometidos a un tratamiento adecuado a su condición de personas no condenadas.
Odian el gesto irónico, la insolencia, el desacato. El movimiento sin sentido, la voluntad de no ser gobernados, la deserción, la amistad y ese desdén al caminar. Odian que no se entienda, que no se amolde, que no hagan caso, no poder explicarlo. La violencia que no se encauza, la fiesta desaforada, la feria permanente. A la vagancia que no traiciona, a las que pierden el tiempo en una esquina, a los amanecidos. Ni plan, ni taller, ni caso, ni gato. Odian que se escapen para no ser psicologiadas, adormecidos, educadas, politizados, incluidas. Odian a Facundo, Alejandra, Santiago, Marquitos, Belén, Rafael. Odian al punto de olvidarlos, de hacer silencio, de esperar a ver lo que conviene, de usarlos. Odian tanto lo plebeyo que dicen jefa, tropa y gracias por las vacunas. Es tanto el odio que explican lingüística y políticamente al Diego para que su revulsión ya no diga nada. Aman a los que odian, a los que mandan, a las que saben. Flashean con Putin o Bolsonaro, con Berni o Bullrich. Retuitean al vigilante de Alemán, se empachan con chamuyos de otros. Haters de cualquier gesto desobediente, de las vidas que no valen nada, de los que no producen, de los que cobran sin salir a laburar. Se creen emprendedores y son empleados del odio. Odian tanto que explican un desalojo, la quema de ranchos, la tierra arrasada, el acoso de la gorra, la política en patrullero, las balas, está normalidad llena de cartones, basura, ropa vieja y chapas. De tanto que odian se parecen entre ellos. Señalan, vigilantean, postean, retan, termean, denuncian. Militante, burócrata, influencer, periodista, panelista. Odian lo plebeyo, lo que se abre a partir del afecto, lo que deambula, lo que no cuaja. Odian el deseo de no quedarse quietos, de seguir andando, de vivir de cualquier manera antes de seguir viviendo así.
Para celebrar el lanzamiento de «Historia de un comunista» de Toni Negri Tinta Limón comparte algunos fragmentos significativos del libro. La autobiogafía del pensador y militante italiano, protagonista del largo ciclo de luchas abierto a fines de los 60, oscila entre la memoria y el ensayo. Negri reconstruye su historia en tres momentos: su infancia y primeros años de formación en una Europa devastada por la guerra y el fascismo; los años de explosión del protagonismo político de los obreros y la gran redada del 7 de abril de 1979 que interrumpe violentamente este proceso y sienta las bases del orden neoliberal.
Aún siento el paso veloz de mi madre, el ritmo de la caminata en el silencio absoluto de la ciudad a esas horas de la mañana. Cuando me digo a mí mismo que durante mucho tiempo sufrí patologías autistas, tal vez me equivoque –pero desde luego mi madre estaba entonces como loca y apretaba mi mano no solo para tirar de mí–. Nunca se me habría ocurrido escaparme de ella: ¿por qué me tenía prisionero? Se lo pregunté varias veces a amigos psiquiatras, a Félix Guattari, a David Cooper: se reían, decían que los comportamientos de Aldina eran completamente normales, que lo que habría debido de preocuparme hubiera sido que no los hubiera tenido. Nunca he sido capaz de discutir con los psiquiatras sobre su ciencia: les prefiero como filósofos, charlando de política o yendo de parranda. ¿Por qué no saben explicar el sufrimiento de aquel niño que era yo?
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La montaña me gusta mucho, pero amo más el esfuerzo que el resultado, el deporte más que la emoción de la cumbre. En mis reflexiones y en mis comportamientos se torna central el descubrimiento de la fatiga de la vida. Atravesar la naturaleza con fatiga es el signo de la salida de la miseria que veo a mi alrededor y de la pobreza de mis posibles: el esfuerzo representa una especie de lucha para salir felizmente del estado de naturaleza. ¿Lo consigo? Es pronto para decirlo. Sin embargo, en aquel momento este espacio es también el terreno en el que he de derrotar a la enfermedad: cuando hago deporte no me ataca el asma. Me olvido de los síntomas cuando marcho a ritmo atlético y mi sudor cobra el gusto de la tierra roja de la pista.
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Unos días después, mi amigo de Bisacquino será asesinado: de nuevo la muerte se cruza en mi camino. No era un muchacho como yo, era un jornalero que había aprendido a escribir, padre de tres niños, un hombre honrado, un comunista: ¡es la muerte de un hermano y hay que vengarla! Explico y discuto lo que ha sucedido con los compañeros en Padua; planteo duras críticas a la línea política de Danilo Dolci, en particular sobre la no violencia: ¿qué sentido puede tener ese marchamo de pura propaganda moral, en un mundo donde el ejercicio de la violencia del más fuerte es inmediato, donde representa el orden mismo de la sociedad y ni siquiera está mistificado por el poder del derecho?
Algo cómica nuestra presunción: empezábamos a hacer política y ya nos hacíamos la ilusión de haber construido un partido, nos esforzábamos por salir del individualismo y ya nos sentíamos universales. Era interesante la propuesta de trabajar sobre los lenguajes, de construir la comunicabilidad de las hipótesis operativas que queríamos producir: ¿pero cómo caracterizar nuestra condición cultural? Un nuevo curso y una política válida de alternativa democrática, promovida por los partidos obreros, nos parece posible si en los distintos ámbitos de la organización social, desde la vida sindical a la universitaria, se desarrolla un discurso cultural y técnico autónomo, capaz de desvincular a los partidos obreros de la crisis en la que han terminado encontrándose frente a la especialización burguesa, en la que entonces se llamaba «política de las cosas». Lo cierto es que el lenguaje de los partidos obreros nunca se ha liberado de la subordinación a la cultura burguesa: de ahí la crisis derivada de una posición incoherente y ambigua –oportunismos tácticos y reformistas, o maximalismo subversivo–. Por eso nos parece urgente un trabajo de programación cultural autónoma, en un nivel especializado, en referencia a la lucha política de los partidos obreros.
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Tras una década de vida común, el grupo termina aquí. Vuelvo a hacer dedo por unos días, completamente solo. En Lerici me detengo para pensar en soledad y tomar algo de sol. Miro mar adentro, por una vez me inquietan las ausencias. Luego voy a Lucca a perderme en discursos utópicos y razonamientos abstrusos con un par de amigos napolitanos ahora rebotados del Partido Comunista Italiano: ¿qué es la felicidad, qué es la liberación de la miseria capitalista de la vida, qué es ir más allá de la alienación y la reificación? Ninguna respuesta. ¿A quién puede sorprenderle? La solución de todos los problemas planteados solo podía ser hacer política, empezar la militancia: era lo único razonable; la ética consiste en construir nuevos objetivos comunes y en realizarlos. Había aprendido a sufrir por el fracaso de mis propósitos, pero también a reconocer que se trataba de superar ese fracaso, para construir condiciones de vida nuevas y siempre plurales. Del grupo quedará en mí una increíble nostalgia: ahora había que hacer de su descalabro la base de la transformación de mi vida.
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Lo digo con ironía: siempre me ha impresionado el esfuerzo de los sindicalistas y los patrones en poner un precio al trabajo. Los imaginaba haciendo esfuerzos de medición, los patrones con el multiplicador de millones, los sindicalistas con los porcentajes y los decimales. Una reivindicación salarial nacía siempre de estas operaciones: los sindicalistas se presentaban ante los obreros más como matemáticos que como delegados para representarles. A su juicio, el objetivo sindical debía tener una apariencia «científica» (sic): por eso sólo se podía modificar si se encontraba un error de cálculo (es decir, de medición). En el sindicalista debía brillar alguna perla transcendental, ya fuera científica o mágica. Esto provocaba la risa de los hombres más inteligentes, que se habían adaptado a la función sindical: Bruno Trentin y Pierre Carniti me contaron numerosos contratiempos en el intento de medición.
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Durante aquellos meses el movimiento se había convertido en un enjambre, en una verdadera multitud de chicos y chicas, obreros inmigrantes y proletarios metropolitanos, que vivían juntos, formaban círculos y preparaban las luchas mientras se preparaban para la vida. Como quería el presidente Mao, la lucha de clase había que vivirla sobre todo en la experiencia del/en el pueblo, en la clase –¡vivir como revolucionarios, «disparar» sobre el cuartel general!– Nos reíamos de ello y nos provocaba asombro: a un filósofo que hubiera querido definir la categoría «acontecimiento», le habría bastado vivir esa situación. ¡En cambio, el lenguaje político y la escritura de los compañeros eran tan mecánicos y retóricos! El lenguaje del operaismo trontiano, elegante y fuerte, traducido a la experiencia juvenil y generalizado en las luchas, resultaba estirado, frígido.
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Había terminado el ‘68, había llegado a su fin el efecto de superficie de aquel acontecimiento extraordinario, empezaba a salir a la luz la naturaleza del proceso subversivo, su trama ontológica. Y, sabiendo lo difícil que era adecuar a esa ruptura de época las estructuras de la organización política, aprendíamos a nadar en las aguas profundas. Pero no era suficiente: había que construir barcas, veleros, acorazados, portaaviones –el futuro que se había abierto era distinto del pasado. No se trataba sólo de gestionar el presente, sino de inventar un camino «más allá», de extender un puente ante nosotros–.
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Habíamos dado en el blanco: habíamos intuido no sólo que la explotación se había extendido de la fábrica a la sociedad, sino también que todos los trabajadores sometidos a esa explotación tomaban conciencia de ello, resistían, mientras esperaban una reacción. La organización no es un mecano ni un lego, es la combinación de un dispositivo teórico-práctico gestionado por minorías activas con un deseo colectivo, de resistencia. La iniciativa no tarda en organizarse por campañas, empezando por la denuncia y la destrucción de las «guaridas del trabajo en negro»: se trataba de combatir la redistribución del trabajo de las grandes fábricas a los pequeños obradores y talleres, que permitía despedir en la fábrica para producir de manera esclavista en el territorio.
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En esos años estalla un feminismo inteligente y duro. Con los grupos del «salario para el trabajo doméstico», las mujeres habían sido las primeras en extender la temática del salario a la sociedad: habían empezado a hablar de salario, con una concepción más rica del trabajo de reproducción –era más bien trabajo de cuidados–. Había aquí una enorme ampliación del concepto de fuerza de trabajo: tenía como ejemplo el trabajo de las mujeres, era fuerza de trabajo que constituía el trasfondo de la sociedad productiva. El feminismo que reivindicaba el salario para las mujeres por el trabajo doméstico era la punta de un iceberg que revelaba no sólo la importancia del trabajo femenino, sino la socialización del trabajo en general.
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Hablamos mucho de la cárcel. Luchamos junto a los reclusos cuando se rebelaron –y las rebeliones fueron muchas en esos años–: los presos en los techos de las prisiones, las manifestaciones alrededor de la cárcel, los contactos con los reclusos y los intentos de evasión organizados desde fuera. Yo mismo fui condenado por haber organizado una evasión –algo de lo que no me avergüenzo, pero no era cierto–. En ese momento, entre finales de 1978 y comienzos de 1979, se trata de comprender desde dentro la relación con esa cárcel contra la que hemos luchado desde fuera.
Un aficionado al cine desde la infancia, fanático por la clandestinidad de la sala oscura, Deligny siempre ha tenido una fascinación ambigua por este arte. Porque no es exactamente la película lo que le interesa, sino las imágenes. No es la narratividad, el contenido, el sentido, la moraleja de la historia, por decirlo brutalmente, sino lo que escapa al dominio del lenguaje o al predominio de la historia. Deligny se refiere a las imágenes como gansos. Existen aquellos, salvajes, que levantan vuelo, ya sea ante una amenaza, sea a punto de aparearse, en cualquier caso, en circunstancias que tienen que ver con la supervivencia de la especie. En contrapartida, hay quienes, domesticados, solo retienen de esa capacidad un tímido movimiento de alas, siempre abortado. Ya no pueden tomar vuelo. Del mismo modo, las imágenes: algunas toman vuelo, liberadas de lo que el lenguaje deposita en ellas, ya sea mensajes o contenidos, y otras, domesticadas, civilizadas, demasiado contaminadas por los sentidos que llevan, por los significados que transmiten, por los mensajes de los que son portadoras, por el lenguaje con el que están asociadas, apenas esbozan un movimiento propio. Están enfermas, de tan a cargo de transmitir lo que sea que no les pertenece y les es ajeno[3]. Lo que pierden, con eso, es precisamente el «movimiento» que está en su origen. Eso es lo que importa, el movimiento sobresaltado, el movimiento de actuar (en lugar de hacer, que apunta a un objetivo). Estas imágenes «libres» tienen una memoria- otra, “primitiva”. «Estamos asediados por un pueblo de imágenes», dice él. Estamos poblados por ellas, pero ellas no aparecen, demasiado sumergidas por las imágenes domesticadas. No es difícil domesticar un ganso, o una imagen. A pesar de esto, los gansos salvajes continúan levantando vuelo y cruzan los cielos en formación geométrica, en V. “Las imágenes verdaderas, aquellas que no están sobrecargadas de representar lo que sea, tienen, entre ellas, formas que solo esperan las circunstancias oportunas para desplegarse como antes»[4]. Una de las cuestiones del cine es crear tales circunstancias oportunas.
Pero sería necesario preguntar, antes de eso: ¿de dónde vendrían tales imágenes? Primera hipótesis a descartar: no provienen de la imaginación. De ahí esta afirmación lapidaria: las imágenes no se imaginan. Por supuesto, están las imágenes imaginadas, incluso por el cineasta- estas son las domesticadas. Pero las imágenes propiamente dichas, de las que estamos hablando, no son imaginadas, ellas están, son, existen y no se ven. Es decir, no están hechas para ser vistas, no presuponen una alteridad, o un sujeto, ni siquiera el propio sujeto que las porta. Las imágenes «tout court», como dice Deligny, existen sin el yo, sin el sujeto, sin ninguna intención, fuera de todo lenguaje. Si los humanos habitan el lenguaje, y piensan a través de él, y con la procesión de sentidos, intenciones, encadenamientos, finalidades que conlleva, ciertamente hay otro modo de pensar, preservado entre los autistas, y que se da a través de las imágenes. Tales imágenes no se refieren a un Si, no componen una reflexión… En el reino de tales imágenes, no hay nadie. He aquí una imagen que no representa, no reproduce, no tiene intención, no significa, no pertenece a nadie, y que solo puede aparecer en la improvisación, o inesperadamente, incluso si requiere una preparación cinematográfica larga y elaborada. Estas imágenes tal vez aparezcan solo «en el medio», «por casualidad», así como la hierba entre las plantas o en los márgenes de las carreteras, como un resto. Son imágenes que no le piden nada a nadie. ¡»La imagen existe y no quiere decir nada»![5], ella está por todas partes y no se puede ver, y persiste. Pero paradójicamente, es también aquella que huye, y que escapa sobre todo de lo que Deligny llama «preneur d´images», aquel que «toma» imágenes, o «las captura», y que llamamos cineasta. Pero, ¿cómo puede ser la imagen el alma del cine, si justamente esta imagen «verdadera» es aquella que huye, escapa, no tiene intención, no hace historia? De ahí la negativa en usar el verbo filmar. Solemos designar ciertas acciones a partir del instrumento que utilizamos (martillar, martillo), y no por el resultado obtenido. Por eso, no decimos librar cuando hacemos un libro. ¿Por qué, entonces, designamos la operación cinematográfica por el resultado en el que desemboca, y no por el proceso del que depende? Tal vez pudiésemos decir «camarar», en lugar de filmar, porque al usar la cámara podríamos hacerlo sin necesariamente apuntar a un resultado, más atentos al proceso que a la finalidad. A Deligny le gustaría pensar la toma de imágenes de forma tal que ellas no se sometiesen a tal o cual objetivo, proyecto, historia, finalidad… Por lo tanto, redescubrir la imagen a pesar de la historia del cine que la inclinó a sus designios. Contra el filmar, camarar. No hace falta decir que en el camarar se expulsa precisamente aquello que en el filmar está en el centro, el director, el ego, el yo, el sujeto o su proyecto, su intención, la obra final, el sentido. En el fondo, la imagen es justamente aquello que generalmente hace falta en una película, la imagen es lo que nos falta. Con eso, quizás Deligny sueña con un arte en el que no se quisiese, no se dejase, no se apuntase a nada … Captar algo bajo el signo del inquerer … Aunque está por todas partes, la imagen es como el átomo, no se ve … Si camarar sale en busca de la imagen, no significa que la encontrará, oculta que ha estado ahí durante tanto tiempo por las imágenes domesticadas, cultas, legitimadas, cuya función, además, consiste entre otras cosas en abolir las imágenes «verdaderas». No se trata, a través del camarar, de reencontrar algún objeto perdido, sino un movimiento persistente.
Deligny escribió un libro, un poco a contramano de Heidegger, Acheminement vers l´image (el de Heidegger’s en francés fue publicado como Acheminement vers la parole). Pero el confiesa que debería llamarse Acheminement vers l´imager. «Imagear» es lo contrario de imaginar … Imaginar es anticipar imágenes. Imagear, por otro lado, es como atraer los gansos salvajes, «imágenes perdidas como lo son todos esos infinitivos que escaparon a la domesticación»[6]. Tal vez, en el fondo, y esta sería la hipótesis radical de Deligny, la imagen es «del reino animal», en otras palabras, proviene de la memoria de la especie humana y tiene algo en común con todas las demás especies. No se trata de hacer de esto una hipótesis científica, «colosal», como sería la freudiana, porque en el fondo no importa si es verdadero o falso, importa que esto ayude a deshacer ciertos hábitos de «imaginar» o «capturar imágenes» en el modo de filmar. “La imagen en el sentido en que la entiendo, la imagen misma, es autista. Quiero decir que ella no habla. Una imagen no dice nada, y, como en el caso de los niños autistas, esta es una razón más para que todos la obliguen a decir no sé qué. La imagen aguanta firme.» La imagen aguanta firme, es decir, ella se resiste a significar aquello que quieren imponerle. En eso hay algo de la ética, término confuso, dice Deligny, que nunca usó antes de leer a Wittgenstein. “La ética es el impulso que nos lleva a chocar contra los límites del lenguaje. Es exactamente el trabajo del creador de imágenes. Su trabajo esencial es estar impregnado con la idea de que se trata de exceder los límites del lenguaje, y no quedar esclavizado por no sé qué sistema simbólico. Es preciso atravesar eso. Esto es la ética”.[7] Por lo tanto, ir más allá o por debajo del lenguaje, esa es la apuesta, ese es el desafío, ese es el impulso. O simplemente reconocer esto: “La imagen es la imagen, el lenguaje es el lenguaje. La imagen no se convierte en lenguaje, ni al revés tampoco… Actuar no se convierte en hacer «. Hacemos sopa, lavamos platos, hacemos pan. Un autista, incluso si participa a su manera en esos haceres, “no hace nada. Él actúa «. Actuar contra hacer (Deligny entiende «actuar» de una manera muy singular, como actividad sin objetivo), imagen contra lenguaje, innato contra civilizado, inquerer contra intención, etología contra fenomenología. Si el estatuto de esas imágenes aún permanece nublado, es porque estamos demasiado enredados en una infinidad de imágenes (Deleuze las llamaría clichés) que las recubren. Quizás lo que mejor lo explicita es Deligny contando cómo los autistas a veces permanecen delante de los adultos como espectadores de cine o televisión, asistiendo a una novela tediosa que no termina nunca. De repente, se levantan y van a ver el agua corriendo. Es cuando su mirada despierta, extasiada.
Chévrier tiene razón. Para Deligny, la imagen no es algo que está allí, esperándonos, -sería suficiente entrar al cine para encontrarla. Ella puede o no aparecer, puede revelarse o no en el transcurso de una película. Ella no está en la pantalla, sino «entre» la película y el espectador … Al mismo tiempo, en otro sentido, siempre está ahí, como trazo permanente de la especie, infra lingüística, memoria de especie. Quizás el instinto sea precisamente el conjunto de imágenes infra-culturales que perpetúan la especie… En otras palabras: el cine permanente de la vida libera imágenes que, aunque permanentes (en este fondo) son discontinuas (en su aparecer)… ¿Dónde aparecen? En el gesto disociado del discurso, en el mínimo gesto que salta de la rutina (de ahí el título de la película de Deligny: Le moindre geste).
“Para Deligny, dice Chévrier, el autismo era una especie de prodigio de la existencia liberada de la reversibilidad del mirar. Janmari (el niño autista que él adoptó) fue la encarnación de la verdadera imagen. La verdadera imagen, que aparece, que no representa nada ni a nadie, tampoco necesita ser vista. Ella no precisa ser leída, descifrada, interpretada. Tiene una presencia física, material, ella existe, en un lugar determinado, pero no tiene un contenido a revelar (…) La verdadera imagen se libera de la marca del mirar. Se escapa del ojo. Ella no está más en la (recta) línea del mirar, ya que participa en el curso de las cosas, líquido o aéreo. ¡Ella levanta vuelo! La imagen no puede satisfacer el mirar (…) Pero ante el afán de ver, al ojo voraz puede responder, en otro plano, al éxtasis (o alzar el vuelo) de la imagen».
El refugio de Deligny en las Cevenas fue una tentativa de «destituir el discurso», recuerda Chévrier, en un hermetismo quizá compensado por su escritura incesante. Se puede decir que Deligny se dejó poseer por Janmari, así como otros han hecho un voto de silencio. Todo esto para oponerse a la ideología, a los discursos llenos de palabras de orden, la movilización militar que se oculta en el lenguaje, en las instituciones que crea, en el partidismo finalista y voluntarista que los autistas ponen en jaque. Deligny “sueña con liberar la imagen de la previsión verbal. Sueña con una imagen encarnada que sería el trazo vivo de una existencia desnuda”, dice Chévrier. Y con eso, resuena con toda una crítica marxista contra el fetichismo de la mercancía, que hace de la vida una mercancía intercambiable.
Una vez alcanzado este punto, uno se pregunta en qué medida esta perspectiva, experiencia, práctica, en su dimensión arcaica, puede decirnos algo, hoy, aquí, ahora, sobre el estado de la imagen en contextos singulares.
(Continuará…)
Traducción: Ana Laura García
Imágen: L′île d′en bas. 1969[2]
[1] Texto pronunciado en el II Encontro Internacional Fernand Deligny. Gestos poéticos y prácticas políticas transversales. Río de Janeiro, octubre de 2019.
[2] Archivos Gisele Durand- Lin et Jacques Lin. Imagen extraída del libro: J. Lin (2019) “La vie de radeau. Le réseau Deligny au quotidien. Le mot y le reste. p. 87
[3] Deligny, Acheminement vers l´image. Oeuvres (2017). P. 1667-8.
[4] Ídem: 1671.
[5] Idem: 1690
[6] Idem: 1731
[7] Idem: 1765.
El aire que respiramos, la tierra que no tenemos, los abrazos, el viaje, la fiesta. Lo inimaginable, lo imposible, la guerra, estos 20 años que nos golpean de repente. Todas las formas de desobediencia que fuimos aprendiendo en la previa, en la cancha, en la huida, en las letras. Algunas palabras, cierta manera de caminar, la manija de ir hasta allá, un nervio muy especial cargado de información del futuro. Autopista Center, Racing, microestadio de Lanús, un superpancho en la Avenida San Martín, el mundo entero. Remisería, pabellón, Villa Maria, escabio, camping, armarse hasta los dientes y el Chateau Carrera como último llanto. Correr con miedo, correr contentos, sentir el gusto a sangre en la boca, seguir corriendo. Plantarse, no poder esquivar el enfrentamiento, hacerlo de manera gozosa. Recordar a los nuestros, combatir una época, segundear. No andar tan solos, buscar aire, una astilla, una amistad, buscar algo donde no queda nada. Sentir en todo el cuerpo el deseo de no ser gobernados, pero no necesariamente de hacer la revolución. Vagar, desertar, no mirar atrás. No sentirnos solos, vacías, ninguneados. Lo irónico, lo irreverente, igualitarista y libertario que se nos despertó cada vez y para siempre. Las letras en la piel, los recuerdos, los nombres de nuestras hijas, de los que ya no están, de los que la quedaron. Lo que pudo ser y realmente existió. La última ofensiva sensible, un recuerdo, lo genuino, nuestros gestos plebeyos, el miedo que nos tenían, la lucha. Una especial comprensión del momento, un código, algo acá en el pecho, el mundo que se nos abrió a partir de esas buenas canciones. 20 años, toda nuestra vida entera.
Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propios. Sucede lo mismo cuando se peca por exceso de realidad, o de imaginación: en ambos casos, el eterno papá y mamá, estructura edípica, se proyecta en lo real o se introyecta en lo imaginario. Es el padre lo que se va a buscar al final del viaje, como dentro del sueño, en una concepción infantil de la literatura. Se escribe para el propio padre–madre. Marthe Robert ha llevado hasta sus últimas consecuencias esta infantilización, esta psicoanalización de la literatura, al no dejar al novelista más alternativa que la de Bastardo o de Criatura abandonada. Ni el propio devenir–animal está a salvo de una reducción edípica, del tipo «mi gato, mi perro». Como dice Lawrence, «si soy una jirafa, y los ingleses corrientes que escriben sobre mí son perritos cariñosos y bien enseñados, a eso se reduce todo, los animales son diferentes… ustedes detestan instintivamente al animal que yo soy». Por regla general, las fantasías de la imaginación suelen tratar lo indefinido únicamente como el disfraz de un pronombre personal o de un posesivo: «están pegando a un niño» se transforma enseguida en «mi padre me ha pagado». Pero la literatura sigue el camino inverso, y se plantea únicamente descubriendo bajo las personas aparentes la potencia de un impersonal que en modo alguno es una generalidad, sino una singularidad en su expresión más elevada: un hombre, una mujer, un animal, un vientre, un niño… Las dos primeras personas no sirven de condición para la enunciación literaria; la literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo (lo «neutro» de Blanchot). Indudablemente, los personajes literarios están perfectamente individualizados, y no son imprecisos ni generales; pero todos sus rasgos individuales los elevan a una visión que los arrastran a un indefinido en tanto que devenir demasiado poderoso para ellos: Achab y la visión de Moby Dick. El Avaro no es en modo alguno un tipo, sino que, a la inversa, sus rasgos individuales (amar a una joven, etc.) le hacen acceder a una visión, ve el oro, de tal forma que empieza a huir por una línea mágica donde va adquiriendo la potencia de lo indefinido: un avaro…, algo de oro, más oro… No hay literatura sin tabulación, pero, como acertó a descubrir Bergson, la tabulación, la función fabuladora, no consiste en imaginar ni en proyectar un mí mismo. Más bien alcanza esas visiones, se eleva hasta estos devenires o potencias.
No se escribe con las propias neurosis. La neurosis, la psicosis no son fragmentos de vida, sino estados en los que se cae cuando el proceso está interrumpido, impedido, cerrado. La enfermedad no es proceso, sino detención del proceso, como en el «caso de Nietzsche».
Igualmente, el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles. De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? Pues la salud pequeñita de Spinoza, hasta donde llegara, dando fe hasta el final de una nueva visión a la cual se va abriendo al pasar. La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo. No escribimos con los recuerdos propios, salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivos de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias. La literatura norteamericana tiene ese poder excepcional de producir escritores que pueden contar sus propios recuerdos, pero como los de un pueblo universal compuesto por los emigrantes de todos los países. Thomas Wolfe «plasma por escrito toda América en tanto en cuanto ésta pueda caber en la experiencia de un único hombre». Precisamente, no es un pueblo llamado a dominar el mundo, sino un pueblo menor, eternamente menor, presa de un devenir–revolucionario. Tal vez sólo exista en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior, dominado, en perpetuo devenir, siempre inacabado. Un pueblo en el que bastardo ya no designa un estado familiar, sino el proceso o la deriva de las razas. Soy un animal, un negro de raza inferior desde siempre. Es el devenir del escritor. Kafka para Centroeuropa, Melville para América del Norte presentan la literatura como la enunciación colectiva de un pueblo menor, o de todos los pueblos menores, que sólo encuentran su expresión en y a través del escritor.9 Pese a que siempre remite a agentes singulares, la literatura es disposición colectiva de enunciación. La literatura es delirio, pero el delirio no es asunto del padre–madre: no hay delirio que no pase por los pueblos, las razas y las tribus, y que no asedie a la historia universal. Todo delirio es histórico–mundial, «desplazamiento de razas y de continentes». La literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entre dos polos del delirio. El delirio es una enfermedad, la enfermedad por antonomasia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso. Una vez más así, un estado enfermizo corre el peligro de interrumpir el proceso o devenir; y nos encontramos con la misma ambigüedad que en el caso de la salud y el atletismo, el peligro constante de que un delirio de dominación se mezcle con el delirio bastardo, y acabe arrastrando a la literatura hacia un fascismo larvado, la enfermedad contra la que está luchando, aun a costa de diagnosticarla dentro de sí misma y de luchar contra sí misma. Objetivo último de la literatura: poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por ese pueblo que falta.
Critica y clínica.