Empezar acabando: la marcha dice // Lucía Naser

El proceso hacia este 8 de marzo estuvo marcado por la organización de por un lado la movilización o marcha que hace algunos años se realiza; por otro la organización del Paro Internacional de Mujeres, una propuesta que desde la articulación internacional trabajó para aterrizar en varios países y contextos de formas muy diferentes.

El aterrizaje o traducción entre diversas orientaciones de los feminismos y el campo político local y global donde ellos se mueven, signó este día-acontecimiento que al crecer, hace leudar su potencialidad política y por ende multiplica con o sin quererlo las tensiones y debates que toda interna y externa de y entre organizaciones (que piensan diferente pero quieren hacer juntas) genera.

Como en todo proceso político – y artístico y afectivo – a veces el tiempo de llegar a es mucho más fundamental y potente que el instante en sí en que se llega. En este sentido y aunque fue políticamente tensa y disputada, la previa del 8M puso a discutirse temas fundamentales para el feminismo, sus aliadxs y sus contrarios. Temas que si por momentos fueron confundidos con banalidades organizativas, tocaban en la profundidad de la marea y su contra ola. De “no seas tan sensible” está hecho el ocultamiento de que en las microdecisiones también se juegan cosas grandes y fuertes para la vida de las mujeres. Y de todxs.

Si era una marcha de mujeres o de cualquiera que se llamara feminista; si era una marcha feminista o una de mujeres; si una marcha expresa la adhesión a una causa o la visibilidad del sujeto afectado por la causa que se defiende; si una marcha es la expresión de una demanda o un acontecimiento que en sí mismo ya está haciendo. Que si el paro es de todas o se suman hombres a las mujeres; que si organizaciones mixtas se suman o adhieren por fuera sus mujeres; que si la marcha debe ser convocada por organizaciones feministas o si convocan y organizan organizaciones de mujeres atravesadas por el tema; que si estrados con proclama o abrazos con lecturas colectivas; que si pedir al estado o fortalecer las redes autónomas de y entre mujeres.

Estas “minucias”, no lo son. En las discusiones sobre como movilizarnos en el 8M se abrieron y condensaron problemas fundamentales para el movimiento. Problemas de esos a habitar y no tanto a resolver apresuradamente. Mejores o peores tramitados, con o sin violencias, la organización de este 8M propuso y logró problematizar el modo de adherir de los hombres pidiéndoles no solo su apoyo sino que se pusieran a pensar su lugar en este proceso de transformación y movimiento. Logró problematizar que la dimensión económica del feminismo no es nada secundaria y que la opresión a las mujeres no sólo es afectiva y corporal sino que ella habilita y sostiene estructuras capitalistas que nos enseñaron a pensar “por fuera”. Logró despertarnos la mañana del 8M para mirar las relaciones que nos hacen bien o nos hacen mierda, para abrazar a las amigas, para abrazar desconocidas, para abrazar y también saber soltar (y que nos suelten) a los hombres que amamos.

El paro y la propuesta de que fuera solo de mujeres puso de manifiesto que cuando las mujeres nos retiramos para parar activamente, hay todo un sistema de división del trabajo que tambalea y afecta a mucho más que la rama productiva en la que nos desempeñemos; puso de manifiesto que no todas las mujeres en lucha son asalariadas o tienen vagina; puso de manifiesto todas las tareas que hace la mujer y que sostienen. Lo evidenciaron cuestiones tan simples como que si solo paraban mujeres surgían una infinidad de problemas y labores que quedaban desatendidas (y que a menudo no son remuneradas ni reconocidas). Que si paraban hombres y mujeres las mujeres quedaban igual a cargo de los hijos. Que si parábamos solas las mujeres que podíamos parar 24hs sin darse posibilidades de otras formas de ser parte, estaban quedando afuera un grupo gigante de mujeres. Que las clases sociales que habitamos no son un aspecto menor de cómo sufrimos el machismo y como participamos del movimiento. Parar activamente y como se pudiera fue la consigna y muchas muchisimas hicimos el máximo esfuerzo por visibilizar nuestra presencia ausentándonos (por las ausentes y por las que no podían hacerlo).

Se puso al ego de los varones a ocuparse de las tareas que hacemos nosotras todo el tiempo y no les gustó. Se les pidió silencio – y esta vez no no su voz fuerte diciendo que nos apoyan -, y no les gustó. Y a algunas mujeres tampoco les/nos gustó (si es que vale reconocer que existimos en subjetividad escindida en relación a algunos temas). Pero el hecho es que hacerlo abrió preguntas y pensamientos que justifican el desconfort. Nosotras nos bancamos tanta mierda y no hay espacios de discusión donde se nos pregunte si estamos de acuerdo. Generar espacios de preguntarnos qué queremos entre nosotras. Entre nosotras y antes – o aparte – de que vengan a ofrecernos soluciones que ya vimos que no, o la alternativa de una tibia inclusión en la agenda de derechos.

Es así que a medida que el movimiento crece se pone también en cuestión la relación entre mujeres de diferentes clases sociales, diferentes modos de entender y vivir ser mujeres, diferentes opresiones y privilegios que pueden ser reciclados para alimentar la lucha de las más débiles. La vanguardia del movimiento la tiene clara y propone consignas pensadas y fuertes pero tiene simultáneamente a su alcance hacer entrar a la ronda a muchas otras mujeres. ¿Cómo? Es quizás la pregunta del momento. Una pregunta a responder en la acción.

En la marcha los contingentes de las agrupaciones – esas que a veces parecen delimitadas  y separadas por cercos infranqueables – se disuelven un poco en la acción y con ellas las distancias ideológicas. Los varones se corren y en su lugar entran muchas mujeres, adolescentes, pibas que llegan con toda la fuerza, mujeres viejas viejas o quizás nuevas en el movimiento. “Quien no se mueve no siente las cadenas” dicen algunas. Enormes círculos se arman y detienen la procesión lineal frontal de la marcha. Círculos de mujeres se abren; nos miramos y es importante que bastemos nosotras para sentirnos fuertes. La casi ausencia de varones nos invita a mirarnos y reconocernos, a practicar una libertad que sabemos que cambia cuando hay hombres en la vuelta, cuando los cuerpos están si o si un poco más a la defensiva, quizás tirarte en la calle o abrazarse masivamente es algo que nuestros cuerpos asustados por los machos aprendieron a evitar como forma de autodefensa. Acá podemos hacerlo.

Diferentes colectivos participan desde diferentes ánimos y propuestas. Una batucada furiosa que encabeza; la danza poniendo cuerpo e invitando a la improvisación y la escucha como armas; cientos de mujeres siguiendo a los tambores tocados por ellas; ir al suelo para pulsar juntas; saber que no da para agredir a gente que viene a provocar, a traernos su violencia “pro-vida” que nos da más asco y pena que rabia con su intervención en nuestra marcha. Caminar, cantar y atacar a una iglesia, rabiosa pero coloridamente – disculpen pero a nuestro estilo les decimos que se pueden ir con sus cruces a la mierda. La apostasía es nuestra vocación porque queremos abortar una y mil veces a su moral represora de nuestros cuerpos. Aunque seamos nosotras a las que siempre nos toca sangrar. Más atrás organizaciones mixtas. Las mujeres somos protagonistas por una vez y se siente bien. La policía brilla por su ausencia. La organización Iglesia Misión Vida brilla por su presencia como brillan los soretes al sol. La organización le ha pagado a unxs pibxs re jóvenes y pobres para sostener sus carteles recién ploteados que dicen “femenina si, feminista no” con colores rosado y celeste de bebé. Están ahí estáticxs, plantados en una de las aceras del 18 de Julio invadiendo desde la lateral nuestro avance y movimiento, protestando porque hacemos con nuestros cuerpos lo que queremos. Están ahí y con los carteles se tapan la cara porque saben que aunque dicen que están para defender la vida, la vida está de nuestro lado. Les cantamos “mujer escucha únete a la lucha” y hacemos un abrazo de conjura y complicidad, de barrer el odio y plantarnos desde el canto y desde el grito ante esta violencia. La resistencia del presente es también ancestral y cuando cantamos abrazadas y por nosotras, son nuestras abuelas las que también se liberan. Aceptamos ese legado y lo transformamos: nos reconocemos mujeres pero para eso parimos con dolor y con alegría otra forma de ser mujeres. Eso o encontrarle otra palabra. Eso e inventarnos otros cuerpos.

El feminismo nos excede a todas – personas, organizaciones, instituciones, leyes –  pero también es cierto que no existe sin cada una y su fuerza. Para que cuando toquen a una nos toquen a todas es necesario sentir ese todas en nuestro cuerpo. Y ese todas vibra en mi cuando estoy junto a otras muchas. Ese todas enciende fuegos. Ese todas está en la calle este 8M.

 

En llamas

Se va a acabar esa costumbre de matar. Se va a caer el patriarcado. Y este paro empieza acabando.  El 8M arranca con un orgasmo: como subrayando la idea que también aplicamos al sexo de que no todo es por y termina en el orgasmo o acabada final, tan autocelebrada por el macho. A una orgasmatón de las 0hs convocaban las compañeras argentinas de Ni Una Menos. Empezar acabando y convertir el 8 de marzo en un acontecimiento que sucede por fuera de las casas y los regalos de felicitación. Este día que ha pasado cada vez más de ser un “dia de” a ser un día de lucha, en que los cuerpos de mujeres aparecen y se movilizan juntas en el espacio público. El orgasmo como comienzo. El orgasmo como momento climático pero sin embargo no el único; como momento íntimo pero no secreto ni tabú. El orgasmo – sexual o político – pensado sí como momento climático pero también pensado desde la sexualidad femenina en la que puede funcionar más como una activación del inicio del deseo que como instante final. Repensamos el orgasmo y la lucha desde nuestros cuerpos: de orgasmos múltiples, de sexo expandido desde el clítoris a toda nuestra piel y desde los bordes del cuerpo a un abrazo colectivo que abraza también a los dolores que se nos han metido en el cuerpo.

No solo nos enseñaron muy poco a tocarnos sino que nos enseñaron a tocarnos poco. En la activación de nuestro contacto y nuestro abrazo se deshacen cadenas de dependencia patriarcal. Se deshacen cadenas. Lloro al abrazar y tristeza y felicidad se vuelven indiscernibles.

El paro lo hace cada una como puede, desde las casas o desde la calle, vistiendo un lazo violeta o pidiendo a la pareja que hoy encare él las tareas, se hace discutiendo en grupos de whatsapp, infiltrando la pregunta allí donde nunca se toca el tema; esos espacios que les encantaría poder afirmar que feminismo es para las mujeres locas o en todo caso para esos lugares pretendidamente lejanos donde habitan monstruos violadores de esos que salen en canal 4.

A la marcha se viene a caminar pero también a cantar, a gritar, a llorar, a inventarnos la potencia, a ver como otras gritan basta y muestran las tetas, a sumarse a algo que no sabías, a proponer un canto, a seguir y ser seguida hasta no saber quién guía. Esta marcha se hace experimentando y sin miedo a salir de las fórmulas militantes exitosas o inteligibles. Se hace desde un deseo de probar qué sucede si……

Política experimento. Política inventándonos en el proceso. Movilización no como demostración sino como acto creativo. Manifestación como acto performativo. No estamos ahí para ser, sino que estamos ahí siendo, resistiendo. “Cambiamos el mundo sin pedir permiso” dice una pancarta.

La política es experimentación e importa mucho más lo que sucede y se experimenta ahí siendo que las lecturas de la marcha como discurso, como plataforma de reivindicaciones, como número final de asistentes dicho por el noticiero. Esta marcha tiene un cimiento ideológico pero es en sí misma acontecimiento. La marcha habla y dice que estamos juntas y somos fuertes y podemos estarlo aún más. La marcha dice que la mayor potencia política es la que se mueve hacia cosas que queremos y que nos liberan. Dice que aunque el feminismo crece (o no) en los espacios de nuestras decisiones más individuales, íntimas y cotidianas, es sumandonos, socializando nuestra fuerza y también nuestras miserias, que podemos convertir la rabia en grito y el dolor en movimiento.

Este 8M no lo marché con mis cómplices ideológicas más cercanas sino con mis compañeras de trabajo, de arte y de otras luchas que aunque no se llaman “feministas” tienen todo que ver con eso. La danza siempre es la conexión con una dimensión existencial atravesada de goce pero también de dolores, de violencia, de todo eso que vive en la palabra “cuerpo”.  El feminismo y la danza tienen en común que afectan profundamente nuestra percepción de una misma y del mundo. El cuerpo se vuelve un entramado de sensaciones y de afectos. Marcho ahí, entre cuerpos que veo moverse habitualmente, pero que hoy lo hacen por nosotras y por las que no están. Marchamos por Olga de 44 años que tan solo unas horas antes murió asesinada por su pareja de quien intentaba protegerse (con ayuda de un policía que murió también de bolea). Nos duele este “otra vez”, esta nueva muerte. Marchamos porque horas después de terminar la marcha nos enteramos de otro feminicidio: Mirtha Lorena de Rocha, embarazada de 5 meses, asesinada por su ex pareja sobre el que regía una orden de restricción de acercamiento por 120 días. Marchamos y duele constatar lo difícil que es detener esto y lo importante que es seguir y profundizar esta lucha. Para exorcizar la tristeza y sentir que sí podemos marchamos y bailamos con más fuerza que nunca. Bailamos como bailaría Olga o Mirtha si ahora pudieran vernos o sumarse. Marchamos y en nuestros cuerpos viven las mujeres que perdimos y que conocíamos (Nadia Vera sos mi compañera de luchas siempre) o no. Somos desconocidas pero enseguida nos reconocemos, nos encontrarnos con la mirada desde un canto que va tomando su ritmo y nos coreografía a todas. Decir que sí a una ronda que nace acá o allá, ser parte desde la acción y no solo desde el discurso. Dejarse afectar. Recibir el cansancio y aportar la fuerza que se tenga. Dejar llegar un cansancio físico que se va disipando a puro contagio de la fuerza de otras, que están ahí para sostener, para sostenernos.

Terminamos la marcha y mi cuerpo está (aunque sea por un rato) con más energía para correr y bailar que al principio. Y es que no estamos aquí solo para demostrar nuestras fuerzas e ideas o para hacer nuestros pedidos, o para llegar al final de la marcha y disiparnos tranquilamente. Estamos aquí para transformarnos en el encuentro, para ver qué nos pasa y qué nace de esta acción, que dice y hace mucho más que cualquier manifiesto.

Estamos empezando a acabar con el patriarcado y los machismos, pero sabemos que la transformación ya empezó, que no puede esperar a que termine de caer, que no puede esperar.

¿Qué subjetividad puede llevar adelante una revolución que sabe que implicará deshacer (para rehacer) parte de sí misma en el proceso?, o algo parecido me preguntaba hace un año en un artículo previo a ese 8M. Esa subjetividad la vi en la calle el jueves y no tiene cara individual ni nombre de agrupación, sino la forma de un abrazo que grita y que salta entrelazando; la temporalidad de un encuentro que dura unas cuadras pero te cambia para siempre; la expansión de una lucha que espera viva a ser activada en cada una de nuestras cuerpas. Y esa activación es únicamente colectiva. Esa activación empezó hace mucho y al mismo tiempo recién comienza.

Que alegría la de acabar empezando!

En Uruguay ya está convocada la próxima asamblea

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