Necesitamos seguir sin aceptar lo que pasa, entender que a partir de mañana no puede ser un día más, necesitamos saber que estamos en guerra y atravesados de palabras inútiles, de una cantidad demente de palabras e imágenes que al pedo nos tranquilizan. Necesitamos que el cuerpo hable, que la excitación sea incontenible, dormir mal, que el miedo nos guíe, ser bellamente resentidos y esta vez no retroceder.
Necesitamos saqueos, un par de patrulleros quemados, que la gendarmería retroceda, que los enfrentamientos sean sin banderas y que el runflerío sea vanguardia. Necesitamos no volver al barrio, esperar que amanezca cerca de la estación, retomar fuerzas en el chino y cambiarnos la remera. Necesitamos sumar a los gedientos, a las turras, a la piba que odia al nene que cuida, a los que se ponen la remera como capucha en segundos, a las travas que caminan Zeballos, a los que cuando forma infantería se paran adelante agitando los brazos, a los que no tienen miedo de lastimar a otro, a Facu y León que solo quieren vivir lo que les contaron. Necesitamos que la vida cotidiana se rompa, que los ortibas no puedan, que la pelea sea familiar, oler el miedo de los caretas, que desertar sea un gesto, que navidad sea un garrón y que antes de año nuevo el calor y el asco pudran todo un poco más.
Necesitamos que ellos tengan miedo al volver a su casa, que desconfíen de sus vecinos, que hablen en voz baja por miedo. Necesitamos que las batallas crezcan lejos de la plaza, que broten donde nadie se la espera, que Claudio sospeche que los pibes de la esquina lo van a saquear en cuanto puedan, que tengan que ir con el uniforme en el bolso hasta Campo de Mayo, que en la fiesta de tan manija que están arranquen para otro lado, que los de la local agachen la mirada cuando los pibes pasan todo arrogantes frente a ellos, que les re cabió.
Necesitamos que crezca el rumor excitado de diciembre, el olor a zanja y pólvora, el neoliberalismo de los de abajo que nunca paró de latir, necesitamos saber que es posible deambular hasta rodearlos, que no importa donde pongan las vallas, que no les va a alcanzar todo su poderío porque las pibas son imparables. Necesitamos creer que ahora sí, que no importa la votación en diputados, que hay que brindar cada vez que se pueda, que es diciembre y que tal vez con esto, esta vez alcance.
me gustó mucho tu escrito. te dejo el mío que lo siento cerca de este. como si enloquecer y sanar fueran algo muy parecido.
Horrible lo que voy a decir. Necesitaba que me gasearan. Obvio que estoy loca y equivocada. Esto no es una lectura de la situación política. Es la posibilidad de volver a articular palabra.
Estuve angustiada, insomne, alienada, balbuceando quejas y catarsis entre amigues, posteando represión en facebbok, paralizada, llorando, emborrachandome, odiando a la gente de a pie. Con lo que cuesta ordenar sentimientos tan contradictorios y transitar los días sin palabras. Las palabras, tan necesarias, tan alquímicas, están hechas mierda.
Nuestras democracias son esto. No solo la represión atroz, sino la perversidad institucionalizada, implícita en el policía que se desquita con saña contra otra persona de su misma clase; que se pueda votar una ley en la cara de millones de personas que dicen que no.
Yo no puedo escuchar más mierda, ni en los medios ni en la panadería. Argumentos? Convencer? No tengo palabras. Solo me queda el cuerpo. Nuestro dolor cotidiano e histórico. El acompañarnos.
Ayer me pasó algo parecido a sanar un poco. Aunque la ley se haya aprobado. Aunque volvamos a la rueda nefasta de la normalidad. Estas semanas nos dimos la posibilidad de sacarnos la rabia del cuerpo, poniendo el cuerpo en los espacios públicos de la forma que cada quien pudo.
Salí a la calle con 4 gatas, sin encolumnar, lumpenmente como leí por ahí. Con ellas nos mantuvimos un poco más atrás de la primera línea donde se tiraban abajo la vallas que nos pusieron para que no pudiéramos avanzar, donde se tiraban las piedras que hicieron retroceder a la policía durante algunas horas. Vimos los hidrantes retroceder y a las personas conscientes y organizadas avanzando-retrocediendo y cuidándose unas o otras. Yo no fui capaz de tirar piedras y agradezco cada piedra que tiraron otrxs por nosotrxs, las gomeras audaces, las baldosas arrancadas y usadas como armas. Con mis amigues nos propusimos estar ahí para acuerpar el momento y la decisión de recuperar el espacio físico y simbólico que nos quitan, para acompañar a quienes estuvieran herides, colapsadxs, corriendo el riesgo.
Una amiga que no habíamos visto bajó herida desde la primera línea con una bala de goma en la nuca. Fuimos con ella hasta una posta de salud montada en el local del hormiguero. Cuando se sintió bien quiso volver a la plaza con nosotras, escondió las gasas ensangrentadas de la cabeza con una remera negra que se ató y volvimos juntas hasta que el operativo represivo se encrudeció y nos gasearon y balearon.
Me perdí de mis compañeras en la avalancha final. Me desesperé mientras intentaba caminar en la masa, respirar y sacar limones del fondo de mi mochila. En ese bardo imposible encontré otra amiga perdida como yo y me di cuenta que me quedaba ciega. Me fue llevando detrás de varias personas que, inteligencia colectiva mediante, entraron a una pizzería. Empecé a ver otra vez, a sentirme mucho mejor, saqué el aguita con bicarbonato y empezamos a rociar las caras y las bocas de personas que tenían arcadas y vomitaban los gases fuertísimos que nos tiraron, cortamos limones en la mesada de la continental y los repartimos. La gente gritaba adentro del local, «¿esto es lo que elegimos?”. Miramos juntxs detrás de los vidrios del local como comenzaba la cacería de manifestantes, otra vez la impotencia.
Cuando pudimos salir sabíamos que la represión se iba trasladando, cruzando la 9 de julio arrinconando a la gente por las calles angostas del microcentro. Pudimos saber que las personas con las que estábamos en contacto estaban bien y pudimos volver a concentrarnos en una casa-refugio amiga.
En paralelo, mi compa de casa metía 15 personas en nuestra terraza que queda cerca del centro y tuvo que escuchar a una vecina mientras entraban diciendole que no podía meter gente de la manifestación, que el edificio no es un centro social. Nuestra casa abierta como cada lugar que abrió las puertas para refugiar gente, esto nos sana como otras mil situaciones donde la gente atinó.
A la nochecita, nos animamos a salir a la calle otra vez, a la comisaría primero y otra vez a la plaza con las cacerolas de la clase media despertada. Otros cuerpos haciendo lo propio.
El orden reestablecido es el de nuestros cuerpos articulados, haciendo lo propio, ejercitando la comunidad, la solidaridad, expulsando la rabia para no enloquecer.