Revista Espacios de Reflexión, de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires
Entrevista al Colectivo Situaciones[1]. Buenos Aires, noviembre de 2002
Queríamos hacer una aclaración antes de responder la primera pregunta. Para nosotros es complicado trabajar en el género “entrevista” porque como Colectivo que somos, tenemos que discutir todo antes de responder, y pueden imaginar ustedes el trabajo que significa esto. Por eso, intentamos reducir las respuestas a aquellas cuestiones que realmente tenemos pensadas, aquellas cosas sobre las que efectivamente venimos trabajando y disminuir así el campo posible de la opinión (que es, claro, infinito). Esto por un lado. Pero hay algo más: el Colectivo mismo no es algo que consista fuera del trabajo que realiza. La labor que nos reúne es la “investigación militante” (que es algo muy diferente del investigador académico, el intelectual consagrado y el militante tradicional). El Colectivo es una trama afectiva que coexiste con tareas prácticas y teóricas. Lo que nos interesa mostrar en esta entrevista son algunos productos de esta forma de trabajar (en la que no se trata de hacer juicios inteligentes sobre aquello que se nos aparece como “tema” a opinar, sino algo bien distinto: intervenir en situación, para componer lazos prácticos, vinculados al pensamiento de la situación), y cómo el contexto abierto luego de aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 nos han modificado. Este es un poco el límite que nos ponemos para esta conversación.
¿Consideran el 19 y 20 de diciembre como un punto de inflexión en la situación política y social del país?
Las jornadas de diciembre inauguraron lo que en otro lugar hemos llamado una “insurrección de nuevo tipo”, una “insurrección del no”. Si observamos a cuantas cosas se ha dicho NO, el resultado puede ser realmente sorprendente. Tal vez sea más fácil resumirlo en lo siguiente: al sistema político de la “posdictadura”, a las teorías políticas como algo preconcebido, y a la creencia en la existencia de algo así como la “autonomía de lo político”, es decir, nos parece evidente que la política –como lucha por la justicia- tiende a manifestarse por fuera de las instituciones y los procedimientos clásicos de lo político, comenzando, claro está, por la centralidad del Estado, los sindicatos y los partidos políticos. Pero en un sentido más práctico, no se trata tanto de saber lo que pasó –como si todo esto ya hubiese ocurrido, ya hubiese quedado atrás-, sino de entender cómo pasa lo que pasa o, en otras palabras, de decidir qué hacemos con eso que hemos hecho y que persiste en sus efectos sobre nosotros mismos aun hoy, a un año del estallido.
No es cuestión de evitar una reflexión sobre lo que ocurrió. De hecho en varios textos hemos dicho que nuestra percepción era que en diciembre hemos participado de un movimiento complejo, no estructurado y múltiple, cuya característica más llamativa fue sus sesgo destituyente. Es decir, no se intentó tomar el poder para aplicar desde allí un modelo alternativo de país, sino que se asistió a una movilización intensa y masiva que carecía de programa político y de dirigentes reconocidos. Todas esas cosas que para los partidos políticos son motivo de preocupación, a nosotros nos parecieron una expresión muy interesante del nuevo protagonismo social que viene desarrollándose en el país desde hace años. El movimiento no estuvo orientado por una promesa de un futuro mejor, ni tenía modelos sobre cómo deben ser las cosas. Tampoco hubieron organizaciones centralizadas manejando los acontecimientos tras el telón, aun si el estallido de diciembre se produce en el contexto de un juego político complejo, en que el peronismo intentaba desbancar al gobierno. Esta complejidad no puede explicar –de ningún modo- lo que ocurrió luego, cuando la gente ya estaba en la calle. El desborde fue evidente. Y esto es lo más significativo: una vez que las multitudes se apoderaron de la ciudad, lo que se vio fue algo inédito: miles de personas diciendo “NO” o “que se vayan todos”, un grito de angustia –en medio de una fiesta popular-, que para algunos ha sido espontáneo, pero que venía madurando en muchas experiencias de contrapoder anteriores.
Y bien, los hechos de diciembre provocaron una apertura: dieron por cerrada la época de la posdictadura, y abrieron un nuevo periodo, sin dudas muy rico pero también muy complejo, y que estamos comenzando a conocer. Nosotros percibimos que un rasgo significativo de este fin de época es la tendencia a la conformación de una sociedad paralela. De un lado, una descomposición significativa de las instituciones del Estado nacional argentino, y sus recursos tradicionales. Descomposición, aquí, no quiere decir de todos modos destitución. Para nada. La diferencia es evidente: descomposición es la palabra que podemos usar muy provisoriamente para dar cuenta de una nueva forma Estado: el Estado mafia, articulado al capital global.
Esta nueva forma Estado tal vez nos esté hablando de algo más que de una mera degeneración. Quizás sea una modalidad específica de articulación del territorio nacional a los flujos del capital financiero. Como sea, esta forma Estado produce exclusión aun cuando se experimente un crecimiento de las variables macroeconómicas. Y lo realmente llamativo es cómo las instituciones ligadas a esta estatalidad (partidos políticos, sindicatos, etc) quedan aprisionadas por su lógica.
Desde un punto de vista, entonces, nada escapa a esta modalidad. Sin embargo, el paisaje actual –no sólo el argentino, por supuesto- parece estar poblado también por experiencias de otro tipo. Junto a las articulaciones del Estado mafia, los negocios financieros y los mass media, se extiende, cada vez más, un nuevo protagonismo social que consiste en una variedad extensísima de experimentos sociales, políticos, económicos y estéticos, una subjetividad rebelde que actúa en una cierta clandestinidad, a partir de criterios tales como la multiplicidad y la autonomía.
Se trata de un periodo muy rico, sin dudas, pero también muy complejo, para el que no disponemos de demasiados libros. De hecho, la sociedad paralela no se organiza en un movimiento político. No trabaja en una organización única. Aun si en otros países de América Latina existen partidos políticos al interior del movimiento de contrapoder (y es claro que hoy hay un movimiento que pretende integrar al movimiento en partidos políticos) es notable cómo ellos van perdiendo el monopolio, la dirección y la centralidad exclusiva dentro de la multiplicidad del movimiento.
Pero incluso sería un exceso de “sociología” hablar de “movimientos sociales”. Se trata más bien de experiencias que protagonizan el hacer colectivo a partir de una descentralización de los mecanismos que durante décadas (sino siglos) conformaron el esqueleto del poder social. Su escala y ocupación es tan plural que no cabe establecer demasiadas homogeneidades.
Precisamente, una de las dificultades más grandes que tenemos para comprender este proceso tan novedoso es la falta de un pensamiento interior a estas experiencias, capaz de colaborar en su desarrollo, más que a su clasificación. De allí la impotencia actual de las ciencias sociales y de los activistas clásicos que siguen yendo a los barrios convencidos de que ellos sí saben lo que hay que hacer.
Estamos hablando de un formidable proceso de socialización del hacer, que va de experiencias artísticas a ciertas experiencias piqueteras, de modalidades originales y potentes de producir salud y educación a las asambleas barriales, de nuevas formas de producir ideas, a la emergencia de una economía alternativa que cuenta con ejemplos tan pesados como las casi 200 fábricas (plantas y talleres) recuperados por sus trabajadores, etc.
En síntesis, la emergencia de una sociedad paralela es motivo de una gran alegría, pero también de preocupación. Alegría, que es lo predominante, se refiere a la recreación de la vida en un contexto tan árido, en el cual se suponía que la historia ya había acabado. Contra todo lo previsible, la actual contraofensiva popular es una invitación a la creación, a la investigación, al encuentro de lo múltiple, a la rebeldía, en fin, a reinventar la existencia.
La preocupación, en cambio, tiene que ver con dos razones diferentes. La primera es más evidente, y tiene que ver con lo que hemos visto durante la jornada del mismo 20 de diciembre de 2001 y luego en la masacre del 26 de junio. Es decir: con la voluntad de muerte de la sociedad oficial. Pero así y todo, más nos preocupa otra cosa: la ausencia de un pensamiento realmente situacional capaz de organizar incluso formas de autodefensa realmente eficaces y organizadas por las mismas experiencias según sus recursos y posibilidades organizativas. Y aquí hay una presencia muy negativa de dos figuras: el intelectual consagrado que siempre “sabe”, que trabaja expropiando la capacidad de pensar situacionalmente a estas experiencias, pero también el clásico militante de izquierda, que por otras vías termina también bloqueando esta potencia. Ambas figuras operan como auténticas fuerzas reactivas sobre las experiencias de contrapoder. Al respecto es muy llamativo que ambos –intelectuales y militantes- tengan las mismas dificultades para pensar más allá de las categorías de la “centralización”, lo “estatal” y la “representación”.
El desafió, al respecto, parece ser, la autoorganización popular según redes y lazos fundados en los saberes y potencias que las mismas experiencias van promoviendo, reflexionando, impulsando, más allá de la centralización a la que se los está empujando.
En esta dirección empujan también otros discursos como los medios de comunicación. Hay una ansiedad gigantesca por resolver la cuestión de cómo se expresará ésto en el terreno político electoral. Esta urgencia es totalmente opuesta al espacio y al tiempo de una elaboración desde abajo sobre cómo afrontar estas cuestiones, que son mucho más delicadas de lo que se cree habitualmente. No hay que olvidar que tras la emergencia del zapatismo en México, se logró, por un lado, acabar con la dictadura del PRI, pero por otro, que sólo la derecha del PAN estuvo en condiciones de aprovechar la situación. Es decir, las experiencias del contrapoder tienden –saludablemente- a no dejarse organizar por las coyunturas inmediatas en la medida en que se concentran en los sitios en que son realmente potentes, para desde allí sí constituir una tendencia que opera sobre la coyuntura. Pero los efectos de esa presencia no son nunca lineales.
En este sentido, la ansiedad de periodistas, adherentes, turistas de diferente laya y “amigos” puede jugar un papel negativo al bloquear una interrogación más profunda por el status mismo de la política. Aquí el punto de inflexión es la exigencia de escuchar los gritos de las experiencias de contrapoder, de colaborar en la producción de un tiempo y un espacio autónomos, de volvernos nosotros mismos productores de nuevos mundos, saberes y experiencias, sabiendo que la resistencia es creación y que la creación nos impone tareas tales como aprender a defender lo que se crea.
¿Consideran que hubo un fortalecimiento de las organizaciones sociales después del 19 y 20 de diciembre? ¿Qué características dan cuenta de eso?
Nos resulta difícil responder a esta pregunta. Se precisaría una mirada externa capaz de medir cuantitativamente. Pero no hay mirada externa. Todos miramos desde algún lado. Ya en la pregunta anterior hicimos un exceso de “observación exterior panorámica”. La verdad es que sólo podemos responder esta pregunta situándonos, y para hacerlo encontramos que incluso la “sociedad paralela” –en su multiplicidad no coordinada- es ya un exceso de consistencia.
Tal vez sea útil volver al cuadro que nos planteábamos recién. Quizás allí se pueda hacer una diferencia entre “protestas sociales” y “nuevo protagonismo”. Es posible, tal vez, que la protesta haya disminuido. Pero para afirmar esto habría que hablar con uno de esos sociólogos que viven haciendo números. En todo caso, desde nuestro punto de vista, esto no es lo más relevante. Al contrario: antes de diciembre era evidente que medio país estaba desesperado, pero también que había una cantidad enorme de prácticas desconocidas de economía alternativa, por ejemplo, totalmente ignoradas desde el centro de las ciudades. Entonces: ¿qué cuentan los periodistas, analistas y sociólogos?, ¿cómo hacen sus números?
Como dijimos en otro lugar, lo que estamos presenciando es una “revolución en el desierto”. Es claro que no se parece en nada a una revolución política clásica, y seguramente la palabra “revolución” será muy objetada. Como sea, nosotros no renunciamos a ella así nomás. Se trata de una revolución en las formas subjetivas del hacer. Y nos preguntamos: ¿Cómo se mide esto?, ¿en cantidad de piquetes y manifestaciones por mes?
Por otro lado: ¿cómo considerar cuantitativamente este auténtico caos –en un sentido casi técnico de la palabra, para nada moral- de manifestaciones de todo tipo? ¿Cómo trazar diagramas, cuadros y variables sobre una multiplicidad tan poblada? ¿Cómo modelizar cuando la velocidad de las configuraciones está tan acelerada?
Lo que a nosotros nos interesa es la extensión y aún más la profundidad de la subjetivación que emerge del otro lado de la línea, en ese espacio al que los sociólogos cuantificadores no suelen llegar nunca. ¿Qué pasa detrás del piquete? ¿Qué sucede en las escuelas? ¿Qué sucedió realmente con el fenómeno del trueque? ¿Qué nos dicen las fábricas ocupadas? ¿Qué sucede con los grupos de experimentación estética? ¿Cómo se fue desarrollando ese fenómeno de justicia popular que son los escraches?, etc. Como se ve, la gran mayoría de estas experiencias son muy anteriores al estallido de diciembre y no tienen por qué encontrar un vínculo privilegiado y preestablecido con la política.
Lo cierto es que existe una exigencia al pensamiento para que abandone las técnicas y los libros y se empape de esta realidad desde el interior mismo del plano constituyente de las fuerzas. No porque no existan posibilidades de trazar continuidades y rupturas, y de hacer estadística. Pero lo cierto es que esos números no nos dicen nada acerca de las modalidades actuales de subjetivación.
Pero también nos resultan cómicos los amigos tan amantes de los libros que se preocupan por el último texto de Negri, de Holloway o, en el absurdo, de Situaciones, siempre creyendo que en los libros habitan los espíritus de la “desviación”, y sin llegar a ver que lo que importa ahora es desarrollar las potencias del pensamiento más que la defensa de las ortodoxias.
Entonces, habitantes del desierto, no se trata tanto de cuantificar y aplicar saberes, sino de preguntarnos cómo habitar este desierto, cómo pensar y producir en este caos, cómo generar y acompañar el surgimiento de hipótesis prácticas situacionales, que son imprevisibles y que emergen en un proceso de autoorganización, sabiendo que fuerza y debilidad no son cosas opuestas, sino congénitas. Las experiencias del contrapoder se fortalecen sin perder su fragilidad.
¿Cómo influyó el 19 y 20 en el imaginario social?
Por todo lo dicho hasta aquí, nos sería imposible responder a esta pregunta. ¿Hay realmente una sociedad? ¿Hay un imaginario?
Pero algo podemos decir: el 19 y 20 tornó visible la sociedad paralela. Y frente a esto hay claro, reacciones muy diferentes.
¿Cómo repercutió la participación en las movilizaciones post 19 y 20 en quienes no continuaron organizados en las asambleas?
Como ya se habrá percibido, no consideramos a las asambleas como un lugar privilegiado. De hecho, si tienen alguna particularidad es ser hijas directas de los acontecimientos del 19 y 20 cuando la gran mayoría de las demás experiencias son anteriores.
Las asambleas constituyen, según parece, un fenómeno muy heterogéneo. Hubo (y hay) de todo. Pero desde nuestro punto de vista su valor es su capacidad –digamos, de algunas de ellas- de inscribirse en la trama de la sociedad paralela.
Esta inscripción no es virtual. Tiene que ver con su participación en la red difusa de experiencias y saberes, circuitos de encuentro y comunicación que se proyectan en esta atmósfera clandestina que intenta producirse más allá de los imperativos del Estado y del mercado (y no tanto porque logren prescindir del ellos, sino porque le revocan a estas instancias su carácter soberano para reorganizarlos como elementos variables de su propia experiencia, rasgo este fundamental del nuevo protagonismo social).
Es esta red de redes la que va materializando esta revolución de los cuerpos que se rehacen, multiplicando la materialidad del querer vivir, sin necesidad de estructurarse en una organización única, rígida.
Retomemos la distinción entre “protesta” y “nuevo protagonismo”, que formulamos sin desarrollar demasiado. Esta distinción es, claro, muy problemática. De hecho no reclama más valor que su utilidad estricta para este párrafo. Pero la idea sería que la protesta social no es índice del nuevo protagonismo. La protesta, en la medida en que suele ser demanda al Estado, repone los términos de una subjetividad muy diferente a aquella que circula por los andariveles del nuevo protagonismo. A su vez, esto no quiere decir que la protesta no sea un terreno compartido. De hecho, innumerables veces el nuevo protagonismo participa de acciones de este tipo. Lo que tal vez podamos concluir –con un valor cercano a “0” para otro contexto que no sea este mismo párrafo- es que la protesta, en manos del nuevo protagonismo, es un elemento interior de una operación mayor de subjetivación, mientras que la mera protesta, en sí misma, no posee potencias capaces de hacer del “protestón” otra cosa que alguien relativamente pasivo, separado de sus propias potencias subjetivas de hacer y de crear.
De esta forma, cuando se habla de “movimientos sociales” para nombrar al nuevo protagonismo hay que tomarlo en un sentido híper literal: movimiento físico, desplazamiento, alteración del campo, más que la cristalización de un nuevo actor social con demandas específicas, estrategias de lucha y objetivos políticos. La diferencia se juega por entero en el campo de la subjetividad (diferencia material si las hay, ya que el “movimiento” cuando es literal es por naturaleza instituyente de nueva realidad) y sus efectos (nuevamente, instituyentes), en el fortalecimiento de un nuevo modo del hacer.
Las asambleas, entonces, pueden ser percibidas (incluso por sus miembros) tanto como un movimiento político, gremial o social, destinado a acumular vecinos-militantes y adherentes, obsesionada por el crecimiento numérico y su capacidad de poder (capacidad de movilización e influencia callejera), como un procedimiento específico de alteración subjetiva, como una experiencia que, como movimiento físico, altera las condiciones de existencia y es capaz de establecer otras conexiones y vínculos. Cuando hablamos de las asambleas, solemos referimos a ésta última modalidad.
A riesgo de ser muy esquemáticos, podemos trazar una diferencia muy clara entre la asamblea-protesta y la asamblea que se percibe como partícipe de un nuevo protagonismo: unas aspiran a conquistar legitimidad, apelando a los valores socialmente reconocidos; mientras que las otras intentan convertirse –a partir de un movimiento- en productoras de nuevos valores. Los criterios de éxito y fracaso en una y otra experiencia son muy, muy diferentes.
Y estas modalidades se juegan en decenas de iniciativas actuales como las compras comunitarias y otras formas economía alternativa, los foros de discusión, la cooperación con los movimientos piqueteros, con las fábricas ocupadas, la solidaridad práctica con los cartoneros, el establecimiento de redes de comercialización de la producción campesina, de educación popular, los escarches, etc.
Resulta curioso al respecto constatar cómo numerosos vecinos se sienten cada vez más cómodos en estas tareas, que en la asamblea misma, produciéndose una cierta autonomización de estas iniciativas con respecto a las discusiones más burocráticas e ideológicas de las asambleas. Habría que ver, entonces, que las asambleas han pasado a funcionar –en muchas ocasiones- como expulsoras de personas que o bien se desencantaron o bien pasaron a participar bajo otras modalidades.
La experiencia de las empresas recuperadas, ¿sólo posibilita la supervivencia o abre un escenario que permite un reposicionamiento subjetivo?
Nuestro conocimiento –práctico- al respecto es muy pobre. Sin embargo observamos con mucho interés este fenómeno y estamos en contacto con algunas experiencias. Pero la verdad es que aún no nos hemos metido en esto a fondo, lo que posiblemente hagamos el año que viene. Nuestro interés, al menos por ahora, se vincula con lo que este fenómeno puede producir en términos de fortalecimiento del contrapoder.
Efectivamente, estas experiencias se vinculan con todo lo que venimos conversando sobre la autonomía y la socialización del hacer, y particularmente con las experiencias de una economía alternativa.
En momentos en que el circuito financiero ofrece negocios rentables por fuera de la producción, se abandonan plantas gigantes como las de Zanón (la fábrica de cerámicos más importante de América Latina), que son realmente productivas y con un mercado enorme. Todo esto nos habla, tal vez, de dos “rentabilidades”: una que persigue el máximo beneficio, y que en ocasiones lleva a cerrar plantas en buenas condiciones, y otra “rentabilidad-paralela” que es muy diferente a la del beneficio máximo. Esta última se constituye en las redes alternativas y tiene otras exigencias y pautas de comportamiento.
Mientras el mundo de los negocios financieros (el capitalismo realmente existente) se aleja cada vez más –es muy claro en Argentina- de la reproducción social, emergen formas de reapropiación ligadas al nuevo protagonismo que “recupera” recursos para este hacer social.
Sabemos que las cifras son conocidas, pero queremos repetirlas para tomar dimensión de la escala: se habla de casi 200 unidades productivas recuperadas en todo el país.
Y aún más. No sabemos lo que podemos esperar –en términos del desarrollo de la sociedad paralela- de las conexiones que cada unidad puede establecer con las experiencias de su zona. Lo que sí queda claro es que estas redes están activas, y que el entramado se está autovalorizando según una dinámica muy diferente a la “sociedad oficial”.
Pero no se trata de hacer pronósticos, sino de aprender a valorar lo que está sucediendo de acuerdo a los propios parámetros que se están creando al interior de la sociedad paralela. Y esta perspectiva no existe sino en estado de investigación permanente.
Desconocemos aun el resultado último de los intentos actuales por establecer redes autónomas de comercialización de la producción de organizaciones campesinas y urbanas, la experiencia asamblearia de compras comunitarias y los vínculos que –a manera de tanteos– se van ensayando; sin embargo, sí sabemos que en este ejercicio se está elaborando una nueva experiencia, y las plantas tomadas con sus debates sobre cooperativización o estatización con control obrero, etc, son parte de este movimiento.
Dos cosas nos parecen ciertas: que habrá que indagar sobre la producción de una nueva subjetividad –sin dudas ya en curso- en el interior de la fábrica. Y luego, que es este proceso coexiste con la emergencia de nuevas formas productivas, diferentes a las que organiza el capitalismo, o lo que podemos llamar una metaeconomía[2].
Dentro del movimiento piquetero existen distintas prácticas de construcción social: ¿cuáles caracteriza que apuntan a formas alternativas de sociabilidad?
No existe como tal un movimiento piquetero. Existen varios movimientos. En nuestro caso estamos obligados a hablar de la experiencia con la que estamos afectiva y prácticamente comprometidos, (en la medida en que venimos trabajando con ellos en un taller[3] desde hace ya más o menos dos años), que es el Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano.
Como es sabido, tanto los compañeros del MTD-S como otros movimientos están desarrollando una intensa discusión sobre las formas de producción del contrapoder que van más allá de la lucha piquetera en un sentido restrictivo, estrecho.
Cuando nosotros los conocimos nos sorprendió el alcance de esta elaboración. Ellos consideran al piquete como un momento de su lucha, pero no como el único momento o el más importante. Al contrario, nos atreveríamos a decir que la lucha fundamental es la que libran cotidianamente en los talleres productivos y de formación, que son un mundo desconocido por todos aquellos que se limitan a opinar sobre los piqueteros por el sólo hecho de cortar rutas.
Sin dudas se trata de experiencias de un valor incalculable, en la medida en que se toma en serio la producción de lazo social, de nuevos valores, de nuevas formas del hacer, del participar, del intervenir.
Pero se los ha criticado mucho por atreverse a romper los esquemas. En muchos sitios se los condena por eso. Otros, en cambio, los ven como el modelo de una militancia alternativa.
Según nuestro criterio, ambas modalidades son ideologizantes y objetualizantes. Ni los dogmáticos ni los “alternativos” parecen estar a la altura de lo que se está jugando.
La ideologización (por condena o adhesión) opera como una respuesta sobre las formas de sociabilidad que emergen, pero se trata siempre de una respuesta anterior a la pregunta, que se entrampa y se encierra en sí misma porque se ahorra la experiencia de una indagación difícil e incierta.
Así actúa el mercado de “lo alternativo”: hay un discurso esperando a las prácticas. Hay ya rótulos y lenguajes adecuados. El alternativo debe ser “autónomo”, “horizontal”, “rudo luchador” y “radicalmente asambleario”.
De esta forma se tiende a banalizar –a convertir en puras consignas- lo que en realidad son operaciones específicas de producción de una subjetividad rebelde, situada, irreductible a toda modelización.
De allí que en la militancia de investigación la experiencia adquiere una prioridad ontológica con respecto a las formas conscientes que pretenden etiquetarla. Los nombres y las ideas son adecuadas a una situación sólo si su trabajo en esa situación así lo revela y no por imposición externa.
Si hay algo, entonces, que caracteriza y distingue al MTD-S -según nuestra experiencia de amistad con ellos, que siempre da una visión parcial- es su capacidad para organizar la experiencia alrededor de un modo de pensamiento situado, propio. Procurando trabajar sin esquemas previos, y con una marcada irreverencia ante las prescripciones externas. Ellos mismos van seleccionando y produciendo sus propios saberes sin garantías ni modelos.
¿Creen que el proceso electoral va a debilitar al movimiento asambleario?
Invirtamos la pregunta: ¿podrán realizarse estas elecciones como si el contrapoder no existiera? ¿Lo político (elecciones, partidos, dirigentes, campañas, etc.) seguirá existiendo inmodificado luego de los sucesos de diciembre?
Nosotros creemos que no. Y por una razón fundamental. Lo político depende de que se crea en él. Es como dios: depende de nuestra fe. Entonces, si decenas de miles de personas creen que lo político ya no es el lugar para el cambio de sus vidas, lo político como tal peligra.
Pero esto no quiere decir que vaya a desaparecer. Va a cambiar. Incluso la forma en que el contrapoder se vincula con lo electoral va a cambiar. No hay una posición única al respecto. Están quienes no votan, y los que sólo votarían a buenos compañeros para ver si pueden desde sus cargos acompañar el proceso. Lo fundamental, es que lo político ya no nos organiza. Ahora tenemos sitios desde los que pensar qué queremos hacer con él. Esto es lo que sucede cuando surgen movimientos autónomos.
Las asambleas, como el resto del movimiento, deberán pensar qué espacio otorgan en su propio desarrollo a las elecciones. Hoy se dibujan claramente tres tendencias: una a la que le gustaría mucho ingresar al juego político como un nuevo actor del sistema, otra que querría que las asambleas fueran las bases de un movimiento para la toma del poder y aquella posición que está preocupada por el desarrollo situacional del hacer, y se niega a pensar desde otro lugar. Veremos cómo se resuelven estas discusiones y allí comprobaremos si todo esto fortalece o debilita a las iniciativas en marcha alrededor de las asambleas. Un cosa, sin embargo, es clara: no son las elecciones las que debilitan o fortalecen sino la capacidad –o no- de dejarse afectar positiva o negativamente por ellas.
¿Qué vigencia tiene actualmente el “que se vayan todos”?
“Que se vayan todos” es lo último que atinamos a decir cuando se agotó una modalidad del uso de la palabra, para dar lugar a otros. Hoy podemos preguntarnos qué quisimos decir con eso, pero esa pregunta se formula desde la posibilidad de habla que conquistamos cuando, ante el horror de un cierto silencio, pudimos gritar “que se vayan todos”.
Se trata del enunciado que pretende clausurar una época cuyos discursos y formas de proceder estaban dirigidos a perpetuar las prácticas de la separación, de la representación.
Se trató de un saludable pateo del tablero, una rebelión callejera en medio del desierto.
¿Qué pasa hoy con este grito? Lo de siempre: es objeto inevitable de una lucha de interpretaciones. Su potencia, según nuestro punto de vista, trabaja en proporción a la potencia subjetiva de una multitud que al mismo tiempo que niega autoafirma, inaugurando nuevos campos de experimentación.
No posee, por lo tanto, un significado único ni literal. Pero lo peor que se podría hacer con él es tornarlo obvio y transparente. Controlarlo y neutralizarlo. Sobre todo porque tal vez no ha dado aún todo lo que tiene para darnos. Ojalá.
Sin embargo, a un año de la insurrección de diciembre, el “que se vayan todos” no parece haber quedado bailando en el vacío, llorando la ausencia de una “traducción” política adecuada. Por el contrario, conoce materializaciones contundentes: “ocupar, producir, resistir”, “si no hay justicia hay escrache” y “trabajo, dignidad y cambio social”, entre tantas otras.
[1] Autores de 19 y 20. Apuntes para un nuevo protagonismo social, De mano en mano, Bs. As., 2002.
[2] Ver: Miguel Benasayag; “Metaeconomía”, en Contrapoder, una introducción; De mano en mano, Bs. As, 2001.
[3] Como resultado de este trabajo de taller hemos editado en coautoría: La hipótesis 891: más allá de los piquetes; De mano en mano, Bs. As., 2002.