Para quienes nos hemos criado en la política bajo el cobijo de las Madres de Plaza de Mayo, el día de hoy no pasa desapercibido. Esa mujer supo decir lo que la sociedad no quería escuchar, no solo denunciando el genocidio sino también sus complicidades civiles; no solo poniendo de manifiesto que la racionalidad del Estado asesino pretendía liquidar las resistencias al capitalismo, los proyectos y deseos de una generación, sino también señalando que la democracia castrada, esa en la que crecimos y que estuvo atravesada por los efectos del terror, era incapaz de revertir la fuerza de la aniquilación. Hebe fue la expresión máxima de un cuerpo sintiente capaz de cobijar todas las luchas e injusticias en su propio ser. Porque nos mostró el reverso del orden bajo el tono de la desmesura. Porque fue a rescatar a los médicos huelguistas que habían sido capturados en el Hospital Larcade en San Miguel de las garras del carapintada Aldo Rico que había tomado el hospital con su patota. Porque enfrentó con su cuerpo y el de las madres la represión. Porque ese mediodía que desató la guerra del 20 de diciembre de 2001, ellas pusieron su cuerpo como primera línea del llamado a una insurrección. Las madres son sabias. Su polítización es un caso extraordinario. No solo porque lograron convertir el dolor en una potencia política colectiva, sino también porque al hacerlo invirtieron la relación evidente entre las generaciones: fueron paridas por sus hijos, dijo Hebe alguna vez dejándonos perplejos. Ella nos mostró un camino incierto haciendo suyo los padecimientos y las incertidumbres de nuestra generación. Y también nos legó una única certeza: las luchas no tienen modelos porque siempre se despliegan en condiciones singulares. Deben inventar su camino y sus formas de organización sin atarse a las incercias del pasado.
Cuando el Estado se animó a hablar la lengua de las madres, proponiéndose reparar las heridas históricas al revertir las leyes de impunidad y reconocer su trayectoria de lucha, nuevamente nos tomó la sorpresa de saber que estábamos ante un momento crucial y ambivalente. La democracia reconocía su naturaleza; no era lo otro del terrorismo de Estado, sino su prolongación. Y ese gesto valiente, que está en la base de la inquina de los poderes corporativos triunfantes de esa dictadura, puso una serie de problemas nuevos no siempre pensados con la osadía necesaria ni problematizados en todos sus efectos. Porque si con Hebe aprendimos que toda época tiene su reverso criminal en el despojo de la experiencia y la vitalidad popular, toca a cada una de ellas asumir esa problemática como el centro mismo del pensar y el actuar. Hebe fue parida por sus hijos y nosotros fuimos paridos por ella. Todo lo que hemos hecho, resistido e imaginado en los años noventa y principios de los 2000 las tiene como centro de nuestra experiencia generacional. El pañuelo blanco fue nuestro emblema y grito de guerra. Vamos a recordarte siempre Hebe. Con tu lengua filosa y precisa, con la contundencia de tu voz, con tu cuerpo materno que en el living de tu casa nos sirvió un plato de comida caliente, preparado con el amor más tierno que hayamos conocido, mientras nos cagabas a pedos por nuestras cavilaciones políticas y nuestros ensayos que no siempre compartiste. Bajo el hechizo de haberte conocido nunca podremos olvidar tus gestos, tu valentía y el modo en que nos mostraste que lo individual, sus padecimientos, luchas y estilos, siempre es colectivo, y que solo prolongándonos en los otros es donde encontraremos algo parecido a la dignidad, tu lección mayor y que recordaremos por siempre. Preferimos recordarte así, luchadora, incorrecta, amorosa y firme, y no como los canallas menores de este tiempo. Por eso, el sonido de tu voz permanecerá en nuestra memoria. Tu figura y tu pañuelo serán inspiración y legado. ¡Hasta siempre, querida Hebe!
20 de noviembre 2022.