¿Hay en la Argentina una revolución en marcha? Tal parece ser la pregunta que, como esperamos mostrar en este artículo, no encuentra respuesta fácil y definitiva.
I- Insurrección
Durante los días 19 y 20 de diciembre Argentina vivió una auténtica insurrección de masas. Pero para evitar todo malentendido, desde el comienzo mismo expliquemos a qué estamos llamando insurrección. En primer lugar: se trató de una pueblada de nuevo tipo en la que no hubo líderes exteriores, promesas de futuro, programas, ni organizaciones centralizadas al frente de las multitudes callejeras. En segundo lugar: fue un ejercicio popular destituyente respecto a los poderes políticos instituidos –y de la misma relación de representación política–, al punto que la consigna general del movimiento insurreccional fue y sigue siendo: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
La insurrección argentina de diciembre dijo “no”: y lo hizo de manera contundente. Pero ese “no”, palpable desde hacía ya un buen tiempo, no hizo sino enriquecerse y fusionar en su cuerpo significante deseos largamente anhelados, demandas insatisfechas, y hartazgos inaplazables. Ese “no” positivo también produjo una afirmación: las nuevas posibilidades a recorrer.
Y, precisamente, una de las grandes virtudes de la insurrección de diciembre fue otorgar visibilidad a la existencia y al desarrollo de un contrapoder anterior y extendido a lo largo de todo el país.
Ese contrapoder, que no siempre había sido reconocido como tal, y que ahora se presenta en su multiplicidad –heterogéneo y desarticulado–, se hizo presente en toda su potencia al ritmo de una crisis furibunda que, sin embargo, no explica totalmente su emergencia.
Nuestra hipótesis es que la insurrección tuvo un doble sentido: el de decir “no” a la modalidad capitalista del hacer –político y económico– a la vez que el de comenzar a producir categorías y mentalidades capaces de percibir las características de un nuevo protagonismo social.
II- Un nuevo protagonismo social[1]
El nuevo protagonismo social –es decir, el contrapoder– no es, como podría pensarse, un efecto mecánico ni un producto directo de la insurrección. De hecho, la experiencia de las luchas piqueteras –por poner un ejemplo entre otros posibles- es muy anterior.
Para explicarnos: concebimos al nuevo protagonismo social como a una forma –algo esquemática pero útil– de referirnos a las estrategias de subjetivación contemporáneas; es decir, aquellas que asumen hasta qué punto trabajan en un contexto radicalmente alterado tanto por las nuevas condiciones de la dominación, como por la experiencia de la caducidad de muchos de los referentes –teóricos y organizacionales– clásicos de la resistencia. El nuevo protagonismo social está en la base de un nuevo radicalismo político caracterizado frecuentemente por la propensión a la autonomía respecto del estado, del mercado y de los partidos, la acción directa, la socialización autogestionada y horizontal, la escala situacional del pensamiento, etcétera.
El contrapoder en la Argentina es simultáneamente extendido y frágil. Lo primero se constata a simple vista: decenas de miles, sino cientos de ellos, se han entregado a desarrollar actividades alternativas vinculadas a la salud, a la educación, a la economía, a los derechos humanos y a la cultura. Al mismo tiempo, se despliega el movimiento de los desocupados –piqueteros–, la lucha social más dinámica de los últimos años, y el movimiento de asambleas populares de vecinos en las ciudades más importantes del país.
Pero también hay fragilidad: porque hay más preguntas que respuestas, porque se improvisa en todos los ángulos, porque la creación radical que la época demanda es a la vez un flanco débil y porque la invención de formas subjetivas radicales no está asegurada.
Se ha afirmado reiteradamente que la resistencia actual encuentra una diferencia con la resistencia tradicional: y es que no se organiza, sin más, a partir de la lógica del enfrentamiento, sino que encuentra un principio de consistencia alrededor de aquella máxima ya mítica de Deleuze: “resistir es crear”. Y así es: ya no se trata puramente de una resistencia política, sino de una que, simultáneamente, debe producir vida, lazo social, hacer material. Este es el programa –y la raíz– de las experiencias del contrapoder.
III- Crisis y contrapoder
El estado nacional en Argentina se ha transformado. Se ha degradado. Ha sido presa de las políticas neoliberales, de la aceleración de los flujos globales del capital (llamada globalización) y ha sido apropiado por verdaderas mafias. Una nueva formación social surge en Argentina: la fragmentación social, el empobrecimiento masivo y la destrucción de la vieja estructura productiva. ¿Qué implica esta novedad para el pensamiento de las experiencias de contrapoder? Dos cosas aparecen claras: a- el estado actual ya no es el (no tan) viejo Estado Nación, con sus capacidades efectivas de integración, aún si siempre fueron limitadas; y b- existen hoy importantes recursos de dominio que se despliegan relativamente por fuera del estado mafioso en condiciones neoliberales.
Actualmente no existe un monopolio de la moneda de curso legal. No sólo por los bonos que producen los gobiernos nacionales y provinciales, que conservan una cierta legalidad estatal, sino sobre todo por la circulación de los “créditos” de las redes del trueque. En Quilmes, Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, se pagan impuestos con los créditos de la Red Global del Trueque. Tampoco existe un monopolio de la violencia. Durante los saqueos de diciembre los grandes supermercados trasnacionales contrataron directamente al personal de policía o gendarmería para que reprima, mientras que los medianos y pequeños mercados eran defendidos a los tiros por sus propios dueños. Podríamos seguir con los ejemplos: bandas policiales que se autonomizan del poder legal y político, guerra de mafias, seguridad privada, grupos parapoliciales, corrupción masiva en todos sus niveles, etc.
El capital tiene ante sí el desafío de construir formas mínimas de regulación estatal. Ellas pueden implicar: a-el intento de construcción de un estado neoliberal capaz de hacer imperar la ley, es decir, de recomponer en nuevos términos una autoridad política fundada en su capacidad técnica para desarrollar negocios en el país o; b- asociarse, como hasta ahora, en forma directa con el estado mafia, constituyendo núcleos de regulación por fuera del estado, sin revertir la descomposición y corrupción del aparato estatal.
Estas posibilidades deben tener en cuenta que el estado-mafia existe y, como tal, constituye un poderoso dato de partida para cualquier análisis y proyecto y que, por tanto, sea lo que sea que vaya a suceder a nivel de la organización de la dominación (signada por la necesidad de valorización del capital) ese resultado será intermedio entre estos posibles.
Estas opciones, además, están cruzadas por otros movimientos fundamentales de la coyuntura mundial, continental y nacional que ni siquiera mencionamos ahora, pero que revelan una complejidad mayor y que tienen relación directa con las fuerzas imperialistas que pretenden que la Argentina ingrese al ALCA.
El capital precisa recomponer su dominio y no parece tener aún ni una estrategia única, ni una vía clara para hacerlo. La coyuntura nacional está signada por este hecho fundamental. No se trata de un vacío de poder, sino de un proceso más complejo. Lo que está en juego es qué tipo de capitalismo es posible en el contexto actual determinado tanto por la degradación política e institucional, como por la presencia de redes extendidas de contrapoder.
IV- 26 de junio
Los últimos días de junio las luchas piqueteras volvieron a tomar la calle. El 26 de junio, más precisamente, se preparó una manifestación de varios grupos piqueteros, y el gobierno dispuso que no se ocupasen los puentes que unen a la provincia de Buenos Aires con la ciudad. Esos puentes tienen una larga historia: cada vez que las multitudes se han activado han hecho de esos puentes un camino al centro de la ciudad. En un cierto momento empezó la cacería policial. Hubieron cientos de heridos y detenidos –legales e ilegales– y un comisario fusiló –no metafóricamente, sino literalmente– a dos compañeros del movimiento piquetero. La impunidad policial fue tal que los asesinatos fueron hechos ante testigos, periodistas y hasta fotógrafos: todo quedó perfectamente registrado.
Si el poder soberano tiene el poder de matar y dejar vivir, como recordaba Foucault, el biopoder trabaja a partir del cuidado de la vida de la población (dejar morir, hacer vivir). Foucault percibió agudamente hasta qué punto los estados biopolíticos no abandonan sus facultades soberanas. Sin embargo, el escándalo de un estado matando, en condiciones biopolíticas, aparece como posible en la medida en que los blancos del exterminio fueran previamente presentados como un peligro para la vida. A esto llamaba Foucault el racismo moderno de estado.
Lo sabemos: no se mata igual a un “incluido que a un excluido”. No se mata igual a un “ladrón” que a un “ahorrista” (y menos aún, a un “ahorrista” que a un “banquero”). No se mata igual en la capital del país que en una provincia. Matar, lo que se dice matar, es una operación doble, cuando corre por cuenta del soberano: 1- Es la selección de los asesinados y su exclusión de la esfera de pertenencia de quienes son protegidos por el poder biopolítico. 2- Y es matar efectivamente. Las muertes de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán revelan el escándalo –para el poder– de la operación soberana fallida.
El mismo mecanismo había sido intentado durante los días de diciembre. Se pretendió impedir la confluencia de “excluidos” e “incluidos” por medio de la postulación de los primeros como elementos peligrosos. Se decretó un estado de sitio que falló. Y decimos: falló porque ya “nadie protege a nadie”. Entonces, si nadie protege a nadie ¿para qué está el estado y para qué los políticos? El reverso del “que se vayan todos” es el fracaso de la regulación estatal de las redes biopolíticas.
Lo que falló fue la operación biopolítica fundamental: la del racismo, que permite al soberano matar sin alterar el principio que lo valida: proteger la vida.
El 26 de junio muestra dos cosas. De un lado, el proyecto del poder: construir un estado biopolítico (racista). Y también muestra su fracaso. Por otro, nos muestra el potencial del contrapoder de aparecer en este contexto como la vía más efectiva para desarmar estrategias fascistas y promover un nuevo protagonismo, capaz no tanto de defender la vida, como de producirla, desbiologizándola, para desarrollarla en su multiplicidad: esta es la singularidad del contrapoder hoy en la Argentina.
V- Experimentos y redes
Actualmente, para las experiencias del contrapoder y sus redes de abastecimiento, de contrainformación y contracultura es fundamental calibrar esta situación tan novedosa: el estado ya no integra sino excluyendo. Resulta importante retener este aspecto del problema. El contrapoder ya no tiene como perspectiva posible la lucha por la integración, sino que va tomando la forma de la autoafirmación de las posibilidades de una marginación subjetiva del mundo de los valores dominantes.
Desde el contrapoder, pareciera inevitable que se asuma la necesidad de fortalecer lo que John Holloway nombra acertadamente como la “socialización del hacer”: la extensión de vínculos productivos y de experiencias de economía alternativa. A la vez que se adopta una nueva perspectiva de la relación entre política y gestión que permita sostener con éxito el vínculo con gobiernos locales que no se decidan por la represión, sin que esto signifique caer en la trampa de asumir directamente la gestión de estados municipales ni provinciales.
Lo fundamental, parece ser, entonces, la capacidad de producir una temporalidad propia que permita al contrapoder socializar estas redes del hacer (que abarcan cada vez más la extensión de una sociedad paralela) a la vez que se elabora una teoría política interior a la experiencia, capaz de orientar estrategias exitosas de autodesarrollo en las actuales condiciones.
La apuesta a la autonomización de la reproducción de las experiencias radicales precisa de hipótesis prácticas para su propia proyección y para ser efectivamente recorridas.
Y bien, de lo que venimos diciendo se desprende una: en Argentina se ha autonomizado un conjunto de redes diferentes -más o menos difusas, más o menos organizadas; no totalmente consistentes ni efectivas- sobre las cuales se funda la dinámica de producción y reproducción social alternativa. Se trata de redes de trueque (intercambio de bienes y servicios sin moneda legal donde intervienen más de tres millones de personas), ocupación de fábricas por los propios trabajadores (100 aproximadamente, según los diarios), experiencias comunitarias en salud (farmacias populares de remedios genéricos), en educación, en economía solidaria (comedores barriales y compras comunitarias), coordinadoras anti-represivas, etcétera, y los enlaces que entre ellas se van produciendo.
Estas experiencias son muy heterogéneas. Algunas, incluso, francamente oscuras. Pero a la vez hay millones de personas viviendo en ellas. En estas experiencias se mezclan punteros políticos y mafias vinculadas al aparato del estado junto a expresiones genuinas de reproducción vital para quienes fueron considerados muertos, durante años, por el mercado capitalista.
Esas redes tienden a la autonomía respecto del mando del capital en la misma medida en que han perdido toda posibilidad de inclusión/integración en condiciones mínimamente dignas. O, en otras palabras, en la medida en que ya no consiguen formas deseables de inclusión.
Estas redes tienen un potencial enorme en la medida en que pongan en movimiento todos sus recursos: ligar productores entre sí, productores con consumidores, nuevas formas de intercambio sin mediaciones mafiosas y, sobre todo, en la medida en que estos circuitos puedan sostenerse a partir de construir fronteras móviles con el mercado capitalista.
VI- La lucha de clases
En efecto, la lucha de clases gira alrededor del hecho fundamental de que el capital tiende a dominar de manera cada vez más directa sobre la naturaleza, la vida humana, y la riqueza cultural de los pueblos. En toda América Latina se ve de forma abierta cómo la lucha de los pueblos por controlar sus propias condiciones de reproducción entra en contradicción directa con las necesidades de la acumulación de capital.
Todo lo que se subordina al capital es brutalmente explotado. El capitalismo, como nunca, produce vida para la muerte. Su propia modalidad de acumulación produce, estructuralmente, exclusión.
Como contrapartida, cada vez más, la fuerza de las luchas radica en su tendencia a autonomizarse del mando del capital. Redes completas de cultura indígena, de campesinos y productores directos desarrollan un contrapoder cada vez más potente por la base de nuestras sociedades.
No es previsible –pero tampoco imposible, claro– que al corto plazo el contrapoder vaya a ser abatido. En todo caso no será tan fácil hacerlo. La sociedad capitalista tiene poco o nada para ofrecer a quienes logran constituir una sociabilidad al margen de su control y las soluciones puramente represivas son costosas desde todo punto de vista. Sin embargo, la combinación de cooptación y represión siempre está a la orden del día.
Aún así resulta posible vislumbrar una convivencia en el tiempo entre un poder capitalista (bajo la forma que finalmente adquiera) y un contrapoder que se aleje cada vez más de la guerra abierta y tienda a autoafirmarse en nuevas formas productivas y reproductivas.
Si lo que desarrollamos aquí no es simplemente una locura (y, repetimos, no tenemos como negarlo) estamos en condiciones de insistir en dos conclusiones: a- Que el capital debe resolver (en Argentina) sus dilemas ligados a las formas de valoración y a la regulación de la lucha de clases. Y que se está jugando en este momento las modalidades específicas de articulación directa entre capitales y mafias. Y que esta resolución se da en el contexto de la emergencia de un contrapoder de proporciones. b- El propio contrapoder, en su desarrollo, debe también resolver una cantidad de cuestiones fundamentales en relación con el estado, los gobiernos locales, el hambre, los medicamentos, las formas de autogestión, el vínculo entre experiencias, las formas de autodefensa, etc.
Así, el capital, como control (y aspiración del control) de la potencia productiva de los pueblos y de la vida y, por otro lado, el contrapoder, como tendencia a la autonomización de la reproducción de la vida, configuran el eje fundamental de la lucha de clases actual y su convivencia, novedosa, no promete ser un lecho de rosas.
La convivencia de un poder capitalista en permanente recomposición y de un contrapoder que está también en permanente recomposición produce ansiedad en quienes, de un lado y otro, querrían resolver la partida en una sola movida.
Desde el punto de vista del contrapoder, sin embargo, es vital obtener tiempo. Afianzar estas redes. Madurar una teoría política que permita comprender mejor cuestiones tan complejas como las relaciones entre las instituciones estatales y las políticas de base, entre presencia efectiva de las luchas y niveles representativos, entre liderazgos situacionales y caudillismos, entre producción y reproducción de la vida, entre autodefensa y éxodo, entre enfrentamientos necesarios y protección de los compañeros y las experiencias, entre desarrollo local, nacional y continental, etc.
La dificultad, además, probablemente esté ligada al tipo de militancia concreta que emerge como modelo de estas redes autónomas. Ya no se trata de un especialista en ideologías ni en enfrentamientos, sino de operadores situacionales de pensamientos y prácticas, artífices virtuosos de la producción y la reproducción social. Categorías de una nueva teoría política del contrapoder.
Claro que no es fácil. Se trata de una hipótesis a desarrollar hasta el final. Pero hay buenos ejemplos de experiencias en todo el país, y en todo el continente, que apoyan esta línea de desarrollo.
No se trata de una solución a todos los problemas. Tal vez la represión, cada vez más presente, obligue a modificar algunos aspectos. Es decir que aún trabajando por esta vía el enfrentamiento es una realidad dura, a asumir. Pero un nuevo horizonte se alza por encima de esta pista: a- la fusión entre reproducción vital y política; b- una mejor comprensión de las posibilidades de la relación entre las instituciones representativas y las experiencias de base y c- evitar la lógica del enfrentamiento para trabajar radicalmente la autoafirmación.
[1] Ver Colectivo Situaciones, Piqueteros. La rivolta argentina contro il neoliberalismo, Derive Approdi, octubre de 2002.