Anarquía Coronada

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Influencers me explican cosas // Elian Chali

Coaching, content creators y neoliberalismo de plataformas

No importa en qué lugar del mapa te encontrás leyendo esto, si usas redes sociales es muy probable que en los últimos meses hayas sido acechado por un ejército de coaches ontológicos digitales, cybergurúes o pseudo mentores tratando de venderte su lifestyle. Autos de lujo, cuerpos esculpidos, pieles estiradas y filtradas. Ganancias excesivas con el menor esfuerzo, cambios drásticos de tu realidad inmediata, estadísticas incomprobables. Sabemos que no hay algo más policía que decirle al otro cómo debe vivir y aún así, estos sabelotodos de internet que una mañana se despertaron siendo expertos financieros, han hecho todo un negocio de esto. Uno de los derrames postpandemia en materia de trabajo nos trajo hasta la orilla virtual un sinfín de nuevos guías que garantizan transformar nuestra vida de manera radical si tan solo nos animamos a seguir sus pasos con rigurosidad y a módicos precios acomodados a la situación económica de quien muerda el anzuelo. ¿Qué pasó que este antro se volvió a llenar de chongos bajalinea midiéndose la bragueta y presionandonos con su verdad? ¿Será que siempre estuvieron ahí agazapados, esperando su momento para reaparecer?

 

¿Qué haces, normal?

 

Entre el avance de la ultraderecha a nivel mundial, el mercado laboral intentando encajar en la lógica de algoritmos y la gran crisis de identidad que atraviesa la humanidad en nuestra época, lo que antes era un simple influencer, ahora se transformó en un personaje que nos vende de manera obscena su éxito personal. A tono con la cultura gamer que permite construir avatares, la oferta es bien variada: coaches empresarios, coaches cools, coaches rebeldes, coaches serios, coaches espirituales, coaches superados, coaches graciosos, coaches relajados.

Pero, al decir de Remedios Zafra, toda imagen ficticia guarda fisuras o costuras que hacen ver lo que esconde, lo que está detrás, lo que estuvo antes o lo que aparece cuando no hay testigos. Por lo general, las vestiduras de estos personajes conservan la huella de persona común que fueron en el pasado, pero en la actualidad representan su versión mejorada en términos exponenciales: mayor cantidad dinero, mayor consciencia, mayor salud, mayor libertad, mayor tiempo, mayor éxito social. Todo mensurable, superador al estado previo de vida y demostrable con métricas. La penetración en el imaginario social de estos sujetos que incitan a la autoexplotación es coincidente con diversos acontecimientos globales que están sucediendo a nivel global y componen la imagen del colapso de la que hoy se vale el neoliberalismo. ¿Casualidad?

 

Un coach de bronceado excesivo te habla desde Miami con una mirada haragana directa a la cámara. Inaugura su perorata sin preámbulos ni modestia con una pregunta que señala: “¿Qué haces, normal?”. Continúa enumerando cosas que tenés que dejar de hacer si querés ser alguien como él. Su oratoria es precaria pero seductora, no podés dejar de verlo. Su look, el contexto en el que se muestra, las cosas que defiende. Cierra con un chau seco y precipitado para que recapacites de tu vida vacía y degradada. Se le escapa una risa socarrona y humillante.

 

Es lugar común entre los entrepreneurs digitales criticar la normalidad porque, en teoría, esta es la que no permite desplegar todas tus capacidades ni hacer crecer de manera exponencial tus condiciones materiales. ¿Qué proponen? Generar un cambio rotundo de mindset para entender el mundo de otra manera. Pero bien sabemos que los cambios de mentalidad no ocurren apretando un interruptor, ni se pueden pronosticar las derivas de este cambio. Son circunstancias y experiencias, dimensiones culturales, procesos políticos de largo aliento que a menudo conllevan tiempos lentos. Aunque el efecto sea singular, nunca acontece en soledad.

Algo similar sucede con Javier Milei: el efecto de su supuesta locura tiene aceptación masiva porque opera como arremetida hacia los mismos de siempre, es decir contra la normalidad según su léxico. Entonces los “locos”, los que toman el riesgo, los que se atreven, son los que pueden cambiar la realidad en curso, ya sea social, individual o colectiva. El asunto es que la postura del presidente no es producto de un pensamiento disidente, si no todo lo contrario: a través de la agresividad discursiva hacen saltar el sentido común y los pactos de convivencia bajo los artilugios del contraste, pero su reverso es la adherencia a las lógicas opresivas de turno y celebración de los modos de vida que impone el capitalismo, aunque esto signifique la desintegración de los tejidos que nos sostienen. Estos emprendedores operan como el corazón de la normalidad al desear la más pura expresión del sistema, pero con la diferencia de que lo hacen sin culpa y eso los vuelve extraños y novedosos. Un modo de aceleracionismo amoral que a muchos confundidos de la época les puede resultar una salida atractiva del cansancio psíquico arrastrado y de un mundo que constantemente los está expulsando.

 

Aula vs. TED

 

En los años en que YouTube comenzó a tener popularidad notoria a nivel global y la diversificación de sus contenidos se tornó una exigencia inconsciente de los usuarios pero rica en métricas, las charlas TED -que ya sucedían en el plano físico- tomaron envión para su desembarco digital. Se trata de una ONG que organiza conferencias magistrales de casos de éxito o superación personal que puedan ser abreviadas en menos de 20 minutos. Historias de vida relatadas de forma parcial para enfatizar el punchline emotivo, testimonios de sufrimientos y violencias que produjeron transformaciones profundas en una comunidad, desarrollo de productos sustentables y a tono con la crisis climática o la agenda del momento. Problemas, triunfos y acontecimientos tematizados al milímetro para su rápida digestión.

Los oradores de las TED pasan por un proceso de tutoría intenso para ajustar los discursos en su cadencia y contenido. Solo pueden garantizar el efecto deseado si se repite al pie de la letra la fórmula y el formato, por lo tanto elegir minuciosamente qué palabras y de qué forma se describe la experiencia de vida se vuelve un proceso de higienización contradictorio, ya que por lo general esta suele ser revoltosa, confusa y multiforme. En estas conferencias, los asistentes no pueden realizar preguntas y deben sostener un silencio digno de hospital. Las exposiciones son unilaterales, no admiten intercambios ni derivas.

 

Un artivista medioambiental racializado aparece en el escenario y es ovacionado por el público hambriento. Su conferencia está organizada en tres bloques. El primero lo ocupa para compartir lo sufrido en su pueblo. El segundo para contar su solución a esa problemática y posterior enriquecimiento. El tercero es una moraleja que no admite discusión. El público aplaude de nuevo, pero esta vez llorando.

 

¿Es casualidad que la crisis de las instituciones coincida con el avance de estas formas de divulgación? Vemos cómo la educación a nivel global se privatiza a pasos agigantados, pero en paralelo también crece el desinterés en el aprendizaje que no contenga la promesa de la producción de capital económico. Entonces, si estudiar en el futuro inmediato -quienes puedan acceder- va a ser solo para los sobrevivientes mejor adaptados al capitalismo en curso, el cambio de paradigma se va a volver una fosa común donde caerán docentes y profesionales pedagógicos, deseos de vocación, curiosidades, instituciones. El aula -que muchas veces también funciona como contexto de encierro- es un espacio que habilita una horizontalidad, un tráfico de saberes a pesar de las diferencias, un encuentro con lo desconocido más allá de los propios intereses. Pero también propone un modo de sociabilidad en el que se puedan desdibujar los roles instaurados sobre quien enseña y quien aprende, es decir, cuestionar las relaciones de poder. Si bien el docente siempre ocupó el lugar de autoridad, en las TED el orador ocupa el lugar de un dios intocable, un destacado sobre todos los demás. Un paladín social que enfrentó toda adversidad y triunfó. El orador TED no divulga, coloniza. ¿Será que la temporalidad de la educación tradicional y la velocidad actual de las cosas no encuentran sincronía posible?.

Estos influencers de las finanzas alientan a salirse de la universidad porque esta no sirve para nada, pero en simultáneo el llamado a sus filas instaura un otro modelo de institución educativa basado en su propia verdad. ¿Millonarios vendiendo cursos online? Parece un reverso retorcido de las acusaciones que circularon en ciertos sectores contra los docentes frente a los reclamos por mejoras salariales.

Justamente en una de estas charlas, la activista disca, humorista y periodista australiana Stella Young acuñó el término Porno Inspiracional a aquellas producciones de imágenes y contenidos de personas superando adversidades (por ejemplo, un corredor con una pierna ortopédica o un niño con síndrome de down divirtiéndose) y que resultaban “útiles” para que personas sanas se sientan capaces. Con audacia, ella decide compartir esta crítica en un contexto que reproduce estas lógicas, pero no alcanza para desmontar el dispositivo de poder. Sin embargo -en este caso pero en otros también-, estas charlas pueden ser provechosas dependiendo su momento de aparición, su contenido, etc. El asunto es que del mismo modo que las TED décadas atrás impusieron un modo de transmisión de saberes a contrapelo de los procesos educativos tradicionales y consecuentes con la voracidad del mercado digital, ahora se repite la historia con la proliferación de las “salas” de coaches, gurúes, guías y chamanes. Son contenidos pregrabados -por lo tanto explotable al infinito- o encuentros online entre los profesionales y sus alumnos/seguidores. El ingreso está determinado por lo que esté dispuesto a invertir el nuevo aprendiz y cada sala tiene un contenido diferente. Las de acceso más caro, suelen ser las más efectivas y monumentales en sus resultados. Entonces vemos que esto no se solapa tan fácil con la privatización de la educación, ni siquiera sabemos si del otro lado hay alguien formado para dicha tarea y aún peor, si uno ingresa a esta sala debe someterse a la metodología propuesta y obedecer la palabra de autoridad sin quejas. Pareciera ser un fenómeno de otro orden más que un simple reemplazo o actualización de las formas pedagógicas conocidas. Entrar a una sala se parece más a entrar a un lugar sagrado que a un laboratorio de exploración del conocimiento, allí dentro solo se acata, por lo que discutirle a un facilitador puede ser un sacrilegio muy costoso. Lo curioso es que luego de acceder a todo ese contenido, los alumnos se transforman también en guías por defecto. Como el respeto a la confidencialidad -o el silencio castrador- de las salas no es negociable, lo único que sale de ahí son expertos que mágicamente se han transformado cual encuentro con una pitonisa que les reveló la verdad definitiva. Entonces la instruccionalización recta y secuencial escupe nuevos mentores a pesar de carecer de sustancia. Esta -al igual que las pruebas, antecedentes o trayectorias vitales que hacen a los distintos saberes- parece no ser importante en la propuesta académica de estos mentores.

 

Especialistas de crecimiento económico con o sin dinero

 

En los años pre pandemia -y no es casualidad que haya coincidido con la efervescencia de la ultima ola feminista- vimos un crecimiento exponencial de los esquemas Ponzi bajo el nombre “telar de la abundancia”. Se trata de un sistema piramidal en el cual los participantes deben invitar a nuevos para sostener el caudal de inversiones. Las incorporaciones nunca se pueden detener, ya que estas son el capital del que se valen los anteriores y así ad infinitum. No se produce nada, ni material ni financiero, el único producto es el dinero inicial de nuevos miembros. Estas estafas no son ninguna novedad, en nuestro país -al igual que otros con crisis estructurales sostenidas- aparecen cada tanto y siempre disfrazados de los discursos de la época. En los telares fueron los elementos de la naturaleza; te tocaba ser fuego si recién ingresabas y si eras agua ya estabas más cerca de recibir tu recompensa. En el medio, el aire y la tierra amortiguaban la ansiedad y desesperación de haberte metido en un negocio prometedor pero de apariencia dudosa.

En el caso de los coaches que forman a futuros coaches sucede lo mismo como rueda boba: a través de la lógica de la recompensa se arman pirámides de beneficios que operan por derrame según vaya escalando cada miembro y la clave es que nunca frene el ingreso de nuevos participantes. Es decir, deben estar todo el tiempo seduciendo a nuevos para que se multiplique la cantidad de dinero, por lo que si en algún momento frena, se acaba el negocio. El meollo de este punto en particular es que el instrumento para persuadir no es solo una salida económica alternativa a los sistemas de financiación. Este instrumento esconde la promesa de ser alguien en el mundo, que tu palabra adquiera valor más allá del contenido y que en simultáneo produzca capital. Si bien hay formaciones de todo tipo -desde traders de criptomonedas hasta profesionales de ingeniería en software pasando por los más variados tutoriales-, lo cierto es que todas las ofertas buscan interpelar a sujetos sociales heridos, ya sea por el empobrecimiento de los mercados laborales, el descreimiento de la educación tradicional o la incapacidad/negación de adaptarse a transformaciones culturales. Al final de cuentas, lo que se vende es una ilusión de pertenencia motorizada por la financiarización y optimización de la vida. El uso de terminología específica, es decir, su  lenguaje propio -ya sea técnico o jerga-, es lo que le otorga seriedad y legitimación a la ilusión que ofrecen. 

 

Un trader de 19 años declara con orgullo que ha dejado la tercera carrera universitaria porque es una pérdida de tiempo. Dice ganar 50 veces más que sus padres. Habla con astucia de sus decisiones y en sus anteojos se refleja el teleprompter. Insinúa que sos un perdedor por trabajar 8 horas diarias y ganar lo que para él es una limosna. Insiste con números y estadísticas imposibles de verificar, nombra divisas extranjeras. Esta publicidad paga se compone de fragmentos felices de su vida: conduciendo un auto de lujo, cenando con una mujer hermosa, consumiendo lo que desea sin dudar. Te invita a entrar a su sala de manera gratuita, pero la próxima vez tendrás que pagar.

 

Es cierto que existen formas de financiación alternativa desde siempre. Hay barrios enteros construidos con los mismos materiales porque grupos de vecinos hacen una vaquita común para comprar por etapas. O casos de personas que no están bancarizadas y se financian entre ellas para poder adquirir algún electrodoméstico. Sin corrernos del plano digital, ya son harto conocidas las plataformas de crowdfunding para financiar proyectos de los más diversos. Es decir, es posible hacer colar por las fisuras del capital formas de circulación, uso y producción que no respondan al inamovible guión social escrito por los bancos y el Estado. El dinero es, en esencia, un asunto conflictivo, por lo que desde el inicio de su existencia, también existen vías paralelas de manipulación. Pero acá domina la estafa y la mezquindad bajo la ley de la selva: sálvese quien pueda sin cuestionar los métodos ni ver al costado, y aunque esto tampoco sea nuevo, la lógica de plataformas lo ubica en otro paradigma. 

Mark Fisher dice que el realismo capitalista ha instalado con éxito una ontología de negocios en la que simplemente es obvio que todo en la sociedad debe administrarse como una empresa. En este sentido, la carta de presentación de Javier Milei con la que abrió su campaña no resulta nada novedosa. Además de economista liberal, destacó que es especialista en crecimiento con o sin dinero y que sabe cómo terminar con la pobreza (¿o exterminar a los pobres?). Si al igual que en el resto del mundo, estos clickbaits son el sustento con que los políticos logran alcanzar el poder, ¿nos extrañaría que muchos aspiren a empuñar las mismas armas? ¿Acaso las formas, discursos y también contenidos de la comunicación presidencial no se asemejan a la del  coaching?. Estos también son efectos de la crisis, por lo que la sintonía -o mejor dicho retroalimentación- entre el campo de la política y el de los negocios, termina reduciendo todo a la lógica de oferta y demanda como si todos los capitales pudieran ser medidos con la vara económica. A pocos meses del triunfo de La Libertad Avanza podemos ver como los aparatos culturales son víctimas de esta lógica a través de su desfinanciación y desprecio tomando como excusa el mal negocio que significa este campo pero lo que acontece de fondo es la implementación de un nuevo orden en el que la cultura estorba.

 

Mileuristas fucking panzas

 

Para estos mentores y líderes, es fundamental la producción de imágenes debidamente higienizadas y diseñadas al detalle para que el potencial cliente pueda entrar en bucle especular y sentirse agenciado en los argumentos que ofrecen. Estas tienen características técnico-formales específicas propias de la tiktokenización: espacios amplios, sonido perfecto, buena iluminación, ediciones de video dinámicas. Pero además, los protagonistas también responden a ese patrón aséptico digital: cuerpos optimizados por el fitness, pulcritud dérmica y capilar, outfits siempre nuevos, idealización de las estéticas puras reflejadas en la vieja y conocida relación dinero-imagen pero bajo el filtro de la pixelización. La mayoría son personas heterocis blancas de 18 a 45 años, de postura crítica sobre las instituciones, la austeridad, los derechos laborales, la simpleza, pero sin fundamentos más que su propio resentimiento. Sobre la superficie narrativa de sus speech generados por ChatGPT, reposa una fina capa de soberbia que insiste en la conquista. Por lo general no viven en su lugar de origen y todos declaran ser felices por haber superado las adversidades. Entonces, en los reels promocionales de sus productos, tenemos tomas espectaculares alteradas con inteligencia artificial de jóvenes que, con su aliento coercitivo, nos proponen dejar nuestras rutinas para imitar la de ellos. Prometen que es fácil pero aclaran que el thinking outside the box requiere mucho sacrificio.

Siguiendo a Hito Steyerl, si la imagen pobre (.rag o .rip, .avi o .jpg) es una lumpenproletaria en la sociedad de clases de las apariencias -clasificadas y valoradas según su resolución-, podríamos decir que los objetos audiovisuales de los coaches aspiran a ser patrones y colonos, depositarios de poder encriptado en la calidad de imagen profiláctica.

Estos dignos representantes del supremacismo blanco utilizan el hedonismo y la vanidad como plataforma para construir su sentido de la vida. Y sabemos que el neoliberalismo es líquido, adaptable y extractivista, fagocita todo para su óptimo funcionamiento. Con tal de lograr este cometido no le hacen asco a nada: trabajar 15 hs diarias desde las 4:30 de la mañana no es un problema. Seguir dietas rigurosas y entrenamientos militares es una obligación. Desconocer a cualquiera que no adhiera a tu plan es una regla básica. Apps de yoga con positive vibes y ayunos de dopamina combinado con mindfulness. Esta parte más holgazana del cognitariado digital también anima a sus fieles a utilizar cualquier tipo de medicina alternativa de moda y tratamientos new age que optimicen las condiciones personales: desde batidos orgánicos detox hasta microdosis de hongos, ayahuasca y otras plantas medicinales, todo sirve. Retoman la noción del cuerpo maquínico productivo y,  ya que el tiempo es limitado y la ambición demasiado grande, asumen que la clave está en el perfeccionamiento para rendir al máximo.

 

Parece fisicoculturista, pero creo que son esteroides anabólicos. Me mira fijo a los ojos a través de su celular, dice que mi gordura es la culpable de que cobre el sueldo básico, que mi cuerpo demuestra lo vago y cobarde que soy. Me receta burpees y crossfit 7 días a la semana. Asegura que levantarse a la madrugada le da ventaja sobre los demás. Cual tranza en el baño de un after, me da una probadita de su liderazgo para convencerme que puedo ser como él, me ofrece una promoción para acceder a su conocimiento, me maltrata porque cree en mí.

 

Para ellos, la resiliencia es inspiración, herramienta y objetivo. El slogan frívolo y desbaratado que proclama que “el que quiere, puede” desconociendo la coyuntura, las condiciones materiales, simbólicas y concretas, los estados anímicos, es de gran utilidad para su tropos.  Es crucial convencer al cliente de que la capacidad de superación vive en él y solo hay que despertarla, hacerle entender de que su estado actual de vida no tiene otro responsable que él mismo. Si esta labor discursiva logra recorrer todo su circuito, da por resultado el engagement en el que tanto insisten.

Entonces vemos que estos gurúes operan desde el plano emocional porque identifican que es el más vulnerado de la actualidad. El dinero, el lifestyle, los bienes materiales, son solo adornos de la necesidad de aceptación social y -parafraseando a Eric Sadin- un modo de ratificar la organización algorítmica de la existencia propia en el mundo. Pero al fondo hay corazones rotos y un quebradero de cabeza que nadie sabe cómo tramitar. Es decir, esto es una actualización anímica-cibernética de la vieja y conocida autoayuda a las exigencias de la época.

Aceptar la imagen propia y el cuerpo saludable para los ojos ajenos siempre ha sido soporte y sinónimo de bienestar, entonces si conjugamos la manipulación de la sensibilidad individual con la transformación corporal, obtendremos una secta hecha y derecha que no garantiza salud mental ni física; solo financiera. El cuerpo como billetera virtual.

 

¿Quieres ser tu propio jefe?

 

Como es de imaginarse, estos coaches se multiplican a diario y están generando una sobreoferta maníaca que torna la competencia voraz y sin límites. Los podemos ver tirándose mierda entre ellos y tratando de desenmascarar el negocio de sus competidores al mejor estilo de las campañas electorales norteamericanas. No sorprende, son fieles creyentes de que la capacidad resolutiva de los mercados es la salida a toda crisis, por lo tanto a trepar y a devorar que la regulación y la supervivencia del más apto al final de cuentas son la misma cosa.

Pero si rascamos un poco más, encontraremos que ellos también son sujetos lastimados por el neoliberalismo. Ya hemos visto víctimas defendiendo a ultranza al sistema que los oprime, son parte de la sintomatología ciclica de la historia. Pero señalar a estos truhanes de poca monta, que sin escrúpulos buscan formas de sobrevivir en esta encrucijada anodina y descolorida, puede ser una maniobra de distracción del verdadero problema estructural de fondo: la precarización de todos los aspectos indispensables que sostenemos en nuestro deseo de cohabitación y las pésimas condiciones a las que estamos sometidos a transcurrir el tiempo en este plano. Desde el deterioro del mercado laboral, hasta la ruptura de los entramados vinculares, pasando por la implosión de la figura del Estado, las corporaciones arrebatando el timón del mundo y la muerte lenta del tejido vivo, necesitamos que alguna promesa se cumpla para seguir anhelando esta humanidad.

¿Quién no quiere estar un poco mejor? Progresar, conectar con el goce, vivir lo vivo, hacer otra cosa con nuestro tiempo que no sea mera supervivencia. Se han vuelto inmanejables los niveles de frustración y siempre hay alguien haciendo negocios con la miseria ajena. En este sentido, el capital económico articula a la perfección por efecto de su matemática; la vida reticular y programada se desempeña mejor sobre esta hoja de excel. Pero nuestra vida no es una calculadora exacta e inocua, más bien se parece a una topografía erosionada, con recodos y agujeros contaminados, colmados de problemas y también de momentos bellos. Sabemos que el dinero hace rato que es religión mundial, pero estamos frente a un coágulo histórico que nos confronta con creencias y modos de fe desconocidos hasta el momento: la globalización en un punto álgido y confiado, a la vera de un nuevo orden. Nuestra sedimentación biográfica lo percibe bien claro: la sensación es la de hacer equilibrio al borde de un precipicio, un fin que no cesa de anunciarse, pero aún así, nunca sucede. Es así como la ansiedad que provoca el advenimiento del desastre latente, se vuelve suelo fértil para nuestra espesa pero progresiva transformación en cifras y caracteres. Sí eludir, o aunque sea disimular un poquito, la intromisión del mundo mezquino sin consuelo en nuestro prisma ético se presenta como desafío imposible, habrá que elaborar formas de sustracción que no signifiquen el vaciamiento total de nuestros repertorios vitales.

 

 

Quiero hablar de negocios // Iván Horowicz

“Toda la gente siempre quiere más

De todas las cosas que no puedo comprarme

Y estoy tratando de encontrar un lugar

Para estar y pensar”

Dillom

 

¿No seremos un poco viejos vinagre?

Hace aproximadamente un mes, el exitoso guionista y productor/empresario Axel Kuschevatzky declaraba en la previa de la entrega de los premios Oscar sobre el desmantelamiento del INCAA que está llevando adelante el gobierno de Javier Milei. La defensa de Kuschevatzky a la producción audiovisual argentina se sustentaba en las “oportunidades” económicas que iba a perder el capitalismo argentino si se avanzaba con el desmantelamiento del cine nacional:

 

No se me ocurre por qué alguien querría que haya menos actividad económica. No se me ocurre por qué gobiernos que hablan del crecimiento económico, no estarían apuntalando, entre otras industrias, a lo audiovisual. La industria audiovisual es un mercado económico competitivo que genera mucha actividad económica directa e indirecta. No es ideológico, es económico. No quiero hablar más de cultura, quiero hablar del negocio que los países se pierden.

 

Hace algunos días, salió una nota de Tamara Tenembaum titulada “No Todo es Plata en la Vida”. La hipótesis central de la autora es que la juventud se “mainstreamizó” agudamente. A diferencia de las generaciones anteriores, a las cuales no les importaba ser admitidos por el mainstream económico, sino construir y habitar espacios que el mainstream económico no controle, los valores de la nueva generación de jóvenes se reducen al éxito económico y el status, en tanto valorar cualquier otra cosa parece algo falso. Por el contrario, en el teatro independiente, uno se cruza a los “cuarentones” de siempre.

 

¿Qué relación existe entre las declaraciones de Kuschevatzky y las afirmaciones de Tenembaum? A simple vista ninguna, pero la cosa cambia cuando se señala que la nota de Tenembaum, que apunta -si se quiere- a recuperar una crítica radical a la sociedad en la producción artística contemporánea, comienza argumentando que el Festival de Cine de Mar Del Plata significa hoteles y restaurantes llenos. Y es que la nota misma de Tenembaum se vió motivada, según cuenta ella, por la sorpresa que le generó a la autora el ataque que sufrió en redes por la difusión de su obra de teatro “Una casa llena de agua”. Cuando a Tenembaum la acusan de vivir del Estado, la autora responde que el Estado “recuperó su inversión con creces”:

 

Cuatro años de salas llenas en teatros privados de la Ciudad de Buenos Aires y varios de las provincias. Lo que se dice un caso exitosísimo de cooperación Estado/mercado para todos los involucrados.”

 

Quienes acusan a las nuevas juventudes de no buscar otra cosa que plata le contestan a los Milei del mundo que lo que ellos hacen si produce plata. No se trata ni de Tenembaum ni de Kuschevatzky, quienes son tan solo exponentes de un sentido común más arraigado. Tampoco se trata de negar los complejos valores de la época que priman en la producción artística, en la que efectivamente pareciera ser más fresco y real enunciar que se trata de hacer “movida y platita” -en palabras de La Joaqui- que la búsqueda artística. Se trata de la incongruencia de que una generación le exija a la generación sucesora una radicalidad que a ella misma le faltó.

 

El arte capitalista friendly

En mi caso personal, soy de la misma generación que Tenembaum -nací en 1993, ella en 1989- por lo que creo que poseo cierta legitimidad para hablar de los proyectos de mi -nuestra- generación; la realidad es que tiene algo de falso el autoafirmarse que nosotros -a diferencia los jóvenes de la contracultura argentina de los años 70, 80 y 90- buscamos “la construcción y el alojamiento por fuera del sistema; no ser admitidos en el mainstream económico, sino construir y habitar espacios que el mainstream económico no controle”.

En mi generación, los artistas más jugados se fueron a hippilandia a malabarear en algún semáforo perdido latinoamericano o hacer teatro/música/artesanías en alguna plaza de mala muerte ubicada en Bolivia, Ecuador, Perú o Colombia. Los que no se lumpenizaron o la quedaron en el camino, afrontaron tarde o temprano la vuelta a la realidad capitalista del trabajo e hicieron sus paces con la docencia, con trabajar de otra cosa y hacer arte en paralelo, o en el mejor de los casos -desde el punto de vista de sus proyectos individuales- irse a la gran Europa a buscar mecenazgos de universidades y Estados capaces de financiar la producción artística que el capitalismo argentino es incapaz de satisfacer. Los que no se fueron a hippilandia ni resignaron trabajar de otra cosa, siempre supieron que se trataba de pegar alguna beca o guita que permitiera la producción artística y la puesta en escena de diversos proyectos a cambio de un montón de burocracia y rendición de cuentas a los tribunales de la UNA, FADU, el INCAA o el Fondo Nacional de las Artes.

Por supuesto, hay ejemplos -y también conozco- de mayores grados de radicalidad, pero quienes sostienen semejantes niveles de tensión pagan los costos de la marginalidad, del ostracismo, o de cierta desconexión con la sociedad. No es que no haya habido centros culturales o colectivos de arte político o incluso buen arte y arte político en sí mismo que utilizó sabiamente los fondos en pos de los proyectos, pero esos espacios y proyectos no lograron dar cuenta de algo más grande que ellos mismos, y tarde o temprano vieronse sucumbir ante la disyuntiva de tener que negociar con las instituciones de mecenazgo o ante la marginalidad que se paga por la no negociación. Tampoco quiero juzgar ninguno de estos caminos individuales; no solamente porque es el que llevaron adelante muchos de mis amigues, sino también porque mi propio camino -aún cuando no me dedico al arte- no está actualmente lejos de semejantes aspiraciones: guita para poder pensar, leer, investigar,escribir a cambio de negociar con alguna burocracia académica. Estoy intentando señalar un límite que no fuimos capaces de franquear; nos juzgo -si es que juzgar es la palabra correcta- colectivamente y con mi propia historia personal como parte y ejemplo de ese fracaso colectivo, en tanto considero que como generación fuimos incapaces de pensar cualquier tipo de proyección realmente colectiva para nuestra búsqueda artística, política, existencial, intelectual. Nuestra búsqueda, en el mejor de los casos, nunca salió de rastrear guita para poder vivir tranquilamente nuestra vida individual burguesa de artistas/intelectuales/escritores/periodistas/bohemios sin que nos rompan -tanto- las pelotas.

 

No creo que nuestra incapacidad sea casual, sino que leída con el diario del lunes se vuelve perfectamente causal. Principalmente, podría decirse que no supimos lidiar con nuestros propios problemas, con los desafíos de nuestra etapa que por supuesto no son los de la etapa actual. Esos problemas no eran, como lo son ahora, el avance expreso del capital contra el arte en tanto actividad social no productora de valor, sino la empresarización del arte y su acentuación como una mercancía más productora de empleo, generadora de valor, de mercado interno.

 

Durante el ciclo en el que nos tocó ser jóvenes, el Estado nos cuidaba, nos financiaba, y al mismo tiempo también nos pacificaba. A diferencia de la década que nos sucedió -la que va de 1989 al 2002- en donde era claro que la contracultura estaba en guerra abierta con el capital, el financiamiento estatal hacía en nosotros posible la ilusión de que se podía vivir una vida en la que la producción de valor -en un sentido marxista- y la producción artística podían comulgar sin problemas. Se podía hacer arte sin romper nada; se podía hacer teatro independiente de lunes a viernes e ir a tomar algo -un vermú en Villa Crespo- los fines de semana. Capaz que a veces había que enfrentar al macrismo, que era malo y no quería que haya centros culturales en la ciudad, pero si se lo enfrentaba era con leyes redactadas por los nuevos empresarios de la cultura –como el “Club Cultural” Matienzo2, antes que con tomas sostenidas por los hippies de la Sala Alberdi. La ilusión de una amistad posible entre capitalismo y arte tiene, por supuesto, patas cortas en un sentido económico; empieza a flaquear cuando comienzan a escasear las divisas y se vuelve inocultable la necesidad del capital de ajustar un mercado interno que consume más dólares de los que produce, incluso pagando el precio de la recesión y de hacer mierda el empleo, como parece estar dispuesto a pagar el establishment político actual. Ahí tenés que ser Banksy o Marta Minujín, sino fuiste.

 

¿Solo hay Mainstream?

En tanto nosotros no pudimos salir de una vida -artística, política, existencial, académica- individual burguesa, en tanto tampoco seamos siquiera capaces de reconocerlo, creo que no está bueno achacarle los balances pendientes de nuestra generación a la que nos está sucediendo. Nosotros, que nos defendemos -a la Kuschevatzky- del enemigo arguyendo que no queremos hablar más de cultura sino del negocio que se pierde la Argentina cuando se cierra la cultura, tenemos que ser más cuidadosos con los señalamientos que realizamos, aún cuando nos percatemos de que el tono de época está cambiando. De no hacerlo, corremos el riesgo de no entender las nuevas respuestas que existen -también entre la juventud- ante sus propias problemáticas político existenciales.

En pos de nuevas respuestas, siempre me gusta dar el ejemplo de Dillom, quien supo jugar con mucha habilidad entre los bordes del mainstream y el under; bordes cada vez más desdibujados en un mundo en el que el productor más pegado de música urbana latina contemporánea no labura para Sony, sino que es un pibito de 25 años con un estudio musical en Ramos Mejía.

La música de Dylan León Masa pareciera habitar el ethos del trapero manija de pegarla a partir de la construcción de un personaje performático, El Dillom, que sufre en tanto preso de ese personaje su condición de trapero exitoso: “My Money Go Dumb, tengo plata pelotuda, tomé 7 ribos creo que necesito ayuda”. Aquí se conjuga un dinero “estúpido”, incapaz de hacer otra cosa que ser una futura inversión automatizada -”Mi plata se mueve sola, como un poltergeist, en el stage me vuelvo tonto como Frankestein”- con un expreso pedido de ayuda para dejar de consumir; ¿Consumir qué? Estupefacientes, ropa, pelotudeces que la plata otorga. Bohemian Groove Skit, otra canción de Dylan, es un jingle/parodia de su propio sello discográfico, en el que se externaliza a través de la ironía la tortuosa necesidad de dejarlo todo para pegarla:

 

¿Tienes tus demos pero no sabes qué hacer con ellas?

¿Quieres convertirte en un artista de talla mundial pero tan solo eres un maldito fracasado? Bohemian Groove, todo lo que siempre soñaste puede volverse realidad

¿Quieres volverte asquerosamente rico? Claro que quieres, perra

Entonces Bohemian Groove es tu lugar en el mundo

El sello discográfico donde tus artistas favoritos consiguieron el estrellato

Tan solo dejando el 99% de sus regalías y la titularidad de sus masters por tan solo 200 años después de muerto

Ah, Bohemian Groove, puta Es una bomba de tiempo”

 

Esta manera de habitar desde la ironía y el sarcasmo las propias ideas de la época carga con las semillas subrepticias de una crítica a la época; crítica que se vuelve incapaz de percibir si con lo único que uno se queda es con el lenguaje del género, en el que por supuesto se hace referencia a autos, drogas, coches y mujeres. Dicho de otra forma, El Dillom también habla de pegarla, pero no pareciera hacerlo desde la felicidad y el éxito individual, sino desde el horrible mandato que subyace detrás de dicho éxito individual. Podría decirse -y sería cierto- que en tanto Dylan encarna el personaje del Dillom, ese trapero sucio y cochino que canta “music pa la plata, plata para ropa”, no es clara la barrera entre el chiste y realidad, por lo que no es clara tampoco la distancia entre la crítica y la naturalización. Esto es una tendencia del arte contemporáneo en el que los personajes de los artistas se comen a los artistas que los generan; especialmente en un género en el que conviven al mismo tiempo posicionamientos político existenciales incongruentes. Como supo señalar Simon Reynolds, dentro del concepto de lo “real” en el Hip Hop existen a su vez 2 elementos: por un lado lo “real” es una búsqueda por no venderse a la industria, al sistema y seguir siendo “real”; al mismo tiempo también es la reivindicación de pegarla, tener plata y ser exitoso, en tanto eso es “la realidad” del presente. De todas maneras, y aún con estas tensiones, la figura del Dillom es la de un pibe de 23 años, nacido en el 2000, que supo reversionar en el último Cosquín Rock el clásico “Señor Cobranza” de las Manos de Filippi adaptando la letra a la nueva etapa para proponer colgar en la plaza al actual ministro de economía.

¿Solamente resisten los cuarentones de siempre en los asientos del teatrito independiente?

El idiota // Diego Sztulwark

El Idiota dice «Yo», y Agustín Laje lo reta. Porque no lo ha entendido. El Idiota en Deleuze y Guattari es el «pensador privado», opuesto al profesor escolástico (con quien el paleolibertario se identifica sin fisuras). El «Yo» del Idiota es el «yo pienso» de todo el mundo, por oposición al «yo estoy en poder de las categorías» (categorías por supuesto aprendidas) propias del aspirante a profesor público. El Idiota de Deleuze y Guattari no es pues el incapaz de pensar, sino el capaz de pensar por su propia cuenta (substraído de las reglas públicas del buen pensar). Personaje extraño y fascinante este Idiota: personaje propiamente «conceptual», sin el cual no habría propiamente filosofía. Y si el antiguo idiota -según dicen bellamente en «¿Qué es la filosofía?»- pretendía llegar por sí mismo a las evidencias, y para lograrlo lo ponía todo en duda (incluidas las matemáticas), el idiota moderno ya no pretende a arribar a evidencia alguna. Él ya no busca movilizar las fuerzas innatas de su pensamiento para dar con lo indubitable, sino que aspira a lo «absurdo». Con ello lo que ha cambiado es la «imagen de pensamiento». ¿Qué cambio de imagen es ese?: el idiota moderno ya no quiere lo verdadero (una verdad dada), sino que quiere ahora convertir el absurdo en una fuerza de pensamiento aún más potente: aquella que permite «crear» (la verdad como efecto de una invención). Por supuesto, el paso de un personaje a otro nos recuerda a Descartes el primero, y el segundo a Nietzsche. La verdad no como algo a lo que el sujeto se adapta, sino como aquello en lo que el pensador se constituye. La verdad pierde su antigua apariencia teológica y se aproxima a la relación que el artista tiene con ella. El Idiota moderno no aceptará jamás las «verdades» que le ofrece la Historia: «más cercano a Job que a Sócrates» exigirá siempre que le rindan cuentas de cada una de las víctimas de la supuesta Verdad que la Historia regula. Lo que él pretende es que le devuelvan «lo perdido»: lo incomprensible, lo absurdo. Este bellísimo fragmento es leído por el autor de «Generación idiota» de un modo completamente desopilante!
Pueden hacer la prueba, muy sencilla, de leer su comentario de este fragmento en la página 54 de su libro. Allí el autor afirma que el «idiota se encapricha y busca reducir el mundo a su idiotez» (!) y que «por eso el idiota postmoderno vive en mundo postverdadero»(!) ajeno a los hechos y a la lógica (!). A lo que suma en una nota al pie: este deseo de lo absurdo es “tan gracioso como patético». ¿Es que no se anoticia el afamado doctorando de la filosofísima universidad de Navarra que los autores están usando la noción de “absurdo” no como aquello que se cierra a la lógica y lo real, sino que precisamente porque encuentra en lo que en ella es inacabado es capaz de provocar nuevas lógicas y relaciones con lo real? (El problema con los que sólo cuentan con la ridiculización como armamento refutativo es que tarde o temprano se vuelven blanco fácil de esa operatoria) Que no se diga que no nos tomamos el trabajo de leer, a pesar de todo, a los «intelectuales» del fascismo paleolibertariano. Al contrario! Con sus libros sobre la mesa llego a la conclusión a la que ya había llegado al ver los streaming que comparte con su socio Nicolas Márquez (otro publicista de la ultraderecha fascistoide que carece de otro medio de expresión que no sea la neolengua del Terrorsimo de Estado). No hay nada en sus libros que justifique el renombre que han conseguido, salvo su audiencia. Ni un «Gramsci de derecha» ni un «Carl Schmitt de internet”. Lo que sí llama la atención y hace pensar son las razones por la que estos personajes han logrado una cierta audiencia lectora. Se trata seguramente de razones que no están en sus libros. Pero sean las que fueran -incluyendo en ellas al conjunto de inconsistencias políticas e incapacidades intelectuales de este tiempo- no deja de asombrar que una derechización militante no se dirija hacia teologías políticas.

Rosario, espejo de un país // Columna de Diego Sztulwark en Subversiones (audio)

En la segunda columna de Lobo Suelto en Subversiones, Diego Sztulwark nos propone pensar en torno a la situación de Rosario desde la dimensión económica, histórica, social y política. Escuchamos los aportes de Carlos Del Frade (periodista, escritor, Diputado Provincial del Frente Social y Popular de Santa Fe) sobre los acontecimientos históricos que posibilitaron la situación actual en Rosario. Participa también Caren Tepp (concejala de Rosario por Ciudad Futura) y nos comparte como se están viviendo estos días en términos sociales y políticos. Escuchamos a Franco Ingrassia, quien está al frente de un servicio de salud mental en barrios en Rosario y a Esteban Rodriguez sobre los modos de violencia que tienen lugar en esta ciudad. 

Para la tradición de los oprimidos el hambre es un crimen // Diego Sztulwark

La vigencia de la tradición de los oprimidos depende sólo de ellos mismos. Como queda hoy a la vista, no hay ley ni gobierno que por sí mismo pueda garantizar en el presente que esa tradición no sea liquidada. En partes porque el acto de mismo de la aniquilación tiene algo de incesante, y requiere completar cada vez el borramiento de las marcas que la memoria conserva. De ahí el negacionismo. Pero hay más: porque los aniquiladores de hoy crean en el presente la tradición de los vencedores: las masacres actuales -la del hambre, insoportable, lo es- y las que están en preparación (Rosario como excusa para revalidar a las FFAA en tareas de represión interna) tejen con las antiguas un tenebroso continuo.
De allí que la tradición de los oprimidos sea por una parte esencialmente contra-narrativa, pero también reacción contra un presente desesperante y sin salida (sin futuro). Acorraladxs y en peligro, ese pasado de luchas es la única actualidad que abre un porvenir. Pero incluso ese pasado está bajo amenaza.
Si un valor profundo tuvo diciembre de 2001 fue precisamente articular la tradición de los oprimidos con la lucha contra el hambre y la desposesión y con un tipo de coraje físico no ya individual sino de masas. Pero entonces se venía de un proceso de acumulación de resistencias, y ahora estamos, a la inversa, en uno de destrucción. A toda luces, se hace preciso marcar un punto de inflexión.
Anudar contra-narración, denuncia del hambre y la desposesión y presencia de lo colectivo masivo es precisamente lo que se proponen en todo el país las marchas del próximo 24 de marzo: un paso importante, más allá de toda retórica, en la elaboración de ese indispensable punto de inflexión.

Lo insoportable y la transformación // Diego Sztulwark

 

¿Gregorio Samsa ya no soportaba ser un humano cuando se transformó, repentinamente, en una suerte de escarabajo? Difícil saberlo. Por de pronto, ninguna instancia subjetiva consciente obró en él algo así como una toma de decisión al respecto. Simplemente despertó una mañana en su cama, luego de un sueño inquieto, transformado. Quizás, hastiado de ser un vendedor viajante, de someterse a su jefe para pagar deudas familiares y de vivir la vida burguesa de su familia (de la que era su sostén económico), un buen día su cuerpo decidió por él (mientras soñaba).

Si así fuera, el relato de Kafka (que Borges correctamente llamaba «La transformación», aunque sus editores titularon «La metamorfosis») bien podría ser leído como un relato sobre la lenta formación de una auto-conciencia que tarda en comprender la mutación que ya le ha sobrevenido. Su biógrafo, Max Brod, cuenta que el escritor leía en voz alta fragmentos del relato a sus amigos entre risas. El humor como asimilación de lo inusual. Porque, a diferencia de lo que habitualmente se supone, en Kafka es el cuerpo quien actúa de modo veloz, mientras que la conciencia resulta un procesador demasiado lento. Se entera siempre tarde de lo que ya le ha ocurrido.

 
 

Por un par de meses, Samsa descubre su cuerpo de insecto y retiene recuerdos de humano. Se entusiasma cuando su querida hermana deja en el suelo un plato con su alimento preferido -leche dulce con pan-, que sin embargo ya no logra saborear. Ahora le repugna y, en cambio, le encanta el queso podrido. La memoria de haber tenido otro cuerpo retarda la consumación plena del proceso transformativo. Pero la transformación es inexorable. Al cambio del cuerpo (caparazón, patitas ligeras) le corresponde un cambio de afectos (ya no le gusta lo que le gustaba, sino lo que antes despreciaba) y de percepciones (Gregorio ahora disfruta de ver a su familia desde el techo).

En Kafka la mutación no parte de la reflexión intencional del sujeto, y lo insoportable se impone como condición de cualquier elección. La aparición de un nuevo deseo, así como la muerte del deseo anterior, no ocurren sino en un cuerpo nuevo y bajo el influjo de una redistribución de las potencias. En otro relato, un poco posterior, Un informe para una academia, el protagonista, un conferenciante, trata sobre su “simiesca vida anterior”. El proceso de transformación es aquí más avanzado, puesto que el mono de la academia no sólo habla sino que es, además, capaz de narrar las mutaciones que ha atravesado durante los cinco años que lleva ya el proceso de su propia transformación. Herido por cazadores humanos en la selva, atrapado y trasladado en un barco, Pedro el rojo -así lo llamaron sus captores- no tardó en comprender que debía desprenderse de sus recuerdos de juventud si quería encontrar una salida: “Es a propósito que no digo libertad”, puesto que sobre ella “los hombres frecuentemente se engañan”. Y así como la libertad es uno de los sentimientos más elevados, “también el correspondiente engaño es de los más elevados”. Rojo parece venir a aclarar lo que en Samsa -seguramente por haber hecho el trayecto inverso, perdiendo junto a la forma humana la capacidad de narrar- no podía ya explicar. Y es que el deseo de quien se transforma no es exactamente un deseo humano. Dice rojo: “No; yo no quería libertad; solamente una salida”. Sólo que en sus circunstancias, esa salida no podía conquistarse por medio de la fuga. De haber sido “un partidario de la ya mencionada libertad, seguramente habría preferido el océano a la salida que se me mostraba en las turbias miradas de esos hombres”. ¿Y Cuál era esa salida? Imitar a los humanos, adquirir su lenguaje: “cuando se quiere encontrar una salida se aprende”. Y el único medio de salir de la jaula fue para Rojo hacerse “un Europeo”.

 

 

La animalidad humana, iluminada por Kafka como la dimensión material del deseo entrampado que no cede, es la búsqueda desesperada de un camino posible ahí donde precisamente ya no queda ninguno. Al punto que quizás pueda afirmarse que no hay gran distancia entre un deseo político y el modo mismo en que el mundo se nos vuelve en ciertos contextos intolerable. Y que mientras haya tolerancia, dígase lo que se diga en el plano de las retóricas, no habrá realmente una novedad transformadora. Todo lo cual puede ser pensando efectivamente, dicho sea de paso, no sobre fondo de un crudo desastre sino sobre la base de una comunidad cultural movilizada que se ocupe del sentido de los cambios -de la metamorfosis del campo social- a partir de un entramado artístico y literario imposible de sostener sin salas de cine, de teatro, de bibliotecas, de universidades y una amplia infraestructura pública que los sostenga a partir de una intensa apoyatura colectiva. Es también en relación a la defensa de esa trama que hablamos aquí de lo insoportable, de Kafka y de la transformación.

 

El horror en Berlín: Carta a una amiga // Danú Gontijo

En medio de la masacre de Gaza, el Estado alemán mantiene su apoyo incondicional a Israel. Las voces disidentes son silenciadas. Esto ofende la propia memoria del Holocausto y no honra a las personas que perecieron en manos de los fascistas de otrora.

 

A Ondina Pena Pereira

 

 Berlín, febrero de 2024. Mi querida amiga,

Vos ahí en Brasil y yo acá en Berlín, ambas sintiendo el dolor de ser testigos del genocidio en Palestina, una matanza a plena luz del día, televisada para los cuatro rincones del mundo. Pero si bien, en Brasil, el presidente le da voz al dolor del mundo, acá, el gobierno alemán apoya incondicionalmente a Israel, como razón de Estado. Los medios de comunicación hegemónicos, sin ningún compromiso con la verdad, repiten al unísono la versión del gobierno, mientras la comunidad académica calla en un silencio cómplice. La prensa en Brasil tampoco tiene ese compromiso, ya estamos acostumbradas; lo que me asusta es que en Alemania mucha gente se trague ese cuento.

Me pone los pelos de punta que incluso gran parte de los coterráneos y coterráneas que conozco en la capital germánica eludan posicionarse. Mucha gente que me cae bien, artista, militante antirracista, lesbiana, gay, feminista, todas ciertamente se consideran antifascistas, hasta el momento en que se pronuncia la palabra “Palestina”. Si insisto en el tema, el prólogo “es complicado…” aparece inmediatamente. Y eso se torna un mar de vergonzosas relativizaciones. Y obviamente hay gente con miedo a sufrir represalias, ya que el clima macarthista acá es terrible, con persecuciones y “cancelamientos” a diestra y siniestra.

En suma, mi querida, vivir en Berlín, en esta ciudad que supo ser escenario de tantas atrocidades, fue verse cada día confrontada con el horror. Ciertamente no es el horror de estar en Gaza. Es un horror distinto, que leí tan bien traducido por la Jüdische Stimme, una organización judaica local que trabaja por la paz y la justicia en Oriente Medio: “Aunque el verdadero horror esté en Palestina, es una especie de horror del primer mundo vivir en una sociedad donde tantas personas justifican el genocidio. Nosotros y muchos otros jamás olvidaremos esto”.

Cuando salgo de casa y atravieso el parque para encontrar a Maria a la salida del trabajo, almorzar en el chino, ir a Pilates, cosas cotidianas, me topo de frente con una bandera inmensa de Israel colgada de la fachada de un edificio. Más de 30.000 personas muertas, 2 millones desplazadas, un territorio destruido, y me pregunto cómo es posible defender tan ostensivamente la bandera de esta máquina de guerra genocida. Miro esa bandera y, te juro, amiga, me siento caminado por la Alemania nazi. El racismo en el fondo es el mismo, la deshumanización, el desdén por el sufrimiento ajeno. La diferencia es que cambiaron el antisemitismo de otrora por la islamofobia y el antipalestinismo.

“El verdadero daño es causado por millones de personas que solo quieren ser dejadas en paz. Aquellas que no quieren que sus pequeñas vidas sean perturbadas por algo más grande que ellas mismas”. Eso lo dijo Sophie Scholl, que, este mes, hace exactos 81 años, fue ejecutada en la guillotina, juntamente con su hermano Hans, y Christoph Probst. El panfleto de su colectivo Weisse Rose parece remitir a hoy: “¿Por qué el pueblo alemán se comporta de manera tan apática frente a estos atroces crímenes contra la dignidad humana? […] El pueblo alemán duerme en un sueño aburrido y estúpido y alienta a los criminales fascistas”.

Antes de llegar acá, tenía la idea de que Alemania había hecho un hercúleo trabajo de memoria; me sentía instigada para los futuros intercambios en tierras teutónicas. Leí mucho sobre el Holocausto y esperaba encontrar una sociedad un tanto trabajada en el antirracismo, al fin y al cabo, el racismo es la base del antisemitismo. ¿Te acordás de mi euforia leyendo el prólogo de “Memorias de la plantación”, de Grada Kilomba, en el que ella dice que, a despecho de los episodios de racismo cotidiano, acá habían trabajado más la colonialidad que en Portugal? Sus palabras me incentivaron a venir: “Llegué a Berlín, donde la historia colonial alemana y la dictadura imperial fascista también dejaron marcas inimaginables. Y, sin embargo, me pareció que había una pequeña diferencia: mientras yo venía de un lugar de negación, o incluso de glorificación de la historia colonial, estaba ahora en otro lugar donde la historia provocaba culpa, o incluso vergüenza. Este recorrido de concientización colectiva, que comienza con negación – culpa – vergüenza – reconocimiento – reparación, no es de forma alguna un recorrido moral, sino un recorrido de responsabilización. La responsabilidad de crear nuevas configuraciones de poder y de conocimiento”.

Creo que la autora, si todavía habita la ciudad, debe sentirse muy asqueada en el contexto actual. El racismo y el eurocentrismo, sabemos, llevaron al exterminio de millones de judíos, comunistas, gitanos, gente como nosotros, homosexual, y tantas otras. Acá se levantaron innumerables monumentos a la memoria del Holocausto, mucho estudio, investigación, todo un aprendizaje, todo eso acompañado del mantra “Nunca más”. Es lamentable constatar que, a pesar de todo, mi querida, no logran aplicar ese razonamiento a los nuevos procesos de deshumanización, como el del pueblo palestino. Es lamentable la doble vara. La expresión “nunca más” cayó en un vacío absoluto. La verdad es que la decolonialidad de la blanquitud alemana llega solo hasta la página 2. El discurso de democracia, derechos humanos, libertad de expresión, antirracismo, feminismo, y la superioridad moral con que pregonan todo, es cínico: basta mencionar a Palestina y todo se va al diablo. Palestina realmente es el “grito inaudible” del que habla Rita Segato…

Ya te escucho exclamar: ¿pero por qué el asombro? Sería demasiado ingenuo creer que la dificultad de Alemania para considerar el genocidio palestino se debe exclusivamente a la culpa histórica con relación a la Shoá. Es necesario entenderla dentro del marco más amplio de dependencia de Estados Unidos y la OTAN. Y en una línea de continuidad con la historia colonial‐racista de Europa y del denominado Occidente, que hoy lucha por mantener, a cualquier costo, su hegemonía política, económica y cultural sobre el resto del mundo. ¿No fue lo que aprendimos con Edward Said, Joseph Massad, Rita Segato, Berenice Bento, Hamid Dabashi, Walter Mignolo, entre otres? Y, sin embargo, mi asombro es real –no tanto con las elites dominantes como con las comunidades migrantes, académicas, artísticas y de izquierda, que, como dije, en Alemania parecen comprar la narrativa oficialista vehiculada en los medios de comunicación.

En el mundo académico, los docentes y discentes más críticos se autocensuran por temor a la persecución política, y son las voces reaccionarias las que tienen eco. Incluso personas que conozco no lograron firmar o tuvieron que retirar sus nombres de la excelente carta “Germany’s departure for reason”, redactada por la comunidad académica global condenando el papel de Alemania en silenciar y contribuir con el genocidio palestino. Y hablando de universidad, en Gaza no quedó una en pie… Son años de producción de conocimiento exterminados. Creí que nada más me conmovería, pero la explosión de la universidad de Israa me dejó atónita. ¿Lo viste? Fue a mediados de enero. Después de meses de ocupación por parte de las fuerzas israelíes, es decir, sin Hamas, sin disculpas, simplemente coordinaron la detonación de la universidad. Me pareció ilustrativa de la masacre, representa la aniquilación en todos los sentidos. Como bien recordó Berenice Bento, no es solo un genocidio, sino un epistemicidio.

En el mundo de las artes también hay diversas voces críticas siendo perseguidas, perdiendo fondos públicos. ¿Te acordás de la cancelación de la ceremonia de premiación, allá por octubre, de la escritora palestina Adania Shibli, en la Feria del Libro de Frankfurt? Es el caso también de Candice Breitz, una artista sudafricana judía, que fue una voz importante de la disidencia berlinesa. Adam Broomberg, otro artista de origen judío acusado de antisemitismo por solidarizarse con Palestina, me dijo que suele preguntarle a los policías que lo abordan dónde estaban sus abuelos en el nazismo. Los de él fueron sobrevivientes del Holocausto.

Otras voces judías insurgentes también sufrieron persecución, como es el caso de Iris Hefets Amsalem, Rachel Shapiro, Udi Raz, Hadas. Según Lucas Febraro, prácticamente un tercio de las personas “canceladas” en Alemania por antisemitismo son judías, lo que significa una sobrerrepresentación de diez mil por ciento, tomando en consideración que la población judía representa el 0,3% de la población alemana. “¿Así es como el Estado alemán protege la vida judía en el país?”, pregunta él. Fijate qué absurdo amiga, la blanquitud alemana tildando de antisemitas a personas judías, justamente a ellas que, por haber aprendido del pasado y del trauma transgeneracional, se niegan a repetir el horror, a callarse frente al genocidio ahora en curso.

La represión a las voces en solidaridad con Palestina se convirtió en una triste rutina… Salah Said, un activista palestino en Berlín, viene sufriendo detenciones arbitrarias y tortura psicológica, con visitas policiales a su casa para mera intimidiación. Realmente parece, como dijo la abogada Nadija Samour, que el racismo antipalestino es la verdadera razón de Estado en Alemania. El documental: Palestine: Banned in Berlin muestra la lucha jurídica para defender a personas detenidas en las manifestaciones, que ya estaban prohibidas antes del 7 de octubre. Samour señala la contradicción de una sociedad en la que todas las fuerzas políticas dicen defender los derechos humanos, salvo cuando se trata de la cuestión palestina. Esto no empezó ahora y es parte de un crescendo. Fue en 2019 que el Parlamento Federal alemán aprobó una resolución clasificando la campaña BDS (Boicot, Desabastecimiento y Sanciones) como antisemita. ¿Qué le quedaría, amiga, al pueblo palestino luego de 76 años de Nakba, ocupación, apartheid, si también les es negada la resistencia pacífica a través de campañas como la BDS?

Es evidente que todo esto también está íntimamente relacionado con la cuestión de la inmigración, con el deseo de criminalizar a la población musulmana. Emily Dische‐Becker, en un podcast reciente, dice que la mayor parte de las acciones antisemitas, según la policía alemana, parten de grupos neonazis y no de grupos islámicos, como el discurso mainstream quiere hacer creer. Mientras tanto, la extrema derecha en Alemania alcanza el 2º lugar en intención de voto, y promueve encuentros para tramar la expulsión de extranjeros. Es cierto que las manifestaciones antifascistas tomaron las calles en respuesta, pero algunas de ellas prohibieron participar a los grupos propalestinos. ¿Cómo es posible ser antifascista sin ser antisionista? Esto ofende la propia memoria del Holocausto y no honra a las personas que perecieron en manos de los fascistas de otrora. Y es en Alemania donde se encuentra la mayor comunidad palestina de Europa y una significativa población musulmana. ¿Cómo van a conciliarse con estas personas? ¿Y las toneladas de resentimiento adónde van a ir a parar?

Pienso en esto todos los días, amiga, y, al salir de casa, me topo con los paralelepípedos de memoria, que tampoco me dejan olvidar. Son los “Stolperstein”, que registran los nombres de antiguos moradores delante de los edificios, la mayoría judíos, y su trágico destino, en general muertos en campos de concentración. Me exaspera cuando alguien sencillamente los pisa. Delante de nuestro edificio hay siete pequeñas placas. Maria y yo nos preguntamos si alguna de esas familias habrá vivido en nuestro departamento, imaginando el horror que habrán pasado en Berlín. Incorporé el hábito de nunca dejar de verlas, y no solo eso, de rendir una reverencia mental cada vez que salgo. Pero en estos últimos meses, estos relucientes adoquines me fueron más entrañables. Esas tantas vidas que perecieron no pueden haber sido en vano. Eso me movilizó de un modo que no sé explicar.

Amiga, no quiero darte la impresión de que Berlín es solo horror. La ciudad nos dio amistades y alegrías, sobre todo por su cosmopolitismo, una verdadera mescolanza de gente de todos los rincones del mundo. Es, sin duda, su mayor riqueza. Por eso me preocupo: el cabal crecimiento de la extrema derecha y la deshumanización del pueblo palestino por parte de la buena sociedad progresista alemana transmiten señalen terribles para las minorías políticas y las comunidades extranjeras de acá.

Mi tiempo en Berlín ya finaliza, pero para quien se queda, la lección es obvia: la selectividad y jerarquización de vidas y dolores es indefendible. Quien luchó con uñas y dientes contra el fascismo bolsonarista bien sabe de esto. Ver a nuestro pueblo tan acorralado me quitó el sueño. La comunidad brasileña, de las más aguerridas de acá, necesita dar la cara. El nazismo ya nos probó que la deshumanización es imparable y, además, que el silencio, la connivencia y la inacción de la mayoría son fundamentales en el proceso.

Es todo, querida mía. Disculpá tan extenso texto, pero necesitaba un desahogo, que también acaba organizando las ideas, ¿no? Tampoco quiero dar la impresión de que acá no existe resistencia. A despecho de toda la presión del establishment, la última encuesta de la que tengo noticias, de fines de enero, muestra que el 45% de la población pide un alto el fuego permanente. Me aferré a las manifestaciones semanales que, sí, tienen lugar en Berlín y quiero creer que están creciendo en tamaño y frecuencia. Realmente fue un baño para el alma poder marchar al lado de quienes tienen la dignidad de no callarse, a pesar de todo el miedo y de todo lo que se tiene por perder. Y hablando de alma lavada, los últimos pronunciamientos de Lula me llenaron de orgullo y ganas para seguir. Que la fuerza de ese valiente coterráneo nos inspire coraje, que es, como diría el personaje de Guimaraes Rosa, lo que la vida pide.

 

Un fuerte abrazo, danú

 

 

Danú Gontijo, es artista y doctora en Bioética por la Universidad de Brasilia. Su libro “La viralización de la violencia. Género, medios, mímesis, reexistencias” fue publicado en 2023 por Prometeo Libros. Actualmente vive en Berlín.

 

 

*  Texto  originalmente  publicado  el  15  de  marzo  de  2024  en  el  sitio  Outras  Palavras.

https://outraspalavras.net/descolonicacoes/o‐horror‐em‐berlim‐carta‐a‐uma‐amiga/

La novela del DNU y el 24 de marzo // Diego Sztulwark

Si derogar el DNU es impugnar el programa de gobierno, al invocar la constitución como argumento limitante el parlamento le comunica al ejecutivo dos cosas: que en términos legislativos Milei es considerado como un presidente votado por el 30 y no por el 55% de los votos; y que su programa, ampliamente votado -primero por el 30% y luego por el 55%-, no es compatible con la vigencia del orden institucional.
Así planteado el conflicto, si Diputados confirma la derogación del DNU no son tantas las opciones que se abren. O bien el gobierno abdica de una parte de su plan político, aceptando su condición de minoría, e inicia negociaciones para un nuevo programa de gobierno con los gobernadores (lo que sería el final del período jacobino para el partido de los hermanos Milei); o bien se marcha a un enfrentamiento entre poderes, cosa que el ejecutivo sólo podría afrontar consolidando una base activa en la opinión pública más próxima al resultado obtenido durante la votación de la segunda vuelta. ¿Es posible reunir semejante apoyo pasados ya los tres meses de tolerancia concedidos a un gobierno que comienza, y sin que se haya alcanzado el más mínimo alivio en el plano de ingresos ni de los consumos, ni el menor logro en el manejo de la inflación?
Desde ya, el rechazo parcial del DNU no tiene nada de golpista ni de definitivo. Alcanza con reparar en la virtual mayoría legislativa dispuesta a acompañar varios de los temas de fondo que Milei propone para advertirlo. Pero al menos permite confirmar lo que se veía desde antes de la segunda vuelta: que el plan político oficial deberá enfrentar demasiado obstáculos -además de los reparos del propio sistema, los de la sociedad hambreada y despojada- para su eventual realización plena.
Sobre las razones por las que parte del bloque de clases dominantes obstaculiza selectivamente las iniciativas del gobierno, parece haber una discusión de fondo sobre cómo se avanza con las reformas de mercado. Para una mayoría de actores del sistema, se trata de garantizar un mínimo de atención a las condiciones de la reproducción del conjunto -gradualismo político y social-, para el partido de los hermanos Milei, en cambio, se trata de imponer una aceleración inédita, único medio de que una minoría ultracapitalista pueda crear situaciones de hecho y cristalizar reformas irreversibles.
Lo que haya de verdad en el capítulo conspirativo, atribuido a la vicepresidenta Villarroel, depende enteramente de las opciones institucionales que emerjan de este juego de violentos vaivenes.
Por otra parte, para comprender el valor del triunfo parcial obtenido ayer por la oposición parlamentaria es importante tomar en cuenta lo que ya había advertido CFK en sus off de los últimos 30 días: que había que frenar en el Parlamento (puesto que no en la calle) a Milei antes de que éste estuviera en condiciones de llevar a cabo cualquiera de las variantes que analiza para la pseudo-dolarización de la economía. En todo caso, es preciso que la calle irrumpa, para evitar que el juego parlamentario se convierta en un nuevo espacio de pacto con el gobierno. ¿Será el próximo 24 un paso en esa dirección? ¿Y qué se puede esperar de un ejecutivo que no se resigna a buscar las fuentes de una eficacia política lastimada, en caso que quiera mantenerse a la ofensiva?

Spinoza, Rosario y la potencia de la lectura emancipada // Diego Sztulwark

Leer la Biblia como se lee cualquier otro libro era para Spinoza una práctica de libertad que no menguaba su relación con Dios sino que, al contrario, la realzaba. Y le permitía confrontar con quienes hacían del libro y de Dios mismo un asunto de superstición y sumisión a un mandato teológico. Pues, sometido a un poder embrutecedor, el supersticioso cree poder «hacer a la naturaleza entera cómplice del delirio». Pero una lectura sumisa no es aún una verdadera lectura. Spinoza escribió en su Tratado Teológico-Político que la Biblia se abría en su máxima riqueza cuando se la leía con el mismo método que se utiliza para interpretar a la naturaleza. Trasladado al texto, el procedimiento interpretativo debía poder discernir con la mayor claridad posible el juego de las intenciones y de contextos presentes en su autores (pues el texto bíblico no pudo haber sido escrito por Dios ni por Moisés), y el despliegue de las causas y los efectos en la organización de la narrativa. Para leer de este modo la condición sine qua non es no retirar la vista del texto mismo (es decir: resistir a cualquier mediación intelectual de una autoridad teológica). La ambición spinoziana de separar teología de filosofía se ponía pues en acto en la práctica misma de la lectura. Quedando del lado del lector el atreverse a poner en marcha una práctica capaz de hacer emerger un sentido.
La potencia de la lectura emancipada de la Biblia le permitió a Spinoza encontrar un saber que, en formato religioso, permitía una primera aproximación al orden de las leyes de la naturaleza. Pero para llegar hasta allí, era necesario atravesar la mistificación de una imperativa «voluntad de Dios».
El lector spinozista es el que traza la alianza más exigente con la naturaleza. Una alianza que supone afrontar una y otra vez el miedo y la esperanza con que los poderes nos vuelven políticamente sumisos y obedientes. ¿Sobrevive hoy la querella metodológica en torno a la lectura? La pregunta va dirigida tanto a las personas que se apegan a los hechos de la realidad a partir de un principio de «revelación» (los entusiastas que sienten que la «ven»), como a aquellos que buscan perplejos en medio del oscurecimiento de las percepciones las vías para comprender el empobrecimiento actual del mundo. Las espantosas noticias que llegan estos días de la Ciudad de Rosario vuelven a disparar la cuestión intelectual de un modo urgente. Mientras crece el estado de conmoción surgido de ver a una ciudad paralizada por el terror -Rosario como un espejo que adelanta-, la Publicística oficial nos impone un cuadro mistificado de situación que no admite ser considerado sino solamente obedecido. Según se nos indica, asistimos a un enfrentamiento “bukeleliano” entre unos «delincuentes terroristas» (defendidos por los zurdos, los derechos humanos y el garantismo, como si se tratase de pobres víctimas) y la «ley» (en defensa de la cual es urgente convocar la intervención de las Fuerzas Armadas, rehabilitándolas a participar en asuntos de seguridad interior). Sin embargo, una mínima aproximación al fenómeno (como puede verse por ejemplo en el artículo “Un Rosario de balaceras, miedo y falopa”, de José Garriga Zucal y Diego Murzi publicado hace tres días en la Revista Anfibia) nos presenta un panorama completamente diferente: la expresión “delincuentes terroristas” remite a bandas barriales, narco-policiales, que operan en estrecha relación con circuitos financieros en los que el dinero del narco se mixtura con el negocio inmobiliario y sojero. Y lo que se presenta como un conflicto tajante entre la ley y el crimen remite a la crisis de larga data del doble pacto entre política y policía, y entre policía y bandas, que articula la «gestión del delito complejo» en buena parte de las ciudades del resto del país.
Por estos días el legislador de Rosario sin miedo, Juan Monteverde (votado por casi uno de cada dos ciudadanos en la última elección a intendente), insiste en que sin un diagnóstico complejo y real de la situación, sólo aumentarán la violencia y la confusión. Sin bloquear la circulación del dinero narco, sin urbanizar los barrios populares de modo urgente y masivo y sin una reforma de la policía provincial que la depure de corrupción y le de respeto ciudadano, la retórica represiva no hará sino agravar más y más la situación. La vida pública argentina está siendo agobiada por un aparato de lectura oportunista y dogmático que tendiente a aniquilar la capacidad de elaborar respuestas colectivas a problemas urgentes. Rosario es una muestra insoportable de cómo el miedo, la superstición y la desidia devienen para un nutrido colectivo humano cuestiones de vida o muerte. 

Un fusilado que narra // Diego Sztulwark

César González. Foto: Telam.

Milei, l’ultradestra che accelera // Miguel Mellino dialoga con Diego Sztulwark – prima parte

Qualche giorno fa Milei ha aperto ufficialmente l’anno parlamentare nel congresso. Non interessa tanto la cerimonia in sé quanto il suo discorso, ancora una volta piuttosto aggressivo, intransigente, quasi squadrista, poco “politico” si potrebbe dire, se per politico intendiamo la ricerca o negoziazione di un qualche “consenso egemonico”. Un discorso ancora una volta destituente, si potrebbe dire, ma tutto sommato prevedibile. Dopo la bocciatura della legge omnibus, non rallenta, torna sull’offensiva, anzi accelera, come tu hai scritto…

Sì, Milei ha ribadito il suo programma, ma questa volta ha accentuato l’importanza della velocità nella sua implementazione. Mi sembra importante sottolineare questo aspetto. Nelle sue costanti teatralizzazioni, Milei tira fuori dei concetti che mostrano sempre di più l’essenza di ciò che rappresenta, la sua visione delle cose. Non nasconde mai nulla. È diretto. Questa volta ha enfatizzato l’importanza e la necessità dell’accelerazione nel suo programma di governo. Accelerare per Milei significa superare gli ostacoli dell’essere una minoranza politica in parlamento, di non poter contare sull’obbedienza dei giudici, che rispondono ancora a Macri, di non avere il sostegno dei governatori e dei sindaci, ecc. Ieri ci ha fatto sapere che per lui l’accelerazione è una risorsa, è lui che può camminare veloce e disarmare le strategie degli altri. Forse sta dicendo che gli altri sono lenti. Vi è qualcosa in questo discorso che mi fa pensare che Milei abbia una connessione senza filtri, senza mediazioni, piuttosto diretta, con alcune delle dinamiche del capitalismo. Una velocità sicuramente crudele, diretta e opportunista e che non intende considerare ciò che consideriamo noi che camminiamo con un’altra marcia, con tempi più lenti, poiché ci interroghiamo sulla fattibilità dei processi, sul consenso, sull’argomentazione, sugli effetti delle politiche.

Milei agisce invece con i tempi del capitale, del capitalismo finanziario, delle reti e delle piattaforme, appena vogliamo reagire a ciò che ha detto o fatto, ecco che arriva un’altra accelerazione. Mi pare che proceda che su questa strada, cerca di vincere la sua battaglia attraverso l’accelerazione dei processi.

Una politica di shock continui, credo segua molto bene per questo aspetto Milton Friedman, che sosteneva che la rifondazione neoliberale di uno stato si fa nei primi sei mesi di governo e mediante una serie di misure shock a catena, una serie che non consenta la reazione immediata da parte delle popolazioni. Come quando un pugile mette all’angolo il suo rivale, approfitta della sua debolezza e lo riempie di pugni per lasciarlo in stato catatonico prima di mandarlo al tappeto. Ma tu sottolinei qualcosa di più profondo rispetto al fenomeno Milei, al suo rapporto di empatia con uno dei modelli di accumulazione contemporanei del capitale, che credo sia importante mettere in luce.

Sì, vedo che Milei comunica molto bene con una dimensione collettiva che noi non riusciamo a riconoscere del tutto. Tutti sappiamo qualcosa sul funzionamento del capitale che fa parte del nostro inconscio capitalistico, e cioè che vi è una verità nel capitale, nella velocità del capitale, un qualcosa delle dinamiche capitalistiche che conquista e affascina, che seduce e mobilita le soggettività. Qui sta parte della forza di Milei. E tuttavia, questa fantasmagoria capitalistica perde di vista un aspetto fondamentale: che accade con l’impoverimento generalizzato, con lo spossessamento di massa, che costituiscono il rovescio di questo programma.

Cosa succede con questa sorta di smaterializzazione popolare, peraltro già prodotta dalle sue prime misure, che hanno visto non solo liquefarsi salari e poteri d’acquisto per ampi settori della popolazione, ma anche la possibilità di accedere a cure mediche, all’istruzione dei propri figli, al diritto dell’abitare con affitti più o meno plausibili, ecc.?

È proprio questo che ci dobbiamo chiedere, cosa accadrà con questo rovescio dei processi che si stanno istituendo. Detto in altro modo, ci sarà uno scontro tra corpi sempre più spossessati e questa specie di “futurismo capitalistico” socialmente del tutto irresponsabile, per così dire, uno scontro frontale tra questi corpi e questa vertigine capitalistica illimitata?

Da una parte, dunque, abbiamo lo scenario montato dal Presidente, deregolamentazione e vertigine capitalistica, dall’altra vi sono però egli effetti delle sue politiche sulle persone. La velocità è il suo metodo, accelerare in continuazione per stressare e confondere, per non consentire che si stabiliscano dei ragionamenti o delle riflessioni. È difficile riflettere in tempo reale su quanto ha detto, ma in ogni caso dobbiamo farlo perché fra tre giorni forse tutto questo passerà in secondo piano data la vertigine che sta imprimendo alla sua gestione. Può darsi che nei prossimi giorni parli di politica internazionale o annunci altre misure shock, che peraltro ha anche promesso nel suo discorso in parlamento, e tutto questo sembrerà lontano. Tornando a quanto ponevi nella domanda, ho l’impressione che Milei abbia una sintonia del tutto straordinaria con le forme più digitalizzate dei movimenti finanziari del capitale. È come se i corpi fossero degli ostacoli, elementi di ritardo, di lentezza, di noia, è quanto ribadisce spesso anche nei suoi discorsi, occorre liberare le forze produttive degli Argentini, costi quel che costi, non importano gli effetti.

Effetti feroci che mostrano peraltro la totale insostenibilità sociale di un simile modello di governo della società. Abbiamo visto i primi effetti di cui parli: il licenziamento di decine di migliaia di impiegati pubblici, e anche del privato, un’inflazione brutale generata dalla svalutazione della moneta e che si è trasferita subito sui generi di prima necessità, un ulteriore spossessamento dei corpi in carne e ossa, delle classi popolari e dei pensionati. La parte importante della sua interpellazione sta nel ciò che bisogna fare, non tanto negli effetti; anzi, è come se non vi fossero effetti, poiché ciò che annuncia è una sorta di stato sociale naturale, la razionalità di mercato, la lotta di tutti contro tutti, come necessario “grado zero” della società. Poi bisogna darsi da fare, non aspettarsi nulla, qualunque diritto sociale è un’aberrazione, un intralcio allo sviluppo, come egli ha ribadito spesso. Credo che questo faccia parte di quell’offerta di accelerazione di cui parlavi. È come se Milei stesso si proponesse come l’incarnazione del dispotismo del capitale, del feticismo della merce, senza filtri né mediazioni. La domanda che ti vorrei porre è a chi offre però questa accelerazione, a quale soggetto sociale e soprattutto se questa sua offerta di accelerazione non abbia anche a che vedere con la “soluzione autoritaria” del governo del capitale che egli propone, poiché è il metodo veloce per eccellenza per un presunto sviluppo sociale ed economico, per la liberazione delle forze produttive degli Argentini, come tu dicevi, rispetto alle lentezze della democrazia formale, di una macchina statale governata dalla politica, dalle sue regole e mediazioni, da ciò che egli chiama le sue “clientele”. Si tratta di un discorso che va incontro a quella percezione generalizzata, comunque per certi versi vera, secondo cui tutto è fermo, nulla cambia, vanno avanti sempre gli stessi mentre la gente comune precipita. L’elemento da “guerra civile”, se così si può dire, aggiunto certo da Milei, ma già in opera da tempo nell’ordine del discorso mediatico, è che tra i privilegiati e corrotti dalla macchina statale vi sono le organizzazioni e i movimenti sociali, che si appropriano di risorse indebite e immeritevoli e fermano lo sviluppo di tutti. Qualcosa del genere abbiamo visto anche in Italia con l’attacco dell’ultradestra di Meloni al reddito di cittadinanza.

Comincio dalla prima parte della domanda. Può essere utile ricordare che quando Milei enfatizza il concetto di libertà di cui si fa promotore, interpella, mobilita il popolo ma non in rapporto allo stato, ai corpi riuniti in un progetto collettivo, o ai corpi favoriti da una qualche forma istituzionale. La democrazia, intesa come parlamentarismo politico, non gli interessa affatto. Non si appella a questo scenario, non lo vede come una risorsa o una necessità, o un obbligo, anzi lo vede come un problema, e penso consideri la democrazia soltanto come lo scenario entro cui egli deve fare la sua rivoluzione. Questo punto del suo programma è molto chiaro: l’obiettivo di Milei è disattivare tutte quelle regolazioni e forme istituzionali che le classi dominanti hanno storicamente prodotto come compromesso con i corpi, ovvero la burocrazia politica, la democrazia procedurale, la dimensione deliberativa, quello che resta del tessuto o della mentalità industriale come modalità di gestione o mediazione. Con il suo discorso, Milei ci fa sapere che il meglio di noi avviene quando chattiamo in rete, quando scambiamo denaro, quando abbiamo un’idea su come fare affari, quando ci consegniamo a questa specie di velocità sensibile, mentale di scambio, è li che siamo onnipotenti. Come corpi, siamo qualcosa di simile agli escrementi. L’intera società deve seguire questo istinto o pulsione alla produzione di valore con ogni mezzo necessario e a scapito di qualsiasi cosa. Rispetto alla seconda parte della domanda, a chi parla Milei, penso che ci siamo abituati a pensare al dominio capitalistico come a un dominio attraversato da segmenti, frammentato, composto da diverse frazioni e segmenti del capitale. Per questo ci chiediamo, quale frazione del capitale, quale blocco sociale di potere, rappresenti un governo o una coalizione politica: il capitale nazionale, la grande industria, il capitale finanziario globale, ecc.?

Mentre seguivo il suo discorso in parlamento, ho avuto l’impressione che Milei rappresenti il capitale nella sua essenza e velocità più pura, non nella sua frammentazione, e qui rispondo alla tua domanda: non credo Milei rappresenti un certo segmento egemonico o frazione del capitale a discapito di altri; ovvio che alcuni settori del capitalismo nazionale, intrecciati al funzionamento dello stato, verranno aggrediti dalle sue politiche ed egli tesse continuamente le lodi delle corporazioni transnazionali e dei monopoli, ma penso che lui si rivolga più che altro a una specie di nuovo eroe capitalistico in grado di assumere in sé la stessa velocità del capitale, vale a dire a qualunque soggetto abbia in sé una capacità straordinaria di accelerare.

Dentro la politica argentina, Milei non parla a nessuna frazione economica particolare. Diciamolo in altro modo: mi sembra che Milei parli soltanto a quelle frazioni del capitale e a quei soggetti che abbiano la capacità di reagire e di montare su ciò che sta arrivando, su ciò che egli stesso sta creando. Va ricordato che nelle ultime elezioni ha sconfitto tutti i gruppi di interesse e potere, così come è anche vero che egli attacca principalmente la sinistra e il peronismo, ma allo stesso tempo, per esempio, parla ad alcuni “peronisti” disposti ad ascoltarlo, non mi pare dunque ci sia un’interlocuzione diretta tra lui e un qualche segmento particolare delle classi capitalistiche locali.

È come se Milei rappresentasse l’attuale congiuntura capitalistica nel suo aspetto più spettrale e disincarnato, come se non fosse radicato da nessuna parte, e per questo parla come parla e non parla a nessun segmento politico-economico locale particolare. Quanto dici poi può spiegare quanto molti cerchiamo di spiegarci, non trovando mai la quadratura del cerchio. Nello specifico, il suo estremo personalismo, il suo programma intransigente e poco accomodante rispetto ai gruppi di potere reale tradizionali dell’Argentina, meglio rappresentati da Macri e da tutto l’antiperonismo più viscerale. Nell’alleanza di governo, non si capisce ancora chi sta usando chi. Questo aspetto da te enfatizzato spiega anche la disputa interna in corso tra questi gruppi di potere e Milei, che sono chiaramente d’accordo con buona parte del suo programma economico, con il suo estremismo neoliberale, ma non con il modo di implementarlo. A ogni modo, dal mio punto di vista, Milei può rappresentare, anche se a certe condizioni che gli verranno imposte da questi gruppi e che non sappiamo se egli accetterà, gli interessi di questo blocco agro-finanziario, e aggiungerei coloniale ed estrattivista, tradizionale nella storia argentina. Mi viene ora spontanea un’altra domanda, in rapporto a questa: qual è la composizione sociale del voto a Milei? Ricordiamo che è stato il presidente più votato dal ritorno della democrazia nel 1983, anche se al ballottaggio. Penso che la resistenza politica a Milei debba cominciare da qui, nel capire questa cosa, e non solo dalla sua alterizzazione o demonizzazione.

La tua domanda è un po’ l’ossessione del momento, cercare di capire cosa rappresenta Milei nell’elettorato comune, oltre i gruppi di potere. A me pare che Milei sa benissimo chi lo ha votato, qual è il suo elettorato e qual è stato il mandato per cui è stato scelto. In questo senso, vedo una certa efficacia politica di Milei, esprime sempre una certa lucidità su questo. E penso che per quanto riguarda il suo consenso, se così lo vogliamo chiamare, vi è una sorta di equivoco. Si pensa che Milei è un pazzo, che ha un discorso delirante, che non si sostiene su nulla, che non è supportato da un soggetto politico chiaro, che nessuno lo appoggia se non per motivi contingenti e specifici, si crede che da un momento all’altro crollerà, dovrà gettare la spugna e andarsene o cedere alle pressioni della destra di Macri. Il dibattito in Argentina è caratterizzato proprio da queste domande: quanto durerà Milei, ce la fa ad arrivare al mese prossimo, quando cadrà? Verrà cacciato da Macri o dalle lotte di piazza, passerà i tre mesi, o resisterà oltre marzo? Nel suo discorso al congresso, non si è visto nulla di tutto ciò, non ha dato l’impressione di uno che stia per cadere. Si è visto un politico che ha ancora l’iniziativa, ha ribadito la necessità di un riaggiustamento strutturale feroce, che per qualsiasi altro governo sarebbe stato insostenibile, avrebbe generato una situazione di totale e immediata ingovernabilità.

Secondo me, Milei, anche se ci costa capirlo, non sta nell’aria, ha un suo elettorato e una base sociale, e lui capisce benissimo questa situazione, sa estrarre un mandato da qui e metterlo in gioco, ovvero sa usarlo per estorcere il resto del mondo politico e istituzionale.

Milei ha vinto le elezioni annunciando con la motosega in mano un super riaggiustamento strutturale per rimettere in ordine il deficit fiscale e i conti dello stato. Il giorno dell’assunzione ha detto alla gente in piazza «non ci sono soldi, ci sarà solo austerity», e la gente lo applaudiva. Dobbiamo prendere sul serio questo fatto, perché ci dice qualcosa sulla composizione che lo sostiene. Si tratta di una composizione sociale che dal punto di vista politico può costituirsi come una maggioranza elettorale, ma che ha come tratto comune un rifiuto totale del sistema politico precedente, che manifesta una stanchezza non negoziabile rispetto a quanto avevamo a livello politico ed è disposta a sfasciare, a far scoppiare, tutto quanto è associato al sistema politico precedente.

Quando dico il sistema politico precedente non mi riferisco soltanto al peronismo nella sua versione kirchnerista, ma a tutto l’arco enorme di tempo che va da Cristina a Macri, grosso modo dal 2013 al 2023. Questo mi sembra assolutamente centrale. D’altra parte è vero che la radicalizzazione del voto che fa capo a Milei avviene da destra, è di destra o ultradestra, se così la vogliamo chiamare, ma è anche vero che se fosse solo quello avrebbe vinto Macri, che rappresenta una destra liberale tradizionale, con tutto ciò che questo può significare in Argentina.

Destra liberale tradizionale vuol dire qui, lo dico per pubblico italiano, uno spettro ideologico e politico rappresentato in passato da quello che possiamo chiamare il partito dei militari, che ha da sempre incarnato un’opzione politica ed economica liberale e neoliberale e che veniva riattivata ad ogni golpe. Oggi una parte di questo spettro è anche rappresentato dalla vice di Milei, Victoria Villaruel.

Sì, certo, anche Milei ha saputo interpellare una parte quel blocco che tu hai chiamato agro-finanziario tradizionale, da sempre assai vincolato agli interessi del capitale transnazionale. Ma ciò che qui voglio dire è che se fosse vero, come alcuni sostengono, che quanto è accaduto è semplicemente un giro a destra delle classi popolari argentine, sarebbe stato Macri il presidente. Qua vi è qualcosa di più. Il partito di Macri, il PRO, aveva vinto le elezioni di medio periodo del 2021, due anni prima dell’elezione di Milei, con una base del 41% dei voti. Tutto lo scontento verso il governo di Alberto Fernández e Cristina Kirchner (2019-2023) avrebbe trovato il suo giro a destra con Macri, ma questo non è accaduto. Macri è finito terzo nelle elezioni. Con Milei vi è stata una radicalizzazione a destra, ma una radicalizzazione di cui la parola destra, nel suo significato tradizionale, non spiega tutto, dobbiamo quindi cercare spiegazioni del voto che vadano al di là di questo continuo insistere sulla radicalizzazione a destra.

Sì, il trionfo di Milei esprime qualcosa di inedito nello scenario politico argentino. Credo sia importante ricordarlo, come dici, altrimenti ci perdiamo qualcosa. Ovviamente ciò che esprime ha delle somiglianze con quello che possiamo chiamare l’attuale ultradestra internazionale, ma non è del tutto riducibile a questo spettro. Anche altre categorie con cui viene letto il fenomeno in Italia, per esempio “sovranismo” e ancora meno “populismo”, servono più a sfuocare che a chiarire qualcosa. A me pare evidente che con Milei si chiude un lungo ciclo cominciato nel 1983 con il ritorno della democrazia, un ciclo che comunque restava legato agli anni Settanta. Un ciclo caratterizzato anche da una forte instabilità del peso, con svalutazioni della moneta tanto ricorrenti quanto brutali, con processi inflattivi e iperinflattivi piuttosto pesanti e che, tranne il cosiddetto decennio “vinto” (2003-2013) grazie al processo virtuoso innescato dalla grande insurrezione del 2001 e comunque non esente di contraddizioni, ha generato disuguaglianze crescenti, con livelli di povertà ed indigenza sempre più estesi e intollerabili. Si tratta di un periodo che altrove tu hai definito come “post-dittatura”, per enfatizzare la traccia indelebile che la dittatura, attraverso il terrorismo di stato, ha impresso nella società argentina. Penso sia importante questo termine per spiegare quanto stiamo cercando di spiegare.

Per tutto questo ti dicevo che dobbiamo cercare altre parole che spieghino questa radicalizzazione a destra, senza chiudere quanto è successo con la parola destra, perché cosi facendo rischiamo di non vedere tante cose. Vengo ora a quanto hai appena detto.

Vi è un’enorme insoddisfazione popolare con ciò che è stato la cultura politica dei 40 anni di democrazia, il cui 40esimo anniversario è stato proprio l’anno scorso, che si somma al grande malessere rispetto a come è stata gestita l’economia nell’ultimo decennio. Vi sono altri fenomeni da prendere in considerazione, come per esempio la devastante precarizzazione che ha colpito il mondo del lavoro negli ultimi anni. Tanto si è detto su questo, si tratta di un processo che ha provocato la scomposizione della vecchia classe operaia argentina che aveva dato luogo al peronismo.

Questo dato di fatto mi pare un fattore centrale. Nel 2001 con l’insorgere del movimento piquetero tutto questo era molto chiaro e poi, anche se alcuni movimenti sociali hanno cercato di produrre un nuovo ragionamento attorno alle economie popolari, ciò che abbiamo avuto nell’economia degli ultimi anni è stata una precarizzazione e un’informalizzazione del lavoro sempre più diffusa. Si tratta di un processo che ebbe un punto di non ritorno con la pandemia, in una situazione in cui vi era, da una parte, gente più o meno garantita che ordinava da mangiare a casa per telefono e, dall’altra, lavoratori ultra-precarizzati che glielo portavano in bicicletta.

La pandemia è uno spartiacque fondamentale per capire l’ascesa di Milei. Questo lavoratore precarizzato, di cui il rider è sicuramente l’emblema, è parte di una situazione socio-lavorale e urbana nuova che, con la pandemia e il rapido sviluppo del capitalismo digitale, divenne sempre più diffuso. Vi sono diverse ricerche che ci dicono che questo tipo di lavoratore, per lo più piuttosto giovane, abbia trovato in Milei un’ottima espressione per la sua insoddisfazione rispetto alla qualità della vita, pubblica e privata, ovvero in merito al suo accesso ai servizi pubblici in generale, alle cure mediche, all’istruzione, ecc. Questo tipo di lavoratore, come molti altri, nelle proprie intenzioni, votando per Milei, ha espresso un rifiuto frontale di tutta quella retorica politica che si riferisce al popolo argentino come se fosse un popolo omogeneo, integrato in forme di lavoro tradizionali, a cui si sta fornendo un’ottima serie di servizi pubblici. Questa favola discorsiva di una parte importante della retorica politica argentina ha trovato un forte limite presso la classe lavoratrice più giovane. Non è solo questo il votante di Milei, altri studi ci dicono altre cose. Ma è stato sicuramente un soggetto centrale del suo voto, come molte altre figure del lavoro autonomo informale, non certo specializzato e sempre più precarizzato. Altri studi ci dicono invece che Milei ha trovato un consenso significativo presso una parte importante di maschi giovani, presso una parte della popolazione che si sente interpellata dal suo antifemminismo.

Può essere importante ricordare che una parte maggioritaria dei maschi giovani hanno votato per Milei, mentre in altre età e generi non vi è questa differenza. È un fenomeno anche visibile, sono per lo più maschi giovani che esprimono una passione o mobilitazione per Milei, che si offrono anche come militanti della sua causa. Qui vi è chiaramente una soggettivazione reattiva contro l’onda verde degli ultimi anni, una reazione alla lotta per il diritto all’aborto e contro tutti gli avanzamenti del femminismo nella società.

Quanto stai dicendo mi pare molto importante per puntualizzare ancora meglio la composizione sociale del voto per Milei. Da un lato, lavoratori autonomi informali, precarizzati e non specializzati, dall’altro, maschi giovani sensibili a un discorso antifemminista e di restaurazione patriarcale. Non a caso tra le ultime misure varate da Milei, c’è stata l’abolizione del linguaggio inclusivo dal linguaggio istituzionale, l’eliminazione della prospettiva di genere dalle politiche pubbliche e una riduzione drastica dei fondi destinati alla promozione della parità di genere. Non c’è bisogno di aggiungere che queste due figure sociali non esauriscono la tipologia elettorale di Milei. Ricordiamo che al primo turno Milei ottenne circa il 30% dei voti, e che sarebbe questo il suo vero elettorato. Al ballottaggio vinse conquistando quel 25% dei voti che aveva ottenuto al primo turno il PRO di Macri e della ministra della sicurezza Patrizia Bullrich, ovvero un voto più tradizionalmente anti-peronista e di destra. Mi interessa però tornare sulla pandemia, sulla centralità della pandemia nell’ascesa di Milei. Credo ci possa dire qualcosa anche rispetto a quanto è successo in Italia.

Sì, prima della pandemia Milei era una figura assai marginale nel panorama politico, anche se aveva un’importante presenza mediatica. Il suo discorso sulla libertà cominciò ad attecchire proprio durante la pandemia. Nei media e nella sfera pubblica, infatti, è rimasto un senso comune piuttosto diffuso secondo cui la quarantena è stata un atto burocratico stalinista che ha rinchiuso per troppo tempo la popolazione. Questa critica ha dato sfogo, a modo suo, anche un connotato classista della gestione, poiché la verità è che in Argentina non vi erano le condizioni per tenere una parte della popolazione chiusa a casa per così tanto tempo, almeno non in quelle condizioni. Tanta gente aveva bisogno di uscire per procacciarsi un po’ di soldi, erano milioni di persone, per lo più non garantiti e lo stato ha impiegato moltissimo tempo nel capire questa cosa; inoltre non ha mai dato una risposta soddisfacente a questa esigenza.

Rispetto alla quarantena pandemica poi, secondo me, per capire una parte dell’esito del voto è importante tenere in considerazione un altro aspetto che ha a che vedere con i giovani. Tanti ragazzi, per avere una socialità, anche una sessualità e una soggettività accettabile, hanno dovuto trasgredire in questo periodo una normativa familiare, statale, pubblica e sanitaria. Il progressismo politico qui ha accettato passivamente questo scenario, in modo acritico, e non si è mai chiesto fino in fondo cosa succedeva con queste parti della popolazione, i giovani, i lavoratori che dovevano uscire per lavorare, ecc.

Vi è stato l’abituale autocompiacimento del progressismo, che appena capisce che un’idea è buona e bella, e soprattutto quando questa idea coincide con il proprio modo di vivere, la blinda, non si mette più in discussione. La sinistra spesso non capisce che vi sono altri, altri che non stanno vivendo allo stesso modo, che non stanno avendo la stessa esperienza sociale di questi progressisti, e che le idee non possono essere belle solo perché coincidono con i propri criteri morali, ma quando funzionano oltre ciò che noi vogliamo e pensiamo.

l’immagine di copertina di Herbert Brant da Pixabay

FUENTE DINAMOPRESS

Libertad y liberación. Foucault, Arendt y Fanon // Enzo Traverso

Las distinciones conceptuales entre libertad y liberación van más allá del conflicto canónico entre liberalismo y socialismo. Según Michel Foucault, la libertad no es un reino ontológico sino más bien una forma de vida socialmente producida y, como tal, no se opone sino que, al contrario, se inscribe en el poder a través de múltiples tensiones y prácticas. Hay «prácticas de la libertad» que transforman las relaciones sociales, modifican las jerarquías consolidadas y afectan las estructuras de los aparatos estatales dominantes, con lo cual actúan dentro de la «microfísica» de un poder difundido, rizomorfo y omnímodo1. Si el poder es un todo de relaciones y redes que nos dan forma y nos construyen, y con ello disciplinan nuestro cuerpo y cuidan nuestra vida tal como «un pastor protege su rebaño», la oposición entre poder y libertad no tiene sentido, habida cuenta de que el primero no puede ser destruido por una acción «liberadora». A juicio de Foucault, la liberación en cuanto enfrentamiento violento entre un Estado soberano y un sujeto insurgente era un relato mítico que presentaba la libertad como una especie de sustrato original cubierto, oculto y encadenado por la autoridad política. La libertad no puede «conquistarse», es preciso construirla mediante la introducción de prácticas de resistencia en las relaciones de poder; es el resultado de un proceso, la consecuencia de la construcción de nuevas subjetividades. Por ejemplo, la sexualidad no puede «liberarse» sino, antes bien, recibir una nueva forma de las «tecnologías del yo» apropiadas; en otras palabras, de nuevas prácticas de existencia –hechas de deseos, fuerza, resistencia y movimientos– por medio de las cuales los sujetos puedan constituirse2

Esta distinción foucaultiana entre libertad y liberación es a la vez fructífera y problemática. Es un valioso recordatorio de que un «reino de la libertad» no puede simplemente proclamarse o establecerse por un acto de la voluntad: todas las revoluciones quedaron atrapadas en el legado del pasado, un hecho que modeló profundamente cualquier intento de construir una nueva sociedad. Pero Foucault no era del todo original al criticar el fetichismo de la liberación: desde mediados del siglo xix, Karl Marx había hecho advertencias contra la ilusión de Mijaíl Bakunin de alcanzar la libertad mediante la «abolición» del Estado y contra la tentación de Louis-Auguste Blanqui de reducir la revolución a una suerte de técnica insurreccional. El quid es que, al criticar una concepción tan ingenua de la libertad, Foucault suprime simplemente la cuestión de la liberación. 

Vale la pena meditar seriamente sobre sus observaciones, y su oposición comprometida a la condición carcelaria de la década de 1970 es una prueba de que sus «prácticas de la libertad» no eran una fórmula vacía. No obstante, su rechazo de la liberación en nombre de la libertad suscita un legítimo escepticismo. Desde luego, el vínculo entre ambas no es teleológico y no traza una curva lineal ascendente para representar una expansión continua e irreversible de las capacidades y el goce, tal como la descripta por Nicolas de Condorcet en su famoso Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1795)3. La libertad no es el resultado de una autorrealización providencial e ineluctable. A fines del siglo xx, Eric Hobsbawm ya no creía en ese relato teleológico. A comienzos de los años 60 había comenzado su tetralogía sobre la historia de los siglos xix y xx como una sucesión de olas emancipatorias: 1789, 1848, la Comuna de París en 1871, luego la Revolución Rusa y por último, desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, las revoluciones de Asia y América Latina, de China a Cuba y Vietnam. La historia tenía un telos y la libertad era su horizonte natural. Implicaba progreso y el movimiento obrero era su herramienta. Después de 1989 y el derrumbe del socialismo real, Hobsbawm reconoció que esa periodización no reflejaba ninguna causalidad determinista ni describía una trayectoria lineal, pero, pese a todo, las experiencias de liberación que recorrían su relato histórico habían existido. Bajo el Antiguo Régimen, la libertad significaba una serie de «libertades» concretas: exenciones, permisos y privilegios otorgados a ciertos grupos4. Las revoluciones atlánticas establecieron una nueva idea universal de la libertad, inscripta tanto en los derechos naturales como en las leyes positivas, que creció en la imaginación colectiva y movilizó un poderoso simbolismo durante más de dos siglos. Las rupturas revolucionarias investigadas por Hobsbawm en su tetralogía sobre los siglos xix y xx prueban que esa idea universal tenía un carácter performativo. 

Foucault elaboró su dicotomía entre la libertad y la liberación en los años 80, la etapa final de su trayectoria intelectual, un momento en que, según muchos críticos, expresaba una franca inclinación hacia el individualismo y el neoliberalismo. Es cierto que en algunos textos marginales no excluía los levantamientos entre las prácticas de la libertad –«Hay sublevaciones», escribió, y «así es como la subjetividad (no la de los grandes hombres sino la de cualquiera) entra en la historia y le da su aliento»5–, pero eran excepciones. Su obra no expresa en ninguna parte interés alguno en las revoluciones, ni en las clásicas ni en las de su propio tiempo (con la extraña excepción de la Revolución Iraní, cuya crónica aceptó hacer para el diario italiano Corriere della Sera). Un uso fructífero de Foucault consistirá, tal vez, en rehistorizar su visión de la libertad para reconectarla de tal modo con la liberación. Es discutible que, en el siglo xix, la aparición de un nuevo poder biopolítico –lo que él llamaba «gubernamentalidad»– haya remplazado finalmente a formas anteriores de soberanía: la administración de cuerpos, poblaciones y territorios en vez del «derecho a decidir sobre la vida y la muerte»6. La gubernamentalidad dio nueva forma a la soberanía sin agotarla. La historia del siglo xx, con sus guerras totales y revoluciones, presenta la arrogancia apocalíptica del poder soberano. Muchas categorías foucaultianas son inútiles para los historiadores si no se conectan con las de Marx, Max Weber y Carl Schmitt7. Históricamente entendida, la libertad surgió como un poder constituyente que tuvo que vérselas con un poder soberano anterior y lo desestimó. 

De manera análoga a Foucault, aunque a partir de premisas filosóficas diferentes, Hannah Arendt trazó una línea entre liberación y libertad. En su famoso ensayo Sobre la revolución (1963) describió la liberación como un acto de voluntarismo –transicional y efímero por definición– que puede crear libertad pero también engendrar despotismo, en tanto que la libertad, puntualizaba Arendt, es un estatus permanente que requiere un sistema político republicano. La libertad permite a los seres humanos interactuar como ciudadanos, esto es, participar como sujetos iguales en una esfera pública común. Arendt se interesaba en la revolución exclusivamente como un momento fundacional de la libertad republicana, una constitutio libertatis. Sobre esa base, comparaba las revoluciones estadounidense y francesa como dos modelos antagónicos. Su intención no era cotejar dos experiencias históricas sino, antes bien, yuxtaponer dos tipos ideales en conflicto. Y su conclusión era clara: en tanto que la Revolución Estadounidense logró establecer la libertad republicana, la Revolución Francesa fracasó debido a su ambición de combinar la conquista de la libertad con la emancipación social. Más allá de la libertad, pretendía liberar a la sociedad de la explotación y la necesidad. Pero esto implicaba intervenciones autoritarias en el cuerpo social, y dado que la revolución era incapaz de preservar la autonomía del campo político, producía autoritarismo, despotismo y finalmente totalitarismo. «La Revolución Estadounidense siguió comprometida con la fundación de la libertad y el establecimiento de instituciones duraderas», escribía Arendt, mientras que la Revolución Francesa «estaba condicionada por las exigencias de liberarse no de la tiranía sino de la necesidad»8. Al separar de manera radical la política de la sociedad como dos esferas inconciliables, Arendt consideraba a la vez «fútil» y «peligroso» «liberar a la humanidad de la pobreza por medios políticos» y, por lo tanto, veía la Revolución Francesa como un fracaso global: el resultado, escribía, «fue que la necesidad invadió la esfera política, la única donde los hombres pueden ser verdaderamente libres»9. Curiosamente, su ensayo no analiza la Revolución Rusa, que persiguió de manera consciente el objetivo de cambiar las bases mismas de la sociedad mediante la abolición del capitalismo. 

 

En Los orígenes del totalitarismo (1951), Arendt dedica varias páginas a Edmund Burke, el primer crítico conservador de la filosofía de los derechos humanos, y lo presenta como un precursor del régimen totalitario10. Diez años después, lo valorará como un lúcido detractor de la Revolución Francesa. A su juicio, la crítica que hace Burke de los derechos humanos no es «ni obsoleta ni reaccionaria», dado que ha entendido que los iluministas franceses reprochaban al Antiguo Régimen haber privado a los seres humanos, no de la libertad y la ciudadanía, sino de los «derechos de la vida y la naturaleza»11Sobre la revolución es un texto contradictorio. Por un lado, defiende una concepción de la libertad cercana al anarquismo, sobre todo en su visión de la república como una forma de democracia directa que tiene sus encarnaciones en la Comuna de París, los soviets de 1917 y la revolución húngara de 1956. Por otro, su crítica de la Revolución Francesa reproduce muchos de los lugares comunes del liberalismo conservador, que siempre denigró el utopismo democrático radical de Jean-Jacques Rousseau como una premisa del totalitarismo. Esta contradicción merece explorarse. 

Según Arendt, la libertad implica una participación directa y activa en la vida pública; es una forma «agonal» u «ocular» de democracia, que rechaza el principio de representación: un campo de acción en el cual «el ser y el aparecer coinciden»12. No designa el pluralismo democrático como una multiplicidad de partidos políticos representados en un Parlamento; significa antes bien una esfera pública animada por la interacción de ciudadanos libres. En la concepción arendtiana, la política es el ámbito de lo infra, que es una reformulación del concepto heideggeriano de ser (Sein) como «ser con» (Mitsein)13. En una obra anterior, La condición humana (1958), Arendt había distinguido entre tres grandes formas de existencia humana: la labor, que implica un intercambio primario y casi metabólico entre los seres humanos y la naturaleza; el trabajo, que crea el mundo material y nuestro entorno social, y la acción, el reino de la libertad que no está sujeto a ninguna dialéctica entre medios y fines, porque es su propio fin14. En otras palabras, la libertad, la forma más alta y noble de política, es un campo autónomo radicalmente separado de la sociedad, y cualquier interferencia en ella plantea la amenaza del despotismo. En consecuencia, la república de Arendt carece de todo contenido social: la libertad no significa la emancipación respecto de la opresión económica y social, significa ciudadanos libres que fluctúan libremente en un vacío social. 

Su distinción radical entre libertad y necesidad excluye implícitamente de la política a todos aquellos cuyo principal interés es satisfacer sus necesidades vitales antes de participar en la esfera pública, y se limita a ignorar a quienes no lo hacen por falta de tiempo, conocimiento, educación, etc. Pero las revoluciones son precisamente los momentos en que los excluidos ya no carecen de voz y claman ser escuchados. Marx definió el comunismo como un «reino de libertad» que podía establecerse más allá del campo de la producción. Arendt se mostraba hostil a las revoluciones sociales, que a su entender eran o bien prepolíticas o antipolíticas. En su opinión, la responsabilidad última de ese trágico malentendido correspondía a Marx, un pensador cuyo «lugar en la historia de la libertad humana será siempre equívoco», dado que, concluía, «la abdicación de la libertad ante el dictado de la necesidad» había encontrado en él a «su teórico»15. Al criticar su concepto de revolución, Hobsbawm señalaba que, como historiador, no podía entrar en diálogo con ella. Hablaban lenguas diferentes, como los teólogos y los astrónomos en la Europa de la Era Moderna (y cabe imaginar quién, en esta analogía, encarnaba a Galileo y quién a la Inquisición)16

Este conflicto se remonta simplemente a la aporía original de la libertad moderna: la contradicción interna entre el hombre y el ciudadano que da forma a toda la cultura de la Ilustración y que el joven Marx había analizado en 1842 en sus escritos sobre los cercados renanos. Los más ricos y los más pobres son «iguales» como ciudadanos pero no, por supuesto, como «individuos particulares», esto es, como propietarios, condición que es el núcleo de la libertad tal como la define el liberalismo clásico. La Constitución francesa de 1793 había tratado de superar esta dicotomía entre el hombre y el ciudadano: todos los seres humanos (que encarnaban derechos universales e inalienables) eran ciudadanos (que disfrutaban de derechos positivos, instituidos y concretos) y la propiedad estaba subordinada al «derecho a la existencia». En otras palabras, la libertad y la igualdad iban juntas; no era la propiedad individual la que establecía vínculo entre ellas, sino las necesidades de la comunidad. Étienne Balibar describe esta unión con el concepto de igualibertad17

En la comparación de las revoluciones estadounidense y francesa, Alexis de Tocqueville fue probablemente más lúcido que Arendt. En tanto que la Revolución Estadounidense se dirigía contra un poder externo y no pretendía destruir ninguna estructura económica y social heredada del pasado, la Revolución Francesa apuntaba contra el Antiguo Régimen; su emancipación política no podía producirse sin destruir el edificio entero del absolutismo, un sistema de poder que había gobernado durante siglos y moldeado mentalidades, culturas y comportamientos18. La revolución no podía separar emancipación política y emancipación social: estaba forzada a inventar una nueva sociedad para remplazar la vieja. La Revolución Estadounidense resolvió la cuestión social por medio de la frontera: el espacio era el horizonte de su libertad y la democracia se concibió como una conquista, con la instalación de colonos y propietarios de tierras. La frontera era un horizonte inagotable de apropiación19. A fin de idealizar la Revolución Estadounidense, Arendt se vio obligada a pasar por alto sus estigmas originales: el genocidio de los pueblos indígenas y la aceptación de la esclavitud. Un siglo después, sin embargo, la Guerra de Secesión fue tan violenta y letal como lo había sido o lo sería el Terror en las revoluciones francesa y rusa. Arendt defendía una extraña concepción de la libertad, oscilante entre Rosa Luxemburgo y Tocqueville, otro gran admirador de la democracia estadounidense. 

En un famoso y controvertido artículo sobre Little Rock escrito en 1957, en el momento de la batalla por los derechos civiles en Estados Unidos, Arendt denunció vigorosamente toda forma de discriminación legal contra los afroestadounidenses, pero consideró su segregación social como un hecho inevitable y en definitiva aceptable que no podría resolverse a través de medidas políticas. «El interrogante», escribió en 1959, «no es cómo abolir la discriminación, sino cómo mantenerla confinada dentro de la esfera social, donde es legítima, e impedir que invada la esfera política y personal, donde es destructiva»20. Cabría señalar que la exclusión de la cuestión social de la esfera política es precisamente el argumento por medio del cual el liberalismo clásico siempre trató de legitimar los privilegios y poderes relacionados con la propiedad. En el siglo xix, la democracia era vista como la «invasión de la esfera política por la cuestión social», un peligroso sistema que los pensadores más prominentes del liberalismo, de John Stuart Mill a Benjamin Constant, rechazaban al vincular el derecho al voto con la propiedad. Es cierto que la ceguera de Arendt respecto de la cuestión social no procedía de la tradición filosófica del liberalismo clásico, sino más bien de una concepción existencialista de la «autonomía» de lo político21. El resultado, sin embargo, es el mismo: o bien al sacralizar la propiedad (Constant y Mill) o al ignorarla (Arendt), todos ellos excluían a los pobres del reino de la política. 

¿Cómo podemos explicar la controvertida visión que Arendt tenía de la libertad? Tal como escribió en varias oportunidades, había descubierto la política por conducto de la «cuestión judía», en cuanto era la cuestión de una minoría políticamente discriminada y perseguida pero socialmente integrada. Arendt escribió poderosas e iluminadoras páginas sobre el modo en que el antisemitismo había transformado a los judíos en parias, personas apátridas privadas de ciudadanía y, por lo tanto, de toda existencia jurídica y política; lo veía como el reflejo de las contradicciones internas de la Ilustración –la división irresuelta entre seres humanos y ciudadanos– y la crisis del Estado-nación en el siglo xx. El hecho es que, en eeuu, la segregación negra tenía su propia historia y no podía interpretarse desde una óptica judía22. Cuando los nazis promulgaron las leyes de Núremberg en 1935, hacía más de un siglo que los guetos judíos habían dejado de existir en Alemania. La abolición de la discriminación legal era sin duda un progreso, pero no puso fin ni al racismo ni a la opresión social que en la práctica vaciaba la propia emancipación legal. 

En términos más generales, Arendt era indiferente a cualquier forma de revolución anticolonial. Tal como hizo notar David Scott, «para Arendt solo hay dos revoluciones del siglo xviii, la francesa y la estadounidense», mientras que la Revolución Haitiana era simplemente impensable23. En su ensayo titulado Sobre la violencia (1970), ella señalaba «la escasez de rebeliones de esclavos y de levantamientos entre los desheredados y oprimidos» y agregaba que, cuando ocurrían, se generaba una «furia loca» que «convertía los sueños en pesadillas para todo el mundo»24. La violencia de los colonizados era peor que la opresión que sufrían –escribió contra Jean-Paul Sartre–, dado que era una «explosión volcánica» prepolítica que no podía producir nada fructífero más allá de remplazar a los líderes sin cambiar el mundo. El «Tercer Mundo» no era «una realidad sino una ideología» y su unidad era un mito tan peligroso como el llamado de Marx a la unidad de los proletarios con prescindencia de su nacionalidad25. En vez de ser los dirigentes de un proceso revolucionario de descolonización, Mao Zedong, Fidel Castro, Ernesto «Che» Guevara y Ho Chi Minh, con sus «ensalmos pseudorreligiosos», eran los «salvadores» de estudiosos desilusionados tanto con Oriente como con Occidente, los dos bloques enfrentados de la Guerra Fría, mientras que el Poder Negro se fundaba en la ilusión de crear una alianza entre los afroestadounidenses y ese mítico «Tercer Mundo» (en otras palabras, un movimiento antiblanco potencialmente racista). Escribir esto en 1970 no era simplemente inexacto ni chocantemente despreciativo: era la expresión de una asombrosa ceguera intelectual, por no hablar de un prejuicio claramente eurocéntrico y orientalista. 

Al deshistorizar la revolución, Arendt adhería a los clisés conservadores referidos a la barbarie de las razas inferiores y los continentes atrasados. En realidad, la violencia extrema distaba de ser una característica exclusiva de las revoluciones coloniales. Mediante la ejecución del rey, las revoluciones inglesa, francesa y rusa habían tratado de canalizar y controlar una ola espontánea de violencia desde abajo. Según Arno J. Mayer, el gran historiador del Terror en las revoluciones francesa y rusa, la violencia era consustancial a ellas, dos «furias» que arrasaban con cualquier orden o poder gobernante26. En 1834, la revista satírica francesa Le Charivari presentó la revolución como un «torrente» que lo inundaba todo con una fuerza elemental irresistible. Las revoluciones a menudo siguen una dinámica autónoma, como espirales fuera de control que apuntan a obliterar el pasado e inventar el futuro a partir de cero. Y como su poder constituyente choca violentamente con la antigua soberanía, necesitan destruir sus símbolos. No hay libertad sin la ejecución del rey. Como ya hemos visto, las revoluciones despliegan una espectacular carga iconoclasta que convierte la liberación en una realización visible y tangible. El 14 de Julio designa la toma por asalto de la Bastilla, que fue sistemáticamente demolida. La Comuna de París también necesitó su acto simbólico iconoclasta, que tuvo lugar con la demolición de la columna de Vendôme. Las insurrecciones son momentos de efervescencia colectiva en los que las personas comunes y corrientes sienten un deseo incontenible de invadir las calles, ocupar los sitios de poder, exhibir su propia fuerza, si es necesario tomar las armas y celebrar la liberación mediante manifestaciones de fraternidad y felicidad. Según Lenin, uno de los pensadores más austeros de la revolución, esta es un «festival de los oprimidos». Consciente de que la memoria revolucionaria necesita poderosos puntos de referencia icónicos, Serguéi Eisenstein hizo que la escena inicial de Octubre (1927) fuera la imagen de la multitud insurgente dedicada a destruir la estatua del zar. En julio de 1936, al estallar la Guerra Civil española, la libertad también significaba la lucha contra el fascismo, siempre representada como el acto de hacer añicos sus símbolos. La violencia de la lucha anticolonial no tenía, por tanto, nada de excepcional. Al analizar la quema de plantaciones durante la revolución de los esclavos en La Española, C.L.R. James la comparó con varias prácticas europeas análogas: «Los esclavos destruían sin descanso. Como los campesinos en la jacquerie o los desguazadores luditas, buscaban su salvación de la manera más obvia, la destrucción de lo que era, como bien sabían, la causa de su sufrimiento, y si destruían mucho era porque habían sufrido mucho»27. Es casi imposible leer las palabras de Arendt sobre la violencia anticolonial –«furia loca» y «pesadillas»– sin pensar en el famoso capítulo sobre la violencia de Los condenados de la tierra (1961), el libro de Frantz Fanon. El contraste es impresionante. La categórica separación trazada por Arendt entre libertad y necesidad recuerda el retrato que hace Fanon de la dicotómica ciudad colonial, donde coexisten de hecho dos ciudades: la blanca y la de color; la primera, europea y «civilizada», la segunda, «primitiva», dominada por preocupaciones elementales y de ordinario descripta con un léxico zoológico: colores, olores, promiscuidad, suciedad, desorden, ruido, etc. Fanon se concentraba en los símbolos corporales de esa alienación, que describía como una especie de «espasmo muscular» o «tetania». Esta expresaba una agresividad internalizada que podía desembocar en la «autodestrucción», un comportamiento que muchos observadores occidentales interpretaban como «histeria» indígena28.

Lo que Arendt llamaba «furia loca» era para Fanon una violencia regeneradora. A su juicio, la violencia era un medio necesario de liberación que «desintoxicaba» y «rehumanizaba» a los oprimidos: «El hombre colonizado se libera con y a través de la violencia»29. Esta, nacida como contraviolencia, se convertía en una etapa crucial en el proceso dialéctico de liberación, en el que cumplía, en términos hegelianos, el papel de la «negación de la negación»: no una ilusoria «reconciliación» (la perjudicial perspectiva de «humanizar» el colonialismo), sino una radical supresión tanto de gobernantes como de gobernados. La relación sujeto-objeto establecida por el colonialismo estaba rota: el objeto se había convertido en un sujeto. La violencia revolucionaria no podía interpretarse como una lucha por el reconocimiento, era una lucha para destruir el orden colonial y, en ese sentido, su desorden era a la vez «un síntoma y una cura»30.

Desde luego, esta metamorfosis conceptual de la «furia loca» arendtiana en la violencia redentora de Fanon implica un desplazamiento epistémico: ver el colonialismo con los ojos del colonizado y adoptar un punto de observación no occidental. Arendt era incapaz de efectuar tal cambio de perspectiva. Es interesante señalar que Jean Améry (Hans Mayer), un judío austríaco que había sido deportado a Auschwitz y apoyó al Frente de Liberación Nacional (fln) durante la Guerra de Argelia, admiraba a Fanon y defendía su visión de la violencia. Fanon, puntualizaba, «ya no estaba en el circuito cerrado del odio, el desprecio y el resentimiento»31. Su visión era política y no tenía nada en común con las glorificaciones míticas, nihilistas o místicas de la violencia tal como podía encontrárselas en los escritos de Georges Sorel, el joven Walter Benjamin («divina violencia») o Georges Bataille (el sufrimiento como un acceso sensualista a lo sagrado). La violencia y la opresión no eran un destino ineludible; su cadena inmemorial podía romperse. En Más allá de la culpa y la expiación (1966), su testimonio sobre la guerra y la deportación, Améry recordó que, mientras lo torturaban en el fuerte de Breendonk, Bélgica, por ser un miembro de la Resistencia, su anhelo era poder dar una «forma social concreta a [su] dignidad con un puñetazo en una cara humana»32. A su entender, la concepción de la violencia de Fanon era al mismo tiempo existencial e histórica. Contenía, a no dudar, «aspectos patentemente mesiánico-milenaristas», pero esto no hacía sino reforzar su legitimidad: «La libertad y la dignidad deben alcanzarse por la vía de la violencia, para que sean libertad y dignidad»33. Améry no defendía la concepción de Fanon como un filósofo existencialista (Sartre había prologado Los condenados de la tierra), lo hacía como un sobreviviente judío de los campos nazis. La violencia revolucionaria, escribía, «no solo es la partera de la historia, sino la del ser humano cuando este se descubre y se da forma en la historia»34

En Los orígenes del totalitarismo, Arendt había comprendido el vínculo genético que conectaba el imperialismo del siglo xix con el nacionalsocialismo y sus políticas de exterminación, pero en sus obras posteriores abandonó esa vigorosa intuición y, en última instancia, su enfoque de la política siguió siendo profundamente eurocéntrico. Su ensayo sobre la revolución no menciona la Revolución Haitiana. El derrocamiento del colonialismo por un movimiento autoemancipatorio de personas esclavizadas era «impensable» dentro de su categoría de libertad. A pesar de sus fructíferas intuiciones al final de la Segunda Guerra Mundial, terminó, en definitiva, por adherir a la cultura eurocéntrica predominante. 

Tal como señala Domenico Losurdo, en el siglo xix la libertad estaba restringida por fuertes límites de clase, raza y género: solo la propiedad permitía una ciudadanía completa a los varones blancos, en tanto que los proletarios, los pueblos colonizados y las mujeres carecían del derecho al voto35. En lo sucesivo, una genealogía de la libertad debía verse como un proceso que conectaba tres formas de liberación que históricamente habían adoptado los nombres de socialismo, anticolonialismo y feminismo.

Nota: este artículo es un extracto del libro Revolución. Una historia intelectual, FCE, Buenos Aires, 2022. Traducción: Horacio Pons.

 
  • 1.

    Sobre el concepto de «prácticas de la libertad», v. M. Foucault: «L’éthique du souci de soi comme pratique de la liberté» [1984] en Dits et écrits1954-1988 4, 1980-1988, Gallimard, París, 1994. [Hay edición en español: «La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad» en Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales III, Paidós, Barcelona, 1999]. Sobre el concepto de poder como una red compleja de «relaciones de poder», v. los textos reunidos en M. Foucault: Essential Works of Foucault1954-1984 3: Power, The New Press, Nueva York, 2000.

  • 2.

    Ver M. Foucault: Technologies of the Self: A Seminar with Michel Foucault, University of Massachusetts Press, Amherst, 1988. [Hay edición en español: Tecnologías del yo y otros textos afines, Paidós / Institut de Ciències de l’Educació de la Universitat Autònoma de Barcelona, Barcelona, 1990].

  • 3.

    Jean-Antoine-Marie-Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet: The Sketch [1795] en Political Writings, Cambridge UP, Cambridge-Nueva York, 2012. [Hay edición en español: Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2004].

  • 4.

    Ver Mona Ozouf: «Liberté» en François Furet y M. Ozouf (comps.): Dictionnaire critique de la Révolution française 4: Idées, Flammarion, París, 1992. [Hay edición en español: «Libertad» en Diccionario de la Revolución Francesa, Alianza, Madrid, 1989].

  • 5.

    M. Foucault: «Inutile de se soulever?» [1979] en Dits et écrits, 1954-1988 3: 1976-1979, Gallimard, París, 1994, texto núm. 269, p. 790. [Hay edición en español: «¿Es inútil sublevarse?» en Estética, ética y hermenéutica, cit.].

  • 6.

    M. Foucault: «Right of Death and Power over Life» en History of Sexuality 1: An Introduction, Penguin, Nueva York, 1978, p. 135. [Hay edición en español: «Derecho de muerte y poder sobre la vida» en Historia de la sexualidad 1: La voluntad de saber (1976), Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2016]. Según Foucault, la biopolítica implicaba «una nueva mecánica de poder, que tiene procedimientos muy particulares, específicos, instrumentos completamente novedosos [y] un aparato muy diferente». A su entender, ese poder biopolítico era «absolutamente incompatible con las relaciones de soberanía». Ver M. Foucault: Society Must Be Defended: Lectures at the Collège de France, 1975-1976, Picador, Nueva York, 2003, p. 35. [Hay edición en español: Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975-1976), FCE, Buenos Aires, 2000]. Esta supuesta incompatibilidad entre biopolítica y soberanía fue criticada por Roberto Esposito en Bíos. Biopolitics and Philosophy, University of Minnesota Press, Mineápolis, 2008. [Hay edición en español: Bíos. Biopolítica y filosofía, Amorrortu, Buenos Aires, 2006].

  • 7.

    Más que una conciliación o una síntesis imposible entre Marx y Foucault, esto implicaría trabajar con ellos asumiendo su «disyunción». V. Étienne Balibar: «L’anti-Marx de Michel Foucault» en Christian Laval, Luca Paltrinieri y Ferhat Taylan (comps.): Marx & Foucault: Lectures, usages, confrontations, La Découverte, París, 2015. V. tb. E. Traverso: «Biopotere e violenza: sugli usi storiografici di Foucault e Agamben» en Contemporanea vol. 12 No 3, 7/2009.

  • 8.

    H. Arendt: On Revolution [1963], Penguin, Nueva York, 2006, p. 82. [Hay edición en español: Sobre la revolución, Alianza, Madrid, 1988].

  • 9.

    Ibíd., p. 104. La oposición trazada por Arendt entre las revoluciones norteamericana y francesa no es nueva. Como señala Antonio Negri, el primero en pensarla fue Friedrich von Gentz, en su introducción a la traducción alemana de las Reflexiones sobre la revolución en Francia de Edmund Burke, que por entonces habían popularizado los partidarios de John Adams contra Thomas Jefferson durante la campaña presidencial de 1800. Ver A. Negri: Insurgencies: Constituent Power and the Modern State [1992], University of Minnesota Press, Mineápolis, 1999, pp. 25 y 26. [Hay edición en español: El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994].

  • 10.

    H. Arendt: The Origins of Totalitarianism, Harcourt Brace Jovanovich, Nueva York, 1976, pp. 175-176. [Hay edición en español: Los orígenes del totalitarismo, 3 vols., Alianza, Madrid, 1981-1982].

  • 11.

    H. Arendt: On Revolution, cit., pp. 98-99.

  • 12.

    H. Arendt: The Life of the Mind, Harcourt Brace Jovanovich, Nueva York, 1978, p. 19. [Hay edición en español: La vida del espíritu, Paidós, Buenos Aires, 2002]. V. tb. H. Arendt: The Human Condition, University of Chicago Press, Chicago, 1958, p. 50. [Hay edición en español: La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993]. Sobre el concepto «agonal» de la política en Arendt, v. Seyla Benhabib: The Reluctant Modernism of Hannah Arendt [1996], Rowman & Littlefield, Lanham, 2000, pp. 125-126 y 199-200.

  • 13.

    H. Arendt: «Introduction into Politics» [1950] en The Promise of Politics, Schocken Books, Nueva York, 2005. [Hay edición en español: «Introducción a la política» en La promesa de la política, Paidós, Barcelona, 2008]. Sobre el concepto de política en Arendt como una reconsideración crítica de la ontología heideggeriana de Ser y tiempo [1927], v. en particular S. Benhabib: ob. cit., pp. 51-57.

  • 14.

    H. Arendt: The Human Condition, cit.

  • 15.

    H. Arendt: On Revolution, cit., p. 51.

  • 16.

    E. Hobsbawm: «Hannah Arendt on Revolution» [1965] en Revolutionaries: Contemporary Essays [1973], The New Press, Nueva York, 2001. [Hay edición en español: «Hannah Arendt acerca de la revolución» en Revolucionarios. Ensayos contemporáneos, Crítica, Barcelona, 2010].

  • 17.

    V. en particular É. Balibar: «The Proposition of Equaliberty», «The Reversal of Possessive Individualism» y «New Reflections on Equaliberty: Two Lessons» en Equaliberty: Political Essays [2010], Duke UP, Durham, 2014, caps. 1-3. [Hay edición en español: «La proposición de la igualibertad», «La inversión del individualismo posesivo» y «Nuevas reflexiones sobre la igualibertad (dos lecciones)» en La igualibertad, Herder, Barcelona, 2017].

  • 18.

    Ver A. de Tocqueville: The Old Regime and the Revolution, University of Chicago Press, Chicago, 1998. [Hay edición en español: El Antiguo Régimen y la Revolución, FCE, Ciudad de México, 1996].

  • 19.

    Después de aprobar con entusiasmo la concepción arendtiana de la revolución como la expresión de la autonomía de la política –un «poder constituyente» que, como un «principio expansivo», crea lo político «de la nada» (A. Negri: Insurgencies, cit., pp. 25-30)–, Negri propone una interpretación sociohistórica de la Revolución Estadounidense como una «frontera» de la libertad en la cual «el espacio funda el poder porque se lo concibe como apropiación, expansión» (ibíd., cap. 4).

  • 20.

    H. Arendt: «Reflections on Little Rock» en Dissent vol. 6 No 1, invierno de 1959, p. 51. [Hay edición en español: «Reflexiones sobre Little Rock» en Responsabilidad y juicio, Paidós, Barcelona, 2007]. En Kathryn T. Gines: Hannah Arendt and the Negro Question, Indiana UP, Bloomington, 2014, se encontrará una cuidadosa crítica de la posición de Arendt sobre la lucha contra la segregación de los negros en EEUU durante la década de 1950.

  • 21.

    Sobre las raíces existencialistas del concepto de lo político de Arendt, v. Martin Jay: «The Political Existentialism of Hannah Arendt» en Permanent Exiles: Essays on the Intellectual Migration from Germany to America, Columbia UP, Nueva York, 1986. [Hay edición en español: «El existencialismo político de Hannah Arendt» en Exilios permanentes. Ensayos sobre la migración intelectual alemana en Estados Unidos, El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2017].

  • 22.

    Ver E. Traverso: «Between Two Epochs: Jewishness and Politics in Hannah Arendt» en The End of Jewish Modernity, Pluto Press, Londres, 2016. [Hay edición en español: «Entre dos épocas: judeidad y política en Hannah Arendt» en El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador, FCE, Buenos Aires, 2014].

  • 23.

    D. Scott: Conscripts of Modernity: The Tragedy of Colonial Enlightenment, Duke UP, Durham, 2004, p. 217. El adjetivo «impensable» debería entenderse en el sentido que le da Michel-Rolph Trouillot: la Revolución Haitiana era «impensable» en el marco del pensamiento occidental. Ver M.-R. Trouillot: Silencing the Past: Power and the Production of History, Beacon Press, Boston, 1995, p. 82. [Hay edición en español: Silenciando el pasado. El poder y la producción de la historia, Comares, Granada, 2017].

  • 24.

    H. Arendt: «On Violence» en Crises of the Republic, Harcourt Brace Jovanovich, Nueva York, 1972, p. 123. [Hay edición en español: «Sobre la violencia» en Crisis de la república, Trotta, Madrid, 2015].

  • 25.

    Ibíd., pp. 123 y 124. Sobre el «eurocentrismo generalizado» de Arendt, v. Judith Butler: Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism, Columbia UP, Nueva York, 2012, pp. 139-140.

  • 26.

    A.J. Mayer: The Furies: Violence and Terror in the French and Russian Revolutions, Princeton UP, Princeton, 2000. [Hay edición en español: Las Furias. Violencia y terror en las revoluciones francesa y rusa, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2014].

  • 27.

    C.L.R. James: The Black Jacobins: Toussaint L’Ouverture and the San Domingo Revolution [1938], Vintage, Nueva York, 1989, p. 88. [Hay edición en español: Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture y la revolución de Haití, Turner / FCE, Madrid-México, 2003].

  • 28.

    F. Fanon: The Wretched of the Earth [1961], Grove Press, Nueva York, 2004, pp. 19 y 217. [Hay edición en español: Los condenados de la tierra, FCE, Ciudad de México, 1963].

  • 29.

    Ibíd., p. 44.

  • 30.

    Ibíd., p. 217.

  • 31.

    J. Améry: «The Birth of Man from the Spirit of Violence: Frantz Fanon the Revolutionary» [1969] en Wasafiri vol. 20 No 44, 2005, p. 14. [Hay edición en español: «El nacimiento del hombre desde el espíritu de la violencia: Frantz Fanon» en F. Fanon: Escritos políticos, Ennegativo, Medellín, 2020].

  • 32.

    J. Améry: At the Mind’s Limits: Contemplations by a Survivor on Auschwitz and its Realities [1966], Indiana UP, Bloomington, 1980, p. 91. [Hay edición en español: Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia, 2a ed. rev. y cor., Pre-Textos, Valencia, 2004].

  • 33.

    J. Améry: «The Birth of Man from the Spirit of Violence», cit., p. 16.

  • 34.

    Ibíd.

  • 35.

    D. Losurdo: Liberalism: A Counter-History [2005], Verso, Londres, 2011. [Hay edición en español: Contrahistoria del liberalismo, El Viejo Topo, Barcelona, 2007].

Licuadora y forma Estado // Diego Sztulwark

 

Una metáfora ha triunfado. Es la metáfora de la licuación. Su sentido transformativo es convocado para publicitar el pasaje desde un régimen político agotado hacia una nueva forma estatal. De ahí su hiper-presencia en boca de políticos, economistas y analistas mediáticos. Se engolosinan con esa palabra, que en su origen designa el cambio en una substancia de su estado gaseoso a líquido. Así, licuar el gasto público, las jubilaciones y/o los salarios sería parte de una transformación material de mayor alcance, en el que habría que contabilizar otros flujos en alza, como tarifas, ganancias y rentas del gran capital en revalorización. 

Hace pocos días el presidente explicó que entre licuadora y motosierra no habría diferencia de naturaleza sino sólo de grado: intensificando la licuación se arribaría a la intensidad motosierra. Todo un vocabulario de época condensado en estos artefactos mecánicos. Y de hecho, es curioso lo que se descubre al reparar en el uso doméstico de las licuadoras. Pues ellas no convierten lo gaseoso en fluido, sino cuerpos sólidos en líquidos (como sucede con los licuados de fruta, por ejemplo). El electrodoméstico licuadora somete cuerpos orgánicos diversos al corte que les asestan pequeñas cuchillas actuando a altísima velocidad. Filo cortante y aceleración. Este arte de la licuación completa la metáfora, acercándola a la picadora de carne. Licuar, picar, cortar. Cada artefacto ostenta en el lenguaje actual el aparataje metafórico correspondiente a un verbo infinitivo. Su efectividad política procede precisamente de la pluralidad de niveles en los que operan. Actúan a la vez como incisiones pedagógicas, gestos imperativos y piezas de espectáculo. Como en la vieja tradición del comunicador Bernardo Neustadt, para quien la jerga periodística debía dotar a la política neoliberal de imágenes conversacionales capaces de integrar la razón del ajuste junto al sentido común de las familiares “amas de casa” (la célebre Doña Rosa). Así, licuar o cortar, palabras que remiten a acciones ordinarias, asumen una función articulatoria que las vuelven coextensivas de las licuaciones y recortes que se propagan como “recetas” desde en las fórmulas inmateriales de las finanzas. 

Y bien, todo esto se nota en la columna de esta mañana de Carlos Pagni. Allí se exponen con sencillez los tres puntos principales del plan de reformas que interesan en este momento al gobierno: «declaración de la emergencia económica y delegación de facultades parlamentarias al Poder Ejecutivo; desregulación minera y energética, y régimen de garantías para grandes inversiones». Traduzcamos rápido: una cuota de poder excepcional legalizado, intensificación del neo-extractivismo y protección política de los tres poderes al gran capital. Con este programa como norte, las élites moldean el rumbo de una transformación y la forma que desean imprimirle a la estatalidad. Pensando en esto, el presidente sacó a relucir la semana pasada un instrumento político preciso: un “pacto” gracias el cual una mayoría de gobiernos provinciales puedan negociar, a cambio de beneficios económicos, su propia integración al plan político. De prosperar tal integración, las provincias arrastrarían consigo una mayoría parlamentaria (de la que el ejecutivo carece), alineada menos en torno a partidos y más en función del poder de los gobernadores. Sólo falta resolver, dice Pagni, la distribución de los costos de la próxima etapa definida por feroces aumentos de tarifas y licuación de jubilaciones. Pacto y licuadora, entonces. 

La expectativa de las élites en pugna consiste en superar la crisis por medio de una actualización -que es también una licuación- del orden estatal de acuerdo a las pautas de integración que se deducen del mercado mundial (Argentina tiene aquello que “el mundo” necesita). Dicha pugna al interior de la casta ocurre bajo presión de una notable aceleración, pues según ellos mismos creen el tiempo con que cuentan -determinado por los límites de la paciencia popular- no será mucho. Tres son los consensos operativos bajo los cuales aspiran a contener la lucha de clases en medio de esta transición violenta: el máximo aprovechamiento de la frustración del gobierno peronista 2019-2023, cargándola por entero a la cuenta de los feminismos, las organizaciones populares y los pensamientos de izquierda (trípode de la enemistad última de la publicística extremo-derechista); la máxima penetración del lenguaje de la economía política neoliberal en el lenguaje colectivo (recorte y licuación de todo afecto en el lenguaje), como modo de convalidar en la sociedad los salvajismos de la política (tal y como ocurrió según combinaciones diversas en 1976, 1989 y 2015); y una demolición sistemática de las capacidades de la vida popular para extraer balances críticos agudos de las propias derrotas (de estos últimos cuarenta años o incluso 20 años), sin los cuales cuesta el doble insuflarle a las resistencias del presente un carácter de ofensiva política desde abajo. Ante semejante contexto, este mes de marzo, con sus grandes fechas del 8 y el 24, emerge la posibilidad de acciones masivas y reflexivas, articuladores de un dramatismo urgente y de un hartazgo que busca y no deja de buscar su hora.

 

 

 

 

 

Yo de Kafka // Diego Sztulwark

En la primera parte de los manuscritos de El castillo, Kafka escribe «yo» para dar cuenta del personaje central. Avanzada la historia, aparece K. Por lo que a la hora de homogeneizar el texto, le bastó con borrar “yo” y sustituir lo borrado por la inicial de su apellido. K no es exactamente Kafka, ni deja de serlo. Esta relación literaria consigo mismo es una de las cuestiones planteadas. La letra, aun siendo la más personal del abecedario, es notoriamente menos que el apellido. Actúa como rastro -soporte- mínimo de un yo que surge de los estados interiores de su autor. K es un héroe sin cualidades ni preparación alguna para serlo. Un héroe sin mayor interés, salvo aquel que procede de su desposesión de atributos favorables, sus lagunas lógicas y su destinación al fracaso. En la carta escrita a su padre Kafka cita a Joseph K (héroe de El proceso): «teme que la vergüenza le sobreviva». Kafka busca apoyo en el temor a que la vergüenza lo envuelva por completo: que sólo ella quede para dar testimonio de su existencia una vez cerrado el proceso y sea asesinado. Este «yo» narrativo -llamado K- posee un particular atractivo para un lector que se pregunta si acaso aquel individuo (esa forma de individualidad) no es el héroe más genuino, aquel que protagoniza sus propias historias sin resultar particularmente agraciado. La única virtud -realmente fascinante- de K es la de ser el más sincero consigo mismo y por eso más entrañable y valiente que cualquier otro narrador. El tono desesperado con que confiesa temer la vergüenza lo vuelve incluso más verdadero y más creíble a la hora de emprender la tarea originaria de la escritura, relativa comprender las trampas de las que el sujeto desespera. Este decir la verdad sobre sí mismo, que pudo haber sido despreciada por quienes derivan la legitimidad de todo discurso de su aptitud para la batalla exterior, social o política, hace de Kafka el maestro de un yo genuino y deseable, más auténtico que aquellos otrxs que ostentan solidas retóricas relativas al saber o al hacer. La voz subjetiva del yo de Kafka, que hace de la historia universal un episodio más de su acontecer interior (Kafka escribe en la entrada del 2 de agosto de 1914 de su Diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, escuela de natación”) es también aquella cuya honestidad lo vuelve más confiable para descifrar lo signos que organizan la situación del existente sobre todo a aquel que padece la incapaz de dar cuenta de su impotencia política. De esta “imposibilidad de vivir” propia de la vida es de donde proviene la fuerza de los personajes de Kafka. Ellos personifican como nadie esa imposibilidad de vivir del viviente, la impotencia inicial o la frágil interioridad propia de toda potencia.

Incluso los japoneses no hablan japonés // Jun Fujita Hirose

Las Jornadas de Estudios Japoneses, organizadas por el Departamiento de Filosofía y Sociedad en el Salón de Grados de la Facultad de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, el 20 de febrero de 2024.

El título de mi conferencia debería ser: “Incluso los japoneses no hablan el japonés” en lugar de “hablar japonés”. Prontito ustedes verán por qué.

 

  1. ¿La lengua oficial de Japón es el japonés?

No. En la Constitución de Japón de 1946 ningún artículo reconoce el japonés como lengua oficial del Estado, ni siquiera se refiere al japonés. Fuera de la Constitución tampoco existe legislación alguna que reconozca el japonés como lengua oficial del Estado.   

(1) Japón no tiene lengua oficial.

(2) El japonés no sólo no es la lengua oficial de Japón, sino que además el japonés no existe oficial o públicamente, dado que su existencia no está reconocida jurídicamente por el Estado. El japonés no existe, o sólo existe en privado.

 

  1. ¿En qué lengua está escrita la propia Constitución de Japón?

En una lengua. En una lengua ovni. En una lengua desconocida por el Estado. En una lengua que no tiene ninguna legitimidad para servir en la redacción del texto constitucional. Teóricamente la Constitución de Japón podría haberse redactado en cualquier otra lengua.

La lengua en cuestión no tiene tampoco nombre oficial. Sólo podemos susurrarnos su nombre en secreto. Nos susurramos su nombre, pero nadie está seguro de que entendamos exactamente lo mismo por ese nombre, que es el japonés.

 

  1. ¿La lengua oficial de España es “el español”?

No. En el artículo 3 de la Constitución española de 1978, la cláusula primera dice que “el castellano es la lengua española oficial del Estado” y la segunda cláusula dice que “las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas […].” Esas dos cláusulas declaran que la lengua oficial de España no es “el español” sino el castellano, puesto que el castellano es una de las “lenguas españolas”. Y esas cláusulas prevén la posibilidad de que las demás lenguas españolas sean cooficiales.   

La tercera y última cláusula del artículo 3 dice: “La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural […].” Así el Estado reconoce constitucionalmente la existencia del castellano y de las demás lenguas españolas.

(1) España tiene su lengua oficial y sus lenguas cooficiales.

(2) El castellano y las demás lenguas españolas existen oficial o públicamente.

(3) El término “castellano” es el nombre oficial dado a una lengua cuya existencia está reconocida por el Estado.

(4) La propia Constitución española legitima el hecho de que está redactada en castellano y en las demás lenguas españolas (el balear, el catalán, el gallego, el valenciano y el euskera).

 

  1. ¿Cuáles son las lenguas oficiales de Chile, México, Argentina y Uruguay?

Ninguno de esos cuatro países tiene lengua oficial jurídicamente reconocida. No existe entonces ningún fundamento jurídico para el hecho de que sus respectivas Constituciones están escritas en una lengua determinada. Esto no significa, sin embargo, que la lengua en cuestión no tenga nombre oficial. Se denomina “español” o “castellano” oficialmente y recibe ese nombre oficial de España.

 

 

 

  1. ¿Japón tiene su nombre oficial?

Sí y no. Japón tiene su nombre oficial en forma escrita, pero no en forma oral. La Constitución de Japón denomina al Estado “日本国” con tres sinogramas (kanji), pero no precisa su pronunciación. Esa palabra escrita en tres sinogramas se pronuncia habitualmente “nihon-koku” o “nippon-koku”, pero ambas pronunciaciones no están reconocidas jurídicamente como oficiales.

(1) Japón sólo tiene su nombre oficial escrito en sinogramas, es decir, en letras de origen chino; y, a nivel oral, sólo podemos susurrarnos sus nombres provisionales o aproximativos.

(2) Lo mismo con el nombre del pueblo japonés. La Constitución de Japón comienza por referirse a ese pueblo al denominarlo “日本国民” con cuatro sinogramas, pero nunca precisa su pronunciación. Esos cuatro sinogramas forman un tetragrámaton, comparable al del nombre del Dios único (YHVH o YHWH). El pueblo japonés es un peuple inavouable, un pueblo inconfesable o sólo confesable en privado.

 

  1. ¿Japón tiene su Antonio de Nebrija?

No. Japón no tiene tampoco su Real Academia.

Durante el Período Edo que duró 260 años hasta la Restauración Meiji de 1868, Japón estuvo dividido en tres centenares de dominios, entre los cuales la circulación de personas estuvo muy restringida por el gobierno central. Esto produjo múltiples dialectos regionales muy distintos entre sí. El proceso de unificación de Japón en un Estado-nación necesitó el establecimiento de una lengua estándar, pero lo que se encargó de esa tarea no fue un Nebrija ni una Real Academia, sino la libre circulación de personas y la comunicación de masas, en otros términos, un laisser-faire lingüístico.

Esto dicho, desde principios del siglo veinte, Japón lleva siempre disponiendo de un consejo asesor que se dedica al establecimiento de normas gramaticales y a la elaboración de políticas lingüísticas estatales. Sin embargo, la competencia efectiva de ese consejo ha sido siempre muy limitada y en ningún caso comparable a la de la Real Academia Española o de la Academia francesa.

 

  1. ¿Es posible evaluar si uno habla bien o mal el japonés?

Sí, es posible. Y no sólo es posible, sino que cada vez que uno dice algo en japonés, se expone necesariamente a la evaluación de si habla bien o mal el japonés. Pero, esa evaluación no puede ser trascendente, puesto que, como acabamos de ver, no existe ninguna autoridad capaz de producir normativas coercibles. La evaluación no se hace según las normativas, sino en las relaciones de fuerzas: quien habla bien el japonés es quien hace entender su japonés de una manera u otra. Esa evaluación inmanente nos lleva a reafirmar que el japonés sólo existe en privado.

Pongamos un ejemplo. En el libro de Simone de Beauvoir, El segundo sexo, hay una frase siguiente: “pour les anciens il y avait une verticale par rapport à laquelle se définissait l’oblique.” ¿Cómo traducirla en castellano? Se puede traducir en: “para los antiguos existía una vertical con relación a la cual se definía la oblicua.” Si bien es cierto que podemos poner “en relación con” o “con respecto a” en lugar de “con relación a”, no es menos cierto que prácticamente no tenemos alternativa en cuanto a la construcción global de la frase. Yo no puedo hacer mi traducción. Tu tampoco la tuya. Nadie puede hacer su traducción. Sólo podemos hacer unas variantes posibles de la traducción. Y lo hacemos según las normativas promulgadas por la Real Academia Española. No nos preguntamos, ni siquiera un ratito, si logramos o no hacer entender nuestras traducciones.

No es para nada así en el caso de la traducción en japonés. Ahora mismo yo personalmente no tengo ninguna idea de cómo traducir esta frase de Simone de Beauvoir. Tengo que partir de cero. Ustedes también tienen que partir de cero. Y, por eso, cada uno de nosotros llegará a su traducción, sin tener ninguna certeza de que esa traducción vaya a funcionar.

 

 

        

 

8 ¿Todos los japoneses tienen el deber de conocer el japonés y el derecho de usarlo?

No en absoluto. Nadie conoce el japonés ni puede usar el japonés, sino que cada uno sólo conoce su japonés y sólo puede usar su japonés, puesto que el japonés no existe o sólo existe en privado.

La Constitución española dice que “el castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”. ¿Quiénes son “todos los españoles”? Son los castellanos y los demás españoles. Los que tienen “el deber” de conocer la lengua española oficial del Estado son sobre todo los españoles no castellanos. En cambio, son los castellanos los que tienen “el derecho” a usar la lengua española oficial del Estado. Los españoles no castellanos deben hablar el castellano y no su castellano, y deben entender el castellano cuando los castellanos se lo hablan.

El japonés nadie no lo habla. Nadie habla más que su japonés. Hablar su japonés es la única manera de hablar japonés. O, si quieren ustedes, hablar su japonés es hablar el japonés.

 

  1. El primer día del aprendizaje del japonés, ¿qué japonés hablamos?

Cada uno habla su japonés. Pero, si hablar su japonés es hablar el japonés, todos hablamos el japonés desde el primer minuto del aprendizaje. Ésta es la buena noticia que yo quería compartir hoy con ustedes aquí en el país de Antonio de Nebrija. Muchas gracias.

Sobre el realismo de la ultraderecha. Más allá de la demencia y la magia // Miguel Mazzeo

Es evidente que los valores y las formas de convivencia del siglo XX están en crisis: se han tornado estériles y esterilizantes. Su incapacidad de producir comunidad política (incluyendo “comunidad nacional”) se profundiza y no pueden contrarrestar los dispositivos sistémicos orientados a la creación de nuevas esclavas y nuevos esclavos. Estos valores y estas formas de convivencia se han convertido en un adorno de mal gusto, en un género paralizante, y no abundan (aunque tampoco faltan) las voces y las experiencias que asumen su necesaria desfetichización. Pero los valores de reemplazo y las formas de convivencia alternativas, aún no terminan de fraguar.

 

La ultraderecha supo aprovecharse de ese vacío y de la fluidez del proceso de deshumanización sistémica. Gradualmente fue imponiendo su lenguaje. Sus patrañas encontraron un nicho en la esclerosis de la sociedad burguesa, en el agotamiento de sus artificios y de sus retóricas moralizantes y/o administrativas (“gestionarias”). A partir de estas condiciones decidió concretar el futuro distópico del capital. Su distopía es, por lo tanto, “realista”. Así, la ultraderecha se adueñó del riesgo y la confianza. Agita la historicidad del capital a los cuatro vientos. Lanza ofensivas frontales tendientes a arrasar con la diversidad residual del mundo.

 

La ultraderecha parece tener más conciencia de la época histórica que las fuerzas de izquierda, nacional-populares y progresistas. Por eso se ubica en el umbral de esa época y, de alguna manera, se adueña de ella. La ultraderecha es obscena porque sabe que actúa en el sentido de la transformación real del mundo. Asume una función preparatoria del terreno para su Ciudad Futura, la ciudad del caos. Es agente de un dinamismo histórico perverso. De ahí sus aspiraciones desmesuradas, de ahí su “furor heroico” (en los términos de Giordano Bruno). 

 

La ultraderecha avanzó sobre el terreno que le cedió “gentilmente” la política que resignó cuotas de autonomía, que no fue capaz de sostener sus lógicas propias, que no supo resguardarse como esfera relativamente independiente para incidir en las condiciones económico-sociales fundamentales. La ultraderecha se consolidó a partir de una crisis de los medios “clásicos” a los que recurría el capital para fundar y conservar la dominación social.

 

La degradación del ars político burgués (en formato liberal o populista) diseminó energías sociales y le allanó el camino a la magia, a la cábala. Hizo posible la llegada al gobierno de Argentina de un delirante que cree que puede apropiarse de esas energías y reconducirlas. Le ofrendó una cuota de poder a un desquiciado que considera que hay condiciones para enlazar la tierra y el cielo, es decir: unir las “fuerzas inferiores” con las “fuerzas superiores”. Giovanni Pico de la Mirandola, el autor de la célebre Oratio de homini dignitate (Discurso sobre la dignidad del hombre) sostenía que la magia (se refería a la astrología puntualmente) convertía a las personas en miserables, ansiosas, inquietas y desafortunadas.

La ultraderecha se sabe emergente de la crisis irreversible de las viejas instituciones de la sociedad salarial, de la democracia liberal y del viejo Estado-nación burgués. Una crisis que incluye a los modos tradicionales de construcción de comunidad política. También sabe que sus contendientes, mientras continúen aferrados a esas instituciones, a ese Estado y a esos modos de construcción de comunidad política, permanecerán incapaces de seleccionar “otra herencia” y tramar otros modos de hacer comunidad, no recuperarán la confianza en su poder-hacer, no alcanzarán jamás la estatura de contendientes sistémicos y no darán la pelea por los temas esenciales, o no serán eficaces en esas disputas. Por lo tanto, la ultraderecha es conciente de la debilidad de sus contendientes y puede presentarlos como exponentes del pasado, como personeros de una degradación, reservándose para sí la condición de efigie del futuro.

 

La falta de ambición (¡y de realismo!) de sus contendientes (¡nuestra debilidad!) envalentona y le da bríos a la ultraderecha. La ultraderecha, además, confía en el grado inédito de domesticación (o de desquicio, o de impotencia y resignación) históricamente alcanzado por las clases subalternas. La ultraderecha posee indicios de que es posible ejercer la violencia erradicando los efectos que pueden permitirle a las clases subalternas descifrar la realidad. Considera que la violencia no despertará ninguna inteligencia colectiva, ninguna voluntad general. Supone que ya no hay condiciones para ellas. Tal vez se equivoque.  

 

Esas certezas hacen que la ultraderecha carezca de sentido del ridículo, de toda vergüenza política, y que encuentre en su ignorancia y en su impiedad un motivo de orgullo. Va de suyo: esas certezas también le sirven para sumar adhesiones lo que, por supuesto, agrega notas deprimentes. Por eso la ultraderecha habla y habla. Habla y hasta imagina. Habla lenguajes de monsergas. Habla lenguajes dogmáticos. Habla lenguajes contrainsurgentes. Imagina un mundo sin contradicciones. Apela a retóricas anacrónicas e impiadosas para estigmatizar todo aquello que se opone a lo que considera el “orden natural”. Por eso asume un cariz provocador y se burla de toda instancia contradictora, de las trabajadoras y los trabajadores, de las y los pobres. Banaliza el hambre de millones. Pone en riesgo la existencia misma del Estado-nación (sin importarle demasiado el contenido burgués de ese Estado y el peso que tiene lo burgués en la identidad nacional hegemónica). Realiza una apología abierta de la crueldad. En efecto, hace décadas que la burguesía ha dejado de nutrirse de enciclopedismos, escolasticismos y abstractos humanismos.

De este modo, la ultraderecha está condiciones de presentar cada “conquista” como una anticipación del futuro. Mientras que, del otro lado (nuestro lado) prima la ambigüedad, con tendencias espontáneas a aferrarse a las retóricas características del siglo XX, ya sean liberaloides, social-cristianas, social-demócratas o leninistas-formalistas. Del otro lado (nuestro lado) solo hay seguridades respecto de lo que no se quiere: ese futuro distópico para el trabajo, la naturaleza y la vida. Pero nos cuesta salir de las coordenadas del viejo humanismo y asumir las de un humanismo crítico y radical: capaz de cuestionar a fondo la propiedad privada, el colonialismo, el patriarcado, etc. El humanismo abstracto ya no sirve como “disparador” para que el subalterno tome conciencia de su dignidad. El humanismo será anticapitalista o no será. Los caminos “intermedios”, más elípticos y menos ríspidos, conducen al mismo sitio que los caminos de la ultraderecha.    

 

La ultraderecha inoculó en una parte importante de la sociedad la idea de que las leyes –salvo las leyes del mercado– son una convención arbitraria destinada a limitar a los más fuertes, que el derecho del más fuerte también es un derecho; convenció a muchas personas de la inviabilidad de toda comunidad humana.

 

De un modo extraño, pero siempre ahorrando subterfugios y máscaras, la ultraderecha intenta constituirse en la gran herejía de Occidente. Pone el énfasis en las porciones más criminales de Occidente y las exalta. De ahí, seguramente, los ardores sacramentales que asume en nuestro país y “la espesa contextura arcaica de la magia” de la que hablaba Max Weber.   

 

La formación subjetiva de las clases subalternas se ha convertido en una cárcel de alta seguridad que se presenta como el summun de la libertad. Una paradójica formación subjetiva capaz de erradicar el pensamiento y la voluntad (salvo la voluntad de objetivar). Obviamente, se trata de una formación subjetiva claustrofóbica.

A pesar de todo, lo popular subsiste y resiste por fuera del lenguaje de la ultraderecha que aspira a convertirse en hegemónico. Subsiste y resiste impuro (de otro modo sería imposible), incluso bajo el dialecto de una falsa mansedumbre. Todavía quedan resabios de identidades subalternas que expresan un “ser-excedente”, fruto de diversas praxis liberadas del sometimiento.

 

Se gesta por abajo una religión secreta: un “vudú” que siempre será incomprensible para el dominador. Existen ámbitos y experiencias populares que liberan cuotas significativas de lo que los antiguos estoicos (y más tarde San Buenaventura) llamaron “razón seminal”, una potencia activa, lúcida, sensible y creativa. Y no escasean las identidades subalternas orgullosamente reivindicadas, incluso como insumos para reconstruir la nación (la plurinación) desde abajo. Solo el mercado capitalista genera seres fracasados y resentidos. Las comunidades autoorganizadas saben forjar seres que pueden llegar a ser sublimes. Seres capaces de indignarse frente aquellos que predican la austeridad a los hambrientos y el esfuerzo a los fatigados.

 

Una parte importante de nuestra sociedad todavía conserva la capacidad de construir comunes en torno a diversos ítems: la subsistencia material y afectiva, modos de apropiación de territorios, el dolor por nuestras muertas y nuestros muertos, la rebeldía colectiva, etc. Esa capacidad es estratégica y nuestro enemigo (destructor de comunes) lo sabe.

 

Entonces: ¿cómo ayudar a producir lo que San Jerónimo, entre otros, llamó “sindéresis”, esto es: la chispa que enciende la conciencia llamada a liberar a los seres humanos de la idiotez moral? ¿Cómo instituir una dialéctica que contribuya a que las clases subalternas y oprimidas descubramos nuestra humanidad y la pongamos en valor? ¿Cómo hacer para erigirle a la ultraderecha un contendiente sistémico capaz de dar la disputa en los términos que ella misma privilegia en su agenda, es decir, una disputa en torno a la riqueza, la propiedad privada, la financiarización, el extractivismo, etc.? ¿Cómo hacer para que los procesos de liberación se extiendan y se multipliquen por todo el tejido social? ¿Cómo recuperar la idea de una “profecía activa” de y para las clases subalternas y oprimidas?

 

No lo sabemos a ciencia cierta. Solo sabemos que son tareas urgentes.

Teatro de la decadencia // Diego Sztulwark

¿Milei odia a todo el mundo? En apariencia sí. O al menos eso es lo que parece deducirse de la serie ilimitada de enfrentamientos con trabajadores, movimientos sociales, periodistas, legisladores, feministas, artistas, economías regionales, gobiernos progresistas de la región, académicos keynesianos, y los miembros de lo que alternativamente llama la casta. Serie a la que ahora se agrega un enfrentamiento con la amplia mayoría de los gobernadores. ¿Es posible conceptualizar esta caotización vertiginosa de la política sin dejarse obnubilar por la avasallante personalidad del presidente?

En uno de sus últimos cursos Michel Foucault afirmaba que la economía política -en particular la neoliberal- es un dispositivo de gobierno fundado en la autolimitación: “Un gobierno nunca sabe bien cómo gobernar lo suficiente y nada más”. El arte de gobierno nace, entre los liberales, como un acto de restricción en favor de la acción del mercado como fuente de información económica indispensable para gobernar, y de la competencia perfecta entre individuos como factor disolutivo del conflicto social entre clases.

 
 

Un dispositivo de saber poder, enseñaba el francés, es una serie de mecanismos que dotan de coherencia a ciertas prácticas a partir de un cierto «régimen de verdad». Esto es: la articulación –estratégica, ¿y gramsciana?- por medio de la cual un discurso (en este caso, neoliberal) forma con una serie de prácticas un conjunto ligado y un efecto de inteligibilidad. Reconocemos la vigencia de un dispositivo precisamente cuando un discurso ostenta sobre las prácticas con las que se articula un poder legislador en términos de verdad o falsedad. Y reconocemos igualmente la actual fase de decadencia de un dispositivo (en nuestro caso, el neoliberal) precisamente por la crisis que impide que su discurso ya no sea capaz por sí mismo de legislar sobre la verdad de las prácticas.

 

A Milei hay que comprenderlo, en este contexto, como una espectacularización de la decadencia. Representación de una voluntad decisoria y a la vez agónica, que alcanza cada vez una sobrevida efímera. Esta vivaz personificación, que gana tiempo por medio del asombro que provoca en sus adversarios, es complementada con una notable absorción en su persona de la disfuncionalidad propia del sistema. De ahí el desconcierto que transmite a sus múltiples auditorios. Milei se apropia de la endeblez de las funciones básicas del dispositivo por medio de una gestualidad y de un lenguaje en los que oscilan la dimensión pedagógica y coercitiva del sistema. En él convive de un modo esencial lo Sturzenegger con lo Bullrich. El impulso originario de su retórica es doctrinal, confiado al poder explicativo de la palabra portadora de verdad, pero fuertemente asaltado por ataques de ira provenientes de una multiplicación de señales (alguien que tose, un murmullo, una fake news) que interpreta como una rebelión de perversos definidos por una falsedad vocacional. El arte de Milei consiste en impedir que de este desdibujamiento de funciones sistémicas que el personifica se puedan desprender predicciones ciertas. De hecho, su impronta decisoria y comunicacional conduce a una situación incierta, de acelerada pérdida de autoridad presidencial y, a la vez, de implantación de un insólito modo de gobernar por medio de la confusión acentuada. Lo cual habla de lo extraordinario del personaje, pero también del error que supondría atribuir su desopilante eficacia a limitaciones afectivas cuando, en todo caso, su capacidad consiste en hacer de estas perturbaciones la condición misma de una representación que le otorga una dramaticidad inesperada a un dispositivo abiertamente agotado. Por eso Milei insiste en que sus triunfos personales le hacen sentirse más genio que loco. Porque cada uno de sus triunfos son celebrados como una supervivencia inesperada de un neoliberalismo -él sí- completamente enloquecido y terminal. Pero se equivocaría si creyese que esta actuación lo convierte en un gran gobernante. Porque la descomposición política de la que él mismo emerge no ofrece a nadie esa clase de grandeza. El brillo momentáneo que luce con notable orgullo surge más bien de la indudable disposición con la que encarna la decadencia autoritaria de un modo de dominación que ya no tiene más nada para ofrecer. Salvo el espectáculo de su propia degeneración, en el que la impotencia es representada como agresividad y el liderazgo como un goce maltratador de aquellos que -como un joven gobernador del PRO dispuesto, según dice, a ayudarlo- ya no pueden funcionar como piezas dóciles de un dispositivo en ruinas.

El legado filosófico de Toni Negri en Argentina // Entrevista a Diego Sztulwark por Melina Alexia Varnavoglou

La partida de Antonio “Toni” Negri (2023) trajo consigo una serie de recuerdos, homenajes y reflexiones. La llegada de sus libros a Argentina durante los años 90, en pleno auge del neoliberalismo, y leídos al calor del estallido del 2001, fueron guía e impulso para abrir nuevos imaginarios teóricos y políticos. En esta entrevista con el filósofo Diego Sztulwark* recorremos algunos conceptos claves de su obra, imbricándolos con la emocionante historia de los colectivos de pensamiento, militantes políticos y editores que llevaron sus ideas a una praxis colectiva. 

                                                                     por Melina Alexia Varnavoglou 

(publicada originalmente en FILCO)

¿Cuál dirías que es, en general, el legado filosófico de Toni Negri?

 

Sabemos que el legado se construye en un movimiento doble: lo que los otros nos dejan, y lo que nosotros podemos hacer con eso. La obra de Toni Negri dejó una marca en mí hace décadas y puedo hablar desde esa marca. Quiero decir: es posible que el discurso de Negri sea conocido para muchas personas por ese gran manifiesto que fue Imperio (y los textos escritos con Michael Hardt), y da la impresión de que hoy a Negri se lo lee sobre todo como el autor de los tres notables tomos que conforman su magnífica autobiografía Historia de un comunista. Pero para mí el núcleo más perdurable de su obra se juega en torno a una triada de libros que son Marx más allá de Marx (una extraordinaria lectura sobre los Grundrisse), La anomalía salvaje (libro dedicado a Spinoza escrito en la prisión) y El poder constituyente (un magnífico ensayo que trata a la vez sobre las alternativas subversivas de la modernidad europea, sobre relaciones entre los niveles material y formal del derecho, y sobre la historia no lineal de la cualificación de los contrapoderes).

En la obra de Negri hay una renovación del discurso materialista que pasa por una encendida reflexión en torno a la “excedencia”. Su filosofía no tiene nada que ver con el ser, la estabilidad o la representación. Por el contrario, en él la potencia se da como desmesura sobre el poder, de las fuerzas productivas contra las relaciones sociales de producción y del poder constituyente sobre el poder constituido. Por desmesura habría que entender a la vez un dentro, contra y más allá, que desborda todo dispositivo de poder. No se entiende a Negri si no se presta atención a la intimidad que en él alcanzan los términos de “constitución” e “historicidad”: La constitución es enriquecimiento del cuerpo y de la mente, y la historicidad es la apertura de los cuerpos y las mentes entramados como cooperación social.  

Alguna vez Deleuze explicó los diversos modos del materialismo filosófico con la siguiente comparación: para el marxismo dialéctico lo propio de la sociedad es contradecirse. Para el Foucault del poder y la resistencia la sociedad tiende a estrategizarse, y “para mi” -decía Deleuze, sobre las líneas de fuga- la sociedad se define por los modos que crea para huir de sí misma. Continuando el ejercicio comparativo quizás se podría agregar que para Negri lo específico de las sociedades sea excederse -un exceso de productividad ontológica de la cooperación colectiva y deseante- respecto de todo aquello que le fija una medida.



¿Y en Argentina? ¿Qué debates inspiró su lectura?

Negri fue sistemáticamente traducido al castellano desde mediados de los años 90. Con el tiempo fueron llegando las ediciones españolas, pero hubo mucho trabajo de traducciones en revistas locales. La salida de Imperio coincide con el estallido del 2001 en Argentina. Para entonces sus textos circulaban entre militantes y estudiantes. Hacia el año 2003, apenas es liberado de su prisión domiciliaria, Negri hizo varios viajes al país, dio entrevistas y realizó actividades públicas. También lo hizo en Brasil y otros países de Sudamérica como Bolivia, Ecuador y Venezuela. Recientemente el presidente de Colombia, Petro, emitió un mensaje recordando que sus programas de gobierno fueron inspirados en sus lecturas sobre el concepto de “multitud” de Negri y sobre sus caracterizaciones de la globalización y del capitalismo postfordista. La Argentina que recibió los textos de Negri preparaba un ciclo de luchas populares contra el neoliberalismo. Buena parte del activismo sindical, piquetero y estudiantil buscaba entonces crear una imaginación que no se limitara en la tradición marxista-leninista o populista-peronista y discutía en asambleas conceptos como los de “contrapoder”, “nuevas subjetividades” y “acontecimiento”. En aquel contexto la afirmación de la “multitud como concepto de clase”, propuesta por Negri en una fábrica recuperada por sus trabajadores en la Ciudad de Buenos Aires, desafiaba los lenguajes locales y abría acaloradas polémicas sobre si la multitud era un concepto económico, sociológico o político. Dadas las preocupaciones de un país en donde la consigna movilizadora era “qué se vayan todos”, la consigna negriana era interrogada desde diversos ángulos: ¿pueden realmente “los muchos” dar lugar a una subjetividad política? ¿no debe mediar un partido para que ello ocurra? ¿cómo distinguir unas masas amorfas de una multitud formada por sujetos singulares? ¿puede la multitud hacer política frente a un Estado que sólo se deja interpelar en términos de un Pueblo? ¿Puede la multitud tomar decisiones, crear instituciones autónomas, generar procesos de autovalorización, producir sus propios saberes? Entusiastas y detractores de Negri discutieron sus textos apasionadamente al menos hasta la llegada del kirchnerismo al poder. Los textos de Negri siguieron circulando siempre en clave militante y no académica. La progresiva desactivación de los modos autónomos de movilización (muy fuertes luego de la pandemia) y el enorme esfuerzo de las clases dominantes por destruir todo lo acumulado por los movimientos populares terminaron por alterar los términos del encuentro entre Negri y la Argentina. En las actuales circunstancias actuales, Negri guarda interés sobre todo como figura del militante que atesora y recrea en la adversidad la hipótesis comunista y el trabajo teórico, el pensador que se sobrepone a la derrota y desafía la última palabra de los poderes. Hay un reflejo argentino para el juego de espejos entre los militantes comunistas italianos que teorizan en la peor de las derrotas: Antonio Gramsci y Toni Negri escribiendo sobre Spinoza en la cárcel. A mi modo de ver, con Negri siempre se trata de lo mismo: sostener la excedencia ontológica desde la peor de las adversidades. Esa imagen me parece que le dice mucho a la Argentina de hoy.

En torno al trabajo de recepción y edición de su obra, quería preguntarte también por las experiencias de colectivos de pensamiento y revistas de ese momento (pienso en Colectivo Situaciones y revista Acontecimiento) para las que Negri fue muy influyente.

 

Esta pregunta me llevará a una respuesta necesariamente larguísima. Tras la muerte de Toni sus amigos escribieron recuerdos y publicaron sus fotos con él. Pero como en aquellos años no sacábamos selfis, muchos tuvimos que lamentarnos por no contar con ninguna. Por suerte unxs compañerxs encontraron una vieja foto magnífica, porque resume el ambiente entre conspirativo y celebratorio de aquellos encuentros en Buenos Aires. La imagen no es muy nítida, pero se lo distingue a Toni junto a quiénes en ese momento éramos del Colectivo Situaciones (Sebastián Scolnik, Natalia Fontana, Verónica Gago, Mario Santucho y yo), y a tres compañerxs que por ese entonces formaban parte de la experiencia del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano. Me refiero a Neka, a Jorge Jara y a Alberto Spagnolo. Harían falta muchas voces y muchas páginas para reconstruir la riqueza de esa trama de prácticas, lecturas y discusiones. Y algo de eso comenzó a hacerse de modo espontáneo cuando nos enteramos de la muerte de Toni. Sebastián Scolnik, por ejemplo, escribió la historia más completa de las andanzas de estos grupos militantes que fuimos conformando para los veinte años de 2001 en un libro extraordinario titulado Nada que esperar, historia de una amistad política. Rescató las páginas dedicadas a nuestra amistad de con Toni. Al enterarse de su muerte, las reescribió y publicó hace pocos días y Verónica Gago junto con Marta Malo, antigua compañera de andanzas de Madrid, publicaron una conversación que habían ensayado para un cumple años reciente de Toni, una suerte de dialogo entre la amistad política e intelectual con Negri a partir de su intenso activismo feminista. También a mí me ocurrió, al enterarme de su fallecimiento, de revivir algunos momentos particularmente queridos respecto de Toni, y hasta de tener que buscar en medio de la conmoción las palabras para contar públicamente cómo fue esa amistad nuestra con él. Como ves, hay un archivo vivo de estos recuerdos.

 


De izquierda a Derecha -arriba- Neka Jara (MTD de Solano), Toni, Natalia Fontana, Sebastián Scolnik, Verónica Gago (de Colectivo Situaciones), Alberto Spagnolo (MTD de Solano), Mario Santucho (Colectivo Situaciones); -abajo- Jorge Jara (MTD de Solano) y Diego Sztulwark (Colectivo Situaciones)


Pero no pretendo eludir tu pregunta. Y de hecho puedo contarte esto, mezclando registro personal entreverado con los colectivos que formamos durante aquellos años. Mi interés por Negri se remonta a la primera mitad de los años noventa, cuando era estudiante en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y participaba de una agrupación militante llamada El Mate. Entonces llegó a mis manos un librito suyo en castellano publicado en Barcelona. Recuerdo que la edición venía con una introducción de Gabriel Albiac. En ese libro encontré por primera vez la idea de una posmodernidad desde abajo, leída desde la dinámica de la lucha de clases. Un poco antes había leído un artículo suyo publicado en una revista de ciencia política que se vendía en la Facultad de Ciencias Sociales, El cielo por asalto, dirigida entonces por Atilio Borón y Horacio Tarcus. En el número dos (de otoño de 1991), ellos tradujeron y publicaron un artículo muy impactante de Toni en el que se trataba de leer el keynesianismo como respuesta reformista del capital a la amenaza de autonomía obrera, emergente con la Revolución Rusa: “J. M. Keynes y la teoría capitalista del estado en el 29” (texto que encontré luego publicado en la edición que Akal hizo del libro La forma-estado y que incluimos en un libro pirata que hicimos desde el blog Lobo Suelto y la editorial Tinta Limón compilando los textos que más nos gustaron de Toni Negri y que, lógicamente recomiendo mucho: Una vez más comunismo).

 

Quiero decir, el primer Toni Negri que leí fue en la coyuntura de la caída de la URSS y de la ofensiva ideológica neoliberal de aquellos años contra las ideas revolucionarias. Luego vino la lectura luminosa del ya citado El poder constituyente. Ensayos sobre las alternativas de la modernidad, publicado por primera vez en castellano en el año 1994 en Madrid. Ese libro me dio la pauta definitiva de que Negri era el autor que con más sistematicidad teórica y militante se dedicaba a plantear un problema absolutamente esencial para la política y la filosofía, que es el de re-situar la lucha de clases como la premisa que otorga racionalidad y produce conocimientos –tanto teóricos como prácticos–. Y que esto lo hace sobre el modo de producción capitalista en todas sus instancias: económica, política, ideológica y jurídica. La lectura de El tren a Finlandia (editado también en la España de los 1990; con epílogo de Albiac) me puso en contacto con su vida militante. Estas lecturas constituyeron mi primera aproximación a Negri y su obra.

 

Luego vinieron los años de investigación militante en el Colectivo Situaciones, por el que me preguntas. Ya en medio de la crisis y de la emergencia de un nuevo protagonismo social, hicimos una larga entrevista a Negri, aún preso en Roma. Le permitían estar en su casa de día, pero luego volvía a pasar la noche en la prisión. Eran los años de discusión febril sobre Imperio. Recuerdo que lo fuimos a visitar a su casa del barrio de Trastevere. Allí conversamos una tarde entera y nos dio una entrevista muy larga, que me sigue pareciendo genial. La publicamos con el título “Entrevista a Toni Negri” en un libro llamado Contrapoder, una introducción en el año 2001 (Ediciones De mano en mano). En aquella visita le habíamos contado la experiencia de las Cátedras Libres Che Guevara, desarrolladas a partir de la experiencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, desde 1997. Para la edición de Contrapoder, Negri escribió especialmente un texto –que llamó así, “Contrapoder”– que citaba con evidente complicidad a Guevara dentro del contexto de su pensamiento. Así que leímos Imperio con mucho interés. Aún si el libro dividió aguas en el mundo de las izquierdas (fue criticado por igual, y por razones hasta cierto punto coincidentes, por el marxismo-leninismo y por el populismo), nosotros lo defendimos apasionadamente. Nos movía una doble motivación: la necesidad de abrir un pensar nuevo para el protagonismo emergente de los movimientos populares (lo que con Toni podíamos llamar “autonomía”), y la chance de hacerlo en una discusión productiva y sostenida con el propio Negri y a través suyo con algunos de sus viejos compañeros como Paolo Virno, Maurizio Lazzarato, Sandro Mezzadra o Franco Bifo Berardi, autores que fuimos dando  a conocer desde Tinta Limón Ediciones.

Por ese entonces, publicar a Negri y hasta leerlo, suponía participar de acaloradas polémicas. Los “autonomistas”, caracterizados por intentar actuar y pensar en medio del estallido en términos de un contrapoder éramos para la izquierda marxista leninista básicamente “postmodernos” inconsecuentes con la teoría del partido y para los nacional populares (la izquierda peronista), algo así como unos liberales que no entendíamos al pueblo ni -como si fuera lo mismo- entendíamos la impotencia de abrazarnos al Estado. A pesar de la enorme riqueza del universo negriano -que va de Marx a Deleuze y Guattari, de Spinoza a Nietzsche y Foucault- y de la constelación de discusiones militantes con vertientes de toda la izquierda (sus debates con Agamben, Badiou o el argentino Laclau), se le reprochaban generalidades como ser “europeo” o “académico” (a pesar de tener prohibido pisar una universidad en Italia). Creo que una de las pruebas de la perdurabilidad de Negri es lo bien que funcionan sus textos ya clásicos cuando se los ilumina en función de las críticas más insistentes que se le han hecho. Algunos ejemplos: su nítida evocación de una plenitud de la potencia nunca fue negación de la experiencia -tan suya por otra parte- de la tristeza o la derrota, sino ejercicio ético político en filosofía; la postulación de lo “común” -como algo distinto de lo privado y a lo público estatal- y de la “multitud” -como un concepto de clase- jamás tuvo que ver con alguna subestimación de la dimensión organizacional de la acción colectiva o de una supuesta incomprensión de las singularidades.    Su insistencia -no solo suya, sino de varios de sus compañerxs- en el General Intellect (noción con que Marx se refería a la inteligencia colectiva) siempre fue una pista avanzada para pensar subjetividades en catástrofe.

 

Este año cumplen precisamente 20 años con la editorial Tinta Limón. ¿Ubicarías su surgimiento dentro de este proceso? ¿Y a Lobo suelto?


La editorial surge de un cruce entre nuestra trayectoria militante y el encuentro con el grupo que llevaba adelante en Madrid la editorial y librería Traficantes de sueños. Nosotros editábamos nuestros libros con un sello que se llamaba De mano en mano, que venía de la experiencia de El Mate. Pero los compañerxs de Madrid nos ayudaron a convencernos de la importancia de llevar adelante una función de edición militante, que en nuestro caso tuvo por entonces un fuerte impulso a la edición de procesos de autonomía popular en América Latina, con eje en el zapatismo y varias experiencias que se desarrollaban sobre todo en Bolivia. Por entonces editar a Negri era imposible: luego de Imperio se había vuelto un autor muy difundido y muy publicado por editoriales con mayor desarrollo comercial.

 

Luego vinieron los años de los gobiernos llamados “progresistas” en algunos lugares de América Latina y nuestros intercambios con Toni se volvieron más desparejos, seguramente porque no siempre nos entendíamos del todo sobre cómo interpretar los procesos sudamericanos. Seguimos leyendo con interés sus libros en colaboración con Hardt (Multitud y Commonwealth, pero también un libro anterior y el menos conocido, de los tantos publicados por la colección de antagonismos de Akal, El trabajo de Dionisos), pero -hablo por mí- el interés por su obra tendió a ir hacia atrás, hacia sus libros de teoría política como el ya citado La anomalía salvaje, pero también La fábrica del sujeto (33 tesis sobre Lenin), Del obrero masa al obrero social y el también citado Marx más allá de Marx. Aunque también leí con mucho interés libros más nuevos, algo laterales, pero preciosos como La taza de porcelana.

Hasta donde conozco, la obra de Negri se siguió desarrollando por las mismas tres vías por las que se movía los últimos años: 1. su obra biográfica Historia de un comunista (traducida por Raúl Sánchez Cedillo y editada en Madrid por Traficantes de Sueños y en Argentina por Tinta); su última colaboración con Hardt, Asamblea, publicado en español el año pasado por Akal (que tiene poderosas sugerencias sobre la relación entre nuevas formas de cooperación económica y de toma de decisión política y de liderazgo); y finalmente sus artículos (y libros de compilaciones) de filosofía y política, en particular los libros que ha editado Cactus estos últimos años: Marx y Foucault (2019), un libro fuertemente metodológico, y De la fábrica a la metrópolis y Spinoza ayer y hoy que profundiza sus intuiciones sobre la necesidad de pensar la noción de renta y antagonismo en el espacio intensivo y extensivo de la metrópoli contemporánea, intuición que ya estaba presente en la tesis del pasaje de la fábrica a la ciudad-fábrica. Mientras tanto el blog Lobo Suelto, que animamos desde 2010 con un pequeño puñado de amigxs ha reunido más de cincuenta archivos de entrevistas, artículos o libros de Toni, cumpliendo una función algo híbrida entre el archivo y las ganas de intervenir en la coyuntura argentina.

 

Esto también lo veo muy en consonancia con lo que decís en tu prólogo al primer tomo de la biografía: “filosofía y militancia se encontraban de un modo nítido en los procesos de producción de subjetividad, enraizados, a su vez, en los antagonismos de las relaciones de producción”. ¿Por qué pensás vos que ese encuentro es importante?

 

Me parece bastante claro que el de Negri es un “materialismo de las luchas”. Seguramente todo materialismo lo sea o aspire a serlo de algún modo, pero en este caso “lucha” no refiere a un estereotipo de enfrentamiento. Hay en Negri una labor historiadora que bucea en las metamorfosis del trabajo, y se encuentra con la lucha como con una actividad extraordinaria, un yacimiento portador de riquezas que no se pueden despreciar. Las percepciones que Negri tiene de los procesos de lucha son tan variados y sutiles que me parece que no tiene sentido confundirlo con un mero “luchismo”. Las luchas, en su discurso filosófico y militante tienen por función fundamental actualizar lo que decíamos antes de la excedencia. Lucha es constitución material, deseante y cognitiva. A mi modo de ver esto quiere decir al menos dos cosas: Por un lado, que la noción de lucha adquiere en él un alcance muy profundo, tanto en extensión como en intensidad. En sus textos se encuentran consideraciones sobre las acciones en las cuales los sujetos resisten al poder (que es siempre un poder de la medida) y dan lugar a procesos no normados de constitución. Pero esta constitución subversiva, siendo subjetiva -rozamos aquí las interpretaciones voluntaristas de Negri- opera sobre la base de una materialidad histórica precisa, y es portadora de una capacidad de producción objetiva que impide identificar al sujeto con el individuo, tanto como ignorar que esa subjetividad remite a una condición singular. Para mí una de las lecturas más nocivas -por empobrecedoras- de Negri es una que confunde esta comprensión de luchas con una retórica del sujeto que se constituye como una lógica ideal en el vacío. Creo que Negri rechazaba con fuerza este tipo de hegelianismo. Por otro lado, Negri y muchxs de sus compañerxs consideraron que estas luchas eran también una oportunidad única para crear dispositivos cognitivos capaces de aprender de ellas, a la vez que de nutrirlas y prolongarlas, de difundir su novedad, de crear desde ellas conceptos y tácticas. Este aspecto de Negri me parece muy actual. Fue un gran inspirador para prácticas de investigación militante -dimensión cognitiva de los contrapoderes- y sobre los modos en que los poderes reaccionan y expropian las resistencias colectivas.

     
 
¿Y qué ha ocurrido hoy con la relación entre filosofía y militancia? Daría la sensación de que ha tendido a debilitarse…

 

Recientemente, y como reacción a su muerte, el antropólogo argentino Ricardo Abduca escribió lo siguiente: “digámoslo así: en Italia, como en Argentina, la degradación de la vida pública es una táctica de reconstitución de la dominación”. La retórica negriana de la potencia ha dado lugar a una lectura según la cual Negri sería algo así como un profeta del incremento incesante, pleno y del poder prodigioso de la multitud. No niego que hayan fragmentos exaltados en ese sentido. Pero quienes unilateralizan de este modo el discurso de Negri desaprovechan a mi juicio toda otra veta muy presente en él -y tan conmovedora como la otra-, en la que reflexiona como testigo de la derrota. Los textos de la prisión y de la vejez tienen muy presente una cierta ida de fracaso. La filosofía de Negri es en el fondo un pensamiento sobre el colapso, sobre los biopoderes y sobre el fascismo. Solo que su pensamiento es una reacción combativa contra el triunfo de aquello que Paolo Virno llama “el mal”. Pensar contra el neoliberalismo o el fascismo implica tensar una trama conceptual e histórica capaz de explicar y combatir. De ahí que pensar sea una acción dentro, contra y más allá. En este sentido, leo a Negri como el autor de una obra que liga la anomalía a la adversidad, la desmesura al fracaso y la excedencia a la derrota. Porque cada vez es más necesario presentar una asimetría real, mostrar que el término políticamente anulado del antagonismo es en rigor el más rico. En Negri la potencia es siempre una evocación: un recuerdo vivo, un presente reprimido, un futuro escamoteado. Pero esta evocación, esta tensión imaginativa y lingüística que intenta iluminar la actividad de las subjetividades sumergidas conecta con ellas como con una praxis por momentos deslumbrante. Esa actividad intelectual y militante que se compromete con la potencia productiva como con algo siempre más relevante que ese clishé meramente reactivo y marginalizado con que se suelen presentar las luchas, no tiene nada que ver con una imaginación o una retórica de tipo personal. En Negri -en el Negri que yo leo y con el que converso- la subversión anida en la adversidad. Y la adversidad, las catástrofes de la cooperación social, son siempre señales sobre la eficacia de las tácticas de un poder del poder constituido, de las relaciones de producción, de las teologías políticas.   


En torno a tu pregunta, queda la posible confusión -que se irá despejando sola- de una nostalgia de Toni como nombre de la radicalidad propia de un siglo ya ido. A pocas horas de su fallecimiento, Tinta Limón difundió el epílogo del tercer volumen de su biografía (aun no editada en castellano) traducida por el más importante de sus traductores argentinos, Emilio Sadier. Al leerla comprendí que en ese último dialogo filosófico político, Negri nos pasaba una clave fundamental sobre como reiniciar la lucha. Esta confusión que vivimos, escribe Toni, esta falta de inteligencia y belleza, se llama fascismo. Y contra el fascismo solo hay un remedio. Vencer el miedo y llevar a fondo una guerra pacífica contra él.

 

*Diego Sztulwark. Investigador y escritor. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política. Es autor de Vida de perro. Balance político de un país intenso 1955-2017: conversación con Horacio Verbitsky, y de La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, entre otros. Es uno de los principales animadores del blog Lobo Suelto.

Experiencia y pobreza // Walter Benjamin

Nuestros libros de texto contenían la fábula del anciano que, en su lecho de muerte, hizo creer a sus hijos que había un tesoro escondido en su viña. Solo tenían que cavar. Y así lo hicieron: cavaron, pero ni rastro del tesoro. Cuando llegó el otoño, la viña estuvo cargada de frutos como ninguna otra en toda la región. Entonces se dieron cuenta de que su padre les había dejado una enseñanza: la prosperidad no se encuentra en el oro, sino en el esfuerzo. Crecimos con la imposición –amenazante o tranquilizadora– de ese tipo de enseñanzas: “El muchacho quiere opinar. Algún día tendrás experiencia”. Sabíamos perfectamente qué era la experiencia: algo que los mayores daban a los jóvenes en refranes cortos cargados de la autoridad de la edad; en historias llenas de verbosidad; a veces, sentados alrededor de la chimenea con sus hijos y nietos, en relatos de lugares exóticos y lejanos. ¿Qué pasó con todo eso? ¿En dónde están las personas que son capaces de contar una historia como es debido? ¿Cuándo tienen los moribundos la oportunidad de decir algo memorable que pase de generación en generación como un anillo? ¿A quién ayuda, hoy, un refrán? ¿Quién podría lidiar con la juventud solo con el apoyo su experiencia?

 

 

 

Un cosa es clara: la experiencia está devaluada y, precisamente, para una generación que, entre 1914 y 1918, tuvo una de las experiencias más terribles de la historia de la humanidad. Tal vez no sea tan extraño como parece. Ya entonces se podía comprobar que los soldados regresaban enmudecidos del frente. No enriquecidos de experiencias que podían compartir, sino empobrecidos. Diez años después, la marejada de libros sobre la guerra transmite algo completamente distinto a la experiencia que se narra directamente. No hay nada extraño en eso. Pues nunca se ha castigado tanto a la experiencia: la estratégica con la guerra de trincheras, la económica con la inflación, el cuerpo con el hambre, la moral con los líderes. Una generación que todavía iba al colegio en un tranvía tirado por caballos estuvo a la intemperie en un paraje donde todo había cambiado menos las nubes, y en el medio, atrapado en un campo de fuerzas y explosiones destructivas, el insignificante y frágil cuerpo humano.

 

 

 

Una nueva forma de miseria se esparció sobre el ser humano a partir de ese nefasto desarrollo técnico. Y su reverso es la opresiva abundancia de ideas que lo atropellan con el resurgimiento de la astrología y el yoga, la christian science y la quiromancia, la escolástica y el espiritualismo. No se trata de un resurgimiento auténtico, sino de una galvanización. Se imponen, en la mente, los cuadros desconcertantes de Ensor, en los que espectros recorren las calles de grandes ciudades: pequeñoburgueses deambulan por los callejones disfrazados para el carnaval con máscaras desfiguradas y cubiertas de harina, y coronas de oropel en la frente. Estos cuadros quizá no sean más que el retrato del terrible y caótico renacimiento en el que muchos ponen sus esperanzas. Pero es aquí donde se evidencia con más claridad que nuestra pobreza de experiencia es solo una parte de otra más grande, y que ha vuelto a tener un rostro –tan claro y concreto como el del vagabundo en la Edad Media–. ¿Qué valor tiene la cultura sin ningún vínculo con la experiencia? Conocemos las consecuencias de simularla, de alcanzarla de forma indirecta: se evidencia en la confusión de estilos e ideologías del siglo pasado. Declarar nuestra pobreza debería ser un acto honorable. Sí, admitámoslo: la pobreza de experiencia no es solo pobreza individual, sino también colectiva. Y, por lo tanto, es una nueva forma de barbarie.

 

 

 

¿Barbarie? Es un hecho. Y lo pregonamos para poder introducir una barbarie nueva y positiva. ¿Qué consiguen los bárbaros con la pobreza de la experiencia? El principio, la posibilidad de comenzar de cero, que poco sea suficiente, poder crear desde la nada sin mirar a izquierda o derecha. Entre los grandes creadores siempre ha habido espíritus implacables, cuya primera acción fue barrer con todo. Es decir, necesitaban un espacio de trabajo, pues eran constructores. Descartes fue uno de ellos, porque, para generar toda su filosofía, no buscó más que una evidencia: “pienso, luego existo”. Así también fue Einstein, quien, súbitamente, dejó de preocuparse por las innumerables posibilidades del mundo de la Física y se interesó por una pequeña divergencia entre las ecuaciones de Newton y el saber de la Astronomía. La misma voluntad de comenzar de cero que tuvieron los artistas al orientarse por las matemáticas para construir un mundo cubista a partir de formas estereométricas, o como Klee que se inspiró en los ingenieros. Sus figuras fueron diseñadas en un tablero de dibujo y la expresión de sus rostros responden exclusivamente a su interior, así como en un buen auto la carrocería responde sólo a las necesidades del motor. El interior más que la interioridad: eso los hace bárbaros.

 

 

 

Hace tiempo que las mejores mentes comenzaron, aquí y allá, a trabajar en estos términos. Se caracterizan por una ausencia total de esperanza en la época y, sin embargo, están incondicionalmente comprometidos con ella. Poco importa si el poeta Bert Brecht declara que el comunismo no se trata de la distribución justa de las riquezas, sino de la pobreza; o si el precursor de la arquitectura moderna, Adolf Loos, expresa: “Solo escribo para personas que tienen una sensibilidad moderna… No escribo para los nostálgicos del Renacimiento o el Rococó”. Tanto un artista tan complicado como el pintor Paul Klee y uno tan programático como Loos rechazan la tradicional, solemne y refinada idea de ser humano –decorada con todos los sacrificios rituales del pasado– y se dirigen al contemporáneo desnudo que, como un neonato, llora en los pañales sucios de esta época. Nadie lo recibió con más alegría y jolgorio que Paul Scheerbart. Sus novelas, a la distancia, podrían parecerse a las de Julio Verne, en las que generalmente jubilados insignificantes, franceses o ingleses, pasean por el espacio en los vehículos más extravagantes. Scheerbart se interesó en cómo nuestros telescopios, nuestros aviones y cohetes pueden transformar al ser humano que conocemos en un ser completamente nuevo y digno de ser amado. Y claro, esos nuevos seres hablan en una lengua completamente nueva. Lo más interesante es, justamente, que se trata de una construcción arbitraria, opuesta al lenguaje orgánico. Esto es lo inconfundible en la lengua de los seres humanos –mejor dicho, personas– de Scheerbart; pues niegan el parecido con los seres humanos, ese principio del humanismo. Hasta en sus nombres propios: Peka, Labu, Sofanti, así se llaman los personajes en el libro que lleva el nombre de su héroe: Lesabéndio. También a los rusos les gusta ponerle nombres “deshumanizados” a sus hijos: Octubre, por el mes en que tuvo lugar la Revolución; Pjatiletka, por el plan quinquenal; Awiachim, por la aerolínea estatal. No se trata de una renovación de la lengua, sino de su movilización al servicio de la lucha o del trabajo; en cualquier caso, la transformación de la realidad, no de su descripción.

 

 

 

Volviendo a Scheerbart: ponía el mayor empeño en que sus personas –y siguiendo su ejemplo, todos los ciudadanos– vivieran en alojamientos adecuados a su condición, en casas móviles de vidrio, como las que ahora construyen Loos y Le Corbusier. No en vano es el vidrio un material resistente y liso, en el que nada se fija. Las cosas de vidrio no tienen aura. El vidrio es el enemigo de los secretos. También el enemigo de las posiciones. El gran poeta André Gide dijo una vez: “Todo lo que quiero poseer se vuelve opaco”. ¿Personas como Scheerbart sueñan con construcciones de vidrio porque profesan la nueva pobreza? Quizás una comparación diga más que la teoría. Si uno entra en un cuarto burgués de los años 1880, se tiene la impresión de “aquí no he perdido nada”, independientemente de toda la “comodidad” que irradia. Aquí no has perdido nada… porque no hay lugar en donde su habitante no haya dejado sus rastros: baratijas en los estantes, mantelitos sobre los asientos, visillos en las ventanas, rejilla en la chimenea. Una bella frase de Brecht nos pueden ayudar: “¡Borra las huellas!” dice el estribillo en el primer poema del Manual para habitantes de ciudades [Lesebuch für Städtebewohner]. El comportamiento opuesto es lo normal en el cuarto burgués. Y a la inversa, el interior obliga a aceptar la mayor cantidad de costumbres que se ajustan más a sus necesidades que a las de quien lo habita. Esta situación la conoce cualquiera que haya experimentado el estado emocional absurdo en que los habitantes de esos cuartos pomposos entran cuando algo se rompe. Hasta la forma en que se molestan –y esa emoción, que poco a poco comienza a desaparecer, la podrían representar con virtuosismo– es sobre todo la reacción de un ser humano que siente que han borrado “la huella de su existencia en el mundo”. Esto lo han alcanzado Scheerbart con el vidrio y la Bauhaus con el acero: crearon espacios en los que es difícil dejar huellas. “En consecuencia –explica Scheerbart– podemos hablar de una ‘cultura del vidrio’. El nuevo ambiente de vidrio va a transformar completamente al ser humano. Solo podemos esperar que la nueva cultura del vidrio no tenga demasiados adversarios”.

 

 

 

Pobreza de experiencia: no hay que pensar que el ser humano ansía una nueva experiencia. No, ansía liberarse de la experiencia, ansía un espacio en el que pueda poder imponer su pobreza –externa como, en última instancia, interna– con tanta pureza y énfasis que resulte de ella algo respetable. Tampoco es siempre ignorante o inexperto. Por lo general, sucede lo contrario: se ha “comido” todo, a la “cultura” y al “ser humano” y ha quedado repleto y exhausto. Nadie se siente más identificado con las palabras de Scheerbart: “Ustedes están extremadamente cansados, y solo porque no focalizan todos sus pensamientos en un plan simple, pero extraordinario”. El cansancio lleva al sueño, y no es nada raro que compense la tristeza y la falta de coraje al mostrar una existencia sencilla pero extraordinaria, para la que faltan fuerzas en la vigilia. La existencia de Mickey Mouse es uno de esos sueños para el contemporáneo. Una existencia llena de prodigios que no solo superan la técnica, sino también se burlan de ella. Pues lo más extraño de estos prodigios es que surgen sin la ayuda de ningún aparato. Surgen, de improviso, del cuerpo de Mickey Mouse, de sus compañeros y sus enemigos, de los muebles más ordinarios como también de un árbol, una nube o el mar. Naturaleza y técnica, primitivismo y confort, se han unificado ante la mirada de quienes están cansados de las complicaciones de lo cotidiano, y para quienes el sentido de la vida solo aparece como un lejano punto de fuga en una perspectiva infinita de medios, y para quienes una existencia así parece ser liberadora porque todo se soluciona de la manera más simple y confortable, y en la que un auto no es más pesado que un sombrero de paja y los frutos en los árboles crecen tan rápido como un globo. Y ahora queremos distanciarnos, retroceder.

 

 

 

Nos hemos empobrecido. Hemos sacrificado, poco a poco, la herencia de la humanidad. Muchas veces la hemos empeñado por un centésimo de su valor, para recibir, a cambio, la moneda de lo “actual”. Es un hecho que detrás de la crisis económica está la sombra de la futura guerra. Aferrarse a las cosas es, hoy en día, cuestión de los pocos poderosos, y Dios sabe que no son más humanos que los demás; por lo general son más bárbaros, pero no de forma positiva. El resto tiene que volverse a acomodar, ahora con menos. Confían en las personas que han hecho de lo nuevo su causa, y la justifican a partir del saber y la renuncia. En sus contradicciones, sus cuadros e historia, la humanidad se prepara para sobrevivir a la cultura si es necesario. Lo más importante es que lo hace riendo. Quizás suene bárbara. Mejor. Esperemos que, de vez en cuando, el individuo entregue un poco de humanidad a aquella masa que, algún día, se la devolverá con intereses e intereses acumulados.

 

De esta edición: Gesammelte Schriften, II-1, 213-2196.

Traducción Buchwald Editorial

Gramsci vuelve. Ciudad futura y la batalla por el tiempo // Diego Sztulwark

Cuando parecía que el oscurecimiento de las percepciones acababa con todo referente mínimamente orientador y que lo político se disolvía en redes como TikTok, reapareció agonizante la vieja y querida batalla conceptual. Irreconocible en su reducción a la pantalla y agobiada por el meme, la tímida voz del argumento y la cita -cierto que desopilante- a la historia del pensamiento revolucionario confluyó en una postergada revitalización de espacios activistas. Una breve enumeración de algunos de los episodios sucedidos la semana pasada permite tomar el pulso de esta aceleración. 

La mañana del miércoles 14 de febrero, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) publicó un documento de treinta y tres páginas bajo el título “Argentina en su tercera crisis de deuda”. En él se explica que cada una de las crisis de endeudamiento vividas en democracia se debió a la persistencia neoliberal en un patrón de acumulación fundado en la valorización financiera y en la fuga del excedente. La brutal licuación de ingresos a la que asistimos en esta tercera crisis sólo puede conducir, según CFK, a un inminente intento de dolarización que cristalice y vuelva irreversible la violenta redistribución regresiva de los ingresos. El mérito del texto consiste en advertir sobre los términos de una disputa por la temporalidad, expresada en la pulverización de ingresos populares como eje central del curso de acción del oficialismo. Esta apuesta requiere de una gran habilidad resolutiva para gobernar por medio de la excepción. Porque semejante plan de acción (la dolarización, o algún tipo de convertibilidad) supone el doble desafío de afrontar un tiempo de salvaje agresión al poder de consumo de la población, cuyo límite temporal no se puede extender muchos meses más, y de contar con una estrategia política capaz de obtener una mayoría legislativa hoy esquiva (porque una dolarización requiere de un tratamiento parlamentario) o bien de un impulso decisivo capaz de forzar las instituciones. 

La misma noche del día 14 el Javier Milei rechazó los términos del documento (según el presidente la inflación actual no se debe a la restricción externa en una economía bimonetaria, sino a la emisión inflacionaria forzada por el déficit fiscal recurrente de una economía “cerrada”) pero confirmó el plan dolarizador. Pero su verdadera respuesta ocurrió de un modo indirecto dos días después. A media mañana del viernes 16, Milei publicó un mensaje titulado “Desarmando el Gramsci kultural”, en el que retoma los términos de la publiclística de la derecha radical. 

La mención al comunista italiano como clave de bóvedas para comprender el “problema argentino”, que según el presidente es “moral”, antes que económico o político, supone que la imposibilidad para avanzar con las reformas de mercado en el tiempo requerido se debe a una serie de privilegios que se encubren bajo falsos argumentos de orden comunicacional, educativos o culturales, esferas que serían precisamente aquellas desde las cuales Gramsci habría intentado la “implantación” del socialismo. La Argentina, dice Milei, es un “ejemplo” de esto. Por debajo del argumento cultural o educativo -propio de una mentalidad socialista- se escondería, para Milei, un negociado entre un político y un artista, un militante o un intelectual. Esa es la estructura inmoral, el obstáculo que, bajo la forma de valores colectivos, frases sobre los derechos y formas de activismos populares, traba y enlentece el plan de encajar en un semestre al país bajo la égida de un mercado sin fallas. Se trata del escollo gramsciano, cuya materialidad última, los contratos entre intendentes de pueblos y cantantes populares y fondos fiduciarios, debe ser removida por medio de una “batalla cultural”. La observación según la cual la esperpéntica alusión al autor de Los cuadernos de la cárcel se corresponde con un tipo de declaración que busca distraer a una población sobre la que cae el peso del alza del costo de vida –ese mismo viernes se conoció con que el índice que el observatorio de la UCA mide la pobreza llegó al 54,7 durante enero- no es incompatible con la importancia estratégica que la nueva derecha radicalizada otorga a la “infiltración comunista” en el lenguaje de los argentinos como terreno en el que se empantana la velocidad que pretenden darle al “cambio”.


El correlato de esta vertiginosidad pudo constatarse esta misma semana en una desbordante asamblea feminista preparatoria de la movilización por el día de la mujer del próximo 8 de marzo realizada en ATE (el sindicato de trabajadorxs estatales de la ciudad de Buenos Aires) y en los preparativos para la organización de la marcha convocada para el próximo 24. Y es que, al concentrarse todos los dilemas sobre el terreno de la temporalidad, la batalla misma acaba siendo una batalla por el tiempo que impone un esfuerzo de discernimientos múltiples, en la doble tarea de desviar los planes del bloque que procura afianzarse en el poder y, a la vez, producir una fuerte renovación de estilos y prácticas políticas, militantes e intelectuales. Todas cuestiones que fueron tratadas a fondo en el plenario del partido Ciudad Futura durante el último fin de semana. 

Gramsci y la Ciudad Futura

El nombre del partido, de fuerte arraigo en la ciudad de Rosario y presencia en la provincia de Santa Fe, es un homenaje a una revista que editó en Italia el joven Antonio Gramsci. Pero la relación que estos militantes tienen con el célebre comunista apresado por el fascismo es bastante original, y difiere con relación a la rica tradición de lecturas argentinas de los cuarenta años de la democracia. Si hubo en el pasado, con Juan Carlos Portantiero y José Aricó, un gramscismo alfonsinista, y más tarde, con Ernesto Laclau, una lectura neogramsciana próxima al kirchnerismo, se trató en ambos casos de lecturas que buscaban responder a la pregunta sobre los destinos de los procesos de emancipación en un contexto histórico no revolucionario. Es decir: eran rastreos empecinados en extraer lecciones de la tradición de la izquierda revolucionaria útiles para una Argentina que procesaba la derrota de esas izquierdas bajo la idea de modernización democrática. ¿Qué ha cambiado? ¿Ya no se sabe cómo leer a Gramsci? La trayectoria de estos jóvenes gramscianos marcados por el 2001 corresponde a otra generación militante, lejana al AMBA, que aprendió del zapatismo y del chavismo y que se próxima a las organizaciones sociales y gremiales, a los feminismos y a un nuevo modo de hacer converger territorio y gestión pública.

La importancia del plenario del fin de semana pasado tuvo una significación especial para Ciudad Futura. Los cientos de militantes reunidos para celebrar sus primeros diez años de existencia del partido, no solo demostraron que no es cierto que toda la juventud militante se haya volcado a la derecha sino que además transitan -ante la indiferencia de la mayoría de los medios de comunicación nacionales- un fuerte crecimiento evidenciado sobre todo en el impactante desarrollo que tuvieron en Rosario durante el 2023 y en algunas ciudades de la provincia como Venado Tuerto. Este partido de movimiento, que nació de la fusión de experiencias sociales de fuerte implantación territorial (M26 y Giros) se las arregló de un modo único para sostener prácticas alejadas de la política partidaria, como un tambo y una escuela, junto a un desarrollo institucional que los lleva a ocupar unas cuantas bancas legislativas. Y si ya era sorprendente que obtuvieran cada vez mejores resultados electorales, nadie esperaba que fueran capaces de convencer al peronismo de conformar un frente electoral para enfrentar a la coalición oficialista formada por el socialismo, el radicalismo y el Pro. Dicho frente se llamó Rosario Sin Miedo y fue la confluencia con diversos sectores, incluyendo a organizaciones del peronismo como el Movimiento Evita, para la construcción de un proyecto para la ciudad. Las PASO del nuevo frente se realizaron el 16 de julio de 2023 y Juan Monteverde se impuso sobre el candidato peronista Roberto Sukerman por una diferencia de casi cuatro puntos. Las elecciones generales del Domingo 10 de septiembre de 2023 fueron tan polarizadas que solo se presentaron dos candidatos. Los resultados definitivos de la elección para la categoría de intendente fueron los siguientes: 51.5% para el intendente reelecto Pablo Javkin (243.332 votos); y 48.5% para el candidato alternativo Juan Monteverde (sacó 227.139 votos). Es decir que prácticamente uno de cada dos rosarinos votaron al referente de Ciudad Futura.

Pero la experiencia de este partido de movimiento no se agota en la instancia electoral, ni su espacio territorial se limita en la ciudad de Rosario. No sólo porque su concepción de la política lo impulsa a disputar el sentido de las prácticas territoriales, gremiales, culturales, educativas y productivas, y no sólo las legislativas, ni tampoco por el hecho de que el partido ya se desarrolla en varias ciudades y pueblos de la Provincia. Sino también por la sensibilidad con la que intuye que su involucramiento en la disputa por el tiempo y por la excepcionalidad puede dar lugar a algo nuevo. Ciudad Futura no tiene las respuestas -que por otra parte nadie posee- a la crisis. Pero cuenta con recursos como muy pocos han desarrollado: un método que le permite participar, desde sus prácticas de contrapoder, del conflicto coyuntural en un momento dramático; un tono que le permite entrar en relación interactiva con lo que ocurre de un modo muy efectivo. Son pocos los actores políticos que están en condición de realizar una intervención eficaz en el doble plano de la constitución de una alternativa, en el plano de los modos de vida y de la gestión institucional y que, a la vez, puedan hablar claro a todos aquellos que están tomados por el drama de la coyuntura.

No hay futuro si no hay alternativas

“Es momento de hacer otra cosa”, dice LauraVenturini, militante histórica de Ciudad Futura, frente a cientos de sus compañeros. Y dice algo más: “para poner el cuerpo hay que estar convencidos”. No hay otro modo de poner en marcha el método de Ciudad Futura: “de abajo hacia arriba, de la periferia al centro”. Caren Tepp, concejala de Rosario, agrega: “A la crisis de representación hay que responderle con acción política concreta”. Ambas enfatizan la importancia de la organización, del instrumento, del colectivo que actúa. 

Luego de la caída del Muro de Berlín, los zapatistas lanzaron su mensaje: “crear alternativas”. Y cada vez es más claro que “no hay futuro sin alternativa”. ¿Qué es el “poder popular” para Ciudad Futura?: “traducir lo ideológico en materialidad y la materialidad a lo afectivo”, dice Franco Ingrassia. “¿Y cómo se construye la alternativa? Por medio de la construcción, aquí y ahora, de fragmentos de la ciudad que queremos para mañana, y a partir de que estas prefiguraciones afecten masivamente a la población”. 

La trayectoria de estos jóvenes gramscianos marcados por el 2001 corresponde a otra generación militante, lejana al AMBA, que aprendió del zapatismo y del chavismo y que se próxima a las organizaciones sociales y gremiales, a los feminismos y a un nuevo modo de hacer converger territorio y gestión pública.

Otra fórmula que permite reconocer las prácticas de este colectivo es: “autogobierno-transformación-ahora”. ¿Y cómo se logra una organización cuya práctica esté a la altura de estas palabras?: “Logrando -dice Caren- que las decisiones se tomen ahí donde está el hacer”. La alternativa supone que la dirección está en las prácticas. 

Cuenta Laura que en los momentos de frustración personal (como, por ejemplo, en 2015 cuando hubo que aceptar la candidatura de Scioli como recurso para evitar una catástrofe social, dilema que Ciudad Futura afrontó con la campaña #NoMacriNo, “campaña para evitar un retroceso”) fue la confianza en la práctica del colectivo la que le permitió comprender que la potencia de la construcción colectiva cuenta con recursos para elaborar las peores encerronas de la política nacional. 

Y es que el método de la Ciudad Futura se funda en no dejar que los poderes les secuestren el estado de ánimo. El entusiasmo que ostentan es más que un mero voluntarismo. Es un estado de prefiguración constante respecto del tipo de energía política que promueven. De ahí que Caren rescate en la asamblea la importancia de un lenguaje “de la libertad” (un tipo de lenguaje político capaz de ligar con la desesperación, que ni niega ni le debe nada al lenguaje del progresismo), de “combinar la iniciativa con la capacidad de defender aquello que es agredido” y la “necesidad de aprender del feminismo”. En medio de la descomposición política, Ciudad Futura es uno de los referentes colectivos más interesantes a la hora de encontrar claves para desandar el oscurecimiento político de las percepciones, bajo el cual la extrema derecha avanza es una nueva presencia de los cuerpos y del afecto capaz de engendrar nuevos sentidos.

Un estilo y una diagonal

2023 fue un año de derrotas electorales en el contexto de una fuerte crisis de representación. Pero no todas las derrotas son equiparables. De hecho, hay una diferencia decisiva entre derrotas electorales que son además fracasos políticos que cierran caminos y derrotas electorales que, como la sufrida por Rosario sin Miedo (Ciudad Futura y peronismo) a nivel local, son verdaderas victorias que confirman y que los abren. Esta es la lectura que expone Juan Monteverde ante el resto de la militancia. El hecho de que uno de cada dos rosarinos lo haya votado en las elecciones a intendente, candidato de Rosario sin Miedo, no sólo supone una gran elección, sino que deja planteado un desafío que Ciudad Futura ya ha aceptado: avanzar en la construcción de una fuerza alternativa para gobernar la ciudad. 

A la pregunta sobre cómo convive esta victoria política local con la derrota a nivel nacional, Monteverde responde con un balance detallado de lo ocurrido durante el 2023. El diagnóstico que pone en discusión con sus compañeros cuestiona la idea generalizada según la cual la causa de la derrota política nacional sea la derechización de la sociedad. En Rosario, por ejemplo, se da una coincidencia parcial entre el voto a Monteverde a nivel local y a Milei a nivel nacional. Por más incoherente que parezca ser desde un punto de vista ideológico esta combinatoria, los propios votantes se mostraron muy capaces de explicarla: a nivel local, el voto a la izquierda supone un reconocimiento a su territorialidad, pero a nivel nacional se trataba de manifestar un fuerte hartazgo con las dos coaliciones que gobernaron durante la última década. Más que derechización, dicen en el plenario de Ciudad Futura, lo que hay es desafección. O dicho de un modo aún más preciso: la sociedad no es de derecha sino neoliberal. De derecha es, en cambio, el modo predominante de una representación política incapaz de plantear alternativas.

Esta distinción entre sociedad neoliberal y políticas de derecha abre un camino a recorrer. Porque si la sociedad neoliberal no es inmediatamente una población ideologizada, sino el efecto de una sociedad sometida a una serie de transformaciones regresivas -vinculadas a la distribución regresiva de los ingresos, el deterioro de lo público, la precarización laboral y la mediación digital individualizante en el plano de la comunicación-, es posible sostener que la derechización es efecto de la incapacidad de la política para ofrecer alternativas consistentes a estos problemas. La neoliberalización es la constatación de un notorio fracaso político e ideológico de tantos años de gobiernos progresistas. Y las políticas de derecha son un efecto más que una causa de dicho fracaso. Al rechazar la tesis de la derechización como falsa explicación del proceso político, Ciudad Futura emerge como un colectivo que no está dispuesto a consentir la evasión de balances críticos reales y responsabilidades concretas. Porque han hecho la experiencia de cómo, allí donde se ofreció a la población una alternativa clara y firme, la derechización como cierre ideológico no se verifica.

Otra pregunta de Monteverde ayuda a desnaturalizar los discursos que impotentizan la acción militante: ¿expresa Milei un cambio de época o más bien una época de cambios? Tras el juego de palabras se deja ver una cuestión central: ¿estamos ante el primer gobierno de un nuevo capitalismo arrasador, o más bien ante una suerte de manotazo de ahogado de un sistema incapaz de dar respuestas ni siquiera a los llamados incluidos? El modo de preguntar produce una nueva distinción que permite avanzar. Milei no es el líder de una nueva fuerza, sino el mejor representante de una política en descomposición.

El método de la Ciudad Futura se funda en no dejar que los poderes les secuestren el estado de ánimo.

La crisis del neoliberalismo es una crisis de sentidos que parece empujar con todas sus fuerzas hacia embates cada vez más violentos. El razonamiento de Monteverde no se precipita: cree que el sistema ya no da más, que no tiene respuestas viables. Pero no deja de observar que, para convertir la crisis en oportunidad, para que intervenga una fuerza política y social de otra naturaleza, es preciso ensanchar la mirada. Y no subestimar la convicción con la que Milei se aferra a sus ideas. Ve en este modo de liderar, tan desquiciado como elocuente, una disposición a asumir a fondo un camino que faltó en los liderazgos previos. Milei es una anomalía, un eufórico que promete salvar de la catástrofe mientras la perpetra, y su triunfo sería el triunfo de algo puramente mortífero. Esa anomalía, por dar lugar a un experimento incierto, despierta una curiosidad global en un mundo sin respuestas. 

Se puede predecir un choque de modelos, de convicciones, de formas de liderazgos. Pero esos choques podrán dar lugar a una alternativa sólo cuando la experiencia de grupos capaces de mostrar otros caminos y otro tipo de políticas públicas concretas abra otros caminos a la sociedad. Pero lo que para Monteverde vuelve todo más oscuro y opaca las percepciones sobre lo político es el agotamiento de la imaginación política, y del modo de concebir los instrumentos que incluso en términos de instituciones y políticas públicas. Al punto de que lo público se ha vuelto abstracto. En esta línea, cita a la antropóloga Rita Segato quien acertaría al afirmar que lo que no alcanza es la “fe ciudadana”, las apelaciones a una fe cívica en el Estado que de por sí resulta cada vez más insuficiente. 

Lo que está en discusión, por tanto, es “cómo vivir juntos”. Esta fue la insistencia de Ciudad Futura todo el año pasado: “O la desbloqueábamos desde abajo con proyectos emancipadores de nuevo tipo, que se animen a correr el límite de lo posible, a imaginar nuevas democracias más cercanas, con nuevas arquitecturas de poder que apuesten a solucionar los problemas generando comunidad, de una forma que empodere a una sociedad desafectada, o se va a terminar desbloqueando desde arriba con proyectos mesiánicos – autoritarios. Lamentablemente ellos llegaron antes y están haciendo su revolución. La que (todavía) no pudimos hacer nosotros”.

Lo que falta es un nuevo tipo de organicidad de un Frente Político que no existe, pero que podría existir con solo trazar una diagonal que, eludiendo aquello que en la verticalidad es impotente, dibuje unidades activas a partir de puntos contiguos. Un ejemplo futuro de eso sería el eventual acto unificado para el próximo 24 de marzo. Pero aún falta demasiado tiempo para fines de marzo ¿Es posible visualizar la constitución de esa diagonal?: ni mera unidad electoral, ni sólo convergencia parlamentaria, ni exclusivamente unidad en la acción. Una diagonal une puntos de otro modo, compone nueva fuerza, traza una deriva geométrica inesperada. Para darle forma a este Frente que no existe pero cuyos efectos de neutralización y bloqueo del estado de excepción son de real necesidad y urgencia hace falta un esfuerzo inmediato de imaginación popular, de humor crítico y de escritura programática. 

No se trata, por tanto, de expandir linealmente la organización, sino de “hacer con otros”. Este es el tono de Ciudad Futura: comunitario, activista, juvenil, experimental, territorial, abierto y radicalizado hacia la izquierda. Y muy atento a esta sociedad “desafectada”, que ya no quiere escuchar. Pues la desafección, en la medida que supone la acción de retirar el afecto, implica el desafío de volver a sintonizar la palabra en una frecuencia audible. Hacen falta liderazgos que escuchen. Que puedan interactuar con el estado de defección auditiva que contamina a las prácticas políticas. Cuya palabra sea capaz de ser escuchada por un colectivo humillado, retirado en su desesperación y a veces hostil.

Los dilemas de Ciudad Futura se juegan entonces entre una responsabilidad local (en Rosario ya son vistos como el próximo gobierno, en menos de cuatro años), y las exigencias de un tiempo político nacional que pide a gritos ejemplos -más que modelos- de otro modo de hacer las cosas. El país está poblado por “jirones comunitarios” (la expresión es de Monteverde) de diversas escalas -de intendencias a clubes de barrio o sindicatos y de núcleos militantes a centros culturales o comedores populares-, conformando una extensa mancha de leopardo transversal a la geografía política y con las que Ciudad Futura desea vincularse por medio de una iniciativa, una plataforma de articulación de ciudades sin miedo de tres dimensiones: la creación de un proceso común para formular soluciones a problemas colectivos concretos tales como la violencia barrial,  la alimentación, la educación; un espacio de formación de líderes, como modo de fortalecer las instancias colectivas; y una tercera línea de trabajo sobre iniciativas ligadas a la comunicación, es decir, a formas de alentar percepciones claras y favorecer estados de ánimo desde el entusiasmo. Estas tres líneas tienden a concretar la consigna planteada en el plenario de un “repliegue en la sociedad”, de construir en y desde una sociedad que Ciudad Futura percibe en toda su heterogeneidad y con un registro que apunta a coexistir con las diferencias.

Desde este modo asume la Ciudad Futura la batalla por el tiempo como un recorrido complejo que supone, simultáneamente, el desafío próximo de gobernar la ciudad, de incidir en la provincia y de participar de las luchas en el plano nacional. Lo que implica, entre otras cosas, una capacidad para aprender de los fracasos de las políticas progresistas recientes. De entre esos aprendizajes, Monteverde destaca uno: “No se trata de llegar como sea y luego explicar con excusas porqué no se pudo. Porque eso implica enormes retrocesos. Por el contrario: llegar implica cumplir”.  Se trata de una nueva idea de la responsabilidad: acompañar a la sociedad y recorrer el camino al que se invita hasta el final. El estilo de Ciudad Futura permite dos cosas: una paciencia “zapatista” (un “tiempo de espera” que parece madurado en lecturas de François Jullien) y una disposición a asumir que “no hay puertas cerradas” (que parece surgir como una solución al relato “Ante la ley” de Franz Kafka). Como sea, esa espera no se da en el vacío, sino en el apuro de una tensión política y un lleno de tareas. Construir una oportunidad, para Ciudad Futura, es combinar el aprendizaje de los fracasos previos con el compromiso de no fallar.

Fotos: Archivo Ciudad Futura

Tanta crueldad es necesaria // Agustín Valle

Cuando “cheto” pasó de peyorativo a copado, era visible el triunfo libidinal del capital. De ahí a idolatrar a los magnates había un ínfimo paso. Ahora, ¿es necesaria tanta crueldad? ¿No podrían hacer sus negocios -de por sí desgarradores para la mayoría – sin tanta crueldad?

Cualquierismo y crueldad es el show que acompaña el vaciamiento y la multiplicada degradación de la vida; es la música que nos aturde mientras bailan felices las corporaciones -que no tienen patria-. Si fuera cierto que “hay que sufrir” (lema del tango al fin y al cabo, y también de la Selección campeona) y sufriéramos todxs, bueno… Pero algunos están de fiesta. Hay que señalar quiénes ganan mientras (¡porque!) la mayoría sufre. En realidad es explícito, está a la vista. Lo que hay no es tanto un “engaño”. Es un capitalismo gore, porno, no esconde -Elon Musk como ejemplo flagrante-. Por eso la crueldad sí es necesaria. El cualquierismo es necesario para sostener el estado nervioso que cohesiona la sociedad contemporánea en un lazo alarmado y extenuado, saturado y aturdido. Y la crueldad es necesaria porque es por excelencia la operación productora de desemejanza. La crueldad cumple una función política: elimina el estatus de semejante sobre algunos cuerpos. Es una operación que desinviste a determinado sujeto del estatus de semejante, es decir de su condición de esencialmente igual. De allí que este capitalismo gore, los extremistas, los idealistas y puristas del capital -importa el capital y su lenguaje claramente más que la vida-, tengan en la crueldad un dispositivo necesario: la crueldad circulante vuelve mucho más admisible la brutal desigualdad. No somos iguales: ya ven que incluso algunos no merecen ni trato humano, chau, escarnio. Que sufra el inferior nos reconfirma en nuestra superioridad (siempre puede encontrarse algún inferior), nuestra inclusión (“argentinos de bien”). De allí, también, que Milei, y toda la ultra derecha mundial, apoye fervientemente al Estado israelí en su genocidio contra el pueblo palestino: caso testigo de la des-semejanza legitimada.

«Tánatos en estado puro»* // Mirta Zelcer

En múltiples aspectos, la política determina y condiciona nuestras vidas, aunque no del todo. Sin embargo, en estas páginas no realizaremos análisis políticos, sino que buscaremos descender varios peldaños más allá de las argumentaciones racionales y lógicas que explican e interpretan las políticas[1] para adentrarnos en la tenebrosa descomposición social actual e intentar percibir algunos signos y microelementos que la sostienen y vehiculizan. Comencemos.

  1. La maldad

Que el Psicoanálisis opera a través de la palabra es una verdad de Perogrullo. Pero la atención del psicoanalista aplica igualmente a otros signos que también son textuales: el tono, las inflexiones de la voz, los silencios, los gestos, etc. Percibe y evalúa, por ejemplo, si las expresiones están articuladas con los contenidos o disociadas de ello, si las inflexiones de voz son las culturalmente entendidas como agresivas, o triunfantes, etc. En el caso de que el lenguaje y los signos asociados sean de una agresión aplastante, proviniesen de una relación asimétrica y resultaran ser repetitivos, sin enmiendas y sin novedades, el lenguaje puede considerarse despótico[2].

¿En qué sentido puede el lenguaje llegar a ser opresor? Puede serlo cuando indica una representación trascendente, una especie de guía inamovible que se sostiene con gestos amedrentadores, y con el objetivo pragmático de ordenar las conductas hacia una centralidad dominante. El miedo que suscita es por la maldad que este lenguaje y sus signos implican. Temor que proviene de las experiencias de muerte y exterminio por las que el mundo y la sociedad argentina han atravesado.

Mucho se ha escrito sobre la maldad. Mencionaremos muy sucintamente a algunos conocidos autores que se ocuparon del tema.

Comencemos por Rousseau, para quien la piedad es la que sostiene una ética fundamental para liquidar la desigualdad entre las personas. Este hecho no pasaría tanto por la racionalidad como por la sensibilidad hacia los seres vivos, en especial, hacia los semejantes. Esta compasión es la médula sustancial de las acciones tanto individuales como políticas. Desde allí, la propuesta rousseriana se dirige a la educación y considera que es menester generar, a través de ella, el objetivo de honrar las vidas y la dignidad de los seres humanos para atravesar la coexistencia social.

También Kant se refirió a la maldad afirmando su concepto de “imperativo categórico”. Esta idea está referida a las acciones de las personas. Se trata de una ley moral que aparece como algo interior, inherente a la persona misma, de lo que debe ser desde la moral incorporada. Es una virtud que no tiene causa. Sin embargo, y a pesar de que aparece como una prescripción, la considera un acto de libertad que, al no tener una causa específica que lo impulse, está fuera del tiempo.[3] Para que esta virtud tenga lugar, la voluntad no puede tener ninguna sujeción. Por lo tanto, las prescripciones provienen del íntimo razonamiento. La libertad trata, precisamente, de la autonomía de la voluntad. De otro modo, la voluntad, la moral y la racionalidad – sumisas y dominadas- son esclavas.

El concepto de imperativo categórico kantiano fue tomado por Freud en varios de sus escritos ––tanto en “El problema económico del masoquismo” como en “Tótem y tabú”– y refiere a que su formación es consecuencia del complejo de Edipo. El superyó se forma sincrónicamente con este complejo. El concepto kantiano cabalga entre la moral y la ética. No así el superyó freudiano que, según se va desarrollando en sus escritos, tiene que ver mucho más con la mora[4]l.

Veamos el mal desde Hanna Arendt. Arendt describió dos tipos de maldad: el mal banal y el mal radical. El primero es peligroso porque es fácilmente irradiable, debido a su falta de racionalidad. Se lo ve en acciones concretas agrandando motivos, razones y justificaciones, precisamente, banales.

El mal radical tiene arraigo en los sistemas absolutistas. A través de estos regímenes se liquida la singularidad, la creatividad y la sinceridad. El ser humano se transforma en una entidad recusable e inútil. Sobrantes sociales, ya que todo se remite a una centralidad que representa al poder, para instruir e impartir acciones. Además, es inalterable. Sin interlocuciones ni negociaciones.

Un tercer tipo de mal trata de conductas habituales, es el mal ordinario, casi normal. A los dos primeros (el mal radical y la banalidad del mal) se los encuentra generalmente, integrados dentro de las organizaciones de los gobiernos de corte fascistoide.

También Deleuze se ocupó de la maldad desde la literatura, enfocando el ejercicio de ésta en el sadismo. Este autor remite a Klossowski[5], quien mostró que la persona sádica cree que existen dos naturalezas: una naturaleza primera “portadora de la negación pura, situada por encima de los reinos y las leyes y que estaría eximida hasta de la necesidad de crear, conservar e individuar: sin fondo más allá de todo fondo, delirio original, caos primordial compuesto únicamente de moléculas furiosas y demoledoras”. Esta naturaleza estaría asociada, para Deleuze, al instinto de muerte. Dice: “Tánatos en estado puro[6]”. Continúa su explicación: “La naturaleza segunda es una naturaleza sometida a sus propias reglas y a sus propias leyes: en ella lo negativo está por todas partes, pero no todo en ella es negación. Las destrucciones son además el reverso de creaciones o de metamorfosis; el desorden es un orden distinto, la putrefacción de la muerte es asimismo composición de la vida”. Esta naturaleza estaría, para Deleuze, asociada a la pulsión de muerte.

El sádico niega la naturaleza segunda. A partir de esta negación delirante existe en él una relación no-personal con las personas. En el puro delirio de la razón “se pregunta en qué condiciones «un dolor B» provocado en la naturaleza segunda podría, por principio, repercutir y reproducirse al infinito en la naturaleza primera. Tal es el sentido de la repetición en Sade, y de la monotonía sádica”.

Nos muestra que, “el lenguaje de Sade es paradójico porque es esencialmente el de una víctima” ya que “Sólo las víctimas pueden describir las torturas”. Los sádicos, “los verdugos, emplean necesariamente el lenguaje hipócrita del orden y del poder establecidos”. Utilizan el lenguaje desde el poder que da razones y fundamenta la tortura. Calladamente engaña; pero aparece públicamente en oposición a los -denominados por él- perversos.

Precisamente, es mediante el desarrollo de la facultad demostrativa como objetivo del lenguaje, que impugna las relaciones a quienes se dirige y quiere gobernar[7].

Deleuze identifica dos tipos de elementos que componen el doble lenguaje del sádico:

  1. “El factor imperativo y descriptivo, representativo del elemento personal, que ordena y describe las violencias personales del sádico, así como sus particulares gustos”.
  2. “Pero también un más alto factor indicador del elemento impersonal del sadismo y que identifica esa violencia impersonal con una Idea de la razón pura, con una demostración terrible capaz de poner al otro elemento bajo su sujeción”. Esta resulta ser una razón fundamental para su requisito, así como también para la necesidad de institucionalizar sus acciones. Sin embargo, y al mismo tiempo, no sólo repudia todo tipo de contrato sino que los menoscaba.[8]

El sádico nunca engaña. Necesita de un elemento que considere insurrecto para actuar, remitiendo su acción destructiva a la decencia. En este desenfreno, la orientación es a poder causar un crimen absoluto. El sádico se presenta como la encarnación del sadismo del superyó freudiano.

  1. Los nombres

El nombre –es decir, la denominación inicial u original que se le otorga a una entidad– es el que otorga continuidad en el tiempo a pesar de todas las mutaciones que un individuo o una comunidad puedan experimentar. Es el componente que puede sostener las identificaciones y des-identificaciones. El nombre se encarna en el cuerpo y sostiene representación; pero también es el nombre principio el que soporta nominalmente al cuerpo cuando éste se separa de determinadas representaciones y se aparta de ellas.

En los sinuosos trayectos de las elaboraciones en la clínica psicoanalítica surgen espontáneamente cambios en los nombres de algunos elementos que habían operado como signos subjetivos. Estos nuevos nombres modifican la ecuación representación-objeto y alteran entonces las relaciones concretas con dichos elementos. De manera que, si nos encontramos en el trabajo clínico de elaboración en el que nada permanece solidificado, cada nombre puede ser penetrado por el pensamiento crítico, y puede llegar a ocurrir que la representación y el nombre encarnado en ella, cambien.

También Deleuze se refirió a los nombres propios. Dice:

El nombre propio no designa un sujeto, designa algo que ocurre cuando menos entre dos términos, que no son sujetos, sino agentes, elementos. Los nombres propios no son nombres de personas, son nombres de pueblos y de tribus, de faunas y de floras, de operaciones militares o de tifones, de colectivos, de sociedades anónimas y de oficinas de producción. El autor es un sujeto de enunciación, pero el escritor no, el escritor no es un autor. El escritor inventa agenciamientos a partir de agenciamientos que le han inventado, hace que una multiplicidad pase a formar parte de otra.

(Deleuze y Parnet, 1977[1980]).

2.1. Respecto de la comunicación humana, Bifo presenta dos modalidades: la conjuntiva y la conectiva. La conjuntiva es la capacidad de entender a otro ser humano mediante signos verbales y también los signos no verbales que vehiculizan la comunicación. La comunicación conectiva reduce la pragmática a la sintaxis. En esta modalidad comunicativa no cabe la ambigüedad, por lo tanto, tampoco cabe la multiplicidad. De ese modo se pone de relieve que, en la sintaxis, aparecen solo dos términos: por un lado, el que designa el objeto, y por el otro, el resto del universo de posibilidades de significados e interpretaciones. De tal modo que, para cada quien, su ubicación dentro de la comunicación conectiva queda reducida a uno de los dos términos.

En este sentido, como lo hemos visto en este mismo trabajo, desde las relaciones asimétrica y de dependencia, el lenguaje puede llegar a ser opresor. Esto ocurre, por ejemplo, cuando un progenitor sentencia “no sos inteligente”, “sabía que tú no ibas a poder”, etc. Resulta que, desde el lenguaje, en este tipo de comunicación la relación se torna amenazante, pues se corre el peligro de un reconocimiento negativo. Sincrónicamente, esta intimidación indica la instrucción de una identificación subjetivante.

2.2. Tomemos ahora el sintagma “persona de bien”. ¿Qué es lo que dice y qué es lo que sugiere? ¿Quiénes serían personas de bien? Ante todo, esta denominación refiere a una cuestión moral: personas que son bien y entonces, personas que no lo son. Aquí hay una divisoria de aguas, puesto que queda sobrentendido que las personas de bien ya existen y que uno podría no serlo. Y frente a la partición que sugiere esta palabra entre lo recto y lo que no lo es, comienza la búsqueda personal que arroja a cada persona fuera de la relación comunitaria y la deja en soledad.

Aquí caben las preguntas que formula Deleuze: “¿Cuál es mi posición en la manada? ¿Soy exterior a la manada? ¿Estoy a un lado, dentro, en el centro de ella?”[9]. En nuestro caso: ¿qué debo sentir, pensar, mostrar para ser y pertenecer a lo que se designa como una persona de bien?

Sin embargo, hay en el sintagma contenida una referencia no explicitada. Pareciera que existieran personas que no necesitan interrogarse si lo son o no lo son. Son los estructurales del bien. Pero están aquellos que desean pertenecer a ese rango, aunque suponen que no posean los signos exteriores de los “bienes” acordes a las personas de bien. El miedo a quedar fuera de lo indicado y la aspiración personal a serlo, abren otra perspectiva: la obediencia en el redoblamiento de expresiones, de ideas y de justificativos podría llevar a la inserción en el grupo personas de bien[10]. Se trataría de una especie de darwinismo social.

Todo ello nos remite a la condición del Deseo.

  1. El deseo

El deseo es siempre social. En el “abecedario”, Deleuze explica que el deseo aparece en un contexto de vida, dentro de un conjunto de circunstancias. Más aun, aclara que desear es construir un agenciamiento[11], construir ese conjunto.

El deseo no es previo a sus distribuciones a lo largo de líneas de fuga[12]; no implica una anterioridad cronológica; él está en la más estricta simultaneidad con aquello que distribuye en los campos sociales. Puntualiza que el deseo es un acontecimiento. Un acontecimiento que tiene que ver con un corte, con algo que no transige con las representaciones dominantes. Se trata de reacciones contra comarcas representacionales que no admitían cuestionamientos. Es una experiencia que parte de alguna “pequeña” afectación a raíz de representaciones que operaban en forma absoluta y que fuga hacia los límites de las esas mismas representaciones. Precisamente, es en estos bordes donde el deseo se manifiesta y toma forma. Lo propio del deseo es entonces tanto la afectación como un proceso de agenciamiento. De allí podemos decir que el deseo es al mismo tiempo singular, biológico y colectivo, nunca individual. Y que siempre está lanzado en las líneas de fuga[13]. Es productivo y, sincrónicamente, social (Deleuze y Guattari, 1998:413).

También Bifo manifestó lo que para él es el deseo. Más que una fuerza, es un campo de diversas fuerzas que tienen intersecciones y confluencias. Dijo: “es el campo psíquico sobre el que se oponen continuamente flujos imaginarios, ideológicos, intereses económicos (…) el campo del deseo es lo central en la historia, porque sobre este campo se mezclan, se superponen, entran en conflicto las fuerzas decisivas en la formación de la mente colectiva; por lo tanto, la dirección predominante del proceso social” (Bifo, 2007:27). Aclara que entonces, el deseo no se califica puesto que puede haber deseos de todo tipo (por ejemplo, de solidaridad, de nazismo, de justicia social, etc.). La fuerza es la del movimiento que sacude el deseo dentro de su campo.

  1. Vicentin

Deleuze y Guattari formulan los conceptos de territorialización y desterritorialización. Este último, trata de una movilidad y de una variación tanto en las representaciones como en las acciones establecidas y arraigadas. Provienen de la incomodidad –quizás angustiante– que genera un deseo. Se realiza a través de las líneas de fuga que yacen en la desterritoralización misma. Ninguno de estos elementos (desterritorialización, deseo, fuga, deconstrucción, atravesamiento de un límite, etc.) preexiste al otro. Son sincrónicos y están en un mismo acto. La reterritorialización, puede llegar a ser una estabilización relativa de todo aquello que fue reformulado. Pero también, y en cambio, es considerada como una vuelta al territorio que se intentó abandonar. Una derrota o una claudicación del deseo.

En nuestro país no existe demasiada diversidad en los deseos colectivos. El año 2019 trazó varios que lograron poner en el ejecutivo a quienes se esperaba los cumplieran, según sus promesas.

El incidente “Vicentin”, aunque en principio desconcertante, fue el símbolo de pasividad gubernamental que indicó que las expectativas deseantes no se cumplirían. Estaban dadas las condiciones plenas para que, en virtud de las fuerzas de la comunidad que sostenían el poder que nos presidía, éste lo ejecutara. Llamativamente, este abandono de la oportunidad se dio al mismo tiempo que una experimentación singular. Se trató del intento de un colectivo liderado por Grabois, de ocupar el campo que correspondía a un integrante de la familia Etchevehere y que fue donado por este miembro a la agrupación liderada por el mismo Grabois. Quizás por una confianza ingenua en el sostén de sus acciones, ambos hechos fueron desatendidos por las facultades procedimentales del Poder Ejecutivo. Ambas situaciones como posibles líneas de fuga a ser concretadas. Esta retracción del ejecutivo no fue inocente: la dirección del Gobierno no sólo sostuvo las consecuencias sociales allí implicadas, sino que también dejó a los poderes judicial y legislativo fuera de cualquier tipo de operación. Estaba visto: nada iba a cambiar. Los opositores al gobierno se quedaron tranquilos: podían ir por más. Tuvieron libre el camino para sus deseos de codicia, de poder y para efectuar la maldad.

Con el apriete de las personas de bien a los jueces probos en ambos casos (llamados erróneamente “escraches”), se territorializó lo posible de ser desterritorializado. El deseo de los votantes del gobierno no solo fue estrellado contra las evidencias concretas, sino también aplastado. Pero a las fuerzas vitales que sostienen al deseo no se las puede apagar en forma definitiva.

Con Milei apareció lo carnal, lo erótico, lo excesivo. Lo reactivo de la dimensión del deseo. Deseo destructivo, pero deseo al fin, que volvió a estimular el interés de muchos y variados sectores populares.

 

 

Estamos gobernados por la ceguera y el facilismo de la muerte: la destructividad deseante; la codicia arrasadora que no contempla ni qué ni a quienes aniquila; la crueldad; la intención de que cada quien permanezca en soledad, mirándose y comparándose con lo incierto de ser “persona de bien”, fuera de la comunión de los encuentros. La maldad. Tanatos en estado puro.

Vivimos en un remedo de democracia representativa. Si bien su descomposición comenzó hace muchos años, en estos momentos llegó a un grado de putrefacción en el que reconocemos el intento concreto de su disolución. Diríamos que se ha vuelto “normal”, habitual. En esta podredumbre vivimos, e inhalamos su pestilencia.[14]

La maldad, la burla a la percepción y a la inteligencia, las palabras soeces, los insultos, la argucia en la confusión de realidades, los agravios hirientes, nunca fueron frenados ni castigados. Antes bien, estos hechos se fueron acelerando y extendiendo. Fue aceptando su transcurrir, lo que equivale a la acción de haber sido sostenidos. Aún no se vislumbran de manera definida los procedimientos para salir a respirar algún aire algo más saludable.[15]

 

Bibliografía

  • Bifo, Franco Berardi (2007) Generación Post-Alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Buenos Aires, Tinta Limón.
  • Deleuze, Gilles (s/d) El abecedario de Gilles Deleuze. Trad. Raúl Sánchez Cedillo.
  • Deleuze, Gilles y Parnet, Claire (1980) Diálogos, París, Editorial Pretextos. Edición original: 1977.
  • Deleuze, Gilles y Guattari Félix (1988) Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos.
  • Deleuze, Gilles (2001) Presentación de Sacher–Masoch. Lo frío y lo cruel, Buenos Aires,. Traducción de Irene Agoff. Edición original (1967) Présentation de Sacher–Masoch. Le froid et le cruel, París,Editions de Minuit.

 

Notas

*La frase corresponde a Deleuze, en Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel. (ver Deleuze, 2001:22)

[1] Si buscara resumir en pocas palabras el momento actual de la política, podría decir que la única lógica y razón última que encuentro es la acumulación extraordinaria de riqueza y poder de personas no sólo de nuestro país, sino también de otros, siempre con el mismo objetivo, y la misma razón.

[2] “La lengua es una realidad esencialmente heterogénea”, dicen Deleuze, Gilles y Félix Guattari (1988).

[3] En Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) Kant expone diversas formulaciones del imperativo categórico: Fórmula de la ley universal: «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal» (AA IV:421); Fórmula de la ley de la naturaleza: «Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza» (AA IV:421); Fórmula de la humanidad: «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio» (AA IV:429); Fórmula de la autonomía: «El principio de toda voluntad humana como una voluntad legisladora por medio de todas sus máximas universalmente» (AA IV:432); Fórmula del reino de los fines: «Obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de los fines» (AA IV:439).

[4] En la aproximación clínica, sin embargo, una de las razones de la ruptura de Freud con Jung fue, justamente, el apartamiento de todo juicio respecto de las razones morales de la enfermedad. Es que, en el trayecto de su teoría sobre el superyó, verificamos que denota cada vez con mayor claridad y con más fuerza la incidencia del factor tanático en esta instancia.

[5] Ibid. Pág. 49 y siguientes.

[6] ibid

[7] Dice Deleuze: “las consignas, los imperativos lanzados por los libertinos son a su vez como enunciados de problemas que remiten a la cadena más profunda de los teoremas sádicos”. Y agrega: “Se escucha a un libertino 1) leer un panfleto riguroso, exponer sus teorías interminables, elaborar una constitución, o bien 2) consiente en hablar, en platicar con su víctima” (Deleuze, 2001:22)

[8] Deleuze lo explica de este modo: “El sádico piensa en términos de posesión instituida, y el masoquista, en términos de alianza contraída. La posesión es la locura propia del sadismo” (Deleuze, 2001: 25).

[9] Deleuze hizo estas definiciones en su “Abecedario” (ver referencias).

[10] La idea es que cada quien solo debe mostrar lo que se espera de él para poder pertenecer a esa categoría y conseguir la aceptación. Lo único que lo define es la obediencia a lo que se le indica pensar y decir: aceptar, obedecer y no pensar.

[11] Se lee en el Dialogo 5: “¿Qué es un agenciamiento? Es una multiplicidad que comporta muchos géneros heterogéneos y que establece uniones, relaciones entre ellos, a través de edades, de sexos y de reinos de diferentes naturalezas. Lo importante no son las filiaciones sino las alianzas y las aleaciones; ni tampoco las herencias o las descendencias sino los contagios, las epidemias, el viento. Un animal se define menos por el género y la especie, por sus órganos y sus funciones que por los agenciamientos de que forma parte. Por ejemplo, un agenciamiento del tipo hombre-animal-objeto manufacturado; HOMBRE-CABALLO-ESTRIBO. Lo primero que hay en un agenciamiento es algo así como dos caras o dos cabezas. Estados de cosas, estados de cuerpos; pero también enunciados, regímenes de enunciados. Los enunciados no son ideología. Son piezas de agenciamiento, en un agenciamiento no hay ni infraestructura ni superestructura. Los enunciados son como dos formalizaciones no paralelas, de tal forma que nunca se hace lo que se dice, y nunca se dice lo que se hace, sin que por ello se mienta; no se engaña a nadie ni tampoco se engaña a sí mismo. Lo único que uno hace es agenciar signos y cuerpos como piezas heterogéneas de una misma máquina. En la producción de enunciados no hay sujetos, siempre hay agentes colectivos. Son como las variables de la función que no cesan de entrecruzar sus valores o sus segmentos” (Deleuze y Parnet, 1977[1980]). Para Deleuze, la unidad real mínima no es la palabra, ni la idea o el concepto, ni tampoco el significante. La unidad real mínima es el agenciamiento.

[12] Las líneas de fuga remiten a los desplazamientos que escapan de lo establecido. Estas líneas implican una indisciplina, un atrevimiento, un riesgo y una osadía.

[13] Lopez Mosteiro, Beatrice, dice: “Falta por ahora creatividad e imaginación para oponernos de manera eficaz. Por eso el gobierno puede prever los movimientos y hacer un protocolo. Cuando suceda lo inesperado, no habrá protocolo que valga.” (comunicación personal).

[14] Como lo demostró Rocco Carbone, tomó relevancia desde 2007 en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires y luego, haciéndose más públicamente, en toda la nación. La mafia aprendió que ya no necesita articular con los gobiernos sin aparecer oficialmente: puede ella misma estar en el mando en forma directa.

[15] Dicen Deleuze y Parnet: “Un devenir-revolucionario es más importante que el futuro o el pasado de la revolución. Un devenir-mujer, un devenir-animal son más importantes que la diferencia de sexos y de reinos. No pararse a recapitular: mejor trazar líneas. Las líneas no tienen origen, crecen por el medio. Nunca se hace tabla rasa. Como la hierba, siempre se está en medio de algo. Cuanto más consideremos el mundo a partir de su situación actual más posibilidades tendremos de cambiarlo. La única oportunidad es devenir revolucionario” (Deleuze y Parnet, 1980). 

Lo que puede un presidente mediático (nadie sabe…) // Agustín J. Valle

Milei es el primer presidente que, como figura pública, es producto pleno de los medios de comunicación. No tenía fama ni trayectoria relevante, hasta que se la dieron los medios: los diarios un nombre, la alcance masivo a lo ancho de la sociedad, las redes profundidad y cercanía. Llegó a la fama de un salto súbito -eso que sorprendió tanto a los esquemas mentales de la política tradicional fue precisamente lo que resultó capital político: alguien que de la nada triunfa y se vuelve poderoso, sin estructuras arraigadas -al barro de lo corrompible-, sin organismos de mediación: pura inmediatez mediática (paradoja clave de nuestra época). Su crecimiento en velocidad viral es análogo al modo dominante en que las vidas pueden imaginar crecer o “estar mejor”, que ya no es con progreso, paciencia, ahorro, sino embocando alguna ficha en la mágica timba financiero-conectiva y que tus pesos se inflen de un subidón (apuestas, criptos, etc). Sin “construcción”. Pero esta matriz subjetiva, en sus operaciones existenciales constitutivas, determina un modo del hacer político sin capacidad de diálogo, de armar acuerdos, de habitar tensiones. “Fuera, fuera, fuera”, eliminar, suprimir, cancelar. Porque no solo «usó» las redes: encarna la subjetividad conectiva, Milei, que le trajo éxito y ahora encuentra sus dificultades para habitar lo que hay de institucionalidad, o más básico aún, de convivencia con otros. Si no gestionó ni un partidito de fútbol en su vida ni tuvo trayectoria relevante -que le diera relieve- en condiciones donde conversar, convivir con los otros en tanto que otros, tolerar roces y desacuerdos, es lógico que sea incapaz de elaborar acuerdos. Y que carezca por completo de tolerancia a lo que incumple su proyección ideal sobre el mundo, que lo -nos- vea como escollos malévolos al despliegue límpido de su voluntad -cuyo fundamento vacío, para no verse caprichoso y mero síntoma psicológico, encuentra amparo en la obsecuencia mayúscula con los poderes mayores -los núcleos del capital, los yankis, Israel, Dios…

La fuerza del equívoco // Diego Sztulwark

«Es la fuerza del equívoco lo que permite que Arlt siga siendo un personaje de nuestras lecturas», dice Horacio González en el inicio de su libro «Arlt, política y locura». No se lo lee a Arlt sin la «incesante pregunta: ¿qué habrá querido decir?». Ahí donde lo dicho no se basta a sí mismo el lector está invitado a verse involucrado en la tarea de desciframiento, como factor activo en la confrontación con aquello que se mal entiende, no por déficit cognitivo sino por las ambivalencias constitutivas de las cosas del mundo.

Es esta equivocidad mundana la que parece a la vez triunfar y replegarse en un presente definido por lo inverosímil pero despojado de toda interrogación en el orden del sentido. Y es que la libertad cacareada no tolera defectos ni malos entendidos. Se trata de una libertad sin enigmas ni fallas. Programada y dependiente de un mecanismo que no acepta fisuras: el mercado como único funcionamiento que no yerra. En él la verdad impera. Se trata, entonces, de que esa verdad sea disputa como rectora inapelable de un orden institucional maleable (orden anti-político, si se considera su efecto neutralizador lo político que supone aplanar toda institución sobre la instancia del mercado).
Extraña «univocidad del ser» la de estos fervientes creyentes de la oferta y la manda, que encuentran en el sistema de precios un sustituto de la entera Naturaleza. En la filosofía de Spinoza el orden natural se constituye en torno a reglas eternas bajo las cuales se produce una infinitud de cosas en una infinidad de modos, todas ellas sin jerarquía de valor a priori. Por el contrario, el venerado “mercado” no hace sino seleccionar y jerarquizar, opacando en simultáneo toda comprensión de lo que sucede -en términos de poder social- en el orden de la producción. El mercado sueña una totalitaria libertad perfecta, a sabiendas que esa perfección solo se alcana eliminando de las cosas todo rastro de una pluralidad del sentido y todo saber social sobre las fuentes del valor.
Los personajes a cargo de sustituir un orden por otro (sustitución de la habla que María Pía López en «Insistir», nota publicada ayer en Página 12) retienen algo del universo arltiano. Surgen de él pero pretenden sepultarlo. Encarnan de modo ejemplar aquella equivocidad que desean suprimir. Nombres como Sabag Montiel, Agustín Laje o la ministra Pettovello habitan un universo que oscila entre el «sonambulismo y el periodismo» (expresión que pertenece al libro de González, que es 1996). Sólo que el oficio del periodista se ha robotizado -o bien se ha vuelto peligroso- y el sonambulismo se ha generalizado (y politizado). Montiel, Laje o Pettovello emergen como tipologías de una voluntad grotesca y peligrosa de derogación: el asesino al que no le sale matar, el intelectual que no logra emanciparse del influyente fantasma de Eduardo Feinmann o la reformadora social que quiere hacer el bien sin saber con quién. Son salientes de un grupo más amplio que remite (aunque solo sea por el modo de obtener likes y votos) a lo que González llamaba -reflexionado sobre la novela de Arlt- «la condición espiritual del lector contemporáneo». Esta se exhibe mediante «alaridos de placer remoto por las evidencias de que tenemos a la vista el material crudo con el que está hecho el mal». Hace pocas semanas Liliana Herrero dijo en una entrevista televisiva que la cuarentena había sido traumática no sólo por las pérdidas de vidas sino también por lo que tuvo de «doble encierro»: uno primero, sanitario; y otro segundo, tecnológico. El primero en una casa, el segundo en el circuito que va de la pantalla a las llamadas redes sociales. Del primero, dice Herrero, una parte de la población salió gritando «viva la libertad, carajo». Del segundo -ese enclaustramiento en el subsuelo de la conciencia en que se remodelan los lenguaje) no hemos logrado escapar. Permanecemos allí, enjaulados. El ensayista Abel Gilbert afirma que el virus ha triunfado, que nos ha mutado. Puede que tenga razón. Y que esa razón sea la que anima a estos personajes derogatorios, conjurados, que parecen haberse emancipado de todo el juego arltiano de contrastes morales, poniendo fin a toda duda sobre el significado de sus acciones. La astucia misma de la razón parece desorientarse al reparar en ellos como frágil recurso para la prosecución de la marcha de la historia (marcha que, de no ser desviada, apunta a la destrucción de los últimos resquicios en los que aún no se ha consumado la subsunción completa de la vida al capital). Ya no se trata, por tanto, de “locura y política”, sino de procedimientos abusivos de necesidad y urgencia, pésima técnica legislativa y desprolijas costuras. Artes de un gobierno débil que anuncia sus propias derrotas, como vimos ayer, o bien prepara un forzamiento inédito del dispositivo institucional. Son las alternativas de un señoreo criminal, evidente tanto en la presencia amenazadora de un miembro del grupo Revolución Federal en las sesiones legislativas cómo en el abrazo político de Milei con Netanyahu. Ya no estamos frente a ninguna paradoja del sentido. Este señoreo supone la liquidación del absurdo mismo como núcleo de lo real (fuente de humor y de resistencias creativas) en favor de una lógica geopolítica y mercantil sólo realizable por medio de una farsa general. Es mediante fantochadas que se pretende instalar la más férrea racionalidad de la desposesión. Y es contra esta pretensión demasiado cuerda que debe alzarse la fuerza del equívoco, de la locura y de la política, a la que apelaba González lector Arlt, para animar las confabulaciones populares que lentamente se van poniendo en marcha.  

Litio, represión y confort // Sebastián Dunphy

En medio del contexto represivo del protocolo de Bullrich leí la historieta «Vidas de litio» de Azul Blaseotto.

Una publicación que parte del relato de la represión llevada adelante por Gerardo Morales a fines del 2023 para apaciguar las protestas contra las políticas de ajuste y extractivistas de litio.

 

Un trabajo que rastrea con lucidés marxista el hilo invisible que existe entre estas políticas de entrega del litio y los modos de vida ultraconfortables que se promueven en las grandes capitales, donde cada vez más dependemos de objetos que funcionan a batería: celulares, tablets, monopatines a motor, escobas inteligentes y demás cosas que antes funcionaban sin tener que enchufarlas.

En palabras de la autora sobre este lamentable bienestar, «La «buena vida» de algunxs parece buena pero es mala. La fuerza eléctrica que mueve el cochecito de bebé proviene de una batería de litio levantado en pala por hombres que pierden su fuerza extrayéndolo para que otros levanten el capuchino».

  

 

Gerardo Morales y la jefa del comando sur de EEUU Laura Richardson aparecen con sus declaraciones públicas reales mezcladas entre conversaciones cotidianas de personajes anónimos, poniendo la realidad política en el centro de la ficción, dando una pauta del proceso creativo con el que trabaja Blaseotto.

 

Mientras la agenda política oficialista es negacionista del cambio climático, estas disputas territoriales por la biodiversidad aparecen dibujadas con trazo under y vitalismo punk busca agitar la vida de litio en la que estamos metidos.

¿Quiénes somos en La Plaza? // Pablo Fernández Rojas

¿Cómo escribir momentos, cómo escupir formatos? ¿A quién hay que escribirle y como escribir sin ubicarse desde ese lugar en el que explicas cosas? ¿Se puede escribir diciendo absolutamente nada? Estar perdido, no enseñar nada.

Veo en la plaza, ya sabemos que plaza, policías tirando gas pimienta a los ojos de una piba y los compañeros socorriendo. No me inmuta, es una imagen de lo que debería ser, de la obra de teatro que formamos parte, que somos actores y que por ahora ejercemos nuestro papel correspondiente. ¿O acaso es una insensibilidad adquirida? Es sentir que esa plaza todavía no me está invitando, hablo por mí, no quiero hacerme cargo de nadie.

Pero voy a la plaza porque sé que es el lugar donde tendría que estar, donde me corresponde estar, pero cuando llego, me siento y parezco ese turista observando y más interesado en saber si lo que sucede ahí, es aquello de lo que no sé qué esperar. ¿Por qué todavía no siento ese impulso, esa adrenalina de estar cerca de la plaza y sentir que quiero correr para llegar y formar parte? ¿Cuál es nuestro papel en todo esto? Nuevamente ser los cuerpos con la sabiduría de la violencia, saber cómo enfrentar a la policía al igual que a la salida del boliche, conocer las peleas, las piñas y el miedo de ser el único gil que cae en cana. ¿Cómo puedo pasar de mirar hacia abajo cuando caminan los gendarmes en mi barrio con las escopetas en la mano a ser capaz de mirarlos a los ojos en la plaza de todos los argentinos? Por qué esos mismos actores, la militancia, la policía, los gendarmes, yo mismo, actuamos tan distinto dependiendo la geografía de esta ciudad. ¿Por qué tendría que cambiar mi papel? Si todos los días ese gendarme de la esquina me mira con ese desprecio, ese desprecio que ahora es odio en esa plaza. Yo creo que los dos nos sorprendemos de encontrarnos en ese lugar, en esa escenografía que no es la que nos corresponde, a nosotros nos corresponde odiarnos con ballenato y cumbia de fondo, no con marchas murgueras y cuerpos con derechos.

Por qué en el paro del 24 -un paro que me defiende, defiende lo que soy y lo que son mis derechos- cuando miro a los costados, a mi ventana y escucho a mi barrio, escucho esos ritmos de vida, de trabajo, la interminable búsqueda de dinero, no paro nadie, ni aquel con el remís ni el otro programando, el que libera celulares robados de las manifestaciones menos ¿Acaso tan lejanos estamos, tan lejos de sentirnos parte de eso o de saber que no lo somos? A los banquetes, a las fiestas, caer sin ser invitado te convierte en un paria, en una incomodidad que hace que todo el tiempo te quieras ir. Estas manifestaciones ¿invitan a los que defienden? Qué cuerpos son los que conservan ese odio y violencia necesarios ¿Que estamos esperando? ¿A quiénes estamos esperando? Todos expectantes de aquella mecha que se prenda, deseando en el fondo, bien en el fondo -porque es antimoral decirlo- que se pudra absolutamente todo. Este humor de mierda, descargarlo, pegar esa patada o correr como nunca. Como cuando tus pies corren solos, corren por vos, no te das cuenta el cansancio y la falta de aire hasta que estás tan lejos de vos mismo. Cuando podés repensar lo que pasó y saber que tenés esa anécdota para contar, algo para escribir, algo para hacer. Cuando se pudra todo en vos, cuando la pudras toda vos.
 ¿Sirve esto, sirve sentirse así?

Re(de)presión «proporcionada» // Agustín J. Valle

El dispositivo represivo gobernante no es “desproporcionado”, le leí a Natalia Ortiz Maldonado, y me dejó pensando en que a veces la escala de la atrocidad reaccionaria, aunque da miedo -la producción de miedo es una de sus funciones-, sirve también para medir nuestra potencia. Porque no importa solo la cantidad de gente que había protestando en el Congreso esta semana; recordemos que Macri varias veces dijo que la principal herida que sufrió su mandato fueron las supuestas catorce toneladas de piedras, que es como él puede nombrar la movilización de ¿cien mil, o más? personas que protestábamos contra su reforma previsional. De hecho confesó que fue después de aquellas jornadas de diciembre de 2017 que empezó a “bajar la persiana a las siete de la tarde, mirar Netflix y olvidarse de todo” (y también fue después de esa lucha multitudinal que su gobierno fue a refugiarse al fmi, el plan B con que nos dejaron entrampados por añares). Bullrich también nombró varias veces aquella jornada de lucha popular como lo que más bronca le dejó de esos cuatro años -además ella había integrado el anterior gobierno ultra neoliberal, que fue ya no solo limitado sino derrocado por la movilización popular, en 2001. Esta humanísima monstruosidad de robocops hiper entrenados hiper armados y muchos -por los que vi de cerca el otro día- hiper falopeados para no ver semejantes sino orcos y querer solo dañar, esta disposición represiva tiene no solo la escala del daño económico que viene a custodiar, sino que es proporcional a la potencia que la movilización social callejera en la historia reciente supo demostrar. Reprime hacia atrás, el pasado, con función inhibitoria: impedir que lleguemos a encontrar la forma presente de esa fuerza -que no es solo cuestión cuantitativa, sino también de calidad presencial, del ánimo que logremos plantar en la calle (quien sostiene su ánimo y protege su percepción del enemigo, vencerá, aún si es inferior en fuerzas, dice Sun Tzu). Ese despliegue de policía apunta a nuestra alma; es, también, un dispositivo depresivo.

Crónica de un viaje en subte // Emanuel Ferreyra

Viajo en subte, Buenos Aires durante enero puede ser -sino es un horno- la ciudad más habitable del mundo. De pie, cerca de mí, un joven de pelo largo, vestido de negro y con auriculares lee un libro de tapas rojas. Me llama la atención el gesto: en lugar de mirar su teléfono lee un libro, para aislarse mejor en su lectura escucha algo, presumiblemente música que lo ayuda a concentrare. Lee de pie. Como leí décadas, de pie en el colectivo o en el subte. Incluso caminando por la calle. Conozco bien esa modalidad extrema de la concentración, esa bendición que experimenta quien encuentra en las páginas de un libro barato la salvación de lo que nos hundiría en las calles o en el transporte público. Pero este joven, a diferencia de mi juventud, compite además con el celular (cuando yo tenía su edad no existían). La curiosidad me gana y espío el título del volumen que tiene entre manos: “Generación Idiota”, autor: Agustín Laje. Un intelectual de la extrema derecha argentina que según mis cálculo será unos diez años mayor que el joven lector a mi lado.

No llego a ver la editorial, pero intuyo que es un libro muy reciente. La escena problematiza un conjunto de opiniones lineales que actúan como bloqueo perceptual (e intelectual). ¿Lee este joven a Laje como un militante de izquierda lee a su enemigo para conocerlo mejor (como lo leería yo si lo leyera, y como el propio Laje lee y explica a Gramsci, Marcuse o Foucault)? ¿O se trata de una evidencia del inmenso y creciente auditorio de Laje, miles y miles de jóvenes a los que su ídolo insta a ser cada vez mejores lectores de libros? Imposible deducirlo. Imposibilidad de por sí significativa. Lo que en cambio no admite dudas es la rehabilitación de la lectura de libros por parte de lo que a esta altura habría que llamar los intelectuales de la ultraderecha argentina. Jóvenes lectores, menos dependientes de las pantallas que muchos de sus críticos (o incluso buenos realizadores de aquello que CFK recomendaba en su última clase magistral: ir del celular al libro). La condición de desafío que estos lectores suponen es múltiple. Por un lado, suscitan una nueva curiosidad sobre cómo se escriben y se leen estos libros que son parte de un nuevo interés que, según se nos dice, el libro había perdido.

Por otro, nos hace saber que la lectura ideológica ha recobrado nueva vida, en la medida que surgen nuevas formas de enemistad que pasan por el argumento y la cita. La sorpresa de una bibliofilia de los ultra-derechistas desarticula lugares comunes sobre los modelos de lectura de una juventud supuestamente atrapada en una identidad plana entre derecha y redes sociales, y nos devuelve a una realidad que se creía en plena disolución: la lectura de historia y filosofía política como una necesidad tan practica como puede serlo cualquier otro modo de militancia. Y coloca preguntas que arrastramos como lectores que presumimos de ser ideológicamente entrenados: ¿de qué planes de vida forman estas lecturas, que vienen y se van como olas, a veces de izquierda, otras nacional populares, hoy ultraliberales?

Las ciencias sociales como ejercicio visual // Diego Sztulwark

Tanto la curiosidad despertada por la promoción como la tapa del libro me llevaron a leer Está entre nosotros, ¿de dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir?, Pablo Semán coordinador (bs-as 2023; S XXI). La efectividad de la tapa, titulo incluido, forma parte de la experiencia de la lectura. Al presentar a la “extrema derecha” como una presencia inquietante que un “nosotros” desapercibido, pero también amenazado por ella, no supo “ver”, reúne sintéticamente una tesis sobre las restricciones ideológicas de la percepción. Pues: ¿quiénes somos estos distraídos de mirada obstruida que acudimos a la lectura como quien busca un lente con el cual poder, por fin, comprender? No son por cierto -y por suerte- los autores el texto, que si publican justo a tiempo estas investigaciones es porque ellos sí advirtieron lo que “venía” y dieron los medios para entender y comunicar. Ese “nosotros” de lentes empañados es uno de los grandes temas implícitos del libro, y por eso Está entre nosotros merece ser leído también como una intervención sobre los modelos de comprensión que discute dentro, y en alguna medida, contra buena parte de las ciencias sociales y de los resguardos ideológicos de una miríada de comunicadores, militantes y políticos atrapados en rígidos supuestos ideológicos -sean de izquierda, progresistas, peronistas u otrxs- que obstruyeron la comprensión de lo que nos sucedía.

El texto de introducción, escrito por el sociólogo y antropólogo Pablo Semán, se ocupa de la cuestión -no menor- de la caracterización adecuada del mileísmo -¿cómo llamarlo?-, fenómeno que como cualquier otro exige ser tratado en su singularidad. Esa es la principal razón por la cual no correspondería llamarlo “fascismo” ni confundirlo con un genérico del “liberalismo”. A su juicio, el modo más preciso de nombrar al mileísmo es “derecha radicalizada” (mejor incluso que derecha radical, digo yo, que se confundiría con el ala más reaccionaria de la UCR). Con esta búsqueda de precisión ingresamos de lleno en aquello que de indudable valor posee el libro: todos sus artículos surgen de la investigación empírica y/o de archivo y tienen saberes relevantes que comunicar en relación a aquello que intuimos lejanamente sobre la evolución de una sociología del emprendedurismo y/o sobre la socialidad juvenil postpandemia, sino también -y sobre todo- sobre cómo estos factores se articulan con otros tantos para reescribir un nuevo capítulo de las derechas y sus fracciones, a partir de sus mutaciones y recomposiciones que es preciso conocer. La propuesta es, entonces, pensar a partir de una aproximación al nuevo paisaje social y sin negaciones auto inducidas, aquello cuya realidad perturbadora precisa ser considerado -justamente, a pesar de perturbar- y que Semán concibe como un movimiento de “radicalización”.

Radicalización de la derecha, entonces. Semán observa que el proceso de informalización de la economía argentina no debe ser entendida como un proceso exclusivamente económico (objetivo, cuantificable), sino también en función de una experiencia de tipo “moral”, en la que entra en juego -para los sujetos considerados como auto-emprendedores- el valor del esfuerzo personal. Sin tomar en serio esta dimensión subjetiva de los valores -dimensión confirmada en todos los capítulo del libro, apoyados todos ellos en una investigación empírica en torno a la vida de jóvenes de clases populares y medias del AMBA- no se alcanza a “ver” cómo funciona esta “sensibilidad libertaria” en la que se hibridizan -adquiriendo significados propios- un cierto sentido del orden y de la libertad. Esta de hibridez es otra de las claves del libro. La radicalización derechista opera, de hecho, por efecto de unas “intersecciones contingentes” entre “disposiciones sociales” -la precariedad y el estancamiento económico- y “propuestas políticas” (sobre todo de LLA, más porosa al plebeyismo; igualmente antikirchnerista pero menos antiperonista y más anticomunista que Juntos por el cambio). Lejos del automatismo que lleva a suponer que la base material objetiva -estancamiento y esa precarización económica y laboral- produce una superestructura expresada como derechización social (y radicalización derechista), Semán insiste en las mixturas imprevisibles entre contexto y subjetivaciones en las que nace una ciudad de emprendedores, otra de propietarios, otra de consumidores y otra de agredidos, sin que haya ninguna frontera cerrada entre ellas. Una de las tesis del libro es, pues, la de la afinidad -no sé si decir “horizontal”- entre subjetivación en la informalidad y enunciación política libertaria, favorecida por la preferencia común del mercado contra el Estado (para unos como mera constatación del funcionamiento de las cosas, para otros por doctrina), de un ideal de mediación vinculado a la ilusión de la moneda dólar y en detrimento del mundo de las políticas sociales y las organizaciones populares.

Pero la radicalización de la derecha no es meramente expresiva de una sociología. Supone, por su parte, un proceso de reorganización de los grupos activistas e intelectuales cuyo resultado da lugar a una formulación política -que entretanto se convirtió en un notable éxito político- que exalta la libertad en un sentido ideológico muy restringido, ligado a la geopolítica belicista de occidente y a un debilitamiento de los valores de lo que estos últimos cuarenta años se ha entendido por democracia. Dándole la razón a los planteos de Eduardo Rinessi -no citado en el libro-, quien ha insistido en que el kirchnerismo ocupó en la Argentina el espacio del liberalismo político en el plano del reconocimiento de derechos e incluso en su perfil institucionalista, la noción de libertad de la derecha radicalizada contiene un desprecio extremo por el mundo de los DD.HH., los feminismos y por las minorías (consideradas por ellos como privilegiadas). Esta radicalización hostil a la democracia supone -señala Semán- una diferenciación respecto de las derechas previas, a quienes tachan de tímidas. El mileísmo repudia las mediaciones. Funciona más bien como una máquina de oposiciones sistemáticas entre merecimientos individuales contra derechos colectivos; militancia individualista contra comunitarismo imaginario del militante k/progre/de izquierda; predicación en el desierto contra la militancia que hace política en y desde el Estado; el orden al paisaje de lucha y movilización.


Para Semán, uno de los grandes méritos de la derecha radicalizada es haber actuado como “mejores lectores de Gramsci” (mejores con respecto a sus oponentes políticos progresistas). A su juicio, la actividad de LLA resultó más ajustada a ciertas observaciones claves gramscianas, como el considerar a la “cultura” no una parte del Estado sino, sobre todo, una dimensión de la “sociedad civil”. Aunque en el comunista Gramsci, esta cuestión de la dirección intelectual y moral de la sociedad no podía prescindir del establecimiento de lazos orgánicos entre intelectuales, cultura y organicidad con respecto a la productividad de cierta clase social quede un poco de lado. Mas allá del efecto provocador que supone afirmar que la derecha lee mejor la bibliografía de la izquierda (provocación que no es para nada ajena a la ironía del propio Gramsci, para quien la Revolución Bolchevique habría sido hecha “contra El Capital de Carlos Marx”), queda planteado el problema de cómo interpreta la derecha radicalizada el papel de la cultura en su ofensiva política. Hace pocas semanas se lo escuchó decir a Jorge Alemán que la relación pertinente que él encontraba entre el comunista italiano y el presente argentino pasaba por la noción de “revolución pasiva”, por la cual las demandas populares son absorbidas por el bloque de clases dominantes desactivando toda actividad autónoma de masas (¿estaría de acuerdo con esto Pablo Semán?. Y por otra parte: ¿tiene la descomposición política actual la consistencia de una operación de semejante calibre?).

En el texto introductorio que seguimos leyendo se emplea la expresión “sensibilización de las derechas”. Según el sentido que se le reconozca a estas palabras se quiere afirmar que las derechas devienen sensibles en general (capaces de comprender la vida más allá de slogans y consignas), o bien que el propio movimiento de radicalización supone abrir una comprensión a procesos nuevos. Como sea, es nítida la actitud comprensiva hacia el fenómeno al que se aproxima. Lo que en muchos sentidos es inevitable, porque no hay comprensión sin concesión (aunque el asunto del cómo de la concesión está en juego o en disputa entre diversos modos de ejercer la comprensión). Volviendo a Gramsci: su capacidad de leer procesos políticamente hostiles aunque sensibles a la mutación cultural, venía descifrado por medio del contenido de clase de dichos procesos. Vale la pena aceptar la provocación semaniana de una derecha libertariana que a pesar de su propia concepción de la cultura como dimensión simbólica del mercado sería más gramsciana que sus adversarios.

¿Quién es Gramsci para los libertarianos? El nombre de una astucia menor, que habría provisto a una izquierda global derrotada en la lucha de clases de un nuevo campo de batalla, llamado “la cultura”, desde el cual desplegar una voluntad de administración de símbolos educativos, mediáticos y artísticos. Gramsci sería no el nombre de una estrategia revolucionaria, sino el de una táctica gracias a la cual el marxismo se desplaza derrotado de las contundencias de una política armada a las sutilezas de las artimañas del lenguaje, para influir desde ahí sobre la vida pública (imposible no identificar el fantasma de la infiltración judía que ahora se corporiza como “marxismo cultural”). La derecha extrema está convencida de que Gramsci es el autor no de una política comunista, sino de una “infiltración” (palabra clave, que recuerda el griterío de los cuadros de la dictadura contra el alfonsinismo como “sinagoga radical”) capaz de dominar por la vía de la imposición de lo “políticamente correcto”. Las citas de Semán al autor de Los cuadernos de la cárcel son, en realidad, una crítica -no tan velada- al kirchnerismo y sus aliados de estas décadas, que habrían confundido “producción hegemónica” con una mera “oficialización del puntos de vista de grupos militantes”. El progresismo argentino habría actuado desde el Estado, descuidado la sociedad civil -ámbito en el que actúa la radicalización de la derecha- debilitando toda perspectiva de disputa por la constitución de una verdadera reforma intelectual y moral. Lo cual tiene mucho de verdad en un sentido y quizás poco en otro, puesto que si bien es cierto que detentar el aparato del Estado y producir desde allí contenidos culturales, no equivale en lo más mínimo a constituir un nuevo proyecto histórico ni a disputar el sentido común en el seno de la sociedad civil (cosa que vio con claridad el historiador Javier Trímboli en su libro Sublunar, kirchnerismo y revolución), no es cierto que se pueda demarcar con tanta claridad esta “oficialización” con respecto de una importante acumulación popular ocurrida en el período inmediatamente previo (y en ciertos aspectos también durante la constitución de ese grupo militante). Ni los derechos humanos, ni la recomposición de experiencias sindicales de fines de los 90, ni los grupos piqueteros de 2001, ni los feminismos -fenómenos de lucha ocurridos en el seno de la sociedad civil- pueden ser enumerados como realidades producidas desde el Estado o desde el Kirchnerismo (de otro modo, tampoco se entendería porqué tanta obsesión de la derecha radicalizada con estos elementos de constitución cultural en el tejido social argentino).


El otro aspecto de la discusión sobre Gramsci nos llevaría a preguntar por la relación que existe entre lo que muestra muy bien Está entre nosotros -el valor que la derecha radicalizada da a la batalla cultural, lo que Semán ve como una “sinergia” entre producción cultural y organización partidaria y traducción institucional que permite ser comprendida sin mención alguna a asociación con capitales ni medios, y una descripción de las múltiples relaciones que existen entre estas derechas, ciertos líderes claves de la vieja derecha política como Macri (que sí vio venir lo que se venía) y los grupos de poder del bloque de clases dominantes y que de seguro podrían enriquecer el modo en que se construyen los conceptos más originales del libro (“mejorismo” y “fusionismo”).

Sergio Morresi y Martín Vicente hacen una buena lectura de la historia de las derechas. Aciertan al identificar que la “casta” encarna como categoría específica durante la cuarentena. Quienes se oponían a ella por diversos motivos, podían encontrar en ese término un referente vivo que dotaba de sentido a su deseo de enemistad. Los autores explican con precisión la consideración anti-élite en el impulso de las candidaturas de Milei: entiendo que “el sistema estatista y colectivista está enraizado de un modo tan profundo en las élites”, dicen los autores, que Milei decide -siguiendo cierto textos de su ídolo teórico: Rothbard- un “pasaje a la política” en términos de un populismo de derecha capaz de desplazar a los conservadores moderados, asumiendo “un liderazgo personal” capaz de “poner en cortocircuito a las élites adoptando un tono antistablishment virulento y una agenda indigerible para la corrección política”. La influencia de cita de la literatura de la derecha libertariana norteamericana sobre Milei y su grupo -dicen los autores- supone la determinación de la defensa de un orden sin permitir para ello la instauración de un “leviatán capaz de imponer patrones ideológicos progresistas” financiado por las cuentas públicas. Esta idea de una “defensa sin Estado” me parece un núcleo de pensamiento absolutamente clave que muestra que si algo hubiera de gramscismo en Milei no sería la producción de un nuevo núcleo intelectual y moral (es decir, la constitución de una dirección revolucionaria), sino una tentativa reaccionaria por dotar de dirección a las clases dominantes adormecidas en torno a un Leviatán indeseable. Según los autores, el gesto que toman los argentinos de sus antecesores norteamericanos consiste en la reunión de diversas perspectivas en “un gesto sincrético y a la vez adversativo”, capaz de aunar libre mercado y nacionalismo, culto al individualismo y defensa de un orden social jerárquico, desprecio a la democracia y preferencias plebiscitarias. Mas que hegemonía gramsciana, fusionismo de las familias de la derecha. Los autores plantean que una diferencia entre derecha Pro/Cambiemos y LLA es la elección de un “exterior constitutivo”. Si Pro/Cambiemos se unifica contra el “populismo”, LLA lo hace contra “el colectivismo”. A diferencia del “republicanismo” del primero, el segundo desprecia la democracia. El fusionismo de derecha de LLA es anti-pluralista, niega derechos universales y moralización de la política. Esta sería su originalidad: el haber incluido en el campo liberal un legado de las derechas nacionalistas reaccionarias.

Melina Vázquez trabaja sobre la constitución del militante joven de la ultraderecha como síntesis de un proceso múltiplemente determinado, haciendo una historia a partir de grandes hitos como los debates en torno a la ley de interrupción del aborto voluntario (2018) y la cuarentena (2020/21) y rescatando la voluntad de esta militancia de crear una “derecha popular”. Particularmente convincente es la referencia de Vázquez a la experiencia de “socialización y sociabilidad” de cierta juventud durante la cuarentena, y el valor que la palabra libertad adquiere en ese contexto. De hecho, es ese contexto precisamente, el que actúa como revelador de privilegios de la “casta” en torno a episodios como el cumpleaños de Fabiola Yañes y el llamado vacunatorio VIP. Igualmente impactante es la narración del choque generacional de estos jóvenes en ámbitos como el universitario (o en sus propia familias, muchas veces kirchneristas), en el que apenas soportan lo que llaman “adoctrinamiento”, entendiendo por tal referencias teóricas de la tradición marxista, a la historia del peronismo, alusiones al feminismo y la educación sexual o a los derechos humanos. Una juventud que se dice rebelde y desconcierta por su alianza táctica con las peores formas del poder -la denuncia y el buchoneo- no puede no dejar perpleja a una generación que aprendió la noción de “rebeldía” como una acción contra los poderes (no como una alianza con ellos). En el registro que la autora hace de su trabajo entre jóvenes libertarios aparece una interpretación según la cual el “que se vayan todos” y el ethos “meritocrático” confluyen en la alianza entre clases bajas y medias del 2001 (aquella alianza entre piquete y cacerola), recodificada ahora por derecha en la frase “argentinos de bien” (noción que supone que “bien” es mérito, contra la retórica de los “derechos” que esconden privilegios y falsas igualaciones entre quienes se esfuerzan y quienes no).

Ezequiel Saferstein analiza la escena cultural de la derecha radicalizada. Sorprende el lugar que reconoce para la bibliofilia en un mundo de influencer, plataformas digitales y contenidos audiovisual de los jóvenes libertarios. Sus principales autores (entre quienes se encuentra Álvaro Zicarelli, discípulo de Juan José Sebrelli) coinciden en atacar -dar a conocer y refutar- lo que denominan la victoria de una izquierda cultural global en el campo de la cultura y en reivindicar purezas de un capitalismo sin regulaciones junto a formas conservadores del ser social y una auto-percepción de participar de un movimiento contrahegemónico. La lista de autores de un militante actual de LLA -dice el autor- puede ir perfectamente “de Ceferino Reato a Von Mises pasando por Nicolás Márquez o Agustín Laje, cubriendo el arco que va del negacionismo de los años setentas a la refutación de las teorías de género, la crítica de la economía keynesiana y la inflación y la reivindicación del libre mercado.

El artículo con el que cierra el libro, escrito por Pablo Semán y Nicolás Welschinger, abre con una frase frontal: el peronismo “está bloqueado” simbólicamente. Tiene la lengua trabada dado el peso que sobre ella tiene el “estado del Estado”. La fluidez está en otro lado. Allí donde no ha dejado de activarse una derecha popular (diferenciada de una derecha elitista previa) liberacionista. Vuelve a plantearse entonces, la cuestión crucial de la afinidad entre una lengua y una derecha popular, que los autores explican histórica y sociológicamente. Mostrando una conexión entre experiencia (jóvenes de clase media y popular del AMBA) con una ideología (de derecha libertaria).


Pablo Semán.
Semán y Welschinger hablan de un “anudamiento exitoso” entre la “estructura de acogida” y “convocatoria política”, sin la cual el crecimiento de LLA en esos sectores permanecería inexplicable.

Tras un proceso de entrevistas “focales”, los autores crean un concepto, “mejorismo”, capaz de condensar los efectos de esta convergencia entre mutación estructural e ideología. Una década larga de estancamiento económico y desmejoras de la calidad en prestaciones públicas dio lugar a un paisaje dominado por el empobrecimiento y la precarización laboral. Pero también a una narración sobre la vida vinculada a la auto-empresarialidad que emerge sobre suelo mutado. Esa narratividad está hecha de fragmentos de experiencias que van de terapéuticas orientadas a la optimización de la valorización del yo, a modos de auto-educación aplicadas a perfeccionar el tiempo de trabajo, al uso del marketing, las técnicas y lecturas del mundo de autoayuda y lo insumos provenientes de redes sociales como tik-tok e IG. Los autores prestan particular atención a las referencias de tipo moral que los entrevistados hacen respecto de sí mismos. En condiciones de precarización e informalidad la “optimización del yo” es vivida por los entrevistados como una experiencia de “superación personal” que forma un “temperamento” y hasta una “mística” emprendedora dispuesta a conquistar “disciplina, fuerza física y moral, inteligencia y habilidad estratégica”. La autopercepción de cada quien como un capital individual a acrecentar mientras sea posible, no deviene, actúa también como instancia de juicio desfavorable a quienes tienen asegurado el trabajo en el “empleo estatal” o “viven de arriba” cobrando prestaciones públicas. La moral “mejorista” choca con la idea según la cual la regulación iguala. Desde su óptica, los “derechos empobrecen” y se los rechaza tanto porque no son percibidos como un merecimiento que reconoce un esfuerzo, como por igualaciones entre quienes se esfuerzan y quienes no. Dada la inexistencia de una vivencia o un recuerdo de unos derechos efectivos y universales de calidad, se los lee como privilegios. El individualismo de los “mejoristas” -así emplean el término los autores- no es sin embargo la caricatura que hacen de ella los partidarios de los derechos. Su individualismo está inscripto en tramas sociales de cuidados y en espacios de cooperación local.

Semán y Welschinger explican que el “mejorismo” funciona como un modelo ideológico a la vez consciente y no explicitado que si bien no decanta necesariamente y de modo directo en una política, experimenta una llamativa afinidad con el discurso libertario. El capítulo que comentamos –“Juventudes mejoristas y mileísmo de masas”- se planta explícitamente como una polémica -dentro y contra- las ciencias sociales porque “se limitaron a ver la parte negativa de las nuevas situaciones laborales o incluso a condenar el fenómeno” y reivindica a quienes sí supieron ver (“observadoras sociales” como Mayra Arenas, entre otras) supieron verbalizar la articulación entre estos sujetos -llamados alternativamente “héroes de mercado”, “sobrevivientes de la pandemia”- y las propuestas de Milei (el llamado a “despertar leones”).

Lo que no se quiso ver -puesto que libro es una muestra de que la visión sí era posible- son las “valencias positivas del individualismo” obrando como terreno de afinidad entre modo de vida y política. El peso que se le atribuye a la cuarentena en este cambio de “valencias” es, por supuesto, grande. La referencia a quienes se “salvaron solos” durante la pandemia tiene -evidentemente- un lugar importante en la explicación de la constitución de la afinidad entre esta nueva sensibilidad popular y la emergente derecha radicaliza. Esta es la explicación que los autores encuentran al “giro a la derecha” que ubica a muchxs jóvenes del lado “de los sectores más concentrados del capital”. Se trata de un proceso que tiene mucho de indiscernible, puesto que la “naturalización de jerarquías o de amor por la desigualdad” conviven en ella con una “demanda democrática contra unas élites inconducentes o contra el desconocimiento de los merecimientos”, junto a una fuerte impugnación de quienes viven de los planes. La cuestión del “ver”, entonces se revela como una metáfora de la ideología. Las ciencias sociales y el progresismo -peronismo quiéralo o no incluido- no pudieron ver aquello que amenazaba su ideología constitutiva. Pero habría en las ciencias sociales unos recursos -como las entrevistas focales- que habilitan el contacto con aquello que se resiste a pensar, y que permite superar los límites de la ideología en el que quedaría encerrado el militante político y el cientista social encerrado en sus libros y sus clases. ¿Hay otros modos de lograrlo? Leído como una amonestación -particularmente en la pluma de Seman- a una franja de las ciencias sociales y a buena parte del periodismo y la política incapaz de ver, el libro alcanza una aspereza que es signo de vitalidad que tensa la cuestión -imprescindible- sobre los modelos de comprensión del presente. Quedan planteadas algunas preguntas. Una de ellas tiene que ver con la geografía política. En su libro El nudo -escrito con un registro periodístico-historiográfico- Carlos Pagni se preocupa por lo que llama la “conurbanización de la política”, poniendo el foco -como Está entre nosotros– en el territorio estratégico del AMBA. Lo que deja abierta la cuestión sobre el hecho de que LLA hizo su mejor elección, no en CABA ni en la Provincia de Buenos Aires, lo que supone, o bien que las provincias votaron contra el Amba, y/o que el fenómeno electoral de LLA precisa aún ser explicado con relación a otros territorios. La otra, en cambio, a los procedimientos con los cuales se constituyen conceptos políticos. Un rico arco que va de las militancias al ensayismo crítico constituye una contraprueba sobre la vigencia que tienen otros modelos de comprensión de las mutaciones socio-políticas del país. Libros recientes como El Kirchnerismo desarmado, de Alejandro Horowicz o La implosión, de Leandro Bertolotta e Ignacio Gago (entre tantos otrxs, escritos desde los feminismos o desde activistas próximos a organizaciones sociales), hacen otra práctica de las ciencias sociales elaborando percepciones y/o categorías particularmente eficaces.

En el caso de Bertolotta y Gago -miembros del Colectivo Juguetes Perdidos-, se trata de crear una microsociología capaz de captar las consistencias colectivas más enmudecidas, y de correlacionarlas con nociones como “sociedad ajustada” y “precarización totalitaria”, provocando el notable efecto de captar en simultáneo el carácter “ambivalente” de las tonalidades afectivas de la multitud -en el sentido que da Paolo Virno a esta noción: la coexistencia de un doble valor que permite leer los modos de vida como envolviendo una pluralidad de direcciones posibles- junto a una comprensión política clara de la dimensión neoliberal que estructura y agobia a estos modos de vida. En el de Alejandro Horowicz, se trata de comprender la política argentina como un proceso largo de descomposición sostenido en la correlación entre un modo de acumulación que exporta el excedente productivo, la profundización de la derrota de la clase obrera como sujeto de un contrapoder y el balance electoral que los asalariados hacen -desde su condición de derrotados- de elección en elección, de la ausencia de una conducción política confiable. Milei es ante todo, para Horowicz, un sitio vacío en la estructura, que permite fantasear una impugnación a la casta y al sistema sin tener que afrontar la tarea de constitución de una fuerza capaz de provocar una transformación real.

Ambos libros -y los otros tantos trabajos que ahora no cito- participan activamente del doble movimiento implicado en el ejercicio de un ver qué ve lo que vé de acuerdo al lente que se ocupa de pulir, pero también de la capacidad de pispear en los lentes de sus vecinos.

Buenos Aires, 5 de enero de 2023. Teclaeñe

Apropiación del capital fijo: ¿Una metáfora? // Toni Negri

Este artículo aparece publicado en el libro Neo-operaísmo, compilado por Mauro Reis y publicado por Caja Negra en 2021. 

 

1. En el debate alrededor del impacto digital sobre la sociedad, si se considera que las tecnologías digitales han modificado de manera profunda el “modo de producción” (además de los modos de conocer y de comunicar), se presenta la hipótesis, sólida, de que el trabajador, el productor, se ha transformado con el uso de las máquinas digitales. La discusión sobre las consecuencias psicopolíticas de estas máquinas es tan amplia que apenas vale la pena recordarla, aun si los resultados que nos llegan de estas investigaciones son altamente problemáticos. Por lo general, sus conclusiones hablan de una sujeción pasiva del trabajador a la máquina, de una alienación generalizada, de la epidemicidad de enfermedades depresivas, de taylorismos algorítmicos, o lo que sea que se les pase por la cabeza. Al interior de estas catastróficas novedades sopla el viejo adagio nazi: “La tierra que habitamos se revela como un distrito minero muerto que hiere la esencia del hombre”. Un razonamiento más sofisticado sobre el impacto digital es el de preguntarnos si, y eventualmente cómo, los cuerpos y las mentes de los trabajadores se apropian de la máquina digital. Recordemos que, si el nuevo impacto de la máquina digital sobre el productor tiene lugar bajo el dominio del capital, el productor no solamente cede valor al capital constante en el curso del proceso productivo, sino que, como fuerza de trabajo congnitiva, ya sea en su aporte productivo singular o en el uso cooperativo de la máquina digital, se conecta a esta y puede hasta confundirse con ella cuando la conexión se desarrolla en el flujo inmaterial del trabajo cognitivo. En el trabajo cognitivo, el trabajo vivo, aunque sujeto al capital fijo en el tiempo en que desenvuelve su capacidad productiva, puede invertir el proceso, al ser simultáneamente materia y motor activo de este capital fijo. Consecuentemente, en el ámbito marxista, se ha comenzado a hablar de “apropiación del capital fijo” por parte del trabajador digital, del productor cognitivo. Cuando se analizan los aumentos de productividad de los trabajadores digitales o la capacidad productiva de los “nativos digitales”, se postulan de manera espontánea estos asuntos y problemas. Pero, ¿constituyen una simple metáfora?

2. Y, en particular, ¿son simples metáforas políticas? Al hablar de “apropiación del capital fijo” por parte de los productores (en antagonismo con la empresa que se mueve por la ganancia), se recuperan cuestiones que en el campo filosófico y político han tenido larga resonancia en los últimos cincuenta años. En la antropología alemana (de Plessner, Gehlen, Popitz) como en el materialismo francés (Simondon), en el feminismo materialista (Haraway y Braidotti), el mestizaje humano/máquina ha tenido importantes desarrollos. Baste recordar la teoría guattariana de los agencements machiniques [agenciamientos maquínicos], que recorre un poco todo su pensamiento y que influye fuertemente en el diseño filosófico de Mil mesetas. 

Puede que lo más significativo de estas propuestas filosóficas sea el hecho de que su aplicación –homogéneamente materialista pese a diversas versiones en las que se presenta– ha mostrado características nuevas, irreductibles a cualquier clasificación pretérita. Es cierto que desde hace mucho el materialismo no se exhibe ya con la apariencia épica con la que lo elaboraron los autores de las Luces, de Holbach a Helvetius, y además ha asimilado aspectos decididamente dinámicos de la física del siglo XX. Con todo, el materialismo se presenta ahora, en las teorías que hemos referido, caracterizado por una impronta “humanista” que lejos de renovar apologías idealistas del “hombre” está determinada por un interés por el cuerpo, por su singularidad y por su densidad en el pensamiento y en la acción. El materialismo se presenta hoy como una teoría de la producción, ampliamente comprometida con los aspectos cognitivos y con los efectos de hibridación cooperativa de la producción misma. ¿Es la mutación del modo de producción, que pasó de predominio de lo material a la hegemonía de lo inmaterial, lo que ha producido estas derivaciones del pensamiento filosófico? Al no ser adepto de las teorías del reflejo, no lo creo: en cambio, estoy convencido de la concrescencia del modo de producción digital y de esta fuerte modificación en la tradición materialista. Con una consecuente observación que permite adelantar una respuesta a la pregunta planteada al inicio: ¿la “apropiación del capital fijo” es una metáfora política? Lo es seguramente, cuando de esta afirmación se deriva, por ejemplo, una definición de “potencia”, en términos políticos, eventualmente constituyentes, y la apropiación del capital fijo deviene la base analógica para la construcción de un sujeto ético y/o político, adecuado para una ontología materialista del presente y para una teleología comunista del porvenir.

 

EN EL TRABAJO COGNITIVO, EL TRABAJO VIVO, EL SUJETO PUEDE SER SIMULTÁNEAMENTE MATERIA Y MOTOR ACTIVO DE ESTE CAPITAL FIJO.

3. Sin embargo, no siempre el desarrollo del tema de la I “apropiación del capital fijo” resulta ser metafórico. Marx mostró cuánto la sola colocación del trabajador al frente (al mando) del medio de producción le modifica, además de la capacidad productiva, la figura, la naturaleza, la ontología. Clásica es, desde este punto de vista, la narración marxiana del pasaje de la “manufactura” a la “gran industria”. En la manufactura hay aún un principio “subjetivo” en la división del trabajo, y esto significa que el obrero se ha apropiado del proceso productivo después de que el proceso productivo era adaptado al obrero (El capital I, 2); en cambio, en la gran industria, la división del trabajo es solo “objetiva”, se anula el uso subjetivo/ artesano de la máquina (El capital I, 2) y la maquinaria se constituye contra el hombre (El capital I, 2), la máquina se muestra contendiente, antagonista del obrero (El capital II, 2) o, incluso, la máquina reduce al obrero a ani- mal de trabajo (El capital III, 1). Y sin embargo, en Marx también hay un punto de partida diferente: reconoce que el trabajador y el medio de trabajo se configuran además como una construcción híbrida (El capital I, 1) y que las condiciones del proceso productivo constituyen en gran parte las condiciones de vida del trabajador, su “forma de vida” (El capital III, 1). El concepto mismo de productividad del trabajo implica una conexión estrecha y dinámica entre capital variable y capital fijo (El capital III, 1), y los descubrimientos teóricos –añade Marx– son recuperados en el proceso productivo a través de la experiencia del trabajador (El capital III, 1). Más adelante daremos una conclusión sobre el modo en que Marx entiende, en El capital, la apropiación del capital fijo por parte del productor. Ahora bien, quiero enfatizar que al análisis de Marx en El capital subyacen las argumentaciones de los Grundrisse, es decir, la teorización del general intellect como materia y sujeto del proceso productivo: este descubrimiento condujo a mostrar cuán central es la materia cognitiva al producir y cómo el mismo concepto de capital fijo es transformado por ella. Cuando Marx afirma que el capital fijo –que en El capital es entendido generalmente como el complejo de máquinas– se transforma en el “hombre mismo”, anticipa el desarrollo que tendrá el capital en nuestro tiempo. Si bien el capital fijo es el producto del trabajo y no otra cosa que el trabajo apropiado por el capital, aunque el capital se apropie gratuitamente de todo esto, en algún momento del desarrollo capitalista el trabajo vivo comienza a ejercer su poder para invertir esta relación. El trabajo vivo empieza a mostrar su prioridad respecto al capital y al management capitalista de la producción social, aun cuando esto no pueda ser necesariamente llevado hacia afuera del proceso. En otras palabras, cuando deviene un poder social cada vez mayor, el trabajo vivo funciona como actividad crecientemente independiente, fuera de las estructuras disciplinarias que el capital comanda: no solo la fuerza de trabajo, sino también, de manera más general, la actividad vital. Por un lado, la actividad humana y su inteligencia pasadas son acumuladas, cristalizadas como capital fijo; pero por otro lado, invierten el flujo: los seres humanos son capaces de reabsorber el capital en sí mismos y en su vida social. El capital fijo es el “hombre mismo” en ambos sentidos.

Aquí, la apropiación del capital fijo no es ya una metáfora, sino que se transforma en un dispositivo que la lucha de clase puede asumir y que se impone como un programa político. De hecho, en este caso el capital deja de ser una relación que objetivamente incluye al productor imponiéndole a la fuerza su dominio: la relación capitalista contiene ahora una contradicción última: la de un productor, o una clase de productores que la ha, parcial o totalmente –en todo caso, efectivamente–, despojado de los medios de producción, imponiéndose ella misma como sujeto hegemónico. La analogía con la emersión del Tercer Estado en las estructuras del Ancien régime es utilizada por Marx en la reconstrucción histórica de la relación capitalista, y evidentemente se presenta de manera explosiva, revolucionaria.

4. En este punto debemos centrar la atención en las nuevas  figuras del trabajo, sobre todo en aquellas que crean los propios trabajadores en las redes sociales. Las capacidades productivas de estos trabajadores se han visto incrementadas en un nivel exponencial porque su cooperación es cada vez más intensa. Ahora veamos lo que aquí sucede. En la cooperación, el trabajo se abstrae cada vez más del capital; esto es, tiene una mayor capacidad de organizar la producción misma, autónomamente y, de manera particular, en relación con las máquinas, aunque permanece subordinado a los mecanismos de extracción del trabajo por parte del capital. ¿Es esta autonomía la misma que hemos reconocido en las formas de trabajo autónomo en la primera fase de la producción capitalista? Nos parece claramente que no. De hecho, la hipótesis es que ahora existe un grado de autonomía que no se refiere solo al proceso de producción, sino que también se impone en sentido ontológico: es decir que el trabajo conquista una consistencia ontológica aun cuando esté subordinado completamente al dominio capitalista. ¿Cómo podemos comprender una situación en la que empresas productivas –temporalmente continuas y espacialmente extendidas– e invenciones colectivas y cooperativas por parte de los trabajadores, terminan siendo fijadas como valor extraído por el capital? Es difícil si no nos desligamos de metodologías lineales y deterministas y no asumimos un método que se articule a través de dispositivos. Si lo hacemos, podemos reconocer que, en esta situación, la relación entre los procesos productivos en manos de los trabajadores y los mecanismos capitalistas de valorización y de dominio están cada vez más separados. El trabajo ha alcanzado tal nivel de dignidad y de poder que puede potencialmente rechazar la forma de valorización que le es impuesta y así, aunque bajo el dominio del capital, puede desarrollar la propia autonomía.

Los poderes crecientes del trabajo pueden ser reconocidos no solo en la expansión y en la creciente autonomía de la cooperación, sino también en la mayor importancia que se da a los poderes sociales y cognitivos del trabajo en las estructuras de la producción. El primer elemento, una cooperación extendida, se debe seguramente al incremento del contacto físico entre los trabajadores digitales en la sociedad informatizada, pero todavía más (como siempre Paolo Virno nos insta a pensar) a la formación de una “intelectualidad de masa”, animada por las competencias lingüísticas y culturales, por las capacidades afectivas y por las potencias digitales. No es casual, segundo elemento, que esta capacidad y esta creatividad del trabajo aumenten la productividad. Consideremos ahora cuánto ha cambiado el papel del conocimiento en la historia de las relaciones entre capital y trabajo. Como ya vimos, en la fase de la “manufactura”, el conocimiento del artesano era empleado y absorbido en la producción como una fuerza separada, aislada, y por lo tanto subordinada en una estructura organizativa jerárquica. En la fase de la “gran industria”, por el contrario, los obreros eran considerados incapaces del conocimiento necesario para la producción, que estaba entonces centralizado en el management. En la fase contemporánea del general intellect, el conocimiento tiene una forma multitudinaria en el proceso productivo, aun si, desde el punto de vista del patrón, ese conocimiento pueda ser aislado como lo era el conocimiento artesano en la manufactura. En realidad, desde el punto de vista del capital, todavía es un enigma el modo en que el trabajo se autoorganiza, incluso cuando esto se convierte en la base de la producción.

Para seguir adelante, un ejemplo: una importante figura del trabajo asociado está hoy oculta en el funcionamiento de los algoritmos. Junto con la propaganda incesante que afirma la necesidad del dominio capitalista y los sermones sobre la inhallable alternativa a este sistema de poder, frecuentemente oímos el elogio al rol de los algoritmos. Pero ¿qué es un algoritmo? En primer lugar, es capital fijo, una máquina nacida de la inteligencia cooperativa social, un producto del general intellect. A pesar de que el valor de una actividad productiva es fijado en el proceso social de extracción del plustrabajo por parte del capital, no hay que olvidar que la fuerza del trabajo vivo está en la base de este proceso. Sin trabajo vivo no hay algoritmo. Y, no obstante, los algoritmos presentan también numerosas características nuevas: este es un segundo punto.

Consideremos el PageRank de Google, tal vez el algoritmo mejor conocido y el que más lucro genera. El rango de una página web está determinado por el número y la calidad de los vínculos [links]; alta calidad significa un vínculo a una página que tenga ella misma un alto rango. PageRank es entonces un mecanismo para incorporar el juicio y el valor concedido por los usuarios a los objetos de Internet. “Cada link es una concentración de inteligencia”, escribe Matteo Pasquinelli. Una diferencia relevante que presentan los algoritmos como el PageRank consiste en el hecho de que mientras las máquinas industriales cristalizan la inteligencia pasada en forma relativamente fija y estática, estos algoritmos añaden continuamente inteligencia social a los resultados del pasado, de modo que crean una dinámica abierta y expansiva. Es como si la máquina algorítmica misma fuera inteligente, pero no es verdad; más bien está abierta a las continuas modificaciones de la inteligencia humana. Cuando hablamos de “máquinas inteligentes”, debemos entender que se habla de máqui- nas capaces de absorber inteligencia continuamente. Un segundo rasgo distintivo es que el proceso de extracción de valor establecido por estos algoritmos es cada vez más abierto y socializado de tal manera que borra los confines entre el trabajo y la vida. Lo saben bien los usuarios de Google… Y, por último, otra diferencia entre los procesos productivos estudiados por Marx y este tipo de producción de valor consiste en el hecho de que la cooperación hoy no es ya impuesta por el patrón, sino generada en las relaciones entre los productores. En la actualidad podemos hablar realmente de una reapropiación del capital fijo por parte de los trabajadores y de una integración de las máquinas inteligentes bajo un control social autónomo; lo encontramos por ejemplo en el proceso de construcción de algoritmos orientados a la autovalorización de la cooperación social y de la reproducción de la vida.

Podemos añadir que aun cuando los instrumentos cibernéticos y digitales son puestos al servicio de la valorización capitalista, aun cuando la inteligencia social es puesta a trabajar y llamada a producir subjetividades obedientes, el capital fijo está integrado en los cuerpos y en los cerebros de los trabajadores y se vuelve su segunda naturaleza. Siempre, desde el nacimiento de la civilización industrial, los trabajadores han poseído un conocimiento más íntimo e interior de las máquinas y de los sistemas de las máquinas que el conocimiento que los capitalistas y sus mánagers hayan jamás podido tener. Hoy, estos procesos de apropiación obrera del conocimiento pueden llegar a ser decisivos. No se realizan simplemente en los procesos productivos, sino que son intensificados y concretizados a través de la cooperación productiva en los procesos vitales de circulación y socialización. Los trabajadores pueden apropiarse del capital fijo mientras trabajan y pueden desarrollar esta apropiación en sus relaciones sociales, cooperativas y biopolíticas con otros trabajadores. Todo esto determina una nueva naturaleza productiva, y significa una nueva “forma de vida” situada en la base de un nuevo “modo de producir”.

PERO ¿QUÉ ES UN ALGORITMO? ES CAPITAL FIJO, UNA MÁQUINA NACIDA DE LA INTELIGENCIA COOPERATIVA SOCIAL. SIN TRABAJO VIVO NO HAY ALGORITMO.

5. Para ir un poco más a fondo en este argumento y para I eliminar el aspecto utópico que, si no daña nuestro dis- O curso, a veces parece confundirlo, consideremos cómo algunos estudiosos del capitalismo cognitivo organizan la hipótesis de la apropiación del capital fijo. David Harvey por ejemplo estudia esta apropiación a través del análisis de los espacios de asentamiento y cruce de las metrópolis por parte de los cuerpos que trabajan: desplazamientos del capital variable que tienen efectos radicales sobre las condiciones y sobre las prácticas de los cuerpos sometidos y, con todo, capaces de movimientos autónomos y de autonomía en la organización del trabajo. Este análisis es todavía muy superficial. Mucho más incisivo es el que sugería André Gorz, deshaciendo la compleja trama de explotación y alienación, al subrayar que las potencias intelectuales de la producción se forman en el cuerpo social. La liberación de la alienación social impulsa la capacidad de actuar subjetivamente/intelectualmente en la producción. Más adelante, siguiendo esta línea, no sorprende descubrir que hoy “la parte del capital llamado ‘intangible’ (no solo la investigación y el desarrollo, sino también la educación y la sanidad) supera a la del capital material en el stock global de capital y se ha convertido en el elemento determinante del crecimiento económico” (Vercellone). El capital fijo se encuentra actualmente dentro de los cuerpos, inscrito en ellos y al mismo tiempo subordinado a ellos (y tanto más lo será cuando consideramos “actividades como la investigación o el desarrollo de software en las que el trabajo no se cristaliza en un producto material separado del trabajador, sino que permanece incorporado al cerebro e indivisible de la persona”. Laurent Baronian alcanza un punto culminante cuando, regresando a El capital y al análisis de la relación productiva, generaliza la potencia de los cuerpos y de las mentes haciendo de su figura asociada el elemento determinante del capital fijo. Aquí el capital fijo es la cooperación social. Aquí, las fronteras de la relación entre trabajo vivo y trabajo muerto (es decir, entre capital variable y capital fijo) se confunden definitivamente.

De hecho –así concluye Marx en El capital– si desde el punto de vista del capitalista, capital constante y capital variable se identifican bajo la rúbrica del capital circulante (El capital III, 1) y si para el capitalista la única diferencia esencial existe entre capital fijo y capital circulante (El capital III, 1), entonces, desde el punto de vista del productor, capital constante y capital circulante se identifican bajo la rúbrica del capital fijo y la única diferencia esencial existe entre capital variable y capital fijo: ahora bien, es en el capital fijo donde el capital variable pone todo su interés de reapropiación.

Las condiciones emancipadoras de la cooperación del trabajo vivo, por tanto, se invierten y ocupan de manera creciente los espacios y las funciones del capital fijo.

Continuando con Vercellone y Marazzi sobre este punto, lo que llamamos capital inmaterial o intelectual está en realidad esencialmente incorporado en los humanos y por ello corresponde de modo fundamental a las facultades intelectuales y creativas de la fuerza de trabajo. Nos encontramos ante un trastorno de los conceptos mismos de capital constante y de composición orgánica del capital heredados del capitalismo industrial. En la relación C/V [constante/variable] que designa matemáticamente la composición orgánica social del capital, es de hecho V, la fuerza de trabajo, la que aparece como principal capital fijo y, para retomar una expresión de Christian Marazzi, se presenta como “cuerpo-máquina” de la “fuerza de trabajo”. Ya que, precisa Marazzi, “además de ser la sede de la facultad de trabajo, contiene en sí también las funciones típicas del capital fijo y de los medios de producción en cuanto sedimentación de saberes codificados, conocimientos históricamente adquiridos, gramáticas productivas, experiencias, es decir, trabajo pasado”.

 

6. Subjetividad maquínica: así, por ejemplo, podemos calificar a los jóvenes que entran espontáneamente en el mundo digital. Concebimos aquí lo maquínico en contraste no solo con lo mecánico, sino también con una noción de realidad tecnológica separada e incluso opuesta a la sociedad humana. Félix Guattari explica que si tradicionalmente el problema de las máquinas ha sido visto como secundario respecto a la cuestión de la techné y de la tecnología, nosotros debemos sobre todo reconocer que el problema de las máquinas es primario y que precede al de la tecnología. Nosotros podemos, continúa, ver la naturaleza social de la máquina: “En cuanto ‘la máquina’ se abre a un ambiente maquínico y mantiene toda suerte de relaciones con sus constituyentes sociales y con las subjetividades individuales, el concepto de máquina tecnológica debe ser extendido al de agencements machiniques, de ensamblajes maquínicos”. Lo maquínico entonces no se refiere ya a una máquina individual, aislada, sino siempre a un ensamblaje. Para comprender esto pensemos en los sistemas mecánicos, esto es, en las máquinas conectadas e integradas con otras máquinas. Enseguida añadamos la subjetividad humana e imaginemos a los humanos integrados dentro de relaciones maquínicas y a las máquinas integradas dentro de los cuerpos humanos y en la sociedad humana. Y, en fin, Guattari junto con Deleuze conciben los ensamblajes maquínicos como progresivos, incorporando todo género de elementos humanos y de singularidad humana y no-humana. El concepto de maquínico en Deleuze/Guattari es, en una forma diferente, el concepto de producción en Foucault; ambos captan la necesidad de desarrollar, fuera de la identidad espiritualista, subjetividades de conocimiento y acción y de demostrar cómo estas emergen de producciones materialmente interconectadas.

En términos económicos, lo maquínico aparece claramente en las subjetividades que surgen cuando el capital fijo es reapropiado por la fuerza de trabajo, esto es, cuando las máquinas materiales e inmateriales y el conocimiento que cristalizan la producción social pasada son reintegrados en las subjetividades sociales que cooperan y producen en el presente. Los ensamblajes maquínicos son así en parte incorporados y recogidos en la noción de “producción antropogenética”. Algunos de los economistas marxistas más inteligentes, como Robert Boyer y Christian Marazzi, caracterizan la novedad de la producción económica contemporánea –y el pasaje del fordismo al posfordismo– centrándose en “la production de l’homme par l’homme” [la producción del hombre por el hombre] en contraste con la noción tradicional de producción de mercancías por medio de mercancías. Crece la centralidad de la producción de subjetividad y las formas de vida para la valorización capitalista y esta lógica conduce directamente a las nociones de producción cognitiva y biopolítica. Lo maquínico extiende ulteriormente este modelo antropogenético con el fin de incorporar varias singularidades no-humanas en los complejos que produce y son produci- dos. Más precisamente: cuando decimos que el capital fijo es reapropiado por los sujetos trabajadores, no decimos simplemente que aquel se transforma en su posesión, sino sobre todo que es integrado a ensamblajes maquínicos, constituyentes de subjetividad.

Lo maquínico es siempre un ensamblaje, una composición dinámica del humano y de otros seres, pero la potencia de esta nueva subjetividad maquínica es solamente virtual mientras no sea actualizada y articulada en la cooperación social y en el común. Si la reapropiación del capital fijo ocurriese individualmente, transfiriendo propiedad privada de un individuo al otro, no constituiría sino un quitar a Fulano para pagar a Mengano y no tendría ningún significado real. Cuando, por el contrario, la riqueza y la potencia productiva del capital fijo son apropiadas socialmente y se las traslada de la propiedad privada al común, entonces el poder de las subjetividades maquínicas y de sus redes cooperativas puede ser plenamente utilizado. La dinámica maquínica de ensamblaje, las formas productivas de cooperación y la base ontológica del común son implicadas de la manera más estrecha.

Cuando vemos a los jóvenes de hoy, absorbidos en el G común, determinados con sus potencias maquínicas en la  cooperación, debemos reconocer que su verdadera existencia es resistencia. El capital está obligado a reconocer esta dura verdad. Eso puede consolidar económicamente el desarrollo del común que es producto de las subjetividades, de las cuales el capital extrae valor; pero el común se construye a través de las formas de resistencia y de los procesos que reapropian el capital fijo. La contradicción se hace cada vez más evidente. “Explótate a ti mismo”, dice el capital a las subjetividades productivas, y estas responden: “Nosotras deseamos valorizarnos a nosotras mismas, gobernar el común que producimos”. Ningún obstáculo a este proceso –ni la sospecha de obstáculos virtuales– puede impedir el choque que se aproxima. Si el capital puede expropiar valor solo de la cooperación de las subjetividades y estas se resisten a la explotación, el capital debe entonces elevar el nivel de dominio e iniciar operaciones de extracción de valor del común cada vez más arbitrarias y violentas. Es a esta transición a la que nos conduce la temática de la reapropiación del capital fijo.

 

CUANDO DECIMOS QUE EL CAPITAL FIJO ES REAPROPIADO POR LOS SUJETOS TRABAJADORES, NO DECIMOS SIMPLEMENTE QUE AQUEL SE TRANSFORMA EN SU POSESIÓN, SINO SOBRE TODO QUE ES INTEGRADO A ENSAMBLAJES MAQUÍNICOS, CONSTITUYENTES DE SUBJETIVIDAD.

Supremacismo, sionismo y deserción de lo femenino // Franco Bifo Berardi

El pasado 16 de diciembre, en Roma, junto a Giorgia Meloni, Santiago Abascal y Rishi Sunak, un racista sudafricano llamado Elon Musk participó en el Festival Atreju, la fiesta de cuatro días que se celebra en el Castelo Sant’Angelo, con la que los fascistas italianos han festejado estos días su regreso al poder, un siglo después de la instauración del régimen de Benito Mussolini. Unos días antes, Musk, que probablemente aspira a convertirse en el Führer de un movimiento supremacista mundial, había viajado a Israel para reunirse con Netanyahu después de defender opiniones antisemitas en su red social X.

El principal argumento de la intervención de Musk en la fiesta de los fascistas de Giorgia Meloni ha sido el que une a las derechas occidentales: blancos de todo el mundo, tened hijos, de lo contrario seremos sustituidos por migrantes con piel de color. El problema es que los niños no los harían los blancos en todo caso, sino las blancas. Y ésta es la debilidad de la estrategia supremacista, que se está afirmando en todo el mundo occidental, como demuestran los resultados de las recientes elecciones y consultas electorales registradas en Argentina, Holanda, Serbia y Chile.

La confirmación del legado constitucional de Pinochet por la mayoría de los chilenos parece el sello final de una tendencia que ya no podemos ignorar: el supremacismo blanco es a la vez una forma emergente en la historia de Occidente y un signo del declive de la supremacía blanca en el planeta. Podemos leerlo, pues, como un intento (desesperado pero probablemente letal) de detener un declive que depende de factores antropológicos, demográficos y culturales y cuyo carácter es irreversible. Con la victoria de Javier Milei, la ola psicótica mundial ha alcanzado su punto álgido: en todas partes gobierna Hitler.

Soy muy consciente de que las derechas que ganan las elecciones, de Hungría a Italia, pasando por Suecia, Holanda o Argentina, al igual que las derechas que se preparan para ganarlas en Estados Unidos, consideran a Hitler un perro muerto. Pero incluso Anders Breivik, quien el 11 de marzo de 2011 asesinó a setenta y siete jóvenes socialistas en la isla de Utoja y hoy pasa su tiempo en la cómoda celda de una prisión noruega, condenó a Hitler en su Manifiesto de la Independencia Europea, un texto en el que esgrimía argumentos que podrían ser compartidos por cualquier líder de la derecha europea en la actualidad. Pero, ¿cuáles son sus razones? Él mismo lo explica: Hitler se equivocaba al pensar que los judíos eran enemigos de la raza blanca. Los judíos, por el contrario, están de nuestro lado en la guerra final por la defensa de la civilización superior, cuyos enemigos son todos los demás, empezando por los musulmanes y siguiendo por los migrantes de todos los orígenes. La práctica totalidad de los alemanes, con muy pocas excepciones por lo que sabemos, ya que hoy en día reina en Alemania un conformismo comparable al que imperaba en 1933, podrían suscribir las palabras de Anders Breivik. El Manifiesto por la Independencia Europea, después de todo, podría ser adoptado fácilmente por la Unión Europea como texto oficial, ahora que el proyecto de una Europa posnacional está enterrado y la unión de Europa se basa en el racismo, la expulsión y el ahogamiento de masas.

El genocidio que Israel ha desencadenado tras el ataque del 7 de octubre es el punto de no retorno de una fractura que enfrenta al Norte global contra el Sur global, es decir, al supremacismo blanco contra el heterogéneo conjunto que conforma a este último, lo cual no significa que se trate de un enfrentamiento entre colonialismo y anticolonialismo. No hay anticolonialismo sin internacionalismo, por lo que el anticolonialismo no se encuentra en ninguna parte. Al supremacismo blanco se opone hoy una pluralidad de nacionalismos de carácter esencialmente fascista o fundamentalista. Baste pensar en el ultranacionalismo de corte racial de Narendra Modi, cuyo partido desciende linealmente de las formaciones Rashtriya Swayamsevak Sangh (Organización Nacional de Voluntarios), surgida durante la guerra contra Inglaterra en estrecha conexión con los alemanes. Basta pensar en el fundamentalismo chií misógino de Irán. El Sur global no tiene una dirección política común, ni es probable que la tenga nunca, aunque tiende a formar alianzas económicas (BRICS) y militares (alianza estratégica entre China e Irán), que acentúan la crisis del Norte global en declive. Sin embargo, todos los conflictos de nuestro tiempo tienen su origen en las diferencias entre naciones: es así en Ucrania, es así en Oriente Próximo.

Mi tesis, para abreviar, es que nos encontramos perfectamente instalados en la condición que Gunther Anders predijo en sus escritos de la década de 1960, en particular en su carta al hijo de Eichmann: Anders decía que por una serie de razones relacionadas con el hiperpoder de la técnica, con la competencia militar en la era atómica y con la humillación psíquica de los humanos frente a la tecnología (que él llamaba “vergüenza prometeica”), el siglo XXI estaría dominado por un Tercer Reich perfeccionado, un nazismo en comparación con el cual el de Hitler parecería un “ensayo general en un teatro de provincias”. Estamos exactamente donde Anders (Gunther, no Breivik) predijo hace sesenta años.

Fusión de sionismo político y trascendentalismo religioso

En el siglo XX el nazifascismo provocó un conflicto interno dentro del imperialismo blanco entonces en su fase expansiva; hoy, sin embargo, se presenta como una reacción a la decadencia. En este marco debemos considerar el papel del sionismo y para ello debemos reabrir el discurso sobre la cuestión judía en su insondable complejidad. Para resumir un análisis que requeriría un tratamiento demasiado extenso para estas notas, diré que en la modernidad la comunidad judía sigue tres grandes líneas de desarrollo. La primera, sin duda la más importante hasta mediados del siglo XX, es la que impropiamente se identifica como asimilacionismo. En muchos países europeos, sobre todo en Alemania y Austria, la comunidad judía se integra en la vida civil y alcanza posiciones de prestigio y a veces incluso de poder. Pero aún más importante es la función cultural decisiva que desempeña la cultura judía en la génesis del progresismo moderno, tanto en su forma democrático-liberal como en su forma internacionalista, lo cual no ocurre por casualidad: es precisamente la experiencia secular (milenaria) de desterritorialización y no pertenencia de la cultura judía lo que hace posible la inteligencia política no identitaria. La ley, no la pertenencia, el derecho, no la identidad son las aportaciones que la cultura judía aporta al pensamiento político europeo de los siglos XVIII y XIX. Tanto el universalismo ilustrado como el internacionalismo obrero surgieron gracias a la aportación judía. Precisamente por no pertenecer a la comunidad territorial, el judío encarna al ciudadano abstracto, que funde la universalidad del derecho político y la universalidad del pensamiento científico matematizado. Además, el judío, como el obrero, es portador de una humanidad sin pertenencia, condición del internacionalismo.

La segunda figura del judaísmo moderno, cuyas raíces son muy profundas e infinitamente complejas, es la del trascendentalismo bíblico, que no reconoce la comunidad política, se contempla a sí mismo como ajeno a los territorios nacionales en los que vive y madura las formas contradictorias de la ortodoxia ultrarreligiosa. Esta componente considera que la comunidad judía es el pueblo elegido, por lo que es ontológica y fanáticamente supremacista. La tercera figura sólo surge a finales del siglo XIX y encarna la necesidad de la comunidad judía de protegerse contra las persecuciones recurrentes: se trata del sionismo político, cuya intención permanece indefinida durante algunas décadas desde que Theodor Herzl inicia su movimiento, pero que luego se define en términos territoriales en el periodo en que en toda Europa las comunidades judías locales son atacadas por la oleada genocida que recibe el nombre de Holocausto.

La primera figura (universalista e internacionalista) fue derrotada cuando a principios del siglo XX se hizo evidente que los judíos no podían considerarse ciudadanos como los demás a causa del antisemitismo. En ese momento cobró fuerza la reivindicación sionista: construir un Estado en el que los judíos encuentren protección. Esta reivindicación choca y se entrelaza, según las circunstancias, con el trascendentalismo bíblico, cuya obsesión fundamental es el retorno a la Tierra Prometida, que no tiene en general una dimensión histórica, sino trascendental. Cuando, en el Congreso de Versalles, se le pregunta a Chaim Weizman: “¿Por qué ustedes los judíos creen que tienen derecho a la tierra de Palestina”, este responde: “La memoria es derecho”. “La memoria es derecho”: esta frase permite comprender la transformación de la cultura judía de una cultura cosmopolita y no identitaria en una cultura agresiva de pertenencia. También se comprende la fusión, siempre inestable pero decisiva, del sionismo laico y el trascendentalismo bíblico.

¿Por qué un Estado de los judíos? Porque también nosotros queremos ser protegidos como comunidad étnica, dice el sionismo laico. Pero, ¿por qué el Estado de los judíos tiene que radicarse en ese preciso lugar, en ese territorio llamado Palestina, donde hasta la década de 1930 sólo vivían pequeños grupos de judíos rodeados de árabes, y particularmente de palestinos, en su mayoría hospitalarios y dispuestos a acoger, pero que lo son cada vez menos cuanto más manifiestan los judíos su intención de construir un Estado territorializado? ¿Por qué allí y no en Argentina, como habían sugerido algunos de los primeros sionistas? La respuesta de Weizman es clara: porque ésa es la Tierra Prometida. En este pasaje —territorialización y retorno— se encuentra el origen de la fusión del sionismo y el trascendentalismo.

Nazionalsionismo

En una entrevista publicada en La Stampa el pasado 15 de diciembre, Slavoj Zizek cita una frase de Reinhard Hejdrich, que se cuenta entre los máximos dirigentes de la jerarquía nazi y que junto con Heinrich Himmler fue uno de los artífices del exterminio de los judíos. Distinguiendo a los sionistas de los judíos que quieren asimilarse, es decir, infiltrarse en el Volk germánico, Hejdrich afirma: “Los sionistas profesan una concepción estrictamente racial y mediante la emigración a Palestina contribuyen a la creación del Estado judío. A ellos van nuestros buenos deseos y nuestra simpatía oficial”.

En los dos últimos meses de 2023 nos hemos dado cuenta –el mundo entero se está dando cuenta– de que Israel aplica una política de deportación, discriminación racial, limpieza étnica y genocidio. En una palabra, una política nazi. Tras la marginación y la derrota de la componente internacionalista de la comunidad judía, la territorialización en nombre de la sangre resultó ser la única perspectiva realista. La mitología bíblica se movilizó en ese momento para apoyar un proyecto político que necesitaba territorializarse. En cierto modo, en el seno del mundo judío se ha desarrollado la misma historia que a una escala mayor se ha verificado a escala general: la derrota del internacionalismo, el conflicto entre el globalismo liberal secular y el conservadurismo cultural racista y luego la fusión progresiva de estas dos componentes hasta dar forma al naziliberalismo global. El gobierno Netanyahu-Smoytrich-Ben Gvir es el cumplimiento de la fusión del sionismo con el trascendentalismo supremacista.

Deserción tendencial de la historia masculina

Soy consciente de que no estoy sembrando el buen humor entre mis desafortunados lectores, pero creo que ha llegado el momento de abandonar las ilusiones: derrotada la clase obrera, la democracia ha demostrado en pocas décadas ser la antesala del fascismo. De Mussolini y Hitler a Trump, Putin, Johnson, Meloni y Milei, la dinámica democrática ha producido y produce siempre el mismo efecto: dominio mediático sobre la formación de opinión, respuesta nacionalista a los efectos de la globalización económica, respuesta racista a la gran migración. No habrá “contraataque” democrático en el futuro, mientras que es fácil predecir que nos dirigimos hacia la ampliación de la guerra civil mundial internazi, que junto con la mutación climática y la concentración de la riqueza producirá las condiciones para un colapso de la vida humana en el planeta. Más probable que en cualquier otro momento del pasado es la posibilidad de una guerra nuclear de carácter limitado desenvuelta en escenarios locales.

No es imaginable ninguna ruptura política mientras se deteriore el estado físico del planeta. Pero el final del juego vendrá, en mi opinión, de lo femenino, la única subjetividad irreductible al supremacismo, que es inherentemente un supremachismo. No creo que surja en la escena histórica un movimiento político de las mujeres, pero sí creo que lo femenino, radicalmente diferente de la historia del hombre, ha empezado a desprenderse de la necesidad patriarcal de la procreación, que ha soportado hasta ahora como si fuera una necesidad natural. Por lo tanto, la continuación de la raza humana está en entredicho, porque la procreación ya no es una necesidad natural, sino que se ha convertido en una tarea cada vez más artificial, técnicamente asistida y culturalmente impuesta. Una tendencia ya clara e irreversible que ha surgido en el nuevo siglo es la de la emancipación de la mujer del papel de agente reproductor. La reproducción se considera finalmente (gracias a la tecnología, gracias a la educación) como una elección que siempre puede revocarse, como una elección que puede evitarse. Hoy en día, por razones conscientes, por razones inconscientes y por razones bioecológicas, las mujeres interrumpen la reproducción de la raza humana.

Las razones culturales de esta interrupción se suman a razones físicas, biológicas, hormonales y ecológicas. Debido a la propagación de los microplásticos en la cadena alimentaria, la fertilidad masculina ha caído el 58 por 100 en cuarenta años. Debido a la hipermediatización de la esfera lingüístico-afectiva, la sexualidad genital heterosexual está desapareciendo en el comportamiento de las generaciones hipersemiotizadas. Pero sobre todo las mujeres están decidiendo inconsciente y conscientemente no generar las víctimas del inevitable próximo infierno sobre la tierra. Soy consciente de la enormidad de lo que digo, pero creo que es necesario extremar las hipótesis, ya que lo que ha sucedido en las dos últimas décadas ha cancelado toda esperanza producida por el pensamiento moderno.

Malestares con la democracia // Mariana Gainza

I-

            Se habla en estos días de un ignoto pueblo norteamericano llamado Grafton, en el estado de New Hampshire. Se habla de Grafton por haber sido la sede de un experimento social peculiar: el de llevar a la práctica las ideas libertarias que postulan la necesidad de abandonar toda intervención estatal para dar lugar a una sociedad autorregulada y próspera, tan libre de impuestos como de penurias. Según cuenta un libro recientemente publicado del periodista norteamericano Matthew Hongoltz-Hetling, la puesta en práctica del proyecto Ciudad Libre en el pequeños pueblo lindero con la frontera de Canadá desencadenó una serie de desastres, que ilustrarían (por la vía penosa de la realización) el absurdo de las ideas del libertarianismo de EEUU que se exporta al mundo. La historia, de un poco más de una década de duración, comienza en 2004 y se extiende hasta 2016. En 2004, unas doscientas personas se mudan a Grafton para fundar una nueva comunidad, sostenida sobre el único principio de la absoluta libertad individual. Los nuevos moradores –en su mayoría hombres blancos, solteros y partidarios de la libre portación de armas– se habían conocido por internet, y habían elegido este pequeño pueblo de 1000 habitantes, porque allí había un candidato libertario a la gobernación, que prometía honrar una arraigada tradición local de rechazo las obligaciones fiscales. Y efectivamente, gracias a su peso numérico y a la decisión de lograr la supresión de las regulaciones estatales, lograron la reducción drástica de las cargas impositivas y del presupuesto público. Con la población armada, sin policía y sin recursos para garantizar servicios elementales –como la recolección de residuos–, el relato (con moraleja) cuenta que en Grafton no proliferó la riqueza sino la violencia, el delito y el caos. A tal extremo, que se alteró el equilibrio con la naturaleza que hasta entonces había caracterizado a la región: la población empezó a ser atacada por los osos de los bosques linderos, que abandonaron su típica reticencia a mezclarse en los asuntos humanos, y avanzaron sobre la comunidad libertaria. De ahí, el título del libro: A Libertarian Walks into a Bear [Un libertario se topa con un oso]. 

            Este relato circuló bastante por los medios periodísticos en las últimas semanas, como una advertencia sobre el rumbo político que estaba tomando Argentina. El nuevo presidente, Javier Milei, festejó finalmente su triunfo electoral con un grito de gloria: “Soy el primer presidente liberal libertario de la historia de la humanidad”.

            La utopía de una comunidad anarco-capitalista rigiéndose por los únicos valores de la libertad individual y el derecho irrestricto a la propiedad, puede ser confrontada con otra utopía: la utopía de una república democrática que el maestro de Spinoza, Van den Enden, presentó en 1662 ante las autoridades coloniales holandesas = el proyecto de una ciudad igualitaria a ser fundada en la “Nueva Holanda”, o sea, en los dominios de los Países Bajos en Norteamérica.

            Van den Enden concretamente intercedía ante los regentes como promotor del proyecto de Peter Plockhoy: menonita igualitarista y defensor de la libertad religiosa, que se había entusiasmado con las experiencias de radicalidad popular surgidas en medio de la Guerra Civil inglesa (1642-1651), y había escrito un tratado –Propuesta de una vía para la felicidad de los pobres[1]– proyectando la “formación de un nuevo tipo de sociedad cooperativa en las afueras de Londres” que luego debería inspirar otras comunidades, en Bristol y en Irlanda, “donde podemos obtener –decía– una gran cantidad de tierra por poco dinero”. Cuando la restauración monárquica inglesa frustró sus expectativas, Plockhoy recurrió a Van den Enden en busca de apoyo para trasladar su plan a América del norte. Así es como Van den Enden escribe su “Breve informe sobre la Nueva Holanda” (Short Account, 1662), dando cuenta de la “situación de los nuevos Países Bajos, sus virtudes, ventajas naturales e interés para la colonización”, manifestando su compromiso activo con la utopía igualitaria de Plockhoy, para la cual redacta una constitución política. Cuenta Johnatan Israel que la administración holandesa aprobó el asentamiento, y que en 1663 un grupo de 41 seguidores de Plockhoy viajó al nuevo mundo, instalándose en la tierra prometida de Delaware. No hubo tiempo, sin embargo, para concretar el ensayo: las invasiones inglesas del año 1664 instauraron un nuevo dominio colonial. Y según parece, “el profeta del trabajo cooperativo” (como lo nombra Israel) nunca volvió a Europa: ciego y miserable, pasó sus últimos días con los menonitas de Filadelfia.

            Dos utopías coronadas por un fracaso, entonces, la de Grafton y la de Delaware. Ambas susceptibles de ser nombradas como utopías “libertarias”, si asumimos que ese término fue históricamente reivindicado desde posiciones antitéticas (las que a grandes rasgos solemos identificar como izquierda y derecha). En ambos casos, lo realmente sucedido resulta más bien turbio para nosotros. No sólo por la distancia temporal y geográfica. También por el modo en que los relatos, los documentos, los registros, están atravesados por los deseos y las pasiones, la propaganda y las apuestas financieras.   

            Si buscamos en internet datos sobre Grafton, encontramos la página que promociona el “Proyecto de una provincia libre” (Free State Project), llamando a un gran encuentro libertario para marzo de 2024. “La libertad vive en New Hampshire” –dice la convocatoria– “¿Estás cansado de los gobiernos, que no hacen más que crecer? ¿Sentís que a tu alrededor sos el único que aspira a vivir libremente? ¡No estás solo! Sumate a las millares de personas que, como vos, aman la libertad”.

            En la pestaña de informaciones, leemos: 

 

El Proyecto Estado Libre es el movimiento de los amantes de la libertad que se mudan a New Hampshire. Miles de individuos ya han hecho el movimiento. Se trata de una migración masiva, de más de 20.000 personas, que decidieron concentrar los esfuerzos en un pequeño estado, con una cultura pro-libertad preexistente, para maximizar el impacto que pueden tener como activistas, empresarios, constructores de comunidades y líderes de pensamiento.

Los Free Staters somos gente productiva y amable, de todas las clases sociales, edades, credos y colores, con la misión de demostrar que más libertad conduce a más prosperidad para todos. En New Hampshire estamos cosechando los beneficios del movimiento [tanto en nuestras libertades como en nuestra calidad de vida] pero nuestro objetivo final es servir de ejemplo al resto del mundo.

 

            Por supuesto, no encontramos ninguna mención a la experiencia fracasada de Grafton, ni alusiones al affaire de los osos. Pero más allá de las dudas sobre la “realidad efectiva de la cosa”, podríamos decir que el utopismo libertariano vive en ese activismo montado sobre las nuevas tecnologías, que promociona el individualismo extremo, el anti-estatalismo radical y la libre empresa como forma de vida. Y que se irradia a través de las redes sociales que distribuyen las frases de la evangelización anarco-capitalista por los rincones más remotos del mundo.

            Volviendo a nuestro contrapunto con el muy diferente utopismo libertario del spinozista Van de Enden, ¿Quedarán rastros del igualitarismo de Plockhoy en las tierras norteamericanas de Delaware? Pues bien: Delaware es actualmente un gran paraíso = un “paraíso fiscal”. Es decir, un centro financiero y bancario que generalizó las excensiones impositivas y donde circulan todo tipo de flujos de capitales no regulados.  Así como el lema oficial de New Hampshire es “vida libre o muerte”, Delaware tiene un apodo [o “apelido”]: The Land of Free-Tax Shopping (“La tierra de las compras libres de impuestos”). Son más de 900.00 empresas radicadas allí –entre ellas, las mayores del mundo– de manera que en el pequeño estado residen casi tantas empresas como habitantes.

[Allí está, por ejemplo, la sede matriz del grupo de inversión Black Rock, el mayor administrador de fondos del capitalismo occidental. Surgió en 1988, en plena expansión global del neoliberalismo, y hoy los fondos que maneja son superiores al PBI de prácticamente todos los países del mundo, con la sola excepción de EEUU y China. El crecimiento salvaje de este tipo de empresas se dio sobre todo a partir de la crisis financiera de 2008, cuando ganaron libertades de acción sin precedentes[2] . Operan de modo general a favor de la concentración y el monopolio, y en ese caso, vale como ilustración elocuente la actuación de Black Rock en la fusión de Bayer con Monsanto, las gigantescas empresas agroquímicas que se fusionaron en 2018, concretándose una de las transacciones más grandes de la historia. Sabemos muy bien cuál son los efectos de estas megafusiones para pequeños agricultores y campesinos y para la seguridad alimentaria de la humanidad…

            Para decirlo de modo drástico y sintético: se fusionaron una empresa productora de glifosato y con múltiples de denuncias por cáncer en poblaciones afectadas por el uso del herbicida «Roundup” con otra empresa que carga con sus propias oscuridades por su complicidad con el nazismo (como parte del grupo IG Farben) gracias a la mediación financiera de la entidad líquida que simboliza eminentemente al nuevo capitalismo, que suprime las regulaciones anti-monopólicas a la vez que debilita sistemáticamente las capacidades soberanas de los estados para gobernar en función del bienestar de sus poblaciones]. La incompatibilidad entre capitalismo y democracia muestra hoy con la mayor exuberancia todas sus consecuencias: llegamos a los mismos resultados destructivos, por la vía de los osos de Gafton, por la vía de Monsanto, o por la vía del famoso murciélago en la sopa en la ciudad de Wuhan.

            En estas condiciones, pensar la democracia hoy es algo tan necesario como difícil. Precisamente, porque la democracia es algo de cuya existencia podemos decir que “es tan difícil como rara”. En medio de una acumulación de crisis de todo tipo [políticas, económicas, sanitarias, ecológicas, culturales, bélicas], lo que parece sucumbir una vez más es la utopía de una república democrática, alimentada por un verdadero amor por la igualdad [capaz de llevar adelante una crítica efectiva de lo eso que hoy se vende por todos lados como “amor por la libertad” y se realiza como “destrucción de la humanidad”] . Más que superabundancia de democracia, hay escasez de ella. Escasez de democracia y exceso de neoliberalismo.

            Diría que es ese exceso neoliberal (que generaliza la desigualdad al ritmo en que precariza y desmantela las instituciones de la solidaridad social) el que suscita distintos tipos de ahesión rígida a lo que podemos llamar el nuevo espíritu del capitalismo. Lo que consideré aquí como un utopismo de la libertad anarco-capitalista sería una entre las formas de la “fantasía ideológica” que hacen al espíritu del capitalismo neoliberal, y que encuentran eco social en la medida en que se extiende el malestar con una democracia que no enfrenta ni resuelve los graves problemas que genera un modo de acumulación predatorio. Lo “espiritual” del capitalismo neoliberal, entonces, no sólo alude al triunfo de la religión universal de la mercancía, sino también a los variados tipos de espiritualidad, más o menos flexibles, más o menos rígidas, que surgen o resurgen en las sociedades contemporáneas.

            Hablar de espíritu nos hace inmediatamente pensar en Weber y en su estudio sobre las afinidades entre ciertas formas de religiosidad y las prácticas económicas que están en el origen a la modernidad capitalista. O en otras investigaciones inspiradas en él, como la de Boltanski y Chiapello, que definen al nuevo espíritu del capitalismo como el conjunto de creencias que están en la base de un repertorio de modos de acción y de disposiciones que constituyen formas de vida afines a lo neoliberal. Se actualiza, así, algo de la famosa tesis de Weber, según la cual la relación moral con el trabajo del protestantismo ascético favorece la racionalización económica y la reinversión de la ganancia en el circuito productivo, de modo tal que hay que considerar esa ética protestante como una tendencia espiritual convergente con el desarrollo del capitalismo.

            Si hoy pensamos en las afinidades electivas entre el neoliberalismo y ciertos espíritus religiosos, la conexión más obvia que surge es con la teología de la prosperidad, que atraviesa a varias iglesias evangélicas –pero está presente sobre todo en las doctrinas y en las prácticas de distintas iglesias carismáticas y pentecostales. Esta teología, que se desarrolla en el contexto de la expansión económica de la post-Segunda Guerra en Estados Unidos y se expande hacia Latinoamérica a partir de los años 70, es una interpretación de la fe cristiana que sostiene que la pobreza, las enfermedades, los infortunios provienen de una mala relación con Dios. Para iniciar una vida próspera, entonces, hay que entrar en una verdadera comunión con Él, que se logra gracias a la mediación del pastor –acompañada con rituales de exorcismo de los demonios de la pobreza y la entrega de donaciones (que serán retribuidas con riqueza, salud y felicidad).

            Estas formas de la creencia no son las únicas que se empalman con las tendencias individualizantes y consumistas de la época… El ethos neoliberal, de hecho, hace proliferar una variedad de discursos que llaman a orientarse por los propios “deseos y sentimientos”. Los individuos son interpelados como sujetos de una autoconciencia afectiva capaz de discriminar lo que se ama y lo que se odia, lo que gusta y lo que disgusta… y ese es el sustrato de la afirmación de una libertad, que se entiende como el derecho de decidir sobre los propios consumos: de productos o servicios, de imágenes o teorías, de informaciones o de creencias. Porque en el mercado de las espiritualidades también se puede elegir. En la era del algoritmo y la segmentación de los públicos, a unos de se les ofrece religión, a otros autoayuda, a otros coaching ontológico, a otros yoga o ayurbeda, a otros astrología o veganismo, a otros terraplanismo, a otros utopismo anarco-capitalista… En fin. en nuestro próximo coloquio supongo que les contaré sobre la experiencia de habitar un país gobernado por el primer presidente liberal-libertario de la historia de la humanidad.

             

           

 

 

 

 

 

[1] A Way Propounded to Make the Poor in these and other Nations Happy, 1659 [además de un panfleto por la paz dirigido a Cromwell]

[2] el gobierno de Estados Unidos empezó a regular más a la banca tradicional pero le dio más libertad de acción a estas instituciones de riesgo.

El discurso de Milei Presidente // Diego Sztulwark

El mensaje en cadena nacional del presidente Milei del pasado 20 de diciembre fue masivamente considerado en virtud del contenido desbordante y agresivo de las desregulaciones anunciadas en el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que acaba de entrar en vigencia. Sin embargo, la escena en cuestión -la primera en la que Milei argumenta medidas concretas como presidente- fue más amplia y ofrece otro ángulo de análisis, uno de los cuales es específicamente conceptual.

Acompañado de su Gabinete de Ministros y de unos pocos asesores estrella, Milei dio lectura a una pieza neoliberal-burocrática poblada de giros como «estabilización vía shock», «programa de ajuste fiscal» y «sinceramiento de los valores de mercado». Todas frases que encarrilan las explosivas consignas de su campaña en una tradición discursiva conservadora demasiado conocido.

Los anuncios vinculados al DNU fueron precedidos por un diagnóstico general -que incluye expresiones como «la peor crisis de nuestra historia»-, que apunta a refutar lo que llama las «recetas fracasadas». Milei emplea la imagen de la receta no en el habitual sentido médico sino en uno culinario (“el problema no es el chef, sino la receta”, dice). La suya es una rebelión contra las combinaciones y las proporciones. No se trata de insistir con la misma idea sino de cambiarla. Pero para eso hay que saber por qué sujetos políticos tan distintos se han dejado conquistar a lo largo de la historia por ella. Y no solo en la Argentina sino literalmente “en todo el planeta”. La referencia hiperbólica se vuelve un balance del entero siglo XX.

La integralidad del fracaso a que se refiere Milei no es específico. Su fuerza está en la generalidad que podría ser verificada “en lo económico”, tanto como en “lo social” y en “lo cultural”, pero también en un nivel humanista (puesto que el presidente agrega una consideración sobre el costo de aplicar estas recetas en términos de “millones de vidas”). ¿A qué “receta” se refiere concretamente? La respuesta no se hace esperar: a una doctrina «que algunos podrían llamar izquierda, socialismo, fascismo o comunismo, y que a nosotros nos gusta catalogar como colectivismo». De tan veloz el barrido podría ser confuso (¿izquierda y fascismo serían dos nombres del mismo gregarismo?; ¿en qué sentido sería en sus términos China un “fracaso” en “lo económico”?). Lo falaz no es necesariamente improvisado. Esta ideas, que no sabemos bien como se procesan en su cabeza, remite claramente a cierto balance que ciertas corrientes ultra-liberales han hecho hace más de cinco décadas de lo que estuvo en juego (frente diversos “estatismos” como el nazismo, el stalinismo y el keynesianismo) sobre todo durante la segunda guerra mundial y la posterior guerra fría.

Expuesta por Milei y traída al presente argentino la “doctrina fracasada” permite reunir experiencias de las más diversas -y contradictorias entre sí- bajo un criterio único: la presencia invasiva del Estado. En efecto, colectivista es para él prácticamente toda remisión a “una forma de pensamiento que diluye al individuo en favor del poder del Estado”. Un enunciado tan cerrado no admite tan mal cualquier tipo crítica que solo cabe admitirlo como proveniente de una voluntad autoritaria cuya vinculación con el saber es taxativa y volcada a un uso imperativo. La noción “Estado”, por ejemplo, no admite distinciones básicas entre formas estatales distintas (por ejemplo entre fascismo y comunismo). Pero la cosa no acaba ahí. La negación a especificar formas estatales diversas tiene una utilidad ulterior. Sirve para subordinar de modo casi imperceptible lo colectivo a lo estatal. Como si no existieran formas de colectivismos no estatales. Esta doble subsunción de lo colectivo en el Estado y del Estado en Estado Fascista-Comunista (en realidad, stalinista) constituye la principal operación ideológica de Milei a la hora de determinar la enemistad política. En efecto, para entender al presidente es preciso suspender la conciencia crítica y admitir que la expresión del estatismo colectivista es “el fundamento básico del modelo de la Casta”. En la retórica del nuevo oficialismo, el enemigo no es -como pudo insinuarse en la campaña- el mundo que emana de los privilegios económicos, sino uno que irrita más a Milei: el de quienes adhieren a una doctrina totalitaria contra la iniciativa del individuo privado. La Casta no es una Clase Dominante, sino un obstáculo burocrático que la Clase Dominante debe sacudirse.

La caracterización oficial del presente adopta aires de enfrentamiento de tipo revolucionario, en nombre de los “individuos que componen la nación” en exitosa insubordinación contra la “razón de Estado”, que hasta aquí los había sometido. El enemigo opresor, sin embargo, merece una descripción más detallada: ¿quiénes son los miembros de esta casta que manda sobre lio individuos sin ser clase dominante, como creen los marxistas?. La respuesta del presidente es inequívoca: se trata de “los políticos”. Un manojo de pseudo planificadores que imponen sus propios caprichos por sobre los deseos de las personas libres. La casta política no es una mera banda de corruptos a encarcelar puesto que la corrupción que les concierne es ante todo la de una doctrinaria. Una referencia presidencial da la idea exacta del modo en que la doctrina hace cuerpo entre funcionarios y líderes: “los políticos son Dios”. Y aunque no queda del todo claro si la afirmación es irónica (los políticos “se creen” dioses) o descriptiva (la doctrina los ubica en la cima absoluta del sistema de decisiones), la palabra Dios sirve para dar fuerza teológica al rechazo: la maldad de la doctrina se localiza en una creencia que enaltece al político por sobre las figuras (correspondientes a una teología no corruptible) del mercado. El pecado del político está inscripto en la doctrina que dice que el Estado es del político (que el Estado es político). Se trata de un pecado que se consuma en el acto mismo suscribir y sostener la doctrina. La sorpresa en cuanto a la definición de la casta es doble: por un lado, al caracterizar la pertenencia al grupo no a partir de la naturaleza de sus privilegios sino por la adhesión a una doctrina; y por otro -y esto es quizás lo decisivo-, porque entonces el problema de la enemistad cae ya no sobre los políticos ni sobre el Estado, sino la doctrina que hace de ellos una fuerza que compite con el mercado en cuanto al mando sobre la sociedad.

La casta es entonces un núcleo doctrinal extendido y encantado, el hecho maldito correspondiente a una Idea Estatista que otorga al político un poder pseudo-divino que se manifiesta por medio de “intervenciones” y “regulaciones”, usurpando el protagonismo que el sistema bien entendido le reserva a los agentes del mercado. Milei anuncia su cruzada contra este sacrilegio. Enarbola una suerte de teología liberacionista en la que late la tesis apenas callada según la cual el verdadero Dios es el Mercado (en el libro El loco, Juan González cita la idea de Milei según la cual “si el universo fuera regulado por el Estado ya hubiera fracasado”). Se trata de una teología apenas contenida. Milei se cuida bien de no pronunciar las palabras que sugiere: ni se respalda en Dios para atacar la falsa divinidad estatista, ni se deja deslizar libremente por la inclinación de su desprecio a la democracia cuando aborrece a “los políticos”. Esa contención discursiva es lo evita que la suya sea una cita completa a los golpes de Estado del pasado.

En todo caso, su diagnóstico es claro: las “intromisiones del Estado” son la causa de la “peor crisis de la historia”. Se trata, el nuestro, de un país que se ha dado a la “emisión (monetaria) desenfrenada”, que gasta más de lo que puede recaudar. Se trata entonces de poner freno a lo ilimitado y de bloquear las incursiones ilegítimas (de la casta sobre la lógica del mercado). Como dijo estos días un periodista partidario del liberalismo extremo: la normalidad no surge del libre juego entre las cosas, sino que hay que provocarla. El nuevo gobierno interpreta su misión como un cambio de raíz (un cambio operativo de doctrina) cuya dramaticidad se expresa -como en una revolución- en términos de lo inminente. La temporalidad de la “urgencia” se refiere a la velocidad con las que necesariamente hay que cambiar el “rumbo” antes de desembocar en la hiperinflación. La “necesidad” se justifica en la evitación del desastre. A tal fin, el gobierno anuncia que dicho cambio “comienza hoy”. Y lo hace con la rúbrica de una liberación inmediata del peso del Estado sobre los individuos.

La situación aparenetemente paradojal según la cual un Jefe de Estado anuncia el repliegue de su propio poder de regulación -pública- se despeja apenas queda claro que dicho Jefe no aspira en lo más mínimo a una dilución anarquista del poder estatal sino más bien a una concentración estratégica del poder del Estado en favor de un tipo de re-regulación que obedece a la doctrina de los mercados y que se funda -como aclaró el sumo sacerdote Federico Sturzenegger, el llamado “cerebro” del DNU- en la “competencia” y la “libertad”. El presidente Milei se postula así como el impulsor de una abrupta transición doctrinal: se trata de terminar con un país en el cual no se puede comerciar, trabajar ni estudiar sin pedir “permiso” al Estado.

La figura de Milei es doble y transicional. Se quiso León que ruge contra los políticos que okuparon el Estado rivalizando doctrinariamente con el mercado y ahora se quiere el primer representante genuino en el poder de esos individuos mercantiles que provenientes de todas las clases se presentan como aplastados por los sucesivos gobiernos del último siglo. El pasaje de León a Presidente pro Grupos empresariales (mundo del cual proviene) es lo que presenta como la consumación de una revolución (es decir: como la resolución al problema de la revolución en la Argentina, que el progresismo considera caduco hace décadas). Arropado en los más ricos (como otros presidentes de nuestra historia) y votado en segunda vuelta por más de la mitad del país, Milei lleva al extremo el papel de quien ocupa el viejo Estado para derrocarlo desde dentro, emancipando en ese acto al único cuerpo social aceptable: aquel formado por la interacción mercantil de los individuos y grupos empresariales concentrados. Esta emancipación -que ahora debe fundar nueva institución- tiene presentación epigráfica: “no más regulaciones”.

Si la idea de la revolución revolotea las cabezas afiebradas de la derecha extrema es porque la derecha en su versión menos radical no hizo sino acumular frustraciones. Y porque el pensamiento en términos de cambio de doctrina (lo que algún alumno de Pensamiento Científico del CBC sabrá nombrar como “cambio de paradigma”) promete que la reorientación de las intervenciones estatales obrará en un sentido emancipación liberando a la población de cualquier clase de mediación intrusiva. Esta promesa libertaria
se construye sobre la base de una enmienda -o denegación- conceptual de la más rica de las fuentes de la llamada “doctrina fracasada”. La concepción marxiana del Estado supone -no importa en cual de sus variantes- un compromiso orgánico entre institución jurídica y reproducción de relaciones sociales de producción. La nueva doctrina expuesta por el presidente Milei impugna recoge y reconoce este compromiso pero negando que esas relaciones sociales sean de explotación. Milei no es un adherente a la lewkowicziana consigna de “Pensar sin Estado”. Su crítica no se refiere al Estado sino al ilegítimo que la doctrina fracasada hace de él, (imponiendo una falsa razón, una razón inmoral por sobre la razón de los mercados). En el discurso presidencial la explotación social deja de pertenecer al capitalismo y es atribuida a la prepotencia de los políticos que oprimen a los “hombres de bien”. Hace un par de décadas John Holloway explicaba que el Estado no posee otra realidad que la de ser la expresión jurídica fetichizada de la explotación social. Milei reforma ese razonamiento anunciando que la explotación no forma parte del corazón de las relaciones sociales capitalistas -al punto que ellas mismas serían fuentes de la libertad-, y que los padecimientos sociales deberían desaparecer con la anulación de los mecanismos de captura que hacen del Estado un mecanismo de extracción/obstruyendo de los intercambios colectivos.

Esta denegación de la mediación capitalista -contribución específica de la figura Milei- favorece la ilusión de una disolución de toda mediación social. Se hace pasar la “desregulación” de aquello que el Estado regulaba por emancipación de toda intermediación opresiva. Este es el secreto de la “revolución” de Milei y de la naturaleza profundamente contra-revolucionaria de esta revolución. La promesa de la disolución de toda mediación social ya no quiere esfuerzos, ni sacrificios, ni construcciones. Y por tanto tampoco de la construcción de fuerzas heterogéneas ni de una nueva sociedad. El suyo no es sino un nuevo intento de identificar sociedad y capital, haciendo del Estado un instrumento interno de ese proceso imaginario inevitablemente fallido de adecuación. El fin de la “regulación” no tiene otro significado que no sea el de la adaptación sin tapujos ni eufemismos de la densidad de lo social a las exigencias de los actores más poderosos de un mercado subordinado y oligopolizado (cuna en al cual mamó el propio Milei).

El revolucionario Milei dice: “en una sociedad libre todo está permitido”. La frase no busca oponer una voluntad insurrecta a una ley injusta. Sino depurar el orden jurídico toda remora “colectivista”. Esta depuración -que tiene el espesor normativo de una reforma constitucional- se ampara en una comprensión conservadora del espíritu liberal de la Constitución Nacional, según la cual por libertad hay que entender una reducción de la vida a vida propietaria. No otra cosa hay que escuchar cuando el presidente dice “hombres de bien”. Es esta humanidad de vocación propietaria la que es evocada como sujeto de una épica resistente -y constituyente- que identifica “la expansión del Estado” a la destrucción de la riqueza.

Desde un punto de vista histórico, Milei se refiere a una Argentina que habría sido en el pasado una potencia liberal hasta que cayó en el siglo XX, y en la maldición del “déficit fiscal”, expresión económica del vampirismo de la Casta. Dicho déficit fiscal es la señal que permite reconocer el funcionamiento del poder de los políticos sobre la sociedad y sobre los mercados y a la vez la fuente recurrente de las sucesivas crisis del país. Para entender el carácter político de dicho déficit hay que prestar atención a la secuencia que expone el presidente: hay una clase política improductiva que se sirve de la función de representación política para apropiarse mediante el robo de la riqueza socialmente producida. La alusión al robo (que tiene por función ideológica desplazar la plusvalía sistémica capitalista por una suerte de plusvalía evitable y por tanto inmoral, propiamente política) introduce una de la distorsión de los equilibrios económicos bajo la forma de un faltante o déficit una y otra vez ocultado en un juego de máscaras y desplazamientos por el mecanismo de la refinanciación vía deuda, el de la emisión monetaria y/o por el de la suba de impuestos (todas expresiones del robo y convergente en el atentado contra la propiedad). El remate del razonamiento es efectista: la Casta (cuya política provoca tasas altas de interés, reducción de inversión de capital y depreciación salarial) bloquea el desarrollo del capitalismo. Toda la radicalidad de esta derecha se resume en este punto: en el no reconocimiento de la Casta en la reproducción del capitalismo argentino. La derecha extrema es como un patrón que viene a denunciar a los políticos como si fueran ineficaces en su función, corruptos en su comprensión de las cosas, y perniciosos para el mundo de los negocios. Y esto se nota cuando Milei explica que a la Casta se la reconoce por la inflación, que no sería otra cosa que una secreción del colectivismo. La Casta sería entonces el fenómeno por el cual los políticos que usurpan la dinámica de la libertad y la producción asumen un poder que estropea las percepciones, opacando el sistema de precios, entorpeciendo el cálculo económico, devaluando el salario y dificultando el crecimiento por la vía de impuestos expropiatorios. La Casta es casi la causa de la ausencia de inversión de capital. El Estado-Casta es la pieza clave de una obra maestra del discurso ideológico. En tanto que causante de todos los males, absorbe todo aquello que habría que corregir (anulando de paso la crítica marxista del funcionamiento del capital). La acusación sobre el Estado-Casta como gran culpable absuelve al pueblo y a los empresarios, ofrece una oportunidad a los políticos de cambiar de doctrina a tiempo y ofrece un chivo expiatorio y permite creer en que muerto el perro muerta la rabia. Refutada la “doctrina fracasada” e introducidos a cambio conceptos como los de “capital humano” el país liberaría por fin sus fuerzas productiva, revertiría el empobrecimiento de la mitad de un país potencialmente rico y reconstituiría una fuerza de trabajo hoy condenada a la precarización y la informalidad.

Y bien, para revertir este “modelo de decadencia” y “opresión”, el presidente propone entonces un plan cuyo primer paso es un DNU que apunta a romper ataduras y a desarmar el andamiaje jurídico institucional que lo sostiene. Se trata de un conjunto de reformas agrupadas en un proceso de desregulación económica para el crecimiento compuesto por unas 300 medidas entre las que enumera la derogación de las leyes de alquileres, de abastecimiento, de góndolas, de compre nacional, del observatorio de precio del ministerio de economía, de la ley de promoción industrial, de la normativa que impide la privatización de empresas públicas y la conversión de estas empresas en sociedades anónimas para su posterior privatización, modernización del régimen laboral (bajo el modelo de la libre contratación y restringiendo el derecho a huelga), refirma del régimen aduanero y levantamiento de toda prohibición de importaciones, derogación de ley de tierras, eliminación de restricciones a las prepagas, modificación de la ley del futbol para promover sociedades anónimas y una decena de modificaciones a códigos y leyes en favor de la libre empresa. El DNU en cuestión, que entrará en vigencia el próximo 29 de diciembre, no es -según anunció el presidente- sino el primer paso dentro de un camino más largo. Otro de esos pasos es la anunciada convocatoria a sesiones extraordinarias para tratar un nuevo paquete de leyes enviado por el ejecutivo, redoblando la presión sobre el Congreso -que tiene la potestad jurídica de rechazar este DNU-, para este decida si respalda u obstruye el proceso de cambio que precisa de acciones urgentes en medio de una crisis sin precedentes.

El presidente, que califica su propio plan como el conjunto de reformas “más ambicioso de los últimos cuarenta años” (es decir desde la postdictadura) para “poner en marcha la fuerza de producción de los argentinos”, une así definitivamente su destino al de las mayores empresas en una apuesta que se presenta a sí misma como audaz, cuya necesidad y urgencia se justificaría en el vértigo que supondría la lucha por subordinar de modo más estricto los términos de la actividad política a los de la acumulación de capital (aprovechando el desprestigio del político en favor de una relegitimación empresarial). Esto no es del todo cierto. El carácter “audaz”, y dramático de la “necesidad y urgencia”, son propios de la lógica estructuralmente destructiva que asume la valorización del capital. Da toda la impresión de que el giro-fantoche que impone estos días el nuevo gobierno encubriendo torpemente el estado de excepción -propio de esta lógica estructural de la valorización- demandará algo más que una pobre “teología de la liberación capitalista” presente sobre el final con la cita habitual de Macabeos: “que las fuerzas del cielo nos acompañen”. Creo que el gobierno no cuenta con ese “mas”. Pero tampoco cuentan con él aquellos impugnados como pertenecientes a la “casta”. Quizás haya que tomarle la palabra a Milei, y enfrentar la “audacia” del nuevo gobierno contra de signo opuesto capaz de vencerlo en el campo de la doctrina.

 

Times New Román // Diego Tatián

Una de las cosas lindas que dejará 2023 es la goleada, electoral y cultural, que Riquelme le propinó a la prepotencia de Macri, un domingo en el que el año parecía expirar irremediablemente sumido en el oprobio. Antes, ensoberbecido por el triunfo de Javier Milei, el expresidente había sentenciado que en la Argentina “se terminó la época de Maradona”. Precipitado veredicto que mal disimula una voz de orden, si no directamente una amenaza indeterminada y abrupta.

La propensión tiránica es la que cree posible cambiar la humanidad realmente existente con órdenes y decretos, desde arriba, saltando por sobre la paciencia de la auto-transformación colectiva. Mauricio Macri aloja esa propensión de manera creciente y por la ilusión de sí que le es aneja se cree habilitado para liquidar lo que llama el tiempo de Maradona -que en realidad, más radicalmente, querría suprimir y hacer que nunca hubiera existido. Pero no todo es tan sencillo. Por muchas razones, la perseverancia, la osadía plebeya y la sabiduría popular de Román nos devuelve el país en el que quisiéramos vivir. Su gesto, su gesta, prolonga el tiempo maradoniano que Macri pretende clausurar con atolondramiento autoritario, y recuerda que ese país está ahí.

Hace muchos años, más de veinte, Horacio González escribió un breve texto para Página 12, que recogió luego en Escritos en carbonilla y hace poco Lobo suelto puso nuevamente en circulación. Redactado en 2002, ese texto se llamaba “El enigma Riquelme”. Es siempre impresionante constatar el radar anticipatorio de Horacio González, su capacidad de captar en las cosas un régimen de signos aún no desplegado, en ciernes, que solo él era capaz de vislumbrar en su desarrollo y su alcance más remoto. Que hace tantos años se haya detenido precisamente en Riquelme, y lo haya considerado un “enigma”, trasunta una sensibilidad que hace un hueco en el tiempo y permite advertir en su trama un dibujo que se revela mucho después -excepto para su delicado arte del presagio.

Ese texto comenzaba así: “El fútbol, como la pintura del Renacimiento, la música barroca o las estatuillas de las misiones jesuíticas, sigue manteniendo una ilusión de arte autónomo a pesar de los poderes que lo ciñen. Las grandes fuerzas económicas y las dinastías empresariales que lo han convertido en un soporte comunicacional y publicitario saben que permanece (y desean que permanezca) el misterio de su trazo esbelto y de su contrapunto burlón” (la palabra clave que encuentro aquí es “autonomía” -de las “dinastías empresariales”, sin dudas, pero también de una indescifrable sordidez, de una adversidad cuya magnitud muchas veces no es posible barruntar).

Existe, como en la comprensión borgiana de la historia (según la cual sus fechas fundamentales no son las remanidas por los poderes y la propaganda de esos poderes sino que suelen ser secretas), una especie de “pudor del ensayo” gonzaliano. En el pasaje central de este que evocamos, escondido entre tantos otros, se lee: “El candor de Riquelme está troquelado sobre la saga artística y plebeya de Maradona, pero recuerda mitos de callada timidez interiorana. Esa inocencia no nos deja olvidar que ‘no se saluda con Macri’. Imperturbables diferencias económicas con el hombre que algunos piensan que puede presidir un país. La modestia del héroe recorta astutamente su gracia sobre poderes encumbrados, entre traficantes y capitalistas del arabesco futbolero…”. En pocas líneas, de un plumazo, el nudo Riquelme-Maradona-Macri queda al descubierto en todos sus efectos y corroborado por la historia más de veinte años después.

Buen hegeliano, Marx solía decir que, astuta, “la historia avanza siempre por el lado malo”. Nosotros ya no estamos para nada seguros de que la historia avance, y ni siquiera de que haya algo así como una Historia. Pero mientras esa indecidible incertidumbre se despeja, al menos siguen habiendo buenas historias -por lo pronto, siempre en plural. La que en estos días -¡pero que en realidad tiene varias décadas!- Román le ofrendó al pueblo argentino es una de ellas.

 

Dos textos de lectura crítica sobre Agamben // Toni Negri (con introducción de Ricardo Abduca)

Diciembre de 2023: la Argentina en su paradoja italiana

 

Oh, mia patria sì bella e perduta! …

 

Traggi un suono di crudo lamento …

Che ne infonda al patire virtù

 

Se fue Toni Negri. Sus noventa años condensan muchas vicisitudes de la experiencia italiana. Y de la paradoja italiana, que no nos es ajena.

            La paradoja que hay que interrogar es esta: ¿cómo puede ser que Italia, que produjo a Gramsci y a Bobbio, a Rossana Rossanda y a Pasolini, a Visconti y a Elsa Morante… sea el país que desemboca en Berlusconi primero, y en Meloni ahora?

Quizás porque, como decía un tal Norpois, diplomático sagaz que habita en una dilatada novela francesa, los ‘a pesar de’ a menudo no son más que unos ‘a causa de’ que no queremos o no sabemos reconocer. Es decir: en Italia se necesitó mucho para erosionar la serie de luchas, de logros y de saberes socialmente incorporados que se venían sucediendo desde aquellos partisanos de la segunda guerra. Esa erosión fue un largo proceso de respuestas, que fue preparando con sofisticación a la construcción de la brutalidad. Digámoslo así: en Italia, como en Argentina, la degradación de la vida pública es una táctica de reconstitución de la dominación.

Nuestro país no está en Europa, es más pobre que Italia, y cada vez está más colonizado, sujeto a la usura, con la voz pública cada vez más mentirosa y cínica, sumergiéndose en el peor de los destinos sudamericanos. Sin embargo, no carece de grandes procesos de acumulación intelectual y política. Fueron esos procesos los que merecieron también respuestas brutales destinadas a lograr el desarme. En los últimos años se fue haciendo más y más insistente un proceso que, aunque distinto al italiano, también puede llamarse una sofisticada construcción de la brutalidad.

Mucho dinero, mucho dispositivo financiero, miles de fojas judiciales, operaciones de inteligencia, horas de televisión, y de trabajo en las redes, sin olvidar un atentado: toda una caja de herramientas fue necesaria para erosionar y desarmar a las modestas recomposiciones que el pueblo argentino pudo hacer a partir de 2001.

A diciembre de 2001 se llegó tras un proceso que empezó en marzo de ese año, cuando pudo lograrse desactivar el programa flamante de López Murphy. Eran los tiempos del Frente Nacional contra la pobreza, del sindicato de motoqueros, el tiempo del punto más alto de la CTA: eso construyó diciembre del 2001, mantuvo viva a la vida social en los días más empobrecidos de esos tiempos. Esa fue la Argentina que conoció Toni Negri en el 2003, cuando recién salía de su período de libertad vigilada.

Ese impulso se prolongó -encauzado, domesticado, debilitándose día a día- en los años del peronismo tardío. Veinte años nunca es nada. Hoy los desactivados se han vuelto eficaces desactivadores. Uno de los resultados es la pérdida de un lenguaje común, fragmentado en una babel de pequeños dialectos.

Una derrota como esta debe hacernos cavar hondo, indagar más radicalmente que lo que se hecho hasta ahora. Siempre es preciso entender a las formas capitalistas de hoy, a sus alternativas y a las formas de la confrontación. Tiempos como éste son tiempos de repliegue. Replegarse es tomar distancia, cuidarse, y ganar perspectiva. Ahora bien ¿replegarse hacia dónde? Algunos denominan descolonial a lo que es, ante todo, la apropiación de las luchas del tercer mundo por la cátedra académica norteamericana. Hay quien llama ontología a la cultura deshistorizada. No podemos sacarnos de encima a las finanzas del FMI y sus socios, -los de aquí y los de allá- pero se pretende descolonizar al ser (que es lo único que no es colonizable); perdemos la tierra pero soñamos con la luna.

Hay repliegues más productivos. Uno es comprender mejor el espacio doméstico como espacio de resistencia: en la casa urbana, aunque también y en algunos restos sobrevivientes y dispersos del trabajo campesino. Otra manera es dejarse llevar menos por el día a día de la agenda impuesta por el machacar sin fin de los medios argentinos, y averiguar qué pasa en Nueva Delhi y en La Paz, en Beijing, Moscú o Bogotá. El otro es la interrogación sobre la arqueología más remota de la formación capitalista. Aquí, pensar es alejarse hacia lo que es a la vez más íntimo y más distante.

Un gran pensador del movimiento obrero estudió a Epicuro y a Demócrito para saber qué cosa era el materialismo. Foucault se sumergió al final de su vida en el estudio de los fundadores del cristianismo y en los estoicos romanos y helenísticos para saber qué cosa era la sexualidad. León Rozitchner leyó a San Agustín para entender el origen remoto de la subjetividad neoliberal. De modo comparable, Giorgio Agamben bucea en remotos tratados franciscanos y glosa a Aristóteles para entender al uso, y a los dispositivos del uso, como problema político.

            Estas intervenciones de Negri se refieren a los dos libros de la cuarta y última parte de Homo Sacer de Agamben. La primera intervención es una entrevista sobre la cuestión de la pobreza y la “desnudez”, que colinda con la “nuda vida” o “vida desnuda” que planteó Agamben; la conversación, en efecto, pronto va derivando en un examen crítico del libro Altísima pobreza sobre el franciscanismo. La segunda intervención es una reseña, muy productiva, de la conclusión de la obra, El uso de los cuerpos.

Todas las notas al pie son resultado de esta traducción, con las que buscamos aclarar aspectos puntuales.

Queremos hacer circular estas páginas, en estos días aciagos, como pequeña contribución a la vitalidad y a la memoria de aquellos maestros y compañeros que tienen y han tenido algo que hacer y algo para decir. Quizás algo de esto nos sirva un poquito para ir pensando el repliegue.

 

Ricardo Abduca

19-20 de diciembre de 2023

I

Alta pobreza

Publicado originalmente como Figure della povertà. Entrevista a Toni Negri por Francesco Raparelli, en OPERAVIVA Magazine

26 de septiembre de 2016

Francesco Raparelli: En un volumen sobre el materialismo (Kairòs, Alma Venus, Multitudo, manifestolibri, 2000), escrito en los primeros años de tu tormentoso regreso a Italia, has dedicado páginas de gran importancia (y belleza) al tema de la pobreza. Figura que se coloca entre la singular y eterna disposición del común, y el amor como potencia ontológica por excelencia. El pobre al cual te refieres, sin embargo, no tiene nada que ver con el objeto de la caridad cristiana, constituido por la pena. Es, ante todo,  sujeto biopolítico. ¿Puedes aclarar esta definición?

Toni Negri: Esta definición trae consigo dos puntos de vista. En el primero se asume que el pobre es efectivamente desnudez, utilizando un término corriente del lenguaje filosófico de hoy. Y es concretamente miseria, ignorancia, enfermedad. Esta pesadez corpórea, intelectual y moral de la pobreza es el punto que nos afecta, en primer término. En esta ocasión miramos al pobre con una tensión que no es piedad –al menos en lo que a mí respecta– sino, ante todo, curiosidad. Interés por comprender al pobre que está ante mí, y al mismo tiempo, en reconstruir la memoria del pobre que yo fui. ¿Qué cosa es el estar fuera, en el límite, en el margen? No implica una reflexión metafísica: el margen es completamente material. Y es precisamente miseria corporal, enfermedad, ignorancia, incapacidad de estar al nivel de un saber común; es exclusión, por infinitas vías.

¿Qué cosa es pues ser pobre? En nuestro tiempo, por ejemplo, me viene a la mente inmediatamente la pobreza de quien cruza con un bote las aguas del Mediterráneo y sus tormentas; que llega agotado, quemado por el sol, enfermo. Y que es ignorante, sea porque no conoce la lengua del país al que llega, sea porque está fuera de los circuitos culturales del país al que se acercó. Todo eso implica una extrema tensión física. Más que ser moral, intelectual, es corporal. Y es sobre esta tensión, sobre este momento de busca genérica de vida, de riqueza, de salario (todavía no se sabe si lo conocen como tal), sobre esta busca de un bienestar elemental, mínimo… es que se desencadena una fuerza constructiva absolutamente decisiva. Es este “lugar” que debemos buscar para comprender qué cosa es la pobreza.

La pobreza es una reducción a la desnudez, pero es también, a partir de esta reducción –y sin distinguirse de ella– una tensión de vida, un deseo, un pedido de reconocimiento, una apertura a los otros. Cuando se habla de pobreza no se trata sólo de una paradoja lógica, de empujar el concepto al límite para luego recuperar su potencia. Aunque esto sea como un nudo atragantado en nuestro intelecto, se trata esencialmente de una profundización en el bios. No es el reencuentro con un concepto, sino el reencuentro con una fuerza. La pobreza es, desde este punto de vista, tanto miseria absoluta como una fuerza.

Recordemos que esta paradoja suscita una resonancia común con (y el regreso a) nuestra tradición: el descubrimiento que, cuando se llega a la desnudez, no estamos ante una inercia, siempre estamos ante un momento creativo. En nuestra cultura materialista: de Demócrito a Epicuro, de Lucrecio a Giordano Bruno, de Spinoza a Nietzsche, de Leopardi a Deleuze, de Hölderlin a Dino Campana –ya he escrito sobre esto. Y en particular, me vienen siempre dos imágenes a la mente. La rosa de Pascal que resiste: puede estar deshojada por el viento, torcida, rota, pero persiste, está ahí. O la retama leopardiana, que es exactamente signo de actividad, nunca es simplemente un resto.

Para cualificar mejor a esta figura de la pobreza biopolítica no alcanza con decir lo que dije hasta aquí. ¿Qué es esta tensión? Es una tensión puramente demandante o es constitutiva? Evidentemente, la relación entre demandar y constituir siempre es muy equívoca. No obstante, es un vínculo que puede ser simplificado de algún modo cuando se lo asume en la corporeidad, en la vida física: es la necesidad que se transforma en deseo, como base del actuar. Desde este punto de vista es claro que no se trata simplemente de una necesidad que pide, sino de un deseo que produce. Siempre que se toma el ejemplo del migrante, que hoy es el pobre por excelencia, estamos frente a un pedido que es de producción, porque la condición en la cual se encuentra el migrante –el tener frío, tener hambre, estar en la ignorancia, ante lo ignoto, dentro de lo ignoto– se revela inmediatamente con esa pesadez y dureza de humanidad que tiene el migrante dentro de sí: es su experiencia de vida (pasada) y es su grado escolar, si lo tuvo; es la sabiduría de vida de un hombre que ha atravesado el desierto. Son determinaciones que piden resucitar. Si se quiere, hay algo de cristológico en todo esto, en este pasaje de la necesidad al deseo, de la negatividad a la potencia.

Al respecto, necesitamos retomar las grandes narraciones del nacimiento de la modernidad, a la “acumulación originaria”, como la describió Marx. Aquí viene la transformación del individuo natural que vive en la comunidad originaria, y que está sometido, esclavizado, reducido a desnudez, desgajado de las relaciones productivas en las que vivía. Es claro: reducido a la pobreza extrema, el proletario pide trabajo, la necesidad pide. Entonces la desnudez se hace producción; así se da la transformación del pobre en proletario. El pobre, en la forma antigua, no existe más, es el proletario que asume sobre sí todo el peso de la condición humana, en su desnudez. Este pobre que, introducido a un nuevo mundo de riqueza, viene reducido a una nueva pobreza. Es la pobreza de ingresar al mercado.

Este ser proletario se descubre como miseria absoluta en el mercado, dice Marx en los Grundrisse. Miseria absoluta que puede volverse riqueza, desnudez que tiene ya una implícita, constitutiva posibilidad de ser otro. Estamos en un grado más alto, si se quiere, en la consideración de la pobreza. Ya no es la dialéctica pedir-producir, simplemente es el hecho de estar preso dentro del mecanismo productivo.

En Kairos, Alma Venus, Multitudo distinguí siempre varias figuras de la pobreza. En la edad antigua está la pobreza del esclavo. Está la pobreza del proletario, y esta es miseria absoluta, pero que ya está acoplada dentro de un sistema de producción. En este pobre, en el proletario, ya hay una potencia calificada. Prosiguiendo: nos encontramos ante a una potencia que no es simplemente calificada, sino que es, en realidad, apropiante, Y en este punto probablemente el sufrimiento de ser pobre es aún más grande, porque es más alta aún la capacidad de enriquecimiento.

 

FR: Volvamos al ensayo materialista y detengámonos un instante en una afirmación tuya, tan radical como fecunda: “si no eres pobre, no puedes filosofar”. Profundiza un poco más: equiparando la pobreza contemporánea a la “docta ignorancia” humanística (y de Nicolás de Cusa): ¿podemos decir entonces que la pobreza, en un escenario en donde el lenguaje y el cerebro se han vuelto los principales instrumentos productivos, es la matriz misma del pensamiento crítico, o su condición?

TN: Volvería a la profundización de la biopolítica del pobre. Es claro que, como siempre, es una biopolítica histórica. Sin historia no hay biopolítica –a pesar de las tentativas de hacer biopolítica sin historia, bastante frecuentes en el horizonte filosófico en el que vivimos. Volvería a esta determinación histórica, eliminando toda característica teleológica, determinista o causalista del decir “historia”. Asumiendo más bien a la historia en términos puramente factuales.

Es indudable que el ser pobre dentro de un orden esclavista es algo muy distinto que el serlo en un orden industrial; y ser pobre dentro de un régimen de industria es una cosa distinta que el serlo en régimen postindustrial. En este último las cualidades biopolíticas, no sólo bióticas, ligadas a la vida, pero también aquellas ligadas a lo político, han sido profundamente transformadas. La esencia humana misma se ha vuelto un producto del trabajo, y, por lo tanto, inmanencia en el mundo del trabajo, hecho de relaciones sociales productivas y lenguaje. Es claro que, en esta condición, se es pobre principalmente en la relación con los otros. La pobreza se vuelve aislamiento y enajenación. Entonces: en la sociedad contemporánea, la pobreza (miseria, ignorancia, enfermedad) se vuelve siempre más interior, sentida en el cerebro, el lenguaje, en la comunicación. ¿Por qué? Porque el modo de producción en el cual vivimos (es decir el mundo producido), es esencialmente inmaterial, cognitivo, relacional, afectivo. La pobreza, entonces, se redefine en este nuevo contexto, y representa un fenómeno bastante más profundo que lo que ocurría en la edad industrial. Al interior de una sociedad postindustrial, caracterizada en términos de lenguaje y comunicación, ser pobre significa serlo no sólo porque falta la participación en la sociedad, sino porque se está excluido de la sociedad. No es un dato negativo sino afirmativo. No sólo ocurre que estás excluido, sino que lo sufres por un acto relacional específico. Es una exclusión que deriva del comando, de la voluntad de poner afuera, de la imposibilitación de actuar. Es entonces una pobreza que se determina sobre el terreno de la posibilidad de vivir y de no vivir.

¿Qué significa entonces, que si no sos pobre no se filosofa? Significa que si no se está dentro de la relación, una relación comunicativa, si no se está inmerso en este flujo de realidad cognitiva, dentro de este conjunto de participación y de exclusión, de sufrimiento y de alegría que determina el vivir en común, no se puede filosofar, no se puede comprender.

            Esto viene junto a otro elemento, que en la temática de la pobreza siempre estuvo presente: el amor. Principalmente en el franciscanismo, pero incluso en la civilización islámica (y seguramente en otras culturas que no conocemos) emergen fenómenos análogos, y se da la profundización de la compasión por el otro en amor por el otro. Parece que aquí se redescubre una condición del origen de la humanidad en donde el padecer juntos la miseria del vivir natural, en vez de resolverse en odio de todos contra todos, se transforma en pasión común de supervivencia y de civilización. Que en el común haya amor es algo que muchos filósofos reconocen, mas pocos filósofos parecen reconocer que este amor que ha atravesado el común constituya el nombre mismo de filosofía. Si no se es pobre no se puede poner a la espalda la carga de la infelicidad del mundo. Si no se reencuentra en la pobreza el sentido del común, no se pueden proyectar formas de vida nuevas y positivas. Si no se recupera la tensión que hay en el pobre hacia superar la propria miseria, la propia ignorancia, la propia enfermedad, entonces no se puede filosofar. Siempre que se entienda por filosofar el vivir bien, el vivir libre, el amor.

En suma: cuando se dice que si no eres pobre, no puedes filosofar se dice en primer término que filosofar es actividad que se inicia dentro de lo biopolítico pobre. Segundo, que dentro de este modo de la pobreza común puede surgir, más allá de la pobreza, ese impulso a construir en qué consiste la filosofía.

FR: No hay pobreza sin “resistencia contra la represión del deseo de vivir”. En este sentido, el pobre no es sólo producto de la violencia, nunca es sólo nuda vida dispuesta por el poder soberano entendido como excepción permanente. No te parece que, en estos temas, hay una distancia considerable entre tu reconocimiento ontológico y los primeros trabajos de Foucault (pienso en la primera parte de Historia de la locura) o en el ciclo Homo sacer de Giorgio Agamben?

TN: Todo el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, al final del “siglo breve”, fue esencialmente dominado, desde el punto de vista antropológico, por la experiencia de la guerra: Hiroshima e Auschwitz. Asimismo, por una profunda asimilación de la experiencia del fin de la racionalidad de la historia. Es el fin de la Aufklärung, su ocaso. No sólo la guerra, la crisis de la razón, sino la experiencia de la causa de todo esto: la totalización de la posesión capitalista del mundo. Esta última viene vivida como triunfo del despotismo, enajenación; por ende, como pobreza de ánimo. La Escuela de Frankfurt, desde este punto de vista, es absolutamente fundamental en la construcción del pensamiento del “fin de siglo”. En particular Adorno y Horkheimer.

El problema era, y es: cómo resistir, y cómo, eventualmente, dar vuelta a esta realidad? Te refieres a Foucault y Agamben conjuntamente. Yo encuentro en cambio una gran diferencia, aún en el primer Foucault, con respecto a lo que luego hará Agamben -en todo caso, más allá de las comparaciones, al menos con respecto a la temática que planteas. Tu insistes que en el primer Foucault, el que va de la Historia de la locura a Vigilar y castigar, hay una clausura. A mi entender, por el contrario, está siempre fuera: la locura subsiste como un punto irreductible de discontinuidad con respecto al esquema cartesiano. El discurso ‘no hay más un afuera’ está roto, se lo ve de modo fantasmático, en la presencia de la locura. En este primer Foucault hay algo de Bataille, quizás un residuo de psicoanálisis, pero es profundamente distinto a Agamben.

En Agamben el problema está negado, hay aceptación de la totalización capitalista, y hay una fuga de ella. Una fuga que poco a poco se vuelve desapropiación. No hay resistencia, si se entiende por resistencia a decir que a este mundo puede encontrársele una alternativa. Diría que en Agamben, en su desapropiación, hay algo todavía más problemático de todo cuanto, (ya bastante negativo), puede rastrearse en Heidegger. Porque en este último –si se me permite esta afirmación, quizás poco correcta desde el punto de vista filológico– todavía hay historia. Es una historia de la decadencia de nuestra civilización, representada de modo obsceno por la judeidad que corrompe el mondo. Es un fantasma de historia, que es un destino, un ocaso; pero que todavía es, de todos modos, una actitud óntica ligada al Ser. En Agamben la fuga se vuelve puramente moral, o estética o, en realidad, gestual. La desapropiación toma el nombre de pobreza. Figura conceptualmente inconsistente, la pobreza se vuelve una determinación fútil, pierde esos restos de humanidad que deben otorgarse en cualquier caso a la pobreza. No es casual que la desapropiación en Agamben vaya más allá de lo humano: se vuelca en el espacio de la animalidad, o se representa en un amor completamente erotizado. Hasta llegar –en los últimos escritos– a la exaltación del gesto privado de todo contenido. O sea que la pobreza se configura come un vaciamiento.

 

FR: Algo más sobre Giorgio Agamben. En su volumen dedicado a la pobreza y a las reglas monásticas (Altissima povertà, Neri Pozza, 2011), [1] Agamben ve en el usus pauper franciscano no sólo la renuncia a la propiedad, sino incluso, de modo más general, a la forma vitæ, la expresión ética, de una abdicatio iuris que se hace desactivación, potencia destituyente. También para ti la pobreza es expresiva, pero sin embargo en la resistencia, y en la composición amorosa, es potencia constituyente y democrática. ¿Podrías profundizar la alternativa?

TN: La desapropiación agambeniana llega hasta el punto de teorizar a la abdicatio iuris y a un vaciamiento del usus pauper. Yo objeto que el usus pauper no es sólo una forma de vida negativa, es más bien una forma de vida equilibrada ante la Naturaleza, en el vínculo entre el sí mismo y los otros. No tiene nada que ver con esa desapropiación agambeniana que poco a poco se vuelve un desistir, una abdicatio iuris et historiæ. El franciscanismo es un hecho histórico, la última, o quizás una de las últimas representaciones religiosas de la lucha contra la riqueza, contra la institución eclesiástica. Es el rechazo político de la propiedad. Y este rechazo es una interpretación de los Hechos de los Apóstoles, en donde la multitud que cree debe tener un solo corazón y una sola alma; y nadie puede afirmar que las cosas que posee sean suyas, sino que todas las cosas están en comunidad.[2] El ataque a la propiedad conducido por el franciscanismo es el elemento decisivo y está históricamente bloqueado, absorbido y usurpado por la iglesia (que lo transforma en un elemento místico, como hace Agamben); ha sido una afirmación revolucionaria de la que la iglesia se aprovecha, mistificándola, ¡Pero es una afirmación revolucionaria hasta el fondo! El

ataque a la propiedad constituye una forma de la última experiencia que se presenta, en código religioso, en el nacimiento de la Modernidad.

No podemos olvidar a esta raíz franciscana, matriz de un comportamiento rebelde, que en la rebelión pone la alegría y en la alegría un principio de comunidad. A la relación entre resistencia, alegría y comunidad la voy reconstruyendo –ya desde hace años– en la línea que de Francisco nos lleva a Maquiavelo, de Maquiavelo a Spinoza y luego hasta Marx. ¡Es un concepto potente de pobreza que es necesario de algún modo recomponer y afirmar! La crítica a Agamben, entonces, no es tanto en el terreno ontológico, sino, fundamentalmente, en el ético-político. A través de la crítica de algunas consecuencias políticas que requiere su pensamiento: por ejemplo el discurso sobre la rebelión sin fin, ritmada por el puro deseo de rebelarse. Pero esto sólo pueden hacerlo quienes no son pobres, que no tienen la necesidad de poner en cuestión el vivir –y que no conocen la materialidad de la relación necesidad-deseo. Desde este punto de vista el discurso de la desapropiación, de la simple desnudez, se vuelve siempre más vacío.

Pero hay más: al interior de la pobreza, cuando se la entiende como expresión de tensión biopolítica, se puede construir lo común. El usus pauper es sin duda una alusión fundamental a lo común. En tal perspectiva aún la abdicatio iuris puede volverse significativa: puede permitir relanzar el proyecto comunista de la extinción del Estado y del derecho, proponiéndolo como construcción que se hace desde abajo. Esto último me parece un nudo sobre el que hay que insistir. Y hacerlo justamente ahora, porque nos hallamos en una sociedad en la cual el trabajo se ha vuelto precario, en donde la pobreza es ubicua, y en la cual la propiedad ya no puede ser considerada motor de producción de la riqueza, sino que es sobre todo destrucción de la riqueza común. Si no se es pobre no se puede filosofar; si no se es pobre y no se destruye la propiedad no se puede hacer política, política activa que sirva a los otros hombres.

 

FR: En Comune (Rizzoli, 2010), el volumen que escribiste junto a Michael Hardt, ensamblaste la noción de pobreza con la de multitud. En la definición multitud de los pobres, excluida del pueblo y por lo tanto de la República de la propiedad, has trazado la genealogía alter-moderna o antimoderna –sobre la cual has insistido bastante aquí– que desde Maquiavelo, pasando por Spinoza, llega hasta Marx. Puedes precisar un poco más, más allá de la genealogía, la pertinencia de la definición?

TN: En la actual situación la pobreza se presenta bajo las formas de vivir trabajando, de la precarización, de la exclusión, articulada de distintos modos, del ciclo de la vida. Claro que superar esta situación implica la afirmación de formas de vida constituyentes, que lograron producir e instituir elementos de riqueza para todos. La pobreza es, en definitiva, principio constructivo; y sin embargo sabemos cuánto pesa, y cuánto impide moverse.

Hasta ahora hemos desarrollado un discurso que se ha movido en el plano teórico, político-ontológico. Vale la pena introducir, aunque brevemente, uno radicalmente político. Esto significa abrir inmediatamente el discurso al presente y al futuro, al por-venir. ¿Qué significa hoy, esta multitud de pobres que está ante nuestros ojos? ¿Cómo se hace para introducir, al interior de esta multitud, con nosotros mismos, la esperanza de una transformación?

Hay algunas dificultades recurrentes de las que tenemos que desembarazarnos. La primera, y más importante, es el abandono de la lucha, de la resistencia. Que puede ser un dejarse estar en afirmaciones de identidad y en comunidades perversas. Es lo que está ocurriendo un poco por doquier: empujado hacia horizontes de derecha, que derivan directamente del ser pobres; tentativas de reconquistar seguridad, transformaciones, banalizaciones, perversiones de la misma idea de lo común. En esta zona se reencuentran instancias religiosas, así como rasgos éticamente perversos, de tipo fascista. El desarrollo de la interdependencia a la cual lleva inmediatamente la idea de pobreza, se traduce, en estos casos, en perspectivas auto-castrantes, por un lado, y ferozmente agresivas, por el otro.

Lo que más llama la atención -de cualquier modo, sorprende a todos, porque es un fenómeno espantoso- es la transformación de la pobreza, de la enajenación, de la expropiación, de la expulsión, en voluntad de martirio. Una forma de vida que corresponde, lamentablemente, a la negación de la potencia de la pobreza, a su estar en tensión con el mundo.

Por el contrario, creo que hoy, en la contemporaneidad, la pobreza puede permitir -además del rechazo de la identidad, y por ende de conceptos como nación, raza, familia, etc. – concebir una inmanencia de la potencia en la relación entre los hombres. Y pensar verdaderamente -a la manera franciscana, es decir, de manera constructiva, transformando la idea de pobreza en un dispositivo práctico- para que la pobreza no sea una privación, sino un estado de tensión y de plenitud, que nos permita luchar contra todas las causas de la pobreza.

La pretensión de riqueza se presenta precisamente como resistencia, conflicto, rechazo, lucha. Es en este plano donde hay que organizar la solidaridad activa con los pobres (migrantes, underclass, excluidos). Esta es, probablemente, la forma de la lucha de clases hoy; y es, seguramente, la forma de la lucha contra el fascismo.

 

II

Giorgio Agamben, cuando la inoperosidad es soberana

19 de noviembre de 2014

 

(Publicado originalmente en Il Manifesto

 

Este libro de Gior­gio Agam­ben, (L’uso dei corpi, Neri Pozza Edi­tore),[3] que concluye explícitamente la aventura de Homo sacer, es un gran libro de metafísica. Es justamente por ser metafísico que es un libro político, y que en muchas páginas restituye al único Agam­ben político que conocemos (cuando “polí­tica” signi­fica “hacer” y no simplemente pontificar sobre el domi­nio, a la manera de los juristas y los ideólogos): el Agamben de La comunità che viene, pero en sentido inverso, invertido.[4] El pro­blema es siempre el de una vida feliz que hay que con­qui­star políti­ca­mente; ahora bien, luego de veinte años, e­sta investigación no concluye ni en la construcción de una comunidad posible ni en la definición de una potencia -a menos que se considere como tal a la “potencia desti­tuyente”, anhelada en la conclusión de la investigación. En esa perspectiva la felicidad consistiría en la contemplación singular de una “forma de vida” que recom­ponga zoe y bíos, y en la desactivación de su separación, impuesta por el dominio. En la “forma de vida” así definida, la potencia se pre­senta come uso ino­pe­rativo [inoperoso]; la “nuda vida” ya no sería aislable por el poder; lo que habría en cambio sería el principio del común: “comu­nidad y potencia se iden­ti­fi­can perfectamente, pues lo inherente de un prin­ci­pio comu­ni­ta­rio en toda potencia es función del carácter necesariamente potencial de toda comunidad”.[5] Sólo entonces volveremos a tener una política de la feli­cidad. Y aquí empieza el punto difícil: ese “sólo entonces”, ese futuro… Si todo se desenvuelve en el tiempo, en un tiempo todavía no concluido, este recorrido requiere una extraña teleología: ¿una forma-de-vida que es también una forma de espe­ranza? No obstante, ya desde el principio (“Advertencia”) Agam­ben nos quita toda ilusión -este libro no es “ni un nuevo ini­cio ni una con­clusión”, la teoría “sólo despeja el campo de los errores”, y una vez que los redujo a la inoperosidad, la teoría da lugar a la práctica. 

 

Ausencia de movimiento 

Si así son las cosas, lo primero sería fijar un instrumento, construir un punto de vista que persiga ese horizonte aún no finito. ¿Cómo dar futuro a la forma de vida y potencia a la inoperosidad: a la “potencia desti­tuyente”? La trama del libro se con­cen­tra en esta tarea. Volveremos sobre esto. Se sabe que en la nuda vida reside la con­di­ción del ejercicio del poder. Es en la excepción que el homo sacer está incluido/excluido de la ciudad y es sobre la excepcionalidad que se funda el poder. Esta excepcionalidad, de tono sch­mit­tiano, no es otra cosa que una nueva manera de decir Tho­mas Hob­bes. Sin embargo, ha habido una insistencia extrema sobre este desanudamiento. ¿Cómo salir de esta condición? La comu­nidad que viene, en 1990, nos mostraba lo nega­tivo, la falta, redescubiertos y cubiertos por el deseo; ahora, en cambio, sólo hay potencia desti­tuyente, la con­vicción de que no hay alternativa a la fuga en la confrontación con el poder. El poder es dominio, no tiene dinámica ni relación, sostiene Agam­ben. Ningún movi­miento: así, por ejem­plo, todo poder consti­tuyente no es hete­ro­gé­neo sino con­su­stan­cial al poder consti­tuido y toda arjé[6] es a la vez domi­nio, fuente y orden. De modo que estas relaciones están siempre desactivadas, porque en dicha perspectiva la arqueología filo­só­fica sólo puede alcanzar un punto de ori­gen ambi­guo y para Agamben se trata de desac­ti­var este ori­gen. Su desac­ti­vación es la inoperosidad. Queda este pro­blema: ¿y si el vínculo arquetipo, origen-comando, acaso no fuese más que un modelo de misti­fi­cación, de legitimación de un poder soberano? El filó­sofo político debe responder a esta cuestión: ¿qué hacer? ¿Cómo abrir la temporalidad? 

Agam­ben le daba crédito, para estos fines, a Hei­deg­ger; ahora ya no. Ya en El reino y la gloria[7] el alejamiento de Hei­deg­ger parecía par­ti­cu­lar­mente fuerte. Ahora está confirmado, y es defi­ni­tivo. De hecho, la rup­tura se refiere a la dimen­sión misma del ser hei­deg­ge­riano, a su relación tem­po­ral constitutiva, la tona­lidad emo­tiva fun­da­men­tal que domina al pen­samiento de Hei­deg­ger. Una posi­bi­lidad todavía demasiado densa, demasiado llena de tempo­ra­lidad, que todavía asigna al hombre la humanidad como tarea, y esta deter­mi­nación siempre puede abrirse a una indicación polí­tica, a una tarea política (¿afir­ma­tiva? ¿real? el nazi­smo de Hei­deg­ger por cierto lo fue). E incluso cuando el viviente esta reducido, en el último Hei­deg­ger, a un Dasein que ha captado su ani­ma­lidad y ha hecho de ella la posi­bi­lidad de lo humano, Agam­ben todavía con­si­dera todo esto como interno a una historia meta­fí­sica del ser; lo imputa a la incapacidad de sustraerse a la relación y a la obra. ¡Que conclusión extrema, incluso extraña! Para evi­tar una respuesta a la indagación sobre la temporalidad aún él -Agam­ben- se repliega sobre la animalidad retro­gra­dando el pro­blema, lo acomoda bajo un natu­ra­li­smo mítico. Todo el “Intermezzo II” muestra la desar­tic­ulación de la tem­po­ra­lidad y del pro­yecto en Hei­deg­ger como defi­ni­ti­va­mente con­trad­ic­to­rios, e inso­lu­ble­mente ligadas a la incapacidad de distin­guir el ”ser arrojado” y el “ser-llevado”. 

 

Los pares irreductibles 

Incluso Agam­ben le había dado crédito a Fou­cault en el intento de resolver dicho problema de la temporalidad. Ya no. En efecto, aquí es igualmente violenta la ruptura con el pen­samiento de Foucault y con la temática bio­po­lítica. Lo que Agam­ben no soporta de Fou­cault es el hecho de que haya evi­tado la con­frontación con la historia de la ontología que Hei­deg­ger se había impuesto como tarea preliminar (¿pero no era justamente eso lo que se le reprocha a Hei­deg­ger?). La forma de vida en Fou­cault nunca se desprende de la relación consigo mismo y con los demás, remite a una subjetivación ética que se organiza en relaciones estratégicas –todo lo que es vivamente rechazado por Agam­ben. De modo que, de un punto de vista ético, la vida se da sólo en lo ingobernable, en lo inoperoso. En el “Intermezzo I”, Agam­ben ajusta las cuentas con Fou­cault y lo también lo hace en torno a los pares poder constituyente-poder consti­tuido, subjetivación-gobierno, que consti­tuyen para él una relación onto­ló­gi­ca­mente irre­du­cti­ble. “Lo que Fou­cault parece no ver … es la posi­bi­lidad de una relación consigo mismo y de una forma de vida, que no asu­man nunca la figura de un sujeto libre; es decir, si las relaciones de poder remiten nece­sa­ria­mente a un sujeto, de una zona de la ética totalmente sustraída a las relaciones estratégicas, de un Ingo­ber­na­ble que se sitúa más allá de los estados de dominio y más allá de las relaciones de poder”. 

No era difícil imaginar adonde iba a ir a parar todo esto: en la repetición de una fuga del ser en la cual aún el darse contra la nada viene reconvertido en la felicidad. Agam­ben, después de tantos años, corre el riesgo de terminar estando de acuerdo con Mas­simo Cac­ciari. Que dicha ino­pe­rosidad deba realizarse en un apareamiento sin el goce de engendrar y en donde sólo el contacto, puntual y desesperado con la nada dé testimonio del ser, era algo que ya hacían sospechar los volúmenes precedentes, como todo el recorrido de Homo sacer. Ahora está dicho. Cuánto dolor hay ahí dentro. 

 

El pro­blema de la técnica 

Mas tomemos una por una a estas derivas de la inoperosidad. Tomemos por ejemplo la afirmación de que el poder constituyente está totalmente vinculado al poder constituido, y que no es sino inmanente a él. El poder constituyente, primero que nada, es lucha contra el poder constituido, es cierto, pero también una lucha contra sí mismo. El poder constituyente siempre es deseo, movimiento, relación de fuerza. En lo bio­po­lí­tico esto está elaborado en el concepto de trabajo vivo, por lo tanto está puesto en una relación que, si lo vuelve asimétrico con respecto al poder constituido, es a la vez deci­sivo no sólo en el recalificar la realidad de este último, sino incluso en superar la determinación. Si la deriva ino­pe­rosa de Agam­ben pretende aclarar e­sta diná­mica consti­tuyente y por ende (sin quererlo) aclarar también el efecto destituyente que se pone en vigor, la deriva es útil. 

Hay otro punto par­ti­cular­mente inte­resante en e­ste libro, y es el extenso análisis que hace Agam­ben sobre el pen­samiento hei­deg­ge­riano de la téc­nica. Agamben remonta lejos a esta historia: a la figura del esclavo tal como es definido en Ari­stó­teles, para luego arribar a con­clu­siones que dan vuelta a la destinalidad nihi­li­sta de la téc­nica en Hei­deg­ger.

“La escla­vitud… es para el hombre antiguo lo que la técnica en el hombre moderno: ambas, como la nuda vida, custo­dian el umbral que permite acceder a la con­dición verdaderamente humana, y ambas se han revelado como igualmente inadecuadas a este fin; la vida moderna se reveló como no menos inhumana que la antigua”.[8]

Tras esta desconsolada constatación hay sin embargo una recuperación (¡por fin!) de la corpo­ralidad, del ergon (trabajo) como uso ope­roso del cuerpo; si bien la téc­nica tiene un destino éticamente nega­tivo, hay aquí empero, por primera vez, una recuperación del cuerpo al destino, “instru­men­ta­lidad animada”, tras la cual aparece con fuerza la misma relación constitutiva-destitutiva que el poder consti­tuyente pro­po­nía. ¿Una reapro­piación del capital fijo por parte del trabajo vivo? 

Pero todavía ahora, cuando queremos experimentar al mundo como bien supremo, cuando poniendo el rechazo de la propiedad, de lo propio, el mundo como bien supremo, cuando poniendo el rechazo a la pro­piedad, de lo pro­prio, reco­no­cemos el uso en relación a lo inapropiable –también en e­ste caso la ambigüedad intrín­seca de la relación se rompe: porque, por un lado en el uso está el riesgo de anularse en lo inapropiable, por el otro, dentro de esta tensión en lo inapropiable, reco­nocemos la enorme posi­ti­vidad de ser común de la potencia. Al animal el primer destino, al hombre el segundo. El fran­ciscanismo vivió esta alternativa. 

Y es así por doquier en este libro, en donde cada vez que la relación se pone manos a la obra con todas sus fuerzas, frente al efecto negativo del dominio que la devora y la destruye, nos volvemos a encontrar en la alternativa entre clausurar la relación fuera de la relación misma, en la ilusión abstractamente lógica de estar fuera de toda relación  -de sumergirse en una especie de béance[9] una inoperosidad como vacío imposible de colmar- o bien, como en toda experiencia radical de la inmanencia (como en Spi­noza), se encuentra la otra punta de la contradicción, la de la plenitud operante, ética, política, de la beatitudine.[10]

 

El fundamento del sujeto 

A mí, que soy mar­xi­sta, estas parábolas me hacen el efecto de asistir a un espectáculo en el cual alguien captó el pro­blema y no quiere, mejor dicho, ya no puede, resolverlo. ¿Qué cosa quiere decir desactivar el dispo­si­tivo del obrar? Para un mar­xi­sta signi­fica desac­ti­var la rela­ción entre el domi­nio capi­ta­li­sta y el trabajo vivo: una rela­ción que siempre está cerrada dentro del capi­tal, pero que, al mismo tiempo, siempre es exterior, asimétrica, autó­noma al capi­tal –una relación que el trabajo vivo muestra completamente desmedida, por el lado de la productividad que sólo el trabajo vivo pro­duce. ¿Puede el trabajo vivo separarse del capital, o ser separado del capital? Puede, orga­ni­zán­dose y rom­piendo el vínculo. Una ruptura que nunca es plena, pero que siempre se repite y se repetirá, inscribiéndose onto­ló­gi­ca­mente en la historia del ser. El defecto de Agamben es negarse a ver a esta relación como el único destino presente en la obra. 

Agam­ben, en e­ste trabajo suyo, ha definido sin embargo de modo claro y posi­tivo la situación actual de la investigación onto­ló­gica. Después de Hei­deg­ger, en la post­mo­dernidad, la ontología ya no se defi­ne como el fun­da­mento del sujeto sino como una máquina lin­güí­stica, práctica y coo­pe­ra­tiva, como tejido de la pra­xis, y el dispo­si­tivo onto­lógico, como eje de recom­posición consti­tuyente del obrar y del lenguaje en común. E­sta recalificación de la ontología lleva a mucho más que a la nada. Una banda de “filósofos no profesionales”, desde Nie­tzsche a Ben­jamin y a Fou­cault, comenzó a leer este nuevo vinculo onto­ló­gico como decisivo al horizonte del obrar. Y ha reabierto a Marx un ter­reno de acción. Este Agam­ben parece el dibujo en negativo de estas vicisitudes, pero el reconocimiento de una nueva época de la ontología es pleno. ¡Gracias!

 

 

 

 

 

[1] Altissima povertà. Regole monastiche e forma di vita. (Homo sacer, IV, 1). Versión castellana: Altísima pobreza, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013.

[2] Hechos, 4: 32. “La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común”.

[3] L’uso dei corpi, (Homo sacer IV, 2), Neri Pozza Edi­tore, 2014 (edic. castellana, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2017, por Rodrigo Molina-Zavalía y Flavia Costa),

[4] Torino, 1990; trad. castellana: La comunidad que viene, Valencia, Pre-Textos, 1996.

[5] L’uso dei corpi, ed. cit., III° parte, cap. 2, § 2.8.

[6] En griego: principio, fundamento y también comando (archē).

[7] Il Regno e la Gloria. Per una genealogia teologica dell’economia e del governo (Homo Sacer II, 2), Neri Pozza, 2007. En la edición definitiva de Homo Sacer (Macerata, Quodlibet, 2018) se llama Oikonomia. Il regno e la Gloria… y está ordenado como II, 4.

[8] Capítulo 7, § 7.10.

[9] En francés: estar estupefacto y boquiabierto.

[10] Beatitudine, término de Spinoza, (se dice igual en italiano y en latín): felicidad o beatitud, “amor divino” (Ética, V, 42).

La calle y las consignas // Diego Sztulwark

La multitudinaria caminata de anoche hacia el Congreso oxigena.

Por un lado, recupera una historia. Ayer se le dio una respuesta contundente a quienes intentaron hacer una cita del 19 y 20 de diciembre de 2001 para imponer un virtual estado de excepción. La idea de que se podría corregir la falta de eficacia represiva de aquel estado de sitio del presidente de la Rua volvió a chocar con la determinación popular. El amenazante protocolo de seguridad de Bullrich que pretende de modo tan siniestro como farsesco prohibir las protestas en las calles no se pudo aplicar ni a la tarde en Plaza de Mayo ni a la noche en las avenidas por las cuales marchaban miles de personas la avenida Entre Ríos.

Por otro, la capacidad de reacción, en este caso frente al decreto de Milei, fue instantánea. Si bien es obvio que las marchas de ayer no alcanzan ni por asomo para bloquear la iniciativa del ejecutivo, no es menos cierto que en un contexto en el cual un gobierno recientemente electo amenaza derechos económicos, laborales y políticos del conjunto de trabajadores formales e informales, lo de ayer puede ser leído como el comienzo de un movimiento de contagio y de invitación a la protesta de distintos sectores. Si esto se ratifica en los próximos días, y lo de ayer inaugura efectivamente un nuevo clima social, habrá que reconocer que el peso de los símbolos sigue vivo en el colectivo nacional. Ahora se vendrá -ojalá no tarde- el proceso siempre arduo de la sincronización con sindicatos y organizaciones populares. Esta sincronización es una indispensable condición de posibilidad para evitar el desastre. Como sucedió en diciembre de 2001 y del 2017, parece claro que el poder de veto ante la ofensiva neoliberal va de la calle politizada a las instituciones políticas y no a la inversa.

Ayer se cantó: «la patria no se vende», «que se vayan todos», «unidad de los trabajadores». Estas consignas constituyen un substrato popular activo que subsiste y orienta cuando los partidos político no organizan ni dirigen. La movilización de anoche no fue exactamente «espontánea», porque responde a una memoria y a un saber hacer. Las consignas coreadas anoche tienen un poder particular que no habría que despreciar, puesto que solo ellas logran interferir en el discurso de Milei. Y logran hacerlo porque Milei mismo no había hecho otra cosa que tomar el lenguaje del malestar previo a su favor. Si las calles recuperan sus consignas, y con ellas el contacto con la desesperación, se habrá dado un paso decisivo: recuperar la potencia de los signos para una política regenerada desde abajo.

 

La rebelión de las hormigas (*) // Sebastián Scolnik

La semana venía caldeada. Varios grupos piqueteros de la zona sur se habían agolpado frente a los grandes hipermer­cados de la avenida Calchaquí, en Quilmes. La situación no daba para más. Se venían las fiestas de fin de año y no había un mango en la calle. El ministro de Economía Domingo Cavallo —otrora menemista y luego aliancista, artífice de la estatización de la deuda privada en la dictadura— había decretado el “corralito”, como se llamó al brutal cepo que impedía retirar dinero de los bancos. Los planes de estabi­lización del FMI (Blindaje y Megacanje) solo eran présta­mos para pagar la deuda. Argentina entraba en bancarrota y todo era una olla a presión. Las aglomeraciones en las puertas de los supermercados se habían replicado en el inte­rior. Entre Ríos, Santa Fe y otras tantas provincias. Se recla­maban alimentos para pasar la Navidad y el Año Nuevo. El Conurbano era un polvorín y el aire se cortaba con cuchillo.

Esa mañana me levanté y fui de muy buen humor al trabajo, algo que no era habitual en mí. Apenas saliera de allí, tenía todo organizado para irme a un escrache en Villa Urquiza. Hacía meses que sus organizadores estaban preparando una visita, junto a vecinos y vecinas, a las casas del cardenal Aramburu, quien desde el Arzobispado de Buenos Aires había liderado la política clerical de connivencia y justificación de la dictadura, y de Roberto Alemann, ministro de Economía del último tramo del gobierno de facto. Ambos vivían en el coqueto barrio de Belgrano R, lindero a Villa Urquiza. Nos juntábamos a las cinco de la tarde en la esquina de Pampa y Triunvirato. La energía que circulaba en los escraches era muy particular. El motivo de la lucha era terrible porque señalaba lo intolerable de una sociedad: la convivencia con los asesinos. Pero la resistencia había logrado convertir la tristeza en una fiesta. Los cantitos, junto con la particular estética apoyada en la creatividad del Grupo de Arte Callejero, convertían la lucha en una gozosa experiencia, en un bellísimo acto de exorcización colectiva, un modo de procesar la angustia y de expulsar los malos sentimientos. Claro que siempre había que estar atentos y cautos respecto a las provocaciones y las represiones. Pero la inteligencia despierta y precavida, en esas acciones, no le quitaba un ápice del gusto por lo festivo.

Esa noche también había una actividad en el centro. Se presentaba, en la librería Ghandi, el libro Isidro Velázquez y las formas prerrevolucionarias de la violencia, del gran sociólogo desaparecido Roberto Carri. Horacio González le había hecho un estudio preliminar muy hermoso y esta­ría en la presentación. Tenía muchas ganas de asistir, pero puesto a escoger, me decidí por el escrache. Por la intensi­dad que allí siempre se ponía en juego, por su importancia política y por el componente generacional que nos abar­caba e interpelaba. Habíamos arreglado para encontrarnos con Nadia Mansilla, Valentina Balbo y Antonio Fonseca. Ya eran las cuatro de la tarde y me dirigía al reloj de fichaje a poner el dedo para irme. (La tecnología de reconocimiento dactilar que inventó Juan Vucetich, el cana insignia, cuyo nombre preside el instituto de formación policial, ahora era utilizada, de manera digital, para controlar el ingreso y egreso del personal). Cuando me iba contento a tomar el colectivo 108, en la avenida Las Heras, me interceptó, con cara demudada, una vieja compañera de trabajo, Ornella Armella. Me dijo: “Vienen pobres del Conurbano a saquear la Capital”. Tenía los ojos llorosos y temblaba de pavura.

El entonces intendente de Moreno, como no podía contener el conflicto en su territorio, liberó la tranquera para ir a Capital (otra vez la línea Quilmes-Moreno: lo que empezó en el sur, tenía su desembocadura en el oeste). También se prendieron de otros distritos. Esa noticia, lejos de amedrentarme, redoblaba mi entusiasmo. Ser joven y protagonista de la ciudad es temer más a la policía que a los pibes y a los pobres. Esa es una diferencia con el pensamiento progresista, que resuelve a nivel retórico e imaginario su relación con los pobres (a los que dice defender) y con la policía (a la que dice repudiar), pero cuando hay un conflicto concreto desarrolla espontáneamente más afinidad con el cana de la esquina (sintiéndose el progre más seguro) que con el pobre (a quien teme, aun si no puede asumirlo). De ahí extrae la derecha su fuerza y su eficacia: de su pasión jerárquica y del miedo generalizado. Como hay que defender las estructuras, y el lugar que cada uno ocupa en ellas, la derecha no duda en vociferar su racismo y en explicitar su alianza natural con la policía. Pero cuando sos protagonista de la ciudad, cuando la estás tejiendo con tantos otros, la turba del Conurbano no te amedrenta. Al menos era así en ese tiempo, o así lo vivíamos. El peligro mayor era el gatillo fácil, la represión policial y todas las formas del terror heredadas de la dictadura que se actualizaban en la gorra y el bastón.

Cuando llegué a la esquina de la cita, había un nerviosismo muy particular. Las caras no eran de alegría, típicas del escrache, sino más bien de preocupación. ¿Qué ocurría? Habían llamado a la sede de H.I.J.O.S., como hacían siempre antes de empezar, para chequear la seguridad y todos los detalles (no había teléfonos móviles), y desde allí alertaron diciendo que se rumoreaba que el gobierno de Fernando de la Rúa iba a declarar el estado de sitio. Los pobres temían el hambre y saqueaban. Los no tan pobres temían a los pobres y el Estado les temía a todos. Declaraba la norma de excepción para que todos volvieran a temerle a él. Un claro momento hobbesiano, pero en un país tremendamente azotado. La situación era muy grave. Un par de los más activos se subieron a un cartel que señalizaba las calles e improvisaron una espontánea asamblea donde debíamos decidir qué hacer. La racionalidad militante impuso, con sus saberes y reflejos, la idea de suspender la actividad. Yo no estaba muy de acuerdo, pero me parecía la posición más sensata y la terminé considerando la más lógica. Quizá me dejaba llevar más por las ganas que por la prudencia y la responsabilidad. Sentía una cosa y razonaba otra distinta.

Volví a casa mascullando cierta desazón, me preparé un mate y prendí la tele para informarme. Unos enormes carteles rojos anunciaban que hablaría el presidente, mientras que, en una pantalla partida, mostraban imágenes de movilizaciones y saqueos. Cuando empezó a hablar De la Rúa, apareció un leve e insistente sonido agudo. Yo pensé que era la murga del barrio que, en esa época del año, se juntaba todas las tardecitas a ensayar. Las murgas no eran parte de mis opciones estéticas preferenciales. Más bien, las maldecía en soledad, dado que, como eran una acción colectiva que rescataba a los pibes y pibas de “la vagancia”, y que formaban parte de una festividad popular que había sido prohibida por la dictadura, me la tenía que morfar sin chistar. A medida que proseguía el discurso del impresentable presidente, el ruido de fondo se intensificaba. Seguía pensando que eran los de la murga. Y razonaba: “Se está incendiando el país y estos boludos con la percusión”. Hasta que me llamó por teléfono el Polaquito: “¿Viste lo que está pasando?”. “No, ¿qué pasa?, ¿lo de De la Rúa?”, respondí. “No seas pelotudo, bajá a la calle que se está armando un quilombo bárbaro. Después hablamos”. Bajé sin muchas expectativas, en ojotas. Pensaba que era una huevada más que el entusiasmo militante ponderaba con su clásico optimismo y que luego se iba a disipar. De la Rúa declaró el estado de sitio y la gente, en lugar de quedarse en su casa, salió a la calle. No era la murga sino las cacerolas.

Me sentí un poco desorientado. Había algo que escapaba a nuestra capacidad de reconocer el conflicto y las luchas. Seguía escéptico, pero expectante. Más si Normita, la ferretera de mitad de cuadra, guiaba el proceso. Ella era una tipa muy querida en el barrio. Siempre andaba con una boina. Pero, hay que decirlo, era un poco facha, como todo buen vecino. No solo porque pedía “bala para los chorros”, algo que estaba muy en boga en la época y desde entonces nunca dejó de estarlo, sino porque, además, para ir a comprar un tornillo de tres cuartos, había que pasar toda clase de cerrojos y cámaras de seguridad y declarar los propósitos por los que uno se acercaba al local antes de que te abriera la puerta. Era una incomodidad a la que el barrio ya se había habituado. Y Normita dirigía. Todos habían bajado con sus cacerolas y las golpeaban hasta abo­llarlas. Yo no tenía nada, bajé con lo puesto. De repente, agarré un palo y empecé a golpear tímidamente, sin mucha convicción, una columna de la luz. No es que me hubiera entregado así nomás a esta extraña forma de manifestarse, pero si no golpeabas nada te miraban medio torcido. La presión del medio se hacía sentir. Estábamos ahí, en la esquina de Colodrero e Iberá, y Normita dio la orden: “¡A Congreso!”. No se refería al Congreso de la Nación, sino a la avenida Congreso, a dos cuadras de donde estábamos. De repente, la indescifrable Normita, la ferretera, pasó de vecina paranoica a cuadro leninista con la misma determinación de siempre. Y la seguimos sin chistar. De Colodrero y Congreso a la avenida Triunvirato. Y ahí fue algo impre­sionante. Una marea de gente que venía del fondo, de los barrios de Saavedra y Villa Martelli hacia Villa Urquiza. En el encuentro con ese gentío, el papel de nuestra dirigente, Normita, se difuminó. Ya no era necesario. Porque el torrente mismo era el que te llevaba. Era un hormigueo imparable. Nunca había visto algo así.

De repente, recordé las reflexiones de Bruno Potager, para quien había que mirar más a las hormigas que a los movimientos políticos para pensar la organización. Estos diminutos bichitos podían hacer multitud, liberando y expandiendo sus recorridos, para buscar los materiales con los que construir esas ciudades subterráneas, los hormigueros, como verdaderas comunidades sin trascendencias. No estaban guiados por la conciencia sino por sus glándulas olfativas. Lo que solía pensarse como la sumatoria del olfato individual de cada hormiga era en realidad una glándula colectiva, una capacidad olfativa común que organizaba el peregrinar de las infinitas hormigas y su ubicación. Eran las cosas raras de Potager. A ningún militante le gustaría ser tra­tado como algo inferior a las hormigas, pero en cierto modo tenía razón, aunque parecía difícil decirle a un trotskista que debía aprender de los himenópteros, que no dividían sus fuerzas ni la organizaban alrededor de maximalismos programáticos.

Ya no seguíamos a Normita. Ahora había que dejarse llevar. Llegamos a la plaza Echeverría, en Bauness y Pedro Ignacio Rivera. Frente al mástil, nos detuvimos a cantar el Himno Nacional. Me sentí un poco extraño entonando esas estrofas que, para mí, solo tenían valor en los mundia­les de fútbol. ¿Había un resurgimiento del nacionalismo o más bien era la comprobación y el temor por la ruina misma de la nación? Lo bueno es que la muchedumbre me llevó a un estado imperceptible en el que podía disimular mi propio pudor. ¿Por qué alguien como yo, que me movía como pez en el agua en las movilizaciones, en este indescifrable evento me sentía tan extraño e incómodo? ¿Era algo de naturaleza diferente? Como si todas las certezas y saberes, elaborados en tantos años de manifestaciones, se hubieran desvanecido. Había perdido la capacidad de orientación, esa que las hormigas resuelven con el olfato. Ese anonimato me hizo sentir que ya no era observado, y que no importaba si golpeaba o no algún objeto, lo que me permitió descartar el palo que había arrastrado durante varias cuadras.

Luego, la imprecisa pero ultraorganizada columna partió, sin que nadie diera una orden concreta, hacia Triunvirato y Olazábal, donde convergió con gente que venía de Villa Pueyrredón y, en menor medida, de Belgrano R. Allí se cantó contra el ministro Cavallo y contra el estado de excepción (“Qué boludos, qué boludos, el estado de sitio se lo meten en el culo”). ¿Había alguna expresión más cabal de la impotencia del Estado para reglar los comportamientos colectivos? En el momento en que declaraba que teníamos que encerrarnos en nuestras casas, todo el mundo salió a la calle. Fue impactante. Hasta la temerosa Mara Figo, una vacilante compañera de trabajo, del área de infraestructura, y vecina del barrio de La Siberia (ese misterioso cuadrante perdido entre Congreso, Triunvirato, Crisólogo Larralde y Constituyentes), gritaba desaforada, con los ojos húmedos de bronca y emoción.

El enjambre humano siguió su camino. Paró en Pampa y Triunvirato rumbo a Villa Ortúzar y se unió con otros filamentos desperdigados. En esa esquina, unas horas antes, se había suspendido el escrache porque iban a declarar el estado de sitio. Y ahora estábamos todos ahí, cantando bajo el hechizo de una fuerza nunca prevista ni calculada. ¿Quiénes éramos los que nos habíamos congregado allí? Uno tenía la sensación de estar frente a unas personas que no había cruzado nunca en una movilización. Tal vez podías reconocer a alguien, pero seguramente su rostro lo habías visto entre las góndolas del supermercado chino de la cuadra (los que en el Conurbano fueron saqueados sin piedad) y no en alguna manifestación de lucha. Había transcurrido mucho tiempo ya. Recordé que habíamos quedado en hablarnos con el Polaquito Soiler, Claudio Morqueta y Valentina Balbo para ver qué hacíamos. Ya había sido arrastrado, primero por la ferretera y luego por la multitud anónima, como unas treinta y cinco cuadras. Pero una experiencia como esta no podía vivirse sin los amigos, sin aquellos con quienes nos confabulamos para hacer vivir el mundo de cierta manera, para interpretar el presente, para elaborar el sentido de las cosas e imaginar alternativas de vida. Volví a casa y llamé por teléfono. La ciudad era un caos, un hermoso y sublime caos.

 

(*) Fragmento del libro Nada que esperar. Historia de una amistad política, Tinta limón y Cordero ediciones

En memoria de Toni Negri // Giorgio Agamben

Dos noches antes de que me llegara la noticia de la muerte de Antonio —de Toni— Negri, soñé con él durante mucho tiempo y su presencia era tan vívida que al despertar sentí la necesidad de escribirle. Mi mensaje al viejo e-mail que no utilizaba desde hacía años no pudo llegarle. Cuando le conté el sueño, una amiga me dijo: «quería despedirse de ti antes de irse». Incluso en las divergencias de nuestros pensamientos, cada vez más claras con el tiempo, algo nos unía obstinadamente, algo que tenía que ver ante todo con su vitalidad generosa, inquieta y puntillosa, que sentí de inmediato cuando lo conocí por primera vez en París en 1987.
Con el fallecimiento de Toni, siento que me falta algo, dentro de mí, bajo mis pies, quizá sobre todo detrás de mí, como si una parte de mi pasado se hiciera presente bruscamente y me interpelara faltando. Y esta falta no sólo me concierne a mí, sino a todo nuestro país y a su historia, cada vez más falsa, cada vez más olvidada, como demuestran los odiosos obituarios, que sólo recuerdan al mal maestro y no al mal y atroz país en el que le tocó vivir y que intentó, quizá equivocadamente, mejorar. Porque Toni, partiendo de la tradición marxista a la que pertenecía y que tal vez lo condicionó y traicionó, intentó ciertamente medirse con el destino de Italia y del mundo en la fase extrema del capitalismo que atravesamos actualmente hacia quién sabe qué desdichado destino. Y esto es lo que no se atreven ni podrán hacer nunca quienes siguen ultrajando su memoria.

 

Traducción para Artillería inmanente de un texto de Giorgio Agamben publicado por primera vez el 18 de diciembre de 2023 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».

Que la eternidad nos abrace // Toni Negri

A veces me parece ser completamente ajeno al mundo que me rodea. Curiosa sensación para quien ha llenado tres volúmenes de una historia de intensa inmersión en lo existente. Probablemente, me digo, sucede porque soy viejo; por mucho que me ponga nervioso tratar de mantener abierta la comunicación con amigos más jóvenes y despiertos, mi percepción es torpe. Pero luego me pregunto: ¿Podrá ser que mi consideración del mundo y esta sensación de ajenidad no sean ciertas? ¿Ciertas? Quiero decir, que esa percepción de ajenidad no dependa de mí, de mi insuficiente o reducida atención, sino de que el mundo que me rodea sea realmente feo e inconsistente. ¿No será que mi confianza en el ser, mi admiración por lo que está vivo, ya no corresponde a algo que se pueda amar?

Feo, bello, vivo, amado… son adjetivos de difícil definición y de altísima relatividad. Quizás entonces, para confirmar mi duda, no debería depositar mi confianza en estos términos. Quizás el único adjetivo que valga, entre los muchos que he utilizado desde el principio, sea “ajeno”. Un efecto de distanciamiento es lo que provocan en mí los lenguajes y los estados de ánimo, no importa si individuales o colectivos, que resuenan en la sociedad, fuera de mí. Tengo la sensación de ser sordo y de escuchar sonidos confusos. En realidad, estoy un poco sordo, pero no oigo sonidos confusos con el oído, sino con el alma, con el cerebro. El mundo que me rodea se me escapa. He tenido una vida larga, he conocido enormes contradicciones y conflictos mortales, pero siempre sabía de qué se trataba, los elementos de la contradicción y del conflicto estaban dentro de un marco conocido o, de cualquier modo, significante. ¿Por qué entonces el significado de los acontecimientos que hoy se dan alrededor mío me es oscuro y se me escapa? ¿En qué consiste su insignificancia? Hay todo un mundo nuevo que representa esta ajenidad. Un mundo nuevo, pero cansado, postrado ante las dificultades físicas, políticas y espirituales de su propia reproducción. Dificultades económicas y caída de referentes políticos y colectivos, de referencias de valor. La comunicación se ha vuelto frenética, pero los significantes se destiñen en la velocidad. Hay confusión en los espíritus. Hay corrupción en los lenguajes. Los viejos referentes de lucha han desaparecido: derecha e izquierda, sindicatos y partidos, sentido y significado de la historia… este es el mundo que me rodea. No depende de mi vejez, de mi cansancio: es así.

Cuando reflexiono sobre esta fenomenología del presente, cuanto más afino la mirada, más me parece que la única figura valorativa y descriptiva que impregna el mundo de los significados y permite describirlo es la del nihilismo. Los signos carecen de significado, los rostros carecen de sonrisa, los discursos están vacíos. No sabemos de qué hablar. Veo en el rostro altivo del interlocutor una mueca; es siempre la misma que encuentro en la mayoría de mis interlocutores. Por lo tanto, es una gran fiesta cuando se encuentra alguno libre de esta patología. La gente está desesperada. Cuando pienso en aquellos que en mi época, ya antigua, desarrollaron concepciones nihilistas para su filosofía, y con frecuencia concluyeron, en la krisis, en el pesimismo y en la expectativa de la catástrofe (y mis lectores saben con qué constancia y con qué dureza los he combatido), cuando vuelvo a pensar en ellos, casi me conmueve ahora su enfermedad, que era consciente y padecida. Mientras que hoy tengo frente a mí personajes cuya ética es nihilista y catastrófica no como resultado de un trabajo crítico, sino porque su existencia es inconsistente, incluso cuando, al frecuentarlos, pareciera que viven una vida ordinaria. En realidad, no tienen pasiones, no tienen significantes, no tienen fe; a lo sumo, piensan que el lenguaje debería ser purificado, lavado y vuelto a lavar y llevado a una pureza significativa: la pureza del fregadero dentro del cual han estado haciendo la limpieza. De verdad, tiran el significante junto con el agua sucia del baño. Les queda ese ideal de pureza –la “reine” de la razón, de la sensibilidad, del concepto–, que se ha vuelto adjetivo del vacío, del mero resto tras el vaciamiento del ser. Cuando miro alrededor me siento rodeado de estos zombies, de millones de zombies.

Hay corrupción en los lenguajes. Los viejos referentes de lucha han desaparecido: derecha e izquierda, sindicatos y partidos, sentido y significado de la historia… este es el mundo que me rodea. No depende de mi vejez, de mi cansancio: es así.

¿Es verdaderamente nuevo este mundo? Es cierto, se ha consolidado hace poco, está creciendo, pronto esto “nuevo” lo ocupará todo. Pero no es nuevo. Tengo ochenta y cinco años. Hasta mis veinticinco, treinta, este “nuevo” mundo era, en formas sólidas y efectivas, el mundo de entreguerras y de la segunda posguerra. Era ese mundo que me oprimió y contra el cual combatí. Lo habíamos destruido parcialmente y metido en el altillo; ahora, este mundo viejísimo reaparece hegemónico. Era ese mundo fascista de mi infancia y juventud. Era el mundo en el cual “patriarcado-explotación capitalista-soberanía de la nación”, impregnaban, como patrones, las vidas y las cabezas de las personas. Y traicionaban la generosidad y la inteligencia de los jóvenes para inducirlos a aventuras ilusorias: el patriotismo, la nación, la raza, la identidad, la masculinidad eran asumidos como valores superiores. Este mundo se llama fascista, no solo conservador sino reaccionario, no solo religioso sino fanático de la destrucción de toda libertad. Un mundo donde el agobio de vivir dominaba sobre cualquier otra pasión y una dura disciplina obligaba a las almas a la insensibilidad ante el dolor. La opresión empujaba hacia la insignificancia. ¿El mundo actual ha vuelto a ser así?

Pero, si es así, ¿cómo podrán leerme, cómo podrán comprenderme los jóvenes de hoy? Mi libro les parecerá que se hunde en profundidades lejanas, difícilmente accesibles. Será para ellos un documento arqueológico. Y mi editor, ¿por qué debe publicar este texto a lo sumo digno de archivo? ¿Hay todavía un número suficiente de viejitos que apreciará esta historia y agradecerá al editor por publicarla?

Cuando –no hace mucho– un horrendo personaje fascista accedió a la Presidencia de un gran país, Brasil, a algunos jóvenes amigos que preguntaban “¿Qué podemos hacer? ¿Cómo debemos comportarnos para resistir?” les respondí “No tengan miedo”. Esa es la condición para construir una resistencia grande y eficaz. El fascismo se rige por el miedo, produce miedo, constituye y mantiene al pueblo en el miedo. No tener miedo: esto es todo lo que necesitamos ser capaces de decirle a la gente, entre la gente, en la multitud que hoy sufre el regreso de la barbarie fascista, también aquí, bajo nuestro sol. No tener miedo de romper la prisión del lenguaje vacío que se nos impone y reírse de la autoridad, dondequiera que se presente con la grotesca máscara fascista. No tener miedo significa liberar las pasiones y así llenar aquellas formas lingüísticas que el proceso de sometimiento fascista dejó vacías. Parece que el siglo se hubiera oscurecido: rechazar el miedo, producir resistencia es, ante todo, disipar las sombras, reconquistar el sentido de las palabras. Llenarlas de cosas, de realidad, de libertad. Subjetivarlas. Pero la operación principal consiste en reconocer que el fascismo es siempre el mismo, es siempre repetición de la violencia para bloquear la esperanza, es lo viejo –los disvalores absolutos del patriarcado, de la violencia, de la explotación y de la soberanía–que vuelve a ser propuesto ilusoriamente para imponerlo como necesidad del espíritu y obligación de la moral, mientras es fundamento de una cultura de muerte. “Viva la muerte” es la consigna del fascismo.

No tengan miedo. Esa es la condición para construir una resistencia grande y eficaz.

“Viva la vida” es la respuesta de quienes no tienen miedo. Volverá la primavera, ¡siempre vuelve! El fascismo parece eterno y, de hecho, (aunque sea breve) parece una pena demasiado larga, pero el fascismo es frágil. Enfrentándose con la pasión de vivir libres, cuán poco puede aguantar. La libertad se impone necesariamente contra el fascismo, porque con la libertad estarán las otras pasiones políticas fuertes, como la pasión por la igualdad y la pasión por la fraternidad. Volverá la primavera y será una verdadera estación de lo nuevo. Porque si el fascismo es siempre igual, la primavera de la libertad es siempre nueva, siempre distinta, siempre llena de dones.

Miren al pasado, miren de nuevo las grandes estaciones de lucha. Podríamos remontarnos tanto… bastan dos ejemplos. 1848 y 1968 son fechas fundamentales para mi generación. La primera, la inauguración del socialismo en Europa, dentro y contra el desarrollo de las contradicciones arrastradas de la Revolución Francesa y de la maduración de la acumulación capitalista. De este encuentro había surgido el antagonismo de la libertad contra la igualdad y el de la igualdad como fraternidad de los pueblos versus la libertad como nacionalismo y soberanismo. Los reaccionarios están siempre de un lado, fijos, bloqueados en la defensa de sus privilegios; los revolucionarios por primera vez enarbolaban la bandera roja de la fraternidad entre los pueblos. Al 48 le siguió un siglo de luchas feroces. El socialismo se afirmó, luego fue derrotado, pero de cualquier modo dejó un enorme legado de bienes públicos, mejor dicho, de “comunes” para las nuevas generaciones. El 68 se abrió sobre este terreno de innovación y de potencia. El “comunismo” fue su horizonte. Se trataba de volver común aquello que era público, de obtener más común de lo público conquistado en el juego democrático. El fruto del socialismo debía ser multiplicado.

Hemos estado y estaremos dentro de esta batalla, nuestra y de nuestros hijos. Esa bocanada de voluntad democrática que una vez más puso al mundo patas arriba fue nueva. Y se repite: cada diez años, más o menos, tenemos grandes, generalizados y extendidos episodios de revuelta. Los ciclos de Kondrátiev se terminaron. Los ciclos de subjetivación de lo común han tomado la delantera. Cada vez adecuando la resistencia para superar los obstáculos creados por una represión ahora convertida en “ciencia de gobierno”. Cada gubernamentalidad es una operación capitalista y soberana para bloquear y encorsetar los movimientos productivos del trabajo vivo. La respuesta es un ataque renovado por parte de los movimientos de ciudadanos-trabajadores y una capacidad de aprovechar los logros alcanzados.

Miremos con atención este juego que luego del 68 se puso en marcha. Resistencia de los trabajadores para lograr la satisfacción de viejas y nuevas necesidades, luego represión. Pero, ¿puede la represión lograr el objetivo de bloquear la acción subversiva? A menudo nos vimos obligados a dar una respuesta positiva a esta pregunta. Pero aun cuando el movimiento subversivo sea bloqueado, debemos ver si verdaderamente la lucha tuvo un resultado negativo (o relativamente negativo). Y bien, no es así. Las reformas que las luchas –incluso las perdedoras– acumulan son importantes, son un aumento de lo “común” en manos de las multitudes del proletariado. Atención a viejas voces que vienen del pasado: ¿la positividad de este proceso significa que debemos ser “reformistas” en la conducción del movimiento? Absolutamente no. Los reformistas no acumulan nada común, únicamente acumulan derrotas y demoliciones de lo común, colaboran en la gobernanza capitalista, ensucian y pervierten las luchas. Por el contrario, solo las luchas de resistencia que se vuelven subversivas acumulan la riqueza común y la subdividen entre instituciones de lo común. Rodeados de instituciones de lo común, hemos conquistado cierto progreso para nuestras vidas y las de nuestros hijos. Esto lo atestiguo con mucho gusto en mi vejez.

Los reformistas no acumulan nada común, únicamente acumulan derrotas y demoliciones de lo común.

Pero para mantener abierto este dispositivo de lo “común”, de su conquista y de su acumulación, la historia de las luchas nos enseña que debemos organizarnos. He pasado mi vida tratando de resolver esta tarea. No creo haberlo logrado; es decir, descubrir una fórmula organizativa que tuviera la eficacia del “sindicato” en la Segunda Internacional o del “soviet” en la Tercera. Hemos identificado el terreno de la multitud como conjunto de singularidades, que operan como enjambre, como red, probablemente organizable en una verdadera democracia directa. Sin embargo, nunca hemos conseguido ir más allá de experiencias “in vitro”. Pero ese es el camino, y recorrerlo ya le permite a la dialéctica de resistencia y subversión desestabilizar el poder enemigo y desestructurar su sistema de producción, por lo tanto, prepararse para la conquista de lo común y para la construcción de instituciones de lo común. El camino a recorrer es todavía largo y la falta de organización y los tiempos vacíos de la empresa subversiva se pagan.

Nos enfrentamos con un fascismo que resurge. Sabemos que la lucha se hace difícil. No tengamos miedo. Mantengamos la línea de frente. Pensemos que nuestra resistencia es eficaz. Pero es necesario prepararse para las consecuencias extremas a las que el fascismo puede llegar: la guerra. Quien ha vivido la guerra, quien la ha sufrido, sabe que la guerra es, ha sido y será una irresistible máquina de destrucción. Y esta vez, de toda la humanidad, dados los medios bélicos que las grandes potencias capitalistas pueden utilizar. Guerra entre potencias = destrucción de las raíces de lo humano. El fascismo puede producir este desastre de lo humano, esta masacre de su historia en el planeta. Por tanto, combatir al fascismo significa luchar a favor de lo humano. Sin olvidar jamás que el fascismo es capaz de destruirlo, cuando advierte que las reglas patriarcales de la sociedad, la estructura del mando para la explotación y la soberanía de su propio interés en la forma política del Estado son puestas en peligro. Concentrémonos en este punto y organicémonos para no sufrir la decisión de guerra de un capital que se ha cruzado con el fascismo. Nuestra tarea es evitar la guerra, combatir y vencer sobre el capital sin pasar por la guerra. ¿Cómo hacer? El pacifismo será nuestra arma, porque la paz es nuestro deseo.

Nuestra tarea es evitar la guerra, combatir y vencer sobre el capital sin pasar por la guerra.

He vivido y sufrido el fascismo. Mi corazón está ofendido y mi cerebro traumatizado cuando repienso esa experiencia. He vivido luego, desde el 68 hasta hoy, sin miedo al fascismo. Los crímenes que se le imputaron, la Shoah en primer lugar, impedían que fuera nuevamente deseado; la gran masa de la población parecía haberlo repudiado definitivamente. Solo los funcionarios de la soberanía pudieron acompañar en el recuerdo (y ser conniventes en las prácticas) aquellas conductas criminales, a veces renovándolas. La represión del 68 europeo fue un ejemplo de ello. Como fuera, nunca tuve miedo, simplemente desarrollé desprecio por esos delincuentes. Hoy las cosas son diferentes: una nube de humo sulfuroso, una atmósfera espesa, imposible de atravesar con la mirada, nos envuelve. El fascismo es omnipresente. Debemos rebelarnos. Debemos resistir. Mi vida se está yendo, luchar después de los ochenta se vuelve difícil. Pero lo que me queda del alma me lleva a esta decisión.

En la resistencia al fascismo, en el intento de romper este dominio, en la certeza de que lo conseguiremos, este libro fue escrito. No me queda, amigos míos, más que dejarlos. Con una sonrisa, con dulzura, dedicando estas páginas, estos tres volúmenes que estoy concluyendo, a aquellos hombres virtuosos que me precedieron en el arte de la subversión y de la liberación, y a quienes vendrán después. Dijimos que son “eternos” –que la eternidad nos abrace.

Traducción: Emilio Sadier en Tinta Limón Blog

Publicación original: www.euronomade.info/?p=15810

50 veces Toni Negri // Archivo de entrevistas, artículos y libros de Negri en Lobo Suelto

El clamor de la palabra. Recuerdo y despedida a Toni Negri // Sebastián Scolnik

La impresión política e intelectual que sentimos cuando nos topamos con la figura de Toni Negri no tiene comparación posible. La belleza de su escritura filosófica nos conduce a pensar que la sensualidad es un arma incisiva, cruel y violenta y no una poética de almas salvíficas o narcisistas. Lo leímos ya promediando nuestra militancia política. La anomalía salvaje y Poder constituyente. Dos libros estremecedores en los que se revisaban a fondo las premisas revolucionarias de la modernidad, el finalismo teleológico y la constitución del mundo que se despliega en la expansión material y ontológica de la multitud, que siempre tiende a desbordar los límites conclusivos con que el poder organiza la explotación y la representación del pueblo. Más tarde tuvimos la posibilidad de una conversación amplia, editada en el libro Contrapoder. Una introducción, editado en los días previos a las conmociones del 2001. En las calles de Buenos Aires su nombre sonó en las luchas y sus ideas atravesaron pequeños grupitos y experiencias de organización colectiva. Se habló de él en fábricas recuperadas, en las redes de producción, intercambio y consumo de una economía popular que se desplegaba por el país al ritmo de la crisis. Un nuevo Sujeto, plural y constituyente, iba creando formas de vida que no se restringían a las maneras tradicionales en que se organizaban las luchas y sus reivindicaciones. Y en ese contexto, sus conceptos resonaban brillando en la tierra de los desposeídos y los ávidos. Su palabra se volvía estremecedora cuando era solicitada por un impulso recreativo que se sobreponía a la tendencia a producir modas y estereotipos. Los grandes textos filosóficos, aquellos que tienen mucho de literario, se iluminan cuando son requeridos por una voluntad de traducción y contra-traducción y no como decálogos de una moda ocasional. Así nos ha pasado con Toni. Porque cuando la lectura es irreverente, entregándose a los textos para hacerlos vivir más allá de su literalidad, la labor intelectual entra en otra dimensión. La irreverencia no es sospecha cínica o desprecio encubierto en sofisticaciones vanidosas. Es un acto de amor intelectual. Y si la lectura tiene la posibilidad de encontrarse con la el cuerpo que la escribe, se atraviesa un umbral en el que ya no es posible pensar los términos de una conversación como si se tratara de entidades exteriores. En el acto público, su oratoria era vibrante. En la charla íntima su voz era tierna y comprensiva. Su sentido del humor se alejaba de la solemnidad de muchos de sus cultores, los que piensan que un mundo nuevo puede construirse en los términos de una obediencia recitada de manual.

Su libro Imperio produjo un gran revuelo. La mayoría de las veces, a Toni se lo discutió sin tomarse el trabajo de dejarse atravesar por sus categorías. Sus textos reclamaban otro tipo de comprensión. Con la tendencia habitual a la clasificación, militantes e intelectuales, temerosos frente a la zozobra que provocaba la palabra que venía de lejos, lo despacharon rápidamente, alejando sus incisivas proposiciones del propio campo de acción y reflexión. Otros lo asumieron como una identidad, vaciando con este gesto toda su potencia teórica y política. Y algunos nunca más pudimos hacer cosas sin que ese singular entrecruzamiento entre biografía militante y práctica intelectual sobrevolara silenciosamente nuestras inquietudes y apuestas.

Un día, rodeado de trabajadores e intelectuales, en la fábrica recuperada Grissinópolis, gritó, con una contundencia que pocas veces vi en mi vida, su enunciado mayor: “La moltitudine è un concetto di clase”. Con estas palabras, Negri trataba de dar por concluido el mar de interpretaciones que pretendían oponer las categorías históricas del marxismo con su renovada caracterización del Sujeto social que emerge del posfordismo. Esa pregunta por la naturaleza productiva de los procesos políticos, que las lecturas más superficiales interpretaron como un mecanicismo lineal, era clave para pensar la época. ¿Cabían nuestras multitudes movilizadas en la imaginación negriana? ¿Eran sus propuestas teóricas aptas para pensar la singularidad de nuestra rebelión? Siempre creímos que sí. Que las nuevas formas del trabajo y la composición social de los sujetos productivos (sobre todo si se trataba de “desocupados” en lucha) requerían nuevos modos de expresión política capaces de articularse con las imágenes elaboradas en su propia historicidad. El optimismo de Negri era más bien ontológico. No era una ilusión sobre el futuro (un optimismo progresista), sino que tenía la fuerza de una constatación. Su obrerismo, que tiñó su experiencia política y militante desde el principio, encendía sus palabras por detrás de cada reflexión.

Recientemente hemos leído los dos volúmenes traducidos al castellano (aún queda uno por traducir) de su autobiografía: Historia de un comunista y Cárcel y exilio, editados por Tinta Limón. Bellísimos libros que dan cuenta del particular enlace entre lectura y experiencia, entre escritura y organización, entre persecución y libertad, que produjo una de las principales figuras del pensamiento revolucionario.

Toni Negri nació con el fascismo al que combatió sin ambigüedades, y murió el día de hoy. Su figura y su obra son ya parte de un legado vivo con el que contamos para enfrentar estos nuevos fascismos, los que surgen como pobres declinaciones de la crisis mundial contemporánea. Aquí y ahora, sus textos cobran nuevos impulsos y su compromiso es un sutil llamado a despertar nuestras pasiones rebeldes y creadoras. Así te leímos, así te interpretamos y así te recordaremos, querido Toni, en la imagen de tu sonrisa que siempre convocaba conspiraciones y tempestades. 

 

16 de diciembre de 2023.

Las razones de Toni Negri // Diego Sztulwark

Toni Negri hizo todo lo que había que hacer.
La frase le brota espontánea esta mañana a un querido amigo que fue su último editor en Argentina.
No sé cuántos ejemplos de beatitud spinoziana podríamos evocar.
Siempre supe que Negri tenía razón en sus perseverantes ecuaciones: Inmanencia = Constitución = Insurrección.
Y Marx con Spinoza.
Se trata de ecuaciones teóricamente densas, que suponen leer a fondo Marx más allá de Marx, La anomalía salvaje y El poder constituyente.
Dado que Alegría = Materialismo = Comunismo, por tanto Autonomía = Poder Obrero = Multitud.
La prueba de la potencia intelectual de Negri es lo bien que funcionan sus viejos textos a pesar de lo mal que los han leído quienes lo han citado con el mero afán de refutarlo.
Su evocación de la plenitud de la potencia nunca fue negación de la tristeza sino ejercicio ético político en filosofía. Su postulación de lo común jamás tuvo nada que ver con alguna incomprensión de las singularidades, Toni era demasiado listo para ignorar estas cuestiones. Su insistencia en el General Intellect siempre fue una pista avanzada para pensar subjetividades en catástrofe. Sus teorizaciones sobre el Estado alcanzaron una penetración teórica que los defensores del Leviatan populista jamás vislumbraron. Por último, su libro Imperio -escrito junto con Michel Hardt- es absolutamente pionero en el registro de los lineamientos políticos de una transición globalizadora del capitalismo, algo absolutamente evidente apenas se entiende que el suyo era un análisis político y no una profecía.
Desde que salió definitivamente de prisión tuvo una intensa relación con la Argentina, realizó varios viajes al país y fue un observador apasionado del período en el que América Latina se conmovió con la emergencia de un movimiento destituyente, del Zapatismo al Que se vayan todos!
Lo conocimos personalmente con quienes seríamos parte del El Colectivo Situaciones en su casa en el Trastévere, en Roma. Cumplía prisión domiciliaría. De día estaba en su casa, pasaba la noche en prisión. Ya era un mito viviente. Nos dedicó una tarde entera. Le contábamos lo que veíamos de las movilizaciones de entonces, del surgimiento de los movimientos piqueteros y el respondía admirado: “lo que cuentan me deja vivamente afectado, se está gestando allí un contrapoder insurreccional”. Dimos a conocer esa extensa entrevista en un libro que publicamos en noviembre de 2001, «Contrapoder. Una introducción”. La edición contenía un artículo de Horacio González (“Toni el Argentino”), que anticipaba las discusiones entre un peronismo de izquierda que se referenciaba en el Gramsci de Laclau y quienes veíamos indispensable un pensamiento del contrapoder. Un recuerdo más personal. Una mañana en su casa de Venecia. Toni toma vino blanco y habla muerto de risa sobre las lecturas izquierdistas de la coyuntura filosófica: “a Foucault hay que leerlo con Deleuze. A Deleuze con Guattari. Y a Guattari conmigo”. Ese “con” es lo negriano mismo. Una irrefrenable máquina de lectura apasionada que no puede dejar de hacer conexión izquierdistas. A Toni tenemos que leerlo “con” las luchas comunistas del presente y del porvenir.

 

https://tintalimon.com.ar/post/leer-a-negri/

 

https://lobosuelto.com/provocar-el-acontecimiento…/ 

 

https://www.pagina12.com.ar/…/208601-61285-2012-11-26.html

 

https://editorialcactus.com.ar/…/el-cattivo-maestro-y…/

 

https://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/subnotas/208601-61285-2012-11-26.html

 

https://mailchi.mp/bed128dd1959/hasta-siempre-toni-negri

 


https://tintalimon.com.ar/post/leer-a-negri/

https://lobosuelto.com/provocar-el-acontecimiento-entrevista-toni-negri-diego-sztulwark/

https://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/subnotas/208601-61285-2012-11-26.html


https://editorialcactus.com.ar/blog/el-cattivo-maestro-y-la-leccion-antagonista/

 

El empobrecimiento es enriquecimiento de quienes gobiernan // Agustín J. Valle

Están los que votan. Están los que ocupan cargos de gobierno. Y están los sujetos sociales que gobiernan, no es tan difícil reconocerlos: son los que festejan porque sucede lo que ellos quieren. Felices hoy en medio del dolor general. Algunos gobiernan desde acá, otros desde Punta, otros de Nueva York, etc.

 

Y pensar que los dueños de la tierra le hicieron un tractorazo al gobierno pasado antes de que asumiera… Ahora están ensalivados gozando de antemano la represión.

 

Modelo agroexportador (industricida) y con las elites del primer mundo llevándose bien barato todo lo mejor de esta tierra; muchos pobres muy pobres y pocos ricos muy ricos: qué viejo resulta lo nuevo. Hay mucha novedad por pensar y entender, sí: en los modos y las lógicas subjetivas que acompañan esta intensificación regresiva de la degradación y la entrega que, vamos, ya venían rigiendo.

 

Una tragedia: Los deseos igualitaristas y democratizantes quedaron en una posición conservadora, hecha de miedo (tanto miedo que de besar sapos pasamos a tragarlos, como escuché a María Cisneros); y las pasiones más adherentes al orden establecido -el del capital-, quedaron con actitud de izquierda, formalmente rebeldes. «Que cambien cosas para que nada cambie». Milei encarna esa paradójica rebeldía de la obediencia: desacatado contra poderes menores y medios, idolatra en cambio, genuflexo, al poder mayor: lo opuesto a un anarquista, como me observó Joaquín Alfieri.

Y su odio a los zurdos, odio de bulldog castrado, de león sumiso que a las elites les surgió tras el fracaso de su gato, es el típico odio del «culo domado a bastonazos» cuya adoración por el poder tiene como fondo la propia humillación de la obediencia, hacia los que osan cuestionar el lugar de poder naturalizado del poder mayor. Los que no hacen caso tocan la íntima llaga de su obediencia nuclear.

 

Pero algo nos enseña este gato matón: Es mejor tener odio que solo depresión.

El vórtice psicótico // Franco «Bifo» Berardi

Después del pogromo del 7 de octubre se ha desencadenado una secuencia de horror y locura que se desarrolla rápida y caóticamente ante los ojos de la humanidad mediatizada. 

Desde el primer momento me dio por pensar que este era el comienzo de la desintegración de Israel, una entidad colonial que las potencias occidentales (Gran Bretaña y Estados Unidos) crearon después de la guerra para compensar a las víctimas del Holocausto a costa de otros. Después de haber sufrido a manos de los europeos (alemanes, polacos, franceses, italianos, ucranianos, etc.) la violencia más aterradora, que pasó a la Historia como la Shoah, los judíos fueron enviados a afrontar una nueva guerra contra los habitantes de Palestina, con el apoyo de las potencias imperiales, que se garantizaban así un baluarte en una zona estratégica desde el punto de vista geopolítico y, sobre todo, energético.

Así comenzó una historia que sólo podía evolucionar mal y terminar peor. Setenta y cinco años de guerras, masacres, deportaciones, persecuciones, limpieza étnica, asesinatos selectivos. Luego, el 7 de octubre de 2023, el principio del fin.

Una comunidad que vive en un territorio tan restringido no puede sobrevivir sin poner en marcha procesos caóticos que hacen la vida imposible para todos

Una comunidad que vive en un territorio restringido como el que se encuentra entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, lleno de armas y de hombres que se odian entre sí, no puede sobrevivir por mucho tiempo sin poner en marcha procesos caóticos que hacen la vida imposible para todos.

El supremacismo israelí está hoy socavado, más incluso que por el peligro armado de las formaciones armadas de resistencia palestina, por el caos mental y por el horror que no se puede soportar indefinidamente sin pagar consecuencias psíquicas. 

Un episodio recién confirma esta hipótesis de una implosión psíquica al acecho.

El 30 de noviembre, en una parada de autobús en Jerusalén, dos palestinos bajaron de un coche y comenzaron a disparar contra la multitud, matando a tres personas. En ese momento, un joven israelí llamado Yuval Castleman, un expolicía, naturalmente armado, salta de un auto que pasa. Castleman dispara su arma contra los dos palestinos y los mata a ambos (mi información sobre este episodio proviene de The Guardian).

Castleman grita en hebreo: “Soy israelí”, pero le disparan sin atender razones. Muere poco después

Un video muestra que en ese momento dos uniformados salen de un auto rojo y agarran sus armas. Confundiendo a Castleman con un atacante, uno de los dos soldados israelíes comienza a dispararle, pensando que es un terrorista. Cuando Yuval Castleman se da cuenta de la situación, se abre la chaqueta, se arroja de rodillas y levanta las manos para que vean que ya no está armado, según la reconstrucción realizada por un amigo del pobre Castleman, llamado Itkovich.

Castleman grita en hebreo: “Soy israelí”, saca su billetera para identificarse, pero le disparan sin atender razones. Poco después, Castleman muere en el Centro Médico Shaare Zedek.

Itzkovich, el amigo del desafortunado héroe israelí, que había formado parte del departamento de policía en el que el propio Castleman había servido en años anteriores, acusa a los soldados de haber violado los protocolos.

“Hay cosas que no se deben hacer, según los protocolos. Incluso si Yuval hubiera sido un terrorista, se había rendido, estaba arrodillado en el suelo y levantando las manos. Según los protocolos deberían haberlo detenido. Nunca debieron haberle disparado”.

Los protocolos, dice Izkovitch. 

Este episodio muestra que es completamente normal que los soldados israelíes disparen a una persona que está arrodillada en el suelo, con las manos en alto, y que además grita palabras en hebreo: “Soy israelí”.

No importa, le dispararon. Ellos lo mataron.

El héroe Castleman está muerto.

Ciertamente, eso significa que el ejército israelí viola todas las reglas (protocolos) nacionales e internacionales, no respeta los derechos humanos y, en resumen, utiliza métodos criminales.

Pero esto no es todo lo que ese episodio implica.

Hubo 180.550 solicitudes de licencias de armas en un mes, unas diez mil por día, mientras que en el período anterior eran de alrededor de 850 por día

Desde mi punto de vista hay otra cosa que subrayar: la gran mayoría de los israelíes han entrado en una crisis verdaderamente psicótica.

En el mes siguiente al pogromo de Hamás, hubo 180.550 solicitudes de licencias de armas, unas diez mil por día, mientras que en el período anterior fueron alrededor de 850 por día.

La política de Israel consiste en armar a ciudadanos privados, especialmente a los colonos que atacan a los palestinos todos los días en los territorios de Cisjordania.

En una conferencia tras el asesinato de Castleman, Netanyahu dijo: “En las condiciones actuales tenemos que continuar con esta política, tal vez tengamos que pagar algún precio, pero así es la vida” (literalmente: “That’s life”)”.

Naturalmente, Netanyahu miente sistemáticamente, hasta el punto de utilizar la expresión “así es la vida” cuando es evidente que debería haber dicho “así es la muerte”.

Muerte: este es el mensaje de los israelíes para todos, incluso para los propios israelíes.

La orgía de violencia desatada por las políticas colonialistas de Israel está arrastrando ahora a la propia sociedad civil israelí a un vórtice.

La trampa que los británicos idearon en 1948 para continuar el exterminio de Hitler por otros medios ha saltado.

El horror no cesa, el horror se extiende por todas partes y atrae a los mismos sembradores de horror a su vórtice.

 

 

FUENTE CTXT

La asunción // Facundo Cifelli

 

Nuestro amo juega al esclavo

De esta tierra que es una herida.

                                              

El mediodía del domingo picaba de calor entonces aseguré la comida (tal vez lo único que hasta ahora he podido asegurar). Nunca tuve tradición familiar de domingos, pero de alguna forma entendí que en el séptimo día se almuerzan pastas, hagan los grados que hagan. 
Después de ver por televisión las risas entre Cristina y Milei, y a un Alberto perdido en si mismo, presentí que tenía que ir a la plaza de los dos congresos. Aprovechar que vivo en las inmediaciones. Olfatear el aliento del rey de la selva.  

Una vez más estaba llegando tarde a mí mismo (como todos los que creímos, aunque sea por unos segundos, que Massa ganaba). También a las palabras de asunción. Llegar tarde es una característica de muchas personas que tienen que estar donde no quieren estar.
JM ya estaba hablando desde las escalinatas. No hay plata. Alrededor todo era celeste y blanco. Había banderas de este país, vacías. Sin forma ni contenido. Enarbolada por gente, pero no tanta. Me acerqué lo máximo que pude con ganas de ver la fiera a los ojos, prefería ver antes que escuchar.
El congreso era lo más parecido a un zoológico, adentro estaba lleno de animales. Aunque ya no se vean más en la Ciudad de Buenos Aires, de chico fui a un par. Me acuerdo de como eran. Como en todo Zoo, la atracción más importante era el León (domado, obviamente. Enjaulado). El bicho tenía tal centralidad que dejaba opaca la vista de los demás. Afuera había un montón de especies disímiles. Había una que me llamó la atención, postada justo enfrente de las escalinatas del congreso. Tenía una pala de obrero en la mano. Guantes, gorra y anteojos negros. Era blanco, blanco palidez. Alzaba la pala con las dos manos y la sacudía ante cada arenga del León. Le tuve que tomar una foto, me pareció genial.
Nos estaba diciendo indirectamente que vayamos a laburar mientras gritaba “Viva la libertad”.
Me confundí, empecé a pensar: todos estamos laburando. Vivimos el día a día. Vivimos. De alguna manera la vida misma es un trabajo y si hay algo que hacemos es empalar, a lo loco. No hay plata. ¿De qué libertad me hablas?

Después JM habló de los filisteos. De David y Goliat. Recurre reiteradamente a ese ejemplo, tal vez por su conversión. Él dice que es David. Paradójicamente David sería lo opuesto a un León, pero no importa. Tomémoslo igual, es pertinente. Nuestra sociedad sería Goliat. El gigante poderoso caminando, siempre confiado. Un sonso amorfo que mira al León en el zoológico del congreso. La masa insatisfecha, inútil. Si había algo que era común a toda la gente allí, era la insatisfacción.
Hay cosas que no cambian. David le ganó a Goliat, una vez más. “El triunfo de los pocos, sobre las mayorías”. Algo así dijo. JM le ganó a la sociedad. Le ganó cuando le dijo que no había plata, que no había opción al ajuste, que el futuro depara más pobreza y menos salarios. Le ganó cuando la gente aplaudió aquel domingo, embaselinada en insatisfacción, su propia muerte. Que iban a ser cada vez más pobres y que iban a tener cada vez más hambre.
 
Hace 40 años García cantaba: “Estamos como el amor que se echa a perder, violando todo lo que amamos para vivir”. Festejar tu propia desgracia ¿es una forma de violar lo que amas? ¿No es como festejar la muerte? Pero la gente de allí no estaba violando lo que ama, me di cuenta. Porque la impotencia y la insatisfacción no aman la vida, la succionan hasta dejarla vacía.
Aplaudían entonces lo que tenían que aplaudir: la resignación.
La gente allí parada parecía muerta en vida. Tenían ojos binarios decodificados en ceros y unos. vacíos.

Proveniente de la fragmentación social, se luce la marginalidad. Por diferentes decisiones que he tomado en mi vida puedo decir que conozco de cerca la marginalidad. Conozco la marginalidad de la pobreza, la vi a los ojos, la de la exclusión por la discriminación. La del choreo. La marginalidad del desahuciado, del negro, del pobre. Del que está en Canadá.
Pero me di cuenta en aquel zoológico algo que no me había dado cuenta hasta entonces, iluso. Hay muchas formas de marginalidad. Y no hay una por sobre la otra, una mejor que la otra. La marginalidad es marginalidad. Margen social.
El león es un marginal. A diferencia del otro, es un marginal poderoso. Nadie se le acerca porque le temen. Eso, al tiempo que le da cierta fuerza narrativa, también lo excluye. Y esa era otra de las características que unía a la gente que estaba allí: la marginalidad.
Parecían animales de redes digitales que recibían ahora el sol pesado del domingo en la cara. Como el bicho que sale del letargo de hibernar. La subjetividad neoliberal que conocimos (la cual no alcanza para explicar el fenómeno Milei), la individual, la que se lleva al conjunto puesto en pos del beneficio de la máxima rentabilidad frente a todas las cosas, se mezcla ahora con esta nueva subjetividad marginal: El sujeto de las redes.
Forjado en otro espacio, en otra dimensión, aparenta estar fuertemente entrelazado generando la ilusión de que existe un convincente lazo social en su “realidad” (el cual ya no existe en el mundo material). Es parte y a la vez no es parte de la sociedad tal cual la conocimos. Es parte porque tiene altos grados de injerencia en ella. No es parte porque se muestra virtual. A diferencia del plano material, en aquel sistema todo está habilitado. Las emocionalidades son desbordantes, como los insultos. Hay permiso para avasallar al otro, vale todo. Allí no hay nada que sea orgánico. Por eso, de tanto en tanto, salen al mundo concreto imitando las lógicas de su sistema.
Todo aquello oculta un maquillaje de inocencia: en el fondo es nada más que aislamiento social. Marginalidad. Lo sé, puedo reconocerla.
Va entonces otro pecado social, del cual David se aprovechó para vencer a Goliat: el aislamiento.

Nos quedamos entonces en el momento en que el resignado festeja su malestar. No hay plata y un adolecido Goliat se odia a sí mismo mientras grita libertad sin el más mínimo rasgo de pensamiento crítico. Crisis educacional, mencionaba en el mientras tanto el presidente electo desde las escalinatas de la institución que aborrece.  
Hay un porcentaje social que nunca creyó en la libertad, entonces a ese slogan lo ve vacío. No porque no quiera creer, motivos para ello le sobran. Más bien porque entiende que la libertad del libre albedrío es imposible, que nunca se estará libre de determinaciones. Entonces ante la idea fantasmagórica de libertad opone liberación, donde comprender cómo son las cadenas que lo atan, de dónde provienen y cómo se ajustan, se parece sí al ejercicio de la libertad. También sabe a su pesar (como dijimos) que, como la felicidad, nunca alcanzará su plenitud. Esa parte de la sociedad aprendió a vivir con eso, aprendió a superar su adolecer. Entendió que la vida primero es enamoramiento adolescente (como la libertad), pero que después es comprensión. Y comprendiendo va. Con la pala en la mano, porque tal vez, lo único que comprendió en realidad, es el “valor” de la pala. Es gracioso: ahora, por el descuido que otorga la confianza, debe bancarse un chiste de la realidad… que un “individuo-red” en medio del zoológico lo mande a agarrar la pala mientras grita libertad.
A aquel grupo social que no se por qué se piensa mayoritario una y otra vez, nunca nadie le dijo que la Argentina iba a estar mejor.
En realidad una vez sí, pero al final le mintieron. Asi que es como lo mismo. No hay plata.

Recorrí en un óvalo la plaza, estaba llena nada más que en un tercio de su magnitud. Pensé en los piedrazos del 2017, desbordaba en aquel entonces. Estas fieras no van a aguantar, le dije en voz baja al aire denso que comenzaba a abombarme. Empecé a pensar en los fideos, entonces decidí que era suficiente show.
Volví a mi casa pensando en que estos años fueron signados por verdades relativas, verdades parceladas como el Estado impotente que tenemos. Hemos puesto cada uno nuestra verdad sobre la mesa, contentos de ese ejercicio de la democracia.
Ahora nos preguntamos si de esa forma no hemos suspendido la lógica misma de la verdad.  Si hay muchas verdades no hay ninguna verdad. ¿Y el hambre? Es una ecuación básica, como cuando decíamos, al descubrir la filosofía, que todo era igual a nada y nos quedábamos como maravillados ante ese manantial de misterio. Ahora nos quedamos maravillados ante el manantial de la incertidumbre. Se parece al misterio, pero no es lo mismo.
Todo esto nos suena porque el gobierno de todos fue gobierno de nada. Como el que mucho abarca y poco aprieta. ¿El hambre no habrá sido la verdad menos relativa de este tiempo, la verdad de las mayorías? No hay plata.
Cuando no hay verdad lo que queda entonces es el ejercicio del poder como poder mismo. El poder -hacer- lo detenta el que lo tiene, y el que lo tiene no lo quiere parcelar (como al Estado), lo quiere tener. Desalambrado, inmenso y ejercido. Para que cumpla su función y no le pase lo mismo que a la verdad diluida.
¿Por qué todo el poder lo tienen los garcas?  A lo mejor porque una parte de la sociedad se acostumbró a la posibilidad de poder. Se parece al poder, pero no es lo mismo.
El pecado del capitán Beto duele como el no nacido.

Mientras me iba se escuchaba la arenga final:
-Viva la libertad.
-Viva
-Viva la libertad.
-Viva
-Viva la libertad.
-Viva.

Yo me fui riendo y cantando una canción de Pappo que dice:
¿A dónde está la libertad? No dejo nunca de pensar.
Quizás la tengan en algún lugar
que tendremos que alcanzar.
No creo que nunca, sí que nunca, no creo que nunca,
la hemos pasado tan mal.

Todos a los botes.
Si hay una nueva figura social debe enseñarnos a no volvernos locos -Salud mental- con aquello que parece concreto.
Todo está en movimiento.



 

 

El enigma Riquelme // Horacio González

El fútbol, como la pintura del Renacimiento, la música barroca o las estatuillas de las misiones jesuíticas, sigue manteniendo una ilusión de arte autónomo a pesar de los poderes que lo ciñen. Las grandes fuerzas económicas y las dinastías empresariales que lo han convertido en un soporte comunicacional y publicitario saben que permanece (y desean que permanezca) el misterio de su trazo esbelto y de su contrapunto burlón. ¿Pero el homo ludens del fútbol no tendrá sus deidades del derroche anuladas por la lógica económica?
El fútbol es el cuerpo del malabarista buscando la perfección de su dúctil bravata. En el alma recóndita de la gambeta se refugia el atávico culto popular al ridículo que hiere al adversario. Porque el fútbol es el más socarrón y dilapidador de los deportes. Por eso, muchos se preguntan si su disciplinamiento por el ágora de capitalismo de las imágenes, por los dioses oportunistas del exitismo y por el lenguaje de los mercaderes no matará el carácter dispendioso de su don. Es un don hecho de la ironía del cuerpo y del dulce rencor del amague.
La “pisada de Riquelme”, enigma y ofrenda ritual del fútbol, puede ser revelación y encubrimiento. Los multitudinarios festejos boquenses, que se recortan sobre las indigencias de un país ensombrecido, pueden ser la sarcástica sustitución que produce el fútbol de los verídicos sufrimientos sociales.
Pero en el primer caso, se puede decir que el fútbol tiene su propio oficio de juglaría. El juglar del fútbol ya sabe que debe mantener sus fintas entre su empaque refinado y su precio de mercado. El candor de Riquelme está troquelado sobre la saga artística y plebeya de Maradona, pero recuerda mitos de callada timidez interiorana. Esa inocencia no nos deja olvidar que “no se saluda con Macri”. Imperturbables diferencias económicas con el hombre que algunos piensan que puede presidir un país. La modestia del héroe recorta astutamente su gracia sobre poderes encumbrados, entre traficantes y capitalistas del arabesco futbolero. De algún modo, Maradona, estridente y caído, exitoso y golpeado, ilimitado en su necedad y lúcido en su penuria, es la mezcla delirante que todo jugador admira y a la vez quiere evitar.
Y en el segundo caso: ¿puede un triunfo de Boca frente al Real Madrid resarcir de la pérdida de YPF o volverles la dignidad a los pueblos desmantelados del interior abandonados por la nueva petrolera española? ¿Ver el rostro digno y serenamente apenado de Figo conjura el padecimiento de los desocupados de Cutral-Có? El fútbol puede demostrar el poder del ángel de las tempestades, que aparece sobre nuestras ciudades destempladas con horario matutino y en día laboral, cambiando las tardes extenuadas del domingo por una irreal cancha de Tokio. Pero nunca deja de atravesar la historia con sus pasiones ilusas, y nunca deja de parecerse a la máscara que anuncia la muerte de la ilusión.

 

Página/12, 2002.

Leer a Lewkowicz hoy // Diego Sztulwark

 Efectivamente, para IL la palabra catástrofe poseía el valor de una categoría-umbral. Expresión umbral porque con ella pasamos de un plano del pensamiento categorial a otro experiencial. Ella cierra el mundo categorial tras de sí. IL clasificaba las crisis según se configuraran como trauma, acontecimiento o catástrofe. El trauma es interferencia, intromisión de un factor disfuncional para la estructura que como tal puede resultar tratable/asimilable. El acontecimiento, en cambio, era el nombre que se le otorgaba a un término nuevo, hasta entonces desleído, que de manera imprevista se imponía a la situación reorganizando sus posibilidades, sustituyendo una estructura vieja por otra nueva. La catástrofe, en cambio, era una suerte de inundación que no admite ni la asimilación del elemento disfuncional (del trauma) ni la emergencia, bajo una lógica sustitutiva, de un nuevo esquema. Lewkowicz quería pensar el estallido como irrupción de un nuevo diagrama de fuerzas -al cual llamaba “era de la fluidez”-, que no dejaba de plantear interrogantes severos acerca de las operaciones de pensamiento necesarias para inventar estrategias o modos de habitar el nuevo espacio/tiempo. Su mirada era la de una historiografía urgida de la actualidad. A ese requerimiento correspondía su principal hallazgo, al que llamó “condiciones de mercado”. La catástrofe destituía toda posición estatal o jurídica capaz de donar priori consistencia a las diversas situaciones. 2001 es la destitución de las condiciones estatales, y el anuncio de que los poderes del capital desbordan toda regulación política. La ética implícita en “Pensar sin estado” no era, pues, politicista sino nietzscheana. Mas que una tesis sobre el Estado, se trataba de llevar a fondo un nuevo capítulo del desfundamento operado por la “muerte de Dios”. En otro texto publicado en simultáneo a Pensar sin Estado, “Condiciones postjurídicas de la ley” (Deseo y ley, Primer Coloquio Internacional; Biblos, Bs-As, 2003), IL definía la “condiciones estatales” -destituidas por la catástrofe- como aquellas en los cuales la potencia jurídica funcionaba por medio de la potencia soberana del Estado como articuladora de la ley simbólica que permite definir aquello que se define como “humanidad” tanto como el conjunto de las reglas sociales. Las condiciones así definidas eran el efecto de una potencia hegemónica (soberanía estatal). La catástrofe -concebida como crisis de esa potencia hegemónica-, no se restringía por tanto una mera crisis de la soberanía estatal, sino que arrasaba junto con ella la capacidad de normar lo social afectando la definición simbólica misma de humanidad. Catástrofe es, por tanto -para IL- el nombre-umbral por el cual ingresamos en un proceso histórico caracterizado por la “destitución de la soberanía del Estado en nombre de los poderes del capital neoliberal”, caracterizados por una “preponderancia absoluta del capital financiero”.

La nueva potencia produce nuevas condiciones para la vida social y para la comprensión de lo humano como tal (lo que permite inscribir a Lewkowicz entre los pensadores de una mutación antropológica). El propio capital muta en la destitución. Ahora es “financiero y virtual” más que “productivo y real”. El capital productivo que “se regulaba por la ley de la ganancia media” es sustituido por el capital financiero que “funciona sobre el imperativo de ganancia infinita”. Este imperativo de infinitud montado sobre unas bases materiales que le proporciona el andamiaje tecnológico de la comunicaciones y la información constituye la dinámica destituyente de la potencia soberana del Estado (en condiciones de mercado los propios estados deben hacer pie en sobre un “substrato fluido”). La destitución es el efecto de la catástrofe. En condiciones de mercado -de fluidez- los términos de la situación ya no poseen ligadura estructural. Toda consistencia deberá ser instaurada y sostenida por prepotencia de la subjetividad. En la reflexión de IL la catástrofe introduce “fluidez” allí donde antes preexistía el “sentido”. La fórmula de la desesperación en la catástrofe bien podría ser, entonces, de orden temporal: “sucesión sin sentido”. Sin tiempo progresivo que garantice la institución, la idea misma de organización roza de modo ineludible la desesperación: la operatoria de la institución debe ser garantizada cada vez.

La fórmula empleada por Lewkowicz tienen resonancias sugerentes: “para perseverar hay que alterarse” (¿no es exactamente la misma fórmula que surge de la lectura sesentiochezca que hace Gilles Deleuze del conatus spinoziano? ¿O no es este “esfuerzo por perseverar en su ser” aquello que ocurre a través de una serie de afecciones que alteran la potencia de existir bien aumentándola o disminuyéndola? Pero lo que en Deleuze se despliega creando sentido -la perspectiva de una multiplicidad constituyente-, en Lewkowicz, por el contrario, se da sobre fondo de la depredación y de un desesperante sin sentido al que hay que arrancar, en lucha agonal, una dosis de subjetividad. Deleuze y Lewkowicz observan dos dimensiones del mismo fenómeno de desborde de lo material por sobre lo jurídico). La catástrofe conduce directamente al Estado de Excepción Permanente.

Aquí IL se roza con autonomismo postobrerista italiano. En particular con Paolo Virno, quien estudia del papel de la nueva composición de la fuerza de trabajo en la constitución de ese desborde/catastrófico permanente. En las condiciones de “fluidez” la excepción “ya no es excepcional”. Si según Schmitt la soberanía consistía en declarar la excepción, IL se preguntaba “qué tipo de poder es el del capital financiero que la impone sin decidirla?” Dos líneas de respuesta vienen a la mente: soberano es en condiciones de mercado quien define los automatismos financieros-comunicacionales (como en Bifo), o es quien puede hacer la guerra (como en Lazaratto). En los primeros años de kirchnerismo el decisionismo político vino a ofrecer una respuesta política provisoria a la exigencia planteada en términos de institución política del autoridad del estado. ¿Cómo pensar con IL en los tiempos que se nos vinieron encima?

Nuestro temor tan puro // Florencia Vivone y Pablo Fernández Rojas

Somos nadie

Multitudinarios

Perdidas

Sin identidad

Timbeandonos la eternidad

 

 

¿Quiénes supieron leer dónde está hoy el pulso de época? ¿Quiénes quedan por fuera?

 

¿Quiénes nos quieren contar que en el odio no hay vitalidad?  ¿Quiénes reprimen nuestro deseo incendiario?

 

¿Quiénes quieren que les pidamos permiso para odiar?  ¿Qué pecado capital nos cabe?

 

¿Quiénes son los verdugos que nos van a señalar? ¿Qué karma vamos a tener que pagar?

 

¿Qué lecturas ya no nos alcanzan? ¿Qué vivencias nos exceden?

 

Odiamos.

 

Nos arrebataron el sentir esta pasión y la posibilidad de pensarla.

 

¿Cuánto miedo se nos juega en habitar nuestro odio? ¿A dónde dejamos de pertenecer al hacerlo y al decirlo?

 

El miedo nos curte. Está lleno de información. Te pone pillo para olfatear por dónde es. Para mirar atrás, cada vez que vivís el barrio, y no regalarte.

 

¿Quiénes nos quieren contar que miedo nunca tuvimos? Si lo vivimos todos los días.


El odio nos electrifica. Es impulso vital. Nuestros cuerpos lo encarnan.

 

¿Dónde caben esas consignas vacías sobre las revoluciones del amor, que no hacen mella ni nos mojan el paladar?

Si nuestro odio está bancarizado gracias a MercadoPago y disciplinado por el Estado..

 

¿Cuánto vale tu odio?

 

Odiamos con todo el cuerpo.

En la calle, en nuestra casas, en nuestras ranchadas.

 

¿Te avergüenza odiar?

La culpa nació cristiana, y ya es de todas.

 

¿Quiénes son nuestros verdugos?

Si de la gira, no hay resurrección posible.

 

Si el odio nos libera y en este agite, estamos todas.

 

Si nos re cabió.  A esta fiesta no nos invitaron por caretas. Por mirarla tanto desde afuera. Por zarparnos de espectadores.

 

Si nos pinta ese agite, que no se encolumna en ninguna bandera, en ningún himno, pero siempre está y nunca deja las calles, los márgenes, la noche y los antros.

 

Este infierno está encantador.

 

mientras escribimos, nos vamos destruyendo un poco más.

 

¿Quién pone la otra mejilla?  ¿Quién está para esa?

 

No hay nada en qué creer, sólo en el odio, cuando Papa todas las noches se acuesta en nuestra cama. Y mamá sabe sobre la Sagrada familia y nosotras también.

 

¿Qué nos quieren venir a contar, a decir cómo cuidarnos? Si las pibas saben que en este mundo sobran adultos, recetas, protocolos y Verdades.

 

De qué amor hablan, cuando la AHU nunca alcanzó y estas sola con los pibes, pero las instituciones tienen tu número y te llaman a vos, y te exigen a vos, y te reclaman a vos, para que cumplas con tu deber ser buena madre.

Qué amor cabe, si somos nosotros los que conocemos el verdugueo, por portación de nuestros cuerpos. Si a nosotros nos para el jefe de calle, o el gendarme que esté de turno, cuatro veces en el día, y esas ganas de ser nosotros los verdugos, aunque sea una vez, se nos hace carne todos los días.

 

¿Qué amor?, si en estas fiestas queremos la guita para estrenar todo lo nuevo que compramos.

 

¿A quienes les cabió la culpa y la moral del, entonces, Ahora 12 cuotas sin interés? El que ahora es mi Mercado Credito usurero que nos permite la gira. 

 

Consumimos porque nos cabe. Festejamos porque les duele, y resistimos porque odiamos. 

 

Quiero odiar este domingo y quiero permitirme odiar siempre.

Transitar esta pasión, habitarla y hacerla cuerpo. Odiar por ser unos giles. Por saber que hay fiesta y no somos parte. Porque se zarpan en regocijarse en consignas que sólo son para ustedes.

No queremos consuelo ni ser las mejores conteniendo, abrazando y sosteniendo.

Porque sabemos que el uniforme le cabe a todo aquel que nos reprime la liberación que del odio emerge. La pasión que no se disciplina, que destruye y que rompe.

 

Que amplía los márgenes de la libertad.

 

 

Escribimos y ya no sabemos quienes somos. Solo el odio que portamos.

 

 

 

 

 

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