Anarquía Coronada

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Entrevista al Colectivo Situaciones (Octubre 2005) // Sandro Mezzadra

De regreso a Buenos Aires en el mes de octubre, después de más de un año, la impresión ha sido desconcertante. Por un lado, son evidentes las señales de una reactivación económica, de un relance del consumo, de la presencia de una clase media que recupera seguridad y que vuelve a imprimir el signo de sus estilos de vida sobre la cotidianeidad de muchos barrios centrales de la capital argentina. Al mismo tiempo, octubre es un mes electoral, y la política –en su expresión mayormente visible por lo menos– parece reducirse nuevamente a la dimensión institucional y representativa. Es realmente difícil, recorriendo las calles de la ciudad, hallar los rastros –evidentes hasta el pasado año– de la gran explosión de creatividad colectiva determinada por el desarrollo de los movimientos luego de la insurrección del 19 y 20 diciembre de 2001. El mismo debate político parece haberse extraviado en aquella temporada, y vuelve a focalizarse sobre las anomalías del sistema político argentino, irreductible al bipolarismo de impronta «europea» que muchos propusieron como la única solución para los problemas del país. Vuelven a la mente el final de los años `90, la discusión que acompañó los orígenes de la experiencia (verdaderamente fracasada) de la Alianza de De la Rúa.

Por otro lado, es suficiente andar por el centro de la ciudad, moverse un poco en el devastado conurbano bonaerense, para verificar cuán poco han cambiado las condiciones de vida de una parte realmente grande de la población. Allí continúan –y son práctica cotidiana–, por ejemplo, las ocupaciones de tierras para construir nuevas casas, que han representado en estos años la principal forma de desarrollo del tejido metropolitano. Pero lo que a uno se le presenta aquí es, más en general, una sociabilidad realmente irreductible a las retóricas dominantes. No obstante –hablando con los compañeros que han sido protagonistas en estos años de las más extraordinarias experiencias de los movimientos desarrollados en torno a esta socialidad–, uno se encuentra con el relato de una fragmentación extrema, de procesos de despolitización que se han desplegado paralelamente a la cooptación de una parte del movimiento en la reconstrucción de aparatos clientelares de mediación social. No faltan las experiencias interesantes, los proyectos, las ideas: pero en general queda la impresión de una melancolía de fondo, que se intenta, tal vez, pensar políticamente. Incluso, las manifestaciones contra Bush en Mar del Plata no han representado un signo de contratendencia en este sentido: más que la riqueza de las experiencias cotidianas que habían caracterizado el desarrollo del movimiento argentino en los pasados años, ahí se expresó un rechazo muy «ideológico» de las políticas de Bush, importante si se quiere, pero de signo distinto respecto de aquel que impresionaba en Argentina hasta hace no mucho tiempo atrás.

Es a partir de esta experiencia de la ciudad que nos encontramos con los compañeros del «Colectivo Situaciones», con el propósito de intentar pensar juntos el desarrollo de estos últimos meses. Y parece lógico tratar de plantear la discusión misma sobre la situación argentina en el marco de una reflexión más amplia sobre aquello que está sucediendo en América Latina.

Sandro Mezzadra: Me parece que podríamos partir de algunas consideraciones sobre la situación general latinoamericana. Es bastante evidente que, sea por una serie de desarrollos internos al continente, sea por la situación global, con los Estados Unidos «distraídos» con la guerra de Irak, se han abierto en los últimos dos años espacios crecientes para una política autónoma latinoamericana. Es más, me parece que se está progresivamente imponiendo la conciencia del hecho de que la dimensión continental juega un papel cada vez más importante en la definición de las políticas internas en los principales países latinoamericanos. Y esto determina una contradicción muy interesante a partir de una retórica política que sigue estando sustancialmente centrada sobre la soberanía nacional.

Colectivo Situaciones: Habría que señalar una consecuencia de algún modo paradojal en la situación que describís. En la medida en que efectivamente se impone la conciencia sobre las potencialidades que se están abriendo en América Latina, al mismo tiempo se hace cada vez más difícil obtener informaciones confiables sobre lo que sucede en los diversos países. En el sentido de que la misma información periodística está cada vez más condicionada por los diversos proyectos políticos que se juegan en el espacio continental, y a menudo el único modo que tenés para conseguir información sobre lo que sucede en un determinado país es ir personalmente. Esta es la razón por la cual en los últimos tiempos hemos comenzado a viajar mucho por América Latina, y en particular hemos hecho dos largos viajes a Bolivia y a México.

De todos modos, es evidente que en los últimos años muchas cosas han cambiado efectivamente en muchos países latinoamericanos. En Uruguay, en Argentina, en Brasil, en Venezuela, en algunos aspectos también en Chile, han llegado al poder, en condiciones diferentes cada caso, fuerzas políticas que habían representado –por largo tiempo– a la oposición, a menudo incluso a la oposición revolucionaria. Esto explica en buena parte el entusiasmo, la excitación que atraviesa el continente, la impresión que muchos tienen de encontrarse frente a una suerte de revival bolivariano… A nosotros nos parece, sin embargo, que sin negar de ningún modo la consistencia de los cambios en curso, es necesario mantener una postura crítica, asumir como problema analítico y político el hiato entre los procesos reales y la retórica que se edifica en torno a ellos. Y es precisamente al interior de este hiato entre los procesos que se sitúa el problema de la información.

Existe, por ejemplo en Argentina, pero no sólo aquí, un crecimiento muy firme de las inversiones de capital latinoamericano, y también un movimientos de gran importancia en torno al tema del petróleo venezolano. Pero de ahí a proponer, como muchos parecen hacer, una redefinición del viejo slogan «los soviet más la electrificación» en la idea del «discurso bolivariano más petróleo venezolano» nos parece, sin embargo, un error… Hay un problema de comprensión de la nueva articulación de la relación entre capital y discurso político en América Latina, y de la inserción de esta nueva articulación dentro de una situación global en transformación, que parece quedar sustancialmente fuera de debate.

SM: Lo que en todo caso me parece cierto es que la situación latinoamericana está caracterizada por una crisis profunda del modelo neoliberal que se había afirmado en los años 90, con una serie de características homogéneas, bajo el signo del llamado «Consenso de Washington». ¿Advierten ustedes, dentro de esta crisis, la emergencia de algunas características comunes de un nuevo modelo latinoamericano?

CS: Nos parece que esa es, efectivamente, la cuestión fundamental a pensar. Pero con una consideración preliminar, para nosotros, muy importante. Cuando se habla de neoliberalismo y de «consenso de Washington», muchas veces tenemos la impresión de que, en el discurso político latinoamericano, se hace referencia a políticas coyunturales impuestas por los Estados Unidos y por los organismos internacionales y, en consecuencia, de lo que se trataría es de sustituir estas políticas por otras de signo contrario, más ligadas a una suerte de autonomía continental. El punto es que el neoliberalismo ha marcado un pasaje irreversible, estructural, en la historia latinoamericana. No es un cambio en la clase política la que va a poder modificar las cosas. En ese sentido, hoy nos hallamos frente a gobiernos «populares» –para usar una categoría que tiene una historia importante en América Latina– que combaten el neoliberalismo partiendo de condiciones estructurales completamente neoliberales.

Este es, entonces, el punto de partida desde el cual nos parece necesario analizar las dificultades de estos gobiernos, ¡y no la «traición» de dirigentes de los movimientos populares una vez llegados poder! Si pensamos el caso de Brasil –que, de algún modo, es la misma experiencia de Kirchner en la Argentina– nos parece justamente ese el problema: nos encontramos frente a gobiernos que están formados dentro de un espacio abierto por la acción de los movimientos y que, sin embargo, no logran llevar a cabo las políticas de redistribución que, incluso, tendrían toda la intención de promover.

Por muchos aspectos –y sin que esto implique nuestra adhesión a ese proyecto– tenemos la impresión de que es el gobierno de Chávez en Venezuela el que tiene mejores posibilidades de llevar a cabo experimentaciones significativas en la búsqueda de una «salida» al neoliberalismo. Y esto tiene que ver, por un lado, con las condiciones políticas en las que la experiencia de Chávez se está desarrollando: el viejo sistema político está literalmente resquebrajado y no existe una oposición creíble en Venezuela. Pero tiene que ver, también, con la importancia del petróleo y con la posibilidad de que, en un futuro próximo, se defina una alianza entre Venezuela y Bolivia precisamente en torno a la gestión de las fuentes energéticas. Creemos que es ésta una variable esencial a tener en cuanta para poder pensar la evolución general de la situación latinoamericana.

SM: Me parece interesante tratar de profundizar en el significado del neoliberalismo como límite estructural en América Latina. ¿Cuáles serían las transformaciones fundamentales que ustedes ligarían a este límite?

CS: Por un lado, está su dimensión más evidente, aquella que tiene que ver con la transformación de la estructura de la propiedad, de las formas de la actividad económica prevaleciente en sectores claves. Pensemos en la situación argentina, donde el sector de los servicios está por entero privatizado. Pero pensemos también en una empresa «estatal» como Petrobras en Brasil, que juega un papel fundamental en las relaciones con Venezuela y con Bolivia, y en la que los capitales privados son ya decisivos respecto de las disposiciones societarias.

Pero, por otro lado, hay algo más y, posiblemente, más importante: el hecho de que la desarticulación de la clase obrera tradicional ha ocasionado procesos de marginalización y de informalización que han implicado y redefinido en profundidad la vida de una cantidad enorme de personas en América Latina. Esta es, sin duda, una realidad que tiene sus orígenes en las políticas neoliberales, pero que a esta altura tiene una dinámica autónoma. Y esto ha determinado problemas gigantescos, al mismo tiempo que ha nutrido prácticas sociales y formas de vida imposibles de «resolver» de un día para el otro. Este nos parece el problema fundamental hoy en América Latina, pero es el problema que queda totalmente afuera de la experiencia de las políticas de los gobiernos «populares». La gestión de la vida de estas enormes masas de población se define en el cruce entre la acción de organizaciones criminales, formas biopolíticas de control –a menudo violentísimas– y modalidades de autogobierno profundamente ambivalentes. En esta situación, por un lado legalidad e ilegalidad tienden a indeterminarse, mientras que, por otro, es precisamente esta población la que representa en América Latina el ejemplo más próximo de lo que en Italia se define como «multitud»: nos encontramos frente a modalidades de reproducción de la vida cotidiana por completo más allá de la forma nacional y «popular» clásica.

Pero que quede claro: es este mismo sector de la población el que ha forjado los movimientos más significativos e innovadores de los últimos años, el que ha producido las rupturas que, en cierto modo, han hecho posibles experiencias de gobiernos de nuevo tipo. Sin embargo, no es este sector de población la base social sobre la que estos gobiernos se apoyan, al tiempo que estos últimos no parecen haber desarrollado hipótesis políticas de relación con el sector de población del que estamos hablando que vayan más allá de la conjugación de clientelismo y retóricas de seguridad como forma de gestión de una fuerza de trabajo que se reproduce sobre la frontera entre inclusión y exclusión.

Es frente a esta realidad que las retóricas construidas sobre la idea de que es posible relanzar modelos de integración por medio del Estado –como el que en Argentina se experimentó con una cierta eficacia por ejemplo en la primera década peronista, luego de la segunda guerra mundial– nos parecen grotescas. Cuanto menos, nos parece que el peso de la prueba recae sobre aquellos que utilizan esta retórica, mientras se parte de la idea de que la posibilidad de la que hablábamos se da en los hechos. Y al mismo tiempo, si algún político contara con un mínimo de sinceridad acerca de cuáles son los métodos con los que organiza su apoyo electoral en un barrio cualquiera del conurbano de Buenos Aires… ¡sin duda debería dejar la política de un día para el otro!

De cualquier modo, en la situación actual se está reproduciendo lo que podríamos llamar el lado biopolítico del neoliberalismo de los años 90. Y esto sucede en una situación muy compleja desde el punto de vista «geopolítico». Por ejemplo, desde el punto de vista de los Estados Unidos, la simple estabilidad de países como Brasil y Argentina representa una garantía respecto de los posibles desarrollos imprevistos, como podría ser el caso de la situación en Bolivia. En ese sentido, las retóricas estilo años 70 de un gobierno como el de Kirchner bien podrían ser aceptadas como el precio que vale la pena pagar frente a semejante garantía. Sin contar que, mientras el proceso de integración al que apuntaban los estadounidenses bajo el signo del ALCA está efectivamente fracasando como proceso multilateral, se multiplican los acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y los distintos países estableciendo condiciones para una profundización del neoliberalismo.

En suma, la crisis del «Consenso de Washington», por diversos aspectos, es una crisis relativa, e incluso, tal vez sea más una crisis de crecimiento que una verdadera crisis de transformación. Si miramos la historia del neoliberalismo en América Latina, reconociendo su origen en las dictaduras militares de los años 70 en Chile y Argentina, encontramos otros momentos de crisis en su desarrollo, tantos que se podría describir este último en términos cíclicos, de stop and go, como dicen algunos economistas.

SM: Me parece, sin embargo, que la situación actual está marcada por elementos de novedad muy significativos. A partir del hecho, evidentemente decisivo desde sus puntos de vista, de que la crisis del neoliberalismo está determinada entre otras cosas por el desarrollo de movimientos extremadamente radicales que son producto de las condiciones estructurales mismas generadas por el neoliberalismo.

CS: Sí, sin duda eso es verdad, y se refleja si querés en la distinta determinación con que un gobierno como el de Kirchner gestiona las tratativas con el Fondo Monetario Internacional o con empresas extranjeras que operan en el país en el sector de los servicios. Hay que tener en cuenta, luego, el hecho de que –siempre pensando en el caso argentino– el gobierno puede jugar sobre la ventaja competitiva garantizada por la devaluación del peso. Esto le permite, efectivamente, apuntar a la producción de un bloque social que apoya al gobierno significativamente distinto de aquel que, por ejemplo, apoyó a Menem en los años 90. De cualquier modo se podría decir que Kirchner es exitoso incluso a través del margen de maniobra obtenido desde el fin de la paridad entre el peso y el dólar, lo que le garantizó cierta dinámica de crecimiento económico, de relance del consumo, que le ha permitido al Estado recuperar a aquellos sectores de clase media que habían representado un componente muy importante de la revuelta de diciembre de 2001, participando, sobre todo, de las experiencias de asambleas barriales. No es, entonces, un casualidad que estas experiencias –entre las nacidas después del 2001– hayan sido las primeras en entrar en crisis.

Por otro lado, hay otro aspecto que muestra la persistencia de la revuelta de diciembre en las políticas de Kirchner. El gobierno actual es un gobierno que no puede, si no al precio de poner inmediatamente en discusión su legitimidad, adoptar medidas represivas contra las movilizaciones sociales. Y alrededor de esta imposibilidad se está, por un lado, organizando una oposición de derecha que hoy no tiene la fuerza de imponer sus soluciones, pero que en el futuro puede jugar un papel importante. Mientras que, por otra parte, la postura del gobierno termina por difundir una sensación general de inseguridad que conduce a cada vez más ciudadanos a dirigirse hacia agencias de vigilancia privada para resolver los problemas de su «seguridad» cotidiana. Con el resultado de que la economía privada de la seguridad está asumiendo dimensiones verdaderamente gigantes, y constituye un elemento cada vez más condicionante de la cotidianeidad.

También aquí vemos cómo los discursos avanzan en un sentido y los procesos reales en otro. Y no se trata, sobre esto queremos ser claros, de manipulación retórica de la realidad, de «demagogia»: esta disparidad de la que estamos hablando entre discursos y procesos se ha reproducido de forma continua a lo largo de estos años en los mismos movimientos sociales, constituye un elemento estructural de la situación en la que nos encontramos. Pero estamos seguros de que mientras no haya una nueva emergencia de movimientos capaces de poner directamente en cuestión los procesos mismos, será muy difícil producir una verdadera ruptura en la situación política de un país como la Argentina.

El tema es que un gobierno como el de Kirchner, el primero que reconoce abiertamente el rol fundamental de los movimientos sociales, los ha colocado, desde el principio, en una posición muy tradicional, asignando a los movimientos un rol muy clásico de elaborar demandas a las que luego sólo el sistema político puede dar una respuesta. La dimensión constructiva, el potencial de invención de soluciones, de formas de vida, incluso de nuevas instituciones sociales, que ha caracterizado a los movimientos de los últimos años ha sido desde el inicio cancelado por las políticas de Kirchner. Reconocimiento mediático y cooptación hacia el interior de clásicas modalidades clientelares: ésta ha sido la «oferta» de Kirchner a los movimientos. Y estos últimos no han estado a la altura de sustraerse a la fuerza de dicha oferta: la única alternativa ha sido la marginalidad; no ha habido, y lo decimos también en sentido autocrítico, capacidad de profundizar, de consolidar, el potencial constructivo de la autonomía. Un «realismo» de la autonomía: es éste el problema fundamental –y la tarea– que derivamos del desarrollo de los movimientos y de nuestras mismas prácticas de los últimos años.

Desde este punto de vista, nos ha parecido muy interesante lo que hemos visto y sentido en Bolivia, donde a la vigilia de las elecciones es muy difuso el panorama, tanto que incluso un dirigente «popular» tan autorizado como Evo Morales, una vez llegado eventualmente al poder, podría acabar por proponer a los movimientos una «oferta» muy similar a la de Kirchner.

SM: Probemos de experimentar, entonces, lo que llaman realismo de la autonomía aplicándolo al análisis de la situación boliviana. Han estado hace un tiempo un mes en Bolivia, se han encontrado con exponentes de las diversas realidades en movimiento de ese país y están actualmente comprometidos con una serie de proyectos editoriales muy interesantes, que tienen, entre otros, el objetivo de consolidar las relaciones que han emprendido en el curso del viaje…

CS: Bueno, lo que en mayor medida nos ha impresionado de Bolivia ha sido precisamente el hecho de que el principio de autonomía, la construcción de una red alternativa de relaciones sociales, tiene una base material mucho más amplia de la que jamás ha tenido la Argentina, incluso luego de la insurrección de diciembre de 2001. Por las condiciones particulares de Bolivia, por el peso de la cuestión indígena y por la herencia del colonialismo, esta red alternativa de relaciones sociales se constituye explícitamente contra el principio del Estado–nación. Y esto crea una tensión permanente con hipótesis políticas que, como la de Evo Morales, asumen al Estado como punto de referencia. Es evidente que no se trata de hacer una apología acrítica de esta red alternativa de relaciones sociales. Es muy difusa, en los movimientos bolivianos, una ideología comunitaria que tiene algunos ribetes horrorosos, como la idea de una justicia comunitaria que no se hace problema alguno al considerar la pena de muerte como una sanción «natural» para toda serie de comportamientos «desviados». Es la razón por la cual hemos encontrado muy interesante las posiciones de un colectivo feminista como «Mujeres Creando» –del cual hemos publicado una serie de textos (La Virgen de los Deseos, Tinta Limón, 2005)–: la crítica al fundamento patriarcal de las relaciones comunitarias nos parece muy interesante precisamente por las características específicas de los movimientos bolivianos.

Y aún el problema persiste: Bolivia es hoy un gigantesco laboratorio, en el que movimientos heterogéneos están materialmente produciendo modos de vida, formas de cooperación, modelos económicos alternativos respecto de aquellos que se inscriben en los marcos del Estado nacional, con sus códigos de funcionamiento centrados en torno de las instituciones representativas. La producción de hipótesis políticas capaces de aprehender esta realidad es de una urgencia absoluta…

SM: Me parece que aquí se sitúa un problema de ninguna manera secundario. Si observamos la realidad latinoamericana de estos últimos años –a la Argentina o a Brasil, por ejemplo– aquello que emerge más claramente es que llegado a cierto punto, en presencia de movimientos radicales y extraordinariamente innovadores, el sistema político termina por reconquistar la centralidad que parecía haber perdido precisamente a través del momento fundante de la lógica representativa: las elecciones. No es que la situación sea muy distinta, desde este punto de vista, en Italia… ¿Creen que en Bolivia pueda suceder algo similar con las elecciones de diciembre?

CS: Por el momento lo que nos parece necesario decir respecto de la situación latinoamericana es que el problema que estás señalando no conduce a la desaparición de los movimientos. La recuperación de la centralidad por parte del sistema político –hecho que se podría ver con claridad, por ejemplo, en la Argentina desde la elección de Kirchner a la presidencia– cambia las condiciones de expresión y de representación de los movimientos, introduce dificultades imprevistas, pero no cancela su presencia y su potencia. Esto, estamos seguros, vale tanto más para una situación como la boliviana, en la que, como decíamos, los movimientos tienen una radicalidad y una extensión extraordinaria. Y, más en general, creemos que la producción de movimientos sociales autónomos es ya una característica estructural de la situación latinoamericana que el mismo sistema político, a mediano plazo, está forzado a tener en cuenta.

SM: Es, después de todo, una valoración que se puede leer a contraluz en la Sexta Declaración de los zapatistas. Luego de haber estado en Bolivia, hicieron otro importante viaje precisamente a México. Han estado tanto en Chiapas como en la Ciudad de México. ¿Qué impresión tienen de la Sexta Declaración del EZLN y del debate que ha originado?

CS: Tenemos la impresión de que la Sexta Declaración del EZLN tiene una importancia política fundamental en un contexto mexicano y continental caracterizado por un cierto desplazamiento de la dinámica desde los movimientos hacia los gobiernos.

A nivel nacional, la situación es muy compleja, y vale la pena recapitular algunos elementos fundamentales de esta complejidad. A partir de 1988, México fue atravesado por grandes movimientos de democratización. No obstante, el PRI logra controlar la situación hasta fines de los años 90. En este proceso, la insurrección de los zapatistas en enero del 94 –con el ataque al NAFTA y al gobierno de Salinas– representó un duro golpe para ese modo completamente autoritario y neoliberal de gobernar. Pero cuando el PRI pierde finalmente las elecciones, quien se aprovecha de una dinámica electoral de ninguna manera límpida, no es el PRD y su candidato Cárdenas, sino el PAN, el partido conservador y ultra-liberal de Vicente Fox.

En esos años el zapatismo desarrolló una larga lucha por los derechos indígenas y populares, elaborando reivindicaciones que han sido ignoradas por el conjunto del sistema político, por los tres poderes del Estado y por los tres grandes partidos nacionales. Pero estas luchas han generado, de todos modos, fuertes movilizaciones, es decir, han conducido a un proceso de renovada politización en México.

Sin embargo, luego de la absoluta falta de reconocimiento por parte de poder de los acuerdos de San Andrés (firmados por Zedillo, presiente del PRI), el EZLN optó por un largo silencio. Fue en este periodo que el zapatismo elaboró una forma original de autogobierno en las comunidades: las llamadas «Juntas de Buen Gobierno».

No se trata solamente de autogobierno comunitario –que tiene una larga tradición–, ni de una superposición entre estructuras de autogobierno y estructuras administrativas oficiales: es, más bien, un intento por organizar a nivel regional la autonomía, dando vida a un coordinación de municipios libres. Las «Juntas de Buen Gobierno» administran cuestiones de justicia, de tierras, de salud, de educación en grandes territorios. Y están formadas por miembros de todos los municipios autónomos. Su sede son los llamados «Caracoles», cinco en todo el territorio zapatista de Chiapas. Es allí que se recibe a la gente que se acerca al zapatismo, que se evalúan los proyectos, etc. Este autogobierno regional realiza la síntesis del poder ejercido en el territorio zapatista. Cuando estuvimos en Chiapas pudimos constatar los niveles de efectiva autonomía respecto del Estado. En terrenos como la salud, la justicia y la educación, es verdaderamente impresionante lo que los zapatistas han logrado producir, situándose directamente en competencia con el Estado, incluso frente a poblaciones que sin ser zapatistas se acercan a las Juntas o a esos hospitales para usar sus servicios.

Mientras tanto, el sistema político mexicano prepara las elecciones nacionales para mediados del 2006. La pelea será entre López Obrador, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y candidato del PRD y Madrazo, el candidato del PRI que cuenta con grandes recursos y estructuras, y que representa la continuidad de la cultura clientelar y mafiosa que ha gobernado México por décadas.

Hace unos meses atrás, hubo una tentativa de la justicia mexicana para impedir que López Obrador se candidatease a la presidencia. Y esto fue seguido por una extraordinaria movilización a la Ciudad de México de la que han participado millones de personas. También los zapatistas han apoyado esta movilización, haciendo sin embargo una distinción: lo que sostenían era la posibilidad de que López Obrador participara en las elecciones, no su candidatura. No es difícil comprender las razones del apoyo de los zapatistas a la movilización a la Ciudad de México, dado que en la plaza se encontraban muchos de los se habían movilizado en los años anteriores contra la guerra en Chiapas y a favor de los mismos zapatistas. La crisis concluyó con la admisión de López Obrador a las elecciones presidenciales, pero al mismo tiempo con una apelación de este último a la gente para que regrese a sus casas.

A partir de ese momento las cosas habrían vuelto a su marcha habitual: una fase de pre–campaña electoral y de realineamiento de las fuerzas, y luego el inicio de la campaña electoral propiamente. Entre una cosa y la otra, habría sido un año entero de congelamiento de cualquier iniciativa que no pasase a través de la mediación del sistema político.

Es en este contexto que se inscribe la iniciativa zapatista. Primero, con la declaración de una «alerta roja» y, luego, con la publicación de una serie de comunicados que en su conjunto componen la Sexta Declaración. Ya muchos compañeros, incluso también muchos analistas políticos, han puesto en evidencia la complejidad de la Sexta Declaración. Brevemente: se trata de un documento que describe la situación política actual atacando a López Obrador como candidato de Washington, acusándolo entre otras cosas de haber formado su lista electoral con reconocidos enemigos del zapatismo que se fueron pasando del PRI al PRD. La Sexta Declaración define al neoliberalismo como una guerra real, e insiste sobre el hecho de que el PRD no va a modificarlo ni va a poner en discusión sus líneas de fondo. Al contrario, como de algún modo anuncian los paramilitares de Zinacatán (antizapatistas y al mismo tiempo encuadrados en el PRD), el PRD atacaría, incluso militarmente, movimientos como el zapatista. La Sexta Declaración continua recordando cómo el conjunto del sistema político, incluido el PRD, se había enfrentado a la reivindicación de los derechos indígenas, y anuncia una iniciativa política.

En otro nivel, la Declaración reconoce las luchas actuales y las resistencias en América Latina, y se inscribe ella misma en este contexto, así como a nivel internacional se identifica en la resistencia global al capitalismo. En la Declaración hay también un balance del desarrollo del zapatismo: por un lado se reconoce que los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno han sido las iniciativas más importantes del último periodo; por el otro, se insiste en el hecho de que el EZLN es un ejército de liberación nacional, que no puede replegarse sobre un territorio para gestionar una autonomía local. De ahí, a partir de un proceso de consulta en las comunidades, surge una nueva iniciativa política dirigida tanto a aquellos que encuentran entre los «perdedores» del neoliberalismo como a aquellos que se identifican con una izquierda determinada. La idea es hacer un recorrido por el país, escuchar experiencias, ver realidades en evolución e intentar afirmar un programa de lucha nacional y de lanzar una «contra–campaña» con capacidad de desarrollar una presencia política hacia el interior del escenario electoral. Los zapatistas, para ello, han convocado a una serie de reuniones y asambleas en Chiapas, precisando que para ellos no se trata ni de construir un partido ni de participar de las elecciones ni, muchos menos, de apoyar a López Obrador.

A nivel continental, sobre la base de lo que habíamos dicho anteriormente, podemos agregar que la importancia de la Sexta Declaración consiste en el reconocimiento por parte del zapatismo de su participación en procesos abiertos de lucha en varios puntos del continente, pero también en el hecho de que esta participación consolida una perspectiva autónoma. En otras palabras, no se trata de construir procesos de unificación de las luchas por arriba, sino de reforzar la perspectiva y las experiencias de autogobierno, de alimentar las experiencias comunitarias.

Nuestra valoración general de la Sexta Declaración zapatista se podría resumir, entonces, en dos puntos. Por un lado, en una gran expectativa frente al simple hecho de que sea elevada una voz que reivindica una política hecha desde la base, una voz autónoma capaz de marcar un límite respecto a un tipo de política de gobierno –en crecimiento a nivel continental– que recupera reivindicaciones y temas de los movimientos aún cuando debilita sus las posibilidades concretas de organización y movilización. Se trata, sin duda, de una iniciativa muy audaz, y es difícil imaginar también el tipo de respuesta que los movimientos mexicanos darán a esta iniciativa. Pero miramos el proceso con un interés particular. Por otro lado, lo seguimos no sin una cierta preocupación, preguntándonos qué sucedería si el proceso mismo fuese bloqueado por la represión o por algún tipo de fracaso político: ya muchas veces el sistema político ha hecho oídos sordos a las demandas de los zapatistas, y en Chiapas persiste una alto nivel de militarización.

SM: Volvamos, para terminar, a la Argentina. ¿Qué perspectivas ven para el desarrollo de la situación política general y para los movimientos? Pero sobre todo: en estos años su trabajo de investigación militante dentro de los movimientos ha producido un cierto modo de entender la práctica política. ¿Qué tipo de reflexiones están haciendo a propósito de esto en las nuevas condiciones en que se ven obligados a actuar?

CS: Para nosotros se ha tratado, en estos últimos años, de desarrollar una práctica de investigación militante que supiese unificar lo que había permanecido demasiado tiempo separado: una investigación que supiese determinar la elaboración de las experiencias de ciertos movimientos haciéndola más «cercana» a los movimientos mismos de lo que hasta ahora han hecho los investigadores académicos o los militantes políticos clásicos. Los primeros para adecuarse a los estándares universitarios, los segundos para hacer prevalecer siempre su línea política.

Es claro que nuestro trabajo no puede permanecer indiferente al modo en que los movimientos se están transformando y que hoy, sobre la base de las experiencias realizadas, se trata de diversificar y articular una serie de iniciativas que valoricen los resultados del trabajo de estos años. Por un lado, no podríamos imaginar una práctica intelectual y política desligada de las condiciones reales producidas por los movimientos, de sus prácticas, de sus búsquedas, de sus inquietudes. Por otra parte, hemos experimentado un periodo de gran productividad política e intelectual. Entre el 2001 y el 2003, en Argentina se han hecho y dicho muchas cosas que de algún modo han modificado la cultura política del país. Hemos sido muchos, con diversos estilos, los que participamos de esta elaboración y difundimos estos lenguajes.

Ahora, esta elaboración se ha vuelto más subterránea. Más allá de explosiones esporádicas, que se producen en realidad muy frecuentemente, los movimientos que han sido protagonistas de las luchas hasta el 2003 se han comprometido con un proceso, muy rico, de análisis y valoración, de cierto modo «introspectivo». Estamos pues en una situación un poco paradójica, en que por una parte tenemos la apariencia de un reflujo considerable, mientras por otra percibimos que se están elaborando las bases de una nueva productividad, reflexionando acerca de lo que se ha hecho y buscando determinar los límites para poder seguir. De parte nuestra, estamos recalibrando la práctica de los seminarios al interior de los movimientos, que ha representado un aspecto esencial de nuestro trabajo de estos años, precisamente sobre este nivel.

Por cierto, las luchas entre el 2001 y el 2003 han consumido una enorme energía, nos han dejado a todos por decirlo de algún modo exhaustos. Pero por otra parte hay una serie de nuevos elementos, definidos también por el eco de nuevas luchas en otros países latinoamericanos, provenientes del desarrollo de una serie de resistencias y explosiones sociales continuamente reproducidas en los últimos dos años y que se ligan al modo en que se gestionan las condiciones de vida de la población: desde las revueltas contra las empresas ferroviarias privatizadas, los movimientos estudiantiles por las condiciones edilicias, hasta la recomposición de luchas salariales.

Es claro que estas nuevas dinámicas han requerido una nueva atención por parte nuestra, y estamos a la búsqueda de modos de participar en este proceso. Desde este punto de vista, la iniciativa más importante que hemos desarrollado fue la fundación de una editorial, «Tinta Limón» (www.tintalimonediciones.org). Sus objetivos fundamentales son introducir en la dinámica actual enunciados, reflexiones teóricas que puedan entrar en resonancia con la elaboración que se produce al interior de las luchas locales pero, al mismo tiempo, actuar de modo que desde el interior de estas luchas y de estas experiencias la reflexión y el debate puedan traducirse en textos políticos.

Publicado en IL Manifesto, Roma, octubre de 2005.

 

 

Preguntas para compartir (A propósito de la desaparición de Julio López) (23/10/2006) // Colectivo Situaciones

  1. ¿Qué significado otorgarle a la desaparición de Julio López? ¿Cambió algo luego de este suceso siniestro?

 Si comenzar una reflexión con preguntas se ha vuelto ya una costumbre es porque la desorientación radical es el punto de partida de cualquier preocupación –y quizás también de cualquier intervención– política.

  1. La desaparición de López no es un hecho aislado.

 El conjunto de amenazas y de operaciones de intimidación –algunas de las cuales no se han hecho públicas– a quienes participan activamente en los juicios contra los involucrados en la represión dictatorial ofrece un primer marco explícito. No se trata sólo del significado simbólico que conllevan estos avances judiciales como realización del histórico reclamo de los organismos de derechos humanos. Está en juego también la novedad de que los señalados esta vez sean los cuadros medios ejecutores de las políticas genocidas, los que gestionaron los campos de detención y tortura e integraron las bandas operativas: caras y nombres que han guardado cierto anonimato y que por lo mismo poseen hoy mayor efectividad que los altos mandos de la dictadura. Es precisamente su inserción en los aparatos de seguridad –tanto estatales como privados– lo que les permite reaccionar con eficacia.

 Pero la desaparición de López no puede ser aislada de otras dimensiones de la realidad. La reanimación de las tendencias sociales más reaccionarias, elitistas y excluyentes encuentra en el boicot a los juicios una oportunidad para re-articularse e intentar ganar terreno político. Guardando las diferencias de escala y de contexto, diversas estrategias de desestabilización buscan detener hoy el avance de la voluntad democratizadora que emana de las luchas de todo el continente: ya sea a través de políticas abiertamente golpistas como en Bolivia y Venezuela o de campañas ultra agresivas para recuperar capacidad de maniobra como en Brasil, o combinando efectivos fraudes electorales con una represión feroz, como en México.

Entre nosotros, si bien las derechas no están ausentes del propio aparato de estado, su ofensiva actual no parece destinada sólo a ganar presencia en el gobierno. Procura, sobre todo, bloquear las políticas más democráticas (como las de derechos humanos) y fortalecer el control sobre la situación social. Incapaces por el momento de elaborar alternativas enteramente propias, recurren con desesperación a su histórico repertorio de recursos, procedimientos y retóricas –“mirar al futuro”, “combatir la inseguridad”, “pacificación”– para recuperar influencia.

 Sin embargo, percibimos dos modos de plantear el problema que se desvían de aquello que nos parece importante resaltar: de un lado, cuando se reduce la discusión a una polémica puramente legal, que se desarrolla en los espacios ya consagrados a los derechos humanos; por otra parte, cuando se subsume todo a la división entre oficialistas y opositores. En ambos casos se pierde de vista lo principal: la posibilidad de un retroceso efectivo de las luchas sociales que cambiaron en los últimos años nuestra realidad política. La construcción de la condena social a un tipo de ejercicio del poder intolerable tanto por su forma como por su contenido no puede aislarse o reducirse al reclamo sectorial de familiares, víctimas o excombatientes, pues constituye un componente fundamental e interior a las luchas sociales que lograron replantear la cuestión general de la justicia.

  1. ¿Cómo se presenta este retroceso?

 Como el desmoronamiento de un “final feliz”, en el que la justicia institucional y el reconocimiento oficial coronaban la ardua labor de aquellas luchas por la memoria, decretando la superación de toda complicidad colectiva con respecto al genocidio. La facilidad con que las operaciones clandestinas de los últimos días consiguieron desactivar esta escena desmiente la ilusión de un final definitivo y justo, pues señala precisamente la impotencia de las instituciones estatales para inscribir, sostener y garantizar por sí mismas las conquistas sociales. El retorno de razonamientos perversos y de las miradas más torvas son índices inquietantes de lo ingenuo que resulta querer dar por cerrado lo que constituye un asunto más complejo.

Así, ha quedado al desnudo la torpeza de un gobierno que suele apelar al pasado de un modo estrechamente retórico, aislándolo de las dinámicas actuales con las que inevitablemente aquellos recuerdos se articulan. Por el contrario, las luchas de la memoria se desarrollan en múltiples niveles y se entrelazan con los más variados movimientos anti-represivos. Es en el vínculo con las resistencias al “gatillo fácil”, a la violencia doméstica, al trabajo esclavo y el racismo con los migrantes; en la apertura a dinámicas que desafían los códigos que reglan la convivencia urbana y la gestión estatal de la pobreza; en el encuentro con las luchas que consiguen politizar “tragedias” como la de Cromañón o cuestionar formas de “desarrollo” esencialmente destructivas de los recursos comunes… donde aquellas modalidades de la memoria se encarnan, se enriquecen y contribuyen a un proceso de democratización real de la existencia. Esta multiplicidad y esta actualidad es la que se inhibe cuando se convierte cada conflicto en la teatralización simbólica de una polarización rígida, montada sobre un exacerbado protagonismo gubernamental.

El golpe que implica la desaparición de López es más doloroso aún en tanto sorprende a un cuerpo social que ya no esperaba sucesos como éstos. Lo que parecía una discusión socialmente saldada, un balance colectivo, un piso común alcanzado, corre el riesgo de evaporarse. Pero el verdadero riesgo es el de intentar resolver este desgarro apelando a una polarización y un enfrentamiento que ha perdido su vigencia. Para evitar este retroceso en el tiempo, es preciso indagar cómo estas preguntas se vuelven sobre nosotros mismos: ¿cuándo y cómo comenzamos a acomodarnos a esta imagen de “un final feliz”, siendo que jamás habíamos creído en ella? ¿Qué tipo de “pereza” es la que en estos casos nos domina y distrae? ¿Qué tipo de dinámica puede sacudirnos de esta “modorra”?

  1. ¿Por qué nos afecta tanto esta re-polarización?

Precisemos la sensación que nos recorre. Cuando la posibilidad de una solución justa y definitiva al terrorismo de estado se deshace por el resurgir de una polarización que creíamos conjurada, más que ante un retroceso estamos ante el retorno de situaciones y peligros que pertenecen a otras épocas. Esta convivencia de lógicas y temporalidades muy distintas es lo que nos descoloca.

De un lado, al recordar los términos del enfrentamiento pasado la discusión queda encerrada –otra vez– en un escenario ocupado sólo por los involucrados directos. Ya sea que se imagine un arreglo “entre ex–combatientes” o que se acepte una idea de la justicia estrechamente ligada a la reparación de las víctimas.

Por otra parte, la posibilidad cierta de que aquel enfrentamiento político que tuvo lugar en los años setenta sea actualizado amplifica la magnitud del anacronismo, renovando la distancia entre quienes enfatizan la persistencia de una añeja polarización y quienes constatan la discontinuidad de los nuevos problemas y preocupaciones. Los caminos se bifurcan entre quienes sienten que es hora de volver a ocupar sus puestos en el combate y quienes no pueden dejar de percibir que se trata de una contienda que ha perdido sentido. Los primeros parecen pelear contra los fantasmas del pasado y los segundos aseguran que no creen en tales fantasmas, aún si no cesan de mortificar sus noches.

Un presente así escindido pierde el hilo de contemporaneidad que permitiría aprehenderlo. Se trata del estallido de una linealidad del tiempo en la que se supone que lo viejo debe descansar en paz para que lo nuevo pueda progresar. Quizás sea hora de asumir que si hay algo común en nuestra experiencia social es precisamente un pasado que no cesa de reabrise en un presente que no cesa de quebrarse.

  1. Pero, ¿cómo hacer para que la reapertura del “tiempo” no nos traslade literalmente al pasado? ¿Cómo inventar un modo contemporáneo de convivir con ese retorno?

Estos días hemos escuchado que los sucesos presentes traen a la memoria –sin que la elección sea conciente– alternativas que conocimos en décadas anteriores. Así como hubo quienes vivieron el 25 de mayo de 2003 como una segunda asunción de Cámpora, la desaparición de Julio López recrea situaciones como las vividas en los meses previos al golpe militar del 76 –donde las luchas cada vez más se encerraban en los límites de un enfrentamiento entre bandas fascistas y grupos armados–; o como las que siguieron a los juicios a los comandantes que tuvieron lugar en la década del ochenta, en un contexto de plena vigencia de la teoría de los dos demonios, cuando la demanda de justicia de los organismos de derechos humanos fue contestada y maniatada por los levantamientos carapintadas.

Se trata de recuerdos dignos de ser escuchados, en tanto constituyen el anuncio de que estamos en peligro. Y el peligro consiste en el hecho mismo de que la situación se polarice a la vieja usanza. Si esto sucede, lo sabemos por experiencia propia, la degradación puede ser inminente, pues la consigna de «pacificar» puede diseminarse como deseo mayoritario por toda la sociedad. No es sólo, entonces, el resurgir del miedo o la actualidad de aquel terror militar lo que nos preocupa, aunque este último no deje de resonar como antecedente inmediato de las nuevas modalidades represivas. Es sobre todo la despolitización del problema de la justicia, que tan bien expresa la moral cristiana y progresista cuando clama arrepentimiento y reconciliación como condiciones para toda apertura al futuro –reponiendo así una versión débil pero no menos eficaz de la teoría de los demonios.

Sin embargo, instalarnos demasiado en estos recuerdos, adoptarlos como prisma para interpretar lo que sucede, quizás impida entender la singularidad de la situación actual. Si el contexto presente no es de pura amenaza es porque su trasfondo también está tramado por las luchas que plantearon de un modo enteramente nuevo la cuestión de la memoria y la justicia. Es en esta otra fuente de recuerdos -opuesta a la de los fantasmas que aterrorizan– dónde quizás encontremos la inspiración para eludir, atravesar o conjurar esta vez el peligro, resistiendo la despolitización que implica reducir esta multiplicidad a un esquema de enfrentamiento simple.

  1. ¿Se puede condenar y saldar cuentas con las lógicas genocidas del pasado desde un hoy tramado por formas de poder que han heredado mucho de aquellas, incluyendo buena parte de su “personal”?

Si la desaparición de Julio López nos descoloca no es sólo por su forma –que de por sí no hemos olvidado– sino por el tipo de actualidad que adopta esa forma en un contexto presente que queríamos imaginar evolucionado, maduro. Lo que desorienta no es tanto lo inusitado del suceso como el hecho de que aquello que suponíamos excepcional –porque históricamente situado– se vuelve posibilidad latente en todo tiempo y lugar. En el mismo sentido, se trata de algo siniestro: es precisamente el ejercicio tenaz de una memoria densa –y no su déficit– el que nos muestra, como su reverso tétrico, el mal que pretende conjurarse.

Sólo asumiendo que esta oscilación es la condición más íntima de un presente quebrado se podrá resistir el miedo y revertir la impotencia. Porque lo que trágicamente nos recuerda todo esto es que la justicia es algo más complejo y evanescente que las sentencias de los jueces y las hegemonías de turno. Y esto es más verdadero hoy precisamente porque aplaudimos y apoyamos esas sentencias y nos vemos representados en ciertos aspectos que han sido reconocidos y asumidos por el gobierno actual.

La singularidad de la situación nos obliga a combinar planos diferentes en un mismo momento: al mismo tiempo que corroboramos que no hay una justicia definitiva, apoyamos como nunca –con la continuidad de los juicios– estos momentos provisorios. En el preciso instante en que vemos con toda claridad que lo político no se resuelve en decidir si “apoyar” u “oponerse” a los gobiernos, comprendemos lo necesario que resulta la continuidad e incluso la profundización de la política actual de derechos humanos.

Quizás haya sido el escrache la práctica que mejor entendió que la justicia es todo lo contrario de un final feliz, precisamente porque encontró el modo de convivir con el “mal” sin la más mínima concesión hacia él. Lejos de desaparecer, los torturadores siguen viviendo en los barrios, trabajando en agencias de seguridad, desarrollando su guerra contra “la pobreza” y “la inseguridad”. Paralelamente, quienes pensaron, legitimaron y explicaron el terrorismo de estado se esfuerzan en identificar a los “nuevos demonios”, definiendo sus rasgos actuales, instigando las nuevas cacerías.

Conviene entonces recobrar aquella pista: porque asumimos que la justicia es algo que no se resuelve de una vez y para siempre, porque depende de la construcción cotidiana y del roce permanente con las ambivalencias de nuestra realidad social, es que nos preocupa la polarización. Y es que la polarización nos deja sólo dos alternativas: o bien forzamos la resolución definitiva del problema, llevando al máximo un enfrentamiento que deja mucha realidad afuera –es la película setentista y su reflejo en la izquierda clásica que exige radicalizar esa inercia–; o bien, como suele suceder cuando el antagonismo no se resuelve dialécticamente y más bien se retuerce y pierde el sentido, llega la hora de la reconciliación, que es siempre la de un punto final cínico ajustado al juego de las relaciones de fuerza y a las negociaciones que inevitablemente supone.

Esto no significa en ningún caso restar importancia a los juicios. La cárcel común y efectiva para todo quien estuvo implicado en la represión genocida es un piso mínimo y aún un objetivo que demandará mucho esfuerzo. De hecho, estos ataques fascistas coordinados con una derecha que no duda en aprovecharlos para reorganizarse, constituyen una invitación a involucrarnos más en su desarrollo. Insistimos: se trata de comprender que sólo se avanza realmente si se elude la tentación de reducir el problema de la justicia a una polarización simple, retórica y simbólica. Y si, por otra parte, desconfiamos lo suficiente de una solución fácil como para preocuparnos en serio de la protección de quienes más directamente están involucrados, acudiendo a todos los recursos al alcance, incluyendo los que provienen –esta vez– del estado.

Justicia, condena social, construcción pública y resistente de los recuerdos colectivos y una capacidad efectiva para cuidarnos, son elementos de una política de la memoria que no ha cesado una y otra vez de ocupar las calles, de discutir abierta y creativamente, de comprometerse con las injusticias presentes y con las luchas actuales en el más amplio de los sentidos.

Buenos Aires, 23 de octubre del 2006

Colectivo Situaciones

Blanco Móvil (octubre 2005) // Colectivo Situaciones en diálogo con el Grupo de Arte Callejero

Este texto surge de una conversación entre el Grupo de Arte Callejero y el Colectivo Situaciones

1.

La idea de trabajar con las figuras de “los blancos” apareció a lo largo del 2004, en momentos en que las imágenes que hasta entonces habían formado parte de una política resistente de la memoria estaban cambiando su sentido, o ya no lograban articular una sensibilidad capaz de seguir reaccionando frente a los nuevos modos represivos. Estas imágenes corren el riesgo de funcionar hoy como objetos sobresalientes de las vidrieras oficiales, en irritante coexistencia con una dinámica opresiva que cuestiona su vieja impronta.

Voces, consignas, referencias y hasta nombres que funcionaban delimitando el campo del testimonio y de la lucha, evidenciando la conexión interna entre los diferentes poderes, y sosteniendo una alerta general sobre su definitiva corrupción, hoy parecen neutralizadas. Ya no trazan fronteras, ni proveen coordenadas frente a la narración, la acción del poder. La antigua radicalidad, tantas veces incomprendida por segmentos enteros de la población, era portadora de una efectividad de producir diferencias y señalar injusticias sin reparar en cálculos de ningún tipo. Al punto en que la expresión “derechos humanos”, entre nosotros y al calor de las luchas de las últimas tres décadas, fue adquiriendo un significado más rico, más vivo, y más activo que lo que la tradición jurídica o ciudadanista habilitaba.

La satisfacción que podamos sentir por ciertos objetivos logrados, por ciertas prisiones justas largamente aplazadas, o por ciertos reconocimientos -algo instrumentalizados- de las luchas pasadas se relativizan cuando operan como punto de llegada, cuando instalan un ánimo conclusivo, que quiere evitar la pregunta por los modos en que hoy en día se continúa y se renueva aquel compromiso.

Es en este contexto que estas nuevas siluetas, la de los blancos, reemplazaron a las señales que pedían “Juicio y Castigo” durante la última Marcha de la Resistencia.

2.

Estas siluetas, entonces, surgen para recordar(nos) que lejos de estar a salvo seguimos siendo “blancos”. Blancos móviles. Muestran la manera en que la normalidad perversa actual se instala: convirtiéndonos en blancos en una ciudad que se vuelve fortaleza. Como en las viejas épocas feudales, el “afuera” es tierra de nadie, y los espacios interiores prometen “seguridad”.

Los blancos móviles forman parte, a su vez, de la fiesta en la intemperie, que quiere subvertir esa normalidad: repetir una vez mas que no es deseable, pero también mostrar que no es posible. Que esa normalidad está toda hecha de excepción, de brutalidad cotidiana y de salvaje precariedad. De allí que la silueta-blanco se tatúa en la piel de cualquiera, como carnet de identidad universal de esta “normalización”.

Los blancos móviles expresan un nuevo temor. El que viene junto a la relativa soledad que cada quien vive en la normalización perversa, ese agujero negro en el que hemos caído. De ahí que estas figuras hayan sido tomadas con tanta fuerza en las distintas actividades que se han organizado para reclamar la libertad de las personas detenidas por protestar frente a la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. En las plazas o frente a Tribunales, han acompañado las volanteadas y las radios abiertas. En las pegatinas se han compuesto con “los globitos” pensados para intervenir las publicidades.

Cuando se recordó a Maxi y Darío en el Puente Pueyrredón, “los blancos” fueron tomados con la decisión de quitarles toda connotación victimizante: se es blanco también porque se rechazan formas de inclusión-explotación en curso y que nuestra fiesta, productora de nuevas imágenes de felicidad, no puede apagarse.

3.

¿Qué pasa cuando la violencia es pura amenaza, cuando la amenaza es pura violencia? ¿qué pasa cuando esa violencia se prepara en encuestas mediáticas, en comentarios televisivos y hasta en el gesto de los vecinos?, ¿cómo se cocinan, a fuego lento, los estereotipos de los “peligrosos”?, ¿cómo se elaboran estos momentos en que la violencia estatal se presenta como “provocada” por quienes sostienen largos reclamos?, ¿y cómo es que las propias dinámicas de la lucha se transforman a veces en espacios para reproducción de las más crudas jerarquías? No se trata de medir adhesión o rechazo hacia las formas de ser o de luchar, sino de preguntarnos cómo es que este largo diálogo entre las luchas, sus protagonistas y sus destinatarios, tan activo durante los últimos años, parece ahora estar interrumpido. ¿Qué nuevos impulsos pueden vivificar esta comunicación?

4.

Lo que “las siluetas” trasmiten es también un momento de vacilación. ¿A quién le cabe el blanco cuando buena parte de la ciudadanía exige orden a gritos?, ¿cómo se tramita, cuándo se activa y quién pone el nombre, cada vez, a la ejecución? ¿el aparato de seguridad? Sí, pero: ese aparato no se limita al aparato represivo oficial. Se extiende en la seguridad privada, en las necesidades de seguridad ciudadana, de gobernabilidad pública, de calles transitables… Si todos somos blancos, todos somos convocados, también a delatar. El poder policial, su lenguaje y sus esquemas se traman más y mejor hoy en el deseo general de orden que en las últimas décadas. Cada vez más se trata de “colaborar” en la lucha contra “el delito”. Cada vez más somos forzados a soportar esta doble interpelación: blanco móvil y potencial “colaborador”: “denuncie”, piden los afiches de la ciudad; “Ayúdenos a controlar” invitan los funcionarios. La guerra contemporánea, que se visibilizó al extremo en el 2001, promueve su imaginación y sus modos operativos. Toda la ciudad es diagramada por ellos. De allí que “los blancos” funcionen en sitios tan diferentes, y encuentren utilidad en las más variadas situaciones. En Colombia o en Berlín, en Córdoba o en Brasil.

5.

Siluetas-humanas: evocan el cuerpo como campo de batalla donde se juega el pasaje del terror a la capacidad de crear. Cuerpos en su doble dimensión de aquello que se tortura, humilla, viola, atemoriza, que se compra y vende, que se anula; pero también materia viva capaz de activar, re-accionar, desear, componer, crecer, imaginar, resistir. Como ideal modelable y territorio último de toda experimentación. El cuerpo como escenario de lo político y sitio de conversión entre tristeza y alegría: blanco de violencia y fuente de agresividad resistente. Objeto de los poderes y sujeto de la rebeliones; obsesión de la explotación y fuente de valor y cooperación; sustancia sensible a la mirada, a la palabra, y término de sujeción o potenciación colectiva.

6.

Los “blancos” surgen cuando nos quedamos sin imágenes. Cuando quedamos como blancos móviles. Cuando decidimos hacer del blanco una superficie para volver a dibujar. Cuando tuvimos que admitir que estar en blanco era una doble condición: la del vacío, pero también la del comienzo.

La “movilidad” nos conectó con la circulación, indispensable para volver a activar las potencias de la imaginación colectiva. Renovó el movimiento sin apelar a saberes o contenidos predefinidos. Nos permitió poner en circulación sensaciones que estaban replegadas en una intimidad evasiva, que se resistían a mostrarse, a condensarse en palabras.

Los blancos-móviles, entonces, expresan y conectan, habilitan nuevamente un tránsito al activismo.

Vacíos e inquietos, indeterminados y abiertos, los blancos móviles heredan la potencia de la silueta como apelación al cuerpo humano inerte. Con todos sus puntos figurativos a disposición. Lo humano como superficie de registro dispuesto a ser intervenido en situaciones disímiles, en las que se evocará cada vez un sentido diferente. No son cuerpos sensibles, pero sí ecos que llaman a una nueva sensibilidad. Admiten ser rotos, pintados, escritos.


Buenos Aires, octubre de 2005

 

Apuntes sobre Acá no… de Juan Pablo Hudson (julio 2005) // Colectivo Situaciones

Apuntes sobre Acá no…

Por Colectivo Situaciones

 

1

 

Esta es la historia de una experiencia que probablemente no vuelva a pasar. La ocupación de fábricas requiere de un tipo  de compromiso, de saberes y de esfuerzo con el trabajo que, tal vez, quienes protagonizaron las ocupaciones a principio de este siglo hayan sido la última generación que los posea. Y tal vez esa intuición sea parte de la tristeza y de los dilemas que aparecen entre los “laburantes” y los “pibes”. ¿Cómo incorpo- rarlos a ellos, a los pibes, como socios (es decir, en igual rango) si les duele el cuerpo de nada, si “no se ponen las pilas” y faltan a cada rato sin justificación, si no entienden algo profundo del sentido de dedicarle tanto esfuerzo al trabajo?

Juan Pablo Hudson lo hipotetiza: en los pibes hay una trian- gulación pragmática entre subsidio estatal, trabajo en negro y changa que como articulación trabajo/dinero es más atractiva, más poderosa, que el salario, incluso que la incorporación inmediata como socio a una fábrica (vieja idea de democratiza- ción de la producción que hoy no parece provocar tanta ilusión ni animar tanto empeño).

Desilusión de los “laburantes”: frustración del trasvasamien- to generacional. No se ven a ellos mismos de jóvenes cuando ven a los pibes. Como si la ocupación necesitara de que sus pro- tagonistas hayan pasado por la disciplina de la fábrica para que sea posible y, también, deseable. Si se quita ese sustrato, ese pasado, esa experiencia de lucha y obediencia, se vuelve difícil asumir todo el compromiso que implica poner en marcha cual- quier establecimiento recuperado. Primer punto, entonces: la ocupación de la fábrica está al interior de un cierto encanto o relación de proximidad con ella, necesaria para transformarla.

2

Una vez adentro de la toma, aunque no se lo diga con esas palabras, los propios laburantes entienden la racionalidad de la precarización. Entienden su ductilidad para lidiar con la desafección al trabajo que sienten los “pibes” y con las exi- gencias de una producción extremadamente dependiente del mercado. Esto genera una contradicción tremenda: como si tuviesen que íntimamente y a destiempo darle la razón a los patrones. Y, sin embargo, no es así.

El desafío queda planteado de manera nítida es una pre- gunta que abre un horizonte de problemas muy extenso: ¿es posible encontrar otras figuras laborales, que no sean las del “laburante”, y que tampoco sean una confirmación resignada o derrotada de la precarización como lógica de pura explotación?,

¿es posible desde el trabajo entender la desafección al trabajo?

Ante la dificultad con los jóvenes,  una forma  de remediar  el problema de las incorporaciones de nuevos trabajadores  a  las fábricas recuperadas (que, en cierto punto, es un problema generacional) es reclutar a los viejos despedidos. Cuando los convocan, las razones de quienes vuelven (ya que la intención de volver, hay que aclararlo, no es inmediata) parecen ser dos: una suerte de revancha contra la fábrica que los echó (y en este senti- do la asamblea de ocupantes que los reincorpora siente la euforia y la grandeza de hacer justicia con ellos, de reparar los designios del mercado) y un fracaso en el cuentapropismo intentado.

Ahora, ¿no es la propia figura del “investigador del Conicet” la que para los trabajadores de la fábrica genera sospecha por ser identificada como otra forma de la desafección al trabajo? Reeditando de un modo nuevo la clásica polémica entre trabajo manual y trabajo intelectual (que no es ajena a estas experiencias), se abre una brecha zigzagueante en la relación, pero también entre los trabajadores y su apuesta a la rotación de tareas.

3

Queda al descubierto que  la ideología –del cooperativismo  a la horizontalidad– viene a posteriori. Como dice Lisandro cuando tiene que usar ese léxico para escribir: “Las ideas comunistas vienen del diccionario”. En este sentido, la minuciosidad de las frases, las idas y vueltas de los estados de ánimo, los quilombos y los logros que desfilan a lo largo de todo el texto del libro van dando una veracidad al relato porque la palabra es problemática, un poco confusa por momentos, desalineada, pero muy laboriosa, constante y, sin dejar de ser ambiciosa, nunca es utópica.

La autogestión se plantea como enigma. Los problemas de la autogestión no son sólo vinculares. Y, por eso, no se confía simplemente en hablarlos ni en volcarlos en técnicas de grupo. Hay algo en la división de tareas que parece poner conflictos más de fondo. Que no se resuelven con la asamblea.

La relación con el estado no es ajena a la noción misma de autogestión. Aparece a través de sus funcionarios, subsidios y programas. De manera no siempre esperable. Como un tanteo, una ayuda que no termina de solucionar nada pero que viabiliza cosas. Que llega menos prescriptivamente de lo que se supone y, al mismo tiempo, limita las energías capturando esfuerzo.

4

La escritura de este libro nunca destierra cierto estado de búsqueda, cierta conciencia de provisoriedad. No se dejan de lado las incomodidades: la escritura va y viene por ellas. Y, en ese movimiento, también elude el encasillamiento: ni tono militante ni académico, ni periodístico ni novelístico, no es sólo crónica ni tampoco puras notas de campo. JPH supo que esos lugares disponibles desde donde escribir estaban ahí, esperándolo, y ensaya entradas y salidas ocasionales. El lugar de enunciación, que no es colectivo, pero tampoco se siente amparado por la noción estricta de “autor” abre el libro a otros que, como Lisandro, lo asume como desafío para ponerse a escribir. La investigación se arma entonces como constelación: amigos, grupos militantes, compañeros, profesores, monólo- gos, lecturas, talleres, ponencias, etc. Y todo en la articulación un poco azarosa del viaje, el encuentro, la broma, el desánimo, la conversación y la confianza.

5

El nombre “fábricas recuperadas” remite directamente a 2001. A preguntas y experimentaciones que allí se abrieron y que fueron mutando hasta volverse hoy problemas nuevos. El 2001 no sólo es una fecha. Es también una referencia de continuo    a unos modos de hacer, a un conjunto de lenguajes y saberes,  a una forma de persistencia de la crisis. En este libro resaltan preguntas y dilemas que no son sólo de quienes se aventuraron a apropiarse de las fábricas y a inventar formas de relacionar- se, de producir, de compartir, de imaginar. En ellas se cifran preguntas de todos. Y son ellas también las que tienen muchas de las claves de un mundo que no admite ser tratado ni con nostalgia ni con ingenuidad: el mundo del trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entrevista a Paolo Virno. La madurez de los tiempos: la actualidad de la multitud (Septiembre 2006) // Colectivo Situaciones

Prólogo a Ambivalencia de la multitud, entre la innovación y la negatividad, de Paolo Virno, publicado en su segunda versión aumentada por Tinta Limón Ediciones.

Ir a: https://lobosuelto.com/wp-content/uploads/2018/09/Entrevista-a-Virno.pdf

Altitude Sickness. Notes on a Trip to Bolivia* (October, 2005) // Colectivo Situaciones

1. In its heterogeneity and permanent movement, Bolivia is at the same time the experience and the fracture of magma. It is there where faces, bodies, and languages tell stories that challenge those seeking to understand, accompany, and enjoy. Our trip, in February 2005, was a struggle between this attempt to understand and the difficulties of adaptation (of which altitude was not the least of obstacles). It is also a wager on the distinctive outlook opened by what took place in recent years in Argentina. And this dialogue between processes of de-institution-construction is vital for both.

2. To arrive in Bolivia is to be surprised at an atmosphere that concentrates an extreme tension between different elements, a polymorphous dynamic that today characterizes, in different ways, the syntaxis of the movements and struggles of a good portion of Latin America. To connect with Bolivia is part of a necessary and renovated literacy. It looks as though any image let itself be seen and read. Today the space referred to as “Latin American” appears to the public through the emergence of so-called “leftist” national governments. The literacy we propose is one that allows us to have new keys to read this process. These governments—each in its own way—function as an extension, interpellation, substitution, subordination, displacement and/or reorganization of the movements and experiments that strive, in entire regions of the continent—precisely the hotter and more creative ones—to unfold a politics from below. This democratic impulse does not thrive without moments of insurrection, which spatialize and open new terrains, but, evidently, nor does it emphasize the constructive and innovative dimension of the processes that have been opened.

3. As with the “piqueteros” in Argentina, in Bolivia the struggles summon new expressions. The media invent new ways of naming each irruption. Thus, the aggressiveness displayed by the struggles is immediately called “war for” (water, coca, gas). These “wars,” however, are not moments of organization within a designed and consistent strategy over the control of the apparatus of the state, as it could have been conceived only two decades ago, althought it is evident that the consequences of these conflicts have a bearing on a constant politicization and a neutralization and erosion of central power’s ability to command. The so-called violence in the struggles in Bolivia is not decided and deployed by traditional revolutionary organizations, but by communitarian impulses more or less configured as such. This is why the coexistence of an electoral strategy of indigenous and popular groups along with harder or hidden resistances is not only highly conflictive but also persistent and even partially articulable at some moments.

4. Another feeling we have about the construction of this social grammar has to do with what we could quickly call questions of mobility. The territories of “war” constitute at the same time the terrain of a settlement and a recomposition of the large internal migrations. This component of re-territorialization of population flows has a double dimension. With the process of neoliberal relocalization of the campesino and mining labour power in the 1980s and ’90s a reorganization of the economic profile of Bolivia took place, decomposing, at the same time, an experience of modes of struggle and identification achieved after decades of popular political work. And at the same time, after two decades, it is possible to perceive the beginning of the weaving of new links from the reviving of elements of the earlier life (as in the mining neighbourhoods of El Alto) that operates as a contribution of the unionist tradition to urban struggle, to the invention that arises from adaptating and creating new modes of linkage and new subjects of struggle. This reorganization appears, in different ways, with the Aymaras, the Queshua campesinos, and the Landless Peasants Movement (MST) of Bolivia.

5. In Bolivia, as in many other places, it is not possibile to give up a mixed regime of understanding. There is not “ONE” explanatory principle of the audible and visible phenomena. There is an unconcealable social fracture, of course; but the rigidity that this image presupposes hides the magmatic fluidity (sometimes hotter and more dynamic toward revolt, other times colder and slower). The same happens with the old and the new. It seems that certain pinnacles of classical philosophical thought admit a doctrine according to which the old is not the oldest, nor is the new the most recent, but rather the old is born old and the new is so for eternity. The old is not anachronistic and the new does not admit the logic of fashion and snobbism. The old would be that which is separated from the ability to create. The new, in contrast, is the ancient possibility of production. All this to say that in Bolivia there is an ancient and wide-ranging self-management capacity that is actualized today configuring networks of everyday life, and, at the same time, it harbours a capacity to develop struggles without excessively specializing specific and professional organizations. However, these networks coexist and are regarded, once and again, as unproductive, patriarchical, and strategistic logics. Both tendencies survive.

6. Another aspect in relation to the aptitudes of the Bolivian resistance movement is linked with the experiments of constructing what we could call (with all the objections we have regarding the use of the term “institution” as a name for this phenomenon) “non-statist institutions of counterpower.” We are witnessing the instauration of methods of organization, selection, and production of a limited representativity, exercised by very controlled delegation and mandate, following the assembly model, with broad and permanent coordinating bodies. From the FEJUVE (a federation of 500 assemblies from the El Alto area) to the coordinating committees for the defense of natural resources (which already consist of levels of self-management of public enterprises) or the Ayllus (productive communities from the Altiplano) and the extended experiences of community [s1]control all anticipate modes of appropriation of resources that are outlined in situations of organization of collective power (potencia)1 very different from the classical demand for the state ownership of public services. Its non-statist character, however, does not elude a fundamental ambiguity: as much in its imaginaries as in its discourses elements of a non-statist sociability mix with the continuance of a statist horizon.

7. Of course the political, social, linguistic and economic elites operate upon the ambivalence that runs through the popular networks. The strategy with which this bloc confronts the present crisis of domination is plural and includes aspects from the direct dispute over rent and the extractive productive profile to the autonomization of strategic regions and the appeal to international tribunals to condition the capacities of Bolivian sovereignty (Aguas de Illimani-Suez Lyonnaise de Aux and Aguas de Tunari-Bechtel); to the nomination of new candidates from the right to the preparation of paramilitary groups to confront the campesinos that seize land; to the “contention” by the neighboring countries (Argentina and Brazil) to the regional preparation of the United States in order to be able to place a material-military limit to an eventual outburst of social unrest. (The concern of the U.S. military apparatus about what is going on in Bolivia seems to retroactively confirm Che Guevara’s intuition with respect to its geostrategic potential in the heart of South America.)

8. The depth of the revolution that is developing in Bolivia can be assessed by the importance of what it brings to bear: a) The affirmation of a new complex popular subject that aspires to its full right to speak politics, which questions the structure of hierarchies that organize society and upon which the state finds support; b) the recomposition of communitary forms of life and their correlates in modes of struggle; c) the antagonism with the transnational structure of the colonial state. In any of the possible variants, however, a principle of organization develops which totally or partially questions the regime of autonomy of a sphere of politics and reconsiders the terms of a popular democracy. Because of the complexity of the process no linear vision can be sustained without problems.

9. In short: in Bolivia there is a social creativity that is alive, althought it is also possible to say that it is—paradoxically—“in crisis.” In Bolivia the problems of counterpower are concentrated and highly developed, but still this is not an “exhaustive sampling.” Moreover, it is possible that, in regard to many of the aspects inside the movements that cause “crisis,” there are in Chiapas, but also in some other movements in Argentina and the rest of the continent, more advanced experiments.

Bolivia implies a certain contraction of general problems, which it displays with a certain accentuation, but it represents neither the heart nor the sole point where the essence of the process unfolds. We could not say that Latin America’s counterpower is at stake in Bolivia, but we could say, perhaps, that “without Bolivia” we miss the general grammar of the struggles of present day Latin America. And in this grammar we perceive that it is essential to link the experience and elaboration of two poles so similar and yet so different: the movements in Bolivia and the Zapatista experience in Mexico. After trying out a series of strategies of construction that encompass from the constitution of a voice and an imaginary of their own to the creation of free municipalities and autonomous regions (Juntas of Good Government), Zapatismo feels they have arrived at a limit of their experience and as such are calling for the constitution of a new broad political strategy (Sixth Declaration of the EZLN). As much in Bolivia as in Mexico, the radical movements have to articulate their civilizatory perspectives and the construction of their autonomies to certain tactics in order to confront the dynamics that disperse them. Both Bolivia and Mexico are torn today over the nature of possible progressive governments that might result from the next elections. In both countries there is a counterpower that attempts to position itself in relation to what is coming, but in addition both had some time to watch, in Argentina and in Brazil (two different cases), the functioning of a complex relation between three terms: democratic governments with progressive aspirations, neoliberal conditions of existence, and the life of movements.

Colectivo Situaciones

October, 2005

Translated by Nate Holdren and Sebastian Touza


Situaciones is the name of an ongoing militant research around which our collective is organized. We have been working together for more than five years, and we do it, fundamentally, in workshops in which we think along with experiments of the new radicality. Among others, we have participated in co-research with the group H.I.J.O.S. and Mesa de Escrache Popular, the Campesino Movement of Santiago del Estero (MOCASE), the Movement of Unemployed Workers (MTD) of Solano, with experiments in alternative education, such as the Educational Community Creciendo Juntos (Growing Together) and the Universidad Trashumante (Transhumant University), with counterinformation collectives, such as lavaca, and art collectives, such as the Grupo de Arte Callejero (Street Art Group), and with people from this country and other regions. Since we came together we elaborated an autonomous press, in order to publish and disseminate the expressions of this work. This has grown to become a militant-press which we call Tinta Limon ediciones (www.tintalimonediciones.org).

* This is an excerpt from a longer piece that will be published soon in the book Mal de altura (Buenos Aires: Tinta Limon Ediciones, 2005).

1 In Spanish there are two words corresponding to the English word ‘power’: potencia and poder. Potencia refers to power as capacity – the power to act, power in the sense of ‘empower’. Poder refers to constituted power in institutions, in the sense of ‘the powers that be’ or ‘state power’. –Tr.

Taller del maestro ignorante (Enero 2005) // Colectivo Situaciones y MTD Solano

Enero de 2005

INDICE

Palabras Previas

Introducción

Las Reseñas del Taller. Año 2003

1. Reflexiones sobre la educación popular
2. Igualdad como fondo de lo colectivo
3. Las vías del atontamiento
4. De la conciencia a la vivencia
5. La ignorancia
6. Voluntad e inteligencias
7. Colectivos Ignorantes

Las Reseñas del Taller. Año 2004

1. La buena nueva, las instituciones y el desierto
2. Estar en órbita
3. Taller de los pibes: preguntas en construcción
4. Coordinación e ignorancia

ANEXO
– El Taller de los chicos en el MTD de Solano
Entrevista a los coordinadores.

– Sobre nuestra experiencia de educación popular en el MTD Solano

– Un día en el barrio Las Rosas

Palabras Previas

Hace poco más de un año los amigos del Colectivo Situaciones acercaron al movimiento (para todos los que estuvieran interesados) la propuesta de juntarnos a leer un libro: El Maestro Ignorante. La idea era crear un espacio para encontrarnos a pensar y compartir nuestras ideas sobre educación y sobre los talleres que llevábamos adelante. La convocatoria se hizo y el grupo de taller quedo conformado por algunos compañeros de las áreas de Educación del MTD Solano y por los compañeros de Situaciones.

Comenzamos los encuentros una vez cada 15 días. En cada taller leíamos y discutíamos sobre lo leído o sobre las ideas que nos disparaba la lectura. A veces leíamos mucho y discutíamos poco, otras leíamos poco y discutíamos mucho.

Desde el comienzo del taller existieron las reseñas: memorias de los temas y charlas de cada reunión, que aunque no son un reflejo textual de lo conversado, registran aquellos momentos de mayor intensidad, rescatan -para retomar luego- los problemas más importantes de acuerdo a la dinámica del taller. Hubo días que la lectura de la reseña anterior nos movilizó tanto que se retomaban discusiones a partir de ella y no avanzábamos con el libro. Porque el libro era un movilizador, formaba parte de la vida del taller, pero el sentido de los encuentros iba más allá de su lectura.

También nos pasó que en un principio el taller fue imaginado como una serie de discusiones sobre educación, pero a medida que pasaba el tiempo nos dimos cuenta que estábamos hablando sobre cuestiones que sobrepasaban este tema. Estábamos hablando sobre la vida, sobre nuestra forma de ver el mundo y de pensarnos en él.

Cuando recomenzamos el taller este año, surgió la necesidad de compartir todas estas ideas con otros compañeros, con todos aquellos que participan de las mismas preguntas que nosotros. Y finalmente, nos juntamos una vez por semana para organizar de qué manera estas discusiones podían abrirse a quienes quisieran sumarse a este intercambio. La búsqueda de interlocuciones siempre la valoramos como la posbilidad de enriquecer lo que ahí mismo íbamos pensando.

Así llegamos a la idea de publicar. No sin que surgieran dudas y miedos. Sentimos que existe una tradición en la que los textos que se publican son tomados como verdades, lo que muchas veces no nos permite difundir y compartir lo que estamos pensando y trabajando.

Por eso vale aclarar que esta publicación, estas ideas, no son conclusiones acabadas ni son teorías de «educación» prontas a ser aplicadas. Son puentes. El ánimo de este cuaderno, entonces, es el de generar un tránsito de ideas y compartir una serie de problemas que durante un tiempo determinado nos constituyeron como taller.

El texto que aquí presenteamos está dividido en dos. De un lado las reseñas del 2003 y del otro las del 2004, pero la redacción no fue organizada cronológicamente, sino agrupada según núcleos de problemas. Allí se podrán encontrar una serie de nombres de quiénes participamos en el taller. Si los mantenemos tal y como aparecen en las reseñas es para ser lo más fieles posible al movimiento que tuvo la palabra. Ninguno de los que participamos en esta experiencia fue el mismo luego de pasar por ella. Por lo tanto, quién se encuentre con este material, podrá ver que cada nombre es la marca de un momento de la enunciación y el pensamiento antes que una posición personal elaborada por fuera de la práctica misma del taller.

El texto introductorio hace referencia al libro en el que nos sambullimos durante estos meses, y a las prósperas aventuras de Joseph Jacotot, con quien compartimos la construcción de este taller a pesar de su ausencia física.

Incluimos al final del cuaderno tres textos a modo de Anexo. En primer lugar, una entrevista a los coordinadores de los talleres de niños del MTD Solano, realizada a principios de 2003, que recoge varias ideas sobre el trabajo que venimos ralizando con los chicos. Recomendamos su lectura por ser una buena síntesis de los pasos, desiciones y problemas que enfrentó este trabajo y quénes lo hacían. En el segundo anexo elaboramos un breve recorrido por nuestra experiencia de educación popular en el MTD: desde el surgimiento del área, pasando por los momentos de replanteo que han ido configurando nuestra perspectiva actual. Este texto fue escrito específicamente para esta publicación, en diciembre de 2004. Por último, incluimos la crónica de la toma de un terreno del barrio de Las Rosas, a mediados del 2003, pues alimentó importantes discusiones en el grupo.

Introducción

El Maestro Ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, es un libro escrito en 1987 por el filósofo francés Jacques Ranciére, pero traducido y publicado al español recién el pasado año. Desde la primera lectura, se convirtió para nosotros en un texto singular. Por el modo en que conecta con nuestras sensaciones de asombro frente a una escuela y una educación sumidas en la impotencia y la imposibilidad de reacción; pero sobre todo por la forma en que ilumina las experiencias sostenidas y ensayadas en los últimos años -de trabajo con chicos, de educación popular, de investigación, etc.-.

¿Por qué no, entonces, explorar nuestras situaciones bajo esta particular luminosidad que lleva el provocador nombre de la ignorancia? Fue la pregunta que dio inicio al Taller del Maestro Ignorante, que se prolongó durante año y medio en un galpón del MTD de Solano, y finalmente devino, sin que lo hubiéramos previsto, en esta publicación.

Ahora bien, la historia del «maestro ignorante» comenzó hace mucho. Hay que remontarse, como lo hizo Ranciére, hasta 1770, año en el que nació Joseph Jacotot -el fundador- en un pueblo del interior de Francia. Se trata de una época y una vida marcada indeleblemente por uno de los acontecimientos más importantes de la modernidad: la revolución francesa de 1789. Y Jacotot fue un revolucionario: artillero del ejercito y secretario del Ministerio de Guerra, director de la Escuela Politécnica, y más tarde profesor universitario. Incluso fue elegido Diputado de la República, cuando sobrevino la restauración de la Monarquía y tuvo que exiliarse en Holanda (que aún se conocía con el nombre de Países Bajos). Joseph Jacotot pensaba descansar y dedicarse a la lectura. Sucedió entonces el hecho azaroso que cambiaría su vida.

Un grupo de estudiantes, enterados de su larga experiencia personal, le propusieron que fuese su maestro, aun si un obstáculo volvería difícil esta posibilidad: ni los jóvenes conocían el francés, ni Jacotot hablaba el holandés. El maestro, carente de las condiciones mínimas para la tarea, sólo atinó a salir del paso sugiriéndoles que estudiaran un libro clásico -el Telémaco de Fedelón- recientemente editado en las dos lenguas. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando constató, pasado no mucho tiempo, que los estudiantes habían aprendido por sí mismos su idioma.

¿Cómo pudo suceder que un grupo de jóvenes aprendieran sin que nadie les explicara? ¿Qué sentido tiene entonces la explicación?

De improviso y en un instante, Jacotot comprendió la radicalidad de estas preguntas, su capacidad para develar hasta qué punto la sociedad se erige sobre un «orden explicador», basado en la ficción de la incapacidad de aquel a quien hay que explicar. Quien es explicado aprende… que él no puede aprender sin explicación. De ahí que toda explicación constituya un hecho de atontamiento.

La particularidad de esta crítica salta a la vista, pues golpea el argumento noble y altruista de la pedagogía: el combate a la desigualdad, la reducción de la distancia entre el ignorante y el saber. Y bien, dirá nuestro personaje, la escuela no hace más que confirmar-reforzar esa desigualdad que se propone conjurar. Porque todo intento de igualar lo que se decreta como desigual está condenado al fracaso. Dirá Jacotot que su descubrimiento se resume en una máxima muy simple: la igualdad no es algo a alcanzar, sino el punto de partida. Por eso, el maestro que encuentre la mejor explicación, aquel que tiene la mayor compasión hacia quien no sabe, el maestro progresista, no será sino el mas atontador.

Una hipótesis muy distinta comienza a perfilarse: todos pueden algo, al menos una mínima cosa, y de esa capacidad hay que partir. Y es que todas las inteligencias son iguales, o mejor, la inteligencia humana es una sola, y cada uno la usa a su modo. La única diferencia radica en la atención que logremos sostener: hay momentos en que nos distraemos y nos sumimos en la pereza, hay otros donde prestamos especial atención y usamos al máximo nuestra inteligencia. Se dibuja así la figura del maestro-emancipador, quien fuerza la emergencia de una capacidad hasta entonces ignorada, para seguirla hasta donde ella pueda.

Ahora bien, no se trata de un nuevo método pedagógico. Por el contrario, lo que se revaloriza es la eficacia del modo natural de aprendizaje, aquel que todos usamos para aprender la lengua materna, que implica recorridos a ciegas plagados de adivinanzas y azares, de comparaciones simples, mucha observación y repeticiones; y que supone, ante todo, un camino trazado por la voluntad. Es este modo de pensamiento el que queda bloqueado por la explicación, y el que revive en cada descubrimiento, en la experiencia del enamorado, en el acto revolucionario, y en cada situación inédita y urgente donde se precise la experiencia infantil de inventar una respuesta desconocida.

Jacotot trató de evitar su empobrecimiento, su dogmatización, sustrayéndolo una y otra vez de las cada vez más frecuentes «aplicaciones». Y en este último empeño se condensa el punto de mayor tensión, donde surge su más audaz apuesta: «si se puede aprender sin explicación», dirá, «se puede enseñar lo que se ignora». Es decir, si algo hay que enseñar es que no tenemos nada para enseñar, salvo a usar la propia inteligencia. La ignorancia deviene construcción de un círculo de potencia, reunión de voluntades donde se apela a lo que cada uno puede. Y toda la fuerza antipedagógica del maestro-ignorante se libera en esta afirmación: «no hay nada que el alumno deba aprender. Aprenderá lo que quiera; quizás nada.»

Debemos a Ranciére el genio de rescatar a Jacotot en el mismo momento en que surgía la educación estatal, y con ella el mito pedagógico. Según el autor, se trata de una disonancia radical que conviene tener siempre presente, al acecho, como paradoja que al hablarnos de las imposibilidades de la pedagogía, nos revela su sentido. Ahora bien, es precisamente aquí donde quizás haya que tomar distancia, y hacer el ejercicio de producir nuestro propio problema, nuestra específica traducción de las aventuras de Jacotot. De algún modo, la sensación de que la pedagogía ha perdido ya todo sentido atravesó cada una de las reuniones del taller de Solano. Al mismo tiempo, fue componiéndose la intuición de que la hipótesis de la ignorancia y la igualdad de las inteligencias ya no sólo habita experiencias en los márgenes pues ha devenido elemento imprescindible de cualquier construcción vital; y que existe cada vez más como una dinámica esencialmente constructiva, autónoma, aún si continúa -como en la época de Jacotot- resistiendo con la misma tenacidad su conversión en un nuevo método explicador.

Las Reseñas del Taller. Año 2003

  1. Reflexiones sobre la educación popular

Iniciamos el taller con la propuesta de discutir sobre la «finalidad del saber», es decir, sobre la caracterización de los saberes según «a quién sirven».

Pero Ramón propuso priorizar el cuestionamiento de quienes tienen una postura de «yo te voy a enseñar», lo cual pone en debate la idea misma de transmisión de saberes que ubica al otro «como el que no sabe nada». Tales problemas van más allá de a quién sirve el saber, e incluso permiten establecer una relación de identidad entre un conocimiento que se estructura en la hipótesis de la desigualdad de las inteligencias, en la necesidad de la explicación del que sabe al que no sabe, y en cierta idea de la utilidad del saber.

Jacotot habla de la voluntad como condición principal del aprendizaje. En los inicios del movimiento, según conversamos, había «recetas sobre cómo construir la autonomía» y «lecturas» obligadas para el tema. Pero esa construcción, en la práctica real y cotidiana, se fue dando por la voluntad, el interés y las ganas de cada uno de los compañeros. La autonomía se fue configurando como una verdadera investigación realizada por los miembros del movimiento.

Surgieron entonces varios comentarios sobre la ambivalencia de la experiencia de la educación popular en el MTD: existieron siempre, al mismo tiempo, motivación y resistencias. Por un lado hay una espera hacia alguien que enseñe algo, una pasividad contradictoria a la actividad de aprendizaje que requiere la vida misma. Esta situación se genera por los propios dispositivos de la educación popular: por ejemplo, todo el mundo sabe que el coordinador hace preguntas de las cuales ya sabe la respuesta. Por otra parte, aparece el miedo a hablar, a hacer el ridículo, y se confía en la figura del coordinador.

Estos problemas que surgen en los talleres de educación popular se sustentan en algo muy conocido, y es que siempre hubo maestros: en la fábrica, en la escuela, en la familia, en el movimiento… Pero por lo mismo siempre hubo formas de mantenerse al margen y no involucrarse, es decir, resistencias.

Valdemar comentó que se suele decir sobre los talleres de educación popular que son discusiones despolitizadas, y que se identifica como causa de tal despolitización a las dinámicas que propone la educación popular: «acá no queremos juegitos», dice Maba que fue lo primero que escuchó cuando llegó a un barrio como coordinadora del taller.

Ante esta crítica se suele reaccionar defendiendo la dinámica del taller de educación popular como un método mejor -más creativo- para llegar a lo importante, que es el contenido político. Las dinámicas son útiles porque tenemos que esperar al compañero más atrasado, por ejemplo. O son la manera de explicar en fácil lo que se supone que son conceptos importantes y complejos.

Sin embargo, comentamos, esto supone una cierta idea de la política -un conjunto de contenidos serios-, y una imposibilidad de pensar experiencias de aprendizaje mas allá de la idea de formación, es decir, de la transmisión y explicación de saberes, de quienes saben a quienes no saben.

Fue entonces que aparecieron dos ideas distintas acerca de cómo pensar la educación popular: como otro método de enseñanza que consiste en una manera alternativa de explicar; o más bien como una experiencia que parte de los intereses y las voluntades concretas de los compañeros.

Así, surgió la posibilidad de pensar la educación popular como algo distinto de un conjunto de instrumentos para lograr un objetivo ya prefijado por el coordinador. Se trata más bien de levantar la autoestima de los compañeros, de invitarlos a participar, hablar, aportar lo que están pensando: en términos de Jacotot, lo que se busca es que los compañeros usen su inteligencia.

Ramón se pregunta: ¿qué otra cosa es la política sino esta recuperación de la autoestima, esta implicación y compromiso con el movimiento, con las tareas? Siguiendo esta idea, Alberto propuso que en lugar de considerar a la educación popular como un método de concientización, se la piense como la producción de lazos, vínculos y relaciones de las que no se sabe demasiado a priori.

Pero entonces, los problemas que aparecen en los talleres de educación popular quizás puedan ser pensados como algo más que una simple pasividad. ¿Puede pensarse que se trata de una resistencia efectiva a las formas en las que se pensó la educación popular, resistencia que consiste en retirar la voluntad, ya sea para ponerla en otro sitio o no?

  1. Igualdad como fondo de lo colectivo

La pregunta se amplía hasta toparse con las condiciones mismas en las que se trata de producir una experiencia de aprendizaje y pensamiento. Es evidente que la escuela hoy ha perdido toda consistencia, que ha perdido la capacidad de enseñar. De hecho, ese es el punto de partida para pensar otros modos de educación y otro tipo de vínculo con los chicos. Pero lo que no aparece tan evidente es que esta imposibilidad alcanza a todo método de enseñanza, y no sólo al escolar. Que alcanza, incluso, a todo espacio que se instituya en lo que se supone que hay que saber o hacer, y no en el deseo.

Podría pensarse entonces que la educación popular misma tiene que rehacerse según las condiciones en las que se ejercita. Que su vigencia y potencialidad es mayor si por ella entendemos una experiencia cuyo sentido es la producción de lazos sociales y de un pensamiento colectivo. Y que su crisis y su impotencia es tan grande como la de la escuela, si por educación popular se entiende un saber sobre qué tipo de lazo hay que construir, y cómo se hace.

Laura contó que su experiencia con los compañeros de magisterio le hacía pensar que la posición del maestro, del que enseña, está marcada por la necesidad de que otros dependan de uno y esa dependencia pone en juego muchos mecanismos, especialmente el poder de aprobar o no, y todas las formas de evaluación que están habilitadas para la relación entre el que sabe y el que no sabe. Ahora bien: tal relación queda desbaratada cuando se asume que lo que existe es una «red general de saberes», en la que cada uno participa con conocimientos singulares, y que es el soporte concreto de la «igualdad de condiciones».

Según Mario, la hipótesis de la igualdad de las inteligencias suele descartarse cuando se habla de los pobres. Ser pobre es un límite, una carencia radical y, por lo tanto, el contexto social y económico aparece fundamentando la división entre los que saben y los que no podrán saber debido a las condiciones de necesidad. Así, surge el siguiente diagnóstico: hasta que el Estado no resuelva todas las desigualdades sociales, no se puede hacer nada. Es decir, hasta que el Estado no iguale, la condena del desigual es efectiva. Paciencia. Melina habló de la condena que se hace de los niños mal alimentados: se dice que desde chicos ya están anulados para aprender y, a la vez, ella siente que es notoria la resistencia de los pibes a tal condena. Algo de eso ocurre en el taller de la murga, donde se parte del deseo. La cuestión es que ese deseo tiene que encontrar condiciones para desplegarse.

Existe el peligro de hacer recaer la pregunta sobre qué hacer sólo sobre los chicos cuando, en realidad, esa pregunta oculta otra: ¿qué hacemos con nosotros mismos? Este segundo interrogante apareció a propósito de la importancia de encontrar (y construir) un sentido en lo que se hace, que resulta imprescindible para configurar unas condiciones de aprendizaje. De lo contrario, cuando dicho sentido no aparece, lo que prima es la rutina y la repetición, siendo la disciplina el único modo de relación con los chicos.

El sentido está constituido básicamente, según lo conversado, por la posibilidad de elaborarlo y compartirlo con otros, y en proyección con el movimiento.

  1. Las vías del atontamiento

Leyendo al Maestro Ignorante nos topamos con la afirmación siguiente: «hay que concluir que la inteligencia está solamente en los individuos, pero que no está en su reunión». Esto -de acuerdo con lo que estuvimos pensando- hay que entenderlo junto con otra afirmación anterior de Jacotot: la hipótesis de la igualdad de las inteligencias.

«Pero en los barrios siempre se parte de la desigualdad», se apuntó. Sin embargo, Ramón agregó que la desigualdad de la que se parte no es de inteligencias, pues todos tenemos esa capacidad, sino de una desigualdad en la voluntad, que se expresa en el hecho de estar implicado o no en el sentido de vida que se está construyendo.

El taller giró alrededor de esta provocación de Jacotot, y de la incomodidad que nos genera. Dijimos que tal afirmación podía tener el sentido de no cerrar nunca el significado de lo colectivo, de negar que entre todos construyamos «un saber», y evitar que lo que hace sociedad termine por secar la fuente de producción de lo social.

Nacho comentó que él había pensado ese mismo día, durante el taller con los chicos, cómo había modificado su percepción de por qué participar de la murga. Cómo había pasado de pensar la murga como un instrumento para que los chicos aprendan ciertas cosas, a pensarla ahora como un espacio colectivo, un entramado de relaciones donde cada uno puede desarrollar su capacidad, y del que surgen cosas o no.

Maba recordó que es este el mismo pasaje que ella tuvo respecto a la educación popular: de un instrumento para que los que no saben comprendan cuestiones complejas, a la construcción de un tipo de relación donde todos piensan.

Pero, ¿cómo pensar entonces la situación en la que un miembro del MTD le explica a otro que está por ingresar los criterios básicos del movimiento? Laura dice que siempre hay cosas que se trasmiten, pero el problema es qué tipo de relación es la que subsiste a esa transmisión. Se explica cuando se supone que el otro no sabe y tiene que comprender; pero otra cosa sucede cuando se comparte algo que se encontró, y se espera que el otro lo re-signifique según su experiencia, lo someta a una traducción que le cambia el sentido. Se explica cuando prima la desigualdad, la separación, y por lo tanto, la unión sólo es posible vía atontamiento.

Ramón contó que en los talleres donde él participa como coordinador, cuando quienes entran comparten el sentido de vida que anima al movimiento, no hay necesidad de explicación. Pero cuando quién ingresa está en otra, motivado por el interés individual, o sólo temporalmente, entonces no queda otra que la explicación.

En el primer caso, comentó, está claro que hay voluntad común, y entonces es muy fácil correrse del lugar del explicador para aparecer como una inteligencia entre otras. Ahí un coordinador no se ocupa más que de proponer el problema que haga funcionar el espacio: «tiro el libro, como Jacotot, y me corro del lugar del que explica.» Alberto agregó que sólo entonces es posible una experiencia de educación popular tal y como en Solano se busca practicar: como la producción de preguntas, y no tanto como la transmisión de respuestas.

Sin embargo, hablamos mucho de la situación que se produce cuando no existe un círculo que reúna las voluntades. El individuo egoísta, pensamos, es precisamente quien no puede participar de ese proceso de producción de preguntas. Y muchas veces no hay manera de que pueda. Alberto expresó que esto sucede porque hay mucha inocencia. Los condicionamientos, y la permanente difusión de terror han provocado la pérdida del sentido de lo común: la incapacidad para pensar con criterios que respondan a la propia situación, de establecer un diálogo con el vecino que permita reconocer los propios problemas, peligros, enemigos, etc. El miedo es el síntoma más fuerte de esta pérdida del sentido de lo común. Pero también aparece un cinismo muy fuerte, una mala fe muy extendida, que lleva a querer eliminar al débil, a identificar al pobre con el delincuente, como viene sucediendo cada vez más.

La «inocencia», el miedo, la pérdida del sentido de lo común son las pasiones tristes que motivan la existencia de criterios. Si ellos existen es porque se está mal, porque se parte de la desigualdad. Pero esos criterios cambian de sentido cuando, como dice Ramón, hay comunidad de valores. Alberto dice que entonces son acuerdos, y no criterios. Melina agrega que sólo se convierten en criterios que deben ser aceptados porque nosotros mismos tenemos miedo, en este caso, a «perder lo logrado», a «retroceder».

Y precisamente se trata de resistir ese miedo, para abrirse a la evidencia de que criterios son aquellos que todos bancan: es decir, acuerdos. Que incluso si alguien cuestiona un criterio y nadie sale a defenderlo, quizás haya que pensar que ya no sirve. O, al menos, que no está funcionando. Y Laura agrega que, entonces, lo lógico es que los criterios varíen permanentemente, producto del mismo movimiento, que hace que algunos dejen de servir, de ser operativos, y deban ser modificados.

Claro, se trata de algo muy difícil de sostener, y a su vez: ¿existe otra posibilidad? ¿No se trata hoy, precisamente, de construir modos colectivos de sostener la ignorancia, la búsqueda?

Según Ramón, el contexto puede ser muy hostil. En las propias familias de muchos miembros del MTD conviven intereses y voluntades muy diferentes. En su familia hay personas que le preguntaban por qué el día 20 de diciembre se rompían los bancos, cuando era Ramón mismo quien estaba probablemente en peligro… es decir, que las propias familias, muchas veces, están en otra. Y no sólo está en otra, sino que además pide explicaciones.

Lorena dice que dentro del MTD hay expectativas en la inclusión económica y laboral. Que muchos compañeros toman el plan para zafar «mientras tanto». Como si no se dieran cuenta de cómo son realmente las cosas, y siguen esperando mucho del estado. En ellos la autonomía no se hace carne. Prefieren no profundizar en cuestionarse las cosas y sus propias prácticas.

Melina considera que todo esto no puede ser percibido como mera inocencia. No hay que tratar a los compañeros como si fueran «menores de edad». Sobre todo porque estar pendiente de los compañeros que no se hacen cargo de la construcción desgasta, entristece: «si consideramos realmente que cada quien hace su elección no hace falta cargar con los desinteresados». Esta es una discusión permanente en el MTD, en donde de lo que se trata es, por sobre todas las cosas, de «vivir de otro modo».

Para ella no se trata tanto de una «ingenuidad» que obraría como un obstáculo concreto a la igualdad, sino de ciertas elecciones. La ventaja de considerar que lo que difiere son los intereses consiste en que de este modo no se subestima la inteligencia de los otros, o la oportunidad de que esa inteligencia se manifieste, y sí, en cambio, se pueden ver las dificultades que estas diferencias implican. De hecho, dice Melina, esta manera de considerar las diferencias de inteligencias -como ingenuidad- puede llevarnos a la vía «explicadora». Aquella que según Jacotot es sobre todo atontamiento, o subordinación de unas inteligencias a otras.

Cambá contó entonces un episodio ocurrido en el taller de in-seguridad. Allí un compañero dijo que para él había que prohibir que los extranjeros vengan al país a quitarle trabajo a los argentinos. La pregunta de Cambá se liga a la de Melina: ¿se trata de un caso de ingenuidad?

Según Lorena, hay -aquí- una cuestión ligada a la voluntad. En el caso de este compañero, sus opiniones estaban ligadas a una actitud de «no poner nada de él para pensar o escuchar». Según Vero no es la primera vez que aparece esta idea de que la diferencia fundamental entre una actitud abierta y otra cerrada pasa por la capacidad de escuchar y entender lo que el otro está diciendo. Parece que esta es una clave profunda del pensamiento colectivo, de la construcción.

Pero esa escucha no es el mero oír. Se trata de hablar para que haya una comprensión, un diálogo real, una construcción compartida. Melina dice que no alcanza con «hablarle a la gente». «Nadie va a cambiar por lo que le digamos. A lo sumo las personas pueden obedecer momentáneamente porque quien les habla posee algún tipo de autoridad sobre ellos, pero allí no hay crecimiento, ni construcción de un vínculo emancipado». ¿Y cuál es el valor de un cambio de opiniones sostenido en la obediencia? Cuando la opinión de un compañero o una compañera cambia por obediencia no se logra sino confirmar las jerarquías, activar la vía de la explicación.

Nacho propuso entonces dar vuelta una frase de Jacotot: donde dice «la inferioridad de alguien es consecuencia de las circunstancias que no le obligaron a seguir buscando», hoy podríamos decir: «la inferioridad de alguien es consecuencia de que las circunstancias te obligan a no seguir buscando». Sin embargo, asumiendo esa inversión de la frase sólo queda la concientización. Y todos sabemos que de nada sirve.

  1. De la conciencia a la vivencia

Según Idalia el compañero del taller de in-seguridad, con sus afirmaciones, estaba provocando/resistiendo. Tal vez él sentía que se le estaba imponiendo un modo «bueno» de pensar, y no estaba dispuesto a obedecer. Desde este punto de vista, sus opiniones (que seguramente eran muy sinceras) y su falta de disposición a pensar (como destacaba Lorena) funcionaban como una provocación: sabía perfectamente que al resto de los compañeros nos escandalizarían sus opiniones, que cumplían la función de advertir que él no iba a subordinarse.

Esta hipótesis de Idalia resulta de mucho interés porque permite revisar la actitud que tuvimos el resto de los compañeros frente a esta provocación/resistencia. La mayoría de los que estábamos allí reaccionamos tratando de explicar al compañero cuál era la «buena opinión».

Melina dice que si sabemos que la cuestión no pasa por decirle a las personas lo que tienen que pensar, no por ello tenemos que resignarnos a la imperturbabilidad de las opiniones de todas las personas. No es que la palabra no sirva, o que ninguno de nosotros esté dispuesto a escuchar, sino de valorar el peso de las vivencias en toda transformación de la subjetividad. La idea ya no sería concientizar, es decir hablarle a la conciencia, sino producir vivencias con la suficiente intensidad como para asistir a transformaciones colectivas. Así, entonces, las situaciones reflexivas ya no tendrían independencia de las vivencias que nos abren a la reflexión. Este sería, tal vez, el pasaje del oír al escuchar. Del decir algo a alguien al diálogo como un pensar juntos.

En este sentido, desarrolló Melina, hay que ver que ciertas vivencias tienen la potencia de abrirnos a nuevos puntos de vista, como fue el episodio del barrio Las Rosas. Cambá contó que en esa situación a él le pareció muy claro hasta qué punto la ignorancia -en su sentido activo- es hoy un valor fundamental. La capacidad de actuar con serenidad, de actualizar toda la experiencia acumulada, para enfrentar un problema inesperado totalmente. Un problema que destruye de golpe la imagen ideológica que muchos guardábamos de los vecinos de un barrio popular, y nos muestra toda la capacidad represiva y destructora de la lógica de la inseguridad. Es decir, nos sitúa ante la fragilidad y precariedad de la situación y de la experiencia misma, y nos interroga sobre lo que significan ahí las pequeñas victorias como las logradas. Melina comentó que quedó muy impresionada con la manera en que los vecinos reaccionaron: «era como si estuvieran mirando la tele, en lugar de vernos a nosotros». No había posibilidad de diálogo, no hubo condiciones para que fuéramos siquiera escuchados.

Pero, a la vez, tampoco se puede planificar la realización de estas vivencias. Según Melina, los cortes de ruta han sido -en este sentido- experiencias con una potencia inmensa pero nadie dice «cortemos rutas para producir lazos sociales» y, sin embargo, así sucede.

Parece que estamos frente a un núcleo riquísimo que valdría la pena seguir profundizando. Renunciar a la vía explicadora (atontadora), no nos deja en la inactividad, sino que nos reenvía a considerar la potencialidad de las vivencias. La reflexión, entonces, ya no pasa por la concientización, sino por la elaboración de los puntos de vista que surgen de la experiencia. Ya no se trata tanto de transmitir la «buena opinión» como de elaborar colectivamente aquello que ha abierto una vivencia.

Según Maba pareciera que la vivencia colectiva, en ocasiones, aprovecha una oportunidad cualquiera -unos reclamos, una marcha, un corte- para aparecer. Cuando esto ocurre, termina siendo mucho mas importante la experiencia misma que los reclamos en cuestión, y a la vez, esta experiencia no hubiera emergido sin la movilización y los reclamos, y no era posible de prever.

Para el Ruso hay aquí algo interesante para profundizar: la vivencia no es automática. No alcanza con ingresar al movimiento para que tal modificación se produzca. En este sentido, no puede decirse que la incorporación al MTD implique mecánicamente una modificación subjetiva. Aquí es donde el dilema emerge: ¿por dónde ocurre la transformación subjetiva: por la vía de la concientización, el esclarecimiento, la transmisión de opiniones y/o por la de la elaboración colectiva de las vivencias?

Maba pregunta ¿que pasaría si los planes se acabaran?. Allí se vería, dice, quién se «apropió realmente del proyecto».

Contó Lorena que después de la última reunión del taller de inseguridad, pensó que en el MTD subsiste una contradicción constante entre, por un lado, la apuesta a vivir de otro modo y, por otro, una apertura muy evidente a quienes quieran acercarse sin necesariamente apostar a esta construcción de otro tipo de relaciones sociales. Cambá sostiene que es precisamente esta contradicción la que evidencia que el MTD no es algo cerrado, sino que está articulado en una lógica de construcción. Construcción de nuevos lazos, sobre las condiciones (contexto) reales de los viejos. De ahí que sea fundamental lo que dice Jacotot: que la decisión está en cada uno.

Para Melina la construcción refiere a lo común. Pero lo común, a su vez, implica diferencias. Esto es muy interesante porque supone que común y diferencia no necesariamente se contradicen, sino que se puede pensar una relación en la que ambos se potencien. Y agrega que esto puede suceder cuando lo común (el encuentro, lo colectivo, la construcción) es vivido como encuentros diferentes, y construcción de la diferencia. Sin embargo persiste la pregunta sobre ¿cómo se construye la diferencia como rasgo de lo común?, ¿qué sucede con quienes no cumplen los acuerdos y terminan entristeciéndonos?

Para Lorena un MTD no tendría sentido si no altera la subjetividad de sus miembros de modo tal que esa diferencia pueda desplegarse. Sin embargo hay que pensar cómo evitar el sentimiento de frustración cuando esta alteración no se concreta. El Ruso considera que la alteración subjetiva de la que estamos hablando es antiutilitaria, y que lo que muchas veces llamamos autonomía se refiere a este antiutilitarismo.

«En mi caso -dice Ramón- la vivencia de la que estábamos hablando, y que me hizo ver cosas nuevas, se dio en los cortes de ruta». Sobre todo porque en los cortes se tiende a compartir, mientras que en la vida cotidiana, muchas veces no se encuentran estos espacios no-utilitarios. El modo en que se comparte el mate, la comida, la compañía, el estar juntos, en fin, todo esto configura una experiencia que supera el individualismo cotidiano. Esta vivencia es la de descubrir otra mirada de la vida: charlas, compañeros, otras experiencias. Por esta vía se va incorporando un sentido muy profundo de la lucha.

Pero ahora, continúa Ramón, todo se va reorganizando, prevalece la «mirada estatal», la del poder. «Se hace mas fácil para la gente de los barrios ir con Castells». Entonces habría que considerar hasta qué punto ahora como nunca se trata de potenciar la autonomía. Aunque hayan muchas dificultades.

Vero dice que todo lo conversado se relaciona con lo que pensamos en el encuentro anterior acerca de si es la voluntad la que hace a las condiciones o las condiciones a las voluntades. Tal vez, concluye, no deberíamos dar tanto peso a las circunstancias, porque el pensamiento y las prácticas tienen la potencia de redefinir los problemas que surgen de tales circunstancias. Sobre todo es importante no tomar a las circunstancias como «mistificación» de la impotencia.

  1. La ignorancia

En el taller hablamos de desmoralizar la noción de ignorancia. No se trata de disimular un saber ante quien no lo tiene porque la ignorancia es lo que nos incumbe a todos en un vínculo no utilitario y, en segundo lugar, porque en las condiciones actuales es casi una ficción suponer que alguien tiene saberes válidos sin hacer la experiencia de esa validez: «¿quién puede saber, de antemano y de manera completa, lo que significa un movimiento?».

Para Neka lo que nos vuelve ignorantes (en el sentido del «maestro ignorante») en una situación concreta de aprendizaje no es tanto la postura -si suspendemos o no nuestros saberes previos- frente al otro, sino el hecho de hacer emerger un no saber sobre la relación que existe (y puede existir) entre nosotros: una relación que, precisamente, ignora lo que debe ser y entonces se convierte en un acto de libertad. Se trataría, entonces, de derribar lo que se supone, lo que se espera de cada relación, de eliminar los prejuicios y los modelos previos para dejar aparecer el encuentro. Ignorar es desclasificar a los otros y a nosotros mismos. Implica una apertura a lo que puede ocurrir. Existe un no saber sobre lo que va a pasar en el encuentro.

Melina dijo que se percibía en los chicos una fuerza -una voluntad- de investigación mucho más fuerte que en los adultos. Se diferenciaron, entonces, dos actitudes muy distintas con respecto al no saber: a quienes el no saber los impulsa a investigar (ignorancia) y quienes experimentan el no saber como la justificación de que sí hay «otros que saben»; es decir, el no saber (como impotencia). La impotencia trabaja consolidando las desigualdades entre unos que saben y otros que no. En esta segunda posición -la del no saber como impotencia- se da una cierta «comodidad»: no se quiere asumir una voluntad de investigación, de aprendizaje.

  1. Voluntad e inteligencia

Todo depende entonces, al parecer -y según Jacotot-, del trabajo de la voluntad. Es decir, de su capacidad para vincularse con la inteligencia, de los usos y maneras de ese encuentro.

Surgió la pregunta: ¿Cómo es posible que las mismas personas que han decidido formar un MTD y lo han construido desde la nada, aparezcan -de pronto- impotentes frente a ciertos cambios de contexto? Se trata de los mismos compañeros que han sido capaces de producir el movimiento y sostenerlo cotidianamente.

La impotencia viene junto con la delegación. De golpe ya no decidimos nosotros, sino otros. Así se da la división de las inteligencias: los inteligentes saben, los que «no saben» no son «tan» inteligentes. Y desde ahora resolverán los «mas» inteligentes, los que «sí» saben. La impotencia surge también cuando no nos tomamos un tiempo para elaborar cómo decidir en nuevas circunstancias.

Pero lo más interesante de estas preguntas es que nos ayudan a entender la relación entre voluntad y dominación de la que nos habla Jacotot. A comprender que no son términos del todo inseparables. Neka mencionó que aún cuando se está voluntariamente en un movimiento persiste la subordinación -igualmente voluntaria- y el pedido de ser organizado por otros.

No alcanza entonces con decir una y otra vez que somos iguales, sino que hay que descubrir modos concretos de poner en práctica aquí y ahora el principio de la igualdad de las inteligencias. Una inteligencia igual es una inteligencia autónoma, que trabaja para desarrollarse. Es decir: para producir sus propias condiciones de desarrollo y para insistir en sostener este uso de la inteligencia en el tiempo, como un compromiso fundamental.

Hay momentos en los que gana la pereza y la inteligencia se deja guiar por las convenciones y los valores existentes: queda -por lo tanto, y esto es lo importante- imposibilitada de reconocer la ignorancia. Este reconocimiento, que es a la vez descubrimiento de la potencia de la igualdad de las inteligencias, es para Jacotot la piedra fundamental de la emancipación.

Por eso no se trata de ser más o menos sabios, sino de lograr vincular virtuosamente la inteligencia a la propia voluntad, es decir, de sostener la ignorancia, la búsqueda, la disposición a crear nuevas configuraciones. Voluntad entonces es sinónimo de deseo: y puede ser pensada como la clave, el terreno ambiguo y complejo en el que se juega el compromiso, y los usos de toda inteligencia.

Todos reconocimos que esto es algo muy sinuoso. Es lo que vemos en la manera que los chicos son disciplinados y pierden rápidamente su voluntad de investigación, para convertirse en meros repetidores de lo que el maestro indica. Es lo que vemos también en organizaciones que rápidamente aceptan los términos que impone el nuevo gobierno, y se estructuran según estos parámetros, perdiendo la capacidad de producir sus propias condiciones.

De ahí que la dominación no sea simplemente imposición, e involucre al dominado en la forma del querer utilitario. En este sentido, Nacho planteó las siguientes preguntas: ¿qué es lo que hace que declinemos la voluntad? ¿qué mecanismos nos separan de nuestra inteligencia?

Ahora bien, que sea difícil ligar de un modo activo la voluntad a la inteligencia no quiere decir que no sea una posibilidad para todos. Porque efectivamente se trata «sólo» -dice Jacotot- de prestar atención, de tener la paciencia de repetir y probar operaciones, de comparar una y otra vez, y sacar conclusiones propias.

Lo difícil, dice Laura, es conseguir organizar estas operaciones y procedimientos según los propios tiempos: sin homogeneizar, sin anteponer jerarquías. Es lo que nos muestra el ejemplo que puso Melina de uno de los pibes de la murga que es muy inteligente y activo pero se equivoca siempre cuando lo ponen a «repetir» cien veces la misma frase.

Esta voluntad activa es también responsabilidad, compromiso. Lo que implica, desarrolla Melina, otra dificultad: la de sostener los espacios y las condiciones que permiten una experiencia de aprendizaje, que la vuelven posible y deseable.

Es así como, según Alberto, los criterios del movimiento son los síntomas de esta dificultad. Son, a la vez, recursos para sostener la situación, y expresiones de una voluntad pasiva.

  1. Colectivos ignorantes

Diego dice que Jacotot se olvidó de la posibilidad de un colectivo ignorante. Idalia agrega que en general nadie cree que hayan colectivos ignorantes, porque a los colectivos -a los movimientos- se les piden «soluciones». Muchas veces frente a lo colectivo se adopta la actitud de querer recibir soluciones sin involucrarse a pensar sobre sus problemas. Para Laura el problema es que la gente ya cree saber cuál es la solución a sus problemas, y se la demanda a los colectivos/movimientos.

Melina recuerda que el mismo utilitarismo se da con quienes sólo vienen a solucionarle los problemas a los otros. Esa también es una forma de no elaborar colectivamente las cuestiones (problemas/soluciones). «Ayudar a los pobres» es otra forma de esquivar el desafío de la construcción.

El Ruso cree que se puede distinguir entre dos dinámicas diferentes: de un lado, la «solución de los problemas», y del otro, la «construcción». Según dice, los sindicatos actúan todos sobre la base de la «solución», y esa es su idea de lo colectivo. Pero en la construcción se juega no sólo la solución sino la elaboración misma de «qué cosa es un problema». El coraje del colectivo ignorante consiste en animarse a replantear los términos de lo que habitualmente se considera un problema. Este replanteo ofrece siempre nuevas posibilidades, porque al no saber, al poner la ignorancia en primer lugar, se abren nuevas preguntas y se potencia la posibilidad de usar la inteligencia con mucha mayor profundidad.

Melina agrega que la diferencia entre un colectivo que Sabe y uno Ignorante es que este último no posee saberes a priori para cada situación. Vivimos vidas muy predefinidas, pues se sabe siempre desde antes lo que está en juego… siempre se calcula si uno va a quedar dentro o fuera, dice Laura.

Fue muy interesante, en este mismo sentido, cuando charlamos de aquellas dinámicas que a veces se congelan, como si se trataran de la «ley del buen militante». Por ejemplo, cuando se dice: «hay que trabajar con alegría». O, sobre todo, cuando «hay que salir a cortar». Especialmente este último punto señala una manera muy habitual de interrumpir las situaciones de aprendizaje en nombre «de lo que ya se sabe» que hay que hacer. Y es un signo muy indicativo de cómo un Movimiento puede dejar de estar en movimiento: cuando cesa de experimentar y se ajusta a un concepto, a una imagen de lo que es y debe ser.

Surgió, entonces, otro punto importante: ¿por qué no se registra ni se toma en serio el aprendizaje que pasa por fuera de los talleres de educación? ¿por qué reducir los momentos de aprendizaje a los espacios de educación?

Hay Movimiento cuando se está en movimiento, cuando pasan cosas, cuando se piensa y aprende, y no simplemente cuando se está con voluntad pasiva en una reunión o incluso en un piquete.

Podría decirse que una vez que los criterios se convierten en ley, se borra buena parte de lo que distingue a un MTD de las prácticas de los punteros, o de una banda de barrio. El movimiento se reduce a gestionar la vida de la gente: la comida, los planes, etc. La única democracia es la «de los pies», que consiste en buscar el «jefe» que mejor garantice los recursos elementales para sobrevivir. Esta se basa y alimenta de criterios producidos por la voluntad, pero convertidos en nuevas leyes, criterios que se han autonomizado del movimiento y ahora contribuyen a inmovilizarlo. No otra cosa sucede con nociones como autonomía y horizontalidad, cuando se convierten en los contenidos de un discurso políticamente correcto.

Pero, ¿qué pasa cuando existen criterios de composición que funcionan sin convertirse en leyes? ¿se trata de la constitución de colectivos que ya no se rigen por la mera agregación, es decir, que ya no implican una cesión de cualidades singulares? ¿de la conformación, por lo tanto, de figuras colectivas cuyo sentido es la producción de nuevas capacidades, potencias, y vínculos? ¿figuras colectivas que sólo incluyen a quienes quieran estar, a quienes se impliquen en ellas, es decir, a los individuos capaces de dejarse tejer y modificar por relaciones, afectos y deseos? ¿No serán estos agrupamientos verdaderos colectivos ignorantes?

Quizás podríamos definir a la educación popular como la práctica orientada a descubrir, producir y acompañar el surgimiento de aquellos criterios de composición que no son leyes.

Pero esto supone, como conversamos, una figura del coordinador que es difícil de sostener: «hay que tener ganas, estar dispuesto», pues se requiere un esfuerzo grande por verse modificado, por destruir los propios supuestos, por producir una y otra vez las condiciones para una experiencia común.

En fin, más que proporcionar métodos que organicen la reflexión, quizás la figura del coordinador sea la de un garante de la ignorancia, es decir, quien acompaña la configuración de los criterios, los trabajos, los proyectos.

A partir de aquí, dedujimos la siguiente posibilidad: la de considerar todos los espacios del movimiento como lugares de aprendizaje.

Las Reseñas del Taller. Año 2004

  1. La buena nueva, las instituciones y el desierto

Según Jacotot hay dos hipótesis distintas sobre la relación entre la práctica de la ignorancia y las instituciones.

De un lado, quienes intentan institucionalizar la ignorancia, y apuestan a una escuela emancipadora. Esta es la experiencia del propio Jacotot cuando asume la dirección de una academia militar. El gobierno ilustrado pretende así generalizar este método de enseñanza, otorgarle todos los recursos para que se desarrolle. Jacotot, luego de llevar adelante este proyecto, concluye lo mismo que Baruch Spinoza cuando le ofrecen una cátedra en la Universidad: «se trata de un regalo envenenado». Y es que en una institución escolar a lo sumo se podrá formar hombres más útiles para la sociedad, para el Estado. Pero la ignorancia funciona en otro plano -incluso en la institución-, desbordando sus objetivos y reglas: «no se trata de crear sabios sino de levantar a los hombres del pantano; no se combate la ignorancia sino el desprecio por sí mismo, la impotencia».

De ahí que pueda pensarse una hipótesis más interesante: que la institución renuncie a asimilar el método de la ignorancia y más bien colabore con la difusión de esta buena nueva entre las familias. Dice Ramón que no es casual que la ignorancia sea llamada aquí una «buena nueva». Porque es así como en el Evangelio se le llamaba a la palabra de Cristo: lo que «le habla y llega a todos», lo que todos pueden, la posibilidad de liberación como algo común. Recuerda también que los primeros cristianos se dedicaron a difundir hacia todos lados la palabra de Cristo, convencidos de su poder y su universalidad, y que el surgimiento de la Iglesia como Institución convirtió la buena nueva en religión.

¿Es posible desarrollar experiencias de emancipación en el seno de las instituciones (escolares, por ejemplo)? De ser posible, ¿con qué límites hay que lidiar? Según Laura, es perfectamente posible, pero siempre y cuando se desplieguen relaciones entre las personas que allí trabajan que no se rijan por los roles institucionales establecidos. En tanto lugares de encuentro y relación una escuela puede ser sitio de experiencias ignorantes, y de hecho cualquier lugar permite trazar vínculos de igualdad, puentes que reduzcan la fragmentación, la separación; pero en cuanto instituciones formadas por vínculos utilitarios, rígidos y jerárquicos nada es posible, ningún lazo es pensable.

Sin embargo, Neka afirma que hay un límite para estas experiencias cuando se desarrollan en las instituciones: muchas veces el querer-hacer no logra constituirse en poder-hacer.

En el mismo sentido, Cambá considera que en una institución más bien se despliegan resistencias, pero que son otros los sitios donde se pone en juego y se torna posible la creación de otros mundos.

Pero el Ruso sostiene que si la base de la emancipación es -según Jacotot- conseguir que la propia voluntad se mantenga «en su órbita», este esfuerzo puede sostenerse en cualquier ámbito, aún en las peores condiciones. Y a su vez, en un espacio comunitario, no institucional, también puede haber «pereza». Y agrega: no existe más la institución donde, como antaño, rige una disciplina a la que ajustarse. Hoy más bien nos encontramos en espacios sin sentido, y como en cualquier otro sitio, se trata de crear algo o subsumirse en la nada reinante.

Nati llama la atención sobre otro elemento de la argumentación de Jacotot que habría que reconsiderar. Se trata del espacio familiar (de la familia obrera, más bien ampliada, todavía no configurada nuclear y jerárquicamente a la manera moderna), como lugar donde la buena nueva puede ser asumida y desplegada. Habría que preguntarse por la condiciones actuales de la desintegración del vínculo familiar como un nuevo giro respecto a la familia en la que pensaba el maestro ignorante.

¿Qué espacios son hoy los que acogen la buena nueva? ¿Existen tales espacios? Al respecto, Neka afirma que si algo ha podido concluir como certeza en sus experiencias militantes es que la emancipación nunca es individual, sino siempre colectiva, siempre se despliega como devenir comunitario. Sólo nada se puede. Lo cuál está muy lejos de cierta noción un tanto posmoderna, según la cuál se trata de atravesar como individuos «libres» los lugares donde se esté.

Así, existen preguntas fundamentales como: ¿desde dónde y con quienes elegimos construir nuestros proyectos? Si hay algo que diferencia a los colectivos ignorantes de las instituciones es que mantienen precisamente la capacidad para formular y responder prácticamente a estas preguntas.

Ramón aporta otro elemento para esta distinción: en los colectivos uno puede cambiar lo que no le gusta. En la institución, por lo general, uno es tomado por un discurso que lo sume en la tristeza, y más que hablar uno es hablado: cuenta cómo los hijos de algunos compañeros del MTD escuchan todo el tiempo en la escuela los discursos mediáticos de la seguridad, etc.

Y sin embargo, dice Melina que es fundamental no olvidar que lo que construye es la práctica de la igualdad, la experiencia de la ignorancia. Y hay que resistir la tendencia a «envasar» esa práctica, a definir espacios privilegiados o ya definidos como emancipadores. La ignorancia entonces no es nunca la propiedad de una identidad. Neka agrega: si hablamos de colectivo ignorante, no diría que el MTD lo es. Quizás algunos segmentos del movimiento, algunas experiencias dentro de él.

El afecto, según Cambá, es la argamasa de los colectivos ignorantes. La capacidad de elegir, que como dijimos no existe en las instituciones, está totalmente ligada a las configuraciones concretas que el afecto produce. ¿Pero hay una distinción tan clara entre el adentro y el afuera de la institución? ¿Es la institución un dispositivo disciplinario que funciona del mismo modo que lo hacía antes, o más bien se trata del dispositivo que funciona en nuestras subjetividades y que puede darse tanto «dentro» como «fuera»?

Diego, en este sentido, agrega que hay una diferencia importante entre nuestro desafío de emancipación y el que plantea Jacotot: si para él, la distinción relevante estaba en el hecho de que sólo se emancipa el hombre pero nunca el ciudadano, hoy podríamos decir que la ciudadanía no es más aquel lugar donde la vida estaba de algún modo asegurada. Y que por lo tanto el trabajo de la ignorancia es componente fundamental de cualquier proyecto que pretenda durar y consistir.

  1. Estar en órbita

La principal atención que el hombre puede

esperar del hombre es esa facultad de

comunicarse el placer y el dolor, la

esperanza y el temor, para conmoverse recíprocamente.

  1. Jacotot

Joseph Jacotot dice que la inteligencia es la «potencia que pasa por la verificación del otro».

La lectura del Maestro Ignorante disparó la discusión sobre qué es comunicar. Se dijo, en principio, que hay posibilidad de comunicar cuando hay intercambio de voluntades, es decir, cuando una y otra parte ponen en juego sus propios deseos para expresarse y escucharse o, como dice Jacotot, voluntad para traducir nuestros propios sentimientos y, a la vez, voluntad del otro para contratraducir eso que escucha, percibe o siente. Para tener esta voluntad de decir y escuchar, es fundamental «estar en (la propia) óbita», en el sentido de poder volver a sí. ¿Y qué implica volver a sí? Se dijo que se trataba de preguntarse «¿qué estoy haciendo?», para investigar de dónde surgen los criterios para evaluar lo que hacemos.

Estar en órbita, entonces, es la posición que nos permite hablar-escuchar (traducir-contratraducir) sin que ese diálogo sea parte de un acto de atontamiento, es decir, sin que tratemos de «sumar a otros a nuestra propia órbita» o sin «imponer una verdad a otros». El interrogante quedó planteado más o menos así: «¿cómo se logra una comunicación que no intenta adaptarse ni imponerse a los otros?» O, más directamente: ¿cómo lograr una comunicación que sea un verdadero intercambio de voluntades?

Estar en órbita queda asociado, entonces, a la posibilidad de verdad. Pero esto, según charlamos, exige un esfuerzo o una posición de construcción. ¿En qué consiste esta posición?

Todos tenemos nuestra órbita, pero no todos le prestamos atención. Es decir, estar en órbita es dejar de lado la distracción. Se construyeron dos imágenes: 1- razonable es aquel que presta atención a su órbita y, por lo tanto, aquel que está en una posición de construir puentes con los otros y 2- perezoso es aquel que espera, que se acomoda a órbitas ajenas.

Pero, nos preguntamos, ¿cómo hacer para que estar en órbita no signifique ser individualista? Estar en órbita es un ejercicio cotidiano de volver a sí y de sensibilidad con los otros. Ambos procedimientos aparecieron como lo que posibilita una construcción. Se trata de esquivar la posición del maestro y retirarse de los lugares que los demás esperan de nosotros.

¿Hay órbitas que no coinciden entre sí, que se organizan por lógicas incompatibles, y con las cuales parece no haber posibilidad de comunicación? En las situaciones que conocemos suele haber incompatibilidades. En estos casos no se trata de partir de la incomodidad que causan otras órbitas sino de afirmar la propia, evitando que aquellas se tornen un obstáculo para nuestro propio estar en órbita. O, en otras palabras: que agotado el trabajo de compatibilización de las órbitas, se trata de volver a sí para afirmar la construcción.

  1. Taller de los pibes: preguntas en construcción

Laura inicia la conversación recordando una discusión sostenida en el taller durante el año pasado. Entonces, ella había considerado que las circunstancias determinaban las inteligencias. Ahora cambió de opinión, y sostiene que las circunstancias actúan pero no determinan las inteligencias.

Melina plantea al respecto lo que considera un enigma: siendo que ante circunstancias diferentes suceden cosas distintas, ¿qué lugar ocupa el aprendizaje? ¿Y qué lugar ocupan las rupturas respecto de lo que se ha aprendido? Mas concretamente: ve un límite en la cuestión de la violencia que a veces surge en el taller. En este sentido, son enormes las dificultades para revertir las circunstancias -de violencia, omnipresente en el contexto actual de los barrios-.

¿En qué sentido la violencia corta el taller? Con la violencia los chicos dejan de ser dueños de sus cuerpos y pasan a estar sujetos a quienes los maltratan. De este modo se impone siempre la autoridad del que mas pega. Laura cree que esa violencia en los pibes se da por reproducción de la violencia en los barrios. Pero a la vez, piensa que el taller es uno de esos momentos que se construyen como opciones, como invitación a escapar de ese cotidiano violento. El taller ofrece un momento, un espacio distinto, y con ello muestra alternativas de vida, posibilidades de elegir. Abre una línea de libertad posible, en un contexto de violencia.

Melina se pregunta, entonces, por los procedimientos para lograr que ese espacio sea realmente de libertad, construido efectivamente desde la libertad de los pibes, sin bajadas de línea. Un espacio de libertad es tal cuando en su interior hay posibilidades para experimentar y elegir. Ahora: si ese espacio no se puede armar, si se desarticula, ¿qué alternativas existen que no sean ni la disolución ni la «intervención» desde el poder de nuestra parte?

Laura indica que la pregunta es si una forma diferente de relación no aísla a los pibes de su entorno. Se trata de vivir otras alternativas, de dar recursos. En relaciones libres, tenemos que construir otras formas de solidaridad, sin limitar la voluntad. «De lo que me doy cuenta es que si yo pierdo el convencimiento en lo que hago, des-existe el espacio». Cuando se dan peleas fuertes, pasa incluso que hay pibes que dejan de venir.

El Ruso agrega que las posibilides mismas de construcción de ese espacio actúan también sobre el «entorno» violento del barrio. Diego recuerda que Jacotot hacía la diferencia entre forzar la voluntad (lo propio del Maestro Ignorante) y forzar la inteligencia (lo propio del atontador). ¿No será que hay que poner condiciones a la voluntad de los pibes, para que la ignorancia se active?

Dina establece una diferencia entre saber y pensar. En la igualdad de las inteligencias -según Jacotot- conviven saberes diferentes. Esta distinción entre saber y pensar es interesante, en la medida en que no es lo mismo una relación que se propone «transmitir un saber» que otra donde se trata de que algo se piense. No es lo mismo proponerse enseñar valores, que ponerse como recurso para que se piense algo que uno no controla. Puede ocurrir -dice Diego- que sean los pibes los que vuelvan activas las condiciones que uno pone. Uno pone la condición, pero son ellos quienes deciden como aprovecharla.

Laura piensa que forzar o poner las condiciones, no es tener «acuerdos» o «reglas». Las condiciones no son exteriores al trabajo. Aparecen cuando hay trabajo. Cuando esto ocurre disminuye mucho la violencia. No se trata de «buenos acuerdos», sino de «buenos laburos».

Y Melina apuesta a seguir buscando las «condiciones», registrando también las variaciones que se dan en cada taller.

Resta la pregunta sobre si la causa del desbande está en que el proyecto no anda bien.

Para Maba cuando hay un modo organizado de trabajo y una planificación -aunque ellas deban ser muy móviles y flexibles- hay buenos talleres. Los pibes defienden el espacio (mucho mas que los padres). Pero cuando no está esa capacidad de trabajo surgen peleas, dispersión. La dinámica se desorganiza mucho cuando «relajamos» la atención. Tenemos que ver, entonces, si todo no pasa por ahí: por la falta de planificación. Los pibes buscan de nosotros una actitud muy activa, y si nos gana la decidia las cosas se desarman.

Pero hay veces que la relajación la piden los mismos pibes, y debemos ser muy cuidadosos en no «aplicar modos de pensar el taller que sean rígidos», dice Laura. En ese caso relajarse es ser parte del conjunto, en la medida en que son los pibes mismos los que se ponen a organizar. Las propuestas pueden variar, pero no puede no haber propuestas.

Vero dice que en estos términos se puede pensar también lo que pasa en la escuela. Allí mas que un exceso represivo, lo que prima hoy es una ausencia total de condiciones. De ahí que la pared, que habitualmente funciona como un límite que separa el afuera del espacio interior, ya no separa nada. Es lo que se desprende de una anécdota en la que un chico saltó la pared escapándose de la escuela primaria. Cuando la escuela no pone ninguna condición, la pared no es ya límite alguno.

  1. Coordinación e ignorancia

Un «colectivo ignorante» es aquel que está estructurado por un determinado tipo de pregunta, y por un no saber que se genera a partir de ella. Por eso, la propia idea de ignorancia no está ligada necesariamente a la figura del coordinador. Según Neka, el hecho de que la figura del coordinador esté en discusión actualmente en el MTD, es más bien un índice del tipo de preguntas y los modos de respuesta que se van dando en la construcción. Así, la coordinación puede pensarse como un momento específico y superable de la elaboración colectiva.

Diego propone pensar la diferencia entre «coordinador / educador», quién ya sabe sobre la situación, y otra figura posible, el «coordinador / ignorante», quien desarrolla otro tipo de sensibilidad y apertura. La función de este último es la de forzar la emergencia de experiencias de ignorancia. Incluso puede pensarse, a raíz de lo vivido en los talleres de alfabetización que está realizando el Movimiento, que la función de coordinación no está ligada necesariamente a una persona, sino que puede ser el grupo mismo el que se coordina.

En este sentido Maba dice que en los talleres de educación popular se sabía dónde se quería llegar, a diferencia de los talleres de alfabetización con adultos en los que no se sabe qué hacer, y «se va viendo» sobre la marcha. Diego agrega que si la coordinación está planificada ya está hecha de antemano. En cambio, una coordinación-ignorante se hace en el propio acto.

Sin embargo, Melina piensa que las tareas de coordinación demandan también una preparación previa sin que esto signifique que esté todo planificado. En el taller del barrio Berazategui, por ejemplo, la coordinación pasa por recopilar materiales para los encuentros. Luego, echado a andar, se puede armar una dinámica interesante o no. La coordinación se descompone así en dos operaciones: de un lado, labores de planificación previas; del otro, una sensibilidad específica para hacer algo con lo que aparece en el taller mismo. Y la imagen de una coordinación ignorante es la que privilegia la segunda operación y está dispuesta a siempre subordinar lo planificado.

Una tercera tarea de la coordinación puede pasar por proponer la elaboración de reseñas colectivas como un modo de reconstruir desde todas las miradas lo que ocurrió en el encuentro anterior.

Neka sostiene que en el movimiento hay distintos colectivos, y que por lo tanto no hay un único modo de pensar la coordinación ni una sola lectura colectiva. Así, cada colectivo del movimiento se da su propio funcionamiento y modo de coordinación. Por ejemplo, el grupo de mujeres tiene una dinámica horizontal que no precisa de funciones de coordinación. La experiencia de alfabetización en el barrio IAPI muestra que se puede aprender a leer y escribir sin ninguna coordinación previa, aprendiendo desde la propia realidad y descubriendo aquello que no se puede prever. En este caso las preguntas siempre las va haciendo alguien distinto, y se construye un espacio cuyo interés reside en el tipo de relación que se genera. Incluso la diferencia de edades es algo que posibilita esta experiencia. Y los encuentros culminan cuando cada uno cuenta lo que aprendió del otro. La ignorancia parece ser el modo en que se borran las jerarquías, y la forma en que el taller se vuelve un sitio interesante para todos.

Mario piensa que el coordinador suele acudir a la planificación para evitar la dispersión. Y que la dificultad radica precisamente en que un grupo logre perdurar sin un principio que lo organice. De hecho, buena parte de los espacios y grupos de los que participamos no tienen como problema una «jerarquía» que no deja hacer, sino una falta de constancia y atención que hace que todo se disipe.

Para Melina puede ocurrir que un grupo empiece con un objetivo, por ejemplo leer y escribir, y después quiera hacer otra cosa. Hay un deseo de juntarse que actúa como condición de posibilidad sin la cual no se puede aprender nada ni seguir investigando. Maba coincide con esto. Sostiene que en lo talleres no se enseña a leer y escribir, sino que es la «excusa» para que pasen cosas. Así pensados, los talleres pueden ser el dispositivo que posibilita la experiencia del vínculo.

– El Taller de los chicos en el MTD de Solano

Entrevista a los coordinadores

Esta entrevista tuvo lugar el 3 de abril de 2003. Por entonces no sabíamos que se trataba del primer encuentro de lo que luego se convertiría en el «Taller del maestro ignorante». De la entrevista participaron varios de los coordinadores de este espacio, donde funciona una murga y se realizan distintas actividades infantiles, y dos madres.

– La experiencia de trabajo con los chicos empezó con la murga, en agosto del 2001. Al primer taller de murga vinimos cuatro compañeros y yo. Trajimos un bombo, nos juntamos en la casa de un compañero y nos pusimos a tocar en la vereda. Ya hacía tiempo que veníamos con ganas de empezar, pero nunca se concretaba. Finalmente, el puntapié inicial fue la venida de la murga «Matadores de tristeza» al barrio.

¿Ustedes estaban en la murga «Matadores de Tristeza»?

– Sí. Y teníamos la idea de empezar con el taller, pero nunca se daban las condiciones. El día que vinimos con la murga a bailar acá era el «día del piqueterito alegre» –el día del niño–: los chicos se quedaron re copados.

Jorge nos dijo: pero ¿por qué no empiezan ya? Y yo le dije: ¡hace un montón que me moría por empezar! Y así largamos, como se pudo. Luego se sumó gente de «Matadores», así que llegamos a ser seis y empezamos a hacer el taller en la plaza. Era un bardo porque los pibes se iban a jugar, nos costaba mucho contener al grupo, pero se fueron copando con el tema del baile sobretodo.

Hubo una época en que tuvimos la idea de hacerlo más en conjunto con todos los barrios, y empezamos a hacerlo en un galpón de la Florida. Ibamos con los chicos desde acá (desde el galpón del barrio San Martín), cosa que generó algunos problemas porque algunos de los chicos no querían ir al otro barrio: repetían algunas cosas que escuchaban de los padres, como que en La Florida son todos chorros. Y también el traslado de los pibes, con la mayoría que eran muy chiquitos era muy problemático. Después de un mes dejamos de ir.

¿Los pibes que participan son todos hijos de la gente del movimiento?

– No, algunos no, pero todos son chicos del barrio.

¿Tuvieron alguna idea inicial de por qué venir a hacer el taller acá?

– En realidad, en un principio no fue planteado exclusivamente para los chicos. Ni siquiera hoy se plantea así. Los chicos fueron los que se apropiaron del espacio. Sabíamos que se iban a prender más ellos, pero nosotros todo el tiempo insistimos con que se sumaran adultos, porque además los necesitábamos. Sin embargo, al final siempre predominaban los pibes.

– Lo que nosotros les proponíamos a los adultos era que laburaran con nosotros como coordinadores. Hubo un tiempo en que trabajamos con algunos, planificábamos juntos, pero ahora ya no.

– También me parece que la murga es una expresión artística que incluye la crítica. Además del espacio de contención y de laburo para los pibes, está bueno porque es como incorporar una herramienta más para poder criticar, decir lo que a uno no le gusta y de otra forma. Pensamos que era una herramienta que podía sumar a la lucha.

– El taller terminó de tomar forma cuando tuvimos que hacer frente a una presentación concreta. Antes mostrábamos algo, o jugábamos a otra cosa, pero no tenían clara la noción de lo que era una murga. Cuando surgió la idea de una presentación en serio, empezamos a laburar sobre qué cosas incluiríamos en la presentación, y así salió una obra sobre los derechos del niño, que era un tema que había surgido en un taller.

– A partir de ahí, nos pintamos, nos pusimos nombre, nos hicimos la camiseta y empezamos a ensayar. Ahí dejamos de venir a jugar con los chicos, porque antes veníamos a hacer algo que no terminaba de ser lo que buscábamos.

– En esa época éramos varios los talleristas, y los pibes también eran un montón. Entonces, en el momento de prepararse para la presentación fue como una explosión, estaban todos a pleno. Pero después lo que se hace difícil es sostener eso, porque pasan dos ensayos y por ahí vienen tres pibes al taller. Eso costó, el invierno, la lluvia, y también nosotros variábamos en número: o porque uno pegaba un laburo y no podía, o porque otro decidía no venir mas. Así que fue difícil ir consolidándonos como grupo, y también nos costaba el tema de la planificación, trabajar en conjunto, poder pensar algunas cosas más sistemática y colectivamente.

¿Al principio no hacían planificaciones?

– Sí, pero era más bien juntarnos para ver «que hacemos este viernes». No pensábamos un objetivo del mes y un plan de trabajo, como hacemos ahora.

¿Ustedes vienen todos de una murga, o el grupo se formó acá?

– No, cada uno tiene su historia.

– Yo me integré al movimiento a partir de la capacitación de adultos, en el área de capacitación, y me integré acá cuando se organizó la primer presentación, para acompañar a los chicos.

¿Capacitación de qué?

– Educación popular. Y acompañando en el barrio, participando de la vida del movimiento, pero más que nada encargada de planificar y coordinar todo lo que era educación popular. Nosotras dos nos integramos sin una idea tan clara y fue a mediados del año pasado que empezamos en este proyecto más integrado.

– Porque la idea es que no sea sólo un taller de murga, sino una especie de área de los chicos. Aparte de la murga empezamos a hacer otros talleres, y empezamos a pensar un poco más en un proyecto, y por eso necesitamos planificar los objetivos. Yo también tuve la misma experiencia que ella: entré en la capacitación con adultos en alfabetización y después me integré al área de los chicos.

¿Cómo son los otros talleres que funcionan?

– Surgió por iniciativa de los chicos. Porque si bien es cierto que cada uno traía su idea, fue una propuesta de ellos la de tener un espacio propio dentro del MTD. Comenzaron pidiendo un lugar donde hacer artesanías, cosas plásticas. Los chicos que participaron tenían mucha iniciativa, pibes de entre 10 y 13 años. Lo pensaron, sumaron a otros chicos, y me propusieron esto. A mi pareció bueno y traté de ir un poquito más allá de eso. Después resulta que había otros compañeros que venían pensando en el mismo sentido, y compartiéndolo salió la idea.

– Tenemos registros de estos talleres desde el inicio: el proyecto, las memorias de cada taller, la planificación. Nos juntamos los sábados y planificamos los dos talleres, los de los más chicos y los de los grandes, y evaluamos cómo han salido.

– Ahora son tres espacios: la murga y dos talleres. Uno desde el juego, desde la vivencia del cuerpo y de ver qué les pasa a los chicos con el movimiento, cómo lo vivencian. Y descubrimos que había muchos chicos que lo rechazaban. Nos propusimos colaborar a que ellos se encuentren con sus contradicciones, para poder repensarlas, sobre todo los más grandes. Los más chiquitos se la pasaban diciendo «soy piquetero», y hasta jugaban a eso. Cuando les proponíamos juegos espontáneos, salían muchos juegos y canciones relacionados con la lucha. Pero los más grandes no, los que tenían entre 10 y 14 años, más bien rechazaban eso.

¿Y la resistencia por qué era?

– Esa resistencia la vimos sobre todo en los chicos que han vivido mucho tiempo acá, en los galpones: y se trataba de una resistencia al MTD. Los chicos que participaban y sus familias no pertenecen al MTD no expresaban esa resistencia.

– En un momento percibimos que el boicot era a la actividad misma. Nosotros no nos dábamos cuenta de que estábamos todo el tiempo hablando –por medio de juegos– de la historia del movimiento, que es la historia de ellos mismos en realidad. Jugábamos al softball por ejemplo, y en cada base tenían que poner un recuerdo de la parroquia, de la panadería o de lo que fuera. Después hicimos un librito que lo llamamos «Los recuerdos del MTD». Nosotros teníamos muy presentes todos estos temas, y los chicos reaccionaron diciendo: ¡basta! Nos decían: «ustedes nos quieren adoctrinar».

– Y también nos llegaron a decir: «sí, yo soy piquetero; pero yo no soy mi papá». En realidad, nos querían decir, pienso, que ellos no eran adultos, y que participaban de otro modo.

– Lo mismo sucedió cuando hubo que ponerle nombre a la murga. Hubo una resistencia fuerte a que los encasilláramos llamándolos «piqueteros». Y nos pedían: «nada de gomas quemadas, nada de palos».

¿Cómo llamaron a la murga?

– «Alegre rebeldía». Fue finalmente lo que ellos eligieron. Porque en realidad, cuando pensamos en hacer alguna presentación, finalmente ellos siempre incluyen el piquete, lo que allí han vivido, etc. Entonces nosotros nos preguntamos: ¿a qué se resisten?

– Yo pienso que esa resistencia es parte de su identidad. Porque son cosas que también las viven en el barrio, en la escuela. Y es que en realidad, recién hace muy poco cambió la percepción sobre lo que significa ser piquetero. Para ellos puede haber sido siempre un sinónimo de honor, pero antes en la sociedad era un sinónimo de pobreza y marginalidad. Entonces, es lógico que se resistan a eso, que piensen: «mi papá es piquetero pero yo voy a ser otra cosa».

– Cuando hicimos la primera presentación de la murga estaban en primer plano estas resistencias, y los pedidos para que paremos con la identidad piquetera. Pero la representación consistió en contar que los pibes iban a la escuela y la maestra les preguntaba por qué faltó fulanito, y el otro, y el otro… Entonces, se representaba por qué habían faltado: uno porque se le había inundado la casa, el otro porque tenía que ir a laburar y no podía… y terminaban todos yendo a luchar, gritando «¡piqueteros carajo!». Y estas cosas no fueron programadas, fueron ellos los que las pensaron. La misma semana del 26 de junio de 2002, un grupo hizo la representación de la represión en el Puente Pueyrredón. Uno hizo de Darío y otro de Maxi. Fue impresionante como salió de ellos, cómo fueron representando lo que fueron viviendo.

¿Cuántos chicos hay en la murga?

– Cerca de veinte. Pero varía, porque hubo épocas en que eran menos y para una presentación son más. Hay un grupo que se mantiene y otros que van y vienen.

– Hubo una familia que se fue a vivir a Paraguay, y eso implicó un cambio. Porque era una familia que estaba desde el principio, desde el inicio de la murga, participando bastante. Estaban todo el día acá, entonces nucleaban. Sus chicos fueron unos de los que hicieron la propuesta de tener un espacio propio.

– Nosotros nos propusimos trabajar los temas del movimiento, y ver cómo se relacionaban con el mundo de los pibes. Yo creo que los logros los vimos más en los chiquitos, y los grandes nos confundieron más al encontrarnos con el boicot que nos hicieron. Por ejemplo, había un chiquito que al principio no hablaba porque había tenido una experiencia muy traumática de muy pibe. Acá empezó hablar, y fue impresionante que pudiera comunicarse con nosotros, que pudiera vincularse con los pibes. Corporalmente también era muy cerrado, así que fue bárbaro ver cómo se desenvolvía.

– Lo otro que percibimos en los mas chicos es hasta qué punto se trata de un espacio de ellos, con sus códigos y sus tiempos. Es muy importante para ellos tener un espacio donde se relacionan de una manera muy auténtica, y en el que se ayudan en este progreso. Las actividades van variando y los ejes fueron siempre subordinados a lo que fuera estimulándolos: estimular la imaginación, con información sobre lo que conocen y sobre lo que no conocen, sobre lo que imaginan, etc.

¿Ustedes separan los talleres por edades?

– Sí, hay de 3 a 7 años y de 8 a 13. Cada grupo tiene taller dos días a la semana, más el de murga donde están todos. La murga se junta tres veces por semana.

– El problema con los más grandes es que tienen más historia, y sufren otras cosas de sí mismos y de esta historia. Pero algo que siempre tomamos muy en cuenta es que no dejaban de venir al taller. Ese nos parecía un testimonio muy claro de que, a pesar del boicot, en el fondo sostenían el taller. Se jugaban con esto, para ver hasta donde sí y hasta dónde no. Y cada cosa suponía un esfuerzo mayor: por ejemplo con el horario. Son acuerdos que se hacen en el mismo taller pero que no siempre se respetan.

– Desde un principio establecimos acuerdos, porque eran momentos de violencia. Ellos se posicionaban en un lugar y nos dejaban a nosotros en otro. Inclusive, al inicio hicimos el análisis de que esa distancia tenía que ver con el hecho de que éramos casi todas mujeres, y como había muchos pibes de 14 años, a veces nos trataban de una manera que no daba.

– Cuando la cosa no andaba bien, por ahí nos amenazaban diciendo: «¡no vengo más!». Pero seguían viniendo, y eso era todo un índice para nosotros.

– Había mucho de manipulación. Porque a nosotros nos preocupaba. Pero cuando vimos que seguían viniendo, les empezamos a contestar: «y bueno, si no querés no vengas».

– Una sorpresa que nos llevamos en el taller de murga, fue el día que nos dimos cuenta de que la percusión ya estaba en los pibes, casi sin que nos diéramos cuenta. Al toque sacaron los ritmos, los tiempos, etc. Es difícil, y a la vez apasionante. Por ejemplo, en febrero de este año –cuando retomamos, porque durante todo enero no vinimos– nos pusimos a armar una presentación, y hubo momentos de bajón en el que decíamos: «pero al final estamos peor que el año pasado». Y de repente vino un boom y empezó a aflorar todo lo que se había laburado. Nos dimos cuenta de cómo los pibes estaban con la percusión, y de que nada era más imprescindible para ellos. Nos encontramos de repente con un fuerte impulso entre nosotros, palpábamos que la cosa iba. Mi impresión es que todo sube y baja todo el tiempo, y que es difícil lograr cosas constantes.

– Sin embargo, es muy poco el tiempo que hemos estado laburando. Sobre todo porque primero tuvimos que generar el espacio, y lograr que existiera. Y eso lleva tiempo, porque al principio dependía mucho de cada chico, pues si alguno se iba se te podía caer el espacio.

– Creo que aprendimos que es posible exigirle a los pibes, pero que hay que tener muy en cuenta la edad. En la murga, por ejemplo, nos angustiaba no poder generar el clima de asamblea para charlar cosas que teníamos ganas de conversar con ellos, porque como estaban todos juntos se hacía imposible generar ese clima. Y es que los más chiquitos necesitan otro tipo de atención. Hay cosas que se hacen largas discutiéndolas aunque la quieras hacer cortita, y si se embolan se van.

– Ahora seguimos haciendo asambleas, pero los que quieran hacen una actividad paralela. Es decir, armamos un espacio para ellos, un espacio libre para el juego, independientemente de nosotros. Y esto permitió que vuelvan a los ensayos de la murga. Y que a veces se sumen en el momento de la asamblea.

¿Ustedes hacen asambleas en rondas?

– Nosotros teníamos una idea de asamblea, pero las rondas aparecieron como iniciativa de ellos mismos. Se juntaban y se ponían a charlar, a contarles a los chicos que habían faltado la vez anterior lo que habían hecho. Se generaba la ronda desde ellos mismos.

– Mi sensación es que nosotros aprendimos a relajarnos un poco, y a darnos cuenta que no todos tenían que estar haciendo esa actividad que se pedía en el mismo momento, como por ahí es en la escuela. Yo a veces tenía una impresión parecida a la que siento en la escuela donde trabajo: que no podía haber tanto desorden, no podía haber un chico por acá y otro por allá, me ponía nerviosa. Pero empezamos a ver que lo importante era que se generara determinado silencio para charlar un tema, y que estaba bien que salieran de la ronda los que estaban en otra cosa, porque realmente no podían concentrarse en ese momento.

– Aprendimos a no fijarnos tanto en la planificación, a no frustrarnos tanto cuando algo no sale. Recuerdo que para una presentación habíamos construido un personaje que metía determinados temas, y ellos cuando lo vieron nos dijeron que era cualquier cosa, que no les interesaba. Lo modificaron y empezó a salir una propuesta a partir de ellos mismos. Ese día yo me sentí re feliz, a pesar de que lo que planifiqué no sirvió para nada.

– En los talleres del año pasado nos encontramos con nuestras propias rigideces. Y creo que tenía que ver con que teníamos demasiada confianza en la planificación: a veces nos pasábamos doce horas de un sábado planificando. Entonces, ¿cómo no íbamos a trabajar exactamente con el material que nosotros habíamos preparado?

– Resulta también que nosotros pensábamos que lo que hacíamos era como una «capacitación», y entonces había que dar «algo». Finalmente, la planificación sirvió para poner entre nosotros objetivos en común de los talleres, para entrar más en confianza y conocernos, porque el equipo estaba en formación.

¿Y los chicos van a la escuela?

– Hay una chica que dejó la escuela, que tiene problemas en general con todas las actividades que hace. Después hay otro nene que va y viene, y que la última vez que hablamos, dijo que había dejado la escuela. El resto, creo que sí.

¿Y con los padres, cómo es la relación?

– Fue muy fuerte la evaluación que hicimos a fin de año. Y es que cuando pensamos por qué trabajar con los chicos en el MTD, sin dudas contábamos con la experiencia que venían haciendo los adultos. Inconscientemente pensamos que iba a haber un vínculo más cercano y más fluido, y que íbamos a encontrar menos resistencia por parte de los adultos del movimiento de las que podíamos esperar de otros padres. Pero la experiencia nos enseña otra cosa, porque también en el MTD los adultos están viviendo un montón de cosas, también están haciendo un aprendizaje que está en edad temprana.

– Es una necesidad que los padres se acerquen más y vean qué están haciendo los pibes. Pero la verdad es que por ahora eso no se ha dado.

– Una vez hicimos una presentación en la plaza y no fue ningún padre. Incluso los padres que participan del MTD, o que viven a solo tres cuadras no vienen a ver a los chicos.

– Quizás hay una idea de que el espacio de los chicos es de ellos, que todo lo que sea aprendizaje es de los pibes y los padres no pueden venir a meterse, no pueden participar. Como que el espacio de aprendizaje es de ellos y yo tengo mis otros espacios: no se concibe tener un espacio compartido de aprendizaje.

– Pero lo que más nos duele es que a veces los padres, como castigo, les prohiben a los chicos venir a la murga o al taller. Esto a nosotros nos generó mucha bronca. Sentíamos necesidad de que se acercaran porque estaban perjudicando a los pibes, y se veía muy claro que no tenían ni idea de lo que estaban haciendo los pibes acá.

¿Ustedes sienten que los pibes tratan de transmitir a los padres lo que hacen acá, o hay un diálogo trunco ahí?

– No sé. De alguna manera se lo transmiten, pero no es fácil percibirlo.

– También es cierto que a nosotros nos superan los tiempos, y no hemos podido organizar una buena reunión de padres. Además, a mí lo que me pasaba personalmente es que no me veía en esa situación de reunión de padres. Sentía una imposibilidad de explicar lo que estamos haciendo, porque es difícil explicarlo. Incluso, en una asamblea donde pensaba hablar sobre el taller, terminé callándome, aunque tenía en un papel un proyecto escrito. No sé, quizás es un rollo mío, pero yo no pude leer ese proyecto en la asamblea, porque sentí que no estaba el espacio para leerlo y que los demás escuchen. Me parece que hay que pensar, en este caso, una manera de comunicar diferente.

– Yo creo que algunos padres se implican bien. Hay padres que están permanentemente acompañando. Pero me parece que hay otros padres que conservan todavía una imagen de la familia en la que existe una dominación del papá hacia los hijos. Por otro lado, hay una fragmentación muy grande que provocan ciertas crisis. Por lo que ustedes cuentan, el espacio es un espacio de mucha creación, de mucha creatividad puesta en juego y de mucha libertad también. Y lo que yo me pregunto es hasta qué grado los padres de los chicos están entendiendo esta situación. Es decir, hasta qué punto viven una situación similar. ¿Cómo relacionar eso? Es cierto que tal vez una convocatoria no funcione, porque está en juego una cuestión de tipo subjetivo.

– Hubo una experiencia con los adultos que nos sorprendió. Fue en el campamento del año pasado. Resulta que vinieron mucho más adultos acompañantes de lo que esperábamos, y nos dio un poco de miedo, porque pensamos que se podrían reproducir los conflictos que se veían en la asamblea del movimiento. Pero fue buenísimo, porque ellos se ocuparon de toda una parte del campamento, y nosotros nos pudimos dedicar mucho más a las actividades con los chicos. Hubo también una discusión con el tema de los límites. Por ejemplo, nos encontrábamos con chicos que nos decían que le peguemos a otros cuando no hacían caso. Claro, había dos formas distintas de poner límites, y entraban en contradicción.

– En el campamento se dio algo muy lindo. Fue el hecho de estar en un lugar muy tranquilo, con río, donde ellos se sentían muy libres y no teníamos que estar marcándolos todo el tiempo. No hubo casi conflicto, y sentimos reflejado el vínculo que habíamos trabajado todo el año. Hubo mucho acercamiento, y una gran confianza hacia nosotros.

– La libertad era que no había obligación de actividades. Hay un taller: el que quiere se acerca, el que no quiere no se acerca.

¿Conversan acá historias de los chicos en la escuela?

– Una vez surgió el tema de la escuela. Fue cuando trabajamos sobre los derechos… cuando tuvieron que representar a la maestra de la escuela, la hicieron gritona, un verdadero ogro, que al final les decía: «¡Vamos a la marcha!». Era una represora de izquierda.

– Hicimos varias representaciones de la escuela y siempre surgían cosas así. Una vez apareció la directora, y era la representación de la ley. Y lo que más me llamó la atención es que ellos hacían un papel, y lo que hacían no lo veían ni mal ni bien: es que la escuela, y la maestra, es eso para ellos. La directora que hay en la escuela de acá, a la que van la mayoría de los chicos, es efectivamente una gritona. Otra cosa que me acuerdo era cuando alguno no hacía caso, le decían: «yo soy la directora, me tenés que hacer caso».

– Sí, todo el tiempo aparecía en una relación de enemigo. La maestra, la directora, eran los enemigos de los pibes. La situación era que ellos todo el tiempo boicoteaban y hacían quilombo y las minas reprimían.

Pero la otra forma en que aparece la escuela, esta vez más a través de los padres, es como «la prioridad». Como algo con lo que tienen que cumplir y que, por lo general, para la mayoría de los chicos es una traba, porque siempre alguno tiene algún problema con la tarea, y le imposibilitan hacer lo que quieren. De hecho, al principio la demanda hacia nosotros era que hiciéramos apoyo escolar y guardería. Eso era lo que los adultos necesitaban. Pero nosotros no quisimos.

– Al principio los chicos venían con la mochila de la escuela al taller. Pero no se iban con la tarea hecha. Y uno de los argumentos para no traerlos es que tienen que hacer la tarea. La escuela está planteada como algo que está antes, como un deber.

– En realidad, nosotros quisimos hacer apoyo escolar, pero buscábamos trabajar los contenidos de otra manera que como los tratan en la escuela. Pero no nos dio el cuero para imaginar modos de acercarnos al conocimiento a partir del disfrute. Entonces, como no pudimos darlo de otra manera, dijimos no al apoyo escolar.

– Yo soy mamá de una de las chicas que integra el taller, y me ha hecho muy bien haberlos escuchado. Porque si bien soy parte del MTD, nunca participé del taller, y nunca los escuché hablar de lo que hacen. Me he dado cuenta que soy una mamá también muy atravesada por esto del autoritarismo, y hay veces que como castigo no la dejo venir acá a mi hija. ¿No hiciste la tarea? o ¿te portaste mal? Bueno, no vas a la murga. En realidad, más que un castigo le estoy creando un sufrimiento.

– Incluso muchas veces los chicos no vienen a decir que están castigados, sino que muchas veces se callan, no sé si por vergüenza o por qué. Incluso se bancan el reproche de por qué no vinieron a ensayar.

Quizás se pueda pensar más el problema de la dificultad que hay para comprender y transmitir esta experiencia…

– Sí, esta charla nunca se había dado, y que se dé con todos los papás y las mamás creo que sería bueno. Creo que a partir de allí va a ver mayor participación de los padres, incluso que ellos tomen a la murga como un lugar de pertenencia.

– El problema es que en los diferentes intentos de hacer reunión de padres no venía nadie, venían dos o tres, y finalmente no teníamos un ámbito donde contar lo que estábamos haciendo. Ahora estamos buscando un ámbito distinto, porque la reunión de padres se vincula mucho al imaginario de la escuela, la «maestrita». Muchos se resisten a la reunión de padres.

– Varias veces en asambleas del movimiento leímos el proyecto, donde están explicitados los objetivos, pero era todo muy abstracto. Porque una cosa es contar algo y otra compartirlo. Tal vez se pueda proponer un modo de taller, una asamblea o en los espacios de educación popular, reflexionar sobre esto con los padres. ¿Cómo ir encontrando un lenguaje común para trabajar con los chicos? Por ejemplo, en la murga se construyen «acuerdos» que tienen que ver con el tiempo y el espacio: ¿qué pasa con los papás que no permiten que los chicos vengan? Reflexionar entre todos sobre esto. Porque ahora me doy cuenta que hay muchos castigos y muchas responsabilidades que se le cargan a los chicos.

– A mí me costó un montón participar del espacio del taller. Porque yo como mamá venia un rato y nada mas, «venía como mamá».

– Otra cosa: en el área de salud se hacen talleres sobre violencia familiar, y yo no sé si se tratan estos temas. Porque, ¿que más violencia que esta, no? ¿Cómo articular lo que se hace en salud con el taller de murga y la experiencia de los padres? Esa sería un poco la cuestión. Porque la violencia es tratada cuando los padres le pegan a los pibes, pero ¿y este tipo de violencia que se ejerce sobre ellos?

– Uno de los temas que encontramos como límite el año pasado es precisamente el de la violencia que traían los pibes por dentro. En los mas chicos de una manera y en los grandes de otra. Pero en todos se ve. Había casos que eran realmente terribles. Porque tampoco les hacía bien que les pongamos límites. No registraban para nada. El progreso fue realmente muy grande. Ahora hay normas de integración, diálogo, acuerdos mínimos de convivencia, hablar de los que les pasa…

– Yo creo que uno de los problemas es que los pibes no están acostumbrados al trato que les damos acá, y eso chocaba. Que de repente les hablemos sin gritar, sin pegar. Al principio se tiraban piedras, se escupían. Ahora sienten que podemos hablar, que los escuchamos, que pueden decir lo que les pasa. Hoy discutí con un padre que no quería dejar al chico en el taller porque se había portado mal. Yo le dije «no te lo lleves porque ya esta acá» y se lo llevó. A los cinco minutos el pibe estaba acá, así que se ve que algo le quedó de lo que hablamos.

Algo de eso pasó con el «polaco». El «polaquito» empezó a ir a jardín y la maestra le preguntó si hacía otra actividad porque lo veía muy estimulado. Cuando le comentó que venia al taller de murga y al resto de los talleres, la maestra le dijo que la estimulación tenía que ver con eso. A partir de ahí, el polaco pudo entender lo que significaba el taller.

Sobre nuestra experiencia de educación popular en el MTD Solano

Desde las primeras asambleas que tuvieron lugar en el movimiento veíamos surgir algunas necesidades muy concretas para organizarnos:

Lograr un espacio de participación del que todos pudiéramos apropiarnos y expresar nuestra palabra.

Profundizar sobre lo político de nuestra práctica.

Recuperar y crear valores, construir nuevas relaciones sociales.

Pensar, desde nuestra propia identidad, espacios de dignidad y libertad.

Construir un pensamiento comunitario y colectivo desde los saberes de todos.

Sabíamos lo que no queríamos: seguir con una historia de sometimiento, de dependencia, de clientelismo político. No nos interesaba la formación clásica, el adoctrinamiento, la reproducción del poder sobre otros.

Muy al principio, a los poquitos meses de existencia del MTD, en los salones de la parroquia que manteníamos ocupada, fuimos viviendo los primeros talleres, en los que participábamos la mayoría de los compañeros del movimiento. Allí dos o tres personas asumían el rol de la coordinación. En el primer taller se trabajó sobre un cuento que nos sugería profundizar sobre el capitalismo y sus consecuencias en nuestras vidas.

El hecho mismo de mantener una parroquia ocupada hacía que recibiéramos muchas solidaridades de distintas maneras. Así fueron surgiendo propuestas de personas (estudiantes, militantes de otras organizaciones) que solicitaban sumarse a trabajar en educación popular.

También fue surgiendo el MTD en otros barrios, y creamos el Area, desde donde continuamos trabajando en la educación popular. Después de cada experiencia, en los distintos momentos y lugares, evaluábamos la práctica y proponíamos formas de seguir caminando.

El Area tenía dos ámbitos de reflexión: de un lado, un espacio de discusión y estudio sobre educación popular (formación concreta); paralelamente, el taller en cada barrio una vez por semana.

Utilizábamos recursos para invitar a la participación: dinámicas, juegos, teatralización, música, cuentos, textos, preguntas, historias. Por lo general, en los barrios se formaban grupos y se utilizaban los recursos como disparadores a partir de los cuales construíamos una mirada colectiva de todo lo que se producía en el taller.

El taller tenia cinco momentos posibles:

Comienzo. Encuentro e integración.

Presentación o disparador de un tema-eje.

Construcción colectiva del tema.

Mística.

Evaluación del taller y propuestas para los próximos.

Y existía un acuerdo según el cuál, todos los que integrábamos el MTD teníamos que participar en los talleres de educación popular.

Pero en los comienzos de esta experiencia no había acuerdos o criterios colectivos acerca de cómo hacerlo. De pronto hubo quienes no compartían para nada el proyecto de autonomía y horizontalidad del MTD, lo que sucitó quiebres entre algunos coordinadores de los talleres de educación popular e integrantes del movimiento. Se produjo una contradicción entre los que venían a educar porque ya sabían sobre la política y los que tenían que aprender.

Luego de un proceso de reflexión en el MTD decidimos conformar un área de educación popular con compañeros que construyeran con los mismos principios y participaran activamente en el movimiento. Así caminamos durante un tiempo, hasta que comenzamos a percibir que la educación quedaba encerrada en un espacio muy especifico, limitado y estructurado. Nos acompañaba un sentimiento de cansancio, sobre todo cuando el sostenimiento de los talleres recaía en la responsabilidad individual del coordinador. De ahí que hayamos iniciado una reflexión que se preguntaba por quiénes tenían la responsabilidad en la construcción de un espacio educativo; que indagaba las expectativas que los grupos depositaban en el coordinador, como aquel que debía tener una respuesta para todos los problemas; y sobre la necesidad de romper con la figura del coordinador, como alguien cuyo privilegio lo coloca por encima del grupo.

A lo largo de todos estos años fuimos aprendiendo que los distintos momentos del proceso nos han dejado mucha experiencia compartida, construcciones colectivas. A partir de las diversas crisis vividas tuvimos la oportunidad de crecer y de ir transformándonos en experiencias nuevas. Así vamos profundizando, en la participación y el compromiso, rompiendo con las ideas de dependencia y sometimiento.

Pensamos que hay educación y aprendizaje en distintos ámbitos del movimiento, y que va surgiendo a partir de la necesidad o del interés de cada grupo: grupos de estudio (historia, filosofía, etc.), grupos de reflexión (trabajo sobre los problemas vinculares), capacitación como agentes de salud, alfabetización, talleres productivos, asambleas, fiestas, murgas, marchas, intercambios con otros colectivos…

Diciembre de 2004

Crónica de un día en el barrio Las Rosas

El siguiente texto es una crónica de «un día de furia», que tuvo una influencia importante en varias reuniones del Taller del Maestro-Ignorante. Fue redactada por un compañero que participó de lo acontecido, y que impresionado por la experiencia, consideró imprescindible socializarla para ser pensada. Si la publicamos en este anexo es porque dialoga con algunas discusiones que tienen lugar en las reseñas, prolongándolas, abriendo nuevos problemas.

Todo comenzó muy temprano. Siendo las ocho de la mañana del 14 de noviembre de 2003, familias enteras del MTD de Solano se concentraron en el galpón del Barrio San Martín para emprender la toma de una ex-fábrica de dulces ubicada en el Barrio Las Rosas en San Francisco Solano, a pocas cuadras de allí. El objetivo era tomar las instalaciones y el predio donde se encuentra ubicada la ex-fábrica y limpiar toda la zona. Se trata de intentar hacer huertas para producir alimentos que luego serán consumidos en los comedores populares de varios barrios de Solano. A las 10 de la mañana, el grueso de las familias ya había llegado a la zona que sería tomada, junto con una camioneta en la que trasladaban las herramientas (palas, maderas, alambres, etc.) que permitirían limpiar el predio y también los alimentos que servirían para el almuerzo de casi 100 personas (entre grandes y pequeños) del agotador día de trabajo que les esperaba.

Pero ni bien llegaron al lugar, un grupo de diez vecinos, junto a miembros de la Sociedad de Fomento del Barrio Las Rosas, comenzaron a increparlos y a exigirles que se fueran. «Fuera de aquí, ustedes no son del barrio, se quieren quedar y hacer un asentamiento, son un peligro, la seguridad de los vecinos corre peligro con la presencia de ustedes, son usurpadores de la propiedad privada, etc.»; eran los argumentos de los desaforados vecinos que intentaban por todos los medios, incluso violentos, impedir que los compañeros del MTD de Solano lograran su objetivo.

Los compañeros del MTD intentaban explicarles que ellos no querían el lugar para vivir, sino que solamente pensaban instalarse en la zona para desarrollar un emprendimiento productivo para sus comedores. Pero los vecinos no los oían, solamente les exigían que se retiraran, que el lugar era de ellos, argumentando la posesión en comodato de una zona del predio donde habían construido una placita con algunos juegos.

Mientras tanto llegó la policía, primero un patrullero, luego otro, y otro, y así más de quince en menos de media hora rodeaban a los compañeros del MTD, que seguían firmes en su decisión, pero dispuestos al diálogo con los vecinos. Entendiendo el reclamo de la posesión en comodato de la zona de la plaza, pero no aceptando el reclamo de los vecinos que decían que tenían presentado en la Municipalidad un proyecto para hacer un polideportivo para los colegios de la zona en el lugar donde se harían las huertas. La presentación databa de hacía ya ocho años y los compañeros les preguntaban qué esperaban para hacerlo, ya que si esperaban del Estado se morirían de viejos. Ellos argumentaban que eran legalistas y que los compañeros del MTD eran usurpadores y que lo mejor que podían hacer era irse a trabajar, porque ellos todo se lo habían ganado con trabajo y no haciendo política.

A todo esto, la policía trataba por todos los medios de apaciguar los ánimos, mientras que los vecinos (que ya eran unos cincuenta) seguían increpando de todas formas a los compañeros de Solano. Los decibeles seguían aumentando y los agravios también: «son todos bolivianos», «no los usen» les decían a los compañeros que tenían la piel clara, «son una pobre gente», «esto es política», etc.

El mediodía se acercaba y el hambre comenzaba a impacientar a los compañeros del MTD, que intentaron sacar la comida de la camioneta, pero fueron repelidos por los vecinos que desde ese momento sitiaron la camioneta. Así quedó hasta la noche, cuando los compañeros pudieron retirarla, pero sin haber ingerido ningún alimento en todo el día: tampoco los casi 15 niños (de seis meses a diez años) que estaban con los compañeros del MTD.

Mientras tanto, se habían acercado varios medios de prensa de la zona, que eran recibidos por los vecinos a los gritos y que exigían el micrófono para argumentar sus razones del por qué no querían a los intrusos. Obviamente, los medios también intentaban hablar con los compañeros del MTD, que soportando todo tipo de agravios, expresaron sus argumentos del por qué querían tomar el lugar. Los vecinos decían que ellos eran democráticos, que creían en la ley y sobre todo que respetaban la propiedad privada.

El tiempo avanzaba y los compañeros no tenían posibilidad alguna, por la falta de herramientas que estaban en la camioneta sitiada, de limpiar el lugar. Luego de dos asambleas se resolvió enviar a una delegación de compañeros al Municipio de Quilmes, el cual ya había enviado un mensaje a través de la policía de que serían recibidos por el Secretario de Gobierno Ojeda. Mientras, los vecinos por momentos se dedicaban a increpar a los compañeros y por momentos a confraternizar con la policía, al punto que parecían viejos amigos, por los abrazos que se daban al llegar, especialmente con algunos personajes llamados «vecinos» que llegaban con banditas de muchachones que parecían patotas dispuestas a pelearse con cualquiera, aunque todos coincidían en que perro que ladra mucho no muerde. Pero aunque el perro no muerda, los compañeros del MTD tenían un objetivo, tomar el lugar sin violencia y para ello no había que entrar en provocación alguna.

Siendo las 13 horas, los compañeros del MTD salieron en un auto hacia la Municipalidad, mientras que los vecinos intentaban organizarse: «necesito tres mujeres, que parezcan responsables, para hacer la denuncia por usurpación ante el juzgado» decía uno que parecía un puntero del PJ, quien además argumentaba que «ellos están organizados y nosotros tenemos que hacer lo mismo, ellos se entienden mirándose a los ojos y nosotros opinamos todos juntos y no nos ponemos de acuerdo en nada». Al puntero le costó conseguir las tres mujeres, no porque no las hubiera (la mayoría eran mujeres y madres, según decían ellas), sino porque se borraban, incluso las más desaforadas.

Luego, de un sector de los vecinos partió la idea de cortar el Camino General Belgrano, haciendo un piquete, con gomas que nunca llegaron a encenderlas y aplaudiendo como si estuvieran celebrando algo. Quizás estaban celebrando haber encontrado un sentido a sus vidas, aunque sea momentáneamente, teniendo en cuenta que había personas más débiles que ellos, contra los cuales desataban toda su ira y su impotencia. El piquete comenzó con un corte de media calzada y la policía los ayudó, cortando cien metros antes y después de donde estaban los vecinos, de modo que quedaron en el medio de la ruta, discutiendo entre ellos y dándose manija de por qué no había que permitirles que tomaran el lugar. Ya no hablaban del polideportivo, directamente decían que «eran unos negros de mierda y bolivianos, que iban a traer muchos problemas de seguridad en la zona». Paralelamente, un periodista de lavaca fue duramente increpado cuando se acercó al piquete, llegando incluso a amenazarlo con que si quería volver a ver a sus hijos, era mejor que se fuera de ahí.

Las horas avanzaban y los compañeros, luego de otra asamblea, ratificaron la decisión de luchar por el lugar y quedarse en el predio hasta que se resolviera algo en la Municipalidad. Mientras tanto, los compañeros que habían ido a la Municipalidad informaron que, a las 16.30 horas los recibiría el Secretario de Gobierno, junto a un fiscal (ya que un juez había intervenido en el hecho) y un mediador que intentaría acercar las posiciones entre la Sociedad de Fomento y el MTD. La duda era a quién representaba la Sociedad de Fomento, ya que el presidente en funciones también había sido duramente increpado por los desaforados vecinos por haberse manifestado proclive a un entendimiento con los compañeros del MTD.

A esta altura del día, los vecinos seguían saludando la llegada de efectivos policiales, en este caso unos veinte hombres de la guardia de infantería de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que tomaban posiciones como para un combate. En el campo, los compañeros del MTD seguían tomando mates, charlando amigablemente y juntando plantas que arrancaban de raíz para llevárselas y plantarlas en sus respectivos barrios. También estaban los que aprovechaban el tiempo en organizar las actividades de los talleres, como las compañeras de la Murga, que sentadas en ronda pensaban en nuevas actividades. Estaba claro: de un lado estaba la vida que se expresaba con toda su potencia de creación, y del otro lado, como una paradoja, cortando la ruta, la muerte que no quería dejar que la vida se expresara. En ese instante a alguien del MTD se le ocurrió decir que si aquellos habían tomado el piquete como medio, habría que pensar si este método sigue sirviendo.

Mientras tanto, en la Municipalidad, los compañeros del MTD comenzaban una larga e interminable reunión en búsqueda de alguna solución. La camioneta seguía sitiada por los vecinos, que se turnaban para ir hasta sus casas a bañarse y cambiarse de ropa, después de la agotadora jornada de trabajo que les imponía el nuevo sentido que habían encontrado en sus vidas: ser los detentores del control de los que debían vivir en la zona y además de cómo debían vivir; relegando de esa función a la policía que parecía ser un mero elemento técnico.

Iban llegando las primeras noticias desde la Municipalidad, y el optimismo entre los compañeros del MTD iba creciendo. Había un principio de acuerdo: los referentes de la Sociedad de Fomento y los delegados del MTD acordaron, conjuntamente con el Municipio, buscar alguna forma legal que llevara a compartir el lugar. La placita seguiría en comodato para la Sociedad de Fomento y el predio de la ex fábrica de dulces se le otorgaría al MTD para que realice allí sus emprendimientos productivos. El fiscal actuante y la Municipalidad serían los organismos encargados de garantizar el cumplimiento de dicho acuerdo, que era precisamente lo que proponían los compañeros del MTD –desde las primeras horas de la mañana– a los amigables vecinos que se negaban a escuchar. Otra asamblea del MTD resolvió seguir en el lugar hasta que se firmara el acuerdo, mientras se debatía si era posible, a esta altura de los acontecimientos, lograr una convivencia efectiva con aquellos vecinos que más virulentamente se habían pronunciado en forma denigrante contra todos los compañeros del MTD. Esto no se definió, pero sí quedó como duda.

Mientras tanto la noche comenzaba a caer, y algunos que habían roto el cerco policial-vecinal habían vuelto con pan y fiambres, que comieron todos equitativamente. Pero ya había que garantizar la retirada de todos los compañeros, y para eso la experiencia de tantas jornadas de lucha actuó nuevamente, mientras llegaban los compañeros con el acuerdo firmado y una nueva asamblea determinó abandonar el lugar. Por su parte, en la ruta, los vecinos recibían la noticia del acuerdo por parte de la policía y de los miembros de la Sociedad de Fomento, que a esa altura tenían temor por sus vidas. Los compañeros del MTD se retiraron lentamente en caravana, todos juntos, con sus bolsos y plantas, con alegría. Iba la camioneta sitiada, junto a otros dos coches y los famosos chorizos que eran la promesa de una celebración que quedaría para otro momento.

La vuelta al hogar fue tranquila, la llegada a los distintos barrios también, y los vecinos quedaron en la ruta mascando todo su odio, que muy difícilmente pueda explicarse. Quizás sólo pueda decirse que se sintieron fuertes frente a otros que parecían más débiles, pero que llevan consigo la dignidad de saber que ya no esperan más nada, que están dispuestos a crear sus propias vidas.

Varias preguntas quedaron flotando en el aire: ¿qué hubiera pasado si hubiera sido Macri, o algún otro empresario, el que tomaba el lugar para llevar adelante algún tipo de emprendimiento económico? ¿Hubieran reaccionado los vecinos como lo hicieron? ¿Qué función cumplía la desproporcionada cantidad de policías en el lugar, que en palabras del comisario de la novena de Solano, no venían a reprimir? ¿A quienes estaban cuidando, ya que se ubicaron de tal manera que parecían ayudar a aislar a los compañeros del MTD?

 

Leer a Macherey. La eternidad es ausencia de fines (01/07/2006) // Colectivo Situaciones y Michael Hardt

Prólogo al libro Hegel o Spinoza, de Pierre Macherey, una publicación de Tinta Limón Ediciones, 2007.

 

1.

Quienes escribimos estas líneas hemos sentido la presencia de Spinoza. La lectura fue el medio para dar con él. La experiencia de la lectura se encarga luego de invertir los términos: justamente, leer la experiencia (cuyo medio es la lectura). Una lectura que se nutre de sentimientos que la acompañan, porque no hay lectura activa que pueda prescindir del vínculo íntimo entre orden conceptual y afectos. Spinoza es quizás uno de los nombres más misteriosos –y radicales– de esta mismidad concepto-afecto.

Se ha dicho muchas veces: a Spinoza se lo percibe en el intento de explorar una intuición atrapada en un abigarrado texto de presunciones geométricas. Escritos una y mil veces desautorizados; como desautorizadas fueron muchas de sus lecturas posteriores (las de Asa Heshel, vagando entre guerras con la Ética en su bolsillo, o Yakov – el hombre de Kiev– en prisión, reflexionando sobre Vida de Spinoza): sin excesivo apego a la letra, más atentos a los efectos producidos por el impacto que implica su encuentro.

Con la edición de este texto de Pierre Macherey pretendemos sumarnos a esa larga lista de filósofos y no filósofos (quienes, sin profesión, se hacen filósofos desde fuera de la filosofía misma) que han sucumbido a esta curiosa fidelidad sin obediencia, que busca una y otra vez los modos de articular fragmentos de textos a la propia investigación, para rehacerse en ella.

¿Confió Spinoza excesivamente en la filosofía? ¿Se entregó en alma y cuerpo al concepto y la palabra expuesta con rigor, enmudeciendo precisamente sobre su propia relación con las pasiones,  a las que se dedica largamente, sin embargo, en proposiciones y escolios?, ¿es su dios un dios muerto, pura abstracción, despojado de la vida con que lo representan las religiones ? La política de Spinozasu filosofía práctica, no se esconde en recónditos detalles en torno al origen de tal o cual palabra utilizada en una vieja carta aún no lo suficientemente descifrada. Su modo de ir más allá depende, para ser iluminado, de nuestras propias estrategias de desacato. El sentido de su sustracción tan radical de la vida pública y universitaria, de sus modos en apariencia solitarios, ascéticos, está definitivamente perdido y sólo alimenta mitos sin fuerza si no se reabre al fragor de una reflexión actual sobre los modos de relación con los libros, las palabras, la vida social, las representaciones públicas y los compromisos políticos.

Spinoza desarrolló en sus días una política de la cautela. Una prudencia extrema –y ya célebre–, ante los sucesos de la vida pública del reino de los Países Bajos de aquellos años del siglo XVII. Sus sugerencias para una moral provisoria tenían por objetivo conquistar los medios para una existencia filosófica a la altura de sus intuiciones, malditas entonces, malditas ahora –contracara de la moda Spinoza de la que sin dudas no hemos dejado de beneficiarnos– sin chocar con los prejuicios de época. Comprendemos muy bien que ni aún así haya podido evitar los escándalos: toda época se define, también, por sus prejuicios. El método de la cautela puede recobrar su proximidad si lo reconocemos como prudencia necesaria y cuidado práctico interior a todo proyecto de desobediencia.

Es sabido: la presencia actual de Spinoza no sería la misma sin la lectura que de él nos ofrece Gilles Deleuze, auténtico médium filosófico.

Deleuze anuncia en 1969 que su generación de filósofos franceses fue definida por un “generalizado anti-hegelianismo”. Él acababa de terminar su gran libro sobre Spinoza y, sin dudas, la alternativa –Hegel o Spinoza– estaba presente en su cabeza. Deleuze es muy claro: un sí a Spinoza significa un no a Hegel. Pero Deleuze nunca combate a Hegel directamente. Lo mantiene a distancia. Su anti-hegelianismo, en efecto, toma otra forma: darle la espalda a Hegel.

La estrategia de Macherey en su libro es completamente diferente. Para poder leer a Spinoza Macherey tuvo que pasar a través de Hegel y pelear de cerca con su pensamiento. Uno de los reconocimientos iniciales de Macherey es que la imagen de Spinoza en la filosofía moderna europea ha sido absolutamente condicionada por la lectura que Hegel hizo de él. Macherey realiza un gran servicio en su libro detallando la lectura que hace Hegel de Spinoza, demostrando no sólo el rol de sostén en el que Spinoza fue ubicado para servir al sistema de Hegel, sino también, y más importante, las distorsiones que Hegel impone al pensamiento de Spinoza. Hegel simplemente convierte a Spinoza en una versión incompleta de su propio intento de pensar lo absoluto, un precursor noble pero errado. A través de un enfrentamiento tan estrecho, Macherey nos ayuda a volver a Spinoza, libre de las falsificaciones hegelianas.

El acierto del libro de Macherey no sólo es destapar al Spinoza previo a Hegel o sin Hegel, sino también reconocer a Spinoza contra Hegel, en algún sentido más allá o después de Hegel. Esto incluye centralmente una crítica de la dialéctica hegeliana y la búsqueda de una forma alternativa de pensamiento. Sin dudas, el generalizado anti-hegelianismo en Francia del que hablaba Deleuze es verdaderamente un movimiento anti-dialéctico que involucra de diversas maneras a figuras como el propio Deleuze, Foucault, Derrida y Althusser. Debemos ser cuidadosos, sin embargo, con estos pronunciamientos anti-dialécticos porque estos autores no son realmente antagónicos a la dialéctica como tal, en todas sus formas. Antes y después de Hegel, el término dialéctica ha sido usado frecuentemente para nombrar una simple forma relacional o un movimiento dialógico del pensamiento. Lo que estos autores desafían es una dialéctica específicamente hegeliana caracterizada por la subsunción de los términos contradictorios a una unidad superior (Macherey indudablemente concibe su proyecto en este libro como la búsqueda de una dialéctica no-hegeliana). En general, ellos rechazan la dialéctica en nombre de la diferencia. La dialéctica hegeliana destruye la diferencia en dos momentos distintos: primero, empuja todas las diferencias al punto de la contradicción, enmascarando sus especificidades; y, precisamente porque las diferencias son vaciadas como términos de contradicción, es posible subsumirlas en una unidad. Macherey explica bellamente, al final de su libro, en su libro las consecuencias del dictum “non opposita, sed diversa”: no opuestos, sino diferentes. Hegel mismo, por supuesto, critica la mera oposición cuando desarrolla su noción de contradicción, pero Spinioza se mueve en una dirección diferente. El Spinoza que viene después de Hegel y nos habla es una afirmación de las esencias singulares.

El contexto académico del combate contra la dialéctica hegeliana está muy presente para Macherey. Por supuesto, para Deleuze y los otros filósofos anti-dialécticos de esa generación, el sistema universitario francés parece estar definido por un hegelianismo dominante. La diferencia para ellos significa en parte liberarse de esa ortodoxia y jerarquía académicas. Este hecho vuelve de lo más deliciosa la anécdota con la que Macherey abre su libro para definir la alternativa Hegel o Spinoza. Cuando le ofrecieron a Spinoza un cargo en la Universidad de Heidelberg, lo rechazó porque pensaba que tal relación con la institución y el estado comprometerían su libertad para filosofar. Pero cuando a Hegel le ofrecieron un puesto en la misma universidad, un siglo y medio después, él aceptó entusiasmado. Así, Spinoza nos sirve como símbolo de la diferencia y la libertad respecto del aparato académico.

La dialéctica hegeliana también tiene un significado político directo para los autores franceses de esa generación. La forma-partido, y especialmente la reinante ortodoxia del materialismo dialéctico, sólo podían reconocer contradicciones en la sociedad, y no aceptar diferencias. El partido, en otras palabras, operaba con la lógica de la dialéctica hegeliana, deformando todas las diferencias en contradicciones  y luego poniendo sobre ellas una unidad superior. El rechazo a tal política dialéctica significa una afirmación de la libre expresión de las diferencias. La afirmación de las singularidades en Spinoza –que  no puede ser subsumida en ninguna unidad– asume de este modo un carácter decididamente político.

3.

Este libro se traduce al castellano en un momento y en un país que no ha dejado de producir dilemas capaces de incluir en su reflexión textos filosóficos como éste. La cuestión misma de qué cosa es actualidad está en el centro del problema que plantea la “o” entre Hegel y Spinoza. Si una política del pensamiento es aquella que ayuda a formular las preguntas que reabren un contexto cerrado al cuestionamiento –incluso “recientemente cerrado”–, la filosofía bien puede ser uno de esos sitios llenos de enunciados capaces de ayudarnos en esa tarea. Pero, ¿puede la filosofía ser interpelada libremente o hay que respetar el modo en que se autorepresenta en su tradición? ¿Se puede ir a Spinoza luego de haber hecho estación en Hegel o habrá que aceptar la definitiva superación de aquel por éste? ¿Es posible pensar un Spinoza “después” de Hegel? ¿Cómo recobrar, hoy, para nosotros, un Spinoza liberado de la versión “dialectizada” según la cual el spinozismo es un hegelianismo aún inmaduro o, tomado en sí mismo, una caricatura?

Macherey se propone liberar a Spinoza de Hegel, del proceso de dialectización al que fue sometido, extrayéndole lo que su filosofía posee de más radical. Así utilizado el verbo se vuelve oscuro. Porque supone una línea evolutiva desde la cual cada momento posterior adquiere derecho a revisar para sus fines al anterior. La operación dialectizante consiste en poner fin a lo que no lo tiene, en dotar de orientación definida a lo que carece de finalidad, en tomar (superar) los momentos anteriores rescatando lo que tienen de útiles (conservar) al servicio de una nueva afirmación, prohibiendo toda conciencia de la diversidad irreductible, del exceso no retomado. La dialéctica esconde el cadáver luego del crimen. Aparece como supresión de todo lo no dialectizable. Como momento final, esta idea de la dialéctica viene a concluir procesos abiertos, a sintetizar en una unidad final multiplicidades sin relaciones determinables a priori.

Si la temporalidad hegeliana es tratada como una dinámica progresiva (evolución dialéctica), la “eternidad” spinozista se presenta como la liberación respecto de toda finalidad establecida de antemano: las cosas carecen de toda finalidad, de toda intencionalidad (no son sujetos).

Pero la alternativa Hegel o Spinoza nada sería si ellos no participaran, a su vez, de un diálogo en cierto modo más abarcativo, en el que cada uno define por sí mismo una suerte de espacio público del pensamiento en el cual toda filosofía se presenta yuxtapuesta junto al resto de las filosofías, y en donde las operaciones de unas y de otras pueden ser vistas en sí mismas y en contraste con las demás. Una infinita conversación virtual sólo interrumpida de mala manera cuando introducimos preguntas actuales, surgidas de nuestra propia escena vital.

Macherey ingresa en este recinto y extrae de él los materiales para su operación de reparación del spinozismo: si uno “se apoya en las demostraciones spinozistas, elimina la teleología hegeliana y hace desaparecer también esa concepción evolutiva de la historia de la filosofía, la relación real entre filosofías no es ya mensurable por su grado de integración jerárquica; tampoco es reductible a una línea cronológica que las disponga una en relación con la otra en un orden de sucesión irreversible.”

Macherey se concentra en el Hegel lector de Spinoza. No se preocupa por la totalidad de la filosofía de Hegel, sino por un conjunto de fragmentos en los que se perciben sus interpretaciones “aberrantes” sobre el holandés. El drama es presentado del siguiente modo: Hegel, el dialectizante, dialectiza a Spinoza, el indialectizable. El Spinoza dialectizado pierde toda la fuerza de su verdad que consiste, precisamente, en enarbolar el carácter no dialéctico, irreductible a una unidad hacia la cual tendería toda diversidad.

Las “aberraciones” del Hegel lector no constituyen, por tanto, mero error de lectura. Macherey no cree ni por un minuto en su inocencia. Hegel representa, en la filosofía, el gusto por la contradicción: “como modo de pensar, la oposición corresponde entonces, también, a cierto modo de ser: el que hace coexistir las cosas finitas en la serie ilimitada en que ellas se limitan unas a otras”.

Lo suprimido de Spinoza en la lectura que de él realiza Hegel es recuperado por la lectura de Macherey: el hecho de que “la sustancia difiere entonces fundamentalmente del espíritu hegeliano”. En la filosofía radical de la inmanencia no hay falta de vida sino de negatividad, de contradicción como modelo del movimiento: no hay movimiento de degradación, sino existencia espontánea y coexistencia inmediata: “El “pasaje” de la sustancia al modo en el cual ella se afirma no es el movimiento de una realización o de una manifestación, es decir, algo que pueda ser representado en una relación de la potencia al acto. La sustancia no está antes que sus modos, o por detrás de su realidad aparente, como un fundamento metafísico o una condición racional. En su absoluta inmanencia, la sustancia no es nada más que el acto de expresarse a la vez en todos sus modos, acto que no es determinado por las relaciones de los modos entre sí, sino que es, por el contrario, su causa efectiva”.

Leer a Spinoza desde Spinoza no implica desconocer a Hegel. Contamos –a partir de Marx y desde Marcuse a Holloway– con lecturas de un “Hegel revolucionario”. Pero la liberación del spinozismo de todo intento de sujetar sus efectos explosivos demanda, cada vez, de una vocación incendiaria: “Spinoza elimina la concepción de un sujeto intencional, que no es adecuada ni para representar la infinidad absoluta de la sustancia ni para comprender cómo ésta se expresa en las determinaciones finitas. Si Hegel parece no haber comprendido siempre bien a Spinoza, o no haber querido comprenderlo, es porque Spinoza, por su parte, había comprendido muy bien a Hegel, lo cual, desde el punto de vista de una teleología, es evidentemente intolerable”.

4.

“La edad de este hombre no tiene ninguna importancia, puede ser muy viejo o muy joven. Lo esencial es que no sepa donde está. Lo esencial es que no sepa donde está y que tenga ganas de ir a cualquier parte. Por eso, como en los westerns americanos, él siempre toma el tren en marcha. Sin saber de dónde viene (origen) ni a dónde va (fin). Y se baja del tren en marcha, en un pequeño poblacho en torno a una estación ridícula”.

Con estas palabras comienza Althusser su Retrato de un materialista. El “materialista”, no necesita saber de dónde viene y hacia dónde se dirige el tren de la historia para poder desarrollar sus historias en él. Sus preguntas son de otro orden. Son preguntas que cuestionan el modo en que las cosas están planteadas, que aspiran a crear sentido. Un materialismo de lo aleatorio, dice Althusser. Macherey, quien no oculta en este texto sus deudas con él, nos presenta aquí un Spinoza –en este sentido– materialista: un materialismo de las preguntas que producen nuevos sentidos.

Sobre todo, cuando de lo que se trata es de actualizar la vieja cuestión: ¿qué es una dialéctica materialista? ¿Cómo es aquí y ahora una dialéctica que funcione en ausencia de toda garantía, de manera absolutamente causal, sin una orientación previa que le fije desde el comienzo el principio de la negatividad absoluta, sin la promesa de que todas las contradicciones en las cuales se embarque se resuelvan por derecho, porque ellas llevan en sí mismas las condiciones de su resolución?

La multiplicidad sin finalidad como premisa absoluta (teoría política y fuerza productiva). La pregunta como operación de rescate de esta multiplicidad, como acto que efectúa un tajo, como extremo radical, salud auténtica del pensamiento. Entonces: no sólo la filosofía de Spinoza, sino también, y sobre todo, Spinoza político. O “subversivo”, como lo llamó Toni Negri recreando el concepto de la democracia absoluta como sentido último y más radical de toda filosofía, de entonces y de ahora. La composición de la multitud como espacio constituyente (producción en un sentido amplio y fuerte), no es sólo posibilidad en el presente, sino condición misma de todo presente de lucha.

5.

1968 y 2001 no son fechas cualesquiera: ambas localizan de modo diverso sendas aperturas. De un extremo al otro de este arco, Spinoza no deja de ser fuertemente evocado con matices diversos. Y en cada retorno, la misma pregunta insiste: ¿qué significa el pensamiento de Spinoza una vez liberado de todo lo que lo aprisionaba: no sólo la dialéctica hegeliana en filosofía, sino también un modo de organizar la dominación social a partir de los estados nacionales? ¿Qué hay luego de la polémica con la dialéctica hegeliana y en plena transformación de las formas de la soberanía? ¿Qué nos dice el spinozismo en el contexto de un discurso capitalista no dialéctico que nos habla de pluralismo, libre consumo, guerra generalizada de diversas intensidades y democracias parlamentarias?

Una pregunta que cree poder hacer converger a Spinoza junto a Marx: “Cuando Marx escribió la famosa fórmula “La humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver”, era todavía completamente tributario del evolucionismo hegeliano. La historia ulterior del marxismo iba a mostrar justamente en los hechos que una cuestión no se resuelve ni una pregunta se responde por el mero hecho de que se las plantee. Pero ya es algo plantear una cuestión, o una pregunta, incluso si esto no encamina en nada a una resolución o a una respuesta. Leer a Spinoza después de Hegel, pero no según Hegel, es algo que nos permite plantearnos la pregunta acerca de la posibilidad de una dialéctica no hegeliana, pero hay que admitir también –es incluso un modo de ser spinozistas– que eso no nos permite al mismo tiempo dar una respuesta”.

La multiplicidad liberada y la proliferación de la diferencia, lo sabemos, no son términos concretos de una respuesta, sino nociones problemáticas de una pregunta.

Volver a Spinoza, volver a Hegel (o a los griegos, a Marx, o a Freud, da igual): esta idea del retorno a los orígenes puros del pensamiento, en que lo pensable estaría ya pensado para nosotros, pecadores desviados, en realidad nos aleja. No hay adónde volver. Cuando los clásicos –cada quien elija los suyos– son evocados bajo esta clase de supuestos no se consigue sino debilitar sus usos posibles. Su magnificencia excluyente se nos impone como horizonte absoluto; como si se tratase de dioses intolerantes a la mezcla, incapaces de coexistir con la heterogeneidad de situaciones e inquietudes con que el pensamientos vivo los interpela.

Ni retorno de Spinoza, ni vuelta a él, sólo el encuentro que exigen ciertos problemas comunes: no tanto lo múltiple contra lo Uno, como la redeterminación de lo Uno en tanto que múltiple. Paolo Virno lo dice con admirable sencillez: lo Uno como premisa, no ya como promesa.

6.

Ya lo recordamos: Spinoza rechazó la enseñanza pública. No quería verse limitado por un poder que le ofrecía protección. Pero su rechazo tuvo dos razones: una de ellas es, efectivamente, su rechazo a verse limitado en la exposición de sus pensamientos. La otra suele ser menos citada: la enseñanza obstaculiza “mi propia formación filosófica”, argumenta el holandés que concibe por actividad intelectual fuera de toda restricción académica. El pensamiento como dinámica de investigación ininterrumpida desplaza toda medida para la mera acumulación de conocimientos y supone una experiencia existencial única de la pregunta.

Michael Hardt y Colectivo Situaciones

Diciembre de 2006

Agujero Negro: introducción al cuaderno PRESAS (07/12/2004) // Colectivo Situaciones

El siguiente texto constituye la introducción del cuaderno PRESAS, una publicación de lavaca y el Colectivo Situaciones, con testimonios de las mujeres detenidas por manifestar en Caleta Olivia y la Legislatura porteña.

Agujero Negro

I.

Si hablamos de un agujero –negro– es para nombrar ese sitio en el que ciertos cuerpos caen en la inexistencia social (fuera del consumo y las garantías legales). Si el agujero es negro es porque impide ver: chupa, atrae, aterroriza; de tan siniestro, pareciera como si no tuviera interior. Porque lo que pasa del otro lado se convierte en otra cosa, se descualifica de un modo feroz, como en una pedagogía trunca, pervertida, que trabaja descomponiendo. El agujero negro es el nombre que en cada momento toma la fábrica de lo insoportable, de los nuevos umbrales de lo intolerable.

El agujero negro no es sólo un lugar, es también una dinámica. Si funciona es porque su procedimiento es percibido por todos: difunde un sentimiento turbador de miedo, horror, rechazo.

Existe también una historia reciente de los agujeros negros: los desaparecidos y la vida destruida de tantos trabajadores de empresas públicas o de las industrias y talleres afectadas por la economía neoliberal de la dictadura primero y de la democracia luego, los jóvenes asesinados, víctimas del gatillo fácil policial. El agujero va cambiando, pero siempre está allí.

Y procede por anticipación: se adelanta a nuestras percepciones. Nos sorprende. Nos mantiene en estado de alerta constante. De manera que cuando creemos que sabemos conjurar un modo del agujero negro, ya tenemos que atender a su metamorfosis, a sus nuevas apariciones. Y entonces, un aspecto fundamental de nuestras vidas consiste en comprender por dónde avanza la grieta de la inexistencia: buena parte de la politización actual pasa por aprender a escapar o a enfrentar este avance de la muerte social organizada produciendo nombres, textos y testimonios para elaborar colectivamente el nuevo horror: «desaparecido», «desocupado», «víctima del gatillo fácil»…

La historia de las resistencias –de todo tipo– nos ayuda a comprender las invariantes de este juego de luces y sombras. Si de un lado su existencia es constante; de otro, es variable: sus mecanismos cambian, sus velocidades y lenguajes se adecuan a las circunstancias. Siguiendo sus líneas de avance se puede reconstruir el modo en que se rearticula en un lenguaje policial, parapolicial, jurídico y judicial, económico, mediático, burocrático.

Al punto en que se vuelve evidente que la oscuridad es una sombra, es decir, efecto de un juego de luces y visibilidades. Un juego de luces y sombras de amplia escala social: la tierra se desnivela. Hay territorios altos y bajos. Hay centros en la periferia y periferia en los centros. Cada quien es peligroso para otros y, a su vez, está en peligro frente a otros. Cada quien participa a su modo en el juego. Pero hay quienes quedan del lado de la sombra total, los que caen en el agujero. Esos a quienes el estado puede secuestrar, desaparecer, a quienes los policiales o los escuadrones de la muerte pueden aniquilar, a quienes la operatoria del mercado puede condenar a la inexistencia más brutal.

Las luces del centro oscurecen las periferias. Las luces de las periferias ocultan sus márgenes. Las calles, los barrios, los pueblos, los lugares de trabajo se tornan sitios de fractura, en donde la noche irrumpe como desde abajo, secuestrando biografías, años de trabajo, expectativas, familias, futuros…

Sus mallas de selección son enormes, al punto que entran en ellas poblaciones enteras: en el mismo momento en que el presidente Kirchner pide perdón en nombre del estado argentino por las desapariciones de los ´70 y habla en nombre de las Madres de Plaza de Mayo y los movimientos populares, se consolidan las zonas bajas, oscuras, el agujero negro más grande que jamás pudiéramos haber soñado. El «setentismo» retórico forma parte de la «luminosidad» actual, en la medida en que elimina de su registro la dimensión política de la guerra social en curso.

¿Cómo se constituyen estos momentos «luminosos», esa organización de la visibilidad social que condena a tantas y a tantos a las sombras?, ¿cómo fue que se pudo decir «por algo será» o «roban pero hacen?, ¿cómo funciona este nuevo juego de luces (hecha de soja, petróleo y «setentismo») forjado a partir de la recomposición post 19 y 20?

Contra quienes están convencidos de que aquellos días –del 2001– fueron los de una locura colectiva, irracional y, por tanto, inefectiva, tal vez quepa preguntarse si el funcionamiento del juego de luces y sombras no debe su fisonomía actual precisamente al desenlace de aquellos sucesos. Como si esas jornadas hubieran terminado de constatar un «fin de juego», momento en que los habitantes de las sombras tomaron la ciudad para decir «¡que se vayan todos!».

Asistimos ahora a la actualización de una nueva distribución de visibilidades. Decir que no pasó nada, que nada ha cambiado, sería desconocer la variabilidad del agujero. El discurso de la «inseguridad» ha reorganizado las percepciones: si antes se hablaba de «sitios peligrosos» por los que convenía no pasar –zonas rojas o bajas– ahora, al contrario, lo que se zonifica son los «sitios seguros». La geografía del desierto, de las sombras, es finalmente aceptada. Y los dispositivos actuales de control son precisamente los modos de gestión de la guerra social.

Tal vez sea redundante insistir sobre el hecho de que en el actual juego de luces y sombras se ha aniquilado, de facto, al espacio público. En la yuxtaposición de lo visible y lo invisible, sólo hay lugar para los discursos mediáticos –institucionales, empresariales– y la parodia cultural y democrática. De modo que la retórica de los derechos humanos y sociales convive sin mayores tensiones con la gestión hiper-jerárquica de las ligaduras sociales (tratamiento policial, parapolicial, penal, patoteril de las vidas).

La emergencia de un nuevo juego de visibilidades luego de las jornadas de diciembre del 2001 ha tomado mucho –sobre todo a nivel narrativo– de los movimientos, pero no ha ido a fondo (lo que tal vez sea más responsabilidad de los propios movimientos) en el desarme de toda esta urdimbre violenta que está funcionando (a modo de un auténtico fascismo postmoderno) como forma de acallar el fenómeno más importante de las últimas décadas por revertir esta lógica del agujero negro: la difusión de prácticas asamblearias constructoras de un nuevo espacio público en barrios, calles, fábricas, esquinas.

II

Barrios, pueblos, cárceles, institutos, calles conforman un gran corredor, una serie discontinua de momentos cuyas variables son de concentración y de desconcentración. Más que agujeros negros hay un ennegrecimiento de zonas enteras de la existencia.

El agujero negro, entonces, es realidad variable pero constante. Variable en sus modos, constante en el tiempo. Él mismo es síntoma evidente de una cadena de explotación social vigente y de la carencia de una democracia con base en la imaginación política de los pobres: de su potencial productivo y público.

El agujero negro actual es seguramente el más vasto de todos los que hemos conocido. Tiene las dimensiones de la guerra social en curso. Su economía interna es la de la producción de la inexistencia humana, con sus zonas baldías y sus áreas de concentración.

La prisión –nexo moderno entre los discursos jurídicos y las prácticas disciplinarias– expresa fabulosamente bien esta variación actual del agujero negro. Se trata de uno de los casilleros más brutales de este mundo sombrío. Carmen, una de las presas de «la Legislatura», detenida sin condena en Ezeiza, dice que las primeras 24hs en su pabellón («el cachibache») fueron más duras, para ella, que cualquiera de sus experiencias callejeras.

La prisión está allí, esperando a los pibes de los barrios, desde su juventud primera. Los habitantes del agujero negro pasan invariablemente por ella. Sitio de pruebas, de endurecimiento, de intensificación al límite de la violencia. Fábrica de un lenguaje, un estilo, un código que circula, luego, en los barrios. La cárcel concentra la calle, la calle anticipa la cárcel: ésta es la oscuridad del agujero, el agujero en la oscuridad.

Parece ser que hubo una época en que la prisión formaba parte de un funcionamiento legal relativamente eficaz. No tanto que la cárcel regenerara: fue desde siempre el sitio en el que se recluía a los «delincuentes», pero también –y al mismo tiempo– una fábrica de la figura misma del «delincuente». Un sitio donde conocer, producir, usufructuar y controlar redes delictivas. Y aún así, se suponía que la cárcel servía para castigar a quienes no comprendían el sistema de la obediencia a la norma: un lugar en el que se sometía a las personas «falladas» a una pedagogía extrema, como un curso intensivo, una violenta –y dudosa– re-normalización. Así, parece, fue alguna vez la cosa.

Pero las cárceles ya no están pobladas de «delincuentes». La propia operatoria que podía ordenar qué ilegalidad es legal y cuál no lo es ya no posee el estatuto universal, activo y productivo de la ley. Y sin ley, ya no hay –propiamente hablando– delincuencia. Cuando los poderes de mando (social, político, económico, «institucional») no hacen sino empujar en función de su propia voluntad de dominio, la «legalidad» se acomoda –momento a momento– a sus propias necesidades. La legalidad va surgiendo como efecto secundario de un sinnúmero de operaciones económicas o políticas. La prisión –como depósito de chicos, de pobres– se ha vuelto un depósito de perdedores, de víctimas menores de operaciones mayores del mercado. La vigencia del término «delincuente» ya no expresa una realidad legal, sino un modo político (penal-policial) de tratar a los habitantes del agujero negro.

El discurso penal se va adecuando a este juego, donde los negocios que se organizan en las fortalezas y se efectúan en los sitios valorizables, van dejando «sobras», «víctimas», «perdedores» de todo rango. No se trata ya del «preso político» de antaño, sino de una nueva prisión (una nueva prisión política) en donde lo político sólo emerge cuando se reconstruyen todos los mecanismos de producción de estos modernos «chivos expiatorios».

Cuando le preguntamos a Carmen si se sentía una «presa política», ella responde con toda ironía: «No. Me siento una estúpida, me manifesté por un derecho y quedé acá»: ¿qué quiere decir esta respuesta? Uno está tentado de recordarle, como si ella lo hubiera olvidado, su propia historia, su experiencia de organización, de lucha. Pero no, no es la de ella una respuesta amnésica: sabe perfectamente por qué está allí: que le armaron «una cama». Será Marcela, otra de las chicas presas de «la Legislatura», quien va a entregarnos la clave para comprender la lucidez de Carmen. Ante la misma pregunta –¿te considerás presa política?– ella responde: «No. Me siento una rehén política». Ellas han quedado secuestradas. Su estadía en la prisión se lee como una captura que se comprende mejor cuando se reconstruye la trama de negocios y poderes reales que están en juego antes que por un cálculo de delitos y derechos. De allí la sensación de que con más astucia la prisión se podría haber evitado.

A su vez, las presas de Caleta Olivia se perciben como presas o rehenes políticas en la medida en que –a diferencia de los «presos sociales»– están allí por haber dirigido un reclamo al estado. La diferencia, en su experiencia, está dada por la acción colectiva y el destino público de su acción: un pueblo que lucha por desbordar las restricciones impuestas por la cadena de explotación; por evitar, por salir, por resistir al agujero negro.

El preso «político» de décadas pasadas era una pieza capturada por el bando contrario. Entre fuerzas que se cohesionaban ideológicamente, la tarea represiva consistía en quebrar la conciencia política del capturado para derrotarlo: la lucha contra el preso era contra su conciencia y contra la conciencia colectiva expresada en su organización. En cambio, el «rehén político» actual -por momentos más cercano al preso social que al viejo preso político- ya no extrae su fuerza de resistencia de esa relación entre conciencia y partido, sino de saberse un preso inmediatamente comunitario, situación que se expresa en la relación con su familia, sus hijos, sus compañeros, su red más inmediata (más o menos extensa) de recursos y afectos. De allí que se lo intente quebrar en el terreno de su constitución comunitaria, amputándolo a través del bloqueo de sus vínculos esenciales. Como si aquello que hace unas décadas se jugaba en el terreno de la conciencia ideológica se desplegase ahora sobre el suelo de una afectividad que se valoriza, se politiza, a partir de acciones, ideas y formas organizativas inmediatamente ligadas a la producción de la existencia individual y colectiva.

III

Las familias de las víctimas se han convertido en el rostro y la expresión del dolor. En ellos se lee el testimonio de quienes caen en el agujero y, por lo mismo, constituyen –incluso a su pesar– una primer instancia de simbolización, de politización del agujero. Ya las Madres, Abuelas e Hijos de los desaparecidos habían recorrido este camino. De alguna manera los familiares articulan un dolor social que los profesionales de los medios no saben o no pueden reconducir. Es como si la politización post 19 y 20 requiriese una publicación, una apertura de la propia intimidad, una politización de ese sufrimiento que, cuando existía el espacio público, no hubiésemos dudado en llamar mundo «privado».

Las familias, los «propios protagonistas», expresan el drama actual. Ellos mismos recrean la polaridad social en juego. A partir del secuestro fatal de Axel Blumberg, por ejemplo, se ha dado consistencia a una percepción que exige reforzar los mecanismos actuales de las sombras y las luces. Este nuevo fascismo no se inventa de un día para el otro, ni se construye meramente de «arriba hacia abajo». Al contrario: no hace sino contraer, formalizar y desplegar a partir de nuevas imágenes, nombres y palabras el modo en que se vienen gestionando los vínculos en todo el territorio de las sombras. Blumberg padre no hace sino explicitar una declaración de guerra (entre quienes «tienen porvenir» y quienes «ya no lo tienen») al tiempo que pretende reorganizar un estado monolítico y disciplinado capaz de llevarla a cabo, en alianza con los medios, el aparato jurídico-penal y el discurso de la «inseguridad».

Pero también están los familiares de los casos del gatillo fácil, o de Kosteki y Santillán o de quienes murieron asesinados durante los días 19 y 20, que prolongan –con su dolor– la línea de resistencia.

Las presas –de «la Legislatura» y de Caleta Olivia– y sus compañera/os se encuentran en este exacto momento en que puede surgir un nuevo estatuto del testimonio. Se trata –como decíamos antes– de los nuevos «chivos expiatorios». Aquellos que están lo suficientemente débiles como para ser objeto de manipulación, pero a la vez lo suficientemente conectados con el cotidiano de lo social como para que cunda el ejemplo.

Las presas, entonces –alterando el juego de visibilidades– están en el justo punto en que un nuevo testimonio político puede articularse. Punto que ilumina, de un lado, una compleja cadena de explotación social vigente y, de otro, la emergencia de un principio cooperativo rastreable en las resistencias y sólo posible en la medida en que estas resistencias sean capaces de producir, en sí mismas, nuevos modos de vivir lo común.

Testimonio también de una institucionalidad anacrónica y desfalleciente que intenta (re)construirse a fuerza de la penalización de su lenguaje y de sus actos, duplicando la cadena de la explotación y esforzándose por encauzar los «desórdenes inaceptables» para el «país en serio», es decir, aquel en el que la trama «legal» vuelva a ser garantía de la articulación con los capitales depredadores de experiencias, recursos, bienes colectivos.

En este cuaderno se encontrará a un grupo heterogéneo de mujeres que hablan de «ellas», pero también –y al mismo tiempo– de los «demás». Porque los cuerpos caídos, condenados a la inexistencia, son también los de los jóvenes (considerados «peligrosos» por definición), los migrantes (sospechados, eternamente, de traer el germen de lo extraño, de la degradación), los chicos –por si acaso– y los viejos –cuyas vidas «improductivas» ya no merecen ser «financiadas».

Aquí, sin embargo, el testimonio es de las mujeres. Si algo se pretende es indagar –precisamente– en la relación entre el cuerpo de las mujeres y las prácticas actuales de exterminio. En este cruce en el que estamos insistiendo entre cadenas de explotación y líneas de resistencia se pone en evidencia el lugar de la mujer, de esa potencia afectiva capaz de trazar un esquema opuesto al de la fuerza bruta policial, de la guerra y el narco: el gesto del cuerpo que alimenta y protege, que impone el cuidado, la visibilidad y la consideración para los condenados y la confianza en lo que puede cada quien. Lo que se juega en esta batalla es, nada menos, que un auténtico dilema entre una política de la atención y los cuidados versus otra –dominante– de la guerra.

La presencia femenina en estos agujeros negros revela, entonces, su presencia en la calle, en las luchas, en el cuidado, en el tejido de redes protagonizando la resistencia a la grieta de inexistencia. Como si en su capacidad de generar existencia humana, los propios atributos domésticos lejos de quedar reducidos a una intimidad esclavizada efectuaran una repolitización de todo el campo de lo social, alterando incluso, los códigos de inteligibilidad del poder.

Esta historia la cuentan las presas de la Legislatura porteña y las de Caleta Olivia. Agregamos también el testimonio de la Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) – Capital, organización que acompaña a las presas. El cuerpo de la mujer y los modos de su exterminio: esta dimensión del agujero negro es la que proponemos recorrer a partir de su palabra, de su testimonio –que no es meramente la palabra del protagonista, sino la palabra implicada, que surge de las intimidades de esa historia–, de cartas y entrevistas, y que se complementa con fragmentos del discurso «legal», y de una serie de coberturas periodísticas que han sido las primeras en acercar estos testimonios.

Colectivo Situaciones

7 de diciembre de 2004

Libro: Universidad Trashumante (Octubre 2004)// Colectivo Situaciones

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Política de las imágenes (22/09/2004) // Diego Sztulwark y Verónica Gago

Queridos Andreas y Alice, luego de largos meses de la muestra en Colonia y de las últimas cartas entre nosotros, volvemos a escribirles a instancias de Jorge Ribalta y el resto de los compañeros de Barcelona quienes creen que puede resultar interesante que retomemos nuestro intercambio, esta vez, según hemos comprendido, hacia lo que lo podríamos presentar –a la luz de nuestro trabajo juntos del año pasado– como la cuestión de qué hace que una imagen sea política.

Claro que es una cuestión difícil de plantear, ya que los términos “política” e “imagen” requieren ser precisados. Pero proponemos no detenernos demasiado en esto por ahora y más bien dedicarnos a conversar, a nivel de las vivencias de cada quien, sobre cómo hemos podido trabajar la cuestión de la relación entre lo que se ve y lo que dice, en relación a la llamada crisis del neoliberalismo en Argentina. Confiemos más en que las (conceptualizaciones) definiciones surgen de modo adecuado cuando brotan de su uso práctico, situacional, antes que de definiciones a priori, que buscan luego ser aplicadas.

I

En una lectura reciente –cuya procedencia no recordamos– dimos con una idea inspiradora: el paso del juicio sobre el objeto al registro de los modos en que somos afectados ante su presencia implica un pasaje de una filosofía del arte a una estética. Ignoramos si este tipo de afirmaciones se sostienen desde el punto de vista de la tradición académica de la historia del arte, pero en todo caso, a nosotros –ignotos– nos hizo pensar. ¿Qué se juega en este pasaje? Una hipótesis fácil: el carácter preconstituido del sujeto que mira (juzga) se ve alterado en la segunda secuencia. Se trata, al parecer, de una cuestión de puntos de vista o de una política de la mirada.

Podríamos decir que este pasaje tiene un cierto poder de sugerencia sólo en la medida en que cada uno de nosotros tendemos –por razones complejas, seguramente– a prefigurarnos frente al mundo. A resistir una apertura. A defendernos de lo que nos afecta. Sigamos este itinerario, a ver adónde nos conduce.

Durante los últimos años fue difícil –para quienes vivimos en Argentina, o quienes visitaron el país o simplemente estuvieron al tanto de los acontecimientos– sustraerse de lo que habitualmente se nomina como crisis del neoliberalismo. Esa “crisis” nos afectó a todos, de una u otra forma. De ella hablamos, escribimos y de ella –también– hemos pretendido extraer imágenes e ideas. Alguno dirá que le hemos pedido demasiado, pero para nosotros –al contrario– el auténtico déficit ha sido, hasta ahora, no aprender más de todo lo que ha ocurrido y de algún modo sigue ocurriendo en Argentina y en América Latina.

Hablábamos de miradas preconstituidas. De esto, creemos, conversamos con ustedes en diciembre –en nuestro último encuentro en Buenos Aires–, cuando nos preguntábamos por la viabilidad de una intervención contrahegemónica en el sistema del arte, en este caso, en un clásico museo alemán. No nos interesa ahora hacer un balance de esa muestra –aunque tal vez haya algo de eso en este texto– cuanto avanzar en una reflexión sobre qué diríamos hoy, meses después de la muestra, de qué cosa es un hecho –digamos– contrahegemónico.

Admitamos que la hegemonía política del neoliberalismo en América Latina ha sido dañada. No ha desaparecido, pero ya no goza –por decir lo mínimo– de prestigio. ¿Cómo subsiste entonces? Según Ignacio Lewkowicz, el neoliberalismo sobrevive como modo de ser actual del capitalismo: la fluidez, la condición financiera, el arrasamiento de la soberanía estatal, la destitución de las viejas instituciones disciplinarias. No es entrañable lo que se fue, pero tampoco hay emancipación en lo que viene. Mas que de festejar –entonces– o que restaurar, se trata de pensar.

Como es perfectamente conocido, la crisis argentina (o de la Argentina) no ha nacido de la nada ni se ha agotado en tan poco tiempo. Sería inútil ofrecer aquí análisis estructurales o pormenorizados sobre todo esto. Pero sí será conveniente retener que antes del estallido, fueron surgiendo experiencias inusuales –que algunos llamamos políticas (y otros simplemente “prepolíticas” o sociales, y otros, más despectivos, llaman “antipolíticas”) ya veremos por qué– cuyo común denominador fue una nueva precomprensión de la situación: el estado ya no organiza el sentido, el mercado directamente lo disuelve, la exigencia de lazo requiere un paso al acto, la supervivencia (en su sentido más amplio, pero también más restrictivo) debe ser contemplada por los nuevos modos organizativos, los elementos de esta nueva sociabilidad requieren ser defendidos y desplegados aún sin perspectivas claras de desarrollo.

El despliegue de este tipo de experiencias (muy variado en todo sentido, es decir, tanto en escala, en ubicación geográfica, en población convocada y en perspectivas subjetivas pero también en la suerte corrida) entronizó ciertas figuras de la crisis, dándoles una visibilidad propia. Nombremos a cuatro de estas figuras: el piquetero, el asambleísta, el cartonero y el ocupante de fábricas. (Pero estas figuras no agotan para nada la cuestión. Podríamos seguir con la lista nombrando también a los escarches de los hijos de desaparecidos y los vecinos por ellos convocados, a quienes participaron de los clubes del trueque o de las variadas marchas del silencio o a los movimientos campesinos, por seguir haciendo la cuenta de los agenciamientos sociales más visibles).

El evidente interés que generó este abanico de figuras (tanto dentro como fuera de Argentina) fue notorio, aunque también parece claro que ha comenzado a decaer, dejándonos a todos con la pregunta: ¿qué hemos experimentado, dicho, escrito, visto y mostrado sobre todo esto?¿Y cómo lo hemos hecho? Estas preguntas, para nosotros, poseen una gran actualidad, porque si es cierto que la Argentina –y, por supuesto– el resto de América Latina sigue siendo un gran laboratorio, no lo es menos, que hasta ahora hemos presenciado más discusiones sobre la calidad del objeto, que sobre la potencia de las miradas.

III.

En una entrevista más o menos reciente la periodista y activista canadiense Naomi Klein (que pasó varios meses en Argentina y produjo aquí la película “La Toma”) ha formulado su perspectiva de un modo especialmente claro (abarcando, suponemos, un punto de vista bastante difundido) sobre la cuestión: según Klein, la crisis argentina nos habla de las consecuencias a las que lleva la radicalización de las políticas neoliberales, incluso en sociedades relativamente integradas. Llamar la atención sobre la Argentina es una tarea de máximo interés por cuanto hallamos, allí, dramáticas ilustraciones de lo que puede ocurrirle a cualquier otro país que siga los pasos propuestos por los organismos financieros internacionales.

Esta mirada –decíamos– no es aislada. Muchas personas de Argentina y de otros países han elaborado perspectivas similares. La hipótesis en juego es clara: la crisis argentina merece ser contada en la medida en que nos muestra el temido futuro al que conducen las actuales orientaciones neoliberales en casi todos los países. Ella nos enseña la disutopía. Nos indica, por tanto, el camino de la resistencia contra las reformas del mercado. Nos señala, en fin, el enemigo del que defendernos –el capital, hoy hegemónico en su modalidad financiera– y al cual atacar –los políticos y técnicos que lo representan.

¿Qué ocurre en este tipo de miradas con respecto a las figuras visibles de la crisis? Se las contextualiza. Se encuadra su lucha en ese contexto, el de la crisis neoliberal. De allí que la intelectualidad crítica discurra con mayor o menor fortuna sobre la viabilidad política de cada una de ellas, hasta llegar a la relativa falta de interés actual, en la que prima la sensación de que los modos de lucha desarrollados ya dieron lo que podían dar.

La sensación que queda luego del paso de la ola, es que la mirada que buscó organizar los efectos políticos de la crisis no fue a fondo. Que el sentido de advertencia –y, claro, de solidaridad– que se movilizó al ritmo de las luchas de los movimientos argentinos se orientó a una actitud defensiva, es decir, que se trató, al fin y al cabo, de interpelar a la población distraída sobre lo que ocurriría si no aprendemos de la crisis ocurrida.

IV.

Pero, ¿por qué hablamos de una mirada defensiva? Lo hacemos retomando la intuición de Guy Debord, en el sentido de que –finalmente– la construcción de imágenes y discursos orientados al espectador (se entiende: a la figura del espectador como tal) siempre tienen la paradojal eficacia del espectáculo: confirman más de lo que alteran. Es decir: si uno dice “alerta: si el gobierno avanza con esta medida quedaremos sin protección, supongamos, médica” –como nos hemos cansado de hacer en la Argentina de los ´90 con pésima suerte–, le está diciendo, claramente, hay algo que defender (lo cual demuestra perfectamente hasta qué punto puede ser justa y necesaria la mirada defensiva).

Y por el mismo camino: si uno dice, “cuidado: Argentina nos muestra el desastre”; “vean a los piqueteros, ellos se han quedado sin trabajo, ¡no queremos eso para nosotros!” está, en efecto, fortaleciendo hábilmente su defensa.

Lo que nos lleva, sin embargo a una incómoda pregunta: ¿no sacrifica este uso de las imágenes y palabras de la crisis lo que sus figuras portan de más activo?, ¿no conlleva este tono defensivo una imposibilidad de ir más allá de sí misma a la hora de valorar lo que estas figuras puedan de tener de auténticamente activas?, ¿no corre el riesgo este punto de vista de operar instrumentalmente sobre lo que las figuras capturadas tienen de profundo y universal?

La pregunta, claro, no pretende invalidar la defensa en sí, sino lo que ella pueda bloquear –si es que efectivamente lo hace– en relación a la potencia propiamente política que buscamos en las experiencias del contrapoder en Argentina.

V.

Volvamos al comienzo. Al pasaje del juicio sobre el objeto a las afecciones. Tal vez halla en este movimiento un buen índice de “politicidad”, en relación a nuestro asunto. Quizás podamos decir que la política nos desubica respecto de nuestro modos actuales de vida, y nos obliga a interrogarnos sobre ellas. Si esto fuese así, un momento político sería tal si invita –que lo logre o no es una cuestión un poco más compleja– a alterar los modos en que nos representamos, nos relacionamos, sentimos nuestros modos de ser. Digamos, entonces, que entendemos por política, en un sentido muy elemental, la capacidad de ser afectados de modo tal que en esa afección se nos revele nuestra propia constitución (individual, social) y, con ello, se abra una investigación sobre los modos de ser.

Así, una estética política –no una personal, autocentrada, puramente ególatra, ni tampoco una esteticista, en donde la forma ideal se desentienda y corrija la potencia del desafío– sólo se reconoce cuando produce un pensamiento capaz de afectar, de abrir y, en ese sentido, anticipar, estrictamente hablando, un modo efectivo de agenciar-componer procedimientos, materiales y fuerzas que efectúan enunciados-imágenes.

Claro, esta idea de “política” y de “arte” depende de una ontología ella misma creadora y en este sentido política: lo primero es la afección, no el cuerpo inerte. Lo primero es la política. Mas aún: no hay imagen previa a una política de la imagen-afección. En este sentido entre arte y política no hay una lógica de dos elementos: esa duplicidad sólo adviene de un tercero espectador que observa de afuera. Lo que nos interesa es la percepción que se construye más allá de la politización del arte y de la estetización de la política. Es decir, cuando la mirada se constituye en una máquina óptica, que pliega capacidad de juzgar y su arraigo deseante.

VI.

Y bien, entremos un poco en tema: ¿cómo ha circulado la imagen (las imágenes) de la Argentina (de la crisis y sus figuras, sus modos de vida)?, ¿en dónde hemos buscado su politicidad? Algo ya hemos dicho: un común denominador de muchas miradas –respetuosas y hasta entusiastas con los fenómenos sociales de lucha y creación de la Argentina entre los anos 2001-03– fue la focalización en las figuras de la crisis como efectos del neoliberalismo. Argentina, en este sentido, anticipa una tendencia global.

Tanto en la medida en que los gobiernos deben ensayar nuevas modalidades de convivencia con los movimientos sociales como en las nuevas formas de gestión que deben establecerse: ambas implican asumir la crisis como elemento constitutivo y por tanto verifican el carácter decisivo que toma “la política” en el manejo de esas crisis.

Un anticipo siempre es una advertencia de lo por venir. Al espectador, entonces, se le advierte que puede perderlo todo, precisamente, a manos de las reformas neoliberales. Las imágenes de la Argentina funcionan así como una película futurista: muestran como será la sociedad tras una catástrofe que recualifica completamente sus usos y costumbres, sus prioridades y sus expectativas. Esa imagen no es meramente descriptiva: si por un lado  relata la precarización y la destrucción de miles de vidas al mismo tiempo denuncia los “responsables de la crisis”. Construir el mapa del poder y la explotación es parte –como revés de trama–  de las figuras de la crisis. Es un modo de politizar la crisis: denunciar a sus responsables y cómplices.

El efecto buscado aspira así a una doble politización. Por un lado, develar: poner nombres a los causantes de la crisis, identificar empresas y apellidos tras los flujos económicos aparentemente anónimos. Y, luego, concienciar: restar consenso a la iniciativa del capital con la evidencia empírica que ofrece la imagen anticipatoria. Y, finalmente, en el mejor de los casos, crear una corriente de simpatía por las luchas de resistencia a tales iniciativas.

Claro que todo esto es muy interesante, por la dimensión movilizadora e igualitarista que lleva implícita, pero nos interesa presentar un enfoque un poco diferente del asunto, al menos para disparar un poco la discusión.

Especialmente para insistir sobre un punto: la relación entre estética (eso que venimos llamando las afecciones perceptivas) y política (que aquí identificamos con la dimensión productiva) se funda en una cierta capacidad de revisar los actuales modos de ser. Y si esa estética política efectivamente habilita una apertura a otros tipos de relaciones posibles, a vivencias de otro género, a sentidos diferentes para el mundo, entonces, no puede confundirse con la resistencia conservadora que nos confirma en la persistencia del actual modo se ser. No se trata de despertar la conciencia del abismo como un peligro que nos asusta, sino de forzar, de hecho, esa apertura. Así puesta, la creación a la que dan lugar y tiempo estas resistencias aparece como principal fuente de valor.

Nuestra hipótesis es que la crisis argentina no posee meramente el valor de mostrar el precipicio, y con él figuras curiosas, “creativas”, en un sentido paternalista, sino que –por  sobre todo– la propia crisis fue en cierta medida empujada, atravesada, recorrida y elaborada por figuras que nos hablan de lo humano y sus capacidades, de la inteligencia y los modos de ser, es decir, que, mirados en su singularidad, interrogan agudamente sobre la conformación actual del lazo social. ¿En qué sentido nos interrogan sobre lo humano? En tanto lo humano no es más que un soporte que se actualiza –logra densidad histórica y política, existe– en la medida en que ciertos procedimientos producen nuevos modos de lo común.

Esta imagen, sospechamos, cuestiona la habitual vinculación entre arte y política porque logra ir más allá de la denuncia de las figuras oprimidas y sus opresores. Nos empuja a un desafío mayor: ¿qué posibilidad existe que esa capacidad expresiva provenga de una mayor capacidad de afección?

En Argentina el post-fordismdo  y el General Intellect no viene de la mano de un proletario inmaterial sino –por sobre todas las cosas- de estas nuevas figuras que operan en los siguientes sentidos: saben leer las nuevas condiciones del capitalismo, inventan modos de adaptación eficaces y despliegan un plus de inteligencia para producir lazo social en estas condiciones.

  • En este sentido hay un curioso nietzscheanismo que consiste en proclamar que la autonomía de estas nuevas figuras, concebidas en su hacerse desafío con respecto al neoliberalismo, no consiste tanto en proclamar su independencia formal frente al estado y el capital (finalmente esta autonomía es un proyecto del propio capital) cuanto de afirmar recursos, subjetividades y nuevos lenguajes. Es esta afirmación la que funda la perspectiva autónoma y no a la inversa.
  • En este sentido las figuras de la crisis tienen una universalidad inmediata. Una universalidad doblemente potente en tanto es localizable y fechable. O, en otras palabras: no es reductible a mera pobreza, o a mero enfrentamiento.
  • Somos concientes que esta perspectiva nos coloca ante un riesgo fundamental: estetizar la devastación producida por el neoliberalismo. Sobre esto hay que trabajar. Pero la idea de que la afirmación –ligada a la fundación de una universalidad concreta que interroga lo humano en tanto tal- nos sigue pareciendo la vía mas fecunda y a la vez nos da la clave para comprender las formas actuales del fascismo que consisten en negar y desear la desaparición d esta interrogación.

Hasta siempre,

Buenos Aires, 22 de septiembre del 2004

Verónica y Diego,

por el Colectivo Situaciones

Entrevista a Maurizio Lazzarato. Gobierno del miedo e insubordinación (Junio 2006) // Colectivo Situaciones

Prólogo al libro Políticas del acontecimiento de Maurizio Lazzarato, editado por Tinta Limón Ediciones.

Ir a: https://lobosuelto.com/wp-content/uploads/2018/09/Entrevista-a-Maurizio-Lazzarato-p.7-a-27-9-24.pdf

De umbrales y lenguajes. Notas sobre la conflictividad post 19 y 20 (29/06/2004) // Colectivo Situaciones

 

Notas sobre la conflictividad post 19 y 20

Con el asesinato de Martín «Oso» Cisneros y la posterior toma de la comisaría por parte de sus compañeros y amigos parece haberse producido lo que podríamos llamar un umbral de pasaje. Un umbral es una línea que si bien puede ser invisible para quien desconoce el terreno, o para quien anda distraído, es perfectamente reconocible para todos los habitantes de la situación. Se atraviesa un umbral como se cruza una frontera; sin embargo, más que de un límite formal, se trata de un pasaje real entre situaciones. Por eso, cuando se traspone un umbral se ven las cosas de otro modo.

La vida está plagada de umbrales de intensidades diversas y no todos son magníficos o catastróficos. Si acudimos a esta imagen es porque nos permite elaborar la sensación de que las cosas serán ahora –en alguna medida, claro– de otro modo. Suponemos que el golpe militar de 1976 fue un umbral. Sabemos que la insurrección del 19 y 20 de diciembre de 2001 marca otro. Y tal vez la masacre del 26 de junio del 2002 haya señalado uno más.

Y bien: ¿qué sentido tiene este pasaje? Nuestra intuición es que el umbral fue alcanzado por la aceleración de tres series de acontecimientos que hasta el momento permanecieron relativamente independientes entre sí (aunque no absolutamente, porque siempre tuvieron vasos comunicantes, cada vez más anchos), y que tienden, precisamente en el punto en que alcanzan el umbral, a identificarse casi plenamente en un nuevo terreno definido por su entrecruzamiento (como sucedió hace exactamente dos años, el paso del umbral resulta dado por el asesinato de militantes populares).

Estas tres series de acontecimientos podrían resumirse así:

1-De un lado, la dinámica socialmente conflictiva que surge a partir de la abrupta desvinculación (desintegración) entre trabajo asalariado y capital (productivo) y entre estado-nación y ciudadanía. El quiebre interno del capitalismo exacerbó así unos modos de conflictividad surgidos de las llamadas «zonas marginalizadas» (sobre todo por los medios de comunicación, los especialistas y los políticos, quienes resumen la complejidad del asunto hablando de «inseguridad»); 2- por otro lado, la Gran Interna Política y la determinación del kirchnerismo como fenómeno político y; 3- la recomposición -configuración política- del movimiento social, y la elaboración en curso sobre la configuración política post 19 y 20.

La hipótesis que proponemos afirma la confluencia de estas tres series sobre un terreno común o, si se quiere, el armado de una (compleja) coyuntura, a la que arribamos precisamente a partir de la dinámica interna de cada una de estas series, que –cada cual a su modo- fue enfilando hacia este umbral común de pasaje.

1

La quema, ocupación o destrucción de una comisaría por semana por parte de familiares y amigos de algún muerto por acción o desidia policial muestra por lo menos dos tendencias a tener en cuenta.

De un lado, la proliferación de tales comportamientos policiales -a esta altura transformados en operaciones de un poder de facto y autonomizados- que prestan servicios a quien tenga capital para pagar y claridad para orientarse en las sombras.

Del otro lado, la segura disposición de familiares y amigos, que han ido forjando un modo de reaccionar que surge de verificar la impotencia de las vías institucionales.

Claramente, es sobre esta conflictividad que se articula el discurso de la inseguridad: simplificando la complejidad de los elementos en juego supone (maliciosa y concientemente) que se trata de reforzar la represión sobre la sociedad. La eficacia de este discurso de la inseguridad es tal que se ha transformado en un recurso político directo (y no sólo en un negocio rentable) cuya funcionalidad inmediata es absorber la experiencia del 19 y 20. Para ello cuenta con mecanismos sutiles (sobre todo alrededor del fenómeno Blumberg) que consisten en tomar ciertos elementos de aquella experiencia (la convocatoria callejera, sin partido, y la evidencia de la impotencia del estado y sus aparatos) para invertir su signo; es decir, para reconstruir estatalidad represiva.

El círculo vicioso se arma, así, a partir de la dinámica de la marginación social que invade crecientemente la lógica de la lucha social y política. Del gatillo fácil y las bandas carcelarias hasta la acción de los sicarios y las bandas lúmpenes-policiales, es evidente que ya no estamos frente a fenómenos menores. Si se los considera marginales, habrá que considerar a la vez que son los propios «márgenes» los que ya no son marginales. Por el contrario, se trata de una dinámica que cruza transversalmente toda experiencia de construcción político-social y no puede ser ignorada por los movimientos, que cada vez más precisan tender «redes de cuidados» dirigidas a agenciar potencias también en estos barrosos suelos de lo social-desfondado.

Desde el punto de vista de esta primer serie de acontecimientos, el cruce del umbral se manifiesta en la sucesión misma de los hechos del fin de semana último: un sicario asesina a un militante social; la respuesta es una réplica de lo que sucede en todo el país cuando la policía asesina a un joven en algún barrio: se ataca la comisaría. La diferencia relevante con respecto a los hechos que vienen ocurriendo en los barrios es que aquí se ha activado (como en la masacre del 26 de junio del 2002) la fusión de las tres series. El paso del umbral aparece como la creación de un terreno único de conflictividad en el que se presentan entrelazadas las tres dinámicas.

2

La Interna Política Mayor toma un lenguaje cada vez más «setentista«, sobre una base –configuración de contexto y lógica de actores– contemporánea radicalmente heterogénea. Hasta cierto punto este desfasaje (anacronismo relativo del estilo retórico versus actualidad de condiciones, o trama real de los actos políticos) pudo ser atribuido a una maniobra «marketinera» de parte del gobierno. Según una sencilla lógica, el gobierno es tanto mas lúcido cuanto más consciente se muestra de sus dos rasgos políticamente más indiscutidos: debilidad (en el sentido de carecer de una construcción previa sólida) y «azarosidad» (si concediésemos que luego del 19 y 20 la imposibilidad de Duhalde de hallar candidatos mínimamente potables fuera meramente azarosa). De esta conciencia de su carácter doblemente contingente se intenta hacer surgir una fortaleza y una consolidación. De allí el despliegue incesante de una –hasta ahora– eficaz prepotencia discursiva conducente a «actuar» su autoridad. En este sentido Kirchner ha aprendido de Menem y de Duhalde lo que Alfonsín y De la Rua jamás comprendieron: que la Presidencia de la Nación no es un sitio automáticamente revestido de un poder institucional (por el mero hecho de ser «cabeza del estado»), sino que (precisamente por ser cabeza de ese cuerpo) no es más que una ocasión para investirse de unos atributos de mando que no sólo no vienen dados, sino que su advenimiento depende de la persistencia lúcida e incesante de su ejercicio, que trasciende por mucho los mecanismos puramente institucionales. De allí, decíamos, el discurso «setentista» de Kirchner. Se trata (más allá de sus intenciones personales, es decir, de que efectivamente sea una creencia íntima) de un gestualismo orientado a construir cierto poder a su alrededor.

El problema es que a esta altura del partido ese «discurso» (setentista) se ha fusionado con la lógica de los hechos. Sobre todo porque las derechas parecen haberle tomado la palabra –al gobierno– para jugar en ese terreno (que es, para ellas, el de la memoria social aterrorizada) su disputa por el control de las decisiones. De allí la insistencia del diario La Nación en acusar al gobierno de «montonero». Es precisamente en este punto donde el pasaje de umbral se capta bien: como afirmó Escudé en el programa de Grondona, si el gobierno y un sector de los movimientos sociales son «setentistas», entonces la derecha muy bien puede también hablar ese lenguaje y operar como las AAA (y sabemos bien que Escudé es un charlatán y no un temible jefe político, por lo que sus palabras cuentan en un sentido muy estricto: decir este argumento es un comienzo de simbolización que da cause a una posibilidad real). De hecho, esto fue dicho 48 horas después de una acción con indudables resonancias a aquellas acciones paramilitares: como si más que una amenaza, se tratara de una firma. De este modo la derecha empuja y lee en el pasaje del umbral la posibilidad de restituir una polaridad «setentista»: «si Kirchner y los piqueteros son montoneros, nosotros tenemos las AAA y, en el horizonte, una salida aún más represiva».

Pero el lenguaje repetido de los actores no debe ocultar la originalidad de la trama. En efecto, todo esto tiene mucho de deja vu (de suceso «ya vivido»). Cada vez que las derechas no disponen –por las razones que sean- de los instrumentos estatales para una represión que –por las causan que sean- creen imprescindible, se activa este deja vu, por otra parte muy práctico, ya que se trata de momentos difíciles en que las percepciones de los actores pasan a los actos (como el 26 de junio de 2002, o este último de 2004). Se trata de evitar, precisamente, que la continuidad discursiva nos haga creer en una repetición de las situaciones y sus devenires y, por tanto, de los destinos conocidos de los años 73/75 (de Ezeiza a la Triple A). Por decir lo mínimo, basta constatar que las grandes lógicas articuladores de aquella AAA (un poder ejecutivo comprometido con la represión, una cierta articulación del aparato represivo, la convocatoria popular y militante de las diversas corrientes del peronismo, la tensión entre dictadura y democracia como opciones político-institucionales inmediatas, y la polarización político-social, armada, entre unos movimientos revolucionarios y un estado que operaba bajo los auspicios de la guerra fría y contaba con la salud de unas FF.AA. política y operativamente disponibles) se han modificado.

La complejidad de las circunstancias actuales reconoce una multiplicidad de causas, relacionadas con importantes transformaciones en el poder, pero también en las luchas y resistencias. Por lo que uno de los mayores riesgos del momento tal vez sea creer en el lenguaje de la dimensión mediática de la conflictividad político social, creencia que de darse, restringiría (mistificando) el repertorio de nuevas posibilidades de los movimientos. En este sentido el discurso setentista es más un peligro (los viejos ropajes que según Marx, ataban las revoluciones a los muertos) que un rasgo de lucidez.

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El conflicto político-social se da en torno al modo en que los movimientos van elaborando el kirchnerismo, sus potencialidades, peligros y límites.

Luego del 19 y 20 de diciembre de 2001 asistimos a un formidable intento de desplazar-negar (forcluir) la irrupción de un hecho no estatal como dinámica determinante del juego político. Los movimientos (surgidos antes y después de la insurrección) fueron sometidos a un juego perverso: de un lado se les reconocía ser artífices de un contrapoder activo que había que admitir (momento cumbre del discurso del poder argentino, cuando debe admitir que no posee recursos políticos inmediatos para subordinar esta irrupción), mientras del otro se los acusaba de ser minorías sin propuestas de gobierno (momento cínico, que esconde que las resistencias de los ´90 construyeron un contrapoder que no tenía por vocación metamorfosearse en fuerza de estado, es decir, que aún si lo hubiera querido –y varios de sus componentes así los proclamaron- no lo hubiesen logrado. De hecho, tanto quienes hablaron de toma del poder vía insurrección, como quienes participaron en las elecciones, corroboraron la imposibilidad de una transferencia automática de la potencia de un campo al otro; y precipitaron, en cambio, los efectos opuestos).

El gobierno de Kirchner es sin dudas –sobre todo su «ala setentista»– un producto –orgulloso– de este cruce entre el reconocimiento de la irrupción de los movimientos, y la exigencia de concentrar todo acto político en instancias representativas-institucionales. De allí que la discusión que mantiene con el resto de quienes pujan por reconstruir el mando político sobre la sociedad se desarrolle en los siguientes términos: «no vamos a reprimir a los movimientos, porque podemos desgastarlos por vía pacífica y cooptación». Este conflicto por el reconocimiento y la expropiación de las potencias de los movimientos ha recorrido todo el primer año de gobierno de Kirchner, y no es sino una prolongación de este enorme esfuerzo –que cubre todo el arco del poder– de desplazar-negar la existencia de núcleos activos de contrapoder capaces de polarizar realmente el escenario político, social y económico del país.

Y lo cierto es que el éxito del kirchnerismo va de la mano con la redefinición de la dinámica de las luchas sociales (abiertas durante el período 1997-2003). Es evidente en este sentido, que un ciclo de estas luchas se ha agotado: este cierre se ha operado gracias al modo en que el duhaldismo primero y el kirchnerismo (que es su producto) después, supieron encauzar las fuerzas que se dirigían a un choque cada vez más violento en un cierto «pacto», capaz de desviar el potencial catastrófico de la crisis argentina.

Sin embargo, esa desviación no ha eliminado definitivamente ni a las fuerzas en juego, ni cierta inercia a producir choques frontales. De allí que se dibuje este tercer punto de vista respecto del pasaje de umbral ocurrido el último fin de semana: el kirchnerismo está siendo puesto a prueba, tanto en su consistencia –fuerza- interna, como en sus convicciones respecto de evitar una represión frontal a la tendencia sin dudas creciente (por la profundización de las causas que condujeron a la crisis) de la lucha político-social.

El terreno que se abre tras haber cruzado este último umbral nos coloca cada vez más en el centro de una confrontación con las iniciativas de reconstrucción de la dominación social, confrontación que –y de aquí la importancia de reflexionar sobre la cuestión– se despliega por medios políticos sobre un terreno unificador de estas tres series.

De ahí que sea tan importante resaltar, por un lado, que toda simplificación de las actuales circunstancias limita la captación del sentido de los hechos que se van sucediendo; y por otro, que el hecho mismo de no tomar al estado como centro óptico de todas las elucubraciones (sea por o contra), es decir, de sostener la autonomía de principio como punto de reconocimiento de las potencias de la propia situación, puede permitirnos comprender el modo en que coexisten hoy ciertas tendencias antagónicas:

a- la acumulación de una derecha activa anti-kirchnerista, que se recompone desde lo social –a través del miedo y la ausencia de estado- que impugna la política oficial de derechos humanos del gobierno, su política internacional y sobre todo su decisión de no reprimir directamente (y que pugna por alinear las políticas de estado del país con las iniciativas anti-insurgentes, y recolonizadoras que el imperio difunde en todo el continente);

b- la necesidad del kirchnerismo de dar esa pelea subordinando y/o compitiendo con los movimientos;

c- la incapacidad del kirchnerismo de apropiarse del aparato del estado para imponerse como fuerza política (incapacidad evidente tanto a la hora de contener el conflicto de la «inseguridad», como cuando se trata de intervenir provincias en plena crisis como San Luis, o de desplegar un plan social mínimamente digno, o modificar la estructura productiva y de acumulación del país) y

d- la explosión de una conflictividad social que no se rige ni se orienta por conducciones políticas partidarias, sindicales ni piqueteras, y que funciona por micro estallidos esporádicos de gran intensidad.

e- la persistencia de prácticas que insisten en un desarrollo subjetivo, y por tanto político, en base a la autoorganización elaborada.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones,

Bs. As., 29 de junio de 2004

El carnaval de un poder destituido. Entrevista al Colectivo Situaciones (Junio 2004) // Sandro Mezzadra

Desde 1999 voy todos los años a Buenos Aires. Conocí la ciudad en el ocaso del menemismo, vi nacer las esperanzas y las ilusiones en la «Alianza» de De La Rua y de «Chacho» Alvarez, algo así como el «Olivo» argentino. Luego volví en el otoño austral del 2002, y en los ojos aún perduraban las imágenes de la revuelta de diciembre. Fue en ese momento que conocí a los compañeros y compañeras del «Colectivo Situaciones»: fueron mis guías en el laberinto del movimiento argentino, me hicieron conocer las asambleas barriales y las fábricas «recuperadas»; con ellos estuve en la ilimitada y desolada periferia sur del conurbano bonaerense, donde nació una de las esperanzas más radicales e interesantes del movimiento piquetero, el MTD («Movimiento de los Trabajadores Desocupados») de Solano.

Al «Colectivo Situaciones» ya estoy ligado por profundos lazos de amistad y de discusión teórica y política. Luego de la publicación en Italia de su libro colectivo sobre diciembre del 2001 (Piqueteros: La revuelta argentina contra el neoliberalismo, DeriveApprodi, 2002), trabajamos juntos en otros proyectos, que se ubican en el espacio transnacional que los movimientos de los últimos años fueron construyendo. Nos volvimos a ver en estas semanas y nos pareció acertado intentar tomarle el pulso a la situación argentina, tan distinta en muchos aspectos a aquella en la que nos encontramos por primera vez.

Alrededor de la mesa, junto a mi, están Verónica Gago, Mario Santucho, Sebastián Sconik y Diego Sztulwark. Tomamos el infaltable mate y charlamos: lentamente surgen un racconto y un análisis colectivo en el cual no parece necesario distinguir las voces particulares.

No se puede sino comenzar, una vez más, en la gran revuelta del 19 y 20 de diciembre del 2001. La forma en la cual el Colectivo Situaciones interpretó aquellas jornadas puso en evidencia, por un lado, que se trató de una verdadera insurrección; pero por otra parte, ustedes insistieron sobre el hecho que fue una insurrección de nuevo tipo, y la definieron como destituyente…

Nosotros ya hacía un tiempo que estábamos tratando de pensar sobre las experiencias más innovadoras de los movimientos, en el intento de formular nuevas hipótesis para pensar una política radical. Habíamos llegado a la conclusión que, para decirlo en pocas palabras, la política no pasaba más por la política. Y por primera vez en la historia, la noche del 19 de diciembre, nos encontramos frente a un desborde enorme de personas que, frente a la declaración del estado de sitio realizada por De La Rua, tomaron las calles, saliendo casi de la nada, sin que nadie haya convocado, sin rumbo, y aparentemente sin que se activaran los canales de comunicación informal. Algo inexplicable, seguramente algo nuevo… la única consigna era que se vayan todos, y que no quede ni uno solo: justamente, una destitución radical de toda forma de institucionalidad, política y mercantil, un descentramiento absoluto de las instituciones, que abría un espacio sin que fuese claro aquello que lo habría de llenar.

No había duda que estábamos viviendo una insurrección: esa del 19 y 20 fue la experiencia insurreccional de nuestra generación. Habíamos vivido movilizaciones masivas, estoy pensando por ejemplo en la que tuvo lugar en semana santa del ’87 en contra del intento de golpe militar de Rico y los carapintadas, pero entonces estaba claro que lo que estábamos viviendo pertenecía a un mecanismo político que de alguna manera era conocido, con objetivos precisos y con el protagonismo de fuerzas políticas organizadas. El 19 de diciembre, cuando empezaron a sonar las cacerolas, ¡ninguno de nosotros entendía el significado de ese sonido!

Hablar de insurrección para describir lo que pasó de ahí en más tiene sentido sólo, por otro lado, si se considera el término en su significado descriptivo mínimo, es decir sin ninguna referencia a la concepción marxista-leninista del concepto, para indicar aquella extraña combinación de insubordinación generalizada y de fiesta popular que vivimos en esos días: la sensación, a pesar de las decenas de muertos, era la de vivir un enorme carnaval.

Al mismo tiempo fue una revuelta espontánea en el sentido de su carácter anónimo, lo que no excluye la posibilidad de reconstruir su profunda historicidad, la genealogía, en las formas de lucha y de organización que se habían desarrollado a lo largo de todo el país en la década menemista, comenzando por los piqueteros.

Hablar de una insurrección, y no por ejemplo de un simple riot urbano, en relación a lo acontecido el 19 y 20 de diciembre, me parece que tiene también otro significado: independientemente de la acepción «minimalista» que proponen del término, significa enfatizar el carácter de corte político de esas jornadas.

Sí, claro, el 19 y 20 son un umbral decisivo en la historia reciente argentina, una vez que se cruza dicho umbral nada es más como antes. Todas las posiciones políticas, en los movimientos o en las instituciones, están obligadas a redefinirse luego de la insurrección: el que no intenta comprender y elaborar su significado está condenado al anacronismo.

De todas maneras es un umbral también para la definición de lo que es la política, a partir del colapso de toda diferenciación entre el plano político y el plano social determinado por las jornadas de diciembre. El «palacio», la Casa rosada, se podía tomar: con un mínimo de organización no habría resultado difícil. ¡Pero no se le ocurrió a nadie! Cuando De La Rua abandona la residencia presidencial en helicóptero, la gente deja de interesarse en lo que ocurre dentro de ella, no hay una hipótesis de sucesión; más bien se vuelve a los barrios y lo que acontece, el nacimiento de centenares de asambleas en toda la ciudad (y en gran parte del país), es otra vez algo sorprendente por el tipo de dinámica absolutamente espontánea que se produce.

Pero la sensación general, bien resumida en la consigna que se vayan todos, es esa de un vacío político, como si la gente, en una especie de gigantesco cuestionamiento colectivo, se estuviera preguntando: ¿adónde está el poder? No está en la Casa rosada, pero tampoco en ninguna otra parte… Pero ojo: todos los militantes, todas las organizaciones se esperaban –y en muchos casos siguieron esperando en los meses siguientes– la más clásica de las respuestas según la «tradición» del país: un golpe militar. El hecho de que el golpe no haya tenido lugar, luego de una movilización popular sin antecedentes, es otro signo evidente que con el 19 y 20 su cruzó un umbral: después de éste cambió la naturaleza misma del poder. Cambió, aún más en profundidad, la relación de la gente con el poder y el Estado, al que se mira hoy con expectativas claramente reducidas, casi con una conciencia a nivel de masas del descentramiento del Estado y de las instituciones producto de la insurrección de diciembre. Las palabras de Kirchner en el momento de asumir la presidencia, «somos gente común que asumimos una responsabilidad», de alguna manera se ponen en sintonía con esta conciencia y muestran de su parte un nivel de elaboración para nada superficial de la ruptura que se había determinado.

¿Se entiende?, es un cambio profundo, casi a nivel antropológico: es como si se hubiera afirmado la idea que la precariedad extrema y la contingencia más absoluta son las premisas ineludibles de toda forma de acción política…Y al mismo tiempo, a un nivel igualmente profundo, continúa presente, como una hipoteca sobre el desarrollo político argentino, la onda larga de la insurrección destituyente: una especie de no activo, que marca los limites a la acción del gobierno.

Retomemos sintéticamente el hilo cronológico. ¿Qué ocurre luego del 19 y 20 diciembre? ¿Cómo se mueven los distintos actores en el vacío político producido por la insurrección?

Bueno, por lo pronto el 21 de diciembre todo el país está de alguna manera reunido en asamblea. Por un lado está la asamblea legislativa, convocada para elegir un nuevo presidente y transmitida en directo por las televisiones; por otro lado están las centenares de asambleas barriales. Luego, los dos presidentes en una semana: Rodríguez Saá y Duhalde. Éste último había sido derrotado dos años antes por De La Rua en las elecciones presidenciales, llevaba unos años encabezando una corriente del peronismo critica al neoliberalismo menemista, y había empezado a considerar sobre todo la posibilidad de abandonar la convertibilidad. Es esta componente política la que llega al poder. Y mientras en un primer momento evita todo tipo de represión abierta a los movimientos (no despreciando en todo caso de recurrir al aparato peronista de la provincia para disputar a éstos últimos, inclusive en forma violenta, el protagonismo en las plazas), Duhalde se propone algunos objetivos mínimos: la estabilización de los precios y de la moneda, una tregua con los ahorristas afectados duramente por el colapso de los meses anteriores, un primer plan de emergencia de subsidios a los desocupados (el «Plan Jefas y Jefes de Hogar»).

En esta situación, con el neoliberalismo claramente en dificultad y con el duhaldismo que comienza a delinear una gestión post-menemista, los movimientos se desarrollan con una creatividad y una fuerza increíbles. Es en estos meses que centenares de fabricas son «recuperadas» por los trabajadores, que se definen procesos de intercambios entre estas fábricas y las asambleas barriales, que surge una verdadera economía alternativa, alrededor de las redes del trueque y de las compras comunitarias. Muy esquemáticamente, el debate político en los movimientos se polariza alrededor de dos posiciones: por un lado, la izquierda tradicional (comunista y trotskista) habla de una «situación pre-revolucionaria» y lanza la consigna «asamblea constituyente»; por el otro, y en este momento con una gran difusión a nivel de masas, un conjunto de situaciones desarrolla una hipótesis que podríamos llamar de contrapoder, insistiendo en la autonomía de los movimientos, en su capacidad de producir verdaderas formas de vida, instituciones sociales sin ninguna intención de remplazar las instituciones existentes.

Todo esto es válido, me parece, hasta el 26 de Junio 2002. Ese día Duhalde no respeta la regla de no reprimir a las manifestaciones populares. En el puente Pueyrredón, que conecta la capital con Avellaneda y con el sur del conurbano, la policía reprime salvajemente un corte de ruta piquetero. Dos militantes del movimiento, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, son perseguidos hasta el interior de la estación de Avellaneda y asesinados a sangre fría. ¿El 26 de Junio se cruzó otro umbral?

Seguramente. Pero es un umbral del todo particular, que muestra la profundidad con la que seguía actuando eso que definimos como el no activo. Valdría la pena reconstruir en detalle lo que está detrás de lo que ocurrió en el puente. Pero quizás, ahora, es más importante insistir sobre lo que ocurrió inmediatamente después: frente a la indignación y a la protesta, Duhalde comprende inmediatamente que su presidencia tiene los días contados, y se ve obligado a llamar a elecciones anticipadas.

El proceso electoral que así comienza también resulta ser muy particular. Habría muchas cosas que decir al respecto, pero el punto fundamental es que también y sobre todo en el proceso electoral la precariedad y la contingencia juegan un rol esencial. Para decirlo en pocas palabras: la candidatura de Kirchner, su obtención de la presidencia fue determinada por una serie de circunstancias en las cuales la casualidad jugó un rol determinante. Con el radicalismo aniquilado tras el final del gobierno de De La Rua y con el Peronismo profundamente dividido, Duhalde piensa en oponer a la candidatura de Menem la de Reuteman, confiando evidentemente más en la fama que éste último se había ganado como piloto de Fórmula Uno que en su experiencia como gobernador de la Provincia de Santa Fe. Reuteman se encuentra con Menem y una vez terminado el coloquio declara ante los periodistas que renuncia a la candidatura porque «había visto cosas que no le habían gustado para nada». Así, sin dar más explicaciones…

Pero, una vez electo presidente (con alrededor del 11 % de los votos reales), Kirchner se encontró con que tenía un poder enorme, en el fondo justamente gracias a ese proceso de profunda destitución de la institucionalidad que la insurrección del 19 y 20 de diciembre había determinado.

En este momento ocurre una vez más algo inesperado. Más allá del apoyo que había recibido de Lula, visto desde Europa Kirchner parecía otro peronista más, para peor totalmente rehén del aparato de poder duhaldista, construido en la provincia de Buenos Aires con prácticas clientelares y mafiosas. Kirchner en cambio, en el momento de asumir el poder, hace un discurso retóricamente potente, de ruptura.

Si, el discurso fue realmente impresionante. Kirchner declaró el fin del neoliberalismo, y también de la impunidad para los militares genocidas a veinte años del fin de la dictadura; declaró el fin del clientelismo, hizo referencia directa al 19 y 20 de diciembre como al principio de una nueva época en la historia argentina. Además todo el contexto de la ceremonia fue increíble, con la efusiva acogida dedicada a Lula y a Chávez, ¡con el retorno triunfal de Fidel! Una nueva época en la historia argentina y al mismo tiempo en la historia latinoamericana…

Y no fueron solo palabras: sobre la cuestión de la impunidad Kirchner demostró inmediatamente que sus intenciones eran serias, atacando contemporáneamente los centros de poder del menemismo en el ejército, en la policía y en la Corte Suprema. El discurso del presidente en la ONU, cuando afirmó que «todos somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo», indica un cambio, de enorme valor simbólico y político. En el gobierno conformado por Kirchner, entre otras cosas, tiene mucho peso la generación del peronismo de izquierda, la misma que realizó la experiencia montonera de los años setenta. Y es sobre todo de esta generación que provienen los cuadros del kirchnerismo que en estos doce meses se ocuparon más de cerca de la relación con los movimientos sociales, siguiéndolos además en primera persona.

Bueno, me parece que éste es un tema clave. ¿Cómo evalúan la actitud de Kirchner en relación al movimiento? Simplificando mucho me parece que se puede decir que la relación con los movimientos fue llevada adelante en dos formas: intentando redefinir de alguna manera algunas funciones fundamentales de política social del Estado, y al mismo tiempo intentado reconstruir una base autónoma de mediación social que permita a Kirchner emanciparse del aparato de poder duhaldista…

En realidad nuestra impresión es que la situación es mucho más compleja. Mucho más ambigua. Nos parece que Kirchner, de alguna manera también comprensiblemente, a lo largo de este año se concentró en algunas rupturas simbólicas muy importantes, pero las realizó ahí donde era más fácil llevarlas adelante. Por ejemplo: cuando finalmente, en el vigésimo octavo aniversario del golpe de estado de 1976, Kirchner hace remover el cuadro de Videla de las paredes de la ESMA, el tristemente celebre campo de concentración a cargo de la marina, realiza al mismo tiempo una cosa de fundamental importancia, pero relativamente «fácil». Lo que acontece en la ESMA el 24 de marzo de este año se puede leer en distintos planos: por un lado Kirchner dice sobre la dictadura prácticamente lo mismo que están diciendo los organismos desde hace 20 años, retoma, representa y amplifica su discurso reconociendo a los organismos el papel fundamental que jugaron, pero al mismo tiempo comienza a esbozar una interpretación de diciembre del 2001 que sitúa ésta experiencia dentro de una línea de continuidad con las luchas de los años setenta, obviamente interpretadas a su vez en forma selectiva. No decimos que esto es de por sí negativo: pero queda claro que de ésta manera se determina una lectura «oficialista» de la historia argentina, en la cual las potencialidades de la insurrección de diciembre están al mismo tiempo reconocidas y capturadas. Y Kirchner, además de representar y reconocer a los movimientos entra de ésta forma en competencia directa con ellos, jugando en el mismo plano.

Por otro lado, manteniéndonos en el plano de los «derechos humanos», la ambigüedad, tomando el termino en sentido únicamente descriptivo, de lo acontecido en la ESMA, resulta evidente también desde otro punto de vista. El gobierno recobra posesión de lo que fue un campo de concentración, un lugar de tortura y de exterminio, declara querer construir en su lugar un museo de la memoria para que en la Argentina no se repita nunca más nada similar a lo acontecido durante la dictadura. Al mismo tiempo, sin embargo, hay un ilimitado territorio social en el cual cotidianamente la policía del «gatillo fácil» mata y tortura, a su vez que el discurso de la derecha se está reorganizando justamente alrededor del tema de la inseguridad. El tema no es preguntarse si Kirchner tiene o no la voluntad de intervenir en este territorio, sino si tiene el poder necesario para hacerlo: a nosotros nos parece que es muy difícil responder afirmativamente a está pregunta…

El problema fundamental es justamente este: el gesto de la ESMA es precisamente el gesto de un poder destituido, y a nosotros nos hubiera gustado mucho que Kirchner lo hubiese reconocido de alguna manera, en cambio la retórica de su discurso es una retórica fundada sobre una idea fuerte de Estado. Es como si el presidente, en el momento mismo en el cual presenta su agradecimiento al movimiento del contrapoder y se propone representarlo, lo desarma, para favorecer la construcción de una retórica del «Estado popular» que parece no tener fundamento si se la mira desde el interior de la sociedad. En esta situación, por otro lado, el tema de la autonomía de los movimientos deviene un tema extremadamente delicado: justamente porque, frente a este tipo de retórica de gobierno, insistir en mantener y reforzar la propia autonomía significa inmediatamente pasar a ser considerados «anti-kirchnerista». Y de una situación de politización y movilización general se pasa a un escenario en el cual Kirchner y el gobierno pretenden ubicarse como únicos protagonistas, eludiendo al «desplazamiento» del Estado que, aún antes de ser el producto de la insurrección del 19 y 20 de diciembre, había sido una de las premisas fundamentales de la acción de los movimientos.

Me parece que fue importante la forma en la cual, comenzando por la ceremonia de embestidura, Kirchner jugó la carta de la política latinoamericana. También durante las movilizaciones de estas semanas me impactó mucho ver en las banderas –rigurosamente celestes y blancas– de los sectores del movimiento que están sosteniendo a Kirchner el retrato del Presidente al lado de los de Lula, Chávez y Fidel. Más allá del plano de las retóricas, que igualmente tienen una importancia fundamental, ¿les parece que Kirchner tiene realmente un proyecto latinoamericano, de alguna manera compartido con otros gobiernos más o menos «progresistas»?

También en relación a este tema la situación es muy compleja. Ante una mirada superficial de la situación ¿Qué es lo primero que se observa? Por ejemplo que Lula es el presidente que legalizó la soja transgénica en Brasil, que Chávez no tocó de hecho los intereses de las grandes compañías petroleras estadounidenses y que Kirchner renegoció la deuda con el FMI a partir de una fuerte alianza con los Estados Unidos: una alianza que no se limita a las cuestiones financieras, sino que se extiende a otros sectores – desde la «lucha al terrorismo» a la mediación ejercida por el gobierno de Kirchner en el conflicto boliviano…

Pero intentemos ahondar un poco más: la impresión es que hoy en América latina hay un intento por construir el multilateralismo político, de por sí un elemento importante e innovador, sin un proyecto correspondiente de multilateralismo económico y social. Es como si estuviéramos viviendo una situación de incertidumbre: en un continente profundamente transformado por las políticas neoliberales salta a la vista que el neoliberalismo no tiene ninguna receta para administrar la crisis que él mismo generó. Los proyectos de integración «regional» que actualmente están en juego asumen justamente esta crisis como punto de partida, y esperan modificar la forma de inserción de América latina en el mercado mundial, pasando de una lógica de subordinación a una de «negociación» puntual: pero por un lado se chocan con la presencia de conflicto de intereses muy importantes entre varios países claves del continente (evidentes por ejemplo en el acuerdo de libre comercio americano sostenido por los Estados Unidos), mientras que por otra no parecen, como decíamos recién, estar sostenidos por un modelo económico y social realmente alternativo al neoliberalismo.

Ahora, en el tipo de situación que se está determinando a nivel continental, es más que legítimo ver la acción persistente de los movimientos que surgieron en América latina durante la crisis del neoliberalismo (y que a su vez contribuyeron a determinar esta crisis). Pero el proceso no es para nada lineal, y sobre todo no nos parece identificable una tendencia «progresista» que los movimientos deberían sostener y forzar. También porque, en general, consideramos que los movimientos producen efectivamente (o contribuyen a producir) una tendencia, pero no consideramos para nada evidente que luego ellos deban subordinarse a esta tendencia: al contrario, el problema es encontrar las formas en las cuales se pueden defender y potenciar los espacios de autonomía abiertos por los movimientos, en las condiciones cambiantes que se van determinando.

Sigamos con el tema de la política latinoamericana. ¿Cómo les parece que está pensada, dentro del gobierno Kirchner pero también más allá de él, la relación entre proyectos de integración «regional» y Estado Nacional?

Recapitulemos: hoy la cuestión de la integración latinoamericana está planteada claramente, está, por así decir, en la agenda de los principales gobiernos del continente. También a partir de la necesidad de oponer resistencia a una serie de procesos, en buena medida acelerados por el neoliberalismo, de desmembramiento de los espacios políticos nacionales en los que se ejercitaba la soberanía del Estado. Pero cuidado: la integración está pensada en toda América latina en términos que podríamos definir «soberanistas», es decir como la otra cara de un proceso de reconstrucción y de fortalecimiento de los Estados nacionales. Y este proceso, en forma particularmente evidente en la Argentina, está pensado a su vez en términos que pertenecen completamente a la vieja tradición del desarrollismo, que podemos definir como la variante latinoamericana de lo que en Europa fue el Welfare State. Y lo que parece faltar es justamente una reflexión sobre las transformaciones radicales que afectaron las bases materiales de aquel modelo.

Por otro lado, también en los movimientos sociales (así como entre los intelectuales) de América latina hay de hecho una hegemonía «soberanista», que corresponde a una forma de pensar la integración que no se diferencia sensiblemente, a no ser por la retórica más o menos «antiimperialista», de aquella seguida por los gobiernos. Se trata de una hegemonía construida en buena medida sobre prejuicios que inhiben la imaginación política, sobre la idea en particular que cualquier cuestionamiento del Estado nacional en condiciones de «dependencia» no puede ser otra cosa que plenamente funcional al «neoliberalismo» o al «imperialismo». No faltan, quede claro, posiciones que intentan moverse en otra dirección, nosotros mismos somos seguramente parte de este intento. El hecho es, sin embargo, que la critica del «soberanismo» corre el riesgo de ser nada más que una declaración de principios, frente a una efectiva y fuerte radicación popular del «soberanismo», que constituye en los hechos la base sobre la cual se articulan los movimientos de resistencia en América latina.

Una consigna tal como «nacionalización» de los servicios y de la producción, que parece surgir en forma casi espontánea desde los movimientos (en Bolivia en octubre pasado), es por otro lado profundamente ambivalente: en el sentido que, según nuestra experiencia, es muy difícil que tras la consigna haya realmente un proyecto determinado de reconstrucción del Estado nacional. Al contrario: con frecuencia aquella consigna es simplemente una forma genérica de reivindicar servicios para todos, y si hablas con la gente que la utiliza te das cuenta que son pocos los que piensan al Estado nacional como prestador de aquellos servicios. Son muchos más los que tienen la idea de algo más grande o más chico que el Estado nacional… Pero este «algo» continúa totalmente impensado y desarticulado políticamente.

Intentemos, para cerrar, volver a Kirchner, en particular al tipo de política social que dejó entrever en éste año de gobierno y al tema de la relación entre el gobierno y los movimientos.

Bueno, por lo pronto para entender la política social de Kirchner hay que poner en evidencia que ésta se entrecruza con el choque entre kirchnerismo y duhaldismo en el interior del partido justicialista. Alrededor de los planes de asistencia a los desocupados se ha desarrollado en estos años un aparato clientelar formidable, construido muy claramente alrededor del intercambio entre subsidios y garantías de la paz social. Hoy, el control de éste aparato clientelar, su composición y su funcionamiento están al centro de una disputa muy dura, en la que participan sectores del movimiento piquetero que optaron por un apoyo incondicional al gobierno, sectores del duhaldismo y el sindicalismo peronista que justamente en estos días se ha reunificado, lanzándose a recuperar el protagonismo que había perdido en los últimos años de la mano de los movimientos de desocupados.

Más en general, el intento de Kirchner fue pasar de los planes de asistencia a la financiación de micro emprendimientos económicos en condiciones de ocupar un lugar en el mercado. Independientemente del hecho que hasta hoy el éxito de éste intento ha sido muy relativo, la condición para obtener la financiación es justamente aceptar la reglas del mercado, lo que se traduce en un brusco redimensionamiento de los espacios de autonomía del movimiento. Además, por un lado éste tipo de política se presentó como el ejemplo de una nueva forma de pensar la función del estado y de la «comunidad nacional»; pero, por el otro, continúa sin tener solución el problema de la financiación de éste tipo de política –es decir del modelo de desarrollo que la haría posible. Hay una distancia infranqueable entre la retórica de un nuevo Estado social y la realidad permanente de la exclusión de una cuota enorme de población de toda forma de actividad productiva. Y es alrededor de este problema, como decíamos antes, que la derecha reorganiza sus retóricas políticas, apuntando justamente al tema de la «inseguridad», reproponiendo soluciones que apuntan a la militarización absoluta de los extensos territorios periféricos. Aún si está claro para todos que, en esos territorios, en la producción de la «inseguridad» y en las mismas actividades «criminales» el rol de las fuerzas de policía es determinante, tanto desde el punto de vista del «gatillo fácil» cuanto desde la complicidad con las «bandas criminales»…

Entre otras cosas, mirando a lo acontecido en estos años, en los barrios más pobres, en las mismas villas que constituyen por muchos aspectos el equivalente argentino de las favelas brasileras, se puede ver claramente que la alternativa es entre desarrollo de una dinámica de movimiento (de asamblea y/o piquetero) y el aumento de la «inseguridad». Una vez más, es posible constatar la ambigüedad de las políticas kirchneristas: en la medida en que determinaron la polarización y la fragmentación al interior de los movimientos, ubicando nuevamente de una u otra manera al Estado al centro de su accionar, han debilitado profundamente su acción a nivel territorial. Y los espacios dejados libres por las asambleas y los piquetes fueron ocupados inmediatamente por las «bandas».

Es este el eje: el gobierno de Kirchner efectivamente buscó una relación fuerte con los movimientos, pero exclusivamente en términos de cooptación, y esto no puede sino conducir a un debilitamiento de los movimientos. Atención, no es un proceso unilateral: por la naturaleza misma de los movimientos, el pedido de cooptación ha sido muy fuerte también «desde abajo». Pero, lo que faltó completamente al kirchnerismo es justamente un intento de imaginar la relación con los movimientos de otra forma, a partir de la idea que la autonomía, la fuerza proyectual y el activismo de los movimientos pueden ser un capital de fundamental importancia para el mismo gobierno.

En estas condiciones, el resultado no podía ser otro que la polarización durísima que hoy divide sobre todo al movimiento piquetero, pero que tiene repercusiones en todo el arco de los movimientos sociales: por un lado las organizaciones «oficialistas», que tienden a devenir articulaciones periféricas del gobierno, implementando los criterios selectivos que son propios de toda administración, por la otra las organizaciones de la izquierda tradicional, que atacan al gobierno, denuncian la cooptación de los «oficialistas» y en el fondo parecen anhelar con frecuencia una ola represiva que vuelva a poner las cosas en su lugar…

El espacio entre estas posiciones, sin embargo, no está del todo vacío. Si bien fragmentado y aparentemente minoritario, está ocupado por un abanico heterogéneo de experiencias que rechazan la alternativa recién expresada y que apuntan al fortalecimiento y al relanzamiento de la autonomía de los movimientos. Son experiencias, para decirlo brevemente, que saben distinguir perfectamente entre Kirchner y Duhalde, que por ejemplo aceptan sin problemas las financiaciones para el desarrollo de micro emprendimientos, pero rechazan que junto a los fondos lleguen técnicos del gobierno para explicar cómo deben estar organizados y administrados estos micro emprendimientos. Al mismo tiempo, son experiencias que no ven para nada con buenos ojos que el gobierno asegure la protección a los técnicos de las empresas privatizadas que entran en los barrios para cortar los enlaces «ilegales» a la luz y al gas organizados por los movimientos…

Es justamente en este espacio, a nuestro entender, que viven y se reproducen los elementos de mayor novedad, creatividad y riqueza que caracterizaron los movimientos en la Argentina de los últimos años. Las experiencias que lo ocupan son de lo más variado: piqueteros y estudiantes, sectores del movimiento campesino del norte y del movimiento indígena del sur, grupos que trabajan en el desarrollo de software libre, colectivos que surgieron de las asambleas barriales y grupos de docentes ocupados en la construcción de «comunidades educativas» con padres y estudiantes. Y la lista podría seguir: pero lo que unifica las distintas experiencias es más una «forma de construir» que una representación de sectores sociales. Es un espacio fragmentado y dividido pero increíblemente difuso y en condiciones de recomponerse en forma imprevista y sorprendente frente a urgencias específicas, tanto de carácter represivo cuanto determinadas por la insurgencia de luchas individuales pero percibidas como «ejemplares». Solo desde este espacio, creemos, pueden llegar respuestas novedosas a las grandes cuestiones políticas que están al orden del día en la Argentina y en América Latina.

Publicado en IL Manifesto, Roma, julio de 2004.

El campo minado del bicentenario (18/05/2010) // Colectivo Situaciones

Abruman los festejos por el bicentenario. El clima busca emparentarse con una forma de “recuperación” de la soberanía estatal-nacional, que se verifica a escala regional. Sin embargo, el bicentenario se entiende mejor como un campo minado, que zigzaguea entre la recomposición estatal-nacional y la exhibición de dinámicas irreductibles al estado, que hacen a la materialidad cotidiana de los territorios.

El mismo “entre” tiñe el discurso de la gobernabilidad en América Latina, que oscila entre el espíritu de reposición de las prerrogativas del estado entendido como aquello que se opone al mercado y una creación permanente de dispositivos para intervenir en los territorios concretos, intentando contener sus desbordes y taponar los agujeros negros.

La remozada eficacia simbólica del discurso nacional y desarrollista posee un trasfondo material en la recuperación de la caja oficial, cuando el gobierno logra arancelar algunos circuitos de negocios y efectuar por sí mismo ciertas articulaciones estatal-mercantiles. Sin embargo, es evidente que los flujos productivos, comerciales y financieros rebasan la capacidad de regulación del estado nacional, lo cual se expresa en la inflación, en el enorme crecimiento del mercado ilegal-informal y en la influencia de los capitales globales.

Al “entre” sería adecuado definirlo, entonces, como una tensión constituyente de nuestra realidad actual. Tensión que no se entiende por fuera de la experiencia de la crisis que vivió el país en el 2001 (y del fantasma de su recurrencia). Así lo indica la insistencia del discurso político (oficial y no oficial) en torno a dos hipótesis que justifican la reposición de la soberanía estatal-nacional: 1) ser la lengua para conjurar la crisis, aunque sin negar su omnipresencia y 2) ser la clave desde la que reanimar la política partidaria, sin negar su decadencia.

La crisis griega es representada aquí como un reflejo tardío de lo ya-vivido. Argentina festeja el bicentenario como quien ha logrado salir de una enfermedad mortal: somos el país en el que se anticiparon los experimentos del ajuste y sus catastróficas consecuencias sociales, pero donde finalmente el mismo estado pretende mostrarse como salvador del naufragio.

Esta narrativa de la crisis olvida algunas cosas, exultante por la recuperación estatal. Por un lado, que las instituciones estatales y el sistema de partidos han sido piezas sustanciales del neoliberalismo. Por otra parte, que la crisis fue empujada por movimientos sociales que resultaron los únicos capaces de poner freno al modelo de despojo brutal.

La negación de la potencia transformadora de esas prácticas que experimentaron la crisis “desde abajo” (por medio de su victimización o inclusión subordinada), obtura o dificulta la construcción de espacios de coexistencia y síntesis parciales que permitan delinear un horizonte efectivamente post neoliberal, sobre la base de una nueva imagen de la modernidad, la democracia, el trabajo y lo común.

Sólo desde esa experiencia de la crisis (entendida como concepto-vivencia) es posible enfrentar el resurgimiento de nacionalismos estrechos que justifican las jerarquías urbanas y laborales a la vez que utilizan la retórica de la “seguridad” como principal herramienta de consenso social. Se requiere un trabajo artesanal de creación de articulaciones territoriales, que señalen las nuevas asimetrías tal y como se presentan en nuestras situaciones, para desamarrar lo que el nudo simbólico de la reposición estatal pretende suturar sin más.

Buenos Aires, 18 de mayo de 2010

Algo más sobre la Militancia de Investigación Notas al pié sobre procedimientos e (in)decisiones (1) (29/02/2004)// Colectivo Situaciones

I

El presente texto relata una historia real. Esa historia (como muchas otras historias contemporáneas) comienza con un mensaje, un mail. Lo firma Marta, de Madrid. Del grupo Precarias a la Deriva (de ahora en adelante PAD). El mensaje va dirigido al Colectivo Situaciones (de aquí en más CS). Nos pide un artículo, ni muy corto ni muy largo, sobre la experiencia que el colectivo viene realizando en Argentina. Más específicamente en Buenos Aires, aunque no sólo. “Concretamente –precisa–, lo que interesa es decir “algo más” sobre la figura del militante investigador, nombre que damos, en el colectivo, a nuestras actividades. Algo “más” no tanto sobre el concepto, sino sobre la práctica. “Sobre el contexto, sobre las dificultades, los saberes, los procedimientos, las nociones” dice Marta. “Porque –agrega– el texto Sobre el Método (2) deja aún muchas dudas sobre cuestiones concretas que involucran los talleres de trabajo”.

Marta sugirió que desarrollemos cuatro cuestiones fundamentales: “Decisión”, “conceptos”, “procedimientos” y “saberes” (“saberes-hacer”). Y para iniciar el intercambio nos fue contando cómo cada una de estas cuestiones puede relatar una dimensión de una experiencia: ella se refirió a la de las PAD.

Tratamos de entender. “Decisión”: alude a la(s) resolución(es) que fuimos tomando para producir y desarrollar la militancia de investigación (de ahora en adelante MI). Una historia. No tanto del CS como del modo en que desarrollamos la MI. “Conceptos”: se trata de mostrar un poco nuestra relación con las nociones que utilizamos. No tanto de explicarlas (lo que sería muy aburrido), sino de presentar algo de su operatividad en situaciones concretas. “Procedimientos”, es decir, profundizar en los procesos materiales que configuran como tal la actividad de la MI. Finalmente, están los “saberes hacer”, que refieren a la infinidad de saberes locales que posibilitan la creación y el desarrollo de los procedimientos.

Y bien. Esta tarea nos resultó –entonces y ahora– titánica. De hecho, sólo fuimos capaces de afrontarla muy parcialmente porque Marta estuvo dispuesta a sostener con nosotros una correspondencia más o menos regular sobre estas cuestiones.(3) Como producto de esta conversación se desplegaron, sobre todo, cuestiones ligadas a dos de los cuatro puntos propuestos: “decisión” y “procedimientos”, aspectos a los que daremos, entonces, aquí, la mayor centralidad.

Lo que sigue, entonces, es un intento de desarrollar el contexto y la caracterización de algunas facetas de la MI: no tanto a partir de una descripción histórico-política de nuestras circunstancias ni de una narración de las experiencias concretas que fuimos realizando (ambos aspectos están registrados parcialmente en nuestras publicaciones)(4), sino más bien a partir de los modos en que tales circunstancias (contextos, experiencias) fueron produciendo una trayectoria.

II

El primer problema que encontramos al comenzar la correspondencia (y que alude a una cuestión fundamental de la MI) fue el de la comunicación. Y esto en varios sentidos.

En principio, está la cuestión de qué significa comunicar. Por un lado, claro, está la imposibilidad fundamental, insuperable, del carácter intransferible de la experiencia. Podemos contar “esto” y “aquello”. Incluso podemos contarlo “todo”, pero siempre hay algo que se escapa. Y además, hay puntos de vista que difieren. ¿Cómo reunirlos a todos? Y aún cuando esto pudiera lograrse, hay una intensidad de lo que ocurre que sólo puede captarse íntegramente “estando”, físicamente presente, subjetivamente implicado.(5)

Por otro lado, ¿cómo comunicar lo que hacemos si no es –precisamente– haciendo?: es decir, ¿cómo transmitir una reflexión (palabra comprometida en una experiencia, en unas prácticas, en un pensamiento vivo) sobre la reflexión sin hacer una metateoría sobre nosotros mismos?

Y además, ¿cómo explicitar cada operación singular, en toda su precariedad, sin convertirla, en la misma exposición, en una técnica (Marta comparte la preocupación: “Baste pensar en todos los Métodos con mayúsculas y sus desastres”)?

En definitiva cuando rechazamos la palabra “comunicación” no lo hacemos en nombre de una incomunicabilidad confirmatoria de la dispersión “financiera” de la experiencia, sino como denuncia de los supuestos mismos de la “sociedad de la comunicación” que la acompaña. Si la ideología de la comunicación supone que “todo lo comunicable merece existir y todo lo que merece existir es comunicable” por el sólo hecho de que las tecnologías nos faciliten los medios para ello, lo que queda amputado es, precisamente, la afirmación de la vivencia (trama, constelación experiencial) que hace que la palabra requiera ser dicha. De aquí en adelante opondremos a la palabra “comunicación”, la de composición (o procesos de interacción, valorización colectiva, sistema de compatibilidades productivas), entendiendo por tal el trazo de un plano al interior del cual la palabra dice algo.

Finalmente, y lo que tal vez sea fácil de decir pero difícil de aceptar: ¿cómo relatar el hecho de que la MI no es el nombre de la experiencia de quien investiga sino el de la producción de un(os) encuentro(s) sin sujeto(s) o, si se prefiere, de un(os) encuentro(s) que produce(n) sujeto(s)? ¿Cómo admitir el hecho de que el CS no es sujeto de sus propias actividades, y que los encuentros en que se vio –afortunadamente– involucrado no fueron previstos, planificados ni implementados a voluntad de quienes escribimos este artículo? (volveremos sobre esto).

En una época en que la “comunicación” es máxima indiscutible, donde todo está ahí para ser comunicado, y todo se justifica por su utilidad comunicable, la MI refiere a la experimentación: no a los pensamientos, sino al poder de pensar; no a las circunstancias, sino a la posibilidad de la experiencia; no a tal o cual concepto sino a las vivencias a partir de las cuales tales nociones adquieren potencia; no a las identidades sino al devenir diferente; en una palabra: la intensidad no radica tanto en lo producido (lo “comunicable”) como en el proceso mismo de producción (lo que se pierde en la “comunicación”). ¿Cómo hacer, entonces, para decir algo de todo esto y no solamente exhibir los resultados de dicho proceso?

III

Vayamos a lo que Marta llama la “decisión”, (y nosotros experimentamos más bien como “indecisión”). ¿Cómo surge, a qué llamamos y de qué está hecha la MI? Responder esta pregunta sería un poco como contar la historia del Colectivo. Pero tal historia no existe. En su lugar –a lo sumo–, se puede forzar la cosa y reconstruir una breve trayectoria. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo decir algo interesante sobre cuestiones tan domésticas?

Por razones muy complejas –y suponemos muy frecuentes– hacia fines de los años ´90 un grupo de compañeros comenzamos a revisar lo que había sido –y aún era– nuestra experiencia conjunta, y encontramos dos cuestiones con las que saldar cuentas: de un lado, el compromiso militante como elemento directamente político y la eficacia de nuestra experiencia de entonces; por otra parte, nuestro vínculo con la universidad y los procesos de generación de conocimiento. Esta doble problematización es un buen punto de partida.

El grupo, entonces, se desarrolla revisando esta doble faz de su existencia: aquella que surgía de revisar la propia práctica militante, y aquella otra que se preguntaba por los modos en que la práctica política se vincula “desde adentro” con la producción de saberes efectivos.

Había dos figuras que interrogar: de un lado, los restos del “militante triste”, como le llama Miguel Benasayag (6) (quien fue clave en este período de elaboración, y en muchas de las nociones que utilizamos para pensar nuestras propias “decisiones”) que vive “bajando línea”, y reservando para él un saber sobre lo que debería pasar en la situación a la que se acerca siempre desde afuera, de modo instrumental y transitivo (toda situación vale como momento de una estrategia general que la abarca), porque su fidelidad es ante todo ideológica, previa a toda situación.

La otra figura a problematizar era la del “investigador universitario”, desapegado, inmodificable, que se vincula con lo investigado como con un objeto de análisis cuyo valor se relaciona estrictamente con su capacidad de confirmar sus tesis previas. Aquí también la fidelidad a los procedimientos institucionales, universitarios o para-universitarios, elude todo compromiso con la situación.

Se trataba, en fin, de transformar los propios fundamentos de nuestra práctica, los supuestos sobre los cuales se sostiene una intervención. Podemos identificar aquí, entonces, una primer decisión: la de crear una práctica capaz de articular implicancia y pensamiento.

Esta (in)decisión, a su vez, implicó toda una serie de resoluciones operativas: debimos reorganizarnos como un grupo más pequeño, basado en una intensa afinidad afectiva como fundamento de un mayor compromiso (y una productividad más elevada), y reorganizar también todo nuestro modo de trabajo. Este proceso, que culminó en la formación del colectivo, se tornó frenético durante los años 1999 y 2000.

¿Qué quería decir, en términos prácticos, desde entonces y para nosotros, MI? Que la política abandonaba al poder como imagen en la cual reconocerse y hallaba en el pensamiento un interlocutor más potente. Y que nuestro modo de pensar se emparentaba –precisamente– con prácticas. Que el pensamiento y la política dependían de la capacidad de experiencia, de implicancia, de encuentro. Y que el sujeto de conocimiento o de la acción política no podía ser concebido como trascendente respecto de las situaciones, sino que se nos hacía presente como el efecto de estos encuentros. Si hubo una decisión bisagra, en este sentido, fue la de pensar “en y desde” la situación; es decir, sin concebir prácticas, teorías ni sujetos «a priori».

El surgimiento del CS estuvo directamente vinculado al de otras prácticas que fueron emergiendo durante fines de los ´90 en la Argentina como causa y producto de la crisis social (7) y política que se estaba gestando desde entonces.(8)

A partir de allí nos vimos envueltos en la dinámica híper-acelerada de la crisis (cuyo punto culmine fueron los acontecimientos de los días 19 y 20 de diciembre del 2001), y con las transformaciones vertiginosas que se fueron produciendo en el país. En este contexto tan variable fuimos desarrollando algunas hipótesis de trabajo tal vez precarias pero aptas al menos para poder participar de este proceso –aún abierto, bajo formas muy ambivalentes– de modo activo.

Llegados a este punto del relato quizás resulte productivo plantear alguna de las preguntas que nos formulamos para medir la problematicidad que organizó este trayecto evitando una historia de las “decisiones felices”, que borraría toda marca real del trabajo concreto. Y bien: ¿con qué dispositivos perceptivos y conceptuales captar la emergencia de estos nuevos elementos de sociabilidad si ellos demandan precisamente de una nueva disposición del sentir y del pensar? ¿Y cómo vincularnos con la fragilidad de este surgimiento favoreciendo su desarrollo y no contribuyendo a neutralizarlo aún contra nuestras intenciones? ¿De qué grado de ignorancia es preciso armarse para hacer de la investigación un auténtico organizador de nuestras prácticas y no una mera cobertura táctica?

Según Marta, en la experiencia en PAD, “el motor de nuestra Investigación Militante es un deseo de lo común cuando lo común está hecho pedazos. Es por eso que tiene, para nosotros, una función preformativa-conectiva: algo así como una actividad de woobly comunicativo, de tejedora de territorialidades afectivo-lingüísticas.”

Este motor que mueve a las PAD, esta búsqueda de “lo común hecho pedazos”, constituye para nosotros una cuestión fundamental: ¿cómo producir consistencia entre experiencias de un contrapoder que ya no surge espontáneamente unificado, ni desea una unión exterior, impuesta, estatal? ¿Cómo articular los puntos de potencia y creación sin gestar una unidad jerarquizante que se encargue de “pensar” por “todos”, de “dirigir” a “todos”?¿Cómo trazar líneas de resonancia al interior de las redes resistentes sin subordinar ni subordinarse?

La MI, entonces, se va configurando, entre nosotros al menos, como un conjunto de operaciones frente a problemas concretos (o conjunto de angustias que por terquedad se van tornando interrogaciones productivas): ¿cómo trazar vínculos capaces de alterar nuestras subjetividades y hallar cierta comunidad en medio de la radical dispersión actual? ¿Cómo provocar intervenciones que fortalezcan la horizontalidad y las resonancias evitando tanto el centralismo jerarquizante como la pura fragmentación? Y siguiendo por esta línea: ¿cómo co-elaborar un pensamiento común con experiencias que vienen elaborando prácticas hiper-inteligentes?, ¿cómo producir auténticas composiciones, pistas que luego circulen por la red difusa del contrapoder, sin percibirse como alguien exterior a la experiencia de pensamiento, pero a la vez, sin fusionarse con una(s) experiencia(s) que no es/son directamente la(s) propia(s)? ¿Cómo abastecernos, en una autonomía organizativa para concretar cada uno de nuestros proyectos? ¿Cómo evitar la ideologización, la idealización con la que nuestra época recibe todo lo que genera interés? ¿Qué tipo de escritura hace justicia a lo que se produce en una situación singular? ¿Y qué hacer con la amistad que surge de estos encuentros? ¿Cómo se sigue? Y, finalmente, ¿qué hacer con nosotros mismos, si con cada una de estas experiencias de composición nos vamos alejando más y más sin ya tener retorno a nuestras subjetividades iniciales?

La lista de estas (in)decisiones da una idea del conjunto de problemas que se plantean una y otra vez con experiencias de las más diversas. Los amigos de la Universidad Trashumante dicen que ellos cuando comienzan un taller saben “cómo empezar, pero nunca cómo terminar”. Si hay una (in)decisión productiva es –precisamente– la de no saber de antemano cómo se atravesarán todas estas cuestiones y, a la vez, estar muy dispuestos a que éstas sean planteadas una y otra vez: al punto en que la ausencia de esta insistencia habla más de la caída de la experiencia en curso que de una maduración -o “superación”- de la misma.

En efecto, la consistencia de la experiencia que sigue al encuentro se juega en estos procedimientos más que en la invocación de un ideal común. En nuestra experiencia de MI ha resultado fundamental la labor de disolver la ideología como cemento constituyente de cohesión (sea «autonomista», «horizontalista», «situacionista» o de lo «múltiple»). La idealización, en nuestro contexto, es una fuerza destructiva. Se coloca una experiencia real, contradictoria, rica y siempre conflictiva, en el pedestal unidimensional del ideal redentor. Se idealizan las operaciones que permiten a la experiencia producir existencia. Luego se la transforma en “buena forma” a aplicar en todo tiempo y lugar, como un nuevo conjunto de principios a priori. Se le pide, luego, ser capaz de confirmar este ideal de cada quien. La fragilidad de la experiencia tensiona. ¿Cómo sostener esa carga? Luego, claro, viene la decepción y con ella se continúa la destrucción: “creí que esta vez sí era, pero sólo era una estafa”. ¿Qué hacer frente a este mecanismo de adhesiones y rechazos masivos que elevan y destronan experiencias radicales repitiendo los mecanismos consumistas de la sociedad del espectáculo? ¿Con qué recursos contamos para atender este frente inesperado de la exterioridad a que nos somete el ideal? ¿Qué modos efectivos de implicancia nos colocan en el interior de estos procedimientos: en su realidad y ya no en su idealidad?

En efecto, en nuestra experiencia existe un componente muy fuerte de pensar contra los ideales en su función de promesa. Es decir: ¿cómo trabajar a partir de la potencia de lo que es y no a partir de la diferencia entre lo que es y lo que “debería ser” (ideal)? Sobre todo cuando el ideal es una proyección personal, más o menos arbitraria, y a la cual nadie tiene por qué adecuarse. La MI no extrae el compromiso de un modelo de futuro, sino de una búsqueda de la potencia en el presente. De allí que el combate más serio sea contra los “a priori”. Contra los esquemas predefinidos. Combatir los a priori, entonces, no implica dar por muerto ningún tramo de la realidad. No precisamos de muerte alguna. Sí implica, en cambio, una revisión introspectiva permanente sobre el tipo de percepciones que estamos poniendo en juego en cada situación.

La labor de la MI, nos parece, se vincula a la construcción de una nueva percepción, un nuevo estilo de trabajo, para sintonizar y potenciar los elementos de una nueva sociabilidad. La figura sería, tal vez, la arcilla: la capacidad de recibir afecciones sin oponer resistencias, para comprender el juego real de las potencias. No se trata entonces de configurar un centro pensante de las prácticas de la radicalidad, sino de elaborar un estilo que nos permita volvernos inmanentes a esta multiplicidad, sin ser interiores a cada múltiple: un múltiple entre múltiples, un oficio que, haciendo lo propio, tiene que ver con los demás.

Se comprenderá entonces que la principal (in)decisión de la MI es compartida por la multiplicidad en la que funciona , y no pertenece (salvo en la fantasía) al grupo que se declara investigador, como si existiese antes y por fuera de ese múltiple.

IV

Como advertimos desde el comienzo del texto (y de nuestra propia experiencia como colectivo) no hay “procedimientos” fuera de la situación. Hacer un relato sobre las actividades que realiza el colectivo, una formalización de sus “saberes” sería tan poco procedente como hacer un “manual” sobre MI, y eso –que sería de una pobreza total- no está en la cabeza de nadie.

Cuando uno mira para atrás y observa el trabajo realizado las cosas aparecen investidas de una coherencia y funcionalidad que no tuvieron de ningún modo en su producción misma, y ese recuerdo, esa insistencia “antiutilitaria” es vital para el desarrollo de la MI, al menos para nosotros.

Cuando hablamos de “talleres” y “publicaciones” como prácticas del colectivo, nos vemos de inmediato en la necesidad de recordar que no existen tales “talleres”, sino un conglomerado heterogéneo de reuniones sin más hilo de coherencia que los que de pronto brotan del caos y sin conocer exactamente qué desarrollo podremos darle. Algo semejante sucede con las publicaciones: ellas surgen como necesidades provisorias de invocar la presencia de otras experiencias con quienes prolongarnos, pero no representan un estadio necesario de un sistema más vasto.

Así que, “sabemos sólo como comenzar”. Y esto muy relativamente. De hecho, todos los procedimientos (dispositivos) que preparamos suelen mostrarse auténticamente improcedentes ante la textura de la situación concreta. Así, las condiciones mismas del encuentro vienen como anticipadas por la voluntad conjunta de co-investigar, no importa bien qué (el tema puede variar), con tal de que en ese “viaje” se experimenten modificaciones contundentes, es decir, que se salga de allí con nuevas capacidades de potenciar prácticas.

Sea, entonces, lo que sea que opere como fijación de condiciones, existe una primer funcionalidad del taller: producir un «desenganche» (en cada reunión, una y otra vez) de la espacialidad y la velocidad inmediata, cotidiana. La disposición a pensar surge de permitir que sea el propio pensamiento quien espacialice y temporalice según sus propios requerimientos.

Según Marta, existe en esta “búsqueda en el entorno de experiencias de autoorganización, en el acercamiento a ellas para proponer un trabajo en común, un problema inmediato que se presenta: el de la exterioridad (suya) con respecto a la realidad a la que se acercan, más aún cuando su condición y su biografía es tan distinta a aquella de la gente con la que se ponen en contacto. De hecho, romper con la separación entre «nosotros» y «ellos» es uno de los retos fundamentales de sus talleres.” Sobre todo si estos encuentros están animados por la “búsqueda de una radicalidad que no se diga desde lo alto, que aferre la superficie de lo real, una práctica de interrogación de sí, de detección de problemas y lanzamiento de hipótesis (siempre desde las prácticas) que sería el «hardcore» de la investigación militante.”

Pero ¿es así? ¿la diferencia conduce inevitablemente a la distancia? ¿De qué distancias y diferencias estamos hablando? Y la imagen del acercamiento, ¿a qué percepción remite?

Podríamos llamar “procedimientos”, precisamente, a aquellas “puestas en práctica” que surgen de las preguntas sobre cómo se asume la existencia de las diferencias. ¿Cómo se construye un nosotros del pensamiento, por más transitorio que éste sea? ¿Cómo se traza un plano común como condición, aunque sea más o menos efímera, de una producción conjunta? Estas preguntas valen tanto para las experiencias aparentemente más “cercanas” como las supuestamente más “lejanas”.

El movimiento del encuentro, entonces, no es tanto de acercamiento como de elaboración de un plano común. Y remite a una escena más compleja, en la que la medida mutua de las “distancias” y “cercanías” (los “adentro” y “afuera”) no deben considerarse sólo con respecto a los puntos iniciales (de partida) sino también –y sobre todo- con respecto al trazado o no del propio plano (que incluye avances y retrocesos, entusiasmos y desconfianzas, períodos de producción y lagunas depresivas).

Plano difícil de trazar, sin dudas: el contrapoder no existe sino como un pliegue o anudamiento entre experiencias heterogéneas. Una dinámica territorial y otras más desterritorializadas. Así, el territorio se empobrece y las experiencias más desterritorializadas se virtualizan sin este tejido común (sin este encuentro entre ambos). Espacialidad desterritorializada y modos territoriales son polos interiores del pliegue del contrapoder y su anudamiento es una de las cuestiones fundamentales de la nueva radicalidad. Las experiencias más ligadas al territorio -más “concentradas”-, y las más “difusas” -más nómades-, en su diferencia dinámica, pueden articularse, combinarse e interactuar como instancias de una ocupación de lo público por parte del contrapoder.

La(s) diferencia(s), entonces requiere(n) ser interrogada(s) más a fondo. De un lado, claro, existen y son evidentes. La imposibilidad posmoderna de la experiencia se nutre de esta “fiesta de la diferencia” (que en rigor se torna “indiferencia”, dispersión). Pero ello no nos dice nada de las posibilidades de articulación de tales diferencias.

Más aún, podríamos preguntarnos si una experiencia no tiene valor de tal –y en ese sentido un profundo carácter político– precisamente cuando logra suspender este sucederse indiferente de las diferencias. Cuando logra producir una conjunción (o plano) capaz de substraerse a la “lógica de la pura heterogeneidad” (que dice “las diferencias separan” y “no hay conexión posible en la diferencia indiferente”). Experiencia –o situación- entonces, sería aquello que se funda en la articulación de puntos (todo lo relativos que se quiera) de una cierta homogeneidad. No se trata ni de borrar, ni disimular las diferencias, sino de convocarlas desde el planteamiento de ciertos problemas comunes.

Volvamos a Marta: “me pregunto si también se interrogan sobre su propia composición y biografía, sobre la posición de sus iguales, y si a esta investigación militante con otros no precede o acompaña un autoanálisis, más que nada para no caer en la trampa de un desplazamiento que evita cuestionarse la propia vida y las propias prácticas (y que acaba introduciendo una escisión entre militancia y vida). En Precarias a la Deriva nos planteamos como primer problema volver a «partir de sí», como una más, como una cualquiera (y no como Militantes con mayúsculas), para «salir de sí» (tanto del yo individual como del grupo identitario radical) y encontrarse con otras resistentes cualquiera (de ahí lo que decía más arriba de estar entre la exterioridad y la interioridad, en un nosotras dislocado)”.

Las PAD dicen “politizar la vida desde adentro”. Volver la vida misma -desde lo inmediato- algo político, es decir, comprometido. Nosotros lo formularíamos de otro modo: vivificar la política a partir de su inmersión en la existencia múltiple más inmediata. Usamos estas frases no sin cierta incomodidad porque suelen remitir a la idea de que “a la vida le falta algo”, “le falta estar bien organizada”. Quizás sea preferible hablar de una política que esté a la altura de la vida. Y aún así nos parece que no alcanza, pues preferimos sin dudar que la vida desordene a la política antes que una “buena política” logre ordenarla, desplazándola, proponiéndole problemas trascendentes, determinando “prioridades” y obligaciones.

Pero adentrémonos en las preguntas de Marta: ¿por qué el Colectivo Situaciones va a buscar sitios de intervención afuera? ¿qué verdad se espera hallar en gente diferente? ¿no se trata de una suerte de escape a la exigencia de politizar las “propias vidas” en lo que estas tienen de cotidianas? Aún más: ¿no hay en todo esto una renovación de la vieja militancia (la clásica exterioridad) bajo nuevas formas, en la medida en que –más allá de lenguajes y dispositivos recauchutados– se sigue yendo (“acercando a”) “desde afuera”, a “otros sitios” de los que se espera una solución más o menos mágica para la propia constitución subjetiva y política?

Estas preguntas serían retóricas si sólo las formuláramos para refutarlas. Resulta, sin embargo, que no es cierto que sean preguntas que puedan ser eliminadas de una vez. Ellas viven dentro nuestro y nos hablan de ciertas tendencias cuyo control escapa completamente a nuestras intenciones manifiestas. Una y otra vez debemos insistir sobre ellas, ya que no hay antídoto definitivo y, más aún, se trata de tendencias ampliamente favorecidas por la dinámica social dominante. De hecho, el principal valor que tiene el formularlas es obligarnos a trabajar a fondo la cuestión de la exterioridad.

Sin embargo, hay otra imagen que habría que considerar. No sólo la de puntos finitos escapando a su trágico destino de exterioridad radical, y produciendo simulacros de “interioridad” (la unión de lo “separado como separado” como dice Guy Debord), sino también la de los puntos que precisan (y trabajan para) hallar resonancias con las resonancias de otros.(9) La distinción puede parecer hueca, sin embargo, describe recorridos opuestos: mientras en la dispersión (exterioridad) las alternativas oscilan entre “fragmentación irremediable” o la “centralización necesaria”, desde el trazado del plano (una alternativa muy distinta a la de “dentro y fuera”), la consistencia remite a una transversalidad(10)

Claro que todavía quedaría por delante resistir a la acusación de “espontaneísmo”. Cosa curiosa esta, ya que lo espontáneo no es la composición sino –precisamente- la dispersión. Y la pregunta que nos hacemos es qué hacer frente a ella: ¿es la centralización la única alternativa viable?, ¿o la experiencia de lo común posee la suficiente fuerza como para prefigurar nuevos modos constituyentes del hacer?

Esta es una cuestión fundamental para la MI porque la elaboración del plano no es, justamente, espontánea, ni irreversible, sino que requiere de una fina y sostenida práctica (a lo que llamaríamos “procedimientos” y no podríamos definirlos abstractamente) de colaboración para hacer emerger este común en (y de) la diferencia (la inmanencia es una estrategia de corte en la exterioridad).

Así, podemos volver a la cuestión de la cotidianeidad a partir de esta persistente labor de construcción en un contexto de fragmentación. Nuestra obsesión por la composición se inscribe precisamente en esta preocupación por “nosotros mismos”, pero bajo un nuevo conjunto de supuestos: la superación de la diseminación no se resuelve por la vía de representación. La pregunta de la inmanencia, entonces, sería: ¿Cómo ser/con/otros?

Como en una fenomenología, podríamos entonces relatar el recorrido de la MI como el manifestarse de este rechazo a la exterioridad y al espectáculo junto con –y como procedimiento para- la producción de claves de composición, de construcción de modos de inmanencia.(11)

Si un sentido posee para nosotros la experiencia colectiva, es -sobre todo- el modo en que nos posibilita afrontar, producir y habitar el contexto en el que vivimos-producimos de modo activo: ni como un “sujeto que sabe y explica”, ni en la pasividad individual posmoderna. Capacidad que se nos aparece como la de reconocerse como múltiple de una multiplicidad, y de asumir un cierto modo de ser de esa multiplicidad en los hechos.

De ahí que la MI tenga fuertes componentes existenciales.(12) Y que sea tan absurdo pretender que se constituya en “tarea” del movimiento (o, peor aún, en “la tarea fundamental”).(13)

Las preguntas de la MI no son sino las preguntas que se hacen cientos de grupos (14): ¿qué nuevos elementos de sociabilidad surgen? ¿cuáles persistirán ó ¿persisten? y cuales se deshacen? ¿qué tipo de relación (barreras y puentes) trazan con las instancias estatales o mercantiles? ¿cómo surgen las nuevas resistencias? ¿qué problemas se plantean en los diferentes niveles?

Ubicados en este punto se puede percibir quizás la diferencia entre pensar la situación en su universalidad o simplemente asumirla en su escala local. Cuando hablamos de una situación hablamos del modo en que lo universal aparece en lo local, no de lo local como “parte” de lo global. De allí que la deriva de la situación sea mucho más interesante (sinuosa) que la mera localidad. Si lo local se define por un entorno fijo y unos recursos limitados y predefinidos, reduciendo sus alianzas a los puntos vecinos, lo situacional se produce de modo activo, indeterminando sus dimensiones, y multiplicando sus recursos. A diferencia de lo local, lo situacional amplía las capacidades de composición-afección.(15)

V

Si la “exterioridad” nombra la imposibilidad espacial de la conexión, la dispersión se produce en el plano de la temporalidad, por aceleración, impidiendo encontrar un punto de detención, de elaboración. En cualquier caso, las preguntas parecen ser: ¿en qué consiste una política en este contexto (un “política nocturna”, como dice Mar Traful)(16)?, ¿poseen nuestras prácticas elementos lo suficientemente potentes como para tornarse constituyentes de experiencia, de una nueva política?, ¿cuáles son los modos de «medir» tal eficacia?

En todo caso, si estas preguntas surgen (como decía Marx) es porque existen elementos prácticos que las justifican. Pero no las explican ni las desarrollan. Esa tarea permanece abierta.

Una política de nuevo tipo: ¿qué será?. Y más específicamente: ¿qué tipo de exigencias plantea la posibilidad de una nueva comprensión de lo político a la MI? ¿y qué puede aportar la experiencia de la MI a esta comprensión?

Desde nuestro ángulo, estas preguntas refieren a las formas de eficacia de la acción: ¿qué tipo de intervención construye?, ¿de qué depende la potencia del acto?

La MI experimenta, como hemos dicho, el desarrollo de nuevos módulos de espacio-tiempo. Experimenta el agenciamiento de elementos heterogéneos en puntos de homogeneidad que tornan elaborable la experiencia dispersiva (desierto) y produce nociones de composición (más allá del discurso de la comunicación).

En una situación concreta, solemos decirnos, la inteligencia no brota de la erudición ni de la agilidad mental pura sino de la capacidad de implicancia. Del mismo modo que la estupidez puede explicarse por modos muy concretos de la distracción.(17) De aquí la posibilidad de establecer un vínculo concreto entre la trama-afectiva que opera en una situación y su productividad operativa .

Así, lo que determina la eficacia del acto no es tanto el número, la cantidad o la masividad (capacidad de agregación) cuanto la aptitud de composición de las nuevas relaciones (capacidad de consistencia).

Como resulta evidente, lo que estamos planteando se vincula con una situación muy concreta: la crisis argentina actual. Aquí un desierto recorrido por violentos vientos neoliberales fulminó los vínculos producidos y agudizó todo el proceso de dispersión al que venimos haciendo referencia. Las experiencias comprometidas en el desarrollo de un contrapoder experimentaron esta tensión entre la configuración de nuevos vínculos y la exigencia de una contención masiva. Esta tensión, de hecho, se manifestó como una contradicción entre la presencia cuantitativa (de elementos dispersos a la espera de ser reunidos) y la necesidad de un sistema de nuevas relaciones capaces de sostener este proceso de agregación, ya no como mera reunión de lo disperso sino como configuración activa, de nuevo tipo.

De hecho, uno de los rasgos de la Argentina durante los últimos meses es precisamente, el modo en que el crecimiento meteórico experimentado por numerosos agrupamientos sociales es seguido de inmediato por una rápida degradación. No se trata, entonces, de algún tipo impugnación absurda de las acciones u organizaciones masivas (19), cuanto de una interrogación por los criterios que tornan influyentes las experiencias.

Seguramente no exista un único criterio válido al respecto. Cada experiencia de lucha y creación precisa producir sus propios recursos y procedimientos. Sólo pretendemos dejar planteada la siguiente cuestión: ¿qué le agrega la “agregación” a la composición, siendo que esta última –a diferencia de la primera– organiza a las personas y a los recursos convocados según ciertas relaciones constituyentes? (siendo esto válido a cualquier escala numérica o geográfica).

 

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones,

Buenos Aires, 29 de febrero de 2004

Notas al pié

(1) “Notas al pié” refiere literalmente a un segundo nivel de escritura de este artículo en el que las llamadas al pié de página no constituyen un juego complementario de referencias sino una articulación fundamental con el cuerpo central del texto.
(2) Prólogo del libro Hipótesis 891. Más allá de los piquetes, del Colectivo Situaciones y el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano; De mano en mano, Bs. As., 2002.
(3) El intercambio se produjo durante el último trimestre del 2003 y, como queda dicho, constituye la base de este texto. En nuestra experiencia la amistad-productiva resulta la mayor fuentes de inspiración, con el adicional de proporcionarnos las mayores satisfacciones.
(4) Muchas de las cuales pueden encontrarse en nuestra página web: www.situaciones.org
(5) Marta interroga ante a estas cavilaciones: “¿cómo es que no creen en comunicar y publican textos?” Para separarnos de la imagen alienante de la comunicación, en su versión más ingenua como mensaje de una conciencia a otra, suponemos que la escritura, implicada en una práctica, en un pensamiento vivo, conmueve particularmente a quien busca. Vivimos la publicación más como una búsqueda de (producir-recibir) resonancias, que como la transmisión de mensajes. El objetivo último de la publicación, en nuestro caso, es prolongar la experimentación ligando con quienes experimentan en otros lados. Vínculo éste incompatible con la pura “voluntad de comunicar”.
(6) La noción misma del Militante de Investigación surge, para nosotros, del encuentro con Miguel. Ver: Miguel Benasayag y Diego Sztulwark, Política y situación. De la potencia al contrapoder, Ediciones De mano en mano, Bs. As., 2000. Más tarde publicado en francés e italiano bajo el nombre de Contrapoder.
(7) Y, sin embargo, no resulta productivo reducir la presentación de estas experiencias a su relación –sea de causa, sea de efecto- con la posterior crisis social y política argentina. De hecho, todas estas experiencias venían produciendo una elaboración de larga duración cuyo punto de origen fundamental se hallaba en el fracaso de la revolución de los 70. En relación a este balance –en el que se trataba de continuar un compromiso pero rediscutiendo ampliamente las condiciones y procedimientos- se fueron recreando ideas y modos de encarar las luchas por parte de una amplia gama de compañeros. En esta trama se inscribe nuestra participación, entonces, en la Cátedra Libre Che Guevara.
(8) Nuestras primeras actividades tuvieron que ver con la articulación de encuentros con la experiencia de los escraches de H.I.J.O.S, con el MLN-Tupamaros, con el Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero -MOCASE- y con el Movimiento de Trabajadores Desocupados –MTD- de Solano.
(9) Fuera y dentro no remiten, claro, a una espacialidad predefinida sino a modos inmanentes o trascendentes de concebir el vínculo: cuando nos vinculamos con otros que buscan crear nuevos mundos ¿estamos buscando afuera? O, de otra forma: ¿qué hacer si esos”otros mundos” ya existiesen en proceso de creación, en actos de resistencia? ¿sacrificaríamos nuestro ser común con ellos en nombre de una vecindad puramente física determinada por criterios burdamente espaciales?
(10) Lo que ayuda a comprender el horizonte no institucional de la MI.
(11) En este sentido adquieren un valor muy preciso tanto los saberes producidos como las preguntas actuales sobre la construcción en redes: ¿No es válido buscar formas transversales de composición que articulen distintas experiencias a partir de lo que ellas mismas tienen para disponer (y defender) en común?: resulta claro que estas experiencias en redes suelen ser muy útiles para conocer(nos) y relacionar(nos), pero ¿qué sucede cuando se llega al límite de las tensiones que una red puede generar? ¿no es preciso entonces descentrar las redes, producir nuevos núcleos, concebir planos heterogéneos, abrirse a los tramos no explicitados de cada red?
(12) Llamamos enamoramiento o amistad al sentimiento que acompaña y engloba a la composición. Y experimentamos la MI, precisamente, como la percepción de que algo se forma entre nosotros y en otros, aunque sea por un rato; sobre todo cuando ese rato no se pierde en el anonimato sino que da a lugar a otros momentos, y la memoria que resulta de tal sucesión, se constituye en “recurso productivo” de la situación. Esta es la sensación más insistente que tenemos de lo que significa, concretamente, devenir “algo más”.
(13) Sobre todo si se considera hasta qué punto la MI no se propone “organizar a otros”. No porque se renuncie a la organización -no hay MI sin altos niveles de organización- sino porque su problema se plantea en términos de una autoorganización que colabora con la autoorganización de redes.
(14) Problemas comunes frente a los cuales no hay una distinción sujeto-objeto. Investigador es quien participa de la problematización. Y el objeto de la investigación son los problemas, los modos de plantearlos, y la autoinvestigación sobre las disposiciones para realizar tales planteos.
(15) El propio intercambio con Precarias a la Deriva tiene para nosotros un valor inmediato fundamental. Más aún: los intercambios sostenidos como base de este artículo han dejado la huella de cierto estilo de trabajo que es preciso profundizar y, en este sentido, no presentan mayores distancias con eso a lo que llamamos “talleres”. Los “talleres” son, pues así nomás. No se constituye -ni aspiran a hacerlo- en Estado Mayor de la situación: se conforman a partir de un punto de encuentro capaz de pensar y, en el mejor de los casos, elaborar hipótesis prácticas con fuerza de intervención.
(16) Por una política nocturna; Editorial Debate, Barcelona 2002.
(17) Ver al respecto las interesantísimas lecciones de Joseph Jacotot, que nos acerca Rancière en un libro clave para nosotros: El maestro ignorante, Laertes, 2003.
(18) En este sentido podemos reivindicar plenamente –desde nuestra experiencia mas inmediata– las teorías que hablan de un “valor-afecto”.
(19) Resulta indudable que las acciones insurreccionales del diciembre del 2001 argentino abrieron un campo nuevo y fértil de acciones y debates de todo tipo y, más cerca aún, la misma secuencia aparece potenciada con las revueltas producidas durante el año 2003 en Bolivia.

Por una nueva madurez de los movimientos (30/03/2006) // Colectivo Situaciones

Texto leído en el Global Meeting. Venecia, 30 de marzo de 2006

 

I.

Hemos hablado mucho de lo sucedido en Argentina durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. También sobre las dinámicas que anticiparon la insurrección. Hemos sido atravesados por los movimientos y la novedad social que desde entonces no ha cesado de proliferar en todo el continente.

Aún hoy se discuten los efectos de aquella rebeldía colectiva y feroz. Una verdadera disputa interpretativa no cesa de reabrirse sobre los sentidos del ¡qué se vayan todos, que no quede ni uno sólo!

Por nuestra parte, insistimos en al menos tres consecuencias irreversibles de aquel diciembre.

En primer lugar, fueron destituidas las funciones simbólicas y los atributos políticos del estado-nación. No sólo eso, pues de algún modo la hegemonía del mercado sobre toda la sociedad ya era una señal clara de ese agotamiento. Lo nuevo de diciembre del 2001 es la irrupción de luchas sociales que lograron pensar e intervenir las articulaciones concretas del cambio de época. A partir de ese momento la radicalidad política dejó de ser sinónimo de una vuelta atrás, de cierto conservadurismo y de consignas meramente defensivas.

En segundo lugar, las formas políticas del neoliberalismo, que durante la década del noventa se habían mostrado imbatibles en toda América Latina, entraron en una crisis de legitimidad e iniciativa que aún persiste y no cesa de profundizarse.

Por último, nada de lo anterior puede comprenderse sin dar cuenta del surgimiento de innumerables experiencias de creación, que adoptaron la forma de un conjunto heterogéneo de movimientos sociales por todos conocidos. La Argentina que supo del abismo, que percibió la desmesura de la situación, lejos de ser un campo de padecimiento, impotencia y miedo, se transformó en un territorio de experimentación colectiva, de imaginación política y de producción de nuevas modalidades subjetivas. El hacer social atravesó los límites de la crisis, delineó nuevas formas de cooperación y abrió un horizonte político contemporáneo.

 

II.

Estos tres pasajes son el piso sobre el que se edifica, a partir del 2003, el paisaje de una nueva gobernabilidad en América del Sur. Si el gobierno de Kirchner es efectivamente distinto de lo conocido al menos desde 1983 en Argentina, es precisamente porque logra leer estas nuevas condiciones que han conseguido imponer los movimientos sociales, y hacer uso de ellas en su intento por insertar de otro modo al país en el mercado mundial.

Algunos hechos sobresalientes que permitieron la configuración de esta nueva gobernabilidad son:

– La capacidad de asumir que la consistencia tradicional de las instituciones estatales ya no puede darse por supuesta, le permitió al kirchnerismo tener conciencia de que la legitimidad y solidez del gobierno se conquista y se pone en juego a cada instante. La naturaleza de toda hegemonía actual es su precariedad. En ese sentido, el estado de excepción que el 2001 grabó en la sensibilidad de todos, persiste hoy como fondo inconfesable del poder político.

– Hubo una serie de iniciativas que lograron inscribirse institucionalmente, y que confirmaron la crisis política del neoliberalismo. Entre ellas se deben mencionar la modificación de la corte suprema de justicia (nexo decisivo desde el que se operaron los principales negocios vinculados a las privatizaciones); la remoción de las cúpulas militares y policiales ligadas a la dictadura y a las represiones de las últimas décadas, y el consecuente reconocimiento de la legitimidad constitucional de la protesta social; la derogación de las leyes de impunidad para los genocidas y la adopción oficial de la narrativa histórica de los movimientos de derechos humanos; el trazado de una autonomía relativa pero real respecto de los organismos de créditos internacionales y de los dictados del consenso de Washington, que a su vez habilita una política regional cuya prioridad es la integración latinoamericana, orientada hacia el multilateralismo, etcétera. Sin embargo, hay que señalar que estos logros conviven con continuidades (neoliberales, desarrollistas, clientelares y mafiosas) que se constituyen como verdaderos bloqueos para desplegar las posibilidades insinuadas. Mencionemos, solo al pasar, tres persistencias que nos parecen fundamentales: la prioridad dada en términos económicos a los agro-negocios y a la extracción de los recursos naturales por parte de las trasnacionales, que impiden una real distribución de la riqueza; las políticas sociales que promueven la recuperación de la sociedad salarial y se orientan según el imaginario de la inclusión, lo que redunda en una re-victimización de los pobres; y la complicidad con las estructuras de gestión política territorial del peronismo, articuladas localmente según un modelo de manejo mafioso de los negocios y de control social.

– Por último, y quizás lo decisivo, tiene que ver con el vínculo que el kirchnerismo establece con el nuevo protagonismo social que está en su origen y al que de algún modo debe su existencia. Este diálogo complejo, que quizás permanece abierto en alguna de sus declinaciones, pero que no ha mostrado aún episodios de verdadera innovación política, contiene de manera condensada la ambivalencia de la nueva gobernabilidad. La paradoja a la que nos enfrentamos, en cada uno de los pliegues en los que esta relación se juega, es la de una efectiva apertura de espacios para los movimientos que olvida lo principal: su capacidad constituyente. Se trata de un reconocimiento que efectúa una inclusión subordinada.

La autonomía experimentada por las luchas es reducida, así, a la tradicional figura de un sujeto con demandas. Esto sucede tanto con aquellos movimientos que se han expresado de modo más organizado y visible, como para los que proliferan de manera difusa e informe. La subordinación a la que nos referimos no es lineal porque no puede atribuirse sólo a la mala voluntad del gobierno, sino a su falta de imaginación, una incapacidad política que también afecta a los movimientos. El problema es de la relación y no de uno de sus términos.

Cuando el conjunto de virtualidades que fueron abiertas se efectúan en una sola dirección, la situación se empobrece; la transformación se congela; el neoliberalismo, lejos de desaparecer, muta y adopta nuevas formas.

III.

Frente a este devenir de la nueva gobernabilidad, los movimientos que mejor expresaron la radicalidad política de la crisis de fin de siglo han sido afectados por una extraña sensación de tristeza. Quiénes estaban inmersos en procesos de creatividad social, de repente fueron sorprendidos por un llamado al orden que señalaba el final de la fiesta. Así quedaron separados de sus propias potencias, al confrontarse con un falso dilema: aceptar la inclusión subordinada que el reconocimiento de la nueva gobernabilidad opera; o bien dejarse arrastrar por la alternativa del aislamiento y la dispersión.

Algunos rasgos que componen la tonalidad de la tristeza, y que nosotros hemos experimentado son:

– la imposición de la lógica de los especialistas, quienes llegan para ordenar lo que, se supone, era una caótica creatividad. Así, toda novedad lingüística es subsumida por categorizaciones disciplinarias que clasifican y jerarquizan. Los propios agentes de la innovación son presentados como expertos y separados del proceso colectivo de experimentación.

– La modelización, que hace de toda eficacia contingente y singular una fórmula apta para ser aplicada.

– La nostalgia, de quedar atado a las formas y los estilos que antes funcionaron, y que convierte la alegría de la invención en moldes y mandatos que hay que sostener.

– El vaciamiento de las consignas colectivas por la vía de su literalización, por ejemplo respecto de enunciados como el ¡qué se vayan todos!

– Un “economicismo reactivo”, expresado en mil frases del tipo: “los piqueteros sólo quieren conseguir dinero sin trabajar”, “la clase media sólo sale a la calle si le tocan el bolsillo”, y todos los modos de reducción del juego subjetivo a la crisis financiera;

– El desprecio por el modo en que la producción se socializa, lo que redunda en un recorte violento del poder virósico que la politización de la crisis permitió. La normalización es una interrupción del contagio y la interpelación trasversal. Es el gobierno de las marcas.

– La identificación mecánica de lo “micro” con lo “chico”, según la cual las formas concretas de la revuelta son identificadas con un momento previo, local y excepcional respecto de una realidad “macro” (“mayor”), que debe ser administrada.

– La vedetización de los actores, el espectáculo, que instituye voces reconocidas, personajes, ídolos, que luego son responsabilizados y culpados por la falta de resultados.

Nos encontramos así frente al desafío político que la autonomía determina. La imposibilidad de ir más allá de la opción entre integración y marginalidad es lo que despolitiza.

No se trata, por lo tanto, de simplemente negarla, haciendo como si la fiesta continuara, fingiendo una alegría sórdida, apelando a un hiper-activismo insensible. Tampoco alcanza con travestir el pesimismo injustificado de quienes sienten que el proceso ha recaído en el fracaso, con el optimismo de quienes festejan el cambio sin recalar en la naturaleza ambigua de la situación.

Pero mucho menos podemos conformarnos cuando la autonomía se convierte en doctrina, dando la espalda a la transversalidad de la que se nutre y de la que extrae su potencia real. La creación desprendida de la cooperación social se seca, se aísla, pierde toda su potencia política y deviene una moral tranquilizadora, que hace del resentimiento su morada.

IV.

En los grupos y movimientos autónomos la tristeza aparece como amenaza de cooptación o abandono de la búsqueda. Para deshacerse de este corset, la autonomía necesita conquistar una nueva madurez. Ahora bien: la paradoja consiste en que la lucidez que se precisa sólo será alcanzada a través de un recomienzo. Esto es: el escenario de la nueva gobernabilidad será reabierto sí y sólo sí se desanda la dinámica de subordinación de los movimientos, relanzando la iniciativa social en aquellas dimensiones que hasta ahora no han sido politizadas.

La madurez de la que hablamos implica romper los binarismos fijos y por lo tanto ilusorios. En algunos casos, como hemos visto, hay que sustraerse de opciones como el fracaso o el éxito, la victoria o la derrota. Pero también hay polarizaciones que conviene atravesar, yendo más allá de ellas: la relación entre movimientos e instituciones es un ejemplo.

Si la relación entre gobiernos y movimientos no puede ser pensada en los términos clásicos de la representación, es entre otras cosas porque lo global es ya una realidad inmediata de cada vínculo político. Ni el gobierno ni los movimientos son términos fijos, dados, estables, sino más bien consistencias frágiles y en permanente constitución, desde que lo estatal-nacional ha dejado de ser la forma inevitable que daba marco a su relación. En ese sentido, es muy cierto que hoy cada conflicto y cada lucha en América del Sur adquiere una dimensión inmediatamente regional, cuyas repercusiones se constatan en sitios más bien distantes, tanto en el modo en que afectan al poder como en la resonancia que encuentran en otras realidades de lucha.

La rebeldía de los habitantes de Gualeguaychú, en la provincia argentina de Entre Ríos, contra la instalación de una megafábrica de celulosa por parte de una transnacional finlandesa, en territorio uruguayo, es un nítido ejemplo de lo anterior. Sin tiempo para describir los pormenores de este conflicto, sólo lo mencionamos para dar cuenta de hasta qué punto aquella integración regional que en más de un aspecto y por primera vez se presenta como una gran posibilidad de expandir la energía productiva de los movimientos, puede por el contrario volverse en contra, hasta constituir una amenaza, si es que en la base de esta articulación se consolida la subordinación política de la autonomía social. Cuando esto es lo que sucede, la cooperación es desplegada de manera mercantil; y tras las buenas intenciones y el espíritu solidario, resurge siempre algún que otro empresario (con retórica estatalista, bolivariana o setentista, da igual) dispuesto a hacer negocios.

Finalmente, si esta tendencia se confirma, el espacio político conquistado por las luchas, que ha podido traducirse en términos de una relativa independencia del continente respecto a los poderes globales, será desperdiciado y la oportunidad de imaginar un proceso autónomo de desarrollo quedará clausurada. En el mismo sentido, son desaprovechadas las inéditas condiciones de crecimiento económico de la región, para promover una radical redistribución de la riqueza, y así modificar de manera efectiva las condiciones neoliberales de la existencia.

V.

Dijimos antes que madurar es una capacidad que sólo se consigue gracias a un recomienzo. En este caso, asumir lo global como dimensión en cada lucha no implica tanto ocuparse de lo que está afuera, ni necesariamente dar un salto de las cuestiones de los movimientos hacia las preocupaciones geopolíticas o estratégicas. Lo global hoy se presenta como el modo concreto en que las dinámicas trasnacionales atraviesan nuestras realidades singulares. Reconocer, señalar y derribar las nuevas fronteras levantadas por estos desplazamientos, constituye una vía fundamental de politización en el contexto de la nueva gobernabilidad. Es por eso que estamos intentando seguir de cerca el modo en que las subjetividades productivas son segmentadas según una nueva topología del trabajo y de la ciudad.

En el primer caso, las formas contemporáneas de explotación del alma, delinean una nítida separación entre la parte alta de la fuerza laboral inmaterial, que es muy bien pagada y pone en juego su creatividad en la producción; de la parte baja, que no sólo está precarizada y mal pagada, sino que está sometida a las promesas de la imagen y la comunicación. Las incipientes luchas de los operadores telefónicos de los call-centers, con los que hemos venido compartiendo intuiciones, nos han ayudado a percibir la magnitud del problema político que está emergiendo.

En el segundo caso, la de una nueva cartografía urbana, la experiencia de los migrantes bolivianos y peruanos en el conurbano y en las villas de Buenos Aires, comienza a recortar una crítica contemporánea a la real entidad de instituciones que han recuperado su apariencia inclusiva, como la ciudadanía, la escuela, la noción de los derechos humanos y el trabajo. Las virtualidades que abre el contagio verdadero entre las dinámicas activadas por el neoliberalismo y los movimientos en los últimos años de América Latina, están en realidad  a la vuelta de esquina, y es allí donde se vuelven a poner en juego los modos concretos de su efectuación.

Para terminar, tenemos la impresión que el análisis y el pensamiento político en la actualidad también reclaman un recomienzo. Es evidente que el desafío no pasa, como cree buena parte de la izquierda, por el hecho de definirse a favor o en contra de los gobiernos. No nos parece que vivamos un tiempo labrado por la inminencia de “soluciones definitivas”; ni vemos demasiada vitalidad en los debates que procuran encontrar los verdaderos sujetos de la transformación o que buscan recuperar los modelos de futuro que hace muy poco fueron sobrepasados por la imaginación de las luchas.

Precisamos cautela y serenidad, para conquistar una mayor soberanía sobre dimensiones de la vida diaria y colectiva, que nos permitan elaborar nuevas formas de articular la multiplicidad de niveles temporales y existenciales que constituyen lo común.

Experimentar las potencias de una abstención que no es pasividad sino plena disponibilidad, pues evita ser simplemente arrastrados o conquistados por los oficialismos de turno, al tiempo que elude la confrontación autodestructiva con los nuevos gobiernos.

La constitución de espacios públicos no estatales requiere de “políticas concretas”, donde aparezcamos con nuestras verdaderas preguntas. Pero la radicalidad de esta intervención se juega en la escucha colectiva que logremos instituir.

Reconstruir un horizonte político de las luchas exige, en primer lugar, una nueva sensibilidad militante.

¿Hay una «nueva gobernabilidad»? (16/03/2006) // Colectivo Situaciones

Texto publicado en La Fogata edición papel, N° 1, marzo de 2006.

 

La invitación que hemos recibido a escribir en el cumpleaños de La Fogata –para formar parte de su versión impresa– es una buena excusa para ingresar en una discusión colectiva siempre ya iniciada sobre los problemas en torno a los que vale la pena impulsar nuevas hipótesis. El desafío pasa, nos parece, por registrar las variaciones que han tenido lugar en una realidad que no deja de mutar. Enfatizamos una perspectiva “en movimiento”, es decir, la que surge del protagonismo de todo lo que “se mueve”, de una movilidad social -sea difusa, sea organizada- que no se cesa de buscar sus formas expresivas y de evadirse de las instancias de control y empobrecimiento de nuestras existencias.

  1. El estallido de diciembre de 2001 no sólo testimonia la crisis de legitimidad política del neoliberalismo en Argentina y produce la destitución de tradicionales funciones simbólicas del estado nacional y los partidos políticos. Además, visibiliza la emergencia de figuras inéditas de la subjetividad colectiva. Un nuevo «campo de posibles» se abrió entre nosotros. En un contexto determinado por estos rasgos han debido operar con mayor o menor fortuna (y virtud) quienes participan del juego social y político.
  2. Las asambleas (de vecinos, de piqueteros, de micro-emprendimientos, de obreros de fábricas recuperadas, de los trueques, de trabajadores de los servicios públicos y del transporte, de las nuevas formas de expresión de jóvenes, de familiares de víctimas, de las marchas del silencio, y un largo etcétera) fueron-son el dispositivo, la dinámica básica, de los experimentos que se propusieron-proponen construir nuevas derivas políticas, recuperando su capacidad de decidir y de crear sobre una superficie social que no ha resultado inmune a su accionar (la ciudad, los barrios, la cuestión del empleo, la tierra y los recursos naturales, la producción y el intercambio de bienes y servicios, los derechos humanos, la salud pública, la actividad artística, la elaboración y transmisión de la información y un etcétera igualmente largo).
  3. El kirchnerismo, corriente política en formación desde mucho antes del estallido del 2001, no es comprensible en su efectividad sino a partir del modo en que interpreta el nuevo contexto social y político. Se trata de una interpretación que asume el agotamiento de la legitimidad de un modo de gestión de la economía y de la política. A partir de este reconocimiento, el gobierno desarrolla iniciativas en el propio campo de las resistencias: incorpora, a través de la apropiación de su narración histórica, a los organismos de derechos humanos y a su ala más radical; limita parcialmente la acción represiva frente a las protestas masivas; financia proyectos económicos y sociales que fueron inventados en la fase de resistencia cruda al estado neoliberal; atrae a sus filas a buena parte de los movimientos piqueteros de la fase anterior; exhibe una sostenida confrontación –si bien ambigua, efectiva en lo retórico- con los organismos de crédito internacionales; elabora un relato que le permite inscribirse, por la vía de la simplificación, en la historia de las luchas políticas de los setentas y en la zaga de los nuevos gobiernos de tono progresista en la región. Al mismo tiempo, se reinstala una dinámica de crecimiento económico clásicamente neoliberal que revierte en forma parcial el clima de frustración que caracterizó durante la crisis a sectores medios y, en menor medida, a sectores precarizados de la sociedad que, aún en un contexto de creciente desigualdad, muestran moderadas expectativas de recuperación de su capacidad de consumo.
  4. La orientación general del gobierno K está plagada de ambigüedades. En más de un sentido, su efecto ha sido limitar los impactos de la politización social iniciada en plena década neoliberal. Desde el gobierno (primero con Duhalde y luego con Kirchner) fueron cuestionados los rasgos más interesantes de la politización en curso: la dinámica asamblearia como sitio de elaboración y no de legitimación; la destitución de los modos de representación política tradicionales; el cuestionamiento radical de la gestión de la economía y los servicios; la tendencia al intercambio entre sectores sociales movilizados de orígenes diversos; la autonomía organizacional de los movimientos respecto de las necesidades del palacio de gobierno; la interpelación a los medios masivos de comunicación por su permanente manipulación de lenguajes y por los modos arbitrarios de manejo de la información; la experimentación con la acción directa y la capacidad de decidir y difundir la agenda propia de un emergente protagonismo social. La ambigüedad del kirchnerismo entonces se resume en la naturaleza del reconocimiento que opera: a la vez que asume la existencia de nuevos actores, subjetividades y energías sociales, dándoles un lugar simbólico inédito en la narrativa oficial, desconoce –e incluso impugna– las dimensiones constituyentes de estos experimentos, su capacidad de inaugurar modos de existencia y horizontes políticos propios. Entonces, en la misma medida en que el gobierno acude al propio espacio de los movimientos en búsqueda de una nueva hegemonía, es claro que la estrategia de los movimientos ya no puede ser la misma si aspira a sostener o a aumentar su efectividad en el escenario actual.¿Hay una «nueva gobernabilidad»? // Colectivo Situaciones
  5. El kirchnerismo, entonces, no es mera continuidad. Tampoco es mero cambio. Es, sí, un modo astuto de comprender lo que ha cambiado y de disputar con los nuevos movimientos (no sólo con los movimientos sociales organizados, sino también con toda una movilidad social difusa) el tipo de configuración política y social en curso, luego del estallido de 19 y 20.
  6. Podemos denominar al proceso dinámico y parcialmente abierto en torno a esta mezcla de elementos de naturaleza diversa, como «nueva gobernabilidad». La “nueva gobernabilidad”, para ser sintéticos, surge tanto de la crisis parcial de legitimación de la antigua configuración del poder político trasnacional sobre la región, como de las luchas que precisamente abrieron esa crisis e instalaron un nuevo terreno, en el centro del cual se colocan con más o menos énfasis, los gobiernos llamados “progresistas” que intentan aprovechar una potencial autonomía regional, en función de proyectos distintos, en algunos casos aún no muy definidos. Ese espacio abierto por la crisis se debe en parte a las exigencias de control de un mundo que no acepta la unipolaridad trasnacional y resiste a la guerra y, por otro, a las luchas sostenidas en nuestro continente frente a las políticas neoliberales de las últimas décadas.
  7. La “nueva gobernabilidad” no es sinónimo de los “nuevos gobiernos”, de tono progresista, de la región. Más bien alude a una posibilidad, a una dinámica favorable a los movimientos que se puede desarrollar o bloquear por parte tanto de los gobiernos como de los movimientos mismos. La naturaleza de esta nueva dinámica emerge como una posibilidad conflictiva de articulación (sin dudas variable y compleja) entre el empuje de la autonomía de los movimientos y la necesidad de los gobiernos de regular su inscripción en el mercado mundial, contribuyendo a alterar las instituciones políticas que lo regulan por el impulso democratizador de la lucha de los movimientos. Sin embargo, esta posibilidad no se efectúa necesariamente. Lo contrario es igualmente posible: que estos gobiernos intenten disciplinar a los movimientos en un sentido inverso, es decir, para inscribirse de modo subordinado en el mercado mundial. Existe, por tanto, una correlación directa entre el tipo de reconocimiento que algunos gobiernos hacen del protagonismo de los movimientos con la naturaleza de la integración regional. Es la mayor o menor centralidad de los movimientos en el devenir social, económico y político lo que orienta tanto las posibilidades de un nuevo paradigma de desarrollo como de una continentalización democrática.
  8. En el caso argentino, el potencial político y social desencadenado con la crisis se ha orientado en diversas direcciones. Las instancias de gobierno han impulsado la participación negociada de algunos movimientos, la subordinación lisa y llana de otros, la competencia cruda con algunos y una denigración permanente hacia quienes se mantienen irreductibles. Todas estas estrategias se combinan con un pedido de confianza al presidente, a su persona, a sus intenciones y a una estrategia política e institucional que traslada sus ambigüedades a los ámbitos de gobierno, incorporando dirigentes sociales al aparato de estado y en las listas electorales parlamentarias, siempre en condiciones subordinadas a las maquinarias políticas territoriales. Y esto es aún más ambiguo cuanto que estas maquinarias operan como desafío a las viejas jefaturas territoriales, pero también como posibilidad de reconversión privilegiada para esta dirigencia tradicional adiestrada en su combate contra los movimientos.
  9. La mayor paradoja de la “nueva gobernabilidad” reside en el modo en que este potencial queda bloqueado ante la evidente continuidad de cuestiones tan determinantes como el proceso de valorización del capital (soja, papeleras, privatizadas –servicios-, recursos naturales, etc.), de gestión de la fuerza de trabajo (desempleo, planes miserables, trabajo hiperprecario, contención del salario en relación a la inflación), de distribución del ingreso (decaimiento de los servicios públicos, prioridad de los pagos externos a la inversión de áreas como salud, previsión y asistencia social, indiferencia ante las propuestas de un esquema impositivo progresivo y a la universalización de un salario social) y del armado político (que reconvierte los cuadros de gestión neoliberales en “oportunos” progresistas de ocasión).
  10. Como vemos, la hipótesis de la “nueva gobernabilidad” parece más propicia en otros países de la región, donde la fuerza de los movimientos mantiene aún abierta la posibilidad de esta dinámica. Por llamativo que resulte, los nuevos gobiernos que surgen de un camino gradual de acumulación política por parte de las “izquierdas” (PT, en Brasil, FA en Uruguay y eventualmente PRD en México) parecen articularse con los actores tradicionales de manera más sólida y moderada que en aquellos sitios donde los gobiernos se conforman de modo más repentino, y donde las luchas han alterado las previsiones en curso (Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia y Kirchner en Argentina). En estos últimos casos, la base de sustentación es más ambigua, sus programas de gobierno son menos previsibles, a la vez que los partidos de gobierno están en constitución, o en recomposición luego de la crisis y la dinámica de los acontecimientos recientes. En el caso de Venezuela y Bolivia, aunque de modo diferente, la defensa de los recursos naturales tiñó al antagonismo de una radicalidad mayor. En el caso argentino, el piso puesto por las jornadas del 19 y 20 implica la carencia de modelos definidos y de principios rectores, la falta de estructuras políticas sólidas y de un sujeto que se sienta interpelado (el «pueblo» se ha deshecho a la par de los dispositivos estado-nacionales y disciplinarios que lo constituían).
  11. No deja de llamar la atención el hecho de que los partidos progresistas del continente coordinados en el Foro de San Pablo, que desde comienzos de los noventa se aprestan para gobernar, sean a su vez los que menos influencia regional hayan tenido cuando, ya casi una década y media después, llegaron finalmente a ocupar sus respectivos aparatos de estado. Mientras tanto fueron dos excepciones a estas previsiones las que polarizaron la escena de los movimientos de estos últimos años: el zapatismo a nivel del autogobierno y el chavismo a nivel de una nueva relación entre gobierno y movimiento. Ambos fenómenos comprenden –cada cual a su modo- replanteos sobre la relación entre lo social y lo político, y surgen vinculados a una temporalidad más irregular y sorpresiva, más en sintonía con el tipo de movilización social actual del continente.
  12. Corresponde a los movimientos elaborar esta nueva situación, creando dispositivos de deliberación y teorización propios para hallar los modos de desarrollarse con ímpetu. Esta irreverencia es tan constitutiva como irrenunciable, en un contexto complejo en que por lo mismo que logran a veces un reconocimiento abierto, enfrentan también de un modo nuevo los intentos de captura, la hostilidad y la competencia de otros sectores políticos y sociales.
  13. Una de las cuestiones a experimentar en esta nueva dialéctica abierta (o más o menos abierta, según dónde y cuándo) entre gobierno y movimientos, es el hecho de que el reconocimiento abre posibilidades de inscribir conquistas, y de desarrollar tendencias progresivas más allá del espacio nacional. Esta diferencia con los gobiernos anteriores es notable, pero no siempre fácil de confirmar a fondo, como se está viendo actualmente con las actitudes de los gobiernos de Argentina y Uruguay por el conflicto en torno a las plantas de celulosa. De allí la importancia de que los movimientos no se plieguen a las dinámicas de gobierno sino que regulen sus tácticas con una autonomía astuta y firme.
  14. La “nueva gobernabilidad” resulta entonces (sobre todo en países como Argentina) del cruce entre el reconocimiento de una novedad y un intento de normalización que intenta controlar lo que esta novedad abre. La “normalización” es la tendencia imposible de reglar la imprevisibilidad. Imprevisibilidad que la presencia de una dinámica social activa impone a un gobierno que es aún promotor de condiciones para la inversión del capital, y no del desarrollo fundado en la acción de los movimientos. De aquí que para los movimientos se imponga, de algún modo, el proceso inverso de reconocer lo que se ha abierto por la propia potencia de las luchas y evitar a toda costa que estas aperturas, estos “nuevos posibles” se cierren, se agoten, en una retórica cada vez mas insustancial. Es un desafío de los movimientos (tanto para los más estructurados como para los más difusos) retomar la capacidad de afirmar nuevas dinámicas de desarrollo y auto-gobierno, vinculadas a cada aspecto de la existencia. Una experimentación tal resulta inseparable de la invención de una pluralidad de dispositivos no estatales capaces de efectuar y difundir las prácticas y valores que emergen en las luchas.
  15. En efecto, la “normalización” pretende estabilizar los rasgos más ásperos de estas nuevas subjetividades ante los requerimientos de la gestión de los flujos capitalistas y su legitimación. La reducción de las opciones de los movimientos al clásico esquema electoral, al chantaje de lo “menos malo” y demás modos de expropiación de la inteligencia colectiva, y las represiones micropolíticas (la Legislatura, Caleta Olivia, Mosconi, Las Heras) participan de esta tendencia normalizante que tiende a recolocar la relación gobernantes-gobernados.
  16. Tanto la Otra Campaña impulsada por el zapatismo en México, como el debate actual de los movimientos bolivianos apuntan a contrapesar estas pretensiones normalizantes y a establecer un plano autónomo y vivo de los movimientos para relanzar las luchas en torno a los nuevos desafíos abiertos en esta fase. De allí que el mayor de los riesgos (incluso para los ímpetus de cambio de estos gobiernos) sea abandonar la dinámica de los movimientos por un sistema de delegaciones sobre la base de una supuesta revitalización de los mecanismos de representación política, precisamente cuando la fuerza de estos procesos es la alteración de los modos representativos por efecto de la experimentación de nuevos modos del vínculo (macro y micro) político.
  17. La pregunta que surge es por el significado de la autonomía en este contexto, en el que está en juego la relación (y sus posibilidades conflictivas) entre los movimientos y las nuevas formas de gobernabilidad. ¿Qué espacios se abren de lucha y creación en el nuevo escenario? Para asumir los desafíos de este nuevo momento se hace fundamental distinguir la “autonomía” como función de autoproducción y autovalorización de las luchas y como tendencia de expansión transversal al campo social, del “autonomismo” como cristalización caricatural, o doctrina sobre las luchas y los movimientos, que se limita a juzgarlo todo desde un saber válido a priori. La autonomía surge como elemento práctico en las luchas y se radicaliza y difunde cuanto más creativamente es replanteada en función de todos los problemas de la construcción. El “autonomismo” (del que ninguna lucha que reivindique la autonomía estará exento del todo), en cambio, es la detención de la autonomía, su inmovilización y su marginalización. El despliegue de la autonomía, entonces, estará tanto más vivo cuando mejor pueda elaborar las formas de cooperación e invención que se requieren en un escenario plagado de nuevos problemas y desafíos.

Colectivo Situaciones
Buenos Aires, 16 de Marzo de 2006

Notas sobre la noción de “comunidad” a propósito de Dispersar el poder (Febrero 2006) // Colectivo Situaciones

Epílogo al texto Dispersar el poder. Los movimientos sociales poderes antiestatales, de Raúl Zibechi, una publicación de Tinta Limón Ediciones, 2006.

Notas sobre la noción de “comunidad”

a propósito de Dispersar el poder.

Los movimientos como poderes antiestatales.

  1. Acabamos de leer Dispersar el poder. Los movimientos como poderes antiestatales. La potencia del presente “momento boliviano” brota del texto de modo inocultable. La hipótesis, resumida desde el título mismo, nos coloca en medio del desafío político actual: se trata de perseverar en el punto de vista de las luchas, de las resistencias y de ciertos modos de existencia que les subyacen, como auténtica clave y motor del largo proceso de desorganización de las instancias centralizadas y difusas del poder colonial capitalista hoy visible a escala global.
    En este contexto, la hipótesis de la “comunidad en movimiento” como vitalidad inmediata e insustituible del proceso nos lleva a considerar de manera directa no tanto sus derivas posibles, sus previsibles avatares, sino más bien el modo mismo en que nos representamos este flujo vital, estos núcleos persistentes de resistencia que tanto se efectúan desorganizando el poder (dispersándolo), como produciendo –simultáneamente– aperturas renovadoras de las energías e imaginarios sociales.
    Por todo esto, la noción de comunidad nos interesa. Y no de un modo puramente especulativo, sino de forma concreta, tal como se nos aparece cuando nos ocupamos de la dimensión emancipativa de los procesos en curso.
    Estas notas, por tanto, no concluyen nada sobre el libro de Raúl Zibechi, sino que, como mucho, prolongan ciertas discusiones abiertas sobre los modos de concebir la noción misma de lo común, lo comunitario.
  1. La noción de comunidad asume –con razón– un peso decisivo en cada una de las fórmulas alcanzadas por Dispersar el poder, y preside cada una de las estrategias argumentativas, desde el momento en que se intenta hacer de la comunidad no una categoría general –útil para nombrar infinidad de objetos diferentes–, sino un concepto específico para un devenir histórico social: la comunidad es el nombre de un código político y organizativo determinado como tecnología social singular. En ella se conjuga una aptitud muy particular: la del advenimiento, a través de la evocación de imágenes de otros tiempos –y de otro modo de imaginar el tiempo mismo–, de unas energías colectivas actualizadas. La comunidad, en movimiento, ella misma movimiento, se desarrolla, así, como una eficacia alternativa, donde podemos percibir una inusual gratuidad en los vínculos. La comunidad nombra de este modo una disponibilidad hacia lo común siempre alerta, siempre generosa. Es indudable que esta manera de concebir la forma-comunidad está llevada, aquí, a su límite positivo. El texto ha extremado sus rasgos, su potencial emancipativo para desarrollar combates urgentes contra su anacronización modernizante, pero también para revelar, por contraste con otras formas actuales de vida, la existencia de fuerzas sensibles y políticas que la ponen en movimiento. La comunidad opera, entonces, en este texto, como nominación de las formas de la acción colectiva, y lo hace con toda la intención de circular a contrapelo de la sensibilidad evanescente para la cual todo lo sólido se desvanece en el aire.
  2. La comunidad merece entonces una nueva atención. Ya no como excentricidad de un pasado que se resiste a morir, sino como una dinámica de asociación y producción común con sobrada vigencia política que, sin embargo, y por lo mismo que vital, plagada de ambivalencias. Pensar la comunidad equivale, entonces, a concebirla en su dinámica real: en marcha, claro, pero con sus detenciones y sus metástasis (como nos lo recuerda la película de Alex de la Iglesia, precisamente, La comunidad, pero también voces de la propia Bolivia como la de María Galindo “¿qué pasa si la autoafirmación indígena se nos pudre en el camino?”). Una comunidad percibida sin apriorismos ni folklorismos (que obstaculizan la comprensión de los modos en que lo comunitario se reinventa). Y, sobre todo, sin reducirla a una plenitud desproblematizada y desvinculada de otros segmentos de cooperación social (lo que hace a sus cierres, sus sustancializaciones).
    Por el contrario, pensar la comunidad en su dinámica y su potencial implica reparar en los procesos de constante disolución, para entender luego los modos inéditos de su rearticulación en otros espacios (del campo a la ciudad), en otros tiempos (de la crisis del fordismo periférico a la del neoliberalismo), en otras imágenes (del pueblo a la junta de vecinos), luego de lo cual lo común es capaz de otras posibilidades a la vez que enfrenta otros conflictos. La comunidad no admite ser pensada como un hilo de continuidad en la historia de ciertas regiones latinoamericanas o como un sujeto persistente en el tiempo, sino a condición de ser descifrada como un conjunto de rasgos que –muchas veces de forma intempestiva– encarnan lo común.
  1. La comunidad con sus zonas alienadas y recreadas es a la vez espacio de disputa y horizonte de actualización comunista. La comunidad toma forma como conjunto de procedimientos que surgen y se desarrollan en una línea quebrada de alteraciones, más que como gen y herencia impasible. La comunidad, existe como trama portadora de una memoria y un saber hacer, una reserva de imágenes y como fábrica de discursos y consignas de las luchas actuales, en contraste con sus propias inercias.
    La comunidad es movimiento, en tanto esfuerzo por actualizar lo común, y lo común es siempre lo no absolutamente realizable, es una universalidad abierta, no aferrable en su plenitud. La comunidad es siempre, y por eso, un devenir, un intento, un avance. De allí también que sus cierres y detenciones la alejen de lo común o lo minimicen, delineando una “comunidad sin común”.
    Poner la mirada en Bolivia a través de la interrogación por lo común es tratar de captar el laboratorio de una maquinaria social comunitaria (cómo surge y se desarrolla la fórmula: autonomía + cooperación) en plena marcha. Es difícil no ver en ese “funcionamiento” una producción (la de lo común bajo la forma de lo comunitario) y una proliferación (de lo común hasta más allá de los límites formales de las comunidades mismas), más que una mera movilización de recursos y lógicas completamente anteriores, siempre pre-existentes. Y es también difícil no asumir ese invento social en su complejidad: la idealización de lo comunitario equivale a distraerse sobre el proceso permanente de construcción de lo común, una pereza sobre las lógicas opresivas y jerárquicas que la atraviesan (detenciones y cierres) y que desafían a su reformulación permanente.
    La comunidad, entonces, se desarrolla como terreno de configuración particular e histórica de lo común y lo común como virtualidad que late y se actualiza en la comunidad, pero que no vive realizado en ella.
  1. Lo común se juega en la relación entre impulso comunitario y estado colonial, racista y capitalista. Pero esta relación no está condenada a ser concebida como la de un retorno de lo anacrónico sobre una frustración de lo moderno. Muy por el contrario, el hacer comunitario y su apertura a contradicciones y ambivalencias internas nos informan de la contemporaneidad radical de la comunidad respecto de otros modos de cooperación y organización social. De igual modo el estado colonial-capitalista, además de producir las peores jerarquías internas, ha sido un freno muy concreto al desarrollo de nuevas potencias subjetivas y políticas. La apertura a la que forzaron los movimientos sociales bolivianos expresa una nueva modernidad hasta ahora sumergida.
  2. Lo comunitario, entonces, es dinámica de producción económica y subjetiva. Más que un modelo para asegurar una unidad cohesiva y sin fisuras, se activa a través de una diferenciación permanente. La comunidad tiende a reproducir químicamente sus moléculas (cooperación social + autonomía), evitando la concentración y atacando (dispersando) las instancias centralizantes, los moldes y medidas impuestos a su desarrollo. La comunidad, contra todo sentido común, produce dispersión. Una dispersión tanto más paradójica cuanto que constituye la posibilidad misma de su fluidez: evita la cristalización de las iniciativas o el congelamiento de los grupos en formas institucionales o estatales y a la vez dinamiza las energías populares. La dispersión como base de un desenvolvimiento de lo común insiste en combatir su alienación en formas fijas y cerradas, incluso el cierre de lo colectivo en comunidades puras. La comunidad que se define más bien por sus mutaciones itinerantes (migraciones, relocalizaciones, etc.) parece dar lugar a ese movimiento constante que hace de la dispersión su fuerza común.
    Dispersión del poder, guerra al estado. Dispersión contra centralización.
    La comunidad presiente y combate la acumulación y la concentración y en esa confrontación –que es también contra sí misma– va inventando procedimientos que van más allá de sus propios límites, de su territorio, difundiendo mecanismos de producción de lo común, tales como los sistemas de rotación de funciones, de obligación y de reciprocidad.
    Sería un error, sin embargo, identificar esta lógica dispersiva con el aislamiento o la ausencia de relación. Todo lo contrario: la dispersión como condición de conexión transversal, de un aumento de la cooperación.
  1. Durante los últimos años la noción de autonomía fue una de las que mejor funcionó para identificar esta dinámica de producción de lo común y dispersión del poder del estado, del capital, y también del modo en que estos poderes se reproducen al interior de las comunidades que protagonizan estos procesos. Estas prácticas de autonomía son tendencias que aspiran a transversalizar el campo social, y se agotan cuando no encuentran el modo de expandirse. De allí que no nos parece posible entender la noción de autonomía como la formación de una isla autosuficiente e incontaminada, cerrada, que en última instancia no haría sino ampliar el ideal liberal del sujeto racional afirmado en su independencia económica, intelectual y moral. Por el contrario, la autonomía aparece en las luchas de buena parte de América Latina como rasgo de la cooperación, y resulta absolutamente improductivo separarla del espacio al que se proyecta, plagado de actores heterogéneos y poderes de todo tipo. La autonomía, entonces, más que doctrina, está viva cuando aparece como tendencia práctica, inscripta en la pluralidad, como orientación a desarrollos concretos que parten de las propias potencias, y de la decisión fundamental de no dejarse arrastrar por las exigencias mediadoras-expropiadoras del estado y del capital.
    Cuidar los “tiempos internos” y alimentar la “capacidad de sustracción” son cuestiones fundamentales de estas experiencias. Sus riesgos son el congelamiento y el dogmatismo. De allí que sea posible decir que autonomía tiene a totalizarse como movimiento de apertura y no a cerrarse en una “totalidad dada”.
    Las coyunturas políticas no son, entonces, “lo otro” de la autonomía, sino un momento de yuxtaposición de fuerzas en el que la autonomía opera como tendencia, de ruptura y polarización, o de problematización y profundización, apuntando a desplazar los límites de lo dado. Esta ha sido y sigue siendo la práctica de las experiencias de lucha en buena parte del continente.
  1. Cabe distinguir la dispersión producida por los movimientos sociales de la fragmentaciónque promueven el mercado y el estado. En rigor no debería haber confusión entre una y otra: mientras la dispersión, evitando la centralización, alimenta el flujo de la cooperación; la fragmentación lo moldea y lo subordina a la lógica del capital. Mientras la dispersión conecta, la fragmentación neoliberal jerarquiza y concentra por arriba. La ambivalencia actual exige la distinción entre ambas dinámicas, sin perder de vista que la tendencia dispersiva se teje sobre el suelo dominante de la fragmentación capitalista. La confusión de lenguaje a favor de la fragmentación surge tanto de quienes la promueven activamente (ONG’s y organismos internacionales de financiamiento) como de aquellos que subordinan la construcción de vínculos transversales a la unidad por arriba (estado) como única forma de lucha contra la fragmentación. Bolivia muestra, en el momento actual, el encuentro de la dinámica comunitaria –con su doble movimiento de dispersión destructiva y cooperación constructiva– y la dinámica estatal-colonial en crisis. La situación abierta pone en juego tanto la profundidad del impacto democratizador de los movimientos sobre el estado, como la persistencia y la orientación de la metamorfosis institucional esbozada.
  2. Bajo el neoliberalismo el proceso de fragmentación, privatización y explotación de lo común expropia recursos y deshace los tejidos comunitarios, a la vez que empuja a nuevas luchas a través de las cuales se recomponen las tendencias productivas de lo común. Pero este movimiento constructivo se realiza sobre un nuevo terreno, desbordando tanto los antiguos marcos de la comunidad estatal-nacional, como multiplicando las dimensiones en juego de esta producción de lo común, hasta involucrar no sólo la lucha contra el racismo y el colonialismo sino también la reapropiación de recursos naturales, los servicios públicos y la posición simbólica de lo comunitario en la vida política. En Bolivia la reorganización indígena-urbana y la lucha por la gestión pública del agua y la nacionalización del gas se despliegan en esta lógica. El desafío de pensar lo comunitario hoy en América Latina no puede sino partir de esta nueva composición de lo común y sus dinámicas que abarcan la reapropiación de recursos naturales y la autorregulación de las relaciones sociales que surgen de estas luchas. En el reconocimiento de estas tendencias (efectivas aún si parciales y mediadas por la representación) está el más novedoso de los rasgos de la gobernabilidad emergente en el continente, cuya amenaza más notable es –precisamente– el intento de controlar y estabilizar la fuerza callejera de los movimientos. Desde este punto de vista, resulta ingenuo, o directamente reaccionario, todo intento de reducir las formas de producción actuales de lo común tanto a los modelos estado-nacional-desarrollistas como a un cierre endógeno sobre la comunidad-indígena-tradicional.
  3. La comunidadcontra el estado, supone entonces un contraste entre fluidez productiva y gestión opresiva de esas energías. El neoliberalismo ya había dado cuenta de esta relación polar conectando de manera abierta a las comunidades con el mercado capitalista, sin mediaciones. El Alto, las nuevas resistencias, surgen (y se constituyen) en esta dinámica abierta de enfrentamiento. La crisis actual del aparato de la dominación en Bolivia, entonces, implica una reformulación general entre estado y sociedad, entre estado y comunidad. ¿Recomposición de una (nueva) estatalidad en base al reconocimiento de una dinámica de lucha comunitaria? ¿Cómo evaluar esta situación aparentemente inédita que se ha abierto en Bolivia? ¿En qué nivel se desarrollará ahora esta polaridad? ¿Una nueva composición política del estado surgirá del pleno reconocimiento de la dinámica comunitaria y sus poderes dispersantes o bien implicará un nuevo intento de subordinación? En todo caso, se advierte con facilidad que la encrucijada boliviana actual está determinada por el reconocimiento de esta potencia dispersante de la lógica comunitaria, pero también por la necesidad de desarrollar aún más las formas cooperativas en una nueva escala en combate simultáneo contra las propias tendencias al cierre y en contra de las fuerzas propiamente estatal-capitalistas que promueven esta detención. El desarrollo de nuevos poderes basados en el reconocimiento de la dinámica comunitaria (“mandar obedeciendo”) parece ser la clave positiva de una nueva constitución política en Bolivia.
  4. Arribamos a una nueva síntesis: dispersión del poder más cooperación social. Según parece, entonces, la dispersión comunitaria ha aprendido a enfrentar los mecanismos de fragmentación subjetiva y de centralización estatal capitalista y tiene ahora el doble desafío de configurar modos de regulación de lo colectivo acordes a esta lógica dispersiva, anticipadora y destructiva de la centralización estatal. Una potencia positiva de producción y una negativa de dispersión. La primera, requiere de nuevas formas más amplias de articular la cooperación y la segunda, con Pierre Clastres, se conquista con “jefes que no mandan”.
  5. En todo el continente, con las grandes diferencias de desarrollo y capacidad de autoreferencia y de lucha de los movimientos (es decir, dinámicas de acción colectiva y no sólo grandes organizaciones sociales), surge la misma pregunta: ¿qué hacer con el estado? La cuestión del quién y cómo se gobierna cuando la presencia de los movimientos desestabiliza la escena de las últimas décadas se ha tornado urgente. ¿Cómo concebir la concreción de este desarrollo heterogéneo de los estados capitalistas por parte de los movimientos? ¿Desarrollar poderes no estatales? ¿Ensayar una nueva dinámica de avanzada de los movimientos sobre los gobiernos que gobiernan en su nombre? ¿Combinar un doble movimiento de lucha y coexistencia en crecimiento de instituciones no estatales del contrapoder sobre instituciones estatales del poder? En todo caso, la doble perspectiva de la dispersión del poder y la invención de modos ampliados de la cooperación parecen esbozar la fórmula del principio activo que se juega en el “momento boliviano”.

Colectivo Situaciones, Buenos Aires, Febrero 2006.

 

Aquel diciembre… A dos años del 19 y 20. (16/12/2003) // Colectivo Situaciones

¿Qué quedó en nosotros de aquella conmoción a la que hemos llamado 19 y 20, haciendo alusión -de ese modo- al fenómeno insurreccional de fines de diciembre del 2001?

En principio una evidencia: ya no somos los mismos. Pero tal vez no convenga empezar por aquí: quizás esta evidencia esté demasiado gastada. Y, sin embargo, preguntar en primera persona del plural puede arrojarnos nuevamente al lenguaje de la política: ¿quiénes éramos «nosotros» antes de aquellas jornadas?, ¿un «nosotros» disperso, o «en formación»? Quizás ni siquiera eso. Puntos desconectados, resistencias sordas, crecientes y sordas. Sin embargo, el «nosotros» que surgió durante aquellos días se desplegó alimentándose de una vecindad pocas veces ejercida. Y aún así no deja configurar un nosotros claro, lineal y definitivo, sino uno más bien sinuoso, a veces orgulloso de sí, pero otras sumergido en la resignación y en el temor de la disolución.

Sigamos por este sendero. No somos los mismos, las cosas cambiaron. Y ese cambio no posee un mensaje nítido, único. El cambio es multidireccional, como es múltiple la espacialidad actual en que se ejercitan las prácticas y los pensamientos. Se dijo «NO», se abrieron búsquedas, se potenciaron luchas, se incentivaron discusiones, se trabaron relaciones, se ahondaron interrogantes, se hizo política. En pocas palabras: hubieron ideas y prácticas, rechazos y construcciones. El territorio se multiplicó en la medida en que fue siendo habitado de modos diversos.

Pero también, se escucha, «todo eso no condujo a nada». Que hubo desolación, desilusión, que los vínculos que se armaron también se desarmaron y que tras el verano largo del 2001 vino el reflujo y hasta el resentimiento respecto de los modos autónomos del hacer.

La contradicción aquí no es necesariamente un obstáculo. Constatar el entristecimiento de las fuerzas que pretendían un avance lineal de los modos de autoorganización popular no debería implicar una mistificación de esta declinación ni una minimización de la relevancia de aquellos acontecimientos: de hecho, no hay modo de comprender la Argentina actual sin considerar estas modificaciones, así como sus persistencias.

¿Las cosas podrían haber sido de otro modo?, ¿deberían haberlo sido? Tal vez las buenas intenciones merecían haber primado. O las buenas razones de los mas sesudos vaticinadores. En fin, el devenir de los acontecimientos debió haber ocurrido según otras leyes, y no bajo el signo complejo de la realidad. Pero las cosas son así nomás y no contamos hoy con grandes claves que doten de un sentido retroactivo a los sucesos de aquellos días. No poseemos ese corolario último de lo ocurrido que nos permita refutar definitivamente la íntima, la angustiante impresión de que todo pudo haber sido en vano: una obra inconclusa, un caudal de energía que se disipa, un manojo de ideas falsas, un espejismo colectivo que no supo asumir seriamente sus desafíos. La realidad juega fuerte contra los ilusos, pero también contra los sabios.

Y, aún así, contamos con la más firme de las certezas respecto de la contemporaneidad revulsiva de aquellas jornadas, al punto que siguiendo la huella de su potencia podemos acceder a los núcleos de inteligibilidad más profundos de los dilemas actuales. Como sucede ante todo punto de inflexión, la urgencia no radica tanto –ni tan sólo– en analizar meticulosamente sus causas (que tal vez no existan de modo separado de la ruptura misma), sino más bien en explorar las nuevas posibilidades prácticas, trazar los vínculos necesarios y cuestionar los nuevos límites de lo pensable.

Y bien, la gramática de los cambios (y no sólo sus posibles orientaciones) vuelve a reafirmar su carácter complejo. Al punto en que resulta pertinente preguntarse si tantas continuidades (políticas, sociales y económicas) no nos hablan de la inagotable capacidad de persistencia de aquello que por comodidad llamamos «la realidad».

En efecto, podría suceder que los sucesos de diciembre no fuesen sino un estallido relativamente suelto por falta de aguja que lo hilvane con otros trozos de tela. Sólo que la costura existe, y deja sus marcas. Una primera forma de verificar la marca radica en lo más inmediato: los discursos que se empeñan denodadamente en sostener que aquí «nada ha pasado». Son muchos, demasiados: esto es sospechoso. ¿Por qué negar con tanto énfasis algo que de por sí no posee existencia? Más aún: ¿no es esta misma energía denegativa índice de cierta modificación en el campo de lo discutible, lo pensable, lo imaginable?

En efecto, contamos con el «método de la sospecha», el más inmediato. Y contamos también con realidades firmes: la dignidad alcanzada por los movimientos sociales radicales. Sin ir demasiado lejos, toda la discursividad del gobierno actual no hace sino trabajar al interior de esta legitimidad, de esta dignidad, para anunciar desde allí que estos movimientos «fueron» muy importantes, pero hoy ya no hacen falta. La política vuelve y se nos dice que esto es motivo de fiesta. En nombre de esa vuelta de la política las personas que han ingresado en procesos de politización radical son tratados como tropas de un ejército vencedor desmovilizado: «gracias por los servicios prestados», ahora a casa.

Desmovilizados y peligrosos: aquellos que articularon sus demandas a la organización de la lucha y aportaron a la inauguración de un protagonismo social inédito, son ahora subsumidos en la gran fábrica de la subjetividad capitalista actual: la «in-seguridad». La paradoja está planteada: la política vuelve para despolitizar. Se trata ahora de apagar los fogones desparramados en todo el territorio. La política vuelve a pasar por la política: lo social debe despolitizarse… todo aquello que posee vida autónoma debe inmovilizarse y esperar la señal que lo habilite como actor legítimo.

La ofensiva de «la política» se torna particularmente aguda cuando pretende apropiarse del sentido de las jornadas de aquel diciembre. Definitivamente lejos de la inexistencia, entonces, aquellas fechas son reclamadas ahora como materia prima imprescindible para constituir una nueva legitimidad: un renovado juego de lenguajes y legalidades ha sido activado sobre la base de un fuerte deseo de normalización. De este sistema de transacciones entre lo «nuevo» y lo «viejo» se alimenta una rejuvenecida aspiración sobre las ventajas que se pueden obtener de la recomposición de los poderes de mando.

A tal punto que las fuerzas que han tomado la articulación de lo social en sus manos confiando en su capacidad de cooptar los elementos más novedosos de los movimientos sociales no pueden evitar ser desbordados continuamente por una tonalidad abiertamente reaccionaria.

Y probablemente sea este desacople (entre la narración política dominante de los procesos actuales y la tonalidad disciplinaria que se le adhiere) lo que permite revestir las actuales circunstancias con un patético manto «sententista». La esperanza deviene entonces espera: las luchas concretas deberán subordinarse a las más abstractas elucubraciones sobre unas relaciones de fuerzas completamente desprendidas de lo cotidiano, y las rebeldías (las experiencias de autoorganización de los movimientos sociales radicales) deberán ajustarse al nuevo «cronograma político».

Así, el mapa de la Argentina actual está cruzado por una línea vertical normalizante hecha de una reforzada y paradójica tendencia a la fragmentación social (tanto más paradójica en cuanto su fuerza radica en la promesa de integración fundada en una híper precaria inclusión laboral) y de ciertos rasgos de recomposición política. Pero también está atravesado por una línea diagonal, de multiplicidad, que trabaja en una variedad incontable de sitios pensantes. Una polarización atravesada por una transversal resistente. La cartografía de una polaridad socioeconómica y cultural, boicoteada por una resistencia de hecho, fundada en precarias redes difusas capaces de explicitarse una y otra vez.

Gobernabilidad, entonces, y estrategia de asimilación -con signo opuesto- de algunos elementos del autogobierno, o una nueva gestión de la fuerza de trabajo ocupada y desocupada bajo la promesa de trabajo para todos: de los planes sociales a los salarios de miseria, o la conversión de los planes sociales en exigua base salarial de un «neokeynesianismo» irrisorio. Invitación, en fin, a gestionar la precariedad de las vidas a las organizaciones políticas y sociales que oscilan entre autogobierno y cogestión. Explotación puramente política de la fuerza de trabajo a cargo de un humanismo victimizante que subordina (sacrifica) la vida a partir de negarle toda capacidad creativa autónoma.

Claro que esta misma formulación podría ser planteada sin demasiado problema a nivel continental, porque esta es la escala actual de los procesos de subsunción del trabajo y los recursos naturales al mercado mundial. La cuarta guerra mundial se profundiza. De allí que no esté demás considerar la transversalidad y la autoorganización popular como líneas defensivas de máxima relevancia.

En fin, 19 y 20 son fechas de conmemoración: ¿qué política de la memoria es aquella que se pone en juego estos días? ¿Qué se olvida cuando se recuerda? ¿De qué están hechas estas memorias? ¿En qué consiste la pugna actual por la conmemoración sino en una disputa por la elaboración de nuevas legitimidades, que trabajan a partir de una infinita tematización vaciadora?

Pero la pregunta inicial era otra: ¿qué quedó en nosotros –o de nosotros– a dos años de aquel diciembre? ¿Quiénes «somos» hoy? ¿En qué prácticas nos articulamos? ¿Qué ideas nos hacen fuertes si, como nos ocurre, no nos interesamos por los discursos que «bajan» limpios buscando realidades (cosas y vidas) a formatear? ¿Adónde conduce el camino de la verificación de las prácticas?

Después de todo, quizás sí haya un «nosotros» a partir de una cierta perspectiva de aquel diciembre. Tal vez podamos descubrir qué «somos» si somos capaces de percibir lo que posiblemente haya sido la develación más radical de aquellas jornadas: la inexistencia de toda garantía a priori –así como de todo pretendido sitio privilegiado– del pensar y del hacer.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

16 de diciembre de 2003

Entrevista: Colectivo Situaciones y la “nueva gobernabilidad” latinoamericana (23/01/2006) // lavaca

Colectivo Situaciones y la “nueva gobernabilidad” latinoamericana. La guerra social y la batalla contra la tristeza

 

La nueva gobernabilidad (o la oleada considerada progresista en América Latina, de Kirchner a Chávez), la guerra social, la izquierda clásica, los espacios de la autonomía, el zapatismo, Chávez, la tristeza de los movimientos, la política de la impotencia. Tales fueron algunos de los temas de la conversación entre lavaca y el Colectivo Situaciones, un grupo de investigación y pensamiento que ha creado su propia editorial -Tinta Limón- como un modo más de producir y difundir ideas, en un mundo en el que no abundan, y acciones, en tiempos a veces dominados por la parálisis.

Pensar, producir ideas, generar experiencias, investigar, escribir, hacer una editorial, crear redes, nexos, mantenerse como un conjunto de amigos, y hacer lo que a cada uno le gusta.

El Colectivo Situaciones es un grupo empecinado en producir pensamiento y experiencias que merecen figurar entre lo más novedoso y profundo de los últimos años (la producción inmediatamente previa y posterior a la crisis del 2001, con libros tales como «La Hipótesis 891-Más allá de los piquetes», «Contrapoder», y «19 y 20 apuntes para un nuevo protagonismo social» entre varios otros).

Pero la actualidad ha traído un nuevo sello propio, Tinta Limón, con el que editan libros ajenos y propios: en 2005 la producción incluyó Mal de Altura, y Bienvenidos a la Selva, resultado de los respectivos viajes de Situaciones a Bolivia y al México zapatista.

Cuatro de los integrantes de Situaciones, Nati, Mario, Sebastián y Diego, recibieron a lavaca en ese bello laberinto barrial conocido como Parque Chas, para hablar del no tan bello laberinto de la actualidad política y social. Antes de tales encrucijadas, en tiempos en que las representaciones están en crisis, hubo tiempo para las presentaciones, que resultaron un modo de percibir las claves de donde surge lo que actualmente piensan.

-¿De dónde nace el Colectivo Situaciones?

-Origen incierto…

-En el año 92 se funda en la Facultad de Ciencias Sociales un grupo que se llama El Mate.

-¿Una sigla?

-Dejó de ser sigla muy rápido, pero al principio era el Movimiento Amplio de Transformación Argentina.

-Era gente de entre 23, 24, 25 años, en un momento de noche política para todos nosotros. Gente que tenía una idea de izquierda, muy, muy de izquierda, peronista de izquierda, o de izquierda dura, pura, y que tenía una decepción gigante con las generaciones militantes que estaban dando vueltas por ahí, de los 70, o que estaban armando partidos.

-¿Decepción por qué?

-Decepción porque por ejemplo, en el caso mío, yo venía de una militancia ya pre universitaria, con Eduardo Duhalde (no se trata del ex presidente sino de su homónimo, actual secretario de Derechos Humanos) y estaban todos haciendo negocios en nombre del prestigio setentista, o tenían maneras de construir muy manipuladoras. Para gente que no había vivido los 70, que había vivido más bien los 80 como noche, donde la política estaba bastante ausente, politizarse nos requirió armar un espacio bastante desreglado respecto a las generaciones anteriores.

-Empezamos a hacernos nosotros preguntas sobre los 70, sobre la política, sobre qué pasó en América Latina, sobre el sandinismo. Un poco los ecos de los 80. Y esa experiencia tuvo un núcleo de desarrollo en la universidad, pero también trabajábamos mucho con la Embajada de Cuba, con las Madres de Plaza de Mayo, con la CTA, con grupos de izquierda varios. Buscábamos en todos lados donde se estaban armando cosas.

-En el año 97, más o menos, el grupo ya tenía cierto desarrollo en la Universidad, siempre muy independiente, se armó la Cátedra Libre Che Guevara por un lado, y por otro un periódico que se llamó De mano en mano. Los dos instrumentos más elaborados que tuvimos en ese momento para salir de la Universidad. Pero no meramente para salir, sino para vincular lo que se podía elaborar como crítica en la Universidad con lo que se estaba elaborando como crítica, no decíamos en ese momento «movimientos sociales», pero sí las luchas.

-El campo popular, movimiento popular. De eso se hablaba.

-Uno de los puntos fuertes de nuestro trabajo era la idea de la memoria, como una interpretación política de las corrientes de pensamiento político de la historia argentina, sobre todo de los 70. Y el tema era un poco cómo constituir una nueva generación de militantes que retomaran lo dejado en los 70 a partir del genocidio de la dictadura. Por eso hacíamos muchos talleres, muchos seminarios, como una especie de dispositivo paralelo al armado oficial de la Facultad, hasta que todo eso deriva en la Cátedra Libre Che Guevara.

-También en ese momento habíamos llegado a las primeras conclusiones: que la política no pasaba más por la vía partidaria vanguardista, aunque nosotros estábamos inscriptos en una agrupación política que todavía conservaba algo de organización política.

-Pero a la vez cuestionaban a los partidos políticos como tales.

-Claro, y comenzamos un desarrollo fuera de la universidad, en los barrios. Comenzó a incorporarse otra gente como Rubén Dri, o Cambá (aún integrante del Colectivo), se empezó a construir políticamente en los barrios, a nivel sindical. A través de la Cátedra del Che, dejamos de estar metidos en la facultad y salimos a recorrer las provincias.

-Todavía era El Mate.

-Sí, pero ya teníamos una ruptura con la idea de la vanguardia que había en los 70, la noción de un grupo con canales territoriales, estudiantiles. Más bien empezamos a pensar en la conformación de un grupo militante con capacidad de hacer aportes, como decíamos en ese momento, a la reconstitución del campo popular. No como un grupo dirigente, sino como un grupo que se organizaba para producir aportes que sí redundaran en algo así como una reconstitución del sujeto de transformación. Esa es la idea que veníamos trabajando mucho con Rubén Dri, con Luis Mattini. Muchos de estos compañeros que habían militado en los 70, durante los 80 estuvieron muy callados por todo el discurso de los derechos humanos que, para exigir justicia, un poco despolitizaba lo que había pasado en los 70. Nosotros intentamos recrear toda una imagen de la política más radical, que en ese momento estaba muy ausente.

-La ideología nuestra en ese momento era más o menos ésta: en América Latina hay movimientos sociales, o movimiento popular, o necesidades y gente que lucha -llamalo como quieras-, y la cuestión para nosotros era cómo se pasaba de lo social a lo político. Lo digo casi en lenguaje del momento. Y veíamos que a diferencia de Europa, donde había una tradición política más o menos consistente, con estructuras políticas, en América Latina el tema del partido político no era lo que había determinado nada. Lo importante era cómo se lograban síntesis políticas a partir de las luchas sociales. Entonces vimos que el PT brasileño era eso. Podíamos ver el Frente Amplio de Uruguay con simpatía por ahí con los Tupamaros, un poco difusa. Nos gustaban mucho, estábamos muy identificados con lo que podría llamarse una visión guevarista de este proceso: puede no haber partido, pero el tema es la revolución. La revolución tiene que ser pensada, tiene que ser coordinada, tiene que ser vivida. Teníamos esa idea, pero sin poner el partido por delante. O sea, que la estructura militante no estaba orientando, ni iba adelante de la recomposición social, sino que el movimiento social iba a elaborar sus propios enunciados políticos, su propia orientación política, sus propios cuadros políticos, y nosotros nos sentíamos, si querés, como un aporte a ese proceso.

Decíamos: en facultades, en barrios, en sindicatos, debe estar pasando más o menos lo mismo. Y las diferencias eran las tendencias, cada uno iba a aportar las suyas: del cristianismo, el peronismo, el guevarismo, de las nuevas identidades. Es un poco la visión que yo creo que teníamos.

-Y yo creo que era una apreciación medio delirante de alguna manera, crear un grupo de entre 8 y 10 personas…

-Sí, yo me acuerdo en el 95, 96, éramos un grupito de 10, nos juntábamos en plenario todos los domingos a describir la coyuntura, con documentos, con toda la imagen… En un momento en que la militancia era como muy rara.

-Había compañeros muy vinculados con Madres, con Hebe, con la CTERA, otros vinculados con Cuba.

-Otros con HIJOS en el 96…

-Claro. Pero era un poco delirante. Sábados enteros discutiendo un documento que alguien había elaborado, domingos enteros discutiendo una nota de Horacio Verbitsky de coyuntura. Estábamos ensayando cómo pensar lo social, qué categorías, qué nombres.

-Después, mucha gente decía que veía a El Mate como un grupo muy profesional, con una militancia muy seria, que les daba cierto miedo. Como que tenías que involucrarte demasiado si te metías ahí. Además se habían acercado Dri, Mattini, también Manuel Gaggero, Renée Irurzun, escribían notas, daban cursos, todo eso daba un aire de gran seriedad.

-Pero nunca fue una disciplina, nada forzado ni esquemático. Fue algo muy basado en el deseo…

-Íbamos a verlo a Mattini, a las 6 llegábamos a la casa y nos íbamos a las 4 de la mañana. Sábado a la noche, ¿qué vas a hacer? Me voy a charlar con Luis Mattini, horas y horas, comprar más vino, comprar más pizza, y horas que nos cuente: «¿y en el 74 quién decía…?». Para nosotros era impresionante.

-¿Cuándo empezaron a ser Situaciones?

-Primero, en El Mate hubo un desfasaje. Hablábamos de horizontalidad, pero había un Mate que producía y un Mate que estaba más en la posición de espectador.

-En el 94 había surgido el zapatismo, siempre hicimos un esfuerzo muy grande por tratar de saber qué significaba esta nueva cosa de no toma del poder. Pero no nacimos teniendo una idea clara sobre eso. Es muy complicado. Nosotros teníamos una cabeza más guevarista clásica en un punto, si bien mechada, porque nadie a los 20 en la década del 90 puede ser un guevarista clásico sin ser medio mogólico, pero el espíritu era ése. De repente: el zapatismo. Pero ¿qué es?

Nos dábamos cuenta de que no era armar la guerrilla y al monte. La pregunta era: qué es en la ciudad, acá, entre nosotros, con el balance de los 70 que nosotros tenemos en Argentina. Escribíamos, tirábamos ideas, preguntas. Empezó a haber como un entorno en El Mate esperando ver qué salía de esas elucubraciones. Se planteó incluso si ganar la facultad o no. ¿Qué dice nuestra experimentación zapatista? Estábamos probando decir no al poder, probando qué sería correrse de ganar la facultad, el centro de estudiantes, y seguir produciendo.

-Empezamos a salir más de la facultad. En las elecciones del 99 hicimos pintadas: «votá lo que puedas, construí lo que quieras». La revista De mano en mano tenía mucha circulación, se leía en los barrios.

-Había tres cosas fundamentales para nosotros. Una que ya era parte de nuestra generación: la horizontalidad. Siempre fuimos un grupo chico, de amigos, que compartíamos mucho la vida, por lo tanto no había posibilidad de jerarquías ni jefes, ni mucho menos. La horizontalidad fue un objetivo desde el principio.

-También la independencia, que después deriva en autonomía. Así que las tres consignas eran: de base, horizontal e independiente.

-¿De dónde venía la idea de horizontalidad?

-De nuestra práctica concreta.

-Era una forma de diferenciarnos con los partidos. Esto es horizontal, es otra cosa, discutimos. Nadie está discutiendo por vos en otro lado.

-A la vez había una tendencia de distintas personas a convertirnos en referentes políticos. Querían que El Mate fuera una especie de partidito, que centralizara las Cátedras, que centralizara la revista. Nosotros decíamos que había que hacer al revés: que cada uno, en cualquier lado, hiciera su revista, sus cátedras, y que toda esa energía circulara, en lugar de unificarse.

-A la vez en la facultad había ajuste, y Franja Morada (la organización estudiantil de la UCR) estaba de los dos lados. Gestionaba el ajuste, y dirigía la protesta contra el ajuste. Pensamos que la institución universitaria era una trampa como tal. Los lugares de poder eran lugares de gestión del neoliberalismo.

-En ese momento llegó Miguel Bensayag, un psiquiatra que había militado en la Argentina en los 70, se exilió en Francia y se convirtió en una suerte de filósofo radical francés. Se fascinó con las cátedras, lo veía como modelo de nueva política. Foros abiertos para gente de barrio donde se discutía abiertamente política sin que hubiera una estructura de partido. Empezamos a tener un intercambio con él, que venía trabajando con Alain Badiou, sobre las nuevas hipótesis políticas.

-Ese encuentro fue importante porque aceleró y radicalizó nuestras impresiones. Vimos la posibilidad de crear un grupo más dinámico, tanto teórica como política y prácticamente, en lugar de conciliar con todo el resto de la gente con la que estábamos, que por ahí querían centralizar, o ganar el centro de estudiantes. Eso nos trababa mucho, las internas, los documentos para discutir las internas… en cambio vimos que se podía pensar por afuera de la universidad. Vimos también que lográbamos muchos niveles de síntesis, y a intuir que había que meterse en esos movimientos sociales, ponerse a trabajar con ellos en serio: con el movimiento campesino, el de derechos humanos.

-No había pensamiento en ese momento que lograra captar la radicalidad que estaba en juego en muchos lugares. El movimiento piquetero en la provincia de Buenos Aires, el tema de los escraches a los represores, cosas muy fuertes que estaban cambiando la amanera de pensar la política y desarrollar prácticas sociales.

-Fuimos al MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), trabajamos con un asentamiento en Moreno… desde El Mate, desde la universidad, esto era visto como una fuga hacia lugares marginales.

-Lo que pasó fue que de repente metimos la cabeza, y miramos por abajo del agua.

-Fue la imagen de construir una sustracción. Sustraerse del mundo de la representación, que permanentemente jerarquizaba y tenía formas de catalogar a partir de que lo que importa es la masividad. Lo que importa es lo cercano que está el poder. Íbamos a hacer un taller en una escuelita donde había cuatro o cinco tipos con ganas de experimentar, y te contestaban: el problema es la educación pública. Íbamos al MOCASE, una potencia impresionante, y nos decían: campesinos argentinos, no son ni el 2 por ciento de la población; el tema es el movimiento obrero.

-Todo valía según la cantidad y fuerza de las organizaciones. Costaba pensar por fuera de la CTA. Somos muchos, somos fuertes. Ustedes, nos decían, están donde hay poquitos. Por lo tanto son débiles.

-A eso lo llamamos política del poder: crecer, hacer propaganda, tener una facultad, dos facultades, dos sindicatos, tres barrios. Nosotros decíamos: está bien, durante décadas esa fue la estrategia de los revolucionarios. Pero hay gente que está haciendo otra cosa. No sabemos bien qué es, pero se puede hablar, intercambiar. Mirábamos por abajo del agua. Y veíamos: el poder está ahí. No nos interesa más el otro lenguaje, queremos probar otra cosa.

-Y ahí empezamos a hacer publicaciones. Ni revistas ni libros. Cuadernitos. Si tenemos dos mangos, sacamos un cuadernito. ¿Quién lo escribe? ¿Quién firma? Un colectivo que ni colectivo se llamaba. Situaciones. No hay autor, no hay firma, no hay carrera académica.

-Pasó también que la Cátedra, la revista De mano en mano, ya nos resultaban medio un peso muerto. Habíamos hecho un reportaje al MTD de Solano y cortaron la parte más interesante, por un problema formal de espacio. Y en el contenido tenías todo lo de «la ideología nacional y popular», esto de «las mayorías», «el pueblo», «la clase»: eran abstracciones que no nos dejaban respirar.

-La apuesta, nos decían, era quedarnos en El Mate, aceptar esos límites y mantenernos todos juntos. Nosotros contestábamos: ¿todos juntos, o ustedes contentos y nosotros muertos?

-Decidimos: hagamos un grupito de los que sabemos que trabajamos bien juntos, y animémonos a decir lo que queremos. Decíamos: mínimo de poder, máximo de potencia. Todo lugar de poder te ata, te morfa. En cambio nosotros podemos jugar muy libremente, discutir teoría, estar en el barrio, editar un material, acompañar una lucha, estar en el escrache. Podemos, podemos, porque personalmente nos construimos el tiempo y la vida para eso, sabemos que es nuestra pasión. Y podemos porque tenemos la insolencia de hacerlo. No la lucidez: la insolencia. De ver a dónde tenemos que ir, de conseguir lo que haya que conseguir. Y dijimos: esto es nuestro aporte, vamos a darle con todo.

-El primer cuadernito es con HIJOS, con el escrache.

-Se entiende: ir al barrio, pero ¿con qué rol? ¿Intelectuales?

-Teníamos la idea de una figura que no era ni el académico ni el militante de izquierda, sino el militante de investigación. Los académicos, los intelectuales universitarios, que conocíamos de la facultad, podían ser muy inteligentes, pero por eso mismo eran tipos que ya no tenían ganas de meterse en lo vivo, ni ganas de experimentar. Era como que lo inteligente era lo muerto. Y por otro lado los militantes que sí se metían, lo hacían de una manera muy estúpida a enseñarle a la gente, a bajar línea, no a escuchar, sino a tener dispositivos de control sobre todo.

-La vieja idea de que hay que ir a concientizar. Eso suele ser un problema: los concientizadores están seguros de que tienen más conciencia que los demás.

-Hay algo de la militancia que nos gusta y algo que no. Nos gusta el compromiso de estar donde hay que estar, pero no que lo hagan de ese modo. Y del otro lado, nos gusta el tema del lado intelectual, de perseguir la complejidad de las cosas y no hacerse de ideologías simples, como que necesito ser tonto para poder vivir. Poder problematizar, haciéndose preguntas y estando ahí. Entendimos que se podía estar en cualquier barrio pensando cosas interesantes por el hecho de que ahí se está produciendo una política ya en lo social. No como se pensaba antes, que de lo social se iba alo político. Sino que lo político es el propio lazo que arma sociedad, que arma pensamiento y afectos en cualquier lugar.

-Pero al rechazar lo universitario, ¿ustedes no están rechazando también el pensamiento, los avances, el conocimiento? ¿O la inteligencia y la sensibilidad ya eran materias extra universitarias?

-Ya en aquel momento vimos una diferencia entre saber y pensar. Había muchos saberes en la universidad, pero estaban en estado de no-pensamiento.

-Moldes.

-Sí, moldes en estado de almacenamiento. Pero para nosotros lo interesante era ver dónde se estaba pensando, pero con todos los saberes disponibles, desde los corporales hasta los más elaborados y abstractos. En la universidad había muchos saberes, pero no había pensamiento.

-Me acuerdo cuando estaba como ayudante en la facultad, venía de una discusión impresionante en un barrio, y cuando quería plantearlo en la clase te preguntaban: «¿entra para el parcial?» Si no entraba, no le interesaba a nadie. Entonces para mi era muy claro que la clase media subordina el pensamiento a la necesidad, y en los lugares más pobres se subordinaba la necesidad a la libertad en ese momento. Muy claro. Los tipos estaban fuera del trabajo, fuera de todo, viviendo con la huertita, y se hacían una tarde para pensar sin saber para qué. En la universidad, en cambio, la carrera, la beca, el parcial, no daban tiempo para pensar.

-Veíamos una vitalidad, un mundo de ideas, que la universidad no tomaba ni interrogaba, porque no lo vinculaba a lo que estaba pasando a nivel de lo social.

-Decidimos no ser universitarios, pero nunca somos «tirabombas» con la universidad. No es que nos moleste que esté la institución universitaria. Simplemente, llegó tarde a todo lo que pasó, operó como institución parasitaria, rígida, traductora, traduciendo tarde y mal las cosas que se escribieron antes y mejor.

-Es la imagen de la máquina de escribir cuando se están poniendo computadoras en todos lados.

-Para nosotros la universidad tiene que convertirse en una casa de pensamiento para todos. Todo tiene que poder entrar a la universidad y tener su experiencia de pensamiento. Lo que odiamos de la universidad son las reglas académicas y burocráticas que se encargan de que eso no pase. Finalmente, universidad será aquel punto donde el pensamiento y los conocimientos estén vivos. Pero dejamos de considerarnos universitarios porque todos los dispositivos con los que se hace universidad a nosotros nos dejaron de importar.

-Por ejemplo, la investigación militante. Bueno, es una investigación. Pero ¿cuál es el marco teórico? Qué sé yo: decime cuál es el problema, y después te digo qué podemos leer. ¿Y cuándo termina? No sé, depende de financiamiento, tengo financiamiento para estudiar movimientos sociales durante un año. Ahí dijimos: así no.

Otra cosa: ¿hay que salir a recorrer todos los movimientos piqueteros para conocer el movimiento piquetero? No. Hay que poder encontrarse con un grupo de compañeros proponerles trabajar juntos qué es el nuevo protagonismo social, cómo es la política hoy, cómo se resuelve la vida en este contexto. Simplemente trabajar con ellos, no investigarlos a ellos. ¿Cuánto tiempo? Y, el tiempo que dé.

-Y dejamos de pensar en el poder de la facultad, que nos iba a terminar convirtiendo en burócratas.

-Muchos compañeros dijeron: «los chicos que estaban más activos de El Mate -que veníamos a ser nosotros- se quebraron y se fueron a sembrar papas al conurbano.

-Ustedes ya no hacían política, sino horticultura.

-Sí, los militantes también decían eso: se acabaron.

-Y uno o dos años después decían: «estos hijos de puta la hicieron bien. En vez de hacer lo mismo que todos, fueron a hablar con las direcciones de los movimientos piqueteros, a convencerlos».

-Leían lo que hacíamos con su propia mentalidad.

-Pensaban: estos van a bajar línea como intelectuales. La fantasía era: Toni Negri (el italiano autor de Imperio) les da línea desde Roma, y estos se la bajan.

-En realidad íbamos al MTD de Solano, o a la escuela Creciendo juntos, conversábamos, tomábamos mate, grabábamos sin saber qué íbamos a hacer. De a poco fuimos encontrando un rumbo.

– Pero ¿por qué a ustedes les había interesado ir a esa escuela, por ejemplo?

-Teníamos la idea de investigación, y la idea de la situación. Una idea que tiene mucho que ver con la identidad del grupo. La política que no es del poder, que no es de lo global, tiene sus claves en situaciones concretas: como el conocimiento, el pensamiento, la existencia, el afecto. Entonces nosotros estábamos como en busca de experiencias de laboratorio que en una situación concreta pudiesen desarrollar formas de rebelión y de construcción.

-Le llamamos situación desarrollada, a toda situación en la que todo podía estar ahí. Es decir, por ejemplo, una escuela que tiene una cierta relación con la comunidad, que tiene una cierta preocupación por la cuestión de la educación, que tiene cierta apertura, es un grupo de gente que está pensando la existencia misma, en su situación. Está pensando en el conurbano, está pensando la pobreza, pero también está pensando el piquete, la época, está pensando qué pasa con los pibes estos que no tienen futuro, está pensando la familia. Está pensando, por ejemplo, qué se puede entender por educación, cuando precisamente todos los represores de la dictadura militar eran personas educadas. Entonces ¿qué quiere decir que la educación hace libres? Hay miles de problemas: qué significa evaluar, qué significa transmitir. Es infinito el temario que podíamos discutir con gente que asumía su propia situación en profundidad, con un compromiso muy grande, sea un movimiento piquetero, una escuela, el grupo del escrache, sea el grupo de arte callejero, quien fuere: no había un territorio privilegiado de por sí.

Si nosotros pensamos aportar una cierta formalización conceptual a esto que se está haciendo, y ponerlo a circular, lo que vamos a estar haciendo es difundiendo un modo de trabajo en el que la política surge de ahí.

-De la situación. ¿Y ese concepto de dónde surgió?

-Tiene sus orígenes en la filosofía francesa, y otros varios puntos de origen. Por ejemplo, Sartre tenía la idea de que el compromiso siempre es con tu situación, el modo en que vos te insertás en el mundo. Alan Badiou, a quien leíamos bastante en ese momento, trabajaba con esto, y Miguel Benasayag. Pero a la vez extendíamos la palabra situación a otros usos, hasta hacerla coincidir con ciertas nociones de Spinoza. Fuimos jugando mucho con eso para tratar de darle a la idea de situación ya no tanto una filosofía a la que adherirse, sino un eclecticismo grande, pensarla muy prácticamente.

-Era la visión opuesta a la del frente de masas, que eran grupos sindicales, barriales, y demás que tenían que ser articulados en una instancia que estaba por fuera de cada grupo. Se trataba para nosotros de producir un hilo que vaya comunicando las hipótesis que surgen en esas situaciones concretas, sin necesidad de crear una instancia por afuera que las articule.

-La idea de situación es la de ventana, o la puerta, que te hace salir de la representación. Nuestra idea de situación es muy ontológica, muy de la existencia: las cosas sólo existen como situaciones concretas. Todo lo demás son representaciones.

-Entonces hablar de situación para nosotros era salir de una «teoría» de la situación o de la representación de la situación, y pasar a la práctica: la vida se resuelve en situaciones concretas, y el pensamiento es una potencia ahí, sólo existe esa potencia en situaciones concretas. Se acabó la teoría.

-Para ser coherente con esta teoría, hay que dejarla de lado y meterse en la situación.

-¿Y cómo lo resolvemos? ¿Cuál es nuestra situación? Militancia de investigación. Trabajar con gente que está desarrollando hipótesis prácticas en sus situaciones, y ver qué tipo de composición se teje, qué tipo de aporte implica este pensamiento.

-El luchador social pasó a ser el que mayor compromiso afrontaba con las exigencias de su situación.

-Eso implicaba cosas muy concretas. Por ejemplo, conocer a los compañeros de Solano no era para nosotros conocer un grupo de piqueteros, que era lo que buscaban los académicos o los partidos. Era conocer a un grupo que estaba desarrollando una práctica en un barrio, y que muchas veces era interrumpido por la dinámica de los piquetes. Lo que nos interesaba a nosotros era el tipo de lazo social y el tipo de pensamiento que emergía de la construcción en el barrio.

-Lo que pensamos de la situación, además, es que eso era lo único realmente pensable que no fuera capitalista.

Nuestra idea era que sólo lo que pasa a una situación tiene fuerza para enfrentar todo el modo en que el capitalismo organiza la realidad. Que todo lo que está dentro de la representación es intrínsecamente capitalista. Aunque se diga anticapitalista. Y que el anticapitalismo no es un modelo que uno tiene y va a las trompadas contra el capitalismo y lo desbanca y pone el suyo. El anticapitalismo es la multiplicidad que surge de la existencia de una situación. Todo el tiempo está habiendo impulsos, existencias y vitalidad que tienen la forma del comunismo. Esa es la idea que nosotros tenemos. Y creemos que solamente desde ahí se puede proyectar, se puede desarrollar, se puede acompañar, se puede producir algo en torno a esa tendencia. Siempre hubo esa intuición de este comunismo práctico, que surge una y otra vez en cientos de miles de situaciones.

-Esa intuición nunca la abandonamos nosotros, y creo que es como la gran continuidad de aquel momento a ahora.

-En el medio hubo momentos, como el año 2003, que para nosotros fue un año duro, porque fue cuando los grupos de la izquierda, los intelectuales, la gente que tenía un lugar más consistente, repudió mucho lo que nosotros hacíamos, porque creyó que éramos como ellos con otra línea. Y al lado de críticas productivas, honestas, a tener en cuenta, y de otras completamente tontas, que no nos decían nada, hubo un intento como de refutación, como un poco de borrarnos.

Pero en 2004 y 2005 volvimos a laburar y a producir.

-Los criticaban como si existiera una especie de partido político autonomista, que «bajaba línea» en los libros que ustedes hacían.

-Y además la autonomía se transformó en una identidad. Los autónomos contra los no autónomos. Y ahí medio que se polarizó muy mal.

-Se ha escuchado incluso acerca de internas en la autonomía.

-Se discutía cuál era la identidad autonomista, cosas por el estilo. Nos pareció que se empobreció muchísimo la discusión.

-También hubo críticas cuando pareció que estas ideas no cumplían con las expectativas que parecieron generar.

-Las expectativas eran de otros. Tiene que ver con que nuestro diálogo siempre es un diálogo con la tradición revolucionaria, y entonces te dicen: «Perfecto, está bien, ustedes dicen que el marxismo leninismo no, que partido no, que el poder no, que no hay situación revolucionaria. Perfecto. Estaríamos dispuestos hasta ahí a seguirlos si ahora nos dicen qué viene». «Y…, un tallercito, una escuela…» «¿Me estás cargando? ¿Voy a tirar la teoría de la revolución para ir a una escuela?»

-Cuando hubo cierto desarrollo pasó algo más: nadie te cree que esto lo hacés gratis. ¿Te están pagando de Europa? No. ¿Te estás convirtiendo en un intelectual famoso? ¿Estás construyendo un partido, que dicen que no es un partido, entonces es una astucia?

-¿Qué significaría lo de la autonomía? ¿Qué era lo que estos grupos reivindicaban al reivindicar la palabra autonomía?

-Yo creo que eso es lo que más válido permanece. Esa imagen que surge en 2001 como hipótesis política muy fuerte, que resonó y que le habló a todo el mundo ahí donde estuviera, en el periodismo, en la universidad, en el partido político, en el barrio, en el hospital: yo creo que es esto de asumir cómo es la construcción de lazos, como es el pensamiento, cómo es vivir hoy, cómo es construir una experiencia, cómo es resistir hoy en un país, en una sociedad, en una realidad donde la representación no construye. Una cantidad de imágenes con las que uno organizaba la subjetividad de determinada manera antes de toda esta ruptura social, la cantidad de imágenes que uno precisaba para organizar la experiencia, hoy ya no existen.

-Por lo tanto hay que asumir esa caída y pensar de otra manera la vida, la existencia. Pensar que la construcción es puramente configuración colectiva que uno logra desarrollar. Esa imagen de autonomía es súper vital, y sigue estando presente en cada una de las experiencias y las dimensiones de la vida de cada uno.

-Pero en realidad nunca fuimos estrictamente autonomistas.

El autonomismo fue, o es, un intento de hacer línea con problemas que tienen que ver con lo surge de las situaciones, cuando se piensan en su potencia. Eso es lo que nosotros llamamos autonomía. Autonomía es auto organizarse, es auto pensarse, es la capacidad de desarrollar toda la complejidad que uno tiene que tener para ser fiel a su potencia. Pensar, crear, relaciones afectivas. Que eso sea tu centro de gravedad. Pero hay tres puntos donde a nosotros se nos quiso aplastar, y los tres tienen que ver con interpretaciones de la palabra situación.

Primer punto: al decir «situación», ustedes dicen localismo. Situación nunca fue para nosotros localismo. No es lo chiquito. El tamaño de la situación es infinito si es que vos la pensás para adentro, en inmanencia. Nosotros decimos: en una escuela está el mundo. En un movimiento social está el mundo. Está realmente el mundo.

-Es un problema casi literario: describe tu aldea y describirás el mundo.

-Fijate la diferencia, te decían: lo global es lo importante, lo local es la trampa. O actuar en lo local pero pensar lo global. Nosotros decíamos: no existe ni local ni existe global. Son las dos piezas de la representación. Lo único que existe son lugares en donde uno está y la incógnita de cómo descubrir ahí al mundo, con toda su riqueza, con todas las dimensiones. Pero encontrarlas ahí. No fugues.

-Esa experiencia de revelar las potencias propias de una situación que puede ser infinita: esa potencia es la autonomía. Es construcción de autonomía, y que se da en todos los planos. Ahí no hay ningún recorte. No hay techo.

-Si vos encontrás el mundo en tu lugar, es infinito. Ahora, si vos no encontrás el mundo en tu lugar, y te hacés una baldosa de mundo, sos un provinciano, que tiene que estar en su cosita, pero para nosotros esa es una teoría de la impotencia.

-Nuestra idea de autonomía no tiene que ver con el localismo. No porque sea global, sino porque lo global es una abstracción para nosotros, es el hecho de querer hacer del mundo una única representación, sin comprender la multiplicidad real y concreta que se ve a partir de tu situación. O tus situaciones.

-Esa fue una primera crítica: el localismo. Segundo, nos dijeron «antiestatistas», en el sentido de que nosotros desconocíamos el problema del poder, y por lo tanto del enfrentamiento. Es otra cosa que nosotros nunca dijimos. Lo que nosotros dijimos fue que frente al Estado siempre hay que saber defenderse. Es absurda una situación que no se pregunte sobre cómo defenderse. Casi es una de las primeras conclusiones que surgen cuando uno empieza a existir en una situación: cómo sostenerla, desarrollarla y defenderla. Con todo lo que implique. Siempre lo dijimos: con todo lo que implique. Pero también siempre supimos que no es pensable una situación moderna, una situación en una sociedad compleja, sin gestión. Sin una gestión relativamente centralizada. Entonces nosotros nunca renunciamos a la idea de que una situación en su desarrollo tiene una hipótesis de enfrentamiento y tiene otra hipótesis de colaboración. Por ejemplo, cuando los movimientos piqueteros cobraban los planes, para nosotros jamás fue una desmentida de la autonomía. Nunca. Desde el primer día dijimos: a ver, yo estoy en un movimiento social, hace falta plata para desarrollar el comedor. Vas y pedís la plata. Veamos cuál es la mejor manera, por ahí pedimos subsidios, por ahí metemos un diputado. Lo que es clave para nosotros es que sea el desarrollo de esa situación lo que organice los términos. Lo demás lo vas usando o descartando. Nosotros jamás fuimos moralistas respecto a no tocar al Estado, ni fuimos ingenuos en el sentido del no enfrentamiento. Pero dijimos: que no sea el Estado el centro de la cuestión, que no sea el Estado lo que organice. Incluso, en un nivel de contrapoder y desarrollo gigantesco, donde tantas situaciones han desarrollado sus hipótesis propias, también hasta se puede pensar en una ocupación compleja del poder. Pero no es un programa, no es un punto de llegada, no es lo que organiza las situaciones, no es lo central.

-Lo central es el desarrollo de las situaciones, que siempre combaten contra la tristeza. Siempre, todas las experiencias, todas las situaciones. Y es ese combate el que nos parece importante. Si en ese camino te encontrás con el Estado, o con el BankBoston, lo importante es que vos sepas que la verdad surge de lo que vos puedas desarrollar en tu situación.

-Entonces para mí relativamente fracasamos en tratar de explicar que la horizontalidad no es desconocer al Estado. No. No hay por qué desconocer nada, ni a la Comunidad Económica Europea, ni a los canguros de Australia. Nada te queda afuera. Simplemente que lo ves con los ojos de inmanencia de tu propio desarrollo y de tu propia potencia.

-Y el tercer punto de cuestionamiento me parece que fue justamente la horizontalidad. Decirnos: ah, ustedes son los que creen que todos los movimientos son horizontales y no tienen problemas de jerarquía. ¡Qué ingenuidad! Obviamente, no es así. Nosotros nunca dijimos eso, sino que nos importaba como problema político fundamental cómo se resolvía el problema de la horizontalidad. Siempre fue un problema la horizontalidad, no una solución. No sabemos cómo se desarrolla una situación. Estás ahí, tenés los problemas y desarrollás hipótesis para resolverlos. Y para nosotros la horizontalidad siempre fue un problema que me sirve para entender qué política tenés, según cómo lo resuelvas.

-Si es lo que siempre subordinás, sé qué política tenés. Si es todo el tiempo una preocupación tuya, porque lo que estás tratando de entender es cómo desarrollar al máximo la potencia de todos los miembros de esa situación, me doy cuenta de qué política tenés. Pero no te garantiza ningún éxito, y no es que deje de ser un problema.

-Lo que nunca aceptamos es la idea de horizontalidad en el futuro. Para ser más horizontales en el futuro, obedeceme ahora. Pero no quiere decir que no se pueda centralizar en un momento algo, que una tarea no se pueda derivar, que no haya disciplina, que no haya organización, que no haya todo lo que en una situación se pueda pensar libremente para su desarrollo. No. Entonces, se dijo que el autonomismo fue simplemente decir: «contra el Estado, construcción local y horizontalidad». Y sí, está bien, pero es una problematización que hace la autonomía de una tendencia fundamental en cualquier situación de lucha, en cualquier situación de vida.

-Los enemigos de la autonomía construyen la idea de autonomismo para atacarte.

-Ustedes este 2005 publicaron dos libros, sobre Bolivia y México, se acercaron al tema de Cromañón, ¿cómo percibieron esas situaciones que han conocido, para observar cómo está el mundo?

-Nosotros salimos de algo así como una desorientación, de ver que muchas de las cosas en las que estuvimos parecían que amainaban o se disolvían… Tuvo mucho que ver con las fuerzas reactivas que operaron de una manera medio nefasta sobre muchas de estas experiencias, pero también tiene que ver con cierta disolución, con cierto cambio de panorama, de mapa, en el que veníamos moviéndonos en los últimos dos años.

-Todo este año fue muy interesante, fue una experimentación medio a ciegas, pero para mí vamos encontrando ejes muy claros en donde las historias pasadas se van de alguna manera retomando en otra escala, en otra etapa. Y con cosas nuevas.

-Creo que hay cosas bien interesantes este año. Una, tiene que ver con que todo el desarrollo de la experiencia de los movimientos y de todo esto que se da en América Latina desde hace diez años: el zapatismo, el 2001, toda esta cantidad de movimientos sociales, toda esta hipótesis política de autonomía y todo este desarrollo muy grande, aparece hoy en una discusión muy interesante, que tiene que ver con la relación -el antagonismo a veces- entre el desarrollo de la autonomía, de los movimientos de base por todos lados cada vez más fuerte, y por otro lado el desarrollo de la gobernabilidad. Esta nueva gobernabilidad que aparece con gobiernos progresistas por toda América Latina, algunos que van desarmando y deshaciendo los movimientos, otros que intentan dialogar con ellos, otros no sabemos qué quieren.

-Para nosotros ir a Bolivia fue muy interesante, poder ampliar de alguna manera el panorama. Y acá, en la Argentina, tenemos una experiencia muy clara de esta relación, entre movimiento y gobernabilidad. Para nosotros la estabilización de un gobierno como el de Kirchner implicó de alguna manera la disolución de un plano político que se había generado en algunos movimientos. En Bolivia y México esta discusión aparece de otra manera, y de alguna manera enriquece esta perspectiva, y permite pensar esta relación, ese problema, de una manera más compleja.

-El zapatismo, claramente, con la Sexta Declaración, se anticipa a la llegada de un gobierno como el de López Obrador, progresista, y tiran una hipótesis muy fuerte de separar claramente el escenario político en dos, por un lado la campaña que va a llevar a esa izquierda al poder, y por otro lado la otra campaña que ellos proponen, que es una discusión por abajo, claramente de autonomía. En Bolivia hay otra experiencia muy diferente, donde llega un hombre de estos movimientos sociales al poder, pero donde el debate es cómo se hace para que no se disuelva toda la energía social construida.

-Pero eso parece una contradicción: cómo evitar que alguien de los movimientos sociales les disuelva la energía. ¿Lula?

-Hay un dilema entre autonomía o contrapoder, y esta nueva gobernabilidad. Contrapoder es el enlazamiento de las autonomías. Una situación se rebasa a sí misma, se compone con otras, y genera contrapoder. Es lo que se pudo ver con los hijos de desaparecidos, que en vez de tener luto y llanto solamente, politizaron la memoria y se pueden percibir como gente que tiene que hablar. No es algo que le contesta al poder solamente: es la teoría de la recuperación de las posibilidades de la existencia para enriquecerla. Esa para nosotros es la única teoría política. Todo lo demás no es teoría política.

-El hecho de que una nueva gobernabilidad como la que se está planteando hoy implica nuevos desafíos a esta idea de autonomía-contrapoder. Porque una parte considerable de esa experiencia va por adentro de esta nueva gobernabilidad. Hay mucha gente, en muchos terrenos, que está aceptando esta nueva gobernabilidad y la está construyendo. Y la está construyendo por la progresividad que supone. Y también con un cierto realismo, en el sentido de que esta gobernabilidad es una nueva alternativa a una guerra feroz abiertamente organizada desde el Estado. Lo que supone que hay una guerra social latente, existente. Es nuestra lectura: hoy existe una guerra social en América Latina. Una guerra social por la existencia. Pero lo que no hay en los lugares donde hay gobiernos progresistas, es una organización desde el Estado de un terrorismo político.

-¿Qué significa que hay una guerra social? Porque se puede decir: «Estamos en democracia, esto ha mejorado, hemos salido de la noche de la dictadura…»

-Yo digo que no. Digo que no porque desde nuestro punto de vista se está llamando democracia solamente al hecho de que está limitada la capacidad del Estado de hacer terrorismo político. Es muy importante, pero cuando hablamos de guerra social hablamos del hecho de que hay un potencial humano, democrático, creativo, productivo, que está siendo aniquilado en cada barrio de Buenos Aires, y que no hace falta más que viajar cinco minutos para salir de ciertos lugares, de ciertas cápsulas para ver concretamente esa negación.

-Está siendo aniquilado permanentemente. ¿De qué modo? En todos los modos en que un artista está alejado de su capacidad real de crear, una madre está separada de sus hijos, en que los pibes del conurbano están alejados de posibilidades de pensar, de crear, de encontrarse con los recursos que necesitan.

-La vida para nosotros no es la vida biológica: la vida biológica es una dimensión necesaria. Pero el fascismo es la reducción de la vida a eso, decir «te damos de comer, acá tenés tu plan». Todos los que están diciendo que el plan salva, están aniquilando vidas.

-Decimos que hay guerra social cuando se te reduce a un plan. Toda la posibilidad de creación y de existencia que todos queremos para nosotros, y llamamos vida a eso, requiere que los recursos estén disponibles para esa creación, recursos simbólicos, imaginarios, efectivos, materiales. Cuando eso no pasa, ¿qué es democracia? La democracia es un potencial. ¿Se realiza o no se realiza la tendencia a la creatividad y la complejidad que existe en todas las vidas en potencia? Si no se realiza: ¿qué es democracia? Como lo entendemos nosotros, democracia es el hecho de que los que producen el mundo lo puedan producir enteramente. No que lo haga una parte, y el resto obedezca.

-Me quedé con lo del plan social. Hoy se puede pensar que si no estuviera el plan, el subsidio, esto sería peor todavía.

-En un cierto punto de vista, está bien que haya plan, por eso decíamos que para nosotros no fue ninguna decepción cuando nos enteramos de que los movimientos autónomos piqueteros tenían planes sociales. Perfecto. Y cuando nos enteramos de que además de cobrarlos, algunos grupos los autogestionaban y hacían de eso la base para una creatividad social y política, estábamos de fiesta. Decíamos: le sacan el plan al Estado y no les piden al Estado las demás cosas y las hacen ellos. Pero lo que decimos es que no hay democracia cuando a estos grupos se les dice «hasta acá». Hasta acá con tu creación, hasta acá con tus posibilidades. Cuando se frena ese desarrollo y después te matan en un Puente Pueyrredón, ahí lo que se manifiesta es una guerra social, en el sentido de que hay una cierta tendencia vital que está siendo amputada todo el tiempo.

-Te matan en el Puente Pueyrredón, o te dicen «ya está, no creés más, no hagas nada, ahora soy yo el que me hago cargo». Es lo que está pasando ahora en la Argentina.

-Entonces, esa idea de la guerra social no implica el aniquilamiento físico, como ya ha ocurrido en nuestra historia, sino de otras formas de construcción de vida.

-Para mí es cuando te reducen al plan. No es el terrorismo político de Estado tipo, el que podría haber en una guerra de clases más abierta. Pero matan a dos personas en Puente Pueyrredón, y lo que hacen esas muertes es recordarnos que estamos siendo reducidos al plan. Lo que hacen es difundir tristeza, difundir impotencia. Ese es el principal tema. Es decir, que tu vida es hasta acá.

-Entonces pensamos que a eso no lo vamos a llamar democracia. La democracia es una tendencia existencial mucho más profunda que una teoría de legitimidad del poder. La democracia no es una votación. Está bien que haya un mínimo, hay que pelear por una votación cuando no la hay, pero no estamos en el dilema «dictadura o democracia». Estamos en desarrollo de una gestión capitalista de las vidas, en la cual hay mucha gente que está puesta en un lugar de inexistencia, directamente, y mucha otra sólo plegada al mandato total del capital, aun si tiene plata.

-Pero imagino a alguien diciendo: «Está mejorando la situación, el gobierno argentino ha logrado algunas cosas, hay menos pobreza, menos desocupación. Ustedes tienen una posición muy negativa».

-Yo diría al revés. Yo tengo una posición muy positiva. Estoy viendo que Argentina, más allá de los índices, tiene un potencial de vidas humanas que están siendo despojadas, y que incorporadas a la creatividad colectiva, a la inteligencia colectiva, son un potencial gigantesco. Lo que me pregunto es por qué crece tan poco Argentina, por qué.

-Concretamente lo que nosotros preguntaríamos es esto: ¿por qué el capitalismo no reproduce la fuerza de trabajo? ¿Por qué no paga la existencia, las existencias, de donde saca su valor? En la medida que eso no tenga una resolución clara, lo que va a haber es una guerra social. Ahí vi estadísticas: 2.000 muertos en 2005 a manos de la policía. ¿Cómo es?

-La nueva gobernabilidad existe, y es un problema, porque uno no la puede enfrentar como a la vieja gobernabilidad. Tiene sus éxitos en el sentido de que toma la narrativa de los derechos humanos, participan muchos de los que estuvieron desarrollando un contrapoder hace pocos años, que ven una hipótesis pacífica de modificación de las estructuras de poder. En el caso de Venezuela y Chávez, esa nueva gobernabilidad toma todas las banderas del anti imperialismo, se enfrenta directamente con los norteamericanos. Es evidente que la situación no es la misma en América Latina hoy que hace unos años. Pero para nosotros la pregunta es ésta: ¿es desde la autonomía y desde la posibilidad de construir espacios de auto desarrollo que vamos a leer esto, o lo vamos a leer desde un énfasis de gobernabilidad? De «ustedes tranquilos, acá está el comandante».

-Para nosotros el potencial no está realizado. Y la gobernabilidad tiene que ser por su faz positiva, lo que abra, permita y desarrolle los espacios de autonomía. Si lo logra hacer, todo perfecto. Si no lo logra hacer, vamos a pensar nosotros cómo hacerlo. Michael Hardt (norteamericano, coautor de Imperio) decía que no hay gobiernos de izquierda. Ningún gobierno es estructuralmente de izquierda. Y a lo sumo hay que esperar que abran espacios para la autonomía y colaboran, mientras otros gobiernos los cierran.

-Entonces, el gobierno para garantizar la gobernabilidad hace una narrativa, como dicen ustedes, de los derechos humanos, habla de valores, de crear trabajo, pero eso para ustedes no quita que siga desarrollándose una guerra social.

-Es que a nivel de América Latina se puede ver que hay una gobernabilidad neoliberal de la existencia, con discursos no neoliberales. Por otro lado hay gobiernos que se oponen menos por el lado de la represión política decidida a los espacios de autonomía. Lo que quiero decir es: la pelota quedó de nuestro campo. Estos gobiernos no son los que más nos reprimen cuando nos organizamos, porque en ese caso vuelven a ser la vieja gobernabilidad. La cuestión es: ¿qué espacios de autonomía somos capaces de desarrollar?

-Hemos visto movimientos que van por fuera de la nueva gobernabilidad, y otros por dentro: tienen la idea de aprovechar todo lo que hay de ambivalente en la situación y desarrollarlo desde adentro. Son los que se enfrentan más verbal y cotidianamente con la derecha. Son los que intentan radicalizar al gobierno y «chavizar» América Latina. Estos compañeros pueden estar sacrificando toda la idea de lo que significa la democracia como autonomía y contrapoder, porque todo lo que hacen significa un disciplinamiento, todo el tiempo arman la picadora de carne. Reparten plata a cambio de obediencia. La autonomía no tiene nada que ver con eso. No se opone a que haya recursos, pero sí a que haya obediencia.

-Y en los compañeros que van por afuera de esta gobernabilidad, lo que vemos es la falta de capacidad de pasar una frontera clara que les permita hacer todo lo posible para desarrollarse.

-La Sexta Declaración, de los zapatistas, puede ser leída con ojos argentinos de esa manera: como llamado a las experiencias de autonomía a marcar una clara frontera con las nuevas formas de gobernabilidad, y desde ahí desarrollar estrategias políticas.

-Mi impresión es que sin fronteras de la autonomía, sin entender esta nueva gobernabilidad, no se sale del pantano político.

-Pero la crisis de algunas prácticas autónomas en la Argentina, que se reconocen a sí mismas un tanto empantanadas, ¿se debe a esa falta de lectura o a que la existencia misma se les ha hecho tan compleja que las afecta de raíz?

-Me parece que cambió la energía social, que durante varios años fue en un sentido, y de repente apareció algo que la embistió y la reorganizó de otro modo: eso es para mí el kirchnerismo, una reorganización de la energía social en aras de una nueva gobernabilidad. Entonces me parece que es un problema de lectura por un lado, pero también un problema de desarrollar prácticas que puedan reorientar la energía social hacia la creación autónoma.

-Ahí hay una traba. Decir: esto que fuimos, fue muy potente, genera una nostalgia de ese tiempo. Nosotros también la vivimos. Para mi eso funciona mucho como traba para reencontrarse con la potencia.

-¿Y cómo superaron esa nostalgia?

-El tema es sacudirse un poco eso, ver qué sirve de la experiencia de lo que fuiste, y dar cuenta de algo que todavía se tiene que hacer.

-Yo diría que toda esa masa de saber, experiencia y prácticas que se produjeron en todos esos años, hay que volver a actualizarlas con hipótesis nuevas. Que construyan. Quedarse pegado a la imagen de lo que era hace cinco años el grupo o el movimiento de cada uno es un obstáculo.

-Claro, se nota en casos como el de Cromañón. El tema es cómo vincularse, cómo atender a las nuevas formas de organización que se están tejiendo, que ya no tienen tan claramente los códigos que nosotros vivimos como experiencias de politización a fines de los noventa, o en el 2001. Es una especie de re alfabetización nuestra, de poder pensar hoy en situaciones de otra manera, con los requerimientos que hoy tienen esas situaciones, para acercarse acompañando y produciendo.

-Pero ahí, en Cromañón justamente, no buscamos algo que se pueda llamar autonomismo. Y lo que menos querríamos es que tenga una derivación de de ese tipo, en el sentido de que se parezcan cada vez más a los compañeros que corporizan el autonomismo. No. Lo que sí podemos es pensar que en cada momento, ante cada situación, se produce un dilema: la pensamos con las formas de representación y poder, o las pensamos desde su potencial de ruptura. Y nosotros lo que vemos es que lo que ustedes en lavaca llaman la Generación Cromañón es un modo de politización desde el agujero negro, y creemos que tiene un potencial de ruptura y de creación, y comprometerse con eso no implica aplicarle los moldes del autonomismo.

-Implica saber en esta situación concreta, cómo ayudar a que esa vida se desarrolle. Después, no es una exigencia que eso sea siempre político, que se anude inmediatamente con el resto de las luchas… eso no es manejable ni es una exigencia moral, es como un devenir bastante azaroso. Nosotros siempre dijimos que la revolución no se construye. No hay nadie que la esté pensando. Uno actúa con una ética y hay momentos en que todo va bien, se hacen más cosas, o se hacen con mayor facilidad, y otros en que no va todo bien, y hay cierta cosa de tristeza y aislamiento. Entonces el tema es no confundirse, y hay que entender en qué momento se está. ¿Quién puede decir que es el autor del 19 y 29, o de los momentos de mayor energía social? Simplemente se trataría de saber, a veces disfrutando más, y a veces con más soledad, cómo no perder el rumbo ni la mirada que a nosotros nos parece que es nuestro proyecto.

-Las críticas son: pero esto finalmente no cambia las cosas ni produce una transformación del mundo. ¿Se llega a algo con estas experiencias? ¿A una transformación del país, del mundo, a que no haya injusticias?

-Es que es muy complicado poder pensar las cosas en términos de: tengo un objetivo, voy y lo hago. La cuestión no opera así. Por eso cada vez que hay un gran estratega político falla. Esto no es una estrategia. Los pibes de Cromañón no están en una estrategia nueva del autonomismo. Están existiendo. Nosotros tampoco somos parte de una gran estrategia del autonomismo, estamos existiendo y resolviendo cosas. Esa multiplicidad real es la que opera, entonces a mí me parece que de un lado hay una teoría más profunda que dice que el poder, la potencia, va haciendo los cambios: un amigo decía que en la Revolución Francesa lo último que cambió es el gobierno, el poder. Antes cambió la sociedad. Para nosotros la existencia de nuevos vínculos, nuevas relaciones, nuevas producciones, ese es el tema.

-Después por supuesto que hay que confrontar y resolver lo otro. Pero ¿a título de qué se confronta si no es a título de invenciones de vínculos permanentes, o de un potencial democrático? Por supuesto, en términos políticos no siempre hay una apertura política a la invención. No siempre se puede discutir. A veces hay poder y punto. Norma, obediencia y punto. Ya hace mucho se dijo que la gente puede luchar por su servidumbre, voluntariamente, querer obedecer.

-Entonces la idea de tomar el poder y hacer una dictadura de izquierda no es para nosotros una utopía demasiado interesante. Para nosotros la cuestión es que hay proceso de apertura multitudinarios como puede haber en Bolivia o pudo haber en la Argentina, y si hay un problema de estrategia política se resuelve en el momento. Pero no es un tema permanente.

-Digamos: yo no me veo como soldado de ningún general, no me puedo ver así, pero sí me veo como sujeto de ciertas dinámicas, tratando que esas dinámicas generen la mayor capacidad de autonomía, y los momentos de contrapoder gigantesco abren la brecha. Y hay un tiempo de incertidumbre, de constitución social. No creo que estemos en ese momento, sino en uno de nueva gobernabilidad. Se ve en cada convocatoria de los movimientos, que tienen muchísimo menos capacidad que la que tenían hace 5 años, pero para mí no hay que desesperar. Porque se está en una crisis gigantesca, crisis operada en los momentos de apertura. Pero ahora hay recomposición del estado, del poder.

-El problema es si uno cree que son momentos en que no se puede hacer nada, momentos de muerte, momentos de espera. Para nosotros no es nada de eso. Ni muerte ni espera.

-Esa sensación la tiene más de uno.

-Al contrario yo veo en la Argentina una lucha tremenda contra el luto, la tristeza y la muerte. Cuando se mira Cromañón desde esa óptica es increíble, impresionante. No me importa si dicen tal o cual cosa sobre Ibarra, no es eso lo que estoy viendo.

-Ni las piruetas de los legisladores.

-No, no me interesa. Por ahí tienen razón los que dicen que es peor Macri que Ibarra, pero criticar esa lucha contra la tristeza que implica Cromañón, en nombre de la ingeniería política, no tiene sentido.

-Es la misma discusión, vista desde la gobernabilidad, o vista desde las potencias. Por un lado a vos te interesa como se auto organizan los pibes, qué imágenes de vida van desarrollando, qué es lo que están discutiendo, y por otro lado hay tipos que piensan en términos de gobernabilidad, si gana Ibarra, sube Macri o Telerman. El mismo problema desde dos ópticas.

-La verdad es que para nosotros la política no pasa por la política. Pasa por si se elaboran nuevos valores, vínculos, ese es el ámbito donde sí se puede actuar, se puede crear, existir.

-Tampoco se puede decir que nada cambió después del 19 y 20, o que nada se transforma. El gran logro de Kirchner fue ver que toda su fuerza depende de lo del 19 y 20, de representar mínimamente a esas fuerzas.

-Hubo un cambio. No se gobierna la Argentina igual que antes. Si los políticos se equivocan, pierden. Ya se sabe que no hay Estado, no a priori. Hay, si se construye. Y si no hay si hay crisis. Y Cromañón da terror, porque es el escenario de crisis. Hay un poder destituyente de la crisis. Porque la nueva gobernabilidad es la manera de controlar y gestionar la crisis. La crisis somos nosotros. A mi me parece que ese es un cambio absoluto, y cualquiera que lo quiera sentir lo siente. Si le preguntás a un político: ¿Contra quién peleás? Pelea contra que esto -esa crisis- no aparezca. El enemigo de Kirchner no es ningún otro político. Por eso es un absurdo decir que hay hegemonía política. No hay hegemonía, simplemente se terminó éste modo de entender la política. Cada práctica se auto significa automáticamente.

-¿Qué quiere decir eso?

-Que el Estado no logra darles sentido, el sentido que les quisiera dar.

-Ni absorberlas.

-Es el efecto Cromañón. Yo les puedo decir bueno, les voy a pagar el velorio a cada uno, es muy triste lo que le pasó a cada uno en su vida íntima, y en todo caso después veremos…

-Muchos dicen ¿cómo va a caer Ibarra si nunca cayó un jefe de gobierno por algo así? Es que en ningún momento entró en crisis el andamiaje institucional y representativo como ahora.

-Esto tiene historia. En esa historia está la voz de Hebe de Bonafini diciendo «yo soy una madre de desaparecidos a mi no me representa nadie, yo digo que este es un estado genocida, pagado por los capitalistas, y me convierto en un actor público porque sí». Mi dolor no es un dolor íntimo y personal, en mi casa, y un político mientras tanto representa lo que yo siento. Soy yo diciendo esto y se acabó, y en torno mío surgirá toda la radicalidad que pueda haber. Ese es un antecedente a las Madres del Dolor, y demás, y también a Blumberg (Juan Carlos Blumberg, quien inició una campaña a favor de una legislación más represiva tras el secuestro y muerte de su hijo Axel), porque este suelo que se abre también es ambivalente, tiene izquierda y derecha. No es que todo lo que pase no respetando los canales estatales sea de izquierda, o combativo. Pero no hay más separación el espacio público y el privado en la política Argentina.

Si yo estoy dolorido, si soy una víctima, un sobreviviente, salgo y me organizo.

-Hay dos coordenadas distintas. Una es derecha/izquierda. Y otra es viejo protagonismo/ nuevo protagonismo. El 19 y 20 existe en la medida en que claramente el Estado no logra dar significado a priori a las prácticas de cada uno.

-Creo que otra representación que tergiversa todo es la de los 70.

-¿De qué modo?

-Durante mucho tiempo el discurso de derechos humanos y de los ’70 era creación y lucha, lucha y creación. Y ahora es el discurso de la gobernabilidad. Cuando decimos que el Estado ya no significa, los ’70 hacen un esfuerzo por desarrollar una astucia significante. ¿Quiénes somos? Los que estamos contra el imperialismo. Somos los del 70 que llegamos. Una cantidad de cosas que se dicen como un modo de organizar la imaginación colectiva, pero un contrasentido de todo lo que venimos llamando la autonomía. Es como un enfrentamiento.

-Para nosotros digamos todo lo que tiene que ver con el discurso de la lucha armada, por ejemplo, o con la disciplina política, o se resignifica desde la autonomía, o se resignifica desde la nueva gobernabilidad.

Cosas que podíamos compartir con mucha gente, hoy entraron en discusión. Gente que estuvo 25 años en la tristeza total, 20 años sin hacer nada, ahora te viene a decir que es un comandante montonero y que vos estás haciendo cualquier cosa. Y que no entendés los procesos históricos. Después de 20 años sin hacer nada, ahora están agitadísimos con las categorías de los ’70, con las maneras de pensar de los ’70, y vos sos un despolitizado posmoderno, medio huevón, aislacionista.

-En este esquema de autonomía frente a nueva gobernabilidad, ¿cómo juegan los partidos de izquierda?

-La izquierda no juega en ninguno de esos dos campos. No juega en esta cancha. La izquierda dice «Kirchner es Menem». Lo mismo que hace el poder con nosotros, convertirnos en caricaturas para liquidarnos, es lo que la izquierda hace con el poder: no pensarlo para liquidarlo. Es una fórmula: no ver ni lo que la autonomía puede hacer cuando cayeron las formulas marxistas leninistas de la toma del poder, la Unión Soviética y toda esa historia, ni ver las variaciones de la gobernabilidad para ver qué se cierra y qué se abre a cada momento. Es quedar por fuera de los términos en que está dándose la pelea.

Para mí no ven ninguna de las dos cosas. Cuando fueron a las asambleas lo que hicieron fue liquidarlas. Yo creo que estarían más contentos con Menem en el gobierno, y sin nosotros molestando.

-Me quedé pensando en algo anterior. Dos problemas. Uno, el obstáculo de seguir nostálgico de lo que uno fue. Y otro, que esa nostalgia te lleva a aislarte o a no seguir produciendo lazos por el hecho de no poder encontrarle esa coherencia anterior. Los viajes de este año nos hicieron entender eso. Que es lo que Bolivia nos dice para comprender lo de acá, o México. Y lo que hay es que esa nostalgia, la cooptación o lo que se quiera llamar lo que hace es achicarte los lazos, achicar tu círculo de poder entender lo que te pasa hoy, con otros. Por eso se nos desdibujan un poco los colectivos específicos y hay como un colectivo más ampliado que estamos formando en los talleres con distintos grupos, para que puedan reunirse y compartir sus prácticas, porque todas esas experiencias pensadas solamente desde su lugar, sin ese intercambio con otras prácticas, se empobrecen. Y poder desarrollar ese tipo de encuentros, de vínculos, es algo interesante, que nos puede abrir otros rumbos.

-Usaron muchas veces la palabra producción. ¿Otra frontera puede ser lo productivo y lo improductivo?

-Totalmente.

-Pero lo productivo si se entiende al revés de lo que se entiende en la economía. Nosotros decimos que la existencia es producción de vida. Producción de vida es producción de existencia. El capitalismo altera la cosa. El parásito ontológico sería el capitalista. El productor del capitalista, el trabajador, es lo menos. Y el parásito total es lo más. Para nosotros es al revés. El que está produciendo es el que está desarrollando vida. Entonces para nosotros no es el autonomismo, sino que la autonomía para nosotros es lo que produce valores, produce organización, lo que reinventa, lo que crea. Para nosotros ese es el valor. ¿Qué estamos creando? ¿Estamos creando? Es muy importante, siempre entendiendo que hay una fase destructiva: destruimos los valores existentes porque estamos creando valores nuevos. Es muy distinta esta idea de la lucha al interior de los valores existentes, por ver a quien está en mejor posición.

-Tiene que ver con la construcción de sentido. De otras imágenes acerca de qué es producir, qué es pensar, qué es comunicar, qué es organizarse. A diferencia de hace 4 o 5 años hay una cantidad de recursos disponibles, no sé si es por nuestra experiencia, nuestra trayectoria hecha o lo que sea, pero siento un poco lo que decíamos antes: cuando se desmontan ciertos obstáculos que tienen que ver con representaciones, con nostalgias, y se generó una serie de contactos, vínculos, ligazones interesantes, en el momento en que eso se destraba, aparecen una cantidad de recursos muy impresionantes, que más bien desbordan. Que más bien dan la sensación de una excedencia muy grande. Y ahí el problema de lo productivo es cómo todo eso se logra organizar en una manera y un sentido que es el que estás creando, y que no te enajena ni te vuelve un ser productivo más de este posmodernismo.

 

-¿Cuál sería la diferencia?

-Que en este posmodernismo la persona está permanentemente conectada con todo, pero no está creando nada, está siendo como parte pasiva de una dinámica hiperproductiva pero neoliberal, de pura producción económica. Lo que digo de recursos es hay contactos, vínculos, viajes. Cuando empezamos a trabajar ir a Solano era ir a un mundo nuevo. Hoy es ir a Bolivia o a México, una ampliación del mundo, y lo hacemos con compañeros de otros movimientos. La mirada se amplía, las relaciones con la gente con la cual se piensa, de muchos lados, colectivos más grandes, e incluso hay más posibilidad de recursos económicos. Y en ese marco, cómo producir cosas, imágenes nuevas, diferentes, interesante.

-Claro: que la productividad ontológica sea asimilable a la productividad económica. No hay razón en estas redes para la pobreza, la única razón es la fuerza y la subsistencia del capitalismo para imponer la subjetividad de cada uno. Por eso esa lucha básicamente subjetiva es por reencontrar eso. Los que tienen capacidad de crear y producir tienen que tener los recursos a mano para hacerlo y tenemos que ser nosotros los que forcemos ese encuentro.

 

-De lo contrario aparece una resignación: un empobrecimiento en todos los sentidos.

-Nietzche hablaba de la pasión de los esclavos. Sufrimiento y cielo. El sacerdote lo alimenta. Si no hay alegría en esta gente, en estas redes, si no hay propensión a la producción ontológica del ser, es todo mentira. O no mentira: el poder realmente representa eso. Es una representación literal, limpia, transparente, de esa tristeza. Es su correspondencia. La produce y la gestiona pero, sobre todo, la representa.

 

-La cuestión entonces también es entre la tristeza de la que hablan ustedes, y lo económico.

-Hay una ambivalencia de los movimientos radicales con respecto a eso. Son dirigentes de los propios movimientos los que muchas veces dicen «no puedo». Esas reacciones explican por qué estamos como estamos.

-Es algo que se reproduce. Cuando hay problemas, en lugar de admitirlos, en vez de potenciar recursos, buscar soluciones, se busca a alguien o algo que sea causa del problema. Alguien que no hace lo que tiene que hacer, o lo que uno espera que haría. Se pone afuera la posibilidad de asumir ese problema.

 

-Pero los problemas externos existen.

-Pero al poner afuera la cuestión, reduzco mi propia capacidad de acción.

-Hay compañeros a los que les preguntás: ¿cómo estás? Y te dicen: yo, muy bien. Y otros que te contestan: arrasado por la realidad. Yo te digo: sea duro, blando, bolchevique, lo que quieras, con el primero construyo, con el otro no. Se puede producir desde lo que está creciendo y está bien. En el barro, claro, pero bien, contento, con ganas de animarse, con audacia. Cuando te dicen: ¿y cómo querés que me vaya? Soy pobre, soy ignorante, nos cagan a palos… yo contesto: sos eso, ¿no sos otra cosa?

-Cuando íbamos a los barrios nos decían: ¿para qué van? ¿qué puede salir de ahí? Pero para nosotros de ahí salen las cosas, no de esa posición «no pasa nada», sino de una posición activa. No es un tema de clase social ni nada de eso, sino de subjetividad pura. El único límite es tu subjetividad, no hay un límite económico ni material. Por eso durante años barrios hechos mierda pudieron producir contactos, redes, lazos, imaginación, prácticas de todo tipo, y eso no pasó en otros lugares mucho más acomodados.

-Es un debate muy importante, porque ahí se están creando imágenes de lo que van a ser las formas políticas que están por venir. Y a la vez es muy complejo porque te lleva a pensar que esta faceta triste de las situaciones también son experiencias subjetivas que hay que rebasar. El tema es cómo atravesar estas experiencias para que vayan de la tristeza a la alegría, de la impotencia a la potencia.

-Eso es la política. Porque la imagen de la política en la posmodernidad es la desconexión con lo que hay de activo y potente en cada situación. Una desconexión donde a la vez estás conectado con todo, como con un celular, pero con conexiones superficiales. La imagen de construcción política, de producción con sentido, tiene que ver con cómo operar la activación de situaciones, asumiendo los problemas y politizándolos.

 

-Ustedes decían que el zapatismo resultó movilizador en los orígenes del grupo. ¿Cómo percibieron esa experiencia ahora, al viajar a México?

-A mi el zapatismo me rompió la cabeza a distancia. No en presencia. En 1994, no en 2005. En un momento fue un nivel de creatividad impresionante y no había nadie para decirnos cómo interpretarlo. Ir a Chiapas fue una experiencia muy fuerte. Lo que me dolió fue descubrir que podía tener íntimas ilusiones de trabajar en la demanda hacia ellos. En realidad es un grupo de gente que busca una cosa maravillosa según sus recursos, sus puntos de vista: algo muy valiente, pero no me rompió la cabeza. Me hace pensar en algo: la literalidad es de la derecha, la metáfora es nuestra. Cuando se sabe qué es el zapatismo es una cosa, pero cuando el zapatismo es una metáfora sobre lo que es posible hacer, es diferente.

-Lo literal atenta contra lo creativo.

-Uno no necesita saber tanto. Cuando sabés mucho, de vuelta estás obedeciendo, no estás creando. Yo no quiero obedecer al zapatismo, ni al «Que se vayan todos», corriendo políticos por la calle. Es la metáfora lo que nos abre a nosotros, lo que nos permite hacer. En el libro («Bienvenidos a la selva») escribimos una cosa muy rara: el viaje empezó cuando volvimos. Recién acá empezamos a entender la Sexta Declaración como una metáfora que a mí me hace pensar en nuestros problemas y ahí sí, me vuelve a romper la cabeza.

-Son dos niveles de encuentro diferentes. Yo no compararía tanto, el error es pensar que vas al encuentro de la metáfora. El encuentro es de otro tipo. Yo lo veo como vos, pero de todas maneras me pareció muy interesante constatar el nivel de complejidad que implica la experiencia de la autonomía. No lo digo por las comunidades en Chiapas, que es lo que más fascina, sino con lo que pasó al salir de Chiapas, cuando intentamos ver qué produjo el zapatismo en esa complejidad que es México. Y me gustó mucho el desafío, el nivel de apertura que implica, todo lo que supone el desarrollo de una experiencia de autonomía en serio. Después de tantos años de sostener una estrategia muy defensiva, producir lo que producen… y el peligro es el de reducir, cerrar, «normalizarse». Todo eso está en juego.

 

-¿Y cuál es el proyecto, la salida?

-Sintéticamente, yo veo la capacidad de un movimiento como aquí no existió. La capacidad para organizarse, para anticipar lo que va a ocurrir, y producir un escenario en el que se instala esta discusión entre autonomía y nueva gobernabilidad, muchos meses antes de que sea gobierno López Obrador. La capacidad de anticipación les abre a los zapatistas la posibilidad de que las cosas sean de otro modo. Por otro lado vimos los riesgos de esa anticipación, de ir por fuera y ponerse como representantes del afuera. Es un desafío muy grande. En muchos lugares donde estuvimos, donde quieren a los zapatistas, decían que no se puede sostener este tipo de hipótesis en la práctica concreta. Hay comunidades indígenas que tienen relaciones con el gobierno de izquierda, donde la autonomía se procesa de otra manera, con negociaciones y no con posiciones tan claras como las del zapatismo. Y entonces, en esos casos, se vuelve difícil la articulación que ellos proponen. Así que vimos mucha capacidad para intervenir, y por otro lado tendencias muy fuertes de reducir el problema, de cerrar el desafío sin asumir toda su complejidad.

 

-En términos de autonomía versus nueva gobernabilidad, ¿qué piensan que puede ocurrir de ahora en más?

-El zapatismo hoy es la Sexta Declaración, y eso demuestra que no hay autonomía sin cooperación. Y no hay autonomía ni cooperación sin intención política. La Sexta es la intención política actual. No digo que es buena, sino que nos enseña que la autonomía es siempre una interpelación al conjunto de la sociedad. No es un aislamiento. Es algo que todo el tiempo quiere reconstruir a la sociedad, pero no con una idea de cómo tiene que ser esa sociedad, sino diciendo todo el tiempo: acordate que vos también podés crear. Convoca a la sociedad a su propia dinámica y capacidad creativa. Pero eso va de la auto organización económica, política y jurídica que son las comunidades, al intento de abrir, a la autodefensa. Ahora, la nueva gobernabilidad, ¿qué podría ser? No sabemos. Podría abrir espacios para que estas experiencias se desarrollen. Michael Hardt hablaba de un maquiavelismo de la autonomía. Decir: aprovechemos para crecer, pero desde la autonomía. Vos marcás la frontera, la dinámica, los tiempos. Pero también ofrecés un procedimiento para que esa energía pueda hoy tener un lugar concreto y mostrar otra imagen de lo social. En Chiapas hay una situación geográfica, histórica, actual, irrepetible. No es trasladable a otros lugares. Esto en Venezuela imagino que sería muy complicado porque la nueva gobernabilidad está desarrollada y llega a cada movimiento. No imagino una autonomía en Venezuela que no tenga resuelta la cuestión de la gobernabilidad. No podría existir.

-Para nosotros el desafío es leer estas situaciones, estas ambivalencias, ver qué se abre y qué se cierra con la nueva gobernabilidad, porque son las dos cosas: la guerra social, y ciertas aperturas por ejemplo en los discursos de derechos humanos. Ese es el problema entonces: sin tener un zapatismo y sin que para mí sea deseable tenerlo, cómo podemos construir situaciones de apertura. Y no sé cómo. Aunque pienso en un nuevo colectivo, que no sea cerrado ni homogéneo, sino en procedimientos, personas, trayectorias y grupos que somos que podemos pensar por dónde forzar una reapertura. No lo sabemos. Pero se trata de estar despiertos, discutiendo, pensando, tratando de entender que en todos lados hay prácticas y que no hay ninguna experiencia que sea el nombre ni el centro de este movimiento, y no tiene que serlo porque justamente todo el tiempo está viviendo en cualquier lugar.

-Y la otra cuestión es que le hablamos a todos, no al que puede ser como Situaciones o como Solano o como el Grupo de Arte Callejero. Eso sería absurdo: le hablamos a todos con sus vidas. Ahí estamos. Yo no creo que el éxito sería la apertura y la derrota sea el desierto. La derrota sería que nos cerremos nosotros.

 

-Mencionaron Venezuela, uno de los lugares que no visitaron todavía, pero donde esta cuestión de los nuevos modos de gobernabilidad son más obvios.

-Yo creo que Chávez está en lo mejor de lo viejo, y es un riesgo para lo nuevo. Como anti imperialista, como alguien que se opone a la usurpación de los recursos naturales y los vapuleos a los que es sometida América Latina, uno no puede sino emocionarse y coordinar con él. Ahora, como alguien que está haciendo de la soberanía del Estado y de la figura del líder ultra retórico un modo de comunicación política ante las autonomías, como una superestructura de la cooperación, es un riesgo. No conocemos Venezuela. Capaz que Chávez es un fabuloso mediador de la cooperación, en todo caso sé que los chavistas lo toman de esa manera. El problema es el resurgir de la vieja soberanía antiimperialista, porque la nueva gobernabilidad es una forma de poder capitalista. Entonces es una ambivalencia, con una complejidad muy grande. Algunos dicen que Venezuela es el único lugar donde hay una apertura por abajo y por arriba. No se puede despreciar la oportunidad histórica de que a los movimientos sociales en Venezuela desde arriba les den plata y no palos. Si estuviese allí diría: no tengo ningún límite para la autonomía. Y si hay realmente una apertura, eso abre muchas posibilidades.

-Pero si uno se decide a obedecer a Chávez y recibir la plata, bueno, ya sabemos, muchas veces se quiere eso. Ahora, si Chávez es la caricatura de una potencia que construye, no creo que pueda pasar nada importante.

-Entre un estadio escuchando a Marcos y otro escuchando a Chávez, no me genera ninguna duda cuál es la diferencia. Un tipo que le devuelve siempre la potencia al público. Y otro que grita viva D’Elía, viva Bonasso, o viva Maradona.

 

 

 

Entre la crisis y el contrapoder. Paradojas de la negación. (17 notas inspiradas en la revuelta boliviana) (20/10/2003) // Colectivo Situaciones

1- La negación mueve. Disuelve lo que era. Toda des-configuración nos entrega a un espacio virtual poblado de posibles. La negación, negando lo que es, puede sorprendernos. No es que ella se torne positiva. Pero sí que ella se encuentre con lo positivo.

De hecho, al mover, la negación no es pura disolución. Toda nueva configuración implica un reencuentro con las potencias que le permiten ser, moverse. La negación como desfasaje, como imposible identidad, como verdad (en el sentido en que, según Adorno, la «totalidad es la no-verdad») es apertura, convocatoria al devenir. Pero el devenir es positivo o, mejor, puede ser experiencia –y por tanto– punto de perspectiva, terreno habitable, acontecimiento creador: afirmación. Afirmación que, a su vez, niega doblemente: se niega para no devenir falsedad –identidad-, pero también niega en el sentido que agrede, con su potencia, la quietud del contexto. La actividad de la potencia inquieta. Su expansividad promueve reacciones. Estas reacciones –podríamos decir– son también negativas. Pero esta negatividad es de un sentido –aparentemente– opuesto a la primer negatividad.

2- Tenemos entonces dos negatividades. Una que opera dentro de un contexto constituyente, deconstruyendo, pero también impidiendo la identidad plena, la quietud (llamémosle a ésta negación resistente), y otra que opera por resentimiento ante la constitución (o negación reactiva). Y aunque tal vez no nos sea posible distinguir a priori de un modo radical ambas negaciones, quizás podamos contar con un recurso práctico que nos permita distinguir la naturaleza –resistente o reactiva– de cada negación concreta, a partir de situaciones concretas.

Proponemos reconocer la «negación resistente» a partir de ciertos rasgos: a- su sentido es el de empujar hacia la multiplicidad, y contra la unidimensionalización de la vida; b- el tipo de resistencia que ejerce es expresión de una potencia (de trabajo, de habla, de goce, de creación); c- por lo tanto, su temporalidad no es segunda, sino primera: la negación es expresión de una fuerza productiva. En términos de una situación concreta la temporalidad de la negación suele manifestarse como fundante. La resistencia, el «no», la negación, el «grito» (como dice Holloway) abre las puertas a la potencia. Con respecto a la «negación reactiva», ella es segunda, su cartografía es la de los poderes centralizadores, jerarquizadores, clasificadores: la afirmación con la que se vincula es la conservación y el bloqueo de todo posible devenir.

3- Las crisis latinoamericanas actuales están atravesadas por ambas negatividades: una, fundada en la violencia del capital y la represión de los estados, y otra en la defensa de los recursos vitales, y en las capacidades de resistencia. Del levantamiento zapatista, a la reciente rebelión boliviana, pasando por la insurrección de diciembre del 2001 argentino, la resistencia popular opera como elemento deconstructor, a la vez que abre a devenires múltiples. La potencia popular, genera, a su vez, reacciones. La dinámica es polarizante.

4- El antagonismo –o polarización–, no obstante, produce asimetrías de todo tipo. Lógica de la reacción contra dinámica de la resistencia. Cada modo de la negatividad se vincula con la naturaleza de su contenido histórico específico: la negatividad de la reacción es manifestación pura del carácter ontológicamente segundo, parasitario y jerarquizante del capital, mientras que la resistencia, como negación de lo que «hay», es reencuentro con lo primero –que no preexiste en forma pura, claro, pero que es siempre evocable de modos muy concretos en situaciones concretas–, con las potencias constitutivas, de la producción, la creación, la amistad y la investigación. Lógica de la captura contra lógica de metamorfosis. Vínculo sin vínculo entre polos ontológicos y políticos asimétricos.

5- ¿Debe formularse la pregunta sobre la conversión, es decir, sobre los modos en que cada negatividad deviene positividad, según sus principios? (cómo la reacción existe como poderes efectivos; cómo las resistencias actualizan potencias reales) ¿O nos pondríamos –por esta vía– demasiado abstractos? Retengamos, al menos, que aún en un eventual pasaje de un estado a otro las naturalezas en juego mantienen sus asimetrías (como lo revela toda la analítica de Marx sobre la dialéctica capital-trabajo).

6- Polaridad y asimetría; desencuentro, coexistencia y enfrentamiento; tales parecen ser los modos exteriores de vincular poder y contrapoder. Y sin embargo hay otras conversiones a retener: aquellas que convierten elementos de una naturaleza en operaciones de un campo de naturaleza otra. ¿Cómo deviene múltiple lo uno? ¿Cómo se reabsorbe lo múltiple en lo uno? Exterioridades relativas que se penetran constantemente, robándose terreno, contaminando e invadiendo zonas enemigas: una espacialidad fragmentada, pero repleta de placenteros senderos o pasajes interiores, de túneles, de fronteras militarizadas y de umbrales.

7- Las crisis son grandes truenos de la reacción. Son sus bostezos y sus quejidos. Los dolores de su muerte y los de su despertar: su mañana y su noche. Como costas en las que se encuentran sin tocarse las playas y los mares. No se disuelven los términos, pero combaten duramente dando lugar –en el límite– a fronteras no lineales, produciendo nuevas figuras, inestables. Danza de una asombrosa interpenetración: de desgastes y destrozos. En las crisis se conoce algo más de los hombres y de las mujeres (a la vez que, por eso mismo, se deshacen amistades). En ellas se ocasionan encuentros incómodos entre quienes, desde una vereda, conciben toda ruptura del orden –normalidad– a partir de un extraño efecto producido por la creación de nuevas subjetividades, como si éstas fueran siempre negaciones resistentes; mientras que, en la vereda de enfrente, se aglomeran aquellos que persisten en considerar la crisis como un acontecimiento sistémico, ajeno y sólo pensable como «disfuncionamiento». Las ciencias –sobre todo las sociales– como negación reaccionaria, en la medida en que imaginan la crisis como conjunto de «desperfectos técnicos», objetivos (así se los considere insolubles). Nos interesan los primeros, porque son quienes tienen ojos para ver en la crisis un proceso de agotamiento de aquello que, precisamente, entró en crisis, y para verse como artífices y no como víctimas de tal agotamiento.

8- Y bien: Las crisis no son el grado 0 de la resistencia. La experiencia argentina, mexicana o boliviana nos hablan de la preexistencia de la resistencia, su presencia en la producción de las crisis y los modos en llevar la crisis hasta el final. ¿Qué configuraciones surgen a partir deallí? ¿Qué ocurre con la convivencia de las experiencias asamblearias y las subjetividades fragmentadas, dependientes, posmodernas? ¿Cómo se renegocia la presencia de las masas insurrectas y la nueva subordinación del mercado mundial? ¿Qué nuevas imágenes, nociones y experiencias estamos produciendo desde América Latina?

9- ¿Contamos con lenguajes, imágenes y procedimientos perceptivos para registrar, acompañar y desplegar las potencias que anidan en las resistencias? ¿Hemos asumido una perspectiva interior a la espacialidad del contrapoder (de las resistencias) capaz de producir subjetividades anticipatorias de las crisis, capaces de atravesarlas e ir más allá de ellas, haciendo de las resistencia producción de nuevos estilos de vida?

10- Estado capitalista, fuerzas de seguridad, mercado mundial, fetichismo de la técnica y despolitización de las tecnologías, espectáculo y cuantificación de los flujos, producción de subordinación en las relaciones laborales y de consumo: he aquí la fisonomía de la reacción. Si el nuevo protagonismo social interviene sobre un suelo trabajado por las condiciones posmodernas, éste rechaza, sin embargo, sus conclusiones: el «olvido» de la potencia.

11- Podemos ventilar nuestras dudas más íntimas: ¿qué proyecciones podemos hacer sobre la base del surgimiento de esta nueva radicalidad política, que trabaja a partir de una valoración muy fuerte de la autonomía organizativa y de pensamiento, de la interdependencia horizontal, de una clara idea del conflicto social y político, y de una solidaridad aceitada entre grupos que no están llamados a coincidir más que en enfrentamientos puntuales contra la represión? ¿Qué nos espera una vez que hemos producido –empleando para ello el máximo de los esfuerzos– enormes tajos en el cuerpo del capital, una apertura que nos invita a un trayecto completamente desconocido, una aventura para la cual, sospechamos, no cuentan ya demasiado el conjunto de los los saberes y las tradiciones instituidas del pensamiento y los hábitos de lo social y lo político?

12- No se trata de revoluciones políticas, aunque sí de auténticas revueltas. O una revolución en los modos subjetivos del hacer. Multiplicidad que va componiendo su trama alrededor de problemas tales como la autogestión de recursos y saberes, en la perspectiva de una producción material de la vida a partir de estos nuevos focos de producción de valores. En Argentina fue muy evidente la modificación del paisaje a partir de la acción de los movimientos piqueteros (trabajadores desocupados); las cientos de fábricas ocupadas autogestionadas por sus trabajadores; las asambleas barriales que redefinieron –en los hechos– los espacios públicos de la ciudad; las redes productivas de una economía solidaria; las experiencias en salud, educación, derechos humanos y contrainformación; las investigaciones sobre la producción de un nuevo arte capaz de problematizar desde lenguajes más densos estos tejidos emergentes, una nueva estética que logra presentar esta experiencia más allá de estereotipos y confirmaciones impuestas por la figura (espectacular) del espectador, y un nuevo lenguaje que renueva el sentido de una lengua saturada por expresiones provenientes de los mass media, de una academia irremediablemente alejada, y de una jerga política que entiende la palabra como objeto de manipulación.

13- La negación como resistencia, en la América Latina actual se emparenta con la formación de nuevos trayectos en un tablero despedazado: sobre este suelo fragmentado se experimentan desplazamientos subjetivos y recorridos éticos que van más allá e impugnan la imagen de la víctima que padece. La crisis puede ser asumida no sólo en sus efectos devastadores y disciplinantes: el desierto puede ser  también el terreno de agenciamientos de potencias productivas y subjetividades cooperantes.

14- Fuerza y fragilidad: negación deconstructiva, y carencia de modelos de totalización: Del repudio de la dominación a la configuración de nuevas prácticas y pensamiento.

15- Y todo esto en el contexto de una guerra reaccionaria. La cuarta guerra mundial. La hipótesis del contrapoder se torna imperiosa: extender redes concretas que protejan estos nuevos mundos emergentes. Si de un lado contamos con el peligro de una institucionalización que bloquee las capacidades creativas y los horizontes de expansión; del otro corremos un riesgo no menor en el llamado a reducir esta misma expansión a la «lógica del enfrentamiento», que privilegia la estrategia del espejo frente al poder.

16- Volviendo a nuestras preocupaciones más íntimas sobre la negación resistente: ¿con qué recursos contamos para expresar en imágenes, nociones generales y conceptos precisos este proceso de emergencia de un nuevo protagonismo social? Las descripciones que se intentan caen a menudo en un reduccionismo extremo, producto de una vocación descriptiva que no se interroga por los límites de sus propios recursos representativos. De allí que sea imprescindible el desarrollo de un pensamiento estético capaz de reorganizar representaciones novedosas que escapen a las ya agotadas mallas conceptuales de interpretación política.

Las resistencias han puesto en marcha una vasta operación (que es a la vez una nueva exigencia ética y estética) de intervención-lectura o lectura-intervención: un nuevo acoplamiento entre la materialidad de las prácticas y las capacidades del concepto; una encarnación de lo pensante y, a la vez, una pensabilidad del hacer; una destitución de la separación de la sensibilidad corpórea con respecto a la idea pura; movimiento este que dispone los saberes como inmediatamente operativos, volviendo posible la experiencia. Este nuevo territorio subjetivo, capaz de sostenerse por sí mismo y devenir fuente de juicios, enunciados, valoraciones, lecturas, actos, luchas, encuentros constituyen las claves del «pueblo por venir» (a veces presente, a veces ausente, y por tanto –como lo quería Deleuze– requiriendo del acto estético que lo preanuncie) . Se trata, sin dudas, de un territorio extraño, que se resiste a ser definido, reducido, objetivado. Una máquina capaz de seleccionar soberanamente su propio mundo relevante.

17- Si toda negación resistente implica un proyecto de agenciamiento (es decir, toda emergencia de un nuevo territorio subjetivo), este proyecto es a su vez producción de sus propias condiciones: la actual «crisis latinoamericana», o lo que ocurre bajo unos territorios que decidimos seguir llamando así, no será ya pues pensable sólo bajo la luz de las ciencias del mercado –esas profecías que nos hablan de los designios divinos de la diosa económica– sino, y sobre todo, del brillo de estos movimientos de recomposición, verdadero mensaje de las luchas latinoamericanas al resto del mundo.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

Buenos Aires, 20 de octubre de 2003

El silencio de los caracoles (Algunas hipótesis para conversar con los zapatistas, desde Buenos Aires, a diez años de su insurrección) (17/10/2003) // Colectivo Situaciones

 

La asociación fue rápida: entre el ¡Ya basta! zapatista y el ¡Que se vayan todos!, aquel grito popular que emergió tras las jornadas insurreccionales de diciembre de 2001 en Argentina, se percibía un parentesco extraño, pero no por eso, menos posible. Dos modos de nombrar la rebelión y dos momentos –a casi una década de distancia– de una contraofensiva popular en América Latina que hoy estalla en Bolivia. El zapatismo, desde su irrupción en 1994, funcionó como una verdadera máquina de producción de prácticas y enunciados dirigidos a constatar que la revolución no había muerto. El zapatismo habilitó así un nuevo pensamiento sobre la revolución y hoy persiste en un modo de actuar y pensarse de los movimientos sociales que en muchos aspectos puede asumirse zapatista. Especialmente por lo disruptivo de sus modalidades de existencia -y formas de resistencia- en relación a las tradiciones de la izquierda clásica (en todas sus variantes). El zapatismo, como innovación radical de la lucha revolucionaria, trazó una frontera: aquella que separa las prácticas por la emancipación de la política entendida como una vía de acceso –revolucionaria o reformista– al poder estatal. Se pueden apuntar algunas hipótesis sobre las repercusiones concretas que ha tenido el zapatismo en el debate de las experiencias sociales argentinas a la vez que registrar los modos actuales en que lo que acontece en Chiapas sigue estando presente aquí.

I. De Chiapas a Buenos Aires

1- Una curiosa recurrencia implícita en buena parte de los discursos progresistas sostiene –aún sin formularlo nunca del todo abiertamente- que en la historia hay grandes procesos de reversibilidad. Así, el compuesto de dictaduras, ataques a las clases obreras y movimientos populares y feroces reconversiones neoliberales que sacudieron con violencia a América Latina (y particularmente a la Argentina) no será más que un triste paréntesis –por largo que fuera- del que tarde o temprano se debería salir para volver a la «normalidad» social, económica y política. En Argentina, el nuevo gobierno promete (como horizonte máximo de salida del neoliberalismo) reconstruir un «país normal».

Según los «normalizadores», los «pensadores del paréntesis», los poderes capitalistas no alteran la realidad, no producen marcas, no configuran irreversibilidades. Son como la lluvia que se ve fuera de la casa. Sabemos que sería mejor no tener que salir, no mojarse. La metáfora no es muy afortunada ni aspira a devenir buena literatura, pero tal vez nos permita comprender el sitio que el estado ocupa en esta normalidad. El estado no es parte de la tormenta sino estructura de refugio.

El zapatismo nos permitió «salir del paréntesis», de la burbuja, de la perspectiva estrechamente moral que supone que todo lo que va mal es una pura desviación provisoria y que el hilo estructurante del bien triunfará. El zapatismo nos permitió recordar, en plena noche neoliberal, que política y reversibilidad no son términos asociados.

2- Dadas ciertas condiciones de partida, ciertas operaciones pueden producir efectos previsibles. Pero cuando estas condiciones son duramente alteradas (dictaduras, neoliberalismo, revoluciones fracasadas) las condiciones varían. Las viejas operaciones –desprovistas de su suelo- ya no pueden siquiera aspirar a reproducir aquellos efectos.

La emergencia del llamado «neozapatismo» resultó equivalente, entre nosotros, al descubrimiento de una política, de un pensamiento, capaz de registrar estas variaciones fundamentales en las condiciones.

Con el zapatismo las ideas, las sensaciones y las prácticas vuelven a fluir. Ya no se trata de hacer «más de lo mismo» (más «setentismo»), sino de alterar la propia imagen de las luchas políticas, la revolución y el pensamiento político. En este sentido el zapatismo viene a despertarnos, a hablarnos de que la revolución no ha concluido, y a recordarnos que se trata de volver a pensar, crear y producir nuevas experiencias, a re-inventar una nueva radicalidad.

3- Los ecos de aquellos primeros días del 94 fueron completamente confusos en Buenos Aires. Pensábamos que el EZLN era un nuevo coletazo de la lucha insurreccional centroamericana. Una nueva guerrilla revolucionaria que se anotaba para intentar tomar e poder, sabiendo que, al fin y al cabo, vendrían (tarde o temprano) las «negociaciones de paz» y la conversión en un partido político legal. Nos producía cierta alegría ver decisión de lucha, pero no podíamos esperar más que la confirmación de aquellas reglas de juego que consistían en ejercer la lucha armada como modo de entrar al sistema político.

Sin embargo, ni bien pasaban los meses, los textos, los gestos, las noticias, los rumores que venían de Chiapas nos iban desfigurando los prejuicios. Ahora resultaba que nuestras previsiones ya no daban cuenta de lo que sucedía en México, pero –más aún- nuestros cerebros «hiperpolitizados» no eran capaces (quizás por vez primera) de comprender la lógica que impulsaba a los rebeldes. El EZLN decía cosas –para nosotros- completamente inverosímiles: ¿cómo tomar en serio eso de que no se lucha por la toma del poder? ¿cómo aceptar –sin que nuestras mentes políticas colapsen- que el estado no es el centro de la revolución? ¿cómo admitir –sin diluirnos al instante- que las vanguardias son, de aquí en más, un obstáculo para el cambio social? De a poco la cartografía neuronal y corporal iba reacomodándose: ya no se trataba de juzgar qué era lo «que le faltaba», ni de tomarlas como un «mientras tanto», un bajo escalón de una escalera ausente, sino de nuestra propia mirada comenzó a ser trabajada por la configuración de unas potencias emergentes que requerían de otras percepciones para producir el encuentro.

4- Aquellos años fueron de una profunda esquizofrenia. En Argentina las luchas contra las privatizaciones eran derrotadas una por una y el neoliberalismo era norma discursiva absoluta. Las izquierdas ya habían decidido blindarse en sus propias verdades dogmáticas y no era mucho lo que, en esas circunstancias, podía esperarse de las luchas que se daban de modo disperso aquí o allá. El fin de la historia hacía estragos, acompasado por el dólar barato y la democracia de mercado. No parecían ser buena época para los espíritus rebeldes –como el de las Madres de Plaza de Mayo- que persistíamos en una relativa soledad. La desorientación de quienes nos dábamos cuenta que las cosas habían cambiado y que debíamos buscar nuevos modos de hacer y pensar era enorme.

El zapatismo irrumpe como un relámpago en esa larga noche. Y parece hablarnos directamente a cada uno de nosotros. Parece venir a decirnos –en un idioma sorpresivamente comprensible- que la rebelión es siempre justa, que se puede luchar y pensar «sin modelos», que la resistencia y la creación existen, aquí y ahora, como exigencia vital.

5- Pero las cosas no vienen solas. Aquellos mediados de los noventa fueron también en la Argentina (desgarrada y fragmentada por las políticas neoliberales), los años en que las periferias sociales y geográficas comenzaron su propia rebelión. Desde los extremos norte y sur del país comenzaron las puebladas, los cortes de ruta, las asambleas de pobladores. De a poco, la lucha piquetera fue tomando fuerza en todo el país.

Esas luchas sociales mostraron de inmediato nuevas características: surgían como estallidos populares, desde la periferia del país, no se traducían en expresiones consistentes en el sistema político y electoral, no se canalizaban al interior de los partidos políticos, ni de los sindicatos, no se nucleaban alrededor de dirigentes únicos y duraderos ni de organizaciones estructuradas, no proponían modelos programáticos consistentes. A demás, estas manifestaciones de rechazo se tramaron de un modo muy evidente con las culturas populares y juveniles, articulando de un modo muy vital los elementos que surgen la vida de la villa –cumbia villera-, del rock de los barrios, y las barras de futbol.

De modo paralelo se incorporó a la escena pública una nueva generación, aquella que compartía edad e inquietudes con los HIJOS de los luchadores desaparecidos y asesinados en los ´70. Y con ella las nuevas preguntas, y el rechazo a cómo se había consolidado la impunidad luego de la última dictadura militar, el descubrimiento de las luchas del pasado, el resurgir de las prácticas contraculturales, el repensar de las condiciones actuales, y la construcción de hipótesis sobre los nuevos modos de lucha política.

Y en el centro de estas líneas convergentes, la mayoría de las veces, como una presencia silenciosa, se hallaba la voz del zapatismo.

6- Hacia fines de los ´90 y comienzos del 2000, las luchas sociales y políticas argentinas –y las nuevas expresiones culturales- se contagian, se enfrentan y se encuentran con la crisis. La estrepitosa caída de la hegemonía de las estructuras que sostuvieron las políticas neoliberales se concretó tras la insurrección de diciembre del 2001. La historia es conocida: la ciudad de Buenos Aires se convirtió en un enorme piquete cuya consigna principal fue: «que se vayan todos, que no quede ni uno solo».

II- La rebeldía social como política

7- Los zapatistas caminan lento pero van siempre adelante. Sobre todo en el terreno de las imágenes. Hablan de resonancia y con ella no sólo hablan ellos sino que nos proporcionan el modo de comunicarnos con ellos. Los zapatistas no son «interpretables». Se resuena con ellos, o no. Ellos resisten y se rebelan frente a las interpretaciones.

Y, efectivamente, «nuestro zapatismo» fue variando cuando pudo pasar de la adhesión al encuentro. Y el encuentro vino con la profundización de las luchas argentinas: los escraches, las experiencias de economía alternativas, las ocupaciones de fábricas por sus obreros, las luchas campesinas del norte del país, el resurgir de las luchas de los pueblos originarios, los movimientos piqueteros, las asambleas de las ciudades y toda una miríada de experiencias en el campo del arte, el pensamiento, la salud y la educación.

8- Pero el «zapatismo» no sólo es inspirador. Es también elemento irritante. Si de un lado es la postulación de la rebeldía social como política –algo que parece nombrar la experiencia de muchas luchas argentinas-, del otro es provocación a las políticas revolucionarias más clásicas. Surgió entonces la polémica. ¿Qué cosa es ese «rebelde social» que no aspira a «comandante»? Según Marcos –gran aliado en estas disputas- si el revolucionario es quien se organiza para llegar al Estado y una vez allí cambiar la sociedad desde arriba, el rebelde social es aquel que trabaja por la base de las sociedades, operando la insubordinación, afirmando devenires minoritarios, resistiendo y creando sin desear, en el fondo, abandonar «la base».

El «revolucionario» se torna un obsesionado por «la» organización, mientras que el rebelde social insiste en que «sólo existe la base». Dos figuras: una primera, para quien la política es fundamentalmente la acción de modelar. Una segunda para quien la política es, sobre todo, (auto)configuración.

III- Del estado a la autoorganización

9- Con la propagación del zapatismo, el estado y el poder volvieron como nunca a ser objeto de discusiones. Por lo pronto, la toma del poder dejó de ser una evidencia incuestionada.

10- La transformación neoliberal implicó también un cambio de patrón en la dominación. En la medida en que su reconversión –de modo más evidente en América Latina- vino acompañada de una disminución-modificación de las capacidades estatales de regulación de flujos (materiales y simbólicos) hasta quedar reducido a una maquinaria completamente mafiosa, de una subordinación cada vez mayor a las nuevas configuraciones del poder mundial y que el mercado fue ganando terreno como medio de configuración subjetiva, el campo de disputas fue girando de la demanda al estado y la aspiración de su captura -como fundamento último del cambio- a una lucha total contra el capital por las formas del ser y del hacer en todos los terrenos.

No es que no haya más estados. Sí los hay. Su presencia es evidente. El estado legisla, reprime, coopta, interviene, fracasa. Lo que varió fue la naturaleza y la eficacia de su operación. Su estructura actual es la de un operador de la inserción del territorio nacional en el mercado mundial, de un dispositivo de gestión biopolítica de la vida humana –y no humana-, de unas bandas mafiosas que pugnan por ligarse al capital de la forma que sea, deteriorando toda lógica institucional como campo de lucha política y consolidando un aparato corrupto productor estructural de exclusión.

En América Latina se hace completamente evidente esta lógica de hierro que produce un territorio nacional cada vez más fragmentado y polarizado en donde cada nueva oportunidad de valorización del capital viene acompañada por la destrucción de vastos territorios –auténticas tierras de nadie– y de poblaciones enteras.

11- El zapatismo es afirmación –y afirmación concreta, en un contexto concreto- de la dignidad. Y esta dignidad, tal como nosotros la experimentamos a partir de las luchas argentinas está hecha de una activación de las propias potencias. La dignidad se forja en la lucha contra la victimización. La dignidad aflora bajo una fenomenología de la autonomía, la multiplicidad, la disposición de la creación, la capacidad de autodefensa, y la disputa en los modos de producir la vida.

IV. Del «Que se vayan todos» a los «hombres del paréntesis».

12- La insurrección argentina de los días 19 y 20 de diciembre del 2001 visibilizó un amplio abanico de subjetividades «dignificantes». Se trató de una revuelta destituyente que acabó con la ficción de una autonomía de lo político (y sus representaciones). La Argentina fracasada (luego de ser expuesta en foros internacionales como modelo de aplicación del neoliberalismo) mostró su rostro oculto. El paisaje cambió radicalmente en pocas semanas. Las luchas sociales y la pérdida del miedo (posdictadura) se dieron cita en cientos de asambleas autoconvocadas de vecinos durante el verano del 2002. En su paso por Buenos Aires, a mediados del 2002 John Holloway interrogó ¿»Zapatismo urbano»? El «que se vayan todos» y el «ya basta» suponen el punto más intenso del diálogo entre las luchas argentinas y mexicanas.

13- El año 2002 trajo consigo la generalización de las luchas pero también la repetición extenuante. Sobre esta base actuó también la represión. Las crisis traen disposición a la lucha pero también deseo de «normalidad». Lentamente fueron reviviendo los «hombres del paréntesis».

V- Asumir la (cuarta) guerra (mundial) para impedirla

14- 1992 fue clave en América Latina. Con el aniversario de los 500 años de la colonización, el movimiento indígena produjo un nuevo salto en su actividad. Entre los afluentes que se suman al movimiento indígena en este resurgir de las luchas en todo el continente, apunta Raúl Zibechi, podemos destacar la presencia de la teología de la liberación y las militancias inspiradas en el guevarismo. La elaboración zapatista opera sobre estos componentes actualizándolos a partir de las nuevas condiciones de dominio, enriqueciéndolos con nuevas influencias del pensamiento contemporáneo.

15- Pero este resurgir se da en medio de una nueva ofensiva del capital por capturar recursos vitales. Los pueblos latinoamericanos desarrollan sus luchas en medio de esta ofensiva brutal de modo que la polaridad entre las incursiones del poder y las experiencias de contrapoder se torna cada vez más extrema. Los zapatistas han llamado a este intento de las fuerzas del imperio por reorganizar el planeta «cuarta guerra mundial». Esta guerra, la neoliberal, es evidente, no está concluyendo. El zapatismo nos ha permitido vislumbrar los modos inmanentes de ligar las luchas situadas con la ofensiva global del capital.

16- Las formas actuales de colonialismo desarrollan nuevos –viejos- sistemas de conquista a partir de las redes biopolíticas de control y expropiación de los recursos naturales y sociales que hacen a la reproducción material, cultural y simbólica de los pueblos. Las resistencias que vemos hoy no sólo en México y Argentina sino también en Bolivia, Venezuela, Ecuador, o Perú (entre otros) consisten en tentativas de una reapropiación de los elementos vitales y en una re-territorialización de las capacidades de lucha. Las tentativas por configurar modos de autoorganización social se inscribe también en una guerra civil producida al interior de los países latinoamericanos bajo el discurso del narcotráfico, el terrorismo y la inseguridad.

17- Si los estados nacionales articulan territorio nacional y poder global del capital, se entiende que las luchas actuales, las rebeldías sociales, deban configurar nuevas teorías políticas, nuevos modos de configurar lo colectivo. De allí la tesis democrática del zapatismo, cómo múltiplo de múltiples (un mundo donde quepan muchos mundos). De hecho, el zapatismo ha avanzado incluso hasta oponer la multiplicidad de las nacionalidades a la unidimensionalización de sus estados. El zapatismo nombra estas aspiraciones profundas y puede otorgar claves de este «modo latinoamericano» de participación en el espacio de las luchas transnacionales en curso.

18- EL zapatismo no ha dejado de (re) inscribirse en este proceso de reterritorialización. Incluso la lucha armada no es concebida por ellos al modo de las guerrillas latinoamericanas tradicionales, sino como autodefensa de esta reterritorialización -de las condiciones de reproducción de las comunidades-. La lucha armada no ya como clave de la destrucción del viejo sistema sino como defensa de la autoorganización.

19- Se trata de asumir esta guerra único modo de bloquearla. Asumir la guerra no consiste en constituirse en un bando opuesto al del poder organizado por la lógica del enfrentamiento, sino en el desarrollo y cuidado de experiencias que se afirman y persisten en su deseo de expandir la vida. Entre el poder que destruye y las experiencias de contrapoder hay una relación fundamentalmente asimétrica.

VI- De la comunicación al silencio

20- En nuestro país también se ha transitado de la autonomía -como independencia organizativa respecto al estado, los partidos políticos y los sindicatos- a la autoorganización. La autonomía es concebida por las experiencias de contrapoder como la autoproducción de sí mismas, esto es, la capacidad de sustraerse de los modos dominantes del hacer, de producir bloques de tiempo espacio propios, y de afirmar formas de reproducción material de la vida alternativas al mercado y al estado.

21- Y, sin embargo, la autoorganización no es una nueva receta. En la actualidad asistimos a una ideologización de criterios tales como «autonomía» y «horizontalidad» (ambos muy zapatistas, y muy difundidos en su «mandar obedeciendo»). Ideologización en el sentido de una inversión del modo de comprender estas nociones fundamentales del nuevo protagonismo social, a partir de la cual se supone que estos principios son modos organizativos salvadores y no, precisamente, claves problemáticas a desarrollar.

22- En una vieja entrevista entre Antonio Negri y Gilles Deleuze, éste responde que la revolución no requiere tanto de nuevos modos discursivos o comunicativos, sino de otra cosa: de «silencios». Según Deleuze las palabras han tomado la forma del dinero. Se han abstraído y circulan sin implicancias. Los zapatistas también se llaman a «silencio». El silencio es el sonido de quien está pensando, de quien se reacomoda, se repliega –quien vuelve a plegar el pliegue-. Es el ruido que hacen las redes autopoiéticas. El silencio, también, como táctica de politización de estas redes. El silencio, claro, como fuente de una palabra implicada (los caracoles). Como lo otro de la violencia y la dominación.

23- No hay, entonces, «mensaje zapatista». No hay tarea de desciframiento ni de difusión. Si intentamos alguna imagen de la repercusión zapatista, ésta no puede asimilarse a ningún a ninguna operación de transmisión de consignas. Cuando lo que se intenta es reproducir los postulados zapatistas no queda más que un vaciamiento de la experimentación: mera ritualización en forma de slogan y de idealizaciones aptas para el consumo y la inminente frustración.

24- En Argentina se habla ahora de «reflujo». Nosotros preferimos hablar de re-pliegue: de un volver al pliegue, pero también de un plegar los pliegues. De plegar lo que fue desplegado. El repliegue -como el silencio zapatista- no es derrota sino anticipación. No es disolución sino capacidad subversiva de deconstrucción. No es aniquilamiento sino vuelta a la sustracción, a la desarticulación, a la composición –silenciosa–. No es pacto y cooptación sino ruptura con la lógica del espectáculo. El silencio también resuena. Es el turno de los caracoles.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones.

Buenos Aires, 17 de octubre de 2003

De velatorios y príncipes (12/09/2003) // Colectivo Situaciones

Queridos A y A:

En estos días se respira en Bs-As un aire enrarecido. Dirán ustedes que esto es redundante, y que Argentina es sinónimo de enrarecimiento desde hace ya algunos años. Séa: pero ahora se trata de un nuevo enrarecimiento que opera sobre aquellas capas de enrarecimiento que ustedes han experimentado. Si aquel enrarecimiento primero (¿?) estallaba, este late

¿En qué consiste este nuevo enrarecimiento de los buenos aires locales? Difícil decirlo. Si aquella perturbación generalizada de diciembre estuvo hecha de una furia de rebelión irracional, (sí, profundamente irracional) esta calma parece hecha de buenas razones: espejismos agónicos e indiferencias demasiado pesadas.

Como sea: soplan aires raros.

Pero no sólo los aires, el tiempo se ha enrarecido. Los ecos de diciembre fueron demasiado… demasiado intensos, demasiado destructores, demasiada calle, demasiado destituyentes, demasiada contemporaneidad… el tiempo se ha aplanado. La serenidad actual –tejida de espejismos e indiferencias feroces- esconde aquello que todos hemos visto: hemos vuelto desfallecidos del mas allá. No tenemos palabras para contar lo que hemos visto. De allí que la tranquilidad actual es mas o menos frágil. No tanto porque amenace la sinrazón –como algo exterior que podría invadirnos- sino porque ella vive ahora en nosotros (ahora sabemos que estamos hechos también de su locura).

Pero habíamos quedado en hablarles de nosotros. De cómo intentamos substraernos, o mejor, de como habitar este trauma social.

Como les decíamos en una carta anterior, luego de la convulsión llega la hora de la revancha, es decir, de la interpretación. La mirada se vuelve inevitablemente exterior. Todos preguntamos ¿cómo ha podio ser? Como si aquellos que fuimos fueran otros. Como si, finalmente, se hubieran ido precisamente esos, que venían –por fin- a echarnos, a liberarnos… esos que gritaban “que se vayan todos”, y que ahora parecen haberse ido… como si lo que de nosotros deseaba persistir hubiese sido aún mas fuerte que aquello que quería que la explosión perdure.

Y sin embargo… hemos visto algo allí afuera… algo que no sabemos aún decir, pero que está aquí entre nosotros, como Alien. Hay un “octavo pasajero”. No sabemos lo que podemos parir…

¿Tiempo de revanchas, entonces? (de negación, por tanto). De un cierto resentimiento. Toni Negri nos escribía hace casi un año que en Argentina estábamos frente a una situación privilegiada: la de estar frente al príncipe (la multitud). Ahora las líneas se bifurcan entre quienes aceptan el trastorno de lo vivido -y desconocen su futuro inmediato- y quienes desean olvidar con todas sus fuerzas esa presencia. En contra de todo lo que se dice hoy día: sobre un enrarecimiento político se instaura ahora una renovada –resentida- vocación disciplinaria.

Y sin embargo, no cabe engañarnos al respecto: tal disciplina es sólo –y como mucho- un motivo de goce inmediato, un deseo imposible. Ni el mal, ni aquello que viene a curarlo se hacen tales ilusiones. Disciplina sí, pero una horrorosamente mas arbitraria que aquella que hemos conocido (“seguridad”, “consumo”, “clientelismo”, “gobernabilidad”, “protección”, “ciudadanía”, etc)…

¿Tiempos de reflujo? ¿Una nueva oscilación de la historia? Nada ha pasado… toda rebelión es miserable, y las buenas razones que aspiraba a destruir la esperan al final, como el saco que dejamos en la percha al entrar. Así, entrando y saliendo, descubrimos que el estallido es sólo una parte de lo normal. Nunca su verdad. No hay príncipe sino presidentes

El reflujo es la Idea del velorio. Es su teoría. Lo vivo debe ser transformado en memoria. Pertenecer aplazado. Objeto de conmemoración. Nunca recuerdo del presente.

Lo mismo sucede con otro velorio. El de los ´70. Sólo que aquel tiene un cuerpo: desaparecido. Este es más complicado, porque tenemos la experiencia de la locura con nosotros. No está… pero está…

¿Como se produce la figura del militante de investigación en estas circunstancias? Volver a la invisibilidad… Como dijera alguna vez El Filósofo: deberemos adquirir normas provisorias de vida. Una clandestinidad activa, un tender a la locura, un viaje a la decisión colectiva –un diálogo que evoca, solicita, verifica, produce y reproduce al príncipe-.

Hasta siempre,

Bs-As; 12 de septiembre del 2003

Colectivo Situaciones

Causas y azares (Dilemas del nuevo protagonismo social) (18/05/2003) // Colectivo Situaciones

Hace algo más de un año atrás publicamos un libro titulado 19 y 20; Apuntes para un nuevo protagonismo social. El esfuerzo por escribir y editar aquellos apuntes en unos pocos meses -mientras la dinámica de los hechos se sucedía en las calles- dio lugar a una reflexión cuyo estilo fue determinado por la vocación de escribir al pié de los acontecimientos.

Al contrario de lo que habitualmente se da por cierto, no resulta del todo convincente aquella premisa metodológica que enuncia que las cosas se ven mejor a la distancia. Lo que la perspectiva de la distancia permite ver no debería pretender para sí superioridad alguna. Ya que si bien puede aspirar a una serenidad que habitualmente escasea entre quienes se ven afectados por el despliegue de los hechos, son estas mismas afecciones las que constituyen los posibles reales de una situación. De allí que la escritura «en caliente» aspire a registrar una complejidad que posiblemente se virtualice en el futuro cuando se atribuyan retroactivamente posibles que entonces no eran pensables.

El largo año y medio transcurrido entre las jornadas insurreccionales de diciembre del 2001 y las elecciones presidenciales de abril del 2003 merece ser pensado. Muchas preguntas se suceden: ¿cómo comprender, a la luz de la actual fase de aparente estabilización institucional, los acontecimientos de diciembre del 2001? ¿Qué es lo que sucedió con la promesa de una transformación radical del país entrevista a partir de la consigna «que se vayan todos, que no quede ni uno solo», cuando el proceso electoral nos habla a las claras de una notable participación de la ciudadanía en los comicios y cuando los cinco candidatos principales -provenientes todos de los dos grandes partidos políticos mayoritarios desde hace décadas- se distribuyen casi el 95% de los votos?

No podemos pretender para nosotros la pericia, el oficio y la dedicación de los analistas políticos. Tampoco las preocupaciones, ni el enfoque ni los supuestos que nos animan se conectan con los de dichos análisis. La palabra de los expertos obtiene su consistencia a partir de una cierta capacidad de agenciar información y disponer de un cierto uso técnico del lenguaje. Pero la política no es aquello que se sucede en el mundo de los hechos puros a la espera de la sentencia de los entendidos, sino que su incumbencia es colectiva: los «hechos» mismos se componen con las interpretaciones que de ellos se hacen, prolongando su potencia y haciendo de las lecturas mismas un nuevo campo de disputas que, a su vez, se ofrecen a la interpretación de otros.

Lo que sigue, entonces, es una lectura «en caliente»: este texto fue concebido entre la primera vuelta electoral y el anuncio de la renuncia oficial de Menem, es decir, entre el 27 de abril y el 14 de mayo. El propósito es examinar los acontecimientos que trascurrieron entre diciembre del 2001 y mayo del 2003, lapso de tiempo éste que separa y comunica el estallido de una crisis económica y política sin precedentes y la emergencia de un nuevo protagonismo social (movimiento piquetero, asambleas, club del trueque, fábricas ocupadas por sus trabajadores, etc.) con la pretendida normalización cuyo punto de realización debía ser las elecciones presidenciales. La intensidad de este período -no menos que su complejidad- ha quedado obnubilada por quienes han proclamado que los resultados de las elecciones constituyen la muerte del movimiento del contrapoder y el borramiento de aquello que se abrió con las jornadas de diciembre.

I

La sorpresa

(ruptura, destitución y visibilidad)

La insurrección de diciembre nos sorprendió a todos. La misma noción de «insurrección» debió ser adecuada al carácter inédito de los acontecimientos. En efecto, la revuelta demandó durante meses de la inteligencia de todos quienes quedamos sorprendidos por su acaecer. ¿Qué venía a decir este imprevisto? Cada quien priorizó un aspecto. Según unos, la causa de todo aquello había que buscarla en una conspiración del peronismo bonaerense contra el débil gobierno de entonces. Otros creyeron ver detrás de los piolines que mueven a las marionetas, la implacable organización de ciertos revolucionarios probados. Hubieron quienes, incluso, desdeñaron todo lo sucedido al atribuirlo a una clase media cuyos ahorros en dólares le habían sido arrebatados. Como sea, lo mas probable es que todas esas versiones sean a la vez tan verídicas como insuficientes para dar cuenta de la dinámica efectiva de lo ocurrido.

La insurrección de diciembre tuvo un carácter destituyente. Su abrumadora eficacia consistió -precisamente- en su poder de revocatoria. Las cacerolas y las consignas cubrieron todo el espacio urbano. La presencia hormigueante de cuerpos humanos, la ocupación de la ciudad, y la saturación de los ruidos no sólo no transmitía mensaje alguno, sino que impedía que cualquier cosa pudiera ser realmente dicha. Las condiciones de elaboración institucional de las demandas sociales fue radicalmente interrumpida.

Y cuando se pudo hablar se insistió: «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo». La clausura del espacio y de las condiciones de comunicación con el sistema político dejó en evidencia la ruptura de las mediaciones políticas, reveló la impotencia de las instituciones partidarias y gubernamentales y abrió una interrogación (festiva y angustiante) sobre el futuro colectivo de los argentinos.

La insurrección desató así una ruptura de efectos múltiples. De un lado -y desde el comienzo- se hizo evidente que la irrupción de la multitud callejera en la ciudad alteraba de manera contundente el funcionamiento de los poderes. No sólo los poderes del estado, las fuerzas represivas, y los gobernantes se vieron afectados por la inesperada irrupción de un segmento importante de la población, sino que los efectos de tal alteración se registraron en evidentes movimientos en la economía, en las formas de habitar la ciudad, en decisiones empresariales, en la relación con los bancos, en la política de comunicación de los grandes medios, en el campo de las ciencias sociales, en la forma de conducirse de los políticos, de los militantes, de buena parte del campo artístico y cultural, etcétera.

La combinación del default, la devaluación y la crisis política convirtió al país en un territorio de nadie, donde las movilizaciones diarias cruzaban a ahorristas defraudados con piqueteros y caceroleros junto a turistas audaces que venían a conocer a precio barato los devenires de la «revolución argentina».

Otra consecuencia de la ruptura de diciembre del 2001 fue la visibilización de un conjunto heterogéneo de formas de protagonismo social que fueron surgiendo en períodos disímiles y en relación a diferentes problemáticas y que, hasta diciembre, apenas si eran conocidos, tenidos en cuenta y valorados.

La raíz de este nuevo protagonismo tiene que ver, claro, con un capitalismo periférico en crisis. Pero el nuevo protagonismo no es una mera reacción. La potencia de la actualidad argentina radica, precisamente, en la emergencia de estas subjetividades que, desde hace años, experimentan en variados ámbitos de su existencia nuevas modalidades de sociabilidad.

Aunque hoy parezca evidente, por aquellos días de diciembre el entonces pujante movimiento piquetero era prácticamente desconocido. A pesar de que su existencia se remontaba a varios años de lucha en todo el territorio del país, recién hacía pocos meses se había sabido de ellos de manera masiva a partir de sus cortes de rutas coordinados. Pero en los cortes de rutas eran maltratados, y los propios partidos de izquierda -que los despreciaron durante años- llegaron desesperadamente a construir sus propios movimientos piqueteros sólo unos pocos meses antes de la insurrección. Las iniciativas de varias organizaciones piqueteras en sus respectivos territorios -ligadas a alimentación, salud, vivienda, educación, recreación, etcétera- siguieron siendo por mucho tiempo y para una parte significativa de la población, totalmente desconocidas.

Casi tan desconocidos como los piqueteros eran los diferentes nodos, redes y circuitos del trueque, que llegaron a aglutinar a millones de personas en el momento mas duro de la crisis. Su extensión llegó, tras varios años de desarrollo, a ser tan grande que incluso se aceptó que la moneda de unas de las redes valiese como moneda de pago para impuestos municipales. La figura del prosumidor no había sido apreciada como la experiencia subjetiva que pretendió reunir en un mismo espacio las capacidades productivas y la satisfacción de consumidores desplazando mediaciones financieras, burocráticas y comerciales. Lo mismo puede decirse de la sucesión de empresas ocupadas por sus trabajadores (largas decenas de fábricas, talleres, imprentas, bares, etcétera) a partir del vaciamiento de sus dueños, en varias ciudades del país. Éstas sólo eran objeto de atención de la izquierda institucional cuando se creía encontrar allí el resurgir de un sujeto obrero ausente.

Todas estas experiencias -a las que podríamos sumar entre otras la de los escraches iniciados por la agrupación H.I.J.O.S. contra los genocidas impunes de la última dictadura, o las luchas que llevan adelante los mapuches en el sur argentino y la organización de iniciativas campesinas en el norte del país, como el caso del Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero- eran más o menos conocidas, pero permanecían en una relativa soledad. Las jornadas de diciembre provocaron una visibilización -a la vez que una mutua relación y, en cierta forma, una generalización- entre ellas y con quienes se volcaron masivamente a participar o a conocer dichas iniciativas.

Una tercera virtud de la ruptura tuvo que ver con el surgimiento multitudinario de cientos de asambleas en los centros urbanos del país. Miles de vecinos se encontraron a elaborar -de manera conjunta- lo sucedido en diciembre a la vez que descubrieron un espacio de politización a la luz de la expansión del nuevo protagonismo social. La destitución de la institucionalidad política y de los partidos como instrumentos de gestión -o de transformación- de la realidad puso a los asambleístas frente al dilema de dilucidar nuevas modalidades de instituir la vida colectiva y la atención de necesidades inmediatas. Desde el comienzo, las asambleas -nacidas luego del 20 de diciembre- se vieron atravesadas por tensiones tales como si privilegiar el espacio del barrio, experimentando allí iniciativas ligadas al territorio, o si, por el contrario, trataban de sostener la capacidad de revocatoria política de las cacerolas, a la vez que debatían qué hacer con los partidos de la izquierda que pretendían cooptar las reuniones de vecinos para las orientaciones de sus propios aparatos.

En rigor, todas las posibilidades fueron desplegadas: hubieron quienes se dedicaron más a la coyuntura política, a todo tipo de iniciativas vinculadas al barrio, y hasta quienes quedaron atrapados en las redes de los partidos de la izquierda, además de darse diferentes combinaciones entre estas variantes. Las asambleas protagonizaron -durante el 2002- la creación de comedores populares, acciones solidarias con los cartoneros, confluencias con los movimientos piqueteros, experiencias interasamblearias, manifestaciones, escraches y, en algunos casos, realizaron una muy rica experiencia de politización para sus miembros.

Del lado de los acontecimientos que generaron la ruptura habría que señalar un largo conjunto de precedencias que operaron decisivamente en su desencadenamiento: experiencias de lucha -como las que acabamos de reseñar- cuyos orígenes pueden encontrarse en todo un cúmulo de descontentos y reclamos incumplidos; memorias superpuestas de luchas perdidas y de esperanzas frustradas; el desamparo de millones de personas por los efectos descarnados del neoliberalismo.

Pero tal vez quepa hablar de un segundo tipo de historicidad vinculada a una cierta capacidad de lectura de las transformaciones operadas en las formas de la reproducción social y en la eficacia de las mediaciones políticas que regularon de algún modo la convivencia social. De este modo, el rechazo a los políticos -por ejemplo- no sólo se emparenta con una visión corporativa o neoliberal del mundo, descreída de las acciones colectivas, sino que se alimenta de un conjunto de frustraciones derivadas de las promesas de la reapertura democrática del ´83 hasta finales del 2001.

II

Fenomenología de una aparente reconstrucción

La llegada al gobierno de Eduardo Duhalde, en enero del 2002, puso en marcha el delicado proceso de reconstrucción de estatalidad luego de la ruptura de diciembre. Hasta el momento, se asistía a una patética sucesión de presidentes elegidos por la asamblea legislativa para terminar el período del presidente destituido de la Alianza, De la Rua. La llegada de Duhalde implica, en primer lugar, un punto de detención a esa dinámica loca.

El primer objetivo del gobierno de Duhalde consiste en calmar los ánimos y en evitar mas muertes. En segundo lugar en reorganizar -en el tiempo- las condiciones del nuevo esquema de reasignación de recursos, y la restitución del vínculo con el sistema financiero.

A la declaración del default por parte del anterior gobierno de Rodríguez Saa, le sucede la devaluación del peso -es decir, la salida de la convertibilidad peso/dólar- y el desquicio inmediato de los precios, el desabastecimientos de productos, la suspensión de servicios, y la ruptura de todos los contratos pautados en dólares (deudas, depósitos, etcétera). El crecimiento de la pobreza y la indigencia se sucedió en proporciones geométricas.

Como efecto de este fin de las reglas del juego en total ausencia de un poder capaz de proponer nuevas regulaciones, el verano del 2002 fue un caos generalizado en el que, como suele suceder, los principales beneficios fueron para quienes poseen más recursos para enfrentar la situación: los bancos (compensados por el Estado por la pesificación), los grandes deudores en dólares a quienes se les pesificaron las deudas, los grandes propietarios de tierras y productores agrarios y los consorcios exportadores trasnacionalizados para quienes el dólar alto es fuente de enriquecimiento.

El panorama político se fragmentó alrededor de tres grandes bloques. De un lado, quienes promovieron abiertamente la dolarización, el ingreso al ALCA, y la utilización de las Fuerzas Armadas como instancia de control del conflicto social (siendo Menem y Lopez Murphy las caras visibles del proyecto). Del otro lado, el bloque pesificador-devalaudor, en el poder a través de Duhalde (y ahora del gobierno recientemente electo de Néstor Kirchner). Finalmente, el heterogéneo bloque de las fuerzas de centro izquierda, izquierda, sindicalismo alternativo y las expresiones de lucha mas consolidadas que se pronunciaron por una nueva forma de toma de decisiones políticas y de producción y distribución de la riqueza.

La llegada al gobierno de Duhalde fue posible fundamentalmente por tres razones: a- por el estallido del pacto de dominación instaurado por Carlos Menem en el que la hegemonía correspondía al núcleo de las empresas privatizadas y al sector financiero trasnacional; b- por la solidez del peronismo bonaerense, cuyo nivel de penetración en los estamentos mas empobrecidos de la población y su nivel de organización le permitió evitar la generalización del conflicto por medio de la distribución de unos dos millones de planes sociales de unos 50 dólares mensuales; c- porque ante el estallido de los poderes políticos este capital partidario le permitió al peronismo bonaerense imponerse con comodidad como último garante de los restos del sistema político.

El principal aporte del gobierno de Duhalde tuvo como mérito fundamental el hecho de subsistir al juego de presiones cruzadas y, particularmente, a la amenaza constante de las cacerolas. Al respecto cabe recodar la frase de Duhalde apenas asumió como presidente (quien, en rigor, había perdido en las elecciones presidenciales contra De la Rua): «con asambleas no se puede gobernar».

El segundo período de la recomposición del sistema político se produjo al inicio del segundo semestre y giró alrededor de tres aspectos: a- la llegada del ministro de economía Lavagna, y su serena política de compatibilización de intereses junto a las primeras cosechas percibidas por Duhalde por ese mero hecho de «durar» que permitieron tranquilizar la subida del dólar y producir un moderado crecimiento de los sectores económicos beneficiados; b- la distribución de los planes sociales aceitaron los aparatos políticos, los cuales por medio de las redes del clientelismo lograron consolidar una cierta tranquilidad social; c- el aumento de la represión en los barrios que tuvo su punto máximo en la masacre del Puente Pueyrredón el 26 de junio del 2002.

Fue precisamente el escándalo provocado por esa masacre lo que obligó al entonces presidente Eduardo Duhalde a poner fecha de sucesión del próximo gobierno, a la vez que admitir su imposibilidad de normalizar la situación en los lapsos previstos, circunstancias éstas que explican el adelantamiento de la fechas de las elecciones.

El adelanto de las fechas influyó, entonces, sobre las tres tendencias virtuosas a partir de las que el gobierno procedía a realizar su programa de reconstrucción mínima de institucionalidad: a- la consolidación del precio del dólar, e incluso la baja, y la recuperación inevitable -incluso inercial- de una economía que no paraba de caer durante casi 4 añosseguidos. Este punto fue de una enorme relevancia ya que la habilidad del gobierno en este aspecto logró obtener -como un triunfo- un acuerdo con el FMI y una sensación de progresiva salida de la crisis, a la vez que se comprometía -entre otras tantas cosas- al próximo gobierno a conseguir un descomunal superávit fiscal para el pago de la deuda externa; b- la apertura de una dinámica electoral, aún sobre los restos de los partidos políticos, y en condiciones francamente desfavorables para los candidatos, ninguno de los cuales obtenía sino un bajísimo nivel de popularidad -la Unión Cívica Radical y el Frepaso (ambos conformaban La Alianza) virtualmente han desaparecido; y el propio Duhalde impidió que el peronismo presente un sólo candidato, obligando a sus tres líneas internas a presentarse en listas separadas-. Y c- crecientes niveles de represión de las experiencias del contrapoder: de un lado, la persecución de jóvenes dirigentes piqueteros en los barrios, muchas veces en manos de grupos armados sin uniforme y la reactivación, por otro lado, del aparato judicial, que ordenó en pocos meses -antes de la primera vuelta electoral- el desalojo de fábricas ocupadas por sus trabajadores (siendo caso testigo pero no único el de las trabajadoras y trabajadores de Brukman) y de decenas de ocupaciones (algunas de ellas por parte de asambleas barriales), así como la detención de importantes dirigentes piqueteros salteños.

Los últimos meses antes de las elecciones se comenzó a percibir con preocupación que la fragmentación del sistema político podía llegar a generar un imprevisto: el retorno de Menem.

En efecto, la consigna «que se vayan todos, que no quede ni uno solo» pareció, entonces, haber quedado atorada en su propia naturaleza paradojal: dado que alguien va a quedarse, podría ser que el candidato a tal permanencia sea precisamente aquel cuya insensibilidad respecto de los procesos de rebelión social era más evidente.

La posibilidad de que Menem vuelva, sostenido en un porcentaje nada despreciable de la población -un 20% del padrón-, se tornó de pronto un factor atemorizador de una gran mayoría.

Habría que agregar que antes de las elecciones se sucedieron al menos dos circunstancias cuya estructura anticiparon la dinámica que se visibilizaría con los comicios.

En primer lugar, fue la invasión norteamericana, inglesa, polaca, española, etcétera, a Irak. De un lado, el poder militar concentrado decidió y ejecutó una guerra escandalosa no menos por sus propósitos que por sus efectos. Pero en paralelo se desencadenó un movimiento gigantesco en contra de la invasión. Ambos fenómenos pudieron convivir sin afectarse mutuamente: cada cual se desarrolló por vía paralela.

En segundo lugar, menos de una semana antes de la elección, se produjo una salvaje represión a una manifestación de unas diez mil personas concentradas en apoyo de las trabajadoras y trabajadores de la recién desalojada fábrica recuperada Brukman. A sólo días de las elecciones la represión se hizo presente en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, con un salvajismo radicalmente incompatible con cualquier consideración sobre el estado de derecho que, se suponía, se estaba reimplantando con las elecciones del 27 de abril.

Y bien, en este clima, se llega a la primera vuelta electoral. En los días previos, los medios de comunicación ganaron el espacio de la discusión pública con encuestas que daban por ganador a Carlos Menem y como posible segundo al candidato neoliberal puro -ex dirigente de la UCR- Ricardo López Murphy.

El resultado de la primera vuelta se tornó una relativa sorpresa: votó algo menos del 80% del padrón. El voto blanco y nulo no fue significativo. La lista encabezada por Menem salió primera con el 24% de los votos. Luego se ubicó la lista oficialista con el 22%. Tercero quedó López Murphy, seguido por el peronista Rodriguez Saá y, pegada a él, Elisa Carrió -también ex dirigente de la UCR pero de tendencia centrizquierdista-.

Los partidos de la izquierda tradicional, todos sumados, no llegaron al 3% de los votos.

Tras la primera vuelta electoral aparecieron claramente dos efectos: por un lado, los políticos obtuvieron un lugar en la esfera pública casi exclusivamente a través de los medios de comunicación y, por otro, las encuestas pronosticaron rápidamente que Néstor Kirchner arrasaría frente a Carlos Menem con un 70% contra un 20%.

El desempeño de Kirchner en la primera vuelta cosechó una buena parte de sus escasos votos gracias al aparato bonaerense que conduce Duhalde, de modo que sólo en la segunda vuelta el candidato oficial iba a beneficiarse con el apoyo de un electorado antimenemista que en la primera vuelta repartió su voto entre los otros tres candidatos.

De las tres semanas que separaban la elección del 27 de abril de la que debía hacerse el domingo 18 de mayo, las primeras dos se caracterizaron por un masivo apoyo de dirigentes de casi todos los partidos a Kirchner. Incluso los apoyos recibidos por Menem en la primera vuelta comenzaron a emigrar hacia los pabellones del seguro próximo presidente. En este contexto Menem renunció a participar a la segunda vuelta acusando a Duhalde de organizar un fraude electoral, y a Kirchner de ser un montonero.

De ese modo, el éxito que implicó para la recomposición de una institucionalidad representativa la primera vuelta electoral, se vio interrumpida al frustrarse la segunda vuelta y no poder proclamar un gobierno electo por un gran porcentaje del electorado. El nuevo gobierno surge entonces entrampado por la persistencia de la lógica del estado-mafia, y sin poder efectivizar su capital político -o popularidad- de manera inmediata. Situación ésta que debe leerse a la luz de la reconfiguración de la totalidad del sistema político a realizarse este año a través de las elecciones del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, de Córdoba y de legisladores nacionales.

III

Las urnas y las calles

Y bien, cómo era de esperar, han comenzado a circular las primeras estrategias de reflexión sobre la relación entre los efectos de las jornadas de diciembre del 2001 y las elecciones de abril-mayo del 2003. Se podrían reunir estos argumentos en dos grandes conjuntos de conclusiones realizadas cada una -con todos sus matices- según perspectivas opuestas.

El primer conjunto de argumentos sostiene que no hay herencia política de los sucesos de las jornadas de los días 19 y 20. La posibilidad de organizar una revolución política a partir de aquel descontento -si es que fue una posibilidad auténtica- ha sido definitivamente agotada. Las izquierdas políticas han quedado completamente neutralizadas. No es que no haya grandes descontentos -o que no se prevean mayores-, sino que las demandas existentes no han sido organizadas por fuera del sistema político, lo que permite ahora restaurar los procedimientos propiamente institucionales para mediar en tales conflictos. No es que no haya habido una crisis profunda, ni que ésta se haya resuelto. Sino que, lógicamente, las crisis generan descontentos, y ahora se trata de atender estos asuntos hacia la normalización de la convivencia social por medio de métodos políticos. Desde este ángulo, la realización de la primera vuelta electoral posee un significado muy especial, ya que constituye un paso muy importante en la moderación de los ánimos. La segunda vuelta, aún frustrada, confirma un clima de alejamiento de los extremos. La amenaza de la antipolítica fue conjurada.

Si esta primer estrategia de reflexión es festiva, el segundo conjunto es de lamento por la oportunidad perdida: los sucesos de diciembre eran el comienzo de una revolución posible. Pero para esto, hacía falta dotar el descontento de un programa político, de una organización, de una perspectiva. Se podrá polemizar sobre la característica de estas formas organizativas o sobre la amplitud de estas perspectivas, pero no se puede negar que estas son las condiciones para elaborar una política alternativa. El error fundamental cometido por quienes participaron de la revuelta -y sobre todo por quienes participan en experiencias autónomas- sería el haberse enredado en la estructura paradójica de la consigna «que se vayan todos, que no quede ni uno solo». Se perdió de vista, de ese modo, la complejidad de la lucha política para terminar cada quien escondido en su refugio, con un discurso idealista y unas prácticas abstractamente horizontales.

Ambas lecturas se oponen en la perspectiva pero confirman una misma imagen de lo sucedido: las elecciones ocuparon el centro de la disputa política y uno de los contendientes -según parece- simplemente no se constituyó en ese escenario, abandonando el campo de batalla y firmando de ese modo su derrota. Si en el acto electoral no se hicieron presentes las fuerzas desatadas en diciembre, es que diciembre ya no existe. Abril-mayo del 2003 constituyen así la evidencia de una derrota retroactiva de aquello que pudo haber sido a partir de diciembre del 2001. La lección aparece transparente: el sistema político está en vía franca de resurrección, y las fuerzas del contrapoder han quedado enredadas en un previsible infantilismo político.

Ambas perspectivas se corresponden con una misma lectura sobre los hechos del 19 y 20 como momento fundador y oportunidad de desarrollo de una revolución política. Sólo que mientras la primera temía esa posibilidad, la segunda la deseaba. Y ambas poseen, en llamativa coincidencia, una misma imagen de la política como un juego de dos sobre un mismo plano, con homogéneas reglas de juego: como si se tratase de una partida de ajedrez. De este modo, las cosas se presentan como un match en el cual el Sistema Político, el Poder o el Estado se la jugaba «el todo por el todo» contra el Poder Popular, la Política de la Horizontalidad o el Contrapoder. Así planteadas las cosas, la evaluación es indiscutible: las experiencias de contrapoder deberán madurar, aprender a «hacer política», comenzar el largo recorrido (como el del Lula y el PT) que las lleve, alguna vez, a ser opción auténtica de poder.

Y sin embargo, las rupturas no son sino eso: rupturas. Un poder destituyente no necesariamente trabaja según los requerimientos de lo instituyente. Diciembre del 2001 no fue el surgimiento de un sujeto político. De allí que tal sujeto no se haya manifestado. Fue, sí, una ruptura, y una visibilización de un nuevo protagonismo social. Pero ese protagonismo es lo que es, precisamente, porque no entiende la política como se lo hacía una década atrás. De allí que no sea prudente lamentarse de que estas fuerzas no hayan actuado como si fueran ese sujeto.

Mas aún: los efectos de las jornadas 19 y 20 fueron tan radicales -y subsisten a tal punto- que las elecciones estuvieron completamente afectadas por aquellas jornadas. Pero esto no habilita de ningún modo a establecer una relación a priori directa entre las luchas callejeras y la elaboración de experiencias de contrapoder y el resultado de las elecciones como tal.

De hecho, las mismas personas que han participado votando a tal o cual candidato son en muchos casos las mismas que luego participan de las experiencias alternativas de contrapoder. O mejor aún: no son las mismas, ya que en el cuarto oscuro no se es el mismo que en la asamblea, o en el corte de ruta. Ambos sitios se instituyen según reglas heterogéneas: si las elecciones pretenden representar todo lo que existe y decretar, por tanto, la inexistencia de aquello que no logra capturar y medir, las experiencias de contrapoder, al contrario, existen sólo en situación, en un territorio, una espacialidad, una disposición corporal y un tiempo autodeterminados.

No decimos que no haya relación entre ambas. No podríamos nunca negar que ambos ámbitos se afecten de manera relevante. Sí decimos, sin embargo, que no hay relación a priori entre ellas. Se trata -en su constitución- de dinámicas heterogéneas. Trasladar la potencia de una situación a lo que sucede en las elecciones, lleva a disolverla. Y, al contrario, ordenar una situación a partir de una lectura global de las elecciones lleva a destruir los posibles de tal situación.

Ya no estamos en el juego de ajedrez. No hay una única dimensión. No existe un sólo conjunto de reglas dadas. Como dijo un amigo una vez, no se trata de las blancas contra las negras cuanto de las negras contra el tablero. Mientras las blancas mueven de una cierta manera, respetando ciertas reglas y conservando ciertos objetivos, las negras bien podrían alterar lo que se espera de ellas. Esto puede dar nacimiento a otra operatoria, crear nuevas estrategias, anular todo objetivo preestablecido y experimentar nuevos devenires. Se dirá que todo esto no es más que una fuga imposible por parte de unas piezas negras que estarían suicidándose. Pero esto no es cierto. Escapar a lo instituido no tiene por qué ser un rasgo idealista. De hecho, las negras deberán tener muy en cuenta el tablero y sobre todo los movimientos de las blancas. Pero en función -esta vez- de otro juego: el que ellas intentan jugar, ya que no es verdad que para hacer el propio juego haya que ganar primero al interior de un juego que no nos interesa.

Patear el tablero, entonces, no es desconocerlo, ni desdeñar las consecuencias. Al contrario, sólo al intentar jugar a otra cosa es que se comienza a conocer la complejidad de las relaciones de poder. De allí que pensar una «no relación a priori» no indica una ausencia mutua de afectación, sino que más bien nos muestra que tales afecciones se dan como choque de fuerzas de naturalezas diferentes. Cada una de ellas se desarrolla a priori de manera independiente de la otra (en el sentido que la dinámica de una, no depende directamente de la dinámica de la otra) y no tienen ningún tipo preconcebido de relación (causal, de correspondencia) y, a la vez, no hay por qué descartar que su evolución las lleven a ciertas confluencias, a marchar de modo paralelo o a chocar de modo directo, produciendo todo tipo de configuraciones incluso sorpresivas.

Y en este caso sucede que la dinámica política se ha fracturado. De un lado, el poder se institucionaliza, pretende normalizarse. Y para ello se encuentra en un combate atroz por lograr hacer lo que antes de la ruptura de diciembre hacía sin mayores problemas: realizar internas de los partidos, seleccionar candidatos y elegir gobiernos que asuman con cierta legitimidad a partir de una determinada acumulación de votos. Del otro lado, las fuerzas del contrapoder ganan tiempo, se organizan, discuten, se realizan acciones de las mas variadas. Como se ve: las consecuencias del 19 y 20 siguen actuando de manera permanente en todo el campo de lo social, como condición -de destitución- incluso para quienes pugnan por jugar a juegos distintos.

IV

Fenomenología del contrapoder

El contrapoder no es mucho más que el conjunto de resistencias a la hegemonía del capital. Es decir: una multiplicidad tal de prácticas que no es pensable en su unidad (como un movimiento homogéneo) y, a la vez, una transversalidad capaz de hacer producir resonancias -de claves e hipótesis-, entre diferentes experiencias de resistencia.

La fórmula «resistir es crear» da cuenta de la paradoja del contrapoder: de un lado, la resistencia aparece como un momento segundo, reactivo y defensivo. Sin embargo, «resistir es crear»: la resistencia es lo que crea, lo que produce. La resistencia es, por tanto, primera, autoafirmativa y, sobre todo, no depende de aquello a lo que resiste.

En efecto, en Argentina ha emergido un conjunto de redes que trabajan alrededor de experiencias de salud, educación y economía alternativas, asambleas, ocupaciones de fábricas, piquetes, etcétera. Estas experiencias son heterogéneas entre sí. Estas redes tienden -y no siempre lo consiguen- a autonomizarse respecto del mando del capital en la misma medida en que éste no es capaz de incluir-integrar socialmente, sino excluyendo. Si en la base de estas resistencias está la crisis, no es menos cierto que las subjetividades forjadas allí han dado lugar a dinámicas que trascienden los tiempos y penetran las causas de la crisis.

Entre las características más importantes de estas resistencias se encuentran: a- la fusión entre reproducción vital y política; b- una mejor comprensión de las posibilidades de la relación entre instituciones (Estado) y la potencia y c- el enfrentamiento como forma de protección y no como verdad del contrapoder.

Desde que el capitalismo trabaja gestionando la vida, las resistencias son precisamente bioresistencias. No hay ámbito de la existencia en que no se constaten prácticas de resistencia y creación.

Estas redes poseen una capacidad creciente de recursos en la medida en que se desarrollan en dinámicas expansivas, ligando productores entre sí, productores con consumidores, inventando nuevas formas de intercambio sin mediaciones mafiosas, etcétera.

Si hemos utilizado en alguna oportunidad la imagen de una sociedad paralela para describir estas circunstancias, lo hemos hecho a pesar de -y no en virtud de- la

asociación que esta imagen conlleva respecto a un supuesto aislamiento. Las experiencias de la potencia no son pequeños mundos aparte, sino aquello que produce mundo, que logra instituir experiencia donde aparentemente hay pura devastación (desierto). Lejos de pensar en la separación, la potencia produce conexión, pero lo hace según una modalidad diferente a la de aquellos «centros» (de poder) respecto a los cuales, se nos dice, «no habría que aislarse» (el Estado, la política «seria», los partidos, etcétera). Las experiencias de resistencia son, precisamente, aquellas que inventan nuevas formas de hacerse cargo de lo público, lo común, mas allá de las determinaciones del mercado y del Estado. No se trata de abandonar la política -en el sentido de engendrar destinos colectivos- sino de la emergencia de otra manera de configurar tendencias e influencias en la sociedad.

Y bien, ¿qué sucedió con el movimiento de la resistencia? ¿Existe, en efecto, «un» movimiento?

Hemos visto más arriba que el poder trabaja a partir de sus propios requerimientos: subordinar la vida a la valorización del capital, conquistar territorios y oportunidades de negocios, obtener fuerza de trabajo barata, hacerse de una legalidad que le permita moverse a toda velocidad sin quedar atado a nada ni a nadie.

El capital combina el control de la potencia y la subjetividad, de la naturaleza y de lo producido por la ciencia y, en general, la cultura de los pueblos con el abandono, la exclusión, y la violencia.

Como relación social no es posible combatir la hegemonía del capital como si se tratase de algo puramente exterior, que tiene sus raíces en las casas de gobierno. En rigor, no hay otra forma de atacar al capital sin ver, a su vez, que su poder es el de la tristeza, de la impotencia, del individualismo, de la separación, de la mercancía. No hay, por tanto, otro combate contra el capitalismo que aquel que consiste en producir otras formas de sociabilidad, otras imágenes de felicidad, otra política, que ya no se separe de la vida.

Se plantea -sin embargo- un problema cuando por un lado nos damos cuenta de que no hay creación más que en situación, pero a su vez el enfrentamiento nos lleva a salirnos de ella, a confluir con otros con quienes debemos unirnos para desarrollar la lucha.

Y, en efecto, el desarrollo de la potencia, en situación, nos conduce a fortalecer la línea del contrapoder para defender las experiencias alternativas. Sin embargo, no son dos cosas diferentes. No hace falta abandonar el terreno de la situación para desembocar en la línea del contrapoder. A la línea del contrapoder se llega por adentro.

A la vez que se desarrollan hipótesis al interior de cada experiencia, a la vez que se experimenta allí la aparición de nuevos valores, de nuevos modos de vida, se despliega la línea defensiva de las luchas.

Uno de los problemas que se plantean cuando se quiere «organizar las resistencias en un único movimiento» es precisamente el abandono de la situación para organizar la lucha. Cuando esto sucede, todo se reduce a discutir modelos organizativos (de coordinación/articulación) como si se tratase de acertar con una técnica adecuada, abandonando la relación orgánica entre las situaciones y sus requerimientos y el contrapoder como un momento interior a las situaciones mismas.

Así, la situación es desplazada. El contrapoder aparece organizado como un movimiento cuya unidad y coherencia se antepone (se impone) a las situaciones mismas «desde afuera». La capacidad de enfrentamiento aparece magnificada: todo lo demás «puede esperar». O se plantea que el «trabajo de la base» debe subordinarse a -u organizarse a partir de- «la coyuntura».

Entre el centralismo y la dispersión, sin embargo, la potencia ofrece un trayecto de composición entre las situaciones: la multiplicidad puede reaccionar sin ser organizada desde afuera.

El ejemplo de los movimientos piqueteros autónomos es muy claro: mientras que en los barrios se intenta producir de otro modo, se arman murgas, talleres con los chicos, farmacias, panaderías, y formas de autogobierno, a la vez se constituye una barrera física para la protección de todo eso que están produciendo. Se avanza en formas múltiples de coordinación, y de alianzas circunstanciales cuya prioridad es preservar la experiencia.

A la luz de esta discusión, el enfrentamiento trágico del 26 de junio puede pensarse como un punto de inflexión para el movimiento del contrapoder. Esta masacre trae los ecos de otra anterior, la de Ezeiza de junio del 73, igualmente decisiva a la hora de comprender lo que habitualmente se llama reflujo político: momentos en los que se desvaloriza lo que sucede al nivel de la situación por efecto de las derrotas sufridas al nivel de la coordinación (del movimento). Este es el efecto buscado por el poder: medir las fuerzas del contrapoder por su capacidad de coordinación en un momento determinado; y difundir esa imagen de las relaciones de fuerza como advertencia hacia el conjunto de las experiencias.

El 26 de junio chocaron, de un lado, la lógica de la banda, de los antiguos grupos de tarea de la dictadura convocados ahora por las empresas privadas de seguridad, la lógica de la cacería y la matanza y, del otro lado, la dinámica de la protección de la columna para habilitar la retirada. Si desde el poder el choque es buscado, desde el contrapoder el choque no se produce para medir fuerzas, o avanzar por la vía de la fuerza sobre el poder, sino para afirmarse, para proteger a los compañeros, para presionar y conquistar planes -para poder sostener los talleres, etcétera-, para exigir la libertad de los compañeros presos.

Detrás de la noción de reflujo hay una expectativa frustrada de revolución política inminente. En efecto, el 19 y 20 de diciembre fue leído como la señal de que la crisis del neoliberalismo abría el curso de una revolución política. En las movilizaciones de las asambleas a Plaza de Mayo se prefiguraba la próxima asamblea constituyente. En la marcha de los piqueteros con sus rostros ocultos, se vislumbraba un ejército popular en formación. En las fábricas ocupadas, las bases rojas de un proletariado insurrecto y en los nodos del trueque -en el caso de que fueran considerados- una alternativa al funcionamiento de la economía capitalista.

Así, durante el 2002 se vivió la esperanza y la frustración: los nodos del trueque debieron sacrificar la figura del prosumidor para atender a millones de personas que rebasaron toda previsión e interrumpieron la reflexión que se venía gestando en aquellas redes sobre el papel de la moneda y sobre las formas de autorregulación de los nodos. Apareció la inflación, el desabastecimiento, la falsificación de la moneda, y la incapacidad de regular los flujos de créditos, de personas y de productos.

El movimiento piquetero -sobre todo en sus versiones autónomas- fue duramente atacado a la vez que debió afrontar un crecimiento acelerado de sus filas, a una velocidad tal que se le hizo muy difícil asimilar todo aquello a la dinámica productiva que se venía desarrollando.

Las asambleas, luego de atraer a miles de personas se desgastaron en luchas eternas con los partidos de izquierda.

En fin: lo que en rigor constituyen líneas de exploración, de producción situacional de formas alternativas de reproducción social, fueron invadidas por la expectativa de que tales prácticas debían presentarse como instituciones alternativas (simétricas) a las del mercado y el Estado. Proyectar sobre estas prácticas una voluntad de alternatividad y convertirlas en sustitutos globales de las instituciones dominantes implica desatender la calidad específica de estos devenires a la vez que interrumpir su experimentación en nombre de una lógica mayoritaria que las juzga no por lo que son -en su multiplicidad-, sino por aquello que deberían «llegar a ser».

El reflujo, entonces, es una categoría mistificadora. El desaliento que lo enuncia proviene de una creencia frustrada: que el nuevo protagonismo podía ser concebido como una nueva política en el escenario del poder. Claro que como política, el nuevo protagonismo -o el contrapoder- no daría lugar a una política más, sino a una fundada en los rasgos más positivos de algunas experiencias de la resistencia tales como la horizontalidad, la autonomía y la multiplicidad. Se hacía así, de estas auténticas claves del contrapoder un conjunto de respuestas universales y abstractas -una ideología- aptas para resolver a priori los dilemas de toda situación.

No se trata ahora de reclamar optimismo, sino de revisar -si hubiera tal voluntad- este mecanismo. El reflujo y la desilusión -si es que existen- representan la percepción de la ocasión perdida, de la revolución política inconclusa, del fracaso de una política. Tal representación resulta aún menos apropiada si se constata la persistencia de las luchas, el surgimiento de nuevas experiencias, y el desarrollo de una indagación extendida y profunda.

Tal vez el 19 y 20 no anunciaba tanto una revolución por venir, como una ruptura. No es que no esté en juego la idea misma de revolución -a la que no hay porqué renunciar- cuanto que tal revolución ha aparecido bajo la exigencia de un nuevo concepto: la rebelión, la revuelta y la subversión de los modos subjetivos del hacer.

Buenos Aires, 18-5-03

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

The Shock of the New. An Interview with Colectivo Situaciones (25/04/2003) // Marina Sitrin

Buenos Aires, April 25th, 2003.

The Shock of the New
An Interview with Colectivo Situaciones

By Marina Sitrin

The social movements that exploded in Argentina in December 2001 not only transformed the fabric of Argentine society but also issued a ringing testimony to the possibility of a genuinely democratic alternative to global capital. The whole world was watching.

For all the theories about what constitutes and how to make revolutions, in essence they are nothing more than ordinary people coming together to discuss and fight for social possibilities that were previously beyond the horizon of historical possibilities. At its root, it is about the creation of new dialogues.

Colectivo Situaciones is a radical collective in Buenos Aires dedicated to stimulating these dialogues. They have tried to facilitate the most far-reaching aspects of the discussions that have unfolded among the social conflicts in Argentina through their books, which are (literally) structured as dialogues.

These discussions transcend national boundaries. Marina Sitrin interviewed Colectivo Situaciones while in Argentina this spring, where she was working on her forthcoming book, which will be a collection of interviews exploring the Argentine uprising through the political and personal experiences of those involved. She was awarded a grant by the IAS in July 2003 in support of her work (see “Grants Awarded” for more information).

Reprinted here is an excerpt from her interview. This interview explores the difficulty of creating concepts adequate to the new Argentine social movements, some of the political vocabulary that has emerged from these movements, and the meaning of engaged theoretical work. It was conducted in Buenos Aires on April 25th, 2003.

Chuck Morse

Colectivo Situaciones emerged from Argentina’s radical student milieu in the mid 1990s and, since then, have developed a long track record of intervention in Argentine social movements. Their books are dialogues with the unemployed workers movement, explorations of the question of power and tactics of struggle, and conversations about how to think about revolution today.

Their radical views pertain to practice as much as theory. They are genuinely a collective and all of their projects are collectively produced. Presently, in addition to their publishing work, they are also working in a collectively run, alternative school.

In a note printed on the back of many of their books, they describe their work as follows:
[We] intend to offer an internal reading of struggles, a phenomenology (a genealogy), not an “objective” description. It is only in this way that thought assumes a creative, affirmative function, and stops being a mere reproduction of the present. And only in this fidelity with the immanence of thought is it a real, dynamic contribution, which is totally contrary to a project or scheme that pigeonholes and overwhelms practice.

More information can be found on their website at www.situaciones.org. The IAS awarded a grant to Nate Holdren in July 2003 for a translation of their book 19 and 20: Notes for the New Social Protagonism (see “Grants Awarded” for more information).

Radicals have often been criticized for imposing ideas and dogmas upon events instead of attending to their real nuances and complexities. Colectivo Situaciones has tried to overcome the strategic and intellectual impasse that this creates by advancing a contextually sensitive approach to the world. I asked them to explain their method and to give background on their collective.

At a particular moment we began to see what, for us, was a fundamental lack of options for left libertarians and autonomists in general. We began to feel very dissatisfied with the discourse on the Left—of the activists, the intellectuals, the artists, and the theoreticians—and began to ask ourselves if we should put our energy in the investigation of the fundamentals of an emancipatory theory and practice. Since that day, we have continued pursuing that same question and, since that day, things have been appearing, like Zapatismo. Certain people also began appearing in the theoretical camp, asking very radical questions, and they influenced us a lot. We studied them, got to know them, and exchanged a great deal. Also, in Argentina there began to emerge very radical practices that also questioned all of this, carried out by people who were also searching.

During this process, certain key ideas kept appearing to us that we decided to develop and see where they would lead. One of the ideas that we came across was that, as much potential as thought and practice have, they cannot reach their full potential if not based in a concrete situation. In some respects, this is pretty evident, or should be, but normally developing a thought or practice within a situation is not easy. We decided to immerse ourselves in this work. We do not think that situations can be created, and this is the difference that we have with the Situationists of Europe in the late 50s and early 60s, who believed that a situation could be created, and who tried to create situations. We think not: situations are to be entered or taken on, but cannot not be invented by ones’ own will.

This gives rise to what Gilles Deleuze said: “creation as resistance, resistance as creation.” We consider our own collective an experience of resistance and creation, to create resisting in the area of thought, linked to practice.

However, for us it is difficult to speak in general terms. When you say “Piquetero movement,” you are creating a homogeneity—an equality of circumstances, of characteristics, of a quantity of things—that in reality does not exist. This has to be seen in context. We work in concrete experiences and part of our work consists of attempting not to make generalizations. We believe there are points, or practical hypotheses, that develop in distinct moments, and that each movement, each concrete situation, develops in a particular, determined form. For example, the influence that Zapatismo has had is evident as an inspiration, but to say that the Argentine movement is the Zapatista movement would be an absurd generalization. What we are working to make more general is the concept of “new social protagonism.” This concept is not something that lumps together various phenomena, but is rather a concrete way of working in specific contexts, that we believe will advance and radicalize the question of what social change means today. Not everyone has the same work, the same answers, nor develops in the same way. But, shared is the new social protagonism’s radicalism in posing these questions as well as bringing forward its practice. Generalizing is difficult because it hides the complexity of concrete situations.

Through the Argentine uprising many people began to see themselves as social actors, as protagonists, in way that they had not previously. I asked Colectivo Situaciones how such a rapid radical transformation could take place and how it could be so widespread.

The parties were a huge fraud for all the people, for everyone in general, but doubly so for those that had an emancipatory perspective. In addition, it is evident that the Argentine state failed, not only the political parties. The state in default, totally captured by the mafias, a state that neither manages to regulate nor generate mediations in society, ended up destroying the idea, so strongly installed in Argentina, that everything had to pass through the state. Thus, between this and the global militancy that was developing, the ideology of the network, plus the presence of the Internet and the new technologies, the new forms of the organization of work… these things reinforced the ideology of horizontalism. This also coincides with the most important ideas of the new social protagonism: Decisions made by all; the lack of leaders; the idea of liberty; that no one is subordinated to another; that each one has to assume within him or herself responsibility for what is decided; the idea that it is important to struggle in all dimensions; that struggle doesn’t take place in one privileged location; the idea that we organize ourselves according to concrete problems; the idea that it is not necessary to construct one organization for all, but that organization is multiple; that there are many ways to organize oneself according to the level of conflict one confronts; the idea that there is not one dogma or ideology, but rather open thinking and many possibilities. It also has to do with the crisis of Marxism, which was such a heavy philosophical and political doctrine in the 60s and 70s. Also, in Argentina, the collapse of the military dictatorship produced very strong experiences, such as the Madres de Plaza de Mayo, who showed early on that political parties are not an efficient tool for concrete, radical struggles.

But now there is an ambivalence, because there are many people doing very important things at the level of this new social protagonism: in a school, a hospital, a group of artists, a group of people creating theory; and perhaps the notion of horizontalism is not the most important for them. For example, we are working in a school where, of course, everyone makes decisions together, but not because the participants adhere to a horizontalist ideology, but rather because the situation itself makes us equals in the face of problems.

Thus, it seems there is a distinction. Many times, in asambleas, we see a discussion of horizontalism as a political identity. We say that it is not about the theme of horizontalism, but about political identity . We say that one is not organized according to pure imaginaries—I am a revolutionary, a communist, a Peronist, an autonomist… but rather one works on concrete problems. For us this is where nuclei of greater power exist: in some asambleas, neighbors, without anyone convoking them, without a political power, with any political representation, start discussing what it means to say that they want to play a leading role in something; what it means to take charge themselves, that the state is not going to take responsibility for them, that society is unraveled, is disarmed, disintegrates if there is not the production of new values by the base. Thus, this self-organization is very important from this point of view. Previously there were the piqueteros , who have a much longer history than the asambleas , and discovered all of this before.

The word “horizontalism” is part of the new political vocabulary that has emerged out of the Argentine movements. It is used by many in these movements—from the piqueteros and asambleas to those who have occupied factories—to speak of the political relationships being formed. I asked Colectivo Situaciones to share their thoughts on the meaning and usage of this word.

There is a question of leadership. The politics of horizontalism, in the most moral sense, supposes that when a group of people exercise leadership or are very active or tend to be organizers, that there is a danger of verticalism or institutionalization. To us, it seems that this can only be known in the context. What happens if every time a person talks a lot or is very active that person is accused of being an institution that restrains the movement? To us it seems that this reveals a significant exteriority of the situation and a big moralization.

Many times, in a simple perspective, it would seem that there is horizontalism when everyone speaks equally, because nobody does more than the others. But it is necessary to see that often subjugation is not the subjugation of a person: it can also be the subjugation of an ideal, or subjugation in the impossibility of doing things. There is the impotence and sadness that can exist in forms that appear horizontal from the outside.

Thus, we don’t celebrate the fact that there are asambleas in the abstract. Many asambleas don’t interest us, because even though everyone speaks, there isn’t really an opening, there isn’t really active power ( potencia) . Whereas other groups that are accused of not being sufficiently horizontal are creating possibilities and hypotheses and changing the lives of the persons so much that they generate a very strong attraction and very strong power. For example, think of Zapatismo . As in Zapatismo , as in some MTD (Movimiento de trabajadores desocupados/Unemployed Workers’ Movement)—like the MTD of Solano—there are people who are the most horizontal of the horizontals that question if there is sufficient horizontalism. But, to us it seems unnecessary to try to make an experience that functions a model for the majority.

Horizontalism is a tool of counter-power when it is a question—power is socialized, it is democratized, it is the power of all—but horizontalism is a tool of power when it is a response, when it the ends the search, when it shuts down all questions. Horizontalism is the norm of the multiplicity and the power of the people who are different, not of those who follow the conventional. The risk is that horizontalism shuts you up and becomes a new ideology that aborts experimentation. That is the risk.

Although Colectivo Situaciones’ books are highly theoretical—and often difficult reading for native Spanish speakers—they are decidedly anti-academic and try to produce a militant, engaged theory. I asked them to explain their approach to me.

Something that interests us is the struggle against academic thought, against classical academic research. It is often said that militant investigation is good, because it manages to show things closely, very internally, but that it is not good because it lacks distance and does not permit objectivity. We are developing an idea that is precisely the contrary. [We believe that] only by adopting a very defined perspective is it possible to comprehend the complexities and tensions of a situation. What we have is a position of work that demands deep practical engagement: it implies a lot of time, a lot intensity, a lot of study, and a high level of sensitivity. For us, it is not an obstacle to knowledge, but the only form that goes with the development of truly complex thought. Our experience is that, in the end, the Argentine academy—not only in the university, but also in the mass media and arts—tries to grasp what is happening without being engaged or fully developing ideas. We see very clearly the difference between us and them. Our work functions in exactly the opposition sense….

Translated from Spanish by Chuck Morse and Marina Sitrin

Entrevista al Padre Raúl Berardo (Marzo 2003, Quilmes) // Colectivo Situaciones

Raúl Berardo: En esta zona de Quilmes ha habido todo un trabajo popular muy interesante. Por eso es que este sector está muy concientizado, hay mucha gente que ha despertado con todos los trabajos que se han realizado, especialmente con las comunidades y luego con los asentamientos. Porque desgraciadamente el pueblo ha vivido una época en la que ha sido muy difícil que se piense en algo distinto a lo que ellos viven. Entonces, los acontecimientos que acá se han ido sucediendo le ha permitido a la gente empezar a abrir un poco más su conciencia, su manera de ver la cosa, saliendo un poco de su propia individualidad, de su propio problema. Y yo hace años que vengo caminando en estos barrios.

Colectivo Situaciones: ¿Usted puede contarnos ésta historia?

I

La teología de la Liberación

RB: Lo que pasa es que son muchos años, y mucha historia. Este trabajo es producto de toda una conciencia que vine juntando, de toda una experiencia que yo hice desde joven, especialmente a partir de mis viajes por toda Latinoamérica, en donde aprendí mucho, viviendo con mucha intensidad lo nuevo que iba naciendo en esos años. Porque las cosas no suceden así no más, sino que siempre tienen su causa. Y generalmente, siempre esa causa viene por alguien que ha visto un poquito más amplio y que después tiene la capacidad de trasmitir.

Tendríamos que hablar de lo que se vivía después de la resistencia peronista, esa alegría de todo lo que se estaba curtiendo, principalmente en lo que era la juventud, en ese despertar que venía después de la guerra. Uno es parte de esa historia, uno va caminando con la historia. Lo importante es ser conscientes de ese caminar, no estar ajeno a lo que va surgiendo dentro de la historia y ser capaces de sentir lo rico que va naciendo.

Y es que cuando uno va descubriendo, lo que hace es encontrar los elementos que te permiten afirmar, precisamente, todo eso que va surgiendo desde abajo. Lo que sucedió  inmediatamente después de la guerra fue un verdadero despertar, una búsqueda de algo nuevo. Todo lo pasado no tenía sentido. Principalmente en la Iglesia, donde a los grandes teólogos que habían sido condenados, se los leía a escondidas buscando elementos y fundamentos para ver algo nuevo. Se trataba de salir de lo chato, de lo cotidiano que no tiene sentido.

Todo eso a mi me fue formando. Y cuando recorrí toda Latinoamérica fue una alegría inmensa ver las experiencias que surgían por todos lados, principalmente en la Iglesia después del Concilio[1]. La Iglesia, principalmente la latinoamericana, se estaba despertando, buscaba la manera de dar respuesta a la realidad que se iba descubriendo. Porque los obispos que iban a Roma intentaban dar respuesta a la realidad europea, pero nada que ver con América, la realidad americana era totalmente distinta.

En ese entonces el tema era “Iglesia y mundo”, porque toda la actividad se concentraba dentro de la Iglesia, y los curas no teníamos la posibilidad de salir afuera a ver esa realidad. Este diálogo entre Iglesia y mundo fue el tema del Concilio. Cuando los obispos salieron del templo y comenzaron a ver el mundo se dieron cuenta que Latinoamérica era totalmente distinta del mundo europeo: allá eran ateos, acá era un mundo religioso; allá estaban bien, acá estaban muertos de hambre; allá más o menos algo ordenado estaba, acá había injusticia, opresión, muerte, hambre. Entonces se dieron cuenta de que la Iglesia que ellos tenían y sustentaban no daba respuesta a esa realidad, porque se habían quedado encerrados en el templo que generalmente estaba en el medio de la plaza, donde estaba el centro del poder, y se había descuidado todo lo periférico, todo lo de afuera.

Fue cuando comenzó la inquietud entre obispos cristianos y sacerdotes por darle respuesta a esa realidad que habían descubierto, que era la realidad de la miseria, de la explotación, de la injusticia, del negro, de la mujer y del trabajo. Y comenzó a crearse una forma de Iglesia que diera respuesta a esa realidad. Así surgen las comunidades de base, que es como llamábamos a pequeños grupos dirigidos por laicos. Alrededor de la palabra estas comunidades iban descubriéndose a sí mismas, descubrían al entorno, y comienzan a percibir cómo la Iglesia podía influir en esa realidad en la que ellos vivían: comenzaba a quedar claro que no solamente era un problema de fe sino que era un problema social y político.

En base a eso nace una teología, que se pregunta por la manera en que Dios recoge y trabaja esta realidad nuestra. Porque hay opresión entonces, nace la Teología de la Liberación. Gustavo Gutiérrez escribe su primer libro en el año 70, y después vinieron muchos otros teólogos. Esa nueva teología dio aire, ofreció una nueva visión según la cual lo que estábamos haciendo era querido por Dios, porque Dios quería que trabajáramos por los pobres. Precisamente en esos momentos yo recorro Latinoamérica: recorrí Chile, estuve en Perú, en Panamá, México, después fui a Paraguay, al Brasil. Y descubrí toda una Iglesia que nacía con una fuerza tal, que es ahí cuando el problema de los compromisos se hace sentir.

Cuando vuelvo a la Argentina me encuentro con exactamente lo opuesto. La Iglesia acá es totalmente conservadora, estrechamente unida al poder, muy poco ligada al pueblo, y cuando lo están es a través del asistencialismo.

II

El gobierno popular

CS: ¿Llegaste a Quilmes?

B: No, primero estaba en Avellaneda, con Quarracino como obispo, que nada que ver. Entonces, ante la alternativa de quedarme encerrado, mandé a la mierda la Iglesia, la parroquia, y me puse a trabajar de otra manera. Mi intención era comenzar a descubrir el mundo de los pobres, y la mejor manera de hacerlo era meterme en ese mundo. Es así como me fui a trabajar de cura obrero, como lo hizo Ramondeti[2] toda la vida. El fue fiel hasta el final, hasta la muerte. Trabajó de albañil, y cuando muere era diseñador gráfico.

Trabajé de albañil, en una farmacia, también en el PRODE, para ganarme el puchero. Trabajé en el puerto, y luego en el Ministerio de Bienestar Social.

Lo del Ministerio es una historia genial. Resulta que cuando subió Cámpora, nosotros teníamos la alegría enorme de pensar que se venía el gobierno popular. Habíamos trabajado durante tantos años, formando gente y especialmente a la juventud: porque trabajamos muy duramente para formar chicos que expresaran esta opción. Hacíamos mucho hincapié en el orden político, para que ellos fueran luego los protagonistas de un gobierno popular. Por eso cuando subió Cámpora la alegría fue inmensa, porque al fin habíamos logrado el objetivo de tantos años de lucha, desde el 55 hasta entonces. ¿Sabés lo que era esa época? La juventud, por ejemplo, tenía un objetivo fundamentalmente político: no se la pasaba en los boliches ni nada de eso. Era impresionante ver chicos de 15, 16 y 17 años realmente metidos, consustanciados con toda la problemática que se estaba viviendo en ese momento.

Y yo me acuerdo que el 25 de Mayo asumió Cámpora y el 26, “el primer día de gobierno popular”, yo como buen peronista que en esa época era, me fui a Plaza de Mayo para ver qué significaba un día peronista… ¡y me encuentro con un problema extraordinario! Me encuentro que frente al Ministerio de Bienestar Social había una cola de tres mil personas esperando no sé qué. Y yo digo: “pero si estamos en el gobierno popular toda esta gente tiene que ser atendida”. Y me voy hasta donde comenzaba la cola, que era frente al Banco Hipotecario, y había dos chicos y dos chicas sentados en un banquito con una mesita atendiendo a toda esa gente. Yo me acerco y les digo:

– Pero compañeros qué pasa, cómo no está todo el ministerio para atender a esta gente.

Y uno de los pibes me dice:

– No, ¡son todos gorilas!

Les pregunto que estaban haciendo, y me contestan que atendían reclamos de vivienda, de trabajo, de remedios…

– ¿Los puedo ayudar?, les digo.

– Bueno sentáte, me dice uno.

Me busqué una mesita y desde ese momento comencé a trabajar en el Ministerio. Ahí pude ver todo lo que era la miseria humana, lo que significaba eso. Y llegué a ser coordinador general de la Casa del Teatro, donde me mandaron de interventor porque era un quilombo.

Yo no dependía de López Rega en el Ministerio, sino de otra sección.

Ahí aprendí a trabajar con la necesidad del pueblo, con la miseria. Distribuyendo marcapasos, válvulas, elementos de ortopedia, sillas, comida, de todo se necesitaba. Venían cien mil pantalones, como para toda la república, y sabés cómo me querían chorear, me querían sobornar.

Un día vino Perón a donde estábamos nosotros, vino con Isabelita, nos dimos la mano. Tuve la dicha de haberle dado la mano a Perón, y antes también a Evita.

III

Dos maneras de pensar

Claro que al poco tiempo me di cuenta que eso se pudría, que ya no había posibilidad de trabajar.

Ahí surge la diferencia con Mujica. El también estaba en todo esto, pero él veía la opción desde arriba y yo veía la construcción por abajo. Ahí aparecen las dos opciones de cómo comenzar a trabajar en el campo popular, las discusión de por dónde construir: ¿el cambio viene desde arriba o viene desde abajo? Esa es la pregunta que nos hacíamos cuando éramos curas del Tercer Mundo.

Y el otro problema, la otra discusión que había era: ¿qué es lo que hay que cambiar primero, la estructura o la persona?

Estaba la opinión de la mayoría de los curas del Tercer Mundo y yo opinaba al revés, para mi no era por ese lado. Yo les decía a los Montoneros, porque yo charlé mucho con ellos:

– Chicos, vayan a trabajar a los barrios, los barrios necesitan de ustedes. ¿Qué van a lograr con un arma, contra un ejercito organizado que los va a hacer pelota? Vayan a trabajar a los barrios y déjense de hinchar las pelotas.

Para mi era algo muy claro: primero había que cambiar desde abajo al ser humano, y desde ahí, junto con el pueblo organizado, ir cambiando las estructuras. Era la idea del hombre nuevo, la del Che Guevara. Pero Mujica veía que el cambio tenía que venir de arriba, como la Iglesia ahora. El razonamiento es este: “si yo transformo y cambio el poder, entonces después el poder cambia a la gente”. Como en la época de la Edad Media, que cuando cambiaba el rey cambiaba la religión. Es esa vieja idea que todavía está incorporada: si cambian los de arriba, entonces cambian los de abajo. Ahora ya no se piensa más así, creo.

Y yo le decía a Mujica: “¡vení a trabajar acá!” Pero él se fue de asesor de López Rega. “No va por ahí la cosa”, le insistía yo, y entonces comencé desde abajo. Ahí está la  diferencia. El se dio cuenta después de un tiempo que López Rega no respondía a lo que nosotros le habíamos propuesto, los Montoneros se dieron cuenta también.

Hasta que un día me acuerdo que el coordinador del Ministerio, que era Lanzelotti, me llama y me dice:

– Llámalo a Mujica porque es boleta, ya está sentenciada la muerte de él.

Lo llamo y le aviso que está sentenciado por López Rega. Porque él se peleó mucho con López Rega, cuando nosotros estábamos en la oficina 1010 se sentían los gritos que pegaban, ñas discusiones que tenían. Hasta que se separó.

Cuando le aviso él me dice:

– Y bueno, ya estoy jugado, no puedo volver atrás, este es un hijo de puta.

A los quince días lo mataron.

Pero me interesa insistir en esto de que son dos concepciones: una piensa que el cambio viene de arriba., y la otra supone que viene de abajo.

Después era evidente que todo se podría con López Rega, una vez que murió Perón y se vino todo abajo. Entonces, quise retomar la opción por los pobres, y me fui a trabajar al puerto. Yo quería realmente hacer desde abajo y conocer qué significaba vivir esa situación de opresión, injusticia, de miseria, de cagarte de frío, o de calor en el barco. Y es que si yo quería trabajar con el pueblo y no conocía sus vivencias, pues era imposible que pudiera predicar. Porque si no uno termina haciendo la de “los intelectuales”, que ven al pueblo desde arriba pero no saben realmente qué es lo que siente el pueblo, y qué es lo que sufre el pueblo. Eso me permitió descubrir que la única manera para poder hacer un cambio es comenzar a trabajar con los pobres. Para mí esa opción es fundamental.

IV

La represión

Fue así que vine a trabajar acá a la parroquia. Y ustedes no se imaginan lo que fue el golpe de estado para tanta gente que habíamos trabajado con tanto ahínco, dando nuestras vidas, con la esperanza de encontrar un gobierno que fuera realmente popular, y no que siempre fuéramos víctimas de los poderosos de turno. ¿Sabés que noche oscura se nos vino cuando nos enteramos del golpe? ¿Sabés lo que significa estar 15 años trabajando y de repente que todo se venga abajo? ¿Qué es de tu vida, qué sentido tiene tu vida, a dónde vas a trabajar ahora?

Y los curas del Tercer Mundo en ese momento me decían que no podíamos estar adentro de la Iglesia, porque era una institución opresora y desde ahí no se podía trabajar para la liberación. Es así que la mayoría de los curas tercermundistas se fueron, pero yo dije que me quedaba. Me acusaron de traidor, de meterme en la institución, y yo dije:

– Mirá, la gente es cristiana, tiene fe y yo siendo sacerdote puedo trabajar desde abajo; porque si tienen fe me van a aceptar mejor.

Y me quedé adentro, aceptando las condiciones que ponían, mientras los demás curas se fueron. Y la mayoría de los curas que se fueron se casaron, tuvieron hijos, y al tener hijos tenían que trabajar, y al tener que trabajar tuvieron que tener guita, y después casi todos se hicieron burgueses. El único que fue fiel hasta el fin fue Ramondetti.

Bueno, ¿ves qué fácil es ser revolucionario así? Especialmente los estudiantes. Y yo he conocido muchos, porque mi parroquia estaba abierta a los estudiantes, y ellos venían y hacían asambleas, eran todos muy revolucionarios… ¡pero cuando se recibían terminaban siendo unos burgueses hijos de puta! Es decir, cuando son estudiantes son todos revolucionarios, pero después cuando hay que trabajar, les gusta la guita y se acabó la revolución. Por eso los estudiantes que son revolucionarios y siguen siendo revolucionarios cuando llegan a ser profesionales son pocos, porque el sistema los traga.

Fue así que la única opción que me quedaba era volver a la Iglesia, luego de 7 años sin entrar al templo. Porque para mi entrar a un templo era como entrar a una casa de prostitución, era tal la aversión que tenía en ese entonces que no podía. Y tuve que volver, para lo cual lo fui a ver a Quarracino, que me decía “no lo puedo creer”. Así que le dije:

– Mandáme a donde quieras, pero que sea un lugar donde ningún cura de la Diócesis quiera ir, a la más pobre, porque quiero ser consecuente con los pobres y trabajar con ellos.

Al final me manda a Florencio Varela.

Pero resulta que acá en San Juan Batista estaba un cura que se llamaba Joaquín, y fui a ver el acto en el que Quarracino le tenía que dar el título de párroco. Ese día lo estaban persiguiendo a Joaquin por todos lados, porque él estaba en la corriente “Cristianismo y socialismo”, que venía de Chile. Ahí también estaba Podestá, quien había formado mucho chicos allí en Avellaneda, donde lo persiguieron y se tuvo que venir para acá. Era la época de la dictadura, en el 76.

Y mirá vos lo que es la providencia, que cuando se termina el acto Joaquin le pregunta a Quarracino dónde nos quedábamos a dormir, y este le contesta:

– Mirá, no es conveniente que te quedes acá porque te están persiguiendo, mejor que vengas a dormir a la curia.

Y yo le pregunto por qué no se quedaba acá, y me confiesa que tenía miedo. Le dije que lo acompañaba, que no tenía problemas, que iba con él. Y esa noche nos vinieron a buscar. Así que si yo me hubiera quedado no estaría contando el cuento ahora. Se salvó, y al otro día lo mandaron por la nunciatura a España. Es por eso que el obispo me mandó a mí a la parroquia, y ahí yo comencé con las comunidades.

Porque claro, en ese momento había tanta represión que todo se había inmovilizado, no había ninguna organización que movilizara a la gente. La única que quedaba era la Iglesia, que daba la posibilidad de poder organizar, porque lo demás estaba todo desmovilizado: sociedad de fomento no había, clubes no había, política no había, el único espacio que quedaba era la Iglesia. Entonces yo dije: yo aprovecho acá para movilizar a la gente, aunque no podíamos hacerlo con sentido social y político, porque si no me cortaban el cogote.

V

El surgimiento de las comunidades de base

Entonces empecé a trabajar a través de la fe, a través de la palabra, y comienzo a abrir la Iglesia a los barrios. Así largo con la comunidades, y la gente enseguida se sintió convocada. Mi proyecto era con el tiempo ir dándoles la concepción más política. Pero el hecho sólo de aglutinarse y de sentirse protagonista, de sentir que tenían ellos la Iglesia en sus manos, que tenían la Biblia en sus manos, que podían charlar sobre sus problemas, era algo muy importante. Y es así que logré en poco tiempo más de cincuenta comunidades: salían como hongos, pero después había que organizarlas.

Cuando las comunidades estaban ya en su apogeo el sentido del trabajo era fe y vida, es decir, que el evangelio tocara realmente la vida, de tal manera de que vos fueras consecuente y no un buen cristiano en la Iglesia y afuera un hijo de puta. Se trataba de ser consecuente con tu fe, y vivirla en todos los aspectos de la vida. Después, cuando se empezó a abrir un poquito la presión de la dictadura comencé a insistir en la relación entre fe y acción social, es decir que vos comenzaras a preocuparte por los problemas del barrio. Y me quedó el otro nivel, que era fe y política: ahí no llegué.

A lo social llegamos precisamente con el surgimiento de los asentamientos. Cuando se comenzó a ver esa dimensión: que mi fe no solamente tiene que estar encerrada en mi mismo, sino que tiene que ser extendida en una acción concreta con mi hermano necesitado, en el barrio donde yo vivo. Ahí surgió la necesidad de dar una respuesta a una realidad que en ese momento se vivía, que era el problema de la vivienda. Cacciatore mandaba a todos los de la villa para acá, y los dejaba tirado por ahí, mientras yo veía un montón de terrenos baldíos. Esa fue la ocasión de comenzar a hacer esta experiencia, porque estaba la necesidad de vivienda, habían terrenos disponibles, estaba la organización preparada que eran las comunidades, y había un tipo capacitado para conducir el proceso (risas). Se daban todas las condiciones, y entonces comenzamos.

VI

Las tomas de tierras

CS: ¿Y en qué año comenzaron?

RB: Comenzamos en julio de 1981, cuando una señora vino a la parroquia a pedirme vivienda y yo le dije:

– Allá hay un terreno baldío, andá a ponerte al lado de esa gente y hacete una casa. Agarrá un pedazo de 10 por 20, y en el medio hacete el rancho. Y si viene la policía decile que te mandé yo.

¿Ven que la autoridad del cura a veces vale?

Pero me acuerdo lo que era la mentalidad de la gente, porque unos días después fui a verla y había puesto su casilla pegada a la casa del vecino.

– Pero te había dicho en el medio del terreno, no pegado.

– Pero no padre, yo quiero sólo un pedacito para mi ranchito, me dice.

– Pero vos tenés necesidad de un terreno, vos sos argentina, sos hija de Dios, y te corresponde: tenés que tener tu propio terreno.

El gran problema de los asentamientos, en sus orígenes, fue la falta de conciencia de la propiedad privada. Cosa que a su vez, mas tarde, cuando se logró, me di cuente que fue lo que terminó frustrando la experiencia. Pero al principio la gente no tenía conciencia de la propiedad privada, me decían: “yo nunca tuve un pedazo de tierra, y vengo del norte donde mis abuelos me enseñaron que la tierra es comunitaria; entonces, ¿quién soy yo para tener un pedazo de tierra?”

¿Sabés lo que me costó? La única forma fue poner un signo que dijera que tenías derecho a la tierra, poner una bandera que significara que como argentino tenías derecho a tener tu propia tierra. Y decir que la tierra es de Dios, y nadie a él se la compró, así que todos tenían el derecho a tenerla. Fue con esos signos que incitamos a la gente a que se sintiera capaz de tomar la tierra, porque lo impedía el miedo a la policía y el miedo de romper ese criterio de que la propiedad privada era intocable. ¡Fue increíble lo que costó!

Y resulta que íbamos dando los terrenos, pero a la noche se metían y se empezaban a amontonar, y se armaba la villa. Y cuando los íbamos a ver nos decían que estaba su hermano, su familia. Tuvimos que hacer una comisión que los sacaba cagando, y les daba a ellos también un pedazo de tierra. No concebían que ellos tenían derecho a un pedazo de tierra, no les entraba en la cabeza. Y mirá que yo me subía arriba de los carros, los convocaba para explicarles, y a ellos les costaba entender eso. Hasta que vieron que se iban dando los terrenos y que la gente efectivamente iba haciendo su casa, y empezaron a entusiasmarse. Al principio dábamos terrenos todos los días, y después comenzamos a dar por semana. Nos congregábamos cien, doscientos y tomábamos un pedazo de tierra.

Cuando tomamos el Tala fuimos cerca de mil. Nos juntamos un sábado a la mañana y nos metimos. Esa toma fue tremenda, porque estábamos al mediodía repartiendo las tierras, con la comisión –que era un grupito de gente que me ayudaba– y vino la policía: ¡salieron rajando todos y me dejaron solo! Después se fue la policía y ahí metimos como seiscientas familias.

VII

El asentamiento de San Martín

Y al otro sábado nos juntamos en otro lugar, y ¡eran mas de 5000 personas! Como doscientos carros, camiones, con todos los bártulos, con todas las chapas… para ir a la tierra prometida, ahí a San Martín. Eso, para mí, fue como el éxodo, fue vivir la sensación del éxodo, de salir de Egipto para ir a la tierra prometida. No teníamos ni cámara fotográfica, ni filmadora. Fue un acontecimiento: vos veías a las viejitas con su madera, con su chapa, a las doce de la noche.

Yo me había hecho amigo del comisario de La Cañada para que no me jodieran. Entonces fui a verlo y él me dijo:

– Mirá que se viene difícil, porque ya se enteraron de lo que estás haciendo.

Porque todos los asentamientos los hacíamos internamente, no se salía hacia fuera para que no se dieran cuenta. Pero ya ir hacia San Martín, ir hacia la avenida, iba a generar quilombo. Entonces le dije yo:

– ¿Qué hora me das para poder hacer el movimiento?

Y me dice:

– De doce a dos yo no hago nada. Te doy dos horas para que vos metas la gente adentro, pero que no estén en la calle porque si no la meto presa.

Entonces, de doce a dos de la mañana fuimos caminando 15 cuadras. No te imaginás lo que eran esas cinco mil personas, o más, caminando con viejos, chicos, grandes, caminando en medio de la oscuridad.

Yo lo que tenía organizado con los chicos de la parroquia –más o menos cien– eran los martillos, palos y los planos para que no se hicieran villas, sino que se hicieran cuadras y las divisiones de diez por veinte. Pero enseguida, en dos o tres horas, con las mas o menos novecientas familias que eran se cubrió todo San Martín. Y los vecinos, al otro día al levantarse, se encontraron que todo un pueblo se había levantado a su lado: ¡milagro de Dios! (risas)

Eso fue el 21 de noviembre de 1981. Y al otro día, que era sábado, resulta que yo estaba repartiendo los terrenos a la gente, y venía gente, y gente: no alcanzaba. Entonces empezamos a dar números, di como 500 números, y a la semana ya habíamos repartido como 3000 números más. Es decir, que esa semana por la parroquia habrán pasado más de 3000 personas, porque se corrió la bolilla por todos lados, venían hasta del Chaco.

El problema es que muchos no venían cuando se repartía, y aparecían al otro día a las ocho de la mañana con el numerito en la mano. Y entre toda la gente que se juntó había más o menos unas 10000 personas: un despelote. El intendente mando las topadoras para tirar las casas abajo y la gente los echó a la mierda.

Entonces me pregunto: ¿qué hago? Yo los quería meter aquí en La Matera, pero no sabía cómo hacer, porque no sabía que había una entrada del otro lado. Había conseguido unos troncos para cruzar el arroyo, pero no se podía por no se qué historia. Finalmente opté por meterlos en el “Monte de los Curas”, porque me pareció la única salida.

Ese día se había armado un despelote bárbaro. Fui allá y los reuní, me subí arriba de un carro y todos con el numerito pidiéndome, y yo les dije:

– ¿Ven aquel monte que está allá? Ese se llama el Monte de los Curas –le decían así pero no era de los curas– . Bueno, si es de los curas no hay ningún problema (risas), así que vamos para allá. Pero conserven las manzanas, conserven las casas, no hagan villas.

No sabés lo que era: 10 000 personas cruzando el puente que hay ahí en Donato Alvarez y San Martín. A la noche yo fui con la camioneta a ver todo ese espectáculo extraordinario, fuego por todos lados, era impresionante. ¡Diez mil personas en ese monte, cada uno construyendo! ¡Qué alegría, que satisfacción!

Y al otro día lógicamente, por todo ese problema vino la policía. Tres mil policías nos rodearon a todos los que estábamos ahí: no nos dejaban entrar nada. Yo iba con la camioneta para llevar agua y no me dejaban entrar. Pero, trabajando con inteligencia se logró: de noche, las mujeres charlaban con la policía, y pasaban las chapas, pasaban las puertas. Tres meses estuvo el cerco, pero aún así la cosa se hizo.

VIII

La organización popular

Así que fue un acontecimiento muy bueno, pero fue todo a través de una concientización. Es decir, las comunidades –que estaban muy bien preparadas– me ayudaron muchísimo para poder hacer eso. Sin las comunidades, sin la parroquia, hubiera sido muy difícil haberlo logrado.

Fue un hecho que llamó muchísimo la atención, fue publicado por todos lados. En los diarios salió: “cura comunista toma tierra”. Me filmaron por todos lados, salió en Europa, me llamaron de Suecia, de Francia, de Italia, para decirme que me habían visto por televisión.

Yo sabía que se trataba de un acontecimiento muy grande, de una experiencia muy rica, y por eso me pregunté: ¿cómo hago para que esto sea verdaderamente popular, es decir, para que esté en manos del pueblo? Porque yo había sido el promotor, pero eso debía ser tomado por el pueblo, y no debía ser guiado por mí. Eso tenía que pasar del líder que lo había producido al pueblo, para que el pueblo fuera su propio líder. Entonces formé la comisión popular, que consistía en elegir un delegado por manzana, en asambleas de cada manzana, y en organizar una comisión interna en cada asentamiento, con los delegados elegidos. De tal manera que el delegado no podía hacer lo que quería, sino que tenía que actuar de acuerdo a la propuesta de la manzana.

Después formé una coordinadora de todas las comisiones internas. Venían a la parroquia todas las semanas, y yo les ayudé a formar conciencia sobre cómo tenían que conducir esa experiencia, de tal manera que resolvieran todos los problemas que ahí surgían. Por ejemplo, enseguida se resolvió el problema del agua, de la luz, de las calles. Todo organizado en forma comunitaria, porque venía todo organizado de esa manera.

CS: ¿En qué año comenzó esa organización?

RB: Esto empezó a funcionar más o menos en el 82, muy poco después de la toma de las tierras. Y la organización popular fe un éxito extraordinario. La asamblea y los manzaneros fueron experiencias extraordinarias: no se podía hacer nada sin su aprobación.

Me acuerdo una vez que cayeron unas piedras tremendas y agujerearon todos los techos de cartón, y se necesitaban como cuatro o cinco mil chapas. Bueno, la gente organizada fue a la municipalidad con los camiones, trajo las chapas, y por intermedio de los delegados se compartió. Yo no participé para nada. En cambio Angel, que era cura acá en la San Bautista, y tenía ya a IAPI como parte de la parroquia, fue él a comprar las chapas, las puso en la parroquia, y puso a la gente en fila para repartirlas. El problema fue que no alcanzó, y la gente casi lo mata.

Ahí se ven otra vez dos formas organizativas: una que la hace el pueblo organizado y otra que la hace un líder por su cuenta. Y es algo muy común: uno se considera líder y quiere hacerlo todo. De la otra manera, lo hace el mismo pueblo, y el líder desaparece.

Más tarde, lógicamente, apareció gente que quería hacer asentamientos por todos lados y querían que yo fuera al frente. Me decían: “vos que fuiste el que comenzó a hacer esa experiencia, ponete al frente”. Yo respondía que no: el líder tiene que saber separarse a tiempo, cuando el pueblo toma conciencia y es capaz de hacerlo. El pueblo tiene que ser el propio líder, tiene que darse cuenta de que es capaz de hacerlo. Y así fue: la gente aprendió y comenzó a hacer los asentamientos por todos lados. Ahí están una vez más las dos concepciones.

Y venían los intelectuales, y me decían:

– “Raúl, ¿en qué te podemos ayudar? Estamos dispuestos a ayudarte a organizar todo lo que has hecho.”

Entonces yo les decía:

– ¿Pero ustedes qué se piensan? ¿Son hijos de puta o qué son? ¿Así que me venís a organizar todo lo que yo hice, con peligro incluso de la vida porque empecé en plena dictadura? ¿Sabés lo que vamos a hacer? Andá vos a hacer un asentamiento, y cuando lo hagas entonces venís y trabajamos juntos. Pero venir a trabajar sobre lo que yo hice… ¿por qué no te vas a la puta que te parió?

Esos son los intelectuales: quieren venir a conducir lo que el pueblo hace. Los militantes políticos, y los de las universidades, que se creen que vienen a salvar al pueblo, y no tienen la menor idea de lo que es trabajar con el pueblo, saberlo conducir, y lograr que el pueblo sea su propio líder.

Yo directamente los puteaba y los mandaba a la mierda. Y venían muchos, porque enseguida se corrió la bola por todos lados.

IX

Los asentamientos y “la política”

Me acuerdo que estando reunido con los curas en San Juan Bautista vinieron a avisarme que habían venido las topadoras para tirar las casillas del Tala. Tuve que salir corriendo, y estaba la topadora, la policía, y el comisario que era amigo mío, y me dice:

– Raúl, arreglá este problema porque yo no quiero tirar a la gente.

– No seas hijo de puta, le dije, ¿cómo mierda estás acá? ¿Vas a tirar contra tu pueblo.

Bueno, estaban las topadoras listas para avanzar, y estaba el delegado de Solano para dar la orden, y yo me puse adelante, llamé a todas las mujeres y nos pusimos frente a las topadoras: “no vas a  avanzar”, le decíamos. Y como habían unas casitas ahí cerca, donde vivían toda gente que conocíamos de la parroquia, yo le digo al de la topadora:

– Mirá, allí en las casitas hay vecinos con armas y te están apuntando: si avanzás te meten un tiro en la cabeza.

Lo asustamos. Entonces fui a hablar con el delegado, y me dice que tenía orden de Casanero, que fue intendente de la dictadura. Fuimos a Solano para hablar por teléfono, y el delegado habló y dijo que la orden estaba dada, que había que avanzar con las topadoras. Y yo le dije: bueno, déjeme hablar a mi. No me querían dejar, hasta que me dieron con el secretario del secretario del secretario, luego pasé al secretario de la intendencia, y le conté la situación. El me repitió que la orden del intendente era avanzar.

Entonces pedí que pararan hasta que yo hablara con él. Eran las doce menos cuarto y a las doce cerraba la intendencia. Menos mal que estaba Miguelito, un cura amigo que tenía un fitito, y llegamos los dos, subimos al tercer piso y estaba el secretario. Allí nos hizo esperar un tiempo largo, hasta que volvió y nos pregunta:

– ¿Ustedes para cuándo quieren la audiencia?

– Pero usted qué se hace –le digo–. Tengo un problema de la san puta en la parroquia y usted me pregunta para cuándo, yo quiero hablar ahora con el intendente, esto es urgente.

Entonces, de adentro del despacho dicen:

– Pase Padre, pase.

Era el intendente que estaba con dos o tres secretarios.

¿Y sabés las de puteadas que nos dimos? El me decía:

– Yo se que usted está organizando otro asentamiento.

Y yo le digo:

– El problema no es mío, sino que es suyo, porque usted tiene un problema de vivienda que no está resolviendo.

Y me dice:

– Pare la próxima toma.

– No, usted es el responsable de hacerlo porque usted es el responsable de atender a esa gente no yo. Yo estoy simplemente sirviendo allí.

– Mire Padre, yo soy boludo pero no tanto. ¿Por qué no hizo todo esto en Florencio Varela, y me lo trae acá a Quilmes?

Bueno, nos peleamos tanto que al final me dijo:

– Bueno listo, esta me la banco, pero la otra –la que venía– no la dejo pasar.

Así que el intendente tuvo que aflojar, porque la multitud era tan grande que no lo podía contener.

Esa fue la experiencia. Y asentamiento le llamamos porque no sabíamos que nombre ponerle: barrio no era, villa no era…. ¿Sabés cómo me costó romper con el concepto de villa? Y sin embargo, por un lado, creo que es mejor la villa, porque la gente se siente junta, hay cierta comunidad. Porque el asunto de ponerse todos bien separados es muy burgués, cada uno en su terrenito. Y es que resulta que con el tiempo me di cuente que una vez que consiguió escritura se puso el cerco, dijo esto es propiedad privada y se olvidó de lo comunitario.

Otra cosa es que no queríamos que entrara ningún partido político: ni peronistas, ni radicales. Pero después llegó la época de la democracia, vinieron los partidos políticos, y ahí se pudrió todo. Yo ahí me di cuenta que no iba más, y lo dejé todo. Se dividieron, se perdió la organización popular, hicieron sociedades de fomento. ¿Por qué no defendieron su organización popular que costó tanta sangre? ¿Por qué hacerles caso cuando dicen que no te atienden si no te convertís en una sociedad de fomento? Yo les decía que no acepten, que esas son las formas que ellos tiene para dominarte, que por qué no manteníamos nuestra organización, no la defendíamos. Porque un pueblo cuando ha llegado a su máximo nivel de organización tiene que tratar de defenderla frente a los poderes. Pero hay que tomar conciencia.

Logramos que un muchacho fuera concejal: Reinoso. Y yo le dije: “Reinoso, tenés que estar en función de tu pueblo, de tu gente”. Sí, sí, me decía. Se hizo concejal, se fue a la mierda, se separó de la señora, se hizo rico…

CS: Y después volvió con la topadora… (risas)

X

Crisis de la experiencia

RB: Después del asentamiento, en una reunión que hacíamos todas las semanas, yo propuse pensar qué nombre le poníamos a ese fenómeno que había sucedido. Y entonces me acordé del éxodo. Claro, los israelitas se liberaron cruzando el Mar Rojo, y se asentaron en el desierto. Ahí nace el nombre de asentamiento, en esa experiencia. Porque en Perú le llaman “pueblo nuevo”, en Chile lo llaman “población”.

CS: ¿Y cómo siguió el proceso en los últimos veinte años, es decir, en los ochenta y noventa?

RB: De un lado, en la Iglesia no se vio bien. El obispo y los curas no aceptaron. Ellos me decían: “vos no pensás en la Iglesia, no pensás en el obispo, mirá que quilombo estás armando, mirá que lío”. Un lío no sólo nacional sino también latinoamericano. Porque era un fenómeno que nunca se había dado en la Argentina: la posibilidad de que la gente con coraje tomara las tierras, y que comenzara a tener por sí mismo un pedazo de tierra para poder construir su casa.

Después me hicieron como seis o siete juicios. Uno de los jueces me llamó de Lomas, y me dijo:

– Yo soy católico, ¿cómo puede usted hacer eso, no ve que va contra la propiedad privada?.

Y yo le contesté:

– No señor juez, yo estoy a favor de la propiedad privada.

– ¿Y cómo está a favor si usted ha tomado las tierras?

– Yo estoy a favor –le dije– porque quiero que los pobres tengan también la propiedad privada.

Otro tipo me vino a prepotear, y me dice:

– Acá tengo los papeles que dicen que esto es mi propiedad.

Y le respondí:

– Yo también tengo papeles, y son mejores que la escritura tuya.

– ¿Y cuál es?, pregunta.

– La Sagrada escritura –le mandé– que dice que la tierra es de Dios.

Y lo cagué. El tipo se ponía furioso. (risas)

Con esos argumentos andábamos. Pero después, con el tiempo, tomó el pueblo la experiencia, y se fue multiplicando. Ahí apareció Agustín Ramírez, que fue un chico de la parroquia que aprendió, y todos los demás que aprendieron. Comenzó a surgir por todos lados, porque la necesidad estaba y el hecho había producido entusiasmo y seguridad de que se podían tomar las tierras; se había perdido el miedo, y la gente tomó coraje y comenzó a andar y no paraba más.

Resulta que después me di cuenta que, a pesar de que todo el trabajo que se había hecho era muy bueno, habíamos terminado haciendo más de lo mismo: habíamos logrado hacer burgués a la gente. Porque ahora, con la propiedad privada lograda, se acababa todo lo comunitario, ya nadie se preocupaba por el vecino: si antes todos trabajábamos juntos, todo era comunitario, ahora cada uno se separaba. Y yo dije: “no, para trabajar para esto no trabajo más, y me fui”.

CS: ¿Y el Movimiento de Vida Comunitaria (MoViCo) cuando nace?

RB: MoViCo nace como resultado de toda esa experiencia. En ese momento dije: tengo que producir algo nuevo, en donde la gente se forme para no caer en ese individualismo. Por eso se llama vida comunitaria, porque se trata de poner las raíces de lo comunitario. Pero para eso hay que vencer al individualismo que está metido hasta los huesos de la persona, porque eso es lo que propone el sistema. ¿Cómo vencés eso? Con todo un trabajo de concientización, para poder hacer de tal manera que la persona llegue a tomar conciencia de que lo individual ya no satisface plenamente, y que necesariamente tenés que encontrar el sentido comunitario para vivir. Es decir, tiene que surgir no como algo impuesto sino como una necesidad imperiosa tuya, de que lo individual ya te harta, y ya no podés vivir más como el sistema te propone, tenés que vivir con otros valores. Yo creo que de allí parte el trabajo, ese es el sentido del MoViCo. En ese sentido, nace como expresión de todo el trabajo que vengo haciendo desde hace tanto tiempo.

XI

Nuevas búsquedas

CS: ¿Y cómo ve el trabajo actual de los MTDs?

RB: Bueno, ahora pregúntenle a ellos, yo ya hablé demasiado.

Myriam: Yo por lo que veo, un poco a cierta distancia, es que es un trabajo muy importante el que están haciendo. El hecho de salir en defensa de los desocupados. Porque el único derecho que tenía el hombre era el del trabajo, y a partir de ese también tenían salud, educación, etc. Al perder el trabajo pierden todo, y comienzan a agruparse y a exigir de alguna manera que ese desocupado sigue siendo una persona y tiene que tener familia, una vida digna. En ese sentido me parece muy importante el trabajo que hacen. Realmente: salir a la lucha, cuerpo a cuerpo con el sistema, porque sin dudas es así, uno ve como los cagan a palos.

Pero por ahí eso se puede unir con el trabajo que estamos haciendo nosotros. Pues si bien nosotros no vamos al cuerpo a cuerpo, también estamos haciendo un trabajo de liberación y de concientización popular. Para nosotros es fundamental, para construir una sociedad nueva, buscar cómo es que se vence al individualismo. Como decía Raúl, este es el gran problema, porque ya vimos en la historia de los asentamientos cómo una vez que se logra lo que se quiere surge de vuelta el individualismo: como una historia de solidaridad y comunidad se rompe cuando llega la propiedad privada.

A mi me parece muy bueno el trabajo que están haciendo los MTDs, sobre todo en lo que respecta a perder el miedo, juntarse y salir a la calle. Aunque a veces, por ejemplo cuando pasó lo de Maxi y Darío, a uno le da lástima perder personas tan llenas de vida y de conciencia por esto de ir al frente, ir al frente, tanto que el sistema te termina matando. Y por ahí se pueden pensar otras propuestas y trabajar juntos. Nosotros estamos por lo mismo, por ejemplo, pero tenemos otra metodología.

CS: ¿Cómo es la metodología de ustedes?

XXX: Nosotros trabajamos con la gente en forma personalizada, hacemos reuniones una vez por semana de dos horas en los barrios. Ahí los vecinos se juntan, y siempre hay una persona que ya tiene experiencia en el movimiento y se las trasmite a ese grupo que se está formando. MoViCo tiene tres momentos, a partir de una metodología muy sistemática, con cuadernillos, con hojas que la gente puede llevarse a la casa, y muchas prácticas.

Hay mucho de mirarse para adentro, de conocerse, de entender como funcionan nuestras mentes, de entender que si queremos organizar a las personas tenemos que estar primero concientizados nosotros: no podemos dar algo que no tenemos. Parecería, en principio, que es una actitud egoísta, que estamos pensando en nosotros. Pero creo que cuando hablamos de un hombre nuevo tenemos que pensar sí o sí en nosotros. Y esto para la gente es muy importante, porque se dan cuenta de que no se trata de algo que hay que ir a buscar afuera. Este es un primer paso. Y ahora estamos organizados en los barrios, por sectores, hay manzaneras, y van surgiendo nuevos centros del MoViCo, de cinco, diez o quince personas.

Myriam: Pero a su vez se trata de construir una sociedad nueva. Pero eso se construye con personas nuevas, que encuentran maneras distintas de resolver los problemas como la salud, la educación, etc. Lo que buscamos es un cambio social, porque la persona no puede estar bien donde hay represión. Lo que no nos interesa es incluir a la gente, sino todo lo contrario: construir algo radicalmente distinto. Esto implica un proceso más lento, pero también darse cuanta que se trata de una sociedad que ya existe, por ejemplo, en experiencias comunitarias concretas.

[1] El Concilio Vaticano II

[2] Miguel Ramondetti

Argentina. A través y más allá de la crisis (Marzo 2003) // Colectivo Situaciones

 

I

Las imágenes que han recorrido el mundo intentando representar la crisis argentina poco nos dicen acerca de su naturaleza y efectos.

Si algo es evidente es que la crisis profundizó una tendencia ininterrumpida de deterioro creciente de las condiciones de vida de sectores cada vez más amplios de la población. Tendencia que viene desplegándose desde la última dictadura militar (1976–83), cuando el terrorismo de Estado desapareció a 30 mil personas. Los gobiernos constitucionales posteriores transcurrieron sobre un cuerpo social aterrorizado y prolongaron los efectos inaugurados por la dictadura con una nueva modalidad: el terrorismo económico. En la década del 90 el proceso conocido como neoliberalismo expropió masivamente bienes y servicios colectivos (salud, educación, jubilaciones, transporte, etc.), devastando de manera dramática la capacidad inclusiva de un Estado –aún cuando se tratase de prerrogativas periféricas- que alguna vez produjo la sociedad más integrada de América Latina. En los últimos años, el mercado ha tomado a su cargo la regulación de los flujos económicos y la producción de la subjetividad contemporánea, relevando al Estado de muchas de sus antiguas funciones. Este último ha quedado cooptado por diversas bandas mafiosas que se articulan directamente con los capitales globales; precisamente estos son los sectores que se han beneficiado durante los últimos treinta años, incluso a partir de la crisis.

Sin embargo, y a contrapelo de las visiones más difundidas en los últimos tiempos –especialmente aquellas periodísticas y humanitarias-, hay otra percepción del proceso social y político argentino: una perspectiva que intenta situar la operación subjetiva capaz de anticipar, atravesar e ir más allá de la crisis. Es esta dimensión de la crisis la que emergió en las jornadas multitudinarias del 19 y 20 de diciembre de 2001, las cuales hicieron visible un nuevo protagonismo social que venía desarrollándose desde hacía algunos años a partir de ciertas experiencias radicales. Experiencias que, inmersas en una sociedad de mercado y en un entramado de poder posdiciplinario que ya no tiene al Estado como centro de la producción de subjetividades sujetadas, experimentan un pasaje al acto a partir de crear originales modos de lectura capaces de verificar y apropiarse de estas nuevas condiciones de partida. Si el nuevo protagonismo interviene sobre un suelo trabajado por las condiciones posmodernas –los requerimientos del mercado y las técnicas que emplea- rechaza, sin embargo, sus conclusiones: que la omnipotencia de los flujos de mercado (y las guerras que la acompañan) no dejarían lugar alguno para las luchas de liberación.

La crisis no inaugura un grado cero en la Argentina. Porque si por un lado no corresponde inscribir el significado de aquellas jornadas de diciembre de 2001 en una totalidad de sentido anterior, tampoco es posible disimular el largo período previo, en el que se forjaron las subjetividades capaces de producir la crisis, de atravesarla y, ahora, de ir más allá de las conductas que ella parece determinar.

Las jornadas de diciembre constituyen, antes que nada, una auténtica invitación a pensar la potencia de lo que allí ocurrió desde una perspectiva singular, constituida ella misma por los efectos de tales acontecimientos.

El 19 y 20 se trató -a falta de mejor nombre- de una insurrección de nuevo tipo; sin programa, sin promesas de modelos a aplicar, sin organizaciones centralizadas, ni “dirigentes destacados”. Una revuelta que destituyó el juego político de la posdictadura, al tiempo que producía el grito radical – verdadero leit motiv del movimiento emergente–: ¡Que se vayan todos!

Este protagonismo social está en la base de una nueva radicalidad política caracterizada por la valoración de la autonomía organizativa y de pensamiento, de la interdependencia horizontal, de una clara idea del conflicto social y político, y de una solidaridad aceitada entre grupos que no están llamados a coincidir más que en enfrentamientos puntuales contra la represión. Y sobre todo, por la sensación de haber producido –empleando para ello el máximo de los esfuerzos– una apertura y un ir más allá respecto de los saberes y las tradiciones instituidas del pensamiento y los hábitos de lo social y lo político. En palabras de Gilles Deleuze, la resistencia deja de ser pura reacción para volverse creación.

II

Desde entonces, ese movimiento ha tomado sus propias formas. Ha defraudado a quienes pretendían que se trataba de una situación pre-revolucionaria. En efecto, en Argentina no hay en marcha una revolución política (no, al menos, una clásica), sino una revolución en los modos subjetivos del hacer: Una miríada de experiencias que ya no tienen como objetivo la toma del poder del Estado –supuesto núcleo duro de las políticas emancipatorias de la modernidad-, sino la autoconstrucción de un devenir afirmador de nueva sociabilidad. Esta multiplicidad va componiendo la trama de una sociedad paralela, cuya textura se teje alrededor de problemas tales como la autogestión de recursos y saberes, en la perspectiva de una producción material de la vida a partir de estos nuevos focos de producción de valores.

Movimientos piqueteros de trabajadores desocupados; fábricas ocupadas autogestionadas por sus trabajadores; asambleas barriales que redefinen en los hechos los espacios públicos de la ciudad; microemprendimientos productivos de una economía solidaria; experiencias en salud, educación, derechos humanos y contrainformación; la producción de un nuevo arte capaz de problematizar desde lenguajes más densos estos tejidos emergentes, una nueva estética que logra presentar esta experiencia más allá de estereotipos y confirmaciones impuestas por la figura (espectacular) del espectador, y un nuevo lenguaje que renueva el sentido de una lengua saturada por expresiones provenientes de los mass media, de una academia irremediablemente alejada, y de una jerga política que entiende la palabra como objeto de manipulación; dan lugar a la composición de un nuevo paisaje socio-cultural.

En fin: sobre el suelo fragmentado de la Argentina actual se experimentan desplazamientos subjetivos y recorridos éticos que van más allá e impugnan la imagen de la víctima que padece. La crisis puede ser asumida no sólo en sus efectos devastadores y disciplinantes: el desierto puede ser también el terreno de agenciamientos de potencias productivas y subjetividades cooperantes.

Estas subjetividades antagonistas desarrollan un auténtico experimento de contrapoder a la vez que se constituyen en notables factores de alteración de todo proyecto de (re)normalización de la vida institucional del país.

Pero esta fortaleza no se da sin el correlato de una enorme fragilidad en la medida en que estas experiencias deben asumir la incertidumbre de pensar sin modelo, asumiendo un no saber fundamental que implica en cada lucha la formulación de hipótesis prácticas sobre qué significa la producción de nuevos lazos sociales en sus situaciones concretas. Y porque los riesgos no dejan de presentarse una y otra vez: la cooptación y la represión son los nombres de las reacciones del poder.

La guerra ha sido declarada. De allí la necesidad de extender redes concretas que protejan estos nuevos mundos. Si de un lado contamos con el peligro de una institucionalización que bloquee las capacidades creativas y los horizontes de expansión; del otro corremos un riesgo no menor en el llamado a reducir esta misma expansión a la “lógica del enfrentamiento”, que privilegia la estrategia del espejo frente al poder.

Es posible que el poder y el contrapoder convivan por un largo período sin que uno elimine al otro. Ambos tienen planteados un conjunto de problemas para estabilizarse, asumiendo esta coexistencia conflictiva. De allí que asumir la guerra sea, para los movimientos de contrapoder, la única forma de evitarla. Y para ello, se avocan a la construcción de una temporalidad propia, que se sustrae de los tiempos y las exigencias del poder, sin desconocerlo, pero acentuando sus propias posibilidades de consolidar esta experimentación.

III

Volviendo a la carencia expresiva de las imágenes de la crisis, nos hallamos frente a un obstáculo serio a la hora de presentar, en términos de imágenes, este proceso de emergencia de un nuevo protagonismo social. Las descripciones que se intentan caen a menudo en un reduccionismo extremo, producto de una vocación descriptiva que no se interroga por los límites de sus propios recursos representativos. De allí que sea imprescindible el desarrollo de un pensamiento estético capaz de reorganizar representaciones novedosas que escapen a las ya agotadas mallas conceptuales de interpretación política. Tal exigencia ha puesto en marcha una vasta operación de intervención-lectura o lectura-intervención, es decir, una torsión de los saberes que se disponen como inmediatamente operativos, desbloqueándolos respecto de la experiencia y haciendo del acto un pensamiento encarnado.

Surge, así, un nuevo territorio subjetivo, capaz de sostenerse por sí mismo y devenir fuente de juicios, enunciados, valoraciones, lecturas, actos, luchas, encuentros. Se trata de un territorio extraño, que se resiste a ser definido, reducido, objetivado. Una máquina capaz de seleccionar soberanamente su propio mundo relevante.

He aquí, entonces, una tesis: si todo agenciamiento produce sus propias condiciones, corresponde pensar la “crisis argentina”, o lo que ocurre bajo unos territorios que decidimos seguir llamando así, no sólo bajo la luz de las ciencias del mercado –esas profecías que nos hablan de los designios divinos de la diosa económica–, sino, y sobre todo, del brillo de estos movimientos de recomposición, verdadero mensaje de las luchas argentinas al resto del mundo.

IV

La crisis es, así, un oscuro punto de encuentro en donde se cruzan sin saludarse quienes, desde una vereda, conciben toda ruptura del orden –de la normalidad- como auténtica causa de la creación de nuevas subjetividades –agenciamientos– que surgen siempre como fuerzas segundas –reacciones, diría despectiva y agudamente Nietzsche–; mientras que, en la vereda de enfrente, se aglomeran aquellos que persisten en considerar la crisis como un acontecimiento extraño, ajeno e imprevisible. Nos interesan los primeros, porque son quienes tienen ojos para ver en la crisis un proceso de agotamiento de aquello que, precisamente, entró en crisis, y para verse como artífices y no víctimas de tal agotamiento.

Es cuestión metodológica esencial decidir si estas luchas serán consideradas un mero “efecto” (hurtando a los pueblos sus potencias, victimizándolos, realzando la oscura debilidad de los poderes de la separación de la vida) o si serán valoradas con justicia como procesos que atraviesan la crisis desde su origen –participando en la causa, transversalmente, produciendo subjetividades “en” la crisis– y “más allá” de ella misma, siendo fiel al deseo que las mueve.

La crisis no está hecha de desperfectos técnicos. Y si es cierto que activa gigantescos mecanismos de poder y disciplinamiento social, no lo es menos que la fascinación fetichista que genera esta imagen no logra ocultar la materialidad de las vidas resistentes involucradas en ella. No se trata sólo de dolor y miseria. También, y sobre todo, de dignidad, tal como afirman los zapatistas. En resumen, la crisis es un momento negativo hecho de una positividad difícil de advertir y mas aún de desplegar. La crisis adviene y se torna condición. Y, sin embargo, no es causa lejana. De hecho, se trata de interiorizarla, de introducirse en ella y desplegarla hasta el extremo, aún si su presencia nos aterra como una tormenta cuya temible independencia nos reduce a pura angustia.

Si ya no identificamos libertad con ausencia de tragedias, lo que nos exige la crisis no es tanto la necesidad de alejarla, como una indagación acerca de los modos en que es posible atravesarla.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones.

Buenos Aires, Marzo de 2003

Carta a los compañeros del Colectivo Editor de DeriveApprodi (28/02/2003) // Colectivo Situaciones

Van, en estas líneas, algunas reflexiones sobre las sugerencias que proponen en su carta. Hemos decidido no seleccionar las preguntas que proponen según nuestros propios intereses sino, antes bien, respetar su orden, seleccionando, en todo caso, aquellas que mejor se adaptan a nuestro propio interés como ocasión propicia para exponer reflexiones más significativas y aprovechando la oportunidad de plantear alguna discusión de criterio en aquellas otras en las que sentimos alguna incomodidad con respecto al punto de vista implícito en las consignas.

El resultado de esta forma de trabajo es un diálogo o una entrevista sin formalismos, en la que intentamos hacer visible no sólo el conjunto de nuestras impresiones y opiniones sino, en todo caso, algo de mucho más valor: las reacciones concretas frente a cada una de las sugerencias que nos hacen, los mecanismos de elaboración de las experiencias en las que estamos de alguna manera inmersos y, en fin, las operaciones concretas de pensamiento y de escritura.

Antes de comenzar a responder, queremos saludarlos y transmitirle nuestra valoración de esta feliz iniciativa en tanto tiene la doble virtud de ofrecerse como un estímulo a la elaboración colectiva de las experiencias radicales de diferentes puntos del planeta, a la vez que evita el riesgo de la interpretación centralizada y excluyente sobre un conjunto de prácticas que han hecho de la multiplicidad, precisamente, una de sus más preciosas claves. Si un obstáculo hemos encontrado en el espíritu del cuestionario, sin embargo, es la forma en que dan por evidente la omnipresencia del fenómeno de la resistencia global en situaciones dispares. Esperamos que este último aspecto agregue una cierta dosis de tensión a los puntos de discusión que a continuación se desarrollan.

1

En primer lugar, nos interesaría saber qué tipo de resonancia han tenido en el entorno el que vivís las grandes iniciativas del movimiento global de los últimos años, de Seattle a Génova, de Durban a Johannesburgo. En el número de DeriveApprodi dedicado a los movimientos europeos hemos publicado una entrevista realizada a un compañero argelino, que subrayaba el carácter meramente eurocéntrico y espectacular de tales iniciativas: ¿compartís este juicio, o bien pensáis por el contrario que con independencia de sus límites, el mensaje de una revuelta radical contra el capital global ha circulado a escala planetaria?

Nuestra imagen de la llamada resistencia global por darle un nombre no sólo descriptivo sino también admitido por muchos de sus propios miembros no parte de la disyuntiva excluyente (o…o) que, al parecer, ustedes proponen. Más que elegir entre uno de los términos de esta disyuntiva, creemos que la resistencia global oscila entre ambos, y aquí intentamos dar cuenta de la ambigüedad con que se presenta el mentado fenómeno; es decir, si de un lado nos interesa, por el otro nos preocupa. Esto no supone eludir el carácter heterogéneo y complejo del fenómeno, ya que es el propio movimiento (luego diremos algo sobre esta denominación) el que parece oscilar entre estos dos polos que aparecen como excluyentes en su pregunta.

Ocurre que el movimiento está atravesado por dos lógicas divergentes: una que consiste en convocar a una miríada de experiencias de resistencia al capitalismo, y que tiende a potenciar estas prácticas a partir de una confluencia horizontal, por resonancias; y a la vez otra lógica que se solaza imprimiendo sobre esta base indudablemente positiva un conjunto de representaciones que virtualizan (y en el extremo caricaturizan) la potencia que circula en estas redes de contrapoder.

Esta segunda operación consiste en la estandarización de un lenguaje una cierta jerga y de una estética que, en la medida en que toman el poder sobre la multiplicidad de las resistencias, produce la idea algo extraña de la existencia de un movimiento de la alternativa, cuando en rigor no existen más que experiencias, hipótesis y tendencias (heterogéneas, múltiples y confluyentes).

Nuestra experiencia de eso a lo que hemos llamado excesivamente como un movimiento, entonces, remite a una noción fundamental para los editores de DeriveApprodi: lo ambivalente. De un lado, experimentamos la alegría de una época en la que se desarrolla una nueva contraofensiva mundial de los deseos de emancipación, que pretenden producir, investigar y crear nuevos mundos; a la vez que, por otra parte, sospechamos y hasta nos burlamos de los rasgos más abiertamente cómicos de una cierta militancia global primermundista que ha tenido, sin embargo, mucho éxito en captar, en nuestros países, la atención de algunos activistas e intelectuales locales.

Es cierto entonces que participamos de un fenómeno de resistencia y creación frente a la hegemonía del capital, de un campo múltiple de luchas que reconoce y afirma cierta universalidad frente al espectáculo y la tristeza de nuestras sociedades contemporáneas, de un conjunto de redes que desarrollan circuitos muy concretos de producción e intercambio de prácticas, recursos, información y nociones teóricas. Y sin embargo, no es menos cierto que esta rica multiplicidad convive con su justo opuesto, que la acompaña de manera paralela y a veces indistinguible, haciéndonos creer en la existencia efectiva de un movimiento: representación unidimensional que invierte en contra de sus proclamas más insistentes el carácter situacional de las prácticas confluyentes. Inversión que funciona proponiendo un nuevo ideal al que someterse como cuando se dice que otro mundo es posible, dando por sentado que el objeto del movimiento es tan global como ese mundo globalizado por el capital.

Podríamos resumir entonces esta impresión afirmando como dilema aquel que distingue entre dos tendencias que atraviesan el fenómeno: una que quiere una globalización alternativa a la globalización capitalista, y que trabaja en el mismo nivel espectacular que su contrario: el de un mundo único capaz de ser moldeado; la otra, que pretende desglobalizar lo global en nombre de la multiplicidad concreta de la vida, y para la que el mundo no existe sino como pluralidad de múltiples concretos, precisamente porque entiende que el capitalismo es esa globalidad que ha unificado al mundo como una universalidad abstracta.

Querríamos, finalmente, tomar muy en serio las palabras que ustedes utilizan, y arriesgar una formulación: en la medida en que hablemos de resonancias como dicen los zapatistas, auténticos diapasones antes que de comunicación (y, claro, no se trata sólo de una mera cuestión de palabras) estaremos más bien trabajando al nivel de la composición y de las prácticas concretas, sin necesidad de acudir a identificaciones puramente imaginarias (tanto más insistentes cuando se presentan arropadas de discursos radicalmente opuestos a la representación).

2

Tras los encuentros de Porto Alegre, en Brasil, el Foro Social Mundial ha intentado articularse territorialmente, dando vida a citas continentales en Asia, Africa y América Latina. ¿Cómo juzgáis esta tentativa?

Desde nuestro punto de vista se puede afirmar que son tres los factores que hicieron del Foro de Porto Alegre el principal referente, en nuestro país, de la resistencia global. La cercanía geográfica, que ha permitido a muchas organizaciones y personas participar de los foros; el interés que genera la situación brasileña, sobre todo a partir de la presencia del PT más aún ahora que Lula llegó por fin al gobierno, pero también del MST, uno de los movimientos sociales más radicales del mundo; y el atractivo mediático producido por la presencia de figuras sobre todo intelectuales y consignas otro mundo es posible que contribuyen a dar la sensación de que ese lugar es EL lugar de la alternativa.

A nosotros nos parece un hecho positivo que se realicen estos foros, a la vez que no nos hemos sentido convocados a participar en ellos. Puede parecer una paradoja, y tal vez lo sea; pero es que en ellos, si por un lado se anudan contactos e intercambios y se establecen redes sin centros, por el otro, en convivencia con esa lógica, aparece la tendencia a un vedetismo francamente insoportable, a la centralización, y a la presentación de un modelo global alternativo. Es muy conocida la preponderancia en la organización de estos eventos de un ala del movimiento que está dedicada, precisamente, a modelar, a partir del foro, una línea de la alternativa, encabezados por Le Monde Diplomatique, ATTAC, y algún sector del PT.

Esta situación pone de relieve una discusión que ustedes relevan a la perfección, referida a la persistencia del espacio nacional como un espacio de intervención entre otros para experiencias de construcciones políticas y sociales alternativas. Incluso cuando estas experiencias no sean del gusto del movimiento en su conjunto, existen y expresan problemas latentes. De allí que no se trate tanto de juzgar como de comprender la variedad de circunstancias políticas que se presentan en la actualidad, sobre todo en América Latina, que es lo que conocemos y lo que nos interpela con más intensidad.

La discusión a la que aludimos presenta dos aristas.

De un lado, esta persistencia en lo nacional se explica por la evidencia de la existencia de un imperialismo dentro del imperio. Cuestión que, sin embargo, no justifica, desde nuestra perspectiva, que se subordinen las experiencias más radicales a razones de Estado. El zapatismo es el ejemplo más conocido de un trabajo que asume esta tensión, sin perder por ello radicalidad. Sea entonces para discutir críticamente la compleja situación de ciertas realidades nacionales Brasil es paradigmático al respecto, o para profundizar en intercambios de movimientos radicales que trabajan a distintas escalas y con diferentes orientaciones sobre el poder, el Foro de Porto Alegre ha sido una contribución, pero no ha agotado ni resuelto las dificultades que se presentan al movimiento.

Nuevamente, entonces, no se trata de estar por o contra, ni de reiterar dilemas (como reforma o revolución) sino bregar porque haya cada vez más espacios y foros, de forma que no cristalice un centro de la alternativa, un foro, ni un otro mundo posible.

Por otro lado, sin embargo, estas tendencias tienden a subordinar a la multiplicidad del movimiento bajo el argumento de que el Estado es la herramienta de protección nacional ante la fluidez de la globalización neoliberal, sin percibir hasta qué punto el Estado es una forma social inmediatamente ligada al mercado financiero mismo. Así, para muchos intelectuales y dirigentes políticos y sociales de izquierda, es posible y deseable recuperar, a través de un consenso nacional, las capacidades de regulación y negociación del Estado frente al capital globalizado. Para enfrentar la lógica de fragmentación y privatización del mercado, se propone reinstalar una dinámica integradora, a partir de la centralidad estatal, sin considerar hasta qué punto el Estado es un mecanismo indispensable de subordinación del territorio (nacional) a las exigencias del mercado mundial capitalista. Si es cierto, entonces, que sobreviven formas imperialistas e incluso coloniales de apropiación de los territorios y los recursos del tercer mundo, no lo es menos que estas estrategias son hoy redefinidas por mecanismos de dominio posmodernos, específicamente imperiales.

Si de un lado, entonces, el Foro tiene la virtud de aglutinar la diversidad de posiciones que conforman hoy el llamado movimiento de la alternativa, no es menos cierto que son necesarios también otros puntos de encuentro que logren sustraerse de la dinámica propia de los grandes eventos, y se adecuen mejor a los  tiempos de elaboración de los problemas más crudos que se les presentan a las prácticas radicales.

3

Independientemente de las iniciativas de lo que hemos denominado movimiento global, hay una experiencia de lucha singular, por ejemplo, el movimiento zapatista en América Latina, la Intifada palestina, las luchas de los sin tierra brasileños, que haya funcionado como punto de referencia para una nueva ola de luchas y de movilizaciones sociales?

Es indiscutible que al menos en lo que conocemos fue el EZLN el que influyó decisivamente alrededor de puntos fundamentales que hoy se discuten en todo el país. El zapatismo apareció como el signo del fin de la resignación, el recomienzo de los ciclos de lucha, pensamiento y creación. Sus tesis sobre el poder, el fin efectivo de los vanguardismos, etc., incidieron de una manera determinante para nosotros enormemente positiva en las experiencias argentinas.

Luego, el movimiento piquetero, la insurrección de diciembre del 2001 y las asambleas han avanzado en elaborar estas discusiones.

Pero también la extensión y la radicalidad del MST de Brasil ha influenciado mucho a experiencias campesinas, y no sólo a ellas, sino también a experiencias urbanas.

Habría que decir también que, con un signo opuesto, la influencia del PT (y en menor medida la de Chávez) es actualmente muy grande, y que esta gama de influencias expresan la heterogeneidad de lo que podríamos llamar el movimiento argentino. (Otra vez se hace evidente el exceso que implica hablar de movimiento argentino).

En todo caso, nosotros nos inscribimos en los recorridos que prolongaron la influencia del zapatismo, y que en la Argentina es muy extendida: buena parte de las asambleas y los movimientos piqueteros, de las fábricas tomadas por sus trabajadores y de otras experiencias de economía alternativa, de los grupos artísticos y de contrainformación, de las experiencias de educación y salud alternativa, de los movimientos campesinos y barriales, antirrepresivos y sindicales, de mujeres e indígenas, etc. constituyen un verdadero movimiento de contrapoder que encuentra raíces comunes con la actual contraofensiva de luchas en toda América Latina.

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¿Cuáles son los temas fundamentales de movilización en el entorno en el que os movéis? ¿Qué relación existe, en particular, entre las movilizaciones ligadas al mundo del trabajo y a los sindicatos, las de los sectores sociales que viven duras condiciones de exclusión social y las ligadas a temas como la situación de las minorías?

Como es de sobra conocido, el movimiento argentino es plural, heterogéneo y dinámico, siendo sus reivindicaciones muy variadas. Existe el movimiento piquetero y sus exigencias, que van desde la reinserción laboral hasta el trabajo autogestionado y el cambio social; las fábricas ocupadas por sus trabajadores y su discusión sobre si la mejor opción consiste en la estatización de la fábrica bajo control de sus trabajadores, o bien la cooperativización; los reclamos de las Madres de Plaza de Mayo y los Hijos de justicia y encarcelamiento a los genocidas de la dictadura; los reclamos de los campesinos por la tierra, condiciones de producción y comercialización; la lucha por salud y educación, etc.

Pero no es de ningún modo suficiente metodológicamente hablando- referirnos a la naturaleza del movimiento a partir de sus demandas explícitas, sino que es de vital importancia referirnos sobre todo a sus prácticas, y a su capacidad de elaborar nuevos sentidos, valores, vínculos, lenguajes y saberes, para dar cuenta en profundidad de las luchas actuales.

Pero ustedes preguntan con un énfasis especial por aquello que sucede en el mundo del trabajo. Y es que, en efecto, la tradición emancipativa creyó que la clase obrera sería el sujeto de la revolución. Entonces: ¿qué sucede con los trabajadores?

Siendo esta la pregunta, habría que hacer una larga historia para conocer los pormenores de las luchas obreras en el país y, nuevamente, no es este el sitio para contar esta historia.

Tal vez alcance con decir que los trabajadores argentinos han conocido durante las últimas décadas una cruel subordinación al mando del capital a partir de mecanismos represivos brutales, comenzando por las dictaduras militares y las desapariciones, primero, y luego a partir de mecanismos de mercado tales como los picos hiperinflacionarios del año 1989 y la híper desocupación actual. A lo que habría que agregar que la reconversión del aparato productivo y administrativo nacional acentuó la destrucción de conquistas obreras, pero también de una cultura de lucha y solidaridad que alcanzó su pico histórico en los años 70.

Actualmente la precarización de las relaciones laborales más los índices altísimos de desocupación se combinan para disciplinar a los trabajadores ocupados, forzar una tendencia a la baja salarial y destrozar todo poder social instituido del trabajo.

En ese sentido, aparece una paradoja no menor: en los sectores de la población que aún tienen empleo es donde la amenaza de exclusión es más eficaz en sus efectos disciplinantes. Desde este ángulo, se logra ver aún mejor la radicalidad del movimiento piquetero que ya no pide inclusión a un modo de vida organizado por una rutina laboral, sino que incluso cuestiona la propia denominación de desocupados, al considerar que tal clasificación revela el punto de vista del capital y no el de quienes no desean volver a ser explotados.

El empleo y las formas del mundo laboral aparecen en Argentina como el privilegio de unos pocos, sustentado en la exclusión de millones. Exclusión e inclusión, entonces, son categorías de un mismo fenómeno: la organización capitalista del mundo actual.

Sin embargo, la exclusión supone un modo de inclusión: estar incluido como excluido en el sistema de mercado es la forma de compartir un mismo mundo. Incluido y excluido son las dos formas políticas y existenciales de participar en ese mundo. En este sentido, ser un excluido no sólo remite a las circunstancias concretas de estar privados de los recursos básicos para la existencia, es también el modo subjetivo de adecuarse a esa forma binaria -a la vez, excluyente pero inclusiva- que organiza la vida a partir de la carencia. El excluido es, así, un puro sujeto de necesidades, sólo capaz de un padecimiento continuo.

Parte del movimiento piquetero experimenta otra forma de estar que consiste en un hacer social más allá del mercado y del Estado; hacer que constituye una labor subjetiva, cotidiana y material, de moverse más allá de las catalogaciones de incluido o excluido.

La acción concreta del piquete, de la que proviene el nombre piqueteros, es un recurso heredado del movimiento obrero. En aquellas circunstancias, se hablaba de piquete de huelga, y su territorio era la fábrica. El piquete de fábrica era un instrumento de lucha de los trabajadores. Se podría decir que el piquete de fábrica producía un cierto sujeto que se constituía en la lucha sindical y política. El piquete era un mecanismo de apoyo de un dispositivo fundamental: la huelga. El piquete colaboraba con una acción muy particular: la no-producción. Una forma de sociedad, de capitalismo y de la lucha de clases se deja leer a través de estos métodos de lucha. El piquete actual es otra cosa: su territorio ya no es el de la fábrica, sus protagonistas no son obreros ocupados sino desocupados, y el piquete adquiere una centralidad tal, en la lucha que quienes lo realizan, que no se producen a sí mismos tanto como obreros en lucha sino como piqueteros.

El piquete actual opera en la fábrica social. Pero su potencia no es tanto la de hacer que no se produzca sino de lograr que no se circule. El piquete actual, entonces, no es tanto un subproducto residual de la lucha de clases de la fábrica, como una modalidad contemporánea de la lucha de clases en un capitalismo posmoderno que cada vez indistingue más entre producción y circulación. El piquete es, a su vez, expresión de la sociedad argentina actual. Sobre todo del desfondamiento del Estado nacional y su captura por parte de un conjunto de bandas mafiosas, que se han apoderado incluso- de las fuerzas represivas. Actualmente, la sociedad argentina tiende a escindirse entre los lazos que ligan al capital global y al Estado mafia, de un lado y, de otro, las experiencias más radicales de un contrapoder, una sociedad paralela que tiende a autoorganizarse. El piquete es parte de este movimiento de contrapoder. El piquete, decíamos, es expresión de una nueva lucha de clases. Esa lucha se extiende a todo el cuerpo social. Pero para comprender aun mejor esta perspectiva, conviene mirar más allá de los piquetes y alcanzar lo que sucede con los movimientos piqueteros cuando no hacen piquetes.

Este dinámica del movimiento piquetero implicó en Argentina dos discusiones que, podría decirse, son la misma. Por un lado, con aquellos que condenaron en un principio las prácticas de los piqueteros por considerarlos un sujeto marginal, que renegaba de las identificaciones proletarias más tradicionales. Nos referimos, claro, a buena parte de los intelectuales de las ciencias sociales, los sindicatos y los partidos de izquierda. Pero ahora ha cambiado la evaluación política dominante y los desocupados han pasado a ser considerados como el sujeto histórico del momento. Y esta afirmación tiene distintos argumentos: o bien por su pasado obrero (cuando es inexistente en muchos, y particularmente en los jóvenes), o bien porque creen que gracias a su lucha es posible restaurar el sujeto trabajador. Es decir, porque ven la posibilidad de volver a incluirlos en la categoría de trabajadores gracias a una política determinada.

Esta misma discusión se traslada al fenómeno más reciente de las fábricas tomadas. Los partidos de izquierda se han volcado masivamente sobre estas experiencias por la verdadera fascinación que despierta lo que aparece como la resurrección de la clase obrera.

Sin embargo, nos parece que la ocupación de fábricas abre una cantidad de interrogantes de muy distinto orden. Fundamentalmente, ¿cómo se desenvuelve el dilema incluido-excluido en estas experiencias? Porque no se puede obviar que muchos de los trabajadores que ocupan la fábrica lo hacen, en un principio, para no convertirse en desocupados, es decir, en excluidos. Y esta cuestión nos parece de una complejidad mayor: ¿la ocupación puede ser, en última instancia, una acción extrema para seguir estando incluidos en el mundo del trabajo? Y, al mismo tiempo, y en un sentido contrario:  ¿puede constituirse en estas ocupaciones la posibilidad material de producir un recorrido singular para fundar una zona liberada del mercado y del Estado, tal como desde otras situaciones concretas está intentando el movimiento piquetero autónomo?  La consigna surgida del propio movimiento de fábricas tomadas -y compartida por algunos otros emprendimientos de autogestión- da cuenta de este ensayo: ocupar, producir, resistir.

Estas definiciones se despliegan actualmente en la práctica: cómo se resuelve el funcionamiento de la fábrica, cómo se realiza la distribución de tareas si se pretende desjerarquizar la producción, cuáles son los problemas que supone  búsqueda de mercados y proveedores y el pago de deudas anteriores que los patrones no asumen, cómo se construyen los lazos con el barrio y la comunidad de solidaridades, etc. Esta realidad adquiere una significación particular en el contexto de la hegemonía del capital financiero, cuando las fábricas productivas son abandonadas por sus patrones porque no brindan la rentabilidad que promete el mundo especulativo de las finanzas. Esta situación abre una perspectiva nueva: un mundo de dos rentabilidades, uno regido por la maximización de la ganancia, totalmente autonomizada de la lógica de la reproducción social y otro antagónico, articulado a las redes de reproducción social alternativa.

En este sentido, lo que sucede no es la recuperación de la fábrica, sino el surgimiento de otra cosa. Aquí hay que pensar con contemporánea radicalidad lo que significa tomar la fábrica cuando previamente ha sido abandonada por los patrones. Lo que aparece como desafío, entonces, es ver si estas experiencias logran producir simultáneamente la subjetividad capaz de habitarlas en una perspectiva autónoma, teniendo en cuenta que quienes han ocupado estas fábricas son trabajadores que han padecido todo el período de precarización laboral de la última década.

Queremos aventurar otra hipótesis que aún no hemos desarrollado en profundidad: en las fábricas tomadas la organización del trabajo toma rasgos posfordistas en un proceso no impulsado por el mando del capital, sino por los mismos ocupantes de la fábrica que asumen el total control obrero de la producción. La polivalencia aparece, entonces, como necesidad ante la escasez de trabajadores (no todos los empleados originarios se quedan en la ocupación), pero también como resistencia ante la distribución de las tareas hechas por la patronal y como forma de combatir la alineación subjetiva que supone el trabajo repetitivo y monótono heredado del taylorismo; es decir, como exigencia de la propia ocupación. Esto nos permite retomar una tesis de Paolo Virno en la situación argentina: el posfordismo no aparece como un modo científico de organización del trabajo, sino como lo propio de la no especialización humana y que aquí viene a expresarse con la ocupación de los trabajadores ante la deserción de los patrones.

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¿Cómo describiríais la composición de los movimientos sociales en vuestro entorno? ¿Cómo se estructuran las relaciones entre militantes y sectores sociales en lucha? ¿Qué tipo de relación existe entre los militantes de diversas generaciones y de diverso sexo? ¿Cuáles son los sectores sociales más activos y qué papel desempeñan las mujeres en su interior? ¿Cómo se produce comunicación y convergencia en la movilización entre los diversos sectores sociales?

Son muchas preguntas a la vez. Vayamos entonces por partes.

En la Argentina actual  los movimientos sociales se multiplican hasta el infinito. No nos sería posible en este contexto, describirlos a todos, y  nos resultaría aburrido realizar disquisiciones descriptivas sobre sus características sociológicas.

Nuestra estrategia de respuesta de esta pregunta será, pues, la siguiente: distinguiremos lo que habitualmente se llaman movimientos sociales, es decir, movimientos cuyas demandas subsisten en el nivel reivindicativo sin adoptar formas programáticas ni organizativas específicamente políticas (estatales, partidarias); de lo que preferimos señalar con otra imagen y otro énfasis- de movimiento social: aquello que opera un desplazamiento en el pensamiento y las prácticas que componen de una u otra forma lo social, a partir de, precisamente, un movimiento radical.

Al igual que el movimiento social del que habla la teoría sociológica, estos movimientos se organizan de formas alternativas a las específicamente políticas (o incluso gremiales); sin embargo, no se definen a partir de la estructura social existente, ni por la mera exposición de sus demandas.

Para responder más concretamente a estas preguntas, digamos que lo que observamos en los movimientos con los que colaboramos es que la figura del militante político clásico no tiene para nada la relevancia que se podría esperar hace una o dos décadas. No es que sean necesariamente rechazados, sino que, en todo caso, el problema es si se adaptan o no al funcionamiento del movimiento. Y es que lo que organiza a estos movimientos son determinadas exigencias, que son asumidas por sus miembros. De ahí que no necesariamente esto los convierta en militantes.

En todo caso, la relación entre los miembros de los movimientos sociales y los militantes políticos no es sencilla. Los militantes políticos suelen ser irremediablemente exteriores al movimiento social: poseen objetivos separados, y una conciencia diferente respecto del valor de las experiencias que lo componen. Esto en Argentina es muy claro tanto en las asambleas barriales urbanas como en el movimiento piquetero. El vanguardismo subsistente, y la consecuente subestimación del pensamiento y la capacidad del movimiento social, coloca al militante político en un lugar de manipulación de las experiencias, apoyado en sus saberes abstractos e ideológicos y, por tanto, incapaz de compartir las elaboraciones que se dan en el movimiento mismo. Los militantes, a su vez, creen que los movimientos sociales son siempre demasiado dubitativos, y no se deciden, por fin, a tomar las orientaciones del partido, arruinando la estrategia y retardando así el cambio social.

Tan es así, que muchas veces el movimiento social se descompone por la competencia entre grupos políticos incluso revolucionarios que se disputan su influencia, movidos por el imperativo de que el movimiento deja de ser interesante si no está bajo la orientación de sus propios dirigentes.

Más radicalmente aún, creemos que hay dos vías diferentes para pensar la resistencia al capitalismo y el cambio social: una que surge de las elaboraciones de las direcciones militantes, y la otra, que se apoya en los saberes situacionales que van produciendo los movimientos sociales.

En cuanto a los vínculos entre sexos y generaciones, estos movimientos suelen ser problematizadores de los lazos que se generan entre sus miembros, tendiendo a alterar las normas socialmente dominantes: particularmente, el protagonismo de las mujeres es muy visible, y se abren, aún con dificultades, nuevas posibilidades para comprender la multiplicidad de prácticas amorosas.

Esto no significa, desde luego, que en un medio machista y patriarcal las experiencias radicales sean áreas puras liberadas de injusticias y prejuicios ni mucho menos. Sin embargo, es cierto que las prácticas radicales se constituyen en focos contraculturales capaces de desplegar imágenes de felicidad cuestionadoras de normas y jerarquías socialmente instituidas.

Más aún, una de las características visibles del nuevo protagonismo social, es que está produciendo una profunda revolución cultural de las prácticas colectivas, que se expresa en la aparición de los jóvenes en las experiencias, en la elaboración de un nuevo arte y una nueva estética y en la práctica contra el racismo y contra el machismo, tan extendidos en la Argentina

En cuanto a las relaciones intergeneracionales, se puede decir, genéricamente, que estas experiencias producen vínculos entre personas de generaciones diferentes, lo que, de por sí, no es una cuestión exenta de conflictos: pero no conviene asociar los desencuentros generacionales simplemente a conjuntos etéreos disímiles, sino más bien a los esfuerzos que se realizan en los movimientos por pensar con cabeza contemporánea, antes que por persistir en esquemas que tuvieron mucha aceptación hace dos o tres décadas.

Finalmente, hay muchos intentos de articulación y coordinación de los movimientos sociales, y a escalas muy diversas. En este terreno hay tantos avances como dificultades inocultables. La confluencia del movimiento social puede pensarse, según nuestra experiencia, fundamentalmente a dos niveles diferenciados: como coordinación puntual o como articulación amplia más bien permanente.

Más allá de la escala o la modalidad, el carácter puntual atiende tanto al objetivo, como a la duración de la coordinación. En este punto es mucho lo que se ha avanzado tanto en el movimiento de las asambleas, como de los piqueteros, de ellos entre sí, y también de muchas otras organizaciones. A la vez, se ha avanzado mucho, los últimos dos años, en la coordinación internacional.

Con respecto a la articulación, el asunto es mucho más complejo. De hecho muchos reagrupamientos se ven actualmente fracturados, y hay tantas fusiones como escisiones. Sin embargo, puede resultar interesante hacer una diferencia entre las vías que tienden a articulaciones más consolidadas (redes explícitas) respecto de formas menos establecidas pero no necesariamente menos eficientes: una red difusa de intercambios materiales y simbólicos, no subordinada a proyectos estratégicos o políticos mayores.

Es este el mecanismo que se ha activado para lograr las acciones colectivas más relevantes de los últimos años, desde la insurrección de los días 19 y 20 de diciembre, hasta los eventos de resistencia locales, o alrededor de temas más específicos, como las coordinaciones antirrepresivas, sindicales, etc.

Nos parece clave una aclaración: red difusa no es sinónimo de ausencia de organización ni de pura espontaneidad. Por el contrario nos habla de otro tipo de organización, que produce lazos transversales sin quedar atrapada en falsas coherencias imaginarias. De hecho, estas redes se proyectan en la coyuntura como tendencias progresistas con incidencia efectiva. Y aquí volvemos a la diferencia entre el movimiento social como categoría sociológica, con sus jerarquías y cuantificaciones, y los desplazamientos (físicos) que sobre un plano de fuerzas se producen, es decir los movimientos. Movimiento, en el primer sentido, implica voluntad de «mayorías»: adhesión a lo mayoritario, difusión de un modelo, de ciertas verdades y poderes. Movimiento, en su segunda definición es decir, en su radical indefinición, puesto que abre nuevas significaciones allí donde el otro cierra se vincula al devenir minoritario. Mientras el primero es eso en nombre de lo cual no hay situación, sino distancias y cercanías respecto de un referente ya dado, aglomeraciones alrededor de demandas y reivindicaciones; el movimiento, en cambio, es lo que «abre», «produce», «diferencia» (aun en la repetición). En él ya no se trata de un movimiento (político, gremial o social) sino de un desplazamiento subjetivo, una acción física, un «correrse» que produce efectos.

Se trata de distinguir la «legitimidad» de los movimientos sociales y sus reclamos, de la radicalidad de la operación de moverse. Esta diferencia nos parece fundamental. Mientras la «legitimidad» se conquista invocando para sí valores socialmente reconocidos (preexistentes), la radicalidad, en cambio, consiste en el acto de afirmarse como productor de nuevos valores. El movimiento social, por más profundas y justas que sean sus demandas, tiene un carácter «peticional». No deja de presentarse como víctima: es el desfavorecido pidiendo mejores condiciones. El movimiento, en cambio, se presenta como materia y fundamento de todo «posible» y, como soberano, no rinde cuentas ni demanda a nadie: todo es cuestión de su propia capacidad de hacer que siempre es, al mismo tiempo, una apelación al poder hacer de los demás.

Es fácil observar que la diferencia es total, en tanto figuras consumadas; pero dialéctica e intercomunicada en tanto devenires históricos efectivos. El movimiento puede liberarse de las comillas, mientras que el movimiento puede quedar atrapado por ellas.

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¿Cómo ha cambiado durante los últimos años la concepción de la militancia? ¿Cuál ha sido el impacto de la militancia en la vida cotidiana de los activistas? ¿Cómo se plantea la relación entre comunidad y organización en la construcción de vuestras prácticas políticas?

Ha habido una transformación radical de la figura del militante-activista. Este ha tendido a transformarse en una figura ligada a experiencias concretas, y ha abandonado su carácter más programático, o ligado a partidos políticos, para ser parte de movimientos sociales (en todas sus variantes). O, directamente, han surgido núcleos de militantes investigadores, que trabajan de manera muy ligada a los movimientos en asuntos tales como apoyo educativo, comunicación, educación popular, edición y producción de textos, radio alternativa, instalaciones artísticas, reflexión teórica y política, vínculos con otras experiencias, etc.

En este sentido hay una muy saludable ruptura con el militante aparato, estructurado, con recursos, que siempre piensa en otro lado y tiene línea para todo.

El nuevo activismo es más situacional, trabaja a partir de sus lazos afectivos, sus capacidades de aportar y transformarse subjetivamente, sin modelos acabados, y a partir de inscribirse en proyectos concretos, en circuitos mucho más abiertos, y con menos expectativas en la matriz Estadocéntrica del cambio político y social. Se trata de una figura precaria que emerge, capaz de comprometerse existencialmente con las nuevas modalidades emancipatorias en las cuales la intervención militante ya no trabaja como actividad separada de la vida.

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Por otro lado, nos interesaría saber, en aquellos casos en que se plantee la cuestión, cómo interactúan los procesos de politización de las identidades culturales y/o religiosas con el desarrollo de las luchas sociales, tanto en términos organizativos como de movilización de sectores específicos.

Como en otras ocasiones esta pregunta guarda supuestos conceptuales que no necesariamente nos resultan los más cómodos. En primer lugar, es frecuente que las luchas sociales y políticas atraviesen transversalmente identidades formadas en otras circunstancias. Pero lo mismo sucede a la inversa, es decir, que identidades políticas o ligadas a reivindicaciones sociales se reconstituyan alrededor de circunstancias en las que se conforman identidades religiosas o culturales. En síntesis, la dirección no va de la religión y la cultura a la reivindicación social y política más de lo que puede ser a la inversa.

En segundo lugar, la pluralidad de prácticas que convergen en el llamado reiteramos, con un exceso representativo notable movimiento (aún si luego agregamos) «de movimientos» es tal que incluso se da el caso de experiencias que jamás han confluido en instancias organizativas comunes, sin que esto les reste necesariamente interés.

El hecho de que existan diversas hipótesis organizativas, y distintas modalidades de coordinación, no debiera dar una visión de excesiva dispersión, pues debe conectarse con lo que venimos diciendo en otras preguntas, para dar una idea si bien provisoria y precaria de un equilibrio complejo entre experiencias muy heterogéneas que sostienen niveles muy difusos de confluencia y coordinación, pero que no se dejan unificar por un conjunto dado de reivindicaciones sociales ni por una perspectiva política excluyente. En otras palabras, se trata de recorrer el camino de la autoorganización evitando toda centralización, pero sin caer por ello en la fragmentación.

Pero quizás haya que agregar algo más al respecto: la insurrección de los días 19 y 20 de 2001 contribuyó a erosionar y a redefinir los «grupos específicos» a los que se refieren en su pregunta. No se trata, claro,  de que una sociedad tan compleja como la argentina no conozca de especificidades, sino de otra cosa: la dinámica de los sucesos ha llevado afortunadamente- más bien a una parcial reconfiguración y a una relativa apertura de dichas especificidades. De hecho, los piqueteros, los obreros que ocupan sus fábricas, los asambleístas de las ciudades, quienes participan en los escraches, en un nodo de la red de trueque, en una experiencia educativa alternativa o en una organización de productores campesinos, no son sólo sectores específicos sino también constructores de experiencias nuevas cada cual con la antigüedad que le corresponde, con unas subjetividades más permeables, en la medida en que se hallan inmersas en un proceso general de recomposición social, cultural y político, de manera tal que si por un lado pertenecen a ciertos conjuntos específicos, de otro (y de manera muy notable) expresan una cierta transversalidad que, sin negar particularidades, permite un juego amplio y transformador de resonancias.

Por supuesto, no se nos escapa que este juego entre universalidad y diferencia se encuentra en el seno de las preocupaciones contemporáneas. La universalidad de la que hablamos es aquella que produce una cierta homogeneidad entre los elementos de una multiplicidad sin alterar o cuestionar por ello la diferencia. La homogeneidad de la que hablamos, en efecto, sólo opera en el sentido de conectar componer- elementos múltiples de un múltiple en una trama afectiva y pensante que hace unidad en la multiplicidad sin producir centros organizadores ni representaciones virtualizantes.

En efecto, el trabajo del colectivo no es el de un conjunto de individuos narcisistas que negocian sus diferencias a partir de sus intereses privados, como lo quiere un cierto contractualismo posmoderno, logrando coaliciones precarias o alianzas más o menos contingentes, sino la emergencia de personas que no terminan en el límite de sus propios cuerpos y son capaces de desarrollar potencias comunes hasta componer devenires múltiples inmensamente abarcativos.

8

¿Cómo se expresan, en el interior de vuestras situaciones específicas, las cuestiones y las necesidades de esos sectores (mujeres, inmigrantes, poblaciones indígenas, poblaciones rurales) cuya vulnerabilidad y marginación históricas se han visto agravadas por las condiciones de la globalización neoliberal?

Es evidente que las crisis suelen generar situaciones dramáticas para grandes masas de población, y en nuestro país la crisis de las políticas neoliberales no han sido excepción. En efecto una parte extremadamente mayoritaria de quienes vivimos aquí hemos sido duramente afectados, sobre todo, en lo que se refiere a desarrollo económico, protección social, servicios públicos y nivel de consumo.

No vamos a hacer aquí una descripción pormenorizada al respecto. Pero cabe recordar que la crisis no hace sino acelerar como en un concentrado- tendencias y componentes preexistentes. De hecho la marginalización y la pobreza son parte de un fenómeno creciente a partir de la instauración del neoliberalismo, primero con la última dictadura militar y la política represiva que llevó a la desaparición genocida de 30.000 personas (1976-83)- y luego y sin interrupciones- a partir del gobierno de Carlos Menem.

Es claro también, que ante una crisis como la que atraviesa la Argentina, no todos los sectores se encuentran en las mismas condiciones ni con los mismos recursos para evitar sus efectos negativos y/o aprovechar las nuevas circunstancias, de forma que tanto dentro como fuera de Argentina hay quien se ha beneficiado notablemente con la actual situación.

Sin embargo, quisiéramos aprovechar la oportunidad para plantear algunos aspectos de la situación argentina actual que escapan a la imagen clásica de la crisis y sus consecuencias de precarización y marginalización de masas, porque siendo ésta la más dura de las realidades actuales, sospechamos que se trata a la vez del aspecto más conocido, pero también más manipulado por los grandes medios de comunicación.

Por un lado, quisiéramos decir que la Argentina actual no sólo es un territorio victimizado. Y esto por dos razones. Una, es la ya mencionada asimetría que permite a una parte no importa cuán minoritaria sea- de la población sostenerse o incluso aumentar sus beneficios. Pero hay otra que nos resulta mucho más relevante: la generalización de fenómenos de economías alternativas, organizaciones de lucha, y experiencias solidarias horizontales que dan cuenta de una cierta transformación del vínculo social.

Se podría decir al respecto que si el capitalismo generó la crisis, sin embargo, una cantidad de experiencias solidarias y de lucha la anticiparon, crearon subjetividades adecuadas para atravesarla y actualmente pretenden ir más allá de los términos propuestos para una solución normal, es decir, existen  subjetividades antagonistas efectivamente constituidas que logran evitar una normalización de la vida institucional del país a la vez que y esto es determinante- llevan adelante un auténtico experimento de contrapoder.

Si de un lado ha irrumpido una revolución en los modos subjetivos del hacer; del otro, la ilusión de una revolución política ha dejado en algunos un sabor amargo que bloquea, incluso, la posibilidad de comprender las dinámicas efectivamente desatadas: las de una sociedad paralela cuya textura se trama alrededor de problemas tales como la autogestión de recursos y saberes en la perspectiva de la producción material de la vida a partir de nuevos focos de producción de valores.

9

¿Qué tipo de relación existe entre los movimientos sociales y las instituciones? ¿Cómo han cambiado estas últimas, así como las clases políticas y sociales que las sostienen, en el contexto actual caracterizado por las políticas neoliberales de mercantilización total de lo existente, de privatización de los servicios públicos y de ataque a los niveles de vida de las clases trabajadoras?

Se trata de una cuestión candente en los debates de la Argentina actual sobre las formas de asumir las nuevas condiciones de dominio desde una doble perspectiva: en primer lugar desde la nueva configuración del Estado a partir de la brutal revolución neoliberal, situación ésta que ha trasladado un sinnúmero de mecanismos de la dominación del Estado nacional al mercado, a la vez que ha dejado los mecanismos de poder estatal en manos de auténticas mafias. En segundo lugar, y como respuesta a esta situación, el movimiento popular ha comenzado a ensayar nuevas formas de resistencia alrededor de hipótesis prácticas que verifican estas transformaciones y que comienzan a proveer pistas eficaces para una lucha que se desarrolla en un nuevo terreno. De hecho, la consigna del levantamiento popular de diciembre del 2001 se hizo bajo la consigna    que se vayan todos, que no quede ni uno solo, grito y programa cuya efectividad fundamental fue la de destituir los mecanismos institucionales representativos, para abrir nuevos cauces al contrapoder.

Veamos un poco mejor la primera cuestión. Por un lado, entonces, el llamado Estado Nación, es decir, la instancia que ha procurado con cierta efectividad regular durante décadas los intercambios materiales y simbólicos en su territorio a partir de una cierta exigencia de integración social ha sido destituido. Sus potencias soberanas han decaído notablemente (lo que no quiere decir en lo más mínimo que hayan desaparecido). La (contra)revolución neoliberal ha consistido en dejar que sea el mercado mismo quien se haga cargo de la regulación de los flujos económicos fundamentales, a la vez que articula los restos de los recursos estatales a partir de una auténtica lógica de mafias (que abarca la delegación de la capacidad represiva en bandas con o sin uniforme al servicio directo de esta conexión entre mafias locales y capitales globales) . Estado-mafia y capital global son, por ende, los términos centrales de dominación política actual.

Nuevamente hay que decir que si esta configuración de poder es producto de la revolución neoliberal, no es necesariamente cierto que las condiciones dominación más o menos directa del capital global sobre el territorio- inauguradas por el neoliberalismo dependan de la suerte de sus políticos. De hecho, todo hace pensar que la crisis actual de las políticas neoliberales en buena parte de América Latina no implican la desaparición de las restricciones de mercado que debe afrontar, por ejemplo, el actual gobierno popular de Brasil.

Al contrario, nos hallamos ante una lógica de hierro que actúa sobre el territorio nacional fragmentado generando una heterogeneidad fundamental entre los circuitos de alta velocidad, cada vez más virtuales y de alta rentabilidad y vastos territorios auténticas tierras de nadie- en que poblaciones enteras son condenadas a muerte por hambre o por excesos policiales.

Lo cierto es que si el viejo Estado lograba producir un cierto espacio para la regulación política, la integración social y la consistencia nacional (el terreno en donde se libraba la lucha entre las clases nacionales, y antimperialistas), el Estado actual no es mucho más que un operador de inserción del territorio nacional en el mercado mundial, y como tal es un productor estructural de exclusión (de manera acentuada y extrema en los países como el nuestro que se encuentran en situación desfavorable en el mercado mundial).

Esta renuncia explícita del Estado a un proyecto de inclusión social ha producido una deserción masiva respecto de las instituciones encargadas de tramitar políticamente las demandas populares (sobre todo partidos políticos y sindicatos) a la vez que ha obligado a nuevos actores sociales radicales como los piqueteros y asambleístas- a crear nuevas formas de protagonismo, lucha y representaciones políticas.

Lo que nos lleva al segundo aspecto de la respuesta. Todavía hoy, en efecto, la relativa estabilización de un contrapoder -difuso pero efectivo- se ha constituido en un impedimento concreto a la constitución de un nuevo pacto de dominación que vuelva a subordinar a las masas populares al mando del capital.

Y este es, de hecho, el contexto en el que se intenta elaborar una concepción sobre el vínculo de las experiencias de resistencia respecto de las instituciones estatales. Una de ellas es partidaria de actuar como si nada se hubiera modificado. Las instituciones se presentan así como el centro exclusivo del proceso de la dominación. Sus partidarios creen firmemente en que sus organizaciones partidarias o no- deben tomar el poder para transformar la sociedad desde arriba. Así, ellos siguen en una posición vanguardista. A tal punto no observan la dinámica actual del contrapoder que muchos de ellos se presentan a elecciones con sus partidos desconociendo la rica elaboración que se viene organizando respecto de las instituciones estatales en los movimientos de resistencia.

Hay otros movimientos que participan en las elecciones con el propósito de fundar un Partido de los Trabajadores al estilo del PT de Brasil, tal vez algo más peronizado, más a la Argentina. Se trata de fuerzas que consideran, por lo general, al Estado como pieza clave de una oposición Imperio-Nación y consideran seriamente un proyecto de inclusión social a partir de una acumulación política más o menos tradicional. Esta tendencia se desarrolla a partir de enlazar un fuerte trabajo reivindicativo con una apelación muy sostenida a la necesidad de controlar las instituciones estatales.

Pero más en general es evidente para todos que las instituciones han estallado, y con ellas, buena parte de los dilemas clásicos reforma y revolución- en la que se había divido universalmente el movimiento popular.  Por esto, se vuelve necesario desarrollar un pensamiento capaz de dar cuenta de esta nueva situación.

Y entre las nuevas pistas que emergen, hay una que ocupa un lugar preferencial en las discusiones actuales: muchos sostenemos la importancia de descentrar (que no es abandonar) la cuestión del Estado de la lucha política.

De hecho, una de las características del nuevo protagonismo social es la acción situacional, dirigida a verificar hipótesis concretas en la lucha por la justicia, la libertad y la igualdad. Esta nueva disposición permite ejercer la distinción entre los asuntos de la gestión estatal (las instituciones) de la política (las luchas en situación), abriendo nuevas posibilidades a la experiencias del contrapoder para elaborar un vínculo complejo con las instituciones.

Podríamos describir esta situación a partir de tres modos fundamentales (a menudo coexistentes) en que las experiencias del contrapoder se vinculan a partir de fortalecerse en su autonomía- con las instituciones estatales: a- la represión, la clandestinidad y el enfrentamiento, b- la obtención de conquistas, el reconocimiento jurídico y político y la negociación y c- la absoluta indiferencia. De hecho, se trata de ver cómo se combinan en cada experiencia singular estas opciones con el fin de autoafirmar en el proceso de producción de una nueva subjetividad.

Nuestra hipótesis, de hecho, es que el contrapoder existe como una tendencia efectiva en la sociedad argentina actual sin que haga falta darle un nombre, un líder, un programa explícito y una organización única. De hecho, sus efectos son tanto más tangibles cuanto menos se pretenda darle una representación unitaria. Su existencia real es la multiplicidad de luchas de las que hemos venido hablando.

¿Cómo desarrollar esta experiencia de elaboración multitudinaria y sostenida, sin necesidad de acudir a un centro que proporcione un atajo de certidumbres? ¿De qué manera producir nuevos horizontes sin que alguna imagen ideal de futuro organice el sentido del presente? ¿Cómo trabajar los anhelos compartidos, las preocupaciones comunes, sin que sea inevitable fugar hacia programas y propuestas tan abstractas como impotentes, hacia modelos únicos de pensamiento y organización? ¿Cómo persistir en un trabajo que trascienda la fragmentación propia del dominio mercantil, sin apelar a nuevas centralizaciones que reproduzcan el modo de hacer estatal?

Tal vez sea más justo valorar la experimentación argentina actual por la densidad de sus preguntas que por la provisoriedad de sus respuestas.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

Bs. As., 28 de febrero de 2003

Entrevista al Colectivo Situaciones[1] (Buenos Aires, noviembre de 2002) // Revista Espacios de Reflexión, de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires

Revista Espacios de Reflexión, de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires

Entrevista al Colectivo Situaciones[1]. Buenos Aires, noviembre de 2002

Queríamos hacer una aclaración antes de responder la primera pregunta. Para nosotros es complicado trabajar en el género “entrevista” porque como Colectivo que somos, tenemos que discutir todo antes de responder, y pueden imaginar ustedes el trabajo que significa esto. Por eso, intentamos reducir las respuestas a aquellas cuestiones que realmente tenemos pensadas, aquellas cosas sobre las que efectivamente venimos trabajando y disminuir así el campo posible de la opinión (que es, claro, infinito). Esto por un lado. Pero hay algo más: el Colectivo mismo no es algo que consista fuera del trabajo que realiza. La labor que nos reúne es la “investigación militante” (que es algo muy diferente del investigador académico, el intelectual consagrado y el militante tradicional). El Colectivo es una trama afectiva que coexiste con tareas prácticas y teóricas. Lo que nos interesa mostrar en esta entrevista son algunos productos de esta forma de trabajar (en la que no se trata de hacer juicios inteligentes sobre aquello que se nos aparece como “tema” a  opinar, sino algo bien distinto: intervenir en situación, para componer lazos prácticos, vinculados al pensamiento de la situación), y cómo el contexto abierto luego de aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 nos han modificado. Este es un poco el límite que nos ponemos para esta conversación.

¿Consideran el 19 y 20 de diciembre como un punto de inflexión en la situación política y social del país?

 

Las jornadas de diciembre inauguraron lo que en otro lugar hemos llamado una “insurrección de nuevo tipo”, una “insurrección del no”. Si observamos a cuantas cosas se ha dicho NO, el resultado puede ser realmente sorprendente. Tal vez sea más fácil resumirlo en lo siguiente: al sistema político de la “posdictadura”, a las teorías políticas como algo preconcebido, y a la creencia en la existencia de algo así como la “autonomía de lo político”, es decir, nos parece evidente que la política –como lucha por la justicia- tiende a manifestarse por fuera de las instituciones y los procedimientos clásicos de lo político, comenzando, claro está, por la centralidad del Estado, los sindicatos y los partidos políticos. Pero en un sentido más práctico, no se trata tanto de saber lo que pasó –como si todo esto ya hubiese ocurrido, ya hubiese quedado atrás-, sino de entender cómo pasa lo que pasa o, en otras palabras, de decidir qué hacemos con eso que hemos hecho y que persiste en sus efectos sobre nosotros mismos aun hoy, a un año del estallido.

No es cuestión de evitar una reflexión sobre lo que ocurrió. De hecho en varios textos hemos dicho que nuestra percepción era que en diciembre hemos participado de un movimiento complejo, no estructurado y múltiple, cuya característica más llamativa fue sus sesgo destituyente. Es decir, no se intentó tomar el poder para aplicar desde allí un modelo alternativo de país, sino que se asistió a una movilización intensa y masiva que carecía de programa político y de dirigentes reconocidos. Todas esas cosas que para los partidos políticos son motivo de preocupación, a nosotros nos parecieron una expresión muy interesante del nuevo protagonismo social que viene desarrollándose en el país desde hace años. El movimiento no estuvo orientado por una promesa de un futuro mejor, ni tenía modelos sobre cómo deben ser las cosas. Tampoco hubieron organizaciones centralizadas manejando los acontecimientos tras el telón, aun si el estallido de diciembre se produce en el contexto de un juego político complejo, en que el peronismo intentaba desbancar al gobierno. Esta complejidad no puede explicar –de ningún modo- lo que ocurrió luego, cuando la gente ya estaba en la calle. El desborde fue evidente. Y esto es lo más significativo: una vez que las multitudes se apoderaron de la ciudad, lo que se vio fue algo inédito: miles de personas diciendo “NO” o “que se vayan todos”, un grito de angustia –en medio de una fiesta popular-, que para algunos ha sido espontáneo, pero que venía madurando en muchas experiencias de contrapoder anteriores.

Y bien, los hechos de diciembre provocaron una apertura: dieron por cerrada la época de la posdictadura, y abrieron un nuevo periodo, sin dudas muy rico pero también muy complejo, y que estamos comenzando a conocer. Nosotros percibimos que un rasgo significativo de este fin de época es la tendencia a la conformación de una sociedad paralela. De un lado, una descomposición significativa de las instituciones del Estado nacional argentino, y sus recursos tradicionales. Descomposición, aquí, no quiere decir de todos modos destitución. Para nada. La diferencia es evidente: descomposición es la palabra que podemos usar muy provisoriamente para dar cuenta de una nueva forma Estado: el Estado mafia, articulado al capital global.

Esta nueva forma Estado tal vez nos esté hablando de algo más que de una mera degeneración. Quizás sea una modalidad específica de articulación del territorio nacional a los flujos del capital financiero. Como sea, esta forma Estado produce exclusión aun cuando se experimente un crecimiento de las variables macroeconómicas. Y lo realmente llamativo es cómo las instituciones ligadas a esta estatalidad (partidos políticos, sindicatos, etc) quedan aprisionadas por su lógica.

Desde un punto de vista, entonces, nada escapa a esta modalidad. Sin embargo, el paisaje actual –no sólo el argentino, por supuesto- parece estar poblado también por experiencias de otro tipo. Junto a las articulaciones del Estado mafia, los negocios financieros y los mass media, se extiende, cada vez más, un nuevo protagonismo social que consiste en una variedad extensísima de experimentos sociales, políticos, económicos y estéticos, una subjetividad rebelde que actúa en una cierta clandestinidad, a partir de criterios tales como la multiplicidad y la autonomía.

Se trata de un periodo muy rico, sin dudas, pero también muy complejo, para el que no disponemos de demasiados libros. De hecho, la sociedad paralela no se organiza en un movimiento político. No trabaja en una organización única. Aun si en otros países de América Latina existen partidos políticos al interior del movimiento de contrapoder (y es claro que hoy hay un movimiento que pretende integrar al movimiento en partidos políticos) es notable cómo ellos van perdiendo el monopolio, la dirección y la centralidad exclusiva dentro de la multiplicidad del movimiento.

Pero incluso sería un exceso de “sociología” hablar de “movimientos sociales”. Se trata más bien de experiencias que protagonizan el hacer colectivo a partir de una descentralización de los mecanismos que durante décadas (sino siglos) conformaron el esqueleto del poder social. Su escala y ocupación es tan plural que no cabe establecer demasiadas homogeneidades.

Precisamente, una de las dificultades más grandes que tenemos para comprender este proceso tan novedoso es la falta de un pensamiento interior a estas experiencias, capaz de colaborar en su desarrollo, más que a su clasificación. De allí la impotencia actual de las ciencias sociales y de los activistas clásicos que siguen yendo a los barrios convencidos de que ellos sí saben lo que hay que hacer.

Estamos hablando de un formidable proceso de socialización del hacer, que va de experiencias artísticas a ciertas experiencias piqueteras, de modalidades originales y potentes de producir salud y educación a las asambleas barriales, de nuevas formas de producir ideas, a la emergencia de una economía alternativa que cuenta con  ejemplos tan pesados como las casi 200 fábricas (plantas y talleres) recuperados por sus trabajadores, etc.

En síntesis, la emergencia de una sociedad paralela es motivo de una gran alegría, pero también de preocupación. Alegría, que es lo predominante, se refiere a la recreación de la vida en un contexto tan árido, en el cual se suponía que la historia ya había acabado. Contra todo lo previsible, la actual contraofensiva popular es una invitación a la creación, a la investigación, al encuentro de lo múltiple, a la rebeldía, en fin, a reinventar la existencia.

La preocupación, en cambio, tiene que ver con dos razones diferentes. La primera es más evidente, y tiene que ver con lo que hemos visto durante la jornada del mismo 20 de diciembre de 2001 y luego en la masacre del 26 de junio. Es decir: con la voluntad de muerte de la sociedad oficial. Pero así y todo, más nos preocupa otra cosa: la ausencia de un pensamiento realmente situacional capaz de organizar incluso formas de autodefensa realmente eficaces y organizadas por las mismas experiencias según sus recursos y posibilidades organizativas. Y aquí hay una presencia muy negativa de dos figuras: el intelectual consagrado que siempre “sabe”, que trabaja expropiando la capacidad de pensar situacionalmente a estas experiencias, pero también el clásico militante de izquierda, que por otras vías termina también bloqueando esta potencia. Ambas figuras operan como auténticas fuerzas reactivas sobre las experiencias de contrapoder. Al respecto es muy llamativo que ambos –intelectuales y militantes- tengan las mismas dificultades para pensar más allá de las categorías de la “centralización”, lo “estatal” y la “representación”.

El desafió, al respecto, parece ser, la autoorganización popular según redes y lazos fundados en los saberes y potencias que las mismas experiencias van promoviendo, reflexionando, impulsando, más allá de la centralización a la que se los está empujando.

En esta dirección empujan también otros discursos como los medios de comunicación. Hay una ansiedad gigantesca por resolver la cuestión de cómo se expresará ésto en el terreno político electoral. Esta urgencia es totalmente opuesta al espacio y al tiempo de una elaboración desde abajo sobre cómo afrontar estas cuestiones, que son mucho más delicadas de lo que se cree habitualmente. No hay que olvidar que tras la emergencia del zapatismo en México, se logró, por un lado, acabar con la dictadura del PRI, pero por otro, que sólo la derecha del PAN estuvo en condiciones de aprovechar la situación. Es decir, las experiencias del contrapoder tienden –saludablemente- a no dejarse organizar por las coyunturas inmediatas en la medida en que se concentran en los sitios en que son realmente potentes, para desde allí sí constituir una tendencia que opera sobre la coyuntura. Pero los efectos de esa presencia no son nunca lineales.

En este sentido, la ansiedad de periodistas, adherentes, turistas de diferente laya y “amigos” puede jugar un papel negativo al bloquear una interrogación más profunda por el status mismo de la política. Aquí el punto de inflexión es la exigencia de escuchar los gritos de las experiencias de contrapoder, de colaborar en la producción de un tiempo y un espacio autónomos, de volvernos nosotros mismos productores de nuevos mundos, saberes y experiencias, sabiendo que la resistencia es creación y que la creación nos impone tareas tales como aprender a defender lo que se crea.

¿Consideran que hubo un fortalecimiento de las organizaciones sociales después del 19 y 20 de diciembre? ¿Qué características dan cuenta de eso?

Nos resulta difícil responder a esta pregunta. Se precisaría una mirada externa capaz de medir cuantitativamente. Pero no hay mirada externa. Todos miramos desde algún lado. Ya en la pregunta anterior hicimos un exceso de “observación exterior panorámica”. La verdad es que sólo podemos responder esta pregunta situándonos, y para hacerlo encontramos que incluso la “sociedad paralela” –en su multiplicidad no coordinada- es ya un exceso de consistencia.

Tal vez sea útil volver al cuadro que nos planteábamos recién. Quizás allí se pueda hacer una diferencia entre “protestas sociales” y “nuevo protagonismo”. Es posible, tal vez, que la protesta haya disminuido. Pero para afirmar esto habría que hablar con uno de esos sociólogos que viven haciendo números. En todo caso, desde nuestro punto de vista, esto no es lo más relevante. Al contrario: antes de diciembre era evidente que medio país estaba desesperado, pero también que había una cantidad enorme de prácticas desconocidas de economía alternativa, por ejemplo, totalmente ignoradas desde el centro de las ciudades. Entonces: ¿qué cuentan los periodistas, analistas y sociólogos?, ¿cómo hacen sus números?

Como dijimos en otro lugar, lo que estamos presenciando es una “revolución en el desierto”. Es claro que no se parece en nada a una revolución política clásica, y seguramente la palabra “revolución” será muy objetada. Como sea, nosotros no renunciamos a ella así nomás. Se trata de una revolución en las formas subjetivas del hacer. Y nos preguntamos: ¿Cómo se mide esto?, ¿en cantidad de piquetes y manifestaciones por mes?

Por otro lado: ¿cómo considerar cuantitativamente este auténtico caos –en un sentido casi técnico de la palabra, para nada moral- de manifestaciones de todo tipo? ¿Cómo trazar diagramas, cuadros y variables sobre una multiplicidad tan poblada? ¿Cómo modelizar cuando la velocidad de las configuraciones está tan acelerada?

Lo que a nosotros nos interesa es la extensión y aún más la profundidad de la subjetivación que emerge del otro lado de la línea, en ese espacio al que los sociólogos cuantificadores no suelen llegar nunca. ¿Qué pasa detrás del piquete? ¿Qué sucede en las escuelas? ¿Qué sucedió realmente con el fenómeno del trueque? ¿Qué nos dicen las fábricas ocupadas? ¿Qué sucede con los grupos de experimentación estética? ¿Cómo se fue desarrollando ese fenómeno de justicia popular que son los escraches?, etc.  Como se ve, la gran mayoría de estas experiencias son muy anteriores al estallido de diciembre y no tienen por qué encontrar un vínculo privilegiado y preestablecido con la política.

Lo cierto es que existe una exigencia al pensamiento para que abandone las técnicas y los libros y se empape de esta realidad desde el interior mismo del plano constituyente de las fuerzas. No porque no existan posibilidades de trazar continuidades y rupturas, y de hacer estadística. Pero lo cierto es que esos números no nos dicen nada acerca de las modalidades actuales de subjetivación.

Pero también nos resultan cómicos los amigos tan amantes de los libros que se preocupan por el último texto de Negri, de Holloway o, en el absurdo, de Situaciones, siempre creyendo que en los libros habitan los espíritus de la “desviación”, y sin llegar a ver que lo que importa ahora es desarrollar las potencias del pensamiento más que la defensa de las ortodoxias.

Entonces, habitantes del desierto, no se trata tanto de cuantificar y aplicar saberes, sino de preguntarnos cómo habitar este desierto, cómo pensar y producir en este caos, cómo generar y acompañar el surgimiento de hipótesis prácticas situacionales, que son imprevisibles y que emergen en un proceso de autoorganización, sabiendo que fuerza y debilidad no son cosas opuestas, sino congénitas. Las experiencias del contrapoder se fortalecen sin perder su fragilidad.

¿Cómo influyó el 19 y 20 en el imaginario social?

Por todo lo dicho hasta aquí, nos sería imposible responder a esta pregunta. ¿Hay realmente una sociedad? ¿Hay un imaginario?

Pero algo podemos decir: el 19 y 20 tornó visible la sociedad paralela. Y frente a esto hay claro, reacciones muy diferentes.

¿Cómo repercutió la participación en las movilizaciones post 19 y 20 en quienes no continuaron organizados en las asambleas?

Como ya se habrá percibido, no consideramos a las asambleas como un lugar privilegiado. De hecho, si tienen alguna particularidad es ser hijas directas de los acontecimientos del 19 y 20 cuando la gran mayoría de las demás experiencias son anteriores.

Las asambleas constituyen, según parece, un fenómeno muy heterogéneo. Hubo (y hay) de todo. Pero desde nuestro punto de vista su valor es su capacidad –digamos, de algunas de ellas- de inscribirse en la trama de la sociedad paralela.

Esta inscripción no es virtual. Tiene que ver con su participación en la red difusa de experiencias y saberes, circuitos de encuentro y comunicación que se proyectan en esta atmósfera clandestina que intenta producirse más allá de los imperativos del Estado y del mercado (y no tanto porque logren prescindir del ellos, sino porque le revocan a estas instancias su carácter soberano para reorganizarlos como elementos variables de su propia experiencia, rasgo este fundamental del nuevo protagonismo social).

Es esta red de redes la que va materializando esta revolución de los cuerpos que se rehacen, multiplicando la materialidad del querer vivir, sin necesidad de estructurarse en una organización única, rígida.

Retomemos la distinción entre “protesta” y “nuevo protagonismo”, que formulamos sin desarrollar demasiado. Esta distinción es, claro, muy problemática. De hecho no reclama más valor que su utilidad estricta para este párrafo. Pero la idea sería que la protesta social no es índice del nuevo protagonismo. La protesta, en la medida en que suele ser demanda al Estado, repone los términos de una subjetividad muy diferente a  aquella que circula por los andariveles del nuevo protagonismo. A su vez, esto no quiere decir que la protesta no sea un terreno compartido. De hecho, innumerables veces el nuevo protagonismo participa de acciones de este tipo. Lo que tal vez podamos concluir –con un valor cercano a “0” para otro contexto que no sea este mismo párrafo- es que la protesta, en manos del nuevo protagonismo, es un elemento interior de una operación mayor de subjetivación, mientras que la mera protesta, en sí misma, no posee potencias capaces de hacer del “protestón” otra cosa que alguien relativamente pasivo, separado de sus propias potencias subjetivas de hacer y de crear.

De esta forma, cuando se habla de “movimientos sociales” para nombrar al nuevo protagonismo hay que tomarlo en un sentido híper literal: movimiento físico, desplazamiento, alteración del campo, más que la cristalización de un nuevo actor social con demandas específicas, estrategias de lucha y objetivos políticos. La diferencia se juega por entero en el campo de la subjetividad (diferencia material si las hay, ya que el “movimiento” cuando es literal es por naturaleza instituyente de nueva realidad) y sus efectos (nuevamente, instituyentes), en el fortalecimiento de un nuevo modo del hacer.

Las asambleas, entonces, pueden ser percibidas (incluso por sus miembros) tanto como un movimiento político, gremial o social, destinado a acumular vecinos-militantes y adherentes, obsesionada por el crecimiento numérico y su capacidad de poder (capacidad de movilización e influencia callejera), como un procedimiento específico de alteración subjetiva, como una experiencia que, como movimiento físico, altera las condiciones de existencia y es capaz de establecer otras conexiones y vínculos. Cuando hablamos de las asambleas, solemos referimos a ésta última modalidad.

A riesgo de ser muy esquemáticos, podemos trazar una diferencia muy clara entre la asamblea-protesta y la asamblea que se percibe como partícipe de un nuevo protagonismo: unas aspiran a conquistar legitimidad, apelando a los valores socialmente reconocidos; mientras que las otras intentan convertirse –a partir de un movimiento- en productoras de nuevos valores. Los criterios de éxito y fracaso en una y otra experiencia son muy, muy diferentes.

Y estas modalidades se juegan en decenas de iniciativas actuales como las compras comunitarias y otras formas economía alternativa, los foros de discusión, la cooperación con los movimientos piqueteros, con las fábricas ocupadas, la solidaridad práctica con los cartoneros, el establecimiento de redes de comercialización de la producción campesina, de educación popular, los escarches, etc.

Resulta curioso al respecto constatar cómo numerosos vecinos se sienten cada vez más cómodos en estas tareas, que en la asamblea misma, produciéndose una cierta autonomización de estas iniciativas con respecto a las discusiones más burocráticas e ideológicas de las asambleas. Habría que ver, entonces, que las asambleas han pasado a funcionar –en muchas ocasiones- como expulsoras de personas que o bien se desencantaron o bien pasaron a participar bajo otras modalidades.

La experiencia de las empresas recuperadas, ¿sólo posibilita la supervivencia o abre un escenario que permite un reposicionamiento subjetivo?

Nuestro conocimiento –práctico- al respecto es muy pobre. Sin embargo observamos con mucho interés este fenómeno y estamos en contacto con algunas experiencias. Pero la verdad es que aún no nos hemos metido en esto a fondo, lo que posiblemente hagamos el año que viene. Nuestro interés, al menos por ahora, se vincula con lo que este fenómeno puede producir en términos de fortalecimiento del contrapoder.

Efectivamente, estas experiencias se vinculan con todo lo que venimos conversando sobre la autonomía y la socialización del hacer, y particularmente con las experiencias de una economía alternativa.

En momentos en que el circuito financiero ofrece negocios rentables por fuera de la producción, se abandonan plantas gigantes como las de Zanón (la fábrica de cerámicos más importante de América Latina), que son realmente productivas y con un mercado enorme. Todo esto nos habla, tal vez, de dos “rentabilidades”: una que persigue el máximo beneficio, y que en ocasiones lleva a cerrar plantas en buenas condiciones, y otra “rentabilidad-paralela” que es muy diferente a la del beneficio máximo. Esta última se constituye en las redes alternativas y tiene otras exigencias y pautas de comportamiento.

Mientras el mundo de los negocios financieros (el capitalismo realmente existente) se aleja cada vez más –es muy claro en Argentina- de la reproducción social, emergen formas de reapropiación ligadas al nuevo protagonismo que “recupera” recursos para este hacer social.

Sabemos que las cifras son conocidas, pero queremos repetirlas para tomar dimensión de la escala: se habla de casi 200 unidades productivas recuperadas en todo el país.

Y aún más. No sabemos lo que podemos esperar –en términos del desarrollo de la sociedad paralela- de las conexiones que cada unidad puede establecer con las experiencias de su zona. Lo que sí queda claro es que estas redes están activas, y que el entramado se está autovalorizando según una dinámica muy diferente a la “sociedad oficial”.

Pero no se trata de hacer pronósticos, sino de aprender a valorar lo que está sucediendo de acuerdo a los propios parámetros que se están creando al interior de la sociedad paralela. Y esta perspectiva no existe sino en estado de investigación permanente.

Desconocemos aun el resultado último de los intentos actuales por establecer redes autónomas de comercialización de la producción de organizaciones campesinas y urbanas, la experiencia asamblearia de compras comunitarias y los vínculos que –a manera de tanteos– se van ensayando; sin embargo, sí sabemos que en este ejercicio se está elaborando una nueva experiencia, y las plantas tomadas con sus debates sobre cooperativización o estatización con control obrero, etc, son parte de este movimiento.

Dos cosas nos parecen ciertas: que habrá que indagar sobre la producción de una nueva subjetividad –sin dudas ya en curso- en el interior de la fábrica. Y luego, que es este proceso coexiste con la emergencia de nuevas formas productivas, diferentes a las que organiza el capitalismo, o lo que podemos llamar una metaeconomía[2].

Dentro del movimiento piquetero existen distintas prácticas de construcción social: ¿cuáles caracteriza que apuntan a formas alternativas de sociabilidad?

No existe como tal un movimiento piquetero. Existen varios movimientos. En nuestro caso estamos obligados a hablar de la experiencia con la que estamos afectiva y prácticamente comprometidos, (en la medida en que venimos trabajando con ellos en un taller[3] desde hace ya más o menos dos años), que es el Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano.

Como es sabido, tanto los compañeros del MTD-S como otros movimientos están desarrollando una intensa discusión sobre las formas de producción del contrapoder que van más allá de la lucha piquetera en un sentido restrictivo, estrecho.

Cuando nosotros los conocimos nos sorprendió el alcance de esta elaboración. Ellos consideran al piquete como un momento de su lucha, pero no como el único momento o el más importante. Al contrario, nos atreveríamos a decir que la lucha fundamental es la que libran cotidianamente en los talleres productivos y de formación, que son un mundo desconocido por todos aquellos que se limitan a opinar sobre los piqueteros por el sólo hecho de cortar rutas.

Sin dudas se trata de experiencias de un valor incalculable, en la medida en que se toma en serio la producción de lazo social, de nuevos valores, de nuevas formas del hacer, del participar, del intervenir.

Pero se los ha criticado mucho por atreverse a romper los esquemas. En muchos sitios se los condena por eso. Otros, en cambio, los ven como el modelo de una militancia alternativa.

Según nuestro criterio, ambas modalidades son ideologizantes y objetualizantes. Ni los dogmáticos ni los “alternativos” parecen estar a la altura de lo que se está jugando.

La ideologización (por condena o adhesión) opera como una respuesta sobre las formas de sociabilidad que emergen, pero se trata siempre de una respuesta anterior a la pregunta, que se entrampa y se encierra en sí misma porque se ahorra la experiencia de una indagación difícil e incierta.

Así actúa el mercado de “lo alternativo”: hay un discurso esperando a las prácticas. Hay ya rótulos y lenguajes adecuados. El alternativo debe ser “autónomo”, “horizontal”, “rudo luchador” y “radicalmente asambleario”.

De esta forma se tiende a banalizar –a convertir en puras consignas- lo que en realidad son operaciones específicas de producción de una subjetividad rebelde, situada, irreductible a toda modelización.

De allí que en la militancia de investigación la experiencia adquiere una prioridad ontológica con respecto a las formas conscientes que pretenden etiquetarla. Los nombres y las ideas son adecuadas a una situación sólo si su trabajo en esa situación así lo revela y no por imposición externa.

Si hay algo, entonces, que caracteriza y distingue al MTD-S -según nuestra experiencia de amistad con ellos, que siempre da una visión parcial- es su capacidad para organizar la experiencia alrededor de un modo de pensamiento situado, propio. Procurando trabajar sin esquemas previos, y con una marcada irreverencia ante las prescripciones externas. Ellos mismos van seleccionando y produciendo sus propios saberes sin garantías ni modelos.

¿Creen que el proceso electoral va a debilitar al movimiento asambleario?

 

Invirtamos la pregunta: ¿podrán realizarse estas elecciones como si el contrapoder no existiera? ¿Lo político (elecciones, partidos, dirigentes, campañas, etc.) seguirá existiendo inmodificado luego de los sucesos de diciembre?

Nosotros creemos que no. Y por una razón fundamental. Lo político depende de que se crea en él. Es como dios: depende de nuestra fe. Entonces, si decenas de miles de personas creen que lo político ya no es el lugar para el cambio de sus vidas, lo político como tal peligra.

Pero esto no quiere decir que vaya a desaparecer. Va a cambiar. Incluso la forma en que el contrapoder se vincula con lo electoral va a cambiar. No hay una posición única al respecto. Están quienes no votan, y los que sólo votarían a buenos compañeros para ver si pueden desde sus cargos acompañar el proceso. Lo fundamental, es que lo político ya no nos organiza. Ahora tenemos sitios desde los que pensar qué queremos hacer con él. Esto es lo que sucede cuando surgen movimientos autónomos.

Las asambleas, como el resto del movimiento, deberán pensar qué espacio otorgan en su propio desarrollo a las elecciones. Hoy se dibujan claramente tres tendencias: una a la que le gustaría mucho ingresar al juego político como un nuevo actor del sistema, otra que querría que las asambleas fueran las bases de un movimiento para la toma del poder y aquella posición que está preocupada por el desarrollo situacional del hacer, y se niega a pensar desde otro lugar. Veremos cómo se resuelven estas discusiones y allí comprobaremos si todo esto fortalece o debilita a las iniciativas en marcha alrededor de las asambleas. Un cosa, sin embargo, es clara: no son las elecciones las que debilitan o fortalecen sino la capacidad –o no- de dejarse afectar positiva o negativamente por ellas.

¿Qué vigencia tiene actualmente el “que se vayan todos”?

“Que se vayan todos” es lo último que atinamos a decir cuando se agotó una modalidad del uso de la palabra, para dar lugar a otros. Hoy podemos preguntarnos qué quisimos decir con eso, pero esa pregunta se formula desde la posibilidad de habla que conquistamos cuando, ante el horror de un cierto silencio, pudimos gritar “que se vayan todos”.

Se trata del enunciado que pretende clausurar una época cuyos discursos y formas de proceder estaban dirigidos a perpetuar las prácticas de la separación, de la representación.

Se trató de un saludable pateo del tablero, una rebelión callejera en medio del desierto.

¿Qué pasa hoy con este grito? Lo de siempre: es objeto inevitable de una lucha de interpretaciones. Su potencia, según nuestro punto de vista, trabaja en proporción a la potencia subjetiva de una multitud que al mismo tiempo que niega autoafirma, inaugurando nuevos campos de experimentación.

No posee, por lo tanto, un significado único ni literal. Pero lo peor que se podría hacer con él es tornarlo obvio y transparente. Controlarlo y neutralizarlo. Sobre todo porque tal vez no ha dado aún todo lo que tiene para darnos. Ojalá.

Sin embargo, a un año de la insurrección de diciembre, el “que se vayan todos” no parece haber quedado bailando en el vacío, llorando la ausencia de una “traducción” política adecuada. Por el contrario, conoce materializaciones contundentes: “ocupar, producir, resistir”, “si no hay justicia hay escrache” y “trabajo, dignidad y cambio social”, entre tantas otras.

[1] Autores de 19 y 20. Apuntes para un nuevo protagonismo social, De mano en mano, Bs. As., 2002.

[2] Ver: Miguel Benasayag; “Metaeconomía”, en Contrapoder, una introducción; De mano en mano, Bs. As, 2001.

[3] Como resultado de este trabajo de taller hemos editado en coautoría: La hipótesis 891: más allá de los piquetes; De mano en mano, Bs. As., 2002.

Argentina piquetera (Bs-As, 31 de noviembre 2002) // Colectivo Situaciones

 1-     El piquete es un recurso heredado del movimiento obrero. En aquellas circunstancias, se hablaba de piquete “de huelga”, y su territorio eran la fábrica y sus alrededores. El piquete de fábrica era un instrumento de lucha de los trabajadores. Se podría decir que esta modalidad del piquete producía un cierto sujeto que se constituía en la lucha sindical y política. El piquete era un mecanismo de apoyo de un dispositivo fundamental: la huelga. Colaboraba, así, con una acción muy particular: la no-producción. Una forma específica de sociedad, de capitalismo y de la lucha de clases se dejaba leer a través de estos métodos de lucha.

2-     El piquete actual es otra cosa: su territorio ya no es el de la fábrica, sino el de los barrios y las rutas nacionales. Sus protagonistas no son obreros empleados por el capital sino desocupados, y el piquete mismo adquiere ahora una centralidad antes desconocida. Si antes producía subjetivamente “obreros en lucha” hoy produce “piqueteros”.

3-     Según las ciencias sociales, los piqueteros son los excluidos. Según la experiencia argentina, en cambio, los piqueteros son quienes mejor han comprendido que la “exclusión” es lo que el capitalismo actual tiene para ofrecer: se incluye a los excluidos como excluidos.

4-     El piquete actual opera en la “fábrica social”, como el viejo piquete operaba sobre la planta fabril: interrumpiendo la acumulación del capital. Pero mientras la potencia de los obreros empleados por el capital es la de hacer que “no se produzca”, la del obrero desempleado por el capital consiste en lograr que “no se circule”. El piquete actual, entonces, no es tanto un subproducto residual de la lucha de clases (de la planta fabril), como una modalidad contemporánea de la lucha de clases en un capitalismo posmoderno, que cada vez indistingue más entre producción y circulación.

5-     El piquete es, a su vez, expresión de la sociedad (argentina) actual. Sobre todo del desfondamiento del estado nacional y su captura por parte de un conjunto de bandas mafiosas, que se han apoderado –incluso- de las fuerzas represivas. Actualmente, la sociedad argentina tiende a dividirse en dos dinámicas paralelas que conviven complejamente. De un lado, los lazos que ligan al capital global y al estado mafia (con sus bandas represivas); del otro, las experiencias más radicales de un contrapoder: una sociedad paralela que tiende a la autoorganización. El piquete es parte de este movimiento de contrapoder.

6-     Pero es “parte” y no “todo”. La sociedad paralela es múltiple. Abarca asambleas vecinales, casi 200 empresas y fábricas tomadas y autogestionadas por sus trabajadores, y una miríada de diferentes experiencias campesinas, educativas, ligadas a los derechos humanos, a las culturas aborígenes, a experiencias artísticas e intelectuales, etc. El contrapoder actual, a diferencia del de otras épocas y lugares, no se organiza a partir –ni a través– de partidos políticos, aún de los revolucionarios y de izquierda. No posee dirigentes excluyentes, ni centros condensadores. En este sentido, la experiencia argentina es un verdadero laboratorio.

7-     El piquete, decíamos, es expresión de una nueva lucha de clases. Esa lucha se extiende a lo largo de todo el territorio social. Atraviesa en su totalidad el lastimado cuerpo –político– del país. Para comprender aún mejor esta perspectiva, es preciso otear “máss allá de los piquetes” y mirar lo que sucede con los movimientos piqueteros cuando “no hacen piquetes”. En ese sentido, resulta muy interesante el modo en que trabajan los Movimientos Trabajadores de Desocupados organizados en la Coordinadora Aníbal Verón, en el sur de la Provincia de Buenos Aires.

8-     Ellos se consideran, antes que nada, trabajadores. Pero no solo porque hayan sido obreros o por que demanden “trabajo, dignidad y cambio social”, cuanto por el hecho de que en su misma práctica cotidiana no hacen otra cosa que trabajar a partir de la auto-organización productiva, la economía alternativa, la educación popular, los lazos de solidaridad con el barrio y el entramado que los liga con el resto del movimiento del contrapoder.

9-     Contra lo que creían los partidos de izquierda y los intelectuales consagrados, estos movimientos nos muestran que no es cierto que fuera de la fábrica no pueda haber organización. Y más aún: no es cierto que los desocupados estén condenados a organizarse en tanto víctimas y sujetos de la carencia. Muy por el contrario, los hechos nos indican hasta qué punto estos movimientos piqueteros nacen y se constituyen desde sus propias potencias productivas, sus proyectos de elaboración económica, educativa, de salud, y sus capacidades instituyentes simbólicas y políticas. Más allá de la sociedad del salario y el empleo, estas capacidades sociales –las potencias cooperantes- tienden a activarse de manera autónoma, anudan lazo social y generan nuevos valores en pugna con los intentos de control y captura por parte del estado y del mercado.

10-  Los piqueteros no son sencillamente “movimientos sociales”: Es decir: su “movimentismo” no es tanto una forma de organización y acumulación política como un “desplazamiento”, un movimiento en su sentido literal, una modificación de los términos de la situación que altera las inercias sociales y “hacen pensar”.

11-  Se ha dicho que la tesis “11” es la que llama a la acción y ya no tanto a la interpretación. La Argentina actual –léase, la piquetera– está siendo profundamente alterada por una revolución de los modos subjetivos del hacer. Como dijimos en otro lado[1], se trata de asumir la guerra para evitarla. Y en Argentina, destruida por el neoliberalismo, esto quiere decir, sencillamente, experimentar: ser fieles a la potencia que circula en los barrios, en las asambleas, en los talleres. En quienes nos muestran hoy que “resistir es crear”.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

[1] En el libro de reciente aparición: “La hipótesis 891: más allá de los piquetes”, Colectivo Situaciones y MTD de Solano; Ediciones de mano en mano, Buenos Aires, Noviembre 2002.

Libro: Hipótesis 891. Más allá de los piquetes (Noviembre 2002) // Colectivo Situaciones y MTD Solano

Ir a: https://lobosuelto.com/wp-content/uploads/2018/09/Hipótesis-891-1.pdf

Cuaderno 5+1 Genocida en el barrio: Mesa de Escrache Popular (octubre 2002) // Colectivo Situaciones

Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 nos colocan frente a la emergencia de lo que hemos llamado en otro lugar un nuevo protagonismo social. Aquellos días volvieron visibles una impresionante variedad de experiencias hasta entonces consideradas precarias o marginales. Los escraches, sin dudas, estuvieron presentes en esas jornadas y a partir de allí han vuelto a estar en boca de todos. El escrache se generalizó, sobre todo a partir del uso que de él hicieron las asambleas barriales. Estas nuevas circunstancias nos obligaron a interrogarnos sobre la singularidad de los escraches inventados por H.I.J.O.S. He aquí una de las preocupaciones fundamentales que recorren las conversaciones que constituyen el Situaciones 5 y que nos llevó a insertar un acápite del libro 19 y 20: apuntes para el nuevo protagonismo social, donde se ensaya una reflexión sobre este fenómeno.

La transformación de la ciudad, del barrio, de los vecinos repercute en los escraches. El panorama que se abre a la Mesa de Escrache Popular se ha visto trastocado por inéditas experiencias asamblearias.

Como advertirá el lector a lo largo de la publicación, la capacidad de pensamiento producida por una práctica como el escrache no se agota en la simple conciencia de ser parte de un nuevo ciclo de luchas sociales. A esta constatación se agrega la indagación acerca de la singularidad de la dimensión explorada por el escrache: la de la producción de una nueva manera de entender y practicar la justicia. En efecto, la justicia popular, como problema y como programa, organiza desde su interior la experiencia de la Mesa de Escrache

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La sociedad paralela: una revolución en el desierto (Noviembre – diciembre de 2002) // Colectivo Situaciones

Lo propio de los críticos de toda laya es organizar su existencia alrededor de un imperativo mayor: lo que se desea es la revolución. Y, sin embargo, no se trata simplemente de lo que «queremos», sino de lo que «está pasando». Los días 19 y 20 de diciembre de 2001 ocurrió algo que, a falta de nombres, podemos llamar una «insurrección de nuevo tipo»: sin «programa» ni «dirección», sin «promesa» ni «modelo», sin «organizaciones centralizadas» ni «dirigentes destacados»; aquellas jornadas destituyeron el «juego político» de la «posdictadura».

El grito que forzó la apertura -«que se vayan todos»- no se ha acallado en la ausencia de un político apto para representarlo; se multiplica en otras consignas como: «ocupar, producir, resistir», «si no hay justicia hay escrache» y «trabajo, dignidad y cambio social».

No se trata, entonces, de una revolución política clásica cuanto de una revolución en los modos subjetivos del hacer, de la invención de formas de habitar situaciones que reclaman ser aun desplegadas. Sobre todo, hay multiplicidad. Potencia y fragilidad, frustraciones y surgimiento de nuevos estilos, constituyen la textura de una sociedad paralela que trama redes de experiencias y saberes. Estos circuitos de encuentro y comunicación ensayan una sociabilidad que busca proyectarse más allá del corset del Estado y el mercado.

En el desierto, los esquemas revolucionarios heredados se revelan hoy como un estorbo. También la academia ha quedado sorda, ciega y muda frente a una ebullición inclasificable. Las modas se aceleran porque no hay categorías capaces de alcanzar –por sí mismas- ese objeto esquivo que se resiste, mutando y multiplicándose al infinito. Otros lenguajes contemporáneos (periodísticos, humanitarios y militantes), quedan desdibujados por la empobrecedora hegemonía cultural del mercado.

Si las viejas formas de pensar la revolución han caído y nuestros saberes parecen impotentes: ¿qué hacer? Y si lo que sentimos, sin embargo, no es desazón, sino felicidad: ¿de qué están hechas estas renovadas pasiones?

Habitantes del desierto, cada experiencia es lo que logre hacer de sí misma, en un devenir que elabora sus recursos a partir de la trama que la constituye, y del vínculo que se procura con otras experiencias (y lo que ellas hacen de sí mismas).

No podemos olvidar que hay armas cargadas: sombras exigiendo orden. Que hay represión efectiva, y más aún, agazapada, a la espera de una oportunidad mayor. Represión, hambre y carencia son los nombres de la (sobre)vida en el desierto. No asumir la guerra sería tan grave como jugar su juego. La exigencia de proteger estos nuevos mundos sin sacrificar su capacidad creativa de nuevas posibilidades para nuestras vidas, es raíz y programa del movimiento.

Una revolución de los cuerpos. Cooperativos y hormigueantes recorren una espacialidad desreglada, desértica, habitando y produciendo nuevas consistencias: sus fuerzas se multiplican en la persistencia del querer vivir.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

Anexo a la edición española: Sobre el Club del Trueque (noviembre 2002) // Colectivo Situaciones

Este breve escrito sobre las redes de trueque en Argentina agrupa un conjunto de hipótesis –más que provisorias- de una investigación aún inconclusa: se trata sólo de borradores de trabajo que aquí presentamos como un anexo a pedido de la editorial Virus. Más allá de la improvisación que estos apuntes implican, es necesario remarcar la complejidad y la extensión del fenómeno del trueque, que se despliega en todo el país y ocupa a siete millones de personas. Por lo tanto, no se trata de una experiencia marginal, sino de la forma específica en que millones de personas resuelven buena parte de su existencia. A la vez, no es sólo una modalidad de supervivencia, sino más bien otro modo de vida que intenta constituirse más allá de la omnipresencia del mercado y del Estado. Actualmente la experiencia del trueque atraviesa una profunda crisis como consecuencia del crecimiento inédito que experimentó tras la debacle económica de diciembre. Intentamos esbozar aquí algunos de esos problemas.

1

El primer club de trueque nació el primero de mayo de 1995, en Bernal, al sur de la provincia de Buenos Aires. Sus fundadores pertenecían a un grupo ecologista llamado Programa de Autosuficiencia Regional, que trabajaban desde fines de la década del ochenta en emprendimientos productivos autosustentables. La experiencia tiene su mito fundador: cuentan que todo comenzó con la abundante cosecha de zapallos que se produjo tras plantar algunas semillas en una pequeña terraza. Su dueño –uno de los tres fundadores- empezó a repartir zapallos entre los vecinos y éstos, a su vez, a darle productos a cambio.

En 1996 ya existían 17 clubes, que pasaron a ser 40 en 1997, 83 en 1998, 200 en 1999, y en el 2000 crecieron a 400. Además, se incorporaron dos redes que ya existían pero pasaron a reorganizarse alrededor del trueque: por un lado, la experiencia empresaria de la Red de Profesionales, que ayudó a potenciar iniciativas, y por otra parte la Red de Intercambio de Saberes y Cibernética Social que hizo importantes aportes metodológicos, incorporando los intercambios de saberes como una nueva modalidad y poniendo énfasis en la capacitación permanente como condición para el crecimiento de la red.

En un principio, el intercambio de productos era realizado a través de la inscripción en planillas de lo producido y lo consumido por cada prosumidor (término que sintetiza la característica fundante de quienes trocan: son productores y consumidores a la vez), las que luego eran volcadas a una base de datos informatizada con la cual se regulaba el intercambio. Con el crecimiento de la experiencia este método fue insuficiente, no sólo porque volvía casi imposible el trabajo y la manipulación de semejante complejidad de flujos de intercambio, también porque se tendía a centralizar el comando de la información en el club de Bernal, donde desde el principio se hacía la contabilidad.

Lo que originalmente fue el surgimiento de clubes locales se constituyó luego como una red (Red Global del Trueque) articulada de numerosos nodos (clubes de trueque), fundamentalmente a partir de la invención de una moneda social (crédito) que permitió la conexión entre los distintos nodos. Sin embargo, hoy también persiste el trueque simple o directo: se intercambian clases de inglés por ropa o dulces caseros por el diseño de etiquetas para esos mismos frascos.

El 2001 fue el año de la explosión: los nodos se multiplicaron hasta llegar a los 1800, y entre diciembre de 2001 y marzo del 2002 llegan a constituirse 5.000. La red se extiende a todo el país. Se calcula que tres millones de argentinos viven de los intercambios que realizan en el trueque y otros tantos millones participan de él ocasionalmente.

La crisis económica fue el desencadenante de tal “engorde”: a partir de la imposición del “corralito” financiero en diciembre junto a la creciente recesión y los aumentos de precios de los alimentos empezaron a sumarse 5.000 personas por día a la red.

2.

Partimos de una hipótesis que sintetiza el por qué de nuestra investigación en las redes del trueque (habría que tener en cuenta la existencia de otros procesos paralelos -y diferentes- aunque emparentados a través de elementos, como son las compras comunitarias que realizan algunas asambleas barriales, las diversas experiencias productivas desarrolladas por determinados movimientos de trabajadores desocupados y la ocupación de fábricas por parte de los obreros una vez que sus dueños deciden cerrarlas por improductivas):

El nuevo protagonismo social en sus múltiples formas tiene un desafío: su producción y reproducción social; es decir: la socialización del hacer en sentido material. Desde esta perspectiva, el desarrollo de las de experiencias radicales depende hoy de sus capacidades de construir y vincularse con redes alternativas de producción material. Si el proceso abierto el 19 y 20 de diciembre instituyó una negación radical de las formas de la política existentes, el despliegue de esa negatividad -o, diríamos, su positividad- implica el desarrollo de otras formas de relación social[1], de otras formas de existencia: no subordinadas al capital, más allá de la exclusión capitalista y que intentan no ser recapturadas o reabsorbidas[2]. En síntesis: las formas de sociabilidad alternativa tienen ante sí la prueba de concebir y construir formas de organización que vayan más allá de la discusión colectiva y democrática –aparecida y afirmada en el proceso asambleario- y que impliquen prácticas que comportan una socialización material del hacer.

En este sentido, los clubes de trueque involucran, a través del “intercambio multirrecíproco” –uno de los tantos conceptos que el fenómeno utiliza para pensarse a sí mismo—, prácticas alternativas en las relaciones con el dinero, los objetos y las instancias de producción, circulación, intercambio y consumo. El trueque intenta romper con la dominancia de la distribución normalizada que impone el mercado y apuesta a la creación de sociabilidades solidarias. Por tanto, es una experiencia que implica muchas más dimensiones que las del puro intercambio económico.

Si la noción de prosumidor intenta diluir la diferencia entre “trabajador” (sujeto) y “producto” (objeto) porque los prosumidores aspiran a mantener la experiencia directa y simultánea de ser productores de lo que ofrecen y consumidores de lo que obtienen en dicho intercambio, la recuperación del vínculo entre producción y consumo apunta a establecer un criterio regulador  que resista la fuerza de abstracción del equivalente general (dinero). En su lugar, se apuesta a la producción de lazo social, de vínculos directos y cotidianos, a la puesta en común de potencias y capacidades productivas, a la generación de un movimiento de reciprocidad y cooperación que no persigue la  acumulación, y que aparece, más bien, como un flujo de dar y recibir no determinado exclusivamente por la ganancia. Es así que en el espacio del club se realizan periódicamente encuentros de intercambio (ferias) y reuniones administrativas, pero también actividades de capacitación, recreativas, asistenciales y productivas.

Lo que surge es una serie de problemas mayores a la hora de pensar una economía paralela¿Cuál es la medida que rige el intercambio que funciona en las redes de la economía alternativa?¿Aparecen en el trueque elementos que resitúan el carácter de mercancía de los productos como sólo uno de las dimensiones del intercambio? ¿Aparece un más allá de la noción de equivalente general, es decir, de un valor trascendente que reglamenta, mide y legitima al resto de los valores?¿Qué elementos de intercambio simbólico constituyen estas prácticas? ¿Es la existencia de lazo social –o, por lo menos la suspensión del individuo posesivo– lo que habilita esa dimensión no estrictamente utilitaria? Y en ese sentido, tomando en cuenta la diferencia hecha en este libro entre sociedad con mercado y sociedad de mercado (Polanyi), en los clubes de trueque ¿deja de existir –aún parcialmente- la esfera económica como autonomizada del resto de la existencia social?

Las posibilidades de compra con los “créditos” (nombre de la moneda del trueque) alcanzan prácticamente todas las áreas de la economía y no, como se supone, sólo los rubros más urgentes. Quien va al trueque encuentra posibilidades de consumo de todo tipo, las mismas que en el mercado formal se vuelven prohibitivas: ropa, artículos de decoración, atención psicológica, peluquería, talleres de música y una variedad que se reformula según los barrios y las especificidades de cada territorio. Es decir, el intercambio multirecíproco dudosamente pueda denominarse simplemente de “supervivencia” o de “subsistencia”. Más bien, instituye –como decíamos- la posibilidad de otro modo de vida.

La particularización –singularización- de la moneda por la base, al decir de Toni Negri, remite –en el caso del trueque- a la incorporación de una dimensión de futuro implicada en el hecho de que en el intercambio se encuentra un bien presente por una promesa de un bien futuro. Por ejemplo: se intercambian empanadas por “dos” cortes de pelo. Uno de los cortes, indefectiblemente, depende de la confianza y la perduración del compromiso. Negri, insiste en que un éxodo material necesita un proyecto de futuro porque lo biopolítico está atado a lo real y, a la vez, al intento de recuperar algunas formas de utopía. Marcel Mauss también habla de la importancia de la noción de tiempo para pautar las contraprestaciones. El don, según Mauss, comprende necesariamente la noción de crédito ya que el intercambio recíproco se realiza con la seguridad de que un don (regalo, visita, etc.) será devuelto (obligación a largo plazo).

El desarrollo de tan vasta red de autogestión social implicó una figura específica y novedosa de la actividad militante: los coordinadores. En su comienzo los coordinadores eran los encargados de fundar un nuevo nodo –reuniendo los elementos disponibles– y atender las funciones regulatorias que de allí surgían. Si se trataba de conectar puntos productivos para salir de la impotencia, es decir, de la soledad, los coordinadores eran los encargados de llevar adelante una lucha feroz contra el aislamiento. Se trata de una figura que articula la capacidad emprendedora, la capacidad gerencial y la capacidad política. Los coordinadores son los encargados de (re)establecer los vínculos entre capacidades productivas y necesidades comunitarias, ya sea con la conformación de un nuevo nodo de la red, o a través de las modalidades que hace poco se han puesto en marcha como la (re)construcción de rutas de producción y comercialización de alimentos y medicinas que conectan a pequeños productores con organizaciones y comunidades sociales, o como alternativa práctica a las redes multinacionales de producción (transgénicos).

Los coordinadores apuestan a la autorregulación de precios. Se trata de un proceso complejo y con mecanismos diferentes. En algunos lugares consiste en  la capacidad del propio nodo de conseguir productos de una “canasta básica” a muy bajo precio que limita los precios posibles. Otro ejemplo es que el 50% de lo que cada nodo recauda con los bonos de contribución -fundamentalmente entradas a las ferias- sea devuelto a los socios mediante la compra de insumos que fomenten la producción.

3.

Mucho se habla –y con cierta razón- de que en el trueque se dan fenómenos de corrupción, especulación, de acumulación y de estafas. Pero esas “impurezas” –nada sorprendentes en los fenómenos de cierta escala, sobre todo cuando se alzan sobre el suelo fragmentado de las sociedades neoliberales– no alcanzan a penetrar en las razones de la actual decadencia de las redes más abarcativas del trueque.

Un punto clave para entender la actual crisis de las redes del trueque pasa por lo que en economía suele llamarse la cuestión del “respaldo” de la moneda –en este caso el crédito–: es decir, la relación de correspondencia entre el volumen de lo producido y el circulante monetario. Para decirlo sin rodeos: una de las causas más profundas de la actual encrucijada de las redes de intercambio pasa por la carencia productiva[3] en los nodos.

La masificación de la concurrencia y la emisión de créditos no fue acompañada por el consiguiente aumento productivo –ni en variedad– lo que saturó, secó y descompuso buena parte de la dinámica que se observaba en casi todos los nodos existentes. Se generó una brecha abismal entre necesidades de consumo y capacidad productiva.

En el fondo, el problema no es estrictamente económico –como suele suceder– sino más integral y sencillo: las redes del Club del Trueque trabajan sobre la producción de subjetividad, de lazo social. En el centro de la red está la figura del prosumidor, que –como decíamos más arriba– intenta sintetizar en sí mismo las posiciones que habitualmente el mercado escinde: las de la producción y las del consumo. Y bien, el carácter abierto de la red y la invasión de necesidades de la población que comienza a volcarse masivamente sobre las redes alternativas buscando soluciones instantáneas a sus urgencias más básicas alteró la constitución de esta figura del prosumidor e hizo del trueque una extensión del mercado capitalista sin más.

Este fenómeno desató los mecanismos –tan habituales en el mercado formal– de especulación con productos escasos y de primera necesidad, la falsificación de la moneda, la acumulación de moneda, el control político del nodo, etc. Este tipo de sabotajes que estuvieron siempre presentes, habían existido en un segundo plano hasta que con la crisis se volvieron centrales y aceleraron la crisis de la experiencia.

Ahora bien: la experiencia de la economía alternativa no ha concluido. De un lado, las redes del trueque no han desaparecido. Ciertos nodos que se cerraron a tiempo han logrado sobrevivir. Por otro lado las redes como tales no han desaparecido y se hallan en un proceso de reflexión intenso sobre las formas de autoprotección que les permitan un relanzamiento.

Pero quizás la transformación más importante pase por la incorporación de procesos y flujos que se desprenden de la red mercantil y que van estableciendo, incluso, acuerdos cada vez más significativos con instituciones estatales locales. Surgieron así nuevos fenómenos como las “megaferias”, donde se reúnen integrantes de distintos nodos o clubes de diferentes puntos del país, y donde concurren hasta 20.000 personas a intercambiar productos y servicios; comenzaron a articularse redes de compras comunitarias que establecieron vínculos entre todo tipo de productores de alimentos (arroz, aceite, harina, etc.) y los nodos o megaferias; se intentó organizar una red de salud al interior de la red de trueque incorporando como prosumidores a médicos, enfermero/as, psicólogo/as, etc.; se fundó la primera farmacia de medicamentos genéricos del país, experiencia que proyecta extenderse a diferentes barrios y se pretende en el mediano plazo conseguir un laboratorio donde producir los propios medicamentos; hubo acuerdos con varias municipalidades del país para cancelar tasas municipales con las monedas de la redes del trueque, ingreso que el municipio usará para mantener programas de empleo, promover planes sociales para desocupados y contratar como proveedores a emprendimientos productivos de la red del trueque.

La experiencia de las redes del club del trueque fue una monumental experiencia de masas de economía alternativa. Esa experiencia ha sido capitalizada. De aquí en más el trueque, organizado como tal, será uno de sus elementos, pero ya no el único. Las experiencias (los saberes, los contactos, etc.) se multiplican, y la incorporación de conocimientos técnicos y profesionales se van haciendo cada vez más reales.

[1] Estas formas sociales nuevas están implicadas en la doble modalidad implícita en su ser potencia: potencia desplegada como multiplicidad, fuerza, acto y también potencia como potencial, como apertura de posibles, como lo aún no realizado y por tanto con posibles convocados por la posibilidad de la posibilidad.

[2] La captura es captura de la potencia en sus dos sentidos anteriores: apropiación del acto y la fuerza, dándole orientación a la multiplicidad y conduciendo la energía hacia ideales o modelos instituidos, pero también captura se utiliza en el sentido de lo que amputa los posibles potenciales.

[3] En efecto, lo que está en juego aquí es el hecho de que las redes de la economía alternativa tiendan a autonomizar la producción social efectiva respecto del mando del capital.

Los efectos del diciembre argentino (Octubre 2002) // Colectivo Situaciones

A finales del año pasado hemos vivido una insurrección de masas absolutamente singular: el movimiento del 19 y 20 de diciembre prescindió de todo tipo de organizaciones centralizadas. No la hubo en la convocatoria ni en la organización de los hechos. Pero tampoco a la hora de interpretarlos. Esta condición, que en otras épocas hubiera sido vivida como una carencia, en esta ocasión se manifestó como un logro. Porque esta ausencia no fue espontánea: hubo una elaboración multitudinaria y sostenida de rechazo a toda organización que pretendiese representar, simbolizar y hegemonizar la labor callejera. La inteligencia popular superó en todos estos sentidos las previsiones de intelectuales y las estrategias políticas. Aún más: tampoco el estado fue la organización central por detrás del movimiento. De hecho, el estado de sitio -que se declaró la noche del 19 con el fin de aterrorizar al movimiento- no fue tanto enfrentado como desbaratado. La pueblada de diciembre no fue una dispersión sin sentido sino una experiencia de lo múltiple, una apertura a nuevos y activos devenires. En resumen: su plenitud consistió en la contundencia con que el cuerpo social devino una multiplicidad activa, y en la marca que fue capaz de provocar en su propia historia. No estamos, en fin, frente a un poder constituyente sino, más bien, de un poder destituyente.

Y bien, el 2002 ha sido un año marcado por una pronunciada “aceleración de los tiempos” para las experiencias de contrapoder en Argentina. Los rastros de la insurrección de diciembre siguen operando, pero se han activado los mecanismos destinados a absorberlos, institucionalizarlos, ritualizarlos. De pronto, las asambleas vecinales que surgieron luego de los hechos de diciembre y los movimientos piqueteros (organizaciones de lucha de los sin trabajo, fundadas durante los últimos siete años), que en un comienzo intentaron confluir en una alianza político social, se ven interpelados “por la política seria” a decidir qué hacer frente a unas elecciones de cargos nacionales atípicas, llenas de paradojas.

En primer lugar: el estado nacional argentino ha perdido buena parte de sus capacidades reguladoras (pérdida propiciada por políticas neoliberales por él mismo implementadas). A la destitución del carácter integrador le sucede hoy el estado-mafia, ligado a negocios privados y a formas para policiales de coacción.

En segundo lugar: el llamado a elecciones intenta escamotear el significado más radical de la insurrección. Su consigna –“Que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”- no está destinada a tal o cual político o grupo de ellos, sino a la misma representación política y a todo su aparataje y su personal.

La urgencia política aparece, entonces, bajo los requerimientos de un tiempo único –en este caso una convocatoria a elecciones– y su discurso aduce: “no hay tiempo para lo importante”; “lo fundamental es un lujo para el cual no tenemos tiempo”. Se reactiva así el más astuto de los artificios de reinscripción de la potencia: la ilusión de la política o la política como ilusión. Ella adviene con la buena nueva: “la resolución de todos los problemas pasa por la cuestión del poder”.

En fin, sucede que en nombre de calendarios electorales (o de golpes revolucionarios) surgen interpelaciones que invitan a alejarnos de la materialidad concreta de las propias experiencias.

Las capacidades de inscripción de lo político no han desaparecido. Su supervivencia actual es –nuevamente- paradójica: mientras que por un lado estas capacidades están dotadas de una resistencia asombrosa frente a las fuerzas expansivas de un contrapoder que pretende desplazarlas, quebrarlas; por el otro, estas capacidades de lo político (su pretendida autonomía relativa) han quedado radicalmente volatilizadas en la medida en que no logran expresar –siquiera indirectamente- la presencia de estas fuerzas adversas.

En efecto, no se puede decir que los mecanismos políticos de reinscripción funcionen a la perfección en la Argentina actual. Como muestra de ciertas imposibilidades del poder, vaya un ejemplo. Es sabido que todo poder actúa (re)negando de la violencia constitutiva en que se funda. Y bien: el 26 de junio se frustró una operación destinada a reforzar este carácter: ese día se reactivaba la lucha piquetera tras la insurrección de diciembre con una convocatoria significativa. Y se montó una operación policial destinada a producir efectos políticos sobre la configuración de la coyuntura nacional: una masacre sobre una fracción del movimiento piquetero que se hallaba cortando el tránsito sobre el Puente Pueyrredón, que une a la ciudad de Buenos Aires con la zona sur del conurbano; la policía fusiló a dos compañeros: Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.

Un fracaso similar se había producido ya el 19 de diciembre, dando origen a la insurrección misma. Esa tarde el país estaba conmovido por los saqueos de supermercados en varios puntos del territorio. El –hasta entonces– presidente de la nación dio un duro discurso convocando a restablecer el orden y decretando el estado de sitio. La respuesta fue, se sabe, los cacerolazos masivos.

Todo esto nos habla de hasta qué punto lo que sucede en Argentina es la manifestación del fracaso de los dispositivos de poder encargados de producir un “efecto sociedad”.

Tanto en el movimiento de los piqueteros (que es más heterogéneo de lo que se cree) como en el de las asambleas barriales de las ciudades (que tampoco son monolíticas) se fortalece una línea de consolidación de colectivos politizados, lanzados a la acción pública, ligados a diferentes incitativas de producción de una verdadera sociedad paralela. Se vuelve visible la emergencia de un denso entramado de redes sociales que no eran percibidas -hasta diciembre del 2001- como lo que son: la socialización de un hacer práctico, la base del desarrollo de un auténtico contrapoder. Y es al interior de estas experiencias donde se venía haciendo y donde persiste un intenso proceso de elaboración sobre la ineficacia de las formas tradicionales de la política, centradas en la idea organizadora de la toma del poder.

Desde este punto de vista se reivindica el principio de la autonomía organizativa a la vez que la interdependencia práctica entre los movimientos. Ya no se discute el hecho de que no hay radicalidad auténtica sin una capacidad de decidir con cabeza propia. En efecto, autonomía es inmediatamente autoproducción de un tiempo propio y singular: el tiempo del pensamiento y la creación de nuevos modos de producción de la vida. De lo contrario, nociones como articulación, constitución de redes y horizontalidad se reducen a nuevas certezas (puramente ideológicas) que agotan demasiado pronto los posibles de su situación.

La indagación militante, la búsqueda y el compromiso no son elementos de una “nueva imagen” o un “nuevo discurso”, sino el herramental mínimo para trabajar sobre ese material que es la dinámica -ambivalente- del surgimiento de nuevos valores y la resistencia de los aún dominantes. En efecto, sólo un deseo activo y no utilitario puede llevar a fondo tal deconstrucción, mantenerse fiel a las fuerzas expansivas del contrapoder y permanecer atento a la emergencia de nuevos valores en la dinámica práctica, social.

La experiencia existencial de la fragilidad y la soledad constituyen, en este devenir, momentos más fundamentales que el reconocimiento y el eco fácil. Porque son compatibles con la desaceleración introspectiva de lo más íntimo de nuestras búsquedas vitales.

Es esa la base de nuestra alegría actual: la persistencia en el reencuentro con las propias capacidades de actuar y de pensar, que produce esta dicha intensa y corporal constituyente.

Hasta Siempre,

Colectivo Situaciones

¿Cerca de la revolución? (Septiembre 2002) // Colectivo Situaciones

¿Hay en la Argentina una revolución en marcha? Tal parece ser la pregunta que, como esperamos mostrar en este artículo, no encuentra respuesta fácil y definitiva.

I- Insurrección

Durante los días 19 y 20 de diciembre Argentina vivió una auténtica insurrección de masas. Pero para evitar todo malentendido, desde el comienzo mismo expliquemos a qué estamos llamando insurrección. En primer lugar: se trató de una pueblada de nuevo tipo en la que no hubo líderes exteriores, promesas de futuro, programas, ni organizaciones centralizadas al frente de las multitudes callejeras. En segundo lugar: fue un ejercicio popular destituyente respecto a los poderes políticos instituidos –y de la misma relación de representación política–, al punto que la consigna general del movimiento insurreccional fue y sigue siendo: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

La insurrección argentina de diciembre dijo “no”: y lo hizo de manera contundente. Pero ese “no”, palpable desde hacía ya un buen tiempo, no hizo sino enriquecerse y fusionar en su cuerpo significante deseos largamente anhelados, demandas insatisfechas, y hartazgos inaplazables. Ese “no” positivo también produjo una afirmación: las nuevas posibilidades a recorrer.

Y, precisamente, una de las grandes virtudes de la insurrección de diciembre fue  otorgar visibilidad a la existencia y al desarrollo de un contrapoder anterior y extendido a lo largo de todo el país.

Ese contrapoder, que no siempre había sido reconocido como tal, y que ahora se presenta en su multiplicidad –heterogéneo y desarticulado–, se hizo presente en toda su potencia al ritmo de una crisis furibunda que, sin embargo, no explica totalmente su emergencia.

Nuestra hipótesis es que la insurrección tuvo un doble sentido: el de decir “no” a la modalidad capitalista del hacer –político y económico– a la vez que el de comenzar a producir categorías y mentalidades capaces de percibir las características de un nuevo protagonismo social.

II- Un nuevo protagonismo social[1]

El nuevo protagonismo social –es decir, el contrapoder– no es, como podría pensarse, un efecto mecánico ni un producto directo de la insurrección. De hecho, la experiencia de las luchas piqueteras –por poner un ejemplo entre otros posibles- es muy anterior.

Para explicarnos: concebimos al nuevo protagonismo social como a una forma –algo esquemática pero útil– de referirnos a las estrategias de subjetivación contemporáneas; es decir, aquellas que asumen hasta qué punto trabajan en un contexto radicalmente alterado tanto por las nuevas condiciones de la dominación, como por la experiencia de la caducidad de muchos de los referentes –teóricos y organizacionales– clásicos de la resistencia. El nuevo protagonismo social está en la base de un nuevo radicalismo político caracterizado frecuentemente por la propensión a la autonomía respecto del estado, del mercado y de los partidos, la acción directa, la socialización autogestionada y horizontal, la escala situacional del pensamiento, etcétera.

El contrapoder en la Argentina es simultáneamente extendido y frágil. Lo primero se constata a simple vista: decenas de miles, sino cientos de ellos, se han entregado a desarrollar actividades alternativas vinculadas a la salud, a la educación, a la economía, a los derechos humanos y a la cultura. Al mismo tiempo, se despliega el movimiento de los desocupados –piqueteros–, la lucha social más dinámica de los últimos años, y el movimiento de asambleas populares de vecinos en las ciudades más importantes del país.

Pero también hay fragilidad: porque hay más preguntas que respuestas, porque se improvisa en todos los ángulos, porque la creación radical que la época demanda es a la vez un flanco débil y porque la invención de formas subjetivas radicales no está asegurada.

Se ha afirmado reiteradamente que la resistencia actual encuentra una diferencia con la resistencia tradicional: y es que no se organiza, sin más, a partir de la lógica del enfrentamiento, sino que encuentra un principio de consistencia alrededor de aquella máxima ya mítica de Deleuze: “resistir es crear”. Y así es: ya no se trata puramente de una resistencia política, sino de una que, simultáneamente, debe producir vida, lazo social, hacer material. Este es el programa –y la raíz– de las experiencias del contrapoder.

III- Crisis y contrapoder

El estado nacional en Argentina se ha transformado. Se ha degradado. Ha sido presa de las políticas neoliberales, de la aceleración de los flujos globales del capital (llamada globalización) y ha sido apropiado por verdaderas mafias. Una nueva formación social surge en Argentina: la fragmentación social, el empobrecimiento masivo y la destrucción de la vieja estructura productiva. ¿Qué implica esta novedad para el pensamiento de las experiencias de contrapoder? Dos cosas aparecen claras: a- el estado actual ya no es el (no tan) viejo Estado Nación, con sus capacidades efectivas de integración, aún si siempre fueron limitadas; y b- existen hoy importantes recursos de dominio que se despliegan relativamente por fuera del estado mafioso en condiciones neoliberales.

Actualmente no existe un monopolio de la moneda de curso legal. No sólo por los bonos que producen los gobiernos nacionales y provinciales, que conservan una cierta legalidad estatal, sino sobre todo por la circulación de los “créditos” de las redes del trueque. En Quilmes, Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, se pagan impuestos con los créditos de la Red Global del Trueque. Tampoco existe un monopolio de la violencia. Durante los saqueos de diciembre los grandes supermercados trasnacionales contrataron directamente al personal de policía o gendarmería para que reprima, mientras que los medianos y pequeños mercados eran defendidos a los tiros por sus propios dueños. Podríamos seguir con los ejemplos: bandas policiales que se autonomizan del poder legal y político, guerra de mafias, seguridad privada, grupos parapoliciales, corrupción masiva en todos sus niveles, etc.

El capital tiene ante sí el desafío de construir formas mínimas de regulación estatal. Ellas pueden implicar: a-el intento de construcción de un estado neoliberal capaz de hacer imperar la ley, es decir, de recomponer en nuevos términos una autoridad política fundada en su capacidad técnica para desarrollar negocios en el país o; b- asociarse, como hasta ahora, en forma directa con el estado mafia, constituyendo núcleos de regulación por fuera del estado, sin revertir la descomposición y corrupción del aparato estatal.

Estas posibilidades deben tener en cuenta que el estado-mafia existe y, como tal, constituye un poderoso dato de partida para cualquier análisis y proyecto y que, por tanto, sea lo que sea que vaya a suceder a nivel de la organización de la dominación (signada por la necesidad de valorización del capital) ese resultado será intermedio entre estos posibles.

Estas opciones, además, están cruzadas por otros movimientos fundamentales de la coyuntura mundial, continental y nacional que ni siquiera mencionamos ahora, pero que revelan una complejidad mayor y que tienen relación directa con las fuerzas imperialistas que pretenden que la Argentina ingrese al ALCA.

El capital precisa recomponer su dominio y no parece tener aún ni una estrategia única, ni una vía clara para hacerlo. La coyuntura nacional está signada por este hecho fundamental. No se trata de un vacío de poder, sino de un proceso más complejo. Lo que está en juego es qué tipo de capitalismo es posible en el contexto actual determinado tanto por la degradación política e institucional, como por la presencia de redes extendidas de contrapoder.

IV- 26 de junio

Los últimos días de junio las luchas piqueteras volvieron a tomar la calle. El 26 de junio, más precisamente, se preparó una manifestación de varios grupos piqueteros, y el gobierno dispuso que no se ocupasen los puentes que unen a la provincia de Buenos Aires con la ciudad. Esos puentes tienen una larga historia: cada vez que las multitudes se han activado han hecho de esos puentes un camino al centro de la ciudad. En un cierto momento empezó la cacería policial. Hubieron cientos de heridos y detenidos –legales e ilegales– y un comisario fusiló –no metafóricamente, sino literalmente– a dos compañeros del movimiento piquetero. La impunidad policial fue tal que los asesinatos fueron hechos ante testigos, periodistas y hasta fotógrafos: todo quedó perfectamente registrado.

Si el poder soberano tiene el poder de matar y dejar vivir, como recordaba Foucault, el biopoder trabaja a partir del cuidado de la vida de la población (dejar morir, hacer vivir). Foucault percibió agudamente hasta qué punto los estados biopolíticos no abandonan sus facultades soberanas. Sin embargo, el escándalo de un estado matando, en condiciones biopolíticas, aparece como posible en la medida en que los blancos del exterminio fueran previamente presentados como un peligro para la vida. A esto llamaba Foucault el racismo moderno de estado.

Lo sabemos: no se mata igual a un “incluido que a un excluido”. No se mata igual a un “ladrón” que a un “ahorrista” (y menos aún, a un “ahorrista” que a un “banquero”). No se mata igual en la capital del país que en una provincia. Matar, lo que se dice matar, es una operación doble, cuando corre por cuenta del soberano: 1- Es la selección de los asesinados y su exclusión de la esfera de pertenencia de quienes son protegidos por el poder biopolítico. 2- Y es matar efectivamente. Las muertes de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán revelan el escándalo –para el poder– de la operación soberana fallida.

El mismo mecanismo había sido intentado durante los días de diciembre. Se pretendió impedir la confluencia de “excluidos” e “incluidos” por medio de la postulación de los primeros como elementos peligrosos. Se decretó un estado de sitio que falló. Y decimos: falló porque ya “nadie protege a nadie”. Entonces, si nadie protege a nadie ¿para qué está el estado y para qué los políticos? El reverso del “que se vayan todos” es el fracaso de la regulación estatal de las redes biopolíticas.

Lo que falló fue la operación biopolítica fundamental: la del racismo, que permite al soberano matar sin alterar el principio que lo valida: proteger la vida.

El 26 de junio muestra dos cosas. De un lado, el proyecto del poder: construir un estado biopolítico (racista). Y también muestra su fracaso. Por otro, nos muestra el potencial del contrapoder de aparecer en este contexto como la vía más efectiva para desarmar estrategias fascistas y promover un nuevo protagonismo, capaz no tanto de defender la vida, como de producirla, desbiologizándola, para desarrollarla en su multiplicidad: esta es la singularidad del contrapoder hoy en la Argentina.

V- Experimentos y redes

Actualmente, para las experiencias del contrapoder y sus redes de abastecimiento, de contrainformación y contracultura es fundamental calibrar esta situación tan novedosa: el estado ya no integra sino excluyendo. Resulta importante retener este aspecto del problema. El contrapoder ya no tiene como perspectiva posible la lucha por la integración, sino que va tomando la forma de la autoafirmación de las posibilidades de una marginación subjetiva del mundo de los valores dominantes.

Desde el contrapoder, pareciera inevitable que se asuma la necesidad de fortalecer lo que John Holloway nombra acertadamente como la “socialización del hacer”: la extensión de vínculos productivos y de experiencias de economía alternativa. A la vez que se adopta una nueva perspectiva de la relación entre política y gestión que permita sostener con éxito el vínculo con gobiernos locales que no se decidan por la represión, sin que esto signifique caer en la trampa de asumir directamente la gestión de estados municipales ni provinciales.

Lo fundamental, parece ser, entonces, la capacidad de producir una temporalidad propia que permita al contrapoder socializar estas redes del hacer (que abarcan cada vez más la extensión de una sociedad paralela) a la vez que se elabora una teoría política interior a la experiencia, capaz de orientar estrategias exitosas de autodesarrollo en las actuales condiciones.

La apuesta a la autonomización de la reproducción de las experiencias radicales precisa de hipótesis prácticas para su propia proyección y para ser efectivamente recorridas.

Y bien, de lo que venimos diciendo se desprende una: en Argentina se ha autonomizado un conjunto de redes diferentes -más o menos difusas, más o menos organizadas; no totalmente consistentes ni efectivas- sobre las cuales se funda la dinámica de producción y reproducción social alternativa. Se trata de redes de trueque (intercambio de bienes y servicios sin moneda legal donde intervienen más de tres millones de personas), ocupación de fábricas por los propios trabajadores (100 aproximadamente, según los diarios), experiencias comunitarias en salud (farmacias populares de remedios genéricos), en educación, en economía solidaria (comedores barriales y compras comunitarias), coordinadoras anti-represivas, etcétera, y los enlaces que entre ellas se van produciendo.

Estas experiencias son muy heterogéneas. Algunas, incluso, francamente oscuras. Pero a la vez hay millones de personas viviendo en ellas. En estas experiencias se mezclan punteros políticos y mafias vinculadas al aparato del estado junto a expresiones genuinas de reproducción vital para quienes fueron considerados muertos, durante años, por el mercado capitalista.

Esas redes tienden a la autonomía respecto del mando del capital en la misma medida en que han perdido toda posibilidad de inclusión/integración en condiciones mínimamente dignas. O, en otras palabras, en la medida en que ya no consiguen formas deseables de inclusión.

Estas redes tienen un potencial enorme en la medida en que pongan en movimiento todos sus recursos: ligar productores entre sí, productores con consumidores, nuevas formas de intercambio sin mediaciones mafiosas y, sobre todo, en la medida en que estos circuitos puedan sostenerse a partir de construir fronteras móviles con el mercado capitalista.

VI- La lucha de clases

En efecto, la lucha de clases gira alrededor del hecho fundamental de que el capital tiende a dominar de manera cada vez más directa sobre la naturaleza, la vida humana, y la riqueza cultural de los pueblos. En toda América Latina se ve de forma abierta cómo la lucha de los pueblos por controlar sus propias condiciones de reproducción entra en contradicción directa con las necesidades de la acumulación de capital.

Todo lo que se subordina al capital es brutalmente explotado. El capitalismo, como nunca, produce vida para la muerte. Su propia modalidad de acumulación produce, estructuralmente, exclusión.

Como contrapartida, cada vez más, la fuerza de las luchas radica en su tendencia a autonomizarse del mando del capital. Redes completas de cultura indígena, de campesinos y productores directos desarrollan un contrapoder cada vez más potente por la base de nuestras sociedades.

No es previsible –pero tampoco imposible, claro– que al corto plazo el contrapoder vaya a ser abatido. En todo caso no será tan fácil hacerlo. La sociedad capitalista tiene poco o nada para ofrecer a quienes logran constituir una sociabilidad al margen de su control y las soluciones puramente represivas son costosas desde todo punto de vista. Sin embargo, la combinación de cooptación y represión siempre está a la orden del día.

Aún así resulta posible vislumbrar una convivencia en el tiempo entre un poder capitalista (bajo la forma que finalmente adquiera) y un contrapoder que se aleje cada vez más de la guerra abierta y tienda a autoafirmarse en nuevas formas productivas y reproductivas.

Si lo que desarrollamos aquí no es simplemente una locura (y, repetimos, no tenemos como negarlo) estamos en condiciones de insistir en dos conclusiones: a- Que el capital debe resolver (en Argentina) sus dilemas ligados a las formas de valoración y a la regulación de la lucha de clases. Y que se está jugando en este momento las modalidades específicas de articulación directa entre capitales y mafias. Y que esta resolución se da en el contexto de la emergencia de un contrapoder de proporciones. b- El propio contrapoder, en su desarrollo, debe también resolver una cantidad de cuestiones fundamentales en relación con el estado, los gobiernos locales, el hambre, los medicamentos, las formas de autogestión, el vínculo entre experiencias, las formas de autodefensa, etc.

Así, el capital, como control (y aspiración del control) de la potencia productiva de los pueblos y de la vida y, por otro lado, el contrapoder, como tendencia a la autonomización de la reproducción de la vida, configuran el eje fundamental de la lucha de clases actual y su convivencia, novedosa, no promete ser un lecho de rosas.

La convivencia de un poder capitalista en permanente recomposición y de un contrapoder que está también en permanente recomposición produce ansiedad en quienes, de un lado y otro, querrían resolver la partida en una sola movida.

Desde el punto de vista del contrapoder, sin embargo, es vital obtener tiempo. Afianzar estas redes. Madurar una teoría política que permita comprender mejor cuestiones tan complejas como las relaciones entre las instituciones estatales y las políticas de base, entre presencia efectiva de las luchas y niveles representativos, entre liderazgos situacionales y caudillismos, entre producción y reproducción de la vida, entre autodefensa y éxodo, entre enfrentamientos necesarios y protección de los compañeros y las experiencias, entre desarrollo local, nacional y continental, etc.

La dificultad, además, probablemente esté ligada al tipo de militancia concreta que emerge como modelo de estas redes autónomas. Ya no se trata de un especialista en ideologías ni en enfrentamientos, sino de operadores situacionales de pensamientos y prácticas, artífices virtuosos de la producción y la reproducción social. Categorías de una nueva teoría política del contrapoder.

Claro que no es fácil. Se trata de una hipótesis a desarrollar hasta el final. Pero hay buenos ejemplos de experiencias en todo el país, y en todo el continente, que apoyan esta línea de desarrollo.

No se trata de una solución a todos los problemas. Tal vez la represión, cada vez más presente, obligue a modificar algunos aspectos. Es decir que aún trabajando por esta vía el enfrentamiento es una realidad dura, a asumir. Pero un nuevo horizonte se alza por encima de esta pista: a- la fusión entre reproducción vital y política; b- una mejor comprensión de las posibilidades de la relación entre las instituciones representativas y las experiencias de base y c- evitar la lógica del enfrentamiento para trabajar radicalmente la autoafirmación.

[1] Ver Colectivo Situaciones, Piqueteros. La rivolta argentina contro il neoliberalismo, Derive Approdi, octubre de 2002.

Entrevista al Colectivo Situaciones (Bs.As/Madrid Septiembre 2002) // Revista ContraElPoder

Bs-As/Madrid; Septiembre del 2002

Preguntas

I

A raíz de la insurrección de los pasados 19 y 20 de diciembre en Argentina, consideráis que estamos ante «un nuevo protagonismo popular», que se expresa como multitud y contrapoder. ¿Se trata, a vuestro juicio, de un genérico momento insurreccional o bien advertís elementos fuertes de innovación política y subjetiva? De ser así, ¿cuáles son los principales rasgos de la fenomenología del proceso abierto en los días 19 y 20?

II

Sin poner en suspenso el carácter de acontecimiento sísmico en la vida y las disposiciones de variadísimos actores sociales en Argentina representado por el 19 y 20, ¿podéis trazar algunos de los elementos genealógicos (enunciados, figuras productivas, trayectorias de luchas, máquinas organizativas) que ayudan a comprender lo que está sucediendo en la actualidad?

III

Lo que concebís como protagonismo de la multitud coexiste con un régimen extraordinariamente deslegitimado, cuyo gobierno encabeza Duhalde desde la crisis de diciembre y que vive prácticamente al día. ¿Cómo está influyendo este factor de la coyuntura que vivís en las direcciones que emprenden los procesos de construcción de los contrapoderes y/o de una nueva institucionalidad no estatal? ¿Están incidiendo estos contrapoderes en las dimensiones cabalmente «biopolíticas» (esto es, que atraviesan ámbitos no sólo considerados tradicionalmente productivos, sino que intervienen en la producción cooperativa de los afectos, los saberes, la sanidad, la educación, las tecnologías, las formas de vida) de lo social?

IV

La temática del éxodo no es ni mucho menos ajena a la historia de Argentina. Si nos es dado considerar que Argentina es inviable como Estado-nación y que, por lo tanto (un proyecto de soberanía nacional, por más tintes socialistas e internacionalistas que contuviera) supone una vía muerta, ¿cuál es la geometría de la hostilidad que se abre a los contrapoderes? Si dejamos de lado la hipótesis de una modificación represiva y militar de la forma de gobierno, ¿cuál es, a vuestro juicio, la relación entre constitución alternativa de los contrapoderes y desestructuración de las articulaciones de poder estatal, administrativo, financiero, mediático a las que han de enfrentarse? Si no se trata de levantar a la nación, al pueblo contra el Estado, ¿cómo estimáis que la prolongada irrupción de contrapoderes, deserciones y desobediencias en Argentina puede reproducirse (si tenéis en cuenta las formas justamente «imperiales» de los poderes globales) como tal, sin someterse a una teleología que acabe, en el mejor de los casos, en una dialéctica de construcción sobredeterminada por el problema del gobierno y el Estado? ¿Cabe imaginar otra manera del «éxodo argentino»?

V

En el último Foro de Porto Alegre la «cuestión argentina» no mereció toda la atención urgente que merecía, sobre todo en lo que respecta a la discusión entre distintas componentes de la nueva militancia global. ¿Veis practicables a corto plazo alianzas, constelaciones regionales o globales de luchas que conecten los tiempos y las temáticas de vuestro proceso con otros movimientos? ¿Con qué formas, procedimientos, contenidos? ¿Sirven las «contracumbres» para ese tipo de deliberación?

VI

Por último, ¿en qué está consistiendo vuestra intervención como colectivo en los procesos de lucha y cooperación de las multitudes argentinas?

Respuestas

Antes que nada queremos decirles que esta es la primera vez que participamos de una entrevista. Las razones son varias, pero fundamentalmente dos: el poco interés que hasta ahora hubo en entrevistarnos a fondo y, por otro, el hecho de que el Colectivo Situaciones, como tal, no perpetúa su consistencia más allá de su trabajo de investigación militante y, por tanto, no se constituye como un sujeto con opiniones sobre cada tema de interés general. De allí las dificultades que encontraremos, seguramente, para responder algunas de las preguntas y, además, para relacionarnos con el propio género de la entrevista.

La metodología que hemos empleado, entonces, fue juntarnos a discutir cada una de las preguntas –que nos han resultado complejas, difíciles de trabajar-. Para lidiar con esta ardua tarea, nos hemos tomado la libertad de organizar las respuestas según nuestras propias necesidades de exposición: lo que siguen son nuestros intentos de respuesta.

La otra aclaración metodológica que queríamos anticipar es sobre el lenguaje y las categorías, en fin, sobre el estilo de enunciación y las tradiciones intelectuales que se evidencian en sus preguntas: indudablemente compartimos preocupaciones y lecturas pero, a la vez, es nuestro empeño conservar un rasgo diferencial capaz de dar cuenta de la singularidad de nuestra historia y circunstancias.

I

En nuestro libro 19 y 20, Apuntes para el nuevo protagonismo social presentamos un conjunto de ideas que veníamos trabajando desde el origen del colectivo mismo, y que se han ido enriqueciendo con investigaciones prácticas (con asentamientos, movimientos piqueteros, asambleas, escuelas alternativas, los H.I.J.O.S de desaparecidos y organizaciones campesinas), pero también con compañeros y colectivos de Argentina, de otros lugares de América Latina y de Europa, con quienes sostenemos discusiones regulares.

De hecho, hace unos años hemos anticipado algunas de estas ideas en un escrito –el Manifiesto de la Red de Resistencia Alternativa- que habíamos elaborado junto al Colectivo Malgré Tout de París.

Pero, en general, nuestras lecturas y experiencias, en fin, nuestras influencias son muchas y respetamos su eclecticismo.

Entrando de lleno en la primera pregunta, nos animaríamos a afirmar que el nuevo protagonismo no es –como pudiera desprenderse de la forma en que realizan la pregunta- un efecto mecánico o un producto directo de la insurrección de diciembre. De hecho, la experiencia de las luchas piqueteras –por poner un ejemplo entre otros posibles- es muy anterior.

En el libro explicamos en qué sentido utilizamos la expresión insurrección: para dar cuenta de una pueblada de nuevo tipo, en la que no hubo líderes, promesas, organizaciones centralizadas ni programas al frente de las multitudes callejeras. La insurrección de diciembre fue una insurrección destituyente respecto a los poderes políticos instituidos –y de la misma relación de representación política-, al punto que la consigna general del movimiento insurreccional es: “que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”.

El efecto más contundente de la insurrección fue, en este sentido, el de visibilizar la existencia y el desarrollo de un contrapoder anterior y extendido a lo largo de todo el país. Ese contrapoder, que no siempre se reconoce como tal, y que posee un carácter esencialmente múltiple, heterogéneo y no articulado, se hizo presente en toda su potencia al ritmo de una crisis furibunda que, sin embargo, no explica en su totalidad la emergencia de este contrapoder.

Nuestra hipótesis es que la insurrección tiene un doble sentido: el de decir “no” a la modalidad capitalista del hacer –político y económico- a la vez que comenzar a producir categorías y mentalidades capaces de percibir las características de este nuevo protagonismo.

Nosotros hacemos una diferencia entre este nuevo protagonismo y la noción de multitud para evitar confusiones originadas en las recepciones “académicas” y puramente ideológicas de las teorías radicales de la autonomía italiana; sobre todo, luego de que Imperio se constituyera en un best seller mundial y en una moda, lo cual tuvo como efecto –por lo menos en Argentina- que sea leído más como texto al que adherir o repudiar, que como una talentosa provocación al pensamiento.

Sucede que nuestra forma de trabajo no consiste tanto en partir de categorías teóricas para ver luego si se constatan o no en la práctica, sino en pensar en -y con- prácticas para, a partir de allí, convocar, seleccionar o crear, según sea el caso, conceptos operativos para pensar en situación.

Podemos diferenciar, entonces, entre dos cuestiones: a- la idea de un nuevo protagonismo y b- qué es lo que ha sucedido, desde esta perspectiva, los días 19 y 20 de diciembre de 2001.

Con respecto a lo primero, podemos concebir al nuevo protagonismo social como una forma -algo esquemática pero útil- de referirnos a las estrategias de subjetivación contemporáneas; es decir aquellas que trabajan en un contexto radicalmente alterado por la experiencia de las formas políticas más o menos clásicas y por las nuevas formas de la dominación en curso y que poseen algunas características genéricas como la propensión a la autonomía respecto del Estado, del mercado y de los partidos, la acción directa, la socialización autogestionada y horizontal, la escala situacional del pensamiento, etc. Desplegar todo esto nos llevaría muy lejos. Digamos, por ahora, que a diferencia de lo que comúnmente se entiende por multitud, la noción de nuevo protagonismo pretende dar cuenta del carácter situacional de la nueva radicalidad política.

Con respecto a “los hechos”, podemos hacer una síntesis más o menos aceptada por los protagonistas (a partir de los testimonios y publicaciones existentes hasta el momento) del evento insurreccional, pero a sabiendas de que una auténtica insurrección -como la de diciembre- es un hecho de masas y, por lo tanto, vivida y contada desde tantos puntos de vista como protagonistas hubieron  (y no de acuerdo al punto de vista privilegiado de vedettes y figurones).

Para ello podemos partir de un contexto de crisis institucional (minoría del partido de gobierno), crisis de legitimidad (rechazo de los partidos y dirigentes políticos, niveles altísimos de corrupción pública y privada), crisis política (de hegemonía, por imposibilidad de producir un proyecto integrador de país), crisis económica (por aplicación del neoliberalismo y destrucción del aparato productivo), crisis financiera (de pago de la deuda y de cambio de flujos desde la periferia al centro) y crisis social (desocupación récord, precarización laboral y la súper veloz desestructuración -vía privatizaciones- del compromiso social sobre el que se sostuvo el Estado de bienestar social y sus prestaciones de servicios, básicamente de la salud y educación pública).

Paralelamente a la conformación de este panorama de colapso generalizado (precedido por el ciclo de explotación salvaje iniciado   con la última dictadura militar –1976/83-) surge un sinnúmero de luchas (las Madres de Plaza de Mayo en un principio y luego la agrupación H.I.J.O.S., las luchas obreras contra las privatizaciones, las luchas indígenas, campesinas, de los trabajadores desocupados –piqueteros-, los trabajadores de la salud y la educación, las luchas estudiantiles, las puebladas del interior del país), de experiencias de economía alternativa –fundamentalmente las redes del Club del Trueque- y prácticas de educación y salud también alternativas.

Pero estas densas redes sociales no eran percibidas, hasta diciembre del 2001, como lo que eran: la socialización de un hacer práctico, la base del desarrollo de un auténtico contrapoder. Y sin embargo, al interior de estas experiencias se venía haciendo un proceso de elaboración muy intenso sobre la ineficacia de las formas tradicionales de la política, centradas en la idea organizadora de la toma del poder.

El mes de diciembre opera como punto de condensación de todos estos factores.

La historia contada una y mil veces, la que cada uno de nosotros vivió de manera idéntica a los otros, comienza con los saqueos de los supermercados en los barrios más humildes, y la operación de los servicios de inteligencia para generalizar el miedo a las masas “hambrientas”, y continúa con la decisión del gobierno de decretar el estado de sitio –el día 19- para “imponer el orden”. Al discurso presidencial le siguió de inmediato la respuesta de las cacerolas, exigiendo la renuncia del ministro de economía, figura paradigmática de las políticas neoliberales en el país.

Las cacerolas se hicieron sentir en todos los barrios de la ciudad de Buenos Aires y en algunas otras ciudades del país. Las calles fueron ocupadas y las multitudes inundaron las principales plazas públicas de la capital.

El día 20 desde la mañana varios contingentes de jóvenes se negaron a abandonar la Plaza de Mayo, ubicada frente a la Casa de Gobierno, dándose inicio a una verdadera batalla entre las fuerzas represivas y quienes se decidieron a defender la plaza. Fueron unas 10 horas ininterrumpidas de combate callejero hasta la definitiva renuncia del gobierno nacional en su conjunto. El saldo oficial de víctimas habla de unos 40 manifestantes muertos en todo el país: la inmensa mayoría de un promedio de entre 20 y 25 años, ninguno de ellos militante de partidos políticos.

II

Como efecto de estas jornadas surgen las asambleas barriales, en un comienzo más de 100 en la ciudad de Buenos Aires y otras tantas en las provincias más importantes del país. Las asambleas, a casi un año de la insurrección, siguen vivas. Se han transformado, se han dividido algunas, otras se han dispersado, la mayoría han visto disminuir la cantidad de participantes pero, como contrapartida, se ha consolidado un grupo que fue estabilizando su actividad semanal, desplegando una miríada de actividades que van de las compras comunitarias de comida para los vecinos a la recuperación de edificios públicos y privados para el funcionamiento de centros culturales y comedores populares. Estas asambleas constituyen parte de un proceso de politización de capas urbanas que han entrado en contacto, en ocasiones, con los piquetes, los cartoneros, los clubes del trueque, etc

Por otro lado, experiencias anteriores como los piquetes, las puebladas, los escraches, las experiencias autogestionadas en el ámbito de la salud o la educación, las experiencias de economía alternativa y solidaria, la autoorganización estudiantil, agrupamientos artísticos y culturales, organismos de derechos humanos e, incluso, los ahorristas[1], comenzaron a pensarse, por primera vez, como parte un mismo movimiento múltiple. Así, en estos meses, han emergido como rasgos comunes: la valoración de la autonomía organizativa, de la interdependencia horizontal, de una clara idea del conflicto social y político, una solidaridad aceitada entre grupos que no están llamados a coincidir más que en enfrentamientos puntuales contra la represión y, fundamentalmente, la sensación de haber producido –empleando para ello el máximo de los esfuerzos- una apertura y un ir más allá respecto de los saberes y las tradiciones instituidas del pensamiento y los hábitos de lo social y lo político.

III

La relación entre “resistencias” y “coyuntura” es difícil. En rigor, desde una perspectiva situacional, resulta fundamental deconstruir cada uno de estos conceptos. Tanto uno como otro son representaciones de multiplicidades que no pueden ser puestas sobre un fondo de coherencia y totalidad sin sacrificar buena parte de sus potencias.

Con respecto a las resistencias nos interesa la perspectiva de Deleuze: “resistir es crear”. ¿Qué es resistir al capitalismo?: antes que nada “crear” otra cosa. No se trata de clasificar las luchas, sino de lo contrario: de no jerarquizarlas ya según un plan abstracto que se sostiene en una cierta idea del capitalismo como realidad global.

En efecto, el capitalismo es hegemónico porque está en todos lados, y no porque está afuera, dominando como un enemigo exterior. De allí que las resistencias puras, clásicas, las luchas que son sólo “contra”, abstraigan la realidad incontestable de que el capitalismo opera en circunstancias concretas, y que es allí donde hay que ser capaz de resistirlo. Si el capitalismo es dominante, es porque está presente en todos los puntos. Y si es así, es importante admitir que la resistencia es creación en situación. El capitalismo es global sólo porque crea un mundo global. Las resistencias son múltiples, porque nacen y se desarrollan en las circunstancias concretas en que la vida crea y se afirma.

No se trata, tampoco, de negar las “coyunturas”, sino de verlas como el efecto de lo que sucede a escala situacional. Un poco como lo quería Althusser: la coyuntura como corte diacrónico de una totalidad sincrónica, compleja y múltiple.

Así, las “coyunturas” no existen, por sí mismas, en un doble sentido: no existen sino como representación de tendencias de origen situacional, de un lado, y, por otro, no son posibles de interpretar sino desde la trama situacional misma. No hay un punto exterior panorámico para mirar de frente a las coyunturas.

Una vez dicho esto, nuestra hipótesis es que las coyunturas constituyen la representación del mapa de las exigencias que cada experiencia de contrapoder tiene que saber suspender y reorganizar según sus propias capacidades y recursos. Y que es posible “trabajarlas” si somos capaces de suspender los efectos de unidimensionalización del mundo producido por los aparatos políticos y comunicativos productores de “coyuntura”, para comprenderla como dinámica contextual producida por la experiencia misma. Si se es capaz de producir esta radical reformulación de los términos, es posible que las resistencias logren un desarrollo acorde a sus posibilidades expansivas.

Finalmente, sostenemos que la coyuntura no puede ser, ni aún en estos casos poco frecuentes –aunque afortunadamente cada vez lo sean menos-, el objeto de las acciones situacionales. No hay forma de prever los efectos de una acción sobre la “coyuntura”. Como corte diacrónico de una estructura múltiple y en permanente autoconstitución, la coyuntura, como toda imagen de “totalidad” es demasiado compleja como para pretender organizarla.

Al contrario: no hay trampa más previsible que aquella que concibe la política como gestión y organización de la complejidad. En este sentido, la relación que vemos entre resistencias y coyunturas es la de una dialéctica sui géneris, en la que las resistencias pueden producir vectores, tendencias, líneas e hipótesis que trabajan en esta atmósfera compleja y contradictoria. A esta acción de las resistencias situadas nos remite la idea de Deleuze.

IV

Se trata de una pregunta aguda y, por lo mismo, muy difícil de responder. En primer lugar, el Estado argentino no ha desaparecido ni se encuentra en vías de extinción. Sucede que el Estado nación en Argentina funcionó como un operador de integración muy poderoso. Buena parte de las explicaciones de lo que sucede hoy en nuestro país encuentran un marco adecuado de comprensión si se retiene este elemento: la meteórica desintegración social producida en sólo una generación como consecuencia de las políticas neoliberales sostenidas por el mismo Estado.

En Argentina ha sido destituido el Estado en tanto Estado Nacional integrador. Para que se entienda: el Estado no cumple algunas de sus funciones clásicas como, por ejemplo, detentar el monopolio legítimo de la violencia ni el de la moneda.

Afirmar, como lo hacemos nosotros, que aún así el Estado no está en vías de extinción tiene la siguiente consecuencia: las experiencias de contrapoder deberán convivir muchos años con un Estado que mantiene capacidades represivas y de cooptación.

Actualmente, para las experiencias del contrapoder y sus redes de abastecimiento, de contrainformación y contracultura es fundamental calibrar esta situación tan novedosa: el Estado ya no integra sino excluyendo. Resulta fundamental retener este aspecto del problema. El contrapoder ya no tiene como perspectiva posible la lucha por la integración, sino que va tomando la forma de la autoafirmación de las posibilidades de una marginación subjetiva del mundo de los valores dominantes.

Lo que se está constituyendo es un nuevo paisaje en el que conviven un Estado neoliberal en quiebra, con la consolidación de una vasta red mafiosa que controla el aparato del Estado y parte de los medios de comunicación, y un contrapoder creciente y a la vez precario.

Desde el punto de vista del poder capitalista, el objetivo es doble: la tarea permanente de negociar-reprimir al contrapoder y, al mismo tiempo, reconstruir poder político. Ambas tareas se implican y dependen de las capacidades del comando capitalista por lidiar con las redes del contrapoder, de un lado y, de otro, por subordinar bajo algún proyecto viable a las redes del capital-mafioso local. Este dilema abarca las modalidades represivas, que cada vez más se organizan bajo formas mixtas: policiales, parapoliciales, escuadrones de la muerte y agencias privadas de seguridad.

Desde el contrapoder pareciera inevitable que se asuma la necesidad de fortalecer lo que John Holloway nombra acertadamente como la “socialización del hacer”: la extensión de vínculos productivos y de experiencias de economía alternativa. A la vez que se adopta una nueva perspectiva de la relación entre política y gestión que permita sostener con éxito el vínculo con gobiernos locales que no se decidan por la represión, sin que esto signifique caer en la trampa de asumir directamente la gestión de Estados municipales ni provinciales.

Lo fundamental, a nuestro entender, es la producción de una temporalidad propia que permita al contrapoder socializar estas redes del hacer (que abarcan cada vez más la extensión de una sociedad paralela) a la vez que se elabora una teoría política interior a la experiencia, capaz de orientar estrategias exitosas de autodesarrollo en las actuales condiciones.

V

Para ser honestos partimos de admitir que no sabemos bien cuáles puedan ser las consecuencias de las contracumbres y los foros. De hecho no hemos asistido a ninguna de estas convocatorias.

Experimentamos por ellos simpatías no exentas de contradicciones internas.

En el caso del Foro de Porto Alegre, sabemos positivamente que tiene un valor inmenso en cuanto permite encuentros entre experiencias distantes. Pero también que éste no es un índice exhaustivo para valorarlo, desde el momento en que el Foro mismo pretende ser mucho más que eso.

Si nos ponemos “serios” debiéramos decir -a la manera del “baja-línea” de partido- que ojalá los foros se multiplicasen más de lo que tienden a concentrarse. Ojalá no se tendiera a la conformación de “un” foro alternativo, de “un” conjunto de puntos para una “globalización justa”. Ojalá más que anunciar que “otro mundo es posible” hubiese más énfasis en la producción actual de otros mundos, los que, claro, no deberían ser interpretados, ni abarcados ni sintetizados bajo consignas únicas, por bien intencionadas que éstas sean.

Desearíamos, al contrario, que este esfuerzo por crear “una alternativa” a la globalización capitalista diese lugar al deseo de multiplicidad. Hay un tono moral en el movimiento por “una globalización justa” que nos resulta un poco ingenuo. Se trata de una paradoja consistente en reunir a personas y experiencias que no se limitan a esperar y a lamentar el desastre, sino que desarrollan prácticas activas y nociones críticas y, una vez reunidos, se pasa a obrar como si sólo fueran personas con “buenas intenciones” reunidas para juzgar lo malo del mundo, para identificarlo y recomendar su extirpación. La paradoja es, precisamente, que mientras por un lado se experimenta radicalmente la producción de hipótesis prácticas y valores, por otro, todo acontece según el querer de un conjunto de buenas intenciones, sostenidas por personas incuestionables. Se pierde todo aspecto trágico, todo el interés que las prácticas poseen en sus desarrollos concretos, en su carácter múltiple.

No estamos interesados en hacer de esto una polémica, sino de insistir con que la resistencia actual posee varios enfoques, y que de nada vale que los grupos con más recursos y movilidad intenten hegemonizar esta multiplicidad de puntos de vista y de acciones con “su” versión de las cosas.

Recientemente se hizo en Buenos Aires un encuentro del Foro Social Mundial. Participó mucha gente y se pudieron escuchar todas las voces. Lo interesante fue, precisamente, esta confirmación de que no será fácil homogeneizar las luchas, formatearlas, dotarlas de un único punto de vista.

Si hay algo rico en la resistencia actual es la variedad de perspectivas críticas, y el hecho de que el pensamiento es producido por millones y no por unos pocos intelectuales y organizaciones coordinadas.

En ese sentido nos sentimos más cómodos con las acciones “desglobalizantes” que con los planteos que sugieren la necesidad de una “globalización alternativa”.

VI

En este punto admiramos a Nietzsche cuando entendía que toda lucha es una lucha por atribuirse los valores dominantes, mientras que, creemos, de lo que se trata es de producir nuevos valores. En este sentido, el trabajo del Colectivo se organiza alrededor de lo que hemos llamado el militante investigador. Se trata de ligar el compromiso con esta búsqueda de valores capaces de transformar de raíz y desde abajo la sociabilidad actual. A partir de esta orientación práctica nos vinculamos a las experiencias que, suponemos, se hallan envueltas en problemas cuya universalidad indica la posibilidad de producir hipótesis prácticas de alcances revolucionarios. Trabajamos actualmente con el movimiento piquetero, con campesinos, con los H.I.J.O.S. de los desaparecidos que hacen los escraches, con los clubes del trueque y con experiencias de educación alternativa. En menor medida, estamos ligados a otras tantas experiencias como fábricas tomadas, asambleas, grupos de estudio y universitarios, sindicales, etc.

Así, no hacemos recaer nuestro compromiso en ninguna diferencia entre períodos de lucha y “otros”: el compromiso de la investigación militante es permanente y profundamente situacional.

[1] Nos referimos a los ahorristas que fueron expropiados a partir del decreto del 3 de diciembre del 2001. Se trata de los depositantes en dólares –el peso era legalmente convertible al dólar- cuyos ahorros fueron primero puestos bajo control estatal por medio de un “corralito” financiero y luego de la insurrección, con la  declaración oficial del default financiero, una devaluación de un 350% de la moneda y la pesificación asimétrica de los depósitos (1, 40 pesos por dólar depositado) fueron  reducidos a un porcentaje muy bajo de su valor inicial. En general los perjudicados son los medianos y pequeños ahorristas, que no pudieron retirar con anticipación su dinero ni fueron compensados por el gobierno. Los ahorristas se han revelado como un sector particularmente consciente de sus intereses individuales y no han cesado en sus reclamos. Vale la pena distinguir el reclamo de los ahorristas en cuanto tales -es decir, en tanto se sienten damnificados directos y exigen reparación, aduciendo derechos de propiedad privada y respeto a la ley-, de aquellos que se han integrado, aún como eventuales damnificados, al proceso asambleario en el cual el reclamo particular deja de verse desde una perspectiva individual para pasar a proyectarse más bien en un proceso más amplio de pensamiento y organización de lo público.

Argentina, December 19th and 20th, 2001: A New Type of Insurrection // Colectivo Situaciones

Translators’ Introduction

Que se vayan todos! Four Spanish words became part of the universal language of rebellion after a multitude of Argentineans occupied the streets the evening of December 19th 2001. The words were thrown at every politician, functionary, economist, journalist and at nobody in particular, cutting a threshold in history, a before and an after for Argentina that would find a wave of resonances around the world.

The revolt surprised analysts, always ready to judge the new with reference to their old interpretive grids. But for many of its protagonists, however, it had long been foretold. Argentina had been one of the testing grounds for neoliberalism since 1975, shortly before a dictatorship, initially commanded by General Jorge Videla, institutionalized the forms of repression of revolutionary activism that were already under way, while launching a package of reforms that began undoing the labour rights and welfare state policies that had been the result of decades of workers’ struggles.

Eight years later electoral democracy finally returned. The consequences of the repression became visible as the military’s large-scale process of social engineering had been successful in demobilizing the population. Neoliberal reforms could now be imposed by consensus. In the 1990s, president Carlos Menem and his finance minister, Domingo Cavallo, in alliance with the labour bureaucracy, undertook sweeping structural adjustment reforms, privatizing nearly every state-run company at every level of government, deregulating labour and finance markets, pegging the peso to the dollar, and leaving nearly fourty percent of the population unemployed or underemployed.

During the Menem era, a new generation of activists and new forms of protest slowly emerged. H.I.J.O.S., the organization of the children of the disappeared, came about in 1995 and introduced creative ways of denouncing the unpunished torturers of their often-revolutionary parents and preserving their memory. In 1997, unemployed workers began to protest blocking roads. Their multiple movements, known as piqueteros, spread throughout the country very quickly. All the attempts of the Peronist government to co-opt the movement proved unsuccessful. To find alterantives to the recession, barter clubs were created in different points of the country, giving rise to a massive underground economy based on solidarity principles.

In 1999 Fenando de la Rúa became president with a promise of change, but kept the neoliberal reforms intact in the name of preserving “governability.” When the national economy came to the verge of collapse, after having tried different plans to keep paying installments on the (now massive) foreign debt on time, de la Rúa recruited Cavallo.

After July 2001 the pace of events became dizzying. The numerous piquetero movements, which so far had acted mostly in isolation, started coordinating entire days of roadblocks throughout the vast Argentine geography. In the mid-term elections of October 2001 voters massively submitted spoiled ballots, with percentages of abstinence never seen before. In November, Cavallo froze withdrawals from bank accounts to prevent a drainage of reserves that would force the government to abandon the peg between the dollar and the peso. People from all walks of life suddenly found themselves without money for the most basic needs. Almost overnight, thousands of retail businesses were left without customers.

The article that follows captures with vivid eloquence the street actions of December 19th and 20th, 2001, exposing, at the same time, the inadequacy of analyses of the events that fail to acknowledge the agency, autonomy and creativity of the mobilized the masses. The two days of street fighting, plus the alternative forms of life that appeared after them (including neighbourhood assemblies, factory occupations, and others), reveal what Colectivo Situaciones calls the thought of the multiple, a form of thinking of the multitude that rejects all central forms of power.

This article is an excerpt from the book Colectivo Situaciones wrote on the events of December 2001. Situaciones, a collective of militant researchers based in Buenos Aires, began working together two years earlier. Its emergence was motivated by the search for a form of intervention and production of knowledge that ‘reads’ struggles from within, a phenomenology and a genealogy that that takes distance from the modalities established by both academia and traditional left politics. Colectivo Situaciones has published several books and booklets on different aspects of Argentina’s new protagonism, including the unemployed workers movement MTD of Solano, the peasants movement Mo.Ca.S.E., and H.I.J.O.S., among others. This research has extended to form compositions with local radical experiements in places like Bolivia, Mexico, Peru, Chile, France, Uruguay, Brazil, Italy, Spain, and Germany. Some of these affinities are documented in articles, working papers and declarations, some of which can be found in the collective’s website: http://www.situaciones.org.

Argentina, December 19th and 20th, 2001: A New Type of Insurrection

Insurrection Without a Subject

The insurrection of December 19th and 20th did not have an author. There are no political or sociological theories available to comprehend, in their full scope, the logics activated during those more than thirty uninterrupted hours. The difficulty of this task resides in the number of personal and group stories, the phase shifts, and the breakdown of the represesentations that in other conditions would have been able to organize the meaning of these events. It becomes impossible to intellectually encompass the intensity and plurality linked by the pots and pans,[1] on the 19th, and by open confrontation, on the 20th. The most common avenues of interpretation collapsed one by one: the political conspiracy, the hidden hand of obscure interests, and—because of that all-powerful combination—the crisis of capitalism.

In the streets it was not easy to understand what was happening. What had awakened those long-benumbed energies from their dream? What might all the people gathered there want? Did they want the same that we, who were also there, wanted? How to know? Did knowing it matter?

First in the neighbourhoods of Buenos Aires, and then in the Plaza de Mayo, all sorts of things could be heard. “Whoever does not jump is an Englishman.” “Whoever does not jump is from the military.” “Execute those who sold the nation.” “Cavallo motherfucker.” “Argentina, Argentina.” And the most celebrated, from the night of the 19th: “stick the state of siege up your asses.”[2] And, then, the first articulation of “all of them out, none of them should remain.” The mixture of slogans made the struggles of the past reappear in the present: against the dictatorship, the Malvinas/Falklands war, the impunity of the genocides, the privatization of public companies, and others. The chants did not overlap, nor was it possible to identify previously existing groups among the crowd gathered there. All, as a single body, chanted the slogans one by one. At the same time, the contemporary piquetero methods of barricades, burning and blocking urban arteries, appeared in all the streets.

Words were superfluous during the most intense moments of those days. Not because the bodies in movement were silent. They were not. But because words circulated following unusual patterns of signification. Words functioned in another way. They sounded along with pots and pans, but did not substitute for them. They accompanied them. They did not remit to a specific demand. They did not transmit a constituted meaning. Words did not mean, they just sounded. A reading of those words could not be done unless this new and specific function they acquired is understood: they expressed the acoustic resources of those who were there, as a collective confirmation of the possibilities of constructing a consistency from the fragments that were beginning to recognize each other in an unanimous and indeterminate will.

The fiesta—because Wednesday 19th was a fiesta—gradually expanded. It was the end of the terrorizing effects of the dictatorship and the open challenge to the state of siege imposed by the government and, at the same time, there was celebration for the surprise of being protagonists of a historical action. And the surprise of doing it without being able to explain to each other the particular reasons of the rest. The sequence was the same all over the city: from fear and anger, to the balcony, to the rooftop, to the corner and, once there, to the transmutation. It was Wednesday. 10:30pm for some, 10pm for others. And in the patios and the streets a novel situation was operating. Thousands of people were living through a transformation at one and the same time: “being taken” by an unexpected collective process. People also celebrated the possibility of a still possible fiesta, as well as the discovery of potent social desires, capable of altering thousands of singular destinies.

Nobody tried to deny the dramaticity of the background. Joy did not negate each one’s reasons for concern and struggle. It was the tense irruption of all those elements at once. Archaic forms of ritualism were adopted, a simulation of exorcism whose meaning—an anthropologist would say—seemed to be the reencounter with the capacities of the multitudinous, the collective, the neighbourly. Each had to resolve in a matter of minutes decisions that are usually difficult to make: moving away from television; talking to oneself, and to others; asking what was really going on; resisting for a few seconds the intense impulse to go out to the streets with the pots and pans; approaching rather prudently; and, then, letting oneself be driven in unforeseen directions.

Once in the streets, the barricades and the fire united the neighbours. And from there, they moved on swiftly to see what was happening in other corners nearby. Then it was necessary to decide where to go: Plaza de Mayo, Plaza de los Dos Congresos and, in each neighbourhood, to start finding targets more at hand: Videla’s house, or Cavallo’s. The multitude divided itself, in each neighbourhood, and dealt with all the “targets” at once. The most radical spontaneity sustained itself in collectively organized memory. They were thousands and thousands of people acting with clear and precise goals, enacting a collective intelligence.

At dawn another scene began to be played. While some were going to sleep—some at 3 in the morning, some others at 5:30—the discussion was on what had happened and what would come next: many continued organizing themselves with the objective of not allowing Plaza de Mayo to be occupied by repressive forces given that, formally, the state of siege was still in place.

By then, the confrontation, which had not yet been unleashed in all its magnitude, began to be prefigured. On the 20th things presented themselves in a different way. The square became the greatest object of disputes. What took place there, right after midday, was a true battle. It is not easy to say what happened. It was not easy to remember other opportunities in which such an air was breathed in the surroundings of the plaza. The violence of the confrontations contrasted with the absence of apparent meaning among the participants.

Young people openly confronted the police, while the older ones were holding on and helping from behind. Roles and tasks were spontaneously structured. Plaza de Mayo revalidated its condition as privileged stage for community actions with the greatest symbolic power. Only this time the representations that accompanied so many other multitudes that believed in the power of that massive pink building, so jealously and inefficiently defended by the police, did not materialize. There were detainees, injured, and many dead from the brutal police repression. Officially they spoke of thirty in the whole country, but we all know there were more.

The city of Buenos Aires became redrawn. The financial centre was destroyed. Or, maybe, reconstructed by new human flows, new forms of inhabiting and understanding the meaning of store windows and banks. The energies unleashed were extraordinary, and, as could be anticipated, they did not deactivate. The events of the 19th and 20th were followed, in the city of Buenos Aires, by a feverish activity of escraches,[3] assemblies and marches. In the rest of the country, the reaction was uneven. But in every province the repercussion of the events combined with previous circumstances: roadblocks, looting, protests, and uprisings.

Words and Silences: From Interpretation to the Unrepresentable

With silence and quietude, words recovered their habitual usages. The first interpretations began to go around. Those who sought the fastest political readings of the events faced enormous difficulties. It is evident that no power (poder[4]) could be behind them. Not because those powers do not exist, but because the events surpassed any mechanism of control that anyone could have sought to mount. The questions about power remain unanswered: Who was behind this? Who led the masses?

These are ideological questions. They interpellate ghosts. What is the subject who believes itself to be seeing powers  behind life looking for? How to conceive the existence of this questioning, conspiratorial subjectivity that believes that the only possible sense of the events is the play among already constituted powers? If these questions had any value in other situations, they were never as insipid as in the 19th and 20th. The separation between the bodies and their movements and the imaginary plans organized by the established powers became tangible like never before in our history. Moroeover, these powers had to show all their impotence: not only were they unable to provide a logic to the situation, but even afterwards they did not come upon anything but to accommodate themselves in the effects of the events. Thus, all the preexisting interpretative matrices, overturned, caricatured, were activated to dominate the assemblies that wagered on supporting the movement of the 19th and 20th.

The diagnoses were many: “socialist revolution,” “revolutionary crisis,” “antidemocratic fascism,” “reactionary market antipolitics,” “the second national independence,” “a crazy and irrational social outburst,” “a citizens’ hurricane for a new democracy,” “a mani pulite from below,”[5] or the Deluge itself. All these interpretations, heterogeneous in their contents, operate in a very similar way: faced with a major event, they cast their old nets, seeking much less to establish what escapes through them than to verify the possibilities of formatting a diverse movement.

The movement of the 19th and 20th dispensed with all types of centralized organizations. They were present neither in the call to assemble or in the organization of the events. Nor were there any at a later moment, at the time of interpreting them. This condition, which in other times would have been lived as a lack, in this occasion manifested itself as an achievement. Because this absence was not spontaneous. There was a multitudinous and sustained rejection of every organization that intended to represent, symbolize, and hegemonize street activity. In all these senses, the popular intellect overcame the intellectual previsions and political strategies.

Moreover, not even the state was the central organization behind the movement. In fact, the state of siege was not as much confronted as it was routed. If confrontation organizes two opposing symmetric consistencies, routing highlights an asymmetry. The multitude disorganized the efficacy of the repression that the government had announced with the explicit goal of controlling the national territory. The neutralization of the powers (potencias) of the state on the part of a multiple reaction was possible due to the condition of—and not due to shortage—the inexistence of a call to assemble and a central organization.

Some intellectuals—very comfortable with the consistency of their role—feel also unauthorized by an acting multiplicity that destabilizes all solidity upon which to think.

But perhaps we can get even closer to some hard novelties of the movement of the 19th and 20th.

The presence of so many people, who usually do not participate in the public sphere unless it is in the capacity of limited individuals and objects of representation by either the communicational or the political apparatuses, de-instituted[6] any central situation. There were no individual protagonists: every representational situation was de-stituted. A practical and effective de-stitution, animated by the presence of a multitude of bodies of men and women, and extended later in the “all of them out, none of them should remain.”

In this way, without either speeches or flags, without words unifying into a single logic, the insurrection of the 19th and 20th was becoming potent in the same proportion as it resisted every facile and immediate meaning. The movement of the 19th and 20th blew up the negative thinking of a series of knowledges about the capacity of resistance of the men and women who, unexpectedly, gathered there. Unlike past insurrections, the movement did not organize under the illusion of a promise. The current demonstrations have abandoned certainties with respect to a promising future. The presence of the multitude in the streets does not extend the spirit of the 1970s. This was not about the insurgent masses conquering their future under the socialist promise of a better life.

The movement of the 19th and 20th does not draw its logic from the future but from the present: its affirmation cannot be read in terms of programs and proposals about what the Argentina of the future ought to be like. Of course there are shared longings. Yet they did not let themselves be apprehended into single “models” of thought, action, and organization. Multiplicity was one of the keys of the efficacy of the movement: it gained experience about the strength possessed by an intelligent diversity of demonstrations, gathering points, different groups, and a whole plurality of forms of organization, initiatives, and solidarities. This active variety permitted the simultaneous reproduction of the same elaboration in each group, without the need of an explicit coordination. And this was, at the same time, the most effective antidote against any obstruction of the action.

Consequently, there was not a senseless dispersion, but an experience of the multiple, an opening towards new and active becomings. In sum, the insurrection could not be defined by any of the lacks that are attributed to it. Its plenitude consisted in the conviction with which the social body unfolded as a multiple, and the mark it was capable of provoking on its own history.

Translated by Sebastian Touza and Nate Holdren

[1] Loud banging on saucepans or cacerolas by large crowds has been a common practice in the recent uprisings in Argentina. This activity is called a cacerolazo. The suffix ‘-azo’, in this case, means ‘insurrection’; ‘cacerola’ means ‘sauce pan’. Cacerolazo, then, literally means, roughly, ‘insurrection of the sauce pans’. (Tr.)

[2] The state of siege refers to the emergency measures taken by the Argentine government in attempt to put a lid on unreset. (Tr.)

[3] The word “escrache” is Argentinean slang that means “exposing something outrageous.” Escraches started as colorful street demonstrations organized by H.I.J.O.S. in front of the houses where people involved in human rights violations during the dictatorship live. During and after the rebellion, numerous spontaneous escraches were organized by people whenever they spotted a politician in a public place such as a restaurant or a caf During and after the rebellion, numerous spontaneous escraches were organized by people whenever they spotted a politician in a public place such as a restaurant, a café, or the street. (Tr.)

[4] In Spanish there are two words for power, poder and potencia(s), whose origin can be traced, respectively, to the Latin words potestas and potentia. In general, poder refers to transcendent forms of power, such as state power, and potencia refers to power that exists in the sphere of immanent, concrete experience. To maintain this distinction we indicate the original term between brackets when the use is unclear or changes from prior uses.  The words “potent” and “impotence” should be read as derivatives of potencia. (Tr.)

[5] Mani pulite, literally ‘clean hands’ in Italian, was a national investigation on government corruption in Italy during the 1990s. Because the campaign took place at the same time when Argentinean newspapers were unveiling one corruption scandal after the other, the expression was quicly adopted by journalists and politicians. (Tr.)

[6] We have chosen to use the expression de-institute and as a translation of the Spanish word destituir, which makes reference to the power that unseats a regime, in order to preserve the resonances that indicate a power opposite to that which institutes or that which is part of a constitutive process. We use the hyphen to avoid confusion with the English word destitution, which carries connotations of impoverishment. (Tr.)

Ante la salvaje represión ocurrida en la Argentina el día 26 de junio (26/06/2002) // Colectivo Situaciones

  (comunicación urgente del Colectivo Situaciones)        

Los sucesos del último miércoles 26 de junio nos hablan a todos y a cada uno de nosotros.

Hay dos compañeros asesinados -ambos militantes de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Anibal Verón-, más de 90 heridos y cientos de detenidos. En algunos barrios de la Provincia de Buenos Aires existe aún un virtual Estado de Sitio: un indeterminado número de compañeros no pueden volver a sus casas porque están siendo perseguidos o amenazados por las fuerzas represivas.

Lo que se juega, en este momento, en Argentina, es la existencia y el desarrollo de verdaderas redes de lucha contra el hambre, la represión, la miseria, por la salud, la educación y la dignidad, las que han crecido de manera sostenida y ramificada en los últimos años.

Toda esta multiplicidad de experiencias y luchas se tornaron visibles a partir de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, quedando expuestas tanto en su riqueza como en su fragilidad frente a quienes pretenden convertir a la Argentina en una verdadera «tierra de nadie» apta para una recolonización salvaje.

Esta nueva conquista de territorios y recursos se desarrolla hoy en buena parte del planeta -los zapatistas hablan de una auténtica Cuarta Guerra Mundial- y está llevando a una crisis sin precedente en todo el continente latinoamericano.

En este contexto se ha activado la represión legal e ilegal -de manera combinada, como en el pasado- para atacar directamente a este movimiento plural y complejo de redes, del cual las organizaciones piqueteras -qué duda cabe- son un componente fundamental y especialmente activo.

La represión se presenta hoy abiertamente con uniforme -policía, gendarmería y prefectura- a las órdenes del estado, o a partir de todo un abanico de modalidades que abarcan el permanente reciclaje de miembros de la última dictadura y de sus métodos: de los grupos parapoliciales y patotas a las agencias de seguridad -convertidas en verdaderos ejércitos privados- al servicio directo de empresas y/o facciones del poder político.

Todo este aparato represivo se complementó, durante las primeras horas, con un vergonzoso llamado al «orden» y a la justificación de la represión por parte de numerosos exponentes de la política y del periodismo profesionalizado, quienes ocultaron información y difundieron versiones abiertamente falsas -tales como que la violencia se debía a disputas internas entre los distintos grupos piqueteros-.

Esta variedad de formas represivas evidencian que los ataques a las experiencias radicales no tendrán una forma única; que no necesariamente hace  falta un golpe de estado clásico para aumentar la violencia contra las iniciativas populares y que intentarán, también en lo represivo, dividir al movimiento -de movimientos, de experiencias y organizaciones en lucha- en «sectores», con el fin de dispersarlo y retraerlo.

Por esto, porque lo que está en juego es la posibilidad misma de desarrollar este contrapoder transversal y difundido que se viene creando en los barrios, las asambleas de vecinos, las escuelas, las universidades, los hospitales, las fábricas ocupadas y las rutas, es que sería una estupidez imperdonable ejercer la indiferencia, el cálculo mezquino o la timidez, frente a la represión de los días pasados sin comprender hasta qué punto el ataque a las organizaciones piqueteras es una declaración de guerra a todo el movimiento.

Ahora más que nunca estamos llamados a poner en funcionamiento las solidaridades concretas desplegadas los últimos meses y años, colaborando con los perseguidos, denunciando la represión, movilizándonos, discutiendo entre amigos y compañeros, tomando iniciativas, protegiéndonos y creando nuevas modalidades de lucha. Desarrollar estas solidaridades y desplegar la potencia de las experiencias de base es la única manera de parar esta guerra.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones,

junio/ 2002

Quinta declaración – Ante el golpe en Venezuela -Imperialismo e imperio- (13/04/2002) // Colectivo Situaciones

1- Tal como lo vaticinara el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ha comenzado, hace ya un tiempo, la Cuarta Guerra Mundial. Como toda guerra, pretende reorganizar, geográfica, política, económica y militarmente buena parte del mundo. Desde Europa Central -la antigua Yugoslavia- hasta América Latina -Colombia, Chiapas, Venezuela, Ecuador, etc.- y desde el cercano Oriente -Palestina, Afganistán e Irak- hasta el extremo -China, Corea del Norte-. Hay guerra en el imperio.

2- Uno de los obstáculos de pensar el planeta en términos de imperio era, hasta ahora, la imagen abstracta de mundo que esa idea nos provocaba. Desde el atentado del 11 de setiembre queda radicalmente claro que bajo el imperio subsiste y se agudiza la diferencia estructural, la heterogeneidad social, económica y política. Los sucesos recientes del Plan Colombia, la invasión a Afganistán, el genocidio palestino y el golpe al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela confirman esta hipótesis: el imperio no se priva de actuar como imperialismo tradicional, e incluso de adoptar formas coloniales en el Tercer Mundo.

3- Actualmente en Venezuela las fuerzas del imperio y del gobierno de los EE.UU han atacado directamente al Gobierno de Hugo Chávez. La represión clandestina adquiere características abiertamente brutales y se carece de toda información mínimamente confiable al respecto. Esta situación pone a todos los pueblos de América Latina en estado de alerta frente a las peores hipótesis sobre el futuro inmediato, a la vez que se extiende de manera imparable la solidaridad con el pueblo humilde y bolivariano de Venezuela.

4- Bajo el imperio, los protagonistas de las guerras ya no son exclusivamente los estados nacionales y sus intereses geopolíticos. De allí que no se hable de imperialismo. Se trata ahora de fuerzas fundadas en formas productivas, comunicacionales y militares que refuncionalizan los aparatos nacionales – como los gobiernos de los países imperialistas (EEUU, Europa Occidental, Japón)- según la racionalidad biopolítica del imperio: la economía y tecnociencia como verdaderos dioses de todos los hombres.

5- La Guerra Actual no se da entre «dos potencias» (Guerra Fría) que toman bajo su control al planeta en su conjunto. No se trata tampoco del «Choque de Civilizaciones» difundido por el Departamento de Estado de los EE.UU para justificar la extensión de la guerra al Oriente Medio. Ni siquiera estamos frente a una «guerra ideológica» (ya que el imperio no domina por medio de la ideología). La lógica de esta guerra es diferente. No se trata, ante todo, de aniquilar a un enemigo predefinido. No, se trata fundamentalmente de la conquista y la colonización, por parte de las redes biopolíticas del imperio, de recursos naturales fundamentales para sostener niveles de producción y consumo actuales (petróleo), y de apropiarse de la materia prima de alta productividad (biodiversidad). Ese es el objetivo definido. Ya el Che Guevara había denunciado hace tres décadas este hecho fundamental del «subdesarrollo» y de los orígenes de las guerras imperialistas. Este proceso se ha sofisticado. En buena medida su naturaleza ha variado. Pero hay algo que se mantiene: se impone la guerra a los pueblos para despojarlos de sus recursos. El imperio confirma y radicaliza la norma del capital: la expropiación del control de los procesos vitales que hacen a la existencia de los pueblos.

6- La red biopolítica se organiza en el mercado: ha desarrollado sus propias formas del dominio político, que ya no pasan por las tradicionales «políticas de derecha» (aún cuando estas sean actualmente requeridas): se trata de formas específicamente posmodernas fundadas en la diferenciación del consumo, en la producción de imágenes mediáticas, la guerra tecnocientífica, la publicidad y las nuevas formas de valorización del capital a partir de su carácter inmaterial, intelectual y afectivo. Pero también de la velocidad de la circulación del dinero y las mercancías. Los medios de comunicación en la era del imperio son pura forma. Sin embargo, durante las guerras del imperio, los medios de comunicación operan bajo la modalidad imperialista clásica: la mentira, la desinformación y la censura. No se trata simplemente de un funcionamiento ideológico. Se trata de la inserción de los medios, como empresas, en la densa red de negocios que es hoy el imperio. Las grandes cadenas de la comunicación son parte fundamental de la estrategia militar del imperio.

7- Resulta indudable que desde el 11 de setiembre se despliega una brutal ofensiva: Palestina, Afganistán, Colombia, Venezuela, en amenazas China, Corea del Norte, Irak, etc. Pero no es sólo esto. Está también la amenaza sobre Cuba y la militarización de la Triple Frontera (Argentina-Brasil-Paraguay) y la ampliación de los presupuestos de inteligencia y gastos militares del gobierno de los EE.UU. La situación argentina no es ajena a estos movimientos: intentos de implantar bases militares en territorio nacional, dependencia absoluta de las políticas antinacionales dictadas por los organismos de crédito internacionales, desestabilización política provocada por movimientos financieros y guerra social entre «excluidos» y fuerzas policiales y paramilitares, forman parte de este panorama.

8- Y, sin embargo, estas observaciones no logran aproximar una idea del paisaje actual. Falta aún mencionar el desarrollo exponencial de las luchas, de la emergencia de un contrapoder múltiple y extendido en varios puntos del planeta. Desde enero de 1994 -aparición del EZLN- han crecido las resistencias al neoliberalismo en todo el mundo. La situación argentina (a partir de la insurrección de diciembre) y la italiana (a partir de las movilizaciones de Génova) nos hablan del desarrollo alcanzado por las manifestaciones populares. Tenemos presentes las experiencias de Ecuador, Seattle, Palestina, Brasil y México, por nombrar las más evidentes (habría que sumar las luchas ocurridas en Asia y África, de las que lamentablemente conocemos muy poco). Pero estas referencias bastan para dar un cuadro de la actual contraofensiva de un contrapoder. Este punto de vista nos otorga un punto de implicancia, una verdadera perspectiva para pensar la actual coyuntura.

9- Los estados ya no son los protagonistas del drama global. Existen y operan, pero bajo parámetros diferentes a los clásicos. Su norma es la reproducción del capital, no el desarrollo de los pueblos. Y la reproducción del capital ya no se asocia a la construcción de naciones, democracias y formas generales del bienestar. El imperio, en la situación actual, implica una guerra a muerte contra la vida.

10- La guerra en el imperio es la constatación de la emergencia de un estado de guerra. No se trata, como en Hobbes —imperialismo- de intervenciones que busquen nuevos equilibrios u órdenes estables sino de la generalización de un verdadero estado permanente de guerra. La crisis actual no es excepción sino generalización de la excepción. En el imperio la guerra es norma. El imperio ya no piensa como su antecesor colonial-imperialista: la guerra ya no es la continuación de la política por otros medios, como decía Clausewitz, sino la forma que hoy asume la política.

11- El lenguaje humanitario y el lamento por el horror presente, si no pasa a asumir prácticas concretas en medio de la guerra, corre serio riesgo de funcionar como modalidad políticamente correcta de habitar este estado de guerra y de convivir con la muerte. En este sentido el humanitarismo abstracto (moral) es uno de los discursos del imperio.

12- Las experiencias de contrapoder que se vienen desarrollando en todo el mundo tienen un desafío gigantesco ante sí: asumir la guerra sin desarrollarla. No hay posibilidades de sostener una ética -materialista- si se pretende ganar esta guerra. La guerra es siempre asunto de los poderosos. Pero a la vez no hay ética posible si se desconoce el suelo común sobre el que se desarrollan hoy nuestras vidas, nuestras resistencias: el neoliberalismo y la guerra del imperio. Esta situación no es abstracta y nos impone una reflexión práctica sobre las vías disponibles y deseables (múltiples y no centralizadas) de enfrentar esta lucha.

13- El contrapoder es la producción de formas asimétricas de existencia con relación al capital. Asumir la guerra quiere decir asumir lo que la guerra nos impone como realidad y condición: la presencia directa de la violencia imperial en puntos múltiples del planeta. Desarrollar formas concretas de solidaridades, de autodefensa, denuncias, pero sobre todo, potenciar lazos capaces de producir otras formas de sociabilidad que, como decía el Che, bloqueen las posibilidades del enemigo. Asumir la guerra, entonces, como forma de impedirla.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

Libro: 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social (Abril 2002) // Colectivo Situaciones

Para leer 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social : Click AQUÍ 

Asambleas, cacerolas y piquetes (sobre las nuevas formas de protagonismo social) (12/02/2002) // Colectivo Situaciones

Este tercer borrador de investigación sobre las nuevas formas de protagonismo pretende discutir, desde el interior mismo del proceso de movilización de asambleas, piquetes y demás formas de una nueva subjetividad radical, algunos elementos de la actual coyuntura.

El borrador  1 estuvo dirigido a pensar las formas de emergencia de una nueva radicalidad al interior del llamado «movimiento piquetero». Fue editado, luego, en el cuaderno número 4 de Situaciones, «Conversaciones con el Movimiento de Trabajadores Desocupados -MTD- de Solano». El segundo borrador se refirió por entero a debatir experiencias de conocimiento no-utilitario, sobre la base de las vivencias de la Comunidad Educativa Creciendo Juntos, del partido de Moreno de la Provincia de Buenos Aires. Este tercer «Borradores» continúa reflexiones que iniciamos en la Cuarta Declaración del colectivo, a propósito de la insurrección del 19 y 20 de diciembre de 2001. Pero va más allá: está dedicado al movimiento de asambleas (y su relación con los piquetes); a la vez, es un adelanto de nuestro próximo libro.

I

Los días 19 y 20 de diciembre vivimos una insurrección de nuevo tipo. Se mostró hasta qué punto es la potencia del pueblo en las calles lo que verdaderamente cuenta cuando esta energía se desata. La novedad se expresó de muchas formas: no hubo dirigentes, no hubieron promesas y no existieron organizaciones centralizadas convocando u orientando la movilización.

Se trató de un verdadero «NO». Pero no fue simplemente una ocasión para expresar el hartazgo. Se trató de un «no-positivo»: una afirmación ética sin precedentes que nos abre, como posibilidad al menos, nuevos caminos por recorrer.

Está planteada ahora, precisamente, la exigencia de realizar ese recorrido abierto ante nosotros buscando nuevas formas de participación, de reinvención de la existencia, de producción de nuevos vínculos y modalidades de pensamiento.

 

II

Miles de personas se reúnen en decenas de barrios para discutir y desplegar aquello que se puso en juego los días 19 y 20 de diciembre.

La asamblea ha sido adoptada como la forma de discusión, coordinación y pensamiento colectivo por todos los que han decidido organizarse más allá de las formas clásicas de la política.

Las asambleas organizadas en la ciudad de Buenos Aires y en los alrededores, en la Provincia de Buenos Aires, no nacieron de la nada.

Porque lo cierto es que las luchas piqueteras fueron quienes primero tomaron las calles. Ellas, en condiciones muy diferentes, abrieron el camino que ahora comienzan a recorrer las asambleas. Esta es la verdadera hermandad entre piquetes y asambleas. Los piquetes mostraron lo que hoy verifican las asambleas: que están surgiendo nuevas formas de intervención en la lucha por la justicia, que ya no pasan mayoritariamente por renovar los partidos políticos ni las elites gobernantes.

En los piquetes y las asambleas comienzan a debatirse cuáles son esas formas de protagonismo, una vez que han sido descartadas las vías políticas tradicionales.

Esta es la riqueza del movimiento actual. No hay demandas capaces de agotar las potencialidades de este proceso abierto.

Los piquetes no piden «sólo» trabajo, comida, derechos. Piden algo más, que no puede ser enunciado por el lenguaje de la demanda. Más allá de las demandas, se lucha por la justicia y el «cambio social».

Y lo mismo sucede con las asambleas. Más allá del discurso sociológico -de políticos, «intelectuales» y periodistas- las asambleas están constituidas alrededor de un deseo de justicia y protagonismo que ningún logro, por importante que sea, puede agotar.

Esto no quiere decir que la movilización asamblearia sea irreversible. Sino que, aún cuando las energías decayesen o el movimiento fuese dispersado -o, aún peor, más o menos institucionalizado- pervivirá la marca ética de las jornadas de los días 19 y 20 y de las experiencias posteriores que buscaron desarrollarla. Porque la justicia no es algo que se vaya a alcanzar algún día: existe siempre como lucha «por la justicia». No se realiza, sino que existe siempre como exigencia que nos organiza, nos mueve, nos inspira.

III

Las asambleas son un lugar de investigación práctica. Allí se está elaborando. Por eso, porque este es el valor de la experiencia, no hay peligro mayor que caer en la ilusión de ser una «alternativa de poder».

Si no somos capaces de crear nuevas opciones, seremos testigos de una nueva frustración. Y nada nos garantiza que este no sea el destino del proceso.

¿Cómo evitar que el movimiento caiga en polarizaciones fáciles y sea absorbido completamente en el juego de la política «seria», que no ve nunca más allá de lo que pasa a nivel de dirigentes y gobiernos?

Las preguntas sobre las formas de sostener este movimiento abierto, activo y ligado a la multiplicidad de aspectos que constituyen nuestra existencia, se vuelven cuestiones fundamentales de esta experiencia.

IV

Si de lo que se trata es de recorrer este espacio de libertad que se nos ha abierto, la forma de este recorrido no puede perder su radicalidad de origen. De aquí, entonces, la permanencia de la consigna «que se vayan todos», y su insistente aclaración, «que no quede ni uno solo». Aún sin tener un sentido único, en las asambleas esta consigna va tomando una significación clara. No se trata, como podría interpretarse ligeramente, de una consigna «negativa», sino de un rechazo cuya potencia surge de lo que logra «abrir».

«Que se vayan todos» quiere liberar un terreno, un tiempo y la posibilidad de una forma radical de practicar la experiencia del lazo social.

Y esta experiencia práctica, de pretensiones fundadoras, es lo que interesa, porque implica una puesta en juego muy exigente de cada uno de nosotros. Pues para ser realmente fieles a lo que se juega en este proceso, hay que empezar por admitir hasta qué punto «no sabemos». Las asambleas son un proceso de reelaboración colectiva sobre las formas actuales de la emancipación.

Por esto, una condición fundamental para el desarrollo de esta experiencia asamblearia es la constatación de que «no hay línea correcta»: la única «línea» posible es la búsqueda, la elaboración puesta en práctica al interior de las asambleas y los piquetes.

Pero afirmar que «no hay línea» no quiere decir que no hay nada que hacer. Al contrario: sólo nos indica que este «hacer» actual tiene que ser capaz de asumir cuanto hay de inédito y de incierto en esta búsqueda.

Una vez que nos hemos decidido a abandonar las formas clásicas de la política, las luchas y las experiencias que producen nuevas formas de existencias sociales e individuales se ven despojadas de toda vieja garantía, de todo saber «abstracto» sobre «qué hacer» y de toda forma tradicional de pensar, para arribar a un suelo en donde las creaciones están a la orden del día.

Es este el tiempo que fue invocado durante las jornadas de los días 19 y 20 de diciembre.

V

¿Podrán las asambleas y los piquetes, efectivamente, deshacerse de todo el peso de los discursos políticos tradicionales («revolucionarios» y «reformistas», «nacionalistas» y «ciudadanos», etc.) para asumirse, sin rodeos, como un verdadero eje impulsor de nuevas experiencias, como un lugar de creación radical?

No hay quien lo sepa de antemano. Pero hay algo auspicioso. No son pocos hoy, en Argentina —y en América Latina-, quienes desarrollan prácticas de lo más atractivas y potentes bajo la idea que no hay más «línea» que ser capaces de pensar, en situación, «sin modelos».

VI

Por todo esto puede ser importante pensar qué significa esa sensación de estar viviendo un momento histórico. Si efectivamente este momento tiene una densidad histórica de proporciones para miles y miles de personas, es fundamental explorar lo que hay por detrás de las imágenes que la memoria histórica asocia a esta experiencia.

La emoción proviene, de hecho, de la impresión de estar re-viviendo jornadas históricas -verdaderos mitos- de revoluciones pasadas. Pero todos sabemos que el vértigo de estos tiempos no es un mero truco vacío de la imaginación, sino que estos recuerdos históricos se activan al fragor de una inmediata actualidad, que da sentido a cada marcha, asamblea, cacerolazo o movilización.

Esto puede ser visto en perspectiva.

De las revoluciones modernas surgieron los partidos políticos. Su función esencial fue la de intermediar entre los movimientos de la base y el Estado. Claro que en esta relación entre tres -base social, partidos y Estado- el punto clave siempre fue el Estado, lugar imaginado como el centro donde radicaba el poder de la sociedad.

Con la ola de las revoluciones socialistas del siglo XX aparecieron los partidos contestatarios al capitalismo (comunistas, socialistas, nacionalistas revolucionarios, etc.) los cuales, a pesar de promover una revolución contra el sistema sostuvieron mayoritariamente la misma relación de «mediación» entre las bases y el Estado y la misma fe en el poder estatal para transformar las sociedades.

Todo un siglo de revoluciones anticapitalistas creyó, de una forma u otra, que las sociedades podían ser transformadas desde arriba. Esta experiencia no puede ser gratuita. Al contrario, es gracias a ella que hoy sabemos que son las luchas de la base las que empujan los cambios, y van creando las nuevas formas de sociabilidad.

Pero este «saber» no fue fácilmente adquirido. El fracaso del modelo de las «revoluciones desde arriba» implicó un duro peso para las diversas luchas desarrolladas durante la década pasada. Todos los que desarrollaban experiencias de resistencia en los últimos años eran vistos como «utópicos» e «inviables».

Afortunadamente las luchas actuales ya no precisan decir cómo será el mundo «mañana». Su legitimidad se vincula con su capacidad de producir, en la lucha misma, nuevos valores de justicia, a partir de iniciativas y proyectos concretos.

Los piquetes y las asambleas se desarrollan bajo estas circunstancias, y en su constitución misma se están procesando estos nuevos elementos de un contrapoder efectivo.

VII

En el barrio de Floresta, el día siguiente del asesinato de los tres pibes -cuando aún no expiraba el 2001- nacía la primera asamblea popular.

Los vecinos, reunidos, discutían propuestas de todo tipo: petitorios, festivales y juntadas de firmas. Los amigos de los pibes merodeaban la asamblea sin mucho interés, pensando silenciosamente qué hacer con las ganas de arrasar la comisaría que protegía al asesino. Cuando los vecinos percibieron la aparente indiferencia de los pibes respecto a lo que estaban discutiendo, les pidieron que dijeran qué es lo que se podía hacer. Uno de los pibes tomó el megáfono y explicó: «a mí lo que se discute en las asambleas mucho no me interesa; ¡aquí lo que hay que hacer es estar!, no sé cómo, pero hay que estar, todos los días».

Esta es, seguramente, una de las formulaciones que más claramente nos revela el significado de las jornadas del 19 y 20, y de la sucesión de hechos que se continuaron: la importancia del «estar», no sólo como «opinadores» sobre lo que debiera pasar -como tristes jefes a quienes ya no obedece la tropa-, sino de ESTAR, simplemente, formando parte de un devenir que ya nadie puede aspirar a controlar, de un proceso que se autoproduce más allá -y a través- de cada uno de nosotros.

Esto no implica una posición pasiva, de espera. Al contrario, implica asumir que la actividad se desarrolla sin centros, sin líderes y sin promesas sobre el futuro, a partir de una indagación colectiva sobre las vías de un nuevo protagonismo social.

VIII

Las asambleas no adoptan tampoco una forma al azar. Se organizan como verdaderas operaciones prácticas por medio de las cuales se están verificando -y nos estamos apropiando de- las condiciones en las que nos toca actuar.

Sabemos que las cosas han cambiado: esas transformaciones se expresan en alteraciones en la política, la economía, en las subjetividades, en fin, en todo los campos de la existencia. Pero estos cambios no pueden ser excusa para la inacción. El discurso de la «complejidad», que nos dice que este mundo posmoderno es «inentendible» salvo para los «técnicos», oculta que ni siquiera para ellos el mundo es «manipulable».

Así, bajo la ilusión que unos pocos manejan el mundo, el discurso de la «complejidad» es un llamado a la pasividad de cada uno de nosotros. Las cosas son «demasiado complejas» para esta ideología «tecnicista» que nos condena a la impotencia impidiendo una acción de reapropiación de nuestra situación, de nuestra capacidad de pensar y de actuar en ella.

El proceso asambleario abre la posibilidad de abandonar toda pasividad. Sobre todo, la pasividad que se deriva de la «posición de víctimas».

Con la activación de este movimiento, la cuestión de la apropiación de las condiciones personales y colectivas puede ser tratado de otra manera, estableciendo formas de soberanía sobre las capacidades y los recursos que el proceso mismo brinda.

Es en este sentido que tanto las asambleas como los piquetes tienden a desbordar lo que la militancia política clásica pretende de ellos.

Pero afirmar este desborde implica un trabajo: un rechazo contundente de los «bajadores profesionales de línea».

Estos grupos de excesiva «luz» no pueden más que empobrecer la asamblea en la misma medida en que no las respetan como lugar de procesamiento y reflexión. No hacen el proceso con el resto. Ellos «ya saben», desde «antes», lo que conviene y lo que no. Sus intervenciones -a diferencia de quienes aportan sus conocimientos al conjunto- comienzan por destruir toda posibilidad de socializar experiencia alguna.

Las asambleas trabajan, investigan, elaboran. Y al interior de este proceso se van desplegando posiciones diferentes. Lejos de preocuparse por esta situación, la asamblea sabe hasta qué punto estas diferencias son parte esencial del proceso de pensamiento. La discusión que divide para unir, y luego une para volver a dividir va produciendo sus propias estabilidades, sin congelar a nadie en posiciones definitivas, evitando así rupturas inútiles, movidas por diferencias narcisistas, puramente imaginarias.

No se trata de lograr consensos fáciles, ni menos aún, de disputar hegemonías.

Estas formas de discusión reproducen las formas del poder que se está rechazando tan radicalmente. Y nada sería más triste que construir pequeños espacios burocratizados llenos de minúsculos poderes a la medida de «tiranos de barrio».

Dominar una asamblea es anularla. En cambio, los verdaderos «dirigentes», son siempre situacionales: son quienes mejor trabajan al interior del piquete o de la asamblea, organizando el pensamiento colectivo, desde el interior, colaborando a que el conjunto se potencie a sí mismo, y nunca separándose de él, para subordinarlo.

IX

¿En qué consiste la unidad de los piquetes y las asambleas?

El problema de muchos de los que claman por esta unidad es que la imaginan como una «alianza política». Esto sería solo una ilusión, un atajo. Una alianza así, que pretendiese otorgar «coherencia» a la multiplicidad del movimiento «desde arriba», no sería fiel a la potencia del proceso.

Las asambleas y los piquetes se desarrollan cada cual en sus condiciones. Pero indudablemente tienen muchos puntos fundamentales de encuentro. Las demandas las separan, pero la experiencia común de fundar nuevos modos de participación puede implicar formas más profundas de intercambio.

¿Por qué el vínculo debiera quedar reducido a simples «adhesiones» a «encuentros nacionales»? ¿Por qué esa unión debiera ser sólo «política»? ¿Por qué seguir imaginando encuentros entre piqueteros y asambleístas sólo a partir de las formas de la representación política?

Se habla, así, de «alianza de clases»: «desocupados» y «clases medias». Cortes de ruta y cacerolas.

De pronto el poder analiza todo lo que está sucediendo con un lenguaje «pseudo marxista»: todo se lee en términos de clases sociales, de intereses materiales, de racionalidades fuertemente condicionadas por la inserción en la estructura económica.

El modelo de «alianza de clases» oscurece los procesos en juego. Y no sólo empobrece, sino que termina siendo utilizado para, por un lado, culpar a la «clase media» -«incluidos»- por no haberse movilizado sino «hasta que les tocaron sus bolsillos»; y por otro, para «confirmar» que los «excluidos» se movían desde antes porque «ya no tienen nada en sus bolsillos».

Hay incluso, en ciernes, una reedición de la división social del trabajo «político» entre asambleas y piquetes: las clases medias -«educadas»- serían la dirección «cultural o ideológica» de un movimiento en el que los «excluidos» serían «fuerza de choque» o «cuerpo obediente».

«Incluidos» y «excluidos», clases medias y desocupados -o «pobres»-, son categorías de un pensamiento que concibe a la política como una operación ideológica de la inclusión, olvidando -adrede- hasta qué la norma es siempre excluyente y que desearla es ya empobrecer nuestra existencia.

Incluidos y excluidos son, entonces, categorías tramposas. No hay lugar para los excluidos sino precisamente en donde están, en los márgenes. No hay inclusión posible -presente ni futura- para quienes ya no quieren asistir pasivamente al empobrecimiento -material, intelectual y espiritual- de la propia vida.

Por eso, el «clasismo» que todas «las clases» sacan a relucir («somos de la clase media argentina»; «los trabajadores y sus intereses», etc.) es una forma de empobrecer lo que ha surgido, reduciendo la multiplicidad emergente a las condiciones económicas de las que provienen. Piqueteros y asambleístas aspiran a ser figuras de una indagación sobre la forma de construir una autonomía real, irreductible a todo economicismo.

Esta reducción de la multiplicidad del proceso al «clasismo»-económico- es una condición que el poder exige para «representar» a cada una de estas clases en el juego de la política (de partidos, candidatos y gobernantes). Por esta vía, entonces, se corre el riesgo de la absorción de las energías desatadas.

X

A partir de las jornadas de los días 19 y 20 tomó forma algo que ya se venía gestando. Ahora es totalmente visible, para todos, que por abajo transcurren luchas muy intensas. Ellas están procurando, sobre todo, recuperar una dignidad gravemente afectada durante décadas.

Las experiencias de los últimos años -en América Latina y en el resto del mundo- nos ilustran claramente sobre el hecho de que ningún «gobierno», por sí mismo, puede obtener este resultado.

Incluso un eventual gobierno popular debería aprender a respetar la soberanía de las luchas que por abajo van creando y empujando el verdadero cambio social. Porque toda vez que desde la política «contestataria» se pretende dirigir las luchas de la base, se cierran los procesos verdaderamente democráticos y se frustran las experiencias más potentes.

Hay que evitar en ambas experiencias en desarrollo -piquetes y asambleas- las tendencias a la centralización, a la subordinación de esa multiplicidad. Su autonomía debiera ser defendida, incluso, de la emergencia de eventuales grupos de dirigentes/representantes surgidos de las asambleas y piquetes mismos, en la medida en que intenten sustituir la dinámica de base. La expropiación del protagonismo popular en manos de un grupo de dirigentes (no importa lo honesto que éstos sean) es un riesgo mayor.

Porque apenas se forma una representación del movimiento, se empieza también a ejercer el poder hacia adentro: se cree que se puede decir cómo debe actuar o pensar un «vecino» o un «piquetero». La centralización sacrifica de un plumazo la multiplicidad (que es la fuerza -la clave- de estos movimientos).

XI

El desafío es pensar al movimiento piquetero y al asambleario como experiencias que se pueden desarrollar mucho mejor sin «centros», sin lugares privilegiados de organización, ni de dirección.

Contestando a siglos de creencias en la superioridad de las estructuras centralizadas y en la separación entre la teoría y la práctica, sabemos hoy que la inteligencia atraviesa todo el cuerpo, y no vive encerrada en el cerebro. Las ideas no fluyen de un centro director, sino que dependen de toda una red sensible y perceptiva. Lo mismo es pensable con respecto al cuerpo asambleario o piquetero. Sería realmente nocivo que cristalizasen lugares de «dirección» o de «conciencia» de los movimientos, con respecto a los «dirigidos», «los de abajo», los «puramente prácticos».

La experiencia de la asamblea interbarrial de Parque Centenario, por ejemplo, es un momento esencial de la organización del movimiento. Pero hay que tener cuidado que no sea el lugar por donde se cuelen, nuevamente, las tendencias a la centralización que sustituyan el protagonismo de las asambleas.

Es importante, entonces, ir viendo cómo circulan saberes situacionales, de contrapoder, entre las diversas experiencias de resistencia. No se trata de simples «articulaciones» políticas, sino de verdaderos espacios de «composición», de intercambios de experiencias, de pensar juntos, de iniciativas concretas.

La unidad no puede ser una consigna abstracta sino unidad de lo múltiple.

Lo que implica toda una labor consistente en crear espacios, territorios y tiempos propios del piquete y de la asamblea, que permitan substraerse de las interpelaciones del periodismo, del gobierno y de los partidos, para pasar a asumir cada aspecto de la coyuntura desde -exclusivamente- la propia potencia de los movimientos y la propia percepción de los desafíos y problemas que se enfrentan.

Las asambleas y los piquetes son verdaderos experimentos de contrapoder, bajo la forma de desarrollos de foros populares de discusión, de intercambio, de investigación y de acción directa. Su fuerza es, precisamente, la multiplicidad. Se juegan aquí formas nuevas y radicales de practicar la libertad.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

Manifiesto de la infrapolítica. El pasaje de las micropolíticas de la crisis a las del impasse (10/01/2012) // Diego Sztulwark, Verónica Gago (Colectivo Situaciones)

Espai en Blanc

La pregunta esencial que nos proponemos recorrer en este texto es la siguiente: ¿cómo realizar el pasaje de aquellas formas de politización de la crisis que forzaron la deslegitimación de las instituciones neoliberales allá por el 2001 a otros modos de politización desde abajo –que llamaremos provisoriamente y por falta de mejor nombre «infrapolítica»– para un contexto diferente signado por un impasse de lo político?

Siempre dentro de las coordenadas sudamericanas y en particular argentinas, la particularidad de este impasse al que nos referimos es que convive con una tentativa de salida que se funda en una recomposición del juego de la macropolítica.

En la primera parte del trabajo intentamos presentar los términos del pasaje y en la segunda ofrecemos el borrador de un texto colectivo que nos parece ensayar una aproximación a tal recomposición.

Impasse de lo político y retorno de la política

La aspiración de una coincidencia entre lo político –lo social concebido como capaz de autodeterminarse a partir del tratamiento de sus propios antagonismos– y la política –esfera especial y permanente de lo social que se encarga de administrar en el presente los destinos comunes– constituyó un rasgo irrenunciable de la imagen revolucionaria de las diversas secuencias emancipatorias del siglo pasado. La identidad entre praxis transformadora y nivel estatal se disipó considerablemente durante el ciclo de luchas que a comienzos de esta década socavó en buena parte de Sudamérica la legitimidad de las instituciones neoliberales, desorganizando relativamente los arquetipos heredados y dejando pendiente la invención de nuevos modos de organización de lo político.

El impasse de lo político señala, en este contexto, la dificultad de sostener y profundizar esta investigación política a partir de su grado cero, es decir, de una autonomía práctica (no doctrinal) como premisa y horizonte de la construcción colectiva. Esta dificultad –que atañe a una extensa red de micropolíticas– se vincula directamente con la recomposición de instancias macropolíticas impulsada tanto por la señalada retórica antineoliberal como por un compromiso con el perfil neodesarrollista como patrón de inserción en el mercado mundial.

Al mismo tiempo, esta recomposición de la macropolítica se propone gobernar lo social mixturando la reposición del viejo sistema de partidos con la participación de movimientos sociales que ingresan en la disputa por la gestión institucional.

El impasse de lo político se presenta entonces con sus diferentes rostros. Por «arriba», como gubernametalización de la economía y de las experiencias colectivas en el marco de un escenario de polarización, como razón legítima y última contra segmentos de las élites que bloquean toda tentativa transformadora, y como experimentación de pactos cruzados que incluyen un reconocimiento parcial pero efectivo de la retórica, la historia y las demandas de muchos movimientos sociales. Por «abajo», como desafío de las prácticas micropolíticas a abandonar toda rigidez dualista y todo ethos del refugio y de la pureza retraída.

Retorno de la política

Se comprende entonces el fondo a partir del cual se ha activado la consigna del momento: «el retorno de la política» (equivalente del retorno del «conflicto de intereses», los mecanismos de «representación» y de la «intervención del estado»), cuyo punto de verdad y de eficacia consiste en asignar las responsabilidades históricas de la crisis al mercado y a las grandes corporaciones financieras, al tiempo que se rehabilita al estado nacional (locus de la política) como alternativa deseable y necesaria. El estado se vuelve así pieza clave de pretensiones diversas, inflacionando su presencia discursiva, y desplazando de su terreno toda otra posibilidad constituyente.

Este «retorno de la política» ha experimentado una considerable extensión material-simbólica. Entre sus méritos se encuentra el hecho de reproponer la cuestión política en el debate público, ligada a una reivindicación de derechos postergados. Entre sus límites, la elusión de la travesía necesaria en torno al impasse de lo político y sus causas (la dinámica de la acumulación capitalista y, en el frente opuesto, el concierto de las resistencias de los llamados movimientos sociales durante las últimas décadas).

Resume bien esta situación la posición del politólogo Ernesto Laclau que identifica populismo de izquierda con una teoría de la política como democracia radical a partir de considerar lo social como conjunto de demandas articuladas en una lógica de equivalencias simbólicas, como parte de la constitución de un juego provisorio de las hegemonías aleatorias.

Esta lectura de la activación de la política goza hoy de todo su prestigio en la medida en que se la recibe como contestación respecto de las doctrinas neoliberales, aún si se hace evidente que la política populista de Laclau contiene una cara puramente ordenancista que parte de considerar/convertir los conflictos en demandas (representación de carencias destinadas al orden cerrado que debiera aunque sea oírlas, o bien orientadas a un gobierno democrático que las atiende), calcando su modelo político de las teorías formalistas del lenguaje e identificando «populismo» con los procesos nacional-populares burgueses de los años ‘60 y, por tanto, «congelando» –como lo ha señalado recientemente León Rozitchner– procesos originales en curso, en condiciones diferentes y con perspectivas –por suerte– más abiertas.

Las filosofías de la hegemonía puramente simbólica (como sucede en la teoría de Laclau) vuelven a proponer un interés en la política, pero lo hacen restringiendo toda consideración sobre las condiciones subjetivas y materiales de los procesos en su originalidad y actualidad y substrayendo, sobre todo, lo que los sujetos en juego aportan de modo directamente productivo.

El problema que nos planteamos es mucho menos el de bloquear o refutar estas pretensiones de un reverdecer de la política –particularmente vistoso en Sudamérica– como el de abrir aún más las posibilidades, las politizaciones efectivas, que puedan desplegarse en este nuevo contexto.

Infrapolítica

Tomamos como punto de partida el señalado impasse de lo político y las tentativas de abandonar ese impasse: el enunciado «retorno de la política» por una parte y, por otra, la posibilidad de desarrollar una infrapolítica: intentos de re-politización efectiva desde abajo. Utilizamos el término «infra» (política) en un sentido preciso: el desarrollo de politizaciones que, sin abandonar sus estrategias y territorios micropolíticos, son capaces de asumir activamente el terreno de acción –antagonista– en –y de– lo político. Originalmente fue el ensayista James Scott quien introdujo el término para describir cierto tipo resistencias cotidianas, gestuales y eficaces de los oprimidos ante el poder. Utilizamos esa expresión, en cambio, para designar la construcción de un espacio de sentido en el cual la intelección común, resistente a las formas contemporáneas de gubernamentalidad, se distancia de todo repliegue o indiferencia. Ese espacio de inteligencia disidente hace valer una complejidad de niveles y problemas (es decir: de tiempos y lenguajes) que sólo se pueden abrir a partir de situaciones concretas signadas por una dimensión ética. Dimensión que la pragmática de la «vuelta a la política» corre el riesgo de subestimar o simplificar.

Es importante en este punto señalar una divergencia que muchas veces la «vuelta de la política» también anula, desconoce, disimula. Hay una desconfianza propiamente democrática, herencia salvaje del 2001, que no se deja confundir con la paranoia histérica de la «antipolítica» neoliberal. Ambas convergen por caminos antagónicos con la objeción a la reposición del eje democracia representativa-soberanía delegada en el estado. La desconfianza como sentimiento de lo común ante la aparición de un poder separado fractura desde el interior toda consistencia institucional, toda temporalidad homogénea, toda creencia plena en la legitimidad y estabilidad de las categorías de la delegación. Tal desconfianza posee un objeto delimitado: la traducción directa y abusiva de de cualquier afirmación resistente a los términos del código macropolítico, como tentativa de convertir todo proceso de politización a las alternativas simplificantes que se ofrecen como modo de intelección y encuadramiento. La desconfianza infrapolítica produce virtud pública, decisión popular, y no debe confundirse con la parodia que se funda en la pasión antidemocrática. Un problema actual es –precisamente– cómo orientar la dimensión «destituyente» de la infrapolítica para evitar sobre ella operaciones reaccionarias.

Vida política

En una reciente entrevista (revista Pampa, 2010) Luis Tapia se refiere a un subsuelo político en el que se traman las dinámicas que aún hoy constituyen la fuente de innovación y resistencia en la realidad boliviana. La infrapolítica, en resonancia con aquel subsuelo de las politizaciones, supone un trabajoso proceso de implicación problematizante, capaz de declarar la intolerabilidad de ciertas situaciones (privatización de la ciudad y de las tierras, actos de racismo, degradación de la inversión pública en escuelas y hospitales, contaminación y robo de recursos naturales, violencia doméstica, precarización del trabajo, etc.) y, al mismo tiempo, independizar prácticas y enunciados de la red hegemónica que los preformatea.

La politización supone hoy una «implicación» (en el sentido de asumirse en el común de los cuerpos), y no sólo de una idea de «compromiso» –aséptico en su noción de un «yo» a distancia (que se pretende cortar) de la situación– o de «participación» (siempre subordinada a una decisión que se nos escapa). La implicación es la figura de lo común que ha renunciado a comprender la complejidad de lo colectivo por fuera de la inmanencia del sentido. La implicación no se plantea el problema del «gobierno» que, tal vez, le sea esencialmente exterior. Dicho esto, queda marcar las aporías de la «implicación» y su inmanencia. Decimos que es una condición y, al mismo tiempo, la vemos llevar al desgarro y hasta a la catástrofe. Quizás porque la implicación no soporta, actualmente, una versión pasiva, tipo «inmersión». No hay cuerpo-recipiente, cuerpo-soporte, cuerpo-hospitalario al cual anexarnos sin más, superficie lisa y de alojo en la cual zambullirnos. Las figuras de la implicación que podemos concebir son activas, constructivas y –si hablamos por experiencia propia– artesanales y fatigantes. Suponen al menos la operación de comprensión y de ensamblaje incesante e interna respecto de aquello mismo que llamamos implicación.

La implicación infrapolítica es tanto actividad de rechazo (declaración de lo intolerable) como constructiva (de modos de percepción y de lenguaje) para el artificio experimental, laico, de la vida colectiva.

Desborde

La infrapolítica no abarca unas pocas islas alternativas sino que –es una hipótesis– recorre todo el campo de lo social como una posibilidad, muchas veces efectiva, de replanteo y de desborde de todo dispositivo (en formación) de gobernabilidad. Constituye, en los hechos, el objeto privilegiado de las políticas de gobierno de lo social, dividiendo entre aquellos que la conciben como programa positivo (esta es la posibilidad más innovadora a la hora de pensar en toda su dimensión una salida del impasse) y los que la conciben como peligro a contener-desplazar, que da lugar a un temible neohobbesianismo de izquierda.1

No es posible concebir procesos infrapolíticos, en las condiciones actuales, sin apelar a una sutil sensibilidad para la substracción (respecto del código con que la «política que vuelve» intenta reorganizar el juego de lo político) al mismo tiempo que se da curso a niveles complejos de articulación (pragmática de la infrapolítica), desprejuiciada respecto de la pluralidad de situaciones en las que se debate la activación de lo político mismo.

De este modo, proponemos, infrapolítica es aquella situación de desgarro en la que se trata de ir más allá de los dispositivos de gobierno (sea re-determinándolos desde dentro o impugnándolos desde fuera), pero también la condición epistemológica actual para comprender el tránsito de la promiscuidad de lo social a sus efectos post-representativos en lo político.

Lo promiscuo como condición –de ningún modo una noción moral– es mezcla en que las formas puras (nacionalidad, pertenencia de clase, de género, etc.) resultan atrofiadas, a la vez que persisten de modo notable y visible, aunque ya desorientadas y al mismo tiempo reorientadas. La promiscuidad nos habla de una disolución y replanteamiento de los antagonismos. No existe propiamente una posibilidad de pensar una política de raíz materialista que prescinda de este pasaje. Lo promiscuo, en tanto avatar de toda categoría y realidad de la experiencia contemporánea, es condición real y desafiante. Veneno y antídoto para todo racionalismo geometrizante de las relaciones de fuerzas, para todo progresismo que se apoye en un tiempo estabilizado.

Lo infrapolítico está en una situación completamente paradojal respecto de la política. La antecede y la sucede, la atraviesa y la guía, a la vez que la política lo gobierna y le teme, lo sigue y lo lee, lo convoca y lo combate.

Conceptos de una infrapolítica

Lo que sigue son algunos conceptos que hacen, en nuestra experiencia, a ciertos atributos de una infrapolítica. Son parte de un manifiesto involuntario que desarrollamos como borrador inicial con compañeros de varios colectivosi durante el año 2009, a propósito de la entonces inminente inauguración de una casa en el barrio de Flores de la ciudad de Buenos Aires que se proponía como espacio-tiempo capaz de albergar diversas prácticas micropolíticas. El interés de esta reflexión es inmediatamente práctico dado que finalmente, a fines del año 2010 se concretó la posibilidad y retomamos este texto en muchos aspectos insuficiente como base de apertura de las puertas de la casa para el presente 2011.

INTIMIDAD PÚBLICA:  Durante muchos años la esfera pública fue renuncia a la intimidad, y viceversa. Esta separación entre un mundo privado de los otros y el estado donde los otros sólo existen como separados no funciona para nosotros. ¿Cómo enhebrar un lugar para cada uno y para todos, abierto y cómodo; para personas, grupos y subgrupos? ¿Cómo elaborar un espacio hecho de convergencias y de roces, para la asamblea y el silencio: un espacio sutil, versátil, constructivo?

Una «intimidad» (aquello que sentimos en lo más hondo) deviene pública (de y para todos) cuando advertimos que lo que experimentamos tiene una cara común que nos relaciona con los otros. Un desafío para muchas de las prácticas contemporáneas pasa –precisamente– por detectar y explotar esta dimensión común a partir de las vivencias que, por lo general, consideramos «privadas»: las pasiones y los afectos.

Si la política de la emancipación ha requerido innumerables veces de disciplinar estas verdades «individuales» para subordinarlas a una cierta idea instrumental de lo colectivo, muchas de las respuestas a tales «perversiones de lo político» han caído en experiencias tan pobres como aquellas, constituyendo grupos cerrados, escenas estrechamente terapéuticas, discursos aplanados sobre lo que se entiende como «autoayuda».

Nos sentimos bien lejos de ambas formas: tanto de la que quiere diseñar lo humano como de aquella que lo asfixia en el discurso de lo híper «personal». Intentamos afirmar modalidades en las que lo individual y lo grupal se prolongan en lo común (y viceversa), a partir de identificar los puntos de convergencia y de divergencia entre afectos personales y colectivos. Ellos constituyen la materia de lo social y de lo político. La historia de los miedos, de las tristezas y de los amores recorre al mismo tiempo las historias personales como la calidad de las fuerzas colectivas.

Si el mercado capitalista hace «publicidad de lo íntimo» convirtiéndolo en mercancía, una «intimidad pública», en cambio, se propone como un conjuro contra esa banalización de lo íntimo.

PROVISORIEDAD:  Se trata de forjar un nodo de prácticas (una institución) «por un tiempito», capaz de alentar nuevos cruces y de hacer variar los roles, con apropiaciones y sin propiedades, con tiempo para el descanso y recursos contra las fijaciones. Una casa-provisoria (móvil, mutable), que trabaje durante un año, sin metas absolutas pero con objetivos parciales, en evaluación incesante, atenta tanto a los ensamblajes –productivos– como a las disoluciones. Este mismo carácter provisorio tiñe las palabras e imágenes que utilizamos para seguir pensando el proceso de la casa.

Cuando hablamos de provisoriedad exponemos una experiencia del tiempo. No se trata de confirmar lo efímero e inaprensible de la velocidad postmoderna, sino de habilitar un tiempo cíclico y una cierta noción de la duración. El ciclo –como las estaciones del año– implica que todo tiene su tiempo y que la decadencia no es muerte sin ser, al mismo tiempo, vida necesaria. Una cara del tiempo provisorio que proponemos consiste en una atención a estos ciclos que se registran en las historias personales y colectivas. «Armar y desarmar para volver a armar» puede representar, para buena parte de nuestra cultura moderna y progresivista, el prototipo de una práctica inútil y vacía, carente de objetivos y de metas. Para nosotros, sin embargo, implica un desplazamiento de perspectivas: hay tanta verdad en los momentos de construcción como en los de disolución, fase necesaria para que nueva posibilidades nazcan. Pero disolución no quiere decir aniquilación. El tiempo cíclico se enraíza en la duración: del mismo modo que el año ocurre a través de sus diferentes estaciones y de año a año ocurren cosas muy diversas, la atención a los ciclos –humanos, grupales, históricos– hace proceso.

Afirmamos lo provisorio, entonces, como forma de la duración también en protesta contra tantas otras formas que celebran el puro permanecer como, por ejemplo, el mero consumo, las apropiaciones canallas de los procesos comunes, la «kiosquización» de lo público, las verdades comunes congeladas como dogmas (los kioscos de la razón), los vaciamientos de los espacios constituyentes, los peajes y la estratificación de los pequeños poderes.

La provisoriedad, como temporalidad, no abarca sólo un tramo finito de la existencia, sino que atraviesa y tiñe todos los procesos: las ideas, las palabras, las representaciones, los modos de ser. Pero acostumbrados a darle la espalda nos cuesta prestarle atención. La idea de ciclo y duración juntas nos permiten pensar una provisoriedad continua.

APERTURA:  No necesitamos sólo un tiempo abierto (de continua provisoriedad), sino también espacios abiertos; lugares donde las dinámicas y las mezclas sean posibles y efectivas. Sitios de coexistencias, de invitaciones y, también, de creación de nuevas consistencias y construcciones. Cuando hablamos de abrir decimos, sobre todo, afirmar prácticas.

Para nosotros abrir no quiere decir indefinir. Tampoco aparentar una apertura que, en el fondo, está filtrada de antemano. La apertura es, al mismo tiempo, disposición al conflicto, a los roces, a la dificultad de tratar con los otros y apuesta a la constitución de reglas propias y variables, provisorias y mutables, capaces de producir momentos de reciprocidad; constitución de un lenguaje compartido capaz de señalar los momentos de atoramiento, de cristalización o de agrietamiento.

Pero reglas propias y lenguaje compartido no existen antes de hacer un camino juntos. La apertura es también proceso en otro sentido: surge de trayectorias de personas, grupos, movimientos y colectivos bien diferentes que convergen en la decisión de abrir un proceso nuevo, pero no fundacional. Nuevo, porque la casa es una nueva construcción; pero no fundacional porque la casa es una estación a la que llegamos con experiencias, memorias e hipótesis de trabajo.

PROCESOS DISCONTINUOS:  ¿Quién sabe de antemano cuál es el tiempo adecuado para los procesos en que somos afectados y el espacio apropiado para dejarnos marcas unos a otros?

Ya lo hemos escuchado todo sobre la crisis de los procesos. Su discontinuidad frustra el cumplimiento de las metas que los definen (crisis de la educación, crisis de la militancia, crisis moral, etc.). Esta frustración respecto de los grandes ideales nos enfrenta a procesos discontinuos, a esos momentos en los que lo real aparece como arma posible contra los poderes. Estos procesos exigen un trabajo mayor para relevarlos como tales y nos desafían a partir de objetivos parciales y concretos.

SENTIDO COMÚN DE LA DISIDENCIA:  Hemos conocido conmociones, crisis, encapsulamientos, guetos, desolaciones y fiestas. Somos esquirlas de viejos estallidos, pero también piezas para nuevas conexiones. ¿Qué tenemos para compartir en la diferencia, renunciando a ideales homogeneizantes? ¿Cómo se tejen hoy, entre sí, las disidencias? ¿Cómo ofrecer espacios-tiempos para tales tramas?

Siempre nos hemos hecho estas preguntas y algunas veces hemos encontrado algunas respuestas. Hemos participado en procesos políticos, educativos, intelectuales, culturales y sociales de los más diversos, en donde la disidencia fue algunas veces vocación por la diferencia activa y, otras, decisión por el antagonismo abierto.

La disidencia se ha interrogado una y otra vez por las formas en que se erigen los poderes (poderes que hoy, como ayer, definen la realidad). ¿Cómo atacar la realidad? ¿Cómo practicar hoy –en tiempos de supuesta «normalidad» o de impasse– nuestras disidencias?

INQUIETUD EN EL IMPASSE:  Vivimos un impasse de innovación de los movimientos, del hacer libre desde abajo. Un impasse en el proceso continental de descolonización. Podemos atravesarlo desde la im-potencia (no-poder) o desde la in-quietud (¡no quedarse quieto!). El impasse nos deja sin llegar a puerto seguro, pero no nos impide crear nuevos puntos de encuentro.

No quedarse quietos no implica adherir a un mundo que nos invita/intima a «movernos» y a «participar» en los formatos preestablecidos del régimen de visibilidad mediática. La inquietud implica, sobre todo, un desplazamiento de los lugares sociales y de los roles que cada uno de nosotros tiene pre-asignados (consumidor, trabajador, víctima, ciudadano, luchador, educador, intelectual, artista). Un desplazarse en la desorientación que va prefigurando nuevas formas de lo colectivo, aún –y sobre todo– cuando se sabe que no hay punto definido de antemano al que arribar.

AUTONOMÍA:  para afirmar que no estamos ya hechos, que necesitamos de nuestras capacidades para problematizar el mundo de acuerdo a nuestras situaciones. Necesitamos exponer nuestra arbitrariedad, nuestra sed, nuestra desobediencia, nuestros lados vulnerables y nuestras inadecuaciones para desplegar una inteligencia colectiva que posibilite nuevas conexiones, múltiples anudamientos.

Cuando decimos autonomía nos referimos a las resonancias entre problematización e inteligencia colectiva. Las prácticas –cuando están vivas– trabajan por problemas. Los problemas no son una negatividad de la que tengamos que prevenirnos o que tengamos que evitar o expulsar, sino un motor que interroga a todo aquello que vive. De esta manera, la autonomía (motor de las prácticas) es entendida como una permanente disposición a plantear problemas.

Y plantear problemas es, también, vencer el miedo: trabajar por problemas nos abre a los otros en tanto «compañeros de problematización». Y nos ayuda a hablar en voz alta.

Decíamos que no se parte de cero. Siempre traemos nuestra mirada. Pero los problemas nuevos –que surgen porque los territorios en los que vivimos están vivos, y cambian, y nos sorprenden– desafían nuestra mirada: requieren nuevos criterios que surgen del modo de enfrentar estas interrogaciones. Así, cada quien es su mirada, pero es también (y mucho más) su disposición a crear criterios compartidos en torno a problemas concretos. De este modo, activamos la inteligencia colectiva, que no tiene nada que ver con pensar igual o parecido, sino con mezclar colores para producir nuevas visibilidades.

POLITIZACIÓN:  Casi como síntesis de varias de las imágenes esbozadas, politización nombra, al menos, tres procesos: el de problematización; el de activar la inteligencia colectiva; y el de la construcción de modos transversales en territorios vivos. Se llega, así, a una idea de lo político muy distinta de la habitual, incluso entre quienes quieren transformar la realidad.

Los tres procesos mencionados requieren de dos cosas: de confianza y de curiosidad. Hablamos de confianza como un proceso valioso y difícil. Valioso, porque nos quita de los microclimas y nos permite entrar en nuevas relaciones con otros y otras que, de otro modo, sólo son posibles en el mercado o en las instituciones que nos gobiernan. Pero nos damos cuenta de la complejidad de este encuentro dado que no disponemos, a priori, de un código común para lograrlo. Entonces, la confianza –que es un proceso y no algo ya logrado de una vez y para siempre– no es sino el intento de crear lo común sin código previo. Y depende siempre de ese esfuerzo compartido. Lo contrario de la confianza, entonces, no es la traición, sino un tipo de distracción que se desentiende, en cierto momento, de la exigencia de crear una lengua común.

Y hablamos de curiosidad para evitar las etiquetas propias y ajenas. Cuando aceptamos ingresar en el sistema general de etiquetas, comenzamos a funcionar según el régimen comunicativo del estereotipo, del estigma, de la jerarquía y, en general, de los modos más estandarizados de lo mediático. Se trata de una forma elemental y abstracta de reconocernos en la ciudad. Dado que no podemos substraernos totalmente de esta dinámica por mera voluntad, podemos sí, al menos, ejercitar la curiosidad que lleva a la duda, a la re-pregunta, a la investigación, a fin de transformar una discusión entre etiquetados en diálogos que desclasifican.

VIDA Y TRABAJO:  hay consenso en que trabajando nos volvemos «sociales» («legales», «racionales», «dignos», «decentes»). Hoy, cuando trabajo y vida (vínculos, tiempos) se funden y confunden, nos surgen las preguntas: ¿sabemos distinguir «trabajo» de «servidumbres»? ¿Qué sucede hoy con el rechazo al trabajo? ¿Podemos proveer recursos conceptuales, instrumentales y económicos para hacernos esas preguntas con más fuerza, para perforar estas representaciones y producir enunciados singulares sobre estas cuestiones tan fundamentales?

El trabajo no es un tema más entre los mil temas de los que se charla. Nos interesa de un modo muy especial. En nuestro mundo actual el trabajo está en crisis. Hasta hace pocos años se dejaba a la gente sin trabajo. Hoy se buscan con desesperación formas de poner a la gente a trabajar. Miles de formas que suelen agruparse bajo la misma noción de trabajo. Pero, ¿qué implica llamar a todas estas diferentes prácticas trabajo? ¿Es igual la actividad libre que el trabajo servil? ¿Es realmente el salario la retribución que necesitamos por el valor social que producimos? ¿Qué formas sociales de existencia deseamos y preferimos?

Investigar el trabajo implica revisar los modos de organización social: desde la proliferación de nuevas formas de esclavitud (como los talleres textiles clandestinos articulados a las grandes marcas) hasta las tentativas de nuevas formas de gestión de la producción por parte de las fábricas recuperadas; desde las organizaciones y prácticas sindicales (nuevas y viejas) hasta las políticas sociales oficiales que intentan recrear cooperativas de trabajo; desde las economías informales (e ilegales) hasta las tentativas juveniles de rechazar el trabajo bajo patrón; desde la naturaleza del trabajo doméstico a la del trabajo social; desde el modo en que se articulan trabajo y racismo hasta la forma en que lo hacen trabajo y ley, trabajo y seguridad, trabajo y ciudad; desde el vínculo que se hace entre trabajo y educación a las formas del trabajo llamado intelectual, desde la precarización del trabajo a la precarización de la vida, etc. Así, investigar, en la práctica, la relación entre trabajo, producción de valor y vida implica afinar la atención a formas de organización, resistencias, replanteos y experimentación colectiva en curso.

Vida y trabajo se cruzan de muchas formas. La micro-empresa, el servilismo de masas y la guetificación son las tres posiciones existenciales que nos interesa cuestionar de forma activa: esta Casa –excusa perfecta– surge como una tentativa apta para intervenir en estas discusiones, configurando herramientas y armas, conceptos y recursos técnicos y políticos para modificar situaciones concretas.

UN REPULGUE EN LA CIUDAD:   Instituir otro punto de encuentro entre territorios desparejos de una enorme metrópoli de la que queremos escapar y a la que no podemos dejar de volver. Una ciudad como espacio productivo gobernado por la proliferación de todo tipo de fronteras y de jerarquías, núcleo de condensación de una economía infinita (formal e informal, legal e ilegal, tradicional e innovadora, en cooperación y en competencia, que se alimenta de la experiencia y de su ausencia, de la fortaleza y de la vulnerabilidad, de la noche y del día).

La ciudad es el tejido complejo que produce gran parte del valor social. La política no es sino la reflexión de –y sobre– este tejido vivo. Por eso nos (pre)ocupa la multiplicación de fronteras (y jerarquías) y la constitución de verdaderos guetos y maneras diferentes de encierro en la ciudad. Nos interesan de modo muy particular las formas colectivas que instituyen prácticas y dinámicas de descolonización, des-guetificación y des-racialización.

VISIBILIDAD:  todos somos visibles. Sea como víctimas o como portadores de demandas, como «peligrosos» o como «en peligro», como cuerpos-estigmas o cuerpos marcas, o como «gente común». Somos clichés, imágenes ya-hechas, palabras ya-dichas. A esta «visibilidad» le proponemos una substracción, una capacidad propia para crear nuevas formas de aparecer y decir. Problematizar la imagen y la voz: esas materias con las que se hacen los estereotipos. En la ciudad mediática, un espejo contra-hecho.

Pero, ¿cómo transformar el régimen de visibilización? Si nos mostramos, lo confirmamos y si no, desaparecemos –dejándolo siempre intacto. Esta segunda opción, aún si nos resulta insuficiente, al menos evidencia que no todo lo que existe se ve y que lo que se ve no agota lo real.

Sin embargo, nos interesa más la idea de espejos contra-hechos, de imágenes que son reflejos deformados, inesperados, de lo que existe. Imágenes que no confirman, sino que ­–justamente– inquietan. ¿Qué imagen esperamos de una escuela, de una militancia, de un extranjero, de una noche, de un intelectual, de una conversación, de un barrio, de un trabajador? El espejo contra-hecho no refleja la realidad como lo intenta el régimen de la representación (y del «periodismo verdad»). El espejo contra-hecho inventa monstruos, fábulas, que, en su deformidad, nos enseñan algo más verdadero y más real sobre las fuerzas que atraviesan nuestros mundos. De allí la idea de una casa-espejo; casa expresiva, casa fabulante, casa esténcil.

TERRITORIO:  No hay un territorio natural para una casa como la nuestra. Está el barrio, claro, pero ¿existen aún vecinos en los barrios? La vecindad, otrora relación natural, es hoy, a lo sumo, algo a construir. Hay un territorio más amplio, el metropolitano, al que se le aplica el mismo razonamiento.

Más que un territorio natural, hay territorios vivos (y también los hay muertos); más que territorios físicos están aquellos que se disponen alrededor de un problema. Están los territorios que reconocemos a partir de señales, de signos, de llamados. Algunos ya han sido nombrados (fronteras, trabajo, educación, espacio mediático, etc.). La casa nace y tiende a reconocer distintos territorios y a fundar espacialidades.

VOZ POLÍTICA:  Necesitamos una voz diferente, desde las redes en las que nos reconocemos, una voz pensada y constituida a partir del entrecruce de prácticas. Lo político se nos aleja cuando se presenta como consigna y estructura, negocio y representación. Desplegar micropolíticas para afectar a los grandes poderes, desde nuestras preguntas, inquietudes y encuentros.

INVESTIGACIÓN:  como «no-sabemos», preguntamos. Se investiga en la universidad y el laboratorio, pero también en las luchas y en los amores, en las angustias y en el idioma, en las calles y en las artes, en las escuelas y entre amigos. Esta casa propone abrir un espacio-tiempo para que estas preguntas crezcan, en la fuga, la fabulación y la confabulación.

No es que no tengamos saberes. Sino que existen «saberes menores». Saberes-resistentes, saberes que abren nuevas realidades ¿nuevo agujeros? en las representaciones que nos hacemos de nosotros mismos. Saberes idiomáticos, del cuerpo y la salud, de cuidados y atenciones, de tecnologías y oficios, de invitación y hospedaje, de educación y lucha. Estos saberes aumentan la potencia de nuestras prácticas.

INSTITUIR (más que institución):  instituir como verbo, sin fijación ni articulación estatal, sino como pregunta en acto: ¿qué reglas nos instituyen y posibilitan lo común? ¿Quién las propone? ¿Bajo qué dinámicas podríamos elaborarlas? ¿Cómo se regla (y des-regla) una ciudad? ¿Y el trabajo? ¿Cómo queremos reglar nuestras prácticas? Y, también, ¿Cómo sostenemos la casa?

AFINIDAD:  No tenemos intereses asociados, ni semejanzas culturales, ni parecidos generacionales o sexuales, ni origen compartido, ni somos co-propietarios, ni somos con-nacionales o com-patriotas: experimentamos sencillamente afinidad.

La afinidad es el camino de los «sin recetas». La afinidad elevada a su enésima potencia. Como sistema de simpatías anterior a toda opinión o identidad compartida. La afinidad como punto de partida que toma casi como un método la problematización.

IMPLICACIÓN:  la casa podrá tener infinidad de formas de funcionamiento, de existencias, de producción, pero habrá que establecer una premisa fundamental: la no-delegación de las decisiones sobre los rumbos que vayamos marcando en cada momento, aunque eso suponga demoras y complicaciones.

 

Cuarta declaración  – La fuerza del ¡»NO»! (sobre la insurrección argentina de los días 19 y 20) (25/12/2001) // Colectivo Situaciones

25 de diciembre de 2001

Colectivo Situaciones

La insurrección de «nuevo tipo» en la que participamos los argentinos en el mes de diciembre nos enseña hasta qué punto es la potencia del pueblo en las calles, diciendo «NO», lo que verdaderamente cuenta. El poder mostró toda su impotencia. Aunque ahora digan -desde las sombras- que el Partido Justicialista movió los hilos, la verdad es que los dirigentes de todos los partidos y los sindicatos no hicieron otra cosa que correr detrás de la multitud. Resulta ahora fundamental producir nuestras propias formas de comprensión sobre las nuevas modalidades del protagonismo popular para evitar que los dispositivos de poder nos expropien el sentido de la pueblada y, sobre todo, para aprender de nosotros mismos y hacer más contundente la resistencia.

La insurrección de los días 19 y 20 fue ejemplar: no tuvo autor. Su protagonista exclusivo fue la multitud. Este protagonismo popular nos muestra características novedosas. En contra de las versiones que comienzan a circular en los medios de comunicación masivos, no hubo un poder por detrás de la gente, decidiendo por nosotros: nadie movió los hilos desde las sombras. Incluso quienes desde algún lugar de poder se presentan hoy como los impulsores secreto de la pueblada saben bien hasta qué punto no han hecho otra cosa que acomodarse siempre atrás de los acontecimientos. Sólo la ilusa imaginación de políticos y conspiradores puede presumir de haber manipulado semejante torrente de energías vitales que recorrieron el país.

La pueblada habló claro: dijo ¡»NO»!. Hay quien dice que eso «es poco», que » no alcanza». Que las luchas sólo valen si proponen un «modelo de sociedad alternativa». Hay que ser claros: el «NO» de la insurrección tuvo una contundencia indiscutible. Fue un no positivo tanto por la fuerza que demostró como por los devenires que inaugura. No se trata sólo de la caída de un gobierno: este «NO» rebelde le marca un límite al poder y afirma las fuerzas de la resistencia. No se trata tampoco de un acto «incompleto», ni de una «protesta sin propuesta», como dicen los «dirigentes políticos» y los «comunicadores», sino de un acto de fuerza que se autoafirma y demuestra el nivel actual de la resistencia popular. Este «NO», no deviene poder estatal: no necesita «legitimarse» mediante propuestas. No responde a la norma comunicacional que precisa de discursos seductores e imágenes atractivas. Se trata de la potencia del pueblo resistiendo la opresión. Y a la vez constituye un claro mensaje a los pueblos de América Latina y del mundo sobre las posibilidades de terminar con el dominio imperial y de los poderes locales, articulados en el «neoliberalismo».

La inteligencia popular rebasó las previsiones de intelectuales y estrategas. Resulta fundamental, a partir de ahora, ser capaces de pensar este fenómeno desde el mismo movimiento popular y no a partir de las interpretaciones -y categorías- del poder y sus organizaciones. En ese sentido habrá que tener en cuenta que:

1- La potencia de la base ha demostrado, de manera contundente, la impotencia del poder estatal, en su pretensión de autonomizarse de lo que pasa por abajo. El Estado de Sitio y la represión sólo funcionan con el miedo y el aislamiento. Como toda relación de dominio, el capitalismo trabaja a partir de la separación de los cuerpos y los lazos entre las personas: se alimenta de la tristeza y la impotencia de los pueblos, haciendo de estos, individuos aislados y promoviendo el miedo y las falsas esperanzas. El cacerolazo primero y la multitud en las calles, luego, han desarticulado las capacidades represivas del poder. Un pueblo auto-organizado y decidido es soberano, incluso, sobre el aparato represivo estatal.

2- Las organizaciones políticas y sindicales operan administrando «pequeños poderes» -sobre los que se constituyen los grandes-, mientras no somos capaces de construir espacios de gestión autónomos. No fue por casualidad que estas organizaciones quedaron totalmente marginadas de la insurrección. Ellas pierden su peso relativo frente a la presencia popular, decidida y espontánea. Cuando pretenden liderar las expresiones de este nuevo protagonismo social rebelde, caen en una ilusión absoluta. A sus militantes les corresponde reflexionar seriamente hasta qué punto su papel no es el de dirigir, hegemonizar o representar al pueblo, sino acompañar, asistir y ponerse al servicio de las luchas del movimiento de rebeldía popular, y de las nuevas formas de democracia directa, autonomía y radicalidad. En muchos casos estas organizaciones, que expresaron un ciclo de luchas obreras y populares, obstaculizan el surgimiento de elementos de un contrapoder que imagina sus propias formas de soberanía y de protagonismo.

3- La potencia del pueblo en la calle no radicó en una organización centralizada. Por oposición a quienes quieren «dirigir» a la multitud, la pueblada nos mostró hasta qué punto la multiplicidad de manifestaciones, puntos de concentración, grupitos de todo tipo, diversidad de formas organizativas, de iniciativas y de solidaridades fue precisamente lo que hizo imposible cualquier tipo de negociación, de acuerdos o de traiciones. Cada vez que, en nombre de la eficacia, aparece una «conducción», un «delegado» o un «representante», se crean las condiciones para la claudicación, la integración y la moderación de las luchas. Por eso es que la multiplicidad -que no es dispersión- constituye una clave central de la nueva radicalidad.

4- Habrá que ser capaces, ahora, de resistir todas las versiones dominantes que se abren paso desde la política y los grandes medios de opinión y que intentan explicar lo sucedido en los términos del poder, invirtiendo el sentido de los hechos, como si lo que fue producto de la potencia de la multitud en las calles no fuese sino un asunto de «internas de palacio». Como si al Gobierno de De la Rúa lo hubiera volteado el Partido Justicialista, etc. Estas interpretaciones ocultan y expropian el protagonismo popular. Nos hacen olvidar cómo el poder se asienta sobre las tendencias en la base difundiendo la creencia que desde el Estado se manejan los hilos de los acontecimientos. Este es el origen de la ilusión de la «toma del poder», que nos desvía del objetivo primordial: la constitución de una red de contrapoder capaz de democratizar los espacios de gestión desde abajo -o, de enfrentarlos con éxito, si no hubiese más alternativas.

5- La violencia insurreccional fue ejercida -como en los piquetes y los levantamientos populares de los últimos tiempos- como forma de autodefensa. La legitimidad de estos actos es autoconferida: no depende de ninguna aprobación externa. La autodeterminación y la lucha resistente constituyen elementos fundamentales de la libre expresión popular y son fuente de elaboración de criterios y valores de justicia.

Es este carácter «autodefensivo» e insurreccional de la violencia la base de una asimetría fundamental con respecto al ejercicio de la violencia producida por el poder, responsable tanto de las muertes provocadas directamente por las fuerzas represivas como por la psicosis siempre útil a la «ideología de la seguridad» (que reduce a hombres y mujeres a meros individuos retraídos y temerosos de todos los demás, que en su imaginación -y luego en la realidad- se convierten en potenciales enemigos). Las operaciones de inteligencia y «guerra psicológica» estuvieron destinadas a reforzar este mecanismo del poder.

Por eso resulta fundamental distinguir la violencia popular, la «autodefensa», de la violencia generada, entre pobres, por la «ideología de la seguridad». La autodefensa popular se constituye a condición de ir venciendo este aislamiento, este miedo «al otro» -que permite la manipulación desde el poder, y la pérdida de toda autonomía- para componer una fuerza común, integradora y amplificante, que potencia y continúa las fuerzas y deseos individuales  a escalas colectivas.

6- Será fundamental ahora la comprensión y la elaboración -desde la base- de las categorías y el lenguaje que nos permitan pensar con rigor lo que sucedió. Resulta imprescindible construir las claves de reflexión capaces de leer, desde la potencia (y no desde ninguna visión de poder), la novedad y la singularidad de las nuevas formas del protagonismo social.

7- La multiplicidad es una de las claves del nuevo protagonismo popular. No hay una forma de lucha, un discurso ni una vía de resistencia superior y exclusiva. Por eso es importante no decaer en el trabajo que se desarrolla previa y posteriormente a la pueblada. Igual que en la insurrección misma, el movimiento de la resistencia se va coordinando sin centralizarse en una organización única: se constituye bajo esta forma movimentista; sin conducción; sin «orgánica»; sin líderes únicos, sino situacionales; sin programas o modelos, sino con proyectos concretos, y sin estructuras que ahoguen la creatividad popular, sino a través de verdaderas experiencias de contrapoder.

8- La insurrección, como mezcla de cuerpos, ideas, culturas y lenguajes es la experiencia de desbaratar todo orden que se pretenda soberano sobre la multitud. Pero la insurrección no tiene por qué responder a las expectativas que la modalidad política de la representación revolucionaria se hace de ella. De hecho, la pueblada no constituyó un momento al interior de ninguna estrategia política, ni el final de ningún proceso de acumulación. No fue, tampoco, una «situación de situaciones», un momento de centralización en donde los retazos dispersos cobran, de pronto, un sentido, para perderlo, luego, en la fragmentación impotente. La pueblada fue, sí, un momento de autoafirmación, de descubrimiento de la potencia del pueblo, de encuentro de distintas formas de expresión popular y también del enfrentamiento y de constatación de la incapacidad de los poderes por «sostenerse en el aire». Será central pensar el hecho de que la lucha por la justicia ya no pasa fundamentalmente por la política (partidos políticos, gestión estatal, etc) sino por las prácticas que producen, efectivamente y en situación nuevos valores y experiencias de una sociabilidad no hegemonizada por el capitalismo.

9- La «representación política» sólo registra los «ecos», y no lo sustancial: lo que pasa a nivel de los cuerpos y las situaciones reales. Por eso hay que preservar la primacía de las experiencias de producción de nuevos saberes y valores. El atajo de la lucha por los «pequeños poderes» nos desvía hacia la reproducción de las formas de existencia del capitalismo sustituyendo las experiencias materiales por su representación jurídica, política y mediática.

10- Es momento de mostrar el coraje de resistir el surgimiento de liderazgos externos a las modalidades y al significado de este «NO», de este pronunciamiento popular que se ha constituido sin convocatorias organizadas, sin líderes mediáticos, sin promesas y sin falsas esperanzas.

11- Un valor puesto en juego en la pueblada fue, precisamente, la reapropiación del lazo social: estar en las calles y comprobar que cada uno de nosotros es parte de una multitud, de una fuerza social y material. Por eso no hay que perder de vista las operaciones expropiatorias de nuestra propia subjetividad individual y social en juego por los medios de comunicación y la sociedad del espectáculo, que busca borrar la marca insurreccional. En contra de las versiones que se difunden desde los centros de poder, las acciones espontáneas de los días 19 y 20 sobrepasaron cualquier intento de control y manipulación desde arriba: la misma multitud se movilizó sin «promesas», sin «dirigentes», sin «partidos» y sin «modelos». Esta fue su fuerza, y aquí radica la gran novedad del movimiento que hay que poder pensar, elaborar y desarrollar.

El gran desafío es producir experiencias de contrainformación, contraculturales, educativas, de derechos humanos, economías alternativas, grupos autónomos de investigación y talleres producción teórica y práctica colectivas, y demás modalidades de lucha capaces de alimentar redes potentes que, más allá de las estructuras representativas -partidos políticos, grandes medios, aparatos gremiales, ONG’s, etc-, vayan organizando el pensamiento y las prácticas de -y desde- la base.

Hasta Siempre,

Colectivo Situaciones

Cuaderno #3: Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Sept-2001) // Colectivo Situaciones

Para leer Cuaderno #3: Movimiento Campesino de Santiago del Estero: CLICK AQUÍ

Acompañar la resistencia y multiplicarla (A propósito de la represión en la provincia de Salta) (20/06/2001) // Colectivo Situaciones

20 de junio del 2001      

Acompañar la resistencia y multiplicarla (A propósito de la represión en la provincia de Salta)

Colectivo Situaciones

Lo que hasta hace poco tiempo era todavía una especulación teórica, hoy es una evidencia: la crisis de la nación y de la política se profundiza cada vez más. De hecho, se están produciendo acontecimientos de relieve.

Argentina se convierte en un campo de concentración: el poder decide con total impunidad «dejar morir» a la gente, o «matar» a los que se resistan. Claro, esto no es absoluto. Es sólo la realidad de una parte de la población. El resto, tiene las puertas abiertas: puede elegir no enterarse. La «política», así, se ha reducido a la competencia entre quienes, colaboracionistas, pelean por administrar el campo, y quienes, resistentes, luchan por sobrevivir.

El poder es transparente en sus palabras y en sus gestos: declara inexistente a una parte creciente de la población. Nuestro país se ha transformado en una ciudadela rodeada de «parias». La política del poder es muy clara al respecto: que los pobres, los marginales, «se maten entre ellos». Ya no hay siquiera una política de contención, ni siquiera de represión. Directamente sobran.

Pero si se organizan, entonces, sí, la respuesta será una sola: represión. ¿Cuánta?, la que haga falta.

Precisamente, esto es lo que está sucediendo: hay organizaciones populares que, día a día, se deciden a luchar por superar la marginación y la miseria, y avanzan en proyectos emancipatorios.

No hay que perder de vista lo esencial: la resistencia, la creación, viene y se afirma desde abajo.

Ya no se trata simplemente de reclamar que los marginales sean incluidos. Lo que está en juego ahora, creemos, es nuestra decisión de participar en las luchas, porque en ellas se está intentando crear otra vida, otra sociedad, otro horizonte.

Si lo que el poder quiere es lograr indiferencia y apatía, si lo que se quiere es promover el colaboracionismo, entonces, tenemos que ser muy firmes: nuestro lugar es al lado de aquellos a quienes se ha declarado inexistentes, y han comenzado a resistir este sistema de muerte que es el capitalismo.

El sistema político ha quedado obsoleto. Los cambios le pasan por los costados. Las luchas se desarrollan sin prestar demasiada atención a lo que hacen los políticos y sus operadores. Así, la creación y el pensamiento de la resistencia, van, mayoritariamente, por otro lado, inventando nuevos destinos y estaciones.

Sin embargo, frente a la represión, frente a la agresión del poder, no pueden caber dudas de la importancia de la unidad de los compañeros que vienen haciendo sus experiencias en las organizaciones populares con vocación parlamentaria, y están decididos a participar de la resistencia. Algo similar puede suceder en los sindicatos, los centros de estudiantes, los organismos de Derechos Humanos, y quienes, de hecho, son parte de la extensa línea de defensa que viene intentando frenar la barbarie.

Cuando se sale a reprimir a los compañeros que se organizan y se quiere «descabezar» sus organizaciones, no hay lugar para la «inocencia». Estamos todos llamados a pronunciarnos y a intervenir junto a los compañeros que están en la resistencia. Estos lazos de contrapoder tienen que ser concretos e inmediatos, una tarea actual y efectiva; no pueden quedar en una consigna, ni en una indefinida espera de un mañana.

Respecto a la violencia ejercida por los compañeros que están luchando, sólo podemos constatar lo obvio: que la violencia viene de abajo, que no está centralizada y que es defensiva. Es decir, se trata de un hecho absolutamente legítimo e inevitable.

¿Qué se puede responder a los fascistas del gobierno y del poder que atribuyen las responsabilidades del caos y la violencia a quienes resisten activamente a la miseria y la falta de proyectos? Lo evidente, que los responsables son transparentes: el poder económico, político, social, etc.

Pero lo importante es constatar que la violencia popular no es parte de una estrategia para la toma del poder, sino un elemento más de la resistencia a las injusticias.

Constatamos que la violencia actual es una respuesta a la agresión del poder, que no escucha los reclamos del pueblo y que sólo responde con represión.

Esta violencia popular, entonces, es un elemento de autodefensa, que se integra a las formas de lucha que se venían desplegando y como tal hay que saber comprenderla. Si hay un dato potente en estas nuevas luchas de resistencia no es el piquete en sí mismo, ni la capucha -como repiten una y otra vez lo medios de comunicación-, sino el hecho singular de que las formas de lucha y autodefensa no son practicadas por una organización central sino por redes de solidaridad entre los conflictos.

Es este carácter múltiple de la resistencia lo que hay que poder acompañar, especialmente, porque es la forma más eficaz: la que no permite negociaciones en las que se entreguen las luchas y, a la vez, la que desgasta más fuertemente al poder, tanto en su legitimidad como en su poder de represión.

Los lazos del contrapoder son la solidaridad concreta y la participación efectiva en las nuevas experiencias que pretenden superar esta sociabilidad podrida del individuo y la mercancía, donde los hombres y las mujeres sólo existen como clasificaciones de «excluidos», «desocupados» o «indigentes», y no como protagonistas de esa vida rica y múltiple por la que luchamos.

La resistencia popular es la riqueza de base que hoy nutre esos proyectos concretos de justicia y libertad.

Hasta Siempre,

Colectivo Situaciones

Cuaderno número 2: la experiencia MLN-Tupamaros (Mayo 2001) // Colectivo Situaciones

Para leer el cuaderno número 2: CLICK AQUÍ

Segunda declaración – Marines de los Mandarines (20/03/2001) // Colectivo Situaciones

-¡Voto por Cuba!-

«Los Marines de los mandarines,
que cuidan por vos las puertas del nuevo cielo…»

Desde que el capitalismo redujo la democracia a un procedimiento institucional «mínimo», quedó identificada con la idea del voto.

«Lo democrático» es aquello sobre lo cual se puede votar y así «los democráticos» son quienes se someten a votación. Ciudadanos, finalmente, son tales en la medida en que se consideran aptos para votar. He aquí el «abc» de la democracia (realmente existente).

En la última votación en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, por una elección simple -y con la diferencia de dos votos-, se resolvió una «condena» a Cuba. Esto implica una nueva recomendación para que la ONU «inspeccione» la situación de supuestas o reales violaciones de los derechos humanos en la isla.

Los derechos humanos quedan así definidos como algo natural y perteneciente a cada hombre de bien, dispuesto a jugar el juego de la democracia. Su garantía última la constituyen las instituciones del mundo global.

Los derechos humanos ya no son algo por lo cual luchar, como en la época del Che Guevara, época en que un jovencísimo Castro era eufóricamente festejado por muchos, incluso muchos de quienes hoy votan lo que votan y opinan lo que opinan. (Cuba ya no es la misma, sin dudas, muchas cosas han pasado. Pero nosotros sostenemos que, con todo, Cuba no cambió tanto como lo han hecho los antaño rebeldes, que hoy hacen «política seria». ¿Cuándo fue que los logros y las luchas del pueblo cubano pasaron a ser «poco importantes» para tanta gente «progre»?).

Los derechos humanos ya no son tampoco la lucha de los pueblos por un mundo mejor. No, esto ahora es tildado de «totalitarismo» (y frente a ello, no queda más recurso que el grito de guerra: ¡Nunca más!).

Los derechos humanos ahora son un «modelo» como de auto, o de mujer, sólo que aplicable a un país. Son un formato al que someterse, un diseño «for export», impuesto por la «gente de bien», que cree en la libertad individual.

Los derechos humanos son, desde hace unos años, una condición del libre mercado y la civilización occidental. Los derechos humanos, son también, un nombre para medir la obediencia de los pueblos, las personas y los estados a la norma que rige nuestros destinos. Y, a la vez, es un nombre cuya historia fue una y otra vez bandera de luchas, como sucedió en nuestro país. Por ello, cuando se habla de derechos humanos, desde el poder, lo único que se hace es cometer un absurdo. Los derechos humanos se entienden de dos formas: o como arma de los pueblos contra el poder, o como forma de los poderes para modelar el mundo. Y los gobiernos lo utilizan siempre en este último sentido.

El voto contra Cuba es un «acto democrático», perpetrado entre gente irreprochablemente «democrática», y «triplemente democrática» por el hecho de ser aplicado contra un pueblo y un gobierno de un país considerados como «altamente indemocrático».

Por supuesto que los líderes democráticos debieran haber oído la voz del pueblo argentino, que dice «no», que hay que votar en contra del bloqueo. Así, cabría la posibilidad de un voto más democrático aún si se hubiese recurrido a una votación «extra»: la encuesta de opinión. El «consensómetro». Pero justamente, la democracia admite sin problemas que en los temas que no son de fondo, la legitimidad de los hombres más votados pueda esquivar, de vez en cuando, a la opinión pública. Los representantes son dos veces democráticos, por ciudadanos y por votados y, entonces, claro, se toman sus atributos, «lógicamente».

Un eventual voto contra el bloqueo hubiese sido «más democrático», por más adecuado a los consensos reales de nuestro pueblo. Pero lo que no hubiese cambiado, es el hecho de que los presidentes y sus ministros sigan votando cuál será el próximo pueblo sobre el que descargar sus moralejas y sus misiles.

Lo curioso del caso es ver hasta qué punto el juego democrático empieza «entre nosotros», en un bar, charlando «¿vos por quién votás?».

Así, desde abajo, se sostiene toda la estructura representativa que fundamenta nuestra democracia. Si votar es «ejercer la democracia» y esto es «hacer política», no hay de qué quejarse, porque los representantes no son sino la fiel imagen de los representados.

No es que De la Rúa sea la fiel imagen nuestra -¡Por dios!-, pero sí lo es en la medida en que la existencia de una esfera «separada» de la política representa algo muy profundo de nuestras sociedades.

¿Por qué «los más votados» votan contra Cuba?

Porque «hace falta», porque garantiza algún «blindaje», porque Cuba no es «como nosotros» -ellos «no son democráticos»- o simplemente porque Fidel ya no va bien en este mundo y ¡hay que pegarle un codazo! (Los hombres de ideas democráticas -¿progresistas, no?- pueden sonreír. ¿»O no es hora ya de sacar de escena esos anacrónicos uniformes verde olivo que tan violentamente «afean» este mundo?).

Se vota por todo eso: porque la democracia se ha vuelto el sólo hecho de votar. Y porque reina como evidencia incontestable que existe un «espacio separado de la política», que tiene «sus razones» y que funciona a tal punto que todos los políticos, y muchos militantes, sólo sueñan con llegar allí. Se vota porque nadie quiere quedar afuera de la democracia y porque el uniforme de Fidel, por «fuera de época» y absurdo que les parezca, les pone la piel de gallina a todos quienes se arrepienten de haber pensado con cabeza propia y haber luchado por aspiraciones de justicia. (¿O alguien cree que Fidel es sólo Fidel?).

Cuba está en guerra, y si no pensamos en estas cosas, descubriremos que esta guerra es contra nosotros. No «repudiamos» al gobierno argentino porque votó «no estratégicamente», sino por todo lo contrario: porque actuó como casi todos nosotros, «por conveniencia». Y si hay algo que condenar es esa «conveniencia» que nos impide entender ya nada del mundo, y que obliga repetir lo que dice la norma hegemónica, a eso que tan acertadamente se ha llamado desde hace décadas, los «dictados del imperio».

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

Declaración Pública – Frente al golpe: resistir es crear (24/03/2001) // Colectivo Situaciones

La nueva radicalidad política exige pensar la resistencia en el nuevo contexto abierto por «el golpe».

I

1- Lo que está en juego en nuestro país es la democracia, no como concepto sino como problema político de primer orden. La democracia como problema es el núcleo esencial del actual sistema político: se gobierna en nombre de un pueblo al que se condena a la impotencia. Lo que queremos decir es que no hay gobierno del pueblo sin política popular.

El problema de la democracia, entonces, no es el hecho de que esté amenazada por una eventual dictadura. La dictadura no es lo que problematiza la democracia: ya no se trata de «defender la democracia». El dilema es: democracia como pura forma de gobierno o como potencia de las luchas populares y del pensamiento crítico.

Sabemos que hay dos democracias -que, inevitablemente, se implican-: una institucional, que es una forma de gobernar y de legitimar el poder. Y, otra, que es movimiento igualitario, resistencia que nace de abajo. El problema es que esta última queda habitualmente entrampada por movimientos políticos de los sectores dominantes.

No es tan importante decidir cuál de ambas democracias remite a un significado «auténtico» porque, de hecho, esta relación inevitable entre ellas es el centro de las interrogaciones que hoy nos hacemos. Sin embargo, nos resulta imprescindible terminar de entender que la democracia formal -como un sistema eficaz de dominio- no funciona como algo «externo» o «ajeno» a nosotros mismos. Su eficacia consiste, precisamente, en que logra, permanentemente, articularnos a «su lógica».

2- La democracia tuvo un sentido determinado cuando los estados naciones demostraban una capacidad nada despreciable de decisión. Entonces, era relevante discutir cuál sería el fundamento legitimador, qué democracia se quería. Sin entrar a preguntarnos ahora qué cambió en el mundo, y en nosotros, para que esto deje de ser así, constatamos que el estado nación ha perdido muchas de su facultades decisorias. No se trata de la tesis posmoderna del fin del estado. Porque sabemos que el «régimen global» está construido -también- por los mismos estados naciones. Pero sí se trata de asumir que las derrotas sufridas por los movimientos obreros y populares dieron una posibilidad al capital de reestructurar al mundo a su favor y que esa reestructuración -en curso- ha alterado instituciones, subjetividades y formas de existir de la política misma como práctica.

Se ha llegado incluso a dudar de la existencia de los pueblos mismos, de las identidades -promesas, memorias y luchas- nacionales en nombre de un «globalización abstracta» que atrae, incluso, a muchos «contestarios globales».

Estos elementos complicaron nuestras definiciones sobre la democracia. Y necesitamos aclararlas, como exigencia de las luchas, de saber por qué peleamos, con quiénes y cómo.

3- El capitalismo vive en contradicción con la democracia: mientras sueña con quitarse de encima al pueblo al que convoca habitualmente a las urnas sabe, también, que esta legitimidad lo consolida y que no podría vivir sin ella.

La utopía del amo es desprenderse por siempre del esclavo. Pero todos sabemos que un amo sin esclavo deja de ser amo.

La democracia actual, entonces, está cruzada por estas contradicciones. Su vaciamiento se despliega en tres actos: los políticos «hacen de cuenta» que deciden y que lo hacen en nombre de sus pueblos (sus votantes); los capitalistas «hacen de cuenta» que dirigen sus capitales a la producción, mientras se juegan a la especulación y evaden toda relación con el trabajo humano, real y concreto; los Estados «hacen de cuenta» que garantizan la «cohesión social», mientras atentan contra la sociedad misma.

El amo juega -peligrosamente- a ahogar al esclavo.

¿Qué es, entonces, la democracia hoy en la Argentina?

 

II

4- Desde 1983 existe una «primavera» marchita de la democracia. Se vota, hay recambios en los equipos gobernantes, libertad de prensa, etc; pero el movimiento popular y sus organizaciones, están debilitadas. Se avanza s0obre nosotros en forma continuada. Mucho se ha dicho del papel del menemismo, pero poco se ha reflexionado sobre la cuestión de cómo fue posible que su éxito fuese tan completo.

Hoy estamos frente a un fenómeno singular que es, simultáneamente, una vuelta de tuerca más.

La democracia formal se endurece, sus poros se cierran: los demócratas se atajan. No saben si van a poder garantizar el orden y la gobernabilidad en este contexto. Estamos en unos de esos extraños momentos en que su impotencia se vuelve visible y su oficio peligrosamente cuestionado. Alfonsín, Alvarez, Meijide, Ruckauf, De la Sota, Reutemann, y Storani, entre tantos otros, se acomodan como pueden. Cuando la institucionalidad se quita de encima al pueblo, estos hombres y mujeres -profesionales de la representación- temen por sus destinos. Y hacen lo que saben hacer: se disponen una vez más a «ensanchar la democracia» y a recordar que no se puede ejercer el mando sin legitimidad.

5- Los «poderes fácticos» dieron un verdadero golpe de estado. Recordemos que el objeto del golpe fue el estado mismo. Y es necesario recalcarlo, contra los que sostienen que estamos ante un «golpe de mercado», pues esta definición no es más que la metáfora con que los políticos profesionales (y los aspirantes a ello) buscan resguardar su espacio de sobrevivencia, ocultando la responsabilidad total que en «el proceso de reorganización nacional» en curso, tienen.

Los políticos que hablan de golpe de mercado realizan una operación sencilla: sustituyen (golpe) «militar» por (golpe) «de mercado» lo que les permite presentarse como asaltados por un poder extraño a la democracia, reservándose para sí el lugar de futuros restauradores de la legitimidad perdida.

Este golpe de estado no se propone -como lo hizo el de 1976- exterminar militarmente a una parte determinada de las población. Su propósito es otro: declarar la inexistencia del pueblo. No se trata de eliminar a una fracción política determinada sino de la definitiva «aniquilación política» del pueblo como tal (que implica, por supuesto, un genocidio social de proporciones, más un indefinible despliegue de «pequeñas» represiones).

6- La estrategia de «profundizar la democracia» es el movimiento de la democracia de base de «ganar por adentro» a la democracia formal. Y como tal requiere una permeabilidad del sistema político respecto de las demandas sociales, justo lo que desde hace ya un tiempo, aparece como imposible.

Es el trabajo de organizaciones tan diferentes entre sí como el MTA, la CTA, la FUA, y algunos organismos de derechos humanos que frente al golpe, sin embargo, sostienen buena parte de la movilización social. Sobre todo porque son organizaciones populares y, como tales, son atacadas a cada paso.

No se trata de justificarlos ni de endemoniarlos sino simplemente de asumir que su acción reencauza la democracia de la base hacia la democracia formal. La potencia del movimiento del contrapoder se reabsorbe, así, en el poder, que funciona como último horizonte posible de inscripción de estas luchas.

No somos «moralizadores» del trabajo de otros, pero esto no nos impide afirmar lo evidente: que su trabajo -el de la representación- dejó de ser el centro de la labor del contrapoder.

7- Para nosotros es evidente que si queremos fortalecer una democracia de base hay que jugarse, definitivamente, por su radicalización. Ya no se trata de «volver a la normalidad», a la retórica del político, de reencarrilar todo al juego de la democracia formal, de construir la «verdadera representación popular». Tenemos que fortalecer otras tendencias, otras lógicas. Hay que robustecer las luchas populares y no reencauzarlas hacia el poder.

III

8- Entonces la resistencia se divide en cinco sectores: por un lado los políticos, partidos, agrupaciones y otros actores democráticos, que quieren rescatar la legitimidad de la democracia como forma de gobierno con la ilusión de cambios futuros. Incluidos los que lo hacen con una honesta sensibilidad social e institucional. Se trata del funcionariado con el cuál la política ha muerto y que ha puesto en su lugar la retórica de la gestión de lo existente. Su resistencia no pasa de un fraseo en nombre de la política en contra de los «golpes de mercados» y los «poderes fácticos».

Por otra parte, se encuentran los sindicatos y otras referencias populares. Su tendencia es hacer alianza con esos políticos, partidos y agrupaciones. Así intentan defender al movimiento social de cada ataque retornando, luego, a su lugar de «sostenes» naturales -y por abajo- del sistema político.

No faltarán los partidos de izquierda que intentarán radicalizar al segundo sector para una salida «revolucionaria», entendiendo por tal una vuelta a la lucha por la legitimación, pero en términos súper-radicales: se trata de llegar al estado y cambiarlo todo desde allí. Si bien lo harán en nombre de otro programa, no podrán evitar la trampa, en los hechos, de relegitimar la democracia y el estado actual.

Luego están las organizaciones sociales que van surgiendo desde la base, defendiendo su autonomía, conjunto variable y siempre difícil de definir sino por su apuesta a la construcción de base. Contra el oportunismo oponen su convicción y la firme resistencia que ejercen a quienes intentan seducirlos con atajos «políticos». No aspiran a una proyección electoral porque precisamente su principal interlocutor no es el estado, ni trabajan a partir de la legitimidad de la que vive el estado. Estas organizaciones son las que en esta coyuntura nos marcan la línea del desarrollo del contrapoder.

Finalmente encontramos a quienes se desviven por oficiar de «superestructura» política electoral del contrapoder, como Luis Farinello y otros. Su fe reza que hay un atajo para el cambio: la representación electoral.

Por nuestra parte pensamos que estas acciones «en nombre del pueblo» (para ayudarlo desde arriba) son como querer enfriar el termómetro para que baje la fiebre.

9- No se trata de negar la democracia formal, la existencia de los partidos, ni a quienes luchan por construir una República, sino de que los cambios reales surjan de abajo. Lo demás es ilusorio.

Ya sabemos lo que pasa si le pedimos al espejo que adelgace por nosotros.

Hablamos entonces de defender los derechos del pueblo y de autoafirmar la lucha de resistencia y creación de formas de vida no capitalistas. Todo el tiempo surgen estas experiencias por la base. Pero no siempre se nos vuelven visibles. Esas luchas son expresiones de la resistencia. Nosotros trabajamos para lograr esa visibilidad, para que esas experiencias no se absorban nuevamente en el poder.

Este trabajo puede resultar demasiado «cotidiano» y de «mínima» para quienes asocian la política con una imagen súper heroica del momento de la toma del poder. Para nosotros, muy al contrario, se trata de abandonar ese heroicismo abstracto, separado de nuestra vida cotidiana, para poner en práctica, explícita y definitivamente, las tareas estratégicas de una nueva radicalidad política.

10- Lo que implica:

– Acciones contundentes en defensa de todos los derechos del pueblo (como la educación pública y salud pública, etc.).

– Pero no sólo defenderlos, sino, además, el compromiso de repensarlos, de recrearlos, de amplificarlos. Porque no se trata de una defensa zonza y acrítica de los espacios públicos, sino más bién de todo un trabajo de reapropiación de la universidad, las escuelas, los hospitales, etc. Hoy la protección popular -y su recreación- de lo público constituyen un mismo movimiento, inseparable, de defensa y reconstrucción, en oposición a la dinámica estatal – mercantil (también inescindible) que las ataca.

– Esto implica, además de la solidaridad con todas las acciones que defienden los derechos del pueblo, impulsar acciones que critiquen nuestras propias falencias y debilidades, mostrando que si perdemos es por nuestra debilidad. Como aprendimos del Che, las derrotas no son nunca atribuibles a la superioridad del enemigo. Los derechos del pueblo no son banderas abstractas, sino construcciones permanentes, ejercidas creativa y no conservadoramente.

– Por eso, más allá de lo que hagan las «organizaciones que organizan» la representación social hacia la democracia formal, hay que desplegar una línea más fuerte de resistencia con quienes vienen construyendo desde abajo la resistencia, la creación y la vida.

– Nuestros interlocutores no están en el sistema político (los partidos), ni en el Estado, sino en las luchas de base de nuestros hermanos en todo el país.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

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