Anarquía Coronada

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Pensar, para poder respirar // Amador Fernández-Savater

alt="“There is a crack in everything, that's how the light gets in” (Leonard Cohen)"
  • Para Rita Segato, contra el juicio y la cicuta

Alguien, o algo, dice «es así», y satura la situación.

Lo que hay, lo que existe, se cierra en una especie de cuadrado -o cuadrilátero, de boxeo- donde lo posible está acotado, donde sólo cabe decir sí o no, bajar la cabeza o polarizar desde otro «es así».

Saturar es llenar u ocupar una cosa hasta el límite de su capacidad.

En la situación saturada sentimos que nos falta el aire, que no podemos respirar. Una y otra vez se repite lo mismo, sin apenas movimiento ni variación. No hay huecos, no pasa nada. No cabe nada nuevo, nada distinto.

Por todas partes situaciones saturadas.

La saturación puede organizarse a partir de una diversidad de opciones, identidades u opiniones. No es necesariamente, como tal vez fue en el pasado, una tiranía de lo único. En una tertulia con muchas voces discordantes, en un espacio con miles de actividades interesantes, en unas elecciones con muchos partidos presentes, podemos sentir la saturación.

«Nos dicen que hay muchos puntos de vista, pero en realidad sólo son los distintos tonos de una misma tristeza» (Housemartins)

Todas las opciones y opiniones posibles confirman y reproducen el mismo marco, sin dejar espacio a lo desconocido, a lo inaudito, a lo no programado. Lo Uno se dice de muchas maneras, pero todas ellas confirman el poder de lo Uno. Nosotros mismos reproducimos la situación saturada adhiriendo con entusiasmo a alguna de las opciones ofrecidas, repitiendo estereotipos, movilizándonos.

Nos robamos unos a otros el aire…

La saturación puede instalarse también a través de un conflicto polarizador. Entonces el espacio entero se organiza como un tablero de ajedrez y somos conminados a elegir bando, a tomar partido, a escoger posición ocultando las dudas, dejando de lado la autonomía de una voz propia. Uno se divide en dos, pero siempre para mantener el poder del Uno: la situación saturada, sin falla, sin resto.

¿Cómo desarmar el tablero sin instalarse en él?

2. Distinguimos ahora artificialmente entre situaciones saturadas de poder-saber y situaciones saturadas de poder-hacer -digo artificialmente porque en el hacer también hay un saber y en el saber hay un hacer. Vamos con las primeras.

Un exceso de saber satura. Todo se sabe y entonces la situación se cierra. No hay punto de pregunta, no hay enigma o misterio, problema compartido y no resuelto de antemano.

En la tertulia mediática puede haber en efecto muchas opiniones discordantes, pero todas ellas saben. Cada posición está completa y choca con las otras como una bola de billar, tratando de ganar, de convencer, de derrotar a la opinión adversaria, rebotando sin alterarse ni alterar la situación. Todo el mundo allí sale como ha entrado, pensando lo mismo que pensaba. Y lo mismo le ocurre al público. No le pasa nada porque allí no ha pasado nada.

En clase, la voz de un profesor satura la situación de aula mediante sus explicaciones. No satura porque hable sólo él -una voz que discurre en solitario puede abrir la situación, hacer pasar algo, dar que pensar- , sino porque avanza por un camino trillado hacia un fin ya sabido. A través del examen se verifica que todo el mundo ha entendido, es decir, que todos pueden repetir exactamente lo ya dicho, sin alterarlo o transformarlo. Esa voz no deja espacio, no crea espacio, no abre espacio.

¿Espacio para qué? Para que el otro haga su propio viaje, emprenda su propia aventura de pensamiento, encuentre y despliegue su propio camino.

3. ¿Qué es pensar? Es justamente abrir un agujero en la situación saturada.

El pensamiento es en primer lugar un agujero, un boquete en el muro de los sentidos establecidos, en el macizo de las evidencias, una fisura y una grieta por donde podemos volver a respirar.

Una vida sin pensamiento es una vida sin aire, una vida-sin-vida. La alegría un poco loca del pensamiento es una sensación muy física: sentimos cómo se deshace la consistencia asfixiante de la situación saturada, cómo dejamos de estar atrapados en ella aunque sigamos dentro, cómo somos nosotros ahora quienes leemos la situación en lugar de ser leídos por ella. Así volvemos a coger aire.

Conspirar significa respirar juntos. Toda asociación de pensamiento -a dos, un grupo de amigos, un colectivo- es una pequeña conspiración contra la saturación del mundo, contra la saturación como forma privilegiada del mundo, contra el cierre de los sentidos.

Amigo es cualquiera con el que se piensa la vida. La amistad en el pensamiento consiste en darse aire. Nos rescatamos boca a boca, el cerebro alerta y el corazón bombeando oxígeno, de la apnea de la situación saturada que nos funde los plomos y nos mata lentamente.

4. Tal vez el primer agujereador fue Sócrates. Sócrates se las vio con el poder saturador de la época -poder del mito, poder de la opinión- que imponía la reproducción de lo existente sin cuestionamiento.

Está todo visto, todo dicho, todo pensado, dice el poder del mito. Hubo historia, en el tiempo de nuestros antepasados, pero ya no la hay. El relato de lo que hicieron los antepasados dice la Ley y esta se graba oralmente en los cuerpos.

Sócrates interpela a personajes que saben, le pregunta a un militar por el coraje, a un poeta por la belleza, a un político por la justicia. Hace las buenas preguntas, las preguntas incómodas para cada uno y muestra que nadie sabe lo que creía saber, la inconsistencia real de lo que aparecía como pura consistencia y seguridad. Interrumpe, desmonta el saber y abre espacio para pensar.

Pensar significa ir más allá de lo que se sabe, internarse en terreno desconocido, aprender.

La buena pregunta abre un agujero en el interior de la situación saturada. Y ese agujero es lo que permite pensar. Pero no sólo a Sócrates, sino a cualquiera de los que habitan la situación con él. Interrumpir y agujerear es regalar a cualquiera una ocasión para poder pensar, abrir espacio para el viaje de pensamiento del otro. Ese agujero es un punto de no-saber a partir del cual se vuelve posible interrogarse y producir sentidos nuevos. Basta con no temer el agujero recién abierto, no querer taparlo a toda costa, no defenderse de él.

Ni rastro de Sócrates en el espacio público-mediático contemporáneo. Ni siquiera el chispazo de un momento socrático, un momento de interrupción de los saberes saturadores, la apertura de un agujero interrogador. El poder saturador no puede permitirse un punto vacío o un punto de pregunta: ese boquete abre la posibilidad de ir más allá del marco de saberes, opciones y opiniones posibles, desbordándolo. Hay que cerrarlo a toda costa, ya, rápido, llenar de explicaciones cualquier agujero abierto súbitamente, acotar lo posible, distribuir las posiciones autorizadas, cargarse de razón. Las mismas redes sociales se han convertido en estaciones repetidoras de estereotipos, el personal se confirma en su saber y agrede al de enfrente en lugar de buscar compañía y amistad en el pensamiento.

Que a nadie se le ocurra mirar a través del agujero, que a nadie se le ocurra pasar a través del agujero.

La filosofía nace como un boquete en el tejido de los saberes establecidos. Es, según dice Cornelius Castoriadis, una «extraña rasgadura» a través de la cual todo se puede poner en solfa y en cuestión.

Pero enseguida se convierte también en un poder saturador. Y seguramente uno de los más temibles, capaz de dejar sin espacio a cualquiera, capaz de quitarle la palabra a cualquiera, capaz de hacer reinar un silencio resignado hacia los «es así» de los sabios. Es el anhelo de un saber total sobre el mundo, una serie de respuestas definitivas. Es la oscilación entre Sócrates y Platón.

Según la filosofía saturadora, Sócrates interrumpe y agujerea, sí, pero sólo para dar paso al que sabe, a Platón. Interrumpe y agujerea los saberes de la opinión y el cuerpo, para dejar lugar al saber de la Ciencia. Se derriba para edificar sobre las ruinas de lo derribado.

La paradoja «sólo sé que no sé nada» es lógicamente imposible. No se puede avanzar desde el no-saber. La ignorancia es impotencia. La contestación de un saber únicamente puede darse en nombre de otro saber. Sólo el que sabe puede preguntar, pero ya sabe la respuesta. Pregunta retórica o pedagógica: quien pregunta espera al otro instalado en un saber, un saber superior, un saber juez.

Lo dice André Glucksmann en Los Maestros Pensadores, un hermoso libro que podemos leer hoy más libremente que cuando apareció en 1977 -el contexto y contextualizar también saturan muy a menudo, acotando los efectos posibles de una obra a su marco histórico.

La filosofía saturadora quiere resolver las paradojas y los agujeros que los distintos Sócrates van abriendo, cerrar el saber sobre sí mismo, eliminando («resolviendo») todo lo que no encaja, todas las contradicciones. Cicatrizar las heridas.

Pero sólo nos es dado respirar por las heridas, aunque duela mantenerlas abiertas.

La filosofía oscila siempre entre saturación e interrupción, entre los maestros pensadores y los maestros que no llevan a ninguna parte, entre el saber como privilegio de unas élites y el no-saber común al más común de los mortales, como el lenguaje, la capacidad de preguntar.

5. Del mismo modo que las preguntas y las paradojas son agujeros en el ámbito del poder-saber, los movimientos sociales son agujeros en el ámbito del poder-hacer. Interrupciones del orden autorizado de los posibles y apertura de otros nuevos, experimentación de otras formas de vida.

«Las cosas son así» repiten todos los discursos a izquierda y derecha. Todas las opciones existentes luchan entre sí por apoderarse del poder. Pero «todo lo que compite, en el fondo colabora», como decía nuestro Sócrates local, Agustín García Calvo. La lucha por el poder deja intacto al poder, el poder cambia de manos pero no de naturaleza.

Un movimiento es la irrupción del pensamiento en la sociedad. Abre preguntas sobre la vida en común que antes no existían: preguntas sobre la relación con el trabajo (movimiento obrero), sobre la relación entre los sexos (movimiento feminista), sobre la relación con la naturaleza (movimiento ecologista). Son interrupciones del orden a través de preguntas que se hacen poniendo el cuerpo en la calle, interrupciones de las respuestas sin pregunta que luchan entre sí por imponerse.

Es la única democracia posible, una democracia de ignorantes, de los que no saben.

La política nace como apertura de preguntas sobre cómo vivir juntos a través de movimientos de la sociedad, pero -del mismo modo que decíamos sobre la filosofía- se convierte pronto en la idea de una ciencia de la política como gobierno, como dominio vertical, como poder separado de la gente común.

El poder saturador dice entonces igualmente: «los movimientos son imposibles». Por las mismas razones que Sócrates resultaba imposible: los que contestan un orden deben tener una propuesta de orden de recambio en la cabeza -o bien la tienen, pero la esconden.

«¿Y tú qué propones?» le dice el poder saturador a quien interrumpe. No es posible desafiar un orden sin tener una solución de recambio en la cabeza. Quien desafía al poder quiere el poder o está al servicio del poder de una potencia extranjera. Si cuestionas A, es porque estás a favor de B o al servicio de B. El que no sabe y pregunta debe saber -o ya sabe, pero lo esconde. El asunto es siempre tapar la pregunta, no tener que escucharla, no dejarse llevar por ella más allá, no tener que pensar. Todo el rato se quiere hacer ingresar al que interrumpe en el tablero de ajedrez, hacer de él un adversario funcional, las negras de las blancas o viceversa.

Que no se abra un espacio de preguntas compartidas, un espacio de ignorantes que confían en la potencia del no-saber, un espacio donde quepa cualquiera, un espacio de lenguaje común.

Los mismos movimientos siempre corren el riesgo de producir una nueva saturación. La potencia que desclasifica un cierto orden de cosas y pregunta puede convertirse en un nuevo poder que reclasifique y sepa.

Un movimiento abre la cuestión de qué significa ser hombre o mujer, blanco y negro. Interrumpe y agujerea lo que estaba saturado. Ese movimiento regala a cualquiera la posibilidad de un nuevo hacer, de una nueva experimentación sobre lo que significa ser hombre o mujer, blanco o negro (y sus relaciones). Pero siempre es posible que se produzca una nueva saturación, una nueva respuesta, un nuevo saber sobre lo que son los hombres y las mujeres, los blancos y los negros (y sus relaciones). El no saber que abrió la situación se convierte así en un nuevo saber que define -de antemano y a priori- lo que puede un cuerpo, sin dejar margen de cambio o devenir.

¿Cómo pensar sin saturar?

¿Cómo actuar sin saturar?

6. La saturación no se desactiva oponiéndole otro saber, sino mediante preguntas y paradojas. La paradoja es un resto ingobernable en el poder-saber, un movimiento social es un resto ingobernable en el poder-hacer. No todo cierra, no todo encaja, no todo se sabe, lo posible no está acotado para siempre.

Todos los saberes y poderes saturadores son anti-socráticos: «defínete», «¿cuál es tu programa?», etc. Sólo la paradoja es inclusiva, todos estamos invitados a colarnos por la grieta que abre. La «transversalidad» no pasa por sumar las identidades existentes, por poner el máximo de bolas de billas identitarias en el mismo saco, sino justamente por restarlas: dejarnos atravesar por una no-identidad, una pregunta común, un problema común, una búsqueda común.

¿Cuánta paradoja podemos soportar? En la práctica del pensamiento o en la práctica de un movimiento social, cuánto no saber, cuanta incoherencia, cuánta impureza.

El sociólogo Michel Lianos, que acompaña desde el comienzo a los chalecos amarillos franceses, describe en numerosos textos cómo la fuerza del movimiento que aún perdura pasa por su negativa a resolver las paradojas -en un un líder absoluto, una  identidad coherente, un programa serio, un partido comme il faut, una opción de poder. La paradoja es la vida, lo que hay cuando existe realmente diversidad. La experiencia común hace posible lo que la lógica señala como imposible, Lianos habla de los chalecos amarillos como una nueva «política experiencial»: juntarse, hacer y vivir a partir -y no pese- a las diferencias, las contradicciones y los choques.

Todos los movimientos más interesantes de los últimos años son movimientos paradójicos -ambivalentes, ambiguos, impuros- que han sostenido las tensiones en lugar de resolverlas en una nueva identidad, un nuevo saber, una nueva saturación. Lo que se pierde en términos de conquista del poder se gana en términos de interpelación social. Y la situación se mantiene abierta.

La paradoja es un «imposible» dentro de cierto orden lógico. Pero al mismo tiempo apunta a otro orden de pensamiento y de vida donde A y no A sean ambas posibles, donde podamos pensar y organizar la vida común a través de figuras abiertas y no de determinaciones excluyentes, donde la experiencia pueda reunir lo que ciertos esquemas lógicos separan y enfrentan. Cuando hay paradoja circula el aire y podemos respirar. Es como la vida misma: imposible, contradictoria, impura, incoherente y aún así efectiva.

«La revolución», dice Merleau-Ponty, «es verdadera en tanto que movimiento y falsa en tanto que régimen».

Lo mismo vale para el movimiento de pensar: la verdad es verdadera como desplazamiento (Santiago López Petit) y falsa como régimen o institución.

Intervención en el Festival Valladolid Piensa el 23 de noviembre de 2019, gracias Adán, María, por la invitación. Gracias siempre a los viejos y nuevos amigxs en el pensamiento, Sergio, Hugo, Marta, Natasa, Pedro, talleres de los lunes, martes, viernes. Más info: Filosofía Pirata.

 

Voces del conflicto. De la trinchera a la constituyente // por Rodrigo Yáñez R.

Camilo, para efectos de esta entrevista, tiene 31 años. Nunca se había encapuchado hasta que todo explotó el 18 de octubre. Vivió en distintas regiones del país y se vino a Santiago a estudiar en un instituto. Una bacteria asesina que se alojó en sus vertebras casi lo mata, pero se salvó; no así de la deuda que arrastra hasta el día de hoy. En las manifestaciones ha estado en todos los frentes, pero, dice, encontró su lugar en el equipo que protege a la primera línea con los rayos láser que aparecieron hace algunas semanas. Aquí comenta algunas experiencias que han ido marcando más de un mes de conflicto y el escenario que se abre con la posibilidad de una convención o asamblea constituyente.

——–.

Desde que comenzaron las manifestaciones estuve yendo a la Plaza de la Dignidad. Los primeros quince días fui todos los días. Al principio fui de manera pacífica y después se empezó a poner más heavy la cosa. Vi que se estaban jugando hueás importantes, que esto no era como las marchas y las protestas en las que había participado antes, desde el año 2006, cuando era pingüino. Se veía cómo la rabia desbordaba por todos lados, la derecha sacó a los milicos a la calle y no podía quedarme en la casa viendo cómo todo pasaba frente a mí, así que decidí encapucharme y apoyar a la primera línea.

No soy anarquista, nunca he militado, no soy miembro de ningún partido revolucionario. Soy un hueón común y corriente que siente que con un nivel de compromiso al cien podemos cambiar esta hueá. Ese es el motor que me lleva a salir a la calle, a gritar, a pegarle a la paila, a tirar piedras, a romper las calles o darle al láser. La hueá es visceral. El primer día que me encapuché estaba en la plaza y vi que faltaba ayuda. Me metí de una y rápidamente encontré mi lugar.

Adentro nadie se conoce, pero hay una energía potente. La primera línea se fue formando con el correr de los días. Primero están los locos con antiparras, gente con escudos para proteger de los balines, hueones con armaduras. Todo hecho a mano, con mucha imaginación. Después vienen los pirquineros, les cabres que están rompiendo el piso de todo Santiago. Los hueones que van picando y sacando camotes de cualquier parte. Si ves, el sector de Baquedano, Plaza de la Dignidad, Vicuña Mackenna, todos esos espacios se transformaron en canteras. Desde ahí sale la materia para enfrentar la represión. Y pegadito a los pirquineros están les cabres que transportan los camotes, grupos de dos en general que andan con sacos donde cargan las piedras. Esas personas van hasta adelante y dejan las piedras para que los que están atrás de los escudos sigan tirándole a los pacos. Y luego vuelven corriendo a buscar más camote, llenan los sacos y vuelven a partir.

Entre medio están los bomberos, los que tiran las lacrimógenas de vuelta o las ahogan con agua y bicarbonato. Y de ahí viene el grupo de los láser, que es gente que se pone en distintos puntos, arriba de cualquier hueá para ganar ángulo. Esto comenzó como a principios de noviembre, ahí se empezaron a ver los primeros que tomaron la experiencia de les cabres en Hong-Kong. Me acuerdo de que un día llegué a la plaza y vi uno o dos rayos verdes. Caché al loco que tenía el aparato y dije -wow, la hueá potente-. Esa noche llegué a mi casa y me metí a buscarlo en internet. Lo pillé altiro. Al día siguiente ya había diez o quince, luego unos cuarenta y de ahí esto no paró más. A medida que éramos más la gente empezó a cachar la dinámica de la hueá, cómo organizarse para que funcionara bien. Se fue armando una manera de trabajar en equipo, igual que en todas las otras posiciones.

Los láser han tenido efectos concretos. Los helicópteros y los drones se han ido yendo de la plaza por nosotros. Antes se veían muchos más. Imagínate que los helicópteros llegaban con tremendas luces apuntando donde estaba quedando la cagá. Nosotros vimos eso y cuando ya no éramos diez, si no cincuenta, cien hueones, apuntábamos todos al mismo tiempo al helicóptero y los hueones se tenían que virar. La función del láser es simple: evitar que nos disparen, evitar que el guanaco y el zorrillo avancen. Cuando el láser atraviesa un vidrio o un acrílico el rayo se fragmenta, entonces no es un solo rayo, son múltiples rayos que no te dejan ver y no puedes evitar girar tu cara o cerrar los ojos. Hueón, el impacto es fuerte, te tienes que dar vuelta, no puedes seguir tu camino o apuntar un rifle.

Los que estamos detrás de las barricadas andamos con uno en cada mano apuntando directo a los pacos para que no puedan disparar, la misión es apuntar directo al parabrisa de los guanacos y los zorrillos para que no tengan visión y no puedan seguir avanzando. Yo estoy seguro de que adentro no ven ninguna hueá. A veces los carros paran, los pacos se dan vuelta, y cuando se producen esos segundos de vacío aparecen les cabres más agujas cargados de piedras, molotov, los pacos comienzan a retroceder y todos avanzamos unos metros. Los sacamos de nuestro espacio.

Pero no todos los días son iguales, no todos los días tení la misma energía. Hay días en que veí la hueá y decí, chucha, hoy día sí que está brígida la cosa, no sé si me puedo quedar hasta el final. En esto hay que estar concentrado, más despierto que la mierda, con toda la energía. Hay días en los que no me siento preparado para irme a parar a la primera línea y estar dispuesto a recibir un balazo. Esta hueá se siente, y creo que todos los que estamos ahí sabemos o sentimos qué día vas y qué día no. A mí, al menos, estos últimos días me hacía falta parar. La hueá es desgastante y estay aspirando esa mierda que tiran los pacos todo el día. No sé si habrá sido eso, pero hace unas semanas estuve como tres días en la cama vomitando y cagando todo el día, mareado pal pico, tomaba agua y vomitaba, pensé que era un virus, pero cuando volví y lo comenté, varios lo habían tenido.

La hueá cansa, hay relevos. Es como la gente que va a marchar. No siempre se puede tener un millón de personas de lunes a domingo. Hay días en que va a estar más bajo y es lo que ha ido pasando, yo creo que ya se está armando la idea que los viernes serán las marchas más grandes o para las fechas emblemáticas, como el jueves que se conmemoró la muerte de Camilo Catrillanca.

Los pacos también han ido cambiando de estrategia. Lo más claro fue cuando nos hicieron la encerrona el lunes (18 de noviembre) y quedó la cagá. Hubo gente que se tiró hasta al río. Ese día quedábamos mil, mil quinientas personas, y los pacos nos fueron acorralando hacia el parque. Nosotros íbamos desde Plaza de la Dignidad hacia Salvador y de pronto cachamos que otro grupo venía bajando desde Salvador hacia la plaza. Cuando los grupos se encontraron la gente se empezó a desesperar. Unos corrían hacia arriba, otros hacia abajo y de pronto se apagaron las luces del parque. Los pacos empezaron a gasearnos y no se podía ver ninguna hueá, y en medio de ese caos los hijos de puta empezaron a disparar. No había dónde ir. La hueá fue terrible, nadie veía nada, todos estaban gritando y se escuchaba pasar los balines al lado tuyo, chocaban con los árboles, los postes de luz. Yo andaba con mi chica, la agarré de la mano y le dije, corramos sin parar, si no nos sacan un ojo o nos quiebran a palos. La hueá era correr y no encontrarte con un paco de frente que nos pudiera disparar. Corrimos agachados y la lluvia de balines era pal pico. Yo ya estaba entregado a que me llegara uno, pero no quería perder un ojo. Y a cada paso escuchabas cómo iban pasando los balines al lado tuyo. No podías salir ni por Providencia ni por Andrés Bello, eran tropas y tropas de pacos, así que seguimos corriendo y no sé cómo chucha salimos por Salvador. Imagínate, la encerrona iba de la Plaza de la Dignidad hasta Salvador, eran caleta.

Puta, hasta ese lunes no había sentido algo tan fuerte. Resistiendo en la barricada uno siente la adrenalina, siempre hay temor, pero estamos todos juntos, uno se apaña con el de al lado, pero ese lunes fue distinto. Nos quedamos solos y en la oscuridad.

Tuve mucho miedo, pero después de fumarme un cigarro dije, mañana vuelvo a la plaza igual. Voy casi todos los días y la plaza cambió para siempre, radicalmente. Históricamente ha sido el espacio de grandes manifestaciones y concentraciones, algunas más superfluas, como el fútbol, pero hoy se convirtió en otro territorio. Antes se decía – tal día hay marcha en Plaza Italia-. En la plaza de la Dignidad el hoy es todos los días. El día que vayas te vas a encontrar con gente. No sé, quizás van a ser quince personas, cuarenta, quinientas o un millón, pero siempre te vas a encontrar con alguien. No estamos como en Ucrania, cuando el país se tomó en verdad la plaza y la gente botó al presidente, pero la plaza pasó a ser un emblema de esta revuelta y estoy seguro de que todos los chilenos la ven con otros ojos.

¿Has visto la estación del metro Baquedano? Las rejas no se pueden abrir porque hay un cerro de rocas. Bueno, mi idea es que la gran entrada de la estación Baquedano tiene que quedar así, en ruinas, por el resto de la vida, porque es un memorial vivo de lo que ha sido esta revuelta o revolución, como quieras llamarlo. Hueón, que nadie más se olvide que en esta estación los pacos torturaron, que en esta plaza volvieron a aparecer los milicos, que en esta plaza hubo gente que perdió sus ojos, que en esta plaza murió gente, y también nos juntamos un millón y medio de chilenos a decir basta. Es la única manera que, en treinta años más, cuando un joven pase por ahí diga -mierda, qué pasó que llegamos a esto, papá, por favor, cuéntame-. O que un encapuchado o alguien que perdió un ojo, pueda ir y tirar otra piedra al foso. Esa estación tiene que transformarse en una instalación progresiva, que nos pertenezca a todos. Yo he visto mucha gente que pasa por ahí y llora, gente que va a prender velas, que le pone banderas blancas, mapuche, de la U. A todos les pertenece ese espacio, y no se tiene que olvidar. Y esto lo ha hecho la gente, todos, esto no es el resultado de un arquitecto cuico que viene con un proyecto europeo a resignificar los espacios y poner una escultura que va a representar la dignidad. No, pico con esa escultura, pico con ese arquitecto. La estación es nuestra y representa todo lo que ha pasado. No puede quedar solo en los recuerdos de los libros que se van a escribir o las películas que se van a filmar. Este punto de la ciudad es el corazón del metro y se transformó en el corazón de Santiago.

Las cosas están cambiando. No sé si Chile, porque el modelo hasta acá no se ha tocado, pero la gente sí, la mayoría. Es super cliché el grito del Chile despertó, y me carga ese toque futbolero que tiene la hueá, porque me carga el fútbol, pero filo, es lo que es, y lo que dice es súper cierto. La gente ya no está dispuesta a agachar el moño y seguir mamándoselas todas. Hueón, el país está detenido hace un mes, funcionando a media máquina. Personalmente, yo hace más de un mes que estoy en la calle.

Loco, no hemos parado de hablar de esto hace más de un mes. Chile está súper politizado. Todos los días, toda la gente habla de esto, después de cada marcha, en la micro, en el almacén, en la feria. Por lo menos en mi grupo, por primera vez nadie está al día con lo que dan en la tele o habla de fútbol, estamos todos en otra. Si hasta el saludo cambió. Antes era típico decir -hola, ¿cómo estay?- y uno respondía cualquier huevada -bien, aquí-. Ahora no, todos estamos súper sinceros, uno pregunta y del otro lado aparecen testimonios reales, se acabó el sonambulismo. Estamos todos pensando cómo nos sentimos, pero ahora lo compartimos de verdad. Antes a lo mejor tú lo sentías, pero no lo decías. La gente está hablando, pero también escuchando, y cuando nos despedimos todos se dicen cuídate, llama cuando llegues, manda un mensaje o comparte tu ubicación. La gente, los amigos, estamos todos cuidándonos.

Al principio, cuando pasaron las primeras dos semanas yo pensaba, ok, si no llega a pasar ninguna fucking hueá y tenemos que seguir viviendo en esta realidad de mentira, la hueá igual nos deja como regalo que conocemos a nuestros vecinos, sabemos cómo organizarnos, sabemos en quién podemos confiar, sabemos que el supermercado vale pico y que el mall también vale pico. La Teletón se canceló, muchos festivales se han anulado, en la tele echaron a la Maldonado y a todos esos rostros asquerosos con que nos criamos. Chao con toda esa hueá, lo que ha pasado en estas semanas nos está enseñando a vivir sin toda esa mierda.

Es difícil hablar de estas cosas con mis viejos. Ellos tienen una postura más pasiva, tienen miedo. Los dos están jubilados, pero trabajando porque no alcanza, y además con los bancos atrás porque yo me enfermé hace algunos años y ellos firmaron los cheques cuando entré a pabellón. Me agarré una bacteria culiá que casi me mata. Tuve una especie de lumbago durante semanas y en el hospital nadie me decía nada, y cada día me sentía peor. Hasta que un día me desperté y no podía caminar. Tuve que pasar al sistema privado y ahí me hicieron todos los exámenes en un día. El doctor que me atendió me dijo -te tienes que operar mañana mismo. Tienes una bacteria asesina en las vértebras-. Estuve un mes hospitalizado. Vendí todo lo que tenía para pagar la operación. Hicimos completadas, rifas, bingos, llamé a toda la gente que me podía prestar plata y logré pagar unos millones. Aun debo veinte palos que no tengo cómo mierda pagar.

Cuando vi que las pensiones van a subir pensé en mis viejos y me di cuenta de que sirvió todo lo que he tenido que hacer durante estas semanas, que ha valido la pena prenderle fuego a esta puta ciudad. Lamentablemente, tuvimos que llegar a esto para cambiar las cosas, nadie hace esta hueá por placer. Me chupa un huevo que saqueen un supermercado, una farmacia o un banco. No me va ni me viene. No es mi lucha, no me metería a sacar televisores o lo que sea, y tampoco puedo hacerme cargo de todo lo que desencadena la violencia.

De los saqueos se ha hablado mucho, pero yo tengo mis dudas. Los saqueos fueron hasta casi provocados, no sé, la gente sabe lo que pasa en este tipo de situaciones. Tuvimos un terremoto hace muy poco y todos vimos que esto pasó, hay gente que lo hace por necesidad, otros para aprovecharse, pero ¿por qué sucede? Hay algo que el sistema está haciendo mal ¿no? ¿Por qué no saquean los cuicos? Hueón, todos sabían, estábamos en guerra dijo este conchesumadre, todos sabían que esto iba a pasar y nadie hizo nada, salvo el Costanera Center, que lo tienen blindado desde el día uno.

Esta hueá es difícil de explicar. Yo me concentro en lo mío. Puta, no sé, es que pasa algo, primero hay cinco hueones, y otros diez que están detrás agarran papa, y después otros veinte, y cincuenta, y así de repente se prende una mecha que no se puede apagar más. Es como en las marchas, a veces estas hueás se mandan solas, es mucha gente. Y todo esto se mezcla con las hueás que nadie entiende o nos quieren esconder ¿Cómo es que en algunos de estos lugares que fueron saqueados después se han encontrado cuerpos que fueron exhumados y tenían heridas de bala? ¿Qué onda?

El presidente representa todo lo que no queremos. Es el hombre empresario, todo lo piensa desde un número, una ganancia y una pérdida, es como todos estos ingenieros comerciales que nos gobiernan. Desde ahí no se puede construir nada, eso nos llevó a donde estamos. Creo que no vale la pena hablar de él, por eso no pronuncio su nombre. Hablar de él es darle más importancia de la que tiene y se merece. A veces pienso que sería mejor que no renuncie y se tenga que comer toda la mierda que ha generado durante los dos años que le quedan.

En la clase política tiene que haber un cambio. A nivel cultural estamos en un cambio de paradigma y la clase política tiene que sumarse a esto. Pero no sé qué tiene que pasar, si tienen que desaparecer todos para que llegue gente nueva o no. Ya no sé, porque ha pasado un poco lo mismo con los políticos de mi generación, con los Boric, los Jackson, las Vallejo, me han desilusionado mucho. En un momento pensé que eran la luz, que mi generación iba a cambiarlo todo, pero tengo la sensación de que cuando pasan de la calle a ser parte de la clase política terminan corrompiéndose igual que cualquier otro. El tema del poder es así, es negociar entre cuatro paredes y luego dar un discurso para afuera.

La política es cochina hueón, de uno y otro bando. Con lo que está pasando, todo este cuento del gran acuerdo de la paz, como que no hay una oposición y un oficialismo, todos se pusieron en el mismo nivel. Ahora, ves a Sharp y el loco dice – lo que ustedes firmaron no me representa y me voy. Doy un paso al lado y renuncio al partido -. Y eso lo encuentro súper noble, por eso quiero creer que esta hueá puede cambiar, hay actos de nobleza en medio de toda esta cagada, gente remando en la dirección de nosotros.

Y ahora que está pasando esto de la constitución, se pone complicado. Al principio dije, puta, mira, de pronto sale algo bueno. Pero es difícil, porque desde donde yo vengo no tengo la educación, el manejo de conceptos del derecho o la cultura cívica para entenderlo todo, como que me he tenido que meter ahora. Me he dicho, puta, si vamos a ser parte de este juego hay que ver cómo son las reglas y, claro, cuando empecé a entender todo lo que había detrás me di cuenta de que esto vale callampa, estamos volviendo a hacer como una nueva democracia pactada, como en los años ochenta, donde ninguno de nosotros tiene ningún tipo de garantía, donde todo se convierte en porcentajes, en cifras, pero nada concreto. Por ejemplo, ¿qué se puede sacar en limpio del proceso de la nueva constitución? ¿Vamos a seguir dándole toda la libertad del mundo a los empresarios? ¿Alguien se va a atrever a tocar el modelo? Mientras no se garantice que el pueblo o las organizaciones de base van a tener una participación real en esta nueva constitución siento que vamos a seguir en lo mismo. No creo en los partidos y esta hueá la están llevando los partidos, ¿no te parece extraño?

Nunca me he inscrito en nada, de hecho, nunca he votado. Pero al mismo tiempo me digo que hay que darle una oportunidad a todo esto, y esta vez me voy a inscribir para ir a votar. Si hueón, porque también me digo que no podemos estar esperando que nos den la paleta completa. No quiero perder, también hay que tomarse lo que hemos ganado y sacarlo adelante tal vez también de otras maneras, pero super atentos, sin soltar, sin dejar de presionar y estar en la calle hasta que ganemos todo lo que estamos pidiendo. Creo que es todo o todo, pero también creo que es una hueá progresiva, tampoco podemos ser tan tragones y querer que el mundo cambie en un día. Y para que la hueá funcione hay que ponerle plazos para que pasen las cosas, porque si no vamos a dejar la cagá de nuevo. Entiendo que no va a pasar todo de aquí al 2021, y como no confío en estos hueones que administran el poder, voy a seguir en la calle luchando para que sepan que no vamos a soltar.

FUENTE: Carcaj Chile

La sensibilidad como campo de batalla* // Lila M. Feldman

*PRESENTACIÓN DE “LA OFENSIVA SENSIBLE”

Ricardo Piglia decía que los grandes textos son los que hacen cambiar el modo de leer. Este es uno de ellos. También decía, en una cita, que la experiencia solo es experiencia si se la sostiene. Es una lámpara que alumbra a aquel que la sostiene.

La ofensiva sensible crea un modo de leer y sostiene una experiencia.
¿Cuándo se comenzó a escribir este libro? Hace unos meses nomás, tomando forma y vida de libro, sin embargo, como su epígrafe lo indica, es también un libro autobiográfico, en ese sentido empezó muchísimo  antes.
¿Cuándo comenzó a escribir Diego? ¿Cuándo comenzó su ofensiva sensible?
Un punto de inflexión al que el libro alude en diversos momentos es el 2001. En otros, la última dictadura cívico-militar. Por momentos pareciera que con esta nueva oleada que empuja desde la Derecha conservadora a los nuevos fascismos. Brasil, Chile y Bolivia son también, seguramente, un nuevo puntapié que reclama trabajo de pensamiento y ofensiva sensible. Porque está en disputa el sentido de este tiempo histórico.

El germen de este libro son las notas de Diego en Lobo Suelto, que es además una usina de pensamiento. El generoso blog cuya propuesta se puede sintetizar diciendo que allí se escribe para pensar. Pero también los grupos de estudio que coordina Diego. También lo es su encuentro fundamental y fundacional con León Rozitchner, y luego con Horacio Verbitsky, en lo que fue «Vida de perro». Bueno, son algunas de las marcas que habitan este libro. Hay otras más. Así que este libro hace mucho se viene escribiendo. Hay en él calle, militancia, colectivos, grupos, blog, radio y biblioteca. Este libro se ha escrito con numeroses otres y en diversos espacios.


La crisis y el síntoma no son algunos de sus temas centrales -simplemente- sino puntos de vista. Un modo de situarse y situarnos para pensar. Un modo de leer, de deformar ciertas herencias para encontrar un camino y un pensamiento propio.


Ofensiva sensible no es solamente un título, sino, sobretodo, una política. Una política de sensibilización y resensibilización. Ofensiva capaz, para mí, de intervenir la filosofía, la teoría política, el psicoanálisis y la cultura. Lo sensibilizante no le quita ni un ápice la dimensión de ofensiva. Porque no es ingenua desde ya, ni complaciente, o condescendiente. Es en un campo de batallas y conflictos, es en guerra. Contra los dispositivos de obediencia que lo neoliberal ordena, con su aspiración de gobierno absoluto de la existencia.

Desde esa aparente paradoja (ofensiva sensible) sitúa un punto de partida: la crisis, el síntoma con su vulnerabilidad y fragilidad pero también con su dimensión creativa, de resistencia y revuelta. La crisis y el síntoma reclaman y construyen en la pluma de Diego, un particular saber leer, lejos, bien lejos, de la nostalgia y de la utopía, porque ambos están hechos de fatalismo y derrota. Si este libro combate, para mí lo hace, la vieja proclama negacionista y cínica del fin de la historia, ese saber leer es vital ofensiva sensible y potencia que nos descaptura de idealizaciones, resignaciones y lamentos, de la encerrona pesimismo-optimismo para radicar en la historicidad la potencia de una esperanzada y empecinada vitalidad, de un obstinado desencanto (siguiendo la pista de Naruto y rompiendo y deshaciendo encantamientos ilusos) y también de ironía (el humor que le hace un camino a la inteligencia, el pensamiento recobra el aliento viajando hacia “otra parte”). Este libro sostiene que no hay inteligencia sin sensibilidad. Toda verdadera inteligencia es sensible, y lo sensible –en sí mismo- es campo de batalla.

El libro es un elogio de la lucha y el conflicto, de los antagonismos fértiles, de la crisis y el síntoma, de lo anómalo e indócil, de lo insumiso y descolonizante, de la experiencia plebeya como posibilidad de relanzar una ofensiva sensible que pueda ser vivida y leída en diferentes registros: cuerpo, pensamiento, y tierra. El libro genera una doble lectura, tanto en lo singular como en lo colectivo, en cuanto a micropolíticas y macropolitica, y se vale de un riguroso y creativo recorrido teórico (distinciones entre poder y potencia, fortuna y virtud, modos y formas de vida, flexibilidad y plasticidad, afectividad y emocionalidad, etc.) pero no al servicio de producir teorías sino de crear formas de vida y en todos esos territorios, un reverso de lo político, un afuera al mando neoliberal, pero también un afuera, un más allá de la voluntad de inclusión ligada a las políticas populistas.

Es para mí un elogio de la forma de vida como articulación entre sujeto y multitud, lo singular y lo colectivo, un manifiesto político y punta de lanza de esa ofensiva sensible que rompe con moralismos, crea estrategias y recupera historicidad.

La ofensiva sensible surge de la crisis, no le rehuye, la considera como aquella conmoción que obliga a pensarlo todo de nuevo, y como sitio de enorme valor cognitivo, de invención de estrategias y redefinición de un presente, si se despliegan categorías propias y críticas. Crisis como afirmación de una potencia de existir, materialidad viva y apertura a protagonismos, luchas y liderazgos colectivos, a la potencia plebeya, no meramente estrategias momentáneas de resistencia.

Aquí síntoma es un concepto fuerte: el libro propone una operación que lo transforma en categoría política, sustrayéndolo del campo de la patología. Síntoma como opuesto a obediencia (la obediencia servil y enmascarada al capital), síntoma como creación de un afuera a lo neoliberal. Afín al psicoanálisis porque el síntoma es mensaje a leer, expresión y lugar del conflicto, lejos de la adaptación y la moralización normalizante.  Más allá del psicoanálisis, profundizando mucho más en la idea de “fracaso” de la represión, y en su potencia y carácter de creación, que en su condición de retorno de lo reprimido. Más cerca del concepto de acontecimiento (según Badiou aquello que permite que un inexistente se ponga de pié), y de su rasgo libertario, que de retorno o repetición.

Un elemento crucial del libro todo es la diferencia que establece entre lo que Diego llama “modos de vida” y “formas de vida”. No es un juego de palabras, es la afirmación de un procedimiento, que luego arribará a un punto mayor de despliegue: lo plebeyo como reverso de lo político. Diego recorre de un modo singularísimo el camino que reúne lo singular y lo colectivo. Me recordó una frase de Paul Auster: “se me ocurrió que no podía separar lo interior de lo exterior sin causar grandes daños a la verdad”. Entonces decía, Diego nos lleva de las pequeñas y cotidianas existencias singulares a los grandes y enormes movimientos colectivos. Las formas de vida parten de un no saber vivir, del malestar, del fracaso del gobierno de las emociones que lo neoliberal propone en su condena a hacer de la subjetividad una gestión individual del éxito y la emocionalidad que evoluciona a la sumisión y a la indiferencia. Las formas de vida son ruptura a la axiomática del capital y sus “vidas de derecha”, a los modos de vida que se sostienen en el consumo. Las formas de vida se enfrentan a la patologización, la criminalización y punición neoliberal que odia a todo lo anómalo, a toda diferencia, a todo lo sintomático, y sus sublevaciones, a todo lo que en palabras del autor, no cuaja, no se ajusta a las promesas de los dispositivos de la felicidad. Formas de vida son incesante aprender, son mapear desde el malestar, parten de una fragilidad, de una especie de impotencia que antecede a cualquier potencia. Singularización que barre con la estandarización, con los modos en los que el capitalismo hace vivir. Forma de vida como forma de construir vida en común, y un proyecto histórico, o  una nueva síntesis dirá Diego al final del libro, ligada a ello.

También en la última parte del libro, Diego toma de la filósofa francesa Catherine Malabou, aquella diferencia entre flexibilidad y plasticidad que antes mencioné. Flexibilidad es la Plasticidad sin su genio. La Plasticidad es aquella capacidad de destruir, crear, modificar, y no simplemente reaccionar, obedecer o adaptarse, y Diego lo toma para pensar, para seguir pensando, en ese reverso de lo político que posibilita inventar salidas para situaciones que parecen no tenerla. Ni aún el cerebro es inmodificable. Todo el recorrido que Diego realiza entre cerebro y tierra, es decir entre movimientos colonizadores y movimientos libertarios o igualitarios, que tanto lo convocó a querer llegar más lejos en su pensamiento, es imperdible.

En lo personal, me parece valiosísima su forma de decir que el cuerpo también es político, que ninguna herencia es fija no inmodificable, ni siquiera la genética, y que la política recorre los cuerpos, cada cuerpo, y el cuerpo colectivo, histórico social.

¿Por qué hablaba antes de procedimiento? Porque hablar de formas de vida, ponerlas como eje de una ofensiva sensible es lo que le permite a Diego, leyendo a Meschonnic, sostener un reverso de lo político que consiste en la experiencia de la historicidad: lenguaje que crea forma de vida y forma de vida que crea lenguaje. O dicho de otro modo, lo que el cuerpo puede en el lenguaje.  Ese es un verdadero procedimiento de lectura, escritura y experiencia, una operación política y poética: hacer del lenguaje y lo sensible campo de batalla, apropiación “piojosa” de lo que la lengua lega e impone para recrearla e inventarla, para recuperar, fabricar y desplegar potencia. Vaciar el lenguaje mismo, todo lo posible, sintomática y vitalmente, de neoliberalismo. Conquistar el concepto. Hacerlo propio.

Por todo esto, este libro trabaja con el tiempo, con los tiempos, pero su tiempo, su tiempo –como dice una canción- es hoy. Y el futuro tiene más posibilidades, parafraseando a Musil, tantísimas más, en lo inestable, que en lo estable. En lo inestable de la fuerza y el gesto plebeyo, y su incesante e incalculable invención.

“Es necesario que se establezca una comisión de verdad, calificadora de víctimas de la represión” // Paz Becerra (abogada)

Tema de Velázquez y Gauna* // Santiago Azzati

Bajo el notorio influjo de González (discurridor y exornador de mitos), y del consejero áulico Spinoza (que supo conjugar el tiempo y la eternidad), imaginé este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en estas frías e inútiles tardes de julio. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes; hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 9 de julio de 2017, la vislumbro así.


La acción transcurre en un paisaje oprimido y tenaz de la Argentina: Jujuy, Chaco, o alguna provincia cuyana o patagónica… Transcurrió, mejor dicho; pues, aunque la narradora es contemporánea, la historia referida por su padre, el joven profesor y hábil combatiente Roberto Carri, ocurrió al promediar el siglo XX. Digamos (para comodidad narrativa) Chaco; digamos 1967. La narradora se llama Albertina; es la hija del joven, del heroico, del bello, del asesinado Roberto Carri, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra un lúgubre auditorio de la calle Santiago del Estero, cuyo rostro inaugura los inesperados tomos de sus obras completas, publicadas con el último aliento de una utopía libresca consagrada a la mitología argentina, que hoy yace entre ciénagas en los terrenos de la Quinta Unzué.


Carri fue un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza del irlandés que, desde la mítica isla, divisó y no pudo pisar la patria prometida, Carri pereció en la larga víspera de la rebelión que había premeditado y soñado. Se aproxima la fecha del primer aniversario de la muerte de Velázquez y Gauna, las circunstancias de los crímenes son enigmáticas; Albertina, dedicada a la realización de una película sobre el libro de su padre, que es, a su vez, la biografía del héroe, descubre que el enigma rebasa lo puramente policial. Velázquez y Gauna fueron asesinados en un puente de Pampa Bandera, en circunstancias que emulan vagamente las del secuestro de sus padres; la policía chaqueña no dio jamás información sobre el delator; los formalistas declaran que el fracaso de Velázquez no empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía. Otras facetas del enigma inquietan a Albertina. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de remotas regiones del recuerdo, de remotas edades de la memoria. Así, nadie ignora que los coroneles que examinaron el cadáver de Velázquez, hallaron una carta cerrada en el bolsillo del pantalón, en la que le advertían de la emboscada; también Martín Fierro, al encaminarse al lugar donde lo aguardaban los puñales, recibió un memorial que no supo leer, en que iba declarada la traición, con los nombres de los traidores. La mujer de Roberto, Ana María, se vio en sueños abatida por el batallón; oyó las descargas de metralla y las creyó menos poderosas que la urgentísima Remington de su marido. La víspera de sus muertes nos ha sido vedada por la historia, hecho que puede parecer un presagio de los tiempos que corren. Esos paralelismos (y otros) de la historia de sus padres y de la de Velázquez y Gauna, inducen a Albertina a suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten. Piensa en el incansable recorrido de la memoria; en la morfología de los cuerpos que degeneran desde el oro hasta el hierro. Piensa en la transmigración de las almas, en el abismo en que se forjan los recuerdos. Piensa que antes de ser Roberto Carri, Roberto Carri fue Isidro Velázquez. De esos laberintos circulares la salva una curiosa comprobación, una comprobación que luego la abisma en otros laberintos más inextricables y heterogéneos: ciertas palabras que Velázquez y Gauna pronunciaron fueron prefiguradas por José Hernández en el Poema. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso, que la historia copie a la literatura es inconcebible…


Albertina se entera en 2004, tras la presentación de una de sus películas en la ciudad de Resistencia, a la que asistieron apenas siete espectadores, que hay fragmentos de la historia que continúan vedados. Un hombre que había asistido a la presentación le cuenta que a la edad de trece años su familia lo envió al monte a formarse en la guerrilla y lo único que entregaron fue un ejemplar del libro de su padre. Otro documento le revela que, pocos días antes de caer, y luego de presidir la última reunión, Roberto Carri escribió un epílogo a su libro sobre Isidro Velázquez, cuyo título ha sido borrado. Albertina investiga el asunto e imagina una película (esta película es uno de los hiatos del argumento) con la que se propone descifrar, definitivamente, el enigma. Velázquez y Gauna fueron fusilados en un puente, pero de puente hizo también la entera ciudad y los cantores fueron legión. El chamamé que coronó sus vidas, fue escrito por muchos, en muchas tardes y muchas noches. He aquí lo acontecido:

El 1 de diciembre de 1967 los bandoleros salieron de la quinta La Reducción, en Colonia Aborigen, para reunirse con el resto de los conspiradores. Todo estaba pronto; algo, sin embargo, fallaba siempre. Isidro Velázquez había encomendado a Vicente Gauna el descubrimiento del traidor. Gauna ejecutó su tarea: le anunció a Isidro, la noche antes del atraco, que la policía les preparaba una emboscada. Demostró con pruebas irrefutables que la Aguilar y la maestra los traicionarían. Entonces Gauna concibió un extraño proyecto. El pueblo idolatraba a Velázquez; su captura en manos de la policía hubiera comprometido la suerte de futuras rebeliones que ambos habían pergeñado en rigurosas noches. Propuso un plan que haría de sus muertes el umbral de su transfiguración en mito. Sugirió que ambos debían morir a manos de la policía, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Decidieron mantener el camino acordado que los dirigiría a la emboscada. Gauna, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la doble ejecución, tuvo que plagiar a Hernández y a Macedonio. Repitió algunas sextillas de Fierro y Cruz en el Poema. En aquel momento comprendió la soledad de su tarea. La pública y secreta representación duró la noche entera. Los fusilados prepararon sus mejores ponchos, Isidro el verde, Vicente el rojo; se pertrecharon por última vez y salieron a encontrarse con sus traidores. Cada uno de esos actos que harían de los dos hombres un mito habían sido prefigurados por Gauna. Todo el pueblo colaboró de alguna manera; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada del Chaco y en el chamamé de Oscar Valles. Los rebeldes arrebatados por ese minucioso destino que los redimía y que los perdía, más de una vez enriquecieron con actos y palabras improvisadas el texto que habían prefigurado. Así fue desplegándose en la noche el populoso drama, hasta que en un puente de la ruta a Pampa Bandera una anhelada perdigonada entró en los cuerpos del traidor y del héroe, que apenas pudieron articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas.


En la obra de Carri, los pasajes en los que cita a Sarmiento y debate con los formalistas son los menos dramáticos; Albertina sospecha que su padre los intercaló en su libro para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que ella también forma parte de la trama… Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve alguna vez filmar una película sobre Gauna; ya su padre había publicado un libro dedicado a la gloria de Velázquez. Filma una película dedicada a la gloria del cuatrerismo; también eso, acaso, estaba previsto.

(*) Adaptación de Tema del Traidor y del Héroe, de Jorge Luis Borges

“El primer punto de un golpe de Estado es que hay un proceso de agotamiento político” // Alejandro Horowicz

Ilustración Gastón Spur

Por Iván Marín

Los levantamientos populares de los últimos meses a lo largo y ancho del planeta Tierra son motivo de análisis de los principales medios de comunicación y de la intelectualidad. En la izquierda hay consenso en que son un nuevo episodio de la crisis económica abierta en 2007-2008, que tuvo su epicentro con la caída del Lehman Brothers. Los agudos enfrentamientos en Puerto Rico, Haití, Ecuador, Chile y Colombia parecen indicar que el continente ingresó en una nueva etapa que ponen en cuestión el sistema de dominación del capitalismo en la región. Uno de los procesos más complejos es el que se vive en Bolivia: la renuncia de Evo Morales a la presidencia despertó infinitud de caracterizaciones. Uno de los debates en curso es si se produjo o no un golpe de Estado. De toda esta compleja situación, y en particular del último tema mencionado, charlamos con Alejandro Horowicz.

Ensayista, periodista, doctor en Ciencias Sociales, titular de la cátedra Los Cambios en el Sistema Político Mundial en la Carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires, Horowicz escribió un libro titulado “Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional”. Allí, entre otras cosas, vierte un análisis de las causas estructurales de los golpes de Estado en nuestro país. Motivo por el cual nos pareció pertinente entrevistarlo para que nos dé su opinión sobre los acontecimientos bolivianos. Horowicz, además, tiene en su haber una obra reconocida por propios y extraños, ineludible en cualquier análisis serio del peronismo: “Los cuatro peronismos”. A comienzo de 2019 dio a luz “El huracán rojo. De Francia a Rusia. 1789/1917”, un frondoso, minucioso y polémico análisis del concepto de doble poder para el período que se anuncia en el título.

“El primer punto de un golpe de Estado, el primer punto de un gobierno derrocado por la fuerza, es que hay un proceso de descomposición o agotamiento político”, advierte el entrevistado. Y destaca en relación a la situación que vive el país hermano: “En Bolivia lo que acaba de pasar es básicamente que el agotamiento de un proceso político mediante un golpe de Estado muestra que Evo Morales no pudo seguir”.

Horowicz también fue consultado por las caracterizaciones triunfalistas respecto a supuestas consolidaciones de las democracias burguesas en las últimas tres décadas que subrayan intelectuales del régimen, en particular politólogos de extracción liberal. El asunto viene a cuenta de la resolución de crisis políticas mediante juicios políticos y no por golpes de Estados clásicos, como solía ocurrir en décadas anteriores. El punto de inflexión en nuestro continente fue el impeachment al presidente de Brasil, Fernando Collor de Mello, en 1992.

“El secreto de la voladura chilena es básicamente entender que el modelo de dominación para América Latina supone una calidad e intensidad tan importante de dolor y desesperanza que vuelve imposible que eso asuma la forma de un conteo electoral”, describe en relación a la situación en el subcontinente.

La entrevista la compartimos en dos formatos: en audio mediante enlace a YouTube y su respectiva desgrabación que te dejamos a continuación.

La idea es charlar un poco sobre la situación que está viviendo Latinoamérica y en particular Bolivia. Escribiste un libro muy interesante sobre los golpes de Estados en nuestro país, y justamente a partir de eso y del debate que hay en la intelectualidad o acerca de si lo que ocurre en Bolivia es o no un golpe de Estado. Así que esa es la primera pregunta.

En general se trata casi de un tecnicismo político provocar la caída de un gobierno por un método no constitucional, no parlamentario, se asimila un golpe de Estado, más allá del uso explícito, implícito o relativo de la fuerza. Los golpes de Estado pueden tener las características del golpe del ´30, esto es un golpe que se hace con una pequeñísima minoría militar, en ese caso los cadetes. O puede ser un golpe que se hace como en el ´76 donde las tres fuerzas armadas están encolumnadas bajo la bandera de los golpistas. Es innegable que las situaciones políticas no son equiparables, pero eso habla más bien de la naturaleza de la crisis militar.

Pero lo más importante para entender en un golpe de Estado, y sobre todo para entender en un acto de fuerza para derrocar a un gobierno, es precisamente qué es lo que lo hace posible. Y este es el punto clave porque hay dos explicaciones que no explican. Y una es la tradicional, la de los traidores, y la otra es la de la Embajada de los Estados Unidos. Es decir, nadie ignora que en un proceso del golpe de Estado hay determinada cantidad de hombres y mujeres que se pasan de bando y esta deserción hace posible la situación. Pero los motivos políticos que hacen posible semejante comportamiento en cada caso deben ser dilucidados. Y que el poder antagónico a los gobiernos populares actúa como actúa, siempre está presente la traición, la Embajada de los Estados Unidos, o relativamente presente, no explica de ningún modo el problema.

El primer punto de un golpe de Estado, el primer punto de un gobierno derrocado por la fuerza, es que hay un proceso de descomposición o agotamiento político. Y esto debe ser el primer término que debe precisar el propio campo porque de lo contrario más que explicar algo es simplemente la negativa a hacer semejante análisis. Esto es, un derrotismo implícito que no permite nunca evitar ni poner coto ni defender ninguna democracia plebeya.

En Bolivia lo que acaba de pasar es básicamente que el agotamiento de un proceso político mediante un golpe de Estado muestra que Evo Morales no pudo seguir.

Se desprende de todo eso que obviamente no alcanza con la caracterización de golpe de Estado sino que también hay que entender justamente por qué no puede seguir Evo a partir del debilitamiento de su gobierno y de lo que eso implica.

Así es.

¿En los golpes de Estado, sobre todo en Latinoamérica, está vinculado siempre la cuestión de los países dependientes respecto del imperialismo?

Conviene entender que la dependencia no es un fenómeno relativo respecto a un país en particular, sino que es la naturaleza de la relación de ese Estado nacional respecto del mercado mundial. Este es el primer elemento distintivo. El segundo elemento distintivo es que en este momento no existe ningún Estado nacional que no sea dependiente respecto del mercado mundial. Porque todos actúan en la arena del mercado mundial y todos están determinados por la gramática del mercado mundial. Salvo China, que es el último país que tiene política nacional y cuya política nacional y la política del mercado mundial prácticamente son una misma cosa, queda sumamente claro que ni los Estados Unidos pueden evitar esto. Y basta entender que el intento frustrado, o a medias frustrado del gobierno de Trump (Donald) de enfrentar la política comercial del mercado mundial, la famosa guerra comercial, no hace sino saber hasta qué punto los propios Estados Unidos intentan establecer, mal, ciertas barreras defensivas que en última instancia el mercado mundial destrozará y pondrá fin porque esa es la lógica general del funcionamiento sistémico.

¿Este golpe de Estado que se produjo en Bolivia lo podés comparar con algún otro golpe clásico en Latinoamérica o en nuestro país, o tiene características muy singulares?

En general las comparaciones tienen algo de verdadero. Los golpes de Estado son obviamente comparables entre sí. Porque hay un fenómeno que conviene entender, que es la gramática del golpe de Estado, que es el momento en que el partido del Estado y el partido de gobierno, que ejecuta el programa del partido del Estado, entran en crisis. Y en consecuencia cuando no hay ningún otro relevo parlamentario posible allí es cuando sucede el acto de fuerza que resuelve esa crisis que no tiene solución parlamentaria.

La crisis política boliviana es una crisis muy particular porque nadie sabe todavía cuál va a ser su desenlace, más allá de cómo viene transcurriendo. Porque no queda claro si va a haber un proceso electoral que va a saldar en definitiva esta crisis. Si este golpe de Estado circunstancial, o este acto quebradizo, logra o no estabilizarse. Si los enfrentamientos que tiene el gobierno, llamémoslo así, golpista lograrán ser un punto de recomposición del bloque de clases dominante o si este tembladeral sigue y desembocamos lisa y llanamente en una guerra civil. Todos estos elementos están presentes en la crisis boliviana, y de ninguna manera es posible saber ya en qué dirección termina porque todo el tiempo hay negociaciones que dan una posible salida, digamos, electoral, y en tal caso veremos en qué desemboca, y si la salida electoral constituye o no un punto de relativa estabilidad. La densidad y las condiciones de fluidez política de la crisis boliviana son absolutamente inéditas y muestran la particularidad de un proceso que tal cual estaba con Evo no era posible seguir, y al mismo tiempo sin Evo es imposible gobernar. Y en esas condiciones tan particulares vemos la escena política del día de mañana.

En la ciencia política liberal se ha puesto mucho en relieve, sobre todo a partir del juicio político a Collor de Mello en Brasil, cómo las democracias capitalistas en Latinoamérica han logrado resolver crisis políticas sin salirse de los rieles constitucionales. ¿Vos qué relación encontrás entre los golpes de Estados y los juicios políticos?

La relación es la crisis política. La salida de la crisis política depende, entre otras cosas, de las relaciones de fuerza. Y las relaciones de fuerza dependen de cómo los distintos segmentos de la sociedad son capaces o no de conformar alternativas posibles de gobierno. El secreto de la crisis de Collor de Mello es que no era exactamente un gobierno popular, sino que era un gobierno que tenía una mayoría circunstancial parlamentaria en un país donde un partido nacional difícilmente gobierne más del 20 por ciento del Congreso. En consecuencia, en una estructura cuya descomposición política institucional arranca en el vamos en términos donde ningún poder ejecutivo puede sin corromper el Congreso gobernar, pues bien, creer que ese es un orden político que tiene relativa estabilidad es simplemente una engaña pichanga que en las formas permite reconocer como democrático. Porque democrático, desde la perspectiva puramente liberal, quiere decir legal. Todo lo que es legal es democrático; todo lo que es legal es justo, y todo lo que es legal es según el orden político vigente. Ninguna de estas tres cosas es cierta y ese es el problema.

¿Cómo ves el panorama político internacional a nivel mundial pero sobre todo en Latinoamérica? Todo parece indicar que estamos entrando en una nueva etapa.

Acá lo que queda claro es lo siguiente: un sistema de dominación entra en crisis en el momento en que los que quedan afuera, y buena parte de los que están adentro, tienen condiciones invivibles. Chile es la expresión perfecta de entender el grado de la gobernabilidad hasta que la gobernabilidad salta por los aires. Las víctimas del orden político chileno tienen distintas categorías pero el secreto es que cuando la compacta mayoría es víctima del orden existente, creer que ese orden tiene viabilidad institucional es francamente un disparate analítico. Que en Bolivia haya volado ahora tiene un conjunto de explicaciones más coyunturales. El secreto de la voladura chilena es básicamente entender que el modelo de dominación para América Latina supone una calidad e intensidad tan importante de dolor y desesperanza que vuelve imposible que eso asuma la forma de un conteo electoral.

¿Considerás que es probable que estemos entrando a una etapa más de conjunto en América Latina de choques, de avances y retrocesos, guerras civiles?

Hay que entender que básicamente la idea de la institucionalidad como idea de la reflexión política es una idea vacua, es una idea que de ninguna manera se plantea los problemas que las sociedades latinoamericanas tienen que enfrentar y resolver. No se plantea problemas no solo de la distribución del ingreso, que en Chile llega a valores inenarrables de antagonismo. La idea de que en Chile puede haber una distribución más regresiva que la que propone la General Motors; en la General Motors en 1970 un operario ganaba 30 veces menos que un gerente, hoy gana 300 veces menos que un gerente. La idea que esto pueda conformar un orden nacional estabilizado es una imbecilidad que no resiste el menor análisis.

Manifiesto de la práctica escénica // Silvio Lang

Fuente: Caja Negra Editora

En este capítulo incluido en la antología El tiempo es lo único que tenemos (compilada por Bárbara Hang y Agustina Muñoz), Silvio Lang reflexiona acerca  de la potencia de la práctica escénica para imaginar y ejercer formas de vida que cuestionen y rompan con las estructuras restrictivas del capitalismo neoliberal.

I. 

Les artistas no hacemos obra. Inventamos prácticas. Siglos de explotación que fetichizaron y mercantilizaron nuestra actividad y alienaron nuestras subjetividades en los dispositivos de poder de la cultura y el mercado. La obra es secundaria a la actividad artística que hacemos. Lo que hacemos es inventar prácticas sensibles. Esas prácticas son modos de uso y protocolos de experimentación del espacio, del tiempo, de los órganos corporales, del movimiento, de la percepción. Como efecto de esos usos, nosotres artistas y los públicos o artistas no autopercibides componemos afectos y conceptos inéditos. La obra solo importa como archivo del futuro y como soporte material de la experiencia perceptiva del presente. Son aquellos conceptos y afectos que atraviesan los cuerpos y confeccionan los corpus de producción cultural que viajan por las sociedades y las épocas los que hacen consistir nuestra política existencial.  Cualquier práctica fabricada en la actividad artística es una práctica de mutación subjetiva y enganche social. Mutación y enganche tanto para la artista que transforma su propia forma de vida como para los públicos que son empujados a la invención y a un devenir artista. La relación entre artistas y públicos es un juego de reconocimiento y afectación al modo de los contratos de las prácticas eróticas BDMS (Claire Bishop).

La práctica artística es una potencia de atravesamiento que hace una puesta común de procedimientos y condiciones de sublevación y mutación de las formas de vida clasificadas y tuteladas. La práctica que implica una obra –nos gustaría hablar de investigaciones delirantes– es un movimiento de la tierra. La actividad artística des-hace, re-imagina y re-hace la tierra del conquistador. Es una práctica de “descolonización interior” (Silvia Rivera Cusicanqui) e invención de formas de vida. La disputa social es por las formas de vida. Entonces, devenir artista es una actividad de re-composición de la multiplicidad de universos que componen la tierra. Devenimos y asumimos la disputa por la composición de las formas de vida. Discutimos las tecnologías de nuestras vidas o modos de existencia. Inventar una práctica implica proveerse de los recursos para transformar y fabricar el estado material de una situación que nos implica. Por lo tanto, no hay unos iluminados que son artistas y hacen obras y otros incapacitados que no pueden. Más bien, hay unes que asumen la posibilidad de inventar prácticas y otres que están en el clóset o no tienen acceso o no tienen ganas. El pensamiento, que requiere la investigación de una situación que nos afecta y el método propio para conocer los elementos y conexiones que la componen, más la práctica que surge de ese proceso desatan una aventura intelectual subjetiva que cualquiera puede experimentar. Cada investigación experimental autónoma se engancha a determinados materiales y planos de composición que pueden transversalizar diferentes campos artísticos, así como desplazar ese mismo campo, interseccionarlo con otros campos de otras prácticas y crear sus propias alianzas aberrantes. Esos desplazamientos y alianzas componen materialidades y hacen consistir prácticas o formas de hacer nuevas. Las materialidades o el volverse cosa de las obras artísticas son “reificaciones” (Paolo Virno) de prácticas o cajas de resonancias para que se efectúe la imaginación de las conexiones de los movimientos de la tierra. Hablar menos de obras y más de prácticas. En ese punto el Capital tiembla. Porque el capitalismo nos paga por obra –una alucinación del fetiche de la mercancía y del salario del trabajo por hora–, pero no por nuestra invención de prácticas con las que diagrama su mundo cis-heteronormativo e inclusivo. El capitalismo explota y no para de conquistar nuestra libido que fabrica formas de vida a partir de los movimientos de la tierra. ¡Libidos de la tierra, sublévense! Por eso, decimos: “Salario de artista” (Hernán Borisonik) para todo aquel que se autoperciba como tal. Que el capitalismo no pueda pagarnos y se termine.

“La disputa social es por las formas de vida. Entonces, devenir artista es una actividad de re-composición de la multiplicidad de universos que componen la tierra. Devenimos y asumimos la disputa por la composición de las formas de vida. Discutimos las tecnologías de nuestras vidas o modos de existencia.”

II. 

¿Cómo nos relacionamos y cómo nos inscribimos en el campo de la práctica que hacemos y cómo ese campo se desborda haciéndola? La práctica escénica es un modo específico de producir bloques espacio-temporales, imágenes materiales, modos de percibir y conocer, por donde se hacen pasar afectos que son conceptos. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo participamos de esa potencia de materialización? ¿Cuáles son las prácticas performáticas que activamos en nosotrxs y compartimos públicamente? ¿Nuestra práctica es autónoma o está colonizada por las filiaciones y los tutelajes del campo donde activamos? ¿Estamos dispuestes a rajarnos de esas estructuras de obediencia? Si nuestra práctica escénica es un modo de re-materializar los movimientos de la tierra, es, a la vez, un modo de rehacernos a nosotres mismes. Las prácticas que inventamos, los afectos que hacemos pasar mediante ellas no nos dejan indemnes. Descolonizarse del campo donde nos movemos implica, a veces, cierta soledad para componer nuevas alianzas y afectos-conceptos que nos dejen respirar. Sin embargo, es a partir de esa soledad que nuestra vida se puebla de alianzas insurreccionales con amigues impensades y fuera de serie. Con esas alianzas insurreccionales e insurgencias afectivas colectivas se traman deseos comunes.

“Si nuestra práctica escénica es un modo de re-materializar los movimientos de la tierra, es, a la vez, un modo de rehacernos a nosotres mismes. Las prácticas que inventamos, los afectos que hacemos pasar mediante ellas no nos dejan indemnes. Descolonizarse del campo donde nos movemos implica, a veces, cierta soledad para componer nuevas alianzas y afectos-conceptos que nos dejen respirar.”

En la práctica escénica hay una figura aún replegada en el patriarcado que impide tejer alianzas y establece, en cambio, jerarquías: la figura del director o coreógrafo. Nosotres decimos: “directores somos todas”. Dirigir es producir una cantidad de relaciones, asociaciones, anudamientos de fuerzas o intensidades de pensamientos impensados materializándose. Se está más en una tormenta de tierra enloquecida que en el timón del sentido total. La dirección se mueve entre fuerzas y de esa manera compone deseos comunes. Deseos comunes no es tu deseo más el del otro más el mío. No es la suma de deseos. Es el deseo transindividual de lo indeterminado de nuestras libidos aliadas. Son inconscientes que se juntan. ¿Quiénes son nuestras aliadas? ¿Con qué inconscientes nos vamos a interseccionar y tramar una forma de vida? Son las preguntas de la dirección. Pero la dirección escénica no es una jefatura ni un tutelaje de personas. La dirección hace consistir la investigación experimental autónoma del proceso de creación. Y de esa dirección participan todes les que puedan poner en relación lo que se está pensando y sintiendo. La dirección es un plan de atención de las potencias y microacontecimientos que surgen en el proceso de creación. Si hay una directora (auto)percibida como tal por les otres, ya que el método de la igualdad de la dirección hace experimentar el devenir directora a cualquiera, esa directora es una tejedora estrábica. La mirada atravesando los mil focos de atención y n-bifurcaciones de la performance. Dirigir es una experiencia lisérgica de la multiplicidad. Conecto, hago pasar, mezclo y flasheo intensidades de las potencias de la trama de acontecimientos de la dirección grupal. Tejo con mi aguja lenguajera, que nombra el tiempo sensible, el diagrama de un deseo común. Es una función extraordinaria del rol de la directora no neutralizar los afectos o las fuerzas de una situación, sino reconocerlas, avivarlas y ponerlas en común. La directora hace un plan para tratar con la inconsistencia del proceso de mutación que implica toda práctica insumisa. Pero ese plan no es un programa político aunque el modo de estar lo sea, no es un guión aunque pueda haberlo, no es una declaración de principios aunque se acuerden condiciones y términos: es una caja de herramientas para desencadenar fuerzas, un cañamazo para unir potencias, un sismógrafo para escuchar afectos, un idiolecto para devenir juntes. Es un plan de consistencia para volvernos otres y múltiples. Una meseta que se abre para experimentar la multiplicidad del devenir. Un plan que hace consistir una mutación, una diferencia a la sumisión. Es, por lo tanto, un plan antifascista: descongela las fijaciones identitarias, deshace las impotencias y paranoias compulsivas para realizar complicidades transversales y mezclas insumisas. El plan de consistencia del proceso de creación es una lucha, una máquina de guerra sensible. La directora es su partisano en guerra civil, la bruja que no pudieron quemar, tu marica amiga tejiendo alianzas.

“Es una función extraordinaria del rol de la directora no neutralizar los afectos o las fuerzas de una situación, sino reconocerlas, avivarlas y ponerlas en común. La directora hace un plan para tratar con la inconsistencia del proceso de mutación que implica toda práctica insumisa.”

III.

¿Cómo se compone el plan de consistencia de esta máquina de guerra sensible? Comienza con una delimitación, un corte diagonal en el tiempo y el espacio de tu mente, un pespunteo de un trayecto que se te impone, el trazado de un círculo de pensamiento donde deseas sumergirte. Es el plano mental donde nos apoyamos y deslizamos para investigar una afección. Algo que queremos pensar y se resiste a ser pensado bajo los términos que ya tenemos. Algo que necesitamos pasar por el cuerpo para mutar. Donde hay una afección nace una investigación, es nuestra consigna faro. Es así como nos hacemos un cuerpo propio siendo otres. El plan de consistencia es un espacio mental proto-escénico. Es un plano de ensoñación de nuestra expresión o potencia singular. Desde allí componemos los procedimientos, los materiales, las condiciones, les aliades y los conceptos de nuestra potencia de actuar. En Deleuze y Guattari, son los planos de composición y de inmanencia. No es tanto el plan de la obra, sino desde el cual, entre otras cosas, la obra emerge. Es el plan de una investigación experimental autónoma. Una investigación delirante. Lo primero es un deseo de una mutación subjetiva. Un hartazgo de la vida que nos hacen vivir. Una protesta del modo de vida neoliberal. Les artistas somos inconscientes que protestan. No queremos más esta normalidad capitalista que nos impide vivir el tiempo singular. No encajamos, somos demasiado sucias, intensas, excesivas, inadaptadas al régimen de la obviedad del realismo heterosexual. El caos nos sienta bien. Nos gusta darnos nuestras propias afecciones. En medio del hartazgo de la vida normalizada, una afección o multiplicidad de fuerzas nos atraviesan. Fracasamos ante la autoridad una y otra vez, nos enfermamos de desamor dos por tres, sufrimos violencias varias, nos extasiamos con otros cuerpos, nos drogamos para experimentar, gozamos de más con una práctica, nos implicamos en una situación ajena, escuchamos una palabra que nos implica. De las gradaciones del blanco y negro de la vida heterosexual y machista normalizada, nos hacemos un plan afectivo y de pensamiento que excede las tristes condiciones que nos cercan. Son “movimientos aberrantes” (David Lapoujade) en las moléculas de nuestros cuerpos y nuestras mentes. Son las “líneas de fuga” (Guattari) de las situaciones irrespirables con las que confeccionamos el plan de una investigación vital, necesaria, impostergable, absoluta, monumental, pública.

“Les artistas somos inconscientes que protestan. No queremos más esta normalidad capitalista que nos impide vivir el tiempo singular. No encajamos, somos demasiado sucias, intensas, excesivas, inadaptadas al régimen de la obviedad del realismo heterosexual. El caos nos sienta bien. Nos gusta darnos nuestras propias afecciones.”

Algo nos pasa, no sabemos por qué nos afecta tanto. Qué pensar, qué hacer con eso. De una situación indecidible, una zona de investigación se abre. Ahora bien, esta afección en situación no es individual: las afecciones son fuerzas que vienen del diagrama social. Somos seres individuados por afecciones sociales. Lo que llamamos vida se dirime en un campo de fuerzas que Foucault llamó “poder”. Somos individuos sociales, somos multitud. Esa individuación social en nosotres es constante, dinámica y mutante: nos compone y nos descompone desde nuestras partículas más indetectables. El poder capitalista lo sabe. Que lo social se mueve moviéndonos por afecciones que desenvuelven afectos que, a su vez, componen deseos o potencias de actuar. El poder capitalista crea o adapta saberes y dispositivos que descodifican esas fuerzas que circulan y tejen lo social para ordenarlas a la verdad única del mercado mundial. ¿Copta? Sí. Pero no necesariamente personas, sino intensidades  de afectos y conceptos que pasan por las personas. El capitalismo no mata ni prohíbe nada salvo en caso de insubordinación persistente. Lo que el capitalismo hace es sacar rédito atenuando  y normalizando insurgencias afectivas. El capitalismo es un gran traductor-adaptador. Mientras que nuestra investigación experimental autónoma de lo que nos afecta se pregunta foucaultianamente: ¿cuáles son las afecciones que están actuando ahora?, ¿qué formas afectivas de vida toman?, ¿cuáles son los saberes-dispositivos que las están descodificando?, ¿cuáles son las resistencias a esos saberes- dispositivos? y ¿cómo producimos más resistencias? Como se ve, el tiempo interrogativo  de nuestra investigación es cartográfico y materialista: consulta con lo que pasa y con lo que le pasa a la materia que nos compone y nos mueve socialmente. Es una investigación en situación. Por eso, muchas veces trabaja con los enunciados del presente cargado de pasado. Sin una cartografía materialista de las fuerzas del presente cargado de pasado no es posible ninguna “descolonización interior” ni autonomía de la práctica de creación que asumimos. Seguiremos a control remoto, abonadas al inconsciente capitalista, sin tiempo, condenades a una vida de esclavas consentidas, de violencias y sometimientos varios.

“Sin una cartografía materialista de las fuerzas del presente cargado de pasado no es posible ninguna ‘descolonización interior’ ni autonomía de la práctica de creación que asumimos.”

IV.

Cualquier práctica insumisa instituye una pragmática con su método provisorio y situacional. Acá, el método es solo una estrategia intensiva para que una potencia exista. Para hacer de algo que tiene una intensidad menor una potencia pública, es necesario hacerse de un método provisorio en el campo de la pragmática que se nos va armando al investigar. Si no reconfiguramos el modo en el que hacemos las cosas, no cambia nada. Crear potencia implica poner en interrogación los modos de producción existentes. Crear potencias intensificadas es hacer esfera pública. La esfera pública existe cada vez por las potencias que la afectan. Las potencias insumisas crean relaciones que no existían aún, usan los recursos de una manera nueva. Y una creación escénica es posible a partir de esa intensidad menor que se resiste a ser pensada. A partir de una impotencia se produce potencia. ¿Cuál es nuestro lugar de lo impensado de nuestra impotencia? Ahí, en eso que nos afecta, en eso que nos hace gritar, en la rabia contra lo único, en cada hartazgo. Pero también en cada brote de dicha hay una posibilidad para pensar y crear. ¿Cómo hacemos lugar a ese grito? Nuestro lugar de enunciación singular. Desde donde nos manifestamos es un lugar a actualizar. Constantemente. Se nos escapa de nuestra voluntad y se nos impone. No es de nadie y es de todes les que participan ahí. ¿Cómo se construye esa trinchera de enunciación? ¿Desde qué sentires, qué corporalidades, qué privilegios, qué categorías? ¿Cómo hacer de ese lugar “un lugar del deseo”, como dice la amiga coreógrafa Paulina Mellado? ¿Cómo tejemos nuestro altarcito de invocación, nuestra tierra de manifestación, nuestro monumento de grito descolonizado y singular? ¿Cuáles son las preguntas que nos singularizan? Las preguntas-gritos, las preguntas-rabias, las preguntas-hartas, las preguntas-dicha.

“Crear potencia implica poner en interrogación los modos de producción existentes. Crear potencias intensificadas es hacer esfera pública. La esfera pública existe cada vez por las potencias que la afectan. Las potencias insumisas crean relaciones que no existían aún, usan los recursos de una manera nueva. Y una creación escénica es posible a partir de esa intensidad menor que se resiste a ser pensada. A partir de una impotencia se produce potencia.”

Inventemos, amigas, las preguntas que podamos habitar, las preguntas que nos singularicen, que singularicen las relaciones en las que estamos implicadas y participamos, que patenticen nuestros procesos de mutación, que precisen nuestros enfoques metodológicos. Experimentemos una serie de pruebas desconocidas que arriesguen un cuerpo, que hagan pasar intensidades impensadas. ¿Qué cuerpos están en riesgo en nuestras experimentaciones? ¿A qué riesgos estamos dispuestas a ingresar? Necesitamos inventarnos “una teoría lo suficientemente buena”, como dice nuestra  líder travesti-trans Marlene Wayar. Necesitamos una actitud o una ética escénica de inspiración travesti. Filtrar y transfugarnos de las relaciones de policiamiento en las que nos encontramos cada vez. Nuestra actualidad se dirime en el momento en el que podemos desplazar los límites de nuestro presente importado, en el que podemos desbordar el cerco de la legitimidad careta de la sociedad adaptada. Ahí se juega la posibilidad creadora de nuestra práctica. Crear lo por-venir siendo, el “pueblo que viene” (Deleuze y Guattari) desde las “mil mesetas” de la tierra. ¿Con quiénes hacemos pueblo? ¿Quiénes son les aliades de nuestra pueblada? ¿Quiénes son las partisanas amigas de la nueva política de la práctica de creación escénica? Amigas, ya no seremos genios artistas ni luminarias locas ni héroes del rock ni fenómenos de la danza ni heroínas del teatro ni freaks de show ni divas de ópera. Estamos siendo, estratégicamente, agitadoras históricas de afectos en lucha.

*La imagen principal de este posteo corresponde a la práctica “Entrenar la fiesta” de la Organización Grupal de Investigaciones Escénicas (ORGIE). Crédito: Nicolás Dodi + Julián Dubié. El resto de las imágenes son de la obra “Diarios del Odio”, dirigida por Silvio Lang y basada en el poemario de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny.

 

¿Y los quórums legislativos? Contra la falacia del argumento de la «hoja en blanco» y el «veto cruzado» // Héctor Testa Ferreira *

En una nota de La Tercera de anteayer domingo («Los dos tercios en la mira: las dudas sobre el alcance del quórum«), se plantea con mirada conservadora una cuestión que desde un comienzo apuntamos de manera lo más directa y profunda posible (Ver «La trampa de los dos tercios y la continuidad del poder de veto de las derechas y del régimen neoliberal«), y que hemos seguido abordando en respuesta a la opinión de algunas declaraciones de constitucionalistas y cientistas políticos que han salido a defender los términos del documento acordado y firmado entre el Gobierno y las dirigencias de algunos partidos políticos (Ver «La realidad no es una «hoja en blanco» ni la disputa Constituyente se parte en condiciones de igualdad«).

 

No es ocasión para repetir todos y cada uno de los argumentos y razones allí desarolladas. Pero atendido el silencio que han mantenido estos sectores ante las objeciones frente a sus posturas, aquí insistimos en ellas. Más, cuando, confirmando las aprehensiones antes formuladas, y que se les ha hecho llegar directamente a quienes han suscrito dichas declaraciones desde sectores progresistas (partiendo por los hoy referenciales abogados constitucionalistas Fernando Atria y Jaime Bassa), en la nota de La Tercera y otras similares posiciones públicas y privadas de los sectores de derechas, comienza a asomarse la estrategia jurídica y política que desplegarán con su enorme poder previo acumulado.

 

En la nota reseñada, se cita la opinión de Tomás Jordán, uno de los abogados constitucionalistas que encabezaron el proceso de redacción del proyecto de nueva Constitución presentado por Michelle Bachelet en marzo de 2018, que, como hemos sabido, quedó como iniciativa inconclusa: «Lo que no está claro es qué pasa si no hay acuerdo. Eso debiera tener un mecanismo de regulación de controversias». La nota continúa con la opinión reseñada, que podríamos llamar como la tesis Atria – Bassa: la idea de que el quórum de los dos tercios no es grave, atendida la combinación de la idea de «hoja en blanco» más el «veto cruzado» y la remisión a la legislación simple posterior. La nota de La Tercera continúa luego (citaremos completo este fragmento del texto):

 

«Pero entre los constitucionalistas cercanos a Chile Vamos se plantea que dicha mirada no refleja el espíritu de lo concordado. Y apuntan que, así como el detalle de resolución de conflictos no quedó explicitado en el texto, tampoco lo hizo el que la nueva Carta Magna parta desde una ‘hoja en blanco’, más allá de que todos lo reconocen (…) ‘La viabilidad de que este acuerdo produzca una nueva Constitución consiste primero en mantener el clima de los acuerdos para que puedan alcanzarse los dos tercios”, plantea Sergio Verdugo, profesor de la UDD (…) En tanto, José Francisco García, profesor de Derecho Constitucional de la UC y cercano a Evópoli, señala que ‘el acuerdo debe ser considerado tanto en su texto como su espíritu. Esto último no es otro que bajo el principio de buena fe de todas las partes’” [las negrillas son nuestras].

Y es que habría que ser muy ingenuo políticamente para no pensar en que los verdaderos batallones de abogados y demás «operadores jurídicos» de derechas no comenzaran de inmediato a delinear la estrategia jurídica – política que termine de cerrar aquello que ya prefigura el mal llamado «Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución»: el control de los poderes constituidos sobre el poder constituyente, el predominio de la legislación previa sobre el anhelo Refundacional mayoritario que ha impulsado esta histórica revuelta popular.

 

Por cierto, esa parte de los constitucionalistas y cientistas políticos progresistas que han salido a defender los términos de este con los argumentos de la «hoja en blanco» y el supuesto «veto cruzado» y la derivación de los temas que no consigan los 2/3 a legislación simple, aún no han contestado en lugar alguno lo que se les ha interpelado de vuelta: ¿Qué pasará con aquellos temas que sí o sí es esencial que estén en la Constitución? Y en específico: ¿Qué pasará cuando se debatan los quórums legislativos necesarios para reemplazar la legislación vigente y comenzar a crear la nueva?.

 

Desde aquí respondemos: Estaremos sujetos y condicionados por el poder de veto del 1/3+1, para regular aquellas materias básicas del funcionamiento de los poderes del Estado, incluyendo el muy crucial tema de los quórums legislativos. Intentar derivar esos temas a legislación de quórum simple es o bien una ingenuidad política infinita (déjennos reírnos si creen que la derecha permitirá pasivamente que algo así fuera posible), o bien una complicidad querida o no querida con el continuismo (pues la realidad no es una «hoja en blanco» y la continuidad juega con ventaja frene al cambio), además de una aberración lógica: Derivar la regulación de los quórums a una ley de quorum simple (!!!). ¿En serio que 244 constitucionalistas y cientistas políticos no han pensado en aquéllo, y/o no tienen respuesta ante esta interpelación?.

 

Esto no es sólo un debate académico ni meramente conceptual, nos estamos jugando muchísimas cosas en esa coyuntura, así que se les llama con ansias y mucha atención lo que proponen al respecto o cómo ven eso POLÍTICAMENTE, porque esto no es una clase de Derecho Constitucional o Ciencia Política, si no que algo infinitamente más importante: un momento histórico en que el Pueblo debe tener la mayor cantidad de elementos para conocer y evaluar la situación.

 

Desde acá así lo vemos: Lo que contiene el documento aquél derivará en bloqueo, entrampamiento (como en la Constituyente boliviana que tuvo los 2/3 como enorme obstáculo, ver «Los dos tercios en la Constituyente de Bolivia: Un argumento en contra del «Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución»«), o peor aún, control y dominio desatado de los sectores conservadores y neoliberales sobre el proceso.

 

Si aceptamos como «hecho consumado» los términos e itinerario de ese documento mal llamado «Acuerdo», el riesgo de una Constitución continuista y gatopardista es cosa latente y altamente probable. Para peor: Un Proceso Constituyente controlado por un Gobierno como el que tenemos enfrente. Y una «Nueva Constitución» con la firma del Presidente y Ministros de un Gobierno que pasó por encima de su propia Constitución y la leyes vigentes en un tema tan sensible como son los Estados de Excepción, que ha dado pasos decididos y descarados hacia una relativización ya desatada de lo que puede llamarse como «Estado de Derecho» y un camino hacia un híbrido con manifestaciones de Régimen de Facto permanente, y que viene violando grave, masiva y sistemáticamente Derechos Humanos de los más esenciales.

 

Seguimos y seguiremos esperando, con mucha atención y apertura mental, la respuesta de las y los constitucionalistas y cientistas políticos que, por ahora, no se han pronunciado frente a este argumento, que mucho más que una discrepancia académica o intelectual, hace parte de una disputa política y constituyente histórica y de altísimas consecuencias en la trayectoria y futuro de la nueva etapa histórica que se ha abierto en nuestro país.

Insistiremos: No a los dos tercios. No a esa supervigilancia de una «Comisión Técnica» con una designación totalmente favorable a las fuerzas de derechas y neoliberales. No a la exclusión de las y los compatriotas en el exterior, ni a las y los jóvenes adolescentes que han sido actor central en la historia reciente y presente de nuestro país. No a esa normativa de elección de la instancia Constituyente tan adversa a la vocación de cambio. No a un «Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución» que no dijo nada sobre la Paz. No a la aceptación como un «hecho consumado», de un Acuerdo suscrito a espaldas de las fuerzas movilizadas.

 

Sí a una Asamblea Constituyente Soberana y con capacidad para Refundar el país, que es lo que las mayorías anhelan, demandas y exijen. Sí a una Comisión de Verdad y Jusicia que dé garantías de imparcialidad y que vigile las investigaciones y aclare todo sobre las violaciones graves, masivas y sistemáticas a los Derechos Humanos durante este último mes. Sí a la Acusación Constitucional contra un Jefe de Gobierno que ha violado de manera grave a la Constitución y las leyes vigentes. Sí a una Nueva Constitución que marque un antes y un después en la historia del país y contenga todo lo que la pluralidad del pueblo quiera poner en ella, sin amarres de los poderes constituidos ni poderes de veto de los sectores privlegiados y dominantes.

Abogado. Investigador en temas de Nuestra América, Derecho Constitucional, y teoría política.

Lo esencial // Carlos Pérez Soto

No perder de vista lo esencial: la profundización del modelo neoliberal en Chile. No se trata de la privatización de las empresas estatales, no se trata del shock económico monetarista, no se trata de reprimir al movimiento sindical o de imponer trabas al desarrollo de la cultura. No se trata, por supuesto, de volver a imponer dictaduras militares. El asunto es llevar el modelo a todas sus consecuencias posibles, a todos los ámbitos de la vida pública, estatal, privada. Y se trata de hacerlo en democracia, en “paz”, con la complicidad pasiva o activa de los partidos políticos, con ritos electorales cada dos años, con permanentes operaciones de relaciones públicas que presentan como avances “sociales”, “democráticos”, lo que no es sino la esencia de todo: el modelo llevado a su extremo, el neoliberalismo como forma de vida. Y en Chile, por supuesto, que ha servido ya por más de cuarenta y cinco años como plataforma ejemplar, como escenario de todos los experimentos, de todos los ensayos, para mostrar al mundo que la extrema avidez capitalista puede perfectamente ser administrada en forma “pacífica” desde gobiernos social demócratas o, como suelen decir los canallas, de “centro izquierda”. Por supuesto, no van a privatizar el Metro. Ni siquiera van a “inyectar” capitales privados. De lo que se trata es de atiborrarlo de pasajeros, obtener ganancias y con ese excedente subvencionar al sistema de transporte privado. Se trata de endeudar al Metro en la banca trasnacional, para obtener “ahorro externo” y poder crear nuevas líneas y de paso, por cierto, pagar los correspondientes intereses, eternamente “mal negociados”, y con eso transferir recursos de una empresa estatal, nacional, productiva, a bancos trasnacionales, privados, especuladores e improductivos. Y si el pasaje es muy alto, si la gente desata su ira contra la carestía del transporte, simplemente se “inyectan recursos”, desde luego estatales, para bajar los pasajes sin tocar nada del esquema anterior, para obtener el mismo resultado de fondo: desviar recursos públicos a bolsillos privados. Y, más aun, revistiendo esta confirmación de la política que nos ha llevado hasta aquí como “agenda social”, proclamando a todos los vientos “hemos escuchado el clamor de la gente”, pactando en torno a un gran “acuerdo nacional” (bajar la tarifa estudiantil, bajar los pasajes a la tercera edad) habiendo, de paso, reforzado el mecanismo neoliberal tanto en el plano económico como en su proyección política.

Las escuelas y los liceos municipales no han sido privatizados, ni lo serán. Lo que se ha hecho es no fiscalizar a los alcaldes que gastan impunemente los fondos educacionales en otros servicios que les parecen más urgentes y postergan a los colegios. Con esto, y con la falta de fiscalización sobre el lucro que los sostenedores educacionales obtienen a pesar de una ley que los limita, los colegios privados subvencionados por el Estado crecen, invierten en infraestructura, atraen a los estudiantes con regalías baratas, y los padres sacan a sus hijos de las escuelas públicas para ponerlos en estas empresas que parecen más seguras, más competitivas, más “tranquilas”. Las escuelas municipales se van vaciando.

Los alcaldes se ven obligados a juntar alumnos de varias escuelas, y aprovechan de hacer negocios inmobiliarios con los locales vacíos. Pero la gente reclama. Muchos insisten en que los colegios del Estado no deben cerrar. La reelección del alcalde oportunista corre peligro. Pero entonces surge la “solución”: recoger la antigua demanda, irracional pero efectista, de “devolver los colegios municipales a la administración directa del Estado”. Una política que se levantó hace cuarenta años en contra de la municipalización de la educación impulsada por el gobierno de Pinochet. Desde un gobierno supuestamente de “centro izquierda” se lleva el asunto al parlamento. De pronto hasta la misma derecha, que había creado la municipalización, están de acuerdo en des municipalizar. La mala izquierda cree que ha ganado una batalla. Se presenta el asunto como una conquista. Nuevamente, como una “política social que desmantela el plan educacional de la dictadura”. Pero lo que se ha hecho no es sino liberar a los alcaldes, sometidos a presiones electorales, de la responsabilidad política de cerrar las escuelas, trasladando ese peso a entes regionales, donde burócratas anónimos podrán cerrarlos de todas maneras sin costo político alguno. La solución profundiza la absoluta preferencia del Estado en favor de la educación privada, los políticos se salvan de asumir el peso. Y el Estado, una vez más, “inyectará recursos” para que esa “racionalización” del número de escuelas a cargo del Estado se pueda llevar adelante.

Nadie va a privatizar las universidades estatales. Lo que se ha hecho es convertirlas en centros de pequeños negocios académicos y de consultorías, administrados de manera privada, bajo el amparo institucional, por una elite de profesores de jornada completa, que obtienen salarios extra y ganancias a costa de las instalaciones y de la marca institucional. Una elite académica que no mueve ni un dedo para evitar la progresiva externalización de los servicios (aseo, casinos, salas cuna, centros culturales), que resultan una nueva fuente de buenos negocios relacionados para las autoridades universitarias de turno.

Una elite que no se ha interesado en absoluto en revertir la externalización de la propia función docente, que va quedando en manos de académicos contratados a honorarios, por jornadas parciales, sin estabilidad laboral, sin beneficios sociales, sin más opción de hacer una carrera académica que la de integrarse a los equipos al servicio de los académicos con más poder.

Por supuesto se asegurará el acceso a la educación superior de todos. Se hará, independientemente de si hay un mercado laboral suficiente o rentable para los futuros profesionales. Se hará porque la educación superior es una inversión privada, de sujetos económicos individuales, a los que el Estado está interesado en promover a través de créditos blandos que benefician sobre todo a las universidades privadas. Se hará porque el estudiantado universitario es una clientela política delicada, y porque de esa manera se confirma y profundiza la transferencia de fondos estatales a la educación privada. Se hará porque a pesar de todas las normas que prohíben el lucro nadie duda de que las universidades privadas son un excelente negocio, financiado sobre todo a costa del Estado, que tendrá que asumir los costos de esta transferencia más adelante solicitando “apoyo” a la banca trasnacional para equilibrar una deuda monstruosa, impagable, que ya se eleva por sobre los ocho mil millones de dólares. Y, nuevamente, la mala izquierda cree que con la “gratuidad de la educación” ha ganado una batalla, ha logrado implementar una “política social”. Una vez más los arbustos del populismo electoralista logran tapar el frondoso bosque de la profundización neoliberal.

Se aumentará el salario mínimo, se establecerá una proporción entre el salario mínimo y las pensiones mínimas, se reducirá la jornada laboral y nuevamente el reverso será un gasto enorme a costa del Estado. Las AFP no disminuirán ni un peso sus ganancias. Los fondos de los trabajadores aumentarán, y las AFP seguirán lanzándolos a la lotería de la especulación financiera internacional. La jornada de cuarenta horas se diluirá en jornadas parciales no fiscalizadas, al borde de la legalidad, porque los trabajadores se verán obligados a completar su salario con trabajos extra, más precarios que los que ya tienen.

Nadie va a privatizar los hospitales públicos, simplemente se llevarán a licitación absolutamente todos sus servicios, incluyendo los mismos servicios médicos. Las empresas privadas de salud podrán atender en la infraestructura pública, con insumos públicos, abaratando sus costos, cobrando por las prestaciones médicas más de su costo real porque los encargados de negociar las licitaciones curiosamente siempre “calculan mal”. El Estado puede financiar los fármacos más solicitados por una población enferma debido al mismo sistema neoliberal. Pagará a las farmacéuticas privadas lo que no invierte en salud preventiva y primaria. Pagará por parchar los males que produce una política de salud pública irracional porque eso permitirá a la vez realizar el lucro privado y, una vez más, presentar la complicidad con el capital privado como “política social”.

Hay que ir a lo esencial. Poco a poco los chilenos vamos aprendiendo en qué consiste la profundización del disciplinamiento neoliberal de la vida. Poco a poco y, sin embargo, más rápido que las malas izquierdas. Con más agudeza y perspicacia que los analistas que hacen política desde la universidad.

Con más ira que conciencia, con más realismo que ilusiones: hemos ido perdiendo todo. Nos deben treinta años. Nos deben nuestras vidas completas, cooptadas, administradas, sobre explotadas, por la avidez del capitalismo salvaje revestido convenientemente de “políticas sociales”.

Lo esencial. No se trata de rebajar el pasaje del Metro, se trata de terminar con la subvención que el Metro da, de hecho, al sistema de transporte privado. No se trata de “más fiscalización” al transporte privado. Se trata de terminar con el sistema de concesiones a privados e instalar, con esas mismas subvenciones, un sistema de transporte público. No se trata de des municipalizar las escuelas y liceos. Lo que hay que hacer es terminar con el sistema de subvenciones educacionales a privados. Progresivamente, con todo el plazo que quieran. Pero terminar con la raíz del sistema. Se trata de que el Estado asuma la responsabilidad de construir un sistema que cubra el 100% de la demanda educacional. Un sistema fuertemente descentralizado, financiado por proyectos, no por matrícula, administrado desde los municipios y las comunidades escolares.

Se trata de iniciar una profunda reforma universitaria, que se extienda a todos los organismos del Estado, que prohíba el lucro privado disfrazado de autonomía. Se trata de financiar a las universidades del Estado basalmente. De eliminar los sistemas de sueldo fijados de manera “autónoma” por decanos, directores de empresas estatales, funcionarios de alto rango, parlamentarios, y establecer una escala única de salarios en toda la administración estatal. De salarios dignos, de relaciones contractuales estables, de jerarquización adecuada a la función social. Una administración descentralizada en su gestión, pero férreamente única en su financiamiento y en sus escalas salariales. Se trata de terminar con todas las formas de administración neoliberal en los organismos estatales: los fondos concursables, los trabajos a honorarios, la externalización a privados, los “bonos de productividad”. Se trata del neoliberalismo profundo, no del cuento populista que apela a los fantasmas del pinochetismo para justificar las canalladas actuales.

Hay que ir a lo esencial. Hay que crear un sistema de pensiones solidario, con respaldo estatal, y dar libertad a los trabajadores para cambiar sus fondos desde las AFP a un fondo común, que les garantice pensiones dignas, y que sirva a su vez, como palanca de desarrollo para el país. Para que no se diga nunca más que carecemos de recursos para invertir en el cobre o en el litio. Para que no se diga que no hay recursos para proteger el medio ambiente. Para que esa parte de la riqueza creada por todos se ocupe en crear bienestar para todos.

Lo esencial. No basta con subirle los impuestos a los ricos. Lo que hay que hacer es terminar con los mecanismos de elusión tributaria, con los perdonazos del Servicio de Impuestos Internos, con la evasión de capitales a paraísos fiscales, con el apoyo estatal a la banca cada vez que tienen problemas. Hay que crear una legislación que prohíba al Estado apoyar, respaldar, fomentar el lucro de la banca privada. La fuerza social que se expresa hoy en ira desatada no puede conducirnos una vez más a la política de “grandes consensos” en que los únicos que ganan son los grandes. Es la hora de los pequeños, de los más, de los que construyen toda la riqueza con su trabajo y sus vidas. Es la hora de pensar en grande y mirar más allá del modelo. Es hora de revertir la vergüenza de haber sido por décadas el país modelo que contribuyó con su apariencia de crecimiento y tranquilidad a implementar estas políticas salvajes en todo el planeta. Es hora de revertir la vergüenza de haber tolerado como “agenda social” los innumerables modos en que la administración política durante estos últimos treinta años ha profundizado el neoliberalismo arrogándose de manera escandalosa el haberle dado un “rostro humano”.

Lo esencial es la fuerza social, nuestro derecho a expresar nuestra indignación en las calles, nuestro derecho a tener una izquierda a la altura de los desafíos, a la altura de la ira, a la altura de la historia. Nuestro derecho a recuperar las vidas que nos han arrebatado en lo que ellos llaman paz. Es así: llaman paz a su violencia, llaman violencia a nuestra esperanza. Tenemos derecho a esta violencia. Un derecho que hemos ganado a costa de nuestras propias vidas.

Carlos Pérez Soto
Santiago de Chile
24 de octubre de 2019

Fuente: Lemonde diplomatique CL

Manifiesto para una cuarta revuelta // Lila María Feldman*

Un paso importante para la teoría psicoanalítica fue poder separar «persona» de «función». Siempre y cuando estemos dispuestes a pensar qué queremos decir con función «materna» y «paterna». Lo hereronormativo y prejuicioso del psicoanálisis, y de la cultura en general, merece ser revisado. Una y mil veces.
Y yo veo que se filtra aún en los pensamientos más cuestionadores y revolucionarios.
No será tiempo de extraer el prejuicio violento que sigue vinculando las tan variables posiciones subjetivas y los modos de ejercer la crianza y el cuidado a determinados géneros? Tal vez sea ya tiempo de que caiga «lo materno»» y «lo paterno»,
En sí mismo denominar lo que referimos a determinadas funciones con las palabras materno y paterno, es prejuicio. Y aún cuando parece que cuestionamos, atrasamos.

Los Feminismos y sus revueltas antipatriarcales y antiheteronormativas tienen la capacidad de permitirnos desligar prejuicios de teorías. Los Feminismos nos permiten reescribirlas, reformular nuestra manera de pensar la constitución de las subjetividades y los modos de armar familias. En ese sentido han sido y siguen siendo cruciales para formular políticas públicas en general, y en particular políticas de Salud Mental desde una perspectiva de Derechos.

El lenguaje es también, y sobretodo, campo de  conquistas, disputas y batallas. Cuando las nuevas experiencias y prácticas transforman palabras preexistentes, vaciando de sentido, o haciendo que la significación mute, o bien creando palabras nuevas, especialmente si en esa transformación se amplían Derechos y libertades, ampliando el mundo de lo posible, entonces hay verdadera revuelta en el lenguaje. Los neologismos (sororidad, pansexual, heteroflexible, voluntad procreacional, machirulo, por nombrar algunos, o incluso el lenguaje inclusivo en su conjunto), fruto del genio de la lengua, que el campo histórico social funda, acuden a ese lugar donde hay una necesidad o una carencia, dice Laplanche. Yo agrego: a veces permiten visibilizar una opresión. Los neologismos son trampas al sentido común, o a los sentidos preexistentes, están destinados a parecer bizarros y ser criticados, porque precisamente, citando a Hegel, podemos decir que si la realidad es inconcebible debemos forjar conceptos inconcebibles (muchos de los cuales acompañan nuevos modos de concebir, dicho sea de paso). Los nuevos modos de concebir y criar reclaman al lenguaje ampliarse, conmoverse, transformarse.

Una teorización fecunda dentro del campo psicoanalítico será la que pueda pensar y repensar –a la altura de la época- más allá de las teorías sexuales infantiles y la novela familiar psicoanalítica, novela fuertemente patriarcal  y heteronormativa que supo concebir un desarrollo “normal” ligado a una cierta estructura familiar.

La vigencia del complejo de Edipo, una vez que podemos incluso cuestionar las lecturas psicoanalíticas que han sido y a veces siguen siendo heteronormativas, y que supieron fijar alguna vez  la «normalidad neurótica» a la familia donde la parentalidad se sostiene en una pareja heterosexual, reside más que nada, para mí, en poder situar la estructuración psíquica en relación a un mapa de deseos, conflictos, prohibiciones, ideales e identificaciones. Y en la vigencia de la ley de la prohibición del incesto, una de cuyas formas es y será, a lo largo de toda la vida, el respeto absoluto por la intimidad propia y ajena, en su importancia, en la constitución psíquica. El reconocimiento de las asimetrías entre adultes y niñes, y en lo inalienable del espacio corporal y psíquico de les niñes.

Que lo materno y paterno halle neologismos que sepan decir mejor, para que el estereotipo no permanezca como circuito naturalizado de reproducción. En eso estoy, en eso estamos.


*Psicoanalista y escritora. Este texto se basa en la clase que di para el curso Diversidades Familiares en el campus virtual de Cien por ciento Diversidad y Derechos. Pero además retoma lo que vengo trabajando en «La lengua revuelta», «El cuerpo revuelto» y «La revuelta en la cultura», todos ellos publicados en Lobo Suelto).

 

Entre neoliberalismo hardcore y populismos de centroizquierda // Entrevista a Diego Sztulwark

Diego Sztulwark publica La ofensiva sensible (Caja Negra). Un análisis riguroso de la coyuntura política latinoamericana. América Latina se columpia entre el neoliberalismo hardcore y los populismos de centroizquierda, entre la intensificación del totalitarismo y la revuelta popular. El golpe en Bolivia, al que condena abiertamente, es una de las nuevas heridas de un continente en el que no ha dejado de atacarse la construcción popular.

Abril de 1993. Con el apoyo conspicuo de la legislatura, el gobierno de Carlos Menem sanciona la Ley Federal de Educación. Su letra lleva inscripta el ADN del Consenso de Washington. Bajo la premisa de descentralización y federalismo, el Estado nacional desfinancia el sistema educativo y transfiere la responsabilidad a las provincias. Una masiva movilización inicia una década de lucha docente. Diego Sztulwark tenía veintidós años cuando integró el cuerpo de delegados de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA que se sumó al frente compuesto por maestros y sindicatos. La transducción de esta experiencia sería El Mate. Una agrupación de izquierda popular que no solo se movilizó, sino que se constituyó en un espacio de estudio de “la historia argentina y latinoamericana”. Una usina de discusión de cómo retomar la “tradición revolucionaria latinoamericana y crear una izquierda nueva. Una izquierda popular no dogmática, abstracta o teoricista”.

Abril de 1997. Junto a varios estudiantes de Sociales, Sztulwark participa de la “Cátedra Libre Ernesto Che Guevara” con el apoyo de Luis Mattini, Rubén Dri y Manuel Gaggero entre muchxs otrxs. La asignatura fue más allá de la vindicación de la figura de Ernesto Guevara, significó una oportunidad para restituir la historia de la insurgencia latinoamericana en el interior de la academia. “La experiencia política de aquello que se llamó guevarismo o marxismo latinoamericano o nueva izquierda latinoamericana -y el Che es el mejor emergente de esa tradición- no tenía lugar en el discurso universitario”, declaró al diario La Nación un joven Sztulwark. Luego la experiencia se multiplicó en diferentes ciudades. 

Octubre de 2000. Por los pasillos de Marcelo T. circula un pequeño cuadernillo, impreso en papel obra y cuidado diseño. En la tapa, una impresión puntillista en blanco y negro, cuatro policías antidisturbios separan al lector de una marcha de H.I.J.O.S. En rojo sangre se lee la palabra Situaciones. La revista –que salió hasta mediados de los años dos mil– fue la expresión gráfica del Colectivo Situaciones, una experiencia de “investigación militante”. Encaramada en la tradición de investigación-acción latinoamericana, el trabajo del Colectivo Situaciones consistió en conformar un pequeño grupo de activistas  “que trabaja en y con los movimientos sociales más radicales tratando de entender que se elabora ahí –en la práctica– como teoría de un contrapoder”. Esa experiencia convergió “con la aparición de HIJOS, con el MOCASE, con el MTD Solano y la Comunidad Educativa Creciendo Juntos”. 

Octubre de 2019. Diego Sztulwark publica La ofensiva sensible (Caja Negra). Un análisis riguroso de la coyuntura política latinoamericana. Una región que se columpia entre el neoliberalismo hardcore y los populismos de centroizquierda, entre la intensificación del totalitarismo y la revuelta popular. En sus páginas circulan algunas pistas para pensar el regreso del neoliberalismo programático a la región, y las revueltas en las calles de Chile y Ecuador. Sztulwark lee estos acontecimientos a partir de “ligar la militancia con la teorización”, de vincular una corporalidad sensible con un “mundo de lecturas no académicas”. Una metodología que le permite visibilizar la operatoria del neoliberalismo como productor de subjetividades. Frente a este funcionamiento, Sztulwark propone un abordaje micropolítico. Observar las formas de vida ligadas a determinado orden político y remitirlas a una “trama sensible de consumos, lazos sociales, usos del tiempo, modos de habitar los territorios o de concebir la amistad”.

«Esta oposición de la vida al capital, de la pluralidad de los modos de vida al autoritarismo de mercado, no funciona porque el neoliberalismo se convirtió en un creador de modos de vida. En un promotor y capturador de modos de vida».

En La ofensiva sensible contrapones modos de vida y formas de vida. ¿Cuál es el objeto de esta distinción?

Hasta cierto momento se podía pensar que la manera de salir del neoliberalismo era hacer hincapié en la pluralidad de modos de vida. Pero esta oposición de la vida al capital, de la pluralidad de los modos de vida al autoritarismo de mercado, no funciona porque el neoliberalismo se convirtió en un creador de modos de vida. En un promotor y capturador de modos de vida. Es más interesante establecer una diferencia entre modo de vida –aquello que crea el capitalismo contemporáneo– y una categoría que permita retomar experiencias de lucha, experiencias de quienes sentimos que no cuajan en los modos de vida que el capitalismo organiza. Se me ocurrió –retomando la tradición filosófica– la idea de forma de vida. Puede sonar un poco arbitraria la distinción. Por lo pronto, se me ocurre un criterio –que es el que pongo en el libro– que se expresa así: modo de vida es lo que el mundo empresarial organiza para vender sus mercancías. Entonces para el mundo empresarial es muy importante poder anticiparse al deseo de la gente, responder al deseo de la gente, gobernar y modular el deseo. Sin esto el mundo empresarial no puede vender mercancías, realizarse como capital ni garantizar sus ganancias. En cambio, llamo forma de vida a todo aquello que les sucede a los vivos cuando no cuajan con esta dinámica. Sea porque nuestro nivel de vulnerabilidad es muy alto, porque nuestro nivel de resentimiento es muy alto, porque nuestra baja productividad es muy alta, o porque nuestro espíritu de rebelión es alto. Me parece que, en los últimos 20 años, en América latina está muy claro –del lado de los feminismos populares, de los movimientos indígenas, de los pibes y pibas que luchan contra la represión, la gente que no acepta que la naturaleza sea una mera mercancía para liquidar y exportar– que tenemos un montón de experiencias que no cuajan a nivel sensible con la obligación de desarrollar la vida al interior de los dispositivos de mercado. Entonces la vida social se llena de síntomas, de gente que dice no. Un intento de buscar otra verdad que no sea la explicación del mercado. A la idea de que no sabemos vivir –de que tenemos malestares, de que no cuajamos, de que no somos perfectos, de que no somos productivos, de que no somos adaptables, de que no somos presentables, de que no hacemos lo que el capitalismo nos dice que tenemos que hacer– se la puede concebir como una serie de síntomas. Y llamo a esta idea plebeyismo cuando el síntoma se convierte en una irrupción colectiva. Me parece que nuestra historia se explica mucho cuando se la ve desde abajo, a partir de lo sintomático o lo plebeyo. Y me parece que aquellos que tienen que erigir su forma de vida tiene que conquistar una verdad propia. Entonces tienen que pensar cómo hacer con sus afectos, con sus tristezas y alianzas. Pensar con cuál lenguaje vivir, con qué amistades. ¿Cómo hacer para desafiar el orden? Creo que aquí hay una fuente de politización que permite identificar forma de vida y lucha de clases.

¿En qué sentido fracasan las perspectivas pedagógicas, pienso en Álvaro García Linera, para evitar que el campo popular se subjetive de forma neoliberal?

No es posible hablar de Bolivia sin repudiar el carácter reaccionario y racista del golpe de Estado en curso. Cuando escribía el libro no imaginaba un desenlace trágico del proceso de cambio.  Pero lo cierto es que Álvaro García Linera fue quien mejor explicó que cuando los gobiernos progresistas incorporan al consumo económico a los sectores populares –que vienen de una larga historia de exclusión– las personas se subjetivan políticamente de modo neoliberal. Linera identifica el problema, pero saca una conclusión que debemos pensar. Si uno se da cuenta que la manera de consumir produce como efecto una actitud más neoliberal, ¿la conclusión puede ser que debemos explicarles muchas cosas a las personas? Las personas no son solamente sujetos de conciencia que reciben explicaciones. También son personas que al consumir incorporan una cierta idea del mundo. Entonces la conclusión que debemos sacar es más radical: el consumo subjetiva. El modo de consumir crea modos de vida. Y si el modo de consumir genera modos de vida, debemos politizar el consumo. Pensar el consumo en el sentido de desactivar la producción de modo de vida. Lo que pasa es que implicaría admitir que por detrás de un gobierno progresista hay –o no– un contrapoder colectivo que desafía la imagen de felicidad que el neoliberalismo vende. Yo pienso que ahí los gobiernos y filosofías populistas se quedan cortos. Se conforman con ser una variante débil del neoliberalismo. Asimismo, los movimientos sociales tienen mucho para decir. En Argentina el discurso de inclusión no lee que aquellos que llama excluidos son los protagonistas de la crisis del neoliberalismo de 2001. Es decir, el neoliberalismo en Argentina no es derrotado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Kirchner llega al gobierno en un momento en que los movimientos sociales derrotan al neoliberalismo, voltean cinco gobiernos y ponen una cláusula de prohibición para el lenguaje neoliberal y la salida represiva. Si leemos de manera correcta la secuencia, llamar excluido a una persona que durante años desarrolló estrategias de contrapoder colectivas, y logró voltear al neoliberalismo, es desposeerlo de saberes y estrategias. ¡Bienvenida la inclusión social! ¡Bienvenida la reparación social! ¡Bienvenida la ampliación de derechos! Pero al mismo tiempo, tenemos que aprender que estos movimientos de lucha tienen que estar en el centro. Son movimientos con saberes, estrategias y un contenido antineoliberal muy marcado. Hay mucho que aprender de esos movimientos. La idea de inclusión fue el límite de los gobiernos progresistas. No porque la inclusión en sí misma sea negativa, sino en el sentido de una teoría política restringida que no abre el juego de toma de decisiones a aquellos que protagonizan la lucha en la calle. En su lugar hay una incorporación de esa energía colectiva al mercado. Ahora bien, cuando se incorpora a los movimientos sociales que están en lucha a las categorías de la economía política, al mercado, al consumo, está también la posibilidad de politizar el consumo. Esto significa que cuando se incorpora un montón de personas históricamente excluidas del consumo popular, se puede aprovechar esta potencia nueva que ahora ingresa al mercado para discutir quien produce. ¿Quién se queda con esa ganancia? ¿Qué alianzas territoriales, qué imágenes de felicidad, que estrategias populares pueden alterar una práctica de consumo? No volver dócil el consumo y decirle a la gente que vendemos más autos. Porque cuando el eje de la inclusión solo es cuantitativo no se cuestiona el carácter subjetivador del mismo. En el libro propongo que las tradiciones autonomistas y populistas tenemos esta discusión por delante. Tendríamos que poder enfrentar qué pasa cuando tenemos ciertos recursos del Estado y al mismo tiempo que existen ciertas prácticas colectivas ¿es posible abrir un espacio de investigación sobre el consumo? ¿Podemos abordar el problema del modo de vida? Porque si no es un límite político muy fuerte y quedamos condenados a variantes compensatorias del neoliberalismo en crisis.

«La idea de inclusión fue el límite de los gobiernos progresistas. No porque la inclusión en sí misma sea negativa, sino en el sentido de una teoría política restringida que no abre el juego de toma de decisiones a aquellos que protagonizan la lucha en la calle».

¿Cuándo el neoliberalismo programático llega a un punto límite su comportamiento muta hacia el fascismo?

Exactamente. Hay una vieja trampa, cuando el neoliberalismo entra en crisis aparece una derecha fascista, nacionalista, conservadora, que ataca al neoliberalismo y se presenta como su alternativa. Esto es falso. Lo que vemos es una fascistización interna del neoliberalismo, que pierde sus equilibrios. En ese momento se acaba la cara coaching, la cara amable de ayudar a vivir, de crear modo de vida, y emerge el odio al síntoma. Matar al negro, a las mujeres, a los extranjeros. Entonces evitar la salida fascista es lo primero. Destruir el polo neoliberal-fascista es lo primero. Escribí La ofensiva sensible inmediatamente después de escribir Vida de perro –un libro de conversaciones con Horacio Verbitsky– donde analizamos el período que va de 1955 a la presidencia de Mauricio Macri. En este texto, en el cual una persona tan importante para el kirchnerismo como Horacio, y yo, que no soy kirchnerista, pudimos coincidir en la necesidad de abrir un espacio de conversación entre la izquierda autónoma y el populismo de izquierda. Reconocer que ninguna teoría política de aquellos que militamos salió del todo bien, y que tenemos una serie de problemas sin resolver. Ahora bien, ¿debemos apostar a Alberto Fernández y su gobierno porque ofrece alguna garantía? No creo que ni Alberto Fernández piense eso. En todo caso, lo que hay es una coyuntura política que destruye de manera sistemática conquistas. Me parece que aquello que viene tiene menos que ver con Alberto Fernández y el Frente de Todos, y más con la posibilidad del movimiento popular –trabajadores precarios, feminismo popular, movimientos de derechos humanos– de construir una perspectiva propia dentro y fuera de este frente.

Un punto nodal que plantea el libro es la necesidad de revitalizar el pensamiento crítico. ¿Cómo lograrlo cuando el flujo informacional es más rápido que la capacidad crítica?

Lo primero que debemos hacer es leer a gente como Franco Berardi, porque lo peor que se puede hacer frente a esta situación es no entenderla, enojarse con la realidad, o volverse nostálgico. Lo mejor que podemos hacer es retomar la tradición crítica que brinda algunas herramientas para poder pensar. Lo que estamos viendo es un salto de la capacidad de la fuerza colectiva por crear nuevas formas de comunicación, nuevas formas de percepción, nuevas formas de coordinación de riquezas y cooperación internacional. Lo que pasa es que todo eso lo vemos tal como el capital lo domina, lo vuelve negocio y lo imagina. Aquí es pertinente retomar la tradición obrerista italiana –a la que pertenecen Berardi, Negri, Virno, Lazzaratto– para abordar esta realidad a partir de la lucha de clases. Es decir, cómo hacemos para liberar las potencias del conocimiento, y la capacidad de producir en velocidad, del mando corporativo. Que lo único que hace es utilizar la potencia en sentidos estereotipadores, estandarizadores de modos de vida. Pensemos en los acontecimientos de los últimos días. ¿Qué pasa del otro lado de la Cordillera? Sino fuera por el uso del WhatsApp viviríamos bajo la mentira del gobierno de Chile. Cuando ves lo que pasa en los medios argentinos y chilenos es una vergüenza. En WhatsApp circula una cantidad de material espectacular, en vivo y en directo. Nos enteramos de lo que acontece en Chile minuto a minuto. Es cierto que pueden bajarse las aplicaciones, pueden cerrar, fallar. Se puede objetar que aquellos que manejan estos dispositivos están al servicio de (la institucionalidad del poder). Pero ahí hay una disputa. En este punto, lo que me parece interesante de planteo de Berardi es que –para determinar cuándo las tecnologías se juegan en un terreno u otro– hay un campo de verificación que es la sensibilidad. Si ocurre que nuestra comprensión se reduce a lo que está previamente codificado, compatibilizado de antemano. O si somos capaces de abrir toda esa zona de la comunicación a la ironía, a la opacidad, a la sensualidad, a lo no dicho, a la imaginación. Es muy importante el hecho que Rita Segato –la intelectual feminista que trabaja lo comunitario-popular con una solvencia increíble– también ponga la sensibilidad como un verificador. Extraigo de ahí la tesis de que el terrorismo de estado y el neoliberalismo son formas de desensibilización del campo social. Y que las prácticas populares, militantes, democráticas –del movimiento de derechos humanos al movimiento piquetero y el feminismo popular– son prácticas de resensibilización, crean lenguaje, crean relación con la historia y con el pasado, permiten ver desde abajo el mapa de la producción, y prefiguran otra forma de armar liderazgos y toma de decisión colectiva. Enseñan a ponerle límites al poder. Aquí quisiera ser muy claro. La lucha de clases contemporánea consiste en poner límites. En el momento en que se pone un límite se abre una zona nueva de investigación, de imaginación y de experimentación. Chile hoy. Ecuador hoy. El no a Macri. El 2001. El ‘Ya Basta’ zapatista. León Rozitchner dice ‘cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa’. Solo podemos abrir zonas nuevas de pensamiento crítico al calor de la capacidad de lucha de ponerle límites a la ofensiva neoliberal.

Fuente: http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2019/11/19/diego-sztulwark/

 
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LA POTENCIA FEMINISTA // Entrevista a Verónica Gago por Roxana Sandá

En su último libro, La potencia feminista –Tinta Limón-, la politóloga Verónica Gago enhebra teóricamente los hilos de sentido que fueron tejiéndose en las acciones colectivas, asamblearias y callejeras de los últimos años. ¿Una huelga internacional llamada desde los feminismos? ¿Responder a la crueldad femicida con acciones que parecían exclusivas del ámbito sindical? ¿Definir otra vez de qué se trata la violencia machista y cuál es su engranaje con las violencias financieras y económicas? Preguntas que dan cuenta de lo que son capaces los movimientos feministas que cruzan fronteras, se enfrentan al neoliberalismo; conectan conflictos y resistencias. En días en que la región arde y los tanques militares volvieron a circular por las calles de territorios hermanos reprimiendo con especial saña a las mujeres, resulta necesario ponerle palabras a esa potencia que se despliega siempre con otras y otres.

Una rabia de siglos envuelve el territorio latinoamericano y truena con amargura. El movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis se levanta contra la cacería feroz del golpe de Estado en Bolivia y le hace frente al aparato represivo que se derrama sobre Chile. Son miles de cuerpos encendiendo fuegos de rebelión para desafiar las fobias racistas y de clase, las fobias colonialistas y dominantes que escupen sobre quienes pelean por una alternativa de poder feminista antipatriarcal, antiextractivista, descolonizante y antiadultocéntrico. Les jóvenes enfrentan la maquinaria neoliberal para que no siga empobreciendo a sus familias. Mientras esta nota se escribe, la resistencia lleva semanas. “La historia es nuestra y el futuro también”, declaran grafitis teñidos de urgencia. Por un momento, los ojos de la politóloga, docente y militante feminista Verónica Gago se ensombrecen. Piensa en los ríos de sangre que están corriendo pero también en esa secuencia de luchas vueltas tembladeral, para reencontrarse este 25 de noviembre contra todas las violencias y seguir rompiendo los límites de un poder de muerte. El libro que acaba de presentar, La potencia feminista (Ediciones Tinta Limón), es una caja de herramientas para ser desplegada contra esa ofensiva neoliberal y conservadora, pero también una investigación tramada al calor de las asambleas, de las movilizaciones, de los paros nacionales y los paros internacionales del 8 de marzo que conecta las violencias económicas, financieras, políticas, institucionales, coloniales y sociales. Un femicidio cada 29 horas en la Argentina obliga a correrse del binarismo víctima-victimario y a atravesar los conflictos, enhebrando transversalidad en “la simultaneidad del temblor en las camas, las casas y los territorios” de las que habla la investigadora, sin dejar nada afuera porque a todo lo atraviesan las luchas feministas. Una advertencia: desde estas páginas, leer la consigna NiUnaMenos implica precisamente re conceptualizar las violencias machistas y politizarlas para reconocer su horror y desarmarlo, al punto de convertir en migajas la retórica de la victimización. Pero cuando nos asalten las letras de NosMueveElDeseo, esa aventura en clave plurinacional, estaremos frente a una capacidad experimental, anhelante, masiva y radical con la que se construye una propuesta revolucionaria: el deseo de cambiarlo todo.

¿A qué se refiere La potencia feminista?

-Es una manera de nombrar la fuerza del proceso que los feminismos protagonizaron en los últimos años y de dar cuenta de todo lo que abrieron, pusieron en discusión y conmocionaron en las relaciones sociales, en las formas de hacer alianzas políticas, en las dinámicas callejeras, en las maneras de hacerse cargo del sufrimiento y en el modo de crear luchas transversales. Potencia feminista quiere decir que experimentamos una fuerza concreta que desplaza y modifica los límites de lo que creemos que podemos y somos capaces de hacer, de transformar y de desear. Y esa potencia tiene mucho que ver con otra de las caracterizaciones con las que más insisto en el libro: la conjunción que los feminismos lograron entre masividad y radicalidad que, desde mi punto de vista, marca una novedad histórica. Claro que siempre hubo grupos, dinámicas, debates feministas variados, fundamentales, radicales. Pero que tome una escala de masas y transnacional, como pasó en los últimos tiempos, trastocó la escena. Esa expansividad del feminismo al interior de organizaciones, espacios y territorios existenciales de lo más diversos hace que el movimiento feminista, intergeneracional y pluralista logre tener intervenciones políticas coyunturales muy fuertes a la vez que va alterando las vidas cotidianas. La simultaneidad del temblor en las camas, las calles, las casas, los territorios y los lugares de trabajo (a su vez redefinidos por el feminismo) enhebra esa transversalidad materialista, que no deja nada afuera, nada sin tocar. Y una cuestión que enlaza todos esos planos es cómo se han re conceptualizado de manera práctica, desde las instancias colectivas, las violencias domésticas teniendo en cuenta las violencias financieras, institucional, racista, laboral. Eso permite un diagnóstico feminista del aumento de las violencias y un mapeo y una caracterización precisa de las conflictividades sociales del presente.

Y permite conectar esos diferentes conflictos.

-La potencia feminista es una capacidad de conectar luchas bien distintas desde una preocupación común: ¿qué se está expropiando de la riqueza colectiva de modo tal que nos empobrece la vida, nos roba tiempo y explota determinados cuerpos y territorios de manera brutal? En esa clave se empiezan a tejer los conflictos, las reivindicaciones y las luchas que plantean los colectivos indígenas, las travestis y trans, las trabajadoras precarizadas, lxs estudiantes, las trabajadoras de la tierra, las jubiladas. Y ésa es, insisto, la materialidad concreta de la transversalidad feminista que se ha conquistado. Por último diría que la noción de potencia es una discusión en términos de teoría política: desde cierta lectura de Spinoza se puede decir que la potencia es una capacidad de hacer, de instituir, de afectar y de crear que se diferencia del poder, que es un grado mínimo de potencia. Creo que esto es importante para discutir la infantilización que muchas veces se quiere hacer del feminismo, como una práctica ingenua o microscópica a la hora de disputar la transformación social.

¿Por qué elegiste plantear la huelga feminista como una especie de lente para conceptualizar y politizar las violencias?

-La huelga funciona como una especie de umbral, de práctica de desplazamiento frente a la violencia femicida porque genera un lugar de enunciación que no acepta sólo la subjetividad de las víctimas, que es la predilecta de los medios y de ciertas instituciones, y en cambio propone una subjetividad que se hace en la lucha, en el encuentro con otres, y la huelga expresa un gesto de bloqueo frente al estado de cosas. El llamado a huelga permitió poner en discusión a qué le llamamos trabajo, cuál es el valor que producimos, de qué manera las violencias machistas se relacionan con la precarización generalizada. Pero además, la huelga como proceso político que se inicia en 2016 y que sigue con el devenir internacional de la huelga del 8M durante estos años, tiene como protagonistas a quienes realizan los trabajos históricamente desvalorizados o a las que fueron relegadas en los sindicatos por mucho tiempo. Así, la huelga impulsada desde las trabajadoras sindicalizadas y las trabajadoras de la economía popular, desde las docentes ad honorem y las estudiantes, las periodistas free lance y las trabajadoras estatales precarizadas, las campesinas y las trabajadoras migrantes, desde las que hacen trabajo en sus casas y las desocupadas, despliega en términos prácticos una perspectiva feminista para leer las formas del trabajo hoy que, a la vez, nos permite leer todos los trabajos, que en su mayoría comparten la condición de precariedad y de superexplotación. Entonces la perspectiva feminista no sólo alumbra, visibiliza y valoriza el trabajo de las mujeres y de los cuerpos feminizados, sino que a partir de ahí permite leer de modo situado la condición de precarización general, la fragilización de las relaciones y la necesidad de una fuerza colectiva para hacerle frente a tal nivel de saqueo vital. La huelga feminista desacata el reconocimiento restringido que la huelga tradicional hace respecto de quiénes son trabajadorxs, lanza esa bella consigna de #TrabajadorasSomosTodas y a la vez evidencia que incluso hoy el llamado trabajo formal se hace cada vez más intermitente, más difícil, y que, aun teniendo el “privilegio” del salario, ese ingreso ya casi no garantiza la reproducción. Hay mucho escrito y pensado sobre qué significa la división sexual del trabajo, de ese matrimonio indisociable entre patriarcado, colonialismo y capitalismo, pero la novedad es que la huelga feminista actualiza ese debate en términos prácticos, en una perspectiva que abre un espacio de insubordinación al mandato de austeridad, deuda y precariedad.

El femicidio de Lucía Pérez en 2016, al borde del entonces Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario, fue duelo colectivo e impulso vital del primer Paro Internacional Feminista.

-Se produjo entonces una racionalidad de asamblea. Y de esa asamblea en la CTEP salió la idea-fuerza del Primer Paro de Mujeres, como se llamó. Lo que planteo en el libro es que las asambleas producen un modo de inteligencia colectiva en tres actos: la imaginación de una acción común que surge ahí mismo, in situ; la evaluación de la fuerza que se tiene y, finalmente, la capacidad práctica de operativizar una decisión colectiva. La asamblea es una máquina de decisión política que instala otra fuerza soberana, que surge de producir condiciones de escucha cada vez más escasas en tiempos de hipermediatización. El llamado a dejar las redes, a encontrarnos cuerpo a cuerpo, siempre es un llamado a lo trabajoso de encontrarnos, y a sostener los desencuentros que ahí se producen, como parte de una práctica de elaboración colectiva. Ese es un ejercicio histórico del feminismo y que, en los últimos años, lo hemos visto masificarse y multiplicarse.

A partir de las asambleas y los paros, y desde los territorios, el feminismo comenzó a tejer un nuevo proceso transnacional y plurinacional imparable.

-El proceso de transnacionalización o internacionalismo feminista es de las cosas más interesantes, porque desde el movimiento feminista se está reinventando esa práctica. Tiene que ver con la capacidad de resonancia que van adquiriendo las luchas, la manera en que se van traduciendo y encarnando los sentidos de una consigna, de una bandera, de un pañuelo, de una imagen. Cuando se da el debate por el aborto legal, seguro y gratuito o la huelga feminista, no es simplemente el esquema clásico de solidaridad de unas luchas con otras, sino que el transnacionalismo se expresa como una fuerza concreta en cada lucha y un horizonte común que no aplana las diferencias ni las mete debajo de la alfombra para encajar todo en un mismo esquema. Esta experiencia de no estar solas que sintetiza consignas como “¡Tocan a una, tocan a todas!” expresan una repercusión, una conexión, una resonancia y una transversalidad que produce un cuerpo colectivo, ensanchado, y que permite ir coordinando iniciativas muy grandes, al punto de producir ese efecto océanico de marea.

Desde NiUnaMenos se nombra una decisión de avanzada, casi contraseña de transformación, que es Nos Mueve El Deseo. ¿Qué repone políticamente esa consigna?

-Es una consigna que me encanta. Le veo muchos pliegues y, en ese sentido, la tomé como guía en el libro. Por un lado, para mí significa que el deseo tiene potencia cognitiva. Esto quiere decir que produce conocimiento, percepción, sensibilidad. Darle ese estatuto al deseo implica asumir su capacidad política de movilización y de invención de trayectorias vitales. Algo muy rico del movimiento feminista es esta elaboración permanente de consignas, de frases, de eslóganes que van tramando un saber colectivo y una pedagogía feminista para ir conceptualizando, nombrando y compartiendo eso que vamos haciendo y sistematizando también como saber. El deseo no es lo contrario de lo posible, como muchas veces se dice. Es lo que abre otros posibles. En ese sentido, que nos mueva el deseo implica una apuesta a la radicalidad de lo que significa hacer política feminista, donde ningún aspecto de la vida queda por fuera de la política. Tal politización de la existencia confronta la jerarquía entre el espacio de lo que se llama usualmente política y el espacio de lo doméstico. Romper esas divisiones tiene que ver con desear cambiarlo todo.

Para el orden conservador, producir esos sentidos representa un peligro al que hay que disciplinar, castigar o destruir si fuera necesario. ¿Cómo caracterizás la guerra en y contra el cuerpo de las mujeres y cuerpos feminizados en el escenario actual?

-En su investigación histórica Calibán y la bruja, Silvia Federici explica por qué la caza de brujas es una escena fundante de guerra contra las mujeres que está oculta en el origen del capitalismo, y la pregunta que se hace es por qué el capital necesita combatir a las parteras y aborteras, a las que viven solas, a las artesanas y jefas de gremio, y ubicarlas a todas como brujas, que significa ni más ni menos que subjetividades heréticas y subversivas para el capital. Esto supone en simultáneo la necesidad de desprestigiar sus conocimientos, de quitarle poder social a sus actividades y de enclaustrar a muchas en el hogar, entendido como servicio doméstico obligatorio y gratuito. Hay ahí una cuestión sobre qué se quiere encerrar cuando se encierra ese poder y ese conocimiento, que es un poco la pregunta que nos vuelve sobre por qué en algunos momentos históricos hay ciertos cuerpos y ciertos territorios a los que se les hace la guerra: qué se quiere silenciar, explotar, dominar en ellos. Porque hoy mujeres, lesbianas, travestis y trans están discutiendo y confrontando los modos históricos de subordinación y explotación diferencial de esos cuerpos, es que la respuesta es cada vez más violenta. Para sintetizar: hay una actualidad de la pregunta de la guerra porque estamos en un momento en que la violencia se convirtió en la principal fuerza productiva.

Hablás también de la necesidad actual del capital de incrementar las violencias para sostener formas de dominio y explotación que están en crisis.

-Están en crisis porque hay un montón de luchas que las están cuestionando y las están impugnando a partir de desear otras cosas y de repudiar los modos de vida neoliberales con sus dosis insoportable de sufrimiento, soledad y austeridad. Por eso también el ensañamiento particular con las generaciones más jóvenes: con endeudarlas, medicarlas y controlarlas. Así hay que entender esa obsesión actual de reemplazar educación sexual por educación financiera en las escuelas. Parecen cuestiones menores y son todo lo contrario, van al punto de cómo el capital organiza formas de explotación y de extracción de valor en el futuro, cómo intenta superar la crisis de mando cuando cuerpos y territorios se declaran en rebeldía, dicen que han perdido el miedo y que están dispuestxs a cambiarlo todo.

¿Cómo caracterizás las violencias explícitas desatadas sobre esa fuerza que los feminismos despliegan en la región?

-Como una contraofensiva militar, financiera y religiosa para intentar “volver” a lo que el capital llama normalidad que, insisto, es imposible sin pasar un nuevo umbral de violencia que tiene que jugarse en esos tres frentes al mismo tiempo. Financiero a través de la deuda y el empobrecimiento generalizado; militar, como lo estamos viendo, con represión pura y dura, y los fundamentalismos religiosos, que están en una nueva cruzada colonial, racista, por el dominio de los cuerpos y lo hacen, como también estamos viendo, con la biblia en la mano.

Sin embargo las violencias se dimensionan de diferentes modos en mujeres, lesbianas, trans y travestis, en las pibas de los barrios, en las mujeres migrantes, y aun en sus propias concepciones de reproducción de la vida.

-La caracterización interseccional de las violencias y la confrontación con las violencias racistas, patriarcales, coloniales, capitalistas, son un hilo rojo de los distintos feminismos: feminismo villero, transfeminismo, feminismo indígena-comunitario, feminismo negro, feminismo popular, y muchos otros. La historización de las violencias explicitan heridas y opresiones diferentes, y refieren a una dimensión de clase inocultable. Situar y especificar lo que significa la violencia en cada una de las existencias diversas es fundamental y a la vez es necesario componer una lucha común que no aplane ni banalice esas diferencias históricas. Ese plano común se teje a partir de lo que el colectivo Mujeres Creando ha llamado “alianzas insólitas”, capaces de componer lo que se intenta mantener en clasificaciones y casillas separadas.

Cuando los feminismos se hacen fuertes, como citás, ponen en el centro del debate los actos de despojo del neoliberalismo.

-Un punto fundamental es el carácter anti-neoliberal que hoy expresan los feminismos. Son los feminismos los que pusieron en el centro del debate político la cuestión del extractivismo sobre cuerpos y territorios. Desde el extractivismo de una multinacional minera que desplaza a toda una población en nombre del desarrollo hasta el extractivismo financiero de un endeudamiento que extrae valor de tu precariedad. Pero también son los feminismos los que pusieron en primer plano la cuestión de qué significa el despojo de infraestructura pública y la privatización de servicios sociales que deben ser reemplazados con trabajo gratuito o híper barato de las mujeres, lesbianas, trans y travestis en los territorios, que el capital quiere producir como una especie de nueva clase servil. Son los feminismos los que pusieron en cuestión qué significa una educación sexista con mandatos de género que al mismo tiempo te prepara para pasantías baratas en las empresas. Desde los feminismos se ha enlazado la dimensión del ajuste estructural con la dimensión de gobierno del deseo, y del orden político-sexual que implica el trabajo y la inclusión social en un esquema heteronormativo. Y todo eso fue lo que permitió que en países como el nuestro se corriera del mapa al feminismo liberal, que sólo propone igualdad de condiciones bajo el ideal de convertirnos en empresarias de nosotras mismas.

 

Esas acciones directas de cuerpo-territorio se vieron con claridad en estos días con las asambleas de mujeres y disidencias en Chile…

-Lo que sucede en Chile es impactante. Las compañeras de la Coordinadora Feminista 8M señalan una secuencia central que va al menos desde el mayo feminista de 2018, esa conjunción de reclamo de educación pública y educación no sexista, y el posterior Encuentro de Las que Luchan, hasta la masividad del 8 de Marzo de este año. Hay un acumulado en el último tiempo de la dinámica feminista que tiene mucho que ver con la impronta de la movilización actual. Sobre todo por el lugar que tuvieron lxs jóvenxs de la secundaria en iniciar la desobediencia, la evasión masiva, como un gesto de ruptura con el chantaje moral de culpa que implica el endeudamiento familiar para que se eduquen y sean exitosxs en términos de competencia; lo mismo venían haciendo quienes denunciaban la deuda por salud. Para resumir, en el corazón del proyecto neoliberal de los Chicago boys estalla la vida neoliberal gracias al empuje de las generaciones más jóvenes, junto con una dinámica que proyecta la huelga feminista como huelga plurinacional feminista. Porque lo que vemos en la huelga de los últimos días en Chile son elementos de la huelga feminista que tienen en cuenta la dimensión de la reproducción de la vida como un espacio donde hoy el capital acumula todo el tiempo. Como hoy la reproducción de la vida ya no está garantizada por los ingresos (sean salariales o de otro tipo), la deuda se convierte en una obligación, se la adquiere compulsivamente. Por eso me parece tan genial ese graffitti que en Chile se escribió en la pared de un banco y dice “Nos deben una vida”, que invierte quién debe a quién.

Bolivia arde, y cada día que pasa el encarnizamiento de los sectores que tomaron el poder después del golpe de Estado y los comandos cívicos de ultraderecha están causando más represión y más muertes.

-Es una masacre atroz tras el golpe de Estado que es, sin dudas, racista y fundamentalista. La violencia sexual como violencia política y el ensañamiento de la heteronormatividad contra indígenas, mujeres, lesbianas, travestis y trans es el rasgo sobresaliente y común en Brasil, Chile, Ecuador y Bolivia. La pregunta que surge es cómo se desarma el fascismo social y cómo se desarma la situación de guerra interna que se pretende instalar. Y hay una discusión de fondo sobre cómo el desarrollismo implica dinámicas neo-extractivas que están siendo hace años resistidas. Y esas resistencias están protagonizadas por mujeres que han dicho claramente que la conquista neo-extractivista y neo-colonial de los territorios es contra la reproducción de la vida, contra los despojos de todo tipo, contra los bienes comunes. No es una discusión teórica, es un acumulado de luchas que con enorme esfuerzo, riesgo y perseverancia han logrado instalar este debate. Este es un punto muy fuerte de la discusión latinoamericana actual, porque los feminismos vienen denunciando la amalgama entre neoliberalismo, extractivismo y colonialidad, y hoy eso está en el centro de la guerra social. Las luchas feministas pusieron en palabras y en prácticas una resistencia antineoliberal y relanzaron el conflicto político, por eso tienen un papel fundamental en combatir el fascismo y por eso están en el centro de las violencias. 

 

FUENTE: Las12  

De regreso a Octubre // Mía Dragnic

 

          No hemos venido aquí a pedirle a los diputados y senadores que legislen para nosotros, hemos venido a exigirles que no legislen más por nosotros, que no hablen por nosotros, nosotros vamos a hablar por nosotros mismos.

Lonko Juana Calfunao, Intervención en el Encuentro Nacional Parlamentario entre Pueblos Indígenas y el Congreso Nacional, 2011

 Quisiera empezar advirtiendo que esta reflexión está afectada por lo que sucede en Chile, porque el terrorismo de Estado durante este último mes ha mutilado, torturado sexualmente, perseguido, asesinado y desaparecido a diversas personas que han participado de la revuelta iniciada en octubre. Prácticas comunes contra el pueblo mapuche que hoy se ven generalizadas entre quienes protestan. Esto quiere decir que este comentario nada tiene que ver con la racionalidad técnica de una experta, especialista en convertir la crisis en una cifra que tiene por objeto neutralizar el conflicto. Y, por supuesto, el interés en advertirlo no guarda relación con alertar la pérdida de objetividad sobre lo dicho sino justamente con todo lo contrario: la necesidad de situar lo escrito en un terreno sensible y comprometido con la lucha de los pueblos. En este sentido es que creo en la necesidad de mirar lo que está sucediendo desde una perspectiva crítica e histórica que pueda revisar la genealogía de la protesta actual, y al mismo tiempo, la historia de represión que portan los organismos de seguridad del Estado desde que se impuso -a través del golpe y de la dictadura militar de Pinochet-, el neoliberalismo en el país. Tenemos que recordar que la pionera experiencia neoliberal chilena tiene ya casi medio siglo: 14 años de dictadura y 30 de una débil democracia.

 

Historizar el malestar social que ha desencadenado la crisis actual instala en el centro de la discusión el rol que el Estado ha asumido durante el periodo capitalista de postdictadura, el modelo de trabajo que este ha promovido y las relaciones de clase que se articularon a partir de estas condiciones. El Estado monocultural chileno, uno de los más autoritarios de América Latina y el Caribe, abandonó de manera sostenida y sistemática sus responsabilidades políticas y democráticas, consagrando el mandato político y económico impuesto en dictadura del invento de laboratorio que un grupo privilegiado de estudiantes de economía de la Universidad Católica de Chile elaboró desde la Universidad de Chicago. Las estrategias del bienestar estatal chileno, y del modelo de democracia representativo que hoy es hegemónico, se han planteado históricamente como un límite para la participación política, esto quiere decir que la constitución actual (al igual que las anteriores) ha restringido la toma de decisiones sobre asuntos públicos que determinan la vida de la población a una pequeña élite dominante. El problema es que la clase política y empresarial de la democracia representativa ha representado únicamente los intereses de sí misma.

 

El Estado renunció progresivamente durante el inconcluso periodo de transición a la prestación de servicios sociales para convertirse en un Estado que subvenciona a la clase empresarial nacional y que protege los intereses de las corporaciones dueñas del capital transnacional. Subvencionando al sector privado del país mediante el otorgamiento de una parte fundamental del gasto público -destinado a garantizar el acceso a derechos sociales básicos-, y al mismo tiempo, estableciendo que la función de los organismos de seguridad del Estado es proteger los capitales privados. Es decir, la acumulación de la riqueza, los espectaculares índices de desarrollo económico y la producción de plusvalía, siguen soportándose sobre la explotación sin fin de la clase trabajadora y sobre sus prácticas cotidianas de sobrevivencia económica. Es un Estado que no regula la relación capital/trabajo e incentiva que las empresas privadas transen en el mercado el acceso a la salud, la educación, la vivienda y a la jubilación. Concesionando los derechos básicos para producir ganancias permanentes al capital privado y considerando a la clase trabajadora únicamente como una fuerza de consumo que debe endeudarse para acceder a educación universitaria, a pensiones miserables que no sostienen la vida (a través de un mecanismo previsional de ahorro forzado administrado por instituciones privadas AFP) y a un modelo de salud que desmanteló el Sistema de Salud público. El Estado de Chile no es garante de los derechos humanos fundamentales y es el primer precarizador del empleo bajo una lógica de acumulación flexible que ha desarticulado la organización fabril fordista y que se sostiene sobre una fuerza de trabajo desregulado y despojado de todo derecho.

 

El modelo de explotación extractivista e intensivo de los bienes comunes ha devastado y saqueado los territorios, el agua, el cobre, el litio, la producción agrícola y la pesca, estableciendo cordones industriales que han convertido ciudades completas en zonas de sacrificio. Territorios que han sido usurpados por grandes empresas transnacionales que casi no pagan impuestos. En estas zonas de sacrificio se han gestado diversas experiencias de resistencia territorial en defensa de los derechos humanos de las comunidades que las habitan. La lucha del pueblo mapuche es un ejemplo de largo aliento en la defensa del territorio y de la autonomía de los pueblos que obtuvo particular visibilidad desde mediados de la década de los noventa cuando diversas comunidades pewenche resistieron a la instalación del mega proyecto hidroeléctrico en el río Biobío. El problema del agua, uno de los servicios más caros de agua potable en toda América Latina y el Caribe, es también central para comprender varios de los conflictos que hoy están vivos en el país puesto que el Código de Aguas de 1981 -único en el mundo-, otorgó derechos perpétuos y gratuitos sobre el agua al sector privado en Chile. Algunos otros momentos que nos sirven para comprender la rebelión actual fueron las protestas contra la industria de la carne en la comuna atacameña de Freirina, lugar en el que Agrosuper (2012) quiso instalar la planta productora de cerdos más grande de Sudamérica, la lucha contra la extracción del oro en Pascua Lama (2009), en la cual la empresa canadiense Barrick Gold destruyó varios glaciares, el «Segundo Puntarenazo» que fue el bravo repudio (2011) al alza del gas natural en Magallanes, la resistencia del movimiento estudiantil pingüino y universitario en la lucha por la educación pública (2001, 2006 y el 2011), las manifestaciones contra el cordón industrial Quintero-Puchuncaví-Ventanas, y por último, el movimiento feminista que se está convirtiendo en una significativa articulación nacional en su lucha anticapitalista por el acceso al aborto, al derecho a la vida y a la vida digna para las mujeres.

 

La primera piedra de tope para estas luchas es que el modelo económico y político está contenido en la constitución de la república vigente, impuesta por el plebiscito fraudulento que organizó un régimen fascista en 1980, pero lo más inquietante es que a treinta años del inicio de la democracia esta constitución ha sido aprobada tras el ejercicio de siete gobiernos democráticos. La constitución de Pinochet ni siquiera determina con claridad la existencia de un Estado laico, niega la presencia de los pueblos indígenas y cancela toda la responsabilidad estatal ante los derechos sexuales y reproductivos. Es por esto que su existencia impide una solución política ante las demandas de justicia social que la revuelta ha planteado. En términos muy generales esto explica la necesidad de realizar una asamblea constituyente -participativa y vinculante- como un requisito imprescindible para iniciar un proceso de transformación estructural que termine con las condiciones actuales que han precarizado la vida. Y si queremos impedir una nueva constitución al estilo de la primavera que celebró Ricardo Lagos[1], debemos exigir que la asamblea constituyente se organice por fuera de las dinámicas de la democracia representativa. Es difícil lograrlo porque esto implica el ejercicio de una cultura política diferente a la dominante, que debe enfrentarse y sobrevivir al mal gobierno de los viejos y viciados partidos políticos, pero lamentablemente también a las prácticas de los muy nuevos. La mayor dificultad sin embargo se encuentra en la derecha que hoy gobierna al Estado de Chile, aquella que es dueña del país y que hoy reprime de manera brutal la justa rebelión popular. El peligro es que esta derecha tiene algo en común con el fundamentalismo económico y religioso evangélico/estadounidense que hoy se toma el poder político en Bolivia, en Brasil y en tantas zonas de América Latina y el Caribe. Esto es la defensa de un modelo económico que desearía conducir la crisis como una vía de contención que sea capaz de reinventar las formas en que se acumula el capital en los márgenes del neoliberalismo para evitar de esta manera que la crisis llegue a las grandes potencias. Hemos visto a lo largo de la historia de la humanidad como este interés nos conduce hacia el horror, pero también sabemos como se le combate al conocer la lucha anticolonial y anticapitalista del sur global.

 

Los pueblos en Chile llevan protestando intensamente desde hace más de una década lo que significa que la concertación política que intentó inaugurar el tiempo de la democracia está viviendo un agotamiento desde hace años y esto es clave para comprender la masividad y el carácter policultural del estallido actual. Lo que hoy tenemos que preguntarnos es ¿Qué ha sucedido con estas protestas? ¿Qué pactos se impusieron sobre ellas? y ¿Cómo se puede ir desde esta gran rebelión popular hacia una orgánica que logre disputar el poder para pensar de manera común en una estructura nueva? Una de las grandes alarmas hoy presentes en la discusión sobre lo que está viviendo Chile tiene que ver con la supuesta inorganicidad del movimiento y con la falta de representatividad político-partidista, puesto que esto significaría un gran riesgo a que se excluyan las demandas reales de las posibles negociaciones que se plantéen como salida a la crisis. Comprendo esta preocupación pero no la comparto, pues ha sido la presencia de representación político-partidista justamente lo que ha desvirtuado las exigencias planteadas por movimientos anteriores y la revuelta actual está interpelando precisamente los modos en que se plantea lo político. En esta perspectiva es que considero esta ausencia de representatitividad hoy debe ser leída como una potencia, como la posibilidad de construir nuevas formas para pensar la participación política. Es que en este momento en que estamos viviendo un punto límite, que se expresa con claridad como lucha de clases, vamos aprendiendo que esta gran revuelta es también una escuela que nos está enseñando a creer en lo público, a terminar con la política del bono, del pacto, de la representación y de las agendas, tan arraigada en la intergeneracional clase política de la democracia representativa del país. Hoy necesitamos producir ideologías y no convenciones. Y del mismo modo en que estos días hemos visto desplomarse el mito del éxito de la economía, de la democracia chilena y de los medios de comunicación oficiales, percibimos como la crisis actual -que tiene dimensiones globales y que por supuesto transgrede los límites de la economía-, ha sido provocada por un modelo de devastación patriarcal que ha deshumanizado al mundo, negando los derechos humanos y los bienes públicos.

 

La experiencia más significativa de esta maravillosa rebelión de octubre es que nos está haciendo comunes y ese sentido de pertenencia reconstruye nuestras relaciones luego de tantos años de un capitalismo salvaje que precarizó los modos de producción, los afectos y las subjetividades. Y por cierto, si una masiva ola de protestas ha sido capaz de parar al país durante un mes, de elaborar un nuevo imaginario político con símbolos sin precedentes como nuestro querido «perro matapacos», de impulsar la realización de asambleas territoriales, de burlar el toque de queda impuesto por la aplicación de la Ley de Seguridad de Estado y dar continuidad a las movilizaciones, a pesar de la violencia extrema desplegada por carabineros y militares, no parece nada adecuado hablar de falta de voluntad política. Esta vez la relación tiene que ser inversa y las epistemologías y los aparatos ideológicos tienen que estar dispuestos a variar según lo que marquen los acontecimientos.

 

[1] Ricardo Lagos siendo presidente de la república celebró el 17 de septiembre de 2005 una reforma menor hecha a la constitución de 1981 declarando: «Contamos con una constitución que ya no nos divide, es un día muy grande para Chile. Tenemos hoy por fin una constitución democrática. Hoy despunta la primavera».

Bansky en Chile // Oscar Ariel Cabezas

El plebiscito en diciembre!!!

Hay algo que la clase política en Chile no ha logrado descifrar: El hartazgo generalizado de los nuevos bárbaros del siglo XXI (la sociedad civil) a los 17 años de dictadura y a los 30 años de abusos neoliberales. El deseo de otro Chile, como lo llamó Tomás Moulian, que emana de los nuevos bárbaros, es el deseo de contener, detener la consumación necropolítica de los gobiernos y partidos neoliberales que negocian a espaldas de la sociedad civil el nuevo pacto social.

La política de la muerte, la tortura y, hoy invento del gobierno de mutilar los ojos de lxs manifestantes, sumados a la mercantilizacion de los mundos de vida, el agotamiento de los recursos naturales, el neoextractivismo del capital transnacional es insostenible, no solo como programa de gobierno sino como proyecto de vida.

El deseo de un otro modo que el de la organización neoliberal del mundo, es el deseo que los bárbaros expresan hoy en las calles como deseo de prolongar la vida en el planeta que habitamos.

La estrategia de la clase política de apaciguar, de normalizar, de negociar políticamente a espalda de los bárbaros, no resolverá el conflicto de un malestar profundo que se explica más por la risa torcida del Guason que por la falta de acceso al Oasis del consumo y a buenos indicadores del crecimiento económico.

La clase política encerrada en el congreso que ha convertido en símbolo de privilegios y granjerías y ajeno al afecto de la participación democrática de los bárbaros, está muy equivocada si piensa que podrá contenerlos con consignas de paz, fuegos artificiales y performance de manteles blancos desplegados en La Plaza de La Dignidad ( ex plaza Italia).

La guerra del gobierno y la clase política del Partido Neoliberal quiere maquillar y dejar intacto lo fundamental del orden neoliberal que se resiste a morir. Ingenuidad, como si la sociedad chilena no tuviera memoria de la efímera alegría que trajo el pacto del plebiscito de 1989. Vino la transición, no lo olvidamos, y la alegría de la campaña del NO nunca llegó. La clase política se arregló los bigotes y el modelo no cambió, por el contrario el modelo fue radicalizado. Los nuevos bárbaros tienen experiencia y memoria. La alegría de la sociedad chilena, es lo que aún esperamos.

Un nuevo pacto a espaldas del pueblo vivo que se ha expresado en las calles de todo Chile, orientado al consumo y a la mercantilizacion de la clase media no va a apaciguar el malestar de nuestras risas torcidas por la angustia de que nos podría llegar a faltar hasta el agua con la mediocre clase política que tenemos.

Los nuevos bárbaros del llamado despertar de Chile, no pueden ser apaciguados por los grandes templos del consumo. Las políticas mercantilizadoras se han convertido en un opio infumable, frente a más de medio siglo de engaños políticos, los nuevos bárbaros reivindican la virtud de la vida digna. La apelación a la dignidad ha sido la poderosa arma con la que los nuevos bárbaros se han defendido de la guerra declarada por el gobierno. Por eso, se lee y seguirá leyendo en los grafitis de las ciudades “no nos vamos de las calles hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Al 80 % de la sociedad chilena no le cabe ninguna duda, el neoliberalismo debe ser arrancado de raíz, y la raíz del problema es la constitución de 1980.

La constitución no es solo antidemócratica porque impide el libre nacimiento de un nuevo pacto social, sino también porque impide la posibilidad de que la vida pueda encontrar un nuevo comienzo en instituciones de participación ciudadana.

Hoy no hay nada más amenazante para el orden neoliberal que la democracia participativa que expresa la idea de la Asamblea Constituyente.

El deseo de otro Chile es el deseo a que regresen los nuevos bárbaros, como lo sugiere esta imagen de Banksy y que la clase política chilena, no parece comprender.

Qué piden los bárbaros en la calle: el fin del oprobioso régimen constitucional de 1980 a través de Asambleas Constituyentes.
Para lograr una asamblea constituyente el plebiscito debería ser ahora, en diciembre, no en abril !!!

La pregunta de ese plebiscito debería ser solo una:

Quiere que la constitución de 1980 continúe siendo nuestra Carta Magna?
— si
— no

 

Apuntes (urgentes) sobre la “cocina” de la clase política civil: ¿Qué se firmó y qué debemos hacer como pueblo? // Colectivo Caracol

¿QUÉ ES LO QUE SE FIRMÓ ANOCHE?

1. Lo que se firmó anoche a las 3:00 a.m. no es un “Acuerdo Histórico Nacional” como quiere venderse. Es nada más que una propuesta realizada por la gran mayoría de la clase política civil. Anoche no firmó ningún representante del movimiento social, ni Unidad Social, ni las Asambleas Territoriales. Ningún obrero, jubilada, estudiante, trabajadora doméstica o temporero estuvo presente y firmó ese papel… ¡ni siquiera lo firmaron todos los partidos! Por eso, es simplemente eso: una propuesta que viene desde un sector desprestigiado de la sociedad. Por ello, es deber nuestro ahora ver si la aceptamos o la rechazamos. Acá nada ha terminado, por mucho papel blanco que compren para tapar la sangre que hay en la Plaza de la Dignidad.

2. Lo que se firmó anoche fue solo una propuesta de cambio constitucional, no un “Acuerdo de Paz”. Si fuera de “paz” es porque se asume que antes hubo una guerra. En Chile no hubo ni hay guerra, lo que hubo -y sigue ocurriendo- es un proceso sistemático de violación a los derechos humanos por parte del gobierno de Piñera. Es decir, terrorismo de Estado. Ese juego de lenguaje que hace el poder de los de arriba es solo para confundirnos.

3. Lo que se firmó anoche fue un pacto de la clase política civil para devolver la gobernabilidad, de espaldas al pueblo movilizado. Los únicos que ganan con esto son: primero, el gobierno dictatorial de Sebastián Piñera ya que esto le permite ganar tiempo, dividir al pueblo movilizado y preparar su salida impune y b) el gran empresariado que es el único que ha salido a celebrar el acuerdo1. Tal como ocurrió en Dictadura cuando Alianza Democrática (futura Concertación) negoció con Pinochet para respetar su calendario, la Concertación con casi la totalidad del Frente Amplio le dieron una sobrevida al gobierno que nos reprimió, torturó, mutiló, violó y asesinó, permitiéndole terminar su mandato. Y eso se llama traición al pueblo y complicidad con sus crímenes.

4. Lo que propone la clase política civil no es una Asamblea Constituyente, sino una Convención Constituyente. Por eso, como señalan en su punto 4, para elegir a los representantes se utilizará el mismo método para la elección de diputados (el método D’Hondt) que obliga a formar listas con los partidos políticos existentes, impidiendo que se presenten independientes (y si se presentan, que tengan que sacar más votos que toda una lista para ganar). Es decir, esta Convención no estará compuesta por “ciudadanos” ni representantes de los movimientos sociales y populares, sino por quienes designen los partidos políticos ya existentes. Además, da la posibilidad de que políticos actualmente en ejercicio renuncien a sus cargos para ser delegados constituyentes, lo que le facilita el trabajo a la derecha y la Concertación de mover sus máquinas electorales a partir de los recursos que tienen (y que le entrega el gran empresariado). Con esto, han demostrado que los Cabildos Abiertos que se han desarrollado por todo Chile no les interesan, porque no les interesa la deliberación popular.

5. El veto de los 2 / 3 es la trampa que inventó Jaime Guzmán para la Constitución del 80 aplicada a la nueva realidad. Con ello, la derecha asegura que la Constitución sea mínima (es decir, que muy pocas cosas logren acuerdo y queden en el texto final) y lo que no logre esos 2 / 3 quede a merced de leyes discutidas posteriormente en el Congreso (donde tienen mayor poder).

PARA LOS QUE ESTAMOS ABAJO Y, DESDE ABAJO, NOS MOVILIZAMOS

6. Esta propuesta, con todas sus falencias, es una respuesta a nuestra capacidad de hacer temblar el modelo levantado por Pinochet y Guzmán y administrado por la derecha y la centro-derecha (Concertación). Sin embargo, es insuficiente. Por eso, ahora debemos ser nosotras y nosotros los que propongan:

a) Asamblea Constituyente (no Convención Constituyente).

b) 100% de representantes elegidos por el pueblo.

c) Prohibición de participar a personas que hayan sido elegidas en cargos de representación en los últimos 30 años.

d) Cabildos locales vinculantes, desde los cuales se propongan a los delegados y delegadas constituyentes.

e) Asegurar participación paritaria y con un mínimo de 10% de delegados y delegadas de pueblos originarios.

e) Quorum de aprobación de 3/5 en la Asamblea Constituyente. Y frente a disensos, que se resuelvan a partir de un plebiscito.

f) Que los delegados/as constituyentes no pueden volver a postularse a cargos de representación popular al menos en 5 años.

7. Debemos rechazar esta propuesta de la clase política civil y levantar una propuesta propia con urgencia. Para ello, pueden ser referentes válidos para levantarla tanto Unidad Social como las Asambleas Territoriales que están en proceso de articulación (¡proceso que debe acelerarse!). Nuestro pueblo es sabio y sabrá apoyar cualquier propuesta que venga desde abajo.

8. Si aceptamos esta propuesta de la clase política civil, les estaremos mandando el siguiente mensaje: ustedes pueden resolver este conflicto, sin el pueblo y sin la calle. Ello implicará una enorme frustración por parte de importantes sectores del pueblo movilizado, un reflujo no organizado que puede caer en la apatía y en el divisionismo extremo, lo que solo fortalece a la ultraderecha.

8. Con este pacto entre gallos y medianoche le dieron un respiro al Gobierno de Piñera (por eso los únicos que celebraron hoy fueron los capitalistas especulativos, a los que la prensa llama “los mercados”). Ahora, la derecha instalará el juego del divisionismo, que nos tiene debatiendo puntos y comas de SU propuesta, no de la nuestra. El segundo paso será hacernos pelear entre “moderados” y “extremos”, y bajo el discurso del “realismo político” empujarán a los sectores “moderados” de nuestro pueblo a demonizar a las y los que sigan movilizados. Solo recuerden que si hubiésemos sido moderados, nada de esto tendríamos y seguiríamos en el cómodo silencio anterior.

9. ¡Extrema atención a este punto! Todo este pacto de las élites se generó después de que lograron unirse, por un día, la clase trabajadora organizada con el pueblo movilizado en las calles uniendo las dos formas de lucha: el Paro Nacional con la protesta popular. Tanto fue el terror de las élites que la prensa lo repitió una y otra vez: “Esta es la jornada más violenta de todas” y Piñera se reunió de urgencia y negoció con los militares un nuevo estado de excepción (que no le funcionó). De ese terror nació esta propuesta urgente encabezada por el presidente de Renovación Nacional Mario Desbordes. Por lo mismo, de aquí en adelante, debemos potenciar esa herramienta de lucha, para lograr los tres objetivos que aun quedan:

a) Renuncia de Piñera y creación de una Comisión de Verdad, Justicia y Reparación para las miles de víctimas del Terrorismo de Estado de estas más de tres semanas.

b) Aprobación de la Agenda Social que propone el movimiento social (sintetizada por Unidad Social)

c) Asamblea Constituyente con protagonismo popular (y no de la clase política civil).

¡A no abandonar la calle y fortalecer los órganos deliberativos populares!

¡El nuevo Chile lo haremos desde abajo y sin permiso!

Colectivo Caracol – El apañe de los Piños

Educación Popular – Comunicación Popular – Sistematización Militante

Viernes 15 de noviembre de 2019

Contra el humanismo, por lo humano: Fernand Deligny y la crítica del universalismo antropológico[i] //  Marlon Miguel

 

                                               Imagen:  “Flores negras”. Marcela Giorla 2019

Traducción: Gabriel Cabello.

 

En 1967, Fernand Deligny se instala en Les Cévennes y crea una red de lugares de vida para niños autistas mudos. Es el comienzo de una práctica difícil de definir y planteada como al mismo tiempo clínica, artística y teórica. Se trata de crear las condiciones de una vida posible para estos casos muy graves y que habían sido, hasta ese momento, completamente marginados. En relación con ello es paradigmática la historia de un chico llamado Jean-Marie -Deligny escribe “Janmari”- que había pasado por diversas clínicas hasta recibir la última palabra de un psiquiatra de La Salpetrière: “encefalópata profundo e incurable”. Si bien Deligny ya había trabajado los decenios anteriores con todo lo que tras 1943 había sido llamado “infancia inadaptada”, Janmari y los otros autistas representan no obstante un umbral: el señalado por aquellos que estando tan gravemente enfermos no pueden ser curados, normalizados, readaptados. Que se encuentran más acá de toda humanidad.

El complejo de Les Cévennes pretende desviar esta pista de diagnóstico de las instituciones psiquiátricas y se esfuerza por fabricar, con estos niños, un nuevo medio que les resulte favorable. Para ello, prestará una atención importante al territorio y al emplazamiento de los objetos, así como a los gestos, desplazamientos y actitudes de los niños. En lugar de leer sus gestos como carentes de algo, Deligny buscará encontrar qué hay de efectivamente positivo en estos gestos y cómo multiplicarlos. Es así como el método cartográfico y el uso de la cámara devienen una constante, pues los mapas y la cámara constituyen dispositivos para la puesta en escena y la instalación de un espacio, de ese milieu, correspondiente a las necesidades de los niños y capaz de organizar su mundo. Deligny despliega, en fin, una escritura muy particular que es a la vez el lugar de reflexión y de desarrollo de estas diferentes prácticas cotidianas entorno a -y con- los niños autistas.

El primer aspecto que queremos subrayar es que la posición de Deligny es más antropológica que propiamente psiquiátrica. Desde el comienzo, no se trata de tomar las actitudes de los niños como simplemente patológicas, anormales, inadaptadas, sino como pertenecientes a otro modo de ser. En este sentido, es posible que sea este mundo, tal y como está estructurado, el que esté inadaptado a los niños -y no ellos los que están inadaptados al mundo-. Este otro modo de ser demanda un orden diferente, y es precisamente esto lo que se tratará de investigar mediante una práctica cotidiana que estructure ciertamente una clínica, pero también una reflexión sobre el lugar del sujeto hablante y del hombre.

La reflexión teórica que Deligny despliega a partir de esa experiencia se estructura en torno a un núcleo duro: la noción de lo humano. Escogiendo la palabra humano, Deligny adopta una posición teórico-política importante. Al mismo tiempo que continúa aferrándose a esta especie nuestra, se opondrá a toda suerte de pensamiento humanista -pues, según él, todo humanismo, por muy bienintencionado que sea, promulga una imagen del Hombre que traza una línea divisoria entre aquellos que son humanos y aquellos que no lo son-. Si Deligny se aferra tanto a la noción de humano, es porque se trata de otorgar un estatus positivo a seres que no parecen corresponder a ningún criterio de humanidad -seres que no son hablantes, que parecen conocer mal la relación dialógica, interpersonal y social, que no son propiamente sujetos, que están presos de movimientos autodestructivos muy poderosos-. Pero esta noción de humano debe justamente escapar a toda forma de definición esencialista que sea capaz de re-anclar a estos seres en una definición dada. En efecto, y ésta es la primera constatación de Deligny, desde que el hombre comienza a hablar y a tomar-“se” como un objeto, “se” da a sí mismo un estatus particular y aparte. Deligny subraya constantemente en sus escritos los pronombres reflexivos como marca del resurgir de un sujeto, así como este primer poder del lenguaje, que es el de siempre cortar, aislar y definir. Todo el embrollo comienza aquí: el hombre pensándo-“se” fabrica una imagen imaginada que entra en contradicción -o al menos en tensión- con la singularidad de cada cuerpo existente. Este problema de una imagen creada aparece en una serie de conceptos formulada por Deligny: imagen del bonhomme, el hombre-que-somos, ON (o HON), etc. Estos conceptos manifiestan un temor: el temor a un universalismo antropológico, a una totalización de lo humano según un esquema dado que permita decir que unos son humanos y otros no. La crítica del lenguaje, tema recurrente en los textos de Deligny, se ancla precisamente en este punto y en este uso particular: únicamente el lenguaje es capaz separar lo humano de lo no humano, imponiendo sus categorizaciones. En Les détours de l’agir ou le moindre geste, de1979, Deligny cita un extracto de una entrevista de Claude Lévi-Strauss que le va a servir como base para toda esta problematización. Según el antropólogo, tanto el colonialismo, como el fascismo, como los campos de concentración, son una prolongación natural del humanismo. Al valorizar al hombre abstracto o “medio”[ii], el humanismo practica cierto número de separaciones que ubican a lo humano fuera de campo. Tal operación comienza precisamente cuando el hombre es sacado de la naturaleza y puesto al margen de ella:

 

El hombre ha comenzado por trazar la frontera de sus derechos entre él mismo y las otras especies vivas, y se ha visto a continuación impelido a transportar esa frontera al seno de la especie humana, separando ciertas categorías reconocidas como las únicamente humanas de otras categorías que sufren así una degradación concebida sobre el mismo modelo que servía para discriminar entre las especies vivas humanas y las no humanas.[iii]

 

El objetivo de Deligny se inscribe entonces en una tradición de crítica del humanismo que ha supuesto, como dice Lévi-Strauss en la continuación de la entrevista, un fundamento abstracto según “ciertas dignidades particulares que la humanidad se atribuyera como propias”[iv]. Lo que Lévi-Strauss avanza es que sería necesario no partir de una supuesta humanidad abstracta, concebida según un esquema de categorías que son aquellas del sujeto de la enunciación -y normalmente el hombre blanco europeo “medio”-, sino respetar todas las formas de vida. Deligny vuelve sobre esta fórmula y ajusta que el plural es aquí fundamental -no la vida, sino sus formas diversas-, mientras que, en otro texto, avanzará una fórmula parecida a la del antropólogo: “Sabéis que ni separo ni excluyo lo humano propiamente dicho de lo animal”[v]. Nada debe extrañar el hecho que Lévi-Strauss se considere a lo largo de la entrevista acusado de antihumanismo, así como el que otro importante interlocutor de Deligny sea Louis Althusser, quien invocó la necesidad de un antihumanismo teórico como punto de partida para poder pensar una verdadera práctica humanista.

Es de este modo como Deligny, en un giro importante, atribuye la diversidad de las formas de vida no al Hombre, pues toda definición hecha por él mismo reenvía a su auto-consciencia -del hombre-que-somos, del ser consciente de ser– y es en consecuencia forzosamente exclusiva y excluyente, sino a lo que él llama lo humano.

 

Esto es lo que hace, lo que permite el lenguaje: tallar, cortar sobre esas formas, esos giros, esas ‘formalidades’ que son de la especie, que son la especie misma, que son eso sin lo cual solo encontramos aquello que por lo que el hombre se toma, se piensa, se siente y aquello que no tolera la menor alusión al hecho de que hubiera una especie humana, al hecho de que lo humano fuera un asunto de especie y no el fruto de ese largo esfuerzo de la civilización por corregir, en nombre del hombre, lo que lo humano pueda tener de terrorífico, como si la ausencia de consciencia abriese la puerta a las peores aberraciones.[vi]

 

La crítica de Deligny, formalizada a partir de la noción del hombre-que-somos, se inscribe en la senda de Lévi-Strauss -él mismo heredero de una tradición que se remonta a Rousseau, Montaigne y Spinoza-. Es la crítica del modelo de civilización occidental y europeo que, para proceder a su expansión, ha debido operar cortes en esas formas diversas de vida, valorizando unas en detrimento de otras, procediendo a su jerarquización, en una actividad que comienza en el momento mismo en que el hombre fue arrancado a la naturaleza. Pero por detrás de todas las justificaciones[vii] racionales y conscientes, está siempre la especie y sus formas irreductibles. Deligny va a dar un paso más en su crítica y pondrá en el centro la problemática del lenguaje mismo -o, más precisamente, del lenguaje que significa, define y cristaliza-. El hombre es el vocablo que permite decir lo que los seres pertenecientes a esta especie son y deben significar. Lo humano se convierte, en contrapartida, en eso que no se deja definir, en eso que escapa a toda significación.

Es el aspecto colonizador del Hombre y su lenguaje mortífero lo que está en el centro de la reflexión. La imagen que crea de sí mismo será impuesta y deberá ser incorporada por todo el mundo. En L’Arachnéen, Deligny constata, a partir de sus lecturas de Ivan Illich, la coincidencia hacia 1492 de dos proyectos mayores presentados a la reina Isabel: la imposición de una gramática materna, de una lengua de Estado, y el proyecto de Cristóbal Colón. Es como si no hubiera expansión posible sin una previa unificación de las bases lingüísticas que permitiera a esa empresa de expansión de una civilización desarrollarse e imponer sus términos. Cuando Deligny critica el lenguaje, es precisamente la ligazón del lenguaje a su aspecto colonizador lo que está en juego. El hombre habla para incorporar al otro a su lengua, colonizarlo, o, por retomar un término clave creado por Deligny, lo semblabiliser -es decir, volverlo parecido-. Es por ello que Deligny desplaza el término simbólico, tomado de Lévi-Strauss y Lacan, que pasa a ser no ya exactamente una estructura en el sentido habitual, sino más bien un sistema de valores, el de una civilización cuyos valores estamos destinados a asimilar. El concepto deviene sin duda equívoco. Por un lado, este simbólico guarda los rasgos de lo que está estructurado por el lenguaje -convirtiéndose esos dos términos en casi sinónimos- pero, por otro, es un sistema de códigos y valores fabricado por el hombre-que-somos y que todo el mundo debe asimilar -de ahí la dimensión de la “domesticación”-. Cuando Deligny hable de la imagen del buen hombre, este doble sentido está siendo evocado. Pues el buen hombre es eso que llegamos a delinear una vez que accedemos a la palabra -es precisamente eso que los niños autistas no alcanzan a trazar- y eso que “debemos” poder trazar para acceder a la normalidad. En otras palabras, ésta es la imagen que es necesario saber representar para poder ser considerado un sujeto normal dotado de lenguaje.

Deligny había leído el célebre texto sobre Los aparatos ideológicos del Estado de Althusser y lo discute con este último, de tal modo que tomará el concepto de ideología en muchos de sus textos para asociarlo al lenguaje mismo. Pues el lenguaje de hombre enuncia y ensalza siempre una idea-imagen destinada a ser reproducida e incorporada. La ideología es la “enfermera de las convicciones y de una cierta idea del hombre, una idea dada”[viii]; y esta “idea/imagen del hombre que nos es dada, eclipsa eso que se podría llamar lo humano, si entendemos que esta palabra designa aquello que el o los humanismos eclipsan en beneficio de las ideas que les convienen”[ix]. La noción de idea es, en fin, demasiado débil, dice Deligny, pues de lo que se trata precisamente es de una imagen que nosotros incorporamos: “se trata de una imagen incorporada, de un punto de vista que tiende naturalmente a requerir la unanimidad; […] que no es sino el motor, o cuando menos la justificación, de todos los impulsos de domesticación, ya sean estos intensos o suaves”.[x]

El Hombre reenvía así siempre a una idea-imagen (la imagen del buen hombre, del hombre que somos), a una imago mundi que condensa las convicciones de un cierto mundo, de un cierto modo de ser único, inmutable y dado, que sirve de esquema y de matriz para separar individuos y modos de ser. Es por ello que se trata de una domesticación simbólica: el individuo debe acceder necesariamente a un lugar en un sistema de valores dado para aproximarse a la media impuesta por la imagen-modelo, debe corresponder al lenguaje instituido y a una imagen-icono, lo que nos reenvía a una entidad que es introyectada, incorporada y naturalizada. “El hombre que somos tiene, como se dice, una imagen de sí mismo, si bien esta imagen no es imagen propiamente dicha, sino un conjunto de imágenes (imagerie) producto de un acto de naturalización; el hombre es icono para sí-mismo, icono incorporado”.[xi]

La reflexión teórica de Deligny adopta así un giro dialéctico que pondrá en tensión a una serie de parejas conceptuales. Está, por un lado, el Hombre, forma adquirida, total y abstracta; y por otro lado está lo humano, marcado por los giros que escapan de ella o que agrietan la imagen total. La imagen adquirida e incorporada se funda sobre un inmutable: el Hombre abstracto medio icónico. Pero lo humano, incluso si constituye una fuerza de oposición, reenvía también a un inmutable: el que Deligny llama innato, el inmutable de la especie, de la naturaleza. En sus propias palabras: “Henos entonces aquí debatiéndonos entre dos inmutables, uno proviniendo de lo específico, el otro de esta imagen de sí mismo que el hombre se ha dado, un buen número pensando que les ha sido dada”.[xii]

Deligny procede a realizar una operación que hace de lo humano una forma innata, natural y específica. No obstante, la serie innato-especie-naturaleza no integra ninguna suerte de fundamento, sino una diversidad posible. Lo humano es de naturaleza, pues forma parte de la Naturaleza, y ésta no es una unidad dada, sino sobre todo una diversidad. Todos los posibles malentendidos en torno a Deligny surgen de ahí: el elogio de lo innato, de la especie, de lo inmutable, de lo arcaico como si se tratara de fundamentos metafísicos dados. Pero es precisamente lo adquirido, al contrario, lo que tomándo-“se” como una última etapa de la evolución, que dejando todo detrás de sí, se ve arrancado al resto: se separa y enseguida ensalza su existencia como la finalidad única del hombre. La imagen actual del hombre busca una totalización y es ello por lo que, cada vez que el hombre habla de sí mismo, se trata del hombre que somos. No hay por tanto “retorno a” en Deligny, sino una serie de rodeos, de détours. En primer lugar, porque el humano mismo es ya esta diversidad de formas -en plural-, que se fabrican y se exponen través de prácticas. Después, porque está siempre atrapado en un proceso evolutivo de sedimentación. Si, desde cierto punto de vista, es lo innato lo que sería primero, sin embargo, lo innato está siempre ya dejado atrás por lo adquirido, aunque los aspectos adquiridos no borren aquellos de las primeras formas innatas. Seguidamente, para evitar toda idea de una naturaleza dada, Deligny prefiere la fórmula humano por naturaleza a la de naturaleza humana o de lo humano. Se trata de abandonar toda forma de matiz o de código abstracto que pudiera permitir aún una semblabilisation, una relación de parecido. Es precisamente contra esa semblabilisation, inseparable de la colonización, que Deligny escribe y donde se encuentra el nudo de la problemática de lo humano.

La noción de lo humano remite a la idea de un proceso de sedimentación, es decir, a una tesis que podríamos llamar paleontológica. Deligny la retoma sobre todo de sus lecturas de André Leroi-Gourhan. Según este último, podríamos definir la humanidad a partir de tres grandes criterios fundamentales: ante todo la posición vertical y, como su primera consecuencia directa, la posesión de una frente corta y de la mano libre durante la locomoción, elementos de los que podemos deducir enseguida el par que forman el útil y el lenguaje -el gesto y la palabra-. A esos tres criterios se unirán más tarde aún otros tres elementos tomados en una relación intrínseca: la relación de la técnica, el lenguaje y la estética. Es la mano libre la que permite una actividad técnica diferente de la de los simios -gracias a ella, el hombre es capaz de prolongar su actividad técnica en los órganos no-orgánicos (los útiles)-. De la misma manera, la frente corta y una dentadura sin caninos ofensivos implican igualmente la utilización de esos órganos artificiales que son los útiles. El desarrollo del cerebro y del sistema neuropsíquico no serán de hecho sino la consecuencia de estos elementos y no al contrario, como con anterioridad se pensaba: no es el desarrollo del cerebro el que ha permitido la posición vertical y la liberación de la mano, sino la adaptación locomotriz la que ha provocado la evolución del cerebro humano. Sobre el plan de la evolución, el cerebro sería entonces secundario, correlativo de la posición vertical, es ésta la que separa al hombre de los simios. La mano libre es así la que libera la palabra. Existe una correlación fundamental, una doble causalidad entre el desarrollo técnico y después aquel del lenguaje -de donde la relación fundamental entre el gesto y la palabra, o el hecho de que “útil y lenguaje están ligados neurológicamente”, de que “uno y otro son indisociables en la estructura social de la humanidad”-.[xiii]

Lo humano aparece entonces en Leroi-Gourhan como el final de un proceso de evolución biológica, y su especificidad será el desarrollo de un orden que no es ya más un orden estrictamente zoológico o que resultara liberado a partir de un marco estrictamente zoológico -hacia la etnia que se entrene en un gran progreso técnico-. A partir del momento en que el cerebro parece haber alcanzado su mayor volumen y la presencia del útil comienza a ascender, asistimos a un pasaje determinante desde una evolución cultural “dominada por los ritmos biológicos a una evolución cultura dominada por los fenómenos sociales”[xiv]. En cualquier caso, Leroi-Gourhan no cesa de explicitar “la doble pertenencia del hombre al mundo zoológico y al mundo sociológico”.[xv]

De este complejo pensamiento paleontológico, Deligny retoma ante todo la definición fundamental de lo humano a partir de la posición vertical, la posesión de una frente corta y la mano libre, y la idea de una doble pertenencia a lo zoológico/específico y a lo social/étnico. Esta idea servirá a Deligny para avanzar un postulado teórico: el de la bipolaridad o la simbiosis. En otros términos: el hombre nos reenvía hacia un polo, una gravitación, una estructura que busca siempre una cierta significación, mientras que lo humano reenvía hacia otro polo, otra gravedad o estructura donde toda significación está rota. Estos dos polos se encuentran en una tensión irresoluble y cada uno de ellos nos dirige hacia un campo particular más o menos tangible. Lo humano se ejemplifica en los niños autistas, del mismo modo que el Hombre se ejemplifica en el varón occidental europeo blanco. El uno es el “mécompté”, el que ha sido dejado fuera del marco y fuera de campo; el otro es una media, devenida icono. Incluso siendo tangibles, estos ejemplos son de algún modo abstracciones. No hay, como Deligny no deja de decirlo, el autista puro, mientras que el hombre medio es, como lo muestra Canguilhem, una ficción -Deligny dirá que es ideología-. Pero estas abstracciones nos reenvían no obstante a situaciones concretas: Janmari preso en un sistema de adaptación-inadaptación se convierte en eso que el certificado médico le atribuye, en un “encefalópata profundo incurable”. Cada uno de estos polos gravitatorios debe, en fin, ser remitido a series compuestas por funciones dependientes de leyes extremadamente diferentes. La palabra “ley” es ambigua en Deligny, tanto si es utilizada en un sentido jurídico como si es utilizada en un sentido etológico. Por una parte, él insiste en el hecho de que lo humano es eso que, por excelencia, se encuentra fuera de la ley, es decir, que aparece como no sumiso e incluso como eso mismo que no puede serle sumiso a la ley: se encuentra fuera de su ámbito, no es legislable. Pero el otro polo gravitatorio posee leyes de funcionamiento propias cuya existencia Deligny afirma y de las que, si bien no se esfuerza por inventariarlas de manera sistemática, proporciona ciertas descripciones. Es así como al esfuerzo “deconstructivista” en Deligny, a saber, el de mostrar siempre cómo lo humano hace brecha en toda convicción del hombre -y sobre todo allí donde se dice que él se define y se agota, a saber, en la palabra, la civilización, el inconsciente, el sujeto…- se suma también a un esfuerzo “constructivista”, a saber, el de encontrar las prácticas donde este humano puede tener lugar, en las que toma forma y se expone. Si estas formas, en fin, no existen puras, es porque es en su relación de tensión como deben ser comprendidas. Es en el pasaje constante de una a otra como su pensamiento teórico-práctico se despliega. Deligny avanza entonces el postulado de que “el humano es bi-polar”[xvi], y que estas dos formas de ser –ser-en-infinitivo y ser-subjetivo, o ser y Ser, ser humano y ser consciente de ser– no existen más que en simbiosis. Para captar el sentido de esta noción se va a servir de la imagen del liquen: están el alga y el hongo, pero el liquen no existe sino en la simbiosis entre estos dos seres (aunque la metáfora es limitada, pues si el alga y el hongo existen singularmente, sus modos de ser son una abstracción y no será sino en un “existente” concreto y singular que existan verdaderamente). Cohabitan en este existente particular.

En numerosas ocasiones a lo largo de sus escritos, Deligny propone la existencia de una simbiosis entre funciones binarias que vemos concurrir en sus series correspondientes. Por ejemplo: las dos memorias –específica y étnica– no existen sino en simbiosis; hay, en el cine, simbiosis de la imagen y del lenguaje[xvii]; nuestros gestos son simbiosis de actuar (forma de acción autista sin fin ni intencionalidad, agir) y de hacer (forma de acción de un sujeto consciente encaminado a culminar alguna cosa), y así seguidamente… No hay un modo sin el otro. Por retomar un ejemplo de Deligny, caminar es un movimiento humano, pero es necesario alguien que camine. El caminar, actividad humana infinitiva, no es percibido más que cuando es conjugado. O aún, si retomamos el problema en el otro sentido: cuando escribimos, estamos en proceso de significar, pero esta escritura es ya un trazar si en el cual la escritura no puede siquiera tener lugar.

Deligny subraya tanto el aspecto infranqueable que presentan estas dos polaridades como los pasajes existentes entre ambas. El aspecto infranqueable se ve reforzado por el hecho de que se trata no solamente de diferentes modos de ser, sino verdaderamente de estructuras. Y ahí reside indudablemente una particularidad del pensamiento de Deligny, que toma una posición en el debate filosófico-epistemológico quizá más importante de su tiempo, a saber, el debate del estructuralismo. Siendo Althusser, Lacan y Lévi-Strauss referencias tan importantes para él, no azaroso que la palabra estructura aparezca de modo determinante pero muy singular en su obra.

En L’agir et l’agi, Deligny se pregunta: “¿Cuál es nuestra investigación? Apuntar hacia lo que pueda constituirse como marca -una ‘estructura’ otra que aquella que sostiene el lenguaje- y que ‘permite’ el actuar de la iniciativa”[xviii]. La particularidad de la palabra estructura comienza ahí. Extrañamente, no se trata de una estructura, sino al menos de dos, a las que habrá que atribuir elementos constitutivos. “Si se trata de una ‘identidad otra’, es necesaria una palabra diferente a signo, que se refiere a la ‘estructura’ en S. Nous disons ‘marca’ (‘repère’) que evoca la ‘estructura’ en N”[xix]. La palabra estructura es muy recurrente en los textos de Deligny, pero es particularmente en L’Arachnéen donde más se esforzará por contextualizarla. La palabra interviene en efecto desde las primeras páginas del texto, cuando Deligny hace referencia a Lévi-Strauss y dice que, como el etnólogo, él busca definir una estructura: “Para lo que concierne a este humano nuestro, algunos han prestado atención a las estructuras de parentesco. Es un poco del mismo modo que yo querría escrutar qué puede ser de la estructura de la red humana”[xx]. Y, efecto, una de las formas de definir lo humano en Deligny es a partir de la afirmación de que lo humano es un modo de ser en red.[xxi] Algunas páginas más tarde, la referencia implícita será ahora a Lacan. Deligny se dice “preocupado sin duda por clarificar este modo de ser en red. Se tratará entonces no de una población legendaria como lo fueron los Cíclopes, sino de una estructura, a pesar de que esta palabra haya recientemente sufrido una apropiación, del mismo modo que la ha sufrido la palabra inconsciente”. L’Arachnéen es por tanto un esfuerzo por definir esta (otra) estructura en N que no está ni ligada al inconsciente (estructurado en tanto que lenguaje, estructura en S), ni a las estructuras del parentesco.

Deligny busca así definir lo humano a partir de una noción de estructura que no es sin embargo la avanzada por el estructuralismo. Él califica a esta estructura de arácnida, y es sobre todo la etología de Karl von Frisch lo que va a movilizar en este texto. Deligny utiliza numerosos ejemplos del reino animal, comenzando por la araña y su capacidad innata de tejer telas. Lo que le interesa es comprender un modo de funcionamiento que no sea intencional, ligado al “proyecto y pensamiento”, sino más bien maquinal[xxii], no-consciente y escapando precisamente a todo funcionamiento consciente/inconsciente, en breve un modo de funcionamiento estructural -sin que sea por ello simbólico y lingüístico-. Podemos aún pensar en lo que Konrad Lorenz avanza a propósito de esas “estructuras específicas, invariantes en el individuo y que marcan todas las sociedades humanas de ciertos rasgos comunes característicos”[xxiii]. Es sin duda en esta dirección como se constituye algo parecido a una definición de la otra estructura propuesta por Deligny.

La estructura pensada a partir de lo arácnido permite establecer ante todo que hay en lo humano una tendencia al espontáneo agruparse, y una tendencia que resurge notablemente en condiciones difíciles: es la necesidad de ubicarse en red -en Nous (structure en N). Pero este lazo que se crea entre unos y otros se encuentra en un registro infra-subjetivo que no se deja explicar simbólicamente, ni por el “reconocimiento” de unos y otros. Será posible en fin encontrar, entre las diferentes redes, elementos característicos que probarían que su “estructura es sin duda siempre la misma”[xxiv]. Entre esos elementos se encuentra sobre todo el de la resistencia, lo que la dota de un relevante tenor político. De un lado, por tanto, están las circunstancias particulares y fruto del azar que permiten la red; del otro, la red se estructura de una forma precisa y determinada. Las circunstancias son como líneas o fibras que entran en relación y forman una tela precisa. Lo arácnido no es sino un arte de líneas.

El efecto de agrupamiento podría ser aquel de organizarse en sociedad, pero si bien ésta posee una serie de elementos funcionales, para Deligny, al contrario, la red se define por situarse fuera de la función, por un para nada. Se podría ciertamente objetar que, si nos agrupamos porque queremos resistir a una situación dada, hay una contradicción y que Deligny estaría también definiendo la red de un modo utilitarista. Sin embargo, la utilidad está para él del lado del proyecto pensado, consciente, mientras que esta fuerza que empuja a resistir sería de un orden mucho más fundamental, innato, voluntad antes que ninguna otra cosa: es “lo humano dotado de manera innata por el modo de ser en red”. La red es esta misma forma de organización que surge en el seno de sociedades como manera de resistir a ellas -y antes que a ninguna otra cosa al exceso de funcionalismo y finalismo implicados en la sociedad capitalista actual-.

Lo arácnido aparece a la vez como “una época pasada, una edad, una era”[xxv], y como eso que “resurge en todos los momentos de la historia”[xxvi]. Reenvía a una forma de organización -la red-, pero también a un modo de acción -el agir– que se traduce en actos concretos: hay una escritura arácnida, al igual que hay un trazar, un tipo de gesto, etc. Se trata aún de eso que está más acá y fuera del alcance de toda voluntad. Lo arácnido, en tanto que estructura, reenvía entonces a lo que Deligny llama lo humano, a eso que está fuera y resiste a lo simbólico, es decir a una definición lingüística. Y, sin embargo, esta resistencia guarda siempre una relación con el orden simbólico, una relación a la vez de oposición y de simbiosis: “entre la red arácnida y los sujetos individualizados por el orden simbólico, hay simbiosis entre dos modos de ser, cada uno guardando intacta su naturaleza”.[xxvii]

Lo innato, la especie y lo humano por naturaleza reenvían así a otro polo, a otra estructura, que permanece incluso si el polo social, lingüístico y simbólico tiende a imponerse. Pero dejémoslo claro: todo lo que Deligny pone bajo el signo de lo innato es eso que se encuentra fuera del ámbito del nombre, de la “definición definitiva”. No porque no tuviéramos aún los modos de nombrar, ni porque esto fuera del orden de lo inefable, sino porque permanece irreductiblemente fuera y más acá del lenguaje. Es por ello que la especie no constituye un arché ni un efecto de creencia dotado de contenido, ni un objeto de saber positivo. Lo que no quiere no obstante decir que lo innato sea una noción abstracta, casi metafísica. Lo innato posee una materialidad propia que puede ser más o menos descrita -de ahí el recurso a la paleontología y a la etología- y que sobre todo toma formas. La serie humano-innato-asimbólico-aconsciente “toma formas”; puede ser “expuesta”; es la base de las prácticas. Estas prácticas son a la vez procedimientos materiales muy concretos -en el caso de la red que se hace cargo de los niños autistas: trazar un mapa, encontrar un estilo textual, inventar una forma de filmar con todo lo que esos procedimientos requieren desde el punto de vista de la organización del espacio, de puesta en forma de un material, de organización de calidades sensibles y sensoriales, de estrategia de exposición…- y de formas de poner al desnudo, de poner en cuestión imágenes cargadas de convicción: la imagen del buen hombre que sintetiza una serie de normas, códigos y valores que cada cual se ve más o menos obligado a incorporar -de un cierto tipo de cuerpo, de una forma de pensar, de sentir, de un determinado porte, de una forma de gestualidad-. Nadie incorpora nunca completamente una norma y cada ser singular la adapta según sus posibilidades.

¿Pero hasta dónde llega el límite de la adaptación? ¿Hasta dónde se impone? Es en relación con este umbral, con el límite, en el margen, que se ubica la práctica de Deligny. Hay un punto donde no nos adaptamos “tan bien”. Ahí la adaptación deviene inadaptación; este ser singular es entonces no-adaptado, pues no es conforme, ha ido demasiado lejos: ni siquiera habla, no mira al otro, no ama la proximidad.

De modo que los nuevos estratos del polo socio-étnico no arrancan al hombre de la especie. Al contrario, como dice Deligny en una formulación radical, “cada individuo es el primero, ni más ni menos humano que todos los primeros que han dado curso a esta especie”[xxviii]. Cada individuo es una singularidad radical y no puede ser reenviado a un modelo o a una matriz que lo explicará o a la cual fuera comparado para resultar así comprensible, pero no obstante guardará esta reserva específica que lo hace tan humano como todos los demás de la especie. Se trata cada vez de “remontar a la claridad del alba de la especie”, pero no como un retorno, sino exponiendo el hecho de que “esta alba está todo el tiempo ahí, siempre y ahora estamos en pleno interior, en todo momento, a pesar de este envoltorio de la mirada informado por el lenguaje y que deviene opaco y hereditario”[xxix]. El giro operado por Deligny se ancla en el hecho de que no se trata simplemente de una cuestión de tiempo lineal en el proceso evolutivo del hombre, sino de algo siempre presente gracias a una simultaneidad de estratos y niveles.

El alba de la humanidad está por tanto siempre ahí, fosilizada como ese nudo arcaico que es lo humano. O más bien en esa nuez arcaica, como lo dice Deligny: “Es por tanto de nuez arcaica que me haría falta hablar evocando lo humano […] esta nuez permanece en órbita”[xxx]. Y esta nuez reaparece en cada gesto humano, como su soporte. Es el caso, por ejemplo, de la mano que traza. Es importante para Deligny sostener una posición teórico-política en el momento mismo en que lo humano tiende a desaparecer, ya sea porque suponemos que la técnica lo ha llevado más allá de la especie, ya sea porque admitimos que ciertos seres humanos sean clasificados como inhumanos a partir de un esquema o de una matriz dados. Lo humano -y toda la serie de nociones implicadas por esta palabra- compromete por tanto a tomar posición. Y esto es claro en muchos de sus escritos: “Cuando hablo de a-consciente, no es una posición de repliegue: es un encuentro, un avance”[xxxi]. Lo aconsciente es un avance estratégico en un momento en que fetichizamos la palabra inconsciente, utilizándola por todas partes sin discriminación y como medio para establecer una imagen del Hombre cuyas consecuencias pueden ser, por ejemplo, para la clínica, muy problemáticas.

Lo humano reenvía a la nuez arcaica y ésta a una reserva virtual. Deligny ha retenido aquí sin duda una importante lección de Lévi-Strauss, que no piensa en términos de un universal dado, sino en un fondo virtual que se reencuentra en diferenciación constante a lo largo de sus actualizaciones en virtud de ciertas “elecciones” sociales. En este sentido, el espíritu y el pensamiento humanos no constituyen una cosa dada, sino una función que es variable y situacional. Es lo que el antropólogo avanza en Les structures élémentaires de parenté cuando dice que el pensamiento es siempre “situacional[xxxii]. En este mismo libro, vemos asimismo la figura del niño como aquel que condensa virtualmente toda la humanidad: es una multiplicidad virtual que va, en virtud de selecciones exclusivas de su cultura, a desaprender para poder transformarse en un sujeto particular.

 

Los esquemas mentales del adulto divergen según la cultura y la época a las que cada cual pertenece; pero todos son elaborados a partir de un fondo universal, infinitamente más rico que aquel del que dispone cada sociedad particular, si bien cada niño trae consigo, al nacer, y en forma embrionaria, la suma total de las posibilidades de las cuales cada cultura, cada periodo de la historia, no hace más que escoger algunas para retenerlas y desarrollarlas. […] En relación con el pensamiento, frente al adulto, que ha escogido y que ha rechazado conforme a las exigencias del grupo, el pensamiento del niño constituye una suerte de sustrato universal, en cuyo estado las cristalizaciones no se han producido todavía, y donde la comunicación permanece aún imposible entre formas completamente solidificadas

 

El niño constituye por tanto una reserva común humana, una virtualidad que se actualizará de forma sin duda singular según el contexto, la situación histórica y cultural. Tal proceso igualmente es el mismo para cada lengua singular y empírica, que escoge entre los sonidos posibles existentes -y este hecho se confirma también en el niño, que es capaz, antes del aprendizaje de la lengua, de balbucear una infinidad de sonidos que va después a desaprender con el fin de entrar en su lengua materna-. La lengua, el pensamiento, las actitudes están en el niño aún en estado de “materiales brutos aptos para la construcción de sistemas heterogéneos”[xxxiii], que no pueden convertirse en funcionales más que a partir del momento en que el niño es incorporado a su cultura y donde “se produce una selección”.[xxxiv]

Deligny no ignora el descentramiento operado por el pensamiento de Lévi-Strauss, pero para él se trata de radicalizarlo al mismo tiempo que de desplazarlo. Pues si bien se ve a sí mismo como un tipo de antropólogo, su tarea tiene que ver con un grupo de personas que en nuestra sociedad son considerados como “anormales”. Siguiendo el ejemplo de la antropología, reconoce la diferencia de esta “otro”, pero a diferencia de ella Deligny separa toda suerte de definición fundamental o capaz de recaer en algún tipo de esencialismo. Radicalizando aún más una crítica de sujeto, Deligny ubica entonces sus críticas de lo simbólico y del lenguaje como el último lugar donde se podría aún anclar una definición de esta especie nuestra. Deligny va así más allá de la idea según la cual habría un “material en estado bruto”. Él prefiere más bien la de un soporte fósil, de un basamento, sobre el cual vendrían a inscribirse las diferenciaciones del hombre en sus procesos culturales: “Lo que nos pone sobre la pista del hecho de que, si bien el Ser se ha deshecho muy conscientemente de su basamento con el fin de evolucionar hacia su destino de ser subjetivo, esta operación es, felizmente para nosotros, incompleta”[xxxv]. Lévi-Strauss identifica este material en estado bruto con el niño. Deligny remite los estratos fósiles, el soubassement, a lo humain o al ser -verbo infinitivo y no la entidad Ser-.

Otro elemento nos parece también importante. Hemos señalado que la inversión de perspectiva implicada por la práctica de la red y el discurso teórico de Deligny lo inscribe en una trayectoria antropológica más que propiamente psiquiátrica. En efecto, se trata de ver el lenguaje a partir de la posición del niño mudo, es decir, de “objetivarlo” y considerarlo desde el punto de ver (point de voir) del mutismo. En otras palabras, se trata de ver cómo los niños son capaces de estructurar un modo de vida que no está estructurado por el lenguaje, sin que por ello tomemos este modo de vida como carente de perfectibilidad o como “minusválido”. Numerosos son los momentos en lo que Deligny avanza que él tiene que ver con una etnia —o sobre todo que integra una muy singular—. Es notablemente en la Singulière ethnie donde este propósito alcanza su desarrollo pleno. Si se trata de una etnia muy singular, es sobre todo porque en el modo de funcionamiento de sus individuos, la relación dialógica está como anulada – del mismo modo que las sociedades primitivas de Pierre Clastres anulan el poder (coercitivo)-. Leemos: “Podría decirse que aquí hay una etnia donde no hay un otro, pues esto es justamente lo que un niño autista no es”[xxxvi] y que “si, para el etnólogo, se trata de pasar de una etnia a otra, de intentar abandonar un poco la suya con el fin de dejarse penetrar por una etnia otra, de penetrarla a ella, he aquí que, para nosotros, no hay un otro; los niños autistas no son unos urubu o unos bororo”.[xxxvii]

Deligny insiste no obstante y a pesar de todo, tomando así una distancia considerable en relación a Lévi-Strauss, en definir la red en tanto que una suerte de etnia. Este motivo de la etnia es una estrategia ligada a la inversión de perspectiva operada por Deligny, si bien él reconoce que se trata de una etnia muy particular y singular no comparable a sociedades concretas de las llamadas primitivas. Es en efecto una etnia que en realidad no ha existido nunca, que reenvía a un momento anterior a la “selección” / el “escoger”; que constituye un material fósil, un posible de la reserva humana. Si, siguiendo la pista de Leroi-Gourhan, otra fuente importante para Deligny en lo concerniente a este debate, y más concretamente aquella del primer tomo de Le geste et la parole, Deligny busca una definición fundamental de lo humano, es para intentar escapar a las esencializaciones a partir de las cuales podríamos operar nuevas divisiones internas. Es aún en esta dirección como podemos comprender otro extracto, esta vez de Traces d’être et bâtisse d’ombre: “pero mientras que, para Lévi-Strauss, parece que es el cocinar lo que distingue al hombre del animal, yo diría que el ser del trazar sería eso que retiene al hombre como el animal que es; se trata de una pertenencia y no de una manera de distinguirse. Dicho esto, ese ser no existe sino dando un rodeo en torno al ser del hacer y del lenguaje”.[xxxviii] Siguiendo el comentario de la tradición filosófica clásica hecho por Lévi-Strauss, está el ser del hacer (homo faber) y el ser del lenguaje. El antropólogo añade a esa lista el hombre del cocinar, es decir, el ser del cocinar, y Deligny, por su parte, añade aún una nueva categoría, el ser del trazar. “El ser del hacer, el ser del lenguaje, el ser del cocinar; yo añado, por qué no, el ser del trazar, eso que nuestro modo de vida nos dispone a pensar”[xxxix]. La experiencia concreta de Deligny con los niños autistas, le revela aún un nuevo modo de ser, el ser del trazar, que abre la brecha para que incluso aparezcan otros.

Esos extractos confirman ante todo una vez más la voluntad que Deligny tuvo de integrar la problemática antropológica/etnográfica, sin por ello hablar de distinción o de diferenciación, sino más bien de pertenencia -a la especie y por consiguiente a la naturaleza-. Pues la inversión de perspectiva operada por Deligny funciona a través, entre otros elementos, de una crítica radical de la semblabilité, de la producción parecida. “Vemos por tanto que interviene el a priori de la sensibilidad, lo que borra, por una buena parte, el respeto debido al extranjero e incluso el simple reconocimiento de que un ser humano extranjero pueda existir. Considerar al otro como parecido –así- es un honor cuyo peso ha aplastado a muchas etnias vivas”[xl]. Lo que su reflexión revela es que, por un extraño giro, suponer una semblabilité, un código abstracto de lo parecido, es precisamente lo que permite la distinción y la diferenciación cualitativas, responsables de aplastar numerosas etnias e individuos: las hay que son más parecidas que otras, la que “merecen” ser integradas y asimiladas, mientras que otras pueden ser exterminadas. De este modo, cuando Deligny habla de lo humano como una reserva fósil de diversidad a la que nosotros pertenecemos, abre la posibilidad de que esta diversidad pueda ser concebida y respetada -mientras que, por el contrario, la idea de semblabilisation, por su violencia colonizadora que supone una matriz, permite la idea de una diferenciación exclusiva y excluyente-. El concepto de humano viene a establecer un campo de tensiones: irreductibilidad de la diferencia, de la extrañeza, de la alteridad singular. Alteridad singular no englobable y no categorizable según un esquema, matriz o código dados -y, por esta razón misma, perteneciendo a la especie- de modo que resulta imposible distinguirla cualitativamente de otras singularidades.

Lo simbólico, en tanto que el lugar donde se operan las definiciones, permite aún la aparición de divisiones en el seno mismo del hombre. Deligny necesita por tanto un discurso aún más radical que permita una práctica orientada a los niños autistas. Su estrategia es la de atacar los últimos espacios donde aparezca una cristalización esencial, un archè. El ser de trazar es aquel que no puede ni siquiera estar definido por lo simbólico. Es el último signo de los desaparecidos de esta etnia singular.

 

NOTAS

[i] Este texto ha sido publicado en Imago Crítica Nro. 6, 2017. Europa: crisis, imaginario y ruinas (https://www.anthropos-editorial.com/DETALLE/IMAGO-CRITICA,-Nº-6-IC06)

[ii] Es Adolphe Quételet quien desarrolla la idea de un “hombre medio”. Georges Canguilhem, en Le normal et le pathologique, se esfuerza por mostrar la confusión generada a partir de la reflexión del primero entre “norma” y “media” -donde la norma es pensada a partir de constantes fisiológicas y de caracteres estadísticamente medios. Deconstruye así la idea de que la norma reenviaría a una media a un “hombre medio”. La “norma no se deduce de la media, pero se traduce en la media” (Georges Canguilhem, Le normal et le pathologique, París: PUF, 2013, p. 104) -y esto en función de cómo una sociedad se organiza y normativiza los valores de la vida. Es así la relación fundamental entre el individuo (el “viviente”) y el medio (natural y social), la confrontación del primero con el segundo, lo que produce normas. La comparación entre individuos a través de una media abstracta es también muy problemática.

[iii] Claude Lévi-Strauss, “A menudo me han reprochado ser antihumanista” (Entrevista en el periódico Le Monde el 21-22 janvier 1979) apud Fernand Deligny, Œuvres, París: Édition de l’Arachnéen, 2007, Les détours de l’agir ou le moindre geste, p. 1272.

[iv] Ídem.

[v] Fernand Deligny, Ibid. Le croire et le craindre, p. 1183.

[vi] Ibid. Les détours de l’agir ou le moindre geste, p. 1274.

[vii] La cuestión de la “justificación” es interesante, es el efecto mismo de la consciencia -o de la mala consciencia. De un lado, las justificaciones son un medio de llenar un vacío: es necesario proporcionar explicaciones de por qué el hombre es superior, en qué no es como el resto de las cosas de la Naturaleza -de ahí la llamada a esquemas transcendentes y metafísicos. A continuación, en la distinción entre hombres es necesario explicar de dónde vienen estas motivaciones, evidentemente un medio de calmar la consciencia. Los primeros capítulos de O povo brasileiro son, en relación con esto, ejemplares. El antropólogo Darcy Ribeiro muestra toda la maquinaria puesta en marcha, particularmente por la Iglesia portuguesa, para justificar la empresa colonialista en América. Se trataba “en realidad” de salvar el alma de los indios, de arrancarlos a la salvajada de la antropofagia, en breve la empresa colonialista se justificaría en el fondo -o debería justificarse- por todo un proyecto “civilizador” hacia esas poblaciones sin fe, sin rey y sin ley. Cf. Darcy Ribeiro, O povo brasileiro. A formacao e o sentido do Brasil. Sao Paulo: Companhia das Letras, 1996, O enfrentamento dos mundos, pp. 42-56.

[viii] Fernand Deligny, L’homme sans conviction, p. 7. Publicado en anexo en: Cardoso Pinto Miguel, Marlon, À la marge et hors-champ: l’humain dans la pensée de Fernand Deligny, tesis de doctora- do defendida en l’Université Paris 8, febrero 2016.

[ix] Ídem.

[x] Ídem.

[xi] Les fossiles ont la vie dure, inédit (Archives de l’IMEC, DGN52), p. 33.

[xii] L’Arachnéen et autres textes, op. cit. L’humain et le surnaturel, p. 152.

[xiii] André Leroi-Gourhan, Le geste et la parole, 2 tomos, París: Albin Michel, 1964, tomo 1, p. 163.

[xiv] Ibid. p. 200.

[xv] Ibid. tomo 2, p. 10.

[xvi] Fernand Deligny, Œuvres, op. cit. Cahiers de l’immuable/ 3, p. 963.

[xvii] Œuvres, op. cit. Projet N, p. 1764.

[xviii] L’Arachnéen et autres textes, op. cit. L’agir et l’agi, p. 123.

[xix] Ibid. pp. 123-124.

[xx] Ibid. L’Arachnéen, §5, p. 14.

[xxi] Ibid. §55, p. 91.

[xxii] Ibid. §21, p. 34.

[xxiii] Konrad Lorenz, Essais sur le comportement animal et humain. Les leçons de l’évolution de la théorie du comportement, París: Éditions du Seuil, 1970, p. 305.

[xxiv] Fernand Deligny, L’Arachnéen et autres textes, op. cit. L’Arachnéen, §10, p. 20.

[xxv] Ibid. §7, p. 17.

[xxvi] Ibid. §10, p. 20.

[xxvii] Ibid. §56, p. 93.

[xxviii] Ibid. Nous et l’innocent, p. 700.

[xxix] Ibid. p. 699.

[xxx] Ibid. Lointain prochain. Les deux mémoires, op. cit. p. 71.

[xxxi] Ibid. Le croire et le craindre, p. 1.152.

[xxxii] Claude Lévi-Strauss, Les structures élémentaires de la parenté, Berlín: Mouton de Gruyter, 2002, p. 106.

[xxxiii] Ibid. p. 110.

[xxxiv] Ídem.

[xxxv] Fernand Deligny, L’Arachnéen et autres textes, op. cit. Connivence, p. 182.

[xxxvi] Œuvres, op. cit. Singulière Ethnie, p. 1.408

[xxxvii] Ibid. p. 1440.

[xxxviii] Ibid. Traces d’être et Bâtisse d’ombre, p. 1527.

[xxxix] Ídem.

[xl] Fernand Deligny, L’Arachnéen et autres textes, op. cit. La voix manquée, p. 187.

 

Salto al vacío  (Por los que ya no están) // Danilo Billiard

“Hay gente que ríe, hay gente que llora, hay gente que vive buscando la gloria; hay gente que muere pidiendo lo justo y hay gente que vive a costa de lo injusto.

 Prefiero morirme por los que han callado, a manos siniestras que paga el Estado, al buitre asesino que mata mi tierra y al hombre que gana haciendo la guerra”,

Daniela Millaleo, Trafun.

 

Los pactos de la transición son desafiados y pese a todo se resisten a claudicar. Son aquellos pactos los que forjaron el consenso ideológico de la elite que logró hacer del mercado un lugar común, organizando por varias décadas una forma de vida que hoy se desfonda frente al estallido social chileno que, como un susurro subyacente devenido estruendoso alarido, reclama con vehemencia lo que le fue expropiado por el economicismo paroxístico del modelo neoliberal: la inapropiable vida. Esta verdadera Dialéctica de la Transición (parafraseando un viejo motivo frankfurteano) logró que la obra gruesa de la dictadura se desarrollara a través de una gubernamentalidad democrática, que consolidó la persistencia del autoritarismo y el culto al dinero en las lógicas del poder institucional posdictatorial con sus ramificaciones en la vida cotidiana. 

Quizá como a la Ilustración, también le corresponde a la Transición ser interrogada en el plano conceptual, puesto que “el retorno de la democracia” en Chile, con sus alegorías televisivas y su episteme prescriptiva, la hacía renacer bajo el signo del dominio, sintetizado en una innovadora noción de orden que se ajustaba a las disposiciones anómicas que hacían de la excepcionalidad, la condición de funcionamiento efectivo del mercado. De ahí que la pregunta por la democracia resulte tan incómoda en estos días, cuando se le utiliza como motivo para condenar los actos de violencia acontecidos en las calles.

Acudiendo al desgastado pero eficiente tópico de la delincuencia común, estrategia político-mediática de la Transición democrática para gestionar el miedo y reforzar el deseo autoritario por el orden, se repudia el vandalismo que ha saqueado e incendiado la ciudad, y que ahora es puesto como la piedra de tope para avanzar en los acuerdos institucionales que presuntamente responderán a las demandas del país, aporéticamente dirigidos por aquellos que han sido apuntados como parte del problema.

La llamada fuerza pública, que se escuda en el cumplimiento estricto de “protocolos”, evidencia que el “uso racional” de la fuerza, es decir una violencia no letal aplicada con proporcionalidad, no es menos dañino y menos traumático, cuando su finalidad disuasiva es precisamente suministrar dolor en dosis soportables. En ese ámbito, una crítica de la razón requiere pensar las secuelas y constricciones que todo orden propaga en el existir potencial. Si la racionalidad instrumental volvía todo vínculo humano en una oportunidad de beneficio individual, la racionalidad inmunitaria (en el sentido de Esposito) establece un nexo consustancial entre aquello que protege la vida y aquello que la pone en peligro.

Los pactos constitucionales están siempre condicionados por los pactos simbólicos que les anteceden y determinan. Es así que en medio de esta contienda que conmociona y agiliza se nos exija abrir espacio al pensar imprudente, sabiendo que la temporalidad de la reflexión crítica también ha sido desafiada por el vértigo intempestivo de la revuelta popular, entonces no puede más que dejarse arrastrar por los únicos diagnósticos posibles –fragmentarios, imprecisos, pasionales– que permite este instante.  

La crítica del neoliberalismo y su democracia corporativa, forma parte de la devastación que ha disparado el andar de su vorágine. Como la violencia contingente del despreciado vandalismo, que ha estado a la altura de la vocación homicida del poder económico que ha arrasado con ciudades, bosques, ríos, océanos y glaciares, animales  y humanos, también la crítica debe resistirse cognitivamente a los oportunismos siempre dialogantes de los que han diseñado, ejecutado y sido cómplices de esta catástrofe institucionalizada. Por eso que la nominalización afectiva de la movilización social resulte tan curiosa en algunos pasajes, cuando se le designa como “alegre”, “pacífica”, “festiva”, “carnavalesca”, y otros epítetos que no hacen más que ridiculizar a quienes los enuncian, y agigantar la brecha social que los separa de quienes marchan y pelean.

Lo que deambula por las calles de Chile es una desatada melancolía (¡por fin!, a saber, con propósito), provisoriamente articulada, es un suicidio colectivo contenido en la barricada –subversión terapéutica–, del que la política debiese al menos sonrojarse ante la precariedad del cuerpo dispuesto a inmolarse por reclamar el más primigenio de esos <<derechos>> que no cabe en ninguna Constitución: el de forjar una vida y su sentido existencial. La ontología de nuestro presente es una urgencia para el pensamiento social, del que los análisis jurídicos y económicos no pueden obtener rendimientos satisfactorios ni ofrecer respuestas eficientes, porque es un terreno, un lenguaje, un sentir, que excede los formalismos legislativos.

¿Por qué la emoción no legisla? ¿Qué dicen las constituciones acerca de los afectos? ¿A cuál vida están apuntando cuando piensan que en la razón se ha consumado la plenitud de su expansión? Lejos de elogiar una irracionalidad pulsional, se trata de librar a la Transición de su simbolismo que la vuelve dispositivo del orden, para hacerla el umbral que nos conduzca a una vida otra, impensada, que disipe lentamente ese imperativo obsesivo y obsceno de la modernidad por el dominio de todo lo que somos, y restaure la imprevisible inquietud de una vida trágica que quiere siempre ir más allá de si misma.

Antes de que la juventud escolar saltara el torniquete del Metro –tecnología del cobro–, hubo otros y otras que también saltaron. Un salto, desde la cuerda atada bajo el mentón o emprendido al vacío concreto, que les costó la vida. Cansancio de la indiferencia que daña la ternura,  de esta razón gris que aprisiona el deseo fluorescente, de la política que no se conmueve con el llanto, de la rutina que habla sin escuchar (se) y ve sin observar (se), desafiaron la soberanía bioeconómica, la gubernamentalidad democrática de las emociones, tomaron a su cargo la vida y fueron ofrenda para siempre en el sucio y baldío suelo de la normalidad caótica de ese Chile que hemos padecido los que, hasta antes de octubre, no nos atrevimos nunca a saltar.

Es el suicidio que nos despierta y nos sacude, que nos ha de conducir a una nueva relación –posthobbesiana– con la muerte.

Chile rebelión // Diego Ortolani

Este texto ha sido escrito el 13 de noviembre al calor de los acontecimientos en que estamos inmersos en Chile, y siguiéndolos en su deriva más reciente “en tiempo real”. Ha circulado fragmentariamente de mano en mano, o de teléfono en teléfono, en la medida de sus posibilidades. Quisera, antes que volverlo un artículo más formal, conservar en parte la urgencia de la escritura, sin otro propósito que (además de reflexionar sobre los significados del acontecimiento), tratar de transmitir un poco lo vertiginoso e intempestivo de lo que estamos viviendo.

No puedo extenderme en los orígenes profundos de la rebelión, ni sobre sus antecedentes más inmediatos y primeros sucesos. Ya se han escrito numerosos artículos y análisis, algunos de ellos excelentes, que para el lector y lectora ávida son fácilmente rastreables en los medios alternativos chilenos e internacionales. Si apuntar que entre los antecedentes más inmediatos no solo están varios conflictos nacionales recientes, que fueron juntando presión, sino también otros del panorama global, como el movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia o la más cercana rebelión ecuatoriana, que repusieron incluso, en los escenarios del antagonismo con el neoliberalismo, la cuestión de la violencia popular y su legitimidad, expulsada una y otra vez de la escena por la moral de la democracia neoliberal.

Me concentro en lo que estamos viviendo esta semana, a casi cuatro del estallido de nuestra rebelión. Ayer martes 12 de noviembre escribía:

Hoy hay paro general de producción y consumo con movilización. Aquí en Santiago la movilización ya es multitudinaria en Plaza Italia, se espera que sea muy masiva nuevamente, y seguramente también habrá grandes movilizaciones en otras regiones del país. Por otro lado, la deliberación popular ciudadana en asambleas y cabildos se extiende como un reguero de pólvora, barrio por barrio, territorio por territorio.

La situación es más o menos la siguiente. Al derrotar el Estado de Emergencia durante la primera semana, la rebelión y el movimiento nacido de ella lograron la absoluta iniciativa política. Eso lo sabe y/o presiente todo el mundo en la calle y en la deliberación asamblearia. Además, eso nos generó un costo altísimo por la terrible represión desatada, que revierte ahora en la consigna de no a la impunidad, juicio y castigo, masiva en las movilizaciones, asambleas y cabildos. Esta exigencia enlaza con la histórica lucha similar con respecto al terrorismo de Estado de la dictadura, y refuerza entonces la comprensión de éste como el origen del neoliberalismo contra el que nos hemos sublevado.

Por otra parte, expone de modo amplificado a todo el sistema político en crisis: a unos, la derecha pospinochetista,  por haber sido la pata civil de la dictadura, a los otros, la centroizquierda neoliberalizada, por haber sido quienes se vendieron rastreramente, teniendo como premio el privilegio de ser los administradores del modelo parido por la dictadura y operadores de su profundización (la llamada “transición”, que a pesar de los embates recientes que le dimos, logró estirarse grotescamente como un chicle, y que ahora ha sido cerrada definitivamente por la rebelión, abriendo por fin plenamente un nuevo tiempo político). Y  todavía a los otros, el Frente Amplio y sus líderes nacidos de las movilizaciones estudiantiles de los últimos años,  por haber entrado recientemente a este sistema político en descomposición sin la convicción suficiente para contribuir a precipitar su crisis necesaria. Sistema que ahora reprimió sin asco (hasta el ex pánzer socialista Insulza, con veleidades recientes de candidato presidencial y secretario general de la OEA monroista, clamaba los primeros días de la rebelión por una “firme represión del vandalismo”).

Todo ello refuerza la radicalidad del movimiento, y su faceta de poder constituyente.

Después de cuatro semanas de rebelión heroica, tenemos la iniciativa política, y la prueba está en que el Gobierno acaba de anunciar su apertura a una nueva Constitución (no ya a una mera reforma, como proponía la segunda semana, luego de la derrota del Estado de Emergencia). La Constitución pinochetista del 80, como se sabe, obra de relojería de Jaime Guzmán y los Chicago Boys, es una de las joyas de la corona y uno de los más formidables diques de contención a la posibilidad de un tsunami democrático.  Claro que la propone vía Congreso Constituyente, o sea, actuada desde el Parlamento, buscando la recomposición del sistema político en base a la negociación con la oposición (negociación en la que todo parece indicar que hasta Revolución Democrática, integrante del Frente Amplio, quisiera entrar).

Astutamente, también la oposición parlamentaria de centroizquierda neoliberalizada dice con la calle «Asamblea Constituyente», pero es un cálculo oportunista jugando con la debilidad política del Gobierno y su coalición de derecha. Su apuesta real también es al desgaste del movimiento, y a que el cansancio y/o el peligro terminen imponiendo esa vía parlamentaria, o como mucho una Convención Constituyente mixta, entre Parlamento y convencionales constituyentes elegidos por el pueblo. De última, colarse en una eventual Asamblea Constituyente.

A partir de aquí, reproduzco diálogo con un compañero, mientras estábamos ya camino a la movilización:

– «El Senador de oposición Alejandro Guillier (último candidato presidencial de centroizquierda derrotado por Piñera) ha propuesto adelantar las elecciones generales. Su idea ha encontrado amplio rechazo. Pero muestra que no sólo la rebelión impone la nueva Constitución, sino que el sistema político expone su extrema crisis. Recordemos que la ex Nueva Mayoría, luego de su derrota en las presidenciales, está en plena descomposición. Paralelamente se aprobaron los Presupuestos del próximo año en el Congreso, y se aprobó también (en comisión) el plebiscito constituyente.

Entonces creo que el clivaje (impresionantemente positivo) es que renuncie Piñera y el Congreso (y hacer un Congreso Constituyente), o llamar a una Asamblea Constituyente a través de un plebiscito, como propone la oposición de centroizquierda”.

– Si, pero el Congreso Constituyente no pasa. El movimiento lo veta.

– «Claro, lo que quiero decir es que nos escinden la exigencia, que es: acusación constitucional contra Piñera,  gobierno de transición con la única misión de llevar a cabo una Asamblea Constituyente,  y solo luego elecciones generales»

Si, esa es nuestra exigencia y su secuencia, que quieren confundir. Lo comprendo. Pero son manotazos de ahogado. La única vía que tienen ellos ahora es la represiva, y la del fomento de formas de guerra civil («chalecos amarillos», o sea, ¡con perdón de los franceses!, vecinos auto-convocados contra «el vandalismo y los saqueos»,  comerciantes y sus trabajadores precarios contra manifestantes,  gente “que tiene que trabajar aunque comprenda la justicia de las movilizaciones», etcétera).

Políticamente están planchados. Solo si logran imponer la violencia y el miedo concomitante, podrían recuperar la iniciativa política. Eso por supuesto marca los enormes logros de la rebelión, y a la vez los peligros que acechan. Vamos a seguir necesitando mucha fuerza y lucidez.

Hasta aquí el diálogo. Luego, seguía escribiendo:

Esa es creo, a grandes rasgos, la situación. Por un lado, grandes peligros. Nos siguen reprimiendo durísimo. Parece haber cierta tendencia a la «colombianización» de la represión, cruel pero selectiva. Una singularidad represiva es la extendida mutilación ocular sobre todo en encerronas callejeras. Y por otro lado, grandes potencialidades de desarrollar un poder constituyente. Sin masacre, de mínima, el movimiento conservará un formidable poder destituyente y condicionará sin piedad toda gobernabilidad futura.

Recomiendo seguir en El Desconcierto las columnas de Rodrigo Karmy Bulton, que viene trabajando con gran lucidez tanto la caracterización de las potencias de los movimientos (desde antes de la rebelión), como las lógicas políticas y los dispositivos de guerra que el neoliberalismo despliega para contrarrestarlas. Aquí, hay que recordar que siempre es primero el poder constituyente del trabajo vivo. Todo dispositivo de represión y control es reactivo a esa potencia, y viene ex post un trabajo de vigilancia sobre él.

Los dispositivos de guerra también son previos a la rebelión, obviamente, desplegados contra las potencias que la preanunciaron. Militarización y trabajo de inteligencia en La Araucanía contra el movimiento mapuche, “Aula Segura” contra el movimiento estudiantil secundario –la resistencia contra este proyecto es un antecedente directo de las evasiones masivas que detonaron la rebelión-, vigilancia, represión y asesinatos selectivos contra el movimiento ecologista y de las “zonas de sacrificio” del extractivismo, etcétera.

Con poder constituyente, no me refiero lógicamente solo al derecho de la ciudadanía en rebelión a constituirse en convencional originario de una nueva Constitución, dada su titularidad sobre la soberanía. Ese es el aspecto histórico-jurídico. Importantísimo, pero un aspecto. Poder constituyente del trabajo vivo como fuente de toda la producción y reproducción de la vida social, y por tanto de toda vida política. Solo la politización que está protagonizando el movimiento, y su desarrollo permanente, son posibilidad tanto del despliegue de su potencia constituyente, como de la resistencia a la eventual guerra que vendrá (de la cual el golpe de Estado en Bolivia es toda una indicación), y en última instancia, de las transformaciones que garanticen la reproducción de la vida, que ya el neoliberalismo no garantiza (origen de la rebelión).

Otra cuestión.  Los sujetos y sujetas protagónicas de la rebelión y la deliberación no son los clásicos. Juventud precaria mestiza plebeya (con familias y comunidades precarizadas tras de sí), profundamente sensibilizada con el desastre civilizatorio en el que estamos, atravesada por un rechazo epocal al capitalismo y el neoliberalismo, a las castas políticas de todo color e ideología que le sirven, y por el feminismo, las disidencias sexoafectivas y el ecoambientalismo radical (radical de ir a la raíz de la imposibilidad de reproducción de la vida que genera la acumulación del capital ahora mismo). Es lo que se viene en todo el mundo. En ese sentido, esta rebelión en Chile, en el corazón del neoliberalismo, creo que está siendo anticipatoria de lo que vendrá también en otras latitudes.

Sin esos sujetos y subjetividades, esta rebelión es incomprensible. Quien ha podido estar en la calle, en la lucha callejera (núcleo de la derrota del Estado de Emergencia), lo ha visto y sentido. Elles eran quienes estaban y están ahí masivamente a la vanguardia. Y también están deliberando junto a otros en asambleas y cabildos, buscando constituir su propia voz y auto-gobernar sus rumbos.

Protagónico no significa exclusivo. Claro que se han ido sumando otros sectores y subjetividades. Qué bueno. Dado el enorme desafío necesitamos unidad en la diversidad. Alianzas interseccionales. A la vez, habrá debate, ya lo hay, sobre los acentos, sentido y dirección. Que esos sean los sujetos protagónicos, se relaciona con la resistencia a la conducción de las organizaciones ya constituidas, incluida la coordinadora Unidad Social (donde conviven lógicas verticales y patriarcales con aquellas más horizontales y de nuevo tipo). Se necesita diálogo y coordinación, y a la vez el debate sobre las formas y contenidos es inevitable e ineludible. Esa composición protagónica del movimiento llegó para quedarse, y marcará sus derivas y potencias.

Luego, ya tarde en la noche, anotaba un poco alucinado:

Estamos viviendo un momento realmente histórico. No es solo que hoy, a casi cuatro semanas del inicio de la rebelión, habiendo derrotado el Estado de Emergencia (con el alto costo represivo hasta ahora), las movilizaciones se mantienen a un altísimo nivel y masividad. No es solo que el Paro General de hoy fue exitoso, paralizando en gran medida el país. No es solo que asambleas y cabildos se extienden como un reguero de pólvora (con toda la heterogeneidad e incertidumbre de su novedad).

Se trata de comprender estas últimas horas. Las movilizaciones gigantes, sostenidas hasta el anochecer. Clima de insurrección esquina por esquina en el centro, fuertes enfrentamientos con los pacos, muchísimos heridos. Lo mismo en todo el país. Hacia el atardecer, llegan noticias de saqueos y quemas, de nuevo, otra gran oleada. Saqueos sobre todo de grandes supermercados, quemas incluso de algunos edificios oficiales. Por todo el país. Algunas balaceras. Tremendo, esto está más fuerte que antes del Estado de Emergencia.

Volviendo a casa de Plaza Italia, cargado el auto de cabros y cabras amigas, paramos a escuchar por radio la nueva cadena nacional del Gobierno, en boca de Piñera, rodeado por sus ministros (lo escuchamos por radio y los vemos online). Altísima tensión, no esperamos menos que  nuevo Estado de Emergencia. O peor, Estado de Sitio.

Porque (pensamos rápido) después de este día de furia, y como escribía hoy, dada la fortaleza incombustible de la rebelión, la extensión extraordinaria de la deliberación popular, y la absoluta iniciativa política del lado del movimiento a partir de la derrota del Estado de Emergencia, la única posibilidad del Gobierno de recuperar la iniciativa es la represión de más alta intensidad (y el eventual miedo resultante), que retraiga la potencia popular. Incluido el impulso de formas de guerra civil de «los afectados» contra «el caos».

Fuera de eso, la iniciativa está totalmente de este lado. Poder constituyente, Asamblea Constituyente,  desmontar el neoliberalismo, transformaciones políticas y sociales profundas hacia una democracia del bien común, que es el emergente programa de la rebelión y del movimiento que ha parido.

Escuchamos tensos, muy tensos a Piñera. Parece un partido que se decide en el último minuto…. ahora viene, el Estado de Sitio conchasumadre….

Y no. Todo lo que dice Piñera, luego de describir «la terrible violencia delictual antidemocrática de hoy» es:

1) Exhortamos a toda la ciudadanía a un Pacto por la Paz, que tiene que ser actuado, dice, por todos los sectores políticos y sociales. La única medida securitaria que anuncia es un tanto patética, la reincorporación de personal retirado a Carabineros (pacos viejos o limados para reforzar a los asesinos desbordados por la rebelión). Este Pacto incluye…una Nueva Constitución. Exigencia de la rebelión desde el día uno, ninguneada en pleno Estado de Emergencia. Solo que por Congreso Constituyente.

Pero ninguna «fuerza política» (ni menos «social»), se va a dar el abrazo del oso en ningún Pacto, en sus términos, con un Gobierno debilitado y a la defensiva política, o será un pacto débil. Esto (así como nuestra resistencia y su lucha contra la impunidad, nuestro más preciado escudo) debe estar en la base de que no anuncien nuevo Estado de Excepción y vuelvan a sacar a los milicos a la calle. Con respecto a la Constitución, ya volveremos a repetirle  desde la calle y las asambleas que esto es por Asamblea Constituyente o nada.

2) Un Pacto por la Justicia. Que no es más que…la «Agenda Social», concesiones socioeconómicas de parche que ya fueron rechazadas por el movimiento luego de la derrota del Estado de Emergencia. Nada nuevo bajo el sol

3) Seguimos esperando…ahora si viene el Estado de Sitio… Pero no. Anuncia querellas por Ley de Seguridad del Estado contra «quienes resulten responsables de los saqueos y quemas». Algo bastante fuerte, pero no puede ser. ¿De verdad eso es todo? Porque por otro lado, primero vete a encontrarlos, y segundo, aunque metan en cana a 10 000 saqueadores, esto sigue, porque en el fondo no tiene nada que ver con saqueos y quemas (aunque no haya moralismo tampoco).

De manera que, o aquí hay gato encerrado y habrá una segunda parte (una declaración diferida de Estado de Excepción, o alguna forma de autogolpe con las FFAA, nada descartables), o es una victoria política histórica de una rebelión que se lo merece, porque lo ha dado todo, corazón, inteligencia, creatividad conmovedora y ha puesto el cuerpo sin miedo y sin descanso. El clamor por no a la impunidad y por juicio y castigo (ya transfronterizo) trasunta una profundización de la ofensiva, y es un homenaje, al menos, a nuestros caídos, a las y los torturados, violadas, heridos, cegados.

Llegamos a casa luego de pasar barricadas y cacerolazos nocturnos, parte de la nueva normalidad anormal. Prendemos la tele. Programación habitual, entretenimiento y telenovelas. No puedo evitar recordar el histerismo de todos los canales en cadena nacional  durante los largos días  del Estado de Emergencia, tratando de asustarnos con el vandalismo y los saqueos (mucho de ello inducido, armado o tolerado). En el único canal que están pasando un debate político (canal menor), una periodista inteligente y sensible, pero insospechable de radicalidad, está destruyendo a un par de «analistas» habituales de derecha que tratan de pasar gato por liebre. Les explica enfáticamente que no es que el Gobierno haya hecho un anuncio histórico, sino que está siendo obligado a hacerlo. Y que su casi súplica de que no sea por Asamblea Constituyente, difícilmente sea escuchada. Se quedan boqueando, balbuceando lugares comunes.

Ya fundido, alcanzo a preguntarme:

¿Realmente estamos a las puertas de lograr cambios históricos? ¿Realmente, toda esta lucha extraordinaria nos tiene a la ofensiva y con la iniciativa política? ¿De verdad esta rebelión, y esta nueva politicidad sorprendente del Chile neoliberal, es más que un momento onírico? Mira tú, parece (parece) que sí. Hay que seguir empujando.

 

 

El Alto se planta a defender la democracia // Marco Teruggi

Desde La Paz

Esta vez fueron campesinos con ponchos rojos, hombres y mujeres con sombreros, venidos de lejos, de arriba en los altiplanos. Luego se sumaron de la ciudad del Alto, los que pudieron llegar, otros fueron retenido al intentar llegar hasta el centro. La Paz ha pasado a ser el escenario de movilizaciones masivas diarias, cabildos, represiones, un río revuelto contra un golpe de Estado.

La jornada esta vez terminó sin gases lacrimógenos ni motos. Los policías y militares se mantuvieron en el habitual cerco a la Plaza Murillo, centro del poder político nacional, donde se encuentra la sede de gobierno, el poder legislativo y la vicepresidencia, entre otras instituciones.

En esas cuadras tuvieron lugar hechos centrales del jueves. Por un lado, el Senado eligió a una nueva presidenta: Eva Copa, oriunda de la ciudad de El Alto, al igual que el presidente de la cámara de Diputados elegido la noche anterior, Sergio Choque. Con la juramentación de ambas nuevas presidencias, pertenecientes al partido del Movimiento Al Socialismo (MAS), quien detenta los dos tercios, quedó así redefinida la dirección del poder legislativo.

En simultáneo, la autoproclamada presidenta Jeanine Añez posesionó a cinco ministros más en su gabinete. Dos de ellos, nombrados el día de ayer, tuvieron declaraciones que alertaron sobre las políticas que llevará adelante el gobierno nombrado fuera de la Constitución en un intento de construir una imagen institucional.

El primero fue el ministro de Gobierno transitorio, Arturo Murillo, quien anunció que emprenderá una “cacería” contra tres ex funcionarios del gobierno derrocado: Raúl García Linera, Juan Ramón Quintana, Hugo Moldiz, todos por “sediciosos”.

La segunda fue la ministra de Comunicación, Roxana Lizarraga, quien amenazó a los “periodistas o pseudoperiodistas”, tanto nacionales como internacionales, que hagan “sedición”.

Los pocos anuncios que ha dado el gobierno transitorio, donde también fueron electos altos mandos de la Fuerza Armada de Bolivia y de la Policía Nacional Boliviana, han sido entonces un redoble de amenazas dentro de un cuadro general de noticias de represiones, muertos, heridos, enfrentamientos, militares desplegados en las calles y carreteras.

La estrategia golpista enfrenta una contradicción inevitable. En efecto, se trata de un golpe de Estado que niega serlo, busca construirse una institucionalidad fuera de la ley para sostener esa narrativa, pero en los actos de autoproclamación y anuncios de cacerías a dirigentes y periodistas deja ver su carácter antidemocrático.

Eso ha quedado claro para quienes se movilizan día tras día y tienen entre sus demandas principales la renuncia de Añez, a quien acusan de golpista y de racista. Esas razones, junto con el reclamo del retorno de Evo -que no es homogéneo en las movilizaciones- han puesto en marcha un levantamiento en diferentes puntos del país en un proceso de confluencia hacia La Paz.

Se espera así que entre el viernes y el sábado lleguen quienes se movilizan desde zonas rurales del interior del país, como los cocaleros del Trópico, que este jueves estuvieron en protesta en la ciudad de Cochabamba.

El cuadro se configura así de manera incierta para el golpe de Estado. Por un lado, debe enfrentar un proceso creciente de movilización nacional atravesado cada vez más por el clivaje racial: quienes se movilizan reconocen en la autoproclamada Añez, Fernando Camacho, o Carlos Mesa, dirigentes contrarios a las naciones indígenas, por su historia antigua y reciente y por el atropello a la bandera whipala.

Por otro lado, quienes encabezan el golpe deben resolver la promesa anunciada: la celebración de elecciones presidenciales en un plazo no mayor a los noventa días. Ese pazo forma parte de la arquitectura que cuenta con cuatro pasos centrales: el derrocamiento, la conformación de un nuevo gobierno transicional, el llamado a elecciones y la celebración de las mismas.

El proceso se encuentra actualmente en el momento de conformación del gobierno, y se enfrenta a una dificultad: debe nombrar nuevas autoridades del Tribunal Supremo Electoral, algo que debe proceder a través del poder legislativo, donde el MAS tiene presidencias y mayorías. ¿Buscará un acuerdo con quien persigue o avanzará contra el poder legislativo, evidenciando aún más su carácter golpista? ¿El MAS aceptará un acuerdo con el objetivo de lograr un cauce electoral?

Se espera que las movilizaciones aumenten en los próximos días con la llegada de quienes vienen de diferentes departamentos del país y la presencia masiva de El Alto, donde esta noche de jueves se velan los muertos. Ya se habla de más de diez en el país, y más de doscientos detenidos, una cifra provisoria y aproximativa en un marco de ruptura del Estado de derecho y persecución a los periodistas que no cumplen con la orden golpista. 

 

“La revuelta en sí misma es un acto terapéutico” // Entrevista a Franco «Bifo» Berardi

por María José Quesada Arancibia

En conversación con El Mostrador, el filósofo italiano Franco Berardi (Bifo), reflexionó en torno a Chile como cuna del neoliberalismo y el movimiento social que provocó el estallido el 18 de octubre. Ante este escenario comentó que “tenemos que contextualizar lo que pasa en Chile en el cuadro de la convulsión social que se está manifestando a nivel mundial, desde Hong Kong a Barcelona, a Quito, Beirut, Baghdad, Alger, Khartoum. En esta insurrección, que tiene formas y contenidos diferentes, hasta divergentes, tenemos que buscar caracteres compartidos que puedan delinear una posible unidad estratégica. Todos estos conflictos han sido generados por el absolutismo capitalista de esta época, todos nacen desde la desigualdad producida por la globalización neoliberal, eso es lo primero. Un segundo carácter común es generacional, pues se trata de una revuelta de jóvenes, de los que no llevan ni la responsabilidad del desastre del siglo XX, ni la memoria de las luchas y de los progresos que se realizaron en dicho tiempo. La revuelta chilena en este contexto parece tener un papel ejemplar: Chile es el lugar donde la relación entre liberalismo y violencia ha sido más clara, y donde parece que la memoria del pasado mantiene una continuidad, un sentido viviente. En el caos de la convulsión contemporánea, el movimiento chileno puede introducir un factor de novedad. La insurrección chilena parece a la altura de producir contenidos programáticos que pueden entrar en resonancia con las revueltas de los otros lugares.”.

-¿Crees es posible una transformación real considerando esta polarización entre los que quieren mantener el statu quo y los que desean un cambio a este modo de vida?
-No soy capaz de responder a la pregunta si es posible una transformación real como efecto del movimiento que se está desarrollando. No lo sé, pero todo se juega en torno a esta cuestión: ¿el movimiento es un acto de liberación puntual que se consume en sí mismo o tiene una potencia de transformación?

La revuelta en sí misma es un acto terapéutico: “No era depresión, era capitalismo”, son palabras que he leído en una pancarta chilena hace unos días.

La reactivación del cuerpo colectivo es un fenómeno energético e iluminador. Hasta hoy las revueltas del nuevo siglo (Occupy) han actuado como reactivación temporal del cuerpo colectivo, sin programa ni continuidad. Pero en la revuelta chilena de hoy, hay algo nuevo: la propuesta de una Constitución desde abajo, una Constitución discutida por millones de ciudadanos, la que me parece una innovación política que abre la puerta a la salida de la gobernanza liberal del capitalismo global.

Reescribir la Constitución chilena no es un acto meramente jurídico, puede tener un carácter de profunda transformación social. “El mayor problema es que la estructura no permite la construcción de un Estado social”, ha escrito el historiador Manuel Bastías.

Las demandas del pueblo chileno implican temas de propiedad privada, nacionalización de recursos, del agua, reformas al sistema de salud, educación, previsiones, que contrastan con la Constitución de 1980.

Una Constitución para la salida de la obscuridad absolutista del capitalismo neoliberal es la tarea que el movimiento chileno se pone, si quiere durar en el tiempo. Una indicación estratégica que tendría un valor ejemplar para los demás en el mundo.

-En tu escrito, difundido hace unas semanas, mencionas la posible alternativa de un cambio estructural, la que se funda en la “superación de la obsesión económica del crecimiento obligatorio, la redistribución de los recursos, la reducción del tiempo de trabajo asalariado y la ampliación del tiempo de actividad libre”. ¿Cómo lograrlo si el neoliberalismo es una especie de encarnación que opera también a nivel individual e inconsciente, el que se da a través de diversas expresiones que afecta a todas las clases sociales y alimenta así su reproducción?
-El escrito al que te refieres, el texto que circuló con mi firma y la firma de las compañeras y compañeros de Vitrina Distópica, es un intento de expresar solidaridad al movimiento chileno, pero también de buscar lo que en este movimiento podría ir más allá de la revuelta, para transformarse en una experiencia de innovación social ejemplar.

Por su formación epistémica fundamental, el capitalismo no puede salir del paradigma económico del crecimiento, de la expansión. Pero la expansión ilimitada ya encontró los límites de la naturaleza física del planeta, de la naturaleza psíquica de la esfera humana.

Mientras en una gran parte del mundo, principalmente en el sur, se desencadenan revueltas rabiosas de tipo social, en el norte se manifiesta una especie de «Cruzada de los niños» (y sobre todo de las niñas) contra el cambio climático.

En 1971, el Club de Roma publicó un “Reporte sobre los límites del crecimiento”. En los últimos años, Lawrence Summers, economista de Harvard y consejero de Obama, está hablando de un estancamiento secular.

A pesar de los esfuerzos políticos de todos los gobiernos, el crecimiento se ha desvanecido y la única manera para incrementar las utilidades es destrozar la sociedad.

No hay capitalismo sin expansión, pero ahora la palabra expansión solo significa devastación, guerra, ruina ambiental, significa extinción, una perspectiva que por primera vez en la historia humana se ha vuelto no solo posible, sino también probable.

 

En este sentido el capitalismo lleva inevitablemente a la extinción. Solo si empezamos un proceso de redistribución de la riqueza y, al mismo tiempo, desarrollamos un programa de frugalidad en el consumo, podemos imaginar una salida del apocalipsis.

Es preciso reducir el tiempo de trabajo para liberar tiempo por la actividad concreta de revitalización de la sociedad: enseñanza, cura, creación.

¿Parece utópico? Y, sin embargo, la otra alternativa es la extinción del mundo humano.

Entiendo muy bien el sentido de su pregunta: “Cómo lograrlo si el neoliberalismo es una especie de encarnación…”. Lo sé, estamos intentando salir de una jaula esencialmente mental, cultural, psíquica. No sé si lo lograremos. Pero la alternativa es la extinción.

-¿Crees que podríamos hablar de la muerte de la democracia? Y si es así, ¿cómo se pueden generar nuevas formas que subleven al mecanismo totalitario que constituye nuestra subjetividad?
-La democracia se ha revelado incompatible con el capitalismo financiero. Eso ha sido claro en muchas circunstancias: el verano griego de 2015, cuando 62% de los ciudadanos votaron contra el memorándum de la Troika, pero Tsipras fue obligado a aceptar el chantaje financiero…, fue una demostración final de la muerte de la democracia. De hecho la población de los países europeos, después de 2015, ha dado la espalda a la democracia y una parte tendencialmente mayoritaria se ha vuelto etnonacionalista.

En su sentido moderno democracia presupone la libre formación de la mente colectiva, de la opinión pública. Y al mismo tiempo democracia presupone la potencia eficaz de la acción política. Esas condiciones han sido canceladas.

El terreno mediático en las manos del poder económico manipula sistemáticamente el lenguaje, la imaginación, las esferas colectivas. Además la voluntad humana, alma de la acción política, se ha vuelto inadaptada para manejar, elaborar, criticar, decidir. La complejidad y la velocidad de la esfera conectiva escapan a la potencia de la mente política, y la vuelven impotente. La práctica de la democracia ahora es solo una tecnología de la representación, nada más.

Para salir de la impotencia, me parece, solo podemos crear formas de autoorganización de los trabajadores cognitivos, del conocimiento colectivo. Me doy cuenta que falta la conciencia de esta posibilidad: la propuesta de una Constitución desde abajo puede ser el comienzo, puede adelantar un proyecto de autoorganización del conocimiento.

Desde este punto de vista la propuesta de Constitución desde abajo podría vincularse a un proyecto de liberación de la tecnología. No olvidemos que Chile es el país donde nació la idea de una red telemática vinculada al interés social: el proyecto Cybersyn promovido por Allende y liderado por Fernando Flores, es un lugar donde se puede pensar en términos de innovación.

-Siguiendo tus escritos, podríamos decir que el neoliberalismo imposibilita una vida feliz en las personas. Los actos de violencia de los manifestantes, ¿son actos de resistencia a la infelicidad?
-En cuanto a la violencia, me parece que ha sido desencadenada por las fuerzas policiales, no por los manifestantes. No sé nada de la discusión que se está desarrollando en el movimiento chileno sobre este tema, pero conozco la dinámica de la violencia en las calles. Tal vez el sabotaje se hace necesario para proteger el derecho de expresión y de manifestación, y tal vez para proteger una comunidad es preciso desmantelar estructuras físicas del poder.

La prensa occidental exalta las devastaciones cometidas por los insurgentes de Hong Kong, pero condena los mismos actos si se hacen en Barcelona. ¿Por qué? El problema de la violencia en los conflictos sociales no es moral, es pragmático: la fuerza armada pertenece al poder y no podemos esperar ganar el combate militar. Pero, tal vez, no se puede evitar el enfrentamiento.

-Por último, coincidentemente el estallido social se dio junto al estreno de la película Joker, ¿crees que tiene alguna relación dentro del imaginario social?
Joker me pareció una perfecta interpretación de la psicosis que se ha apoderado de la mente colectiva, como efecto de la tempestad de basura mediática, del sufrimiento psíquico masivo, del pánico y de la depresión. La explosión de violencia desencadenada por el magnífico clown Joaquin Phoenix, es una metáfora de la epidemia psicótica que se identifica en Trump, en el Brexit, en el nacionalismo agresivo.

Pero me parece que en Chile se está buscando una salida diferente, no etnonacionalista, no agresiva, sino solidaria y proyectiva. Yo interpreto así la pancarta que dice: “No era depresión, era capitalismo”.

 
 

Vida política: psicoanálisis y consumo // Roque Farrán

Dos cuestiones cruciales quisiera dejar anotadas aquí para reflexionar sobre ellas en futuras intervenciones: (i) qué implica “volver mejores” en una sociedad en rápida descomposición, donde paradójicamente el dispositivo de asistencia por excelencia hace síntoma; (ii) y qué relación vamos a tener con el consumo, palanca clave de los movimientos populares, cuando la calidad de vida se deteriora cada vez más notablemente. Creo que ambas cuestiones pueden encontrar puntos fuertes de elucidación y orientación en una ontología spinoziana ligada a prácticas de sí foucaultianas, como ya he mencionado por ahí, que toman además al psicoanálisis como referencia ineludible de nuestro tiempo (pero no expondré por el momento estas cuestiones más teóricas).

  1. Volver mejores

Llueve y no puedo evitar que me inunde la extraña sensación de que nos estamos diluyendo, cayendo como gotas en un vacío inmenso, deslizándonos en un plano sin fin. Las “instituciones estalladas” de las que se hablaba el siglo pasado ya son solo restos, ruinas, desechos por los cuales aun nos peleamos, ocasionalmente, como aves de rapiña. Por eso he pensado que tenemos que dar cuenta de nosotros mismos (pluralizo el título de Butler), sea como sea, con los elementos y recursos que tengamos al alcance; pues la constitución ética del sujeto, su modo de habitar el deseo y vislumbrar un mínimo ápice de lo real por donde enganchar y componer con otros, constituye la punta de lanza de una nueva forma de vida política, en medio del agotamiento y desidia generalizada.

“Saber perder sin identificarse a lo perdido”, es una precisa fórmula de Jorge Alemán que nos puede orientar mínimamente al respecto. Sin embargo, como lo mostró Freud, hay que admitir que al menos una parte nuestra se identifica ineluctablemente a lo perdido. Por eso, como señala Allouch, para hacer el duelo efectivo y recuperar la potencia de actuar, el deseo, necesitamos perder la pérdida misma: liquidar la parte nuestra que permanece ligada a lo perdido. Allí es clave la destrucción: una parte nuestra debe morir, debe caer definitivamente, para renacer de las cenizas. El duelo efectivo es una suerte de redoble de la pérdida, que no nos devuelve a ningún estado mítico inicial sino que nos conecta a la lógica temporal y material del recomienzo.

Hagamos el siguiente ejercicio de imaginación materialista. Supongamos, como dice Jorge Alemán, que una millonésima de segundo antes de que se instauren los dispositivos de poder-saber, se produce el advenimiento del sujeto a lalengua: puro efecto de goce significante que a posteriori permitirá el despeje ético, poético o psicoanalítico. Muy bien. Pero imaginemos aun antes del advenimiento a lalengua –una “millonésima de segundo antes”, si se quiere también– que el viviente se encuentra cayendo infinitamente en un espacio vacío junto a otros átomos y partículas elementales; allí se produce el clinamen o infinitesimal desvío que nos hace ser, según el pensamiento materialista. He podido conectarme en más de una ocasión con ese acontecimiento inmemorial y atemporal, cuyo afecto se caracteriza por una ausencia específica de sensibilidad (impasibilidad), y por eso sé que no estamos limitados a los lazos de parentesco ni a la estupidez sin límites del capital y sus dispositivos de captura gozantes. Darle otra vuelta, e incluso otro uso a los dispositivos, implica no solo saber perder el sentido y jugar con la lengua materna, sino reencontrar la materia elemental de la que estamos hechos para hacernos de otra forma.

El psicoanálisis está haciendo síntoma por todos lados, lo desborda la política: el populismo, el feminismo, el decolonialismo, etc. Sucede que sus instituciones y modos se han ritualizado en exceso, ya no innovan ni leen la actualidad, y hay un impulso de democratización insoslayable en la sociedad ante el malestar imperante que aumenta. Tengo la impresión que el psicoanálisis va a terminar siendo expropiado y practicado libremente por cualquiera. Propongo entonces extender y reelaborar el dispositivo del pase, por el cual se da cuenta del deseo de analista, para su uso en distintas instancias y circunstancias. El pase: dar cuenta de sí mismo ante otros, de una posición enunciativa y sexuada que ha sabido perder sin perderse, destruirse a tiempo, habitar el vacío y excederlo, anudarse en un mínimo gesto solidario dispuesto a recomenzar con otres.

En estos días también he estado pensado mucho en algo crucial y delicado, relacionado con lo anterior, algo que quiero decir también con tacto y firmeza.

Si vamos a volver mejores, y eso señala una tendencia ineluctable, hay un punto crucial que tenemos que tratar: el plano sexual. Cual sea nuestra elección de objeto, tan amplia como nuestra diversidad nos lo permite, hacia donde se dirijan nuestras investiduras libidinales y orientación sexo-genérica, lo que tiene que primar ante todo e igualitariamente es el cuidado de sí y del otro; asumir la responsabilidad por los lugares que se ocupa, las investiduras simbólicas (dirigentxs, profesorxs, funcionarixs, jefxs, referentxs, etc.), y no confundir los planos, no aprovecharse de las circunstancias o situaciones; promover la capacidad de reflexionar en cada paso, en cada modo, en cada aproximación o distanciamiento, acerca de qué produce afectos alegres y qué no, que nos ayuda a componer y qué no. Eso va a ser clave para constituir una trama social compleja, abigarrada y sana, que dé vuelta en serio esta miseria neoliberal donde todo es mercancía y cuenta por uno; porque, si no es así, habremos perdido definitivamente (no el objeto que nunca existió, sino nuestra condición de sujetos deseantes y potentes políticamente).

  1. El consumismo no es el consumo

Respecto de la pérdida del deseo, el consumismo es en sí muy elocuente; la palabra lo dice todo: cada quien con-su-Mismo. No hay Otro para quien ha entrado de lleno en la vorágine de la identidad consumista. Sin embargo, no necesitamos reponer Otros sustanciales y trascendentes que ordenen el todo social, de arriba a abajo, y nos digan qué hacer, qué consumir y qué no; sino apenas espaciar suficientemente, con guiones o actos: hacer notar la diferencia en inmanencia, colocar puntos suspensivos para que entre-tenerse y sos-tenerse se dé entre varios y sea sustentable para el común. Función analítica, función materialista, función feminista, función de un deseo nuevo y urgente, de espaciamiento y sostén; una nueva erótica que nos vincule de otro modo o estamos fritos. Propongo entonces sustituir el con-su-Mismo por el con-su-Otro. Paradójicamente, si se quiere: el con-su-Mismo nos lleva a perpetuar un extrañamiento de sí, una desconexión mortífera respecto al deseo propio y los afectos alegres que aumentan nuestra potencia de actuar y vincularnos, derivando en malas alianzas (relaciones tóxicas); mientras que el con-su-Otro nos ayuda a reconciliarnos con la diferencia irreductible que nos habita y así constituir un sí mismo abierto, potente y deseante, en tanto dispuesto a componerse con otros que nos convengan mejor (nuevas relaciones diferenciantes).

En ese sentido, no se trata de estar ilusamente contra el consumo, como no se puede estar tampoco contra la propia utilidad, la tendencia a conservar el propio ser, o el cultivo de la felicidad; al menos no para quienes somos materialistas y sensibles a lo que aumenta nuestra potencia de actuar en la diversidad que nos constituye. A veces la crítica ideológica, en cambio, puede parecerse mucho a un sacerdocio religioso y moralista que codifica hasta el mínimo detalle como en un acto confesional. Por eso me parece que la publicidad de Sprite en el día del Orgullo, cuyo contenido amoroso y en pos de la felicidad material concreta nos alcanzó a varixs, es un ejemplo claro de que el consumo no es reductible a consumismo idiota; que el uso de los placeres no implica necesariamente envenenarse; que el cuidado de sí y de los otros no exige mandatos y prohibiciones inapelables. Así, provocativamente pensaba, quien siga el mensaje de esta publicidad en toda su potencia: “componete con lo que te hace bien y aumenta tu potencia de actuar, corporal, afectiva y psíquicamente”, no puede tomarse demasiado en serio la ingesta de una bebida gaseosa. El mismo mensaje, su potencia, desactiva el consumo bobo ligado a la asociación espontánea del significante y el significado: Sprite = Felicidad. Claro, para eso tiene que haber lecturas y modos de recepción que extiendan las consecuencias. El modo en que cada quien recibe el mensaje es importante, la complexión afectiva o ingenium como le llamaba Spinoza; no podemos desconocer esa singularidad, y el hecho que muchxs hayamos sentido la ampliación en los modos de componer, el amor y la felicidad, cuestión que excede la marca en cuestión; al contrario, quedar atado a la simple asociación significante es algo que puede ocurrir pero depende de la complexión afectiva de cada quien. No necesariamente el significante queda pegado al significado, por eso recomiendo leer a Spinoza, su concepción de la naturaleza humana ligada al conatus, tendencia a conservar el propio ser, y la distinción crucial entre géneros de conocimiento (la asociación simple responde a la imaginatio).

Por otra parte, el consumo es un término en disputa, no creo se lo debamos conceder tan fácilmente a las estrategias de marketing del capitalismo; el trabajo clave también está en la recepción y lectura de los mensajes. Para mí al capitalismo se lo puede vencer radicalizando sus tendencias; en ese sentido soy más aceleracionista que tribalista.

Como regla general respecto al consumo, o al uso de los placeres, escribe Spinoza: “Cuanto mayor es la alegría que nos afecta, tanto mayor es la perfección a la que pasamos, es decir, tanto más participamos necesariamente de la naturaleza divina. Así, pues, servirse de las cosas y deleitarse con ellas cuanto sea posible (no hasta la saciedad, desde luego, pues eso no es deleitarse) es propio de un hombre sabio. Quiero decir que es propio de un hombre sabio reponer fuerzas y recrearse con alimentos y bebidas agradables, tomados con moderación, así como gustar de los perfumes, el encanto de las plantas verdeantes, el ornato, la música, los juegos que sirven como ejercicio físico, el teatro y otras cosas por el estilo, de que todos pueden servirse sin perjuicio alguno. Pues el cuerpo humano está compuesto de numerosas partes de distinta naturaleza, que continuamente necesitan alimento nuevo y variado, a fin de que todo el cuerpo sea igualmente apto para hacer todo lo que puede seguirse de su naturaleza, y, consiguientemente, a fin de que también el alma sea igualmente apta para conocer al mismo tiempo muchas cosas. Y así, esta norma de vida concuerda muy bien con nuestros principios y con la práctica común; por lo cual, si hay alguna regla de vida que sea la mejor, lo es ésta, así como la más recomendable en todos los sentidos” (Ética, IV, Prop. XLV, escolio, p. 338).

 

2019: el año que la calle nos vino a buscar // Lucía Naser

2019: el año que la calle nos vino a buscar

En estos días los ojos se nos llenaron de cuerpos en lucha, en combate, en resistencia. Esas imágenes no pueden quedar en las retinas. Infectan el nervio ocular y pasan a circular en todo el sistema nervioso. Querer aplanarlas, como una foto más, es enquistar esa energía y retenernos en un gesto de captura. Y esa captura ya no puede prometer nada, porque no hay seguridad posible, no hay resguardo.


*



Involuntariamente escucho el informativo del otro lado de la pared de les vecines. Nunca escuché tantos nombres de países latinoamericanos en tan pocos minutos de tv, en tan pocos días seguidos. Pero el país no es la unidad más significativa de este momento. y de la tv nunca van a salir ciertas palabras, nombres, acontecimientos. No son noticia. Y quizás no lo sean. Quizás son procesos que llevan demasiadas décadas en curso como para ser noticia. Quizás esa palabra ominosa y olvidada que siempre retorna, lo esté haciendo de nuevo: latinoamérica. Esa que desde las teorías del norte aseguran que “no existe”. ¿A quién le sirve esa hipótesis? ¿Y a quién no?

Pensamos que el 2019 iba a ser “año electoral”. Que se venían varios recambios en los gobiernos y que eso se iba a apropiar del protagonismo de la escena política. Y mientras flotábamos entre encuestas y escrutinios las calles de demasiadas ciudades se encendieron con un fuego demasiado enceguecedor como para seguir con los planes y las agendas. Las crisis que desestabilizaron a gobierno tras gobierno – ecuador, chile, haití, bolivia – en o entre períodos de ejercicio de su poder, fueron una tras otra instalando la certeza de que así como los canales por los que circula el poder real no están en manos de los pueblos, son los pueblos los únicos que metiendo mano – cuerpo, pies, hombros, ojos – pueden desestabilizar al poder o intentar hacer frente a los autoritarismos y oligarquías. Y digo intentar porque a veces no se logra. Y digo pueden porque potencialmente la posibilidad está dada. Pero la política es un juego complejo donde tiempo, fuerza, espacio y velocidades se modifican y transforman mutuamente.

La pregunta que más me conmueve sin embargo tiene que ver con esto: ¿porqué en las revueltas y turbulencias que están sucediéndose en AL los movimientos de mujeres tienen tanto protagonismo?

No es sólo porque han sido una de las sujetas más perseguidas por los regímenes de poder ni tampoco porque algo en su biología las indica como las llamadas a protagonizar este momento político. No es que lo vayan a hacer solas, o que deseen tomar el poder tal cual funciona para ocupar los cargos desde las mismas mezquindades, los mismos verticalismos. No es para calcar la política de siempre cambiando únicamente oes por aes.

Si los feminismos son protagonistas quizás sea porque a veces visible y a veces invisiblemente, han ido articulando con otros movimientos populares una política de les condenades de la tierra: esos que cuando se apagan las cámaras seguirán ahí. Esos que no podrán escaparse en ningún avión.

Cuando los estados fallan, los partidos fallan, los feminismos y los movimientos populares están ahí. Como cuando se apagan las luces y la música de una fiesta y se quedan un par de enamorades chuponeando; lo que antes era algo más pasa a ser el centro del paisaje

Estamos ante una suerte de encrucijada (impasse lo llamábamos hace un par de meses cuando ya se olía que la cosa iba a pudrirse). La política está extra partidaria está hecha mierda por los partidos, que se han encargado sistemáticamente y de territorio en territorio latinoamericano de descuidar, cooptar y fragmentar a los movimientos sociales. A su vez la política partidaria está hecha mierda por la política extra partidaria; la extrapartidaria de arriba (esa del capital que se caga en el juego democrático y en cualquier tipo de soberanía) y la de abajo (la de los movimientos de gentes que hartas de la política representativa ya no responden, ya no adhieren, ya no creen, ya no dialogan). Los movimientos se enemistan por qué posición tomar en contiendas electorales y guerras que no son invitades a dar por los bandos protagonistas. Pero se sabe que como en el fútbol si los cuadros chicos se juntan y le juegan un picado a peñarol y nacional juntos, los hacen trizas.

En medio de elecciones simultáneas en todo el continente y en medio de desestabilizaciones simultáneas con actores de adentro y de afuera, el estado nación y la democracia liberal no parecen la solución porque su poder factual usa sus credenciales pero actúan por fuera de sus reglas de juego (aunque desde sus sillones y exigiéndonos a les subditxs que si las respetemos).

Hoy los feminismos parecen ser el único movimiento – actor capáz de soltarle la mano a la derecha fascista y también a sectores que si en algún momento representaron a «lo popular» o a una transformación radical de la sociedad, la economía y la política, hoy dudosamente puedan vanagloriarse de estar del lado y ni siquiera cerca del pueblo. Aunque ante el horror decidamos (o al menos yo decido) quedarme con lo menos peor sin dudarlo.

Pero salir bien paradas del incendio, desalinear la demanda de alineación en uno de los bandos, no es lo más importante, aunque tenga su potencia como acto simbólico. No es lo más significativo salir «limpias» de alianzas con quienes no estamos ni ahí de defender.

El feminismo es mucho más que un movimiento contra la violencia de género (aunque también): es una visión sistémica anti-sistémica y por eso se mete y responde a TODAS las violencias.

Entonces, estamos, fuertes pero temblando, ante el abismo de no tomar posición por ninguno de los bandos que se disputan el «gran poder».

El estado más fuerte es el de ponerle el cuerpo a abandonar la disputa por el estado – o a sus disputantes. Quedarnos sin bando es una decisión que desestabiliza la dicotomía pero es solo el comienzo y quizás no podamos. Quizás sea demasiado grande el abismo que se abre en frente. Quizás el costo en vidas sea demasiado.

Quizás solo los feminismos pueden hacerlo. Quizás solo los movimientos indígenas pueden hacerlo. Quizás muchas más personas y colectivos de los que parece, puedan hacerlo, pero la pregunta es si queremos, si podemos.

El lenguaje oxidado y podrido del estado nación sigue siendo inteligible para otres, aunque no tengamos ya nada más para decir al usarlo. El lenguaje de una política que deje de creerle a la dinámica electoral da miedo. Y da miedo con razón, porque serán gobiernos los que aún y más allá de nuestras creencias tomarán decisiones sobre nuestros cuerpos. Y porque cuando todo falla quedamos vulnerables frente a un estado que si nos protege o nos mata; hace toda la diferencia.

Da miedo porque fuimos formadas en el hábito ciudadano (vistiendo las togas de los monjes del capitalismo liberal) y no es así no más que será fácil des-hacerlo. Da miedo porque nos enfrenta a la posibilidad de quedar sin palabras. Da miedo porque inventar un lenguaje político es inventar un modo de relación entre nosotres y con el mundo que no conocemos.

En estos días los ojos se nos llenaron de cuerpos en lucha, en combate, en resistencia. Esas imágenes no pueden quedar en las retinas. Infectan el nervio ocular y pasan a circular en todo el sistema nervioso. Querer aplanarlas, como una foto más, es enquistar esa energía y retenernos en un gesto de captura. Y esa captura ya no puede prometer nada, porque no hay seguridad posible, no hay resguardo.

Estamos cansades pero estamos más cansades aun de estar cansades.
El capitalismo nos cobra en energía para reproducir la vida y no nos deja un resto para cambiar nuestras vidas.

La transición hacia lo que viene no será suave y probablemente tampoco lo sea lo que viene.
La derecha nos dice que somos malxs perdedores, pero hace siglos que venimos perdiendo.

Quien espere que las aguas se acalmen para escribir su análisis, seguirá esperando. Se vienen tiempos de aprender a pensar corriendo.







Feminismo y psicoanálisis: De la insumisión a la insurrección // Sofía Guggiari

El psicoanálisis y los feminismos tienen una larga historia de confrontaciones, lazos, cruces, tensiones. A la luz de los nuevos maremotos feministas y bajo una época de retorno fascista en la región latinoamericana y mundial; considero al cruce entre psicoanálisis y los feminismos como una verdadera alianza política-clínica. Alianza que produzca insurrección. Armar lazos y conexiones impensadas para producir existencias totalmente inéditas.

El sujeto nunca es primero. Es producto de una derivación, de una operación; en donde se vuelve legible, visible, aceptado, incluso por qué no querible para una lógica de sentido. Pero hay experiencias, fuerzas, intensidades, afectos, afectividades que quedan por fuera de esta legibilidad. ¿Dónde van a parar esas experiencias vitales no significadas?

 

La lógica fálica opera en los procesos de subjetivación, en su dimensión falo/castración, como una lógica que implica un tipo de ordenamiento de las representaciones de mundo, que administran y regulan las pulsiones, los deseos, los cuerpos, potencias y fuerzas de determinadas maneras: pasivo/activo; fálico/castrado. Pero hay procesos, devenires vitales y experiencias de cuerpo-vivido y sentido, que no se pueden dar cuenta con las representaciones del orden fálico-racionalista-occidental (falo-logo-céntrico): allí las vidas insurrectas.

Lo fálico/castrado

Una de las hipótesis principales de Simone de Beauvoir en el Segundo sexo (1949), es que “la mujer” se determina y se construye a partir de la diferencia con lo universal. Es un símbolo del mundo del hombre o del “macho”. La mujer es El Otro. Tomando a Lévi-Strauss y a Hegel, ubica que ninguna colectividad pudo nombrarse a sí misma si no constituyendo un Otro en frente de sí. Llevada a lo singular, esta conciencia del sujeto se afirma en oposición (el Otro lo niega y lo afirma). Hay un sujeto y hay un Otro. Venerada y temida entra en serie con la naturaleza, eso caótico e impredecible que se domina, se organiza, y se pone a disposición; esto la coloca más allá de lo humano, dejándola en estado de potencia precaria.

Más de 20 años después, desde el psicoanálisis estructuralista; Lacan en el Seminario 20 (1972) formaliza los modos de sexuación en el que todo ser hablante se inscribe. La fórmula de sexuación plateada tiene dos lados.

Un lado, lo universal, sujeto en tanto se inscribe en la función fálica (fálico/castrado) que designa un goce, el fálico. El edipo dice cómo hay que gozar. Instala una prohibición y entonces el goce se articula al deseo gracias a esa prohibición. Para lo masculino todo está ordenado bajo la misma fórmula y referencia. Lo universal.

El otro lado, lado mujer, escribe él, el más allá del falo. El lado que «veta la universalidad». De ese lado de la fórmula Lacan dirá que no hay referencia fálica. Entonces: ¿no hay ninguna referencia? ¿hay multiplicidad? ¿ en qué sentido se puede leer esta fórmula? ¿qué es lo que quedó finalmente excluido del ordenamiento fálico-logo-céntrico?

Producir insurrección

Pensar a lo femenino como experiencia vital inédita. Que supere ya la categoría de género y la mantenga en tensión; que supere la lógica fálicx-castradx. Pensarla en su dimensión aberrante, desterritorializante, múltiple; ser puro proceso vital, incodificable, ilegible, lo diverso. Y que allí resida su potencia de insurrección. En la medida que la referencia fálica estorbe, adviene la pregunta o acaso lo que –se siente–, que debe haber un goce que no esté regulado por lo fálico. Una ley que le es propia. ¿Acaso será la misticidad de la que habló Lacan en el Seminario 20?

Pero lo místico en todo caso es cosa seria. Lo místico como territorio en donde se perciben y se liberan las fuerzas y flujos vitales singulares, donde se da el despliegue de las potencias propias. Que no será legible ni codificado por la lógica fálica-logo-céntrica-capitalista. Si no más bien será sentido. Pero ese sentir tiene que tener estatuto verdadero, en tanto consistir, existir, por sí solo.

El más allá tiene que empezar a pensarse como más acá. Porque siempre que esté más allá será cosa de la otredad, de lo no posible, de lo fuera de lo humano.

Más acá, como práctica de la consistencia a ese sentir que todavía no encuentra palabras para definirse, su propia legalidad, pero ante todo está ahí, porque se siente. Ese balbuceo incesante, ese soñar sin-sentido. Lo femenino como movimiento plebeyo.

Pensar que otras epistemologías y lógicas nos pueden ayudar para producir planos de consistencia clínicos éticos. Que señalicen y no señalen. Que arme mapa y cartografía.

Ese más allá de lo fálico es un más acá de nuestras fuerzas de percepción, de fragilización, de afectividad, del registro del cuerpo, ni en su concepción biológica ni puramente significante, si no en su concepción viviente en relación con las fuerzas del mundo. Nuestra capacidad de producir insurrección, nuevas existencias.

Sofía Guggiari es psicoanalista.

Fuente: Página/12.

“LA CUESTIÓN DE LAS FORMAS DE VIDA SE JUEGA EN EL CORAZÓN MISMO DE LA LUCHA DE CLASES” // ENTREVISTA A DIEGO SZTULWARK

Fuente: Revista Rosa

Diego Sztulwark es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía política en Buenos Aires. Formó parte del Colectivo Situaciones entre los años 2000 y 2009 con el que realizó un intenso trabajo de investigación militante. Estará en Chile esta semana realizando un seminario en el Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, donde presentará su último libro La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político (Caja Negra, 2019). En esta entrevista repasa algunos de los temas centrales de este volumen en diálogo con el estallido social que está ocurriendo en Chile.

por Pierina Ferretti

Imagen /Fotograma del taller “La normalización de la cultura”. Fuente.


PF: Diego, comencemos con preguntas muy básicas para ubicar a lxs lectorxs en los ejes que estructuran tu reflexión y en los principales conceptos que construyes. ¿A qué te refieres con “ofensiva sensible”?

DS: Si pensamos en el Cono Sur de América Latina veremos que primero las dictaduras y luego el terrorismo de estado constituyen, ante todo, auténticas ofensivas en el plano de la sensibilidad. Me gusta la definición que da Franco “Bifo” Berardi de sensibilidad: es la capacidad de descodificar el mundo sin una previa codificación. Como lo analizó el filósofo León Roiztchner, el terror y el mercado son modos de creación de modos de vivir. Estas sociedades atemorizadas, en la que cada quien es obligado a realizar su existencia según los requerimientos del mercado, están en la base de la articulación entre patriarcado y privatización económica que investiga la antropóloga Rita Segato. Si miramos la Argentina, los tres grandes movimientos de lucha social y política, desde el fin de la dictadura para acá, contienen fuertes elementos de resensibilización del campo social: las Madres de Plaza de Mayo, los movimientos piqueteros durante la crisis del 2001, los actuales feminismos populares. Cuando digo resensibilización del campo social pienso en la capacidad de las grandes luchas contra el terrorismo de estado y el neoliberalismo de crear espacios desde los que retomar desobediencias del pasado, así como de comunicar luchas aparentemente inconexas y de politizar el dolor que de otro modo quedaría encapsulado en el campo privado.

PF: Sigamos con los conceptos que constituyen la base de tu libro y que le dan estructura. ¿Qué estás entendiendo por neoliberalismo, por populismo y por “reverso de lo político”?

DS: La estructura del libro consta de cuatro momentos. El primero intenta pensar la crisis -a partir de la potencia destituyente desplegada durante las luchas antineoliberales del 2001- como punto de vista desde el cual relanzar la critica política del orden social; el segundo discute la noción misma de neoliberalismo, tan útil políticamente como confusa teóricamente, distinguiendo tres niveles: neoliberalismo como forma global del capitalismo actual; como programa coyuntural sostenido por un partido neoliberal; como micropolítica o racionalidad que determina nuestros cálculos y opciones. Lo más preocupante respecto del neoliberalismo es su desprecio por la vida. El partido neoliberal llegó por primera vez al poder por las urnas en la Argentina con Mauricio Macri. Sus primeros años se sostuvieron sobre el discurso del coaching existencial, pero dado el nivel para ellos inesperado de resistencia social, muy pronto aparecieron los rasgos neofascistas, a lo Bolsonaro, el odio a todo lo que en la vida no se adapta a la producción y a las formas de consumo que se salen de las pautas de mercado. De allí la importancia de la derrota de Macri en las últimas elecciones. ¿De dónde surge la resistencia que obstaculiza el gobierno de Macri? El tercer momento problematiza la voluntad de inclusión o el momento populista como variante débil del neoliberalismo. A partir de una serie de límites que es preciso teorizar: la precariedad de la mediación ofrecida a las organizaciones populares; la incapacidad de modificar el modo de acumulación y una concepción poco eficaz de la disputa por la subjetividad con el neoliberalismo, fundada más en argumentos que en reformas de los dispositivos económicos, de seguridad, de representación y mediáticos que organizan materialmente los modos de vivir. El último momento rastrea la presencia plebeya en lo que hay de políticamente vivo en la Argentina. Si hablo de un “reverso de lo político” es porque el anverso, aquello que se piensa y se practica como política convencional, está en retraso con relación a este reverso plebeyo.

PF: “Hay ocasiones que obligan a pensarlo todo de nuevo” afirmas en las primeras líneas, haciendo referencia a la crisis del 2001 y al remezón social, político y cognitivo que significó para quienes, como tú, fueron atravesados por esa experiencia. Leída hoy, esta frase parece escrita para el momento excepcional que estamos viviendo en Chile y la recibo como una invitación a penetrar en lo que llamas el “potencial cognitivo de la crisis”. ¿Cómo piensas la crisis y su dimensión productiva?

DS: Todo el libro es un intento de responder de modo directo a estas preguntas. Durante 2001 con varixs compañerxs formamos un colectivo de investigación militante (Colectivo Situaciones) con el propósito de elaborar desde las luchas el potencial político en medio de la convulsión destituyente. La idea de crear un dispositivo intelectual-militante interno a las luchas pretendía subrayar el que la fuerza del “no” abría nuevas opciones de instituir sociedad. La investigación militante fue parte del conjunto de saberes y estrategias producidas por piqueteros, escraches, toma de fábricas, clubes del trueque en y para la crisis. La incapacidad para crear forma política propia cedió lugar a la experiencia que muchos llaman populista y luego a la tentativa de reforma propiamente neoliberal de los últimos años. Cada una de estas políticas tiene su propia discursividad y su política de lectura de lo social. La experiencia del kirchnerismo es inseparable de la intelectualidad de los años setentas, la filosofía del populismo de Laclau o la iniciativa de Horacio González con Carta Abierta. Durante el macrismo la lectura de lo social y la creación de lenguajes tiene que ver con los estudios de mercado, los focus group, los saberes supuestamente infalibles de manipulaciones de las redes sociales y los medios. Mi impresión es que la función de la investigación militante, que es la organización simultánea de conocimientos y formas de organización a nivel de la inteligencia colectiva, se ha difundido en las nuevas luchas, no sólo en el ámbito de los derechos humanos, el feminismo popular y el trabajo precario, sino en cada articulación en que la creación de forma de vida implica una nueva politización. Quizás la investigación militante se esté desarrollando hoy en practicas terapéuticas, docentes, artísticas, activistas. Todos aquellos que en contacto con las modulaciones del lazo social, se mantienen en guardia contra los intentos de desactivar el punto de vista antagonista de la crisis.

PF: Me gustaría preguntarte por una línea que recorre tu elaboración y que tiene mucho que ver con lo que está pasando en Chile. Me refiero a la potencia que atribuyes al malestar y a la precariedad y a la necesidad de desplegar lo que llamas una “política del síntoma”. Encontrar potencia en estas condiciones frágiles de la existencia en el neoliberalismo no resulta ni evidente ni inmediato. ¿Qué ves allí? ¿por qué sostienes que hay potencia en la precariedad? ¿qué es para tí una política del síntoma? ¿a qué le llamas “politizar” el malestar?

DS: Tomo prestado del filósofo catalán Santiago López Petit la idea de politizar el malestar. Si el neoliberalismo es la articulación de los modos de vida en función de producción de valor por medio del gobierno del trabajo y del consumo, es decir, de las energías y deseos, es necesario partir del enorme malestar existencial que produce la experiencia de cuajar con las exigencias propias de ese tipo de vida. Desde padecimientos psíquicos a rebeldías varias. Una política del síntoma quizás consista en escuchar aquello que en nuestras existencias no cuaja en la emocionalidad neoliberal para desplegar a partir de ahí creaciones de verdades propias. No se trata de un mero ejercicio privado, como quieren las técnicas neoliberales de la vida, sino de nuevas estrategias, enjuagues y alianzas que nos muestran hasta que punto la cuestión de las formas de vida se juega en el corazón mismo de la lucha de clases. En efecto, la empresa neoliberal además de crear mercancías es un enorme esfuerzo por crear aquellos modos de vida en que esas mercancías son realizables. En el libro distingo entonces entre modos de vida que funcionan bien en las sociedades de mercado y formas de vida que parten de lo anómalo y del sintoma nutriendo nuevas politizaciones. La diferencia principal entre ambas es que en el modo de vida neoliberal la potencia es plena y contundente (productiva y sin interrupciones), mientras que a nivel de las formas de vida la potencia contiene fragilidad, vacilación, multiplicidad. Quizás lo que vemos estos días en Chile permita ampliar y precisas estas intuiciones. De hecho Chile es presentado hace décadas como el país de los modos de vida neoliberales, la sociedad sin síntomas, como si los estudiantes en las calles y las comunidades mapuche en lucha no fueran síntomas lo suficientemente contundentes.

PF: Leyendo tu libro en medio de este estallido, donde a muchxs nos ronda la pregunta de cómo es posible articular y potenciar esta fuerza y de las tareas que debiera asumir eso que llamamos “izquierda” en un momento como este, me gustaría que retomaras la reflexión que planteas sobre lo político a partir de ese “maquiavelismo desde abajo” que atraviesa tu elaboración.

Llamemos izquierda menos a una tradición y más a las luchas que no aceptan el proyecto de la propiedad privada concentrada, su dinámica y sus consecuencias. Desde el alzamiento zapatista de 1994 hasta aquí las izquierdas buscan resistir un sistema global y complejo de dominación que no tiene un afuera claro. En todo caso, la sensación es que estamos “adentro y en contra”. Y buscamos imaginar desde allí un “más allá”. Los pasos que se van dando consisten en procesos en los cuales se logra poner ciertos límites a la dominación. La practica de poner límites abre espacios para experimentar formas colectivas de toma de decisiones. En el libro recupero fragmentos de una lectura izquierdista de Maquiavelo, para quien la política es la división entre quienes quieren dominar y quienes no quieren ser dominados. El príncipe que se proponga crear una situación post neoliberal -príncipe colectivo, determinado por una multiplicidad de colectivos y organizaciones populares- deberá también activar un procedimiento de lectura capaz de traducir las desobediencias en nuevos diseños institucionales capaces de poner en marcha la fuerza de las mayorías. Claro que no me refiero a una concepción meramente electoral de las mayorías, porque las mayorías en tanto que solamente electorales son continuamente desposeídas de su capacidad para imponer decisiones en particular sobre la reproducción de la vida, que es lo que me cuentan de las luchas actuales en Chile por desprivatizar la reproducción social de la vida a nivel de la educación, la salud, los salarios y pensiones. La democracia se pierde si las mayorías no son capaces de ejercer su poder, de derrotar el poder privatizador de los bancos y de las finanzas globales.

 

* El libro se presentará el viernes 15 de noviembre a las 11:30 hrs en el Salón de Honor de la UMCE

 


Pierina Ferretti es socióloga e integrante de la Fundación Nodo XXI

La alegría d no ser pacx i: ke nos vayamos todxs // Ratinoamérica unida

KE NOS VAYAMOS TODXS (la alegría d no ser paco) brota desde el campo d inmanencia d RATINOAMÉRICA UNIDA, colectiva nómade y difusa conformada por y a través d diferentes personas, situaciones e intensidades en circulación. música de El Irreal Veintiuno, Loquero y Los Prisioneros. voces, gritos, cánticos y consignas pintadas en las paredes d la multitud anónima y aberrante q está ocupando las plazas, calles y rutas de todo el territorio todavía ocupado por un Estado Chileno en pleno retroceso desde el viernes 18 de octubre en que comenzaron las evasiones masivas y comenzaron a proliferar los cacerolazos, barricadas, asambleas territoriales y cabildos abiertos, q a pesar d y en respuesta a la represión asesina d las fuerzas de seguridad pinochetistas del gobierno fascista-neoliberal de Sebastián Piñera, se siguen multiplicando y trastocando irreversiblemente la normalidad genocida que asfixia a un lado y otro d la cordillera d los andes. el neoliberalismo es más que un paquete de medidas económicas. entre otras cosas, es una disposición cívico-afectiva de los cuerpos en el espacio. el pueblo chileno despertó d una anestesia d 30 años aplicada a fuerza d métodos d terror que en las últimas semanas, al menos de un lado d la cordillera, perdieron todo su efecto. un reconocimiento a los cabros, cabras y cabrxs encapuchadxs q desde hace años (la Revolución Pingüina del 2006 es un precedente q no se puede pasar d largo) vienen formándose a todo o nada en ejercicios colectivos de sabotaje y resistencia a la violencia bélica d carabineros, sembrando las condiciones d posibilidad para q estas movilizaciones anómalas masivas existan, persistan, crezcan y sean verdaderas fiestas plebeyas diarias en las que cualquiera encuentra lugar para manifestarse de la forma q mejor le plazca. otro reconocimiento a lxs cabrxs más jóvenes, q aún no terminaron la media y q hoy comparten el frente en su bautismo d fuego con el mismo ímpetu q sus compañerxs mayores y con el mismo grado. este es un ejército q no tiene grados. y q ya no espera nada salvo ir a por todo y con todo. si no pa qué ?

Deligny latinoamericano: la potencia y los desafíos de una recuperación situada de su pensamiento[i] // Ana Laura García

Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar, afirma que “leer es resucitar ideas, sepultadas en el papel: cada palabra es un EPITAFIO i que, para hacer esa especie de MILAGRO! es menester conocer los ESPIRITUS de las difuntas o tener ESPIRITUS EQUIVALENTES que subrogarles”.[ii] Conocer a un autor, en nuestro caso a Deligny, y convocarnos a reflexionar en torno a su pensamiento es una tarea que exige coraje y cierta inventiva. Se trata de incentivar una lectura afectiva de su obra para conocer y vivificar el espíritu que habita en sus ideas sepultadas, que se atreva a percibir las “líneas de vida”[iii] que conforman su escritura y el ritmo que late en su pensamiento, abriendo un espacio “entre” Deligny y nosotros, que nos afecte y transforme.

En la tentativa de construcción de un Deligny latinoamericano creo necesario precisar algunos aportes y desafíos que identifico de la siguiente manera:

  1. La potencia del anacronismo deligniano[iv]

Para que pueda haber pensamiento, para que algo se vuelva pensable más allá de los encorsetamientos que propone cada época, existe una necesidad “del afuera”, de lo intempestivo o de lo inconforme. En uno de sus ensayos titulado Lointain prochain. Les deux mémoires (2012) Deligny se percibe a sí mismo como un salmón: su gesto ha sido permanentemente el de nadar “a contracorriente” de su tiempo. Se ubica en un “topos” particular, fuera del tiempo, de la historia y de las modas. En plena época de efervescencia de los test de medición de las inteligencias, rechaza los diagnósticos y test psicológicos, para inclinarse hacia los trabajos de Henry Wallon y hacia la etología, con el fin de comprender -contra cualquier determinismo- los modos de vida en interacción. En tiempos de políticas de reeducación y prevención de la delincuencia juvenil, desarrolla una tentativa en un medio abierto (La Grande Cordée) para que los jóvenes estigmatizados pudieran encontrar otras oportunidades de vida. Mientras la filosofía y las humanidades asistían al denominado “giro lingüístico”, Deligny profundiza su crítica radical al lenguaje y lleva a cabo una tentativa de vida con niños y niñas que viven “en ausencia del lenguaje”. Cuando las cartografías comienzan a revelar nuevos enunciados o trazados del inconsciente, propone una práctica cartográfica de los gestos, trazas asignificantes, desplazamientos, errancias y desvíos que no quieren “decir nada”, radicando allí su valor principal.

El gesto de desobediencia deligniano inspira en nosotros –lectores de su obra- un sentimiento de liberación de las ataduras y de los modos impuestos del pensar. Nos propone una relación insolente y libre con el saber que autoriza a nuevas des-sujeciones, a nuevos exilios y desterritorializaciones y nos invita a crear refugios, lugares de asilo junto a él. Un espíritu como el suyo nos incita a establecer composiciones híbridas, montajes impuros y, sobre todo, nos anima a inventar otras teorías y ensayar otras prácticas, otras poéticas. La potencia del anacronismo es complementaria a la necesidad imperiosa que tenemos de abrir otros posibles.

  1. La construcción de un “Deligny latinoamericano”

Intentaré compartir sucintamente algunos desarrollos actuales que permiten reconocer qué asuntos estamos pensando “aquí y ahora” cuando revisitamos el pensamiento de Deligny.

En Brasil un primer antecedente importante lo constituye el I Encontro Internacional Fernand Deligny, realizado en Rio de Janeiro en el año 2016, a partir de un proyecto de cooperación académica entre Francia y Brasil. Como resultado se publicaron los “Cuadernos Deligny” [“Cadernos Deligny”][v], donde puede vislumbrarse la existencia de un cúmulo de investigaciones y producciones que enlazan su obra con diferentes prácticas artísticas y clínicas, como la danza y la música (el candomblé), el cine, el teatro. En el II Encuentro –Rio de Janeiro/ 2019- surge una red más amplia de investigaciones y prácticas en torno a las tentativas delignianas en las que, además de estudios europeos y brasileños, se inscriben los aportes de investigaciones y experiencias argentinas, uruguayas y españolas.

En Colombia, un equipo de la Universidad de Antioquia (Medellín) incorpora la perspectiva de Deligny para pensar sobre la educación, el movimiento y las prácticas corporales, y establecen lazos de colaboración académica con investigadores de Barcelona que también abordan esta perspectiva en la educación.

En Uruguay, las primeras investigaciones lo hacen a
propósito del trabajo con niños- niñas y adolescentes que atraviesan situaciones existenciales  difíciles, que tienen sus derechos vulnerados y/o se encuentran institucionalizados. Sus trabajos comienzan a ser recuperados en clave de formación de educadores/as sociales (Morales, 2019; Silva, 2017), al igual que en Argentina donde dos sus libros permitieron un redescubrimiento importante de su pensamiento:  Lo arácnido y otros textos (2015) -editorial Cactus-, y Semilla de Crápula (2017), -Cactus y Tinta Limón-.

En Argentina, algunos trabajos recuperan trazas de su pensamiento para iluminar reflexiones sobre la denominada “educación especial”, la diversidad/alteridad, lo humano y el lugar del gesto en la educación (Bárcena y Skliar, 2013; Skliar, 2011). En el campo de la pedagogía, Deligny resulta referenciado a partir de algunas cuestiones puntuales relativas a su cartografía (Frigerio, 2017), asociando los mapas, las redes y las tentativas como oportunidades de vida en los trabajos denominados “oficios del lazo”. Otros textos lo recuperan para pensar el mover-engranar-trazar entre la danza y la filosofía (Bardet, 2017). Mi propia investigación apunta a sistematizar las principales nociones cartográficas que surgen de la tentativa cevenolesa con niños autistas, como contribuciones para un posible reposicionamiento en el campo pedagógico. En cuanto a las experiencias, el Colectivo Juguetes Perdidos desarrolla prácticas de investigación cartográfica y escritura política en los barrios. En la Provincia de Córdoba, existen algunos agrupamientos que trabajan con aportes delignianos en torno a la clínica. Algunos de sus trabajos son recogidos de manera periódica en la revista Divanes Nómades de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.

Resulta particularmente interesante considerar la reapropiación de los aportes de Deligny que se están llevando adelante desde algunos movimientos feministas en Argentina[vi] en un intento de re-mapear la ciudad desde conflictividades ligadas a los derechos humanos, a la salud, al cuerpo y al deseo, que necesitan ser visibilizadas. Allí aparece el feminismo pensándose como un tejido arácnido colectivo que toma la ciudad en sus intersticios, como un cuerpo -común- que se activa en la defensa de la vida, contra todas las formas de violencia que la atacan y se escriben en los cuerpos de las mujeres, de las personas trans, de las disidencias sexuales.

A partir de estas diferentes líneas en las que confluye el pensamiento de Deligny, he trazado un breve diagnóstico. Un primer rasgo de nuestra coyuntura está vinculado con lo que la antropóloga argentina Rita Segato (2018) denomina “pedagogías de la crueldad”, que expresan el triunfo del orden capitalista, colonial y patriarcal, donde todo lo viviente, lo fluido y lo errante se objetualiza expropiándole el valor, fijándolo en los términos de una relación de consumo y “dueñidad”. Apuntan a la ruptura de los lazos de cercanía y solidaridad. Montan una ofensiva de desensibilización y de espectacularización de la crueldad, donde cada mujer asesinada que se exhibe lleva escrito en su cuerpo una lección de disciplinamiento para todo el campo social. Estas acciones que asumen los feminismos están enlazadas con las luchas contra el trabajo esclavo, la explotación, los derechos sindicales, étnicos, raciales. También se incluyen las peleas contra el extractivismo y la defensa de los recursos naturales. Tienen en común el rechazo contra toda forma de violencia y desprotección de nuestras vidas, cuerpos y territorios.

Ante este escenario, el pensamiento de Deligny se presenta en una posible conversación con esa “contrapedagogía” del poder y del patriarcado. Estas luchas feministas de hoy actualizan, de manera siempre singular, una potencia del legado “contrapedagógico” deligniano y lo conjugan con nuevas formas de resistencia y no-violencia, con nuevas poéticas y formas de hacer presentes los cuerpos sensibles y sexuados en los territorios, así como con la defensa del derecho a existir de aquellas individualidades devaluadas. Deligny nos conecta con una experiencia histórica y sensible donde
el actuar colectivo-arácnido de un mundo vincular, próximo y comunitario, se muestra capaz deponer límites precisos a la cosificación de la vida.
Hay allí una apuesta de repolitización de las tentativas, de los territorios existenciales y de las formas de vida (como las delignianas) que se muestra capaz de abrir una imaginación nueva allí donde se trama y preserva un “cuerpo común”.

En nuestra región, el neoliberalismo ha avanzado de una manera muy dura, mostrando su faz más autoritaria y fascista. Resulta difícil pensar hoy dónde inscribir nuestros deseos colectivos de transformación o cómo salir de ciertas derrotas. Deligny nos ofrece la pista de un núcleo arcaico: “lo humano”, que nos constituye desde siempre y que está vinculado con el “ser”, con nuestras potencias de especie. “Lo humano” nos revela la existencia de un tejido sensible y común (que se trama de noche y se desarma de día, como el de Penélope), en un proceso siempre abierto, inacabado, silencioso y anónimo. Sin proyecto ni finalidad, más allá del sujeto y de la conciencia, Deligny hace de la vida en la inmanencia una práctica ética, poética y política fundamental, de la cual todavía tenemos mucho que aprender.

  1. La construcción de una “lengua” en el pensamiento del autor

De algún modo, es posible pensar que la presencia cercana de niños autistas llevó a Deligny a radicalizar su crítica al lenguaje, a desconfiar de él y a forjar una escritura y un pensamiento poemático, alejado de todo convencionalismo.

Deligny hace lugar en la escritura a formas de vida que son del actuar impersonal y a-subjetivo. Hace entrar en el lenguaje el “punto de ver” del niño mútico no sujetado a la domesticación simbólica. Y somete al lenguaje a una rendición de cuentas de lo que somos, de lo que existe, de lo que se oculta y de lo que consideramos real. Lo confronta con esas formas de vida menospreciadas que viven en el anonimato, relegadas de la sociedad y fuera de la historia. Desde esa afección autística del pensamiento y del lenguaje, muestra lo que al lenguaje le falta, lo que esconde y lo que permanece impensado e innombrable. Saca provecho de esa “vacancia del lenguaje”, del silencio inaudito de los niños y niñas autistas, para crear un lenguaje nuevo. Un lenguaje sin sujeto (sin “yo”, sin “él”, sin “sí mismo”), sin historia y al infinitivo.

Si colocamos la atención solamente en el vocabulario que inventa, como si se tratase de traducir término a término su argot, preservando los sentidos de esas palabras o de respetar los giros sintácticos que introduce en su lengua, perderíamos el objeto mismo de la traducción, la cual, lejos de ser una tarea técnica o instrumental, es una tarea afectiva, de escucha del ritmo que late en el pensamiento del autor. Los “intraducibles” (Cassin, 2018) del pensamiento de Deligny, eso que, en palabras de Lacan, “no dejan de (no) traducirse” (Cassin, ob. cit.), es la presencia del cuerpo en el lenguaje, de los afectos que el autor introduce en su lengua. Sin esto, las traducciones perderían su voz, su presencia e, incluso, sus silencios, su tonalidad afectiva. Este es uno de los desafíos más importantes que tienen por delante las futuras traducciones de su obra. Tal vez, la construcción de un “Deligny latinoamericano” signifique también asumir una necesaria insumisión con aquellas palabras y sentidos que heredamos, para animarnos a relanzar un juego de afectaciones nuevas en nuestras lenguas.

Palabras finales

Quisiera concluir subrayando tres líneas para una tentativa de construcción de un “Deligny latinoamericano”. En primer lugar, considerar la ética y la política que se ponen en juego en la traducción de su obra, esto es, preservar la presencia del cuerpo y del afecto en la escritura para hacer lugar al “poema” (Meschonnic, 2015).

En segundo término, plantear la imperiosa necesidad de seguir construyendo y actualizando un mapeo de aquellas recepciones y reapropiaciones que Deligny suscita en nuestros territorios latinoamericanos, avanzando en la consideración de saberes, experiencias y nuevas tentativas que dialoguen con él.

Por último, proponer un estudio que tome en consideración un análisis de “lo latinoamericano” presente en su pensamiento y los posibles puntos de contacto y divergencia entre su teoría y nuestros autores y desarrollos, dimensionando sus alcances y coadyuvando en la construcción de un diagnóstico crítico-transformador del presente.

 

Bibliografía:

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Cassin, Bárbara (dir.) (2018). Vocabulario de las filosofías occidentales. Diccionario de los intraducibles. 2 vols. Buenos Aires: Siglo XXI.

Deleuze, Gilles y Félix Guattari [1980] (2010). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos.

Deligny, Fernand [2008] (2015). Lo arácnido y otros textos. Buenos Aires: Cactus.

 ______ (2012). Lointain prochain. Les deux mémoires. París: Éditions Fario.

_______ (2017). Semilla de crápula. Consejos para los educadores que quieran cultivarla. Buenos Aires: Cactus-Tinta Limón.

Frigerio, Graciela; Daniel Korinfeld y Carmen Rodríguez (coords.) (2017). Trabajar en instituciones: los oficios del lazo. Buenos Aires: Noveduc.

 

Meschonnic, Henri (2015). Spinoza poema del pensamiento. Buenos Aires: Cactus-Tinta Limón.

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Rozitchner, León. (2015). La Cosa y la Cruz. Cristianismo y Capitalismo (en torno a las Confesiones de San Agustín). Buenos Aires: Biblioteca Nacional.

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Skliar, Carlos (2011). “Diez escenas educativas para narrar lo pedagógico entre lo filosófico y lo literario”. Disponible en: file:///C:/Users/HP/Downloads/Dialnet-DiezEscenasEducativasParaNarrarLoPedagogicoEntreLo3801058%20(2).pdf. [Fecha de
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Skliar, Carlos y Fernando Bárcena (2013). “Cartas sobre la diferencia. Una cuestión de palabras (entre la amistad, la incomodidad y el sinsentido)”. Centro de publicaciones Universidad de Manizales, Plumilla Educativa, 12 (2): 11-28. Disponible en: https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/28819 [Fecha de consulta: 29/09/19.

 

Notas:

[i] Este escrito es una síntesis del trabajo presentado en el II Encontro Internacional Fernand Deligny: gestos poéticos e práticas políticas transversais, realizado en Rio de Janeiro en octubre de 2019. La versión completa será publicada próximamente en los Cuadernos Deligny, Vol. 2.

[ii]Rodríguez, Simón [1834] (2015). Luces y virtudes sociales. En: Rozitchner, León (2015).

[iii]Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Gilles Deleuze y Félix Guattari (2010).

[iv]Tomo la noción de “anacronismo” de los trabajos del filósofo argentino Diego Tatián, quien refiere a la importancia del anacronismo spinosista en el pensamiento político y filosófico contemporáneo; así como los desarrollos de la Revista de Teoría Política y Filosofía: “Anacronismo e irrupción” (Editorial, vol. 2, Nro. 2, 2012).

[v]Disponible en:https://cadernosdeligny.jur.puc-rio.br/index.php/CadernosDeligny [Fecha de consulta: 28/09/2019]

[vi]En julio de 2018 se realizó una acción en favor del aborto seguro, legal y gratuito denominada “Operación Araña. La tierra tiembla desde abajo” El evento formó parte de diferentes acciones públicas que se llevaron a cabo en la Argentina previas al 8 de agosto (8A), fecha en las que se trató en la Cámara de Senadores la Ley de interrupción voluntaria del embarazo. La iniciativa fue convocada por el colectivo Ni una Menos, las metrodelegadas del Subte de la Ciudad de Buenos Aires y un entramado de más de setenta organizaciones sociales.

El Momento Averroísta // Rodrigo Karmy Bolton

1.- La Córdoba del siglo XII remueve intempestivamente al presente. Un joven filósofo con pretensiones de reformas radicales al nuevo régimen almohade recién instalado en la península ibérica, es llamado por el califato almohade a comentar los más pormenorizadamente los textos de Aristóteles.

Abu-L-Walid Ibn Rushd, conocido en el mundo latino como Averroes, se erige como el filósofo reformista de su tiempo cuya pretensión consistirá en la creación de un gobierno ilustrado, apegado al principio aristotélico de “razón” en contra de la hegemonía teológica inspirada en el teólogo Al Gazhali que, vía Ibn Tumart quién lideró al movimiento almohade en sus primeros tiempos, termina por marcar el proyecto político para el nuevo régimen andalusí.

En sus diversos trabajos, Averroes discute con los teólogos para expulsarlos de la esfera pública, bajo acusación que, con ellos en medio, el pueblo –a diferencia del lugar del profeta o del filósofo que lo guían rectamente- es conducido hacia su destrucción. La guerra civil intra-musulmana (fitna) será instigada por el discurso teológico, en la medida que éste separa al pueblo de sí mismo en múltiples facciones que siguen a un líder premunido de algún dogma que pretende lealtad con las enseñanzas de Muhammad.

Uno de los comentarios más polémicos que el filósofo andalusí desarrolla se conoce como el Gran Comentario al De Anima de Aristóteles en el que Averroes propone una tesis fundamental para el devenir del aristotelismo: el intelecto no sería una facultad alojada en un cuerpo individual, sino una sustancia común –una potencia- que asume un estatuto cosmológico: la potencia del pensamiento –dirá la tesis averroísta- será separada respecto de los individuos, será una para toda la especie y eterna, tal como pueden serlo las montañas, océanos o estrellas.

El pensamiento no es jamás algo individual, sino una potencia colectiva de la que todos los individuos pueden, eventualmente participar, gracias a la conexión (ittisal en árabe, copulatio para los latinos) entre el cuerpo material e individual y la potencia inmaterial y común. 

Pero, ¿cómo se produce dicha conexión? Gracias a la imaginación. Ella constituye el motor del pensamiento, la agencia capaz de actualizar la potencia del pensamiento en un determinado inteligible y en un determinado cuerpo individual. La imaginación no es un simple “imaginario” psicológico puesto que no descansa en la égida del sujeto, sino que constituye fuerza de transformación al hacer que los seres humanos puedan devenir partícipes del vasto océano del pensamiento, el verdadero “sujeto”, según la clásica nomenclatura aristotélica.

A esta luz, el misterio radical de la gnoseología averroísta que permite la conexión entre lo material y lo inmaterial, entre lo finito y lo infinito, entre los cuerpos individuales y el pensamiento común no es más que el carácter activo de una imaginación que convierte a esta gnoseología en una verdadera fantología: pensar implica un determinado reparto de lo sensible, una posibilidad extrema de imaginación.

En rigor, para Averroes un individuo jamás piensa, sino que todo individuo estará siempre e irremediablemente en falta de pensamiento, toda vez que podrá acceder a él gracias a la imaginación que lo conecta con el mundo. Todo individuo está en falta de razón, pero puede participar de ella, en la medida que no le pertenece. Pensar no será privativo de “alguien” en particular, sino que constituirá una operación democrática por excelencia: todos podrán llegar a pensar (no sólo el filósofo), porque el pensamiento no será jamás una sustancia arraigada en la propiedad de un individuo en particular, sino siempre colectivamente.

Para Tomás de Aquino y su constelación latina, el “averroísmo” constituirá un atentado a la razón, un verdadero inmoralismo por cuanto la reivindicación común del pensamiento implicaría que la “voluntad” se encontraría “fuera” de los individuos impidiendo de esa forma la posibilidad de que cada uno pueda gobernarse a sí mismo, de que cada uno pueda ser “persona” (en tanto sustancia individual y racional).

Para el averroísmo no habrá persona y, por tanto, acusan los teólogos, no puede haber “voluntad”: una filosofía que no sitúa la “voluntad” no puede hacer más que “despedazar los principios de la filosofía moral” –dirá Tomás de Aquino. El averroísmo se escombra así como uno de los tantos inmoralismos en la compleja historia de la filosofía latina que adviene desde el siglo XIII.  

Sin embargo, en De la Monarquía Dante subraya la interpretación averroísta de Aristóteles ofreciendo una lectura propiamente “política” de lo que para el filósofo cordobés aparecía como un asunto de naturaleza “gnoseológica”: la potencia del pensamiento –dirá Dante- no es otra cosa que la multitud. Ella piensa, ella delibera, ella hace política, por ello será posible fundar un orden desprendido de la Iglesia, por eso, podremos pensar una república lejos de la vigilancia “pastoral”.

 

2.- El inmoralismo averroísta ingresa a nuestra maltrecha república en el instante en que el pueblo sale a las calles y exige una Nueva Constitución. En dicha exigencia, el pueblo piensa y el conjunto de deseos e imágenes que brotan intempestivamente, se condensan raudamente por las calles. Un océano popular que se ha cristalizado y ha comenzado a pensar su presente.

Los cabildos auto-convocados, miles de marchas que recorren las calles del país, las imágenes que traen consigo la fuerza de un porvenir heredado son las formas en las que un pueblo –esa multitud indicada por Dante- irrumpe en la escena pública y piensa.

El discurso reaccionario (teológico, en su fondo) dirá que el pueblo no puede pensar, que para eso están los “políticos” o los “expertos”. Porque lo que en Chile se llama “pueblo” no es un sujeto político-estatal, dado que no está reconocido en la Constitución de 1980 y actualmente vigente, sino una potencia que ha podido horadar al texto constitucional desde sus múltiples bordes.

El discurso reaccionario, dirá del pueblo que no piensa, que sólo son un conjunto de “vándalos”, un “enemigo poderoso” o alguna conspiración “castro-chavista” importada para desestabilizar al mezquino gobierno de turno. Pero los pueblos piensan porque abrazan vidas sensibles en las que las imágenes (y no los conceptos) resuenan intempestivos. Una antigua sabiduría ya subrayada por Al Farabi y reafirmada de otra forma por Averroes, el profeta es el condensador de imágenes que ofrece al pueblo una ética (una forma de vida), ahorrándole la lectura de complicados tratados filosóficos a los que el pueblo no puede acceder. La educación popular deviene imaginal porque sólo en ella la potencia común del pensamiento se materializa democráticamente. Nada más democrático que un profeta que, hoy, en el impulso popular que se alza en las calles chilenas trae su voz para exigir una Nueva Constitución. Porque no será necesaria la “persona” del profeta para que haya profecía (el profeta no es jamás “persona” pues nunca habla en nombre propio), basta una voz intempestiva que colme de imaginación al presente.

El pueblo chileno piensa en el instante de su mayor peligro, cuando el poder de turno le ofrece nada más que policía y una agenda propiamente “económica” en la que no cabe su fragor popular. Una grieta se abre entre la política popular y la simple focalización estatal. Un abismo que abre el conflicto de clases de manera irreductible al que la propia matriz subsidiaria del Estado chileno resulta incapaz de superar.  El Estado de chile fundado violentamente en 1973, legalmente en 1980 y gubernamentalmente en 1990 está políticamente quebrado.

El pueblo chileno abraza las calles para pensar y plantearse él mismo como la verdadera república.  Una ciudadanía sin Estado, por que el Estado sólo responde con policía o milicia; un pueblo sin país, porque los grupos económicos lo han saqueado todo; una multitud sin ciudades, porque la segregación neoliberal ha producido cúmulos de apartheid, he aquí la intemperie en la que vivimos.

Pero la potencia popular sabe todo eso y se ha situado en una república imaginal que abre un lugar para contener el fragor de su pensamiento: la Asamblea Constituyente. Ella es el lugar sin lugar al que puede contener a la potencia del pensamiento, al nuevo reparto de lo sensible de esta inteligencia común.

Sólo una Asamblea Constituyente –que por vez primera impida la imposición de un Pacto Oligárquico- puede hacer justicia al carácter común de la potencia del pensamiento, sólo ella puede proponerse como el lugar del pueblo para cuya fiesta, la oligarquía chilena sólo ha ofrecido migajas. El pueblo chileno devino “averroísta”, osó abrir sus puertas a un inmoralismo radical.  Habrá que estar demasiado alerta acerca de cómo los otroras adversarios de Averroes se reproducen, a la vez, en los actuales adversarios del pueblo chileno: la oligarquía que elucubra un discurso “teológico” -el neoliberalismo- orientado a llevar al pueblo a su propia destrucción. 

 

                                                                                                                      Noviembre 2019

Un nuevo concepto de lo político // Diego Sztulwark

Hace más de dos semanas que la atención se nos concentra en Chile. Llegan todo tipo de imágenes, de comentarios, de fotos, de informes. Más Whatsapp que otra cosa: en los grandes medios no se cree más. Hay amigxs y compañerxs que, cansadxs de caminar la calle, de postergar la alegría y de contener la rabia han perdido el miedo, y con un sistema nervioso agotado se las arreglan para contar y contar, cada detalle. Por whatssap se narra el estallido. Y lxs que escuchamos y tratamos de entender recibimos por fin fuego a través de esos aparatitos. ¿Wasap contra los grandes medios? Los dispositivos que encadenan en serie la inteligencia común se vuelven armas y subvierten el orden de la comunicación. A la vez que ponen en circulación el deseo, esos mismos aparatitos pueden hacer estallar los modos neoliberales de normalizarlo.

Mientras en Chile se ocupan las calles (llega información de Santiago, Valparaíso, Concepción, pero también de pueblos ignotos) y se padece una siniestra represión, en la Argentina acabamos de votar masivamente un nuevo presidente. Mucho se ha discutido si a Chile le hacen falta mediaciones “peronistas” (populistas), o bien a la Argentina le vendría bien un fuerte grito contra lo neoliberal. Conviene romper estas formas de espejismo. Aquí y allá se hace teoría desde el rechazo. Rechazo al partido neoliberal. Al régimen neoliberal. Y de una manera aún por determinar, rechazo al modo de vida neoliberal. Imposible no recordar nuestro 2001. La elección del 11 de agosto de este año fue un contundente rechazo a Macri y a su programa. ¿Sabremos encontrar los medios políticos para sostener este mandato en el futuro político inmediato?

Chile nos recuerda el sistema de encabalgamientos entre terrorismo de estado y neoliberalismo. Entre represión y capital concentrado. Entre privatización y endeudamiento, gobierno despótico de la vida. Una misma ofensiva contra la dimensión sensible del campo social y los cuerpos individuados. Y más importante aún: nos muestra también la ofensiva sensible desplegada en el plano de las resistencias y las luchas. Mapuche, estudiantes, feminismos, trabajadorxs precarixs. Un hilo rojo que recorre hace décadas el continente se vuelve nueva tierra en el país que hasta sólo tres semanas fungía como vanguardia y fortaleza neoliberal. En la calle y en la conversación se teje una nueva imaginación colectiva, en Chile y en toda Sudamérica. El reverso de lo político va por delante y el anverso por detrás. Es ese tejido de una nueva inteligencia social la que señala el camino y exige un nuevo concepto de lo político.

Instaurar lecturas de filosofía en lugares desviados // Marie Bardet

Quisiera tomar la palabra nombrando la situación de hoy: el hecho de juntarnos para volver sensibles unas lecturas situadas de libros de filosofía, de libros de Cactus, de libros de Lapoujade. Juntarnos para dar a ver las derivas extrañas de lectores y lectoras, de lecturas, de sus libros en prácticas escénicas, pensamientos políticos, cocinas grupales… Lecturas que, como decíamos ayer con una sonrisa de complicidad evidente, no ocurren para nada en Francia.* 

Instaurar lecturas

Uno de los conceptos que Lapoujade hace circular con fuerza a partir de su lectura de Souriau es más bien un gesto, el gesto de instaurar. Y agrega una precisión: “instaurar no es fundar”. Propongo pensar que nos juntamos hoy a intercambiar gestos; gestos que instauran lecturas, es decir instaurados por lecturas, y que instauran modos de leer: ¿Cómo instauran las lecturas situadas, fugitivas, colectivas, danzantes, divergentes? Es decir, ¿cómo unos gestos, además de inaugurar experiencias extrañas como “leer moviendo”, legitiman lecturas desde un no saber fundante? ya que no solo (y muy poco) se leen en carrera de filosofía. ¿Cuánto entonces esas lecturas autodidactas, artistas, activistas, de esquinas y cocinas, instauran, es decir, hacen existir otros modos de pensar, otros modos de hacer y otros deseos de teoría? Ni instituir, ni destituir, sino instaurar voces que se emiten y se escuchan, que se escriben y se leen, insistiendo aquí desde lo que Silvia Rivera Cusicanqui llama “el efecto autoral de la escucha” y “el pudor de meter la voz”. Hablar desde lecturas situadas y desviadas.

“¿En qué se distingue instaurar de fundar? El fundamento preexiste en derecho al acto que no obstante lo sitúa; es exterior o superior a aquello que él funda, mientras la instauración es inmanente a lo que instaura. La instauración solo se sostiene con su propio gesto, nada le preexiste -de allí la filosofía de los “gestos” de Souriau-. Dicho de otro modo, fundar es hacer preexistir mientras que instaurar es hacer existir, pero hacer existir de alguna manera. Haber descubierto una manera de existir, una manera especial, singular, nueva y original de existir, es existir a su manera” (IF, p. 367). Las existencias ya no reciben la luz de una fuente exterior, sino que la producen en el curso del proceso anafórico que trazan, entre oscuras profundidades y lúcidas cumbres.” (Las existencias menores, p. 73.)

Una pregunta se hace hueco en las lecturas cruzadas: ¿cómo hacemos experiencia, cómo experimentamos cuando hay crisis del fundamento -y que, a su vez, rehusamos a entregarnos a una posverdad? “Experimentar no es un viaje en crucero” concluyó una charla post asado Lapoujade el lunes pasado… y por eso merece reformular y precisar la pregunta, que puede radicar en lo que Lapoujade retoma del “empirisimo transcendental” de Deleuze. Es una pregunta que nos está sublevando en nuestros procesos de creación estética; de re-invención de nuestras relaciones afectivas; de edición, publicación y circulación erótica de las palabras; y de experimentación política: ¿Cómo existencias no preexistentes se instauran en las insurrecciones que nos atraviesan, acá en las calles, asambleas, sindicatos, camas, de las olas feministas, pero también en Haití, en Chile? ¿Es decir como hacen existir, persistir algo, sin ser iluminadas por explicaciones y fundamentos “de afuera” sino que “producen su luz en el curso del proceso anafórico que trazan»? Y si nuestras lecturas están situadas, están hoy rodeadas por lo que resuena fuertemente desde Chile “NO +”, “SOMOS +”; “VAMOS POR TODO” o “LO QUEREMOS CAMBIAR TODO”

Gestos de instaurar

“NO MÁS” No es ni la revelación de intereses por fin claramente concientizados, ni la suma de reivindicaciones que finalmente convergen; sería más bien el gesto de instauración de otra sensibilidad, de otro imaginario, y de otros gestos que poniendo el cuerpo (hasta trágicamente) gritan “NO MÀS”. Lo que iba, ahora no va más. Este cambio de umbral perceptivo es “hasta que la dignidad se haga costumbre” marcando así un cambio de régimen perceptivo radical y definitivo a la vez que “menor”. “SOMOS MÁS” también es marca, más que de una mayoría, de esa radicalidad del pasaje de umbral. La precisión de la frase “No son 30 pesos, son 30 años” es el registro de que se trata de un pasaje de umbral de sensibilidad de lo in-soportable, de un desplazamiento de las líneas de lo que es “violento” y no una suma calculable (y por ende previsible) de la revuelta colmada. Esta frase, aparecida en los primeros días de la insurrección chilena como una aclaración necesaria “no nos equivoquemos, sabemos muy bien que no son por 30 centavos sino por los 30 últimos años de neoliberalismo, de constitución heredada de la dictadura, de fantochada de la democracia liberal, etc”. Esta frase, opera como esa “luz producida en el curso del proceso anafórico que trazan, entre oscuras profundidades y lúcidas cumbres”.

Lapoujade leyendo a Souriau, subraya que esos “gestos” que instauran nuevas formas de vida sin fundamento previo, a partir del pasaje de un umbral sensible, son inseparables de cierta lucha por instaurar legitimidades en sus formas aberrantes. No es decir que tienen que pasar por la ratificación de la ley, o de su legitimación necesariamente, sino que el movimiento aberrante por el que saltan un umbral de existencia tiene la fuerza menor de su impulso, y que esa fuerza es un forzar para volver esa nueva vida un poco más vivible.

“Si estos gestos son importantes, no es solo porque instauran nuevos modos de existencia, sino porque son creadores de derecho. Es en virtud de la amplitud de estos gestos, y no de un fundamento exterior, que un modo de existencia conquista su legitimidad. Un modo de existencia se justifica por sí mismo o más bien está justificado por el gesto inmanente que acrecienta su realidad.” (Existencias Menores, p74)

Una puja por crear un derecho a vivir esas nuevas existencias, pero no tanto como ley buscando apelar a un reconocimiento desde “afuera” o desde “arriba”, sino más bien como ensanchamiento de la realidad de las formas nuevas de vida, procesos inmanentes de legitimación sin legitimidad, aire apenas más respirable a lo largo de sus “movimientos aberrantes”. Permite prestar atención a cuánto nuestros gestos de instauración no son exactamente gestos de repliegue sobre “solamente” las “simples” formas de vida o de “reducción” a una “micropolítica” que se desarticularía de la macro política. Sino pensar ¿cómo ponen cada vez en juego el espacio/tiempo en los que se “pueden” llevar adelante la afirmación sin gran seguridad de lo que garantice nuestras maneras de vivir? Allí en el temblor de una luz de vela que acompaña un movimiento que no espera la gran legitimación visible del proyector que acredita y deja bien en claro, fundamentado, sellado y encasillado en una legislación nueva, instauran e insisten los bordes cristalizando de una casuística de gestos vitales, “tropismos de la disidencia” (como dice val flores), “cultivo de gestos” como decimos a varias voces en Cactus con Haudricourt.

Es que estoy (no) volviendo de la marcha del orgullo de este sábado, y sigue pulsando además de la música y sus derivas, esta sensación de haber ensanchando, un rato apenas, el espacio donde se podía hacer nuestras vidas tortas, maricas, trans, travestis, queer, escapando al imperativo binario y cis-heterosexista y normativo, un poco más vivible, sin olvidar a su vez que una semana antes mataban a “La Chicho” en La Plata por haber expresado su deseo hacia un varon, o el video del ataque lesbofóbico en Parque Avellaneda en estos días. Pensar conjuntamente instauración de formas vitales y ensanchamiento del cauce en las que se despliegan, hacen fotosíntesis, trepan, ocupan hendiduras lejos de la gran luz del fundamento legitimante a priori, pero no por eso retiradas de toda disputa por los im-posibles. En un sentido específico como lo acuñó en bandera y folletos Nicolas Cuello para la Marcha del sábado: “Hagamos imposible la normalidad”.

Esos movimientos legitimantes sin legitimidad fundada (ni fundante) en lo jurídico como correcto y normal, permiten desplazar algunas líneas de quiebre que forman el paisaje en el que se encierran muchos de los debates a menudo estériles: la oposición entre formas de vida VERSUS derechos por ejemplo. (Vuelvo aquí a pensar por ejemplo en los debates en torno a la ley de matrimonio igualitario, que como dice Schérer en el prefacio del Deseo Homosexual de Guy Hocquengheim “Se entiende de sobra que su lógica tiene poco o nada que ver con la madeja en la que se enreda la reflexión contemporánea de y sobre la homosexualidad, con su humanismo rampante, atrancado entre el personalismo y lo jurídico de un “sexualmente correcto”. Tacha esto de un golpe; y, sin descuidar la cuestión de los derechos, puesto que se trata de una lucha iniciada y muy real, confiere a la realidad por conquistar una dimensión completamente diferente: la de una sociedad de un nuevo tipo, que no descansa sobre la exclusión con sus falsos problemas de sujeto y objeto, su celosa protección de los cuerpos, de una esfera privada que – lejos de ser espacio de libertad- es aquella en donde se deciden todas las formas de prohibiciones (…)” (p15-16). Pero también desplaza otras líneas, como la que opone organización /espontaneismo. En todo caso, el gesto que instaura abre un espacio/tiempo que, atento a la luz de su trazo, estableciendo las lucideces en el rebote de los destellos, escucha la resonancia de esas existencias que están instaurándose.

“Queremos cambiarlo todo”

No es respeto hacia una diversidad que se sueña mayoritaria, es un pasaje de umbral, radical e ínfimo a la vez, en la repartición de lo aceptable. ¿Cómo escuchar un menor (moindre en los términos de Lapoujade-Souriau) que escapa a la discusión por mayoría y minoría? Menor aquí es el umbral diferencial, así como un Fechner lo planteó en sus teorías de la percepción. Un mundo de pequeñas olas, emergencias y surgimientos de “lo menor” “le moindre”, el apenas que cambia todo, como en la expresión, “al menor cambio”. Ahí también podemos escuchar la interpelación a muchas de las prácticas feministas “¡Mezclan todo!”. Un poco como operaron con el insulto “Queer” que fue un insulto revertido en una piso desde donde erguirse: sí, “mezclamos todo porque está todo mezclado”. Pero esta mezcla no es exactamente “cualquier cosa”, en el sentido que “todo vale”, es más bien la conexión concreta de “cualquier cosa” con “cualquier otra” (como ese día un libro con una danza).

La exigencia es dar cuenta y consistencia a las luces que van emergiendo sabiendo que instauran nuevas formas de vida, y nuevas envergaduras de vidas posibles. No es entonces ganarlo todo, en una conquista totalizante del territorio. Sino afirmar el tono de voz de lo menor, lo apenas pasaje de umbral que cambia, de raíz, “todo”, es decir cualquier relación (rapport) singular con cualquier nueva existencia instaurándose.

Deseos de teoría

Finalmente, ¿qué deseo de teorías acompañan estos procesos de instauración con luz temblorosa propia? Tal vez ya no sea la gran explicación (justamente porque es imposible explicar sin fundamento) sino dar cuenta de modos de existencia y los procesos de ensanchamiento de los im-posibles pujando por una legitimidad sin legitimación. ¿Qué voces teóricas pueden ajustarse a experiencia sin fundamento pero que instauran? ¿Qué deseo de teoría que no sería el ideal del diagnóstico de conyuntura fundante? ¿Cómo volver esas voces cajas de resonancias, cocinas de consistencia ni propia ni ajena registros movientes de la luz que acompaña el proceso anafórico repetido iterado de nuestros gestos de instauración? Gestos infundados pero instaurativos gestos ahuecados por vulnerabilidades, y cierto arte queer del fracaso, que gana sin embargo, en in-determinación y trans-lucidez que sabe del “derecho a la opacidad” (Edouard Glissant).

 

*A partir de la actividad «Por una política menor», el martes 29 de octubre en PLANTA de Investigación y Creación Tranversal, organizada por Editorial Cactus, con la intervención del Laboratorio de experimentación del movimiento coordinado por Jazmín Titiunik, Silvio Lang y su texto “Aberrancia aplicada 2015-2019: memoria de un método de combate” y Diego Sztulwark en diálogo con David Lapoujade.

Spinoza/Lacan, excomuniones y consecuencias // Eva Tabakian

José Attal, La no-excomunión de Jacques Lacan. Cuando el psicoanálisis perdió a Spinoza, trad. Guadalupe Marando, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2012, 280 pp.

La excomunión de Jacques Lacan, es decir su ruptura con la Asociación Psicoanalítica Internacional en el año 1964, marca el comienzo de un nuevo movimiento en el psicoanálisis. A partir de este hecho y este acto, Lacan se autoriza a sí mismo a seguir impartiendo su enseñanza y a fundar una escuela propia, centrada en su persona y en su experiencia. Pero la excomunión a la que aludimos tiene nombre y apellido de filósofo: Baruch Spinoza, referente que signará el comienzo de una nueva etapa del psicoanálisis como ciencia del hombre. Es así que Spinoza (1632-1677) se localiza en el centro de este cambio, a pesar de que siempre estuvo presente en el corpus y en la construcción de los conceptos y las nociones que van estableciendo el psicoanálisis.

Esta es la hipótesis y la línea de trabajo que José Attal se propone en La no-excomunión de Jacques Lacan. Cuando el psicoanálisis perdió a Spinoza, mostrando el recorrido y el entramado de las ideas del filósofo marrano en la tradición del psicoanálisis.

Hay en principio una relación indirecta entre Spinoza y Freud que es fruto del medio en el que éste se formó como fisiólogo. Sus maestros Helmholtz, Brücke, Dubois Reymond y Fechner adherían al determinismo como principio absoluto y reconocían a Spinoza como inspirador de sus concepciones acerca de, por ejemplo, las relaciones estáticas de las pasiones y su correspondencia con la naturaleza fisiológica. Hay además una afirmación freudiana que data de 1931 en la que, después de admitir su “dependencia absoluta” de Spinoza, Freud precisa que ha construido sus hipótesis “a partir del clima que aquel creó más que a partir de un estudio de su obra”. En este punto de su argumentación, Attal recurre a Lacan para encontrar el nexo de unión entre los dos pensadores, y lo hace a partir del análisis de un sueño paradigmático que se encuentra en el seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis en el que justamente se trata la cuestión de la excomunión.

Este sueño es presentado por Freud en el capítulo VII de La interpretación de los sueños y se denomina “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” En él se trata de un padre que vela el cuerpo de su hijo muerto y al quedarse dormido sueña que éste lo increpa con esa frase. A partir de este análisis, Attal se propone mostrar una aproximación entre el tratamiento del presagio y la profecía en Freud y Spinoza y las concepciones de la imagen y la alucinación de los dos para relacionarlas más adelante con la cuestión del deseo y la identificación que aportará Lacan. Esta introducción es el punto de partida para plantear un rumbo teórico riguroso que se introduce en las hipótesis del lenguaje y el conocimiento de Spinoza prestando especial atención a la teoría del signo que presenta su teoría.

Para llevar a cabo este recorrido el autor recurre a una bibliografía extensa que cita en abundancia, un recurso que se repite en todo el libro. La intención es proporcionar el material necesario para comprender que Lacan, después de haberse identificado al comienzo de su seminario con Spinoza, se distancie de él y recurra a la lógica de los estoicos para definir la relación del signo y el analista.

La diferencia entre los estoicos y Spinoza es que con el signo de los primeros es posible alcanzar al sujeto mientras que el signo de Spinoza apunta al entendimiento. Primer testimonio de la separación de Lacan de la concepción spinozista ya que no corresponde al modo de operar del analista con el signo: “El psicoanalista interviene no porque comprenda, sino porque es afectado”, como bien dice Lacan.

Segundo testimonio. Lacan, en la última sesión del seminario que venimos exponiendo, recusa a Spinoza porque su posición respecto del sacrificio y del amor intellectualis dei resulta insostenible para los analistas. Este insostenible está estructurado por la cuestión del deseo del analista y de su destino. La distancia entre una posición y otra se entiende únicamente si se tiene presente la diferencia ontológica, que para el autor opera como lo que permite que a pesar de que Jacques Lacan como persona haya sido excomulgado, el analista quede por fuera de esta operación y pueda así seguir impartiendo su enseñanza.

Recordamos que poco antes Lacan había considerado a Spinoza como el único filósofo capaz de pensar el sentido eterno del sacrificio en el amor intellectualis y le reconocía el privilegio de haber pasado de la servidumbre a la libertad por el sacrificio.

Y por último, la despedida definitiva vendrá en la primera clase del seminario de La lógica del fantasma en la que Lacan sustituye la formula spinoziana del “deseo es la esencia del hombre” por “el deseo es la esencia de la realidad” por considerar que la primera es deudora de un sistema teológico (oposición hombre-dios) que el psicoanálisis no puede sostener. Sin embargo Attal no se contenta con especificar este distanciamiento de Lacan sino que extrae todavía una consecuencia más: dado que el famoso “retorno a Freud” se había hecho con Spinoza, el cierre del seminario de 1964 implicaría un fin de este retorno que se evidencia, para él, en una relación de distancia entre los dos.

Hay en toda esta construcción de la excomunión y la no-excomunión, un capítulo muy interesante en el que se relata toda la negociación entre Louis Althusser y Lacan para que este pudiera continuar con sus seminarios en la prestigiosa Ecole Normale Superieur una vez separado de la Asociación Internacional.

Allí se presenta un Althusser que tenía la “viva conciencia de que se estaba produciendo un movimiento” y que trató que el centro de ese movimiento fuera la escuela de la calle Ulm. En un paralelo con El príncipe de Maquiavelo, lectura predilecta de Althusser, se ve a través de sus cartas, cómo trata de manipular el pasaje de Lacan y las indicaciones tanto teóricas como políticas que le va señalando en sus intercambios, con la intención de hacer de él un instrumento de propagación de su propia doctrina.

En un juego que va desde el ajuste de cuentas a la empresa de seducción, Althusser le proporciona no sólo el lugar sino también el público que, de ahí en más, constituirá la nueva generación de seguidores de Lacan entre los cuales se encuentra nada menos que su futuro yerno y albacea, Jacques Alain Miller.

Pletórico de citas teóricas, de documentos y correspondencia, el libro de José Attal parece a veces caótico en su voluntad de dar cuenta de todo el material que lo conduce a su hipótesis de ruptura del psicoanálisis respecto de Spinoza.

Pero en ese mismo desorden que provoca la cantidad de material que maneja, pone a disposición del lector elementos por demás valiosos e importantes: pormenores de la excomunión de Spinoza, el acta que se labró en la ocasión, los ritos de la tradición judaica y los elementos que Lacan retoma para exponer su propia situación. Por otro lado, las diversas lecturas teóricas de Spinoza, que están citadas textualmente, desde Lorenzo Vinciguerra hasta Gilles Deleuze dan cuenta de un propósito de exhaustividad para validar sus hipótesis especulativas.

¿A quiénes llamamos los malos? // Agustín Jerónimo Valle

Joker es, entre tantas otras cosas una pregunta sobre lo qué es la maldad y su relación con el poder. Una película que muestra en el mundo de los superhéroes las formas de violencia del mundo neoliberal.

Cada vez que surge, desde el fondo del corazón humano, el lamento infantil que mismo Cristo no pudo contener: “¿por qué se me hace daño?”, hay ciertamente injusticia.

                                                     Simone Weil

El  3 de octubre se estrenó Joker en Chile, el 6 se aplicaron los aumentos en el metro, el 17 la película alcanzó el millón de espectadores y el 18 estalló la rebelión popular. Sería necio postular al film como causa del levantamiento; pero le calza perfecto como telón de fondo y sería necio también obviar los lazos sensibles entre cultura y política -que son, precisamente, sensibles: intervenciones en el sentido de las cosas y en la percepción. Hay afinidad electiva entre la película yanqui y la insurrección en la -ex- joya del neoliberalismo normalizado en Sudamérica.

La película es un verdadero cuestionamiento, en medio del mainstream, del orden clasista de la desigualdad. Muestra una insurrección popular violenta con carteles que dicen “muerte a los ricos”. Y plantea la discusión por a qué llamamos socialmente el mal, a quiénes llamamos los malos. Para eso su personaje perfecto es el Guasón.

El Guasón es el villano por excelencia, porque lo que más distingue a los villanos es su risa malévola. La risa de los malos. El Guasón es la cara paradigmática de la malversación de la risa, de la risa que se alegra por el dolor ajeno. Es el malo.

Pero acá tenemos un Guasón de risa triste. Un Guasón que nace como tipo desdichado, Arthur Fleck, un tipo que te parte el alma, molido a golpes por la vida, con un síntoma desolador a cuestas: cada vez que sufre, cada vez que alguien lo maltrata o se pone nervioso o angustia, no puede contener un ataque de risa desoladora. El jefe, los abusos intrafamiliares, las burlas de los conductores televisivos, los ricos prepotentes, la absurda violencia urbana común de cualquiera: cada golpe de este mundo infecto tiene en Arthur el eco de esa risa lacrimosa que lo ahoga. De ahí nace el Guasón.

El Guasón nace en el momento en que Arthur accede a reírse de su propia desgracia. Declara que su vida es una comedia -de la que él es espectador, hasta que decide afirmarla, la comedia, y con su desgracia pinta su sonrisa. Hay una escena inolvidable en la que cierra su conversión en Guasón: todo magullado, y alentado por la multitud insurrecta, se mete las puntas de los dedos índices en la boca lastimada, los saca y los mira ensangrentados y, en un segundo, se da cuenta y se dibuja la sonrisa con su sangre. Una alegría hecha con el dolor.

Esa decisión de refirmar el síntoma, de identificarse con la propia falla radicalizándola, corta el padecimiento puro y produce inmediatamente alegría, aún si lo que se afirma duele. Arthur llega a ser lo que se es, como quería Zaratustra. El Guasón es un Gran Despreciador, pero su desprecio no es suyo; refleja -como buen lunático– el desprecio recibido por el régimen humillante de las jerarquías.

 

  1. Difícilmente haya género más propicio para plantear la discusión sobre el mal que el de los superhéroes, o, mejor, el género de los malos… La figura del malo, el malvado, está presente en todas, prácticamente, las películas y dibujitos para chicos; los malos tienen una función muy importante en la pedagogía moral de la cultura de masas: los malos existen para que cuando a ellos les pase algo malo, no nos afecte. Y siempre a los malos termina pasándoles algo malo; siempre escarmientan. Y no nos duele. Porque ya sabemos que escarmentarán, que sufrirán: obvio, si son malos, de ese ser deriva inevitablemente desgracia. Pero su desgracia no nos duele, ni aún desgracias que ni podríamos concebir siquiera le pasen a un bueno. Los malos nos entrenan, desde chicos, en suspender selectivamente la empatía.

Los malos sirven para eso: para reproducir en las subjetividades la estructura perceptivo-moral donde algunos sujetos en la sociedad vienen por naturaleza medio torcidos, no son de los buenos (no son de nosotros) y estamos preparados para ver su escarnio sin empatizar, sin sentir que lo que les pasa está pasándole a algo común a nosotros (estamos preparados para esperar su escarnio…).

Pero resulta que el malo, esa naturaleza medio torcida, en Joker vemos que en realidad era alguien que sufre, alguien a quien cagan a palos y humillan cada dos por tres. En una sociedad que es Nueva York en los ochentas (con una huelga de recolectores de basura que acaso refiere a su gran huelga del transporte en 1980), es decir en la vanguardia de la inteligencia y la sensibilidad neoliberales; el sentido común dominante entrena en reconocer rápidamente quién es el más débil y aprovechar para reírse de él.

 

  1. ¿Y el bueno? Porque en realidad, Joker es una película sobre el origen de Batman. Cuenta la historia del pobre diablo que llamamos villano para develar la verdadera constitución del millonario que llamamos justiciero.

El mega rico que aparece en le peli y con el que se relaciona Arthur Fleck y el Guasón, Thomas Wayne, es por supuesto el padre de Bruce. Y ya sabemos que Bruno Díaz fue un niño traumado. El recuerdo de su herida traumática está por ejemplo en la peli de Tim Burton con Jack Nicholson: un ladrón mató a sus padres delante suyo. Bruno deviene caballero oscuro contra los malechores, y jamás olvida el collar de perlas de su madre volando desarmado por el aire (ese collar es buena metáfora: las perlas encerradas por la soga como riqueza concentrada, que con un tiro nomás vuelven a su distribución natural…). Pero su recuerdo es fragmentario, un recorte, sin relato contextual.

Ahora entendemos que esa víctima de la inseguridad y el delito callejero, el padre de Batman, era un multimillonario de esos mega ricos que tienen más dueñidad que nadie en el mundo. Por eso Batman es el superhéroe sin superpoderes: lo que tiene son esos “juguetes”, como dice el Joker de Nicholson (claro que son armas, pero él, el Joker, el jodón, ve juguetes,  porque milita la juguetización del mundo, solo quiere jugar, de hecho en otra de las pelis le salva la vida a Batman diciéndole que es demasiado divertido como para dejarlo morir…). No necesita superpoderes, Batman, porque es multimillonario.

La agresión que traumó al niño Bruce, entonces, era un contraataque de los comunes a los jerarcas; era subproducto de la violencia constitutiva del régimen elitista donde él y su padre eran privilegiados. Su padre se candidateaba para alcalde, diciendo “solo yo puedo ayudarlos”. Como si su posición de privilegio fuera algo previo y externo al orden social, y él baja a ayudarnos (suena, ¿no?). Pero los privilegios son el centro del orden social; de hecho, los privilegios consisten esencialmente en que los demás no pueden cosas. El rico es rico de impotencia ajena.

Esa impotencia normalizada estalla, en una insurrección anárquica contra el realismo tautológico de las elites, realismo tautológico que, señalando la realidad dada, dice nosotros somos superiores, los demás inferiores. Por eso la violencia ejercida por el Guasón alegra a la multitud: es un contragolpe de los humillados.

Además, el Guasón mata pero no es cruel; mata sujetos en posición de fuerza o poder respecto de él, no más débiles, y no muestra un goce por el sufrimiento de los demás. Los tres yuppies que liquida, que maltratan una mujer en el subte y después lo muelen a golpes a él, resultan mucho más repulsivos que él cuando tira del gatillo: unos hacen daño por placer de ser más poderosos, el otro se venga, pone un límite. ¿A quiénes llamamos los malos, a quiénes llamamos los buenos? Revisar a quién llamamos el malo es una forma de atacar en realismo elitista, atacar la infraestructura perceptiva, sensible y moral de la desigualdad.

 

  1. Si Arthur Fleck reía dolorosamente cada vez que sufría agresiones, el Guasón baila cada vez que logra darse un espacio de libertad. ¡Ah, cómo baila! Baila de una manera única, totalmente singular; la actuación de Phoenix es histórica, complejísima, llena de matices y sutilezas, una obra maestra de la actuación en sí misma. Baila y pierde la forma humana, como quería Patricio Rey. Baila expresando la alegría de un cuerpo que afirma la indeterminación de las formas, lejos de todo bailecito modélico, lejos de toda estandarización gestual, tan lejos del baile aparato que por ejemplo popularizó Mauricio Macri y podría calcar cualquier robot. El síntoma, la falla, el no adecuarse a una forma de vida predeterminada, cuando puede afirmarse, cuando puede decir esto soy, acá estoy (sí, como las zapatistas), baila expresando su alegre fuga de la normalización.

Pero corre, también, muchas veces, este Guasón. De punta a punta; desde la primera escena hasta la última. Lo corren matones callejeros, la policía, la psiquiatría. El miedo lo corre, también. Corre cada vez que necesita, baila cada vez que puede. Los ricos necesitan ser malos; no puede haber riqueza mega concentrada sin maldad en alguno de los eslabones de sus condiciones de posibilidad. El Guasón no quiere ser malo; quiere bailar: pero para eso es necesario conquistar, con violencia si es preciso, espacios donde verdaderamente lo dejen en paz.

Fuente: Socompa

 

Vida indócil y anomalía sensible // Jorge Pinedo

Crisis, micropolíticas, contrapoder y crítica en la investigación militante de Diego Sztulwark

Fuente: El Cohete a la Luna

El concepto y el fuego // Ariel Sicorsky

Al templo de Jerusalen se lo llevó puesto el concepto, quedó caduco, ya no podía seguir existiendo, porque el Dios de Israel finalmente se fue transformando en lo que los hebreos habían anhelado: un Dios abstracto- dijo Úru mirándome fijo, como si lo penetrante de la mirada fuera una condición necesaria para la comprensión de sus palabras. Yo lo miraba y trataba de entender pero el sentido del discurso de Úru se me escapaba, porque poco sabía yo de templos de Jerusalen y del Dios judío, mucho menos de sus anhelos.

Era una mañana de septiembre y estábamos otra vez en su terraza. Úru estaba escribiendo un artículo sobre el tema y compartía conmigo sus conceptos principales y yo trataba de seguirlo pero no lograba hacer pie en sus ideas. Me pasó un mate, se arrellanó en su asiento y se dispuso a abrir el tema. Me explicó que en algún momento de su historia, los hebreos (decía hebreos y no judíos) habían formulado una nueva idea de dios, un dios abstracto y sobre todo ubicuo, ya que su ser estaba en todas las cosas, aún cuando no podía ser aprehendido en ninguna. ¡El Dios judío! -dije yo para lograr un punto fijo que me permita hacerme un mapa de su pensamiento- el Dios monoteísta. ¡Claaaaro! -asintió Úru abriendo sus palmas hacia el cielo, y continuó en un tono de voz suave, íntimo, como si me estuviera develando un secreto clave para entender las cosas- el pasaje del politeísmo al monoteísmo es para los cabalistas el gran salto a lo abstracto. Con ese salto, me explicó, pasaron de un modelo que precisaba muchos principios (muchos dioses) a uno más evolucionado que con un sólo y único principio era capaz de explicarlo todo. Pero el pensamiento es más rápido que la materialidad de la existencia y el pueblo hebreo recorrió un largo camino que lo fue despegando del antiguo modelo politeísta, más arraigado en la materia y sostenido en las imágenes de los dioses, entretejido por rituales antiguos y toscos. El episodio del becerro de oro, al pie del monte Sinaí, (mientras Moises ascendia al encuentro con su Dios y volvía con las tablas de la ley) en el cuál el pueblo volvió a crear y adorar un ídolo es una clara muestra de en los avances y retrocesos en ese sinuoso camino.

Mientras preparábamos el mate pude ver en la mesa de la cocina una pila de libros abiertos en un bello caos productivo. El artículo en cuestión aún no tenía nombre, pero andaba entre «vida y obra de un concepto», «La materialidad de las ideas» y el más hollywoodense «El templo destruido por fuegos y palabras».

La terraza estaba iluminada por el sol del fin del invierno pero todavía la brisa era fresca y húmeda. Úru me hizo las preguntas de cortesía: ¿cómo va la facu?, ¿la familia bien?, ¿tu novia? que yo no llegué a responder porque el cerebro de Úru era un hervidero y me fué arrojando las ideas centrales de su tesis, que yo recibía como puñetazos desnudos.

Los hebreos-continuó- al menos después del exilio en Babilonia, estudiaban. Todo varón a partir de los 13 años, después de la jornada de trabajo iba a la yeshivá, a la escuela rabínica a leer, a desglosar, a interpretar. Por eso Jesús discute con los maestros de la ley, en el templo de Jerusalen: era un judío arquetípico. De ese modo, a través de siglos, generaron ideas asombrosas, más adelantadas que las épocas en que fueron formuladas. Robert Graves tiene un libro donde cuenta el derrotero que fué sufriendo la Torá (la biblia judia, sus primeros cinco libros) en un largo y dificil camino para borrar los huellas de su pasado politeísta. Narra cómo los sabios de diferentes épocas liberaron el texto canónico de seres magníficos, herencia de los antiguos panteones egipcio y babilónico. Se les pasó por alto Leviatán, que quedó referido en el libro de Job como un monstruo marino, como un gran dragón sumergido; o quizás lo dejaron por alguna razón, por nostalgia, o para recordar a los futuros lectores que todo es una ficción.

Úru hablaba casualmente, iba pensando y construyendo su trama, pero su lenguaje era preciso y un poco rígido, como si lo estuviese escribiendo o leyendo. Pensaban -dije yo un poco impaciente- los judíos pensaban…¿ y entonces?. La idea de la ubicuidad de Dios era asombrosa, muy avanzada, casi atea -dijo Úru- tiraba a la basura las imágenes antropomórficas de Dios, la imagen de un Dios celoso como se lo nombra en el éxodo y tantas otras. Durante cientos de años, miles, el concepto se fue fortaleciendo y los nuevos sabios fueron encontrando las herramientas conceptuales para continuar depurándolo, y así, el Dios al que la gente oraba y temía y amaba se fue volviendo más sutil y al mismo tiempo, más poderoso. El concepto del Dios intangible, en tiempos de Jesús, ya pedía nuevos aires, estaba cargado por el pensamiento de generaciones, era como un animal sediento, exigía. El mismo Saulo de Tarso, San Pablo, proponía un judaísmo universal, despegado de la liturgia y la tradición. Pero eso no era suficiente -Úru se detuvo en una pausa casi teatral y yo pude escuchar los ruidos lejanos de los autos en la avenida- porque el centro del judaísmo -continuó- era el templo, una estructura sólida y magnífica en cuyo corazón estaba el tabernáculo, la morada, donde Dios se encontraba con su pueblo. Toda la economía espiritual estaba regulada por el sacrificio de animales para limpiar los pecados… ¡imaginate!, todavía existía ese pesado lastre para que el concepto de Dios adquiriera su tan ansiada emancipación de la materia.

Yo lo escuchaba en un estado de estupor y suspenso y mi mente se llenaba de imágenes para procesar tamaña información. Imaginé un templo lleno de oro, sacerdotes vestidos de púrpura degollando toros, corderos y palomas; imaginé el sol del desierto y las áridas colinas de Judea; entreví el recinto sagrado donde Dios había fijado su morada. El sol de septiembre ya nos quemaba la cabeza pero nos quedamos allí, en los sillones viejos, como sometidos a un extraño hechizo.

Los judíos se rebelaron contra Roma, que ocupaba su territorio con mano de hierro, y Tito Flavio, que después sería emperador, arrasó con Jerusalen y destruyó el templo. Crucificó a tantos judíos que tuvieron que importar cedros del Líbano para poder continuar la faena. Cincuenta años después, frente a una última avanzada judía, los romanos los hecharon de su tierra y pretendieron incluso borrar su nombre del libro de la historia. Judea fue nombrada con el nombre de los históricos enemigos de los hebreos, Filistina, de donde se deriva Palestina.

Yo no podía más, estaba agotado y sólo quería irme de allí, caminar por las calles y llenarme de lo cotidiano.

Úru me miró y pude ver sus pelos revueltos y su aspecto de genio loco; en sus ojos había una calma terrible y talvez un brillo mesiánico. Se quedó quieto un rato mirando la nada que estaba delante suyo y lentamente asestó su golpe final. Los hebreos -sentenció- primero perdieron el templo y luego la tierra que les había sido prometida. Fue la mayor desgracia desde los tiempos de Egipto, una tragedia que los volvió errantes en un mundo ajeno, pero… tuvo una ganancia secreta. Finalmente pudo Dios levar anclas, liberarse de las pesadas garras de la sustancia, despegarse de los últimos vestigios de paganismo, volverse universal y disfrutar de su ubicuidad.

La brutal soldadesca romana derribó  las murallas de Jerusalén, saqueó la ciudad, pasó al pueblo a deguello y con especial dedicación derrumbó el templo piedra por piedra. La tropa encandilada creía estar luchando por Roma, se veía a sí misma como la garra vengadora del águila imperial, como el rayo justiciero de Júpiter. No sabía (no podía saber) que silenciosamente obedecía a otro amo. La espada del romano fue la mano ejecutora de una potestad terrible y arrolladora: no se trataba de Marte, tampoco de Jupiter, ni siquiera del Dios de Israel, del cual tanto ignoramos (ni siquiera sabemos si existe), sino uno más íntimo… el concepto, el depurado y mejorado por siglos concepto de la Ubicuidad.

Salí de la casa de Úru casi corriendo, caminé un poco desorientado hasta la parada del 55. Mi cabeza daba vueltas; me sostenía saber que tenía que llegar a la facultad en la calle Independencia para asistir al teórico de linguistica del Dr Topf. Mientras iba por Medrano en un colectivo repleto, miraba la calle a través de la ventana; en el quiosco de revistas, en el empedrado desparejo, en los coches abandonados en las esquinas, creía ver a Dios.

Cuando las sombras se alejan del muro // Giorgio Agamben

A mediados de los cuarenta, el joven Pier Paolo Pasolini eligió un dibujo de ardilut –bello nombre del Friul para lo que conocemos como canónigo o lechuga de cordero– como sello de una serie de publicaciones que haría justamente en friulano. Ahora, casi ochenta años después, el filósofo Giorgio Agamben organiza, para la editorial Quodlibet, una inédita colección de poesía dialectal que toma como símbolo aquella antigua elección y que tiene el propósito de “continuar y verificar, en la nueva realidad lingüística del siglo, la reflexión pasoliniana sobre la relación entre lengua y dialecto”. Los dos primeros títulos de Ardilut, editados a comienzos de este año, son sumamente elocuentes: Los turcos en el Friul, que Pasolini escribió en el año 44, y En ninguna lengua, en ninguna parte, que reúne por primera vez todos los poemas en dialecto de Andrea Zanzotto. Con el tercero y más reciente, Cuando las sombras se alejan del muro, de Francesco Giusti (Venecia, 1952), da inicio la publicación de autores más jóvenes. En el prólogo de este último título, Agamben señala, entre otras cosas, la radicalidad de una poesía que no se muestra ya como una lengua donde la forma alcanza su perfección, sino como el lugar donde la forma se desmorona.

Cuando las sombras se alejan del muro

Giorgio Agamben

 

El siglo XX fue muy especial para la poesía italiana y mostró el paso de al menos dos generaciones de grandes poetas, de Montale a Caproni, de Sereni a Penna, de Luzi a Betocchi. Quizá menos conocido –o menos de lo que debería serlo– es que a ese extraordinario florecimiento lo acompañó uno no menos imponente de la poesía que, por convención, llamamos dialectal. Sería necesario, por tanto, reescribir la historia de la poesía italiana, devolviéndole al término “Italia” su significado geográfico. Veremos entonces cómo se multiplica ese notable número de poetas y que, junto a los ya mencionados, debemos inscribir los de Marin y Pedretti, Loi y Bandini, Pierro, Giacomini y muchísimos más.

            Al mismo tiempo, debemos advertir que hay una especie de bilingüismo consustancial a la poesía italiana, es decir, que ésta, por causas que sólo en parte se explicarían mediante razones históricas y políticas, se mantuvo fiel a la diglosia que Dante, en De vulgari eloquentia, inscribió como una aventura en los orígenes de la poesía italiana: el dualismo del vulgar, “hablar materno” que, “solo y primero, está en la mente” y que se recibe sine omni regula de la nana, y de la lengua gramatical, que, en contraste, se aprende con el estudio (en su época, esa lengua-gramática, inalterabilis locutionis idemptitas en tiempos y lugares diversos, era el latín).

            En Filò, ese manifiesto de la poesía dialectal de Andrea Zanzotto, el dialecto, que tiene en sí “una gota de la leche de Eva”, no es exactamente una lengua como cualquier otra: es, más bien, el “hecho lingüístico” en su irrupción, el momento en el que el hablante “toca con la lengua nuestro no saber de dónde viene la lengua, en el momento en que viene y sube como la leche”. No es una lengua “reservada”, sino, como el vulgar ilustre de Dante, una guía y una fuente hacia la cual toda lengua debe orientarse. De ahí que Pasolini advierta que el dialecto es, en cierta forma, la lengua de la poesía o, más aún, la “lengua-poesía” por excelencia.

            Giusti pertenece a una generación que surge después del último gran florecimiento de poesía dialectal del siglo XX. Se trata de una generación –a la que, por dar otros nombres, pertenecen también Luciano Cecchinel, Francesco Nappo y Pier Franco Uliana– que escribe tanto en italiano como en dialecto, es decir, una generación para la cual el movimiento, y casi el vaivén, de una lengua a otra es inherente al gesto poético. Las dos lenguas se nutren una a la otra y viven tan íntimamente una para la otra que incluso cuando una de las dos parece ausente está, en realidad, virtualmente presente. En este sentido, aun cuando Giusti escriba sobre todo en italiano, siempre hay dialecto en su poesía, así como siempre hay lengua en el flujo de su dialecto veneciano. Es posible que el título de su colección en dialecto De un dir apócrifo (2014), aluda al hecho de que el dialecto está “escondido” en la lengua, tal como los textos apócrifos están escondidos dentro y fuera de los libros del canon neotestamentario. En todo caso, como apunta Giusti, el desafío “está en llevar, oscilantemente, la palabra escrita a la oral (visible invisible) para que una diga aquello que la otra no puede decir”.

            ¿Cómo se manifiesta esta presencia, cómo se evidencia la diglosia –que al mismo tiempo es siempre alianza y conflicto, complicación y simplificación, enriquecimiento y expoliación– en este libro y, de modo más general, en la última poesía de Giusti? Estamos ante un desgajamiento y casi un colapso de los nexos gramaticales, cuyo resultado es una escritura no sólo paratáctica, sino incluso casi asintáctica. La coordinación gramatical se ve a tal punto interrumpida y forzada por incisiones, exclamaciones e interrogaciones y la construcción subvierte con tal frecuencia el orden lógico (el genitivo anticipado, como en latín, al nombre correspondiente; el sujeto arrojado al final de la frase) que la comprensión –que aún así infaliblemente se cumple– tiene algo de milagro. Una de las consecuencias de ese relajamiento de los nexos sintácticos y discursivos es una sorprendente confusión entre las palabras y las cosas. Las fronteras entre los vocablos, los pensamientos y los objetos parecen desmoronarse y deslizarse imperceptiblemente unos en los otros como en una rima infantil, lo que dificulta la orientación del lector, a cada instante, en ese pueril alboroto. La palabra, restituida a su aislamiento onomástico, se vuelve una cosa, un “puro inagotable insomne furibundo amontonarse frío caliente de hechos imágenes, sombras con un pie titubeante sobre la orilla casi insidiosa del mundo”. Giusti se pregunta por ese “santo espacio suspendido” de la poesía en el que, como “en el fondo sonoro de un pozo”, queda apenas el “magistral entrelazamiento constante del Verbo”. Así, el poeta da voz a la oralidad que en la lengua permanece obstinadamente ilegible, desde una perspectiva en la cual la poesía no se muestra más como una lengua donde la forma alcanza su perfección: al contrario, ella es el lugar de un desmoronamiento de la forma, de un des-crearse de la lengua, en el que ésta se presenta por primera vez en su irrupción destructiva. La oscuridad de la poesía de Giusti no es sino el arabesco de la ilegibilidad de aquel “hecho lingüístico” que, en palabras de Zanzotto, siempre está por venir. Además, la lengua por venir de Giusti no deja de apostrofar y de llamar por nombre, si es verdad que, como alguna vez escribió Walter Benjamin, en la poesía “resulta igual hablarse a sí mismo que dirigirse con el habla a todo lo demás”.[1]

            ¿Pero quién y a qué llama esta poesía? Ya se dijo que los poetas de la generación de Giusti miran hacia un mundo que desapareció o está desapareciendo. Como escribe Zanzotto sobre su poesía en dialecto (aunque lo mismo se podría decir de su hiperculta poesía en italiano), se trata de un “parlar porét, da poreti”,[2] de una poesía escrita para analfabetos, donde “para” no indica destinatario, sino en lugar de quien se escribe.[3] Por una curiosa paradoja, estos poetas no miran al futuro. Como todo verdadero revolucionario, el poeta apuesta por el pasado, se compromete y emite pagarés al respecto. No se trata simplemente, desde luego, de un pasado cronológico, sino, por decirlo así, del pasado eterno de la humanidad, de algo como aquel “posterno eterno”,[4] la sombra y el norte eterno de los que habla Zanzotto en Filò. Pero ¿qué es el hombre, qué es el humano sino aquello que está siempre al borde de la destrucción y el abismo?

            Es a este hombre que desapareció de modo inmemorable y que, a la vez, incesantemente está por venir, al que se dirige la poesía de Francesco Giusti.

 

Traducción del italiano y nota de Iván García

Publicado en La Jornada Semanal (México)

[1] Cito la traducción de “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos” realizada por Roberto Blatt. Todas las notas del texto de Agamben son del traductor.

[2] En véneto, “hablar pobre, de pobres”.

[3] Agamben juega con la preposición “per”, que significa por, pero también para. Como en otros escritos, alude a un verso de César Vallejo: “por el analfabeto a quien escribo”, donde por, según el filósofo, “significa menos para que en lugar de”; no es tanto escribir “para que el analfabeto me lea, dado que por definición no podrá hacerlo, sino en su lugar […]. El poeta o el escritor que escriben para el analfabeto […] intentan escribir aquello que no puede ser leído: sobre el papel colocan lo ilegible. Pero precisamente eso hace que su escritura se vuelva más interesante que la escritura concebida para los que saben o pueden leer” (véanse las traducciones al español de “¿A quién se dirige la poesía?” y “Sobre la dificultad de leer”).

[4] En véneto, “al norte eterno”, “a la sombra eterna”.

Splendour of the Seas: otro sueño de Kafka[1] // Peter Pál Pelbart

En 2011, el minúsculo colectivo guattariano “Mollecular”, de Helsinki, con la fértil imaginación de Virtanen Akseli, propuso un viaje en crucero de Lisboa a Santos. Unos años antes, había emprendido un viaje en tren de Finlandia hasta China, por la línea Transiberiana, con cuarenta personas que no necesariamente se conocían, en el marco del proyecto Capturing the Moving Mind.[2] La idea era, todos juntos —los de Ueinzz, los fineses y el colectivo francés presqueruines (casiruinas)—, hacer un filme en el barco, poner en escena una pieza teatral inspirada en la América o El desaparecido de Kafka. Cuando Akseli me pregunto si podía confirmar la reservación del barco para el 24 de noviembre, añadió una notita agradable: “¿Ese proyecto les parece lo bastante imposible para que sea atractivo, o incluso deseable?”. No es mal criterio, la deseabilidad… Es casi como la revolución… Lo que Kant admiraba de la Revolución francesa no era el resultado concreto sino la emoción de saberla en curso, que aumentaba entre quienes la observaban de lejos la deseabilidad de la revolución… Pero nosotros somos más modestos… El proyecto de filme fue extraído de un pequeño texto de Félix Guattari titulado: Proyecto para un filme de Kafka, en el que intenta imaginar lo que sería un filme hecho por Kafka. Así, tras llegar a Lisboa en avión el 24 de noviembre de 2011, abordamos, los tres colectivos, el Splendour of the Seas. Ese es, muy sumariamente, el contexto de esta experimentación micropolítica.

Para entenderña, sin embargo, hay que describir rápidamente en que consiste un crucero —algo que yo ignoraba completamente antes de esta aventura—. Casi dos mil personas confinadas en el seudo-lujo de un hotel flotante de diez pisos, corredores aterciopelados, inmensas lámparas de araña colgadas por todas partes, barandillas doradas, ascensores panorámicos, piscinas a cielo abierto rodeadas de pantallas gigantes, saunas imperiales, bares, casinos y restaurantes por doquier, shows y música, bailes y sorteos, fiestas temáticas junto a la piscina, cena con el capitán, celebración de la travesía del ecuador con copas resplandecientes. La alucinante sobredosis de estímulos de entertainement, de exceso gastronómico incesante, el imperativo del placer, producen una saturación absoluta del espacio físico, mental, psíquico de los pasajeros. Un verdadero bombardeo semiótico al que es imposible escapar en nignuna parte, incluso en la cabina personal en donde el altoparlante anuncia el próximo juego de lotería, donde la televisión no transmite más que las novedades del navío mismo, con periodistas a bordo. La máquina flotante de entretenimiento no tiene sin embargo, nada de extraordinario —no es más que la condensación de nuestro mundo cotidiano, del capitalismo contemporáneo en su funcionamiento óptimo—. Es el imperativo del gozo, del “your smile is my smile” que uno de nuestros actores tradujo bien como “your card is my card”. Evidentemente, todo ello no marcha sino gracias a un ejército de setecientos empleados mal pagados que viven en el subsuelo y circulan por todas partes, sonriendo, a la disposición de los clientes veinticuatro horas al día, y cuyos compartimentos son prohibidos a los pasajeros. Personalmente, viví nuestra embarcación como un naufragio, individual y colectivo. Por supuesto, estábamos aturdidos por las dimensiones, el gigantismo, la abundancia, y los actores se maravillaban a menudo de ser recibidos con tanta gentileza y tanta solicitud —si alguien, a mitad de la comida, le pide al mesero diez postres, se le traen diez postres—. Finalmente, el objetivo es satisfacer al cliente, por absurdos que parezcan sus caprichos. Ese espacio de inclusión por el consumo, con su lado grotesco, sin embargo, no hizo más que poner en evidencia el contraste entre nuestro grupo, con su fragilidad singular, y el lujo ostensible en todas partes. Dos polos, dos mundos, en un combate asimétrico, en una fricción inevitable, en que nosotros estábamos vencidos de antemano. No teníamos ninguna posibilidad de afrontar ese combate, apenas sabíamos si saldríamos vivos de ahí. Es la triunfante industria fascista  de la exposición política, como decía Pasolini.

Evidentemente, teníamos un proyecto —no éramos simples pasajeros o turistas—. Por un lado, el contexto desfavorable para nuestro proyecto suscitó un redoblado esfuerzo en las tareas de “cumplir” la misión: el objetivo, la meta era extraer lo máximo posible de ese contexto de encierro y disponibilidad (finalmente, por una vez, ahí estábamos todos los miembros del grupo juntos todo el tiempo, sin modo de escapar). Lo que permitía hacer una obra. Por otro lado, de manera más subterránea, fuimos testigos de una especie de irritación con respecto a esa compulsión de cumplir las tareas a cualquier precio, esa ansiedad de hacer, de concluir, de llenar de sentido de antemano… Por mi parte, fui presa, no de una pereza, sino de una especie de rechazo bartlebiano del tipo “preferiría no…” —hacer un filme, poner en escena una pieza, tener éxito—. Un deseo anarquista, o más bien, el deseo de sumergirme en otra dinámica, no productiva, un deseo de improducción en que el desistimiento, la falta de voluntad, la sustracción, el surf, la inmersión, el inicio de la navegación se entrecruzaban en una lógica intensiva, de sensaciones interpenetradas, mucho más que el deseo de una articulación constructiva y susceptible de ser mostrada. Difícil describir en qué medida el conjunto de pequeños gestos, de minúsculos movimientos, de desvíos humorísticos o hilarantes, parecía más eficaz en su contraposición paródica a lo que, desde el comienzo del viaje, algunos vivieron como una reclusión, con su dosis de violencia y coerción, aunque voluntaria…

Poco a poco, nos dimos cuenta de que todo lo que habíamos previsto no resultó, o bien salió mal, o simplemente reveló su dimensión risible o absurda, llevándonos a la cuestión perturbadora, inevitable y necesaria: pero ¿qué hacemos aquí realmente? ¡Qué idea loca entrar en este laberinto de coerción y estrangulamiento, en medio de dos mil turistas, en eso que un actor bautizó como un “mundo contemplástico” [“un monde contemplastique”]! No podría definirse mejor esa impotencia, la contemplación de un mundo de plástico… Y ahora, a partir de esa situación de saturación, ¿cómo salir si no hay salida, rodeados como estábamos por un mar que justamente no era un decorado, y que no evocaba una exterioridad, un afuera? Porque hay que decirlo: todo en el transatlántico está hecho para darle la espalda al mar. Es el adentro absoluto, el placer y el consumo impermeables a toda exterioridad: la hipnosis del casino, de la pantalla gigante sobre la piscina a cielo abierto sobre la que se veía proyectado justamente lo que estaba al lado, el mar… Es incontestable que, en un momento dado, en una sala del cuarto piso donde realizábamos nuestros ensayos y donde nos refugiábamos para resistir la normopatía atlética o flácida que nos rodeaba, algo se estaba disolviendo en nosotros, entre nosotros. Todo se descarrilaba: los roles, las funciones, las coordenadas, las metas, los sentidos, las razones. Especie de colapso viscoso que ponía en cuestión el “qué”, el “para qué”, el “cómo”, el “dónde”, el “cuándo”, aunque ocupáramos un espacio delimitado de acuerdo con nuestra rutina: ensayos por la mañana, rodaje en la tarde, conversaciones por la noche. A pesar de esa grilla consensual, algunos de nosotros vivieron una caotización involuntaria, una catástrofe sutil, con sus terrores, sus angustias, sus náuseas, su claustrofobia, el “nada es posible” que hacía irrupción, el “teníamos todo para que saliera mejor”, como lo dijo una actriz que, desde que subió al navío, caminaba inclinada como una torre de Pisa, y que cada vez que se encintraba frente a los inmensos corredores con sus centenares de recámaras, buscando la suya, murmuraba entre dientes: “Corredor de la muerte”. En todo caso, a partir de esa des-subjetivación colectiva, de esa vacuidad, donde todo parecía irse derrumbando o ahogando, incluidos los proyectos previstos y programados, éramos presa de lo que Guattari llamaba Caosmosis… Mientras el navío funcionaba a la perfección, nosotros naufragábamos.

¿Había que oponer a un entorno invasivo como ese una pieza de teatro, incluso inspirada en Kafka (qué otro autor mejor que él para expresar una claustrofobia, un ejército de servidores, un laberinto de sentidos como esos)? ¿Hacer un filme que rivalizara con el devenir-cine del mundo, de ese mundo contemplástico? O más bien, en lugar de agregar otra cosa, simplemente sustraer, sustraerse, apoyados en desvíos minúsculos, interrupciones, en último caso en el rugido de un actor exhausto… Evidentemente, innumerables situaciones de alegría colectiva alternaban con momentos como éste, en una oscilación mucho más vertiginosa que la ofrecida por el barco en pleno mar. Había que aprender a navegar, en el sentido fuerte de la palabra. Cuando Deligny define sus tentativas con los autistas como una balsa, explica hasta qué punto es importante que, en esa estructura rudimentaria, los troncos de madera sean “atados de tal forma que quedan bastante sueltos, de modo que cuando les caen encima montañas de agua, el agua pase a través de los troncos separados”. Y agrega: “Cuando llueven los interrogantes, nosotros no cerramos filas —no juntamos los troncos— para constituir una plataforma concertada. Muy al contrario. No retenemos sino lo que del proyecto nos une. Puede verse así la importancia primordial de los lazos y del modo de atadura, y de la distancia misma que los troncos pueden tener entre ellos. Hace falta que el lazo sea lo bastante suelto y que no se suelte”.[3] Yo diría que hace falta que el lazo sea lo bastante suelto para que no se suelte. Así, para hacer un crucero posmoderno, tal vez haya que reinventarse una balsa.

 

Traducción: Enrique Flores

[1] “Splendour of the Seas”. Chimères 80 (“Squizodrame et schizo-scènes”), diciembre de 2013.   

[2] Véase el bello artículo de Virtanen Akseli y Jussi Vähämäki: “Structure if Change”, y el diálogo entre Virtanen Akseli y Bracha Ettinger: “Art, Memory, Resistance”, en Framework 4 (diciembre de 2005).

[3] Fernand Deligny. Œuvres. Ed. Sandra Álvarez de Toledo. París: L’Arachnéen, 2007. p. 1128.

Todos Santos: Necesitamos recibir a nuestras almas // Colectiva Chi’xi

Las almas llegan a visitarnos, queremos prepararnos para recibirles, honrarles con bebida, comida y flores, rogarles para que respalden nuestras luchas y ansias de construir nuestros propios proyectos alimentarios y creativos, exentos de caudillismos y del fraude de la democracia. Queremos que el tránsito de nuestras almas abra camino más allá de la ch’ampa guerra perversa entre iguales, entre oprimidxs, guerra que vivimos en este momento desde la indignación y la impotencia.

 

Que las escaleras que les conectan con el Alax Pacha, sean un tránsito de nuestra memoria larga, para recordar todos los esfuerzos históricos de todas aquellas almas, de todas las formas de vida, que hicieron posible la continuidad de nuestra colectividad, nuestra Matria Bolivia.

 

Así como cada t’ant’a wawa, amasada con nuestras manos, significa para nosotrxs una lucha, muchas luchas se unen en cada altar; las fotografías a las que hoy ofrendamos, nos recuerdan a luchadores y luchadoras del presente, del pasado, y también a quienes murieron demasiado jóvenes como para luchar.

 

La clase política nos ha metido en un callejón sin salida: Nos estamos peleando por sus agendas, les estamos entregando nuestras energías. A los partidos políticos, que en loca contienda por el poder se disputan las almas de lxs vivxs y preparan la muerte de gente inocente; a ellos les decimos, vamos a honrar a nuestrxs muertxs, nos vamos a unir y juntar nuestros cuerpos y espíritus, para sanarnos de sus voluntades extractivas y expropiadoras.

 

Se dice que ésta es una guerra racial entre “indios” y “q’aras” pero, ¿qué tan “indio” es Alvaro García, o Ramón Quintana o cualquiera de los mandones de turno? Mesa habla de “inclusión”, pero hace oídos sordos a quienes no hablan su idioma, se olvida de que hay que rezar en Todos Santos y además muestra que dará continuidad a un modelo de desarrollo cruel con la vida, cruel con la muerte. Mesa no se pregunta si el excluido es él, por su gesto, por su lenguaje elitista, por la soberbia del intelectual que cree tener todas las soluciones en el bolsillo. Es más auténtico que García Linera, pero le falta humildad y sentido de colectividad con la gente de a pie. Por eso, los tres caudillos, convencidos de su misión mesiánica (Evo, Álvaro, Mesa) están llevando a nuestro país a la debacle.

 

¿Quieren que se repita la masacre de 1979, respuesta estatal a los bloqueos y saqueos de los meses previos, y castigo preventivo a la debacle electoral de ese año? ¿Quieren que se tomen las calles como en octubre 2003, cuando pretendían ahogarnos con impuestos y vender nuestros bienes comunes a Chile y a EEUU? ¿Cuántas almas más nos quitarán para cubrir los intereses de inversiones chinas, rusas, venezolanas o gringas?

 

Nosotrxs proponemos salidas, desde el compromiso y la lealtad con nuestro país, con una política sin aspavientos, poniendo el cuerpo en movimiento, recordando desde el apego amoroso y honesto a quienes nos anteceden, lo que significa el reflejo de la vida que merecemos defender.

 

Nos perdonemos con todxs lxs muertos de todos los bandos, todxs tenemos dolores y sufrimientos. Pero los atentados contra la vida son también imperdonables. Recuperar la fuerza para reconstruir nuestra Matria devastada es una obligación ética, cívica y humana.

 

La gente de a pie, las colectividades sanas y preocupadas por temas más profundos, lanzan este pedido angustioso para que podamos respirar otra atmósfera en este mes de awt’i pacha y de alma uru, día de difuntos que es celebrado por gente urbana tanto como rural, la gente de tierras altas tanto como la de las incendiadas tierras bajas.

Creemos que esta multitudinaria base de mujeres, niñxs, ancianxs y gente de bien de toda edad, tenemos derecho a honrar la vida, a pensar cómo será este año agrícola, si habrá o no sequía, si podremos abastecer nuestras despensas austeramente, pero con dignidad. Si sobreviviremos a esta crisis sin contar con más muertes y sufrimientos.

 

PEDIMOS QUE PARE LA CH’AMPA GUERRA, QUE ACABE LA ESPECULACIÓN ALIMENTARIA Y LA CONFRONTACIÓN CRUEL ENTRE CONCIUDADANXS.

 

CONVOCAMOS A REFLEXIONAR FRENTE A SUS ALTARES DE TODOS SANTOS, CON EL RESPETO DEBIDO PARA HONRAR A NUESTRAS DIFUNTAS Y NUESTROS DIFUNTOS, HUYENDO DE LA BORRACHERA ELECTORAL Y DEL ESCÁNDALO.

 

DESDE EL MEDIODÍA DEL JUEVES 31 DE OCTUBRE, HASTA QUE SURJA UNA SALIDA QUE NO COMPROMETA NUESTRA DIGNIDAD NI NUESTRAS ESPERANZAS DE AUTONOMÍA Y BUEN GOBIERNO, QUEREMOS INVITAR A LA

GENTE DE A PIE A LA REFLEXIÓN Y AL DEBATE CLARO (QHANANCHAWI), PARA HALLAR UNA LUZ AL FINAL DEL TUNEL.

 

FIRMAS:

Por la Colectiva Ch’ixi: Ruth Bautista, Aurelia Canelas, Aymara Llanque, Rosa Quiroga, Gabriel Alberto Ramos, Silvia Rivera, Julia Soria

 

Pueden sumar más firmas en documento adicional, vía WhatsApp, Face u otros medios. Face: @colectivxch’ixi

 

 

Neoliberalismo, entre el orden y el tiempo // Elizabeth Gómez Alcorta, Horacio González, Diego Sztulwark, Mariana Gainza, Natalia Romé

 

PARTICIPANTES:

 

Elizabeth Gómez Alcorta: Abogada, con orientación en Derecho Penal, graduada en la Universidad de Buenos Aires con Diploma de Honor. Especialista en Derecho Penal, por la Universidad de Buenos Aires, y en Ciencias Políticas y Sociología, por FLACSO. Preside el Movimiento de Profesionales para los Pueblos, integra la Comisión Directiva de la Asociación de Abogados de Derechos Indígenas y la Comisión Directiva del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

 

Horacio González: Sociólogo, docente, investigador ensayista. Profesor de Teoría Estética, de Pensamiento Social Latinoamericano, Pensamiento Político Argentino

 

y dicta clases en varias universidades nacionales, entre ellas las de la ciudad de La 1 Plata y Rosario. Entre 2005 y 2015, se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional. Actualmente dirige el Fondo de Cultura Económica para la Argentina.

 

Diego Sztulwark: Investigador y escritor. Coordina grupos de estudio de pensamiento político y filosófico. Escribe regularmente para el blog Lobo Suelto, es coautor de un puñado de libros y forma parte del equipo editor de Tinta Limón Ediciones. Es columnista en Radio La Tribu y miembro socio del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

 

 

COORDINADORAS:

 

Mariana Gainza: Lic. en Sociología (UBA) y Doctora en Filosofía (USP). Docente en la carrera de Ciencia Política e investigadora de Conicet/Instituto Gino Germani.

 

Natalia Romé: Lic. en Comunicación, Magíster en Comunicación y Cultura y Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Profesora Titular de Teorías y Prácticas de la Comunicación III e Investigadora del Instituto Gino Germani y docente en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP.

Natalia Romé— Antes de comenzar queremos darles la bienvenida y agradecerles la participación en esta Conversación que integra el Dossier de la Revista Argumentos, que hemos titulado Neoliberalismo, entre el orden y el tiempo. Para iniciar el intercambio y ordenar un poco la discusión elaboramos, con Mariana Gainza, algunos ejes. La primera cuestión que nos preocupa tiene que ver con los rasgos de lo que podríamos llamar el “giro punitivo” del neoliberalismo, para diferenciar su actual inflexión con respecto a experiencias propias de los años noventa, con sus promesas de consumo, sus retóricas modernizadoras, sus expectativas en relación a las nuevas tecnologías y a un mundo sin fronteras. En el contexto de la respuesta neoliberal a la crisis financiera del 2008, la precarización de las condiciones de vida y el debilitamiento de la democracia provocaron una proliferación de violencias, no solo estatales (represión, gatillo fácil, violencia institucional) sino también sociales: femicidios, linchamientos, etcétera. Aunque la solución punitiva de problemas complejos sin duda fue potenciada y legitimada a  partir del 2016, cuando los discursos oficiales se sumaron a los mediáticos, sin embargo, la idea de un punitivismo exclusivamente inducido desde arriba parece simplificadora. ¿Qué genealogía de las violencias actualmente presentes les parece posible trazar? ¿hay viejas y nuevas violencias? ¿violencias que sobreviven y se reproducen?¿tienen distintos orígenes históricos, cuáles?

Elizabeth Gómez Alcorta— Muchas gracias, para ampliar la propuesta de los ejes me gustaría mencionar algunas ideas cuya vinculación con la coyuntura actual considero importante. Propongo pensar que el neoliberalismo como proyecto civilizatorio tiene una racionalidad, tiene dispositivos que son propios que están, además, globalmente articulados, y pensar cuál es el lugar que ocupa la violencia en este proyecto. Creo que la violencia ocupa un lugar de condición de posibilidad para el proyecto mismo, y ese lugar no lo ocupa solamente a nivel nacional sino a nivel regional y a nivel planetario. A partir de ahí se puede pensar cualquier otro de los ejes. Me pregunto sobre las particularidades que tiene la violencia en sociedades postgenocidas como la nuestra. Tenemos que tener muy presente esa violencia estatal, ilegal, clandestina, subterránea, que de ninguna manera terminó ni concluyó con el regreso a la vida democrática. Inclusive hay algunos tipos de violencias estatales que mantienen la misma forma, son idénticas, pero peor. Puedo dar ejemplos, porque son temas con los que yo trabajo: torturas en las comisarías o torturas en las cárceles. Se mantienen casi idénticas, pero peor, porque están absolutamente naturalizadas. Creo que esta negación o esta naturalización de la violencia estatal, viene de la mano de otra negación, que es la articulación de esta violencia con las condiciones económicas que sí se imponen en ciertos modelos o proyectos. En los proyectos neoliberales hay una violencia latente, y esta otra negación, que implica la falta de reconocimiento a la vinculación que puede tener las condiciones que impone el modelo a la vida de todos/as con aquella violencia solo la profundiza. Y estas dos negaciones están condicionadas a que estas violencias se perciben con independencia de los procesos políticos institucionales, como si estuviesen totalmente desvinculadas. Y pongo el ejemplo, los femicidios, una violencia que no tiene absolutamente ninguna relación con los procesos políticos institucionales. El consenso es que faltan políticas para prevenir, pero no se dice que los procesos político institucionales tengan alguna vinculación con esta violencia. Los discursos negacionistas oficiales de estos años tienen una implicancia para mí muy importante, porque es nuevamente la negación de la violencia. Ya sabemos que todos los genocidios como prácticas sociales no concluyen con la eliminación de la otredad negativa, sino en un momento posterior que es la relativización de aquellos hechos. Por eso en particular que este último gobierno tenga un discurso tan fuertemente negacionista tiene que ver con la negación de esa violencia.

Pensé también otras cuestiones para analizar el eje sobre violencia. Los proyectos neoliberales necesitan la construcción de nuevos marcos de legalidad y de ejercicios de derecho. Hay una pretensión de la justicia ligada al principio de igualdad, y que a partir de ese principio de igualdad se desarrollan múltiples estructuras político institucionales. Tengo la sensación de que en el momento que estamos viviendo –y no es algo exclusivo de Argentina – este dilema de la igualdad está cada vez más en juego y hay una aproximación a empezar a romper con este principio de igualdad como eje, tanto político como reproductor de estímulos. Esto nos lleva a la dualización de la sociedad en dos clases de ciudadanos o de ciudadanas. Hoy hay una lógica en la que la igualdad se convierte en equivalencia. Me parece que esto habilita una interesante pregunta: ¿qué amenaza le genera esto a la democracia? Y me parece que algo que es importante para pensar en este marco es el punitivismo de abajo, ya que ustedes preguntaban si todo era punitivismo de arriba, creo que efectivamente hay una vinculación con la explotación del temor, sobre todo vinculado a los delitos urbanos. Hace muy poco salió un libro de Esteban Rodríguez Alzueta, Vecinocracia, que trabaja de un modo bastante interesante la idea de “vecinocracia” como una expresión antipolítica de la vida comunitaria, porque nosotros siempre pensamos la vida comunitaria como la vida política en sí misma, y me parece que es un eje interesante pensar la vida comunitaria como antipolítica. La vecinocracia desautoriza todos los debates colectivos, se reclaman medidas urgentes, contundentes, que impugnan cualquier tipo de debate; la vecinocracia se fortalece como producto de los temores de la  gente, porque no es nueva, pero se suma en la lógica de tratar de vincular con la coyuntura neoliberal la precarización de las amenazas de los estándares de consumo, este miedo a caer que hace justamente, que lleva a los vecinos –hablo de vecinos como categoría, no como ciudadanos– a obstinarse contra los más vulnerables, que claramente no comparten sus estilos de vida. Y de este modo, los miedos generan cambios de la vida comunitaria, en la vida urbana. Para una importante cantidad de esta sociedad fragmentada los umbrales de seguridad no se negocian, esto genera claramente un sentimiento negativo, su deseo de revancha social que es lo único que uno puede explicar, tanto en los linchamientos como también en las tomas de las comisarías. Es Santiago del Estero ayer, los vecinos yendo a la comisaría 5ª a reclamar, pero no es a un reclamo pacífico, es querer ir a matar, a prender fuego, con altísimos niveles de resentimiento, de odio, se pone en juego una cultura muy fuerte de la degradación, del odio y también de la indiferencia.

Por último, retomando algunas cuestiones de los estudios sobre la personalidad autoritaria de Adorno, me parece que es interesante pensar, efectivamente, las tendencias antidemocráticas en la subjetividad actual, para trabajar cómo después de treinta y cinco años de democracia una parte importante de la sociedad tiene una fuerte predisposición antidemocrática. Creo que tiene que ver con que este ha sido el proceso democrático más largo que hemos tenido, que incluyó momentos como los noventa, el 2001, y el actual. Creo que es un trabajo de parte de la academia, de la intelectualidad, y sobre todo del sistema político, pensar cómo trabajar para transformar, no solamente desde el Estado (puede ser que no volvamos a tener un Estado que desee trabajar esto por muchos años) sino desde el sistema político en general, transformaciones de subjetividades, para modificar una tendencia fuertemente antidemocrática, que es como un piso en el cual se erigen todas las preguntas sobre la violencia. Menciono esto como disparador aunque hay muchas cosas para pensar.

 

Diego Sztulwark— Yo quisiera decir algo sobre la idea de neoliberalismo. Muchos de quienes leímos las últimas cosas de Foucault sobre el neoliberalismo, pasamos  muy por arriba el tema de la violencia o de la represión. Foucault tiene esta idea de que el neoliberalismo es una especie de forma de gobierno post soberano, donde el Estado no es tan importante, es como si se dominara a través de la libertad; como si el mercado y técnicas más o menos no represivas de la subjetividad estuvieran actuando, estimulando la acción de las personas. Pero cuando uno se da cuenta a qué se le llama neoliberalismo, sí hay una voluntad represiva en el neoliberalismo. No tanto porque acuda a la policía o porque acuda a los militares, que no es necesariamente el caso. Justamente el hecho de que en la Argentina el neoliberalismo aparezca ahora, no ya como efecto del terrorismo de Estado –que sí lo es, como se dijo recién –sino como la base de una subjetividad democrática; y que se presente casi como una condición de la democracia, a pesar de que la instalación del neoliberalismo haya venido del lado de la dictadura es lo que hay que pensar a fondo. El par democracia y neoliberalismo funciona como identificado en la misma serie los mercados, los consumos, las llamadas “subjetividades flexibles” como prácticas antiautoriarias. Pero hay una violencia propia del neoliberalismo que merece ser investigada, una violencia que se da como intolerancia contra todo aquel deseo que no se realice por la vía del mercado, a todo lo que no sea el deseo gobernado por los modos convencionales de los medios de comunicación, las redes sociales. En otras palabras: todo lo que amenace con abrir la brecha entre deseo y mercado exaspera la violencia neoliberal. Es la violencia desde arriba que vemos desplegarse hoy buena parte de
América Latina. Hay bastantes claves para pensar que las experiencias tipo neo fascistas, o más en general las derechizaciones actuales, tienen origen en el devenir de la constitución del neoliberalismo, no se trata de un fenómeno exterior. Ni Bolsonaro en el poder, ni Pichetto en campaña, diciendo las barbaridades que dicen, son fascistas clásicos, tipo años 20. No. No son algo exterior al neoliberalismo, sino la exasperación de una veta autoritaria, una intolerancia a todo síntoma que exprese una inadecuación de la vida a los imperativos de productividad y consumo impuestos por los mercados. Habría que considerar este aspecto odiante del neoliberalismo, porque da lugar a una violencia muy específica. El movimiento de los feminismos lo vio muy claramente, detectando al elemento patriarcal vinculado a lo neoliberal. Está muy claro en los trabajos de Rita Segato, que analizan muy bien como esta dimensión de violencia se va reproduciendo en todas las clases sociales. La violencia neoliberal merece ser pensada en su especificidad, precisamente porque se presenta como no viniendo del estado sino como algo que surge espontáneamente de la sociedad civil organizada en el mercado. Esto viene ligado a otra “novedad” del neoliberalismo en la América Latina de estos años, y es la creciente diferenciación entre Estado de derecho como gobierno de las leyes y democracia como efectiva participación popular. El neoliberalismo es
mucho más compatible con el Estado de derecho que con la democracia. Esa
distinción –sobre todo en el caso de Brasil, aunque también es para pensarlo acá – permite niveles de violencia, incluso golpes militares de nuevo tipo, golpes de Estado con presencia militar, pero observadores de los procedimientos constitucionales, como se supone que es el caso de Brasil. Al interior del proceso constitucional, al interior del proceso parlamentario. Golpes de estado al interior del orden legal. Con un contenido antidemocrático brutal. La posibilidad de http://publicaciones.sociales.uba.ar/argumentos/ Nº 21 | Octubre de 2019

ARGUMENTOS

Publicación del Instituto de Investigaciones Gino Germani
Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires
ISSN 1666
convivencia de una violencia antidemocrática con un apego formal al Estado de
derecho es una novedad tenebrosa para la región. No es dictadura o democracia en
términos convencionales lo que se está jugando; es violencia neoliberal apegada al
Estado de derecho contra una idea de democracia que puede habilitar otras formas
de vida que el neoliberalismo no tolera y que reprime de una manera cada vez más
violenta aunque no sea solo represión militar o policial.
Para retomar la expresión de Esteban Rodríguez, la “vecinocracia”, me acordaba de
una experiencia, una pequeña investigación en el parque Indoamericano, durante
la toma del parque. En ese momento el Jefe de Gobierno de la Ciudad era Mauricio
Macri, él dijo que los que ocuparon el parque eran parte de una inmigración
descontrolada y usurpadora. Los vecinos se movilizaron contra los supuestos
usurpadores; después hubo tres muertos en manos las policías que intervinieron
en aquel momento. Pero en la campaña electoral posterior, la del 2011 para
reelegir jefe de gobierno de la ciudad, la consigna de la campaña oficialista fue “vos
también sos bienvenido”, con unos afiches donde había fotos de personas que 7

pueden ser perfectamente migrantes

pueden ser perfectamente migrantes. Con lo que se hace muy clara la diferencia entre lo que es un migrante “usurpador” o delincuente, que impone sus derechos por la fuerza y llega a cuestionar la estructura de la propiedad, etcétera, del migrante o del mundo popular adaptado al neoliberalismo, que acepta el código de integración. Ese pasaje “vecinocrático” es bastante ilustrativo. Alejandro Rozitchner, con oficina en la casa rosada, intentó un poco ser el articulador discursivo de esta ecuación neoliberalismo igual democracia.

Natalia Romé— Cuando mencionás la intolerancia a todo deseo que no sea capturado o capturable por el mercado, ¿en qué estás pensando? ¿En qué tipo de prácticas o de experiencias?

Diego Sztulwark— Por un lado sería pensar que el neoliberalismo no es solo el partido neoliberal o el partido de los neoliberales, no es el grupo de los macristas, sino el efecto de una estructuración más compleja de las relaciones sociales del capitalismo de las últimas décadas. No es una realidad latinoamericana, es una realidad global, el neoliberalismo podría decirse que es el capitalismo que exacerba el hecho de que la inversión de capital no es solo para producir mercancías sino para producir el mundo en el que esas mercancías son deseadas y comprables. Que se abra una brecha entre producción de mercancías y modo de vida es un problema para el propio capitalismo. El capitalismo se hace cargo de esa relación entre deseo y mercado. La importancia de que esa brecha no se abra es muy central en la estabilidad social, ya hace varias décadas lo que se llama crisis social tiene que ver con la posibilidad de sectores populares de no reproducirse al interior de lo que el neoliberalismo da como norma. Estoy pensando en el 2001, pero estoy pensando en todos los movimientos sociales que cuando se politizan hablan de modos de vida, hablan de modos de existencia, y pueden polemizar.

Elizabeth Gómez Alcorta— El buen vivir…

Diego Sztulwark— Exactamente, desde el consumo hasta toda la agenda que el movimiento plebeyo y popular, incluidos los movimientos feministas, pusieron en cuestión en América Latina en las últimas décadas. Desde lo que hubo antes de Evo Morales como los levantamientos populares en Bolivia, el 2001 argentino, Venezuela, lo que pasó en Brasil. Si uno tomara la agenda, no de los gobiernos progresistas sino de las crisis sociales y los movimientos populares previos, encontraría una polémica sobre el deseo de otro modo de existencia. Eso es un desafío muy fuerte, porque –insisto nuevamente– que le llamaremos capitalismo a una inversión muy fuerte de recursos, no tanto en producir mercancías, que son cada vez más fáciles de producir, sino en producir el escenario en el que el deseo de esas mercancías es fundamental. Una lucha política llevadera.

Natalia Romé— En ese punto hay una relación con lo que Eli mencionó antes, con respecto a la diferencia entre igualdad y equivalencia. Se puede ver que equivalencia es la forma mercantil de captura de la igualdad. De alguna manera, en esa operación actúa ya un obstáculo fuerte a la separación entre deseo y mercado, no tanto promoviendo la identidad entre deseo y consumo sino prohibiendo todo deseo de igualdad y de vida con otrxs. Digo esto porque la relación entre deseo y adquisición de mercancías es tan antigua como el fordismo y como la publicidad en la industria cultural. La cuestión es que ahora se presenta con una cuota de violencia, de fantasías de aniquilamiento a otras formas de goce y a la vez, investida de supuesta tolerancia, de pluralismo de los gustos individualísimos…

Mariana Gainza— Quisiera preguntar algo que también remite al dilema entre la igualdad y la equivalencia, retomando el comentario de Diego sobre la distinción que produce el neoliberalismo entre Estado de derecho y democracia. Si bien es cierto que el “Estado de derecho”, o una discursividad en torno a él, es usado por los nuevos fascismos o por las derechas para ir en contra de una serie de garantías que antes se suponían englobadas en la idea de Estado de derecho, también sucede que muchos entre los que luchan por la democracia, en este contexto adverso,  eligen defender, no solamente la retórica, sino los principios elementales del Estado de derecho. ¿Se puede sostener la tensión entre la crítica del Estado de derecho y cierta defensa necesaria del Estado de derecho? Pregunto esto para introducirlo a Horacio en la discusión, ya que él participó, junto a figuras como Zaffaroni, en actos públicos donde se planteó la necesidad de esa defensa frente a las persecuciones políticas del macrismo.

Elizabeth Gómez Alcorta— Quisiera retomar algo que decía Diego sobre la violencia. Pensemos, el neoliberalismo que no sólo produce una sociedad de mercado sino también una sociedad de control, y la sociedad de control como modo de condicionar subjetividades, condiciona el deseo, la sexualidad. La cuestión es que uno desea lo que la sociedad ofrece; son dos canales que van por vías distintas pero que se necesitan uno al otro. Lo que decía Diego lo pienso en relación con temas indígenas, sobre los que trabajo. Más allá de la importancia de ciertos pueblos, ciertas comunidades y retomando lo del buen vivir; la lógica del buen vivir de los pueblos indígenas tiene que ver con una vida, una cosmovisión, una vida comunitaria, pero también con un deseo, una sexualidad, un orden social que no tiene nada, pero nada que ver con las subjetividades que nos impone necesariamente el neoliberalismo o el capitalismo. En estos años vuelven a estar en el foco de persecución y de criminalización los pueblos indígenas como una dimensión distinta, lo estoy pensando ahora, casi en voz alta. Hay un tema central y neurálgico: ¿qué sucede con las democracias contemporáneas? Se deja ejercer la libertad, siempre y cuando se haga dentro de las lógicas propias del mercado, porque en definitiva es eso. Hay que preguntarse por las instituciones íntegras, hay que repensar el Estado de derecho, que se enuncia como si ese fuese un valor en sí mismo; pero ¿de qué me sirve vivir en un Estado de derecho? El impeachment a Dilma se hizo bajo las reglas que impone su sistema normativo, nadie puede negar eso; y el entonces senador Bolsonaro reivindica al torturador de Dilma, en el momento que está dando el discurso para echarla. Ahí sí entran en tensión las lógicas que hay que repensar; cuando nosotros pensamos el Estado de derecho y pensamos la democracia con instituciones que son del Siglo XIX y pensadas para esa sociedad, para sus factores de poder. Nosotros vivimos en el Siglo XXI. ¿Sirven hoy esas estructuras de la democracia liberal -que defendemos- para algo más que llevar adelante prácticas absolutamente antidemocráticas y vulneratorias de derechos? Ayer estuve en una actividad y me decía: ese régimen político, la democracia por la cual tanto luchamos en toda Latinoamérica, después de haberla alcanzado, con lo que nos costó, y después de treinta y cinco años, ¿es posible que ese régimen hoy no satisfaga la posibilidad de que ciertas personas cuenten con las garantías mínimas, y que la arena política no cuente con las mínimas reglas de juego aseguradas? Lula preso, Cristina perseguida, Correa… ¿Cuál es la pregunta que nos tenemos que hacer? ¿Sirve ese sistema? ¿Dónde está el problema? Ese punto es para mí crucial. Para mí es obligatorio repensar todo. Zaffaroni lo simplifica y entiendo que está bien, porque cuando lo hacés en una charla masiva quizás es más difícil, pero creo que hay que repensarlo.

Horacio González— Tenés razón, evidentemente. Pero Zaffaroni fue juez de la Corte y es un especialista. En realidad, acabás de plantear el problema de cómo expresar ante un público más amplio, que no cuenta con conocimientos específicos de derecho, una situación muy agraviante. Partiendo de la utopía moderna de la humanidad gozando de garantías jurídicas, ahora nos encontramos con una situación que no cumple lo que ciertas revoluciones –como la francesa– habían sostenido como derechos de los ciudadanos. Lo que estamos planteando aquí es que el neoliberalismo se llamaría así, porque puede mantener una estructura heredada de revoluciones anteriores, un sistema de derechos, un sistema de libertades y, al mismo tiempo, violentarlos por dentro. Y esa lógica invitaría a estudiar un nuevo tipo de violencia, que mantiene una superficie de escrituras, de cánones y de procedimientos: hay juicios, hay abogados, hay instancias superiores que legislan sobre si lo anterior fue bien legislado. Entonces, daría la impresión de que el Estado de derecho, es decir, una de las formas fundamentales del Estado, es una especie de piel inútil que, sin embargo, por alguna razón se sigue manteniendo o defendiendo, mientras hay discursos neoliberales que hablan en nombre de él.

Que hablan en nombre de esos conceptos heredados de gran prestigio: sostienen facultades de derecho, sostienen un enjambre de abogados y de juicios civiles, penales, que hacen de la vida cotidiana un lugar donde se supone que no hay violencia espontánea ni ruda, sino una instancia judicial o jurídica –incluso jueces de paz o instituciones comunales– que imparten justicia. La idea misma de justicia está totalmente quebrada, pero al mismo tiempo que sucede esa quiebra, no se abandona su lenguaje. Me gustaría ver cuál es el estado real del lenguaje, en todos los órdenes: las distintas áreas del conocimiento, las ciencias sociales, el lenguaje de los libros y el de los divulgadores, y sustancialmente el lenguaje de los medios de comunicación más vinculados a las corporaciones. En este último caso, parecería que no es necesario eliminar las reglas del juicio de jurados o del juicio por instancias, porque ya hay otra forma del juicio más poderosa, duradera y eficaz: la que se establece en un aparato comunicacional, que tiene una complejidad que no es fácil de describir. En un principio, se parecería al funcionamiento del sistema financiero, permitiendo equiparar la idea de mercancía a la idea de información. Toda nueva tecnología, sin proponérselo explícitamente, necesita un lenguaje que la proteja (porque no hay ninguna práctica humana o social que no tenga un lenguaje). La revolución tecnológica se da tanto a través del mundo digital como de la vieja televisión (no concuerdo con la idea de la “paleotelevisión”, la idea de que las redes y demás establecerían otro tipo de sociedad, porque la televisión tendría algo de centralización y no de dispersión). En la televisión hay un uso de la palabra, un uso del tiempo y un uso del espacio, y me da la impresión de que ahí se establece justicia antes de que en cualquier otro lado. Se establece justicia a través de procedimientos no muy diferentes a los de los viejos manuales. Los grandes manuales de retórica, de Cicerón o Quintiliano, decían más o menos lo mismo: la frase corta, el momento contundente, el remate final. Una esgrima que también apelaba a la ficción. No querían abandonar la verdad, pero lo que llamaban verdad tenía que tener como anexo indispensable una forma de narración. La justicia finge tener un apego específico a una forma de relato: se apega a la dura lex; no se pueden escribir cosas como las que escribiría Ezra Pound, deben escribirse cosas cuyo enunciado no  tenga distancia con lo real. Es eso lo que se rompió totalmente. Los antiguos tenían recursos –sin evitar la prueba, la contraprueba, etcétera– que suponían que el enunciado no era una piedra inmóvil, fija, impenetrable, y la verdad se garantizaba en la fuerza del enunciado (enjuto y con las palabras necesarias, con fuerza de ley). Los códigos que uno lee están escritos así, la Constitución Nacional está escrita así y aún se apela a la Constitución Nacional. Por eso, la escritura es la escritura de la ley, y la ley es la escritura: se escribe para asociar o empalmar de forma literal, para determinar cuál es el significado de una verdad. Esa idea de la verdad, sostenida a través de pruebas y contrapruebas, ese mundo argumental tan pautado, no admitiría que haya otra fórmula del lenguaje que establezca una mejor justicia que la heredada del derecho romano, el derecho griego… Incluso de la Revolución francesa, que consagra el ideal de la palabra dictaminadora, porque la palabra misma se había depurado de tal modo, que su sentencia reemplazaba a la violencia, al latigazo, al castigo; era una palabra muy dura, era inapelable (cuando terminaban todos los procesos, que también aceptaban la apelación). De modo que parecía un mecanismo absolutamente justo, que podía enorgullecer a culturas violentas, como la griega y la romana, la francesa, e incluso, la rusa, a pesar de que ahí se rompe la vía de los juicios que suponen que se escucha al reo, empleando sus propias palabras, que no le son dictadas ni por el miedo, ni por el fiscal, ni por el juez. Quizás con los procesos de Moscú se rompe la idea de que hay una palabra libre del acusado y una justicia que tiene la palabra dura, final y concluyente, pero que antes sabe de sí misma que debe hasta lo más profundo, hasta llegar a lo que efectivamente la palabra consagra como tramo final de la verdad.

Elizabeth Gómez Alcorta— La posverdad también llegó al Poder Judicial.

Horacio González— Hay que ver cómo fue creciendo a lo largo de muchos años. Evidentemente, estuvo la radio, que tuvo un papel muy importante, porque son modelos de escenas judiciales los que aparecen aún en la conversación más estúpida entre dos locutores contándose chistes. Baby Etchecopar, por ejemplo, es un juez de primera instancia muy duro en la Argentina. Y Nelson Castro, que además agrega la medicina como equivalente de la ciencia jurídica, y juzga a los presidentes según estén enfermos, o tengan peste bubónica… En materia de justicia, el neoliberalismo (que mantiene normas) hizo retroceder todo muchos siglos. La investigación periodística terminó sustituyendo a la investigación judicial. Eso es algo que no previó Walsh, que actuaba al margen de los poderes mediáticos (rechazado por los poderes mediáticos) y escribía en revistas marginales; a la vez que tenía algo de juzgamiento, solo que sin un aparato judicial que lo acompañara. Sí lo tiene lo que hoy se llama investigación periodística, ya en manos de personajes de TN, como Wiñazki o Lanata, que incluso inventan conceptos, no solo jurídicos sino sociológicos, como la grieta. El concepto de la grieta es un concepto de la Santa Inquisición; el concepto de corrupción, que no creo que esté en ningún código civil, es un valor moral que supone la corrupción de la carne. Una vez le pregunté a Eduardo de la Serna, que es especialista en la Biblia. Él dice que nace del éxodo judío; es una gran leyenda, tiene que ver con el pan que estaba a medio cocer, y como había que retirarse rápidamente, el pan quedó sin levadura: la levadura sería una especie de corrupción del pan. Es medio extraña la explicación, pero De la Serna, que es un estudioso profundo de la Biblia, dice que viene de ahí. También se puede agregar que viene desde la anatomía, de los estudios médicos. La corrupción es algo muy terrible, algo que no querríamos de ninguno de nuestros cuerpos: es el juicio del tiempo sobre el cuerpo. Que luego pasa a juzgar al Estado, a los gobiernos, a los políticos… al latrocinio del político, a la coima. Quiero recordar que en esta misma facultad, cuando daba clases Torcuato Di Tella, defendía un poco esto. Decía: es necesario que exista, porque no hay ninguna sociedad que pueda tener intercambios justos donde no haya una sobra, algo que de esa relación no haga un encaje perfecto de equivalencias. Tiene que haber un desplazamiento hacia un mundo implícito, donde alguien obtiene más y al mismo tiempo se ve obligado, en el futuro intercambio, a devolver eso de más que obtuvo. No sé cómo se llamaría esa teoría, es una observación astuta. Creo que daba el ejemplo de la farmacia o del almacén, cuando uno no tiene para pagar todo, y el farmacéutico o el almacenero perdonan… Evidentemente, se trataría de una sociedad más tradicional en los tratos (eso diría Germani), con tratos imperfectos, donde predomina la confianza; Torcuato lo extendía a la sociedad que Germani llamaba moderna (esas eran las disputas con Germani que tenían Torcuato y otros). En esa sociedad también debían pervivir aspectos de las sociedades tradicionales, donde la confianza hace que uno diga, como el almacenero, “pagame mañana, no importa, hoy por vos, mañana por mí”, porque ninguna sociedad puede funcionar sin esos restos que alteran la equivalencia exacta, sin esos excedentes no declarados. Y da la impresión de que el neoliberalismo abandona totalmente eso…

Mariana Gainza— No abandona los excedentes no declarados, sino la confianza.

Horacio González— Sí. Y a la vez hace del concepto de corrupción un concepto donde la palabra, el modo de decirla, la capacidad del enunciador y el juicio, ya está todo unido en un solo acto. Por supuesto que hay algunas pruebas; pero también sobre ellas se puede decir lo mismo: las pruebas son un helicóptero sobrevolando una casa donde tienen una pileta de natación. Ayer estuve con Milagro Sala en Jujuy. Me dijo que un helicóptero sobrevoló su casa y al otro día salió en el programa de Lanata. Había una piletita…

Mariana Gainza— “La mansión” …

Horacio González— “Una mansión con una pileta”… una casa que, en realidad, es una casa de clase media. Eso revela muchas cosas que no son fáciles de decir, porque refieren a personas que vienen de otro mundo, de lo popular; personas de tez cobriza, a las que se imagina ligadas a otro tronco étnico, pero que al mismo tiempo participan en la política real de un país, donde no hay apelaciones ligadas a filiaciones étnicas. A eso se lo ve como si fuera una investigación jurídica, y lo que importa es el modo como se describió la escena, donde no hay más que una casa de clase media de Jujuy.

Elizabeth Gómez Alcorta— Sí, ella era diputada provincial. Lo mismo pasó cuando se fue de vacaciones a Punta del Este. ¿Cómo una negra se va a ir a Punta del Este?

Horacio González— Ese sería otro problema, que tampoco es fácil de analizar. Sería la idea del peronismo, de que no se remueve la lógica interna del sistema de clases, sino simplemente se asciende a los que no tuvieron oportunidades: una forma de justicia colectiva que usa el concepto de igualdad de oportunidades. Evita… con Milagro Sala pasa un poco eso, también. Pero no en este momento. Ahora hay un componente de sufrimiento, la investigación con un helicóptero, las fotografías de la casa… Y el hecho de que eso ya vale como prueba. Ninguna otra cosa que pueda aparecer en un juzgado será tan valiosa como prueba. Esa es la naturaleza del cambio de la prueba: es una imagen, ya no es más un texto; es un predicador televisivo, ya no más un juez. De esta forma, el neoliberalismo hace su mayor apuesta de gobierno: recrear toda la lengua con sus irregularidades, quebraduras internas, planos diferentes de utilización conjunta de elementos vulgares con elementos cultos. Es todo un conglomerado de lenguaje. Y hay barreras muy tenues entre un género dramático de la discusión familiar, un género teatral donde vamos al teatro y los actores actúan, un género profético donde escuchamos al cura, un género de reunión varonil donde se pueden decir insultos y cosas prohibidas en otros ámbitos, un género de la reforma lingüística del
feminismo. Son tabiques muy sutiles. Todos esos planos diferentes del idioma, en la televisión, se someten a la permanente amenaza de que haya una lógica icónica que sustraiga la vieja textualidad y, a la vez, la mantenga como un lugar vacío, un lugar de enjuiciamiento. Ahí va marchando la humanidad entera a un lenguaje único. Ese lenguaje único se nota en cualquier persona que dirige el sistema genérico de enjuiciamiento de toda la sociedad, ahí es donde está el poder. Por eso lo que dijo Dady Brieva sobre la necesidad de abordar el problema de la destrucción de la ética periodística no está mal; está mal para una campaña, porque en una campaña está ese pensamiento minúsculo de “si pierdo votos”… y lo
dijo bruscamente, pero no está mal, eso sería realmente lo que debería ocurrir; porque se llegó al extremo de una reforma no dicha, no amparada por ninguna real academia, que se hace la distraída con la manera en que se cortaron todos los tabiques del idioma.

Elizabeth Gómez Alcorta— La televisión tiene un poder que estigmatiza, que moldea subjetividades y en términos políticos tiene un impacto enorme. Yo pongo siempre un ejemplo de Milagro Sala: hay una imagen a los cuatro meses de ella estar detenida, la imagen de dos personas de una cooperativa que van a un banco a sacar plata. Había un expediente administrativo, había un cheque, no estaban robando, estaban sacando plata. Pero como eran todos morochos sacando plata, mucha plata, esa imagen fue la demostración, la prueba de que eran culpables, de que eran corruptos. Era una imagen que solamente podía remitir a un delito o a un robo a partir de un racismo claro y un clasismo absoluto, si no, no tenía nada para ver objetivamente. Y la mostraban con una música y unas implicancias… se trató de un percepticidio social increíble. Yo entiendo el poder que tiene eso de moldear subjetividades y la implicancia que tiene en el mundo de la política. El problema es qué pasa con el Poder Judicial si es que lo que pasaron por televisión tiene implicancias en el juicio.

Horacio González— Funciona como la primera instancia del juicio. Y la segunda instancia es más débil que la primera, no puede actuar como forma de revisión.

Elizabeth Gómez Alcorta— Exactamente, a eso voy. Hay un poder judicial que está preparado, por distintas razones, si quieren después podemos pensar algunas, que hoy tiene una dependencia absoluta de ciertos poderes fácticos. Dependencia absoluta, cómo es posible –y vuelvo a lo que decía antes– que después de treinta y cinco años de democracia no tenemos antídoto para esto. Porque sí tenemos antídoto –creamos en estos treinta y cinco años– antídotos para otros problemas graves. Por ejemplo digo el trabajo institucional, político institucional democrático vinculado al lugar que tienen que tener las Fuerzas Armadas en nuestro país, que está delimitado con distintas normas, tiene un principio delimitador, digamos. Eso es un trabajo que nuestra democracia se lo ha tomado muy en serio y creamos ciertos antídotos para que no nos pueda volver a pasar, que hoy las Fuerzas Armadas no tengan un poder en la vida social, un poder antidemocrático, un poder de fuego, en la vida de los ciudadanos. Pero para la dependencia del Poder Judicial respecto de la opinión pública no tenemos ningún antídoto. Esto es algo de lo que para mí queda hoy al descubierto de un modo obsceno, porque, las escuchas, la tarea de inteligencia, en serio lo de la posverdad, yo puedo entender la posverdad de los medios de comunicación, pero hoy se elevó la causa a juicio de los cuadernos y Stornelli pone en un escrito judicial, en el requerimiento de elevación, el título “La jefa”. Eso es un título para TN, pero está en un expediente judicial. Cómo es que llegamos a hoy, porque hay que revisar muchísimos, pero muchísimos errores que se cometieron en los treinta y cinco años, en los últimos doce también, porque no tenemos ni un solo antídoto, es como si en algún momento uno se diera cuenta de que hay un monstruo adentro que te come y que vos lo alimentaste durante mucho tiempo y vos decís: ay, pero no sé cómo tengo que hacer para destruir a este monstruo.

Ahora, efectivamente ahí hay un problema central, sobre el eje de corrupción. El problema es pensar la corrupción. Uno puede –debe –pensarlo, y no hay que hacerlo ahora, lo que hay que pensar es el Poder Judicial, hoy tenemos en la región muchos ex opositores políticos, ex mandatarios, mandatarios, que están siendo investigados y encarcelados. Entonces la pregunta es ¿no hubo otros ex presidentes o principales opositores que estuviesen vinculados a hechos de soborno o corrupción? Sí, efectivamente los hubo, hubo en la década del noventa, en la década del ochenta, los hubo en otros momentos. La cuestión es ¿repentinamente el Poder Judicial se encontró habilitado a poder investigar y antes no podía? Podría suceder que hubiese cambiado algo en el Poder Judicial, ya que hechos de corrupción por altos funcionarios públicos hubo siempre; entonces, cuando miramos si hubo modificaciones normativas que ahora hacen posible que los poderes judiciales investiguen hechos de corrupción a opositores políticos o a principales dirigentes, nos damos cuenta de que no es así, cuando vamos a las investigaciones eso no es así. Uno se tiene que preguntar cuáles son las condiciones que se modificaron en la última década, en los últimos diez años, cinco años, para que eso se investigue, efectivamente no hay ninguna condición habilitante ahora. Entonces, lo que está claro es (sin poner en tela de juicio la posibilidad de que estos funcionarios hayan sido responsables) que el Poder Judicial hoy ocupa un lugar preponderante en la disputa política. Siempre fue una herramienta política, y este es otro de los problemas: absolutamente siempre el Poder Judicial fue una herramienta política. Desde 1930, el que habilita con fuerza legal a los golpes cívico militares en nuestra historia es la Corte Suprema, es el Poder Judicial. El Poder Judicial es el único poder que no ha hecho una revisión de su rol durante la dictadura cívico militar.

 

Horacio González— Pero el papel económico de punta es nuevo. Ocupa el mismo papel que la tarjeta de crédito en las clases populares. Hay una plusvalía judicial, una plusvalía económica, una judicialización de la política. Los órdenes republicanos con los que estudiábamos las sociedades no tienen más sentido.

Elizabeth Gómez Alcorta— Totalmente. Y ese es el problema que tenemos. Si no está instalada otra narrativa seguimos dando la pelea por el Estado de derecho, por la República, por la democracia, porque no tenemos otra narrativa. Por eso nos embarcamos en la misma discusión, vamos a dar la pelea por la corrupción, por la República, terminamos peleados con Lilita por la República, cuando la República es una ficción, una ficción del Siglo XIX, una ficción en la que se han asentado actualmente las democracias modernas. La República, nuestras instituciones, están pensadas en una institucionalidad, en una vida del Siglo XIX. En principio el Poder Judicial era el que nos iba a asegurar los derechos de las minorías, porque si el Poder Legislativo o el Poder Ejecutivo dependían de la voluntad soberana, que es la de las mayorías, el único poder que debía asegurar los derechos de las minorías era un poder que no dependiera del poder soberano. A esos funcionarios, solo a esos funcionarios, les íbamos a dar una cantidad de privilegios, ¿para qué?, ¿por qué vamos a hacer que no los puedan echar, por qué vamos a hacer que puedan ganar mucho más que cualquiera, por qué les vamos a dar un régimen previsional distinto, de vacaciones distinto? Les aseguramos privilegios para que otros poderes no tengan ningún modo de presión sobre ellos. Bueno, esto era claro en el Siglo XIX, en 1850. Ahora, suponer que todos esos privilegios hoy hacen que efectivamente tengamos un Poder Judicial que lo deja ajeno a cualquier poder real, obviamente al poder político, pero a los poderes fácticos, es una fantasía. Es una ficción que puede haber justicia independiente, eso es lo que dice el programa político de todas, todos, todes. Y es que lo que tenemos que decir, lo que en un punto hay que decir, es yo no quiero justicia independiente, no quiero justicia militante, pero quiero justicia comprometida con los que menos tienen, quiero una justicia comprometida con los valores democráticos, con el respeto de los derechos humanos. Llegamos al punto más ilógico de que a Alejo Ramos Padilla lo cuestionan porque fue a la marcha del 24 de marzo. En la lógica de una justicia independiente, y algunos que entienden que está mal, que eso no hay que hacerlo porque es una movilización. Ahí hay un problema sobre las bases, sobre la estructura, sobre la ingeniería institucional en la que construimos nuestra vida política y sostenemos nuestros discursos y nuestras narrativas, que están absolutamente caducas. Es por eso que el Poder Judicial en los sesenta cumpliera un rol político muy particular y muy fundamental, tan fundamental que no fue necesario modificar nada del Poder Judicial para llevar adelante el plan sistemático de represión ilegal más atroz; que en los noventa cumplieron un rol político de dar impunidad; y en el 2015 está jugando un rol político como brazo ejecutor de una política en particular. En el 2030 si no cambiamos algo va a cumplir otro rol político.

Natalia Romé— En relación con eso, pensaba lo siguiente: hay un dilema con respecto a cómo pensar, cómo salir de esta encrucijada. Tiene que ver con lo que mencionaba Horacio, creo que se puede inteligir en términos de que ese rechazo tradicional de los lugares,. Porque uno podría pensar que la división de poderes en términos institucionales, podía imaginarse repartida en diferentes registros sensibles: como el territorio de la imagen y territorio de la letra. Podríamos pensar en ese sentido el rol del Poder Judicial, como sosteniendo una necesaria última ratio: el orden simbólico (y arbitrario) de la letra. Y la letra de ley como la potestad de cribar un terreno difuso, escurridizo, metonímico que es, efectivamente, el terreno de la imagen. Este último es tradicionalmente el terreno de la política y de la ideología, la imagen del príncipe y los dispositivos de reconocimiento, de identificación, de liderazgo.

Hay quienes sostienen que hay, en este último tiempo, una suerte de inflación de las imágenes o como podría decirse, de lo imaginario. ¿Cómo es que sea posible evocar el significante un fuerte como “República” de un modo tan lábil y “desprendido”? ¿Cómo puede decirse “República” sin que eso suponga evocar una cantidad de significaciones que dan cuenta de una comunidad de hablantes, de unos sedimentos de sentido? Pareciera que nos encontramos en unas condiciones en las que ya no existen coordenadas comunes de interpretación de las grandes categorías sociales y políticas. Pareciera que hoy la denominación “República” (como tantas otras categorías o expresiones, “justicia”, “pobreza cero”, etc.) es no un concepto sino una imagen que flota sin límites, que es capaz de suscitar quién sabe qué cantidad de cosas y que no ata con ningún otro significante. Son unas condiciones nuevas de producción de significaciones, unas condiciones deshistorizadas, de una lengua empobrecida en sus genealogías comunes y ofrecida a usos caprichosos, desmesurados e impresionistas.

Entonces, en ese marco, cuando hablamos de la politización del Poder Judicial, por un lado, estoy absolutamente de acuerdo, porque no hay modo de no ser sujetos políticos si somos sujetos institucionales, si formamos parte de un espacio común. Si eso que llamamos poderes son efectivamente poderes, entonces algún tipo de relación política hay allí. Sin embargo, por otro lado, me pregunto si no hay un problema, un conjunto de riesgos, porque cuando hoy hablamos de política hablamos del imperio de la imagen sin cortes, sin categorías comunes, sin sedimentos de sentido y entonces, uno podría pensar: lo que está sucediendo en el Poder Judicial es inevitable, es un rasgo de época. Porque efectivamente las imágenes se nos imponen como criterios de juicio en todos los órdenes de la vida.

¿Cómo hacemos para pensar algo así como una lógica otra que dialogue, que interrumpa el fluir imaginario de las fantasías sociales? Cómo nos damos un campo de la palabra pública que reconstruya su legitimidad, que tenga algún tipo de conexión con lo verdadero.

¿Cuáles son los riesgos si nuestra respuesta a la crisis de legitimidad de la palabra en el espacio público por es una demanda de politización de la justicia si eso es comprendido como una demanda por someter los criterios de justicia al razonamiento relativista y falsamente pluralista de las imágenes? ¿Cómo establecemos criterios que nos permitan disputar ideas, posiciones y enunciar públicamente nuestra preocupación por la emancipación de los pueblos? Consideremos los riesgos que efectivamente han ocurrido, como la cantidad de reacciones que suscitó la experiencia de la “seguridad democrática”, o la invitación a pensar un proceso de democratización del Poder Judicial. Se me ocurren una cantidad de argumentos para sostener esos proyectos, pero me pregunto también si esto posible sin reparar antes algo del sedimento común de la lengua y algo de las condiciones mismas de la discusión; un orden de lo común, unos sentidos comunes como sostén de lo comunicable. Me pregunto si hay política sin eso, si puede haberla; o si asistimos a otro juego que no sabría ni cómo denominar.

Mariana Gainza— Retomaría una distinción que surgió acá. Entre el término justicia y el término Estado de derecho hay, efectivamente, un desplazamiento. Decimos: hay algo que sí se hizo en el terreno de los derechos humanos en Argentina, que no se logró hacer en el plano del Poder Judicial, que ahora se vuelca prioritariamente al tratamiento de la corrupción, etcétera. En este campo, estamos completamente entregados a la fatalidad de las luchas entre los poderes fácticos: no hay nada que hacer, o es muy difícil pensar qué se podría hacer. Sin embargo, hay aprendizajes que surgen de otros combates. Y ahora estamos hablando de Memoria, Verdad y Justicia; es decir, de un reatamiento de la cuestión de la palabra (o tomando lo que dice Natalia, de un desplazamiento de la imagen a la palabra).

Horacio decía que no imagina otra forma de justicia que reemplace a la palabra escrita, en el sentido del derecho romano; o sea, que sería difícil pensar otra forma de justicia o de poder judicial o de constitucionalidad por fuera de la fuerza que tiene la palabra escrita, en cuanto es un apelo a la verdad, a la confianza de que la verdad va a llegar. Y de que va a llegar, más allá de la contingencia de las luchas actuales, de las luchas de las imágenes, de la rapidez en que los enjuiciamientos circulan en los medios de comunicación, de lo fácil que resulta arruinar la vida de alguien, dado que la justicia es mediática; o dado que circulan –en los términos de Horacio– esos excedentes que son la plusvalía simbólica, la plusvalía mediática, la plusvalía judicial, como correlato exacto de la circulación de la plusvalía mercantil, constituyendo la circulación en el capitalismo neoliberal actual, que depende de la ilegalidad de la acumulación financiera. Recuperando esa serie de conexiones, y poniendo el énfasis en la importancia de la palabra, en lo importante que es no dejar caer la palabra, ¿cómo pensar hoy esas luchas (las de los organismos de DD.HH y otras) que tienen la capacidad de seguir actualizándose y continúan generando fuerzas de resistencia, de contestación y de invención política?

Diego Stulwark— Ahora estoy leyendo un libro de Alejandro Horowicz que salió hace poquito, se llama El huracán rojo y trata sobre la Revolución Francesa y la Rusa. No solamente es una historia muy erudita de las dos revoluciones, sino de todo el debate que se da entre las revoluciones. No solo de la Comuna de París sino en la Segunda Internacional, una especie de historia de todos los debates que acompañaron a las revoluciones más una especie de crónica muy bien hecha, de crónica política. Este libro permite pensar esta idea de que lo que llamamos democracia es efecto de una revolución, y el neoliberalismo está muy interesado en borrar el hecho que la igualdad es producida históricamente y respaldada por cuerpos organizados que sostuvieron e ideas libertarias, en esto el libro de Horowitz es muy original y muy disruptivo en el sentido de que todo acompañamiento de cuerpos refiere a lo militar y a la técnica militar. Para que una idea se inscriba tiene que haber cuerpos respaldándola. Una movilización, un piquete, son formas en que los cuerpos están intentando reunir una fuerza; reunir una fuerza que permita que ciertos discursos igualitarios en un cierto momento produzcan efectos sobre estructuras económicas y jurídicas. Creo haber entendido que lo que Horacio llamaba justicia tenía que ver con cómo se produce una verdad. Me hacía entonces la siguiente pregunta: ¿Cómo pensar lo que llamamos democracia o igualdad, si se olvida o se borra la historia de las revoluciones, la burguesa y la socialista por igual? O –para decirlo de otra manera –si el neoliberalismo no es una gran contrarrevolución, una gran desposesión de los saberes que los cuerpos cuentan a la hora de inscribir en formas de igualdad. Incluso no solamente la igualdad socialista; no solamente a igual delito, igual pena; sino también la igualdad mercantil. Es decir, si no se está retrocediendo aceleradamente en relación a un conjunto de igualdades que las revoluciones fueron inventando o fueron proponiendo y también fueron pervirtiendo. De alguna manera hay un mecanismo de producción de igualdad en la historia llamada revolución que hoy está frenado o está en un impasse, o ya no es actual, o llamémosle como queramos, que al contrario, estamos viviendo un momento histórico desigualitario muy grande, y que la pregunta es: en nombre de qué, no sólo pensar igualdades nuevas, sino incluso sostener las que se lograron conquistar. Si se piensa en el movimiento de los derechos humanos u otras maneras en que en la sociedad argentina o en las sociedades latinoamericanas han logrado imponer ciertos límites, y recuerdo ahora, la movilización gigantesca del dos por uno. Mi opinión es que después de la dictadura militar en Argentina lo que está en juego es la capacidad de las clases sociales populares para defender e inscribir igualdades, y eso tiene que ver con cómo se crean dispositivos político militantes; cuando se recrean esos momentos, son los más interesantes.

Vinculo esto con la idea de la corrupción en el siguiente sentido: creo que el discurso de la corrupción ha sido la manera que las derechas han tenido en América Latina, en América del Sur, en Argentina, de nombrar algo que –desde una posición igualitaria –no hay cómo nombrar. La mediación social y política de los gobiernos progresistas y del kirchnerismo en la Argentina fue muy precaria. No tenemos cómo nombrar esa precariedad, la derecha la llama corrupción, la moraliza, tiene lenguaje del periodismo, tiene lenguaje del código penal, liga esa precariedad con mecanismos de mucha idealización de la transparencia visual que el mundo empresario provee, pero deja a los movimientos sociales sin lenguaje propio para preguntarse: ¿qué relación tenemos con el dinero, por qué está mal que el Estado provea de dinero a experiencias sociales y políticas, y en todo caso con qué criterios hay que hacerlo? ¿No es este justamente un punto fundamental en lo sucedido en los últimos quince o veinte años? Como producto de movilizaciones populares importantes no se puede gobernar tan fácilmente una democracia sin transferir recursos económicos y simbólicos a movimientos populares. Pregunto: ¿no es ahí adonde se está atacando? Siguiendo lo que decías de Milagro Sala, me pregunto ¿con qué discurso, desde una posición igualitarista, se puede hacer el balance de lo que hubo de subordinación del movimiento social, de estatización del movimiento social? Seguro que la palabra corrupción, que es con la que TN secuestra el debate, no llegamos a discutir esto. Nos toca discutir sobre el carácter precario de aquellas mediaciones, de colocar los dispositivos militantes en el centro del debate político, en el centro de la decisión política. Y eso puede hacerse cuando hay gobiernos que se dicen populares o progresistas o que usan esas palabras para gobernar.

Surge una preocupación por la calidad de la mediación democrática. En última instancia, hay una disputa política abierta sobre si sectores populares o igualitaristas pueden se organizarse políticamente para sostener enunciados de igualdad. Cuando se trata a estos sujetos como en términos de víctimas a proteger se desconoce su potencia política y se debilita la magnitud de las transformaciones necesarias de las estructuras económicas y jurídicas. Esa es una cuenta pendiente con Suramérica. Exceptuando Bolivia quizás, en el resto del continente hay una cuenta pendiente muy fuerte con la democracia como participación popular. Se habló mucho más de igualdad que lo que se logró en inscribir igualdades. Eso implica un desprestigio de la palabra igualdad y una capacidad extraordinaria de la derecha de decir: “los que hablan de igualdad son mentirosos, hagamos un sinceramiento de las jerarquías, una deshinibición del lenguaje sexista, clasista, etcétera”. Es un tipo cínico pero efectivo de sinceramiento del discurso público. Seguimos ante el problema planteado por las revoluciones. Quizás lo que anda dando vueltas en la política es precisamente la necesidad de renovar los dispositivos igualitarios que ligan discursos, capacidad de sostenerlos y formas de inscripción.

Horacio González— Es un tema interesante en cuanto a la relación comunidad/Estado. En el peronismo clásico había una teoría del Estado muy fuerte, muy interventor en todas las cuestiones sociales y, a la vez, una teoría oficial de la comunidad organizada. Creo que no era posible saber si esta última definición abarcaba a todo el Estado, o si era el Estado el que permitía que hubiera en su seno comunidades organizadas controladas por él. Es un dilema interesante, nunca resuelto por el peronismo y que le costó la pérdida de la capacidad de pensar al Estado en relación con sus organizaciones, que finalmente no están ni dentro ni fuera del Estado. Hoy es el aniversario del discurso de Perón sobre la comunidad organizada. En un momento como este, en el que hay un gran retroceso hacia el peronismo clásico, que es como una entelequia. Si se la busca nuevamente como respaldo, va a salir una sociedad empobrecida, desde el punto de vista del lenguaje, de la justicia social, de los grandes temas que trató el peronismo. En el kirchnerismo se intentó hacer algo mejor, no tan bien logrado en términos de una conciencia capaz de asumirlo, con un real conocimiento de sus efectos. La derivación de dinero hacia las organizaciones introducía un problema. Habría que haberle dado una forma institucional, proteger la contradicción del Estado consigo mismo. Porque era el Estado que trabajaba, no para fortalecerse, sino para meta-fortalecerse, debilitándose al mismo tiempo, al entregar recursos legítimos para comunidades más precisas en la organización y distribución del poder. Porque Hebe es una figura omnímoda, y Milagro también: reproducen formas de jefatura muy antiguas, desde Atila en adelante. Es como si el kirchnerismo hubiera estado en la frontera de resolver algo, que no sabía cómo resolver, porque tampoco sabía de qué problema se trataba, aunque intuiciones diversas había. Eso hay que considerarlo un fracaso enorme. Comprobado ahora en el hecho de que se haga una campaña prohibiendo ciertos temas y regresando a un lugar donde esos problemas jamás se plantearon, el peronismo clásico. Por eso, el tema de la comunidad, que implica llegar a conclusiones como la comunidad acéfala o la comunidad de los iguales o la comunidad que tiene una fisura interna que nunca le permite cerrarse sobre sí misma, trae dilemas que tiene la universidad en sus materias, pero jamás el movimiento popular (decir “comunidad acéfala” en Argentina nos llevaría a una pelea con cualquier militante de La Cámpora). Hay un dilema entre lo que hablamos acá y la posibilidad de que los movimientos populares argentinos, los que se conservan más o menos con capacidad de pensarse a sí mismos, puedan tomar estos temas (sin acusarlos de provenir de la filosofía francesa o de Frankfurt). Es un dilema interesante. Porque si no va a suceder al revés: la universidad va a terminar hablando con conceptos como “grieta”, inventado por Lanata, que va a reemplazar lo que durante años en las ciencias sociales fue nombrado como conflicto, desacuerdo, discordancia, disenso – no digo que sean conceptos mucho mejores, pero este otro es un concepto teológico–. Quisiera agregar que la corrupción es un concepto vinculado al mal. Y el abismo, la grieta, la cripta, son términos que más o menos tienen el mismo origen. Un osario. Desde el punto de vista de los que desprecian el lenguaje, fue muy poderoso lo que hicieron en la televisión todos sus locutores. Dicen cualquier cosa, dicen las palabras más obscenas y la gente las festeja como las verdaderas palabras, cuando pierden todo su valor. Las palabras tienen que tener un manto sigiloso para tener valor. Entre la gente vinculada a la Universidad escucho mucho decir “grieta”, como si fuera un concepto que sirve realmente para definir algo. Cuando debería ser el lugar donde se cuestione ese lenguaje que habla de la grieta y de superar la grieta. El riesgo de hacer una campaña política centrada en superar la grieta es pensar con los mismos términos. Jaime Durán Barba se acerca a esos valores paradójicos de las palabras, y las carga de un simbolismo de tipo punitivo. Ahí habría una violencia como la que se planteaba en los ejes de esta reunión, una violencia punitiva, que cambia las palabras con las cuales durante siglos se definieron problemas de carácter moral o intelectual por otras palabras que parecen meras descripciones y cargan en sí mismas la punición misma.

Elizabeth Gómez Alcorta— Que es mucho más peligroso.

Mariana Gainza— Para ponerlo desde el punto de vista del estado de las instituciones: vos, Horacio, describiste muy bien en qué consiste esa precariedad de la mediación que mencionaba Diego. La precariedad de la mediación, en el caso de los organismos (en el caso de Hebe de Bonafini) o en el de las organizaciones (en el caso de Milagro Sala), tiene que ver con dejar que circule el dinero de la manera en que circula en otros ámbitos de la vida social, sin que el Estado se haga cargo de esa contradicción consigo mismo involucrada en el hecho de estar pretendiendo fortalecer organismos de derechos humanos u organizaciones sociales como la Tupac Amaru. Hay una contradicción. Entonces, el kirchnerismo – yo diría –permitió que aflorase una contradicción del Estado consigo mismo, es decir, puso en juego una contradicción: el hecho de que, desde el Estado, se diera aire o se financiaran movimientos contra estatales, es decir, movimientos que históricamente se levantaron en contra de la violencia estatal. Sólo que ese Estado no supo proteger esa contradicción consigo mismo. Mi pregunta sería: ¿cómo se puede pensar esa protección de la contradicción del Estado consigo mismo, en el sentido de elaborar una forma no precaria de mediación? ¿Imaginan algo en ese ámbito?

Diego Stulwark— A mí lo que me preocupa es la razón por la que ocurrió esa no resolución o esa no protección. Puede ser, como decís, Horacio, que sea en parte porque las cosas van ocurriendo sin que haya previamente una reflexión acabada. Pero también hay una lógica en lo que va ocurriendo. Y a mí lo que me parece es que –para ponerlo como en el contexto sudamericano de los años de los gobiernos progresistas– es muy difícil mantener al mismo tiempo la idea de que la reparación o la inclusión social depende de un tipo de acumulación y al mismo tiempo ofrecerle recursos simbólicos y políticos y materiales a quienes cuestionan ese
modo de acumulación. La única manera de hacerlo sería que los que comandan políticamente ese proceso y ven la contradicción propongan una alianza en el tiempo, ya que es imposible en lo inmediato, con aquellos que están cuestionando el modo de acumulación, y no los consideren de ningún modo como algo a desactivar. Por ejemplo en lo referido a la soja, a los recursos naturales, varios temas y cantidad de situaciones en donde los gobiernos provinciales o locales durante gobiernos progresistas reprimen, matan, etc., hay una cantidad de contradicciones acumuladas que no son fáciles de resolver en lo inmediato. Mi impresión es que lo que intentó hacer buena parte del kirchnerismo es deducir el sentido último de lo que estaba en juego en cada uno de esos conflictos, para poder decir “bueno, este conflicto es un conflicto que no se lo puede tolerar en este momento o este sí es tolerable”, o sea, deducir la justeza de los conflictos de un razonamiento que se pretende más global. Pero lo precario es que no hubo una reflexión sobre cuál es la razón por la cual hay gobiernos progresistas. Por qué en un cierto momento América Latina se da esta posibilidad de confluencia de varios gobiernos progresistas y pensar cuál era el potencial a desarrollar de esa situación.

Y a mí me parece que ahí faltó pensamiento político, hay también una
responsabilidad bastante repartida. La responsabilidad de los movimientos
sociales y populares que no supieron proponer un dispositivo político para momento, y de los propios gobiernos progresistas que quisieron gobernar esto con las teorías más tradicionales sobre el gobierno. Con mucho de innovación, con mucho de apertura, con mucho de fragilidad y de asumir lo aleatorio del momento, pero creo que la única posibilidad es que se armen instancias políticas en donde los que están protagonizando luchas contra el modo de acumulación puedan discutir de igual a igual con quienes están pensando la gestión política asumiendo la variable clave del tiempo. Por ejemplo, los recursos naturales. Si fue indispensable explotarlos para extraer y distribuir renta en un primer momento, eso no puede ser defendido como política a prolongar, no se puede eternizar, tiene
que haber un momento en el que se salga de ese esquema. Y con quién se va a discutir eso si no es, desde el punto de vista político, con aquellos que te están marcando, que te están poniendo un límite. Cuando un gobierno decide no abrir un diálogo con los que luchan contra el modo de acumulación sobre el cual ese gobierno se sustenta, se convierte en un gobierno reaccionario, por lo menos respecto a esa situación. Y esa me parece la precariedad, que barriadas enteras que participaron en la crisis, destituyendo un poco la legitimidad del neoliberalismo tal como en los noventa habían ocurrido –estoy hablando por ejemplo del 2001 –no
estén después sentados en la mesa de toma de decisiones. Me parece un problema muy grave. Que después eso se resuelva con un conjunto de planes sociales, que hay que recordar también que no son planes sociales inventados por el kirchnerismo, vienen del duhaldismo, vienen del banco mundial, tiene una historia muy extensa. Que se aumente la financiación, que se meta a los sectores populares en el consumo como respuesta última a su desafío callejero, que eso sea lo último que se está dispuesto a decir, a eso lo llamaría mediación precaria, no la base sobre la cual empezar a hablar de más cosas. Pienso que la incorporación al consumo, planes sociales u otras formas de reparación, son el primer escalón para
empezar a discutir el mercado, el consumo. Para empezar a discutirlo. A mí me parece que esa precariedad tiene que ver con categorías políticas de los que están en los movimientos de lucha y de los que están gobernando, y no veo que esto se haya resuelto, al contrario. Lo escuchaba en un programa de televisión hace pocos días a Juan Grabois en una conversación diciendo que había conversado con Alberto Fernández, que se habían conocido y que le parecía que Alberto Fernández era una persona muy honesta porque le había contado que desconocía absolutamente el mundo de los planes sociales, el mundo de la economía popular, el mundo de los pequeños campesinos y la economía familiar. Es decir que la opción sea primero garantizar el voto de los mercados y muy en última instancia y a toda velocidad aprender más o menos rápido en qué consiste el mundo popular, no creo que sea un indicador de que hayamos tomado este problema como un problema fundamental.

 

Elizabeth Gómez Alcorta— Ayer dijo Alberto Fernández en una entrevista que le hizo Cynthia García, que él se manejaba con los parámetros clásicos de la economía y que recién ahora estaba aprendiendo este mundo de los movimientos sociales, de la economía social, de una economía por fuera de las lógicas propias del mercado, que él desconocía absolutamente.

Diego Stulwark— Exactamente, exactamente. Estoy de acuerdo con Grabois respecto de que en ese sentido es honesto. Pero al mismo tiempo me pregunto qué lectura tiene en cuanto a lo que pasó en América Latina, a lo que pasó en Argentina y a qué posibilidades tendría de mediaciones menos precarias que no subjetiven tan neoliberalmente. Porque finalmente lo que hay que preguntarse es si las mediaciones que pusieron en juego los gobiernos progresistas no tienen algo que ver con que la derecha haya tenido la lectura que tuvo, la capacidad de aprovechamiento que tuvo de esa situación, si no hay ahí una tensión irresuelta que la derecha aprovechó muy bien. Me parece que subestimar ese dilema es complicado.

Horacio González— Claro que el neoliberalismo –aun suponiendo que sea fácil definir qué quiere decir– estaba presente en muchas facetas del kirchnerismo. Sobre todo, en la cuestión de los recursos naturales, un tema gravísimo que el kirchnerismo nunca trató adecuadamente. No es la época del General Mosconi, del General Savio, donde no era tan grande el desbalance entre la explotación de la naturaleza y ciertas formas de vida. Ahora, la relación de equilibrio entre la explotación económica del subsuelo y formas de vida se ha roto totalmente, a favor de la explotación al precio que sea. Deben tomarse medidas a escala de la humanidad, que haya la posibilidad de generar acuerdos en relación a los modelos de cambio energético. Es un problema para Argentina, donde hay mucha riqueza en recursos naturales, pero se explotan con formas muy destructivas del medioambiente, como nunca antes. Ahí se podría pensar en un balance entre naturaleza e historia de otra índole. Y quizás la Argentina pueda hacerlo. Pero para eso, habría que buscar antecedentes, personajes, textos, rever la historia argentina, reconstruirla.

Estuve en Jujuy ayer, y allá están inventando un prócer. Un coronel menor, que estuvo al mando de Güemes. Jujuy no tiene un prócer. El éxodo jujeño fue algo colectivo y obligado (porque la gente no se quería ir). Güemes es de Salta, y en Tucumán está Belgrano. Por eso querían inventar un prócer; e hicieron un gran acto para homenajear a este coronel, con toda la burguesía jujeña y Gerardo Morales a la cabeza. Esta crisis de formas de vida origina la creación de identidades locales a través de la invención de la historia –en el sentido más empobrecido de la invención de la historia–. A mí me parece el tratamiento de la historia tiene que ser más interesante; sobre todo, partiendo de la base de que hay cosas que no hay que inventar: que ya están en las corrientes de la memoria, ya están inventadas, digamos; y si las reinventás, por ahí las arruinás en relación a cómo eran. En relación a eso, me parece que tendría que haber lugar para un tipo de denuncia como la que puede hacer una sola persona. Casi en términos relativamente mesiánicos, porque ejemplos hay. Émile Zola, por ejemplo. Tiene que ser alguien que antes haya hecho otras cosas diferentes, por ejemplo que diga “no me importa nada más que escribir mis novelas”, entonces ahí le creés un poquito más. O el personaje de Casablanca, Rick, “no me importa nada más que mantener mi local de bebidas alcohólicas”. Y sin embargo, cuando nadie lo esperaba, se convirtió en el concepto moral. El fiscal Jim Garrison, del caso Kennedy, era un fiscal común y corriente, era un hombre que tenía a Martita, Helenita, su familia. El héroe no puede ser el político que se preparó para héroe, ese puede ser un chanta. El que salga a sostener una verdad que otros no conocen, puede ser el que ni sabía que iba a hacer eso, ni estaba preparado para eso, y su vida era “no me molesten con la historia, no me molesten con la gente que está mal, yo quiero…”, como decía Humphrey Bogart, “yo quiero mantener bien mi boliche, no me molesten”. Y es el que sale a decir la verdad. El Eternauta gustó mucho porque era eso, eran de esos héroes a los que antes no les importaba, “déjenme jugar al truco, qué me importa lo que esté pasando en el país”. Eso es más interesante. Extremando la cosa, como el policía que se convierte, que se da vuelta sin saber por qué, porque tenía algo… A pesar de que Bayer nunca fue tenido como historiador, él tiene esas cosas, como anarquista. No hay héroes, pero si hay alguno, es uno que ni sabía, ni le importaba, “a mí qué me importa, yo soy anarquista”. No hay anarquista profesional, hay uno que dice “vivo mi vida, déjenme vivir y yo dejo vivir a los demás”. Y de repente, algo en él hace que salga y se convierta en lo que faltaba en una sociedad, llena el lugar del arquetipo de la justicia. Esa es la única esperanza que yo tengo.

Unas semanas después de la conversación llevada a cabo para este dossier, Horacio Gonzalez se vio involucrado en un episodio, a la vez absurdo y significativo, que muestra cómo funcionan las operaciones mediáticas y cuáles son habitualmente sus blancos selectivos. Una larga entrevista concedida a la Agencia Paco Urondo fue la excusa para la puesta en marcha de un poderoso dispositivo de tergiversación, orientado a la realización de una clásica extorsión político-electoral. Creemos que el verdadero objetivo de este tipo de operaciones es el disciplinamiento del pensamiento colectivo, la domesticación de la imaginación política y el empobrecimiento de nuestras perspectivas históricas. Y dado que el episodio vino a ejemplificar varias de las cuestiones que habían surgido en la conversación que hicimos para Argumentos en el mes de junio, le pedimos a Horacio una reflexión sobre el episodio, que incluimos a continuación:

 

Hay razón en el que se queja cuando lo que llamamos “contexto”, es decir, un conjunto elaborado de piezas que se relacionan entre sí y forman un sentido colaborativo (en un párrafo o en la extensión de un texto) es suprimido. Por otra parte, la acción de sacar de contexto existió desde siempre; y lo demuestran las personas que toman a todo Shakespeare por una frase como “ser o no ser, esa es la cuestión”, o a Sócrates por “conócete a ti mismo” o “sólo sé que no sé nada”. Un poco lo que los libros de filosofía de divulgación o los almanaques populares o los libros de educación moral hacen desde siempre: sacan sentencias. La sentencia comprime el texto y el sacerdote (avalado por la iglesia) o el divulgador (avalado por la televisión) están seguros de que “sólo sé que no sé nada” está bien como resumen de toda una filosofía; y en todo caso, corresponde al divulgador ampliar con dos o tres párrafos más. En ese sentido, el saber sacar de contexto pertenece a una metodología. Si se lo hace bien, tiene que ver con la tragedia: no hay nada que sostenga al texto, está solo en el mundo; antes pertenecía a una familia que lo protegía, ahora está solo frente al abismo.

En lo que pasó con lo que dije, algo de eso hay. Yo sentí un escozor cuando lo dije. Lo digo ahora retrospectivamente. Colocar a la guerrilla como algo que hay que valorar positivamente estaba dentro de un campo de reflexión más amplio, sobre cómo escribir la historia. La cuestión pasaría por colocar ese tema junto a otros que también mencioné, y que forman parte de esquemas ya ritualizados de la historia argentina: el Combate de Obligado, la Generación del 37. Ya tienen nombres, ya tienen capítulos en los libros de la escuela secundaria y de la universidad. Lo que yo pensaba era sacar un poco esos nombres, como haría un historiador del siglo XX, que pasó por las escuelas de las mentalidades, por la historia intelectual o la historia conceptual, prestando atención a lo que se continúa silenciosamente a lo largo de la historia, sin alterarse demasiado, y lo que tiene capacidad de irrupción. Por ejemplo, si se dice “el peronismo irrumpió en el ’45 como fuerza de la clase trabajadora”, se evoca una discusión clásica. Luego vienen Milcíades Peña, o Portantiero y Murmis, y dicen “irrumpió, pero menos de lo que te creés”: la clase trabajadora ya había irrumpido, ya había socialistas, comunistas, que pasan a otra situación, y no hay un corte como una navaja. Lo cierto es que lo que dije, lo dije dentro de un marco: cómo reescribir una historia.
No era una afirmación apologética. Era situarse en la posición del que percibe la historia desde un presente incómodo. Para escribir sobre la historia hay que partir de la incomodidad de tener una teoría del tiempo, de la distancia, de la imposibilidad de saber cómo se hablaba en aquel momento. ¿Cuál era la acentuación de la voz de Echeverría? no la conocemos; el rostro de Echeverría, tampoco. Hay una cantidad enorme de desconocimiento; y hay historia porque hay ese desconocimiento que tenés que llenar de alguna manera. Todo esto no lo podía decir brevemente. Entonces dije algo que se prestó a lo que podemos llamar una
“operación periodística”. Una operación periodística sí tiene un contexto, pero no lo declara. El contexto era el de desfavorecer la candidatura de Fernández: obligarlo a pensar en marcos más estrechos su futura labor presidencial. ¿Por qué se da eso, si yo no estoy en la campaña, si sólo soy un votante, un simpatizante? Algún tipo de nexo tiene que haber; entonces la creación de verosimilitud en la operación tiene fórmulas retóricas muy elaboradas, que son las que componen el nexo. El nexo es muy frágil. Yo fui funcionario alguna vez; ahora no lo soy, y opino libremente: no hay razón para vincularme a la campaña. He ido a algunas reuniones, alguna vez estuve más vinculado y alguna vez fui funcionario, por lo tanto, existen fórmulas, que son fórmulas de asociación entre elementos dispares. Esas fórmulas las conocen los encuestadores, las personas que hacen análisis sobre la sinécdoque y la metonimia: una partecita aparentemente aislada pertenece a este todo. La operación periodística, que se sirve de estos recursos retóricos, es muy antigua. Una palabra de la nueva retórica es “viralización”, que proviene de la biología (de la idea de un virus, que se impregna). Una palabra se saca de contexto, no para dejarla en su soledad, sino para ponerla en otro contexto, de ahí su papel de impregnación. ¿En qué otro contexto se pone? En un contexto ahistórico, donde lo que se pretende decir es: “Aquí no ha pasado nada. Son los mismos revoltosos, que persistentemente afectan las instituciones republicanas. Si éste quiere ser presidente, que tome nota de esta situación, que le pone un límite”.

Esa expresión, “tomar nota”, prosperó muchísimo en los últimos años. Es una  expresión del habla vulgar, no la voy a elevar ninguna dignidad retórica. Por ejemplo, el doctor Nelson Castro me llamó una vez a casa, cuando había cacerolazos. Y me pasó algo parecido. “¿Usted cree que el gobierno tiene que tomar nota?”. Y yo le dije “por supuesto, no veo posibilidad de que un gobierno no asuma una posición de conocimiento de todo lo que pasa”. Y le dije algo extraño, que no fue publicado: “el gobierno debe tomar nota, porque nota viene de gnosis, de conocimiento. Por lo tanto, no veo por qué un gobierno debería renunciar a un conocimiento, ya sea de algo que le sea favorable, o no”. Hablé más profesoralmente, desde una posición más alejada, pero lo que salió fue lo que dijo él: ante un gobierno distraído, o que se hacía el tonto, prefiriendo no saber que
había una oposición que estaba creciendo, iba alguien que pertenecía al mismo gobierno, e introducía una línea interna, una cuña, y decía lo contrario, “hay que tomar nota”.
Todo esto configura un panorama donde hablar sería la ocupación natural que todos tenemos, considerando los modificadores habituales de la conversación – mayores o menores conocimientos, cortesía o tolerancia ante el interlocutor, etc.–. Lo que hace el neoliberalismo con las palabras (con los textos, con los discursos con la oralidad y con la textualidad) y, por lo tanto, con el pensamiento, es ofrecérselo a una gran máquina trituradora, donde el que habla aparece proveyendo el ingrediente que hace falta para construir una gran torta. Este caso es bastante ejemplificador. Primero, pasó de la revista amiga, donde se hacía la entrevista, a Infobae, lo más parecido a la homologación entre periodismo y servicios de inteligencia: la búsqueda de información, obtenida y procesada de tal modo que puedan darse operaciones; con grabaciones clandestinas o autorizadas, con la misma ambigüedad que existe en la operación judicial autorizada, que se parece en todo a la no autorizada. Infobae es una máquina elaborada, que tiene posiciones declaradas que provienen de algo parecido a los servicios de inteligencia, aunque no sean estatales. Después se pasa a una instancia más cultural o intelectual: opinan los personajes de la vida pública, que se reúnen alrededor de clubes. Y detrás de esa denominación ingenua, hay personas que también forman parte del operativo. Por ejemplo, puede haber un artículo en La Nación de Eduardo Fidanza. Me gustaría citarlo, porque lo recuerdo de la facultad. Es un fino profesor, que cita a George Steiner; y una cita culta tiene que aparecer en esa operación de captura. Llama también a conjurar el peligro, pero en este punto aparece una cita de la estantería del análisis cultural refinado: nada menos que Steiner, que critica casi todas las formas de periodismo conocidas. Después viene el pedido del diario a los intelectuales que forman parte de un cuerpo de opinión, donde están Fernández Meijide y otra serie de personajes que se mueven de manera más o menos unánime. Y luego, el editorial del diario La Nación. La Nación, como órgano intelectual de una continuidad ideológica relativo al modo de interpretar a los poderes en Argentina. Pero la cosa no termina ahí, porque al intervenir el Presidente de la Corte Suprema, se suma otro componente al poder de captura de los grandes diarios (el diario Clarín, con el editorial de Roa, y La Nación con un editorial anónimo, escrito por esa especie de ventrílocuo que atraviesa todo el siglo XX argentino). La historia de los editoriales forma parte de una suerte de manchón retórico que recorre la historia de la derecha argentina, con mayores o menores dosis de salvajismo. En este caso, con una buena dosis, como suele ocurrir últimamente. Casi siempre queriendo impedir que asome nuevamente su cabeza la barbarie, desde un punto de vista notoriamente esquemático para interpretar la historia, como lo fue incluso con Sarmiento, aunque su virtud con la escritura le permitió escapar de ese esquema. Pero La Nación no escapa de ese esquema, por eso necesita a los Fidanza. Porque ese binarismo y la justificación de estar vigilando la vida pública de la aparición de los fantasmas recurrentes, que vienen de lejos, desde antes del siglo XIX, precisa un profesor que pueda citar a Max Weber, a George Steiner o tal vez a Lukács, pero para decir esto mismo. El régimen de la cita, como modificador del texto, también precisa de un académico engolado. Y luego la Cámara de Diputados, otro poder que apareció de la mano del amigo Fernando Iglesias (con un pedido de repudio oficial). Por qué no iba a aparecer él dentro de esta maquinaria múltiple, que no es como la locomotora que inventó Stephenson (con los brazos mecánicos, el vapor, el carbón, el maquinista: una máquina orgánica, admirada por Marx). Esta otra es una máquina desgonzada, sin articulaciones precisas; donde la viralización sirve, porque el mecanismo que la une es una viscosidad de tipo biopolítico: es una máquina viscosa. 

Realmente ni la Santa Inquisición hubiera llegado tan lejos. Porque la Inquisición era un aparato jurídico, una maquinaria que te llevaba a la horca o a la hoguera, pero con instancias muy elaboradas en relación a todos los pasos que daba. Era una justicia tremenda, basada en el fuego y en la quema de cuerpos, pero hecha públicamente; por eso, puede ser bien estudiada: la pira incendiaria de la Inquisición está muy escrita, porque ellos mismos la escribieron como parte de un servicio sacro. Acá ese servicio sacro lo llevan adelante los supuestos laicos, que creen que debe haber una santa inquisición incluso en las instituciones que llaman
republicanas, para detectar los focos infecciosos. En ese sentido, la viralización evoca la idea de inmunizar a la sociedad. Ya sé que se usa positivamente la palabra viralizar, como todas las metáforas de origen biológico, que le envidian a la biología que tenga la capacidad de estudiar cuerpos cuya organización parece perfecta; el cuerpo humano (o la locomotora) parece una máquina a la que no le sobra nada, donde cada parte cumple una función y no hay restos o imperfecciones –sería muy difícil decir que el cuerpo es “anormal”; a las anormalidades se las llama patologías–. Esta otra máquina, en cambio, tiene mucho de anormalidad. Y quizás, si se perfeccionara, sería el verdadero gobierno mundial: un gobierno terrible, porque se llamaría “república”, “instituciones”, “pluralidad”, “respeto”, pero sería el momento en el que todo eso se acaba, al no existir siquiera la posibilidad de una frase que no sea sacada de contexto y reescrita una y otra vez, eliminando la fuente de donde surgió.

La viralización lleva a la idea de que hay que crear circuitos de inmunidad. Un poco como lo plantearon Agamben o Espósito en los último años, la idea no ya de forjar una comunidad en base a fortalecer y unir las piezas que la componen, sino en base a generar movimientos de inmunización respecto a aquello que la puede desorganizar, pero que no sabe que es, porque siempre está montada sobre una falta. Esa inmunización es una manera elegante de referirse a la operación de los viejos poderes de las grandes tradiciones, a las lógicas de formación de la autoridad de las monarquías, los ejércitos, las iglesias. Entonces, en un episodio como este, podemos ver cómo el llamado republicanismo neoliberal, en realidad, está aspirando, soñando e insistiendo, a través de sus mecanismos y de sus metáforas biológicas, con cercar territorios en los que los salvajes no entrarían.
Como una campaña del desierto, pero en el plano del lenguaje; en el plano de la actuación de comisarios del lenguaje, sacerdotes, escribas o tinterillos, que pueden ser diputados, senadores, presidentes o candidatos a presidentes o vicepresidentes, en el caso del macrismo. Por eso me parece que la intepretación de episodios como éste, en los términos de si son favorables o desfavorables a una elección, también es interesante. Porque se tira un leño al fuego y se les dice a los candidatos que tienen mayor probabilidad de ganar una elección: “¡miren lo que están cargando, inmunícense ustedes!”

Y ahí viene el tema de cómo hay que hablar, un tema del que no puede escapar nadie. Sería el tema de cómo hay que hablar en épocas difíciles. Una ética de cómo hablar. Con lo cual, uno está siempre desenfocado, porque en ningún lugar se estudia cómo hablar. En la universidad, por ejemplo, se pueden tocar todos los  temas. Claro que no en los términos de una conversación cualquiera. Esta que estamos teniendo, por ejemplo, es una conversación de tipo cultural, en la que se respetan ciertas reglas de conversación. No puede haber una conversación sin reglas, aún si pensamos en un cruce de insultos desaforados en la calle. Pero hay algo de estas reglas que garantizan cierta libertad de expresión, al menos en un punto: no tener que estar pensando a quién favorece o desfavorece lo que se dice. Se puede hablar sin someterse al escrutinio inmediato de evaluar a quién se perjudica o favorece con cada frase. ¿Qué pasaría si la política se convierte totalmente en ese cálculo? Esa astucia es pensada desde Julio César a Juan Domingo Perón, y a ella se refieren los viejos latinos como cui bono, ¿a quién beneficia, a quien le es bueno esto? Siempre está presente esa paradoja: lo que yo digo a favor de los mayores y mejores comportamientos, puede favorecer a los peores comportamientos de la historia. Ahí la palabra tiene que estar sostenida por cierta astucia, cierto cálculo de probabilidades, cierta paradoja de las consecuencias (como decía Weber). Esto lo admito. Por eso estoy preocupado, y pienso algo absurdo: ¿habré colaborado con que se pierda algún voto con esto?

Tengo que pensarlo, aunque tampoco es algo mensurable. Y además, si esto se convirtiera en una norma general para el político, se empobrecería toda la vida política.

Pero admito que hay parámetros para hablar. Y está la cuestión de la oportunidad, un viejísimo tema de profundo interés. Mucha gente me mencionó eso (“qué inoportuno”, “qué imprudente”) y lo considero atendible. Pero hay que preguntarse ¿cuál es el momento oportuno?, el famoso kairos de los griegos. Pero al kairos lo asistían los dioses. Nosotros no tenemos esa facultad, ni la garantía de saber cuál es el momento. Charlando estos días sobre esto, me vino a la memoria una frase de Perón: “la oportunidad pasa queda”. Mirá qué casticismo. La oportunidad pasa en silencio. Es algo medio maquiaveliano, la fortuna: no sabés si la tomaste o no la tomaste. Y me pareció que éste era el caso. Uno no sabe; y al no saber, dice lo que muchos, muchos y muchos consideran inoportuno. Y la inoportunidad se castiga, incluso con el ostracismo político. El inoportuno o el aguafiestas (ese personaje que suele mencionar Eduardo Rinesi: estábamos todos bien, y viene uno a recordar que el fin del mundo es mañana). Es un personaje que nadie querría encarnar, pero heme aquí, próximo a ese personaje.

Como episodio para el análisis, es interesante: todas las etapas que la frase extraída de la entrevista cumplió, hasta que comienza a decaer, y luego se convierte en materia de análisis, y dentro de dos años seguramente podrá convertirse en objeto de una tesis amparada por el Conicet. La palabra espontánea no deja de estar sostenida por un estilo o un signo elaborado; aunque una vez elaborado –“engarzado”–, el engarce deba desaparecer, o ser un mero soplo para que la espontaneidad haga su trabajo. Sin embargo, está la palabra que es sólo engarce, que sólo es un enclave en lo que hay que decir. Por eso el lenguaje político habitual, que está por encima de las ideologías políticas visibles, permite muchos acuerdos. Hay un estilo parlamentario, que hace del parlamentario, antes que cualquier otra cosa (peronista, radical, trotskista o estalinista), un parlamentario, una parte de una maquinaria importante. Por eso, hacer acuerdos es más fácil que lo que uno piensa. Por eso, el peronismo –en un sentido muy general– es el estudio de estas fórmulas, pero en organismos menos flexibles que el parlamento, como el ejército: cómo se da la orden, cómo la orden se diversifica, cómo se escucha, cómo se simula, cómo no se cumple. El peronismo es una enorme sofisticación sobre cómo entender la orden. Hasta el punto de llegar a un Perón que dice “hay que quilombificarlo todo”, no obedecer órdenes. Por eso, el peronismo tiene una rara perdurabilidad. Va desde la orden hasta el desacato de la orden, admitido por el propio que la dio.

 

Eso explica un poco lo que tantos quieren explicar, qué pasó con la guerrilla, por qué Perón la persigue después de haberla tolerado. Ese es un elemento a tener en cuenta. La situación del que dice “si antes me toleraron, por qué voy a parar hoy”. Es muy difícil escribir sobre eso, por eso los libros que tratan sobre la época están por debajo de esta pregunta. El que no se desmovilizó cuando se dio la orden de desmovilizar sabía que el que dio esa orden antes había dado otras, no sólo contrapuestas a esta, sino que al mismo tiempo tenía una idea anarco-constructiva de la orden: se la construye, pero a la vez interiormente se la puede desacatar. ¿Por qué se iban a desmovilizar todos? Se desmovilizó una parte, pero la mayoría no se desmovilizó, porque había más literalidad. Pero Perón no tenía ninguna literalidad.

“La oportunidad pasa queda” sería su frase, pensando que el hombre del destino es el que la toma. Pero nadie es ese hombre. Cualquiera piensa que toma la oportunidad, pero resulta que no; decís una frase y era Infobae el que te estaba esperando, con la red de cazar mariposas ingenuas.

 

El otro tema viscoso es el de la visibilidad. Uno querría estar siempre ante lo visible y reservar una cuota –merleau-pontyana, digamos– para lo invisible, en el sentido de que hay cuerpos que piensan por sí mismos, sin que eso tenga otra expresión que no sea un secreto en la mirada. Uno perfectamente puede establecerse en una dialéctica entre lo visible y lo invisible. En esta gran maquinaria de lo visible, que sigue siendo la televisión (porque las redes tienen algo de texto), la visibilidad se da en una serie de graduaciones, hasta llamar “mediáticas” a determinadas personas. El que aparece una o dos veces en la televisión puede ser mediático en su barrio. Para ser mediático en el universo, hay que ser Trump, Mick Jagger, Elvis Presley o Humphrey Bogart. Esa visibilidad tiene escalas, así como tiene escalas el modo en que se van elaborando los significados de la materia prima que ofreciste, como si fuera el carbón de las máquinas: ofreciste una frase. Acá ofrecés tu cuerpo, con el loop –esa expresión que se usa para decir que fuiste mirado y vos también mirás–. Por eso me llamó la atención la frase que me contaron de Beatriz Sarlo: “dijo eso, porque quiso tener visibilidad”. ¿Qué sería eso? Uno puede tener visibilidad dando una clase. Pero si esa misma clase la das en la Plaza de Mayo ante cincuenta mil personas, la enfoca la televisión; es un profesor que da una clase de conducción política: se llama Perón. Las personas que escuchan la clase gritan “viva Perón”. Eso tiene mucha visibilidad, pero es una visibilidad buscada, preparada, que tiene planos, enfoques de la cámara, iluminación, cosméticos. La televisión no es fácil. Parece fácil, pero tuviste que esperar dos horas, pasaste por una maquilladora, tuviste que entregar la cédula de identidad en la entrada. La visibilidad ahí tiene que ver con el rating, con el productor que le dice al entrevistador “cambiá de tema, porque bajamos dos puntos” o “preguntale algo difícil, para subir cinco”. Todo eso es lo invisible, que aporta la visibilidad de la televisión, la ingenuidad de lo visible. El que es visible expone su cuerpo a la masacre, expone su rostro (la rostridad, para decirlo con Levinas), lo que se machuca, y tiene que proyectarse en distintas formas. La visibilidad se convierte en una forma de dominio, de dominar los cuerpos: ya no mirás a nadie y nadie te mira, entraste en un rating, en una forma de medición y cálculo espantosa. El calentamiento global también es espantoso, pero tendría que haber adolescentes suecas para denunciar esto. Digo, en una pincelada rápida, muchas cosas que se han dicho, que ya dijeron Oscar Landi, Eliseo Verón, Aníbal Ford, el “Toto” Schmucler… Pobre Habermas, que lo llamó “teoría de la acción comunicativa”, que es una teoría sin maldad, donde los hombres se entienden fácilmente, donde hay un ágora más o menos elocuente para todos, y todo se da a publicidad; y hay un hombre público que sufre y ayuda al prójimo. No me parece que las cosas ocurran así.

En este caso, la operación se dio a la manera de una advertencia general para el gobierno de Fernández en relación al gobierno de Cristina. Como Fernández dice que critica al gobierno de Cristina en dos o tres puntos (ley de medios, impuestos agropecuarios y la interpretación de los 70), esto fue puesto a la manera de un cercamiento al candidato. Me parece que la entrevista a Beatriz Sarlo también fue hecha en esos términos. Investigar –con dos o tres cámaras de Infobae– hasta qué punto el candidato está dispuesto a mantener un vínculo con una Cristina que hoy no necesariamente representa alguna de esas cosas; aunque su pasado sí. De manera que el presente es como una especie de filtro permanente de cualquier historia, para rehacerla, recomponerla y, eventualmente, exponer una autocrítica, por qué no. Pero hoy la palabra autocrítica se usa como una punición. Y no veo que nadie tenga que estar obligado a hacer una autocrítica ante los magistrados de la punición. Quizás le estoy dando a esto demasiada importancia. Pero me veo obligado a dársela, por la amargura que sentí durante una semana, donde me transformé en el enemigo del pueblo.

Fuente: http://publicaciones.sociales.uba.ar/argumentos/ Nº 21 | Octubre de 2019

Chile: los ciegos que dejó la represión // Por Alejandra Carmona* y Ana Rodríguez** (Cosecha Roja)

/ Fotografías: Junior Vásquez***

Carlos Morán (37) fue por primera vez a manifestarse a Plaza Italia el 24 de octubre. Ya lo había hecho los días previos en su población, ubicada en el límite entre las comunas de Pedro Aguirre Cerda y Lo Espejo, en el sur de Santiago. Ese jueves, junto a su esposa, decidió sumarse al llamado a huelga general de trabajadores, que convocaba a reunirse en el lugar más central de Santiago.

Alrededor de las 19:30, cuando la represión de las Fuerzas Especiales de Carabineros no les permitió seguir resistiendo parados en Plaza Italia, Carlos y su esposa dieron la vuelta hacia el Parque Forestal. A los veinte minutos, dice Carlos, la cosa se complicó.

–No tuvieron perdón con la gente –recuerda.

Carlos encaró al carro lanzaaguas con una pancarta que decía “Por mis hijos, por los tuyos, por un Chile más justo”. Cuando quiso arrancar se dio vuelta y se dio cuenta de que estaban solos. A cinco metros de distancia, el carro lanzaaguas le disparó directo a la cara. También impactó a su esposa, que se revolcó por el suelo y se golpeó en la cabeza. Ambos quedaron semiinconscientes y fueron socorridos por otros manifestantes que estaban cerca. 

–El chorro es como un impacto, una revolcada tremenda. Es más que un puñetazo. Quizás como un piedrazo o un latigazo. Ahora siento todo el cuerpo adolorido, todo el lado derecho hasta la pierna. Estaba a cinco o seis metros de distancia de ellos, o sea el chorro fue a quemarropa. No fue ni siquiera para dispersar. Dispararon directo a la gente –narra Carlos.

Luego de ser socorridos por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, FECH, quienes les dieron los primeros auxilios, Carlos, su esposa y una sobrina caminaron sorteando los cordones policiales hasta llegar a la Unidad de Trauma Ocular del Hospital Salvador, UTO, pero eran las 21 y ya estaba cerrado.

Carlos partió a un Servicio de Atención Primaria de Urgencia (SAPU), donde le inyectaron algo para los dolores y le revisaron el ojo. 

–Me pusieron anestesia, me echaron antibióticos y me dijeron que el ojo estaba complicado y que tenía que venir a oftalmología. Aquí estamos, con orden de atención ahora, a ver qué sucede. Esto pasó por reclamar algo, unas pocas de las tantas cosas que se están reclamando ahora –dice, sentado en la sala de espera de la UTO.

Carlos es electricista y lleva meses cesante. Mientras busca algo, está trabajando de Uber. Tener buena vista, dice, es fundamental en sus dos ocupaciones. Y se pregunta cómo va a tomar un cable electrizado si apenas ve.

–Ahora mismo me siento como súper embarao (torpe), no dimensiono las distancias con un ojo tapado. Para venir a esta consulta tuve que sacar el auto estacionado. Me tuve que bajar a mirar y todavía me quedaba un metro y medio de distancia. Ahí manejó mi sobrina –cuenta. 


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Carlos tiene dos hijos, de 17 y 9 años. Lucha por ellos y, quizás, dice, también exista todavía una oportunidad para él y su esposa de tener una mejor vida. Desde que comenzó todo, la tarde del viernes 18 de octubre, Carlos ha recorrido las calles aledañas a su casa en Pedro Aguirre Cerda en auto, agitando las cacerolas para animar a los vecinos. Participan con la familia en cacerolazos en las esquinas, con las mismas pancartas que llevó a Plaza Italia el día que fue agredido. Algunas veces ha subido al techo de su casa a protestar con su hijo de 17. Otras, cuando ya era de noche y el toque de queda los obligaba a mantenerse adentro, se paraba en el patio de su casa a agitar la bandera chilena mientras sentía el zumbido de los helicópteros como un enjambre de abejas.

–El helicóptero yo creo que andará a 30 metros de altura. Retumba en mi casa.

En su barrio ha habido bastante represión policial. Habitualmente es un lugar tranquilo: vive a doscientos metros de tres comisarías, una de ellas de Fuerzas Especiales. Pese a la cantidad de contingente policial en la zona, Carlos cuenta  que una noche, a la 1 de la madrugada, se incendió un supermercado mayorista que está a 50 metros de la comisaría de Fuerzas Especiales.

–Tengo un amigo que vive a la vuelta y tiene un video, dice ‘weon, nadie en la calle y esta hueá se está quemando’. Muy sospechoso.

Carlos es uno de los nombres que se suman a las decenas de personas que han quedado ciegas en los días más duros del estallido social en Chile. Hasta el 27 de octubre, sólo en el Hospital público del Salvador, en la Región Metropolitana, la Unidad de Trauma Ocular registraba 94 pacientes con trauma severo, 27 de ellos con estallido del ojo. 28 de ellos entraron con visión cero a la urgencia. En el país, el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) registró hasta el domingo 27 de octubre 126 personas con heridas oculares.

 
Hernán Rodriguez
Hernán Rodriguez
 

Pedro Aguirre Cerda es una de las zonas modestas de la Región Metropolitana. Ahí, según datos de 2015, la tasa de pobreza llegaba a 11%; mucho más que en las comunas más ricas de Chile, como Vitacura, donde el mismo indicador es igual a cero. Si bien las balas fueron repartidas en toda la Región Metropolitana por igual, los incendios de empresas o supermercados cobraron el mayor número de víctimas en las zonas más pobres como La Pintana o Renca. 

De esta última comuna es Carlos Alberto Puebla (45), quien está internado en la Posta Central, en Santiago. Su hijo Esteban dice que no quiere hablar. Que está tratando de lidiar con la ceguera que le dejó un perdigón que atravesó su delgado gorro de lona hasta reventarle el ojo izquierdo.

El viernes 25 de octubre estaba protestando en Plaza Italia, cerca de las cinco y media de la tarde, cuando sintió el golpe.

–No sé cómo va a seguir trabajando con fierros en la construcción, que era a lo que a él se dedicaba. Menos sé cómo se va a acostumbrar a vivir así, porque a él le tuvieron que sacar el ojo –cuenta Esteban.

Su caso, junto a otros cuatro, forma parte de las primeras acciones judiciales que deberá enfrentar el Estado de Chile por la gran cantidad de personas ciegas que dejó la policía. Paz Becerra, abogada de DD.HH que lleva adelante el recurso de Amparo, dice que la acusación en contra del Ministerio del Interior y Fuerzas Especiales de Carabineros surgió por la enorme cantidad de casos que se pesquisaron desde el comienzo de las protestas. “La mutilación está contemplada como un delito y en un contexto de represión por parte del Estado puede llegar a constituir un crimen de lesa humanidad”, dice. La abogada cuenta que hay decenas de casos más en otras regiones de Chile que aún no han sido contabilizados en los reportes finales.

El nombre de Camilo Cartagena Salazar (31) también figura en este recurso de amparo. El jueves 24 de octubre a las 4 de la tarde recibió tres impactos de perdigón: en el brazo, el estómago y arriba de su ojo derecho, cerca de la ceja. Camilo vio correr sangre por todo su cuerpo pero no sintió dolor. 


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Inmediatamente lo atendieron auxiliares de la Cruz Roja. Alrededor suyo quedaron tres o cuatro personas heridas.

Luego de esas primeras curaciones, Camilo partió caminando, herido, hasta Rodrigo de Araya –una calle ubicada a 5 kilómetros de Plaza Italia– porque estaba todo el transporte cortado. Una vez en su comuna, San Joaquín, se atendió en el SAPU y lo trasladaron en ambulancia al Barros Luco, uno de los hospitales públicos de la zona.

Camilo no tiene claro aún si los perdigones que recibió eran plásticos o metálicos. Tiene dos trabajos, como independiente y también en una empresa de retiro de asbestos. Ser independiente implica estar todos los días trabajando para generar dinero. Esta situación se lo ha impedido y siente que ha perdido mucho tiempo. Desde que recibió el impacto ha ido mejorando su visión, pero aún ve borroso.

 
Raúl Muñoz
Raúl Muñoz
 

–¡Una ambulancia! ¡Que traigan una ambulancia!

Raúl Fuentes Muñoz, 36 años, artista plástico, gásfiter y soldador, escuchaba que decenas de personas gritaban lo mismo: “¡Llamen a una ambulancia o a un doctor!”. A menos de dos kilómetros de La Moneda, la casa de Gobierno, mientras se retorcía de dolor, tendido en el suelo, Muñoz esperaba que todo lo que estaba viviendo fuera un sueño. Quería creer que no era él quién estaba tendido en La Alameda. No era él quien se había despedido hace pocos minutos de sus amigos para volver a su casa en Quinta Normal, en el poniente de la capital. No era él quien estaba ahí, intentando levantarse.

Ese miércoles 23 de octubre, cerca de las 14:30, una bomba lacrimógena le reventó el ojo. Él ni siquiera alcanzó a intentar esquivarla. 

–Sentí lo mismo que debe sentir alguien que recibe la patada de un caballo con furia, pero la herradura era la bomba. Sólo recuerdo que caí en ese mismo momento y sentí, inmediatamente, que me había quedado ciego.

Raúl habla desde la habitación de una clínica, en el sector oriente de la capital, donde se lo llevaron. Tiene el ojo morado y no puede abrirlo. Desde que llegó a la clínica, el miércoles que la bomba lo golpeó, tuvo una cirugía que duró dos horas y media para evitar que perdiera el globo y reconstruir los músculos del párpado que también se dañaron con la explosión. Su pareja, María José Ramírez, le pone gotas de Predforte cada dos horas. “Es un antibiótico para que el ojo no se convierta en una pasita”, explica María José, quien lo acompaña junto a los músicos de la banda Anarkia Tropical, donde Raúl, a quien todos llaman “punky mauri figurín”, hacía las máscaras.

–Lo más terrible es que la policía seguía disparando. La gente que me ayudó me tuvo que subir arrastrando al Cerro Santa Lucía para que los árboles detuvieran las balas o las bombas –dice.

Raúl perdió solo un ojo. Pero es como si hubiera quedado completamente ciego. Para él, el izquierdo era el “ojo bueno”. De niño nunca pudo ver a más de un metro con el derecho. Como al menos veía, su familia hizo lo que hacen muchas familias chilenas cuando una enfermedad no es invalidante: vivir así. Es común que en las poblaciones los vecinos hagan bingos, rifas y encuentros musicales para financiar enfermedades de alto costo. Incluso, cuando las cifras económicas han situado a Chile dentro de los países más pujantes de la región, en las zonas más modestas y de clase media, los bingos son considerados la única forma de financiar tratamientos como el cáncer. 

–Estaba protestando por un país mejor y terminé peor –dice.

Por ahora, Raúl consiguió que en los días que vienen lo cuide su hermana. Después no sabe cómo va a poner en marcha su vida de nuevo.

 
 

Hernán Rodríguez Jemenao (20) tampoco sabe cómo se va a levantar. El jueves 24 de octubre hubo una concentración en la estación de Metro Protectora de la Infancia, en Puente Alto, una de las más dañadas de la red. Como en la gran mayoría de las manifestaciones, todo comenzó de manera pacífica. Unas 500 personas, incluidos niños, jóvenes y ancianos batían sus cucharas de palo contra las ollas. 

Rodríguez estaba ahí cuando, pasadas las cinco de la tarde y de manera abrupta, comenzó la represión policial. Los carros lanzaaguas tiraban chorros para todos lados y el tumulto corrió hacia una esquina. Él también corrió, hasta que se encontró de frente con un efectivo de Fuerzas Especiales, quien le disparó dos veces.

–Cuando me iba a disparar me observó, sabía que yo estaba ahí y me disparó igual. Y no a los pies, directo a mi cara. No sé en qué estado estarán porque los veía así súper extraños, no humanos –recuerda Hernán.

Luego del primer disparo, Hernán cayó al suelo con heridas en los brazos y en su ojo derecho. Se dio vuelta sobre sí mismo para pedir ayuda a quienes estaban cerca, pero el efectivo le disparó otra vez, impactándole sobre la espalda y glúteos. Cuando llegó en ambulancia al centro asistencial, supo que tenía un perdigón en el ojo que había chocado contra su cráneo y se había roto en varios pedacitos. Hernán dice que el balín era plástico y que junto a él, ese día, cayeron otros varios heridos.

–Por suerte, porque si no, no la contaba dos veces. Perdí la consciencia, veía todo negro, pensé que había perdido el ojo. Agradezco que no haya sido así y agradezco no ser otro muerto más de este complot del Presidente. Están abusando mucho de la fuerza, están secuestrando y matando. La gente sólo exige los derechos que todos deben tener, como cualquier ser humano. Ya basta de que nos pisoteen. Han pisoteado mucho –dice.

La retina del ojo derecho de Hernán sufrió daños. Actualmente, tiene un 20 por ciento de visión en su ojo derecho. Hernán Rodríguez, que en el último año ha tenido trabajos esporádicos, dice que tratarse estas heridas es su prioridad. Luego quiere sacarse los perdigones que todavía tiene incrustados en su espalda y los brazos. No sabe si va a ver bien como antes, tiene incertidumbre porque hace malabares y de eso vive. No se arrepiente de haber salido a la calle:

–El mismo Presidente dijo que estamos en guerra. Pero qué guerra, si la gente está con banderas, pancartas, protestando por algo que es nuestro. Es fuerte lo que está pasando, pero hay que seguir la lucha.

***

Nunca antes en la historia de la salud visual de Chile había existido en tan pocos días la cantidad de personas que van a quedar ciegas en forma permanente de un ojo. Lo confirmó el vicepresidente nacional del colegio medico y oftalmólogo, Patricio Meza.

Para Enrique Morales, presidente del departamento de Derechos Humanos del Colegio Médico, lo más grave es que esto es provocado por agentes del Estado y avalado por las autoridades, quienes están de alguna manera haciéndose responsables de que más de cien personas hayan perdido su visión y decenas hayan quedado mutilados.

*Periodista chilena independiente. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.

**Periodista independiente, ex subeditora de The Clinic, docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.

***Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile. 

 
 
 
 

ABERRANCIA APLICADA 2015-2019: MEMORIA DE UN MÉTODO DE COMBATE // SILVIO LANG

Opera "El Fiord". Foto de Vale Fiorini

Este estudio hubiera podido llamarse: «Deleuze, filosofía épica». Siempre hay en Deleuze un combate en curso.

(David Lapoujade, en Deleuze. Los Movimientos Aberrantes)

 

Hubo que hacer un boquete en los muros de las herencias. En el teatro donde una comunidad provisoria se discute así misma; en la danza donde las corporalidades se re-hacen; en la acción política donde se re-distribuyen las potencias; en la producción filosófica donde se relanzan las experimentaciones. Era necesario encontrar un elemento transversal transformador o vaso comunicante entre un campo y otro de la producción de saberes y prácticas. Un intercesor que haga pasar grados de intensidades, que redoble la apuesta de un campo desde otro campo. La actuación como fuerza performativa del diagrama social fue ese intercesor cualitativo de una aberrancia aplicada.

Primero hubo que desligar la actuación de la tradición de las técnicas y géneros teatrales para montarla en la serie de los modos de producción de existencia y lazo social. Desprogramar las estructuras de obediencia en la formación de actores, actrices y bailarinxs. Valorizar la actuación no tanto por lo que representa o significa si no por el índice de su capacidad de afectar el presente. Para ese valor de uso hubo que preguntarse: ¿a qué fuerzas sociales se pliega la actuación? ¿qué intensidades disputa y conecta? ¿qué intuiciones presiente y constela? ¿qué voces trafica e invoca? ¿qué actos y gestos propulsa?

Había que enfrentar los atenuamientos y enfriamientos de la valorización de la actuación como empresa de sí. Recalentar la tierra de lo performativo que te despersonaliza y te desdobla. Tensionar hasta su punto máximo el dinamismo de las instituciones; de los cuerpos profesionalizados y los cuerpos derrotados; de la heterosexualización universal de las fabulaciones del espectáculo y sus corporalidades; del horizonte progresista de la enunciación; de los condicionamientos alienados de la producción escénica. Fue una política del agite y el desborde. Llevarse puesto los bordes de los cercos que se habían montado durante décadas. Encabalgarse en esos límites y desplegarlos hasta juntarlos con otra cosa, plegarlos a los límites de otros cercos, encontrar el punto de juntura de lo dispar para desacoplar la homogeinización de las formas co-alineadas. Mezclarlo todo y ver qué sale. O montar un escándalo y ver por dónde se sale. Había que establecer las bases de nuevas legitimaciones de existencias escénicas. Fundar arbitrariamente un derecho a lo cualquiera. Derecho a las aberrancias que nos descomponen y, al mismo tiempo, nos reavivan. Legitimizar una plus-actuación de los modos de existencia.

Fue necesario un retorno a Vsevold Meyerhold para fisurar la normalización de la actuación del siglo XXI. Arruinar sus transcendencias y fundamentos realistas, costumbristas y familiaristas. Acabar con la política de la familia. En los teatros y en la macropolítica. Desertar de la metodología del confort reproducidas por todas las escuelas como forma estorsiva de actuar. El retorno a Meyerhold hizo posible remontar la historia para actualizar las fuerzas productivas de la escena como transformación del presente colectivo de los públicos; agujerear la mismidad narcisista del teatro y ponerlo en relación con algo más que teatro; activar la potencia crítica de la materialidad infinita de cualquiera de los elementos de la puesta en escena; usar la música como desorganización del discurso racionalizado por el cálculo semiológico; valorizar el ruido como producción de ritmo social.

Nos fuimos del teatro. Abandonamos su territorio: sus arquitecturas de cueva platónica, su prensa, su sistema de valor, sus conceptos, su economía, sus narrativas, su lógica de producción de sentido. Nos exiliamos de la subcultura del teatro porteño y su narcisismo. Hubo que salir del teatro y ver sus posibilidades de franqueamiento, abrir otros bloques espacio-temporales, plantarse con otras condiciones, aliarse con otras poblaciones para disputar los límites del mapa del territorio teatral y desplegar otras potencias. Hicimos mitines y nos amotinamos en el barrio de Congreso, en los teatros públicos, en la feria del libro, en el Banco Central de la Nación. Fuimos la Jabonería de la Biblioteca Nacional, el Congreso Transversal Escena Política y su Comité Cósmico de Crisis, la Colectiva Lohana Berkins, Las Insumisas de las Finanzas, la Casa de Bajos Estudios, la Escuela de Técnicas Colectivas, el Taller de Actuación y Creación Escénica, la Anarquía Coronada y su Lobo Suelto, el Campo de Prácticas Escénicas, la Organización Grupal de Investigaciones Escénicas, la Comparsa Drag, Las princesas del Asfalto. Nos proponíamos un nuevo stop making sense de la producción escénica para desandar los consensos neoliberales del sentido contemporáneo. Como lxs Talking Heads, en guerra con el modo de ser del rendimiento, dejemos de ser sensatos, dejemos de crear sentido. Fuimos “arbitrarios para ser cualquier cosa”. Tuvimos que elaborar nuevas reglas de producción de aparición del sujeto escénico, público, performeante, capaz de autonomizarse de las estructuras patriarcales.

Tuvimos que inventar los procedimientos de una física de la voz. La arenga, el grito de agite, la canción de protesta, el punk, el rap pero, también, el suspiro, el orgasmo, el llanto, la rítmica, la risa y el ruido fueron los primeros emergentes de la voz que organizaron el ritmo de un presente común. No se trataba de un mensaje, ni de contenidos a promover, sino de una confabulación de consignas aberrantes para el régimen de normalización cultural, en cada afectación de la esfera pública. Aparecer y afectar sin la lógica costo/beneficio del sentido contemporáneo. Nos implicamos, entonces, en investigaciones experimentales delirantes desde una estrategia de aparición desbordante, insensata, fuera del sentido como actualización de la subjetividad performeante. Lanzamos aprendizajes cortos y rotativos de la actuación escénica como fuerza transformadora de nuestras energías cotidianas. La organización de ese presente colectivo se imaginaba como una fiesta. Un cúmulo de preguntas orientaban nuestras prácticas ¿en qué es político el aparecer del performer? ¿cómo ejerce la condición de autoría el sujeto escénico? ¿cómo se elaboran las reglas de producción de los procesos de subjetivación colectiva en la escena?

La teoría, una vez más, nos salvó la vida. En momentos de saturación de situaciones insoportables puede usarse la teoría como abrelatas del encierro de un mundo; como utensillo de discernimiento de la masa de informaciones y datos duros; como arma de defensa personal y resistencia desidentificatoria; como telescopio del tiempo que te envuelve y de las cosas invisibilizadas en ese mismo tiempo; como fueguito profano que ilumina y erotiza; como contacto de una cercana distancia de los hechos, de la configuración de las ideas y de la trama de los afectos de tu tiempo presente. De esos posicionamientos subjetivos de nuestra práctica escénica y sus correlaciones y composiciones de fuerzas fuimos haciendo consistir las alianzas y las rupturas. Lanzamos un Puesto de Guardia Teórica como emergencia del pensamiento sensible, experimental y militante, en el terreno de la teología política neoliberal que nos enfermaba, como práctica de contrapoder hacia una estética de mangrullo y resistencia inventiva.

Declaramos una politización del deseo de actuación. Cómo la escena con sus prácticas experimenta la capacidad de rehacer los cuerpos. Cómo hacernos un cuerpo de nuevas relaciones y propiopercepciones, desde nuevos procedimientos de imaginaciones dinámicas y materiales. Entrenábamos la implicación a procesos de desprogramación de clichés corporales como fuerza que re-materializa los cuerpos y despliega sus virtuales. Había que volverse no sólo políticxs y públicxs si no cuerpos mutantes. Mutaciones que implicaban un “ya no” a la política del teatro de la representación de la familia cis-hetero-normada. No representar ni una idea, ni un conflicto, ni un diálogo, ni un sentimiento ya descodificados sino amplificar, mediante procedimeintos precisos, los grados de nuestras potencias de actuar. Necesitábamos, entonces, un nuevo aprendizaje que haga un esfuerzo más en el terreno concreto de la actuación. Un modo de entrenar que fuerce la capacidad de actuar impugnando sus costumbrismos, conforts y clichés. A la vez, que intensifique su potencia con las fuerzas y cuerpos del mundo produciendo una invención técnica-artística singular. A este exceso de actuar y fábrica de la potencia, lo supimos llamar actuación deseante, como regla de producción de nuevas narrativas escénicas.

¿Cómo es crear narrativas desde lo que afecta y organiza las relaciones de nuestros cuerpos? Nos preguntábamos para fogonear Insurgencias afectivas en las ciudades. Hay intensidades que experimentamos, que la heterosexualidad universal del capitalismo no puede percibir. Por eso hay insurrecciones en todas partes del planeta. En el diagrama social hay saberes (modos de hablar y de ver) y hay poderes (relaciones de fuerzas), pero, también, algo más: hay afectos. Estos afectos son operadores microscópicos, que no siempre se subordinan a la co-acción de los saberes-poderes normalizantes. Es ahí donde se gestan subjetividades ilegítimas. Sin embargo, esos cuerpos insubordinados tienen mucho para enseñarnos: un conjunto de afectos puede desencadenar insurgencias y confabular nuevos modos de habitar. Es en la dimensión afectiva insubordinada donde está la posibilidad de la insurgencia. Justo ahí donde el poder neoliberal ejerce su capacidad de enrrolamiento mediante automatismos técnicos y saberes-poderes. Lxs artistas trabajamos como “intercesores cualitativos” de esos campos afectivos del presente donde el poder se ejerce. La práctica artística nos sitúa como “precursores oscuros” de lo que nos afecta a todxs.

Tuvimos que reconocernos como “máquinas de guerra” de los devenires políticos de la manada. Desde la actuación escénica era posible resonar con las fuerzas afectivas que atravesaban el diagrama social y repercutir con ellas rehaciendo los cuerpos y sus potencias. La actuación escénica nos allanaba el terreno a una exploración de las fuerzas del mundo que nos afectaban, con un cuerpo que vibra con otrxs y se manifiesta en su potencia de actuar. Lxs artistas escénicos nos asumimos trabajadores afectivos, en n-relaciones con las fuerzas afectivas del mundo. Ni héroes, ni heroínas, sino agitadorxs históricxs de afectos en lucha.

Hubo que seguir extendiendo los límites. Acabar con el texto, con el conflicto y con el diálogo teatral; con la situación y con la estructura dramáticas. Acabar con el director, el actor y la actriz. Acabar con todos los elementos de poder normalizador en el teatro. “¡A la mierda con el ‘cuerpo instrumento’!” “¡Qué no nos instrumentalicen más!” “¡Descolonización interior del actor ya!”. Fueron algunas de las consignas para devenir fuerzas diabólicas… Buscábamos nuestra negritud, nuestro mestizaje, en la actuación; intensificando las zonas subdesarrolladas; amplificando los desvíos, los tercermundos de los procesos que experimentábamos; haciendo crecer la desobediencia que hay en nosotrxs; desbordando el patrón mayoritario; distorsionando la dimensión de lo escénico más allá de las salas neurotizadas. Ante la normalización y sobrecodificación de todos los aspectos de nuestra vida cotidiana nos pusimos a actuar la desconexión y el boicot. Entrábamos en pánico. Ante los síntomas de desposesión subjetiva de la homogeinización de la forma de vida neoliberal hacíamos público los síntomas. Nos propusimos entrenar otras formas de relación con el cuerpo, con la lengua, con la producción escénica, con la sensibilidad… Necesitábamos crear un afuera desde esta cárcel interior de conexiones cibernéticas del Yo. El plan infra-realista era producir insolvencias semióticas; avivar insurgencias afectivas; politizar lo que nos pasa; intensificar nuestros deseos estratégicos; desencadenar actos y gestos no-conformados; investigar nuestras mutaciones sensibles; materializar nuestras contra-coherencias afectivas. Hubo que inventar protocolos de experimentación sensible para gozarlos en escena y en la vida común que estaba abriéndose en cada unx. Cuanto más rompíamos con el “juicio de dios” más ardíamos. La apuesta estaba echada: combatir con el régimen de la representación hasta hacer aparecer el caos de las fuerzas del mundo. Componer con lo heterogéneo, con lo indócil, con lo aberrante, con “las fuerzas diabólicas que llaman a tu puerta”. Experimentar un “atletismo afectivo”. Un retorno a Artaud. En medio de la captura generalizada del neoliberalismo a nuestra fuerza de actuar y gozar, dispusimos todos los órganos para operar como “máquinas de guerra” sensibles y diabólicas.

Si capitalismo, en su fase neoliberal, ya no se expande tanto produciendo meras mercancias sino vidas-mercancias, entonces, la función artista se trans y plus valoriza. Como trabajadores del material inorgánico en orgánico, en tanto afecta los órganos del cuerpo, nuestro saber-hacer, se vuelve plus-trabajo. Es así como hemos asumido la producción no de obras, aunque sigamos creándolas, si no prácticas de sensiblización y subjetivación que asumen el lazo social. Ante la desposesión de la energía para crear, la práctica artística se reapropia de los recursos de producción que inventan usos del cuerpo, de las cosas y del lenguaje. Ya no se trata para nosotrxs tanto de crear un “bosque de signos” sino pragmáticas que re-compongan los deseos sociales. Trabajo artístico es trabajo. Hicimos un ajuste de cuentas de nuestra economía precarizada. Pero, ¿en qué pragmáticas gastamos nuestro tiempo y nuestra energía creadora? No es una pregunta por la ideología del arte, sino por una práctica de la vida en común. La práctica artística puede ejercer una crítica de la verdad total del capitalismo, que vive de sus desterriotorializaciones, mediante el movimiento neoliberal. No sólo desmitificándola, descomponiéndola sino, también, componiendo imágenes, afectos y sentidos que luchan por existir de otras maneras. El arte instituye el derecho de lo que no existe aún, o existe en una existencia de baja intensidad, o es inactual. Se trata de una lucha por la existencia, de una pragmática de la vida, que haga comprensible una nueva constelación de cuerpos-cosas-palabras, y produzca otra valoración de la riqueza de nuestro tiempo y nuestro habitar. Nuestro derecho de existencia artística es una resistencia de invención existencial: el rechazo a adaptarse a lo que hay, saboteando el código de las tecnologías del deseo neoliberal. Lo cual implica un acto de desobediencia cultural.

Esta investigación experimental autónoma motivo la formación de un nuevo campo mental de prácticas escénicas abierto, transversal e instituyente. Las prácticas surgieron de una serie de ejes: procesos de re-materialización de cuerpos desobedientes; condiciones, procedimientos y materiales de narrativas escénicas heterogéneas; operaciones de individuaciones grupales autónomas; creación de materia de posibles, o disputa del campo del deseo; crítica de la violencia patriarcal del realismo capitalista; estrategias de comunidades sensibles insubordinadas; indagación de afecciones y diagramas de poder del presente; tecnificaciones del mundo y estrategias vitales; politización de la potencia de actuación; posiciones éticas en las instituciones de la realidad neoliberal; desplazamientos y articulaciones de la práctica escénica; producción de lo común.

Implicaba considerar la vida como un campo o espacio aéreo e indeterminado que aparece por la fuerza de recorridos, gestos, relaciones de fuerza, puntos de mira, actos, archivos utópicos, temporalidades simultáneas, múltiples singularidades. Campo de fuerzas o campo de acción, da igual, campo de pensamiento y campo de afectos. El campo nunca está definido, no es un fundamento, ni una ontología, ni una determinación trascendental, es la trascendencia empírica de lo “sin fondo”. Es lo que hacemos con nuestras vidas, son nuestros modos de hacer vida, nuestras técnicas y estrategias por darnos una vida. Una potencia de vida. El deseo de una vida. Una vida que se traza, que se recicla, que pulsa y lucha con cada cosa, con cada relación, con cada práctica. Campo de lucha. ¿Cuáles luchas atraviesan tu campo? ¿Con qué luchas te alías y cuáles te son indiferentes? Todo está por dirimirse. ¿Qué realidades conectan tu campo? ¿Es multiplanar o se muere de impotencia cada vez que se desborda una realidad? Pasar de un plano de realidad a otro, conectar planos dispares, luchas diversas, personas distintas. Así se amplía, se transversaliza y se instituye un plano de dicha múltiple. Si el campo está en malas condiciones hay que reveer esas condiciones; si el campo está abnegado de procedimientos inútiles que no te rescatan, habrá que rebelarse a esas reglas e inventar otras. Ninguna trascendencia que no sea empírica, ninguna estructura de obediencia que despotencie lo que puede la vida. No es fácil, no es ligero, tiene sus tiempos y exige espacio y alianzas. Hay vacilaciones y caídas; ansiedades y aceleraciones desgastantes; pánicos y gritos; penurias y rechazos; hay canallas y machitos abonados a la explotación y analfabetos sentimentales que sortear; hay pasiones sufridas por amigxs que es preciso alojar, enlazar y componer con ellxs. Es preciso remontarse todo el tiempo para sobrevolar otros paisajes, para surcarlos, regarlos, y criar allí, otros usos del cuerpo, del espacio y del tiempo de la vida. Lo escénico es esa práctica de invención, es una fabricación forzada, en lucha, por hacer posible el escenario de existencia de una vida insubordinada a los poderes y mandos de turno. En el campo se juegan poderes y contra-poderes, mandos y contra-mandos, deseos y contra-deseos. Para el que no puede o no quiere encajar en un campo, que abra el campo, que lo de vuelta, que haga otro campo con el campo. Otra vida con la vida. Somos artistas, nos hacemos una vida, un campo de existencia vivible.

Este vitalismo se instituye sobre una conjunto de negatividades. Saber que no hablamos, ni nos movemos, ni nos relacionamos, ni producimos imágenes, ni conocemos las cosas del mundo, ni producimos valor, ni sentimos nuestros cuerpos, , ni componemos afectos en los términos del pensamiento cis-hetero-norma, que pretende tutelar nuestra sensibilidad desviada. Desviada, no tienen que ver, necesariamente, con un tipo de sexualidad, género o pose, sino con la posibilidad de los n-sexos, de las infinitas formas de vida de una pendiente hacia la trans-sexualidad. Desviada es la ironía de transformar un insulto del machismo en nombre de batalla de nuestra práctica destotalizante y desbordante de la normalidad capitalista. Desviada es para nosotrxs, también, el nombre de un materialismo artístico que considera la producción escénica como la creación sensual de formas sensibles excluidas, reprimidas y desligadas de la subjetividad dominante. Este materialismo implica una atención a las microscopias que componen los cuerpos o materialidades y el modo en que estas se mueven, propagan y contagian entre sí. Para lo cual fue preciso hacernos de un método provisorio que intensifique la tectónica que nos compone cada vez, en cada alianza, en cada desenvolvimiento de lo que podemos devenir en contacto. Un método del trazado del deseo común insurgente. Un método revolucionario de la composición de los cuerpos.

El capitalismo es el modo en que sus categorías económicas se reproducen mediante la modalización de la cis-hetero-norma de nuestros deseos, garantizada por la organización del dispositivo de la familia. Una revolución molecular o una desviación de la lógica del capital cis-hetero-centrado no es posible sin la irrupción de otras corporeidades antinormativas, anómalas, raras, heterogéneas, inconscientes, ilógicas, irracionales… Fue así como tuvimos que hacer una historia viva de la imaginación política de los activismos sexo-desobedientes, meter la calle en la escena, relanzar la calle con la fiesta para reactivar esa superposición entre revolución social y revolución sexual. El humor marica y un erotismo desmedido con públicos multitudinarios nos permitió deslizarnos entre los límites de goce de los cuerpos existentes y remontarnos a la política como fiesta. Un show formativo y una fiesta pagana con el público que llamamos Pasadas de sexo y revolución. Hubo que entrenar la fiesta. Investigar procedimientos de movimiento: crear capacidades que rehagan nuestros cuerpos; cruzar umbrales de intensidades; concatenar fuerzas que actúan sobre y entre los cuerpos; reinventarnos la trama de la danza colectiva, discutir con la política oficial del goce que nos dice dónde estamos habilitados a bailar y dónde no. La fiesta fue una lucha política. El baile, una forma de disidencia. No queríamos conceder a los políticos del orden que definan cómo gozaban y deseaban nuestros cuerpos. Como decía nuestra traviarca, Lohana Berkins: no queríamos que el Estado legisle sobre nuestros deseos.

Donde había un fuga colectiva, había una política del deseo, donde había deseo autónomo había un nuevo derecho de existencia. Empujamos un devenir drag en las calles, que llamamos Comparsa Drag, retomando las prácticas de maricas y travestis que lo habín hecho en los corsos barriales de la década de 1980. Una práctica artística situada que entrene una mutación sensible de los gestos, de la organización y las formas del cuerpo naturalizado, del género asignado, de la identidad fijada, del nombre paternal, del modo de relacionarse con unx mismx y el contorno de manera anómina y pública. Fuimos performers de la noche disputando una nueva sensibilidad social. Lo drag no tanto como un código de vestimenta sino como el modo sensible de muchas personas de expresarse y autoconstruirse públicamente de manera singular, festiva, crítica y sin miedo. Nuestra alegría, nuestra fiesta no ignoraba todos los peligros que conllevaba. Más bien, los asumía como parte de un proceso de experimentación y transmutación. Nuestra alegría no era la de la estupidez, sino la alegría de crear nuevos espacios-tiempos, nuevas corporalidades, nuevas técnicas estratégicas de movimiento para marchar y vincularnos.

Ante, una sociedad anónima y electrónica tipeando el odio que se performeaba, corroía y alteraba los cuerpos. Pasiones odiantes durante años inconfesables. Pasiones por lo Uno del «juicio de dios» que no soporta lo múltiple del quilombo existencial. El odio democrático avanzaba en bloque y se viralizaba. Se posteaba, se compartartía, se etiqueteba, se linkeaba, se megusteaba, se twitteaba, se whatssapeaba, se loopeaba en la paranoia mediática. Era la lengua del presente en guerra. La guerra por las formas de vida. Los odios de la normalidad neoliberal todos juntos contra los cuerpos divergentes. Era el fracaso civilizatorio heterosexual zarpado, sin filtro. Era la lengua política-macho al palo. Llamados al linchamiento de las corporalidades feminizadas y desviadas de la democracia cis-hetero-normada. Llamados histéricos a derogaciones de leyes alzadas como derecho. El odio como afecto político dirimía el presente. Pastoreaba y aviva las mentes. Era la disputa por una nueva espiritualidad de tutelaje de la vida: ¿quiénes odian y quiénes están en peligro? Un “odio de derecha” de la vida engorrada y un “odio libre” de la vida explotada. Fue así, que construimos nuestro propio ritual espiritista e incorporamos los enunciados del odio para exhorcizarlos, burlarlos, reducirlos e invertirlos en fuerzas diabólicas de una contra-ofensiva sensible de los cuerpos en peligro y que llamamos Diarios del odio.

Mientras tanto, copamos con la energética del silvestrismo de las fuerzas sociales ingobernables los laboratorios de la cultura careta y progresista. Infiltramos en el Teatro Nacional las fuerzas silvestres que atravesaban los cuerpos durante el gobierno de los ricos. Fuerzas que nos sacudían de la normalización y atenuación neoliberales planificadas por el mando financiero. Había que descongelar las pasiones y manifestar los síntomas que la enfermedad capitalista negaba. Entrenar cuerpos atravesados, excedidos de sí, que tramaban redes arácnidas, se organizaban en comunidades mutantes de creación, inventaban prácticas anómalas, desplegaban imágenes materiales inéditas, se reapropiaban de la fuerza expropiada y cantaban su potencia, pulsaban afectos que agitaban y contagiaban a los públicos, los desenganchaban de sus sillas de teatro careta. Fue considerar la escena como un campo de fuerzas lisérgicas que derraman la platea e incitan al saqueo, al goce y a la fiesta plebeya.

Tuvimos que exagerar con ópera. Tomar por las astas la novela imposible de Osvaldo Lamborghini, El Fiord, y hacer de ella un cuadro lisérgico de la política y la sexualidad revolucionarias. Donde lo único que importaba era pasar fronteras, orillas, límites, mediante transgresiones de los géneros, de la política, del sexo, de la lengua, de los gestos y de los vínculos familiares. Hicimos una ópera de la liberación. Ante el disciplinamiento social y la normalización cultural en marcha, saturábamos y torsionábamos la convención sostenida. O mejor, reventábamos todos los clichés sensacionalistas de la tradición operística, en la república de la representación. Fue una ocupación con carteles de las consignas políticas más aberrantes para la oligarquía.

Hubo que extremar el reconocimiento de las potencias de la puesta en escena. El arte de la puesta en escena comprendido como el espacio donde se dirime la percepción de un mundo. La puesta en escena se convirtió en una maquinaria enunciativa ficcional hecha por muchos enunciados y productorxs, que consiste en la configuración indeterminada y polémica de palabras, actos e imágenes. La puesta en escena es un dispositivo de goce que permite el despliegue de la tela sensible de un mundo divergente. Como la política, la puesta en escena, es una “ofensiva sensible” por mundos interceptados en su cualidades diferenciales. Tuvimos que crear una dimensión teórica de la práctica escénica que llamamos “colaboración artística” para interrogar por los lugares y las posibilidades de enunciación de lxs creadorxs escénicxs. Animarnos a compartir nuestras prácticas degeneradas; a fogonear nuestras intuiciones creadoras; a salir del closet creativo; a desprivatizar nuestrxs síntomas de subcultura. Aprender a tramar juntxs afinidades intensivas y criterios comunes. Lo que empujaba a asumir una transversalidad metodológica capaz de asociar fuerzas disidentes en las creaciones escénicas contemporáneas. Preguntándonos: ¿cuál es el personaje de lxs artistas en la normalidad capitalista? ¿cómo han operado, en la historicidad de las prácticas colectivas, las categorías de autoría, artista, obra…? ¿cómo la invención de prácticas desborda la obra de arte? ¿cómo las máquinas artísticas reabren el diagrama social? ¿cómo una estrategia tecno-estética multiplica la vida? ¿qué acciones, qué objetos, qué cuerpos, qué formas de existencia se hacen públicas? ¿qué es una experiencia artística y cómo se comparte? ¿qué se valoriza en un proceso artístico? Y más que nada: ¿Cómo la invención artística interrumpe la vida normalizada y compone formas de vida no-neoliberales?

Quisimos hacernos de saberes extraños para una escena improbable. Ensoñar las materias de una escena desobediente, silvestre, mestiza, itinerante, mutante. Buscábamos lxs amigxs para aprender y nutrirnos en una inteligencia colectiva. Componíamos las alianzas necesarias para desbordar la territorialización del teatro y sus derivados. Pensábamos la escena y su preparación como un modo de individuarnos en grupo. Cada producción fue un ejercicio de libertad del presente con el que lidiamos todxs. Nuestra autonomía artística fue una tentativa de experimentación de autonomía política. Fueron las formaciones extrañas que necesitábamos en ese momento. No sabíamos muy bien hacia dónde íbamos: no éramos humanistas. Más bien queríamos perder la forma humana, transicionar en monumentos insurreccionales, devenir artificios utópicos.

Había que generar un movimiento público en los públicos de nuestras performances. Instituir una nueva política de la espectaduría. La escuela hermenéutica de espectadores como lectores de signos era inservible, reaccionaria, platónica, metafísica. Aversión absoluta a lxs espectadores condenadxs a la frontalidad óptica y la kinética castrada del espacio privatizado de la butaca. Nos pusimos a practicar procedimientos proxémicos de desterritorialización y escenificación con lxs espectadorxs, deformaciones gestuales, alucinaciones materiales de la arquitectura, relaciones alógicas e invenciones temporales del acontecimiento público. Invitábamos a la colectivización de nuestra práctica para que rebalse en las inmediatas presentaciones públicas. Las performances, las acciones de calle, las creacionenes escénicas eran ocupaciones del espacio público desatadas por los movimientos de lxs nuevxs performers, que conjuran e invocan las fuerzas históricas, institucionales y arquitectónicas de los espacios que interrumpían. Abrir la posibilidad de autonomía de lxs espectadorxs torsionadxs, desplazadxs, confrontadxs y re-compuestxs en el devenir del acontecimiento escénico.

Comenzamos a comprender que nuestras prácticas artísticas des-hacen, re-imaginan y re-hacen la tierra del conquistador. ¿Cómo hacernos una nueva tierra con eso que excede al orden del territorio ya diagramado y distribuído por el Estado y el mercado mundial? ¿Cómo hacemos lugar a nuestras propias “superficies de placer”? Toda práctica artística desbordante es una erupción volcánica del territorio que nos compone. La tierra es, por lo tanto, no sólo el suelo que habitamos sino, incluso el modo en que la ocupamos. Lo que pasa en la tierra- sus movimientos- nos hace pensar la multiplicidad de nuestras posibilidades, la manera de reunir los elementos que hacen territorio. Las prácticas performátivas pueden crear fabulaciones espacio-temporales desde una escucha atenta a los movimientos materiales -sonidos, imágenes, gestos, pensamientos, objetos, afectos. Es así como comenzamos a plantearnos la necesidad de una tecno-estética performátiva que organice de otro modo nuestras relaciones con el cosmos.

La práctica escénica se convirtió, entonces, en pragmática de aprendizaje, combate e invención aberrantes. El movimiento fue la tecnología que posibilitó espacios dinámicos para aprender un cuerpo insurrecto. Un cuerpo agigantado de salidas y entradas que hacen pasar gestos, figuras, ritmos, saberes técnicos de cuerpos heterogéneos. La coreografía ya no fue esa técnica de ordenamiento y moldeado de los cuerpos si no la capacidad técnica de reconocer y asociar diferencias -intensidades que actúan sobre y entre los cuerpos. Como en una pista de baile de una milonga, una fiesta ritual, o una rave electrónica aprendimos a tramar un campo de mutaciones y desbordes, donde entrar y salir en cualquiera momento y componer en común. Nos convertimos en creadores de lógicas irracionales, operadorxs filosóficos. Aprendimos a convertir nuestros fracasos, agotamientos, desasociegos, malestares e impotencias en límites creadores de potencias aberrantes, es decir, desobedientes. Estamos preparadas para las próximas desobediencias. 

 

*Texto leído en la presentación de los libros de David Lapoujade, publicados por Editorial Cactus, «Por una política menor, junto a Lapoujade, Marie Bardet, Diego Sztulwark y Jazmín Titiunik, en  PLANTA de Investigación y Creación Tranversal, 29 de octubre de 2019, Buenos Aires.

Foto: Ópera «El Fiord». Foto de Vale Fiorini

Todos somos Brian // Diego Valeriano

Si todos somos Brian, prefiero ser el Brian al que le tienen miedo, el Brian que piensan que es chorro, el que cuando se lo cruzan cambian de vereda. El Brian que hacen meme para no mirarlo a los ojos. Si puedo elegir prefiero ser el que corre con el fierro en la cintura, el que se planta, el que rompe la noche al que limpia las orillas del Reconquista, al que se embarra hasta las rodillas, al que no llega a fin de mes.

Uno gediento, amanecido, maldito a uno que firma todas las mañanas las planillas de la cooperativa y que sabe que la mañana que no firma el coordinador se queda con su dia. Prefiero ese odio de clase, esa clase enemiga que la lástima de los burócratas progresistas, de los posteos moralistas, de los twits de dirigentes millonarias.

Un Brian que sepa caminar y odie marchar, que conozca más los juzgados que desarrollo social de la Muni, las comisarías que los comedores, que entienda que ser solidario es usar el rancho de aguantadero. Un Brian con marcas, escrachos, lágrimas tatuadas y cicatrices imborrables. Uno anónimo, encapuchado, manija. Un Brian que nos dé miedo ser. 

Poner la política en la micropolítica // Gabriel Delacoste

 

Viniendo de militancias y campos intelectuales de la izquierda más convencional, pero sospechando que algo estaba funcionando muy mal ahí, hace tiempo tengo curiosidad y simpatía por posturas (digamos) autonomistas, posmodernas, micropolíticas. Sin embargo, algo de su lenguaje, sus neologismos, su tendencia a rechazar demasiado rápido todo tipo de conceptos y prácticas, su negativa a hablar de estrategias y su poca claridad sobre temas que me parecían fundamentales, me hacía no terminar de poder dialogar con esa postura.

 

“La ofensiva sensible”, en cambio, me pareció un libro muy importante para poner a la cuestión micropolítica en un lugar central, pero en diálogo con lo que convencionalmente entendemos como política. Digamos que pone la política en la micropolítica. El libro entiende y ayuda a entender como si en estos años el progresismo y el populismo fueron derrotados, no fue porque la derecha les “pasó por arriba”, sino “por abajo”, en terrenos como el coaching, la gestión, las iglesias, el consumo, las dinámicas de miedo en los barrios. Y si antes (y ahora) habían habido respuestas potentes al neoliberalismo, también habían sido por cosas que pasaron a ras de piso, y no por liderazgos carismáticos o buenas políticas públicas.

 

El libro, sin embargo, dice eso sin tanto neologismo y sin rechazos de plano. Una de las cosas que me resultó más interesante fue su lealtad para discutir con el progresismo y el populismo, sin complejos de inferioridad ni de superioridad, respondiendo de manera directa, argumentada y contundente, por ejemplo, a García Linera y a Laclau.

 

Y no solo hay un diálogo con el populismo y el progresismo, sino también con la tradición intelectual de izquierda. Es un libro que no teme decir lucha de clases ni síntesis ni igualdad, ni hablar de «conquistar conceptos». De hecho, traza una línea de la ilustración radical que va de Maquiavelo a Spinoza a Rousseau a Marx que tiene muchísimo sentido aunque descoloca la forma como se trazan normalmente las discusiones y las corrientes en teoría política.

 

Incluso aparece una especie de liberalismo desde abajo, que habla de tolerancia (denunciando la intolerancia del neoliberalismo) y denuncia al totalitarismo (del capital) y la concentración del poder (proponiendo una dispersión del poder que es muy distinta a la separación de poderes). En este sentido, uno de los puntos fuertes del libro es hablar del capital y el neoliberalismo como fuerzas normalizadoras (contra sus intentos de presentarse como libertarios), habilitando unos usos muy productivos del pensamiento de Foucault: si el capital es normalización, Foucault es un pensador de la lucha de clases.

 

Eso tiene consecuencias sobre la forma como se piensa la lucha de clases. El libro tiene un gran escepticismo hacia la militancia, quizás porque implica un sacrificio en pos de objetivos que la trascienden. Entonces, se plantea a la filosofía (junto con la investigación, los ejercicios espirituales y la alianza con el síntoma) y a lo plebeyo (como forma popular de no vivir según los mandatos neoliberales) como posibilidades de acción.

 

La idea de que hoy no hay revolución pero sí devenires revolucionarios es muy inteligente por muchos motivos. Primero, porque ofrece una posibilidad de acción y pensamiento aún en momentos de profunda derrota. Segundo, porque habilita una tregua (quizás temporal, quizás capaz de crear algo más) entre izquierdas socialistas y libertarias. Tercero, porque logra mobilizar al pensamiento micropolítico, pero enunciado de una manera que es al mismo tiempo clara y audible para posiciones de izquierda que no necesariamente comprarían todo el paquete posmoderno.

¡Chile Hoy!… la Revolución del NosOtros // Ricardo Espinoza Lolas

Para Chile se requiere hoy con Urgencia dos “hechos”, que son de distinto nivel, pero que son absolutamente necesarios:

1. NUEVA CONSTITUCIÓN para Chile y

  1. Renuncia de Sebastián Piñera como Presidente de Chile. El primer “hecho” es fundamental y es la única posibilidad de re-­estructurar el país a nivel Político. Y el segundo “hecho” es un mandato Ético y simbólico ante tanta Ineptitud en la toma de decisiones del Gobierno que afectan a millones de chilenos. Cuando se ve el devenir de los días, después del acontecimiento del llamado a Estado de Excepción por parte de Piñera del viernes 18 de octubre, sucede una cierta normalización social muy preocupante por parte de cierta elite de la derecha, pero de nuevo se deja Ver la Ideología de este Capitalismo Hacendal Militarizado Chapuza en el que vivimos.

Por ejemplo, ¡si se analiza lo que dicen algunos de los ‘intelectuales’ afines al Gobierno y a sus medidas de represión extrema; a solamente tres de ellos: 1. Axel Kaiser, 2. Ascanio Cavallo y 3. Carlos Peña (aunque estos dos últimos digan que no son partidarios del Gobierno, pero siempre le prestan ‘piso’ para salvarlo), se ve lo siguiente y con mucha claridad. Y en síntesis ellos postulan que lo que ocurre es debido a: 1. El problema es la destrucción del Principio de Autoridad por parte de la izquierda a lo largo de los años. 2. Hay 5 grupos sociales distintos que se articularon y estalló la crisis: vándalos, pobres, jóvenes a-­ideológicos, los que no quieren a Piñera y anarcas organizados. Y 3. El Estado tiene el derecho de usar la Fuerza del Estado de Excepción y, por ende, a los militares por el bien de la paz pública, las instituciones no se tocan (porque en ellas se juega el Estado) y los jóvenes actuales son una masa pulsional que no saben de verdad lo que es la realidad (confunde su deseo pueril con la realidad de los hechos). Ya con esta interpretación de los ‘intelectuales’ vemos que vamos por muy mal camino para poder entender lo que ha acontecido en Chile. Y cómo se está dando manifestaciones desde Arica a Punta Arenas de millones de chilenos.

Y si se escucha, con detención, el audio del WhatsApp privado, más allá del chiste, ¡de Cecilia Morel que va dirigido a una amiga; en ese audio podemos literalmente escuchar el inconsciente mismo de la Primera Dama de la Nación chilena, casada con Sebastián Piñera. Y nos damos cuenta de que no conoce a su pueblo (segundo mandato como Primera Dama), lo trata de invasión ‘alienígena’, de que están destruyendo el país, de que están sobrepasados (por eso llamaron a los militares y de forma tan chapuza e ilegal), nos habla de ‘sus’ miedos, la pérdida de sus privilegios, etc. Es reamente penoso (a lo mejor se tendría que pedir la Renuncia de la Primera Dama) ver lo que acontece en la misma casa del presidente Piñera. Y si ponemos atención en los políticos UDI, RN, Evopolis (del Conglomerado de Chile Vamos); en sus autoridades; de inmediato se ver ya un pie atrás y justificando lo injustificable. El bueno uso del Estado de Excepción por la violencia de los ‘terroristas’;; felices y orgullosos con los militares en las calles, porque es la única forma de controlar la violencia de anarcas, lumpen, delincuentes;; siempre hablando de la paz (la de ellos para que el pueblo no los inquiete), de la democracia (la de ellos para que todo siga igual) y de las instituciones (que nunca se tocan) y, además, señalan que con el buen ejercicio de Piñera ahora viene una segunda etapa de mejorar una agenda social de chilenos que sufren su diario vivir (muy poco creíble);; y por eso esa agenda la construiremos (eso dicen) con todos los que no apoyan la violencia. Y así se hará esa agenda; y esa agenda y pacto viene construido, obviamente, con el modelo capitalista que nunca se deja de lado porque está en el tuétano mismo de la ideología de los que gobiernan. O sea, no se han enterado de nada, o si lo han hecho, son muy estratégicos e ideologizados para cambiar la historia misma de los hechos y así salir vencedores de este gigante entuerto político y ético. Es cosa de ver los tuits de los políticos de derecha y ver cómo quieren hacer suya la gran manifestación de Santiago del viernes 25 de octubre con más 1 millón 200 mil personas.

Y lo que dice el sector más Conservador de la elite chilena, la del 5%, ni que decir la del 1% (que se lleva el 33% de la riqueza del país) y parte de ese 20% que le importa nada el Otro (al contrario es totalmente insensible a un 80 % de la población), porque en el fondo el que protesta es siempre llamado como lo peor para esa elite: lumpen, delincuente, anarca, flojo, resentido, terrorista, ateo, populista, comunista, inmoral, feo, etc. Y cuando se ve lo que No hacen los ministros, esto es, no se mueven de su Versalles y no viajan a regiones, no se contactan con los miles que se manifiestan; y si coronamos todo esto con Piñera que realmente no se entera de casi nada. Y nos quieren hacer creer que el Uso de la Violencia contra todos los chilenos por medio del Estado de Excepción, Toque de Queda, militares, metralletas, tanques, etc., es por nuestro bien (ah y pagado con nuestros impuestos) porque grupos de ‘terroristas’ querían destruir el país infiltrados por ‘cubanos y venezolanos y extraterrestres’. Y que esa violencia justifica la VIOLENCIA de la rápida, precipitada y no reflexionada de Piñera y sus No-asesores. Es Un GRAVE Y PERVERSO ERROR porque generó más violencia, más división y naturalizó el Uso del poder por una mal llamada ‘paz pública’.

Solamente con otra Constitución un Presidente tendrá que pensarlo dos o tres veces, conversar con el Parlamento, tribunales, partidos políticos, etc., antes de cometer tan Gran Irresponsabilidad que trae muertos, violaciones, torturas y se genera a un Enemigo y una Guerra que NO EXISTE en Chile. Y si uno dice algo de esto te acusan de violento o enemigo a la patria o la institución: ¡Plop, el Mundo al Revés! Así se busca callar y silenciar la diferencia y así se busca hegemonizar en lo mismo y que Nada cambie: ¡GATOPARDISMO! Lo que se trata es de cambio de modelo porque con esa salud pública, con esa educación pública, con esos medios de transporte público, con esas pensiones, con esos barrios con narcos, con esa segregación, con esa falta de regionalización real, sin un sueldo mínimo de unos 450 mil pesos para que se viva por encima de la línea de la pobreza, sin impuestos para el 1% de los acumuladores de riqueza, sin impuestos para las grandes empresas, con esa falta inmoral de cuidado en y por el Otro (si hasta los ministros ironizan con los pobres), con esa falta de calle de los políticos que no conocen al

75% u 80% de su población, con empresarios y políticos coludidos en mil escándalos económicos de todos los colores y siguen ahí en el parlamento y no se van. Esto es lo que se dice en todas partes que Chile es un país desigual (no lo que dice Piñera y su sector y ese mal chiste de Agenda Social con esos bonos y seguros capitalistas). De eso se trata de Otra Constitución para que todo Chile sea un país digno y bello para vivir. Y esto lo dicen Todos los buenos analistas internacionales del color que sean; todo el mundo con dos dedos de frente lo sabe, pero la Ideología nos impide ver lo EVIDENTE.

Estamos en tiempos de una Revolución del NosOtros y ya no queremos más engaño de una ideología nihilista que se lo ha llevado casi todo; menos nuestra potencia revolucionaria y nuestro deseo de otro Chile para todos y más justo.

UN BERGSON COSMOPOLITA, CONTEMPORÁNEO, MODERNO // Entrevista a David Lapoujade

Conversación con David Lapoujade a propósito de su libro Potencias del tiempo. Versiones de Bergson.
Por Pablo Ires

Ante todo, queríamos preguntarte qué fue lo que te llevó hacia Bergson, qué problemas te condujeron a él, qué fuiste a buscar.

Siempre trabajé sobre Bergson, como estudiante y luego como profesor. Por empezar, es un gusto por su filosofía, un gusto que no me explicaba pero que exploraba, un gusto por los problemas que plantea, por su escritura elegante y directa. Luego ese gusto se vio reforzado y además desplazado con la lectura de Deleuze la cual me hizo amar a Bergson de otro modo. Pero si escribí este libro, es a causa de otro precedente sobre William y Henry James, Fictions du pragmatisme. Especialmente en Henry James, encontramos personajes que viven encerrados en una suerte de fuera de tiempo, como el personaje de la novela “La Bestia en la jungla” quien espera a lo largo de su vida el acontecimiento que lo debe transfigurar. Todo pasa como si él viviera en el exterior del tiempo que pasa. Y cuando “desciende” finalmente en el tiempo, es para aprender que es demasiado tarde, que el tiempo ha pasado… Ahora bien, es eso lo que me ha fascinado, la experiencia por la cual entramos en el tiempo para transcurrir con él, matar allí aquello a lo que estábamos atados, en lugar de situarse más allá y mirarlo pasar, quedando atados a pequeñas eternidades facticias. Me parece que es la experiencia misma del bergsonismo: pasar al interior del tiempo en lugar de pensarlo desde afuera.

Tu lectura de Bergson pone el foco en el problema de la libertad. ¿Cómo se vinculan la libertad y la crítica de la inteligencia? ¿Cuál es el sujeto de la libertad bergsoniana, o en todo caso, qué es lo que se libera y de qué se libera?

Pero la libertad es justamente eso para Bergson: descender en el tiempo y rencontrar allí la continuidad subterránea de la que estamos hechos. Como en Henry James, es una manera de romper con un destino prexistente. La libertad, en Bergson, es inseparable de la afirmación de uno mismo, de un yo profundo, como él dice. Ahora bien, ese yo profundo se confunde con las emociones más intensas que hemos experimentado en el curso de nuestra vida –lo cual no quiere decir necesariamente las más fuertes o las más violentas–. Solo entramos en el interior del tiempo por la emoción. O más bien, experimentar el pasaje del tiempo es sin duda la emoción más profunda en Bergson, la fuente de todas las demás, una emoción positiva, sin melancolía alguna. Entonces, ¿en qué compromete eso nuestra libertad? Es que el mundo social, con todas sus exigencias, no espera de nosotros más que acciones prestablecidas, todo un automatismo cotidiano, familiar, de cada uno. Es como un sistema de preguntas a las cuales uno no cesa de responder conforme a las expectativas de todo orden, político, social, conyugal, familiar, profesional. Se espera de nosotros acciones, palabras, reacciones, como si el mundo no cesara de preguntarnos a cada instante, de forma imperativa: ¿y ahora, qué hacer? Ahora bien, tenemos la impresión de que la emoción jamás responde a las preguntas que el mundo nos plantea, responde siempre al lado de ellas: es gracioso, es injusto, es perturbador, es intolerable, etc. La emoción es una respuesta que no está precedida, que no está determinada por ninguna pregunta previa. Solo que, la mayoría de las veces, no podemos hacer justicia a dichas exigencias de expresión, estamos obligados a ignorarlas. Ellas van a fundirse y a acumularse en las profundidades hasta llegar a adquirir en ciertas ocasiones una potencia explosiva. En el mejor de los casos, esta potencia se liberará en un acto o en una serie de actos expresivos que llegan a justificar aquellas reivindicaciones. Es, me parece, el acontecimiento inaugural del bergsonismo: el vínculo indisoluble entre el tiempo y la emoción, el tiempo como emoción fundamental, como afecto de la libertad.

¿Se puede pensar desde Bergson no solamente una crítica de la inteligencia, sino también una crítica de las emociones, o al menos de cierto tipo de emociones? ¿No existen sobre todo en la actualidad técnicas de control y formas de servidumbre completamente recostadas sobre lo emocional?

Seguramente, y Bergson no lo ignoraba. Sin duda, en la época de Bergson, ciertos melodramas en el teatro, ciertas novelas jugaban ese rol. Hoy en día, el deporte, el cine y la televisión, otros medios de comunicación pueden jugar todavía ese rol. No es difícil experimentar emociones dulces, fuertes, individuales o colectivas. El problema entonces es encontrar el criterio entre esas emociones –a las que Bergson llama superficiales– y las emociones profundas. La solución de Bergson es muy bella: son superficiales todas las emociones provocadas por el objeto que emociona. Un film triste hace llorar, una broma hace reír, un acto inmoral escandaliza, etc. Hay allí una causalidad evidente. Las emociones profundas son las que invierten esta causalidad. Son profundas todas las emociones que engendran su objeto, en el sentido en que ellas nos lo hacen ver bajo un aspecto radicalmente nuevo, como si nadie antes que nosotros lo hubiera visto bajo ese aspecto. En este sentido, una emoción profunda no nos emociona, nos enseña algo nuevo, inolvidablemente nuevo. Sí, la emoción no emociona, enseña.

¿Podrías explicarnos la distinción que planteás entre “atención a la vida” y “apego a la vida”? Teniendo en cuenta que siempre está en el horizonte el problema de la libertad, ¿pensás que esa distinción conceptual coincide también, o al menos implica, una alternativa política o ética?

¡Oh!, esa distinción no la planteó yo, sino Bergson. Solo que es verdad que nadie la había señalado, creo. La atención a la vida describe el mecanismo por el cual estamos obligados a interesarnos en lo que pasa en el mundo exterior para vivir en él. Define en Bergson nuestro “sentido de lo real”, es decir nuestra “normalidad”. Aquel que pierde momentáneamente el sentido de lo real es un soñador o un distraído; aquel que lo pierde de manera durable sufre de una patología mental o bien se volvió loco. El apego a la vida es algo completamente distinto y concierne un problema que Bergson sólo se plantea al final de su vida: ¿qué liga a los hombres con la vida? ¿Qué hace que los hombres se aferren a la vida? Ahora bien la respuesta de Bergson es sorprendente: es la moral y la religión aquello que los apega a la vida, al ligarlos con los otros miembros del grupo y con los dioses.

Ahora bien este concepto es, para Bergson, directamente ético y político, casi en el sentido en que Nietzsche hablaba de “gran política”. La última pregunta que plantea Bergson, en el último capítulo de su último libro, puede resumirse de la siguiente manera: en su carrera frenética de desarrollo industrial, en su consumismo, en sus guerras incesantes, siempre más devastadoras y mortíferas, ¿cómo se puede decir que el hombre está aún apegado a la vida?, ¿y bajo qué forma lo está? La pregunta que plantea Bergson es ya global, no es una pregunta de política interior o siquiera internacional, es una pregunta dirigida a la humanidad en tanto forma dominante de la vida sobre la Tierra. Es una pregunta cosmopolita en sentido estricto. Eso me parece muy moderno y cercano a muchos tipos de preguntas contemporáneas, aun si hoy en día toman otras formas.

Esta diferencia que describís, entre la “atención a la vida” y el “apego a la vida” parece tener relación con problemas de salud, enfermedad y locura, en síntesis con problemas de equilibrio. La sensación que nos daba era que en el primer momento de la diferencia, Bergson se concentraba en la operación humana que nos permite vivir sin volvernos del todo locos, en equilibrio. Y que más bien, al final de su obra, estaba más interesado por el “apego a la vida” que implica, así lo leímos nosotros, cierto desequilibrio, “volverse un poco locos”. ¿Cómo lo ves?

Es completamente así, salvo que el apego a la vida no exige volverse un poco loco; exige por el contrario salir de la enfermedad propia de la especie humana, liberarse de todas las ficciones religiosas a las cuales se aferra, según Bergson, de manera infantil. En este sentido, Bergson es efectivamente un filósofo “médico de la civilización”. Como en Nietzsche, el hombre se le aparece como una especie enferma. Y aquellos que parecen “un poco locos”, como ustedes dicen, son quizá quienes poseen la mayor salud. Soy muy consciente que al decir esto nos alejamos de la ortodoxia bergsoniana. A menudo se ha tenido la costumbre de leer Las dos fuentes de la moral y de la religión como un libro en el que Bergson se reconcilia con el cristianismo, pero el problema me parece completamente en otra parte, y mucho más moderno, mucho más actual. De cierta manera, tengo la impresión de que él dice lo siguiente: haría falta un acontecimiento tan importante como el del cristianismo para que el hombre ya no sea un animal enfermo.

“Intuición” y “simpatía” son a la vez palabras del lenguaje común y conceptos muy fuertes en la obra de Bergson. ¿Nos podrías aclarar qué lugar ocupan en ella?

La intuición en Bergson es uno de los conceptos más conocidos, también uno de los más controversiales. Durante mucho tiempo se ha visto en él una especie de sentimiento adivinatorio, cargado de simpatía justamente. Ahora bien lo que yo quería mostrar es que la simpatía es ciertamente inseparable de la intuición, pero que es completamente distinta de ella. La intuición es una relación de uno mismo con uno mismo. Bergson lo repite continuamente. Es una relación del espíritu consigo mismo. De modo que no dispone de ningún medio para “salir” de sí mismo. Ahora bien, es justamente la simpatía la que va a permitirle, no salir de sí mismo, sino enriquecerse con todas las alteridades que pueblan el mundo, al abrazar sus movimientos. Simpatizar es siempre simpatizar con un movimiento, es decir, para Bergson, con un ritmo de duración. Y el movimiento es el propio espíritu de la cosa, su sentido o su “conciencia”. Así, cuando abraza un movimiento exterior, el espíritu deviene otro; deviene la conciencia o el espíritu de dicho movimiento, en el instante mismo en que el propio movimiento deviene espíritu o conciencia. Un deleuzeano llamaría a esto un devenir. Deleuze y Guattari dicen: uno deviene animal si el animal mismo deviene otra cosa. Y bien, Bergson podría decir: el espíritu deviene movimiento exterior en la medida en que dicho movimiento deviene espíritu. Esta operación es efectuada por la simpatía, no por la intuición.

Decís en tu libro que “para Bergson como para Nietzsche la verdadera enfermedad no es estar enfermo, es cuando los medios para salir de la enfermedad pertenecen aún a la enfermedad (…)”. Entre esos medios se encuentran las relaciones sociales de obligación y obediencia. Suponemos, por tanto, que eso incluye las relaciones políticas. Si es así, entonces, el problema de la libertad ya no se jugaría en torno de las luchas políticas o de la resistencia a las obligaciones, lo cual nos mantendría dentro del círculo de la enfermedad, sino en torno de experiencias de despersonificación, de desyoificación, “místicas”, psicóticas, esquizofrénicas, decís en tu libro. ¿Esto es así? ¿El problema de la libertad abandona el terreno de la política y se desplaza al de las experimentaciones? Y si es así, ¿cómo podríamos caracterizar mejor estas experimentaciones? ¿Las pensás como experimentaciones que parten siempre de un individuo, o podrían ser colectivas?

No estoy seguro de que las alternativas de las que parten sean las mejores. Ya que todo está ligado. Usted no puede resistir políticamente si no ha hecho la experiencia de otra “visión” del mundo, aun cuando eso solo le haya sucedido una vez en la vida. La oposición no es tampoco entre la experimentación individual y la actividad política colectiva. Puesto que la experimentación es ya colectiva por naturaleza. Bergson lo dice a su manera cuando, en las Dos fuentes, habla de la propagación de las creencias en el mundo social. Hay allí efectivamente una dimensión interindividual, incluso infra individual, un proceso de difusión que procede a partir de focos radiantes. Pero es verdad que esta comunicación solo es posible porque se dirige a fuerzas infra personales, de allí la importancia de experiencias de despersonalización, en el fondo tan comunes. La oposición se jugaría más bien a este nivel, entre lo infra individual, lo más profundo para Bergson que podemos llamar lo distributivo y lo supra individual, lo que se acostumbra llamar lo colectivo. Y sin duda hay allí, entre los dos, tanto una lucha como un modus vivendi.

En relación al lugar que le atribuís a la noción de “acto libre”, y partiendo de la base que no parece ser una noción muy gestionable, ¿se te ocurre pensable una “política” a partir de dicha noción?

Si entendemos por una política un programa preciso, la respuesta es no. Pero habida cuenta del hecho de que el acto libre está cargado de todas las emociones reprimidas que nos constituyen, posee una dimensión política profunda, esencial, más decisiva quizá que toda “política”. Es que las emociones de las que está preñado el acto libre nos hacen literalmente nacer a la política. De manera muy sumaria, una política supone concebir un mundo posible mejor, posibilidad según la cual actuamos. Pero aquí, es ante todo una potencia afectiva la que nos revela el mundo como bello, innoble, escandaloso, injusto, sublime, afectos directamente políticos en el sentido de que nos hacen percibir y expresar de otro modo. Henos aquí en lucha contra las maneras en las que habitualmente se nos hace ver, hablar y actuar. Quizá es solamente bajo esta condición que podemos reapropiarnos de este mundo. Como digo en mi libro hay en Bergson más ira de lo que se cree.

 

 

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