Anarquía Coronada

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«La epidemia muestra que el estado de excepción se ha convertido en la condición normal» // Entrevista a Giorgio Agamben

Traducción de Artillería Inmanente de una entrevista a Giorgio Agamben con Le Monde, a cargo de Nicolas Truong y publicada el 24 de marzo de 2020, donde el filósofo italiano analiza «las gravísimas consecuencias éticas y políticas» de las medidas de seguridad aplicadas para frenar la pandemia.

 

En un texto publicado por Il Manifesto, usted escribió que la pandemia mundial de COVID-19 era «una supuesta epidemia», nada más que «una especie de influenza». En vista del número de víctimas y de la rápida propagación del virus, en particular en Italia, ¿se arrepiente de esas palabras?

 

No soy ni virólogo ni médico, y en el artículo en cuestión, que data de hace un mes, me limitaba a citar textualmente lo que entonces era la opinión del Consejo Nacional de Investigación italiano. Pero no voy a entrar en las discusiones entre los científicos sobre la epidemia; lo que me interesa son las gravísimas consecuencias éticas y políticas que se derivan de ella.

 

«Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las disposiciones de excepción, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites», escribe usted. ¿Cómo puede argumentar que esto es un «invento»? ¿No puede el terrorismo, como una epidemia, dar lugar a políticas de seguridad, que pueden considerarse inaceptables, pero que son reales?

 

Cuando se habla de invención en un ámbito político, no hay que olvidar que no debe entenderse en un sentido puramente subjetivo. Los historiadores saben que hay conspiraciones, por así decirlo objetivas, que parecen funcionar como tales sin ser dirigidas por un sujeto identificable. Como lo mostró Michel Foucault antes que yo, los gobiernos securitarios no funcionan necesariamente produciendo la situación de excepción, sino explotándola y dirigiéndola cuando se produce. Ciertamente no soy el único que piensa que para un gobierno totalitario como el de China la epidemia era la forma ideal de probar la posibilidad de aislar y controlar una región entera. Y el hecho de que en Europa podamos referirnos a China como modelo a seguir muestra el grado de irresponsabilidad política al que nos ha arrojado el miedo. Deberíamos preguntarnos si es al menos extraño que el gobierno chino declare de repente la epidemia cerrada cuando le conviene.

 

¿Por qué el estado de excepción es, en su opinión, injustificado, cuando el confinamiento parece ser para los científicos uno de los principales medios para detener la propagación del virus?

 

En la situación de confusiones babélicas de las lenguas que nos caracterizan, cada categoría persigue sus propias razones particulares sin tener en cuenta las razones de las demás. Para el virólogo, el enemigo a combatir es el virus; para los médicos, el objetivo es la curación; para el gobierno, se trata de mantener el control, y yo puedo hacer lo mismo al recordar que el precio a pagar por esto no debe ser muy alto. En Europa ha habido epidemias mucho más graves, pero a nadie se le había ocurrido declarar un estado de emergencia como el que, en Italia y Francia, prácticamente nos impide vivir. Teniendo en cuenta que la enfermedad ha afectado hasta ahora a menos de una de cada mil personas en Italia, uno se pregunta qué se haría si la epidemia empeorara realmente. El miedo es un mal consejero y no creo que convertir el país en un país pestífero, donde cada uno mira al otro como una ocasión para el contagio, sea realmente la solución correcta. La falsa lógica es siempre la misma: así como frente al terrorismo se afirmaba que la libertad debía ser suprimida para defenderla, también se nos dice que la vida debe ser suspendida para protegerla.

 

¿Asistimos a la instauración de un estado de excepción permanente?

 

Lo que la epidemia muestra claramente es que el estado de excepción, al que los gobiernos nos han familiarizado desde hace tiempo, se ha convertido en la condición normal. Los hombres se han acostumbrado tanto a vivir en un estado de crisis permanente que no parecen darse cuenta de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica y ha perdido no sólo su dimensión política sino también cualquier dimensión humana. Una sociedad que vive en un estado de emergencia permanente no puede ser una sociedad libre. Vivimos en una sociedad que ha sacrificado su libertad por las llamadas «razones de seguridad» y que así se ha condenado a vivir continuamente en un estado de miedo e inseguridad.

 

¿En qué sentido estamos experimentando una crisis biopolítica?

 

La política moderna es de principio a fin una biopolítica, donde la puesta en juego última es la vida biológica como tal. El nuevo hecho es que la salud se está convirtiendo en una obligación jurídica que debe cumplirse a toda costa.

 

¿Por qué el problema, en su opinión, no es la gravedad de la enfermedad, sino el colapso o la caída de cualquier ética y política que haya producido?

 

El miedo hace que aparezcan muchas cosas que uno pretende no ver. Lo primero es que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la nuda vida. Es evidente para mí que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones políticas y religiosas ante el peligro de contaminarse. La nuda vida no es algo que una a los hombres, sino que los ciega y los separa. Los demás seres humanos, como en la peste descrita por Manzoni en su novela Los novios, no son más que agentes de contagio, a los que hay que mantener al menos a un metro de distancia y encarcelar si se acercan demasiado. Incluso los muertos —esto es verdaderamente bárbaro— ya no tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con sus cadáveres.

Nuestro prójimo ya no existe y es verdaderamente espantoso que las dos religiones que parecían regir en Occidente, el cristianismo y el capitalismo, la religión de Cristo y la religión del dinero, permanezcan en silencio. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir en tales condiciones? ¿Y qué es una sociedad que ya no cree en nada más que en la supervivencia?

Es un espectáculo verdaderamente triste ver a toda una sociedad, enfrentada a un peligro por lo demás incierto, liquidar en bloque todos sus valores éticos y políticos. Cuando todo esto termine, sé que ya no podré volver al estado normal.

 

¿Cómo cree que será el mundo después de esto?

 

Lo que me preocupa no es sólo el presente, sino también lo que vendrá después. Así como las guerras han legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, de la misma manera es muy probable que se buscará continuar, después del fin de la emergencia sanitaria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar aún: que las universidades y las escuelas cierren y sólo den lecciones en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto —todo contagio— entre los seres humanos.

Monólogo del virus // Lundimatín

Otra traducción hecha por alguien más, porque aquí no podía faltar, del «Monólogo del virus» que se publicó en lundimatin, núm. 234, el 16 de marzo de 2020. Artilleríainmanente

 

Acallad, queridos humanos, todas vuestras ridículas exhortaciones a la guerra. Apartad todos los deseos de venganza que dirigís contra mí. Extinguid el halo de terror con el cual rodeáis mi nombre. Nosotros, los virus, desde el fondo bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida sobre la tierra. Sin nosotros, nadie habría visto jamás la luz del día, tampoco la primera célula.

Somos vuestros ancestros, del mismo modo que lo son piedras y algas, más aún que los propios simios. Estamos por todas partes donde vosotros os encontráis, también allí donde ni siquiera llegáis. Tanto peor si no percibís en el universo más que aquello que está hecho a vuestra imagen y semejanza. Pero, sobre todo, dejad de decir que soy yo quien os mata. No estáis muriendo por mi acción sobre vuestra esfera, sino por la ausencia de cuidado de vuestros semejantes. Si no hubierais sido tan rapaces entre vosotros como lo habéis sido con todo lo que vive sobre este planeta, tendríais suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que yo provoco en vuestros pulmones. Si no almacenaseis a vuestros ancianos en los morideros y a vuestra gente sana en madrigueras de hormigón armado, no estaríais así. Si no hubierais cambiado toda la extensión, antes exuberante, caótica e infinitamente poblada del mundo —o más bien, de los mundos—, en un vasto desierto de monocultivo de lo Mismo; yo no habría podido lanzarme a la conquista planetaria de vuestras gargantas. Si no os hubierais vuelto casi todos, de un extremo al otro del último siglo, redundantes copias de una sola e insostenible forma de vida, no os tendríais que estar preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de vuestra civilización edulcorada. Si no hubierais transformado vuestros espacios tan vacíos, tan transparentes, tan abstractos, creed con seguridad que yo no me desplazaría ahora con la velocidad de una aeronave. Yo no vengo sino a ejecutar la sentencia que habéis firmado desde hace tiempo contra vosotros mismos. Perdonadme, pero sois vosotros, que yo sepa, quienes habéis inventado el término «Antropoceno». Vosotros os habéis adjudicado todo el honor del desastre y ahora que éste se desata es demasiado tarde para renunciar a ello.

Las más honestas de entre vosotras lo saben bien: yo no tengo otro cómplice que vuestra organización social, vuestra estúpida fijación con «la gran escala» y la economía, vuestro fanatismo por el sistema. Solamente los sistemas son «vulnerables». El resto vive y muere. No hay algo así como «vulnerabilidad» más que para aquello que ya apunta al control, a su extensión y a su perfeccionamiento. Miradme bien: no soy más que el reverso de la Muerte imperante.

Dejad entonces de insultarme, de acusarme, de perseguirme; de paralizaros ante mí. Todo eso es infantil. Os propongo un cambio de perspectiva: hay una inteligencia inmanente a la vida. No hay ninguna necesidad de ser un sujeto para disponer de una memoria o de una estrategia. Ninguna necesidad de ser soberano para decidir. Bacterias y virus también pueden ocasionar la lluvia y traer el buen tiempo. Encontrad en mí a vuestro salvador más que a vuestro sepulturero. Sois libres de no creerme, pero he venido a detener la máquina cuyo freno de emergencia sois incapaces de encontrar. He venido a suspender el dispositivo que os mantiene como rehenes. He venido a manifestar la aberración de la «normalidad». «Delegar nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar nuestro entorno social a los otros era una locura…». «No hay límite de presupuesto, la salud no tiene precio»: ¡Ved cómo hago trabar la lengua y el espíritu de vuestros gobernantes! ¡Ved cómo les hago mostrarse en su real condición de miserables y arrogantes mercachifles con todo esto! ¡Ved cómo se delatan de improviso superfluos, o mejor, nocivos! Vosotros no sois para ellos más que los soportes de la reproducción de su sistema, incluso menos que esclavos. Hasta al plancton se le trata mejor.

Guardaos bien, sin embargo, de abrumarlos con reproches, de incriminar sus insuficiencias. Acusarlos de negligencia es todavía poner en ellos más de lo que merecen. Preguntaros más bien cómo habéis podido encontrar tan confortable dejaros gobernar. Ensalzar los méritos de la opción china contra la opción británica, la solución imperial-legista contra el método darwinista-liberal, es no haber comprendido nada tanto de la una como de la otra, del común horror de ambas. Desde Quesnay, los «liberales» siempre han envidiado al imperio chino y así continúan. Los dos modelos son hermanos siameses. Que uno os confine en nombre de vuestro interés y el otro en el de «la sociedad» viene siempre a aplastar la única conducta no nihilista: ocuparse del cuidado de sí, de aquellos a quienes se ama y de lo que amamos en aquellos que no conocemos. No dejéis que quienes os han llevado al abismo pretendan sacaros de él: ellos no harán sino preparar un infierno más perfeccionado, una tumba más profunda todavía. El día en que puedan, sin dudarlo, harán patrullar al ejército por el Más Allá.

Estad agradecidos conmigo. Sin mí, ¿cuánto tiempo todavía habrían tenido que pasar como necesarias todas esas cosas incuestionables que, de repente, se han suspendido por decreto? La globalización, la competencia, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, los gimnasios, la mayor parte de los comercios, el Parlamento, la reclusión escolar, las reuniones masivas, los empleos burocráticos, toda esa sociabilidad ebria que no es más que el reverso de la soledad angustiosa de las mónadas metropolitanas: Todo era innecesario una vez que se ha puesto de manifiesto el estado de necesidad. Agradecedme las dosis de verdad que probareis durante las semanas que vienen: empezareis por fin a habitar vuestra propia vida, sin las mil escapatorias que, bien que mal, os hacen soportar lo insoportable. Sin haberos dado cuenta, nunca os habíais mudado a vuestra propia existencia. Vivíais entre las cajas de cartón y no os dabais ni cuenta. Desde ahora tendréis que vivir con vuestros amigos más cercanos. Vais a vivir juntas. Vais a dejar de estar como de paso hacia la muerte. Aborreceréis quizás a vuestro marido. Vomitareis quizás sobre vuestros hijos. Quizás querréis hacer volar el decorado de vuestra vida cotidiana. A decir verdad, no estaréis ya más en el mundo, en las metrópolis de la separación. Vuestro mundo no era habitable en ninguno de sus puntos más que a condición de una huida eterna. Teníais que aturdiros con frecuentes desplazamientos y distracciones ya que el horror había ganado en presencia. Y lo fantasmático reinaba entre los seres. Todo se había optimizado tanto que nada tenía ya ningún sentido. ¡Estad agradecidos conmigo por todo esto y sed bienvenidos de nuevo sobre la tierra!

Gracias a mí, durante un tiempo indefinido, no trabajareis más, vuestros hijos no irán a la escuela y, no obstante, esto será todo lo contrario a unas vacaciones. Las vacaciones son ese tiempo que es preciso llenar a toda costa esperando el retorno previsto del trabajo. Pero allá, en lo que se abre ante vosotros, gracias a mí, no hay más tiempos delimitados: se trata de una inmensa apertura. Yo os vuelvo inoperosos. Nada os obliga a que el no-mundo de antes vuelva. Todo este disparate rentable puede quizás desaparecer. A fuerza de no cobrar, ¿qué más natural que no pagar el alquiler? ¿Por qué ha de seguir pagando las facturas al banco quien ya, de todos modos, no puede trabajar?

¿No es un poco suicida, en fin, vivir allí donde ni siquiera puede cultivarse un huerto? Quien no tenga dinero no dejará de comer, y quien esté armado tendrá pan. Agradecédmelo: yo os sitúo al borde de la bifurcación que estructura tácitamente vuestra existencia: la economía o la vida. Es vuestro turno, y la apuesta es histórica. O los gobernantes imponen su estado de excepción, o vosotros inventáis el vuestro. O bien os apegáis a las verdades que ahora emergen, o bien esconderéis la cabeza bajo tierra. O empleáis el tiempo que yo os doy ahora para descubrir el mundo que viene a partir de las lecciones del colapso en curso, o éste terminará por radicalizarse más si cabe. El desastre cesa cuando cesa la economía. La economía es la devastación. Esto era una simple tesis el mes anterior. Ahora es un hecho. Nadie puede ignorar que serán precisas policía, vigilancia, propaganda, logística y teletrabajo para reprimirlo.

De cara a mí, no cedáis ni al pánico ni a la denegación. No caigáis en la histeria biopolítica. Las semanas que vienen van a ser terribles, agobiantes y crueles. Las puertas de la Muerte estarán abiertas de par en par. Yo soy la más catastrófica producción de la devastación productiva que es la economía. Vengo a aniquilar a los nihilistas. La injusticia de este mundo jamás será tan escandalosa. Es una civilización, y no a vosotros, a quien vengo a enterrar. Aquellos que quieran vivir deberán proveerse de nuevos hábitos que les sean propios. Evitarme ha de ser la ocasión de esta reinvención, de este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el cual algunos miopes han querido ver la esencia misma de la institución, pronto no obedecerá más a ninguna etiqueta. Dará sentido a los seres. No hagáis esto «por los otros», por «la población» o por «la sociedad», hacedlo por los vuestros. Cuidad de vuestros amigos y de vuestros amores. Repensad con ellos, soberanamente, una forma de vida justa. Formad grupos en torno a una buena manera de vivir; escuchaos mutuamente, y yo no podré nada contra vosotras. Esto es un llamamiento a la atención, no al retorno masivo de la disciplina. No es una condena de toda la despreocupación, pero sí de toda negligencia. ¿Qué más puedo recordaros para insistir en que la salud está en cada gesto? Que todo, sobre todo la ligereza, se encuentra en lo más ínfimo.

He tenido que rendirme a la evidencia: la humanidad solo se hace las preguntas que ya no puede no hacerse.

La inmovilización // Horacio González

I

Ya parece quedar claro que las medidas de inmovilización de la población -y consecuentemente de la producción y demás vínculos comunitarios de los denominados “presenciales”-, son tomadas por todo tipo de gobiernos, en general basados en credos socialdemócratas, pero también en China y Estados Unidos, cuyos sistemas políticos no son fáciles de definir. Más allá de cómo los llamamos, capitalismos con multipolaridades corporativas, estados que controlan oligopolios y mercados capitalistas que aceptan burós políticos centralizados heredados de revoluciones ya apagadas-, estamos ante una nueva dimensión del orden público universal. Se trata, ya lo sabemos, de la vasta experimentación que se está llevando a cabio, a escala de la humanidad, respecto al control de las poblaciones. Sé que es severo y antipático definir de esta manera un tema que se promueve como un llamado a la generosidad comunitaria, al Estado protector y a la fe constructiva respecto al resurgir de una sociedad cohesionada por el ejercicio de una voluntad cívica ejemplar. Mi intención no es dudar de nada de esto, estoy en cuarentena, respeto la norma y una porción variable de un miedo de naturaleza sutil pero insidiosa, me abarca inevitable y diariamente. Tampoco pienso que habría otras medidas mejores que éstas, pero no veo inadecuado tomar por el reverso esta situación en la que se resalta la firmeza del lazo comunitario y la razón sanitarista que lo justifica. Ese reverso se refiere a una pregunta que muchos otros articulos y notas aparecidas en la prensa mundial respecto a si estos protocolos inmunológicos decididos sobre grandes agrupamientos humanos, no podrían ser la base -cambiadas ciertas condiciones y climas políticos-, de un ensayo general de preparación de bloques sociales aleccionados para comportarse ante contingencias que pueden referirse a guerras, insurrecciones políticas o grandes manifestaciones de descontento de la población. Salgo entonces del libreto que hoy nos llama a protegernos, inmovilizarnos y lograr capas eficaces de inmunización -lo que como digo, respetamos o cumplimos-, para examinar los mecanismos inherentes a estas medidas, observadas si las despojáramos de sus trazos de identidad, respecto a quienes las impulsan y la verosimilitud que han logrado, para presentar el control poblacional como un logro de un pensamiento sanitarista, salutífero, adverso a la mera consideración economicista de la situación.

Las intenciones que guían este cierre masivo del espacio público y la creación de una Cuidadocracia, no son represivas sino salvíficas. Con esta reacción de estados como el de Alemania, el de Italia, el de Argentina -con diferencias respecto a la energía, recursos, y el momento en que se tomó la decisión de aislamiento total-, se ha creado una situación de absoluta originalidad, cual es la tolerancia al repliegue domiciliario inducido, ante una amenaza superior. La orden, indicación, sugerencia o mandato de reclusión la dan los estados en nombre de una intimidación exógena de orden bacteriológico. No ocurrió así, hasta el momento, con México, que no desconoce la situación mundial ni peca de un economicismo burdo de raíz neoliberal, pero trazó otros tiempos políticos para tomar las decisiones más duras, incluso invocando tradiciones culturales del pueblo mexicano, sin desatender el ciclo de la infección. Pero, ante un horizonte desesperante, mayorías bien dispuestas aceptan hacer vida monástica, que en los aeropuertos le pongan una pistola de tomar la fiebre en la sien o, en cambio, una minoría heterogénea (los “vivos”, los “ricos” o los “chetos presumidos”) son objeto de observación penal y repudio. En otros planos de la vida urbana recluida, los entonces vecinos indiferenciados en su satisfecha condición barrial, pueden delatar a quien pone en peligro el pacto de amparo mutuo si sale a comprar cigarrillos, despreocupadamente, lo que convertiría en un acto en un subversivo el mero “voy hasta la esquina y vuelvo”.

Esta es la novedad que aporta este tramo de la historia mundial, que entraña sin lugar a dudas el más alto momento de la experimentación sobre lo humano que se haya presenciado en los tiempos actuales, si exceptuamos guerras (incluso bacteriológicas, como la primera guerra mundial) o catástrofes concentracionarias como las vividas en la segunda guerra mundial. Al revés del concepto de movilización total de la filosofía alemana de la guerra que pedía “que siquiera ninguna máquina de coser quedara afuera a la movilización”, ahora la inmovilización general es la forma orgánica del pensamiento político. Por el momento.

Pero el verdadero problema político del inmediato futuro es qué parte del antiguo aparato laboral y qué maquinarias productivas, van a volver a ser movilizadas, es decir, a tener consignas de vivacidad y funcionamiento ante la modalidad que pueda tener “el triunfo sobre el enemigo invisible”. En principio pueden esperarse nuevas administraciones que se dediquen especialmente a gestionar el miedo colectivo y procesos económicos o comunicacionales ya totalmente absorbidos por la gestión digital de lo humano. Desearíamos ser más optimistas, pero igualmente cualquier fundación novedosa a escala de la humanidad debe partir de cierto pesimismo lúcido, pues es muy notable la destrucción de las fuentes naturales y el deterioro de las libertades individuales, mientras los dispositivos publicitarios siguen presentando cualquier mercancía con la idea de ser “la felicidad que usted merece”. La pauperización de la conciencia colectiva sostiene una escena asombrosa de felicidad ante el bálsamo de mercancías (descuentos para viajes, sopas instantáneas, lo que sea) donde contrasta la pobreza espiritual de la vida en común con la irrisoria simulación de una delicia ante un nuevo modelo de Toyota. Sé que rebajo un poco las cosas al recordar algo ya tan dicho y conocido.

II

La paradoja a la que asistimos, es que la decisión de soberanía inmovilizadora adoptada, tiene un viso imperioso justificativo porque todos son transmisores de la enfermedad o pueden enfermarse -un absolutismo de la morbilidad totalizante-, y otra faz sumamente incómoda. Pues si se pone entre paréntesis la necesidad que la origina -el estado de zoonosis global en el que está la humanidad respecto a las enfermedades de origen animal-, las decisiones estatales pueden ser en verdad consideradas propias de un poder categórico indiscriminado, que detiene la circulación de personas, en gran medida la producción, en menor medida la locomoción de mercancías. Por eso, el momento que atravesamos se reviste de un fuerte contrasentido. Las medidas de protección son adecuadas y necesarias. Pero el arrobamiento evangélico con que son recibidas por algunos sectores de sensibilidad epidérmica (lo que llamaríamos una empatía obsequiosa o un altruismo condescendiente, ambos un tanto sensibleros) están lejos del dramático problema del cuidado en las sociedades contemporáneas.

En estas, cuidado debe ser una capacidad de ahondamiento en la discusión crítica con los vínculos cotidianos y poder rehacerlos bajo la hipótesis de que ellos se hallan siempre ante el abismo de su quiebra. El cuidado así, no puede ser el festejo de una comunidad sin fisuras y sin capacidad de dudar sobre su reconstitución posible luego de sus constantes pasos en falso. La idea del Estado cuidador no puede ser así una conclusión de la cual nos felicitemos en este momento de angustia colectiva, pero es cierto que tampoco estamos ante una dictadura técnico-médica-policial-digital, como algunos proponen pensar a China o a Corea del Sur, donde cada sujeto ya reviste la condición de un dato digital descomponible -como el coronavirus- en sus proteínas y sus capas de grasas, a punto que se sepa a cada instante de cada cuerpo “su temperatura corporal, su propensión a infectarse”. Esta utopía terrorista de un sujeto solo digital deconstruible en sus moléculas bio-informáticas por un Estado que también es un cerebro que registra todo y se reduce a la enorme simplicidad de ser la suma teológica de todos los registros de sus cámaras de seguridad, es imposible por el propio peso del titánico miedo gratuito que nos proporcionaría.

Al fin, nos daríamos cuenta que cada uno sería una forma-bacilo que resume en sí mismo el hecho de que el estado y la vigilancia ya no sería necesaria, pues se ejercería por la cinta centralizadora de la memoria social, que al cabo entenderá también que es prescindible. El mundo se convertiría pacíficamente un conjunto de virus luchando entre sí por la clave animal que los programase. Pero no. Esto no es posible. Sin embargo, fragmentos de estos pensamientos podemos escucharlos entremezclados con las distintas imágenes de seguridad “atentas y vigilantes” que descansan en el subsuelo de cualquier país. El discurso de Berni a la policía provincial criticando a la vida intelectual y llamando a la vocación de entrega de cada policía, sin tibieza y con patriotismo ante la necesidad del control bio-social, no solo es muy problemático. (No precisamos insistir en tantas obviedades.) Es también imposible. No por la causa que esgrime un frágil pero ingenioso filósofo coreano, esto es, el reemplazo de la soberanía territorial por la soberanía digital, sino porque está un paso atrás en su propia doctrina de guerra. La bandera Azul y Blanca no puede combatir al enemigo invisible hecho de ignotas proteínas pero que son vida, buscando apenas ser hospedadas en alojamientos humanos sin conciencia de su propio mal. No porque carezca de coraje o antecedentes apropiados, tan problemáticos como sabemos que son, sino porque se trata de dos franjas de la realidad totalmente diversas, la historia nacional y la estructura microbiológica de la vida terrestre. El único resultado de eso es perfeccionar la técnica masiva de pedirle documentos a todo el mundo.

Esta es la prueba, la módica definición en Wikipedia del Coronavirus. “En la envoltura se encuentra una glucoproteína de membrana (M) de 20 a 35 kDa, que forma una matriz en contacto con la nucleocápside. Además se encuentra en la envoltura la glucoproteína S, de 180 a 220 kDa​, que forma las espículas, espigas o plepómeros responsables de la adhesión a la célula huésped”. Tal como la guerra contra el hambre -acción virtuosa en sus propósitos, pero sin haber encontrado una consigna cómoda donde situarse, pues se lucha contra un concepto abstracto que alude a una carencia o una privación-, la lucha contra el virus nos dirige hacia nuevos heroísmos ya insinuados, evidenciados en el aplauso al personal médico y que algunos extienden al de seguridad policial y gendarmería. Se lucha contra una “glucoproteína  de membrana M de 30 a 35 kDa”.¡Qué salto abismal entre el juramento patriótico y una proteinura! Es cierto que hubo guerras bacteriológicas y Chomsky define así, con rebordes políticamente conspirativos, lo que actualmente vemos en el sistema sanitario mundial. Es improbable esta conjura, pero no es seguro que se logren mejores resultados cuando la política se pone en el ámbito de la literatura médica especializada. Aquí encaja la frase del enemigo invisible. Para Camus la Peste era un humanoide sin rostro, tal como la astucia de la razón. “Ella aguarda pacientemente en las maletas, pañuelos y papeles y quizás llegue un día que para desdicha y enseñanza de los hombres, la peste despierte sus ratas…” Pero aun esa alegoría camusiana pestífera de fondo pesimista -ella siempre vuelve-, tiene sus enviados más palpables que los que indica la técnica microbiológica,  esos evidentes y reprobables animalitos antipáticamente llamadas ratas.

El llamado patriótico contra una forma virósica es una falacia que toma las razones de un nivel para aplicarlas a otro que no correspondería. Precisamente, a la infección zoonótica que sale de un mercado de animales salvajes de una ciudad china de 11 millones de habitantes que no era ni Shangai ni Pekín y que hasta entonces no conocíamos. A pesar de que parecíamos librepensadores. Pero esta reducción resbalosa de planos, es una forma de pensar ociosa, no porque esos planos no existan -la microbiología, las finanzas, las lógicas del estado Nación, la circulación de glóbulos purulentos de noticias que recorren como satélites internos de la conciencia pública todo el planeta-, sino porque falla la forma de traducirlos. Es el caso de la que se usó en esta problemática arenga a los provinciales armados, vulgo policía bonaerense, El problema existe, pero se resuelve de otra manera. Hay otra traducibilidad posible -pero de naturaleza crítica- entre el conocimiento de la infectología, la informatización de la vida y las lógicas de la ciudadanía que pide seguridad en la polis. Traducibilidad -o lo que los informáticos llaman interfaz-, es un problema detectable en esta hora. Traducibilidad entre la vida nacional y las virulentas tendencias uniformadoras de la existencia que rigen las valoraciones, el consumo y el lenguaje de la economía mundial. Por eso es necesario el respeto de distintos planos que pueden interactuar pero en término de un respeto de sus autonomías que en este caso llamamos traducibilidad.

Pero más exigentemente, traducibilidad entre el nivel productivo (que debe autocontener la reproducción capitalista y considerar a la naturaleza como un valor equivalente en cuanto a lo que ella oferta con sus evidencias de vida y secretos escondidos), y por encima de todo, traducibilidad entre el mudo animal y el mundo humano. Esta nueva traducibilidad el especismo no la resuelve, puede agravarla. Pero alerta sobre un tema insoslayable. La humanidad debe crear otro tipo de diferencia no meramente irreal por plantear un igualitarismo que la vida orgánica del universo impide, sino de continuidades imaginarias pero inspiradoras, no evolucionistas, entre la vida humana y la vida animal. Si se pudiera ser más claro, traducibilidad es un intercambio dispar, reconocedor de la heterogeneidad de los mundos y de su diferencia, pero que busca con recursos retóricos anticapitalistas los puntos móviles de identidad. Hasta el momento, la zoonosis, el trasplante de la enfermedad animal a los humanos, es la traducibilidad fatídica que impera, que lleva al sacrificio animal y al pánico sacrificial humano.

 

III

Byung Chul Han, el filósofo al que nos referíamos más arriba, asusta pero con dientes de leche, toma temas de carácter indispensable y los resuelve con una jerga trivial, pero usa resguardos conceptuales de cierto nivel (la crítica “a propósito de la técnica”), a veces con gracia tolerable por los europeos, pues los acusa de despreciar las mascarillas que en cambio respetan las viejas culturas orientales. Ve rostros en Alemania, descubiertos impúdicamente, y tiembla; alude así a un pensamiento que de un modo no burlón desarrolló Simmel hace más de cien años, la dificultad ya aceptada en Occidente de los rostros exhibidos de manera completa, sin velos, con todas sus características formativas, excepto en el caso de ritos de maquillaje. Al filósofo coreano le parece que “el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas”. Han escribe esto porque le gusta, como se decía en ciertas épocas, épater le burgeois, pues primero asienta la ley del más fuerte, la big data solucionando todo con sus alcances digitales contra las fronteras territoriales, (error inverso al  de Berni) y luego describe un mundo pavoroso, que más bien parece aprobar antes que cuestionar, como sería necesario si realmente vamos a ser gobernado por los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet que comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud.

Este problema ya es conocido; la profecía del virus apocalíptico salió hace décadas del incipiente mundo informático, que la ensayó varias veces y por fin ya obtuvo su imprescindible conexión con los virus del mundo animal. Va en consonancia con la alianza se los dueños de las redes, los emporios comunicacionales, la circulación financiera y los datos clínicos, bancarios y locomocionales de todos los ciudadanos digitales, cuya cédula de identidad y su teléfono digital ya coinciden. Esta coincidencia es el festejo final del macro gobierno electrónico de almas, que bien podría ser teledirigido por los mismos filósofos que ejercen el doble papel de traidores y héroes del futuro sistema de administración de las cosas humanizadas y de los humanos cosificados. Anuncian la coalición majestuosa de las ciencias de la salud, de la comunicación y de la economía de la información. No sería bueno tener un único mando científico para la enorme proliferación de lo humano y lo físico-natural, pero es lo único que nos salvaría. Ante estas filosofías que se apoderan de todos los instrumentos heredados de la crítica pero que resuelve la descripción de un futuro pavoroso con una inevitable solución tecno-bio-crática, abramos otras posibilidades.

En un drástico y contundente informe que sale en el portal Lobo suelto, de un grupo de intelectuales chinos sobre el drama que se desencadenó desde Wu-han, con exactas observaciones sobre cómo el gobierno chino trató la pandemia, y sobre cómo hay que buscar explicaciones en la descarnada devastación de recursos productivos en territorios a la que el capitalismo, sus finanzas y sus tecnologías se dedican hace un siglo y medio con particular salvajismo. Por lo tanto, el capitalismo con sus rostros fantasmagóricos -corporaciones mediáticas y farmacéuticas, tecnologías de sumo riesgo para la sustentabilidad del tejido primordial de la vida sobre el planeta, la creación de un mundo virtual paralelo y despectivo con el “tiempo presencial”-, es lo que debe ser superado. Esto podría sonar como un llamado reparador que en este tiempo pandémico se haría más fácil, pues se ponen más de relieve las diferencias sociales. Estas quedarían más a la vista incluso cuando hay un fuerte apoyo al ideal de una democracia de la sanidad y el cuidado, incluso cuando hay un rasgo de humanismo popular en la declaración del presidente argentino respecto a preferir la salud popular a la economía. Si se extrajeran todas las consecuencias esperables y definitivas de esta declaración, hay que pensar que el modo en que esta sociedad distribuyó el producto, los excedentes y las posibilidades vitales, tiene una hendidura profunda en su inocultable desigualdad. No sólo que toma en préstamos todas las características de disparidad en las condiciones de vida -no es lo mismo la cuarentena en Vicente López que en el tercer cordón del conurbano-, sino que pone a luz como en un fogonazo, los estilos morales soterrados ante una razón colectiva de emergencia.

En algunos, la aceptación civil disciplinada, en otros el intento de burla haciendo excepciones decididas por ellos mismos para favorecerse, en los de más allá, protestando por sus libertades individuales que solo defienden para evitar la molestia de pensar sin poner al descubierto una crasa inmediatez, y los que restan, hacer del encierro una “ocasión patriótica” que incluye la menuda delación al vecino meramente paseandero. Lo cierto que este extraordinario campo de pruebas deja al desnudo un cuerpo social clasista y -lo que intentamos tratar aquí-, el choque del necesario solidarismo con un espectro de poderes aciagos del capital, en una nueva descerebrada mutación, para ahondar la experimentación en torno a crear nuevos disciplinamientos sociales apelando a tecnociencias que devoran su propia paradoja. De ellas sale el consuelo de la investigación microbiológica en un planeta exhausto, donde arde la discusión sobre factores de productividad que no desmoronen la sobrevivencia colectiva. Al mismo tiempo, se insinúa tácitamente la merma de la productividad como una remedio de último momento para enclaustrar y salvar vidas.

Un párrafo del informe sobre la catástrofe de los analistas chinos disidentes, por llamarlos así, nos llama la atención: “A nivel teórico, esto significa comprender que la crítica al capitalismo se empobrece cuando se separa de las ciencias duras. Pero en el plano práctico, también implica que el único proyecto político posible hoy en día es el que es capaz de orientarse en un terreno definido por un desastre ecológico y microbiológico generalizado…”, Esta es una gran discusión pues, a la luz de que en siglo XIX se consideró que “el proletariado heredaba la filosofía crítica”, proposición luego modificada en favor o disfavor de la filosofía, en este último caso solo reducida al estudio de la lógica dialéctica y la economía política, ahora se podría imaginar en un nuevo espacio post capitalista que no puede desligarse del destino de las “ciencias duras”. Este nombre no parece pertinente, aunque puede ser una mala traducción; pero debería señalarse que ya que estas ciencias están en el nivel de lo que el hegelianismo marxista llamaba “lo histórico universal”; siendo así es preciso entramar con ellas un legado filosófico conviviente y adjunto, que piense la ciencia como un evento que en la tabla imaginaria de la gnosis humana, ocupe y dispute su lugar con las filosofías activas, incluso siendo ella una de sus avatares, y recíprocamente, la filosofía un avatar de las mismas ciencias exactas y microbiológicas. Este entrecruzamiento de destinos, sería otra fase de la traducibilidad de saberes, en él se debería integrar un único cuerpo de ideas científico filosóficas capaz de preguntar y repreguntar en el más exigente nivel en que pueden situarse, y allí encontraríamos un humanismo renovado, crítico y en incesante pregunta por la cosa.

IV

Para esclarecer esta acuciante situación del significado del pensamiento humano en esta era de abismos para la condición existencial colectiva, veamos este sugestivo párrafo de Jorge Alemán publicado en estos días, parte de sus continuas reflexiones sobre el tema.”Ninguna advertencia por veraz y horrible que sea cambia la marcha ilimitada, acéfala , del Capitalismo. Como si se revelara definitivamente que el Capitalismo y su técnica están impulsados por una fuerza, una presión estructural que ya no responde a ninguna necesidad humana. En este aspecto se podría confirmar que el capitalismo es la consumación de la metafísica. Se trata de una abstracción pura, espectral y fantasmagórica que se expande por doquier como el más perfecto de todos los virus”. Es el capitalismo con mayúsculas lo que está en juego… “y su técnica”. En esta breve expresión Jorge anuncia una dificultad. Ese su de “su técnica” nos permitiría pensar que son dos cosas, capitalismo y técnica, y que el primero se apropió de la segunda. Admitiríamos aquí una cuestión, cual es, si el capitalismo no existe sin su revolución técnica incesante, o si la técnica contiene elementos en pugna en su interior -entre el arte y la reproducción de un dominio deformante de lo auténticamente humano-, o bien si finalmente, esto abre una esperanza sobre la discusión de las tecnologías en el nivel en que son conocidas ahora y en el que puedan desarrollarse, ajenas a la caparazón  de un ente abstracto, que “no responde a ninguna necesidad humana”, que es “espectral”, “consumación de la metafísica” y del triunfo perfecto “del virus”. Aquí está claro que hay que heredar unas tecnologías apropiadas a las necesidades humanas -pero reencaminadas, las más ligadas a la espectralidad acéfala y gratuita del capitalismo, hacia el mundo de las necesidades humanas-, y hacer el esfuerzo inconmensurable de dejar de lado lo que parece sin cabeza, sin necesidad y alocadamente impulsado por fuerzas que por sí mismo no conoce y de cuya destructividad ni le quedaría ni el goce, pues lo ignora. Concluido ese esfuerzo se habría logrado con la definición del capitalismo de Jorge Alemán un punto de partida novedoso y eficaz para reiniciar otros programas de pensamiento crítico.

Pero me parece lógico que se abra la discusión sobre el modo en que se usa la expresión coronación de la metafísica. Si se trata de la veta de la filosofía Occidental que conduce a la experiencia de darnos una lengua empleada sin “esencialismos” y destruya las obstrucciones calcáreas que ilusionan con que la interpretación de las cosas es directa y transparente, si se trata de que antes hay que desarmar la historia que se convirtió en un ente opaco, dominado por la propia ignorancia de lo que realmente es -como el Capitalismo-, entonces habría que proponer más posibilidades para obtener el fin de esa metafísica. Es nuestro parecer. Porque sería errado entender la metafísica solamente como un esencialismo que nos engañó creyendo que la comprensión era ir directamente al signo desnudo que no ofrecería oposición a la comprensión inmediata. Es mejor creer que la metafísica puede subsistir como uno de los modos de la crítica, pues por qué privarnos de una formidable llave con tanta fuerza enigmática como aquella de recorre el mundo sin representar ya nada de lo humano, es acéfala y solo es impulsada por su propio nihilismo. ¿Cómo podríamos excluir para desmontar ese afligente monstruo que usurpa la metafísica, aquella que solamente podría destruirlo porque tiene su misma envergadura, aunque con la diferencia que es lo único que puede destruirlo?  La objetada “metafísica de la presencia”, que por consiguiente busca ser efectiva como espectro, también es alcanza por la injusticia de ser descartada en su enorme fuerza de carácter indagatorio, que consiste en saber que puede ver el aspecto infinito de cualquier problema que parece fugaz, transitorio y automutilado.

Si la metafísica lograse no entrar en las mandíbulas de la deconstrucción, puede ser un campo móvil para otorgarle a todo problema su pregunta por su infinitud, perseverancia y capacidad de cargar los ecos de una historia remota. Toda ausencia puede caber en una metafísica de la presencia. De tal modo, si se disocia relativamente el capitalismo de su técnica, hay que disociarlo de algunas de las ramas más autónomas de la metafísica, que entonces servirán para indagar sobre el cese histórico de esta experiencia manipulativa y alienadora de los seres humanos. Para decirlo en otros términos, si las tecnologías puede heredarse en otro régimen social igualitario post capitalista, hay un problema de herencia también con todos los aspectos civilizatorios acumulados en términos de obras que contienen la desesperación o la angustia creadora de los tiempos idos, que de este no revelarían que siempre estuvieron presentes.

Metafísica es el pensamiento sin respaldo alguno, que en un vivir que piense cada uno de sus actos como un derroche innecesario, opera simbólicamente para hacer que se perciba que debe ligarlos luego a sedimentos arcaicos de todo tipo. Es el exterior inevitable e innominado, por eso motor y retórica invisible de todo pensamiento sobre el ser y de toda acción humana, que si bien es difuso y no siempre es constitutivo, es sin embargo un enlace que tarde o temprano aparecerá como la cuota de historicidad mínima que tiene todos los acontecimientos que se presentan como excepcionalidad desprovistas de todo engarce. No sé si estamos diciendo lo mismo que Jorge Alemán, pero en todo caso etas líneas están inspiradas en su presencia constante en nuestros debates. La idea de que el capitalismo es un bólido sin control, autofágico, que no maneja nadie pero que a cada momento devora todo su exterior y lo convierte en su fuerza acéfala, lo hace parecido al virus tal como se lo presenta como una imagen de diseño en las televisiones mundiales. Parece una bomba de tiempo con muchos piquitos (“coronas”) pero su aspecto general es el de un humanoide, un ser frankensteniano que no imita a su creador, sino que replica la fantasía de una bomba de tiempo de los dibujos animados, que están en el inconsciente infantil de la humanidad.

V

El capitalismo sería auto-reproductivo, sin conciencia de sí, no tendría exterior que le permitieras identificarse como un ser problemático, y se convierte en un antropoide sin origen y sin destino, pero fagocitando todo a su alrededor. En la teoría del colapso luxemburguista había un exterior territorial en su acumulación ampliada, hasta que repentinamente colapsaba. Nadie más pensó en eso. Los movimientos sociales se habían separado de la determinación biológica y criticado los procesos productivos que compiten para deshacer la lógica de la naturaleza. El virus que no es un ente vivo pero si un objeto quasi-vivo, biológico intermediario entre remotos elementos químicos y el dislocamiento de la vida orgánica, que siempre se imaginó sin el complemento mórbido del virus, pero periódicamente lo obtiene, a lo largo de la historia, con mayor “virulencia”, valga la real redundancia. El virus es la interfaz, si usamos este término informático de los pocos que no ha expropiado de todos los demás lenguajes de la humanidad. Nada más que para decir una vez más el interés que me provoca el pensamiento de Jorge Alemán, interés que se manifiesta en seguir interrogándolo con una lija amistosa, para poder pensarlo nosotros mismos con nuestro propio vagabundeo filosófico.

Ante el desglosamiento del peso ontológico de la biología, con las obligaciones paternalistas que le son inherentes por cosificación cultural, sustituyendo entonces sus partes opresivas por una estética de la vida, si es que quizás pueda definirse así la novedad que trae el nuevo feminismo, el virus recuerda la fragilidad de los cuerpos por la vía de una inducción externa anómala de más biologismo, cargando una enfermedad que surge de un problema finalmente ético, la ruptura del lazo admisible con animales y plantas. Pero, además, ante el anti productivismo de los movimientos que critican el extractivismo y la industrialización exorbitante (o la industrialización sin más), recuerda que su desarreglo de todo tipo de productividad afecta todo tráfico inter humano, el comercio en general y por lo tanto la producción, como mínimo, del auto sustento. Si los movimientos sociales llaman a una vida desprovista del lastre biologista y criticando el productivismo que rompe los tientos de la naturaleza ya agraviada, el virus recuerda lo que viene del reino animal como ruptura del equilibrio primitivo con los complementos naturales y establece una rara situación.

El movimiento anti productivista que se basa en la crítica al capitalismo productivo, no al financiero, y toma la idea de la salvación del planeta, ve la solución mesiánica en lo que en décadas pasadas se llamó el crecimiento cero. La saga estentórea del Coronavirus, que en la iconografía mundial aparece como un sustituto del planeta tierra con unas chimeneas que sobresalen en toda la redondez de su superficie -es un robot simpático sino encarnara la muerte, bien lo saben los estrategas de los grandes medios de comunicación-, permite dar a luz tendencias latentes de nuestras discusiones. Invita a restituir la producción luego de la inmovilizada. Si es así, ¿qué producción será digna de restituirse? Acabo acá estas reflexiones, compartiendo cívicamente la disciplina con la que, en vista de la protección respecto a un mal mayor, se nos ha precintado, pero creí que nada nos obliga a cesar con los debates que ya teníamos planteados, pues se trata ni más ni menos que de explorar un posible destino de la humanidad para deshacerse de los nuevos ciclos del capitalismo, que en efecto, se mueve ante sus propios espejos degradados sin saber lo que hace pero gozoso por sus apariencias. Versión negativa de la continuidad el animal con lo humano.

La pandemia del Covid-19 no ocurrió (ni ocurrirá) // Pluralincognite

Escribo esto atrincherado en mi bunker-casa, con provisiones para vivir un par de semanas. Esto no es ciencia ficción, sino una distopía que ingenuamente solemos llamar “realidad”.

2- Estamos atravesando una pandemia debida a un virus erróneamente llamado Covid-19. Su verdadero nombre es “Coronavirus” y lejos está de ser un virus biológico; es un virus semiótico que se ha esparcido de un modo que no tiene precedentes en la historia de la humanidad.

3- Todos estamos infectados. Todos somos huéspedes psíquicos del Coronavirus y no parece, de momento, que pueda existir vacuna o antivirus que nos libre de esta inaudita infección.

4- El bichito submicroscópico Covid-19 en su nueva cepa SARS-CoV-2, como cualquier virus biológico, se despliega progresiva y exponencialmente.
El Coronavirus, a diferencia de cualquier virus pasado, se ha expandido de manera simultánea y global, indiferente a clases sociales, identidades de género, etnias o culturas.
El Covid-19, como otros virus biológicos, tiene la potencialidad de matar a miles de humanos, casi exclusivamente a los grupos denominados “de riesgo”.
El Coronavirus, por su parte, ha efectivizado un parate en la máquina mundial capitalista y ha producido una militarización instantánea en varios países del mundo, acentuando todavía más las condiciones de dominación existentes.

5- Pero, ¿cómo llegamos a esta situación? ¿realmente es esto un acontecimiento fortuito surgido de un caldito de murciélago? ¿se trata únicamente de una mutación en el código genético de un virus biológico?

6- Vivimos actualmente bajo la égida de un paradigma tecnocientífico capitalista global que ha logrado niveles de control como nunca antes se han visto.
Habiendo concluido la revolución digital iniciada en la década de los 80, con la masificación de los smartphones y la ubicuidad de Internet mediante wifi y las redes móviles 2/3/4 g, tenemos un nivel de interconexión global tremendamente superior al que teníamos apenas una década atrás.
Estas condiciones materiales posibilitan que entremos en la etapa virósica del capitalismo.

7- El Covid-19 invade un huésped, parasita sus células y conduce a una sintomatología similar a la de una gripe producida por el género de virus Influenza: fiebre, dolor de garganta, tos, dolores articulares, etc.
Según los sumamente inciertos números que circulan, en un pequeño porcentaje de los casos puede llevar a la muerte.
El Coronavirus, en tanto que virus semiótico, es un significante vago y sumamente confuso que se inserta en nuestras mentes, inoculando en nuestro inconsciente un terror indeterminado. Este virus, de manera semejante a lo que en informática se denomina “virus residente”, habita fantasmáticamente en el trasfondo de nuestros pensamientos, interfiriéndolos y contaminándolos, modulando nuestras actitudes y nuestros gestos.
En la absoluta totalidad de los casos, el Coronavirus produce una acentuación de las condiciones de control de nuestras subjetividades, en tanto que no es más que un dispositivo de administración de la vida.

8- El Covid-19 se transmite físicamente, a través de la saliva del huésped infectado.
El Coronavirus se transmite a la distancia y de manera abstracta, principalmente desde los mass media y las redes sociales. El principal vector de contagio no es en este caso una partícula que deba atravesar el medio ambiente, sino un órgano interno de nuestro cuerpo, el diminuto caballo de Troya llamado Smartphone.

9- Pero, en tanto que estamos infectados y somos huéspedes psíquicos del Coronavirus, sigamos indagando respecto de la cepa SARS-CoV-2, esta nueva variante del virus Covid-19. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿estamos realmente frente a la plaga letal profetizada por la Biblia que traerá la extinción de la humanidad? ¿se justifica el apocalipsis zombie de tintes hollywoodescos que estamos viviendo? ¿realmente debemos creer que los distintos gobiernos del mundo, los mass media y los grupos económicos transnacionales están haciendo todo esto para cuidarnos?

10-  Ante todo, una pandemia se produce cuando se declara una pandemia. Esto es, la pandemia como tal tiene como primer prerrequisito la declaración de una pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La declaración de una pandemia depende, consecuentemente, de la definición que demos de ella.
Hagamos un poco de historia.
En enero de 2009, la farmacéutica estadounidense Baxter hizo circular en laboratorios de República Checa, Alemania y Eslovenia 72 kilos de material destinado a la fabricación de vacunas antigripales. Este material contenía virus vivos de la gripe estacional que “accidentalmente”, según declaró la empresa luego, fueron combinados con virus vivos de la gripe aviar.
Si no se hubiera detectado a tiempo que el material estaba contaminado y se hubiera hecho circular este material entre la población, se hubiera generado una pandemia “accidentalmente”.
En ese mismo año, se produjo el brote de una nueva cepa del Influenzavirus A. La OMS declaró la pandemia en junio del 2009.
En su momento, esta declaración por parte de la OMS resultó objeto de polémica ya que el organismo definió formalmente, poco antes de declarar la pandemia, el concepto de “fiebre pandémica”. En esta nueva definición, se obviaba como requisito de una pandemia la alta tasa de mortalidad, algo que se suponía en los anteriores usos del término “pandemia”. Con lo cual, a partir de ese momento resultó mucho más fácil establecerla y esto mismo fue lo que le permitió apresuradamente declarar la pandemia en 2009.
En los últimos años, se ha venido dando un proceso de “privatización” de la OMS, lo que quiere decir que en su financiamiento han ido creciendo enormemente los aportes privados, en detrimento de los aportes de los países.
Según la propia página de la OMS[1], los ingresos de este organismo provienen en un 77 por ciento de “contribuciones voluntarias”, dentro de lo cual encontramos a las farmacéuticas y a fundaciones (entre las cuales destaca la Bill & Melinda Gates Foundation que aporta apenas un poco menos que los propios EEUU; el mismísimo Bill Gates, desinteresado benefactor de la humanidad, había predicho con una sugestiva certeza que ocurriría una pandemia en una charla TED de 2015[2]).
Estas cuestiones no son claramente datos menores. Si tenemos en cuenta que la contribución de la totalidad de los Estados suma un magro 17 % del financiamiento, queda claro que la OMS representa y responde a los intereses de grupos privados.
Y es que precisamente, ¿qué sectores fueron los más beneficiados con la declaración de la pandemia en 2009? La respuesta es obvia: las farmacéuticas, que tuvieron enormes ganancias a partir de la fabricación y venta de vacunas.
Pero aún si ingenuamente no estuviéramos del todo convencidos de la intencionalidad del accionar de la OMS, lo que podemos decir con certeza es que lejos de ser un organismo imparcial, su discurso debe ser puesto en tela de juicio.
Sin embargo, los mass media replican sus datos y declaraciones como si fueran palabra santa.

11- El 11 de marzo de este año la OMS declara nuevamente una pandemia, en este caso por el brote de la nueva cepa SARS-CoV-2 del Covid-19.
Este nuevo patógeno se detectó el pasado diciembre en Wuhan (China) y se fue expandiendo por todos los continentes.
Los números que permitirían evaluar el grado de gravedad de este virus están en constante discusión, ya que se trata de una cepa desconocida.
Podríamos pensar, en principio, que este virus debe su peligrosidad a sus altas tasas de morbilidad (contagio) y de mortalidad.
Si bien, como hemos dichos, los números están en permanente cambio, la tasa de mortalidad no parece ser muy alarmante. La tasa de mortalidad, al día de la fecha, va desde el 0,3 en Alemania, 0,9 en Suiza, 4 en China (1,4 % en Wuhan), 5,3 % en España, 7,5 % en Irán, 8,5 % en Italia. [3]
La OMS había declarado el 3 de Marzo que la tasa en promedio era del 3,4 %.
Estos números dejan al SARS-CoV-2 lejos de otros virus, incluso de otros virus Covid-19 como el SARS-CoV que tuvo un brote en 2003, con una tasa de letalidad del 10 % y el MERS-CoV con una tasa del 35 %.
Teniendo pues este SARS-CoV-2 una baja tasa de mortalidad (que sin dudas será más baja con el paso del tiempo, debido a que la tasa se calcula principalmente  tomando a los pacientes más críticos / basta ver que la tasa de mortalidad es más baja en los países que están realizando más testeos[4]) su peligrosidad se debería aparentemente a la tasa de contagio.
La OMS estimó la tasa de contagio entre 1,4 y 2,5[5]. Otras estimaciones han rondado, de manera general, entre el 2 y 5,5. Estas cifras son similares a las tasas de contagio del SARS-CoV con 2 a 5, el HIV con 2 a 5 y notablemente inferiores al Sarampión con una tasa que va del 12 al 16[6].
Si bien todos estos números pueden y van a variar con el tiempo, todo indica que el SARS-CoV-2 es un virus más entre otros, que destaca sólo por ser el primer tipo de Covid-19 pandémico y que produce síntomas similares a una gripe común.
Por otro lado, es importante analizar la tasa de letalidad por franjas etarias. De 10 a 39 años la tasa oscila entre el 0,2 y el 0,4 %. De 40 a 49 años la tasa es de un 0,4%, de 50 a 59 años es de 1,3 %, de 60 a 69 de 3,6%, de 70 a 79 es de 8% y en 80 o más años de un 14,8%[7].
Si analizamos estos datos, podemos concluir que este nuevo virus representa un riesgo, no muy severo por cierto, fundamentalmente para la gente mayor y para los grupos con enfermedades crónicas o inmunodeficiencias.

Pero, ¿por qué entonces reaccionamos como si fuera el fin del mundo?

12- El Coronavirus ha logrado monopolizar todos los discursos, ya sea en una charla real entre personas (algo hoy vedado en algunos países), en las redes sociales, en diarios, revistas, radio, televisión y portales de Internet.
Esto no tiene precedente alguno: el discurso es exactamente el mismo y se replica en todos los mass media, en todo el arco político, desde derecha a izquierda. Inclusive la mayoría de los medios independientes replican el mismo discurso hegemónico que tuvo su epicentro en los principales medios europeos y que se difundió virósicamente en todo el mundo.
El razonamiento subyacente al discurso mediático es de estructura circular. Se nos dice que estamos en una situación grave, lo cual se fundamenta en que enfrentamos una situación grave.
Nos invaden millones de notas y noticias donde se nos indica qué precauciones debemos tomar, donde se nos dice cómo nos debemos comportar para defendernos del Covid-19 y donde jamás se nos dice por qué deberíamos hacer todas esas cosas.
¿Es el Covid-19 realmente grave? ¿cuál es el resultado al compararlo con otros virus? ¿cómo es su tasa de morbilidad y de mortalidad? Son estas preguntas que se evitan en la mayoría de los casos. Los análisis comparativos escasean y es difícil encontrar datos certeros.
En lugar de datos certeros, circulan ominosas fotos desde Italia de camiones en hilera transportando cientos de cadáveres o videos de médicos llorando por el exceso de trabajo. Los medios nos proporcionan constantemente números absolutos, contadores siniestros de mortandad sin hacer comparativa alguna con otras enfermedades.
Si el Covid-19 lleva actualmente 350.000 casos de infección y 13.000 muertos, ¿no sería adecuado cotejar las cifras con otros virus conocidos? ¿No sería adecuado aclarar que las epidemias anuales de Influenza causan de 3 a 5 millones de casos graves y 290 000 a 650 000 muertes[8]? ¿No sería adecuado poner sobre la mesa los datos de las distintas enfermedades para evaluar en su justa medida el nuevo brote de Covid-19?
Los mass media ejercen su fundamental función desinformadora diseminando el terror, y su efectividad se ve multiplicada al infinito por las redes sociales, donde esta información parcial de por sí desinformante se ve entremezclada por un sinfín de fake news que agravan una y otra vez la situación.

13- Pero, cabe preguntarse, ¿es que realmente importan los datos duros? Si le preguntamos a una persona cualquiera por qué siente el pánico que siente, ¿tendrá datos para aportarnos? o mejor, ¿disminuirá su pánico una vez que le mostremos los datos que no justifican dicho pánico sino todo lo contrario? La respuesta es: absolutamente no. Pero, ¿por qué siente tanto terror por un nuevo virus gente que cotidianamente cultiva sus propias enfermedades incorporando cantidades bestiales de azúcar, sal, hormonas, pesticidas, transgénicos o tabaco?
El Coronavirus, en tanto que psicovirus semiótico, ha logrado forjar un sentido común de pánico y terror, del “sálvese quién pueda” que excede a cualquier argumentación racional.
Este nuevo sentido común que ha infectado las relaciones sociales constituye hoy en día el telar que nos une como sociedad y oponerse a dicho sentido común implica un exilio forzoso. Aquellos que concientizan ese estado de infección se exponen al linchamiento social, en tanto que la sociedad responde con fervor religioso en defensa de este nuevo sentido común.

14- Ahora es preciso hacer foco en el terreno fértil que posibilita este nuevo virus mundial, algo tan evidente que no se suele tocar en discursos académicos.
A partir de la caída del muro de Berlín en 1989, se ha discutido profusamente respecto de la caída de los grandes relatos y el pretendido fin de las ideologías con el fin del comunismo.
Pero como bien se ha marcado en más de una ocasión, la aparente falta de ideologías del mundo globalizado neoliberal no es más que la imposición generalizada de una ideología que ha calado de tal modo que ya no se muestra a sí misma como ideología sino como una clara y distinta descripción de la realidad.
Esta ideología no es otra cosa que una concepción científica del mundo que subyace como sentido común y que cierra cualquier línea de pensamiento del ciudadano común.
Este cientificismo que constituye el marco paradigmático de la vida social implica una necesaria adhesión de tipo religiosa.
Y esto que a veces puede resultar complicado de ver, se evidencia patentemente en la actualidad, donde cualquier persona que se atreva a esbozar una crítica a esta generalización del pánico es linchada simbólicamente por el común de la sociedad, donde los propios médicos salen a decir en los medios que resulta peligroso cualquier manto de duda respecto a esta pandemia, donde la gente organiza espontáneamente “aplausazos” a la corporación médica a la manera de una plegaria, como bien han sido descriptos por algunos medios.
Vivimos, pues, bajo el dominio de un realismo científico-capitalista donde estos dos aspectos, a despecho de lo que suelen creer los marxistas, están imbricados necesariamente, lo cual se muestra a las claras en el actual acontecimiento perpetrado por la ciencia y uno de sus principales bastiones, la medicina, en alianza con los mass media.  

15- Nos enfrentamos ahora mismo al mayor espectáculo/simulacro de la historia de la humanidad, superando ampliamente al otro gran espectáculo vivido en 2001 con la caída de las Torres Gemelas.
Si el derribamiento/implosión de estas Torres constituyó un shock que vimos replicado incansablemente por la televisión, fue este un hecho que la mayor parte de la población mundial vivió desde afuera, de manera externa.
Ahora bien, con el Coronavirus no nos enfrentamos, sino que más bien pasa a ser un virus que nos constituye desde adentro, subjetivamente, que cambia nuestra manera de pensar, nuestros discursos y nuestras actitudes.
Pero, si como decía un filósofo francés, el espectáculo no es en efecto un acontecimiento externo sino que es ante todo una relación social, la espectacularidad del Coronavirus no se debe únicamente a la potencia de los mass media y las redes sociales, sino principalmente a nuestra condición de huéspedes psíquicos y a nuestra complicidad y compromiso de transmitir el virus a los demás.
Así como estamos enfermos, enfermamos a los demás. Y al que se resiste a la enfermedad, lo linchamos.

16- Las consecuencias evidentes de la invención de una pandemia de esta índole son muchas y diversas. Los ingresos de las farmacéuticas se verán incrementados exponencialmente, por el aumento en la venta de fármacos en general, de ansiolíticos en particular (estoy esperando ansiosamente estadísticas en este rubro) y luego por la venta masiva de vacunas para poner fin/controlar el Covid-19.
Los gobiernos de algunos países, con la debilidad característica del Estado en nuestro mundo globalizado, se dejan llevar por la paranoia global, estimando los costos políticos de no responder fuertemente a la pandemia. En algunos casos porque no ven otra alternativa y en otros casos por conveniencia en tanto que la pandemia permite desviar la atención de otros problemas más graves.
Lo cierto es que hoy en día varios países han establecido la cuarentena obligatoria y otros analizan hacerlo.
La tremenda crisis económica catapultada por la pandemia y posibilitada por el elevadísimo nivel de financiarización de la economía mundial tendrá una dimensión que de momento es difícil estimar, pero que probablemente esté a la altura o incluso supere a la crisis financiera del 2008.
En principio, es lógico pensar que esta crisis que recién comienza termine generando una mayor concentración del capital y un mayor empobrecimiento de los países periféricos, cuyas economías dependen del precio de los commodities y/o del petróleo.
Pero más allá de las consecuencias políticas y económicas, la pandemia del Coronavirus generará una acentuación de las condiciones de dominación existentes.
En un país periférico como la Argentina, lejos del epicentro de la pandemia del Covid-19 y con tal sólo 158 casos confirmados al día de la fecha, se ha decretado la cuarentena obligatoria.
En una encuesta difundida en un diario local[9], el 90 % de los encuestados opina que el aislamiento obligatorio es necesario y el 82 % afirma tener mucho o bastante miedo. En el primer día de cuarentena, se hicieron 2400 denuncias de personas hacia otras personas que supuestamente estaban violando la cuarentena[10].

17- Si vivimos en un marco paradigmático que bien podemos llamar realismo científico-capitalista, donde, decíamos, hay un nivel de compenetración entre la ciencia (y su principal bastión, la medicina) y los medios masivos, podríamos hablar para ser más precisos, de science media, como los promotores primarios de la epidemia del coronavirus y de los smartphones como los principales vectores de contagio.

18- En un contexto mundial en el que se venían sucediendo protestas en distintos lugares del mundo (Argelia, Bolivia, Gran Bretaña, Cataluña, Chile, Ecuador, Francia, Guinea, Haití, Honduras, Hong Kong, Irak, Kazajstán, Líbano, Pakistán), en el que presenciábamos una guerra comercial entre EEUU y China, en el que se venía incrementando la discusión respecto de la vacunación compulsiva por parte de los denominados “antivacunas”, en este contexto mundial estalla precisamente el brote de Covid-19 (y convenientemente lo hace en China).
Este brote pandémico genera, por tanto, una interrupción en las protestas y al mismo tiempo un enterramiento del discurso “antivacuna”.
Este simulacro llamado pandemia constituye un autogolpe por parte de los science media que, lejos de constituir un golpe al capitalismo y de provocar un retorno del comunismo, producirá un afianzamiento de las condiciones existenciales del capitalismo globalizado en su versión neoliberal.
La hegemonía científico-mediática, de la mano de la OMS, incrementará enormemente su poderío y será vista como la salvación de la humanidad una vez que se comiencen a vender las vacunas contra el Coronavirus; vacunas que probablemente sean establecidas como obligatorias por los Estados y que, aún si esto no sucediera, provocarían que la mayor parte de la población corriera a vacunarse inmediatamente, aún cuando el Covid-19 no es más fuerte de lo que es una gripe fuerte para la mayor parte de la población mundial.
Las condiciones de existencia actuales donde los individuos nos encontramos atomizados e hiperindividualizados se acentuarán dramáticamente, en la medida en que no sólo el otro compite conmigo por el trabajo, por el éxito económico (tal como dicta el ideario meritocrático del neoliberalismo), sino que ahora es además sospechoso de transmitirme un virus.
De este modo, se dificultarán en un futuro acciones o proyectos colectivos por el terror que habitará en nuestro subconsciente, incluso cuando ya nos olvidemos de este virus biológico.
En tanto que la infección del Covid-19 en muchos casos es asintomática, todos somos sospechosos. En ese sentido, como individuo me convierto en policía de mí mismo y de los demás.

19- Mi hogar se convierte en un espacio de autoconfinamiento, donde me cuido de no contagiar a otros y de que no me contagien, al mismo tiempo que miro atentamente por la ventana para denunciar al vecino que no cumple la cuarentena.
El control ha llegado a un punto máximo cuando los individuos voluntariamente desean ser confinados en cuarentena.

20- En conclusión, atravesamos un test de control iniciado por el capitalismo científico-mediático, potenciado por el marketing del terror de los science media y replicado infinitesimalmente por la red mundial de las redes sociales.
Este test ha tenido un éxito rotundo y ello es lo más preocupante del asunto.
La pandemia del Covid-19  no ocurrió ni ocurrirá; la dispersión por distintos países del mundo de una nueva cepa de un virus biológico ya conocido no tiene la potencialidad para generar lo que está ocurriendo.
La epidemia generalizada del Covid-19 se controlará y pasará, pero la pandemia del Coronavirus dejará huellas muy profundas.
Lo que está en la tapa de los diarios no es el Covid-19, es el Coronavirus; lo que hace colapsar los sistemas de salud de muchos países (ya de por sí en malas condiciones) no es el Covid-19, es la paranoia general desatada por el Coronavirus, que hace mucha gente que no debería estar en los hospitales sea internada y puesta en cuarentena.
El Coronavirus como dispositivo semiótico de control que opera a nivel del deseo, estructurará nuestras subjetividades desde ahora en más como trasfondo aterrorizante de todos nuestros proyectos, actitudes y formas de vida.
Agotado ya el efecto por el enemigo disperso pero físico del terrorismo, que tuvo su mayor relevancia en la primera década de este siglo a partir del 2001, el sistema inventa un nuevo enemigo ahora invisible para tornarse él mismo un sistema terrorista que produzca un reafianzamiento del control de nuestras vidas.
Vivimos pues bajo un régimen de guerra global permanente, pero ahora supuestamente contra un enemigo invisible, un virus biológico, que puede estar parasitando a cualquiera de nosotros y que por ello -potencialmente al menos- nos parasita a todos.

21-  Pero lo más terrible y preocupante de esto es: si este test ha resultado tan exitoso y el nivel de control de la humanidad a llegado a límites insospechados, ¿qué nos puede deparar el futuro?

22- Si es que podemos comenzar a pensar con el objetivo de encontrar o idear una cura o un antivirus a esta pandemia del terror, el primer paso es reconocer que estamos todos infectados.

Agradecimientos: Jean Baudrillard, Guy Debord, Franco “Bifo” Berardi, Mark Fisher, Gilles Deleuze, Giorgio Agamben.
 


[1] http://open.who.int/2018-19/contributors/contributor

[2] https://www.entrepreneur.com/article/347737

[3] https://www.economiadigital.es/politica-y-sociedad/coronavirus-la-falta-de-tests-situa-a-espana-en-el-tercer-pais-con-mas-mortalidad_20046051_102.html

[4] https://www.eldiario.es/sociedad/coronavirus-Italia-Espana-Corea-Sur_0_1007200429.html

[5] https://www.rtve.es/noticias/20200322/se-sabe-del-nuevo-coronavirus-china/1996067.shtml

[6] https://www.theatlantic.com/science/archive/2020/01/how-fast-and-far-will-new-coronavirus-spread/605632/

[7] https://www.elplural.com/sociedad/tasa-mortalidad-coronavirus-edad_233928102

[8] https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/influenza-(seasonal)

[9] https://www.pagina12.com.ar/254643-que-piensa-la-gente-sobre-la-cuarentena-y-el-coronavirus

[10] https://www.infobae.com/sociedad/policiales/2020/03/18/en-su-primer-dia-la-linea-134-para-denunciar-a-personas-que-violan-la-cuarentena-recibio-2400-llamados-y-se-investigan-130-nuevos-casos/

FUENTE: PLURALINCOGNITE

«Engendros», de Pedro Yagüe. Ensayos que reflexionan sobre el campo literario a contramano de los consensos de la época // Luciana Reif

Pedro Yagüe estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires y actualmente es doctorando de Ciencias Sociales en la misma casa de estudios. Engendros es su primer libro publicado en el 2018 por la editorial Hecho Atómico, tiene una novela inédita y otra en la que se encuentra trabajando actualmente. El viernes 24 de abril estará leyendo sus textos en “Esto no es un ciclo”, en Animal Teatro. Engendros es un conjunto de ensayos que retoman las voces de una serie de escritores: Barrett, Mansilla, Fogwill, Gombrowicz, Lamborghini, Carri, Asís, Viñas y Rozitchner, como una oportunidad para problematizar qué es la escritura, el mundillo de los poetas y el académico, la relación entre afecto y razón. El análisis de Pedro Yagüe sobre el campo literario es audaz y arriesgado para los tiempos que corren, donde los consensos se estrechan y compactan y las fisuras se temen como puntas de lanza. Nos encontramos una tarde en el bar de Almagro El Banderín y, peloteo mediante, charlamos sobre estos y otros temas.

¿Cómo fue el proceso de escritura de Engendros? ¿Surgió todo de golpe, fue una escritura larga?
Creo que el libro empieza a escribirse en el 2013 cuando descubro la filosofía de León Rozitchner. Es como si a partir de ese momento me hubiera permitido leer y escribir de otra manera. Rozitchner habla de la propia afectividad como un índice de verdad. Esa idea me gustó mucho y creo que la asumí como una especie de programa. Leía autores que me conmovían aunque no entendiera por qué, otros me embolaban, otros me llenaban de bronca. Pero sabía que ese era mi punto de partida: el tipo de emoción que me despertaban. Entonces empecé a escribir unos textos cortos en los que intenté identificar eso, entenderlo, y enseguida aparecieron preguntas en torno a la escritura. ¿Qué se pone en juego cuando se escribe? ¿Qué riesgos se asumen? ¿Qué relación hay entre cuerpo y texto? Lamborghini, Rozitchner, Carri, Viñas, Asís, Fogwill, Gombrowicz, Barrett, Mansilla: fueron excusas para pensar esas preguntas. Fueron imágenes que encontré y en las que, me pareció, había algo que aprender.

¿Por qué el título?
La idea del título va a dos puntas. Por un lado, quería dejar en claro que no estaba haciendo una exégesis. Cada capítulo no habla exactamente sobre un autor, sino sobre algo que me interesa de su relación con la escritura. Me di cuenta de que, al hacer esto, los estaba forzando, a veces incluso distorsionando para hacerles decir una idea. No era un retrato fiel. Era algo deforme. Un engendro. Al mismo tiempo me gustaba el hecho de que esa palabra, que remite a una deformidad, incluyera también la idea de engendrar, de crear algo nuevo. La lectura que hago de Mansilla, por ejemplo, la de Lamborghini o la de Asís, son muy discutibles desde el punto de vista exegético. Pero a mí eso no me importa. Escribo sobre ellos como una excusa para pensar, para decir algo que tengo ganas de decir.

El libro planea sobre cierta crítica al «mundillo de los poetas», especialmente el contemporáneo: ¿todo tiempo pasado fue mejor?
Para nada, los mundillos existieron y van a existir siempre. El problema es otro, que no tiene que ver ni con el presente ni con el pasado, ni siquiera con esa gente, sino con el peligro de ciertas lógicas que terminan afectando a la escritura. Me parece que, por más que hable de autores pasados, el libro está escrito en tiempo presente. ¿Por qué me aburre esto? ¿Por qué me irrita? ¿Por qué este autor me parece fascinante y este otro intrascendente? Si escribí Engendros fue para poder responderme estas preguntas. Si hablo de los mundillos literarios, culturales y académicos es porque los reconozco como parte de una lógica de la que me intento diferenciar. Me parece que el problema aparece cuando la escritura se organiza y valora por razones externas a la escritura. Ahí aparecen los cálculos, los silencios, los amiguismos, la desesperada necesidad de pertenecer a un grupo. Al que sea, como sea. Y eso no puede no repercutir en lo que se escribe. Entonces siento la necesidad de exponerlo, de decirlo, no como una denuncia moral, sino porque hay algo en todo eso que me despierta una especie de productividad. Me hace pensar, me hace escribir. El capítulo sobre Viñas es claro en ese punto: el odio y la venganza como motor de la escritura.

En las diferentes voces que recorren el ensayo, hay una idea recurrente: la puesta en juego del afecto en relación al otro como potencia para la escritura más que el pensamiento o la razón. ¿Cuál crees que es la dificultad en el capitalismo contemporáneo para poner en juego el afecto en la escritura? ¿Desde dónde crees que se escribe, si no es desde este lugar?
Es que justamente no opondría afecto y razón. Meschonnic dice algo lindo y es que el lenguaje es el punto exacto en el que se muestra la unidad –y no unión– de cuerpo y pensamiento. Son cosas que van de la mano, incluso cuando parece que no. Con respecto al lugar del otro y a nuestro tiempo, creo que hay un tema con la primera persona, tanto en la poesía como en la narrativa, que es muy sintomático de esta época. Todo el mundo hablando sobre sí mismo, incapaz de asumir otro punto de vista, contando la anécdota de la anécdota de la anécdota. Es una especie de realismo autorreferencial. Hoy en día hablar de una lógica neoliberal es un lugar común, pero en este caso me parece inevitable. Veo una relación muy clara entre esta especie de realismo narcisista y cierta subjetividad de época. Y ahí hay una pérdida terrible. Se pierde a la literatura como lugar de experimentación, de exploración de problemas que solo pueden ser dichos y pensados de una manera específicamente literaria. Esto que digo no tiene que ver con la primera persona en sí. Por ejemplo, vos agarrás Cicatrices de Saer y encontrás un uso increíble de la primera persona. Y es que ahí, justamente, la primera persona cumple una función narrativa: muestra la multiplicidad de los puntos de vista. Hoy en día encontrás por todos lados una primera persona en la que pasa exactamente lo contrario. El punto de vista es el mismo. No se usa la primera persona, sino que se está condenado a ella. Esto se ve sobre todo en las redes sociales, en la epidemia de poemas y textos cortos en los que se habla sobre el amor o se cuentan anécdotas que son de lo más intrascendentes. Pero ahí también hay algo a pensar. Juan Solá es un síntoma. Porque no es algo que quede circunscripto a las redes. No me extrañaría que pronto llegue Planeta o Penguin a capitalizar ese estudio de mercado gratuito. Pero a lo que iba: si pensamos a ese tipo de escrituras como un síntoma, aparecen preguntas. ¿Por qué garpa eso hoy? ¿A qué sensibilidad apela? ¿Qué imagen de la literatura se construye? Creo que ahí hay un problema. Lo mismo pasa con ciertos textos que se pretenden políticos y que terminan siendo asquerosamente morales. Se escribe para confirmar lo que ya se sabe que se piensa, se finge defender una idea cuando se escribe para los que ya piensan como uno.

En el libro hacés una analogía entre el mundo literario y el académico al hablar de cierto pacto de autoregodeo. ¿Por qué creés que existe tal autoregodeo? ¿A qué necesidad responde?
Creo que tiene que ver con todas estas lógicas de las que venimos hablando. Sobre todo con la ausencia de una voz propia y con la falta de riesgo que eso implica. Te das cuenta cuando el que escribe asume un riesgo. Un riesgo estético, político, social, o cuando el escritor se sumerge en algún tipo de oscuridad, algo ligado a la condición humana, a sus miserias y misterios. En eso suele haber un riesgo y por lo tanto soledad. Y esta soledad, que puede parecer individualista, es completamente política. Es el rechazo a los consensos de estos mundillos, el rechazo a las lógicas de la academia y de la cultura. Una distancia necesaria. Por eso me da la impresión de que la lógica del riesgo muchas veces se opone a la de la pertenencia. Cuando Alan Pauls se propone armar una trilogía de los años setenta a partir del problema del llanto, del pelo y del dinero aparece algo que me gusta: es un proyecto literario, es la voluntad de pensar, de escribir sin saber bien a dónde te va a llevar eso. Después podemos discutir cómo lo realiza, pero el proyecto es bueno. Entonces vuelvo a mi pregunta brújula: ¿por qué me gusta eso? Y me doy cuenta de que me gusta cuando alguien escribe para pensar, cuando entiende que necesita narrar para comprender, que no le alcanza con la historiografía ni con la argumentación. Hay cosas que solo se pueden pensar y decir de una manera específicamente literaria. Para criticar al macrismo ya está Navarro. Te puede gustar más o menos, pero un escritor que arma un proyecto literario y lo sostiene está asumiendo un riesgo. Y eso a la larga se nota.

Respecto a la circulación de textos y poemas cortos en redes sociales, ¿creés que la poesía puede volverse masiva sin perder su calidad?
No creo que la circulación en las redes sociales empobrezca la producción literaria, al menos no necesariamente. Instagram y Facebook son lugares donde todo esto se expresa, lo bueno y lo malo. Hay cosas que me gustan mucho ahí, reflexiones, poemas, hay de todo. Por eso tampoco me parece que haya una relación necesaria entre la calidad de un texto y su masividad. De nuevo, el problema aparece cuando se valora la escritura por razones externas. Esta especie de realismo autorreferencial del que te hablaba me parece malo por razones estrictamente literarias. No veo una búsqueda de una voz, no veo una exploración, no creo que se ponga en juego una estética, no creo que se esté pensando nada y, por lo tanto, no se asume un riesgo. Es una escritura cómoda, más orientada a la construcción de una imagen personal que al tipo de apuesta que me gustaría encontrar cuando leo.

«La poesía nada tiene que ver con el mundillo de los poetas» decís en el libro. ¿Cuál creés que es el lugar privado y cuál el público que debería tener la poesía? ¿Cómo pasar al espacio público sin caer en las lógicas que mencionas? ¿Debe ser política de Estado la literatura?
Yo te podría decir “sí, la literatura debería ser una política de Estado”, lo ponemos como título de esta nota y todos quedamos bien: vos, yo, la revista. Pero al mismo tiempo siento que no te estaría diciendo nada. Me da la impresión de que los problemas que pienso en este libro van más allá de cualquier política que pudiera asumir un Estado. Creo que son cosas que van por carriles diferentes. En este país hubo siempre buenos escritores sin necesidad de planes del Ministerio de Educación o de becas del Fondo Nacional de las Artes. No es que yo esté en contra de eso, me parecen bien esos planes y me presento a esas becas (aunque no me salgan). Pero son cosas diferentes. Entonces retomo lo que me preguntás en torno a lo público y a lo privado. Me interesan los debates públicos cuando lo que se pone en juego son sensibilidades. Las discusiones sobre el canon, cada vez más infrecuentes, me parecen muy necesarias. Si yo te digo que me encantó tal novela y que tal otra me pareció ilegible, no lo hago para hacerme el canchero. Cuando uno dice eso está queriendo defender una sensibilidad, está queriendo dar un combate estético. Son discusiones que hay que dar, aunque alguno se enoje. Ahí vuelve a aparecer la lógica de la pertenencia y el temor: mejor no decir públicamente que tal novela me parece mala, a ver si justo me toca esa persona como jurado en un concurso, una beca o un cargo. Me parece importante defender lo que uno piensa y siente. Dar la pelea. Cada uno intenta defender una sensibilidad, un punto de vista en el que se reconoce. ¿Y entonces qué puede hacer una política de Estado en todo eso? Nada. O lo que es peor, te hacen leer a Mempo Giardinelli.

¿Cuál es el lugar de las amistades en la literatura ¿Cómo se tiene amigos sin caer en el onanismo de grupo?
Creo que se va dando de manera natural, son afinidades que se arman con quienes uno comparte un código, una sensibilidad, una cierta relación con el lenguaje. Hay un texto de Diego Sztulwark en el que define a la amistad como un ánimo común para escaparle a nuestro tiempo. Esa idea me parece hermosa porque la amistad aparece ligada a una resistencia, a un espacio donde algo del orden de la sensibilidad intenta dar una batalla. Entonces la amistad, en la literatura o en la política, me parece que está dada por la construcción de ciertas coordenadas intelectuales y afectivas desde las que resistir el presente. Incluso los muertos, esos sobre los que hablo en este libro, pueden ser considerados de esa manera. Engendros tiene un mellizo que también podría ser un amigo: El sacrificio de Narciso. Es un libro hermoso de Florencia Abadi, una amiga que admiro y quiero mucho. Son libros mellizos o amigos porque nacieron juntos, los editamos al mismo tiempo y con la misma editorial. Aunque, por momentos, no podrían ser más distintos. El otro día, habiendo pasado más de un año de que se publicaran, un amigo de Flor nos dijo que había notado muchas afinidades entre los dos, afinidades que ni ella ni yo habíamos registrado. Eso me parece lindo. Porque quiere decir que es algo que pasa y que excede a cualquier decisión. La amistad que me interesa va por ahí. Una afinidad por la afinidad misma, algo desprovisto de cualquier cálculo, de cualquier red de conveniencias.

¿Qué entendés por reconocimiento dentro del campo literario, cuál es la importancia que le das y qué tipo de reconocimiento te interesa, de quienes o de qué espacios y de cuáles no te interesa o no te parece tan válido?
La verdad es que no lo tengo muy claro. Uno siempre quiere que a los otros les guste lo que uno hace, lo que no quiere decir que uno haga las cosas para que gusten. Te mentiría si te dijera que no me pondría contento ser reconocido por los escritores que admiro. Pero bueno, después hay un tema de afinidades que, como te decía antes, es independiente de cualquier decisión. Yo no sé si a Diego Torres le gusta su público. Quizás compone pensando en un público re canchero, pero cuando llega el recital, levanta la cabeza y en la primera fila están Graciela y Ricardo. Creo que lo importante es que el reconocimiento o la falta de reconocimiento no afecten a la escritura. No digo que sea fácil, pero hay que intentar sostener esa causa, ese vacío, que te lleva a escribir. Y mantener la confianza en lo que uno hace. Después, lo otro, ya no depende de uno.

¿En qué proyecto estas trabajando actualmente?
Estoy laburando en varias cosas. Tengo una novela terminada y otra que estoy dejando reposar unos meses para poder darle una buena reescritura. También un libro sobre León Rozitchner, que este año o el siguiente debería entregar como tesis doctoral, pero que escribí pensándolo más como libro que como tesis.

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Pedro Yagüe recomienda la canción “Eu preciso me encontrar” de Cartola:

 
 
 
 

Fuente: Indie Hoy

Micropolíticas y prácticas de la intimidad en tiempos de pandemia // Lila María Feldman

¿Y si se estuviera, si estuviéramos inventando, rediseñando, al mismo tiempo que defendiendo qué es estar con otrxs, cómo estar con otros?  O, incluso, ¿de qué modos el otrx sigue presente en y con unx? Más aún: ¿ y si el aislamiento estuviera dando lugar a modos nuevos de creación de intimidad, o de afirmación de intimidad? ¿De qué intimidad estamos hablando? Potente y desafiante paradoja: la del surgimiento o profundización de la intimidad en el corazón del aislamiento y la suspensión de los encuentros habituales con los otrxs, a partir de la pandemia.

 

Intimidad como territorio existencial. Experiencia de estar con otrx, conservarlx, “hacerlx durar”, expandirlx. Quiero pensar en lo que esta nueva experiencia no sólo interrumpe, coarta, sino crea, o recrea. Y en las políticas de resistencia a las que da tiempo y espacio.

Intimidad como modo de sellar un pacto: seguimos siendo los mismos, al tiempo que ya somos otros. ¿Cómo seguir siendo los que éramos, cómo no olvidar quiénes éramos, mientras vamos siendo otros?

El psicoanálisis continúa siendo, entregado a su tiempo, a cada época  –eso espero, y eso verifico y redescrubro-  un lugar privilegiado de acceso a la intimidad.

La amistad, es otro.

Estamos viviendo, descarnadamente y sin preparación, una experiencia desmanteladora y forzosamente revolucionaria.  Aislados, experimentando el encierro, confinados  en “la propia casa”, buscamos hacer pie en otros territorios existenciales, y así ampliar los confines.  Me refiero a los  territorios que nos permiten anclar y explorar nuestras existencias, hacer pié.  Por supuesto que no hablo, en este caso, de espacios físicos ni geográficos. Florecen en estos días los modos de testimoniar que no estamos solos. Sucede que para eso, o mientras lo testimoniamos, inventamos nuevos modos de no estar aislados, ni encerrados.

Quiero decir, que la genuina intimidad no es la del espejo “interior” ni la del bloqueo o anestesia “new age”, ni la de “quererse a unx mismx”. Nada de eso. En todo caso, hablo de la intimidad que nace o se reafirma en el lazo que nos arrebata de una caída o de un silencio, del sin-sentido o del vacío, de la desaparición de lo que hasta ahora formaba parte de vivir siendo humanxs.

Intimidad no es conocernos (como si ello fuera posible!) ni estar en silencio, mucho menos estar aislados. Es –para mí y tantxs otrxs- descubrirnos al mismo tiempo distantes y cercanos. Compartir la experiencia de des-conocernos. Agarrarnos fuerte, sostenernos, mientras tanto mundo se desmorona y mientras no sabemos cómo sigue la Historia, y en ella cada una de nuestras pequeñas y grandes, pero sobretodo únicas, biografías.

El método psicoanalítico cobró forma y sentido porque hay alguien que habla, alguien que escucha, y alguien que “se” escucha. En ese espacio informe y transformador, que no requiere necesariamente de un diván, ni siquiera (herejía!) de un consultorio, ni necesariamente o imprescindiblemente de un horario o frecuencia fijamente delimitada. Hay alguien que habla y alguien que escucha.

El psicoanálisis fundó un modo de leer y de escribir, un modo de hablar, hasta un modo particular de soñar, dije hace un tiempo en otra escritura. Hay sucesos revolucionarios que nos vuelven a llevar a ese lugar, el de tener que inventar y reafirmar al mismo tiempo, que nuestra humanidad se asienta en leer y escribir, en hablar, en soñar, no como hechos biológicos ni alfabetizantes s no como hechos subjetivantes. A partir de esta pandemia, leer y escribir, habitar los espacios y tiempos en los que la palabra crea intimidad, se ha vuelto aún más imperioso. Las redes sociales, los dispositivos y aplicaciones que nos posibilitan encontrarnos, de a dos, de a muchos incluso, y el viejo dispositivo del grito o del susurro, del baile y de la música, de balcón a balcón, de terraza a vereda, el pasillo, la lectura en voz alta… son diversos y variados los modos de seguir siendo los que necesitamos de otro que atestigue que existimos, que seguimos existiendo, que algo de lo que vivimos tiene o tendrá sentido alguna vez, o no, pero que en esa apuesta defendemos, resistimos, porque si no, en serio, perderemos la vida, o –peor aún- ya la habremos perdido.

Una paciente me convoca en el final de una noche a decidir el modo de transitar su cuarentena. Otra paciente se recluye en su auto para poder sostener una conversación analítica, pero sobretodo íntima. Un paciente –un paciente que cuando comenzó su análisis comparó el trabajo analítico con la escritura, porque uno no puede anticipar lo que dirá-creará allí, pero confía y descubre que allí se escuchará- me pide que nos comuniquemos por mail, es decir, me propone recuperar un diálogo sostenido en el género epistolar. Así inauguramos una conversación escrita, y diferida. Una paciente niña me cuenta, en sesión por videollamada, que decidió empezar a escribir un diario íntimo. Otro paciente, a propósito de lo vivido estos días, se pregunta qué es, cuál es, la “vida real”. Varios pacientes primero rechazan el encuentro “online”, pero luego me escriben pidiendo –a veces con desesperación- que de algún modo, los escuche. Necesitan hablar.

Con una amiga inventamos un modo, una práctica, de intimidad. Nos dejamos audios en los que nos leemos, en voz alta, alguna prosa o poema. Antes eran botellas arrojadas al mar…

Con otra amiga, mucho más nueva, escribimos un diario íntimo a dos manos. Veremos qué resulta, pero la escritura y el pensamiento de esta experiencia nos convoca. Volver a la “correspondencia”.

Inventemos, apostemos, defendamos, abracemos (a contrapelo del abrazo impedido, por ahora) las prácticas y políticas de intimidad. Hacer en la distancia un espacio común. No es simplemente recuperarlo, también es re-inventarlo. Reinventar lo común. Y aún en la distancia, hacerlo real.

Pierre Hadot  -suele citar Diego Sztulwark- se refería a los “ejercicios espirituales”, no como “sistemas” filosóficos sino como modos de averiguar (en esta noche, en este mundo, como dijo una poeta) qué es vivir. Cómo seguir viviendo. Cómo “singularizarnos” en tiempos en los que un virus -amenaza tan cierta y concreta, como también fantasmática- nos arrasa.

Tal vez la intimidad sea eso. No tanto la vida “interior”, solitaria, sino ese momento minúsculo y poderoso en el que inventamos junto a otrx, un modo de leer y de escribir, de hablar, soñar, ser escuchados, escucharnos en otrx. O tener, seguir teniendo, con quienes hacerlo.

 

 

Resistencia y deseo. Populismo e izquierda // Entrevista a Diego Sztulwark por José García Molina (Revista Lacan Emancipa)

JGM: En primer lugar quisiera expresar mi alegría y agradecerte por la posibilidad de esta conversación para #lacanemancipa. Y como hace poco que has publicado un magnífico libro que he tenido ocasión de leer –La ofensiva sensible– quisiera comenzar la conversación por ahí, señalando lo que no deja de parecerme una curiosidad. Uno de los leitmotiv del libro, quizás de toda tu trayectoria de pensamiento y acción política, es la idea de resistencia. ¿Qué relación estableces entre dos nociones que, a priori, parecen remitir a acciones de signo contrario: la resistencia (frente a algo que se padece) y la ofensiva (que toma la iniciativa y actúa)?

DS: José, gracias por la lectura de La ofensiva sensible y por la invitación al diálogo. No es fácil substraerse al clima de alarma mundial por la pandemia. Mientras escribo esto, el gobierno argentino evalúa los costos económicos y sociales de frenar la actividad del país en vistas de prevenir una crisis sanitaria, en un país cuyas estructuras de consumo y producción fueron seriamente dañadas por los niveles enormes de endeudamiento que deja el gobierno de Macri. Varixs lectorxs del libro me han transmitido un cierto escepticismo con el término de resistencia y lo entiendo bien. Hay dos cosas que no quiero decir con ese término: ni mera “reacción” (pura respuesta a estímulos primeros), ni “limitación” (quedar en posición de defensiva literal y estricta). Asocio “resistencia” con capacidad de asumir la adversidad constitutiva de la existencia y, al mismo tiempo, con la aptitud de no plegarse a discursos y dispositivos de poder claramente enemistados con la conquista de mayores igualdades y libertades. Quizás resistir la adversidad, tanto la constitutiva -siempre habrá fuerzas capaces de hacernos padecer- como la coyuntural -actores políticos específicos que bloquean la conexión entre democracia e igualdad-, sea una condición efectiva para reconocer las propias fuerzas, y adoptar estrategias que tengan estas potencias -propias, colectivas- como premisas. La idea de ofensiva proviene de una activista del movimiento feminista popular argentino. En una entrevista que le hacía en un programa de radio a propósito del 8M de hace unos años ella usó esa expresión: “ofensiva sensible”. Me pareció una fórmula extraordinaria, que sintetiza la estrategia del movimiento social y popular argentino en sus mejores luego de la dictadura. Tomo tres momentos, para que se entienda: la irrupción de las Madres de Plaza de Mayo (1977); del movimiento piquetero (2001) y el más reciente feminismo popular. En los tres casos se trata de resensibilizar el campo social acosado primero por el terrorismo de estado, luego por la economía neoliberal, finalmente por la reacción patriarcal y neofascista. Contra la ofensiva económico-militar del capital, se alza en todo el continente latinoamericano una respuesta que no es reactiva sino activa, en la que es preciso sumar al movimiento indígena, comunitario y campesino. Esta ofensiva parte de la resistencia, y no repite la táctica de la ofensiva militar que León Rozitchner criticó en buena parte de la experiencia de la lucha armada de los setentas en la Argentina.      

JGM: Afirmas que el neoliberalismo es una operación o tentativa que trata de atrapar el deseo en la pura lógica mecánica del mercado y el consumo. Me permito una digresión para puntualizar que el deseo, como también apuntas en tu libro, cobra significados y efectos diferentes según sea leído en una tradición spinozista-deleuziana o desde el psicoanálisis lacaniano. Desde esta última tradición se propone más bien que el neoliberalismo atrapa al sujeto en un circuito autopropulsado de goce mortífero que genera efectos sintomáticos devastadores, tal y como ha venido diciendo con insistencia Jorge Alemán. En cualquier caso, volviendo a la idea de resistencia y su función política, y dado que algunos, entre los que me encuentro, privilegiamos la dimensión ‘insistente’ de la militancia, la lucha o la praxis política porque la asociamos, justamente, a una lógica del deseo y del perseverar, ¿no te parece que privilegiar la lógica de la resistencia corre el riesgo de producir identificaciones con un lugar en el que se instalan no sólo los que sufren y padecen sino los que nunca ganan, ni gobiernan, ni están en condiciones de disputar los lugares de decisión?

DS: He leído con atención el último libro de Jorge Alemán, y entiendo la contraposición que hace entre dos modos de concebir el deseo. Lamentablemente, no soy experto en la obra de Lacan, por lo que me limito a responder por aquello que dice al respecto Alemán mismo. En efecto, entiendo que para él se trata de darle a la izquierda las “malas noticias” del fin de una cierta metafísica de la revolución que suponía que la historia garantizaba en cierto plazo el triunfo. Honestamente no me gusta esta formulación al menos por dos razones. La primera de ellas, es que la propia izquierda revolucionaria sabe esto desde siempre. Los textos de Gramsci contra el optimismo histórico son ejemplares al respecto. Pero también porque me parece que presentar un sujeto cómplice, en su deseo mismo, con las formas de dominación, sólo puede tener utilidad en épocas de serias decepciones históricas, cuando se impone asumir hasta qué punto se puede interiorizar una derrota. Luego, no estoy para nada seguro que el sujeto político deba estar atado a una lectura psicoanalítica sospechosa de su capacidad de desear. En este sentido, te doy la razón, me siento más próximo a las teorizaciones de Deleuze y Guattari. Para ellos deseo y economía funcionan sobre un mismo plano y la producción deseante juega un papel central en las luchas. Lo que no veo con claridad es que la “resistencia” vaya en contradicción con esta idea de producción deseante. Claro que uno es un pésimo lector y por eso cuesta referir las propias ideas a filósofos clásicos. Pero estimo que en Spinoza la adversidad, la tristeza, las pasiones tristes no están minimizadas, sino muy tenidas en cuenta. Son parte de la naturaleza humana. Pero sólo en cuanto dan cuenta de fuerzas exteriores más fuertes, que llevan a padecer, pero también arrastran a la servidumbre y hasta al suicidio. De allí la importancia de una ética y una analítica del deseo que elabore la resistencia y la convierta en una política efectiva. Luego, si entendemos por “resistencia” ese rasgo del deseo que lleva a elaborar la adversidad y a la producción deseante, a la creación de experiencia común, se plantea por supuesto, el problema de la potencia política propiamente dicha. ¿Reencontrar la potencia política es equivalente a querer gobernar? No estoy seguro de este tipo de formulaciones. Las izquierdas han gobernado muchas veces sin lograr cuestionar los dispositivos duros de poder, lo que llamamos en esta época neoliberalismo. Quizás la pregunta por la potencia política se me aparece de otro modo: ¿cómo transformar los dispositivos duros de la explotación neoliberal, dispositivos tan duros que se vuelven compatibles con democracias vaciadas y gobiernos de izquierda impotentes? Tal vez mi pensamiento lleva a reabrir la cuestión de la revolución, que Jorge Alemán propone tratarla por medio del duelo (¡me parece tan importante tomar nociones del psicoanálisis para la política como no reducir la política a un campo de aplicación de conceptos psicoanalíticos!). Dos libros recientes me estimulan a pensar en otro sentido. Uno, El huracán rojo. De Francia a Rusia 1789/1917, escrito el año pasado por el profesor Alejandro Horowicz. El otro, aún más reciente, es El capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución, de Maurizio Lazzarato. En ambos encuentro una idea en común: el capital es inmune a cualquier presión reformista sino se encuentra amenazado por la revolución. Horowicz trata de entender que la revolución es una aptitud para sostener ideas libertarias a través de una composición colectiva de cuerpos, de inventar e inscribir igualdades en las estructuras económicas, jurídicas. Y muestra cómo las revoluciones, en el momento de la creación de un doble poder, no se restringen a una escala meramente nacional. De Francia a Rusia, explica El huracán rojo, la revolución fue europea. Y el espacio de mando al que la revolución se enfrenta no son sólo los respectivos estados, sino la dinámica económica y militar del mercado mundial. En cuanto a Lazzarato, él estima que para entender el neoliberalismo es preciso comprender los medios por los cuales la revolución ha sido derrotada y estima que el pensamiento posterior al 68’ ha subestimado el papel de la violencia en la conformación del mundo neoliberal. En un pasaje llega a admitir que luego de la segunda guerra América Latina fue un escenario revolucionario más avanzado que Europa. También estoy convencido de que es preciso profundizar en la comprensión de la violencia neoliberal para comprender las razones de la impotencia política e intelectual de las izquierdas. Es muy cierto que no podemos ya pensar en la Revolución como se lo hacía en los tiempos de la Revolución Francesa, la Rusa o la Cubana. Pero me parece que si dejamos de pensar -en- la revolución (sus temas: por ejemplo, la sublevación ante el poder de la ley del valor) sólo queda asistir -sea o no desde el gobierno- a la degradación aún mayor del concepto mismo de una democracia y unas nociones de igualdad que nacieron de aquellos procesos y que hoy la política no encuentra modo de defender. En La ofensiva sensible me limito a constatar que ese pensamiento está ausente en quienes se postulan como dirigencia política y, en cambio, puede recrearse en el reverso mismo de lo político, presente en las sublevaciones de diversas escalas que no dejan de reproducirse.

JGM: Siguiendo este hilo. Creo que coincidiremos en que un problema político de primer orden es siempre el de la articulación de lo diverso para formar conjunto, máxime cuando una de las ofensivas más obvias del neoliberalismo es la atomización de la vida. En este sentido, parece obvio que las prácticas plurales por sí mismas no conforman estructuras o núcleos de articulación con potencia suficiente como para plantear batalla. ¿Cómo entiendes el problema teórico-político de la articulación de la multiplicidad desde la lógica de la resistencia?

DS: En La ofensiva no hablo de una “lógica de la resistencia”, pero si le damos a esta expresión el sentido peculiar de una dinámica de acción material, que encuentra su punto de partida también en el plano de los cuerpos, como rechazo -y quizás intento de ir más allá- de la agresividad de la lógica del capital, que en su fase neoliberal actúa como desposeedor, violento, sexista, clasista y racializador, entonces sí, es posible que puedas identificar lo que rechazo de las políticas llamadas populistas -y en lo que habitualmente se presenta como una teoría populista- es un cierto fondo de tipo idealista. Una tal “lógica de la resistencia” sería, en rigor, el nombre de un materialismo que pone en los cuerpos las premisas de la creación de nuevos posibles. Encuentro una filosofía entera que partiendo de Spinoza y Marx podría tener un capítulo argentino en León Rozitchner. Y un capítulo en el feminismo popular latinoamericano en el lenguaje que practica alguien como Rita Segato.

¿Dónde encuentro ese idealismo del populismo? Trato de poner dos ejemplos. Dos citas. La primera es del pensador japonés Jun Fujita Hirose. En un artículo que publicamos recientemente en el blog Lobo Suelto, Fujita hace la crítica de la falta de materialidad en la teoría de la articulación discursiva populista a través de un ejercicio de lo más interesante: al repasar las sublevaciones globales de 2019 encuentra en ellas un principio articulador material que surge de las luchas mismas y compite contra la unificación puramente espiritual que ofrece el significante populista. En lugar de la apelación articulatoria del político populista al pueblo, la constitución de una voluntad unificada por la base resulta en estas sublevaciones de la capacidad de reconocer abusos de poder, en la aptitud para salir a las calles, tomar riesgos, y muy en especial, para sentir a los muertos, a los caídos en las protestas un marcador de esa nueva unidad conseguida en la confrontación. Antes pasar a mi segundo ejemplo quisiera insistir un poco más con los planteos de Fujita. En su reciente presentación en Buenos Aires de su libro maravilloso Cine Capital, volvió a plantear la confrontación entre idealismo y materialismo, ya no en los términos de la crítica a la aspiración típicamente populista de unificar lo que el capital fragmenta por medio de una articulación que se agota en una operación de tipo discursiva, sin reunir ni organizar fuerzas efectivas de ruptura con los dispositivos neoliberales, sino en referencia a la caracterización misma del neoliberalismo. Según Fujita, podemos encontrar al menos dos tesis generales sobre el neoliberalismo. La idealista sostiene que dado que el neoliberalismo provoca desinversión, retracción de crecimiento y desfinanciamiento de las redes de servicios públicos, es imprescindible ejecutar otra política económica diferente y mejor, una política de tipo desarrollista, que en la actual coyuntura sería deseable y posible. Frente a semejante tesis la posición materialista, en cambio, sostiene un razonamiento inverso: es la falta de crecimiento de la tasa de ganancia del capital la que lleva al capital a buscar ganancias más inmediatas, acelerando procesos de rapiña y desposesión. La ventaja de esta tesis es que capta la violencia neoliberal como violencia estructural del capital en esta fase de su despliegue. Si cada uno de estos diagnósticos supone políticas distintas, entonces quizás se aclare un poco más en qué consiste la creencia del populismo de izquierda, su apuesta a que cierta interpretación de determinados significantes claves produzcan la unidad del pueblo que padece la fragmentación neoliberal en torno a políticas de tipo keynesianas. Luego de asistir al momento populista en recientes gobiernos progresistas de Sudamérica, y en experiencias del sur de Europa, de ver sus límites y en algunos casos su declive, es preciso elaborar una crítica, aunque más no sea para no repetir experiencias (en condiciones mundiales cada vez más oscuras).

Vuelvo entonces a lo que llamas la “lógica de las resistencias”, como punto de partida para esa crítica, rescatando los marcadores efectivos de unificación del pueblo como fuerza de resistencia que aspira a detener la violencia de la acumulación y a neutralizar, destruir o transformar los dispositivos de dominación por medio de la lucha de clases. Si miramos lo que sucedió hace unos pocos meses en la provincia argentina de Mendoza quizás parezca más claro el planteo: el Frente de Todos -kirchnerismo y aliados- votó junto al gobernador de derecha una legislación que habilita el uso de contaminantes para la actividad de la megaminería. Esa ley fue resistida en la calle por movimientos sociales y asambleas, hasta que el propio gobierno y el parlamento de la provincia la derogaron. ¿Influencia de la sublevación vecina, la de Chile?

Contra lo que suele ocurrir, no me interesa impugnar al populismo de izquierda. La crítica de su política desde lo que llamás “lógica de la resistencia” -su impotencia transformativa, su idealista confianza en la articulación como fenómeno que en última instancia se resuelve en la comunicación- es más bien un deseo de reecontrar una instancia común de todas las izquierdas en torno a instancias que articulen de modo rico y complejo la asamblea y en la calle, junto a una intervención institucional que apunta a romper dispositivos duros como los de la seguridad y la deuda. Insisto en este punto: sin la calle y la asamblea -sin la amenaza revolucionaria- el poder de la comunicación se debilita y las izquierdas gobernistas arriesgan ocupar puestos de poder sin formar parte de experiencias transformadoras, o peor aún, corren el riesgo de dar la espalda a unas clases sociales que luego, en su decepción, dan la espalda a la cultura de resistencia de las izquierdas, lo que deja abierto el campo al neofascismo actual.  

El segundo ejemplo que quería dar es una mención del úlitmo libro de Negri y Hard, Asamblea. Su mérito principal, a mi gusto, es el modo en que los autores se hacen cargo de la crítica que se le han señalado los autores populistas respecto la falta de una comprensión de las tareas de articulación en la noción de “multitud”, que parecería darse “espontáneamente”. Me parece que Asamblea acierta al menos en dos puntos: en la idea de que la política no puede ya concebirse como separada de la economía, sino que hay que asumir que la dinámica de la toma de decisiones (política) se da junto con las formas de concebir la cooperación productiva (economía); y que el problema de los liderazgos debe ser muy tenido en cuenta en una política de la multitud, asumiendo su papel de operar nuevas combinaciones que vayan de la recombinación no capitalista de la producción a la toma de decisiones capaces de plasmar nuevas formas de cooperación social en instituciones de ruptura con el mundo neoliberal. Creo que este tipo de planteos ayudan a situar la discusión con el llamado populismo de izquierda a partir de la materialidad de las resistencias, de la cooperación, y de un nuevo modo de pensar las decisiones políticas. 

JGM: Eres crítico también con la teoría populista de Laclau, incluso con los gobiernos populistas que, a tu juicio, no han sabido o logrado propiciar un modo de vida diferente al que propone el mercado. En este punto resulta curiosa tu ‘opuesta coincidencia’ con alguien como Žižek que ha afirmado que el populismo ‘basta en la práctica, pero no en la teoría’ mientras tú afirmas su ‘pobreza en el plano práctico’. ¿Qué podrías decirnos al respecto?

DS: En su libro La tentación populista Žižek es crítico con el chavismo. Le reprocha que se ha apoyado en el petróleo y haber desestimado el problema comunista de la recombinación de las relaciones de producción. Pero la cita de su libro en La ofensiva sensible es algo muy preciso referido a la noción de “síntoma”. El critica al populismo por la operación consistente en asociar aquello que no funciona a una particularidad específica (el capital financiero, por ejemplo) y no a la estructura en su conjunto. La crítica que muchos creemos justa con relación a los gobiernos llamados progresistas, tuvo y tiene que ver con las fuertes restricciones de una manera de pensar que separa la economía de la política, que concentra la toma de decisiones por fuera de los sujetos que resisten el modo de acumulación por desposesión y que por estas razones no avanza en el cuestionamiento de los modos de acumulación en los que, al contrario, se apoyan. Al final, la economía de esos gobiernos dio lugar a fenómenos políticos que acabaron con esos mismos gobiernos. Dicho esto, es absolutamente indispensable aclarar algo que me preocupa muy especialmente con relación al lenguaje con que se realiza esta crítica. Es algo en lo que insisto tanto en La ofensiva sensible como en mi anterior trabajo, Vida de Perro, balance de un país intenso del 55 a Macri, una larga conversación con el periodista Horacio Verbitsky: no veo en lo más mínimo estos límites del populismo de izquierda y me resulta repudiable que la crítica justa se haga con el lenguaje de nuestro enemigo común, las élites neoliberales y los actuales neofascismos. Por el contrario, me preocupa y mucho que esto ocurra, sobre todo porque cuando estos gobiernos se debilitan y/o caen siempre lo hacen en beneficio de estas derechas neoliberal-fascistas, nuestro autentico enemigo común, frente al cual sólo cabe sumar fuerzas sin falsos reparos. 

JGM: Ya puestos quisiera hacerte un par de preguntas haciendo un poco de abogado del diablo, es decir, colocándome en el lado de lo que llamas ‘la determinación estatal de lo político’. La primera, ¿cómo expandir esas nociones comunes para que sean accesibles a la mayoría cuando, por otro lado, acabas el libro diciendo que en la batalla de lo sensible se juega su suerte: la de conquistar su concepto? Me pregunto entonces, ¿cómo relanzar lo político desde lo erótico, lo sensual, lo sensible, sin contar con las instituciones de la arquitectura del Estado? Quiero decir que –dado que las políticas de gobierno están sometidas al albur de los ciclos electorales y tanto unos como otros disputan por ello– sin su concurso el alcance y el efecto de estas propuestas para inventar una vida no-liberal restringe drásticamente sus posibilidades de alcance y se confina en espacios muy minoritarios. Dicho en términos gramscianos, ¿prescindir del Estado como agente activo no dificulta tremendamente las posibilidades de construir hegemonía?

DS: Tus preguntas son muy desafiantes y necesitaría más tiempo para reflexionar. Mientras intento responder esto el gobierno de Alberto Fernández declara la interrupción de las clases en todas las escuelas y el cierre de fronteras. El mundo cambia y se encierra ante nuestros ojos. Intento responder. Ante todo, cuando Spinoza teoriza las nociones comunes, nociones capaces de pensar lo común entre cuerpos, no cuenta con una teoría crítica del estado, desarrollada con potencia luego de Marx. En su mundo del siglo XVII, la noción común avanza con la fuerza de la democracia, en un movimiento que Jonatán Israel llamó la “ilustración radical” europea. El propio Israel asocia al marxismo con un segundo movimiento de este tipo. Sólo que luego de Marx sabemos bien que el estado no es una noción abstracta del derecho, sino una cierta concreción de la lucha de clases bajo la hegemonía del mercado mundial capitalista. De Marx a Benjamin sabemos bien que las nociones comunes están atravesadas por el antagonismo y la lucha política. De modo que cuando decimos “determinación estatal de lo político” estamos a la vez diciendo que el estado podría ser reapropiado y transformado por dinámicas políticas que no partan de la subordinación al mercado mundial, con toda su carga colonialista. El propio Gramsci, antes de ser devorado por un pensamiento que habla de “estado”, proponía que el príncipe moderno fuera capaz de crear un nuevo proyecto histórico, distinguiendo las determinaciones de un estado capitalista de otro socialista. Esas distinciones ya no son las nuestras. ¡Pero seguimos necesitando distinciones! Nociones comunes precisas, que acompañen el despliegue de las luchas. Por lo que mi respuesta sintética sería la siguiente: no se trata nunca de abstenerse o de rechazar el estado. Siempre hay que interpelar al estado en su función de gestión, forzarlo a implementar dinámicas igualitaristas, democráticas orientadas a la producción de común. Y la primera indicación para lograrlo es comprender que el estado actual (que puede ser fuerte y activo según sus fines de salvar y relanzar mercados, como vemos hoy en plena crisis) es un estado neoliberal, que debe ser transformado a partir de lógicas que provienen de las luchas populares y democráticas y no sólo de su propio interior. Justo para que nos sirva de un modo “activo” (como decís), en función de los propósitos que indicas.  

JGM: Si he entendido bien tu propuesta pasa por avanzar por el camino opuesto a lo teológico-político, que siempre tiene efectos de moralización de los afectos y verticalización del lenguaje. El camino propuesto es el de la ‘historicidad’ que pone al cuerpo en el lenguaje y construye formas de vida basadas en procesos de autonomía para gobernarnos a nosotros mismos. Con otro lenguaje, en #lacanemancipa estamos también empeñados en pensar las condiciones de posibilidad para la emergencia de proyectos políticos emancipadores que escapen a la lógica circular y mortificante del capitalismo en su fase neoliberal. Y, en esto, encontramos en tu pensamiento un término esencial para el psicoanálisis: síntoma. ¿En qué sentido planteas el concurso del síntoma en la vida social y en la política?  

DS: ¡En un sentido muy impreciso! No hago un uso técnico del término, como sí hacen los psi. Sino que, por el contrario, el término aparece en La ofensiva sensible de manera natural, tal y como emerge varias capas de lecturas que puedo intentar recobrar. De joven leí en Althusser una referencia a Marx como un lector formidable, capaz de ver por fuera de los marcos teóricos de su época y en esa medida inventor de un nuevo continente de saberes. La articulación conceptual en torno a la plusvalía era posible, según Althusser, porque Marx era un grandioso sujeto de lectura. En sus palabras: practicaba una “lectura sintomática”, es decir, era capaz de detectar signos por fuera de los sistemas de referencias teóricos de su época. Podía captar aquello que no cuajaba en los cánones de la economía política clásica. Cuando hice hace un ratito referencia a Žižek, para quienes Marx y Freud ven en el signo anómalo un diagnóstico de tipo falla estructural, lo hacía sobre este fondo althusseriano. Luego está la influencia de Bifo, Franco Berardi, el pensador postoperario italiano. Hace casi quince años publicamos en Tinta Limón ediciones -nuestra editorial en Buenos Aires- una compilación de textos llamados Generación Postalfa, concentrado en las patologías del semiocapitalismo. Bifo es un gran sintomatólogo del capitalismo conectivo. Para completar el cuadro es preciso nombrar dos influencias particularmente fuertes para mí: en su libro Hijos de la noche, el filósofo catalán Santiago López Petit desarrolla de un modo profundo y original el papel del malestar en nuestro tiempo y hace una convocatoria muy convincente sobre politizar el malestar. ¿Puede la política asumir como premisa el síntoma? López Petit plantea la alianza entre Marx y Artaud. La otra lectura decisiva en este aspecto, para mí, es el poeta, ensayista y traductor Henry Meschonnic. El gran escritor sobre la escucha. El poema, para Meschonnic es la capacidad del lenguaje para crear forma de vida, y de la forma de vida para crear lenguaje: es su fórmula de la historicidad. En todos los casos, ligo síntoma con sufrimiento, pero también con lo anómalo. Lo que no cuaja. Aquello que si es escuchado puede dar lugar a una verdad, como dice el psicoanalista Aluch. En La ofensiva sensible, la noción de síntoma permite enlazar con la de “forma de vida”, es decir, la capacidad de desplegar lo que el filósofo Pierre Hadot llamó “ejercicios espirituales” destinados a dar forma a la propia existencia. El síntoma, en este contexto, se inscribe en la lucha de clases. En el contexto de un capitalismo que explota los modos de vida, el síntoma anuncia que no cuajamos en los automatismos productivistas del mercado y abre las puertas para crear nuevas escuchas, lenguajes, alianzas y derivas de politización.

JGM: En #lacanemancipa nos esforzamos por escuchar el trabajo del inconsciente, el síntoma, lo que no marcha o lo que cojea de la vida de cada uno, aquello no apropiable por la lógica circular de valorización del capital y que, por tanto, es excluido o marginalizado por la maquinaria neoliberal. Jorge Alemán ha construido su propuesta de Soledad: Común desde esta lógica. ¿Consideras que, en este punto, hay posibilidades de articulación teórico-práctica entre estas dos formas de entender lo sintomático en/de nuestro tiempo?

DS: Pienso que tenemos el enorme desafío de crear un lenguaje que conecte prácticas terapéuticas, estéticas y políticas, y que, al decir de Félix Guattari, es preciso contar con una analítica del deseo inmanente a las prácticas colectivas de transformación. Quizás estas ideas que tenemos unos y otros sobre el síntoma como lo que no cuaja, una suerte de señal sobre el odio neoliberal contra todo aquello que desea por su cuenta (estoy convencido, como Lazzarato, de que el neofascismo es odio hacia todo atisbo deseante, productivo y política) nos coloca en un frente teórico y político común que tenemos que explorar en coyunturas concretas, como la que se desarrolla en el sur de Europa o de América Latina. Me pregunto si la pandemia actual será un enorme paréntesis, que volverá a poner las cosas como antes apenas se cierre, o habrá alguna clase de mutación en los modos de sentir y pensar. Mientras corrijo esta entrevista me informo sobre el hecho que FMI y otras usinas neoliberales autorizan a los estados a incumplir metas fiscales y a invertir dinero para evitar la recesión. ¿Se trata de una revalidación de lo que llamas un estado activo, o más bien del histórico papel del estado en las crisis, es decir, del relanzamiento a cualquier precio de los flujos de financiamiento que permiten evitar el colapso y relanzar a mediano plazo la acumulación? Pienso que una noción productiva de síntoma y forma de vida debe articularse con una de la lucha de clases y la construcción de un nuevo proyecto histórico.

JGM: Por último, no sé si acuerdas con que si bien desde distintos lugares, movimientos y proyectos, nos hemos comprometido con una causa que nos hace no ceder en el deseo de ser un pueblo que avance por los caminos de la emancipación o, en otros términos, que se constituya como voluntad de un nuevo proyecto histórico y social, una suerte de ‘impotencia’ frente al adversario común (el neoliberalismo y el estado de excepción que impone el mando y preeminencia del capital sobre nuestras vidas) nos arroja a una crítica de quienes pretenden más o menos lo mismo por otros medios. ¿No te parece sintomático? ¿No crees que esta pasión crítica puede llegar a ser un lastre o, de otra manera, no piensas que quizás sea ya tiempo de que la crítica al potencial aliado deje lugar y espacio para construir las necesarias nociones comunes? Y, la más difícil, ¿cómo avanzar por esa senda?

DS: Estoy muy de acuerdo. Por momentos la intolerancia entre corrientes que bien podrían ser amigas, en virtud de ciertos aspectos comunes teóricos y políticos contra un enemigo común, desalienta. Prevalece la escucha malintencionada y el deseo de acabar con la existencia del otrxs. En lo personal, el libro de diálogos con Horacio Verbitsky -el notorio simpatizante del gobierno de los Kirchner, yo interesado por la autonomía de las organizaciones populares- tuvo que ver exactamente con esto que describís. En el momento en que Macri vence en las elecciones presidenciales se hacía obvio para mí que hacía falta conversar entre modos de pensar y sentir para encarar un nuevo momento político sin la arrogancia de ningunas de las corrientes que por sí mismas pueden dar lugar a ciertas experiencias, pero no poner límites fuertes al neoliberalismo. Creo que hay que terminar con la arrogancia teórica y política. Es más fácil decirlo que hacerlo. El sectarismo se nutre de coyunturas específicas, y ahí a veces lo que se activan son las diferencias. Lo noté en una de tus preguntas, cuando identificabas la potencia de la izquierda con la capacidad de gobernar.

JGM: Claro, porque a eso me refiero con un estado o un gobierno activo. Gobiernos que, en el marco del estado democrático de derecho, utilizan sus instrumentos y medios no sólo para hacer políticas para la mayoría (cuestión nada menor), sino para moodificar sus propias instituciones y convertirse en un actor más de los procesos de actualización y radicalización democrática.

DS: Recordé el interesantísimo (y también reciente) libro de Negri, Marx y Foucault. Marx es la crítica, Foucault la subjetivación. Me gustan esas fórmulas. Llegar al gobierno es potencia política cuando se lo hace con capacidad de transformación (crítica y subjetivación). ¡Hace décadas que no vemos eso!

Revista Lacaneman

 

El desafío colectivo de vencer al desánimo // Osvaldo Saidón

En estos pocos días transcurridos de cuarentena, no estamos en condiciones de hacer diagnósticos precisos sobre las ansiedades predominantes que se apoderan de las familias, de los grupos, de las parejas o de los individuos que, en soledad, realizan lo que dio en llamarse el «aislamiento social obligatorio».

Las comunicaciones en redes y la telecomunicación en general proporcionan otro tipo de conexión que, aunque ya estaba presente, ahora se instala como sustituta del vacío que produce la falta de contacto corporal. Eros, la pulsión de vida, está sostenida en ese contacto entre los cuerpos que hoy el cuidado por el posible contagio, nos priva.

A través de quienes se ocupan de su relato, la pandemia del coronavirus nos comunica todo el tiempo cuestiones dominadas, de algún modo u otro, por Tánatos, la pulsión de muerte. En este contexto de alerta mundial, se reaviva la teoría de Freud y en el centro del escenario psíquico-social aparecen en tensión la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).

¿Qué rol puede ocupar la terapia? Facilitar que la pulsión erótica (vida) se pueda desviar de la pulsión de muerte que avanza irremediablemente, porque el pensamiento moderno y el psicoanálisis consagraron la idea del humano como la del «ser para la muerte».

Por eso, la pregunta que se presenta ahora dentro de la Psicología Social sería: ¿Cómo podemos propiciar el entendimiento de que, hoy, cuidarse del contagio es una actividad del Eros que está al servicio de la conservación de la vida, mientras que, al mismo tiempo, la expansión de esa misma pulsión de vida se está viendo limitada en cuanto a su potencia?

Se reaviva la teoría de Freud y en el centro del escenario psíquico-social aparecen en tensión la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).

Si me piden que defina cuál es la ansiedad predominante en estos días de comienzo de la cuarentena, diría que es la ansiedad de tipo confusional, pero en todo este proceso que estamos viviendo tampoco están ausentes las ansiedades depresivas ni las persecutorias: la pérdida de una forma de vida por la anulación de los encuentros afectivos, amorosos y sexuales, tal como los vivíamos hace unas semanas, entristece a los cuerpos.

El miedo y el terror a la enfermedad, o a la muerte propia y de los seres queridos, como así también la amenaza de los conflictos sociales por venir, son un fondo paranoico que cada vez está más presente.

Los psicoterapeutas, en general, y los agentes de salud mental, en particular, tienen la noble tarea de pensar estas cuestiones y, mediante su accionar, su escucha y su palabra, aliviar el padecimiento que esta pandemia provoca. Esta ansiedad, esta incertidumbre de no saber lo que pasará, pone enfuncionamiento eso que llamamos «ansiedad confusional», que está afectando a nuestra inmunidad porque dificulta nuestros propios mecanismos psicológicos de defensa.

Frente a estas ansiedades que nos afectan y nos pertenecen a todos, toca crear dispositivos para poder soportarlas: «sostener», «contener», «inventar», «imaginar», son todos verbos que nos desafían a ejercer un pensamiento activo y, a la vez, a establecer tácticas que no conocíamos.

La desorientación llegó a todas y a todos. Ante ese caos, la ciencia parece haber perdido su reinado absoluto. ¿Qué puede aportar el pensamiento psicológico para la comprensión de esta actualidad planetaria? En el trabajo clínico, grupal y/o institucional, comprobamos que el principal desafío es avanzar en un devenir que no nos deje afuera, sino que nos incluya.

El coronavirus genera involucramiento y abre una paradoja: los médicos y los enfermeros que nos cuidan del avance de la enfermedad son también los más expuestos a la propia infección, las cocineras de los comedores comunitarios y las maestras que procuran que los chicos se sigan alimentando, son también las personas más amenazadas por el contagio. Por otra lado y de manera diferente, con quienes trabajamos en salud mental sucede que somos presa de las mismas ansiedades que pretendemos diagnosticar y tratar.

La gran mayoría carecemos de diagnóstico sobre la infección, pero lo que resulta más triste, más terrorífico, es la incertidumbre del pronóstico, tanto en relación a si nos enfermamos como al modo enque sobreviviremos en el futuro próximo.

Apelar a nuestras vidas artistas, creativistas, laboriosas, oníricas, caracterológicas, del modo en que podamos hacerlas.

¿Cómo actuar, entonces? ¿Cómo ayudarnos ante este escenario tan adverso?

En primer lugar, es necesario entender que cualquier incremento narcisista que nos remita a pensar solo en nosotros mismos, es un narcisismo sangrante, hace daño. Y es, justamente, contra ese encierro narcisista e individualista que podemos hacer valer la palabra.

Los comunicadores, los psicoanalistas y los trabajadores de salud mental, pueden desarrollar o intentar dispositivos que eviten los malos encuentros, la descomposición de los cuerpos. Potenciar en estos encierros la multiplicidad en cada uno de nosotros y en nuestros vínculos. Apelar a nuestras vidas artistas, creativistas, laboriosas, oníricas, caracterológicas, del modo en que podamos hacerlas. Aceptar nuestras incorrecciones, nuestra vulnerabilidad y dar lugar a las fantasías, al relato de las mismas y/o a secretarlas.

En fin, una ética facultativa del cuidado como garante de la pulsión de vida y no solo como escape de la muerte.

*Osvaldo Saidón es psicoanalista y analista institucional.

Empieza el siglo XXI: el derecho a vivir // Monserrat Galcerán

Cuando desde los feminismos defendemos “poner la vida en el centro”, algunos enarcan las cejas y nos miran con suficiencia. La vida, creen ellos, se sustenta sola, se reproduce “naturalmente”, no tiene valor ni cuesta dinero, se da gratuitamente y se recibe sin dar ni las gracias.

En medio de esta pandemia necesitamos cambiar esa idea; estamos viviendo una experiencia insólita: mantenernos con vida exige un esfuerzo descomunal. Es la primera necesidad y el primer derecho.

Nunca hubiéramos pensado que hubiera que hacer un esfuerzo tan considerable y a la vez tan nimio para ello. Encerrarnos en casa y protegernos; 10 minutos al día salir a balcones y ventanas para dar nuestro cálido apoyo a todos los que están luchando para que esto no vaya a más. Pedir ayuda a técnicos, profesionales, vecinos, voluntarios, en una lucha expresada en términos belicistas: “guerra contra el virus”, “esta guerra la vamos a ganar”… No me gustan las guerras, ni siquiera ésa.

Hablemos otro lenguaje: el de los derechos, el de lo común, el del cuidado mutuo. La autocontención y la sensatez. Ese dogma de que “cada quien debe velar por sí mismo” y el bien común se impondrá como consecuencia, se ha hecho astillas. Adiós al liberalismo clásico y su pérfida reaparición neoliberal. Realmente con esta pandemia empieza el siglo XXI. Un siglo en el que defender el derecho a vivir va a ser prioritario. Porque tal vez por primera vez en la historia los “pocos” no pueden defenderse dejando en la estacada a todos los demás. No sólo no hay otro planeta al que huir si éste se hunde, es que no va a dar tiempo y la pandemia no discrimina.

Vivir frente a medrar, ése es el eslogan de este siglo. Ya no más el “enriqueceos” con el que nos han taladrado la cabeza

Necesitamos otro imaginario con, al menos, dos principios: asegurarnos ese derecho con un acceso irrestricto a la riqueza común. Una visión actualizada de los “bienes comunes”: una renta básica garantizada, algo así como lo que fue el salario digno en el siglo XIX. Entonces se defendía el derecho a un trabajo remunerado, porque gran parte de la población no lo tenía; tenía trabajo, pero sin paga. Ahora nos toca defender el derecho a una renta. Lo de que nadie debe quedar atrás, va en serio. No es caridad, es supervivencia.

La segunda una nueva política. Se está demostrando que sabemos obedecer cuando nos va la vida en ello. A su vez las Instituciones públicas deben poner toda la capacidad de decisión que acumulan y que ejercen en nuestro nombre para defender ese primer derecho. Estamos definiendo un nuevo principio de justicia: todo aquello que atente contra el derecho de todas las personas a vivir dignamente, o sea las políticas austericidas, la corrupción, la búsqueda del lucro personal en el ejercicio de la política, la especulación inmobiliaria, la privatización de los bienes públicos, los recortes sociales, la precarización del empleo, deberá considerarse un delito contra la supervivencia. Vivir frente a medrar, ése es el eslogan de este siglo. Ya no más el “enriqueceos” con el que nos han taladrado la cabeza en todas las crisis y guerras del siglo pasado. El dinero se necesita para vivir, no para extorsionar a otros y el dinero público para propiciar y defender ese derecho. Ese afán desmedido ha ido demasiado lejos. Se impone ponerle freno. Para eso necesitamos la política.

Nietzsche dijo alguna vez que los cambios importantes llegan de puntillas, imperceptiblemente. Y Marx sabía muy bien que la historia avanza por el lado malo. Porque el reto nos exige un esfuerzo de imaginación y una valentía de la que no nos creíamos capaces. Pongámonos a ello.

El siglo XXI acaba de empezar.

Fuente: El Salto Diario

 
 

Los perpetradores. 1956-1976: La trama administrativa de la represión estatal // Bruno Nápoli

La desaparición de personas en nuestro país contiene una marca administrativa estatal que en dos décadas previas dan atisbos de su lectura, su aplicación, e incluso de su vacua legislación posgolpe de Estado; una detallada gestión de la tortura, la muerte, la interrogación, también la delación y el encierro. Esa trama conclusa es la que encuentra Videla el 24 de marzo de 1976, y esto no somete a escrutinio su capacidad como dictador (pues su propia gestión política y económica de los cuerpos es vasta) sino que lo asume como lector de lo que ya estaba escrito para su función. Algo que no se cansará de repetir hasta su ultimo respiro inodoro en Campo de Mayo, cuando como toda respuesta decía haber cumplido con las leyes sancionadas antes que él, y tenía razón; no habló en vano el dictador, aunque si poco o nada de lo que quisiéramos oír de un asesino, pero va de suyo que no erraba el concepto. Pedro Aramburu, Arturo Frondizi, Juan Carlos Onganía con sus leyes y decretos nos explican a Videla, nos lo hacen entender, nos permiten observar azorados la trama que intervino entre ellos para intentar desvanecer un pasado de intensidad económica y social que quisieron cancelar de la memoria y de administración de la cosa pública; y los tres transforman a Videla en su exquisito exégeta.

La creación de la SIDE (decreto 776), los fusilamientos (decreto 10.364), el ingreso al FMI (decreto 7103) son decisiones estatales del dictador Aramburu, que por supuesto entendía la desperonización política y económica como un sucedáneo de las bombas sobre la plaza, pero no intuía (o si) que catorce años después esos actos administrativos serían parte fundante de su ignominiosa sentencia de muerte en un sótano de Timote.

Sin solución de continuidad, el presidente radical Arturo Frondizi dividió al país en cinco zonas militares bajo control operacional de las Fuerzas Armadas, que además se repartieron el control industrial por indicación de ese presidente: el Ejército, transportes, telecomunicaciones y ferrocarriles; la Armada, luz, fuerzas marítimas, puertos y Obras Sanitarias; la Aeronáutica, limpieza, gas y abastecimiento. Lo que siguió es el plan de Videla veinte años antes: Conmoción Interna del Estado (Plan CONINTES: decreto secreto 9880, de puño y letra del radical), que dejó un saldo de más de diez mil presos políticos bajo ley militar; el primer Stand By con el FMI, un retiro paulatino de cualquier forma de memoria del bienestar económico de una década atrás, y el lento proceso de especulación financiera con bonos de deuda pública que sigue presente en la dinámica bursátil desde entonces, con un brevísimo interruptus –por caso, los tres años de Arturo Ilia y ya.

El dictador Onganía, con una legislación peor que la de Frondizi, decreta la ley 16.970 de Defensa Nacional, que amplía las facultades represivas del Estado en tiempos de paz –y supera al plan CONINTES en su alcance– sin secretismos ni cortapisas. E impone a la población civil la colaboración represiva so pena del mismo castigo que los perseguidos por esta ley. Una gestión novedosa de la delación que incluía la casa de cualquier ciudadano como base operativa para la defensa de la patria.

Cámpora, Perón e Isabel van a trazar otra línea de sujeción, sobre la instrucción de creer en un lugar ya lejano para ese peronismo fallido de los años setenta, pero no por eso menos sintomática de la lectura que el viejo Perón, su secretario fiel y su esposa esotérica sueñan en la decrepitud de un lugar también lejano para ellos a esa hora de la historia, en la que no encontraron muchos remedios para sofrenar lo que el viejo había soñado tres décadas atrás. Sus devaneos corrieron por la eliminación de los imberbes que reclamaban la herencia sin ningún documento que los acreditara, más allá de las actas de nacimiento de los muchachos, de casa y estirpe peronista, pero sin la obediencia de sus padres.

Héctor Cámpora deroga la mayoría de las decisiones de la dictadura de Onganía pero, para sorpresa de propios y extraños, deja vigente la 16.970, de aplicación corriente y mitad de camino entre la renovada nacionalización de la banca (repitiendo al primer peronismo) pero con la presencia de “estúpidos” que solicitaban algo más que una centralización de depósitos por parte del Banco Central. Como toda primavera, la cortedad del tiempo es anuncio de lo que no se conoce, y el regreso de Perón supone una batalla inesperada. “Estamos en presencia de verdaderos enemigos de la Patria organizados para luchar en fuerza contra el Estado (…) aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos los que anhelamos una patria justa, libre y soberana”. Al mes siguiente de la muerte del líder –agosto de 1974–, el gobierno de su esposa Isabel promulga la ley 20.840 de Seguridad Nacional, peor que las de Onganía y Frondizi juntas. Un compendio de represión política y económica en democracia que deja de lado las omisiones de las dos anteriores y supera la capacidad de persecución, con un saldo de presos políticos, muertos y desaparecidos que explican por qué la mayoría de los organismos de DDHH en la Argentina son anteriores al golpe militar del 24 de marzo de 1976. Esta pedagogía de la represión acumulada sin distingos de partidos, de civiles o militares, en solo veinte años (1956-1976) propone como nodo organizaciónal ante la muerte y la desaparición las asociaciones de Derechos Humanos, que reanudan batallas que ya no pueden darse en lo militar: la Liga (PC) ya tenía experiencia en este terreno, aunque con preferencias a la hora de rescatar presos políticos, desde 1937; pero los años calientes 1974-1976 son la conversión de discursos que para salvar vidas deben constituir núcleos. El SERPAJ (católicos) se presenta en sociedad en 1974; en enero de 1975 lo hace la APDH (UCR, PS); en enero de 1976 agrupan fuerzas “Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas”, y en febrero de ese año el MEDH (con varios cultos católicos en su conformación).

El último perpetrador da el golpe con esta trama armada, e incluso antes de la asonada le da los retoques finales como jefe del ejército junto al presidente interino Ítalo Argentino Luder en agosto de 1975. Cuando el golpe, ya dispone de una extensa legislación represiva que aplicará a plenitud sin agregar una sola línea al respecto (fue letra común, en los juicios por delitos de lesa humanidad desde la causa 13 –juicio a los comandantes– para acá, escuchar como defensa de represores el cumplimiento de estas leyes) y una atomización de respuestas humanitarias divididas por orientación política y/o religiosa con la que discutir. De hecho, lo más novedoso del relato dictatorial pos 24 de marzo es que la legislación que va a decretar Videla respecto de la desaparición aun sorprende: promulga en 1979 la primera ley de reparación económica para familiares de desaparecidos (la 20.062 y su complementaria 20.068 de presunción de fallecimiento) para intentar cerrar un capítulo de la historia que cada día está más abierto a pesar de la saga de los perpetradores.

Como si fuera su propio epílogo, no está mal inscribir estas “leyes de reparación” a una palabra que claramente el dictador no esperaba: entre 1977 y 1979 se constituyen dos planos discursivos que anudaron alrededor del globo, por primera vez y sin traducción, la palabra “desaparecidos”. Madres (1977) y Abuelas (1979) hablan diferente, pero hablan pos 24 de marzo, y socializan lo que no lograban abrazar las intenciones atomizadas de apenas poco tiempo antes de esa desaparición a escala inaudita. Pero sobre todo, en Madres y Abuelas hay una escucha de la ausencia, y hay una intención imposible de cumplir –por eso se sigue practicando–, que es la de contener en la silueta vacía un relato posible.

Fuente: Sangrre

 

Sobre el coronavirus y el capitalismo // Debate Žižek – Byung-Chul Han

Un golpe tipo ‘Kill Bill’ al capitalismo // Slavoj Žižek

La actual propagación de la epidemia de coronavirus ha desencadenado a su vez vastas epidemias de virus ideológicos que yacían latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspiratorias paranoicas, explosiones de racismo, etc.

La necesidad de cuarentenas, bien fundamentada médicamente, ha encontrado un eco en la presión ideológica para establecer fronteras definidas y poner en cuarentena a enemigos que supongan una amenaza para nuestra identidad.

Pero quizá otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extenderá y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma en la forma de la solidaridad y la cooperación global. 

Se suele oír hoy la especulación de que el coronavirus puede dar lugar a la caída del gobierno comunista chino, de la misma manera que (como el mismo Gorbachov admitió) la catástrofe de Chernóbil fue el evento que desencadenó el fin del comunismo soviético. Pero hay una paradoja en esto, el coronavirus también nos obliga a reinventar el comunismo basándonos en la confianza en la gente y la ciencia.

En la escena final de Kill Bill: Volumen 2, de Quentin Tarantino, Beatrix derrota al malvado Bill y le asesta la “técnica de los cinco puntos para explotar un corazón”, el golpe más mortífero de todas las artes marciales. El movimiento consiste en una combinación de cinco golpes con la punta de los dedos en cinco lugares distintos del cuerpo del enemigo. Cuando el herido retrocede y da cinco pasos, su corazón explota dentro de su cuerpo y este cae irremisiblemente muerto al suelo.

Este ataque es parte de la mitología de las artes marciales, y evidentemente imposible de realizar en el combate real cuerpo a cuerpo. Pero, en la película, después de que Beatrix lo ejecute, Bill hace las paces calmadamente con ella, da cinco pasos y muere…

Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo que pasa entre el momento del golpe y el momento de la muerte. Puedo mantener una conversación con normalidad mientras me quede tranquilamente sentado, pero en todo momento soy consciente de que en el instante en que empiece a caminar, mi corazón explotará y yo moriré.

¿No es parecida la idea de aquellos que especulan sobre cómo el coronavirus puede suponer la caída del gobierno comunista chino? Como si fuera alguna clase de “técnica (social) de los cinco puntos para explotar un corazón” dirigida al régimen comunista del país; las autoridades pueden sentarse, observar y tramitar formalidades como las cuarentenas, pero cualquier cambio real en el orden social (como confiar en la gente) resultará en su ruina.

Mi modesta opinión es mucho más radical. La epidemia de coronavirus es una especie de “técnica de los cinco puntos para explotar un corazón” dirigida al sistema capitalista global. Una señal de que no podemos continuar por el camino que estábamos recorriendo hasta ahora, de que un cambio radical es necesario.

 

Triste realidad: necesitamos una catástrofe
Hace años, Fredric Jameson llamó la atención sobre el potencial utópico de las películas sobre catástrofes cósmicas (un meteorito que amenaza la vida en la Tierra o un virus acabando con la humanidad). Semejantes amenazas globales dan lugar a su vez a una solidaridad global, pues nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes y todos trabajamos juntos para encontrar una solución. Y aquí estamos, en la vida real. La cuestión no está en disfrutar sádicamente la expansión del sufrimiento en tanto sirve a nuestra causa, por el contrario, la cuestión es reflexionar sobre el triste hecho de que necesitemos una catástrofe para ser capaces de repensar las características básicas de la sociedad en la que vivimos.

El primer modelo, vago aun, de semejante coordinación global es la Organización Mundial de la Salud; de la cual no estamos recibiendo las típicas sandeces burocráticas, sino advertencias precisas anunciadas sin pánico. Organizaciones como esta deberían tener más poder ejecutivo. 

Los escépticos han ridiculizado a Bernie Sanders por su defensa de la cobertura universal de la sanidad pública en EE.UU., pero ¿no nos enseña el coronavirus la lección de que necesitamos incluso más que esto?, ¿de que deberíamos empezar a crear alguna clase de red de sanidad pública GLOBAL?

Un día después de que Iraj Harirchi, viceministro de salud en Irán, diera una rueda de prensa restándole importancia al coronavirus y asegurando que las cuarentenas masivas no eran necesarias, hizo una breve declaración en la que informaba de que él mismo tenía el coronavirus y que iba a aislarse una temporada (ya desde su anterior aparición en televisión había dado muestras de fiebre y debilidad). Harirchi añadió: “Este virus es democrático, y no distingue entre pobres y ricos, entre hombres de Estado y ciudadanos corrientes”.

En esto tenía razón, estamos todos en el mismo barco. Es difícil no darse cuenta de la tremenda ironía de que aquello que nos empuja a unirnos y a abogar por la solidaridad global se manifiesta en el día a día a través de estrictos mandatos de evitar la cercanía y el contacto o incluso del autoaislamiento. 

Y no solo estamos lidiando con amenazas virales, podemos ver en el horizonte toda otra clase de catástrofes que se avecinan, o que directamente ya están ocurriendo: sequías, olas de calor, tormentas masivas, etc. En todos estos casos, la respuesta adecuada no es el pánico, sino la acción urgente de establecer alguna clase de coordinación global y eficiente. 

 

¿Solo estaremos seguros en la realidad virtual?
El primer espejismo que hay que despejar es aquél formulado por el presidente de los EE.UU., Donald Trump, durante su reciente visita a la India, donde dijo que la epidemia decrecerá rápidamente y que no tenemos más que esperar al pico de contagios y luego la vida volverá a la normalidad.

Contra semejantes esperanzas de una fácil solución, lo primero que debemos aceptar es que la amenaza está aquí para quedarse. Incluso si esta ola retrocede, reaparecerá bajo nuevas formas, quizá aún más peligrosas.

Por esta razón, podemos esperar que las epidemias de virus afectarán a nuestras interacciones más elementales con la gente y los objetos que nos rodean, incluyendo nuestros propios cuerpos: evitar tocar cosas que pueden estar (invisiblemente) contaminadas, no apoyarse en pasamanos, no sentarse en baños o bancos públicos, evitar abrazar o dar la mano a la gente. Quizá incluso nos volvamos más cuidadosos de nuestros gestos espontáneos: no tocarse la nariz o frotarse los ojos.

Así que no se trata solamente de que nos controle el Estado u otras instituciones similares, debemos también aprender a controlarnos y a disciplinarnos nosotros mismos. Quizá solo llegue a considerarse segura la realidad virtual, y moverse libremente al aire libre esté únicamente permitido en las islas poseídas por los ultrarricos. 

Pero incluso aquí, en el nivel de internet y la realidad virtual, debemos ser conscientes de que, en las últimas décadas, los términos ‘virus’ y ‘viral’ han sido principalmente usados para hacer referencia a amenazas digitales que infectan la red y de las cuales no somos conscientes hasta que se desencadena su poder destructivo (el poder de destruir nuestros datos y nuestros discos duros). Lo que ahora vemos es un regreso masivo al significado original y literal del término virus. Las infecciones virales actúan codo con codo en ambas dimensiones, real y virtual.

 

El regreso del animismo capitalista
Otro extraño fenómeno que puede observarse en esta situación es el regreso triunfante del animismo capitalista, esto es, el tratar fenómenos sociales, como mercados o capital financiero, como si de organismos vivientes se tratase. Si se leen los grandes medios de comunicación, la impresión que se tiene es la de que lo que debería preocuparnos son los “mercados poniéndose nerviosos” y no los miles de personas que han muerto y los miles que aún quedan por morir. El coronavirus está quebrantando cada vez más el funcionamiento fluido del mercado mundial, y, según dicen, el crecimiento económico caerá alrededor de un dos o un tres por ciento.

¿Acaso no es todo esto una clara señal de que necesitamos una reorganización de la economía global para que deje de estar a merced de los mecanismos del mercado? Por supuesto, no estamos hablando aquí de comunismo de viejo cuño, sino simplemente de alguna clase de organización global que pueda regular y controlar la economía, así como limitar la soberanía de los Estados nación cuando sea necesario. En otros momentos los países han sido capaces de hacerlo frente a la amenaza de la guerra, y ahora todos nosotros nos estamos encaminando hacia un estado de guerra médica.

Además, no deberíamos tener miedo en reconocer en la epidemia algunos efectos secundarios potencialmente beneficiosos. Uno de los símbolos de la epidemia son las imágenes de pasajeros atrapados (en cuarentena) en enormes cruceros, lo cual me tienta a decir que se trata del fin de la obscenidad de semejantes barcos. Simplemente debemos tener cuidado de que desplazarse a islas lejanas o a otros lugares de vacaciones no se convierta de nuevo en el privilegio de unos pocos ricos, como pasaba hace décadas con viajar en avión. El coronavirus ha afectado seriamente también a la producción de coches, lo cual no es tan malo, en la medida en que puede inducirnos a reflexionar sobre alternativas a nuestra obsesión por los vehículos individuales. Y la lista sigue y sigue.

En un discurso reciente, el primer ministro húngaro Viktor Orban ha dicho: “No existe tal cosa como un liberal. Un liberal no es más que un comunista con un diploma”.

¿Y si la realidad fuera al revés? ¿Y si llamásemos “liberales” a aquellos que se preocupan por nuestras libertades, y “comunistas” a aquellos que saben que solo podremos salvar tales libertades a través de cambios radicales en un capitalismo global que se aproxima a su propio colapso? Entonces deberíamos decir que aquellos que se reconocen a sí mismos como comunistas son liberales con un diploma, liberales que han estudiado seriamente por qué nuestros valores liberales están bajo amenaza y que se han dado cuenta de que solamente un cambio radical puede salvarlos.

 

Traducción de Marco Silvano.
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La emergencia viral y el mundo de mañana // Byung-Chul Han

El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong, Taiwán y Singapur hay muy pocos infectados. En Taiwán se registran 108 casos y en Hong Kong 193. En Alemania, por el contrario, tras un período de tiempo mucho más breve hay ya 15.320 casos confirmados, y en España 19.980 (datos del 20 de marzo). También Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes. Entre tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros. Los precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir billetes de vuelo para China o Corea.

Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo loco. Entre tanto también Europa ha decretado la prohibición de entrada a extranjeros: un acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente adonde nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar la prohibición de salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa. Después de todo, Europa es en estos momentos el epicentro de la pandemia.

 

Las ventajas de Asia
En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas.

La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.

En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.

Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para controlar las cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se dirige volando a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una multa y se la deje caer volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería distópica, pero a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China.

Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia.

Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas.

En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía.

No solo en China, sino también en otros países asiáticos la vigilancia digital se emplea a fondo para contener la epidemia. En Taiwán el Estado envía simultáneamente a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con infectados o para informar acerca de los lugares y edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya en una fase muy temprana, Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a posibles infectados en función de los viajes que hubieran hecho. Quien se aproxima en Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de la “Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares donde ha habido infectados están registrados en la aplicación. No se tiene muy en cuenta la protección de datos ni la esfera privada. En todos los edificios de Corea hay instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o en cada tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser filmado por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del material filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo de un infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados. Puede suceder que se destapen amoríos secretos. En las oficinas del ministerio de salud coreano hay unas personas llamadas “tracker” que día y noche no hacen otra cosa que mirar el material filmado por vídeo para completar el perfil del movimiento de los infectados y localizar a las personas que han tenido contacto con ellos.

Una diferencia llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. En Corea no hay prácticamente nadie que vaya por ahí sin mascarillas respiratorias especiales capaces de filtrar el aire de virus. No son las habituales mascarillas quirúrgicas, sino unas mascarillas protectoras especiales con filtros, que también llevan los médicos que tratan a los infectados. Durante las últimas semanas, el tema prioritario en Corea era el suministro de mascarillas para la población. Delante de las farmacias se formaban colas enormes. Los políticos eran valorados en función de la rapidez con la que las suministraban a toda la población. Se construyeron a toda prisa nuevas máquinas para su fabricación. De momento parece que el suministro funciona bien. Hay incluso una aplicación que informa de en qué farmacia cercana se pueden conseguir aún mascarillas. Creo que las mascarillas protectoras, de las que se ha suministrado en Asia a toda la población, han contribuido de forma decisiva a contener la epidemia.

Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus incluso en los puestos de trabajo. Hasta los políticos hacen sus apariciones públicas solo con mascarillas protectoras. También el presidente coreano la lleva para dar ejemplo, incluso en las conferencias de prensa. En Corea lo ponen verde a uno si no lleva mascarilla. Por el contrario, en Europa se dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es un disparate. ¿Por qué llevan entonces los médicos las mascarillas protectoras? Pero hay que cambiarse de mascarilla con suficiente frecuencia, porque cuando se humedecen pierden su función filtrante. No obstante, los coreanos ya han desarrollado una “mascarilla para el coronavirus” hecha de nano-filtros que incluso se puede lavar. Se dice que puede proteger a las personas del virus durante un mes. En realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni medicamentos. En Europa, por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia para conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre el personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales sin filtro con la indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo cual es una mentira. Europa está fracasando. ¿De qué sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la distancia necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible. En una situación así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo. Incluso las mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los infectados, porque entonces no lanzarían los virus afuera.

En los países europeos casi nadie lleva mascarilla. Hay algunos que las llevan, pero son asiáticos. Mis paisanos residentes en Europa se quejan de que los miran con extrañeza cuando las llevan. Tras esto hay una diferencia cultural. En Europa impera un individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta. Los únicos que van enmascarados son los criminales. Pero ahora, viendo imágenes de Corea, me he acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas que la faz descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta casi obscena. También a mí me gustaría llevar mascarilla protectora, pero aquí ya no se encuentran.

En el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros productos, se externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen mascarillas. Los Estados asiáticos están tratando de proveer a toda la población de mascarillas protectoras. En China, cuando también ahí empezaron a ser escasas, incluso reequiparon fábricas para producir mascarillas. En Europa ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras las personas se sigan aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo sin mascarillas protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de mucho. ¿Cómo se puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro en las horas punta? Y una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la conveniencia de volver a traer a Europa la producción de determinados productos, como mascarillas protectoras o productos medicinales y farmacéuticos.

A pesar de todo el riesgo, que no se debe minimizar, el pánico que ha desatado la pandemia de coronavirus es desproporcionado. Ni siquiera la “gripe española”, que fue mucho más letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía. ¿A qué se debe en realidad esto? ¿Por qué el mundo reacciona con un pánico tan desmesurado a un virus? Emmanuel Macron habla incluso de guerra y del enemigo invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos hallamos ante un regreso del enemigo? La “gripe española” se desencadenó en plena Primera Guerra Mundial. En aquel momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos. Nadie habría asociado la epidemia con una guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en una sociedad totalmente distinta.

En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.

 

Umbrales inmunológicos y cierre de fronteras
Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.

Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.

La reacción pánica de los mercados financieros a la epidemia es además la expresión de aquel pánico que ya es inherente a ellos. Las convulsiones extremas en la economía mundial hacen que esta sea muy vulnerable. A pesar de la curva constantemente creciente del índice bursátil, la arriesgada política monetaria de los bancos emisores ha generado en los últimos años un pánico reprimido que estaba aguardando al estallido. Probablemente el virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado el vaso. Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor.

Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.

El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.

Traducción de Alberto Ciria.

Fuente

 
 
 
 
 
 

Sin repetir y sin soplar: 46 artículos, entrevistas, audios, vídeos de Franco «Bifo» Berardi // Lobo Suelto

 
 
 
 
 
 

Devenir gorra // Diego Valeriano

Te re cabio devenir gorra. Azul, obediente, erudita, vigilante, responsable, manos limpias, sofisticado, inclusiva, militante, con barbijo. Gorra. No sabías lo cómoda que era, lo cheta que te queda, cómo combina con tus más profundas ideas.

Te re cabio buscar culpables, dar consejos, twittear giladas, hacer caso. Te re cabe el miedo, absorberlo, transmitirlo, saborearlo, dejarlo reposar dentro tuyo, sentir lo fácil que te resulta, lo tranquilo que te pega, lo sexi que se siente.

Te cabe marcar gente, filmar desde el balcón, ser piola escrachando chetos, hablar de responsabilidad colectiva, preocuparte por tus seres queridos, decirme que me lave las manos, putear a los que no están en la casa. Te re cabe Berni, lo milico que se hace carne, pasear en patrullero, saludar al helicóptero, denunciar por teléfono, compartir el video del Indio por wasap sin derramar ni una sola lágrima porque la definitiva muerte del rock nos agarra acá encerrados.

No sabías cómo te gustaban los periodistas buchones, los panelistas de nada que gritan, dan datos y gritan de nuevo, los expertos en cosas, la manija de Italia, la palabra pandemia, las pantallas 24/7.

Te re cabe cómo te estás pareciendo a quienes creías que no te parecías, a las que nunca marcharon con vos, a las que piden balas, a los machos, a los que no salieron cuando decretaron el estado de sitio, a los que niegan cifras, a los evangelistas refugiados que matan por las dos vidas, a las que siempre trabajaron y nunca nadie les regaló nada, a los que votan a Vidal, a los que miran las cámaras del palier, a los que flashean que esto es una guerra, sin saber que estamos en guerra hace una banda. 



Ese rebelde. Cambiar la vida y no sólo salvarla // Lucía Naser

Foto: Photojournal.ru, Michal Macku

Y sucedió. El mismo cuerpo con el que hace días llenábamos las calles, con el que hacíamos huelga feminista, ese que bailaba en una fiesta, el que producía discursos, orgasmos y vida está hoy bajo sospecha. Así como lo transmite todo –cultura, defensas, afectos–, su capacidad de portar y contagiar un virus lo plantea como un enemigo. Aislamiento social obligatorio, desacople, zona roja, cuarentena, cancelado, prohibido, cerrado, georreferenciado, estado de excepción, medidas prontas de seguridad, cadena nacional, cuestión de Estado. El Ejército vigilando el virus, la Policía patrullando encuentros, cuarentena preventiva, control biopolítico: el virus es una organización terrorista, y cada ser, una célula sospechosa. Somos muchos quienes nos pasamos hablando del cuerpo; de su centralidad y también de su olvido; de la necesidad de liberarlo y escucharlo o de disciplinarlo y controlarlo, según la ideología. Ahora, cuando toda la situación se organiza en torno a él, no tenemos ni puta idea de qué hacer con él.

Producimos síntomas psicológicamente. Sensación dudosa de garganta congestionada, voz carrasposa, la tos seca que describen en la tele. En la feria nuestras manos temblorosas hurgan entre la fruta como haciendo algo prohibido. Horas sobreinformándonos en las redes sociales; husmear las noticias de otros países; sospechar de todes y de todo; miedo a que por ansiedad comamos comida que la paranoia dice que no tendremos; la inevitabilidad de que toda conversación termine en “coronavirus”; miedo a no hacer el surtido, dejarle todo a los chetos y después arrepentirse; rechazo a la xenofobia que anda con pase libre; pesadillas en las que te encierran en cuarentena mientras gritás ¡no lo tengoo!; no poder producir un solo pensamiento útil; valorar lo que podíamos hacer mientras decidíamos quedarnos en casa mirando series y ahora ya no podemos; la angustia de no saber.

Escribo con dudas. Temblando. En desconcierto. Mirando la crisis mundial desde casa. Sorprende lo que un microorganismo nos puede hacer ver. China está tan cerca. El cuerpo es cuerpo social; no hay uno sin otros. El virus nos muestra vulnerabilidades y fortalezas. La cajera del súper reembarazada, los viejitos en riesgo y que son el sostén fundamental de los cuidados; trabajadores de mercados sin derechos, para los que parar es no cobrar. No somos iguales ante el virus, y mucho menos ante la crisis que ya desató. La precariedad de la vida y de la economía sumada al ajuste son una enfermedad –también conocida como neoliberalismo– que, de no desplegarse mecanismos de contención social, va a llevarse más vidas que el propio bicho. Pero el virus también nos muestra que las opresiones contra las que luchamos están atadas por hilos fragilísimos. Que los cuerpos de los poderosos también son impotentes al infectarse de miedo. Y que los cuerpos de los más vulnerables pueden volverse potentes juntos y en acción.

AISLARNOS EN COMUNIDAD. El sistema se cae a pedazos de desigualdad, y mientras el biopoder se cierne sobre nuestras conductas, somos la carne detrás de los números: cuando estos caen, paramos de pecho la recesión y la crisis. Los cuerpos precarizados que sostienen la vida son también los que hacen las revoluciones, porque no aguantan más, ya no soportan, se enferman, tienen hambre, tienen cada vez menos que perder. El virus nos recuerda que somos interdependientes y que ni el “hacé la tuya” liberal existe, ni tampoco es la cruel competencia nuestro “estado natural”. Como expresa Roberto Espósito, si caemos en el error de pensar que los otros nos destruyen, destruiremos, entonces, la relación con ellos. Por eso, la inmunidad es el reverso de la comunidad: en la comunidad estamos juntos ante la muerte.

Reciclar el higienismo en el siglo XXI es otro gran triunfo del capitalismo. En la era del wifi y la hiperconectividad, el miedo a los gérmenes produce formas de vida obsesivas y aisladas por parte de individuos comprometidos, total y únicamente, con su supervivencia. Vidas de mierda pero largas. Vidas en las que no hay drama en hacer bosta el ambiente, pero todo mal si el ambiente retruca y agrede. Claro que la preservación de algunas vidas a toda costa no nos encuentra unidos: el hombre es el virus del hombre. Las clases sociales se distribuyen inequitativamente los roles. Hay cuerpos de clases y clases de cuerpos. La señora que limpia llamó, dijo que hoy va a trabajar desde casa y que nos mandará instrucciones de qué hacer. El humor descomprime, pero no da ni para burlarse ni para ceder al pánico. Viajan cuerpos diplomáticos. No es del todo una conspiración; tampoco deja de serlo. Y qué importa que sea un invento si ya duelen sus efectos.

¿Aislarme con otros, por otros, por mí? ¿Y quién no puede? ¿Aislarse hasta cuándo? ¿Será la supervivencia de los más aptos? Estamos habituados a dudar de la información de los grandes medios y del Estado (más aún con un gobierno de derecha y mucho más cuando el ministro de Salud integra un partido militar). Por eso las medidas anunciadas nos dejan sumidos en la anomia. Por un lado, está el instinto de desoír y la intuición de que los llamados a aislarse sirven para detener la movilización social, para ajustar sin frenos, para vaciar los espacios de resistencia, para ensanchar injusticias, para dispersar revueltas. Al mismo tiempo, no hemos visto contagios tan veloces, extensos, mismo oliendo hace tiempo que algo así se venía. Desactivar el tremendismo nos defiende de un mundo amarillista que nos quiere asustades, pero quizá negar la catástrofe cuando la tenemos adelante puede agravarla más. La primera fase de un duelo es la negación, dice una amiga por teléfono. Yo sólo pienso en formas de poder respirar y en que estamos enterrando cosas que nunca volverán a ser como antes. Y en gente que nunca volverá.

TRANSFORMAR PARA SALVAR. El tacto es peligroso. Besar está proscrito. Abrazarse, limitado. La soledad pega. ¿Cómo no la sentimos antes de que fuera obligatoria? La excepcionalidad tiene esa cualidad de hacer ver la normalidad como algo demasiado raro. Lo real siempre se nos escapa, y es más tranquilizador vivir en una ficción estable que tocar, ver, palpar la extrema contingencia. Esto no es sólo “un problema de salud” –como si el cuerpo y la vida fueran una entidad separada de nuestra existencia–: esta crisis nos hace ver que nuestro deseo ha estado en el aislamiento y la seguridad. Esto nos hace ver que la crisis no es una abstracción, sino una serie de decisiones. Nos hace ver la caída libre que produce la destrucción de espacios de comunidad. Por eso, la urgencia es cambiar competencia por cooperación; control individual por vulnerabilidad colectiva; protección y obediencia por autogestión y solidaridad. Los cuerpos sostienen el sistema y son los que lo pueden hacer caer.

Si se va todo a la mierda, la obediencia cotidiana está suspendida y podemos pensar en lo que se necesita. Por eso sorprende que repitamos los guiones de las películas de catástrofes. Nos cuesta mucho la incertidumbre. ¿Será por eso que preferimos el capitalismo a cambios que podrían traer algo mejor? Quiero un surtido de vos, un carrito lleno de lo que podemos juntes. Es tiempo para inventar tácticas colectivas. Si el lenguaje es un virus, que el virus no sea el lenguaje que hable por nosotres. El virus habla y dice: El capitalismo mata, dejen de culparme sólo a mí. La desestabilización del sistema nos pone en riesgo porque somos parte. El desafío es cómo convertimos esta crisis en el inicio de un proceso revolucionario.

¿Cuándo vamos a dejar de ser ese humanito frustrado por no lograr domar el cuerpo? ¿Hasta cuándo y por quién será manipulado? ¿Cuándo admitiremos que es la pieza clave que sostiene? ¿Cuándo dejaremos de pensar que podemos vivir incontaminados de nuestro entorno o, incluso, sin percibir que somos con el ambiente? Ante tantas preguntas la única medicina razonable es no olvidar que aunque el informativo, las autoridades y nuestros miedos digan lo contrario, lo que nos potencia siempre es estar con otres, nunca al revés. Y como nadie sabe lo que puede un cuerpo, todo es posible, incluso inventar otras formas de juntarnos. Incluso cambiar tapabocas por pasamontañas. Mientras tanto, nadie nos puede prohibir bailar en el living.

Fuente: Brecha Uruguay

 

Política anticapitalista en la época de COVID-19 // David Harvey

A continuación reproducimos un artículo escrito por el geógrafo marxista David Harvey, aparecido en la revista Jacobin de Estados Unidos. Como argumenta, “cuarenta años de neoliberalismo han dejado lo público totalmente expuesto y mal preparado para enfrentar una crisis de salud pública en la escala del coronavirus”.

Cuando trato de interpretar, comprender y analizar el flujo diario de noticias, tiendo a localizar lo que sucede en el contexto de dos modelos distintivos acerca de cómo funciona el capitalismo, que al mismo tiempo se entrecruzan entre sí. El primer nivel, es un mapeo de las contradicciones internas de la circulación y acumulación de capital a medida que el valor del dinero fluye en busca de ganancias a través de los diferentes «momentos» (como los llama Marx) de producción, realización (consumo), distribución y reinversión. Este es un modelo de la economía capitalista pensada como una espiral de expansión y crecimiento sin fin. Se complica bastante a medida que se elabora a través de, por ejemplo, los lentes de las rivalidades geopolíticas, los desarrollos geográficos desiguales, las instituciones financieras, las políticas estatales, las reconfiguraciones tecnológicas y la red siempre cambiante de las divisiones del trabajo y de las relaciones sociales.

Sin embargo, concibo que este modelo se inscribe en un contexto más amplio de reproducción social (en los hogares y las comunidades), en una relación metabólica permanente y en constante evolución con la naturaleza (incluida la «segunda naturaleza» de la urbanización y el medio ambiente construido) y todo tipo de formaciones culturales, científicas (basadas en el conocimiento), religiosas y sociales contingentes que las poblaciones humanas suelen crear a través del espacio y el tiempo. Estos últimos «momentos» incorporan la expresión activa de los deseos, necesidades y anhelos humanos, el ansia de conocimiento y significado y la búsqueda evolutiva de la satisfacción en un contexto de arreglos institucionales cambiantes, disputas políticas, enfrentamientos ideológicos, pérdidas, derrotas, frustraciones y alienaciones, todo ello en un mundo de marcada diversidad geográfica, cultural, social y política. Este segundo modelo constituye, por así decirlo, mi comprensión de trabajo del capitalismo global como una formación social distintiva, mientras que el primero trata de las contradicciones dentro del motor económico que impulsa esta formación social a lo largo de ciertos caminos de su evolución histórica y geográfica.

En espiral

Cuando el 26 de enero de 2020 leí por primera vez sobre un coronavirus que estaba ganando terreno en China, inmediatamente pensé en las repercusiones para la dinámica global de la acumulación de capital. Sabía por mis estudios sobre el modelo económico que los bloqueos y las interrupciones en la continuidad del flujo de capital darían lugar a devaluaciones y que, si las devaluaciones se generalizaban y eran profundas, eso indicaría el comienzo de las crisis. También era consciente de que China es la segunda economía más grande del mundo y que efectivamente había rescatado al capitalismo global después de 2007/2008, por lo que cualquier golpe a la economía de China tendría graves consecuencias para una economía global que, en cualquier caso, ya estaba en una situación muy grave. Me parecía que el actual modelo de acumulación de capital ya tenía muchos problemas. Movimientos de protesta en casi todas partes del mundo (desde Santiago hasta Beirut), muchos de los cuales denunciaban al modelo económico dominante que no funcionaba bien para la mayoría de la población. Este modelo neoliberal se basa cada vez más en el capital ficticio y en una vasta expansión en la oferta monetaria y la creación de deuda. Ya se enfrenta al problema de una demanda efectiva insuficiente para absorber los valores que el capital es capaz de producir. Entonces, ¿cómo podría el modelo económico dominante, con su legitimidad cuestionada/en declive y su delicada salud, amortiguar y sobrevivir a los inevitables impactos de lo que podría convertirse en una pandemia? La respuesta dependía en gran medida de cuánto tiempo podría durar y extenderse un trastorno de esta magnitud ya que, como señaló Marx, la devaluación no ocurre porque las mercancías no pueden venderse sino porque no pueden venderse a tiempo.

Hace tiempo había rechazado la idea de «naturaleza» como algo externo y separado de la cultura, la economía y la vida cotidiana. Adopto un punto de vista más dialéctico y relacional de la relación metabólica con la naturaleza. El capital modifica las condiciones ambientales de su propia reproducción, pero lo hace en un contexto de consecuencias no deseadas (como el cambio climático) y en el contexto de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que van cambiando constantemente las condiciones ambientales. Desde este punto de vista, no existe un desastre verdaderamente natural. Sin dudas, los virus mutan todo el tiempo. Pero las circunstancias en las que una mutación se vuelve una amenaza mortal dependen de las acciones humanas.

Hay dos aspectos relevantes acerca de esto. Primero, las condiciones ambientales favorables aumentan la probabilidad de fuertes mutaciones. Es, por ejemplo, plausible esperar que los sistemas intensivos de suministro de alimentos en las áreas subtropicales húmedas puedan contribuir a esto. Estos sistemas existen en muchos lugares, incluida la China al sur del río Yangtze y el sudeste asiático. En segundo lugar, las condiciones que favorecen la rápida transmisión a través de los cuerpos anfitriones varían enormemente. Las poblaciones humanas de alta densidad parecerían ser un blanco fácil para los huéspedes. Es bien sabido que las epidemias de sarampión, por ejemplo, solo florecen en los grandes centros de población urbana pero mueren rápidamente en las regiones poco pobladas. La forma en que los seres humanos interactúan entre sí, se mueven, se disciplinan u olvidan lavarse las manos afecta a la forma en que se transmiten las enfermedades. En los últimos tiempos el SARS, la gripe aviar y la gripe porcina parecen haber salido de China o del sudeste asiático. China también ha sufrido mucho de la peste porcina en el último año, lo que ha implicado la matanza masiva de cerdos y el aumento de los precios de la carne de cerdo. No digo todo esto para acusar a China. Hay muchos otros lugares donde los riesgos ambientales de mutación y difusión viral son altos. La Gripe Española de 1918 puede haber salido de Kansas y África puede haber incubado el VIH/SIDA y ciertamente inició el Nilo Occidental y el Ébola, mientras que el dengue parece florecer en América Latina. Pero los impactos económicos y demográficos de la propagación del virus dependen de las grietas y vulnerabilidades preexistentes en el modelo económico hegemónico.

No me sorprendió demasiado que COVID-19 se encontrara inicialmente en Wuhan (aunque no se sabe si se originó allí). Claramente, los efectos locales serían sustanciales y dado que este es un importante centro de producción, era muy probable que hubiera repercusiones económicas globales (aunque no tenía idea de la magnitud). La gran pregunta era cómo podría ocurrir el contagio y la propagación y cuánto duraría (hasta que se pudiera encontrar una vacuna). La experiencia anterior había demostrado que una de las desventajas de la creciente globalización es lo imposible que es detener una rápida propagación internacional de nuevas enfermedades. Vivimos en un mundo altamente conectado donde casi todo el mundo viaja. Las redes humanas de contagio potencial son vastas y abiertas. El peligro (económico y demográfico) era que un trastorno así durara un año o más.

Si bien hubo una desaceleración inmediata en los mercados bursátiles mundiales apenas apareció la noticia, sorprendentemente pasó apenas un mes o un poco más para que los mercados alcanzaran nuevos máximos. Las noticias parecían indicar una normalidad en los mercados en todas partes, excepto en China. La creencia parecía ser que íbamos a experimentar una repetición del SARS que resultó ser bastante rápidamente contenida y de bajo impacto global, a pesar de tratarse de una enfermedad de alta tasa de mortalidad y que creó, en retrospectiva un pánico innecesario en los mercados financieros. Cuando apareció COVID-19, la reacción dominante fue presentarlo como una repetición del SRAS, mostrando que el pánico nuevamente era innecesario. El hecho de que la epidemia se haya desatado en China, que rápida y despiadadamente actuó para contener sus impactos, también llevó al resto del mundo a tratar erróneamente el problema como algo que sucedía solo «allá» y, por lo tanto, fuera su vista y mente/preocupación (acompañado por prejuicios xenófobos contra los chinos en ciertas partes del mundo). El pico del virus puso en la historia de crecimiento triunfante de China, fue incluso recibido con júbilo en ciertos círculos de la administración Trump.

Sin embargo, comenzaron a circular las noticias de interrupciones en las cadenas de producción globales que ocurrían en Wuhan. Estas fueron en gran medida ignoradas o tratadas como problemas para determinadas líneas de productos o corporaciones (como Apple). Las devaluaciones eran locales y particulares y no sistémicas. Las señales de caída de la demanda de los consumidores también se minimizaron, a pesar de que aquellas corporaciones, como McDonald’s y Starbucks, con grandes operaciones dentro del mercado interno chino tuvieron que cerrar sus puertas allí por un tiempo. La coincidencia del Año Nuevo chino con el brote del virus enmascaró/ocultó los impactos durante todo enero. La complacencia con esta respuesta estuvo completamente equivocada.

La noticia inicial de la propagación internacional del virus fue ocasional y episódica con un brote grave en Corea del Sur y algunos otros puntos críticos como Irán. Fue el brote italiano lo que provocó la primera reacción violenta. La caída del mercado de valores que comenzó a mediados de febrero osciló algo, pero para mediados de marzo había provocado una devaluación neta de casi el 30 por ciento en los mercados de valores de todo el mundo.

La escalada exponencial de las infecciones provocó una variada gama de respuestas incoherentes y en su mayoría afectadas por el pánico. El presidente Trump realizó una imitación del rey Canute ante una potencial ola creciente de enfermedades y muertes. Algunas de las respuestas han sido extrañas. Hacer que la Reserva Federal redujera las tasas de interés frente a un virus parecía extraño, incluso cuando se reconoció que la medida tenía como objetivo aliviar los impactos en el mercado en lugar de frenar el avance del virus.

Las autoridades públicas y los sistemas de atención de salud quedaron pronto saturados e insuficientes. Cuarenta años de neoliberalismo en América del Norte y del Sur y Europa habían dejado lo público totalmente expuesto y mal preparado para enfrentar una crisis de salud pública de este tipo, a pesar de que los temores previos de SARS y Ébola proporcionaron abundantes advertencias y lecciones contundentes sobre qué era necesario hacer. En muchas partes del supuesto mundo «civilizado», los gobiernos locales y las autoridades regionales, que invariablemente forman la primera línea de defensa y seguridad en emergencias de salud pública de este tipo, se vieron privadas de fondos como consecuencia de una política de austeridad diseñada para financiar recortes de impuestos y subsidios a las corporaciones y los ricos.

La corporación Big Pharma tiene poco o nulo interés en la investigación no remunerativa sobre enfermedades infecciosas (como toda la clase de coronavirus que se conocen desde la década de 1960). Muy rara vez invierte en prevención y tiene poco interés en invertir en la preparación para afrontar una crisis de la salud pública. Eso sí, le encanta diseñar las curas. Cuantos más nos enfermamos, más aumentan sus ganancias. La prevención no contribuye ningún valor para las acciones. El modelo de negocios aplicado a la provisión de salud pública no cuenta con la capacidad de afrontar posibles contingencias económicas que serían necesarias en una emergencia. El campo de la prevención ni siquiera era un campo de trabajo lo suficientemente atractivo como para garantizar asociaciones público-privadas. El presidente Trump había recortado el presupuesto del Centro para el Control de Enfermedades y disolvió el grupo de trabajo sobre pandemias del Consejo de Seguridad Nacional con el mismo espíritu con que recortó todos los fondos de investigación, incluso sobre el cambio climático. Si quisiera ser antropomórfico y metafórico sobre esto, concluiría que COVID-19 es la venganza de la naturaleza por más de cuarenta años del maltrato grosero y abusivo de la naturaleza a manos de un extractivismo neoliberal violento y no regulado.

Quizás sea sintomático que los países menos neoliberales, China y Corea del Sur, Taiwán y Singapur, hayan superado la pandemia hasta ahora en mejor forma que Italia, aunque Irán desmentirá este argumento como un principio universal. Si bien hubo una gran cantidad de evidencia de que China manejó bastante mal el SARS, con mucho disimulo inicial y negación, esta vez el presidente Xi Jinping rápidamente se movió para exigir transparencia tanto en los informes como en las pruebas, al igual que Corea del Sur. Aun así, en China se perdió un tiempo valioso (en estos casos solo unos pocos días hacen la diferencia). Lo que fue notable en China, sin embargo, fue el confinamiento de la epidemia a la provincia de Hubei con Wuhan en su centro. La epidemia no se trasladó a Beijing ni al Oeste o incluso más al Sur. Las medidas tomadas para confinar el virus geográficamente fueron draconianas. Sería casi imposible replicarlas en otro lugar por razones políticas, económicas y culturales. Los informes que llegan de China sugieren que los tratamientos y las políticas fueron todo menos cuidadosos. Además, China y Singapur desplegaron sus poderes de vigilancia personal a niveles invasivos y autoritarios. Pero parecen haber sido extremadamente eficaces en conjunto, aunque si las otras medidas se hubieran puesto en marcha solo unos días antes, muchas muertes podrían haberse evitado. Esta es una información importante: en cualquier proceso de crecimiento exponencial hay un punto de inflexión más allá del cual la masa ascendente se descontrola por completo (observe aquí, una vez más, la importancia de la masa en relación con la tasa). El hecho de que Trump haya perdido el tiempo durante tantas semanas aún puede resultar costoso en vidas humanas.

Los efectos económicos están ahora fuera de control tanto dentro como fuera de China. Las perturbaciones que se produjeron en las cadenas de valor de las empresas y en ciertos sectores resultaron ser más sistémicas y sustanciales de lo que se pensaba originalmente. El efecto a largo plazo puede consistir en acortar o diversificar las cadenas de suministro y, al mismo tiempo, avanzar hacia formas de producción que requieran menos mano de obra (con enormes repercusiones en el empleo) y una mayor dependencia de los sistemas de producción con inteligencia artificial. La interrupción de las cadenas de producción conlleva el despido o la cesantía de trabajadores, lo que disminuye la demanda final, mientras que la demanda de materias primas disminuye el consumo productivo. Estos impactos en el lado de la demanda, por sí mismos, al menos, una leve recesión.

Pero las mayores vulnerabilidades existían en otros lugares. Los modos de consumismo que explotaron después de 2007-8 se han estrellado con consecuencias devastadoras. Estos modos se basaban en reducir el tiempo de rotación del consumo lo más cerca posible de cero. La avalancha de inversiones en estas formas de consumismo tuvo todo que ver con la máxima absorción de volúmenes de capital exponencialmente crecientes en formas de consumismo que tenían un tiempo de rotación lo más corto posible. El turismo internacional era emblemático. Las visitas internacionales aumentaron de 800 millones a 1.400 millones entre 2010 y 2018. Esta forma de consumismo instantáneo requería inversiones masivas de infraestructura en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y eventos culturales, etc. Este sitio de acumulación de capital está ahora muerto en el agua: las aerolíneas están cerca de la bancarrota, los hoteles están vacíos, y el desempleo masivo en las industrias de la hospitalidad es inminente. Comer fuera no es una buena idea y los restaurantes y bares han sido cerrados en muchos lugares. Incluso la comida para llevar parece peligrosa. El vasto ejército de trabajadores de la economía del trabajo o de otras formas de trabajo precario está siendo despedido sin ningún medio visible de apoyo. Eventos como festivales culturales, torneos de fútbol y baloncesto, conciertos, convenciones empresariales y profesionales, e incluso reuniones políticas en torno a las elecciones son canceladas. Estas formas de consumismo vivencial «basadas en eventos» han sido cerradas. Los ingresos de los gobiernos locales se han reducido. Las universidades y escuelas están cerrando.

Gran parte del modelo de vanguardia del consumismo capitalista contemporáneo es inoperante en las condiciones actuales. El impulso hacia lo que André Gorz describe como «consumismo compensatorio» (en el que se supone que los trabajadores alienados recuperan su espíritu a través de un paquete de vacaciones en una playa tropical) fue aplastado.

Pero las economías capitalistas contemporáneas están impulsadas en un 70 o incluso 80 por ciento por el consumismo. En los últimos cuarenta años, la confianza y el sentimiento del consumidor se han convertido en la clave la movilización de una demanda efectiva y el capital se ha vuelto cada vez más impulsado por la demanda y las necesidades. Esta fuente de energía económica no ha estado sujeta a fluctuaciones salvajes (con algunas excepciones, como la erupción volcánica de Islandia que bloqueó los vuelos transatlánticos durante un par de semanas). Pero COVID-19 no está apuntalando una fluctuación salvaje, sino un choque todopoderoso en el corazón de la forma de consumismo que domina en los países más prósperos. La forma espiral de la acumulación de capital sin fin se está colapsando hacia adentro desde una parte del mundo a otra. Lo único que puede salvarla es un consumismo masivo financiado e inspirado por el gobierno, conjurado de la nada. Esto requerirá socializar toda la economía de los Estados Unidos, por ejemplo, sin llamarlo socialismo.

La primera línea

Existe un mito conveniente de que las enfermedades infecciosas no reconocen las clases u otras barreras y límites sociales. Como muchos de esos dichos, hay una cierta verdad en esto. En las epidemias de cólera del siglo XIX, la trascendencia de las barreras de clase fue lo suficientemente dramática como para dar lugar al nacimiento de un movimiento por la salud pública (que se profesionalizó) que ha perdurado hasta nuestros días. Si este movimiento fue diseñado para proteger a todos o solo a las clases altas no siempre estuvo claro. Pero hoy en día la diferenciación de clase y los efectos e impactos sociales cuentan una historia diferente. Los impactos económicos y sociales se filtran a través de discriminaciones «tradicionales» que están en todas partes en evidencia. Para empezar, la fuerza de trabajo que se espera que se ocupe de los crecientes números de enfermos suele ser altamente tipificada por género, raza y etnia en la mayor parte del mundo. Se asemeja a la fuerza de trabajo que se encuentra en, por ejemplo, aeropuertos y otros sectores logísticos.

Esta «nueva clase obrera» está en la primera línea y soporta lo más duro de ser la fuerza de trabajo con mayor riesgo de contraer el virus a través de sus puestos de trabajo o de ser despedida sin recursos debido a la reducción económica impuesta por el virus. Existe, por ejemplo, la cuestión de quién puede trabajar en casa y quién no. Esto agudiza la división social, al igual que la cuestión de quién puede permitirse aislarse o ponerse en cuarentena (con o sin sueldo) en caso de contacto o infección. De la misma manera que aprendí a llamar a los terremotos de Nicaragua (1973) y Ciudad de México (1995) «terremotos de clase», el progreso de COVID-19 exhibe todas las características de una pandemia de clase, de género y de raza. Si bien los esfuerzos de mitigación están convenientemente encubiertos en la retórica del «todos estamos juntos en esto», las prácticas, particularmente por parte de los gobiernos nacionales, sugieren motivaciones más siniestras. La clase obrera contemporánea en los Estados Unidos (compuesta predominantemente por afroamericanos, latinos y mujeres asalariadas) se enfrenta a la fea elección entre contagiarse en nombre del cuidado y el mantenimiento de los lugares claves de provisión (como las tiendas de alimentos) o el desempleo sin prestaciones (como una atención médica adecuada). El personal asalariado (como yo) trabaja desde casa y obtiene su salario como antes, mientras los directores de empresas vuelan en aviones privados y helicópteros.

Las fuerzas de trabajo en la mayor parte del mundo han sido educadas durante mucho tiempo para comportarse como buenos sujetos neoliberales (lo que significa culparse a sí mismos o a dios si algo sale mal, pero nunca atreverse a sugerir que el capitalismo podría ser el problema). Pero incluso los buenos sujetos neoliberales pueden ver que hay algo malo en la forma en que se está respondiendo a esta pandemia.

La gran pregunta es: ¿cuánto tiempo durará esto? Podría ser más de un año y cuanto más tiempo dura, aumenta la devaluación, incluyendo la de la fuerza laboral. Es casi seguro que los niveles de desempleo aumentarán a niveles comparables a los de la década de 1930 por la ausencia de intervenciones estatales masivas que tendrían que ir en contra de la naturaleza neoliberal. Las ramificaciones inmediatas para la economía, así como para la vida cotidiana social son múltiples. Pero no todos son malos. En la medida en que el consumismo contemporáneo se estaba volviendo excesivo, se acercaba a lo que Marx describió como “el superconsumo y el consumo insensato, llevados hasta lo descomunal y lo extravagante”, lo que caracteriza la caída de todo el sistema. La imprudencia de este consumo excesivo ha jugado un papel importante en la degradación del medio ambiente. La cancelación de los vuelos aéreos y el frenado radical del transporte y el movimiento han tenido consecuencias positivas con respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero. La calidad del aire en Wuhan ha mejorado mucho, como también en muchas ciudades de Estados Unidos. Los sitios de turismo ecológico tendrán un tiempo para recuperarse de los pisotones. Los cisnes han regresado a los canales de Venecia. En la medida en que se frene el gusto por el sobre consumismo imprudente e insensato, podría haber algunos beneficios a largo plazo. Menos muertes en el Monte Everest podrían ser algo bueno. Y aunque nadie lo dice en voz alta, el sesgo demográfico del virus puede terminar afectando a las pirámides de edad con efectos a largo plazo sobre las cargas de la Seguridad Social y el futuro de la «industria de la salud». La vida diaria se desacelerará y, para algunas personas, eso será una bendición. Las reglas sugeridas de distanciamiento social podrían, si la emergencia continúa lo suficiente, conducir a cambios culturales. La única forma de consumismo que casi con toda seguridad se beneficiará es lo que yo llamo la economía «Netflix», que atiende a los «adictos a las series» de todos modos.

En el frente económico, las respuestas han sido condicionadas por la forma de éxodo del desplome de 2007-8. Esto implicó una política monetaria ultra laxa, junto con el rescate de los bancos, complementada por un aumento espectacular del consumo productivo por una expansión masiva de la inversión en infraestructuras en China. Este último no se puede repetir en la escala requerida. Los paquetes de rescate establecidos en 2008 se centraron en los bancos, pero también implicaron la nacionalización de facto de General Motors. Tal vez sea significativo que, ante el descontento de los trabajadores y el colapso de la demanda del mercado, las tres grandes compañías automotrices de Detroit estén cerrando, al menos temporalmente.

Si China no puede repetir su papel de 2007-8, entonces la carga de salir de la actual crisis económica ahora se trasladará a los Estados Unidos y aquí está la ironía final: las únicas políticas que funcionarán, tanto económica como políticamente, son mucho más socialistas que cualquier cosa que Bernie Sanders podría proponer y estos programas de rescate tendrán que ser iniciados bajo la égida de Donald Trump, presumiblemente bajo la máscara de “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”.

Todos aquellos republicanos que se opusieron tan visceralmente al rescate del 2008 tendrán que admitir que se equivocaron o desafiar a Donald Trump. Este último, si es sabio, cancelará las elecciones basado en la emergencia y declarará el origen de una presidencia imperial para salvar al capital y al mundo de los «disturbios y la revolución».

Traducción: Cecilia Mancuso

Fuente: La Izquierda Diario

Contagio social: guerra de clases microbiológica en China // Colectivo Chuang

Compartimos la traducción de un artículo sobre las repercusiones del sistema capitalista mundial en otra epidemia viral. En este caso, el coronavirus en la población china. Fue publicado el 6 de febrero de 2020 en el sitio web de Chuang (que puede traducirse aproximadamente como «libérate; ataca, carga; rompe las líneas enemigas; actúa impetuosamente»), un grupo de comunistas chinos que critican tanto el «capitalismo de Estado» del Partido Comunista Chino como la versión neoliberal de los movimientos de «liberación» de Hong Kong. En su sitio web publican, además de los artículos de su blog, una revista temática que ya tiene una edición en inglés, todo lo cual puede consultarse aquí.
 
El horno
Wuhan es conocido coloquialmente como uno de los «cuatro hornos» (四大火炉) de China por su verano húmedo y caluroso y opresivo, compartido con Chongqing, Nankín y alternativamente con Nanchang o Changsha, todas ciudades bulliciosas con largas historias a lo largo o cerca del valle del río Yangtsé. Sin embargo, de las cuatro, Wuhan también está salpicada de hornos en sentido estricto: el enorme complejo urbano actúa como una especie de núcleo para el acero, el concreto y otras industrias relacionadas con la construcción de China. Su paisaje está salpicado de altos hornos de enfriamiento lento de las restantes fundiciones de hierro y acero de propiedad estatal, ahora plagado de sobreproducción y obligado a una nueva y polémica ronda de reducción, privatización y reestructuración general, que ha dado lugar a varias huelgas y protestas de gran envergadura en los últimos cinco años. La ciudad es esencialmente la capital de la construcción de China, lo que significa que ha desempeñado un papel especialmente importante en el período posterior a la crisis económica mundial, ya que ésos fueron los años en que el crecimiento chino se vio impulsado por la canalización de los fondos de inversión hacia proyectos estatales reales de infraestructura e inmobiliarios. Wuhan no sólo alimentó esta burbuja con su exceso de oferta de materiales de construcción e ingenieros civiles, sino que también, al hacerlo, se convirtió en la ciudad del boom inmobiliario por parte del Estado. Según nuestros propios cálculos, en 2018-2019 la superficie total dedicada a obras de construcción en Wuhan equivalía al tamaño de la isla de Hong Kong en su conjunto.
Pero ahora este horno que impulsa la economía china después de la crisis parece, al igual que los hornos que se encuentran en sus fundiciones de hierro y acero, estar enfriándose. Aunque este proceso ya estaba en marcha, la metáfora ya no es simplemente económica, ya que la ciudad, antaño bulliciosa, ha estado sellada durante más de un mes y sus calles han sido vaciadas por mandato del gobierno: «La mayor contribución que pueden hacer es: no se reúnan, no causen caos», decía un titular del diario Guangming, dirigido por el departamento de propaganda del Partido Comunista Chino (PCCh). Hoy en día, las nuevas y amplias avenidas de Wuhan y los relucientes edificios de acero y cristal que las coronan están todos enfriados y huecos, ya que el invierno disminuye durante el Año Nuevo Lunar y la ciudad se estanca bajo la constricción de la amplia cuarentena. Aislarse es un buen consejo para cualquier persona en China, donde el brote del nuevo coronavirus (recientemente rebautizado como «SARS-CoV-2» y su enfermedad «COVID-19») ha matado a más de dos mil personas; más que su predecesora, la epidemia de SARS de 2003. El país entero está encerrado, como lo estuvo durante el SARS. Las escuelas están cerradas y la gente está encerrada en sus casas en todo el país. Casi toda la actividad económica se detuvo por el feriado del Año Nuevo Lunar, el 25 de enero, pero la pausa se extendió por un mes para frenar la propagación de la epidemia. Los hornos de China parecen haber dejado de arder, o por lo menos se han reducido a brasas de suave brillo.  En cierto modo, sin embargo, la ciudad se ha convertido en otro tipo de horno, ya que el coronavirus arde a través de su población masiva como una fiebre enorme.
El brote ha sido culpado incorrectamente de todo, desde la conspiración y/o la liberación accidental de una cepa de virus del Instituto de Virología de Wuhan —una afirmación dudosa difundida por los medios sociales, particularmente a través de publicaciones paranoicas en Facebook de Hong Kong y Taiwán, pero ahora impulsada por medios de comunicación conservadores e intereses militares en Occidente— hasta la propensión de los chinos a consumir tipos de alimentos «sucios» o «extraños», ya que el brote de virus está relacionado con murciélagos o serpientes vendidas en un «mercado mojado» semilegal especializado en vida silvestre y otros animales raros (aunque ésta no fue la fuente definitiva). Ambos temas principales exhiben el evidente belicismo y orientalismo común en los reportajes sobre China, y varios artículos han señalado este hecho básico. Pero incluso estas respuestas tienden a centrarse sólo en cuestiones de cómo se percibe el virus en la esfera cultural, dedicando mucho menos tiempo a indagar en la dinámica mucho más brutal que se oculta bajo el frenesí de los medios de comunicación.
Una variante un poco más compleja comprende al menos las consecuencias económicas, aunque exagera las posibles repercusiones políticas por efecto retórico. Aquí encontramos los sospechosos habituales, que van desde los políticos estándar matadragones bélicos hasta los que se aferran a la perla derramada del alto liberalismo: las agencias de prensa, desde la National Review hasta el New York Times, ya han insinuado que el brote puede provocar una «crisis de legitimidad» en el PCCh, a pesar de que apenas se percibe el olor de un levantamiento en el aire. Pero el núcleo de la verdad de estas predicciones está en su comprensión de las dimensiones económicas de la cuarentena, algo que difícilmente podría perderse en los periodistas con carteras de acciones más gruesas que sus cráneos. Porque el hecho es que, a pesar de la llamada del gobierno a aislarse, la gente puede verse pronto obligada a «reunirse» para atender las necesidades de la producción. Según las últimas estimaciones iniciales, la epidemia ya provocará que el PIB de China se reduzca a un 5 % este año, por debajo de su ya de por sí débil tasa de crecimiento del 6 % del año pasado, la más baja en tres décadas. Algunos analistas han dicho que el crecimiento en el primer trimestre podría disminuir en un 4 % o menos, y que esto podría desencadenar algún tipo de recesión mundial. Se ha planteado una pregunta impensable hasta ahora: ¿qué le sucede realmente a la economía mundial cuando el horno chino comienza a enfriarse?
Dentro de la propia China, la trayectoria final de este evento es difícil de predecir, pero el momento ya ha dado lugar a un raro proceso colectivo de cuestionamiento y aprendizaje de la sociedad. La epidemia ha infectado directamente a casi 80 000 personas (según la estimación más conservadora), pero ha supuesto una conmoción para la vida cotidiana bajo el capitalismo de 1 400 millones de personas, atrapadas en un momento de autorreflexión precaria. Este momento, aunque lleno de miedo, ha hecho que todos se hagan simultáneamente algunas preguntas profundas: ¿qué me sucederá a mí? ¿A mis hijos, a mi familia y a mis amigos? ¿Tendremos suficiente comida? ¿Me pagarán? ¿Pagaré la renta? ¿Quién es responsable de todo esto? De una manera extraña, la experiencia subjetiva es algo así como la de una huelga de masas, pero una que, en su carácter no-espontáneo, de arriba hacia abajo y, especialmente en su involuntaria hiperatomización, ilustra los enigmas básicos de nuestro propio presente político estrangulado de una manera tan clara como las verdaderas huelgas de masas del siglo anterior dilucidaron las contradicciones de su época. La cuarentena, entonces, es como una huelga vaciada de sus características comunales pero que es, sin embargo, capaz de provocar un profundo choque tanto en la psique como en la economía. Este hecho por sí solo la hace digna de reflexión.
Por supuesto, la especulación sobre la inminente caída del PCCh es una tontería predecible, uno de los pasatiempos favoritos de The New Yorker y The Economist. Mientras tanto, los protocolos normales de supresión de los medios de comunicación están en marcha, en los que los artículos de opinión abiertamente racistas de los medios de comunicación de masas publicados en los medios de comunicación tradicionales son contrarrestados por un enjambre de artículos de opinión en la web que polemizan contra el orientalismo y otras facetas de la ideología. Pero casi toda esta discusión se queda en el nivel de la representación —o, en el mejor de los casos, de la política de contención y de las consecuencias económicas de la epidemia—, sin profundizar en las cuestiones de cómo se producen esas enfermedades en primer lugar, y mucho menos en su distribución. Sin embargo, ni siquiera esto es suficiente. No es el momento de un simple ejercicio de «Scooby-Doo marxista» que quite la máscara al villano para revelar que, sí, de hecho, ¡fue el capitalismo el que causó el coronavirus todo el tiempo! Eso no sería más sutil que los comentaristas extranjeros olfateando el cambio de régimen. Por supuesto que el capitalismo es culpable, pero ¿cómo se interrelaciona exactamente la esfera socioeconómica con la biológica, y qué tipo de lecciones más profundas se podrían sacar de toda la experiencia?
En este sentido, el brote presenta dos oportunidades para la reflexión. En primer lugar, se trata de una apertura instructiva en la que podríamos examinar cuestiones sustanciales sobre la forma en que la producción capitalista se relaciona con el mundo no-humano a un nivel más fundamental: en resumen, el «mundo natural», incluidos sus sustratos microbiológicos, no puede entenderse sin referencia a la forma en que la sociedad organiza la producción (porque, de hecho, ambos no están separados). Al mismo tiempo, esto es un recordatorio de que el único comunismo que vale la pena nombrar es el que incluye el potencial de un naturalismo plenamente politizado. En segundo lugar, también podemos utilizar este momento de aislamiento para nuestro propio tipo de reflexión sobre el estado actual de la sociedad china. Algunas cosas sólo se aclaran cuando todo se detiene de forma inesperada, y una desaceleración de este tipo no puede evitar hacer visibles tensiones previamente ocultas. A continuación, pues, exploraremos estas dos cuestiones, mostrando no sólo cómo la acumulación capitalista produce tales plagas, sino también cómo el momento de la pandemia es en sí mismo un caso contradictorio de crisis política, que hace visibles a las personas los potenciales y las dependencias invisibles del mundo que les rodea, al tiempo que ofrece otra excusa más para la extensión creciente de los sistemas de control en la vida cotidiana.

 

La producción de plagas

 

El virus que está detrás de la actual epidemia (SARS-CoV-2), al igual que su predecesor, el SARS-CoV de 2003, así como la gripe aviar y la gripe porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo de economía y epidemiología. No es casualidad que tantos de estos virus hayan tomado el nombre de animales: la propagación de nuevas enfermedades a la población humana es casi siempre producto de lo que se llama transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales infecciones saltan de los animales a los humanos. Este salto de una especie a otra está condicionado por cosas como la proximidad y la regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en el que la enfermedad se ve obligada a evolucionar. Cuando esta interfaz entre humanos y animales cambia, también cambia las condiciones dentro de las cuales tales enfermedades evolucionan. Detrás de los cuatro hornos, por lo tanto, se encuentra un horno más fundamental que sostiene los centros industriales del mundo: la olla a presión evolutiva de la agricultura y la urbanización capitalistas. Esto proporciona el medio ideal a través del cual plagas cada vez más devastadoras nacen, se transforman, son inducidas a saltos zoonóticos y luego son vectorizadas agresivamente a través de la población humana. A esto se añaden procesos igualmente intensos que tienen lugar en los márgenes de la economía, donde las personas que se ven empujadas a incursiones agroeconómicas cada vez más extensas en ecosistemas locales encuentran cepas «salvajes». El coronavirus más reciente, en sus orígenes «salvajes» y su repentina propagación a través de un núcleo fuertemente industrializado y urbanizado de la economía mundial, representa ambas dimensiones de nuestra nueva era de plagas político-económicas.
La idea básica en este caso es desarrollada más a fondo por biólogos de izquierda como Robert G. Wallace, cuyo libro Big Farms Make Big Flu («Las grandes granjas hacen la gran gripe»), publicado en 2016, expone exhaustivamente la conexión entre la agroindustria capitalista y la etiología de las recientes epidemias, que van desde el SRAS hasta el Ébola.1 Al rastrear la propagación del H5N1, también conocido como gripe aviar, resume varios factores geográficos clave para esas epidemias que se originan en el núcleo productivo:

 

Los paisajes rurales de muchos de los países más pobres se caracterizan ahora por una agroindustria no regulada que se ejerce presión sobre los barrios de barrios periféricos. La transmisión no controlada en zonas vulnerables aumenta la variación genética con la que el H5N1 puede desarrollar características específicas para el ser humano. Al extenderse por tres continentes, el H5N1 de rápida evolución también entra en contacto con una variedad cada vez mayor de entornos socioecológicos, incluidas las combinaciones locales específicas de los tipos de huéspedes predominantes, los modos de cría de aves de corral y las medidas de sanidad animal.2

 

Esta propagación está, por supuesto, impulsada por los circuitos mundiales de mercancías y las migraciones regulares de mano de obra que definen la geografía económica capitalista. El resultado es «un tipo de selección demoníaca en aumento» a través del cual el virus se plantea un mayor número de vías evolutivas en un tiempo más corto, permitiendo que las variantes más aptas superen a las demás.
Pero éste es un punto fácil de señalar, y uno ya común en la prensa dominante: el hecho de que la «globalización» permite la propagación de esas enfermedades más rápidamente; aunque aquí con una adición importante, observando cómo este mismo proceso de circulación también estimula al virus a mutar más rápidamente. La verdadera cuestión, sin embargo, viene antes: antes de que la circulación aumente la resiliencia de esas enfermedades, la lógica básica del capital ayuda a tomar cepas virales previamente aisladas o inofensivas y a colocarlas en entornos hipercompetitivos que favorecen los rasgos específicos que causan las epidemias, como ciclos rápidos de vida del virus, la capacidad de salto zoonótico entre especies portadoras y la capacidad de desarrollar rápidamente nuevos vectores de transmisión. Estas cepas tienden a destacar precisamente por su virulencia. En términos absolutos, parece que el desarrollo de cepas más virulentas tendría el efecto contrario, ya que matar antes al huésped da menos tiempo para que el virus se propague. El resfriado común es un buen ejemplo de este principio, ya que generalmente mantiene niveles bajos de intensidad que facilitan su distribución generalizada en la población. Pero en determinados entornos, la lógica opuesta tiene mucho más sentido: cuando un virus tiene numerosos huéspedes de la misma especie en estrecha proximidad, y especialmente cuando estos huéspedes pueden tener ya ciclos de vida acortados, el aumento de la virulencia se convierte en una ventaja evolutiva.
De nuevo, el ejemplo de la gripe aviar es un ejemplo destacado. Wallace señala que los estudios han demostrado que «no hay cepas endémicas altamente patógenas [de influenza] en las poblaciones de aves silvestres, que son el reservorio-fuente último de casi todos los subtipos de gripe».3 En cambio, las poblaciones domesticadas agrupadas en granjas industriales parecen mostrar una clara relación con esos brotes, por razones obvias:

 

Los crecientes monocultivos genéticos de animales domésticos eliminan cualquier cortafuegos inmunológico que pueda existir para frenar la transmisión. Los tamaños y las densidades de población más grandes facilitan mayores tasas de transmisión. Tales condiciones de hacinamiento reducen la respuesta inmunológica. El alto rendimiento, que forma parte de cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente renovado de susceptibles, el combustible para la evolución de la virulencia.4

 

Y, por supuesto, cada una de estas características es una consecuencia de la lógica de la competencia industrial. En particular, la rápida tasa de «rendimiento» en tales contextos tiene una dimensión biológica muy marcada: «Tan pronto como los animales industriales alcanzan el volumen adecuado, son sacrificados. Las infecciones de influenza residentes deben alcanzar rápidamente su umbral de transmisión en cualquier animal dado […]. Cuanto más rápido se produzcan los virus, mayor será el daño al animal».5 Irónicamente, el intento de suprimir tales brotes mediante la eliminación masiva —como en los recientes casos de peste porcina africana, que provocaron la pérdida de casi una cuarta parte del suministro mundial de carne de cerdos— puede tener el efecto no deseado de aumentar aún más esta presión de selección, induciendo así la evolución de cepas hipervirulentas. Aunque tales brotes se han producido históricamente en especies domesticadas, a menudo después de períodos de guerra o catástrofes ambientales que ejercen una mayor presión sobre las poblaciones de ganado, es innegable que el aumento de la intensidad y la virulencia de tales enfermedades ha seguido a la expansión de la producción capitalista.

 

Historia y etiología

 

Las plagas son en gran medida la sombra de la industrialización capitalista, mientras que también actúan como su precursor. Los casos evidentes de viruela y otras pandemias introducidas en América del Norte son un ejemplo demasiado simple, ya que su intensidad se vio aumentada por la separación a largo plazo de las poblaciones a través de la geografía física; y esas enfermedades, sin embargo, ya habían adquirido su virulencia a través de las redes mercantiles precapitalistas y la urbanización temprana en Asia y Europa. Si en cambio miramos a Inglaterra, donde el capitalismo surgió primero en el campo a través de la limpieza masiva de campesinos de la tierra para ser reemplazados por monocultivos de ganado, vemos los primeros ejemplos de estas plagas distintivas del capitalismo. Tres pandemias diferentes ocurrieron en la Inglaterra del siglo XVIII, abarcando 1709-1720, 1742-1760 y 1768-1786. El origen de cada una fue el ganado importado de Europa, infectado por las pandemias precapitalistas normales que siguieron a los combates. Pero en Inglaterra, el ganado había comenzado a concentrarse de nuevas maneras, y la introducción del ganado infectado se propagaría por la población de manera mucho más agresiva que en Europa. No es casual, entonces, que los brotes se centraran en las grandes lecherías de Londres, que ofrecían entornos ideales para la intensificación de los virus.
En última instancia, cada uno de los brotes fue contenido mediante una eliminación selectiva y temprana en menor escala, combinada con la aplicación de prácticas médicas y científicas modernas; en esencia similares a la forma en que se sofocan esas epidemias hoy en día. Éste es el primer ejemplo de lo que se convertiría en una pauta clara, imitando la de la propia crisis económica: colapsos cada vez más intensos que parecen poner a todo el sistema en un precipicio, pero que en última instancia se superan mediante una combinación de sacrificios masivos que despejan el mercado/población y una intensificación de los avances tecnológicos; en este caso prácticas médicas modernas más nuevas vacunas, que a menudo llegan demasiado poco y demasiado tarde, pero que sin embargo ayudan a limpiar las cosas tras la devastación.
Pero este ejemplo de la patria del capitalismo también debe ir acompañado de una explicación de los efectos que las prácticas agrícolas capitalistas tuvieron en su periferia. Mientras que las pandemias de ganado de la Inglaterra capitalista temprana fueron contenidas, los resultados en otros lugares fueron mucho más devastadores. El ejemplo con mayor impacto histórico es probablemente el del brote de peste bovina en África que tuvo lugar en la década de 1890. La fecha en sí no es una coincidencia: la peste bovina había asolado Europa con una intensidad que seguía de cerca el crecimiento de la agricultura en gran escala, sólo frenada por el avance de la ciencia moderna. Pero a finales del siglo XIX se produjo el apogeo del imperialismo europeo, personificado en la colonización de África. La peste bovina fue traída de Europa al África oriental con los italianos, que trataban de alcanzar a otras potencias imperiales colonizando el Cuerno de África mediante una serie de campañas militares. Estas campañas terminaron en su mayor parte en fracaso, pero la enfermedad se propagó luego a través de la población ganadera indígena y finalmente llegó a Sudáfrica, donde devastó la primera economía agrícola capitalista de la colonia, llegando incluso a matar al rebaño en la finca del infame y autoproclamado supremacista blanco Cecil Rhodes. El efecto histórico más amplio fue innegable: al matar hasta el 80-90 % de todo el ganado, la plaga provocó una hambruna sin precedentes en las sociedades predominantemente pastoriles del África subsahariana. A esta despoblación le siguió la colonización invasiva de la sabana por el espino, que creó un hábitat para la mosca tse-tsé, que es portadora de la enfermedad del sueño e impide el pastoreo del ganado. Esto aseguró que la repoblación de la región después de la hambruna fuera limitada, y permitió una mayor expansión de las potencias coloniales europeas en todo el continente.
Además de inducir periódicamente crisis agrícolas y producir las condiciones apocalípticas que ayudaron a que el capitalismo surgiera más allá de sus primeras fronteras, esas plagas también han atormentado al proletariado en el propio núcleo industrial. Antes de volver a los muchos ejemplos más recientes, vale la pena señalar de nuevo que simplemente no hay nada exclusivamente chino en el brote de coronavirus. Las explicaciones de por qué tantas epidemias parecen surgir en China no son culturales: se trata de una cuestión de geografía económica. Esto queda muy claro si comparamos China con Estados Unidos o Europa, cuando estos últimos eran centros de producción mundial y de empleo industrial masivo.6 Y el resultado es esencialmente idéntico, con todas las mismas características. La muerte del ganado en el campo se produjo en la ciudad debido a las malas prácticas sanitarias y a la contaminación generalizada. Esto se convirtió en el centro de los primeros esfuerzos liberales-progresistas de reforma en las zonas de clase trabajadora, personificados en la recepción de la novela de Upton Sinclair La jungla, escrita originalmente para documentar el sufrimiento de los trabajadores inmigrantes en la industria de la carne, pero que fue retomada por los liberales más ricos preocupados por las violaciones de la salud y las condiciones generalmente insalubres en las que se preparaban sus propios alimentos.
Esta indignación liberal por la «inmundicia», con todo su racismo implícito, todavía define lo que podríamos pensar como la ideología automática de la mayoría de las personas cuando se enfrentan a las dimensiones políticas de algo como las epidemias de coronavirus o SARS. Pero los trabajadores tienen poco control sobre las condiciones en las que trabajan. Más importante aún, mientras que las condiciones insalubres se filtran fuera de la fábrica a través de la contaminación de los suministros de alimentos, esta contaminación es realmente sólo la punta del iceberg. Tales condiciones son la norma ambiental para aquellos que trabajan en ellas o viven en asentamientos proletarios cercanos, y estas condiciones inducen descensos en el nivel de salud de la población que proporcionan condiciones aún mejores para la propagación del vasto conjunto de plagas del capitalismo. Tomemos, por ejemplo, el caso de la gripe española, una de las epidemias más mortíferas de la historia. Fue uno de los primeros brotes de influenza H1N1 (relacionada con brotes más recientes de gripe porcina y aviar), y durante mucho tiempo se supuso que de alguna manera era cualitativamente diferente de otras variantes de la influenza, dado su elevado número de muertes. Si bien esto parece ser cierto en parte (debido a la capacidad de la gripe de inducir una reacción excesiva del sistema inmunológico), en exámenes posteriores de la bibliografía y en investigaciones epidemiológicas históricas se comprobó que tal vez no fuera mucho más virulenta que otras cepas. En cambio, su elevada tasa de mortalidad probablemente se debió principalmente a la malnutrición generalizada, el hacinamiento urbano y las condiciones de vida generalmente insalubres en las zonas afectadas, lo que fomentó no sólo la propagación de la propia gripe sino también el cultivo de superinfecciones bacterianas sobre la viral subyacente.7
En otras palabras, el número de muertes de la gripe española, aunque se presenta como una aberración imprevisible en el carácter del virus, recibió un impulso equivalente por las condiciones sociales. Mientras tanto, la rápida propagación de la gripe fue posible gracias al comercio y la guerra a escala mundial, que en ese momento se centró en los imperialismos rápidamente cambiantes que sobrevivieron a la Primera Guerra Mundial. Y volvemos a encontrar una historia ya conocida de cómo se produjo una cepa tan mortal de influenza en primer lugar: aunque el origen exacto sigue siendo algo turbio, se supone ahora que se originó en cerdos o aves de corral domesticados, probablemente en Kansas. El momento y el lugar son notables, ya que los años posteriores a la guerra fueron una especie de punto de inflexión para la agricultura estadounidense, que presenció la aplicación generalizada de métodos de producción cada vez más mecanizados y de tipo industrial. Estas tendencias sólo se intensificaron a lo largo de la década de 1920, y la aplicación masiva de tecnologías como la cosechadora indujo tanto a una monopolización gradual como a un desastre ecológico, cuya combinación dio lugar a la crisis del Dust Bowl y a la migración masiva que siguió. La concentración intensiva de ganado que marcaría más tarde las granjas industriales no había surgido todavía, pero las formas más básicas de concentración y rendimiento intensivo que ya habían creado epidemias de ganado en toda Europa eran ahora la norma. Si las epidemias de ganado inglesas del siglo XVIII fueron el primer caso de una plaga de ganado claramente capitalista, y el brote de peste bovina de la década de 1890 en África el mayor de los holocaustos epidemiológicos del imperialismo, la gripe española puede entenderse entonces como la primera de las plagas del capitalismo sobre el proletariado.

 

La Edad Dorada

 

Los paralelismos con el actual caso chino son sobresalientes. COVID-19 no puede entenderse sin tener en cuenta las formas en que el desarrollo de China en las últimas décadas en y a través del sistema capitalista mundial ha moldeado el sistema de salud del país y el estado de la salud pública en general. Por consiguiente, la epidemia, por novedosa que sea, es similar a otras crisis de salud pública anteriores a ella, que suelen producirse casi con la misma regularidad que las crisis económicas y que se consideran de manera similar en la prensa popular, como si se tratara de acontecimientos aleatorios, «cisnes negros», totalmente impredecibles y sin precedentes. La realidad, sin embargo, es que estas crisis sanitarias siguen sus propios patrones caóticos y cíclicos de recurrencia, hechos más probables por una serie de contradicciones estructurales incorporadas en la naturaleza de la producción y la vida proletaria bajo el capitalismo. Como en el caso de la gripe española, el coronavirus fue originalmente capaz de arraigarse y propagarse rápidamente debido a una degradación general de la atención sanitaria básica entre la población en general. Pero precisamente porque esta degradación ha tenido lugar en medio de un crecimiento económico espectacular, se ha ocultado detrás del esplendor de las ciudades brillantes y las fábricas masivas. La realidad, sin embargo, es que los gastos en bienes públicos como la atención sanitaria y la educación en China siguen siendo extremadamente bajos, mientras que la mayor parte del gasto público se ha dirigido a la infraestructura de ladrillos y mortero: puentes, carreteras y electricidad barata para la producción.
Mientras tanto, la calidad de los productos del mercado interno suele ser peligrosamente mala. Durante décadas, la industria china ha producido exportaciones de alta calidad y alto valor, hechas con los más altos estándares globales para el mercado mundial, como los iPhones y los chips de computadora. Pero los productos que se dejan para el consumo en el mercado interno tienen normas pésimas, lo que provoca escándalos regulares y una profunda desconfianza del público. Los muchos casos tienen un eco innegable de La jungla de Sinclair y otros cuentos de los Estados Unidos de la «Edad Dorada». El caso más grande que se recuerda, el escándalo de la leche de melamina de 2008, dejó una docena de niños muertos y decenas de miles de personas hospitalizadas (aunque tal vez cientos de miles de personas se vieron afectadas). Desde entonces, varios escándalos han sacudido al público con regularidad: en 2011, cuando se encontró «aceite de cañerías» reciclado de trampas de grasa que se utilizaba en restaurantes de todo el país, o en 2018, cuando las vacunas defectuosas mataron a varios niños, y luego un año más tarde, cuando docenas de personas fueron hospitalizadas al recibir vacunas falsas contra el VPH. Las historias más suaves son aún más rampantes, componiendo un telón de fondo familiar para cualquiera que viva en China: mezcla de sopa instantánea en polvo con jabón para mantener los costos bajos, empresarios que venden cerdos muertos por causas misteriosas a las aldeas vecinas, chismes detallados sobre qué tiendas callejeras son más propensas a enfermar.
Antes de la incorporación pieza por pieza del país al sistema capitalista mundial, servicios como la atención de la salud en China se prestaban antes (principalmente en las ciudades) en el marco del sistema danwei de prestaciones empresariales o (sobre todo, pero no exclusivamente, en el campo) en clínicas locales de atención de la salud atendidas por abundantes «médicos descalzos», todos ellos prestados de forma gratuita. Los éxitos de la atención de la salud de la era socialista, al igual que sus éxitos en la esfera de la educación básica y la alfabetización, fueron lo suficientemente importantes como para que incluso los críticos más duros del país tuvieran que reconocerlosLa fiebre del caracol, que asoló al país durante siglos, fue esencialmente eliminada en gran parte de su núcleo histórico, para volver a entrar en vigor una vez que se empezó a desmantelar el sistema de atención sanitaria socialista. La mortalidad infantil se desplomó y, a pesar de la hambruna que acompañó al Gran Salto Adelante, la esperanza de vida pasó de 45 a 68 años entre 1950 y principios de la década de 1980. La inmunización y las prácticas sanitarias generales se generalizaron, y la información básica sobre nutrición y salud pública, así como el acceso a los medicamentos rudimentarios, fueron gratuitos y accesibles a todos. Mientras tanto, el sistema de médicos descalzos ayudó a distribuir conocimientos médicos fundamentales, aunque limitados, a una gran parte de la población, contribuyendo a construir un sistema de atención de la salud robusto y ascendente en condiciones de grave pobreza material. Vale la pena recordar que todo esto tuvo lugar en un momento en que China era más pobre, per cápita, que el país medio del África subsahariana de hoy.
Desde entonces, una combinación de abandono y privatización ha degradado sustancialmente este sistema al mismo tiempo que la rápida urbanización y la producción industrial no regulada de artículos domésticos y alimentos ha hecho aún más fuerte la necesidad de una atención sanitaria generalizada, por no hablar de los reglamentos sobre alimentos, medicamentos y seguridad. Hoy en día, el gasto público de China en salud es de 323 dólares estadounidenses per cápita, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud. Esta cifra es baja incluso entre otros países de «ingresos medios-altos», y es alrededor de la mitad de lo que gastan Brasil, Bielorrusia y Bulgaria. La reglamentación es mínima o inexistente, lo que da lugar a numerosos escándalos del tipo mencionado anteriormente. Mientras tanto, los efectos de todo esto se dejan sentir con mayor fuerza en los cientos de millones de trabajadores migrantes, para los que todo derecho a prestaciones básicas de atención de la salud se evapora por completo cuando abandonan sus ciudades de origen rurales (donde, en virtud del sistema hukou, son residentes permanentes independientemente de su ubicación real, lo que significa que no se puede acceder a los recursos públicos restantes en otro lugar).
Ostensiblemente, se suponía que la asistencia sanitaria pública había sido sustituida a finales de la década de 1990 por un sistema más privatizado (aunque gestionado por el Estado) en el que una combinación de las contribuciones de los empleadores y los empleados se encargaría de la atención médica, las pensiones y el seguro de vivienda. Sin embargo, este sistema de seguridad social ha sufrido de una mala remuneración sistemático, hasta el punto de que las contribuciones supuestamente «requeridas» por parte de los empleadores son a menudo simplemente ignoradas, dejando a la abrumadora mayoría de los trabajadores pagar de su bolsillo. Según la última estimación nacional disponible, sólo el 22 % de los trabajadores migrantes tenía un seguro médico básico. Sin embargo, la falta de contribuciones al sistema de seguridad social no es simplemente un acto de rencor por parte de jefes individualmente corruptos, sino que se explica en gran medida por el hecho de que los estrechos márgenes de beneficio no dejan espacio para los beneficios sociales. En nuestro propio cálculo, encontramos que pagar el seguro social en un centro industrial como Dongguan reduciría los beneficios industriales a la mitad y llevaría a muchas empresas a la bancarrota. Para colmar las enormes lagunas, China estableció un plan médico complementario para cubrir a los jubilados y los trabajadores por cuenta propia, que sólo paga unos pocos cientos de yuanes por persona al año en promedio.
Este asediado sistema médico produce sus propias y aterradoras tensiones sociales. Cada año mueren varios miembros del personal médico y docenas de ellos resultan heridos en ataques de pacientes enfadados o, más a menudo, de familiares de pacientes que mueren a su cargo. El ataque más reciente ocurrió en la víspera de Navidad, cuando un médico de Beijing fue apuñalado hasta la muerte por el hijo de un paciente que creía que su madre había muerto por falta de cuidados en el hospital. Una encuesta de médicos encontró que un asombroso 85 % había experimentado violencia en el lugar de trabajo, y otra, de 2015, dijo que el 13 % de los médicos en China habían sido agredidos físicamente el año anterior. Los médicos chinos ven cuatro veces más pacientes por año que los estadounidenses, mientras que se les paga menos de 15 000 dólares estadounidenses por año; en perspectiva, eso es menos que el ingreso per cápita (16 760 dólares), mientras que en Estados Unidos el salario promedio de un médico (alrededor de 300 000 dólares) es casi cinco veces más que el ingreso per cápita (60 200 dólares). Antes de que se cerrara en 2016 y sus creadores fueran arrestados, el ya desaparecido proyecto de blogs de seguimiento de Lu Yuyu y Li Tingyu registró al menos unas cuantas huelgas y protestas de trabajadores médicos cada mes.8 En 2015, el último año completo de sus datos meticulosamente recopilados, se produjeron 43 eventos de este tipo. También registraron docenas de «incidentes de [protesta] de tratamiento médico» cada mes, encabezados por familiares de los pacientes, con 368 registrados en 2015.
En estas condiciones de desinversión pública masiva del sistema de salud, no es sorprendente que COVID-19 se haya establecido tan fácilmente. Combinado con el hecho de que nuevas enfermedades transmisibles surgen en China a un ritmo de una cada 1-2 años, las condiciones parecen estar dadas para que tales epidemias continúen. Como en el caso de la gripe española, las condiciones generalmente pobres de salud pública entre la población proletaria han ayudado a que el virus gane terreno y, a partir de ahí, a que se propague rápidamente. Pero, de nuevo, no es sólo una cuestión de distribución. También tenemos que entender cómo se produjo el virus en sí mismo.

 

No hay ninguna tierra salvaje

 

En el caso del brote más reciente, la historia es menos sencilla que la de los casos de gripe porcina o aviar, que están tan claramente asociados con el núcleo del sistema agroindustrial. Por una parte, los orígenes exactos del virus no están todavía del todo claros. Es posible que se originara en los cerdos, que son uno de los muchos animales domésticos y salvajes que se trafican en el mercado mojado de Wuhan que parece ser el epicentro del brote, en cuyo caso la causalidad podría ser más similar a los casos anteriores de lo que podría parecer. La mayor probabilidad, sin embargo, parece apuntar hacia el virus originado en murciélagos o posiblemente en serpientes, ambos de los cuales suelen ser recogidos en el medio silvestre. Sin embargo, incluso en este caso existe una relación, ya que el declive de la disponibilidad e inocuidad de la carne de cerdo debido al brote de peste porcina africana ha significado que el aumento de la demanda de carne ha sido a menudo satisfecho por estos mercados mojados que venden carne de caza «salvaje». Pero sin la conexión directa de la ganadería industrial, ¿puede decirse que los mismos procesos económicos tienen alguna complicidad en este brote en particular?
La respuesta es sí, pero de una manera diferente. Una vez más, Wallace señala no una sino dos rutas principales por las que el capitalismo ayuda a gestar y desatar epidemias cada vez más mortales: la primera, esbozada anteriormente, es el caso directamente industrial, en el que los virus se gestan dentro de entornos industriales que han sido totalmente subsumidos en la lógica capitalista. Pero el segundo es el caso indirecto, que tiene lugar a través de la expansión y extracción capitalista en el interior del país, donde virus hasta ahora desconocidos son esencialmente recogidos de poblaciones salvajes y distribuidos a lo largo de los circuitos mundiales de capital. Por supuesto, ambos no están totalmente separados, pero parece ser el segundo caso el que mejor describe la aparición de la epidemia actual.9 En este caso, el aumento de la demanda de los cuerpos de animales salvajes para el consumo, el uso médico o (como en el caso de los camellos y el MERS) una variedad de funciones culturalmente significativas construye nuevas cadenas mundiales de mercancías en bienes «salvajes». En otros, las cadenas de valor agroecológicas preexistentes se extienden simplemente a esferas anteriormente «salvajes», cambiando las ecologías locales y modificando la interfaz entre lo humano y lo no-humano.
El propio Wallace es claro al respecto, explicando varias dinámicas que crean enfermedades peores a pesar de que los propios virus ya existen en entornos «naturales». La expansión de la producción industrial por sí sola «puede empujar a los alimentos silvestres cada vez más capitalizados hacia lo último del paisaje primario, desenterrando una mayor variedad de patógenos potencialmente protopandémicos». En otras palabras, a medida que la acumulación de capital subsume nuevos territorios, los animales serán empujados a zonas menos accesibles donde entrarán en contacto con cepas de enfermedades previamente aisladas, todo ello mientras que estos mismos animales se están convirtiendo en objetivos de la mercantilización ya que «incluso las especies de subsistencia más salvajes están siendo enlazadas en las cadenas de valor de la agricultura». De manera similar, esta expansión empuja a los humanos más cerca de estos animales y estos ambientes, lo que «puede aumentar la interfaz (y la propagación) entre las poblaciones silvestres no-humanas y la ruralidad recientemente urbanizada». Esto le da al virus más oportunidad y recursos para mutar de una manera que le permite infectar a los humanos, aumentando la probabilidad de una propagación biológica. La geografía de la industria en sí nunca ha sido tan limpiamente urbana o rural de todos modos, así como la agricultura industrial monopolizada hace uso tanto de las explotaciones agrícolas a gran escala como de las pequeñas: «en la  pequeña propiedad de un contratista [una granja industrial] a lo largo de la orilla del bosque, un animal de alimentación puede atrapar un patógeno antes de ser enviado a una planta de procesamiento en el anillo exterior de una gran ciudad».
El hecho es que la esfera «natural» ya está subsumida en un sistema capitalista totalmente mundial que ha logrado cambiar las condiciones climáticas de base y devastar tantos ecosistemas precapitalistas10 que el resto ya no funciona como podría haberlo hecho en el pasado. Aquí reside otro factor causal, ya que, según Wallace, todos estos procesos de devastación ecológica reducen «el tipo de complejidad ambiental con el que el bosque interrumpe las cadenas de transmisión». La realidad, entonces, es que es un nombre equivocado pensar en tales áreas como la «periferia» natural de un sistema capitalista. El capitalismo ya es global, y también totalizante. Ya no tiene un borde o frontera con alguna esfera natural no-capitalista más allá de él, y por lo tanto no hay una gran cadena de desarrollo en la que los países «atrasados» sigan a los que están delante de ellos en su camino hacia la cadena de valor, ni tampoco ninguna verdadera zona salvaje capaz de ser preservada en algún tipo de condición pura e intacta. En su lugar, el capital tiene simplemente un interior subordinado, que a su vez está totalmente subsumido en las cadenas de valor mundiales. Los sistemas sociales resultantes —incluyendo todo, desde el supuesto «tribalismo» hasta la renovación de las religiones fundamentalistas antimodernas— son productos totalmente contemporáneos, y casi siempre están conectados de facto a los mercados globales, a menudo de forma bastante directa. Lo mismo puede decirse de los sistemas biológico-ecológicos resultantes, ya que las zonas «salvajes» son en realidad inmanentes a esta economía mundial tanto en el sentido abstracto de dependencia del clima y los ecosistemas conexos como en el sentido directo de estar conectados a esas mismas cadenas de valor mundiales.
Este hecho produce las condiciones necesarias para la transformación de las cepas virales «salvajes» en pandemias globales. Pero COVID-19 no es la peor de ellas. Una ilustración ideal del principio básico y del peligro global puede encontrarse en el Ébola. El virus del Ébola11 es un caso claro de un reservorio viral existente que se extiende a la población humana. Las pruebas actuales sugieren que sus huéspedes de origen son varias especies de murciélagos nativos de África occidental y central, que actúan como portadores pero que no se ven afectados por el virus. No ocurre lo mismo con los demás mamíferos salvajes, como los primates y los duikers, que contraen periódicamente el virus y sufren brotes rápidos y de gran mortandad. El Ébola tiene un ciclo de vida particularmente agresivo más allá de sus especies reservorias. A través del contacto con cualquiera de estos huéspedes silvestres, los humanos también pueden infectarse, con resultados devastadores. Se han producido varias epidemias importantes, y la tasa de mortalidad de la mayoría ha sido extremadamente alta, casi siempre superior al 50 %. En el mayor brote registrado, que continuó esporádicamente de 2013 a 2016 en varios países de África occidental, se produjeron 11 000 muertes. La tasa de mortalidad de los pacientes hospitalizados en este brote fue del 57 al 59 %, y mucho más alta para los que no tenían acceso a los hospitales. En los últimos años, varias vacunas han sido desarrolladas por empresas privadas, pero la lentitud de los mecanismos de aprobación y los estrictos derechos de propiedad intelectual se han combinado con la falta generalizada de una infraestructura sanitaria para producir una situación en la que las vacunas han hecho poco por detener la epidemia más reciente, centralizada en la República Democrática del Congo (RDC) y que ahora es el brote más duradero.
La enfermedad se presenta a menudo como si fuera algo parecido a un desastre natural; en el mejor de los casos al azar, en el peor se culpa a las prácticas culturales «inmundas» de los pobres que viven en los bosques. Pero el momento en que se produjeron estos dos grandes brotes (2013-2016 en África occidental y 2018-presente en la República Democrática del Congo) no es una coincidencia. Ambos han ocurrido precisamente cuando la expansión de las industrias primarias ha desplazado aún más a los habitantes de los bosques y ha perturbado los ecosistemas locales. De hecho, esto parece ser cierto en más casos que en los más recientes, ya que, como explica Wallace, «cada brote del Ébola parece estar relacionado con cambios en el uso de la tierra impulsados por el capital, incluso en el primer brote en Nzara (Sudán) en 1976, donde una fábrica financiada por el Reino Unido hilaba y tejía el algodón local». Del mismo modo, los brotes de 2013 en Guinea se produjeron justo después de que un nuevo gobierno comenzara a abrir el país a los mercados mundiales y a vender grandes extensiones de tierra a conglomerados agroindustriales internacionales. La industria del aceite de palma, notoria por su papel en la deforestación y la destrucción ecológica en todo el mundo, parece haber sido particularmente culpable, ya que sus monocultivos devastan las robustas redundancias ecológicas que ayudan a interrumpir las cadenas de transmisión y al mismo tiempo atraen literalmente a las especies de murciélagos que sirven de reservorio natural para el virus.13
Mientras tanto, la venta de grandes extensiones de tierra a empresas comerciales agroforestales supone tanto el despojo de los habitantes de los bosques como la perturbación de sus formas locales de producción y cosecha que dependen del ecosistema. Esto a menudo deja a los pobres de las zonas rurales sin otra opción que internarse más en el bosque al mismo tiempo que se trastorna su relación tradicional con ese ecosistema. El resultado es que la supervivencia depende cada vez más de la caza de animales salvajes o de la recolección de flora y madera locales para su venta en los mercados mundiales. Esas poblaciones se convierten entonces en los representantes de la ira de las organizaciones ecologistas mundiales, que las denuncian como «cazadores furtivos» y «madereros ilegales» responsables de la misma deforestación y destrucción ecológica que las empujó a esos comercios en primer lugar. A menudo, el proceso toma entonces un giro mucho más oscuro, como en Guatemala, donde los paramilitares anticomunistas que quedaron atrás en la guerra civil del país se transformaron en fuerzas de seguridad «verdes», encargadas de «proteger» el bosque de la tala, la caza y el narcotráfico ilegales que eran los únicos oficios disponibles para sus residentes indígenas, que habían sido empujados a tales actividades precisamente por la violenta represión que habían sufrido de esos mismos paramilitares durante la guerra.13 Desde entonces, el patrón se ha reproducido en todo el mundo, animado por los puestos de los medios de comunicación social en los países de altos ingresos que celebran la ejecución (a menudo literalmente capturada en cámara) de «cazadores furtivos» por parte de las fuerzas de seguridad supuestamente «verdes».14

 

La contención como ejercicio en el arte del Estado

 

COVID-19 ha captado la atención mundial con una fuerza sin precedentes. El Ébola, la gripe aviar y el SARS, por supuesto, todos tuvieron su frenesí mediático asociado. Pero algo acerca de esta nueva epidemia ha generado un tipo diferente de resistencia. En parte, esto se debe casi con seguridad a la espectacular escala de la respuesta del gobierno chino, que ha dado lugar a imágenes igualmente espectaculares de megalópolis vaciadas que contrastan con la imagen normal de los medios de comunicación de China como superpoblada y contaminada. Esta respuesta también ha sido una fuente fructífera para la especulación normal sobre el inminente colapso político o económico del país, dado un impulso adicional por las continuas tensiones de la fase inicial de la guerra comercial con Estados Unidos. Esto se combina con la rápida propagación del virus para darle el carácter de una amenaza mundial inmediata, a pesar de su baja tasa de mortalidad.15
Sin embargo, a un nivel más profundo, lo que parece más fascinante de la respuesta del Estado es la forma en que se ha llevado a cabo, a través de los medios de comunicación, como una especie de ensayo general melodramático para la plena movilización de la contrainsurgencia nacional. Esto nos da una idea real de la capacidad represiva del Estado chino, pero también pone de relieve la incapacidad más profunda de ese Estado, revelada por su necesidad de confiar tanto en una combinación de medidas de propaganda total desplegadas a través de todas las facetas de los medios de comunicación y las movilizaciones de buena voluntad de la población local que, de otro modo, no tendría ninguna obligación material de cumplir. Tanto la propaganda china como la occidental han hecho hincapié en la capacidad represiva real de la cuarentena: la primera de ellas como un caso de intervención gubernamental eficaz en una emergencia y la segunda como otro caso más de extralimitación totalitaria por parte del distópico Estado chino. La verdad no dicha, sin embargo, es que la misma agresión de la represión significa una incapacidad más profunda en el Estado chino, que en sí mismo está todavía completamente en construcción.
Esto en sí mismo nos ofrece una ventana para contemplar la naturaleza del Estado chino, mostrando cómo está desarrollando nuevas e innovadoras técnicas de control social y respuesta a la crisis capaces de ser desplegadas incluso en condiciones en las que la maquinaria básica del Estado es escasa o inexistente. Esas condiciones, por su parte, ofrecen un panorama aún más interesante (aunque más especulativo) de cómo podría responder la clase dirigente de un país determinado cuando una crisis generalizada y una insurrección activa causen averías similares incluso en los Estados más robustos. El brote viral se vio favorecido en todos los aspectos por las deficientes conexiones entre los niveles de gobierno: la represión de los médicos «denunciantes» por parte de los funcionarios locales en contra de los intereses del gobierno central, los ineficaces mecanismos de notificación de los hospitales y la prestación extremadamente deficiente de la atención sanitaria básica son sólo algunos ejemplos. Mientras tanto, los diferentes gobiernos locales han vuelto a la normalidad a ritmos diferentes, casi completamente fuera del control del Estado central (excepto en Hubei, el epicentro). En el momento de redactar este texto, parece casi totalmente aleatorio qué puertos están en funcionamiento y qué locales han reanudado la producción. Pero esta cuarentena de bricolaje ha hecho que las redes logísticas de larga distancia entre ciudades sigan perturbadas, ya que cualquier gobierno local parece ser capaz de impedir simplemente el paso de trenes o camiones de carga a través de sus fronteras. Y esta incapacidad a nivel de base del gobierno chino le ha obligado a tratar con el virus como si fuera una insurgencia, jugando a la guerra civil contra un enemigo invisible.
La maquinaria estatal nacional comenzó a funcionar realmente el 22 de enero, cuando las autoridades mejoraron las medidas de respuesta de emergencia en toda la provincia de Hubei, y dijeron al público que tenían la autoridad legal para establecer instalaciones de cuarentena, así como para «recoger» el personal, los vehículos y las instalaciones necesarias para la contención de la enfermedad, o para establecer bloqueos y controlar el tráfico (con lo que se sellaba un fenómeno que sabía que ocurriría a pesar de todo). En otras palabras, el pleno despliegue de los recursos estatales comenzó en realidad con un llamamiento a los esfuerzos voluntarios en nombre de los habitantes de la localidad. Por un lado, un desastre tan masivo pondrá a prueba la capacidad de cualquier Estado (véase, por ejemplo, la respuesta a los huracanes en Estados Unidos). Pero, por otra parte, esto repite una pauta común en el arte de gobernar de China, según la cual el Estado central, al carecer de estructuras de mando formales y eficaces que se extiendan hasta el nivel local, debe basarse en una combinación de llamamientos ampliamente difundidos para que los funcionarios y los ciudadanos locales se movilicen y una serie de castigos a posteriori para los que peor respondan (enmarcados en la lucha contra la corrupción). La única respuesta verdaderamente eficaz se encuentra en zonas específicas en las que el Estado central concentra el grueso de su poder y su atención, en este caso, Hubei en general y Wuhan en particular. En la mañana del 24 de enero, la ciudad ya se encontraba en un cierre total efectivo, sin trenes que entraran o salieran casi un mes después de que se detectara la nueva cepa del coronavirus. Las autoridades sanitarias nacionales han declarado que las autoridades sanitarias tienen la capacidad de examinar y poner en cuarentena a cualquier persona a su discreción. Además de las principales ciudades de Hubei, docenas de otras ciudades de toda China, incluidas Beijing, Cantón, Nankín y Shanghái, han puesto en marcha cierres de diversa gravedad para los flujos de personas y mercancías que entran y salen de sus fronteras.
En respuesta al llamamiento del Estado central a movilizarse, algunas localidades han tomado sus propias iniciativas extrañas y severas. Las más espantosas de ellas se encuentran en cuatro ciudades de la provincia de Zhejiang, en las que se han expedido pasaportes locales a 30 millones de personas, lo que permite que sólo una persona por hogar salga de su casa una vez cada dos días. Ciudades como Shenzhen y Chengdu han ordenado que cada barrio sea cerrado, y han permitido que edificios enteros de departamentos sean puestos en cuarentena durante catorce días si se encuentra un solo caso confirmado del virus en su interior. Mientras tanto, cientos de personas han sido detenidas o multadas por «difundir rumores» sobre la enfermedad, y algunas que han huido de la cuarentena han sido arrestadas y sentenciadas a un largo tiempo de cárcel, y las propias cárceles están experimentando ahora un grave brote, debido a la incapacidad de los funcionarios de aislar a los individuos enfermos incluso en un entorno literalmente diseñado para un fácil aislamiento. Este tipo de medidas desesperadas y agresivas reflejan las de los casos extremos de contrainsurgencia, recordando muy claramente las acciones de la ocupación militar-colonial en lugares como Argelia o, más recientemente, Palestina. Nunca antes se habían llevado a cabo a esta escala, ni en megalópolis de este tipo que albergan a gran parte de la población mundial. La conducta de la represión ofrece entonces una extraña lección para quienes tienen la mente puesta en la revolución mundial, ya que es, esencialmente, un simulacro de reacción liderada por el Estado.

 

Incapacidad

 

Esta particular represión se beneficia de su carácter aparentemente humanitario, ya que el Estado chino puede movilizar un mayor número de personas para ayudar en lo que es, esencialmente, la noble causa de estrangular la propagación del virus. Pero, como es de esperar, estas medidas de restricción siempre resultan contraproducentes. La contrainsurgencia es, después de todo, una especie de guerra desesperada que se lleva a cabo sólo cuando se han hecho imposibles formas más sólidas de conquista, apaciguamiento e incorporación económica. Es una acción costosa, ineficiente y de retaguardia, que traiciona la incapacidad más profunda de cualquier poder encargado de desplegarla, ya sean los intereses coloniales franceses, el menguante imperio estadounidense u otros. El resultado de la represión es casi siempre una segunda insurgencia, ensangrentada por el aplastamiento de la primera y aún más desesperada. Aquí, la cuarentena difícilmente reflejará la realidad de la guerra civil y la contrainsurgencia. Pero incluso en este caso, la represión ha fracasado a su manera. Con tanto esfuerzo del Estado enfocado en el control de la información y la constante propaganda desplegada a través de todos los aparatos mediáticos posibles, el malestar se ha expresado en gran medida dentro de las mismas plataformas.
La muerte del Dr. Li Wenliang, uno de los primeros denunciantes de los peligros del virus, el 7 de febrero sacudió a los ciudadanos encerrados en sus casas en todo el país. Li fue uno de los ocho médicos detenidos por la policía por difundir «información falsa» a principios de enero, antes de contraer el virus él mismo. Su muerte provocó la ira de los ciudadanos y una declaración de arrepentimiento del gobierno de Wuhan. La gente está empezando a ver que el Estado está formado por funcionarios y burócratas torpes que no tienen ni idea de qué hacer pero que, sin embargo, ponen una cara fuerte.16 Este hecho se reveló esencialmente cuando el alcalde de Wuhan, Zhou Xianwang, se vio obligado a admitir en la televisión estatal que su gobierno había retrasado la publicación de información crítica sobre el virus después de que se produjera un brote. La propia tensión causada por el brote, combinada con la inducida por la movilización total del Estado, ha empezado a revelar a la población en general las profundas fisuras que se esconden detrás del retrato tan fino como el papel que el gobierno se pinta a sí mismo. En otras palabras, condiciones como éstas han expuesto las incapacidades fundamentales del Estado chino a un número cada vez mayor de personas que anteriormente habrían tomado la propaganda del gobierno al pie de la letra.

 

Si se pudiera encontrar un solo símbolo para expresar el carácter básico de la respuesta del Estado, sería algo como el video de arriba, grabado por un local en Wuhan y compartido con el Internet occidental a través de Twitter en Hong Kong.17 Esencialmente, muestra a un número de personas que parecen ser médicos o socorristas de algún tipo equipados con un equipo de protección completo tomándose una foto con la bandera china. La persona que filma el video explica que están fuera de ese edificio todos los días para varias operaciones fotográficas. El video sigue a los hombres mientras se quitan el equipo de protección y se quedan parados platicando y fumando, incluso usando uno de los trajes para limpiar su auto. Antes de irse, uno de los hombres arroja sin ceremonias el traje protector en un cesto de basura cercano, sin molestarse en tirarlo al fondo donde no se vea. Videos como éste se han difundido rápidamente antes de ser censurados: pequeñas lágrimas en el fino velo del espectáculo autorizado por el Estado.
En un nivel más fundamental, la cuarentena también ha comenzado a ver la primera ola de reverberaciones económicas en la vida personal de las personas. Se ha informado ampliamente sobre el aspecto macroeconómico de esta situación, ya que una disminución masiva del crecimiento chino podría provocar una nueva recesión mundial, especialmente si se combina con un estancamiento continuo en Europa y una reciente caída de uno de los principales índices de salud económica en Estados Unidos, que muestra una repentina disminución de la actividad comercial. En todo el mundo, las empresas chinas y las que dependen fundamentalmente de las redes de producción chinas están estudiando ahora sus cláusulas de «fuerza mayor», que permiten los retrasos o la cancelación de las responsabilidades que entrañan ambas partes en un contrato comercial cuando ese contrato se vuelve «imposible» de cumplir. Aunque de momento es poco probable, la mera perspectiva ha hecho que se restablezca una cascada de demandas de producción en todo el país. La actividad económica, sin embargo, sólo se ha reactivado en un patrón de retazos, todo funcionando ya sin problemas en algunas áreas mientras que en otras todavía está en pausa indefinida. Actualmente, el 1 de marzo se ha convertido en la fecha provisional en la que las autoridades centrales han pedido que todas las zonas fuera del epicentro del brote vuelvan a trabajar.
Pero otros efectos han sido menos visibles, aunque posiblemente mucho más importantes. Muchos trabajadores migrantes, incluidos los que se habían quedado en sus ciudades de trabajo para el Festival de Primavera o que pudieron regresar antes de que se aplicaran varios cierres, están ahora atrapados en un peligroso limbo. En Shenzhen, donde la gran mayoría de la población es migrante, los lugareños informan de que el número de personas sin hogar ha empezado a aumentar. Pero las nuevas personas que aparecen en las calles no son personas sin hogar de larga duración, sino que tienen la apariencia de ser literalmente abandonadas allí sin ningún otro lugar a donde ir, todavía con ropa relativamente bonita, sin saber dónde es mejor dormir a la intemperie o dónde obtener comida. Varios edificios de la ciudad han visto un aumento en los pequeños robos, sobre todo de comida entregada a la puerta de los residentes que se quedan en casa para la cuarentena. En general, los trabajadores están perdiendo salarios a medida que la producción se estanca. Los mejores escenarios durante los paros laborales son las cuarentenas de dormitorios como la impuesta en la planta de Shenzhen Foxconn, donde los nuevos retornados son confinados a sus cuarteles durante una o dos semanas, se les paga alrededor de un tercio de sus salarios normales y luego se les permite regresar a la línea de producción. Las empresas más pobres no tienen esa opción, y el intento del gobierno de ofrecer nuevas líneas de crédito barato a las empresas más pequeñas probablemente no sirva de mucho a largo plazo. En algunos casos, parece que el virus simplemente acelerará las tendencias preexistentes de reubicación de fábricas, ya que empresas como Foxconn amplían la producción en Vietnam, India y México para compensar la desaceleración.

 

La guerra surrealista

 

Mientras tanto, la torpe respuesta temprana al virus, la dependencia del Estado de medidas particularmente punitivas y represivas para controlarlo, y la incapacidad del gobierno central para coordinar eficazmente entre las localidades para hacer malabarismos con la producción y la cuarentena simultáneamente, todo indica que una profunda incapacidad permanece en el corazón de la maquinaria del Estado. Si, como nuestro amigo Lao Xie argumenta, el énfasis de la administración Xi ha sido en la «construcción del Estado», parece que queda mucho trabajo por hacer en ese sentido. Al mismo tiempo, si la campaña contra el COVID-19 puede leerse también como un simulacro de lucha contra la insurgencia, es notable que el gobierno central sólo tenga la capacidad de proporcionar una coordinación eficaz en el epicentro de Hubei y que sus respuestas en otras provincias —incluso en lugares ricos y bien considerados como Hangzhou— sigan siendo en gran medida descoordinadas y desesperadas. Podemos tomar esto de dos maneras: primero, como una lección sobre la debilidad que subyace en los bordes duros del poder estatal, y segundo, como una advertencia sobre la amenaza que aún representan las respuestas locales descoordinadas e irracionales cuando la maquinaria del Estado central está abrumada.
Estas son lecciones importantes para una época en que la destrucción causada por la acumulación interminable se ha extendido tanto hacia arriba en el sistema climático mundial como hacia abajo en los substratos microbiológicos de la vida en la Tierra. Tales crisis sólo se harán más comunes. A medida que la crisis secular del capitalismo adquiera un carácter aparentemente no-económico, nuevas epidemias, hambrunas, inundaciones y otros desastres «naturales» se utilizarán como justificación de la ampliación del control estatal, y la respuesta a esas crisis funcionará cada vez más como una oportunidad para ejercer nuevas herramientas no probadas para la contrainsurgencia. Una política comunista coherente debe comprender ambos hechos juntos. A nivel teórico, esto significa comprender que la crítica al capitalismo se empobrece cuando se separa de las ciencias duras. Pero en el plano práctico, también implica que el único proyecto político posible hoy en día es el que es capaz de orientarse en un terreno definido por un desastre ecológico y microbiológico generalizado, y de operar en este estado perpetuo de crisis y atomización.
En una China en cuarentena, empezamos a vislumbrar tal paisaje, al menos en sus contornos: calles vacías del final del invierno desempolvadas por la más mínima película de nieve intacta, rostros iluminados por teléfono que se asoman por las ventanas, barricadas de casualidad atendidas por unas cuantas enfermeras, policías, voluntarios de repuesto o simplemente actores pagados encargados de izar banderas y decirles que se pongan la máscara y vuelvan a casa. El contagio es social. Por lo tanto, no debe sorprender que la única manera de combatirlo en una etapa tan tardía es librar una especie de guerra surrealista contra la sociedad misma. No se reúnan, no causen el caos. Pero el caos también se puede construir en el aislamiento. Mientras los hornos de todas las fundiciones se enfrían hasta convertirse en brasas que crepitan suavemente y luego en cenizas heladas, las muchas desesperaciones menores no pueden evitar salir de esa cuarentena para caer juntos en un caos mayor que un día, como este contagio social, podría ser difícil de contener.

 


1 Mucho de lo que explicaremos en esta sección es simplemente un resumen más conciso de los propios argumentos de Wallace, dirigido a un público más general y sin la necesidad de «hacer el caso» a otros biólogos mediante la exposición de una argumentación rigurosa y una amplia evidencia. Para aquellos que cuestionen las pruebas básicas, nos referimos a la obra de Wallace y sus compatriotas.
2 Robert G. Wallace, Big Farms Make Big Flu: Dispatches on Influenza, Agribusiness, and the Nature of Science, Monthly Review Press, 2016, p. 52.
3 Ibid., p. 56.
4 Ibid., pp. 56-57.
5 Ibid., p. 57.
6 Esto no quiere decir que las comparaciones de Estados Unidos con China hoy en día no sean también informativas. Como Estados Unidos tienen su propio sector agroindustrial masivo, contribuyen enormemente a la producción de nuevos virus peligrosos, por no mencionar las infecciones bacterianas resistentes a los antibióticos.
7 Cf. J. F. Brundage y G. D. Shanks, «What really happened during the 1918 influenza pandemic? The importance of bacterial secondary infections», en The Journal of Infectious Diseases, vol. 196, núm. 11, diciembre de 2007, pp. 1717-1718, respuesta del autor 1718-1719; D. M. Morens y A. S. Fauci, «The 1918 influenza pandemic: Insights for the 21st century», en The Journal of Infectious Diseases, vol. 195, núm. 7, abril de 2007, pp. 1018-1028.
8 Cf. «Picking Quarrels», en el segundo número de nuestra revista: http://chuangcn.org/journal/two/picking-quarrels/
9 A su manera, estos dos caminos de producción de la pandemia reflejan lo que Marx llama subsunción «real» y «formal» en la esfera de la producción propiamente dicha. En la subsunción real, el proceso de producción propiamente dicho se modifica mediante la introducción de nuevas tecnologías capaces de intensificar el ritmo y la magnitud de la producción, de manera similar a como el entorno industrial ha modificado las condiciones básicas de la evolución viral, de modo que se producen nuevas mutaciones a un ritmo mayor y con mayor virilidad. En la subsunción formal, que precede a la subsunción real, estas nuevas tecnologías aún no se aplican. En cambio, las formas de producción anteriormente existentes se reúnen simplemente en nuevos lugares que tienen alguna interfaz con el mercado mundial, como en el caso de los trabajadores del telar manual que se colocan en un taller que vende su producto con fines de lucro, y esto es similar a la forma en que los virus producidos en entornos «naturales» se sacan de la población silvestre y se introducen en las poblaciones domésticas a través del mercado mundial.
10 Sin embargo, es un error equiparar estos ecosistemas con los «prehumanos». China es un ejemplo perfecto, ya que muchos de sus paisajes naturales aparentemente «primitivos» fueron, de hecho, el producto de períodos mucho más antiguos de expansión humana que eliminaron especies que antes eran comunes en el continente de Asia oriental, como los elefantes.
11 Técnicamente, éste es un término general para unos cinco virus distintos, el más mortal de los cuales se denomina simplemente virus del Ébola, antes virus del Zaire.
12 Para el caso específico de África occidental, cf. R. G. Wallace, R. Kock, L. Bergmann, M. Gilbert, L. Hogerwerf, C. Pittiglio, R. Mattioli, «Did Neoliberalizing West African Forests Produce a New Niche for Ebola», en International Journal of Health Services, vol. 46, núm. 1, 2016; y para una visión más amplia de la conexión entre las condiciones económicas y el Ébola como tal, cf. Robert G. Wallace y Rodrick Wallace (eds.), Neoliberal Ebola: Modelling Disease Emergence from Finance to Forest and Farm, Springer, 2016; y para la declaración más directa del caso, aunque menos erudita, véase el artículo de Wallace, enlazado más arriba: «Neoliberal Ebola: the Agroeconomic Origins of the Ebola Outbreak», en Counterpunch, 29 de julio de 2015. https://www.counterpunch.org/2015/07/29/neoliberal-ebola-the-agroeconomic-origins-of-the-ebola-outbreak/
13 Cf. Megan Ybarra, Green Wars: Conservation and Decolonization in the Maya Forest, University of California Press, 2017.
14 Ciertamente es incorrecto dar a entender que toda la caza furtiva es llevada a cabo por la población rural pobre local, o que todas las fuerzas de guardabosques en los bosques nacionales de diferentes países operan de la misma manera que los antiguos paramilitares anticomunistas, pero los enfrentamientos más violentos y los casos más agresivos de militarización de los bosques parecen seguir esencialmente este patrón. Para un amplio panorama del fenómeno, véase el número especial de 2016 de Geoforum (69) dedicado al tema. El prefacio puede encontrarse aquí: Alice B. Kelly y Megan Ybarra, « Introduction to themed issue: “Green security in protected áreas”», en Geoforum, vol. 69, 2016, pp. 171-175. http://gawsmith.ucdavis.edu/uploads/2/0/1/6/20161677/kelly_ybarra_2016_green_security_and_pas.pdf
15 Con mucho la más baja de todas las enfermedades mencionadas aquí, su alto número de muertes ha sido en gran parte el resultado de su rápida propagación a un gran número de huéspedes humanos, lo que ha dado lugar a un elevado número de muertes absolutas a pesar de tener una tasa de mortalidad muy baja.
16 En una entrevista en podcast, Au Loong Yu, citando a amigos en el continente, dice que el gobierno de Wuhan está efectivamente paralizado por la epidemia. Au sugiere que la crisis no sólo está desgarrando el tejido social, sino también la maquinaria burocrática del PCCh, que sólo se intensificará a medida que el virus se extienda y se convierta en una crisis cada vez más intensa para otros gobiernos locales en todo el país. La entrevista es de Daniel Denvir de The Dig, publicada el 7 de febrero: https://www.thedigradio.com/podcast/hong-kong-with-au-loong-yu/
17 El vídeo es auténtico, pero cabe señalar que Hong Kong ha sido un semillero de actitudes racistas y teorías de conspiración dirigidas a los habitantes del continente y al PCCh, por lo que gran parte de lo que se comparte en los medios sociales por los hongkoneses sobre el virus debe ser cuidadosamente comprobado.
 
Contagio-Social-Lazo-Ediciones

Fuente: Artillería Inmanente

A propósito de Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez // Marta L. Mosteiro

Siguiendo a Enríquez desde sus libros de cuentos, crónicas y su novela corta Este es el mar, es esperable una cierta expectativa favorable ante esta obra. Más allá de su reciente premio Herralde , está ese deseo que ese mundo, ese rostro que nos venía mostrando se despliegue.

  En esta novela podemos reconocer varios grandes temas: las relaciones paterno/filiales, desde la protección al filicidio, la posibilidad del legado, las profundidades de los vínculos en la infancia y la adolescencia, las creencias y mitologías populares, son algunas. Todas tratadas con un seguimiento preciso y en una lengua reconocible, cercana. Cercana porque logra hablar de lo escondido o lo negado, lo oscuro, de tal manera que nos permite instalarnos en nuestra propia parte de noche y deslizarnos por ella con una naturalidad que es uno de sus artificios más señalables.  Arte y oficio. Gracia y trabajo.

  Creo que lo que  también revela es la presencia de lo terrorífico en nuestra cotidianeidad y su continuidad en nuestra historia. Sobre todo en las formas que fue adoptando nuestra clase dominante al accionar sobre cuerpos y territorios. Su ser depredatorio, deformante, desaparecedor, asesino. Su voracidad e insaciabilidad. Si el dinero es “un país en sí mismo” como explica uno de los personajes, estas características no serían otra de nuestras graciosas originalidades, de las que es común solazarse.

  El poder podrá tomar esas formas muchas veces, pero ésta fue y es la nuestra. Ahí nos toca escarbar. Reconocer que fue y es nuestro territorio del que disponen y arrasan. Son nuestros los cuerpos los que torturan, deforman y utilizan. Hay una Orden internacional -un Orden internacional- que integra esa clase con sus iguales del mundo pero de lo que se trata es ver nuestra parte activa para alimentarla y asegurarse vida eterna. Porque se trata de eso: no basta con disponer de vidas y haciendas sino de perpetuar ese Orden, preservando para sí, ese privilegio y todos los demás. En la certeza que les corresponde y con toda la impunidad.

  Esto no es el contexto de una trama, es la trama misma. El relato. La historia. El drama entendido como lo que es: acción.

 Esa acción que fuerza los límites geográficos y sensibles. Así, la novela nos lleva de viaje a una frontera en disputa de posesión y sentido.  El escenario de uno de nuestros genocidios constituyentes- creadores necesarios de los estados nacionales- la llamada Conquista del desierto verde. Casi pasada por alto en nuestra formación en historia, está siendo investigada con tesón ahora mismo en la Academia. Hermana menor y laboratorio de la otra reconocida Campaña del desierto. Esta se extendió de 1878 a 1885, dejando la Pampa con el norte de la Patagonia a disposición de los terratenientes  que la financiaron como de los jefes miliares que la ejecutaron.  La llamada Conquista del desierto verde o del Chaco comenzó en 1870, dándose por terminada recién en  1917, dada la resistencia de los indígenas a los ataques tanto por tierra como por agua del gobierno central. Así las tierras de lo que comprende hoy  Chaco, Formosa, Misiones fueron repartidas  en inmensas haciendas para su explotación.

  La familia de este relato es beneficiaria de ambas. Prefiere el refugio misionero que balconea sobre una maravilla, pretensión de dominio imposible. Este no  desierto es una selva y sus muchos saberes de lo sobrenatural espejan su convivencia con esa naturaleza. Ese desierto está aún habitado, como lo estaba entonces, por seres  habituados al comercio con las almas, los santos, la muerte. Allí no encontramos una secta o una cofradía, sino comunidades hablantes con presencias de otros mundos. Ese diálogo permanente es modo de sobrevida y resistencia. Es, quizás, su única protección a los infortunios permanentes. Un modo de estar y luchar con estas fuerzas, enfrentando a quienes no reconocen límites ni en territorios ni en cuerpos para vicariar su pertenencia y sus saberes ancestrales.

  No habrá síntesis posible. Rosario, hija de la familia protagónica,  por intentarlo, muere en un accidente de estirpe simplemente mafiosa, concebido por su propia madre.

  Estos hechos en el relato intentarían mostrar comportamientos- en la novela hay distintos ejemplos- de la riqueza en acto. Allá y entonces / aquí y ahora. Donde el terror es inherente y necesario para esa puesta en acto. Una constante.

 Enfrente también hay corrimiento de límites, pero como resistencia a la norma impuesta, como deseo –motor. Asistimos a vínculos que se viven y se ejercen entre amantes, familiares, amistades, que abren caminos, renuevan energías, crean complicidades, permiten atravesar el horror.

 Nuestra parte de noche es por estos y varios aspectos más, que cada quien irá descubriendo, una gran novela. Una gran novela argentina.

Virología y Vida Verdadera // Santiago Martínez

“Una vida propiamente humana, una vida que no se define por la circulación de la sangre y el cumplimiento de las restante funciones comunes a los animales, sino principalmente por la razón, la virtud del alma y la vida verdadera”

(Baruch Spinoza)

 

Escribo estas líneas para los amigos, para los compañeros que queden, para todos aquellos que sientan, como yo, que este tiempo les juega una mala pasada, una pasada verdaderamente triste. Mientras escribo, mientras escribí todo el día 19 de marzo de 2020 he visto avisos de encierro, filas de gente en los cajeros automáticos y los supermercados,  trabajadores de Globo y Pedidos ya que desde hace 25 minutos no pueden ganarse el día, vecinos cargando bidones de agua, bolsas de las compras… he visto policías a montones patrullando las calles en sus camionetas con luces, he hablado con mis hermanas, se me ha dicho que respire, que me tranquilice, se me ha preguntado si tenía comida guardada. Mientras escribo estas líneas Argentina es un país con 128 casos y 3 muertos por Coronavirus y en mi barrio se escuchan aplausos y bravos para los médicos argentinos que luchan contra este mal imparable. Escucho un programa de Radio donde se cita con elogio a Angela Merkel, Canciller de Alemania, diciendo que este es “el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial” que atraviesa su nación, probablemente olvidando los 3 millones de alemanes muertos en la contienda que duró casi 6 años, pero sí recordando a los 20 muertos que su país cuenta por Coronavirus. No compré comida, no posteo sobre mi solidaridad o lo sencillo de quedarse en casa comparado con una guerra, no guardé agua ni hice ninguna clase de fila para entrar en una farmacia. Sencillamente, siento que me volví loco.

            Escucho al presidente de mi país declarar un aislamiento obligatorio mientras se festeja su rapidez y fuerza en la acción, mientras festejamos nuestra responsabilidad comunitaria. Lo escucho decir que “es el problema de salud más grave que hemos tenido en toda nuestra vida democrática”, que “la evolución de la situación será evaluada por expertos, sociedades científicas y el gobierno de modo constante”, le escucho decir que “ante esta crisis no hay lugar para actitudes individualistas, necesitamos mantener el distanciamiento social evitando salir de nuestras casas”, le escucho decir que:

 

“Responsabilidad, solidaridad y comunidad son las consignas. Esta es la palabra de comunicación y encuentro. Esta decisión es fuertemente democrática. Es una democracia que apela a medidas de excepción en base a su propia legislación para estos casos. Es una democracia que une a fuerzas políticas, sociales, gremiales, productivas y religiosas. Es una democracia que une a las autoridades de todas las jurisdicciones. Es la Democracia que busca reducir el daño en el pueblo y salvar la mayor cantidad de vidas posibles”

           

Para decirlo con sencillez, siento que se nos ha robado la cordura, que vivo en un país desesperado que no se preocupa por los males reales, pero si por una pandemia que ha dejado menos muertos a nivel mundial que las pandemias (¿el hambre no podría ser una de ellas?) que conoce en carne propia. Me rebelo contra el lenguaje de la ciencia que viene a decirnos que hay un solo modo de ver el mundo, un solo modo de actuar contra la realidad, un solo modo de pensar los vínculos. ¿A nadie más le hace ruido esta reverencia por el discurso médico transformado en tratado de teoría política y manual de afectos? Me siento envenenado por la alegría de esta batalla solidaria que tiene su arma más fiel, y pareciera que única, en el autoencierro. Tengo una rabia profunda contra los compatriotas que publican alarmas pensando en países que hasta hace dos meses tenían índices de muertes por gripe estacional que superan ampliamente los casos y muertos contables hasta ahora por el enemigo inmisericorde y todopoderoso nacido en Wuhan. Siento asco ante la alegría que este mundo triste de aislamiento genera en todos los bienpensantes amigos de la solidaridad y el autoflagelo. Me siento abandonado por los compañeros que pensé que iban a mirar con horror cómo los modos de una política de la tristeza que hasta ayer combatían bajo el nombre de Macrismo hoy se transforman en la política oficial de un gobierno que celebran. Me escribe mi hermana, me cuenta que un compañero de militancia, ante las críticas de ella a las medidas de confinamiento, le dice que si la ve en la calle, la denuncia. ¿Qué es este goce, esta reivindicación moral de la delación que hasta hace días hubiese asqueado al más inmoral de los militantes? Quiero gritar contra todos los que renuncian aquí y ahora al derecho a imaginar otros mundos posibles, contra este mundo único que nace del miedo mientras se esconden en el fervor patriótico y comunitario de esta gesta ridícula que quiere transformarnos a todos en héroes hogareños obedientes, en policías de nuestros amigos.

Abro un libro que vengo leyendo estos días, leo: “La facultad de juzgar puede estar sometida a la voluntad de otro cuando este otro logra embaucarle el alma”. Sí, nos han embaucado el alma. Tratemos de recuperar nuestra facultad de juzgar, nuestro derecho a mantener el juicio, o lo que es lo mismo: nuestro derecho democrático a imaginar.

 

 

“Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica,

en la que los presidentes no pueden hacer nada,

y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo”

(Franco “Bifo Berardi)

                                                                                                                              

El  11 de Marzo de 2020 en su alocución de apertura el Director General de la OMS señalaba con respecto al brote de Covid-19 que debido a que “el número de casos de COVID-19 fuera de China se ha multiplicado por 13, y el número de países afectados se ha triplicado”, a que en esos “momentos” había “más de 118 000 casos en 114 países, y 4291 personas” habían “perdido la vida”, a que “en los días y semanas por venir” esperaban “que el número de casos, el número de víctimas mortales y el número de países afectados” aumentara “aún más”, y, finalmente, a que estaban “profundamente preocupados tanto por los alarmantes niveles de propagación y gravedad, como por los alarmantes niveles de inacción,  habían “llegado a la conclusión de que la COVID-19” podría “considerarse una pandemia”. A continuación señalaba:

 

“Nunca antes habíamos visto una pandemia generada por un coronavirus. Esta es la primera pandemia causada por un coronavirus. Al mismo tiempo, nunca antes habíamos visto una pandemia que pudiera ser controlada. La OMS ha estado aplicando su máximo nivel de respuesta desde que se notificaron los primeros casos. Y cada día hemos hecho un llamamiento a los países para que adopten medidas urgentes y agresivas. Hemos hecho sonar la alarma de forma alta y clara”[1]

 

            Una de las respuestas a este mensaje se produjo el 12 de Marzo de 2020 con el Decreto 260/2020 que declaraba la emergencia sanitaria “por el plazo de UN (1) año”, tomando en consideración: 1) la declaración del 11 de Marzo de la OMS del COVID-19 como pandemia; 2) la “la situación actual” por la que “resulta necesario la adopción de nuevas medidas oportunas, transparentes, consensuadas y basadas en evidencia científica” para “mitigar su propagación y su impacto sanitario”, y 3) “que la evolución de la situación epidemiológica exige que se adopten medidas rápidas, eficaces y urgentes”. Así, el presidente de la Nación Argentina señalaba en su decreto que

 

“Podrá disponerse el cierre de museos, centros deportivos, salas de juegos, restaurantes, piscinas y demás lugares de acceso público; suspender espectáculos públicos y todo otro evento masivo; imponer distancias de seguridad y otras medidas necesarias para evitar aglomeraciones”

 

            E invitaba a la “cooperar a las “entidades científicas, sindicales, académicas, religiosas, y demás organizaciones de la sociedad civil (…)  “a fin de evitar conglomerados de personas”.  Por último, nos interesa señalar que el decreto sostenía que “las medidas sanitarias que se dispongan en el marco del presente decreto deberán ser lo menos restrictivas posible y con base en criterios científicamente aceptables” y que “las personas afectadas por dichas medidas tendrán asegurados sus derechos, en particular: I – el derecho a estar permanentemente informado sobre su estado de salud; II – el derecho a la atención sin discriminación; III – el derecho al trato digno”[2].

            A este decreto seguirían otras medidas: “suspensión de clases por 14 días; cierre de fronteras; cuarentena obligatoria para quienes regresen de países de riesgo; licencia laboral para mayores de 60 años, embarazadas y personas con condiciones de riesgo; aislamiento social”[3], hasta llegar al 20 de marzo de 2020 en que por medio del decreto 297/2020 “se establece para todas las personas que habitan en el país o se encuentren en él, la medida de “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, por un plazo determinado, durante el cual todas las personas deberán permanecer en sus residencias habituales o en el lugar en que se encuentren y abstenerse de concurrir a sus lugares de trabajo”, sosteniendo que “nos encontramos ante una potencial crisis sanitaria y social sin precedentes”[4].

Si leemos cuidadosamente la declaración de la OMS nos encontramos con un universo de casos contabilizados, preocupaciones técnico-políticas, novedad (“Nunca antes habíamos visto…”), declaraciones de lo probable, ejercicios de futurología y pedidos de urgencia. A la par, en el decreto presidencial, y las sucesivas decisiones tomadas desde el Ejecutivo nacional, nos encontramos con una declaración indefinida: “la situación actual” (¿De quiénes? ¿En dónde? ¿Para quién?), “evidencia científica” (¿Cuál, Dónde se encuentra esta, Cómo fue construída?) y dos palabras “conglomerados” y “aglomeraciones”. Así, hemos sido introducidos en un régimen político construido alrededor de una situación “pandemia”. Una situación vivida entre la contabilización de casos, las estadísticas y la probabilidad, una situación construida por el bombardeo constante de imágenes sufrientes de los casos más cruentos (España e Italia), por el torrente de información y propaganda, por la palabra de instituciones y expertos. ¿Qué es este mundo-cuarentena donde conviven palabras como aislamiento y solidaridad? ¿Qué es lo que están haciendo con nuestro mundo político aquellos que hablan desde el lugar de expertos virales? ¿Cuáles son los regímenes políticos de salvación en un mundo con miedo, mejor, en nuestro mundo edificado por el miedo?

 

 

Un “poder de salvación” administra nuestro miedo

y nos promete la supervivencia a cambio de obediencia.

(Amador Fernández-Savater)[5]

 

Los medios de comunicación en la argentina (y en el mundo) han explotado[6] y en esos medios la palabra de los “expertos” se ha vuelto central. En los últimos días han sido varios los especialistas científicos que enarbolando sus títulos (“virólogo”, “Profesora”, “presidenta de la sociedad argentina de virología”, “fue premio al…”) han concedido entrevistas a diferentes medios sobre el tema Coronavirus o se han convertido en sus panelistas permanentes. Estamos preparados, desde hace años, para poner en cuestión el discurso de los expertos de la economía, para pensar en sus ideologías, sus consecuencias, los mundos que nos sugieren; estamos preparados para discutir sobre el poder de los medios, sobre sus vínculos con el poder económico, sus informaciones y sus desinformaciones, pero en cuanto “la vida desnuda” aparece en el foco del discurso técnico, cuando se nos plantea la posibilidad de la mera supervivencia, entonces el discurso médico aparece como monolítico, y las respuestas políticas (sus “protocolos”) nacidas en y a partir de él aparecen como únicas. Es más, celebramos esta unidad que encontramos en la idea de la “prevención”, o, como se llama actualmente: “aislamiento”. Quisiera señalar aquí tres núcleos sobre los que el discurso (porque es uno ese discurso) de los expertos médicos sobre la pandemia se ha centrado: 1) Comparación y novedad, 2) Retórica de la Guerra y 3) Obediencia.

           

1) Comparación y novedad

Una de las características centrales del discurso médico de los medios es su descripción del Coronavirus, pero también su sinceridad a la hora de sostener la existencia de otras pandemias naturalizadas y cotidianas, conocidas:

 

“Para ponerlo más en contexto: todos los años mueren 150 mil personas en todo el mundo por mordeduras de serpiente, y la gente no anda mirando el suelo. Tenemos por día en la Argentina 22 muertes por accidente de tráfico. Por día. Y la gente no se pone el cinturón de seguridad. Tengo un amigo que fuma como un vampiro y está aterrado por el coronavirus. No entiendo dónde está la lógica. Desde que empezó esta enfermedad, ha matado a 7900 personas, de acuerdo con los tableros. Es una cosa terrible, sin dudas, porque cada muerto nos apena individualmente. Pero la verdad es que en lo global hay enfermedades que matan muchísimo más. La diferencia es que nosotros convivimos con ellas. Pero acá se plantea una enfermedad nueva y con algo de riesgo incierto para algunos grupos” [7]

 

“Y la gripe es pandemia todos los años y es un problemón, es el segundo virus que causa más muertos en la humanidad después de la viruela. No es menor y es complicadísima en personas con alguna inmunodeficiencia o enfermedades crónicas. Todo el tiempo está mutando y por eso se renuevan las vacunas. Pero hay vacunas, con el coronavirus todavía hay que esperar” [8].

 

“Está el dato de que hay muchas muertes por influenza todos los años” [9] 

 

Nos encontramos, entonces frente a un número de muertos francamente pequeño comparado con otras causas estadísticas medidas de muerte (en España 6300[10] personas murieron por gripe en 2019, y entre 8000 y 12000 en Italia[11] –y esta franja enorme de inexactitud habla de la naturalización de estas muertes), esto mismo señalan los expertos citados, pero también frente a su asombro: la novedad del coronavirus. Esta novedad que ya podíamos ver en la declaración de la OMS del 11 de marzo, ese “Nunca antes…” que anunciaba no sólo el desconocimiento sino la posibilidad de control, la posibilidad de aplicar ciertas técnicas, de realizar un cierto experimento. Juan Manuel Carballeda lo decía con claridad: “a la gripe la conocemos y, de hecho, no hay medidas extraordinarias como aislamiento todos los años. Los humanos sabemos que la gripe es pandémica desde siempre. En cambio, de los coronavirus no se pensaba que tenían esa capacidad de expansión”.

            ¿Podría este desconocimiento, esta incapacidad de control, determinar un discurso médico de la urgencia aun sabiendo que la letalidad del virus y el número de muertes no es comparable con otras pandemias cotidianas? Yo quisiera sostener que este miedo de lo desconocido es también la falta de claridad del discurso médico en los medios: se habla de situaciones humanas, se disparan cifras de números de muertos, los expertos saben muy bien que hay que actuar de forma agresiva y urgente. Se puede ver claramente el desconocimiento como principio de la acción: “Cuando un virus aparece por primera vez en la población humana, aun cuando se parezca a otros virus relacionados, uno puede sospechar que se va a comportar de una forma similar, pero no tiene la certeza”. Se puede ver cómo la palabra experta vacila, se contradice: “toda la población del mundo es susceptible. Eso es muy importante para entender la magnitud de las medidas que se toman para prevenir la diseminación”, y sin embargo: “la mortalidad está asociada con los grupos de riesgo”[12].

            Si las determinaciones y políticas del gobierno tenían que tener sustento científico, si se supone que aquí nos encontramos frente a políticas objetivas, científicas, absolutamente desprovistas de opinión personal sobre “la situación”, entonces: ¿qué lugar podemos atribuirle a estas expresiones de los expertos? ¿Qué debemos pensar cuando un científico nos dice que “la mortalidad es alta” y a continuación nos nombra variaciones del 0,2% “como en Francia” al 7% “como en Italia”[13]? ¿Qué decisiones podemos tomar a partir del desconocimiento y la variabilidad? ¿Qué lenguaje tenemos frente a lo mudable y no controlado? ¿No será que el desconocimiento genera aquí un ansia de probar el control, un impulso agresivo por recuperar la firmeza del juicio? El director de la OMS una vez más lo expreso con claridad: “Este coronavirus nos presenta una amenaza sin precedentes. Pero también es una oportunidad sin precedentes para unirnos contra un enemigo común”[14] ¿Este nivel de brutalidad de la lengua es el de un científico hablando? Y aquí su lenguaje no puede ser más exacto: Nunca antes… y sin embargo, el efecto de su lenguaje, alojado en la retórica de la emergencia se transforma no en un campo de estudio que abra a posibilidades de acción, sino en el espacio, en la lengua, de una guerra urgente.

 

2) La Guerra

Nos adentramos entonces en un campo de batalla, todos los recursos de la sociedad han sido, deben ser movilizados contra este “enemigo común”, se ha declarado una guerra total: “Esto es una guerra virológica, una guerra contra un virus que no lo vemos y no sabemos cómo está. Como dicen en Italia, a mi abuelo que lo mandaron a la guerra, a vos te mandan a tu casa, no es mucho, pero la diferencia es mucho más grande”. El enfrentamiento contra un enemigo invisible, un enemigo que puede ser cualquiera, pero que cobra nombres puntuales ampliados a la velocidad de las noticias: “los casos foráneos”, “los extranjeros”, “los que rompen la cuarentena”, “los irresponsables”, “los casos locales”, “los portadores asintomáticos”… y necesariamente -a la par-, una guerra contra todos, entre todos, disfrazada de una épica comunitaria. Una guerra que se ha mostrado como nacional con los cierres de fronteras y las repatriaciones de residentes, y que sin embargo también se ha mostrado regional, provincial, ciudadana, hogareña. Una guerra de denuncias, de acusaciones cruzadas posibles, una guerra de sospechas, una guerra civil de ciudadanos policíacos responsables, una guerra contra nosotros mismos.

            Y sin embargo, esta no es la única guerra. Tartaglione lo sabe:

 

 “Por lo tanto, es importante que tengamos una responsabilidad social, y cívica e individual cada uno. Sé que es difícil porque la Argentina tiene un 50% de trabajadores en negro, entonces no pueden dejar de trabajar pero es importante que tomemos conciencia de que esto si no lo hacemos entre todos la situación es muy pero muy grave y va a ser grave”[15].

 

Una guerra con una sola estrategia posible, un solo enemigo declarado, y una sola lengua, y a la par, una guerra con bajas plebeyas aceptables (no contables) para la supervivencia de los encerrados: “Porque una guerra con un enemigo invisible que puede acechar en cualquier persona es la más absurda de las guerras. Es, en realidad, una guerra civil”[16].

 

 3) Obediencia

Porque ya hay muchos soldados voluntarios en la batalla del encierro que se ha declarado, pero se nos quiere a todos enrolados, se nos llama, desde todos los frentes, vecinos, amigos, medios de comunicación, políticos, especialistas, a obedecer:

 

 “Hay virólogos que sostiene que las medidas que se están tomando en el mundo son exageradas y otros que piden actuar de forma urgente. No sé si son excesivas o no, quizás lo sean, pero va a haber tiempo después para examinar si fue exagerado. De lo que estoy seguro es que no es el momento, en medio de un brote, de discutirlo sino de atender y seguir las indicaciones del Ministerio de Salud y las recomendaciones de la OMS” [17]

 

Suspender la razón, suspender la libertad de pensar y hacer lo que se nos dice, esa es la consigna de la época. Lucía Caballero sostenía que “lo más importante de todo es colaborar o reforzar las indicaciones que bajan de la autoridad sanitaria. Todo aquello que introduzca un manto de duda socava el respeto a la norma”[18]. Nótese, no solo es colaborar, sino reforzar (¿de qué modo, hasta cuándo y dónde?), sobre todo, no dudar. Esta “situación” poco clara, novedosa, reclama obediencia. Reclama suspender toda forma de desafío al discurso médico.  No importa si este discurso aparece desfasado y contradictorio en sus propios creadores, señalarlo es sólo una forma de la traición. A todos se nos pide que seamos policías, de los demás y de nosotros mismos.  

Esto es claramente visible en las palabras de otro de los expertos consultados, Fernando Pollack:

 

“Y la pregunta es, ¿cómo inculcarle a Occidente la disciplina de Oriente sin aterrarlo? Corea del Sur, Singapur y China han controlado la epidemia, que ahora es una pandemia. Es verdad, quizás lo hayan hecho con tanques en la calle o como fuera, digitalmente, pero es evidente que han podido hacerlo. Pero creo que además lo han hecho porque son países dispuestos a seguir normas rigurosamente. Entonces, ¿cómo lograr que Occidente haga eso sin meterle un miedo espantoso a todo el mundo y que la gente viva encerrada por miedo en vez de aplicar una disciplina?”

 

            Aquí se ve claro cómo no importan los medios (“Quizás lo hayan hecho con tanques”), sino la obediencia. Pero esta no puede ser una obediencia cualquiera. No puede basarse en el miedo, la paranoia o el terror, no. Se quiere una obediencia que se confunda con un modo de la vida. Una obediencia gozosa, buscada, aceptada. ¿No es esta la pregunta del control realizada con una sinceridad brutal desde un discurso que se desconoce a sí mismo como político? ¿No hemos olvidado todos en medio del pánico que este discurso de la ciencia es un discurso político sobre la obediencia de los hombres? No vemos con claridad que este es un deseo, una pregunta por cómo construir servidores voluntarios. “Un llamado a la disciplina” y un diagnóstico sobre la sociedad:

 

“nosotros somos italianos, nos abrazamos, nos besamos. Tenemos una distancia interpersonal muy pequeña. Siempre buscamos la excepción a la norma. Esta vez me parece que vamos a tener que aprender algo de la disciplina de los orientales. No es que yo la tenga, pero me parece que entonces la pregunta para la Argentina es: ¿La Argentina puede tener las restricciones de movimiento como Corea del Sur?”

 

            Difícilmente podríamos decir que estas afirmaciones son producto de un discurso científico. Más difícilmente aún podríamos sostener que tener conocimientos sobre virología nos transforma automáticamente en demócratas convencidos. Pero en este mundo sin dudas, pero con novedades, con “situaciones que aparecen y así como aparecen, desaparecen y obviamente dan miedo”, donde así como “las iglesias están llenas de muertos en Lombardía y hay mucha gente infectada y los barrios son epicentro de esto”, “no necesariamente la foto general es una tragedia”, donde  “la enorme, inmensa mayoría de la gente no se va a morir”; en este mundo el mensaje es claro: “El mensaje es que hay que cuidarse y que hay que estar solos”[19].

Esta es, en fin, la técnica de cuidado de sí que este nuevo mundo de expertos señala como la buena vida política. Pero más aún, hay aquí una idea de disciplina que parece la enseñanza moral de este tiempo: no una liberación, no un potencia del común, sino una técnica de la buena vida que se confunde con el aislamiento, una disciplina que es la de la obediencia, una forma de vida que es la de no salir, la de vivir el miedo a través de las noticias, una medicina de la soledad. Y un discurso de lo público disciplinado a partir del individualismo del resguardo, del aislamiento individual como base y centro de la común: «Todos tenemos que tener consciencia de la responsabilidad social que tenemos. Todos tenemos que tener consciencia de que el virus nos puede atacar a nosotros y que nosotros podemos dañar al otro. El modo solidario es cuidarnos a nosotros para cuidar a los otros»[20]

Nos enfrentamos a un sueño de lo común que desaparece detrás del encierro hogareño. Cuidarse primero uno mismo, ¿hasta dónde? ¿Por qué medios cuando el enemigo penetra por todos lados y es invisible, cuando todos pueden ser el enemigo? Cuidar a los otros aparece solo como aquello que podemos hacer una vez estamos a salvo. Construimos, defendemos, un régimen democrático del cuidado sostenido por una técnica del aislamiento. ¿Qué clase de igualdad podría surgir de aquí? ¿Es esta solidaridad una forma de la democracia? ¿Es posible que por “Salvar la mayor cantidad de vidas posible” la democracia olvide la pregunta fundamental por “la vida verdadera”?

 

 

“Los reyes no son dioses, sino hombres que

a menudo se dejan seducir por el canto de las sirenas”

(Baruch Spinoza)

 

En los últimos días, algunos intelectuales han creído hallar un mundo más justo por venir en esta crisis política que lleva por nombre Coronavirus. Han creído ver en las respuestas Estatales a la declaración de pandemia formas nuevas y posibles del comunismo, retazos libertarios y modos de vida contrarios al capital o renacimientos del Estado. Por un lado, entonces, visiones que se aglomeran junto al discurso virológico del Estado, tanto para reivindivar su rol como Estado Benefactor, como para pensar en su rol como constructor del comunismo internacional futuro. Ricardo Forster sería un buen ejemplo de la primera tendencia, mientras que Slavoj Zizek lo sería de la segunda. Por otro, interpretaciones que se montan en el aislamiento y la cuarentena para pensar la posibilidad no estatal de una salida al régimen del capital. Franco “Bifo” Berardi será nuestro ejemplo aquí.

Publicada en el diario Pagina 12, la nota “Coronavirus: entre el peligro y la oportunidad” de Ricardo Forster sostiene que “el miedo nos ha vuelto más iguales y, por esas extrañas vicisitudes de la historia, nos abre la posibilidad de repensar nuestro modo de vivir”, que vivimos un momento en que “mitos fundamentales de nuestro imaginario contemporáneo se derrumban estrepitosamente junto con la expansión de la pandemia” y se reconstruyen “lo común, el ámbito de la sociabilidad solidaria y del reconocimiento”, un momento en que se revitaliza “la dimensión de lo público y del Estado como garantes de un principio genuino de igualdad”. Así, caída del neoliberalismo y “extenuación de un gigantesco delirio manipulado por las grandes corporaciones comunicacionales que lograron convertir la idea y la práctica del Estado de bienestar en el equivalente del populismo, la demagogia, el autoritarismo, el derroche y la captura de la libertad”[21], vuelta, sin más, del Estado de Bienestar.

Por su parte, el filósofo y crítico cultural Slavoj Zizek  sostiene en “El coronavirus es un golpe a lo “Kill Bill al capitalismo”, que junto a los virus de las falsas conspiraciones y la xenofobia que han aparecido con la crisis de la pandemia otro virus se está extendiendo: “el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación internacional”, una reinvención del comunismo basada “en la confianza en el pueblo y en la ciencia”. Este filósofo encuentra “el primer modelo vago de tal coordinación global” en la “Organización Mundial de la Salud, de la que no recibimos la habitual perogrullada burocrática sino advertencias precisas proclamadas sin pánico”. Más aún, escribe que “a estas organizaciones se les debería dar más poder ejecutivo” para “controlar y regular la economía” y “limitar la soberanía de los Estados nacionales”. En fin, Zizek aprende de esta crisis la necesidad del control, los beneficios, las creatividades “comunistas” del control: “Así que no solo el Estado y otras agencias nos controlarán, también debemos aprender a controlarnos y a disciplinarnos”, pues “la solidaridad global se expresa a nivel de la vida cotidiana en órdenes estrictas de evitar los contactos cercanos con los demás, incluso de autoaislarnos”[22]

En su nota “Crónica de la psicodeflación”, Franco “Bifo” Berardi nos enseña: “Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos”. Para este autor, si “hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad”. Más aún, esta pandemia pareciera venir para ayudarnos a “pensar la frugalidad, el compartir”, para hacernos “disociar el placer del consumo”:

 

“La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos”

 

Nos encontramos frente a una revolución impensada, una salida de la pandemia y de la crisis como “deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad”[23].

 

Todas estas miradas suponen al Coronavirus como una forma de romper el cerco del régimen neoliberal del capital. Intentan imaginar un nuevo mundo naciendo gracias a lo inesperado. Encuentran una política de la igualdad escondida en la potencia viral de la crisis. Y sin embargo ¿será cierto que la solidaridad construida sobre el miedo y las policías del aislamiento puede ser la base de una reconstrucción democrática del mundo? ¿Puede surgir un modo de vida de la igualdad de un régimen de la obediencia que piensa en la vida como una forma de la circulación de la sangre? Aquí podríamos volver sobre una frase de Baruch Spinoza en su Tratado Político: “la libertad no suprime sino que impone la necesidad de la acción” [24]. ¿Realmente podemos pensar que una forma política de la igualdad puede surgir de “la igualdad del contagio, de la fragilidad y de la muerte”? ¿Podemos pensar en un régimen político de la libertad que se construya sobre la sombra del miedo, sobre la prohibición técnica de la duda? Deberíamos ser cautos, muy cautos. Tomarnos el trabajo de pensar si las lenguas de la libertad no han sido tomadas (ya desde hace tiempo) por el fantasma de la excepción, mejor, por fantasmas múltiples de microfascismos y microneoliberalismos cotidianos que hablan la lengua técnica de la igualdad para enseñarnos la sevidumbre en la emergencia, que se disfrazan de ciencia y nos enseñan la figura de nuevos Platones, refundadores y salvadores de la República, cuando sólo estamos frente a la figura oscura del terror. Esta es la única virtud de este mesianismo viral: revela ante nosotros, hablando todas las lenguas, incluso las más inesperadas, el modo en que las “razones de seguridad” se han colado en nuestra propia imaginación, en todas las imágenes, para hablar la lengua libertaria mientras el control se fortalece. Aquí, los bienpensantes, biensintientes pueden hablar de libertad e igualdad desde el corazón mismo del temor, pueden hablar de cambio de época desde el río venenoso del miedo que nos aísla.

            Este modo de la vida que se nos impone en estos días como el único posible, este régimen político de la emergencia que se nos inocula en la forma técnica del saber médico anunciando la catástrofe, es precisamente lo contrario de un freno al tiempo y a la acumulación. Esa, en palabras de Bifo, “gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía”, ¿dónde se manifiesta? Ciertamente no en la carrera por conseguir una vacuna, ni en la velocidad de las noticias que lo han invadido todo, ni en la sucesión histérica de las medidas gubernamentales, ni muchísimo menos en la velocidad de la obediencia. ¿Realmente podemos decir que “No hay pánico, no hay miedo, sino silencio”? ¿Qué silencio es este lleno de televisores encendidos y la premura por conocer el último número de muertos (porque las tasas de letalidad parecen no variar gran cosa)? Es cierto, tal vez, que la “ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto”, y sin embargo esto ha aparecido como una enorme facilidad de cerrar las fronteras comunitarias: bienvenidos a una política de los “residentes”, una política del autoencierro. Hoy bien pareciera que detrás de ese espectáculo banal de la solidaridad como declaración moral pública del miedo a contagiarse, el enemigo es el otro.

            Spinoza escribió en 1677 que “una ciudad donde la paz es un efecto de la inercia de los súbditos, que son conducidos como rebaños y formados únicamente para la servidumbre, merece más bien el nombre de soledad que el de ciudad”. Estas palabras deberían darnos la lucidez necesaria para reconocer que vivimos en un mundo, en un modo de vida de soledad, que “busca solamente escapar a la muerte”, y que de aquí no puede surgir ninguna “multitud libre”, ningún “culto de la vida”. ¿Puede construirse una igualdad a partir del aislamiento como ética y salvación? ¿Realmente podemos creer que “la igualdad ha vuelto al centro de la escena” cuando tan fácilmente nos hemos encerrado, hemos gritado por encierro y aceptado la obediencia sin ninguna clase de mirada sobre la vida que se nos pide? ¿Podemos sostener que “el virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir”, cuando el virus en sí ha dejado una pobre cantidad de muertos, pero su reflejo, su bombardeo pandémico en los medios de comunicación ha sembrado el terror mundial? ¿Podemos creer realmente que no ha habido prédica cuando todos los noticieros, partidos políticos y organizaciones se han encolumnado detrás de la obediencia a la decisión técnico del encierro? Se nos pide una interrupción. Pero esa interrupción de “el mate o el abrazo” es el principio de la construcción de una disciplina de gobierno contra el modo del afecto democrático y plebeyo que hemos conocido, hasta ahora, como el derecho a la rebelión, mucho mejor: como el derecho a imaginar otros mundos rebeldes. Imaginarlos y compartirlos como un trabajo de la razón política de la vida, del culto a la vida verdadera.

Hoy más que nunca recordar ese poema de Walt Whitman titulado “A un desconocido que pasa” se transforma en un gesto democrático radical de la palabra y los cuerpos. Sólo recuperar esta tradición democrática de la multitud, de los cuerpos sin miedo y juntos nos permitirá elaborar una crítica del mundo pandémicopolítico que estamos viendo nacer:

“¡Desconocido que pasas! No sabes con cuanto ardor te contemplo (…) Todo se evoca al deslizarnos el uno cerca del otro, fluidos, afectuosos, castos, maduros (…) He comido contigo y he dormido contigo, tu cuerpo ha dejado de ser sólo tuyo y ha impedido que mi cuerpo sea sólo mío/ Tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu carne, al pasar; tú me tocas la barba, el pecho, las manos”

[1] https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-media-briefing-on-covid-19—11-march-2020

[2] https://www.boletinoficial.gob.ar/suplementos/2020031201NS.pdf

[3] https://www.pagina12.com.ar/253601-mapa-del-coronavirus-en-argentina-en-tiempo-real

[4] https://www.pagina12.com.ar/254127-cuarentena-por-el-coronavirus-texto-completo-del-decreto-de-

[5] https://lobosuelto.com/cuarentena-amador-savater/

[6] https://www.pagina12.com.ar/253744-la-cuarentena-encendio-la-television. El cronista de esta nota señala que: “A contramano de lo que sostenidamente viene ocurriendo desde hace años, la TV abierta argentina está atravesando un momento en el que su encendido no para de crecer: en la última semana la audiencia de la pantalla chica local se incrementó un 15,5 por ciento. Los noticieros -que hace tiempo dejaron de ser la principal fuente informativa como en otros tiempos- se convirtieron en los programas más vistos. Las señales informativas de la TV paga no se quedaron atrás: el encendido de los canales de noticias creció más del 26 por ciento en solo 7 días. La avidez informativa, bajo el monotema “Coronavirus”, está potenciando la audiencia en cuarentena”

[7]https://www.clarin.com/sociedad/-unica-vacuna-tratamiento-ahora-aislamiento-_0_Ki2Jl5qA-.html

[8]https://www.pagina12.com.ar/252599-coronavirus-no-es-momento-de-discutir-si-son-exageradas-las-

[9]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia

[10] https://vacunasaep.org/profesionales/noticias/gripe-espana-balance-2018-19

[11] https://www.niusdiario.es/sociedad/sanidad/coronavirus-italia-gripe-comun-estacional-comparacion-muertos-contagios_18_2905095215.html

[12]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia

[13]https://www.infobae.com/tendencias/2020/03/18/jorge-tartaglione-sobre-el-coronavirus-esto-es-una-guerra-contra-un-virus-que-no-vemos/

[14]https://www.infobae.com/america/mundo/2020/03/18/solidarity-el-plan-que-lanzo-la-oms-para-detectar-el-tratamiento-mas-eficaz-contra-el-coronavirus/

[15]https://www.infobae.com/tendencias/2020/03/18/jorge-tartaglione-sobre-el-coronavirus-esto-es-una-guerra-contra-un-virus-que-no-vemos/

[16] http://bookhaven.stanford.edu/2020/03/giorgio-agamben-on-coronavirus-the-enemy-is-not-outside-it-is-within-us/

[17]https://www.pagina12.com.ar/252599-coronavirus-no-es-momento-de-discutir-si-son-exageradas-las-

[18]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia

[19]https://www.clarin.com/sociedad/-unica-vacuna-tratamiento-ahora-aislamiento-_0_Ki2Jl5qA-.html

[20] https://www.lanacion.com.ar/politica/alberto-fernandez-coronavirus-hay-entender-no-estamos-nid2343647

[21] https://www.pagina12.com.ar/253788-coronavirus-entre-el-peligro-y-la-oportunidad

[22] https://www.climaterra.org/post/zizek-el-coronavirus-es-un-golpe-a-lo-kill-bill-al-capitalismo

[23] https://lobosuelto.com/cronica-de-la-psicodeflacion-franco-bifo-berardi/

[24] Spinoza, Baruch. Tratado Político. Buenos Aires: Quadrata, 2014.

Sobre la situación epidémica // Alain Badiou

Traducción Eugenia Prado Bassi

Siempre he considerado que la situación actual, marcada por una pandemia viral, no era muy excepcional. Desde la pandemia (también viral) del SIDA, que pasa por la gripe aviar, el virus del Ébola, el virus Sars 1, sin mencionar la gripe, incluso el regreso del sarampión o la tuberculosis que los antibióticos ya no curan, sabemos que el mercado mundial, combinado con la existencia de vastas zonas submédicas y la insuficiencia de la disciplina mundial en las vacunas necesarias, inevitablemente produce epidemias graves y devastadoras (en el caso del SIDA, varios millones de muertes). Además del hecho que la situación de la pandemia actual es sorprendente esta vez a gran escala, el llamado mundo occidental, bastante cómodo, hecho en sí mismo sin importancia innovadora.

Además, el verdadero nombre de la epidemia en curso debería indicar que es en un sentido de «nada nuevo bajo el cielo contemporáneo». Este nombre real es SARS 2, que es «Síndrome Respiratorio Agudo Severo 2», una designación que hace una identificación «en segundo lugar», después de la epidemia de SARS 1, que se había extendido por todo el mundo en la primavera de 2003. La enfermedad se llamó «la primera enfermedad desconocida del siglo XXI» en ese momento. Por lo tanto, está claro que la epidemia actual no es en modo alguno la aparición de algo radicalmente nuevo o inaudito. Es el segundo del siglo en su tipo, y se sitúa en su origen. Tanto es así que la única crítica seria dirigida hoy, en materia predictiva, a las autoridades, es que no apoyaron seriamente, después de Sars

  1. Así que no veo nada más que hacer que intentar, como todos los demás, secuestrarme en casa, y nada más que decir que instar a todos a hacer lo mismo. Respetar la estricta disciplina en este punto es tanto más necesario, ya que es un apoyo y protección fundamental para todos los que están más expuestos: por supuesto, todos los cuidadores, que están directamente al frente y que deben ser capaces de confiar en una disciplina firme, incluidas las personas infectadas; pero también los más débiles, como los ancianos, especialmente en EPAD; y nuevamente todos aquellos que van a trabajar y corren el riesgo de contagio. Esta disciplina de aquellos que pueden obedecer el imperativo de «quedarse en casa» también debe encontrar y proponer los medios para que aquellos que tienen poco o nada de «en casa» puedan encontrar un refugio seguro. Aquí podemos pensar en una solicitud general de hoteles.


Estas obligaciones son, es cierto, cada vez más imperativas, pero no implican, al menos en un primer examen, grandes esfuerzos de análisis o constitución de un nuevo pensamiento.
Pero ahora, realmente, leo demasiadas cosas, escucho demasiadas cosas, incluidas las que me rodean, que me desconciertan por la perturbación que manifiestan y por su total inadecuación a la situación, francamente simple, en que estamos.

Estas declaraciones perentorias, estas llamadas patéticas, estas acusaciones enfáticas, son de diferentes especies, pero todas tienen en común un curioso desprecio por la formidable simplicidad y la ausencia de novedad de la situación epidémica actual. O son innecesariamente serviles con respecto a los poderes, que de hecho solo hacen lo que están restringidos por la naturaleza del fenómeno. O sacan a relucir el planeta y su misticismo, que no hace nada para avanzarnos. O ponen todo en la espalda del pobre Macron, que lo hace, y no peor que cualquier otro, que su trabajo como jefe de estado en tiempos de guerra o epidemia. O gritan ante el evento fundador de una revolución increíble, que no vemos qué conexión mantendría con el exterminio de un virus, de los cuales, además, nuestros «revolucionarios» no tienen los más nuevos medios. O de lo contrario se hunden en un pesimismo del fin del mundo. O están exasperados en el punto de que el «yo primero», la regla de oro de la ideología contemporánea, no tiene ningún interés, no ayuda e incluso puede aparecer como cómplice de ‘una continuación indefinida del mal.

Parece que la prueba epidémica disuelve en todas partes la actividad intrínseca de la Razón, y obliga a los sujetos a volver a los tristes efectos (misticismo, fabulaciones, oraciones, profecías y maldiciones) que la Edad Media era costumbre cuando la peste barrió los territorios.

De repente, me siento algo obligado a recopilar algunas ideas simples. Con mucho gusto diría: cartesiano.

Aceptemos comenzar definiendo el problema, que de otra manera está tan mal definido y, por lo tanto, tan maltratado.

Una epidemia es compleja porque siempre es un punto de articulación entre las determinaciones naturales y sociales. Su análisis completo es transversal: debemos captar los puntos donde se cruzan las dos determinaciones y dibujar las consecuencias.

Por ejemplo, el punto de partida para la epidemia actual es más probable que se encuentre en los mercados de la provincia de Wuhan. Los mercados chinos todavía son conocidos hoy por su peligrosa suciedad y por su incontenible gusto por la venta al aire libre de todo tipo de animales vivos amontonados. Por lo tanto, el virus estaba presente en un momento dado, en una forma animal heredada de los murciélagos, en un ambiente popular muy denso y con una higiene rudimentaria.
El empuje natural del virus de una especie a otra luego transita hacia la especie humana. Como exactamente Todavía no lo sabemos, y solo los procedimientos científicos nos lo dirán. Estigmaticemos al pasar a todos aquellos que lanzan, en redes de Internet, típicamente fábulas racistas, respaldadas por imágenes falsas, según las cuales todo proviene de lo que los chinos comen murciélagos casi vivos …

Este tránsito local entre especies animales a humanos es el punto de origen de todo el asunto. Después de lo cual solo opera un dato fundamental del mundo contemporáneo: el acceso del capitalismo de estado chino a un rango imperial, es decir, una presencia intensa y universal en el mercado mundial. Por lo tanto, innumerables redes de transmisión, antes de que obviamente el gobierno chino pueda limitar completamente el punto de origen, de hecho, una provincia entera, cuarenta millones de personas, lo que sin embargo terminará siendo exitoso, pero demasiado tarde para evitar que la epidemia se vaya por los caminos – y aviones y barcos – de la existencia mundial.
Un detalle revelador de lo que yo llamo la doble articulación de una epidemia: hoy, Sars 2 está suprimido en Wuhan, pero hay muchos casos en Shanghai, principalmente debido a personas, chinos en general, que vienen del extranjero, por lo tanto, China es un lugar donde observamos los nudos, por una razón arcaica y luego moderna, entre un cruce entre la naturaleza y la sociedad en mercados mal mantenidos, de forma antigua, causa de la aparición de la infección y la difusión planetaria de este punto de origen, lo llevó el mercado capitalista mundial y sus desplazamientos tan rápidos como incesantes.

Después de lo cual, entramos en la etapa donde los Estados intentan, localmente, frenar esta difusión. Tenga en cuenta de paso que esta determinación sigue siendo fundamentalmente local, a pesar de que la epidemia es transversal. A pesar de la existencia de algunas autoridades transnacionales, está claro que son los estados burgueses locales quienes están en la brecha.

Aquí estamos tocando una gran contradicción en el mundo contemporáneo: la economía, incluido el proceso de producción en masa de objetos manufacturados, es parte del mercado mundial. Sabemos que la simple fabricación de un teléfono móvil moviliza el trabajo y los recursos, incluida la minería, en al menos siete estados diferentes. Pero, por otro lado, los poderes políticos siguen siendo esencialmente nacionales. Y la rivalidad de los imperialismos, antiguos (Europa y EE. UU.) Y nuevos (China, Japón …) prohíbe cualquier proceso de un estado capitalista mundial. La epidemia también es un momento en que esta contradicción entre economía y política es obvia. Incluso los países europeos no pueden ajustar sus políticas contra el virus a tiempo.

Bajo el control de esta contradicción, los estados nacionales tratan de enfrentar la situación epidémica respetando al máximo los mecanismos del Capital, aunque la naturaleza del riesgo los obliga a modificar el estilo y los actos de poder.

Hemos sabido durante mucho tiempo que, en caso de guerra entre países, el Estado debe imponer, no solo a las masas del pueblo, sino también a la burguesía, restricciones considerables, y esto para salvar el capitalismo local. Las industrias están casi nacionalizadas a favor de una producción desenfrenada de armamentos, pero que no produce ninguna ganancia monetaria en ese momento. Muchos burgueses son movilizados como oficiales y expuestos a la muerte. Los científicos están buscando día y noche para inventar nuevas armas. Se requiere que muchos intelectuales y artistas alimenten la propaganda nacional, etc.

Ante una epidemia, este tipo de reflejo de estado es inevitable. Esta es la razón por la cual, al contrario de lo que se dice, las declaraciones de Macron o Philippe sobre el Estado que de repente se ha convertido en «asistencia social», un gasto de apoyo para las personas sin trabajo, o los trabajadores por cuenta propia cuya tienda está cerrada, comprometiendo cien o doscientos mil millones de dinero del estado, el mismo anuncio de «nacionalizaciones»: todo esto no es sorprendente ni paradójico. Y se deduce que la metáfora de Macron, «estamos en guerra», es correcta: guerra o epidemia, el estado se ve obligado, a veces yendo más allá del juego normal de su naturaleza de clase, a implementar prácticas a veces más autoritario y más global, para evitar un desastre estratégico.

Esta es una consecuencia perfectamente lógica de la situación, cuyo objetivo es frenar la epidemia, ganar la guerra, usar la metáfora de Macron, lo más seguro posible, mientras se mantiene en orden social establecido. Esto no es en absoluto una comedia, es una necesidad impuesta por la difusión de un proceso mortal que se cruza con la naturaleza (de ahí el papel eminente de los científicos en este asunto) y el orden social (de ahí el intervención autoritaria, y no puede ser otra cosa, del Estado).

La aparición de grandes deficiencias en este esfuerzo es inevitable. Por lo tanto, la falta de máscaras protectoras, o la falta de preparación sobre el alcance del internamiento hospitalario. ¿Pero quién puede realmente jactarse de haber «planeado» este tipo de cosas? En algunos aspectos, el Estado no había previsto la situación actual, es cierto. Incluso se puede decir que, al debilitar, durante décadas, el aparato nacional de salud y, en verdad, todos los sectores del Estado que estaban al servicio del interés general, han actuado como si nada. Una pandemia devastadora no podría afectar a nuestro país. En lo que es muy defectuoso, no solo en su forma Macron, sino en la de todos aquellos que lo han precedido durante al menos treinta años.

Pero todavía es correcto decir aquí que nadie más había previsto, incluso imaginado, el desarrollo en Francia de una pandemia de este tipo, excepto quizás unos pocos eruditos aislados. Muchos probablemente pensaron que este tipo de historia era buena para África oscura o China totalitaria, pero no para la Europa democrática. Y seguramente no son los izquierdistas, o los chalecos amarillos, o incluso los sindicalistas, quienes pueden tener un derecho particular a pasar por alto este punto y continuar haciendo ruido en Macron, su ridículo objetivo desde siempre. Ellos tampoco han considerado absolutamente nada de eso. Todo lo contrario: la epidemia que ya está en marcha en China, ha multiplicado, hasta hace muy poco, reagrupamientos incontrolados y manifestaciones ruidosas, que deberían prohibirlas hoy, sean quienes sean, para desfilar ante las demoras causadas por las autoridades para hacer un balance de lo que estaba sucediendo. Ninguna fuerza política, en realidad, en Francia, realmente ha tomado esta medida ante el Estado Macron.

Del lado de este estado, la situación es aquella en la que el estado burgués debe, explícita y públicamente, hacer que los intereses prevalezcan de alguna manera más generales que los de la burguesía sola, mientras que preserva estratégicamente, en el futuro, la primacía intereses de clase de los cuales este Estado representa la forma general. O, en otras palabras, la coyuntura obliga al Estado a poder manejar la situación solo integrando los intereses de la clase, de la cual es el representante autorizado, en intereses más generales, y esto debido a la existencia interna de un «enemigo» general, que puede ser, en tiempo de guerra, el invasor extranjero, y que es, en la situación actual, el virus Sars

  1. Este tipo de situación (guerra mundial o epidemia mundial) es particularmente «neutral» políticamente. Las guerras del pasado solo provocaron una revolución en dos casos, si se puede decir excéntrico en comparación con lo que fueron las potencias imperiales: Rusia y China. En el caso ruso, fue porque el poder zarista fue, en todos los aspectos, y durante mucho tiempo, atrasado, incluso como un poder posiblemente ajustado al nacimiento del verdadero capitalismo en este inmenso país. Y, por otro lado, existía, con los bolcheviques, una vanguardia política moderna, fuertemente estructurada por líderes notables. En el caso chino, la guerra revolucionaria interna precedió a la guerra mundial, y el Partido Comunista ya estaba, en 1940, a la cabeza de un ejército popular probado. Por otro lado, en ninguna de las potencias occidentales la guerra provocó una revolución victoriosa. Incluso en el país derrotado en 1918, Alemania, la insurgencia de Spartak fue rápidamente aplastada.

La lección de todo esto es clara: la epidemia actual no tendrá, como tal, una epidemia, ninguna consecuencia política significativa en un país como Francia. Incluso suponiendo que nuestra burguesía piense, dado el aumento de gruñidos sin forma y consignas inconsistentes pero generalizadas, que ha llegado el momento de deshacerse de Macron, esto no representará absolutamente ningún cambio significativo. Los candidatos «políticamente correctos» ya están detrás de escena, al igual que los defensores de las formas más mohosas de nacionalismo «obsesivo y repugnante».

En cuanto a nosotros, que queremos un cambio real en los datos políticos en este país, debemos aprovechar el interludio epidémico e incluso el confinamiento, bastante necesario, para trabajar en nuevas figuras políticas, en el proyecto de lugares, nuevas políticas y el progreso transnacional de una tercera etapa del comunismo, después de eso, brillante, en su invención, y eso, es interesante pero, finalmente derrotado, de su experimentación estatal.

También requerirá una crítica cercana de cualquier idea de que fenómenos como una epidemia se abran por sí mismos a cualquier cosa políticamente innovadora. Además de la transmisión general de datos científicos sobre la epidemia, solo quedará la fuerza política de nuevas afirmaciones y condenas sobre hospitales y salud pública, escuelas y educación igualitaria, el cuidado de los ancianos y otras preguntas similares, son los únicos que podrían articularse con un balance de las peligrosas debilidades resaltadas por la situación actual.

Por cierto, mostraremos con valentía, públicamente, que las llamadas «redes sociales» muestran una vez más que son las primeras, además del hecho de que engordan a los multimillonarios más grandes del momento, un lugar de propagación de la parálisis. Bravuconería mental, rumores incontrolados, el descubrimiento de «novedades» antediluvianas, cuando no es fascinante oscurantismo.

Démosle crédito, incluso y sobre todo confinado, solo a las verdades verificables de la ciencia y a las perspectivas fundadas de una nueva política, de sus experiencias localizadas como de su objetivo estratégico.

 

El capitalismo tiene sus límites // Judith Butler

19 de marzo de 2020

Judith Butler debate sobre la pandemia de COVID-19 y sus crecientes efectos sociales y políticos en los Estados Unidos.

El imperativo para aislarse coincide con un nuevo reconocimiento de nuestra interdependencia global en el marco de un nuevo tiempo y espacio pandémico. Por un lado se nos pide secuestrarnos a nosotros mismos en unidades familiares, espacios de vivienda compartidos o domicilios individuales, privados de contacto social y relegados a esferas de aislamiento relativo, por el otro, nos enfrentamos con un virus que cruza las fronteras rápidamente, ajeno a la propia idea de territorio nacional. ¿Cuáles son las consecuencias de esta pandemia para pensar sobre la desigualdad, la interdependencia global y nuestras obligaciones de uno hacia otro? El virus no discrimina. Podríamos decir que nos trata de manera igualitaria, nos coloca igualmente en riesgo de enfermarnos, de perder a alguien cercano, de vivir en un mundo de amenaza inminente. Por el modo en que se mueve y golpea, el virus demuestra que la comunidad humana es igualmente precaria. Al mismo tiempo, sin embargo, el fracaso de algunos estados o regiones para prepararse por anticipado (los Estados Unidos son quizás el más notorio miembro de este club), el refuerzo de las políticas nacionales y el cierre de fronteras (a menudo acompañado de una xenofobia en pánico), y la llegada de emprendedores ávidos de capitalizar el sufrimiento global, todo esto testimonia la velocidad con la cual la desigualdad radical -que incluye el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, queers y personas trans-, y la explotación capitalista encuentra formas de reproducirse y fortalecer sus poderes al interior de las zonas de pandemia. Esto no debería sorprendernos.

Las políticas de atención de la salud en los Estados Unidos colocan esto de relieve de una manera distintiva. Un escenario que podemos imaginar ya mismo es la producción y comercialización de una vacuna efectiva contra el COVID-19. Claramente ansiosa por sumar los puntos políticos que asegurarán su reelección, Trump ya trató de comprar (al contado) derechos exclusivos para los Estados Unidos de una vacuna de una compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El Ministro de Salud alemán, que no podía estar contento por esto, confirmó a la prensa alemana que la oferta había sido presentada. Un político alemán, Karl Lauterbach, señaló: “La venta exclusiva de una vacuna a los Estados Unidos debe ser evitada por todos los medios. El capitalismo tiene sus límites”. Supongo que rechazaba el “uso exclusivo” del suministro y que no estaría más complacido con el mismo suministro si fuera aplicado solamente a los alemanes. Esperemos que sea así, porque podemos imaginar un mundo en el que las vidas europeas sean valoradas por sobre las demás: vemos esta evaluación jugando violentamente en los bordes de la Unión Europea.

No tiene sentido preguntar de nuevo, ¿qué estaba pensando Trump? La pregunta se ha planteado tantas veces en un estado de absoluta exasperación que no podemos sorprendernos. Eso no significa que nuestra indignación disminuya con cada nueva instancia de auto-engrandecimiento inmoral o criminal. Si tuvo éxito en su esfuerzo por comprar la vacuna potencial y restringir su uso solo a ciudadanos estadounidenses, ¿cree que los ciudadanos estadounidenses aplaudirán sus esfuerzos, entusiasmados con la idea de que son liberados de una amenaza mortal cuando otros pueblos no lo están? ¿Realmente querrán este tipo de desigualdad social radical, el excepcionalismo estadounidense, y ratificarán su “brillante” forma -como él la describe- de hacer un acuerdo? ¿Se imagina que la mayoría de la gente piensa que el mercado debería decidir cómo se desarrolla y distribuye la vacuna? ¿Es incluso posible dentro de su mundo insistir en un problema de salud mundial que debería trascender la racionalidad del mercado en este momento? ¿Tiene razón al suponer que también vivimos dentro de los parámetros de tal mundo imaginado? Incluso si tales restricciones sobre la base de la ciudadanía nacional no se aplican, seguramente veremos a los ricos y los asegurados apresurarse para garantizar el acceso a dicha vacuna cuando esté disponible, incluso si el modo de distribución garantiza que solo algunos tendrán ese acceso y otros serán abandonados a la continua e intensificada precariedad. La desigualdad social y económica se asegurará de que el virus discrimine. El virus por sí mismo no discrimina, pero nosotros humanos seguramente lo haremos, formados y animados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia, y el capitalismo. Es màs que probable que veamos en el próximo año un escenario doloroso en el cual las criaturas humanas hagan valer sus derechos a vivir a expensas de los otros, reinscribiendo distinciones espurias entre las vidas que pueden ser dignas de duelo y las que no, es decir, aquellos que deberían ser protegidas de la muerte a cualquier costo y aquellos cuyas vidas no son consideradas valiosas de salvaguardar de la enfermedad y la muerte.

Todo esto tiene lugar frente a la contienda presidencial de los Estados Unidos en la que las posibilidades de Bernie Sanders de asegurarse la nominación demócrata ahora parecen ser muy remotas, aunque no estadísticamente imposibles. Las nuevas proyecciones que establecen a Biden como el claro favorito son devastadoras durante estos tiempos precisamente porque tanto Sanders como Warren defendieron Medicare for All, un programa integral de salud pública que garantizaría la atención médica básica para todos en el país. Tal programa pondría fin a las compañías de seguros privadas impulsadas por el mercado que regularmente abandonan a los enfermos, envían gastos fuera de presupuesto que son literalmente impagables, y perpetúan una brutal jerarquía entre los asegurados, los no asegurados y los no asegurables. El enfoque socialista de Sanders sobre la atención médica podría describirse más adecuadamente como una perspectiva socialdemócrata que no es sustancialmente diferente de lo que Elizabeth Warren presentó en las primeras etapas de su campaña. En su opinión, la cobertura médica es un «derecho humano», lo que quiere decir que todo ser humano tiene derecho al tipo de atención médica que requiere. Pero, ¿por qué no entenderlo como una obligación social, una que se deriva de vivir en sociedad unos con otros? Para compeler el consenso popular sobre tal noción, tanto Sanders como Warren tendrían que convencer al pueblo estadounidense de que queremos vivir en un mundo en el que ninguno de nosotros niegue la atención médica al resto. En otras palabras, tendríamos que aceptar un mundo social y económico en el que es radicalmente inaceptable que algunos tengan acceso a una vacuna que pueda salvarles la vida cuando a otros se les debería negar el acceso a ese terreno porque no pueden pagarlo o no pudieron contratar el seguro que lo pagara.

Una de las razones por las que voté por Sanders en las primarias de California junto con la mayoría de los demócratas registrados es porque él, junto con Warren, abrió una manera de reimaginar nuestro mundo como si estuviera ordenado por un deseo colectivo de igualdad radical, un mundo en el que nos unimos para insistir en que los materiales requeridos para la vida, incluida la atención médica, estarían igualmente disponibles sin importar quiénes somos o si tenemos los medios financieros. Esa política habría establecido la solidaridad con otros países comprometidos con la atención médica universal y, por lo tanto, habría establecido una política transnacional de atención médica comprometida con la realización de los ideales de igualdad. Surgen nuevas encuestas que reducen la elección nacional a Trump y Biden precisamente cuando la pandemia cierra la vida cotidiana, intensificando la precariedad de las personas sin hogar, de los sin seguridad social y de los pobres. La idea de que podríamos convertirnos en personas que desean ver un mundo en el que la política de salud esté igualmente comprometida con todas las vidas, para desmantelar el dominio del mercado sobre la atención médica que distingue entre quienes son dignos y aquellos que pueden ser fácilmente abandonados a la enfermedad y la muerte, estuvo brevemente vivo. Llegamos a entendernos de manera diferente cuando Sanders y Warren ofrecieron esta otra posibilidad. Entendimos que podríamos comenzar a pensar y valorar fuera de los términos que el capitalismo nos fija. Aunque Warren ya no es una candidata y es improbable que Sanders recupere su impulso, debemos aún preguntarnos, especialmente ahora, ¿por qué seguimos oponiéndonos a tratar a todas las vidas como si tuvieran el mismo valor? ¿Por qué algunos todavía se entusiasman con la idea de que Trump buscaría asegurar una vacuna que salvaguarde la vida de los estadounidenses (como él los define) antes que a todos los demás? La propuesta de salud pública y universal revitalizó un imaginario socialista en los Estados Unidos, uno que ahora debe esperar para hacerse realidad como política social y compromiso público en este país. Desafortunadamente, en el momento de la pandemia, ninguno de nosotros puede esperar. El ideal ahora debe mantenerse vivo en los movimientos sociales que están menos ligados a la campaña presidencial que a la lucha a largo plazo que nos queda por delante. Estas visiones valientes y compasivas, burladas y rechazadas por los «realistas» capitalistas, tuvieron suficiente tiempo en el aire, llamaron suficientemente la atención, para permitir que un número cada vez mayor de personas —algunos por primera vez— desearan un cambio en el mundo.

Ojalá podamos mantener vivo ese deseo.

Traducción de Claudia Bacci y Roberto Pittaluga.

Extraída de INTERSECCIONES

Publicada originalmente en Verso:

https://www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits

ESCRIBIR, TOCAR EL CUERPO* // Claudia Huergo

Cuántos años hace ya que Jean Luc Nancy dijo: escribir, tocar el cuerpo. La escritura es la única operación que toca el cuerpo. Recibí esa noticia con una especie de alivio. Escribir no era un placer, tampoco una necesidad, pero sí un tipo de acción específica.  Algo se realiza allí, quizás el derrotero de una intensidad va encontrando sus canales, sus derivaciones, sus expresividades, y de repente, ese movimiento, esa agitación entra en una zona de silencio. Se arma una calma expectante. Me imagino cuando una ballena se sumerge, y no se sabe por dónde va a emerger, si a kms de distancia de donde la vimos, o exactamente debajo de tu bote.

Una amiga refiere su gusto por la pesca nocturna. Una sola vez cuando era chica la llevaron, seguramente por insistencia suya, a ese ritual exclusivo a los varones de la familia. Para ella fue una experiencia iniciática: la noche estrellada del dique La Viña, el leve mareo de no estar en tierra firme, el ritmo del agua golpeando la madera, el farol a gas y ese enorme silencio. Como no quiso agarrar ni por un momento la caña, ni ensartar lombrices en el anzuelo,  y a duras penas aceptó oficiar de femenina armando y repartiendo los sanguches a los pescadores, no la llevaron más. Porque no hacía nada.   

Unos días antes de presentar mi primer libro de poesía se lo doy a leer a mi hijo. Se lo di a leer porque tampoco iba a poder impedir que lo hiciera. Eso me tuvo inquieta, expectante. Básicamente me preocupaba que le fuera a hacer mal.

El niño ya se sabía revelado como poeta en un acróstico sobre mi nombre que le proponen escribir en la escuela, en tercer grado, supongo por el día de las madres. En las primeras letras apela a sentidos más clásicos de lo que se supone que esperan que se escriba sobre una madre. Carismática para la C, linda para la L, y así sucesivamente. Pero en la U hace otra cosa. Escribe: una estrella que grita dolorida. Allí está el poema. Allí está el cuerpo y el afecto ingresando a la escritura con la fuerza de un paredón de agua. Como una creciente. Quizá con la misma fuerza con que  yo intentaba en aquel momento poner diques a mi dolor, a mis duelos: que no lo toquen. Un dique contra el Pacífico.

Márgenes, cuidados, paciencia

Intentar cuidar al otro de las propias intensidades supongo que  fue un aprendizaje temprano, sobre todo cuando una detecta que el margen que tienen los propios cuidadores respecto a  alojar las líneas de singularización que rápidamente se manifiestan en las existencias, era poco.  Poco margen. Las estrategias de silencio, pasividad y disimulo, tan necesarias hasta que se logra armar una salida, un pasaje a otra cosa, también van creando zonas de silencio, mundos paralelos que quizá tiempo después, una escritura, o un análisis, logren relevar, y no sólo relevar, en el sentido de un trabajo de archivo, sino enriquecer, ficcionalizando, es decir, volviendo reales y realizando. Los tiempos de una inscripción sensible necesitan también los tiempos de las nuevas fuerzas que llegan allí a producir traducciones, actualizaciones, nuevos campos de legibilidad. Lo que produjo por ejemplo: no son 30 pesos, son 30 años.  Los  efectos de marea feminista han sido también, o fundamentalmente, de ese orden: nuevas traducciones, nuevas actualizaciones para ese registro sensible, esas huellas acalladas que seguirán proliferando y generando mutaciones, tránsitos, permeando el campo del deseo de formas que no conocemos.

 Mucha paciencia entonces, para los que están en un bote sin que su actividad sea reconocible,  para los que no se dedican al avistaje de ballenas (y sin embargo), para los que leen constelaciones y gritos de estrella en una consigna escolar, para los que trabajan en construir un dique contra el Pacifico.  Mucha paciencia y mucho cuidado sobre esos devenires.

Volviendo a esas huellas, las inscripciones, transcripciones, traducciones, lo que no necesariamente es literatura, o no todavía. O no aún. O nunca quizás.  No importa. A veces es más importante vivir y hacer vivir. De todas formas, la letra está trabajando allí.  Escribir, dice Deleuze, no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propias. La literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo.

Y si no  díganme quién no se detuvo como ante una pared de concreto contra ese verso de Alejandra: Explicar con palabras de este mundo que partió un barco de mí, llevándome. Para mí, en mi adolescencia, fue realmente un choque fuerte, con efectos. La pilotee un rato, ocupada seguramente  en esa cosa de encajar en el mundo. Pero algo de mí se fue para siempre por ese resumidero. Supongamos que después vino Borges diciendo: ya no seré feliz, tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo.

Mundos

Encontrar un lenguaje es encontrar un mundo. No un mundo feliz, un mundo seguro. Un mundo. Creo que mucho de lo que se ha escrito sobre el suicidio de Alejandra es una marca de la intolerancia hacia los armados de mundos, y a las salidas del mundo. Un testimonio de la pobreza de mundos que tenemos.

Margarite Duras dice: me dije que uno escribe siempre sobre el cuerpo muerto del mundo, y también sobre el cuerpo muerto del amor. Que es en los estados de ausencia donde se hunde el escrito, no para reemplazar nada de lo que ha sido vivido o supuestamente ha sido, sino para consignar el desierto dejado por ello.

Alianzas

Filósofos amigos vienen hablando de la poesía, de lo poético, como el lugar donde se realiza una escritura con un máximo de cuerpo.

Ajustar el pensamiento a la experimentación, pensar con los pies, ajustar la experimentación  al cuerpo, enganchar la escritura a la experimentación, son todas imágenes que balizan la zona problemática de las trascendencias, el mundo preclaro de las ideas que prometen venir a organizarnos y resolvernos la existencia.

Una escritura con un máximo de cuerpo, es entonces la que avanza sobre las zonas de silencio, de catástrofe. Produce relevamientos afectivos, inventarios ficcionales. Es lo que permite el despliegue de las potencias contenidas en el acontecimiento. Incluso la potencia de lo que no se puede. Porque el grado cero de la potencia debe ser el único momento donde todo es posible. Donde está momentáneamente suspendido nuestro paquete de datos, la capitalización de nuestras conexiones. Un máximo de cuerpo en la escritura supone entonces hacer ingresar lo que declina, lo que nunca va a ser dominante, lo minoritario. Pero  que tiene el valor de tomarte por el cuello, sacudirte, abrir respiraderos en las zonas de asfixia. Todos los que estamos aquí tenemos una clara percepción de lo que han sido estos últimos cuatro años, y de lo que está siendo en nuestro continente esta ofensiva restauradora, conservadora, fascista, racista, capacitista, sexista. Diego Sztulwark propone en su libro La ofensiva sensible: si pensar de otra manera requiere sentir de otra manera, a la batalla de las ideas debería precederla, o al menos acompañarla, una ofensiva sensible. Otro filósofo, Bifo Berardi, a quien Diego retoma, dice: ocupamos las calles, pero el poder no está en las calles. El poder financiero no está en las calles. El poder financiero no está en ninguna parte. ¡Ni siquiera en los bancos! Está en el ciberespacio, en una dimensión puramente abstracta que no podemos tocar, no podemos detener, no podemos destruir. Entonces, ¿por qué salir a la calle y ocupar? Su respuesta fue: no hemos tratado de detener el capitalismo financiero. Hemos intentado reactivar nuestro cuerpo. Por eso salimos a las calles. Esta fue una acción poética, no una acción política.

Y nos encanta

Cada una de las consignas que  han abierto en este tiempo respiraderos a la opresión contienen ese pulso vital, ese máximo de cuerpo, de allí su capacidad de proliferación, de re-sensibilización del tejido social. La diferencia que no logra captar cierto psicoanálisis – o que se niega a reconocer- apelando a las clásicas advertencias  sobre el “efecto de masas”, es la diferencia entre lo que funciona como mandato, lo que invita a seguir una orden, con lo que propone un proceso, una experimentación situada, una pregunta sobre nuestras maneras de vivir. Es no poder –o no querer- diferenciar entre consignas que mueven a aglutinamientos totalizantes, de consignas que surgen como ofensivas sensibles a la violencia que devenires minoritarios enfrentan todos los días. Esas consignas traen saberes estratégicos que revolucionan molecularmente las vidas, desarmando el aislamiento y silenciamiento del dolor singular al ponerlo en una trama colectiva.

Finalizamos con el pulso que nos marca el III Comunicado intergaláctico, vía Vitrina Distópica sobre la revuelta en Shile:

(…) Y ahora, justo ahora, es que no se puede hablar en tercera persona, es donde el impersonal que es esta interioridad común que desborda, que se aburre, se cansa, se chatea, se harta, se une. Es ahora que quiere tener que hacerse presencia incontenible: masa. O sea, potencia, acto, acción. En donde nadie fue, significa todxs estamos; en donde tocan a uno, todxs paramos y les paramos la mano, porque si tenía sentido decir la sociedad del cansancio, era para reactivar los miembros, para encontrarnos en este hastío y convertirlo en rabia, digna y hermosa, violenta como no puede sino ser.

Y sabemos que esto es solo el principio, y nos encanta.

 

*Texto presentado en las Jornadas organizadas por el Colectivo Kayros “La escritura: inscripción y deconstrucción de los cuerpos” en la ciudad de Córdoba, 6 de abril de 2020.

 

 

 

El coronavirus como declaración de guerra // Santiago López Petit

por Santiago López Petit

Por la mañana me lavo las manos a conciencia. Así consigo olvidar los ojos arrancados por la policía en Chile, Francia o Irak. Antes de comer, me vuelvo a lavar las manos con un buen desinfectante para olvidar a los migrantes amontonados en Lesbos. Y, por la noche, me lavo nuevamente las manos para olvidar que, en Yemen, cada diez minutos, muere un niño a causa de los bombardeos y del hambre. Así puedo conciliar el sueño. Lo que sucede es que no recuerdo por qué me lavo las manos tan a menudo ni cuando empecé a hacerlo. La radio y la televisión insisten en que se trata de una medida de autoprotección. Protegiéndome a mí mismo, protejo a los demás. Por la ventana entra el silencio de la calle desierta. Todo aquello que parecía imposible e inimaginable sucede en estos momentos. Escuelas cerradas, prohibición de salir de casa sin razón justificada, países enteros aislados. La vida cuotidiana ha volado por los aires y ya sólo queda el tiempo de la espera. Fue bonito oír ayer por la noche los aplausos que la gente dedicaba al personal sanitario desde sus balcones.

Permanecemos encerrados en el interior de una gran ficción con el objetivo de salvarnos la vida. Se llama movilización total y, paradoxalmente, su forma extrema es el confinamiento. “La mayor contribución que podemos hacer es ésta: no se reúnan, no provoquen caos”, afirmaba un importante dirigente del Partido Comunista Chino. Y un mosso que vigilaba ayer Igualada añadía: “Recuerde que, si entra en la ciudad, ya no podrá volver a salir”, mientras le comentaba a un compañero: “el miedo consigue lo que no consigue nadie más”. Pero la gente muere, ¿verdad? Sí, claro. Sucede, sin embargo, que la naturalización actual de la muerte cancela el pensamiento crítico. Algunos ilusos hasta creen en ese nosotros invocado por el mismo poder que declara el estado de alarma: “Este virus lo pararemos juntos”. Pero solamente van a trabajar y se exponen en el metro aquellos que necesitan el dinero imperiosamente.

Cada sociedad tiene sus propias enfermedades, y dichas enfermedades dicen la verdad acerca de esta sociedad. Se conoce demasiado bien la interrelación entre la agroindustria capitalista y la etiología de las epidemias recientes: el capitalismo desbocado produce el virus que él mismo reutiliza más tarde para controlarnos. Los efectos colaterales (despolitización, reestructuraciones, despidos, muertes, etc.) son esenciales para imponer un estado de excepción normalizado. El capitalismo es asesino, y esta afirmación no es consecuencia de ninguna afirmación conspiranoica. Se trata simplemente de su lógica de funcionamiento. Drones y controles policiales en las calles. El lenguaje militarizado recuerda el de los manuales de la contrainsurgencia: “En la guerra moderna, el enemigo es difícil de definir. El límite entre amigos y enemigos se halla en el interior mismo de la nación, en una misma ciudad, y en ocasiones dentro de la misma familia” (Biblioteca del Ejército de Colombia, Bogotá, 1963). Recuerden: la mejor vacuna es uno mismo. Esta coincidencia no es extraña, ya que la movilización total es sobre todo una guerra, y la mejor guerra —porque permanece invisible— es aquella que se libra en nombre de la vida. He aquí el engaño.

Si la movilización se despliega como una guerra contra la población es porque su único objetivo consiste en salvar el algoritmo de la vida, lo cual, por descontado, nada tiene que ver con nuestras vidas personales e irreductibles, que bien poco importan. La “mano invisible” del mercado ponía cada cosa en su sitio: asignaba recursos, determinaba precios y beneficios. Humillaba. Ara es la Vida, pero la Vida entendida como un algoritmo formado por secuencias ordenadas de pasos lógicos, la que se encarga de organizar la sociedad. Las habilidades necesarias para trabajar, aprender y ser un buen ciudadano se han unificado. Éste es el auténtico confinamiento en que estamos recluidos. Somos terminales del algoritmo de la Vida que organiza el mundo. Este confinamiento hace factible el Gran Confinamiento de las poblaciones que ya tiene lugar en China, Italia, etc. y que, poco a poco, se convertirá en una práctica habitual a causa de una naturaleza incontrolable. El Gobierno se reestataliza y la decisión política regresa a un primer plano. El neoliberalismo se pone descaradamente el vestido del Estado guerra. El capital tiene miedo. La incerteza y la inseguridad impugnan la necesidad del mismo Estado. La vida oscura y paroxística, aquello incalculable en su ambivalencia, escapa al algoritmo.

Fuente: Crític y Comitédisperso

¿Quién es el enemigo? La Cosa // Amador Fernández-Savater

La lengua materna. Pensar desde el ídish* // León Rozitchner

A Ite y Shulem, madre y padre.

¿Qué pienso cuando uno, judío que no habla el idish ni lo escribe, aunque lo comprende, sin embargo siente que fue desde ese dialecto cómo penetró en la lengua en la que nos expresamos, en este caso el habla porteña? ¿Soy menos judío? Es dificil describir ese no se qué inasible, pero hay que pensarse hasta bien adentro para tratar de saberlo porque allí reside, creo, su secreto. Más aún todavía: creo que sólo puedo decirme y escribir en serio cuando habilito las primeras cadencias que me hablaban desde niño en ídish,  aunque no sepa hablarlo. Esto es lo que me deslumbra: el idish habla en mí desde un ultramundo, y lo hace de una manera extraña aunque yo no lo hable. Esta experiencia que me asombra por lo que tiene de contradictorio con el “idioma de los argentinos” -cómo lo designaba Borges- sin embargo, descubro, es la que construye no sólo la significación de lo que digo sino el sentido de eso que se llama “estilo”: los ademanes y los gestos que ponen un rostro y un cuerpo a las palabras. Eso que las animan desde adentro, irreductible a la comunicación electrónica y a la linguistica canónica.

¿Pensar en idish es ser judío? Sin hablarlo, el ídish fue el abono sonoro de mi corporeidad naciente y la configuró más allá de lo que yo mismo supiera. La lengua materna, el idioma del cuerpo vivo de mi madre, fue -para cada uno debe serlo- un suelo afectivo, una a, manera de tierra sonora cuyas inflexiones, acentos, deslizamientos y giros construyeron la impronta más honda que reflejó y animó con la suya la mía, que modularon las primeras palabras y organizaron todo lo que desde ella mi cuerpo siente, imagina y piensa. Colorear -”pintar con palabras” decía Simón Rodriguez- un mundo con miríadas de tonos que invocan todos los afectos, y los marca y los une en coalescencias sonoras indelebles que resisten todos los solventes. No hay un “colorante” -un sonorizante- para destacar y hacer visibles esos matices que sólo la palabra anima. Pero, con ser lo más personal y diferente para cada uno, sin embargo es producto de una historia que los judios hicieron entre todos durante tantos siglos que vivieron perseguidos. Y produjeron, estos sentidos ínfimos, armónicos y arcaicos, a través de todas las aventuras que los judíos europeos elaboraron con una lengua ajena que les era dada -el alto alemán del siglo XI- y con ellos en ella crearon una lengua propia. El pajar de los tejados sin tejas donde estaban subidos todos los violinistas judíos que durante siglos crearon melodías para alegrar el alma de los pueblerinos, en realidad con sus arcos tensaban en idish las cuerdas de sus propios cuerpos, cómo ese que Chagall pintaba en los stetl. Enrique Heine para suavizarla metamorfosea la lengua alemana: una modulación sonora de su cuerpo judío imprime en sus versos una nueva ternura amorosa. Un dialecto, un arrabal de la lengua la envuelve y la preña de modulaciones extrañas a ella: el idish se infiltró así en la poesía alemana (¿los alemanes no lo soportaron?) cómo se infiltró entre nosotros con César Tiempo en el habla porteña. O cuando Juan Gelman recupera al ladino para impregnar de judío a la poesía montonera argentina. Los sonidos de la lengua son cómo el suelo primordial al cual se remiten y vuelven todas las significaciones que escapan al diccionario de la Real Academia. Los judíos en tierras extrañas se asimilaron a una lengua extraña, la de sus perseguidores, y la metamorfosearon en lengua materna al dialectizarla para hacerla suya: construyeron su cobijo con palabras ajenas para que los albergara de la intemperie en la que se encontraban: hicieron su nido con voces prestadas. Las volvieron a templar con otros diapasones que abrían de nuevo las experiencias del fin y del comienzo de la nueva vida, desde que nacían hasta que morían. El quejido umbroso y profundo que adquiere el lamento por los muertos que sale sonoro de la garganta de los jazn en los cementerios y las canciones de cuna que nos siguen arrullando todavía: esas palabras, que muchas veces escuchamos sin que las entendamos a fondo, son el fondo que cadencia esos dos extremos que marcan el espacio de nuestra propia vida. Todas las palabras son erógenas; hacen vibrar al cuerpo y es esa vibración la que les da su sentido más fino cuando los conceptos no las definen desde el pensar de la razón abstracta. La piel es la superficie de su pentagrama, y por eso se dice que hablan al alma.

Melodías que la gramática no agota porque que ésta sólo es el marco de toda creación donde el tiempo discurre. Si el tiempo existe es porque la sonoridad de las palabras denotan la experiencia de su transcurrir sensible siempre renovado, siempre en acto, aunque no nos demos cuenta de que nos está pasando. El tiempo es el deslizamiento de las palabras sobre el sentir del cuerpo erógeno que ya no es sólo el de sus agujeros y de sus turgencias. Es el arco que saca sonidos inauditos del silencio que la materia animada esconde. Desde esa modulación que nos tensa cada sentido es irrepetible, siempre diferente según quien nos rasgue. La historia es lo que vamos dibujando en su cañamazo sonoro en un movimiento que hace que esa historia sea nuestra aunque la inauguremos -y por eso mismo existe- con las cadencias sentidas que hemos heredado. Donación sonora primera, de arrullos y murmullos que acompañaron la presencia y el abrazo de un cuerpo que al unísono se confundía con el nuestro. (El unísono sólo se cumple en esa melodía que está en el orígen luego se escinde, nos separamos, y entonces cómo los argonautas sólo escuchamos voces que nos tienden trampas).

Pienso que antes de hablar el hombre cantaba como cantan y lloran cantando los niños. El afecto modulaba el sentido sonoro de lo que se quería expresar hacia el otro. La voz enlaza a la distancia con su tiento de viento, la palabra acorta lo que nos separa: toca y acaricia al cuerpo alejado, o al menos lo anima y le dice que se acerque un poco. Y ese canto también es primero y está antes de que el idioma nos ate con sus cadenas de significantes. Cuando el niño gorgojea y oye voces que la madre modula con su boca, ésa es para el niño modulación sonora del afecto amoroso de su cuerpo que lo trajo a la vida. (Luego cuando amamos otros cuerpos es como si volvieran a resonar, sin distancia otra vez confundidos, esas voces que la carne unificó desde que nacimos).

Un cuerpo de palabras fragantes recorre al niño: es la lengua materna la que nos impregna de sentido afectivo antes que las palabras sin sabor ni olor luego lo denoten y certifiquen. Y bueno, ahora que lo pienso, eso fue para mí el idish con el que mi madre me acunaba y me cantaba melodías tan distintas a las que oiría más tarde de otras bocas que pude besar como besé la suya. 

Si el idish fuese ese sostén sonoro que lo impregnaba todo puedo decir que sólo pienso, escribo o hablo en serio cuando desde ese lugar primigenio convoco todos los sentidos que desde la lengua materna van a nutrirse nuevamente, a buscar la tierra que convoca al sentido, desde ese ser ab-orígen que aún me sostiene: desde la sonoridad de la primera lengua que acunó y conmovió nuestra infancia. Esse espacio, donde la verdad de la vida aparecía, era lo que mi padre sabio de palabras y de metafísicas llamaba sagrado: la mentira no podía rozarlo.

¿Por qué creen ustedes entonces que cuando Jack Fucks nos cuenta que al salir de Dachau donde en alemán los alemanes habían asesinado a sus padres y hermanos lo primero que hacen los cautivos en el hospital donde se recuperan fue escribir un diario en idish, volver a buscar la fuente originaria del sentido perdido, recuperar la vida en el magma de la lengua materna, encontrar un respaldo para reiniciar la vida cómo si sólo pudiéramos renacer desde ella? 

Y si uno mismo pudo preguntarle a su madre, desde muy niño, si los judíos no morian nunca era porque la muerte cómo término, con el sentido que ustedes o el niño que fuimos podíamos darle, aparecía cómo una eternidad en acto también cantada en idish. Morirse era no estar sostenido por la lengua sonora que mi madre tendía. Su cuerpo expresaba una sabiduría que la metafísica luego con rigor conceptual tardío quiso enseñarnos, pero nunca tan irrefutable y simple cómo lo expresaban sus palmas cuando las restregaba una con otra y nos mostraba sin esconder nada que la vida era cómo ese polvo de escamas que brotaba de sus manos, cómo los cuerpos que se restriegan y se gastan entre sí mientras viven. Polvo enamorado el de esas manos que me habían amado. ¿Cómo no soportar la muerte si habíamos aprendido de ella que la vida era breve porque es intensa y bella? Esa sabiduría no era sólo de mi madre: hasta Freud cuenta que la suya también se lo hacía.

Luego, cuando uno fue a Munich a estudiar alemán en el Instituto Goethe, ese dialecto plebeyo y pueblerino que nos resonaba y se actualizaba en la nueva lengua tan cristianizada que un profesor adusto quería enseñarme, ese idish que traducía en colores Chagall en sus cuadros para mí siguió siendo el referente sentido que verificaba las afirmaciones tan sabias de Hegel sobre la verdad absoluta de la historia, a la que le faltaba sin embargo la que yo traía: la de mis padres que me sostenían desde Argentina. Es como si el idish me fuera más próximo y significativo que el alemán con el cual Hegel había escrito. El recuerdo grabado de la sonoridad judía del idish, ahora sobre fondo de los campos de exterminio, tuvo que luchar en mí para abrirle y hacerle aceptar un espacio al idioma alemán del cual sin embargo había surgido el idish. Nunca pude estar seguro de reconciliarlos. 

Entonces me explico ese entrelazamiento que las culturas tejen y destejen, cuando incluyen dentro de sí eso que llamamos entre nosotros un “crisol de razas”. Más bien “crisol de lenguas” maternas que vuelven a inseminar y dar sentido a todas las otras que encontramos en tierras extrañas. Son ellas la que crecen y se multiplican fructificando el lugar donde se las habla. La lengua materna es la tierra-madre que desde lo más secreto y primero une a los cuerpos que se entrelazan, cómo lo hace afuera también la materialidad del mundo que nos recibe desde niños, tanto cómo fructifican y se desarrollan en la terrenalidad del país en el que nacimos o de otros países que nos acogieron. Los países de inmigrantes reciben entonces un don y una riqueza que no se esperaban: al dejar entrar a los hombres que buscan refugio vuelven a dar vida, sin saberlo, a las lenguas madres que los recién venidos llevan escondidas en sus valijas o en sus viejos trastos. Extienden la tierra al extender la lengua, la materialidad insondable, nutricia y sonora del cuerpo de la madre, ese fértil suelo portátil que los acompaña. El año que viene en la ciudad perdida es la plegaria que nos acompaña a todos, nacidos en vientre de madre, tan ajena y diferente a la Ciudad de Dios que cristianamente Agustín prometía. Esa Diosa primera que todos con toda inocencia aún buscamos en las mujeres que nunca serán cómo ella y de quien Adán nos dice que hace milenios que fue, cómo Eva, “la madre de todo lo viviente”. Los judíos lo sabemos desde que nacimos -aunque los ortodozos con sus celos pánicos al cubrirlas con pelucas revelen lo que más anhelan-. Porque al menos, la nuestra “en el comienzo de la creación”, cómo dice la Biblia, para hacernos judíos nos habló en idish. Y fue suficiente para hacernos hombres, por lo menos, en lo que creemos que tenemos de buenos.

Y una pregunta última: ¿Qué les pasa a los judíos que en Israel tienen que murmurar en hebreo lo que les pasó en ídish? 


*Extraído de Lenguas Vivas (2009). Colección Bicentenario de la Biblioteca Nacional.

Crónica de la psicodeflación // Franco «Bifo» Berardi

Original en: https://not.neroeditions.com/cronaca-della-psicodeflazione/
[Traducción: Emilio Sadier]

You are the crown of creation
And you’ve got no place to go
[Eres la corona de la creación
y  no tenés adónde ir.]
Jefferson Airplane, 1968

«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal. Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar. Ese organismo es la palabra.»
William Burroughs, El boleto que explotó

21 de febrero

Al regresar de Lisboa, una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. En la entrada hay dos humanos completamente cubiertos con un traje blanco, con un casco luminiscente y un aparato extraño en sus manos. El aparato es una pistola termómetro de altísima precisión que emite luces violetas por todas partes.

Se acercan a cada pasajero, lo detienen, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir.

Un presentimiento: ¿estamos atravesando un nuevo umbral en el proceso de mutación tecnopsicótica?

28 de febrero

Desde que volví de Lisboa, no puedo hacer otra cosa: compré unos veinte lienzos de pequeñas proporciones, y los pinto con pintura de colores, fragmentos fotográficos, lápices, carbonilla. No soy pintor, pero cuando estoy nervioso, cuando siento que está sucediendo algo que pone a mi cuerpo en vibración dolorosa, me pongo a garabatear para relajarme.

La ciudad está silenciosa como si fuera Ferragosto. Las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan regiones enteras del mapa. Las convulsiones recientes del cuerpo planetario quizás estén provocando un colapso que obligue al organismo a detenerse, a ralentizar sus movimientos, a abandonar los lugares abarrotados y las frenéticas negociaciones cotidianas. ¿Y si esta fuera la vía de salida que no conseguíamos encontrar, y que ahora se nos presenta en forma de una epidemia psíquica, de un virus lingüístico generado por un biovirus?

La Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo, y ​​el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa.

Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos. ¿Quieren verlo?

2 de marzo

Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción, interrumpen la pretensión de gobierno sobre el mundo y dejan que el tiempo retome su flujo en el que nadamos pasivamente, según la técnica de natación llamada «hacerse el muerto». La nada se traga una cosa tras otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto.

No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos.

¿Cuánto está destinado a durar el efecto de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus? Dicen que la primavera matará al virus, pero por el contrario podría exaltarlo. No sabemos nada al respecto, ¿cómo podemos saber qué temperatura prefiere? Poco importa cuán letal sea la enfermedad: parece serlo modestamente, y esperamos que se disipe pronto.

Pero el efecto del virus no es tanto el número de personas que debilita o el pequeñísimo número de personas que mata. El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga. Hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad.

¿Quieren verlo?

3 de marzo

¿Cómo reacciona el organismo colectivo, el cuerpo planetario, la mente hiperconectada sometida durante tres décadas a la tensión ininterrumpida de la competencia y de la hiperestimulación nerviosa, a la guerra por la supervivencia, a la soledad metropolitana y a la tristeza, incapaz de liberarse de la resaca que roba la vida y la transforma en estrés permanente, como un drogadicto que nunca consigue alcanzar a la heroína que sin embargo baila ante sus ojos, sometido a la humillación de la desigualdad y de la impotencia?

En la segunda mitad de 2019, el cuerpo planetario entró en convulsión. De Santiago a Barcelona, ​​de París a Hong Kong, de Quito a Beirut, multitudes de muy jóvenes salieron a la calle, por millones, rabiosamente. La revuelta no tenía objetivos específicos, o más bien tenía objetivos contradictorios. El cuerpo planetario estaba preso de espasmos que la mente no sabía guiar. La fiebre creció hasta el final del año Diecinueve.

Entonces Trump asesina a Soleimani, en la celebración de su pueblo. Millones de iraníes desesperados salen a las calles, lloran, prometen una venganza estrepitosa. No pasa nada, bombardean un patio. En medio del pánico, derriban un avión civil. Y entonces Trump gana todo, su popularidad aumenta: los estadounidenses se excitan cuando ven la sangre, los asesinos siempre han sido sus favoritos. Mientras tanto, los demócratas comienzan las elecciones primarias en un estado de división tal que solo un milagro podría conducir a la nominación del buen anciano Sanders, única esperanza de una victoria improbable.

Entonces, nazismo trumpista y miseria para todos y sobreestimulación creciente del sistema nervioso planetario. ¿Es esta la moraleja de la fábula?

Pero he aquí la sorpresa, el giro, lo imprevisto que frustra cualquier discurso sobre lo inevitable. Lo imprevisto que hemos estado esperando: la implosión. El organismo sobreexcitado del género humano, después de décadas de aceleración y de frenesí, después de algunos meses de convulsiones sin perspectivas, encerrado en un túnel lleno de rabia, de gritos y de humo, finalmente se ve afectado por el colapso: se difunde una gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía…

El capitalismo es una axiomática, es decir, funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital). Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese axioma, y ​​nada puede concebirse o intentarse por fuera de ese axioma. No existe una salida política de la axiomática del Capital, no existe un lenguaje capaz de enunciar el exterior del lenguaje, no hay ninguna posibilidad de destruir el sistema, porque todo proceso lingüístico tiene lugar dentro de esa axiomática que no permite la posibilidad de enunciados eficaces extrasistémicos. La única salida es la muerte, como aprendimos de Baudrillard.

Solo después de la muerte se podrá comenzar a vivir. Después de la muerte del sistema, los organismos extrasistémicos podrán comenzar a vivir. Siempre que sobrevivan, por supuesto, y no hay certeza al respecto.

La recesión económica que se está preparando podrá matarnos, podrá provocar conflictos violentos, podrá desencadenar epidemias de racismo y de guerra. Es bueno saberlo. No estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la frugalidad, el compartir. No estamos preparados para disociar el placer del consumo.

4 de marzo

¿Esta es la vencida? No sabíamos cómo deshacernos del pulpo, no sabíamos cómo salir del cadáver del Capital; vivir en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración constante, a la competencia generalizada y a la sobreexplotación con salarios decrecientes. Ahora el virus desinfla la burbuja de la aceleración.

Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste e imposible.

La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos.

Es difícil que el organismo colectivo se recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista, ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su glorioso camino. Podemos hundirnos en el infierno de una detención tecno-militar de la que solo Amazon y el Pentágono tienen las llaves. O bien podemos olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación.

Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable.

5 de marzo

Se manifiestan los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de mucha utilidad.

Por primera vez, la crisis no proviene de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del cuerpo.

Es el cuerpo el que ha decidido bajar el ritmo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo.

Cuando hablo de cuerpo me refiero a la función biológica en su conjunto, me refiero al cuerpo físico que se enferma, aunque de una manera bastante leve –pero también y sobre todo me refiero a la mente, que por razones que no tienen nada que ver con el razonamiento, con la crítica, con la voluntad, con la decisión política, ha entrado en una fase de pasivización profunda.

Cansada de procesar señales demasiado complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que decide por todos. Psicodeflación.

6 de marzo

Naturalmente, se puede argumentar exactamente lo contrario de lo que dije: el neoliberalismo, en su matrimonio con el etnonacionalismo, debe dar un salto en el proceso de abstracción total de la vida. He aquí, entonces, el virus que obliga a todos a quedarse en casa, pero no bloquea la circulación de las mercancías. Aquí estamos en el umbral de una forma tecnototalitaria en la que los cuerpos serán para siempre repartidos, controlados, mandados a distancia.

En Internazionale se publica un artículo de Srecko Horvat (traducción de New Statesman).

Según Horvat, «el coronavirus no es una amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto para esa ideología. Pero desde un punto de vista político el virus es un peligro, porque una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo etnonacionalista de reforzar las fornteras y esgrimir la exclusividad racial, de interrumpir la libre circulación de personas (especialmente si provienen de países en vías de desarrollo) pero asegurando una circulación incontrolada de bienes y capitales.

«El miedo a una pandemia es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y la economía capitalista. Como un virus que necesita una célula viva para reproducirse, el capitalismo también se adaptará a la nueva biopolítica del siglo XXI.

«El nuevo coronavirus ya ha afectado a la economía global, pero no detendrá la circulación y la acumulación de capital. En todo caso, pronto nacerá una forma más peligrosa de capitalismo, que contará con un mayor control y una mayor purificación de las poblaciones».

Naturalmente, la hipótesis formulada por Horvat es realista.

Pero creo que esta hipótesis más realista no sería realista, porque subestima la dimensión subjetiva del colapso y los efectos a largo plazo de la deflación psíquica sobre el estancamiento económico.

El capitalismo pudo sobrevivir al colapso financiero de 2008 porque las condiciones del colapso eran todas internas a la dimensión abstracta de la relación entre lenguaje, finanzas y economía. No podrá sobrevivir al colapso de la epidemia porque aquí entra en juego un factor extrasistémico.

7 de marzo

Me escribe Alex, mi amigo matemático: «Todos los recursos superinformáticos están comprometidos para encontrar el antídoto al corona. Esta noche soñé con la batalla final entre el biovirus y los virus simulados. En cualquier caso, el humano ya está fuera, me parece».

La red informática mundial está dando caza a la fórmula capaz de enfrentar el infovirus contra el biovirus. Es necesario decodificar, simular matemáticamente, construir técnicamente el corona-killer, para luego difundirlo.

Mientras tanto, la energía se retira del cuerpo social, y la política muestra su impotencia constitutiva. La política es cada vez más el lugar del no poder, porque la voluntad no tiene control sobre el infovirus.

El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global.

Los pulmones son el punto más débil, al parecer. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro colectivo, obligado a ralentizar sus ritmos.

8 de marzo

Durante la noche, el Primer Ministro Conte ha comunicado la decisión de poner en cuarentena a una cuarta parte de la población italiana. Piacenza, Parma, Reggio y Modena están en cuarentena. Bolonia no. Por el momento.

En los últimos días hablé con Fabio, hablé con Lucia, y habíamos decidido reunirnos esta noche para cenar. Lo hacemos de vez en cuando, nos vemos en algún restaurante o en casa de Fabio. Son cenas un poco tristes incluso si no nos lo decimos, porque los tres sabemos que se trata del residuo artificial de lo que antes sucedía de manera completamente natural varias veces a la semana, cuando nos reuníamos con mamá.

Ese hábito de encontrarnos a almorzar (o, más raramente, a cenar) de mamá había permanecido, a pesar de todos los eventos, los movimientos, los cambios, después de la muerte de papá: nos encontrábamos a almorzar con mamá cada vez que era posible.

Cuando mi madre se encontró incapaz de preparar el almuerzo, ese hábito terminó. Y poco a poco, la relación entre nosotros tres ha cambiado. Hasta entonces, a pesar de que teníamos sesenta años, habíamos seguido viéndonos casi todos los días de una manera natural, habíamos seguido ocupando el mismo lugar en la mesa que ocupábamos cuando teníamos diez años. Alrededor de la mesa se daban los mismos rituales. Mamá estaba sentada junto a la estufa porque esto le permitía seguir ocupándose de la cocina mientras comía. Lucía y yo hablábamos de política, más o menos como hace cincuenta años, cuando ella era maoísta y yo era obrerista.

Este hábito terminó cuando mi madre entró en su larga agonía.

Desde entonces tenemos que organizarnos para cenar. A veces vamos a un restaurante asiático ubicado colinas abajo, cerca del teleférico en el camino que lleva a Casalecchio, a veces vamos al departamento de Fabio, en el séptimo piso de un edificio popular pasando el puente largo, entre Casteldebole y Borgo Panigale. Desde la ventana se pueden ver los prados que bordean el río, y a lo lejos se ve el cerro de San Luca y a la izquierda se ve la ciudad.

Entonces, en los últimos días habíamos decidido vernos esta noche para cenar. Yo tenía que llevar el queso y el helado, Cristina, la esposa de Fabio, había preparado la lasaña.

Todo cambió esta mañana, y por primera vez –ahora me doy cuenta– el coronavirus entró en nuestra vida, ya no como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o psicoanalítica, sino como un peligro personal.

Primero fue una llamada de Tania, la hija de Lucía que desde hace un tiempo vive en Sasso Marconi con Rita.

Tania me telefoneó para decirme: escuché que vos, mamá y Fabio quieren cenar juntos, no lo hagas. Estoy en cuarentena porque una de mis alumnas (Tania enseña yoga) es doctora en Sant’Orsola y hace unos días el hisopado le dio positivo. Tengo un poco de bronquitis, por lo que decidieron hacerme el análisis también, a la espera del informe no puedo moverme de casa. Yo le respondí haciéndome el escéptico, pero ella fue implacable y me dijo algo bastante impresionante, que todavía no había pensado.

Me dijo que la tasa de transmisibilidad de una gripe común es de cero punto veintiuno, mientras que la tasa de transmisibilidad del coronavirus es de cero punto ochenta. Para ser claros: en el caso de una gripe normal, hay que encontrarse con quinientas personas para contraer el virus, en el caso del corona basta con encontrarse con ciento veinte. Interesante.

Luego, ella, que parece estar informadísima porque fue a hacerse el hisopado y por lo tanto habló con los que están en la primera línea del frente de contagio, me dice que la edad promedio de los muertos es de ochenta y un años.

Bueno, ya lo sospechaba, pero ahora lo sé. El coronavirus mata a los viejos, y en particular mata a los viejos asmáticos (como yo).

En su última comunicación, Giuseppe Conte, quien me parece una buena persona, un presidente un poco por casualidad que nunca ha dejado de tener el aire de alguien que tiene poco que ver con la política, dijo: «pensemos en salud de nuestros abuelos». Conmovedor, dado que me encuentro en el papel incómodo del abuelo a proteger.

Habiendo abandonado el traje del escéptico, le dije a Tania que le agradecía y que seguiría sus recomendaciones. Llamé a Lucia, hablamos un poco y decidimos posponer la cena.

Me doy cuenta de que me metí en un clásico doble vínculo batesoniano. Si no llamo por teléfono para cancelar la cena, me pongo en posición de ser un huésped físico, de poder ser portador de un virus que podría matar a mi hermano. Si, por otro lado, llamo, como estoy haciendo, para cancelar la cena, me pongo en la posición de ser un huésped psíquico, es decir, de propagar el virus del miedo, el virus del aislamiento.

¿Y si esta historia dura mucho tiempo?

9 de marzo

El problema más grave es el de la sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: las unidades de terapia intensiva están al borde del colapso. Existe el peligro de no poder curar a todos los que necesitan una intervención urgente, se habla de la posibilidad de elegir entre pacientes que pueden ser curados y pacientes que no pueden ser curados.

En los últimos diez años, se recortaron 37 mil millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó drásticamente.

Según el sitio quotidianosanità.it, «en 2007 el Servicio Sanitario Nacional público podía contar con 334 Departamentos de emergencia-urgencia (Dea) y 530 de primeros auxilios. Pues bien, diez años después la dieta ha sido drástica: 49 Dea fueron cerrados (-14%) y 116 primeros auxilios ya no existen (-22%). Pero el recorte más evidente está en las ambulancias, tanto las del Tipo A (emergencia) como las del Tipo B (transporte sanitario). En 2017 tenemos que las Tipo A fueron reducidas un 4% en comparación con diez años antes, mientras que las de Tipo B fueron reducidas a la mitad (-52%). También es para tener en cuenta cómo han disminuido drásticamente las ambulancias con médico a bordo: en 2007, el médico estaba presente en el 22% de los vehículos, mientras que en 2017 solo en el 14,7%. Las unidades móviles de reanimación también se redujeron en un 37% (eran 329 en 2007,  son 205 en 2017). El ajuste también ha afectado a los hogares de ancianos privados que, en cualquier caso, tienen muchas menos estructuras y ambulancias que los hospitales públicos.

«A partir de los datos se puede ver cómo ha habido una contracción progresiva de las camas a escala nacional, mucho más evidente y relevante en el número de camas públicas en comparación con la proporción de camas administradas de forma privada: el recorte de 32.717 camas totales en siete años remite principalmente al servicio público, con 28.832 camas menos que en 2010 (-16,2%), en comparación con 4.335 camas menos que el servicio privado (-6,3%)».

10 de marzo

«Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín».

Esto está escrito en las docenas de cajas que contienen barbijos que llegan de China. Estos mismos barbijos que Europa nos ha rechazado.

11 de marzo

No fui a via Mascarella, como generalmente hago el 11 de marzo de cada año. Nos reencontramos frente a la lápida que conmemora la muerte de Francesco Lorusso, alguien pronuncia un breve discurso, se deposita una corona de flores o bien una bandera de Lotta Continua que alguien ha guardado en el sótano, y nos abrazamos, nos besamos abrazándonos fuerte.

Esta vez no tenía ganas de ir, porque no me gustaría decirle a ninguno de mis viejos compañeros que no podemos abrazarnos.

Llegan de Wuhan fotos de personas celebrando, todas rigurosamente con el barbijo verde. El último paciente con coronavirus fue dado de alta de los hospitales construidos rápidamente para contener la afluencia.

En el hospital de Huoshenshan, la primera parada de su visita, Xi elogió a médicos y enfermeras llamándolos «los ángeles más bellos» y «los mensajeros de la luz y la esperanza». Los trabajadores de salud de primera línea han asumido las misiones más arduas, dijo Xi, llamándolos «las personas más admirables de la nueva era, que merecen los mayores elogios».

Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica, en la que los presidentes no pueden hacer nada, y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo.

12 de marzo

Italia. Todo el país entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención.

Billi y yo nos ponemos el barbijo, tomamos la bicicleta y vamos de compras. Solo las farmacias y los mercados de alimentos pueden permanecer abiertos. Y también los quioscos, compramos los diarios. Y las tabaquerías. Compro papel de seda, pero el hachís escasea en su caja de madera. Pronto estaré sin droga, y en Piazza Verdi ya no está ninguno de los muchachos africanos que venden a los estudiantes.

Trump usó la expresión «foreign virus» [virus extrajero].

All viruses are foreign by definition, but the President has not read William Burroughs [Todos los virus son extranjeros por definición, pero el presidente no ha leído a William Burroughs].

13 de marzo

En Facebook hay un tipo ingenioso que posteó en mi perfil la frase: «hola Bifo, abolieron el trabajo».

En realidad, el trabajo es abolido solo para unos pocos. Los obreros de las industrias están en pie de guerra porque tienen que ir a la fábrica como siempre, sin máscaras u otras protecciones, a medio metro de distancia uno del otro.

El colapso, luego las largas vacaciones. Nadie puede decir cómo saldremos de esta.

Podríamos salir, como alguno predice, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth, Timothy Snyder explica que no hay mejor condición para la formación de regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde la supervivencia de todos está en juego.

El SIDA creó la condición para un adelgazamiento del contacto físico y para el lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto: Internet fue preparada por la mutación psíquica denominada SIDA.

Ahora podríamos muy bien pasar a una condición de aislamiento permanente de los individuos, y la nueva generación podría internalizar el terror del cuerpo de los otros.

¿Pero qué es el terror?

El terror es una condición en la cual lo imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles.

Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.

No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.

Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.

El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.

Fuente: Sangrre

Habitar la excepción: pensamientos sin cuarentena (I) // Amador Fernández-Savater

Fuente: Filosofía Pirata 

¿Gestionar o transformar?

Quién se hace cargo de lo que pasa, cómo y para qué, en cada crisis, en cada disfuncionamiento, en cada perturbación del sistema.

Se puede gestionar: la idea de la gestión es la “regulación” de lo que pasa para “volver a la normalidad”. Lo que pasa es un hecho aislado y sin historia, se puede conjurar y neutralizar. Las respuestas a la crisis en cuestión se dan en el mismo marco de lo existente.

Un “poder de salvación” administra nuestro miedo y nos promete la supervivencia a cambio de obediencia. La supervivencia, por cierto, será sólo de los más aptos. Porque la lucha de clases -o el conflicto social, si queremos hablar de otra manera- atraviesa en verdad la gestión y las medidas. Hay “inmunizados” (que se pueden proteger) y “expuestos” (que enfrentan las crisis a pelo y caen como moscas, objetos de las propias medidas de “salvación del cuerpo colectivo”: recortes, etc.). 

La “gestión” es un bucle: oculta y tapa las preguntas radicales sobre las causas y las condiciones de los desastres y así las reproduce, preparando de tal modo nuevos episodios desastrosos.

Transformar significa hacer aparecer nuevos juegos de preguntas y respuestas, nuevas maneras de pensar y actuar, nuevas lógicas para pensar-hacer sobre los problemas (crisis económicas, crisis migratorias, crisis ecológicas, femicidos) desde otro marco. Un marco distinto, para respuestas distintas.

Transformar significa habitar la excepción.

Habitar la situación, no dejarse simplemente gestionar. ¿Qué significa? Poblar la situación de nuestras preguntas, nuestros pensamientos, nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestros saberes, nuestras redes de afecto…

Habitar, estar presentes, no ser sólo espectadores o consumidores o víctimas de las decisiones de otros, sino sentir, pensar y crear a partir de lo que pasa, darle valor, compartirlo, hacer con ello mundo y vida.

De ahí saldrán los rudimentos para nuevos juegos de preguntas y respuestas, nuevas lógicas, nuevas ganas, nuevos marcos. Habitar la crisis, para no volver simplemente a la normalidad. 

¿Quién define la situación?

La gestión instala un monopolio sobre la descripción de lo que pasa: “es así”, “obediencia o muerte”. Quien tiene el monopolio de interpretación -y de la experimentación práctica consecuente- tiene el poder.

Lo interesante de que haya distintas interpretaciones a la crisis del coronavirus es que abre fisuras en ese monopolio. Podemos ver que no hay una sola interpretación (científica, neutral, universal), sino distintas respuestas que arraigan en distintas visiones y cálculos político-económicos. Lo que se presenta como “neutro” es una hipótesis y una decisión sobre la realidad. La gestión del virus nos hace ver a la ciencia mezclada con las diferentes formas de “gubernamentalidad” (distintos cálculos político-económicos). Hay matices, discrepancias, conflictos incluso.

Cada descripción de la realidad (y cada respuesta a la crisis) no es sólo una hipótesis científica-universal, sino que incorpora una serie de valores, una dimensión ética referida a formas de vida. Lo que importa y lo que no importa, lo que debe defendido y lo que no, lo que hay que preservar y lo que se puede desechar.

Pensar ciencia + ética no significa una contra la otra, sino una con la otra en distintas alianzas y combinaciones. Cada descripción incorpora un mundo. ¿Qué respuesta damos? ¿Qué mundo queremos?

La izquierda en el poder

¿Qué oportunidades ofrece la izquierda en el poder? Podemos pensarlo así: el cálculo coste-beneficio en que consiste toda gubernamentalidad se hace más poroso a demandas no solo económicas (como la defensa del trabajo, del salario, de los derechos, de lo público-común, etc.). La gestión no es entonces (sólo) empresarial-securitaria, sino que se puede afectar por otros valores y formas de vida. Ahora mismo por ejemplo puede tener un gran “coste” político cualquier desconsideración a la sanidad pública.

¿Qué peligros tiene la izquierda en el poder? Los clásicos: la intensificación de las lógicas de delegación y representación (“ya se ocupan los buenos en mi lugar”) y mantener ciertas ilusiones sobre el mundo en que vivimos (transiciones energéticas, ciudadanismo, desarrollo sostenible) que obstaculicen el surgimiento de nuevos juegos de preguntas-respuestas que cuestionen el mismo marco en que se desarrolla hoy la vida.

Que aflore la autonomía de las voces afectadas, la autonomía del pensamiento y la acción, la autonomía de las redes y los saberes. No contra nadie, puede haber conflicto y cooperación desde la autonomía, pero tampoco sometida a nadie.

* Notas dispersas a partir de conversaciones y lecturas de estos días, con Jun Fujita, Marta y Natasa, amigxs de los talleres, Diego Sztulwark, Fredric Neyrat, Alain Brossat, Tiqqun-Comité Invisible, Blanchot, etc. Se apoyan sobre todo en a lectura de unas cuentas páginas de Llamamiento (Acuarela, 2008)

A nuestros amigos de todo el mundo, desde el centro de la crisis de Covid-19 // Dinamopress

Estamos viviendo tiempos difíciles, pero también nos estamos movilizando para no rendirnos y así preparar nuestro próximo ataque. Reflexiones, escenarios y reivindicaciones en medio del brote de Coronavirus

Hace doce días las escuelas y universidades fueron cerradas. Hace nueve días la región de Lombardía se convirtió en una extensa zona roja. Hace ocho días 30 cárceles fueron incendiadas. Hace siete días suspendimos las manifestaciones que iban a ser una ocasión para la huelga de las mujeres. Esa noche toda Italia fue declarada zona roja. Hace cincio días la mayoría de los comercios y actividades económicas cerraron.

Escribimos desde el ojo de la tormenta. Estamos viviendo una época difícil. Pero también nos estamos organizando para no rendirnos y preparar nuestro próximo ataque.

COVID-19 Y LA CONCIENCIA SOCIAL

En unos días se suspendieron las manifestaciones y las asambleas programadas, las reuniones comenzaron a efectuarse sólo en línea y actualmente estamos confinados a nuestras casas. Este virus tiene un rasgo específico, si comparado con otros riesgos que conscientemente, individual o colectivamente, tomamos en nuestra actividad política. Este virus puede convertir a todos en un riesgo para los demás y para la sociedad en general. Como muchos dicen en estos días, el principal riesgo del Covid-19 es que puede llevar al colapso del sistema nacional de salud.

Esto puede ocurrir principalmente por dos razones: el virus se propaga muy rápidamente y también los enfermos asintomáticos son contagiosos; un porcentaje de los casos debe ser tratado en terapia intensiva. Los sistemas de salud no son iguales en todo el mundo, ni en los diferentes países europeos. La proporción entre las camas de los cuidados intensivos y la población tampoco es la misma. Los datos más recientes que encontramos dicen que Francia tiene 12 camas cada 100 mil habitantes, Italia tiene 11 y el Reino Unido tiene 7. Sólo Alemania es una excepción parcial, con 30 camas. Pero Grecia tiene 5.

Lombardía es una de las regiones más ricas de Europa y tiene uno de los mejores sistemas de sanidad. Sin embargo, también fue el primer sitio del brote de la infección. A pesar del aumento de camas en terapia intensiva, lo que los médicos y enfermeras se ven obligados a hacer en estos días es aplicar los criterios de la llamada “medicina del desastre”. Esto significa que no todo el mundo puede ser tratado y la elección debe hacerse considerando criterios basados en la posibilidad de supervivencia.

¿Qué podría suceder en los países que no tienen un sistema de salud pública? ¿Qué podría suceder en Áfria donde el saqueo colonial empobrece a las sociedades? ¿ Y en América del Sur? ¿Qué podría suceder en los Estados Unidos, donde el acceso a la asistencia sanitaria depende del dinero que se tiene en el bolsillo? Nadie lo sabe, pero nos hemos hecho todas estas preguntas durante estos últimos días. Hasta ahora, evitar las típicas conductas individuales y políticas nos parece más una cuestión de conciencia social y menos una cuestión de control social o un estado de excepción impuesto desde arriba.

EL FINAL DE LA POLITICA?

Claramente no se entra en el reino de la “Ciencia Sagrada” en sólo un par de días, donde la política de repente ya no importa. La epidemia no es la misma para todos. No es la misma para los detenidos, que iniciaron un gran levantamiento, según las cifras proporcionadas por el Ministro de Justicia se han involucrado alrededor de 6 mil personas (10% de ellos encarcelados) y 30 prisiones en 3 días. Decenas de policías han sido heridos, se han producido daños por valor de unos 500 millones, decenas de presos han escapado (aunque sólo 6 siguen en libertad) y 13 de ellos (la mayoría africanos) han muerto. La autoridad dice que todos ellos murieron a causa de una sobredosis de drogas, que fueron robadas de las enfermerías de las cárceles. Ya veremos.

Las cárceles y los centros de detención para migrantes no son un lugar seguro, en particular durante una epidemia. Pero tampoco son lugares seguros para muchas mujeres las casas. La epidemia en China dio lugar a un aumento de la violencia doméstica y en todo el mundo las casas y las relaciones familiares son los principales sitios donde se producen los feminicidios y los abusos. Por esta razón, el movimiento feminista está discutiendo cómo organizar la autodefensa de las mujeres que durante la cuarentena están expuestas a un riesgo mucho más alto de violencia doméstica. Por supuesto, otro gran problema es el de las personas sin hogar, que son alrededor de 40 o 50 mil en Italia, las cuales no tienen un lugar donde quedarse y tampoco pueden encontrar refugio. Estas personas están haciendo frente a enormes problemas debido al cierre de muchos servicios sociales y de atención.

Mientras las redes sociales, los medios de comunicación y los políticos invitaban a la población a quedarse en casa mediante hastagas, declaraciones y decretos, el sindicato de empresarios y propietarios de industrias y empresas ha estado presionando para que los trabajadores sigan trabajando. Esto es lo que la Confidustria (Confederación General de la Industria Italiana) pidió hasta el día antes de que el último decreto del Primer Ministro entrara en vigor y es lo que sigue ocurriendo en muchos lugares de trabajo. Aquí la clase obrera tradicional de las fábricas y la nueva clase obrera empleada en la logística se rebelaron inmediatamente, con huelgas espontáneas deteniendo la producción y la distribución de mercancías. “¿Por qué todo el mundo debe quedarse en casa mientras nosotros tenemos que trabajar?”, “¿Qué garantías tenemos contra el contagio?”, “¿Qué medios para evitar el contagio y respetar las órdenes médicas nos proporcionará?”, estas son algunas de las principales preguntas que los trabajadores están haciendo en estas horas a los propietarios y al gobierno.

Hasta ahora, parece que la epidemia y la situación de emergencia en la que vivimos están lejos de eliminar la política de la vida social. No es el reino de la ciencia o de los policías. Es, de hecho, también el espacio en el que una idea muy radical puede convertirse en sentido común. No es posible saber cuál será el próximo paso y cómo la emergencia transformará las normas del orden social y político. Pero estamos seguros de que este cambio tendrá lugar y que hay un gran espacio para la política, también en condiciones en las que todavía no es posible salir a la calle, reunirse y protestar.

LO QUE ESTAMOS HACIENDO

Como trabajadores precarios, autónomos, freelance, estudiantes, desempleados, migrantes y toda la composición social que no puede beneficiarse de los amortiguadores sociales tradicionales, tenemos una única y clara reivindicación: una renta básicade cuarentena para todos. Estamos organizando una campaña para reforzar esta reivindicación a nivel nacional. Mientras no trabajemos o no nos paguen, todavía tenemos que pagar los alquileres, las facturas, los préstamos y los bienes. Pensamos que esta reivindicación debería unir las diferentes figuras del mercado laboral fragmentado y la diferenciada composición de clase, además debería ser el primer paso para establecer una norma social universal que deberá mantenerse también después del fin de la epidemia.

Pensamos que esto tendría que reivindicarse por lo menos a nivel europeo, que el 1% debe pagar por ello y en general pagar el coste de la epidemia. Impongamos un impuesto a los gigantes de la web, a los súper ricos, a los propietarios, y hagámosles pagar. Necesitamos impuestos sobre las transacciones financieras y sobre los grandes ingresos. También reclamamos: la inmediata requisa de todas las clínicas y hospitales privados; la distribución gratuita de productos básicos; el cese del pago de facturas y alquileres. Los pobres y los débiles no deben pagar por la epidemia.

Hay que aprovechar de esta situación de emergencia, para recordar quién condujo nuestro sistema de salud a este punto por los cortes y las privaciones. Durante esta cuarentena, hay que luchar por un futuro mejor, sentando las bases de nuevas y más fuertes formas y redes de organización política. Al menos a nivel europeo y contra las instituciones financieras europeas que durante estos años han empobrecido nuestras sociedades, en el marco del neoliberalismo y de la austeridad.

Traduzione di Petra Zaccone per dinamopress

Testo originale in inglese

Brasil y el fin del pacto democrático // Tinta Limón Ediciones en Laboratorio Favela, de Marielle Franco.

Introducción de Tinta Limón Ediciones al libro “Laboratorio favela. Violencia y política en Río de Janeiro”, que reúne textos y discursos de Marielle Franco.

“¿Cuántos más tendrán que morir para que esta guerra termine?”

M.F.

Dos años pasaron del asesinato de Marielle Franco. Veinticuatro meses desde que una mujer negra nacida y criada en una de las favelas más grande de Río de Janeiro, militante y lesbiana fue asesinada de tres tiros en la cabeza por un sicario la noche del 14 de marzo, cuando volvía de una actividad política como concejala de la Asamblea Legislativa. Junto a ella fue asesinado, también, el conductor del auto en el que viajaban, Anderson Pedro Gomes.

La propia Fiscal General de la Nación denuncia, en septiembre de 2019, que la investigación es constantemente falseada, desviada de sus autores intelectuales y de las motivaciones del crimen. Fuerzas policiales y/o parapoliciales amenazan y matan a sospechosos y testigos. Políticos, comisarios y abogados montan “puestas en escena” que enturbian la investigación. Las corporaciones mediáticas hacen sus cálculos y aprietes. El mismo presidente Jair Bolsonaro y sus hijos aparecen vinculados directamente con el asesinato.

A dos años del doble crimen muchas preguntas siguen sin respuesta: ¿quién mandó a matar a la quinta concejala más votada de Río de Janeiro? ¿A qué intereses responden los autores materiales del hecho, Ronnie Lessa y Élcio Vieira de Queiroz, ex policías enrolados en el grupo paramilitar Escritorio do crime? ¿Cuál es el vínculo personal y político entre el jefe de esta milicia, Adriano Magalhães da Nóbrega, asesinado en febrero de 2020 por la policía Militar, y Flavio Bolsonaro, senador e hijo mayor del Presidente?

 

El tiempo transcurrido no hace más que confirmar aquello que Marielle venía denunciando públicamente:  el ostensible incremento de la violencia institucional, en especial, por parte de los batallones de la policía militar (BOPE) y el crecimiento de los grupos parapoliciales, conformadas centralmente por agentes y ex agentes de las fuerzas de seguridad. La violencia en Río de Janeiro, como en el resto de Brasil, se recrudece y los asesinatos en manos de las fuerzas de seguridad tocan sus máximos históricos. La policía militar asesinó a 434 personas en los primeros cuatro meses de 2019, un año que comenzó con la incorporación del control aéreo de las favelas mediante helicópteros y francotiradores, que disparan a matar a distancia.

En las zonas pobres de Río de Janeiro se vive un estado de sitio permanente. Las víctimas de la policía brasileña son hombres (99%) jóvenes (78%) negros (75%), en su gran mayoría asesinados por “resistencia a la autoridad” con disparos en la nuca. La expectativa de vida de un joven negro en una favela es de 24 años. El racismo y la guerra social son inocultables. Completa este cuadro la violencia contra las mujeres: 11 mujeres son asesinadas por día en Brasil y 13 violadas por día en el Estado de Río de Janeiro, según advertía la propia Marielle días antes de su asesinato.

Laboratorio Favela es al mismo tiempo una denuncia sobre el carácter punitivista que fue adquiriendo el Estado y el violento accionar de las fuerzas de seguridad sobre las poblaciones pobres. Una política que habilita la suspensión de derechos básicos de la población de la favela, y simultáneamente sostiene y refuerza todos los estigmas que asocia a esta población con la delincuencia.

 

La “cidade maravilhosa” es también un ejemplo brutal del modo depredador en que la fuerza extractiva del capital avanza sobre la ciudad y sus pobladores. Un plan que permite el máximo de negocios (inmobiliarios, turísticos, deportivos) hasta dejarla exhausta y quebrada financieramente. Esta ciudad exhausta y quebrada está intervenida militarmente desde 2018, luego de una década de control poblacional de las favelas.

 

***

 

El cuerpo central de esta publicación está compuesto por la investigación política hecha por Marielle Franco en el 2013, en una “coyuntura caliente”, como señala su colega y amiga Lia de Mattos Rocha. Ese año debían instalarse las Unidades de Policía de Pacificación (UPP) en el Complexo da Maré, una agresiva política de seguridad puesta en práctica por el estado de Río de Janeiro desde 2008 que “criminalizan la pobreza y que tienen como hipótesis que los habitantes de las favelas son cómplices o, por lo menos, conniventes con el crimen”. Dicha investigación fue presentada por Marielle como tesis en la Maestría en Administración en la Universidad Federal Fluminense.

El Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) es la tropa de élite de la policía militar de Río de Janeiro, el pilar sobre el que se yergue el “nuevo” modelo de seguridad pública que busca aproximar la policía a la población hasta hacerla cumplir funciones sociales y comunitarias. Esta política importada desde Colombia, se inscribe en el paradigma de “guerra contra las drogas”.

La “pacificación” implica un shock de orden inicial: policías militares ocupan violentamente los territorios de las favelas como modo de erra- dicar al crimen organizado, vinculado mayormente al tráfico de armas y drogas. Su presencia continua en las favelas vuelve a esta fuerza policial la responsable de regular y garantizar el orden. La violencia extrema es su principal recurso: casi cinco personas son asesinadas por día por la policía, en Río de Janeiro, según datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP).

 

Estas políticas de ocupación territorial que criminalizan a la población de la favela se complementan con la detención y encarcelamiento masivo de personas, jóvenes negros en su abrumadora mayoría. Es la permanencia y centralidad de esta fuerza de ocupación lo que Marielle Franco caracteriza en su investigación –y que también denunciará públicamente– como militarización de la favela. Dicha militarización, agrega, implica la difusión de un clima de sospecha y miedo entre la población.

 

Una política sustentada en la construcción (ideológica) de un sentido común que asocia pobreza con delincuencia, operación que permite suspender o relativizar los derechos de la población.

 

En suma, más que llevar paz a los territorios, la policía militar lleva guerra, una “guerra contra los pobres”. Además, esta política de seguridad está pensada como un discurso eficaz hacia la “opinión pública”, hacia las clases medias atemorizadas por la inseguridad y dispuestas por ello a ignorar las violaciones a los derechos humanos. Cuando no, a desear orden y mano dura al precio de debilitar aún más el frágil pacto democrático que organizaba a la sociedad brasileña.

A juicio del filósofo Vladimir Safatle, en los últimos años Brasil fue entrando en una fase cada vez más explícita de guerra civil en donde el pacto democrático se quiebra en una sociedad que tiende a radicarlizarse. La democracia estalló, no solo por la farsa republicana (el golpe institucional que destituyó a la presidenta electa, el encarcelamiento y proscripción del máximo referente del PT, quien encabezaba las encuestas para las elecciones de 2018), sino también por los niveles de violencia e impunidad con que se maneja la derecha reaccionaria y sus fuerzas de seguridad, una derecha que ignora completamente la diferencia entre la violencia simbólica de la política y la violencia real del exterminio.

Las cifras de asesinatos son contundentes: un promedio de 75 activistas de derechos humanos y ambientales mueren por año en Brasil; cerca de 40 concejales e intendentes o ex intendentes fueron asesinados en todo el territorio nacional el mismo año que mataron a Marielle. En la campaña para las elecciones de 2018 –en las que ella esperaba presentarse para el cargo de vicegobernadora, acompañando al profesor Tarcísio Motta– 79 candidatos fueron asesinados: 63 a concejal, 6 a intendente, 3 a viceintendente, 4 a diputados del estado y 3 a diputados federales. Río de Janeiro fue el estado con más víctimas: 13 candidatos.

 

La violencia aparece hoy en Brasil como una salida plausible para una sociedad deprimida y precarizada. También como salida óptima para una clase empresarial que solo es democrática en tanto el Estado le posibilite niveles de ganancias sin límites legales ni éticos ni políticos. La democracia de la derrota es también la democracia de los negocios sin límites.

 

Contra la guerra, Marielle propone la lógica de la política, la política que se organiza en la comunidad, donde las vidas existen e importan; la política que construye una voz pública sobre la ciudad que investiga, que denuncia, que interpela. Laboratorio Favela recupera esta voz en sus distintas inflexiones: la investigación política sobre la constitución de un Estado Penal; la interpelación parlamentaria que irrumpe en un espacio misógino, patriarcal, racista y clasista; la denuncia pública en la prensa y las redes sobre la violencia mortífera de las poblaciones faveladas y el crimen organizado de las milicias.

 

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La violencia y el terror vueltos elementos estructurales de la gestión de los territorios hace que Marielle se pregunte por el tipo de Estado y las formas que cobra la ciudad moldeada con estas políticas.

 

Esta “nueva” política de seguridad pública –propias de un Estado Penal, que usufructúa mecanismos de represión y encierro para contener a los insatisfechos o excluidos del sistema–, va en sintonía con el fortalecimiento de un modelo de ciudad que se viene macerando desde hace varias décadas. Ciudad marca, ciudad empresa, ciudad de inversiones, ciudad mercancía, ciudad commoditie: una ciudad como plataforma de negocios privados más que como territorio de bienestar para la población que trabaja y la habita.

 

Marielle dice en su tesis que “Río se convirtió en uno de los escenarios más expresivos de los cambios que revientan la dinámica de las grandes metrópolis. Son cambios económicos, inspirados en la planificación empresarial, en los cuales los gobernantes pasaron a administrar una ciudad como si fuera una empresa, y el paso siguiente fue transformar el espacio urbano en mercancía. De ahí la expresión tan recurrente estos últimos años: ‘Río de Janeiro, Ciudad Mercancía’”.

¿Qué modelos de ciudad hay en disputa? Las favelas y las periferias son lugares de producción, de potencia, “donde sus moradores, incluso ante el desfinanciamiento estatal, inventan diversas formas de regular y resistir en la vida”, señala Marielle. En torno de esas resistencias se va construyendo un “derecho a la ciudad” que entra en tensión con las lógicas extractivas y mercantiles. El caso más obvio es la entrada a las favelas del mercado oficial inmobiliario, con sus dinámicas especulativas y sus negociados, que desencadenan procesos de expulsión de los pobladores.

 

Contra la expropiación de los territorios y la mercantilización de la favela, entonces, Marielle Franco hace foco en resistencias culturales y comunitarias, en las organizaciones propias de las favelas, en la tendencia al asociativismo y a la cooperación social. La discusión de fondo, dice, es sobre la soberanía de los territorios y los modos de vida. Las favelas son lugares de lucha y organización social. Luchas por no ser guetificados, por no ser invisibilizados, lucha por el derecho a habitar la ciudad. La pregunta es cómo enfrentar con eficacia la imposición de esta ciudad neoliberal. En la articulación entre autoorganización social y política institucional, Marielle ensayaba las respuestas.

 

* * *

 

El asesinato de Marielle Franco ocurrió poco después del golpe contra Dilma Rousseff y anticipó el ascenso de Bolsonaro, previo encarcelamiento del ex presidente y candidato Lula Da Silva. La cronología que proponemos en este libro permite ver con claridad el auge de un movimiento antidemocrático que en Brasil se muestra como anticipación y modelo para el resto de América Latina. Al mismo tiempo que Marielle nos brinda una poderosa e inspiradora imagen para las luchas de todo el continente, también nos muestra el filo por el que corre la coyuntura latinoamericana.

En Río de Janeiro, la disputa territorial para garantizar los negocios globales nos ofrece una imagen sintética y clara del modo en que opera el capital cuando es aliado de los sectores más conservadores. La articulación de poder financiero y la fuerza militar estatal y paraestatal está hoy en el centro de la política latinoamericana. En este sentido, el caso de Marielle puede ser un llamado de atención, el señalamiento condensado de un conjunto de elementos que dan lugar a Bolsonaro, pero también al golpe en Bolivia o a la represión sin mediaciones democráticas de Chile. Marielle, así vista, es también un espejo donde ver los riesgos que implica hoy en América Latina sostener prácticas de ejercicio real de la soberanía popular.

En una entrevista Marielle señalaba que la izquierda no podía limitarse a prefigurar el mundo de la justicia por venir, que tenía que crear a la par las estructuras que le dieran protección. No replegarse, no asumir el lugar de garantizar el orden –un centro que hoy derrama a la derecha–, es hoy un desafío, no sólo para la izquierda sino para el movimiento social en general, cuando no puede ir más allá de una política conservadora de apelaciones al Estado de derecho e intentos de salvaguardar viejas conquistas del movimiento obrero. Todo, frente a una derecha brutal y desinhibida.

Publicar este libro de Marielle Franco a dos años de su asesinato es una intervención política, un llamado de atención ante la gravedad de la coyuntura. Si su crimen expresa muy bien el nivel de crueldad que admiten hoy las democracias, las investigaciones e intervenciones políticas de Marielle ofrecen claves para contrarrestar la ofensiva de la derecha en la región. Una reivindicación que no la erige como figura romántica, sino que rescata sus acciones y reflexiones como instrumentos de lucha concretos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La sensibilidad política y el gesto plebeyo // Entrevista a Diego Sztulwark

Revista Llegas 

Diego Sztulwark propone un análisis personal de los acontecimientos políticos de los últimos 20 años en La ofensiva sensible. Posestructuralismo y plebeyismo como formas de fuga. 

Todas las épocas tienen conceptos en pugna. Los últimos 4 años Neoliberalismo y Populismo ( o progresismo, o voluntad de inclusión) se acusaban mutuamente de los peores crímenes y pecados: corrupción y derroche, ajuste y represión. Una vez finalizado en 2019 el breve ciclo macrista quedan puntos suspensivos: ¿Qué encubren finalmente estos dos términos? ¿Cómo fue posible que el neoliberalismo del cual nuestra región solo tenía pesadillas pudiera retornar por vía democrática? ¿Por qué fracasó el populismo siendo una lógica de poder que incluye en las dinámicas de consumo y derechos a los olvidados? ¿Puede volver a fracasar en su retorno? En La ofensiva sensible, el sociólogo Diego Sztulwark, intenta teorizar sobre los devenires de la política argentina escapando de las tradiciones rígidas. Sintetizando nociones de DeleuzeGuattari, Foucault, Spinoza, León Rozitchner entre otros la política deja de ser una lengua técnica y  se vuelve un virus que coloniza lo sensible. El libro editado por Caja negra propone una lectura del capitalismo y sus constantes mutaciones: “ Deleuze y Guattari concibieron el funcionamiento del capitalismo como un mecanismo de conjunción de flujos descodificados que tiende hacia sus límites (crisis) para desplazarlos ( relanzamiento)”, “Walter Benjamin concebía el capitalismo como una religión basada en la universalización de la culpa y la deuda y en la conversión del mundo en consumo”, “En el capitalismo contemporáneo las empresas no producen solo mercancías, sino también el mundo en el que estas mercancías funcionan como realización del deseo”.  De fuerte tradición militante (agrupación El Mate, colectivo Situaciones) y teórica Sztulwark busca líneas de fuga a la imposición de tediosos modos de existencia neoliberales: “En el año 79 hubo un encuentro entre representantes de Alemania, Estados Unidos y  Japón¿Qué pasaba? Los estados tenían una sobrecarga de demandas sociales que no podían contener. A partir de ahí el neoliberalismo se organiza para liberar al Estado de estas demandas y que estas vayan directamente al mercado. Y fue un éxito.  Neoliberal es la dinámica de reestructuración de las relaciones sociales que otorgó aún más fuerza al capital por sobre el trabajo, al punto de incluir a la vida entera en la esfera de su valorización. El capitalismo siempre fue eso, pero tuvo ciertos momentos de reformismo, por ejemplo, con el New Deal de Roosevelt posterior a la revolución de Octubre. Si hay una clase obrera que se puede autonomizar: hay que incluirla.  

Hablamos de inclusión. ¿Cómo fue posible que en el 2015 el Kirchnerismo haya perdido las elecciones frente a Macri siendo esta una fuerza que tenía en cuenta la inclusión al consumo de las clases populares cosa que podría advertirse que la nueva administración no iba a contemplar? 

 Cuando ganó Macri todos teníamos una sorpresa. Desde la teoría populista todo estaba dado para una reproducción al infinito, o sea, un pueblo que votaba mayoritariamente a un gobierno que lo beneficiaba y unas condiciones democráticas de resolución de conflictos, más una región que acompañaba ese movimientos, más la soja a buen precio, uno decía es difícil imaginar que por la vía democrática un pueblo que se autosatisface vaya a ser derrotado por vía electoral. Yo creo, como Álvaro García Linera, ex presidente de Bolivia que estos gobiernos incluyen a amplios sectores que habían sido excluidos del consumo y en esa inclusión nacen aspiraciones de tipo de clase media entonces terminan votando como si fueran sujetos de clase media. Lo que nos faltó – sostiene Linera- fue una pedagogía más clara y ahí empieza mi discusión. ¿Realmente es un problema de pedagogía política? ¿De enseñarle a la gente? La idea de que una persona hablándole al pueblo va a educarla es lo que no funcionó, es una teoría inocente de cómo se maneja el deseo de las personas. ¿Por qué no pensamos mejor el consumo? Si nosotros detectamos que el hecho de incluirse en el consumo produce una subjetividad metámonos ahí. El problema no es que aumente el consumo, yo estoy a favor que las clases populares entren en el mayor consumo posible porque es distribución de la riqueza, pero tenemos que pensar que eso viene asociado a un modelo de felicidad, de subjetividad que podemos discutir. Cuando grandes masas entran al mercado alguien vende un montón de mercancías. Hay que pensar de manera más interesante. Hay que politizar el consumo, tomarlo como momento político, no es algo que desde afuera tiene que ser explicado 

El gesto plebeyo. 

La ofensiva sensible surge de una recopilación y corrección de textos publicados en el blog del autor lobosuelto.com (donde también hay entradas de Diego Valeriano y Silvio Lang, entre otros) y se plantea como eje central sobre la posibilidad transformadora de la política, partiendo de una lectura micro-política de la coyuntura argentina entre los años 2001 y 2019. Hay una acción de desmontaje de los hechos más relevantes comprendidos en esos años pero la crítica apunta a cómo los diversas estructuras políticas están sostenidas sobre los modos de existencia: “el comando neoliberal se configura partir del conjunto de estos dispositivos individualizadores (mecanismos de endeudamiento, racionalidad seguritista, representación política y mediatización de la existencia) por medio de los cuales se articulan los modos de vida con la producción del capital” escribe Sztulwark. Sin embargo no se plantea un neonihilismo (“atravesar la decepción, renunciar al discurso utópico, desplazarse del moralismo a la estrategia”) si no que el autor postula un elemento que es fuerza de choque y que se vuelve  incapturable en su complejidad: el plebeyismo.  

Es que hay dos grandes secuencias de gobierno: las populistas, y hay otra tradición llamada neoliberal-conservadora; el capitalismo consiste en una ondulación entre ambos polos. Con respecto a lo plebeyo ocupa un papel totalmente desplazado, porque lo plebeyo no es una forma de poder o gobierno, y actúa como reverso tanto del polo neoliberal en las economías informales, atravesando el mercado, opera también en la forma estatal o política del populismo, bajo las formas de un plebeyismo que no se amolda a las formas tradicionales más estructuradas del populismo que reducen lo popular a lo nacional y a lo estatal. Hay una larga tradición dentro del peronismo revolucionario desde John William Cooke de ser más fiel al plebeyismo que las formas más ordenancistas desde el catolicismo y muy estructurada desde el orden social y la jerarquía. Creo que lo interesante del reverso plebeyo es un gesto irónico, irreverente, igualitarista y libertario que se da tanto como trama del neoliberalismo y del populismo. Es una dinámica de contrapoder que por el momento no es capaz de generar movimientos políticos. Son momentos de contrapoder, toma de la calle, de fiesta desaforado. Es la frase: “no quiero trabajar bajo estas condiciones de precarización y esto puede dar lugar a formas de organización espectaculares o formas más oscuras como el robo o el narco. Yo no festejo eso, tiene una deriva oscura que no me atrae. Si vos seguís la historia del plebeyismo entendés mejor a la clase trabajadora en sus componentes y rebeldíashitos como el 2001, tal vez el Cordobazo, o el 17 de octubre serían pruebas de esto. Mi impresión es que para relanzar un proyecto político o una estética habría que estar atento a esos momentos plebeyos, eso que yo llamo el reverso de lo político: lo que ocurre más allá de esa gestión, lo que ocurre en una suerte de interioridad sumisa, pero que tampoco tiene un horizonte político definido. Negocia con cualquier partido, y tiene un pragmatismo con el Estado, con el mercado, el peronismo. No es del todo recuperable, no hay ninguna política que lo logre agotar. Desborda o se sustrae. Es muy pragmático. 

Correr al pensamiento político de la discusión “teológica”. Tomarlo como un espacio de creatividad es el residuo que deja impregnado La ofensiva sensible de Diego Sztulwark; una creatividad de los afectos: afectos de los que nuestros cuerpos aún no saben nada. 

Por  Juan Ignacio Crespo. 

CREDITO DE FOTOGRAFIA: Moro Anghileri

Cronología de Marielle Franco // Laboratorio favela. Violencia y política en Río de Janeiro, de Marielle Franco (Tinta Limón Ediciones)

Cronología de Marielle Franco
Vida pública y contexto político

Tinta Limón Ediciones acaba de editar el libro “Laboratorio Favela. Violencia y política en Río de Janeiro”. Este material incluye la tesis de maestría de Marielle Franco sobre la militarización de las favelas, discursos y otros textos de la militante y concejala brasileña asesinada el 14 de marzo de 2018. 

Publicar este libro de Marielle Franco a dos años de su asesinato es una intervención política, un llamado de atención ante la gravedad de la coyuntura. Si su crimen expresa el nivel de crueldad que admiten hoy las democracias, las investigaciones e intervenciones políticas de Marielle ofrecen claves para contrarrestar la ofensiva de la derecha en la región. Una reivindicación que no la erige como figura romántica, sino que rescata sus acciones y reflexiones como instrumentos de lucha concretos.

Compartimos acá su cronología, incluida también en el libro. 

1999

Obtiene una vacante en un curso preuniversitario recién inaugura- do en el Centro de Estudios y Acción Solidaria de Maré. Allí se vincula con el profesor de historia Marcelo Freixo, militante del ala izquierda del Partido dos Trabalhadores (PT) y asistente a su vez del historiador católico de izquierdas y diputado federal, Chico Alencar. Ese mismo año queda embarazada de una niña, lo que la impulsa a luchar por los derechos de las mujeres y debatir este tema en las favelas.

 

2001

Inicia su militancia en derechos humanos después de perder una amiga, víctima de una bala perdida, en un tiroteo entre policías y traficantes en el Complejo da Maré.

 

2002

Después de algunos intentos, aprueba el ingreso a la cerrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC), con una beca del Programa Universidad para Todos (Prouni) para estudiantes de Maré.

 

2004

Se escinde del PT una facción de izquierda que da origen al Partido Socialismo y Libertad (PSOL), al que luego Marielle se afilia.

 

2006

Participa de la campaña electoral que lleva a Marcelo Freixo como diputado a la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro.

 

2007

Es nombrada asesora parlamentaria en la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro. Su trabajo se desarrolla en la Comisión de Derechos Humanos presidida por Freixo. Se encarga de seguir casos de violencia policial, brindando apoyo jurídico y psicológico a las familias y exigiendo a las autoridades celeridad en las investigaciones. En esa misma posición actúa junto a familiares de policías militares muertos en servicio, para que sus muertes sean investigadas y sus familias sean amparadas por la ley.

 

2012

Se inscribe para cursar la Maestría en Administración en la Universidad Federal Fluminense (UFF).

 

2013

Junio: Estallan manifestaciones espontáneas en todo Brasil, que reflejan un malestar social difuso que se manifiesta en eslóganes contra las subas de las tarifas de los autobuses municipales, la violencia policial, la precariedad de los servicios públicos y el despilfarro de dinero público para la organización de la Copa Mundial de Fútbol. Las protestas coinciden con el mayor número de huelgas que se recuerden en la historia reciente de Brasil. Es el comienzo, también, de la peor recesión económica que atraviesa el país en los últimos 30 años.

 

2014

29 de septiembre: Defiende su tesis de maestría sobre las Unidades Policiales de Pacificación, que presenta bajo el título “UPP: la reducción de la favela a tres letras: un análisis de la política de seguridad pública en el estado de Río de Janeiro”.

 

2015

De  marzo  de 2015  a marzo  de 2016:  Cada  semana,  se realizan grandes  manifestaciones que piden  la cabeza de la entonces presidenta Dilma Rousseff, y que cuentan con una importante cobertura y fogoneo mediático.

 

2016

12  de  mayo:  El Senado  aprueba el avance  del Impeachment,  por lo cual Dilma Rousseff es suspendida de sus funciones por 180 días. Al día siguiente, asume como presidente interino Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), vicepresidente de Rousseff. A fines de marzo, este partido había abandonado la coalición gobernante que sostenía el gobierno de Rousseff y el Partido de los Trabajadores. La Presidenta depuesta no duda en señalar a Temer como “uno de los jefes de la conspiración”.

5 al 21 de agosto: En simultáneo con los Juegos Olímpicos, se desarrolla en Río de Janeiro la campaña electoral para Intendente y Concejales. Marielle hace una campaña atípica, colectiva y afectiva que logra trascender las zonas donde ya tenía arraigo territorial, y penetra la zona sur, la más rica de la ciudad.

 

31 de agosto: Es destituida Dilma Rousseff y asume como presidente Michel Temer.

 

30  de octubre:  Marielle  es elegida  concejala para  la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro por la coalición Cambiar es posible, conformada por el PSOL y por el Partido Comunista Brasileño (PCB). Es la 5ta candidata más votada en la ciudad con 46.502 votos.



2017

1 de enero: En un acto formal asume como concejala en la Cámara Municipal de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro.

15 de febrero. Interviene por primera vez en la Cámara Municipal. Después de agradecer la presencia de la militancia que la celebra desde las gradas, se enfoca en señalar cuál es la coyuntura en la que está asumiendo, y cuál cree que debe ser la naturaleza del trabajo de representación que va a llevar adelante. Denuncia y caracteriza como misógino el golpe contra Dilma, y se considera expresión de las movilizaciones de 2013, la primavera de las mujeres en 2015 y de una filosofía Ubuntu, que corre del centro el personalismo y coloca en su lugar lo colectivo.

8 de marzo. Da un discurso en la Cámara a propósito del Día de las Mujeres Trabajadoras. La consigna es: “Yo soy porque nosotras somos”. En el mismo mes asume la presidencia de la Comisión de Defensa de la Mujer donde llevará adelante una intensa actividad durante todo el año.

 

2018

16 de febrero: Por medio del Decreto N° 9.288, Michel Temer ordena la intervención federal de Río de Janeiro. Esta iniciativa oficial intenta revertir los muy bajos niveles de aprobación del Presidente y sus dificultades para aprobar las reformas que se propone. Unas semanas después, el PSOL interpone un recurso judicial contra este decreto por considerar desproporcionada la intervención y la denuncia como intento de influir en las elecciones de octubre, a las que Marielle tenía previsto presentarse como candidata a vicegobernadora por el PSOL.

 

28 de febrero: Es nombrada Relatora en la comisión que va a moni- torear la intervención federal en Río de Janeiro. Publica en su cuenta de Facebook:

“¡IMPORTANTE! ¡Hoy Marielle fue elegida relatora en la Comisión que va a monitorear la Intervención Federal en Río!

La Comisión lanzada hoy, tiene como objetiva fiscalizar el Poder Público, visitar territorios, recoger datos, solicitar informaciones y organizar reuniones sobre la Intervención en el Municipio.

*Nosotros sabemos de qué lado estamos, y estamos en contra de esta intervención. Ya tomamos posición sobre esto. Sabemos que es una farsa, con objetivos electorales.

*Por eso vamos a ocupar este espacio cumpliendo nuestro papel de fiscalización, como legisladora municipal.

*En esta primera reunión de lanzamiento, afirmamos la importancia del dialogo con la Sociedad Civil y sugerimos reuniones para que las denuncias de la sociedad sean incorporadas en los expedientes.

*¡El fin de semana vamos a lanzar un sitio web donde vamos a registrar el trabajo de la Comisión! Si querés recibir información sobre esto, escriba “Comisión de Intervención” a nuestro whatsapp.

 

8 de marzo: En la Asamblea Legislativa, Marielle evidencia cifras atroces de violencia contra las mujeres. Una voz masculina grita en el recinto. Ella interrumpe su discurso para denunciar que alguien está defendiendo la dictadura. Y agrega: “No seré interrumpida. No soporto la interrupción de los concejales de esta casa. No soportaré que un ciudadano venga acá y no sepa oír la voz de una mujer electa. Sabemos infelizmente que estos casos no serán la última ni la primera vez”. Termina nombrando a cada una de sus asesoras. Desde la tribuna cantan: “¡Ni una menos, juntas venceremos!”.

 

10 de marzo: Denuncia la intervención violenta del 41° Batallón de Policía Militar que amenaza y aterroriza a los habitantes de la favela de Acari, en la zona norte de Río de Janeiro. Según el Instituto de Seguridad Pública, este Batallón encabeza el ranking de muertes en los últimos cinco años.

 

13 de marzo: Escribe en su cuenta de Twitter: “Un homicidio más de un joven que puede entrar en la cuenta de la PM. Matheus Melo estaba saliendo de la iglesia. ¿Cuántos más tendrán que morir para que esta guerra termine?”.

14 de marzo: Aproximadamente a las 21:30 hs., mientras se dirige en auto a su casa después de participar de la actividad Jóvenes Negras Moviendo las Estructuras, es asesinada a tiros desde otro auto en el centro de Río de Janeiro (Estácio). También asesinan a su chofer, Anderson Pedro Gomes. Las cámaras de seguridad de la zona permanecieron apagadas esa noche. Días después se comprueba que el lote de balas calibre 9 mm del que salieron los disparos pertenecen a la Policía Federal de Brasil. Municiones de la misma partida fueron utilizadas dos años antes en un asesinato múltiple en San Pablo.

15 de marzo: El asesinato provoca una enorme protesta que recorre Brasil y hace epicentro en Río de Janeiro, donde las movilizaciones son inocultablemente masivas. La indignación a nivel internacional es inmediata. La Rede Globo y demás medios hegemónicos le dedican horas pico de su transmisión.

27  de marzo:  Es  atacada  por armas  de fuego la  caravana que traslada a Lula en el estado de Paraná. El gobernador del estado de San Pablo y precandidato presidencial Geraldo Alckmin, justifica el atentado: “Están cosechando lo que sembraron”. Días antes, decenas de personas bloquean la entrada a la ciudad de Passo Fundo en el Estado de Río Grande do Sul, con palos y piedras para impedir el paso de la caravana. Lula encabeza las encuestas con un 35% de intención de votos y en caso de segunda vuelta, es ganador contra cualquier adversario.

 

7 de abril: Sin pruebas reales, Lula es arrestado por orden del juez Sergio Moro, actualmente Ministro de Justicia del presidente Jair Bolsonaro. Su condena se basa únicamente en artículos periodísticos y en la declaración de un estafador convertido en testigo de la acusación pública, hecho por el que recibe una generosa reducción de su propia condena.

 

10 de abril: Durante la campaña para las elecciones presidenciales en Brasil, dos miembros del Partido Social Liberal (PSL), Rodrigo Amorim y Daniel Silveira, rompen una placa en honor a Marielle Franco, ubicada en el centro de Río de Janeiro. Ambos integran el partido de Jair Bolsonaro y ocupan hoy una banca como diputados. Flávio Bolsonaro –hijo del actual Presidente– defendió a los miembros del PSL. “No hicieron otra cosa que restaurar el orden”, dijo. 

 

22 de julio: El diputado federal brasileño y ex oficial militar Jair Bolsonaro se  convierte en el candidato oficial del Partido Social Liberal. Lula crece en las encuestas y duplica en votos a Bolsonaro. Se recrudece la violencia política.

 

8 de agosto: Jair Bolsonaro designa como compañero de fórmula al general Hamilton Mourão, quien en septiembre de 2017, amenazó con una intervención militar en el país.

 

11 de septiembre: Imposibilitado de presentar a su histórico referente, el PT anuncia la candidatura presidencial del ex alcalde de San Pablo, que había sido antes ministro de Educación de Lula, Fernando Haddad.

28 de octubre: Bolsonaro es electo presidente de Brasil en segunda vuelta con 55,13 por ciento de los votos, frente al 44,87 por ciento que consigue alcanzar Haddad.

 

14 de noviembre: A ocho meses, el asesinato de Marielle permanece impune y abundan las irregularidades. Amnistía Internacional denuncia la falta de avances en la investigación y la ausencia de certezas sobre aspectos básicos.

13 de diciembre: La policía de investigación de Río de Janeiro informa que interceptó un plan para asesinar al jefe político de Marielle, el diputado estadual Marcelo Freixo, líder del opositor PSOL. Freixo ya vivía hace 10 años con escolta policial. En abril de ese mismo año, la Secretaría de Seguridad de Río de Janeiro amenaza con retirar su escolta.

 

2019

1 de enero: Jair Bolsonaro asume la presidencia de Brasil.

14 de enero: Balean el auto blindado en el que viajaba la diputada opositora Martha Rocha, en una emboscada similar a la que sufrió Marielle Franco. Su chofer es herido. Ella está amenazada por los grupos parapoliciales que crecen en Río de Janeiro vinculadas a agentes y ex agentes de las fuerzas de seguridad.

21 de enero: Denuncian que Flávio Bolsonaro contrató como asesoras de su gabinete, hasta noviembre de 2018, a la madre (en 2016) y a la espo- sa (en 2017) de Adriano Magalhaes da Nóbrega ex capitán del BOPE y jefe de las fuerzas paramilitares Escritorio do crime, una banda parapolicial de sicarios, surgida de la apropiación ilegal de tierras públicas y privadas. Nóbrega es investigado por el asesinato de Marielle Franco y está prófugo de la justicia.

6 de marzo: La tradicional escola de samba Mangueira es campeona del Carnaval de Río con un tema homenaje a Marielle.

12 de marzo: A dos días de cumplirse un año del asesinato, la división Homicidios de la Policía Civil detiene al autor de los disparos y a quien conducía el auto. El primero, Ronnie Lessa, un sargento jubilado de la policía de Río. El segundo, su cómplice, Vieria de Queiroz, también policía, expulsado de la fuerza por su vinculación con las “milicias”. En particular, con Escritorio do crime. La motivación del crimen, según las investigaciones, sería el avance de acciones comunitarias de la concejala en la Zona Este, territorio de actuación de las milicias. Lessa era vecino del presidente Jair Bolsonaro en un exclusivo complejo del barrio Barra de Tijuca y su hija fue novia de Jair Renan Bolsonaro, el menor de la familia. Por su parte, Vieira de Queiroz era amigo íntimo de la familia Bolsonaro.

14 de marzo: Se cumple un año del asesinato de Marielle. Marchas masivas se realizan en Brasil y manifestaciones en todo el mundo bajo las consignas #QuemMandouMatarMarielle y #FlorescerPorMarielle.

12 de junio: Como balance de sus primeros seis meses de gestión, el gobernador ultraderechista de Río de Janeiro, Wilson Witzel, celebra que “la policía haya perdido el miedo a matar”. Y propone “lanzar un misil” a las favelas y “hacer explotar” a los criminales.

 

18 de septiembre: Antes de dejar su cargo, la fiscal general de Brasil, denuncia que se está falseando la investigación para desviarla del o los autores intelectuales del crimen.

3 de octubre: La mujer del sicario Ronnie Lessa, Elaine, junto a su cuñado, Bruno Figueredo, y otras dos personas (Márcio Montalvo y Josinaldo Freitas) son detenidos como sospechosos de descartar en el mar de Barra de Tijuca, al oeste de Río de Janeiro, una caja con armas, entre las cuales estaba la usada para matar a Marielle Franco.

25 de octubre: La fiscalía de Brasil acusa por primera vez formalmente a un sospechoso de ser el autor intelectual del asesinato. Se trata de Domingos Brazao, exconsejero del Tribunal de Cuentas de Río. La fisca- lía afirma que Brazao diseñó el homicidio y, para quedar impune, pro- movió la difusión de noticias falsas sobre los responsables del homicidio.

30 de octubre: En horario central, una investigación de la TV Globo vincula a Bolsonaro con los asesinos materiales de Marielle. El presiden- te de Brasil, lo desmiente rápidamente con un video en vivo desde Arabia Saudita, donde se encuentra de gira y dice que la “izquierda” quiere en- volver a su hijo en el atentado.

8 de noviembre: El Supremo Tribunal de Justicia decide modificar su doctrina de prisión preventiva y en una votación de 5 a 6, libera al ex presidente Lula Da Silva, preso en la cárcel de Curitiva durante 579 días. Al día siguiente, frente a una multitud en la sede del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos en la ciudad de San Bernardo de Campo pide justicia por el asesinato de Marielle Franco.

 

2020

 

9 de febrero: La policía de elite de Río de Janeiro, con colaboración de agentes de Bahía, asesina en medio de un operativo de detención a Adriano Magalhaes da Nóbrega, jefe prófugo de la Oficina del crimen. La fiscalía sostiene que el ex BOPE era amigo de Fabricio Queiroz, ex asesor del hoy senador Flávio Bolsonaro, uno de los hijos del Presidente, en su etapa como diputado de Río de Janeiro. Adriano fue honrado en 2005 por Flávio Bolsonaro con la Medalla Tiradentes, el más alto honor de la Asamblea Legislativa.

14 de marzo: Se cumplen dos años del asesinato de Marielle y aún los autores intelectuales siguen sin ser identificados. 

 

“Hay muy poca democracia” // Entrevista a Jacques Rancière

Desde París, el filósofo sostiene que la crisis política radica en la representación y que, a la luz de las protestas mundiales, hay que devolverle significación al sujeto pueblo.

Por Alejandra Varela

Para Jacques Rancière la democracia no se limita a la variedad de ejemplos que se amontonan con ese nombre a lo largo del mundo. Cuando se produce una alteración de los marcos de lo sensible, de los lugares asignados a los sujetos, de sus acciones y de la palabra como el arma insospechada que autoriza a ocupar una posición nueva en la distribución de un orden –que el filósofo francés define como “policial”–, la política se convierte en una herramienta capaz de ser usada por los seres más desconcertantes. Rancière escribió sobre el mundo obrero, fue discípulo de Louis Althusser, de quien se distanció durante el Mayo Francés por diferencias ideológicas. Siguió escribiendo sobre ideología, la lucha de clases y la igualdad. En su libro, El maestro ignorante. Cinco lecciones para la emancipación intelectual (1987), describe el método revolucionario que el pedagogo Joseph Jacotot puso en acción tras la Revolución francesa, donde establece lazos horizontales entre docentes y estudiantes. También se dedicó a escribir sobre estética y cine.

En Disenso. Ensayos sobre estética y política (Fondo de Cultura Económica) Rancière se ocupa de esos momentos donde la política y el arte señalan una disociación entre la presentación de lo sensible y las formas de hacer sentido. Pero todo ocurre mediante procedimientos: no son los enunciados los que generan la política. Se trata de la excepción que propicia la lectura de un libro por el ser más impensado o de un acontecimiento donde un grupo de personas que parecían descartadas en los códigos del sistema social, transforman su palabra en la expresión de un destello de igualdad.

Jacques Rancière
Foto: María Eugenia Cerutti

Jacques Rancière Foto: María Eugenia Cerutti

El consenso es para Rancière –que participa de esta entrevista desde París por correo electrónico–, el mecanismo que hace del sentido común, de la concordancia entre los discursos y la lectura de la realidad, una estrategia policial para disuadir todo pensamiento. El disenso, para este autor que no deja de identificar al Mayo de 1968 como la inspiración guardada en el cuerpo de los diferentes movimientos sociales, es tan imprescindible como revolucionario. Rancière discute en este libro, que recopila una serie de artículos de distintas etapas de su producción, con intelectuales como Giorgio Agamben quien descarta las posibilidades de intervención del sujeto. Para el filósofo francés, las personas pueden demostrar en su acción la inconsistencia de las jerarquías sociales como la cualidad exclusiva que permite acceder al poder.

–En un contexto donde la democracia se asocia cada vez más a la idea de consenso, ¿con qué nociones o sistemas se familiariza?

Por un sentido común polémico

–La idea originaria de democracia es la de un poder específico ejercido por quienes no tienen un título particular para ejercer ese poder; un poder paradojal en relación al inventario de formas normales de poder que están fundadas en la superioridad. Entonces es verdad que la idea de democracia es subversiva en su origen mismo porque se opone a todas las formas y todas las legitimaciones normales del poder. Esto no quiere decir que solo hay democracia en las revoluciones, significa que la democracia no es asimilable a un tipo de estado o de sociedad. La versión dominante, sostenida por nuestros gobiernos y sus ideólogos , es totalmente diferente. Ellos identifican la democracia con el sistema representativo. Pero el sistema representativo, en sus fundamentos, es el gobierno de la sociedad por aquellos que tienen un título específico, las élites naturales que se colocan como las únicas apropiadas para representar los intereses comunes de la sociedad. Hoy estas élites naturales están representadas por una clase política que se auto reproduce por el sistema electoral y que trabaja en simbiosis con el poder financiero. Lo que hoy se llama “consenso” es la construcción de formas de percepción y de inteligibilidad que definen el sentido de lo real apropiado para respaldar ese poder. Porque los que gobiernan lo hacen en nombre de una presunta objetividad que pretende definir el terreno mismo sobre el que es posible elegir .En estas condiciones, la actividad democrática es la que rechaza esta pseudo objetividad y construye otra forma de mundo común basado en la capacidad de cualquier persona. Esto no quiere decir que la democracia es la revolución permanente. Es una potencia, una fuerza heterogénea en relación al sistema oligárquico que se da a sí mismo el nombre de democracia.

Jacques Rancière en abril de 1987.

Jacques Rancière en abril de 1987.

–Frente a las movilizaciones que ocurren en este momento en varios lugares del mundo se habla de crisis de la democracia ¿Qué es lo que está en riesgo exactamente?

–No puede haber crisis de la democracia donde no hay democracia. Lo que llaman “crisis de las democracias” solo concierne al sistema representativo. El sistema parlamentario ha sido tironeado históricamente por las presiones contrarias de fuerzas oligárquicas y de fuerzas democráticas. En las últimas décadas prevalecieron las fuerzas oligárquicas y este sistema ha dado un marcado giro autoritario en todas partes. El sistema electoral mayoritario hace que la representación parlamentaria esté apropiada por dos bloques que gobiernan en alternancia y que practican, en esencia, la misma política. Esto hace que los bloques de izquierda y de derecha, que se disputaban el poder, tengan programas cada vez más indiscernibles. La izquierda crea la idea de un “verdadero pueblo”, no representado, un pueblo humillado y traicionado que los partidos de extrema derecha o los líderes carismáticos pretenden encarnar. Esto se ha convertido en el funcionamiento normal y no hay ninguna razón para llamarlo crisis de la democracia. Pero la idea de crisis tiene la ventaja de suponer que la “curación” debe ser dejada a los médicos expertos. Y también que el mal o el origen de esta crisis viene porque hay de demasiada democracia cuando, en realidad, hay muy poca .

–Si pensamos los conceptos de pueblo y multitud ¿Podríamos decir que la multitud tiende más a integrar que a separar (en relación a hacer del conflicto un modo de pensamiento) y, por esta razón está más cerca de ser atrapada por el consenso?

–No hay una definición objetiva de los términos pueblo, multitud o masa. Dicho esto, “pueblo” es un término general que designa más un concepto político que una realidad material. En contraposición, cuando hablamos de “multitud” designamos un agrupamiento real de personas caracterizado por cierta tendencia gregaria. El pensamiento antidemocrático ha identificado al pueblo con la multitud para decir que el pueblo no es un actor político responsable, es solamente una reunión de gente animada por una lógica gregaria que sigue ciegamente las ordenes de sus líderes. La psicología de las masas se desarrolló en Francia después de la insurrección obrera de la Comuna de París para hacer de esta insurrección y de los movimientos obreros en general, la acción de una multitud de gente brutal y crédula entrenada por estos líderes. Multitud puede tener hoy connotaciones menos negativas pero, en general, es el concepto de un colectivo infrapolítico o una manada brutal o, al contrario, una masa apática y subordinada.

–¿Y en relación al concepto de pueblo?

–Sería el momento de devolverle su plena significación de sujeto político. Pensamos que la palabra pueblo designa un sujeto sustancial cuyas elecciones, opiniones y humores se traducen en política. Pero no hay pueblo antes de la política. Un pueblo es el resultado de un juego de instituciones y de acciones. El sistema representativo crea un pueblo: el que pone las boletas en las urnas electorales. La acción democrática opone a ese pueblo consensual, un pueblo disensual es decir, un colectivo de iguales implementando una inteligencia que formula sus propias preguntas y corre los límites de lo que se entiende cómo política.

–El modo en que usted define la política y el sujeto político implica una distribución de lo sensible que está destinada a cambiar. ¿ Cómo hacer de esa transformación algo permanente que no implique reducir la política a lo estatal?

–Es necesario ver las cosas en términos de conflictos de temporalidades. Política y policía implican temporalidades diferentes. Desde el punto de vista de la política, no existe un grupo destinado a ocupar el poder del estado. En consecuencia, esta ocupación no puede ser más que temporaria. Para la policía, por el contrario, el gobierno es la gestión del curso del mundo y debe ser confiada a personas que tienen cualidades para hacerlo. Esto quiere decir que su ejercicio no tiene un límite definido. Los tiempos de la policía no son simplemente los tiempos de la permanencia institucional. Es un tiempo impulsado por una dinámica de destrucción de la política. La lógica policial tiende a devorar los tiempos de la política. Entonces el problema no es simplemente dar una forma estable al acontecimiento insurrecto. Es la de combatir la tendencia natural de la lógica policial que no consiste simplemente en reproducirse sino también en prohibir otro tiempo que no sea el suyo. Miremos la manera en que el proceso electoral, en principio destinado a limitar el poderío del estado, deviene en un momento integrado a la vida de ese estado. Por supuesto, podemos también crear contra instituciones pero las contra instituciones verdaderamente eficaces son aquellas que nacieron de las rupturas concretas en la continuidad de la dominación policial. La acción política democrática puede inscribirse perfectamente a largo plazo pero esta acción prolongada procederá siempre operando discontinuidades.

–Usted no piensa la política en términos de ocupación del poder estatal pero en la acción que genera el disenso ¿no se construye otra forma de poder?

–Para mí lo importarte es la oposición entre dos ideas de poder. El poder “sobre”, como una forma de dominación de un grupo sobre otro y el poder “de”, ejercido como la capacidad de hacer. Es lo que implica mi análisis de la democracia como un poder que no se define por el ejercicio de una superioridad. Este poder debe definirse como la capacidad de pensar y de actuar en común que los iguales ejercen en tanto que iguales. Me parece que es precisamente lo que ponen en acción todos los movimientos democráticos que se manifestaron en estos últimos diez años, desde la primavera árabe hasta los recientes movimientos en Argelia, en Chile o en Hong Kong, pasando por todos los movimientos “Occupy”. Existe la oposición de dos ideas y dos prácticas de poder que difieren de la idea clásica donde los partidos revolucionarios de vanguardia compartían la misma visión del poder que el orden dominante.

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El ateísmo del ritmo // Henri Meschonnic

Traducido por: Hugo Savino en Entrelazos

Como esas flechas que toman cuerpo en los cuadros de Klee, la crítica del ritmo es traversera. Atraviesa las Letras. Solitaria pero comunicativa. Homero cuenta que los dioses se reían. Hay una risa de la teoría que resuena a través del juego del lenguaje. La risa del ritmo. Ciclistas burlones, burladores burlados. Tengan cuidado  no sea que se les enrede el pie en la métrica. Social. Se encontrarán en la línea de partida. Hay que empezar todo de nuevo.

El ritmo es el poema del sujeto, de cada sujeto, en la medida en que es su desconocido. Escribir solo es escribir si modifica nuestro lenguaje. Pero puede suceder de otra manera. También tiene sus intermitencias. Cada vez un oficio nuevo. Un olvido para un saber. Cada uno su cosa. No es una propiedad. No se es propietario de esa cosa.

El ritmo le da su gusto al tiempo, hace del lenguaje una materia del tiempo. Por él una vida se convierte en una frase y su fraseo juntos.

No más irracional que usted y que yo. Sin embargo irreductible al signo. La irracionalización del ritmo por medio  signo es a la vez una parte del signo y su separación del sentido, su rechazo por medio de la razón. Solidario de las otras irracionalizaciones.

El desafío social y político de la teoría del lenguaje está    relacionado absolutamente con el estatuto del ritmo. Con su historicidad radical. Que es su infinito. El infinito de la significancia. Que ninguna empresa totalizadora puede entender, o encerrar.

Si el sujeto participa de este infinito, él es su propio ritmo. Entonces el ritmo tal vez no es otra cosa que la lucha contra lo sagrado y su divinización, que son la alienación principal, hasta la aniquilación, del sujeto.

Es el ateísmo del ritmo. En y por el lenguaje como historicidad radical y ética del sujeto. Dado que el sujeto no es más que uno de los nombres y de los efectos del ritmo. Su pasar. De esta manera el ritmo aparece, extrañamente, como el enemigo y el rival de lo religioso. Más precisamente, del lazo que se presupone entre la ética y lo religioso. Y de la heterogeneidad entre la ciencia, la ética y la estética.

La literatura y el arte – pero las artes del lenguaje más que todas las otras, porque ellas son y porque hacen el lenguaje –, cualquiera sea el vínculo que tengan con los mundos de lo religioso, y hasta con el arte religioso, son, por el ritmo, radicalmente ateas. Irreductibles ritmos. Son sujeto, en la medida de eso que las hace arte. Es algo de un orden muy diferente al de la relación con lo divino o la santidad.

Son ritmo, sujeto, contra su propia historia, que tiende a hacer de ella misma algo religioso. A participar de lo sagrado hasta en la materia lenguaje, y lengua. Entonces solamente las lenguas de la santidad se convierten en lenguas sagradas. La idolatría en el lenguaje. Apunta a ciertas mayúsculas.

Las tradiciones, literarias, culturales, y las ideas sobre el genio de las lenguas, desempeñan este papel de sacralizadores. Se puede tener que escribir tanto contra su lengua como en ella. Contra su «belleza».

La solidaridad única entre ritmo y sujeto hace al mismo tiempo la parábola de la modernidad en eso que ella tiene de imperceptible en el presente. Y, por qué no, en el presente de lo retroactivo. Porque este ateísmo específico es invisible, inaudible en los otros lugares de lo social que hacen resonar signo, que están plagados de sus paradigmas que conjugan lo religioso que les es propio.

El ritmo no separa ni tampoco yuxtapone la estética y la ética en beneficio de la estética. La solidaridad, la continuidad entre lenguaje, lengua y literatura, lenguaje e historia, no apunta al contrario más que a reconocer la continuidad de los sujetos, su radical historicidad, su sociabilidad, por el ritmo como invención de conjunto.

En suma, el ritmo es una semántica y una ética de la historicidad: una poética de la sociedad por medio de una poética del lenguaje. Ambas necesarias a un pensamiento de lo político. Que no sabe nada de la poética, y no quiere saberlo.

Dossier: Henri Meschonic

 
 

Eliminar todo lo que vagabundea // Amador Fernández-Savater

“Anunciaron que preferían ser ilegales durante un año en el bosque de Sherwood que presidente de los Estados Unidos” (Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer)


“Quedarse parado en una esquina sin esperar a nadie, eso es el Poder” (Gregory Corso)

¿Hay continuidades entre el fascismo clásico de los años veinte y treinta del siglo pasado y lo que hoy vemos emerger un poco por todas partes, aún sin un nombre preciso, sólo con algunos nombres propios: Trump, Bolsonaro, Le Pen, Salvini, Orban, etcétera? Nos parece que podemos sugerir al menos una: el odio hacia todo lo que vagabundea. Aunque lo que vagabundea sea el mismo vagabundo a lo largo del tiempo y cambie de forma. Proponemos nuestra intuición o conjetura —no llega a hipótesis— a partir de cinco escenas.

1. Racismo de Estado

En Los maestros pensadores (1977),1 André Glucksmann enuncia esta tesis: el antisemitismo de los siglos XIX y XX está vinculado estrechamente a la voluntad de Estado. Allí donde la prioridad es construir o fortalecer el Estado —homogeneizar los territorios, las lenguas y los hábitos, acabar con la fragmentación del poder (en órdenes, en principados), instaurar la ley única e indivisible, construir un poder centrado y visible, etcétera—, el judío aparece como lo que no encaja.
Cuanto más fuerte es la voluntad de Estado —entre los intelectuales, los dirigentes políticos y los pueblos— mayor es el antisemitismo. Y al revés. Glucksmann cita como ejemplo el caso del pueblo italiano, que rechaza el racismo y no se deja capturar por el odio a pesar de que la doctrina oficial del Estado fascista es antisemita durante veinte años.

Los italianos se dejan movilizar [en la guerra del 14] con gran dificultad. No son antisemitas y no tienen el culto del Estado. Esto explica aquello.

Pueblo errante, apego a la propia particularidad, animal sin patria… Desde la óptica del Estado, el judío es una zona de opacidad sospechosa, un resto inasimilable, una anomalía en el cuerpo orgánico de la sociedad, una alteridad a la que se acusa de privilegio, una forma de vida heterogénea a la que se le reprocha ser hostil a la vida del conjunto, un peligroso “Estado dentro del Estado”.
El antisemitismo no es religioso, ni puramente económico: lo que levanta todos los recelos es una forma de vida no estatal. No el anticristo, sino el antiestado. El judío acampa en la tierra de los faraones, pero no se integra en la vida política y tampoco abjura de su autonomía tribal.

Judía es toda forma de comunidad extraestatal, toda vida colectiva al margen del control de la administración central, toda posibilidad subversiva en la que el individuo escape a la alternativa entre vida privada y servicio público.

Cuando se apunta a los judíos, se apunta a todo lo que se fuga, lo que desafía las fronteras y las disciplinas, lo que obstaculiza la unificación abstracta de los territorios, las lenguas y las formas de vida. A los grupos sin vocación estatal. “Lo judío” no son sólo los judíos, sino todo lo que vagabundea, esos mundos que se acabarán encerrando finalmente en los campos de concentración: gitanos, homosexuales, locos…
Esta “forma de comunidad”, esta “vida colectiva”, esta “posibilidad de subversión” hay que segregarla del cuerpo sano de la sociedad para evitar el riesgo de contagio e infección: depurar, filtrar, separar cuidadosamente al judío del resto de la comunidad, separar al judío de lo humano mismo. Para ello se aplica sobre él la “imagen de enemigo”:2 se disparata sobre su voluntad y capacidad de hacer daño, su figura se vacía completamente de humanidad, hasta que no es más que el “piojo” que podemos borrar de un plumazo deportándolo a un campo.
Lo que escapa, lo que se desvía, lo que vagabundea, lo que resiste, lo que acampa sin permiso, recibe en el libro de Glucksmann el nombre de “plebe”. Lo judío es un nombre de la plebe.

Pedro F. Miret. 1958. Archivo Miret

2. Hay plebe en todas las clases

Al mismo tiempo que Glucksmann y en sintonía con él, Michel Foucault propone también la figura de “la plebe”3 para dar cuenta de “lo otro” del poder y la política, en discusión con el marxismo, la lógica dialéctica y la noción del proletariado como “sujeto histórico”.
Mientras que en la lógica formal dialéctica los elementos en juego aparecen totalizados en la unidad abstracta de la “contradicción”, que asigna a cada agente-sujeto posición e identidad en una conflictualidad determinada de antemano (clase-lucha de clases, proletariado-negatividad), la noción de plebe nos permite pensar de forma radicalmente distinta tanto la lucha como lo que lucha.4
En primer lugar, la plebe no es una realidad sociológica: ni un grupo, ni una colección de individuos determinada, ni un sector objetivable, sino más bien una falla que atraviesa las identidades dadas en zigzag.

Hay plebe en los cuerpos, en las almas, en los individuos, en el proletariado, también en la burguesía, pero con una extensión, unas formas, unas energías y unas irreductibilidades diversas.

Si el proletariado es uno de los polos de la contradicción, la plebe perfora la propia contradicción y divide en dos al mismo proletario: está el que defiende el trabajo asalariado y el que se fuga de él, ¡a veces el mismo! Otro tanto ocurre con la burguesía, ella también está dividida por todos los comportamientos que la “traicionan” desde dentro: los jóvenes que escapan de su destino como burgueses, se desclasan y buscan otros modos de vida, etcétera.
El poder y la resistencia no se deducen simplemente desde el marcaje de un cuerpo por una posición social o una identidad, sino que pasan por un tipo de actitud, disposición o actividad. Es decir: no sólo existe “lo que uno es”, burgués o proletario, blanco o negro, hombre o mujer, sino “cómo se es lo que se es”. En ese cómo reside la posibilidad plebeya.
En segundo lugar, la plebe no existe como esencia o sustancia, como fondo o naturaleza humana, como sujeto o agente histórico a priori, sino sólo como acción, manifestación, acontecimiento. No existe “la” plebe, pero “hay plebe”, como cuando decimos “no hay amistad pero hay pruebas de amistad”. Hay pruebas de existencia de la plebe: ciertos actos, ciertas palabras, ciertos comportamientos. La plebe es algo que pasa, y si no pasa no existe. La subversión no es una identidad, sino una práctica.
¿Qué tipo de práctica? Un gesto de escapada, un movimiento de desobediencia, una energía centrífuga. La plebe es “segunda” con respecto al poder, una reacción o una respuesta, pero no un simple eco o un reflejo, sino una réplica creadora que distribuye nuevamente las cosas. La resistencia de la plebe no opone al poder una trinchera, una fuerza de contención, un peso inerte, sino una dinámica, una acción, un contra-movimiento.
Por último, la plebe es un “punto de vista”: una perspectiva a través de la cual mirar el mundo y analizar los dispositivos de poder. Mirar desde los agujeros, las fallas y las fisuras nos permite no ver las relaciones de poder como omnipotentes y eternas, y producir un conocimiento estratégico y no moral: la descripción, más que el juicio, del funcionamiento de los dispositivos que nos tienen atrapados.

Pedro F. Miret. 1958. Archivo Miret

3. El orgullo de una vida soberana

Si Jack Kerouac es un autor muy político, no lo es tanto por sus posiciones o declaraciones públicas como por la práctica misma de su escritura. Los mundos que convoca en ella y transcribe, la transfiguración de ellos que consigue. La crítica es en primer lugar un punto de vista. Kerouac es por eso justamente un escritor “plebeyo”: mira el mundo desde “lo otro” del poder.
En “La extinción del vagabundo americano”,5 un texto bellísimo montado a partir de esbozos, de pinturas, Kerouac toma partido —es decir, el punto de vista, el punto de vida— de la plebe vagabunda de Estados Unidos frente a los patrulleros policiales y la criminalización de los medios.
Kerouac no describe a los vagabundos desde la carencia o la falta, desde el crimen o la amenaza. No mira desde el Estado. Sin idealizarlos tampoco, pone su foco en la potencia y la belleza del vagabundeo: como pulsión, como forma de vida, como aventura, como fuerza que empuja las piernas a ponerse en marcha, a moverse y desplazarse.
El vagabundo, como hoy el migrante, no se define entonces por no tener algo, techo o dinero. Tiene experiencias, habla muchas lenguas, ha atravesado países o estados, conoce mil estrategias para adaptarse a lugares desconocidos, sabe mil historias, posee todo un potencial de plasticidad en su cuerpo.
Kerouac mira con nostalgia otras épocas donde la sociedad no era tan dura con los vagabundos. Hubo ciertos momentos en la historia donde el vagabundo tenía un cierto papel social desde el que hacía su propia aportación. En su pobreza se podía descubrir una gran riqueza.

En la época de Brueghel, los niños bailaban alrededor del vagabundo, que usaba ropas grandes y harapientas y miraba siempre hacia adelante, indiferente; a las familias no les importaba que los hijos jugaran con el vagabundo, era algo natural. – Pero hoy las madres agarran fuerte del brazo a sus hijos cuando el vagabundo anda cerca, porque los diarios convirtieron al vagabundo en el violador, el estrangulador, el devorador de niños. -No aceptes nunca caramelos de un extraño. El vagabundo de Brueghel y el vagabundo actual son iguales, pero los niños son diferentes.

A lo largo del texto, el concepto de vagabundo de Kerouac se amplía e incluye a algunos sin-hogar muy especiales: Beethoven, “un vagabundo que escuchaba la luz arrodillado”; Einstein, “el vagabundo con tricota de lana”; Li Po, “también un vagabundo poderoso”; Jesús, “un raro vagabundo que logró caminar sobre las aguas”; o Buda, “un vagabundo que no prestaba atención a los otros vagabundos”. Vagabundo es todo aquel que se fuga de los campos ya establecidos y abre nuevos caminos posibles, en la calle, en la música, en la ciencia, en la poesía, en la espiritualidad…
“El vagabundo nace del orgullo”. Ese orgullo es la afirmación de una vida soberana que no acepta el sacrificio del trabajo, que no intercambia el tiempo de existencia por dinero, que no es medio o herramienta de un fin ajeno, que no queda localizado estrictamente en un espacio y unos gestos determinados, que no depende de ninguna comunidad establecida, sino que en todo caso puede asociarse puntualmente con otros vagabundos amigos por el camino…
Pero la policía acecha. Persiguen todo lo que se mueve en sus grandes patrulleros. “No saben qué hacer consigo mismos en sus coches de policía de cinco mil dólares con radios de dos vías al estilo Dick Tracy, salvo perseguir cualquier cosa que se mueva de noche y de día”. Los policías que persiguen vagabundos no saben qué hacer con su tiempo, no aguantan el silencio ni tampoco a sí mismos. Son pobres en experiencia, el reverso completo del vagabundo.
La televisión diaboliza a los vagabundos, a todo aquel que escapa a las leyes del trabajo y la normalidad, como monstruos, como criminales, como el mal. La policía se encarga de vigilarlos y detenerlos. Hay que impedir el contagio con la gente “honesta”, “buena” y “trabajadora”, segregar al vagabundo del resto de la sociedad.

Pedro F. Miret. 1958. Archivo Miret

4. El deseo vagabundo

Economía libidinal (1974)6 es un libro de Jean-François Lyotard dedicado a pensar el deseo. Pero buscaremos en vano una definición de deseo a lo largo de sus páginas. Hay que buscarla de otra forma, por ejemplo observando los verbos que Lyotard asocia al deseo. No lo que es, sino lo que hace: carga y descarga, inviste y desaloja, se desplaza y nos desplaza.
El deseo pasa. Su modo de ser es el pase, el pasar, el pasaje. Pasa y nos pasa, nosotros pasamos con él, somos pasados por él, atravesados, arrastrados casi involuntariamente, hacia nuevos paisajes, sentidos, focos de actividad, etc. El deseo no simplemente se representa en un teatro íntimo o social, sino que da lugar, hace hacer, nos pone en movimiento.
Ese pasar no es exactamente un movimiento. Un deseo puede atravesarnos en la inmovilidad. Es una fuerza de metamorfosis y no sólo de circulación. Lo que circula puede moverse idéntico a sí mismo. Lo que pasa son intensidades que transforman y nos transforman. Beethoven, Buda, Li Po, Cristo, vagabundos del deseo
El deseo “acampa”, como los judíos en la tierra de los faraones, pero no pertenece a ningún sitio. Se posa por un tiempo indefinido (¿un día? ¿una vida?), pero luego sigue su camino. Podríamos decir incluso: el deseo engendra, su propio pasar engendra la superficie por la que pasa. El calor del viaje de deseo crea nueva tierra. Y ese viaje tiene su propia ley, una ley interna, inmanente.
Desplazamiento de las energías, deriva de los continentes, el deseo se desvía de los límites que lo quieren fijar a tal objetivo, a tal institución, a tal registro. Fuga por tierras desconocidas, pero no como el conquistador que busca dominar los nuevos territorios, sino como el vagabundo que multiplica los recorridos posibles a través de un espacio a la vez descubierto e inventado.

Pedro F. Miret. 1958. Archivo Miret

5. Racismo de mercado

Alana Moraes, activista brasileña, recoge el siguiente dato significativo para entender la victoria de Bolsonaro en los comicios de 2018: la campaña electoral que le aupó el poder estuvo focalizada contra los vagabundos.7 Bolsonaro asumía la demanda de algunos sectores de la policía brasileña de poder disparar impunemente contra los sin-techo. La “seguridad” por encima del derecho a la vida.
Pero la definición de “vagabundo” pronto desbordó la identificación con los sin-hogar para incluir todo aquello que resulta una “amenaza” contra “el gran y productivo Brasil”: el Brasil del evangelismo, el agrobusiness, el orden policial, etc. Feministas, negros y negras de las periferias, indígenas, izquierdistas, gays… Los vagabundos son todos los que se desvían de las normas de orden y productividad. Todo lo que atenta contra la patria y la empresa, la patria-empresa, la patria como empresa.
Un cierto salto, un cierto desplazamiento. El fascismo clásico fue el ideal de plegar el mundo al poder del Estado. Había que eliminar para ello todo lo que “no encajaba” en la ley estatal: judíos, homosexuales, locos… El fascismo posmoderno es la tentativa de plegar el mundo a la lógica de mercado. Hay que eliminar para ello lo que no encaja en la norma de productividad total.
Glucksmann habla de un “racismo de Estado” en el caso de los judíos. Hoy podríamos hablar de un “racismo de mercado”, siempre que tengamos en cuenta que el Estado en el neoliberalismo sigue bien operativo pero subordinado a las lógicas de empresa. Si lo que se atacaba en “lo judío” era una cierta autonomía de la existencia con respecto al Estado, lo que se ataca hoy es la autonomía de la vida con respecto al mercado.
Como explica Alana Moraes, los “vagabundos” que Bolsonaro promete eliminar son personas y colectivos que disfrutan de tiempo libre, organizan fiestas y encuentros, mantienen una relación afirmativa con el cuerpo y el placer, hacen un uso no propietario de la riqueza. No sacrifican la vida a la lógica de beneficio. La figura por excelencia del “vagabundo” sería Marielle Franco, asesinada justamente por ser “una mujer feminista, negra e hija de la favela” como ella misma se definía con orgullo. El orgullo de la vida soberana.
El fascismo posmoderno, según Diego Sztulwark en su ensayo La ofensiva sensible8, sería una exasperación de lo neoliberal. ¿En qué sentido “exasperación”?
El neoliberalismo trabaja cotidianamente la “fijación” de la naturaleza vagabunda del deseo: su subordinación a la realización y el consumo de mercancías. Ese deseo vagabundo, que nos atraviesa y nos mueve, que nos desplaza y se desvía, debe ser “localizado” y “atado”. El deseo queda así en “arresto domiciliario”, pero no porque se lo encadene a un solo lugar (el capital circula), sino porque es canalizado a través de un único circuito. Sólo “vale” lo que encaja en la ley del Valor.
El neoliberalismo no es un vagabundo, sino un conquistador. Lo suyo no es la fuga, el viaje de deseo, sino el movimiento expansivo de apropiación de más y más pedazos de realidad. La conquista, el deseo-de-conquista, es deseo de imperio, deseo imperial. Anhelo y pasión de un cuerpo pleno y total, siempre frustrado en su afán, en permanente caza y captura de nuevas tierras y capas del ser que incorporar.
El fascismo neoliberal, según Sztulwark, sería la cara intolerante y militarizada de esta política sobre el deseo: el “odio” contra todo lo que se sustrae a los mandatos de valorización capitalista, la “agresividad” contra todo lo que no encaja en el modelo antropológico neoliberal. La plebe del mercado.
La línea del frente pasa por nuestro interior. En la tentativa neoliberal de identificar el mundo y la vida con los imperativos de máximo rendimiento y productividad, los cuerpos se agrietan: agobio, cansancio, depresión. Algo se rompe, algo se quiebra, algo grita “no puedo más”. El malestar atraviesa hoy todas las capas sociales, agujereando los modos de vida neoliberales.
Ese malestar puede 1) ser apagado y gobernado mediante terapias, pastillas, mindfulness, perdiendo así toda su capacidad de inquietarnos y hacernos preguntas sobre el sentido de la vida que llevamos; 2) ser redirigido por el Bolsonaro de turno contra los “culpables” de lo que pasa, los vagabundos demasiado orgullosos de sus formas de vida no-productivas, convirtiéndose en resentimiento y rabia reactiva; o 3) ser escuchado y acogido, transformándose así en la energía que necesitamos para la creación de nuevas formas de vida. La crítica pasa hoy por ponerse en el punto de vista del malestar.

Imagen de portada: Pedro F. Miret. 1958. Archivo Miret

  1. André Glucksmann, Los maestros pensadores, Anagrama, Barcelona, 1978. 

  2. Juan Gutiérrez sobre “imagen de enemigo” 

  3. Michel Foucault, entrevista con Jacques Rancière, “Poderes y estrategias”, en Microfísica del poder, Siglo XXI, Buenos Aires, 2020. 

  4. Esta definición sintética de dialéctica la tomo de Jean-Franklin Narodetzki, “Mayo del 68 explicado a los niños”, publicado en los números 80 y 81 de la revista Archipiélago (2008). 

  5. Jack Kerouac, “La extinción del vagabundo americano”, en Viajero solitario, Caja Negra, Buenos Aires, 2013. 

  6. Jean-François Lyotard, Economía libidinal, FCE, Buenos Aires, 1990. 

  7. Disponible aquí 

  8. Diego Sztulwark, La ofensiva sensible, Caja Negra, Buenos Aires, 2019. 

Entrevista a Alicia Stolkiner // Lila Feldman y Diego Sztulwark

En esta extensa conversación con Lobo Suelto, que tuvo lugar en julio del año pasado, Alicia Stolkiner recorre sus años de formación en la provincia de Córdoba, su experiencia con Marie Langer y otras destacadas personalidades, sus años de exilio en México, su activa participación en Nicaragua, la lucha por la Ley Nacional de Salud Mental en la Argentina: conquistas, conflictos, y batallas, aún abiertas.

 

¿Quién fue Marie Langer?

 

Lobo Suelto: ¿Quién fue Marie Langer? Quizás podamos afirmar que Marie Langer fue para el marxismo, el psicoanálisis y la militancia, dentro del contexto latinoamericano, si bien no un capítulo inicial, sí uno de carácter fundacional. ¿Cómo es esa historia?

 

Alicia Stolkiner: Marie (Mimí) Langer nació en Austria a principios del siglo XX. En la Viena de aquellas primeras décadas, supo combinar su formación psicoanalítica con la militancia política. Luego de participar en la Guerra Civil Española como médica, se exilió en Buenos Aires donde participó en la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina. En las épocas de plomo de la Argentina, fue amenazada y se exilió en México. Ahí colaboró con las organizaciones de exiliados y formó parte de la Coordinación del Equipo Internacionalista de Salud Mental México-Nicaragua que aportó a las políticas y prácticas de Salud Mental en el período de la revolución sandinista en ese país. También fue tempranamente una pensadora feminista; en Maternidad y Sexo, libro escrito a principios de la década de 1950, ya problematizaba la relación entre el psicoanálisis y el lugar de la mujer.

 

En su autobiografía,[1] dice una frase que he citado muchas veces por su densidad teórica -recordemos que había nacido en la última época del Imperio Austro Húngaro-, «Tuve un Edipo imperial: por detrás de la figura de mi padre estaba la del emperador Francisco José». En esa frase sintetiza algo que es parte de su pensamiento: una búsqueda constante de articulación entre lo subjetivo y lo social, y en este caso particular sintetiza bien la relación entre patriarcado y modo de gubernamentalidad estatal, la relación entre familia y Estado. Lo que, por ejemplo, trabaja  Jacques  Donzelot en La policía de las familias.

 

Marie Langer fue una mujer atravesada por las vicisitudes de la Europa de principios del siglo XX, una vida intensamente determinada por las guerras y también por los movimientos revolucionarios de esa época. De hecho, su vida coincide cronológicamente con el siglo corto al que se refiere el historiador Eric Hobsbawm.

 

Se formó como psicoanalista en la Viena de Freud, mientras en simultáneo militaba en el Partido Comunista. Como lo explica en su autobiografía, ambos caminos entraban en tensión: por un lado, el Partido Comunista no aceptaba su adhesión al psicoanálisis y, por el otro, desde el psicoanálisis no aceptaban con facilidad su militancia comunista.  Finalmente lo resuelve en la práctica, siguiendo las determinaciones históricas de esa tensión entre el psicoanálisis y la militancia en la izquierda. Ella era médica en una época en que eso no era lo más frecuente siendo mujer. Pertenecía a una familia judía culta y rica, en el esplendor de la Viena de la preguerra. No obstante, junto con su marido, se fue a la Guerra Civil Española como médica. Luego de la derrota de los republicanos, se exilió primero en el Uruguay y después en la Argentina.

 

Mimí fue una de las fundadoras de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), en 1942. Y mantuvo durante mucho tiempo esta preocupación por articular lo que sería el psicoanálisis con el pensamiento social. Hay un período, desde su arribo a la Argentina hasta finales de los años sesenta, en el cual eso se manifiesta más teórica que prácticamente. Fueron los años que estuvieron muy dedicados al psicoanálisis y que a la par coincidieron con el nacimiento de sus hijos.

 

La APA estaba muy ligada a la Escuela Inglesa de Psicoanálisis, que tenía una fuerte orientación kleiniana, aunque Mimí era una lectora permanente de Freud, a quien leía obviamente en alemán, su lengua madre.

 

La historia la vuelve a atravesar notablemente en los años sesenta, en la Argentina, durante el período de movilización y de conmoción social que se venía potenciando desde el golpe de 1955, las sucesivas dictaduras, y que eclosiona en la década de 1970. Entonces, vuelve a tener un compromiso político importante. Participa de la ruptura de la Asociación Psicoanalítica Argentina con el grupo Plataforma y en la creación del Movimiento de Trabajadores de Salud Mental, junto con un grupo de profesionales más jóvenes como Tato Pavlovsky y Armando Bauleo, y con algunos de los cuales eran sus analizantes.  Ese movimiento, que se asocia con Documento, otro grupo internacional al que pertenecía Fernando Ulloa, plantea una confluencia entre el pensamiento político y la práctica psicoanalítica desde distintas vertientes. Algunos venían desde una izquierda marxista y otros de un sector de la izquierda peronista. De esa confluencia surgirá el Movimiento de Trabajadores de Salud Mental.

 

Mimí era analista didacta y al romper con la APA, cuestionando su estructura verticalista, toma una posición político-institucional coherente. Tato Pavlovsky decía que para los jóvenes aspirantes o analistas en formación, romper con la APA en ese momento era «como quemar la tarjeta American Express».

 

En 1951, Mimí publicó Maternidad y sexo. Visto ahora desde la distancia, si bien en este libro hay cuestiones que podrían ser objetadas (cuestiones que ella objetaría años más tarde), el planteo está claramente situado desde una lógica emancipatoria con relación a la mujer. Este libro tuvo más de 40 reediciones. Cuando lo leí, siendo estudiante, me produjo un profundo impacto. En el prólogo a la primera edición, ella se refiere a la raíz freudiana de su pensamiento, pero afirma que el propio Freud ha reconocido que había dejado incompleto, apenas esbozado, el tema de la mujer y que debía ser revisado en la teoría. En el prólogo a la reedición de 1972, y ya en momentos de renovado compromiso político, afirma que no tiene tiempo de reescribir un libro al que sin embargo ya mira críticamente, pero que espera hacerlo en breve. En ese mismo escrito, lo que básicamente considera una omisión grave de su libro es haber dejado de lado -por no saber cómo incorporarlo en un escrito psicoanalítico- el aspecto social y la lucha por el cambio que protagonizaban las mujeres. En esa observación se plasma el nuevo giro que estaba tomando su vida.[2]

 

L.S.: Ella se interesó y trabajó mucho sobre lo referido a la sexualidad femenina, discutiendo con Freud, ¿no es así?

 

A.S.: Sí, sí. Ella reivindicaba uno de los aspectos del pensamiento de Melanie Klein, el haberle dado entidad y existencia a los genitales femeninos. Solía comentar que el psicoanálisis había sucumbido a la renegación que la moral de la época tenía de los genitales de la mujer, destacando que el varón tenía pene a diferencia de la mujer, sin reparar en lo que el cuerpo femenino tenía. En cambio, Melanie Klein teoriza en el psicoanálisis con niños y encuentra fantasmáticas en el interior del cuerpo de la mujer: la vagina, los pechos, etc., aparecen como parte de las fantasmáticas de la teoría kleiniana. Recuerdo nuestras risas con los chistes sobre esa particular fantasía de la “vagina dentada”. Además, Melanie Klein, que trabaja conceptualmente el tema de la envidia, encuentra fantasmáticas en la clínica de los varones con respecto al cuerpo femenino gestante. 

 

Mimí también cuestionó la posición sostenida hasta entonces por el psicoanálisis hegemónico, derivada de algún texto freudiano, respecto al “orgasmo vaginal” considerado como la madurez genital en la mujer. Esta idea se basaba en esa extraña división existente en el pensamiento de la época entre “orgasmo vaginal” y “orgasmo clitorideo”, que llevaba a considerar cualquier orgasmo no producido por penetración del pene en la vagina como signo de falla en el desarrollo femenino. En algunas viñetas clínicas se homologaba “orgasmo clitorideo” a frigidez. Aunque hoy parezca extraño, así se enseñaba en las academias y en los espacios de formación psicoanalítica, y así se lo trataba clínicamente. Obviamente, Mimi disentía con eso. La recuerdo cuestionando la posición de Marie Bonaparte, quien afirmaba que la sexualidad de la mujer se realizaba enteramente en la maternidad. Asimismo, la escuché cuestionar el concepto de masoquismo femenino y la homologación, frecuente en esa época, de histeria a femineidad.

 

Cuando yo era estudiante en Córdoba, Mimí era una autora lejana de textos que leía y estudiaba. La había visto una sola vez, antes de mi residencia en México, en un encuentro de la Federación Argentina de Psiquiatras, la FAP, que existía en ese período. Debe de haber sido la única federación de psiquiatras que era anti-psiquiátrica [ríe]. Creo que fue en el 74. Participaba en una mesa de debate sobre lo manicomial, que sería avanzada hasta para los tiempos actuales, en el salón de actos del legendario gremio de Luz y Fuerza, que entonces dirigía Agustín Tosco, que en algún momento participó del encuentro.

 

L.S.: ¿Estaba vinculada con el movimiento italiano?

 

A.S.: La Reforma Italiana sucedió en 1978 y esta mesa se realizó en el 74. Pero recuerdo que Mimí comentó diálogos con Franco Basaglia años después. Quien solía venir durante la época de la Federación Argentina de Psiquiatras y del Movimiento de Trabajadores de Salud Mental era David Cooper, el radical antipsiquiatra inglés. Representaba la antipsiquiatría inglesa extrema. Él vivía y actuaba de esa manera. Mimí tenía algunas anécdotas interesantes, algunas muy divertidas, de sus encuentros con Cooper. Ya radicada en México, sí recuerdo que ella comentó  algunos debates que sostenía con Basaglia, porque él incluía al psicoanálisis en su cuestionamiento a los saberes “técnico profesionales” en el abordaje segregacionista de la “locura”.

 

Desearía volver sobre los encuentros de la Federación Argentina de Psiquiatras, que hizo varios Congresos Argentinos de Psiquiatría, hasta que la persecución primero de la Alianza Anticomunista Argentina y luego de la dictadura cívico-militar terminaron con el exilio, la desaparición o el silencio de sus actores. Luego del retorno a la democracia, APSA, la Asociación de Psiquiatras Argentinos,  convocó al «Primer” Congreso Argentino de Psiquiatría, olvidando los anteriores convocados por la Federación Argentina de Psiquiatras. También leí un texto sobre el psicoanálisis en la Argentina, lamento no poder citarlo porque no recuerdo la autoría, que consideraba a ApdeBA como la primera ruptura de la Asociación Psicoanalítica Argentina, como si no hubieran existido Plataforma y Documento. Afortunadamente, luego se ha recuperado mucho de esos procesos y de esa época. Por ejemplo, todo el trabajo de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer,[3] entre otros autores. 

 

Esa mesa en el Congreso de la FAP, en Luz y Fuerza de Córdoba, en la que estaba Alfredo Moffat, Emiliano Galende, Mimí Langer y un psicoanalista español cuyo nombre no recuerdo, era sobre instituciones manicomiales y sobre cómo acabar con ellas. Eso se debatía ya, junto con la cuestión de las alternativas comunitarias en salud mental y lo antipsiquiátrico. Todo estaba presente y muchas de esas ideas son antecedentes de la Ley Nacional de Salud Mental. En ese panel central en el que estaba Mimí, se daba una discusión entre una corriente que se denominaba «psiquiatría nacional y popular», que sería la tendencia más peronista, y otra que representaba una posición más de izquierda marxista.

 

L.S.: ¿Cómo era esa discusión?

 

A.S.: Para tener una idea de cómo transcurrían los debates, vale señalar que la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental había desarrollado un Centro de Docencia e Investigación con siete cátedras que se ubicaban en tres áreas: Materialismo Histórico y Dialéctico, Epistemología Psicoanalítica y Teoría Psicoanalítica,  y Grupos de Trabajo de Investigación sobre temas concretos. En su primera apertura al funcionamiento tuvo 1100 inscriptos. El enfoque de estudio de Materialismo Histórico y Dialéctico era fuertemente althusseriano, y uno de los impulsores era el filósofo Raúl Sciarretta. En esa mesa, Alfredo Moffat narraba una experiencia concreta de la Psiquiatría Nacional y Popular.  Uno de sus objetivos era la descolonización por la vía de rescatar las raíces nacionales y combatir la hiperteorización colonizadora. Podríamos decir que adelantaba debates sobre lo descolonial.

 

 Mimí tenía una posición menos centrada en lo nacional, lo cual no quiere decir que en su práctica no tuviera enlaces con la izquierda peronista. En ese momento (estamos hablando de los años 73, 74, y este movimiento ya venía desde el 69),  ella  ya tenía un compromiso muy importante entre su práctica profesional y su práctica política. Las amenazas de la Triple A la obligaron a exiliarse en México antes del golpe de 1976, su tercer exilio. El primero fue en el Uruguay y luego en la Argentina. Cuando ella elige un lugar para morir, vuelve a la Argentina.

 

 

Exilio, México y Nicaragua

 

L.S.: ¿Cómo es que pasó de México a Nicaragua?

 

A.S.: En México, el exilio era muy organizado y muy solidario. Cuando llegué en 1976, ya existía el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPA). Dentro de este se había organizado un grupo solidario de salud mental, que después cobró una cierta autonomía con respecto al COSPA. Mimí, Silvia Bermann -que había sido presidente de la Federación Argentina de Psiquiatras-, Miguel Matraj, Ignacio Maldonado y otros fundacionales formaban parte de ese equipo solidario, al cual nos plegamos a colaborar algunos más jóvenes e inexpertos. Cuando me fui a México tenía 24 años, y ya estaba graduada, tenía pareja y un hijo. Una generación que, para tomar un título que Susana Torrado dedicó a otros jóvenes pero que vale, había vivido apurada y muerto joven. 

 

Una parte de ese grupo constituyó una brigada médica que fue a Nicaragua durante la guerra. Y también se brindaba asistencia en salud mental a los grupos de refugiados y exiliados nicaragüenses que llegaban a México en el período final de la revolución.

 

Me gustaría complementar la información: Nicaragua es un país centroamericano, no tan pequeño como El Salvador, pero pequeño comparado con Brasil, la Argentina o México. Cuando la revolución del 79, tenía 4 millones y medio de habitantes, de los cuales el 40% eran menores de 14 años. El país había sido gobernado por una dinastía dictatorial directamente sostenida por los EE.UU., la de los Somoza, desde 1936 hasta la revolución en 1979. Nicaragua tiene una desgracia geopolítica: un lago muy grande y un río, que sale al Atlántico, y que favorece la posibilidad de un canal interoceánico que podría reemplazar al canal de Panamá. Esa posibilidad ya fue considerada por Estado Unidos antes de promover el conflicto que dio lugar a la creación de la República de Panamá y a la instalación en esta de dicho canal. Permanece hasta la fecha en que habría un proyecto de China de financiar tal canal.

 

L.S.: Y eso lo vuelve geoestratégicamente importante para los EE.UU.

 

A.S.: Totalmente. Y además Nicaragua tenía oro, sus minas estuvieron concesionadas a empresas extranjeras por cánones irrisorios durante el somocismo. Históricamente, fue un país dominado por los EE.UU. De hecho, en el siglo XIX, un filibustero norteamericano, William Walker, desembarcó en el país y, aliado con un sector nacional, tomó el poder y los EE.UU. lo reconocieron como presidente.  Luego dejó un ejército de ocupación al que se enfrentó César Augusto Sandino en la primera mitad del siglo XX (de allí el nombre del posterior Frente Sandinista, a finales de los años setenta). Sandino murió asesinado y los EE.UU. apoyaron  la dictadura somocista hasta 1979.

 

Era un país con escaso desarrollo industrial, productor de café y de otros cultivos. Un país muy bello, con pobreza y también con riqueza de producción cultural, especialmente de poesía. Hubo un antecedente azaroso de esa revolución -la naturaleza a veces influye en la política-: el terremoto de Managua de 1972 que costó muchas vidas y derrumbó la ciudad. Los fenómenos naturales siempre develan o desnudan las situaciones sociales; en este caso, desnudó la corrupción del gobierno de Somoza, que vendió la sangre donada internacionalmente para las víctimas y aprovechó para apoderarse de los principales terrenos de la ciudad de Managua. Esa concentración de poder hizo que una parte de la burguesía nicaragüense pasara a la oposición.

 

Simultáneamente y muy acorde con la América latina de aquella época, se dio la aparición de movimientos armados que se oponían a la dictadura. Anastasio Somoza ya tenía preparado a su sucesor -su hijo, quien dirigía la Guardia Nacional-, pero surgió una resistencia armada que recuperó como idea fuerza la lucha de Augusto Sandino. Interesa quizás señalar que la dictadura había intentado borrar la memoria de Sandino, a quien solo se lo mencionaba en un texto oficial como “el bandido de la Segovia”. Fue un periodista argentino, Gregorio Selser, con su libro de investigación Sandino, general de hombres libres, quien le brindó una importante herramienta al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para ligar su historia con la lucha previa.

 

Finalmente, en 1979 y luego de una insurrección previa en la Ciudad de Estelí, se constituyó en Nicaragua un frente de unidad con las tres tendencias existentes en el movimiento armado sandinista: la GPP (Guerra Popular Prolongada), la TP (Tendencia Proletaria) y los Terceristas, de orientación social-demócrata, apoyada por la socialdemocracia europea. Esta unidad fue la que determinó la posibilidad del triunfo.

 

Recuerdo que compartí un viaje con un importante dirigente de la socialdemocracia que me dijo: «Ustedes (‘ustedes’, no sé a quién le hablaba, a quién se refería, cuando me decía ‘ustedes’, supongo que a los no socialdemócratas) creen que nosotros somos pacifistas, pero no somos pacifistas: somos socialdemócratas, pero no pacifistas, hemos apoyado esta guerra».

 

Luego del triunfo, la burguesía nacional que se oponía a Somoza formó parte de la  primera junta de gobierno: la representaba la señora Chamorro, viuda de un opositor asesinado por el régimen. La revolución nicaragüense se presentó como una revolución democrática popular, no como una revolución socialista. No me voy a extender sobre ese proceso y sobre su deriva. Solo quiero comentar que fue la primera revolución que no estableció una “justicia revolucionaria”, sino que juzgó los crímenes del somocismo con el código penal existente, sin aplicar la pena de muerte. Y también, que no tuvo ninguna consigna que dijera que había que matar o destruir al “enemigo”, salvo esa que surgió cuando comenzó la guerra de baja intensidad financiada por los EE.UU., que finalmente quebraría el proceso: la política de Ronald Reagan fue de agresión militar directa. Una seguidilla de ataques por parte de las antiguas tropas somocistas que se habían refugiado en Honduras, financiadas por el Departamento de Estado de los EE.UU., desconociendo la voluntad de su propio parlamento que no había aprobado los fondos. El financiamiento de la guerra contra la revolución sandinista fue realizado por medio de una maniobra ilegal encubierta de venta de armas a Irán. Es el célebre conflicto “Irán-Contras” (llamaban “contras” a los grupos somocistas que hacían atentados desde Honduras). Ante ese proceso, la consigna fue: “Aunque se mueran de nostalgia, no pasarán”. Aunque, finalmente, esa agresión permanente minó la economía, militarizó la sociedad y volvió a poner en guerra a un pueblo que no terminaba de llorar a los muertos de la anterior. Cuando el Frente Sandinista se vio obligado a reinstalar el servicio militar obligatorio, su suerte estaba decidida. Perdió las elecciones en 1990 contra Violeta Chamorro, que había dejado el gobierno sandinista y pasado a la oposición. En 2007, el Frente Sandinista con Daniel Ortega ganó las elecciones, pero previamente se habían producido rupturas y escisiones dentro de la coalición. Permanecen en la presidencia hasta la fecha, y en 2018 hubo una serie de protestas que fueron reprimidas con denuncias de violaciones de los DD.HH.

 

L.S.: ¿En qué año se vinculan ustedes con Nicaragua, con la guerra?

 

A.S.: En 1979, antes de que tome el poder  el Frente Sandinista, un grupo de médicos argentinos, entre los que estaban Silvia Bermann y Juan Carlos Volnovich, conformaron una brigada médica que dio asistencia durante la guerra.

 

El gobierno del PRI, en México, daba cierto apoyo al proceso de Nicaragua y brindaba asilo a los que debían huir de la persecución somocista. En México había muchos exiliados nicaragüenses; algunos  retornaban desde allí a Nicaragua para incorporarse a la lucha del sandinismo. Entonces les ofrecimos asistencia desde el equipo de salud mental. Mimí tuvo un rol muy importante en la organización de ese encuentro con los refugiados y exiliados, por solicitud de los responsables del Frente Sandinista en el exilio. Se concretó en un dispositivo que fue como una asamblea donde participamos los profesionales del grupo solidario, y los exiliados y refugiados. Allí explicamos cuáles eran las posibilidades de colaboración, y escuchamos sus solicitudes y propuestas. Luego se abrió el espacio para consultas individuales y grupales.

 

Cuando terminó la guerra, la ministra de Salud, Dora María Téllez, les solicitó a quienes dirigían ese equipo, especialmente a Mimi y a Silvia Bermann, que formaran un grupo de profesionales para apoyar, capacitar y asesorar al nuevo gobierno en salud mental. El equipo comenzó a funcionar en 1980 o 1981. Lo dirigían Mimí Langer, Silvia Bermann  e Ignacio Maldonado (un terapeuta familiar, argentino, también exiliado). Cubríamos una semana por mes de trabajo en Nicaragua con equipos rotantes, y la coordinación también viajaba para concertar y planificar la colaboración. Trabajábamos en el Hospital Psiquiátrico de Managua y en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nicaragua en la Ciudad de León, de manera permanente. A veces respondíamos a otras demandas específicas. Me tocó colaborar en el planeamiento de atención de emergencia ante la posibilidad de una invasión, por ejemplo.  

 

Yo ya había estado en Nicaragua y había colaborado antes de la constitución del equipo. Recuerdo ese momento tan particular que fueron esos primeros tiempos, apenas terminada la guerra.  Con respecto a ese intenso y particular período, suelo decir en broma a quienes se consideran antiestatales: «Yo estuve en una sociedad sin Estado, es un caos». Imaginen una sociedad donde todo el aparato estatal debe ser puesto en funcionamiento desde la nada. Los somocistas habían vaciado las arcas del Estado antes de dejar el gobierno, y hubo que sacar de circulación los billetes grandes para evitar que medraran de ese robo. Por citar un ejemplo que puede parecer anecdótico, pero no lo es: no había policía de tránsito, y personas que habían sobrevivido a una guerra morían en accidentes producidos por el caos del funcionamiento vial. Las calles habían perdido la dirección por las barricadas y la guerra.  Había armas por todos lados, no de modo muy organizado, y eso también producía situaciones de riesgo o problemas, como que un grupo de jóvenes tirara abajo los cables de electricidad de un barrio en medio de un festejo. Hubo un debate con un grupo extranjero de posición trotskista, que cuando el gobierno del Frente Sandinista comenzó a organizar el ejército formalmente e hizo una leva de armas, denunciaba que se estaba “desarmando al pueblo”. Solía responderles que si el “armamento general del pueblo” consistía en que casi todo el mundo tuviera un arma, ¡los Estados Unidos debían ser un soviet!

 

No obstante ese caos, también había una intensidad maravillosa: la gente estaba contenta porque había sido un triunfo y porque había terminado la guerra. Era como una especie de caos alegre y creativo, con miles de jóvenes participando en la campaña de alfabetización. Hay que reconocer que fue una revolución de jóvenes, a lo que se sumaba esa particular incentivación de la libido que sucede cuando termina  una guerra. Parecía que el proceso de Nicaragua era el reinicio de un ciclo de revoluciones, y en realidad era el canto de cisne de una época: la última rebelión de los años setenta, si bien inauguró un lenguaje y una poética en la que se reconoce alguna continuidad con lo que posteriormente sería el zapatismo en Chiapas, México.

 

Fue una guerra que tuvo la particularidad de que los combatientes y sus dirigentes se enfrentaban sabiendo quiénes eran los otros; un país pequeño, donde muchas familias quedaron divididas entre ambos bandos. Conocí a una jovencita que había combatido en el Frente Sur, que luego del triunfo iba a cuidar a un primo herido que había sido llevado forzosamente por la Guardia Nacional: “pero es mi primo y jugamos juntos de niños”, decía.

 

Por cierto, también tuvo los horrores de toda guerra. Desconfío de cualquier visión romántica de lo que es una guerra y de la épica en general. En su momento, nos consultaron por niños criados en los cuarteles somocistas, que eran capaces de torturar a una persona. Allí recordé la frase de Anna Freud sobre los niños y la guerra,[4] donde dice que los niños deben permanecer alejados de los horrores primitivos de la guerra, no porque la crueldad sea ajena a su naturaleza sino por todo lo contrario.

 

En 1980 formamos el equipo y cada miembro cubría una semana de trabajo por mes en Nicaragua por rotación. Por supuesto, era un trabajo honorario. Al principio nos pagábamos el viaje, pero más adelante, como la línea aérea pertenecía al nuevo Estado, nos habilitaron los viajes. La aerolínea estatal nicaragüense, Aeronica, tenía dos aviones y le decían «el rompope» [se ríe], que es el licor de huevo. Le decían así porque según los “nica” (que usan el voseo como nosotros), tenías que tener “muchos huevos para subirte al avión, tomar alcohol para afrontar el viaje y tener buena leche para llegar”. El piloto, según me contaron en uno de los viajes, era un palestino casado con una judía israelita, que habían decidido vivir allí. A los aviones les hacían el mantenimiento en EE.UU., y hacían escala en El Salvador, que estaba en guerra. Al final, a uno le pusieron una bomba que providencialmente estalló en el aeropuerto de El Salvador, porque la salida se había demorado, y no hubo víctimas. En el aeropuerto se veía un cartel gigantesco que decía «El Salvador. Pueblo y Ejército unidos”, con la imagen de un soldado gigantesco que llevaba a un chico de la mano. Así era Centroamérica.

 

Hay dos o tres cosas que quiero contar sobre la vida de Mimí en Nicaragua, que a mí aún me impresionan mucho. Era una mujer ya grande. Tenía una vitalidad que me agotaba a mí, que tenía por entonces 30 años. Nicaragua es un país con 37 grados de temperatura promedio. Además, no contábamos con demasiado confort, parábamos en casas que el gobierno destinaba a los “internacionalistas”, no en un hotel con aire acondicionado. Era una vida muy austera la que llevábamos ahí.  Mimí estaba todo el día en actividad. Todo el día. Ella y Silvia formaban un equipo de coordinación espectacular. No es sencillo coordinar un equipo de gente que viaja a veces en situaciones de muchísima tensión. O abordar situaciones como por ejemplo, cuando la contra asesinó a un médico francés, cerca de la frontera, y nos llamaron a los dos del equipo que estábamos allí para preguntarnos «¿Ustedes irían? ¿Van de reemplazo?» Y sí, fuimos. Mimí era una persona muy austera. No era de expresiones muy afectivas, ni cosas por el estilo.

 

L.S.: Una austríaca de comienzos de siglo.

 

A.S.: Una austríaca, sí. Con un sentido del humor bastante fuerte [se ríe]. Teníamos conversaciones de mujeres, me hacía chistes sobre personas que yo miraba. Era difícil tener presente que era una mujer de otra generación… tenía más edad que mi madre y yo le hacía comentarios sobre eso. Después me decía: «¿Pero qué hago? ¡A esta señora, que es una especie de prócer del psicoanálisis, le estoy diciendo eso!». Esa es una relación entre mujeres. Por lo menos con nosotras, Mimí tenía esa especie de vínculo. Digo, conmigo, con las más jóvenes del equipo.

 

L.S.: ¿Se puede decir que gracias a esa experiencia de contribuir con el tema de la salud mental en Nicaragua, se pudo armar algo que después creció en el trabajo que ustedes hacen en la Argentina? ¿Hay un lazo entre esas experiencias?

 

A.S.: Yo volví a la Argentina en 1984, con el retorno a la democracia. El Equipo Internacionalista de Salud Mental siguió colaborando durante unos años más. Entonces el “ustedes” debería reducirlo a cómo influyó en mi actividad en la Argentina. Entré al equipo como psicoanalista de niños y allí, en la experiencia de Nicaragua, comencé a orientarme a salud mental entendida como práctica social que involucra políticas de Estado. Eso signó mi orientación. Y cuando volví a la Argentina, mi primer tarea fue en la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UBA, que colaboraba estrechamente con la Dirección Nacional de Salud Mental del reciente gobierno de Alfonsín. Cuando en 1986 presenté el trabajo “Prácticas en Salud Mental”,[5] que de alguna manera funda la cátedra que dirijo, la referencia a un “modelo participativo integral” estaba fuertemente implicado en la experiencia de Nicaragua. Luego, cuando desde la II Cátedra de Salud Pública-Salud Mental, de la Facultad de Psicología de la UBA, comenzamos primero como experiencia de extensión universitaria, y luego como programa de investigación-acción el Proyecto de colaboración con el Programa de APS y el Hospital SAMIC de Eldorado, Provincia de Misiones, creo que no solo me motivó la experiencia profesional nicaragüense sino también, probablemente, la nostalgia.

 

Volviendo al equipo de Nicaragua. En nuestro trabajo en el Hospital Psiquiátrico de Managua, colaborábamos dando capacitación en clínica individual y familiar, y también en el armado de un dispositivo muy particular: el grupo de admisión. Había mucha escasez de profesionales (cinco psiquiatras nacionales en todo el sistema de salud del país) y mucha demanda en el hospital. El grupo de admisión funcionaba un día por semana, a la misma hora y, con excepción de determinadas problemáticas, todas las personas eran inmediatamente admitidas en el mismo. Allí se las escuchaba y se decidían las derivaciones, pero se les daba una acogida sin lista de espera. En el transcurso de su implementación pasó algo muy significativo: corrió la voz de que se podía ir al hospital a hablar sobre los problemas. En algunos casos, emergían con claridad los duelos de la guerra, y los conflictos entre generaciones y géneros que planteaba el cambio acelerado de la sociedad, y la gente venía a eso.  El grupo de admisión se transformó en un espacio donde la gente venía a hablar de sus problemas y a reflexionar sobre ellos con otros. Muchos no tenían intención de solicitar tratamiento, sino que venían al grupo. El grupo de admisión era un dispositivo pensado por un argentino que después se replicó acá, por ejemplo, en la experiencia del Hospital de San Miguel supervisada por Fernando Ulloa.

 

Quisiera detenerme en la experiencia del Hospital Psiquiátrico de Managua, que en ese período era una especie de laboratorio: funcionaba de modo permanente en asamblea en la que coincidían  enfoques y posiciones distintas. Colaboraban los cubanos, que tenían un enfoque psiquiátrico y conductual. También estaban los italianos seguidores de Basaglia: la reforma psiquiátrica en Italia se había institucionalizado en 1978, un año antes del triunfo de la revolución. Había profesionales de Suecia, un país que colaboró mucho con Nicaragua hasta que sucedió el asesinato de su primer ministro, Olof Palme, en 1986. De hecho, Suecia había donado un hospital pediátrico de alta complejidad, en el que alguna vez cumplimos funciones. Estaba Berthold Rothschild, un psicoanalista suizo del grupo internacional Documento, que reorganizaba la sala de crónicos con altos niveles de participación. Había un equipo de canadienses con un enfoque psiquiátrico bastante formal, y nosotros con un enfoque clínico psicoanalítico, salvo los profesionales que hacían terapia familiar, que eran de orientación sistémica.

 

Todo se resolvía en asambleas, en las que participaban los profesionales, los pacientes, y el personal no profesional. La resolución del tema electroshock,  por ejemplo, fue llevada a asamblea.  Nosotros nos oponíamos; los italianos lo consideraban tortura; los canadienses alegaban estudios con “método científico” que probarían su eficacia en el tratamiento de las catatonias y de las depresiones reactivas a medicamentos; algunos de los psiquiatras nacionales lo indicaban porque, con independencia de sus posiciones políticas, los había cuyas posiciones profesionales eran muy clásicas.  Cuando el debate parecía no llegar a ningún lado, pidió la palabra un representante de los enfermeros y del personal no profesional y dijo: «Miren, la cosa es así: ustedes tienen la razón científica. Nosotros les vamos a dar la organizativa y laboral. Si se practica el electroshock a lo largo de todo el día se descompagina todo el trabajo y se altera la actividad general y la vida de las personas en la institución. No vamos a acompañar ninguna aplicación que no sea antes del desayuno o sea entre las 6 y las 7 de la mañana, y por cierto no vamos a aceptar más que los médicos nos deleguen la aplicación a los enfermeros [parece que era una práctica frecuente que el médico lo indicara pero delegara en enfermería la aplicación], el médico que lo indica lo aplica”. También se resolvió que para aplicarlo, el médico psiquiatra que lo indicaba debía hacer un informe especial fundamentando el diagnóstico de “catatonia” o “depresión profunda no reactiva a medicación” ante una junta. De esta manera práctica desapareció la aplicación de terapias EC.

 

Para las otras actividades del equipo, viajábamos a León, donde estaba la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. El personal de salud mental era muy escaso, había pocos psicólogos y menos de una docena de psiquiatras en todo el país. En el Hospital Escuela de la Facultad capacitábamos al personal del servicio de salud y contribuimos al armado de distintos programas, como por ejemplo el programa de niño acompañado, o de acompañamiento en procesos de parto.

 

Allí estaba Juan Samaja, filósofo y epistemólogo argentino, que luego fuera Profesor de la Facultad de Psicología de la UBA y un teórico del pensamiento latinoamericano en Salud Colectiva. Juan trabajaba en la reforma curricular de la carrera de medicina, implementando el modelo del Eje Estudio Trabajo, una cuña articuladora entre teoría y práctica para transformar el perfil profesional de los médicos, incorporando una perspectiva social y comunitaria. En cada año, el alumno tenía un día a la semana dedicado a una práctica. En primer año era “Apoyo emocional al paciente”: cada estudiante de medicina acompañaba a un paciente y a su familia en el proceso de atención donde el eje era hospitalario, conteniendo e informando sobre los procesos de atención que recibía, que eran los hospitalarios comunes. El objetivo era que el estudiante tuviera su primera mirada del hospital desde el lugar y la subjetividad del paciente. En segundo año el eje era “Salud del escolar”: cada estudiante tenía a su cargo un grado escolar durante un año. Llevaba el seguimiento de indicadores de crecimiento y nutrición, control de vacunación, derivación a consulta, cuidados preventivos, etc. Era todo el año el mismo grado, con lo cual conocía muy bien a los alumnos y se implicaba con ellos. En tercer año colaboraban en los centros del primer nivel de atención, y recién en cuarto y quinto volvían al hospital. Mientras tanto, cursaban las materias propias de la carrera. Con Nora Elichiry, quien también formaba parte del equipo, incorporamos una investigación en el eje de “Salud del escolar” e hicimos un relevamiento de factores asociados al rendimiento de los escolares de León, con la participación de los estudiantes de medicina. 

 

En mi último viaje, en febrero de 1984, Nicaragua estaba bajo amenaza de invasión. Los Estados Unidos habían invadido Granada en octubre de 1983, previo bombardeo: un país muy pequeño, con un gobierno que no les resultaba adecuadamente afín, y un aeropuerto que les resultaba geopolíticamente complicado. Allí, Ronald Reagan hizo la primera operación militar de EE.UU. en el exterior, luego de la derrota de Vietnam. Seis días antes de la invasión, habían asesinado al primer ministro Maurice Bishop.[6] Esta experiencia inició el sistema de bombardeo masivo antes del desembarco de tropas. Luego de eso, amenazaba con la invasión a Nicaragua y el Grupo Contadora gestionaba para evitarlo. El recientemente asumido gobierno de Raúl Alfonsín tenía un importante papel en ello. En esa oportunidad, me tocó colaborar en el armado del plan de asistencia de salud mental en caso de invasión. Fue mi último viaje porque yo regresaba a la Argentina y, por ende, dejaba el equipo que siguió funcionando. Yo seguí en contacto con Mimí: nos veíamos cuando ella venía a la Argentina y también lo hicimos en el Encuentro de Psicoanálisis y Psicología Cubana, en Cuba, en 1986. La seguí viendo hasta poco antes de su muerte.

 

L.S.: ¿Los cubanos la escuchaban a Marie?

 

A.S.: Si, ella sabía adecuar sus intervenciones a un público no psicoanalítico y, además, sabía marxismo. En ese Congreso, por otro lado, se le hizo un homenaje en Casa de las Américas, en donde le dieron un lugar importante.

 

L.S.: Hubo mucha presencia de psicoanalistas argentinos en ese Congreso.

 

A.S.: Desde el vamos, fue un encuentro fuertemente promovido por Juan Carlos Volnovich (quien había trabajado en Cuba), entre psicoanalistas argentinos y psicólogos y psiquiatras cubanos. Lo notable es que, además, en ese Congreso se reencontraban muchos de los principales protagonistas de lo que fuera Plataforma, Documento y el Movimiento de Trabajadores de Salud Mental de la Argentina, que había sido disgregado y reprimido por la dictadura. Estaban presentes Mimí, Fernando Ulloa, Armando Bauleo, Gregorio Baremblitt, León Rozitchner y muchos más. Fue un acontecimiento muy intenso que para Cuba era una novedad y para los asistentes argentinos un reencuentro y un festejo del fin del horror de la dictadura.

 

La Ley Nacional de Salud Mental

 

L.S.: ¿Cómo ves, en general, las políticas de salud mental y, en particular, la Ley de Salud Mental? ¿Cuáles son para vos los principales obstáculos?

A.S.: La Ley de Salud Mental me parece una herramienta que sigue dando frutos, pero gracias a los actores que potenció y que a su vez fueron promotores de su creación. Porque la Ley de Salud Mental no es un producto superestructural, no es una ley que se pensó en un gabinete legislativo, es una ley que se militó mucho y durante décadas. La historia de la Ley de Salud Mental se conjuga con la historia de la salud mental en la Argentina como movimiento y, a su vez, con la historia del país. Es cierto que el movimiento internacional de reforma o de transformación de las prácticas manicomiales, que surgió en los países avanzados en la posguerra, tuvo influencia, pero aquí adquirió algunos debates y formas propias. 

Por ejemplo, la experiencia del Hospital de Lanús durante la década de 1950 resultó posible, en primer lugar, porque el gobierno peronista, derrocado en el golpe de 1955, había creado en ese municipio de trabajadores un hospital moderno y de alta complejidad para su época, inaugurado en 1952, con mucho reconocimiento de sus usuarios. Sin ese hospital y ese enfoque de la salud pública, la experiencia no habría existido. Luego del golpe, Mauricio Goldenberg crea el servicio inspirado en el ideario más avanzado de la psiquiatría comunitaria de la posguerra. Pero muchas de las características que este adquiere se deben a la confluencia entre esos principios y el aporte innovador de jóvenes profesionales políticamente comprometidos con causas populares y de izquierda, y algunos fuertemente referenciados en el psicoanálisis. Esto se repite en muchas de las experiencias de ese período, así como el movimiento de trabajadores de salud mental recoge principios e ideas del pensamiento antipsiquiátrico en los años setenta.

En las revistas de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires de ese período, aparecen ya propuestas de desmanicomialización, y en una de ellas hay una entrevista a David Cooper, por ejemplo.

Luego del impasse de la dictadura, con el retorno a la democracia muchas de estas ideas reaparecen en la propuesta de los lineamientos de un Plan de Salud Mental que diseña Mauricio Goldenberg, cuando Vicente Galli asume como director nacional de Salud Mental. A su vez, incorporan el ideario de Atención Primaria de la Salud que había sido consensuado por los países de la OMS en Alma Ata en 1978. Poco después del retorno de la democracia, se realizó en la Argentina un encuentro internacional del Réseaux Antimanicomial, en 1987.

A esto hay que sumarle, además, la experiencia de los equipos psicoasistenciales que acompañaron las acciones de los organismos de derechos humanos durante la dictadura, produciendo articulaciones importantes entre la reflexión sobre el sufrimiento del terrorismo de Estado, la subjetividad y la clínica, y creando una ligazón temprana entre los organismos de derechos humanos y la salud mental. Años después, hubo equipos psicoasistenciales de los organismos que brindaron asistencia durante las crisis, como por ejemplo en la de 2001. El caso, también, de los dispositivos de asistencia para desempleados de la APDH (Asamblea Permanente de Derechos Humanos). De hecho, los organismos de derechos humanos y la misma secretaría de Derechos Humanos fueron parte importante de la trama de actores que lograron que se arribara a la ley.

Antes de la Ley Nacional, ya había habido reformas en algunas provincias con o sin ley específica, como el caso de las provincias de Río Negro, San Luis, La Pampa, y otras. La Ley de Salud Mental se venía gestando a través de una acumulación que fortalecía, además, a determinados discursos y actores, y también emergieron actores nuevos.

Alrededor de las políticas y decisiones en salud mental, siempre estuvo planteado, como ocurre en todo el sistema de salud argentino, un conflicto corporativo. El espacio de la atención de la así denominada “enfermedad mental” tenía un fuerte dominio de la corporación psiquiátrica, que veía amenazada tal hegemonía por otras profesiones y también por la aparición de actores no profesionales como familiares y usuarios. Por cierto, la puja corporativa es una característica del sistema de salud argentino, ¿por qué esto no habría de aparecer en salud mental? Ahí es donde se juegan intereses, espacios, negocios, conflictos entre posiciones con respecto a la atención en salud, con respecto a la conceptualización salud-enfermedad, que abarca desde lo político a lo económico. Lo que vino a desbalancear esta puja corporativa fue la emergencia de nuevos actores: los organismos de derechos humanos, las entidades gubernamentales de derechos humanos -como la secretaría de Derechos Humanos-, y las organizaciones de usuarios y familiares, en algunos casos apoyadas por dichos organismos. Esto se daba en el marco de un período de mucha permeabilidad entre movimientos sociales y agenciamiento estatal.

Veamos algunos hitos de acción de esos nuevos actores. En 2007, el informe conjunto del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) y el organismo internacional MDR (Mental Disability Rights) sobre el estado de los derechos humanos de las personas internadas en instituciones psiquiátricas, “Vidas Arrasadas”, concluía en la necesidad de una legislación con enfoque de derechos.

La Universidad de las Madres organizaba anualmente los encuentros sobre Salud Mental y Derechos Humanos, a los que asistían cientos de profesionales y estudiantes de todo el país, que entraban en contacto con la experiencia de reforma en Brasil y con la experiencia de Italia, y debatían sobre el enlace entre derechos humanos y salud mental en sus prácticas. 

Durante el gobierno de Néstor Kirchner, Eduardo Luis Duhalde ocupa la secretaría de Derechos Humanos, quien nombra a cargo de la Dirección de Grupos Vulnerables a Victoria Martínez, que venía de la experiencia del  Movimiento Solidario de Salud Mental, en la que ya se articulaba el campo de los derechos humanos y el de la salud mental. Ella convoca a una Red Federal de Salud Mental, y la Secretaría da un fuerte impulso a la ley, probablemente mayor que la acción del  Ministerio de Salud. De hecho, cuando en 2010 se crea la Dirección Nacional de Salud Mental, meses antes de sancionarse la Ley, el primer director surge de esa Red.

Mientras tanto, en el Congreso se habían presentado varios proyectos de Ley de Salud Mental, entre ellos terminaría siendo promovido y aprobado el del psicólogo Leonardo Gorbacz,  diputado por Tierra del Fuego,  La ley se aprobó en la Cámara de Diputados sin pasar por comisiones, pero sí la hubo en el Senado en varias reuniones de comisiones. He trabajado las actas de esos debates. En ellos, aparecen las voces y los discursos de prácticamente todos los actores a favor y en contra de la ley.  Están los movimientos específicos de derechos humanos y de familiares y usuarios, que hasta entonces habían sido una voz inexistente en esas esferas.

Nuestro equipo de investigación indagó una ley anterior de APS y Salud Mental,[7] bastante avanzada, que fue pensada y gestionada para su aprobación por una diputada radical y sus asesores alrededor de 2000, y cuyo presupuesto fue vetado por el Poder Ejecutivo, lo cual la invalidó. Pese a ser una propuesta interesante, se trataba de lo que llamo una “ley de gabinete legislativo” que no prosperó en la práctica. En la ley que finalmente se aprobó en 2010, en los debates en las comisiones de la Cámara de Senadores se hace evidente el conflicto de actores y la participación. Se oponen a la ley algunas fuerzas corporativas de profesionales y la apoyan organizaciones profesionales de psicólogos y otras, así como organizaciones de familiares y usuarios y organismos de DD.HH. También comienza a aparecer la posición de quienes plantean distintas políticas de asistencia y tratamiento a los consumos problemáticos, incluyendo quienes se oponen a que se aplique de manera completa la ley en ese campo.  Al leer los debates, queda claro que la estrategia de quienes querían frenar la ley era lograr que la Cámara de Senadores la devolviera a la de Diputados para realizar modificaciones y luego trabarla allí. Por eso, quienes la apoyaban rechazaban cualquier modificación y pugnaban por lo que finalmente se logró, su aprobación directa.

Entre las organizaciones de familiares y usuarios, había una surgida en los 90, APEF (Asociación Argentina de ayuda a la persona que padece esquizofrenia y su familia), que tuvo participación y todavía era de las que se denominaban por patología. Luego aparece en el marco del CELS, que le brinda alojamiento, la Asamblea Permanente de Usuarios, APUSAM. Algunos de ellos han publicado un libro donde articulan sus experiencias personales en los espacios manicomiales con la referencia a la Ley Nacional de Salud Mental.[8] El desarrollo de estos movimientos y organizaciones de usuarios, familiares y voluntarios se multiplicó en las provincias y es previo a la ley. Estos movimientos la apoyan, y una vez que es sancionada y reglamentada se ven fortalecidos por  su participación como organismos de la sociedad civil en el Consejo Consultivo Honorario y en el Órgano de Revisión.[9]

También hubo dispositivos de participación en la reglamentación de la ley y en la elaboración del plan que se desprendía de ella. Se hicieron encuentros de debate al respecto y se realizaron consultas por vía de redes. 

L.S.: ¿Cuál es la importancia de la ley? ¿Vos crees que está retrocediendo?

A.S.: Comenzaré por la segunda pregunta y luego me centro en la importancia de la ley.

La ley se sancionó en 2010 y se reglamentó dos años después. La Argentina es un país federal y las provincias tienen la responsabilidad y la potestad de sus políticas en salud. Esto significaba que la ley debía ser trabajada en cada provincia para que la tomaran como propia y la implementaran de acuerdo con su sistema de asistencia en salud, aun cuando se trata de una normativa nacional. Había provincias que ya tenían reformas iniciadas, había otras que tenían establecimientos psiquiátricos de larga internación, otras no, etc. También hay que recordar que la ley no refiere solamente a las instituciones estatales, sino que incluye y debe regir también para el sistema de obras sociales y del sector privado. Luego de culminar la descentralización en los años noventa, solo quedaba una gran institución manicomial dependiendo del Ministerio de Salud de la Nación: la Colonia Montes de Oca. Todas las demás eran provinciales. 

Unos pocos años son más que insuficientes para modificar prácticas profundamente arraigadas y con actores poderosos. He escuchado a jefes de servicio decir “esa ley no se va a aplicar”, desentendiéndose de que los responsables de aplicarla eran ellos (“no se va a”). Hubo implementaciones concretas, se creó el cuerpo de letrados que debían apoyar jurídicamente a las internaciones involuntarias, se creó el Órgano de Revisión y la Comisión Interministerial de Salud Mental. Finalmente se convocó y creó el Consejo Consultivo Honorario de Salud Mental. La política posterior del macrismo no logró desbaratar totalmente estos organismos. Esa política tuvo dos momentos, el de 2016-2017 y el de 2017 al final de mandato. 

Cuando asume Macri, en 2015, nombra a Jorge Lemus como ministro de Salud, quien ya se había desempeñado con el mismo cargo en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Además, representaba a Médicos Municipales, una organización que se ha opuesto tenazmente a la Ley 448 de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires, y ha impugnado cualquier concurso de jefatura de servicios que haya sido ganado por un psicólogo o una psicóloga, aun cuando el servicio fuera, por ejemplo, de terapia familiar. Lemus nombró como director de Salud Mental a Andrew Blake, y con él entró un discurso fuertemente dirigido al uso ideológico de las neurociencias. Recuerdo un encuentro realizado en Quilmes, creo, que se denominó “Cerebrar la Salud Mental”, y el hecho de que el logo de la Dirección Nacional de Salud Mental que era un grupo de personas fue reemplazado por un cerebro. Bajo su gestión, cesó de funcionar la Comisión Interministerial de Salud Mental en el que se concertaba intersectorialmente con la jefatura de Gabinete las acciones necesarias para la ejecución de la ley. También se suspendió el apoyo al Consejo Consultivo Honorario, que se siguió reuniendo, con mucho esfuerzo, por voluntad de sus miembros que debían costearse los viajes (el CCH tiene representantes que no son de Buenos Aires). No obstante, y al no depender de la DNSM, el Órgano de Revisión de Salud Mental siguió funcionando e impulsó en las provincias la creación de los órganos de revisión locales llegando a configurar una red federal de OR. Por supuesto, la Dirección Nacional de Salud Mental desmanteló los programas territoriales preexistentes.

En 2017, cuando se producía un cambio de ministro de Salud, durante la campaña por las elecciones legislativas de medio término, trasciende que estaba a la firma del presidente la derogación del decreto reglamentario de la Ley de Salud Mental y la aprobación de uno nuevo, que contravenía todos los principios de la ley, comenzando por la definición misma de salud mental. Merece mencionarse que un decreto reglamentario del Ejecutivo no puede modificar la ley y mucho menos su fundamentación, pero eso era lo que se proponía.

El movimiento de distintos actores que apoyaban la ley fue tan fuerte que hizo fracasar la iniciativa y precipitó la renuncia del Director de Salud Mental. También, me parece, produjo un efecto dentro de un conflicto interno que había en la coalición Cambiemos, favoreciendo a un sector del radicalismo del cual provino el nuevo director de Salud Mental. El doctor Adolfo Rubinstein sucedió a Lemus como ministro de Salud, y nombró en la Dirección de Salud Mental al licenciado Luciano Grasso, un profesional psicólogo que ya tenía experiencia de gestión municipal en el campo, quien estableció un fuerte lazo colaborativo con la Organización Panamericana de la Salud, cuyos postulados en salud mental coincidían en términos generales con la Ley de Salud Mental. Sin embargo, se trató de una gestión enmarcada en una política de salud con fuerte restricción de la función del Estado y de la asignación presupuestaria, que culminó cuando el Ministerio fue degradado a Secretaría de Salud.

Durante su gestión, Luciano Grasso tomó medidas afines con la implementación de la ley. Por ejemplo, reactivó el Consejo Consultivo Honorario y sustanció un censo de personas internadas en instituciones psiquiátricas, lo que promovió bastante debate, en especial en algunas corporaciones u organizaciones psiquiátricas. Pero todo en un marco de restricción y bajo el modelo que se intentaba implementar en salud de la CUS (Cobertura Universal en Salud).

Por cierto, Basaglia decía que una política de desmanicomialización requiere de una política de empleo pleno. La implementación de una ley basada en la perspectiva de derechos requiere una política integral de profundización de derechos, y lo que sucedió en ese período fue lo inverso. Eso repercutió en la implementación de la ley, sin lugar a dudas. La propuesta de reforma del sector salud, el modelo de la CUS (Cobertura Universal en Salud), tampoco parece lo más adecuado para una política de salud mental que genere el marco necesario para que las personas con sufrimiento psíquico encuentren un espacio social donde desarrollar sus vidas, con los soportes necesarios para el ejercicio pleno de sus derechos.

Volvamos ahora a la primera parte de la pregunta: la importancia de la Ley de Salud Mental.

Cuando se estaba debatiendo la ley, muchas personas me preguntaban por qué se bregaba por una ley de salud mental cuando no había una ley nacional de salud. Otras decían que, entonces, habría que hacer una ley por especialidad médica. En ambos casos la respuesta era la misma: la importancia y la urgencia de la ley de salud mental estribaba en que era el único campo de la salud en el cual el Estado y la sociedad se reservaban el derecho de privar de libertad a una persona en nombre de su cuidado y del de la sociedad (terceros). Si uno asiste a una guardia con un problema grave y se niega a tratarse, una vez firmados los papeles correspondientes que deslindan de responsabilidad al servicio de salud, se puede retirar aunque corra riesgo su vida. Nadie interna compulsivamente a una persona con diabetes porque no está siguiendo de modo adecuado su tratamiento, pese a que corre riesgo y puede hacer correr riesgo a los demás, por ejemplo, manejando cuando no está en condiciones de hacerlo.  No sucede así en el caso de la salud mental, y no era así hasta mediados del siglo pasado mientras rigió la ley de lepra (que también autorizaba a recluir forzosamente, en nombre de la defensa de la sociedad). Entonces no se trataba solamente de una ley que estableciera modelos o técnicas de asistencia en salud, sino de una ley que amparara los derechos de personas sometidas a una situación de excepción. La ley no prohíbe las internaciones involuntarias, pero propone la generación de un marco institucional destinado a cuidar y promover los derechos, y a limitar la internación al tiempo específicamente necesario para que cese la crisis. En ese sentido, se trata de una ley antimanicomial, si se entiende por manicomio no un establecimiento sino un instituido y una práctica social de objetivación que genera un espacio de hiposuficiencia jurídica y, de manera indirecta, produce efecto en el conjunto de la sociedad.

A mi gusto, hay hitos centrales de esta ley:

  1. La definición misma que hace de salud y salud mental en su complejidad.
  2. El desplazamiento desde “enfermedad mental o trastorno” a “sufrimiento psíquico”, que es una categoría que necesariamente deriva en la necesidad de un abordaje interdisciplinario e intersectorial.
  3. La modificación de los causales de internación que pasa de “peligrosidad” a “riesgo cierto e inminente”.
  4. La inclusión de los consumos problemáticos definitivamente considerados problemas de salud y no de seguridad, sacándolos de la esfera penal.

Interesa señalar que antecedió a la reforma del código civil produciendo una transformación en el mismo: transformó el motivo de internación que antes era por «peligrosidad» en la necesidad de probar por medio de un diagnóstico interdisciplinario la existencia de «riesgo cierto e inminente». Puede parecer un problema de palabras, pero en lo jurídico las diferencias de palabras devienen en diferencias prácticas y concretas. Si se define que una persona es peligrosa, refiere a algo que le es intrínseco y esencial a esa persona, y asocia la locura con la peligrosidad, entonces una vez que se lo interna, aunque haya sido por un episodio delirante agudo que cesó en diez días, para darle el alta se debe definir que esa persona ya no es peligrosa, ¿quién pone la firma a eso? Cualquiera puede ser peligroso, nadie tiene la garantía de no serlo de manera absoluta.  Curiosamente, mientras el código civil autorizaba a mantener recluida a una persona por ser “peligrosa”, el derecho penal fija el tiempo de reclusión según la pena, y cuando la persona cumple la condena es dejada en libertad sin que medie evaluación de su peligrosidad. En ese sentido, era más riesgosa la “condena” del código civil porque podía resultar en una reclusión de por vida.

En su clásico libro Psicoanálisis y salud mental, Emiliano Galende[10] dedica un capítulo al Caso Santiago, un obrero de la construcción que tuvo en su juventud un episodio en apariencia de crisis, bastante comprensible por el momento vital que atravesaba, en el cual lesionó a otra persona. Fue considerado inimputable del delito de lesiones leves, que es excarcelable, en razón de su estado psíquico y pasó las siguientes décadas encerrado en el Borda. Hace 15 días, un muchacho en un conflicto de tránsito golpeó a un taxista hasta la muerte y será juzgado por algún tipo de homicidio, pero está en libertad mientras dure el proceso, no se lo consideró peligroso porque no se lo consideró loco y sea cual fuere su condena, si amerita reclusión saldrá en libertad una vez que la cumpla. 

L.S.: Lo que se propone entonces la ley es desvincular locura de peligrosidad, y desmontar la idea de encierro como respuesta.

A.S.: En efecto, ese doble movimiento. Reconoce circunstancias de riesgo cierto e inminente para sí o para terceros, pero la internación debe cesar apenas la persona sale de esa situación y se deben tomar los recaudos para impedir que esa internación se transforme en un encierro prolongado, por las razones que sea.

L.S.: Casos como los de Santiago hay millones.

A.S.: Muchísimos, claro. Esta idea la anticipaba ya la Ley 448 de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires del año 2000, que invierte el requerimiento de fundamentación meticulosa del alta a la internación. Antes había que fundamentar clínicamente, con mucho cuidado, cuándo se daba un alta; según la Ley 448, lo que hay que fundamentar y someter siempre a revisión constante son las razones por las que se mantiene la internación. Obvio, si para dar el alta se debe tener certeza de que esa persona “no reviste peligrosidad”, se dificulta; en cambio, si se trata de diagnosticar que pasó la situación de riesgo y lo que se requiere es que se fundamente con rigor porqué se mantiene la internación, ya es otra cosa.

La Ley Nacional de Salud Mental y Adicciones es anterior a la modificación del código civil y requirió de esa modificación del mismo, pero no es una transformación pequeña sino muy sustancial. Una de las cosas que alegan muchos de los críticos a la Ley es que “no permite internar”, y es una falsedad a veces producto de la desinformación y a veces de la mala voluntad respecto a ella. Algunas corporaciones psiquiátricas han cuestionado esto y sugerido que la ley impide la internación. Eso puede producir y produce prácticas incorrectas y riesgosas. Hace pocos años, me llamaron a la noche los padres de una persona que estaba con una crisis severísima, encerrado en su casa, sin permitir que entraran y amenazando con incendiarla. Logré hablar con él por teléfono (lo conocía) y, asombrosamente, aceptó que entrara la psiquiatra del equipo de emergencias que habían llamado.  Poco después me llaman de nuevo diciendo que la psiquiatra se retiraba prácticamente sin intervenir. Entonces les pedí hablar con ella. Me dijo que en efecto la situación le parecía de alto riesgo, pero que no podía hacer nada porque el paciente no aceptaba internarse voluntariamente y que, entonces, la ley le impedía actuar. Le leí el artículo de la ley con respecto a internaciones involuntarias, y le dije que sería responsable profesionalmente si sucedía algo grave. Una vez aclarado esto, encontró los recursos para acompañar al joven a la internación que desde luego necesitaba. Obvio que si una conversación telefónica había podido tener algún efecto, una psiquiatra con experiencia podía también hacer una intervención convincente (eso también se lo dije).

La ley permite internar y permite internar involuntariamente, pero solo cuando se considera una situación de riesgo cierto e inminente, y debe cesar la internación cuando cesa dicha condición. Considera que la internación es una medida restrictiva que solamente debe tomarse cuando no hay otra alternativa terapéutica con posibilidad de igual eficacia. Por cierto, también considera que toda internación voluntaria pasa a ser fiscalizada como si fuera involuntaria, a partir de determinado período de tiempo, para evitar cronificaciones en esos casos, y que toda internación de un niño, niña o adolescente se trata y fiscaliza como involuntaria en resguardo de sus derechos. Entonces la cuestión de la internación hace un giro copernicano.

L.S.: Y modifica ampliamente las prácticas.

A.S: Claro, tiene que meter una cuña de modificación en las prácticas. Se vuelve indispensable construir los dispositivos y espacios de atención en la comunidad y generar las políticas que den los soportes necesarios. En eso también se abre una articulación con las políticas basadas en el enfoque social de la discapacidad y sus derechos. Obviamente no es una transformación fácil. Ahí aparece un segundo elemento que tiene mucho que ver con lo que Basaglia en su momento señaló como articulación entre locura y pobreza. La confluencia entre locura y pobreza se manifiesta en la cronificación de lo que se llaman los «casos sociales».

L.S.: Término que se sigue utilizando demasiado, y se lo cuestiona poco…

A.S.: Entonces es ahí donde hay un deslizamiento por el cual, frente a la falta de garantía de derechos para que una persona pueda vivir en sociedad, teniendo los soportes necesarios para sus vulnerabilidades, lo que se hace es mantenerla internada y la institución se transforma en albergue pero con prácticas manicomiales. El hospital psiquiátrico deja de ser un hospital para transformarse en un espacio de albergue de personas desamparadas, pero sigue tratándolas como locas, están privadas de libertad por ser pobres.

Cuando el retorno de la democracia, la flamante Dirección Nacional de Salud Mental realizó un censo  en el Borda, y se descubrió que había pacientes que salían a la mañana y volvían al mediodía o a la tarde. Hacían actividades de trabajo informal para conseguir algunos recursos, como abrir puertas de autos, pedir limosna, o colaborar trasladando bultos en la zona de Constitución. Recuerdo que Dicky Grimson, que dirigía el censo, dijo: “Teníamos un hospital de noche y no nos habíamos dado cuenta”. En ese caso, el desorden había producido un efecto de generación no planeada de una institución en otra.

L.S.: No queremos dejar de preguntarte por la Ley y el tema de las adicciones.

A.S.: Recapitulemos los ejes de la ley. Los ejes centrales: uno es el de la peligrosidad que vira a riesgo cierto e inminente; el segundo es definir como objeto de la asistencia el sufrimiento psíquico y no la enfermedad mental. Hay dos momentos en los que el Estado intervino, por decirlo de alguna manera, variando la nominación de cómo se denomina en cuanto a los  términos. Una es cuando, en su momento, Ramón Carrillo dice “no los llamen más alienados, llámenlos enfermos mentales, son enfermos como cualquier otro”. En ese momento, lo que hace Ramón Carrillo  es de avanzada porque lo que él está diciendo es que la locura no es algo que se deja al costado del sistema de salud, sino que se la debe incorporar como enfermedad mental en el tratamiento, al igual que se trata cualquier otra enfermedad. Para esa época era un avance. El segundo momento es la Ley Nacional de Salud Mental que nomina como sufrimiento psíquico y no como enfermedad mental.

La ley dice que frente a la internación involuntaria hay determinados recaudos que se deben tomar, entre ellos la  presencia, que en su momento se constituyó, del Cuerpo de Letrados, pero después esto se tiene que replicar provincia por provincia, y el Cuerpo de Letrados y el Órgano de Revisión son dos dispositivos que deben estar presentes para garantizar que la internación no sea violadora de derechos.

Acá me voy a detener en otra cosa que dicen los psiquiatras, que cómo la ley va a decir que los medicamentos no deben ser usados como castigo o disciplinador, que los medicamentos solo se indican con todo cuidado para tratamiento. ¡Por favor! No pueden desconocerlo, ellos conocen los hospitales.  En un libro de una investigación temprana sobre una institución de albergue de madres solteras adolescentes,[11] no de pacientes psiquiátricos, se menciona el uso de la psicofarmacología como recurso disciplinario. Estamos hablando de madres lactantes que tienen que cuidar bebés, a las que sin embargo, para mantener la disciplina, se les daba psicofármacos… Debieran hacerse cargo. Cuando salió la ley que contempla el cuestionamiento a la violencia obstétrica, no salieron los obstetras a decir “¡cómo nos van a decir eso!” Porque todo el mundo sabe que existe la violencia obstétrica. No estoy señalando a los psiquiatras o las personas particulares, sino a lo que son los discursos corporativos. Cualquier psiquiatra que está en un hospital sabe perfectamente que si hay una sala con 30 personas y que a la noche hay un solo enfermero, se va a sobremedicar para mantener el orden.  No olvidemos que en los años sesenta se usaba un psicofármaco, el Dimaval, en las salas donde estaban los bebés recién nacidos para tenerlas en orden. Las prácticas objetivantes deben poder ser revisadas críticamente por sus actores, no negadas.

Finalmente, y volviendo a la pregunta, también está produciendo mucho ruido en  la Ley de Salud Mental el artículo 4, que coloca los consumos problemáticos y las adicciones en el plano de los problemas a ser abordados como del campo de la salud mental, o sea asistencialmente. Los tiende a retirar del campo de la penalización. Así como Carrillo dijo “no son alienados, son enfermos, vengan para el campo de la salud”,  esta ley dice “no son delincuentes, no entran en la égida del derecho penal ni tienen porque estar en mano de la seguridad, son personas con un problema de salud, vengan para el terreno de la atención en salud, de la salud mental, y despenalicémoslo”. Es una perspectiva de ampliación de derechos y, al hacerlo, tocó dos ejes centrales: uno, son intereses propios locales y otro es la necesidad política de algunas posiciones conservadoras de estigmatizar al consumidor para sostener la estrategia mundial de la “guerra contra el narcotráfico”, que en realidad es un complejo sistema de dominación y beneficios económicos para la industria armamentista. Cada avioncito de esos que hemos comprado para luchar contra el narcotráfico ha salido millones de dólares. Y es para invertir en la guerra más perdida del planeta, porque ya lleva 30 años y no cesa de fracasar, pero siguen invirtiendo millones de dólares y produciendo conflictos y muertes. A la larga, más que una guerra contra el narcotráfico parece una alianza virtuosa con el narcotráfico. Si todo ese dinero se destinara a prevenir el consumo, a crear programas para jóvenes, estaríamos bastante mejor con el tema narcotráfico que como con Bullrich parada vestida de fajina, mostrándote siempre los mismos paquetes de drogas incautados en pequeña escala, mientras nadie controla los movimientos de capitales en gran escala de ese comercio ilegal que en algún lugar se blanquea. Me parece un desquicio.

Otro actor que aparece cuestionando la ley son algunos representantes de esas instituciones que se llaman las comunidades de atención para adictos, que no están regidas por el régimen de una institución de la salud. Para instalar una clínica psiquiátrica hay que cumplir muchos requisitos, para poner una institución de estas, es suficiente con alquilar una quinta en un lugar donde estén baratas, contratar a un psicólogo o a una psicóloga un tiempo por semana, un psiquiatra que vaya de vez en cuando, y después conseguir que te deriven los tratamientos y las internaciones que en el modelo penalizante podrían ser obligatorias, o los tratamientos voluntarios o solicitados por los familiares. Luego es sencillo, los mismos internados preparan la comida, lavan la ropa, arreglan el césped, hacen todas las tareas y se curan entre ellos, porque el tratamiento muchas veces es de vinculación entre ellos. No estoy cuestionando toda comunidad terapéutica, sino el hecho de que su escasa regulación y fiscalización ha permitido que en algunas de ellas sucedan violaciones importantes de derechos e inclusive muertes por falta de asistencia médica, como se probó judicialmente a partir de la investigación del periodista Pablo Galfré, en La Comunidad. Viaje al abismo de una granja de rehabilitación.  Con esto yo no quiero decir que no haya algunas formas de comunidad terapéutica que son buenas y funcionan, y que no haya gente que para salir de un proceso adictivo, en una de esas necesita una internación. Lo único que estoy diciendo es que están sin control y algunas tienen inclusive violaciones básicas de derechos comprobadas judicialmente. En el debate en las comisiones de la Cámara de Senadores aparece claramente la oposición a la ley de algunas organizaciones que representan a comunidades terapéuticas.

L.S.: Otra cuestión polémica es que la ley establece que un psicólogo puede dirigir un servicio de Salud Mental.

A.S.: Lo que pasa es que la psicopatología, el diagnóstico psicopatológico, pasa a ser un elemento más del diagnóstico del sufrimiento psíquico. Por ejemplo, una persona tiene un cuadro delirante, una parte del sufrimiento del cuadro delirante es el lugar y la posición social que esto le hace ocupar.

L.S.: La estigmatización…

A.S.: La estigmatización, la dificultad, la pérdida de referencia con respecto a confiar en su propio principio de realidad, etc., y el lugar mismo de discapacidad socialmente asignado. Por ejemplo, una mujer tiene un cuadro delirante y en ese momento, que ella bien define como un escenario y un lenguaje que no puede compartir con nadie, el sufrimiento está fuertemente ligado a la psicopatología y la intervención puede requerir la psiquiatría. Pero cuando ha cesado la crisis y, por ejemplo, está iniciando una relación de pareja, no acepta una invitación a pasar unos días juntos porque no sabe cómo explicar la medicación que toma, ese sufrimiento es producido por el estigma. La puede llevar incluso a cortar esa relación. Algunas de las personas con problemáticas de salud mental, personas  con sufrimiento psíquico, son muy vulnerables a los ambientes hostiles de trabajo. Así como para adaptar el ambiente para una persona con discapacidad motriz se requieren determinadas condiciones, para adaptar un ambiente a una persona con una susceptibilidad particular, por su condición subjetiva, hay que tener alguna forma de gestión del ambiente laboral que puede producir malestar a todos, pero que a ellos les detona un sufrimiento mayor, por ejemplo.

En Francia acaba de ser juzgada Telecom, [12] porque en el proceso de ajuste se suicidaron 35 personas. No se suicida cualquiera, se suicida el que tiene la vulnerabilidad para hacerlo, pero generaron un ambiente tóxico desde el punto de vista de la salud mental equivalente a que se los somete a asbestos. No toda persona expuesta a asbestos enferma de cáncer, sólo a quienes son vulnerables, pero el problema es que se los sometió a esa exposición. En este caso, se reconoció el carácter tóxico de una condición laboral para una problemática de salud mental, se la ligó a las condiciones de trabajo.  El sufrimiento psíquico no es reducible a las nosografías psicopatológícas individuales. Las categorías nosográficas, psicopatológicas, son herramientas de trabajo, no dicen nada sobre el ser de la persona, ese es el punto. Vos no podes decir de la persona es esquizofrénica, es –en todo caso— una persona a la que se diagnostica así como recurso para intervenir. Aún así, dentro de quienes entran en ese diagnóstico, la gama de diferencias, padecimientos y potencialidades es altísima. No se los puede reducir a ello.

Ese proceso de esencialización muchas veces no tiene demasiado fundamento, en esencia no se sabe exactamente cómo actúan alguno de los psicofármacos, por ejemplo. Se los convalida empíricamente.  Recuerdo una señora a la que le dolía el estómago, y volvió contenta porque ya tenía el diagnóstico: “tengo gastralgia”. Lo único que había hecho el médico fue poner en lenguaje “científico” lo que le estaba diciendo ella, y con buena parte de los diagnósticos psiquiátricos pasa lo mismo.

En cambio un psiquiatra con el que yo trabajé y aprendí mucho, estaba haciendo el certificado de discapacidad una mujer y esta le pregunta qué quiere decir esquizofrenia paranoide, y él le respondió:  “es el modo como nosotros, los psiquiatras, llamamos a esos problemas que usted tiene y que estamos trabajando”. Me pareció exacto.

No hay que usar medicamentos a menos que se necesiten, no hay que usar el lenguaje psicopatológico a  menos que sea absolutamente necesario.

Para decidir un tratamiento, un psiquiatra tiene que tener una hipótesis diagnóstica. Lo que no se puede hacer es reducir luego a la persona a ello, o explicar todo a partir de ese diagnóstico. Es indispensable evitar el etiquetamiento, porque una vez que te etiquetan todo quedará asociado indefectiblemente a ese diagnóstico, y eso impide una estrategia de cuidado integral y respetuosa.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Marie Langer: Historia, memoria y diálogo psicoanalítico, Ghandi Folio Ed., Buenos Aires, 1984. https://isbn.cloud/9789506170097/memoria-historia-y-dialogo-psicoanalitico/

[2] Este comentario figura en la 41° edición de Maternidad y sexo, publicado por Psicolibro, en Buenos Aires, en 1976.

[3] Los dos tomos de Las huellas de la memoria, de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, publicados por Topía Editorial. .

[4] Anna Freud y Dorothy T. Burlingham: La guerra y los niños, Ediciones Hormé, Buenos Aires, 1965.

[5] Alicia Stolkiner: “Prácticas en salud mental”, Rev. Investigación y Educación en Enfermería, Vol. VI, No 1, Marzo 1988. Medellín.

[6] Un breve video puede informar sobre esta invasión que casi nadie recuerda: https://www.youtube.com/watch?v=h_owvq-IB6U

[7] “Obstáculos para el desarrollo de políticas transformadoras en salud mental: el caso de la ley 25.421”. Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. Año 14, Nº3 (2009) ISSN 0329-5893. Última autora. 

[8] Bogogevich, Albano, Bolomo, y Robinson: “La Ley de la Locura. Diálogos entre sobrevivientes de manicomios y la ley 26657”, FEPRA, Buenos Aires, 2015.

[9] Sobre estos movimientos hemos desarrollado una línea de investigación en el equipo UBACyT que dirijo y que tiene una serie de publicaciones:

Stolkiner A.: “Nuevos actores en el campo de la salud mental”. Revista Intersecciones Psi. Revista Virtual de la  Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. Año 2, No 4. Buenos Aires, Septiembre 2012. Disponible en: http://intersecciones.psi.uba.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=134:las-organizaciones-de-usuarios-y-familiares-como-nuevos-actores-del-campo-de-la-salud-mental&catid=17:investigaciones&Itemid=30

 

 

 “The identity as a rights advocate: contextualizing the understanding of mental health user associations in Argentina”. Disability & Society. 10.1080/09687599.2018.1488678. Publicado Online el 5 de Noviembre de 2018. ISSN: 0968-7599. En co-autoría con Melina Rosales y Sara Ardila. Disponible en: https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/09687599.2018.1488678?scroll=top&needAccess=true

 

“De usuarios de salud mental a promotores de derechos. Los efectos de la participación en una asociación de usuarios de servicios de salud mental en la Ciudad de Buenos Aires. Un estudio de caso en el año

2015”. Anuario de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. No XXV. Buenos Aires, 2018. ISSN 0329-5885. Última Autora. En co-autoría con Melina Rosales y Sara E. Ardila Gómez. Disponible en http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/anuinv/article/view/13488

 

[10] Emiliano Galende: Psicoanálisis y salud mental. Para una crítica de la razón psiquiátrica, Paidós, Buenos Aires, 1990.

[11] Anahí Viladrich: Madres solteras adolescentes, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1991.

[12] Nota periodística sobre el suicidio de 35 empleados de TELECOM Francia y el posible encarcelamiento de sus jefes. https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/se-suicidaron-35-empleados-telecom-francia-sus-nid2266272

La invención de una epidemia // Giorgio Agamben

Frente a las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus, es necesario partir de las declaraciones de la CNR*, según las cuales no sólo “no hay ninguna epidemia de SARS-CoV2 en Italia”, sino que de todos modos “la infección, según los datos epidemiológicos disponibles hoy en día sobre decenas de miles de casos, provoca síntomas leves/moderados (una especie de gripe) en el 80-90% de los casos”. En el 10-15% de los casos, puede desarrollarse una neumonía, cuyo curso es, sin embargo, benigno en la mayoría de los casos. Se estima que sólo el 4% de los pacientes requieren hospitalización en cuidados intensivos”.

Si esta es la situación real, ¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?

Dos factores pueden ayudar a explicar este comportamiento desproporcionado. En primer lugar, hay una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. El decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno “por razones de salud y seguridad pública” da lugar a una verdadera militarización “de los municipios y zonas en que se desconoce la fuente de transmisión de al menos una persona o en que hay un caso no atribuible a una persona de una zona ya infectada por el virus”. Una fórmula tan vaga e indeterminada permitirá extender rápidamente el estado de excepción en todas las regiones, ya que es casi imposible que otros casos no se produzcan en otras partes. Consideremos las graves restricciones a la libertad previstas en el decreto: a) prohibición de expulsión del municipio o zona en cuestión por parte de todos los individuos presentes en cualquier caso en el municipio o zona; b) prohibición de acceso al municipio o zona en cuestión; c) suspensión de eventos o iniciativas de cualquier tipo, actos y toda forma de reunión en un lugar público o privado, incluidos los de carácter cultural, recreativo, deportivo y religioso, aunque se celebren en lugares cerrados y abiertos al público; d) suspensión de los servicios de educación para niños y escuelas de todos los niveles y grados, así como de la asistencia a actividades escolares y de educación superior, excepto las actividades de educación a distancia; e) suspensión de los servicios de apertura al público de museos y otras instituciones y lugares culturales a que se refiere el artículo 101 del Código del Patrimonio Cultural y del Paisaje, según lo dispuesto en el Decreto Legislativo 22 de enero de 2004, n. 42, así como la eficacia de las disposiciones reglamentarias sobre el acceso libre e irrestricto a esas instituciones y lugares; f) suspensión de todos los viajes educativos, tanto en Italia como en el extranjero; g) suspensión de los procedimientos de quiebra y de las actividades de las oficinas públicas, sin perjuicio de la prestación de los servicios esenciales y de los servicios públicos; h) aplicación de la medida de cuarentena con vigilancia activa entre las personas que hayan estado en estrecho contacto con casos confirmados de enfermedades infecciosas generalizadas.

La desproporción frente a lo que según la CNR es una gripe normal, no muy diferente de las que se repiten cada año, es sorprendente. Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites.

El otro factor, no menos inquietante, es el estado de miedo que evidentemente se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad real de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla.

26 de febrero de 2020

 

* CNR es la sigla de El Consiglio Nazionale delle Ricerche [Consejo Nacional de Investigación].
Imagen principal: Dex HannonVirus in the Bloodine , 2018

En Quodlibet.it y Ficción de la razón

Los perros de Mauricio // Ariel Sicorsky

I

Recuerdo que esa tarde nos fuimos de la playa a la cabaña de Murilo y estábamos todos sentados en ronda -eramos seis o siete- y que la luz que entraba por la ventana dibujaba un rectángulo dorado en la pared de cal. Ese pueblito de pescadores del nordeste brasileño, que todavía conservaba su ritmo cansino y sin pretensiones, estaba, sin que me diera cuenta, terminando de aflojar la malla de contención en la que me había refugiado y en la que había vivido toda mi vida. Murilo era policía en Sao Paulo y tenía el famoso porro de la lata, aquel que Jemanjá se había encargado de verter por todas las playas del litoral paulista y que, según se decía, había sido descartado por un barco que venía de Tailandia ante la presencia una lancha de la marina de Brasil. Por otra parte, los brasileños tenían con el canabis, una relación diferente de la mía: en Buenos Aires armábamos unos porritos pequeños, unas agujitas tímidas que si bien nos aflojaban y nos ayudaban en la tarea de diluir la dureza porteña, no lograban disolver por completo las barreras de irónía en las que, por costumbre, nos parapetábamos. Murilo, en cambio, había desarrollado una ingeniería asombrosa: unía tres o cuatro papeles para armar y lograba unos porros gigentescos. El tamaño descomunal de los cigarros sumado a la potencia de ese porro tailandes, o de donde fuera que sea,  fueron llevándome a un lugar de sensibilidad y emoción que nunca había sentido; pero lo que terminó por desanudar los velos de mi personalidad, lo que abrió mi corazón desconfiado, fue el amor que circulaba, como si fuera una diosa remolona, entre los que estábamos allí.

Lalo -mi amigo de toda la vida, mi hermano- se había ido a nuestra cabaña, y el estar solo entre desconocidos, hablando de la paz entre los hombres ( a páis decía Murilo a quién yo veía ya como si fuera el oso de un dibujo animado), hablando sin prejucios del amor, sin nada que aparentar ni sostener, fue, creo, la primera vez que estuve en el mundo, por fuera de las formas y cliches de mi universo conocido.

Había un muchacho de Brasilia que se llamaba Natal al que todos trataban con respeto porque era “el poeta”. Había escrito una poesía en la cual nombraba a algunos de los presentes, y al sol del nordeste, y a las miles de estrelles que se veían en el cielo y cuyo estribillo repetía tem forró en Canoa Quebrada. Carlitos, el argentino de Banfield que estaba sentado a mi derecha, le había puesto musica y todos la cantamos una y otra vez. Esa canción simple pasó a formar parte del repertorio que con Lalo seguimos cantando durante toda la vida. El tiempo transcurría lentamente y al mismo tiempo, cargado de una hermosa intensidad. El pibe de Banfield cantó rasguña las piedras y para mi sorpresa, todos la corearon; ya era parte del cancionero del grupo. Las palabras que íbamos pronunciando tenían una dulzura que parecía acariciarnos, como si estuvieran llenas de lucecitas de colores. Murilo seguia armando esos porros tremendos.

Sin embargo, por alguna razón que no recuerdo, en un momento me levanté y me fui a un médano alto donde en los atardeceres, la gente iba a ver la puesta del sol. Quizas la intensidad que estaba viviendo era demasiado para mí, y necesité salir, deambular un poco, y lentamente rumbear para mi cabaña, con mi amigo de siempre. Cuando llegué al médano, el sol se acercaba al horizonte; habia grupitos  desperdigados por el medano descomunal, todos tranquilos, conversando suavemente, fumando. Jeferson -un pibito local que me había enseñado capoeira- agarró una guitarra y la perfiló hacia el mar para que el viento  pase por las cuerdas haciéndolas sonar. Todo era bello y plácido, pero, quizas extrañado frente a tanta belleza, me asusté. Talvez el hecho de que estén todos fumando tan despreocupadamente chocó contra un núcleo duro de mi ser, forjado en tiempos de la dictadura militar y que  se expresaba por un temor irracional a la policía, que por otro lado, en ese pueblito perdido, brillaba por su ausencia. No sé si me di cuenta en el momento, pero estaba, efectivamente, un poco asustado y seguramente mis movimientos se verían, de pronto, un poco más toscos. Ese estado me llevó a seguir moviéndome.

Caminé con paso firme hacia el mar subiendo el medano que parecía infinito. La cabaña donde parábamos estaba al lado de la playa pasando el medano gigante. Soplaba un viento cálido que zumbaba suave pero persistentemente en los oídos. Y de pronto, en medio del siseo del viento, escuche a los perros.

II

Habiamos llegado a Canoa Quebrada unos días antes. Como Lalo había estado allí el año anterior, cuando bajamos del camión con nuestras mochilas a cuesta, presa de una emoción que lo desbordaba, fue anticipándose a cada curva, cada casa, cada piedra, contándome anécdotas de su viaje. Él asegura que en un momento, un poco saturado, le pedí “amablemente” que me permita tener mi propio encuentro con el lugar; yo no le recuerdo, pero la situación así descripta encuadra perfectamente con nuestra relación de amigos-hermanos desde los cinco años.

Entre sus historias, la más relevante y preocupante era la concerniente a los perros. Había que tener cuidado, estar atentos, no bajar nunca la guardia frente a los perros. Llevar siempre algunas piedras encima para tirarles en caso de ataque. El año anterior, mientras regrersaba a su cabaña, despreocupado por la playa paradisíaca, fue interceptado y perseguido salvajemente por una jauría de perros. Trágico hubiera sido el desenlace si no hubiese aparecido Jehová, un pescador local que a fuerza de piedrazos logró disolver el temible frente de ataque canino.

A lo largo de esos días nunca vi ninguna jauría, sólo algunos típicos perros de playa, bonachones, que se te acercan tímidos con la cabeza gacha y moviendo la cola; sin embargo la amenaza de los perros secretamente  nos acechaba desde el fondo de nuestras mentes en las playas increíbles, en las guitarreadas con caipiriña, en la roda de capoeira.

III

Y finalmente aquí, mientras subo el médano infinito en este atardecer mágico y conmovedor, el viento me trae el sonido del horror… los perros. Distingo los ladridos desaforados entre las rafagas que vienen del oeste, y cuando vuelvo la cabeza los veo: son seis o siete y adivino sus formas que parecen de galgos. Vienen hacia mi en un galope rabioso. Su imagen de animales desplegados y atléticos lanzados en plena carrera hacia mí, se conserva en mi memoria exactamente igual hoy, más de treinta años despues.

Instintivamente empiezo a correr. Corro desprolijamente trepando el médano; la arena y el  miedo me vuelven torpe, como si estuviera ciego o no hubiera aprendido todavía las cordinaciones básicas del cuerpo. Corro por mi vida y es como si toda la expansión emocionada que había vivido a lo largo de toda esa tarde se hubiera transformado en lo opuesto: corro como si estuviera comprimido, como si todo el mundo se hubiera reducido al espacio que se acorta entre los perros y yo. No vuelvo a mirar hacia atrás porque cada segundo cuenta; corro y en el viento que parece haberse vuelto más fuerte, vienen trepando los ladridos como si fueran mordiscos secos que rasgan el aire.

Corro freneticamente llegando a la cima y cuando siento que estoy en una especie de meseta me detengo. Freno de golpe totalmente tomado por una sensación, por algo que teniendo  la textura de una certeza se expresa dentro de mi mente bajo la forma de una pregunta. Estoy en un estado totalmente desconocido: perplejo, como si estuviera en medio de un desierto sin nombre. Freno, y con la respiración todavía agitada por el pánico y la corrida, me pregunto lentamente, como si mi mente estuviera creando en ese mismo instante las palabras: ¿qué perros?

 

Estoy parado en la cima del médano como si estuviera sobre la meseta más alta y solitaria del mundo. La arena amarilla reflejando la última luz del día le da a esa inmensidad un aspecto lunar. Voy girando lentamente para encontrar lo que mi mente, desafiando la imagen de los galgos desbocados, ya intuía; lo que en algún lugar liminal ya sabía: no hay perros. No hay perros. No hay nada. Sólo el atrdecer, el cielo y yo.

Parado en la total soledad empiezo a ver miles de imágenes; mas que imágenes, visiones. Lo primero que veo es a mi hermano Ale, vestido con un camperón y un gorro de lana azul, que baja esquiando el medano, como si estuviera en el cerro chapelco; veo otras cosas, muchas, que desfilan ante mis ojos como una película que están proyectando sólo para mí, pero ya no las recuerdo: Sé -lo supe en aquel momento- que todo lo que veo tiene el sabor de la revelación. Esa tarde entendí cosas fundamentales y, sin advertirlo, tomé decisiones que determinaron los sigientes treinta años de mi vida.

Llegué a la cabaña y me abracé con mi amigo como si no lo hubiera visto en siglos.

IV

Hace unas semanas me encontré con Lalo. Vino a casa, y como hacía unos meses que no nos veíamos, nos dispusimos a pasar tranquilos la tarde/noche, sin prisa, con tiempo para hacer unos estiramientos e ir hablando de nada en especial. En un momento recordamos aquel lejano viaje por el nordeste brasileño. Nuestras mentes deambularon por las escenas familiares: Murilo, Natal, las chicas de Fortaleza, y por supuesto, el momento de mi epifanía fumona en los médanos. Lalo recordó entonces una escena que forma parte de su acervo familiar y que yo, curiosamente, no conocía: Mauricio, su papá, era corredor de rulemanes y autopartes y recorría las rutas del país en un autito que se adecuaba muy bien a su condición de joven de clase media que recién empieza. Una noche un poco fría, saliendo de un pueblito perdido en la provincia de Santa Fé, en una ruta sin nombre, escucha una explosión que le retumba en la cabeza. Baja del auto y descubre que pinchó una goma. Cuando acomoda todos los pertrechos y se dispone a cambiarla, aparecen como si hubieran nacido de la oscuridad de la noche, unos perros. Caminan tranquilos, con morosidad, como si simplemente estuvieran haciendo una ronda de reconocimiento de su territorio. Mauricio los observa un poco inquieto y trata de mantenerse tranquilo. Parece que ya se van, que no se sienten amenazados con su presencia, cuando un perrito chiquito y nervioso, un cuzquito de nada, se le acerca y con movimientos temblorosos empieza a ladrar. Mauricio se sonríe al ver esa especie de prepotencia con la que lo azuza el pequeñin, pero, como si fuera una señal que el comandante de la tropa lanza con una autoridad indiscutible, los otros perros se lanzan como flechas y ladran y gruñen y muestran sus dientes. Mauricio se queda al lado del auto midiendo la peligrosidad de la situación. Decide hacer movimientos lentos y pausados tratando de mostrarse tranquilo, como si estuviera más allá de la inminencia del desastre. Desajusta las tuercas, saca la goma pinchada, pone la nueva. Los perros continúan ladrando, se aecercan amenazantes y lo miran con los ojos rojos de sangre; Mauricio sigue haciendo lo suyo, conteniendo el impulso de salir corriendo y refugiarse en el auto; tiene la sensación de que está frente a un pelotón de fusilamiento que en cualquier momento, y sin ninguna razon en especial, pudiera disparar y terminar agujereando su preciada vida. Cuando finaliza, sube lentamente al coche sintiendo cómo la adrenalina que corre por sus venas le da un leve y continuo temblor en las manos. El sonido de los ladridos lo acompañará a lo largo de su vida.

Yo escuché la historia, de principio a fin, perplejo. En una escala mucho menor, el momentáneo estupor de mi mente debe haberse parecido a aquel que había sentido tantos años atrás. Lentamente descubrí que los perros que me persiguieron aqulla tarde en el médano, esos galgos que vi tan claramente desplegados, corriendo voraces por la arena no eran, como yo creía, los perros que Lalo había temido y que mi mente había aceptado y reproducido con todo el horror que cargaban en sus lomos; no eran los perros que la mente de mi amigo habían creado el año anterior, despues de que lo persiguiera la jauría.

Los perros que me corrieron aquella tarde, y que Lalo me legó, eran más antiguos; habian sido acuñados muchos años atrás a la vera de una ruta provincial y se habían transmitido a la siguiente generación, como se transmiten el conocimiento, los vicios y el amor.  Eran los perros de Mauricio.

 

El gran parásito ¿Dónde está? // Silvina Mercadal y Eugenia Boito

La película Parasite del director Bong Joon-ho ha tenido un periplo internacional destacado: La Palma de Oro en el Festival de Cannes, el premio a mejor película en los Globos de Oro, y como anticipo del Oscar a la mejor película “internacional”, el máximo premio del Sindicato de Actores de EEUU (SAG). ¿Cómo explicar este arribo a la cumbre por un filme en apariencia de crítica social?

Parasite quizás basa su éxito en una serie de artificios vinculados con la manera en que representa a las clases sociales en tiempos de gubernamentalidad neoliberal –donde el predominio de la “ontología de los negocios” aparece como organizador de la vida­–. En este sentido, es bueno recordar que el anticapitalismo está sobradamente difundido en el capitalismo, paradoja que la misma industria cultural expone de manera sintomática. En Hollywood la élite millonaria que constituye en star system se autocelebra con discursos expiatorios –como el que ofreció Joaquín Phoenix– en la ceremonia anual de entrega de premios.   

El relato se construye desde la perspectiva de una familia pobre y desocupada que pasa de los trabajos ocasionales a formar parte del personal de servicio de una familia rica. En una suerte de trama hobbesiana de “guerra de todos contra todos”, la lucha de clases comienza por el desplazamiento de los miembros de la clase subalterna –clase de pertenencia de los Kim– que están en una posición “acomodada” de empleo permanente. Si la pertenencia a la clase se desdibuja en los cuerpos y el lenguaje –aunque emerge en el olor que emanan los Kim–, se exhibe en una topografía polar y antagónica: mientras los Kim viven en un semi-sótano irrespirable, los Park viven en un punto alto de la ciudad –en una espaciosa mansión de diseño–, topografía que configura la descripción sociológica más superficial del filme. La distancia social en Corea tiene un correlato espacial, la ciudad aparece como una gran escalera en cuya cima los espera una empleadora crédula e incapaz de asumir las tareas de cuidado. Ya se sabe, si algo caracteriza a la burguesía es su “saber hacerse servir”, y mantener un trato cordial y distanciado con el personal de servicio.  

A esta primera topografía se agrega el descubrimiento del búnker en el que vive el marido del ama de llaves: un espacio construido para salvarse ante la amenaza de la guerra se ha convertido en la celda donde este personaje se sustrae del mundo para purgar la culpa por haberse endeudado. Se podría pensar en una topografía laica que es a la vez una fantasmagoría del cielo y del infierno: los ricos viven en un espacio des-responsabilizado, donde todo está dispuesto para el desarrollo de sus rutinas de bienestar, mientras los pobres habitan el infierno de la privación, la culpa, la responsabilización por su situación.

De esta manera, el filme está dispuesto y puede ser interpretado de manera ambivalente: en una operación de inversión ideológica se puede considerar que los parásitos son los pobres, una lectura más informada sobre la estructuración social le puede atribuir este carácter a los ricos, aunque hay una dimensión sensible revestida de propiedades suprasensibles, una envoltura ideológica que aún no ha sido desactivada, y aún más, un ente abstracto entre las clases que se alimenta de sus fluidos vitales.

En Realismo capitalista, Mark Fisher escribe: “El capital es un parásito abstracto, un gigantesco vampiro, un hacedor de zombies; pero la carne fresca que convierte en trabajo muerto es la nuestra y los zombies que genera somos nosotros mismos.” Es decir, hay un juego de intercambio de servicios entre la élite política y la población miserable a la que provee de un servicio también miserable: “lavarnos la libido de un modo sumiso”, “representar los deseos de los que no nos hacemos cargo”, asevera con lucidez Fisher.

¿Cuáles son los deseos no asumidos en este caso?  En primer lugar estamos frente al ethos que anticipaba Gilles Deleuze en su Posdata sobre las sociedades de control: la empresa ha reemplazado a la fábrica, y la empresa es un alma –a la que el marketing inventa sutilezas metafísicas–. La familia de los Kim aparece así como un grupo de emprendedores dispuestos a poner a prueba sus más inverosímiles talentos para escalar la pirámide social y llegar a la cima, aunque esto suponga terminar con cualquier vestigio de solidaridad intraclase.

En lo que se ha llamado la fase postindustrial de la economía capitalista, lo que predomina es la venta de servicios que constituye el “alma” de la empresa, la que se alimenta de la rivalidad y la competencia como fuente de estímulos para los sujetos, ya no colocados en la cadena de montaje fabril, sino en la picadora de carne del deseo. “El marketing es ahora el instrumento de control social, y forma la raza impúdica de nuestros amos” escribe Deleuze.

En este contexto, el Estado se muestra incapaz de coordinar la trama de las instituciones y otorgar sentido a la sociedad. En el filme aparece coordinando el caos y proveyendo de asistencia luego de una situación de catástrofe, o sea, como una institución liminar. La política se ha privatizado y parece desplegarse en los interiores en crisis: y la familia es un interior. A la escena donde los subalternos sueñan despiertos acceder a la vida de los ricos, le sigue la guerra intraclase que metaforiza un personaje simulando la retórica de la presentación de noticias sobre la potencia bélica del país asiático. Por último, la metáfora biológica que da su título al filme quizás sea una alegoría de la privatización de la política: los cuerpos parasitados por el capital despliegan sus tácticas de sobrevivencia en interiores estallados. Entre las cuatro paredes los subalternos ya no sueñan con las viejas esperanzas de emancipación, sino con los deseos modelados por la publicidad y provistos como entretenimiento por la industria cultural.  

Parasito /parásitos. ¿Singular y/o plural?

Siempre es interesante recurrir a las etimologías. Parásito refiere a “comensal” y posteriormente se acerca a la siguiente acepción: “organismo que se alimenta de las sustancias que elabora un ser vivo de distinta especie”. Así, parásito puede interpretarse como un comensal que se alimenta de las sustancias que elabora un ser vivo de distinta especie.

Entonces en esta época donde la industria ideológica –sensu Ludovico Silva– ha instalado el macroformato de la competencia de preguntas y respuestas en la carrera del entretenimiento televisivo, presente en diversos y sucesivos programas, en distintos canales y horarios, podemos repreguntar:

¿Quiénes son parásitos en el filme? Las respuestas que siguen pueden ser todas válidas, alguna válida, ninguna válida, y queda abierta nuevas lecturas posibles para los que se dispongan, también desde el lugar de comensal que se alimenta de las sustancias que elabora la industria del cine. ¿Ser vivo de distinta especie respecto del espectador?

Respuesta uno: Parásitos es la familia Kim, los cuatro miembros pobres que se alimentan de otra especie –de otra clase– inventado lo más inverosímil para ser contratados por la bellísima ama de casa; contrato que se hace de uno en uno, porque la lógica de estar adentro o afuera en la sociedad darwinista y competitiva, realiza la interpelación de uno en uno; es más, ya la forma familiar que propone el filme de acceso al empleo para todos/para cada uno, es atípica.

Respuesta dos: Parásitos es su reflejo, la familia Park, también de cuatro miembros pero de otra especie –de otra clase– que se alimenta de los paquetes de tiempo que compra de la vida de los otros. Paquetes de tiempo: La clase de inglés para la niña rica como “presentación social” adecuada de un empleo que en realidad es otro: poder tener algo/alguien para besar, apretar, tocar, frotarse en el bello cuerpo del joven/astuto profesor; o la compra del tiempo de la joven coreana destinada a la atención del niño rico, pequeño tirano que pide un adulto a gritos. Y la compra de paquetes de tiempo para roles más tradicionales y naturalizados por género: la realización de las tareas domésticas y el servicio de chofer, en el caso de los adultos. El ama de casa rica, la señora Park, se come el tiempo de todos, en todo momento: en las rutinas cotidianas y en la fiesta final para la celebración en honor de su pequeño que parece estar traumatizado por fantasmas.  Paga el tiempo –roba pedazos de vida– para que vengan todos los empleados (la familia Kim) a la fiesta, para continuar trabajando como siempre y más…

La lectura del señor Park, del hombre rico, es fácil: Talentoso ejecutivo de empresa transnacional que es un esclavo pero vive como dueño. Piensa, siente y actúa como dueño. Come como dueño.  

Respuesta tres: Parásitos es la comidilla intraclase entre pobres, entre lo que se ve en la superficie y el sótano; como se van comiendo entre generaciones los pobres esclavos que a veces se quedan sin espacio porque no tienen a quien venderle el tiempo cuando están sin patrón.

Respuesta cuatro: en una escena no hay compra ni venta de tiempo vivo sino que lo que se parasita –se vuelve objeto de comensalidad– es un objeto ausente, o más precisamente, un olor. Dice Zizek:

“Así pues ¿quién o qué es el Otro real? En el mercado actual, encontramos toda una serie de productos privados de su propiedad dañina: café sin cafeína, nata sin grasa, cerveza sin alcohol… Definitivamente deberíamos añadir a esta serie el olor: quizá la diferencia fundamental entre la clase baja y la clase media tiene que ver con cómo se relacionan con el olor. Para la clase media, las clases inferiores huelen mal, sus miembros no se lavan regularmente, o, por citar la respuesta proverbial de un parisino de clase media a porque prefiere ir en los vagones de primera clase del metro: «¿No me importaría ir en segunda clase con los trabajadores ¡pero huelen tal mal!». Eso nos lleva a una de las posibles definiciones de lo que significa hoy en día el prójimo: es aquel que por definición huele.”

La bombacha de la joven pobre se convierte en el fetiche que alimenta las fantasías de la pareja rica de los Park; la inesperada apropiación de la prenda íntima de una mujer sin rostro para encender la relación –de qué objetos se es dueño según la clase habilita otra línea de interpretación–. La dueña de la prenda está también allí acostada y oculta bajo un mueble y escucha en silencio la escena. Los rastros de alteridad de su prenda, que además se identifica como de otra clase, son apropiados por la pareja rica como incentivo para renovar el acto sexual. Un juguetito. Un gustito. ¿La evocación de un aroma?

Respuesta cinco: ¿Y si se trata de una terrible bacanal de todos contra todos y por eso el olor es el sentido que atraviesa, ata y desata núcleos de sentido en el filme? Durante el corte de la torta, en la comida final, la repulsión ante el olor que emana el personaje cautivo obliga al elegantísimo señor Park a taparse la nariz, gesto que desata la ira del padre pobre en medio de la carnicería humana donde se cruzan clases y generaciones. Entonces, si en las respuestas anteriores Parásito es en un sentido singular, aquí se pluraliza como violencia subjetiva en la puesta en escena de los ataques, pero se vuelve singular nuevamente por el hecho de que refiere una y otra vez a la violencia objetiva intra e interclases. La indica, subraya y remarca.

Por esto la pizca de verdad del filme está en la relación entre el olor y la otredad, pero en nuestra lectura, en acuerdo y en desacuerdo con las ideas de Zizek: el otro huele y a veces, lo que produce ese olor no es la evitación sino también el robo o la fagocitación; una especie de excursión protegida en las intimidades de aquel que huele; excusión de la que se vuelve habiendo saboreado. Comensalidad de lo impensado. Y en oposición, lo otro de la pizca de verdad del otro como el que huele, es la ideología y el máximo premio Oscar a la corrección política con la que es tratada la construcción del otro propuesta. Desde EEUU donde se reconoce, desde Corea del Sur donde se produce. Por eso Parasite inaugura ya no más el Oscar a la película extranjera sino a la película internacional. Parece no existir el “extranjero”, el afuera, ni el otro, ni la posibilidad de exilio –al decir de los situacionistas– en un mundo unificado.

Yo te creo, máquina // Agustín J. Valle

1. La verdad, no sé si tener miedo o no. Creo que el temor sosiega, paradójicamente: da una certidumbre, algo definido sucede, se circunscribe una fuente puntual de opresión a la que atribuirle el malestar que, de común, asedia difuso pero aplastante en la ciudad de la imagen. El miedo puede ser un modo de ordenar el mundo. En fin: creo que alguna vez tiene que pasar y el coronavirus, finalmente, librará de nuestra especie a la faz de la tierra. Creo que es un tipo de gripe y mata gente, más que nada adultos mayores, como también lo hace cada año la gripe común, pero sirve de alimento para la adhesión automática a todo miedo circulante, propia de la fragilidad anímica del reino mercantil, que es por un lado tan buen negocio para los medios de comunicación y, por otro, tan buena excusa para aumentar el arbitrio de los controles gubernamentales. Creo que es un virus introducido en China por los yankis para hacerle un agujero a su amenaza principal. Creo en todas las versiones; creo que todas tienen verdad.

2. El otro día se murió un terraplanero. Cayose de un cohete casero, que armó para demostrar su visión del mundo, según contó la noticia. El tipo -lo adiviné californiano apenas escuché la historia- dio la vida por lo que creía, puede decirse. Aunque es una creencia reactiva, efecto de un radical no-creer en “lo que nos dicen”.
Escépticos nos decían a los criados en la década del 90: tras la denominada caída de los grandes relatos, el escepticismo, no creer en nada, era el ánimo general. Sospecho que el escepticismo se ha diagnosticado en muchas épocas; creo recordar por ejemplo que Sartre lo señalaba en la posguerra. Quizá creer -dar crédito a la existencia de algo- es en el fondo una pulsión fisiológica. El mundo nos excede e incluso lo que conocemos apenas, lo que casi no conocemos, tiene nombre para nosotros, y en el nombre hay ya una idea, un relato, un crédito que damos. Creo que entonces lo que lo que hay son diversos regímenes y modos de la creencia, de aquello que llamamos creer, que, cuando varían, los formados en un régimen viejo no ven sino falta de creencias. En el capitalismo de los flujos -o capitalismo celular-, también las creencias se fluidifican y celularizan; en la mediósfera conectiva en que vivimos, se cree cualquier cosa precisamente porque a la vez no se cree nada. Dado que no se puede creer en nada, es imprescindible creer en algo.

3. Dice Peter Sloterdijk que la función de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas es excitar al colectivo social en cuanto tal, produciendo una inquietud común. Los medios reproducen el lazo social mediante el estrés. O sea que el metralleo sin descanso de crispación mediática no produce simplemente solo anomia y desintegración; esta excitación nerviosa, este odio, este pánico latente, este padecimiento insomne es el pegamento que liga al cuerpo social celularizado.
Cuanto más nervios produzca una noticia, entonces, más creencia obtiene en el régimen de creencia mediático.


Este video, por ejemplo, no creo que sea verdadero; dicen que es una simulación. Yo creo en todo, como decía. En el sentido de que, al revés de lo que decía Guy Debord (¡pero sin negarlo!), lo falso es un momento de lo verdadero. Si el video es una simulación, es concebible, imaginable, verosímil, es verdadero en tanto que simulación; es una simulación verdadera. Creo que hay que creer en todo, incluso por supuesto en muchas cosas contrapuestas, pero creyendo, sobre todo, que todo no es todo. Todo no es todo; el parámetro para valorar una creencia, un régimen de la creencia, es cuán activos -creadores- o nos deja, o simples deglutidores repitentes.

Fuente: Sólo las cosas

Sublevaciones populares y populismos. Dos regímenes del antisistema // Jun Fujita Hirose

El año 2019 estuvo marcado por una sincronía mundial en lo que refiere a los movimientos populares: por diferentes que sean sus circunstancias, cada movimiento comenzó protestando contra ciertos abusos del poder. Podemos ensayar una clasificación con cuatro tipologías:

El primer tipo de abuso concierne al aumento más de todo límite aceptable de cargas tributarias a la economía familiar: el aumento del gasto de combustible por la subida de impuestos (Francia, Líbano), por el recorte de subsidios (Ecuador, Irán) o por el aumento de precios (Haití), los aumentos de las tarifas de transporte (Chile) o de los precios de alimentos básicos (Sudán), la imposición sobre el uso de la aplicación de telecomunicación (Líbano), la defunción (Iraq) o la ausencia (Chile) de los servicios públicos, etc. El segundo tipo es la corrupción (Haití, Egipto, Iraq). El tercero es la monopolización del poder por la vía de la eternización de los mandatos presidenciales (Argelia), o vía reforma constitucional (Guinea). Y el cuarto es opresión sobre las minorías mediante la violación de los derechos de autodeterminación (Papúa occidental, Cataluña, Hong Kong) o vía la discriminación religiosa (India).

   Un aspecto central de los movimientos populares del año 2019 consiste, sin embargo, en el hecho de que ninguno de ellos detuvo su actividad luego de haber logrado limitar los abusos del poder contra los que reaccionaron. Y que todos ellos continuaron su despliegue dando lugar a un fenómeno que podríamos llamar “sublevación popular” (en el caso hongkonés, por ejemplo, las protestas siguieron ampliándose sin parar aún después de la retirada gubernamental del proyecto de ley de extradición a China).

   Al final de los años setenta, el filósofo francés Michel Foucault escribió una serie de reportajes y ensayos sobre el movimiento popular iraní contra el Sah Mohammad Reza Pahlavi y apuntó tres elementos distintivos que defienden “sublevación popular”. El primer elemento es la constitución de una “voluntad perfectamente colectiva”, que se forma inmediatamente como tal sin pasar por procesos de acuerdos o de alianzas entre clases sociales o corrientes políticas. El segundo es el “coraje” de cada individuo, expresado en la disposición a “arriesgar la propia vida” en las luchas. Y el tercero es la “desobediencia absoluta” (o “contra-conducta” absoluta), que consiste en rechazar todas las formas de gobierno (o de “conducta”), incluso las que se podría considerar “democráticas”.

   En 2019 asistimos justamente a este tipo de “sublevaciones populares” en las que cada individuo se pone en desobediencia absoluta arriesgando la propia vida formando una voluntad perfectamente colectiva. Todos los movimientos populares de 2019 pasaron “del rechazo a cierta forma de gobierno, al rechazo del gobierno en todas sus formas”, para retomar la expresión del filósofo japonés Yoshiyuki Koizumi, en su lectura de Foucault. El presidente Sebastián Piñera no se equivocó cuando decía, ante al pueblo chileno saliendo en la calle: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respecta a nada ni a nadie.”

   ¿Cómo un “rechazo de cierta forma de gobierno” se vuelve en “rechazo del gobierno en todas sus formas? A propósito de los iraníes de fines de los años setenta, Foucault señala la existencia de dos figuras que sirven de “punto de fijación”: por un lado, está Khomeyni, que “no está ahí, no dice nada y no es hombre político”, y por el otro, están los “muertos”, quienes han perdido sus vidas luchando bajo la represión militar del Estado. En 2019 no existía ninguna figura equivalente de Khomeyni. Pero todos los movimientos fueron fuertemente reprimidos. Quizá se pueda decir que, en cada uno de los movimientos de 2019, son los “muertos”, aquellos que cayeron en la primera etapa de luchas contra los abusos de poder, quienes funcionaron como “punto de fijación”, permitiendo la conversión del movimiento en “sublevación popular” (en el caso iraquí, por ejemplo, fueron asesinadas unas 600 personas en los dos primeros meses, antes de la dimisión del primer ministro Adil Abdul-Mahdi).

Las sublevaciones populares de 2019 son contemporáneas al fortalecimiento de fenómenos populistas en varios puntos del plantea. En estos populismos de izquierda y de derecha, que emergieron durante la segunda mitad de los años 2000, se trata también de formar una “voluntad perfectamente colectiva”. Su punto de partida estratégico reside, a ambos lados de la representación política, en la percepción del mundo actual en términos de heterogeneización de intereses populares: dada la fragmentación de la clase obrera, los discursos que apelan a los trabajadores, y a la “base” económica, no alcanzan sino a una porción limitada de la población. De allí que las retóricas populistas utilicen “significantes flotantes” que ya no se remiten a la base económica. Y que los típicos “significantes” emitidos por los populismos para formar una “voluntad perfectamente colectiva” tiendan a unificar a estas masas obreras fragmentadas. Se trata, de unir discursivamente lo que se ha dividido al extremo, en términos de asalariados en blanco y trabajadores precarios, opuestos entre sí. A fin de producir este efecto de unificación popular los populismos llamados de izquierda hablan del 99 % contra 1 % que concentra la riqueza, mientras que los de derecha emplean un discurso xenófobo (ciudadanos contra inmigrantes) y de la primacía nacional (economía nacional contra globalización).

   Si en el caso de una sublevación popular la “voluntad perfectamente colectiva” se forma en torno a los “muertos” caídos bajo la violencia estatal, debemos decir que este “punto de fijación” tampoco no es reductible a las lógicas de la “base” económica. Pero los muertos no son, en absoluto, un “significante flotante”. Los significantes populistas son palabras abstractas que sobrevienen de un modo ultra-básico (por encima de la “base”), mientras que los muertos son cuerpos concretos que subsisten en el suelo infra-básico (por debajo de la “base”). Es por eso que en una sublevación popular la corporalidad concreta se manifiesta en el coraje de cada uno de “arriesgar su propia vida”.

   En las sublevaciones populares de 2019 oímos constantemente críticas al “sistema”. También los populistas se presentan como “antisistema”. En la estrategia electoral de los populismos, el elemento “antisitema” toma por lo menos dos formas distintas: por un lado, hay un modo teórico de presentarse como “antistema”, que se sirve de significante flotante y que, en general, implica la crítica a las élites. Los políticos populistas, sean de izquierda o de derecha, se presentan entonces como si fueran los únicos capaces de ofrecernos una salida posible del “sistema” en el cual estaríamos completamente apresados bajo el control total de las élites. Desde este punto de vista, los demás políticos son, para los populistas, partidos “del sistema”. Pero por otro lado, hay una manera práctica de presentación de los populismos como “antisistema”, que consiste en desarmar todos los cuerpos colectivos intermedios existentes (tales como partidos políticos, sindicatos, agrupaciones sociales, etc.). Los populistas tales como Beppe Grillo, Donald Trump, Emmanuel Macron, Jair Bolsonaro, etc., procuran un contacto directo e inmediato con el electorado, rechazando toda intermediación organizada como “piezas del sistema”. “Pretendiendo representar en forma exclusiva al pueblo explotado […], el autodenominado candidato antisistema busca, en realidad, el restablecimiento del autoritarismo”, señala el mediólogo francés Éric Dacheux.

   El elemento “antisistema” activo durante las sublevaciones populares de 2019, fue el de la “desobediencia absoluta”. Así, no se trata de salir del sistema sino de no entrar en él. Es decir: de no entrar en ninguna relación de gobierno (gobernantes/gobernados), sino de afirmar en las prácticas mismas una verdad efectiva por fuera del sistema. El filósofo francés Michaël Fœssel dice: “en lugar de denunciar la omnipotencia del sistema […], tenemos que apoyarnos en lo que es siempre ya antisitemático en nuestras vidas”. Es cierto que las prácticas de no ingresar en el sistema -prácticas de “vida otra” (Foucault) o de creación de “formas de vida” (según el filósofo argentino Diego Sztulwark)- están cotidianamente llevadas a cabo por muchas personas en todas partes del mundo, tanto en las ciudades como en el campo. Pero una “sublevación popular” no se reduce al conjunto de semejantes prácticas cotidianas diseminadas, y se distingue por su dimensión inmediatamente global: es el pueblo entero de un país quien se pone a crear formas de vida autónomas (en el caso libanés es bajo la bandera nacional bajo la que se realizó una desobediencia absoluta popular).

   En el texto titulado “¿Es inútil sublevarse?”, Foucault sostiene que es sólo por la sublevación popular, producida como interrupción absoluta de la “historia” que “la subjetividad se introduce en la historia y le da su aliento”. La sublevación colectiva de los cuerpos que arriesgan cada uno la propia vida constituye, por tanto, algo así como el grado cero de la historia y conlleva, por eso mismo, la única verdadera “fuerza”, capaz de ponerla en marcha. Como decía el humorista francés Coluche, “si votar cambiara algo, lo hubiesen prohibido hace mucho tiempo”.

“El feminismo es la punta de diamante de una insurgencia internacional” // Silvia Federici

Victoria Furtado Y Mariana Menéndez

Foto: Victoria Furtado

Mientras alrededor del mundo se prepara la cuarta huelga feminista en cientos de reuniones, actividades y asambleas, escuchar a Silvia Federici resulta inspirador. En un impás de su andar por el mundo compartiendo claves y contagiando fuerza, Silvia nos recibió en su casa de Nueva York para conversar sobre la actualidad de las luchas feministas, las revueltas populares de los últimos meses, las tensiones del feminismo con la izquierda y los puntos más destacados de su último libro.

En los últimos años has estado viajando y en permanente contacto con compañeras y organizaciones feministas de América Latina y Europa. ¿Cómo ves la lucha feminista hoy?

Es un momento muy importante, muy particular. No solo en América Latina, aunque allí se ve con más impacto, es un momento en el que se da el encuentro del movimiento feminista, con toda su diversidad, con las luchas populares, con los movimientos sociales que, desde los años ochenta, han crecido en respuesta al ajuste estructural, a la política extractivista, al neoliberalismo. Este encuentro surge de una situación concreta muy fuerte, que es que todas estas políticas han impactado sobre todo en las mujeres y en la reproducción de la vida. Entonces las mujeres están en primer lugar no solo como víctimas del despojo sino también como luchadoras, como protagonistas de la resistencia. Y además de protagonizar la resistencia han necesitado hacer cuentas con los hombres de los movimientos, de las organizaciones mixtas. Y es aquí que se da el encuentro con el feminismo, el aporte del feminismo. 

Se ha creado así un feminismo nuevo, un feminismo que yo creo que es muy poderoso porque tiene una mirada anticapitalista que reconoce toda una historia de opresión, tiene una mirada descolonizante. Es un movimiento que, al fin, abarca todos los aspectos de la vida. No es un movimiento que se focaliza en el trabajo como se entiende tradicionalmente, es decir, vinculado a la producción, sino que se preocupa por el campo, por el cuerpo, por lo que pasa en la comunidad. Y no es solamente oposición, es un movimiento que construye. Yo creo que esta es su gran fuerza, es lo que le ha permitido crecer en estos años a pesar de que la ola de fascismo, de la derecha sigue creciendo. Crece porque está creando una infraestructura nueva que nunca se ha visto en los movimientos revolucionarios dominados por los hombres: toda esta creatividad, la capacidad de recuperar saberes tradicionales, de crear ligámenes afectivos. 

Yo creo que es un movimiento que tiene bases muy fuertes, por eso sigue sumando a mujeres que llegan de lugares diferentes, como en Argentina y Uruguay: de las organizaciones sindicales, de la economía solidaria, a las compañeras indígenas, a las campesinas. Esto es una fuerza. El movimiento feminista es el que trae las luchas hoy, en América Latina sin duda, pero esto, en forma diferente, está pasando también en otros lugares.


Precisamente, en los últimos meses hubo en América Latina una serie de levantamientos populares en defensa de una vida digna. Quizás los casos más claros son Chile y Ecuador, pero no son los únicos. ¿Cómo podemos leer estos procesos de lucha desde una perspectiva feminista que ponga en el centro la reproducción de la vida?

Yo creo que es importante una perspectiva feminista exactamente por eso, porque se enfoca en lo que es más fundamental, sea como objetivo o como condición de la lucha: el cambio de la reproducción de la vida cotidiana, de la reproducción social -no solamente de la reproducción doméstica- en todos los lugares. Porque reproducción significa trabajo doméstico, sexualidad, afectividad, significa también medioambiente, naturaleza, el campo, la agricultura, la cultura, la educación. 

El feminismo toca una gama muy vasta de temáticas vinculadas a la reproducción de la vida que son el fundamento de cualquier cambio social, que son el fundamento de cualquier lucha. No puede haber una lucha exitosa sin cambiar estos que son los aspectos más importantes de la vida. Por eso yo creo que en estos levantamientos que se han dado en Chile, en Ecuador, la participación de las mujeres es muy importante; sobre todo mirando a largo plazo, mirando estos movimientos no como una rebelión momentánea que mañana va a caer, sino como movimientos que expresan una revuelta muy profunda, que expresan un decir “basta ya” muy profundo con este sistema tan injusto, tan violento. Y pensando a largo plazo la perspectiva y las actividades de las mujeres son fundamentales.

Estas luchas feministas de las que estamos hablando, anticapitalistas o de un feminismo popular, se preocupan por una diversidad de asuntos. Se interesan no solo por los problemas de las mujeres sino por el conjunto de las relaciones sociales y con la naturaleza. No obstante, muchas veces se intenta ubicar nuestras voces de mujeres en lucha como sector, como si solo pudiésemos hablar de los temas de las mujeres. En particular este es un conflicto con la izquierda. ¿Cómo valorás la relación entre el feminismo y la izquierda?

Yo creo que esto es muy fundamental, creo que la izquierda no quiere ver. Los intereses masculinos vuelven ciegos a los hombres que proyectan sobre las mujeres lo que es su propia situación: son ellos que representan solamente un sector, un tipo particular de lucha. Lo que me parece importante del movimiento feminista es que ha abierto los ojos y ha descubierto todo el universo de la reproducción de la vida. Es un movimiento que verdaderamente mira no solamente un sector de la vida de los trabajadores, un sector del proletariado en el capitalismo, sino que mira en su totalidad. En los años setenta, al comienzo, se hablaba de reproducción como trabajo doméstico, pero en las últimas tres décadas hemos visto que reproducción es todo. Es el cultivo, las semillas, el campo, la salud, la educación, la crianza,  la calidad del aire, los entramados afectivos, etc. 

El aporte del feminismo ha sido también señalar las desigualdades, porque el capitalismo es producción de escasez, no producción de prosperidad, y producción de desigualdades. El capitalismo produce no solamente mercancías sino también divisiones y jerarquías como su condición primaria de existencia. Por eso el feminismo nos da una perspectiva más amplia, que no es sectorial sino que mira la totalidad de la vida. Claro que hablamos de un feminismo anticapitalista, no un feminismo de estado creado por las Naciones Unidas y los gobiernos para reclutar mujeres para las nuevas formas de desarrollo capitalista. Es muy importante clarificar esto porque hoy también hay un feminismo de estado, un feminismo institucional. No hablamos de estos feminismos.

A menos de un mes del 8 de marzo, en muchos países se están preparando, paros, movilizaciones y acciones. ¿Cuáles son los desafíos de cara a la próxima huelga feminista y, más en general, para mantener abierto este tiempo de lucha?

Para mí lo más importante es siempre el proceso, no la fecha, sino el proceso de construcción. El 8 de marzo es la manifestación de lo que se ha hecho, es un momento simbólico muy importante, pero lo más importante es lo que se construye en el proceso de contactar mujeres que, aunque muchas veces tienen intereses comunes, no se encuentran, el proceso de crear nuevos espacios. También es un momento de profundizar en lo que queremos. 

Entonces, por un lado, crear en concreto nuevas formas de organización, nuevos espacios, porque el espacio es fundamental, tener lugares donde podemos encontrarnos. Por otro lado, el programa, lo que queremos, porque todavía tenemos muchas cosas por definir. Por ejemplo, todavía se habla muy poco en el feminismo de la situación de la infancia, que para mí es trágica hoy, es una situación de crisis muy fuerte. Necesitamos articular más nuestro programa, sea en forma de oposición a lo que se está haciendo, sea en forma de construcción, de comprender lo que queremos, qué tipo de sociedad y relaciones queremos. Y, como siempre, el tercer objetivo es superar las divisiones de todo tipo que todavía existen entre las mujeres: raciales, de la diversidad sexual, de edad entre jóvenes y mayores, etc. Este es un objetivo muy importante porque la divisiones y las jerarquías son lo que más nos debilita y el arma más potente que tienen para crear nuevos conflictos, para mostrar que tenemos intereses diferentes, para hacer que nuestras energías se dispersen en luchas sectarias entre nosotras.

Ya que lo mencionás, ¿cómo ves las relaciones intergeneracionales en el movimiento feminista?

Soy optimista, porque he viajado mucho y veo que en España, en Argentina o aquí mismo, en Nueva York, a mis charlas llegan mujeres jóvenes. Yo tengo setenta y siete años y en mis presentaciones la mayoría, el ochenta por ciento son mujeres muy jóvenes, de diecinueve, veinte años. Me parece que hay un deseo de conectar. En los años setenta, en los movimientos mixtos se decía “nunca confíes en nadie que tiene más de treinta años”. Y bueno, yo puedo entender por qué, pero afortunadamente eso no pasa ahora con el feminismo. 

Hay un deseo de comprender, de conectarse con personas mayores. Aunque todavía la problemática de los mayores se está tocando muy superficialmente. Hoy los mayores, y sobre todo las mujeres mayores, viven una crisis muy fuerte. Muchas de ellas trabajaron toda su vida ayudando a los hombres a vivir y a morir, y cuando ellas necesitan ayuda porque no pueden trabajar más, no tienen recursos porque la mayor parte de su vida la han pasado trabajando sin ninguna ganancia. En Estados Unidos, las mujeres mayores son las que mayormente pueblan los refugios del estado. Son situaciones verdaderamente trágicas, sobre todo las de quienes no son autosuficientes, que muchas veces viven en condiciones terribles. Yo creo que esto, como la situación de la infancia, no se ha problematizado lo suficiente en el movimiento feminista. A pesar de que el movimiento reúne hoy a mujeres de varias edades, todavía es una problemática que debe ser incluida. Porque si hablamos de violencia, la miseria económica y afectiva en la que viven tantas mujeres mayores es una forma de violencia.

La lucha feminista está siendo muy fuerte en muchas partes del mundo, pero al mismo tiempo hay un avance, conservador en el mejor de los casos, directamente fascista en otros. ¿Cómo hacemos una lectura feminista de este proceso? 

Si ponemos esta violencia de hoy en el contexto del siglo veinte, sin irnos al siglo dieciséis o diecisiete, podemos ver que el capitalismo, en cualquiera de sus fases de desarrollo reciente, ha sido siempre muy violento: dos guerras mundiales donde murieron casi cincuenta millones de personas, la tortura de masas como sistema de dominio en América Latina a partir de los sesenta, todas las guerras que tanto gobiernos demócratas como republicanos de Estados Unidos han impulsado, etc. Pienso que es importante contextualizar esto para no pensar que es una novedad, para ver que, sobre todo cuando se siente amenazado, hostigado, el capitalismo necesita desplegar esta violencia. 

Y hoy el capitalismo se siente amenazado. En primer lugar, porque hace años se quejan de que el nivel de ganancia no es suficiente, entonces es un capitalismo en crisis. En segundo lugar, porque hay un avance, porque el feminismo es la punta de diamante de una insurgencia internacional. Son años y años de insurgencia continua. Desde la primavera árabe hasta hoy, es una insurgencia que siempre necesita de más tortura, guerra, cárcel. Entonces veo toda esta violencia como una respuesta que no es una novedad, sino la respuesta usual del capitalismo que se siente en crisis, que siente que sus fundamentos están en peligro y se enfrenta a movimientos internacionales que, sin estar coordinados tienen las mismas temáticas. Porque de Brasil a Chile, pasando por Ecuador, Líbano, Haití, hay una resistencia al empobrecimiento, a la miseria, a la violencia policial y del estado. 

No es casual que cuando las compañeras en Chile dijeron “el violador eres tú”, con un gran coraje, porque hacer esto en Chile no es lo mismo que hacerlo en otros países, esto ha circulado inmediatamente. Esta internacionalización y circulación inmediata de las preguntas, objetivos, consignas, formas de organización, nos dice que hay una insurgencia, un decir “basta” que es muy general. Pienso que los Bolsonaro y todas estas iniciativas de la iglesia y económicas son una respuesta. No se puede imponer una austeridad brutal, un despojo brutal por años y años, expulsar a millones de personas de sus tierras, sin organizar un enorme dispositivo de violencia. 

MÁS ALLÁ DE LA PERIFERIA DE LA PIEL

Acaba de publicarse “Beyond the periphery of the skin”, tu último libro [1]. Allí contraponés una noción de cuerpo tal y como ha sido pensada por el capitalismo -es decir, como máquina de trabajar y, en el caso de las mujeres, como máquina de procrear-, con el cuerpo tal y como ha concebido por la imaginación radical colectiva, en particular por el feminismo a partir de los setenta. ¿Qué significa hoy el cuerpo como categoría de acción social y política?


Me gusta la idea de cuerpo-territorio porque inmediatamente nos da una imagen colectiva. No solamente porque es el primer lugar de defensa y conecta el discurso del cuerpo con el discurso de la tierra, de la naturaleza, sino porque pone el discurso del cuerpo como una cuestión colectiva. Entonces, el discurso del cuerpo es sobre quién gobierna a quién, sobre quién tiene el poder de decidir sobre nuestras vidas. 

Yo pienso que esta es una de las preguntas fundamentales, de fondo en la lucha. Porque hay un estado que quiere controlar cada minuto, no solamente en el trabajo. En el caso de las mujeres, invade nuestro cuerpo, nuestra realidad cotidiana, de forma cada vez más intensa y más opresiva que en el caso de los hombres. El problema del aborto es muy ejemplar. Entonces yo creo que pensar el cuerpo desde una mirada feminista hoy es particularmente crucial para determinar quién tiene la posibilidad de decidir sobre nuestra vida. 

Cuerpo significa vida, significa reproducción, significa afectividad. Todo rodea la temática del cuerpo: la comida, el sexo, la crianza, la procreación. Entonces la lucha por el cuerpo es la lucha por los aspectos más fundamentales de la vida. Por eso creo que asombra a tantas mujeres con una intensidad tan fuerte, porque aquí se decide quién es el patrón de nuestra vida, ¿somos nosotras o es el estado?

Pero vos enfatizás en reclamar el cuerpo de forma colectiva, en recuperar la capacidad de decisión colectiva sobre nuestras vidas…

Sí, capacidad colectiva, absolutamente. Solas somos derrotadas. Por eso hay que salir de la casa por la lucha. No por el trabajo, salir de la casa por la lucha, salir de la casa para juntarse, salir de la casa para enfrentarse a todos los problemas que tenemos solas.

La idea de ir más allá de la periferia de la piel tiene que ver con postular una noción expansiva del cuerpo. Para eso discutís el cuerpo expansivo concebido por Bajtín, que se expande mediante la apropiación e ingesta de lo que está más allá de él, y proponés una idea igualmente expansiva pero de naturaleza radicalmente distinta. Hablás de una “continuidad mágica” con otros organismos vivos y de un cuerpo que reúne lo que el capitalismo ha dividido. En ese sentido, ¿el cuerpo sería el punto de partida para pensar la interdependencia?

No pienso en un cuerpo que quiere apropiarse, sino en un cuerpo que quiere conectarse. No quiere comer el mundo, quiere conectarse con el mundo. La mirada del siglo dieciséis y diecisiete, del renacimiento sobre el cuerpo no lo entendía como algo completamente aislado, no era una isla sino que era abierto. Podía ser afectado por la luna, por los astros, por el viento. Ese cuerpo que es expansivo porque no está separado del aire, del agua. Y también está íntimamente conectado con el cuerpo de los otros. La experiencia del amor y del sexo es ejemplar, pero no es la única que muestra como continuamente somos afectados y nuestro cuerpo cambia. La tradición del mal de ojo, por ejemplo, tiene que ver con que los otros te pueden hacer sufrir, o te pueden hacer feliz, te cambian.

No podemos pensar el cuerpo como los capitalistas lo piensan, como lo piensa la ciencia hoy, es decir, un cuerpo que es completamente máquina, que es un agregado de células, y cada célula tiene su programa, cada gen tiene su programa, no es algo orgánico. Mi mirada y mi intento es promover una visión del cuerpo que va exactamente al contrario de la mirada que domina hoy en la ciencia. Cada vez más, se intenta aislar el cuerpo en pequeños pedazos, cada uno con su característica. Es una fragmentación. Pienso en el fracking, hoy cuando los científicos piensan al cuerpo hacen una especie de fracking epistemológico que disgrega el cuerpo.

Para mí, el cuerpo se debe reconectar con los animales, con la naturaleza, con los otros. Este es el camino para nuestra felicidad y salud corporal. Porque la infelicidad, precisamente, incluye el cercamiento del cuerpo. Hay un cercamiento no solamente de la tierra, como he escrito en El Calibán y la Bruja, sino también de los cuerpos. Cada vez más nos hacen sentir que no podemos depender de los otros, que a los otros hay que tenerles miedo. Este individualismo exasperado, que se ha acentuado con el neoliberalismo, es verdaderamente miserable. Nos hace morir, porque es una vida conceptualizada en el nombre del miedo, del temor, en vez de ver que la relación con los otros es un gran enriquecimiento.

El último texto del libro, “On Joyful Militancy”, es especialmente hermoso. Allí oponés dos ideas de militancia: una militancia alegre, que nos hace sentir bien y conecta con nuestros deseos, versus una política y una militancia tristes.


Para mí la militancia triste es una militancia que no tiene futuro, pero existe. Yo creo que la militancia dominada por los hombres es una militancia triste, es una militancia como trabajo alienado, es una militancia donde se piensa “debo ir a otra reunión” como quien piensa “debo ir a trabajar”. Es ese compañero que siente la sumisión histórica, no le gusta, no tiene entusiasmo, no le da nada, pero lo hace como un deber, como una obligación. Esto no es construir otra sociedad. 

Se pueden correr riesgos, pero eso es diferente. A veces se corren riesgos porque hacerlo te da algo, te cambia la vida. Pero te cambia ahora, no en un futuro, no en veinte años quizás, te cambia ahora. Para mí esto es construir un mundo nuevo. No se trata solamente de decir “no”. La vida se cambia en la forma como empezamos a relacionarnos diferente con otras personas y a descubrir cosas de nosotros mismos. Porque cambiamos, haciendo relaciones diferentes cambiamos. Y yo creo que la vida es tan triste para la mayoría de las personas en el mundo que no van a agregar otra tristeza, prefieren morir a la noche mirando la televisión en lugar de ir a una reunión donde todo sea dolor o aburrimiento. 

Lo que desde el feminismo estamos nombrando como política del deseo sería un poco la antítesis de esta militancia triste…

Exactamente. Y es la creatividad, la creatividad de la militancia. Yo esto lo he experimentado profundamente porque me acuerdo de la diferencia que vi, en pocos años, cuando las mujeres dejaron los movimientos con hombres, los movimientos mixtos. Las mujeres cambiaron así (da vuelta las palmas de las manos). Empezaron a hablar, a cantar, a crear, a dibujar. ¡Fue como una explosión de creatividad increíble! Antes hacían todo el trabajo doméstico de las organizaciones. ¡Se ha hecho tanto trabajo doméstico en los movimientos con los hombres! Y por fin luego fue muy diferente, se volvió un placer. 
 


[1] Federici, Silvia. 2020. “Beyond the Periphery of the Skin: Rethinking, Remaking and Reclaiming the Body in Contemporary Capitalism”. Oakland, PM Press.

Publicado originalmente en Zur

 

Diálogos: La ofensiva sensible [Episodio 1] // Sztulwark – Horowicz

Primera de una serie de piezas audiovisuales que produjimos Caja Negra Editora en alianza con Fiørd tomando como punto de partida LA OFENSIVA SENSIBLE, el libro de Diego Sztulwark que publicamos a fines del año pasado. A partir del diálogo del autor con otrxs autorxs buscaremos expandir y profundizar las premisas del libro, confrontarlas con la coyuntura y con otras lecturas y conceptos. En esta oportunidad, el invitado es el historiador y ensayista Alejandro Horowicz, autor de libros como «Los cuatro peronismos» y «El huracán rojo». Los límites del progresismo, el propio malestar como índice de verdad histórica, la situación actual en Chile, la diferencia entre el peronismo como populismo y como plebeyismo, son algunos de los ejes sobre los que trabajaron. Esperamos que les guste y aspiramos a que sea la primera emisión de CAJA NEGRA TV.
 
Idea y realización: Fiørd Estudio
Música: Países Bajos (gentileza de Priusdiscos)
Muebles y escenografìa: Gonzalo Arbutti

La situación actual en Chile // Entrevista a Alicia Maldonado

 

Fuente: Radio Nacional Libertador

«El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir» // Entrevista a Diego Sztulwark

 

Por Melisa Molina

 

«El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir», dijo en diálogo con PáginaI12 el politólogo Diego Sztulwark. En su libro La ofensiva sensible (Caja Negra), Sztulwark indaga las diferencias entre vidas ligadas a los automatismos del mercado y vidas que no encajan porque asumen su existencia como una pregunta: «Ya sea porque se enferman, porque son vulnerables, rebeldes, oscuros, o porque han tenido alguna experiencia que los ha llevado a desviarse respecto de la norma», explica. Sztulwark reflexiona sobre quienes para vivir tienen que inventar lenguajes, alianzas y grupos nuevos y por eso entran en procesos de politización: ahí destaca el rol de los movimientos feministas, las comunidades indígenas y los movimientos de trabajadores precarizados que, sostiene, forman el «reverso de lo político» y sin los cuales sería difícil entender fenómenos claves en la crisis del neoliberalismo que vive gran parte de Latinoamérica. En ese sentido, advierte que los gobiernos populistas no han sabido o logrado propiciar un modo de vida diferente al que propone el mercado.

 

– ¿A qué se refiere cuando dice en su libro que “el modo de vida de derecha es tan triste como irrefutable”?

– Tomo este concepto de una tesis que elaboró Silvia Schwarzböck: dice que luego de los ‘70 y de la posdictadura solamente hay vidas de derecha. Es irrefutable ya que es una descripción correcta y permite comprender mucho del presente, pero es triste porque no permite ver la existencia de momentos donde hay una tensión distinta, donde los cuerpos aparecen articulados con el lenguaje de otra manera, donde hay una investigación sobre la propia vida y una no adaptación con lo que es el mundo neoliberal. Me resulta triste todo pensamiento que se limita a hacer una descripción del enemigo sobre nosotros y que sanciona una realidad derrotista. Es triste y también no es verdadera, ya que oculta toda una dimensión que llamaría “la verdad por desplazamiento”, que se crea desplazando lo que se impone, creando resistencias, y que no acepta el mundo tal como es.

 

-En su libro contrapone «modo de vida» a «forma de vida»: ¿cuál es la diferencia entre ambos conceptos?

– Llamo «modo de vida» a toda manera de vivir articulada en relación automática con el mercado, a todo lo que viene dado. El neoliberalismo es un gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir. Necesité distinguirlo de la «forma de vida», que sería la de aquellos que asumen su vida como una pregunta y no cuajan directamente en ese automatismo, ya sea porque se enferman, son vulnerables, rebeldes, oscuros, o porque han tenido alguna experiencia que los ha llevado a desviarse de la norma. Mi interrogante es qué hacemos con los que para vivir tienen que inventar lenguajes, alianzas y grupos nuevos y por eso entran en procesos de politización. Las izquierdas no lo piensan porque tienen la idea de que lo único posible contra el neoliberalismo es un partido revolucionario que “algún día podremos crear”. Pero el partido de los revolucionarios no será nada sin el partido de los sintomáticos y de aquello que no cabe en los “modos de vida” y que ocurre en el reverso de lo político. Sin eso, es difícil entender una serie de fenómenos que se van dando en las distintas crisis del neoliberalismo.

 

– ¿Qué importancia tienen los movimientos indígenas, feministas y de trabajadores precarizados en la construcción de otras “formas de vida”?

Lo indígena es importante porque tiene elementos comunitaristas, de resistencia, de marcas de una guerra perdida. De forma colectiva hacen ejercicios existenciales que los alejan de las premisas de obediencia que el neoliberalismo impone a la vida. Las tierras sobre las que están no dan lo mismo, el capital las quiere para hacer negocios y sus formas de vida necesitan poner un límite a ese modo de valorización. Por eso no se puede evitar la politización. Otro eje fundamental es lo que sucede con el trabajo precario. En Argentina hay una larga historia del movimiento de precarizados. En la crisis del 2001, el movimiento piquetero fue la irrupción autónoma de una resistencia desde la precariedad ante las formas de dominación neoliberal. Una parte grande de personas que trabajan en la ultra-informalidad hicieron ya experiencias de organización gremial, social, política y de lucha. El sujeto llamado “trabajador precario” va a estar en el centro de las dinámicas de conflicto. Y el tercer movimiento a observar son los feminismos populares. Ellos son capaces de radiografiar la economía desde abajo y percibir todas las formas de explotación informalizadas que recorren el campo social y que implican desde denunciar la deuda como mecanismo financiero de sometimiento hasta comprender cómo la construcción de masculinidades violentas es parte misma de la dinámica de valorización.

 

-Álvaro García Linera dijo, en 2015, que uno de los errores de los gobiernos populares de América Latina fue que lograron una ampliación del consumo pero sin politización de los sujetos. ¿Cómo analiza ese fenómeno a la luz de lo que sucede hoy en Bolivia y en toda la región?

Tomo a García Linera como el intelectual que mejor procesa discursivamente la versión que los gobiernos populistas dan de sí mismos. El balance que él hacía es que se daba una paradoja por la cual los gobiernos populistas incluyeron a los sectores históricamente excluidos en el consumo y, después, esos sectores populares votaron gobiernos neoliberales. Linera dice que faltó, en esa inclusión, clarificación política. Esa lectura es inocente porque si te das cuenta que la forma de consumo produce modo de vida no podés reducir el problema a una relación de consciencia que se resuelva vía pedagogía o propaganda. Los procesos prácticos de subjetivación no van a ser corregidos porque vengan a darte una clase de sociología. Una de las críticas fuertes a estos procesos es que privilegian ocupar el Estado por sobre ocupar la sociedad y transformarla. Hay que preguntarse qué experiencias de consumo hay habilitadas, y producir formas nuevas.

 

-Frente a las movilizaciones en Chile, ¿ve un rol importante de la juventud que, cansada del modo de vida neoliberal, sale a la calle, y que como respuesta el Estado les muestra su cara más represiva sacándoles los ojos?

Estuve en Chile y participé en manifestaciones, asambleas, y di un curso en la universidad. Es una barbaridad lo que están haciendo los carabineros. Mientras estuve allá había 217 chicos sin ojos. Cuando los equilibrios del neoliberalismo se agotan, aparece un odio inmenso a todo lo que se mueve, goza diferente, a lo que no se adecua. Un odio fascista que se estaba incubando y que lo vemos geopolíticamente en la figura de Bolsonaro. Se ve en el odio que tienen las fuerzas de seguridad; en el desprecio de las burocracias; en el racismo y sexismo de los medios de comunicación. En Chile apareció algo formidable que son miles de personas durante días en la calle, decididas a que el régimen post-pinochetista caiga. El descontento es amplio porque es en contra de cómo se reproduce la vida neoliberal. Frente a la estafa, hay un reverso de lo político que estalla, que no tiene representación en el régimen convencional y que pide discutir de cero la constitución del Estado.

 

– ¿Qué importancia tiene el diálogo entre las nuevas y las viejas generaciones para dar la batalla desde el campo de lo sensible y construir subjetividades distintas a las que propone el mercado?

-Cuando empecé a militar en los ‘90, Eduardo Luis Duhalde nos dio un curso de formación a los que estábamos en el secundario y me regaló dos libros: Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, e Historia y consciencia de clase, de Georgy Lukács, y me dijo: “Los militantes nos deprimimos cada vez que hay una derrota histórica pero leemos estos libros y seguimos. Por eso somos militantes”, después me aclaró que “solamente hay militante entre ciclo y ciclo de lucha», y que «el militante sirve para comunicarle al nuevo ciclo los saberes conquistados en el anterior”. Militante no es quien dirige, o la tiene clara, porque sus saberes son anacrónicos. Sin embargo, toda generación busca, como dice Walter Benjamin, una cita perdida con las generaciones anteriores. Y si bien es una cita que no se concretará, no podemos dejar de buscarla. Toda generación tiene el poder de apropiarse del pasado para sus fines, redimirlo, pero se trata de saberes que sólo sabrán cómo usarlos las generaciones que actualmente necesitan dar sus luchas y hacerse sus preguntas.

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/248046-diego-sztulwark-el-neoliberalismo-es-un-gran-aparato-que-ope

 

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