Diálogo en torno a La ofensiva sensible // Tamara Tenembaum y Diego Sztulwark
En 1902 la homosexualidad era, entre otras cosas, una injuria. Por eso, cuando don José María Azopardo denunció públicamente a Rafael Barrett de sucumbir en esas malas artes, la enfurecida respuesta del caballero no se hizo esperar. De esas palabras –probable fruto de un impulso fugaz– se desprendieron numerosas consecuencias: un certificado médico que acreditaba la castidad anal de Barrett, un desafío a duelo con Azopardo rechazado por un Tribunal de Honor, una posterior paliza de Barrett al presidente del Tribunal, algunas notas periodísticas que hoy llamaríamos amarillistas, la expulsión de Barrett de los círculos de la aristocracia madrileña, y, finalmente, su llegada a Buenos Aires en 1903.
La vida y obra de Rafael Barrett esconden un sinfín de misterios. Entre ellos, su olvido. El esporádico regreso a sus textos no fue nunca antojo del fisgoneo académico –quizás por eso su general omisión–, sino más bien consecuencia del deseo de recuperar el espíritu insolente y a la vez cálido que daba origen a su escritura.
A principios del siglo pasado, Barrett escribía algo que podría haber dicho cualquier persona sensata de nuestro tiempo: a esta época le falta serenidad, somos incapaces de contemplar la vida con amor inteligente y tranquilo. El vigor de esta sentencia renace cuando sus palabras permiten atender la propia falta de registro sobre esos infinitos detalles que hacen a la vida cotidiana. Esa especie de sensibilidad romántica que los habitantes de las grandes urbes imaginamos en el hombre de campo es recuperada por Barrett como el insumo teórico y político por excelencia. La incapacidad de mirar vivir es la madre miserable de la pobreza intelectual.
Fue mirando vivir que Barrett pudo hablarnos de los espasmos de la vida cotidiana, de la inteligencia altruista de las hormigas, del cinismo amable de la ciencia social, de los peligros de la fe en el progreso científico, de la acechante presencia de los muertos en los vivos, de la eterna juventud del pesimismo. Esa sensibilidad, ese saber mirar, fue lo que llevó a Barrett a la política.
Habían pasado algunos minutos del amanecer. Bajo una lenta llovizna porteña, Barrett advirtió la presencia de un hombre encorvado que, en plena lucha contra el invierno, revolvía la basura de la noche anterior. Buscaba algo para comer. Una prolongación de su mano en forma de garfio agitaba los deshechos de la inmundicia urbana con la esperanza de encontrar un consuelo para el hambre y el frío. Mientras el hombre –que parecía viejo, aunque tal vez no lo fuera– lograba encontrar un pedazo de carnaza masticada, Barrett sintió por primera vez la infamia de la especie en sus entrañas.
Cada uno de sus textos y conferencias posteriores se encontró sellado por el odio de aquella madrugada. Es difícil explicar por qué ciertos acontecimientos nos marcan para siempre. Solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria. Hay momentos a partir de los cuales nada puede ser visto como antes. Nadie dudaría que Barrett, la noche anterior a esa madrugada, entendía a la perfección los detalles y las causas de la marginalidad. No fue una revelación intelectual lo que se produjo.
Cuando imaginamos que alguien a quien nos representamos como semejante experimenta un afecto, señala Spinoza en la Ética, somos afectados entonces por un afecto similar. Habría que aclarar que, para que esto suceda, ese otro debe ser construido a través de un proceso de identificación imaginaria. Esta mímesis sensible de la que nos habla Spinoza no se activa al entender al otro como un semejante, sino al imaginarlo como tal. Sospecho que fue eso lo que vivió Barrett durante el amanecer de aquella madrugada. Ese hombre revolviendo la basura dejó de ser un elemento más de la escenografía porteña para transformarse en su semejante. Ambos fueron, entonces, parte de lo mismo, y el hambre que Barrett imaginó fue también su propia hambre.
Las palabras de Barrett vienen desde el llano, desde la experiencia de una vida. Leerlo es un trabajo más sensible que intelectual. Sus textos, olvidados, perdidos, nos invitan a imitarlo: a mirar con los ojos y a pensar con las entrañas.
Primero no fue miedo. Quizás asombro y la atracción que suscita lo exótico. El nombre extraño de la ciudad de los mercados mugrientos. Lo primero fue el televisor que proyectaba los números en vivo. Casos, muertos, casos, muertos, casos, muertos. Mapas llenos de círculos rojos que crecían como la humedad de las paredes. Después las ciudades en cuarentena, la palabra pandemia en boca de todos, la inmunidad como incerteza. Qué fácil parece ahora la vida anterior a este sopor en el que estamos. Qué simples los cuerpos y su ritmo, su mecánica invisible. Si hubiésemos advertido que el curso de la historia se jugaba en el punto cero del contagio. La peste. La vida desconocida como tal. Quién podrá decir que la culpa no es propia. Que nada hizo para contribuir a la caída, como caen las naranjas en invierno, llenas del sabor que acumularon con la helada.
El riesgo es una amenaza imperceptible, omnipresente, daña más que cualquier peste, más que la helada. Porque ahora sí, es el miedo y su certeza, los enemigos que sabíamos ahí, en cierta forma inofensivos. Nos habíamos acostumbrado a la mansedumbre y ahora nos hablan de la guerra, como si no tuviésemos que alimentar una vida lo suficiente, dar de comer a los hijos, ganarse el pan. Una vida es tan poco después de todo, cuando hablan de la guerra. En la guerra a escala planetaria, una vida ya no cuenta. Solo se trata de amigos o enemigos y su distribución exacta.
El deseo, en cambio, es tan distinto, corre, llama, mezcla lo que no debía mixturarse, enciende por sí solo la soledad de los días. El deseo tomando de los cuerpos su memoria de músculos, la verdad de lo vivo, poder decir aquí he sido amada. Los cuerpos, habituados al cansancio de sostener una rutina de siglos, siguen siendo lo único que ofrece novedad en el desierto humano. O acaso no los han visto inclinarse, parecer vencidos y –sin embargo- encontrar la belleza y el goce. Los cuerpos amputados, torturados, enterrados de mujeres no nos han mostrado que la vida siempre vuelve, que la casa está donde descansan los muertos.
Quisiera un cuerpo donde alojar la peste, anhelar el contagio y extenderme en otros cuerpos donde encontrar mi morada. Tocar y ser tocada. Saber que no habrá nada que nos proteja de la muerte o de esta obediencia marcial, que acabará siendo lo mismo.
Publicamos un importante documento para entender lo que se juega en la toma de Guernica. A menos de 24hs del
El rechazo general al tacto es parte de las formas de vida que eran parte clave de la normalidad
Aquí las otras partes: PARTE 1, PARTE 2, PARTE 3 , PARTE 4, PARTE 5 No se trata de aforismos ni de sentencias,
Tal como importan las disociaciones en nuestrxs pacientes (y en nosotrxs, sus analistas), disociaciones que no retornan de lo reprimido como formaciones del inconsciente, sino que son puestas en acto, sea como vacíos, como “modos de estar con” o como escenas a veces llamadas “actuaciones” y que tienen fuertes lazos con disociaciones en el “espacio social”, importan las disociaciones del psicoanálisis con el resto de las disciplinas que se ocupan de “cuestiones sociales”. Un psicoanálisis que no encuentre modos de ocuparse de dichas cuestiones es un claro ejemplo de disociación con la cual el monodispositivo “individual” y la monoteoría freudolacaniana contribuyen en gran medida, entre otras cuestiones, por cómo han quedado ligadas a la idea de profesión liberal y a la idea de estructura ahistórica.
¿Cómo podemos pensar la relación de los psicoanálisis con los sistemas públicos de salud con mayor o menor nivel de desguace[i] y con los modos de producción que han funcionado como formas favorables a la transmisión del virus?[ii] En principio, volviendo a ubicarnos como trabajadorxs de la salud (y bastante precarizadxs en nuestra gran mayoría, por cierto), lo que nos devuelve a reconocer nuestro lugar en la cadena de producción y reproducción social. En segundo lugar, considerando en todo momento que estamos tomados por estructuras de poder “generizantes”, “racializantes” y “productivizantes” (es decir, tendientes a disponer todo hacia una producción que busca un máximo de ganancia inmediata sin conexión con sus posibilidades futuras de sostenibilidad) entrelazadas entre sí.
En cuanto al virus, ¿no se escuchan en todo momento dos causalidades?: o es culpa de “los chinos que comen cosas raras”, “racialización” que desvía de fijarse en las políticas sanitarias y medioambientales en relación a la producción de alimentos; o es “la naturaleza haciéndonos a nosotros lo que nosotros le hacemos a ella” (tal como dice Zizek en el párrafo final de su artículo[iii]), versión equivalente a aquellas donde la madre naturaleza o dios toman revancha por nuestro mal comportamiento, lo que es bien distinto a decir que los modos de producción como el hacinamiento de animales, el monocultivo a gran escala y el no dejar otra opción a poblaciones empobrecidas más que el tener que explotar lo que queda de bosques y fauna silvestre para poder sobrevivir rompe las barreras que otros modos de producción ponen a la propagación de enfermedades.
¿Cómo se juega esto en nuestra forma de estar en el mundo y cómo se juega en los tratamientos en los que participamos como analistas? Si no podemos pensar formas de estar con lxs pacientes en las cuales seamos parte participante necesariamente[iv], difícilmente podamos pensar críticamente a las instituciones-dispositivos que dan forma a nuestro estar en el mundo (y al de lxs pacientes).
A pesar del fuerte interés del psicoanálisis por cuestiones relativas a la sexualidad y los vínculos, y a diferencia de ciertos feminismos con sus grupos de reflexión crítica sobre algunos de estos temas, el primero tiene una larga historia de falta de cuestionamiento a las instituciones. Un ejemplo central de nuestro campo: siempre ha tendido a cuestionar el posicionamiento de quien consulta en relación a lo edípico-intrapsíquico en lugar de al mismo tiempo acompañarlx en cuestionar a la familia cis-heterosexual monógama como institución de reproducción política y social que también lx determina. No es común escuchar a unx analista preguntar “¿Este modo de pareja, de familia y de sexualidad que practicás, tienen algo que ver con lo que me contás que te hace sufrir?”[v]. Del mismo modo, lxs analistas no solemos preguntarnos sobre esto en nuestrxs análisis. Más bien buscamos formas de posicionarnos de modos menos repetitivos y sufrientes en las instituciones-dispositivos sociales tal cual vienen dados.
Así como en psicoanálisis no solemos encontrar modos de preguntarnos críticamente por las instituciones de reproducción social (familia, pareja y sexualidad), mucho menos encontramos vías para preguntar o preguntarnos por cómo vincularlas a los modos de producción (de los que somos parte hasta en la más mínima compra). A estos últimos, ni los estudiamos, ni los ponemos en juego en los tratamientos. Aún no hemos cuestionado la idea de trabajo como ideal que usualmente se sostiene en nuestra sociedad. Con la idea-base de prohibición del incesto como garantía social ahistórica, pasamos por alto una de las características fundamentales de la modernidad capitalista: la tajante disociación entre la esfera pública de la producción y la esfera privada de la reproducción de la cual se sostiene la primera, abaratando sus costos basándose en la dominación de las mujeres (cuanto más racializadas, más explotadas) y en la “nuclearización” de la familia que a través de la herencia garantiza la continuidad exponencialmente desigual de la acumulación[vi].
Cuando se le echa la culpa, como decíamos, a “los chinos que comen bichos raros” en lugar de al modo de producción capitalista del cual China es uno de sus epicentros, dejamos fuera de nuestra consideración las remeras baratas, las zapatillas nike y el celular que compramos, producidos por trabajadores altamente explotados que se ven necesitados de comprar comida lo más barata posible para lograr subsistir, comida producida en condiciones sanitarias horrorosas, producción que genera entornos altamente transmisores de enfermedades que en otros entornos productivos encontrarían barreras en espacios y tiempos distintos (y claro, esto no se resuelve solo con la acción individual de no comprar esos productos…). Dejamos fuera, entonces, nuestra implicación personal en dicha cadena como consumidores y, sin necesidad de enunciados xenófobos tan grotescos, podemos estar dejando fuera las implicaciones de nuestra imposibilidad de agruparnos efectivamente como trabajadorxs de la salud, lo que nos lleva, entre otras cosas, a depender de las obras sociales y prepagas para tener un consultorio que nos permita llegar a fin de mes, lo cual, esta vez desde nuestro lugar como analistas, conlleva la misma lógica de no pensar los intermediarios entre quien compra o quien busca un tratamiento y el camino que se da para que sea posible. Podría criticarse el homologar al comprador de remeras con quien busca un tratamiento, pero en términos de quién se queda con la mayoría del dinero pagado directa o indirectamente por la remera o por el tratamiento, esa crítica no me parece pertinente.
Mientras no podamos cuestionar de modos colectivos (o al menos dirigidos a que tales modos colectivos se generen) las formas en que reproducimos las instituciones-dispositivos pareja, familia, sexualidad, trabajo, fuertemente relacionadas a modos de producción y consumo (de alimentos, en esta situación en particular…), difícilmente la clínica pueda ser algo diferente a un adaptacionismo bienintencionado -y, en el mejor de los casos, creativo- al mundo que hay, lo que al mismo tiempo estará diciendo en acto que ese mundo que hay no es modificable.
Si queremos que nuestrx lugar sea el de quienes trabajan con otrxs para lograr otros modos de vida, necesitamos cuestionar las instituciones-dispositivos de reproducción social en las que hemos preferencialmente fijado nuestra atención como disciplina y sus interconexiones con los modos de producción (es decir el tipo de familia, pareja y sexualidad que históricamente el psicoanálisis convalidó y naturalizó en relación a los modos de producción y trabajo y las “racializaciones” necesarias para atar todo ese sistema y mantenerlo “andando”) evitando así el lugar que nos hemos reservado de “opinólogos” de los medios de comunicación sobre por qué la gente se desespera tanto por acopiar papel higiénico en situaciones de crisis.
Empecemos por casa: reconozcámonos trabajadorxs de la salud[vii] precarizadxs en nuestra gran mayoría, registremos cuánto nos angustia eso en medio de esta situación donde gran parte se encuentra sin resto económico (aunque generalmente pertenezcamos a la “clase media” y tengamos alguna red de donde sostenernos) y no nos desconectemos de la “racialización” que hace que, por tomar un ejemplo, en la mayoría de las villas no haya cuarentena posible (hacinamiento de personas y de animales como característica estructural, a no pasar por alto), no al menos al modo de la “clase media”.
Mi propuesta, que se sostiene de la crítica hasta acá desarrollada, es que, al mismo tiempo que colaboramos con y esperamos a que esta situación transcurra lo mejor y lo antes posible, empecemos a agruparnos de modo tal que, al mismo tiempo, la prolonguemos. Sí, propongo que mantengamos el impacto que el coronavirus nos produce personal y profesionalmente, para que cuando llegue algún alivio, no nos alivie del esfuerzo de pensarnos en la red de producción y reproducción que el virus revela, de tal modo de empezar a desandar nuestras complicidades, las involuntarias, las inconscientes, las heredadas y sus superposiciones, para que desde el psicoanálisis dejemos de ser cómplices de instituciones-dispositivos que han colaborado con la generación de esto que hoy vivimos.
[i] Queda claro que este mismo virus en otro estado de los sistemas de salud junto con otro modo de interconexión entre ellos daría por resultado una situación bien distinta.
[ii] Ver en http://chuangcn.org/blog/ el texto del grupo Chuang “Contagio Social”, Ed. Lazo, 2020, donde se compilan explicaciones de biólogos de izquierda sobre cómo los modos actuales de producción de alimentos generan condiciones favorables a la transmisión de enfermedades. Exceptuando este texto, la gran mayoría de los producidos por referentes filosóficos que han circulado dejan sin cuestionar estos modos de producción y sin historizar el brote actual en relación a otros virus de gripes, de ébola y otras enfermedades.
[iii]http://thephilosophicalsalon.com/monitor-and-punish-yes-please/
[iv] Ver Stephen A. Mitchell “Influencia y autonomía en psicoanálisis”, Ed. Ágora Relacional, Madrid, 2015 y Jessica Benjamin “Beyond doer and done to”, Ed. Routledge, 2017 y Jessica Benjamin “Los lazos de amor”, Ed. Paidós, 1996.
[v] No estoy diciendo que siempre haya que preguntar estas cuestiones, el tema es porqué no aparecen nunca o casi nunca a menos que el paciente las lleve (y muchas veces no encuentran lugar a pesar de esto)
[vi] En la disociación entre lo público y lo privado, entre la familia y el trabajo, el trabajo migra mayoritariamente a las grandes ciudades, el ámbito privado de la familia se reduce y tiende a habitar en lugares cada vez más chicos (tendencia al hacinamiento). Ver Antoine Artous “Sobre la opresión de las mujeres” partes I, II y III en revista www.intersecciones.com.ar y Juan Ignacio Castien “Familia y reproducción del capitalismo” en https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/POSO0101130239A/24452
[vii] Un analista no puede operar únicamente desde el lugar de trabajador, pero tampoco puede prescindir de él, a menos que quiera que queden negadas sus dependencias económicas, lo cual no es sin efectos en la clínica (y no sólo en la clínica). Queremos que las prepagas paguen las sesiones virtuales y que lxs pacientes particulares continúen sus tratamientos, no solo -como se dice tanto en estos días usando un tono altruista- en beneficio de la continuidad de sus análisis en medio de esta situación tan grave y compleja, sino también porque queremos llegar a fin de mes. Esta es una más de nuestras disociaciones. Somos afectados por las situaciones clínicas (de las que somos parte), por la económica (de la que somos parte), somos parte de las instituciones de producción y reproducción y mejor haríamos en estar en contacto con todo esto en lugar de mantener ese lugar aséptico que nos ha caracterizado hasta la actualidad.
A esta altura en Argentina, llevamos 7 días de cuarentena obligatoria, y 11 para aquellxs que ya veníamos quedándonos en nuestras casas con el primer anuncio del domingo 15 de marzo.
La detención- y acá es importante diferenciar detención como parte de un movimiento, de parálisis como inhibición- nos confronta con la existencia, en su aspecto más total.
Las preguntas se advienen como torbellinos: ¿ que es una vida que se vive?
¿Que es una vida vivible? No solo en su dimensión biológica sino ética. ¿que nos hacía levantarnos todos los días? ¿que nos empujaba y nos hacía permanecer moviéndonos? ¿qué vida estámos produciendo? ¿El virus es el problema o la precariedad en la que producímos nuestra existencia? ¿la vida es solo lo humano? ¿estábamos conectando con las fuerzas del mundo y de la naturaleza? ¿que vidas son las cuidables, las “cuarentenables” y cuales las desechables? ¿tengo que seguir haciendo, produciendo, «viviendo como antes»?
La angustia y la incertidumbre desestabilizan el imperativo de producción permanente, producción siempre para un Otro.
En los encuentros online con amigxs y familiares se debate, se piensa, se reflexiona. Entre lxs que vivimos con una permanente angustia o alerta y aquellxs que pueden abstraerse un poco más. Artículos filosóficos que van desde lxs que piensan que vamos hacia sociedades más devastadoras y controladas o lxs que avecinan una posible transformación social más igualitaria.
No estamos preparados para disociar el placer del consumo dice Bifo Berardi en una de los escritos sobre la Pandemia, en relación a la vida en cuarentena.
La pandemia no sólo trajo una peste sino una pregunta o varias, a modo de rajadura en el mundo que vemos y hacemos. Que si no escuchamos, quizás, nos estemos perdiendo de una gran posibilidad de producir otra existencia posible.
Deleuze dice “ Devenir es un rizoma. Devenir no es ciertamente imitar, ni identificarse; tampoco es producir una filiación. Devenir no nos conduce a «parecer», ni «ser», ni «equivaler», ni «producir» (Mil Mesetas; 1980) Se comporta como expansión, propagación, ocupación, contagio, poblamiento.
El virus deviene nosotrxs, y nosotrxs devenimos virus.
Pero, ¿Cómo reaccionamos frente a este agenciamiento? ¿Cómo reaccionamos a la peste? ¿Cómo se gestionan los cuerpos, las vidas, los afectos con la pandemia del coronavirus? Estamos totalmente descolocadxs: “que raro este momento” “no lo puedo creer” “parece ficción” «es increíble». Desde el miedo a enfermarse, la locura al aislamiento, el estado policíaco permanente, a la negación total, el seguir como si nada estuviese pasando.
Los estados nacionales también se diferencian en su capacidad, poder, plasticidad y ética con la que gestionan las vidas en esta crisis humanitaria. Desde un ”laissez faire” liberal como ocurre en Brasil o EEUU; a un extremo control informático con el big data (sistema de control digital) como en los países de Asia; o como acá en Argentina que como nunca se refuerzan las ideas de Estado como protector, organizador y » gran padre» del pueblo.
Mientras tanto el virus no tiene miedo. Se expande, produce, se mueve, sigue su curso, su permanencia, persistencia y se transforma, se transfigura. El virus no está vivo ni muerto. No evoluciona ni involuciona, deviene.
Hay que mutar como muta el virus.
¿Qué hacemos frente a lo traumático? ¿Cómo respondemos nosotrxs cuando se pone en juego la continuidad de la vida? Y no solo en su experiencia individual, singular o social, sino como relato, como conjunto de sentidos en y desde donde nos identificamos. ¿Cómo reaccionamos frente a la caída de las rutinas, los horarios, las actividades? ¿Cómo nos afectamos frente a la caída de la producción existencial en su conjunto? En una vida donde el mercado es ( ¿era?) su principal motor.
Devenir COVID-19 es devenir potencia de transformación frente a una crisis, una catástrofe, una pandemia, un movimiento de tierra.
Devenir COVID-19 es la posibilidad de producir otros modos y maneras frente a una situación de caída de mundo. Lo que la psicoanalista Suely Rolnik llama, transfiguración.
No podemos atrapar esta experiencia pandémica con lo ya sabido porque no hay significante para codificarlo. Eso es lo traumático. Se ponen en jaque las normas, recetas y sentidos establecidos, las reglas del juego del mercado.
Es de suma urgencia que entendamos que estamos frente una anomalidad.
¿Será también una oportunidad?
¿Podremos inventar, producir, crear algo distinto después del temblor? Y acá lo importante: lo creativo como insurgente, no al servicio del consumo, porque eso sería seguir arrastrando el desastre.
¿seremos capaces entonces de poner la creatividad al servicio de la supervivencia, de la transformación, de la potencia cósmica y de las fuerzas del mundo, de la transfiguración?
¿Sabremos reinventar los modos de enlazarnos con otrxs, con la tierra y la biosfera? ¿Sabremos reinventar los afecto, las maneras de cuidados, la ternura, la organización social, la distribución de las riquezas del mundo?
¿Podremos reinventar nuestra existencia?
Devenir COVID-19 es volverse potencia desde el caos, desde el derrumbe, desde la peste, desde la crisis, desde la incertidumbre, desde el malestar. No negarlo si no hacer algo con ello.
¿Será la vida de la naturaleza, por fuera de la producción meramente humana, la que nos guié?
¿Será este momento una verdadera posibilidad para producir vidas más vivibles para todxs, sociedades menos precarias, y porque nó, un poco más felices? Porque si hay en lo que no hay incertidumbre es que el neoliberalismo produce manía, no felicidad.
*Sofía Guggiari, Psicoanalista, actriz, escritora.
* Texto publicado originalmente en la sección Pandemia crítica de la editorial n-1 edições (n-1 edições.org)
** Traducción libre: Florencia Carrizo y Franco Castignani para Los ejercicios posibles
Vos sos parte de un experimento. Tal vez sin darte cuenta, pero sos parte de un experimento. El destino de tu cuerpo y tu muerte son parte de un experimento de tecnología social, de una nueva forma de gestión. Nada de lo que está sucediendo en este país, que se confunde con nuestra historia, es fruto de la improvisación o del voluntarismo de los agentes de comando. Incluso porque nunca nadie intentó entender los procesos históricos buscando aclarar la intencionalidad de los agentes. Saber aquello que los agentes creen que están haciendo es realmente lo que menos importa. Como dije más de una vez, generalmente lo hacen sin saber.
Este experimento del que vos sos parte, al que te empujaron a la fuerza, tiene nombre. Se trata de la implementación de un “estado suicida”, como dijo alguna vez Paul Virilio. O sea, Brasil mostró definitivamente cómo es el escenario de implementación de un estado suicida. Una nueva etapa de los modelos de gestión inmanentes al neoliberalismo. Ahora, su rostro es más cruel, su fase más terminal.
Se equivoca quien cree que esto es solo la ya tradicional figura del necroestado nacional. Caminamos en dirección a un más allá de la temática necropolítica del estado como gestor de la muerte y de la desaparición. Un estado como el nuestro no es apenas el gestor de la muerte. Es el actor contínuo de su propia catástrofe, el cultivador de su propia explosión. Para ser más preciso, es la mezcla de la administración de la muerte de sectores de su propia población y del coqueteo continuo y arriesgado con su propia destrucción. El fin de la Nueva República terminará en un macabro ritual de emergencia de una nueva forma de violencia estatal y de rituales periódicos de destrucción de cuerpos.
Un estado de esta naturaleza sólo apareció una vez en la historia reciente. Este se materializó de forma ejemplar a través de un telegrama. Un telegrama que tenía número: Telegrama 71. Con este telegrama, en 1945, Hitler proclamó el destino de una guerra ya perdida. En él escribía: “Si la guerra está perdida, que la nación perezca”. Con él, Hitler exigía al propio ejército alemán que destruyese lo que restaba de infraestructura, convalidando la derrota de la nación alemana. Como si ese fuese el verdadero objetivo final: que la nación perezca por sus propias manos, esas manos que antes habían desencadenado la guerra. Este era el modo nazi de dar respuesta a una rabia secular contra el propio estado y contra todo lo que en algún momento había representado. Celebrando su destrucción y la nuestra. Existen varias formas de destruir un estado y una de ellas, la forma contrarrevolucionaria, es acelerar en dirección a su propia catástrofe, aunque se lleve consigo nuestras vidas. Hannah Arendt nos habló del hecho espantoso de que aquellos que adherían al fascismo no vacilaban en transformarse en sus propias victimas, aun cuando el monstruo terminara devorando a sus propios hijos.
Sin embargo, el foco del espanto no debería estar puesto allí. Como decía Freud: la misma autodestrucción de la persona no puede ser completada sin alguna satisfacción libidinal. Ese es en verdad el verdadero experimento, un experimento de economía libidinal. El estado suicida logra hacer de la revuelta contra un estado injusto de cosas, contra las autoridades que nos excluyen, un ritual de destrucción de sí en nombre de la creencia en la voluntad soberana y en la preservación de un liderazgo que debe escenificar su omnipotencia en el mismo momento en que ya está clara como el sol su impotencia miserable. Si el fascismo fue siempre una contra-revolución preventiva, no olvidemos que ha sabido transformar la fiesta de la revolución en un ritual inexorable de auto-inmolación sacrificial. Hacer que el deseo de transformación y de diferencia se conjugue con una gramática de sacrificio y de autodestrucción: esa ha sido siempre la ecuación libidinal que funda el estado suicida.
El fascismo brasilero y su nombre propio, Bolsonaro, han encontrado una catástrofe para llamar a la suya. Se presenta en la forma de una pandemia que exigiría de la voluntad soberana y de su paranoia social compulsivamente repetida, que fuese sometida a la acción colectiva y a la solidaridad genérica, teniendo en cuenta la emergencia de un cuerpo social que no debería dejar a nadie librado a su suerte en su camino directo al Hades. Ante la sumisión a una exigencia de autopreservación que toma de la paranoia su teatro, sus enemigos, sus persecuciones, sus delirios de grandeza, la elección resulta, no obstante, en el flirteo con la muerte generalizada. Si aún precisásemos alguna prueba de que lidiamos con una lógica fascista de gobierno, esta sería la definitiva. No se trata de un estado autoritario clásico que usa la violencia para destruir a sus enemigos. Se trata de un estado suicida de tipo fascista que sólo encuentra su fuerza cuando afronta la posibilidad de su propio final.
Es claro que dicho estado se funda en la mixtura tan nuestra de capitalismo y esclavitud, de publicitario de coworking, de rostro joven e indiferencia asesina para con la muerte, reducida a efecto colateral del necesario buen funcionamiento de la economía. Algunos comienzan a oír a empresarios, a dueños de restaurantes, a publicitarios –puercos trasvestidos en nuevos heraldos de la racionalidad económica- decir que peor que el miedo a la pandemia debería ser el miedo al desempleo. En verdad ellos están delante de los señores de esclavos que aprendieron ahora a hablar business english. La lógica es la misma, solo que extendida a toda la población. El ingenioso experimento ya no puede detenerse. Y nadie va a generar un drama nacional porque algunos esclavos mueran. Al final, ¿qué significan 5.000, 10.000 muertes si estamos hablando de “garantizar empleos”, más aún, de garantizar que todos continúen siendo expoliados y masacrados en acciones sin sentido y sin fin, en cuanto trabajan en las condiciones más miserables y precarias jamás imaginadas?
La historia de Brasil resulta de la instrumentalización contínua de esta lógica. La novedad es que ahora se aplica a toda la población. Poco tiempo atrás, el país dividía a los sujetos entre “personas” y “cosas”, o sea, entre aquellos que serían tratados como personas -cuya muerte provocaría luto, narrativa, conmoción, y aquellos que serían tratados como cosas, cuya muerte es apenas un número, una fatalidad, frente a la cual no habría razón alguna para llorar. Ahora llegamos al punto de consagración de esta lógica. La población es apenas un suplemento descartable frente a un proceso de acumulación y de concentración a todas vistas indetenible.
Es claro que siglos acumulados de necropolítica han permitido que el estado brasilero adquiera ciertas habilidades. Él sabe que uno de los secretos de este juego es hacer desaparecer los cuerpos. Retirar números de circulación, cuestionar datos, colocar los muertos por coronavirus en otra rubrica, abrir fosas en lugares invisibles. Bolsonaro y sus amigos, llegados desde los sótanos de la dictadura militar, saben cómo operar con esa lógica. El viejo arte de administrar y gestionar la desaparición, que el estado brasilero sabe hacer tan bien. De cualquier forma, there is no alternative. Ese era el precio a pagar para que la economía no detuviese su marcha, para que los empleos fuesen garantizados. Alguien tenía que hacer el sacrificio. La única cosa graciosa es que siempre son los mismos los que pagan. La verdadera cuestión es otra, a saber: ¿quién es aquel que nunca paga por los sacrificios y a la vez sermonea tras un evangelio bastardeado de azotes?
Pues vean qué cosa más interesante. En la República Suicida Brasilera no hay chance alguna de hacer que el sistema financiero vierta sus lucros obscenos en un fondo común para el pago de salarios de la población confinada, ni de implementar un impuesto constitucional sobre grandes fortunas para tener a disposición parte del dinero que la elite vampirizó del trabajo compulsivo de los más pobres. No, esas posibilidades no existen. There is no alternative: ¿será necesario repetirlo una vez más?
Esta violencia es la matriz del capitalismo brasilero. ¿Quién financió la dictadura y la creación de aparatos de crímenes contra la humanidad con los cuales se torturaba, violaba, asesinaba y se hacían desaparecer cadáveres? ¿No había ahí dinero del Banco Itaú, Bradesco, Camargo Correa, Andrade Gutiérrez, Fiesp, o sea, de todo el sistema financiero y empresarial que hoy tiene garantizadas sus ganancias por los mismos que ven nuestras muertes como un problema menor?
En la época del fascismo histórico, el estado suicida se movilizó a través de una guerra que no podía detener. O sea, la guerra fascista no era una guerra de conquista. Era un fin en sí mismo. Como si fuese “un movimiento perpetuo, sin objeto ni objetivo”, cuyos impasses sólo llevan a una aceleración mayor. La idea nazi de dominación no está ligada al fortalecimiento del estado, sino a una dinámica en constante movimiento. Hannah Arendt diría esto: “La esencia de los movimientos totalitarios es que puedan permanecer en el poder mientras estén en movimiento y transmitan movimiento a todo aquello que los rodea”. Una guerra ilimitada que implica la movilización total de todo agente social, la militarización absoluta en dirección a un combate que se torna permanente. Guerra, sin embargo, cuya dirección no puede ser otra que la pura y simple destrucción.
Sólo que el estado brasilero nunca necesitó de una guerra porque siempre fue el gestor de una guerra civil no declarada. Su ejército no sirve para otra cosa que para atentar cada cierto tiempo contra su propia población. Esta es la tierra de la contrarrevolución preventiva, como decía Florestan Fernandes. La patria de la guerra civil sin fin, de los genocidios sin nombre, de las masacres sin documentos, de los procesos de acumulación de Capital hechos a través de balas y de miedo contra quien se movilice en otra dirección. Todo esto aplaudido por un tercio de la población, por tus abuelos, tus padres, por aquellos cuyos circuitos de afectos están sujetos a ese deseo inconfesable de sacrificio de los otros y de sí por generaciones. Pobres de aquellos que todavía creen que es posible dialogar con quien en este momento estaría aplaudiendo a los agentes de la SS.
Porque las alternativas existen, pero si fueran implementadas serían otros los afectos que se pondrían en circulación, fortaleciendo a aquellos que rechazan tal lógica fascista, permitiéndoles finalmente imaginar otro cuerpo social y político. Tales alternativas pasan por la consolidación de la solidaridad genérica que nos hace sentirnos parte de un sistema de mutua dependencia y de apoyo, en el cual mi vida también depende de la vida de aquellos que son parte de “mi grupo”, que están en “mi lugar”, que tienen “mis propiedades”. Esta solidaridad que se construye en los momentos dramáticos les recuerda a los sujetos que participan de un destino común que debe sustentarse colectivamente.
Algo muy diferente del “si yo me infecto es problema mío”. Mentira atroz, porque, en verdad, será un problema del sistema público de salud, que no podrá atender a otros porque necesita cuidar de la irresponsabilidad de uno de los miembros de la sociedad. Pero si la solidaridad apareciese como afecto central, es la farsa neoliberal la que caería, esta misma farsa que debe repetir, como decía Thatcher, que “no existe esa cosa llamada sociedad, apenas existen individuos y familias”. Sólo que el contagio, Margareth, es el fenómeno más democrático e igualitario que conocemos. Este nos recuerda, al contrario, que no existe esa cosa de individuo y familia, que existe la sociedad que lucha colectivamente contra la muerte de todos y siente colectivamente cuando uno de los suyos cree que vive solo.
Como dije antes, las alternativas existen. Pasan por suspender el pago de la deuda pública, por gravar finalmente a los ricos y proporcionarles a los más pobres la posibilidad de cuidar de sí y de los suyos, sin preocuparse por volver vivos de un ambiente de trabajo que será foco de diseminación, que será la ruleta rusa de la muerte. Si alguien supiera realmente cómo hacerlo en las huestes del fascismo, recordaría lo que sucede con uno de los únicos países del mundo que rechaza seguir las recomendaciones para combatir la pandemia: este sería objeto de un cordón sanitario global, de un aislamiento en tanto posible foco no controlado de la proliferación de una enfermedad de la cual los otros países no quisieran contagiarse. Ser objeto de un cordón sanitario global debería ser algo realmente muy bueno para la economía nacional.
Mientras tanto nosotros luchamos con todas las fuerzas para encontrar algo que nos haga creer que la situación no es tan mala, que todo se trata de derrapes y sinsabores de un insano. No, no hay insanos en esta historia. Este gobierno es la realización necesaria de nuestra historia de sangre, de silencio, de olvido. Historia de cuerpos invisibles y de Capital sin límites. No hay insanos. Al contrario, la lógica es muy clara e implacable. Esto ocurre solamente porque cuando es necesario radicalizar siempre hay alguien en este país que dice que todavía no es el momento. Frente a la implementación de un estado suicida sólo nos restaría una huelga general por tiempo indeterminado, un rechazo absoluto a trabajar hasta que este gobierno caiga. Sólo nos restaría quemar las fábricas de los “empresarios” que cantan la indiferencia de nuestras muertes. Sólo nos restaría hacer que la economía pare de una vez utilizando todas las formas de contra violencia popular. Sólo nos restaría parar de sonreír, porque ahora sonreír es consentir. Pero ni siquiera un miserable pedido de impeachment es asumido por quien dice ser parte de la oposición. Sería difícil no acordarnos de estas palabras del evangelio: “Si la sal no sala, de qué sirve entonces”. Debe servir sólo para hacernos olvidar el gesto violento de rechazo que debería estar ahí cuando intentan empujar nuestra carne a su propio cadalso.
FOTO: Renata Molinari, Sin Cuerno, 2019
Primer parte: Crónica de la psicodeflación
15 de marzo
En el silencio de la mañana, las palomas desconcertadas miran desde el techo de la iglesia y parecen aturdidas, atónitas. No pueden entender ese desierto urbano que están viendo. Yo tampoco puedo.
Leo el primer borrador de Offline, un libro de Jess Henderson que va a salir en unos meses (o que debería salir, pero quien sabe ya). Hoy, la palabra “offline” adquiere un significado filosófico: es un modo de definir la dimensión física de lo real en oposición o, mejor dicho, en sustracción a la dimensión virtual.
Me pregunto cómo está cambiando la relación entre lo offline y lo online durante la propagación de la pandemia, y trato de imaginarme las consecuencias .
En los últimos treinta años, la actividad humana ha cambiado profundamente su naturaleza relacional, proxémica y cognitiva: un número creciente de interacciones se ha desplazado de la dimensión física, conjuntiva- donde los intercambios lingüísticos son imprecisos y ambiguos (por lo tanto, infinitamente interpretables), y toda acción productiva consume algún tipo de energía física, dado que los cuerpos se tocan y se entrelazan en un flujo de conjunciones- a una dimensión conectiva, en la cual las operaciones lingüísticas están mediadas por máquinas informáticas y, por lo tanto, responden a formatos digitales. Cualquier actividad productiva está, parcialmente, mediada por automatismos, y la gente interactúa cada vez más, aunque sus cuerpos nunca se encuentren. La existencia cotidiana de poblaciones enteras está cada vez más ligada a dispositivos electrónicos capaces de almacenar una enorme cantidad de datos. La persuasión fue reemplazada por la impregnación, ya que la psicósfera ha sido inervada por los flujos de la infósfera. La conexión presupone una precisión sin pelo y sin polvo. Los virus informáticos pueden interrumpir o desviar esta exactitud, que desconoce la ambigüedad de los cuerpos y no contempla la inexactitud como posibilidad.
Ahora, un agente biológico se introduce en el continuum de lo social, lo hace implosionar y nos fuerza a la inactividad. La conjunción, esfera que ha sido largamente reducida por las tecnologías conectivas, es la causa del contagio. Encontrarse en el espacio físico se volvió el peligro absoluto. La conjunción debe ser evitada, impedida: no salgas de tu casa, no vayas a ver a tus amigos, mantenete a dos metros de distancia, no toques a nadie en la calle.
Lo que experimentamos en estas semanas es una gigantesca expansión del tiempo que pasamos conectados, en línea, y no puede ser de otra manera porque las relaciones afectivas, productivas y educativas deben ser transferidas a la esfera en la que no nos tocamos, en la que no nos encontrramos. Cualquier sociabilidad que no sea puramente conectiva deja de existir.
¿Y después? ¿Qué va a pasar? ¿Que pasa si esta ón termina rompiendo el hechizo?
Lo que quiero decir es que, tarde o temprano, la epidemia va a desaparecer (si esto pasa alguna vez, dicen que en Italia va a pasar el 25 de abril) ¿No tenderemos a vincular nuestra vida en línea con la enfermedad? Imagino una explosión de cuidados y caricias, induciendo a una gran parte de los jóvenes a cerrar sus pantallas conectivas, como una reminiscencia de este desafortunado período solitario.
Intento no tomarme demasiado en serio, pero lo pienso.
16 de Marzo
La Tierra se rebela contra el mundo. La contaminación cae. Es evidente. Los satélites mandan fotos de China completamente diferentes de las que solían mandar hace dos meses. Lo siento en mis pulmones, que no habían estado respirando bien durante los últimos diez años, cuando fui diagnosticado con un asma severa causado por el aire de la ciudad en la que vivo.
17 de Marzo
El colapso de la bolsa es tan grave y persistente, que ya no es noticia.
El sistema bursátil se ha convertido en la representación de una realidad desaparecida: las economías de oferta y demanda están inestables y permanecerán indiferentes, por un largo tiempo, a la cantidad de dinero virtual que circula en el sistema financiero. Pero lo que esto significa es que el sistema financiero está perdiendo su control: en el pasado, las fluctuaciones matemáticas determinaban la cantidad de riqueza a la que todos podían tener acceso. Ahora no determinan nada. Ahora, la riqueza ya no depende del dinero que tenemos, sino de lo que pertenece a nuestra vida mental.
Debemos pensar en esta suspensión del funcionamiento del dinero, porque, tal vez, sea la piedra angular para salir de la forma capitalista- romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos. Afirmar una concepción de riqueza diferente, entendida no como el equivalente monetario que tengo, sino como la calidad de vida que puedo experimentar.
La economía está entrando en una recesión, pero esta vez las políticas en favor de la oferta no son muy útiles, ni tampoco las de impulsar la demanda. Si las personas tienen miedo de ir a trabajar, si la gente muere, la oferta no se puede aumentar. Y si estamos confinados en nuestras casas, no se puede reactivar la demanda, por un mes, o dos, o tres…
Suficiente como para bloquear la máquina. Un bloqueo que tendrá efectos irreversibles. Aquellos que hablan sobre la vuelta a la normalidad, esos que piensan que puede reactivarse la máquina como si nada hubiera pasado, no entendieron nada de lo que está pasando.
Para que la máquina vuelva a ponerse en marcha, será necesario inventar todo de cero. Debemos estar preparados para prevenir que funcione como en los últimos treinta años: la religión del mercado y el liberalismo privatista deberán ser considerados crímenes ideológicos. Los economistas que han venido prometiendo durante los últimos treinta años que la solución a cualquier enfermedad social era reducir el gasto público y privatizaciones deberán ser socialmente aislados si intentan abrir sus bocas otra vez. Deberían ser tratados por lo que son: unos idiotas peligrosos.
Durante las últimas dos semanas, estuve leyendo Cara de Pan de Sara Mesa, Lectura Fácil de Cristina Morales, y la fulminante Chanson Douce de la horrible Leila Slimani. Actualmente, estoy leyendo a Babine, una escritora azerbaiyana , que cuenta sobre Bakú a principios del siglo XX, y sobre la repentina acumulación de riqueza por medio del petróleo, su adinerada familia, que había perdido todo durante la revolución soviética.
Más por suerte que por elección, este año solo leí escritoras, empezando por la fantástica novela de Négar Djavadi, Disoriental, que cuenta la historia de la violencia islamista, el exilio, la soledad y la nostalgia.
Pero ahora, suficiente con las mujeres y las tragedias humanas. Basta es basta. Volví a un libro relajante, Orlando Furioso, narrado por Italo Calvino (narración en prosa del poema de Ludovico Ariosto). Cuando enseñaba, siempre se lo recomendaba a los jóvenes. Leí algunos capítulos. Lo habré leído diez veces y siempre soy feliz cuando lo vuelvo a leer.
18 de marzo
Hace unos años, con mi amigo Max, insipirados por nuestro amigo Mago, publicamos una novela para la que no teníamos título. Nos gustaba el nombre KS y Gerontomachia. Pero el editor que tue tuvo que publicarlo (después de que varios, comprensiblemente, lo rechazaran) impuso un título más feo, pero más popular: Morte ai Vecchi (muerte a los viejos). Al libro no le fue nada bien, pero contaba una historia que todavía me resulta relevante. Una especie de epidemia inexplicable estalla. Los niños de trece, catorce años matan a los viejos. Primero unos casos aislados. Pero después se vuelven cada vez más frecuentes y, finalmente, termina sucediendo en todas partes. Les voy a ahorrar los detalles, o los puntos tecnico-místicos de la trama. El punto central es que los jóvenes decidieron matar a los viejos porque envenenaron el aire con su tristeza.
Esta noche se me ocurrió que todo el asunto del coronavirus podría leerse, metafóricamente, de la siguiente manera: el 15 de marzo del año pasado, millones de niños y niñas tomaron las calles gritando: “nos entregaron un mundo donde no se puede respirar, llenaron de porquería la atmósfera, ahora es el momento de frenar esto que hicieron y reducir el consumo de petróleo y carbón”. Quizás esperaban que los gobernantes del mundo escucharán sus pedidos. Pero como todos sabemos, se sintieron decepcionados. La cumbre de Madrid en diciembre, la última entre innumerables eventos sobre el cambio climático, fue solo otro fracaso más. La emisión de sustancias tóxicas no disminuyó para nada en la última década, y el calentamiento global fue avanzando felizmente. Las grandes corporaciones de carbón y derivados del petróleo no piensan parar. Entonces, los jóvenes se enojaron e hicieron una alianza con Gea, la divinidad protectora del planeta tierra y lanzaron juntos una advertencia. Así los viejos empezaron a morir como moscas.
Finalmente, todo se frena, todo quedó detenido. Después de un mes, los satélites muestran fotos de una tierra muy diferente de lo que era antes de la gerontomaquia.
19 de Marzo
Como no tengo televisor, sigo los acontecimiento por internet: CNN, The Guardian, Al Jazeera, El País… A la hora del almuerzo, escucho las noticias en la radio.
No existe más nada, el mundo desapareció de las noticias. Solo existe el coronavirus. Hoy no hubo más noticias en el informativo de la radio que la epidemia. Un amigo de Barcelona me cuenta que habló con un editor la televisión española: parece que cuando transmiten noticias más allá del contagio, la gente llama enojada a insultar, o insinúa que algo les están escondiendo.
Entiendo la necesidad de mantener la atención del público concentrada en las medidas de prevención y me es clara la necesidad de repetir cien veces al día “tenes que quedarte en tu casa”. Pero este tratamiento mediático tiene un efecto ansiógeno completamente innecesario. Además, se ha vuelto prácticamente imposible saber qué está pasando en el Norte de Siria. Hace tan solo unos días, ocho escuelas fueron bombardeadas en un solo día. ¿Y que está pasando en la frontera entre Grecia y Turquía? ¿Ya no hay más barcos llenos de africanos en el Mediterráneo que corren el riesgo de hundirse o que son detenidos y enviados de vuelta a los campos de concentración libios? Claramente que hay. Ayer encontré la noticia de un barco, con ciento cuarenta personas a bordo, que la guardia costera maltesa mandó de regreso.
Para mantenernos al día, y dejar conocimiento, acá tienen una lista parcial, desde el primero de marzo hasta hoy, de lo que está pasando en el mundo, además de la epidemia. Desde el sitio web de PeaceLink transcribo los conflictos armados que no se han detenido en las últimas tres semanas, mientras nosotros estabamos preocupados por el hecho de no poder salir de nuestras casas.
Libia: Enfrentamiento violentos estallan en el Norte, a medida que las fuerzas del Ejército Nacional de Libia intentan avanzar. Libia: Las fuerzas de Haftar bombardean dos escuelas en Trípoli. República democrática del Congo: al menos 17 muertos en enfrentamientos con las Fuerzas democráticas aliadas (ADF) en Beni. Somalía: cinco miembros de Al-Shabaab murieron en un solo ataque aéreo estadounidense. Nigeria: seis muertos en un ataque de Boko Haram en la base militar de Damboa. Afganistan: las fuerzas talibanas y afganas se enfrenta en la provincia de Balkh. Tailandia: un soldado muerto y otros dos heridos en enfrentamientos entre militantes en el sur. Indonesia: cuatro rebeldes del Ejército de Liberación de Papua Occidental murieron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en Papua. Yemen: 11 muertos en enfrentamientos entre rebeldes hutíes y el ejército yemení en Taiz. Yemen: 14 rebeldes hutíes asesinados en enfrentamientos con las fuerzas del gobierno yemení en la provincia de Al-Hudaydah. Turquía: derriban un avión de guerra sirio sobre Idlib. Siria: 19 soldados sirios muertos en ataques con drones turcos.
Un amigo me envió un video que muestra una fila de camiones militares en Bérgamo. Es de noche, proceden lentamente. Llevan, algo así, como unos sesenta ataúdes al crematorio.
20 de marzo
Me despierto, me afeito, tomo mis pastillas para la hipertensión, prendo la radio… mierda… El himno. ¿Alguien me puede explicar que mierda tienen que hacer los himnos nacionales en situaciones como esta? ¿Por qué revivir el orgullo nacionalista? Este mismo himno llevó a los soldados a Caporetto, donde murieron más de cien mil.
Apago la radio, y me afeito en silencio. Un silencio sepulcral.
Jun Fujita Hirose es un amigo japonés que escribe libros sobre cine. Recientemente, estuvo presentando su libro Cine-Capital. Tenía planeado, a su vuelta de Buenos Aires, pasar por Madrid y Bologna, donde Billi y yo lo estábamos esperando. Es una persona muy agradable e ingeniosa y hospedarlo, cada vez que pasa unos días por Italia, es siempre un placer.
Cuando la infección llegó a Madrid y explotó, él se quedó varado. Se vio obligado a quedarse, y ahí lo hospeda otro queridísimo amigo, Amador Savater. Así que ahora pasan el tiempo juntos, y envidio un poco a Amador porque Jun es también un gran cocinero, y a mi me gusta mucho la comida japonesa. También aprovechan para hacer un poco de cine-debate. Hace unas noches vieron La cosa de John Carpenter, una película que viene perfecto para la ocasión. Después, Amador escribió un artículo que leí en la revista argentina Lobo Suelto. Ahí escribe: «Pero, ¿no es también La Cosa una ocasión de pensamiento? Sólo es posible pensar en la interrupción: la interrupción de los automatismos, de los estereotipos, de las evidencias. La Cosa es un agujero en el sistema de evidencias establecido. Nos invita a repensarlo todo de nuevo: la salud y la sanidad, las ciudades y la alimentación, los vínculos y los cuidados.».
Cuando la cuarentena termine -si termina, y no es seguro que eso vaya a pasar-, estaremos desprovistos de reglas, pero también desprovistos de automatismos. Los humanos, entonces, recuperaremos un papel no dominante en relación al azar, pero sí significativo (el virus nos enseña que la voluntad humana nunca fue decisiva). Tendremos la chance de reescribir las reglas y de romper los automatismos. Pero es bueno saber que esta no sucederá pacíficamente.
No podemos prever qué formas asumirá el conflicto, pero debemos empezar a imaginarlas. Quien imagina primero, gana. Es la ley universal de la historia. Al menos, eso creo.
21 de Marzo
Cansancio, debilidad física, leve dificultad para respirar. Nada nuevo, me pasa seguido. Es culpa de las pastillas contra la hipertensión y también de mi asma, que fue amable conmigo durante el último mes. Quizás porqué no quiere asustarme con síntomas ambiguos.
Es un día dulce y soleado, con un cielo claro en el primer día de la primavera.
Un amigo de Buenos Aires me escribe:
“Llego el terror,
se huele desde la ventana
como una flor cualquiera”
22 de marzo
El vicepresidente de la Cruz Roja China, Yang Huichuan, llegó a Italia, acompañado por los doctores Liang Zongan y Xiao Ning, profesor de medicina pulmonar en el Hospital de Sichuan y director adjunto del Centro Nacional para la Prevención, respectivamente. Cincuenta y ocho médicos expertos en enfermedades infecciosas llegaron de Cuba.
Hace unos pocos días, el ministro de economía alemán, Peter Altmaier, respondió a una solicitud de Trump, rechazando su pedido de cesión exclusiva de los derechos sobre el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus estudiado por una empresa privada en Tubinga. Según los avances publicados por Die Welt, Estado Unidos le había ofrecido a la compañía farmacéutica alemana CureVac, que está desarrollando la vacuna, la cifra de mil millones de dólares para adquirir el derecho de industrializar y, por lo tanto, vender, en exclusividad, el producto, una vez completadas las pruebas.
En exclusiva. America First. En el país de Trump, se multiplican las filas en los negocios de armas. Además de whisky y papel higiénico, todos compran armas. De forma disciplinada, mantienen la distancia reglamentaria de un metro, y las filas se pierden en el horizonte.
Mientras tanto, el Partido Demócrata se deshace de Sanders, matando la esperanza de que se pueda cambiar el modelo que ha reducido a la vida a la forma actual. El 81% de los republicanos sigue apoyando a la bestia rubia de Trump.
No sé qué pasará cuando termine este flagelo, pero estoy prácticamente seguro que la humanidad entera va a desarrollar el mismo sentimiento en relación al pueblo estadounidense, que se extendió al pueblo alemán después de 1945: enemigos de la humanidad.
Estaba mal entonces, porque muchos alemanes antinazis fueron perseguidos, asesinados, exiliados. Y está mal ahora, porque millones de jóvenes estadounidenses apoyan al candidato socialista, que intenta ser eliminado por la máquina del dinero y los medios de comunicación.
Poco importa si está bien o mal. Esta no es una cuestión política: el horror no se elige de forma racional, se siente, involuntariamente. Es el horror hacía una nación nacida del genocidio, la deportación y la esclavitud.
23 de marzo
El médico que ha tratado mis oídos durante quince años es un profesional con una agudeza diagnóstica extraordinaria y es un cirujano excepcional. Me operó seis veces en 10 años, y en cada operación tuvo resultados impecables, permitiendo prolongar mi capacidad auditiva. Hace unos años decidió abandonar el hospital público en el que atendía y, desde ese momento, me vi obligado a ir a una clínica privada para aprovechar de los beneficios de sus habilidades. Como no entendía su decisión, me dijo sin vueltas: el sistema público de salud está al borde del colapso por culpa de la situación financiera actual.
Es por eso que el sistema de salud italiano se encuentra en ruinas, es por eso que el 10 por ciento del personal se infectó, es por eso que las unidades de terapia intensiva no son suficientes para tratar a los pacientes. Porque quienes gobernaron en las últimas décadas siguieron los consejos de criminales como Giavazzi, Alesina y compañía. ¿Estos sinverguenzas continuarán escribiendo sus editoriales? Si el coronavirus nos forzó a aceptar el arresto domiciliario, ¿es demasiado pedir que estos individuos tengan prohibido para siempre el acceso a la palabra pública?
No se si saldremos vivos de esta tormenta, pero si eso pasa la palabra privatización deberá ser catalogada en el mismo registro que la palabra «Endlösung» [Solución Final].
La devastación producida por la crisis no debería calcularse en los términos que propone la economía financiera. Tendremos que evaluar los daños y las necesidades sobre la base de la utilidad. No tenemos que plantearnos el problema de hacer que cierren las cuentas del sistema financiero, sino que tenemos que garantizar la cobertura de las cosas básicas y útiles que todos necesitamos. ¿Existe alguien al que no le guste esta lógica porque le recuerda al comunismo? Bueno, si nadie encontró una palabra mejor, o más moderna, tenemos derecho a usar la misma. Tal vez sea una palabra antigua, pero es muy atractiva.
¿donde vamos a encontrar los medios para enfrentar la devastación? En las arcas de la familia Benetton, por ejemplo. O sino en las arcas de los que se aprovecharon de políticos serviles para apropiarse de bienes públicos, transformándolos en instrumentos de enriquecimiento privado, dejando todo caer en ruinas, al punto de matar a cuarenta personas que andaban por un puente genovés.
En un revista online de psiquiatría, Luigi D’Elia escribió un artículo llamado “La pandemia es como el Ttatamiento de Salud Obligatorio”. Recomiendo leerlo, así que solo voy a resumirlo brevemente. El TSO (el término italiano para Tratamiento involuntario) se practica cuando las condiciones psíquicas de una persona la vuelven peligrosa para sí o para otros. Sin embargo, todo psiquiatra medianamente inteligente sabe que no es una terapia recomendable. En verdad, no es realmente una terapia.
D’Elia aconseja a los que estamos en confinamiento transformar la actual condición preventiva obligatoria en una activamente terapéutica, pasando de TSO a TSV (tratamiento de salud voluntario). Es decir que debemos transformar nuestro estado de detención necesaria en un proceso de autoanálisis, abierto al autoanálisis de los otros.
D’Elia nos aconseja a todos los que estamos en reclusión transformar la actual condición preventiva obligatoria en una condición activamente terapéutica, pasando de TSO a TSV (Tratamiento de Salud Voluntario); decimos por lo tanto que debemos transformar nuestro estado de detención necesaria en un proceso de autoanálisis abierto al autoanálisis de otras personas. Creo que esta es una de las sugerencias más precisas, no solo psicológicamente sino, también, políticamente.
Debemos ser capaces de transformar la prisión cotidiana en una asamblea de autoanálisis de masas. D’elia sugiera algo todavía más preciso: el objeto de nuestra atención análitica debe ser, esencialmente, el miedo. «El miedo cuando está bien enfocado es el principal impulsor del cambio. Jung lo dice claramente: “donde hay miedo, ahí está la tarea”», escribe. ¿Cuál es el objeto del miedo? Más de uno: miedo a la enfermedad, miedo al aburrimiento y miedo a lo que el mundo sea cuando finalmente salgamos de casa».
Pero dado que el miedo es el motor del cambio, lo que necesitamos hacer es crear condiciones consicentes para el cambio. El aburrimiento puede ser elaborado de manera psicológicamente útil, porque, como dice D’elia, “El aburrimiento no es la apatía. La apatía es la resignación en la impotencia, la calma absoluta, la inercia. El aburrimiento es inquietud, es muy vital, es insatisfacción, agitación. El aburrimiento grita: este no es el lugar donde debería estar, esto no es lo que debería estar haciendo. Debería estar en otro lugar, ocupado en otra cosa”
Justo antes de la medianoche
Catorce de veintiséis países europeos decidieron cerrar sus fronteras. ¿Que queda de la Unión? Lo que queda es el Eurogrupo que se reunió para discutir medidas a tomar para hacer frente al previsible colapso de la economía europea.
Se enfrentan, cara a cara, dos tesis: por un lado, la de los países más afectados por el virus, que piden poder hacer algún tipo intervención en relación al gasto público, no vinculadas al criminal pacto fiscal basado en el equilibrio presupuestario, que la improvisada clase política italiana ha constitucionalizado. La respuesta de alemanes, holandeses y otros fanáticos es No. Solo pueden gastar bajo la condición de llevar adelante las reformas adecuadas. ¿Qué significa? Por ejemplo, ¿que la reforma del sistema de salud reduzca aún más las unidades de terapia intensiva y los salarios de los trabajadores de los hospitales?
Me parece que Dombrovski, ex primer ministro de Letonia y actual vicepresidente de la Comisión Europea, es el más fanático de todos. Y debería conseguirse un trabajo en una funeraria, ya que tiene el physique du role y es un rubro donde cada vez hay más demanda, gracias a personas como él.
24 de marzo
Mientras que la Confederación General de la Industria italiana (Confindustria) se opone al cierre de empresas no esenciales, mientras sostienen la movilización diaria de millones de personas obligadas a exponerse al peligro de la infección, la pregunta que surge es por los efectos económicos de la pandemia. En la portada del New York Times, apareció un editorial de Thomas Friedman que lleva el muy elocuente título “Get America back to work – and fast” (Hagamos que Estados Unidos vuelva al trabajo, y rápido).
Todavía nada se detuvo, pero los fanáticos ya tienen la preocupación por hacer esto rápido, por volver pronto a trabajar y, por sobre todas las cosas, volver al trabajo como era antes.
Friedman (y Confindustria) tienen un excelente argumento a su favor: un bloqueo prolongado de las actividades productivas llevarán a consecuencias inimaginables desde un punto de vista económico, organizativo e, incluso, político. Todos los peores escenarios pueden ocurrir en una situación donde los bienes empiezan a agotarse, donde el desempleo se extiende.
Por lo tanto, el argumento de Friedman debe considerarse con sumo cuidado y debe ser descartado con habilidad. ¿Por qué? No solo por la obvia razón de que si se frenan las actividades por un par de semanas y luego se vuelve al trabajo como antes la epidemia brotará con una furia renovada, matando a millones de personas y devastando a la sociedad para siempre. Está claro que esta es solo una consideración marginal, desde mi modesto punto de vista.
La consideración que me resulta más importante (de la que tendremos que desarrollar sus implicaciones en las próximas semanas) es precisamente la siguiente: nunca más debemos volver a la normalidad. La normalidad es lo que ha vuelto al organismo planetario tan frágil para dar lugar a la pandemia.
Incluso antes de que la estallara la pandemia, la palabra extinción había comenzado a aparecer en el horizonte del siglo. Incluso antes de la pandemia, el 2019 había mostrado un crecimiento impresionante de colapsos ambientales y sociales que culminaron en Noviembre, con la pesadilla irrespirable de Nueva Delhi y los terribles incendios en Australia.
Los millones de jóvenes que marcharon en las calles en distintas ciudades el 15 de marzo del 2019 para pedir la detención de la máquina de muerte, han llegado al centro de la cuestión y la dinámica del cambio climático fue interrumpida por primera vez.
Después de un mes de encierro y confinamiento, el aire padano se ha vuelto respirable. ¿A qué precio? A un precio altísimo, pagado en vidas perdidas y un miedo desenfrenado, que mañana se pagará con una depresión económica sin precedentes.
Pero este el efecto de la normalidad capitalista. Volver a la normalidad capitalista sería una idiotez colosal, que la pagaríamos con una aceleración hacia la extinción. Si el aire padano se volvió respirable gracias al flagelo, sería una idiotez colosal reactivar la máquina que hace que al aire del valle se vuelve irrespirable, cancerígeno y, en última instancia, una presa fácil para la próxima epidemia viral.
Este es el tema en el que debemos comenzar a pensar rápida y desprejuiciadamente.
La pandemia no provoca ninguna crisis financiera. Es claro que las bolsas de valores se caen a pique y seguirán en esa dirección, y alguien propondrá, provisoriamente, cerrar todo.
Impensable es el título de un artículo de Zachary Warbrodt publicado en POLITICO, donde examina con terror la posibilidad de cerrar las bolsas.
Pero la realidad es más radical que cualquier de las hipótesis más radicales: las finanzas ya cerraron, aún cuando las bolsas de valores permanecen abiertas, y los especuladores ganan su dinero sucio apostando a la bancarrota y la catástrofe, como los senadores republicanos Barr y Lindsay.
La crisis que vendrá no tiene nada que ver con la del 2008, cuando el problema fue generado por los desequilibrios de las matemáticas financieras. La depresión por venir depende de la intolerancia del cuerpo y de la mente hacia el capitalismo.
La crisis en curso no es una crisis real. Es un RESET. Se trata de apagar la máquina y volverla a prender, después de un tiempo. Pero cuando la reiniciemos, podemos decidir que funcione como antes, corriendo el riesgo de encontrarnos a nosotros viviendo la misma pesadilla una y otra vez, o podemos decidir reprogramarla, de acuerdo a la ciencia, la consciencia y la sensibilidad.
Cuando esta historia se termine, (en cierto sentido, nunca terminará, porque el virus puede retroceder sin desaparecer, y aunque inventemos vacunas, siempre se puede adaptar) tendremos que enfrentar un período de extraordinaria depresión. Si solo pretendemos volver a “lo normal” tendremos que enfrentar violencia, totalitarismos, masacres, y la extinción de la raza humana antes del fin del siglo.
La normalidad no debe volver.
No debemos preguntarnos qué es lo bueno para los mercados, o para la economía de la deuda y la ganancia . Las finanzas se fueron a la mierda, no queremos escuchar nada más sobre eso. Tendremos que preguntarnos qué es lo verdaderamente útil. La palabra útil debe ser el alpha y el omega de la producción, de la tecnología y de la actividad.
Me doy cuenta que estoy diciendo cosas que me superan, pero debemos prepararnos a nosotros para enfrentar grandes decisiones. Y si queremos estar preparados para cuando esta historia termine, es necesario empezar a pensar qué es útil y cómo podemos producirlo sin destruir el ambiente y el cuerpo humano
Y, también, tenemos que pensar la pregunta más delicada de todas: ¿Quién decide? Cuando la pregunta sobre quién decide llega trae consigo la pregunta sobre cuál es la fuente de legitimidad. Esta es la pregunta con la que empiezan las revoluciones. Lo queramos o no, es la pregunta que tenemos que hacernos.
Traducción: Martín Rajnerman para Lobo Suelto!
Me enfermé en París, el miércoles 11 de marzo, antes de que el gobierno francés ordenara el confinamiento de la población, y cuando me levanté el 19 de marzo, poco más de una semana después, el mundo era otro. Cuando me acosté, el mundo era cercano, colectivo, viscoso y sucio. Cuando me levanté, se había vuelto distante, individual, seco e higiénico. Durante mi enfermedad, fui incapaz de entender qué estaba sucediendo en el plano económico y político, porque la fiebre y el malestar tomaron mi energía vital de rehén. La realidad parecía indistinguible de una simple pesadilla, y la portada de los diarios era más desconcertante que cualquier alucinación de un sueño febril. Durante dos días enteros, a modo de prescripción ansiolítica, decidí no entrar a un solo sitio web. Atribuyo mi sanación a esto y al aceite esencial de orégano. No tuve dificultades respiratorias, pero me resultaba difícil creer que continuaría respirando. No tenía miedo a morir. Tenía miedo a morir solo.
Entre la fiebre y la ansiedad, pensaba –hacia adentro- que los parámetros de la conducta social organizada habían cambiado para siempre y de forma definitiva. Esta sensación era tan potente que anudaba mi pecho, aun cuando mi respiración se aliviaba. De aquí en más, tendríamos acceso a las formas más obscenas de consumo digital, pero nuestros cuerpos, nuestros organismos físicos, serían privados de todo contacto y vitalidad. La mutación se manifestaría como una cristalización de la vida orgánica, como digitalización del trabajo y el consumo, y desmaterialización del deseo.
Las personas casadas estaban ahora obligadas a convivir las veinticuatro horas del día, más allá de si se amaran u odiaran, o las dos al mismo tiempo –que, dicho sea de paso, es el caso más común: las Parejas obedecen a una ley de la física cuántica, que postula que no hay oposición entre términos contrarios, sino, más bien, una simultaneidad de realidades dialécticas. En esta nueva realidad, aquellxs de nosotrxs que hubiéramos perdido el amor o no hubiéramos podido encontrarlo a tiempo –esto es, antes de la gran mutación de COVID-19- estábamos condenadxs a pasar el resto de nuestras vidas absolutamente solxs. Sobreviviríamos, sí, pero sin roce, sin piel. Aquellxs que no se hubieran animado a decirle a la persona que amaban que la amaban no podrían ya volver a establecer contacto con ellxs, incluso aunque ahora sí pudieran expresar su amor mutuamente, y ahora vivirían con la eterna e imposible anticipación a un encuentro físico que nunca sucedería. Aquellxs que hubieran elegido viajar, quedarían para siempre del otro lado de la frontera, y lxs ricxs que se embarcaron o huyeron al campo para pasar plácidamente la cuarentena en sus cómodas segundas-casas (¡pobrecitxs!) nunca podrían volver a la ciudad. Sus casas serían requisadas para alojar a lxs vagabundxs que, claro, a diferencia de lxs ricxs, vivían en la ciudad tiempo completo. Bajo la nueva e impredecible forma que las cosas habían tomado después del virus, todo quedaría grabado a fuego. Lo que parecía un aislamiento temporario persistiría por el resto de nuestras vidas. Quizás las cosas volverían a cambiar más adelante, pero no para aquellxs de nosotrxs de más de cuarenta. Esta era la nueva realidad. Esta era la vida después de la gran mutación. Por eso me pregunté si una vida así valía la pena ser vivida.
Lo primero que hice cuando me levanté de la cama, después de padecer el virus por una semana -que fue tan extraña y vasta como un nuevo continente-, fue hacerme a mí mismo esta pregunta: ¿Bajo qué condiciones y de qué forma podría la vida valer la pena ser vivida? Lo segundo que hice, antes de encontrar una respuesta, fue escribir una carta de amor. De todas las teorías conspirativas que había leído, la que más me sedujo es la que dice que este virus fue creado en un laboratorio para que todxs lxs perdedorxs del mundo pudieran recuperar a sus ex –sin tener que estar realmente obligadxs a volver a juntarse con ellxs.
Lleno a más no poder de la ansiedad y el lirismo acumulados durante una semana de enfermedad, asustado e inseguro, la carta a mi ex no sólo fue una declaración poética y desesperada de amor, sino, sobre todo, un documento patético para quien firmaba. Pero si las cosas no pudieran, al fin y al cabo, cambiar nuevamente; si aquellxs que estaban lejos unxs de otrxs no pudieran volver a tocarse nunca más, ¿cuál era el sentido de ser así de ridículo? ¿Cuál era el significado de ahora decirle a la persona que amás que la amaste, mientras en el fondo sabés bien que lo más probable es que se haya olvidado de vos o te hubiera reemplazado, aunque no pudieras volver a verla, de todos modos? Este nuevo estado de cosas, en su inmovilidad escultural, le confirió un nuevo grado de qué carajo a toda la situación, incluso en su propio ridículo.
Escribí a mano esa fina y horriblemente patética carta, la introduje en un sobre blanco brillante y, sobre él, con mi mejor caligrafía, escribí el nombre y la dirección de mi ex. Me vestí, me puse una mascarilla, me puse los guantes y zapatillas que había dejado en la puerta y bajé a la entrada del edificio. Ahí, en consonancia con las reglas del aislamiento, no salí a la calle, sino que me dirigí al basurero del edificio. Abrí el tacho amarillo y metí la carta a mi ex –el papel era, en efecto, reciclable. Volví lentamente a mi departamento. Dejé mis zapatillas en la puerta. Entré, me saqué los pantalones y los metí en una bolsa de plástico. Me quité la mascarilla y la dejé en el balcón para que se airee un poco; me saqué los guantes, los tiré a la basura y me lavé las manos durante dos interminables minutos. Todo, absolutamente todo, estaba fijado exactamente en la forma que había adquirido con la gran mutación. Volví a mi computadora y abrí mi email: y ahí estaba, un mensaje de ella titulado “Pienso en vos durante la crisis viral”.
Traducción: Lobo Suelto!
Nuestro mundo jamás se ha caracterizado por la igualdad, en cuanto a su administración de bienes y servicios, ni en
El ensayo distingue entre habitar y gobernar. Cómo interactúan estos términos? Coexisten o viven en tensión? Los podemos pensar como
Estamos siendo testigos de la corrosión de la gobernabilidad. ¿Cómo se hace efectiva? ¿Y para qué? Los ampulosos gritos
Ni los asados, ni los abrazos, ni los recitales, ni siquiera los libros van a ser lo mismo. Ni los grupos Foucaultianos, las encerronas, los motines, la paranoia, ni el transa que ya ni contesta. Ni el furgón del Sarmiento llegando a Flores. Ni el policía que se vestía de civil para volver tranquilo a su casa, ni tus posteos militantes, ni las ganas de más, ni esa ética que ahora es vigilante. Ni la incomodidad navideña de tener un primo milico. Ya nada será igual a la angustia que sentías antes, a como te pegaban las pastillas, a la vitalidad que se nos va apagando. Ni los imprescindibles, ni la biopolítica, ni las que viajaban afuera como otra forma de decir libertad, ni las conversaciones en la cola del cajero, ni eso que sentías por tu vieja, ni Cristina. Ni la vergüenza de ser ortiba, de estar en el grupo de wasap de la tercera, de tener el 911 fácil, ni la moral cobani. Ni lo que significa escrache, ni las luces del patrullero rompiendo la noche en Rivadavia. Ni extrañar, necesitar, llorar, desear, stalkear, menos aún stokear. Ni esta soledad que quiere destruirnos, ni la indiferencia, ni las convicciones inexpugnables, ni ese desajuste mental que ahora es de muchos. Ni Netflix, ni el gordo de la rotisería, ni el Indio, ni lo zombie, ni La Tarzán, ni Fogwill, ni la larga risa de estos años. Ni las putas de la colectora, los guachines, las rochas, los turros, ni las viejas del bingo que sueñan despiertas con el sonido de las maquinitas, ni el remisero que espera paciente. Ni los linyeras que ranchan al lado del cajero: colchón, Termidor y barbijo. Ni ir a Merlo, Milan, Cuartel V, Brasil o Mar de Cobo. Ni los 24 de marzo, ni el día que empezó todo esto, ni el 26 de junio, ni los primeros días de diciembre cuando caminábamos al kiosco. Ni nuestras pobres desobediencias sensatas. Ni poner un bar, ni flashear emprendimiento, ni escribir giladas en un blog, ni opinar. Ya no va a ser igual tener o no tener plantas en tu casa: maceta, indoor, patio. Ni la palabra salvoconducto, solidaridad, declaración jurada, vecino, aburrimiento, cheto, cuidados, pinza policial y tedio. Ni realidad, trabajo, plenitud, futuro. Ya no va a ser lo mismo renunciar, desertar, perderse, vagar, pedirte perdón, entrenar el desapego. Ni tus explicaciones sobre la revolución, ni tu memoria combativa, ni esas prácticas emancipatorias que siempre son de otras. Sabes que no va a ser lo mismo la distancia, la confianza, la temperatura de tu cuerpo, lo que hacíamos antes de coger. Ni los chistes, los apodos, los descanses, las pajas. Ni los padrastros, ni los pasillos, ni las plazas con juegos. Ni las cervecerías, los puesto de tortilla, ni el vacipan camino a Celina, ni el super pancho bajonero de Once. Menos aún las mamás luchonas, marchar por el plan, viajar todos en moto a laburar a la feria, la escuela. Ni los perros que no paran de llorar, ni los curas villeros que se anotan en todas, ni los gatos que hacen la suya, ni las cosas que aprendes por Youtube. Ni toser, ni escupir, ni estornudar. Ya no va a ser igual el tiempo, que se nos escurre entre los dedos, que no sabemos cómo perderlo, que no se mueve, que es alto buchón, que no entendemos bien qué hacer con él.
El modo de vida en guerra biotecnopolítica se instauró mediante formas conocidas de lo cotidiano: control, virtualidad, higiene, medicina, e información, dimensiones acostumbradas, lo que resulta en su compleja y paradojal identificación. Percibimos dos planos unidos, uno digital y otro viral, en sí conforman un mismo plano aunado por la palabra virus que es usada en ambas acepciones: informática y médica. Somos soldados virtuales de una guerra de potencias mundiales en formato guerra civil-biológica-virtual por el control de los sistemas de comunicación y el capital humano en algoritmos de datos.
Un fenómeno llamativo ha ocurrido hace no mucho tiempo. La aplicación (red social china) Tik Tok desplazó a Instagram y Facebook en China, Europa y EEEUU. Por esta razón, este último lanzó restricciones para su uso. Esta app se introduce a través de clientes adolescentes. Hecho similar ocurre con la competencia entre monopolios de telefonía móvil con la marca de teléfonos de origen Chino Huawei. Por otro lado, recordemos que Whatsapp e Instagram son propiedad de Facebook. Hasta aquí podría tratarse de un asunto relativo a lucha de monopolios y el consiguiente rédito en dinero por el uso de estas aplicaciones. Pero lo que se negocia es el control y manejo de nuestros datos ¿por qué razón serían gratuitas? Algunas con publicidad y otras sin publicidad. El interés no está puesto en que paguemos por usarlas sino que escribamos, fotografiemos, hagamos videos y audios, es decir convirtamos en patrones algorítmicos lo que pensamos, sentimos, cómo nos vinculamos y por lo tanto qué podemos consumir.
Se trata de incalculables flujos de datos que circulan a la velocidad de la luz en todo el planeta, datos producidos por personas con capacidad de compra. El monopolio que se quede con los sistemas y aplicaciones de nuestros teléfonos y computadoras se queda con todo capital humano-dato. Los virus necesitan de organismos vivos para seguir viviendo, de lo contrario es el virus el que muere.
Es inevitable que la pandemia produzca miles de muertes para que este dispositivo de diseño médico-tecnológico tenga efecto. Para ello se elige mostrarnos los avances del virus y por lo tanto las muertes. Ahora nos enteramos de la cantidad de personas que mueren todos los días, antes no, cuestión que lo demuestran las cifras que se han compartido en estos días sobre otras pandemias y causas de mortandad en el mundo. Queda claro que la televisación de la muerte de los pobres no importa porque no tienen capacidad de compra a diferencia de un europeo, estadounidense, chino, etc. y esto nos resulta más cercano por diferentes razones, entre ellas cierta identificación del colonizado con sus colonizadores: ¿acaso no tragamos saliva para ver cómo está nuestra garganta luego de ver alguna de las noticias que muestran la muerte de personas en el viejo continente?
Cualquiera que intente salirse de este régimen será el enemigo invisible, porque en Europa se están muriendo de a miles por no creer. De pronto Europa es el gran continente señalado, Asia el ejemplo de control y superación, porque no importaron las muertes en China. Tuvieron que aparecer esas muertes televisadas de nuestros históricos colonizadores para que el problema preocupe.
Ya no se puede criticar, porque a eso viene una imagen de Italia devastada por las muertes, a pesar que aún no lleguen ni a la mitad de las muertes por gripe registradas durante el 2019 en el mismo país. Pero bueno ninguna de ellas tuvo medios cubriéndolas, como tampoco hay coberturas de los miles de inmigrantes que mueren en las costas europeas, sin posibilidad de sepulcro de los familiares. En ese espejo de gente blanca muriendo, hay que cuidar entonces a la clase que sí consume y que produce más trabajo en la red.
Hace tiempo sabemos que al mundo lo controlan los sistemas de comunicación e información pero no como algo externo o diferente, somos nosotrxs mismxs como engranaje de ese sistema de comunicación, como trabajadores de las redes sociales, como compartidores compulsivos de noticias que difunden una unánime construcción de la realidad. Funcionamos como virus-trabajadores siendo capaces de realizar copias a toda velocidad permitiendo su multiplicación. Esta situación prepara el terreno para que la sociedad en su conjunto quiera tener instaladas en sus teléfonos y computadoras aplicaciones de sistemas de control que habiliten de forma consentida todos los datos de ubicación, conexión, parentesco, costumbres, movimientos, raza, sexo, signos corporales, etc. formando así patrones algorítmicos de nuestras vidas aún más acentuados de los que ya existen. Se trata entonces de un uso intencionado de la información respaldado en la hegemonía del saber médico para fines de manipulación de masas.
Muchas son las preguntas que surgen entorno al impacto en la economía. Hay algo de lo que no cabe duda ¿Quién dijo que no estamos produciendo? ¿Quién dice que se paraliza la producción y la economía? Se trata de un cambio de paradigma que perfecciona los niveles de producción que vienen operando hace décadas y que ahora se vuelven más visibles. Es un cambio en la concepción de trabajo como lo hacíamos hasta hoy, trabajo no es solo con la materia prima o servicios a terceros: – Esto es trabajo! este mensaje que te estoy mandando por Whatsapp diciéndote todas estas cosas es mi trabajo! Acá está mi tiempo, en este emogi que te estoy mandando para expresar mi afecto!. Whatsapp es un vacío, no existe: -si yo no estoy mandando este mensaje. Todas las redes sociales son un vacío y nosotrxs somos sus trabajadores en negro. Ninguna red social se sostiene si no hay trabajadores en estas condiciones y tampoco se sostiene el sistema de comunicación que es lo que mueve el mundo. Es así que nos encontramos en un momento de hiperproducción digital virtual de las más grandes que quizá haya experimentado la historia. Asistimos al retiro de los horarios de trabajos ordinarios para abocarnos a trabajar desde casa para el sistema. Somos los trabajadores-clientes perfectos: consumimos todo lo que producimos. La vida cotidiana es el lugar de la fábrica.
Imaginen el siguiente escenario ¿qué pasaría si de pronto en esta cuarentena nos quedáramos sin internet y televisión? Tal vez tendríamos que salir de nuestras casas, mirar la vereda, la calle, constatar si los vecinos siguen ahí, cada uno en sus casas. Tendríamos que tocar las cosas, ir hacia el hecho sin mediar la virtualidad. Se me ocurre llamar a este escenario atópico, basándome en el uso y denominación médica de esta palabra: enfermedad atópica. Se trata de un organismo sin lugar, característica propia de este nuevo paradigma de control global virtual. Si somos virtuales no somos de ningún lugar o somos de todos: somos un microcomponente de energía que fluye velozmente por fibras ópticas capaces de atravesar todo el mundo en un tiempo infinitesimal. Somos un algoritmo del no lugar, un algoritmo insituado. Pero si apagásemos internet y todos los dispositivos de circulación de datos y salieramos de nuestras casas, habláramos cara a cara pisando la tierra nos convertiríamos en personas desubicadas, una especie de enfermedad atópica. Es decir seríamos organismos con mecanismos inmunitarios desfasados, potenciales causantes de alergia (resfrío por ejemplo) mediados por la acción y efecto de anticuerpos controlados sobre las células. Nos volveríamos algo así como una enfermedad rara del sistema, seres vivientes hablantes con un sistema inmunitario diferente al resto.
Este escenario atópico es el de las verdades múltiples y paradojales. Una enfermedad atópica, es catalogada de rara porque no se encuentra un motivo identificable para su aparición. Es por lo tanto un sentido que surge de una falta de sentido como es la situación actual.
El aislamiento genera un quiebre en nuestra relación con el mundo. Por el movimiento podemos tal vez recuperar la capacidad de pensar lo que percibimos y no solo percibir lo que pensamos.
Estamos frente a un virus que cambia el estado de las cosas, las formas de vida. Todo ha sido reconfigurado. Entonces intentamos aquí preguntarnos sobre este estado de las cosas, de que nos vuelve capaces o incapaces. Un estado de sospecha sobre el acatamiento de las reglas y normas en un paradigma donde se confunde verdad con información: no hay nada para comunicar salvo la comunicación misma. Un uso de la lengua llevado a un supuesto extremo de su función utilitaria, bloqueando su potencia de decir. Quizás podríamos volver inoperante la lengua, la información para que puedan pensarse otros posibles. Desaprendiendo la capacidad por la cual solo nos han enseñado a recibir ideas sin saber encontrar lo que las origina.
Argentina en tiempos de Coronavirus
Es el octavo día de aislamiento forzado para lxs argentinxs. Durante este tiempo hubo alrededor de 45.000 detenciones policiales (datos de CORREPI), sin contar las brutales agresiones perpetuadas a personas que estaban en la calle, en su mayoría sin testigos, sumado a las miles de familias obligadas al hambre por no poder salir a trabajar. Con la militarización como bandera del cuidado de un gobierno que priorizaba los derechos humanos, la medida se continúa defendiendo sin cuestionar.
Diarios y medios de derecha que se han encargado de hundir siempre al país y manipular a lxs ciudadanos, coinciden ahora con la oposición y aplauden las decisiones. No hay variabilidad en los discursos.
Un hashtag como manifiesto de la unificación de comportamiento y pensamiento se imprime en las publicaciones de la mayoría de las personas, en las publicidades y en todo lo que circula en estos días. #Quedatencasa como si hubiera una gran casa para todxs, ni siquiera el posesivo tiene lugar, las omisiones comienzan siempre en el lenguaje.
La idea hegemónica de la casa como hogar y lugar seguro, se expande más rápido que el virus, dejando silenciado los millones de interiores que son espacios de tortura. La orden supone una representación unánime de la noción de casa, sin importar que en algunos casos la posibilidad de muerte se halle ahí.
Artistas, deportistas, políticos y médicos, unificados en videos estatales para redes, diciendo lo mismo en un hashtag que aglutina una indicación sin fisura, un modo de vida y existencia que empieza a ser la regla, cualquier idea que se aparte de ahí será condenada. Desde ahora en más, cualquier expresión bien intencionada que se comparta o genere en la red deberá ir acompañada de ese hashtag. Una marca que permite fácilmente un control algorítmico de la obediencia y la réplica del único modo de estar válido y legal en estos días.
Pero ¿qué hay detrás de esa fórmula que plantea cumplir con el aislamiento y cuidado propio para dar como resultado la acción plural del cuidado de todxs? Una palabra tan usada como gesto posible de resistencia, es capturada y puesta a disposición de los microfascimos estatales y en las redes personales que lo replican.
¿Quién podría desconfiar de la palabra cuidado? Sin dudas, los microfascimos que recrudecen con tanta virulencia en estos días vienen disfrazados: cuidado como una de las prácticas políticas que el feminismo se encargó de sostener, ahora es asimilada en el plano donde también se aloja el vigilar, por cuidado nos vigilamos, también nos denunciamos. Cuidarme y cuidar mi existencia pese a todo, es cuidar al otro, ese otro distante al que ya hemos dejado de ver. Por cuidado me aíslo y dejo librado a la suerte el destino de todos esos otrxs que igual saldrán a las calles y serán violentados por las fuerzas.
Por cuidar y cuidarnos es también que la calle sólo está habitada por los trabajadores de rappi, glovo y la gente más precarizada, a la cual el sistema se encargó de dejarlos en la mayor vulnerabilidad posible. Imponiéndoles ser responsables de sí, monotributistas obligados a seguir pese a todo, para sostener la legalidad tributada de sus vidas.
Una expresión local y visceral de nuestra tierra nos sale como grito instintivo: Cháke!! esa palabra guaraní que a veces viene en simultáneo con el brazo que interrumpe el camino del otrx antes de que pise un pozo, antes de que sea mordido por un perro. ¡Cháke!: cuidado en guaraní.
Quizás sea la forma posible del cuidado como resistencia aún capturada en este tiempo. Cháke: una palabra compuesta de cháke: cuidado y háke: cuidar. Es una expresión del cuidado como un alerta. Alertar al otrx cuando su cuerpo está en peligro.
¡Cháke el Estado! ¿Pero cómo es que la militarización del país se aceptó tan rápido? ¿Cómo pasamos de celebrar que contábamos con un Estado que no recurría a las fuerzas represivas, como primera medida, a sostener lo contrario sin objeciones?
¿Cómo se fueron preparando estos terrenos más allá del diseño comunicacional y virtual del miedo presente? Un diseño que también está claramente dirigido a ciertos sectores que importan: la clase media y alta. La gente que puede consumir.
Sistemas de pensamiento para coronar
Hace un buen tiempo que la Astrología es la gran religión para muchísimas personas, en Argentina fue oscilando, entre una suerte de cansancio del psicoanálisis más rancio, sumado al hundimiento de la economía en estos cuatro años de Macrismo, lo cual atentó contra muchas terapias.
Esta debacle también ayudó a tomar orientaciones más económicas y virtuales, como las consultorías astrológicas o diversas sesiones de magias con encuentros más esporádicos que las terapias convencionales.
Entre los grandes vacíos y agotamientos de discursos, una gran ola de personas cada vez más numerosa se fue aferrando al horóscopo y a las formas de lectura que aplanan y clasifican cualquier pluralidad posible en ciertos esquemas e índices de lectura de la realidad.
El boom de la astrología manifiesto en las conversaciones cotidianas como forma de explicar lo real, se fue extendiendo capilarmente en millones de personas, una creencia contemporánea asequible a todxs, copiada y remixada en cualquier portal web, con posibilidad de acceso al misterio del universo y su explicación económica política, afectiva y vincular en lo terrenal.
La astrología pareciera colarse sin sospechas en un gran sector de la sociedad que acuerda en que la religión como forma de discurso y perpetuidad del poder, se ha encargado de manipular y establecer la verdad mediante dogmas y reglas.
Sin embargo, los vínculos entre astrología y religión están a la vista, ambas son cuestiones de fe, ambas se vuelcan a explicar mediante enfoques dogmáticos, como si una suerte de operatorias estelares ocurrieran más allá de las formas políticas y de gobierno en este mundo.
El terreno de lo ingobernable: relegado a Dios y a la religión, pasa lubricadamente a un terreno astrológico: el movimiento ingobernable de los astros.
Hay quienes defienden, diciendo que existe una astrología más científica, como si la ciencia no fuera un discurso más, posible de objetarse y atravesado de poderes y tensiones.
A fines del 2019, muchos discursos astrológicos predictivos para el 2020, hablaban de la caída de estructuras, de viejos sistemas y mutaciones que íbamos a sufrir. En este presente también lo que ocurre está justificado astrológicamente. Uno de los portales con más seguidores en Latinoamérica sugiere: “es momento de reecontrarse con uno mismo cuando las cosas se cancelaron y no queda otra que estar en casa”.
Sabido es que junto al porno, la astrología es una de las industrias que más monetariza en internet, y por la cual se consulta en escala abismal. No es de extrañarse esta alineación de discursos. Más conocidos aún son los vínculos entre astrología y fascismo y cómo Hitler ha utilizado en su régimen a la astrología para gobernar.
En nuestros días cierta precarización de pensamiento y captura derivada del aplanamiento en estas formas, configuran la forma de lectura y comportamiento de acuerdo al signo o al eclipse de turno. Se infunde la tendencia de un estado de ánimo general a partir de la presencia de algún astro, mientras que la agenda política hace estragos y las decisiones que atentan contra las vidas de una gran mayoría se cocinan sin sospechas. No es de extrañarse que ahora a un gran sector poblacional, las disposiciones de la policía en las calles y un casi estado de sitio, les haya entrado sin mayores resistencias. Ya lo predijeron los Astros: hay formas que irán cambiando y es tiempo de quererse y cuidarse, ordenar la casa, ponerse al día.
Mientras el discurso del cuidado se activa y la agenda astrológica lo valida, la militarización como forma de protección del Estado para sí mismo y la conservación del orden y de las vidas que importan (las que consumen y producen) estalla en cada una de las esquinas del territorio nacional.
Legalidad de persecución
Las persecuciones, algunas filmadas por la misma policía, varían en estilos y géneros en todo el mundo. En el NEA se viraliza una persecución a lo far west en un campo de Formosa, donde persiguen en motos a un grupo de indígenas que decidieron juntarse a comer juntxs en una chacra. No importa dónde, no importa que no haya siquiera un solo caso. No importa que en esa tierra haga 45 grados y que la distancia entre casas y vecinos sea la forma de existencia cotidiana, cualquier pretexto es bueno para perseguir indígenas. Solo que ahora tienen la impunidad de subirlo a las redes y un Hashtag como hogar para albergarlos. La legalidad de la persecución.
Los policías con máscaras, que lo único que hace es frenarle el polvo formoseño, detienen y golpean a unos pobladores perdidos en esa llanura, una escena atópica del presente, como tantas otras que se replican a lo ancho y largo del territorio para avalar el decreto. Nunca antes, ni durante el macrismo, las fuerzas fueron llamadas a un rol tan importante: el cuidado de todxs.
Aparecen las noticias que el ejército fabricará barbijos, alcohol en gel y asistirá a la población. Hace tiempo que no apreciábamos una reconciliación tan directa con las fuerzas que torturaron y mataron a miles de personas en el país. De un momento para el otro, el Estado se encarga de ponerlas como amigas.
Silenciosamente se arman cordones de contención en las villas y los lugares donde se sabe que por el hambre la revuelta pueda explotar, está todo dispuesto para que nadie se pueda levantar. Helicópteros merodean Buenos Aires controlando que ninguna agrupación de personas se produzca, que ninguna fuerza de choque se propague.
Mientras tanto, en el día de la memoria, algunos artistas que tienen la suerte de tener proyectores, mandan sus señales a las paredes desde sus balcones: “Nunca Más” y otras frases que en este momento de urgencia, parecieran ser solo una mirada romántica sin posibilidad de crítica y levantamiento a lo que está ocurriendo en las calles.
En un barrio periférico de Corrientes, donde nadie fue a Europa y la llamada “circulación comunitaria” del virus no existe. Un patrullero con altavoz de vendedor de verduras pasa cerca de las 20 horas a meter a toda la gente en sus casas. Por prevención se está dejando a muchas familias sin comer, porque sería tremendo que además de pobres se conviertan luego en vector de contagio u ocupen una cama que podría ocupar alguna otra vida que pueda consumir más.
Conectividad y adaptabilidad
Uno de los servicios a preservar es la conectividad ¿Pero qué se está sosteniendo en verdad con esta medida?
Netflix como la hegemonía pedagógica de adiestramiento en la cotidianidad, anuncia que sus contenidos se verán en menor calidad. Nunca hubo tanta demanda a la vez, hay que seguir sosteniendo que la plataforma continúe proveyendo sus contenidos, entregando los paquetes de posibles para el presente y lo que vendrá. Las sugerencias: apocalípticas películas de pandemia, catástrofes y fin del mundo.
En la red circulan todo el tiempo las capturas de personas hablando entre sus amigxs, en videollamadas múltiples, celebraciones y cumpleaños por Skype que luego son subidas en una especie de regocijo de adaptabilidad a la vida que se propone.
¿Qué hay en ese gesto de exponer esa adaptabilidad y entregarlo gratuitamente a la red?
Un tsunami de afectos y deseos para la gestión de datos
Desde la dádiva inocente de los artistas y su necesidad de visibilidad, dando conciertos desde sus livings, liberando sus links de películas como regalos al mundo, charlas y debates en streaming, todo el mundo está transmitiendo y ofreciéndose online.
Una pregunta asoma, ¿quién monetariza este tsunami de expresión planetaria capaz de monetizar salvajemente?
En la calle: la policía reprimiendo cualquier posible resistencia, los rappi y glovos yendo y viniendo, sirviendo al ganado que pudo quedarse en sus casas a producir en negro para la red. Un estado de excepción ideal.
China manda respiradores a diferentes naciones, mientras se incrementan los videos que muestran el diseño social del régimen, pero sobre todo la implementación del control total de las vidas y los cuerpos a través de las redes e Internet. Nadie puede escapar y por eso la eficacia del control. Drones que mandan a la gente a sus casas, edificios que aparecen marcados porque ahí hay infectados, códigos QR para moverse y seguir manteniendo el score social.
Un virus que nace allá y se lleva miles de vidas, en unos meses su control, valida la eficacia de un régimen riguroso de vigilancia social y gestión de la vidas. El estado de control totalitario virtual se presenta como un fabuloso diseño en la era de lo viral.
Mientras el dengue sigue avanzando y haciendo estragos y causando muchas más muertes en Latinoamérica que el COVID-19. Sabiendo que las personas que tuvieron son potenciales portadoras y si un mosquito les pica se seguirá transmitiendo, ningún país afectado: Argentina, Paraguay, Brasil, Bolivia, ninguno ha tomado medidas suficientes para erradicarlo o hacerle frente.
Postales del virus
Sin embargo, en materia de números y potencial peligro para la Argentina, recién ahora se viene la crisis más grande a enfrentar. Las medidas más que para cuidar vidas, parecen asegurar la gobernabilidad y tranquilizar. Mientras tanto en las calles, algunos vecinos sacan la bandera en sus balcones y ventanas, la lucha se interpretó un poco literal, lo patriótico emerge una vez más como discurso que habilita cualquier atrocidad en nombre de la patria.
En un video anónimo un grupo de policías en un barrio periférico hace cantar el himno nacional a unos hombres detenidos, después de obligarlos a estar en el piso haciendo flexiones y humillarlos.
Un sentimiento futbolero de cancha invade por momentos la noche, donde ya no se sabe bien qué se aplaude, hay ganas de sentir que se empuja hacia algún lugar en conjunto y que se obedece, “¡¡vamos argentina!!!” grita un vecino, como también gritaban en el ’78 cuando se torturaba a los desaparecidos a metros de la final de la copa del mundo.
Empiezan a llegar las app para hacer el test online del COVID-19 aceptando los términos de vigilancia y entrega de datos al estado argentino, aunque el fin último dicen las bases es para dar datos adecuados al potencial enfermo.
Quizás un buen test también sea ver que ahora todos esos contactos fascistas que aún quedaban en las redes personales, piden lo mismo que pide el progresismo, el estado y la derecha que tantas vidas mató: #Quedateencasa.
Fascinación
por Melina Di Francisco
Me dijo un amigo, muy cuidadoso en sus modos: «no lo digas en público».
Podría dejar de dormir con tal de escuchar a sujetos infectados por el virus, infectados en cualquiera de los tres registros de la realidad que los lacanianos conocemos: infectados reales, simbólicos, o imaginarios. Le dije y cerré: «estoy como nena con chiche nuevo».
Hay, para todos y por primera vez, un objeto nuevo. Pensarlo chiche alberga simplemente una inocente e infantil esperanza: poder usarlo de alguna manera, de algún modo, de cualquier modo. Una decidida resistencia a volvernos objeto de un virus y su corona. Una irresistible atracción a seguirlo de cerca, y encontrarle una función compatible con la vida, no la biológica sino la única que me importa y fascina: la vida que decimos.
¿Quién quiere morir como un animal, después de todo?
La infección
por Ana Paula Tumas
Teorías sanitarias, teorías corporativas, desarrollos innovadores. Dios padre bueno, los plebeyos los pecadores: no cumplen, salen, no entienden. El malo siempre adentro, los chinos no se dieron cuenta. Fin de lo exótico, vuelta a lo local, doscientos mil argentinos en el exterior, nunca tan añorado el ahora nombrado hogar.
La ahistoricidad cala hondo. Lo que se demuestra es la inviabilidad del discurso meritocrático, del ser individual, único responsable de sus logros. La pandemia llega en épocas en que volvió la comunidad, volvió el Ministerio de Salud y el de Cultura. Volvió un padre, que consigue ser aplaudido por la unificación de tapas de los diarios. Padre que llama a meterse adentro. Padre que dignifica a las fuerzas armadas. Padre que da a los militares la oportunidad histórica de empezar a ser buenos en una Argentina devastada de excesos, en un mes pronto a defenestrarlos como cada vez desde al menos el 76.
En la guerra la salvación era la huida, abrir mundos, el hambre empujaba a nuevos rumbos, lo duro de dejar la familia, enviarse a lo desconocido. Así lo exótico continuó creciendo, en un continuo, más y más. De la necesidad y la horca al consumo desmedido. La religión de la libertad, la mascarada, la cárcel del 2.0. Los viajes, el imperativo epocal de sitios más y más raros, allí donde nadie. Consumo de lo distinto. Necesidad de diferenciación. No, necesidad de consumo. Imperativo de distinto allí cuando todo cada vez más igual. Allí donde la expulsión de lo singular.
Unificación de discurso: la segregación de la palabra.
Stop. Stop de misma gramática, la de siempre: un héroe, los pecadores. Nada cambia.
Ansiedad del hacer, imposibilidad de la pausa. Miles de ofertas que no lo son: cursos de internet, reuniones virtuales, teatro por streaming. Todos positivos, todos como él nos había enseñado: positivos y proactivos. No alcanza. Y el cuerpo? Se necesita negarlo, mejor desconocerlo. Religión aséptica, higienista. Para cuando el amor? hay el amor sin cuerpo? Vuelta dantesca, lo epistolar en formato 2020. La letra que no cala. Celular que no aguanta. Palabras que se borran, la carta que no se guarda. Objeto emisario del cuerpo: el pulso, la ansiedad y el deseo en el trazo que no alcanza.
Un apuro en comprender, todos produciendo, todos explicando y dónde la pausa. La comunidad republica textos que parecían advertirlo. Lo advertían? No.
El amor en tiempos del corona, el amor en tiempos de virtualidad. Lo de siempre, los pobres. Lo de siempre: nuevas y nuevas reivindicaciones sociales que esconden lo que sigue, lo que siempre, la muerte real: la pobreza.
Dios padre, a Dios gracia, orden necesario. El padre nos cuida, los demonios se volvieron buenos: los medios se solidarizan. Estado de sitio, toque de queda, sos malo, no te quedas encerrado, elegís tu libertad, malo malo, malo y los medios siguen desinformando en vivo: todos juntos, transportándose así como no tenés que hacerlo. Vos no, yo sí, como siempre.
Domesticar los cuerpos, sus nuevas formas, la idea de siempre, Napoleón y Alberto, la guerra, la bomba, la biológica. Desestimar los cuerpos, justo hoy cuando la biología toma todo su argumento, cuando lo pasado de moda se interpone intempestivamente, justo hoy cuando la biología muestra existir, y resistir, justo hoy cuando la biología tampoco alcanza, justo hoy cuando lo humano se deja ver, justo hoy cuando los números son extraños.
Así, todos asépticos, limpios, impuros:
1-que no tiene gérmenes que puedan provocar una infección,
2-que no se compromete o no muestra emoción ni expresa sentimientos.
3- Neutral, frío, sin pasión.
4- Que no da frutos.
Los frutos a condición de la contaminación. La pasión que ansía el contagio.
Frutos Rojos
por Carlos G. Picco
Sobre el fondo llano de una calle larga y apenas iluminada por el sol de la tarde veo flotar algún que otro auto, las luces ya prendidas avanzando lejos, se me ocurre que muy despacio, desapareciendo sin mas. En las veredas no camina un alma, los negocios cerrados y el silencio. Me doy cuenta, ahí, que la soledad no se hace sentir en la ausencia de otros cuerpos sino en la proximidad de lo familiar. Pienso entonces que ese #mequedoencasa tiene tal reverberación. Pone en marcha la imaginación a disposición del escapismo y la excusa. Lo horroroso aparece en lo familiar. Nunca en una calle larga y apenas iluminada por el sol de la tarde.
La humorada alivia… alivia? que alivia? La virtualidad amaga acercamiento, supone unos cuerpos hechos de imagen pura. La realidad torna en su propia fantasía añorada. El humor en publicaciones que se repiten infinitas hacen de cada uno un admirador a-crítico en dos dimensiones. El alivio es entonces el de convertirse en un sujeto virtual, perfecto repetidor exento de cualquier gesto de invención.
La idea de final hace un eco inverso al que anhelaba. Para mi es una sorpresa descubrir esto: creí que el final era el buen inicio de lo que estaba ya al principio. En cambio esta idea de final, la fantasía universal que para mi no logra hacerse chiste, me cuenta apres coup otra historia y me aburre.
Hoy tuve la fortuna de escuchar el regreso de Alejandro Apo a Radio Nacional. El tipo como siempre habló del fútbol de otras épocas y sus figuras, entrevistó a un olvidado Bocha Maggio y al final leyó un cuento de Sacheri que me hizo llorar. A Apo, quizás por su voz, lo imaginé siempre como un oso marrón, gigante y solitario, que vaga por algún bosque lejos de todo, comiendo lentamente, con cuidado y respeto esos diminutos frutos rojos de los que obtiene el carisma del narrador benjaminiano. Sin dimensiones, se hace chiste y transmisión, dignificando para mi suerte el valor incomparable de quien no tiene miedo a vivir.
Extracto Canto XVII
por Federico Racca
¿Puedes imaginar? ¡Se murió Pichulín! // yo venía bajando de arriba, diez de la mañana, y el Pichu sentado afuera en el León Paternoli con una Quilmes Imperial marrón y dice: Vamos a tomar una cervecita y me acompañás a Córdoba, tengo que comprarle unos fierros al Nene. Más vale Pichu, le digo, no tengo nada que hacer. Tomamos una. Tomamos dos. Tomamos tres. Bueno, dice, vamos a buscar los documentos a casa y vamos. Fuimos a la casa, buscamos los documentos pero pasamos por lo de Roberto Pucheta, el manco, y me dice: Vamos a comer una faldita con el Manco y seguimos. Así que fuimos a comprar un poco de falda. Ya se anotó el Omar Biasotto y el Carlos Domínguez. Vino, porrón; vino, porrón. Contó que había ido al campo del Pico de Chinche y le dijo: ¿Viste que se mueren la gallinas si te las culiás? Y Pico de Chinche lo miró asombrado: Na, na se mueren nada… Después dice ¡vamos! Nos subimos los cinco en la Di Tella, nos vamos por bulevar Los granaderos y hay una iglesia enfrente. Entonces para y nos dice: Esperenmé en aquel bar, así compro los fierros y volvemos. No nos alcanzamos a sentar que Pichulín estaba de vuelta y le digo ¿Y los fierros Pichu? No hay lo que quiere el Nene. Pidió una cerveza y una Fanta; otra cerveza y otra Fanta y dice: Che, ¿y si vamos a la Colonia Caroya a comer una picada de salame y queso? Vamos Pichu, le digo. Llegamos a un bodegón, bien covacha, que estaba en las vías: vino El quebracho, salame, queso, bondiola y pan. Hicimos la picada un par de horas y de repente dice: Che, ¿y si vamos a Tulumba? ¿A dónde?, le digo. A Tulumba… ¿Y dónde queda Tulumba? Señala al norte y dice: Pasando allá… Fuimos, llegamos a la casa de Laudo que está pasando Cruz del Eje, Deán Funes, por esa zona. Conclusión: Laudo nos hizo una fuente enorme de huevos revueltos con cebolla; mató un cordero y lo hizo con papas y cebollas. Volvimos a las seis de la mañana secos, en curda y sin los fierros. // ¿Puedes imaginar? Se murió Pichulín…
El letal virus Naga está a disposición de quien lo quiera. Nadie sabe cómo se transmite, y eso le otorga una ventaja que todos los virus saben aprovechar. Inmunizas a los tuyos y sueltas el virus. Luego haces lo mismo con otro… y con otro… hasta convertir el mundo en un lugar seguro para la gente de tu ralea. No, no hace falta inventarse algo de ciencia ficción: con los clásicos de siempre se puede llegar muy lejos…el cólera, la fiebre tifoidea, la hepatitis. Fue el general Hepatitis el que detuvo a Rommel en el norte de África durante la Segunda Guerra Mundial. Hay caricaturas que muestran al general Barro y a los generales Montañas. Si recuerdo correctamente, fue el general Barro el que tenía que detener a Hitler en Polonia, pero no combatió demasiado bien.
Remesas de garrapatas portadoras de fiebre moteada de las Montañas Rocosas, piojos con tifus, y por supuesto hay que ir también a por la mejor: la viruela australiana, que sale reforzada de las vacunas. O supongamos que se pudiera acelerar el proceso. En vez de espaciar los síntomas durante una semana, se comprimen en cuestión de horas. Gente inflándose de cánceres y pudriéndose de lepra galopante en los trenes suburbanos… Y ahora les presentamos dos prometedores recién llegados que merecen su atención… fáciles y baratos de producir… materiales plenamente disponibles: los infrasonidos por infrasonidos y la RLO: la ocasión la pintan calva.
INFRASONIDOS
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Este arma se describe con detalle en El trabajo, publicado originalmente por la editorial neoyorquina Grove Press. Toma anuncio. Los infrasonidos son sonidos a una frecuencia por debajo del nivel de la audición humana que introducen vibraciones en cualquier obstáculo sólido, incluido el cuerpo humano. El profesor Gavreau, descubridor de esta arma tan innovadora, dice que su instalación, que parece un enorme silbato policial de cinco metros de largo, puede matar a ocho kilómetros a la redonda… derribar paredes, romper ventanas y disparar todas las alarmas antirroba a muchos kilómetros a la redonda. Su aparato está patentado y cualquiera puede obtener una copia de los planos previo pago de doscientos francos en la oficina de patentes. Así pues, ¿Por qué conformarse con ser un francotirador de tres al cuarto?
Extraido de Manual revisado del Boy Scouts
Le pregunté varias veces, en distintos momentos, sobre ese tiempo. Pero no hay recuerdos. Algunas imágenes, si. El sol entrando de distintos modos por la ventana de la habitación. Ella estaba quieta, pero la tierra se movía. Comenzó su reposo total en marzo, y duró hasta mayo. Tres meses sin salir de la pieza salvo para ir al baño. La tele apagada, libros sin abrir en la mesa de luz. Una mesa chica donde comían las visitas que llegaban a hacerle compañía. No se sintió particularmente acompañada, y tampoco sola. No estaba deprimida. No estaba triste, ni enojada, ni desesperada, ni pensativa. Le pregunté cómo había hecho. Cómo hice qué, fue toda la respuesta que recibí.
Tiempo después una amiga investigadora me cuenta algunas experimentaciones con ratas. El modo en que se prueban sustancias que funcionarán como antidepresivos. La rata está flotando en una cubeta de acrílico con agua, de donde obviamente, no puede salir. Se estima cual es el tiempo promedio de lucha, después del cual, la rata estabiliza en un mínimo el gasto de sus funciones vitales para la subsistencia. Sólo mantener el hocico fuera del agua, y respirar. Toda sustancia que aumente el tiempo de lucha promedio, será considerada un antidepresivo. Será un éxito para la ciencia, pero la rata morirá ahogada.
Sigue sin haber recuerdos, pero aparece una hipótesis: en algún momento debo haber llorado. Debo haber notado la lástima o la preocupación de las personas de mi entorno. El enorme esfuerzo que hacían infundiéndome ánimo. Pero yo no podía conectar a nada de eso. Si conectaba, si dejaba entrar esas intensidades, me hundía.
Por estos días leo una serie de entrevistas a Margarite Duras. Está hablando del modo en que filma unas escenas en Nathalie Granger (1971)-Dice: El realismo también, llevado hasta el fondo, se torna irreal. Le interesa mostrar la vida, una vida en el nivel más bajo, una vida aún más física. Así lo dice ella.
Pensé mucho en la rata. Me sirvió para entender el tipo especial de saturación que me estaban produciendo algunos análisis de la pandemia y las sociedades de control, también algunos comunicados de asociaciones psicoanalíticas. Como dice una amiga: cosas escritas con la pija. El aire de suficiencia, de completud, de “yo te dije”. No hay que llevarse eso a la boca. Hay que escupir todo lo que pueda funcionar como el antidepresivo que prueban en las ratas.
También hay quietudes y desconexiones estratégicas.
Apenas pueda, la rata, la vida en el nivel más bajo, la vida más física, va a volver a huir.
La evidencia científica apunta a que la aparición del COVID-19 no fue de modo alguno imprevisible. De hecho, en un artículo publicado el pasado lunes en El Mostrador, la Sociedad de Microbiología de Chile sentenciaba en forma preocupante que “tal como lo hemos visto incluso en estos días, las decisiones sobre la pandemia de SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, son en muchos casos basadas en criterios políticos y económicos, más que en la evidencia científica”.
Basado en estas evidencias, Noam Chomsky estima que la aparición del COVID-19 se pudo prever, pero que, dado el modelo económico, era difícil que los recursos públicos fueran destinados a escenarios de prevención hipotéticos.
El intelectual, quien no requiere de mayor presentación, respondió desde su lugar de aislamiento a este cuestionario de El Mostrador sobre la pandemia que desafía a la humanidad.
-¿Cómo está profesor?
-Personalmente bien. Aislado.
-La situación se reveló más seria de lo que en un principio el gobierno de Trump previó.
-La reacción de la administración Trump ha sido un desastre: negación, confusión, pérdida de tiempo. Por ahora, Estados Unidos es el único país importante que ni siquiera puede proporcionar información precisa a la Organización Mundial de la Salud. El gobierno finalmente está dando algunos pasos: demasiado tarde, demasiado limitado.
-De pronto pasamos de lidiar con la emergencia climática y la amenaza nuclear a una pandemia devastadora. ¿Era previsible de alguna forma?
-Se ha esperado durante algún tiempo, se estimaba que otra pandemia estaba en camino, tal vez causada por un coronavirus similar al SARS. Las compañías farmacéuticas no tenían interés en la preparación de antídotos. Sin ganancia inmediata. Por otro lado, las iniciativas gubernamentales han sido bloqueadas sistemáticamente por la doctrina neoliberal imperante, que autoriza al Estado a proporcionar subsidios a las corporaciones y rescatarlas de los problemas, pero no interferir con su control del mercado, incluyendo el farmacéutico.
-¿A qué responde la situación que enfrentamos?
-Como mencioné, la pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global. Para las compañías farmacéuticas privadas, las señales del mercado eran claras: no desperdicies recursos en la preparación anticipada para una pandemia. El gobierno podría haber intervenido, como en Corea del Sur, pero eso entra en conflicto con la ideología neoliberal; interferiría con los sagrados derechos del poder privado concentrado. El papel del gobierno es subsidiar y proporcionar derechos de patentes exorbitantes, asegurando ganancias colosales. Pero no interferir con las prerrogativas de privilegio y riqueza.
-Trump y Bolsonaro pasaron de decir que era una invención de los medios de comunicación a tomarlo con cierta seriedad.
-Mucho de lo que ha pasado globalmente, se debe a ese enfoque de reaccionar tardíamente.
-Esta crisis ha expuesto el verdadero estado de los sistemas de salud pública, que no están pasando la prueba
-Muy cierto. También demuestra cómo han sido debilitados por los programas neoliberales de la generación pasada.
-La crisis pandémica a su vez provocará una crisis económica, que evoca la crisis subprime o incluso la de 1929, ¿cuál es su apreciación?
La situación es, por supuesto, muy grave, principalmente para el sur global y los sectores más vulnerables en Occidente. Del mismo modo que la pandemia podría haberse evitado, y en algunos países asiáticos parece haberse contenido en gran medida, la crisis económica puede mitigarse y evitar que se vuelva catastrófica. No es necesario repetir los errores de 1929 o de 2008. La crisis pone de manifiesto profundos defectos en los modelos económicos imperantes, defectos que pronto provocarán crisis mucho peores, a menos que se tomen medidas importantes para evitarlos. Por terrible que sea la crisis del coronavirus, habrá recuperación. No habrá recuperación del calentamiento global si no se controla.
Traducción de Artillería Inmanente de una entrevista a Giorgio Agamben con Le Monde, a cargo de Nicolas Truong y publicada el 24 de marzo de 2020, donde el filósofo italiano analiza «las gravísimas consecuencias éticas y políticas» de las medidas de seguridad aplicadas para frenar la pandemia.
En un texto publicado por Il Manifesto, usted escribió que la pandemia mundial de COVID-19 era «una supuesta epidemia», nada más que «una especie de influenza». En vista del número de víctimas y de la rápida propagación del virus, en particular en Italia, ¿se arrepiente de esas palabras?
No soy ni virólogo ni médico, y en el artículo en cuestión, que data de hace un mes, me limitaba a citar textualmente lo que entonces era la opinión del Consejo Nacional de Investigación italiano. Pero no voy a entrar en las discusiones entre los científicos sobre la epidemia; lo que me interesa son las gravísimas consecuencias éticas y políticas que se derivan de ella.
«Parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las disposiciones de excepción, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites», escribe usted. ¿Cómo puede argumentar que esto es un «invento»? ¿No puede el terrorismo, como una epidemia, dar lugar a políticas de seguridad, que pueden considerarse inaceptables, pero que son reales?
Cuando se habla de invención en un ámbito político, no hay que olvidar que no debe entenderse en un sentido puramente subjetivo. Los historiadores saben que hay conspiraciones, por así decirlo objetivas, que parecen funcionar como tales sin ser dirigidas por un sujeto identificable. Como lo mostró Michel Foucault antes que yo, los gobiernos securitarios no funcionan necesariamente produciendo la situación de excepción, sino explotándola y dirigiéndola cuando se produce. Ciertamente no soy el único que piensa que para un gobierno totalitario como el de China la epidemia era la forma ideal de probar la posibilidad de aislar y controlar una región entera. Y el hecho de que en Europa podamos referirnos a China como modelo a seguir muestra el grado de irresponsabilidad política al que nos ha arrojado el miedo. Deberíamos preguntarnos si es al menos extraño que el gobierno chino declare de repente la epidemia cerrada cuando le conviene.
¿Por qué el estado de excepción es, en su opinión, injustificado, cuando el confinamiento parece ser para los científicos uno de los principales medios para detener la propagación del virus?
En la situación de confusiones babélicas de las lenguas que nos caracterizan, cada categoría persigue sus propias razones particulares sin tener en cuenta las razones de las demás. Para el virólogo, el enemigo a combatir es el virus; para los médicos, el objetivo es la curación; para el gobierno, se trata de mantener el control, y yo puedo hacer lo mismo al recordar que el precio a pagar por esto no debe ser muy alto. En Europa ha habido epidemias mucho más graves, pero a nadie se le había ocurrido declarar un estado de emergencia como el que, en Italia y Francia, prácticamente nos impide vivir. Teniendo en cuenta que la enfermedad ha afectado hasta ahora a menos de una de cada mil personas en Italia, uno se pregunta qué se haría si la epidemia empeorara realmente. El miedo es un mal consejero y no creo que convertir el país en un país pestífero, donde cada uno mira al otro como una ocasión para el contagio, sea realmente la solución correcta. La falsa lógica es siempre la misma: así como frente al terrorismo se afirmaba que la libertad debía ser suprimida para defenderla, también se nos dice que la vida debe ser suspendida para protegerla.
¿Asistimos a la instauración de un estado de excepción permanente?
Lo que la epidemia muestra claramente es que el estado de excepción, al que los gobiernos nos han familiarizado desde hace tiempo, se ha convertido en la condición normal. Los hombres se han acostumbrado tanto a vivir en un estado de crisis permanente que no parecen darse cuenta de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica y ha perdido no sólo su dimensión política sino también cualquier dimensión humana. Una sociedad que vive en un estado de emergencia permanente no puede ser una sociedad libre. Vivimos en una sociedad que ha sacrificado su libertad por las llamadas «razones de seguridad» y que así se ha condenado a vivir continuamente en un estado de miedo e inseguridad.
¿En qué sentido estamos experimentando una crisis biopolítica?
La política moderna es de principio a fin una biopolítica, donde la puesta en juego última es la vida biológica como tal. El nuevo hecho es que la salud se está convirtiendo en una obligación jurídica que debe cumplirse a toda costa.
¿Por qué el problema, en su opinión, no es la gravedad de la enfermedad, sino el colapso o la caída de cualquier ética y política que haya producido?
El miedo hace que aparezcan muchas cosas que uno pretende no ver. Lo primero es que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la nuda vida. Es evidente para mí que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones políticas y religiosas ante el peligro de contaminarse. La nuda vida no es algo que una a los hombres, sino que los ciega y los separa. Los demás seres humanos, como en la peste descrita por Manzoni en su novela Los novios, no son más que agentes de contagio, a los que hay que mantener al menos a un metro de distancia y encarcelar si se acercan demasiado. Incluso los muertos —esto es verdaderamente bárbaro— ya no tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con sus cadáveres.
Nuestro prójimo ya no existe y es verdaderamente espantoso que las dos religiones que parecían regir en Occidente, el cristianismo y el capitalismo, la religión de Cristo y la religión del dinero, permanezcan en silencio. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir en tales condiciones? ¿Y qué es una sociedad que ya no cree en nada más que en la supervivencia?
Es un espectáculo verdaderamente triste ver a toda una sociedad, enfrentada a un peligro por lo demás incierto, liquidar en bloque todos sus valores éticos y políticos. Cuando todo esto termine, sé que ya no podré volver al estado normal.
¿Cómo cree que será el mundo después de esto?
Lo que me preocupa no es sólo el presente, sino también lo que vendrá después. Así como las guerras han legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, de la misma manera es muy probable que se buscará continuar, después del fin de la emergencia sanitaria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar aún: que las universidades y las escuelas cierren y sólo den lecciones en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto —todo contagio— entre los seres humanos.
Otra traducción hecha por alguien más, porque aquí no podía faltar, del «Monólogo del virus» que se publicó en lundimatin, núm. 234, el 16 de marzo de 2020. Artilleríainmanente
Acallad, queridos humanos, todas vuestras ridículas exhortaciones a la guerra. Apartad todos los deseos de venganza que dirigís contra mí. Extinguid el halo de terror con el cual rodeáis mi nombre. Nosotros, los virus, desde el fondo bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida sobre la tierra. Sin nosotros, nadie habría visto jamás la luz del día, tampoco la primera célula.
Somos vuestros ancestros, del mismo modo que lo son piedras y algas, más aún que los propios simios. Estamos por todas partes donde vosotros os encontráis, también allí donde ni siquiera llegáis. Tanto peor si no percibís en el universo más que aquello que está hecho a vuestra imagen y semejanza. Pero, sobre todo, dejad de decir que soy yo quien os mata. No estáis muriendo por mi acción sobre vuestra esfera, sino por la ausencia de cuidado de vuestros semejantes. Si no hubierais sido tan rapaces entre vosotros como lo habéis sido con todo lo que vive sobre este planeta, tendríais suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que yo provoco en vuestros pulmones. Si no almacenaseis a vuestros ancianos en los morideros y a vuestra gente sana en madrigueras de hormigón armado, no estaríais así. Si no hubierais cambiado toda la extensión, antes exuberante, caótica e infinitamente poblada del mundo —o más bien, de los mundos—, en un vasto desierto de monocultivo de lo Mismo; yo no habría podido lanzarme a la conquista planetaria de vuestras gargantas. Si no os hubierais vuelto casi todos, de un extremo al otro del último siglo, redundantes copias de una sola e insostenible forma de vida, no os tendríais que estar preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de vuestra civilización edulcorada. Si no hubierais transformado vuestros espacios tan vacíos, tan transparentes, tan abstractos, creed con seguridad que yo no me desplazaría ahora con la velocidad de una aeronave. Yo no vengo sino a ejecutar la sentencia que habéis firmado desde hace tiempo contra vosotros mismos. Perdonadme, pero sois vosotros, que yo sepa, quienes habéis inventado el término «Antropoceno». Vosotros os habéis adjudicado todo el honor del desastre y ahora que éste se desata es demasiado tarde para renunciar a ello.
Las más honestas de entre vosotras lo saben bien: yo no tengo otro cómplice que vuestra organización social, vuestra estúpida fijación con «la gran escala» y la economía, vuestro fanatismo por el sistema. Solamente los sistemas son «vulnerables». El resto vive y muere. No hay algo así como «vulnerabilidad» más que para aquello que ya apunta al control, a su extensión y a su perfeccionamiento. Miradme bien: no soy más que el reverso de la Muerte imperante.
Dejad entonces de insultarme, de acusarme, de perseguirme; de paralizaros ante mí. Todo eso es infantil. Os propongo un cambio de perspectiva: hay una inteligencia inmanente a la vida. No hay ninguna necesidad de ser un sujeto para disponer de una memoria o de una estrategia. Ninguna necesidad de ser soberano para decidir. Bacterias y virus también pueden ocasionar la lluvia y traer el buen tiempo. Encontrad en mí a vuestro salvador más que a vuestro sepulturero. Sois libres de no creerme, pero he venido a detener la máquina cuyo freno de emergencia sois incapaces de encontrar. He venido a suspender el dispositivo que os mantiene como rehenes. He venido a manifestar la aberración de la «normalidad». «Delegar nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar nuestro entorno social a los otros era una locura…». «No hay límite de presupuesto, la salud no tiene precio»: ¡Ved cómo hago trabar la lengua y el espíritu de vuestros gobernantes! ¡Ved cómo les hago mostrarse en su real condición de miserables y arrogantes mercachifles con todo esto! ¡Ved cómo se delatan de improviso superfluos, o mejor, nocivos! Vosotros no sois para ellos más que los soportes de la reproducción de su sistema, incluso menos que esclavos. Hasta al plancton se le trata mejor.
Guardaos bien, sin embargo, de abrumarlos con reproches, de incriminar sus insuficiencias. Acusarlos de negligencia es todavía poner en ellos más de lo que merecen. Preguntaros más bien cómo habéis podido encontrar tan confortable dejaros gobernar. Ensalzar los méritos de la opción china contra la opción británica, la solución imperial-legista contra el método darwinista-liberal, es no haber comprendido nada tanto de la una como de la otra, del común horror de ambas. Desde Quesnay, los «liberales» siempre han envidiado al imperio chino y así continúan. Los dos modelos son hermanos siameses. Que uno os confine en nombre de vuestro interés y el otro en el de «la sociedad» viene siempre a aplastar la única conducta no nihilista: ocuparse del cuidado de sí, de aquellos a quienes se ama y de lo que amamos en aquellos que no conocemos. No dejéis que quienes os han llevado al abismo pretendan sacaros de él: ellos no harán sino preparar un infierno más perfeccionado, una tumba más profunda todavía. El día en que puedan, sin dudarlo, harán patrullar al ejército por el Más Allá.
Estad agradecidos conmigo. Sin mí, ¿cuánto tiempo todavía habrían tenido que pasar como necesarias todas esas cosas incuestionables que, de repente, se han suspendido por decreto? La globalización, la competencia, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, los gimnasios, la mayor parte de los comercios, el Parlamento, la reclusión escolar, las reuniones masivas, los empleos burocráticos, toda esa sociabilidad ebria que no es más que el reverso de la soledad angustiosa de las mónadas metropolitanas: Todo era innecesario una vez que se ha puesto de manifiesto el estado de necesidad. Agradecedme las dosis de verdad que probareis durante las semanas que vienen: empezareis por fin a habitar vuestra propia vida, sin las mil escapatorias que, bien que mal, os hacen soportar lo insoportable. Sin haberos dado cuenta, nunca os habíais mudado a vuestra propia existencia. Vivíais entre las cajas de cartón y no os dabais ni cuenta. Desde ahora tendréis que vivir con vuestros amigos más cercanos. Vais a vivir juntas. Vais a dejar de estar como de paso hacia la muerte. Aborreceréis quizás a vuestro marido. Vomitareis quizás sobre vuestros hijos. Quizás querréis hacer volar el decorado de vuestra vida cotidiana. A decir verdad, no estaréis ya más en el mundo, en las metrópolis de la separación. Vuestro mundo no era habitable en ninguno de sus puntos más que a condición de una huida eterna. Teníais que aturdiros con frecuentes desplazamientos y distracciones ya que el horror había ganado en presencia. Y lo fantasmático reinaba entre los seres. Todo se había optimizado tanto que nada tenía ya ningún sentido. ¡Estad agradecidos conmigo por todo esto y sed bienvenidos de nuevo sobre la tierra!
Gracias a mí, durante un tiempo indefinido, no trabajareis más, vuestros hijos no irán a la escuela y, no obstante, esto será todo lo contrario a unas vacaciones. Las vacaciones son ese tiempo que es preciso llenar a toda costa esperando el retorno previsto del trabajo. Pero allá, en lo que se abre ante vosotros, gracias a mí, no hay más tiempos delimitados: se trata de una inmensa apertura. Yo os vuelvo inoperosos. Nada os obliga a que el no-mundo de antes vuelva. Todo este disparate rentable puede quizás desaparecer. A fuerza de no cobrar, ¿qué más natural que no pagar el alquiler? ¿Por qué ha de seguir pagando las facturas al banco quien ya, de todos modos, no puede trabajar?
¿No es un poco suicida, en fin, vivir allí donde ni siquiera puede cultivarse un huerto? Quien no tenga dinero no dejará de comer, y quien esté armado tendrá pan. Agradecédmelo: yo os sitúo al borde de la bifurcación que estructura tácitamente vuestra existencia: la economía o la vida. Es vuestro turno, y la apuesta es histórica. O los gobernantes imponen su estado de excepción, o vosotros inventáis el vuestro. O bien os apegáis a las verdades que ahora emergen, o bien esconderéis la cabeza bajo tierra. O empleáis el tiempo que yo os doy ahora para descubrir el mundo que viene a partir de las lecciones del colapso en curso, o éste terminará por radicalizarse más si cabe. El desastre cesa cuando cesa la economía. La economía es la devastación. Esto era una simple tesis el mes anterior. Ahora es un hecho. Nadie puede ignorar que serán precisas policía, vigilancia, propaganda, logística y teletrabajo para reprimirlo.
De cara a mí, no cedáis ni al pánico ni a la denegación. No caigáis en la histeria biopolítica. Las semanas que vienen van a ser terribles, agobiantes y crueles. Las puertas de la Muerte estarán abiertas de par en par. Yo soy la más catastrófica producción de la devastación productiva que es la economía. Vengo a aniquilar a los nihilistas. La injusticia de este mundo jamás será tan escandalosa. Es una civilización, y no a vosotros, a quien vengo a enterrar. Aquellos que quieran vivir deberán proveerse de nuevos hábitos que les sean propios. Evitarme ha de ser la ocasión de esta reinvención, de este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el cual algunos miopes han querido ver la esencia misma de la institución, pronto no obedecerá más a ninguna etiqueta. Dará sentido a los seres. No hagáis esto «por los otros», por «la población» o por «la sociedad», hacedlo por los vuestros. Cuidad de vuestros amigos y de vuestros amores. Repensad con ellos, soberanamente, una forma de vida justa. Formad grupos en torno a una buena manera de vivir; escuchaos mutuamente, y yo no podré nada contra vosotras. Esto es un llamamiento a la atención, no al retorno masivo de la disciplina. No es una condena de toda la despreocupación, pero sí de toda negligencia. ¿Qué más puedo recordaros para insistir en que la salud está en cada gesto? Que todo, sobre todo la ligereza, se encuentra en lo más ínfimo.
He tenido que rendirme a la evidencia: la humanidad solo se hace las preguntas que ya no puede no hacerse.
I
Ya parece quedar claro que las medidas de inmovilización de la población -y consecuentemente de la producción y demás vínculos comunitarios de los denominados “presenciales”-, son tomadas por todo tipo de gobiernos, en general basados en credos socialdemócratas, pero también en China y Estados Unidos, cuyos sistemas políticos no son fáciles de definir. Más allá de cómo los llamamos, capitalismos con multipolaridades corporativas, estados que controlan oligopolios y mercados capitalistas que aceptan burós políticos centralizados heredados de revoluciones ya apagadas-, estamos ante una nueva dimensión del orden público universal. Se trata, ya lo sabemos, de la vasta experimentación que se está llevando a cabio, a escala de la humanidad, respecto al control de las poblaciones. Sé que es severo y antipático definir de esta manera un tema que se promueve como un llamado a la generosidad comunitaria, al Estado protector y a la fe constructiva respecto al resurgir de una sociedad cohesionada por el ejercicio de una voluntad cívica ejemplar. Mi intención no es dudar de nada de esto, estoy en cuarentena, respeto la norma y una porción variable de un miedo de naturaleza sutil pero insidiosa, me abarca inevitable y diariamente. Tampoco pienso que habría otras medidas mejores que éstas, pero no veo inadecuado tomar por el reverso esta situación en la que se resalta la firmeza del lazo comunitario y la razón sanitarista que lo justifica. Ese reverso se refiere a una pregunta que muchos otros articulos y notas aparecidas en la prensa mundial respecto a si estos protocolos inmunológicos decididos sobre grandes agrupamientos humanos, no podrían ser la base -cambiadas ciertas condiciones y climas políticos-, de un ensayo general de preparación de bloques sociales aleccionados para comportarse ante contingencias que pueden referirse a guerras, insurrecciones políticas o grandes manifestaciones de descontento de la población. Salgo entonces del libreto que hoy nos llama a protegernos, inmovilizarnos y lograr capas eficaces de inmunización -lo que como digo, respetamos o cumplimos-, para examinar los mecanismos inherentes a estas medidas, observadas si las despojáramos de sus trazos de identidad, respecto a quienes las impulsan y la verosimilitud que han logrado, para presentar el control poblacional como un logro de un pensamiento sanitarista, salutífero, adverso a la mera consideración economicista de la situación.
Las intenciones que guían este cierre masivo del espacio público y la creación de una Cuidadocracia, no son represivas sino salvíficas. Con esta reacción de estados como el de Alemania, el de Italia, el de Argentina -con diferencias respecto a la energía, recursos, y el momento en que se tomó la decisión de aislamiento total-, se ha creado una situación de absoluta originalidad, cual es la tolerancia al repliegue domiciliario inducido, ante una amenaza superior. La orden, indicación, sugerencia o mandato de reclusión la dan los estados en nombre de una intimidación exógena de orden bacteriológico. No ocurrió así, hasta el momento, con México, que no desconoce la situación mundial ni peca de un economicismo burdo de raíz neoliberal, pero trazó otros tiempos políticos para tomar las decisiones más duras, incluso invocando tradiciones culturales del pueblo mexicano, sin desatender el ciclo de la infección. Pero, ante un horizonte desesperante, mayorías bien dispuestas aceptan hacer vida monástica, que en los aeropuertos le pongan una pistola de tomar la fiebre en la sien o, en cambio, una minoría heterogénea (los “vivos”, los “ricos” o los “chetos presumidos”) son objeto de observación penal y repudio. En otros planos de la vida urbana recluida, los entonces vecinos indiferenciados en su satisfecha condición barrial, pueden delatar a quien pone en peligro el pacto de amparo mutuo si sale a comprar cigarrillos, despreocupadamente, lo que convertiría en un acto en un subversivo el mero “voy hasta la esquina y vuelvo”.
Esta es la novedad que aporta este tramo de la historia mundial, que entraña sin lugar a dudas el más alto momento de la experimentación sobre lo humano que se haya presenciado en los tiempos actuales, si exceptuamos guerras (incluso bacteriológicas, como la primera guerra mundial) o catástrofes concentracionarias como las vividas en la segunda guerra mundial. Al revés del concepto de movilización total de la filosofía alemana de la guerra que pedía “que siquiera ninguna máquina de coser quedara afuera a la movilización”, ahora la inmovilización general es la forma orgánica del pensamiento político. Por el momento.
Pero el verdadero problema político del inmediato futuro es qué parte del antiguo aparato laboral y qué maquinarias productivas, van a volver a ser movilizadas, es decir, a tener consignas de vivacidad y funcionamiento ante la modalidad que pueda tener “el triunfo sobre el enemigo invisible”. En principio pueden esperarse nuevas administraciones que se dediquen especialmente a gestionar el miedo colectivo y procesos económicos o comunicacionales ya totalmente absorbidos por la gestión digital de lo humano. Desearíamos ser más optimistas, pero igualmente cualquier fundación novedosa a escala de la humanidad debe partir de cierto pesimismo lúcido, pues es muy notable la destrucción de las fuentes naturales y el deterioro de las libertades individuales, mientras los dispositivos publicitarios siguen presentando cualquier mercancía con la idea de ser “la felicidad que usted merece”. La pauperización de la conciencia colectiva sostiene una escena asombrosa de felicidad ante el bálsamo de mercancías (descuentos para viajes, sopas instantáneas, lo que sea) donde contrasta la pobreza espiritual de la vida en común con la irrisoria simulación de una delicia ante un nuevo modelo de Toyota. Sé que rebajo un poco las cosas al recordar algo ya tan dicho y conocido.
II
La paradoja a la que asistimos, es que la decisión de soberanía inmovilizadora adoptada, tiene un viso imperioso justificativo porque todos son transmisores de la enfermedad o pueden enfermarse -un absolutismo de la morbilidad totalizante-, y otra faz sumamente incómoda. Pues si se pone entre paréntesis la necesidad que la origina -el estado de zoonosis global en el que está la humanidad respecto a las enfermedades de origen animal-, las decisiones estatales pueden ser en verdad consideradas propias de un poder categórico indiscriminado, que detiene la circulación de personas, en gran medida la producción, en menor medida la locomoción de mercancías. Por eso, el momento que atravesamos se reviste de un fuerte contrasentido. Las medidas de protección son adecuadas y necesarias. Pero el arrobamiento evangélico con que son recibidas por algunos sectores de sensibilidad epidérmica (lo que llamaríamos una empatía obsequiosa o un altruismo condescendiente, ambos un tanto sensibleros) están lejos del dramático problema del cuidado en las sociedades contemporáneas.
En estas, cuidado debe ser una capacidad de ahondamiento en la discusión crítica con los vínculos cotidianos y poder rehacerlos bajo la hipótesis de que ellos se hallan siempre ante el abismo de su quiebra. El cuidado así, no puede ser el festejo de una comunidad sin fisuras y sin capacidad de dudar sobre su reconstitución posible luego de sus constantes pasos en falso. La idea del Estado cuidador no puede ser así una conclusión de la cual nos felicitemos en este momento de angustia colectiva, pero es cierto que tampoco estamos ante una dictadura técnico-médica-policial-digital, como algunos proponen pensar a China o a Corea del Sur, donde cada sujeto ya reviste la condición de un dato digital descomponible -como el coronavirus- en sus proteínas y sus capas de grasas, a punto que se sepa a cada instante de cada cuerpo “su temperatura corporal, su propensión a infectarse”. Esta utopía terrorista de un sujeto solo digital deconstruible en sus moléculas bio-informáticas por un Estado que también es un cerebro que registra todo y se reduce a la enorme simplicidad de ser la suma teológica de todos los registros de sus cámaras de seguridad, es imposible por el propio peso del titánico miedo gratuito que nos proporcionaría.
Al fin, nos daríamos cuenta que cada uno sería una forma-bacilo que resume en sí mismo el hecho de que el estado y la vigilancia ya no sería necesaria, pues se ejercería por la cinta centralizadora de la memoria social, que al cabo entenderá también que es prescindible. El mundo se convertiría pacíficamente un conjunto de virus luchando entre sí por la clave animal que los programase. Pero no. Esto no es posible. Sin embargo, fragmentos de estos pensamientos podemos escucharlos entremezclados con las distintas imágenes de seguridad “atentas y vigilantes” que descansan en el subsuelo de cualquier país. El discurso de Berni a la policía provincial criticando a la vida intelectual y llamando a la vocación de entrega de cada policía, sin tibieza y con patriotismo ante la necesidad del control bio-social, no solo es muy problemático. (No precisamos insistir en tantas obviedades.) Es también imposible. No por la causa que esgrime un frágil pero ingenioso filósofo coreano, esto es, el reemplazo de la soberanía territorial por la soberanía digital, sino porque está un paso atrás en su propia doctrina de guerra. La bandera Azul y Blanca no puede combatir al enemigo invisible hecho de ignotas proteínas pero que son vida, buscando apenas ser hospedadas en alojamientos humanos sin conciencia de su propio mal. No porque carezca de coraje o antecedentes apropiados, tan problemáticos como sabemos que son, sino porque se trata de dos franjas de la realidad totalmente diversas, la historia nacional y la estructura microbiológica de la vida terrestre. El único resultado de eso es perfeccionar la técnica masiva de pedirle documentos a todo el mundo.
Esta es la prueba, la módica definición en Wikipedia del Coronavirus. “En la envoltura se encuentra una glucoproteína de membrana (M) de 20 a 35 kDa, que forma una matriz en contacto con la nucleocápside. Además se encuentra en la envoltura la glucoproteína S, de 180 a 220 kDa, que forma las espículas, espigas o plepómeros responsables de la adhesión a la célula huésped”. Tal como la guerra contra el hambre -acción virtuosa en sus propósitos, pero sin haber encontrado una consigna cómoda donde situarse, pues se lucha contra un concepto abstracto que alude a una carencia o una privación-, la lucha contra el virus nos dirige hacia nuevos heroísmos ya insinuados, evidenciados en el aplauso al personal médico y que algunos extienden al de seguridad policial y gendarmería. Se lucha contra una “glucoproteína de membrana M de 30 a 35 kDa”.¡Qué salto abismal entre el juramento patriótico y una proteinura! Es cierto que hubo guerras bacteriológicas y Chomsky define así, con rebordes políticamente conspirativos, lo que actualmente vemos en el sistema sanitario mundial. Es improbable esta conjura, pero no es seguro que se logren mejores resultados cuando la política se pone en el ámbito de la literatura médica especializada. Aquí encaja la frase del enemigo invisible. Para Camus la Peste era un humanoide sin rostro, tal como la astucia de la razón. “Ella aguarda pacientemente en las maletas, pañuelos y papeles y quizás llegue un día que para desdicha y enseñanza de los hombres, la peste despierte sus ratas…” Pero aun esa alegoría camusiana pestífera de fondo pesimista -ella siempre vuelve-, tiene sus enviados más palpables que los que indica la técnica microbiológica, esos evidentes y reprobables animalitos antipáticamente llamadas ratas.
El llamado patriótico contra una forma virósica es una falacia que toma las razones de un nivel para aplicarlas a otro que no correspondería. Precisamente, a la infección zoonótica que sale de un mercado de animales salvajes de una ciudad china de 11 millones de habitantes que no era ni Shangai ni Pekín y que hasta entonces no conocíamos. A pesar de que parecíamos librepensadores. Pero esta reducción resbalosa de planos, es una forma de pensar ociosa, no porque esos planos no existan -la microbiología, las finanzas, las lógicas del estado Nación, la circulación de glóbulos purulentos de noticias que recorren como satélites internos de la conciencia pública todo el planeta-, sino porque falla la forma de traducirlos. Es el caso de la que se usó en esta problemática arenga a los provinciales armados, vulgo policía bonaerense, El problema existe, pero se resuelve de otra manera. Hay otra traducibilidad posible -pero de naturaleza crítica- entre el conocimiento de la infectología, la informatización de la vida y las lógicas de la ciudadanía que pide seguridad en la polis. Traducibilidad -o lo que los informáticos llaman interfaz-, es un problema detectable en esta hora. Traducibilidad entre la vida nacional y las virulentas tendencias uniformadoras de la existencia que rigen las valoraciones, el consumo y el lenguaje de la economía mundial. Por eso es necesario el respeto de distintos planos que pueden interactuar pero en término de un respeto de sus autonomías que en este caso llamamos traducibilidad.
Pero más exigentemente, traducibilidad entre el nivel productivo (que debe autocontener la reproducción capitalista y considerar a la naturaleza como un valor equivalente en cuanto a lo que ella oferta con sus evidencias de vida y secretos escondidos), y por encima de todo, traducibilidad entre el mudo animal y el mundo humano. Esta nueva traducibilidad el especismo no la resuelve, puede agravarla. Pero alerta sobre un tema insoslayable. La humanidad debe crear otro tipo de diferencia no meramente irreal por plantear un igualitarismo que la vida orgánica del universo impide, sino de continuidades imaginarias pero inspiradoras, no evolucionistas, entre la vida humana y la vida animal. Si se pudiera ser más claro, traducibilidad es un intercambio dispar, reconocedor de la heterogeneidad de los mundos y de su diferencia, pero que busca con recursos retóricos anticapitalistas los puntos móviles de identidad. Hasta el momento, la zoonosis, el trasplante de la enfermedad animal a los humanos, es la traducibilidad fatídica que impera, que lleva al sacrificio animal y al pánico sacrificial humano.
III
Byung Chul Han, el filósofo al que nos referíamos más arriba, asusta pero con dientes de leche, toma temas de carácter indispensable y los resuelve con una jerga trivial, pero usa resguardos conceptuales de cierto nivel (la crítica “a propósito de la técnica”), a veces con gracia tolerable por los europeos, pues los acusa de despreciar las mascarillas que en cambio respetan las viejas culturas orientales. Ve rostros en Alemania, descubiertos impúdicamente, y tiembla; alude así a un pensamiento que de un modo no burlón desarrolló Simmel hace más de cien años, la dificultad ya aceptada en Occidente de los rostros exhibidos de manera completa, sin velos, con todas sus características formativas, excepto en el caso de ritos de maquillaje. Al filósofo coreano le parece que “el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas”. Han escribe esto porque le gusta, como se decía en ciertas épocas, épater le burgeois, pues primero asienta la ley del más fuerte, la big data solucionando todo con sus alcances digitales contra las fronteras territoriales, (error inverso al de Berni) y luego describe un mundo pavoroso, que más bien parece aprobar antes que cuestionar, como sería necesario si realmente vamos a ser gobernado por los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet que comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud.
Este problema ya es conocido; la profecía del virus apocalíptico salió hace décadas del incipiente mundo informático, que la ensayó varias veces y por fin ya obtuvo su imprescindible conexión con los virus del mundo animal. Va en consonancia con la alianza se los dueños de las redes, los emporios comunicacionales, la circulación financiera y los datos clínicos, bancarios y locomocionales de todos los ciudadanos digitales, cuya cédula de identidad y su teléfono digital ya coinciden. Esta coincidencia es el festejo final del macro gobierno electrónico de almas, que bien podría ser teledirigido por los mismos filósofos que ejercen el doble papel de traidores y héroes del futuro sistema de administración de las cosas humanizadas y de los humanos cosificados. Anuncian la coalición majestuosa de las ciencias de la salud, de la comunicación y de la economía de la información. No sería bueno tener un único mando científico para la enorme proliferación de lo humano y lo físico-natural, pero es lo único que nos salvaría. Ante estas filosofías que se apoderan de todos los instrumentos heredados de la crítica pero que resuelve la descripción de un futuro pavoroso con una inevitable solución tecno-bio-crática, abramos otras posibilidades.
En un drástico y contundente informe que sale en el portal Lobo suelto, de un grupo de intelectuales chinos sobre el drama que se desencadenó desde Wu-han, con exactas observaciones sobre cómo el gobierno chino trató la pandemia, y sobre cómo hay que buscar explicaciones en la descarnada devastación de recursos productivos en territorios a la que el capitalismo, sus finanzas y sus tecnologías se dedican hace un siglo y medio con particular salvajismo. Por lo tanto, el capitalismo con sus rostros fantasmagóricos -corporaciones mediáticas y farmacéuticas, tecnologías de sumo riesgo para la sustentabilidad del tejido primordial de la vida sobre el planeta, la creación de un mundo virtual paralelo y despectivo con el “tiempo presencial”-, es lo que debe ser superado. Esto podría sonar como un llamado reparador que en este tiempo pandémico se haría más fácil, pues se ponen más de relieve las diferencias sociales. Estas quedarían más a la vista incluso cuando hay un fuerte apoyo al ideal de una democracia de la sanidad y el cuidado, incluso cuando hay un rasgo de humanismo popular en la declaración del presidente argentino respecto a preferir la salud popular a la economía. Si se extrajeran todas las consecuencias esperables y definitivas de esta declaración, hay que pensar que el modo en que esta sociedad distribuyó el producto, los excedentes y las posibilidades vitales, tiene una hendidura profunda en su inocultable desigualdad. No sólo que toma en préstamos todas las características de disparidad en las condiciones de vida -no es lo mismo la cuarentena en Vicente López que en el tercer cordón del conurbano-, sino que pone a luz como en un fogonazo, los estilos morales soterrados ante una razón colectiva de emergencia.
En algunos, la aceptación civil disciplinada, en otros el intento de burla haciendo excepciones decididas por ellos mismos para favorecerse, en los de más allá, protestando por sus libertades individuales que solo defienden para evitar la molestia de pensar sin poner al descubierto una crasa inmediatez, y los que restan, hacer del encierro una “ocasión patriótica” que incluye la menuda delación al vecino meramente paseandero. Lo cierto que este extraordinario campo de pruebas deja al desnudo un cuerpo social clasista y -lo que intentamos tratar aquí-, el choque del necesario solidarismo con un espectro de poderes aciagos del capital, en una nueva descerebrada mutación, para ahondar la experimentación en torno a crear nuevos disciplinamientos sociales apelando a tecnociencias que devoran su propia paradoja. De ellas sale el consuelo de la investigación microbiológica en un planeta exhausto, donde arde la discusión sobre factores de productividad que no desmoronen la sobrevivencia colectiva. Al mismo tiempo, se insinúa tácitamente la merma de la productividad como una remedio de último momento para enclaustrar y salvar vidas.
Un párrafo del informe sobre la catástrofe de los analistas chinos disidentes, por llamarlos así, nos llama la atención: “A nivel teórico, esto significa comprender que la crítica al capitalismo se empobrece cuando se separa de las ciencias duras. Pero en el plano práctico, también implica que el único proyecto político posible hoy en día es el que es capaz de orientarse en un terreno definido por un desastre ecológico y microbiológico generalizado…”, Esta es una gran discusión pues, a la luz de que en siglo XIX se consideró que “el proletariado heredaba la filosofía crítica”, proposición luego modificada en favor o disfavor de la filosofía, en este último caso solo reducida al estudio de la lógica dialéctica y la economía política, ahora se podría imaginar en un nuevo espacio post capitalista que no puede desligarse del destino de las “ciencias duras”. Este nombre no parece pertinente, aunque puede ser una mala traducción; pero debería señalarse que ya que estas ciencias están en el nivel de lo que el hegelianismo marxista llamaba “lo histórico universal”; siendo así es preciso entramar con ellas un legado filosófico conviviente y adjunto, que piense la ciencia como un evento que en la tabla imaginaria de la gnosis humana, ocupe y dispute su lugar con las filosofías activas, incluso siendo ella una de sus avatares, y recíprocamente, la filosofía un avatar de las mismas ciencias exactas y microbiológicas. Este entrecruzamiento de destinos, sería otra fase de la traducibilidad de saberes, en él se debería integrar un único cuerpo de ideas científico filosóficas capaz de preguntar y repreguntar en el más exigente nivel en que pueden situarse, y allí encontraríamos un humanismo renovado, crítico y en incesante pregunta por la cosa.
IV
Para esclarecer esta acuciante situación del significado del pensamiento humano en esta era de abismos para la condición existencial colectiva, veamos este sugestivo párrafo de Jorge Alemán publicado en estos días, parte de sus continuas reflexiones sobre el tema.”Ninguna advertencia por veraz y horrible que sea cambia la marcha ilimitada, acéfala , del Capitalismo. Como si se revelara definitivamente que el Capitalismo y su técnica están impulsados por una fuerza, una presión estructural que ya no responde a ninguna necesidad humana. En este aspecto se podría confirmar que el capitalismo es la consumación de la metafísica. Se trata de una abstracción pura, espectral y fantasmagórica que se expande por doquier como el más perfecto de todos los virus”. Es el capitalismo con mayúsculas lo que está en juego… “y su técnica”. En esta breve expresión Jorge anuncia una dificultad. Ese su de “su técnica” nos permitiría pensar que son dos cosas, capitalismo y técnica, y que el primero se apropió de la segunda. Admitiríamos aquí una cuestión, cual es, si el capitalismo no existe sin su revolución técnica incesante, o si la técnica contiene elementos en pugna en su interior -entre el arte y la reproducción de un dominio deformante de lo auténticamente humano-, o bien si finalmente, esto abre una esperanza sobre la discusión de las tecnologías en el nivel en que son conocidas ahora y en el que puedan desarrollarse, ajenas a la caparazón de un ente abstracto, que “no responde a ninguna necesidad humana”, que es “espectral”, “consumación de la metafísica” y del triunfo perfecto “del virus”. Aquí está claro que hay que heredar unas tecnologías apropiadas a las necesidades humanas -pero reencaminadas, las más ligadas a la espectralidad acéfala y gratuita del capitalismo, hacia el mundo de las necesidades humanas-, y hacer el esfuerzo inconmensurable de dejar de lado lo que parece sin cabeza, sin necesidad y alocadamente impulsado por fuerzas que por sí mismo no conoce y de cuya destructividad ni le quedaría ni el goce, pues lo ignora. Concluido ese esfuerzo se habría logrado con la definición del capitalismo de Jorge Alemán un punto de partida novedoso y eficaz para reiniciar otros programas de pensamiento crítico.
Pero me parece lógico que se abra la discusión sobre el modo en que se usa la expresión coronación de la metafísica. Si se trata de la veta de la filosofía Occidental que conduce a la experiencia de darnos una lengua empleada sin “esencialismos” y destruya las obstrucciones calcáreas que ilusionan con que la interpretación de las cosas es directa y transparente, si se trata de que antes hay que desarmar la historia que se convirtió en un ente opaco, dominado por la propia ignorancia de lo que realmente es -como el Capitalismo-, entonces habría que proponer más posibilidades para obtener el fin de esa metafísica. Es nuestro parecer. Porque sería errado entender la metafísica solamente como un esencialismo que nos engañó creyendo que la comprensión era ir directamente al signo desnudo que no ofrecería oposición a la comprensión inmediata. Es mejor creer que la metafísica puede subsistir como uno de los modos de la crítica, pues por qué privarnos de una formidable llave con tanta fuerza enigmática como aquella de recorre el mundo sin representar ya nada de lo humano, es acéfala y solo es impulsada por su propio nihilismo. ¿Cómo podríamos excluir para desmontar ese afligente monstruo que usurpa la metafísica, aquella que solamente podría destruirlo porque tiene su misma envergadura, aunque con la diferencia que es lo único que puede destruirlo? La objetada “metafísica de la presencia”, que por consiguiente busca ser efectiva como espectro, también es alcanza por la injusticia de ser descartada en su enorme fuerza de carácter indagatorio, que consiste en saber que puede ver el aspecto infinito de cualquier problema que parece fugaz, transitorio y automutilado.
Si la metafísica lograse no entrar en las mandíbulas de la deconstrucción, puede ser un campo móvil para otorgarle a todo problema su pregunta por su infinitud, perseverancia y capacidad de cargar los ecos de una historia remota. Toda ausencia puede caber en una metafísica de la presencia. De tal modo, si se disocia relativamente el capitalismo de su técnica, hay que disociarlo de algunas de las ramas más autónomas de la metafísica, que entonces servirán para indagar sobre el cese histórico de esta experiencia manipulativa y alienadora de los seres humanos. Para decirlo en otros términos, si las tecnologías puede heredarse en otro régimen social igualitario post capitalista, hay un problema de herencia también con todos los aspectos civilizatorios acumulados en términos de obras que contienen la desesperación o la angustia creadora de los tiempos idos, que de este no revelarían que siempre estuvieron presentes.
Metafísica es el pensamiento sin respaldo alguno, que en un vivir que piense cada uno de sus actos como un derroche innecesario, opera simbólicamente para hacer que se perciba que debe ligarlos luego a sedimentos arcaicos de todo tipo. Es el exterior inevitable e innominado, por eso motor y retórica invisible de todo pensamiento sobre el ser y de toda acción humana, que si bien es difuso y no siempre es constitutivo, es sin embargo un enlace que tarde o temprano aparecerá como la cuota de historicidad mínima que tiene todos los acontecimientos que se presentan como excepcionalidad desprovistas de todo engarce. No sé si estamos diciendo lo mismo que Jorge Alemán, pero en todo caso etas líneas están inspiradas en su presencia constante en nuestros debates. La idea de que el capitalismo es un bólido sin control, autofágico, que no maneja nadie pero que a cada momento devora todo su exterior y lo convierte en su fuerza acéfala, lo hace parecido al virus tal como se lo presenta como una imagen de diseño en las televisiones mundiales. Parece una bomba de tiempo con muchos piquitos (“coronas”) pero su aspecto general es el de un humanoide, un ser frankensteniano que no imita a su creador, sino que replica la fantasía de una bomba de tiempo de los dibujos animados, que están en el inconsciente infantil de la humanidad.
V
El capitalismo sería auto-reproductivo, sin conciencia de sí, no tendría exterior que le permitieras identificarse como un ser problemático, y se convierte en un antropoide sin origen y sin destino, pero fagocitando todo a su alrededor. En la teoría del colapso luxemburguista había un exterior territorial en su acumulación ampliada, hasta que repentinamente colapsaba. Nadie más pensó en eso. Los movimientos sociales se habían separado de la determinación biológica y criticado los procesos productivos que compiten para deshacer la lógica de la naturaleza. El virus que no es un ente vivo pero si un objeto quasi-vivo, biológico intermediario entre remotos elementos químicos y el dislocamiento de la vida orgánica, que siempre se imaginó sin el complemento mórbido del virus, pero periódicamente lo obtiene, a lo largo de la historia, con mayor “virulencia”, valga la real redundancia. El virus es la interfaz, si usamos este término informático de los pocos que no ha expropiado de todos los demás lenguajes de la humanidad. Nada más que para decir una vez más el interés que me provoca el pensamiento de Jorge Alemán, interés que se manifiesta en seguir interrogándolo con una lija amistosa, para poder pensarlo nosotros mismos con nuestro propio vagabundeo filosófico.
Ante el desglosamiento del peso ontológico de la biología, con las obligaciones paternalistas que le son inherentes por cosificación cultural, sustituyendo entonces sus partes opresivas por una estética de la vida, si es que quizás pueda definirse así la novedad que trae el nuevo feminismo, el virus recuerda la fragilidad de los cuerpos por la vía de una inducción externa anómala de más biologismo, cargando una enfermedad que surge de un problema finalmente ético, la ruptura del lazo admisible con animales y plantas. Pero, además, ante el anti productivismo de los movimientos que critican el extractivismo y la industrialización exorbitante (o la industrialización sin más), recuerda que su desarreglo de todo tipo de productividad afecta todo tráfico inter humano, el comercio en general y por lo tanto la producción, como mínimo, del auto sustento. Si los movimientos sociales llaman a una vida desprovista del lastre biologista y criticando el productivismo que rompe los tientos de la naturaleza ya agraviada, el virus recuerda lo que viene del reino animal como ruptura del equilibrio primitivo con los complementos naturales y establece una rara situación.
El movimiento anti productivista que se basa en la crítica al capitalismo productivo, no al financiero, y toma la idea de la salvación del planeta, ve la solución mesiánica en lo que en décadas pasadas se llamó el crecimiento cero. La saga estentórea del Coronavirus, que en la iconografía mundial aparece como un sustituto del planeta tierra con unas chimeneas que sobresalen en toda la redondez de su superficie -es un robot simpático sino encarnara la muerte, bien lo saben los estrategas de los grandes medios de comunicación-, permite dar a luz tendencias latentes de nuestras discusiones. Invita a restituir la producción luego de la inmovilizada. Si es así, ¿qué producción será digna de restituirse? Acabo acá estas reflexiones, compartiendo cívicamente la disciplina con la que, en vista de la protección respecto a un mal mayor, se nos ha precintado, pero creí que nada nos obliga a cesar con los debates que ya teníamos planteados, pues se trata ni más ni menos que de explorar un posible destino de la humanidad para deshacerse de los nuevos ciclos del capitalismo, que en efecto, se mueve ante sus propios espejos degradados sin saber lo que hace pero gozoso por sus apariencias. Versión negativa de la continuidad el animal con lo humano.
Es una historia de edificios, de viajes, de trenes nocturnos, de grandes figuras de la política, de la oratoria, de
Cuando le preguntaron por qué escribía su respuesta fue tajante. Venganza, escribo por venganza. A David Viñas no le interesaba
Ante la guerra que ha estallado en Ucrania, el filósofo ecologista se encuentra perdido, abrumado por los acontecimientos, “no sabe
1- 21 de Marzo de 2020. Varios países del mundo se encuentran en cuarentena obligatoria; las fuerzas de seguridad se hallan desplegadas en las calles, deteniendo miles de personas a diario.
Escribo esto atrincherado en mi bunker-casa, con provisiones para vivir un par de semanas. Esto no es ciencia ficción, sino una distopía que ingenuamente solemos llamar “realidad”.
2- Estamos atravesando una pandemia debida a un virus erróneamente llamado Covid-19. Su verdadero nombre es “Coronavirus” y lejos está de ser un virus biológico; es un virus semiótico que se ha esparcido de un modo que no tiene precedentes en la historia de la humanidad.
3- Todos estamos infectados. Todos somos huéspedes psíquicos del Coronavirus y no parece, de momento, que pueda existir vacuna o antivirus que nos libre de esta inaudita infección.
4- El bichito submicroscópico Covid-19 en su nueva cepa SARS-CoV-2, como cualquier virus biológico, se despliega progresiva y exponencialmente.
El Coronavirus, a diferencia de cualquier virus pasado, se ha expandido de manera simultánea y global, indiferente a clases sociales, identidades de género, etnias o culturas.
El Covid-19, como otros virus biológicos, tiene la potencialidad de matar a miles de humanos, casi exclusivamente a los grupos denominados “de riesgo”.
El Coronavirus, por su parte, ha efectivizado un parate en la máquina mundial capitalista y ha producido una militarización instantánea en varios países del mundo, acentuando todavía más las condiciones de dominación existentes.
5- Pero, ¿cómo llegamos a esta situación? ¿realmente es esto un acontecimiento fortuito surgido de un caldito de murciélago? ¿se trata únicamente de una mutación en el código genético de un virus biológico?
6- Vivimos actualmente bajo la égida de un paradigma tecnocientífico capitalista global que ha logrado niveles de control como nunca antes se han visto.
Habiendo concluido la revolución digital iniciada en la década de los 80, con la masificación de los smartphones y la ubicuidad de Internet mediante wifi y las redes móviles 2/3/4 g, tenemos un nivel de interconexión global tremendamente superior al que teníamos apenas una década atrás.
Estas condiciones materiales posibilitan que entremos en la etapa virósica del capitalismo.
7- El Covid-19 invade un huésped, parasita sus células y conduce a una sintomatología similar a la de una gripe producida por el género de virus Influenza: fiebre, dolor de garganta, tos, dolores articulares, etc.
Según los sumamente inciertos números que circulan, en un pequeño porcentaje de los casos puede llevar a la muerte.
El Coronavirus, en tanto que virus semiótico, es un significante vago y sumamente confuso que se inserta en nuestras mentes, inoculando en nuestro inconsciente un terror indeterminado. Este virus, de manera semejante a lo que en informática se denomina “virus residente”, habita fantasmáticamente en el trasfondo de nuestros pensamientos, interfiriéndolos y contaminándolos, modulando nuestras actitudes y nuestros gestos.
En la absoluta totalidad de los casos, el Coronavirus produce una acentuación de las condiciones de control de nuestras subjetividades, en tanto que no es más que un dispositivo de administración de la vida.
8- El Covid-19 se transmite físicamente, a través de la saliva del huésped infectado.
El Coronavirus se transmite a la distancia y de manera abstracta, principalmente desde los mass media y las redes sociales. El principal vector de contagio no es en este caso una partícula que deba atravesar el medio ambiente, sino un órgano interno de nuestro cuerpo, el diminuto caballo de Troya llamado Smartphone.
9- Pero, en tanto que estamos infectados y somos huéspedes psíquicos del Coronavirus, sigamos indagando respecto de la cepa SARS-CoV-2, esta nueva variante del virus Covid-19. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿estamos realmente frente a la plaga letal profetizada por la Biblia que traerá la extinción de la humanidad? ¿se justifica el apocalipsis zombie de tintes hollywoodescos que estamos viviendo? ¿realmente debemos creer que los distintos gobiernos del mundo, los mass media y los grupos económicos transnacionales están haciendo todo esto para cuidarnos?
10- Ante todo, una pandemia se produce cuando se declara una pandemia. Esto es, la pandemia como tal tiene como primer prerrequisito la declaración de una pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La declaración de una pandemia depende, consecuentemente, de la definición que demos de ella.
Hagamos un poco de historia.
En enero de 2009, la farmacéutica estadounidense Baxter hizo circular en laboratorios de República Checa, Alemania y Eslovenia 72 kilos de material destinado a la fabricación de vacunas antigripales. Este material contenía virus vivos de la gripe estacional que “accidentalmente”, según declaró la empresa luego, fueron combinados con virus vivos de la gripe aviar.
Si no se hubiera detectado a tiempo que el material estaba contaminado y se hubiera hecho circular este material entre la población, se hubiera generado una pandemia “accidentalmente”.
En ese mismo año, se produjo el brote de una nueva cepa del Influenzavirus A. La OMS declaró la pandemia en junio del 2009.
En su momento, esta declaración por parte de la OMS resultó objeto de polémica ya que el organismo definió formalmente, poco antes de declarar la pandemia, el concepto de “fiebre pandémica”. En esta nueva definición, se obviaba como requisito de una pandemia la alta tasa de mortalidad, algo que se suponía en los anteriores usos del término “pandemia”. Con lo cual, a partir de ese momento resultó mucho más fácil establecerla y esto mismo fue lo que le permitió apresuradamente declarar la pandemia en 2009.
En los últimos años, se ha venido dando un proceso de “privatización” de la OMS, lo que quiere decir que en su financiamiento han ido creciendo enormemente los aportes privados, en detrimento de los aportes de los países.
Según la propia página de la OMS[1], los ingresos de este organismo provienen en un 77 por ciento de “contribuciones voluntarias”, dentro de lo cual encontramos a las farmacéuticas y a fundaciones (entre las cuales destaca la Bill & Melinda Gates Foundation que aporta apenas un poco menos que los propios EEUU; el mismísimo Bill Gates, desinteresado benefactor de la humanidad, había predicho con una sugestiva certeza que ocurriría una pandemia en una charla TED de 2015[2]).
Estas cuestiones no son claramente datos menores. Si tenemos en cuenta que la contribución de la totalidad de los Estados suma un magro 17 % del financiamiento, queda claro que la OMS representa y responde a los intereses de grupos privados.
Y es que precisamente, ¿qué sectores fueron los más beneficiados con la declaración de la pandemia en 2009? La respuesta es obvia: las farmacéuticas, que tuvieron enormes ganancias a partir de la fabricación y venta de vacunas.
Pero aún si ingenuamente no estuviéramos del todo convencidos de la intencionalidad del accionar de la OMS, lo que podemos decir con certeza es que lejos de ser un organismo imparcial, su discurso debe ser puesto en tela de juicio.
Sin embargo, los mass media replican sus datos y declaraciones como si fueran palabra santa.
11- El 11 de marzo de este año la OMS declara nuevamente una pandemia, en este caso por el brote de la nueva cepa SARS-CoV-2 del Covid-19.
Este nuevo patógeno se detectó el pasado diciembre en Wuhan (China) y se fue expandiendo por todos los continentes.
Los números que permitirían evaluar el grado de gravedad de este virus están en constante discusión, ya que se trata de una cepa desconocida.
Podríamos pensar, en principio, que este virus debe su peligrosidad a sus altas tasas de morbilidad (contagio) y de mortalidad.
Si bien, como hemos dichos, los números están en permanente cambio, la tasa de mortalidad no parece ser muy alarmante. La tasa de mortalidad, al día de la fecha, va desde el 0,3 en Alemania, 0,9 en Suiza, 4 en China (1,4 % en Wuhan), 5,3 % en España, 7,5 % en Irán, 8,5 % en Italia. [3]
La OMS había declarado el 3 de Marzo que la tasa en promedio era del 3,4 %.
Estos números dejan al SARS-CoV-2 lejos de otros virus, incluso de otros virus Covid-19 como el SARS-CoV que tuvo un brote en 2003, con una tasa de letalidad del 10 % y el MERS-CoV con una tasa del 35 %.
Teniendo pues este SARS-CoV-2 una baja tasa de mortalidad (que sin dudas será más baja con el paso del tiempo, debido a que la tasa se calcula principalmente tomando a los pacientes más críticos / basta ver que la tasa de mortalidad es más baja en los países que están realizando más testeos[4]) su peligrosidad se debería aparentemente a la tasa de contagio.
La OMS estimó la tasa de contagio entre 1,4 y 2,5[5]. Otras estimaciones han rondado, de manera general, entre el 2 y 5,5. Estas cifras son similares a las tasas de contagio del SARS-CoV con 2 a 5, el HIV con 2 a 5 y notablemente inferiores al Sarampión con una tasa que va del 12 al 16[6].
Si bien todos estos números pueden y van a variar con el tiempo, todo indica que el SARS-CoV-2 es un virus más entre otros, que destaca sólo por ser el primer tipo de Covid-19 pandémico y que produce síntomas similares a una gripe común.
Por otro lado, es importante analizar la tasa de letalidad por franjas etarias. De 10 a 39 años la tasa oscila entre el 0,2 y el 0,4 %. De 40 a 49 años la tasa es de un 0,4%, de 50 a 59 años es de 1,3 %, de 60 a 69 de 3,6%, de 70 a 79 es de 8% y en 80 o más años de un 14,8%[7].
Si analizamos estos datos, podemos concluir que este nuevo virus representa un riesgo, no muy severo por cierto, fundamentalmente para la gente mayor y para los grupos con enfermedades crónicas o inmunodeficiencias.
Pero, ¿por qué entonces reaccionamos como si fuera el fin del mundo?
12- El Coronavirus ha logrado monopolizar todos los discursos, ya sea en una charla real entre personas (algo hoy vedado en algunos países), en las redes sociales, en diarios, revistas, radio, televisión y portales de Internet.
Esto no tiene precedente alguno: el discurso es exactamente el mismo y se replica en todos los mass media, en todo el arco político, desde derecha a izquierda. Inclusive la mayoría de los medios independientes replican el mismo discurso hegemónico que tuvo su epicentro en los principales medios europeos y que se difundió virósicamente en todo el mundo.
El razonamiento subyacente al discurso mediático es de estructura circular. Se nos dice que estamos en una situación grave, lo cual se fundamenta en que enfrentamos una situación grave.
Nos invaden millones de notas y noticias donde se nos indica qué precauciones debemos tomar, donde se nos dice cómo nos debemos comportar para defendernos del Covid-19 y donde jamás se nos dice por qué deberíamos hacer todas esas cosas.
¿Es el Covid-19 realmente grave? ¿cuál es el resultado al compararlo con otros virus? ¿cómo es su tasa de morbilidad y de mortalidad? Son estas preguntas que se evitan en la mayoría de los casos. Los análisis comparativos escasean y es difícil encontrar datos certeros.
En lugar de datos certeros, circulan ominosas fotos desde Italia de camiones en hilera transportando cientos de cadáveres o videos de médicos llorando por el exceso de trabajo. Los medios nos proporcionan constantemente números absolutos, contadores siniestros de mortandad sin hacer comparativa alguna con otras enfermedades.
Si el Covid-19 lleva actualmente 350.000 casos de infección y 13.000 muertos, ¿no sería adecuado cotejar las cifras con otros virus conocidos? ¿No sería adecuado aclarar que las epidemias anuales de Influenza causan de 3 a 5 millones de casos graves y 290 000 a 650 000 muertes[8]? ¿No sería adecuado poner sobre la mesa los datos de las distintas enfermedades para evaluar en su justa medida el nuevo brote de Covid-19?
Los mass media ejercen su fundamental función desinformadora diseminando el terror, y su efectividad se ve multiplicada al infinito por las redes sociales, donde esta información parcial de por sí desinformante se ve entremezclada por un sinfín de fake news que agravan una y otra vez la situación.
13- Pero, cabe preguntarse, ¿es que realmente importan los datos duros? Si le preguntamos a una persona cualquiera por qué siente el pánico que siente, ¿tendrá datos para aportarnos? o mejor, ¿disminuirá su pánico una vez que le mostremos los datos que no justifican dicho pánico sino todo lo contrario? La respuesta es: absolutamente no. Pero, ¿por qué siente tanto terror por un nuevo virus gente que cotidianamente cultiva sus propias enfermedades incorporando cantidades bestiales de azúcar, sal, hormonas, pesticidas, transgénicos o tabaco?
El Coronavirus, en tanto que psicovirus semiótico, ha logrado forjar un sentido común de pánico y terror, del “sálvese quién pueda” que excede a cualquier argumentación racional.
Este nuevo sentido común que ha infectado las relaciones sociales constituye hoy en día el telar que nos une como sociedad y oponerse a dicho sentido común implica un exilio forzoso. Aquellos que concientizan ese estado de infección se exponen al linchamiento social, en tanto que la sociedad responde con fervor religioso en defensa de este nuevo sentido común.
14- Ahora es preciso hacer foco en el terreno fértil que posibilita este nuevo virus mundial, algo tan evidente que no se suele tocar en discursos académicos.
A partir de la caída del muro de Berlín en 1989, se ha discutido profusamente respecto de la caída de los grandes relatos y el pretendido fin de las ideologías con el fin del comunismo.
Pero como bien se ha marcado en más de una ocasión, la aparente falta de ideologías del mundo globalizado neoliberal no es más que la imposición generalizada de una ideología que ha calado de tal modo que ya no se muestra a sí misma como ideología sino como una clara y distinta descripción de la realidad.
Esta ideología no es otra cosa que una concepción científica del mundo que subyace como sentido común y que cierra cualquier línea de pensamiento del ciudadano común.
Este cientificismo que constituye el marco paradigmático de la vida social implica una necesaria adhesión de tipo religiosa.
Y esto que a veces puede resultar complicado de ver, se evidencia patentemente en la actualidad, donde cualquier persona que se atreva a esbozar una crítica a esta generalización del pánico es linchada simbólicamente por el común de la sociedad, donde los propios médicos salen a decir en los medios que resulta peligroso cualquier manto de duda respecto a esta pandemia, donde la gente organiza espontáneamente “aplausazos” a la corporación médica a la manera de una plegaria, como bien han sido descriptos por algunos medios.
Vivimos, pues, bajo el dominio de un realismo científico-capitalista donde estos dos aspectos, a despecho de lo que suelen creer los marxistas, están imbricados necesariamente, lo cual se muestra a las claras en el actual acontecimiento perpetrado por la ciencia y uno de sus principales bastiones, la medicina, en alianza con los mass media.
15- Nos enfrentamos ahora mismo al mayor espectáculo/simulacro de la historia de la humanidad, superando ampliamente al otro gran espectáculo vivido en 2001 con la caída de las Torres Gemelas.
Si el derribamiento/implosión de estas Torres constituyó un shock que vimos replicado incansablemente por la televisión, fue este un hecho que la mayor parte de la población mundial vivió desde afuera, de manera externa.
Ahora bien, con el Coronavirus no nos enfrentamos, sino que más bien pasa a ser un virus que nos constituye desde adentro, subjetivamente, que cambia nuestra manera de pensar, nuestros discursos y nuestras actitudes.
Pero, si como decía un filósofo francés, el espectáculo no es en efecto un acontecimiento externo sino que es ante todo una relación social, la espectacularidad del Coronavirus no se debe únicamente a la potencia de los mass media y las redes sociales, sino principalmente a nuestra condición de huéspedes psíquicos y a nuestra complicidad y compromiso de transmitir el virus a los demás.
Así como estamos enfermos, enfermamos a los demás. Y al que se resiste a la enfermedad, lo linchamos.
16- Las consecuencias evidentes de la invención de una pandemia de esta índole son muchas y diversas. Los ingresos de las farmacéuticas se verán incrementados exponencialmente, por el aumento en la venta de fármacos en general, de ansiolíticos en particular (estoy esperando ansiosamente estadísticas en este rubro) y luego por la venta masiva de vacunas para poner fin/controlar el Covid-19.
Los gobiernos de algunos países, con la debilidad característica del Estado en nuestro mundo globalizado, se dejan llevar por la paranoia global, estimando los costos políticos de no responder fuertemente a la pandemia. En algunos casos porque no ven otra alternativa y en otros casos por conveniencia en tanto que la pandemia permite desviar la atención de otros problemas más graves.
Lo cierto es que hoy en día varios países han establecido la cuarentena obligatoria y otros analizan hacerlo.
La tremenda crisis económica catapultada por la pandemia y posibilitada por el elevadísimo nivel de financiarización de la economía mundial tendrá una dimensión que de momento es difícil estimar, pero que probablemente esté a la altura o incluso supere a la crisis financiera del 2008.
En principio, es lógico pensar que esta crisis que recién comienza termine generando una mayor concentración del capital y un mayor empobrecimiento de los países periféricos, cuyas economías dependen del precio de los commodities y/o del petróleo.
Pero más allá de las consecuencias políticas y económicas, la pandemia del Coronavirus generará una acentuación de las condiciones de dominación existentes.
En un país periférico como la Argentina, lejos del epicentro de la pandemia del Covid-19 y con tal sólo 158 casos confirmados al día de la fecha, se ha decretado la cuarentena obligatoria.
En una encuesta difundida en un diario local[9], el 90 % de los encuestados opina que el aislamiento obligatorio es necesario y el 82 % afirma tener mucho o bastante miedo. En el primer día de cuarentena, se hicieron 2400 denuncias de personas hacia otras personas que supuestamente estaban violando la cuarentena[10].
17- Si vivimos en un marco paradigmático que bien podemos llamar realismo científico-capitalista, donde, decíamos, hay un nivel de compenetración entre la ciencia (y su principal bastión, la medicina) y los medios masivos, podríamos hablar para ser más precisos, de science media, como los promotores primarios de la epidemia del coronavirus y de los smartphones como los principales vectores de contagio.
18- En un contexto mundial en el que se venían sucediendo protestas en distintos lugares del mundo (Argelia, Bolivia, Gran Bretaña, Cataluña, Chile, Ecuador, Francia, Guinea, Haití, Honduras, Hong Kong, Irak, Kazajstán, Líbano, Pakistán), en el que presenciábamos una guerra comercial entre EEUU y China, en el que se venía incrementando la discusión respecto de la vacunación compulsiva por parte de los denominados “antivacunas”, en este contexto mundial estalla precisamente el brote de Covid-19 (y convenientemente lo hace en China).
Este brote pandémico genera, por tanto, una interrupción en las protestas y al mismo tiempo un enterramiento del discurso “antivacuna”.
Este simulacro llamado pandemia constituye un autogolpe por parte de los science media que, lejos de constituir un golpe al capitalismo y de provocar un retorno del comunismo, producirá un afianzamiento de las condiciones existenciales del capitalismo globalizado en su versión neoliberal.
La hegemonía científico-mediática, de la mano de la OMS, incrementará enormemente su poderío y será vista como la salvación de la humanidad una vez que se comiencen a vender las vacunas contra el Coronavirus; vacunas que probablemente sean establecidas como obligatorias por los Estados y que, aún si esto no sucediera, provocarían que la mayor parte de la población corriera a vacunarse inmediatamente, aún cuando el Covid-19 no es más fuerte de lo que es una gripe fuerte para la mayor parte de la población mundial.
Las condiciones de existencia actuales donde los individuos nos encontramos atomizados e hiperindividualizados se acentuarán dramáticamente, en la medida en que no sólo el otro compite conmigo por el trabajo, por el éxito económico (tal como dicta el ideario meritocrático del neoliberalismo), sino que ahora es además sospechoso de transmitirme un virus.
De este modo, se dificultarán en un futuro acciones o proyectos colectivos por el terror que habitará en nuestro subconsciente, incluso cuando ya nos olvidemos de este virus biológico.
En tanto que la infección del Covid-19 en muchos casos es asintomática, todos somos sospechosos. En ese sentido, como individuo me convierto en policía de mí mismo y de los demás.
19- Mi hogar se convierte en un espacio de autoconfinamiento, donde me cuido de no contagiar a otros y de que no me contagien, al mismo tiempo que miro atentamente por la ventana para denunciar al vecino que no cumple la cuarentena.
El control ha llegado a un punto máximo cuando los individuos voluntariamente desean ser confinados en cuarentena.
20- En conclusión, atravesamos un test de control iniciado por el capitalismo científico-mediático, potenciado por el marketing del terror de los science media y replicado infinitesimalmente por la red mundial de las redes sociales.
Este test ha tenido un éxito rotundo y ello es lo más preocupante del asunto.
La pandemia del Covid-19 no ocurrió ni ocurrirá; la dispersión por distintos países del mundo de una nueva cepa de un virus biológico ya conocido no tiene la potencialidad para generar lo que está ocurriendo.
La epidemia generalizada del Covid-19 se controlará y pasará, pero la pandemia del Coronavirus dejará huellas muy profundas.
Lo que está en la tapa de los diarios no es el Covid-19, es el Coronavirus; lo que hace colapsar los sistemas de salud de muchos países (ya de por sí en malas condiciones) no es el Covid-19, es la paranoia general desatada por el Coronavirus, que hace mucha gente que no debería estar en los hospitales sea internada y puesta en cuarentena.
El Coronavirus como dispositivo semiótico de control que opera a nivel del deseo, estructurará nuestras subjetividades desde ahora en más como trasfondo aterrorizante de todos nuestros proyectos, actitudes y formas de vida.
Agotado ya el efecto por el enemigo disperso pero físico del terrorismo, que tuvo su mayor relevancia en la primera década de este siglo a partir del 2001, el sistema inventa un nuevo enemigo ahora invisible para tornarse él mismo un sistema terrorista que produzca un reafianzamiento del control de nuestras vidas.
Vivimos pues bajo un régimen de guerra global permanente, pero ahora supuestamente contra un enemigo invisible, un virus biológico, que puede estar parasitando a cualquiera de nosotros y que por ello -potencialmente al menos- nos parasita a todos.
21- Pero lo más terrible y preocupante de esto es: si este test ha resultado tan exitoso y el nivel de control de la humanidad a llegado a límites insospechados, ¿qué nos puede deparar el futuro?
22- Si es que podemos comenzar a pensar con el objetivo de encontrar o idear una cura o un antivirus a esta pandemia del terror, el primer paso es reconocer que estamos todos infectados.
Agradecimientos: Jean Baudrillard, Guy Debord, Franco “Bifo” Berardi, Mark Fisher, Gilles Deleuze, Giorgio Agamben.
[1] http://open.who.int/2018-19/contributors/contributor
[2] https://www.entrepreneur.com/article/347737
[3] https://www.economiadigital.es/politica-y-sociedad/coronavirus-la-falta-de-tests-situa-a-espana-en-el-tercer-pais-con-mas-mortalidad_20046051_102.html
[4] https://www.eldiario.es/sociedad/coronavirus-Italia-Espana-Corea-Sur_0_1007200429.html
[5] https://www.rtve.es/noticias/20200322/se-sabe-del-nuevo-coronavirus-china/1996067.shtml
[6] https://www.theatlantic.com/science/archive/2020/01/how-fast-and-far-will-new-coronavirus-spread/605632/
[7] https://www.elplural.com/sociedad/tasa-mortalidad-coronavirus-edad_233928102
[8] https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/influenza-(seasonal)
[9] https://www.pagina12.com.ar/254643-que-piensa-la-gente-sobre-la-cuarentena-y-el-coronavirus
[10] https://www.infobae.com/sociedad/policiales/2020/03/18/en-su-primer-dia-la-linea-134-para-denunciar-a-personas-que-violan-la-cuarentena-recibio-2400-llamados-y-se-investigan-130-nuevos-casos/
FUENTE: PLURALINCOGNITE
Pedro Yagüe estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires y actualmente es doctorando de Ciencias Sociales en la misma casa de estudios. Engendros es su primer libro publicado en el 2018 por la editorial Hecho Atómico, tiene una novela inédita y otra en la que se encuentra trabajando actualmente. El viernes 24 de abril estará leyendo sus textos en “Esto no es un ciclo”, en Animal Teatro. Engendros es un conjunto de ensayos que retoman las voces de una serie de escritores: Barrett, Mansilla, Fogwill, Gombrowicz, Lamborghini, Carri, Asís, Viñas y Rozitchner, como una oportunidad para problematizar qué es la escritura, el mundillo de los poetas y el académico, la relación entre afecto y razón. El análisis de Pedro Yagüe sobre el campo literario es audaz y arriesgado para los tiempos que corren, donde los consensos se estrechan y compactan y las fisuras se temen como puntas de lanza. Nos encontramos una tarde en el bar de Almagro El Banderín y, peloteo mediante, charlamos sobre estos y otros temas.
¿Cómo fue el proceso de escritura de Engendros? ¿Surgió todo de golpe, fue una escritura larga?
Creo que el libro empieza a escribirse en el 2013 cuando descubro la filosofía de León Rozitchner. Es como si a partir de ese momento me hubiera permitido leer y escribir de otra manera. Rozitchner habla de la propia afectividad como un índice de verdad. Esa idea me gustó mucho y creo que la asumí como una especie de programa. Leía autores que me conmovían aunque no entendiera por qué, otros me embolaban, otros me llenaban de bronca. Pero sabía que ese era mi punto de partida: el tipo de emoción que me despertaban. Entonces empecé a escribir unos textos cortos en los que intenté identificar eso, entenderlo, y enseguida aparecieron preguntas en torno a la escritura. ¿Qué se pone en juego cuando se escribe? ¿Qué riesgos se asumen? ¿Qué relación hay entre cuerpo y texto? Lamborghini, Rozitchner, Carri, Viñas, Asís, Fogwill, Gombrowicz, Barrett, Mansilla: fueron excusas para pensar esas preguntas. Fueron imágenes que encontré y en las que, me pareció, había algo que aprender.
¿Por qué el título?
La idea del título va a dos puntas. Por un lado, quería dejar en claro que no estaba haciendo una exégesis. Cada capítulo no habla exactamente sobre un autor, sino sobre algo que me interesa de su relación con la escritura. Me di cuenta de que, al hacer esto, los estaba forzando, a veces incluso distorsionando para hacerles decir una idea. No era un retrato fiel. Era algo deforme. Un engendro. Al mismo tiempo me gustaba el hecho de que esa palabra, que remite a una deformidad, incluyera también la idea de engendrar, de crear algo nuevo. La lectura que hago de Mansilla, por ejemplo, la de Lamborghini o la de Asís, son muy discutibles desde el punto de vista exegético. Pero a mí eso no me importa. Escribo sobre ellos como una excusa para pensar, para decir algo que tengo ganas de decir.
El libro planea sobre cierta crítica al «mundillo de los poetas», especialmente el contemporáneo: ¿todo tiempo pasado fue mejor?
Para nada, los mundillos existieron y van a existir siempre. El problema es otro, que no tiene que ver ni con el presente ni con el pasado, ni siquiera con esa gente, sino con el peligro de ciertas lógicas que terminan afectando a la escritura. Me parece que, por más que hable de autores pasados, el libro está escrito en tiempo presente. ¿Por qué me aburre esto? ¿Por qué me irrita? ¿Por qué este autor me parece fascinante y este otro intrascendente? Si escribí Engendros fue para poder responderme estas preguntas. Si hablo de los mundillos literarios, culturales y académicos es porque los reconozco como parte de una lógica de la que me intento diferenciar. Me parece que el problema aparece cuando la escritura se organiza y valora por razones externas a la escritura. Ahí aparecen los cálculos, los silencios, los amiguismos, la desesperada necesidad de pertenecer a un grupo. Al que sea, como sea. Y eso no puede no repercutir en lo que se escribe. Entonces siento la necesidad de exponerlo, de decirlo, no como una denuncia moral, sino porque hay algo en todo eso que me despierta una especie de productividad. Me hace pensar, me hace escribir. El capítulo sobre Viñas es claro en ese punto: el odio y la venganza como motor de la escritura.
En las diferentes voces que recorren el ensayo, hay una idea recurrente: la puesta en juego del afecto en relación al otro como potencia para la escritura más que el pensamiento o la razón. ¿Cuál crees que es la dificultad en el capitalismo contemporáneo para poner en juego el afecto en la escritura? ¿Desde dónde crees que se escribe, si no es desde este lugar?
Es que justamente no opondría afecto y razón. Meschonnic dice algo lindo y es que el lenguaje es el punto exacto en el que se muestra la unidad –y no unión– de cuerpo y pensamiento. Son cosas que van de la mano, incluso cuando parece que no. Con respecto al lugar del otro y a nuestro tiempo, creo que hay un tema con la primera persona, tanto en la poesía como en la narrativa, que es muy sintomático de esta época. Todo el mundo hablando sobre sí mismo, incapaz de asumir otro punto de vista, contando la anécdota de la anécdota de la anécdota. Es una especie de realismo autorreferencial. Hoy en día hablar de una lógica neoliberal es un lugar común, pero en este caso me parece inevitable. Veo una relación muy clara entre esta especie de realismo narcisista y cierta subjetividad de época. Y ahí hay una pérdida terrible. Se pierde a la literatura como lugar de experimentación, de exploración de problemas que solo pueden ser dichos y pensados de una manera específicamente literaria. Esto que digo no tiene que ver con la primera persona en sí. Por ejemplo, vos agarrás Cicatrices de Saer y encontrás un uso increíble de la primera persona. Y es que ahí, justamente, la primera persona cumple una función narrativa: muestra la multiplicidad de los puntos de vista. Hoy en día encontrás por todos lados una primera persona en la que pasa exactamente lo contrario. El punto de vista es el mismo. No se usa la primera persona, sino que se está condenado a ella. Esto se ve sobre todo en las redes sociales, en la epidemia de poemas y textos cortos en los que se habla sobre el amor o se cuentan anécdotas que son de lo más intrascendentes. Pero ahí también hay algo a pensar. Juan Solá es un síntoma. Porque no es algo que quede circunscripto a las redes. No me extrañaría que pronto llegue Planeta o Penguin a capitalizar ese estudio de mercado gratuito. Pero a lo que iba: si pensamos a ese tipo de escrituras como un síntoma, aparecen preguntas. ¿Por qué garpa eso hoy? ¿A qué sensibilidad apela? ¿Qué imagen de la literatura se construye? Creo que ahí hay un problema. Lo mismo pasa con ciertos textos que se pretenden políticos y que terminan siendo asquerosamente morales. Se escribe para confirmar lo que ya se sabe que se piensa, se finge defender una idea cuando se escribe para los que ya piensan como uno.
En el libro hacés una analogía entre el mundo literario y el académico al hablar de cierto pacto de autoregodeo. ¿Por qué creés que existe tal autoregodeo? ¿A qué necesidad responde?
Creo que tiene que ver con todas estas lógicas de las que venimos hablando. Sobre todo con la ausencia de una voz propia y con la falta de riesgo que eso implica. Te das cuenta cuando el que escribe asume un riesgo. Un riesgo estético, político, social, o cuando el escritor se sumerge en algún tipo de oscuridad, algo ligado a la condición humana, a sus miserias y misterios. En eso suele haber un riesgo y por lo tanto soledad. Y esta soledad, que puede parecer individualista, es completamente política. Es el rechazo a los consensos de estos mundillos, el rechazo a las lógicas de la academia y de la cultura. Una distancia necesaria. Por eso me da la impresión de que la lógica del riesgo muchas veces se opone a la de la pertenencia. Cuando Alan Pauls se propone armar una trilogía de los años setenta a partir del problema del llanto, del pelo y del dinero aparece algo que me gusta: es un proyecto literario, es la voluntad de pensar, de escribir sin saber bien a dónde te va a llevar eso. Después podemos discutir cómo lo realiza, pero el proyecto es bueno. Entonces vuelvo a mi pregunta brújula: ¿por qué me gusta eso? Y me doy cuenta de que me gusta cuando alguien escribe para pensar, cuando entiende que necesita narrar para comprender, que no le alcanza con la historiografía ni con la argumentación. Hay cosas que solo se pueden pensar y decir de una manera específicamente literaria. Para criticar al macrismo ya está Navarro. Te puede gustar más o menos, pero un escritor que arma un proyecto literario y lo sostiene está asumiendo un riesgo. Y eso a la larga se nota.
Respecto a la circulación de textos y poemas cortos en redes sociales, ¿creés que la poesía puede volverse masiva sin perder su calidad?
No creo que la circulación en las redes sociales empobrezca la producción literaria, al menos no necesariamente. Instagram y Facebook son lugares donde todo esto se expresa, lo bueno y lo malo. Hay cosas que me gustan mucho ahí, reflexiones, poemas, hay de todo. Por eso tampoco me parece que haya una relación necesaria entre la calidad de un texto y su masividad. De nuevo, el problema aparece cuando se valora la escritura por razones externas. Esta especie de realismo autorreferencial del que te hablaba me parece malo por razones estrictamente literarias. No veo una búsqueda de una voz, no veo una exploración, no creo que se ponga en juego una estética, no creo que se esté pensando nada y, por lo tanto, no se asume un riesgo. Es una escritura cómoda, más orientada a la construcción de una imagen personal que al tipo de apuesta que me gustaría encontrar cuando leo.
«La poesía nada tiene que ver con el mundillo de los poetas» decís en el libro. ¿Cuál creés que es el lugar privado y cuál el público que debería tener la poesía? ¿Cómo pasar al espacio público sin caer en las lógicas que mencionas? ¿Debe ser política de Estado la literatura?
Yo te podría decir “sí, la literatura debería ser una política de Estado”, lo ponemos como título de esta nota y todos quedamos bien: vos, yo, la revista. Pero al mismo tiempo siento que no te estaría diciendo nada. Me da la impresión de que los problemas que pienso en este libro van más allá de cualquier política que pudiera asumir un Estado. Creo que son cosas que van por carriles diferentes. En este país hubo siempre buenos escritores sin necesidad de planes del Ministerio de Educación o de becas del Fondo Nacional de las Artes. No es que yo esté en contra de eso, me parecen bien esos planes y me presento a esas becas (aunque no me salgan). Pero son cosas diferentes. Entonces retomo lo que me preguntás en torno a lo público y a lo privado. Me interesan los debates públicos cuando lo que se pone en juego son sensibilidades. Las discusiones sobre el canon, cada vez más infrecuentes, me parecen muy necesarias. Si yo te digo que me encantó tal novela y que tal otra me pareció ilegible, no lo hago para hacerme el canchero. Cuando uno dice eso está queriendo defender una sensibilidad, está queriendo dar un combate estético. Son discusiones que hay que dar, aunque alguno se enoje. Ahí vuelve a aparecer la lógica de la pertenencia y el temor: mejor no decir públicamente que tal novela me parece mala, a ver si justo me toca esa persona como jurado en un concurso, una beca o un cargo. Me parece importante defender lo que uno piensa y siente. Dar la pelea. Cada uno intenta defender una sensibilidad, un punto de vista en el que se reconoce. ¿Y entonces qué puede hacer una política de Estado en todo eso? Nada. O lo que es peor, te hacen leer a Mempo Giardinelli.
¿Cuál es el lugar de las amistades en la literatura ¿Cómo se tiene amigos sin caer en el onanismo de grupo?
Creo que se va dando de manera natural, son afinidades que se arman con quienes uno comparte un código, una sensibilidad, una cierta relación con el lenguaje. Hay un texto de Diego Sztulwark en el que define a la amistad como un ánimo común para escaparle a nuestro tiempo. Esa idea me parece hermosa porque la amistad aparece ligada a una resistencia, a un espacio donde algo del orden de la sensibilidad intenta dar una batalla. Entonces la amistad, en la literatura o en la política, me parece que está dada por la construcción de ciertas coordenadas intelectuales y afectivas desde las que resistir el presente. Incluso los muertos, esos sobre los que hablo en este libro, pueden ser considerados de esa manera. Engendros tiene un mellizo que también podría ser un amigo: El sacrificio de Narciso. Es un libro hermoso de Florencia Abadi, una amiga que admiro y quiero mucho. Son libros mellizos o amigos porque nacieron juntos, los editamos al mismo tiempo y con la misma editorial. Aunque, por momentos, no podrían ser más distintos. El otro día, habiendo pasado más de un año de que se publicaran, un amigo de Flor nos dijo que había notado muchas afinidades entre los dos, afinidades que ni ella ni yo habíamos registrado. Eso me parece lindo. Porque quiere decir que es algo que pasa y que excede a cualquier decisión. La amistad que me interesa va por ahí. Una afinidad por la afinidad misma, algo desprovisto de cualquier cálculo, de cualquier red de conveniencias.
¿Qué entendés por reconocimiento dentro del campo literario, cuál es la importancia que le das y qué tipo de reconocimiento te interesa, de quienes o de qué espacios y de cuáles no te interesa o no te parece tan válido?
La verdad es que no lo tengo muy claro. Uno siempre quiere que a los otros les guste lo que uno hace, lo que no quiere decir que uno haga las cosas para que gusten. Te mentiría si te dijera que no me pondría contento ser reconocido por los escritores que admiro. Pero bueno, después hay un tema de afinidades que, como te decía antes, es independiente de cualquier decisión. Yo no sé si a Diego Torres le gusta su público. Quizás compone pensando en un público re canchero, pero cuando llega el recital, levanta la cabeza y en la primera fila están Graciela y Ricardo. Creo que lo importante es que el reconocimiento o la falta de reconocimiento no afecten a la escritura. No digo que sea fácil, pero hay que intentar sostener esa causa, ese vacío, que te lleva a escribir. Y mantener la confianza en lo que uno hace. Después, lo otro, ya no depende de uno.
¿En qué proyecto estas trabajando actualmente?
Estoy laburando en varias cosas. Tengo una novela terminada y otra que estoy dejando reposar unos meses para poder darle una buena reescritura. También un libro sobre León Rozitchner, que este año o el siguiente debería entregar como tesis doctoral, pero que escribí pensándolo más como libro que como tesis.
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Pedro Yagüe recomienda la canción “Eu preciso me encontrar” de Cartola:
¿Y si se estuviera, si estuviéramos inventando, rediseñando, al mismo tiempo que defendiendo qué es estar con otrxs, cómo estar con otros? O, incluso, ¿de qué modos el otrx sigue presente en y con unx? Más aún: ¿ y si el aislamiento estuviera dando lugar a modos nuevos de creación de intimidad, o de afirmación de intimidad? ¿De qué intimidad estamos hablando? Potente y desafiante paradoja: la del surgimiento o profundización de la intimidad en el corazón del aislamiento y la suspensión de los encuentros habituales con los otrxs, a partir de la pandemia.
Intimidad como territorio existencial. Experiencia de estar con otrx, conservarlx, “hacerlx durar”, expandirlx. Quiero pensar en lo que esta nueva experiencia no sólo interrumpe, coarta, sino crea, o recrea. Y en las políticas de resistencia a las que da tiempo y espacio.
Intimidad como modo de sellar un pacto: seguimos siendo los mismos, al tiempo que ya somos otros. ¿Cómo seguir siendo los que éramos, cómo no olvidar quiénes éramos, mientras vamos siendo otros?
El psicoanálisis continúa siendo, entregado a su tiempo, a cada época –eso espero, y eso verifico y redescrubro- un lugar privilegiado de acceso a la intimidad.
La amistad, es otro.
Estamos viviendo, descarnadamente y sin preparación, una experiencia desmanteladora y forzosamente revolucionaria. Aislados, experimentando el encierro, confinados en “la propia casa”, buscamos hacer pie en otros territorios existenciales, y así ampliar los confines. Me refiero a los territorios que nos permiten anclar y explorar nuestras existencias, hacer pié. Por supuesto que no hablo, en este caso, de espacios físicos ni geográficos. Florecen en estos días los modos de testimoniar que no estamos solos. Sucede que para eso, o mientras lo testimoniamos, inventamos nuevos modos de no estar aislados, ni encerrados.
Quiero decir, que la genuina intimidad no es la del espejo “interior” ni la del bloqueo o anestesia “new age”, ni la de “quererse a unx mismx”. Nada de eso. En todo caso, hablo de la intimidad que nace o se reafirma en el lazo que nos arrebata de una caída o de un silencio, del sin-sentido o del vacío, de la desaparición de lo que hasta ahora formaba parte de vivir siendo humanxs.
Intimidad no es conocernos (como si ello fuera posible!) ni estar en silencio, mucho menos estar aislados. Es –para mí y tantxs otrxs- descubrirnos al mismo tiempo distantes y cercanos. Compartir la experiencia de des-conocernos. Agarrarnos fuerte, sostenernos, mientras tanto mundo se desmorona y mientras no sabemos cómo sigue la Historia, y en ella cada una de nuestras pequeñas y grandes, pero sobretodo únicas, biografías.
El método psicoanalítico cobró forma y sentido porque hay alguien que habla, alguien que escucha, y alguien que “se” escucha. En ese espacio informe y transformador, que no requiere necesariamente de un diván, ni siquiera (herejía!) de un consultorio, ni necesariamente o imprescindiblemente de un horario o frecuencia fijamente delimitada. Hay alguien que habla y alguien que escucha.
El psicoanálisis fundó un modo de leer y de escribir, un modo de hablar, hasta un modo particular de soñar, dije hace un tiempo en otra escritura. Hay sucesos revolucionarios que nos vuelven a llevar a ese lugar, el de tener que inventar y reafirmar al mismo tiempo, que nuestra humanidad se asienta en leer y escribir, en hablar, en soñar, no como hechos biológicos ni alfabetizantes s no como hechos subjetivantes. A partir de esta pandemia, leer y escribir, habitar los espacios y tiempos en los que la palabra crea intimidad, se ha vuelto aún más imperioso. Las redes sociales, los dispositivos y aplicaciones que nos posibilitan encontrarnos, de a dos, de a muchos incluso, y el viejo dispositivo del grito o del susurro, del baile y de la música, de balcón a balcón, de terraza a vereda, el pasillo, la lectura en voz alta… son diversos y variados los modos de seguir siendo los que necesitamos de otro que atestigue que existimos, que seguimos existiendo, que algo de lo que vivimos tiene o tendrá sentido alguna vez, o no, pero que en esa apuesta defendemos, resistimos, porque si no, en serio, perderemos la vida, o –peor aún- ya la habremos perdido.
Una paciente me convoca en el final de una noche a decidir el modo de transitar su cuarentena. Otra paciente se recluye en su auto para poder sostener una conversación analítica, pero sobretodo íntima. Un paciente –un paciente que cuando comenzó su análisis comparó el trabajo analítico con la escritura, porque uno no puede anticipar lo que dirá-creará allí, pero confía y descubre que allí se escuchará- me pide que nos comuniquemos por mail, es decir, me propone recuperar un diálogo sostenido en el género epistolar. Así inauguramos una conversación escrita, y diferida. Una paciente niña me cuenta, en sesión por videollamada, que decidió empezar a escribir un diario íntimo. Otro paciente, a propósito de lo vivido estos días, se pregunta qué es, cuál es, la “vida real”. Varios pacientes primero rechazan el encuentro “online”, pero luego me escriben pidiendo –a veces con desesperación- que de algún modo, los escuche. Necesitan hablar.
Con una amiga inventamos un modo, una práctica, de intimidad. Nos dejamos audios en los que nos leemos, en voz alta, alguna prosa o poema. Antes eran botellas arrojadas al mar…
Con otra amiga, mucho más nueva, escribimos un diario íntimo a dos manos. Veremos qué resulta, pero la escritura y el pensamiento de esta experiencia nos convoca. Volver a la “correspondencia”.
Inventemos, apostemos, defendamos, abracemos (a contrapelo del abrazo impedido, por ahora) las prácticas y políticas de intimidad. Hacer en la distancia un espacio común. No es simplemente recuperarlo, también es re-inventarlo. Reinventar lo común. Y aún en la distancia, hacerlo real.
Pierre Hadot -suele citar Diego Sztulwark- se refería a los “ejercicios espirituales”, no como “sistemas” filosóficos sino como modos de averiguar (en esta noche, en este mundo, como dijo una poeta) qué es vivir. Cómo seguir viviendo. Cómo “singularizarnos” en tiempos en los que un virus -amenaza tan cierta y concreta, como también fantasmática- nos arrasa.
Tal vez la intimidad sea eso. No tanto la vida “interior”, solitaria, sino ese momento minúsculo y poderoso en el que inventamos junto a otrx, un modo de leer y de escribir, de hablar, soñar, ser escuchados, escucharnos en otrx. O tener, seguir teniendo, con quienes hacerlo.
JGM: En primer lugar quisiera expresar mi alegría y agradecerte por la posibilidad de esta conversación para #lacanemancipa. Y como hace poco que has publicado un magnífico libro que he tenido ocasión de leer –La ofensiva sensible– quisiera comenzar la conversación por ahí, señalando lo que no deja de parecerme una curiosidad. Uno de los leitmotiv del libro, quizás de toda tu trayectoria de pensamiento y acción política, es la idea de resistencia. ¿Qué relación estableces entre dos nociones que, a priori, parecen remitir a acciones de signo contrario: la resistencia (frente a algo que se padece) y la ofensiva (que toma la iniciativa y actúa)?
DS: José, gracias por la lectura de La ofensiva sensible y por la invitación al diálogo. No es fácil substraerse al clima de alarma mundial por la pandemia. Mientras escribo esto, el gobierno argentino evalúa los costos económicos y sociales de frenar la actividad del país en vistas de prevenir una crisis sanitaria, en un país cuyas estructuras de consumo y producción fueron seriamente dañadas por los niveles enormes de endeudamiento que deja el gobierno de Macri. Varixs lectorxs del libro me han transmitido un cierto escepticismo con el término de resistencia y lo entiendo bien. Hay dos cosas que no quiero decir con ese término: ni mera “reacción” (pura respuesta a estímulos primeros), ni “limitación” (quedar en posición de defensiva literal y estricta). Asocio “resistencia” con capacidad de asumir la adversidad constitutiva de la existencia y, al mismo tiempo, con la aptitud de no plegarse a discursos y dispositivos de poder claramente enemistados con la conquista de mayores igualdades y libertades. Quizás resistir la adversidad, tanto la constitutiva -siempre habrá fuerzas capaces de hacernos padecer- como la coyuntural -actores políticos específicos que bloquean la conexión entre democracia e igualdad-, sea una condición efectiva para reconocer las propias fuerzas, y adoptar estrategias que tengan estas potencias -propias, colectivas- como premisas. La idea de ofensiva proviene de una activista del movimiento feminista popular argentino. En una entrevista que le hacía en un programa de radio a propósito del 8M de hace unos años ella usó esa expresión: “ofensiva sensible”. Me pareció una fórmula extraordinaria, que sintetiza la estrategia del movimiento social y popular argentino en sus mejores luego de la dictadura. Tomo tres momentos, para que se entienda: la irrupción de las Madres de Plaza de Mayo (1977); del movimiento piquetero (2001) y el más reciente feminismo popular. En los tres casos se trata de resensibilizar el campo social acosado primero por el terrorismo de estado, luego por la economía neoliberal, finalmente por la reacción patriarcal y neofascista. Contra la ofensiva económico-militar del capital, se alza en todo el continente latinoamericano una respuesta que no es reactiva sino activa, en la que es preciso sumar al movimiento indígena, comunitario y campesino. Esta ofensiva parte de la resistencia, y no repite la táctica de la ofensiva militar que León Rozitchner criticó en buena parte de la experiencia de la lucha armada de los setentas en la Argentina.
JGM: Afirmas que el neoliberalismo es una operación o tentativa que trata de atrapar el deseo en la pura lógica mecánica del mercado y el consumo. Me permito una digresión para puntualizar que el deseo, como también apuntas en tu libro, cobra significados y efectos diferentes según sea leído en una tradición spinozista-deleuziana o desde el psicoanálisis lacaniano. Desde esta última tradición se propone más bien que el neoliberalismo atrapa al sujeto en un circuito autopropulsado de goce mortífero que genera efectos sintomáticos devastadores, tal y como ha venido diciendo con insistencia Jorge Alemán. En cualquier caso, volviendo a la idea de resistencia y su función política, y dado que algunos, entre los que me encuentro, privilegiamos la dimensión ‘insistente’ de la militancia, la lucha o la praxis política porque la asociamos, justamente, a una lógica del deseo y del perseverar, ¿no te parece que privilegiar la lógica de la resistencia corre el riesgo de producir identificaciones con un lugar en el que se instalan no sólo los que sufren y padecen sino los que nunca ganan, ni gobiernan, ni están en condiciones de disputar los lugares de decisión?
DS: He leído con atención el último libro de Jorge Alemán, y entiendo la contraposición que hace entre dos modos de concebir el deseo. Lamentablemente, no soy experto en la obra de Lacan, por lo que me limito a responder por aquello que dice al respecto Alemán mismo. En efecto, entiendo que para él se trata de darle a la izquierda las “malas noticias” del fin de una cierta metafísica de la revolución que suponía que la historia garantizaba en cierto plazo el triunfo. Honestamente no me gusta esta formulación al menos por dos razones. La primera de ellas, es que la propia izquierda revolucionaria sabe esto desde siempre. Los textos de Gramsci contra el optimismo histórico son ejemplares al respecto. Pero también porque me parece que presentar un sujeto cómplice, en su deseo mismo, con las formas de dominación, sólo puede tener utilidad en épocas de serias decepciones históricas, cuando se impone asumir hasta qué punto se puede interiorizar una derrota. Luego, no estoy para nada seguro que el sujeto político deba estar atado a una lectura psicoanalítica sospechosa de su capacidad de desear. En este sentido, te doy la razón, me siento más próximo a las teorizaciones de Deleuze y Guattari. Para ellos deseo y economía funcionan sobre un mismo plano y la producción deseante juega un papel central en las luchas. Lo que no veo con claridad es que la “resistencia” vaya en contradicción con esta idea de producción deseante. Claro que uno es un pésimo lector y por eso cuesta referir las propias ideas a filósofos clásicos. Pero estimo que en Spinoza la adversidad, la tristeza, las pasiones tristes no están minimizadas, sino muy tenidas en cuenta. Son parte de la naturaleza humana. Pero sólo en cuanto dan cuenta de fuerzas exteriores más fuertes, que llevan a padecer, pero también arrastran a la servidumbre y hasta al suicidio. De allí la importancia de una ética y una analítica del deseo que elabore la resistencia y la convierta en una política efectiva. Luego, si entendemos por “resistencia” ese rasgo del deseo que lleva a elaborar la adversidad y a la producción deseante, a la creación de experiencia común, se plantea por supuesto, el problema de la potencia política propiamente dicha. ¿Reencontrar la potencia política es equivalente a querer gobernar? No estoy seguro de este tipo de formulaciones. Las izquierdas han gobernado muchas veces sin lograr cuestionar los dispositivos duros de poder, lo que llamamos en esta época neoliberalismo. Quizás la pregunta por la potencia política se me aparece de otro modo: ¿cómo transformar los dispositivos duros de la explotación neoliberal, dispositivos tan duros que se vuelven compatibles con democracias vaciadas y gobiernos de izquierda impotentes? Tal vez mi pensamiento lleva a reabrir la cuestión de la revolución, que Jorge Alemán propone tratarla por medio del duelo (¡me parece tan importante tomar nociones del psicoanálisis para la política como no reducir la política a un campo de aplicación de conceptos psicoanalíticos!). Dos libros recientes me estimulan a pensar en otro sentido. Uno, El huracán rojo. De Francia a Rusia 1789/1917, escrito el año pasado por el profesor Alejandro Horowicz. El otro, aún más reciente, es El capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución, de Maurizio Lazzarato. En ambos encuentro una idea en común: el capital es inmune a cualquier presión reformista sino se encuentra amenazado por la revolución. Horowicz trata de entender que la revolución es una aptitud para sostener ideas libertarias a través de una composición colectiva de cuerpos, de inventar e inscribir igualdades en las estructuras económicas, jurídicas. Y muestra cómo las revoluciones, en el momento de la creación de un doble poder, no se restringen a una escala meramente nacional. De Francia a Rusia, explica El huracán rojo, la revolución fue europea. Y el espacio de mando al que la revolución se enfrenta no son sólo los respectivos estados, sino la dinámica económica y militar del mercado mundial. En cuanto a Lazzarato, él estima que para entender el neoliberalismo es preciso comprender los medios por los cuales la revolución ha sido derrotada y estima que el pensamiento posterior al 68’ ha subestimado el papel de la violencia en la conformación del mundo neoliberal. En un pasaje llega a admitir que luego de la segunda guerra América Latina fue un escenario revolucionario más avanzado que Europa. También estoy convencido de que es preciso profundizar en la comprensión de la violencia neoliberal para comprender las razones de la impotencia política e intelectual de las izquierdas. Es muy cierto que no podemos ya pensar en la Revolución como se lo hacía en los tiempos de la Revolución Francesa, la Rusa o la Cubana. Pero me parece que si dejamos de pensar -en- la revolución (sus temas: por ejemplo, la sublevación ante el poder de la ley del valor) sólo queda asistir -sea o no desde el gobierno- a la degradación aún mayor del concepto mismo de una democracia y unas nociones de igualdad que nacieron de aquellos procesos y que hoy la política no encuentra modo de defender. En La ofensiva sensible me limito a constatar que ese pensamiento está ausente en quienes se postulan como dirigencia política y, en cambio, puede recrearse en el reverso mismo de lo político, presente en las sublevaciones de diversas escalas que no dejan de reproducirse.
JGM: Siguiendo este hilo. Creo que coincidiremos en que un problema político de primer orden es siempre el de la articulación de lo diverso para formar conjunto, máxime cuando una de las ofensivas más obvias del neoliberalismo es la atomización de la vida. En este sentido, parece obvio que las prácticas plurales por sí mismas no conforman estructuras o núcleos de articulación con potencia suficiente como para plantear batalla. ¿Cómo entiendes el problema teórico-político de la articulación de la multiplicidad desde la lógica de la resistencia?
DS: En La ofensiva no hablo de una “lógica de la resistencia”, pero si le damos a esta expresión el sentido peculiar de una dinámica de acción material, que encuentra su punto de partida también en el plano de los cuerpos, como rechazo -y quizás intento de ir más allá- de la agresividad de la lógica del capital, que en su fase neoliberal actúa como desposeedor, violento, sexista, clasista y racializador, entonces sí, es posible que puedas identificar lo que rechazo de las políticas llamadas populistas -y en lo que habitualmente se presenta como una teoría populista- es un cierto fondo de tipo idealista. Una tal “lógica de la resistencia” sería, en rigor, el nombre de un materialismo que pone en los cuerpos las premisas de la creación de nuevos posibles. Encuentro una filosofía entera que partiendo de Spinoza y Marx podría tener un capítulo argentino en León Rozitchner. Y un capítulo en el feminismo popular latinoamericano en el lenguaje que practica alguien como Rita Segato.
¿Dónde encuentro ese idealismo del populismo? Trato de poner dos ejemplos. Dos citas. La primera es del pensador japonés Jun Fujita Hirose. En un artículo que publicamos recientemente en el blog Lobo Suelto, Fujita hace la crítica de la falta de materialidad en la teoría de la articulación discursiva populista a través de un ejercicio de lo más interesante: al repasar las sublevaciones globales de 2019 encuentra en ellas un principio articulador material que surge de las luchas mismas y compite contra la unificación puramente espiritual que ofrece el significante populista. En lugar de la apelación articulatoria del político populista al pueblo, la constitución de una voluntad unificada por la base resulta en estas sublevaciones de la capacidad de reconocer abusos de poder, en la aptitud para salir a las calles, tomar riesgos, y muy en especial, para sentir a los muertos, a los caídos en las protestas un marcador de esa nueva unidad conseguida en la confrontación. Antes pasar a mi segundo ejemplo quisiera insistir un poco más con los planteos de Fujita. En su reciente presentación en Buenos Aires de su libro maravilloso Cine Capital, volvió a plantear la confrontación entre idealismo y materialismo, ya no en los términos de la crítica a la aspiración típicamente populista de unificar lo que el capital fragmenta por medio de una articulación que se agota en una operación de tipo discursiva, sin reunir ni organizar fuerzas efectivas de ruptura con los dispositivos neoliberales, sino en referencia a la caracterización misma del neoliberalismo. Según Fujita, podemos encontrar al menos dos tesis generales sobre el neoliberalismo. La idealista sostiene que dado que el neoliberalismo provoca desinversión, retracción de crecimiento y desfinanciamiento de las redes de servicios públicos, es imprescindible ejecutar otra política económica diferente y mejor, una política de tipo desarrollista, que en la actual coyuntura sería deseable y posible. Frente a semejante tesis la posición materialista, en cambio, sostiene un razonamiento inverso: es la falta de crecimiento de la tasa de ganancia del capital la que lleva al capital a buscar ganancias más inmediatas, acelerando procesos de rapiña y desposesión. La ventaja de esta tesis es que capta la violencia neoliberal como violencia estructural del capital en esta fase de su despliegue. Si cada uno de estos diagnósticos supone políticas distintas, entonces quizás se aclare un poco más en qué consiste la creencia del populismo de izquierda, su apuesta a que cierta interpretación de determinados significantes claves produzcan la unidad del pueblo que padece la fragmentación neoliberal en torno a políticas de tipo keynesianas. Luego de asistir al momento populista en recientes gobiernos progresistas de Sudamérica, y en experiencias del sur de Europa, de ver sus límites y en algunos casos su declive, es preciso elaborar una crítica, aunque más no sea para no repetir experiencias (en condiciones mundiales cada vez más oscuras).
Vuelvo entonces a lo que llamas la “lógica de las resistencias”, como punto de partida para esa crítica, rescatando los marcadores efectivos de unificación del pueblo como fuerza de resistencia que aspira a detener la violencia de la acumulación y a neutralizar, destruir o transformar los dispositivos de dominación por medio de la lucha de clases. Si miramos lo que sucedió hace unos pocos meses en la provincia argentina de Mendoza quizás parezca más claro el planteo: el Frente de Todos -kirchnerismo y aliados- votó junto al gobernador de derecha una legislación que habilita el uso de contaminantes para la actividad de la megaminería. Esa ley fue resistida en la calle por movimientos sociales y asambleas, hasta que el propio gobierno y el parlamento de la provincia la derogaron. ¿Influencia de la sublevación vecina, la de Chile?
Contra lo que suele ocurrir, no me interesa impugnar al populismo de izquierda. La crítica de su política desde lo que llamás “lógica de la resistencia” -su impotencia transformativa, su idealista confianza en la articulación como fenómeno que en última instancia se resuelve en la comunicación- es más bien un deseo de reecontrar una instancia común de todas las izquierdas en torno a instancias que articulen de modo rico y complejo la asamblea y en la calle, junto a una intervención institucional que apunta a romper dispositivos duros como los de la seguridad y la deuda. Insisto en este punto: sin la calle y la asamblea -sin la amenaza revolucionaria- el poder de la comunicación se debilita y las izquierdas gobernistas arriesgan ocupar puestos de poder sin formar parte de experiencias transformadoras, o peor aún, corren el riesgo de dar la espalda a unas clases sociales que luego, en su decepción, dan la espalda a la cultura de resistencia de las izquierdas, lo que deja abierto el campo al neofascismo actual.
El segundo ejemplo que quería dar es una mención del úlitmo libro de Negri y Hard, Asamblea. Su mérito principal, a mi gusto, es el modo en que los autores se hacen cargo de la crítica que se le han señalado los autores populistas respecto la falta de una comprensión de las tareas de articulación en la noción de “multitud”, que parecería darse “espontáneamente”. Me parece que Asamblea acierta al menos en dos puntos: en la idea de que la política no puede ya concebirse como separada de la economía, sino que hay que asumir que la dinámica de la toma de decisiones (política) se da junto con las formas de concebir la cooperación productiva (economía); y que el problema de los liderazgos debe ser muy tenido en cuenta en una política de la multitud, asumiendo su papel de operar nuevas combinaciones que vayan de la recombinación no capitalista de la producción a la toma de decisiones capaces de plasmar nuevas formas de cooperación social en instituciones de ruptura con el mundo neoliberal. Creo que este tipo de planteos ayudan a situar la discusión con el llamado populismo de izquierda a partir de la materialidad de las resistencias, de la cooperación, y de un nuevo modo de pensar las decisiones políticas.
JGM: Eres crítico también con la teoría populista de Laclau, incluso con los gobiernos populistas que, a tu juicio, no han sabido o logrado propiciar un modo de vida diferente al que propone el mercado. En este punto resulta curiosa tu ‘opuesta coincidencia’ con alguien como Žižek que ha afirmado que el populismo ‘basta en la práctica, pero no en la teoría’ mientras tú afirmas su ‘pobreza en el plano práctico’. ¿Qué podrías decirnos al respecto?
DS: En su libro La tentación populista Žižek es crítico con el chavismo. Le reprocha que se ha apoyado en el petróleo y haber desestimado el problema comunista de la recombinación de las relaciones de producción. Pero la cita de su libro en La ofensiva sensible es algo muy preciso referido a la noción de “síntoma”. El critica al populismo por la operación consistente en asociar aquello que no funciona a una particularidad específica (el capital financiero, por ejemplo) y no a la estructura en su conjunto. La crítica que muchos creemos justa con relación a los gobiernos llamados progresistas, tuvo y tiene que ver con las fuertes restricciones de una manera de pensar que separa la economía de la política, que concentra la toma de decisiones por fuera de los sujetos que resisten el modo de acumulación por desposesión y que por estas razones no avanza en el cuestionamiento de los modos de acumulación en los que, al contrario, se apoyan. Al final, la economía de esos gobiernos dio lugar a fenómenos políticos que acabaron con esos mismos gobiernos. Dicho esto, es absolutamente indispensable aclarar algo que me preocupa muy especialmente con relación al lenguaje con que se realiza esta crítica. Es algo en lo que insisto tanto en La ofensiva sensible como en mi anterior trabajo, Vida de Perro, balance de un país intenso del 55 a Macri, una larga conversación con el periodista Horacio Verbitsky: no veo en lo más mínimo estos límites del populismo de izquierda y me resulta repudiable que la crítica justa se haga con el lenguaje de nuestro enemigo común, las élites neoliberales y los actuales neofascismos. Por el contrario, me preocupa y mucho que esto ocurra, sobre todo porque cuando estos gobiernos se debilitan y/o caen siempre lo hacen en beneficio de estas derechas neoliberal-fascistas, nuestro autentico enemigo común, frente al cual sólo cabe sumar fuerzas sin falsos reparos.
JGM: Ya puestos quisiera hacerte un par de preguntas haciendo un poco de abogado del diablo, es decir, colocándome en el lado de lo que llamas ‘la determinación estatal de lo político’. La primera, ¿cómo expandir esas nociones comunes para que sean accesibles a la mayoría cuando, por otro lado, acabas el libro diciendo que en la batalla de lo sensible se juega su suerte: la de conquistar su concepto? Me pregunto entonces, ¿cómo relanzar lo político desde lo erótico, lo sensual, lo sensible, sin contar con las instituciones de la arquitectura del Estado? Quiero decir que –dado que las políticas de gobierno están sometidas al albur de los ciclos electorales y tanto unos como otros disputan por ello– sin su concurso el alcance y el efecto de estas propuestas para inventar una vida no-liberal restringe drásticamente sus posibilidades de alcance y se confina en espacios muy minoritarios. Dicho en términos gramscianos, ¿prescindir del Estado como agente activo no dificulta tremendamente las posibilidades de construir hegemonía?
DS: Tus preguntas son muy desafiantes y necesitaría más tiempo para reflexionar. Mientras intento responder esto el gobierno de Alberto Fernández declara la interrupción de las clases en todas las escuelas y el cierre de fronteras. El mundo cambia y se encierra ante nuestros ojos. Intento responder. Ante todo, cuando Spinoza teoriza las nociones comunes, nociones capaces de pensar lo común entre cuerpos, no cuenta con una teoría crítica del estado, desarrollada con potencia luego de Marx. En su mundo del siglo XVII, la noción común avanza con la fuerza de la democracia, en un movimiento que Jonatán Israel llamó la “ilustración radical” europea. El propio Israel asocia al marxismo con un segundo movimiento de este tipo. Sólo que luego de Marx sabemos bien que el estado no es una noción abstracta del derecho, sino una cierta concreción de la lucha de clases bajo la hegemonía del mercado mundial capitalista. De Marx a Benjamin sabemos bien que las nociones comunes están atravesadas por el antagonismo y la lucha política. De modo que cuando decimos “determinación estatal de lo político” estamos a la vez diciendo que el estado podría ser reapropiado y transformado por dinámicas políticas que no partan de la subordinación al mercado mundial, con toda su carga colonialista. El propio Gramsci, antes de ser devorado por un pensamiento que habla de “estado”, proponía que el príncipe moderno fuera capaz de crear un nuevo proyecto histórico, distinguiendo las determinaciones de un estado capitalista de otro socialista. Esas distinciones ya no son las nuestras. ¡Pero seguimos necesitando distinciones! Nociones comunes precisas, que acompañen el despliegue de las luchas. Por lo que mi respuesta sintética sería la siguiente: no se trata nunca de abstenerse o de rechazar el estado. Siempre hay que interpelar al estado en su función de gestión, forzarlo a implementar dinámicas igualitaristas, democráticas orientadas a la producción de común. Y la primera indicación para lograrlo es comprender que el estado actual (que puede ser fuerte y activo según sus fines de salvar y relanzar mercados, como vemos hoy en plena crisis) es un estado neoliberal, que debe ser transformado a partir de lógicas que provienen de las luchas populares y democráticas y no sólo de su propio interior. Justo para que nos sirva de un modo “activo” (como decís), en función de los propósitos que indicas.
JGM: Si he entendido bien tu propuesta pasa por avanzar por el camino opuesto a lo teológico-político, que siempre tiene efectos de moralización de los afectos y verticalización del lenguaje. El camino propuesto es el de la ‘historicidad’ que pone al cuerpo en el lenguaje y construye formas de vida basadas en procesos de autonomía para gobernarnos a nosotros mismos. Con otro lenguaje, en #lacanemancipa estamos también empeñados en pensar las condiciones de posibilidad para la emergencia de proyectos políticos emancipadores que escapen a la lógica circular y mortificante del capitalismo en su fase neoliberal. Y, en esto, encontramos en tu pensamiento un término esencial para el psicoanálisis: síntoma. ¿En qué sentido planteas el concurso del síntoma en la vida social y en la política?
DS: ¡En un sentido muy impreciso! No hago un uso técnico del término, como sí hacen los psi. Sino que, por el contrario, el término aparece en La ofensiva sensible de manera natural, tal y como emerge varias capas de lecturas que puedo intentar recobrar. De joven leí en Althusser una referencia a Marx como un lector formidable, capaz de ver por fuera de los marcos teóricos de su época y en esa medida inventor de un nuevo continente de saberes. La articulación conceptual en torno a la plusvalía era posible, según Althusser, porque Marx era un grandioso sujeto de lectura. En sus palabras: practicaba una “lectura sintomática”, es decir, era capaz de detectar signos por fuera de los sistemas de referencias teóricos de su época. Podía captar aquello que no cuajaba en los cánones de la economía política clásica. Cuando hice hace un ratito referencia a Žižek, para quienes Marx y Freud ven en el signo anómalo un diagnóstico de tipo falla estructural, lo hacía sobre este fondo althusseriano. Luego está la influencia de Bifo, Franco Berardi, el pensador postoperario italiano. Hace casi quince años publicamos en Tinta Limón ediciones -nuestra editorial en Buenos Aires- una compilación de textos llamados Generación Postalfa, concentrado en las patologías del semiocapitalismo. Bifo es un gran sintomatólogo del capitalismo conectivo. Para completar el cuadro es preciso nombrar dos influencias particularmente fuertes para mí: en su libro Hijos de la noche, el filósofo catalán Santiago López Petit desarrolla de un modo profundo y original el papel del malestar en nuestro tiempo y hace una convocatoria muy convincente sobre politizar el malestar. ¿Puede la política asumir como premisa el síntoma? López Petit plantea la alianza entre Marx y Artaud. La otra lectura decisiva en este aspecto, para mí, es el poeta, ensayista y traductor Henry Meschonnic. El gran escritor sobre la escucha. El poema, para Meschonnic es la capacidad del lenguaje para crear forma de vida, y de la forma de vida para crear lenguaje: es su fórmula de la historicidad. En todos los casos, ligo síntoma con sufrimiento, pero también con lo anómalo. Lo que no cuaja. Aquello que si es escuchado puede dar lugar a una verdad, como dice el psicoanalista Aluch. En La ofensiva sensible, la noción de síntoma permite enlazar con la de “forma de vida”, es decir, la capacidad de desplegar lo que el filósofo Pierre Hadot llamó “ejercicios espirituales” destinados a dar forma a la propia existencia. El síntoma, en este contexto, se inscribe en la lucha de clases. En el contexto de un capitalismo que explota los modos de vida, el síntoma anuncia que no cuajamos en los automatismos productivistas del mercado y abre las puertas para crear nuevas escuchas, lenguajes, alianzas y derivas de politización.
JGM: En #lacanemancipa nos esforzamos por escuchar el trabajo del inconsciente, el síntoma, lo que no marcha o lo que cojea de la vida de cada uno, aquello no apropiable por la lógica circular de valorización del capital y que, por tanto, es excluido o marginalizado por la maquinaria neoliberal. Jorge Alemán ha construido su propuesta de Soledad: Común desde esta lógica. ¿Consideras que, en este punto, hay posibilidades de articulación teórico-práctica entre estas dos formas de entender lo sintomático en/de nuestro tiempo?
DS: Pienso que tenemos el enorme desafío de crear un lenguaje que conecte prácticas terapéuticas, estéticas y políticas, y que, al decir de Félix Guattari, es preciso contar con una analítica del deseo inmanente a las prácticas colectivas de transformación. Quizás estas ideas que tenemos unos y otros sobre el síntoma como lo que no cuaja, una suerte de señal sobre el odio neoliberal contra todo aquello que desea por su cuenta (estoy convencido, como Lazzarato, de que el neofascismo es odio hacia todo atisbo deseante, productivo y política) nos coloca en un frente teórico y político común que tenemos que explorar en coyunturas concretas, como la que se desarrolla en el sur de Europa o de América Latina. Me pregunto si la pandemia actual será un enorme paréntesis, que volverá a poner las cosas como antes apenas se cierre, o habrá alguna clase de mutación en los modos de sentir y pensar. Mientras corrijo esta entrevista me informo sobre el hecho que FMI y otras usinas neoliberales autorizan a los estados a incumplir metas fiscales y a invertir dinero para evitar la recesión. ¿Se trata de una revalidación de lo que llamas un estado activo, o más bien del histórico papel del estado en las crisis, es decir, del relanzamiento a cualquier precio de los flujos de financiamiento que permiten evitar el colapso y relanzar a mediano plazo la acumulación? Pienso que una noción productiva de síntoma y forma de vida debe articularse con una de la lucha de clases y la construcción de un nuevo proyecto histórico.
JGM: Por último, no sé si acuerdas con que si bien desde distintos lugares, movimientos y proyectos, nos hemos comprometido con una causa que nos hace no ceder en el deseo de ser un pueblo que avance por los caminos de la emancipación o, en otros términos, que se constituya como voluntad de un nuevo proyecto histórico y social, una suerte de ‘impotencia’ frente al adversario común (el neoliberalismo y el estado de excepción que impone el mando y preeminencia del capital sobre nuestras vidas) nos arroja a una crítica de quienes pretenden más o menos lo mismo por otros medios. ¿No te parece sintomático? ¿No crees que esta pasión crítica puede llegar a ser un lastre o, de otra manera, no piensas que quizás sea ya tiempo de que la crítica al potencial aliado deje lugar y espacio para construir las necesarias nociones comunes? Y, la más difícil, ¿cómo avanzar por esa senda?
DS: Estoy muy de acuerdo. Por momentos la intolerancia entre corrientes que bien podrían ser amigas, en virtud de ciertos aspectos comunes teóricos y políticos contra un enemigo común, desalienta. Prevalece la escucha malintencionada y el deseo de acabar con la existencia del otrxs. En lo personal, el libro de diálogos con Horacio Verbitsky -el notorio simpatizante del gobierno de los Kirchner, yo interesado por la autonomía de las organizaciones populares- tuvo que ver exactamente con esto que describís. En el momento en que Macri vence en las elecciones presidenciales se hacía obvio para mí que hacía falta conversar entre modos de pensar y sentir para encarar un nuevo momento político sin la arrogancia de ningunas de las corrientes que por sí mismas pueden dar lugar a ciertas experiencias, pero no poner límites fuertes al neoliberalismo. Creo que hay que terminar con la arrogancia teórica y política. Es más fácil decirlo que hacerlo. El sectarismo se nutre de coyunturas específicas, y ahí a veces lo que se activan son las diferencias. Lo noté en una de tus preguntas, cuando identificabas la potencia de la izquierda con la capacidad de gobernar.
JGM: Claro, porque a eso me refiero con un estado o un gobierno activo. Gobiernos que, en el marco del estado democrático de derecho, utilizan sus instrumentos y medios no sólo para hacer políticas para la mayoría (cuestión nada menor), sino para moodificar sus propias instituciones y convertirse en un actor más de los procesos de actualización y radicalización democrática.
DS: Recordé el interesantísimo (y también reciente) libro de Negri, Marx y Foucault. Marx es la crítica, Foucault la subjetivación. Me gustan esas fórmulas. Llegar al gobierno es potencia política cuando se lo hace con capacidad de transformación (crítica y subjetivación). ¡Hace décadas que no vemos eso!
En estos pocos días transcurridos de cuarentena, no estamos en condiciones de hacer diagnósticos precisos sobre las ansiedades predominantes que se apoderan de las familias, de los grupos, de las parejas o de los individuos que, en soledad, realizan lo que dio en llamarse el «aislamiento social obligatorio».
Las comunicaciones en redes y la telecomunicación en general proporcionan otro tipo de conexión que, aunque ya estaba presente, ahora se instala como sustituta del vacío que produce la falta de contacto corporal. Eros, la pulsión de vida, está sostenida en ese contacto entre los cuerpos que hoy el cuidado por el posible contagio, nos priva.
A través de quienes se ocupan de su relato, la pandemia del coronavirus nos comunica todo el tiempo cuestiones dominadas, de algún modo u otro, por Tánatos, la pulsión de muerte. En este contexto de alerta mundial, se reaviva la teoría de Freud y en el centro del escenario psíquico-social aparecen en tensión la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).
¿Qué rol puede ocupar la terapia? Facilitar que la pulsión erótica (vida) se pueda desviar de la pulsión de muerte que avanza irremediablemente, porque el pensamiento moderno y el psicoanálisis consagraron la idea del humano como la del «ser para la muerte».
Por eso, la pregunta que se presenta ahora dentro de la Psicología Social sería: ¿Cómo podemos propiciar el entendimiento de que, hoy, cuidarse del contagio es una actividad del Eros que está al servicio de la conservación de la vida, mientras que, al mismo tiempo, la expansión de esa misma pulsión de vida se está viendo limitada en cuanto a su potencia?
Se reaviva la teoría de Freud y en el centro del escenario psíquico-social aparecen en tensión la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).
Si me piden que defina cuál es la ansiedad predominante en estos días de comienzo de la cuarentena, diría que es la ansiedad de tipo confusional, pero en todo este proceso que estamos viviendo tampoco están ausentes las ansiedades depresivas ni las persecutorias: la pérdida de una forma de vida por la anulación de los encuentros afectivos, amorosos y sexuales, tal como los vivíamos hace unas semanas, entristece a los cuerpos.
El miedo y el terror a la enfermedad, o a la muerte propia y de los seres queridos, como así también la amenaza de los conflictos sociales por venir, son un fondo paranoico que cada vez está más presente.
Los psicoterapeutas, en general, y los agentes de salud mental, en particular, tienen la noble tarea de pensar estas cuestiones y, mediante su accionar, su escucha y su palabra, aliviar el padecimiento que esta pandemia provoca. Esta ansiedad, esta incertidumbre de no saber lo que pasará, pone enfuncionamiento eso que llamamos «ansiedad confusional», que está afectando a nuestra inmunidad porque dificulta nuestros propios mecanismos psicológicos de defensa.
Frente a estas ansiedades que nos afectan y nos pertenecen a todos, toca crear dispositivos para poder soportarlas: «sostener», «contener», «inventar», «imaginar», son todos verbos que nos desafían a ejercer un pensamiento activo y, a la vez, a establecer tácticas que no conocíamos.
La desorientación llegó a todas y a todos. Ante ese caos, la ciencia parece haber perdido su reinado absoluto. ¿Qué puede aportar el pensamiento psicológico para la comprensión de esta actualidad planetaria? En el trabajo clínico, grupal y/o institucional, comprobamos que el principal desafío es avanzar en un devenir que no nos deje afuera, sino que nos incluya.
El coronavirus genera involucramiento y abre una paradoja: los médicos y los enfermeros que nos cuidan del avance de la enfermedad son también los más expuestos a la propia infección, las cocineras de los comedores comunitarios y las maestras que procuran que los chicos se sigan alimentando, son también las personas más amenazadas por el contagio. Por otra lado y de manera diferente, con quienes trabajamos en salud mental sucede que somos presa de las mismas ansiedades que pretendemos diagnosticar y tratar.
La gran mayoría carecemos de diagnóstico sobre la infección, pero lo que resulta más triste, más terrorífico, es la incertidumbre del pronóstico, tanto en relación a si nos enfermamos como al modo enque sobreviviremos en el futuro próximo.
Apelar a nuestras vidas artistas, creativistas, laboriosas, oníricas, caracterológicas, del modo en que podamos hacerlas.
¿Cómo actuar, entonces? ¿Cómo ayudarnos ante este escenario tan adverso?
En primer lugar, es necesario entender que cualquier incremento narcisista que nos remita a pensar solo en nosotros mismos, es un narcisismo sangrante, hace daño. Y es, justamente, contra ese encierro narcisista e individualista que podemos hacer valer la palabra.
Los comunicadores, los psicoanalistas y los trabajadores de salud mental, pueden desarrollar o intentar dispositivos que eviten los malos encuentros, la descomposición de los cuerpos. Potenciar en estos encierros la multiplicidad en cada uno de nosotros y en nuestros vínculos. Apelar a nuestras vidas artistas, creativistas, laboriosas, oníricas, caracterológicas, del modo en que podamos hacerlas. Aceptar nuestras incorrecciones, nuestra vulnerabilidad y dar lugar a las fantasías, al relato de las mismas y/o a secretarlas.
En fin, una ética facultativa del cuidado como garante de la pulsión de vida y no solo como escape de la muerte.
*Osvaldo Saidón es psicoanalista y analista institucional.
Cuando desde los feminismos defendemos “poner la vida en el centro”, algunos enarcan las cejas y nos miran con suficiencia. La vida, creen ellos, se sustenta sola, se reproduce “naturalmente”, no tiene valor ni cuesta dinero, se da gratuitamente y se recibe sin dar ni las gracias.
En medio de esta pandemia necesitamos cambiar esa idea; estamos viviendo una experiencia insólita: mantenernos con vida exige un esfuerzo descomunal. Es la primera necesidad y el primer derecho.
Nunca hubiéramos pensado que hubiera que hacer un esfuerzo tan considerable y a la vez tan nimio para ello. Encerrarnos en casa y protegernos; 10 minutos al día salir a balcones y ventanas para dar nuestro cálido apoyo a todos los que están luchando para que esto no vaya a más. Pedir ayuda a técnicos, profesionales, vecinos, voluntarios, en una lucha expresada en términos belicistas: “guerra contra el virus”, “esta guerra la vamos a ganar”… No me gustan las guerras, ni siquiera ésa.
Hablemos otro lenguaje: el de los derechos, el de lo común, el del cuidado mutuo. La autocontención y la sensatez. Ese dogma de que “cada quien debe velar por sí mismo” y el bien común se impondrá como consecuencia, se ha hecho astillas. Adiós al liberalismo clásico y su pérfida reaparición neoliberal. Realmente con esta pandemia empieza el siglo XXI. Un siglo en el que defender el derecho a vivir va a ser prioritario. Porque tal vez por primera vez en la historia los “pocos” no pueden defenderse dejando en la estacada a todos los demás. No sólo no hay otro planeta al que huir si éste se hunde, es que no va a dar tiempo y la pandemia no discrimina.
Vivir frente a medrar, ése es el eslogan de este siglo. Ya no más el “enriqueceos” con el que nos han taladrado la cabeza
Necesitamos otro imaginario con, al menos, dos principios: asegurarnos ese derecho con un acceso irrestricto a la riqueza común. Una visión actualizada de los “bienes comunes”: una renta básica garantizada, algo así como lo que fue el salario digno en el siglo XIX. Entonces se defendía el derecho a un trabajo remunerado, porque gran parte de la población no lo tenía; tenía trabajo, pero sin paga. Ahora nos toca defender el derecho a una renta. Lo de que nadie debe quedar atrás, va en serio. No es caridad, es supervivencia.
La segunda una nueva política. Se está demostrando que sabemos obedecer cuando nos va la vida en ello. A su vez las Instituciones públicas deben poner toda la capacidad de decisión que acumulan y que ejercen en nuestro nombre para defender ese primer derecho. Estamos definiendo un nuevo principio de justicia: todo aquello que atente contra el derecho de todas las personas a vivir dignamente, o sea las políticas austericidas, la corrupción, la búsqueda del lucro personal en el ejercicio de la política, la especulación inmobiliaria, la privatización de los bienes públicos, los recortes sociales, la precarización del empleo, deberá considerarse un delito contra la supervivencia. Vivir frente a medrar, ése es el eslogan de este siglo. Ya no más el “enriqueceos” con el que nos han taladrado la cabeza en todas las crisis y guerras del siglo pasado. El dinero se necesita para vivir, no para extorsionar a otros y el dinero público para propiciar y defender ese derecho. Ese afán desmedido ha ido demasiado lejos. Se impone ponerle freno. Para eso necesitamos la política.
Nietzsche dijo alguna vez que los cambios importantes llegan de puntillas, imperceptiblemente. Y Marx sabía muy bien que la historia avanza por el lado malo. Porque el reto nos exige un esfuerzo de imaginación y una valentía de la que no nos creíamos capaces. Pongámonos a ello.
El siglo XXI acaba de empezar.
La desaparición de personas en nuestro país contiene una marca administrativa estatal que en dos décadas previas dan atisbos de su lectura, su aplicación, e incluso de su vacua legislación posgolpe de Estado; una detallada gestión de la tortura, la muerte, la interrogación, también la delación y el encierro. Esa trama conclusa es la que encuentra Videla el 24 de marzo de 1976, y esto no somete a escrutinio su capacidad como dictador (pues su propia gestión política y económica de los cuerpos es vasta) sino que lo asume como lector de lo que ya estaba escrito para su función. Algo que no se cansará de repetir hasta su ultimo respiro inodoro en Campo de Mayo, cuando como toda respuesta decía haber cumplido con las leyes sancionadas antes que él, y tenía razón; no habló en vano el dictador, aunque si poco o nada de lo que quisiéramos oír de un asesino, pero va de suyo que no erraba el concepto. Pedro Aramburu, Arturo Frondizi, Juan Carlos Onganía con sus leyes y decretos nos explican a Videla, nos lo hacen entender, nos permiten observar azorados la trama que intervino entre ellos para intentar desvanecer un pasado de intensidad económica y social que quisieron cancelar de la memoria y de administración de la cosa pública; y los tres transforman a Videla en su exquisito exégeta.
La creación de la SIDE (decreto 776), los fusilamientos (decreto 10.364), el ingreso al FMI (decreto 7103) son decisiones estatales del dictador Aramburu, que por supuesto entendía la desperonización política y económica como un sucedáneo de las bombas sobre la plaza, pero no intuía (o si) que catorce años después esos actos administrativos serían parte fundante de su ignominiosa sentencia de muerte en un sótano de Timote.
Sin solución de continuidad, el presidente radical Arturo Frondizi dividió al país en cinco zonas militares bajo control operacional de las Fuerzas Armadas, que además se repartieron el control industrial por indicación de ese presidente: el Ejército, transportes, telecomunicaciones y ferrocarriles; la Armada, luz, fuerzas marítimas, puertos y Obras Sanitarias; la Aeronáutica, limpieza, gas y abastecimiento. Lo que siguió es el plan de Videla veinte años antes: Conmoción Interna del Estado (Plan CONINTES: decreto secreto 9880, de puño y letra del radical), que dejó un saldo de más de diez mil presos políticos bajo ley militar; el primer Stand By con el FMI, un retiro paulatino de cualquier forma de memoria del bienestar económico de una década atrás, y el lento proceso de especulación financiera con bonos de deuda pública que sigue presente en la dinámica bursátil desde entonces, con un brevísimo interruptus –por caso, los tres años de Arturo Ilia y ya.
El dictador Onganía, con una legislación peor que la de Frondizi, decreta la ley 16.970 de Defensa Nacional, que amplía las facultades represivas del Estado en tiempos de paz –y supera al plan CONINTES en su alcance– sin secretismos ni cortapisas. E impone a la población civil la colaboración represiva so pena del mismo castigo que los perseguidos por esta ley. Una gestión novedosa de la delación que incluía la casa de cualquier ciudadano como base operativa para la defensa de la patria.
Cámpora, Perón e Isabel van a trazar otra línea de sujeción, sobre la instrucción de creer en un lugar ya lejano para ese peronismo fallido de los años setenta, pero no por eso menos sintomática de la lectura que el viejo Perón, su secretario fiel y su esposa esotérica sueñan en la decrepitud de un lugar también lejano para ellos a esa hora de la historia, en la que no encontraron muchos remedios para sofrenar lo que el viejo había soñado tres décadas atrás. Sus devaneos corrieron por la eliminación de los imberbes que reclamaban la herencia sin ningún documento que los acreditara, más allá de las actas de nacimiento de los muchachos, de casa y estirpe peronista, pero sin la obediencia de sus padres.
Héctor Cámpora deroga la mayoría de las decisiones de la dictadura de Onganía pero, para sorpresa de propios y extraños, deja vigente la 16.970, de aplicación corriente y mitad de camino entre la renovada nacionalización de la banca (repitiendo al primer peronismo) pero con la presencia de “estúpidos” que solicitaban algo más que una centralización de depósitos por parte del Banco Central. Como toda primavera, la cortedad del tiempo es anuncio de lo que no se conoce, y el regreso de Perón supone una batalla inesperada. “Estamos en presencia de verdaderos enemigos de la Patria organizados para luchar en fuerza contra el Estado (…) aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos los que anhelamos una patria justa, libre y soberana”. Al mes siguiente de la muerte del líder –agosto de 1974–, el gobierno de su esposa Isabel promulga la ley 20.840 de Seguridad Nacional, peor que las de Onganía y Frondizi juntas. Un compendio de represión política y económica en democracia que deja de lado las omisiones de las dos anteriores y supera la capacidad de persecución, con un saldo de presos políticos, muertos y desaparecidos que explican por qué la mayoría de los organismos de DDHH en la Argentina son anteriores al golpe militar del 24 de marzo de 1976. Esta pedagogía de la represión acumulada sin distingos de partidos, de civiles o militares, en solo veinte años (1956-1976) propone como nodo organizaciónal ante la muerte y la desaparición las asociaciones de Derechos Humanos, que reanudan batallas que ya no pueden darse en lo militar: la Liga (PC) ya tenía experiencia en este terreno, aunque con preferencias a la hora de rescatar presos políticos, desde 1937; pero los años calientes 1974-1976 son la conversión de discursos que para salvar vidas deben constituir núcleos. El SERPAJ (católicos) se presenta en sociedad en 1974; en enero de 1975 lo hace la APDH (UCR, PS); en enero de 1976 agrupan fuerzas “Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas”, y en febrero de ese año el MEDH (con varios cultos católicos en su conformación).
El último perpetrador da el golpe con esta trama armada, e incluso antes de la asonada le da los retoques finales como jefe del ejército junto al presidente interino Ítalo Argentino Luder en agosto de 1975. Cuando el golpe, ya dispone de una extensa legislación represiva que aplicará a plenitud sin agregar una sola línea al respecto (fue letra común, en los juicios por delitos de lesa humanidad desde la causa 13 –juicio a los comandantes– para acá, escuchar como defensa de represores el cumplimiento de estas leyes) y una atomización de respuestas humanitarias divididas por orientación política y/o religiosa con la que discutir. De hecho, lo más novedoso del relato dictatorial pos 24 de marzo es que la legislación que va a decretar Videla respecto de la desaparición aun sorprende: promulga en 1979 la primera ley de reparación económica para familiares de desaparecidos (la 20.062 y su complementaria 20.068 de presunción de fallecimiento) para intentar cerrar un capítulo de la historia que cada día está más abierto a pesar de la saga de los perpetradores.
Como si fuera su propio epílogo, no está mal inscribir estas “leyes de reparación” a una palabra que claramente el dictador no esperaba: entre 1977 y 1979 se constituyen dos planos discursivos que anudaron alrededor del globo, por primera vez y sin traducción, la palabra “desaparecidos”. Madres (1977) y Abuelas (1979) hablan diferente, pero hablan pos 24 de marzo, y socializan lo que no lograban abrazar las intenciones atomizadas de apenas poco tiempo antes de esa desaparición a escala inaudita. Pero sobre todo, en Madres y Abuelas hay una escucha de la ausencia, y hay una intención imposible de cumplir –por eso se sigue practicando–, que es la de contener en la silueta vacía un relato posible.
Fuente: Sangrre
Resumimos las impactantes novedades reveladas por el Equipo de Investigación Política (Edipo), sobre los dueños del terreno desalojado. Una genealogía
En un artículo previo a la irrupción del Covid-19, Quatrocchi reflexionaba sobre las tensiones ya al límite en Europa, y
Con casi una decena de libros publicados en castellano, Bifo, lejos de ser un autor desconocido en Sudamérica, se ha
La actual propagación de la epidemia de coronavirus ha desencadenado a su vez vastas epidemias de virus ideológicos que yacían latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspiratorias paranoicas, explosiones de racismo, etc.
La necesidad de cuarentenas, bien fundamentada médicamente, ha encontrado un eco en la presión ideológica para establecer fronteras definidas y poner en cuarentena a enemigos que supongan una amenaza para nuestra identidad.
Pero quizá otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extenderá y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma en la forma de la solidaridad y la cooperación global.
Se suele oír hoy la especulación de que el coronavirus puede dar lugar a la caída del gobierno comunista chino, de la misma manera que (como el mismo Gorbachov admitió) la catástrofe de Chernóbil fue el evento que desencadenó el fin del comunismo soviético. Pero hay una paradoja en esto, el coronavirus también nos obliga a reinventar el comunismo basándonos en la confianza en la gente y la ciencia.
En la escena final de Kill Bill: Volumen 2, de Quentin Tarantino, Beatrix derrota al malvado Bill y le asesta la “técnica de los cinco puntos para explotar un corazón”, el golpe más mortífero de todas las artes marciales. El movimiento consiste en una combinación de cinco golpes con la punta de los dedos en cinco lugares distintos del cuerpo del enemigo. Cuando el herido retrocede y da cinco pasos, su corazón explota dentro de su cuerpo y este cae irremisiblemente muerto al suelo.
Este ataque es parte de la mitología de las artes marciales, y evidentemente imposible de realizar en el combate real cuerpo a cuerpo. Pero, en la película, después de que Beatrix lo ejecute, Bill hace las paces calmadamente con ella, da cinco pasos y muere…
Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo que pasa entre el momento del golpe y el momento de la muerte. Puedo mantener una conversación con normalidad mientras me quede tranquilamente sentado, pero en todo momento soy consciente de que en el instante en que empiece a caminar, mi corazón explotará y yo moriré.
¿No es parecida la idea de aquellos que especulan sobre cómo el coronavirus puede suponer la caída del gobierno comunista chino? Como si fuera alguna clase de “técnica (social) de los cinco puntos para explotar un corazón” dirigida al régimen comunista del país; las autoridades pueden sentarse, observar y tramitar formalidades como las cuarentenas, pero cualquier cambio real en el orden social (como confiar en la gente) resultará en su ruina.
Mi modesta opinión es mucho más radical. La epidemia de coronavirus es una especie de “técnica de los cinco puntos para explotar un corazón” dirigida al sistema capitalista global. Una señal de que no podemos continuar por el camino que estábamos recorriendo hasta ahora, de que un cambio radical es necesario.
Triste realidad: necesitamos una catástrofe
Hace años, Fredric Jameson llamó la atención sobre el potencial utópico de las películas sobre catástrofes cósmicas (un meteorito que amenaza la vida en la Tierra o un virus acabando con la humanidad). Semejantes amenazas globales dan lugar a su vez a una solidaridad global, pues nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes y todos trabajamos juntos para encontrar una solución. Y aquí estamos, en la vida real. La cuestión no está en disfrutar sádicamente la expansión del sufrimiento en tanto sirve a nuestra causa, por el contrario, la cuestión es reflexionar sobre el triste hecho de que necesitemos una catástrofe para ser capaces de repensar las características básicas de la sociedad en la que vivimos.
El primer modelo, vago aun, de semejante coordinación global es la Organización Mundial de la Salud; de la cual no estamos recibiendo las típicas sandeces burocráticas, sino advertencias precisas anunciadas sin pánico. Organizaciones como esta deberían tener más poder ejecutivo.
Los escépticos han ridiculizado a Bernie Sanders por su defensa de la cobertura universal de la sanidad pública en EE.UU., pero ¿no nos enseña el coronavirus la lección de que necesitamos incluso más que esto?, ¿de que deberíamos empezar a crear alguna clase de red de sanidad pública GLOBAL?
Un día después de que Iraj Harirchi, viceministro de salud en Irán, diera una rueda de prensa restándole importancia al coronavirus y asegurando que las cuarentenas masivas no eran necesarias, hizo una breve declaración en la que informaba de que él mismo tenía el coronavirus y que iba a aislarse una temporada (ya desde su anterior aparición en televisión había dado muestras de fiebre y debilidad). Harirchi añadió: “Este virus es democrático, y no distingue entre pobres y ricos, entre hombres de Estado y ciudadanos corrientes”.
En esto tenía razón, estamos todos en el mismo barco. Es difícil no darse cuenta de la tremenda ironía de que aquello que nos empuja a unirnos y a abogar por la solidaridad global se manifiesta en el día a día a través de estrictos mandatos de evitar la cercanía y el contacto o incluso del autoaislamiento.
Y no solo estamos lidiando con amenazas virales, podemos ver en el horizonte toda otra clase de catástrofes que se avecinan, o que directamente ya están ocurriendo: sequías, olas de calor, tormentas masivas, etc. En todos estos casos, la respuesta adecuada no es el pánico, sino la acción urgente de establecer alguna clase de coordinación global y eficiente.
¿Solo estaremos seguros en la realidad virtual?
El primer espejismo que hay que despejar es aquél formulado por el presidente de los EE.UU., Donald Trump, durante su reciente visita a la India, donde dijo que la epidemia decrecerá rápidamente y que no tenemos más que esperar al pico de contagios y luego la vida volverá a la normalidad.
Contra semejantes esperanzas de una fácil solución, lo primero que debemos aceptar es que la amenaza está aquí para quedarse. Incluso si esta ola retrocede, reaparecerá bajo nuevas formas, quizá aún más peligrosas.
Por esta razón, podemos esperar que las epidemias de virus afectarán a nuestras interacciones más elementales con la gente y los objetos que nos rodean, incluyendo nuestros propios cuerpos: evitar tocar cosas que pueden estar (invisiblemente) contaminadas, no apoyarse en pasamanos, no sentarse en baños o bancos públicos, evitar abrazar o dar la mano a la gente. Quizá incluso nos volvamos más cuidadosos de nuestros gestos espontáneos: no tocarse la nariz o frotarse los ojos.
Así que no se trata solamente de que nos controle el Estado u otras instituciones similares, debemos también aprender a controlarnos y a disciplinarnos nosotros mismos. Quizá solo llegue a considerarse segura la realidad virtual, y moverse libremente al aire libre esté únicamente permitido en las islas poseídas por los ultrarricos.
Pero incluso aquí, en el nivel de internet y la realidad virtual, debemos ser conscientes de que, en las últimas décadas, los términos ‘virus’ y ‘viral’ han sido principalmente usados para hacer referencia a amenazas digitales que infectan la red y de las cuales no somos conscientes hasta que se desencadena su poder destructivo (el poder de destruir nuestros datos y nuestros discos duros). Lo que ahora vemos es un regreso masivo al significado original y literal del término virus. Las infecciones virales actúan codo con codo en ambas dimensiones, real y virtual.
El regreso del animismo capitalista
Otro extraño fenómeno que puede observarse en esta situación es el regreso triunfante del animismo capitalista, esto es, el tratar fenómenos sociales, como mercados o capital financiero, como si de organismos vivientes se tratase. Si se leen los grandes medios de comunicación, la impresión que se tiene es la de que lo que debería preocuparnos son los “mercados poniéndose nerviosos” y no los miles de personas que han muerto y los miles que aún quedan por morir. El coronavirus está quebrantando cada vez más el funcionamiento fluido del mercado mundial, y, según dicen, el crecimiento económico caerá alrededor de un dos o un tres por ciento.
¿Acaso no es todo esto una clara señal de que necesitamos una reorganización de la economía global para que deje de estar a merced de los mecanismos del mercado? Por supuesto, no estamos hablando aquí de comunismo de viejo cuño, sino simplemente de alguna clase de organización global que pueda regular y controlar la economía, así como limitar la soberanía de los Estados nación cuando sea necesario. En otros momentos los países han sido capaces de hacerlo frente a la amenaza de la guerra, y ahora todos nosotros nos estamos encaminando hacia un estado de guerra médica.
Además, no deberíamos tener miedo en reconocer en la epidemia algunos efectos secundarios potencialmente beneficiosos. Uno de los símbolos de la epidemia son las imágenes de pasajeros atrapados (en cuarentena) en enormes cruceros, lo cual me tienta a decir que se trata del fin de la obscenidad de semejantes barcos. Simplemente debemos tener cuidado de que desplazarse a islas lejanas o a otros lugares de vacaciones no se convierta de nuevo en el privilegio de unos pocos ricos, como pasaba hace décadas con viajar en avión. El coronavirus ha afectado seriamente también a la producción de coches, lo cual no es tan malo, en la medida en que puede inducirnos a reflexionar sobre alternativas a nuestra obsesión por los vehículos individuales. Y la lista sigue y sigue.
En un discurso reciente, el primer ministro húngaro Viktor Orban ha dicho: “No existe tal cosa como un liberal. Un liberal no es más que un comunista con un diploma”.
¿Y si la realidad fuera al revés? ¿Y si llamásemos “liberales” a aquellos que se preocupan por nuestras libertades, y “comunistas” a aquellos que saben que solo podremos salvar tales libertades a través de cambios radicales en un capitalismo global que se aproxima a su propio colapso? Entonces deberíamos decir que aquellos que se reconocen a sí mismos como comunistas son liberales con un diploma, liberales que han estudiado seriamente por qué nuestros valores liberales están bajo amenaza y que se han dado cuenta de que solamente un cambio radical puede salvarlos.
Traducción de Marco Silvano.
Fuente
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El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong, Taiwán y Singapur hay muy pocos infectados. En Taiwán se registran 108 casos y en Hong Kong 193. En Alemania, por el contrario, tras un período de tiempo mucho más breve hay ya 15.320 casos confirmados, y en España 19.980 (datos del 20 de marzo). También Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes. Entre tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros. Los precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir billetes de vuelo para China o Corea.
Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo loco. Entre tanto también Europa ha decretado la prohibición de entrada a extranjeros: un acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente adonde nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar la prohibición de salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa. Después de todo, Europa es en estos momentos el epicentro de la pandemia.
Las ventajas de Asia
En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas.
La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.
En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para controlar las cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se dirige volando a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una multa y se la deje caer volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería distópica, pero a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China.
Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia.
Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas.
En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía.
No solo en China, sino también en otros países asiáticos la vigilancia digital se emplea a fondo para contener la epidemia. En Taiwán el Estado envía simultáneamente a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con infectados o para informar acerca de los lugares y edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya en una fase muy temprana, Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a posibles infectados en función de los viajes que hubieran hecho. Quien se aproxima en Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de la “Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares donde ha habido infectados están registrados en la aplicación. No se tiene muy en cuenta la protección de datos ni la esfera privada. En todos los edificios de Corea hay instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o en cada tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser filmado por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del material filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo de un infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados. Puede suceder que se destapen amoríos secretos. En las oficinas del ministerio de salud coreano hay unas personas llamadas “tracker” que día y noche no hacen otra cosa que mirar el material filmado por vídeo para completar el perfil del movimiento de los infectados y localizar a las personas que han tenido contacto con ellos.
Una diferencia llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. En Corea no hay prácticamente nadie que vaya por ahí sin mascarillas respiratorias especiales capaces de filtrar el aire de virus. No son las habituales mascarillas quirúrgicas, sino unas mascarillas protectoras especiales con filtros, que también llevan los médicos que tratan a los infectados. Durante las últimas semanas, el tema prioritario en Corea era el suministro de mascarillas para la población. Delante de las farmacias se formaban colas enormes. Los políticos eran valorados en función de la rapidez con la que las suministraban a toda la población. Se construyeron a toda prisa nuevas máquinas para su fabricación. De momento parece que el suministro funciona bien. Hay incluso una aplicación que informa de en qué farmacia cercana se pueden conseguir aún mascarillas. Creo que las mascarillas protectoras, de las que se ha suministrado en Asia a toda la población, han contribuido de forma decisiva a contener la epidemia.
Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus incluso en los puestos de trabajo. Hasta los políticos hacen sus apariciones públicas solo con mascarillas protectoras. También el presidente coreano la lleva para dar ejemplo, incluso en las conferencias de prensa. En Corea lo ponen verde a uno si no lleva mascarilla. Por el contrario, en Europa se dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es un disparate. ¿Por qué llevan entonces los médicos las mascarillas protectoras? Pero hay que cambiarse de mascarilla con suficiente frecuencia, porque cuando se humedecen pierden su función filtrante. No obstante, los coreanos ya han desarrollado una “mascarilla para el coronavirus” hecha de nano-filtros que incluso se puede lavar. Se dice que puede proteger a las personas del virus durante un mes. En realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni medicamentos. En Europa, por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia para conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre el personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales sin filtro con la indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo cual es una mentira. Europa está fracasando. ¿De qué sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la distancia necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible. En una situación así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo. Incluso las mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los infectados, porque entonces no lanzarían los virus afuera.
En los países europeos casi nadie lleva mascarilla. Hay algunos que las llevan, pero son asiáticos. Mis paisanos residentes en Europa se quejan de que los miran con extrañeza cuando las llevan. Tras esto hay una diferencia cultural. En Europa impera un individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta. Los únicos que van enmascarados son los criminales. Pero ahora, viendo imágenes de Corea, me he acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas que la faz descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta casi obscena. También a mí me gustaría llevar mascarilla protectora, pero aquí ya no se encuentran.
En el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros productos, se externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen mascarillas. Los Estados asiáticos están tratando de proveer a toda la población de mascarillas protectoras. En China, cuando también ahí empezaron a ser escasas, incluso reequiparon fábricas para producir mascarillas. En Europa ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras las personas se sigan aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo sin mascarillas protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de mucho. ¿Cómo se puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro en las horas punta? Y una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la conveniencia de volver a traer a Europa la producción de determinados productos, como mascarillas protectoras o productos medicinales y farmacéuticos.
A pesar de todo el riesgo, que no se debe minimizar, el pánico que ha desatado la pandemia de coronavirus es desproporcionado. Ni siquiera la “gripe española”, que fue mucho más letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía. ¿A qué se debe en realidad esto? ¿Por qué el mundo reacciona con un pánico tan desmesurado a un virus? Emmanuel Macron habla incluso de guerra y del enemigo invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos hallamos ante un regreso del enemigo? La “gripe española” se desencadenó en plena Primera Guerra Mundial. En aquel momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos. Nadie habría asociado la epidemia con una guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en una sociedad totalmente distinta.
En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.
Umbrales inmunológicos y cierre de fronteras
Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.
Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.
La reacción pánica de los mercados financieros a la epidemia es además la expresión de aquel pánico que ya es inherente a ellos. Las convulsiones extremas en la economía mundial hacen que esta sea muy vulnerable. A pesar de la curva constantemente creciente del índice bursátil, la arriesgada política monetaria de los bancos emisores ha generado en los últimos años un pánico reprimido que estaba aguardando al estallido. Probablemente el virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado el vaso. Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor.
Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.
El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.
Traducción de Alberto Ciria.
Ante la guerra que ha estallado en Ucrania, el filósofo ecologista se encuentra perdido, abrumado por los acontecimientos, “no sabe
Si hay una perdurabilidad del círculo, una fuerza circular cuya persistencia no puede más que asombrar -a la vez que
Te re cabio devenir gorra. Azul, obediente, erudita, vigilante, responsable, manos limpias, sofisticado, inclusiva, militante, con barbijo. Gorra. No sabías lo cómoda que era, lo cheta que te queda, cómo combina con tus más profundas ideas.
Te re cabio buscar culpables, dar consejos, twittear giladas, hacer caso. Te re cabe el miedo, absorberlo, transmitirlo, saborearlo, dejarlo reposar dentro tuyo, sentir lo fácil que te resulta, lo tranquilo que te pega, lo sexi que se siente.
Te cabe marcar gente, filmar desde el balcón, ser piola escrachando chetos, hablar de responsabilidad colectiva, preocuparte por tus seres queridos, decirme que me lave las manos, putear a los que no están en la casa. Te re cabe Berni, lo milico que se hace carne, pasear en patrullero, saludar al helicóptero, denunciar por teléfono, compartir el video del Indio por wasap sin derramar ni una sola lágrima porque la definitiva muerte del rock nos agarra acá encerrados.
No sabías cómo te gustaban los periodistas buchones, los panelistas de nada que gritan, dan datos y gritan de nuevo, los expertos en cosas, la manija de Italia, la palabra pandemia, las pantallas 24/7.
Te re cabe cómo te estás pareciendo a quienes creías que no te parecías, a las que nunca marcharon con vos, a las que piden balas, a los machos, a los que no salieron cuando decretaron el estado de sitio, a los que niegan cifras, a los evangelistas refugiados que matan por las dos vidas, a las que siempre trabajaron y nunca nadie les regaló nada, a los que votan a Vidal, a los que miran las cámaras del palier, a los que flashean que esto es una guerra, sin saber que estamos en guerra hace una banda.
Y sucedió. El mismo cuerpo con el que hace días llenábamos las calles, con el que hacíamos huelga feminista, ese que bailaba en una fiesta, el que producía discursos, orgasmos y vida está hoy bajo sospecha. Así como lo transmite todo –cultura, defensas, afectos–, su capacidad de portar y contagiar un virus lo plantea como un enemigo. Aislamiento social obligatorio, desacople, zona roja, cuarentena, cancelado, prohibido, cerrado, georreferenciado, estado de excepción, medidas prontas de seguridad, cadena nacional, cuestión de Estado. El Ejército vigilando el virus, la Policía patrullando encuentros, cuarentena preventiva, control biopolítico: el virus es una organización terrorista, y cada ser, una célula sospechosa. Somos muchos quienes nos pasamos hablando del cuerpo; de su centralidad y también de su olvido; de la necesidad de liberarlo y escucharlo o de disciplinarlo y controlarlo, según la ideología. Ahora, cuando toda la situación se organiza en torno a él, no tenemos ni puta idea de qué hacer con él.
Producimos síntomas psicológicamente. Sensación dudosa de garganta congestionada, voz carrasposa, la tos seca que describen en la tele. En la feria nuestras manos temblorosas hurgan entre la fruta como haciendo algo prohibido. Horas sobreinformándonos en las redes sociales; husmear las noticias de otros países; sospechar de todes y de todo; miedo a que por ansiedad comamos comida que la paranoia dice que no tendremos; la inevitabilidad de que toda conversación termine en “coronavirus”; miedo a no hacer el surtido, dejarle todo a los chetos y después arrepentirse; rechazo a la xenofobia que anda con pase libre; pesadillas en las que te encierran en cuarentena mientras gritás ¡no lo tengoo!; no poder producir un solo pensamiento útil; valorar lo que podíamos hacer mientras decidíamos quedarnos en casa mirando series y ahora ya no podemos; la angustia de no saber.
Escribo con dudas. Temblando. En desconcierto. Mirando la crisis mundial desde casa. Sorprende lo que un microorganismo nos puede hacer ver. China está tan cerca. El cuerpo es cuerpo social; no hay uno sin otros. El virus nos muestra vulnerabilidades y fortalezas. La cajera del súper reembarazada, los viejitos en riesgo y que son el sostén fundamental de los cuidados; trabajadores de mercados sin derechos, para los que parar es no cobrar. No somos iguales ante el virus, y mucho menos ante la crisis que ya desató. La precariedad de la vida y de la economía sumada al ajuste son una enfermedad –también conocida como neoliberalismo– que, de no desplegarse mecanismos de contención social, va a llevarse más vidas que el propio bicho. Pero el virus también nos muestra que las opresiones contra las que luchamos están atadas por hilos fragilísimos. Que los cuerpos de los poderosos también son impotentes al infectarse de miedo. Y que los cuerpos de los más vulnerables pueden volverse potentes juntos y en acción.
AISLARNOS EN COMUNIDAD. El sistema se cae a pedazos de desigualdad, y mientras el biopoder se cierne sobre nuestras conductas, somos la carne detrás de los números: cuando estos caen, paramos de pecho la recesión y la crisis. Los cuerpos precarizados que sostienen la vida son también los que hacen las revoluciones, porque no aguantan más, ya no soportan, se enferman, tienen hambre, tienen cada vez menos que perder. El virus nos recuerda que somos interdependientes y que ni el “hacé la tuya” liberal existe, ni tampoco es la cruel competencia nuestro “estado natural”. Como expresa Roberto Espósito, si caemos en el error de pensar que los otros nos destruyen, destruiremos, entonces, la relación con ellos. Por eso, la inmunidad es el reverso de la comunidad: en la comunidad estamos juntos ante la muerte.
Reciclar el higienismo en el siglo XXI es otro gran triunfo del capitalismo. En la era del wifi y la hiperconectividad, el miedo a los gérmenes produce formas de vida obsesivas y aisladas por parte de individuos comprometidos, total y únicamente, con su supervivencia. Vidas de mierda pero largas. Vidas en las que no hay drama en hacer bosta el ambiente, pero todo mal si el ambiente retruca y agrede. Claro que la preservación de algunas vidas a toda costa no nos encuentra unidos: el hombre es el virus del hombre. Las clases sociales se distribuyen inequitativamente los roles. Hay cuerpos de clases y clases de cuerpos. La señora que limpia llamó, dijo que hoy va a trabajar desde casa y que nos mandará instrucciones de qué hacer. El humor descomprime, pero no da ni para burlarse ni para ceder al pánico. Viajan cuerpos diplomáticos. No es del todo una conspiración; tampoco deja de serlo. Y qué importa que sea un invento si ya duelen sus efectos.
¿Aislarme con otros, por otros, por mí? ¿Y quién no puede? ¿Aislarse hasta cuándo? ¿Será la supervivencia de los más aptos? Estamos habituados a dudar de la información de los grandes medios y del Estado (más aún con un gobierno de derecha y mucho más cuando el ministro de Salud integra un partido militar). Por eso las medidas anunciadas nos dejan sumidos en la anomia. Por un lado, está el instinto de desoír y la intuición de que los llamados a aislarse sirven para detener la movilización social, para ajustar sin frenos, para vaciar los espacios de resistencia, para ensanchar injusticias, para dispersar revueltas. Al mismo tiempo, no hemos visto contagios tan veloces, extensos, mismo oliendo hace tiempo que algo así se venía. Desactivar el tremendismo nos defiende de un mundo amarillista que nos quiere asustades, pero quizá negar la catástrofe cuando la tenemos adelante puede agravarla más. La primera fase de un duelo es la negación, dice una amiga por teléfono. Yo sólo pienso en formas de poder respirar y en que estamos enterrando cosas que nunca volverán a ser como antes. Y en gente que nunca volverá.
TRANSFORMAR PARA SALVAR. El tacto es peligroso. Besar está proscrito. Abrazarse, limitado. La soledad pega. ¿Cómo no la sentimos antes de que fuera obligatoria? La excepcionalidad tiene esa cualidad de hacer ver la normalidad como algo demasiado raro. Lo real siempre se nos escapa, y es más tranquilizador vivir en una ficción estable que tocar, ver, palpar la extrema contingencia. Esto no es sólo “un problema de salud” –como si el cuerpo y la vida fueran una entidad separada de nuestra existencia–: esta crisis nos hace ver que nuestro deseo ha estado en el aislamiento y la seguridad. Esto nos hace ver que la crisis no es una abstracción, sino una serie de decisiones. Nos hace ver la caída libre que produce la destrucción de espacios de comunidad. Por eso, la urgencia es cambiar competencia por cooperación; control individual por vulnerabilidad colectiva; protección y obediencia por autogestión y solidaridad. Los cuerpos sostienen el sistema y son los que lo pueden hacer caer.
Si se va todo a la mierda, la obediencia cotidiana está suspendida y podemos pensar en lo que se necesita. Por eso sorprende que repitamos los guiones de las películas de catástrofes. Nos cuesta mucho la incertidumbre. ¿Será por eso que preferimos el capitalismo a cambios que podrían traer algo mejor? Quiero un surtido de vos, un carrito lleno de lo que podemos juntes. Es tiempo para inventar tácticas colectivas. Si el lenguaje es un virus, que el virus no sea el lenguaje que hable por nosotres. El virus habla y dice: El capitalismo mata, dejen de culparme sólo a mí. La desestabilización del sistema nos pone en riesgo porque somos parte. El desafío es cómo convertimos esta crisis en el inicio de un proceso revolucionario.
¿Cuándo vamos a dejar de ser ese humanito frustrado por no lograr domar el cuerpo? ¿Hasta cuándo y por quién será manipulado? ¿Cuándo admitiremos que es la pieza clave que sostiene? ¿Cuándo dejaremos de pensar que podemos vivir incontaminados de nuestro entorno o, incluso, sin percibir que somos con el ambiente? Ante tantas preguntas la única medicina razonable es no olvidar que aunque el informativo, las autoridades y nuestros miedos digan lo contrario, lo que nos potencia siempre es estar con otres, nunca al revés. Y como nadie sabe lo que puede un cuerpo, todo es posible, incluso inventar otras formas de juntarnos. Incluso cambiar tapabocas por pasamontañas. Mientras tanto, nadie nos puede prohibir bailar en el living.
Fuente: Brecha Uruguay
Cuando trato de interpretar, comprender y analizar el flujo diario de noticias, tiendo a localizar lo que sucede en el contexto de dos modelos distintivos acerca de cómo funciona el capitalismo, que al mismo tiempo se entrecruzan entre sí. El primer nivel, es un mapeo de las contradicciones internas de la circulación y acumulación de capital a medida que el valor del dinero fluye en busca de ganancias a través de los diferentes «momentos» (como los llama Marx) de producción, realización (consumo), distribución y reinversión. Este es un modelo de la economía capitalista pensada como una espiral de expansión y crecimiento sin fin. Se complica bastante a medida que se elabora a través de, por ejemplo, los lentes de las rivalidades geopolíticas, los desarrollos geográficos desiguales, las instituciones financieras, las políticas estatales, las reconfiguraciones tecnológicas y la red siempre cambiante de las divisiones del trabajo y de las relaciones sociales.
Sin embargo, concibo que este modelo se inscribe en un contexto más amplio de reproducción social (en los hogares y las comunidades), en una relación metabólica permanente y en constante evolución con la naturaleza (incluida la «segunda naturaleza» de la urbanización y el medio ambiente construido) y todo tipo de formaciones culturales, científicas (basadas en el conocimiento), religiosas y sociales contingentes que las poblaciones humanas suelen crear a través del espacio y el tiempo. Estos últimos «momentos» incorporan la expresión activa de los deseos, necesidades y anhelos humanos, el ansia de conocimiento y significado y la búsqueda evolutiva de la satisfacción en un contexto de arreglos institucionales cambiantes, disputas políticas, enfrentamientos ideológicos, pérdidas, derrotas, frustraciones y alienaciones, todo ello en un mundo de marcada diversidad geográfica, cultural, social y política. Este segundo modelo constituye, por así decirlo, mi comprensión de trabajo del capitalismo global como una formación social distintiva, mientras que el primero trata de las contradicciones dentro del motor económico que impulsa esta formación social a lo largo de ciertos caminos de su evolución histórica y geográfica.
Cuando el 26 de enero de 2020 leí por primera vez sobre un coronavirus que estaba ganando terreno en China, inmediatamente pensé en las repercusiones para la dinámica global de la acumulación de capital. Sabía por mis estudios sobre el modelo económico que los bloqueos y las interrupciones en la continuidad del flujo de capital darían lugar a devaluaciones y que, si las devaluaciones se generalizaban y eran profundas, eso indicaría el comienzo de las crisis. También era consciente de que China es la segunda economía más grande del mundo y que efectivamente había rescatado al capitalismo global después de 2007/2008, por lo que cualquier golpe a la economía de China tendría graves consecuencias para una economía global que, en cualquier caso, ya estaba en una situación muy grave. Me parecía que el actual modelo de acumulación de capital ya tenía muchos problemas. Movimientos de protesta en casi todas partes del mundo (desde Santiago hasta Beirut), muchos de los cuales denunciaban al modelo económico dominante que no funcionaba bien para la mayoría de la población. Este modelo neoliberal se basa cada vez más en el capital ficticio y en una vasta expansión en la oferta monetaria y la creación de deuda. Ya se enfrenta al problema de una demanda efectiva insuficiente para absorber los valores que el capital es capaz de producir. Entonces, ¿cómo podría el modelo económico dominante, con su legitimidad cuestionada/en declive y su delicada salud, amortiguar y sobrevivir a los inevitables impactos de lo que podría convertirse en una pandemia? La respuesta dependía en gran medida de cuánto tiempo podría durar y extenderse un trastorno de esta magnitud ya que, como señaló Marx, la devaluación no ocurre porque las mercancías no pueden venderse sino porque no pueden venderse a tiempo.
Hace tiempo había rechazado la idea de «naturaleza» como algo externo y separado de la cultura, la economía y la vida cotidiana. Adopto un punto de vista más dialéctico y relacional de la relación metabólica con la naturaleza. El capital modifica las condiciones ambientales de su propia reproducción, pero lo hace en un contexto de consecuencias no deseadas (como el cambio climático) y en el contexto de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que van cambiando constantemente las condiciones ambientales. Desde este punto de vista, no existe un desastre verdaderamente natural. Sin dudas, los virus mutan todo el tiempo. Pero las circunstancias en las que una mutación se vuelve una amenaza mortal dependen de las acciones humanas.
Hay dos aspectos relevantes acerca de esto. Primero, las condiciones ambientales favorables aumentan la probabilidad de fuertes mutaciones. Es, por ejemplo, plausible esperar que los sistemas intensivos de suministro de alimentos en las áreas subtropicales húmedas puedan contribuir a esto. Estos sistemas existen en muchos lugares, incluida la China al sur del río Yangtze y el sudeste asiático. En segundo lugar, las condiciones que favorecen la rápida transmisión a través de los cuerpos anfitriones varían enormemente. Las poblaciones humanas de alta densidad parecerían ser un blanco fácil para los huéspedes. Es bien sabido que las epidemias de sarampión, por ejemplo, solo florecen en los grandes centros de población urbana pero mueren rápidamente en las regiones poco pobladas. La forma en que los seres humanos interactúan entre sí, se mueven, se disciplinan u olvidan lavarse las manos afecta a la forma en que se transmiten las enfermedades. En los últimos tiempos el SARS, la gripe aviar y la gripe porcina parecen haber salido de China o del sudeste asiático. China también ha sufrido mucho de la peste porcina en el último año, lo que ha implicado la matanza masiva de cerdos y el aumento de los precios de la carne de cerdo. No digo todo esto para acusar a China. Hay muchos otros lugares donde los riesgos ambientales de mutación y difusión viral son altos. La Gripe Española de 1918 puede haber salido de Kansas y África puede haber incubado el VIH/SIDA y ciertamente inició el Nilo Occidental y el Ébola, mientras que el dengue parece florecer en América Latina. Pero los impactos económicos y demográficos de la propagación del virus dependen de las grietas y vulnerabilidades preexistentes en el modelo económico hegemónico.
No me sorprendió demasiado que COVID-19 se encontrara inicialmente en Wuhan (aunque no se sabe si se originó allí). Claramente, los efectos locales serían sustanciales y dado que este es un importante centro de producción, era muy probable que hubiera repercusiones económicas globales (aunque no tenía idea de la magnitud). La gran pregunta era cómo podría ocurrir el contagio y la propagación y cuánto duraría (hasta que se pudiera encontrar una vacuna). La experiencia anterior había demostrado que una de las desventajas de la creciente globalización es lo imposible que es detener una rápida propagación internacional de nuevas enfermedades. Vivimos en un mundo altamente conectado donde casi todo el mundo viaja. Las redes humanas de contagio potencial son vastas y abiertas. El peligro (económico y demográfico) era que un trastorno así durara un año o más.
Si bien hubo una desaceleración inmediata en los mercados bursátiles mundiales apenas apareció la noticia, sorprendentemente pasó apenas un mes o un poco más para que los mercados alcanzaran nuevos máximos. Las noticias parecían indicar una normalidad en los mercados en todas partes, excepto en China. La creencia parecía ser que íbamos a experimentar una repetición del SARS que resultó ser bastante rápidamente contenida y de bajo impacto global, a pesar de tratarse de una enfermedad de alta tasa de mortalidad y que creó, en retrospectiva un pánico innecesario en los mercados financieros. Cuando apareció COVID-19, la reacción dominante fue presentarlo como una repetición del SRAS, mostrando que el pánico nuevamente era innecesario. El hecho de que la epidemia se haya desatado en China, que rápida y despiadadamente actuó para contener sus impactos, también llevó al resto del mundo a tratar erróneamente el problema como algo que sucedía solo «allá» y, por lo tanto, fuera su vista y mente/preocupación (acompañado por prejuicios xenófobos contra los chinos en ciertas partes del mundo). El pico del virus puso en la historia de crecimiento triunfante de China, fue incluso recibido con júbilo en ciertos círculos de la administración Trump.
Sin embargo, comenzaron a circular las noticias de interrupciones en las cadenas de producción globales que ocurrían en Wuhan. Estas fueron en gran medida ignoradas o tratadas como problemas para determinadas líneas de productos o corporaciones (como Apple). Las devaluaciones eran locales y particulares y no sistémicas. Las señales de caída de la demanda de los consumidores también se minimizaron, a pesar de que aquellas corporaciones, como McDonald’s y Starbucks, con grandes operaciones dentro del mercado interno chino tuvieron que cerrar sus puertas allí por un tiempo. La coincidencia del Año Nuevo chino con el brote del virus enmascaró/ocultó los impactos durante todo enero. La complacencia con esta respuesta estuvo completamente equivocada.
La noticia inicial de la propagación internacional del virus fue ocasional y episódica con un brote grave en Corea del Sur y algunos otros puntos críticos como Irán. Fue el brote italiano lo que provocó la primera reacción violenta. La caída del mercado de valores que comenzó a mediados de febrero osciló algo, pero para mediados de marzo había provocado una devaluación neta de casi el 30 por ciento en los mercados de valores de todo el mundo.
La escalada exponencial de las infecciones provocó una variada gama de respuestas incoherentes y en su mayoría afectadas por el pánico. El presidente Trump realizó una imitación del rey Canute ante una potencial ola creciente de enfermedades y muertes. Algunas de las respuestas han sido extrañas. Hacer que la Reserva Federal redujera las tasas de interés frente a un virus parecía extraño, incluso cuando se reconoció que la medida tenía como objetivo aliviar los impactos en el mercado en lugar de frenar el avance del virus.
Las autoridades públicas y los sistemas de atención de salud quedaron pronto saturados e insuficientes. Cuarenta años de neoliberalismo en América del Norte y del Sur y Europa habían dejado lo público totalmente expuesto y mal preparado para enfrentar una crisis de salud pública de este tipo, a pesar de que los temores previos de SARS y Ébola proporcionaron abundantes advertencias y lecciones contundentes sobre qué era necesario hacer. En muchas partes del supuesto mundo «civilizado», los gobiernos locales y las autoridades regionales, que invariablemente forman la primera línea de defensa y seguridad en emergencias de salud pública de este tipo, se vieron privadas de fondos como consecuencia de una política de austeridad diseñada para financiar recortes de impuestos y subsidios a las corporaciones y los ricos.
La corporación Big Pharma tiene poco o nulo interés en la investigación no remunerativa sobre enfermedades infecciosas (como toda la clase de coronavirus que se conocen desde la década de 1960). Muy rara vez invierte en prevención y tiene poco interés en invertir en la preparación para afrontar una crisis de la salud pública. Eso sí, le encanta diseñar las curas. Cuantos más nos enfermamos, más aumentan sus ganancias. La prevención no contribuye ningún valor para las acciones. El modelo de negocios aplicado a la provisión de salud pública no cuenta con la capacidad de afrontar posibles contingencias económicas que serían necesarias en una emergencia. El campo de la prevención ni siquiera era un campo de trabajo lo suficientemente atractivo como para garantizar asociaciones público-privadas. El presidente Trump había recortado el presupuesto del Centro para el Control de Enfermedades y disolvió el grupo de trabajo sobre pandemias del Consejo de Seguridad Nacional con el mismo espíritu con que recortó todos los fondos de investigación, incluso sobre el cambio climático. Si quisiera ser antropomórfico y metafórico sobre esto, concluiría que COVID-19 es la venganza de la naturaleza por más de cuarenta años del maltrato grosero y abusivo de la naturaleza a manos de un extractivismo neoliberal violento y no regulado.
Quizás sea sintomático que los países menos neoliberales, China y Corea del Sur, Taiwán y Singapur, hayan superado la pandemia hasta ahora en mejor forma que Italia, aunque Irán desmentirá este argumento como un principio universal. Si bien hubo una gran cantidad de evidencia de que China manejó bastante mal el SARS, con mucho disimulo inicial y negación, esta vez el presidente Xi Jinping rápidamente se movió para exigir transparencia tanto en los informes como en las pruebas, al igual que Corea del Sur. Aun así, en China se perdió un tiempo valioso (en estos casos solo unos pocos días hacen la diferencia). Lo que fue notable en China, sin embargo, fue el confinamiento de la epidemia a la provincia de Hubei con Wuhan en su centro. La epidemia no se trasladó a Beijing ni al Oeste o incluso más al Sur. Las medidas tomadas para confinar el virus geográficamente fueron draconianas. Sería casi imposible replicarlas en otro lugar por razones políticas, económicas y culturales. Los informes que llegan de China sugieren que los tratamientos y las políticas fueron todo menos cuidadosos. Además, China y Singapur desplegaron sus poderes de vigilancia personal a niveles invasivos y autoritarios. Pero parecen haber sido extremadamente eficaces en conjunto, aunque si las otras medidas se hubieran puesto en marcha solo unos días antes, muchas muertes podrían haberse evitado. Esta es una información importante: en cualquier proceso de crecimiento exponencial hay un punto de inflexión más allá del cual la masa ascendente se descontrola por completo (observe aquí, una vez más, la importancia de la masa en relación con la tasa). El hecho de que Trump haya perdido el tiempo durante tantas semanas aún puede resultar costoso en vidas humanas.
Los efectos económicos están ahora fuera de control tanto dentro como fuera de China. Las perturbaciones que se produjeron en las cadenas de valor de las empresas y en ciertos sectores resultaron ser más sistémicas y sustanciales de lo que se pensaba originalmente. El efecto a largo plazo puede consistir en acortar o diversificar las cadenas de suministro y, al mismo tiempo, avanzar hacia formas de producción que requieran menos mano de obra (con enormes repercusiones en el empleo) y una mayor dependencia de los sistemas de producción con inteligencia artificial. La interrupción de las cadenas de producción conlleva el despido o la cesantía de trabajadores, lo que disminuye la demanda final, mientras que la demanda de materias primas disminuye el consumo productivo. Estos impactos en el lado de la demanda, por sí mismos, al menos, una leve recesión.
Pero las mayores vulnerabilidades existían en otros lugares. Los modos de consumismo que explotaron después de 2007-8 se han estrellado con consecuencias devastadoras. Estos modos se basaban en reducir el tiempo de rotación del consumo lo más cerca posible de cero. La avalancha de inversiones en estas formas de consumismo tuvo todo que ver con la máxima absorción de volúmenes de capital exponencialmente crecientes en formas de consumismo que tenían un tiempo de rotación lo más corto posible. El turismo internacional era emblemático. Las visitas internacionales aumentaron de 800 millones a 1.400 millones entre 2010 y 2018. Esta forma de consumismo instantáneo requería inversiones masivas de infraestructura en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y eventos culturales, etc. Este sitio de acumulación de capital está ahora muerto en el agua: las aerolíneas están cerca de la bancarrota, los hoteles están vacíos, y el desempleo masivo en las industrias de la hospitalidad es inminente. Comer fuera no es una buena idea y los restaurantes y bares han sido cerrados en muchos lugares. Incluso la comida para llevar parece peligrosa. El vasto ejército de trabajadores de la economía del trabajo o de otras formas de trabajo precario está siendo despedido sin ningún medio visible de apoyo. Eventos como festivales culturales, torneos de fútbol y baloncesto, conciertos, convenciones empresariales y profesionales, e incluso reuniones políticas en torno a las elecciones son canceladas. Estas formas de consumismo vivencial «basadas en eventos» han sido cerradas. Los ingresos de los gobiernos locales se han reducido. Las universidades y escuelas están cerrando.
Gran parte del modelo de vanguardia del consumismo capitalista contemporáneo es inoperante en las condiciones actuales. El impulso hacia lo que André Gorz describe como «consumismo compensatorio» (en el que se supone que los trabajadores alienados recuperan su espíritu a través de un paquete de vacaciones en una playa tropical) fue aplastado.
Pero las economías capitalistas contemporáneas están impulsadas en un 70 o incluso 80 por ciento por el consumismo. En los últimos cuarenta años, la confianza y el sentimiento del consumidor se han convertido en la clave la movilización de una demanda efectiva y el capital se ha vuelto cada vez más impulsado por la demanda y las necesidades. Esta fuente de energía económica no ha estado sujeta a fluctuaciones salvajes (con algunas excepciones, como la erupción volcánica de Islandia que bloqueó los vuelos transatlánticos durante un par de semanas). Pero COVID-19 no está apuntalando una fluctuación salvaje, sino un choque todopoderoso en el corazón de la forma de consumismo que domina en los países más prósperos. La forma espiral de la acumulación de capital sin fin se está colapsando hacia adentro desde una parte del mundo a otra. Lo único que puede salvarla es un consumismo masivo financiado e inspirado por el gobierno, conjurado de la nada. Esto requerirá socializar toda la economía de los Estados Unidos, por ejemplo, sin llamarlo socialismo.
Existe un mito conveniente de que las enfermedades infecciosas no reconocen las clases u otras barreras y límites sociales. Como muchos de esos dichos, hay una cierta verdad en esto. En las epidemias de cólera del siglo XIX, la trascendencia de las barreras de clase fue lo suficientemente dramática como para dar lugar al nacimiento de un movimiento por la salud pública (que se profesionalizó) que ha perdurado hasta nuestros días. Si este movimiento fue diseñado para proteger a todos o solo a las clases altas no siempre estuvo claro. Pero hoy en día la diferenciación de clase y los efectos e impactos sociales cuentan una historia diferente. Los impactos económicos y sociales se filtran a través de discriminaciones «tradicionales» que están en todas partes en evidencia. Para empezar, la fuerza de trabajo que se espera que se ocupe de los crecientes números de enfermos suele ser altamente tipificada por género, raza y etnia en la mayor parte del mundo. Se asemeja a la fuerza de trabajo que se encuentra en, por ejemplo, aeropuertos y otros sectores logísticos.
Esta «nueva clase obrera» está en la primera línea y soporta lo más duro de ser la fuerza de trabajo con mayor riesgo de contraer el virus a través de sus puestos de trabajo o de ser despedida sin recursos debido a la reducción económica impuesta por el virus. Existe, por ejemplo, la cuestión de quién puede trabajar en casa y quién no. Esto agudiza la división social, al igual que la cuestión de quién puede permitirse aislarse o ponerse en cuarentena (con o sin sueldo) en caso de contacto o infección. De la misma manera que aprendí a llamar a los terremotos de Nicaragua (1973) y Ciudad de México (1995) «terremotos de clase», el progreso de COVID-19 exhibe todas las características de una pandemia de clase, de género y de raza. Si bien los esfuerzos de mitigación están convenientemente encubiertos en la retórica del «todos estamos juntos en esto», las prácticas, particularmente por parte de los gobiernos nacionales, sugieren motivaciones más siniestras. La clase obrera contemporánea en los Estados Unidos (compuesta predominantemente por afroamericanos, latinos y mujeres asalariadas) se enfrenta a la fea elección entre contagiarse en nombre del cuidado y el mantenimiento de los lugares claves de provisión (como las tiendas de alimentos) o el desempleo sin prestaciones (como una atención médica adecuada). El personal asalariado (como yo) trabaja desde casa y obtiene su salario como antes, mientras los directores de empresas vuelan en aviones privados y helicópteros.
Las fuerzas de trabajo en la mayor parte del mundo han sido educadas durante mucho tiempo para comportarse como buenos sujetos neoliberales (lo que significa culparse a sí mismos o a dios si algo sale mal, pero nunca atreverse a sugerir que el capitalismo podría ser el problema). Pero incluso los buenos sujetos neoliberales pueden ver que hay algo malo en la forma en que se está respondiendo a esta pandemia.
La gran pregunta es: ¿cuánto tiempo durará esto? Podría ser más de un año y cuanto más tiempo dura, aumenta la devaluación, incluyendo la de la fuerza laboral. Es casi seguro que los niveles de desempleo aumentarán a niveles comparables a los de la década de 1930 por la ausencia de intervenciones estatales masivas que tendrían que ir en contra de la naturaleza neoliberal. Las ramificaciones inmediatas para la economía, así como para la vida cotidiana social son múltiples. Pero no todos son malos. En la medida en que el consumismo contemporáneo se estaba volviendo excesivo, se acercaba a lo que Marx describió como “el superconsumo y el consumo insensato, llevados hasta lo descomunal y lo extravagante”, lo que caracteriza la caída de todo el sistema. La imprudencia de este consumo excesivo ha jugado un papel importante en la degradación del medio ambiente. La cancelación de los vuelos aéreos y el frenado radical del transporte y el movimiento han tenido consecuencias positivas con respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero. La calidad del aire en Wuhan ha mejorado mucho, como también en muchas ciudades de Estados Unidos. Los sitios de turismo ecológico tendrán un tiempo para recuperarse de los pisotones. Los cisnes han regresado a los canales de Venecia. En la medida en que se frene el gusto por el sobre consumismo imprudente e insensato, podría haber algunos beneficios a largo plazo. Menos muertes en el Monte Everest podrían ser algo bueno. Y aunque nadie lo dice en voz alta, el sesgo demográfico del virus puede terminar afectando a las pirámides de edad con efectos a largo plazo sobre las cargas de la Seguridad Social y el futuro de la «industria de la salud». La vida diaria se desacelerará y, para algunas personas, eso será una bendición. Las reglas sugeridas de distanciamiento social podrían, si la emergencia continúa lo suficiente, conducir a cambios culturales. La única forma de consumismo que casi con toda seguridad se beneficiará es lo que yo llamo la economía «Netflix», que atiende a los «adictos a las series» de todos modos.
En el frente económico, las respuestas han sido condicionadas por la forma de éxodo del desplome de 2007-8. Esto implicó una política monetaria ultra laxa, junto con el rescate de los bancos, complementada por un aumento espectacular del consumo productivo por una expansión masiva de la inversión en infraestructuras en China. Este último no se puede repetir en la escala requerida. Los paquetes de rescate establecidos en 2008 se centraron en los bancos, pero también implicaron la nacionalización de facto de General Motors. Tal vez sea significativo que, ante el descontento de los trabajadores y el colapso de la demanda del mercado, las tres grandes compañías automotrices de Detroit estén cerrando, al menos temporalmente.
Si China no puede repetir su papel de 2007-8, entonces la carga de salir de la actual crisis económica ahora se trasladará a los Estados Unidos y aquí está la ironía final: las únicas políticas que funcionarán, tanto económica como políticamente, son mucho más socialistas que cualquier cosa que Bernie Sanders podría proponer y estos programas de rescate tendrán que ser iniciados bajo la égida de Donald Trump, presumiblemente bajo la máscara de “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”.
Todos aquellos republicanos que se opusieron tan visceralmente al rescate del 2008 tendrán que admitir que se equivocaron o desafiar a Donald Trump. Este último, si es sabio, cancelará las elecciones basado en la emergencia y declarará el origen de una presidencia imperial para salvar al capital y al mundo de los «disturbios y la revolución».
Traducción: Cecilia Mancuso
Fuente: La Izquierda Diario
#China CCP’s «infection control» propaganda in #Wuhan, locals:
«They’re here everyday only to take group photos with the Party flag»
«They took off their PPE once they’ve taken the photo. He uses PPE to wipe his car!»
«He just threw PPE into a rubbish bin!»#WuhanCoronavirus pic.twitter.com/Gb1fxBXy12
— W. B. Yeats (@WBYeats1865) February 12, 2020
Fuente: Artillería Inmanente
Siguiendo a Enríquez desde sus libros de cuentos, crónicas y su novela corta Este es el mar, es esperable una cierta expectativa favorable ante esta obra. Más allá de su reciente premio Herralde , está ese deseo que ese mundo, ese rostro que nos venía mostrando se despliegue.
En esta novela podemos reconocer varios grandes temas: las relaciones paterno/filiales, desde la protección al filicidio, la posibilidad del legado, las profundidades de los vínculos en la infancia y la adolescencia, las creencias y mitologías populares, son algunas. Todas tratadas con un seguimiento preciso y en una lengua reconocible, cercana. Cercana porque logra hablar de lo escondido o lo negado, lo oscuro, de tal manera que nos permite instalarnos en nuestra propia parte de noche y deslizarnos por ella con una naturalidad que es uno de sus artificios más señalables. Arte y oficio. Gracia y trabajo.
Creo que lo que también revela es la presencia de lo terrorífico en nuestra cotidianeidad y su continuidad en nuestra historia. Sobre todo en las formas que fue adoptando nuestra clase dominante al accionar sobre cuerpos y territorios. Su ser depredatorio, deformante, desaparecedor, asesino. Su voracidad e insaciabilidad. Si el dinero es “un país en sí mismo” como explica uno de los personajes, estas características no serían otra de nuestras graciosas originalidades, de las que es común solazarse.
El poder podrá tomar esas formas muchas veces, pero ésta fue y es la nuestra. Ahí nos toca escarbar. Reconocer que fue y es nuestro territorio del que disponen y arrasan. Son nuestros los cuerpos los que torturan, deforman y utilizan. Hay una Orden internacional -un Orden internacional- que integra esa clase con sus iguales del mundo pero de lo que se trata es ver nuestra parte activa para alimentarla y asegurarse vida eterna. Porque se trata de eso: no basta con disponer de vidas y haciendas sino de perpetuar ese Orden, preservando para sí, ese privilegio y todos los demás. En la certeza que les corresponde y con toda la impunidad.
Esto no es el contexto de una trama, es la trama misma. El relato. La historia. El drama entendido como lo que es: acción.
Esa acción que fuerza los límites geográficos y sensibles. Así, la novela nos lleva de viaje a una frontera en disputa de posesión y sentido. El escenario de uno de nuestros genocidios constituyentes- creadores necesarios de los estados nacionales- la llamada Conquista del desierto verde. Casi pasada por alto en nuestra formación en historia, está siendo investigada con tesón ahora mismo en la Academia. Hermana menor y laboratorio de la otra reconocida Campaña del desierto. Esta se extendió de 1878 a 1885, dejando la Pampa con el norte de la Patagonia a disposición de los terratenientes que la financiaron como de los jefes miliares que la ejecutaron. La llamada Conquista del desierto verde o del Chaco comenzó en 1870, dándose por terminada recién en 1917, dada la resistencia de los indígenas a los ataques tanto por tierra como por agua del gobierno central. Así las tierras de lo que comprende hoy Chaco, Formosa, Misiones fueron repartidas en inmensas haciendas para su explotación.
La familia de este relato es beneficiaria de ambas. Prefiere el refugio misionero que balconea sobre una maravilla, pretensión de dominio imposible. Este no desierto es una selva y sus muchos saberes de lo sobrenatural espejan su convivencia con esa naturaleza. Ese desierto está aún habitado, como lo estaba entonces, por seres habituados al comercio con las almas, los santos, la muerte. Allí no encontramos una secta o una cofradía, sino comunidades hablantes con presencias de otros mundos. Ese diálogo permanente es modo de sobrevida y resistencia. Es, quizás, su única protección a los infortunios permanentes. Un modo de estar y luchar con estas fuerzas, enfrentando a quienes no reconocen límites ni en territorios ni en cuerpos para vicariar su pertenencia y sus saberes ancestrales.
No habrá síntesis posible. Rosario, hija de la familia protagónica, por intentarlo, muere en un accidente de estirpe simplemente mafiosa, concebido por su propia madre.
Estos hechos en el relato intentarían mostrar comportamientos- en la novela hay distintos ejemplos- de la riqueza en acto. Allá y entonces / aquí y ahora. Donde el terror es inherente y necesario para esa puesta en acto. Una constante.
Enfrente también hay corrimiento de límites, pero como resistencia a la norma impuesta, como deseo –motor. Asistimos a vínculos que se viven y se ejercen entre amantes, familiares, amistades, que abren caminos, renuevan energías, crean complicidades, permiten atravesar el horror.
Nuestra parte de noche es por estos y varios aspectos más, que cada quien irá descubriendo, una gran novela. Una gran novela argentina.
“Una vida propiamente humana, una vida que no se define por la circulación de la sangre y el cumplimiento de las restante funciones comunes a los animales, sino principalmente por la razón, la virtud del alma y la vida verdadera”
(Baruch Spinoza)
Escribo estas líneas para los amigos, para los compañeros que queden, para todos aquellos que sientan, como yo, que este tiempo les juega una mala pasada, una pasada verdaderamente triste. Mientras escribo, mientras escribí todo el día 19 de marzo de 2020 he visto avisos de encierro, filas de gente en los cajeros automáticos y los supermercados, trabajadores de Globo y Pedidos ya que desde hace 25 minutos no pueden ganarse el día, vecinos cargando bidones de agua, bolsas de las compras… he visto policías a montones patrullando las calles en sus camionetas con luces, he hablado con mis hermanas, se me ha dicho que respire, que me tranquilice, se me ha preguntado si tenía comida guardada. Mientras escribo estas líneas Argentina es un país con 128 casos y 3 muertos por Coronavirus y en mi barrio se escuchan aplausos y bravos para los médicos argentinos que luchan contra este mal imparable. Escucho un programa de Radio donde se cita con elogio a Angela Merkel, Canciller de Alemania, diciendo que este es “el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial” que atraviesa su nación, probablemente olvidando los 3 millones de alemanes muertos en la contienda que duró casi 6 años, pero sí recordando a los 20 muertos que su país cuenta por Coronavirus. No compré comida, no posteo sobre mi solidaridad o lo sencillo de quedarse en casa comparado con una guerra, no guardé agua ni hice ninguna clase de fila para entrar en una farmacia. Sencillamente, siento que me volví loco.
Escucho al presidente de mi país declarar un aislamiento obligatorio mientras se festeja su rapidez y fuerza en la acción, mientras festejamos nuestra responsabilidad comunitaria. Lo escucho decir que “es el problema de salud más grave que hemos tenido en toda nuestra vida democrática”, que “la evolución de la situación será evaluada por expertos, sociedades científicas y el gobierno de modo constante”, le escucho decir que “ante esta crisis no hay lugar para actitudes individualistas, necesitamos mantener el distanciamiento social evitando salir de nuestras casas”, le escucho decir que:
“Responsabilidad, solidaridad y comunidad son las consignas. Esta es la palabra de comunicación y encuentro. Esta decisión es fuertemente democrática. Es una democracia que apela a medidas de excepción en base a su propia legislación para estos casos. Es una democracia que une a fuerzas políticas, sociales, gremiales, productivas y religiosas. Es una democracia que une a las autoridades de todas las jurisdicciones. Es la Democracia que busca reducir el daño en el pueblo y salvar la mayor cantidad de vidas posibles”
Para decirlo con sencillez, siento que se nos ha robado la cordura, que vivo en un país desesperado que no se preocupa por los males reales, pero si por una pandemia que ha dejado menos muertos a nivel mundial que las pandemias (¿el hambre no podría ser una de ellas?) que conoce en carne propia. Me rebelo contra el lenguaje de la ciencia que viene a decirnos que hay un solo modo de ver el mundo, un solo modo de actuar contra la realidad, un solo modo de pensar los vínculos. ¿A nadie más le hace ruido esta reverencia por el discurso médico transformado en tratado de teoría política y manual de afectos? Me siento envenenado por la alegría de esta batalla solidaria que tiene su arma más fiel, y pareciera que única, en el autoencierro. Tengo una rabia profunda contra los compatriotas que publican alarmas pensando en países que hasta hace dos meses tenían índices de muertes por gripe estacional que superan ampliamente los casos y muertos contables hasta ahora por el enemigo inmisericorde y todopoderoso nacido en Wuhan. Siento asco ante la alegría que este mundo triste de aislamiento genera en todos los bienpensantes amigos de la solidaridad y el autoflagelo. Me siento abandonado por los compañeros que pensé que iban a mirar con horror cómo los modos de una política de la tristeza que hasta ayer combatían bajo el nombre de Macrismo hoy se transforman en la política oficial de un gobierno que celebran. Me escribe mi hermana, me cuenta que un compañero de militancia, ante las críticas de ella a las medidas de confinamiento, le dice que si la ve en la calle, la denuncia. ¿Qué es este goce, esta reivindicación moral de la delación que hasta hace días hubiese asqueado al más inmoral de los militantes? Quiero gritar contra todos los que renuncian aquí y ahora al derecho a imaginar otros mundos posibles, contra este mundo único que nace del miedo mientras se esconden en el fervor patriótico y comunitario de esta gesta ridícula que quiere transformarnos a todos en héroes hogareños obedientes, en policías de nuestros amigos.
Abro un libro que vengo leyendo estos días, leo: “La facultad de juzgar puede estar sometida a la voluntad de otro cuando este otro logra embaucarle el alma”. Sí, nos han embaucado el alma. Tratemos de recuperar nuestra facultad de juzgar, nuestro derecho a mantener el juicio, o lo que es lo mismo: nuestro derecho democrático a imaginar.
“Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica,
en la que los presidentes no pueden hacer nada,
y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo”
(Franco “Bifo Berardi)
El 11 de Marzo de 2020 en su alocución de apertura el Director General de la OMS señalaba con respecto al brote de Covid-19 que debido a que “el número de casos de COVID-19 fuera de China se ha multiplicado por 13, y el número de países afectados se ha triplicado”, a que en esos “momentos” había “más de 118 000 casos en 114 países, y 4291 personas” habían “perdido la vida”, a que “en los días y semanas por venir” esperaban “que el número de casos, el número de víctimas mortales y el número de países afectados” aumentara “aún más”, y, finalmente, a que estaban “profundamente preocupados tanto por los alarmantes niveles de propagación y gravedad, como por los alarmantes niveles de inacción, habían “llegado a la conclusión de que la COVID-19” podría “considerarse una pandemia”. A continuación señalaba:
“Nunca antes habíamos visto una pandemia generada por un coronavirus. Esta es la primera pandemia causada por un coronavirus. Al mismo tiempo, nunca antes habíamos visto una pandemia que pudiera ser controlada. La OMS ha estado aplicando su máximo nivel de respuesta desde que se notificaron los primeros casos. Y cada día hemos hecho un llamamiento a los países para que adopten medidas urgentes y agresivas. Hemos hecho sonar la alarma de forma alta y clara”[1]
Una de las respuestas a este mensaje se produjo el 12 de Marzo de 2020 con el Decreto 260/2020 que declaraba la emergencia sanitaria “por el plazo de UN (1) año”, tomando en consideración: 1) la declaración del 11 de Marzo de la OMS del COVID-19 como pandemia; 2) la “la situación actual” por la que “resulta necesario la adopción de nuevas medidas oportunas, transparentes, consensuadas y basadas en evidencia científica” para “mitigar su propagación y su impacto sanitario”, y 3) “que la evolución de la situación epidemiológica exige que se adopten medidas rápidas, eficaces y urgentes”. Así, el presidente de la Nación Argentina señalaba en su decreto que
“Podrá disponerse el cierre de museos, centros deportivos, salas de juegos, restaurantes, piscinas y demás lugares de acceso público; suspender espectáculos públicos y todo otro evento masivo; imponer distancias de seguridad y otras medidas necesarias para evitar aglomeraciones”
E invitaba a la “cooperar a las “entidades científicas, sindicales, académicas, religiosas, y demás organizaciones de la sociedad civil (…) “a fin de evitar conglomerados de personas”. Por último, nos interesa señalar que el decreto sostenía que “las medidas sanitarias que se dispongan en el marco del presente decreto deberán ser lo menos restrictivas posible y con base en criterios científicamente aceptables” y que “las personas afectadas por dichas medidas tendrán asegurados sus derechos, en particular: I – el derecho a estar permanentemente informado sobre su estado de salud; II – el derecho a la atención sin discriminación; III – el derecho al trato digno”[2].
A este decreto seguirían otras medidas: “suspensión de clases por 14 días; cierre de fronteras; cuarentena obligatoria para quienes regresen de países de riesgo; licencia laboral para mayores de 60 años, embarazadas y personas con condiciones de riesgo; aislamiento social”[3], hasta llegar al 20 de marzo de 2020 en que por medio del decreto 297/2020 “se establece para todas las personas que habitan en el país o se encuentren en él, la medida de “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, por un plazo determinado, durante el cual todas las personas deberán permanecer en sus residencias habituales o en el lugar en que se encuentren y abstenerse de concurrir a sus lugares de trabajo”, sosteniendo que “nos encontramos ante una potencial crisis sanitaria y social sin precedentes”[4].
Si leemos cuidadosamente la declaración de la OMS nos encontramos con un universo de casos contabilizados, preocupaciones técnico-políticas, novedad (“Nunca antes habíamos visto…”), declaraciones de lo probable, ejercicios de futurología y pedidos de urgencia. A la par, en el decreto presidencial, y las sucesivas decisiones tomadas desde el Ejecutivo nacional, nos encontramos con una declaración indefinida: “la situación actual” (¿De quiénes? ¿En dónde? ¿Para quién?), “evidencia científica” (¿Cuál, Dónde se encuentra esta, Cómo fue construída?) y dos palabras “conglomerados” y “aglomeraciones”. Así, hemos sido introducidos en un régimen político construido alrededor de una situación “pandemia”. Una situación vivida entre la contabilización de casos, las estadísticas y la probabilidad, una situación construida por el bombardeo constante de imágenes sufrientes de los casos más cruentos (España e Italia), por el torrente de información y propaganda, por la palabra de instituciones y expertos. ¿Qué es este mundo-cuarentena donde conviven palabras como aislamiento y solidaridad? ¿Qué es lo que están haciendo con nuestro mundo político aquellos que hablan desde el lugar de expertos virales? ¿Cuáles son los regímenes políticos de salvación en un mundo con miedo, mejor, en nuestro mundo edificado por el miedo?
Un “poder de salvación” administra nuestro miedo
y nos promete la supervivencia a cambio de obediencia.
(Amador Fernández-Savater)[5]
Los medios de comunicación en la argentina (y en el mundo) han explotado[6] y en esos medios la palabra de los “expertos” se ha vuelto central. En los últimos días han sido varios los especialistas científicos que enarbolando sus títulos (“virólogo”, “Profesora”, “presidenta de la sociedad argentina de virología”, “fue premio al…”) han concedido entrevistas a diferentes medios sobre el tema Coronavirus o se han convertido en sus panelistas permanentes. Estamos preparados, desde hace años, para poner en cuestión el discurso de los expertos de la economía, para pensar en sus ideologías, sus consecuencias, los mundos que nos sugieren; estamos preparados para discutir sobre el poder de los medios, sobre sus vínculos con el poder económico, sus informaciones y sus desinformaciones, pero en cuanto “la vida desnuda” aparece en el foco del discurso técnico, cuando se nos plantea la posibilidad de la mera supervivencia, entonces el discurso médico aparece como monolítico, y las respuestas políticas (sus “protocolos”) nacidas en y a partir de él aparecen como únicas. Es más, celebramos esta unidad que encontramos en la idea de la “prevención”, o, como se llama actualmente: “aislamiento”. Quisiera señalar aquí tres núcleos sobre los que el discurso (porque es uno ese discurso) de los expertos médicos sobre la pandemia se ha centrado: 1) Comparación y novedad, 2) Retórica de la Guerra y 3) Obediencia.
1) Comparación y novedad
Una de las características centrales del discurso médico de los medios es su descripción del Coronavirus, pero también su sinceridad a la hora de sostener la existencia de otras pandemias naturalizadas y cotidianas, conocidas:
“Para ponerlo más en contexto: todos los años mueren 150 mil personas en todo el mundo por mordeduras de serpiente, y la gente no anda mirando el suelo. Tenemos por día en la Argentina 22 muertes por accidente de tráfico. Por día. Y la gente no se pone el cinturón de seguridad. Tengo un amigo que fuma como un vampiro y está aterrado por el coronavirus. No entiendo dónde está la lógica. Desde que empezó esta enfermedad, ha matado a 7900 personas, de acuerdo con los tableros. Es una cosa terrible, sin dudas, porque cada muerto nos apena individualmente. Pero la verdad es que en lo global hay enfermedades que matan muchísimo más. La diferencia es que nosotros convivimos con ellas. Pero acá se plantea una enfermedad nueva y con algo de riesgo incierto para algunos grupos” [7]
“Y la gripe es pandemia todos los años y es un problemón, es el segundo virus que causa más muertos en la humanidad después de la viruela. No es menor y es complicadísima en personas con alguna inmunodeficiencia o enfermedades crónicas. Todo el tiempo está mutando y por eso se renuevan las vacunas. Pero hay vacunas, con el coronavirus todavía hay que esperar” [8].
“Está el dato de que hay muchas muertes por influenza todos los años” [9]
Nos encontramos, entonces frente a un número de muertos francamente pequeño comparado con otras causas estadísticas medidas de muerte (en España 6300[10] personas murieron por gripe en 2019, y entre 8000 y 12000 en Italia[11] –y esta franja enorme de inexactitud habla de la naturalización de estas muertes), esto mismo señalan los expertos citados, pero también frente a su asombro: la novedad del coronavirus. Esta novedad que ya podíamos ver en la declaración de la OMS del 11 de marzo, ese “Nunca antes…” que anunciaba no sólo el desconocimiento sino la posibilidad de control, la posibilidad de aplicar ciertas técnicas, de realizar un cierto experimento. Juan Manuel Carballeda lo decía con claridad: “a la gripe la conocemos y, de hecho, no hay medidas extraordinarias como aislamiento todos los años. Los humanos sabemos que la gripe es pandémica desde siempre. En cambio, de los coronavirus no se pensaba que tenían esa capacidad de expansión”.
¿Podría este desconocimiento, esta incapacidad de control, determinar un discurso médico de la urgencia aun sabiendo que la letalidad del virus y el número de muertes no es comparable con otras pandemias cotidianas? Yo quisiera sostener que este miedo de lo desconocido es también la falta de claridad del discurso médico en los medios: se habla de situaciones humanas, se disparan cifras de números de muertos, los expertos saben muy bien que hay que actuar de forma agresiva y urgente. Se puede ver claramente el desconocimiento como principio de la acción: “Cuando un virus aparece por primera vez en la población humana, aun cuando se parezca a otros virus relacionados, uno puede sospechar que se va a comportar de una forma similar, pero no tiene la certeza”. Se puede ver cómo la palabra experta vacila, se contradice: “toda la población del mundo es susceptible. Eso es muy importante para entender la magnitud de las medidas que se toman para prevenir la diseminación”, y sin embargo: “la mortalidad está asociada con los grupos de riesgo”[12].
Si las determinaciones y políticas del gobierno tenían que tener sustento científico, si se supone que aquí nos encontramos frente a políticas objetivas, científicas, absolutamente desprovistas de opinión personal sobre “la situación”, entonces: ¿qué lugar podemos atribuirle a estas expresiones de los expertos? ¿Qué debemos pensar cuando un científico nos dice que “la mortalidad es alta” y a continuación nos nombra variaciones del 0,2% “como en Francia” al 7% “como en Italia”[13]? ¿Qué decisiones podemos tomar a partir del desconocimiento y la variabilidad? ¿Qué lenguaje tenemos frente a lo mudable y no controlado? ¿No será que el desconocimiento genera aquí un ansia de probar el control, un impulso agresivo por recuperar la firmeza del juicio? El director de la OMS una vez más lo expreso con claridad: “Este coronavirus nos presenta una amenaza sin precedentes. Pero también es una oportunidad sin precedentes para unirnos contra un enemigo común”[14] ¿Este nivel de brutalidad de la lengua es el de un científico hablando? Y aquí su lenguaje no puede ser más exacto: Nunca antes… y sin embargo, el efecto de su lenguaje, alojado en la retórica de la emergencia se transforma no en un campo de estudio que abra a posibilidades de acción, sino en el espacio, en la lengua, de una guerra urgente.
2) La Guerra
Nos adentramos entonces en un campo de batalla, todos los recursos de la sociedad han sido, deben ser movilizados contra este “enemigo común”, se ha declarado una guerra total: “Esto es una guerra virológica, una guerra contra un virus que no lo vemos y no sabemos cómo está. Como dicen en Italia, a mi abuelo que lo mandaron a la guerra, a vos te mandan a tu casa, no es mucho, pero la diferencia es mucho más grande”. El enfrentamiento contra un enemigo invisible, un enemigo que puede ser cualquiera, pero que cobra nombres puntuales ampliados a la velocidad de las noticias: “los casos foráneos”, “los extranjeros”, “los que rompen la cuarentena”, “los irresponsables”, “los casos locales”, “los portadores asintomáticos”… y necesariamente -a la par-, una guerra contra todos, entre todos, disfrazada de una épica comunitaria. Una guerra que se ha mostrado como nacional con los cierres de fronteras y las repatriaciones de residentes, y que sin embargo también se ha mostrado regional, provincial, ciudadana, hogareña. Una guerra de denuncias, de acusaciones cruzadas posibles, una guerra de sospechas, una guerra civil de ciudadanos policíacos responsables, una guerra contra nosotros mismos.
Y sin embargo, esta no es la única guerra. Tartaglione lo sabe:
“Por lo tanto, es importante que tengamos una responsabilidad social, y cívica e individual cada uno. Sé que es difícil porque la Argentina tiene un 50% de trabajadores en negro, entonces no pueden dejar de trabajar pero es importante que tomemos conciencia de que esto si no lo hacemos entre todos la situación es muy pero muy grave y va a ser grave”[15].
Una guerra con una sola estrategia posible, un solo enemigo declarado, y una sola lengua, y a la par, una guerra con bajas plebeyas aceptables (no contables) para la supervivencia de los encerrados: “Porque una guerra con un enemigo invisible que puede acechar en cualquier persona es la más absurda de las guerras. Es, en realidad, una guerra civil”[16].
3) Obediencia
Porque ya hay muchos soldados voluntarios en la batalla del encierro que se ha declarado, pero se nos quiere a todos enrolados, se nos llama, desde todos los frentes, vecinos, amigos, medios de comunicación, políticos, especialistas, a obedecer:
“Hay virólogos que sostiene que las medidas que se están tomando en el mundo son exageradas y otros que piden actuar de forma urgente. No sé si son excesivas o no, quizás lo sean, pero va a haber tiempo después para examinar si fue exagerado. De lo que estoy seguro es que no es el momento, en medio de un brote, de discutirlo sino de atender y seguir las indicaciones del Ministerio de Salud y las recomendaciones de la OMS” [17]
Suspender la razón, suspender la libertad de pensar y hacer lo que se nos dice, esa es la consigna de la época. Lucía Caballero sostenía que “lo más importante de todo es colaborar o reforzar las indicaciones que bajan de la autoridad sanitaria. Todo aquello que introduzca un manto de duda socava el respeto a la norma”[18]. Nótese, no solo es colaborar, sino reforzar (¿de qué modo, hasta cuándo y dónde?), sobre todo, no dudar. Esta “situación” poco clara, novedosa, reclama obediencia. Reclama suspender toda forma de desafío al discurso médico. No importa si este discurso aparece desfasado y contradictorio en sus propios creadores, señalarlo es sólo una forma de la traición. A todos se nos pide que seamos policías, de los demás y de nosotros mismos.
Esto es claramente visible en las palabras de otro de los expertos consultados, Fernando Pollack:
“Y la pregunta es, ¿cómo inculcarle a Occidente la disciplina de Oriente sin aterrarlo? Corea del Sur, Singapur y China han controlado la epidemia, que ahora es una pandemia. Es verdad, quizás lo hayan hecho con tanques en la calle o como fuera, digitalmente, pero es evidente que han podido hacerlo. Pero creo que además lo han hecho porque son países dispuestos a seguir normas rigurosamente. Entonces, ¿cómo lograr que Occidente haga eso sin meterle un miedo espantoso a todo el mundo y que la gente viva encerrada por miedo en vez de aplicar una disciplina?”
Aquí se ve claro cómo no importan los medios (“Quizás lo hayan hecho con tanques”), sino la obediencia. Pero esta no puede ser una obediencia cualquiera. No puede basarse en el miedo, la paranoia o el terror, no. Se quiere una obediencia que se confunda con un modo de la vida. Una obediencia gozosa, buscada, aceptada. ¿No es esta la pregunta del control realizada con una sinceridad brutal desde un discurso que se desconoce a sí mismo como político? ¿No hemos olvidado todos en medio del pánico que este discurso de la ciencia es un discurso político sobre la obediencia de los hombres? No vemos con claridad que este es un deseo, una pregunta por cómo construir servidores voluntarios. “Un llamado a la disciplina” y un diagnóstico sobre la sociedad:
“nosotros somos italianos, nos abrazamos, nos besamos. Tenemos una distancia interpersonal muy pequeña. Siempre buscamos la excepción a la norma. Esta vez me parece que vamos a tener que aprender algo de la disciplina de los orientales. No es que yo la tenga, pero me parece que entonces la pregunta para la Argentina es: ¿La Argentina puede tener las restricciones de movimiento como Corea del Sur?”
Difícilmente podríamos decir que estas afirmaciones son producto de un discurso científico. Más difícilmente aún podríamos sostener que tener conocimientos sobre virología nos transforma automáticamente en demócratas convencidos. Pero en este mundo sin dudas, pero con novedades, con “situaciones que aparecen y así como aparecen, desaparecen y obviamente dan miedo”, donde así como “las iglesias están llenas de muertos en Lombardía y hay mucha gente infectada y los barrios son epicentro de esto”, “no necesariamente la foto general es una tragedia”, donde “la enorme, inmensa mayoría de la gente no se va a morir”; en este mundo el mensaje es claro: “El mensaje es que hay que cuidarse y que hay que estar solos”[19].
Esta es, en fin, la técnica de cuidado de sí que este nuevo mundo de expertos señala como la buena vida política. Pero más aún, hay aquí una idea de disciplina que parece la enseñanza moral de este tiempo: no una liberación, no un potencia del común, sino una técnica de la buena vida que se confunde con el aislamiento, una disciplina que es la de la obediencia, una forma de vida que es la de no salir, la de vivir el miedo a través de las noticias, una medicina de la soledad. Y un discurso de lo público disciplinado a partir del individualismo del resguardo, del aislamiento individual como base y centro de la común: «Todos tenemos que tener consciencia de la responsabilidad social que tenemos. Todos tenemos que tener consciencia de que el virus nos puede atacar a nosotros y que nosotros podemos dañar al otro. El modo solidario es cuidarnos a nosotros para cuidar a los otros»[20]
Nos enfrentamos a un sueño de lo común que desaparece detrás del encierro hogareño. Cuidarse primero uno mismo, ¿hasta dónde? ¿Por qué medios cuando el enemigo penetra por todos lados y es invisible, cuando todos pueden ser el enemigo? Cuidar a los otros aparece solo como aquello que podemos hacer una vez estamos a salvo. Construimos, defendemos, un régimen democrático del cuidado sostenido por una técnica del aislamiento. ¿Qué clase de igualdad podría surgir de aquí? ¿Es esta solidaridad una forma de la democracia? ¿Es posible que por “Salvar la mayor cantidad de vidas posible” la democracia olvide la pregunta fundamental por “la vida verdadera”?
“Los reyes no son dioses, sino hombres que
a menudo se dejan seducir por el canto de las sirenas”
(Baruch Spinoza)
En los últimos días, algunos intelectuales han creído hallar un mundo más justo por venir en esta crisis política que lleva por nombre Coronavirus. Han creído ver en las respuestas Estatales a la declaración de pandemia formas nuevas y posibles del comunismo, retazos libertarios y modos de vida contrarios al capital o renacimientos del Estado. Por un lado, entonces, visiones que se aglomeran junto al discurso virológico del Estado, tanto para reivindivar su rol como Estado Benefactor, como para pensar en su rol como constructor del comunismo internacional futuro. Ricardo Forster sería un buen ejemplo de la primera tendencia, mientras que Slavoj Zizek lo sería de la segunda. Por otro, interpretaciones que se montan en el aislamiento y la cuarentena para pensar la posibilidad no estatal de una salida al régimen del capital. Franco “Bifo” Berardi será nuestro ejemplo aquí.
Publicada en el diario Pagina 12, la nota “Coronavirus: entre el peligro y la oportunidad” de Ricardo Forster sostiene que “el miedo nos ha vuelto más iguales y, por esas extrañas vicisitudes de la historia, nos abre la posibilidad de repensar nuestro modo de vivir”, que vivimos un momento en que “mitos fundamentales de nuestro imaginario contemporáneo se derrumban estrepitosamente junto con la expansión de la pandemia” y se reconstruyen “lo común, el ámbito de la sociabilidad solidaria y del reconocimiento”, un momento en que se revitaliza “la dimensión de lo público y del Estado como garantes de un principio genuino de igualdad”. Así, caída del neoliberalismo y “extenuación de un gigantesco delirio manipulado por las grandes corporaciones comunicacionales que lograron convertir la idea y la práctica del Estado de bienestar en el equivalente del populismo, la demagogia, el autoritarismo, el derroche y la captura de la libertad”[21], vuelta, sin más, del Estado de Bienestar.
Por su parte, el filósofo y crítico cultural Slavoj Zizek sostiene en “El coronavirus es un golpe a lo “Kill Bill al capitalismo”, que junto a los virus de las falsas conspiraciones y la xenofobia que han aparecido con la crisis de la pandemia otro virus se está extendiendo: “el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación internacional”, una reinvención del comunismo basada “en la confianza en el pueblo y en la ciencia”. Este filósofo encuentra “el primer modelo vago de tal coordinación global” en la “Organización Mundial de la Salud, de la que no recibimos la habitual perogrullada burocrática sino advertencias precisas proclamadas sin pánico”. Más aún, escribe que “a estas organizaciones se les debería dar más poder ejecutivo” para “controlar y regular la economía” y “limitar la soberanía de los Estados nacionales”. En fin, Zizek aprende de esta crisis la necesidad del control, los beneficios, las creatividades “comunistas” del control: “Así que no solo el Estado y otras agencias nos controlarán, también debemos aprender a controlarnos y a disciplinarnos”, pues “la solidaridad global se expresa a nivel de la vida cotidiana en órdenes estrictas de evitar los contactos cercanos con los demás, incluso de autoaislarnos”[22]
En su nota “Crónica de la psicodeflación”, Franco “Bifo” Berardi nos enseña: “Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos”. Para este autor, si “hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad”. Más aún, esta pandemia pareciera venir para ayudarnos a “pensar la frugalidad, el compartir”, para hacernos “disociar el placer del consumo”:
“La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos”
Nos encontramos frente a una revolución impensada, una salida de la pandemia y de la crisis como “deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad”[23].
Todas estas miradas suponen al Coronavirus como una forma de romper el cerco del régimen neoliberal del capital. Intentan imaginar un nuevo mundo naciendo gracias a lo inesperado. Encuentran una política de la igualdad escondida en la potencia viral de la crisis. Y sin embargo ¿será cierto que la solidaridad construida sobre el miedo y las policías del aislamiento puede ser la base de una reconstrucción democrática del mundo? ¿Puede surgir un modo de vida de la igualdad de un régimen de la obediencia que piensa en la vida como una forma de la circulación de la sangre? Aquí podríamos volver sobre una frase de Baruch Spinoza en su Tratado Político: “la libertad no suprime sino que impone la necesidad de la acción” [24]. ¿Realmente podemos pensar que una forma política de la igualdad puede surgir de “la igualdad del contagio, de la fragilidad y de la muerte”? ¿Podemos pensar en un régimen político de la libertad que se construya sobre la sombra del miedo, sobre la prohibición técnica de la duda? Deberíamos ser cautos, muy cautos. Tomarnos el trabajo de pensar si las lenguas de la libertad no han sido tomadas (ya desde hace tiempo) por el fantasma de la excepción, mejor, por fantasmas múltiples de microfascismos y microneoliberalismos cotidianos que hablan la lengua técnica de la igualdad para enseñarnos la sevidumbre en la emergencia, que se disfrazan de ciencia y nos enseñan la figura de nuevos Platones, refundadores y salvadores de la República, cuando sólo estamos frente a la figura oscura del terror. Esta es la única virtud de este mesianismo viral: revela ante nosotros, hablando todas las lenguas, incluso las más inesperadas, el modo en que las “razones de seguridad” se han colado en nuestra propia imaginación, en todas las imágenes, para hablar la lengua libertaria mientras el control se fortalece. Aquí, los bienpensantes, biensintientes pueden hablar de libertad e igualdad desde el corazón mismo del temor, pueden hablar de cambio de época desde el río venenoso del miedo que nos aísla.
Este modo de la vida que se nos impone en estos días como el único posible, este régimen político de la emergencia que se nos inocula en la forma técnica del saber médico anunciando la catástrofe, es precisamente lo contrario de un freno al tiempo y a la acumulación. Esa, en palabras de Bifo, “gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía”, ¿dónde se manifiesta? Ciertamente no en la carrera por conseguir una vacuna, ni en la velocidad de las noticias que lo han invadido todo, ni en la sucesión histérica de las medidas gubernamentales, ni muchísimo menos en la velocidad de la obediencia. ¿Realmente podemos decir que “No hay pánico, no hay miedo, sino silencio”? ¿Qué silencio es este lleno de televisores encendidos y la premura por conocer el último número de muertos (porque las tasas de letalidad parecen no variar gran cosa)? Es cierto, tal vez, que la “ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto”, y sin embargo esto ha aparecido como una enorme facilidad de cerrar las fronteras comunitarias: bienvenidos a una política de los “residentes”, una política del autoencierro. Hoy bien pareciera que detrás de ese espectáculo banal de la solidaridad como declaración moral pública del miedo a contagiarse, el enemigo es el otro.
Spinoza escribió en 1677 que “una ciudad donde la paz es un efecto de la inercia de los súbditos, que son conducidos como rebaños y formados únicamente para la servidumbre, merece más bien el nombre de soledad que el de ciudad”. Estas palabras deberían darnos la lucidez necesaria para reconocer que vivimos en un mundo, en un modo de vida de soledad, que “busca solamente escapar a la muerte”, y que de aquí no puede surgir ninguna “multitud libre”, ningún “culto de la vida”. ¿Puede construirse una igualdad a partir del aislamiento como ética y salvación? ¿Realmente podemos creer que “la igualdad ha vuelto al centro de la escena” cuando tan fácilmente nos hemos encerrado, hemos gritado por encierro y aceptado la obediencia sin ninguna clase de mirada sobre la vida que se nos pide? ¿Podemos sostener que “el virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir”, cuando el virus en sí ha dejado una pobre cantidad de muertos, pero su reflejo, su bombardeo pandémico en los medios de comunicación ha sembrado el terror mundial? ¿Podemos creer realmente que no ha habido prédica cuando todos los noticieros, partidos políticos y organizaciones se han encolumnado detrás de la obediencia a la decisión técnico del encierro? Se nos pide una interrupción. Pero esa interrupción de “el mate o el abrazo” es el principio de la construcción de una disciplina de gobierno contra el modo del afecto democrático y plebeyo que hemos conocido, hasta ahora, como el derecho a la rebelión, mucho mejor: como el derecho a imaginar otros mundos rebeldes. Imaginarlos y compartirlos como un trabajo de la razón política de la vida, del culto a la vida verdadera.
Hoy más que nunca recordar ese poema de Walt Whitman titulado “A un desconocido que pasa” se transforma en un gesto democrático radical de la palabra y los cuerpos. Sólo recuperar esta tradición democrática de la multitud, de los cuerpos sin miedo y juntos nos permitirá elaborar una crítica del mundo pandémicopolítico que estamos viendo nacer:
“¡Desconocido que pasas! No sabes con cuanto ardor te contemplo (…) Todo se evoca al deslizarnos el uno cerca del otro, fluidos, afectuosos, castos, maduros (…) He comido contigo y he dormido contigo, tu cuerpo ha dejado de ser sólo tuyo y ha impedido que mi cuerpo sea sólo mío/ Tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu carne, al pasar; tú me tocas la barba, el pecho, las manos”
[1] https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-media-briefing-on-covid-19—11-march-2020
[2] https://www.boletinoficial.gob.ar/suplementos/2020031201NS.pdf
[3] https://www.pagina12.com.ar/253601-mapa-del-coronavirus-en-argentina-en-tiempo-real
[4] https://www.pagina12.com.ar/254127-cuarentena-por-el-coronavirus-texto-completo-del-decreto-de-
[5] https://lobosuelto.com/cuarentena-amador-savater/
[6] https://www.pagina12.com.ar/253744-la-cuarentena-encendio-la-television. El cronista de esta nota señala que: “A contramano de lo que sostenidamente viene ocurriendo desde hace años, la TV abierta argentina está atravesando un momento en el que su encendido no para de crecer: en la última semana la audiencia de la pantalla chica local se incrementó un 15,5 por ciento. Los noticieros -que hace tiempo dejaron de ser la principal fuente informativa como en otros tiempos- se convirtieron en los programas más vistos. Las señales informativas de la TV paga no se quedaron atrás: el encendido de los canales de noticias creció más del 26 por ciento en solo 7 días. La avidez informativa, bajo el monotema “Coronavirus”, está potenciando la audiencia en cuarentena”
[7]https://www.clarin.com/sociedad/-unica-vacuna-tratamiento-ahora-aislamiento-_0_Ki2Jl5qA-.html
[8]https://www.pagina12.com.ar/252599-coronavirus-no-es-momento-de-discutir-si-son-exageradas-las-
[9]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia
[10] https://vacunasaep.org/profesionales/noticias/gripe-espana-balance-2018-19
[11] https://www.niusdiario.es/sociedad/sanidad/coronavirus-italia-gripe-comun-estacional-comparacion-muertos-contagios_18_2905095215.html
[12]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia
[13]https://www.infobae.com/tendencias/2020/03/18/jorge-tartaglione-sobre-el-coronavirus-esto-es-una-guerra-contra-un-virus-que-no-vemos/
[14]https://www.infobae.com/america/mundo/2020/03/18/solidarity-el-plan-que-lanzo-la-oms-para-detectar-el-tratamiento-mas-eficaz-contra-el-coronavirus/
[15]https://www.infobae.com/tendencias/2020/03/18/jorge-tartaglione-sobre-el-coronavirus-esto-es-una-guerra-contra-un-virus-que-no-vemos/
[16] http://bookhaven.stanford.edu/2020/03/giorgio-agamben-on-coronavirus-the-enemy-is-not-outside-it-is-within-us/
[17]https://www.pagina12.com.ar/252599-coronavirus-no-es-momento-de-discutir-si-son-exageradas-las-
[18]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia
[19]https://www.clarin.com/sociedad/-unica-vacuna-tratamiento-ahora-aislamiento-_0_Ki2Jl5qA-.html
[20] https://www.lanacion.com.ar/politica/alberto-fernandez-coronavirus-hay-entender-no-estamos-nid2343647
[21] https://www.pagina12.com.ar/253788-coronavirus-entre-el-peligro-y-la-oportunidad
[22] https://www.climaterra.org/post/zizek-el-coronavirus-es-un-golpe-a-lo-kill-bill-al-capitalismo
[23] https://lobosuelto.com/cronica-de-la-psicodeflacion-franco-bifo-berardi/
[24] Spinoza, Baruch. Tratado Político. Buenos Aires: Quadrata, 2014.
Traducción Eugenia Prado Bassi
Siempre he considerado que la situación actual, marcada por una pandemia viral, no era muy excepcional. Desde la pandemia (también viral) del SIDA, que pasa por la gripe aviar, el virus del Ébola, el virus Sars 1, sin mencionar la gripe, incluso el regreso del sarampión o la tuberculosis que los antibióticos ya no curan, sabemos que el mercado mundial, combinado con la existencia de vastas zonas submédicas y la insuficiencia de la disciplina mundial en las vacunas necesarias, inevitablemente produce epidemias graves y devastadoras (en el caso del SIDA, varios millones de muertes). Además del hecho que la situación de la pandemia actual es sorprendente esta vez a gran escala, el llamado mundo occidental, bastante cómodo, hecho en sí mismo sin importancia innovadora.
Además, el verdadero nombre de la epidemia en curso debería indicar que es en un sentido de «nada nuevo bajo el cielo contemporáneo». Este nombre real es SARS 2, que es «Síndrome Respiratorio Agudo Severo 2», una designación que hace una identificación «en segundo lugar», después de la epidemia de SARS 1, que se había extendido por todo el mundo en la primavera de 2003. La enfermedad se llamó «la primera enfermedad desconocida del siglo XXI» en ese momento. Por lo tanto, está claro que la epidemia actual no es en modo alguno la aparición de algo radicalmente nuevo o inaudito. Es el segundo del siglo en su tipo, y se sitúa en su origen. Tanto es así que la única crítica seria dirigida hoy, en materia predictiva, a las autoridades, es que no apoyaron seriamente, después de Sars
Estas obligaciones son, es cierto, cada vez más imperativas, pero no implican, al menos en un primer examen, grandes esfuerzos de análisis o constitución de un nuevo pensamiento.
Pero ahora, realmente, leo demasiadas cosas, escucho demasiadas cosas, incluidas las que me rodean, que me desconciertan por la perturbación que manifiestan y por su total inadecuación a la situación, francamente simple, en que estamos.
Estas declaraciones perentorias, estas llamadas patéticas, estas acusaciones enfáticas, son de diferentes especies, pero todas tienen en común un curioso desprecio por la formidable simplicidad y la ausencia de novedad de la situación epidémica actual. O son innecesariamente serviles con respecto a los poderes, que de hecho solo hacen lo que están restringidos por la naturaleza del fenómeno. O sacan a relucir el planeta y su misticismo, que no hace nada para avanzarnos. O ponen todo en la espalda del pobre Macron, que lo hace, y no peor que cualquier otro, que su trabajo como jefe de estado en tiempos de guerra o epidemia. O gritan ante el evento fundador de una revolución increíble, que no vemos qué conexión mantendría con el exterminio de un virus, de los cuales, además, nuestros «revolucionarios» no tienen los más nuevos medios. O de lo contrario se hunden en un pesimismo del fin del mundo. O están exasperados en el punto de que el «yo primero», la regla de oro de la ideología contemporánea, no tiene ningún interés, no ayuda e incluso puede aparecer como cómplice de ‘una continuación indefinida del mal.
Parece que la prueba epidémica disuelve en todas partes la actividad intrínseca de la Razón, y obliga a los sujetos a volver a los tristes efectos (misticismo, fabulaciones, oraciones, profecías y maldiciones) que la Edad Media era costumbre cuando la peste barrió los territorios.
De repente, me siento algo obligado a recopilar algunas ideas simples. Con mucho gusto diría: cartesiano.
Aceptemos comenzar definiendo el problema, que de otra manera está tan mal definido y, por lo tanto, tan maltratado.
Una epidemia es compleja porque siempre es un punto de articulación entre las determinaciones naturales y sociales. Su análisis completo es transversal: debemos captar los puntos donde se cruzan las dos determinaciones y dibujar las consecuencias.
Por ejemplo, el punto de partida para la epidemia actual es más probable que se encuentre en los mercados de la provincia de Wuhan. Los mercados chinos todavía son conocidos hoy por su peligrosa suciedad y por su incontenible gusto por la venta al aire libre de todo tipo de animales vivos amontonados. Por lo tanto, el virus estaba presente en un momento dado, en una forma animal heredada de los murciélagos, en un ambiente popular muy denso y con una higiene rudimentaria.
El empuje natural del virus de una especie a otra luego transita hacia la especie humana. Como exactamente Todavía no lo sabemos, y solo los procedimientos científicos nos lo dirán. Estigmaticemos al pasar a todos aquellos que lanzan, en redes de Internet, típicamente fábulas racistas, respaldadas por imágenes falsas, según las cuales todo proviene de lo que los chinos comen murciélagos casi vivos …
Este tránsito local entre especies animales a humanos es el punto de origen de todo el asunto. Después de lo cual solo opera un dato fundamental del mundo contemporáneo: el acceso del capitalismo de estado chino a un rango imperial, es decir, una presencia intensa y universal en el mercado mundial. Por lo tanto, innumerables redes de transmisión, antes de que obviamente el gobierno chino pueda limitar completamente el punto de origen, de hecho, una provincia entera, cuarenta millones de personas, lo que sin embargo terminará siendo exitoso, pero demasiado tarde para evitar que la epidemia se vaya por los caminos – y aviones y barcos – de la existencia mundial.
Un detalle revelador de lo que yo llamo la doble articulación de una epidemia: hoy, Sars 2 está suprimido en Wuhan, pero hay muchos casos en Shanghai, principalmente debido a personas, chinos en general, que vienen del extranjero, por lo tanto, China es un lugar donde observamos los nudos, por una razón arcaica y luego moderna, entre un cruce entre la naturaleza y la sociedad en mercados mal mantenidos, de forma antigua, causa de la aparición de la infección y la difusión planetaria de este punto de origen, lo llevó el mercado capitalista mundial y sus desplazamientos tan rápidos como incesantes.
Después de lo cual, entramos en la etapa donde los Estados intentan, localmente, frenar esta difusión. Tenga en cuenta de paso que esta determinación sigue siendo fundamentalmente local, a pesar de que la epidemia es transversal. A pesar de la existencia de algunas autoridades transnacionales, está claro que son los estados burgueses locales quienes están en la brecha.
Aquí estamos tocando una gran contradicción en el mundo contemporáneo: la economía, incluido el proceso de producción en masa de objetos manufacturados, es parte del mercado mundial. Sabemos que la simple fabricación de un teléfono móvil moviliza el trabajo y los recursos, incluida la minería, en al menos siete estados diferentes. Pero, por otro lado, los poderes políticos siguen siendo esencialmente nacionales. Y la rivalidad de los imperialismos, antiguos (Europa y EE. UU.) Y nuevos (China, Japón …) prohíbe cualquier proceso de un estado capitalista mundial. La epidemia también es un momento en que esta contradicción entre economía y política es obvia. Incluso los países europeos no pueden ajustar sus políticas contra el virus a tiempo.
Bajo el control de esta contradicción, los estados nacionales tratan de enfrentar la situación epidémica respetando al máximo los mecanismos del Capital, aunque la naturaleza del riesgo los obliga a modificar el estilo y los actos de poder.
Hemos sabido durante mucho tiempo que, en caso de guerra entre países, el Estado debe imponer, no solo a las masas del pueblo, sino también a la burguesía, restricciones considerables, y esto para salvar el capitalismo local. Las industrias están casi nacionalizadas a favor de una producción desenfrenada de armamentos, pero que no produce ninguna ganancia monetaria en ese momento. Muchos burgueses son movilizados como oficiales y expuestos a la muerte. Los científicos están buscando día y noche para inventar nuevas armas. Se requiere que muchos intelectuales y artistas alimenten la propaganda nacional, etc.
Ante una epidemia, este tipo de reflejo de estado es inevitable. Esta es la razón por la cual, al contrario de lo que se dice, las declaraciones de Macron o Philippe sobre el Estado que de repente se ha convertido en «asistencia social», un gasto de apoyo para las personas sin trabajo, o los trabajadores por cuenta propia cuya tienda está cerrada, comprometiendo cien o doscientos mil millones de dinero del estado, el mismo anuncio de «nacionalizaciones»: todo esto no es sorprendente ni paradójico. Y se deduce que la metáfora de Macron, «estamos en guerra», es correcta: guerra o epidemia, el estado se ve obligado, a veces yendo más allá del juego normal de su naturaleza de clase, a implementar prácticas a veces más autoritario y más global, para evitar un desastre estratégico.
Esta es una consecuencia perfectamente lógica de la situación, cuyo objetivo es frenar la epidemia, ganar la guerra, usar la metáfora de Macron, lo más seguro posible, mientras se mantiene en orden social establecido. Esto no es en absoluto una comedia, es una necesidad impuesta por la difusión de un proceso mortal que se cruza con la naturaleza (de ahí el papel eminente de los científicos en este asunto) y el orden social (de ahí el intervención autoritaria, y no puede ser otra cosa, del Estado).
La aparición de grandes deficiencias en este esfuerzo es inevitable. Por lo tanto, la falta de máscaras protectoras, o la falta de preparación sobre el alcance del internamiento hospitalario. ¿Pero quién puede realmente jactarse de haber «planeado» este tipo de cosas? En algunos aspectos, el Estado no había previsto la situación actual, es cierto. Incluso se puede decir que, al debilitar, durante décadas, el aparato nacional de salud y, en verdad, todos los sectores del Estado que estaban al servicio del interés general, han actuado como si nada. Una pandemia devastadora no podría afectar a nuestro país. En lo que es muy defectuoso, no solo en su forma Macron, sino en la de todos aquellos que lo han precedido durante al menos treinta años.
Pero todavía es correcto decir aquí que nadie más había previsto, incluso imaginado, el desarrollo en Francia de una pandemia de este tipo, excepto quizás unos pocos eruditos aislados. Muchos probablemente pensaron que este tipo de historia era buena para África oscura o China totalitaria, pero no para la Europa democrática. Y seguramente no son los izquierdistas, o los chalecos amarillos, o incluso los sindicalistas, quienes pueden tener un derecho particular a pasar por alto este punto y continuar haciendo ruido en Macron, su ridículo objetivo desde siempre. Ellos tampoco han considerado absolutamente nada de eso. Todo lo contrario: la epidemia que ya está en marcha en China, ha multiplicado, hasta hace muy poco, reagrupamientos incontrolados y manifestaciones ruidosas, que deberían prohibirlas hoy, sean quienes sean, para desfilar ante las demoras causadas por las autoridades para hacer un balance de lo que estaba sucediendo. Ninguna fuerza política, en realidad, en Francia, realmente ha tomado esta medida ante el Estado Macron.
Del lado de este estado, la situación es aquella en la que el estado burgués debe, explícita y públicamente, hacer que los intereses prevalezcan de alguna manera más generales que los de la burguesía sola, mientras que preserva estratégicamente, en el futuro, la primacía intereses de clase de los cuales este Estado representa la forma general. O, en otras palabras, la coyuntura obliga al Estado a poder manejar la situación solo integrando los intereses de la clase, de la cual es el representante autorizado, en intereses más generales, y esto debido a la existencia interna de un «enemigo» general, que puede ser, en tiempo de guerra, el invasor extranjero, y que es, en la situación actual, el virus Sars
La lección de todo esto es clara: la epidemia actual no tendrá, como tal, una epidemia, ninguna consecuencia política significativa en un país como Francia. Incluso suponiendo que nuestra burguesía piense, dado el aumento de gruñidos sin forma y consignas inconsistentes pero generalizadas, que ha llegado el momento de deshacerse de Macron, esto no representará absolutamente ningún cambio significativo. Los candidatos «políticamente correctos» ya están detrás de escena, al igual que los defensores de las formas más mohosas de nacionalismo «obsesivo y repugnante».
En cuanto a nosotros, que queremos un cambio real en los datos políticos en este país, debemos aprovechar el interludio epidémico e incluso el confinamiento, bastante necesario, para trabajar en nuevas figuras políticas, en el proyecto de lugares, nuevas políticas y el progreso transnacional de una tercera etapa del comunismo, después de eso, brillante, en su invención, y eso, es interesante pero, finalmente derrotado, de su experimentación estatal.
También requerirá una crítica cercana de cualquier idea de que fenómenos como una epidemia se abran por sí mismos a cualquier cosa políticamente innovadora. Además de la transmisión general de datos científicos sobre la epidemia, solo quedará la fuerza política de nuevas afirmaciones y condenas sobre hospitales y salud pública, escuelas y educación igualitaria, el cuidado de los ancianos y otras preguntas similares, son los únicos que podrían articularse con un balance de las peligrosas debilidades resaltadas por la situación actual.
Por cierto, mostraremos con valentía, públicamente, que las llamadas «redes sociales» muestran una vez más que son las primeras, además del hecho de que engordan a los multimillonarios más grandes del momento, un lugar de propagación de la parálisis. Bravuconería mental, rumores incontrolados, el descubrimiento de «novedades» antediluvianas, cuando no es fascinante oscurantismo.
Démosle crédito, incluso y sobre todo confinado, solo a las verdades verificables de la ciencia y a las perspectivas fundadas de una nueva política, de sus experiencias localizadas como de su objetivo estratégico.
19 de marzo de 2020
Judith Butler debate sobre la pandemia de COVID-19 y sus crecientes efectos sociales y políticos en los Estados Unidos.
El imperativo para aislarse coincide con un nuevo reconocimiento de nuestra interdependencia global en el marco de un nuevo tiempo y espacio pandémico. Por un lado se nos pide secuestrarnos a nosotros mismos en unidades familiares, espacios de vivienda compartidos o domicilios individuales, privados de contacto social y relegados a esferas de aislamiento relativo, por el otro, nos enfrentamos con un virus que cruza las fronteras rápidamente, ajeno a la propia idea de territorio nacional. ¿Cuáles son las consecuencias de esta pandemia para pensar sobre la desigualdad, la interdependencia global y nuestras obligaciones de uno hacia otro? El virus no discrimina. Podríamos decir que nos trata de manera igualitaria, nos coloca igualmente en riesgo de enfermarnos, de perder a alguien cercano, de vivir en un mundo de amenaza inminente. Por el modo en que se mueve y golpea, el virus demuestra que la comunidad humana es igualmente precaria. Al mismo tiempo, sin embargo, el fracaso de algunos estados o regiones para prepararse por anticipado (los Estados Unidos son quizás el más notorio miembro de este club), el refuerzo de las políticas nacionales y el cierre de fronteras (a menudo acompañado de una xenofobia en pánico), y la llegada de emprendedores ávidos de capitalizar el sufrimiento global, todo esto testimonia la velocidad con la cual la desigualdad radical -que incluye el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, queers y personas trans-, y la explotación capitalista encuentra formas de reproducirse y fortalecer sus poderes al interior de las zonas de pandemia. Esto no debería sorprendernos.
Las políticas de atención de la salud en los Estados Unidos colocan esto de relieve de una manera distintiva. Un escenario que podemos imaginar ya mismo es la producción y comercialización de una vacuna efectiva contra el COVID-19. Claramente ansiosa por sumar los puntos políticos que asegurarán su reelección, Trump ya trató de comprar (al contado) derechos exclusivos para los Estados Unidos de una vacuna de una compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El Ministro de Salud alemán, que no podía estar contento por esto, confirmó a la prensa alemana que la oferta había sido presentada. Un político alemán, Karl Lauterbach, señaló: “La venta exclusiva de una vacuna a los Estados Unidos debe ser evitada por todos los medios. El capitalismo tiene sus límites”. Supongo que rechazaba el “uso exclusivo” del suministro y que no estaría más complacido con el mismo suministro si fuera aplicado solamente a los alemanes. Esperemos que sea así, porque podemos imaginar un mundo en el que las vidas europeas sean valoradas por sobre las demás: vemos esta evaluación jugando violentamente en los bordes de la Unión Europea.
No tiene sentido preguntar de nuevo, ¿qué estaba pensando Trump? La pregunta se ha planteado tantas veces en un estado de absoluta exasperación que no podemos sorprendernos. Eso no significa que nuestra indignación disminuya con cada nueva instancia de auto-engrandecimiento inmoral o criminal. Si tuvo éxito en su esfuerzo por comprar la vacuna potencial y restringir su uso solo a ciudadanos estadounidenses, ¿cree que los ciudadanos estadounidenses aplaudirán sus esfuerzos, entusiasmados con la idea de que son liberados de una amenaza mortal cuando otros pueblos no lo están? ¿Realmente querrán este tipo de desigualdad social radical, el excepcionalismo estadounidense, y ratificarán su “brillante” forma -como él la describe- de hacer un acuerdo? ¿Se imagina que la mayoría de la gente piensa que el mercado debería decidir cómo se desarrolla y distribuye la vacuna? ¿Es incluso posible dentro de su mundo insistir en un problema de salud mundial que debería trascender la racionalidad del mercado en este momento? ¿Tiene razón al suponer que también vivimos dentro de los parámetros de tal mundo imaginado? Incluso si tales restricciones sobre la base de la ciudadanía nacional no se aplican, seguramente veremos a los ricos y los asegurados apresurarse para garantizar el acceso a dicha vacuna cuando esté disponible, incluso si el modo de distribución garantiza que solo algunos tendrán ese acceso y otros serán abandonados a la continua e intensificada precariedad. La desigualdad social y económica se asegurará de que el virus discrimine. El virus por sí mismo no discrimina, pero nosotros humanos seguramente lo haremos, formados y animados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia, y el capitalismo. Es màs que probable que veamos en el próximo año un escenario doloroso en el cual las criaturas humanas hagan valer sus derechos a vivir a expensas de los otros, reinscribiendo distinciones espurias entre las vidas que pueden ser dignas de duelo y las que no, es decir, aquellos que deberían ser protegidas de la muerte a cualquier costo y aquellos cuyas vidas no son consideradas valiosas de salvaguardar de la enfermedad y la muerte.
Todo esto tiene lugar frente a la contienda presidencial de los Estados Unidos en la que las posibilidades de Bernie Sanders de asegurarse la nominación demócrata ahora parecen ser muy remotas, aunque no estadísticamente imposibles. Las nuevas proyecciones que establecen a Biden como el claro favorito son devastadoras durante estos tiempos precisamente porque tanto Sanders como Warren defendieron Medicare for All, un programa integral de salud pública que garantizaría la atención médica básica para todos en el país. Tal programa pondría fin a las compañías de seguros privadas impulsadas por el mercado que regularmente abandonan a los enfermos, envían gastos fuera de presupuesto que son literalmente impagables, y perpetúan una brutal jerarquía entre los asegurados, los no asegurados y los no asegurables. El enfoque socialista de Sanders sobre la atención médica podría describirse más adecuadamente como una perspectiva socialdemócrata que no es sustancialmente diferente de lo que Elizabeth Warren presentó en las primeras etapas de su campaña. En su opinión, la cobertura médica es un «derecho humano», lo que quiere decir que todo ser humano tiene derecho al tipo de atención médica que requiere. Pero, ¿por qué no entenderlo como una obligación social, una que se deriva de vivir en sociedad unos con otros? Para compeler el consenso popular sobre tal noción, tanto Sanders como Warren tendrían que convencer al pueblo estadounidense de que queremos vivir en un mundo en el que ninguno de nosotros niegue la atención médica al resto. En otras palabras, tendríamos que aceptar un mundo social y económico en el que es radicalmente inaceptable que algunos tengan acceso a una vacuna que pueda salvarles la vida cuando a otros se les debería negar el acceso a ese terreno porque no pueden pagarlo o no pudieron contratar el seguro que lo pagara.
Una de las razones por las que voté por Sanders en las primarias de California junto con la mayoría de los demócratas registrados es porque él, junto con Warren, abrió una manera de reimaginar nuestro mundo como si estuviera ordenado por un deseo colectivo de igualdad radical, un mundo en el que nos unimos para insistir en que los materiales requeridos para la vida, incluida la atención médica, estarían igualmente disponibles sin importar quiénes somos o si tenemos los medios financieros. Esa política habría establecido la solidaridad con otros países comprometidos con la atención médica universal y, por lo tanto, habría establecido una política transnacional de atención médica comprometida con la realización de los ideales de igualdad. Surgen nuevas encuestas que reducen la elección nacional a Trump y Biden precisamente cuando la pandemia cierra la vida cotidiana, intensificando la precariedad de las personas sin hogar, de los sin seguridad social y de los pobres. La idea de que podríamos convertirnos en personas que desean ver un mundo en el que la política de salud esté igualmente comprometida con todas las vidas, para desmantelar el dominio del mercado sobre la atención médica que distingue entre quienes son dignos y aquellos que pueden ser fácilmente abandonados a la enfermedad y la muerte, estuvo brevemente vivo. Llegamos a entendernos de manera diferente cuando Sanders y Warren ofrecieron esta otra posibilidad. Entendimos que podríamos comenzar a pensar y valorar fuera de los términos que el capitalismo nos fija. Aunque Warren ya no es una candidata y es improbable que Sanders recupere su impulso, debemos aún preguntarnos, especialmente ahora, ¿por qué seguimos oponiéndonos a tratar a todas las vidas como si tuvieran el mismo valor? ¿Por qué algunos todavía se entusiasman con la idea de que Trump buscaría asegurar una vacuna que salvaguarde la vida de los estadounidenses (como él los define) antes que a todos los demás? La propuesta de salud pública y universal revitalizó un imaginario socialista en los Estados Unidos, uno que ahora debe esperar para hacerse realidad como política social y compromiso público en este país. Desafortunadamente, en el momento de la pandemia, ninguno de nosotros puede esperar. El ideal ahora debe mantenerse vivo en los movimientos sociales que están menos ligados a la campaña presidencial que a la lucha a largo plazo que nos queda por delante. Estas visiones valientes y compasivas, burladas y rechazadas por los «realistas» capitalistas, tuvieron suficiente tiempo en el aire, llamaron suficientemente la atención, para permitir que un número cada vez mayor de personas —algunos por primera vez— desearan un cambio en el mundo.
Ojalá podamos mantener vivo ese deseo.
Traducción de Claudia Bacci y Roberto Pittaluga.
Extraída de INTERSECCIONES
Publicada originalmente en Verso:
https://www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits
Cuántos años hace ya que Jean Luc Nancy dijo: escribir, tocar el cuerpo. La escritura es la única operación que toca el cuerpo. Recibí esa noticia con una especie de alivio. Escribir no era un placer, tampoco una necesidad, pero sí un tipo de acción específica. Algo se realiza allí, quizás el derrotero de una intensidad va encontrando sus canales, sus derivaciones, sus expresividades, y de repente, ese movimiento, esa agitación entra en una zona de silencio. Se arma una calma expectante. Me imagino cuando una ballena se sumerge, y no se sabe por dónde va a emerger, si a kms de distancia de donde la vimos, o exactamente debajo de tu bote.
Una amiga refiere su gusto por la pesca nocturna. Una sola vez cuando era chica la llevaron, seguramente por insistencia suya, a ese ritual exclusivo a los varones de la familia. Para ella fue una experiencia iniciática: la noche estrellada del dique La Viña, el leve mareo de no estar en tierra firme, el ritmo del agua golpeando la madera, el farol a gas y ese enorme silencio. Como no quiso agarrar ni por un momento la caña, ni ensartar lombrices en el anzuelo, y a duras penas aceptó oficiar de femenina armando y repartiendo los sanguches a los pescadores, no la llevaron más. Porque no hacía nada.
Unos días antes de presentar mi primer libro de poesía se lo doy a leer a mi hijo. Se lo di a leer porque tampoco iba a poder impedir que lo hiciera. Eso me tuvo inquieta, expectante. Básicamente me preocupaba que le fuera a hacer mal.
El niño ya se sabía revelado como poeta en un acróstico sobre mi nombre que le proponen escribir en la escuela, en tercer grado, supongo por el día de las madres. En las primeras letras apela a sentidos más clásicos de lo que se supone que esperan que se escriba sobre una madre. Carismática para la C, linda para la L, y así sucesivamente. Pero en la U hace otra cosa. Escribe: una estrella que grita dolorida. Allí está el poema. Allí está el cuerpo y el afecto ingresando a la escritura con la fuerza de un paredón de agua. Como una creciente. Quizá con la misma fuerza con que yo intentaba en aquel momento poner diques a mi dolor, a mis duelos: que no lo toquen. Un dique contra el Pacífico.
Márgenes, cuidados, paciencia
Intentar cuidar al otro de las propias intensidades supongo que fue un aprendizaje temprano, sobre todo cuando una detecta que el margen que tienen los propios cuidadores respecto a alojar las líneas de singularización que rápidamente se manifiestan en las existencias, era poco. Poco margen. Las estrategias de silencio, pasividad y disimulo, tan necesarias hasta que se logra armar una salida, un pasaje a otra cosa, también van creando zonas de silencio, mundos paralelos que quizá tiempo después, una escritura, o un análisis, logren relevar, y no sólo relevar, en el sentido de un trabajo de archivo, sino enriquecer, ficcionalizando, es decir, volviendo reales y realizando. Los tiempos de una inscripción sensible necesitan también los tiempos de las nuevas fuerzas que llegan allí a producir traducciones, actualizaciones, nuevos campos de legibilidad. Lo que produjo por ejemplo: no son 30 pesos, son 30 años. Los efectos de marea feminista han sido también, o fundamentalmente, de ese orden: nuevas traducciones, nuevas actualizaciones para ese registro sensible, esas huellas acalladas que seguirán proliferando y generando mutaciones, tránsitos, permeando el campo del deseo de formas que no conocemos.
Mucha paciencia entonces, para los que están en un bote sin que su actividad sea reconocible, para los que no se dedican al avistaje de ballenas (y sin embargo), para los que leen constelaciones y gritos de estrella en una consigna escolar, para los que trabajan en construir un dique contra el Pacifico. Mucha paciencia y mucho cuidado sobre esos devenires.
Volviendo a esas huellas, las inscripciones, transcripciones, traducciones, lo que no necesariamente es literatura, o no todavía. O no aún. O nunca quizás. No importa. A veces es más importante vivir y hacer vivir. De todas formas, la letra está trabajando allí. Escribir, dice Deleuze, no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propias. La literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo.
Y si no díganme quién no se detuvo como ante una pared de concreto contra ese verso de Alejandra: Explicar con palabras de este mundo que partió un barco de mí, llevándome. Para mí, en mi adolescencia, fue realmente un choque fuerte, con efectos. La pilotee un rato, ocupada seguramente en esa cosa de encajar en el mundo. Pero algo de mí se fue para siempre por ese resumidero. Supongamos que después vino Borges diciendo: ya no seré feliz, tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo.
Mundos
Encontrar un lenguaje es encontrar un mundo. No un mundo feliz, un mundo seguro. Un mundo. Creo que mucho de lo que se ha escrito sobre el suicidio de Alejandra es una marca de la intolerancia hacia los armados de mundos, y a las salidas del mundo. Un testimonio de la pobreza de mundos que tenemos.
Margarite Duras dice: me dije que uno escribe siempre sobre el cuerpo muerto del mundo, y también sobre el cuerpo muerto del amor. Que es en los estados de ausencia donde se hunde el escrito, no para reemplazar nada de lo que ha sido vivido o supuestamente ha sido, sino para consignar el desierto dejado por ello.
Alianzas
Filósofos amigos vienen hablando de la poesía, de lo poético, como el lugar donde se realiza una escritura con un máximo de cuerpo.
Ajustar el pensamiento a la experimentación, pensar con los pies, ajustar la experimentación al cuerpo, enganchar la escritura a la experimentación, son todas imágenes que balizan la zona problemática de las trascendencias, el mundo preclaro de las ideas que prometen venir a organizarnos y resolvernos la existencia.
Una escritura con un máximo de cuerpo, es entonces la que avanza sobre las zonas de silencio, de catástrofe. Produce relevamientos afectivos, inventarios ficcionales. Es lo que permite el despliegue de las potencias contenidas en el acontecimiento. Incluso la potencia de lo que no se puede. Porque el grado cero de la potencia debe ser el único momento donde todo es posible. Donde está momentáneamente suspendido nuestro paquete de datos, la capitalización de nuestras conexiones. Un máximo de cuerpo en la escritura supone entonces hacer ingresar lo que declina, lo que nunca va a ser dominante, lo minoritario. Pero que tiene el valor de tomarte por el cuello, sacudirte, abrir respiraderos en las zonas de asfixia. Todos los que estamos aquí tenemos una clara percepción de lo que han sido estos últimos cuatro años, y de lo que está siendo en nuestro continente esta ofensiva restauradora, conservadora, fascista, racista, capacitista, sexista. Diego Sztulwark propone en su libro La ofensiva sensible: si pensar de otra manera requiere sentir de otra manera, a la batalla de las ideas debería precederla, o al menos acompañarla, una ofensiva sensible. Otro filósofo, Bifo Berardi, a quien Diego retoma, dice: ocupamos las calles, pero el poder no está en las calles. El poder financiero no está en las calles. El poder financiero no está en ninguna parte. ¡Ni siquiera en los bancos! Está en el ciberespacio, en una dimensión puramente abstracta que no podemos tocar, no podemos detener, no podemos destruir. Entonces, ¿por qué salir a la calle y ocupar? Su respuesta fue: no hemos tratado de detener el capitalismo financiero. Hemos intentado reactivar nuestro cuerpo. Por eso salimos a las calles. Esta fue una acción poética, no una acción política.
Y nos encanta
Cada una de las consignas que han abierto en este tiempo respiraderos a la opresión contienen ese pulso vital, ese máximo de cuerpo, de allí su capacidad de proliferación, de re-sensibilización del tejido social. La diferencia que no logra captar cierto psicoanálisis – o que se niega a reconocer- apelando a las clásicas advertencias sobre el “efecto de masas”, es la diferencia entre lo que funciona como mandato, lo que invita a seguir una orden, con lo que propone un proceso, una experimentación situada, una pregunta sobre nuestras maneras de vivir. Es no poder –o no querer- diferenciar entre consignas que mueven a aglutinamientos totalizantes, de consignas que surgen como ofensivas sensibles a la violencia que devenires minoritarios enfrentan todos los días. Esas consignas traen saberes estratégicos que revolucionan molecularmente las vidas, desarmando el aislamiento y silenciamiento del dolor singular al ponerlo en una trama colectiva.
Finalizamos con el pulso que nos marca el III Comunicado intergaláctico, vía Vitrina Distópica sobre la revuelta en Shile:
(…) Y ahora, justo ahora, es que no se puede hablar en tercera persona, es donde el impersonal que es esta interioridad común que desborda, que se aburre, se cansa, se chatea, se harta, se une. Es ahora que quiere tener que hacerse presencia incontenible: masa. O sea, potencia, acto, acción. En donde nadie fue, significa todxs estamos; en donde tocan a uno, todxs paramos y les paramos la mano, porque si tenía sentido decir la sociedad del cansancio, era para reactivar los miembros, para encontrarnos en este hastío y convertirlo en rabia, digna y hermosa, violenta como no puede sino ser.
Y sabemos que esto es solo el principio, y nos encanta.
*Texto presentado en las Jornadas organizadas por el Colectivo Kayros “La escritura: inscripción y deconstrucción de los cuerpos” en la ciudad de Córdoba, 6 de abril de 2020.
por Santiago López Petit
Por la mañana me lavo las manos a conciencia. Así consigo olvidar los ojos arrancados por la policía en Chile, Francia o Irak. Antes de comer, me vuelvo a lavar las manos con un buen desinfectante para olvidar a los migrantes amontonados en Lesbos. Y, por la noche, me lavo nuevamente las manos para olvidar que, en Yemen, cada diez minutos, muere un niño a causa de los bombardeos y del hambre. Así puedo conciliar el sueño. Lo que sucede es que no recuerdo por qué me lavo las manos tan a menudo ni cuando empecé a hacerlo. La radio y la televisión insisten en que se trata de una medida de autoprotección. Protegiéndome a mí mismo, protejo a los demás. Por la ventana entra el silencio de la calle desierta. Todo aquello que parecía imposible e inimaginable sucede en estos momentos. Escuelas cerradas, prohibición de salir de casa sin razón justificada, países enteros aislados. La vida cuotidiana ha volado por los aires y ya sólo queda el tiempo de la espera. Fue bonito oír ayer por la noche los aplausos que la gente dedicaba al personal sanitario desde sus balcones.
Permanecemos encerrados en el interior de una gran ficción con el objetivo de salvarnos la vida. Se llama movilización total y, paradoxalmente, su forma extrema es el confinamiento. “La mayor contribución que podemos hacer es ésta: no se reúnan, no provoquen caos”, afirmaba un importante dirigente del Partido Comunista Chino. Y un mosso que vigilaba ayer Igualada añadía: “Recuerde que, si entra en la ciudad, ya no podrá volver a salir”, mientras le comentaba a un compañero: “el miedo consigue lo que no consigue nadie más”. Pero la gente muere, ¿verdad? Sí, claro. Sucede, sin embargo, que la naturalización actual de la muerte cancela el pensamiento crítico. Algunos ilusos hasta creen en ese nosotros invocado por el mismo poder que declara el estado de alarma: “Este virus lo pararemos juntos”. Pero solamente van a trabajar y se exponen en el metro aquellos que necesitan el dinero imperiosamente.
Cada sociedad tiene sus propias enfermedades, y dichas enfermedades dicen la verdad acerca de esta sociedad. Se conoce demasiado bien la interrelación entre la agroindustria capitalista y la etiología de las epidemias recientes: el capitalismo desbocado produce el virus que él mismo reutiliza más tarde para controlarnos. Los efectos colaterales (despolitización, reestructuraciones, despidos, muertes, etc.) son esenciales para imponer un estado de excepción normalizado. El capitalismo es asesino, y esta afirmación no es consecuencia de ninguna afirmación conspiranoica. Se trata simplemente de su lógica de funcionamiento. Drones y controles policiales en las calles. El lenguaje militarizado recuerda el de los manuales de la contrainsurgencia: “En la guerra moderna, el enemigo es difícil de definir. El límite entre amigos y enemigos se halla en el interior mismo de la nación, en una misma ciudad, y en ocasiones dentro de la misma familia” (Biblioteca del Ejército de Colombia, Bogotá, 1963). Recuerden: la mejor vacuna es uno mismo. Esta coincidencia no es extraña, ya que la movilización total es sobre todo una guerra, y la mejor guerra —porque permanece invisible— es aquella que se libra en nombre de la vida. He aquí el engaño.
Si la movilización se despliega como una guerra contra la población es porque su único objetivo consiste en salvar el algoritmo de la vida, lo cual, por descontado, nada tiene que ver con nuestras vidas personales e irreductibles, que bien poco importan. La “mano invisible” del mercado ponía cada cosa en su sitio: asignaba recursos, determinaba precios y beneficios. Humillaba. Ara es la Vida, pero la Vida entendida como un algoritmo formado por secuencias ordenadas de pasos lógicos, la que se encarga de organizar la sociedad. Las habilidades necesarias para trabajar, aprender y ser un buen ciudadano se han unificado. Éste es el auténtico confinamiento en que estamos recluidos. Somos terminales del algoritmo de la Vida que organiza el mundo. Este confinamiento hace factible el Gran Confinamiento de las poblaciones que ya tiene lugar en China, Italia, etc. y que, poco a poco, se convertirá en una práctica habitual a causa de una naturaleza incontrolable. El Gobierno se reestataliza y la decisión política regresa a un primer plano. El neoliberalismo se pone descaradamente el vestido del Estado guerra. El capital tiene miedo. La incerteza y la inseguridad impugnan la necesidad del mismo Estado. La vida oscura y paroxística, aquello incalculable en su ambivalencia, escapa al algoritmo.
Fuente: Crític y Comitédisperso
Mi amigo Jun Fujita, de paso por Madrid en su vuelta a Japón desde Argentina, se ha quedado atrapado por la cuarentena en mi casa. Para mí toda una bendición: cocinamos, charlamos y por la noche hacemos cine-fórum.
Ayer La Cosa, de John Carpenter (1982), un peliculón de ciencia-ficción y terror que no ha perdido un ápice de su capacidad de impacto. Toda la conversación posterior a la peli gira en torno a la cuestión, tan presente hoy con el coronavirus, del enemigo.
— ¿Quién es el enemigo? Al terrible ser encontrado en la Antártida la expedición de científicos lo llama simplemente La Cosa.
“Estamos en guerra” ha dicho Macron. Y manda al ejército patrullar las calles. Lo mismo dijo el presidente chileno Sebastián Piñera cuando empezó la insurrección en su país: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nadie y a nada”. Un poder “alienígena” añadió su mujer. Movilización y guerra total contra… La Cosa.
La Cosa no tiene nombre. Es un Objeto Volante no Identificado por los radares de lo conocido. No encaja en ninguna de las tablas clasificatorias, en ninguno de los sistemas de categorización previo. Es más: La Cosa los arruina y destruye. Es el monstruo, el ser venido de otro planeta, el combatiente ilegal, la potencia del afuera, un punto de exterioridad con respecto a la civilización.
¡Guerra a La Cosa! Por supuesto hay que cuidar y cuidarse, proteger y protegerse. Pero, ¿no es también La Cosa una ocasión de pensamiento? Sólo es posible pensar en la interrupción: la interrupción de los automatismos, de los estereotipos, de las evidencias. La Cosa es un agujero en el sistema de evidencias establecido. Nos invita a repensarlo todo de nuevo: la salud y la sanidad, las ciudades y la alimentación, los vínculos y los cuidados.
En lugar de tapar el agujero, mirar a través suyo. Es la diferencia entre gestionar y transformar. ¿Pero quien quiere sostener un agujero?
— Indiscernibilidad. ¿Quién es La Cosa?
Lo estamos viendo hoy: el enemigo puede ser cualquiera. Los que vienen al pueblo desde la ciudad, ese tipo que anda por la calle aún, los vagabundos y los chicos migrantes sin casa.
La tensión social horizontal es palpable estos días. ¿Quién tiene el virus? No se sabe. Cualquiera lo puede pasar. Hay que desconfiar de cualquiera. Uno mismo sin saberlo puede llevar La Cosa dentro: son los asintómáticos.
Los comunistas eran un enemigo reconocible. El sida estaba asociado a “grupos o prácticas de riesgo”. Pero ahora cualquiera se puede infectar, cualquiera lo puede contagiar, cualquiera es el enemigo.
El piloto Mc Ready (Kurt Rusell) va caso por caso, es lo más seguro, pero la situación cambia, evoluciona. El sano de ayer puede ser el infectado de hoy. Un cortocircuito infernal de lo actual y lo virtual. La desconfianza y la paranoia son generalizadas.
— El enemigo viene de afuera
¿Cómo protegerse? En la peli cada personaje se encierra en su plano individual evitando encontrarse con los demás en un plano de conjunto (el campo-contracampo se vuelve social distancing). Hay que cerrar fronteras. Una frontera en torno a cada uno de nosotros, la casa en cuarentena. La frontera del país, la frontera de la Unión Europea. Da igual que Europa sea más foco de contagio que al revés, se sigue pensando que el enemigo viene de afuera y que protegerse consiste en dejarlo fuera.
Y sin embargo La Cosa llegó antes que la expedición de investigación. La Cosa estaba ahí desde mucho antes, empotrada en la Tierra.
Si La Cosa estaba ahí antes, ¿cómo vamos a dejarla afuera?
Un texto notable que circula estos días, Monólogo del virus, nos recuerda que los virus estaban ahí desde el principio de todo, que representan la continuidad de lo vivo, que sin ellos no habría habido vida.
Como el “barravento” que sopla en la peli de Glauber Rocha (1962), el coronavirus se mueve identificándose con los movimientos de desterritorialización absoluta de la Tierra. El virus es la tierra. Nosotros somos los extra-terrestres. Los que hemos cortado con la continuidad de lo vivo separando sujeto (El Hombre) y objeto a dominar (el mundo). Es la lógica de dominio la que corta el campo relacional en que consiste la vida poniéndonos a todos en peligro. Es esa vida extra-terrestre la que nos amenaza.
— Protegernos de La Cosa. ¿Pero cómo?
No way out en la película de Carpenter. Película radical, sin concesiones, sin ilusiones, sin final feliz.
Para acabar con La Cosa, Mc Ready pega fuego a todas a todas las instalaciones, a todas las viviendas, al conjunto entero de la base científica. Le pega fuego a todo lo que (supuestamente) protege. Porque sospecha que en cualquier rincón puede quedar escondida La Cosa.
Le pega fuego a todo y queda a la intemperie, en el desierto de hielo. El fuego consume el frío, pero amenaza con llevárselo todo consigo.
Es la salida más radical: quemar todo lo que supuestamente nos protege del mal pero en realidad lo reproduce. Quedar a la intemperie, donde un nuevo comienzo es posible. Expuestos, con la vida al descubierto.
¿Está a nuestro alcance ese gesto radical? ¿Lo queremos o tenemos demasiado miedo? ¿Es el único gesto posible?
Preferiríamos seguramente una respuesta sensata que protegiese a los vulnerables sin exponer a nadie más a cambio (los pobres, los chivos expiatorios), que nos devolviese sin demasiados costes a una cierta normalidad. Pero ahí, en la salida reformista, seguramente La Cosa encuentre rincones para guarecerse y no aprovecharemos el agujero para pensar radicalmente.
¿Entonces?
A Ite y Shulem, madre y padre.
¿Qué pienso cuando uno, judío que no habla el idish ni lo escribe, aunque lo comprende, sin embargo siente que fue desde ese dialecto cómo penetró en la lengua en la que nos expresamos, en este caso el habla porteña? ¿Soy menos judío? Es dificil describir ese no se qué inasible, pero hay que pensarse hasta bien adentro para tratar de saberlo porque allí reside, creo, su secreto. Más aún todavía: creo que sólo puedo decirme y escribir en serio cuando habilito las primeras cadencias que me hablaban desde niño en ídish, aunque no sepa hablarlo. Esto es lo que me deslumbra: el idish habla en mí desde un ultramundo, y lo hace de una manera extraña aunque yo no lo hable. Esta experiencia que me asombra por lo que tiene de contradictorio con el “idioma de los argentinos” -cómo lo designaba Borges- sin embargo, descubro, es la que construye no sólo la significación de lo que digo sino el sentido de eso que se llama “estilo”: los ademanes y los gestos que ponen un rostro y un cuerpo a las palabras. Eso que las animan desde adentro, irreductible a la comunicación electrónica y a la linguistica canónica.
¿Pensar en idish es ser judío? Sin hablarlo, el ídish fue el abono sonoro de mi corporeidad naciente y la configuró más allá de lo que yo mismo supiera. La lengua materna, el idioma del cuerpo vivo de mi madre, fue -para cada uno debe serlo- un suelo afectivo, una a, manera de tierra sonora cuyas inflexiones, acentos, deslizamientos y giros construyeron la impronta más honda que reflejó y animó con la suya la mía, que modularon las primeras palabras y organizaron todo lo que desde ella mi cuerpo siente, imagina y piensa. Colorear -”pintar con palabras” decía Simón Rodriguez- un mundo con miríadas de tonos que invocan todos los afectos, y los marca y los une en coalescencias sonoras indelebles que resisten todos los solventes. No hay un “colorante” -un sonorizante- para destacar y hacer visibles esos matices que sólo la palabra anima. Pero, con ser lo más personal y diferente para cada uno, sin embargo es producto de una historia que los judios hicieron entre todos durante tantos siglos que vivieron perseguidos. Y produjeron, estos sentidos ínfimos, armónicos y arcaicos, a través de todas las aventuras que los judíos europeos elaboraron con una lengua ajena que les era dada -el alto alemán del siglo XI- y con ellos en ella crearon una lengua propia. El pajar de los tejados sin tejas donde estaban subidos todos los violinistas judíos que durante siglos crearon melodías para alegrar el alma de los pueblerinos, en realidad con sus arcos tensaban en idish las cuerdas de sus propios cuerpos, cómo ese que Chagall pintaba en los stetl. Enrique Heine para suavizarla metamorfosea la lengua alemana: una modulación sonora de su cuerpo judío imprime en sus versos una nueva ternura amorosa. Un dialecto, un arrabal de la lengua la envuelve y la preña de modulaciones extrañas a ella: el idish se infiltró así en la poesía alemana (¿los alemanes no lo soportaron?) cómo se infiltró entre nosotros con César Tiempo en el habla porteña. O cuando Juan Gelman recupera al ladino para impregnar de judío a la poesía montonera argentina. Los sonidos de la lengua son cómo el suelo primordial al cual se remiten y vuelven todas las significaciones que escapan al diccionario de la Real Academia. Los judíos en tierras extrañas se asimilaron a una lengua extraña, la de sus perseguidores, y la metamorfosearon en lengua materna al dialectizarla para hacerla suya: construyeron su cobijo con palabras ajenas para que los albergara de la intemperie en la que se encontraban: hicieron su nido con voces prestadas. Las volvieron a templar con otros diapasones que abrían de nuevo las experiencias del fin y del comienzo de la nueva vida, desde que nacían hasta que morían. El quejido umbroso y profundo que adquiere el lamento por los muertos que sale sonoro de la garganta de los jazn en los cementerios y las canciones de cuna que nos siguen arrullando todavía: esas palabras, que muchas veces escuchamos sin que las entendamos a fondo, son el fondo que cadencia esos dos extremos que marcan el espacio de nuestra propia vida. Todas las palabras son erógenas; hacen vibrar al cuerpo y es esa vibración la que les da su sentido más fino cuando los conceptos no las definen desde el pensar de la razón abstracta. La piel es la superficie de su pentagrama, y por eso se dice que hablan al alma.
Melodías que la gramática no agota porque que ésta sólo es el marco de toda creación donde el tiempo discurre. Si el tiempo existe es porque la sonoridad de las palabras denotan la experiencia de su transcurrir sensible siempre renovado, siempre en acto, aunque no nos demos cuenta de que nos está pasando. El tiempo es el deslizamiento de las palabras sobre el sentir del cuerpo erógeno que ya no es sólo el de sus agujeros y de sus turgencias. Es el arco que saca sonidos inauditos del silencio que la materia animada esconde. Desde esa modulación que nos tensa cada sentido es irrepetible, siempre diferente según quien nos rasgue. La historia es lo que vamos dibujando en su cañamazo sonoro en un movimiento que hace que esa historia sea nuestra aunque la inauguremos -y por eso mismo existe- con las cadencias sentidas que hemos heredado. Donación sonora primera, de arrullos y murmullos que acompañaron la presencia y el abrazo de un cuerpo que al unísono se confundía con el nuestro. (El unísono sólo se cumple en esa melodía que está en el orígen luego se escinde, nos separamos, y entonces cómo los argonautas sólo escuchamos voces que nos tienden trampas).
Pienso que antes de hablar el hombre cantaba como cantan y lloran cantando los niños. El afecto modulaba el sentido sonoro de lo que se quería expresar hacia el otro. La voz enlaza a la distancia con su tiento de viento, la palabra acorta lo que nos separa: toca y acaricia al cuerpo alejado, o al menos lo anima y le dice que se acerque un poco. Y ese canto también es primero y está antes de que el idioma nos ate con sus cadenas de significantes. Cuando el niño gorgojea y oye voces que la madre modula con su boca, ésa es para el niño modulación sonora del afecto amoroso de su cuerpo que lo trajo a la vida. (Luego cuando amamos otros cuerpos es como si volvieran a resonar, sin distancia otra vez confundidos, esas voces que la carne unificó desde que nacimos).
Un cuerpo de palabras fragantes recorre al niño: es la lengua materna la que nos impregna de sentido afectivo antes que las palabras sin sabor ni olor luego lo denoten y certifiquen. Y bueno, ahora que lo pienso, eso fue para mí el idish con el que mi madre me acunaba y me cantaba melodías tan distintas a las que oiría más tarde de otras bocas que pude besar como besé la suya.
Si el idish fuese ese sostén sonoro que lo impregnaba todo puedo decir que sólo pienso, escribo o hablo en serio cuando desde ese lugar primigenio convoco todos los sentidos que desde la lengua materna van a nutrirse nuevamente, a buscar la tierra que convoca al sentido, desde ese ser ab-orígen que aún me sostiene: desde la sonoridad de la primera lengua que acunó y conmovió nuestra infancia. Esse espacio, donde la verdad de la vida aparecía, era lo que mi padre sabio de palabras y de metafísicas llamaba sagrado: la mentira no podía rozarlo.
¿Por qué creen ustedes entonces que cuando Jack Fucks nos cuenta que al salir de Dachau donde en alemán los alemanes habían asesinado a sus padres y hermanos lo primero que hacen los cautivos en el hospital donde se recuperan fue escribir un diario en idish, volver a buscar la fuente originaria del sentido perdido, recuperar la vida en el magma de la lengua materna, encontrar un respaldo para reiniciar la vida cómo si sólo pudiéramos renacer desde ella?
Y si uno mismo pudo preguntarle a su madre, desde muy niño, si los judíos no morian nunca era porque la muerte cómo término, con el sentido que ustedes o el niño que fuimos podíamos darle, aparecía cómo una eternidad en acto también cantada en idish. Morirse era no estar sostenido por la lengua sonora que mi madre tendía. Su cuerpo expresaba una sabiduría que la metafísica luego con rigor conceptual tardío quiso enseñarnos, pero nunca tan irrefutable y simple cómo lo expresaban sus palmas cuando las restregaba una con otra y nos mostraba sin esconder nada que la vida era cómo ese polvo de escamas que brotaba de sus manos, cómo los cuerpos que se restriegan y se gastan entre sí mientras viven. Polvo enamorado el de esas manos que me habían amado. ¿Cómo no soportar la muerte si habíamos aprendido de ella que la vida era breve porque es intensa y bella? Esa sabiduría no era sólo de mi madre: hasta Freud cuenta que la suya también se lo hacía.
Luego, cuando uno fue a Munich a estudiar alemán en el Instituto Goethe, ese dialecto plebeyo y pueblerino que nos resonaba y se actualizaba en la nueva lengua tan cristianizada que un profesor adusto quería enseñarme, ese idish que traducía en colores Chagall en sus cuadros para mí siguió siendo el referente sentido que verificaba las afirmaciones tan sabias de Hegel sobre la verdad absoluta de la historia, a la que le faltaba sin embargo la que yo traía: la de mis padres que me sostenían desde Argentina. Es como si el idish me fuera más próximo y significativo que el alemán con el cual Hegel había escrito. El recuerdo grabado de la sonoridad judía del idish, ahora sobre fondo de los campos de exterminio, tuvo que luchar en mí para abrirle y hacerle aceptar un espacio al idioma alemán del cual sin embargo había surgido el idish. Nunca pude estar seguro de reconciliarlos.
Entonces me explico ese entrelazamiento que las culturas tejen y destejen, cuando incluyen dentro de sí eso que llamamos entre nosotros un “crisol de razas”. Más bien “crisol de lenguas” maternas que vuelven a inseminar y dar sentido a todas las otras que encontramos en tierras extrañas. Son ellas la que crecen y se multiplican fructificando el lugar donde se las habla. La lengua materna es la tierra-madre que desde lo más secreto y primero une a los cuerpos que se entrelazan, cómo lo hace afuera también la materialidad del mundo que nos recibe desde niños, tanto cómo fructifican y se desarrollan en la terrenalidad del país en el que nacimos o de otros países que nos acogieron. Los países de inmigrantes reciben entonces un don y una riqueza que no se esperaban: al dejar entrar a los hombres que buscan refugio vuelven a dar vida, sin saberlo, a las lenguas madres que los recién venidos llevan escondidas en sus valijas o en sus viejos trastos. Extienden la tierra al extender la lengua, la materialidad insondable, nutricia y sonora del cuerpo de la madre, ese fértil suelo portátil que los acompaña. El año que viene en la ciudad perdida es la plegaria que nos acompaña a todos, nacidos en vientre de madre, tan ajena y diferente a la Ciudad de Dios que cristianamente Agustín prometía. Esa Diosa primera que todos con toda inocencia aún buscamos en las mujeres que nunca serán cómo ella y de quien Adán nos dice que hace milenios que fue, cómo Eva, “la madre de todo lo viviente”. Los judíos lo sabemos desde que nacimos -aunque los ortodozos con sus celos pánicos al cubrirlas con pelucas revelen lo que más anhelan-. Porque al menos, la nuestra “en el comienzo de la creación”, cómo dice la Biblia, para hacernos judíos nos habló en idish. Y fue suficiente para hacernos hombres, por lo menos, en lo que creemos que tenemos de buenos.
Y una pregunta última: ¿Qué les pasa a los judíos que en Israel tienen que murmurar en hebreo lo que les pasó en ídish?
*Extraído de Lenguas Vivas (2009). Colección Bicentenario de la Biblioteca Nacional.
Original en: https://not.neroeditions.com/cronaca-della-psicodeflazione/
[Traducción: Emilio Sadier]
You are the crown of creation
And you’ve got no place to go
[Eres la corona de la creación
y no tenés adónde ir.]
Jefferson Airplane, 1968
«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal. Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar. Ese organismo es la palabra.»
William Burroughs, El boleto que explotó
21 de febrero
Al regresar de Lisboa, una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. En la entrada hay dos humanos completamente cubiertos con un traje blanco, con un casco luminiscente y un aparato extraño en sus manos. El aparato es una pistola termómetro de altísima precisión que emite luces violetas por todas partes.
Se acercan a cada pasajero, lo detienen, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir.
Un presentimiento: ¿estamos atravesando un nuevo umbral en el proceso de mutación tecnopsicótica?
28 de febrero
Desde que volví de Lisboa, no puedo hacer otra cosa: compré unos veinte lienzos de pequeñas proporciones, y los pinto con pintura de colores, fragmentos fotográficos, lápices, carbonilla. No soy pintor, pero cuando estoy nervioso, cuando siento que está sucediendo algo que pone a mi cuerpo en vibración dolorosa, me pongo a garabatear para relajarme.
La ciudad está silenciosa como si fuera Ferragosto. Las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan regiones enteras del mapa. Las convulsiones recientes del cuerpo planetario quizás estén provocando un colapso que obligue al organismo a detenerse, a ralentizar sus movimientos, a abandonar los lugares abarrotados y las frenéticas negociaciones cotidianas. ¿Y si esta fuera la vía de salida que no conseguíamos encontrar, y que ahora se nos presenta en forma de una epidemia psíquica, de un virus lingüístico generado por un biovirus?
La Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo, y el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa.
Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos. ¿Quieren verlo?
2 de marzo
Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción, interrumpen la pretensión de gobierno sobre el mundo y dejan que el tiempo retome su flujo en el que nadamos pasivamente, según la técnica de natación llamada «hacerse el muerto». La nada se traga una cosa tras otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto.
No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos.
¿Cuánto está destinado a durar el efecto de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus? Dicen que la primavera matará al virus, pero por el contrario podría exaltarlo. No sabemos nada al respecto, ¿cómo podemos saber qué temperatura prefiere? Poco importa cuán letal sea la enfermedad: parece serlo modestamente, y esperamos que se disipe pronto.
Pero el efecto del virus no es tanto el número de personas que debilita o el pequeñísimo número de personas que mata. El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga. Hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad.
¿Quieren verlo?
3 de marzo
¿Cómo reacciona el organismo colectivo, el cuerpo planetario, la mente hiperconectada sometida durante tres décadas a la tensión ininterrumpida de la competencia y de la hiperestimulación nerviosa, a la guerra por la supervivencia, a la soledad metropolitana y a la tristeza, incapaz de liberarse de la resaca que roba la vida y la transforma en estrés permanente, como un drogadicto que nunca consigue alcanzar a la heroína que sin embargo baila ante sus ojos, sometido a la humillación de la desigualdad y de la impotencia?
En la segunda mitad de 2019, el cuerpo planetario entró en convulsión. De Santiago a Barcelona, de París a Hong Kong, de Quito a Beirut, multitudes de muy jóvenes salieron a la calle, por millones, rabiosamente. La revuelta no tenía objetivos específicos, o más bien tenía objetivos contradictorios. El cuerpo planetario estaba preso de espasmos que la mente no sabía guiar. La fiebre creció hasta el final del año Diecinueve.
Entonces Trump asesina a Soleimani, en la celebración de su pueblo. Millones de iraníes desesperados salen a las calles, lloran, prometen una venganza estrepitosa. No pasa nada, bombardean un patio. En medio del pánico, derriban un avión civil. Y entonces Trump gana todo, su popularidad aumenta: los estadounidenses se excitan cuando ven la sangre, los asesinos siempre han sido sus favoritos. Mientras tanto, los demócratas comienzan las elecciones primarias en un estado de división tal que solo un milagro podría conducir a la nominación del buen anciano Sanders, única esperanza de una victoria improbable.
Entonces, nazismo trumpista y miseria para todos y sobreestimulación creciente del sistema nervioso planetario. ¿Es esta la moraleja de la fábula?
Pero he aquí la sorpresa, el giro, lo imprevisto que frustra cualquier discurso sobre lo inevitable. Lo imprevisto que hemos estado esperando: la implosión. El organismo sobreexcitado del género humano, después de décadas de aceleración y de frenesí, después de algunos meses de convulsiones sin perspectivas, encerrado en un túnel lleno de rabia, de gritos y de humo, finalmente se ve afectado por el colapso: se difunde una gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía…
El capitalismo es una axiomática, es decir, funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital). Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese axioma, y nada puede concebirse o intentarse por fuera de ese axioma. No existe una salida política de la axiomática del Capital, no existe un lenguaje capaz de enunciar el exterior del lenguaje, no hay ninguna posibilidad de destruir el sistema, porque todo proceso lingüístico tiene lugar dentro de esa axiomática que no permite la posibilidad de enunciados eficaces extrasistémicos. La única salida es la muerte, como aprendimos de Baudrillard.
Solo después de la muerte se podrá comenzar a vivir. Después de la muerte del sistema, los organismos extrasistémicos podrán comenzar a vivir. Siempre que sobrevivan, por supuesto, y no hay certeza al respecto.
La recesión económica que se está preparando podrá matarnos, podrá provocar conflictos violentos, podrá desencadenar epidemias de racismo y de guerra. Es bueno saberlo. No estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la frugalidad, el compartir. No estamos preparados para disociar el placer del consumo.
4 de marzo
¿Esta es la vencida? No sabíamos cómo deshacernos del pulpo, no sabíamos cómo salir del cadáver del Capital; vivir en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración constante, a la competencia generalizada y a la sobreexplotación con salarios decrecientes. Ahora el virus desinfla la burbuja de la aceleración.
Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste e imposible.
La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos.
Es difícil que el organismo colectivo se recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista, ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su glorioso camino. Podemos hundirnos en el infierno de una detención tecno-militar de la que solo Amazon y el Pentágono tienen las llaves. O bien podemos olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación.
Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable.
5 de marzo
Se manifiestan los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de mucha utilidad.
Por primera vez, la crisis no proviene de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del cuerpo.
Es el cuerpo el que ha decidido bajar el ritmo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo.
Cuando hablo de cuerpo me refiero a la función biológica en su conjunto, me refiero al cuerpo físico que se enferma, aunque de una manera bastante leve –pero también y sobre todo me refiero a la mente, que por razones que no tienen nada que ver con el razonamiento, con la crítica, con la voluntad, con la decisión política, ha entrado en una fase de pasivización profunda.
Cansada de procesar señales demasiado complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que decide por todos. Psicodeflación.
6 de marzo
Naturalmente, se puede argumentar exactamente lo contrario de lo que dije: el neoliberalismo, en su matrimonio con el etnonacionalismo, debe dar un salto en el proceso de abstracción total de la vida. He aquí, entonces, el virus que obliga a todos a quedarse en casa, pero no bloquea la circulación de las mercancías. Aquí estamos en el umbral de una forma tecnototalitaria en la que los cuerpos serán para siempre repartidos, controlados, mandados a distancia.
En Internazionale se publica un artículo de Srecko Horvat (traducción de New Statesman).
Según Horvat, «el coronavirus no es una amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto para esa ideología. Pero desde un punto de vista político el virus es un peligro, porque una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo etnonacionalista de reforzar las fornteras y esgrimir la exclusividad racial, de interrumpir la libre circulación de personas (especialmente si provienen de países en vías de desarrollo) pero asegurando una circulación incontrolada de bienes y capitales.
«El miedo a una pandemia es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y la economía capitalista. Como un virus que necesita una célula viva para reproducirse, el capitalismo también se adaptará a la nueva biopolítica del siglo XXI.
«El nuevo coronavirus ya ha afectado a la economía global, pero no detendrá la circulación y la acumulación de capital. En todo caso, pronto nacerá una forma más peligrosa de capitalismo, que contará con un mayor control y una mayor purificación de las poblaciones».
Naturalmente, la hipótesis formulada por Horvat es realista.
Pero creo que esta hipótesis más realista no sería realista, porque subestima la dimensión subjetiva del colapso y los efectos a largo plazo de la deflación psíquica sobre el estancamiento económico.
El capitalismo pudo sobrevivir al colapso financiero de 2008 porque las condiciones del colapso eran todas internas a la dimensión abstracta de la relación entre lenguaje, finanzas y economía. No podrá sobrevivir al colapso de la epidemia porque aquí entra en juego un factor extrasistémico.
7 de marzo
Me escribe Alex, mi amigo matemático: «Todos los recursos superinformáticos están comprometidos para encontrar el antídoto al corona. Esta noche soñé con la batalla final entre el biovirus y los virus simulados. En cualquier caso, el humano ya está fuera, me parece».
La red informática mundial está dando caza a la fórmula capaz de enfrentar el infovirus contra el biovirus. Es necesario decodificar, simular matemáticamente, construir técnicamente el corona-killer, para luego difundirlo.
Mientras tanto, la energía se retira del cuerpo social, y la política muestra su impotencia constitutiva. La política es cada vez más el lugar del no poder, porque la voluntad no tiene control sobre el infovirus.
El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global.
Los pulmones son el punto más débil, al parecer. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro colectivo, obligado a ralentizar sus ritmos.
8 de marzo
Durante la noche, el Primer Ministro Conte ha comunicado la decisión de poner en cuarentena a una cuarta parte de la población italiana. Piacenza, Parma, Reggio y Modena están en cuarentena. Bolonia no. Por el momento.
En los últimos días hablé con Fabio, hablé con Lucia, y habíamos decidido reunirnos esta noche para cenar. Lo hacemos de vez en cuando, nos vemos en algún restaurante o en casa de Fabio. Son cenas un poco tristes incluso si no nos lo decimos, porque los tres sabemos que se trata del residuo artificial de lo que antes sucedía de manera completamente natural varias veces a la semana, cuando nos reuníamos con mamá.
Ese hábito de encontrarnos a almorzar (o, más raramente, a cenar) de mamá había permanecido, a pesar de todos los eventos, los movimientos, los cambios, después de la muerte de papá: nos encontrábamos a almorzar con mamá cada vez que era posible.
Cuando mi madre se encontró incapaz de preparar el almuerzo, ese hábito terminó. Y poco a poco, la relación entre nosotros tres ha cambiado. Hasta entonces, a pesar de que teníamos sesenta años, habíamos seguido viéndonos casi todos los días de una manera natural, habíamos seguido ocupando el mismo lugar en la mesa que ocupábamos cuando teníamos diez años. Alrededor de la mesa se daban los mismos rituales. Mamá estaba sentada junto a la estufa porque esto le permitía seguir ocupándose de la cocina mientras comía. Lucía y yo hablábamos de política, más o menos como hace cincuenta años, cuando ella era maoísta y yo era obrerista.
Este hábito terminó cuando mi madre entró en su larga agonía.
Desde entonces tenemos que organizarnos para cenar. A veces vamos a un restaurante asiático ubicado colinas abajo, cerca del teleférico en el camino que lleva a Casalecchio, a veces vamos al departamento de Fabio, en el séptimo piso de un edificio popular pasando el puente largo, entre Casteldebole y Borgo Panigale. Desde la ventana se pueden ver los prados que bordean el río, y a lo lejos se ve el cerro de San Luca y a la izquierda se ve la ciudad.
Entonces, en los últimos días habíamos decidido vernos esta noche para cenar. Yo tenía que llevar el queso y el helado, Cristina, la esposa de Fabio, había preparado la lasaña.
Todo cambió esta mañana, y por primera vez –ahora me doy cuenta– el coronavirus entró en nuestra vida, ya no como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o psicoanalítica, sino como un peligro personal.
Primero fue una llamada de Tania, la hija de Lucía que desde hace un tiempo vive en Sasso Marconi con Rita.
Tania me telefoneó para decirme: escuché que vos, mamá y Fabio quieren cenar juntos, no lo hagas. Estoy en cuarentena porque una de mis alumnas (Tania enseña yoga) es doctora en Sant’Orsola y hace unos días el hisopado le dio positivo. Tengo un poco de bronquitis, por lo que decidieron hacerme el análisis también, a la espera del informe no puedo moverme de casa. Yo le respondí haciéndome el escéptico, pero ella fue implacable y me dijo algo bastante impresionante, que todavía no había pensado.
Me dijo que la tasa de transmisibilidad de una gripe común es de cero punto veintiuno, mientras que la tasa de transmisibilidad del coronavirus es de cero punto ochenta. Para ser claros: en el caso de una gripe normal, hay que encontrarse con quinientas personas para contraer el virus, en el caso del corona basta con encontrarse con ciento veinte. Interesante.
Luego, ella, que parece estar informadísima porque fue a hacerse el hisopado y por lo tanto habló con los que están en la primera línea del frente de contagio, me dice que la edad promedio de los muertos es de ochenta y un años.
Bueno, ya lo sospechaba, pero ahora lo sé. El coronavirus mata a los viejos, y en particular mata a los viejos asmáticos (como yo).
En su última comunicación, Giuseppe Conte, quien me parece una buena persona, un presidente un poco por casualidad que nunca ha dejado de tener el aire de alguien que tiene poco que ver con la política, dijo: «pensemos en salud de nuestros abuelos». Conmovedor, dado que me encuentro en el papel incómodo del abuelo a proteger.
Habiendo abandonado el traje del escéptico, le dije a Tania que le agradecía y que seguiría sus recomendaciones. Llamé a Lucia, hablamos un poco y decidimos posponer la cena.
Me doy cuenta de que me metí en un clásico doble vínculo batesoniano. Si no llamo por teléfono para cancelar la cena, me pongo en posición de ser un huésped físico, de poder ser portador de un virus que podría matar a mi hermano. Si, por otro lado, llamo, como estoy haciendo, para cancelar la cena, me pongo en la posición de ser un huésped psíquico, es decir, de propagar el virus del miedo, el virus del aislamiento.
¿Y si esta historia dura mucho tiempo?
9 de marzo
El problema más grave es el de la sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: las unidades de terapia intensiva están al borde del colapso. Existe el peligro de no poder curar a todos los que necesitan una intervención urgente, se habla de la posibilidad de elegir entre pacientes que pueden ser curados y pacientes que no pueden ser curados.
En los últimos diez años, se recortaron 37 mil millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó drásticamente.
Según el sitio quotidianosanità.it, «en 2007 el Servicio Sanitario Nacional público podía contar con 334 Departamentos de emergencia-urgencia (Dea) y 530 de primeros auxilios. Pues bien, diez años después la dieta ha sido drástica: 49 Dea fueron cerrados (-14%) y 116 primeros auxilios ya no existen (-22%). Pero el recorte más evidente está en las ambulancias, tanto las del Tipo A (emergencia) como las del Tipo B (transporte sanitario). En 2017 tenemos que las Tipo A fueron reducidas un 4% en comparación con diez años antes, mientras que las de Tipo B fueron reducidas a la mitad (-52%). También es para tener en cuenta cómo han disminuido drásticamente las ambulancias con médico a bordo: en 2007, el médico estaba presente en el 22% de los vehículos, mientras que en 2017 solo en el 14,7%. Las unidades móviles de reanimación también se redujeron en un 37% (eran 329 en 2007, son 205 en 2017). El ajuste también ha afectado a los hogares de ancianos privados que, en cualquier caso, tienen muchas menos estructuras y ambulancias que los hospitales públicos.
«A partir de los datos se puede ver cómo ha habido una contracción progresiva de las camas a escala nacional, mucho más evidente y relevante en el número de camas públicas en comparación con la proporción de camas administradas de forma privada: el recorte de 32.717 camas totales en siete años remite principalmente al servicio público, con 28.832 camas menos que en 2010 (-16,2%), en comparación con 4.335 camas menos que el servicio privado (-6,3%)».
10 de marzo
«Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín».
Esto está escrito en las docenas de cajas que contienen barbijos que llegan de China. Estos mismos barbijos que Europa nos ha rechazado.
11 de marzo
No fui a via Mascarella, como generalmente hago el 11 de marzo de cada año. Nos reencontramos frente a la lápida que conmemora la muerte de Francesco Lorusso, alguien pronuncia un breve discurso, se deposita una corona de flores o bien una bandera de Lotta Continua que alguien ha guardado en el sótano, y nos abrazamos, nos besamos abrazándonos fuerte.
Esta vez no tenía ganas de ir, porque no me gustaría decirle a ninguno de mis viejos compañeros que no podemos abrazarnos.
Llegan de Wuhan fotos de personas celebrando, todas rigurosamente con el barbijo verde. El último paciente con coronavirus fue dado de alta de los hospitales construidos rápidamente para contener la afluencia.
En el hospital de Huoshenshan, la primera parada de su visita, Xi elogió a médicos y enfermeras llamándolos «los ángeles más bellos» y «los mensajeros de la luz y la esperanza». Los trabajadores de salud de primera línea han asumido las misiones más arduas, dijo Xi, llamándolos «las personas más admirables de la nueva era, que merecen los mayores elogios».
Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica, en la que los presidentes no pueden hacer nada, y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo.
12 de marzo
Italia. Todo el país entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención.
Billi y yo nos ponemos el barbijo, tomamos la bicicleta y vamos de compras. Solo las farmacias y los mercados de alimentos pueden permanecer abiertos. Y también los quioscos, compramos los diarios. Y las tabaquerías. Compro papel de seda, pero el hachís escasea en su caja de madera. Pronto estaré sin droga, y en Piazza Verdi ya no está ninguno de los muchachos africanos que venden a los estudiantes.
Trump usó la expresión «foreign virus» [virus extrajero].
All viruses are foreign by definition, but the President has not read William Burroughs [Todos los virus son extranjeros por definición, pero el presidente no ha leído a William Burroughs].
13 de marzo
En Facebook hay un tipo ingenioso que posteó en mi perfil la frase: «hola Bifo, abolieron el trabajo».
En realidad, el trabajo es abolido solo para unos pocos. Los obreros de las industrias están en pie de guerra porque tienen que ir a la fábrica como siempre, sin máscaras u otras protecciones, a medio metro de distancia uno del otro.
El colapso, luego las largas vacaciones. Nadie puede decir cómo saldremos de esta.
Podríamos salir, como alguno predice, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth, Timothy Snyder explica que no hay mejor condición para la formación de regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde la supervivencia de todos está en juego.
El SIDA creó la condición para un adelgazamiento del contacto físico y para el lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto: Internet fue preparada por la mutación psíquica denominada SIDA.
Ahora podríamos muy bien pasar a una condición de aislamiento permanente de los individuos, y la nueva generación podría internalizar el terror del cuerpo de los otros.
¿Pero qué es el terror?
El terror es una condición en la cual lo imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles.
Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.
No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.
Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.
El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.
Fuente: Sangrre
UNO: cien años después Como en un encantamiento, pronto a cumplirse el centenario de la Marcha sobre Roma, la descendencia
Cuando le preguntaron por qué escribía su respuesta fue tajante. Venganza, escribo por venganza. A David Viñas no le interesaba
En La sociedad del espectáculo, un libro que desde su aparición en 1967 se ha convertido en clásico (es decir, un libro siempre
¿Gestionar o transformar?
Quién se hace cargo de lo que pasa, cómo y para qué, en cada crisis, en cada disfuncionamiento, en cada perturbación del sistema.
Se puede gestionar: la idea de la gestión es la “regulación” de lo que pasa para “volver a la normalidad”. Lo que pasa es un hecho aislado y sin historia, se puede conjurar y neutralizar. Las respuestas a la crisis en cuestión se dan en el mismo marco de lo existente.
Un “poder de salvación” administra nuestro miedo y nos promete la supervivencia a cambio de obediencia. La supervivencia, por cierto, será sólo de los más aptos. Porque la lucha de clases -o el conflicto social, si queremos hablar de otra manera- atraviesa en verdad la gestión y las medidas. Hay “inmunizados” (que se pueden proteger) y “expuestos” (que enfrentan las crisis a pelo y caen como moscas, objetos de las propias medidas de “salvación del cuerpo colectivo”: recortes, etc.).
La “gestión” es un bucle: oculta y tapa las preguntas radicales sobre las causas y las condiciones de los desastres y así las reproduce, preparando de tal modo nuevos episodios desastrosos.
Transformar significa hacer aparecer nuevos juegos de preguntas y respuestas, nuevas maneras de pensar y actuar, nuevas lógicas para pensar-hacer sobre los problemas (crisis económicas, crisis migratorias, crisis ecológicas, femicidos) desde otro marco. Un marco distinto, para respuestas distintas.
Transformar significa habitar la excepción.
Habitar la situación, no dejarse simplemente gestionar. ¿Qué significa? Poblar la situación de nuestras preguntas, nuestros pensamientos, nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestros saberes, nuestras redes de afecto…
Habitar, estar presentes, no ser sólo espectadores o consumidores o víctimas de las decisiones de otros, sino sentir, pensar y crear a partir de lo que pasa, darle valor, compartirlo, hacer con ello mundo y vida.
De ahí saldrán los rudimentos para nuevos juegos de preguntas y respuestas, nuevas lógicas, nuevas ganas, nuevos marcos. Habitar la crisis, para no volver simplemente a la normalidad.
¿Quién define la situación?
La gestión instala un monopolio sobre la descripción de lo que pasa: “es así”, “obediencia o muerte”. Quien tiene el monopolio de interpretación -y de la experimentación práctica consecuente- tiene el poder.
Lo interesante de que haya distintas interpretaciones a la crisis del coronavirus es que abre fisuras en ese monopolio. Podemos ver que no hay una sola interpretación (científica, neutral, universal), sino distintas respuestas que arraigan en distintas visiones y cálculos político-económicos. Lo que se presenta como “neutro” es una hipótesis y una decisión sobre la realidad. La gestión del virus nos hace ver a la ciencia mezclada con las diferentes formas de “gubernamentalidad” (distintos cálculos político-económicos). Hay matices, discrepancias, conflictos incluso.
Cada descripción de la realidad (y cada respuesta a la crisis) no es sólo una hipótesis científica-universal, sino que incorpora una serie de valores, una dimensión ética referida a formas de vida. Lo que importa y lo que no importa, lo que debe defendido y lo que no, lo que hay que preservar y lo que se puede desechar.
Pensar ciencia + ética no significa una contra la otra, sino una con la otra en distintas alianzas y combinaciones. Cada descripción incorpora un mundo. ¿Qué respuesta damos? ¿Qué mundo queremos?
La izquierda en el poder
¿Qué oportunidades ofrece la izquierda en el poder? Podemos pensarlo así: el cálculo coste-beneficio en que consiste toda gubernamentalidad se hace más poroso a demandas no solo económicas (como la defensa del trabajo, del salario, de los derechos, de lo público-común, etc.). La gestión no es entonces (sólo) empresarial-securitaria, sino que se puede afectar por otros valores y formas de vida. Ahora mismo por ejemplo puede tener un gran “coste” político cualquier desconsideración a la sanidad pública.
¿Qué peligros tiene la izquierda en el poder? Los clásicos: la intensificación de las lógicas de delegación y representación (“ya se ocupan los buenos en mi lugar”) y mantener ciertas ilusiones sobre el mundo en que vivimos (transiciones energéticas, ciudadanismo, desarrollo sostenible) que obstaculicen el surgimiento de nuevos juegos de preguntas-respuestas que cuestionen el mismo marco en que se desarrolla hoy la vida.
Que aflore la autonomía de las voces afectadas, la autonomía del pensamiento y la acción, la autonomía de las redes y los saberes. No contra nadie, puede haber conflicto y cooperación desde la autonomía, pero tampoco sometida a nadie.
* Notas dispersas a partir de conversaciones y lecturas de estos días, con Jun Fujita, Marta y Natasa, amigxs de los talleres, Diego Sztulwark, Fredric Neyrat, Alain Brossat, Tiqqun-Comité Invisible, Blanchot, etc. Se apoyan sobre todo en a lectura de unas cuentas páginas de Llamamiento (Acuarela, 2008)
Estamos viviendo tiempos difíciles, pero también nos estamos movilizando para no rendirnos y así preparar nuestro próximo ataque. Reflexiones, escenarios y reivindicaciones en medio del brote de Coronavirus
Hace doce días las escuelas y universidades fueron cerradas. Hace nueve días la región de Lombardía se convirtió en una extensa zona roja. Hace ocho días 30 cárceles fueron incendiadas. Hace siete días suspendimos las manifestaciones que iban a ser una ocasión para la huelga de las mujeres. Esa noche toda Italia fue declarada zona roja. Hace cincio días la mayoría de los comercios y actividades económicas cerraron.
Escribimos desde el ojo de la tormenta. Estamos viviendo una época difícil. Pero también nos estamos organizando para no rendirnos y preparar nuestro próximo ataque.
En unos días se suspendieron las manifestaciones y las asambleas programadas, las reuniones comenzaron a efectuarse sólo en línea y actualmente estamos confinados a nuestras casas. Este virus tiene un rasgo específico, si comparado con otros riesgos que conscientemente, individual o colectivamente, tomamos en nuestra actividad política. Este virus puede convertir a todos en un riesgo para los demás y para la sociedad en general. Como muchos dicen en estos días, el principal riesgo del Covid-19 es que puede llevar al colapso del sistema nacional de salud.
Esto puede ocurrir principalmente por dos razones: el virus se propaga muy rápidamente y también los enfermos asintomáticos son contagiosos; un porcentaje de los casos debe ser tratado en terapia intensiva. Los sistemas de salud no son iguales en todo el mundo, ni en los diferentes países europeos. La proporción entre las camas de los cuidados intensivos y la población tampoco es la misma. Los datos más recientes que encontramos dicen que Francia tiene 12 camas cada 100 mil habitantes, Italia tiene 11 y el Reino Unido tiene 7. Sólo Alemania es una excepción parcial, con 30 camas. Pero Grecia tiene 5.
Lombardía es una de las regiones más ricas de Europa y tiene uno de los mejores sistemas de sanidad. Sin embargo, también fue el primer sitio del brote de la infección. A pesar del aumento de camas en terapia intensiva, lo que los médicos y enfermeras se ven obligados a hacer en estos días es aplicar los criterios de la llamada “medicina del desastre”. Esto significa que no todo el mundo puede ser tratado y la elección debe hacerse considerando criterios basados en la posibilidad de supervivencia.
¿Qué podría suceder en los países que no tienen un sistema de salud pública? ¿Qué podría suceder en Áfria donde el saqueo colonial empobrece a las sociedades? ¿ Y en América del Sur? ¿Qué podría suceder en los Estados Unidos, donde el acceso a la asistencia sanitaria depende del dinero que se tiene en el bolsillo? Nadie lo sabe, pero nos hemos hecho todas estas preguntas durante estos últimos días. Hasta ahora, evitar las típicas conductas individuales y políticas nos parece más una cuestión de conciencia social y menos una cuestión de control social o un estado de excepción impuesto desde arriba.
Claramente no se entra en el reino de la “Ciencia Sagrada” en sólo un par de días, donde la política de repente ya no importa. La epidemia no es la misma para todos. No es la misma para los detenidos, que iniciaron un gran levantamiento, según las cifras proporcionadas por el Ministro de Justicia se han involucrado alrededor de 6 mil personas (10% de ellos encarcelados) y 30 prisiones en 3 días. Decenas de policías han sido heridos, se han producido daños por valor de unos 500 millones, decenas de presos han escapado (aunque sólo 6 siguen en libertad) y 13 de ellos (la mayoría africanos) han muerto. La autoridad dice que todos ellos murieron a causa de una sobredosis de drogas, que fueron robadas de las enfermerías de las cárceles. Ya veremos.
Las cárceles y los centros de detención para migrantes no son un lugar seguro, en particular durante una epidemia. Pero tampoco son lugares seguros para muchas mujeres las casas. La epidemia en China dio lugar a un aumento de la violencia doméstica y en todo el mundo las casas y las relaciones familiares son los principales sitios donde se producen los feminicidios y los abusos. Por esta razón, el movimiento feminista está discutiendo cómo organizar la autodefensa de las mujeres que durante la cuarentena están expuestas a un riesgo mucho más alto de violencia doméstica. Por supuesto, otro gran problema es el de las personas sin hogar, que son alrededor de 40 o 50 mil en Italia, las cuales no tienen un lugar donde quedarse y tampoco pueden encontrar refugio. Estas personas están haciendo frente a enormes problemas debido al cierre de muchos servicios sociales y de atención.
Mientras las redes sociales, los medios de comunicación y los políticos invitaban a la población a quedarse en casa mediante hastagas, declaraciones y decretos, el sindicato de empresarios y propietarios de industrias y empresas ha estado presionando para que los trabajadores sigan trabajando. Esto es lo que la Confidustria (Confederación General de la Industria Italiana) pidió hasta el día antes de que el último decreto del Primer Ministro entrara en vigor y es lo que sigue ocurriendo en muchos lugares de trabajo. Aquí la clase obrera tradicional de las fábricas y la nueva clase obrera empleada en la logística se rebelaron inmediatamente, con huelgas espontáneas deteniendo la producción y la distribución de mercancías. “¿Por qué todo el mundo debe quedarse en casa mientras nosotros tenemos que trabajar?”, “¿Qué garantías tenemos contra el contagio?”, “¿Qué medios para evitar el contagio y respetar las órdenes médicas nos proporcionará?”, estas son algunas de las principales preguntas que los trabajadores están haciendo en estas horas a los propietarios y al gobierno.
Hasta ahora, parece que la epidemia y la situación de emergencia en la que vivimos están lejos de eliminar la política de la vida social. No es el reino de la ciencia o de los policías. Es, de hecho, también el espacio en el que una idea muy radical puede convertirse en sentido común. No es posible saber cuál será el próximo paso y cómo la emergencia transformará las normas del orden social y político. Pero estamos seguros de que este cambio tendrá lugar y que hay un gran espacio para la política, también en condiciones en las que todavía no es posible salir a la calle, reunirse y protestar.
Como trabajadores precarios, autónomos, freelance, estudiantes, desempleados, migrantes y toda la composición social que no puede beneficiarse de los amortiguadores sociales tradicionales, tenemos una única y clara reivindicación: una renta básicade cuarentena para todos. Estamos organizando una campaña para reforzar esta reivindicación a nivel nacional. Mientras no trabajemos o no nos paguen, todavía tenemos que pagar los alquileres, las facturas, los préstamos y los bienes. Pensamos que esta reivindicación debería unir las diferentes figuras del mercado laboral fragmentado y la diferenciada composición de clase, además debería ser el primer paso para establecer una norma social universal que deberá mantenerse también después del fin de la epidemia.
Pensamos que esto tendría que reivindicarse por lo menos a nivel europeo, que el 1% debe pagar por ello y en general pagar el coste de la epidemia. Impongamos un impuesto a los gigantes de la web, a los súper ricos, a los propietarios, y hagámosles pagar. Necesitamos impuestos sobre las transacciones financieras y sobre los grandes ingresos. También reclamamos: la inmediata requisa de todas las clínicas y hospitales privados; la distribución gratuita de productos básicos; el cese del pago de facturas y alquileres. Los pobres y los débiles no deben pagar por la epidemia.
Hay que aprovechar de esta situación de emergencia, para recordar quién condujo nuestro sistema de salud a este punto por los cortes y las privaciones. Durante esta cuarentena, hay que luchar por un futuro mejor, sentando las bases de nuevas y más fuertes formas y redes de organización política. Al menos a nivel europeo y contra las instituciones financieras europeas que durante estos años han empobrecido nuestras sociedades, en el marco del neoliberalismo y de la austeridad.
Traduzione di Petra Zaccone per dinamopress
Introducción de Tinta Limón Ediciones al libro “Laboratorio favela. Violencia y política en Río de Janeiro”, que reúne textos y discursos de Marielle Franco.
“¿Cuántos más tendrán que morir para que esta guerra termine?”
M.F.
Dos años pasaron del asesinato de Marielle Franco. Veinticuatro meses desde que una mujer negra nacida y criada en una de las favelas más grande de Río de Janeiro, militante y lesbiana fue asesinada de tres tiros en la cabeza por un sicario la noche del 14 de marzo, cuando volvía de una actividad política como concejala de la Asamblea Legislativa. Junto a ella fue asesinado, también, el conductor del auto en el que viajaban, Anderson Pedro Gomes.
La propia Fiscal General de la Nación denuncia, en septiembre de 2019, que la investigación es constantemente falseada, desviada de sus autores intelectuales y de las motivaciones del crimen. Fuerzas policiales y/o parapoliciales amenazan y matan a sospechosos y testigos. Políticos, comisarios y abogados montan “puestas en escena” que enturbian la investigación. Las corporaciones mediáticas hacen sus cálculos y aprietes. El mismo presidente Jair Bolsonaro y sus hijos aparecen vinculados directamente con el asesinato.
A dos años del doble crimen muchas preguntas siguen sin respuesta: ¿quién mandó a matar a la quinta concejala más votada de Río de Janeiro? ¿A qué intereses responden los autores materiales del hecho, Ronnie Lessa y Élcio Vieira de Queiroz, ex policías enrolados en el grupo paramilitar Escritorio do crime? ¿Cuál es el vínculo personal y político entre el jefe de esta milicia, Adriano Magalhães da Nóbrega, asesinado en febrero de 2020 por la policía Militar, y Flavio Bolsonaro, senador e hijo mayor del Presidente?
El tiempo transcurrido no hace más que confirmar aquello que Marielle venía denunciando públicamente: el ostensible incremento de la violencia institucional, en especial, por parte de los batallones de la policía militar (BOPE) y el crecimiento de los grupos parapoliciales, conformadas centralmente por agentes y ex agentes de las fuerzas de seguridad. La violencia en Río de Janeiro, como en el resto de Brasil, se recrudece y los asesinatos en manos de las fuerzas de seguridad tocan sus máximos históricos. La policía militar asesinó a 434 personas en los primeros cuatro meses de 2019, un año que comenzó con la incorporación del control aéreo de las favelas mediante helicópteros y francotiradores, que disparan a matar a distancia.
En las zonas pobres de Río de Janeiro se vive un estado de sitio permanente. Las víctimas de la policía brasileña son hombres (99%) jóvenes (78%) negros (75%), en su gran mayoría asesinados por “resistencia a la autoridad” con disparos en la nuca. La expectativa de vida de un joven negro en una favela es de 24 años. El racismo y la guerra social son inocultables. Completa este cuadro la violencia contra las mujeres: 11 mujeres son asesinadas por día en Brasil y 13 violadas por día en el Estado de Río de Janeiro, según advertía la propia Marielle días antes de su asesinato.
Laboratorio Favela es al mismo tiempo una denuncia sobre el carácter punitivista que fue adquiriendo el Estado y el violento accionar de las fuerzas de seguridad sobre las poblaciones pobres. Una política que habilita la suspensión de derechos básicos de la población de la favela, y simultáneamente sostiene y refuerza todos los estigmas que asocia a esta población con la delincuencia.
La “cidade maravilhosa” es también un ejemplo brutal del modo depredador en que la fuerza extractiva del capital avanza sobre la ciudad y sus pobladores. Un plan que permite el máximo de negocios (inmobiliarios, turísticos, deportivos) hasta dejarla exhausta y quebrada financieramente. Esta ciudad exhausta y quebrada está intervenida militarmente desde 2018, luego de una década de control poblacional de las favelas.
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El cuerpo central de esta publicación está compuesto por la investigación política hecha por Marielle Franco en el 2013, en una “coyuntura caliente”, como señala su colega y amiga Lia de Mattos Rocha. Ese año debían instalarse las Unidades de Policía de Pacificación (UPP) en el Complexo da Maré, una agresiva política de seguridad puesta en práctica por el estado de Río de Janeiro desde 2008 que “criminalizan la pobreza y que tienen como hipótesis que los habitantes de las favelas son cómplices o, por lo menos, conniventes con el crimen”. Dicha investigación fue presentada por Marielle como tesis en la Maestría en Administración en la Universidad Federal Fluminense.
El Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) es la tropa de élite de la policía militar de Río de Janeiro, el pilar sobre el que se yergue el “nuevo” modelo de seguridad pública que busca aproximar la policía a la población hasta hacerla cumplir funciones sociales y comunitarias. Esta política importada desde Colombia, se inscribe en el paradigma de “guerra contra las drogas”.
La “pacificación” implica un shock de orden inicial: policías militares ocupan violentamente los territorios de las favelas como modo de erra- dicar al crimen organizado, vinculado mayormente al tráfico de armas y drogas. Su presencia continua en las favelas vuelve a esta fuerza policial la responsable de regular y garantizar el orden. La violencia extrema es su principal recurso: casi cinco personas son asesinadas por día por la policía, en Río de Janeiro, según datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP).
Estas políticas de ocupación territorial que criminalizan a la población de la favela se complementan con la detención y encarcelamiento masivo de personas, jóvenes negros en su abrumadora mayoría. Es la permanencia y centralidad de esta fuerza de ocupación lo que Marielle Franco caracteriza en su investigación –y que también denunciará públicamente– como militarización de la favela. Dicha militarización, agrega, implica la difusión de un clima de sospecha y miedo entre la población.
Una política sustentada en la construcción (ideológica) de un sentido común que asocia pobreza con delincuencia, operación que permite suspender o relativizar los derechos de la población.
En suma, más que llevar paz a los territorios, la policía militar lleva guerra, una “guerra contra los pobres”. Además, esta política de seguridad está pensada como un discurso eficaz hacia la “opinión pública”, hacia las clases medias atemorizadas por la inseguridad y dispuestas por ello a ignorar las violaciones a los derechos humanos. Cuando no, a desear orden y mano dura al precio de debilitar aún más el frágil pacto democrático que organizaba a la sociedad brasileña.
A juicio del filósofo Vladimir Safatle, en los últimos años Brasil fue entrando en una fase cada vez más explícita de guerra civil en donde el pacto democrático se quiebra en una sociedad que tiende a radicarlizarse. La democracia estalló, no solo por la farsa republicana (el golpe institucional que destituyó a la presidenta electa, el encarcelamiento y proscripción del máximo referente del PT, quien encabezaba las encuestas para las elecciones de 2018), sino también por los niveles de violencia e impunidad con que se maneja la derecha reaccionaria y sus fuerzas de seguridad, una derecha que ignora completamente la diferencia entre la violencia simbólica de la política y la violencia real del exterminio.
Las cifras de asesinatos son contundentes: un promedio de 75 activistas de derechos humanos y ambientales mueren por año en Brasil; cerca de 40 concejales e intendentes o ex intendentes fueron asesinados en todo el territorio nacional el mismo año que mataron a Marielle. En la campaña para las elecciones de 2018 –en las que ella esperaba presentarse para el cargo de vicegobernadora, acompañando al profesor Tarcísio Motta– 79 candidatos fueron asesinados: 63 a concejal, 6 a intendente, 3 a viceintendente, 4 a diputados del estado y 3 a diputados federales. Río de Janeiro fue el estado con más víctimas: 13 candidatos.
La violencia aparece hoy en Brasil como una salida plausible para una sociedad deprimida y precarizada. También como salida óptima para una clase empresarial que solo es democrática en tanto el Estado le posibilite niveles de ganancias sin límites legales ni éticos ni políticos. La democracia de la derrota es también la democracia de los negocios sin límites.
Contra la guerra, Marielle propone la lógica de la política, la política que se organiza en la comunidad, donde las vidas existen e importan; la política que construye una voz pública sobre la ciudad que investiga, que denuncia, que interpela. Laboratorio Favela recupera esta voz en sus distintas inflexiones: la investigación política sobre la constitución de un Estado Penal; la interpelación parlamentaria que irrumpe en un espacio misógino, patriarcal, racista y clasista; la denuncia pública en la prensa y las redes sobre la violencia mortífera de las poblaciones faveladas y el crimen organizado de las milicias.
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La violencia y el terror vueltos elementos estructurales de la gestión de los territorios hace que Marielle se pregunte por el tipo de Estado y las formas que cobra la ciudad moldeada con estas políticas.
Esta “nueva” política de seguridad pública –propias de un Estado Penal, que usufructúa mecanismos de represión y encierro para contener a los insatisfechos o excluidos del sistema–, va en sintonía con el fortalecimiento de un modelo de ciudad que se viene macerando desde hace varias décadas. Ciudad marca, ciudad empresa, ciudad de inversiones, ciudad mercancía, ciudad commoditie: una ciudad como plataforma de negocios privados más que como territorio de bienestar para la población que trabaja y la habita.
Marielle dice en su tesis que “Río se convirtió en uno de los escenarios más expresivos de los cambios que revientan la dinámica de las grandes metrópolis. Son cambios económicos, inspirados en la planificación empresarial, en los cuales los gobernantes pasaron a administrar una ciudad como si fuera una empresa, y el paso siguiente fue transformar el espacio urbano en mercancía. De ahí la expresión tan recurrente estos últimos años: ‘Río de Janeiro, Ciudad Mercancía’”.
¿Qué modelos de ciudad hay en disputa? Las favelas y las periferias son lugares de producción, de potencia, “donde sus moradores, incluso ante el desfinanciamiento estatal, inventan diversas formas de regular y resistir en la vida”, señala Marielle. En torno de esas resistencias se va construyendo un “derecho a la ciudad” que entra en tensión con las lógicas extractivas y mercantiles. El caso más obvio es la entrada a las favelas del mercado oficial inmobiliario, con sus dinámicas especulativas y sus negociados, que desencadenan procesos de expulsión de los pobladores.
Contra la expropiación de los territorios y la mercantilización de la favela, entonces, Marielle Franco hace foco en resistencias culturales y comunitarias, en las organizaciones propias de las favelas, en la tendencia al asociativismo y a la cooperación social. La discusión de fondo, dice, es sobre la soberanía de los territorios y los modos de vida. Las favelas son lugares de lucha y organización social. Luchas por no ser guetificados, por no ser invisibilizados, lucha por el derecho a habitar la ciudad. La pregunta es cómo enfrentar con eficacia la imposición de esta ciudad neoliberal. En la articulación entre autoorganización social y política institucional, Marielle ensayaba las respuestas.
* * *
El asesinato de Marielle Franco ocurrió poco después del golpe contra Dilma Rousseff y anticipó el ascenso de Bolsonaro, previo encarcelamiento del ex presidente y candidato Lula Da Silva. La cronología que proponemos en este libro permite ver con claridad el auge de un movimiento antidemocrático que en Brasil se muestra como anticipación y modelo para el resto de América Latina. Al mismo tiempo que Marielle nos brinda una poderosa e inspiradora imagen para las luchas de todo el continente, también nos muestra el filo por el que corre la coyuntura latinoamericana.
En Río de Janeiro, la disputa territorial para garantizar los negocios globales nos ofrece una imagen sintética y clara del modo en que opera el capital cuando es aliado de los sectores más conservadores. La articulación de poder financiero y la fuerza militar estatal y paraestatal está hoy en el centro de la política latinoamericana. En este sentido, el caso de Marielle puede ser un llamado de atención, el señalamiento condensado de un conjunto de elementos que dan lugar a Bolsonaro, pero también al golpe en Bolivia o a la represión sin mediaciones democráticas de Chile. Marielle, así vista, es también un espejo donde ver los riesgos que implica hoy en América Latina sostener prácticas de ejercicio real de la soberanía popular.
En una entrevista Marielle señalaba que la izquierda no podía limitarse a prefigurar el mundo de la justicia por venir, que tenía que crear a la par las estructuras que le dieran protección. No replegarse, no asumir el lugar de garantizar el orden –un centro que hoy derrama a la derecha–, es hoy un desafío, no sólo para la izquierda sino para el movimiento social en general, cuando no puede ir más allá de una política conservadora de apelaciones al Estado de derecho e intentos de salvaguardar viejas conquistas del movimiento obrero. Todo, frente a una derecha brutal y desinhibida.
Publicar este libro de Marielle Franco a dos años de su asesinato es una intervención política, un llamado de atención ante la gravedad de la coyuntura. Si su crimen expresa muy bien el nivel de crueldad que admiten hoy las democracias, las investigaciones e intervenciones políticas de Marielle ofrecen claves para contrarrestar la ofensiva de la derecha en la región. Una reivindicación que no la erige como figura romántica, sino que rescata sus acciones y reflexiones como instrumentos de lucha concretos.
Diego Sztulwark propone un análisis personal de los acontecimientos políticos de los últimos 20 años en La ofensiva sensible. Posestructuralismo y plebeyismo como formas de fuga.
Todas las épocas tienen conceptos en pugna. Los últimos 4 años Neoliberalismo y Populismo ( o progresismo, o voluntad de inclusión) se acusaban mutuamente de los peores crímenes y pecados: corrupción y derroche, ajuste y represión. Una vez finalizado en 2019 el breve ciclo macrista quedan puntos suspensivos: ¿Qué encubren finalmente estos dos términos? ¿Cómo fue posible que el neoliberalismo del cual nuestra región solo tenía pesadillas pudiera retornar por vía democrática? ¿Por qué fracasó el populismo siendo una lógica de poder que incluye en las dinámicas de consumo y derechos a los olvidados? ¿Puede volver a fracasar en su retorno? En La ofensiva sensible, el sociólogo Diego Sztulwark, intenta teorizar sobre los devenires de la política argentina escapando de las tradiciones rígidas. Sintetizando nociones de Deleuze, Guattari, Foucault, Spinoza, León Rozitchner entre otros la política deja de ser una lengua técnica y se vuelve un virus que coloniza lo sensible. El libro editado por Caja negra propone una lectura del capitalismo y sus constantes mutaciones: “ Deleuze y Guattari concibieron el funcionamiento del capitalismo como un mecanismo de conjunción de flujos descodificados que tiende hacia sus límites (crisis) para desplazarlos ( relanzamiento)”, “Walter Benjamin concebía el capitalismo como una religión basada en la universalización de la culpa y la deuda y en la conversión del mundo en consumo”, “En el capitalismo contemporáneo las empresas no producen solo mercancías, sino también el mundo en el que estas mercancías funcionan como realización del deseo”. De fuerte tradición militante (agrupación El Mate, colectivo Situaciones) y teórica Sztulwark busca líneas de fuga a la imposición de tediosos modos de existencia neoliberales: “En el año 79 hubo un encuentro entre representantes de Alemania, Estados Unidos y Japón. ¿Qué pasaba? Los estados tenían una sobrecarga de demandas sociales que no podían contener. A partir de ahí el neoliberalismo se organiza para liberar al Estado de estas demandas y que estas vayan directamente al mercado. Y fue un éxito. Neoliberal es la dinámica de reestructuración de las relaciones sociales que otorgó aún más fuerza al capital por sobre el trabajo, al punto de incluir a la vida entera en la esfera de su valorización. El capitalismo siempre fue eso, pero tuvo ciertos momentos de reformismo, por ejemplo, con el New Deal de Roosevelt posterior a la revolución de Octubre. Si hay una clase obrera que se puede autonomizar: hay que incluirla.”
Hablamos de inclusión. ¿Cómo fue posible que en el 2015 el Kirchnerismo haya perdido las elecciones frente a Macri siendo esta una fuerza que tenía en cuenta la inclusión al consumo de las clases populares cosa que podría advertirse que la nueva administración no iba a contemplar?
– Cuando ganó Macri todos teníamos una sorpresa. Desde la teoría populista todo estaba dado para una reproducción al infinito, o sea, un pueblo que votaba mayoritariamente a un gobierno que lo beneficiaba y unas condiciones democráticas de resolución de conflictos, más una región que acompañaba ese movimientos, más la soja a buen precio, uno decía es difícil imaginar que por la vía democrática un pueblo que se autosatisface vaya a ser derrotado por vía electoral. Yo creo, como Álvaro García Linera, ex presidente de Bolivia que estos gobiernos incluyen a amplios sectores que habían sido excluidos del consumo y en esa inclusión nacen aspiraciones de tipo de clase media entonces terminan votando como si fueran sujetos de clase media. Lo que nos faltó – sostiene Linera- fue una pedagogía más clara y ahí empieza mi discusión. ¿Realmente es un problema de pedagogía política? ¿De enseñarle a la gente? La idea de que una persona hablándole al pueblo va a educarla es lo que no funcionó, es una teoría inocente de cómo se maneja el deseo de las personas. ¿Por qué no pensamos mejor el consumo? Si nosotros detectamos que el hecho de incluirse en el consumo produce una subjetividad metámonos ahí. El problema no es que aumente el consumo, yo estoy a favor que las clases populares entren en el mayor consumo posible porque es distribución de la riqueza, pero tenemos que pensar que eso viene asociado a un modelo de felicidad, de subjetividad que podemos discutir. Cuando grandes masas entran al mercado alguien vende un montón de mercancías. Hay que pensar de manera más interesante. Hay que politizar el consumo, tomarlo como momento político, no es algo que desde afuera tiene que ser explicado
El gesto plebeyo.
La ofensiva sensible surge de una recopilación y corrección de textos publicados en el blog del autor lobosuelto.com (donde también hay entradas de Diego Valeriano y Silvio Lang, entre otros) y se plantea como eje central sobre la posibilidad transformadora de la política, partiendo de una lectura micro-política de la coyuntura argentina entre los años 2001 y 2019. Hay una acción de desmontaje de los hechos más relevantes comprendidos en esos años pero la crítica apunta a cómo los diversas estructuras políticas están sostenidas sobre los modos de existencia: “el comando neoliberal se configura partir del conjunto de estos dispositivos individualizadores (mecanismos de endeudamiento, racionalidad seguritista, representación política y mediatización de la existencia) por medio de los cuales se articulan los modos de vida con la producción del capital” escribe Sztulwark. Sin embargo no se plantea un neonihilismo (“atravesar la decepción, renunciar al discurso utópico, desplazarse del moralismo a la estrategia”) si no que el autor postula un elemento que es fuerza de choque y que se vuelve incapturable en su complejidad: el plebeyismo.
“Es que hay dos grandes secuencias de gobierno: las populistas, y hay otra tradición llamada neoliberal-conservadora; el capitalismo consiste en una ondulación entre ambos polos. Con respecto a lo plebeyo ocupa un papel totalmente desplazado, porque lo plebeyo no es una forma de poder o gobierno, y actúa como reverso tanto del polo neoliberal en las economías informales, atravesando el mercado, y opera también en la forma estatal o política del populismo, bajo las formas de un plebeyismo que no se amolda a las formas tradicionales más estructuradas del populismo que reducen lo popular a lo nacional y a lo estatal. Hay una larga tradición dentro del peronismo revolucionario desde John William Cooke de ser más fiel al plebeyismo que a las formas más ordenancistas desde el catolicismo y muy estructurada desde el orden social y la jerarquía. Creo que lo interesante del reverso plebeyo es un gesto irónico, irreverente, igualitarista y libertario que se da tanto como trama del neoliberalismo y del populismo. Es una dinámica de contrapoder que por el momento no es capaz de generar movimientos políticos. Son momentos de contrapoder, toma de la calle, de fiesta desaforado. Es la frase: “no quiero trabajar bajo estas condiciones” de precarización y esto puede dar lugar a formas de organización espectaculares o formas más oscuras como el robo o el narco. Yo no festejo eso, tiene una deriva oscura que no me atrae. Si vos seguís la historia del plebeyismo entendés mejor a la clase trabajadora en sus componentes y rebeldías: hitos como el 2001, tal vez el Cordobazo, o el 17 de octubre serían pruebas de esto. Mi impresión es que para relanzar un proyecto político o una estética habría que estar atento a esos momentos plebeyos, eso que yo llamo el reverso de lo político: lo que ocurre más allá de esa gestión, lo que ocurre en una suerte de interioridad sumisa, pero que tampoco tiene un horizonte político definido. Negocia con cualquier partido, y tiene un pragmatismo con el Estado, con el mercado, el peronismo. No es del todo recuperable, no hay ninguna política que lo logre agotar. Desborda o se sustrae. Es muy pragmático.”
Correr al pensamiento político de la discusión “teológica”. Tomarlo como un espacio de creatividad es el residuo que deja impregnado La ofensiva sensible de Diego Sztulwark; una creatividad de los afectos: afectos de los que nuestros cuerpos aún no saben nada.
Por Juan Ignacio Crespo.
CREDITO DE FOTOGRAFIA: Moro Anghileri
Tinta Limón Ediciones acaba de editar el libro “Laboratorio Favela. Violencia y política en Río de Janeiro”. Este material incluye la tesis de maestría de Marielle Franco sobre la militarización de las favelas, discursos y otros textos de la militante y concejala brasileña asesinada el 14 de marzo de 2018.
Publicar este libro de Marielle Franco a dos años de su asesinato es una intervención política, un llamado de atención ante la gravedad de la coyuntura. Si su crimen expresa el nivel de crueldad que admiten hoy las democracias, las investigaciones e intervenciones políticas de Marielle ofrecen claves para contrarrestar la ofensiva de la derecha en la región. Una reivindicación que no la erige como figura romántica, sino que rescata sus acciones y reflexiones como instrumentos de lucha concretos.
Compartimos acá su cronología, incluida también en el libro.
Obtiene una vacante en un curso preuniversitario recién inaugura- do en el Centro de Estudios y Acción Solidaria de Maré. Allí se vincula con el profesor de historia Marcelo Freixo, militante del ala izquierda del Partido dos Trabalhadores (PT) y asistente a su vez del historiador católico de izquierdas y diputado federal, Chico Alencar. Ese mismo año queda embarazada de una niña, lo que la impulsa a luchar por los derechos de las mujeres y debatir este tema en las favelas.
Inicia su militancia en derechos humanos después de perder una amiga, víctima de una bala perdida, en un tiroteo entre policías y traficantes en el Complejo da Maré.
Después de algunos intentos, aprueba el ingreso a la cerrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC), con una beca del Programa Universidad para Todos (Prouni) para estudiantes de Maré.
Se escinde del PT una facción de izquierda que da origen al Partido Socialismo y Libertad (PSOL), al que luego Marielle se afilia.
Participa de la campaña electoral que lleva a Marcelo Freixo como diputado a la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro.
Es nombrada asesora parlamentaria en la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro. Su trabajo se desarrolla en la Comisión de Derechos Humanos presidida por Freixo. Se encarga de seguir casos de violencia policial, brindando apoyo jurídico y psicológico a las familias y exigiendo a las autoridades celeridad en las investigaciones. En esa misma posición actúa junto a familiares de policías militares muertos en servicio, para que sus muertes sean investigadas y sus familias sean amparadas por la ley.
Se inscribe para cursar la Maestría en Administración en la Universidad Federal Fluminense (UFF).
Junio: Estallan manifestaciones espontáneas en todo Brasil, que reflejan un malestar social difuso que se manifiesta en eslóganes contra las subas de las tarifas de los autobuses municipales, la violencia policial, la precariedad de los servicios públicos y el despilfarro de dinero público para la organización de la Copa Mundial de Fútbol. Las protestas coinciden con el mayor número de huelgas que se recuerden en la historia reciente de Brasil. Es el comienzo, también, de la peor recesión económica que atraviesa el país en los últimos 30 años.
29 de septiembre: Defiende su tesis de maestría sobre las Unidades Policiales de Pacificación, que presenta bajo el título “UPP: la reducción de la favela a tres letras: un análisis de la política de seguridad pública en el estado de Río de Janeiro”.
De marzo de 2015 a marzo de 2016: Cada semana, se realizan grandes manifestaciones que piden la cabeza de la entonces presidenta Dilma Rousseff, y que cuentan con una importante cobertura y fogoneo mediático.
12 de mayo: El Senado aprueba el avance del Impeachment, por lo cual Dilma Rousseff es suspendida de sus funciones por 180 días. Al día siguiente, asume como presidente interino Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), vicepresidente de Rousseff. A fines de marzo, este partido había abandonado la coalición gobernante que sostenía el gobierno de Rousseff y el Partido de los Trabajadores. La Presidenta depuesta no duda en señalar a Temer como “uno de los jefes de la conspiración”.
5 al 21 de agosto: En simultáneo con los Juegos Olímpicos, se desarrolla en Río de Janeiro la campaña electoral para Intendente y Concejales. Marielle hace una campaña atípica, colectiva y afectiva que logra trascender las zonas donde ya tenía arraigo territorial, y penetra la zona sur, la más rica de la ciudad.
31 de agosto: Es destituida Dilma Rousseff y asume como presidente Michel Temer.
30 de octubre: Marielle es elegida concejala para la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro por la coalición Cambiar es posible, conformada por el PSOL y por el Partido Comunista Brasileño (PCB). Es la 5ta candidata más votada en la ciudad con 46.502 votos.
1 de enero: En un acto formal asume como concejala en la Cámara Municipal de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro.
15 de febrero. Interviene por primera vez en la Cámara Municipal. Después de agradecer la presencia de la militancia que la celebra desde las gradas, se enfoca en señalar cuál es la coyuntura en la que está asumiendo, y cuál cree que debe ser la naturaleza del trabajo de representación que va a llevar adelante. Denuncia y caracteriza como misógino el golpe contra Dilma, y se considera expresión de las movilizaciones de 2013, la primavera de las mujeres en 2015 y de una filosofía Ubuntu, que corre del centro el personalismo y coloca en su lugar lo colectivo.
8 de marzo. Da un discurso en la Cámara a propósito del Día de las Mujeres Trabajadoras. La consigna es: “Yo soy porque nosotras somos”. En el mismo mes asume la presidencia de la Comisión de Defensa de la Mujer donde llevará adelante una intensa actividad durante todo el año.
16 de febrero: Por medio del Decreto N° 9.288, Michel Temer ordena la intervención federal de Río de Janeiro. Esta iniciativa oficial intenta revertir los muy bajos niveles de aprobación del Presidente y sus dificultades para aprobar las reformas que se propone. Unas semanas después, el PSOL interpone un recurso judicial contra este decreto por considerar desproporcionada la intervención y la denuncia como intento de influir en las elecciones de octubre, a las que Marielle tenía previsto presentarse como candidata a vicegobernadora por el PSOL.
28 de febrero: Es nombrada Relatora en la comisión que va a moni- torear la intervención federal en Río de Janeiro. Publica en su cuenta de Facebook:
“¡IMPORTANTE! ¡Hoy Marielle fue elegida relatora en la Comisión que va a monitorear la Intervención Federal en Río!
La Comisión lanzada hoy, tiene como objetiva fiscalizar el Poder Público, visitar territorios, recoger datos, solicitar informaciones y organizar reuniones sobre la Intervención en el Municipio.
*Nosotros sabemos de qué lado estamos, y estamos en contra de esta intervención. Ya tomamos posición sobre esto. Sabemos que es una farsa, con objetivos electorales.
*Por eso vamos a ocupar este espacio cumpliendo nuestro papel de fiscalización, como legisladora municipal.
*En esta primera reunión de lanzamiento, afirmamos la importancia del dialogo con la Sociedad Civil y sugerimos reuniones para que las denuncias de la sociedad sean incorporadas en los expedientes.
*¡El fin de semana vamos a lanzar un sitio web donde vamos a registrar el trabajo de la Comisión! Si querés recibir información sobre esto, escriba “Comisión de Intervención” a nuestro whatsapp.
8 de marzo: En la Asamblea Legislativa, Marielle evidencia cifras atroces de violencia contra las mujeres. Una voz masculina grita en el recinto. Ella interrumpe su discurso para denunciar que alguien está defendiendo la dictadura. Y agrega: “No seré interrumpida. No soporto la interrupción de los concejales de esta casa. No soportaré que un ciudadano venga acá y no sepa oír la voz de una mujer electa. Sabemos infelizmente que estos casos no serán la última ni la primera vez”. Termina nombrando a cada una de sus asesoras. Desde la tribuna cantan: “¡Ni una menos, juntas venceremos!”.
10 de marzo: Denuncia la intervención violenta del 41° Batallón de Policía Militar que amenaza y aterroriza a los habitantes de la favela de Acari, en la zona norte de Río de Janeiro. Según el Instituto de Seguridad Pública, este Batallón encabeza el ranking de muertes en los últimos cinco años.
13 de marzo: Escribe en su cuenta de Twitter: “Un homicidio más de un joven que puede entrar en la cuenta de la PM. Matheus Melo estaba saliendo de la iglesia. ¿Cuántos más tendrán que morir para que esta guerra termine?”.
14 de marzo: Aproximadamente a las 21:30 hs., mientras se dirige en auto a su casa después de participar de la actividad Jóvenes Negras Moviendo las Estructuras, es asesinada a tiros desde otro auto en el centro de Río de Janeiro (Estácio). También asesinan a su chofer, Anderson Pedro Gomes. Las cámaras de seguridad de la zona permanecieron apagadas esa noche. Días después se comprueba que el lote de balas calibre 9 mm del que salieron los disparos pertenecen a la Policía Federal de Brasil. Municiones de la misma partida fueron utilizadas dos años antes en un asesinato múltiple en San Pablo.
15 de marzo: El asesinato provoca una enorme protesta que recorre Brasil y hace epicentro en Río de Janeiro, donde las movilizaciones son inocultablemente masivas. La indignación a nivel internacional es inmediata. La Rede Globo y demás medios hegemónicos le dedican horas pico de su transmisión.
27 de marzo: Es atacada por armas de fuego la caravana que traslada a Lula en el estado de Paraná. El gobernador del estado de San Pablo y precandidato presidencial Geraldo Alckmin, justifica el atentado: “Están cosechando lo que sembraron”. Días antes, decenas de personas bloquean la entrada a la ciudad de Passo Fundo en el Estado de Río Grande do Sul, con palos y piedras para impedir el paso de la caravana. Lula encabeza las encuestas con un 35% de intención de votos y en caso de segunda vuelta, es ganador contra cualquier adversario.
7 de abril: Sin pruebas reales, Lula es arrestado por orden del juez Sergio Moro, actualmente Ministro de Justicia del presidente Jair Bolsonaro. Su condena se basa únicamente en artículos periodísticos y en la declaración de un estafador convertido en testigo de la acusación pública, hecho por el que recibe una generosa reducción de su propia condena.
10 de abril: Durante la campaña para las elecciones presidenciales en Brasil, dos miembros del Partido Social Liberal (PSL), Rodrigo Amorim y Daniel Silveira, rompen una placa en honor a Marielle Franco, ubicada en el centro de Río de Janeiro. Ambos integran el partido de Jair Bolsonaro y ocupan hoy una banca como diputados. Flávio Bolsonaro –hijo del actual Presidente– defendió a los miembros del PSL. “No hicieron otra cosa que restaurar el orden”, dijo.
22 de julio: El diputado federal brasileño y ex oficial militar Jair Bolsonaro se convierte en el candidato oficial del Partido Social Liberal. Lula crece en las encuestas y duplica en votos a Bolsonaro. Se recrudece la violencia política.
8 de agosto: Jair Bolsonaro designa como compañero de fórmula al general Hamilton Mourão, quien en septiembre de 2017, amenazó con una intervención militar en el país.
11 de septiembre: Imposibilitado de presentar a su histórico referente, el PT anuncia la candidatura presidencial del ex alcalde de San Pablo, que había sido antes ministro de Educación de Lula, Fernando Haddad.
28 de octubre: Bolsonaro es electo presidente de Brasil en segunda vuelta con 55,13 por ciento de los votos, frente al 44,87 por ciento que consigue alcanzar Haddad.
14 de noviembre: A ocho meses, el asesinato de Marielle permanece impune y abundan las irregularidades. Amnistía Internacional denuncia la falta de avances en la investigación y la ausencia de certezas sobre aspectos básicos.
13 de diciembre: La policía de investigación de Río de Janeiro informa que interceptó un plan para asesinar al jefe político de Marielle, el diputado estadual Marcelo Freixo, líder del opositor PSOL. Freixo ya vivía hace 10 años con escolta policial. En abril de ese mismo año, la Secretaría de Seguridad de Río de Janeiro amenaza con retirar su escolta.
1 de enero: Jair Bolsonaro asume la presidencia de Brasil.
14 de enero: Balean el auto blindado en el que viajaba la diputada opositora Martha Rocha, en una emboscada similar a la que sufrió Marielle Franco. Su chofer es herido. Ella está amenazada por los grupos parapoliciales que crecen en Río de Janeiro vinculadas a agentes y ex agentes de las fuerzas de seguridad.
21 de enero: Denuncian que Flávio Bolsonaro contrató como asesoras de su gabinete, hasta noviembre de 2018, a la madre (en 2016) y a la espo- sa (en 2017) de Adriano Magalhaes da Nóbrega ex capitán del BOPE y jefe de las fuerzas paramilitares Escritorio do crime, una banda parapolicial de sicarios, surgida de la apropiación ilegal de tierras públicas y privadas. Nóbrega es investigado por el asesinato de Marielle Franco y está prófugo de la justicia.
6 de marzo: La tradicional escola de samba Mangueira es campeona del Carnaval de Río con un tema homenaje a Marielle.
12 de marzo: A dos días de cumplirse un año del asesinato, la división Homicidios de la Policía Civil detiene al autor de los disparos y a quien conducía el auto. El primero, Ronnie Lessa, un sargento jubilado de la policía de Río. El segundo, su cómplice, Vieria de Queiroz, también policía, expulsado de la fuerza por su vinculación con las “milicias”. En particular, con Escritorio do crime. La motivación del crimen, según las investigaciones, sería el avance de acciones comunitarias de la concejala en la Zona Este, territorio de actuación de las milicias. Lessa era vecino del presidente Jair Bolsonaro en un exclusivo complejo del barrio Barra de Tijuca y su hija fue novia de Jair Renan Bolsonaro, el menor de la familia. Por su parte, Vieira de Queiroz era amigo íntimo de la familia Bolsonaro.
14 de marzo: Se cumple un año del asesinato de Marielle. Marchas masivas se realizan en Brasil y manifestaciones en todo el mundo bajo las consignas #QuemMandouMatarMarielle y #FlorescerPorMarielle.
12 de junio: Como balance de sus primeros seis meses de gestión, el gobernador ultraderechista de Río de Janeiro, Wilson Witzel, celebra que “la policía haya perdido el miedo a matar”. Y propone “lanzar un misil” a las favelas y “hacer explotar” a los criminales.
18 de septiembre: Antes de dejar su cargo, la fiscal general de Brasil, denuncia que se está falseando la investigación para desviarla del o los autores intelectuales del crimen.
3 de octubre: La mujer del sicario Ronnie Lessa, Elaine, junto a su cuñado, Bruno Figueredo, y otras dos personas (Márcio Montalvo y Josinaldo Freitas) son detenidos como sospechosos de descartar en el mar de Barra de Tijuca, al oeste de Río de Janeiro, una caja con armas, entre las cuales estaba la usada para matar a Marielle Franco.
25 de octubre: La fiscalía de Brasil acusa por primera vez formalmente a un sospechoso de ser el autor intelectual del asesinato. Se trata de Domingos Brazao, exconsejero del Tribunal de Cuentas de Río. La fisca- lía afirma que Brazao diseñó el homicidio y, para quedar impune, pro- movió la difusión de noticias falsas sobre los responsables del homicidio.
30 de octubre: En horario central, una investigación de la TV Globo vincula a Bolsonaro con los asesinos materiales de Marielle. El presiden- te de Brasil, lo desmiente rápidamente con un video en vivo desde Arabia Saudita, donde se encuentra de gira y dice que la “izquierda” quiere en- volver a su hijo en el atentado.
8 de noviembre: El Supremo Tribunal de Justicia decide modificar su doctrina de prisión preventiva y en una votación de 5 a 6, libera al ex presidente Lula Da Silva, preso en la cárcel de Curitiva durante 579 días. Al día siguiente, frente a una multitud en la sede del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos en la ciudad de San Bernardo de Campo pide justicia por el asesinato de Marielle Franco.
9 de febrero: La policía de elite de Río de Janeiro, con colaboración de agentes de Bahía, asesina en medio de un operativo de detención a Adriano Magalhaes da Nóbrega, jefe prófugo de la Oficina del crimen. La fiscalía sostiene que el ex BOPE era amigo de Fabricio Queiroz, ex asesor del hoy senador Flávio Bolsonaro, uno de los hijos del Presidente, en su etapa como diputado de Río de Janeiro. Adriano fue honrado en 2005 por Flávio Bolsonaro con la Medalla Tiradentes, el más alto honor de la Asamblea Legislativa.
14 de marzo: Se cumplen dos años del asesinato de Marielle y aún los autores intelectuales siguen sin ser identificados.