Anarquía Coronada

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Cartas a Giorgio Agamben // Guy Debord

16 de febrero de 1990
Querido Giorgio,
Le envío un ejemplar de mi prefacio italiano de 1979. Le he marcado algunos de los pasajes en que se expresa mejor, así lo considero, el sentido del libro. Y así pues mi constancia; que con mucho, en efecto, podrían bien llamar cinismo. Esto depende de los valores que admitan, y del vocabulario del que dispongan.
Si usted evoca de paso este prefacio en el suyo, esto compensará suficientemente su ausencia, que de otro modo arriesgaría de ser señalada, y quizá malinterpretada, en esta clase de agrupación de mis escritos sobre el espectáculo.
Hemos estado encantados de encontrarle, y le propondré una noche para cenar juntos cuando usted comunique el momento de su regreso.
Amistosamente,
Guy
 
 
 
 
6 de agosto de 1990
Querido Giorgio,
He estado un poco inquieto cuando me ha preguntado recientemente si no me gustó el texto que ha agregado a mis Comentarios; y sobre todo muy enojado de permanecer incapaz de responderle. ¿Usted podría apenas creer que SugarCo todavía no me había enviado este libro, que fue publicado en marzo, y que por cierto no me lo han enviado todavía desde entonces, a pesar de haber llamado a mi editor parisino? Se trata, en efecto, de una insolencia bien sorprendente.
Vengo precisamente de encontrarme al instante un ejemplar; y todavía ha sido esto posible porque un amigo italiano ha juzgado él mismo útil que me comunicara con la otra edición (Agalev) de Boloña.
He estado, por supuesto, absolutamente encantado de leer sus Glosas. Usted ha hablado muy bien, en todos sus escritos, de tantos autores escogidos con el más grande gusto (así lo he asegurado, con excepción de algunos exóticos que desconozco muy lamentablemente y de cuatro o cinco franceses contemporáneos que no quiero del todo leer) que uno se encuentra forzosamente halagado de figurar en tal Panteón.
Estoy contento de haber, en 1967, y muy al contrario de ese sombrío demente de Althusser, intentado una suerte de “rescate por transferencia” del método marxista volviendo a poner una gran dosis de Hegel, al mismo tiempo que una reanudación de la crítica de la economía política que intenta también tener en cuenta sus desarrollos constatables en nuestro pobre siglo, como han sido previsibles desde el precedente. Y admiro mucho cómo, esta vez, usted ha recuperado muy legítimamente a Heráclito, a propósito de la expropiación efectivamente total del lenguaje, ¡que precedentemente había sido lo “común”! Se trata seguramente de la buena dirección para retomar la verdadera tarea; que antes había podido ser llamada “volver a colocar sobre sus pies” al mundo, o “filosofar a martillazos”.
Muy amigablemente,
Guy Debord
 
 

Huelga universal // Marina Chena

Estudiantes, alumnxs, llamen a una huelga universal . Deserten de nosotrxs, sus docentes, sus maestrxs, sus profesores de cualquier rubro y especialidad . Deserten masivamente, vacíen las aulas virtuales. Deserten y -por favor- perdonen nuestra impericia, nuestra incapacidad de inventar un mundo. Evadan nuestras propuestas, eludan nuestras estrategias pedagógicas y nuestros sofisticados ensayos tecnológicos. Renuncien a nosotrxs, por favor. Por favor. Huyan definitivamente y para siempre de nuestras clases, no nos lean, no nos oigan, no esperen nada de nosotrxs. Encuentren la palabra en  bocas más amables. Burlen el día y entren de lleno al corazón de la noche. Nosotrxs no supimos ofrecerles más que tierra yerma. Acá seguimos como si el mundo tal como lo conocimos, no se hubiera derrumbado, no estuviese vacío y solo. A nosotrxs también nos encerraron. Afuera llueve para decirnos que la maldad existe, que no todo es bueno y dulce, que lxs muertxs que hoy lloramos son los que han muerto siempre, lxs que vienen muriendo desde que el mundo es mundo. 

Pero uds, siguen ahí creyendo todavía que merecemos su amor y su confianza. No es verdad, no merecemos eso. Pero uds ahí, son la única promesa que vale sostener. Encenderé velas y tal vez hasta aprenda a rezar. No va a alcanzar, lo sé. Pero uds son el centro vivo de las plantas que se mantiene silencioso hasta que pasa el invierno. Son el amor que conservamos, hasta que podamos decir, que seguimos vivxs. 

Me convertiré en un gran demonio // Malen Otaño

En el futuro las personas no se tocan. En el futuro luego de una reseteada mental producida por el encierro olvidamos a todxs lxs que nos rodean. Ya no respiramos. No tenemos ninguna sensibilidad especial. Los chimangos corren por las avenidas. En el cielo no hay aviones. Nuestra ropa está construida con fragmentos de electrodomésticos. Todo eso por suerte fue un sueño. Estoy en la montaña, lxs sureñxs sabemos de aislamientos, de tormentas de nieve, de días enteros sin luz ni gas. Sabemos de los imponderables de la naturaleza, de virus no tenemos ni idea.

Hace unas semanas atrás terminaba un trabajo como juradx en un premio de artes visuales, la tarea era seleccionar entre miles de participantes a algunxs pocxs. Lo asumí como una estrategia política. Existen dos grandes grupos de participantes, los formados en escuelas privadas de arte y las personas que pintan en la soledad de sus casas y talleres. Eso es maravilloso. Un tercer grupo es el de lxs artistas ya consagradxs. Lo que no abundan son mujeres, ni disidencias y de lo que llamamos “del interior”. 

Sabemos que el mundo del arte es un complejo sistema con multitud de capas, estructuras, redes formales y lenguajes. Una moneda de cambio de prestigio y capital cultural. Al mundo del arte lo mueve el dinero, ninguna novedad pero el dinero en estos días no significa nada. Ahora bien ¿Cómo será el arte en el nuevo mundo

En el “interior”, ya suena más lindo, como una fuerza que empuja desde adentro, de hacer juntxs, lxs artistas hemos logrado generar y alimentar un circuito por fuera de la capital, ya sean de producción, autogestión, exhibición o docencia las prácticas artísticas se sostienen en una red; y aquí la piedra de todo: la amistad. Una red de amistades, que propone, abre y sensibiliza las prácticas junto a pares, cada proyecto tiene un rasgo singular, más humano, es el rasgo de quien le da vida. 

Esta fisura, esta emergencia en nuestras vidas cotidianas nos ha reafirmado que el trabajo de los artistas es un trabajo totalmente precarizado. Si dale, salgamos a mostrar nuestras obras en los balcones, Ay! cambiemos los mecanismos ¿Será que el arte pueda reconstruirse, rearmarse, reorganizarse con algo “del interior”? En una entrevista con Diego Sztulwark, Tamara Tenembaum plantea que tenemos miedo a la fragilidad, a la precariedad de la vida, entonces abrazamos la normalidad. ¿No es acaso lo que hacemos lxs artistas?

Pienso que la mejor muestra del nuevo mundo se construye con las pinturas de lxs que no fueron seleccionados en el premio, las obras que no ingresan a los circuitos, me las imagino expuestas en una gran baldío vía streaming ¿Podemos buscar en lxs artistas cómo dar forma al futuro?

Y aun así, el arte es un acto revolucionario. El mercado (o los mercados) van a callar y a paralizar cualquier intento de revolución. Ningún proceso revolucionario puede cambiar la realidad si no se producen a su vez transformaciones singulares. Refundemos las prácticas, démosle la vuelta como un guante. Pongamos en jaque la política de las distancias, de las jerarquías y de las instituciones. Inventemos una atmósfera diferente e indomable. Inventemos fundamentos éticos. Recuperemos la fuerza vital y creadora. Seamos amigxs y contagiémonos. 

Se que todo lo que vivimos en unos días me parecerá algo bello Existe una leyenda mapuche sobre el origen de un lago, sobre mujeres asesinadas, decía algo como: no se preocupen ahora que somos agua, si deseamos nos convertimos en demonios. Prendamos velas a la obra de la artista Gisella Scotta, que reflexiona en una residencia para artistas en el sur y sentencia: “Me convertiré en un gran demonio”

Parir en pandemia // Sebastián Kohan Esquenazi

1.

El 15 de marzo pasado la Negra, mi pareja, cumplía 9 meses de embarazo. Adentro de su panza se encontraba, milagrosamente, un ser humano llamado Pipi de manera provisoria. Pipi era una personita habitando el misterioso interior del útero de una mujer que había decidido que no quería saber el sexo de la criatura. Un día, bajo la obligación socio comunicativa de nombrarle, alguien dijo Pipi y así se quedó. Pipi era funcional porque no tenía genero, por lo que le otorgaba prematuramente sus derechos adquiridos de ser lo que quisiera. El problema surgía con el diminutivo, forma empleada muy frecuentemente dada la ínfima magnitud del ser en cuestión. Que Pinina para acá, que Pipino para allá, o que Pipine no sé qué.

 

Sin embargo, llegó el día 15 de marzo, Pipi cumplía 40 semanas ahí adentro y no mostraba señal alguna de querer salir. La decisión de cuándo salir era únicamente suya, ya que con la Negra habíamos decidido que sería un parto natural, o humanizado, como le dicen en México a un parto que se realiza fuera del quirófano. Habíamos decidido disfrutar el nacimiento del nueve integrante y no pedirle a un doctor que mirara su agenda y nos dijera qué día tenía libre para desenfundar su bisturí y sacarle de ahí. Cuestión que el críe, dando vueltas en su liquido amniótico, como si estuviese en el espacio, era quien decidiría cuándo tocaba la puerta de la nave para que le abrieran. En ese momento nosotros tendríamos que salir disparados de la casa camino al hospital. Además de los nervios y los dolores, hay que considerar el hecho de que en la Ciudad de México las distancias no se miden en distancia sino en tráfico. Es decir, que el espacio se mide en tiempo, aunque Hawking se retuerza en su tumba.

 

Así que, nos dice el ginecólogo, cuando las contracciones se repitan cada equis tiempo, y duren no sé cuántos minutos, significa que la dilatación es de no sé cuántos centímetros. Pipi va a salir cuando la dilatación sea de diez, por lo cual, ustedes tienen que llegar al hospital con ocho centímetros. El hospital cobra una fortuna por día, así que si llegas antes y esperas ahí, es problema tuyo. Ooooooquei. No problemo. Es decir que, a las 2 de la mañana el hospital queda a 20 minutos de la casa, pero a las 6 de la tarde, queda a una hora. Por lo que, de solo pensar en la posibilidad de qué las contracciones indiquen 8 centímetros de dilatación a las 6 de la tarde, un viernes digamos, pa ponernos un poco dramáticos… lo mejor es decirle al ginecólogo que sí todo, como a los tontos, cambiar de tema y a otra cosa mariposa. La imagen de parir en el auto es, simplemente, escalofriante. Julito Cortázar y su autopista al sur son un poroto en la Ciudad de México. O sea, un frijol. Como Pipi hace 38 semanas.

 

Todo iba a suceder en el Hospital Durango de la colonia Roma, donde hay una sala llamada LPR: Labor, Parto y Recuperación, que tiene la cualidad de funcionar de manera opuesta a todo el resto de los hospitales de país. Es decir, que no considera el embarazo como una enfermedad y el parto como una operación. En todo México, que no es justamente una aldea, sino una inmensa bestia feroz, solo hay tres Hospitales con dichas salas. El resto, naca la pirinaca. El 98% de los partos son por cesárea. Doctor, agenda, fecha, camilla, piernas pa´riba, epidural, bisturí, puje señora puje, y apúrese un poquito por favor que la siguiente cesárea es en media hora, sale el bebé y antes de que la madre pueda tocarlo, la enfermera malvada se lo lleva a la sala de cunas, como castigade, le dan leche de formula (la Maruchan de las leches, digamos) y punto pelota. Después, al día siguiente, si la madre se portó bien, le pasan un rato a su hije. O sea, un sistema médico sumamente violento, autoritario y anti natura. Y el padre… bien gracias. El boludo de turno.

 

En cambio, Pipi iba a nacer en LPR, una sala que le lleva de todo lo que usté guste. Una pelota de plástico gigante, un fular colgado del techo pa nacer como Tarzán tlaxcalteca, un banquito para nacer en cuclillas como las indias en la selva Lacandona y un jacuzzi. ¡Olé! ¡Jacuzzi! Ese nos gusta a nosotros. Pipi va a nacer en agua, y no somos más cancheros porque no tenemos tiempo.

 

Cuestión, que los nacimientos de los nuevos integrantes de este mundo, no son en el mes nueve, como dicen los cuentitos, sino cuando al ser en cuestión le de gana, dentro de un margen comprendido entra la semana 38 y la 42. El día 15 de marzo, en el que estaba presupuestado que naciera Pipi, era el día promedio. Y llego el día, y no había ni contracciones, ni dilatación, ni nada, solo tráfico y un pequeño detalle añadido: un virus global tremendamente hijo de puta llamado Corona Virus.

 

 

2.

 

Nos habíamos enterado primero de lo que estaba pasando en China, pero claro, a quién carajo le importa China. Digo, más allá de que son casi la mitad del mundo y el único contrapeso de los gringos, y que todos los objetos del mundo están hechos ahí, y que comemos su comida y nos fabrican los teléfonos, y etcétera, a quién carajo le importa de verdad lo que le pasa a los chinos.

 

Había un virus, decían las noticias, que había nacido en el mercado de Wuhan, un mercado que nadie conocía y que ahora, lamentablemente, es el mercado más famoso del mundo, y que se había contagiado a los humanos a través de un murciélago que un chino no se había alcanzado a comer porque se le había escapado volando del plato.

 

Los casos de contagios comenzaban a aumentar y nadie le daba la suficiente importancia por varias razones. La primera es que los seres humanos hemos aprendido a ser indolentes porque este mundo es una verdadera calamidad, repleta de catástrofes de todo tipo, y si uno le presta real atención a cada guerra, cada hambruna, cada éxodo, cada maremoto, cada desaparición de especies por calentamiento global, cada deformación por pesticida, la única opción posible sería la de ir a inmolarse a la casa Blanca o a alguna otra casa de los mandatarios del G20. Mejor y más sano seguir preocupados por la infinidad de problemas locales, como las desapariciones en México, las torturas en Chile o la crisis económica en Argentina. Así que, cuando nos hablaban de los chinos, preferíamos pensar que no era tan grave y que pasaría al olvido como otras tantas influenzas. Además, el desconcierto era incrementado por una cuestión de proporciones dada la gran cantidad de chines que hay en la China. Todos suponemos, por instinto matemático, que cien mil uruguayos son muchos para Uruguay, que cien mil mexicanos no son tantos para México y que, obviamente, cien mil chinos no son nada para China. Así que claro, no le dábamos la importancia suficiente. Y así nomás sucedió: el estúpido sentido común de la gente común, fue adoptado no solo por los comunes, sino por todos los mandatarios, administraciones y sistemas políticos del mundo mundial.

 

Resulta entonces que en diciembre ya había algunos chinos infectados por haber ido al mercado ese horrible a comerse su wantan de murciélago termino medio. Pero resulta que las autoridades chinas, que no se caracterizan precisamente por permitir el ejercicio de la libertad de expresión, no permitieron que se difundiera la noticia de los primeros infectados. Así que algunos chinos volvieron al mercado a buscar su promo de vampiro y así se empezó a ir al carajo todo. Ahí perdimos un par de meses para afrontar el asunto que se nos venía encima. Después, cuando se dignaron a blanquear la situación, los italianos y los españoles no les hicieron mucho caso y dilataron la puesta en marcha de medidas aproximadamente un mes más. Por lo que parece, si algo no tienen los epidemiólogos italianos, es visión a futuro. Quizás deberían agregarle un catalejo a sus microscopios y dejarse un poco de joder su parsimonia.

 

Corría la primera semana de marzo y los tanos y los gaitas ya estaban viviendo esta espantosa historia que hasta a José Saramago le parecería exagerada. Y nosotros en México, dubitativos entre pensar seriamente como escandinavos que no somos, o como buenos latinos y no hacer absolutamente nada.

 

 

3.

 

Era obvio que Pipi no quería salir. No hace falta hablar en amniótico para entender que estaba haciendo su propia cuarentena uterina. Y qué pasa, nos preguntábamos nosotros, si decidía salir una o dos semanas más adelante, cuando el virus estuviese más expandido, y nos obligara a ir al hospital en esos días. En México parecía que no pasaba nada. Daba la sensación de que, aunque los italianos se estuviesen muriendo a millares, aquí teníamos una fuerza que nos protegía. Quizás el calor, decían algunos, quizás los anticuerpos que les han dado las bacterias radiactivas de los tacos callejeros, decían otros. Cuestión, que le preguntamos al doctor que qué ondita con la situación. Qué si no era mejor dejarse de joder con el parto en agua, natural y con playlist de Cerati, y pensar mejor en inducir el nacimiento de el críe antes de que aumentaran los riesgos. El doctor dijo que sí. Parece que había visto mucho las noticias la noche anterior, o quizás, se estaba enterando de primera mano de casos de contagio que los datos oficiales no estaban dando. En el país, decía el gobierno, hay nueve casos, y el doctor ya estaba al tanto de 12. La cosa se ponía fea y empeoró cuando nos enteramos que el hospital donde Pipi iba a nacer, era el hospital de los trabajadores del Metro y que ya había algunos casos de contagio rondando por ahí. ¡Santa cachucha!, dijimos nosotros. Todo se desarrollaba en una tensa calma hasta que el doctor nos dijo que iba a mudar su consultorio a otro hospital, uno ultra fresa (cheto, cuico, pijo) donde había menos riesgo de contagio. Y ahí todo cambió, radical e intempestivamente. Corría el miércoles 18 y el doctor fijó la inducción con oxitocina para el viernes 20.

 

El cambio de hospital no era exactamente fácil. No era, como decía Aristóteles, soplar y hacer botellas. Al cambiar de hospital se mantiene al ginecólogo pero se cambia a la pediatra y a la doula, que se pronuncia dula.

 

Paso a explicar brevemente que es una dula y seguimos con el cuento. Una dula es una mujer (desconozco si hay dulos, calculo que sí, pero seguro que en algún país desarrollado, no en este) que acompaña a la pareja en el parto natural y le da consejos de postura, respiración y demás cuestiones que faciliten la salida del pequeñe y la tranquilidad de los padres ante tan, pero tan extraña situación. Con la Negra habíamos decidido que no necesitábamos dula, que estaríamos los dos adentro del jacuzzi y que simplemente tendríamos que mantener la calma, respirar profundo, y Pipi saldría de cabeza al agua. ¡Al agua pato!, creo que se dice en contextos infantiles. Así que calma, amor, paciencia, comprensión, respiración y listo. Una semana antes del nacimiento, la Negra se despertó a las 4 de la mañana con un calambre voraz y gritaba como si estuviera a punto de parir. Yo intenté ayudarla y solo la hice sufrir un poco más. “Agárrame aquí” -decía ella, señalando su pie o su rodilla, no sé-, “¿Aquí? -preguntaba yo-. “Nooooo, ahí no, aquí” –repetía ella-. “Ah, aquí” -decía yo-, “Nooooo, así noooo, asiiii”, “¿Así?”. Al final terminó puteándome de lo lindo y el calambre se fue solo, sin ayuda, cuando se tenía que ir. La mañana siguiente acordamos que si no éramos capaces de superar juntos un calambre, menos un parto natural, así que llamamos a una dula para que nos acompañara.

 

Así que, teníamos menos de 48 horas para encontrar dos personas que tuviesen permiso para trabajar en ese hospital y no fuesen chantas, fresas, místicas y nos dejaran, de paso, con la billetera vacía. Todo el miércoles y el jueves entrevistando pediatras por teléfono. La mitad eran colombianas, holísticas, integrales, hipi-chics y excesivamente cariñosas. Ah, y mientras más cariñosas de cariño, más cariñosas de caras. Y la negra con un niñe de casi 4 kilos atroden. Vaya infierno. Al final, la ultima pediatra con la que hablamos, una que parecía una persona normal, nos pareció lo máximo y aceptó parir con nosotros.

 

Hablamos con varias dulas ese día. Todas eran excesivamente cariñosas. Ninguna nos convenció, y decidimos recibir solos y juntitos al tan esperade Pipi. 

 

 

4.

 

Y claro, ahí los chinos se pusieron las pilas e hicieron un hospital gigante en media hora. Un hospital donde podrían vivir plácidamente la mitad de la población uruguaya, sin compartir el mate, obviamente. Mientras las autoridades españolas se tomaban la ultima caña, algunos países nórdicos decidieron dejarse de joder y cerrar las fronteras sin titubear. Los latinos, fieles a su tradición, decidieron dejar para mañana lo que podían hacer hoy. Así, Europa comenzó a encuarentenarse de manera oficial pero tardía. Sánchez llenó la ciudad de policía para vigilar que la gente no saliera y no se le ocurrió ni por casualidad la posibilidad de generar planes sociales para los despedidos que las empresas empezaban a dejar en la calle, cosa que sí hizo Macron, que de buenas a primeras dijo que los encuarentenados no iban a pagar la renta ni los servicios. Fue el primero de los pseudo latinos en tomar medidas coherentes. Y los coreanos ni hablar. Eran junto con China e Irán, uno de los tres países más afectados, hasta que prendieron la compu, hicieron una formula rara, apretaron enter y listo, toda la población curada.  

 

Mientras tanto en América…  En América ya habíamos iniciado el concurso del presidente más fascista de la región. Porque claro, a los sudacas progres nos gusta criticar a los europeos por conquistadores y esas cosas, pero, ¿cómo andamos por casa? El primer país en tomar medidas fue Argentina. Alberto Fernández, un hombre de poca retorica, de mensajes no incendiarios, con bajas dosis de hipocresía, alejado del discurso de las falsas izquierdas latinoamericanas, un hombre de centro, medio buena onda y aparentemente sensato, que más que peronista parece radical, se dio cuenta primero que nadie que la cosa venía fea y antes de la primera muerte declaró la cuarentena, y el que salía de casa sería sancionado. Punto pelota. Las cosas como son y nos quedamos en casa por si acaso nomas. Las economías se recuperan, las muertes no.

 

No vaya ser que el virus no sea un cuento chino y nos venga a matar a la mitad de la población de este continente sin salud pública. Y ojo que Argentina, permanentemente en crisis, es el país con la mejor salud pública del continente. Menos mal que Macri ya no estaba porque la debacle habría sido total y hubiera obligado a la gente a ir a trabajar para no afectar la economía que por cierto, destruyó. Mientras Fernández daba el anuncio de las medidas al país, Piñera, su vecino trasandino, no tenía la más puta idea qué hacer, y Bolsonaro, el vecino fascista, decía que a él no le hacen nada esas gripitas, aunque claro, él dijo gripiñas, que suena mucho mejor. Los fascistas brasileros hablan tan bonitiño que parecen menos fascistas, pero ojo, no lo son. Porque como decía Roque Dalton, “hasta el menos fascista de los fascistas, es un fascista”. Y atrévanse a negarlo.

 

Mientras, por aquí por el norte, el presidente mexicano se convertía en predicador y daba discursos en actos públicos por todo el país, diciendo que con unión y honestidad, los mexicanos superaríamos la pandemia. Para después bajar de la tarima y besuquear a todo el mundo, incluida una niña de 6 años que se negaba sin éxito a ser besuqueada. 

 

 

5.

 

El viernes veinte a las 6 de la mañana salíamos con la Negra y Pipi bien guardada al hospital en la loma del orto. Un poco más lejos y nacía en Estados Unidos. El GPS nos indicó un camino equivocado así que tardamos un poco más de la cuenta. A las 7 habíamos llegado y a las 7:30 la Negra ya estaba enchufada a la oxitocina que le ayudaría a generar las contracciones necesarias para que Pipi se sintiera aludida y aceptara salir de ahí. En ese momento tuve que ir a la Administración del Hospital a pagar. Parir en México es tremendamente caro y el sistema público no es la opción que más nos gusta para parir en pandemia. La señora de la Administración me explicó todo lo que ya sabía, me pidió la tarjeta de crédito y antes de devolvérmela, me hizo firmar un boucher como garantía por todos los gastos extras que se pudiesen generar. Si Pipi no salía por parto natural, tendría que salir por cesárea, y claro, el quirófano es más feo, más peligroso, más jodido, y también más caro. Una ecuación tan rara como cierta, y tan cierta como triste. La señora me hizo firmar alrededor de una tonelada de papeles. Por mi, por la Negra, por Pipi, por el boucher, por si quería recibir publicidad, por si quería hacer una donación a una institución de muy dudosa procedencia, por si quería recibir en la habitación la visita de unas señoras religiosas del sagrado corazón de no sé qué, y varios etcéteras más. En cada una de las hojas tenía que escribir nombre completo mío y de la Negra, y yo, que hace unos cinco años que no escribía a mano, tuve que encender la memoria holográfica, recrear mi nacimiento y volver a las primeras clases de caligrafía. Todo en 15 segundos, para tardar alrededor de una hora en escribir quince veces Sebastian Kohan Esquenazi y Lorena Ahuactzin Guevara, con una letra absolutamente incomprensible. Cuando la señora vio que Pipi tendría como apellidos la nada despreciable sumatoria de Kohan Ahuactzin, apellidos de indescifrable procedencia, con ese equilibrado compendio de haches intermedias, quizá mudas, quizá no, y esa desproporcionada cantidad de consonantes desordenadas, agrandó los ojos, me miro fijamente con la mente en corto circuito, como sin poder arrancar, hasta que logró proseguir y me dijo muchas gracias, que todo salga bien. Yo, que me había puesto alcohol en gel cada vez que la señora me cambiaba de hoja y me daba el lápiz nuevamente, lo cual retrasó la sesión de firmas y caligrafía una media hora más, le di las gracias, sin darle la mano y me levantaba de la silla para irme al nacimiento de mi hije, cuando de repente escuché que la señora me decía de manera abrupta y decidida: “Primero Dios”. Yo quedé desconcertado, como atontado, sin entender qué me estaba queriendo decir. Igual de atontado que ella cuando leyó Kohan Ahuactzin. Finalmente, cuando me destrabé y logré arrancar el motor, solo atiné a decirle “bueno”, y me fui. Alguna vez había escuchado la frase “Dios mediante” y hasta me gusta un poco, pero “Primero Dios” no, y no lograba descifrarla. Camino a la habitación pensaba que quizás Dios había llegado primero esa mañana porque se sabía el camino y no había puesto el GPS y entonces nosotros entraríamos a parir después que él. Cuando entré en la habitación la Negra estaba ahí, tranquila, sola, acostada en la camilla con la bolsa de oxitocina enchufada al brazo y el goteo comenzaba a hacer su trabajo de comunicarse con Pipi de manera artificial. Dios no estaba por ninguna parte.

 

 

6.

 

Al principio, más allá del alto riesgo sanitario, todo parecía una cuestión de buena voluntad, de solidaridad, de no salir a la calle por el bien del otro, de lavarse las manos sin parar, con jabón y abundante agua por más de veinte segundos, cantando el estribillo de nuestra canción favorita. La cuarentena ya había comenzado en Italia y en España y el riesgo latente se hacía manifiesto. Ya no era problema de los muchos chinos lejanos, sino de nuestros conocidos españolitos que tan creyente habían hecho a la señora de la caja del hospital. La primera impresión era que había que quedarse en casa y punto, como decían los hashtags y esas cosas de milenials. Y entonces Messi, el insufrible de Sergio Ramos, Piqué, Marcelo y demás figuritas millonarias, comenzaban a viralizar videos en unas fachas horribles, haciendo jueguitos con papel higiénico para, supuestamente, crear conciencia. Anda a lavarte el orto, pensaba yo, en buen porteño.

 

Así, las occidentales conciencias televisivas se iban nutriendo de mensajes solidarios. No hay mal que por bien no venga, decían los optimistas comentaristas. El virus nos había convertido en una hermosa ONG donde todos velaban por el bien común y salían a los balcones a cantar o a aplaudirle a les doctores de un sistema de salud universalmente devastado. La humanidad por fin había encontrado el camino de la bondad y solidaridad universal. Más allá, claro, de los pelotudos que salen igual y que claramente son más tontos que malos. Sin embargo la gravedad de la situación no estaba ahí, en la capacidad de no salir a la calle y aprender a aburrirse (cosa que los freelance, autónomos, montributistas, ultimoorejóndeltarro, hemos hecho toda la vida), o en tener que soportar a la pareja y a los hijos durante días y días de encierro, sino en otro lugar mucho más grave, que las lágrimas por la emoción de la solidaridad de Sergio Ramos no nos permitía ver.

 

El problema es que en el medio del pánico, los Estados y las empresas, están tramando la manera de ganar nuevamente la partida, de jugar a la bolsa, de llevarse sus dolarucos a las Islas Caimán, y dejar a la deriva a la población universal. El problema es que la crisis sanitaria activa de manera inmediata todos los mecanismos de poder que cotidianamente nos convierten a todos, en los más desafortunados.

 

En España, al primer día de crisis sanitaria nos dimos cuenta que el problema mayor no era la enfermedad provocada por el virus, sino que la casta de los Socialistas y los Populares, se había encargado durante los últimos veinte años de desmantelar el Estado de Bienestar y se había llevado puesto el sistema de salud. El problema no era el virus, sino que estaban faltando las doscientas mil camas que antes sí existían. Cuando parecía que el problema era un virus generado por el murciélago ese que no se dejó comer, y creíamos que cuidándonos podíamos mejorar la situación, las empresas empezaron a despedir gente y a dejarnos confinados en cuarentena, desocupados y sin dinero para pagar la renta. Porque claro, el insufrible Sergio Ramos puede crear conciencia con su papel de baño porque su mansión es suya y el Real Madrid no lo va a despedir. Y hablando de los fachas del Madrid, que lindo va a ser si algún día vuelve el fútbol.

 

Triste darse cuenta, de sopetón, que el problema no era el virus sino, como siempre, este sistema donde los pocos que detentan el poder, tienen la venia de los Estados para destruir las vidas de todo el resto de los mortales con total impunidad. Toda catástrofe natural se vuelve humana y sistémica automáticamente. En los huracanes, terremotos, maremotos, epidemias siempre, pero siempre, se mueren los pobres. Apenas la epidemia se hizo pandemia, se activaron los mecanismos de desigualdad a su máxima potencia. La gente desde los balcones hace su acción del día insultando al idiota que sale a la calle, pero nadie cuestiona al sistema que nos tiene abandonados a la suerte del señor. “Crisis económica” le llaman ahora a lo que no es otra cosa que la demostración de que el sistema económico no considera los riesgos que conlleva el simple hecho de vivir. El sistema neoliberal, ese al que juegan todos los países, no considera la pobreza, ni la enfermedad, ni la muerte, como crisis económica, sino como una variable necesaria de la estabilidad económica. Mientras haya pobreza, mano de obra barata y ejercito de reserva, todo va a andar bien. Y ahora que tienen que tomar medidas, se preocupan de la gente de a pie. Pues, diría yo, déjense de joder y saquen al Ejercito a repartir comida, y ya. Pan, tortillas, frijoles, porotos, alubias, judías, cada uno en su idioma que el sabor es el mismo (menos los beans ingleses que son asquerosos), y nadie se les va a morir de hambre. Que unos frijolitos no le van a hacer mella a sus cuentas. “Crisis económica” no es más que un eufemismo de la debacle planificada de la población, y el salvataje de bancos, ejércitos, negocio armamentista, drogas, fútbol, y obviamente, farmacéuticas. Los Estados solo están ganando tiempo para mantener a flote a sus amigos los privados.  

 

Todas las crisis económicas las pagan los ciudadanos. Todas. Las de ahora y las de antes. La del Tequila en México, la de Argentina en el 2001, la de España en los dosmiles, la de Estados Unidos en 2008, cuando parecía que quebraba Wall Street, pero al final perdió la población clasemediera y el Estado aprobó un salvataje a los bancos de 700 mil millones de dólares para que no quebrara ni uno, y ahí andan, vivitos y culeando. Así nomas funcionan las cosas, siempre, pero nos olvidamos rápidamente y ahora, tanto la derecha como la izquierda, que unidas jamás serán vencidas, discuten hasta cuándo estirar la puesta en marcha de medidas sanitarias, con tal de dilatar el inicio de la “crisis económica”. En México quieren planificar un equilibrio entre medidas sanitarias y crisis económica, lo cual tendría mucha lógica sino fuese porque mientras dilatan el estado de emergencia, la gente se contagia, y al final, un poco después quizás, la mentada crisis va a llegar igual, pero un poco peor y con zombis por la calle.

 

Así, mientras las cuentas offshore inundan los paraísos fiscales, nosotros, clasemedieros cagados de susto, nos quedamos en casa aprendiendo a hacer pizza con la harina que compramos el día que nos agarró el pánico, y aplaudimos a Sergio Ramos porque un día amaneció solidario.

 

 

7.

 

A la Negra la enchufaron a la oxitocina a las ocho de la mañana. Ella en su camilla y yo en mi sillón, esperábamos la llegada de Pipi mientras veíamos CNN. El panorama era desolador en todos lados menos en México. ¿Será que el país ya está tan hecho mierda que no tiene lugar para nuevas calamidades?, pensaba yo. Mi teoría de la densidad de catástrofes por metro cuadrado fue desarticulada inmediatamente con la noticia de que Croacia había sufrido un terremoto en medio de la pandemia. El gobierno le había permitido a la gente salir a las calles, pero manteniendo su sana distancia. El doctor que revisaba el goteo de oxitocina, las contracciones y los latidos del integrante uterino, nos contaba que el gobierno les había pedido que no hicieran más pruebas del Covid19 hasta nuevo aviso y que no podían entregar los resultados de las pruebas ya realizadas. Para ganar tiempo y que la “crisis económica” inicie lo más tarde posible, hay que descubrir los casos muy de a poquito. En cualquier momento, cuando el presidente diga que está todo en orden, se nos viene el punto de inflexión, agarramos la curva a toda velocidad, llegamos al pico y nos vamos al carajo. Y hasta ahí nomás llegó el discursito de la “crisis económica”. 

 

Al cabo de cinco horas de goteo, habían aumentado en el mundo alrededor de tres mil casos positivos, o cien infectados por gota, para ser más exactos, y Pipi, obviamente, no mostraba una sola intención de salir de su cuarentena. La Negra tenía pocas contracciones y el gobierno mexicano, muchas contradicciones.

 

 

8.

 

En Chile la gente había a comenzado a guardarse sola, antes de que Piñera decidiera una sola medida. Chile es un país que hace varios meses comenzó una revolución y la gente se está gobernando sola. El domingo 8 de marzo se habían manifestado en las calles más de un millón y medio de mujeres. El país no podía estar más encendido cuando llegó este maldito virus a intentar desactivar la movilización. Claro está que no lo va a lograr y cuando el virus se vaya, con lo que quede de nosotros, se volverá a reactivar la revolución en las calles. Quizás seremos zombis, pero furiosos. Por lo pronto, a la derecha chilena la pandemia le venía como anillo al dedo para desmovilizar a la población y prohibir cualquier tipo de manifestación. Tan pero tan facha es la derecha chilena, que en vez de establecer una cuarentena o pedir confinamiento y distancia social, decretó muy tardíamente la situación bajo el pomposo y dictatorial asunto de: Estado de Excepción Constitucional por Catástrofe, con toque de queda incluido, y desplegó más de veinte mil efectivos de las Fuerzas Armadas por las calles. Así de claro. Piñera y sus secuaces aprovecharon la pandemia para fortalecer el control social y la represión. Veinte mil soldados armados en las calles y ni uno solo desinfectando la ciudad para evitar contagios. Mucha lacrimógena y poco jabón. Podrían meterle jabón al guanaco (tanque con chorro de agua) y ayudar a la población, en vez de meterla presa y torturarla, digo yo, no sé.

 

Eso sí, antes incluso de las medidas sanitarias, habían tomado una primera decisión política: se posponía el plebiscito para redactar la nueva constitución porque la gente no se podía juntar, pero no suspendieron ni las actividades laborales y ni las clases en las escuelas. La primera noche de confinamiento en los hogares, los carabineros aprovecharon para limpiar la Plaza de la Dignidad y sacar todas los monumentos y obras de arte que había instalado la revolución. Miserables es poco. Pero no se preocupen. Apenas se curen los chilenos les van a volver a romper la ciudad entera para construir otra encima, y no habrá murciélago que los salve.     

 

 

9.

 

La Negra llevaba conectada 13 horas a la oxitocina esa, las contracciones eran muchas, duraderas y dolorosas. CNN nos tenía la cabeza destrozada y la dilatación no aumentaba. Pipi no quería salir. Quizás si en la habitación del hospital no hubiese habido televisión, otro gallo cantaría. A las once de la noche el doctor nos dijo que no había señales esperanzadoras y que la única alternativa para terminar con la cuarentena de Pipi era la cesárea. Así que, a las doce de la noche estábamos en el quirófano, con la Negra abierta al medio, yo a su lado con mi telefonito grabando como un pelotudo de vacaciones, intentando no levantarme mucho y ver integro el interior de mi mujer y así mantener ciertos niveles de respeto por la intimidad de la pareja. El doctor, tras cortar varios largos tajos con su bisturí, metió una especie de cilindro de plástico con salida por ambos extremos, dejando uno afuera por el cual, yo me daba cuenta, el doc veía a Pipi agazapade, aferrade a algún órgano, o colgade cual Trazán a su cordón umbilical para no salir de ahí. El doctor metió las dos manos y le agarró pero se le resbaló. Después presionó fuertemente las costillas de la Negra con su antebrazo y metió la otra mano, pero Pipi se escabulló con una finta mágica. Por un momento pensé que se venía el nuevo Messi, pero el pensamiento no duró. Finalmente la asistente le pasó un instrumento largo, curvo y metálico, parecido a un calzador de zapatos pero gigante, que el doctor introdujo en la Negra y con el cual hizo palanca, sí señores, palanca, logrando que asomara la cabeza de Pipi. Todo ahí era asombro, sangre y amor. Cuando Pipi ya no podía volver atrás, el doctor la agarró con las dos manos y la fue levantando de a poco, como el rey león a su hijo, o como Maradona a la copa del Mundo, hasta sostenerla en aire para que la Negra la pudiera ver. Tras unos segundos se observación y silencio, la Negra dijo emocionada “Martina hermosa, ven aquí”. En ese momento el doctor me pasó una tijera para que yo cortara el cordón umbilical, ese que Martina usaba de liana para quedarse en cuarentena. Me acerqué, lo corté y en ese momento el doctor la acostó en el pecho de su madre, al que pegó inmediatamente y del cual, una semana después, no es piensa despegar.

 

 

10.

 

Sin embargo Piñera no era el único que aprovechaba el virus para llevar agua a su molino. El presiente mexicano, convertido en una especie de predicador evangelista, mezcla de mesías que viene del futuro y fuerza moral que viene del pasado, aprovechaba cada pregunta que le hacían los periodistas para cambiar el tema. Como al niño que el profe le pregunta, “Pepito, ¿qué sabe usted de las hormigas?” Y Pepito, que no sabía de hormigas pero si de elefantes, responde: “Pues yo se que la hormiga es un animal muy chiquito y que el más grande es el elefante. El elefante tiene cuatro patas, una trompa y hace brgrruuuu…”. Y así hacía Obrador con las preguntas del virus, mientras besaba escapularios, claro. La mejor fue cuando le preguntaron qué opinaba sobre la pandemia y dijo que él confiaba en la fuerza y la honestidad del pueblo mexicano, porque la corrupción se había terminado, y que por eso ya no se iba a construir el aeropuerto de Texcoco sino el de Santa Lucía. Una joya nuestro presi. El presidente mexicano era el único mandatario no fascista del continente que no le daba ninguna importancia al tema. Había pasado de ser un hombre aparentemente empático, a un obtuso militante que creía que el virus era una invención de los conservadores para destruir a su gobierno. Debe haber leído mucho al inescrupuloso de Giorgio Agamben, reconocido filosofo italiano que los primeros días de marzo expresaba su izquierdismo y su rebeldía, diciendo que el virus no era tan grave, que el Consejo Italiano de Salud había dicho que provocaba una gripe común y corriente, así que la cuarentena era una exageración inútil impuesta por el status quo universal, para implantar un nuevo estado de excepción, restringir las libertades y dominar a la población. Cómo la excusa del terrorismo ya no era suficiente para seguir reprimiendo, se inventaron esta, dice tan pancho el señor filosofo mientras en su país se agotaban los ataúdes. Todo parece indicar que los epidemiólogos italianos leen al filosofito ese. Porque claro, es verdad que el status quo universal se va a aprovechar de la situación para generar control sobre la población, pero eso no hace al Coronavirus un virus común y corriente. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. ¡Agamben el favor!

 

Menos mal que la gente en México comenzó a tomar medidas antes de que las planteara el presidente besucón, y que Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, actuó con seriedad ante las condiciones imperantes y comenzó a suspender actividades. El día 22 de marzo, con más de 200 contagios en México y casi medio millón en el mundo, Obrador decía lo siguiente desde un restaurant en Oaxaca, “Yo les voy a decir cuando no salgan, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas porque eso es fortalecer la economía. Los mexicanos por nuestra cultura somos resistentes a todas las calamidades y en esta ocasión vamos a salir adelante. Nuestro pueblo es poseedor, heredero de culturas milenarias”. Digamos, para empezar, que lo de las culturas milenarias no tiene nada que ver con nada, porque los italianos tambien las tienen y no les ha servido de nada, y de los chinos ni hablar. El presidente mexicano prometió tres puntos de crecimiento economico cuando asumió el mandato y prefiere arriesgarse al virus y rezarle en público a las virgencitas, a vivir una crisis economica que por cierto, es imposible de evitar. Dilatar la puesta en macha de las medidas de la mentada Fase 2, para que la recesión economica dure menos es, a mi juicio, una bajeza de proporciones. La economía se va ir al carajo en todos lados y habrá que sostenerse de otra manera. Pero quién soy yo para hablar de economía, si los economistas han demostrado que hacen muy bien su laburo.

 

Es cierto que dos días después de esas declaraciones chamánico-mercantiles, el Secretario de Salud anunció la Fase 2 y el gobierno tomó medidas, lo que hace pensar dos alternativas: una, la del policía bueno y el policía malo, donde Obrador hace del bueno y tranquiliza a la población, para evitar el pánico y una crisis gratuita y prematura, y el policía malo, donde el resto del gobierno toma las medidas más radicales. O la otra, la más factible, es que Obrador padece una grave deformación profesional y cree que todo se mide en oficialismo/oposición (cualquier similitud con el resto de los líderes de izquierda latinoamericanos es pura coincidencia). Y así, dominado por sus sueños transformadores, y presa de su impermeable cerrazón, mantuvo un extraño y eterno soliloquio, un tanto autista, que el resto de los integrantes de gobierno fueron interviniendo de a poco, rectificando el camino.

 

Si por alguna razón México supera sin demasiadas muertes esta pandemia, Obrador quedará como un estratega un poco sabio y un poco cauto, un poco loco, con un toque de realismo mágico y escapularios mediante, pero si por el contrario, México llega a la Fase 3, vive el punto de inflexión y da la curva pronunciada que han dado Estados Unidos, España, Italia, Francia, Irán, China y otros tantos, la actitud campechana y la dilación en la toma de medidas, se convertirán en errores criminales…

 

 

11.

 

Pipina, de nombre Martina, nació a las 00:23 del 21 de marzo. Yo tenía todas mis energías puestas en que naciera el día 20, o sea, 23 minutos antes para que fuera Piscis y no Aries, como la madre, y en una de esas tener la esperanza de que tenga un carácter un poquito mejor, pero no se pudo. Es Aries y ahora habrá que amarlas y soportarlas a las dos tal cual son. Estuvimos los tres en el hospital dos días mientras la Negra se recuperaba del tajo ese enorme que le hicieron. El domingo 22 cambiamos la sede de la cuarentena y volvimos a casa. Martina está increíble, hermosa, sana, fuerte y toma teta todo el día. Salió monotemática la nena. Y aquí estamos encerrados, en cuarennena, esperando que pase esta historia. Ahora mi pasión es cambiar pañales y sacarle los chanchitos a la 1 AM, 3 AM, 5 AM, 7 AM y así sucesivamente. Ella aun no sabe que yo existo porque no soy una teta, pero supongo que algún día diversificará sus amores y espero ser uno de ellos.

 

 

12.

 

La cosa está que arde. Ahora nos despertamos todas las mañanas rogando que bajen los contagios en España y en Italia, que sea real que en algún momento no muy lejano la curva de la muerte comienza a descender. Esperamos que cambie allá, para que cuando nos toque aquí, tengamos algún miserable dato del que agarrarnos, como Pipina a su cordón. La cosa está fea fea. Estados Unidos es el foco de contagio más importante del mundo, el presidente naranja dice que no puede ser peor el remedio que la enfermedad, así que mejor todos a trabajar y nada de estar enfermitos en sus casas. Y Obrador no piensa cerrar la frontera del Norte. Ahora somos nosotros los que queremos que pongan el muro. Quién lo iba a decir. 

 

 

13.

 

Pipina linda, hermosa, ya te lo he dicho más de mil veces en estos 10 días desde que te conozco, pero te lo escribo aquí otra vez. Eres la cosa más linda que vi nunca en la vida. Te trajimos a este mundo jodido porque, aun sabiendo que estamos rodeados de personas peligrosas, creemos que la vida puede ser hermosa y digna de ser vivida. Haremos todo para que así sea. Tu hermano Ale ya sabe arrullarte y hacer que dejes de llorar. Yo no. La Negra es fuerte y te ama. Estamos felices y agradecidos de estos nueve meses que te llevó a cuestas a todos lados, y de esas tetas que te hacen tan feliz. Te tocó llegar en plena pandemia, confinamiento y distancia entre la gente. Estamos en cuarentena en la casa, carentes de contacto pero repletos de amor. Esperemos que pase esta crisis mi mierda y podamos abrir las puertas de la casa para que entre la gente querida y te llene de besos, abrazos y amor.  

 

 

 

 

Esquirlas del miedo // Marcelo Percia

Prudencias contienen miedos.

Cuidados salvan vidas.

Cuando urge lo común, afectuosas distancias entre cercanías conjuran hostilidades que estallan en la confusión.

Fragilidades que confían en otras fragilidades se dan a la palabra.

 

En momentos de pánicos y desamparos, hospitalidades (que se necesitan) apelan al pronombre de la primera persona del plural.

Hostilidades (que acaparan) se amurallan en el yo.

 

Entre hospitalidades y hostilidades, se sabe, hay un pequeño paso.

 

Voluntades que sentían derechos, protecciones, seguridades, en la comunidad del Capital; se dan cuenta que, en un segundo, pierden todo.

No se trata de histerias ni de psicosis colectivas, sino de difusas percepciones de que la vida en común salva vidas o las destruye.

 

Pestes actúan como lentes de aumento.

 

Si de golpe, se desvanecieran los hábitos que hacen creer que el bienestar pasa por el reconocimiento, por la acumulación, por el consumo, por el rendimiento; no se sabría cómo ni para qué vivir.

Tal vez, en ese desconcierto, sin cómo ni para qué, hallaría su morada el porvenir.

 

La misma voz latina cogitare dice, a la vez, las acciones de pensar y cuidar.

A veces, de una sola palabra pende la vida.

 

En las cumbres del miedo, se comienza a imaginar lo peor como último alivio.

Rituales que sostienen la vida, no alcanzan en tiempos de pestes.

La paradoja de una cuarentena consiste en que hay que tratar de salir del encierro: el del ensimismamiento. Tal vez el más difícil.

 

El capitalismo está destruyendo la vida; entonces, la vida se defiende del capitalismo autodestruyéndose. Hace mucho que la literatura y el cine cuentan esta historia.

 

La vida en común no está amenazada por el miedo, sino por la desigualdad.

Desigualdades abonan miedos para ocultar privilegios que lastiman.

El Capital desprecia la vida que, sin embargo, necesita.

A veces, el miedo deviene pánico; otras, visión herida de lo inadmisible.

 

De pronto, nos damos cuenta de que la salud consiste en el olvido transitorio de un continuo estado de vulnerabilidad.

 

Distancias decididas en común no merecen llamarse aislamientos.

Aislamientos compartimentan soledades privándolas del don de la proximidad.

Distancias que cuidan suspenden contactos, pero no cercanías.

 

La acción constante de lavarse las manos, recuerda que la expresión lavarse las manos significa desentenderse de una responsabilidad.

 

Cuidar la vida, supone todavía algo más difícil: la común decisión de cambiar lo que la está dañando.

 

La inminencia devora el presente. Lo devora incluso alargándolo.

A veces, solo alivia el olvido.

 

Abundan retóricas ensañadas y belicosas.

Figuras que sostienen que el virus actúa por venganza o que estamos en guerra o que se trata de un enemigo invisible.

Se sospechan malicias peligrosas en cada corporeidad portadora.

Miedos al contagio detonan violencias.

 

La mujer tose en un colectivo. Hacen la denuncia. Se activa el protocolo. Detienen el vehículo. Suben médicos con trajes de protección. La mujer está asustada. Se resiste. Forcejean. Una voz pide que la esposen, que se la lleven.

 

Lazos sociales tienden sogas que salvan, que ahogan, que atan.

Redes virtuales conectan, sostienen, atrapan.

Lazos y redes demandan fidelidad.

El común cuidado no enlaza, no enreda, no demanda: solo está ahí, como disponibilidad que se hace presente cada vez que se la necesita.

 

Cuidados no infunden miedo. No agitan amenazas. No ejecutan castigos. No se molestan con la dificultad.

Cuidados alojan terrores e indiferencias desvalidas.

Mientras controles alertan y diseminan amenazas, cuidados prodigan descansos.

 

No dice lo mismo encierro que refugio, reclusión que repliegue, estado protector que estado represor.

No se trata de sinonimias ni de eufemismos, está en juego decidir cómo se quiere habitar la vida.

 

El riesgo consiste en que la desesperada necesidad de protección inmunológica derive en ataques contra otras existencias consideradas peligrosas

 

Diversas aplicaciones en un celular pueden advertir que estamos cerca de una corporeidad infectada, de una persistente tristeza, de un rencor macerado, del deseo de cambiar la vida.

 

Dicen que solo el control social detiene contagios, que solo la vigilancia evita contaminaciones masivas.

El común cuidado de cercanías que deciden protegerse con amorosas distancias, ¿puede gravitar más que vigilancias y controles?

 

Hablas del capital no se cansan de repetir que el virus iguala. Pero ni bien se distraen muestran una lista con glamur de infectados célebres: un actor y su esposa, un primer ministro, un ex juez, un jugador de fútbol, un tenor, un escritor, un príncipe, un productor hollywoodense preso.

 

El trágico infortunio de contagiar por proximidad, amplifica una vicisitud -siempre inminente- en cualquier circunstancia de la vida en común: cercanías, incluso las que se aman, pueden dañarse sin querer y sin saber.

 

Al daño que sí sabe que está dañando se lo llama crueldad, odio, insensibilidad, blindaje de la cercanía. Tal vez, capitalismo.

 

En la ciudad en cuarentena, se escuchan voces que dicen: “Sin casas, sin agua, sin dineros. Inhalando miserias. Ahora, pueden ver cómo estamos viviendo”.

 

El gobierno peruano declara a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional exentas de responsabilidad penal cuando “causen lesiones o muerte” reprimiendo en las calles el no cumplimiento del “confinamiento”.

 

La expresión latina amor fati se traduce como aprender a amar lo que acontece. Pero amar lo que acontece no equivale a resignarse al destino.

Resignaciones actúan como omnipotencias fatalistas.

No se trata de acatar lo que ocurre, ni de desearlo, ni de encantar la desgracia. Tampoco entregarse al refrán que sugiere: “No hay mal que por bien no venga”. A veces, las cosas solo vienen, pero otras hay que salir a buscarlas.

Se trata de valerse del impulso de lo que está sucediendo, precipitar la decisión de hacer algo con lo que acontece. Intensificar, en lo que pasa, aquello que abre porvenires.

Pero, las fórmulas no importan.

La fuerza del intento reside en que no siempre sabe hacia dónde ni qué.

 

El secreto no reside en saberse diferente, sino en saber lo diferente, el sentido inagotable de lo que difiere.

 

Intimidades precipitan, también, lo peor.

A veces, donde se esperan cariños advienen violencias, donde se esperan caricias advienen golpes, donde se esperan contenciones advienen ahogos.

Impotencias propietarias pueden matar.

 

Diferentes pestes arrasan la vida en común.

Una, la enfermedad del miedo. Otra, la enfermedad de la indiferencia.

Pero, también, la de la propiedad, la del resentimiento, la de la culpa, la de la ambición, la del sí mismo.

Además de otras que la enfermedad del olvido, a su manera, remedia.

 

Cuidados se entienden más con respetos que con miedos.

Miedos demandan seguridad, control, previsibilidad.

Actúan como propietarios que se creen dueños de la salud.

Respetos saben que no tienen potestad sobre nada.

Agradecen residencias pasajeras en la vida.

 

Ocurrencias que dan risa se balancean como boyas que flotan en superficies angustiadas.

El común reír -no la burla ni la ironía que lastima- ayuda a respirar.

 

Billete mata pacto // Diego Valeriano

Billete mata pacto, relato, valores. Mata quietud, paz social, obediencias militantes, acuerdos sindicales, experimento social. El billete mata todo, significa todo.  La manija de jubilados y mamás luchonas desarma de una patada la compleja ingeniería de medios, redes y estado. Billete mata miedo. Mata posteos, twits, publicaciones, audios reenviados al grupo de wasap de la escuela, balcones. 

Billete sustancia, papeo, productor de normalidad zarpada. Billete fiesta, anti cheto, deseo. Billete como otra forma de decir no, basta, libertad, hartazgo. Como denuncia al fracaso de la mediación progresista. El billete en la calle decide: las doñas deciden, los guachos deciden, las rochas deciden. Apropiación callejera de la  vida. 

El billete mata solidaridad social forzada, sistema métrico, recomendaciones del ministerio. Es la cabal muestra de lo que somos, de lo que queremos, de lo que podemos. Billete que marca  el pulso de lo que es esencial. Ni periodistas, ni cobanis, ni verduleras, ni milicos haciendo guiso: bancarios. 

Despertarse más temprano de lo habitual, caminar de más, que la SUBE tenga carga, tomar el bondi, charlar en el Face, cruzar la plaza, quedar a tres cuadras del Banco aunque sean las 6, desertar de los cuidados, entrar al banco, sacar billete, seguir haciendo mundo.

 

Lo sensible como campo de batalla // Franco Casanga

Reseña de La ofensiva sensible (2019), de Diego Sztulwark

 

Un análisis filosófico de las subjetividades de la crisis y las potencias plebeyas a la luz del fin de ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina.

¿Cómo se explica que gobiernos aupados por los sectores populares (clase trabajadora, movimientos indígenas, intelectuales) hoy esten siendo blancos de las protestas de estos mismos sectores populares o, al menos, parte de ellos? ¿Qué mecanismos o dinámicas han hecho que estos gobiernos progresistas que llegaron al poder en base a programas políticos antineoliberales hoy sean considerados más parte del problema que de la solución? ¿A qué se debe el nuevo ascenso de gobiernos reaccionarios y neoliberales en América Latina?.

En su último libro, La ofensiva sensible (Editorial Caja Negra), el investigador y escritor en el blog Lobo Suelto, Diego Sztulwark, señala que no podemos seguir pensando las derrotas de los gobiernos progresistas de América Latina en términos de más o menos apoyo electoral. ¿Por qué? Porque «el neoliberalismo no pierde elecciones». El neoliberalismo no ha necesitado de los votos para seguir expandiendo sus novedosos modos de consumo (modos de vida, según Sztulwark) o para seguir subjetivizando nuestros cuerpos. Pero atención: no es que no se hayan realizado políticas de redistribución en los países donde gobernaron alianzas progresistas (Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay) así como importantes políticas reconocimiento de derechos fundamentales de poblaciones invisibilizadas por el racismo colonial, sino que estas políticas se han mostrado insuficientes para producir nuevas formas de vida capaces de crear subjetividades populares más allá de la razón neoliberal.

 

Subjetividades de la crisis y políticas del síntoma
En La ofensiva sensible, Sztulwark analiza el ciclo político argentino que comenzó simbólicamente en el corralito argentino de 2001 hasta el triunfo de Mauricio Macri en 2015 dentro de otro ciclo mayor que afectó de similar manera a otros países como Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay o Venezuela. Para Sztulwark, la crisis es un momento epistemológico que nos sirve para ensayar una reflexión micropolítica de la potencia plebeya. Se trata de indagar a partir del acontecimiento una producción teórica que potencie lo que se despliega en ella sin dejarse replegar a restauraciones ideológicas predeterminadas. Las subjetividades de la crisis, esas sensibilidades que estallan en una crisis,son las formas que habitan la excepcionalidad, la ruptura con la normalidad, expresiones que adoptan un sinfín de repertorios de acción popular a través de las ocupaciones, asambleas populares, recuperación de fábricas, escraches, piquetes, etc. “Si -dice Sztulwark- el modo de vida resuena con los modelos de consumo y de valorización, y la forma de vida supone procesos de autonomía, entre ambos la vida se presenta como malestar o síntoma”. Si el neoliberalismo sigue ganando terreno en nuestras relaciones es porque sigue gestionando, canalizando y controlando nuestros afectos y malestares. A la gestión coaching de nuestras emociones que propone el neoliberalismo, Sztulwark opone una política del síntoma que supone una escucha de los cuerpos afectados, de la lucha colectiva y la rabia detrás de cada condición de vulnerabilidad, pero también de las vidas anómalas, subversivas, incómodas tanto a izquierda y derecha, que surgen en los procesos de ruptura con el sentido común. Quizás, justamente, en esos síntomas (malestares, impotencias) de nuestra cotidianidad están contenidas las nuevas formas de vida capaces de cuestionar los mandatos del capital. Según Sztulwark, una política del síntoma nos ayudaría a mapear y pensar nuevas resistencias, aperturas, potencias, sin deshabilitar nuestra dimensión afectiva, esto es, aceptar “la imposibilidad de relanzar lo político por fuera de una nueva centralidad de lo erótico, lo sensual y lo sensible”.

 

Voluntad de inclusión o el populismo de izquierdas (realmente existente)
En la segunda parte de La ofensiva sensible, Sztulwark analiza las limitaciones de las políticas progresistas de gobiernos como el kirchnerista, pero no desde el punto de vista económico-político, sino desde el punto de vista desde la subjetividad política. La voluntad de inclusión conceptualiza perfectamente esa idea del populismo de izquierdas de articular el malestar social a un contrato vertical de las voluntades. Puede ser que esta conceptualización se base más en los populismos “realmente existentes” que en la teoría de Ernesto Laclau, pero ello no desfavorece la crítica. Las consecuencias de esta estrategia estadocéntrica ha sido la desmovilización de los sectores más rupturistas, junto con una miopía sorprendente en el ámbito de “las micropolíticas neoliberales sobre el ámbito de las sensibilidades”. Una vez agotado el ciclo económico favorable, Macri vino a culminar el proceso de mercantilización de las masas sin el ropaje de la inclusión, sin complejos, como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos. Ciertamente el kirchnerismo fue una salida redistributiva a la crisis, pero también representó una vuelta al orden, una normalización a través del consumo a los cauces del mandato del mercado. En esta lectura, parece inevitable ver una semejanza con lo ocurrido en la fase Podemos de nuestro último ciclo de movilizaciones en el estado español. Si bien Podemos hoy se encuentra siendo parte (en minoría) de un gobierno de coalición con el PSOE, su fuerza de base popular parece ya demasiado debilitada a causa de la estrategia centralizadora de participación desde arriba. Para el autor, esa “autonomía de lo político acaba por ser una autonomía respecto de la división social: reduce lo político a una teoría técnica y separada de la conducción”.

La caracterización de la voluntad de inclusión ofrecida por Sztulwark es rica en contenido porque tiene la virtud de desplazar el centro de gravedad de la estéril crítica ideológica hacia las potencias en conflicto que se dirimen en los mecanismos de sujeción que operan en el neoliberalismo.

 

Hacia horizontes plebeyos en tiempos de crisis
El tercer y último capítulo titulado “El reverso de lo político”, Diego Sztulwark nos invita a salir de nuestra zona de confort, a suspender los automatismos intelectuales y a descubrir la potencia de existir en la desobediencia. Ante la derrota del progresismo socialdemócrata o populista, el descubrimiento de lo plebeyo aparece como alternativa al cinismo. “El momento plebeyo es el reverso flotante de lo popular: una falla o interrupción en los mecanismo de adaptación y de reacción con los cuales se transita de una situación a otra”. Lo plebeyo como el deseo a no ser gobernado, pero que no necesariamente quiere hacer la revolución. Su efecto descodificador no puede reducirse a una determinación sociológica, “es movimiento centrífugo”.

De la precariedad se alimenta la empresa capitalista, pero también del odio, del racismo y el machismo. Esta separación de un síntoma y su plasmación contra un Otro (lxs pobres, el/la migrante, la mujer) es parte de una persecución a toda experiencia que se salga del mando del capital, un odio contrarrevolucionario. Como señala Frédéric Lordon en su libro Capitalismo, Deseo y servidumbre (2015), si bien el capitalismo no agota la pluralidad de deseos en nuestras sociedades sí que capta y produce “las maneras de desear bajo las relaciones sociales capitalistas”. La investigación militante indaga estas formas de vida no para representarlas ni liderarlas sino para potenciarlas, abriendo el campo de lo decible y sensible. La praxis, la escucha, las contrapedagogías populares, son las fuentes de un conocimiento emancipador.

La ofensiva sensible no intenta ser un manual de cómo hacer la revolución, sino un compendio de reflexiones que quieren dar el combate del pensamiento. En estos días de estados de alerta y pandemias este libro puede darnos cierto respiro, ciertas pistas, de cómo abordar la dimensión sensible que nos recorre como sociedad, no dejarse atomizar por el miedo, socializar la seguridad, colectivizar la impotencia para volverla esperanza común. Porque como indica Sztulwark las crisis, en su inmanencia, tiene algo de fermento y catalizador donde también se generan estrategias capaces de extraer vitalidad.

 

Franco Casanga, Graduado en Filosofía y activista vecinal de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).

Fuente: rebelion.org 

Los furiosos japoneses en alianza con el corona // Jun Fujita Hirose

Tokio, 1 de abril 2020

 

Muchos japoneses están viviendo desde hace dos meses una relación ambivalente con el coronavirus. Cierto que les da miedo, pero al mismo tiempo se alían secretamente con él. Aquella alianza subterránea se produce ante el gobierno japonés actual, considerado quasi unánimemente como el gobierno más corrupto y nocivo de la historia japonesa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

En septiembre de 2013, en Buenos Aires, en su discurso dirigido a los miembros del comité olímpico internacional que iban a votar la ciudad anfitriona de los juegos olímpicos de 2020, Shinzo Abe, actual primer ministro japonés, reelecto a fines del año precedente, declaró: “La situación está bajo control. No hay ningún tipo de problema de salud ni en el presente ni para el futuro. Hoy en día, bajo el cielo azul de Fukushima los niños juegan al fútbol.” Lo dijo cuando todos los habitantes en Japón sabían perfectamente que la realidad era muy distinta y que la central nuclear de Fukushima de la Tepco (Tokyo Electric Power Company) no pararía de emitir por muchos años una enorme cantidad de radioactividad en la tierra, en el aire y en la agua. Para ellos, la organización de las Olimpiadas en Tokyo en 2020 no era sino una denegación ofensiva de la situación real en que se vivían, denegación orquestrada a la fuerza por el gobierno de Abe, en complicidad con el poder económico mundial. Así se estableció y se difundió inmediatamente en la población japonesa un potente sentimiento de rechazo al llamado “Tokyo 2020”.

La realidad que el gobierno japonés quiere denegar y hacer caer en el olvido, bajo el efecto de alucinación del espectáculo deportivo no es sólo la de la permanente contaminación radioactiva sino también la de la decadencia irreversible del Japón en cuanto superpotencia económica. Muchos japoneses, y los jóvenes en particular, se ponen a inventar nuevas formas de vida, diversas de las de hace treinta años. El propio accidente de Fukushima en curso no hace sino acelerar este proceso. En Japón nadie o casi nadie se entusiasma hoy ni con un megaevento como las Olimpiadas, alimentadas por la electricidad producida por los reactores nucleares reabiertos, ni con una megaconstrucción como la de la red del TAV de levitación magnética entre Tokyo y Nagoya. Todos esos megaproyectos son feos simulacros anacrónicos de la gloriosa postguerra japonesa.

Durante sus dos primeros años (2013-2015), la acción del gobierno de Abe suscitó la reacción de dos movimientos populares contestatarios particularmente masivos: el primero, contra el proyecto de ley sobre los secretos de Estado, y luego, el segundo, contra la decisión gubernamental del cambio de interpretación constitucional y la consecuente nueva legislación sobre las Fuerzas Armadas de Autodefensa. En ambos casos, los japoneses acabaron por enfrentarse con su propia impotencia política ante un gobierno de tendencia casi abiertamente fascista. Esto explica el hecho de que después de la derrota de las protestas contra la militarización en 2015, no tuvo lugar ninguna movilización masiva en Japón a pesar de una serie de escándalos de corrupción que implicaban al propio Shinzo Abe. En estos últimos cinco años, el odio popular al primer ministro y a su gobierno de coalición -entre el Partido Liberal Democrático y el Komeito- se expresaba sólo en forma discursiva, en Twitter en particular.

En este contexto político desesperante apareció el coronavirus. El gobierno de Abe parece haber comprendido desde las fases iniciales que el virus podría constituir una amenaza seria para su queridísimo Tokyo 2020. Así empezó su batalla contra el virus, batalla que consistía principalmente en subestimar adrede el efecto de la epidemia en el territorio japonés, reduciendo a lo más mínimo el número de pruebas de PCR, y evitando adoptar qualquier medida drástica de protección. El gobierno de Abe, así como el comité olímpico internacional y el japonés, quería mantener absolutamente la imagen de un Japón corona free cuando el Covid-19 se estaba volviendo pandemia mundial. Y esta nueva denegación gubernamental de la situación real es la que condujo a muchos japoneses a entrar en alianza clandestina con el coronavirus.

El 24 de marzo, el gobierno japonés, junto con el comité olímpico internacional, anunció públicamente el aplazamiento por un año de Tokyo 2020. Y con esto, el gobierno de Abe de repente se permitió hablar de la declaración posible de un estado de emergencia y de la toma posible de una medida de confinamiento para la ciudad de Tokyo. ¿El corona venció? Sólo a medias, desde el punto de vista de los japoneses furiosos. Cierto que festejamos la aparición, tan deseada desde hace muchos años, de una verdadera amenaza para el poder neoliberal fascista, pero lo que queríamos y queremos es una anulación inmediata y no en absoluto un aplazamiento, el cual significa sólo una época de purgatorio prolongada, en que el gobierno de Abe reorganizará sus pospuestas Olimpiadas como evento “testimonial de la victoria de la humanidad sobre el nuevo coronavirus” (dixit el propio Abe).

Muchos japoneses están ya listos a infectarse e incluso a morir por derribar el gobierno de Shinzo Abe y por enterrar definitivamente este abominable Tokyo 2020. Es una nueva forma de lucha armada la que está naciendo acá en un rincón del Extremo Oriente. Los japoneses rebeldes se identifican con el movimento del coronavirus, el cual se mueve a su turno identificándose con los grandes movimientos de desterritorialización absoluta de la Tierra. En una lucha armada, ¿no es siempre la Tierra la que nos proporciona las armas?

La performatividad del Coronavirus // Eduardo Medina

1.
Un extraño virus aparece en una ciudad de China y empiezan a morir personas. Es una nota de color. El virus al parecer se produjo por la ingesta de murciélagos. Wuhan se llama la ciudad. Un mercado de ahí parece ser el epicentro de todo. La noticia no es el virus, sino que en China comen murciélagos. Pero el virus escapa al factor murciélago y empieza a propagarse en diversas regiones de China y de otros países al rededor. Con el transcurrir de las semanas la noticia cobra más espacios en canales de televisión, medios online e impresos, pues organismos internacionales han hecho declaraciones al respecto afirmando la seriedad y mortalidad del virus. El virus tiene nombre, se llama “Coronavirus”. ¿Por qué ese nombre? Ahora está en un crucero, el Coronavirus parece que está allí. Hay infectados, un barco amarrado a un muelle por la fuerza. Y hay argentinos. En el crucero hay argentinos que también podrían tener el Coronavirus. La noticia nos es lejana aun. Pero China se ha blindado. El Estado de ese país toma medidas, restringe la circulación, amuralla Wuhan y los médicos e investigadores entran en acción en los distintos laboratorios. Finalmente el Coronavirus llega a Europa a través de la globalización, viajes comerciales y demás. Hay muertos en Europa, infectados, declaraciones al respecto de distintos mandatarios. ¿Puede llegar ese Coronavirus a Latinoamérica, a la Argentina por ejemplo? ¿Cuándo? ¿Nos debemos preocupar? En las redes sociales empiezan a circular chistes del Coronavirus, memes, videos, gif y stickers en Whatsapp. Una noticia grave sale por todos los medios: hay un infectado en el país y otros posibles contagiados. Son personas que vinieron de Europa. Es marzo de 2020. El Coronavirus ha llegado hasta nosotros. Está entre nosotros. Van a empezar a cerrar lugares, cortar el tránsito, tomar medidas drásticas. Van a anunciar una cuarentena, aparentemente obligatoria. Habla Alberto Fernández. La cuarentena está decretada. Todos en sus casas. ¿Qué es el Corona-virus?

 

2.
Como registro (libre) de una noticia, el Coronavirus es una más de tantas. Pero para los argentinos, luego de la última dictadura cívico-militar, solo la cruenta Guerra de Malvinas tuvo un efecto parecido. Allí hay un clásico y muy comentado estudio de Lucrecia Escudero Chauvel, Rumores y estrategias de guerra. La historia del submarino Superb, sobre la supuesta llegada a las costas del país de un temible y poderoso submarino ingles llamado “Superb”, construido a través de las noticias pero que nunca siquiera salió del puerto británico en donde se encontraba. Lo que finalmente sí llegó fue la guerra, que dejó muertos, heridos y un saldo traumático que aun no se pudo suturar para todos los que participaron en ella y para la sociedad en su conjunto. En ese trabajo Escudero Chauvel se pregunta, además de cómo se construye un rumor y de su forma práctica, cuáles son las distinciones mediáticas y socioculturales que permiten que un rumor, luego de una semiósis social, llegue a tener un valor o estatus ontológico, de “verdad”, es decir, de “verdad” para el que lo lee. Para la autora, en los medios de comunicación, ante la dicotomía Verdad/Falsedad, los mismos intervienen con una lógica propia que se da a través de la generación de “mundos posibles”, de un “irrealismo eficaz”, creando de este modo una “verdad mediática”. En el consumo y tráfico de información, ante la imposibilidad física y técnica de la comprobación o verificación, se hace imprescindible una eficacia simbólica capaz de dar confianza y credibilidad en los medios que la difunden, pero también un orden al mundo de los signos que nos circundan, que nos envuelven y de los que nosotros somos dinámicos reproductores y ahora, en los últimos tiempos, también ávidos productores. 

Es claro que el estudio de Escudero Chauvel tiene como condición temporal de producción las décadas del `80 y del `90, a donde la Internet era casi inexistente y la explosión de las redes sociales aun ni se vislumbraba. Hablamos de una circulación  de la comunicación descendente, es decir, de los medios de comunicación hacia la sociedad. En la actualidad esa circulación ha cambiado, se ha trastocado. Ahora existe, además de la circulación comunicacional descendente, la horizontal y la ascendente.  En donde la horizontal no tiene casi mediación temporal, es instantánea, a través de grupos en redes sociales, páginas web y blogs. Y la ascendente es la que producen los sujetos desde sus hogares o distintos espacios, no ya en papel o ni siquiera a través de una computadora, sino en los teléfonos celulares, usando las redes sociales como plataformas, pero también los comentarios en diarios online o hashtag. No un tweet, sino el comentario de un tweet puede ser la noticia que “levanta” un medio online o el noticiero de un canal de aire, estableciendo así un pasaje entre dos formas de discursividad distintas.

Lo que el Coronavirus pone en cuestión como noticia y como discurso es la circulación, el valor que tiene la circulación del discurso en una sociedad, frente a los miles y miles de estudios y papers que han puesto por apatía (y tal vez por facilidad) el foco tanto en la producción como en la recepción de dichos discursos. Es claro que la circulación no es un ente conceptual sencillo de apresar, pues juega con la instantaneidad como su condición más fiel de permanencia y persistencia. Si los medios masivos y las redes sociales habían puesto en jaque a los analistas e investigadores sociales, la semántica de una pandemia y la performatividad del significante llamado Coronavirus, directamente han desbaratado las herramientas teóricas con las que contamos. 

 

3.
¿Qué es el Corona-virus? ¿Es algo que podemos testear, verificar, comprobar por nosotros mismos? ¿Cuántos de nosotros tenemos amigos contagiados o muertos por este virus? Lo que nosotros tenemos es una construcción sociocultural del virus, llamado “Coronavirus”, pero que lentamente va produciendo el desplazamiento a su originario pero más sofisticado nombre “COVID 19” (todo en mayúsculas).

Nada de esto implica desconocer bajo ningún aspecto las declaraciones y mandatos de las autoridades nacionales y mundiales sobre esta problemática, ni mucho menos ignorar las innumerables muertes producidas en los distintos países a raíz de un mismo diagnóstico: Coronavirus. Es bueno hacer esa aclaración. Lo que intentamos es posicionarnos críticamente frente al significante Coronavirus y tal vez empezar a socavar a tiempo los elementos que componen esa significación.

¿Qué hay adentro del Coronavirus? Muerte, miedo, aislamiento, Estado, política, información, humor, enfermedad, Presidente, respiradores, China, Italia, España, Bolsonaro, Trump, barbijos, abuelos, estornudos, tos, calle, calle-vacía, encierro, soledad, angustia, etc. etc. ¿Quién puso todo eso ahí adentro? Como titularía Borges, todos y ninguno. Incluso a diferencia de otros significantes que no tienen correlato en el mundo fáctico, el Coronavirus guarda para sí la instancia de que puede vérselo o al menos hay personas que pueden verlo, como los médicos que seguramente podrán observarlo a través de microscopios en los laboratorios. Entonces tiene una existencia positiva, real, pero para nosotros, ciudadanos de a pie, el virus es una consecuencia, un efecto de algo que no vemos ni podemos ver, que no podemos comprobar. Y hacerlo, comprobarlo, posiblemente sea nuestra muerte o la muerte de un familiar o ser querido. Por lo tanto es posible discursivamente llamarlo “enemigo” como lo han hecho entre muchos otros Emmanuel Macron, presidente de Francia, o Alberto Fernández, el presidente argentino. Y la palabra “enemigo” en la política tiene un peso muy particular. Que todos y ninguno sean los responsables de lo que significa el Coronavirus y que el mismo goce de algún estatus real, permite deslindar culpas o atribuirlas, desentenderse o hacerse cargo, visibilizar el problema o no hacerlo, infundir el miedo o la calma, pero fundamentalmente esta construcción permite darle el carácter de verdad necesario para la acción, en principio contra el propio virus. Es como decir, “No importa que no lo hayas visto o no sepas, el Coronavirus existe porque hay una comunidad científica que sí lo vio. Y la OMS y el Estado le creen a esa comunidad”.

 

4.
En este punto del problema, queda la certeza de que las diversas instituciones y el Estado siguen teniendo una clara influencia sobre distintos procesos sociosemióticos, no ya como antaño en donde discursos alternativos al oficial, clandestinos o “ilegales”, muy de vez en cuando le ganaban la batalla. El Estado ya no pelea solo contra medios de comunicación. Hoy la sociedad (¿civil?) juega sus fichas en la circulación de la información. Y hasta podría decirse que los medios monopólicos han empezado a trazar ciertas alianzas con esa sociedad en desmedro del Estado y sus políticas públicas a través de esos pasajes entre distintas discursividades que más arriba mencionábamos. Tal vez la salud pública sea el último reducto o esfera de la praxis en donde el Estado cuenta con legitimidad para actuar y provocar acciones como las que estamos viendo hoy en día.

La salud pública o su reverso, la pandemia que ahora nos invade, parecen tener un efecto político que pocas veces se había podido observar. Un presidente ordenando a los ciudadanos retirarse a sus casas para aislarse, perdiendo la “libertad” garantizada por las constitución y afianzada por la costumbre, sin dudas que es un hecho sin precedentes, mucho más por el acatamiento generado. ¿Qué es lo que produce ese acontecimiento? Hay un trasfondo institucional que parecía perdido (felizmente) desde la última dictadura cívico-militar, que es el uso legítimo de la violencia. Las fuerzas de seguridad desplegadas en las calles resguardando que las medidas se cumplan. Como bien habíamos visto en las últimas décadas, el Estado había perdido parte importante de este atributo a partir de la prerrogativa de que usar la fuerza pública garantizaba un orden coyuntural, pero a la vez restaba legitimidad al gobierno que lo usase. Por otro lado, la pandemia tiene el trasfondo, no de la muerte, sino del miedo a la muerte. Por lo que el ciudadano, al desplazarse, se encuentra ante dos temores que lo acechan complementándose en la efectividad del fin deseado por el Estado.

El Coronavirus opera la irrupción de lo Real en nuestras vidas. Porque el temor está en el cuerpo y es una de las tantas pasiones o sensaciones de las que no podemos escapar mediante un juego simbólico cotidiano. Es lo que finalmente no se puede nombrar. A donde no hay universo simbólico que nos salve, que ponga palabras en su reemplazo. Y es ahí a donde el Estado parece hacerse cargo de nuestra angustia a través de su institucionalidad, de su edificio, de su facticidad. El Estado asume un saber que no tenemos, y ahora es él el que sabe y nosotros no, cuando por años hablamos de que el Estado era el atraso, la inoperancia y la ignorancia. ¿Será que cambió y ahora sabe, o lo hemos re-significado? Esa re-significación, en todo caso ¿será transitoria o permanente? ¿Para la salud pública solamente o para las demás prácticas sociales? Tenemos en ese punto un hecho positivo, pero también una posibilidad.

 

5.
En efecto, la salud pública, o más precisamente el Coronavirus, es el aleph desde donde el Estado está pudiendo encontrar una forma de observar y posicionarse frente a problemáticas sociales de múltiple índole. Ese lugar desde donde el Estado ve a través del Coronavirus es su acción más potente en años. Nunca había tenido todos los temas más acuciantes simultáneamente en agenda como ahora. Porque lo que revela la pandemia es un sistema de salud deficiente, un sistema de educación atrasado tecnológicamente, una economía endeble que se derrumba ante el primer traspié, la pobreza, la exclusión, la marginación, la falta de una comunicación confiable entre el Estado y los ciudadanos, la violencia de género que se agudiza en la cuarentena, el drama de la vejez, del trabajo en negro, etc., etc. En definitiva, la desigualdad que el aparato estatal por su propia historia y naturaleza ha querido y debido reproducir desde que se formó. Algo que en menor escala pasó en Estado Unidos con el Huracán “Katrina” en el año 2005. Todas problemáticas estructurales que no pueden ser atribuidas a un solo gobierno, pero que sí se le deben marcar al conjunto social y a la clase política en particular.

 

6.
Entonces tenemos por un lado un Coronavirus para la ciudadanía y, por otro, uno para el Estado y los distintos estamentos gubernamentales (Nación, provincia y municipios). El significante no opera de la misma manera, más allá de que, en la práctica, el discurso de un presidente, Alberto Fernández en este caso, o de cualquier gobernador o intendente, parezca igualar el problema en el valor que tenga el término “Coronavirus” y las problemáticas que arrastra. El saber, el conocimiento, la información que se registran alrededor del Coronavirus son operadores fundamentales. Lo que en el Análisis del Discurso se llama “extratextualidad”, “saberes extratextuales”, trabajan en el universo cognoscitivo de una manera desmedida, formando mayas o redes de información a donde atrapar el significante “Coronavirus”, para así convertirlo o re-convertirlo diariamente en un significante cada vez más monstruoso. Los saberes que despliega el significante temporal y espacialmente parecen agolparse ante nuestros ojos y sentidos de una forma caótica, casi imposibles de procesar y categorizar. Hasta la vida intima parece mediada por el significante Coronavirus, trazando distancias reales y convirtiendo a la virtualidad en la incompletud de la incompletud.

El discurso del Gobierno opera esa extratextualidad todo el tiempo. La escenificación del pote de alcohol en gel en los estrados o escritorios desde donde los distintos representantes difunden información y pautas, es el cruce y a la vez la distancia que marca la significación del Coronavirus. De un lado estamos Nosotros, del otro Ustedes, pero nos une este objeto que aquí está y que pasa a representar el problema y el grado de cercanía que tenemos. No es ya un Estado paternalista, tampoco un amigo, pero sin dudas que el virus ha impuesto una relación Estado-Sociedad mediada por un discurso volcado a la salud, al cuidado, al respeto, a la seguridad y a la prevención, que deberá encontrar su nombre en los próximos  tiempos.

Todo esto también implica que no se está discutiendo el poder del Gobierno, ni las medidas que toma. De a ratos ni siquiera se debaten las formas o los modos, como se acostumbra hacer en la llamada “patria panelista” de los canales de televisión. Ni siquiera se está discutiendo el valor que el Gobierno le asigna al Coronavirus como problemática social. ¿Cómo puede ser posible eso? Es como si nadie quisiera estar ahí, asumiendo todo ese universo de problemas que la pandemia dispara, ni siquiera del lado crítico. Si hasta incluso Patricia Bullrich, virtual líder de la oposición, escribió un tweet luego de la conferencia del Alberto Fernández  el domingo 29 de marzo diciendo: “Presidente, apoyaremos la cuarentena y trabajaremos, como oposición responsable, junto al Gobierno y a todos los argentinos para lograr el mejor resultado como país”. Sin un ápice de ironía, sarcasmo o distancia, el breve posteo de Bullrich puede ser el de cualquier gobernador del PJ o de un líder sindical aliado al Gobierno. ¿Cómo se produce un desplazamiento semejante en una sociedad marcadamente antagonista?

 

7.
El Coronavirus marca lo que en semiótica puede llamarse como “esfera de guerra”. Una instancia social, histórica, temporal, en la que el significante obliga a su aceptación plena o a la exclusión de quien lo rechaza. En los meses que duró la Guerra de Malvinas, el actor o individuo que no apoyaba a las Fuerzas Armadas (Gobierno de facto en ese momento) era poco menos que un enemigo, un apátrida, un traidor. Si en un autobús de línea se identificaba a un negador de la “gesta”, rápidamente se procedía a bajar al mismo de ahí a los insultos, cuando no a los golpes. Lo mismo sucedía en canchas de futbol, escuelas, universidades. El que repudiaba o criticaba la iniciativa de “recuperar las Malvinas” se convertía en un paria.

Pero una “esfera de guerra” no se consigue solo con la llegada de un  “enemigo” y su obvia identificación. Se necesita de todo un sistema de operaciones simbólicas para lograrlo. Y esas operaciones a veces llevan semanas o meses de preparación, dependiendo más del azar y de sucesos acontecimentales que de la manipulación o planificación de acciones, como a los fanáticos de las teorías conspirativas les gustaría pensar.

Las palabras “enemigo”, “excepción”, “guerra”, “lucha”, “preparación”, acondicionan el campo semántico necesario para una guerra. Pero hace falta que el sujeto, la población, el ciudadano, se sienta en esa guerra, asuma una posición, identifique a sus aliados, pero principalmente a ese “enemigo”, a esa otredad, y también a la línea que lo separa de unos y de otros. ¿A dónde está esa línea que nos confronta con el Coronavirus? ¿A dónde están mis aliados? ¿Puedo confiar en el de al lado? ¿O mi vecino puede estar infiltrado el enemigo?

Solamente en una guerra una sociedad puede ser tan operada por un significante. ¿Cuál es la diferencia sociosemiótica entre un contexto bélico y uno como el que actualmente vivimos? La condición del enemigo al que nos enfrentamos, su identificación, su nombre, su materialidad. El enemigo Coronavirus, como ente, puede circular entre nosotros, pues ha cobrado una existencia óntica merced a la circulación sincrónica y diacrónica del saber de su existencia. Ya existe fuera de nosotros. La relación con otros elementos del discurso le han dado un valor, una identidad. En cuanto a su ontología, es un saber al que nos da miedo  llegar, pero del que queremos apropiarnos. En tiempos de lo pos y de la interminable y solapada condena a las ideologías y los grandes relatos, podemos afirmar que la verdad, la vieja y bella Verdad, sigue ejerciendo su seducción como siempre lo ha hecho. El Coronavirus nos muestra su semblante, nos asusta descubrirlo, pero conjuramos ese incordio con el humor, con la reflexión veloz basada en el dato cotidiano, con el consumo de la información que le sigue dando forma continua, con la conversación virtual custodiada por su presencia. 

 

8.
La pandemia impone orden y control, pero no lo hace con la cohesión de la fuerza ni con un relato abierto, tampoco con la amenaza de un enemigo real. No es por solidaridad que el ciudadano se “guarda”, ni por cuidado de sí y de los otros (más allá de que luego esa sea la justificación pública de su acción). Es la soberanía del significante, como decía Foucault, lo que nos compele a aislarnos. No sabemos qué hacer ante el poder de los signos. La aparición de un elemento constitutivo del discurso del Coronavirus puede llegar a infundirnos el más profundo de los temores. El signo de la pandemia puede estar en un taper, en la ropa, en la vereda. Soñamos dormidos y despiertos con el contacto que no llega, con la posibilidad de su ingreso en nuestro cuerpo. ¿Tiene todo esto algo que ver con las filosofías de lo bio, de lo tecno, de lo pos? Nada. En absoluto. El Estado no se ha movido de su lugar. Las instituciones públicas y privadas, si no están cerradas, han reducido al máximo su influencia. El presidente no decidirá la muerte de nadie, más no sea por la omisión infructuosa de alguna medida de salud. No, nada de todo eso. El poder de sujeción de los cuerpos ha cambiado de lugar, pero lo ha hecho a un sitio que no estaba previsto en las filosofías contemporáneas

El Coronavirus parece ser más soberano que cualquier atributo estatal. Su infinita semiósis lo impregna todo. Compite con la política en ese acaparamiento, y también compite con el poder financiero en la velocidad de su desplazamiento.

Las amplias secciones de noticias dedicadas a la pandemia se basan en historias de vida, fotos, amplia dependencia de lo ocurrido en Europa y, por supuesto, la contabilidad diaria, minuto a minuto, de los muertos, tanto en Italia como en España, Estados Unidos y ahora en Francia. El número de muertos es clave para entender la construcción. El virus es muerte, hoy la muerte es el Coronavirus. Las muertes por accidentes de tránsito, violencia de género o asaltos a mano armada han perdido el estatus que tenían. Nadie parece morir sino no es por el virus que anda, que está entre nosotros, que circula. Por ese enemigo invisible que nos obliga a aislarnos, guardarnos, mantener las distancias, reservar el saludo, ser solidarios, consecuentes con lo que disponen las autoridades, etc.

Como antes dijimos, orden y control que no está viniendo de poderes instituidos o emergentes, sino de la tiranía de un poderoso significante. Desatado y tan letal como los efectos que produce en los cuerpos que toca. Ese des-encadenamiento se da en el marco de una sociedad que parece no poder ya controlar, seleccionar y redistribuir con los viejos procedimientos los discursos producidos, tal como había hipotetizado Foucault. Y por lo pronto y ante el latiguillo repetitivo “no se sabe mucho de él”, tampoco las filosofías actúales pueden dar con el concepto capaz de conjurar sus poderes y peligros, dominar los acontecimientos aleatorios que nos invaden y esquivar la temible materialidad en las que nos vemos envueltos.

 

Mientras tanto, nosotros acá, no hemos hecho más que seguir alimentando al monstruo.     

 

 

Paraná, 3 de abril de 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

Las que arden // Luciano Debanne

¿Cómo hacen las iglesias, las pequeñas iglesias, familiares, artesanales, barriales, para atender a su feligresía?

¿Cómo hacen las esquinas? ¿Cómo hacen las peluqueras? ¿Cómo hacen las señoras que hacen tortas lejos de los anaqueles presuntuosos de los malls? ¿Cómo hacen los pequeños salones de centros vecinales y clubes donde se festejan los cumples de quince con alcohol abundante a precios moderados? ¿Cómo hacen los pasillos y las puertas sin marcas, tenes, tengo, ahí voy? ¿Cómo hacen los que toman mate y explican una materia y prestan la oreja a cambio de unas migajas de atención que los acerque al amor? ¿Cómo hacen las putas y los cantantes de fiestas privadas, los payasos de cumpleaños infantiles? ¿Cómo hacen las feriantes agroecológicas transfeministas buenvivir karma vive el hoy? ¿Cómo hacen los artistas de gorra y tarima? ¿Cómo hacen las maestras particulares, los personals trainners, los guías de museos? ¿Cómo hacen los kiosqueros de escuela, la portera que saluda en la entrada, el que vende pururú y puflitos en la puerta del parque, el artista de la venta en colectivo, buenos días señora, buenos días señor?

¿Cómo hacen las pequeñas iglesias sin púlpitos ni altares para atender a su feligresía, de qué estará hecha en estos días su devoción?

 

El día después de mañana // Mateo Barros y Mair Williams

Por Mateo Barros y Mair Williams 

“Se omite lo que la crisis misma elabora como perspectiva propia y crítica respecto de la estructuración del presente. En su inmanencia, en cambio, la crisis tiene algo de genético, de germen o fermento, es decir, de engendramiento de estrategias capaces de extraer vitalidad de un medio árido, mortífero.” Diego Sztulwark, La ofensiva sensible.

El Presidente argentino lo puso en términos dicotómicos: o se preserva la economía o se preserva la vida. Lo hizo en términos dicotómicos para ofrecer una respuesta frontal y una justificación de las medidas tomadas a quienes perciben correctamente que las políticas de contención de la pandemia tienen un efecto pernicioso sobre la economía del mundo tal como venía siendo. Y es tangible: la relación de oposición -en los marcos modernos de la producción y explotación de recursos- entre economía y ecología revela lo profundamente emparentados que están los dos conceptos. Todo el mundo sabe, y admite, en sus quejas, que la economía actual del mundo funciona deteriorando y poniendo en riesgo la vida. Todo el mundo sabe que la ecología, pensada como la serie de reglas y políticas a tomar para preservar la vida en el planeta, destruiría el funcionamiento de la economía tal como lo conocemos. Nadie admite, políticamente, que piensa la economía y la ecología por separado y en oposición, pero las tragedias ambientales que provocamos y los discursos políticos demuestran que así se da en los hechos. El discurso del presidente lleva impreso el signo de los tiempos: ecología y economía pasan a formar parte de un mismo lenguaje, de un mismo debate y de un mismo plan, y la contradicción -casi hegelianamente- solo se resuelve si pasan a ser una misma cosa, transformada y distinta de los dos objetos bien diferenciados que fueron hasta hoy en el pensamiento occidental. 

A excepción de algunos grises, como el modelo alemán de prohibición del contacto sin confinamiento, la gran mayoría de los líderes de Estado parecen elegir entre una u otra de las opciones posibles. Los que ya saben dónde enterrar a los muertos pero no quieren ataúdes económicos elegirán la primera, y los que intentan “aplanar la curva” para neutralizar al enemigo invisible la segunda. Decidir en medio de las penumbras no es tarea sencilla, y menos cuando nos enfrentamos a un fenómeno desconocido sobre el cual -aún- no hay ciencia cierta. Claro está que “elegir la vida” no implica -como efecto colateral- que el daño económico no complique también las condiciones de vida y la reproducción de los medios de vida. Tan entramadas se muestran, por fin, economía y ecología, que un cambio radical e inmediato en la dinámica económica significaría, también, un suicidio.

Este artículo propone pensar en el día después de mañana. De ese mañana después del hoy perpetuo de la pandemia global que encuentra a los estados nacionales dejando de lado sus agendas para resolver el momento. Este artículo se propone pensar los vericuetos que aparecen en una serie de hipotéticos “después” de la pandemia y que plantean el imaginario de una configuración distinta de lo ya conocido. El día en que finalmente la curva tome una tendencia descendente y los estados-nación dominen esta problemática. El acontecimiento pandemia genera un corrimiento de las categorías con las que juzgamos al mundo y a nosotros mismos. Un desplazamiento necesario en nuestra manera de administrarlo, lo verdadero y lo falso, lo natural y lo social, todo inclinado, re-configurado. 

Parece que la crisis golpea a todos sin distinciones: el virus no distingue entre ricos y pobres, pero el punto de partida de ese universo que compone a “todos” nunca es el mismo y es imperioso detenerse en los matices. A partir de la crisis, podemos entrever más claramente los puntos de apoyo clave de la sociedad que se invisibilizan en su funcionamiento cotidiano. La pandemia, la emergencia, sirven a modo de test de identificación de los pilares que hacen a la contención social y a su vital importancia. Hay que pensar y repensar el caminito que nos llevó hasta aquí, pensar los últimos 10 años de lo que José Natanson llama “desglobalización”, la crisis financiera del 2008, las nuevas olas; pensar desde la crisis un potencial transformador del cuerpo social y el escenario global; pensar los ciclos del capital y el descuido de los sistemas sanitarios; pensar las instituciones globales.

El cuidado de los segmentos más vulnerables de la población está siempre tercerizado, informalizado, pauperizado y feminizado. Estamos frente a una oportunidad para modificar la norma anterior. El costo de tantas vidas debe servir como enseñanza para que tanto padecimiento no haya sido en vano y el fin de la pandemia arroje otra forma de habitar lo público y también esa enorme parte del sistema de cuidados que sostiene la vida y que hoy es considerado, por su informalidad, privado. No basta con preámbulos tecnócratas, es momento de rescatar –ahora que sí lo vemos– el valor del sistema de cuidados y la sanidad pública; así como también de reconocer la fragilidad del sistema. La experiencia de la crisis muestra que las respuestas generalizadas no alcanzan a la totalidad del conjunto: la excepción permanece como regla en ciertos territorios y ciertas categorías sociales.

¿Menos globalización?

Este nuevo brote de Estado de Bienestar y valorización de lo público -en boca de todos- no implica, necesariamente, menos globalización. Que quede claro, la decisión de frenar el mundo fue tomada a nivel global, los paliativos económicos los sustentará el Banco Mundial y el G20 sesionó para acordar un Fondo Mundial de Emergencia Comunitaria como reparo de las consecuencias del virus. Todos los países -con sus propias recetas locales- se encolumnan, en mayor o menor medida, tras la “estrategia china”. Las fronteras se cerraron y los países se aislaron, pero las respuestas nacionales fueron todas consonantes a una misma respuesta global: la que predica la OMS, el ente válido del mundo desconfiado.

Bolsonaro y Boris Johnson intentaron elaborar sus propias respuestas nacionales con épica churchilliana para cuidar sus economías y no ir al parate, pero no lograron consolidar su posición. Navegaron tan solos en la tormenta que la propia marea los acomodó en eje con el resto de los barcos. Johnson apostó al “herd inmmunity“, privilegiando al mercado, y se terminó contagiando y admitiendo, contra la hegemonía heredada de Thatcher, que “existe tal cosa como la sociedad”. Y, alguno comentó chistosamente, el neoliberalismo corrió de local. Algo similar, aunque no tan ridículo, sucedió en EEUU, pero el elevadísimo número de casos de COVID-19 los obligó a alinearse también. “Nadie se salva solo” dijo Alberto Fernández en la teleconferencia del G20, quienes minimizaron la pandemia la están padeciendo y no están preparados, no pueden afrontarla sin cooperación.

Las crisis ponen en tela de juicio los consensos vigentes y arrojan otros nuevos. Esta crisis parece arrojar uno que el siglo XX promulgó pero no supo materializar: el derecho colectivo a vivir. A transitar la excepción preservando la vida por sobre la riqueza. Este derecho quiebra un mandato neoliberal, que habrá que sostener cuando esto acabe y logremos parir otra normalidad. Algo sangra en el corazón del hedonismo individualista, y esa sangre no se lava con agua.

Quizá debamos preguntarnos ¿quién cuida nuestra vida? Una primera respuesta, por la negativa, podría afirmar que los mercados no. Las farmacias aumentaron los precios, “los vivos especularon”, el capital financiero mostró los dientes, Techint despidió y el Estado tuvo que salir a regularlos, a decirle a los que ganan siempre que esta vez no les toca la sortija y que los sagrados privilegios del capital concentrado pasan a un segundo plano. Primero está la salud de todxs, muchachos, “ganen menos”.

¿Entonces el Estado nos cuida? ¿O nos pide que nos cuidemos? “Cuidarse” parece ser un acto individual reducido al orden del confinamiento, la única alternativa al día de hoy; y también colectiva, porque “cuidarte es cuidar al otro” y evita los contagios. Pero el cuidado es insuficiente si el reducto de confinamiento implica hacinamiento, falta de acceso a los servicios básicos, trabajo informal e inseguridad, condiciones de vida en las que se encuentra el 30% de nuestros país. 

De todos modos, el Estado argentino está ocupándose de los más afectados y otorgará subsidios de emergencia y planes para que los que vieron afectada su fuente de trabajo o se exponen al virus por trabajar en la vía pública. Al día de hoy, más de 9 millones y medio de personas se inscribieron para cobrar el bono de 10 mil pesos que implementó el gobierno como Ingreso Familiar de Emergencia para los trabajadores informales. ¿Se trata de un reconocimiento de la importancia de esta dimensión que está por fuera de los márgenes de la economía formal capitalista? 

Además, se decretó el congelamiento de alquileres y la suspensión de desalojos por 180 días. Se regularon los abusos del mercado inmobiliario y se obligó a los propietarios a bancarizar sus ingresos, sin duda un hecho extraordinario en la lucha por el derecho a la vivienda en Argentina. El desafío es no volver atrás.

Lo que vendrá 

Está claro que cualquier cambio en la dimensión pública y el reordenamiento del escenario económico, aquí y allá, dependerá del éxito o fracaso de decisiones políticas. Si el nuevo mundo se parece más a un Estado de bienestar humanista y solidario o a un autoritarismo reaccionario con supresión de derechos civiles donde estemos “absorbidos por la gestión digital de lo humano y el control bio-social” como sostiene Horacio González en su más reciente artículo en el blog Lobosuelto!, tendrá que decidirlo la política.

¿Es una guerra sin tiros? ¿Una guerra por nuevos estandartes? ¿Por el dominio del orden global? Como primer esbozo es posible vislumbrar que el mundo ha tomado formas violentas, existe un estado de belicosidad manifiesto: libertades restringidas por la excepción, ejércitos de médicos, retórica agresiva, ciudadanos sobreideologizados, tensión, desconfianza generalizada, economías golpeadas y tropas con armas. Dar respuestas a estos interrogantes sería asumir prematuramente conclusiones que hoy por hoy muy difícilmente podamos obtener, y consideramos que la delicada coyuntura requiere de rigurosidad cirujana. Cautela.

Fuente: Revista Random

Una complicidad de muerte que se mantiene en silencio // León Rozitchner

“Los argentinos aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban”, señala el filósofo León Rozitchner.

En plena Guerra de Malvinas el ministro de Obras y Servicios públicos, ingeniero Sergio Martín, elevó a la Presidencia de la Nación (abril de 1982) los proyectos de privatización de todas las empresas dependientes de esa cartera: YPF, Gas del Estado, Yacimientos Carboníferos Fiscales, Química Río Tercero, Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), Ferrocarriles Argentinos, Aerolíneas Argentinas, Empresa Nacional de Correos y Telégrafos, Obras Sanitarias de la Nación, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (Segba), Agua y Energía Eléctrica, ATC Argentina Televisora Color Canal 7, Hidroeléctrica Nordpatagónica (Hidronor S.A.).

La “gesta” de las Malvinas se había convertido en un hecho “objetivo”, que mirábamos desde afuera como algo triste acontecido allá lejos. Un día aciago, es cierto, como el de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, los argentinos perdieron otra batalla: las Malvinas. Pero nos negamos a comprenderla como la Gran Batalla, la última con la cual culmina la perdición de la Argentina en la que colaboraron casi todos sus habitantes. Todavía seguimos pagando el botín de esa guerra. Esa mayoría, sin cuyo apoyo unánime no hubiera habido guerra, esa muchedumbre ahora más silenciosa que nunca, ¿puede pensar siquiera que por su adhesión activa vivimos este presente en el que estamos ahora?

Han pasado más de treinta años y sus consecuencias siguen vivas. ¿Cuál es el derrotero marcado por estos hitos –las Malvinas es el más importante–- que llevó a sus ciudadanos a entregar y empujar al país hacia la destrucción y la muerte? Isabelita-”Proceso” militar-Genocidio militar- Malvinas-Menemismo patricida-genocidio civil: tal es la serie de la última parte de la tragedia argentina. En ese breve período se consumó la entrega de miles de argentinos a la muerte al mismo tiempo que se nos despojaba de la geografía que constituye la verdad material de aquello que se llama el suelo de la Patria.

Pensemos. La soberanía de un país es la de sus cuerpos ciudadanos vivos. Pero no hay patria “espiritual” si no tiene su asiento en la tierra: nuestra geografía es el suelo materno de nuestra vida colectiva sin el cual nuestra existencia no sería posible. Somos argentinos porque nuestro cuerpo colectivo abarca la materia viva de lo que llamamos patria. La común pertenencia a su geografía define nuestro ser argentinos. Pero la tierra es nuestra y al mismo tiempo no es nuestra: esta contradicción define a la Nación y a la Patria. Simbólicamente todos somos argentinos mientras nos reconocemos en la bandera, el escudo, en el himno, en sus héroes o en sus leyes. Pero ¿qué pasa con la geografía, cuya materialidad viva fue convertida en propiedad privada de ellos, pero sólo en nuestra cuando sus dueños nos mandan a morir por la patria? A la tierra patria sólo se la recupera muriendo, no compartiéndola. Y así en las Malvinas. Los argentinos aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban: cuando recordando las islas idealizadas de la escuela primaria alcanzaron la posesión terrenal alucinada más tonta, fetichista y abstracta.

LA UNIDAD NACIONAL AL FIN LOGRADA

Malvinas es un acontecimiento crucial en nuestra historia, donde se sella un pacto siniestro que todavía dura: la complicidad de la mayoría de sus habitantes con el terrorismo de Estado. Esa unidad que el terror había anudado aún no ha sido rota. Porque alrededor de la “Reconquista de las Malvinas” convergió la totalidad de sus fuerzas sociales, de derecha y de izquierda. El gobierno genocida y sus cómplices de múltiples poderes, que lo habían instalado para realizar esa faena, genocidas todos, de pronto logra la Unidad Nacional alrededor de la defensa de la soberanía de la patria. ¡Oh maravilla! Lo más temido por la derecha y el imperio, de arriba hasta abajo, arrastrando ahora tras del triunfo ilusorio a todos los habitantes y a miles de jóvenes a perder la vida. Los genocidas ya no fueron sólo los militares, ni los hombres de la Iglesia, ni los financistas, ni los empresarios, ni los directores de los clubes de fútbol, ni los medios: ahora la población mayoritaria los acompañaba. ¿Algún día los argentinos asumirán la responsabilidad que la inocencia hipócrita y dolorosa encubre? Esta Argentina despojada, que relojea el mundo mientras cree que está viva, poblada de almas muertas y de cuerpos difuntos, es el resultado de aquella unidad siniestra, pacto mortal que todavía no pudo ser desanudado entre nosotros.

La guerra de las Malvinas logró el milagro: la unidad más completa que nunca pudo siquiera ser pensada por toda la izquierda –peronista y las otras– se realiza de pronto por arte de magia y con ella se esfuman las contradicciones tan declamadas por la dialéctica abstracta. El clarín de guerra soplado por un general borracho llenaba el hueco imaginario del antiguo dios Marte. ¡Argentina, Argentina! En el balcón, coronado de gloria de la Casa Rosada, un Perón fantaseado seguía agitando sus brazos detrás de Galtieri. Pero esa unidad nos hizo cómplices de sus masacres y borró las líneas de separación de las cuales el temblor y el terror nos habían mantenido alejados. La unidad nacional marcó el extremo límite que alcanzó la ciudadanía argentina en su sometimiento imaginario, allí donde todos los índices de realidad fueron borrados en la gran alucinación colectiva. ¿Hasta qué punto el terror es una explicación suficiente para comprender esta adhesión multitudinaria? Nos volvimos activos cuando podíamos estar quietos y en silencio, como estamos ahora. ¿Sobre qué pasión se apoyaba este desborde inesperado que barría con todos los índices de realidad? El apoyo debía brotar, pensamos entonces, como un condensado de todas las experiencias sociales en las que sus habitantes se habían formado. Las experiencias políticas vividas en el pasado fueron otras tantas formas ilusorias que desde mucho antes habían borrado la comprensión de lo que nos pasaba. Tampoco la izquierda había alcanzado a crear con sus acciones valerosas y sus propuestas revolucionarias la apertura de un espacio crítico sin fantasías mortíferas: un campo de lucha desalucinado. Un lugar de sensatez mínima que llevara a comprender las amenazas y las trampas que el sistema nos tiende para hacer de tantos argentinos sus figuras serviles.

Por eso es necesario (deseable diríamos) que la Guerra de Malvinas comience a ser rememorada como lo que realmente fue: una experiencia traumática y trágica de una población cuya historia mediocre sirvió a los designios de quienes nos destruyeron. Que se convierta por fin en una experiencia colectiva que se anime a deshacer, muy a posteriori, la trágica unidad pasada que la desunión actual tiene todavía como fondo: esa unidad alucinada donde todas las diferencias reales, perceptibles, se habían borrado. Para poder enfrentar nuestro propio pasado desde este presente desolado sería preciso que las Malvinas se conviertan en una nueva experiencia social: que a las Malvinas perdidas las transformemos en una recuperación de nosotros mismos, dolorosa sí pero menos mortal, de quienes la perdieron por la decisión colectiva de mandarlos al muere. Pero si sólo sirve la rememoración para hablar de eso que se sigue llamando “gesta”, eso significa volver a marcar de rojo al calendario para ocultar la sangre al rojo vivo de quienes allí murieron. En las Malvinas se anudó una complicidad de muerte, pacto siniestro y oscuro que todavía se mantiene en silencio.

Fuente: Página/12, Especial 25 años de Malvinas

Capitalismo o existencia humana // Raúl Cerdeiras

Si la crisis que provoca la pandemia del “coronavirus” porta algo alentador en términos de modificación de la realidad en que vivimos, es que puede acelerar la caída de una palabra tan universal como universal es su función de ocultar. Esa palabra es “economía”. Varias veces de manera provocativa escribí sobre el tema afirmado que “la economía no existe”. La palabra economía se usa en el lugar de “capitalismo”.

¿Qué pasaría si en todos los discursos (no importa quién lo pronuncie) con los que hace años nos aturden todos los días se dijera la verdad? Aquí la “verdad” significa: en vez de decir “la economía” se dijera “el capitalismo” Por ejemplo, escuchamos diariamente decir que “las medidas de prevención sanitarias deben afectar lo menos posible  a la economía”. Ahora bien, corramos el velo y en lugar de economía digamos capitalismo, es decir: una estructura que organiza mundialmente la vida social de los pueblos dominada por una oligarquía que reúne el 10% de la población mundial  y es propietaria del 86% de la riqueza producida [y el 1% de ese 10% posee el 46% de ese 86%]una clase media que cubre el 40% de la población y lucha por el reparto del 14% sobrante; finalmente, el 50% restante de los seres humanos que habitan este mundo son pobres y no poseen nada. El capitalismo funciona atado a su única ley, la ganancia y su acumulación que la obtiene mediante la explotación (directa y/o indirecta) de la fuerza de trabajo de los que nada tienen. Para realizar esa riqueza somete a la humanidad a la maquinaria infernal del consumo sin fin de cualquier cosa que sea. Dentro de su lógica destroza todo lazo social humano, promueve el individualismo hasta niveles insospechados a tal punto de crear la figura  del “emprendedor” que es una subjetividad que se obliga a sí mismo como si fuera su propio patrón. Desparrama por todo el mundo guerras no convencionales de rapiña para apoderarse de las riquezas allí donde estas florezcan y, como todo lo hace prever, dentro de un tiempo quizás no tan lejano hará inhabitable este planeta. De golpe, aparece que estamos promoviendo medidas sanitarias para preservar la vida tratando de “afectar lo menos posible” a esta máquina infernal de matar a más de media humanidad por hambre, despojo y persecución.

Todo el mundo “sabe” eso, sin embargo se lo acepta resignadamente porque nos han hecho creer que es lo único posible, que es algo natural, incrustado en la esencia misma del ser humano y que llegó para quedarse. Los dueños del mundo, sus políticos y sus Estados no hacen más que decirnos que no hay otra alternativa. A lo sumo algún grupo de gente quizás bien intencionada piense que desde el Estado se puede domesticar un poco a la bestia, hacerla más “humana” y “solidaria”, racional, etc. pero jamás abolirla. Son los populistas-progresistas “democráticos” que aún no se enteraron que cumplen de vez en cuando el papel de médicos de cabecera del capitalismo. Cuando este sistema corre el riesgo de empezar a resquebrajarse estos médicos llegan en la ambulancia de los votos que recogen en el camino prometiéndoles alivio a las pobres e indefensas víctimas hambrientas, porque “ellos saben” cómo reactivar la economía (o sea: el capitalismo) para sacar al país adelante. Así nos va. Algunos otros, los “tacticistas”, (que yo llamo los “realistas de vanguardia”) nos harán un guiño y una mueca de complicidad diciendo: “si, ya lo sabemos, pero no conviene decirlo porque espanta a la gente”. Así nos va.   

¡Es el capitalismo, estúpido! Hay que decirle al bueno de nuestro presidente cuando molesto porque el dueño de Techint despidió a 1450 obreros se reconfortaba diciendo que “afortunadamente la mayoría de nuestros empresarios”  no se conducían con ese espíritu egoísta. ¿Qué esperar cuando después de 163 años de publicado El Capital de Marx, un presidente dice tamaño disparate? Y cuando Cristina (junto con el Papa, la mejor propagandista del capitalismo humanitario) en un acto electoral del año  pasado en la Matanza decía “que había que meterles en la cabeza a los capitalistas algo que  no terminan por comprender y es que si la gente no consume ellos no existirían”. Pero no puedo dejar de recordar una frase emblemática que se repite constantemente, y para el mundo político de los médicos de cabecera del capitalismo es de una contundencia tal que no dejan de regocijarse con ella: “los muertos no pagan”. ¡Genial!. Veamos que encierra esta afirmación. En primer lugar el reconocimiento que el acreedor (es decir, el sistema capitalista representado por el FMI), es mortífero, te mata sin miramientos. En segundo lugar que se está dispuesto a vivir a cualquier precio. En tercer lugar,  ese “cualquier precio” significa que si me deja con vida voy a poder pagarle lo que le debo, y de esa forma mi acreedor podrá seguir reproduciéndose como lo que es: una maquina mortal. Ese es el mecanismo perverso de este slogan que se repite como un “arma efectiva en la mesa de negociación”: dejar que la vida de la humanidad se convierta en el medio para que siga reinando sobre ella el mortífero capitalismo.

Tampoco lo hace la izquierda tradicional que debería, aunque sea por tradición, denunciar públicamente y de manera constante y sistemática lo siniestro del capitalismo. No lo hace porque su política para poner en marcha ese proyecto reproduce, sin ninguna crítica de fondo, el modelo marxista-leninista que sucumbió, y encima han aceptado todos los requerimientos legales que les exige el Estado burgués para funcionar dentro del sistema político “democrático”.

Esta paralización de la realidad y su vida cotidiana  con todos los clichés del sentido común, pueden desocupar un espacio para la circulación de  cuestiones que hablen del peligro que corre la subsistencia de los humanos en tanto su vida en común se sostenga en el lazo social capitalista. La palabra “comunismo”, que hace más de medio siglo fue desterrada de la política: comunismo=terrorismo, fue la sentencia de la derecha que cubrió a todo el planeta. El “apagón” de esa palabra ayudó mucho para que deje de estar iluminada su opuesta. Ahora puede ser que la palabra “capitalismo” empiece a tomar cuerpo de nuevo por el solo hecho que se deban tomar medidas que buscan defender la vida (cuarentena, etc.) pero que complican a la economía y que esta reaccione de tal manera que podamos empezar a sospechar ¿qué es esa “economía” que no retrocede ni aun cuando corre peligro la vida de los humanos?

En medio de un posible despertar de algo nuevo en el campo de las políticas de emancipación, creo que sería aconsejable alentar esta tendencia de que la gente empiece a interrogarse acerca de qué tipo de sociedad está parada, qué hay detrás de la palabra economía que no sea cuánto dinero gana, le falta o puede gastar. En su momento, de la mano de Copérnico y muchos otros más, la humanidad tuvo que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” que tardó más de un siglo para ser aceptada y a regañadientes. El  cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos.

Esta puede ser una circunstancia parecida en cuanto amenaza resquebrajar el escenario de nuestras certezas y anunciar que las cosas no están dadas de una vez y para siempre. Aunque sea incipiente hay algo que se puede ir instalando en la experiencia más vital del día a día de la existencia. Sentimos el miedo cierto de perder la vida en manos de un virus poco conocido e imprevisible en su destino final, y cuando la voz de orden más razonable nos indica que la mejor forma de defendernos es recurrir a un voluntario y solidario aislamiento, resulta que hay algo que perturba, que impide ese gesto solidario: la economía. Tengo la esperanza que en el interior de la fuerza política que hoy gobierna el país, en el militante que compromete su vida a favor de una causa que él cree justa, este resquebrajamiento abra canales por los que ingresen otras aguas, comenzando por un “hilo” pero que puede terminar en un torrente. Pienso en las Madres de Plaza de Mayo.

No hay verdadera liberación si no nos liberamos de un sistema. Quizás ese pequeño chorrito de agua signifique que va tomando cuerpo la decisión de que en momentos como los que estamos viviendo, no podemos dar en política un solo paso si no es denunciando a cada momento a este sistema mundial capitalista. Pero no como ese vago telón de fondo que uno deja intocado porque cree que abordar su destrucción es una tarea reservada al largo plazo. ¡A la mierda con el largo plazo! Es hoy, aquí y ahora que hay que empezar a demoler a esta máquina salvaje. Aprovechemos esta crisis de sentido en las certezas de nuestras vidas que ponen al descubierto las lacras sociales que brotan del lazo social capitalista.

Pero también debemos advertir que hay que fundar la solidaridad por fuera de la amenaza de muerte. La verdadera solidaridad política y emancipadora es la que se construye alrededor de un proyecto creativo y no por la pura amenaza de la muerte. La lucha política (toda creatividad humana) debe esquivar el horizonte -en el que se empeña en ubicarla el pensamiento reaccionario- de ser una contienda entre la vida y la muerte. Ese es el escenario de las luchas naturales, en donde aún no existe esa excepción inmanente al orden natural llamado “ser humano”. El viviente humano es precisamente humano porque puede escapar a ese dilema. Quizás  la mejor situación en la que hoy se pueda singularizar la humanidad del hombre es cuando se encuentra ente el momento en que debe tomar una decisión sin garantías. No una elección, que es siempre entre cuestiones posibles, sino una apuesta sobre lo imposible. 

 Muchos sinceros luchadores contra el capitalismo se extravían, según creo, al elegir el camino de salir del capitalismo pero no “caminando para adelante” montados en la fuerza creadora de los desafíos de lo nuevo, sino “marchando hacia atrás” para refugiarse en una visión casi celestial de la naturaleza.

Hay que estar atentos porque es muy posible que esto gire hacia horizontes que refuercen el statu quo político o se encaminen buscando seguridades represivas. Hasta el Coronavirus la situación “política” (entre comillas porque entiendo que lo que hoy circula bajo ese nombre es la negación de la política, es pura gestión) ofrecía una disputa acerca de quien gestiona y gobierna al neoliberalismo: o es el Estado, con sus dos variantes, la democrática o la dictatorial (China), o es el capital financiero y las reglas del mercado. Es indudable que en nuestro país está ganando la “política” del Estado presente. Dentro de esta línea hay que estar alertados de la consigna de “nos salvamos entre todos” y ese todos incluye…a todos: FF.AA. empresarios, villeros, intelectuales, etc., lo que lógicamente nunca queda claro es cuál es el plan de salvataje, quien lo diseña y comanda. También es posible, como se dice insistentemente, que después de la pandemia el mundo ya no va a ser el mismo, va a ser distinto…habría que ver que se entiende por distinto.

Es tan grande nuestra orfandad en materia de políticas emancipativas que empezar a decir hoy lo que fue dicho hace más de 170 años atrás, de la  mano del Manifiesto Comunista, a saber, que el capitalismo destruye a la humanidad del hombre, puede resultar un paso que retumbe. Que produzca una “ganancia subjetiva”, que bajo nuevas formas políticas, aún incipientes, pero desligadas claramente de la matriz política que comandó las luchas revolucionarias del siglo pasado, ponga en marcha una nueva etapa en la manera de pensar y hacer las políticas liberadoras e igualitarias.

2 de abril del 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Más allá del colapso: tres meditaciones sobre las condiciones resultantes posibles // Franco «Bifo» Berardi

De repente, lo que hemos estado pensando durante los últimos cincuenta años tiene que ser repensado desde cero. Gracias a Dios (¿es Dios un virus?) que tenemos una gran cantidad de tiempo extra ahora porque las viejas empresas están hoy fuera de juego.

Voy a decir algo sobre tres temas distintos. Uno: el fin de la historia humana, que se desarrolla claramente ante nuestros ojos. Dos: la emancipación en curso del capitalismo, y/ o el peligro inminente del tecno-totalitarismo. Tres: el regreso de la muerte (por fin) a la escena del discurso filosófico, después de su larga negación moderna, y la revitalización del cuerpo como disipación.

1.-Bichos

La filósofa que mejor anticipó el apocalipsis viral en curso es Donna Haraway. En Seguir con el problema, ella sugiere que el agente de la evolución ya no es el Hombre, sujeto de la historia.

El humano está perdiendo su centralidad en este proceso caótico, y no debemos desesperarnos por esto, como hacen los nostálgicos del humanismo moderno. Al mismo tiempo, no deberíamos buscar consuelo en los delirios de un tecno-arreglo, como lo hacen los tecno-maníacos transhumanistas contemporáneos.

La historia humana ha terminado, y los nuevos agentes de la historia son los ‘bichos’ [critters], en la jerga de Haraway. La palabra ‘bicho’ refiere a pequeñas criaturas, criaturas pequeñas y juguetonas que hacen cosas extrañas, como provocar mutaciones.

Bien: los virus. Burroughs habla de los virus como agentes de mutación: mutación biológica, cultural, lingüística.

Los bichos s no existen como individuos. Se propagan colectivamente, como un proceso de proliferación.

El año 2020 debería ser visto como el año en que la historia humana se disolvió, no porque los seres humanos desaparezcan del planeta Tierra, sino porque el planeta Tierra, cansado de su arrogancia, lanzó una microcampaña para destruir su Will zur Macht.

La Tierra se está rebelando contra el mundo, y los agentes del planeta Tierra son inundaciones, incendios y, sobre todo, bichos.

Por lo tanto, el agente de la evolución ya no es el ser humano consciente, agresivo y de voluntad fuerte, sino la materia molecular, los microflujos de criaturas incontrolables que invaden el espacio de producción y el espacio del discurso, reemplazando la historia por la herstoria, la época en que la Razón teleológica es reemplazada por la Sensibilidad y el devenir sensual y caótico.

El humanismo se basó en la libertad ontológica que los filósofos italianos del Renacimiento temprano identificaron con la ausencia de determinismo teológico. El determinismo teológico ha terminado y el virus ha tomado el lugar de un dios teleológico.

El fin de la subjetividad como motor del proceso histórico implica el fin de lo que hemos llamado “Historia” con h mayúscula, e implica el comienzo de un proceso en el que la teleología consciente es reemplazada por múltiples estrategias de proliferación.

La proliferación, la diseminación de los procesos moleculares, reemplaza la historia como macroproyecto.

El pensamiento, el arte y la política ya no deben verse como proyectos de totalización (Totalizierung, en el sentido de Hegel), sino como procesos de proliferación sin totalidad.

2.-El uso, lo útil

Después de cuarenta años de aceleración neoliberal, la carrera del capitalismo financiero se detuvo de repente. Uno, dos, tres meses de bloqueo global, una larga interrupción del proceso de producción y de la circulación global de personas y bienes, un largo período de aislamiento, la tragedia de la pandemia … todo esto va a quebrar la dinámica capitalista en un manera que puede ser irremediable, irreversible. Los poderes que administran el capital global a nivel político y financiero están tratando desesperadamente de salvar la economía, inyectando enormes cantidades de dinero en ella. Miles de millones, miles de millones … cifras, números que ahora tienden a significar: cero.

De repente, el dinero no significa nada, o muy poco.

¿Por qué le están dando dinero a un cadáver? ¿Puedes revivir el cuerpo de la economía global inyectando dinero en él? No puedes. El punto es que tanto el lado de la oferta como el de la demanda son inmunes al estímulo monetario, porque la caída no ocurre por razones financieras (como en 2008), sino por el colapso de los cuerpos, y los cuerpos no tienen nada que ver con el estímulo financiero.

Estamos pasando el umbral que lleva más allá del ciclo de labor-dinero-consumo.

Cuando, un día, el cuerpo salga del confinamiento de la cuarentena, el problema no será reequilibrar la relación entre tiempo, labor y dinero, reequilibrar la deuda y el reembolso. La Unión Europea se ha fracturado y debilitado por su obsesión con la deuda y el equilibrio, pero la gente está muriendo, los hospitales se están quedando sin ventiladores y los médicos están abrumados por la fatiga, la ansiedad y el miedo a las infecciones. En este momento esto no se puede cambiar con dinero, porque el dinero no es el problema. El problema es: ¿cuáles son nuestras necesidades concretas? ¿Qué es útil para la vida humana, para la colectividad, para la terapia?

El valor de uso, expulsado por mucho tiempo del campo de la economía, ha vuelto, y lo útil ahora es el rey.

El dinero no puede comprar la vacuna que no tenemos, no puede comprar las máscaras protectoras que no se han producido, no puede comprar los departamentos de cuidados intensivos que han sido destruidos por la reforma neoliberal del sistema de salud de Europa. No, el dinero no puede comprar lo que no existe. Solo el conocimiento, solo el trabajo inteligente puede comprar lo que no existe.

Así el dinero es impotente ahora. Solo la solidaridad social y la inteligencia científica están vivas, y pueden volverse políticamente poderosas. Por eso creo que al final de la cuarentena global, no volveremos a la normalidad. Lo normal nunca volverá. Lo que sucederá después aún no se ha determinado, y no es predecible.

Nos enfrentamos a dos alternativas políticas: un sistema tecno-totalitario que relanzará la economía capitalista mediante la violencia, o la liberación de la actividad humana de la abstracción capitalista y la creación de una sociedad molecular basada en el uso.

El gobierno chino ya está experimentando a gran escala con el capitalismo tecno-totalitario. Esta solución tecno-totalitaria, anticipada por la abolición provisional de la libertad individual, puede convertirse en el sistema dominante del tiempo venidero, como Agamben ha señalado correctamente en sus recientes y controvertidos textos.

Pero lo que dice Agamben es solo una descripción obvia de la emergencia actual y del futuro probable. Quiero ir más allá de lo probable, porque lo posible es más interesante para mí. Y lo posible está contenido en la ruptura de la abstracción y en el dramático retorno del cuerpo concreto como portador de necesidades concretas.

Aquello con alto valor de uso está de vuelta en el campo social. El uso, olvidado y negado por el proceso capitalista de valorización abstracta, es ahora el rey de la escena.

El cielo está despejado en estos días de cuarentena, la atmósfera está libre de partículas contaminantes, ya que las fábricas están cerradas y los automóviles no pueden circular. ¿Volveremos a la economía extractiva contaminante? ¿Volveremos al frenesí normal de destrucción por acumulación y de aceleración inútil por el valor de cambio? No, debemos avanzar hacia la creación de una sociedad basada en la producción de lo útil.

¿Qué necesitamos ahora? Ahora, en el momento inmediato, necesitamos una vacuna contra la enfermedad, necesitamos máscaras protectoras y necesitamos equipos de cuidados intensivos. Y a la larga necesitamos comida, necesitamos afecto y placer. Y una nueva cultura de ternura, solidaridad y frugalidad.

Lo que queda del poder capitalista intentará imponer un sistema de control tecno-totalitario en la sociedad, esto es obvio. Pero la alternativa está aquí ahora: una sociedad libre de las compulsiones de acumulación y crecimiento económico.

3.-Placer

El tercer punto sobre el que me gustaría reflexionar es el retorno de la mortalidad como la característica definitoria de la vida humana. El capitalismo ha sido un intento fantástico de superar la muerte. La acumulación es el Ersatz que reemplaza la muerte con la abstracción del valor, la continuidad artificial de la vida en el mercado.

El cambio de la producción industrial al trabajo de información, el cambio de la conjunción a la conexión en la esfera de la comunicación, es el punto final de la carrera hacia la abstracción, que es el hilo principal de la evolución capitalista.

En una pandemia, la conjunción está prohibida: quédese en casa, no visite a amigos, mantenga su distancia, no toque a nadie. Es inevitable una enorme expansión del tiempo que se pasa en línea, y todas las relaciones sociales (trabajo, producción, educación) se han desplazado a esta esfera que prohíbe la conjunción. El intercambio social offline ya no es posible. ¿Qué pasará después de semanas y meses de esto?

Tal vez, como predice Agamben, ingresaremos al infierno totalitario de un estilo de vida plenamente conectado. Pero un escenario diferente es posible.

¿Y qué si la sobrecarga de la conexión rompe el hechizo? Cuando la pandemia finalmente se disipe (suponiendo que lo haga), es posible que se haya impuesto una nueva identificación psicológica: online equivale a enfermedad. Tenemos también que imaginar y crear un movimiento de caricias que obligue a los jóvenes a apagar sus pantallas conectivas como recordatorios de un momento solitario y temeroso. Esto no significa que debamos volver a la fatiga física del capitalismo industrial; más bien significa que debemos aprovechar la riqueza del tiempo que la automatización emancipa del trabajo físico, y dedicar nuestro tiempo al placer físico y mental.

La propagación masiva de la muerte que estamos presenciando en esta pandemia puede reactivar nuestro sentido del tiempo como disfrute, en lugar de como un aplazamiento de la alegría.

Al final de la pandemia, al final del largo período de aislamiento, la gente simplemente puede continuar hundiéndose en la nada eterna de la conexión virtual, del distanciamiento y la integración tecno-totalitaria. Esto es posible, incluso probable. Pero no deberíamos estar limitados por lo probable. Deberíamos descubrir la posibilidad oculta en el presente.

Puede ser que después de meses de constante conectividad en línea, las personas salgan de sus casas y apartamentos en busca de conjunción. Puede surgir un movimiento de solidaridad y ternura que lleve a las personas hacia una emancipación de la dictadura conectiva.

La muerte está de vuelta en el centro del paisaje: la mortalidad negada desde hace mucho tiempo, la misma que hace que los humanos estén vivos.


Publicado originalmente como “Beyond the Breakdown: Three Meditations on a Possible Aftermath” en E-flux.

Fuente: Calderon094

Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad tampoco debe conocerlas // Entrevista a Antonio Infranca

Antonino Infranca es un Filósofo italiano. Se doctoró en filosofía en la Academia Húngara de Ciencias con una tesis sobre el concepto de trabajo en Lukács. Entre sus libros se destacan Trabajo, individuo, historia. El concepto de trabajo en Lukács y Los filósofos y sus mujeresrecientemente publicado como ebook de descarga libre por Topía.

– ¿Cómo vive usted en Europa este hecho inédito en el mundo desde hace más de un siglo?

Creo que la respuesta debe estar en dos niveles: uno personal y otro comunitario. En cuanto al nivel personal, en verdad no vivo mal este estado de excepción, porque tengo el privilegio de vivir en el campo y con una biblioteca de casi diez mil volúmenes y con una discreta conexión con el mundo exterior. Incluso, antes de la epidemia de coronavirus, viví mucho en casa para dedicarme a estudiar, leer y escribir. El único obstáculo para mi vida privada es calcular y racionalizar mis movimientos; después de todo, no es un gran problema. Desde el punto de vista de la comunidad, las dificultades son grandes y muy visibles. Además de las calles vacías, observamos el nivel de aceptación de las restricciones por parte de los italianos: la gran mayoría no sale de la casa, a excepción de la minoría habitual de «inteligentes» que intentan evadir ridículamente las reglas. Además, la abrumadora mayoría de los involucrados en la primera línea (médicos, enfermeras, agentes de la ley, trabajadores y trabajadores de bienes necesarios) realizan regularmente su trabajo y su servicio a la comunidad, de una forma verdaderamente admirable. Como siempre, los italianos muestran su valor real en un estado de excepción. Confundida es la reacción de la clase política, que, como es la tradición de la clase política italiana, es digna de la comedia italiana.

Hasta ahora, la globalización era en beneficio de la economía, ahora debe ser en beneficio de la humanidad

-Desde su perspectiva teórica y profesional, ¿cuáles son sus efectos en la subjetividad de la población en los diferentes sectores sociales y en el tejido social y ecológico?

La subjetividad de la población italiana está muy afectada por la epidemia. La población está mostrando conciencia y responsabilidad por su papel dentro de la comunidad, respetando las reglas de aislamiento y exigiendo respeto por estas reglas. También crea conciencia de que menos tráfico de personas y bienes está mejorando las condiciones ambientales. Esta conciencia podría ser un buen punto de partida para futuras acciones políticas en el mantenimiento de esta mejora del medio ambiente.

 

– ¿Cuáles considera las problemáticas de salud mental por efecto de la pandemia y la necesaria cuarentena? ¿Qué formas de trabajo considera necesarias de implementar para esta situación?

Sin lugar a dudas, las tareas del hogar, donde sea posible, es la mejor medida para lidiar con el aislamiento necesario; lo que implica una completa capacidad de autogestión del trabajador, que en casa no tiene límites externos para su trabajo, pero debe poder encontrar dentro de sí mismo la disciplina correcta para un trabajo y una vida fuera del trabajo que valga la pena vivir. El otro aspecto a tratar estrictamente es la mayor atención a la salud de los trabajadores. Muchas infecciones en Italia han ocurrido en hospitales, incluido el personal de salud; por lo tanto, el trabajador debe tener mayor y completa seguridad en el lugar de trabajo Esta seguridad se logra no solo con los medios adecuados, sino también con un mayor empoderamiento de los trabajadores y un mayor respeto por los derechos laborales.

 

-A partir de esta pandemia, ¿es posible pensar un antes y después en la cultura del capitalismo tardío sobre la relaciones sociales, laborales y políticas?

Los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda pueden beneficiarse de la gran demostración de respeto por las reglas de la sociedad civil, la participación apasionada de los trabajadores para hacer su trabajo para lidiar con el contagio y la dedicación absoluta mostrada por los trabajadores de la salud

Sí, creo que los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda pueden beneficiarse de la gran demostración de respeto por las reglas de la sociedad civil, la participación apasionada de los trabajadores para hacer su trabajo para lidiar con el contagio y la dedicación absoluta mostrada por los trabajadores de la salud en su trabajo de la tarea al servicio de la comunidad. Será una tarea difícil, pero es posible explotarla política, económica y socialmente. Hay algunos signos, por ejemplo, en la actitud actual de los sindicatos para cerrar las fábricas, cuya producción no es necesaria para enfrentar la epidemia. Sin embargo, esta es una actitud respaldada por el trabajo continuo y reforzado de los trabajadores directamente involucrados en la lucha contra la epidemia. Las organizaciones de empresarios italianos están en contra, porque temen el perjuicio económico, aunque no les importa la salud de los trabajadores, por lo que muestran la cara inhumana del capitalismo a toda la sociedad civil.

 

-Desde todo lo anterior ¿cómo piensa sus consecuencias a largo plazo en la mundialización capitalista?

Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad no debe conocer fronteras

La globalización debe ser repensada y reestructurada. Hasta ahora, la globalización era en beneficio de la economía, ahora debe ser en beneficio de la humanidad. La solidaridad tendrá que ser el próximo virus en propagarse por todo el mundo. Hasta ahora, Italia solo ha recibido ayuda de países no europeos, como China, Cuba y Rusia. La globalización continental no ha dado ninguna respuesta efectiva a la epidemia. Este es el ejemplo de la globalización capitalista. Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad no debe conocer fronteras.

 

Foto: Together we are Bremen

Fuente: Revista Topia

Una ruptura antropológica importante // David Le Breton

David Le Breton es Profesor de Sociología en la Universidad de Estrasburgo. Miembro del Instituto Universitario de Francia y del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Estrasburgo (USIAS). Autor entre otros títulos en español de: Desaparecer de Sí. Una tentación contemporánea (Siruela), El cuerpo herido. Identidades estalladas contemporáneas (Topía), Conductas de riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía), El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos (Nueva Visión), Antropología del cuerpo y modernidad (Nueva Visión), Caminar (Waldhuter), La piel y la marca. Acerca de las autolesiones (Topía).

La editorial Topía publicará en los próximos meses su nuevo libro Experiencias del dolor. Entre la destrucción y el renacimiento.

El suceso catastrófico puede ser el fin de la civilización política, o incluso de la especie ‘hombre’. Puede ser también la Gran Crisis, es decir la oportunidad de una elección sin precedentes. Previsible e inesperada, la catástrofe sólo será una crisis, en el sentido literal de la palabra, si cuando golpea, los prisioneros del progreso exigen escapar del paraíso industrial y que una puerta se abra en el cerco de la prisión dorada

Ivan Illich, La Convivialidad

 

La crisis sanitaria recuerda la estrecha interdependencia de nuestras sociedades, la imposibilidad de cerrar las fronteras. La polución, el calentamiento climático con sus desequilibrios nos lo recuerda a diario. El surgimiento del coronavirus es una nueva vuelta de tuerca. Por otra parte, la paradoja es que al reducirse la circulación automotriz y aérea, y detenerse innumerables actividades que producen polución, el virus provee una especie de respiración ecológica para el planeta. Es necesario que los mundos contemporáneos entren en una era postmoderna radicalizando principios que todavía eran potenciales las semanas precedentes. No creo de ningún modo que se trate de cuestionar las medidas de protección, por supuesto legítimas, sino solamente de resaltar la ironía trágica de su subtexto.

Todos los días los medios de comunicación desgranan la cantidad de personas afectadas y el número de muertes aquí y en el extranjero. Nuestras sociedades, más que nunca, están bajo la tutela de la ordalía,[1] un juicio de Dios o más bien del azar que alcanza a unos y a otros, pero más electivamente a aquellos que participan aún de la trama social con su trabajo, en especial el personal sanitario. Dentro de este contexto, la letanía de la muerte por accidentes automovilísticos ha sido suplantada por la del coronavirus. La ordalía de las rutas está suspendida por el momento, pocos vehículos están en circulación y la cantidad de accidentes es casi inexistente. Es cierto, cada automovilista al volante de su vehículo está convencido que únicamente los demás son malos conductores, fantasea con ser un experto. Frente al contagio, es más difícil para cada uno de nosotros afirmar su omnipotencia.

 

El confinamiento en nuestras casas manteniendo las relaciones con los demás por medio de las herramientas de comunicación a distancia transforma a las poblaciones en un archipiélago innumerable de individuos. Cada uno está frente a sus pantallas aunque no quiera, transformado en un hikikomori ordinario, como esos jóvenes japoneses que viven en reclusión voluntaria mientras continúan un intercambio sin fin con los otros a través de las redes sociales. Se mantienen encerrados a veces durante años rechazando al mundo exterior. Con esta imposibilidad de salir se borra la presencia física con el otro, aún la conversación desaparece de antemano en beneficio de la única comunicación sin cuerpo, sin contacto, e incluso sin voz (salvo la amplificada por el smartphone o la computadora). Ya no hay más comunicación cara a cara, es decir del rostro al rostro en la proximidad de la respiración del otro. Y más allá de la pantalla, en la calle o en otra parte, la mascarilla lo disimula. El confinamiento acentúa la adicción al smartphone y en principio destruye también la conversación, o sea el reconocimiento plenario del otro a través de la atención hacia él.

Ahora el cuerpo es el lugar de la vulnerabilidad, donde yacen la enfermedad y la muerte para precipitarse por la brecha más pequeña. Más que nunca el cuerpo es el lugar de la amenaza, es importante sellarlo, clausurarlo, por medio de los “protocolos de barrera”, tan adecuadamente nominados. La “fobia del contacto”, señalada anteriormente por Elias Canetti también se radicaliza en nuestras sociedades. El cuerpo debe ser lavado, fregado, examinado, purificado constantemente, mantenido fuera de todo contacto con el otro desconocido, y por ende sospechoso. No más besos, no más apretones de manos o abrazos en las pocas relaciones todavía físicas que sólo se sostienen a distancia. El deseo es un peligro porque escapa a todo control y expone a lo peor a quienes ceden a él. Una forma inédita de puritanismo acompaña las medidas de confinamiento y las precauciones a tomar para no ser alcanzado por la enfermedad y no contaminar a los otros. Asistimos a un endurecimiento sociológico del individualismo con esta reclusión necesaria. La privatización de la existencia elimina el espacio público. El individuo hace un mundo sólo para él “comunicándose” permanentemente pero sin la incomodidad de la presencia física del otro.

El confinamiento con la pareja o la familia no siempre se asume con comodidad. Vivir el día completo unos con otros a veces es fuente de tensión. Más bien se trata de alegrarse por el reencuentro luego del trabajo o durante las vacaciones. En ese contexto, la vida en común es una imposición, no es algo elegido. Además es difícil salir para recuperar el aliento en vista de las restricciones para desplazarse. Lejos del viento pleno del mundo, el aburrimiento nos acecha, nos hace andar en círculos, rumiar nuestras preocupaciones, inquietarnos por nuestra gente querida y preguntarnos con ansiedad por las próximas semanas, y por el mundo del después. Podemos temer también brotes de violencia por parte de los hombres contra sus parejas o sus hijos. Los matrimonios que no se llevan bien pueden pasar momentos difíciles, y también los niños de las familias donde son maltratados.

La llegada de la primavera en el hemisferio norte suma todavía más dificultades. Los pájaros cantan por doquier, los brotes explotan, el llamado del afuera es irresistible, pero debemos mantenernos más o menos enclaustrados o en la proximidad de nuestras casas y resistir a la tentación del sol y de la naturaleza en plena metamorfosis. Una experiencia terrible para los niños que penan por comprender el motivo de tal encierro.

Redescubrimos con asombro el precio de las cosas que no tienen precio: el simple hecho de desplazarse a otro barrio, de recorrer los bosques, de encontrarse con amigos, de tomar un café en la terraza, ir a un cine o a un teatro, a una librería… Una cierta banalidad envuelve estos comportamientos cotidianos, y encuentran hoy su dimensión de sacralidad, su valor infinito. La crisis sanitaria en ese sentido es un memento mori, el recuerdo de nuestra incompletud y de una fragilidad que no dejamos de olvidar. Restablece una escala de valores banalizada por nuestras rutinas. La privación vuelve deseable lo que estaba dado sin siquiera pensarlo. Sólo tiene precio lo que nos puede ser arrebatado. El hecho de desplazarse era tan obvio que no se percibía como un privilegio.

Esta crisis sanitaria es una travesía por la noche, por el duelo, por la angustia, más allá nos espera una forma de renacimiento. Al término de la crisis sanitaria, el retorno a la normalidad será un momento de júbilo formidable, de reencuentro con los otros y con el mundo, de recuperación de la alegría de vivir y de la sensación de estar vivo. Los primeros días serán muy fuertes. Nunca deberíamos olvidar esta enseñanza propicia del sabor del mundo, pero esa es otra historia. Estamos en un cruce de caminos, las posturas políticas serán determinantes: la crisis sanitaria puede engendrar un impulso humanista, una mayor preocupación ecológica por el planeta, una inquietud social por luchar contra las desigualdades y las injusticias.

Traducción: Carlos Trosman

Notas:

 

[1] He escrito mucho sobre esta noción de ordalía, en especial en En Souffrance. Adolescence et entrée dans la vie (Metailié), en Conductas de Riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía), o en La sociología del rischio (Mimesis).

Fuente: Revista Topía

Segundos Afuera (Notas Sobre El Virus) // Rubén Mira

Miro por la ventana. Del otro lado del pasaje, junto a su ventana, mi vecina está repasando Instagram en su celu. Se ve que llego en el momento del descanso. Ella, como yo, trabajamos estos días desde casa. Somos criaturas Zoom. Sobrevivientes de un naufragio repentino. Nos chocamos contra el iceberg del virus y de pronto nos dimos cuenta que el agua no estaba tan fría y que teníamos chaleco salvavidas. Para mí y seguramente para ella, Zoom no existía hace una semana. Ahora entramos en un acercamiento vertiginoso. Zoom primero sirvió para el trabajo, ahora avanzó sobre los encuentros de amigos, los cumpleaños, las escapadas. En menos de dos semanas Zoom se desprende de su funcionalidad inicial, se apropia de cualquier contenido para retirarse a una transparencia que está por debajo del uso y del funcionamiento. Se vuelve primero una forma de estar y enseguida se volverá –sospecho– una forma de ser. Zoom no reemplaza, sustituye el modo de conversación presencial por otro análogo, pero que tiene sus propias reglas. El tema fundamental es que las voces no se superpongan, se trata de esperar el turno para hablar porque de lo contrario nada se entiende. La conversación presente, horizontal, se da un complejo juego de superposiciones y desvíos que se ordenan en los cuerpos, en su entramado abundante de cruces y desvíos de todos los sentidos, la forma resultante es una composición. En la comunicación zoom el orden lo es casi todo. Deviene entonces una forma vertical de la conversación, a donde el uso de la palabra se monopoliza para reestablecer el modelo de la conversación ordenada, por eso la forma resultante de la conversación zoom es instituyente. Aun genera algún dolor de cabeza,  cansadora que una presencial –los comentarios– pero eso es solo por ahora, la semana que viene todos vamos a estar acostumbrados. Temo que eso sea cierto. Pero es un temor falso. Sostengo lo que me da el cansancio, me aferro a ese dolor de cabeza, pero yo también necesito que esto se vuelva normal, incorporarlo metabólicamente hasta que se vuelva reflejo, gesto aprendido a fuerza de repetir. Zoom no reemplaza, sustituye el modo de conversación habitual por otro análogo, pero que tiene sus propias reglas.

Voy a IG. Fita, mi compañera, acaba de invitarme a una fiesta electrónica por Zoom para el sábado. Es curioso, pienso, se está en Instagram, se va a Facebook, las redes ya eran lugar a donde ir antes de todo esto, presuponían esta manera de salir. Estoy en IG y veo videos de gente entrenando en espacios mínimos, piezas, terrazas, intentando mover el cuerpo. Me resulta cómico, pero no debido al efecto buscado. Para qué entrenar –pienso–, si ya estamos corriendo la maratón para la cual nos veníamos preparando durante todos estos años. El virus hizo sonar el disparo de largada. Dejó atrás el gimnasio de las manos, de los ojos, una sintaxis de movimientos rápidos y repentinos que fuimos aprendiendo en celulares, teclados y pantallas, más allá de cualquier contenido, funciones corporales sencillas y pequeñas que casi no necesitan descanso, open 24 horas, para ponerlo a prueba en la carrera donde, por fin, se vuelven una necesidad. Y la maratón no podía ocurrir en otro lugar que en la ciudad del aislamiento. Perfecto espacio para el presente continuo virtual, tiempo que reclama ser y solo puede ser actualizado. Eso ya lo sabíamos –me contengo–, el virus pone en evidencia que las redes construyen para sí una virtualización totalizadora del afuera. Pero hasta ahora no habían  avanzado tanto, ahora su alcance se extiende hacia el trabajo y los afectos. Gracias al virus el sueño de trabajar desde casa y tener a los afectos cerca es posible. Como sucede con los sueños humanos cuando se vuelven reales la forma es pesadillesca. Cansancio, dolor de cabeza –pienso- transito congestionado, agendas sobrecargadas, inseguridad, nada de eso existe en el afuera en este momento. La paradoja surge en forma de imágenes contrastadas en fotos que se abisman en efectos oníricos de las ciudades vacía. Superpoblación de imágenes de la intimidad de las casas en las redes y en internet. Ciudad vacía-casas llenas. Quien lo hubiese pensado? –me digo- Este era el resultado, no la condición posibilidad de la virtualización radical. Resultado y condición de posibilidad se superponen. El virus es la transparencia necesaria sin necesidad de molestias. Aceleración pura, de tan rápido elimina todo trayecto.

El ícono de mi feed en IG es una casita. Quedarme en mi casa es impensable sin internet, sin redes. ¿Puedo ser tan obvio? –me indigno. Sí que puedo. El virus cierra la relación de identidad, propiedad, perfil como si fuese la santísima trinidad. Ya, ya. –me atajo- eso también venía ocurriendo. El Gobierno incluye a internet en los servicios básicos y en la red circulan instrucciones de cómo cuidar la capacidad de circulación de datos entre todos. Nunca como ahora la circulación de fotos de la vida cotidiana estuvo tan justificada; antes era algo que le dábamos a la red, ahora, post virus, son una posibilidad que la red nos da. Y en ese servicio, su función se redondea. Si la casa es la prolongación objetual y espacial de mi identidad, es en las redes donde esa expansión se recompone como decorado interior. Todo ese exterior disponible vuelve a mí y en el colage del perfil se restituye una imagen unificada de mi yo. El funcionamiento deviene sustitución: forma virtualizada de la conciencia de existencia y certeza de experiencia. Las redes no solo construyen un afuera virtual para sí, sino que transforman todo el afuera virtual en una interioridad segura pero ansiosa o, mejor dicho, en una interioridad que, para asegurarse, solo necesita que llegue la próxima actualización. Ciclo sin fin de la carencia mínima y la satisfacción mediatizada. Uno de los efectos más evidentes del encierro, dicen los psicólogos mediáticos, y de eso hay que cuidarse, es la confusión temporal, no saber muy bien que día es y en qué momento estamos. Insomnio, desordenes del sueño. Siempre, el otro tiempo está disponible. Se acomoda bien a los desequilibrios. Vamos momento por momento, en la luz sin noche ni día de los ordenadores. El virus pone en evidencia y nos obliga a vivir en el tiempo de las virtudes virtuales, eso –me digo–, el ícono de IG, pasó de ser lo que necesitamos para hacer habitable el lugar a ser el lugar mismo. Como todo lugar –me corrijo- es una temporalidad. Eso, el ícono, ahí nos quedamos. El afuera como tiempo alterno, tal vez, también dejó de existir hace mucho.

Subo ahora a la terraza. Todas las noches salgo a tomar otro aire. Vivo en una casa grande, tengo dinero para sobrevivir, estoy rodeado de privilegios. Hasta puedo permitirme el lujo –me digo– de imaginar el desastre que puede hacer el virus en las barriadas populares. No me animo a los camiones volcadores cargados de cadáveres porque me abstrae la ciudad de noche. El virus, que refuerza la idea de propiedad privada,  re administra la división del trabajo, terminará mutando en una enfermedad de clases –abandono. Mi mirada se empecina en las luces más pequeñas que muestran hasta qué distancia supuestamente hay un afuera. En la ciudad en cuarentena lo que desaparece es el primer plano. Ocurreal asomarse a la noche, lo mismo que durante una salida a comprar pan. Terraza o calle son puntos panorámicos, miradores. La cercanía de los cuerpos corrige las miradas que esquivan ver a los otros de cerca, como si los cruces de mirada pudiesen contagiar lo mismo que un saludo interrumpido por la tos. La situación reminiscencia, en el sonido, coincide con la situación paisaje en lo visual. Con la desaparición del primer plano el afuera deviene en exterior. El afuera, situación inestable, orilla, roce, posibilidad, se contornea con rigidez, pierde sus bordes, se hace frontera, auotridad fronteriza, seguridad interior. ¿Hay algo de nuevo en esto? ¿O hace tiempo que vivimos alojados en una cuarentena actualizable? De alguna manera –pienso–, el virus se vuelve la forma complementaria exacta de la vida virtualizada. Institucionaliza el lugar en el que estábamos, el lazo social se legaliza como lazo virtual, hace de lo que venía ocurriendo, lo que debe ocurrir. Por eso es que el encierro resulta menos un trauma que un ajuste de cuentas.

Esta tarde hubo una conferencia en Olivos. Estaban juntos el ministro de Defensa y los mandos militares. El portavoz dijo que el presidente les había señalado un “enemigo invisible” y que el trabajo de las fuerzas armadas era “hacerlo visible”. Aun no puedo digerir el alcance de esta semántica y su campo metafórico. Pienso en Videla diciendo que los desaparecidos no están, no existen. ¿Qué es esta nueva forma de la reparación? ¿Por qué no me suena a un intento más de los tantos de estos años? Dicen también que las fuerzas armadas poseen redes para llegar a todo el país con ayuda humanitaria. ¿Se vuelven también ellos los representantes de lo humano? Dicen que están contentos con la tarea que les toca. Más que contentos se los ve voluptuosos, entusiasmados, dispuestos a darle cuerpo a la semántica de la guerra. El virus trajo para ellos algo impensado: la posibilidad, un portal de posibilidad. De pronto, su presencia es necesaria, y como es necesaria, se vuelve deseable. Igual que las redes, gracias al virus, los militares pierden su sospechosa historicidad para restaurarse moralmente como parte del bien, incluso, como solución incuestionable. Redes y milicos forman parte de un mismo totalitarismo. Son las fuerzas de despliegue que van a hacerse cargo del cuidado. Se mueven en tándem, la red se hace institución, la institución se ofrece como red, mientras una, la red, preserva las funciones del afuera en el adentro, la otra, los milicos, se despliega en el afuera para cuidar el adentro. Son dos componentes del menú de reconstrucción de nuestra seguridad, pero también de nuestros afectos. Ya no provocan sospecha o temor, forman parte de lo que queremos, en cierta forma, se vuelven parte de nuestra intimidad.

Se habla de un efecto Malvinas. Algo de eso hay –pienso–, pero las cosas en Argentina suceden siempre primero como farsa y recién después como tragedia. Malvinas fue un andamiaje, una instancia teatral con escenografía realista, pura materialidad de decorado. Este portal parece tener, como las estrategias virtuales, una sutileza etérea y lógicamente causal, no es invisible, pero es aérea. Con Malvinas los milicos buscaron el efecto todos juntos, ahora, en cambio, todos juntos deseamos el efecto ejército. Un despliegue racional, aséptico, de fuerzas morales y logísticas. Pienso en el ejército ocupando la ciudad vacía. Es su ciudad soñada. La ciudad que soñaron el 24 de marzo y que ni siquiera en los años más negros para nosotros y dorados para ellos pudieron conseguir. Viralización del virus. Las redes y las apps suministran el modelo por el cual los milicos pueden dejar de ser malditos. Se trata de su capacidad de despliegue, de ese don casi invisible de poder llegar a todos lados. Al igual que la santa iglesia, fuerzas armadas y redes se muestran como una ubicuidad lógica, dada de antemano, que nos sorprende por haber estado siempre ahí, y lo disponible se vuelve necesario. Es lo necesario, pero es también la monopolización de lo posible. Del mismo modo que el posibilismo de las redes, el posibilismo milico implica la aceptación de una única posibilidad dada, deja de lado la creación de nuevas dinámicas que en lugar de recomponer lo que existía exploren los potenciales de lo que hoy es. ¿No son acaso más ubicuas las potencias de la sociedad civil frente a una catástrofe? ¿Qué nuevos modelos de institución pensar en su despliegue? ¿No es la oportunidad para apropiarse y hacer uso de una iglesia sin iglesia y de un ejército sin ejército? Híbridos, agenciamientos, ocupaciones, reciclajes de lo existente rompiendo el monopolio de lo posible. Rozo la ciencia ficción, la uotopía moral, milito la fantasía –me repliego. La respuesta al virus no es autoritaria porque nos impide salir, sino por cómo se ocupa eso que, en nuestro repliegue, hace ya mucho que dejamos más allá.

La acción del virus facilita un avance totalizador. Los diarios publican la cantidad de gente que incumple la cuarentena, los vecinos denuncian a otros vecinos, algunos amigos se alegran porque amaina la rebelión, triunfa la analogía disfrazada de callejera: desobediente-pelotudo. ¿No debería llamarnos la atención esta nueva equivalencia? La coincidencia se vuelve ideológica: ellos, los desobedientes, son en su mayoría ricos que reclaman su derecho natural a hacer lo que quieren: surf, running, ir a la costa, pasear en yate. Son muchos, es escandaloso. No es mi escándalo –pienso– los ricos, parece, tienen una vida que defender allá. Lo que me escandaliza es la naturaleza cuantitativa y cualitativa de ese querer estar afuera. ¿Por qué son ellos y no nosotros los desobedientes? ¿Por qué en lugar de miles no somos millones? ¿Por qué el encierro no nos resulta suficientemente insoportable? ¿Qué encuentros no virtuales había allá afuera, cuando el afuera aun parecía existir, que justificasen poner el cuerpo, jugarse por esa vida? Queremos que alguien se haga cargo de ese afuera que deseamos despoblado, mientras seguro se vuelve sinónimo de vacío. En ese movimiento se nos van años de historia de construir nuestra propia idea de cuidado y la delegamos. ¿Es el miedo a la pandémica muerte propia, o de la gente que queremos, suficiente para explicar semejante renunciamiento? No es suficiente ninguna explicación posible, estamos ante una revelación que no termina de ocurrir. La acción del virus adquiere un hermetismo artístico, formal, y desborda la crítica del afuera como espacio de encuentros, sugiere la indagación de la posibilidad de su inexistencia. 

Al antivirus por encontrar se impone contra fáctico, imposible formularlo bajo otra forma que no sea la incertidumbre. Preguntar, dejar preguntas abiertas, como palear la tierra, generar fertilidad para plantar posibles. ¿Qué podríamos encontrar al desprendernos de nuestro mundo tal cual era para aceptar la posibilidad de reinventar lo que propone este? ¿Por qué en lugar de delegar el cuidado no dejar atrás la composición de nuestro mundo afectivo para asumir los afectos que ahora nos rodean como posibilidad única, hermosa, por dada, por momentánea, por riesgosa? ¿Cómo sería una corporalidad de cuidados cuarenteneros, irreverente y pilla? Todas estas posibilidades parecen quedar atrapadas en el embudo del monopolio. Podría darse un virus –imagino– que nos obligase a todes a abandonar nuestras casas, a vivir en una situación puramente exterior. Las casas vacías, las calles llenas. Si este confinamiento nos resulta soportable, tal vez esa forma de autoritarismo nos resultaría infernal.

Desde la terraza la presencia de alguien en algún balcón es reversible. Ambos, esa persona o yo, nos asomamos a ver si vemos a otra persona, alcanza con comprobar que hay otro ahí. Intento una forma de saludo, si bien es tímida, debería ser eficaz. La persona asomada al balcón se mete adentro de su departamento. De eso hablo cuando hablo de orilla, de esa constatación que, paralelamente a la vida virtualizada, existía una zona imprecisa, como el alta y la baja mar, donde aún se movía nuestra relación entre cuerpos. De alguna manera, antes del virus todos pensábamos que éramos orilleros. Ahora sabemos que somos fronterizos. Yo también me meto adentro. Son las nueve de la noche. Ahí se escucha lo que debería ser un gran aplauso pero es una suma de aplausos individuales, emoticones. La hipocresía del miedo se vuelve acción patética, aplauden por las dudas, no vaya a ser cosa que les toque.  Cada uno con su cuotita de desesperación, más que homenajear, reclama. Pide héroes. Completa el paternalismo del momento. Que otros pongan el cuerpo, porque les toca, abnegado ejército de médicos y enfermeras, ascetismo quirúrgico de la operación militar, si no quieren ser héroes sean profesionales, hagan su trabajo, nuestro trabajo es quedarnos en casa. Es curioso –pienso– siempre los médicos son médicos y las enfermeras, enfermeras. Y siempre, casi junto con el aplauso, a las nueve de la noche, se publican los números de casos nuevos, el informe del día. Aumentan los casos, aumentan los muertos. Como siempre –escucho decir a mi hijo mientras juega Mario Bross en la tablet. Ese “como siempre” adquiere una forma absoluta. Pesa. Mañana –me digo– voy a salir a hacer las compras y, como el gato, voy a estar un rato ahí, voy a sorprenderme y a atemorizarme. Y después, yo solito, volveré a entrar.

*Ensayista, humorista, comunicador, editor, coautor junto a Sergio Lánger de la tira La Nelly (diario Clarín), autor de la novela Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia)

Fuente: Revista Ignorantes

Especial Spinoza: Ética, Tratado Teológico Político y Tratado Político (Traducción Atiliano Dominguez) // Lobo Suelto

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Ética - Spinoza. Trotta Atiliano Dominguez

 

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Tratado teológico político

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“La casta política en Argentina está siendo probada” // Diálogo con Christian Ferrer

sociólogo y ensayista Christian Ferrer, autor de libros como La amargura metódica: Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada, Camafeos y Cabezas de tormenta, entre otros, estuvo como invitado en el programa Fuera de Tiempo, que conduce el periodista Diego Genoud los domingos de 8 a 9 hs por Radio del Plata.

Fuente: Ponele 

En la charla, que compartimos a continuación, el también profesor universitario habla sobre el encierro, el choque cultural entre China y Occidente, la relación traumática del hombre con la naturaleza y la aparente suspensión de la grieta en Argentina.

Foto: Alejandra López.

Christian, empecemos por el tema del aislamiento, que es algo que se viene repitiendo en muchos países con el cierre de fronteras y con cierto clima de denuncia hacia a aquellos que violan la cuarentena. ¿Qué dirías que es lo más llamativo de esto que está pasando con la propagación del virus?

Christian Ferrer: Depende. Porque una cosa es hablar de Argentina y otra del mundo. Por más inundados que estemos de noticias, no sabemos mucho. La gente, en general, no tiene demasiada información sobre cómo se originó ni de cómo evolucionó rápidamente. En todo caso se han despertado, pero de ninguna manera esta es la primera pandemia del siglo XXI. Ya habían ocurrido otras. O a partir de la década del ’90, mejor dicho, empezando por el ébola y siguiendo por el SARS y la gripe aviar. Obviamente, esto de ahora parece una especie de nube radiactiva que toma todo a una gran velocidad. Y hay muchas reflexiones que se pueden hacer.

En principio, este tema de la cuarentena es una práctica antigua. En la Edad Media, cuando llegaba una peste, se cerraba la puerta de la ciudad, porque en aquel momento las ciudades todavía tenían puertas. En segundo lugar tenemos el ejemplo del sitio de una ciudad, que también es una práctica antigua: cuando una ciudad quedaba aislada por la invasión del ejército enemigo, ya sea por tierra o por mar, la ciudad debía sobrevivir con sus recursos, y era habitual que el ejército sitiador lanzara con catapultas cadáveres infectados, para lograr que la ciudad se rindiera más rápido.

El tercer ejemplo que se me ocurre, que sí fue muy propio de Argentina, es el estado de sitio con toque de queda, que eso ocurrió en la época de la Dictadura. No hay que olvidar que estado de sitio hubo durante todos los años de la Dictadura. No hubo toque de queda todo el tiempo pero sí estado de sitio. Es decir, hay antecedentes bien conocidos. Ahora bien, que China cierre toda una región tampoco es novedad. Ya lo hizo a comienzos de la década del ‘60, cuando fue la Gran Hambruna, después del fracaso del plan económico de Mao Tse Tung, donde murieron 30 millones de personas. El ejército chino cerró las carreteras y los pobres esqueletos que todavía caminaban murieron a la vera de los caminos.

Es decir, China tiene otra cultura: una cultura que unifica el control total de la población —y no solamente por medios electrónicos, porque es anterior a que existieran estos medios digitales— y una cultura del secreto, que es tradicional de la burocracia china desde hace 500 o 1000 años. En otras palabras, mientras Occidente valora cada vida individual, China no. En China lo que se valora es en definitiva la estabilidad social. Por lo tanto, aislar a toda una región y que se mueran los que se tengan que morir no es un tema para China.

Beijing. 1958. Foto: Henri Cartier-Bresson

El precio del progreso lo paga la naturaleza, eso es algo aceptado

¿Y en Argentina qué te sugiere que una medida de este tipo sea tomada por un gobierno?

Mirá, en principio no pueden hacer otra cosa, están haciendo lo correcto. Y sin tener otros mecanismos. Porque además el gobierno y toda la población —y, si no es así, la población debería despertarse— saben perfectamente que la Argentina no tiene una capacidad sanitaria para resistir un embate de estas características. No me refiero solamente a epidemias, que evidentemente pueden sobrepasar la capacidad de países como Italia, España o Estados Unidos. Me refiero a que la sanidad en Argentina está destruida hace 30 o 40 años por lo menos. Y lo sabe cualquiera que entre a un hospital público. Por lo tanto, esto se agrega a una situación que todo el mundo conocía pero de la que nadie quería hacerse cargo.

¿Y en qué medida un virus respiratorio como este se beneficia del tipo de sociedad que existe hoy en día? A la hora de propagarse, digo. Pienso en los aviones, en la velocidad a la que transcurre hoy la vida cotidiana…

Primero hay que ponerse en perspectiva. No es desde ya la primera epidemia que sufre el mundo, comenzando por la peste bubónica, que a fines de la Edad Media terminó con 120 millones de personas en el transcurso de unos cien años, y siguiendo por la viruela, que exterminó fácilmente al 80% de la población que había en América para cuando llegaron los españoles. Estamos hablando de cifras grandes. O la famosa gripe española, a la que cuando yo era chico se le decía “tos convulsa”, que mató alrededor de 50 millones hace apenas cien años. Pero lo que más me llama la atención es la poca memoria que quedó de todo eso. Si hace dos meses vos le preguntabas a alguien qué era la gripe española lo más probable es que no lo supiera.

Sí se recuerda lo de la “tos convulsa”. Sobrevive algún recuerdo de eso, aunque lejano, por supuesto.

Pero no se enseña en los textos de las escuelas ni en las facultades, habiendo sido, probablemente, la tercera catástrofe poblacional que tuvo el siglo XX. O la segunda, porque mató más gente que la Primera Guerra. Pero otro aspecto más interesante es que a este tipo de pandemias ahora se las conoce con el nombre de zoonosis. Es decir que provienen de una interacción perturbada entre el reino animal, o el ecosistema, y el ser humano. Vos mencionabas a los aviones. Supongamos: los murciélagos conducen la enfermedad, porque conducen todo tipo de enfermedades, porque vuelan. Pero en última instancia los murciélagos no van volando de país en país. En cambio los aviones son rápidos y llegan al otro lado del mundo. Y los animales tienen todo tipo de microbios y enfermedades, pero eso está controlado dentro de un ecosistema específico. Pero dado el aumento de la productividad, la extensión de las fronteras agrícolas, el desmonte, el arrasamiento de la vida natural, en fin…

El progreso, como se lo suele llamar…

Sí, el precio del progreso. El precio del progreso lo paga la naturaleza, eso es algo aceptado. Entonces, todo eso genera una perturbación en la relación entre los animales y los seres humanos. Y los animales, por supuesto, pierden esa batalla. Ahora, ¿por qué razón un microbio de un animal que está siendo acosado no va a entrar a un lindo receptáculo llamado ser humano? Si lo puede hacer fácilmente.

Es un extraño momento de reposo que no ha vivido Occidente desde hace mucho tiempo

Es una especie de revancha del reino animal.

Sí, pero eso es algo metafórico. Eso lo puede decir uno decir desde el punto de vista humano, pero desde el punto de vista animal lo único que encuentra el microbio o la enfermedad es un nuevo receptáculo por donde ingresar. Y la causa, en última instancia, es la perturbación originaria. Si vos en un mercado de aves oriental mezclás animales con posibles enfermedades junto con otros, todo en un estado de suciedad, y después eso te lo comés, tarde o temprano hay una mutación problemática. Y esa mutación se vuelve más problemática porque, dado que nació en China y ahí rige una cultura del secreto, todo esto no se da a conocer inmediatamente al público. Es bien sabido que al comienzo de todo esto un médico chino se sacrificó para avisarle al mundo lo que estaba ocurriendo, y que lo metieron preso.

Sí, y después murió por el virus…

Exacto. Esa cultura del secreto no la pudieron mantener tanto. Cuando fue la crisis del SARS, en 2003, ahí pudieron mantener más el secreto, hasta que ya no fue posible. Y lo mantienen en secreto porque la estructura jerárquica es distinta a la argentina. Cualquier oficial menor del Partido Comunista a cargo de una ciudad, una provincia o una dependencia de ninguna manera va a hablar si no tiene permiso de arriba, porque arriesga su carrera e incluso puede ir a la cárcel.

En segundo lugar, el problema con respecto a China es que ellos saben que al tener 1400 millones de habitantes las interacciones son inevitablemente problemáticas. Los cambios en las culturas sexuales favorecen eso. Nosotros lo llamamos modernidad, pero para un virus, un microbio o una bacteria todo eso es un caldo de cultivo lindísimo.

Apenas pase la amenaza y el peligro, ¿qué es lo que va a hacer la gente? Va a volver a lo mismo de siempre, porque no conoce otra cultura alternativa

Y además esto los agarró en el medio de la celebración del año nuevo, que es un gran movimiento migratorio interno, lo que facilitó la expansión del virus.

No solo eso. China es un país que de repente le da una orden a 100 mil habitantes que viven en el campo para que se vayan a a vivir a una ciudad nueva, construida para ese fin. Todo eso tiene consecuencias. Pero en todo caso, el problema de la zoonosis, es decir, de las enfermedades que provienen de la perturbación de los ecosistemas, es algo que lamentablemente no va a poder solucionarse, porque la única forma de solución es un decrecimiento del sistema productivo, y eso no lo acepta nadie. Ahora estamos en una extraña situación por la cual se ha parado la maquinaria social. Es un extraño momento de reposo que no ha vivido Occidente desde hace mucho tiempo. Ni siquiera se detuvo durante el período de guerras.

Leía hace unos días un artículo que escribió el filósofo italiano Bifo Berardi en el que hablaba sobre esto que estás planteando de una sociedad de la aceleración constante, de la competencia, la sobreexplotación y el ritmo en el que vivimos. Y que de repente un virus obliga al estancamiento, al encierro y a frenar la economía, todo en el marco de una recesión global que viene avanzando. ¿Qué representa eso a nivel social?  Esa contraorden de una sociedad que vive permanentemente sobreexcitada y que de repente es llamada al disciplinamiento y la parálisis.

Por el momento no significa mucho porque estamos en una semana y pico de cuarentena. Y aún si fuera un mes, o un mes y medio, es poco tiempo. Quiero decir: apenas pase la amenaza y el peligro, ¿qué es lo que va a hacer la gente? Va a volver a lo mismo de siempre. Porque no conoce otra cultura alternativa, no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida. Por lo menos a nivel colectivo. Dejo de lado las sectas o los grupos que tratan de vivir de otra manera pero que no son políticamente significativos. Entonces, lo más probable es que dentro de un mes o dos meses las personas van a pasar por un tiempo difícil, de encierro, y también de problemas. Porque cuidado: no es que podés tener encerradas así nomás a las zonas más carenciadas. Una cosa es el encierro en barrios de clase media y otra en barrios donde las condiciones son inhóspitas.

Pero dejando de lado eso, no creo que se pueda aprender mucho. Es más, ni siquiera creo que vaya a haber una gran inversión en salud a partir de esto, por la sencilla razón de que primero hay que pagar la deuda externa, y porque no se hace una conciencia suficiente sobre la importancia de la salud. Ahora bien, si esto durara mucho, si se propagara y hubiera realmente una mortandad extrema, que por el momento no la hay, ahí podría haber un intento de pensar cómo estamos viviendo. Pero no veo que a las castas políticas a nivel mundial les interese. Imaginate si a la dirigencia del Partido Comunista Chino le vas a ir a decir ‘che, tienen que parar un poco este proceso de transición al capitalismo’. Se matan de risa. Lo mismo pasa en Brasil, México o en Estados Unidos. Son maquinarias sociales.

Vivimos en nuestras casas como si fueran habitaciones de hotel. El ejemplo más grotesco es esa gente en Japón que duerme en cubículos

¿Y qué te pasa cuando escuchás que en Argentina, desde el Estado, se habla de una guerra contra un enemigo invisible? Cuando se trata de llegarle a la población con ese mensaje…

Sí, qué lindas metáforas. No son nuevas. Son metáforas biológicas bien conocidas durante la Dictadura. En algún momento incluso hubo… recuerdo que Francisco Delich había escrito un famoso paper acerca de las metáforas biológicas de la guerra que usaban los militares. O sea, no son nuevas. Ni mucho menos la idea del enemigo invisible, eso lo recordamos bien. Pero lo que a mí me parece importante destacar es esto: las personas aceptan que el Estado controle las vidas por el tiempo que sea no en función de un enemigo invisible, en principio, sino que lo aceptan porque el motivo es humanitario. Y desde siempre los peores controles se han ejercido en nombre de motivos humanitarios. De la misma manera que internet está controlada en China porque se habla de un enemigo externo, “problemático” para la forma de vida de los chinos.

Siempre hay un motivo de tipo nacionalista, pero fundamentalmente de índole humanitario, que hace que las personas acepten controles y disciplinamientos suponiendo que el beneficio es superior. Aunque con esto no estoy diciendo que está mal que estemos en cuarentena, al contrario. Es necesario parar la expansión lo máximo posible. Pero una cosa es eso y otra cosa son las justificaciones. O la retórica, si querés.

El Gobierno está diciendo que hay que prepararse para tiempos peores, que hay que tratar de achatar esa curva de crecimiento para que no se expanda. Y se habla de una especie de preparación para ese momento. ¿Vos decís que lo que se intenta hacer en momentos como estos es una preparación cultural?

No… Las verdaderas preparaciones llevan décadas. Esto es una preparación de emergencia, y no creo que se pueda comparar a la larga preparación cultural que se necesita para lograr un cambio de clima, de pensamiento en la historia de las ideas o de las prácticas humanas. Acá se está preparando a la población para restricciones que tienen que ver no solamente con la libertad de circulación sino con la preparación psicológica. Hay que tener en cuenta que, salvando pocos casos, la mayoría de las personas utilizan sus casas o departamentos como habitaciones de hotel. Trabajan todo el día, hacen largos viajes de ida y vuelta hacia el trabajo y después llegan a la casa para recuperar fuerza de trabajo. No es que están en la casa todo el tiempo y que el hogar sirve como temple de la personalidad, como podía ser en otra época. Vivimos en nuestras casas como si fueran habitaciones de hotel. El ejemplo más grotesco es esa gente en Japón que duerme en cubículos, para no tener que volver a la casa.

Es decir, nos encontramos en una situación interesante, y es que las personas de repente tienen que aceptar que su hogar no es solamente un refugio sino el lugar donde están templando su personalidad. Siempre y cuando esto perdure, claro. Lo cual no quiere decir que templar la personalidad con un esposo descerebrado y una esposa que se pone nerviosa y tres chicos que están desescolarizados sea fácil, por supuesto. Pero peor están en las villas.

Argentina es sentimentalmente anticapitalista, pero con prácticas de consumismo al extremo

¿Y hasta qué punto este periodo excepcional puede derivar en nuevas reglas hacia futuro?

No creo que eso se pueda prever ni pronosticar. Y, vuelvo a decir, salvo que se prolongue por meses y meses, tengo mucha desconfianza en que vaya a haber un cambio de consciencia o un fuerte examen de consciencia interior. Aunque sí sin dudas la casta política en Argentina está siendo probada. Porque ser político en Argentina en tiempos normales es fácil. Se pelean, se pegan un par de gritos en televisión, se dicen algunas cosas, se protege a los propios, se ve cómo pagar la deuda, cómo negociarla, lo de siempre. En cambio, en tiempos excepcionales hay una casta política probada. A la que después se la va a aplaudir o bajar el pulgar, dependiendo de cómo salga todo. Por el momento entiendo que el Gobierno va surfeando bien la cosa.

Bueno, hoy por hoy hay encuestas que marcan una aprobación con lo que está haciendo el Presidente. Y otros mencionan que se dejó de lado la grieta y que hay cierto mensaje de unidad ante la pandemia y el miedo.

Con respecto a lo de la grieta, es interesante en un punto. No porque no vuelva a aparecer, pero sí porque se suspendió. Si uno ve en las redes sociales lo que se publica ahora… Bueno, hasta hace un mes, no mucho más, ¿qué teníamos? A gente que se decía peronista que le tiraba cascotazos a los que no se decían peronistas, y todo así, retórico. Y por el otro lado, la otra gran conflagración que había en las redes era la enemistad entre hombres y mujeres a partir de demandas, legítimas por cierto, con respecto a la conducta de los hombres y al sistema que coloca a las mujeres en una determinada posición.

Ese doble sistema de guerra retórica de repente desapareció, no solo porque aparece un “enemigo invisible” y silencioso que puede afectar a cualquiera, sino porque en alguna medida era todo espuma. Eran guerras retóricas, en donde las personas vehiculizaban sus frustraciones y enconos de una forma fácil e impune. Eso me resulta interesante, la percepción de que todo eso era espuma. Pero cuidado, porque es una espuma tóxica, no una espuma linda de alguna playa de la Polinesia. Es la de los ríos y los mares contaminados.

Apareció algo que puede esparcirse como un arma  arrojadiza, es decir, que puede caerle a cualquiera

Claro, ante la pandemia y el pánico todo el resto es barrido. ¿El miedo queda como sentimiento principal en todo esto?

Mirá, no creo que “el miedo” haya llegado acá. Si uno vivera en España o Italia tendría miedo. Por ahora hay una especie de expectativa negativa, la sensación de que puede ser peor. No es el miedo exactamente, sino la aparición… es como si vos estuvieras yendo a la cancha a ver a Boca y te encontrás con la barra de River y estás a punto de pelearte y de repente aparecen extraterrestres que bajan de una nave con unas armas terribles y tiran un líquido verde que mata a todos… Bueno, el problema pasa a ser el extraterrestre, no tu conflicto de costumbre entre barrios o equipos. En ese sentido hay una conciencia de que apareció algo que puede esparcirse como un arma  arrojadiza, es decir, que puede caerle a cualquiera, y no es un arma de precisión, como un drone o una bomba, que va dirigida a tal persona.

Eso es lo que produjo una especie de, por un lado, disciplinamiento bastante exitoso, porque si vos pensás, hay 45 millones de argentinos en cuarentena y unos pocos miles que la desafían. Son muy pocos. Si mal no recuerdo, dicen que hay unos 5 mil detenidos. No es tanto estadísticamente hablando. Ahora, desde el punto de vista de los derechos humanos es raro lo que ocurre, porque si Macri hubiera metido a 5 mil personas presas se lo hubieran comido crudo. E incluso si, como dicen, Alberto hubiera detenido a 5 mil, aunque no sé dónde están esos 5 mil, pero si lao hubiera detenido sin un motivo como este tampoco hubiera sido aceptable. Lo cual revela lo siguiente: no es el motivo lo que posibilita la aceptación de detenciones sino que la idea de la detención ante la desobediencia es considerado como algo legítimo.

Foto: Stuart Franklin

No hay nadie en Argentina que quiera ser pobre, todos quieren ser ricos

Hace algunos años hicimos una entrevista que salió publicada en La Nación y ahí decías: “la argentina es una sociedad que tiene sentimientos anticapitalistas pero con prácticas adaptadas a los ideales del capitalismo, una especie de paradoja que se resuelve en el resentimiento hacia el que tiene y un pedido constante al Estado para que se haga cargo y minimice los daños…”. Esa ambigüedad de la sociedad argentina, ¿cómo la ves adaptada a esta situación?

La Argentina es un país frustrado. Hace por lo menos 50 años, 40 si querés, que este país no va para ningún lado. Ha probado todo tipo de planes, y ninguno funcionó. Planes cuadrados, redondos, cúbicos, rectangulares, paralelepípedos, y no funcionaron. Eso genera, a lo largo del tiempo, una sensación de frustración y un tipo de encono particular que es el encono sin objeto, el encono por sí mismo. Lo que antes se llamaba una mufa. Entonces ese encono se descarga con el primero que pasa alrededor, porque alguien tiene que tener la culpa. A veces ese encono asume dirección o vehiculización política: contra Macri o Cristina, supongamos. Otras veces ese encono nombra un sistema: el capitalismo, el patriarcado, etc. Pero por lo general la persona enconada la única forma´que tiene es agarrársela con el más cercano, no importa quién sea: un familiar, un vecino, un compañero de trabajo. Porque, si no, el encono es muy abstracto.

Las redes sociales vehiculizan esa psicopatología, y hacen bien, porque si no estaríamos a los garrotazos. Ahora, esa frustración argentina, la de un país supuestamente rico y con recursos, grande, que tiene territorio de más y no tanta población, toda esa frustración va generando no solo un malestar político constante —con mucha presión sobre el Estado, por otra parte— sino que entra en contradicción con otro sentimiento, que es el de que la gente en Argentina es sentimentalmente anticapitalista, pero con prácticas de consumismo al extremo.

Y como consecuencia de esta paradoja, se ingresa en una especie de disociación entre la retórica y las prácticas de la población, algo que muchas veces, y sobre todo quienes promueven proyectos emancipatorios, así sean más o menos radicales, no parecen entender. No hay nadie en Argentina que quiera ser pobre, todos quieren ser ricos. Cuando escucho… y no te digo a trotskistas, sino a kirchneristas e incluso a feministas decir “hay que terminar no solo con el patriarcado sino con el capitalismo”, yo digo “pero cómo se va a hacer eso si en este país todos quieren ser ricos” (risas).

Christian, te agradecemos el tiempo y la predisposición…

Dejame agregar una última cosa, para terminar. Porque en el origen está esto. Un sistema productivo que crece y que avanza sobre la naturaleza deja a los seres humanos una sola alternativa: o ellos o nosotros. O la naturaleza o nosotros. Y ya sabemos a quién vamos a elegir.

 

Saber parar. Sobre el rol del cognitariado durante la cuarentena // Lucía Naser

En el correr de la cuarentena diferentes trabajos intentan adaptarse para ser hechos desde casa: desde ventas a enseñanza. Para muchas adaptarse no es una elección sino una imposición y se supone que a quienes se les da esa posibilidad deberían celebrar que no son echadas o mandadas a seguro de paro. Adaptarse al aislamiento y al miedo a les otres para poder seguir teniendo qué comer y que la vida siga. ¿Pero a qué precio? Mientras nos hacemos esa pregunta baja el costo de sostener locales para el trabajo y el que conlleva la existencia de vida social, desde transporte a manutención de espacios públicos. 

Traducir la vida social al plano virtual no se trata solamente de switchear nuestro estado a online. Adaptarse lleva tiempo y mucho trabajo; especialmente para aquellos para quienes esta pandemia es particularmente peligrosa: los mayores de 60. Parecería que el neoliberalismo y el coronavirus se organizaron bien para dejar fuera de juego a los más viejos. ¿Cómo responder a eso quienes sí podríamos adaptarnos?

La adaptación inmediata, sin perder el tiempo, casi sin pensar en lo que está pasando porque urge encontrar estrategias para que todo siga “lo más normal posible”, es hija de la más pura ideología capitalista: el tiempo es oro y no se puede parar. Y ciertamente el capitalismo se cae si dejamos de producir, tal como lo muestra la crisis que ya está acá a unos 20 días de iniciar la cuarentena. La imposibilidad de parar y como contracara el uso del paro como estrategia de resistencia es clave en la historia de las luchas, obreras, estudiantiles y más recientemente feministas. Hay en la suspensión de las actividades una acción potente de visibilización y movilización. El paro puede ser la creación de espacios para hacer otras cosas. El paro puede ser una medida en contra de la desaparición de nuestras subjetividades debajo del permanente flujo de mercancías, bienes, transacciones, producción, que el neoliberalismo acelera cada vez más. Puede ser la acción que desobedezca el imperativo de circular, de no ocupar, de no estorbar. Pero el paro no elegido tiene otras implicaciones que nos suenan demasiado a medidas prontas de seguridad. Y este paro del presente es impuesto en nombre de nuestra vida mientras se nos pide que sigamos produciendo. 

¿Cómo afecta esta reclusión sin paro a les trabajadores inmateriales, intelectuales, de la educación, al cognitariado? ¿Qué pasa con el “teletrabajo”? ¿Cuánto adaptarse? ¿Cuánto resistir? ¿Cuáles son las consecuencias a mediano y largo plazo? Pienso en todo esto mientras intento decidir si como docente procedo a pasar todos los cursos a virtual; nos invito a interrumpirnos; o invento algo que no tengo la menor idea de qué es. Sin quedarme sin laburo. 

Entre el cuerpo en vivo del educador y el cuerpo vivo del estudiante 

Les trabajadores no son los únicos reprogramando actividades. Desde niñes de 7 años a universitarixs, un tráfico intenso de tareas y cursos online intentan mantener ocupadxs a les estudiantes, y no perder el tiempo ni la planificación. La interrupción de las clases llega cuando recién habían comenzado y tirar a la basura las horas de armado de contenidos y horarios no es fácil. 

La enseñanza es uno de los ámbitos donde “adaptarse” a la situación requiere traducciones muchas veces imposibles y siempre llenas de dudas ¿Con qué cara voy a hablarles de la historia del ballet? ¿Cómo debatir o sensopercibirnos por zoom?. Son tiempos en que temas centrales se vuelven secundarios y en primera línea aparecen nuevas preguntas y problemas relacionadas a casi todos los campos de conocimiento. Pasar por una pandemia y/o cuarentena concierne a la medicina pasando por la sociología, la arquitectura y la ingeniería química. O sea, ¿nos ponemos a pensar?. Y entonces, quizás, la medida pedagógica más sensata sea producir y transmitir conocimiento sobre la situación. Pero ¿qué pasa si lo que sabemos es poco o nada? Y entonces, quizás, no quede otra que armar programas desde el no saber, en los que el objetivo sea investigar juntes. Para esto no basta pensar sobre la situación: necesitamos pensar en y con la situación. 

Sin este cambio de perspectiva los sistemas de enseñanza se pierden de relacionar los saberes con un presente que los necesita (creo yo que es la lección más urgente). Sin aceptar este no saber que nos trae el presente, los conocimientos pierden su pertinencia y se quedan girando sobre sí mismos; sin que podamos responder con mucha certeza sobre la importancia de su producción y transferencia. 

Pero aún si creyéramos que la educación no puede ni debe parar; y que los planes deben ser ejecutados, sería difícil negar que lo presencial y lo colectivo juegan un rol en los procesos cognitivos. Sería demencial negar que en nuestras formas de conocer y de conocernos lxs otres importan. Sería irreal afirmar que lo afectivo no interviene en nuestros procesos cognitivos. Es por esto que superar el trauma anti huelguista que nos fue inculcando la derecha y el abordaje productivista y goal-oriented de la educación, según el cual perder clase es lo peor que nos puede pasar en la vida, es urgente. Por último, el miedo a “atrasarnos” se disipa si desarmamos la concepción de un tiempo lineal, controlado y progresivo. Si esta coyuntura no nos hace soltar esa fantasía, entonces nada lo hará. Porque además, si nos atrasaramos en avanzar en la dirección en la que todo iba, ¿no sería al final de cuentas una gran noticia? 

Soy sola 

Un profesor da una clase por youtube en camisa mientras atrás su hijo pasa arrastrando un pedazo de mueble recién destruido y pinta la pared con un durazno. La clase es interrumpida por un ruido de licuadora. Hace meses no vemos espaldas, pies, nucas. Hace meses no tenemos una discusión a los gritos. Hace meses no reís a carcajadas o te emborrachas con alguien. Hace meses no nos adentramos en un espacio que nos resulte extraño, inquietante, nuevo. El espacio público no virtual ha quedado desierto como una ciudad que alguna vez habitamos pero cayó en default, como una pantalla de un videojuego que quedó atrás.Nuestras casas son nuestro trabajo, y ya no es tan fácil recibir amigues. No es factible tampoco decirle a tus jefes que no estás para atender esa llamada o responder tal mensaje. Si tu trabajo se cuenta por horas, son incontables. Pero si se cuenta por tarea no importan las horas que te lleve o lo que (te) esté pasando en el medio. No importa si no dormis o si trabajas a las 3am en algún desvelo propio del sueño cambiado. El presente podría ser descrito así en poco tiempo. 

Encerrades en casa lo doméstico y lo laboral se difuminan; lo familiar y lo profesional dejan de ser esferas separadas. Lo personal deja de ser político para volverse económico. Y dejamos de trabajar desde nuestras casas para pasar a vivir en nuestros trabajos. Si siempre es domingo, no es domingo nunca. Y esto no es solo coronavirus, es la vida en el neoliberalismo. 

Escribo esto a las 5am luego de la teta nocturna de la bebé. Cierto imaginario ya obsoleto decía que “estar en casa” era sinónimo de tener tiempo. Pero ¿cómo eran los momentos de estar en casa pre cuarentena? ¿Como son ahora? ¿Cómo serán? El tiempo no es solo una barra de segundos que se desplaza como en un video de youtube: es nuestra ancla existencial y la vida toda se desquicia cuando él se desordena. 

Y en medio del desorden, cuando hace un par de semanas se cancelaba todo y la gente empezaba a irse al seguro de paro o directamente a quedarse sin laburo pensé: qué bien la hicieron (hicimos) les trabajadores inmateriales/intelectuales. Unos días después, observando los efectos que el teletrabajo, la sobreexposición a las redes y el encierro producen, mi pensamiento fue bien otro: qué mal la hicimos!

El corazón acelerado, la vista cansada, mensajes que llegan por cinco redes diferentes mientras la pc se tranca, la memoria se llena y se cae Internet. El símbolo de cargando gira por eternos segundos mientras ves pasar la mañana, la tarde, y se hace la hora de la siguiente reunión. De repente te das cuenta de que se te parte la cabeza, tenes el cuello como una roca, hace una hora que estas gritando a la pantalla y por algún motivo que no sabes explicar estás re quemada con todo y todes. 

¿Qué tipo de sociedad emergería de ser el tele trabajo una realidad ya no temporal sino permanente? ¿Qué le pasa a largo plazo a un cuerpo que no convive con otres? ¿Y si luego de sufrirlo esto llegara a gustarnos? ¿Si nos acostumbráramos a las pantuflas perpetuas, a la cercanía de la cama, a chatear sin que sea de canuto, a masturbarnos en el break? 

Los condenados de la pantalla 

Pero tampoco demonicemos la virtualidad. 

El mundo se ha vuelto un lugar horrible; la presencialidad es una experiencia intensa; te compromete y vulnerabiliza. La soledad tiene márgenes de acontecimientos posibles muchísimo menores que cuando estamos con otres y por eso “cansa menos”. Desde casa controlamos qué parte de nosotres se ve y cual no, podemos dar cualquier excusa para ausentarnos o desaparecer, el afuera está lejos y les otres también pero aún así accesibles. Al final ¿no es mejor así? Pensamos mucho en cómo son esta nueva distancia y el aislamiento obligado pero quizá este momento es también para pensar qué nos pasa cuando estamos en contacto. Al final de todo esto ¿quienes dirían que sí, si se les ofreciera quedarse en casa definitivamente? Con el tiempo y si no es vivido como imposición, una puede acostumbrarse. 

Un efecto de la virtualidad y las posibles consecuencias de adaptarnos a ella es cierta homogeneización de nuestro entorno. Internet siempre está ahí, igual de brillante, con las mismas interfaces y colores, con el mismo formato para todos los perfiles, con la misma velocidad a cualquier hora del día. Un hola es igual escrito por un desconocido que por tu mejor amiga. Un necesito ayuda suena igual escrito por alguien desesperadx que por alguien que la lleva más o menos bien. 

Y es que aunque parecería que la individuación radical es hacia lo que empuja esta vida en las redes, es posible que lo que se produzca finalmente sea otro efecto: la despersonalización. La misma a la que nos viene habituando el mercado laboral pero ahora extendida a nuestras relaciones. Todes online. Todes posteando. Todos viralizando el mismo meme. Participando del mismo challenge coreográfico. Como dice un amigo “voy por ahí dando like a todo lo que es cosa”.  Individualización y soledad; y despersonalización y anonimato, son por lo tanto dos variables que se van retroalimentando. Si hablamos de alianzas impredecibles… ahí hay una. 

Otro efecto es el aplanamiento del mundo que nos propone con nuestro entorno un vínculo de tipo touchscreen. Tocamos algo que no nos toca. Movemos ítems que no nos mueven. Interactuamos con un mundo que no nos mancha. Ni nos infecta. Donde el off o el restart están a la orden del día pero luego del reinicio todo seguirá ahí. Lo más grave y lo más banal tienen el mismo espacio en tu feed de noticias. Una notificación puede informarte de que alguien pensó en vos o que estás despedida. 

En su visita a Montevideo hace un par de años, recuerdo que Bifo dijo que los trabajadores de la red, o el cognitariado, serían los capaces de desencadenar una revolución. Que la alianza entre capitalismo y cognitariado podría estar en crisis, amenazando la inteligencia necesaria para que a largo plazo el sistema sea funcional. En el momento me pareció raro. Hoy, cuando un tercio de la población mundial está encerrada en sus casas o expuesta a la enfermedad sin elección de cuidarse, es claro que tenemos que preguntarnos qué rol vamos a jugar en la continuidad o interrupción de este pacto. ¿Cuáles teletrabajos son esenciales (porque sí los hay) y cuáles podrían esperar o tomarse tiempo para otras cosas, dejar vacíos donde crezcan otras? Podríamos reconvertir nuestro trabajo sin que peligren nuestros cuerpos, pero quizás somos cada vez más esclavos de lo que nos salva, 

Todos los cambios han sido guardados 

Para pensar en cuánto adaptarnos y cuánto resistir y cómo, no sólo hay que pensar en qué se produce durante el aislamiento/pandemia, sino en qué se estaba produciendo ahí en nuestras presencias, en aquello que añoramos llamándolo “normalidad”. Lo que vivimos y lo que vendrá es algo más que una dicotomía online / offline, presente / ausente. Atravesamos una situación en la que relaciones sociales y modos de producción cambian y nos cambian. En la que en el silencio embarullado de este aislamiento social, quizás se dejen escuchar otras preguntas. ¿De qué estamos ausentes exactamente? ¿Qué límites tiene la flexibilización laboral? ¿Qué pasa si la tristeza baja la productividad o la capacidad cognitiva? ¿Puede extenderse el ancho de banda de la eficiencia de nuestras interacciones sustrayendo el encuentro? ¿Están dadas las condiciones para una vida en comunidad en el aislamiento? ¿Qué comunidad es esa? Mi sensación es que sin cuerpos y afectos o la promesa de su próximo reencuentro, no hay community manager que resista.  

Cuando entramos en pánico sobre este distanciamiento social recurrimos a pensar ¿Cuánto tiempo es sostenible? No puede ser sostenible por mucho tiempo. Quizás tenemos que dejar de darnos tranquilidad con ese pensamiento y pensar que es más sostenible de lo que creemos. Y también que, incluso cuando acabe, todo habrá mutado. Porque en este período excepcional nuestras relaciones ya se están modificando, lo que es admisible o no ya se está transformando, el pensamiento sobre qué es aprender o enseñar ya se está transformando, nuestra experiencia del tiempo también. Lo que conocemos estructura nuestros hábitos

Lo que vivimos nos transforma. Luego de pasado este tiempo habremos encontrado estrategias que quedarán ahí, habremos ganado y perdido habilidades que quedarán ahí y también olvidado cosas, adquirido hábitos. 

Cuanto antes nos demos cuenta de que no va a volver el “como antes”, más aprovecharemos el durante. Si este presente no es elegido empecemos a pensar cómo tener un rol más activo en la construcción de lo que vendrá. Que ya está acá. Y nos enseña. 

Cuarentena. Crónica del séptimo día // Natalia Gennero

Llevamos siete días de aislamiento en un hotel. Hace una semana llegamos a Ezeiza desde San Pablo. Antes de salir, amigues nos avisaron que desde el día anterior a las personas que llegaban de zonas de riesgo, tuvieran o no síntomas del virus, el Gobierno de la Ciudad las alojaba en hoteles hasta que cumplieran 14 días de cuarentena.

Hubo aplausos cuando aterrizó el avión. No era un vuelo de repatriación, pero la mayoría de les que viajábamos habíamos quedado varades en algún lugar del mundo y, finalmente, conseguido volver al país en ese vuelo de una compañía africana. San Pablo-Buenos Aires en una aerolínea de Etiopía, que haya sido nuestra única opción no eclipsa la extravagancia. 

Las azafatas nos pidieron que llenáramos un formulario sobre nuestro estado de salud y esperáramos sentados. Subieron un chico y una chica recubiertos de nylon con barbijo y antiparras. Recolectaron los papeles y nos dijeron que íbamos a ir bajando en grupos. Armamos una fila para entrar al aeropuerto y pasamos guardando distancia por unos escáneres que miden la fiebre.

“Vayan formando del lado derecho los que tienen residencia en Ciudad de Buenos Aires y del lado izquierdo los que viven en provincia”. Del lado izquierdo no supimos más. Como la disposición del encierro hotelero está vigente sólo en ámbito porteño, entiendo que se habrán ido a sus casas. En este contexto surrealista, nada podemos garantizar.

Recién ahí, a dos horas de haber bajado del avión, nos avisaron que nos iban a llevar a un hotel. Mucha gente se enteró en el momento. Llamado de una señora a su familia, otro cancela un taxi, un pibe se preocupa por su perrito, llanto de una chica que está sola. Tres horas después nos estábamos bajando de un colectivo en la puerta de un hotel del centro. Eran las 12 de la noche, estábamos en Argentina. 

Nos tocó una habitación en el piso 17. La vista de la ciudad es impresionante. Debe ser que con la merma en la circulación de humanos el cielo se limpia. Vemos todo. A Evita en el Ministerio de Desarrollo Social, el Palacio Barolo, la cúpula verde del Congreso, el edificio de Tribunales, entre otras atracciones de este citytour aéreo. La inmensidad contrasta con la estrechez de la habitación, donde entran ajustadas dos mesas de luz, una silla y una cama. Pasamos más de la mitad de nuestras horas de vigilia mirando por la ventana. 

Leímos en los diarios que, si no teníamos síntomas, cumplidos dos días de hotel nos dejaban continuar la cuarentena en nuestras casas. Al día tres seguíamos encerrades en el cuarto sin que nadie nos explicara nada. Vienen personas del gobierno a traernos comida y otres con trajes de astronautas a desinfectar, pero nadie tiene un mensaje para darnos.

El segundo día escuchamos golpes en las paredes, se le sumaron otros ruidos metálicos, gritos, aplausos. “Me quiero ir a mi casa”, una voz grave de un piso de abajo. Desde ese día, al menos una vez a la mañana y otra a la tarde hay una especie de cacerolazo. Prejuicio mediante, pensamos: “gente que viene de Miami”. Hoy se le sumó la marcha peronista tocada en vivo con trompeta.  

Los días fueron pasando uno bastante igual al otro. Hay cambios mínimos, alrededor de cada cual armamos cadenas causales más o menos imaginarias (tenemos poco acceso a fuentes confiables). En vez de dejarnos la comida en el suelo, empezaron a dejarla arriba de una silla. En vez de una persona de desinfección, ahora vienen dos. En vez de encerrarnos en el baño para desinfectar, nos piden que nos subamos a la cama. Un día nos trajeron una lavandina. Al día siguiente, un balde.

Según lo que pudimos conversar con el personal del gobierno y del hotel, los procedimientos se van ajustado porque hay gente que se queja de todo: de la comida, de la limpieza, de la alfombra, de la ventilación. Nuestra opinión es que la comida es más variada que en nuestra casa y al resto ni se nos ocurrió pensarlo.

El problema no es ni la comida, ni la limpieza. El problema es el espacio. Entiendo que es un tema de salud pública. Que hay quienes no cumplieron la cuarentena. Que es una medida preventiva. Estoy de acuerdo. Nada de eso aplaca mi fantasía de salir corriendo. Abrir la puerta, caminar por el pasillo, las escaleras, el hall de entrada, la vereda. Salir a la calle. Correr.

Voy a cumplir la cuarentena donde me toque y después, el aislamiento. Lo que me inquieta es la plasticidad. La capacidad que tenemos de adaptarnos a condiciones hostiles. A la prohibición del desplazamiento. A la reducción de los movimientos al mínimo. A la atrofia de todos los músculos. A la respiración corta. No le encuentro otra salida que quedarme parada, esperando que algo llegue. Admiro a las plantas, que se despliegan estáticas.

Escribo en un gesto testimonial. No creo que sea importante lo que pasa acá adentro. Importante es lo que pasa en interiores estallados ya desde antes, que ahora el encierro obliga a habitar. Tensiones, precariedades, violencias de las que no quedan casi chances de zafar en este momento. Porque la pandemia, como todo, no nos afecta por igual.   

Llevamos siete días de aislamiento en un hotel. Hace una semana entramos a esta habitación.  Las nubes se mueven sobre los edificios. Uno de los chicos con look de astronauta pasa un trapo por todas las superficies. Le hacemos un chiste porque su traje tiene un agujerito en el codo. Se ríe. Un punto para nosotres. Es nuestra única visita. 

 

 

 

Vivencia y experiencia en la crisis del coronavirus // Amador Fernández-Savater

Un amigo por watsap durante una conversación matutina: “esto es lo más profundo colectivamente que nos ha pasado en varias generaciones”.

Intercambiamos algunos mensajes más a partir de esta afirmación. Yo interrogo la noción de experiencia: ¿es lo que nos pasa o algo más? Y también la cuestión de lo colectivo: ¿es lo que nos pasa a todos a la vez u otra cosa?

La respuesta queda en el aire, como tantas cosas hoy. Mi amigo J. tiene que atender a su madre mayor en casa. Yo, con menos obligaciones, decido aprovechar el tiempo suspendido para seguir derivando sobre las preguntas que se nos han abierto juntos.

Recurro a otro amigo, uno de esos a los que no conoces más que a través de los libros pero que a veces hacen más compañía que tantos vivos cercanos: el pensador argentino Ignacio Lewkowicz. Busco en él no tanto respuestas como buenos términos para plantear la pregunta, mejores herramientas para escuchar y atender la realidad. Me suena que Ignacio tiene cosas sobre esta cuestión, rebusco por la biblioteca y doy con ello.

En el librito Del fragmento a la situación, que Ignacio escribió con Mariana Cantarelli y el Grupo Doce, se puede leer que “tener una experiencia es hacer algo con lo que te hace”. Habría entonces una distinción entre, digamos, vivencia y experiencia. Una diferencia seguramente con su punto de abstracción, porque en la realidad está todo más mezclado, pero que puede ayudarnos a pensar y refinar la percepción.

Vivencia es lo que nos pasa, la huella o el reflejo en nosotros de lo que pasa. Vivencia colectiva es aquello que nos pasa a todos juntos o a la vez. Pero una experiencia sería distinto: no sólo una huella que refleja lo que pasa, sino más una marca que inscribimos nosotros, como un tatuaje. Producir esa marca a través de algún tipo de “nosotros” sería una experiencia colectiva.

Esta situación de crisis por el coronavirus, ¿es pues una vivencia o una experiencia? Es decir, ¿somos contemporáneos de algo o estamos “haciendo algo a partir de lo que nos hace”? ¿Es una situación que padecemos o una situación que logramos elaborar con sentidos propios,habitar?

Hasta las 11.00 no bajo al mercado de barrio -siempre vacío, al revés del supermercado, ¿por qué?-, así que prosigo un rato más pensando con Lewkowicz.

Encuentro en el mismo libro otro juego conceptual que puede llevarnos más lejos aún: la distinción entre “subjetividad instituida”, “envés subjetivo” y “subjetivación”, tomando la subjetividad en su sentido más general y sencillo: maneras de ver, de vivir, de actuar, de sentir y de pensar.

La subjetividad instituida es la serie de operaciones que debemos hacer para formar parte de una cierta lógica, la serie de comportamientos obligados para adaptarnos a una situación. Subjetividad instituida = adecuación.

El envés subjetivo es la distancia, el hueco o el agujero que se abre entre la norma y nosotros: dudas, malestares, preguntas, todo aquello que en nosotros no encaja, no cierra perfectamente y de alguna no se deja gobernar. La subjetividad instituida no es total, ni acabada y perfecta, siempre tiene un “resto”. Envés subjetivo = inadecuación.

La subjetivación es equivalente a lo que antes nombrábamos como “hacer experiencia”: una reapropiación subjetiva de un dato objetivo; no solamente sufrir lo que pasa, sino cambiar la manera de relacionarnos con lo que pasa. Es un exceso, un plus, un desborde de la subjetividad instituida. La subjetivación abre un tiempo-espacio distinto al obligado, inventa otros recorridos, abre otros posibles. Subjetivación = transformación.

La subjetivación colectiva es un proceso de transformación de la situación objetiva -dada, inalterable, cerrada- en situación habitable, modificable, resignificable. A través de la aparición de un “nosotros”, un espacio abierto de participación, una cierta comunidad. El nosotros de una “generación”, dicen Lewkowicz y el resto de los amigos de pensar. Luego volvemos sobre esto.

Conversación con mi madre y con amigos: mi madre, sujeto de alto riesgo en zona de alto riesgo, está tranquila y serena; los amigos, a los que el peligro no ha tocado aún, andan muy nerviosos en general. Reparto consejos de impasibilidad estoica como si fuera Marco Aurelio -vivir el presente sin proyecciones, preocuparnos sólo de lo que está en nuestra mano, trabajar sobre nuestra propia interpretación de lo que pasa-, pero en realidad la procesión va por dentro.

Entonces, ¿estamos ante una experiencia colectiva? Leo en la prensa (hay tiempo hasta para leer El País…) a dos intelectuales hablar al respecto.

El escritor Antonio Scurati dice que sí, que de hecho es la primera experiencia colectiva de los nacidos a principios de los años 70, la primera vez que pueden experimentar el sentimiento de pertenencia a un destino. Sin embargo, acaba su artículo celebrando “la decisión política que ha transformado Italia entera en una zona roja contra la arbitrariedad de las personas, su pánico e irresponsabilidad”. No parece muy claro de qué “comunidad política” se trata entonces, ¿simplemente la de asentir pasivamente a la decisión de un gobierno (sea acertada o no)? ¿La experiencia de la obediencia, la comunidad de los obedientes? No me parece muy convincente.

El ensayista Byung Chul-Han dice que no, porque la situación que vivimos “nos aisla e individualiza. No genera ningún sentido colectivo fuerte. De alguna manera, cada uno se preocupa sólo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa”. Han parece pensar que la situación objetiva no permite ningún tipo de apropiación subjetiva o de transformación, es una pura determinación y en ningún caso una condición que permita la acción. Tampoco me convence.

Yo por mi parte diría: no se sabe. Estamos en un proceso abierto que se trata de escuchar y en el que se puede intervenir.

Pero lo que me parece seguro es que la zona del “envés subjetivo” está hoy muy poblada. Y es justo ahí donde puede nacer el imprevisto político.

Un poco de ejercicio, limpieza, lectura… ¡No voy a derrumbarme por pasar unas semanas encerrado en una casa equipada con todo el confort moderno! Pienso en historias inspiradoras que me den ánimo, valor y ejemplo. ¡Gramsci en la cárcel! La lectura y la escritura como forma de vida, como forma de habitar creativamente el tiempo suspendido, como disciplina de la atención. Contra la dispersión, el desánimo, la entropía…

¿En qué sentido decimos que el envés subjetivo es hoy una zona muy poblada?

Las medidas de excepción decretadas suponen una interrupción radical del sentido de la vida cotidiana: el trabajo, los niños, los vínculos, las logísticas cotidianas, los cuidados, la movilidad… Nos vemos enfrentados abruptamente a mil situaciones nuevas. Es posible intentar seguir una serie de instrucciones y realizar las operaciones que nos permiten adecuarnos a la situación, pero en realidad por todas partes se abren dudas, problemas, preguntas, fisuras. No encajamos. Las singularidades de las formas de vida -condiciones, contextos, inclinaciones- no encajan en la norma universal homogénea decretada. En cada una de esas preguntas y dudas que se abren -¿cómo ocuparme de los míos? ¿Cómo no perder la cabeza? ¿Cómo entender autónomamente lo que pasa? ¿Cómo hacer algo al respecto?- se decide una forma de vida, se vislumbra un mundo. Lo ínfimo es de nuevo lo más político.

Un ejemplo entre un millón. Amigas madres, amigos padres, educadores con los que hablo estos días me transmiten esta pregunta: ¿qué hacer con los niños en casa? ¿Cómo no llenarles simplemente el tiempo vacío? ¿Cómo explicarles lo que ocurre y darle un sentido? Es posible “comprar” las respuestas prêt-a-porter -una lista infinita de tareas o deberes online, el relato de guerra contra el virus malvado que ha desplegado el gobierno-, pero tal vez ni siquiera podamos costear esa opción o simplemente no nos convenza. ¿Entonces? Hay que pensar e inventar, porque lo dado no alcanza. Todo el mundo está pensando e inventando hoy, aunque lo que más circule como “pensamiento” sean los artículos de opinión asociados a nombres conocidos.

Preguntas, agujeros, fisuras: el “envés subjetivo” está hoy más lleno que nunca. Ni siquiera la obediencia es obvia estos días. No obedecemos sólo porque lo mande el gobierno o la policía, sino que hemos escuchado también el llamamiento de los trabajadores sanitarios a quedarnos en casa para no multiplicar el contagio, para no poner en peligro el sistema de salud y la atención a los más vulnerables. Sin duda los trabajadores sanitarios son estos días el polo de identificación sensible más fuerte, la voz más creíble, seguramente porque están poniendo el cuerpo al extremo, con la vida al descubierto.

La subjetividad instituida vacila. La zona de inadecuación se amplía. En el envés bullen no sólo los malestares, sino también mil prácticas -abiertas o clandestinas, grandes o minúsculas- que “hacen con lo que nos hace”: prácticas de cuidado, de apoyo mutuo, de autoorganización, de supervivencia, etc. En ese envés está el humus de una posible subjetivación colectiva o de una “politización” de la crisis, si se quiere hablar otro lenguaje. Como el 13M de 2004 se “politizó” la situación creada por la gestión mentirosa que hizo el PP del atentado de Atocha, como el 15M de 2011 se “politizó” la situación creada por la gestión neoliberal de la crisis económica por el PSOE: desafiando y desbordando los sentidos establecidos, transformando las maneras de ver y sentir, alterando los nombres y las descripciones propuestas desde arriba (“¿Quién ha sido? Queremos la verdad”, “No es una crisis, es una estafa”, etc.).

Oigo gritos en la calle y me asomo, alguien reprende a un caminante desde un balcón. Se arma una pequeña gresca fea. ¿Son a su modo los “policías de los balcones” un proceso de subjetivación aunque sea “oscuro”? No lo creo. Más bien me parecen la cara B del relato de guerra que se ha empeñado en desplegar el gobierno del PSOE, una especie de plus subjetivo al discurso de movilización total contra el virus (ojo con los desertores, con los malos soldados…). No veo dudas, no veo preguntas, no veo envés subjetivo, no veo invención.

Por último la cuestión generacional. Según Lewkowicz, una generación no es una cuestión cronológica, sino un nosotros que se crea a partir de un problema. Que se apropia de un dato objetivo y lo convierte en una situación habitable: alterable, resignificable, modificable. Un nosotros, es decir, no un público de votantes, de espectadores o de consumidores, sino una fuerza colectiva, una superficie sensible, una nueva piel. Un nosotros que no preexiste a sus operaciones, sino que se configura a través de ellas. Y que puede incluir por tanto, quizá paradójicamente, a gente de distintas edades. A cualquiera que se sienta interpelado por esa apropiación, por esa creación de experiencia.

Scurati piensa la generación como una especie de padecimiento colectivo de una “buena decisión”, la gestión del gobierno italiano frente a la “irresponsabilidad de la gente”.

Han piensa que ningún nosotros puede surgir de aquí, porque la situación que vivimos está cerrada, clausurada. No hay modo de “hacer experiencia” en ella. Sólo cabe la obediencia: aislamiento y pasividad.

Habitar la situación sería por el contrario producir un exceso: una creación de sentido más allá de los sentidos impuestos (del relato de la guerra, por ejemplo). Un sentido que no es sólo “significado discursivo”, sino que arraiga en lo sentido, en los sentidos. Esa creación de sentido es imprevisible, no se puede anticipar. No se puede conocer de antemano su contenido, la naturaleza de sus preguntas, sus modos de organización, sus estrategias y objetivos. El proceso de subjetivación es siempre una sorpresa. Podemos, eso sí, no limitarnos a denunciar al poder y sus abusos, sino estar también a la escucha y atentos a ese envés de la experiencia.

Fuente: Filosofía Pirata

El retorno a la normalidad // Liliana Buitrago (Observatorio de Ecología Política de Venezuela)

Veníamos de dar una vuelta, ayer justo –¿o no fue ayer?, ¿hace una semana?, ¿dos?–  nos juntábamos los amigos como cada semana. Lo absurdo de la situación aún me espanta. “Ya nada es normal“, comenta la gente.

El tiempo de confinamiento en casa, distanciamiento social, cuarentena (indefinida), aislamiento voluntario, o como se le llame, es un tiempo que nos hace pensar en lo que deseamos y no podemos hacer –lo que hacíamos y ahora añoramos–, pero que pensamos podremos hacer luego de esta contingencia. También en lo que estamos considerando y naturalizando,  haciendo  normal, en el tiempo presente. Es decir, lo normal que pertenecía a nuestros hábitos y lo que vamos normalizando en el día a día, algo más perecido a lo normal como definido en la acepción 2 de la RAE:

NORMAL

Del lat. normālis.

  1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural.
  2. adj. Habitual u ordinario.
  3. adj. Que sirve de norma o regla.
  4. adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

Sobre la primera acepción quisiera señalar que los procesos de naturalización, normalización,  no se dan de forma individual sino colectiva y en contextos en donde existen desigualdades en la oportunidad de exponer, visibilizar y hacer circular nuestras visiones del mundo. Es decir, lo que se logra naturalizar o considerar como normal se encuentra atado y condicionado por relaciones de poder (poder decir-comunicar por ejemplo) y a las normas que señalan las acepciones 3 y 4 ¿Quién fija las normas y reglas? Este es un tema ampliamente abordado en las ciencias sociales, la filosofía, los estudios culturales y las ciencias del lenguaje. No nos alcanza este texto para exponerlo a profundidad. Sin embargo, nos conecta globalmente una profunda sensación de extrañar y el deseo por el retorno a la normalidad, pero, ¿cuál normalidad?

Confinada a ser maestra y madre a tiempo completo sin remuneración por ello –y sin culpa por no romantizar el tiempo que ahora paso con mis pequeños– me pregunto, ¿hasta cuando seremos los mismos de siempre los que paguemos las inequidades del sistema?, ¿estamos ante una nueva forma de reproducción del capitalismo?, ¿cuánto confiamos en el Estado?, ¿cuánto en nosotros mismos?, ¿hasta qué  punto es esta una vida vivible?[1].

Tenemos una pequeña red en un chat en un servicio de mensajería. En él posteamos cualquier recurso que podemos para ayudarnos en la tarea de ser maestrxs por obligación. Las madres, y uno que otro padre, envían además mensajes optimistas, otro tipo de mensajes no son muy bien aceptados. En el otro chat está la ayuda psicológica, mientras, la comida sigue alcanzando. Pero, hace rato que no alcanza, hace rato que hay una desigualdad profunda en el acceso global a la comida y nadie decretó una emergencia ante ello ¿Es eso normal?

Jesús vive en una de las esquinas de San Bernardino. Su colchón está más allá de la segunda acera, detrás de la pared con el árbol seco de mengua. Cada mañana espera que llegue la cena que baja y se recolecta por el bajante de los once pisos del edificio contiguo, tal vez hoy haya suerte y venga alguna mascarilla por allí para que la patrulla no vuelva a molestarle.

Cada Estado maneja la situación por su cuenta, bajo fuertes presiones políticas y económicas particulares que le hacen aplicar políticas globalmente discontinuas, irregulares y diversas, por ello la cooperación internacional ha sido frágil, muy frágil. La institución con algo de legitimidad – y menos mal que aún existe algo con legitimidad en medio de la administración global de este desastre humano –, la OMS, depende del sector privado. Un 80 % de los recursos de esta institución provienen de donaciones, empresas y fundaciones privadas[2]. Entiéndase bien, el valor de la solidaridad en lo público no existe bajo el neoliberalismo. Estamos sufriendo una pandemia de inoperancia del cuido global que se delegó a los Estados y con los que aún, parece que de manera global, contamos como especie para salvar la situación ¿Es normal que no se pongan de acuerdo en nombre de una falsa soberanía, mientras se instalan lentamente zonas de sacrificio mundiales? Por ejemplo, el plan de respuesta humanitaria de la ONU para la gestión de la coronacrisis[3] señala zonas de mayor vulnerabilidad, zonas que podrían dejar a Italia o Estados Unidos detrás en el cálculo de muertes y enfermos con el virus, y entre las que se encuentra Venezuela ¿Será normal que a sabiendas de que estas zonas son más vulnerables no se esté actuando coordinadamente para atenderlas? ¿Puede el estado de excepción pasar a ser la normalidad? ¿Desde hace cuanto esto es así ya?

Salir en las mañana para Mirian, que vive en Catia, no es asunto fácil, desde hace unos años el hospital es una sala vacía sin posibilidades y recursos para hacer lo que aprendió de sus maestras enfermeras: cuidar. Sin embargo se le hace más sencillo en la calle donde vive, allí su vecina le cuida a la niña, la abuela Carmen le ayuda con el almuerzo para llevarse todos los días y ella a cambio trae unos limones y fruta en la tarde para aliviarles el susto a las viejas. No se sabe si el brebaje funciona pero de que vuelan vuelan.

En la línea del frente, como señala David Harvey[4], están los obreros de la salud, los que ponen el cuerpo para cuidar a los enfermos de la pandemia. Ahora mismo en EEUU, el país con mayor cantidad de casos con coronavirus en el mundo, hay profesionales de la salud que no han podido hacerse las pruebas y reclaman cómo el trato es diferenciado por clase, fama, y las típicas formas de diferenciación que la ficción del estado de bienestar no visibiliza. En algunos países se ha denunciado cómo se hace selección de pacientes a atender o dejar morir, en una operación naturalizada como ¿cuido biopolítico? –¿del sistema económico? – en donde son evaluados como más valiosos los jóvenes  – ¿por quienes?– Uno se pregunta: ¿quién y cómo se estableció este criterio? ¿No debería ser normal que todos sean salvados?

Pierre teclea en la punta de sus dedos la nota de esta semana, le alivia seguir desde casa en el trabajo de redactor al que casi renuncia el mes pasado. Nadie como él escribe mejor sobre salud y espectáculos. El cantante en terapia intensiva, el rey sin corona, la cantante comunista. Por lo menos mientras siga la crisis, y el internet que nunca le falla, habrá trabajo. Esta semana tiene buenas fotos de las salas de emergencia, lástima que la mejor se la rechazaron porque el medico no tenia mascarilla. La infodemia[5] avanza.

Estamos en plena saturación mediática del acontecimiento al punto que no podemos ver más abajo del nivel de saturación cómo se desarrolla en este momento una guerra por el petróleo en el seno de la OPEP, cómo se suben los aranceles tributarios en Venezuela, cómo siguen avanzando los femicidios, o cómo se siguen asesinando a líderes ambientales en Latinoamérica, por ejemplo.

Por otra parte, el relato del héroe, con el que las redes nos inundan, pasa por debajo de la mesa que las profesiones del cuido (enfermerxs, maestrxs, bomberxs, por nombrar a algunxs) son, en especial en Latinoamérica, muy mal pagadas en el mundo. Sin contar que el trabajo de reproducción de la vida en los hogares –mal llamado doméstico– no es remunerado, estando a la base de la reproducción misma del capital.  Cuando se nos confina al espacio privado de nuestras casas, en especial para aquellos avocados al cuido de niños, ancianos o enfermos ¿cómo puede ser normal o esperable que este trabajo sea sostenible sin una remuneración por dicho trabajo? Ya se han activado campañas mundiales, como en el Reino Unido o Ecuador, exigiendo el pago equitativo de una cantidad de dinero fija mientras dure la emergencia, para mantener la vida de cada ciudadano.

Elisa se levanta cada mañana a pie del Ávila, mira al cielo que nota cada vez más azul y transparente. La ausencia de tráfico ha dejado a la ciudad y su cielo más limpios. ¿Será verdad lo de los delfines en Venecia?, se pregunta. En su casa de 200 mts cuadrados, vive con su pequeño (en el edificio continuo a la acera donde vive Jesús). Le ha pedido a Ana que se quede en casa para ayudarla en la limpieza y que esta vez se traiga a su hijo con ella para que el pequeño tenga con quien jugar. Ana piensa en su gente mientras limpia la casa con cloro para que el virus no los toque nunca, en el asma de su niño, en su hermana que cruzó la frontera hace unas semanas y de la que no tiene noticias, y en cómo los abuelos deben estar preocupados. Piensa, a lo mejor será como la semana del apagón[6] y regresarán pronto a verlos, ¿o no?.  Estamos aprendiendo a lidiar con la incertidumbre desde donde nos conectamos. ¿Era normal vivir conectados en la incertidumbre?

La OPS y la OMS identificaron que entre las principales amenazas para la salud en 2019 se encontraba una posible pandemia por influenza, aunado a la contaminación del aire y el cambio climático (nueve de cada 10 personas respiran aire contaminado)[7]. La pandemia actual es solamente un aspecto de la crisis civilizatoria producida en el marco del Antropoceno / Capitaloceno; junto a la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, los incendios globales, todos conectados[8]. ¿Es normal que ya sabiendo lo que iba a pasar algo así, no estuviésemos preparados o en mejores condiciones para afrontar la emergencia?

El capitalismo se está adaptando a un ritmo bastante predecible. En un clic las marcas mundiales modifican sus logos para expresar el distanciamiento social[9], un síntoma de que el sistema muta para perpetuarse y que el distanciamiento es ya una forma de consumo.

Mary recogió hoy temprano por la lluvia. Como no hay clases no está yendo a la escuela. Dar clases de de wayuunaiki en el patio se le hace más agradable, aunque el descanso hoy le ha hecho bien. Tiene ya 12 alumnos de la comunidad y algunas semanas con malaria. El agua no llega lo suficiente para mantener la siembra y la cabecera del río se está secando. Levantarse mañana a seguir sembrando en la cabecera para que no se seque es vital.

El retorno a la normalidad ¿Cuál? La vida que llevábamos antes de la cuarentena y la que ahora tenemos son vidas no vivibles. El quiebre en el tiempo de la producción económica capitalista nos confronta a pensarnos nuestro lugar en la reproducción de la vida. La reestructuración requerida para generar las transformaciones que nos hagan revertir la profunda desigualdad – hoy más evidente que nunca- las injusticias sociales, las injusticias climáticas, la no futurabilidad, la guerras de salud, la imposición del crecimiento sin límites y la incomprensión de la diversidad de formas y modos de vida no solo es urgente, sino impostergable. No podemos seguir imaginando la vuelta a la normalidad sin cuestionarla. Como señala Carmona[10], “la pandemia actual es el signo de que la naturaleza se ha vuelto un agente histórico, con el que hay que contar de aquí en adelante“.

Vivíamos/¿vivimos?/¿mal vivimos? en un mundo axiomáticamente condicionado al desarrollo, y es precisamente bajo este axioma que la normalidad que extrañamos e impera en los imaginarios globales no es posible porque es paradójicamente la causa de la contingencia que atravesamos ¡El retorno a la normalidad es hoy el mayor de los riesgos!

Por la vuelta a la normalidad aboga hoy la corporatocracia mundial que hoy exige la vuelta de los trabajadores a sus puestos de trabajo[11]. Si la vuelta a la normalidad implica dar la vida y poner el cuerpo para salvar un sistema económico de muerte, decimos no al retorno a esa normalidad.

Mientras, extrañamos los cuerpos de nuestros amores, el encuentro con los otros y deseamos pronto volver a vernos sin la mediación de una pantalla.

 

[1] Para Orozco (2012) , desde la economía feminista, la discusión sobre la vida vivible, la vida que merece la pena ser vivida implica abrir un debate en torno al buen vivir partiendo del reconocer la vulnerabilidad, la interdependencia y la ecodependencia. Ello conlleva a establecer las condiciones de posibilidad de la vida y cómo colectivizar las responsabilidades de garantía de esas condiciones de posibilidad. Disponible en: https://rebelion.org/de-vidas-vivibles-y-produccion-imposible/

[2] Dardot y Laval (2020) https://aterraeredonda.com.br/nada-podera-ser-como-antes/

[3] http://onu.org.ve/para-combatir-el-coronavirus-a-nivel-global-la-onu-lanza-un-plan-humanitario-de-2000-millones-de-dolares/

[4] http://www.sinpermiso.info/textos/politica-anticapitalista-en-tiempos-de-covid-19

[5] Franco Berardi (2020)  https://lobosuelto.com/cronica-de-la-psicodeflacion-franco-bifo-berardi/

[6] En Venezuela hace una año ya que el servicio eléctrico colapsó por más de una semana en Caracas y por mayor cantidad de días en otras zonas, dejando a el país entero sin luz, este episodio se recuerda como “el apagón² y marca un hito en la historia de la crisis económica reciente en el país.

[7] https://www.paho.org/hq/index.php?option=com_content&view=article&id=14916:ten-threats-to-global-health-in-2019&Itemid=135&lang=es.

[8] Para un análisis de estas conexiones en clave ecopolítica recomendamos las lectura de

Kothari, Escobar, Salleh, Demaria y Acosta (2020) https://www.opendemocracy.net/en/oureconomy/can-coronavirus-save-planet/

Terán Mantovani (2020)  http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/el-coronavirus-mas-alla-del-coronavirus-umbrales-biopolitica-y-emergencias/

Francisco Javier Velasco (2020)  http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/un-estornudo-que-sacude-al-mundo-algunas-consideraciones-en-torno-al-coronavirus-la-crisis-civilizatoria-y-el-colapso-global/

Elsa Gabriela Rodríguez Pérez (2020) http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/26/coronavirus-conexiones-ocultas-narrativas-entretejidas/

[9] https://www.marketingdirecto.com/anunciantes-general/anunciantes/mcdonalds-deja-corra-aire-entre-arcos-amarillos-parar-pies-covid-19

[10] https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/componer-con-gaia-el-problema-de-la-libertad-en-tiempos-del-coronavirus

[11] https://www.eldiario.es/internacional/coronavirus-EEUU_0_1009649972.html

 

«La forma en que el Gobierno de Chile ha enfrentado la pandemia es de un absoluto desprecio por la vida» // Entrevista a Alondra Carrillo y Javiera Manzi, voceras de la Coordinadora Feminista 8M

La Coordinadora 8M elaboró el plan de emergencia feminista nacional y plurinacional “Nuestro cuidado sobre sus ganancias”, para enfrentar las medidas sanitarias y económicas del gobierno chileno, que siguen evidenciando su desprecio por los sectores más vulnerables. Las voceras Alondra Carrillo y Javiera Manzi detallaron esta política de cuidados, que incluye una huelga productiva y la suspensión del pago de deudas por seis meses.

Por Laura Litvinoff

Unos días antes de volver a Buenos Aires, y luego de atravesar la marea del 8 y 9 de marzo en Santiago de Chile, Las12 entrevistó a Alondra Carrillo y Javiera Manzi, las voceras a cargo de La Coordinadora Feminista 8M de Santiago, para conversar sobre lo que fue ese momento histórico que movilizó a más de dos millones de mujeres y diversidades, y sobre la situación del país frente a la pandemia del coronavirus. Estas jóvenes feministas que se ocuparon de llevar adelante una de las marchas más multitudinarias de la historia del país, son también las organizadoras de ese “cuerpo en constante movimiento” que es el día a día de La Coordinadora, atravesadas ahora por el desafío del plan de emergencia feminista «Nuestro cuidado sobre sus ganancias», que denuncia el accionar del gobierno chileno en la crisis sanitaria y propone estrategias colectivas de cuidados. De qué se trata LCF 8M, cómo se sostiene, cuál es su agenda y qué lectura hace de la revuelta social de octubre en relación a las necesidades del movimiento feminista chileno, son algunas de las cuestiones que se dialogaron en el Centro Social y Librería Proyección, espacio emblemático donde se tejen las asambleas y alianzas feministas que desembocan en ese torrente infinito de cada 8M.

¿Cómo es la situación que están viviendo en Chile con el coronavirus?

 

-Alondra Carrillo: La forma en que el Gobierno ha enfrentado la crisis sanitaria y la pandemia ha sido a través de un absoluto desprecio por la vida, el cuidado y la salud de las amplias mayorías y la de todas las personas empobrecidas de nuestro país. Las medidas que fueron anunciadas, tanto en materia sanitaria como económica, tienen como único propósito salvaguardar las posibilidades de las empresas para que los mega ricos puedan seguir asegurando sus ganancias. Y esto hace que permanezca la incertidumbre en la mayor parte de la población, especialmente en el porcentaje elevadísimo que vive del trabajo informal. Las medidas son absolutamente insuficientes, estamos en una situación sumamente crítica, donde todas las organizaciones sociales y de profesionales están exigiendo la cuarentena total inmediata, pero el Gobierno se sigue negando a hacerlo.

¿Cuál es entonces el verdadero propósito de declarar el “Estado de Emergencia”?

Javiera Manzi: -Esa medida sirvió para dar vía libre a que los militares salgan a la calle otra vez, y también ha tenido dos funciones: higienizar políticamente la ciudad, es decir, limpiar todos los rastros de la revuelta, y asegurar la cadena de mando del Estado que hoy está tan frágil. No tenemos que olvidar que, además del coronavirus, estamos viviendo una crisis social gravísima, con un recrudecimiento del autoritarismo por parte del Gobierno y en el contexto de un claro terrorismo de Estado.

¿Qué medidas está tomando La Coordinadora Feminista 8M ante esta situación?

J.M.: -Estamos preocupadas por cómo va a seguir desarrollándose todo esto, por eso elaboramos un plan de emergencia feminista que nos llamamos a defender a través de una huelga productiva. Lo estamos articulando a nivel nacional y plurinacional, y la consigna es «Nuestro cuidado sobre sus ganancias». La idea es denunciar la actitud del Gobierno empresarial respecto de la crisis, e incluye una serie de medidas para las mujeres, niñas, niñes y disidencias de género que se hallan en ese contexto, como por ejemplo que las trabajadoras puedan suspender sus labores presenciales y trabajar desde el hogar, condiciones mínimas de salubridad para los trabajadores de la salud, del transporte y de la provisión; que los presos y presas políticas de la revuelta puedan cumplir  estas medidas cautelares en su hogar y también la suspensión total del pago de todas las deudas/dividendos por seis meses.

El estallido social de octubre siguió expandiéndose con mucha potencia a lo largo de estos meses hasta transformarse en una revuelta popular permanente. ¿Qué lectura hacen de este momento?

J.M.: -Nosotras vemos al estallido social, en primer lugar, como un momento destituyente. Hasta hace poco, Chile se caracterizaba por exportar una imagen de oasis económico y político, pero la crisis global del neoliberalismo ha calado aquí muy fuerte. Estamos hablando de uno de los únicos países en el mundo que tiene, por ejemplo, el agua privatizada con, además, uno de los niveles más altos de desigualdad. La gente se endeuda para comer, y hasta el pan se compra con crédito. Junto con eso, la naturalización de la privatización total, la financiarización de los derechos y el sistema de pensiones, que había sido otro de los hitos de movilización anteriores al estallido. Todas esas cuestiones marcan las causas principales del fenómeno que estalla como un proceso destituyente, de desnaturalización total de esas condiciones de vida. En segundo lugar hablamos de un proceso constituyente, en el sentido de que, por primera vez, las movilizaciones estudiantiles ya no se abocan solamente al problema de la educación o al pase escolar, sino que intentan abarcar toda la problemática de la sociedad. Por eso también los adultos mayores apoyaron tanto la movilización, porque lo que se empieza a dar es un fenómeno recíproco de solidaridad, y eso fue algo que cambió radicalmente la política del quiebre del tejido social que se venía llevando a cabo hasta antes de la revuelta.

Y el miedo de Piñera al ver esta lucha compartida fue tan grande que tardó apenas ocho horas en sacar a los militares a la calle…

J.M.: -Así es, la única respuesta del Gobierno fue la represión. Policía militarizada reprimiendo a menores de edad de una manera brutal, con una violencia política inaudita en un contexto democrático hasta ese momento en Chile. El relato del “Nunca más” se quebró, y ahí apareció lo imperdonable. Mucha gente que no hubiera salido si los militares no lo hacían, empezaron a salir a la calle, y ahí hubo también otro punto de unión: “Militares no”. Y las paredes de Santiago, una ciudad siempre tan higienizada, empezaron a llenarse de rayados donde la palabra “No” aparece constantemente: no más abusos, no más AFP, no más femicidios, no más esta vida. Esa potencia de la política de la negatividad fue un destape muy importante que nosotras también leímos en clave feminista, porque poder insistir con lo que no queremos hace que también aparezca una afirmación de lo que somos. Y en este proceso de constituirnos, la regeneración del tejido social se dio de una manera muy rápida, porque las asambleas territoriales se empezaron a multiplicar en esos días como actores que no existían en Chile desde hace muchísimo tiempo.

¿Cuál les parece que podría llegar a ser la salida más favorable para las mayorías en este momento de quiebre y transición?

J.M.: -Eso es algo que todavía está en curso. Y parte de lo que se ha habilitado estos meses de revuelta, es una confianza que empieza a existir por fuera del lugar que hasta entonces se les otorgaba a los políticos profesionales, a quienes se les delegaba la responsabilidad de tomar decisiones sobre la vida del país. De un momento a esta parte, lo que aparece mediante las asambleas territoriales, los cabildos y los distintos espacios de regeneración del tejido social, es la certeza de que es ahí donde habita la posibilidad de decidir las políticas del cuidado territorial y no en otra parte. Esto es muy interesante porque acá existía un gran acostumbramiento clientelar, tecnocrático, donde siempre estaba presente la figura de los “expertos”, y donde siempre fueron otros quienes proveyeron todas las respuestas.

Algo que se ve en toda la sociedad chilena desde la revuelta, es un gran descreimiento hacia todos los partidos políticos existentes.

A.C.: -Sí, hoy día es en las calles donde se vive un contexto de altísima politización popular y transgeneracional. Y también un proceso de aprendizaje y de una gran imaginación política, porque lo que está en curso es la posibilidad de imaginar otras formas de hacer política frente a este gravísimo contexto de terrorismo de Estado, que está amenazando permanentemente nuestras vidas. Otra cuestión interesante es que, por parte de todos los sectores políticos que están ahora en el poder, se está dando un negacionismo transversal de la revuelta social y del terrorismo de Estado, porque lo que plantean es que lo que hay hoy en Chile en realidad no es un terrorismo de Estado, sino “un escenario de agitación social y un desborde de la policía”.

J.M.: -También la mirada destituyente ha sido censurada por todos los sectores del Estado y se ha puesto el énfasis solamente de manera unilateral en el carácter constituyente, pero en un sentido muy acotado, porque el cambio que se pretende hacer ahora es un cambio constitucional, y no constituyente, en el sentido más general de horizontes políticos de vida.

Otra cuestión notable tiene que ver con la búsqueda de una horizontalidad en los sectores de poder. La figura de liderazgo pareciera haber perdido valor. ¿La Coordinadora Feminista 8M forma parte de esa búsqueda?

J.M.: -El hecho de estar imaginando otras formas de hacer política genera que el proceso sea lento, pero por supuesto que ya está primando mucho más que antes la necesidad de una horizontalidad. Y abre una pregunta que tiene que ver con la representatividad: ¿Cuál es la mejor manera de representar estos nuevos espacios que recién están construyéndose? Es algo que también estamos poniendo en discusión en todos los espacios en los que participamos.

A.C.: -La Coordinadora es horizontal o al menos busca serlo. Nosotras, por ejemplo, somos voceras, pero cada una participa de una asamblea territorial, y muchas de las personas que participan de La Coordinadora hacen lo mismo. Eso a su vez lleva a otra instancia que tiene que ver con lo que llamamos “la revuelta de la revuelta”, la revuelta feminista dentro de esta revuelta social. Ahí, todas esas cosas se empiezan a conectar de manera natural.

¿Cómo se retroalimentan la revuelta social y el feminismo? ¿El movimiento feminista fue uno de los motores del estallido?

A.C.: -Fue un antecedente de la posibilidad de imaginar una política independiente respecto del Estado. Es imposible entender las claves que organizan la revuelta de manera práctica sin mirar el contenido político del 8M del año pasado, que fue una gran crítica transversal a quienes han administrado y precarizado la vida de la sociedad chilena en estos últimos años. Y eso es algo que aparece después también en la revuelta. Esa diferencia volvió a ubicar al feminismo como una potencia que va mucho más allá de todos los sectores que pretenden hablar en su nombre.

J.M.: -La transversalización del feminismo dentro de los movimiento sociales también fue algo muy importante. Estuvimos en comités de trabajadoras sindicalistas, con las luchadoras socioambientales, en espacios de lucha educacionales, de derechos humanos, y más, con la idea central de abrir la pregunta de los feminismos y de empezar a pensarlos realmente a través de una perspectiva transversal. Y también, si hablamos de la relación entre el feminismo y la revuelta, no podemos dejar de mencionar a “Las Tesis”, porque ese acontecimiento marcó un antes y un después en el estallido social.

¿Cómo ven ustedes el tema de la autodefensa en la revuelta?

A.C.: -Es muy interesante, en Chile en general y en Santiago en particular, especialmente en el contexto de la Plaza de la Dignidad, por ser un ícono de la movilización y de la represión. En la conjunción entre esas dos voluntades aparece una especie de barrera que llamamos “la primera línea”, un fenómeno social nuevo que está pública y transversalmente validado por todo el mundo, más allá de lo que digan los sectores más reaccionarios. Existe para defendernos y para permitir la movilización, y esa caracterización permite reconocer lo que es autoorganización, porque la primera línea la conforman personas de carne y hueso que están poniendo el cuerpo por otros cuerpos.

¿Quiénes conforman “la primera línea”? ¿Existe una primera línea feminista?

J.M.: -Puede estar cualquier persona, y eso es lo más bonito. Hay jóvenes, niños, niñas, adultos mayores, viudos, personas que perdieron a sus hijos. Generalmente son sectores populares precarizados que vivieron la violencia del Estado a lo largo de sus vidas. Muchos de los relatos que aparecen cuando se les pregunta el motivo por el cual están ahí, tienen que ver con haber vivido la dictadura o con muertes muy cercanas de personas en ese momento. Por eso ellxs van a cuidar a las y los jóvenes que se manifiestan ahora, porque no quieren de ninguna manera que vuelva a suceder lo mismo. Hay mujeres, aunque por supuesto las han negado, como pasa siempre. En esta primera línea aparece la idea de una “política del cuidado”, porque es concretamente una forma de cuidarse de la represión policial. Y esa dimensión de que quien nos cuida sea el mismo pueblo es algo poderosísimo, porque genera que se replique a la inversa: la manifestación también cuida a la primera línea mediante otra red integrada en su totalidad por mujeres, “las mamás de la primera línea”. Sin ser estrictamente sus madres, han ido tomando distintas tareas de cuidados y contenciones significativas y potentes.

¿Cómo se organiza la coordinadora 8M ?

A.C.: -La Coordinadora es una especie de cuerpo en movimiento: todo el tiempo está cambiando y se están creando espacios para hacerse cargo de nuevas tareas y trabajos. Hay instancias de reunión, como asambleas internas y asambleas abiertas, y tiene algunas comisiones que la sostienen en términos de infraestructura, como Comunicaciones, Finanzas, Secretaría, y comisiones de articulación plurinacionales y de vinculación. Vivimos de la autogestión. Y también tenemos comités, muchos seguirán existiendo, porque si bien para nosotras la huelga general feminista tiene su momento de expresión en estas jornadas masivas, es un proceso que se va desarrollando y está antecedido por todo este trabajo.

Las demandas más urgentes del movimiento feminista en la Argentina son la legalización del aborto y la lucha contra los femicidios y transfemicidios. ¿Cuáles son las cuestiones más urgentes del feminismo chileno?

A.C.: -Acá también tenemos como prioridad esas cuestiones, y además estamos desarrollando una agenda con un programa de transformación social radical que hasta el momento tiene 16 ejes. Estamos construyendo un feminismo transfeminista, y eso repone la idea de un feminismo antirracista y popular que se levanta en las organizaciones sociales. La lucha contra el terrorismo de Estado, contra las formas de violencia patriarcal de la precarización de la vida, por una asamblea constituyente efectiva, libre, soberana, feminista plurinacional y popular, son cuestiones que están dentro de ese programa junto con las luchas que mencionas, y que son algunos de los núcleos subjetivos más potentes, enlazados con estos espacios de lucha y de trabajo.

Foto: Javiera Manzi y Alondra Carrillo.  Sacado por Juan Pablo Barrientos

 

Enemigo invisible // Iván Horowicz

Terminado el día, avanza la noche y vuelven los aplausos que se escuchan de fondo por la ventana. Veo pasar la vida, transcurrir la crisis, medio paranóico en la cárcel departamento de Nuñez que supimos transformar mi pareja y yo en bunker. Estamos en guerra, nos dicen, contra un enemigo invisible, nos dicen, pero yo estoy en guerra con todos, hasta conmigo mismo hace rato. Todo porque en mi creciente paranoia conspiranóica (no creo que exista la palabra) pretendo asumir una guerra contra el valor, contra el capital. Nuestro molino de viento, nuestro verdadero enemigo invisible. No nos son nuevas las fraseologías, entonces, para nosotros los paranóicos. Llegaste tarde Alberto Fernandez: formo parte de otro ejército, aunque no creo que te importe. Aunque no pretenda en estas líneas que nos reafirmemos en la diferencia de resistir, de ser la voz que clama en el desierto.

Si algo no hace el establishment son preguntas. Siempre se puede integrar los mejores equipos de los últimos 50 años, los gobiernos de científicos, los planteles. Al capital no le importa de dónde viene, sino a donde va. Es más: a veces en esos juegos perversos, los caballeros las prefieren zurdas. Nada más eléctrico para la nariz cocainómana de Fukuyama que un Jorge Asís, procedente de la izquierda virando al menemismo.  Un trayecto a lo Gabriel Levinas, que va del PCR, Antonio Berni y los 70 a Intratables[1]. Hay también jugadores menos rimbombantes. Menos dramáticos pero no por eso menos patéticos.

El para nada recodado ministro, Lino Barañao, que fue ministro de Ciencia y tecnología del kirchnerismo, y fue también integrante del ejecutivo cambiemita hasta la última hora. La propia trayectoria personal de Alberto, la de Massa, la de Carrió, la de Pichetto, etc. Etc. Etc.

Escribo, releo, repito como mantra para esta nota. Si algo no hace el establishment son preguntas, por eso los que pasan a integrarlo dejan de hacérselas. Y es acá en donde de verdad empieza lo que quiero decir. ¿Qué puede preguntarse uno, si se asume establishment?

Es curioso, porque establishment, gobierno, oficialismo, se asumen los que no son establishment. Los que de verdad lo son, ejercen su condición. Es parecido a los niños bien vestidos de caballito que viven en un monoambiente. Caballito es el barrio que pretende, decíamos durante nuestra adolescencia transcurrida en el Nacional 17.

Uno mira extrañado cómo los aguateros de Yupanqui le explican a los “troskos” que nunca jugaron en primera, que nunca gobernaron y entonces no saben. Gente cuya experiencia con el poder y la estatalidad no pasa de hacer la fila para cobrar el progresar, se coloca solita en el lugar de un intendente. Un público en el cine que piensa qué porque le gusta la película, está adentro de la trama. A fin de cuentas, la trampa ciudadana. Democracia representativa, el pueblo gobierna a través de sus representantes, etc. Etc. Etc.

Igualmente, no importa si es trampa o no, porque lo que me interesa es lo que piensa este público del cine que porque le gusta la peli se imagina parte de la trama. Por qué razona como razona, qué ocurre en su cabeza, constituye otra de mis no sanas obsesiones, de las obsesiones de un paranóico encerado en un departamento de Nuñez mirando por el balcón. Me siento parte de ese nosotros. De fondo, la sociedad me resulta sujeto de estudio porque soy un fóbico social. Porque ayer yo me enojaba, mientras mi novia, más inteligente que yo me explicaba que con el horror cada cual hace lo que puede. Basta de yo y de nosotros. Retomemoslos a ellos.

Este público del cine al que intento pensar, asume en ese movimiento, dos cosas que en realidad son la misma. La primera es una asociación indestructible entre el interés del estado y el interés general. Entre su interés individual y el de la casta política. En el interés general en abstracto de la sociedad, a la cual la crisis pareciera borrarle sus contradicciones, no acentuarlas. “Argentina unida” rezan los carteles de fondo de la cadena nacional de Alberto, nuestro supuesto primus inter pares.

La segunda cosa que asume es enterrar su inmensa angustia 10 metros bajo tierra, volverla a colocar en el inframundo, donde pertenece. Maldita crisis que saca a los muertos del placard, que evidencia lo que funcionaba de manera invisible. La angustia va de vuelta al fondo, y es con la subjetividad del estado con la que la logramos sepultar.

Hace unos días Alexandra Kohan decía en una entrevista lo siguiente:

“Lo que creo es que los discursos imperativos y moralizantes sirven para no pensar, para negar lo que está ahí ineluctablemente. Sirven para anestesiarse, ni siquiera para tranquilizarse. Son una especie de narcótico que impide parar y permitirse no saber qué hacer. Quizás tengan audiencia porque para algunos es más fácil obedecer, creyendo que hay alguien garante de las decisiones que se toman; porque esos discursos suponen que existe alguien que sabe, que no se equivoca y que nos está garantizando que no nos vamos a equivocar nosotros”[2].

Es verdad que Alexandra lo pensaba en relación a los discursos imperativos y moralizantes que aplicamos sobre nosotros mismos, pero algo de esto hay en la figura que se construye respecto a Alberto Fernandez, respecto al estado. Un miedo gigante recorre rincones del planeta entero. El pánico está más socializado que nunca, y en este contexto no son pocos los que intentan mirar hacia arriba para encontrar sentidos. Alguien que sabe, que no se equivoca, que cuida de nosotros, papa Alberto.

Papa Alberto, Papa Perón, no es la primera vez que el estado se construye en el imaginario social como padre, y de ahí es que absorbe parte de su fuerza también. Los vivos se visten de los muertos, y se disputan el siglo XX argentino en esa eterna rencilla entre liberales y estatistas. El fantasma de Keynes es convocado en ceremonia por Álvarez Agis[3] y un estado amigo se reconfigura en el imaginario social del miedo.

Pensaba en estas líneas, qué es lo puede preguntarse uno si se asume establishment, y curiosamente siempre tuve la respuesta frente a mis ojos.

Cuando discutía con aquellos amigos que habían elegido estudiar ciencias políticas dentro de la amplia gama de las ciencias sociales, siempre llegaba a la misma conclusión. El estado era para ellos, piso y techo, adentro y afuera. Nada social existía por fuera del estado. El estado es para los politólogos, lo que es la economía en el capitalismo. ¿Por qué es que los politólogos razonan como razonan? Bueno, porque así los forman. Porque las carreras de ciencias políticas tienen como objetivo, vomitarle al estado funcionarios para la ejecución de políticas públicas. Son pocos los politólogos que pueden salir del lenguaje de las políticas públicas, de las clasificaciones, de los sistemas de partido. El fetichismo del estado de derecho y una matriz alfonsinista de nacimiento condenan a la ciencia política a hacer zoología, clasificación (no clarificadora) de la democracia capitalista.

Creo que hoy hay algo de eso, la gente razona como politóloga. Frases preconstruidas como “La cuarentena es una mierda pero si no se hacía esto era peor” o “Imaginate si el ministerio de salud no era ministerio” muestran cómo todo se piensa como si uno mismo fuera el estado. Y esto es así aunque esas frases contengan en mayor o menor medida su cuota de verdad. Cuestionar desde donde se piensa otorga mayor claridad para demostrar cómo se vuelven unidad dogmática el interés colectivo y el interés del estado. Entonces, cuestionar la cuarentena se transforma en cuestionar si su aplicación reduce la curva de contagios.

Es en el pensamiento estatista, combinado con el miedo y la angustia mal sepultada la que nos explica al Frankenstein progrefascista que vive en nuestros amigos y familiares. Si uno se asume el estado, la policía no puede seguir siendo la institución que organiza la trata de personas y el narcotráfico, y tiene  que ser parte de las políticas del cuidado[4]. Aquellos y aquellas que hace tan solo tres años eran un ejército de asesinos represores a sueldo, son hoy nuestros guardianes, nuestros protectores, nuestros cuidadores.

Encontré, pensando a contra pelo, otro problema que uno tiene que dejar de preguntarse cuando se vuelve establishment. O mejor dicho, un hecho tan angustiante, que ya no alcanza con borrar la pregunta, sino que hay que negarlo expresamente. La salud y la economía, en el capitalismo, se encuentran en completa oposición. Digamoslo mejor, el bienestar humano y la lógica del valor son elementos contrapuestos. Están tan contrapuestos, que vamos camino a la destrucción de nuestro planeta y de nuestro bienestar, en beneficio de la producción de valor.

¿Alcanza entonces con, como dijo Alberto, priorizar la salud sobre la economía? No se puede elegir a la salud sobre la economía, porque la economía es en el capitalismo una relación total.  Elegir a la salud sobre la economía, implicaría que a pesar de que nadie trabaje, se le garantice a la sociedad entera toda necesidad básica y todo derecho humano. Es evidente, que no es ese el escenario hacia el cual avanzamos, porque por más enojo del presidente, la lógica del valor despide, y lo que el estado deja a manos del mercado sea por acción o por omisión, implica en los hechos la primacía de la economía sobre la salud. No hace falta ser economista para saber que, si la gente no hace plata, no come. El amplio tejido de los movimientos sociales empieza a no dar abasto a la creciente demanda de comida. Más de 7 millones de personas se anotaron para recibir el ingreso familiar de emergencia. Estirar una cuarentena ante un “enemigo invisible” que lo que muestra es la incapacidad del estado como institución en general, muestra también la incapacidad del estado para garantizar la vida de las personas. Sepultar esta conclusión es sepultar nuestra angustia, pero nuestra angustia tiene la mala costumbre de salir de la tumba.

En la hipótesis optimista que maneja el gobierno, el virus deja unos 250.000 infectados. En la pesimista, 2.2 millones. Casi nada está entonces, en control por parte del estado en este momento.  Dicho de otro modo, el virus lejos está de su control. El enemigo invisible gana una guerra imposible de pelear, si uno ve como la curvatura de infectados crece a nivel mundial. Curvatura que va a seguir creciendo posiblemente durante un año, hasta que se llegue al pico máximo, y recién ahí empiece a bajar. O hasta que el desarrollo de las fuerzas productivas invente una vacuna que nos salve y nos condene una vez más. El estado entonces, como decíamos, poco controla el virus. Pero sobre lo que aparentemente si tiene control el gobierno argentino, es sobre el imaginario social de un pedazo de la clase media argentina. No es novedad, son los nucleos duros existentes, el macrismo también tiene el suyo, aunque ahora tenga los pies fuera del plato.

Los que pregonan los esfuerzos que exige el gobierno argentino se abroquelan y suben de nivel cuando su centro de mando empieza a incorporar términos militares. Alberto Fernandez hablando de la guerra resulta reflejo deformado de Lenin leyendo a Clausewitz. ¿Qué solvencia tiene ese discurso? La que tiene cualquiera en el medio de una recesión mundial generalizada de la que no hay precedente histórico. Todo lo sólido se desvanece, y la ideología, como de costumbre, está sostenida por un palito de helado.

[1] http://www.plazademayo.com/2012/02/para-quienes-les-interese-una-pequena-bibliografia-mia/

[2] https://www.revistamate.com.ar/2020/03/alexandra-kohan-el-mundo-nos-silencio-a-nosotros-el-mundo-se-detuvo-y-nosotros-quedamos-pedaleando-en-el-aire/

[3] https://www.cenital.com/2020/03/29/como-pagar-la-guerra-contra-el-covid&45;19/64770

[4] https://www.pagina12.com.ar/255797-elogio-a-la-policia-del-cuidado?fbclid=IwAR3Iu5KM3lQBkJq6ioXMA7gxwlXdcXYUzdPrJ1toVDOVYfB__cnnmO9Xi2s

Domingo de resurrección // Diego Valeriano

Hay vida más allá del pacto de encerrarnos, cuidarnos, preocuparnos, vigilantearnos. Hay formas de entender más allá de cheto, Alberto, Italia, aplausos, balcones, Estado presente, hacer la tarea con Tomi. También hay pasillos, almacenes sin débito, necesidad de fiesta, vagar sin sentido, cambiar la garrafa, cajeros vacíos. Hay padrastros, desconfianzas, refugiados. Hay comida pero no hay billete. 

Hay formas de entender la cuarentena: semana santa, domingo de resurrección, enamorarse del encierro, cuidar a quien siempre nos quiso, sesión por skype, leer lo que tengo atrasado, cocinar rico. Hay, también, una secuencia que se repite: pibas y pibes agitandola, ágiles y pillos frente a los territorios explotados, a las ciudades parapetadas, a los piquetes abundantes de ratis. Super atrevidos en el goce, entrenadas en cómo plantarse frente a la violencia económica, policial, machista. 

Hay iglesias, templos, centros comunitarios, ejército ayudando en las villas y posteos militantes. Hay quienes insisten en nombrar las cosas como otra forma más de apropiarse de ellas. También hay formas de vida runflas al margen de este y cualquier pacto. Vidas insurrectas, festivas, gedes, no politizables. Siempre transitando en los límites del mercado y el estado. Hay amanecidos que ni saben qué día es hoy, chinos abiertos, asados en la vereda, ferias clandestinas. Hay desplazamientos imperceptibles, nuevas ideas y posibilidades. Hay guachas que extrañan morir un jueves y resucitar bien piola el domingo siguiente.

Antídoto Spinoza: La crítica como invención de modo de vida // Diego Sztulwark

“Todo el sentido del trabajo iniciado aquí es pues el de mostrar la inanidad de una afirmación como esta: “una filosofía construida more geometricoexcluye absolutamente la hipótesis de un sujeto creador de sentido, y al mismo tiempo, toda concepción del lenguaje donde este sería expresivo de mis representaciones”. Mostrando que el sujeto en cuestión ya no es por cierto el sujeto filosófico sino lo que llamo el sujeto del poema”.
“Spinoza no fue un erudito, sino un pensador”.

***
No se piensa “para” la época sino para escapar de ella y para ventilarla. Spinoza poema del pensamiento nos devuelve al más imprudente de los pensamientos, aquel que piensa “contra” el orden, aquel que se dirige a la invención de pensamiento y a la alegría que hace vivir. Es una imprudencia inventiva que exige enfrentarnos al lenguaje, convertirlo en poema.
Para Meschonnic Spinoza funciona exactamente en este sentido: como un antídoto contra el aplastante dominio del signo en las representaciones del lenguaje. Y esta es la principal contienda de la que nos habla este libro, la del pensamiento intempestivo contra las teorías del lenguaje que borran el afecto en el concepto.
“No se trata impunemente al lenguaje como una herramienta. Eso vuelve sordo” para pensar lo que un cuerpo “le hace al lenguaje”.
En Spinoza la sistematicidad filosófica es poemática y crítica. Y sin embargo, su explosividad afectiva no acaba de estallar, metida como está en la máquina de lectura universitaria, cuya insistencia en los marcadores lógicos y en los asuntos de la lengua no deja escuchar. Es lo que pasa cuando la filosofía opera como actividad intelectual meramente explicadora –el comentario–, dentro del orden y no contra él. Se acomoda en lo teológico político, en la metafísica dominante, tradicional, que todo lo somete a la separación entre cuerpo y pensamiento. Es este el reproche central que Henri Meschonnic dirige a los filósofos: el hecho de moverse siempre dentro del espacio de la analítica y la pedagogía, en el horizonte del signo, en el que el poema queda reducido a un filosofema y el ritmo al sentido.
“La ausencia de una relación concebida y construida entre el ritmo, la prosodia y el pensamiento permanece en el estado actual, el más extendido, tan trivial que ni siquiera lo vemos. Este estado se inscribe en el signo, en la cultura griega-cristiana del lenguaje. Y este estado constituye un obstáculo epistemológico insalvable para entender un pensamiento de la inseparación entre el afecto y el concepto. Por consiguiente para traducirlo en su ritmo y su prosodia, que no son más que el movimiento mismo del pensamiento en su continuo”.
El poema, movimiento que organiza el sentido, hace invención de pensamiento y crea modo de vida; abre el lenguaje a la historicidad y piensa más allá de lo que ya se sabe; hace sujeto; rechaza el mundo, lo transforma. Poema del pensamiento es la crítica que el ritmo le hace al signo, y el afecto al concepto. Es la crítica que batalla contra el dualismo metafísico cuerpo/alma, para buscar la unidad afecto-concepto; la fuerza de esa unidad a la que Spinoza llama Natura.
* * *
La célebre “soledad” de Spinoza –exiliado de su comunidad de origen, recluido luego voluntariamente– resulta inseparable de la “repugnancia” que le causaba el poder de cualquier autoridad sobre el pensamiento, sea el rabinato o la Universidad de Heidelberg, cuya invitación para enseñar rechaza. Y es rechazo, no aislamiento: “los rebeldes acudían a él de todas partes”, escribe Bayle. Se trata de una estrategia de la libertad.
Necesitamos desandar entonces la confusión entre “polémica” y “crítica”. Ambos términos proceden del término “guerra”, pero mientras que “la polémica es del orden de la retórica, y de la sofística. La crítica es un ejercicio de reconocimiento de las estrategias, y de denuncia de los efectos de poder. En este sentido, es lo contrario mismo de la polémica, que es una maniobra para tener poder”. Donde la polémica consiste en la pretensión de imponer una opinión o argumento por cualquier medio, la crítica busca transformar y posee una ética y una estrategia específica. Descubre funcionamientos; identifica y desmonta trascendencias.
Y aunque se haya querido ver en el Tratado teológico-político el inicio de la crítica bíblica, lo cierto es que la crítica de Spinoza apunta a desarticular la apropiación por parte de un poder, de una interpretación: “cuando se interioriza la religión, siempre es de la libertad de lo que se trata. Es decir de la felicidad”. La crítica del TTP desteologiza a dios, a la ética y a la historia. Pero desteologizar es “algo diferente a la laicidad, que es de otra época”. La potencia desteologizante de la crítica hace comenzar la “historicización radical de los valores”. A partir de allí, “el sentido, es la felicidad”. Es la singularidad del discurso de Spinoza, en el TTP: la conjunción inseparable de “la desteologización, el análisis del discurso y el sentido del lenguaje”. Y es lo que no entendió la “ortodoxia”, que solo veía en Spinoza un rechazo de “lo divino, mientras que lo que rechaza es la teocracia”, a la vez que le otorgaba un nuevo estatuto a lo divino desacralizado en el pensamiento.
Spinoza se ubica, ante la religión, en una posición de “desbordamiento”, dice Meschonnic, tanto respecto de las religiones constituidas, del cristianismo y del judaísmo, como “del ateísmo ordinario”. Spinoza “quiere a la vez la Biblia y la libertad del pensamiento”. Es esta “pluralidad interna” la no llegó a captar Leo Strauss, el “defensor de la religión”.
* * *
Es contra el agobio de las trascendencias en el pensamiento (Ser o Estructura; Hermenéutica o Lingüística) que Meschonnic redescubre el continuo spinozista. Contra las teorías que se dicen críticas pero sostienen que el pensamiento se divide en facultades, y en las categorías heterogéneas de la razón. El continuo afecto-concepto en el lenguaje reactiva la interacción entre el poema, la historia, la ética y la política.
Por una vez será el poeta quien lea a los filósofos. O los masacre.
Ni heideggeriano, derridiano, ni lacaniano o foucaultiano Meschonnic desafía a todas las escuelas. Tal vez sea esa la razón por la cual se lo acalle en nuestro medio, a pesar del creciente interés por la edición en castellano de su obra[1].
Henri Meschonnic no fue un desconocido en vida (1932-2009) en la Francia de su tiempo. De padres judíos pobres de Besarabia, fue traductor de la biblia hebrea y ha sido un escritor prolífero. Formó parte, además, del Centro Universitario Experimental de Vincennes –origen de la actual Universidad de París VIII– y enseñó durante largos años lingüística en la Universidad de Lille y en París.
Y sin embargo, no participó del estilo de politización sartreana del intelectual comprometido, ni de las rememoraciones del 68. Más bien se mantuvo distante de lo que consideraba denegaciones de la potencia de la revuelta, gestos de adecuación al poder.
* * *
Lo que Meschonnic enseña en su lectura de Spinoza es el valor estratégico de lo que llama marcadores afectivos, operadores cuya potencia es la del trazado del continuo, la invención de relaciones entre afectos y conceptos, la concreción de la unidad ritmada –no de la “unión”– cuerpo-alma.
“Pensar a Spinoza en su ritmo. Pensar el cuerpo en el ritmo de su pensamiento”.
Esos marcadores afectivos, inseparables de la prosodia, están en latín. Toda la obra de Meschonnic puede ser leída como una advertencia sobre lo que se pierde en las traducciones que borran estas marcaciones. La traducción se politiza. Ya no se trata del latín como lengua culta, ni de determinar las lenguas de Spinoza (¿y el español, el portugués, el holandés, el ladino, el hebreo?), sino de leer el latín del pensamiento y la escritura de Spinoza, y de “la cuestión de las relaciones entre la invención de un pensamiento en una lengua, y esta lengua. Lo que un pensamiento puede en lo que una lengua puede”.
Al latín de Spinoza se lo reconoce por sus impurezas: su paso por el hebreo; su escritura “contra el uso, forzando la lengua, voluntariamente”. Y es que –esta es una de las grandes premisas del trabajo de Meschonnic– no es la lengua la que hace a la obra sino la obra la que hace a la lengua. Lo materno es la obra, nunca la lengua. El latín de Spinoza no es el latín de Descartes. La obra entera de Meschonnic es un ataque al “genio” de la lengua. Sea el latín o el francés, el hebreo o el alemán: “la lengua no es la generadora. Eso también es falso. Lo que es generador, es un pensamiento de un sujeto en una lengua. Una relación cada vez única. En la medida en que solamente podemos decir que tenemos relación con un pensamiento si este pensamiento es una transformación del pensamiento. A diferencia del mantenimiento del orden, o del comentario”.
* * *
Los poetas han sido los primeros cómplices de Spinoza en un medio dominado por el odio teológico político: Goethe, Heine, Byron y Shelley. El poeta lee buscando la oralidad en el texto. Meschonnic no está pensando en el poeta que busca la rima, sino en aquel otro que anda en la búsqueda de combatir la tiranía del signo y romper la trampa de la comprensión temática.
¿No es así aproximadamente como nos enseñó el filósofo Gilles Deleuze a leer a Spinoza? Este libro es, entre otras cosas, una puesta a prueba del poderoso vínculo Deleuze-Spinoza. Fue la última parte de su libro Spinoza, Filosofía práctica (donde Deleuze lee en términos rítmicos la quinta parte de La Ética) lo que decidió a Meschonnic a emprender este trabajo; para entender a fondo lo que allí se dice sobre las velocidades infinitas.
Meschonnic encuentra a Deleuze a la vez muy cerca y muy lejos de Spinoza. Muy próximo cuando atiende a los afectos, pero extraviado a causa de su comprensión de la potencia, demasiado categorial, incapaz de dar real cuenta del continuo afecto-concepto-lenguaje. Su crítica al más sensible de los filósofos es del tipo “lo dice pero no lo hace”: “el problema aquí no es hacer una lectura afectiva, sino leer el afecto como escritura del pensamiento”. Deleuze desprecia la cuestión del lenguaje (no forma parte de su filosofía de la “expresión”); si bien apuntó a la cuestión del ritmo, no llegó a hacerse de él una idea viva y concreta. Esta crítica es uno de los grandes intereses de este libro. No tanto porque haya que considerarla necesariamente justa, sino porque ayuda a sacudir cierta autocomplacencia filosófica ambiente. Y porque le sirve a Meschonnic para avanzar en su propia relación con Spinoza. En su anti-estilística. En su teoría del lenguaje como escucha, que es idea de “leer el afecto como escritura del pensamiento”. Leer la afectividad del que escribe.
* * *
Así como la teoría de los marcadores afectivos introduce una comprensión no lingüística del lenguaje en la que lo que importa son los índices de intensidades rítmicas, el sujeto del poema del que habla Meschonnic no procede ni se confunde con el de la filosofía ni el del psicoanálisis. Tal y como lo encuentra en Spinoza, dicho sujeto es lo que funciona en la doble unidad de pensamiento y cuerpo, y de deseo humano y naturaleza. En los discursos que concretan esta unidad y crean modo de vida; y que se crean a partir de los modos de vida. El sujeto del poema es singularización, maximización de corporeidad en el lenguaje. Carga del afecto en el concepto. Trastocamiento del sentido que ya no parte de la significación de las palabras, sino del trabajo de las fuerzas que retuercen una lengua. El sujeto es esos retorcijones.
Y por eso el sujeto del poema no se confunde con lo poetizante, que hace del lenguaje un encadenamiento de clichés.
Sujeto del poema es lo que encontramos en la “concatenatio”, en la Ética, una sistematicidad que es al mismo tiempo una contra-coherencia respecto de la persistente escisión cuerpo (carne-afecto) y alma (espíritu-concepto) de lo teológico político, esa “logo-masticación” que suprime la invención de vida.
El sujeto comienza cuando ya no se lo confunde con el individuo. Ni como lo otro del objeto. Como en el arte, dice Meschonnic, el sujeto es actividad, subjetivación.
Y todo esto funciona en la Ética, donde “la prosodia, el ritmo, contribuyen a la demostración”, y donde se plantea una “relación entre inteligencia y mundo en la que el sujeto se extiende hasta absorberse en y absorber a Dios o a la Naturaleza”. “La inmanencia se come la trascendencia” porque es “su escritura”.
* * *
Hay en la Éticauna sistematicidad poética “entre la pequeña y gran unidad, la escritura y el more geométrico, entre el afecto y el concepto”, un modo de significar en el que el lenguaje no es mero medio de expresión ni una forma para un sentido, sino energía: “movimiento del sentido del cual el sentido no es separable”. No son “los fonemas de una lengua, sino los significantes de un sistema de discurso”. Es el ritmo como significante mayor.
Esos movimientos son “intensivos del pensamiento”, fuerzas del cuerpo en el lenguaje: sensualizadores.Hay una “energía increíble en el pensamiento” de Spinoza: “su pensamiento esesa energía. Y de ese modo, es también una erótica generalizada en el lenguaje. Hay un erotismo del pensamiento”. Es el deseo como esencia humana: “lo que sentía Nietzsche. De ahí toma un sentido imprevisto tener cuerpo. El pensamiento aquí tiene cuerpo. Otra cosa muy distinta al motivo erótico mismo, localizado. Como en Georges Bataille”.
Todo esto interesa también desde el punto de vista político. Porque lo erótico de Spinoza (en el cuerpo-idea-lenguaje) no solo actúa como premisa de la potencia del sujeto, sino también como condición efectiva y como índice de verdad de todo contrapoder. Sin esta extensión de lo afectivo-sensual al mundo de las prácticas micropolíticas, el sujeto se vuelve a confundir con el individuo, o con lo social objetivado.
* * *

¿Cómo es que a los más finos comentaristas se les escapó este Spinoza afectivo del lenguaje? Para llegar a él, en todo caso, Meschonnic batalla de un modo brutal. Despluma unos ciento sesentas libros, prácticamente todos los comentarios disponibles sobre el tema: machete en mano, avanza desmalezando, refutando a partir de grandes demarcaciones. Locura desatada: se desbroza, se refuta a mansalva. Deseo de escuchar el lenguaje de Spinoza como nadie hasta el momento lo había hecho.
Lo que Meschonnic siente es que se ha descuidado ostensiblemente el problema del lenguaje en Spinoza. Si bien le concede a Toni Negri la tesis según la cual Spinoza elabora como política y lenguaje lo que en la Holanda de su tiempo se daba como anomalía salvaje, le objeta que en lo que respecta al lenguaje, a esa anomalía “hay que saber reconocerla”, ya que es en la política del lenguaje en donde vive la verdadera política en Spinoza. En Pierre Macherey lee una negación total del problema del lenguaje, y en Etienne Balibar ve la sustitución del lenguaje por la comunicación. Y así con los demás autores, sean maestros clásicos o celebridades: de Matheron a Althusser, de Moreau a Badiou.
¿Qué hace con esta arrogancia?
¿Estamos realmente con Meschonnic tan lejos del Deleuze que insistía en su búsqueda de un habla extranjera, un tartamudeo en la propia lengua, en la escritura a base de ritmos intensivos y en la afirmación según la cual Spinoza escribe su Ética fundada en la potencia de los cuerpos porque era demasiado astuto para escribir una ontología? ¿No aprehende Negri acaso el carácter anómalo del movimiento spinoziano de la constitución y de la democracia absoluta como anuncio de un comunismo de la multitud singularizado precisamente en el lenguaje? ¿Es la “comunicación” en Balibar algo distinto que la conexión entre afectos, como base de un nominalismo de las singularidades?
Puede que este modo de proceder de Meschonnic –serial–, desconcierte e incluso fastidie. Pero en ningún caso se trata de provocaciones gratuitas, sino de un esfuerzo enorme por hacerse oír, por despejar, en el superpoblado campo de los comentarios spinozianos, un espacio en el que decir lo que tiene para decir: que Spinoza debe ser leído en “la unidad del espíritu y del cuerpo como el continuo en el lenguaje”, dado que “el lenguaje no participa de la disociación entre el pensamiento y la extensión” sino que en él se escucha el “movimiento del pensamiento, es inseparable del pensamiento”. Que no se llega a Spinoza (se lo asimila a Descartes o a Leibniz) cuando se descuida la concreción historizante del afecto-concepto en la escritura.
* * *
Lo que hace falta entonces, para que haya escucha, es una teoría del lenguaje, y el poema es ya esa teoría, en la medida en que –y esta es otra gran premisa del trabajo de Meschonnic– la “teoría” es la reflexión sobre aquello que aún no sabemos. La teoría como escucha de lo que podemos y aún no sabemos, porque “no se sabe lo que puede un cuerpo… en el lenguaje”.
Y Spinoza mismo se ha ocupado de elaborar una teoría práctica del lenguaje. Y sino ¿para qué dedicarse a redactar un compendio de gramática hebrea en latín siendo que en su siglo habían otras tantas disponibles?
“Su relación con el hebreo es una relación de afecto. Un testimonio de esto, es su juicio sobre los acentos, en su Compendio de gramática de la lengua hebrea, en el capítulo IV, de los cuales esperaba que estuviesen allí para expresar los afectos del alma”.
Su relación con el hebreo es “tan necesaria, y se hace en latín, como necesaria es su relación con el latín, y pasó por el hebreo”. Y es en ese “paso” por el hebreo y con esta “notación escrita de los afectos”que en la Ética funciona la concatenación potencia-afecto, potencia-concepto, potencia-lenguaje, donde lo divino inmanente resulta desacralizado. Deus Sive Natura.
El lenguaje del poema es el lenguaje ordinario, lo que importa en él es su aptitud para crear vida humana. Lo que en el TTP se da como combate del lenguaje y del modo de vida contra lo teológico político.
* * *
La casa editorial que editó hace años en su idioma original Spinoza poema del pensamientoquebró luego de hacer una única tirada. Luego no hubo intentos de reedición en francés ni de traducción a otras lenguas. Por lo que las primeras noticias que tuvimos del Spinoza de Meschonnic provinieron de las de sus propios trabajos. Fue gracias a Guillermo Korn, amigo en común, que dimos con Hugo Savino, escritor, traductor e introductor de Meschonnic en castellano. Y Hugo aceptó ponerse a traducir (¡latín/francés/castellano!), y nos puso en contacto con Régine Blaig, la compañera de toda la vida de Henri. A partir de allí, se trató de compartir los esfuerzos entre dos editoriales amigas, Cactus y Tinta Limón, para afrontar la edición argentina.
La composición de esta trama es una apuesta por renovar, al interior de las preocupaciones vitales y políticas que nos animan, el interés por una teoría histórica y materialista del lenguaje. Apostamos a que Spinoza poema del pensamiento enfatice el trabajo de la crítica en tres dominios de importante desarrollo en lengua castellana, y en Argentina en particular. El primero de ellos es el campo vinculado a la reflexión del lenguaje, debilitado según Meschonnic por el “giro lingüístico”. De la poesía al ensayo y al psicoanálisis. El segundo es el de la filosofía y en particular los estudios sobre Spinoza, que seguramente recibirán el impacto de esta anti-pedagogía. Y el tercero es el del pensamiento político, en ebullición tanto en Sudamérica como en el sur de Europa. Atravesado, como está, por la querella en torno al populismo, el continuo del poema ofrece una alternativa, en la medida en que desplaza la oposición entre los partidarios de la “hegemonía” concebida como actividad lingüística/comunicativa, y los de la “posthegemonía” asentada en los hábitos y afectos.
Aunque podemos imaginar la producción de efectos en más dominios: en el campo de discusiones en torno al hebreo, a las religiones, a eso a lo que se llama “judaísmo”; y muy particularmente, en torno al oficio del traducir.
Al respecto ha escrito Hugo Savino: “Traduzco en la Argentina. Contra la chifladura de borrar el poema para que solo quede la declamación”, “contra el concepto de literatura latinoamericana. Que nos encierra identitariamente. Nos aísla en bloques de identidades. En el bosque de las identidades”.
* * *
Este trabajo de Meschonnic sobre Spinoza no aspira al camino fácil, que conduce directamente al mercado, ni a constituir modelos políticos o retóricos listos para usar. Se nos pide muchos menos (o mucho más): la invención de un sujeto de la lectura capaz de retomar desde sí, para crear modos de vida, la labor histórica subterránea y siempre inconclusa, que la crítica no ha dejado de trazar.

[1] Los libros de Meschonnic editados en castellano hasta ahora son Golpe bíblico a la filosofía (traducido por Alberto Sucasas y editado por Lilmod, Bs-As, 2007); Heidegger o el nacional-esencialismo (traducido por Hugo Savino y editado por Arena Libros, Madrid, 2009); Puesto que soy la zarza ardiente (libro de poesía prologado y traducido por Hugo Savino y editado por Leviatán, Bs-As, 2008); Ética y política del traducir (traducido por Hugo Savino y editado por Leviatán, Bs-As, 2009); La poética como crítica del sentido (compilación de textos varios, traducido por Hugo Savino, prologado por Isabel Goldemberg y Savino, y editado por Mármol izquierdo editores, Bs-As, 2007); y Modernidad Modernidad, traducido por Eduardo Uribe, La cabra ediciones, México DF, 2014. Con menos circulación, se ha publicado en México “Para terminar con la palabra Shoa” (traducción de Silvana Rabinovich). Gracias a Hugo Savino se puede acceder al artículo “Demagogia del silencio, el deber de la resistencia. Cómo ser posthitleriano sin saberlo” (2002), http://anarquiacoronada.blogspot.com/2014/07/demagogia-del-silencio-el-deber-de.html. Se ha publicado otro artículo, “Continuar a Humboldt” (traducido por Hugo Savino) en revista Redes de las letras – Escrituras del Psicoanálisis, número 12/13.Los desiertos de la palabra, Legere, Bs. As., 2009. Diógenes Céspedes ha traducido al castellano, además, Para la poética, Editora de Colores, S.A. Santo Domingo, República Dominicana, 1996. Además se prepara la edición de Conversaciones con Henri Meschonnic que próximamente publicará Editores Argentinos Hnos.; y Poétique du traduire (Poética del traducir), será editado por Dedalus Editores.

Causalidad de la pandemia, cualidad de la catástrofe // Ángel Luis Lara

1.

En octubre de 2016 los lechones de las granjas de la provincia de Guangdong, en el sur de China, comenzaron a enfermar con el virus de la diarrea epidémica porcina (PEDV), un coronavirus que afecta a las células que recubren el intestino delgado de los cerdos. Cuatro meses después, sin embargo, los lechones dejaron de dar positivo por PEDV, pese a que seguían enfermando y muriendo. Tal y como confirmó la investigación, se trataba de un tipo de enfermedad nunca visto antes y al que se bautizó como Síndrome de Diarrea Aguda Porcina (SADS-CoV), provocada por un nuevo coronavirus que mató a 24.000 lechones hasta mayo de 2017, precisamente en la misma región en la que trece años antes se había desatado el brote de neumonía atípica conocida como «SARS».

En enero de 2017, en pleno desarrollo de la epidemia porcina que asolaba a la región de Guangdong, varios investigadores en virología de Estados Unidos publicaban un estudio en la revista científica «Virus Evolution» que señalaba a los murciélagos como la mayor reserva animal de coronavirus en el mundo. Las conclusiones de la investigación desarrollada en China acerca de la epidemia de Guangdong coincidieron con el estudio estadounidense: el origen del contagio se localizó, precisamente, en la población de murciélagos de la región. ¿Cómo una epidemia porcina había podido ser desatada por los murciélagos? ¿Qué tienen que ver los cerdos con estos pequeños animales alados? La respuesta llegó un año más tarde, cuando un grupo de investigadores e investigadoras chinas publicó un informe en la revista Nature en el que, además de señalar a su país como un foco destacado de la aparición de nuevos virus y enfatizar la alta posibilidad de su transmisión a los seres humanos, apuntaban que el incremento de las macrogranjas de ganado había alterado los nichos de vida de los murciélagos. Además, el estudio puso de manifiesto que la ganadería industrial intensiva ha incrementado las posibilidades de contacto entre la fauna salvaje y el ganado, disparando el riesgo de transmisión de enfermedades originadas por animales salvajes cuyos hábitats se están viendo dramáticamente afectados por la deforestación. Entre los autores de este estudio figura Zhengli Shi, investigadora principal del Instituto de Virología de Wuhan, la ciudad en la que se ha originado el actual COVID-19, cuya cepa es idéntica en un 96% al tipo de coronavirus encontrado en murciélagos a través del análisis genético.

 

2.

En 2004, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como FAO por sus siglas en inglés, señalaron el incremento de la demanda de proteína animal y la intensificación de su producción industrial como principales causas de la aparición y propagación de nuevas enfermedades zoonóticas desconocidas, es decir, de nuevas patologías transmitidas por animales a los seres humanos. Dos años antes, la organización por el bienestar de los animales Compassion in World Farming había publicado un interesante informe al respecto. Para su elaboración, la entidad británica utilizó datos del Banco Mundial y de la ONU sobre industria ganadera que fueron cruzados con informes acerca de las enfermedades transmitidas a través del ciclo mundial de producción de alimentos. El estudio concluyó que la llamada «revolución ganadera», es decir, la imposición del modelo industrial de la ganadería intensiva ligado a las macrogranjas, estaba generando un incremento global de las infecciones resistentes a los antibióticos, así como arruinando a los pequeños granjeros locales y promoviendo el crecimiento de las enfermedades transmitidas a través de los alimentos de origen animal.

En 2005, expertos de la Organización Mundial de la Salud, la Organización Mundial de Sanidad Animal, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos y el Consejo Nacional del Cerdo de dicho país elaboraron un estudio en el que trazaron la historia de la producción ganadera desde el tradicional modelo de pequeñas granjas familiares hasta la imposición de las macro-granjas de confinamiento industrial. Entre sus conclusiones, el informe señaló como uno de los mayores impactos del nuevo modelo de producción agrícola su incidencia en la amplificación y mutación de patógenos, así como el riesgo creciente de diseminación de enfermedades. Además, el estudio apuntaba que la desaparición de los modos tradicionales de ganadería en favor de los sistemas intensivos se estaba produciendo a razón de un 4% anual, sobre todo en Asia, África y Sudamérica.

A pesar de los datos y las llamadas de atención, nada se ha hecho para frenar el desarrollo de la ganadería industrial intensiva. En la actualidad China y Australia concentran el mayor número de macrogranjas del mundo. En el gigante asiático la población de ganado prácticamente se triplicó entre 1980 y 2010. China es el productor ganadero más importante del mundo, concentrando en su territorio el mayor número de «landless systems» (sistemas sin tierra), macroexplotaciones ganaderas en las que se hacinan miles de animales en espacios cerrados. En 1980 solamente un 2,5% del ganado existente en China se criaba en este tipo de granjas, mientras que en 2010 ya abarcaba al 56%.

Como nos recuerda Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), una organización internacional enfocada en la defensa de la diversidad cultural y ecológica y de los derechos humanos, China es la maquila del mundo. La crisis desatada por la actual pandemia provocada por el COVID-19 no hace más que desnudar su papel en la economía global, particularmente en la producción industrial de alimentos y en el desarrollo de la ganadería intensiva. Sólo la Mudanjiang City Mega Farm, una macrogranja situada en el noreste de China que alberga a cien mil vacas cuya carne y leche se destinan al mercado ruso, es cincuenta veces más grande que la mayor granja de vacuno de la Unión Europea.

 

3.

Las epidemias son producto de la urbanización. Cuando hace alrededor de cinco mil años los seres humanos comenzaron a agruparse en ciudades con densidad poblacional, las infecciones lograron afectar simultáneamente a grandes cantidades de personas y sus efectos mortales se multiplicaron. El peligro de pandemias como la que nos afecta en la actualidad surgió cuando el proceso de urbanización de la población se hizo global. Si aplicamos este razonamiento a la evolución de la producción ganadera en el mundo las conclusiones son realmente inquietantes. En el espacio de cincuenta años la ganadería industrial ha «urbanizado» una población animal que previamente se distribuía entre pequeñas y medianas granjas familiares. Las condiciones de hacinamiento de dicha población en macro-granjas convierten a cada animal en una suerte de potencial laboratorio de mutaciones víricas susceptible de provocar nuevas enfermedades y epidemias. Esta situación es todavía más inquietante si consideramos que la población global de ganado es casi tres veces más grande que la de seres humanos. En las últimas décadas, algunos de los brotes víricos con mayor impacto se han producido por infecciones que, cruzando la barrera de las especies, han tenido su origen en las explotaciones intensivas de ganadería.

Michael Greger, investigador estadounidense en salud pública y autor del libro Bird Flu: A virus of our own hachting (Gripe aviar: un virus de nuestra propia incubación), explica que antes de la domesticación de pájaros hace unos 2.500 años, la gripe humana seguramente no existía. Del mismo modo, antes de la domesticación del ganado no se tiene constancia de la existencia del sarampión, la viruela y otras infecciones que han afectado a la humanidad desde que aparecieron en corrales y establos en torno al año 8.000 antes de nuestra era. Una vez que las enfermedades saltan la barrera entre especies pueden difundirse entre la población humana provocando trágicas consecuencias, como la pandemia desatada por un virus de gripe aviar en 1918 y que tan sólo en un año acabó con la vida de entre 20 y 40 millones de personas.

Como explica el doctor Greger, las condiciones de insalubridad en las atestadas trincheras durante la Primera Guerra Mundial no sólo figuran entre las variables que causaron una rápida propagación de la enfermedad en 1918, sino que están siendo replicadas hoy en día en muchas de las explotaciones ganaderas que se han multiplicado en los últimos veinte años con el desarrollo de la ganadería industrial intensiva. Billones de pollos, por ejemplo, son criados en estas macrogranjas que funcionan como espacios de hacinamiento susceptibles de generar una tormenta perfecta de carácter vírico. Desde que la ganadería industrial se ha impuesto en el mundo, los anuales de medicina están recogiendo enfermedades antes desconocidas a un ritmo insólito: en los últimos treinta años se han identificado más de treinta nuevos patógenos humanos, la mayoría de ellos virus zoonóticos inéditos como el actual COVID-19.

 

4.

El biólogo Robert G. Wallace publicó en 2016 un libro importante para trazar la conexión entre las pautas de la producción agropecuaria capitalista y la etiología de las epidemias que se han desatado en las últimas décadas: Big Farms Make Big Flu (Las macrogranjas producen macrogripe). Hace unos días, Wallace concedió una entrevista a la revista alemana Marx21 en la que enfatiza una idea clave: focalizar la acción contra el COVID-19 en el despliegue de medidas de emergencia que no combatan las causas estructurales de la pandemia constituye un error de consecuencias dramáticas. El principal peligro que enfrentamos es considerar al nuevo coronavirus como un fenómeno aislado.

Tal y como explica el biólogo estadounidense, el incremento de los incidentes víricos en nuestro siglo, así como el aumento de su peligrosidad, se ligan directamente con las estrategias de negocio de las corporaciones agropecuarias, responsables de la producción industrial intensiva de proteína animal. Estas corporaciones están tan preocupas por el beneficio económico que asumen como un riesgo rentable la generación y propagación de nuevos virus, externalizando los costes epidemiológicos de sus operaciones a los animales, las personas, los ecosistemas locales, los gobiernos y, tal y como está poniendo de manifiesto la actual pandemia, al propio sistema económico mundial.

Pese a que el origen exacto del COVID-19 no está del todo claro, señalándose como posible causa del brote vírico tanto a los cerdos de las macrogranjas como al consumo de animales salvajes, esta segunda hipótesis no nos aleja de los efectos directos de la producción agropecuaria intensiva. La razón es sencilla: la industria ganadera es responsable de la epidemia de Gripe Porcina Africana (ASF) que asoló las granjas chinas de cerdos el pasado año. Según Christine McCracken, una analista en proteína animal de la multinacional financiera holandesa Rabobank, la producción china de carne de cerdo podría haber caído un 50% al final del año pasado. Considerando que, al menos antes de la epidemia de ASF en 2019, la mitad de los cerdos que existían en el mundo se criaban en China, las consecuencias para la oferta de carne porcina están resultando dramáticas, particularmente en el mercado asiático. Es precisamente esta drástica disminución de la oferta de carne de cerdo la que habría motivado un aumento de la demanda de proteína animal proveniente de la fauna salvaje, una de las especialidades del mercado de la ciudad de Wuhan que algunos investigadores han señalado como el epicentro del brote de COVID-19.

 

5.

Frédéric Neyrat publicó en 2008 el libro Biopolitique des catastrophes (Biopolítica de las catástrofes), un término con el que define un modo de gestión del riesgo que no pone nunca en cuestión sus causas económicas y antropológicas, precisamente la modalidad de comportamiento de los gobiernos, las élites y una parte significativa de las poblaciones mundiales en relación con la actual pandemia. En la propuesta analítica del filósofo francés, las catástrofes implican una interrupción desastrosa que desborda el supuesto curso normal de la existencia. Pese a su aparente carácter de evento, constituyen procesos en marcha que manifiestan, aquí y ahora, los efectos de algo ya en curso. Como señala el propio Neyrat, una catástrofe siempre sale de alguna parte, ha sido preparada, tiene una historia.

La pandemia que nos asola dibuja con eficacia su condición de catástrofe, entre otras cosas, en el cruce entre epidemiología y economía política. Su punto de partida se ancla directamente en los trágicos efectos de la industrialización capitalista del ciclo alimenticio, particularmente de la producción agropecuaria. Amén de las cualidades biológicas intrínsecas al propio coronavirus, las condiciones de su propagación incluyen el efecto de cuatro décadas de políticas neoliberales que han erosionado dramáticamente las infraestructuras sociales que ayudan a sostener la vida. En esa deriva, los sistemas públicos de salud se han visto particularmente golpeados.

Desde hace días circulan por las redes sociales y los teléfonos móviles testimonios del personal sanitario que está lidiando con la pandemia en los hospitales. Muchos de ellos coinciden en el relato de una condición general catastrófica caracterizada por una dramática falta de recursos y de profesionales sanitarios. Como apunta Neyrat, la catástrofe siempre posee una historicidad y se sujeta a un principio de causalidad. Desde comienzos del presente siglo, diferentes colectivos y redes ciudadanas han estado denunciando un profundo deterioro del sistema público de salud que, a través de una política continuada de descapitalización, ha llevado prácticamente al colapso de la sanidad en España. En la Comunidad de Madrid, territorio particularmente golpeado por el COVID-19, el presupuesto per cápita destinado al sistema sanitario se ha ido reduciendo críticamente en los últimos años, al tiempo que se ha desatado un proceso creciente de privatización. Tanto la atención primaria como los servicios de urgencia de la región se encontraban ya saturados y con graves carencias de recursos antes de la llegada del coronavirus. El neoliberalismo y sus hacedores políticos nos han sembrado tormentas que un microorganismo ha convertido en tempestad.

 

6.

En medio de la pandemia habrá seguramente quien se afane en la búsqueda de un culpable, ya sea en la piel del chivo expiatorio o en el papel de villano. Se trata, seguramente, de un gesto inconsciente para ponerse a salvo: encontrar a quien atribuir la culpa tranquiliza porque desplaza la responsabilidad. Sin embargo, más que empeñarnos en desenmascarar a un sujeto, resulta más oportuno identificar una forma de subjetivación, es decir, interrogarnos acerca del modo de vida capaz de desatar estragos tan dramáticos como los que hoy nos atraviesan la existencia. Se trata, sin duda, de una pregunta que ni nos salva ni nos reconforta y, mucho menos, nos ofrece un afuera. Básicamente porque ese modo de vida es el nuestro.

Un periodista se aventuraba hace unos días a ofrecer una respuesta acerca del origen del COVID-19: «el coronavirus es una venganza de la naturaleza». En el fondo no le falta razón. En 1981 Margaret Thatcher dejaba una frase para la posteridad que desvelaba el sentido del proyecto del que participaba: «la economía es el método, el objetivo es cambiar el alma». La mandataria no engañaba a nadie. Hace tiempo que la razón neoliberal nos ha convertido el capitalismo en estado de naturaleza. La acción de un ser microscópico, sin embargo, no sólo está consiguiendo llegarnos también al alma, además ha abierto una ventana por la que respiramos la evidencia de aquello que no queríamos ver. Con cada cuerpo que toca y enferma, el virus clama porque tracemos la línea de continuidad entre su origen y la cualidad de un modo de vida cada vez más incompatible con la vida misma. En este sentido, por paradójico que resulte, enfrentamos un patógeno dolorosamente virtuoso. Su movilidad etérea va poniendo al descubierto todas las violencias estructurales y las catástrofes cotidianas allí donde se producen, es decir, por todas partes. En el imaginario colectivo comienza a calar una racionalidad de orden bélico: estamos en guerra contra un coronavirus. Tal vez sea más acertado pensar que es una formación social catastrófica la que está en guerra contra nosotros desde hace ya demasiado tiempo.

En el curso de la pandemia, las autoridades políticas y científicas nos señalan a las personas como el agente más decisivo para detener el contagio. Nuestro confinamiento es entendido en estos días como el más vital ejercicio de ciudadanía. Sin embargo, necesitamos ser capaces de llevarlo más lejos. Si el encierro ha congelado la normalidad de nuestras inercias y nuestros automatismos, aprovechemos el tiempo detenido para preguntarnos acerca de ellos. No hay normalidad a la que regresar cuando aquello que habíamos normalizado ayer nos ha llevado a esto que hoy tenemos. El problema que enfrentamos no es sólo el capitalismo en sí, es también el capitalismo en mí. Ojalá el deseo de vivir nos haga capaces de la creatividad y la determinación para construir colectivamente el exorcismo que necesitamos. Eso, inevitablemente, nos toca a la gente común. Por la historia sabemos que los gobernantes y poderosos se afanarán en intentar lo contrario. No dejemos que nos enfrenten, nos enemisten o nos dividan. No permitamos que, amparados una vez más en el lenguaje de la crisis, nos impongan la restauración intacta de la estructura de la propia catástrofe. Pese a que aparentemente el confinamiento nos ha aislado a los unos de los otros, lo estamos viviendo juntos. También en eso el virus se muestra paradójico: nos sitúa en un plano de relativa igualdad. De algún modo, rescata de nuestra desmemoria el concepto de género humano y la noción de bien común. Tal vez los hilos éticos más valiosos con los que comenzar a tejer un modo de vida otro y otra sensibilidad.

 

Resonancias a partir de una pregunta de Tamara Tenenbaum y un texto de Lila Feldman // Emiliano Exposto

En conversación con Diego Sztulwark en un video filmado por la productora Fiord como motivo de las charlas en torno al libro La ofensiva sensible (Caja Negra), Tamara Tenembaum se pregunta: “lxs psicoanalistas dicen salud mental es amar y trabajar. ¿Pero en qué mundo?” La sugerente pregunta de Tamara fue retomada por Lila Feldman en su texto publicado en Lobo Suelto! titulado “¿Salud mental es amar y trabajar”.

Quisiera aprovechar la oportunidad para alojar los interrogantes de Tamara. Escribí este texto rápidamente, en un rapto de entusiasmo para intentar amplificar una serie de intercambios que venimos teniendo con Lila. Con quien nos unen las consideraciones históricas en torno al psicoanálisis en general y la comprensión socio-política de lo inconsciente en particular. Las resonancias rozitchnerianas, por decirlo de algún modo. Este escrito es menos una respuesta, que el intento de hacer proliferar las preguntas.

No estoy seguro si lo que digo es una obviedad, pero sería posible trazar una distinción metodológica mínima respecto de la relación entre salud mental, trabajar y amar. Una distinción precaria y provisoria, pues en las prácticas concretas se da todo mezclado, con sus complejidades históricas y variaciones conflictivas. Por un lado, podríamos ubicar la Salud Mental (con mayúsculas, se suele escribir así) refiriendo a un campo específico de instituciones, normativas, trabajadorxs, «usuarios», violencias, mediaciones estatales y privadas, derechos (la salud como un derecho), estudios especializados, relaciones de poder y resistencia, luchas concretas, modos de organización, cambio y resolución de conflictos, etc. Por otro, remitiríamos a la salud mental (con minúscula, según es usual leerlo), haciendo hincapié en una cuestión “existencial”, de formas de vida y devenires heterogéneos, un problema “antropológico”, por decirlo de algún modo. Guattari en conversación con Oury, creo que en Psicoanálisis y transversalidad, entiendo que sugería llamarle a esto “antropología histórica” o “aspecto metafísico” en torno a dicha faceta de la SM. Esto último, señala, Lila convendría concebirlo más como un «estado» que como un ideal, fin o condición existencial adquirida de una vez y para siempre.

En ambas maneras de entender la SM, creo, estamos ante prácticas concretas (libidinales, sexuales, ideológicas, institucionales, etc.). Es decir, la SM se conforma como una relación social de producción y reproducción, con sus agentes colectivos y actores particulares en una encrucijada compleja de dinámicas semióticas, derechos, mediaciones jurídicas, disputas, modos de circulación, discursos, canales de distribución, formas de consumo, etc. De manera que acuerdo plenamente con lo escrito por Lila: las definiciones en torno a SM son políticas y los contornos socialmente negociados en inmanencia a luchas de todo tipo (teóricas, institucionales, sindicales, cotidianas, etc.). La SM, entonces, se conforma como un campo de disputas. La política propiamente dicha comienza, según entiendo lo que dice Diego en la conversación con Tamara, cuando asumimos el carácter construido (por ende, transitorio, transformable, en disputa) y el estatuto problemático (cuestionable) de aquello que socialmente llamamos SM (en ambos de los sentidos delimitados).

Hago esta distinción metodológica porque tal vez ayude a pensar la pregunta de Tamara. Al menos es el modo en que resoné con el texto de Lila. En la medida en que comprendamos la SM como un campo de instituciones, normativas, “usuarios”, profesionales, violencias silenciadas, criterios de incumbencia, prácticas jurídicas, relaciones de fuerzas en torno a los derechos democráticos, etc., la Salud Mental constituye efectivamente un trabajo; o mejor dicho, comporta varios trabajos, divisiones del trabajo en cooperación social: los trabajos y formas de explotación de los agentes que intervienen en ese campo. Aquí también es probable que el amar sea una condición ética, por decirlo de cierta forma, de las prácticas de cuidado y hospitalidad que dicho campo necesita en sus diversas relaciones (entra las cuales, la relación “usuario” y “efector de salud” es una de ellas).

Por otro lado, podríamos considerar lo que llamé, por comodidad, el “carácter antropológico” o existencial. Decir antropológico, en este punto, ya es un problema, habida cuenta de que desplaza la pregunta imprescindible por la salud en general de los modos de existencia no humanos. Y, además, escotomiza los múltiples factores no humanos que intervienen en la producción de sufrimiento. No sé cómo tendría que denominarse, pero me sirve para la argumentación. De todas maneras, acá intuyo que se complica el tema del trabajar y el amar, y su relación históricamente (sobre) determinada con la salud mental. Pues conjeturo que, si bien sería preciso estudiar críticamente el tema, el anhelo de trabajo por parte de los “usuarios” internados en diversas instituciones podría considerarse como una demanda fundamental y urgente. Aunque, como me indican mis compañerxs de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs trabajadorxs, en ocasiones ese argumento ha traccionado prácticas en las cuales el “trabajo con las psicosis» conduce a formas de trabajo no remunerado de los “pacientes” so pretexto de que “trabajar hace bien”. No sé cuál es la solución de ese último problema. Y menos aún el modo correcto de platearlo. Hay mucha gente que hace años viene pensando la cosa y activando al respecto. Solo resueno con sus preguntas. En torno al amar, es claramente elemental alojar el deseo de amar en este punto o faceta de la SM que llame, de modo impreciso, “antropológica”. 

Ahora bien, considero problemático sostener que el trabajo es condición de salud mental en la vida cotidiana «normalizada» del capitalismo. La relación aquí entre amar, trabajar y SM, me pregunto si no precisa de una historicidad que lo situé en condiciones materiales, simbólicas e imaginarias de existencia específicas. La obra de Freud está plagada de dicotomías o dualismo: pulsión de vida y muerte, pulsión sexual y de auto-conservación, etc. Amar y trabajar es una de ellas. Correspondiendo esta última con la división desigual, jerarquización sexogenerizada y escisión específicamente patriarcal-capitalista entre reproducción social y producción señalada por los feminismos, o entre “no-valor” y “valor” según la consideración crítica de Roswitha Scholz en El patriarcado productor de mercancías. Lo que Freud llama amar, muchas veces, no es otra cosa que trabajo no pago.

El trabajo actualmente existe como tal bajo una forma determinada históricamente: la forma capitalista. Sea como trabajo asalariado, trabajo “formal” o trabajo precarizado, o bajo sus modos productivos, reproductivos, cognitivos, afectivos, “inmateriales”, etc., el trabajo en el capitalismo tiende a ser configurado como trabajo capitalista. Trabajo concreto y abstracto, según la distinción de Marx, coherente con la forma dual de la mercancía (valor de uso y valor). Trabajo social productor de mercancías realizado de manera privada e independiente, en una sociedad donde la reproducción y sostenibilidad de las vidas es definitivamente contradictoria con la producción de ganancias y acumulación de capital. Es en este marco que el trabajo capitalista, nunca está de más recordarlo, constituye una relación de explotación clasista, generizada, racializada, etc. Dejours, publicado por Editorial Topia en nuestro país, ha argumentado largamente sobre la relación (incluso etimológica) entre trabajo y sufrimiento. El trabajo capitalista y la forma valor, en nuestra sociedad, son los principales dispositivos de subjetivación social. Y el trabajo en estas condiciones históricas entonces, me parece, oficia como fuente productora de malestar social. Una relación social de mediación a partir de la cual se fundamenta y organiza la integración a la dominación capitalista. En este marco trabajar no es salud mental, incluso cuando sea anhelable o mejor dicho cuando es necesario tener un trabajo o alguna forma de reproducir la propia vida para aquellos que no tenemos otra cosa que nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Marx, para mí, sigue siendo una brújula cardinal en este aspecto. “No se puede politizar nuestras enfermedades y dolencias si no politizamos nuestra vida cotidiana, empezando por aquella actividad gracias a la cual nos mantenemos vivos, el Trabajo”, me decía el otro día un amigo en un intercambio por redes sociales. El trabajo no dignifica. Y tampoco se trata de liberarlo. El problema básico es abolir el trabajo capitalista en tanto relación social de explotación generadora de sufrimiento desigual en los cuerpos concretos. Toda “enfermedad mental” es política. De modo que la pregunta por el trabajo y la SM no puede abstraerse de las formas concretas de enfermedad, sufrimiento y “tratamiento”, lo cual conllevaría a poner en cuestión toda la “vida cotidiana” en la que vivimos para trabajar y trabajamos para vivir bajo el mando del capital. Esto es, no separar la politización del malestar de la puesta en cuestión radical, en un sentido emancipatorio, de las relaciones sociales del Estado, la propiedad privada, la explotación de clase, las opresiones de raza-género, las dominaciones capacitistas, etc.

El padecimiento social en líneas generales depende, efectivamente, de las formas mediante las cuales organizamos la cooperación material, es decir de nuestras relaciones sociales, sexuales, deseantes, económicos, políticas, etc. El sufrimiento nunca es una “cuestión privada”, sino el efecto complejo y desigual, contingente particularmente y necesario socialmente, de las relaciones de producción, intercambio, reproducción, consumo y distribución en las cuales estamos todxs metidxs. El capitalismo, lo sabemos hace rato, funciona como una fábrica global de mercancías y subjetividades. Una máquina indiferente al malestar que asimismo suscita, productora de muerte, crisis y enfermedad. Las personas particulares somos un momento concreto en la experiencia del sufrimiento social históricamente producido. Puesto que, en efecto, las contradicciones y antagonismos históricos se elaboran y verifican conflictivamente en los dramas concretos de los cuerpos particulares que los producen y reproducen. De allí la necesidad de vivir lo “personal” como índice de elaboración, combate y resistencia ante lo “impersonal”. La transformación permanente de las prácticas económicas, éticas, sociales, sexuales, psíquicas y deseantes de la vida en común, es el reverso ineludible de la transformación inmanente de aquello que padecemos y del modo desigual como lo padecemos. De allí la importancia, estratégica me gustaría denominarla, que una revolución del inconsciente se abra hacia el horizonte de una transformación revolucionaria de la sociedad en su conjunto.

Retomando los términos de Diego en el libro que suscito la conversación con Tamara y esté intercambio entre Lila y yo, una política comunista del síntoma en torno a la salud mental en relación al trabajo como relación social productor de malestar en el capitalismo, solo la encuentro pensable desde una perspectiva anticapitalista. La salud en general y la salud mental en particular, y en esta coyuntura se torna evidente, configuran un campo estratégico de una lucha de clases generalizada en todos los poros de la sociedad. Un campo imprescindible para las prácticas de combate político, cultural, ideológico, etc. Y allí la problematización del trabajo social como generador de “enfermedad” será obra de lxs propias trabajadorxs, o no será. La tarea creo que consiste en problematizar radicalmente, en las prácticas, las relaciones sociales que producen y reproducen el malestar y la llamada “enfermedad mental” como necesidad. Marie Langer o Franco Basaglia, entre muchxs otrxs, entendieron estos problemas hace algunas décadas. Y quizás en el campo psicoanalítico se trate, como bien se viene insistiendo un poco por todos lados, de restituir ese archivo a partir de nuestras propias preguntas, desafíos y luchas históricas.

 

Más allá del Coronavirus ¿Cómo salimos de la pandemia neoliberal? // Maxi Pedreros

 

Es un hecho muy inusual que un gobierno en plena crisis sea rescatado por un virus que probablemente -en el corto plazo-  haga colapsar los servicios de salud y extermine a una cantidad no menor de adultos mayores pobres. Es terrible sentir que esa potente idea de “pueblo”, ese sentimiento de unidad colectiva, forjado unos meses atrás en Chile, en el que, aunque caótico y espontáneo, se percibía un movimiento común, comience poco a poco a desintegrarse. Lo más evidente de este desmoronamiento, el rápido aumento de la popularidad de Sebastián Piñera en las encuestas. Una pregunta necesaria al respecto podría ser, ¿qué deseos trae consigo esa subida de porcentaje de aprobación? Lo que, en términos más amplios, equivaldría a preguntarse por las implicancias políticas de los actuales acontecimientos.

                Pese a todo, lejos de desvanecerse, azotado por una doble crisis, el gobierno en Chile parece estabilizarse. Sin duda, los militares en las calles no producen el mismo efecto que hace cinco meses y, en ese sentido, es certera la irónica y degradante frase del Ministro de Salud: «Un país que no quería nada de tropas en la calle, hoy clama porque tenga militares, armados, uno en cada puerta». Desde este punto de vida, la crisis sanitaria en Chile puede producir que la bestia, que se había logrado conjurar durante cinco meses, rompa el sello y emerja nuevamente.

                Se trata del retorno del Chile fabricado durante de la dictadura. El Chile del milagro económico, del paraíso del consumo y de la inversión, de la inflación 0. Chile de la compra compulsiva de papel higiénico, del asco al otro, de veraneos en medio de la miseria. Chile campeón, falo-adorador del emprendimiento y orgulloso de la satisfacción personal basada en el sufrimiento ajeno. Chile competitivo. La competencia, como siempre, termina siendo por la vida: un renovado Coliseo romano. El exitoso, paga, el fracasado, muere en el consultorio en invierno. Los ojos perdidos hoy sangran doblemente. Chile despertó, está vez dentro de otro sueño.

                Sin embargo, el fenómeno virulento, permea también nuevas posibilidades para la política global y local. Es la oportunidad para un profundo cuestionamiento al modelo económico-jurídico. El simulacro antes de la batalla decisiva. El gobierno de Chile no puede declarar cuarentena obligatoria, porque su marco de acción política está cien por ciento apegado a la razón del mercado. Las muertes, son pérdidas necesarias, inversiones quizás (hay que romper un par de huevos para hacer la tortilla), la emergencia es también una oportunidad de crecimiento, ¿quiénes están detrás de las instalaciones médicas en el lugar de reunión de la clase acomodada? Las decisiones gubernamentales deben estar al servicio del crecimiento porque eso es lo que las legitima y, lamentablemente, un porcentaje no menor del pueblo chileno también lo entiende así, ¿acaso alguien quiere seguir perdiendo dinero en sus fondos personales administrados por las AFP?

                La otra cara de la cuarentena, es la notaria disminución de la contaminación en los lugares en los que esta se ha sostenido. Lo que abre la esperanzadora pregunta, ¿será posible pensar una política gubernamental que se legitime a través de decisiones ecológicas? Una verdadera eco-política. Con decisiones ecológicas no nos referimos solo a las más urgentes frente al avance del calentamiento global y, el cada vez más acelerado, agotamiento de los recursos hídricos; sino que también, a la ecología mental y social: el necesario tiempo para digerir la experiencia colectivo-afectiva. Tampoco nos referimos a un gobierno que tome mayores medidas para la protección del medio ambiente. Un gobierno neoliberal también puede ser ecologista. Nos referimos, a fin de cuenta, a la ecología instalada en el corazón mismo de la razón de Estado.

                Para quienes somos más optimistas, la crisis sanitaria nos hace soñar con una política que desmonte la premisa “producir para producir”, en tanto, eje de todas las decisiones de gobierno. Un estado de cosas, en que el “bien común” suponga, ya no la realización completa de un capitalismo extractivista, sino, pausas necesarias en un planeta y en un psiquismo colectivo que necesitan respirar. De este modo, no se trata de pensar que el “Chile despertó” era superficial, que fue un paréntesis en medio de la masacre que seguirá acaeciendo, todo lo contrario, puesto que todavía es viable conectar esa alegre potencia colectiva del estallido con la posibilidad de un Estado soberano local y global, que ponga en el centro de su aparato administrativo, una ecología vital, que afirme con entereza lo que el pueblo mapuche viene enunciando desde hace siglos: “la tierra no es de la gente porque la gente es de la tierra.”

                 Para terminar, quisiéramos llamar la atención sobre la pragmática política que puede suponer esta crisis en un año marcado por un proceso constituyente en Chile. La crisis del COVID-19 nos demuestra que no basta con reformas política que desmantelen o suavicen ciertas políticas neoliberales (que por cierto son imperiosamente necesarias), sino que, lo que se debe reformar es fundamentalmente el sentido empresarial instalado en el centro de todas las decisiones políticas y diseminado, paradójicamente, cual virus, en millares de formaciones deseantes de la vida cotidiana.

 

Chile. La revuelta en el laboratorio neoliberal // Pierina Ferretti y Mia Dragnic

Publicado originalmente en Memoria. Revista de crítica militante https://revistamemoria.mx/

El estallido del malestar social

A comienzos de octubre entró en vigencia un alza en el pasaje del tren subterráneo (“metro”) de la ciudad de Santiago equivalente a 0,04 USD. Pocos días después estudiantes secundarixs iniciaron  jornadas de acción directa e hicieron un llamado a evadir el pago del boleto en señal de protesta en contra de la medida impuesta por el gobierno. La población adhirió masivamente y en menos de una semana comenzó la explosión social más grande de la historia reciente del país, que pasó de ser una reacción ante la subida del transporte a una impugnación general a las condiciones de vida impuestas tras más de cuatro décadas de aplicación de un ortodoxo neoliberalismo.

Hasta antes del estallido, Chile mantenía la imagen de exportación que había venido construyendo durante décadas: una democracia estable, cifras macroeconómicas favorables, reducción de los niveles de pobreza, aumento del ingreso per cápita, elevados niveles de acceso al consumo de bienes, entre otras características que convirtieron al país sudamericano en el caso excepcional de un neoliberalismo exitoso. Sin embargo, esta revuelta viene a desplomar esa apariencia y a exponer la base de desigualdad sobre la que se soporta un sistema que, desde que fuera implantado a sangre y fuego por la dictadura militar de Augusto Pinochet y los “Chicago Boys”, ha sido profundizado y perfeccionado tanto por los gobiernos de la ex-Concertación (coalición de partidos de centro izquierda que condujo la transición a la democracia), como por los dos gobiernos de derecha liderados por Sebastián Piñera.

La mercantilización de todas las esferas de la vida social -incluyendo cuestiones como el agua, la salud, la educación y las pensiones- y la constitución de un tipo de Estado funcional a la acumulación empresarial, por medio de subsidios a prestadores privados de servicios sociales que les aseguran elevadas ganancias, han sido los pivotes del neoliberalismo criollo que durante casi cuarenta y cinco años ha significado el aumento sostenido de la desigualdad y del malestar social en franjas cada vez más amplias de la población[1]. Algunos datos permiten mostrar los trazos gruesos de este cuadro: actualmente en Chile el 1% de la población más rica concentra el 26% del PIB, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos accede sólo al 2,1% de la riqueza[2], lo que lo convierte en el país más desigual de la OCDE y en uno de los treinta con peor distribución del ingreso a nivel global[3]; el 50% de lxs trabajadorxs gana alrededor de 460 USD y las jubilaciones tienen un promedio de 340 USD[4], montos absolutamente insuficientes para costear la vida y que explican en buena medida los elevados niveles de endeudamiento de la población que, de acuerdo a datos recientes del Banco Central, alcanzaron en el último trimestre de 2019 cifras récord que representan el 75% de los ingresos disponibles de los hogares chilenos[5].

En estas condiciones crece la sensación de agobio y malestar. No es casualidad que la consigna “No son 30 pesos, son 30 años” haya sido de las primeras que vio nacer esta revuelta. El pueblo chileno acumuló rabia, indignación, frustraciones durante décadas, hasta que el alza del pasaje del tren subterráneo fue el detonante de un terremoto social que, entre otras cosas, ha marcado el fin del consenso neoliberal en el país que fue su cuna y que era hasta hace poco un “modelo ejemplar”.

Nueva composición social y límites de las izquierdas

Mirando el aumento de la conflictividad social en las últimas dos décadas (resistencia mapuche, luchas por la educación y las pensiones, huelgas de trabajadores subcontratadxs, paralizaciones de profesorxs primarixs y secundarixs, conflictos socioambientales, movilizaciones feministas), se aprecia que el estallido de octubre sucede al interior de un ciclo de impugnación al neoliberalismo que viene intensificándose, pero que hoy determina un punto de inflexión que supera momentos anteriores de contestación debido a su magnitud y composición social. Lo que aparece como novedad es que en esta ocasión no son grupos específicos de la sociedad los que se rebelan, sino que, por primera vez en la historia reciente, es una mayoría efectiva de la población -que va desde los sectores populares más golpeados por la exclusión y la desigualdad hasta frágiles sectores medios que experimentan la precarización de sus condiciones de vida-, la que sale a las calles en forma espontánea y con una fuerza y radicalidad insospechadas.

Por otra parte, a diferencia de otros procesos de movilización de este periodo, que fueron conducidos por actorxs sociales organizadxs y con capacidad de convocatoria, la nota predominante de este estallido es su carácter espontáneo y la inexistencia de líderes identificables. La ausencia de banderas de partidos o grandes movimientos políticos en las concentraciones, pareciera significar que la inmensa mayoría de quienes participan no proviene de organizaciones políticas tradicionales, ni pertenece a las culturas militantes de la izquierda histórica. En cambio, la presencia de las banderas mapuche ha sido muy significativa, así como la pañoleta verde que simboliza la lucha por el acceso al aborto y, también, las banderas y camisetas de los principales equipos de fútbol. Esto revela que en Chile, al igual como ha sucedido anteriormente en varios países latinoamericanos y caribeños, se están agotando los modos tradicionales de la política, demostrando con claridad la incapacidad y los límites que tiene la democracia representativa para canalizar las aspiraciones de las mayorías sociales.

Esta revuelta ocurre en un momento en que las formas clásicas que articularon al movimiento obrero, al campo popular y a las clases medias en el siglo XX -sindicatos, partidos de la izquierda histórica y de centro-izquierda- han experimentado procesos de desfonde y vaciamiento, explicables por una conjunción de factores que van desde las transformaciones en la composición y estructura de la clase trabajadora -que han mermado las organizaciones sindicales-, hasta la colusión de las elites políticas, incluyendo a las de centroizquierda, con los intereses empresariales que ha terminado por deslegitimar al sistema y a la clase política en su conjunto. Sobre este fondo, que viene configurándose desde hace varios años, la situación abierta por el estallido social de octubre dejó todavía más en evidencia los límites de las izquierdas partidistas, y en particular los del Frente Amplio[6] (FA), para canalizar las demandas sociales y desarrollar nuevas formas de hacer política. La joven agrupación de izquierda, en vez de actuar como un agente articulador de la lucha social, ha terminado siendo parte de las prácticas políticas que se proponía superar. La firma a puertas cerradas de un acuerdo para cambiar la Constitución Política del que fueron excluidos los movimientos sociales y el apoyo de un grupo de diputadxs frenteamplistas a un paquete de leyes represivas impulsadas por el gobierno de Piñera, fueron duramente criticados, provocando un contundente rechazo del FA en buena parte de los sectores organizados que participan en la movilización.

Así las cosas, esta irrupción popular, que es expresiva de las conflictividades sociales nacidas de las nuevas formas de desigualdad producidas por el neoliberalismo, no encuentra lugar en las izquierdas partidistas tradicionales y estalla por cauces distintos, con lógicas nuevas y, también, con identidades, imaginarios y deseos de nuevo tipo, lo que hace imposible encasillar lo que está ocurriendo con las categorías y polaridades que permitieron comprender la lucha de clases en el siglo XX. El pueblo que está en las calles es heterogéneo en su composición social y generacional, representa las nuevas formas de trabajo y las nuevas exclusiones provocadas y agudizadas por la modernización neoliberal, así como nuevas subjetividades moldeadas por las promesas de integración social por la vía del ingreso al mercado laboral, de la educación terciaria y del consumo, y, muchas veces, por la frustración de estas expectativas, irrealizables bajo las condiciones de precariedad e inseguridad que imperan. Se reúnen en las movilizaciones estudiantes secundarixs y universitarixs, jóvenes profesionales precarizadxs, pobladorxs de barrios periféricos, sectores de una frágil e inestable “clase media”, barristas de fútbol (símbolo de la juventud popular y estigmatizada), trabajadorxs asalariadxs calificadxs y no calificadxs, jubiladxs y adultxs mayores, oficinistas y trabajadorxs de apps, entre otrxs. La condición compartida por este conjunto abigarrado de grupos sociales es la precariedad experimentada en mayor o menor grado, sentida como amenaza o vivida como realidad efectiva, la indignación ante los abusos de la élite económica y política y un rechazo transversal a la política institucional.

Esta mayoría social que ha salido a las calles da cuenta de la emergencia de un pueblo gestado por largos años al interior de una de las experiencias más radicales del neoliberalismo a nivel global. Su aparición ha desbordado completamente al sistema político y a las organizaciones que tradicionalmente canalizaron los intereses de las clases subalternas y marca un antes y un después en las luchas antineoliberales en Chile: el momento en que es una mayoría la que se levanta para reclamar otro tipo de vida y, con ello, otro tipo de sociedad. En esto radica la potencia de esta revuelta y los desafíos que impone en términos políticos para una izquierda que no está anclada en estos nuevos actores, ni en sus conflictos ni en sus subjetividades[7].

Una rebeldía expansiva. El feminismo y la revuelta

Un elemento sobre el que quisiéramos llamar la atención de manera particular tiene que ver con el lugar que el feminismo ha ocupado en este momento de revuelta y en la producción de una sensibilidad rebelde que se expande por cada vez más espacios sociales. Lo ocurrido con la performance del colectivo Las Tesis es una excelente muestra de ello. Desde Santiago a Ciudad de México, del Wallmapu a Rojava, pasando por Libia, India, Grecia y Turquía, así como por numerosas ciudades de América Latina, Europa y Estados Unidos, el grito de rebeldía de las mujeres y disidencias sexuales se escuchó fuerte y claro a lo largo del mundo. La rapidez con la que se diseminó esta protesta, la magnitud que alcanzó y la resignificación que se hizo de ella en diversas localidades, así como la masividad, transversalidad y coordinación descentralizada pero efectiva de las huelgas del 8 de marzo de los últimos años, o de manifestaciones contra la violencia machista y por el derecho al aborto que se realizan simultáneamente en distintos países, son hechos que dan cuenta de hasta qué punto en la actualidad el feminismo se erige como una nueva fuerza internacionalista, anticapitalista y antipatriarcal.[8]

Sin embargo, junto con esta dimensión visible a escala global y local, la emergencia feminista contemporánea tiene impactos en otros niveles que vale la pena retener en tanto que están resignificando y profundizando el llamado que a lo largo de la historia ha hecho el feminismo. La politización de la vida cotidiana, los procesos de desnaturalización de prácticas sexistas discriminatorias, la capacidad de nombrar distintas clases de violencia y de identificar las estructuras de poder que las producen son algunos de los nudos claves, así como el fortalecimiento de la acción colectiva que saca a las mujeres del confinamiento privado, de la culpa y de la posición de víctimas y amplía el campo de lo político, generando transformaciones en el conjunto la sociedad. El estallido de octubre en Chile se inscribe en esta dinámica, pues si fuera posible sintetizar en pocas palabras el movimiento que se ha producido en estos meses de revuelta, diríamos que se trata de un pasaje generalizado del malestar privado e individual a la revuelta colectiva, de un momento en que aquellos sufrimientos que se habían vivido en el encierro doméstico, con culpa y en soledad, se instalan en el espacio público, se comprenden como social y políticamente producidos y se despierta una voluntad de lucha y el reconocimiento mutuo entre quienes comparten experiencias, sentimientos, temores y esperanzas comunes. Tránsitos que van de la victimización despolitizadora a la acción que produce política, de la culpa a la demanda, de la resignación a la desobediencia han sido motorizados principalmente por el movimiento feminista en el Chile de los últimos años. Las multitudinarias concentraciones contra los femicidios bajo el lema NiUnaMenos y las movilizaciones estudiantiles del llamado “Mayo feminista”, por ejemplo, han desencadenado no solo una sensibilización general respecto de la violencia machista y el abuso sexual en contextos laborales y educativos, sino sobre todo una disposición al desacato de los mandatos patriarcales y a la rebeldía ante la arbitrariedad, la discriminación y las injusticias aceptadas como naturales hasta hace no mucho tiempo atrás. Sin ir más lejos, el estallido de octubre estuvo antecedido por la Huelga Feminista del pasado 8 de marzo, cuando cerca de 500 mil mujeres y disidencias repletaron esa misma plaza -rebautizada como “Plaza de la Dignidad”- que hoy es copada por la sociedad en su conjunto. Estos no son, y es preciso remarcarlo, hechos desconectados.

Desde este punto de vista, puede apreciarse el trabajo subterráneo de un feminismo que opera al interior del cuerpo social y que interrumpe las relaciones políticas y sexuales desde diversos espacios de manera simultánea, contribuyendo a suscitar las fuerzas y energías necesarias para que el malestar privado, transformado en revuelta colectiva, se convierta en una disposición de masas. Por esto, más allá de las consignas que predominan, la sensibilidad que el feminismo ha despertado en la sociedad atraviesa de una punta a otra la rebelión del pueblo chileno que hoy se ha declarado en rebeldía.

Horizontes: autonomía política y democracia

Por estos días Chile exhibe un nuevo rostro y atrás queda la imagen de un neoliberalismo triunfante, hegemónico en lo cultural y lo político, así como la de un pueblo alienado por el consumo y desinteresado en los destinos colectivos. Emerge una sociedad desobediente, sobre todo un universo de jóvenes que ha hecho del desacato una forma de habitar el presente. En los saltos a los torniquetes del tren subterráneo que inauguraron estas jornadas, en el desafío frontal a las fuerzas armadas y carabineros, y en todas las formas de irreverencia hacia lo establecido que han poblado estos más de cien días de revuelta, asoma una generación sin miedo, consciente de la desigualdad de clases y que ha sido capaz de contagiar su rebeldía al conjunto de la sociedad.

En lo inmediato, las movilizaciones han logrado copar la agenda política y reinstalar los grandes temas en los que se juega una transformación estructural del sistema, abrir la puerta a un proceso de cambio constitucional y notificar a las elites políticas y empresariales de que el neoliberalismo ya no cuenta con la adhesión conforme de un pueblo obediente. Por otro lado, no podemos dejar de denunciar la brutal represión desatada contra el pueblo movilizado, constatada por todos los organismos de derechos humanos que han realizado misiones de observación en el país y que ponen en tela de juicio el carácter democrático y la legitimidad del gobierno de Sebastián Piñera. Las cifras son impactantes: más de 5500 querellas por violaciones a los DDHH, entre las que se cuentan denuncias por violencia sexual y por tortura. La práctica recurrente de la policía de disparar escopetas antimotines al rostro de lxs manifestantes ha provocado más de 350 lesiones oculares y ha dejado a dos jóvenes completamente ciegxs. Lxs muertos ya superan la treintena y lxs heridxs y presxs se cuentan por miles. Esta magnitud de violencia estatal/empresarial no se registraba desde los años de la dictadura militar y muestra sin disimulo hasta dónde la clase dominante está dispuesta a llegar para impedir las transformaciones sociales demandadas.

Hacia adelante uno de los mayores desafíos que se abre es el de la creación formas de organización colectiva capaces expresar los intereses de esta mayoría social que ha saltado a las calles y de acumular fuerza suficiente para enfrentar políticamente las batallas que se vienen. En este sentido, las asambleas y cabildos que durante estos meses se han multiplicado a lo largo del país nos parecen de los espacios políticos más significativos. El que miles de personas, muchas de las cuales por primera vez son parte de una movilización social, se hayan reunido a deliberar, a hacer diagnósticos participativos de los problemas sociales más urgentes y, también, a elaborar soluciones y propuestas, es un ejercicio democrático radical para un país como Chile. En el fondo, lo que se cifra en estos procesos  comunitarios es una lucha por recuperar el poder de decisión sobre los destinos de la vida colectiva y contra la captura neoliberal de la democracia, pues si algo ha provocado el neoliberalismo, además de la abismante desigualdad, es una colonización cada vez mayor de los procesos de reproducción social  y una continua desposesión de los grupos subalternos en términos políticos: un bloqueo de su poder de decisión, una exclusión de sus intereses y un desarme de sus instrumentos de acción colectiva.

En el escenario abierto, la consolidación de la autonomía política de esta fuerza popular que ha irrumpido y la maduración de un nuevo proyecto histórico anticapitalista son desafíos tan complejos como necesarios. Sabemos que en ese derrotero las temporalidades son heterogéneas y que no hay atajos posibles. Por lo pronto, lo que queda claro es que esta revuelta inaugura un nuevo capítulo en las luchas sociales contra el neoliberalismo en Chile, uno protagonizado por un pueblo dispuesto recuperar la vida robada por el capital y a luchar, como dice una de sus consignas más conmovedoras: “hasta que valga la pena vivir”.

 

[1]Algunos análisis del Chile actual así como de los efectos políticos de la modernización neoliberal pueden encontrarse en Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo, Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clase y conflicto social, Santiago, El Desconcierto-Nodo XXI, 2014 y Carlos Ruiz, La  política en el neoliberalismo. Experiencias latinoamericanas, Santiago, LOM Ediciones, 2019.

[2]Ver Informe Panorama Social de América Latina 2019 de la CEPAL               https://www.cepal.org/es/publicaciones/44969-panorama-social-america-latina-2019

[3]Datos tomados del Banco Mundial https://datos.bancomundial.org/indicador/SI.POV.GINI?locations=CL         

[4] Datos tomado del informe de la Superintendencia de pensiones, marzo 2019 https://www.spensiones.cl/portal/institucional/594/articles-13798_recurso_1.pdf

[5] Banco Central de Chile, “Cuentas Nacionales por Sector Institucional. Tercer Trimestre 2019”. https://www.bcentral.cl/areas/estadisticas/cuentas-nacionales-institucionales.

[6] El Frente Amplio es una coalición de partidos y organizaciones políticas de izquierda constituida durante el año 2016. Entre sus miembros, reúne a importantes ex-líderes del movimiento estudiantil que hoy son diputadxs de la República.

[7]El sociólogo Carlos Ruiz ha planteado la situación en los siguientes términos: “Usaría la siguiente figura: hay un pueblo nuevo, que es el que construyó el neoliberalismo, que no es el pueblo del siglo XX […] Y es un nuevo pueblo sin izquierda[…] Y     también es una izquierda sin pueblo […] Es una izquierda sin                política de masas”. Ver: https://www.guionb.com/entrevistas/carlos-ruiz-la-izquierda-chilena-no-tiene-proyecto/

[8]  En La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo (Buenos Aires, Tinta Limón, 2019), Verónica Gago realiza una estimulante lectura de la fuerza de los feminismos contemporáneos a partir de la experiencia acumulada en el proceso de organización de las recientes huelgas del 8 de marzo en Argentina

Diálogo con Christian Ferrer // Fuera de tiempo (Spotify)

El sociólogo, ensayista y profesor de la Universidad de Buenos Aires Christian Ferrer conversó con Diego Genoud (@otro_periodista) en Fuera de Tiempo (@fueradetiempo_) sobre la crisis global que se originó a nivel global por la pandemia de coronavirus, el rol de China en el desarrollo de la epidemia, el impacto de la cuarentena en la maquinaria social y su correlato en la Argentina.

He aquí el link: https://open.spotify.com/episode/7FKPH3BTpNCLb7QATN8Bof 

¿Salud mental es amar y trabajar? // Lila María Feldman*

Salud Mental.  Categoría en la que los psicoanalistas  nos hemos interesado poco, y que resolvemos rápido, acudiendo a la célebre frase de Sigmund Freud, en la que define salud como capacidad de amar y trabajar.

Qué  podemos decir hoy, más de 100 años después, al respecto. ¿Nada nuevo?

Fue una filósofa (punto de partida interesante, no fue una psicoanalista ni una psicóloga, no una trabajadora del campo de la salud mental), que participaba de una conversación, la que me llevó a detenerme en ello. En este día de sol, en este día de aislamiento forzoso pero de lo más sensato, aún en estado de embotamiento ya que los sucesos tienen una mayor velocidad que nuestra capacidad de absorverlos.

Y aún así, una frase es capaz de despabilar. Ninguna ocasión mejor que esa para escribir.

Tamara Tenembaum decía, conversando con Diego Sztulwark: “los psicoanalistas dicen que salud mental es amar y trabajar. ¿Pero en qué mundo?”.  Pregunta en apariencia sencilla, pero que nos convoca a volver a las viejas –y ojalá permanentes- preguntas. ¿En cualquier mundo? ¿Qué sucede además cuando el mundo se transforma y nos transforma a pasos agigantados? ¿Se puede estar sano simplemente amando y trabajando? ¿Se puede estar sano sin preguntarse por el mundo, por uno en el mundo, un mundo donde hay otros? Un mundo que además puso en jaque vertiginosamente nuestros modos personales, singulares y colectivos, de amar y trabajar.

De lo que los psicoanalistas hablamos con mucha mayor frecuencia es sobre el Deseo, los deseos prefiero decir yo. No hay uno solo, no hay uno “último”, (créanme que decir esto al menos entre psicoanalistas no es ninguna obviedad). Tamara Tenembaum dice al respecto (no es una cita textual, sino una cita afectada por la escucha), en realidad se pregunta: ¿el deseo es la piedra última de nuestra libertad…hay un deseo puro, incontaminado…hay un deseo no afectado por determinadas condiciones político, económicas…?”.

Volviendo a la cuestión de la Salud Mental como categoría poco trabajada, es cierto sí que fuimos desligándola –y seguimos haciéndolo- de la idea de “normalidad”. De hecho la Ley Nacional de Salud Mental pone fuertemente el acento en ello, desde una perspectiva de Derechos. Los Feminismos populares también, son movimientos que revolucionaron el modo de pensar la subjetividad, no solo a las “mujeres”.

Yo pienso en un psicoanálisis más “sano”, uno que no pierda la cabeza, al ceder su propia y actual cabeza a lo que otros han dicho y pensado, uno que no empiece y termine en los diálogos e intercambios interiores y encerrados en su propio campo, uno que tenga una dosis imprescindible de locura, la necesaria como para poder seguir soñando, aun en las condiciones más adversas, uno que entienda que la salud mental también se inventa.

Un psicoanálisis que siga amando el volver a las viejas preguntas, pero que no renuncie a buscar nuevas respuestas, uno que también pueda hacer preguntas nuevas, hasta de las más ingenuas. Uno que tome la palabra públicamente, no solo para su propia “escuela”.

 Entonces, retomo esa pregunta. ¿Qué es hoy salud mental?

En primer lugar, es un estado. No una garantía, no es algo ganado y conquistado de una vez y para siempre, no está escrito en las “sagradas estructuras”…quise decir escrituras.

Amar y trabajar, lo cual no es poco. Pero amar y trabajar, siempre que ello modifique nuestra subjetividad, porque un sujeto que no se transforma es un sujeto de consumo, sujeto a y de lo neoliberal como  organizador y creador de nuestras sumisiones y también (hoy más que nunca) de nuestras enfermedades.

Soñar, siempre.

Preguntarse todo, de nuevo, cada vez. ¿Por qué no ahora, cuando la vida vuelve a ser pregunta,  y somos muchos los que nos preguntamos qué es vivir hoy, qué es una vida propia?

Y preguntarse por todo eso en este mundo, y por el mundo, porque somos sujetos de deseo, de deseos, y en este mundo. En este, por ahora, no en otro, y si queremos otro, también eso debe ser una pregunta.

Eso también es Salud Mental.

Y su definición es política.

Finalizo este texto, tal vez también un manifiesto esperanzado, volviendo a aquella conversación que lo disparó, con palabras de Diego Sztulwark: “…donde la idea de salud (o vida) deja de ser normalidad y adaptación, donde eso se rompe, hacemos política…”.

*    Psicoanalista y escritora.

 

Normas, controles y cuidados // Sebastián Stavisky

Este 27 de marzo, el sociólogo Daniel Feierstein publicó una nota en la sección El País del diario Página/12 a propósito de la importancia del respeto a las normas en el actual contexto de cuarentena decretada por el gobierno. Titulada “Coronavirus: la importancia de las normas de cooperación”, la nota puede leerse como la continuación de otro artículo suyo publicado cerca de diez días antes, el cual lleva por título “El desafío de las ciencias sociales en la Argentina de hoy”. Ambos escritos se sostienen sobre el supuesto de que la principal herramienta inmunológica para frenar la propagación del COVID-19 radica en la responsabilidad solidaria de las personas. “Solo nos queda apelar a nuestra responsabilidad, a las mejores tradiciones solidarias de nuestro pueblo…”, es la conclusión a la que arriba en el segundo de sus artículos, mientras que, en el primero, concluye con la “responsabilidad central” que lxs profesionales de las ciencias sociales tenemos como potenciales agentes de esta farmacopea moral. Seguramente no haya demasiado que objetar respecto a la evidencia de que, en efecto, la falta de solidaridad es un problema de enormes dimensiones, incluso, quizás, mayores que cualquier pandemia. Por otra parte, resulta interesante el intento de poner en discusión el problema del lazo social justamente cuando la principal herramienta preventiva contra el contagio —quizás, si no la única, la más efectiva con la que hasta ahora contamos— que están tomando los gobiernos es el aislamiento físico (discusión aparte ameritaría la preponderancia que, en su reemplazo, está tomando la compulsión a la ultra-conectividad virtual). Sin embargo, sin restar importancia a estos aciertos de Feierstein, considero que varias de las afirmaciones que sostiene son no sólo objetables, sino riesgosas en sus presupuestos epistémicos (que, por supuesto, no son sólo suyos: por ello esta nota). Y, en lo que hace a la función que nos asigna a los cientistas sociales, un verdadero desperdicio: ¿en verdad nuestra tarea de la hora debe limitarse a traducir en lenguaje durkheimiano el hashtag #QuedateEnCasa?

En el segundo de sus artículos, Feierstein afirma que distintas corrientes de pensamiento se habrían obstinado en socavar la “antigua verdad” de que “las normas no sólo son una forma de imposición de poder sino que su origen también se vincula con la construcción de lazos sociales”. Las consecuencias de este socavamiento —refiere luego— las estaríamos actualmente vivenciando “en la tremenda dificultad con la que nos encontramos para que sociedades como la italiana, española o argentina acaten medidas fundamentales de contención de la pandemia”. Desde su perspectiva, por tanto, si la pandemia no está pudiendo todavía ser controlada sería resultado no —como argumenta el colectivo Chuang en su artículo “Contagio social”, publicado en castellano a modo de folleto por Lazo Ediciones de Rosario, o David Harvey en “Política anticapitalista en la época de COVID-19”– de los modos de producción capitalista y de su vínculo, en contextos específicos de acumulación, con la explotación medioambiental y de otras especies animales; tampoco de la política de ciertos gobiernos de privilegiar el sostenimiento de las ganancias de los empresarios por sobre el cuidado de las vidas al momento de decidir cuándo y cómo frenar la circulación. Si la pandemia no está pudiendo ser controlada es porque estaríamos padeciendo un fenómeno de anomia social, de lo cual se desprende entonces que el debate sobre cómo frenar el COVID-19 sea, antes que un tema de política sanitaria, un asunto de servidumbre voluntaria; y la función de lxs cientistas sociales, antes que una crítica a los modos de gobierno o de producción, un cuestionamiento de las formas de desobediencia.

Entre las corrientes que habrían puesto en cuestión la norma cooperativa a las que alude Feierstein, responsables, en última instancia, de la propagación descontrolada del virus, no hay ninguna que refiera a las condiciones materiales de existencia, a la mutación antropológica que —como diría Bifo— viene produciendo el desplazamiento de interacciones físicas y conjuntivas por máquinas semióticas que operan según lógicas conectivas de mediación, o a la dirección individualizante de las conductas por parte de la gubernamentalidad neoliberal. Así, si la primera de las formas de derrumbe de la solidaridad esbozadas por el sociólogo remite al capitalismo, es sólo para destacar la hegemonía de sus valores impuestos, cuyas manifestaciones coyunturales agruparía, sin distinción, a empresarixs especuladorxs, consumidores de clase media que llenan sus carritos de supermercado sin consideración por el faltante de mercancías que pueda afectar a sus prójimos, y turistas huyendo desesperados a la costa argentina. Luego, si la segunda de las corrientes remite a las formas de autoridad, es sólo para referir a su condición existencial, transhistórica, lo que hace difícil comprender cómo es que los actuales modos de ejercicio del poder operan de manera situada en contextos tan excepcionales como el que estamos viviendo.

Finalmente, la tercera forma de ruptura del lazo social a la que hoy estaríamos expuestos sería —para el autor— producto de la incomprensión del sentido de las normas por parte de un progresismo que ha hecho una “distorsionada lectura berreta de Michel Fouacult”. Sin desconocer que el filósofo francés haya sido objeto, en reiteradas oportunidades, de interpretaciones desmedidas, cabe al respecto precisar que, así como la ley, un decreto presidencial no es, precisamente, una norma en el sentido foucaultiano del término. Que haya personas que no respeten la orden de cuarentena, las pautas de distanciamiento social o los recomendados hábitos de higiene es posible que, también, sea efecto de los procesos de normalización por los cuales muchxs no cuentan con una vivienda digna en la cual resguardarse sin mayores complicaciones el tiempo que se les indique, no tienen la posibilidad de tomar todos los recaudos necesarios para una higienización adecuada, están expuestxs a la violencia de un orden patriarcal amplificado en la intimidad del encierro en el espacio privado, o no siguen percibiendo un sueldo sin la urgencia por volver a trabajar (y pienso, al respecto, tanto en trabajadorxs informalxs como en empleadxs de comercio, en médicxs y barrenderxs, en trabajadorxs de la economía popular y de la economía app). Ciertamente, las normas o, mejor, los decretos fueron violados —como refiere Feierstein— por “miles de personas llegadas de Europa” que, irresponsable e insolidariamente, no acataron la simple orden de quedarse catorce días en sus casas, exponiendo así al contagio del virus a muchxs más. ¿Pero acaso lxs cientistas sociales no tenemos también algo para decir acerca de esas otras normalizaciones que regimentan nuestras vidas y, por tanto, las condiciones necesarias para el cuidado frente a la violencia tanto del coronavirus como de una multiplicidad de otros factores que la actual pandemia no sólo no pone en suspenso sino que, por el contrario, vuelve aún más crueles?

Quienes nos dedicamos a las ciencias sociales y contamos con el privilegio de un exceso de tiempo libre durante el período que dure la cuarentena podríamos abocarnos a registrar —como está haciendo CORREPI— la cantidad de violaciones a los Derechos Humanos que las fuerzas de seguridad, haciendo uso de un mayor juego de libertades que la actual situación les concede, están cometiendo, principalmente, sobre los sectores más vulnerados de la sociedad. O analizar los efectos que sobre nuestras sensibilidades está produciendo una cobertura mediática de la pandemia que se preocupa más por propagar el miedo contando la cantidad de muertos que se produce cada día, que de tranquilizarnos narrando la infinidad de casos de personas que están recuperándose del contagio. Y que, asimismo, iguala la importancia de asumir responsablemente conductas de cuidado a la difusión de prácticas de delación. ¿Acaso tales tácticas discursivas no le están facilitando “al fascismo imponer sus discursos de ‘orden’ o ‘mano dura’” mucho más que —como refiere Feierstein— las berretas interpretaciones progresistas de Foucault? “El miedo a una pandemia —afirma Srecko Horvat y cita Bifo en “Crónica de la deflación”— es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y la economía capitalista.”

También podríamos, lxs cientistas sociales, poner en cuestión el uso, tanto mediático como gubernamental, de metáforas bélicas para el abordaje de un problema que es, ante todo, atribución del ministerio de salud antes que del de seguridad o defensa, y analizar los potenciales efectos que tales formas de elaboración de la situación actual puedan producir en la ruptura del lazo social sobre el que habla el autor. ¿Qué margen nos queda para pensar en formas solidarias de relación cuando continuamente nos están haciendo creer que nos encontramos en medio de una guerra contra un enemigo invisible? ¿No es acaso el mismo lenguaje que se utiliza en el tratamiento del problema del narcotráfico o de la delincuencia asociada a lxs pobres —a lxs que, por otra parte, Feierstein alude creyendo necesario recordar, en estos precisos momentos, el riesgo que implica su romantización—, cuyos efectos sobre el crecimiento de la violencia (y no, precisamente, efectiva en el descenso de los niveles de aquello que dice combatir) han sido ampliamente estudiados por cientistas sociales? “No estamos en guerra ni tenemos que estarlo —afirma el médico parisino Sophie Mainguy—. No necesitamos de una sistemática idea de lucha para ser competentes. […] Las formas de vida que no sirven a nuestros intereses (¿y quién puede decirlo?) no son nuestros enemigos.”

La frase con la que Feierstein concluye la segunda de sus notas —cuya primera parte cité al comienzo de este artículo—, luego de aludir a “las mejores tradiciones solidarias de nuestro pueblo”, refiere que “las normas de cooperación […] son las que permitieron a la especie humana su evolución y subsistencia en el planeta”. La afirmación recuerda a la respuesta que, a fines del siglo XIX, Piotr Kropotkin dio a la lectura hobbesiana de la teoría de Darwin que había ensayado Thomas Huxley. Este último fue uno de los primeros en extrapolar a la sociedad una concepción reduccionista del darwinismo sobre la base de la competencia como único factor de supervivencia. Publicada inicialmente a través de una serie de artículos en una revista científica de Inglaterra, la respuesta de Kropotkin constituyó la base de su famoso libro El apoyo mutuo. En él, el anarquista ruso traza una historia de las prácticas de cuidado mutuo introducida por el análisis de las distintas formas de solidaridad presentes en comunidades de vidas no-humanas. Así, entre varias otras experiencias, remite a los gremios de artesanos de las ciudades medievales, cuyas prácticas solidarias de cuidado fueron interrumpidas por la emergencia del Estado absolutista.

Si traigo a colación el estudio de Kropotkin es porque creo que en su afán por desnaturalizar el vínculo que en su tiempo estaba comenzando a tejerse entre supervivencia y competencia —cuyas consecuencias en la fundamentación tanto del fascismo y el nazismo como del neoliberalismo son bien conocidas— puede encontrarse un índice del necesario trabajo de historización que lxs cientistas sociales bien podríamos hacer a los fines de problematizar uno de los presupuestos que parecieran estar imponiéndose como incuestionados cada vez con mayor fuerza. Me refiero al vínculo que hoy estamos presenciando entre la urgencia de armarnos relaciones de cuidado y la difusión generalizada de prácticas de vigilancia y control. Y no se trata —como dice Feierstein— de “cuestionamientos abstractos a ‘tecnologías de control’ que son contraproducentes y que funcionan como reaseguros de nuestra tendencia a la negación de una realidad angustiante”. En todo caso, en primera instancia, cabría preguntarnos si la supuesta efectividad de dichas tecnologías es tal o si, incluso en países donde su perfeccionamiento alcanza límites que en Argentina sólo podemos imaginar como fenómenos de una novela distópica, su utilización no estaría exponiendo —como refiere el colectivo Chang en el escrito al que referí más arriba— la falta de legitimidad en la que se encuentran muchos de los gobiernos centrales a la hora de tratar con situaciones de emergencia. Interpelando a esa suerte de orientalismo invertido al que el tratamiento de la pandemia pareciera inducirnos, Byung-Chul Han afirma: “China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. […] Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino.” Luego, una segunda pregunta que también podríamos hacernos es por las posibles consecuencias que la negación a problematizar el vínculo establecido —por otra parte, desde mucho antes que el pasado 20 de marzo, de allí que ahora se muestre tan consolidado— entre prácticas de cuidado y mecanismos de control de todo tipo pueda tener sobre nuestras formas de existencia una vez que la pandemia haya pasado. Al respecto, cabe recordar que el sostenimiento e, incluso, experimentación de prácticas éticas de cuidado no tiene por qué poner en suspenso la elaboración de una crítica al modo en que somos gobernados. Muy por el contrario, tal vez no sea del todo posible ensayar una sin la otra.

Mientras estoy terminando de escribir esto, me encuentro con otra nota de dos sociólogxs, Gabriela Seghezzo y Nicolás Dallorso, que no sólo comparte el presupuesto de una igualación entre cuidado y control, sino que lo expone de un modo peligrosamente explícito, incluso —como reza el título— haciendo un “Elogio a la policía del cuidado”. “La pandemia —aislamiento preventivo obligatorio mediante— cambió el sentido común securitario —afirman lxs autorxs—. […] Y esta situación nos pone frente a un dilema: a veces la vigilancia y el control son también prácticas de cuidado.” Considero que lo dicho hasta acá bien vale como interpelación a gran parte de los argumentos sostenidos por la nota, la cual quizás amerite el repudio de organizaciones que desde hace décadas vienen denunciando las violencias institucionales de las que sus integrantes, familiares y amigxs fueron y son víctima. También diría de lxs investigadorxs sociales que se dedican desde hace años a estudiar las distintas formas de la violencia ejercidas por las fuerzas de seguridad en su llamada “lucha” contra la delincuencia si no fuera porque lxs propixs autorxs se encuentran entre ellxs. Pedir que se tenga en consideración el cuidado de la salud de lxs policías (cuestión que no debiera ser objeto de debate en relación a la vida de nadie) no es lo mismo que llamar a aplaudir su accionar. ¿Acaso la repetición de imágenes en loop de C5N mostrándonos personas adineradas violando la cuarentena es motivo suficiente no sólo para reclamar la intervención policial, sino incluso para celebrarla? ¿No tenemos ya sobrado conocimiento de que el modo en que tanto la policía interviene para detener a turistas que viajaron a Europa o se fueron de vacaciones a Pinamar y no respetaron la orden de cuarentena es muy distinto a las formas por las cuales se hace lo propio con pibxs de barrios pobres que, simplemente, salieron a dar una vuelta manzana? ¿O es que, en verdad, vamos a creernos la fantasía de que, por su alta capacidad de contagio a cualquier cuerpo humano, el virus estaría, finalmente, cumpliendo con la promesa democrática de igualación que ninguna experiencia política pudo hasta ahora concretar? Finalmente, ¿no saben lxs autores de la nota coordinadores del Observatorio de Seguridad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBAde los efectos posiblemente no deseados que su escrito pueda generar en la legitimación de prácticas en las que se nos presente como ambigua la distinción entre cuidado y violencia? Incluso si acordáramos con la necesaria tarea de la policía en el contexto actual, su función no es ni será nunca la de cuidarnos. Como dice Horacio González en su artículo “La inmovilización”, a propósito de la arenga nacionalista de Berni a la policía bonaerense para que, con “orden, subordinación y valor”, salga a “cuidar a las familias”: “esta reducción resbalosa de planos, es una forma de pensar ociosa, no porque esos planos no existan […] sino porque falla la forma de traducirlos”. El hecho de que sea prudente y responsable obedecer la orden de quedarnos en nuestras casas no implica que debamos hacer lo mismo con el llamado del presidente a “dar vuelta la página” en nuestra relación con las fuerzas armadas y de seguridad. El virus no es el único objeto de todos nuestros miedos.

 

28 de marzo de 2020

El laboratorio social // Diálogo con María Pía López y Diego Sztulwark (lalengua)

María Pía López y Diego Sztulwark reflexionaron en conversación con Lalengua sobre la situación de excepción que se vive en el mundo y las posibles salidas políticas al laberinto de la pandemia. En un escenario ambiguo e incierto hablaron del rol del Estado, de las posibilidades de un realineamiento de fuerzas en el escenario  nacional, de la solidaridad y el control, del protagonismo de las fuerzas de seguridad.

Por: Juan Funes  |  Fotos: Sebastián Freire y Moro Anghileri

El mundo no va a ser el mismo cuando logre salir de la emergencia de la pandemia del Covid – 19. La gran pregunta es hacia dónde girará la forma en que los estados y el Capital reaccionarán cuando la crisis sanitaria mundial pase a ser, simplemente, una profunda crisis económica. En diálogo con Lalengua, la socióloga y militante feminista María Pía López y politólogo Diego Sztulwark reflexionaron acerca de la ambigüedad de los días que corren. El escenario de la cuarentena plantea una situación de laboratorio social en la que se ensayan forzosamente modelos de trabajo a distancia, relaciones virtuales entre las personas, nuevas formas de control sobre la población; se han visto reacciones sociales diversas que van desde la solidaridad de miles de voluntarios y voluntarias, hasta el individualismo más hedonista; desde la revalorización de lo colectivo frente a lo privado, hasta el goce por denunciar al otro que esté por fuera de la norma.

La revalorización del Estado es una nota constante, pero con demandas heterogéneas: se reclama inversión estatal para la reactivación de la economía, distribución de la riqueza para ayudar a los sectores más vulnerables, la salud pública volvió a aparecer como un pilar fundamental de la comunidad en conjunto con la investigación científica, pero también se le demanda al Estado más mano dura y rigurosidad en la vigilancia, y el clásico salvataje de las grandes empresas y bancos castigados por la crisis. ¿Qué pasará con el mundo y cómo reinventará el presidente Alberto Fernández, frente a estas tensiones, el gobierno que encabeza? 

Dentro del tubo de ensayo

La tendencia de la descentralización del trabajo no es nueva. Comenzó hace casi cincuenta años y su avance ha sido brutal en la creciente precarización del empleo. El peligro es que esta lógica se profundice luego de esta pandemia y se filtre en otros terrenos de la vida. “Lo que ahora me parece que tal vez ocurra, con este nuevo impulso, es que esto llega a espacios de educación, llega a los espacios de psicoanálisis, se va metiendo en sectores en donde todavía había una apuesta a la presencia”, opinó Sztulwark. En la misma línea, María Pía apuntó que “hay algo de ese laboratorio también en algunas universidades. Se empieza a pensar que es una ocasión para virtualizar las clases, con todo lo que eso significa también de suspensión de ese espacio áulico, donde parte de los intercambios no tienen que ver con el aprendizaje de contenidos, sino con otro tipo de conversación o de circulación”. 

La autora de Apuntes para las militancias: feminismos, promesas y combatesremarcó la tendencia hacia “un tipo de maximización del tiempo que yo lo siento como bastante brutal”. “En general se trabaja más. Hay todo un tiempo sociabilidad de los espacios de trabajo, el que compartís con otres. Todo eso quedó postergado frente a la necesidad de construir una nueva productividad. Es complejo, porque aplacar los términos muertos sobre la perspectiva de la productividad no necesariamente redunda en aumentar el ocio o el tiempo disponible para otras cosas, en sociedades en las que quedó demostrado que tienen una especial capacidad para capturar la lógica del ocio y ponerla en servicio de la lógica de la producción de ganancias”. 

La otra cara del trabajo en cuarentena es la del empleo informal y precario, “que en estas condiciones no van a poder obedecer las pautas que el Estado está proponiendo si no se baja suficiente dinero”, señaló Sztulwark. El Gobierno, según el autor de La ofensiva sensible, se encuentra en una tensión muy difícil de resolver, “entre una necesidad de enfriar el movimiento de la población y de calentar la economía. Es muy complicado. Si se enfría todo acá se muere medio país de hambre; y si se calienta todo se muere medio país por virus. El Gobierno está negociando entre empresarios, intendentes, sanitaristas, y van buscando la combinación posible”. Se trata del aspecto más delicado – por fuera de la situación sanitaria – que el Gobierno tiene que enfrentar. “Para poder gobernar esta situación hace falta también inventar mecanismos de gobierno que no se han creado. Uno se pregunta si de manera paralela no está habiendo un conjunto de inquietudes en la base social, o pueden irrumpir también mecanismos de descontento o de invención. En una situación de crisis como ésta, el gobierno del mundo no está asegurado”, amplió el politólogo. 

El tema de la producción aparece, más que nunca, desencajado, escindido del dinero. “Se puede ir haciendo evidente que no es necesario producir tanto”, sostuvo María Pía, una afirmación que abre un abanico de cuestiones. “Esa evidencia tendría que ser correlativa a la evidencia de que entonces hay que separar el tema de los ingresos de la producción o del esfuerzo, o de reconocer otro tipo de esfuerzos, otro tipo de producciones, y pensar ahí algo del orden de una renta universal, que la vida se garantice más allá de esas condiciones de trabajo”. El laboratorio se complejiza y, según la socióloga, “puede ser un laboratorio del que salgan formas de hiper explotación mucho más acentuadas”, o bien a partir del cual “podamos dar una discusión con formas más libertarias de organización de la existencia”. 

 
 

Las ambivalencias del Estado 

Como en toda crisis, el escenario de la pandemia del coronavirus no deja dudas sobre la necesidad de estados fuertes. Pero, ¿qué tipo de “estado fuerte”? Sztulwark recordó, en primer lugar, el rol que cumplió históricamente el estado ante las crisis económicas: el de salvar empresas y bancos, es decir, “el estado capitalista relanzando al mercado, un estado neoliberal que actúa para relanzar la dinámica neoliberal, que siempre tiene base fuerte en el Estado”. Otra cosa es hablar de un estado fuerte, “en el sentido de que es necesario que el Estado de cuenta de un mínimo común para la existencia. Ahí ya no está actuando solamente para defender las condiciones de un relanzamiento del Capital; está actuando de manera tal de permitir que la población se reproduzca y que haya un mínimo estándar de vida en común”, explicó. Esta segunda acepción implicaría “expandir la salud pública, extender una garantía de la alimentación mientras y el transporte a la gente, o está obligado a fortalecer vías de comunicación entre la gente que después también pueden ser utilizadas como instrumento político”. El objeto de la disputa es, entonces, a qué llamamos “estado fuerte”, y cómo se logra resignificar la función estatal. “Para pensar un Estado diferente no alcanza con pedir estado fuerte, también hay que mirar muy bien qué fuerza es la del Estado, qué sectores son los que están influyendo sobre ese Estado y a quiénes está beneficiando ese Estado”, sintetizó Sztulwark. 

María Pía consideró otros aspectos de la ambigüedad estatal, del campo en disputa abierto que se profundizó con la pandemia. La salud aparece, más que nunca, como pilar fundamental de la sociedad y podría convertirse en un significante reordenador de las prioridades estatales. “A mí me parece que hay algo muy interesante cuando el presidente recorre un territorio en el Conurbano Bonarense y aparece lo que pasa en Moreno, hay 500 mil habitantes y un solo hospital. Si una crisis de esta índole nos lleva a poder pensar que tendría que haber  diez hospitales en Moreno, que tendría que haber condiciones de salud para toda la población, agua potable para todo el mundo porque sino no podés hablar de higiene, y pensar el Estado desde esa perspectiva”, esbozó la socióloga. 

Como contracara, también gana terreno la demanda de “seguridad”. En este sentido, María Pía apuntó que “hay personas que llaman Estado a la parte represiva de ese Estado. Hay mucho sueño de orden funcionando, de personas que están muy subidas a la lógica de que por fin hay orden callejero, por fin la policía está en la calle pidiendo que circulen. Personas que ven en este aislamiento obligatorio una promesa de sociedad”. Esa promesa se condensa hoy en un reclamo concreto: el estado de sitio. Sztulwark sintetizó el conflicto de la siguiente forma: “por un lado puede avanzar una conciencia crítica y pueden avanzar una serie de protagonismos en el campo de la salud, de la alimentación, entre otros. Pero, por otro lado, es un momento peligroso en relación a los mecanismos de control. Cada una de las instituciones está en disputa: o se convierte en ‘pública’ o se convierte en ‘de control’. Eso está en disputa, está abierto, no está resuelto todavía”. 

 
 

El control horizontal

¿Qué pasa cuando la vida en comunidad despunta en una vigilancia entre pares? En la emergencia de la pandemia miles de personas se sumaron como voluntarios a diferentes instituciones – convocados por la Universidad de Buenos Aires, Pami, Cascos Blancos, entre otros – con el fin de fortalecer el cuerpo colectivo ante la crisis. Pero al mismo tiempo creció la tendencia de controlar y denunciar a quienes no cumplen la nuevas reglas impuestas por el Estado. Sztulwark compartió la imagen de los médicos cubanos bajando de un avión en un aeropuerto de Italia:  “hice un post en el que escribí ‘fascistas que aplauden a comunistas’. Me parece que habría que pensar hasta qué punto en este momento lo que se pone muy cerca es el comunismo del fascismo, en el sentido de que todas las personas juntas intentando producir criterios comunitarios, generar reglas para poner las cosas en común – a ésto se refiere con comunismo -, nos acerca a una imagen más comunista de la gestión de la sociedad. Pero si esas personas lo que hacen es juntarse a controlar, denunciar con odio toda diferencia, toda autonomía con forma de existir o de la manera de gozar, y reprimir, eso que pareciera ser comunista se vuelve fascista. Me parece que eso realmente está en disputa”. 

El miedo, la sensación de amenaza, puede ser un afecto muy propenso para el resurgimiento de las demandas de orden y repliegue de las libertades tanto individuales como colectivas. Para María Pía es “muy posible” que se codifique esta amenaza “en términos de lo que serían las derechas clásicas”. ¿Cuál es la mejor forma de preservarse ante un peligro? “Teniendo una lógica de la seguridad, teniendo a alguien que dispone del monopolio de la fuerza y puede impedir que las personas hagan; hay una identificación con ese lugar que es muy problemática”, sostuvo la socióloga. “Hubo todo un esfuerzo de los sectores democráticos en Argentina de tratar de pensar que el Estado que reivindicamos es el Estado que pidió perdón por los crímenes del terrorismo de Estado – continuó -. Ahora, en un contexto del sueño del orden, pareciera que es posible postergar éso, no de parte del Gobierno, sino de parte de cierto tipo de resonancia social que está teniendo la pandemia”. María Pía consideró interesante plantear esa situación en términos de goce, “como algo que satisface a esas personas por su propia identificación con el orden”, y apuntó que también está ligado “con el fondo anti igualitarista que hay en muchos momentos”. 

En este contexto surge la pregunta por el rol que deben cumplir las fuerzas de seguridad. Sztulwark planteó que la policía en las calles puede ser vista de dos maneras: “o ellos son los héroes que logran evitar que la población hedonista y neoliberal salga a consumir o a contaminar a los otros, como los ‘héroes de la seguridad’; o bien los héroes son los ‘héroes de la salud pública’, y la policía puede ser vista como un apéndice”. Los actores son los mismos, pero no quién encabeza el manejo de la crisis, dado que “no es lo mismo pensar que son la seguridad y el control los que organizan todo, que pensar que lo que organiza todo es el lazo que se puede instalar a partir de la idea de lo público”. La policía puede tomar la forma de “agente sanitario”, “distribuyendo comida o ayudando a establecer criterios de cómo moverse, apoyando la posibilidad de la salud pública”, describió el politólogo, y luego aclaró que “si la salud pública queda reducida a un dispositivo policial, ahí ya nos encontramos con una situación muy diferente y muy complicada”. 

Dentro de esa tensión, María Pía opinó que la ventaja es que en Argentina “la conducción del Estado está en manos de personas con mucho compromiso democrático y mucha lucidez para pensar estos problemas. No veo que en el Gobierno no haya una tensión muy cuidadosa con respecto a ese costado represivo que puede tener la situación, porque de hecho desde el Gobierno no se anuncian argumentos represivos. No tenemos ese escenario”. 

El plano local 

Una de las lecturas más comunes entre las izquierdas ante la catástrofe sanitaria mundial, es que nunca fue tan visible que el proyecto neoliberal es irreconciliable con la posibilidad de dar lugar a una civilización, a la mera posibilidad de reproducción social. Para María Pía la situación de la pandemia no marca un punto de quiebre, sino de continuidad con catástrofes que se repiten desde hace años: “lo vemos con el cambio climático, con los incendios del Amazonas y después Australia. Sabemos que estamos en un horizonte en donde esa destrucción va a ser sistemática. Lo que está pasando con el virus me parece que no se puede desligar de los modos en que esa especie trata a otras especies, y cómo produce industrialmente a los animales. Es lo que pasa cuando la lógica del Capital se convierte en la lógica dominante. Cuando eso pone en riesgo a la propia especie que lleva adelante el desastre, quizás obliga a parar y a volver a pensar. Pero no soy muy optimista con en ese aspecto; creo que también puede dar otras cosas, que es la gestión de la pandemia, alumbrar un mundo que sea aún más horrible”. La socióloga trabaja sobre este tema desde la óptica de los feminismos y los antiespecismos, y consideró que la posibilidad de construir un mundo distinto a partir de esta crisis dependerá de cómo “construir una hipótesis de conflicto, y también fuerzas que den lugar a ese conflicto, fuerzas que puedan encarnarlo”. 

Sztulwark propone algo similar, al argumentar que “sin un tipo de subjetivación revolucionaria que diga ‘este sistema no lo queremos, queremos otros’. Este inevitablemente tiene que estar hecho de luchas”. Para ello es necesario que “deje de haber alianzas entre los populismos y los reformismos con las élites neoliberales, y por una vez tiene que haber un procesamiento del conjunto de saberes y demandas populares”, y en esta dirección “darle fuerza y poder a sujetos efectivos que sean capaces de ordenar la sociedad de otra manera: movimientos feministas, movimientos indígenas, movimientos campesinos, movimientos de trabajadores”.

Pensando en éstos términos, ¿en qué lugar quedará parado el gobierno de Alberto Fernández cuando termine la pandemia? El politólogo planteó que Fernández llegó al gobierno gracias a la estrategia de Cristina Fernández de “ocupar el centro y evitar que lo ocupe la derecha”, lo cual fue, para él, impecable desde el punto de vista táctico, pero al mismo tiempo obturó la posibilidad de construir una coalición antineoliberal. “Lo que sería interesante es que, como efecto de estas circunstancias, cambie de hecho la alianza; que se cambie de lo que fue la alianza electoral, a la alianza de los actores que pueden empezar a sostener una pregunta sobre cómo abandonar el neoliberalismo. Una vez que pase esta crisis, ese cambio de componentes puede estar ocurriendo o puede llegar a ocurrir, y me parece que nos tocaría a todos ser claros en señalar esto. Por ejemplo, en el sendero de algo así como la renta básica, sería algo mayoritario o minoritario dentro de la coalición de Fernández. Hay que forzar un realinamiento en relación a las nuevas tensiones que esta crisis plantea y ojalá se pueda dar”, amplió. 

 

Para el politólogo esta reconfiguración puede pensarse con “un mapa más abierto al realinamiento que había antes de la crisis. Puede ser que haya sectores de movimientos sociales, de la izquierda, católicos, entre muchos otros, que puedan apoyar con más fuerza esto, y otros sectores empresariales que puedan haber apoyado al desarrollismo de Fernández, pero que no se jugarían tanto. Lo que digo es que puede haber un realineamiento de actores y que ese realineamiento no necesariamente lo va a impulsar o lo va a entender rápido Alberto Fernández. No sé si él es el líder de ese reagrupamiento”.

Tanto él como María Pía destacaron que la coordinación del Mercado Central se le haya dado, por parte del Gobierno, a Marcos Levaggi, referente de la Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT), como uno de los gestos más interesantes del oficialismo. “Ese un dato fundamental, es quién elegís para garantizar cadenas de producción de alimentos”, indicó la socióloga. “No elegís la Sociedad Rural, no elegís la Federación Agraria. Elegís a la UTT, el sector agrario que viene marcando precisamente, en relación a lo que mencionábamos antes de qué fuerzas se ponen en juego, una capacidad de incidencia, de organización y de construcción muy interseccional de las cuestiones. Pensemos que la UTT es también el conjunto de las mujeres rurales; los contenidos feministas que ponen en juego las compañeras y es la agroecología en la discusión sobre los agrotóxicos. Todo eso, es decir, todo lo que pone en crisis al capitalismo la UTT, es quizás una de las fuerzas sociales que lo ponen en discusión ahora”, explicó.

 
 

Covid: Aprendiendo del virus // Paul B. Preciado

Si Michel Foucault hubiera sobrevivido al azote del sida y hubiera resistido hasta la invención de la triterapia tendría hoy 93 años: ¿habría aceptado de buen grado haberse encerrado en su piso de la rue Vaugirard? El primer filósofo de la historia en morir de las complicaciones generadas por el virus de inmunodeficiencia adquirida, nos ha legado algunas de las nociones más eficaces para pensar la gestión política de la epidemia que, en medio del pánico y la desinformación, se vuelven tan útiles como una buena mascarilla cognitiva.

Lo más importante que aprendimos de Foucault es que el cuerpo vivo (y por tanto mortal) es el objeto central de toda política. Il n’y a pas de politique qui ne soit pas une politique des corps (no hay política que no sea una política de los cuerpos). Pero el cuerpo no es para Foucault un organismo biológico dado sobre el que después actúa el poder. La tarea misma de la acción política es fabricar un cuerpo, ponerlo a trabajar, definir sus modos de reproducción, prefigurar las modalidades del discurso a través de las que ese cuerpo se ficcionaliza hasta ser capaz de decir “yo”. Todo el trabajo de Foucault podría entenderse como un análisis histórico de las distintas técnicas a través de las que el poder gestiona la vida y la muerte de las poblaciones. Entre 1975 y 1976, los años en los que publicó Vigilar y castigar y el primer volumen de la Historia de la sexualidad, Foucault utilizó la noción de “biopolítica” para hablar de una relación que el poder establecía con el cuerpo social en la modernidad. Describió la transición desde lo que él llamaba una “sociedad soberana” hacia una “sociedad disciplinaria” como el paso desde una sociedad que define la soberanía en términos de decisión y ritualización de la muerte a una sociedad que gestiona y maximiza la vida de las poblaciones en términos de interés nacional. Para Foucault, las técnicas gubernamentales biopolíticas se extendían como una red de poder que desbordaba el ámbito legal o la esfera punitiva convirtiéndose en una fuerza “somatopolítica”, una forma de poder espacializado que se extendía en la totalidad del territorio hasta penetrar en el cuerpo individual.

Durante y después de la crisis del sida, numerosos autores ampliaron y radicalizaron las hipótesis de Foucault y sus relaciones con las políticas inmunitarias. El filósofo italiano Roberto Espósito analizó las relaciones entre la noción política de “comunidad” y la noción biomédica y epidemiológica de “inmunidad”. Comunidad e inmunidad comparten una misma raíz, munus, en latín el munus era el tributo que alguien debía pagar por vivir o formar parte de la comunidad. La comunidad es cum (con) munus (deber, ley, obligación, pero también ofrenda): un grupo humano religado por una ley y una obligación común, pero también por un regalo, por una ofrenda. El sustantivo inmunitas, es un vocablo privativo que deriva de negar el munus. En el derecho romano, la inmunitas era una dispensa o un privilegio que exoneraba a alguien de los deberes societarios que son comunes a todos. Aquel que había sido exonerado era inmune. Mientras que aquel que estaba desmunido era aquel al que se le había retirado todos los privilegios de la vida en comunidad.

Roberto Espósito nos enseña que toda biopolítica es inmunológica: supone una definición de la comunidad y el establecimiento de una jerarquía entre aquellos cuerpos que están exentos de tributos (los que son considerados inmunes) y aquellos que la comunidad percibe como potencialmente peligrosos (los demuni) y que serán excluidos en un acto de protección inmunológica. Esa es la paradoja de la biopolítica: todo acto de protección implica una definición inmunitaria de la comunidad según la cual esta se dará a sí misma la autoridad de sacrificar otras vidas, en beneficio de una idea de su propia soberanía. El estado de excepción es la normalización de esta insoportable paradoja.

A partir del siglo XIX, con el descubrimiento de la primera vacuna antivariólica y los experimentos de Pasteur y Koch, la noción de inmunidad migra desde el ámbito del derecho y adquiere una significación médica. Las democracias liberales y patriarco-coloniales Europeas del siglo XIX construyen el ideal del individuo moderno no solo como agente (masculino, blanco, heterosexual) económico libre, sino también como un cuerpo inmune, radicalmente separado, que no debe nada a la comunidad. Para Espósito, el modo en el que la Alemania nazi caracterizó a una parte de su propia población (los judíos, pero también los gitanos, los homosexuales, los personas con discapacidad) como cuerpos que amenazaban la soberanía de la comunidad aria es un ejemplo paradigmático de los peligros de la gestión inmunitaria. Esta comprensión inmunológica de la sociedad no acabó con el nazismo, sino que, al contrario, ha pervivido en Europa legitimando las políticas neoliberales de gestión de sus minorías racializadas y de las poblaciones migrantes. Es esta comprensión inmunológica la que ha forjado la comunidad económica europea, el mito de Shengen y las técnicas de Frontex en los últimos años.

En 1994, en Flexible Bodies, la antropóloga de la Universidad de Princeton Emily Martin analizó la relación entre inmunidad y política en la cultura americana durante las crisis de la polio y el sida. Martin llegó a algunas conclusiones que resultan pertinentes para analizar la crisis actual. La inmunidad corporal, argumenta Martin, no es solo un mero hecho biológico independiente de variables culturales y políticas. Bien al contrario, lo que entendemos por inmunidad se construye colectivamente a través de criterios sociales y políticos que producen alternativamente soberanía o exclusión, protección o estigma, vida o muerte.

Si volvemos a pensar la historia de algunas de las epidemias mundiales de los cinco últimos siglos bajo el prisma que nos ofrecen Michel Foucault, Roberto Espósito y Emily Martin es posible elaborar una hipótesis que podría tomar la forma de una ecuación: dime cómo tu comunidad construye su soberanía política y te diré qué formas tomarán tus epidemias y cómo las afrontarás.

Las distintas epidemias materializan en el ámbito del cuerpo individual las obsesiones que dominan la gestión política de la vida y de la muerte de las poblaciones en un periodo determinado. Por decirlo con términos de Foucault, una epidemia radicaliza y desplaza las técnicas biopolíticas que se aplican al territorio nacional hasta al nivel de la anatomía política, inscribiéndolas en el cuerpo individual. Al mismo tiempo, una epidemia permite extender a toda la población las medidas de “inmunización” política que habían sido aplicadas hasta ahora de manera violenta frente aquellos que habían sido considerados como “extranjeros” tanto dentro como en los límites del territorio nacional.

La gestión política de las epidemias pone en escena la utopía de comunidad y las fantasías inmunitarias de una sociedad, externalizando sus sueños de omnipotencia (y los fallos estrepitosos) de su soberanía política. La hipótesis de Michel Foucault, Roberto Espósito y de Emily Martin nada tiene que ver con una teoría de complot. No se trata de la idea ridícula de que el virus sea una invención de laboratorio o un plan maquiavélico para extender políticas todavía más autoritarias. Al contrario, el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que replicar, materializar, intensificar y extender a toda la población, las formas dominantes de gestión biopolítica y necropolítica que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional y sus límites. De ahí que cada sociedad pueda definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella.

Pensemos, por ejemplo, en la sífilis. La epidemia golpeó por primera vez a la ciudad de Nápoles en 1494. La empresa colonial europea acababa de iniciarse. La sífilis fue como el pistoletazo de salida de la destrucción colonial y de las políticas raciales que vendrían con ellas. Los ingleses la llamaron “la enfermedad francesa”, los franceses dijeron que era “el mal napolitano” y los napolitanos que había venido de América: se dijo que había sido traída por los colonizadores que habían sido infectados por los indígenas… El virus, como nos enseñó Derrida, es, por definición, el extranjero, el otro, el extraño. Infección sexualmente transmisible, la sífilis materializó en los cuerpos de los siglos XVI al XIX las formas de represión y exclusión social que dominaban la modernidad patriarcocolonial: la obsesión por la pureza racial, la prohibición de los así llamados “matrimonios mixtos” entre personas de distinta clase y “raza” y las múltiples restricciones que pesaban sobre las relaciones sexuales y extramatrimoniales.

La utopía de comunidad y el modelo de inmunidad de la sífilis es el del cuerpo blanco burgués sexualmente confinado en la vida matrimonial como núcleo de la reproducción del cuerpo nacional. De ahí que la prostituta se convirtiera en el cuerpo vivo que condensó todos los significantes políticos abyectos durante la epidemia: mujer obrera y a menudo racializada, cuerpo externo a las regulaciones domésticas y del matrimonio, que hacía de su sexualidad su medio de producción, la trabajadora sexual fue visibilizada, controlada y estigmatizada como vector principal de la propagación del virus. Pero no fue la represión de la prostitución ni la reclusión de las prostitutas en burdeles nacionales (como imaginó Restif de la Bretonne) lo que curó la sífilis. Bien al contrario. La reclusión de las prostitutas solo las hizo más vulnerables a la enfermedad. Lo que curó la sífilis fue el descubrimiento de los antibióticos y especialmente de la penicilina en 1928, precisamente un momento de profundas transformaciones de la política sexual en Europa con los primeros movimientos de descolonización, el acceso de las mujeres blancas al voto, las primeras despenalizaciones de la homosexualidad y una relativa liberalización de la ética matrimonial heterosexual.

Paul B. Preciado, ex Beatriz, es un filósofo experto en teoría queer y filosofía de género.

Medio siglo después, el sida fue a la sociedad neoliberal heteronormativa del siglo XX lo que la sífilis había sido a la sociedad industrial y colonial. Los primeros casos aparecieron en 1981, precisamente en el momento en el que la homosexualidad dejaba de ser considerada como una enfermedad psiquiátrica, después de que hubiera sido objeto de persecución y discriminación social durante décadas. La primera fase de la epidemia afectó de manera prioritaria a lo que se nombró entonces como las 4 H: homosexuales, hookers —trabajadoras o trabajadores sexuales, hemofílicos y heroin users heroinómanos. El sida remasterizó y reactualizó la red de control sobre el cuerpo y la sexualidad que había tejido la sífilis y que la penicilina y los movimientos de descolonización, feministas y homosexuales habían desarticulado y transformado en los años sesenta y setenta. Como en el caso de las prostitutas en la crisis de la sífilis, la represión de la homosexualidad sólo causó más muertes. Lo que está transformando progresivamente el sida en una enfermedad crónica ha sido la despatologización de la homosexualidad, la autonomización farmacológica del Sur, la emancipación sexual de las mujeres, su derecho a decir no a las prácticas sin condón, y el acceso de la población afectada, independientemente de su clase social o su grado de racialización, a las triterapias. El modelo de comunidad/inmunidad del sida tiene que ver con la fantasía de la soberanía sexual masculina entendida como derecho innegociable de penetración, mientras que todo cuerpo penetrado sexualmente (homosexual, mujer, toda forma de analidad) es percibido como carente de soberanía.

Volvamos ahora a nuestra situación actual. Mucho antes de que hubiera aparecido la Covid-19 habíamos ya iniciado un proceso de mutación planetaria. Estábamos atravesando ya, antes del virus, un cambio social y político tan profundo como el que afectó a las sociedades que desarrollaron la sífilis. En el siglo XV, con la invención de la imprenta y la expansión del capitalismo colonial, se pasó de una sociedad oral a una sociedad escrita, de una forma de producción feudal a una forma de producción industrial-esclavista y de una sociedad teocrática a una sociedad regida por acuerdos científicos en el que las nociones de sexo, raza y sexualidad se convertirían en dispositivos de control necro-biopolítico de la población.

Hoy estamos pasando de una sociedad escrita a una sociedad ciberoral, de una sociedad orgánica a una sociedad digital, de una economía industrial a una economía inmaterial, de una forma de control disciplinario y arquitectónico, a formas de control microprostéticas y mediático-cibernéticas. En otros textos he denominado farmacopornográfica al tipo de gestión y producción del cuerpo y de la subjetividad sexual dentro de esta nueva configuración política. El cuerpo y la subjetividad contemporáneos ya no son regulados únicamente a través de su paso por las instituciones disciplinarias (escuela, fábrica, caserna, hospital, etcétera) sino y sobre todo a través de un conjunto de tecnologías biomoleculares, microprostéticas, digitales y de transmisión y de información. En el ámbito de la sexualidad, la modificación farmacológica de la conciencia y del comportamiento, la mundialización de la píldora anticonceptiva para todas las “mujeres”, así como la producción de la triterapias, de las terapias preventivas del sida o el viagra son algunos de los índices de la gestión biotecnológica. La extensión planetaria de Internet, la generalización del uso de tecnologías informáticas móviles, el uso de la inteligencia artificial y de algoritmos en el análisis de big data, el intercambio de información a gran velocidad y el desarrollo de dispositivos globales de vigilancia informática a través de satélite son índices de esta nueva gestión semiotio-técnica digital. Si las he denominado pornográficas es, en primer lugar, porque estas técnicas de biovigilancia se introducen dentro del cuerpo, atraviesan la piel, nos penetran; y en segundo lugar, porque los dispositivos de biocontrol ya no funcionan a través de la represión de la sexualidad (masturbatoria o no), sino a través de la incitación al consumo y a la producción constante de un placer regulado y cuantificable. Cuanto más consumimos y más sanos estamos mejor somos controlados.

La mutación que está teniendo lugar podría ser también el paso de un régimen patriarco-colonial y extractivista, de una sociedad antropocéntrica y de una política donde una parte muy pequeña de la comunidad humana planetaría se autoriza a sí misma a llevar a cabo prácticas de predación universal, a una sociedad capaz de redistribuir energía y soberanía. Desde una sociedad de energías fósiles a otra de energías renovables. Está también en cuestión el paso desde un modelo binario de diferencia sexual a un paradigma más abierto en el que la morfología de los órganos genitales y la capacidad reproductiva de un cuerpo no definan su posición social desde el momento del nacimiento; y desde un modelo heteropatriarcal a formas no jerárquicas de reproducción de la vida. Lo que estará en el centro del debate durante y después de esta crisis es cuáles serán las vidas que estaremos dispuestos a salvar y cuáles serán sacrificadas. Es en el contexto de esta mutación, de la transformación de los modos de entender la comunidad (una comunidad que hoy es la totalidad del planeta) y la inmunidad donde el virus opera y se convierte en estrategia política.

Inmunidad y política de la frontera

Lo que ha caracterizado las políticas gubernamentales de los últimos 20 años, desde al menos la caída de las torres gemelas, frente a las ideas aparentes de libertad de circulación que dominaban el neoliberalismo de la era Thatcher, ha sido la redefinición de los estados-nación en términos neocoloniales e identitarios y la vuelta a la idea de frontera física como condición del restablecimiento de la identidad nacional y la soberanía política. Israel, Estados Unidos, Rusia, Turquía y la Comunidad Económica Europea han liderado el diseño de nuevas fronteras que por primera vez después de décadas, no han sido solo vigiladas o custodiadas, sino reinscritas a través de la decisión de elevar muros y construir diques, y defendidas con medidas no biopolíticas, sino necropolíticas, con técnicas de muerte.

Como sociedad europea, decidimos construirnos colectivamente como comunidad totalmente inmune, cerrada a Oriente y al Sur, mientras que Oriente y el Sur, desde el punto de vista de los recursos energéticos y de la producción de bienes de consumo, son nuestro almacén. Cerramos la frontera en Grecia, construimos los mayores centros de detención a cielo abierto de la historia en las islas que bordean Turquía y el Mediterráneo y fantaseamos que así conseguiríamos una forma de inmunidad. La destrucción de Europa comenzó paradójicamente con esta construcción de una comunidad europea inmune, abierta en su interior y totalmente cerrada a los extranjeros y migrantes.

Lo que está siendo ensayado a escala planetaria a través de la gestión del virus es un nuevo modo de entender la soberanía en un contexto en el que la identidad sexual y racial (ejes de la segmentación política del mundo patriarco-colonial hasta ahora) están siendo desarticuladas. La Covid-19 ha desplazado las políticas de la frontera que estaban teniendo lugar en el territorio nacional o en el superterritorio europeo hasta el nivel del cuerpo individual. El cuerpo, tu cuerpo individual, como espacio vivo y como entramado de poder, como centro de producción y consumo de energía, se ha convertido en el nuevo territorio en el que las agresivas políticas de la frontera que llevamos diseñando y ensayando durante años se expresan ahora en forma de barrera y guerra frente al virus. La nueva frontera necropolítica se ha desplazado desde las costas de Grecia hasta la puerta del domicilio privado. Lesbos empieza ahora en la puerta de tu casa. Y la frontera no para de cercarte, empuja hasta acercarse más y más a tu cuerpo. Calais te explota ahora en la cara. La nueva frontera es la mascarilla. El aire que respiras debe ser solo tuyo. La nueva frontera es tu epidermis. El nuevo Lampedusa es tu piel.

Se reproducen ahora sobre los cuerpos individuales las políticas de la frontera y las medidas estrictas de confinamiento e inmovilización que como comunidad hemos aplicado durante estos últimos años a migrantes y refugiados —hasta dejarlos fuera de toda comunidad—. Durante años los tuvimos en el limbo de los centros de retención. Ahora somos nosotros los que vivimos en el limbo del centro de retención de nuestras propias casas.

La biopolítica en la era ‘farmacopornográfica’

Las epidemias, por su llamamiento al estado de excepción y por la inflexible imposición de medidas extremas, son también grandes laboratorios de innovación social, la ocasión de una reconfiguración a gran escala de las técnicas del cuerpo y las tecnologías del poder. Foucault analizó el paso de la gestión de la lepra a la gestión de la peste como el proceso a través del que se desplegaron las técnicas disciplinarias de espacialización del poder de la modernidad. Si la lepra había sido confrontada a través de medidas estrictamente necropolíticas que excluían al leproso condenándolo si no a la muerte al menos a la vida fuera de la comunidad, la reacción frente a la epidemia de la peste inventa la gestión disciplinaria y sus formas de inclusión excluyente: segmentación estricta de la ciudad, confinamiento de cada cuerpo en cada casa.

Las distintas estrategias que los distintos países han tomado frente a la extensión de la Covid-19 muestran dos tipos de tecnologías biopolíticas totalmente distintas. La primera, en funcionamiento sobre todo en Italia, España y Francia, aplica medidas estrictamente disciplinarias que no son, en muchos sentidos, muy distintas a las que se utilizaron contra la peste. Se trata del confinamiento domiciliario de la totalidad de la población. Vale la pena releer el capítulo sobre la gestión de la peste en Europa de Vigilar y castigar para darse cuenta que las políticas francesas de gestión de la Covid-19 no han cambiado mucho desde entonces. Aquí funciona la lógica de la frontera arquitectónica y el tratamiento de los casos de infección dentro de enclaves hospitalarios clásicos. Esta técnica no ha mostrado aún pruebas de eficacia total.

La segunda estrategia, puesta en marcha por Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Hong-Kong, Japón e Israel supone el paso desde técnicas disciplinarias y de control arquitectónico modernas a técnicas farmacopornográficas de biovigilancia: aquí el énfasis está puesto en la detección individual del virus a través de la multiplicación de los tests y de la vigilancia digital constante y estricta de los enfermos a través de sus dispositivos informáticos móviles. Los teléfonos móviles y las tarjetas de crédito se convierten aquí en instrumentos de vigilancia que permiten trazar los movimientos del cuerpo individual. No necesitamos brazaletes biométricos: el móvil se ha convertido en el mejor brazalete, nadie se separa de él ni para dormir. Una aplicación de GPS informa a la policía de los movimientos de cualquier cuerpo sospechoso. La temperatura y el movimiento de un cuerpo individual son monitorizados a través de las tecnologías móviles y observados en tiempo real por el ojo digital de un Estado ciberautoritario para el que la comunidad es una comunidad de ciberusuarios y la soberanía es sobre todo transparencia digital y gestión de big data.

Pero estas políticas de inmunización política no son nuevas y no han sido sólo desplegadas antes para la búsqueda y captura de los así denominados terroristas: desde principios de la década de 2010, por ejemplo, Taiwán había legalizado el acceso a todos los contactos de los teléfonos móviles en las aplicaciones de encuentro sexual con el objetivo de “prevenir” la expansión del sida y la prostitución en Internet. La Covid-19 ha legitimado y extendido esas prácticas estatales de biovigilancia y control digital normalizándolas y haciéndolas “necesarias” para mantener una cierta idea de la inmunidad. Sin embargo, los mismos Estados que implementan medidas de vigilancia digital extrema no se plantean todavía prohibir el tráfico y el consumo de animales salvajes ni la producción industrial de aves y mamíferos ni la reducción de las emisiones de CO2. Lo que ha aumentado no es la inmunidad del cuerpo social, sino la tolerancia ciudadana frente al control cibernético estatal y corporativo.

La gestión política de la Covid-19 como forma de administración de la vida y de la muerte dibuja los contornos de una nueva subjetividad. Lo que se habrá inventado después de la crisis es una nueva utopía de la comunidad inmune y una nueva forma de control del cuerpo. El sujeto del technopatriarcado neoliberal que la Covid-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes físicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo. No tiene rostro, tiene máscara. Su cuerpo orgánico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semio-técnicas, una serie de prótesis cibernéticas que le sirven de máscara: la máscara de la dirección de correo electrónico, la máscara de la cuenta Facebook, la máscara de Instagram. No es un agente físico, sino un consumidor digital, un teleproductor, es un código, un pixel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidos.

La prisión blanda: bienvenido a la telerrepública de tu casa

Uno de los desplazamientos centrales de las técnicas biopolíticas farmacopornográficas que caracterizan la crisis de la Covid-19 es que el domicilio personal —y no las instituciones tradicionales de encierro y normalización (hospital, fábrica, prisión, colegio)— aparece ahora como el nuevo centro de producción, consumo y control biopolítico. Ya no se trata solo de que la casa sea el lugar de encierro del cuerpo, como era el caso en la gestión de la peste. El domicilio personal se ha convertido ahora en el centro de la economía del teleconsumo y de la teleproducción. El espacio doméstico existe ahora como un punto en un espacio cibervigilado, un lugar identificable en un mapa google, una casilla reconocible por un dron.

Si yo me interesé en su momento por la Mansión Playboy es porque esta funcionó en plena guerra fría como un laboratorio en el que se estaban inventando los nuevos dispositivos de control farmacopornográfico del cuerpo y de la sexualidad que habrían de extenderse a la a partir de principios del siglo XXI y que ahora se amplían a la totalidad de la población mundial con la crisis de la Covid-19. Cuando hice mi investigación sobre Playboy me llamó la atención el hecho de que Hugh Hefner, uno de los hombres más ricos del mundo, hubiera pasado casi 40 años sin salir de la Mansión, vestido únicamente con pijama, batín y pantuflas, bebiendo coca-cola y comiendo Butterfingers y que hubiera podido dirigir y producir que la revista más importante de Estados Unidos sin moverse de su casa o incluso, de su cama. Suplementada con una cámara de video, una línea directa de teléfono, radio e hilo musical, la cama de Hefner era una auténtica plataforma de producción multimedia de la vida de su habitante.

Su biógrafo Steven Watts denominó a Hefner “un recluso voluntario en su propio paraíso.” Adepto de dispositivos de archivo audiovisual de todo tipo, Hefner, mucho antes de que existiera el teléfono móvil, Facebook o WhatsApp enviaba más de una veintena de cintas audio y vídeo con consigas y mensajes, que iban desde entrevistas en directo a directrices de publicación. Hefner había instalado en la mansión, en la que vivían también una docena de Playmates, un circuito cerrado de cámaras y podía desde su centro de control acceder a todas las habitaciones en tiempo real. Cubierta de paneles de madera y con espesas cortinas, pero penetrada por miles de cables y repleta de lo que en ese momento se percibía como las más altas tecnologías de telecomunicación (y que hoy nos parecerían tan arcaicas como un tam-tam), era al mismo tiempo totalmente opaca, y totalmente transparente. Los materiales filmados por las cámaras de vigilancia acababan también en las páginas de la revista.

La revolución biopolítica silenciosa que Playboy lideró suponía, más allá la transformación de la pornografía heterosexual en cultura de masas, la puesta en cuestión de la división que había fundado la sociedad industrial del siglo XIX: la separación de las esferas de la producción y de la reproducción, la diferencia entre la fábrica y el hogar y con ella la distinción patriarcal entre masculinidad y feminidad. Playboy acató esta diferencia proponiendo la creación de un nuevo enclave de vida: el apartamento de soltero totalmente conectado a las nuevas tecnologías de comunicación del que el nuevo productor semiótico no necesita salir ni para trabajar ni para practicar sexo —actividades que, además, se habían vuelto indistinguibles—. Su cama giratoria era al mismo tiempo su mesa de trabajo, una oficina de dirección, un escenario fotográfico y un lugar de cita sexual, además de un plató de televisión desde donde se rodaba el famoso programa Playboy after darkPlayboy anticipó los discursos contemporáneos sobre el teletrabajo, y la producción inmaterial que la gestión de la crisis de la Covid-19 ha transformado en un deber ciudadano. Hefner llamó a este nuevo productor social el “trabajador horizontal”. El vector de innovación social que Playboy puso en marcha era la erosión (por no decir la destrucción) de la distancia entre trabajo y ocio, entre producción y sexo. La vida del playboy, constantemente filmada y difundida a través de los medios de comunicación de la revista y de la televisión, era totalmente pública, aunque el playboy no saliera de su casa o incluso de su cama. En ese sentido, Playboy ponía también en cuestión la diferencia entre las esferas masculinas y femeninas, haciendo que el nuevo operario multimedia fuera, lo que parecía un oxímoron en la época, un hombre doméstico. El biógrafo de Hefner nos recuerda que este aislamiento productivo necesitaba un soporte químico: Hefner era un gran consumidor de Dexedrina, una anfetamina que eliminaba el cansancio y el sueño. Así que paradójicamente, el hombre que no salía de su cama, no dormía nunca. La cama como nuevo centro de operaciones multimedia era una celda farmacopornográfica: sólo podría funcionar con la píldora anticonceptiva, drogas que mantuvieran el nivel productivo en alza y un constante flujo de códigos semióticos que se habían convertido en el único y verdadero alimento que nutría al playboy.

¿Les suena ahora familiar todo esto? ¿Se parece todo esto de manera demasiado extraña a sus propias vidas confinadas? Recordemos ahora las consignas del presidente francés Emmanuel Macron: estamos en guerra, no salgan de casa y teletrabajen. Las medidas biopolíticas de gestión del contagio impuestas frente al coronavirus han hecho que cada uno de nosotros nos transformemos en un trabajador horizontal más o menos playboyesco. El espacio doméstico de cualquiera de nosotros está hoy diez mil veces más tecnificado que lo estaba la cama giratoria de Hefner en 1968. Los dispositivos de teletrabajo y telecontrol están ahora en la palma de nuestra mano.

En Vigilar y castigar, Michel Foucault analizó las celdas religiosas de encierro unipersonal como auténticos vectores que sirvieron para modelizar el paso desde las técnicas soberanas y sangrientas de control del cuerpo y de la subjetivad anteriores al siglo XVIII hacia las arquitecturas disciplinarias y los dispositivos de encierro como nuevas técnicas de gestión de la totalidad de la población. Las arquitecturas disciplinarias fueron versiones secularizada de las células monacales en las que se gesta por primera vez el individuo moderno como alma encerrada en un cuerpo, un espíritu lector capaz de leer las consignas del Estado. Cuando el escritor Tom Wolfe visitó a Hefner dijo que este vivía en una prisión tan blanda como el corazón de una alcachofa. Podríamos decir que la mansión Playboy y la cama giratoria de Hefner, convertidos en objeto de consumo pop, funcionaron durante la guerra fría como espacios de transición en el que se inventa el nuevo sujeto prostético, ultraconectado y las nuevas formas consumo y control farmacopornográficas y de biovigilancia que dominan la sociedad contemporánea. Esta mutación se ha extendido y amplificado más durante la gestión de la crisis de la Covid-19: nuestras máquinas portátiles de telecomunicación son nuestros nuevos carceleros y nuestros interiores domésticos se han convertido en la prisión blanda y ultraconectada del futuro.

Mutación o sumisión

Pero todo esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad. Es precisamente porque nuestros cuerpos son los nuevos enclaves del biopoder y nuestros apartamentos las nuevas células de biovigilancia que se vuelve más urgente que nunca inventar nuevas estrategias de emancipación cognitiva y de resistencia y poner en marcha nuevos procesos antagonistas.

Contrariamente a lo que se podría imaginar, nuestra salud no vendrá de la imposición de fronteras o de la separación, sino de una nueva comprensión de la comunidad con todos los seres vivos, de un nuevo equilibrio con otros seres vivos del planeta. Necesitamos un parlamento de los cuerpos planetario, un parlamento no definido en términos de políticas de identidad ni de nacionalidades, un parlamento de cuerpos vivos (vulnerables) que viven en el planeta Tierra. El evento Covid-19 y sus consecuencias nos llaman a liberarnos de una vez por todas de la violencia con la que hemos definido nuestra inmunidad social. La curación y la recuperación no pueden ser un simple gesto inmunológico negativo de retirada de lo social, de cierre de la comunidad. La curación y el cuidado sólo pueden surgir de un proceso de transformación política. Sanarnos a nosotros mismos como sociedad significaría inventar una nueva comunidad más allá de las políticas de identidad y la frontera con las que hasta ahora hemos producido la soberanía, pero también más allá de la reducción de la vida a su biovigilancia cibernética. Seguir con vida, mantenernos vivo como planeta, frente al virus, pero también frente a lo que pueda suceder, significa poner en marcha formas estructurales de cooperación planetaria. Como el virus muta, si queremos resistir a la sumisión, nosotros también debemos mutar.

Es necesario pasar de una mutación forzada a una mutación deliberada. Debemos reapropiarnos críticamente de las técnicas de biopolíticas y de sus dispositivos farmacopornográficos. En primer lugar, es imperativo cambiar la relación de nuestros cuerpos con las máquinas de biovigilancia y biocontrol: estos no son simplemente dispositivos de comunicación. Tenemos que aprender colectivamente a alterarlos. Pero también es preciso desalinearnos. Los Gobiernos llaman al encierro y al teletrabajo. Nosotros sabemos que llaman a la descolectivización y al telecontrol. Utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí. Apaguemos los móviles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan e imaginemos juntos en la revolución que viene.

Fuente: El País

Barrett // Pedro Yagüe (Engendros)

En 1902 la homosexualidad era, entre otras cosas, una injuria. Por eso, cuando don José María Azopardo denunció públicamente a Rafael Barrett de sucumbir en esas malas artes, la enfurecida respuesta del caballero no se hizo esperar. De esas palabras –probable fruto de un impulso fugaz– se desprendieron numerosas consecuencias: un certificado médico que acreditaba la castidad anal de Barrett, un desafío a duelo con Azopardo rechazado por un Tribunal de Honor, una posterior paliza de Barrett al presidente del Tribunal, algunas notas periodísticas que hoy llamaríamos amarillistas, la expulsión de Barrett de los círculos de la aristocracia madrileña, y, finalmente, su llegada a Buenos Aires en 1903.

La vida y obra de Rafael Barrett esconden un sinfín de misterios. Entre ellos, su olvido. El esporádico regreso a sus textos no fue nunca antojo del fisgoneo académico –quizás por eso su general omisión–, sino más bien consecuencia del deseo de recuperar el espíritu insolente y a la vez cálido que daba origen a su escritura.

A principios del siglo pasado, Barrett escribía algo que podría haber dicho cualquier persona sensata de nuestro tiempo: a esta época le falta serenidad, somos incapaces de contemplar la vida con amor inteligente y tranquilo. El vigor de esta sentencia renace cuando sus palabras permiten atender la propia falta de registro sobre esos infinitos detalles que hacen a la vida cotidiana. Esa especie de sensibilidad romántica que los habitantes de las grandes urbes imaginamos en el hombre de campo es recuperada por Barrett como el insumo teórico y político por excelencia. La incapacidad de mirar vivir es la madre miserable de la pobreza intelectual.

Fue mirando vivir que Barrett pudo hablarnos de los espasmos de la vida cotidiana, de la inteligencia altruista de las hormigas, del cinismo amable de la ciencia social, de los peligros de la fe en el progreso científico, de la acechante presencia de los muertos en los vivos, de la eterna juventud del pesimismo. Esa sensibilidad, ese saber mirar, fue lo que llevó a Barrett a la política. 

Habían pasado algunos minutos del amanecer. Bajo una lenta llovizna porteña, Barrett advirtió la presencia de un hombre encorvado que, en plena lucha contra el invierno, revolvía la basura de la noche anterior. Buscaba algo para comer. Una prolongación de su mano en forma de garfio agitaba los deshechos de la inmundicia urbana con la esperanza de encontrar un consuelo para el hambre y el frío. Mientras el hombre –que parecía viejo, aunque tal vez no lo fuera– lograba encontrar un pedazo de carnaza masticada, Barrett sintió por primera vez la infamia de la especie en sus entrañas. 

Cada uno de sus textos y conferencias posteriores se encontró sellado por el odio de aquella madrugada. Es difícil explicar por qué ciertos acontecimientos nos marcan para siempre. Solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria. Hay momentos a partir de los cuales nada puede ser visto como antes. Nadie dudaría que Barrett, la noche anterior a esa madrugada, entendía a la perfección los detalles y las causas de la marginalidad. No fue una revelación intelectual lo que se produjo.

Cuando imaginamos que alguien a quien nos representamos como semejante experimenta un afecto, señala Spinoza en la Ética, somos afectados entonces por un afecto similar. Habría que aclarar que, para que esto suceda, ese otro debe ser construido a través de un proceso de identificación imaginaria. Esta mímesis sensible de la que nos habla Spinoza no se activa al entender al otro como un semejante, sino al imaginarlo como tal. Sospecho que fue eso lo que vivió Barrett durante el amanecer de aquella madrugada. Ese hombre revolviendo la basura dejó de ser un elemento más de la escenografía porteña para transformarse en su semejante. Ambos fueron, entonces, parte de lo mismo, y el hambre que Barrett imaginó fue también su propia hambre.

Las palabras de Barrett vienen desde el llano, desde la experiencia de una vida. Leerlo es un trabajo más sensible que intelectual. Sus textos, olvidados, perdidos, nos invitan a imitarlo: a mirar con los ojos y a pensar con las entrañas.

Engendros – Pedro Yagüe – Hecho Atómico Ediciones

 

Primero no fue el miedo // Marina Chena

Primero no fue miedo. Quizás asombro y la atracción que suscita lo exótico. El nombre extraño de la ciudad de los  mercados mugrientos. Lo primero fue el televisor que proyectaba los números en vivo. Casos, muertos, casos, muertos, casos, muertos.  Mapas llenos de círculos rojos que crecían como la humedad de las paredes. Después las ciudades en cuarentena, la palabra pandemia en boca de todos, la inmunidad  como incerteza. Qué fácil parece ahora la vida anterior a este sopor en el que estamos. Qué simples los cuerpos y su ritmo, su mecánica invisible. Si hubiésemos advertido que el curso de la historia se jugaba en el punto cero del contagio. La peste. La vida desconocida como tal. Quién podrá decir que la culpa no es propia. Que nada hizo para contribuir a la caída, como caen las naranjas en invierno, llenas del sabor que acumularon con la helada. 

El riesgo es una amenaza  imperceptible, omnipresente,  daña más que cualquier peste, más que la helada.  Porque ahora sí, es el miedo y su certeza, los enemigos que sabíamos ahí, en cierta forma inofensivos. Nos habíamos acostumbrado a la mansedumbre y ahora nos hablan de la guerra, como si no tuviésemos que alimentar una vida lo suficiente, dar de comer a los hijos, ganarse el pan. Una vida es tan poco después de todo, cuando hablan de la guerra. En la guerra a escala planetaria, una vida ya no cuenta. Solo se trata de amigos o enemigos y su distribución exacta. 

El deseo, en cambio, es tan distinto,  corre, llama, mezcla lo que no debía mixturarse, enciende por sí solo la soledad de los días. El deseo tomando de los cuerpos su memoria de músculos, la verdad de lo vivo, poder decir aquí he sido amada. Los cuerpos, habituados al cansancio de sostener una rutina de siglos, siguen siendo lo único que ofrece novedad en el desierto humano. O acaso no los han visto inclinarse, parecer vencidos y –sin embargo- encontrar la belleza y el goce. Los cuerpos amputados, torturados, enterrados de mujeres no nos han mostrado que la vida siempre vuelve, que la casa está donde descansan los muertos. 

Quisiera un cuerpo donde alojar la peste, anhelar el contagio y extenderme en otros cuerpos donde encontrar mi morada. Tocar y ser tocada. Saber que no habrá nada que nos proteja de la muerte o de esta obediencia marcial, que acabará siendo lo mismo.

El virus y el psicoanálisis // Pablo Tajman

            Tal como importan las disociaciones en nuestrxs pacientes (y en nosotrxs, sus analistas), disociaciones que no retornan de lo reprimido como formaciones del inconsciente, sino que son puestas en acto, sea como vacíos, como “modos de estar con” o como escenas a veces llamadas “actuaciones” y que tienen fuertes lazos con disociaciones en el “espacio social”,  importan las disociaciones del psicoanálisis con el resto de las disciplinas que se ocupan de “cuestiones sociales”. Un psicoanálisis que no encuentre modos de ocuparse de dichas cuestiones es un claro ejemplo de disociación con la cual el monodispositivo “individual” y la monoteoría freudolacaniana contribuyen en gran medida, entre otras cuestiones, por cómo han quedado ligadas a la idea de profesión liberal y a la idea de estructura ahistórica.

 

            ¿Cómo podemos pensar la relación de los psicoanálisis con los sistemas públicos de salud con mayor o menor nivel de desguace[i] y con los modos de producción que han funcionado como formas favorables a la transmisión del virus?[ii] En principio, volviendo a ubicarnos como trabajadorxs de la salud (y bastante precarizadxs en nuestra gran mayoría, por cierto), lo que nos devuelve a reconocer nuestro lugar en la cadena de producción y reproducción social. En segundo lugar, considerando en todo momento que estamos tomados por estructuras de poder “generizantes”, “racializantes” y “productivizantes” (es decir, tendientes a disponer todo hacia una producción que busca un máximo de ganancia inmediata sin conexión con sus posibilidades futuras de sostenibilidad) entrelazadas entre sí.

 

            En cuanto al virus, ¿no se escuchan en todo momento dos causalidades?: o es culpa de “los chinos que comen cosas raras”, “racialización” que desvía de fijarse en las políticas sanitarias y medioambientales en relación a la producción de alimentos; o es “la naturaleza haciéndonos a nosotros lo que nosotros le hacemos a ella” (tal como dice Zizek en el párrafo final de su artículo[iii]), versión equivalente a aquellas donde la madre naturaleza o dios toman revancha por nuestro mal comportamiento, lo que es bien distinto a decir que los modos de producción como el hacinamiento de animales, el monocultivo a gran escala y el no dejar otra opción a poblaciones empobrecidas más que el tener que explotar lo que queda de bosques y fauna silvestre para poder sobrevivir rompe las barreras que otros modos de producción ponen a la propagación de enfermedades.

 

            ¿Cómo se juega esto en nuestra forma de estar en el mundo y cómo se juega en los tratamientos en los que participamos como analistas? Si no podemos pensar formas de estar con lxs pacientes en las cuales seamos parte participante necesariamente[iv], difícilmente podamos pensar críticamente a las instituciones-dispositivos que dan forma a nuestro estar en el mundo (y al de lxs pacientes).

 

            A pesar del fuerte interés del psicoanálisis por cuestiones relativas a la sexualidad y los vínculos, y a diferencia de ciertos feminismos con sus grupos de reflexión crítica sobre algunos de estos temas, el primero tiene una larga historia de falta de cuestionamiento a las instituciones. Un ejemplo central de nuestro campo: siempre ha tendido a cuestionar el posicionamiento de quien consulta en relación a lo edípico-intrapsíquico en lugar de al mismo tiempo acompañarlx en cuestionar a la familia cis-heterosexual monógama como institución de reproducción política y social que también lx determina. No es común escuchar a unx analista preguntar “¿Este modo de pareja, de familia y de sexualidad que practicás, tienen algo que ver con lo que me contás que te hace sufrir?”[v]. Del mismo modo, lxs analistas no solemos preguntarnos sobre esto en nuestrxs análisis. Más bien buscamos formas de posicionarnos de modos menos repetitivos y sufrientes en las instituciones-dispositivos sociales tal cual vienen dados.

 

            Así como en psicoanálisis no solemos encontrar modos de preguntarnos críticamente por las instituciones de reproducción social (familia, pareja y sexualidad), mucho menos encontramos vías para preguntar o preguntarnos por cómo vincularlas a los modos de producción (de los que somos parte hasta en la más mínima compra). A estos últimos, ni los estudiamos, ni los ponemos en juego en los tratamientos. Aún no hemos cuestionado la idea de trabajo como ideal que usualmente se sostiene en nuestra sociedad. Con la idea-base de prohibición del incesto como garantía social ahistórica, pasamos por alto una de las características fundamentales de la modernidad capitalista: la tajante disociación entre la esfera pública de la producción y la esfera privada de la reproducción de la cual se sostiene la primera, abaratando sus costos basándose en la dominación de las mujeres (cuanto más racializadas, más explotadas) y en la “nuclearización” de la familia que a través de la herencia garantiza la continuidad exponencialmente desigual de la acumulación[vi].

 

            Cuando se le echa la culpa, como decíamos, a “los chinos que comen bichos raros” en lugar de al modo de producción capitalista del cual China es uno de sus epicentros, dejamos fuera de nuestra consideración las remeras baratas, las zapatillas nike y el celular que compramos, producidos por trabajadores altamente explotados que se ven necesitados de comprar comida lo más barata posible para lograr subsistir, comida producida en condiciones sanitarias horrorosas, producción que genera entornos altamente transmisores de enfermedades que en otros entornos productivos encontrarían barreras en espacios y tiempos distintos (y claro, esto no se resuelve solo con la acción individual de no comprar esos productos…). Dejamos fuera, entonces, nuestra implicación personal en dicha cadena como consumidores y, sin necesidad de enunciados xenófobos tan grotescos, podemos estar dejando fuera las implicaciones de nuestra imposibilidad de agruparnos efectivamente como trabajadorxs de la salud, lo que nos lleva, entre otras cosas, a depender de las obras sociales y prepagas para tener un consultorio que nos permita llegar a fin de mes, lo cual, esta vez desde nuestro lugar como analistas, conlleva la misma lógica de no pensar los intermediarios entre quien compra o quien busca un tratamiento y el camino que se da para que sea posible. Podría criticarse el homologar al comprador de remeras con quien busca un tratamiento, pero en términos de quién se queda con la mayoría del dinero pagado directa o indirectamente por la remera o por el tratamiento, esa crítica no me parece pertinente.

 

            Mientras no podamos cuestionar de modos colectivos (o al menos dirigidos a que tales modos colectivos se generen) las formas en que reproducimos las instituciones-dispositivos pareja, familia, sexualidad, trabajo, fuertemente relacionadas a modos de producción y consumo (de alimentos, en esta situación en particular…), difícilmente la clínica pueda ser algo diferente a un adaptacionismo bienintencionado -y, en el mejor de los casos, creativo- al mundo que hay, lo que al mismo tiempo estará diciendo en acto que ese mundo que hay no es modificable.

 

            Si queremos que nuestrx lugar sea el de quienes trabajan con otrxs para lograr otros modos de vida, necesitamos cuestionar las instituciones-dispositivos de reproducción social en las que hemos preferencialmente fijado nuestra atención como disciplina y sus interconexiones con los modos de producción (es decir el tipo de familia, pareja y sexualidad que históricamente el psicoanálisis convalidó y naturalizó en relación a los modos de producción y trabajo y las “racializaciones” necesarias para atar todo ese sistema y mantenerlo “andando”) evitando así el lugar que nos hemos reservado de “opinólogos” de los medios de comunicación sobre por qué la gente se desespera tanto por acopiar papel higiénico en situaciones de crisis.

 

            Empecemos por casa: reconozcámonos trabajadorxs de la salud[vii] precarizadxs en nuestra gran mayoría, registremos cuánto nos angustia eso en medio de esta situación donde gran parte se encuentra sin resto económico (aunque generalmente pertenezcamos a la “clase media” y tengamos alguna red de donde sostenernos) y no nos desconectemos de la “racialización” que hace que, por tomar un ejemplo, en la mayoría de las villas no haya cuarentena posible (hacinamiento de personas y de animales como característica estructural, a no pasar por alto), no al menos al modo de la “clase media”.

 

            Mi propuesta, que se sostiene de la crítica hasta acá desarrollada, es que, al mismo tiempo que colaboramos con y esperamos a que esta situación transcurra lo mejor y lo antes posible, empecemos a agruparnos de modo tal que, al mismo tiempo, la prolonguemos. Sí, propongo que mantengamos el impacto que el coronavirus nos produce personal y profesionalmente, para que cuando llegue algún alivio, no nos alivie del esfuerzo de pensarnos en la red de producción y reproducción que el virus revela, de tal modo de empezar a desandar nuestras complicidades, las involuntarias, las inconscientes, las heredadas y sus superposiciones, para que desde el psicoanálisis dejemos de ser cómplices de instituciones-dispositivos que han colaborado con la generación de esto que hoy vivimos.

 

 

 

 

[i] Queda claro que este mismo virus en otro estado de los sistemas de salud junto con otro modo de interconexión entre ellos daría por resultado una situación bien distinta.

 

[ii] Ver en http://chuangcn.org/blog/ el texto del grupo Chuang “Contagio Social”, Ed. Lazo, 2020, donde se compilan explicaciones de biólogos de izquierda sobre cómo los modos actuales de producción de alimentos generan condiciones favorables a la transmisión de enfermedades. Exceptuando este texto, la gran mayoría de los producidos por referentes filosóficos que han circulado dejan sin cuestionar estos modos de producción y sin historizar el brote actual en relación a otros virus de gripes, de ébola y otras enfermedades.

 

[iii]http://thephilosophicalsalon.com/monitor-and-punish-yes-please/

 

[iv] Ver Stephen A. Mitchell “Influencia y autonomía en psicoanálisis”, Ed. Ágora Relacional, Madrid, 2015  y Jessica Benjamin “Beyond doer and done to”, Ed. Routledge, 2017 y Jessica Benjamin “Los lazos de amor”, Ed. Paidós, 1996.

 

[v] No estoy diciendo que siempre haya que preguntar estas cuestiones, el tema es porqué no aparecen nunca o casi nunca a menos que el paciente las lleve (y muchas veces no encuentran lugar a pesar de esto)

 

[vi] En la disociación entre lo público y lo privado, entre la familia y el trabajo, el trabajo migra mayoritariamente a las grandes ciudades, el ámbito privado de la familia se reduce y tiende a habitar en lugares cada vez más chicos (tendencia al hacinamiento). Ver Antoine Artous “Sobre la opresión de las mujeres” partes I, II y III en revista www.intersecciones.com.ar y Juan Ignacio Castien “Familia y reproducción del capitalismo” en https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/POSO0101130239A/24452

 

[vii] Un analista no puede operar únicamente desde el lugar de trabajador, pero tampoco puede prescindir de él, a menos que quiera que queden negadas sus dependencias económicas, lo cual no es sin efectos en la clínica (y no sólo en la clínica). Queremos que las prepagas paguen las sesiones virtuales y que lxs pacientes particulares continúen sus tratamientos, no solo -como se dice tanto en estos días usando un tono altruista- en beneficio de la continuidad de sus análisis en medio de esta situación tan grave y compleja, sino también porque queremos llegar a fin de mes. Esta es una más de nuestras disociaciones. Somos afectados por las situaciones clínicas (de las que somos parte), por la económica (de la que somos parte), somos parte de las instituciones de producción y reproducción y mejor haríamos en estar en contacto con todo esto en lugar de mantener ese lugar aséptico que nos ha caracterizado hasta la actualidad.

DEVENIR COVID-19: Escrito sobre la vida, la peste y la potencia de transfiguración // Sofía Guggiari*

A esta altura en Argentina, llevamos 7 días de cuarentena obligatoria, y 11 para aquellxs que ya veníamos quedándonos en nuestras casas con el primer anuncio del domingo 15 de marzo.

La detención- y acá es importante diferenciar detención como parte de un movimiento, de parálisis como inhibición- nos confronta con la existencia, en su aspecto más total.

Las preguntas se advienen como torbellinos: ¿ que es una vida que se vive?

¿Que es una vida vivible? No solo en su dimensión biológica sino ética. ¿que nos hacía levantarnos todos los días? ¿que nos empujaba y nos hacía permanecer moviéndonos? ¿qué vida estámos produciendo? ¿El virus es el problema o la precariedad en la que producímos nuestra existencia? ¿la vida es solo lo humano? ¿estábamos conectando con las fuerzas del mundo y de la naturaleza? ¿que vidas son las cuidables, las “cuarentenables” y cuales las desechables? ¿tengo que seguir haciendo, produciendo, «viviendo como antes»?

La angustia y la incertidumbre desestabilizan el imperativo de producción permanente, producción siempre para un Otro.

En los encuentros online con amigxs y familiares se debate, se piensa, se reflexiona. Entre lxs que vivimos con una permanente angustia o alerta y aquellxs que pueden abstraerse un poco más. Artículos filosóficos que van desde lxs que piensan que vamos hacia sociedades más devastadoras y controladas o lxs que avecinan una posible transformación social más igualitaria.

No estamos preparados para disociar el placer del consumo dice Bifo Berardi en una de los escritos sobre la Pandemia, en relación a la vida en cuarentena.

 

La pandemia no sólo trajo una peste sino una pregunta o varias, a modo de rajadura en el mundo que vemos y hacemos. Que si no escuchamos, quizás, nos estemos perdiendo de una gran posibilidad de producir otra existencia posible.

 

Deleuze dice “ Devenir es un rizoma. Devenir no es ciertamente imitar, ni identificarse; tampoco es producir una filiación. Devenir no nos conduce a «parecer», ni «ser», ni «equivaler», ni «producir» (Mil Mesetas; 1980) Se comporta como expansión, propagación, ocupación, contagio, poblamiento.

 

 

El virus deviene nosotrxs, y nosotrxs devenimos virus.

 

Pero, ¿Cómo reaccionamos frente a este agenciamiento? ¿Cómo reaccionamos a la peste? ¿Cómo se gestionan los cuerpos, las vidas, los afectos con la pandemia del coronavirus? Estamos totalmente descolocadxs: “que raro este momento” “no lo puedo creer” “parece ficción” «es increíble». Desde el miedo a enfermarse, la locura al aislamiento, el estado policíaco permanente, a la negación total, el seguir como si nada estuviese pasando.

Los estados nacionales también se diferencian en su capacidad, poder, plasticidad y ética con la que gestionan las vidas en esta crisis humanitaria. Desde un ”laissez faire” liberal como ocurre en Brasil o EEUU; a un extremo control informático con el big data (sistema de control digital) como en los países de Asia; o como acá en Argentina que como nunca se refuerzan las ideas de Estado como protector, organizador y » gran padre» del pueblo.

Mientras tanto el virus no tiene miedo. Se expande, produce, se mueve, sigue su curso, su permanencia, persistencia y se transforma, se transfigura. El virus no está vivo ni muerto. No evoluciona ni involuciona, deviene.

Hay que mutar como muta el virus.

 

¿Qué hacemos frente a lo traumático? ¿Cómo respondemos nosotrxs cuando se pone en juego la continuidad de la vida? Y no solo en su experiencia individual, singular o social, sino como relato, como conjunto de sentidos en y desde donde nos identificamos. ¿Cómo reaccionamos frente a la caída de las rutinas, los horarios, las actividades? ¿Cómo nos afectamos frente a la caída de la producción existencial en su conjunto? En una vida donde el mercado es ( ¿era?) su principal motor.

 

Devenir COVID-19 es devenir potencia de transformación frente a una crisis, una catástrofe, una pandemia, un movimiento de tierra.

Devenir COVID-19 es la posibilidad de producir otros modos y maneras frente a una situación de caída de mundo. Lo que la psicoanalista Suely Rolnik llama, transfiguración.

No podemos atrapar esta experiencia pandémica con lo ya sabido porque no hay significante para codificarlo. Eso es lo traumático. Se ponen en jaque las normas, recetas y sentidos establecidos, las reglas del juego del mercado.

Es de suma urgencia que entendamos que estamos frente una anomalidad.

¿Será también una oportunidad?

¿Podremos inventar, producir, crear algo distinto después del temblor? Y acá lo importante: lo creativo como insurgente, no al servicio del consumo, porque eso sería seguir arrastrando el desastre.

 

¿seremos capaces entonces de poner la creatividad al servicio de la supervivencia, de la transformación, de la potencia cósmica y de las fuerzas del mundo, de la transfiguración?

¿Sabremos reinventar los modos de enlazarnos con otrxs, con la tierra y la biosfera? ¿Sabremos reinventar los afecto, las maneras de cuidados, la ternura, la organización social, la distribución de las riquezas del mundo?

¿Podremos reinventar nuestra existencia?

Devenir COVID-19 es volverse potencia desde el caos, desde el derrumbe, desde la peste, desde la crisis, desde la incertidumbre, desde el malestar. No negarlo si no hacer algo con ello.

¿Será la vida de la naturaleza, por fuera de la producción meramente humana, la que nos guié?

¿Será este momento una verdadera posibilidad para producir vidas más vivibles para todxs, sociedades menos precarias, y porque nó, un poco más felices? Porque si hay en lo que no hay incertidumbre es que el neoliberalismo produce manía, no felicidad.

 

*Sofía Guggiari, Psicoanalista, actriz, escritora.

Bienvenido al Estado Suicida // Vladimir Safatle*

* Texto publicado originalmente en la sección Pandemia crítica de la editorial n-1 edições (n-1 edições.org)

** Traducción libre: Florencia Carrizo y Franco Castignani para Los ejercicios posibles

 

Vos sos parte de un experimento. Tal vez sin darte cuenta, pero sos parte de un experimento. El destino de tu cuerpo y tu muerte son parte de un experimento de tecnología social, de una nueva forma de gestión. Nada de lo que está sucediendo en este país, que se confunde con nuestra historia, es fruto de la improvisación o del voluntarismo de los agentes de comando. Incluso porque nunca nadie intentó entender los procesos históricos buscando aclarar la intencionalidad de los agentes. Saber aquello que los agentes creen que están haciendo es realmente lo que menos importa. Como dije más de una vez, generalmente lo hacen sin saber.

 

 

 

Este experimento del que vos sos parte, al que te empujaron a la fuerza, tiene nombre. Se trata de la implementación de un “estado suicida”, como dijo alguna vez Paul Virilio. O sea, Brasil mostró definitivamente cómo es el escenario de implementación de un estado suicida. Una nueva etapa de los modelos de gestión inmanentes al neoliberalismo. Ahora, su rostro  es más cruel, su fase más terminal.

 

 

 

Se equivoca quien cree que esto es solo la ya tradicional figura del necroestado nacional. Caminamos en dirección a un más allá de la temática necropolítica del estado como gestor de la muerte y de la desaparición. Un estado como el nuestro no es apenas el gestor de la muerte. Es el actor contínuo de su propia catástrofe,  el cultivador de su propia explosión. Para ser más preciso, es la mezcla de la administración de la muerte de sectores de su propia población y del coqueteo continuo y arriesgado con su propia destrucción. El fin de la Nueva República terminará en un macabro ritual de emergencia de una nueva forma de violencia estatal y de rituales periódicos de destrucción de cuerpos.

 

 

 

Un estado de esta naturaleza sólo apareció una vez en la historia reciente. Este se materializó de forma ejemplar a través de un telegrama. Un telegrama que tenía número: Telegrama 71.  Con este telegrama, en 1945, Hitler proclamó el destino de una guerra ya perdida. En él escribía: “Si la guerra está perdida, que la nación perezca”. Con él, Hitler exigía al propio ejército alemán que destruyese lo que restaba de infraestructura, convalidando la derrota de la nación alemana. Como si ese fuese el verdadero objetivo final: que la nación perezca por sus propias manos, esas manos que antes habían desencadenado la guerra. Este era el modo nazi de dar respuesta a una rabia secular contra el propio estado y contra todo lo que en algún momento había representado. Celebrando su destrucción y la nuestra. Existen varias formas de destruir un estado y una de ellas, la forma contrarrevolucionaria, es acelerar en dirección a su propia catástrofe, aunque se lleve consigo nuestras vidas. Hannah Arendt nos habló del hecho espantoso de que aquellos que adherían al fascismo no vacilaban en transformarse en sus propias victimas, aun cuando el monstruo terminara devorando a sus propios hijos.

 

 

 

Sin embargo, el foco del espanto no debería estar puesto allí. Como decía Freud: la misma autodestrucción de la persona no puede ser completada sin alguna satisfacción libidinal. Ese es en verdad el verdadero experimento, un experimento de economía libidinal. El estado suicida logra hacer de la revuelta contra un estado injusto de cosas, contra las autoridades que nos excluyen, un ritual de destrucción de sí en nombre de la creencia en la voluntad soberana y en la preservación de un liderazgo que debe escenificar su omnipotencia en el mismo momento en que ya está clara como el sol su impotencia miserable. Si el fascismo fue siempre una contra-revolución preventiva, no olvidemos que ha sabido transformar la fiesta de la revolución en un ritual inexorable de auto-inmolación sacrificial. Hacer que el deseo de transformación y de diferencia se conjugue con una gramática de sacrificio y de autodestrucción: esa ha sido siempre la ecuación libidinal que funda el estado suicida.

 

 

 

El fascismo brasilero y su nombre propio, Bolsonaro, han encontrado una catástrofe para llamar a la suya. Se presenta en la forma de una pandemia que exigiría de la voluntad soberana y de su paranoia social compulsivamente repetida, que fuese sometida a la acción colectiva y a la solidaridad genérica, teniendo en cuenta la emergencia de un cuerpo social que no debería dejar a nadie librado a su suerte en su camino directo al Hades. Ante la sumisión a una exigencia de autopreservación que toma de la paranoia su teatro, sus enemigos, sus persecuciones, sus delirios de grandeza, la elección resulta, no obstante, en el flirteo con la muerte generalizada. Si aún precisásemos alguna prueba de que lidiamos con una lógica fascista de gobierno, esta sería la definitiva. No se trata de un estado autoritario clásico que usa la violencia para destruir a sus enemigos. Se trata de un estado suicida de tipo fascista que sólo encuentra su fuerza cuando afronta la posibilidad de su propio final.

 

 

 

Es claro que dicho estado se funda en la mixtura tan nuestra de capitalismo y esclavitud, de publicitario de coworking, de rostro joven e indiferencia asesina para con la muerte, reducida a efecto colateral del necesario buen funcionamiento de la economía. Algunos comienzan a oír a empresarios, a dueños de restaurantes, a publicitarios –puercos trasvestidos en nuevos heraldos de la racionalidad económica- decir que peor que el miedo a la pandemia debería ser el miedo al desempleo. En verdad ellos están delante de los señores de esclavos que aprendieron ahora a hablar business english. La lógica es la misma, solo que extendida a toda la población. El ingenioso experimento ya no puede detenerse. Y nadie va a generar un drama nacional porque algunos esclavos mueran. Al final, ¿qué significan 5.000, 10.000 muertes si estamos hablando de “garantizar empleos”, más aún, de garantizar que todos continúen siendo expoliados y masacrados en acciones sin sentido y sin fin, en cuanto trabajan en las condiciones más miserables y precarias jamás imaginadas?

 

 

 

La historia de Brasil resulta de la instrumentalización contínua de esta lógica. La novedad es que ahora se aplica a toda la población. Poco tiempo atrás, el país dividía a los sujetos entre “personas” y “cosas”, o sea, entre aquellos que serían tratados como personas -cuya muerte provocaría luto, narrativa, conmoción, y aquellos que serían tratados como cosas, cuya muerte es apenas un número, una fatalidad, frente a la cual no habría razón alguna para llorar. Ahora llegamos al punto de consagración de esta lógica. La población es apenas un suplemento descartable frente a un proceso de acumulación y de concentración a todas vistas indetenible.

 

 

 

Es claro que siglos acumulados de necropolítica han permitido que el estado brasilero adquiera ciertas habilidades. Él sabe que uno de los secretos de este juego es hacer desaparecer los cuerpos. Retirar números de circulación, cuestionar datos, colocar los muertos por coronavirus en otra rubrica, abrir fosas en lugares invisibles. Bolsonaro y sus amigos, llegados desde los sótanos de la dictadura militar, saben cómo operar con esa lógica. El viejo arte de administrar y gestionar la desaparición, que el estado brasilero sabe hacer tan bien. De cualquier forma, there is no alternative. Ese era el precio a pagar para que la economía no detuviese su marcha, para que los empleos fuesen garantizados. Alguien tenía que hacer el sacrificio. La única cosa graciosa es que siempre son los mismos los que pagan. La verdadera cuestión es otra, a saber: ¿quién es aquel que nunca paga por los sacrificios y a la vez sermonea tras un evangelio bastardeado de azotes?

Pues vean qué cosa más interesante. En la República Suicida Brasilera no hay chance alguna de hacer que el sistema financiero vierta sus lucros obscenos en un fondo común para el pago de salarios de la población confinada, ni de implementar un impuesto constitucional sobre grandes fortunas para tener a disposición parte del dinero que la elite vampirizó del trabajo compulsivo de los más pobres. No, esas posibilidades no existen. There is no alternative: ¿será necesario repetirlo una vez más?

Esta violencia es la matriz del capitalismo brasilero. ¿Quién financió la dictadura y la creación de aparatos de crímenes contra la humanidad con los cuales se torturaba, violaba, asesinaba y se hacían desaparecer cadáveres? ¿No había ahí dinero del Banco Itaú, Bradesco, Camargo Correa, Andrade Gutiérrez, Fiesp, o sea, de todo el sistema financiero y empresarial que hoy tiene garantizadas sus ganancias por los mismos que ven nuestras muertes como un problema menor?

En la época del fascismo histórico, el estado suicida se movilizó a través de una guerra que no podía detener. O sea, la guerra fascista no era una guerra de conquista. Era un fin en sí mismo. Como si fuese “un movimiento perpetuo, sin objeto ni objetivo”, cuyos impasses sólo llevan a una aceleración mayor. La idea nazi de dominación no está ligada al fortalecimiento del estado, sino a una dinámica en constante movimiento. Hannah Arendt diría esto: “La esencia de los movimientos totalitarios es que puedan permanecer en el poder mientras estén en movimiento y transmitan movimiento a todo aquello que los rodea”. Una guerra ilimitada que implica la movilización total de todo agente social, la militarización absoluta en dirección a un combate que se torna permanente. Guerra, sin embargo, cuya dirección no puede ser otra que la pura y simple destrucción.

Sólo que el estado brasilero nunca necesitó de una guerra porque siempre fue el gestor de una guerra civil no declarada. Su ejército no sirve para otra cosa que para atentar cada cierto tiempo contra su propia población. Esta es la tierra de la contrarrevolución preventiva, como decía Florestan Fernandes. La patria de la guerra civil sin fin, de los genocidios sin nombre, de las masacres sin documentos, de los procesos de acumulación de Capital hechos a través de balas y de miedo contra quien se movilice en otra dirección. Todo esto aplaudido por un tercio de la población, por tus abuelos, tus padres, por aquellos cuyos circuitos de afectos están sujetos a ese deseo inconfesable de sacrificio de los otros y de sí por generaciones. Pobres de aquellos que todavía creen que es posible dialogar con quien en este momento estaría aplaudiendo a los agentes de la SS.

Porque las alternativas existen, pero si fueran implementadas serían otros los afectos que se pondrían en circulación, fortaleciendo a aquellos que rechazan tal lógica fascista, permitiéndoles finalmente imaginar otro cuerpo social y político. Tales alternativas pasan por la consolidación de la solidaridad genérica que nos hace sentirnos parte de un sistema de mutua dependencia y de apoyo, en el cual mi vida también depende de la vida de aquellos que son parte de “mi grupo”, que están en “mi lugar”, que tienen “mis propiedades”. Esta solidaridad que se construye en los momentos dramáticos les recuerda a los sujetos que participan de un destino común que debe sustentarse colectivamente. 

Algo muy diferente del “si yo me infecto es problema mío”. Mentira atroz, porque, en verdad, será un problema del sistema público de salud, que no podrá atender a otros porque necesita cuidar de la irresponsabilidad de uno de los miembros de la sociedad. Pero si la solidaridad apareciese como afecto central, es la farsa neoliberal la que caería, esta misma farsa que debe repetir, como decía Thatcher, que “no existe esa cosa llamada sociedad, apenas existen individuos y familias”. Sólo que el contagio, Margareth, es el fenómeno más democrático e igualitario que conocemos. Este nos recuerda, al contrario, que no existe esa cosa de individuo y familia, que existe la sociedad que lucha colectivamente contra la muerte de todos y siente colectivamente cuando uno de los suyos cree que vive solo.

Como dije antes, las alternativas existen. Pasan por suspender el pago de la deuda pública, por gravar finalmente a los ricos y proporcionarles a los más pobres la posibilidad de cuidar de sí y de los suyos, sin preocuparse por volver vivos de un ambiente de trabajo que será foco de diseminación, que será la ruleta rusa de la muerte. Si alguien supiera realmente cómo hacerlo en las huestes del fascismo, recordaría lo que sucede con uno de los únicos países del mundo que rechaza seguir las recomendaciones para combatir la pandemia: este sería objeto de un cordón sanitario global, de un aislamiento en tanto posible foco no controlado de la proliferación de una enfermedad de la cual los otros países no quisieran contagiarse. Ser objeto de un cordón sanitario global debería ser algo realmente muy bueno para la economía nacional.

Mientras tanto nosotros luchamos con todas las fuerzas para encontrar algo que nos haga creer que la situación no es tan mala, que todo se trata de derrapes y sinsabores de un insano. No, no hay insanos en esta historia. Este gobierno es la realización necesaria de nuestra historia de sangre, de silencio, de olvido. Historia de cuerpos invisibles y de Capital sin límites. No hay insanos. Al contrario, la lógica es muy clara e implacable. Esto ocurre solamente porque cuando es necesario radicalizar siempre hay alguien en este país que dice que todavía no es el momento. Frente a la implementación de un estado suicida sólo nos restaría una huelga general por tiempo indeterminado, un rechazo absoluto a trabajar hasta que este gobierno caiga. Sólo nos restaría quemar las fábricas de los “empresarios” que cantan la indiferencia de nuestras muertes. Sólo nos restaría hacer que la economía pare de una vez utilizando todas las formas de contra violencia popular. Sólo nos restaría parar de sonreír, porque ahora sonreír es consentir. Pero ni siquiera un miserable pedido de impeachment es asumido por quien dice ser parte de la oposición. Sería difícil no acordarnos de estas palabras del evangelio: “Si la sal no sala, de qué sirve entonces”. Debe servir sólo para hacernos olvidar el gesto violento de rechazo que debería estar ahí cuando intentan empujar nuestra carne a su propio cadalso.

FOTO: Renata Molinari, Sin Cuerno, 2019

Reset // Franco «Bifo» Berardi

Primer parte: Crónica de la psicodeflación

15 de marzo

En el silencio de la mañana, las palomas desconcertadas miran desde el techo de la iglesia y parecen aturdidas, atónitas. No pueden entender ese desierto urbano que están viendo. Yo tampoco puedo.

Leo el primer borrador de Offline, un libro de Jess Henderson que va a salir en unos meses (o que debería salir, pero quien sabe ya). Hoy, la palabra “offline” adquiere un significado filosófico: es un modo de definir la dimensión física de lo real en oposición o, mejor dicho, en sustracción  a la dimensión virtual.

Me pregunto cómo está cambiando la relación entre lo offline y lo online durante la propagación de la pandemia, y trato de imaginarme las consecuencias .

En los últimos treinta años, la actividad humana ha cambiado profundamente su naturaleza relacional, proxémica y cognitiva: un número creciente de interacciones se ha desplazado de la dimensión física, conjuntiva- donde los intercambios lingüísticos son imprecisos y ambiguos (por lo tanto, infinitamente interpretables), y toda acción productiva consume algún tipo de energía física, dado que los cuerpos se tocan y se entrelazan en un flujo de conjunciones- a una dimensión conectiva, en la cual las operaciones lingüísticas están mediadas por máquinas informáticas y, por lo tanto, responden a formatos digitales. Cualquier actividad productiva está, parcialmente, mediada por automatismos, y la gente interactúa cada vez más, aunque sus cuerpos nunca se encuentren. La existencia cotidiana de poblaciones enteras está cada vez más ligada a dispositivos electrónicos capaces de almacenar una enorme cantidad de datos. La persuasión fue reemplazada por la impregnación, ya que la psicósfera ha sido inervada por los flujos de la infósfera. La conexión presupone una precisión sin pelo y sin polvo. Los virus informáticos pueden interrumpir o desviar esta exactitud, que desconoce la ambigüedad de los cuerpos y no contempla la inexactitud como posibilidad.

Ahora, un agente biológico se introduce en el continuum de lo social, lo hace implosionar y nos fuerza a la inactividad. La conjunción, esfera que ha sido largamente reducida por las tecnologías conectivas, es la causa del contagio. Encontrarse en el espacio físico se volvió el peligro absoluto. La conjunción debe ser evitada, impedida: no salgas de tu casa, no vayas a ver a tus amigos, mantenete a dos metros de distancia, no toques a nadie en la calle.

Lo que experimentamos en estas semanas es una gigantesca expansión del tiempo que pasamos conectados, en línea, y no puede ser de otra manera porque las relaciones afectivas, productivas y educativas deben ser transferidas a la esfera en la que no nos tocamos, en la que no nos encontrramos. Cualquier sociabilidad  que no sea puramente conectiva deja de existir.

¿Y después? ¿Qué va a pasar? ¿Que pasa si esta  ón termina rompiendo el hechizo? 

Lo que quiero decir es que, tarde o temprano, la epidemia va a desaparecer (si esto pasa alguna vez, dicen que en Italia va a pasar el 25 de abril) ¿No tenderemos a vincular nuestra vida en línea con la enfermedad? Imagino una explosión de cuidados y caricias, induciendo a una gran parte de los jóvenes a cerrar sus pantallas conectivas, como una reminiscencia de este desafortunado período solitario.

Intento no tomarme demasiado en serio, pero lo pienso.

16 de Marzo

La Tierra se rebela contra el mundo. La contaminación cae. Es evidente. Los satélites mandan fotos de China completamente diferentes de las que solían mandar hace dos meses. Lo siento en mis pulmones, que no habían estado respirando bien durante los últimos diez años, cuando fui diagnosticado con un asma severa causado por el aire de la ciudad en la que vivo.

17 de Marzo

El colapso de la bolsa es tan grave y persistente, que ya no es noticia.

El sistema bursátil se ha convertido en la representación de una realidad desaparecida: las economías de oferta y demanda están inestables y permanecerán indiferentes, por un largo tiempo, a la cantidad de dinero virtual que circula en el sistema financiero. Pero lo que esto significa es que el sistema financiero está perdiendo su control: en el pasado, las fluctuaciones matemáticas determinaban la cantidad de riqueza a la que todos podían tener acceso. Ahora no determinan nada. Ahora, la riqueza ya no depende del dinero que tenemos, sino de lo que pertenece a nuestra vida mental. 

Debemos pensar en esta suspensión del funcionamiento del dinero, porque, tal vez, sea la piedra angular para salir de la forma capitalista- romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos. Afirmar una concepción de riqueza diferente, entendida no como el equivalente monetario que tengo, sino como la calidad de vida que puedo experimentar.

La economía está entrando en una recesión, pero esta vez las políticas en favor de la oferta no son muy útiles, ni tampoco las de impulsar la demanda. Si las personas tienen miedo de ir a trabajar, si la gente muere, la oferta no se puede aumentar. Y si estamos confinados en nuestras casas, no se puede reactivar la demanda, por un mes, o dos, o tres…

Suficiente como para bloquear la máquina. Un bloqueo que tendrá efectos irreversibles. Aquellos que hablan sobre la vuelta a la normalidad, esos que piensan que puede reactivarse la máquina como si nada hubiera pasado, no entendieron nada de lo que está pasando.

Para que la máquina vuelva a ponerse en marcha, será necesario inventar todo de cero. Debemos estar preparados para prevenir que funcione como en los últimos treinta años: la religión del mercado y el liberalismo privatista  deberán ser considerados crímenes ideológicos. Los economistas que han venido prometiendo durante los últimos treinta años que la solución a cualquier enfermedad social era reducir el gasto público y privatizaciones deberán ser socialmente aislados si intentan abrir sus bocas otra vez. Deberían ser tratados por lo que son: unos idiotas peligrosos.

Durante las últimas dos semanas, estuve leyendo Cara de Pan de Sara Mesa, Lectura Fácil de Cristina Morales, y la fulminante Chanson Douce de la horrible Leila Slimani. Actualmente, estoy leyendo a Babine, una escritora azerbaiyana , que cuenta sobre Bakú a principios del siglo XX, y sobre la repentina acumulación de riqueza por medio del petróleo, su adinerada familia, que había perdido todo durante la revolución soviética.

Más por suerte que por elección, este año solo leí escritoras, empezando por la fantástica novela de Négar Djavadi, Disoriental, que cuenta la historia de la violencia islamista, el exilio, la soledad y la nostalgia.  

Pero ahora, suficiente con las mujeres y las tragedias humanas. Basta es basta. Volví a un libro relajante, Orlando Furioso, narrado por Italo Calvino (narración en prosa del poema de Ludovico Ariosto). Cuando enseñaba, siempre se lo recomendaba a los jóvenes. Leí algunos capítulos. Lo habré leído diez veces y siempre soy feliz cuando lo vuelvo a leer.

18 de marzo

Hace unos años, con mi amigo Max, insipirados por nuestro amigo Mago, publicamos una novela para la que no teníamos título. Nos gustaba el nombre KS y Gerontomachia. Pero el editor que tue tuvo que publicarlo (después de que varios, comprensiblemente, lo rechazaran) impuso un título más feo, pero más popular: Morte ai Vecchi (muerte a los viejos). Al libro no le fue nada bien, pero contaba una historia que todavía me resulta relevante. Una especie de epidemia inexplicable estalla. Los niños de trece, catorce años matan a los viejos. Primero unos casos aislados. Pero después se vuelven cada vez más frecuentes y, finalmente, termina sucediendo en todas partes. Les voy a ahorrar los detalles, o los puntos tecnico-místicos de la trama. El punto central es que los jóvenes decidieron matar a los viejos porque envenenaron el aire con su tristeza. 

Esta noche se me ocurrió que todo el asunto del coronavirus podría leerse, metafóricamente, de la siguiente manera: el 15 de marzo del año pasado, millones de niños y niñas tomaron las calles gritando: “nos entregaron un mundo donde no se puede respirar, llenaron de porquería la atmósfera, ahora es el momento de frenar esto que hicieron y reducir el consumo de petróleo y carbón”. Quizás esperaban que los gobernantes del mundo escucharán sus pedidos. Pero como todos sabemos, se sintieron decepcionados. La cumbre de Madrid en diciembre, la última entre innumerables eventos sobre el cambio climático, fue solo otro fracaso más. La emisión de sustancias tóxicas no disminuyó para nada en la última década, y el calentamiento global fue avanzando felizmente. Las grandes corporaciones de carbón y derivados del petróleo no piensan parar. Entonces, los jóvenes se enojaron e hicieron una alianza con Gea, la divinidad protectora del planeta tierra y lanzaron juntos una advertencia. Así los viejos empezaron a morir como moscas.

Finalmente, todo se frena, todo quedó detenido. Después de un mes, los satélites muestran fotos de una tierra muy diferente de lo que era antes de la gerontomaquia.

19 de Marzo

Como no tengo televisor, sigo los acontecimiento por internet: CNN, The Guardian, Al Jazeera, El País… A la hora del almuerzo, escucho las noticias en la radio.

No existe más nada, el mundo desapareció de las noticias. Solo existe el coronavirus. Hoy no hubo más noticias en el informativo de la radio que la epidemia. Un amigo de Barcelona me cuenta que habló con un editor la televisión española: parece que cuando transmiten noticias más allá del contagio, la gente llama enojada a insultar, o insinúa que algo les están escondiendo.

Entiendo la necesidad de mantener la atención del público concentrada en las medidas de prevención y me es clara la necesidad de repetir cien veces al día “tenes que quedarte en tu casa”. Pero este tratamiento mediático tiene un efecto ansiógeno completamente innecesario. Además, se ha vuelto prácticamente imposible saber qué está pasando en el Norte de Siria. Hace tan solo unos días, ocho escuelas fueron bombardeadas en un solo día. ¿Y que está pasando en la frontera entre Grecia y Turquía? ¿Ya no hay más barcos llenos de africanos en el Mediterráneo que corren el riesgo de hundirse o que son detenidos y enviados de vuelta a los campos de concentración libios? Claramente que hay. Ayer encontré la noticia de un barco, con ciento cuarenta personas a bordo, que la guardia costera maltesa mandó de regreso.

Para mantenernos al día, y dejar conocimiento, acá tienen una lista parcial, desde el primero de marzo hasta hoy, de lo que está pasando en el mundo, además de la epidemia. Desde el sitio web de PeaceLink transcribo los conflictos armados que no se han detenido en las últimas tres semanas, mientras nosotros estabamos preocupados por el hecho de no poder salir de nuestras casas.

Libia: Enfrentamiento violentos estallan en el Norte, a medida que las fuerzas del Ejército Nacional de Libia intentan avanzar. Libia: Las fuerzas de Haftar bombardean dos escuelas en Trípoli. República democrática del Congo: al menos 17 muertos en enfrentamientos con las Fuerzas democráticas aliadas (ADF) en Beni. Somalía: cinco miembros de Al-Shabaab murieron en un solo ataque aéreo estadounidense. Nigeria: seis muertos en un ataque de Boko Haram en la base militar de Damboa. Afganistan: las fuerzas talibanas y afganas se enfrenta en la provincia de Balkh. Tailandia: un soldado muerto y otros dos heridos en enfrentamientos entre militantes en el sur. Indonesia: cuatro rebeldes del Ejército de Liberación de Papua Occidental murieron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en Papua. Yemen: 11 muertos en enfrentamientos entre rebeldes hutíes y el ejército yemení en Taiz. Yemen: 14 rebeldes hutíes asesinados en enfrentamientos con las fuerzas del gobierno yemení en la provincia de Al-Hudaydah. Turquía: derriban un avión de guerra sirio sobre Idlib. Siria: 19 soldados sirios muertos en ataques con drones turcos.

Un amigo me envió un video que muestra  una fila de camiones militares en Bérgamo. Es de noche, proceden lentamente. Llevan, algo así, como unos sesenta ataúdes al crematorio.

 

20 de marzo

Me despierto, me afeito, tomo mis pastillas para la hipertensión, prendo la radio… mierda… El himno. ¿Alguien me puede explicar que mierda tienen que hacer los himnos nacionales en situaciones como esta? ¿Por qué revivir el orgullo nacionalista? Este mismo himno llevó a los soldados a Caporetto, donde murieron más de cien mil.

Apago la radio, y me afeito en silencio. Un silencio sepulcral.

Jun Fujita Hirose es un amigo japonés que escribe libros sobre cine. Recientemente, estuvo  presentando su libro Cine-Capital. Tenía planeado, a su vuelta de Buenos Aires, pasar por Madrid y Bologna, donde Billi y yo lo estábamos esperando. Es una persona muy agradable e ingeniosa y hospedarlo, cada vez que pasa unos días por Italia, es siempre un placer.

Cuando la infección llegó a Madrid y explotó, él se quedó varado. Se vio obligado a quedarse, y ahí lo hospeda otro queridísimo amigo, Amador Savater. Así que ahora pasan el tiempo juntos, y envidio un poco a Amador porque Jun es también un gran cocinero, y a mi me gusta mucho la comida japonesa. También aprovechan para hacer un poco de cine-debate. Hace unas noches vieron La cosa de John Carpenter, una película que viene perfecto para la ocasión. Después, Amador escribió un artículo que leí en la revista argentina Lobo Suelto. Ahí escribe: «Pero, ¿no es también La Cosa una ocasión de pensamiento? Sólo es posible pensar en la interrupción: la interrupción de los automatismos, de los estereotipos, de las evidencias. La Cosa es un agujero en el sistema de evidencias establecido. Nos invita a repensarlo todo de nuevo: la salud y la sanidad, las ciudades y la alimentación, los vínculos y los cuidados.».

Cuando la cuarentena termine -si termina, y no es seguro que eso vaya a pasar-, estaremos desprovistos de reglas, pero también desprovistos de automatismos. Los humanos, entonces, recuperaremos un papel no dominante en relación al azar, pero sí significativo (el virus nos enseña que la voluntad humana nunca fue decisiva). Tendremos la chance de reescribir las reglas y de romper los automatismos. Pero es bueno saber que esta no sucederá pacíficamente.

No podemos prever qué formas asumirá el conflicto, pero debemos empezar a imaginarlas. Quien imagina primero, gana. Es la ley universal de la historia. Al menos, eso creo.

21 de Marzo

Cansancio, debilidad física, leve dificultad para respirar. Nada nuevo, me pasa seguido. Es culpa de las pastillas contra la hipertensión y también de mi asma, que fue amable conmigo durante el último mes. Quizás porqué no quiere asustarme con síntomas ambiguos. 

Es un día dulce y soleado, con un cielo claro en el primer día de la primavera.

Un amigo de Buenos Aires me escribe:

“Llego el terror,

se huele desde la ventana

como una flor cualquiera”

 

22 de marzo

El vicepresidente de la Cruz Roja China, Yang Huichuan, llegó a Italia, acompañado por los doctores Liang Zongan y Xiao Ning, profesor de medicina pulmonar en el Hospital de Sichuan y director adjunto del Centro Nacional para la Prevención, respectivamente. Cincuenta y ocho médicos expertos en enfermedades infecciosas llegaron de Cuba.

Hace unos pocos días, el ministro de economía alemán, Peter Altmaier, respondió a una solicitud de Trump, rechazando su pedido de cesión exclusiva de los derechos sobre el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus estudiado por una empresa privada en Tubinga.  Según los avances publicados por Die Welt, Estado Unidos le había ofrecido a la compañía farmacéutica alemana CureVac, que está desarrollando la vacuna, la cifra de mil millones de dólares para adquirir el derecho de industrializar y, por lo tanto, vender, en exclusividad, el producto, una vez completadas las pruebas.

En exclusiva. America First. En el país de Trump, se multiplican las filas en los negocios de armas. Además de whisky y papel higiénico, todos compran armas. De forma disciplinada, mantienen la distancia reglamentaria de un metro, y las filas se pierden en el horizonte.

Mientras tanto, el Partido Demócrata se deshace de Sanders, matando la esperanza de que se pueda cambiar el modelo que ha reducido a la vida a la forma actual. El 81% de los republicanos sigue apoyando a la bestia rubia de Trump.

No sé qué pasará cuando termine este flagelo, pero estoy prácticamente seguro que la humanidad entera va a desarrollar el mismo sentimiento en relación al pueblo estadounidense, que se extendió al pueblo alemán después de 1945: enemigos de la humanidad.

Estaba mal entonces, porque muchos alemanes antinazis fueron perseguidos, asesinados, exiliados. Y está mal ahora, porque millones de jóvenes estadounidenses apoyan al candidato socialista, que intenta ser eliminado por la máquina del dinero y los medios de comunicación.

Poco importa si está bien o mal. Esta no es una cuestión política: el horror no se elige de forma racional, se siente, involuntariamente. Es el horror hacía una nación nacida del genocidio, la deportación y la esclavitud.

23 de marzo

El médico que ha tratado mis oídos durante quince años es un profesional con una agudeza diagnóstica extraordinaria y es un cirujano excepcional. Me operó seis veces en 10 años, y en cada operación tuvo resultados impecables, permitiendo prolongar mi capacidad auditiva. Hace unos años decidió abandonar el hospital público en el que atendía  y, desde ese momento, me vi obligado a ir a una clínica privada para aprovechar de los beneficios de sus habilidades. Como no entendía su decisión, me dijo sin vueltas: el sistema público de salud está al borde del colapso por culpa de la situación financiera actual.

Es por eso que el sistema de salud italiano se encuentra en ruinas, es por eso que el 10 por ciento del personal se infectó, es por eso que las unidades de terapia intensiva no son suficientes para tratar a los pacientes. Porque quienes gobernaron en las últimas décadas siguieron los consejos de criminales como Giavazzi, Alesina y compañía. ¿Estos sinverguenzas continuarán escribiendo sus editoriales? Si el coronavirus nos forzó a aceptar el arresto domiciliario, ¿es demasiado pedir que estos individuos tengan prohibido para siempre el acceso a la palabra pública?

No se si saldremos vivos de esta tormenta, pero si eso pasa la palabra privatización deberá ser catalogada en el mismo registro que la palabra «Endlösung» [Solución Final].

La devastación producida por la crisis no debería calcularse en los términos que propone la economía financiera. Tendremos que evaluar los daños y las necesidades sobre la base de la utilidad. No tenemos que plantearnos el problema de hacer que cierren las cuentas del sistema financiero, sino que tenemos que garantizar la cobertura de las cosas básicas y útiles que todos necesitamos. ¿Existe alguien al que no le guste esta lógica porque le recuerda al comunismo? Bueno, si nadie encontró una palabra mejor, o más moderna, tenemos derecho a usar la misma. Tal vez sea una palabra antigua, pero es muy atractiva.

¿donde vamos a encontrar los medios para enfrentar la devastación? En las arcas de la familia Benetton, por ejemplo. O sino en las arcas de los que se aprovecharon de políticos serviles para apropiarse de bienes públicos, transformándolos en instrumentos de enriquecimiento privado, dejando todo caer en ruinas, al punto de matar a cuarenta personas que andaban por un puente genovés.

En un revista online de psiquiatría, Luigi D’Elia escribió un artículo llamado “La pandemia es como el Ttatamiento de Salud Obligatorio”. Recomiendo leerlo, así que solo voy a resumirlo brevemente. El TSO (el término italiano para Tratamiento involuntario) se practica cuando las condiciones psíquicas de una persona la vuelven peligrosa para sí o para otros. Sin embargo, todo psiquiatra medianamente inteligente sabe que no es una terapia recomendable. En verdad, no es realmente una terapia.

D’Elia aconseja a los que estamos en confinamiento transformar la actual condición preventiva obligatoria en una activamente terapéutica, pasando de TSO a TSV (tratamiento de salud voluntario). Es decir que debemos transformar nuestro estado de detención necesaria en un proceso de autoanálisis, abierto al autoanálisis de los otros.

D’Elia nos aconseja a todos los que estamos en reclusión transformar la actual condición preventiva obligatoria en una condición activamente terapéutica, pasando de TSO a TSV (Tratamiento de Salud Voluntario); decimos por lo tanto que debemos transformar nuestro estado de detención necesaria en un proceso de autoanálisis abierto al autoanálisis de otras personas. Creo que esta es una de las  sugerencias más precisas, no solo psicológicamente sino, también, políticamente.

Debemos ser capaces de transformar la prisión cotidiana en una asamblea de autoanálisis de masas. D’elia sugiera algo todavía más preciso: el objeto de nuestra atención análitica debe ser, esencialmente, el miedo. «El miedo cuando está bien enfocado es el principal impulsor del cambio. Jung lo dice claramente: “donde hay miedo, ahí está la tarea”», escribe. ¿Cuál es el objeto del miedo? Más de uno: miedo a la enfermedad, miedo al aburrimiento y miedo a lo que el mundo sea cuando finalmente salgamos de casa».

Pero dado que el miedo es el motor del cambio, lo que necesitamos hacer es crear condiciones consicentes para el cambio. El aburrimiento puede ser elaborado de manera psicológicamente útil, porque, como dice D’elia, “El aburrimiento no es la apatía. La apatía es la resignación en la impotencia, la calma absoluta, la inercia. El aburrimiento es inquietud, es muy vital, es insatisfacción, agitación. El aburrimiento grita: este no es el lugar donde debería estar, esto no es lo que debería estar haciendo. Debería estar en otro lugar, ocupado en otra cosa”

Justo antes de la medianoche

Catorce de veintiséis países europeos decidieron cerrar sus fronteras. ¿Que queda de la Unión? Lo que queda es el Eurogrupo que se reunió para discutir medidas a tomar para hacer frente al previsible colapso de la economía europea.

Se enfrentan, cara a cara, dos tesis: por un lado, la de los países más afectados por el virus, que piden poder hacer algún tipo intervención en relación al gasto público, no vinculadas al criminal pacto fiscal basado en el equilibrio presupuestario, que la improvisada clase política italiana ha constitucionalizado. La respuesta de alemanes, holandeses y otros fanáticos es No. Solo pueden gastar bajo la condición de llevar adelante las reformas adecuadas. ¿Qué significa? Por ejemplo, ¿que la reforma del sistema de salud reduzca aún más las unidades de terapia intensiva y los salarios de los trabajadores de los hospitales?

Me parece que Dombrovski, ex primer ministro de Letonia y actual vicepresidente de la Comisión Europea, es el más fanático de todos. Y debería conseguirse un trabajo en una funeraria, ya que tiene el physique du role y es un rubro donde cada vez hay más demanda, gracias a personas como él.

 

24 de marzo

Mientras que  la Confederación General de la Industria italiana (Confindustria) se opone al cierre de empresas no esenciales, mientras sostienen la movilización diaria de millones de personas obligadas a exponerse al peligro de la infección, la pregunta que surge es por los efectos económicos de la pandemia. En la portada del New York Times, apareció un editorial de Thomas Friedman que lleva el muy elocuente título “Get America back to work – and fast” (Hagamos que Estados Unidos vuelva al trabajo, y rápido).

Todavía nada se detuvo, pero los fanáticos ya tienen la preocupación por hacer esto rápido, por volver pronto a trabajar y, por sobre todas las cosas, volver al trabajo como era antes.

Friedman (y Confindustria) tienen un excelente argumento a su favor: un bloqueo prolongado de las actividades productivas llevarán a consecuencias inimaginables desde un punto de vista económico, organizativo e, incluso, político. Todos los peores escenarios pueden ocurrir en una situación donde los bienes empiezan a agotarse, donde el desempleo se extiende.

Por lo tanto, el argumento de Friedman debe considerarse con sumo cuidado y debe ser descartado con habilidad. ¿Por qué? No solo por la obvia razón de que si se frenan las actividades por un par de semanas y luego se vuelve al trabajo como antes la epidemia brotará con una furia renovada, matando a millones de personas y devastando a la sociedad para siempre. Está claro que esta es solo una consideración marginal, desde mi modesto punto de vista.

La consideración que me resulta más importante (de la que tendremos que desarrollar sus implicaciones en las próximas semanas) es precisamente la siguiente: nunca más debemos volver a la normalidad. La normalidad es lo que ha vuelto al organismo planetario tan frágil para dar lugar a la pandemia.

Incluso antes de que la estallara la pandemia, la palabra extinción había comenzado a aparecer en el horizonte del siglo. Incluso antes de la pandemia, el 2019 había mostrado un crecimiento impresionante de colapsos ambientales y sociales que culminaron en Noviembre, con la pesadilla irrespirable de Nueva Delhi y los terribles incendios en Australia.

Los millones de jóvenes que marcharon en las calles en distintas ciudades el 15 de marzo del 2019 para pedir la detención de la máquina de muerte, han llegado al centro de la cuestión y la dinámica del cambio climático fue interrumpida por primera vez.

Después de un mes de encierro y confinamiento, el aire padano se ha vuelto respirable. ¿A qué precio? A un precio altísimo, pagado en vidas perdidas y un miedo desenfrenado, que mañana se pagará con una depresión económica sin precedentes.

Pero este el efecto de la normalidad capitalista. Volver a la normalidad capitalista sería una idiotez colosal, que la pagaríamos con una aceleración hacia la extinción. Si el aire padano se volvió respirable gracias al flagelo, sería una idiotez colosal reactivar la máquina que hace que al aire del valle se vuelve irrespirable, cancerígeno y, en última instancia, una presa fácil para la próxima epidemia viral.

Este es el tema en el que debemos comenzar a pensar rápida y desprejuiciadamente.

La pandemia no provoca ninguna crisis financiera. Es claro que las bolsas de valores se caen a pique y seguirán en esa dirección, y alguien propondrá, provisoriamente, cerrar todo.

Impensable es el título de un artículo de Zachary Warbrodt publicado en POLITICO, donde examina con terror la posibilidad de cerrar las bolsas.

Pero la realidad es más radical que cualquier de las hipótesis más radicales: las finanzas ya cerraron, aún cuando las bolsas de valores permanecen abiertas, y los especuladores ganan su dinero sucio apostando a la bancarrota y la catástrofe, como los senadores republicanos Barr y Lindsay.

La crisis que vendrá no tiene nada que ver con la del 2008, cuando el problema fue generado por los desequilibrios de las matemáticas financieras. La depresión por venir depende de la intolerancia del cuerpo y de la mente hacia el capitalismo.

La crisis en curso no es una crisis real. Es un RESET. Se trata de apagar la máquina y volverla a prender, después de un tiempo. Pero cuando la reiniciemos, podemos decidir que funcione como antes, corriendo el riesgo de encontrarnos a nosotros viviendo la misma pesadilla una y otra vez, o podemos decidir reprogramarla, de acuerdo a la ciencia, la consciencia y la sensibilidad.

Cuando esta historia se termine, (en cierto sentido, nunca terminará, porque el virus puede retroceder sin desaparecer, y aunque inventemos vacunas, siempre se puede adaptar) tendremos que enfrentar un período de extraordinaria depresión. Si solo pretendemos volver a “lo normal” tendremos que enfrentar violencia, totalitarismos, masacres, y la extinción de la raza humana antes del fin del siglo.

La normalidad no debe volver.

No debemos preguntarnos qué es lo bueno para los mercados, o para la economía de la deuda y la ganancia . Las finanzas se fueron a la mierda, no queremos escuchar nada más sobre eso. Tendremos que preguntarnos qué es lo verdaderamente útil. La palabra útil debe ser el alpha y el omega de la producción, de la tecnología y de la actividad.

Me doy cuenta que estoy diciendo cosas que me superan, pero debemos prepararnos a nosotros para enfrentar grandes decisiones. Y si queremos estar preparados para cuando esta historia termine, es necesario empezar a pensar qué es útil y cómo podemos producirlo sin destruir el ambiente y el cuerpo humano

Y, también, tenemos que pensar la pregunta más delicada de todas: ¿Quién decide? Cuando la pregunta sobre quién decide llega trae consigo la pregunta sobre cuál es la fuente de legitimidad. Esta es la pregunta con la que empiezan las revoluciones. Lo queramos o no, es la pregunta que tenemos que hacernos.

Traducción: Martín Rajnerman para Lobo Suelto!

La conspiración de lxs perdedorxs // Paul B. Preciado

Me enfermé en París, el miércoles 11 de marzo, antes de que el gobierno francés ordenara el confinamiento de la población, y cuando me levanté el 19 de marzo, poco más de una semana después, el mundo era otro. Cuando me acosté, el mundo era cercano, colectivo, viscoso y sucio. Cuando me levanté, se había vuelto distante, individual, seco e higiénico. Durante mi enfermedad, fui incapaz de entender qué estaba sucediendo en el plano económico y político, porque la fiebre y el malestar tomaron mi energía vital de rehén. La realidad parecía indistinguible de una simple pesadilla, y la portada de los diarios era más desconcertante que cualquier alucinación de un sueño febril. Durante dos días enteros, a modo de prescripción ansiolítica, decidí no entrar a un solo sitio web. Atribuyo mi sanación a esto y al aceite esencial de orégano. No tuve dificultades respiratorias, pero me resultaba difícil creer que continuaría respirando. No tenía miedo a morir. Tenía miedo a morir solo.

Entre la fiebre y la ansiedad, pensaba –hacia adentro- que los parámetros de la conducta social organizada habían cambiado para siempre y de forma definitiva. Esta sensación era tan potente que anudaba mi pecho, aun cuando mi respiración se aliviaba.  De aquí en más, tendríamos acceso a las formas más obscenas de consumo digital, pero nuestros cuerpos, nuestros organismos físicos, serían privados de todo contacto y vitalidad. La mutación se manifestaría como una cristalización de la vida orgánica, como digitalización del trabajo y el consumo, y desmaterialización del deseo. 

Las personas casadas estaban ahora obligadas a convivir las veinticuatro horas del día, más allá de si se amaran u odiaran, o las dos al mismo tiempo –que, dicho sea de paso, es el caso más común: las Parejas obedecen a una ley de la física cuántica, que postula que no hay oposición entre términos contrarios, sino, más bien, una simultaneidad de realidades dialécticas. En esta nueva realidad, aquellxs de nosotrxs que hubiéramos perdido el amor o no hubiéramos podido encontrarlo a tiempo –esto es, antes de la gran mutación de COVID-19- estábamos condenadxs a pasar el resto de nuestras vidas absolutamente solxs. Sobreviviríamos, sí, pero sin roce, sin piel. Aquellxs que no se hubieran animado a decirle a la persona que amaban que la amaban no podrían ya volver a establecer contacto con ellxs, incluso aunque ahora sí pudieran expresar su amor mutuamente, y ahora vivirían con la eterna e imposible anticipación a un encuentro físico que nunca sucedería. Aquellxs que hubieran elegido viajar, quedarían para siempre del otro lado de la frontera,  y lxs ricxs que se embarcaron o huyeron al campo para pasar plácidamente la cuarentena en sus cómodas segundas-casas (¡pobrecitxs!) nunca podrían volver a la ciudad. Sus casas serían requisadas para alojar a lxs vagabundxs que, claro, a diferencia de lxs ricxs, vivían en la ciudad tiempo completo. Bajo la nueva e impredecible forma que las cosas habían tomado después del virus, todo quedaría grabado a fuego. Lo que parecía un aislamiento temporario persistiría por el resto de nuestras vidas.   Quizás las cosas volverían a cambiar más adelante, pero no para aquellxs de nosotrxs de más de cuarenta. Esta era la nueva realidad. Esta era la vida después de la gran mutación. Por eso me pregunté si una vida así valía la pena ser vivida.      

Lo primero que hice cuando me levanté de la cama, después de padecer el virus por una semana -que fue tan extraña y vasta como un nuevo continente-, fue hacerme a mí mismo esta pregunta: ¿Bajo qué condiciones y de qué forma podría la vida valer la pena ser vivida? Lo segundo que hice, antes de encontrar una respuesta, fue escribir una carta de amor. De todas las teorías conspirativas que había leído, la que más me sedujo es la que dice que este virus fue creado en un laboratorio para que todxs lxs perdedorxs del mundo pudieran recuperar a sus ex –sin tener que estar realmente obligadxs a volver a juntarse con ellxs.

Lleno a más no poder de la ansiedad y el lirismo acumulados durante una semana de enfermedad, asustado e inseguro, la carta a mi ex no sólo fue una declaración poética y desesperada de amor, sino, sobre todo, un documento patético para quien firmaba. Pero si las cosas no pudieran, al fin y al cabo, cambiar nuevamente; si aquellxs que estaban lejos unxs de otrxs no pudieran volver a tocarse nunca más, ¿cuál era el sentido de ser así de ridículo? ¿Cuál era el significado de ahora decirle a la persona que amás que la amaste, mientras en el fondo sabés bien que lo más probable es que se haya olvidado de vos o te hubiera reemplazado, aunque no pudieras volver a verla, de todos modos? Este nuevo estado de cosas, en su inmovilidad escultural, le confirió un nuevo grado de qué carajo a toda la situación, incluso en su propio ridículo.

Escribí a mano esa fina y horriblemente patética carta, la introduje en un sobre blanco brillante y, sobre él, con mi mejor caligrafía, escribí el nombre y la dirección de mi ex. Me vestí, me puse una mascarilla, me puse los guantes y zapatillas que había dejado en la puerta y bajé a la entrada del edificio. Ahí, en consonancia con las reglas del aislamiento, no salí a la calle, sino que me dirigí al basurero del edificio. Abrí el tacho amarillo y metí la carta a mi ex –el papel era, en efecto, reciclable. Volví lentamente a mi departamento. Dejé mis zapatillas en la puerta. Entré, me saqué los pantalones y los metí en una bolsa de plástico. Me quité la mascarilla y la dejé en el balcón para que se airee un poco; me saqué los guantes, los tiré a la basura y me lavé las manos durante dos interminables minutos. Todo, absolutamente todo, estaba fijado exactamente en la forma que había adquirido con la gran mutación. Volví a mi computadora y abrí mi email: y ahí estaba, un mensaje de ella titulado “Pienso en vos durante la crisis viral”.

 

Traducción: Lobo Suelto!

 

Ya nada será igual // Diego Valeriano

Ni los asados, ni los abrazos, ni los recitales, ni siquiera los libros van a ser lo mismo. Ni los grupos Foucaultianos, las encerronas, los motines, la paranoia, ni el transa que ya ni contesta. Ni el furgón del Sarmiento llegando a Flores. Ni el policía que se vestía de civil para volver tranquilo a su casa, ni tus posteos militantes, ni las ganas de más, ni esa ética que ahora es vigilante. Ni la incomodidad navideña de tener un primo milico. Ya nada será igual a la angustia que sentías antes, a como te pegaban las pastillas, a la vitalidad que se nos va apagando. Ni los imprescindibles, ni la biopolítica, ni las que viajaban afuera como otra forma de decir libertad, ni las conversaciones en la cola del cajero, ni eso que sentías por tu vieja, ni Cristina. Ni la vergüenza de ser ortiba, de estar en el grupo de wasap de la tercera, de tener el 911 fácil, ni  la moral cobani. Ni lo que significa escrache, ni las luces del patrullero rompiendo la noche en Rivadavia. Ni extrañar, necesitar, llorar, desear, stalkear, menos aún stokear. Ni esta soledad que quiere destruirnos, ni la indiferencia, ni las convicciones inexpugnables, ni ese desajuste mental que ahora es de muchos. Ni Netflix, ni el gordo de la rotisería, ni el Indio, ni lo zombie, ni La Tarzán, ni Fogwill, ni la larga risa de estos años. Ni las putas de la colectora, los guachines, las rochas, los turros, ni las viejas del bingo que sueñan despiertas con el sonido de las maquinitas, ni el remisero que espera paciente. Ni los linyeras que ranchan al lado del cajero: colchón, Termidor y barbijo. Ni ir a Merlo, Milan, Cuartel V, Brasil o Mar de Cobo. Ni los 24 de marzo, ni el día que empezó todo esto, ni el 26 de junio, ni los primeros días de diciembre cuando caminábamos al kiosco. Ni nuestras pobres desobediencias sensatas. Ni poner un bar, ni flashear emprendimiento, ni escribir giladas en un blog, ni opinar. Ya no va a ser igual tener o no tener plantas en tu casa: maceta, indoor, patio. Ni la palabra salvoconducto, solidaridad, declaración jurada, vecino, aburrimiento, cheto, cuidados, pinza policial y tedio. Ni realidad, trabajo, plenitud, futuro. Ya no va a ser lo mismo renunciar, desertar, perderse, vagar, pedirte perdón, entrenar el desapego. Ni tus explicaciones sobre la revolución, ni tu memoria combativa, ni esas prácticas emancipatorias que siempre son de otras. Sabes que no va a ser lo mismo la distancia, la confianza, la temperatura de tu cuerpo, lo que hacíamos antes de coger. Ni los chistes, los apodos, los descanses, las pajas. Ni los padrastros, ni  los pasillos, ni las plazas con juegos. Ni las cervecerías, los puesto de tortilla, ni el vacipan camino a Celina, ni el super pancho bajonero de Once. Menos aún las mamás luchonas, marchar por el plan, viajar todos en moto a laburar a la feria, la escuela. Ni los perros que no paran de llorar, ni los curas villeros que se anotan en todas, ni los gatos que hacen la suya, ni las cosas que aprendes por Youtube. Ni toser, ni escupir, ni estornudar. Ya no va a ser igual el tiempo, que se nos escurre entre los dedos, que no sabemos cómo perderlo, que no se mueve, que es alto buchón, que no entendemos bien qué hacer con él.

Flujos de contagio virtuales-virales en Argentina // Cabra y Lobo de río

El modo de vida en guerra biotecnopolítica se instauró mediante formas conocidas de lo cotidiano: control, virtualidad, higiene, medicina, e información, dimensiones acostumbradas, lo que resulta en su compleja y paradojal identificación. Percibimos dos planos unidos, uno digital y otro viral, en sí conforman un mismo plano aunado por la palabra virus que es usada en ambas acepciones: informática y médica. Somos soldados virtuales de una guerra de potencias mundiales en formato guerra civil-biológica-virtual por el control de los sistemas de comunicación y el capital humano en algoritmos de datos.

Un fenómeno llamativo ha ocurrido hace no mucho tiempo. La aplicación (red social china) Tik Tok desplazó a Instagram y Facebook en China, Europa y EEEUU. Por esta razón, este último lanzó restricciones para su uso.  Esta app se introduce a través de clientes adolescentes. Hecho similar ocurre con la competencia entre monopolios de telefonía móvil con la marca de teléfonos de origen Chino Huawei. Por otro lado, recordemos que  Whatsapp e Instagram son propiedad de Facebook. Hasta aquí podría tratarse de un asunto relativo a lucha de monopolios y el consiguiente rédito en dinero por el uso de estas aplicaciones. Pero lo que se negocia es el control y manejo de nuestros datos ¿por qué razón serían gratuitas? Algunas con publicidad y otras sin publicidad. El interés no está puesto en que paguemos por usarlas sino que escribamos, fotografiemos, hagamos videos y audios, es decir convirtamos en patrones algorítmicos lo que pensamos, sentimos, cómo nos vinculamos y por lo tanto qué podemos consumir.

Se trata de incalculables flujos de datos que circulan a la velocidad de la luz en todo el planeta, datos producidos por personas con capacidad de compra. El monopolio que se quede con los sistemas y aplicaciones de nuestros teléfonos y computadoras se queda con todo capital humano-dato. Los virus necesitan de organismos vivos para seguir viviendo, de lo contrario es el virus el que muere.

 

Es inevitable que la pandemia produzca miles de muertes para que este dispositivo de diseño médico-tecnológico tenga efecto. Para ello se elige mostrarnos los avances del virus y por lo tanto las muertes. Ahora nos enteramos de la cantidad de personas que mueren todos los días, antes no, cuestión que lo demuestran las cifras que se han compartido en estos días sobre otras pandemias y causas de mortandad en el mundo. Queda claro que la televisación de la muerte de los pobres no importa porque no tienen capacidad de compra a diferencia de un europeo, estadounidense, chino, etc. y esto nos resulta más cercano por diferentes razones, entre ellas cierta identificación del colonizado con sus colonizadores: ¿acaso no tragamos saliva para ver cómo está nuestra garganta luego de ver alguna de las noticias que muestran la muerte de personas en el viejo continente?

Cualquiera que intente salirse de este régimen será el enemigo invisible, porque en Europa se están muriendo de a miles por no creer. De pronto Europa es el gran continente señalado, Asia el ejemplo de control y superación, porque no importaron las muertes en China. Tuvieron que aparecer esas muertes televisadas de nuestros históricos colonizadores para que el problema preocupe.

Ya no se puede criticar, porque a eso viene una imagen de Italia devastada por las muertes, a pesar que aún no lleguen ni a la mitad de las muertes por gripe registradas durante el 2019 en el mismo país. Pero bueno ninguna de ellas tuvo medios cubriéndolas, como tampoco hay coberturas de los miles de inmigrantes que mueren en las costas europeas, sin posibilidad de sepulcro de los familiares. En ese espejo de gente blanca muriendo, hay que cuidar entonces a la clase que sí consume y que produce más trabajo en la red.

 

Hace tiempo sabemos que al mundo lo controlan los sistemas de comunicación e información pero no como algo externo o diferente, somos nosotrxs mismxs como engranaje de ese sistema de comunicación, como trabajadores de las redes sociales, como compartidores compulsivos de noticias que difunden una unánime construcción de la realidad. Funcionamos como virus-trabajadores siendo capaces de realizar copias a toda velocidad permitiendo su multiplicación. Esta situación prepara el terreno para que la sociedad en su conjunto quiera tener instaladas en sus teléfonos y computadoras aplicaciones de sistemas de control que habiliten de forma consentida todos los datos de ubicación, conexión, parentesco, costumbres, movimientos, raza, sexo, signos corporales, etc. formando así patrones algorítmicos de nuestras vidas aún más acentuados de los que ya existen. Se trata entonces de un uso intencionado de la información respaldado en la hegemonía del saber médico para fines de manipulación de masas.

 

Muchas son las preguntas que surgen entorno al impacto en la economía. Hay algo de lo que no cabe duda ¿Quién dijo que no estamos produciendo? ¿Quién dice que se paraliza la producción y la economía? Se trata de un cambio de paradigma que perfecciona los niveles de producción que vienen operando hace décadas y que ahora se vuelven más visibles. Es un cambio en la concepción de trabajo como lo hacíamos hasta hoy, trabajo no es solo con la materia prima o  servicios a terceros: – Esto es trabajo! este mensaje que te estoy mandando por Whatsapp diciéndote todas estas cosas es mi trabajo! Acá está mi tiempo, en este emogi que te estoy mandando para expresar mi afecto!. Whatsapp es un vacío, no existe: -si yo no estoy mandando este mensaje. Todas las redes sociales son un vacío y nosotrxs somos sus trabajadores en negro. Ninguna red social se sostiene si no hay trabajadores en estas condiciones y tampoco se sostiene el sistema de comunicación que es lo que mueve el mundo. Es así que nos encontramos en un momento de hiperproducción digital virtual de las más grandes que quizá haya experimentado la historia. Asistimos al retiro de los horarios de trabajos ordinarios para abocarnos a trabajar desde casa para el sistema. Somos los trabajadores-clientes perfectos: consumimos todo lo que producimos. La vida cotidiana es el lugar de la fábrica.

 

Imaginen el siguiente escenario ¿qué pasaría si de pronto en esta cuarentena nos quedáramos sin internet y televisión? Tal vez tendríamos que salir de nuestras casas, mirar la vereda, la calle, constatar si los vecinos siguen ahí, cada uno en sus casas. Tendríamos que tocar las cosas, ir hacia el hecho sin mediar la virtualidad. Se me ocurre llamar a este escenario atópico, basándome en el uso y denominación médica de esta palabra: enfermedad atópica. Se trata de un organismo sin lugar, característica propia de este nuevo paradigma de control global virtual. Si somos virtuales no somos de ningún lugar o somos de todos: somos un microcomponente de energía que fluye velozmente por fibras ópticas capaces de atravesar todo el mundo en un tiempo infinitesimal. Somos un algoritmo del no lugar, un algoritmo insituado. Pero si apagásemos internet y todos los dispositivos de circulación de datos y salieramos de nuestras casas, habláramos cara a cara pisando la tierra nos convertiríamos en personas desubicadas, una especie de enfermedad atópica. Es decir seríamos organismos con mecanismos inmunitarios desfasados, potenciales causantes de alergia (resfrío por ejemplo) mediados por la acción y efecto de anticuerpos controlados sobre las células. Nos volveríamos algo así como una enfermedad rara del sistema, seres vivientes hablantes con un sistema inmunitario diferente al resto.

Este escenario atópico es el de las verdades múltiples y paradojales. Una enfermedad atópica, es catalogada de rara porque no se encuentra un motivo identificable para su aparición. Es por lo tanto un sentido que surge de una falta de sentido como es la situación actual.

El aislamiento genera un quiebre en nuestra relación con el mundo. Por el movimiento podemos tal vez recuperar la capacidad de pensar lo que percibimos y no solo percibir lo que pensamos.

Estamos frente a un virus que cambia el estado de las cosas, las formas de vida. Todo ha sido reconfigurado. Entonces intentamos aquí preguntarnos sobre este estado de las cosas, de que nos vuelve capaces o incapaces.  Un estado de sospecha sobre el acatamiento de las reglas y normas en un paradigma donde se confunde verdad con información: no hay nada para comunicar salvo la comunicación misma. Un uso de la lengua llevado a un supuesto extremo de su función utilitaria, bloqueando su potencia de decir. Quizás podríamos volver inoperante la lengua, la información para que puedan pensarse otros posibles. Desaprendiendo la capacidad por la cual solo nos han enseñado a recibir ideas sin saber encontrar lo que las origina.

 

Argentina en tiempos de Coronavirus

 

Es el octavo día de aislamiento forzado para lxs argentinxs. Durante este tiempo hubo alrededor de 45.000 detenciones policiales (datos de CORREPI), sin contar las brutales agresiones perpetuadas a personas que estaban en la calle, en su mayoría sin testigos, sumado a las miles de familias obligadas al hambre por no poder salir a trabajar. Con la militarización como bandera del cuidado de un gobierno que priorizaba los derechos humanos, la medida se continúa defendiendo sin cuestionar. 

 

Diarios y medios de derecha que se han encargado de hundir siempre al país y manipular a lxs ciudadanos, coinciden ahora con la oposición y aplauden las decisiones. No hay variabilidad en los discursos.

Un hashtag como manifiesto de la unificación de comportamiento y pensamiento se imprime en las publicaciones de la mayoría de las personas, en las publicidades y en todo lo que circula en estos días. #Quedatencasa como si hubiera una gran casa para todxs, ni siquiera el posesivo tiene lugar, las omisiones comienzan siempre en el lenguaje.

La idea hegemónica de la casa como hogar y lugar seguro, se expande más rápido que el virus, dejando silenciado los millones de interiores que son espacios de tortura. La orden supone una representación unánime de la noción de casa, sin importar que en algunos casos la posibilidad de muerte se halle ahí.

 

Artistas, deportistas, políticos y médicos, unificados en videos estatales para redes, diciendo lo mismo en un hashtag que aglutina una indicación sin fisura, un modo de vida y existencia que empieza a ser la regla, cualquier idea que se aparte de ahí será condenada. Desde ahora en más, cualquier expresión bien intencionada que se comparta o genere en la red deberá ir acompañada de ese hashtag. Una marca que permite fácilmente un control algorítmico de la obediencia y la réplica del único modo de estar válido y legal en estos días.

Pero ¿qué hay detrás de esa fórmula que plantea cumplir con el aislamiento y cuidado propio para dar como resultado la acción plural del cuidado de todxs? Una palabra tan usada como gesto posible de resistencia, es capturada y puesta a disposición de los microfascimos estatales y en las redes personales que lo replican.

¿Quién podría desconfiar de la palabra cuidado? Sin dudas, los microfascimos que recrudecen con tanta virulencia en estos días vienen disfrazados: cuidado como una de las prácticas políticas que el feminismo se encargó de sostener, ahora es asimilada en el plano donde también se aloja el vigilar, por cuidado nos vigilamos, también nos denunciamos. Cuidarme y cuidar mi existencia pese a todo, es cuidar al otro, ese otro distante al que ya hemos dejado de ver. Por cuidado me aíslo y dejo librado a la suerte el destino de todos esos otrxs que igual saldrán a las calles y serán violentados por las fuerzas.

Por cuidar y cuidarnos es también que la calle sólo está habitada por los trabajadores de rappi, glovo y la gente más precarizada, a la cual el sistema se encargó de dejarlos en la mayor vulnerabilidad posible. Imponiéndoles ser responsables de sí, monotributistas obligados a seguir pese a todo, para sostener la legalidad tributada de sus vidas.

Una expresión local y visceral de nuestra tierra nos sale como grito instintivo: Cháke!! esa palabra guaraní que a veces viene en simultáneo con el brazo que interrumpe el camino del otrx antes de que pise un pozo, antes de que sea mordido por un perro. ¡Cháke!: cuidado en guaraní.

Quizás sea la forma posible del cuidado como resistencia aún capturada en este tiempo. Cháke: una palabra compuesta de cháke: cuidado y háke: cuidar.  Es una expresión del cuidado como un alerta. Alertar al otrx cuando su cuerpo está en peligro.

 

¡Cháke el Estado! ¿Pero cómo es que la militarización del país se aceptó tan rápido? ¿Cómo pasamos de celebrar que contábamos con un Estado que no recurría a las fuerzas represivas, como primera medida, a sostener lo contrario sin objeciones?

¿Cómo se fueron preparando estos terrenos más allá del diseño comunicacional y virtual del miedo presente? Un diseño que también está claramente dirigido a ciertos sectores que importan: la clase media y alta. La gente que puede consumir.

 

Sistemas de pensamiento para coronar

 

Hace un buen tiempo que la Astrología es la gran religión para muchísimas personas, en Argentina fue oscilando, entre una suerte de cansancio del psicoanálisis más rancio, sumado al hundimiento de la economía en estos cuatro años de Macrismo, lo cual atentó contra muchas terapias.

Esta debacle también ayudó a tomar orientaciones más económicas y virtuales, como las consultorías astrológicas o diversas sesiones de magias con encuentros más esporádicos que las terapias convencionales.

Entre los grandes vacíos y agotamientos de discursos, una gran ola de personas cada vez más numerosa se fue aferrando al horóscopo y a las formas de lectura que aplanan y clasifican cualquier pluralidad posible en ciertos esquemas e índices de lectura de la realidad.

El boom de la astrología manifiesto en las conversaciones cotidianas como forma de explicar lo real, se fue extendiendo capilarmente en millones de personas, una creencia contemporánea asequible a todxs, copiada y remixada en cualquier portal web, con posibilidad de acceso al misterio del universo y su explicación económica política, afectiva y vincular en lo terrenal.

La astrología pareciera colarse sin sospechas en un gran sector de la sociedad que acuerda en que la religión como forma de discurso y perpetuidad del poder, se ha encargado de manipular y establecer la verdad mediante dogmas y reglas.

Sin embargo, los vínculos entre astrología y religión están a la vista, ambas son cuestiones de fe, ambas se vuelcan a explicar mediante enfoques dogmáticos, como si una suerte de operatorias estelares ocurrieran más allá de las formas políticas y de gobierno en este mundo.

El terreno de lo ingobernable: relegado a Dios y a la religión, pasa lubricadamente a un terreno astrológico: el movimiento ingobernable de los astros.

Hay quienes defienden, diciendo que existe una astrología más científica, como si la ciencia no fuera un discurso más, posible de objetarse y atravesado de poderes y tensiones.

 

A fines del 2019, muchos discursos astrológicos predictivos para el 2020, hablaban de la caída de estructuras, de viejos sistemas y mutaciones que íbamos a sufrir. En este presente también lo que ocurre está justificado astrológicamente. Uno de los portales con más seguidores en Latinoamérica sugiere: “es momento de reecontrarse con uno mismo cuando las cosas se cancelaron y no queda otra que estar en casa”.

 

Sabido es que junto al porno, la astrología es una de las industrias que más monetariza en internet, y por la cual se consulta en escala abismal. No es de extrañarse esta alineación de discursos. Más conocidos aún son los vínculos entre astrología y fascismo y cómo Hitler ha utilizado en su régimen a la astrología para gobernar.

En nuestros días cierta precarización de pensamiento y captura derivada del aplanamiento en estas formas, configuran la forma de lectura y comportamiento de acuerdo al signo o al eclipse de turno. Se infunde la tendencia de un estado de ánimo general a partir de la presencia de algún astro, mientras que la agenda política hace estragos y las decisiones que atentan contra las vidas de una gran mayoría se cocinan sin sospechas. No es de extrañarse que ahora a un gran sector poblacional, las disposiciones de la policía en las calles y un casi estado de sitio, les haya entrado sin mayores resistencias. Ya lo predijeron los Astros: hay formas que irán cambiando y es tiempo de quererse y cuidarse, ordenar la casa, ponerse al día.

 

Mientras el discurso del cuidado se activa y la agenda astrológica lo valida, la militarización como forma de protección del Estado para sí mismo y la conservación del orden y de las vidas que importan (las que consumen y producen) estalla en cada una de las esquinas del territorio nacional.

 

 

Legalidad de persecución

 

Las persecuciones, algunas filmadas por la misma policía, varían en estilos y géneros en todo el mundo. En el NEA se viraliza una persecución a lo far west en un campo de Formosa, donde persiguen en motos a un grupo de indígenas que decidieron juntarse a comer juntxs en una chacra. No importa dónde, no importa que no haya siquiera un solo caso. No importa que en esa tierra haga 45 grados y que la distancia entre casas y vecinos sea la forma de existencia cotidiana, cualquier pretexto es bueno para perseguir indígenas. Solo que ahora tienen la impunidad de subirlo a las redes y un Hashtag como hogar para albergarlos. La legalidad de la persecución.

Los policías con máscaras, que lo único que hace es frenarle el polvo formoseño, detienen y golpean a unos pobladores perdidos en esa llanura, una escena atópica del presente, como tantas otras que se replican a lo ancho y largo del territorio para avalar el decreto. Nunca antes, ni durante el macrismo, las fuerzas fueron llamadas a un rol tan importante: el cuidado de todxs.

Aparecen las noticias que el ejército fabricará barbijos, alcohol en gel y asistirá a la población. Hace tiempo que no apreciábamos una reconciliación tan directa con las fuerzas que torturaron y mataron a miles de personas en el país. De un momento para el otro, el Estado se encarga de ponerlas como amigas.

Silenciosamente se arman cordones de contención en las villas y los lugares donde se sabe que por el hambre la revuelta pueda explotar, está todo dispuesto para que nadie se pueda levantar. Helicópteros merodean Buenos Aires controlando que ninguna agrupación de personas se produzca, que ninguna fuerza de choque se propague.

Mientras tanto, en el día de la memoria, algunos artistas que tienen la suerte de tener proyectores, mandan sus señales a las paredes desde sus balcones: “Nunca Más” y otras frases que en este momento de urgencia, parecieran ser solo una mirada romántica sin posibilidad de crítica y levantamiento a lo que está ocurriendo en las calles.

 

En un barrio periférico de Corrientes, donde nadie fue a Europa y la llamada “circulación comunitaria” del virus no existe. Un patrullero con altavoz de vendedor de verduras pasa cerca de las 20 horas a meter a toda la gente en sus casas. Por prevención se está dejando a muchas familias sin comer, porque sería tremendo que además de pobres se conviertan luego en vector de contagio u ocupen una cama que podría ocupar alguna otra vida que pueda consumir más. 

 

 

Conectividad y adaptabilidad

 

Uno de los servicios a preservar es la conectividad ¿Pero qué se está sosteniendo en verdad con esta medida?

Netflix como la hegemonía pedagógica de adiestramiento en la cotidianidad, anuncia que sus contenidos se verán en menor calidad. Nunca hubo tanta demanda a la vez, hay que seguir sosteniendo que la plataforma continúe proveyendo sus contenidos, entregando los paquetes de posibles para el presente y lo que vendrá. Las sugerencias: apocalípticas películas de pandemia, catástrofes y fin del mundo.

 

En la red circulan todo el tiempo las capturas de personas hablando entre sus amigxs, en videollamadas múltiples, celebraciones y cumpleaños por Skype que luego son subidas en una especie de regocijo de adaptabilidad a la vida que se propone.

¿Qué hay en ese gesto de exponer esa adaptabilidad y entregarlo gratuitamente a la red?

 

Un tsunami de afectos y deseos para la gestión de datos

 

Desde la dádiva inocente de los artistas y su necesidad de visibilidad, dando conciertos desde sus livings, liberando sus links de películas como regalos al mundo, charlas y debates en streaming, todo el mundo está transmitiendo y ofreciéndose online.

Una  pregunta asoma, ¿quién monetariza este tsunami de expresión planetaria capaz de monetizar salvajemente?

En la calle: la policía reprimiendo cualquier posible resistencia, los rappi y glovos yendo y viniendo, sirviendo al ganado que pudo quedarse en sus casas a producir en negro para la red. Un estado de excepción ideal.

 

China manda respiradores a diferentes naciones, mientras se incrementan los videos que muestran el diseño social del régimen, pero sobre todo la implementación del control total de las vidas y los cuerpos a través de las redes e Internet. Nadie puede escapar y por eso la eficacia del control. Drones que mandan a la gente a sus casas, edificios que aparecen marcados porque ahí hay infectados, códigos QR para moverse y seguir manteniendo el score social.

Un virus que nace allá y se lleva miles de vidas, en unos meses su control, valida la eficacia de un régimen riguroso de vigilancia social y gestión de la vidas. El estado de control totalitario virtual se presenta como un fabuloso diseño en la era de lo viral.

Mientras el dengue sigue avanzando y haciendo estragos y causando muchas más muertes en Latinoamérica que el COVID-19. Sabiendo que las personas que tuvieron son potenciales portadoras y si un mosquito les pica se seguirá transmitiendo, ningún país afectado: Argentina, Paraguay, Brasil, Bolivia, ninguno ha tomado medidas suficientes para erradicarlo o hacerle frente.

 

 

Postales del virus

 

Sin embargo, en materia de números y potencial peligro para la Argentina, recién ahora se viene la crisis más grande a enfrentar. Las medidas más que para cuidar vidas, parecen asegurar la gobernabilidad y tranquilizar. Mientras tanto en las calles, algunos vecinos sacan la bandera en sus balcones y ventanas, la lucha se interpretó un poco literal, lo patriótico emerge una vez más como discurso que habilita cualquier atrocidad en nombre de la patria.

En un video anónimo un grupo de policías en un barrio periférico hace cantar el himno nacional a unos hombres detenidos, después de obligarlos a estar en el piso haciendo flexiones y humillarlos.

Un sentimiento futbolero de cancha invade por momentos la noche, donde ya no se sabe bien qué se aplaude, hay ganas de sentir que se empuja hacia algún lugar en conjunto y que se obedece, “¡¡vamos argentina!!!” grita un vecino, como también gritaban en el ’78 cuando se torturaba a los desaparecidos a metros de la final de la copa del mundo.

 

Empiezan a llegar las app para hacer el test online del COVID-19 aceptando los términos de vigilancia y entrega de datos al estado argentino, aunque el fin último dicen las bases es para dar datos adecuados al potencial enfermo.

Quizás un buen test también sea ver que ahora todos esos contactos fascistas que aún quedaban en las redes personales, piden lo mismo que pide el progresismo, el estado y la derecha que tantas vidas mató: #Quedateencasa.

 

Herejes bitácoras para el re-lector desprevenido (I) // Carlos G. Picco (compilador)

Fascinación

por Melina Di Francisco

 

Me dijo un amigo, muy cuidadoso en sus modos: «no lo digas en público».

 

Podría dejar de dormir con tal de escuchar a sujetos infectados por el virus, infectados en cualquiera de los tres registros de la realidad que los lacanianos conocemos: infectados reales, simbólicos, o imaginarios. Le dije y cerré: «estoy como nena con chiche nuevo».

 

Hay, para todos y por primera vez, un objeto nuevo. Pensarlo chiche alberga simplemente una inocente e infantil esperanza: poder usarlo de alguna manera, de algún modo, de cualquier modo. Una decidida resistencia a volvernos objeto de un virus y su corona. Una irresistible atracción a seguirlo de cerca, y encontrarle una función compatible con la vida, no la biológica sino la única que me importa y fascina: la vida que decimos.

 

¿Quién quiere morir como un animal, después de todo?

 

 

 

La infección

por Ana Paula Tumas

 

Teorías sanitarias, teorías corporativas, desarrollos innovadores. Dios padre bueno, los plebeyos los pecadores: no cumplen, salen, no entienden. El malo siempre adentro, los chinos no se dieron cuenta. Fin de lo exótico, vuelta a lo local, doscientos mil argentinos en el exterior, nunca tan añorado el ahora nombrado hogar.

La ahistoricidad cala hondo. Lo que se demuestra es la inviabilidad del discurso meritocrático, del ser individual, único responsable de sus logros. La pandemia llega en épocas en que volvió la comunidad, volvió el Ministerio de Salud y el de Cultura. Volvió un padre, que consigue ser aplaudido por la unificación de tapas de los diarios. Padre que llama a meterse adentro. Padre que dignifica a las fuerzas armadas. Padre que da a los militares la oportunidad histórica de empezar a ser buenos en una Argentina devastada de excesos, en un mes pronto a defenestrarlos como cada vez desde al menos el 76.

En la guerra la salvación era la huida, abrir mundos, el hambre empujaba a nuevos rumbos, lo duro de dejar la familia, enviarse a lo desconocido. Así lo exótico continuó creciendo, en un continuo, más y más. De la necesidad y la horca al consumo desmedido. La religión de la libertad, la mascarada, la cárcel del 2.0. Los viajes, el imperativo epocal de sitios más y más raros, allí donde nadie. Consumo de lo distinto. Necesidad de diferenciación. No, necesidad de consumo. Imperativo de distinto allí cuando todo cada vez más igual. Allí donde la expulsión de lo singular.

 

Unificación de discurso: la segregación de la palabra.

 

Stop. Stop de misma gramática, la de siempre: un héroe, los pecadores. Nada cambia.

 

Ansiedad del hacer, imposibilidad de la pausa. Miles de ofertas que no lo son: cursos de internet, reuniones virtuales, teatro por streaming. Todos positivos, todos como él nos había enseñado: positivos y proactivos. No alcanza. Y el cuerpo? Se necesita negarlo, mejor desconocerlo. Religión aséptica, higienista. Para cuando el amor? hay el amor sin cuerpo? Vuelta dantesca, lo epistolar en formato 2020. La letra que no cala. Celular que no aguanta. Palabras que se borran, la carta que no se guarda. Objeto emisario del cuerpo: el pulso, la ansiedad y el deseo en el trazo que no alcanza.

Un apuro en comprender, todos produciendo, todos explicando y dónde la pausa. La comunidad republica textos que parecían advertirlo. Lo advertían? No.

El amor en tiempos del corona, el amor en tiempos de virtualidad. Lo de siempre, los pobres. Lo de siempre: nuevas y nuevas reivindicaciones sociales que esconden lo que sigue, lo que siempre, la muerte real: la pobreza.

Dios padre, a Dios gracia, orden necesario. El padre nos cuida, los demonios se volvieron buenos: los medios se solidarizan. Estado de sitio, toque de queda, sos malo, no te quedas encerrado, elegís tu libertad, malo malo, malo y los medios siguen desinformando en vivo: todos juntos, transportándose así como no tenés que hacerlo. Vos no, yo sí, como siempre.

Domesticar los cuerpos, sus nuevas formas, la idea de siempre, Napoleón y Alberto, la guerra, la bomba, la biológica. Desestimar los cuerpos, justo hoy cuando la biología toma todo su argumento, cuando lo pasado de moda se interpone intempestivamente, justo hoy cuando la biología muestra existir, y resistir, justo hoy cuando la biología tampoco alcanza, justo hoy cuando lo humano se deja ver, justo hoy cuando los números son extraños.

 

Así, todos asépticos, limpios, impuros: 

1-que no tiene gérmenes que puedan provocar una infección,

2-que no se compromete o no muestra emoción ni expresa sentimientos.

3- Neutral, frío, sin pasión.

4- Que no da frutos.

 

Los frutos a condición de la contaminación. La pasión que ansía el contagio.

 

 

 

Frutos Rojos

por Carlos G. Picco

 

Sobre el fondo llano de una calle larga y apenas iluminada por el sol de la tarde veo flotar algún que otro auto, las luces ya prendidas avanzando lejos, se me ocurre que muy despacio, desapareciendo sin mas. En las veredas no camina un alma, los negocios cerrados y el silencio. Me doy cuenta, ahí, que la soledad no se hace sentir en la ausencia de otros cuerpos sino en la proximidad de lo familiar. Pienso entonces que ese #mequedoencasa tiene tal reverberación. Pone en marcha la imaginación a disposición del escapismo y la excusa. Lo horroroso aparece en lo familiar. Nunca en una calle larga y apenas iluminada por el sol de la tarde.

La humorada alivia… alivia? que alivia? La virtualidad amaga acercamiento, supone unos cuerpos hechos de imagen pura. La realidad torna en su propia fantasía añorada. El humor en publicaciones que se repiten infinitas hacen de cada uno un admirador a-crítico en dos dimensiones. El alivio es entonces el de convertirse en un sujeto virtual, perfecto repetidor exento de cualquier gesto de invención.

La idea de final hace un eco inverso al que anhelaba. Para mi es una sorpresa descubrir esto: creí que el final era el buen inicio de lo que estaba ya al principio. En cambio esta idea de final, la fantasía universal que para mi no logra hacerse chiste, me cuenta apres coup otra historia y me aburre.

Hoy tuve la fortuna de escuchar el regreso de Alejandro Apo a Radio Nacional. El tipo como siempre habló del fútbol de otras épocas y sus figuras, entrevistó a un olvidado Bocha Maggio y al final leyó un cuento de Sacheri que me hizo llorar. A Apo, quizás por su voz, lo imaginé siempre como un oso marrón, gigante y solitario, que vaga por algún bosque lejos de todo, comiendo lentamente, con cuidado y respeto  esos diminutos frutos rojos de los que obtiene el carisma del narrador benjaminiano. Sin dimensiones, se hace chiste y transmisión, dignificando para mi suerte el valor incomparable de quien no tiene miedo a vivir.

 

 

 

Extracto Canto XVII

por Federico Racca

 

¿Puedes imaginar? ¡Se murió Pichulín! // yo venía bajando de arriba, diez de la mañana, y el Pichu sentado afuera en el León Paternoli con una Quilmes Imperial marrón y dice: Vamos a tomar una cervecita y me acompañás a Córdoba, tengo que comprarle unos fierros al Nene. Más vale Pichu, le digo, no tengo nada que hacer. Tomamos una. Tomamos dos. Tomamos tres. Bueno, dice, vamos a buscar los documentos a casa y vamos. Fuimos a la casa, buscamos los documentos pero pasamos por lo de Roberto Pucheta, el manco, y me dice: Vamos a comer una faldita con el Manco y seguimos. Así que fuimos a comprar un poco de falda. Ya se anotó el Omar Biasotto y el Carlos Domínguez. Vino, porrón; vino, porrón. Contó que había ido al campo del Pico de Chinche y le dijo: ¿Viste que se mueren la gallinas si te las culiás? Y Pico de Chinche lo miró asombrado: Na, na se mueren nada… Después dice ¡vamos! Nos subimos los cinco en la Di Tella, nos vamos por bulevar Los granaderos y hay una iglesia enfrente. Entonces para y nos dice: Esperenmé en aquel bar, así compro los fierros y volvemos. No nos alcanzamos a sentar que Pichulín estaba de vuelta y le digo ¿Y los fierros Pichu? No hay lo que quiere el Nene. Pidió una cerveza y una Fanta; otra cerveza y otra Fanta y dice: Che, ¿y si vamos a la Colonia Caroya a comer una picada de salame y queso? Vamos Pichu, le digo. Llegamos a un bodegón, bien covacha, que estaba en las vías: vino El quebracho, salame, queso, bondiola y pan. Hicimos la picada un par de horas y de repente dice: Che, ¿y si vamos a Tulumba? ¿A dónde?, le digo. A Tulumba… ¿Y dónde queda Tulumba? Señala al norte y dice: Pasando allá… Fuimos, llegamos a la casa de Laudo que está pasando Cruz del Eje, Deán Funes, por esa zona. Conclusión: Laudo nos hizo una fuente enorme de huevos revueltos con cebolla; mató un cordero y lo hizo con papas y cebollas. Volvimos a las seis de la mañana secos, en curda y sin los fierros. // ¿Puedes imaginar? Se murió Pichulín…

 

«Guerra biológica propiamente dicha» e «Infrasonidos» // William S. Burroughs

 El letal virus Naga está a disposición de quien lo quiera. Nadie sabe cómo se transmite, y eso le otorga una ventaja que todos los virus saben aprovechar. Inmunizas a los tuyos y sueltas el virus. Luego haces lo mismo con otro… y con otro… hasta convertir el mundo en un lugar seguro para la gente de tu ralea. No, no hace falta inventarse algo de ciencia ficción: con los clásicos de siempre se puede llegar muy lejos…el cólera, la fiebre tifoidea, la hepatitis. Fue el general Hepatitis el que detuvo a Rommel en el norte de África durante la Segunda Guerra Mundial. Hay caricaturas que muestran al general Barro y a los generales Montañas. Si recuerdo correctamente, fue el general Barro el que tenía que detener a Hitler en Polonia, pero no combatió demasiado bien.

Remesas de garrapatas portadoras de fiebre moteada de las Montañas Rocosas, piojos con tifus, y por supuesto hay que ir también a por la mejor: la viruela australiana, que sale reforzada de las vacunas. O supongamos que se pudiera acelerar el proceso. En vez de espaciar los síntomas durante una semana, se comprimen en cuestión de horas. Gente inflándose de cánceres y pudriéndose de lepra galopante en los trenes suburbanos… Y ahora les presentamos dos prometedores recién llegados que merecen su atención… fáciles y baratos de producir… materiales plenamente disponibles: los infrasonidos por infrasonidos y la RLO: la ocasión la pintan calva.

INFRASONIDOS

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Este arma se describe con detalle en El trabajo, publicado originalmente por la editorial neoyorquina Grove Press. Toma anuncio. Los infrasonidos son sonidos a una frecuencia por debajo del nivel de la audición humana que introducen vibraciones en cualquier obstáculo sólido, incluido el cuerpo humano. El profesor Gavreau, descubridor de esta arma tan innovadora, dice que su instalación, que parece un enorme silbato policial de cinco metros de largo, puede matar a ocho kilómetros a la redonda… derribar paredes, romper ventanas y disparar todas las alarmas antirroba a muchos kilómetros a la redonda. Su aparato está patentado y cualquiera puede obtener una copia de los planos previo pago de doscientos francos en la oficina de patentes. Así pues, ¿Por qué conformarse con ser un francotirador de tres al cuarto?

Extraido de Manual revisado del Boy Scouts

Día 8. Debo haber llorado // Claudia Huergo

Le pregunté varias veces, en distintos momentos, sobre ese tiempo. Pero no hay recuerdos. Algunas imágenes, si. El sol entrando de distintos modos por la ventana de la habitación. Ella estaba quieta, pero la tierra se movía. Comenzó su reposo total en marzo, y duró hasta mayo. Tres meses sin salir de la pieza salvo para ir al baño. La tele apagada, libros sin abrir en la mesa de luz. Una mesa chica donde comían las visitas que llegaban a hacerle compañía. No se sintió particularmente acompañada, y tampoco sola.  No estaba deprimida. No estaba triste, ni enojada, ni desesperada, ni pensativa. Le pregunté cómo había hecho. Cómo hice qué, fue toda la respuesta que recibí. 

Tiempo después una amiga investigadora me cuenta algunas experimentaciones con ratas. El modo en que se prueban sustancias que funcionarán como antidepresivos. La rata está flotando en una cubeta de acrílico con agua, de donde obviamente, no puede salir. Se estima cual es el tiempo promedio de lucha, después del cual, la rata estabiliza en un mínimo el gasto de sus funciones vitales para la subsistencia. Sólo mantener el hocico fuera del agua, y respirar.  Toda sustancia que aumente el tiempo de lucha promedio, será considerada un antidepresivo. Será un éxito para la ciencia, pero la rata morirá ahogada. 

Sigue sin haber recuerdos, pero aparece una hipótesis: en algún momento debo haber llorado. Debo haber notado la lástima o la preocupación de las personas de mi entorno. El enorme esfuerzo que hacían infundiéndome ánimo.  Pero yo no podía conectar a nada de eso. Si conectaba, si dejaba entrar esas intensidades, me hundía. 

Por estos días leo una serie de entrevistas a Margarite Duras. Está hablando del modo en que filma unas escenas en Nathalie Granger (1971)-Dice: El realismo también, llevado hasta el fondo, se torna irreal. Le interesa mostrar la vida, una vida en el nivel más bajo, una vida aún más física. Así lo dice ella. 

Pensé mucho en la rata. Me sirvió para entender el tipo especial de saturación que me estaban produciendo algunos análisis de la pandemia y las sociedades de control, también algunos comunicados de asociaciones psicoanalíticas. Como dice una amiga: cosas escritas con la pija.  El aire de suficiencia, de completud, de “yo te dije”. No hay que llevarse eso a la boca. Hay que escupir todo lo que pueda funcionar como el antidepresivo que prueban en las ratas. 

También hay quietudes y desconexiones  estratégicas. 

Apenas pueda, la rata, la vida en el nivel más bajo, la vida más física, va a volver a huir. 

«La pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global» // Noam Chomsky

Para el pensador estadounidense –quien aprovechó el aislamiento en que se encuentra para responder preguntas a El Mostrador– «la situación es, por supuesto, muy grave, principalmente para el sur global y los sectores más vulnerables en Occidente. Del mismo modo que la pandemia podría haberse evitado, y en algunos países asiáticos parece haberse contenido en gran medida, la crisis económica puede mitigarse y evitar que se vuelva catastrófica. No es necesario repetir los errores de 1929 o de 2008. La crisis pone de manifiesto profundos defectos en los modelos económicos imperantes, defectos que pronto provocarán crisis mucho peores, a menos que se tomen medidas importantes para evitarlos. Por terrible que sea la crisis del coronavirus, habrá recuperación. No habrá recuperación del calentamiento global si no se controla».

La evidencia científica apunta a que la aparición del COVID-19 no fue de modo alguno imprevisible. De hecho, en un artículo publicado el pasado lunes en El Mostrador, la Sociedad de Microbiología de Chile sentenciaba en forma preocupante que “tal como lo hemos visto incluso en estos días, las decisiones sobre la pandemia de SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, son en muchos casos basadas en criterios políticos y económicos, más que en la evidencia científica”.

Basado en estas evidencias, Noam Chomsky estima que la aparición del COVID-19 se pudo prever, pero que, dado el modelo económico, era difícil que los recursos públicos fueran destinados a escenarios de prevención hipotéticos.

El intelectual, quien no requiere de mayor presentación, respondió desde su lugar de aislamiento a este cuestionario de El Mostrador sobre la pandemia que desafía a la humanidad.

-¿Cómo está profesor?
-Personalmente bien. Aislado.

-La situación se reveló más seria de lo que en un principio el gobierno de Trump previó. 
-La reacción de la administración Trump ha sido un desastre: negación, confusión, pérdida de tiempo. Por ahora, Estados Unidos es el único país importante que ni siquiera puede proporcionar información precisa a la Organización Mundial de la Salud. El gobierno finalmente está dando algunos pasos: demasiado tarde, demasiado limitado.

-De pronto pasamos de lidiar con la emergencia climática y la amenaza nuclear a una pandemia devastadora. ¿Era previsible de alguna forma?
-Se ha esperado durante algún tiempo, se estimaba que otra pandemia estaba en camino, tal vez causada por un coronavirus similar al SARS. Las compañías farmacéuticas no tenían interés en la preparación de antídotos. Sin ganancia inmediata. Por otro lado, las iniciativas gubernamentales han sido bloqueadas sistemáticamente por la doctrina neoliberal imperante, que autoriza al Estado a proporcionar subsidios a las corporaciones y rescatarlas de los problemas, pero no interferir con su control del mercado, incluyendo el farmacéutico.

 

-¿A qué responde la situación que enfrentamos?
-Como mencioné, la pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global. Para las compañías farmacéuticas privadas, las señales del mercado eran claras: no desperdicies recursos en la preparación anticipada para una pandemia. El gobierno podría haber intervenido, como en Corea del Sur, pero eso entra en conflicto con la ideología neoliberal; interferiría con los sagrados derechos del poder privado concentrado. El papel del gobierno es subsidiar y proporcionar derechos de patentes exorbitantes, asegurando ganancias colosales. Pero no interferir con las prerrogativas de privilegio y riqueza.

-Trump y Bolsonaro pasaron de decir que era una invención de los medios de comunicación a tomarlo con cierta seriedad.
-Mucho de lo que ha pasado globalmente, se debe a ese enfoque de reaccionar tardíamente.

-Esta crisis ha expuesto el verdadero estado de los sistemas de salud pública, que no están pasando la prueba
-Muy cierto. También demuestra cómo han sido debilitados por los programas neoliberales de la generación pasada.

-La crisis pandémica a su vez provocará una crisis económica, que evoca la crisis subprime o incluso la de 1929, ¿cuál es su apreciación?
La situación es, por supuesto, muy grave, principalmente para el sur global y los sectores más vulnerables en Occidente. Del mismo modo que la pandemia podría haberse evitado, y en algunos países asiáticos parece haberse contenido en gran medida, la crisis económica puede mitigarse y evitar que se vuelva catastrófica. No es necesario repetir los errores de 1929 o de 2008. La crisis pone de manifiesto profundos defectos en los modelos económicos imperantes, defectos que pronto provocarán crisis mucho peores, a menos que se tomen medidas importantes para evitarlos. Por terrible que sea la crisis del coronavirus, habrá recuperación. No habrá recuperación del calentamiento global si no se controla.

Fuente: El Mostrador

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