Anarquía Coronada

Author

lobosuel - page 30

lobosuel has 5857 articles published.

«El virus es una fuerza anárquica de metamorfosis» // Emanuele Coccia

 

Filósofo, es profesor en la Escuela de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales.

(Artículo original publicado en Philosphie Magazine y la vorágine el 26 de marzo de 2020)


Desde el comienzo de la epidemia de Covid-19, los virus han invadido los cuerpos y las mentes. ¿Pero qué son realmente? Para el filósofo Emanuele Coccia, los virus son sobre todo un poder de transformación. Al pasar de una criatura a otra, dan fe de que todos procedemos del mismo aliento de vida. ¿Un paso a un lado para atenuar la ansiedad del contagio?

En su último ensayo ‘Metamorfosis’ sostiene que todos los seres vivos proceden de la misma vida que se transmuta sin cesar. ¿No es esto lo que todos experimentamos infelizmente con la epidemia?

Emanuele Coccia: Las dos últimas páginas de Metamorfosis, escritas mucho antes de la pandemia actual, están dedicadas a los virus. Bosquejo la idea de que el virus es la forma en que el futuro existe en el presente. El virus, de hecho, es una fuerza pura de metamorfosis que circula de vida en vida sin limitarse a las fronteras de un cuerpo. Libre, anárquico, casi inmaterial, no perteneciente a ningún individuo, tiene la capacidad de transformar todos los seres vivos y les permite alcanzar su forma singular. ¡Piensa que parte de nuestro ADN, probablemente alrededor del 8%, es de origen viral! Los virus son una fuerza de novedad, modificación, transformación, tienen un potencial de invención que ha jugado un papel esencial en la evolución. Son una prueba de que no somos más que identidades genéticas de bricolaje multiespecífico. Gilles Deleuze escribió que “hacemos rizoma con nuestros virus, o más bien nuestros virus nos hacen rizoma con otros animales”. Desde este punto de vista, el futuro es como la enfermedad de la identidad, el cáncer del presente: obliga a todos los seres vivos a metamorfosearse. Debe enfermarse, contaminarse y posiblemente morir, para que la vida siga su curso y dé a luz al futuro.

Esta forma de ver las cosas puede parecer más inquietante que tranquilizar…

El poder transformador de los virus obviamente da algo de miedo, ya que Covid-19 está cambiando nuestro mundo profundamente. La crisis epidemiológica finalmente se superará, pero la aparición de este virus ya ha cambiado irreparablemente nuestros estilos de vida, realidades sociales, equilibrios geopolíticos. Gran parte de la angustia que experimentamos hoy resulta de nuestra comprensión de que el ser vivo más pequeño es capaz de paralizar a la civilización humana mejor equipada desde un punto de vista técnico. Este poder transformador de un ser invisible produce, creo, un cuestionamiento sobre el narcisismo de nuestras sociedades.

¿Es decir…?

Estoy pensando no solo en el narcisismo que convierte al ser humano en el maestro de la naturaleza, sino también en lo que nos lleva a atribuirle al ser humano un poder destructivo increíble y exclusivo sobre los equilibrios naturales. Continuamos viéndonos como especiales, diferentes, excepcionales, incluso en la contemplación del daño que infligimos a otros seres vivos. Y, sin embargo, este poder de destrucción, al igual que la fuerza de la generación, se distribuye equitativamente entre todos los seres vivos. El ser humano no es el ser por excelencia que altera la naturaleza. Cualquier bacteria, cualquier virus, cualquier insecto puede tener un gran impacto en el mundo.

¿Debería la pandemia actual también inducirnos a cambiar de opinión?

La ecología contemporánea continúa nutriéndose de un imaginario en el que la Tierra aparece como la casa de la vida. Esta idea está implícita en las mismas palabras de ecología y ecosistema: oikos, en griego, designa la vivienda, la esfera doméstica bien organizada. En realidad, la naturaleza no es el reino del equilibrio perpetuo, en el que todos estarían en su lugar. Es un espacio para la invención permanente de nuevos seres vivos que alteran todo el equilibrio. Todos los seres migran, todos los seres ocupan la casa de otros. La vida, básicamente, es solo eso.

Más que un miedo al virus, ¿el clima actual revela un miedo a la muerte?

Definitivamente sí. Es natural tener miedo a la muerte y luchar contra ella tanto como sea posible. Y es normal tomar medidas para proteger a la comunidad y especialmente a sus miembros más frágiles. Pero más allá de la crisis que estamos atravesando, nuestras sociedades tienden a reprimir la muerte y a pensar en la vida individual en términos absolutos. Sin embargo, la vida que vivimos no comienza con nuestro nacimiento: es la vida de nuestra madre la que se ha extendido a nosotros y continuará viviendo en nuestros hijos. Somos la misma carne, el mismo aliento, los mismos átomos que nuestra madre que nos acogió durante nueve meses. La vida va de un cuerpo a otro, de una especie a otra, de un reino a otro a través del nacimiento, la nutrición, pero también y, sobre todo, la muerte. También es en virtud de lo que compartimos (humanos, pangolines, plantas, hongos, virus, etcétera), es por el mismo aliento de vida que estamos expuestos a la muerte: es solo porque la vida es en mí que puede convertirse en la vida de otra persona y que puedo perderla.

¿No es la muerte el fin de la vida?

No, es la metamorfosis de la misma vida que circula y se prepara constantemente para tomar otras formas. Al morir, pasaremos esta vida a otros seres. La creencia de que la vida que nos anima termina con la muerte de nuestro cuerpo es una consecuencia de la fetichización de nuestro ser: la idea de que cada uno de nosotros tiene una vida que nos pertenece, que es nativa. Debemos liberarnos de esta concepción.

Es un enfoque liberador, pero al principio es preocupante, ¿verdad?

¡Es la vida misma la que es inquietante y ambigua! Toda vida es un potencial para la creación, para la invención; Toda vida es capaz de imponer un nuevo orden, una nueva perspectiva, una nueva forma de existir. Pero esta apertura a lo nuevo siempre implica una parte oscura y destructiva. Solo piense en el hecho elemental de comer: nuestra vida está literalmente construida sobre los cadáveres de los vivos. Nuestro cuerpo es el cementerio de un número infinito de otros seres. Y nosotros mismos seremos consumidos por otros vivos. Con el virus, nos damos cuenta de que este increíble poder de novedad no está vinculado a una dotación anatómica específica, por ejemplo, en tamaño o en capacidad cerebral. Tan pronto como haya vida, sin importar dónde se encuentre en el árbol de la evolución, estamos en presencia de un poder colosal capaz de cambiar la faz del planeta.

Entonces, ¿deberíamos abandonar la idea tradicional de una jerarquía de especies?

Entendido. Asumimos espontáneamente que el animal es superior a la planta, la planta a la bacteria, etcétera. Sin embargo, las formas de vida más pequeñas no son las más básicas ni las más primitivas. Ningún ser vivo ha conservado la forma que tenía hace millones de años. Cada ser vivo tiene detrás de ellos una historia milenaria que involucra a otros seres. La evolución de los virus, por ejemplo, está vinculada a la de otros seres vivos, ya que «se alimentan» de porciones de ADN.

¿Qué hace la especificidad de la existencia de virus?

En primer lugar, hay una discusión sobre ellos que creo que nunca se resolverá: ¿los virus son seres vivos? Esta discusión teórica es, creo, una pregunta mal planteada. De hecho, siempre existe lo no vivo en lo vivo. Estamos hechos del mismo material que la Tierra; Tenemos una estructura molecular que contiene algo mineral. Por lo tanto, un libro muy hermoso de Thomas Heams propone hablar de «infravidas» en lugar de no vidas. Los virus se reducen casi a ADN o ARN, en resumen, material genético. No tienen estructura celular: núcleo, mitocondrias, etcétera. Esto es sorprendente, porque la célula a menudo pasa por la unidad básica común a todos los seres vivos. Incluso las bacterias tienen una estructura celular, aunque muy específica. En cualquier caso, los virus necesitan apoyarse en otras estructuras biológicas más grandes para reproducirse: «piratean» las células de otros organismos y les transmiten nuevas instrucciones genéticas para multiplicarse.

¿Qué pensar de la metáfora del virus informático?

Creo que deberíamos revertirlo: toda la información es un virus. Toda la información proviene de otra parte. En el mismo sentido, podemos decir que el lenguaje y el pensamiento están estructurados como genes: todo pensamiento puede descomponerse en elementos más o menos complejos que, como los genes, pueden transmitirse. Esto permite que las mentes de quienes las reciben piensen lo mismo o hagan el mismo gesto, en un nuevo contexto.

¿Debemos admitir que los virus son parte de la multitud de seres que nos habitan?

Todos somos cuerpos que transportan una increíble cantidad de bacterias, virus, hongos y no humanos. 100 mil millones de bacterias de 500 a 1.000 especies se instalan en nosotros. Esto es diez veces más que la cantidad de células que componen nuestro cuerpo. En resumen, no somos un solo ser vivo sino una población, una especie de zoológico itinerante, una casa de fieras. Aún más profundamente, múltiples no humanos, comenzando con virus, han ayudado a dar forma al organismo humano, su forma, su estructura. Las mitocondrias de nuestras células, que producen energía, son el resultado de la incorporación de bacterias. Esta evidencia científica debería llevarnos a cuestionar la sustancialización del individuo, la idea de que es una entidad en sí misma y cerrada al mundo y a la otredad. Pero también deberíamos eliminar la sustancialización de las especies …

¿Qué quieres decir?

A pesar de la ciencia, hemos cavado un abismo entre las diferentes especies. Nunca integramos completamente la intuición de Darwin, que no era tanto decir “el hombre desciende de los primates”, sino más bien: “Ninguna especie es pura, ninguna especie es una mezcla extraña, una quimera , un bricolaje, un mosaico de identidades genéticas de otras especies que lo precedieron”. Todos estamos hechos el uno del otro, llevamos la marca de una multitud de formas por las que la vida ha pasado antes de producir la forma humana. Mire el cuerpo humano: la mayoría de sus características morfológicas, como la nariz o los ojos, no son específicamente humanos. Nuestras vidas son apenas humanas. Nosotros, los vivos, somos la misma vida de otros lugares y solo un poco modificada. Una vida que comienza mucho antes que nosotros. Cualquier especie es como la mariposa de otra y la oruga lista para transformarse en una infinidad de otras. La prueba final, desde un punto de vista químico, es que todos compartimos la misma maquinaria genética: ADN y ARN.

Para concluir, ¿tendría un tablero de lectura para estos tiempos de encierro?

Hay un texto muy hermoso de Aldo Leopold, «Odyssey» [1942, enlace en inglés], en el que cuenta la vida desde el punto de vista de un átomo que cruza varias formas de vida. Esta lectura nos permite darnos cuenta de que todo lo que nos rodea participa en la misma respiración y la misma vida.

Herejes bitácoras para el re-lector desprevenido (II) // Carlos G. Picco (compilador)

Biopolítica

por Ana Paula Tumas

 

La peste, el éxodo. De la muerte de 83.

No aprender guitarra, sino la vida. El cuerpo: Atahualpa, Lacan.

Me vi de dieciocho en la madrugada de Venecia, en mi walkman escuché la voz del terror.

En medio de la muerte, es donde volvió la vida. Iba a la desaparición, al caos y

volvió la belleza.

Ese joven acompaña a la mujer del poeta en el viaje final del maestro, su casa fue

la callejuela sin salida: la cárcel, donde reinventa.

El tiempo del silencio.

Quiebra su sistema político pero no el económico. Exilio interno. Está la belleza, el

texto final: murió sereno, de vejez. Relean la historia: es todo lo que en ella se

lee de verdadero. Los que creen hacer causa

en su trajín son, sin dudas también, los

desplazados por un destierro que han

preparado; pero se han hecho ceguera bella los ciegos.

 

 

Pequeño rejunte de intercambios

por Carlos G. Picco

 

Cuando era chico, quizás seis o siete años, pasábamos mucho tiempo junto a mi hermano menor -el tercero no había nacido- en la pequeña casa de mis nonos, un departamento con terraza propia al fondo de un pasillito de baldosas amarillas. Ambos estaban vivos pero mi abuelo todavía laburaba, por lo que las estadías eran principalmente bajo la tutela de aquella vieja de costumbres plenamente piamontesas.

Con mi hermano pasábamos las tardes jugando y peleando, en la terraza a las espadas, en el pasillito con juguetes o a los disparos, en el living sobre los sillones o incluso en la escalera blanca del patiecito ínfimo que daba paso al todavía más pequeño lavadero.

Colgábamos entre las barandas una o dos colchas sostenidas con broches de madera, ambas de color marrón y con un olor a naftalina que volteaba. La idea era con esos velos de lana clausurar la entrada de luz y aislarnos del mundo. Cuando lo conseguíamos, incluso perturbados por la imposible comodidad de una escalera de hierro sumamente angosta, éramos felices. Dentro, algunos juguetes, charlar -es decir pelear- o ver fotos viejas de mis abuelos con el resplandor mínimo que de a momentos dejábamos entrar… perdíamos la memoria, suspendíamos el tiempo y se nos iba así la tarde entera. El juego podía ser interrumpido solo si mi nona tenía que utilizar la escalera para subir a la terraza, llovía o para ir a merendar. Si se trataba de lo primero o lo último, volvíamos seguro luego hasta que nos buscaban mis viejos al salir de laburar, a veces entrada la noche.

Un pequeño cuento infantil. Vaya a saber usted si no le miento. No importa. ¿Le gustó? Realmente dice muy poco y no enseña nada. Para mi es apenas una historia cálida sin más valor que el personal. Eso, si es que no la estoy inventando. Aunque así y todo, el invento digo, puede llegar a tomar el valor de verdad y gratificarme un rato. Como lo hace también un fuerte construido entre las barandas de la escalera más incómoda de barrio Alberdi, una tarde cualquiera de verano a finales de los ‘80.

¿Quién puede entonces venir a decirme, o a decirle a usted, que entre usted y su mundo, o entre el mío y yo, las condiciones son plenamente autoritarias, impuestas? Vamos, no se engañe ni me mienta. Yo no lo hice. Apenas si le estoy contando un cuento.

 

 

Predicciones

por Melina Di Francisco

 

Sala de parto. Reminiscencias de sala de parto. Chorrear agua, romper bolsa.

 

Se inicia un proceso que no se va a detener hasta el nacimiento. No se detiene y se siente cada vez menos humano. A pesar de la música, de los gurúes asignados, de los colores pasteles, todo va saliendo bien, de la anestesia oportuna, contracciones, los afectos que esperan, las indicaciones amorosas. Cada vez menos humano.

 

¿Qué es la naturaleza? La naturaleza es parir. Invade, con la certeza de lo inevitable. Imparable. Inasimilable. Inigualable. Irrepresentable. Sale un cuerpo de tu cuerpo. Impensable. Imposible.

 

Tengo reminiscencias de una naturaleza que se escapa a cualquier intento de dominio. La ciencia puede con ella. Mentira. La ciencia puede hacer creer que hace nacer y salvarte la vida si se complica.

 

Soñé que estaba en casa y en cuclillas me nacía a mí misma y me nombraba. Mito. Tengo reminiscencias de dominio absoluto del cuerpo animal por sobre todo intento humano.

 

Tengo reminiscencias de antepasados sacrificando vidas a los dioses en la peste. Tengo un virus metido en el mundo y temo los sacrificios que haremos para sacarlo.

 

 

Si tan sólo tuviera…

por don José B. Romanutti

 

Un avión de papel sobre el que lanzarme,

algunas cucharadas de harina para espolvorear la mesada,

preciosos libros de tapas duras y letras doradas en su lomo,

pequeñas esquelas recibidas por mis abuelos.

 

La voz de Calamaro para desearte suerte sin importarme,

la habilidad y el movimiento de la penúltima esperanza, en el último minuto…

 

Si tan sólo tuviera un cuento que contar,

o si en el camino olvidase que soy escrito al ser leído,

todo esto del tener se apaciguaría y entendería, finalmente,

que casi nada tengo y muy poco soy,

…no más que esta amena tranquilidad que se parece a la muerte,

este instante precioso en el que la vida más vivible hace al fin su entrada.

La comunidad infectada // Esteban Levin

Estamos todos afectados, infectados por el corona virus, algunos han muerto, otros lo padecen, contagian y enferman. Los demás se cuidan, limpian e higienizan el cuerpo, las casas, la vestimenta, las calles, la ciudad, el país cierra las fronteras, en fin, todo lo que tocan está impregnado de lo intocable que transgrede el umbral de lo posible e introduce la cara inaudita más atroz, horrorosa y siniestra de lo imposible como mortalidad, siempre prematura de una comunidad infectada.

            Trazar los confines del efecto virus sería una utopía,  como dicen los chicos, una distopía al aludir al horizonte propio de la ciencia ficción. Anonadamiento, reclusión, miedo, determinan el movimiento del cuerpo, redistribuye las sensibilidades, desafía lo grupal y transforma hábitos, rutinas, lenguajes. Los interrogantes pululan en las redes: ¿Cómo, cuándo, de qué modo, vamos a salir de todo esto?… ¿y después…qué va a pasar, a suceder?

El exceso de sentido paraliza, agobia, pero no por el lado de un momento o estado de excepción o un criterio inmunológico, sino, como experiencia que succiona, drena, desborda cualquier significancia determinada de antemano o susceptible de anticipar algo diferente que no sea la potencia actual del virus mismo.

            Se trataría de generar un hacer, un pensamiento en acto, una experiencia que al realizarla permita salir fuera de sí, romper el aislamiento y volver del “exterior” para recrearlo. Al retornar el tiempo y el espacio podrán ser otros, en el “entre” se juega el don relacional y afectivo del deseo que confirma la comunidad del “nos – otros”.

            Para todos (incluidos los más pequeños) la pandemia resiste a la significación, satura los sentidos, asusta, es una transformación pero no al modo de una poética, de la lucha de clases, o de una reivindicación social o política, sino a la manera de un acto que pragmáticamente impone redistribuir las alianzas y las relaciones e implica necesariamente un límite imposible, limita las condiciones y determina otras sensibilidades totalizantes.

            El virus invisible expone el cuerpo, lo expropia, exaspera la continuidad, la coloca en jaque, pone en juego el encierro de la imagen corporal. Lo virulento del contagio no tiene virtualidad, disocia y escinde lo actual de lo virtual, es decir, actualiza una temporalidad que presentifica la epidemia hasta tomar un dramático efecto paradojal de depender de ella. No da un lugar, lo ocupa hasta ser el centro existente del mundo. Al pasar el límite de la sensibilidad y el lenguaje, coacciona la economía, diluyen las fronteras y las instancias políticas globales hasta agotarlas con la capacidad agobiante de infectar y ser infectado.

            El virus infecta el tiempo, genera la inmovilidad de la duración, tiene el poder de aspirar el afuera, anula la diferencia. Sin embargo, los artistas, los niños, los creadores, nos enseñan magistralmente que tanto el tiempo como el espacio son relaciones. Al jugar, ellos las realizan, las cruzan, al hacer tiempo del espacio y espacio del tiempo. Este cruce, choque temporal espacial no es una síntesis o una reducción, provocan la combustión del sentido, dan lugar uno al otro. El entredós, el intervalo, es el vaivén, la pulsación, para que algo del don del deseo y lo diferente pase, suceda.

            La abertura es el vaivén, el ritmo, el acto de la separación del presente en tanto ruptura de la inmóvil duración. Planteamos abrir el tiempo, espaciarlo, crear el “entre” que airea el presente y recrea la natalidad del instante. Plegar el virus es hacer de él una apuesta para que advenga la potencia del “entretiempo” que quiebra la fuerza mortal de la impotencia y la inmovilidad. No corresponde al tiempo cronológico, ni al de la re significación, sino al entre, que en la demora, produce la pulsación de afectar y ser afectado, cuerpo receptáculo de la relación con otro, efecto heterogéneo de la comunidad.

            La comunidad está infectada, frente a ello nuestra tarea es crear una praxis, un acontecimiento del pensamiento, un trabajo en la construcción de un sentido aún todavía sin cerrar, sin que quede establecido tal o como es. Aprendemos de los niños, cuando ellos se lanzan a jugar, a investigar, a inventar, en escena juegan la curiosidad o el asombro, crean el movimiento en potencia de un sentido nuevo, singular, sin saber a ciencia cierta que va a pasar, cuál será la trama o con que se encontrarán, inventan aquello que no saben que van a inventar. En el mismo sentido, los aplausos espontáneos a los trabajadores de la salud plasman la invención comunitaria en un gesto solidario.

            Lo que compartimos en comunidad no es un virus, él no es intercambiable, contagia, abruma, enferma y mata. Justamente es lo que desune, des inviste, clausura e interrumpe el devenir. Destruye lo que es común, erosiona hasta la implosión. Tiende a desenlazar los lazos comunitarios, lleva a lo individual, a cuidar el cuerpo, limpiarlo, encerrarlo, limitarlo para no contagiar, no quebrar la ley de alianzas: “No matarás a tu prójimo”.

            La comunidad es una relación, no un ente autónomo, cobra existencia en tanto sustenta los espejos que nos identifican, conforma la sensibilidad de sentir que uno es parte de otra escena, que sin embargo, es propia. Lo propio de la comunidad no esta en relación a la ganancia, sino a la pérdida, a la fuerza de lo que se deja como don de amor para otros, no tiene sustancia, materialidad real, sino simbólica, ella nos representa dentro de una genealogía. Será tal vez por esa causa que en la primera infancia los más chicos siempre juegan a ser otros que no son pero de algún modo, sensibles a él, lo representan, al hacerlo, les permite salir de sí y ponerse en otro lugar.

            El virus no solo es invisible, sino que toca lo intocable del toque, no se puede entrar en contacto con otro, si pasa un umbral penetra en la piel, hiere, disemina su potencia negativa, destructora. La plasticidad infectada estalla, detiene, desconecta, articulada al movimiento pulsional más mortal. El efecto de desligadura separa lo actual disociándolo, lo aísla y abarca la instancia social, comunitaria y psíquica. El peligro latente palpita y actualiza la corona global del virus.

            El gesto revolucionario frente a la infección generalizada y globalizada del virus no es la pasividad estática, ni la posición melancólica de la detención, sino, por el contrario, la resistencia: el ferviente descubrimiento del deseo del don de una nueva significación que articula el lazo social. En esta situación, por ejemplo, el desafío de las instituciones escolares no es solo como alcanzar el nivel de conocimiento adecuado o cual es la mejor plataforma virtual para transmitirlo, sino como generar la continuidad de lo grupal, de las relaciones afectivas con los otros y entre ellos. Justamente allí, se entrelaza la herencia como trasmisión e implica metamorfosis, rebelión y recreación del pensamiento.

            El riesgo es alto, persistente y destructivo, frente a él podemos sostener la disponibilidad para sustentar la pasión por el nacimiento de una nueva experiencia que soporte la variación y actúe plásticamente la diferencia. Desde allí planteamos el pequeño gesto de lanzarse a encontrar otra invención impensable antes de dicho acontecimiento. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, escribe Spinoza, entre ser, tenerlo, parecer o apropiarse de él transcurren las relaciones subjetivas. ¿El corona virus, podrá detenerlas?

            Unos padres juegan con su hijo a garabatear una hoja, “pierden” el tiempo, hayan el sinsentido al relacionarse con la experiencia inédita que hacen, juegan el oculto secreto de lo inesperado, sienten el placer del deseo compartido, en grupo, imprimen un trazo y crean espejos sensibles, en acto piensan…el pequeño, sin dejar de reflejarse en ellos grita alegremente: “Dibujamos un súper virus” y corre con él a asustar a todo el mundo…

 

ESTEBAN LEVIN

 

El COVID-19 y los circuitos del capital // Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chavez y Rodrick Wallace

Cálculo

COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV-2, el segundo virus de síndrome respiratorio agudo severo (SARS) desde 2002, ahora es oficialmente una pandemia. Ya a fines de marzo, ciudades enteras están refugiadas en su sitio y, uno por uno, los hospitales se están iluminando en un embotellamiento médico provocado por las oleadas de pacientes.

China, su brote [outbreak] inicial de contracción, actualmente respira con más facilidad [1]. Corea del Sur y Singapur también. Europa, especialmente Italia y España, pero cada vez más otros países, ya se dobla bajo el peso de las muertes aún al comienzo del brote. América Latina y África recién ahora comienzan a acumular casos, algunos países preparándose mejor que otros. En los Estados Unidos, un referente, al menos por ser el país más rico de la historia del mundo, el futuro cercano parece sombrío. El brote no está programado para alcanzar su punto máximo en Estados Unidos sino hasta mayo y los trabajadores de la salud y los visitantes del hospital ya están peleando a puñetazos por el acceso al suministro, decreciente, de equipos de protección personal [2]. Las enfermeras, a quienes los Centros para el Control y Protección de Enfermedades (CDC, sus siglas en inglés) han recomendado terriblemente usar pañuelos y bufandas como máscaras, ya han declarado que “el sistema está condenado” [3].

Mientras tanto, la administración de EE.UU. continúa sobrepujando a los estados individuales en licitaciones por equipos médicos básicos que se negó a comprarles en primer lugar. También ha anunciado una ofensiva en las fronteras como intervención de salud pública, mientras el virus se desata en el interior del país [4].

Un equipo de epidemiología en el Imperial College proyectó que la mejor campaña de mitigación, achatando la curva de acumulación de casos trazada poniendo en cuarentena los casos detectados y distanciando socialmente a los ancianos, dejaría aún a los Estados Unidos con un 1.100.000 muertos y una carga de casos de ocho veces el total de camas de terapia intensiva del país [5]. La supresión de la enfermedad, buscando terminar con el brote, llevaría la salud pública más lejos, hacia una cuarentena de casos (y sus familiares) y un distanciamiento social de toda la comunidad, incluido el cierre de instituciones, al estilo de China. Eso bajaría a los Estados Unidos a un rango proyectado de alrededor de 200.000 muertes.

El grupo del Colegio Imperial estima que una campaña exitosa de supresión tendría que llevarse a cabo durante al menos dieciocho meses, acarreando una sobrecarga en contracción económica y el desmoronamiento de los servicios comunitarios. El equipo propuso balancear las demandas de control de la enfermedad y de la economía alternando la activación y desactivación de la cuarentena comunitaria, gatilladas según se supere o no un nivel establecido de camas de terapia intensiva ocupadas.

Otros modeladores lo han rechazado. Un grupo liderado por Nassim Taleb, autor del famoso Cisne Negro, declara que el modelo del Imperial College no incluye el rastreo de contactos y el monitoreo puerta a puerta [6]. Su contrapunto omite que el brote ha superado la voluntad de muchos gobiernos de levantar ese tipo de cordón sanitario. No será hasta que el brote comience a disminuir cuando muchos países verán tales medidas, con suerte con una prueba funcional y precisa, como apropiadas. Como dijo un ingenioso: “El coronavirus es demasiado radical. Estados Unidos necesita un virus más moderado al que podamos responder de forma gradual” [7].

El grupo de Taleb señala la negativa del equipo del Imperial College a investigar bajo qué condiciones el virus puede ser llevado a la extinción. Tal erradicación no significa cero casos, sino el suficiente aislamiento para que los casos individuales no produzcan nuevas cadenas de infección. En China, solo el 5 por ciento de los susceptibles en contacto con un caso se infectaron posteriormente. En efecto, el equipo de Taleb aboga por el programa de supresión de China, yendo todo lo suficientemente rápido como para llevar el brote a la extinción sin entrar en un baile maratónico alternando entre controlar la enfermedad y asegurar que no haya escasez de mano de obra en la economía. En otras palabras, el enfoque estricto (e intensivo en recursos) de China libera a su población del secuestro de meses, o incluso años, en el que el equipo del Imperial recomienda que participen otros países.

El epidemiólogo matemático Rodrick Wallace, uno de nosotros, patea completamente el tablero de modelado. Las emergencias del modelado, por necesarias que sean, eluden cuándo y dónde comenzar. Las causas estructurales son parte de la emergencia. Incluirlas nos ayuda a descubrir la mejor manera de responder más allá de simplemente reiniciar la economía que produjo el daño. “Si los bomberos reciben suficientes recursos”, escribe Wallace,

en condiciones normales, la mayoría de los incendios pueden ser contenidos, con mayor frecuencia, con bajas y destrucción de la propiedad mínimas. Sin embargo, esa contención depende críticamente de una empresa mucho menos romántica, pero no menos heroica: los esfuerzos regulatorios persistentes y continuos que limitan el peligro de las construcciones mediante el desarrollo y la aplicación del código, y que también aseguran que se suministren los recursos de lucha contra el fuego, saneamiento y preservación de construcciones a todos en los niveles necesarios…

El contexto cuenta para la infección pandémica, y las estructuras políticas actuales que permiten a las empresas agrícolas multinacionales privatizar las ganancias al tiempo que externalizan y socializan los costos, deben estar sujetas a la «aplicación del código» que reinternaliza esos costos si se quiere evitar una pandemia verdaderamente mortal en el futuro cercano [8].

El fracaso en prepararse y reaccionar ante el brote no comenzó en recién en diciembre, cuando los países de todo el mundo respondieron mal una vez que COVID-19 se derramó desde Wuhan. En los Estados Unidos, por ejemplo, no comenzó cuando Donald Trump desmanteló el equipo de preparación para pandemias de su equipo de seguridad nacional o dejó sin cubrir setecientos puestos de los CDC [9]. Tampoco comenzó cuando los federales no actuaron sobre los resultados de una simulación de pandemia de 2017 que mostraba que el país no estaba preparado [10]. Ni cuando, como se indicó en un titular de Reuters, Estados Unidos “eliminó el trabajo de expertos del CDC en China meses antes del brote del virus», aunque perder el contacto directo temprano de un experto estadounidense en el terreno en China ciertamente debilitó la respuesta de EE.UU. Tampoco comenzó con la desafortunada decisión de no usar los kits de prueba ya disponibles proporcionados por la Organización Mundial de la Salud. De conjunto, los retrasos en la información temprana y la falta total de pruebas serán sin duda responsables de muchas, probablemente miles, de vidas perdidas [11].

En realidad, las fallas se programaron hace décadas, ya que los bienes comunes compartidos de la salud pública fueron descuidados y monetizados simultáneamente [12]. Un país capturado por un régimen de epidemiología individualizada, just-in-time, una contradicción absoluta, con camas de hospital y equipos apenas suficientes para las operaciones normales, es, por definición, incapaz de reunir los recursos necesarios para buscar un nivel de supresión como el de China.

Siguiendo el punto del equipo de Taleb sobre modelos de estrategias en términos más explícitamente políticos, el ecologista de enfermedades Luis Fernando Chaves, otro coautor de este artículo, hace referencia a los biólogos dialécticos Richard Levins y Richard Lewontin coincidiendo en que “dejar que los números hablen” solo enmascara todos los supuestos incorporados de antemano [13]. Modelos como el estudio del Imperial College limitan explícitamente el alcance del análisis a preguntas estrechamente enmarcadas a medida dentro del orden social dominante. Por diseño, no logran capturar las fuerzas más amplias del mercado que impulsan los brotes y las decisiones políticas subyacentes a las intervenciones.

Conscientemente o no, las proyecciones resultantes ubican el asegurar la salud para todos en un segundo lugar, incluidos los miles de personas más vulnerables que serían asesinadas si un país alternara entre el control de enfermedades y la economía. La visión foucaultiana de un Estado que actúa sobre una población en sus propios intereses representa solo una actualización, aunque más benigna, del impulso malthusiano por la inmunidad colectiva que propuso el gobierno británico Tory y ahora los Países Bajos: dejar que el virus arda a través de la población sin impedimentos [14]. Hay poca evidencia más allá de una esperanza ideológica de que la inmunidad colectiva garantizaría detener el brote . El virus puede evolucionar fácilmente desde abajo de la capa inmunitaria de la población.

Intervención

¿Qué se debe hacer en su lugar? En primer lugar, debemos entender que, al responder a la emergencia de la manera correcta, seguiremos participando tanto de la necesidad como del peligro.

Necesitamos nacionalizar los hospitales como lo hizo España en respuesta al brote [15]. Necesitamos sobrecargar el testeo en volumen y tiempo de respuesta como lo ha hecho Senegal [16]. Necesitamos socializar los productos farmacéuticos [17]. Debemos garantizar el derecho a reparar ventiladores y otras maquinarias médicas [18]. Necesitamos comenzar a producir en masa cócteles de antivirales como remdesivir y cloroquina antimalárica de la vieja escuela (y cualquier otro medicamento que parezca prometedor) mientras realizamos ensayos clínicos para comprobar si funcionan más allá del laboratorio [19]. Se debe implementar un sistema de planificación para (1) obligar a las empresas a producir los ventiladores y equipos de protección personal necesarios que requieren los trabajadores de la salud y (2) priorizar su asignación a los lugares con mayores necesidades.

Debemos establecer un cuerpo pandémico masivo para proporcionar la fuerza de trabajo, desde la investigación hasta la atención, que se acerque al orden de demanda que nos impone el virus (y cualquier otro patógeno por venir). Hacer coincidir el número de casos con el número de camas de terapia intensiva, el personal y el equipo necesarios para que la supresión pueda cerrar la brecha numérica actual. En otras palabras, no podemos aceptar la idea de simplemente sobrevivir al ataque aéreo en curso de COVID-19 solo para regresar más tarde al rastreo de contactos y al aislamiento de casos para llevar el brote por debajo de su umbral. Debemos contratar a suficientes personas para identificar el COVID-19 casa por casa en este momento y equiparlas con el equipo de protección necesario, como máscaras adecuadas. En el camino, necesitamos suspender una sociedad organizada en torno a la expropiación, desde los propietarios hasta las sanciones sobre otros países, para que las personas puedan sobrevivir tanto a la enfermedad como a su cura.

Sin embargo, hasta que se pueda implementar un programa de este tipo, la gran población queda en gran parte abandonada. Aun cuando debe ejercerse una presión continua sobre los gobiernos recalcitrantes, en el espíritu de una tradición, en gran parte perdida, de organización proletaria que se remonta 150 años atrás, las personas comunes que puedan deberían unirse a grupos de ayuda mutua emergentes y brigadas de vecinos [20]. El personal profesional de salud pública que los sindicatos puedan liberar deberían entrenar a estos grupos para evitar que los actos de bondad propaguen el virus.

La insistencia en que incorporemos los orígenes estructurales del virus en la planificación de emergencia nos ofrece una clave para avanzar en cada paso hacia la protección de las personas antes de las ganancias.

Uno de los muchos peligros radica en la normalización de la “locura de remate” [batshit crazy] actualmente en curso, una caracterización fortuita dado el síndrome que sufren los pacientes: la proverbial [en idioma inglés] mierda de murciélago en los pulmones. Necesitamos retener el shock que recibimos cuando descubrimos que otro virus del SARS emergió de sus refugios de vida silvestre y en cuestión de ocho semanas se extendió por toda la humanidad [21]. El virus surgió en un extremo regional de una línea de suministro de alimentos exóticos, desatando con éxito una cadena de infecciones de humano a humano en el otro extremo en Wuhan, China [22]. Desde allí, el brote se difundió localmente y saltó hacia aviones y trenes, extendiéndose por todo el mundo a través de una red estructurada por conexiones de viaje y descendió jerárquicamente desde ciudades más grandes a más pequeñas [23].

Además de describir el mercado de alimentos silvestres en el orientalismo típico, se ha dedicado poco esfuerzo a las preguntas más obvias. ¿Cómo llegó el sector de alimentos exóticos a una posición en la que podría vender sus productos junto con el ganado más tradicional en el mercado más grande de Wuhan? Los animales no se vendían en la parte trasera de un camión o en un callejón. Pensemos en los permisos y pagos (y la desregulación de los mismos) involucrados [24]. Mucho más allá de la pesca, la comida silvestre es un sector cada vez más formalizado en todo el mundo, cada vez más capitalizado por las mismas fuentes que sostienen la producción industrial [25]. Aunque de ninguna manera es similar en la magnitud de la producción, la distinción ahora es más opaca.

La geografía económica superpuesta se extiende desde el mercado de Wuhan hasta el interior, donde se cultivan alimentos exóticos y tradicionales mediante operaciones que bordean el filo de una jungla en contracción [26]. A medida que la producción industrial invade lo último del bosque, las operaciones de alimentos silvestres deben ir más profundo para elevar sus manjares o asaltar los últimos estantes. Como resultado, el más exótico de los patógenos, en este caso el SARS-2 alojado en murciélagos, encuentra su camino en un camión, ya sea en animales de alimentación o en la mano de obra que los atiende, disparado de un extremo de un circuito periurbano en extensión a otro al otro, antes de impactar en la escena mundial [27].

Infiltración

La conexión conlleva elaboración, tanto para ayudarnos a planificar hacia adelante durante este brote como para comprender cómo la humanidad se metió en una trampa de este tipo.

Algunos patógenos emergen directamente de los centros de producción. Vienen a la mente bacterias transmitidas por los alimentos, como Salmonella y Campylobacter. Pero muchos como COVID-19 se originan en las fronteras de la producción de capital. De hecho, al menos el 60 por ciento de los nuevos patógenos humanos emergen al extenderse desde los animales salvajes a las comunidades humanas locales (antes de que los más exitosos se extiendan al resto del mundo) [28].

Una serie de luminarias en el campo de la ecosalud, algunas financiadas en parte por Colgate-Palmolive y Johnson & Johnson, compañías que impulsan la el filo sangrante de la deforestación liderada por los agronegocios, produjeron un mapa global basado en brotes anteriores a 1940, que indicaba dónde era probable que que surgieran en adelante los nuevos patógenos [29]. Cuanto más cálido sea el color en el mapa, más probable debería ser que surja ahí un nuevo patógeno. Pero al confundir estas geografías absolutas, el mapa del equipo, al rojo vivo en China, India, Indonesia y partes de América Latina y África, omitió un punto crítico. Centrarse en las zonas de brotes ignora las relaciones compartidas por los actores económicos mundiales que moldean las epidemiologías [30]. Los intereses del capital que respaldan los cambios inducidos por el desarrollo y la producción en el uso de la tierra y la aparición de enfermedades en las partes subdesarrolladas del mundo recompensan los esfuerzos que atribuyen la responsabilidad de los brotes a las poblaciones indígenas y sus supuestamente “sucias” prácticas culturales [31]. La preparación de la carne de animales silvestres y los entierros domésticos son dos prácticas culpabilizadas por la aparición de nuevos agentes patógenos. Trazar geografías relacionales, en cambio, convierte de repente a Nueva York, Londres y Hong Kong, fuentes clave del capital global, en tres de los peores puntos críticos mundiales.

Mientras tanto, las zonas de epidemias ya no están organizadas ni siquiera bajo las políticas tradicionales. El intercambio ecológico desigual, que redirige los peores daños de la agricultura industrial al Sur Global, se ha movido de las áreas de despojo imperialista de recursos guiado por el Estado hacia nuevos complejos a través de las escalas y commodities [32]. El agronegocio está reconfigurando sus operaciones extractivistas en redes espacialmente discontinuas lo largo de diferentes escalas territoriales [33]. Una serie de “repúblicas de soja” basadas en multinacionales, por ejemplo, se extienden ahora a través de Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. La nueva geografía se materializa en los cambios en la estructura de gestión de la empresa, capitalización, subcontratación, sustituciones en la cadena de suministro, arrendamiento y agrupación [pooling] de tierras transnacionales [34]. Al cruzar las fronteras nacionales, estos “países de commodities”, integrados de manera flexible a través de ecologías y fronteras políticas, están produciendo nuevas epidemiologías en el camino [35].

Por ejemplo, a pesar de un desplazamiento general en la población de las áreas rurales mercantilizadas a los barrios marginales urbanos que continúa hoy en todo el mundo, la división rural-urbana que conduce gran parte del debate sobre la emergencia de enfermedades omite la mano de obra destinada a las zonas rurales y el rápido crecimiento de las ciudades rurales en desakotas periurbanas (pueblos de la ciudad) o zwischenstadt (ciudades intermedias). Mike Davis y otros han identificado cómo estos paisajes de nueva urbanización actúan como mercados locales y centros regionales para los productos agrícolas globales que los atraviesan [36]. Algunas de esas regiones incluso se han vuelto “post-agrícolas” [37]. Como resultado, la dinámica de las enfermedades forestales, las fuentes primarias de los patógenos, ya no se limitan solo a las zonas del interior. Sus epidemiologías asociadas se han vuelto ellas mismas relacionales, sentidas a través [FELT ACROSS] del tiempo y el espacio. Un SARS puede encontrarse repentinamente desparramado sobre los humanos en la gran ciudad a solo unos días de haber salido de su cueva de murciélagos.

Los ecosistemas en los que estos virus “salvajes” estaban en parte controlados por las complejidades del bosque tropical se están rediseñando drásticamente por la deforestación liderada por el capital y, en el otro extremo del desarrollo periurbano, por los déficits en la salud pública y el saneamiento ambiental [38]. Mientras que muchos patógenos selváticos, como resultado, se están extinguiendo con sus especies hospedadoras, un subconjunto de infecciones que alguna vez desaparecían relativamente rápido en el bosque, aunque más no sea sea por una tasa irregular de encuentro con sus especies hospederas típicas, ahora se propagan a través de poblaciones humanas cuya a la vulnerabilidad a las infecciones a menudo se ve exacerbada en las ciudades por los programas de austeridad y regulaciones corruptas. Incluso frente a las vacunas eficaces, los brotes resultantes se caracterizan por una mayor extensión, duración e impulso. Lo que antes eran desbordamientos locales ahora son epidemias que se abren camino a través de las redes mundiales de viajes y comercio [39].

Por este efecto de paralaje, solo por un cambio en el entorno ambiental, los viejos estandartes como el Ébola, el Zika, la malaria y la fiebre amarilla, que evolucionaron relativamente poco, se convirtieron en amenazas regionales [40]. De repente han pasado de extenderse a aldeanos remotos de vez en cuando para infectar a miles en las ciudades capitales. En algo de la otra dirección ecológica, incluso los animales salvajes, habitualmente reservorios de enfermedades de larga data, están sufriendo un retroceso. Con sus poblaciones fragmentadas por la deforestación, los monos nativos del Nuevo Mundo susceptibles a la fiebre amarilla de tipo salvaje, a la que habían estado expuestos durante al menos cien años, están perdiendo su inmunidad colectiva y muriendo de a cientos de miles [41].

Expansión

Si, solo por su expansión global la agricultura mercantil sirve como propulsión y nexo a través del cual los patógenos de diversos orígenes migran desde los depósitos más remotos hasta los más internacionales centros poblacionales [42]. Es aquí, y en el camino, donde nuevos patógenos se infiltran en la agricultura de las comunidades cerradas. Cuanto más largas son las cadenas asociadas de suministro y mayor es el grado de deforestación adjunta, más diversos (y exóticos) son los patógenos zoonóticos que ingresan a la cadena alimentaria. Entre los recientes patógenos emergentes y reemergentes de origen agrícola y alimentario, que se originan a través del dominio antropogénico, se encuentran la peste porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Reston Ebolavirus, E. coli O157: H7, fiebre aftosa, hepatitis E, Listeria, Virus Nipah, fiebre Q, Salmonella, Vibrio, Yersinia y una variedad de variantes nuevas de la gripe, incluyendo H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9 y H9N.4 y H9N [43].

Aunque sin intención, la totalidad de la línea de producción está organizada en torno a prácticas que aceleran la evolución de la virulencia de los patógenos y su posterior transmisión [44]. El cultivo de monocultivos genéticos (animales y plantas para alimentación con genomas casi idénticos) elimina los cortafuegos inmunes que en poblaciones más diversas ralentizan la transmisión [45]. Ahora los patógenos pueden evolucionar rápidamente en torno a huéspedes comunes con genotipos inmunes. Mientras tanto, las condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmune [46]. Las granjas con poblaciones animales más grandes y las densidades de las granjas industriales facilitan una mayor transmisión e infección recurrente [47]. El alto rendimiento, algo presente en cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente renovado de susceptibles a nivel de establo, granja y regional, eliminando el límite en la evolución de la mortalidad por patógenos [48]. El hecho de alojar muchos animales juntos recompensa esas cepas que mejor pueden atravesarlos. La disminución de la edad de sacrificio, a seis semanas en los pollos, es probable que seleccione patógenos capaces de sobrevivir en sistemas inmunes más robustos [49]. El alargamiento de la extensión geográfica del comercio y exportación de animales vivos ha aumentado la diversidad de segmentos genómicos que intercambian sus patógenos asociados, aumentando la velocidad a la que los agentes patógenos exploran sus posibilidades evolutivas [50]. La tendencia tiende hacia menos inspecciones gubernamentales de granjas y plantas procesadoras, legislación contra la vigilancia gubernamental y exposición de activistas, e incluso legislación contra informar sobre los detalles de brotes mortales en los medios de comunicación. A pesar de las victorias judiciales recientes contra la contaminación por pesticidas y cerdos, el comando privado de producción sigue centrado exclusivamente en las ganancias. Como una cuestión de prioridad nacional, los daños causados por los brotes resultantes se externalizan al ganado, los cultivos, la vida silvestre, los trabajadores, los gobiernos locales y nacionales, los sistemas de salud pública y los agrosistemas alternativos en el extranjero. En los Estados Unidos, la CDC informa que los brotes transmitidos por alimentos se están expandiendo en la cantidad de estados afectados y cantidad de gente infectada [51].

Es decir, la alienación del capital se está trasladando a favor de los patógenos. Mientras el interés público se filtra en la puerta de la granja y la fábrica de alimentos, los agentes patógenos pasan por alto la bioseguridad que la industria está dispuesta a pagar y devolver al público. La producción diaria representa un riesgo moral lucrativo que se alimenta del bien común de nuestra salud.

Liberación

En un hemisferio alejado de los orígenes del virus, Nueva York, una de las ciudades más grandes del mundo, da cuenta de una ironía reveladora refugiándose en su lugar contra el COVID-19. Millones de neoyorquinos se están escondiendo en los edificios existentes bajo supervisión hasta hace poco de Alicia Glen, la vicealcaldesa de vivienda y desarrollo económico hasta 2018 [52]. Glen es una ex ejecutiva de Goldman Sachs que supervisó la compañía de inversiones Urban Investment Group, que financia proyectos en los tipos de comunidades que otras unidades de la compañía ayudan a marcar [53].

Por supuesto, el brote no es responsabilidad personal de Glen, sino más bien un símbolo de una conexión que golpea más cerca de casa. Tres años antes de que la ciudad la contratara, debido a una crisis de vivienda y una Gran Recesión, en parte su propia creación, su antiguo empleador, junto con JPMorgan, Bank of America, Citigroup, Wells Fargo & Co. y Morgan Stanley, tomaron el 63 por ciento del financiamiento de préstamos federales de emergencia resultante [54]. Goldman Sachs, libre de gastos generales, se movió para diversificar sus bienes fuera de la crisis. Goldman Sachs adquirió el 60 por ciento de las acciones de Shuanghui Investment and Development, parte del gigante negocio agrícola chino que compró Smithfield Foods, con sede en Estados Unidos, el mayor productor de cerdos del mundo [55]. Por USD 300 millones, también obtuvo una propiedad de diez granjas avícolas en total en Fujian y Hunan, una provincia de Wuhan y dentro de la cuenca de alimentos silvestres de la ciudad [56]. Hasta invirtió otros USD 300 millones junto con el Deutsche Bank en cría de cerdos en las mismas provincias [57].

Las geografías relacionales exploradas más arriba han completado el círculo de regreso. La pandemia esta actualmente enfermando a los distritos electorales de Glen de apartamento en apartamento en Nueva York, el epicentro más grande de EE. UU. de COVID-19. Pero también debemos reconocer que, para empezar, el círculo de causas del brote se extendió en parte desde Nueva York, por menor que sea la inversión de Goldman Sachs para un sistema del tamaño de la agricultura de China.

Señalar con el dedo nacionalista, desde el racista “virus de China” de Trump y a través de todo el continuo liberal, oscurece las direcciones globales entrelazadas entre el estado y el capital [58]. Karl Marx los describió como “los hermanos enemigos” [59]. Los trabajadores cargan con la muerte y el daño en el campo de batalla, en la economía, y ahora en sus sofás luchando por recuperar el aliento, poniendo de manifiesto la competencia entre las élites que maniobran por la disminución de los recursos naturales y los medios compartidos para dividir y conquistar la masa de la humanidad atrapada en los engranajes de estas maquinaciones.

De hecho, una pandemia que surge del modo de producción capitalista y que se espera que el Estado administre en un extremo, puede ofrecer una oportunidad desde la cual los administradores y beneficiarios del sistema pueden prosperar en el otro. A mediados de febrero, cinco senadores estadounidenses y veinte miembros de la Cámara arrojaron millones de dólares en acciones de propiedad personal en industrias que podrían verse dañadas en la próxima pandemia [60]. Incluso cuando algunos de los representantes continuaron repitiendo públicamente las misivas del régimen de que la pandemia no representaba tal amenaza, los políticos basaron su información privilegiada en inteligencia no pública.

Más allá de tales ataques bruscos, la corrupción en los Estados Unidos es sistémica, un marcador del final del ciclo de acumulación de los EE. UU. cuando el capital cobra.

Hay algo comparativamente anacrónico en los esfuerzos por mantener la boca abierta incluso si se organiza en torno a la reificación de las finanzas sobre la realidad de las ecologías primarias (y las epidemiologías relacionadas) en las que se basa. Para Goldman Sachs, la pandemia, como crisis antes, ofrece “espacio para crecer”:

Compartimos el optimismo de los diversos expertos e investigadores de vacunas en las compañías de biotecnología en base al buen progreso que se ha logrado en varias terapias y vacunas hasta el momento. Creemos que el miedo disminuirá con la primera evidencia significativa de tal progreso…
Intentar comerciar con un posible objetivo a la baja cuando el objetivo de fin de año es sustancialmente más alto es apropiado para los operadores diarios, los seguidores del momento y algunos administradores de fondos de cobertura, pero no para los inversores a largo plazo. De igual importancia, no hay garantía de que el mercado alcance los niveles más bajos que puedan usarse como justificación para vender hoy. Por otro lado, estamos más seguros de que el mercado finalmente alcanzará el objetivo más alto dada la capacidad de recuperación y la preeminencia de la economía estadounidense.
Y finalmente, realmente pensamos que los niveles actuales brindan la oportunidad de aumentar lentamente los niveles de riesgo de una cartera. Para aquellos que pueden estar sentados sobre exceso de efectivo y tener poder de permanencia con la asignación estratégica de activos adecuada, este es el momento de comenzar a aumentar gradualmente las acciones de S&P [61].

Atemorizados por la carnicería en curso, las personas en todo el mundo sacan conclusiones diferentes [62]. Los circuitos de capital y producción que los patógenos marcan como etiquetas radiactivas, uno tras otro se consideran desmesurados.

¿Cómo hicimos anteriormente, cómo caracterizar tales sistemas más allá de lo episódico y circunstancial? Nuestro grupo está a punto de derivar un modelo que supera los esfuerzos de la medicina colonial moderna fundada en la ecosalud y One Health y que continúa culpando a los pequeños agricultores indígenas y locales por la deforestación que conduce a la aparición de enfermedades mortales [63].

Nuestra teoría general de la aparición de enfermedades neoliberales, que incluye, sí, en China, combina:

∙ circuitos globales de capital;
∙ despliegue de dicho capital destruyendo la complejidad ambiental regional que mantiene bajo control el crecimiento virulento de la población de patógenos;
∙ los aumentos resultantes en las tasas y la amplitud taxonómica de los eventos de contagio;
∙ los circuitos periurbanos de productos básicos en expansión que envían estos nuevos agentes patógenos en ganado y mano de obra desde el interior más profundo a las ciudades regionales;
∙ las crecientes redes mundiales de viajes (y comercio de ganado) que llevan los patógenos de dichas ciudades al resto del mundo en un tiempo récord;
∙ las formas en que estas redes reducen la fricción de transmisión, seleccionando la evolución de una mayor mortalidad de patógenos tanto en ganado como en personas;
∙ y, entre otras imposiciones, la escasez de reproducción en el sitio en ganado industrial, eliminando la selección natural como un servicio de ecosistemas que proporciona protección contra enfermedades en tiempo real (y casi gratis).

La premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra solo en el objeto de algún agente infeccioso o su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han ocultado en su propio beneficio [64].

La amplia variedad de agentes patógenos, representando diferentes taxones, anfitriones de origen, modos de transmisión, cursos clínicos y resultados epidemiológicos, todas las características que nos hacen llegar a nuestros motores de búsqueda con los ojos desorbitados en cada brote, marcan diferentes partes y caminos a lo largo de los mismos tipos de circuitos de uso del suelo y acumulación de valor.

Un programa general de intervención se ejecuta en paralelo mucho más allá de un virus en particular.

Para evitar los peores resultados de aquí en adelante, la desalienación ofrece la próxima gran transición humana: abandonar las ideologías de colonos, reintroducir a la humanidad en los ciclos de regeneración de la Tierra y redescubrir nuestro sentido de individualización en multitudes más allá del estado capitalista [65].

Sin embargo, el economismo, la creencia de que todas las causas son solo económicas, no será una liberación suficiente. El capitalismo global es una hidra de muchas cabezas, que se apropia, internaliza y ordena múltiples capas de relación social [66]. El capitalismo opera a través de terrenos complejos e interconectados de raza, clase y género en el curso de la actualización de los regímenes de valores regionales de un lugar a otro.

A riesgo de aceptar los preceptos de lo que la historiadora Donna Haraway desestimó como historia de salvación: “¿podemos desactivar la bomba a tiempo?”, La desalienación debe desmantelar estas múltiples jerarquías de opresión y las formas específicas del lugar donde interactúan con la acumulación [67]. En el camino, debemos navegar fuera de las reapropiaciones expansivas del capital a través de materialismos productivos, sociales y simbólicos [68]. Es decir, de lo que se resume en un totalitarismo. El capitalismo lo comercializa todo: exploración de Marte aquí, dormir allá, lagunas de litio, reparación de ventiladores, incluso la sostenibilidad misma, y así sucesivamente, estas muchas permutaciones se encuentran mucho más allá de la fábrica y la granja. Todas las formas en que casi todo el mundo está sujeto al mercado, que durante un tiempo como este es cada vez más antropomorfizado por los políticos, no podrían estar más claras [69].
En resumen, una intervención exitosa que evite que cualquiera de los muchos patógenos en fila en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe atravesar por la puerta de un choque global con el capital y sus representantes locales, por más que Glen entre otros, sea un soldado de infantería individual de la burguesía que intenta mitigar el daño. Como nuestro grupo describe en algunos de nuestros últimos trabajos, los agronegocios están en guerra con la salud pública [70]. Y la salud pública está perdiendo.

Sin embargo, si la humanidad ganara un conflicto generacional de este tipo, podemos volver a conectarnos a un metabolismo planetario que, aunque expresado de manera diferente de un lugar a otro, reconecte nuestras ecologías y nuestras economías [71]. Tales ideales son mucho más que una cuestión de lo utópico. Al hacerlo, convergemos en soluciones inmediatas. Protegemos la complejidad del bosque que evita que los patógenos mortales se alineen a los anfitriones para una oportunidad directa en la red de viajes por mundo [72]. Reintroducimos la diversidad de ganado y cultivos, y reintegramos la cría de animales y cultivos a escalas que evitan que los patógenos aumenten en virulencia y extensión geográfica [73]. Permitimos que nuestros animales alimenticios se reproduzcan en el sitio, reiniciando la selección natural que permite que la evolución inmune rastree los patógenos en tiempo real. En resumen, dejamos simplemente de tratar a la naturaleza y la comunidad, tan llenas de todo lo que necesitamos para sobrevivir, como otro competidor a ser arrastrado por el mercado.

La salida es ni más ni menos que el nacimiento de un mundo (o tal vez más en el sentido de regresar a la Tierra). También ayudará a resolver, con las mangas arremangadas, muchos de nuestros problemas más acuciantes. Ninguno de nosotros queremos volver a pasar por un brote de ese tipo atrapados en nuestras salas de estar desde Nueva York a Beijing, o, peor aún, llorando a nuestros muertos. Sí, durante la mayor parte de la historia humana, las enfermedades infecciosas, nuestra mayor fuente de mortalidad prematura, seguirán siendo una amenaza. Pero dado el bestiario de patógenos ahora en circulación, el peor extendiéndose casi anualmente, es probable que enfrentemos otra pandemia mortal en un tiempo mucho más corto que la calma de cien años desde 1918. Fundamentalmente, ¿Podemos ajustar los modos por los cuales nos apropiamos de la naturaleza y llegar a una tregua más con estas infecciones?

Traducción: Alejandra Ayduh y Juan Duarte

VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN

NOTAS AL PIE

[1Max Roser, Hannah Ritchie, y Esteban Ortiz-Ospina, “Coronavirus Disease (COVID-19)—Statistics and Research”, Our World in Data, consultado el 22/3/20.

[2Brian M. Rosenthal, Joseph Goldstein, y Michael Rothfeld, “Coronavirus in N.Y.: ‘Deluge’ of Cases Begins Hitting Hospitals”, New York Times, 20/3/2020.

[4Neil M. Ferguson et al. on behalf of the Imperial College COVID-19 Response Team, “Impact of Non-Pharmaceutical Interventions (NPIs) to Reduce COVID-19 Mortality and Healthcare Demand”, 16/3/2020.

[5Neil M. Ferguson et al. on behalf of the Imperial College COVID-19 Response Team, “Impact of Non-Pharmaceutical Interventions (NPIs) to Reduce COVID-19 Mortality and Healthcare Demand”, March 16, 2020.

[6Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro, Buenos Aires, Paidos, 2007; Chen Shen, Nassim Nicholas Taleb, and Yaneer Bar-Yam, “Review of Ferguson et al. ‘Impact of Non-Pharmaceutical Interventions,’” New England Complex Systems Institute, 17/3/2020.

[7NewTmrw, Twitter post, 21/3/2020.

[8Rodrick Wallace, “Pandemic Firefighting vs. Pandemic Fire Prevention” (unpublished manuscript, 20/3/2020). Disponible por pedido al autor.

[9Jonathan Allen, “Trump’s Not Worried About Coronavirus: But His Scientists Are”, NBC News, 26/2/2020; Deb Riechmann, “Trump Disbanded NSC Pandemic Unit That Experts Had Praised”, AP News, 14/3/2020.

[10David E. Sanger, Eric Lipton, Eileen Sullivan y Michael Crowley, “Before Virus Outbreak, a Cascade of Warnings Went Unheeded”, New York Times, 19/3/2020.

[12Howard Waitzkin, ed., Health Care Under the Knife: Moving Beyond Capitalism for Our Health, Nueva York, Monthly Review Press, 2018.

[13Richard Lewontin y Richard Levins, “Dejemos que hablen los números” en La biología en cuestión. Ensayos dialécticos sobre ecología, agricultura y salud, Buenos Aires, Ediciones IPS (en preparación).

[14Owen Matthews, “Britain Drops Its Go-It-Alone Approach to Coronavirus”, Foreign Policy, 17/3/2020; Rob Wallace, “Pandemic Strike”, Uneven Earth, 16/3/2020; Isabel Frey, “‘Herd Immunity’ Is Epidemiological Neoliberalism”, Quarantimes, 19/3/2020.

[21Kristian G. Andersen, Andrew Rambaut, W. Ian Lipkin, Edward C. Holmes, y Robert F. Garry, “The Proximal Origin of SARS-CoV-2”, Nature Medicine (2020).

[22Rob Wallace, “Notes on a Novel Coronavirus”, MR Online, January 29, 2020.

[23Marius Gilbert et al., “Preparedness and Vulnerability of African Countries Against Importations of COVID-19: A Modelling Study”, Lancet 395, no. 10227 (2020): 871–77.

[24Juanjuan Sun, “The Regulation of ‘Novel Food’ in China: The Tendency of Deregulation”, European Food and Feed Law Review 10, no. 6 (2015): 442–48.

[25Emma G. E. Brooks, Scott I. Robertson, and Diana J. Bell, “The Conservation Impact of Commercial Wildlife Farming of Porcupines in Vietnam”, Biological Conservation 143, no. 11 (2010): 2808–14.

[27Robert G. Wallace, Luke Bergmann, Lenny Hogerwerf, Marius Gilbert, “Are Influenzas in Southern China Byproducts of the Region’s Globalising Historical Present?”, in Influenza and Public Health: Learning from Past Pandemics, ed. Jennifer Gunn, Tamara Giles-Vernick, y Susan Craddock, Londres, Routledge, 2010; Alessandro Broglia and Christian Kapel, “Changing Dietary Habits in a Changing World: Emerging Drivers for the Transmission of Foodborne Parasitic Zoonoses”, Veterinary Parasitology 182, no. 1 (2011): 2–13.

[28David Molyneux et al., “Zoonoses and Marginalised Infectious Diseases of Poverty: Where Do We Stand?”, Parasites & Vectors 4, no. 106 (2011).

[29Stephen S. Morse et al., “Prediction and Prevention of the Next Pandemic Zoonosis”, Lancet 380, no. 9857 (2012): 1956–65; Rob Wallace, Big Farms Make Big Flu: Dispatches on Infectious Disease, Agribusiness, and the Nature of Science, Nueva York, Monthly Review Press, 2016.

[30Robert G. Wallace et al., “The Dawn of Structural One Health: A New Science Tracking Disease Emergence Along Circuits of Capital”, Social Science & Medicine 129 (2015): 68–77; Wallace, Big Farms Make Big Flu.

[31Steven Cummins, Sarah Curtis, Ana V. Diez-Roux, y Sally Macintyre, “Understanding and Representing ‘Place’ in Health Research: A Relational Approach”, Social Science & Medicine 65, no. 9 (2007): 1825–38; Luke Bergmann and Mollie Holmberg, “Land in Motion”, Annals of the American Association of Geographer, 106, no. 4 (2016): 932–56; Luke Bergmann, “Towards Economic Geographies Beyond the Nature-Society Divide”, Geoforum 85, 2017: 324–35.

[32Andrew K. Jorgenson, “Unequal Ecological Exchange and Environmental Degradation: A Theoretical Proposition and Cross-National Study of Deforestation, 1990–2000”, Rural Sociology 71, no. 4 (2006): 685–712; Becky Mansfield, Darla K. Munroe, and Kendra McSweeney, “Does Economic Growth Cause Environmental Recovery? Geographical Explanations of Forest Regrowth”, Geography Compass 4, no. 5 (2010): 416–27; Susanna B. Hecht, “Forests Lost and Found in Tropical Latin America: The Woodland ‘Green Revolution’”, Journal of Peasant Studies 41, no. 5 (2014): 877–909; Gustavo de L. T. Oliveira, “The Geopolitics of Brazilian Soybeans”, Journal of Peasant Studies 43, no. 2 (2016): 348–72.

[33Mariano Turzi, “The Soybean Republic”, Yale Journal of International Affairs 6, no. 2 (2011); Rogério Haesbaert, El Mito de la Desterritorialización: Del ‘Fin de Los Territorios’ a la Multiterritorialidad, Mexico City, Siglo Veintiuno, 2011; Clara Craviotti, “Which Territorial Embeddedness? Territorial Relationships of Recently Internationalized Firms of the Soybean Chain”, Journal of Peasant Studies 43, no. 2 (2016): 331–47.

[34Wendy Jepson, Christian Brannstrom, y Anthony Filippi, “Access Regimes and Regional Land Change in the Brazilian Cerrado, 1972–2002”, Annals of the Association of American Geographers 100, no. 1 (2010): 87–111; Patrick Meyfroidt et al., “Multiple Pathways of Commodity Crop Expansion in Tropical Forest Landscapes”, Environmental Research Letters 9, no 7 (2014); Oliveira, “The Geopolitics of Brazilian Soybeans”; Javier Godar, “Balancing Detail and Scale in Assessing Transparency to Improve the Governance of Agricultural Commodity Supply Chains”, Environmental Research Letters 11, no. 3 (2016).

[35Rodrick Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control: Capital-Led Deforestation, Public Health Austerity, and Vector-Borne Infection, Basel, Springer, 2018.

[36Mike Davis, Planet of Slums, New York, Verso, 2016; Marcus Moench & Dipak Gyawali, Desakota: Reinterpreting the Urban-Rural Continuum, Kathmandu, Institute for Social and Environmental Transition, 2008); Hecht, “Forests Lost and Found in Tropical Latin America.”

[37Ariel E. Lugo, “The Emerging Era of Novel Tropical Forests”, Biotropica 41, no. 5 (2009): 589–91.

[38Robert G. Wallace y Rodrick Wallace, eds., Neoliberal Ebola: Modeling Disease Emergence from Finance to Forest and Farm, Basel, Springer, 2016; Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control; Giorgos Kallis y Erik Swyngedouw, “Do Bees Produce Value? A Conversation Between an Ecological Economist and a Marxist Geographer”, Capitalism Nature Socialism 29, no. 3 (2018): 36–50.

[39Robert G. Wallace et al., “Did Neoliberalizing West African Forests Produce a New Niche for Ebola?”, International Journal of Health Services 46, no. 1 (2016): 149–65.

[40Wallace and Wallace, Neoliberal Ebola.

[41Júlio César Bicca-Marques y David Santos de Freitas, “The Role of Monkeys, Mosquitoes, and Humans in the Occurrence of a Yellow Fever Outbreak in a Fragmented Landscape in South Brazil: Protecting Howler Monkeys Is a Matter of Public Health”, Tropical Conservation Science 3, no. 1 (2010): 78–89; Júlio César Bicca-Marques et al., “Yellow Fever Threatens Atlantic Forest Primates”, Science Advances e-letter, May 25, 2017; Luciana Inés Oklander et al., “Genetic Structure in the Southernmost Populations of Black-and-Gold Howler Monkeys (Alouatta caraya) and Its Conservation Implications”, PLoS ONE 12, no. 10 (2017); Natália Coelho Couto de Azevedo Fernandes et al., “Outbreak of Yellow Fever Among Nonhuman Primates, Espirito Santo, Brazil, 2017”, Emerging Infectious Diseases 23, no. 12 (2017): 2038–41; Daiana Mir, “Phylodynamics of Yellow Fever Virus in the Americas: New Insights into the Origin of the 2017 Brazilian Outbreak”, Scientific Reports 7, no. 1 (2017).

[42Mike Davis, El monstruo llama a nuestra puerta: La amenaza global de la gripe Aviar (New York: New Press, 2005); Jay P. Graham et al., “The Animal-Human Interface and Infectious Disease in Industrial Food Animal Production: Rethinking Biosecurity and Biocontainment”, Public Health Reports 123, no. 3 (2008): 282–99; Bryony A. Jones et al., “Zoonosis Emergence Linked to Agricultural Intensification and Environmental Change”, PNAS110, no. 21 (2013): 8399–404; Marco Liverani et al., “Understanding and Managing Zoonotic Risk in the New Livestock Industries”, Environmental Health Perspectives 121, no, 8 (2013); Anneke Engering, Lenny Hogerwerf, and Jan Slingenbergh, “Pathogen-Host-Environment Interplay and Disease Emergence”, Emerging Microbes and Infections 2, no. 1 (2013); World Livestock 2013: Changing Disease Landscapes (Rome: Food and Agriculture Organization of the United Nations, 2013).

[43Robert V. Tauxe, “Emerging Foodborne Diseases: An Evolving Public Health Challenge”, Emerging Infectious Diseases 3, no. 4 (1997): 425–34; Wallace and Wallace, Neoliberal Ebola; Ellyn P. Marder et al., “Preliminary Incidence and Trends of Infections with Pathogens Transmitted Commonly Through Food—Foodborne Diseases Active Surveillance Network, 10 U.S. Sites, 2006–2017”, Morbidity and Mortality Weekly Report 67, no. 11 (2018): 324–28.

[44Robert G. Wallace, “Breeding Influenza: The Political Virology of Offshore Farming”, Antipode41, no. 5 (2009): 916–51; Robert G. Wallace et al., “Industrial Agricultural Environments”, in The Routledge Handbook of Biosecurity and Invasive Species, ed. Juliet Fall, Robert Francis, Martin A. Schlaepfer, and Kezia Barker (New York: Routledge, forthcoming).

[45John H. Vandermeer, The Ecology of Agroecosystems (Sudbury, MA: Jones and Bartlett, 2011); Peter H. Thrall et al., “Evolution in Agriculture: The Application of Evolutionary Approaches to the Management of Biotic Interactions in Agro-Ecosystems”, Evolutionary Applications 4, no. 2 (2011): 200–15; R. Ford Denison, Darwinian Agriculture: How Understanding Evolution Can Improve Agriculture (Princeton: Princeton University Press, 2012); Marius Gilbert, Xiangming Xiao, and Timothy Paul Robinson, “Intensifying Poultry Production Systems and the Emergence of Avian Influenza in China: A ‘One Health/Ecohealth’ Epitome”,Archives of Public Health 75 (2017).

[46Mohammad Houshmar et al., “Effects of Prebiotic, Protein Level, and Stocking Density on Performance, Immunity, and Stress Indicators of Broilers”, Poultry Science 91, no. 2 (2012): 393–401; A. V. S. Gomes et al., “Overcrowding Stress Decreases Macrophage Activity and Increases Salmonella Enteritidis Invasion in Broiler Chickens”, Avian Pathology 43, no. 1 (2014): 82–90; Peyman Yarahmadi , Hamed Kolangi Miandare, Sahel Fayaz, and Christopher Marlowe A. Caipang, “Increased Stocking Density Causes Changes in Expression of Selected Stress- and Immune-Related Genes, Humoral Innate Immune Parameters and Stress Responses of Rainbow Trout (Oncorhynchus mykiss)”, Fish & Shellfish Immunology 48 (2016): 43–53; Wenjia Li et al., “Effect of Stocking Density and Alpha-Lipoic Acid on the Growth Performance, Physiological and Oxidative Stress and Immune Response of Broilers”,Asian-Australasian Journal of Animal Studies 32, no, 12 (2019).

[48Katherine E. Atkins et al., “Modelling Marek’s Disease Virus (MDV) Infection: Parameter Estimates for Mortality Rate and Infectiousness”, BMC Veterinary Research 7, no. 70 (2011); John Allen and Stephanie Lavau, “‘Just-in-Time’ Disease: Biosecurity, Poultry and Power”Journal of Cultural Economy 8, no. 3 (2015): 342–60; Pitzer et al., “High Turnover Drives Prolonged Persistence of Influenza in Managed Pig Herds”; Mary A. Rogalski, “Human Drivers of Ecological and Evolutionary Dynamics in Emerging and Disappearing Infectious Disease Systems”, Philosophical Transactions of the Royal Society B 372, no. 1712 (2017).

[49Wallace, “Breeding Influenza”; Katherine E. Atkins et al., “Vaccination and Reduced Cohort Duration Can Drive Virulence Evolution: Marek’s Disease Virus and Industrialized Agriculture”, Evolution 67, no. 3 (2013): 851–60; Adèle Mennerat, Mathias Stølen Ugelvik, Camilla Håkonsrud Jensen, and Arne Skorping, “Invest More and Die Faster: The Life History of a Parasite on Intensive Farms”, Evolutionary Applications10, no. 9 (2017): 890–96.

[50Martha I. Nelson et al, “Spatial Dynamics of Human-Origin H1 Influenza A Virus in North American Swine”, PLoS Pathogens 7, no. 6 (2011); Trevon L. Fuller et al., “Predicting Hotspots for Influenza Virus Reassortment”, Emerging Infectious Diseases 19, no. 4 (2013): 581–88; Rodrick Wallace and Robert G. Wallace, “Blowback: New Formal Perspectives on Agriculturally-Driven Pathogen Evolution and Spread”, Epidemiology and Infection143, no. 10 (2014): 2068–80; Ignacio Mena et al., “Origins of the 2009 H1N1 Influenza Pandemic in Swine in Mexico”, eLife 5 (2016); Martha I. Nelson et al, “Human-Origin Influenza A(H3N2) Reassortant Viruses in Swine, Southeast Mexico].
Mientras la evolución de los patógenos se dispara en todas estas formas, hay sin embargo poca o ninguna intervención, incluso a demanda de la industria, salvo lo que se requiere para rescatar los márgenes fiscales de cualquier trimestre de la emergencia repentina de un brote[[Wallace, Las grandes granjas producen grandes gripes, 192–201.

[51Safer Food Saves Lives”, Centers for Disease Control and Prevention, November 3, 2015; Lena H. Sun, “Big and Deadly: Major Foodborne Outbreaks Spike Sharply”, Washington Post, November 3, 2015; Mike Stobbe, “CDC: More Food Poisoning Outbreaks Cross State Lines”, KSL, November 3, 2015.

[53Gary A. Dymski, “Racial Exclusion and the Political Economy of the Subprime Crisis”, Historical Materialism 17 (2009): 149–79; Harold C. Barnett, “The Securitization of Mortgage Fraud”, Sociology of Crime, Law and Deviance 16 (2011): 65–84.

[54Bob Ivry, Bradley Keoun, and Phil Kuntz, “Secret Fed Loans Gave Banks $13 Billion Undisclosed to Congress”, Bloomberg, November 21, 2011.

[55Michael J. de la Merced and David Barboza, “Needing Pork, China Is to Buy a U.S. Supplier”, New York Times, May 29, 2013.

[56Goldman Sachs Pays US$300m for Poultry Farms”, South China Morning Post, August 4, 2008.

[57Goldman Sachs Invests in Chinese Pig Farming”, Pig Site, August 5, 2008.

[58Katie Rogers, Lara Jakes, Ana Swanson, “Trump Defends Using ‘Chinese Virus’ Label, Ignoring Growing Criticism”, New York Times, March 18, 2020.

[59Karl Marx, El Capital:Crítica de la Economía Política, vol. 3 (New York: Penguin, 1993), 362.

[60Eric Lipton, Nicholas Fandos, Sharon LaFraniere, and Julian E. Barnes, “Stock Sales by Senator Richard Burr Ignite Political Uproar”New York Times, March 20, 2020.

[61Sharmin Mossavar-Rahmani et al., “ISG Insight: From Room to Grow to Room to Fall”, Goldman Sachs’ Investment Strategy Group.

[62Corona Crisis: Resistance in a Time of Pandemic”, Marx21, March 21, 2020; International Assembly of the Peoples and Tricontinental Institute for Social Research, “In Light of the Global Pandemic, Focus Attention on the People”, Tricontinental, March 21, 2020.

[63Wallace et al., “The Dawn of Structural One Health.”

[64Wallace et al., “Did Neoliberalizing West African Forests Produce a New Niche for Ebola?”; Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control.

[65Ernest Mandel, “Progressive Disalienation Through the Building of Socialist Society, or the Inevitable Alienation in Industrial Society?”, in The Marxist Theory of Alienation (New York: Pathfinder, 1970); Paolo Virno, A Grammar of the Multitude (Los Angeles: Semiotext(e), 2004); Del Weston,The Political Economy of Global Warming: The Terminal Crisis (London: Routledge, 2014); McKenzie Wark, General Intellects: Twenty-One Thinkers for the Twenty-First Century (New York: Verso, 2017); John Bellamy Foster, “Marx, Value, and Nature”, Monthly Review 70, no. 3 (July–August 2018): 122–36); Silvia Federici, Re-enchanting the World: Feminism and the Politics of the Commons (Oakland: PM, 2018).

[66Butch Lee and Red Rover, Night-Vision: Illuminating War and Class on the Neo-Colonial Terrain (New York: Vagabond, 1993); Silvia Federici, Caliban y la Bruja : Mujeres, Cuerpo y Acumulación Primitiva (New York: Autonomedia, 2004); Anna Tsing, “Supply Chains and the Human Condition”, Rethinking Marxism 21, no 2 (2009): 148–76; Glen Sean Coulthard, Red Skin, White Masks: Rejecting the Colonial Politics of Recognition (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2014); Leandro Vergara-Camus, Land and Freedom: The MST, the Zapatistas and Peasant Alternatives to Neoliberalism (London: Zed, 2014); Jackie Wang, Carceral Capitalism (Los Angeles: Semiotext(e), 2018).

[67Donna Haraway, “A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century”, in Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (New York: Routledge, 1991); Keeanga-Yamahtta Taylor, ed.,How We Get Free: Black Feminism and the Combahee River Collective (Chicago: Haymarket, 2017).

[68Joseph Fracchia, “Organisms and Objectifications: A Historical-Materialist Inquiry into the ‘Human and the Animal,’” Monthly Review 68, no. 10 (March 2017): 1–17; Omar Felipe Giraldo, Political Ecology of Agriculture: Agroecology and Post-Development (Basel: Springer, 2019).

[69Franco Berardi, The Soul at Work: From Alienation to Autonomy (Los Angeles: Semiotext(e), 2009); Maurizio Lazzarato, Signs and Machines: Capitalism and the Production of Subjectivity (Los Angeles: Semiotext(e), 2014); Wark, General Intellects.

[70Rodrick Wallace, Alex Liebman, Luke Bergmann, and Robert G. Wallace, “Agribusiness vs. Public Health: Disease Control in Resource-Asymmetric Conflict”, submitted for publication, 2020, available at https://hal.archives-ouvertes.fr.

[71Robert G. Wallace, Kenichi Okamoto, and Alex Liebman, “Earth, the Alien Planet”, in Between Catastrophe and Revolution: Essays in Honor of Mike Davis, ed. Daniel Bertrand Monk and Michael Sorkin (New York: UR, forthcoming).

[72Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control.

[73Wallace et al., “Industrial Agricultural Environments.”

¿Acaso hay política en la muerte? // Miguel Vega Manrique

mi tío muere solo en una cama de hospital

con la práctica concesión de un teléfono móvil

quién sabe si suero en vena

y la promesa de una aséptica sedación

pues hemos evolucionado / / había que decirlo

el progreso es un hecho innegable que los muertos certifican

mi tío que vivió la guerra y está muerto

lo certifica

 

no es momento para quejarse

por el desborde colectivo

no es momento de importunar a nadie

con diatribas ideológicas

¿acaso hay política en la muerte?

 

el yo se gesta en un estadio reflectante del otro / / ¿Lacan lo dijo?

y con el virus es lo mismo

cada cual está dando lo mejor de sí

exceptuando un reducido grupo de irresponsables que   colapsan los albergues caninos para alquilar un paseo

a precio de ganga a riesgo de contagiar a todo el mundo

 

nadie tiene la culpa del virus             malpensado

nadie la tuvo de la peste

nadie pudo prever la sífilis                 ¿no te das cuenta?

la modernidad entraña sus riesgos

que gestiona(mos) valientemente      si-no mira la Historia

¿acaso hay política en la muerte?

 

 [con el sida fue distinto

pobres yonquis

pobres putas

pobres negros

pobres maricones]

esto no es más que un pequeño envite

al tecnoavance globalizado del siglo XXI

            ADEMÁS

ya nos venía haciendo falta una guerra / / había que decirlo

para hacernos más fuertes como nación

para plegar las fronteras como abrigo

fuera de la ley

de nuestra prótesis

biológica

llamada

piel

peau

skin

FÍJENSE

tenemos

un Estado diligente

batucadas en las balconeras

grandes profesionales de la salud

la economía en buenas manos

el ejército está en las calles

«no nos faltará comida» dice mi abuela

«ellos la repartirán como en la guerra

cuando se ponga la cosa fea»

y les abriremos la puerta agradecidos

¿acaso hay política en la muerte?

 

el “estado de excepción”

que Benjamin concebía en su ejercicio límite de inmanencia filosófica

razón de ser de los oprimidos

ya no es más privativo de una clase

desmembrada en lo social

voy a aprovechar la cuarentena

para abrirme una cuenta en Spotify

¿acaso hay política en la muerte?

 

siempre unidos venceremos

al enemigo del orden, nuestro orden,

la vida en punto muerto que conjugamos

ya les dije que era una guerra

siempre ha sido así / / la Historia

lo demuestra ininterrumpidamente

sobre la superficie de “las pantallas cálidas”

mis alumnes me preguntan

«¿qué tal las vacaciones?»

doy fe / / nada grave

importuna la audacia juvenil

¿acaso hay política en la muerte?

 

yo mantengo firme mi cuarentena

privilegiado del dolor ajeno

como si me importara este absurdo de día

que termina escribiéndose en un mal-poema

al margen de las manos últimas de las que

nadie sostendrá un último aliento

 

mi tío muere solo en una cama de hospital

¿acaso hay política en la muerte?

 

[aquí abandono esta pregunta que

nos será negada nuevamente]

 

Lejanía compartida // Daniel Alvaro

 

                         

Una buena parte de los diagnósticos modernos sobre el estado y desenvolvimiento de las sociedades occidentales se encargaron de alertar sobre la debilidad creciente del vínculo social. Desde la época de Rousseau circula la idea de que las grandes transformaciones económicas, políticas, culturales y técnicas que marcaron el pasaje de la forma de vida tradicional o comunitaria a la forma de vida moderna, incidieron de forma negativa en la fuerza y solidez del lazo social. De acuerdo con esta tesis, desde el momento en que el interés común es desplazado por los intereses particulares y egoístas de unos pocos individuos, se cierne una amenaza latente sobre la integridad de aquello que mantiene juntos a los miembros de una sociedad.

No es este el lugar ni el momento de analizar el vasto derrotero de esta idea. Basta con tener en cuenta lo siguiente: se trata de una interpretación que tuvo un impacto decisivo en el modo en que las ciencias sociales y humanas de los últimos siglos explicaron el nacimiento, el desarrollo y, en ciertos casos, el fin de la sociedad capitalista. Lo cierto es que este esquema de pensamiento, promovido por teorías heterogéneas y un sinfín de prácticas a lo largo de la historia, ha tenido entre otras consecuencias problemáticas una cierta idealización del vínculo social. Dicho muy rápidamente, esto significa que a fuerza de repetición nos hemos acostumbrado a considerar el lazo social, casi de manera exclusiva, bajo la forma de relaciones “positivas” entre los individuos. De modo tal que nuestra visión general de la vinculación humana ha quedado reducida a la perspectiva que privilegia la unión y la convivencia armónica, que por cierto no es más que una de sus múltiples posibilidades, en detrimento de la separación y los intercambios conflictivos o incluso violentos. Así se explica, al menos en parte, que lo que en la actualidad entendemos por relación social se asocie normalmente a la proximidad en todos los sentidos que evoca la palabra, incluidos los de presencia y cercanía, contemporaneidad, afinidad, identidad, etc.    

De ahí la enorme dificultad a la que nos enfrentamos cuando intentamos pensar el vínculo social en medio de una situación, a la vez inédita y extrema, por la cual nos vemos en la obligación de vivenciar el distanciamiento social. En una coyuntura signada por la propagación mundial del coronavirus COVID-19, es legítimo preguntarse si las medidas de aislamiento preventivo –que en algunos países deciden los gobiernos y en otros la misma población– no constituyen acaso la ruptura definitiva y largamente anunciada del lazo social. La pregunta es legítima, entendible si se quiere, pero no deja de estar arraigada en el más llano sentido común que hoy más que nunca es necesario rechazar. Sin dejar de tomar en consideración los efectos desiguales de la pandemia sobre los distintos estratos socioeconómicos de la población, y sin subestimar las consecuencias materiales de proporciones todavía impredecibles que el virus arrastra consigo, es preciso resistir las lecturas sociales apocalípticas. No solo porque contribuyen a generar el pánico colectivo, sumando angustia y confusión al escenario crítico ya existente, sino también porque si nos atenemos a la sucesión de los hechos en varios países del mundo, comprendida la Argentina, lo que vemos es una mutación drástica del vínculo social, pero en ningún caso su ruptura o anulación. Estamos en presencia de un fenómeno excepcional donde sale a la luz el lado oscuro y menospreciado de la relación social –su “parte maldita”, como diría Georges Bataille–. Pues es la separación, antes que la unión, la unidad o cualquier otra forma de relación afectada de connotaciones afirmativas, lo que en este momento constituye nuestro vínculo más preciado. Concretamente, la ralentización del contagio de la enfermedad, objetivo buscado por el gobierno nacional para evitar la implosión del sistema de salud, depende en última instancia de nuestra disposición y sobre todo de nuestras posibilidades reales para minimizar la interacción física con los demás, hecho que en el contexto actual no significa ser indiferentes ni insensibles, sino más bien todo lo contrario.

“Nuestro prójimo ha sido abolido”, escribió por estos días el renombrado filósofo italiano Giorgio Agamben en referencia a las medidas de emergencia adoptadas por las autoridades de su país. Esta afirmación reproduce a su manera el sentido tradicional, idealizado y unívoco de la relación, en la medida en que niega o deniega el carácter eminentemente social de la responsabilidad que implica rehuir el contacto con los demás por su propio cuidado, por el nuestro, y por el de la sociedad en su conjunto. A raíz de reflexiones como esta, cabe preguntarse si es acertado continuar apelando a la figura del “prójimo”. Esta vieja palabra, hoy caído en desuso, deriva del latín proxĭmus, que significa literalmente “el más cercano”. Su acepción corriente refiere a cualquier persona “considerada como ser con el que se está unido por lazos de solidaridad humana”. Ahora bien, la responsabilidad social a la que actualmente nos debemos supone la vinculación, por lejana que esta sea, con lo radicalmente otro, es decir, con cualquier otro, otra u otre, y no solamente con el prójimo, figura que en el fondo siempre termina por remitir a lo que nos es más próximo, semejante, si no idéntico. 

Quizás la lejanía que paradójicamente compartimos y que hoy vivimos como confinamiento sea un recurso inesperado para poder dar lugar a otro sentido y otros sentidos de la proximidad. Quizás la distancia y la aislación proporcionen lo que, hasta ayer nomás, casi nadie esperaba de ellas: herramientas para pensar y poner en práctica formas alternativas de vida en común.

… // Norman Briski

Lo imprevisible sería previsible si contáramos con el cuento chino de la inmunidad. Invenciones del miedo, en vez de asumir la bella ignorancia del inusitado camino del deseo que el rizoma se encarga de bifurcar. Las guerras siempre existieron y las plagas como las palabras por ahora son “inevitables”. Guerras todas ellas hechas por ellos. Se deben a la competencia envidiosa de quien será el próximo poder, el dominio, el imperio sobre el cuerpo sensual de la merca del mercado de la góndola adicta. (Ubre de la leche entera) Ahí están los ojos, los hígados, nombres propios, lenguajes, la tabla de la ley, pero nuevos mandamientos de la moral de los estantes triunfantes, finanzas cuya velocidad derrota a otras que fenece. Sin consolador de los armamentos, hoy por hoy hay por hoy filósofos, ciencias, obispos, actores, Da Vinci, Dante, Boch, Charles Huston, Miguel Angel, fundaron la estética del poder divino. El arte ese que se inventó para las paredes de palacios y dentistas, tan ligados a las mininas y a los sueldos de porteros. Su genealogía esta en el Olimpo arrojando cuerpo de outlet. (morfología del habilidoso). Un full time para la aburrida corona. (Juan Sebastián Bach y sus doce hijos en una sola clave.)

 ¿Entonces? La guerra de esta plaga como las otras radica hoy en el dominio sobre Dos. Celulitis y animales. Estamos en la encima de la intimidad de las células y los perros, gatos, ratas, monos, con estos sujetos experimentales que ahullan y huelen. Finalmente llegamos al imbatible virus, que los conocemos por sus caprichos sin horarios para estar fuera de su célula.  Acróbatas neomortales. La guerra establece un microscópico campo de batalla que terminaría con las pantallas. El que la pesque al virus con una canita de bambú, no le será necesario tanto metal, tendrá veneno para su cáncer de empleado municipal.  Entonces otro reloj para esa vacuna (Vacuna con ese pedacito de enemigo en nuestra propia sangre) tantos relojes que el consumo les pone las agujas.

La intensidad no tiene ni luz ni oscuridad ni veinticuatro horas, tiene la cuerda floja de la vida, los suspensivos puntos de los justos. Locos, homicidas, atrevidos los únicos en el universo finito de la igualdad. La puntuación entonces será inercia colonial…

¿Cuánto falta? Es igual a As you like,  Asi como voce le parezca, Il mai nalla. Comme vous le voyez.

Y faltan suspiros, taquicardias y un leve temblor del rodillar… rescatando residuos para adivinar el mensaje… y aquel entusiasmo por lo imposible.

NB

Detrás del vidrio: diario de la pandemia // Silvia Duschatzky

Hay vidas que necesitan existir para expandirse, otras sólo “respiran” al ritmo del flujo del capital. No pueden mutar, solo modularse en su propia materia. Para estas “vidas” la muerte no existe. Crecen en el sí mismo de la maquinaria mercantil, travestida, pero igual.

Reclusión obligada, conectividad obligada 24/7. El agobio es distinto pero agobio al fin. Impregnado de novedad radical, de no saber mañana, no sabe después, no saber cuándo termina, no saber cómo seguir…

El “acontecimiento” nos lanza a nuevos automatismos. En eso somos torpes, como el bebé que camina a tientas en su inaugural aventura bípida. Alcohol en gel, lavandina diluida, zapatos abandonados a la entrada de la casa, lavado hoja por hoja, billete por billete, alimento por alimento. Esta hiperexigencia sigue secuestrando nuestro tiempo vital y paradójicamente nos aferramos a prótesis finitas. ¿Es la vida que quiere perseverar en su ser?.

El ser de lo vital bucea en huecos de aire.

Avizorar otras formas de vida, necesita ahuyentar la cercanía de la amenaza, ahora mortal más que mortífera.

No hablemos del capitalismo en su misma lengua, la de la abstracción….las urgencias piden pragmáticas que frenen la suya, siempre atenta a la especulación canalla. No me envíen sesudas reflexiones…, no me ofrezcan soluciones…no hablemos igual que antes. La fragilidad humana se impone en su pequeñez y en su grandeza. El alma llora y ríe cuando lo que se aproxima huele a abrazo y a poema. «No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que puede tener sentido. Yo no: lo que quiero es una verdad inventada”, Clarice Lispector.

“La luna brilla en un charco de rabia”…canturrean niñxs que confinados adentro imaginan su afuera.

Del laberinto se sale por arriba: “ …llueven pedacitos de muerte por todos lados. Desde lo alto de mi piedra un gato negro clavó su mirada rubia sobre el pozo….en donde alguna vez vivieron mis grises y dilatados ojos. Con filosofía y altivez parece inspeccionar cada recoveco de mi alma, atrapada allí abajo, donde nada vive sin morir primero. El hueco en mi boca espera aquel grito sordo que espante a la bestia. Como el rayo aguarda el trueno con paciencia de hormiga…Acurruco coraje…tan solo un parpadeo para despegarme de los huesos que me aprisionan bajo tierra y volver al agua, allá Arriba…tan solo un parpadeo para volver a ser pez”, Leopoldo Marechal.

Y en la desesperación que huye del desconcierto se levantan maquinarias que no admiten que “continuar” es no escuchar el intervalo que nos “propone” el cimbronazo. Tareas escolares a distancia, conectividad a full. Profesores en soledad, enfrascados en sus disciplinas no pueden más que intentar aventajar inútilmente el tiempo involuntariamente interrumpido.

Encontrar juntos la pregunta, la tarea, la ficción, el juego…podría ser una manera de salir “del laberinto por arriba”. No es posible continuar…no es aconsejable intentarlo. Más bien navegar las aguas turbias hasta que algo renazca. Grupos de maestrxs suspendiendo cronogramas, arrimando alguna invitación. Ahí encontraremos los mejores aliados, los pibes.

 

28 de marzo
Coletazos de realismo. El virus no sólo carga con su fuerza genética infectable. El virus desparrama otras infecciones, tan mortales como su inoculación. La reclusión “protege” también de las proximidades. Del acceso a los recursos básicos de subsistencia. De la circulación urbana. De otros cuerpos. El común necesita “contagios”. No sea cosa que la inmunización anule al eros. El repliegue abre su reverso…y entonces sumamos una firma para frenar los femicidios y entonces le gritamos al chabón que cuarentena en la calle que ahí va una bolsa con víveres y un guiño de compañía. Y entonces buscamos maneras de seguir vivos, en la soledad y en la compañía mediada…

 


31 de marzo
Sospecho que no es lo mismo el virus que la experiencia virus. El virus nos mata pero no sólo si nos atrapa, nos mata cuando nos recuerda que allí, agazapada asoma la muerte. El virus derriba velos. No, el virus no, nosotrxs ofreciendo (le) la tierra del deseo. Cada vez que salgo a comprar una rutina antecede al momento de abrir la puerta. Guantes, ropa que luego me sacaré apenas vuelva, alcohol en gel en la mochila…no es inocuo este instante, ni los similares que le siguen adentro, montos de enorme energía se van sin recarga…

Atisbos de experiencia “virus” . Llego a la verdulería, unxs y otrxs guardamos la distancia prudencial, giro la cabeza intentando encontrar alguna mirada cómplice. Las calles casi desérticas. Miro el cielo mientras voy andando, instantes fugaces de “alegría” o algo así. Nacer es nacer al mundo. Es contra natura el encierro. Y a su vez nacemos otra vez cuando la pequeñez de los pasos, la mirada al horizonte, el deseo que esas dos cuadras sean eternas, el aire rozándonos, los rostros desconocidos que abrazamos con la mirada nos vuelven a la vida.

Me despiertan los pájaros. Algo vive aún…la escucha de un canto.

Me despiertan los pájaros, existo fuera de mí.

 

3 de abril
Olvidar el virus y hacer la experiencia virus. La experiencia de atender urgencias sustrayéndonos del miedo urgente. Un grupo de profesores se junta con la distancia que no obstruye cercanías y a la velocidad de la emergencia confeccionan protectores de acetato para los médicos y enfermeros de un hospital. La escuela se aleja del “valor de cambio” y se arroja al valor de uso. Desoye la continuidad pedagógica y se lanza a la continuidad vital y fraterna.

Escuchar las urgencias no es un andar desesperado. Ecos de pensamiento dejarán huellas en la invención de otras formas de escuela. De la mutación viral a la mutación de existencias. Escuela molecular se impone al modelo de escuela, a la molarización cansada y empequeñecida.

 


4 de abril
Hoy es sábado. Lo dice el calendario. No hay más señales. Sólo las sutilezas del ánimo me cuentan de alguna diferencia entre ayer y hoy, entre hace un rato y ahora.

Cuando iba a la escuela, tomábamos distancia. Un brazo alzado hacia adelante marcaba la separación que los ojos vigilantes chequeaban.

Camino hacia la farmacia, el cielo de un celeste inusual, el sol abarcando las calles. Algunos pocos caminan ensimismados enfundados de barbijos y guantes. Me ubico en la cola, a distancia del de adelante. No es necesario medir los pasos que nos distancian a unos de otrxs. El virus ya hizo lo suyo. La única señal es advertir al “semejante” en una peligrosa proximidad.

Mi cuerpo está cansado….el señor de adelante me cuenta como preservar al barbijo para que dure. Me distraigo viendo los bares alrededor. Las sillas en su interior apiladas. Gente tomando un café, leyendo, charlando…banalidades de “antaño”. Piden reiniciarse.

“Mi agenda” dice: a las 18 skype con una amiga. Skype, zoom, whatsapp, teléfono, Facebook. Variedades igualadas en la ausencia de piel.

Hace días que intento pintar… aún no pude. Hay tiempo.

Una amiga me cuenta que casi se incendia su edificio. Sus moradoras son mujeres mayores, no tanto y más jóvenes. Un ruido sordo, monocorde se infiltraba en su casa. Luego el humo, su olor, su pesadez. El parate aguza los sentidos. Se juntan algunas. Los peligros sorprenden donde no imaginamos. Algunos necesitan tribu para conjurarse.

Caminaban a tientas por el sótano hasta dar con las llaves de luz. La humareda nublaba la atmósfera. Las viejitas se protegían en los balcones. “Tranquilas ya pasa, gritaba alguna desde el sótano”. Cercanías olvidaron el metro 20 de distancia. En ocasiones ampara la vecindad de los cuerpos. Mujeres que olvidan “la inmunización “ cuando la vida acecha con lo incalculable.

 

Fuerza mayor, fuerza de ley, fuerza de trabajo // Raúl Sánchez Cedillo

No estoy seguro que el mejor enfoque para analizar el estado actual de las libertades y los derechos en España, Europa y cada vez más el resto del mundo sea el del Estado de derecho y su vigencia durante esta pandemia y después de ella.

En primer lugar, porque enseguida desembocamos en un callejón sin salida: el estado de alarma (y cada vez más de excepción) ha sido declarado conforme al procedimiento constitucional recogido en la Ley orgánica correspondiente. Lo mismo podría suceder con la declaración legal de los estados de sitio o de excepción si hay una mayoría absoluta parlamentaria que la apruebe.

 

LA LÓGICA DE LA FUERZA MAYOR
Estamos ante un caso de fuerza mayor, que presenta además una extensión planetaria. No hay en los archivos ningún ejemplo de una respuesta de este tipo a una pandemia global. La fuerza mayor llama a la fuerza de la ley. Sí, las medidas excepcionales demuestran que el esfuerzo de construir el consentimiento no es suficiente para producir obediencia en la población. No hay tiempo ni espacio para las diferencias de opinión o comportamiento. Ante esa situación de coacción desnuda por parte de los gobiernos, se despierta la preocupación ante el abuso de poder por parte de las fuerzas de seguridad y los comportamientos de acoso y delación por parte de policías espontáneos de balcón o de barrio. En el caso del Estado español, algunos juristas se plantean la ilegalidad constitucional de las medidas de confinamiento y emprenden una denuncia contra el gobierno Sánchez.

 

LA FUERZA DE LEY Y EL REGRESO DEL ESTADO QUE NUNCA SE FUE
Ahora bien, si miramos las cosas con detenimiento, nos damos cuenta más bien de la profunda impotencia de los Estados y de la incertidumbre profunda en la que viven. Por ejemplo, los Estados de la UE pugnan entre sí en las subastas de productos sanitarios de primera necesidad, arrodillados por especuladores de ocasión. Pero esto también está sucediendo dentro de Estados Unidos entre unos Estados y otros de la Unión. Si la gobernanza neoliberal de las consecuencias sociales de las crisis no estaba preparada ni programada para una crisis del sistema financiero en 2008, ante la pandemia del Covid-19 sólo puede declarar la catástrofe y reaccionar como un robot enloquecido: “sálvese quien pueda, es decir, nosotros”.

Este derrumbe de la falsa seguridad neoliberal devuelve al Estado fuerte, intervencionista, nacionalizador, al primer plano. Se afirma que esta pandemia señala el punto de inflexión histórico del cambio de hegemonía mundial, desde el sistema atlántico dominado por Estados Unidos al subsistema chino, a la Tianxia. Pero se trata tan sólo de una predicción, que no tiene en cuenta el modo en que se lleva a cabo ese desplazamiento e incluso los sucesos posibles que pueden impedirlo. Que el neoliberalismo esté acabado como fórmula de gobierno de la economía y la sociedad no significa que haya perdido su poder efectivo sobre las instituciones financieras y las administraciones estatales ni, sobre todo, su capacidad destructiva. Sencillamente busca reconstruir en la catástrofe las condiciones de la permanencia de su dominio. No sólo se trata de las terapias de choque, de difícil aplicación ante una catástrofe sanitaria y económica que impone una reducción al mínimo de la actividad económica y una fuerte atención a los negocios de las grandes corporaciones. Se trata más bien de lo que estamos comprobando en el Eurogrupo con el bloqueo de Merkel, Rutte, Kurz y Marin a la adopción de los llamados coronabonos, es decir, de la primera forma de mutualización de las deudas públicas de los Estados de la UE.

Antes que las consecuencias de un fanatismo ideológico ordoliberal, estamos de nuevo ante un juego de la gallina en el corazón de la UE, un juego en el que los Estados con las cuentas públicas saneadas quieren imponer programas de austeridad a los países con déficit, ampliando la situación griega a todo el sur de la UE. De esta manera, la parálisis del confinamiento dará paso a la movilización general de los endeudados para no sucumbir al hambre y la destitución completa, mientras los Estados endeudados aplican con sangre y fuego los programas de recorte de gasto social para cumplir para poder seguir financiándose en los mercados secundarios. De esta manera, vemos que la obstinación en su supervivencia del modo de dominación neoliberal crea contradicciones insolubles que abren paso, inevitablemente, a la centralidad del Estado (o de sistemas confederados de Estados) como potencia económica y financiera. Así, pues, lo esencial consiste en determinar qué tipos de alternativas abre esa transición en acto.

Mientras tanto, en todas partes estos Estados mermados en sus capacidades operativas frente a la pandemia se legitiman en nombre de la vida. Los puntos de vista malthusianos han asomado y siguen asomando la cabeza, como recordatorios de la tradición sempiterna de los holocaustos victorianos estudiada por Mike Davis, pero por el momento el estado de alarma o excepción se instaura en nombre de la protección de la vida y en la lucha contra la muerte.

 

UNA (DES)MOVILIZACIÓN POR LA VIDA
Estamos ante una movilización total global sin precedentes en tiempos de paz. Pero que se presenta como una (des)movilización por la vida. En ello reside su principal poder de generar consentimiento, sin menoscabo de la amenaza de la fuerza de la ley. Quienes no colaboran o disienten sobre las medidas son objeto de represión y de oprobio público, además de presa predilecta de macarras con o sin uniforme. Son los gajes de la (des)movilización por la vida. “Estamos en esto unidos”. “Juntos saldremos de esta”.

Hace tiempo que Santiago López Petit ha descrito ese tipo de “movilización total por lo obvio”, pero en el contexto de la gobernanza urbana de ciudades como la Barcelona post-olímpica. Para López Petit este tipo de movilización total por la vida, a la que “nadie que no sea un canalla” puede sustraerse, es una forma de lo que denomina fascismo posmoderno. En este, la Vida se convierte en la prisión del querer vivir, que sólo se puede romper con el odio a la (propia) Vida. Sin embargo, esta (des)movilización es algo diferente. En primer lugar, no consiste en una explotación integral de la cooperación de las fuerzas vitales, sino en una inmensa suspensión de las actividades productoras de ganancia capitalista y de distribución de rentas salariales, que se traduce en una catástrofe económica global sin precedentes y que todavía resulta incalculable.

Las tensiones que esto está produciendo entre gobernantes y dirigentes del Estado, por un lado, y directivos y propietarios de capital, por el otro, no harán más que crecer a medida que las exigencias de la ganancia entren en contradicción con el principio de la preservación de las fuerzas vitales de las poblaciones o, hablando en marxiano, de las fuerzas de trabajo. Sin brazos y cerebros, sin corazones y músculos, no hay ni consumo ni producción, no hay futuro para el vampiro del capital rentista, ni lo hay para las variantes de capitalismo de Estado que empiezan a postularse como recambio. Estamos, de hecho, en una huelga general por fuerza mayor.

En el confinamiento total, nuestra fuerza de trabajo se ha vuelto abstracta, potencial, latente, pero sólo para el sistema de la economía basada en el valor de cambio. La realidad es que seguimos trabajando, cooperando, comunicando, luchando para conservar nuestra vida y la de nuestros allegados, produciendo valor de común. Ante esta situación abstracta que nos viene impuesta por la fuerza de ley, nuestro principal objetivo es dotarnos de un instrumento igualmente abstracto de sostenimiento de nuestra fuerza de trabajo, productora de común. Y aquí el uno de la movilización por la vida se divide necesariamente en dos. No todos los cuerpos, no todas las fuerzas de trabajo pueden conservarse igualmente en el confinamiento. Las estructuras de clase, género y raza y de grupos de edad continúan operando en la concreción de los domicilios y en la abstracción de las medidas de confinamiento. En los consejos de administración virtuales se rifan nuestra carne y se proponen cuotas de sacrificios humanos pensando en la “recuperación económica”. Aquí nace la escisión y aquí nos damos cuenta de que no saldremos juntos de esta.

 

CONTRA LA ABSTRACCIÓN DE LA GANANCIA, RENTA DE EMANCIPACIÓN
Nunca en la historia y, por añadidura, nunca en la larga crisis terminal del capitalismo neoliberal, las relaciones de fuerzas, las guerras de movimiento y de posiciones, lo posible y lo real se han confundido hasta tal punto. La incompatibilidad entre la exigencia abstracta de la ganancia y la renta y la universalidad de las fuerzas de trabajo comunes impide toda unidad no impuesta por la violencia, a la par que abre a un antagonismo de las mayorías subalternas contra el régimen de la renta y la ganancia parasitarias. ¿Vamos a ser capaces de encarnar el común de las fuerzas de trabajo confinadas? ¿Vamos a ser capaces de señalar la dualidad irreconciliable entre las exigencias de su cuidado y su reproducción y las exigencias de la ganancia y la renta parasitarias?

Seguimos confinados, no sabemos aún hasta cuando. Mientras, sobre nuestras cabezas se mueven las cantidades abstractas de las maniobras financieras de salvación de la ganancia, la renta y la propiedad. Billones, trillones, dígitos que se mueven de un balance a otro como dados que deciden la suerte de los perdidos y los salvados del planeta. En esta situación, no podemos dejar de advertir que el tiempo de confinamiento es también el tiempo posible de la constitución del común en la huelga, la lucha, la resistencia, la desobediencia, la dualidad del trabajo vivo planetario contra los Estados de movilización para restaurar la ganancia y la extracción de renta de nuestras fuerzas vitales. En esta universalidad abstracta del estar todos confinados, en esta situación inaudita del planeta, el primer acto de constitución del común de las fuerzas mundiales del trabajo es la exigencia previa de la garantía de la reproducción digna de nuestras vidas en todas partes. Una exigencia cuyo cumplimiento sólo depende de un redireccionamiento de los dígitos de los balances financieros, de una serie de decisiones políticas. A la garantía de esa exigencia la llamamos renta de emancipación, antes que renta básica. Porque se trata de que su incondicionalidad, individualidad y universalidad son las únicas condiciones que puedan satisfacer la exigencia universal de conservación digna y libre de las fuerzas comunes del trabajo.

La abstracción monetaria tiene que ponerse al servicio de la concreción universal de nuestras vidas en juego. ¿Dónde, cuándo, cómo, con quién? Todo ello se está decidiendo en estos momentos. Así es. Tras 12 años de devastación austeritaria, de autoritarismo y fascismo crecientes y de calentamiento global desencadenado, sumados a una pandemia cuyas consecuencias ponen en vilo la continuidad de nuestras vidas, la emancipación (esto es, poder tener una vida que no está obligada a pasar por el mercado de trabajo del capital para vivir con dignidad) no puede ser ya el punto final diferido, sino que ha de ser el punto de partida para que, durante y tras la pandemia, estemos en condiciones de construir en las luchas los términos más favorables de la convivencia con el sistema de la ganancia y la destrucción de la biosfera, mientras preparamos las batallas decisivas de su extinción, en nombre de la vida emancipada del chantaje de la muerte y el hambre. La vida común es potente y puede demostrarlo.

Fuente: El Salto

“Todo lo sólido se desvanece en el aire” // Lila M. Feldman

Clarice Lispector escribió un libro maravilloso, llamado “La pasión según G.H”.

Volvió a mí en estos días, junto a la evocación de “La metamorfosis”, de Franz Kafka.

Una mujer, o un hombre, ante un “extraño despertar”, suceso o acontecimiento de plena desposesión y rotunda transformación, y el esfuerzo y el querer  hallar en el lenguaje, ese “esfuerzo humano” por excelencia, caminos de interrogación, de asombro y de puesta en suspenso, y caminos (aun provisorios) de verdad y sentido. Todo lo que se era dejó de ser, está mutando, o ha mutado, y desesperadamente buscamos reencontrar un cuerpo-mundo-vida habitable. Nos despertamos y ya no somos quienes éramos, el mundo no es el que era, ¿cuántas veces escuchamos hablar a lo largo de estos días, de cierta vivencia de “pesadilla”? Clarice habla de “idioma sonámbulo”, porque tenemos que fabricar palabras como si lo que nos aconteciera fuera crear…

“Coronavirus”  es el nombre que hizo de nuestro mundo –hecho de certezas y algunas tranquilidades- reino de lo provisorio y lo frágil. O testimonio, re-descubrimiento, verificación, de que la vida es “antinatural”, y que los mundos que construimos también pueden matarnos. Que el progreso es ficción. Que la ciencia sin política no ilumina ni protege a nadie. Que lo extraño, ajeno, enfermo, mortal, destructivo, también proviene de nosotros.

“La metamorfosis” podría ser un título para esta experiencia. Ya no únicamente de los misterios del ser, de lo misterioso que es ser, o querer ser, uno mismo. También hoy, al mismo tiempo, asombro, descubrimiento de un mundo que se derrumba, de lo que tambalea, de lo que combina extrañeza, perplejidad, y también trabajo de pensamiento. Recuperar un mundo que necesariamente deberá ser vuelto a inventar.

Vuelvo a Clarice, y su pluma, esa historia de un atrevimiento, el atrevimiento de convertirse una misma en pregunta, vaciarse de sentidos, como si nos  quitaramos sucesivos trajes o capas hasta desnudar el vértigo de vivir, y de vivir algo propio, en un nuevo mundo. G.H. son iniciales, y el nombre de una intuición, de un coraje, de una des-significación  y re-significación: ¿seremos capaces de mirar cara a cara lo más repugnante, absorverlo, incorporarlo? ¿ o huiremos en la derrota o en la contemplación? ¿renunciaremos al acercamiento penoso y alegre a la vez, de poder preguntarnos por las condiciones del ser y del mundo, una vez más? 

Queda en nosotros asumir la posibilidad y la tarea de vivir la vida en estado de metamorfosis. ¿Quiénes somos? ¿entre quienes somos? ¿Y en qué mundo?

“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, escribía Marshall Berman, citando a Marx y.a.Engels. Es una frase que flota en el aire, muy palpable, hoy. 

Cartas a Giorgio Agamben // Guy Debord

16 de febrero de 1990
Querido Giorgio,
Le envío un ejemplar de mi prefacio italiano de 1979. Le he marcado algunos de los pasajes en que se expresa mejor, así lo considero, el sentido del libro. Y así pues mi constancia; que con mucho, en efecto, podrían bien llamar cinismo. Esto depende de los valores que admitan, y del vocabulario del que dispongan.
Si usted evoca de paso este prefacio en el suyo, esto compensará suficientemente su ausencia, que de otro modo arriesgaría de ser señalada, y quizá malinterpretada, en esta clase de agrupación de mis escritos sobre el espectáculo.
Hemos estado encantados de encontrarle, y le propondré una noche para cenar juntos cuando usted comunique el momento de su regreso.
Amistosamente,
Guy
 
 
 
 
6 de agosto de 1990
Querido Giorgio,
He estado un poco inquieto cuando me ha preguntado recientemente si no me gustó el texto que ha agregado a mis Comentarios; y sobre todo muy enojado de permanecer incapaz de responderle. ¿Usted podría apenas creer que SugarCo todavía no me había enviado este libro, que fue publicado en marzo, y que por cierto no me lo han enviado todavía desde entonces, a pesar de haber llamado a mi editor parisino? Se trata, en efecto, de una insolencia bien sorprendente.
Vengo precisamente de encontrarme al instante un ejemplar; y todavía ha sido esto posible porque un amigo italiano ha juzgado él mismo útil que me comunicara con la otra edición (Agalev) de Boloña.
He estado, por supuesto, absolutamente encantado de leer sus Glosas. Usted ha hablado muy bien, en todos sus escritos, de tantos autores escogidos con el más grande gusto (así lo he asegurado, con excepción de algunos exóticos que desconozco muy lamentablemente y de cuatro o cinco franceses contemporáneos que no quiero del todo leer) que uno se encuentra forzosamente halagado de figurar en tal Panteón.
Estoy contento de haber, en 1967, y muy al contrario de ese sombrío demente de Althusser, intentado una suerte de “rescate por transferencia” del método marxista volviendo a poner una gran dosis de Hegel, al mismo tiempo que una reanudación de la crítica de la economía política que intenta también tener en cuenta sus desarrollos constatables en nuestro pobre siglo, como han sido previsibles desde el precedente. Y admiro mucho cómo, esta vez, usted ha recuperado muy legítimamente a Heráclito, a propósito de la expropiación efectivamente total del lenguaje, ¡que precedentemente había sido lo “común”! Se trata seguramente de la buena dirección para retomar la verdadera tarea; que antes había podido ser llamada “volver a colocar sobre sus pies” al mundo, o “filosofar a martillazos”.
Muy amigablemente,
Guy Debord
 
 

Huelga universal // Marina Chena

Estudiantes, alumnxs, llamen a una huelga universal . Deserten de nosotrxs, sus docentes, sus maestrxs, sus profesores de cualquier rubro y especialidad . Deserten masivamente, vacíen las aulas virtuales. Deserten y -por favor- perdonen nuestra impericia, nuestra incapacidad de inventar un mundo. Evadan nuestras propuestas, eludan nuestras estrategias pedagógicas y nuestros sofisticados ensayos tecnológicos. Renuncien a nosotrxs, por favor. Por favor. Huyan definitivamente y para siempre de nuestras clases, no nos lean, no nos oigan, no esperen nada de nosotrxs. Encuentren la palabra en  bocas más amables. Burlen el día y entren de lleno al corazón de la noche. Nosotrxs no supimos ofrecerles más que tierra yerma. Acá seguimos como si el mundo tal como lo conocimos, no se hubiera derrumbado, no estuviese vacío y solo. A nosotrxs también nos encerraron. Afuera llueve para decirnos que la maldad existe, que no todo es bueno y dulce, que lxs muertxs que hoy lloramos son los que han muerto siempre, lxs que vienen muriendo desde que el mundo es mundo. 

Pero uds, siguen ahí creyendo todavía que merecemos su amor y su confianza. No es verdad, no merecemos eso. Pero uds ahí, son la única promesa que vale sostener. Encenderé velas y tal vez hasta aprenda a rezar. No va a alcanzar, lo sé. Pero uds son el centro vivo de las plantas que se mantiene silencioso hasta que pasa el invierno. Son el amor que conservamos, hasta que podamos decir, que seguimos vivxs. 

Me convertiré en un gran demonio // Malen Otaño

En el futuro las personas no se tocan. En el futuro luego de una reseteada mental producida por el encierro olvidamos a todxs lxs que nos rodean. Ya no respiramos. No tenemos ninguna sensibilidad especial. Los chimangos corren por las avenidas. En el cielo no hay aviones. Nuestra ropa está construida con fragmentos de electrodomésticos. Todo eso por suerte fue un sueño. Estoy en la montaña, lxs sureñxs sabemos de aislamientos, de tormentas de nieve, de días enteros sin luz ni gas. Sabemos de los imponderables de la naturaleza, de virus no tenemos ni idea.

Hace unas semanas atrás terminaba un trabajo como juradx en un premio de artes visuales, la tarea era seleccionar entre miles de participantes a algunxs pocxs. Lo asumí como una estrategia política. Existen dos grandes grupos de participantes, los formados en escuelas privadas de arte y las personas que pintan en la soledad de sus casas y talleres. Eso es maravilloso. Un tercer grupo es el de lxs artistas ya consagradxs. Lo que no abundan son mujeres, ni disidencias y de lo que llamamos “del interior”. 

Sabemos que el mundo del arte es un complejo sistema con multitud de capas, estructuras, redes formales y lenguajes. Una moneda de cambio de prestigio y capital cultural. Al mundo del arte lo mueve el dinero, ninguna novedad pero el dinero en estos días no significa nada. Ahora bien ¿Cómo será el arte en el nuevo mundo

En el “interior”, ya suena más lindo, como una fuerza que empuja desde adentro, de hacer juntxs, lxs artistas hemos logrado generar y alimentar un circuito por fuera de la capital, ya sean de producción, autogestión, exhibición o docencia las prácticas artísticas se sostienen en una red; y aquí la piedra de todo: la amistad. Una red de amistades, que propone, abre y sensibiliza las prácticas junto a pares, cada proyecto tiene un rasgo singular, más humano, es el rasgo de quien le da vida. 

Esta fisura, esta emergencia en nuestras vidas cotidianas nos ha reafirmado que el trabajo de los artistas es un trabajo totalmente precarizado. Si dale, salgamos a mostrar nuestras obras en los balcones, Ay! cambiemos los mecanismos ¿Será que el arte pueda reconstruirse, rearmarse, reorganizarse con algo “del interior”? En una entrevista con Diego Sztulwark, Tamara Tenembaum plantea que tenemos miedo a la fragilidad, a la precariedad de la vida, entonces abrazamos la normalidad. ¿No es acaso lo que hacemos lxs artistas?

Pienso que la mejor muestra del nuevo mundo se construye con las pinturas de lxs que no fueron seleccionados en el premio, las obras que no ingresan a los circuitos, me las imagino expuestas en una gran baldío vía streaming ¿Podemos buscar en lxs artistas cómo dar forma al futuro?

Y aun así, el arte es un acto revolucionario. El mercado (o los mercados) van a callar y a paralizar cualquier intento de revolución. Ningún proceso revolucionario puede cambiar la realidad si no se producen a su vez transformaciones singulares. Refundemos las prácticas, démosle la vuelta como un guante. Pongamos en jaque la política de las distancias, de las jerarquías y de las instituciones. Inventemos una atmósfera diferente e indomable. Inventemos fundamentos éticos. Recuperemos la fuerza vital y creadora. Seamos amigxs y contagiémonos. 

Se que todo lo que vivimos en unos días me parecerá algo bello Existe una leyenda mapuche sobre el origen de un lago, sobre mujeres asesinadas, decía algo como: no se preocupen ahora que somos agua, si deseamos nos convertimos en demonios. Prendamos velas a la obra de la artista Gisella Scotta, que reflexiona en una residencia para artistas en el sur y sentencia: “Me convertiré en un gran demonio”

Parir en pandemia // Sebastián Kohan Esquenazi

1.

El 15 de marzo pasado la Negra, mi pareja, cumplía 9 meses de embarazo. Adentro de su panza se encontraba, milagrosamente, un ser humano llamado Pipi de manera provisoria. Pipi era una personita habitando el misterioso interior del útero de una mujer que había decidido que no quería saber el sexo de la criatura. Un día, bajo la obligación socio comunicativa de nombrarle, alguien dijo Pipi y así se quedó. Pipi era funcional porque no tenía genero, por lo que le otorgaba prematuramente sus derechos adquiridos de ser lo que quisiera. El problema surgía con el diminutivo, forma empleada muy frecuentemente dada la ínfima magnitud del ser en cuestión. Que Pinina para acá, que Pipino para allá, o que Pipine no sé qué.

 

Sin embargo, llegó el día 15 de marzo, Pipi cumplía 40 semanas ahí adentro y no mostraba señal alguna de querer salir. La decisión de cuándo salir era únicamente suya, ya que con la Negra habíamos decidido que sería un parto natural, o humanizado, como le dicen en México a un parto que se realiza fuera del quirófano. Habíamos decidido disfrutar el nacimiento del nueve integrante y no pedirle a un doctor que mirara su agenda y nos dijera qué día tenía libre para desenfundar su bisturí y sacarle de ahí. Cuestión que el críe, dando vueltas en su liquido amniótico, como si estuviese en el espacio, era quien decidiría cuándo tocaba la puerta de la nave para que le abrieran. En ese momento nosotros tendríamos que salir disparados de la casa camino al hospital. Además de los nervios y los dolores, hay que considerar el hecho de que en la Ciudad de México las distancias no se miden en distancia sino en tráfico. Es decir, que el espacio se mide en tiempo, aunque Hawking se retuerza en su tumba.

 

Así que, nos dice el ginecólogo, cuando las contracciones se repitan cada equis tiempo, y duren no sé cuántos minutos, significa que la dilatación es de no sé cuántos centímetros. Pipi va a salir cuando la dilatación sea de diez, por lo cual, ustedes tienen que llegar al hospital con ocho centímetros. El hospital cobra una fortuna por día, así que si llegas antes y esperas ahí, es problema tuyo. Ooooooquei. No problemo. Es decir que, a las 2 de la mañana el hospital queda a 20 minutos de la casa, pero a las 6 de la tarde, queda a una hora. Por lo que, de solo pensar en la posibilidad de qué las contracciones indiquen 8 centímetros de dilatación a las 6 de la tarde, un viernes digamos, pa ponernos un poco dramáticos… lo mejor es decirle al ginecólogo que sí todo, como a los tontos, cambiar de tema y a otra cosa mariposa. La imagen de parir en el auto es, simplemente, escalofriante. Julito Cortázar y su autopista al sur son un poroto en la Ciudad de México. O sea, un frijol. Como Pipi hace 38 semanas.

 

Todo iba a suceder en el Hospital Durango de la colonia Roma, donde hay una sala llamada LPR: Labor, Parto y Recuperación, que tiene la cualidad de funcionar de manera opuesta a todo el resto de los hospitales de país. Es decir, que no considera el embarazo como una enfermedad y el parto como una operación. En todo México, que no es justamente una aldea, sino una inmensa bestia feroz, solo hay tres Hospitales con dichas salas. El resto, naca la pirinaca. El 98% de los partos son por cesárea. Doctor, agenda, fecha, camilla, piernas pa´riba, epidural, bisturí, puje señora puje, y apúrese un poquito por favor que la siguiente cesárea es en media hora, sale el bebé y antes de que la madre pueda tocarlo, la enfermera malvada se lo lleva a la sala de cunas, como castigade, le dan leche de formula (la Maruchan de las leches, digamos) y punto pelota. Después, al día siguiente, si la madre se portó bien, le pasan un rato a su hije. O sea, un sistema médico sumamente violento, autoritario y anti natura. Y el padre… bien gracias. El boludo de turno.

 

En cambio, Pipi iba a nacer en LPR, una sala que le lleva de todo lo que usté guste. Una pelota de plástico gigante, un fular colgado del techo pa nacer como Tarzán tlaxcalteca, un banquito para nacer en cuclillas como las indias en la selva Lacandona y un jacuzzi. ¡Olé! ¡Jacuzzi! Ese nos gusta a nosotros. Pipi va a nacer en agua, y no somos más cancheros porque no tenemos tiempo.

 

Cuestión, que los nacimientos de los nuevos integrantes de este mundo, no son en el mes nueve, como dicen los cuentitos, sino cuando al ser en cuestión le de gana, dentro de un margen comprendido entra la semana 38 y la 42. El día 15 de marzo, en el que estaba presupuestado que naciera Pipi, era el día promedio. Y llego el día, y no había ni contracciones, ni dilatación, ni nada, solo tráfico y un pequeño detalle añadido: un virus global tremendamente hijo de puta llamado Corona Virus.

 

 

2.

 

Nos habíamos enterado primero de lo que estaba pasando en China, pero claro, a quién carajo le importa China. Digo, más allá de que son casi la mitad del mundo y el único contrapeso de los gringos, y que todos los objetos del mundo están hechos ahí, y que comemos su comida y nos fabrican los teléfonos, y etcétera, a quién carajo le importa de verdad lo que le pasa a los chinos.

 

Había un virus, decían las noticias, que había nacido en el mercado de Wuhan, un mercado que nadie conocía y que ahora, lamentablemente, es el mercado más famoso del mundo, y que se había contagiado a los humanos a través de un murciélago que un chino no se había alcanzado a comer porque se le había escapado volando del plato.

 

Los casos de contagios comenzaban a aumentar y nadie le daba la suficiente importancia por varias razones. La primera es que los seres humanos hemos aprendido a ser indolentes porque este mundo es una verdadera calamidad, repleta de catástrofes de todo tipo, y si uno le presta real atención a cada guerra, cada hambruna, cada éxodo, cada maremoto, cada desaparición de especies por calentamiento global, cada deformación por pesticida, la única opción posible sería la de ir a inmolarse a la casa Blanca o a alguna otra casa de los mandatarios del G20. Mejor y más sano seguir preocupados por la infinidad de problemas locales, como las desapariciones en México, las torturas en Chile o la crisis económica en Argentina. Así que, cuando nos hablaban de los chinos, preferíamos pensar que no era tan grave y que pasaría al olvido como otras tantas influenzas. Además, el desconcierto era incrementado por una cuestión de proporciones dada la gran cantidad de chines que hay en la China. Todos suponemos, por instinto matemático, que cien mil uruguayos son muchos para Uruguay, que cien mil mexicanos no son tantos para México y que, obviamente, cien mil chinos no son nada para China. Así que claro, no le dábamos la importancia suficiente. Y así nomás sucedió: el estúpido sentido común de la gente común, fue adoptado no solo por los comunes, sino por todos los mandatarios, administraciones y sistemas políticos del mundo mundial.

 

Resulta entonces que en diciembre ya había algunos chinos infectados por haber ido al mercado ese horrible a comerse su wantan de murciélago termino medio. Pero resulta que las autoridades chinas, que no se caracterizan precisamente por permitir el ejercicio de la libertad de expresión, no permitieron que se difundiera la noticia de los primeros infectados. Así que algunos chinos volvieron al mercado a buscar su promo de vampiro y así se empezó a ir al carajo todo. Ahí perdimos un par de meses para afrontar el asunto que se nos venía encima. Después, cuando se dignaron a blanquear la situación, los italianos y los españoles no les hicieron mucho caso y dilataron la puesta en marcha de medidas aproximadamente un mes más. Por lo que parece, si algo no tienen los epidemiólogos italianos, es visión a futuro. Quizás deberían agregarle un catalejo a sus microscopios y dejarse un poco de joder su parsimonia.

 

Corría la primera semana de marzo y los tanos y los gaitas ya estaban viviendo esta espantosa historia que hasta a José Saramago le parecería exagerada. Y nosotros en México, dubitativos entre pensar seriamente como escandinavos que no somos, o como buenos latinos y no hacer absolutamente nada.

 

 

3.

 

Era obvio que Pipi no quería salir. No hace falta hablar en amniótico para entender que estaba haciendo su propia cuarentena uterina. Y qué pasa, nos preguntábamos nosotros, si decidía salir una o dos semanas más adelante, cuando el virus estuviese más expandido, y nos obligara a ir al hospital en esos días. En México parecía que no pasaba nada. Daba la sensación de que, aunque los italianos se estuviesen muriendo a millares, aquí teníamos una fuerza que nos protegía. Quizás el calor, decían algunos, quizás los anticuerpos que les han dado las bacterias radiactivas de los tacos callejeros, decían otros. Cuestión, que le preguntamos al doctor que qué ondita con la situación. Qué si no era mejor dejarse de joder con el parto en agua, natural y con playlist de Cerati, y pensar mejor en inducir el nacimiento de el críe antes de que aumentaran los riesgos. El doctor dijo que sí. Parece que había visto mucho las noticias la noche anterior, o quizás, se estaba enterando de primera mano de casos de contagio que los datos oficiales no estaban dando. En el país, decía el gobierno, hay nueve casos, y el doctor ya estaba al tanto de 12. La cosa se ponía fea y empeoró cuando nos enteramos que el hospital donde Pipi iba a nacer, era el hospital de los trabajadores del Metro y que ya había algunos casos de contagio rondando por ahí. ¡Santa cachucha!, dijimos nosotros. Todo se desarrollaba en una tensa calma hasta que el doctor nos dijo que iba a mudar su consultorio a otro hospital, uno ultra fresa (cheto, cuico, pijo) donde había menos riesgo de contagio. Y ahí todo cambió, radical e intempestivamente. Corría el miércoles 18 y el doctor fijó la inducción con oxitocina para el viernes 20.

 

El cambio de hospital no era exactamente fácil. No era, como decía Aristóteles, soplar y hacer botellas. Al cambiar de hospital se mantiene al ginecólogo pero se cambia a la pediatra y a la doula, que se pronuncia dula.

 

Paso a explicar brevemente que es una dula y seguimos con el cuento. Una dula es una mujer (desconozco si hay dulos, calculo que sí, pero seguro que en algún país desarrollado, no en este) que acompaña a la pareja en el parto natural y le da consejos de postura, respiración y demás cuestiones que faciliten la salida del pequeñe y la tranquilidad de los padres ante tan, pero tan extraña situación. Con la Negra habíamos decidido que no necesitábamos dula, que estaríamos los dos adentro del jacuzzi y que simplemente tendríamos que mantener la calma, respirar profundo, y Pipi saldría de cabeza al agua. ¡Al agua pato!, creo que se dice en contextos infantiles. Así que calma, amor, paciencia, comprensión, respiración y listo. Una semana antes del nacimiento, la Negra se despertó a las 4 de la mañana con un calambre voraz y gritaba como si estuviera a punto de parir. Yo intenté ayudarla y solo la hice sufrir un poco más. “Agárrame aquí” -decía ella, señalando su pie o su rodilla, no sé-, “¿Aquí? -preguntaba yo-. “Nooooo, ahí no, aquí” –repetía ella-. “Ah, aquí” -decía yo-, “Nooooo, así noooo, asiiii”, “¿Así?”. Al final terminó puteándome de lo lindo y el calambre se fue solo, sin ayuda, cuando se tenía que ir. La mañana siguiente acordamos que si no éramos capaces de superar juntos un calambre, menos un parto natural, así que llamamos a una dula para que nos acompañara.

 

Así que, teníamos menos de 48 horas para encontrar dos personas que tuviesen permiso para trabajar en ese hospital y no fuesen chantas, fresas, místicas y nos dejaran, de paso, con la billetera vacía. Todo el miércoles y el jueves entrevistando pediatras por teléfono. La mitad eran colombianas, holísticas, integrales, hipi-chics y excesivamente cariñosas. Ah, y mientras más cariñosas de cariño, más cariñosas de caras. Y la negra con un niñe de casi 4 kilos atroden. Vaya infierno. Al final, la ultima pediatra con la que hablamos, una que parecía una persona normal, nos pareció lo máximo y aceptó parir con nosotros.

 

Hablamos con varias dulas ese día. Todas eran excesivamente cariñosas. Ninguna nos convenció, y decidimos recibir solos y juntitos al tan esperade Pipi. 

 

 

4.

 

Y claro, ahí los chinos se pusieron las pilas e hicieron un hospital gigante en media hora. Un hospital donde podrían vivir plácidamente la mitad de la población uruguaya, sin compartir el mate, obviamente. Mientras las autoridades españolas se tomaban la ultima caña, algunos países nórdicos decidieron dejarse de joder y cerrar las fronteras sin titubear. Los latinos, fieles a su tradición, decidieron dejar para mañana lo que podían hacer hoy. Así, Europa comenzó a encuarentenarse de manera oficial pero tardía. Sánchez llenó la ciudad de policía para vigilar que la gente no saliera y no se le ocurrió ni por casualidad la posibilidad de generar planes sociales para los despedidos que las empresas empezaban a dejar en la calle, cosa que sí hizo Macron, que de buenas a primeras dijo que los encuarentenados no iban a pagar la renta ni los servicios. Fue el primero de los pseudo latinos en tomar medidas coherentes. Y los coreanos ni hablar. Eran junto con China e Irán, uno de los tres países más afectados, hasta que prendieron la compu, hicieron una formula rara, apretaron enter y listo, toda la población curada.  

 

Mientras tanto en América…  En América ya habíamos iniciado el concurso del presidente más fascista de la región. Porque claro, a los sudacas progres nos gusta criticar a los europeos por conquistadores y esas cosas, pero, ¿cómo andamos por casa? El primer país en tomar medidas fue Argentina. Alberto Fernández, un hombre de poca retorica, de mensajes no incendiarios, con bajas dosis de hipocresía, alejado del discurso de las falsas izquierdas latinoamericanas, un hombre de centro, medio buena onda y aparentemente sensato, que más que peronista parece radical, se dio cuenta primero que nadie que la cosa venía fea y antes de la primera muerte declaró la cuarentena, y el que salía de casa sería sancionado. Punto pelota. Las cosas como son y nos quedamos en casa por si acaso nomas. Las economías se recuperan, las muertes no.

 

No vaya ser que el virus no sea un cuento chino y nos venga a matar a la mitad de la población de este continente sin salud pública. Y ojo que Argentina, permanentemente en crisis, es el país con la mejor salud pública del continente. Menos mal que Macri ya no estaba porque la debacle habría sido total y hubiera obligado a la gente a ir a trabajar para no afectar la economía que por cierto, destruyó. Mientras Fernández daba el anuncio de las medidas al país, Piñera, su vecino trasandino, no tenía la más puta idea qué hacer, y Bolsonaro, el vecino fascista, decía que a él no le hacen nada esas gripitas, aunque claro, él dijo gripiñas, que suena mucho mejor. Los fascistas brasileros hablan tan bonitiño que parecen menos fascistas, pero ojo, no lo son. Porque como decía Roque Dalton, “hasta el menos fascista de los fascistas, es un fascista”. Y atrévanse a negarlo.

 

Mientras, por aquí por el norte, el presidente mexicano se convertía en predicador y daba discursos en actos públicos por todo el país, diciendo que con unión y honestidad, los mexicanos superaríamos la pandemia. Para después bajar de la tarima y besuquear a todo el mundo, incluida una niña de 6 años que se negaba sin éxito a ser besuqueada. 

 

 

5.

 

El viernes veinte a las 6 de la mañana salíamos con la Negra y Pipi bien guardada al hospital en la loma del orto. Un poco más lejos y nacía en Estados Unidos. El GPS nos indicó un camino equivocado así que tardamos un poco más de la cuenta. A las 7 habíamos llegado y a las 7:30 la Negra ya estaba enchufada a la oxitocina que le ayudaría a generar las contracciones necesarias para que Pipi se sintiera aludida y aceptara salir de ahí. En ese momento tuve que ir a la Administración del Hospital a pagar. Parir en México es tremendamente caro y el sistema público no es la opción que más nos gusta para parir en pandemia. La señora de la Administración me explicó todo lo que ya sabía, me pidió la tarjeta de crédito y antes de devolvérmela, me hizo firmar un boucher como garantía por todos los gastos extras que se pudiesen generar. Si Pipi no salía por parto natural, tendría que salir por cesárea, y claro, el quirófano es más feo, más peligroso, más jodido, y también más caro. Una ecuación tan rara como cierta, y tan cierta como triste. La señora me hizo firmar alrededor de una tonelada de papeles. Por mi, por la Negra, por Pipi, por el boucher, por si quería recibir publicidad, por si quería hacer una donación a una institución de muy dudosa procedencia, por si quería recibir en la habitación la visita de unas señoras religiosas del sagrado corazón de no sé qué, y varios etcéteras más. En cada una de las hojas tenía que escribir nombre completo mío y de la Negra, y yo, que hace unos cinco años que no escribía a mano, tuve que encender la memoria holográfica, recrear mi nacimiento y volver a las primeras clases de caligrafía. Todo en 15 segundos, para tardar alrededor de una hora en escribir quince veces Sebastian Kohan Esquenazi y Lorena Ahuactzin Guevara, con una letra absolutamente incomprensible. Cuando la señora vio que Pipi tendría como apellidos la nada despreciable sumatoria de Kohan Ahuactzin, apellidos de indescifrable procedencia, con ese equilibrado compendio de haches intermedias, quizá mudas, quizá no, y esa desproporcionada cantidad de consonantes desordenadas, agrandó los ojos, me miro fijamente con la mente en corto circuito, como sin poder arrancar, hasta que logró proseguir y me dijo muchas gracias, que todo salga bien. Yo, que me había puesto alcohol en gel cada vez que la señora me cambiaba de hoja y me daba el lápiz nuevamente, lo cual retrasó la sesión de firmas y caligrafía una media hora más, le di las gracias, sin darle la mano y me levantaba de la silla para irme al nacimiento de mi hije, cuando de repente escuché que la señora me decía de manera abrupta y decidida: “Primero Dios”. Yo quedé desconcertado, como atontado, sin entender qué me estaba queriendo decir. Igual de atontado que ella cuando leyó Kohan Ahuactzin. Finalmente, cuando me destrabé y logré arrancar el motor, solo atiné a decirle “bueno”, y me fui. Alguna vez había escuchado la frase “Dios mediante” y hasta me gusta un poco, pero “Primero Dios” no, y no lograba descifrarla. Camino a la habitación pensaba que quizás Dios había llegado primero esa mañana porque se sabía el camino y no había puesto el GPS y entonces nosotros entraríamos a parir después que él. Cuando entré en la habitación la Negra estaba ahí, tranquila, sola, acostada en la camilla con la bolsa de oxitocina enchufada al brazo y el goteo comenzaba a hacer su trabajo de comunicarse con Pipi de manera artificial. Dios no estaba por ninguna parte.

 

 

6.

 

Al principio, más allá del alto riesgo sanitario, todo parecía una cuestión de buena voluntad, de solidaridad, de no salir a la calle por el bien del otro, de lavarse las manos sin parar, con jabón y abundante agua por más de veinte segundos, cantando el estribillo de nuestra canción favorita. La cuarentena ya había comenzado en Italia y en España y el riesgo latente se hacía manifiesto. Ya no era problema de los muchos chinos lejanos, sino de nuestros conocidos españolitos que tan creyente habían hecho a la señora de la caja del hospital. La primera impresión era que había que quedarse en casa y punto, como decían los hashtags y esas cosas de milenials. Y entonces Messi, el insufrible de Sergio Ramos, Piqué, Marcelo y demás figuritas millonarias, comenzaban a viralizar videos en unas fachas horribles, haciendo jueguitos con papel higiénico para, supuestamente, crear conciencia. Anda a lavarte el orto, pensaba yo, en buen porteño.

 

Así, las occidentales conciencias televisivas se iban nutriendo de mensajes solidarios. No hay mal que por bien no venga, decían los optimistas comentaristas. El virus nos había convertido en una hermosa ONG donde todos velaban por el bien común y salían a los balcones a cantar o a aplaudirle a les doctores de un sistema de salud universalmente devastado. La humanidad por fin había encontrado el camino de la bondad y solidaridad universal. Más allá, claro, de los pelotudos que salen igual y que claramente son más tontos que malos. Sin embargo la gravedad de la situación no estaba ahí, en la capacidad de no salir a la calle y aprender a aburrirse (cosa que los freelance, autónomos, montributistas, ultimoorejóndeltarro, hemos hecho toda la vida), o en tener que soportar a la pareja y a los hijos durante días y días de encierro, sino en otro lugar mucho más grave, que las lágrimas por la emoción de la solidaridad de Sergio Ramos no nos permitía ver.

 

El problema es que en el medio del pánico, los Estados y las empresas, están tramando la manera de ganar nuevamente la partida, de jugar a la bolsa, de llevarse sus dolarucos a las Islas Caimán, y dejar a la deriva a la población universal. El problema es que la crisis sanitaria activa de manera inmediata todos los mecanismos de poder que cotidianamente nos convierten a todos, en los más desafortunados.

 

En España, al primer día de crisis sanitaria nos dimos cuenta que el problema mayor no era la enfermedad provocada por el virus, sino que la casta de los Socialistas y los Populares, se había encargado durante los últimos veinte años de desmantelar el Estado de Bienestar y se había llevado puesto el sistema de salud. El problema no era el virus, sino que estaban faltando las doscientas mil camas que antes sí existían. Cuando parecía que el problema era un virus generado por el murciélago ese que no se dejó comer, y creíamos que cuidándonos podíamos mejorar la situación, las empresas empezaron a despedir gente y a dejarnos confinados en cuarentena, desocupados y sin dinero para pagar la renta. Porque claro, el insufrible Sergio Ramos puede crear conciencia con su papel de baño porque su mansión es suya y el Real Madrid no lo va a despedir. Y hablando de los fachas del Madrid, que lindo va a ser si algún día vuelve el fútbol.

 

Triste darse cuenta, de sopetón, que el problema no era el virus sino, como siempre, este sistema donde los pocos que detentan el poder, tienen la venia de los Estados para destruir las vidas de todo el resto de los mortales con total impunidad. Toda catástrofe natural se vuelve humana y sistémica automáticamente. En los huracanes, terremotos, maremotos, epidemias siempre, pero siempre, se mueren los pobres. Apenas la epidemia se hizo pandemia, se activaron los mecanismos de desigualdad a su máxima potencia. La gente desde los balcones hace su acción del día insultando al idiota que sale a la calle, pero nadie cuestiona al sistema que nos tiene abandonados a la suerte del señor. “Crisis económica” le llaman ahora a lo que no es otra cosa que la demostración de que el sistema económico no considera los riesgos que conlleva el simple hecho de vivir. El sistema neoliberal, ese al que juegan todos los países, no considera la pobreza, ni la enfermedad, ni la muerte, como crisis económica, sino como una variable necesaria de la estabilidad económica. Mientras haya pobreza, mano de obra barata y ejercito de reserva, todo va a andar bien. Y ahora que tienen que tomar medidas, se preocupan de la gente de a pie. Pues, diría yo, déjense de joder y saquen al Ejercito a repartir comida, y ya. Pan, tortillas, frijoles, porotos, alubias, judías, cada uno en su idioma que el sabor es el mismo (menos los beans ingleses que son asquerosos), y nadie se les va a morir de hambre. Que unos frijolitos no le van a hacer mella a sus cuentas. “Crisis económica” no es más que un eufemismo de la debacle planificada de la población, y el salvataje de bancos, ejércitos, negocio armamentista, drogas, fútbol, y obviamente, farmacéuticas. Los Estados solo están ganando tiempo para mantener a flote a sus amigos los privados.  

 

Todas las crisis económicas las pagan los ciudadanos. Todas. Las de ahora y las de antes. La del Tequila en México, la de Argentina en el 2001, la de España en los dosmiles, la de Estados Unidos en 2008, cuando parecía que quebraba Wall Street, pero al final perdió la población clasemediera y el Estado aprobó un salvataje a los bancos de 700 mil millones de dólares para que no quebrara ni uno, y ahí andan, vivitos y culeando. Así nomas funcionan las cosas, siempre, pero nos olvidamos rápidamente y ahora, tanto la derecha como la izquierda, que unidas jamás serán vencidas, discuten hasta cuándo estirar la puesta en marcha de medidas sanitarias, con tal de dilatar el inicio de la “crisis económica”. En México quieren planificar un equilibrio entre medidas sanitarias y crisis económica, lo cual tendría mucha lógica sino fuese porque mientras dilatan el estado de emergencia, la gente se contagia, y al final, un poco después quizás, la mentada crisis va a llegar igual, pero un poco peor y con zombis por la calle.

 

Así, mientras las cuentas offshore inundan los paraísos fiscales, nosotros, clasemedieros cagados de susto, nos quedamos en casa aprendiendo a hacer pizza con la harina que compramos el día que nos agarró el pánico, y aplaudimos a Sergio Ramos porque un día amaneció solidario.

 

 

7.

 

A la Negra la enchufaron a la oxitocina a las ocho de la mañana. Ella en su camilla y yo en mi sillón, esperábamos la llegada de Pipi mientras veíamos CNN. El panorama era desolador en todos lados menos en México. ¿Será que el país ya está tan hecho mierda que no tiene lugar para nuevas calamidades?, pensaba yo. Mi teoría de la densidad de catástrofes por metro cuadrado fue desarticulada inmediatamente con la noticia de que Croacia había sufrido un terremoto en medio de la pandemia. El gobierno le había permitido a la gente salir a las calles, pero manteniendo su sana distancia. El doctor que revisaba el goteo de oxitocina, las contracciones y los latidos del integrante uterino, nos contaba que el gobierno les había pedido que no hicieran más pruebas del Covid19 hasta nuevo aviso y que no podían entregar los resultados de las pruebas ya realizadas. Para ganar tiempo y que la “crisis económica” inicie lo más tarde posible, hay que descubrir los casos muy de a poquito. En cualquier momento, cuando el presidente diga que está todo en orden, se nos viene el punto de inflexión, agarramos la curva a toda velocidad, llegamos al pico y nos vamos al carajo. Y hasta ahí nomás llegó el discursito de la “crisis económica”. 

 

Al cabo de cinco horas de goteo, habían aumentado en el mundo alrededor de tres mil casos positivos, o cien infectados por gota, para ser más exactos, y Pipi, obviamente, no mostraba una sola intención de salir de su cuarentena. La Negra tenía pocas contracciones y el gobierno mexicano, muchas contradicciones.

 

 

8.

 

En Chile la gente había a comenzado a guardarse sola, antes de que Piñera decidiera una sola medida. Chile es un país que hace varios meses comenzó una revolución y la gente se está gobernando sola. El domingo 8 de marzo se habían manifestado en las calles más de un millón y medio de mujeres. El país no podía estar más encendido cuando llegó este maldito virus a intentar desactivar la movilización. Claro está que no lo va a lograr y cuando el virus se vaya, con lo que quede de nosotros, se volverá a reactivar la revolución en las calles. Quizás seremos zombis, pero furiosos. Por lo pronto, a la derecha chilena la pandemia le venía como anillo al dedo para desmovilizar a la población y prohibir cualquier tipo de manifestación. Tan pero tan facha es la derecha chilena, que en vez de establecer una cuarentena o pedir confinamiento y distancia social, decretó muy tardíamente la situación bajo el pomposo y dictatorial asunto de: Estado de Excepción Constitucional por Catástrofe, con toque de queda incluido, y desplegó más de veinte mil efectivos de las Fuerzas Armadas por las calles. Así de claro. Piñera y sus secuaces aprovecharon la pandemia para fortalecer el control social y la represión. Veinte mil soldados armados en las calles y ni uno solo desinfectando la ciudad para evitar contagios. Mucha lacrimógena y poco jabón. Podrían meterle jabón al guanaco (tanque con chorro de agua) y ayudar a la población, en vez de meterla presa y torturarla, digo yo, no sé.

 

Eso sí, antes incluso de las medidas sanitarias, habían tomado una primera decisión política: se posponía el plebiscito para redactar la nueva constitución porque la gente no se podía juntar, pero no suspendieron ni las actividades laborales y ni las clases en las escuelas. La primera noche de confinamiento en los hogares, los carabineros aprovecharon para limpiar la Plaza de la Dignidad y sacar todas los monumentos y obras de arte que había instalado la revolución. Miserables es poco. Pero no se preocupen. Apenas se curen los chilenos les van a volver a romper la ciudad entera para construir otra encima, y no habrá murciélago que los salve.     

 

 

9.

 

La Negra llevaba conectada 13 horas a la oxitocina esa, las contracciones eran muchas, duraderas y dolorosas. CNN nos tenía la cabeza destrozada y la dilatación no aumentaba. Pipi no quería salir. Quizás si en la habitación del hospital no hubiese habido televisión, otro gallo cantaría. A las once de la noche el doctor nos dijo que no había señales esperanzadoras y que la única alternativa para terminar con la cuarentena de Pipi era la cesárea. Así que, a las doce de la noche estábamos en el quirófano, con la Negra abierta al medio, yo a su lado con mi telefonito grabando como un pelotudo de vacaciones, intentando no levantarme mucho y ver integro el interior de mi mujer y así mantener ciertos niveles de respeto por la intimidad de la pareja. El doctor, tras cortar varios largos tajos con su bisturí, metió una especie de cilindro de plástico con salida por ambos extremos, dejando uno afuera por el cual, yo me daba cuenta, el doc veía a Pipi agazapade, aferrade a algún órgano, o colgade cual Trazán a su cordón umbilical para no salir de ahí. El doctor metió las dos manos y le agarró pero se le resbaló. Después presionó fuertemente las costillas de la Negra con su antebrazo y metió la otra mano, pero Pipi se escabulló con una finta mágica. Por un momento pensé que se venía el nuevo Messi, pero el pensamiento no duró. Finalmente la asistente le pasó un instrumento largo, curvo y metálico, parecido a un calzador de zapatos pero gigante, que el doctor introdujo en la Negra y con el cual hizo palanca, sí señores, palanca, logrando que asomara la cabeza de Pipi. Todo ahí era asombro, sangre y amor. Cuando Pipi ya no podía volver atrás, el doctor la agarró con las dos manos y la fue levantando de a poco, como el rey león a su hijo, o como Maradona a la copa del Mundo, hasta sostenerla en aire para que la Negra la pudiera ver. Tras unos segundos se observación y silencio, la Negra dijo emocionada “Martina hermosa, ven aquí”. En ese momento el doctor me pasó una tijera para que yo cortara el cordón umbilical, ese que Martina usaba de liana para quedarse en cuarentena. Me acerqué, lo corté y en ese momento el doctor la acostó en el pecho de su madre, al que pegó inmediatamente y del cual, una semana después, no es piensa despegar.

 

 

10.

 

Sin embargo Piñera no era el único que aprovechaba el virus para llevar agua a su molino. El presiente mexicano, convertido en una especie de predicador evangelista, mezcla de mesías que viene del futuro y fuerza moral que viene del pasado, aprovechaba cada pregunta que le hacían los periodistas para cambiar el tema. Como al niño que el profe le pregunta, “Pepito, ¿qué sabe usted de las hormigas?” Y Pepito, que no sabía de hormigas pero si de elefantes, responde: “Pues yo se que la hormiga es un animal muy chiquito y que el más grande es el elefante. El elefante tiene cuatro patas, una trompa y hace brgrruuuu…”. Y así hacía Obrador con las preguntas del virus, mientras besaba escapularios, claro. La mejor fue cuando le preguntaron qué opinaba sobre la pandemia y dijo que él confiaba en la fuerza y la honestidad del pueblo mexicano, porque la corrupción se había terminado, y que por eso ya no se iba a construir el aeropuerto de Texcoco sino el de Santa Lucía. Una joya nuestro presi. El presidente mexicano era el único mandatario no fascista del continente que no le daba ninguna importancia al tema. Había pasado de ser un hombre aparentemente empático, a un obtuso militante que creía que el virus era una invención de los conservadores para destruir a su gobierno. Debe haber leído mucho al inescrupuloso de Giorgio Agamben, reconocido filosofo italiano que los primeros días de marzo expresaba su izquierdismo y su rebeldía, diciendo que el virus no era tan grave, que el Consejo Italiano de Salud había dicho que provocaba una gripe común y corriente, así que la cuarentena era una exageración inútil impuesta por el status quo universal, para implantar un nuevo estado de excepción, restringir las libertades y dominar a la población. Cómo la excusa del terrorismo ya no era suficiente para seguir reprimiendo, se inventaron esta, dice tan pancho el señor filosofo mientras en su país se agotaban los ataúdes. Todo parece indicar que los epidemiólogos italianos leen al filosofito ese. Porque claro, es verdad que el status quo universal se va a aprovechar de la situación para generar control sobre la población, pero eso no hace al Coronavirus un virus común y corriente. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. ¡Agamben el favor!

 

Menos mal que la gente en México comenzó a tomar medidas antes de que las planteara el presidente besucón, y que Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, actuó con seriedad ante las condiciones imperantes y comenzó a suspender actividades. El día 22 de marzo, con más de 200 contagios en México y casi medio millón en el mundo, Obrador decía lo siguiente desde un restaurant en Oaxaca, “Yo les voy a decir cuando no salgan, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas porque eso es fortalecer la economía. Los mexicanos por nuestra cultura somos resistentes a todas las calamidades y en esta ocasión vamos a salir adelante. Nuestro pueblo es poseedor, heredero de culturas milenarias”. Digamos, para empezar, que lo de las culturas milenarias no tiene nada que ver con nada, porque los italianos tambien las tienen y no les ha servido de nada, y de los chinos ni hablar. El presidente mexicano prometió tres puntos de crecimiento economico cuando asumió el mandato y prefiere arriesgarse al virus y rezarle en público a las virgencitas, a vivir una crisis economica que por cierto, es imposible de evitar. Dilatar la puesta en macha de las medidas de la mentada Fase 2, para que la recesión economica dure menos es, a mi juicio, una bajeza de proporciones. La economía se va ir al carajo en todos lados y habrá que sostenerse de otra manera. Pero quién soy yo para hablar de economía, si los economistas han demostrado que hacen muy bien su laburo.

 

Es cierto que dos días después de esas declaraciones chamánico-mercantiles, el Secretario de Salud anunció la Fase 2 y el gobierno tomó medidas, lo que hace pensar dos alternativas: una, la del policía bueno y el policía malo, donde Obrador hace del bueno y tranquiliza a la población, para evitar el pánico y una crisis gratuita y prematura, y el policía malo, donde el resto del gobierno toma las medidas más radicales. O la otra, la más factible, es que Obrador padece una grave deformación profesional y cree que todo se mide en oficialismo/oposición (cualquier similitud con el resto de los líderes de izquierda latinoamericanos es pura coincidencia). Y así, dominado por sus sueños transformadores, y presa de su impermeable cerrazón, mantuvo un extraño y eterno soliloquio, un tanto autista, que el resto de los integrantes de gobierno fueron interviniendo de a poco, rectificando el camino.

 

Si por alguna razón México supera sin demasiadas muertes esta pandemia, Obrador quedará como un estratega un poco sabio y un poco cauto, un poco loco, con un toque de realismo mágico y escapularios mediante, pero si por el contrario, México llega a la Fase 3, vive el punto de inflexión y da la curva pronunciada que han dado Estados Unidos, España, Italia, Francia, Irán, China y otros tantos, la actitud campechana y la dilación en la toma de medidas, se convertirán en errores criminales…

 

 

11.

 

Pipina, de nombre Martina, nació a las 00:23 del 21 de marzo. Yo tenía todas mis energías puestas en que naciera el día 20, o sea, 23 minutos antes para que fuera Piscis y no Aries, como la madre, y en una de esas tener la esperanza de que tenga un carácter un poquito mejor, pero no se pudo. Es Aries y ahora habrá que amarlas y soportarlas a las dos tal cual son. Estuvimos los tres en el hospital dos días mientras la Negra se recuperaba del tajo ese enorme que le hicieron. El domingo 22 cambiamos la sede de la cuarentena y volvimos a casa. Martina está increíble, hermosa, sana, fuerte y toma teta todo el día. Salió monotemática la nena. Y aquí estamos encerrados, en cuarennena, esperando que pase esta historia. Ahora mi pasión es cambiar pañales y sacarle los chanchitos a la 1 AM, 3 AM, 5 AM, 7 AM y así sucesivamente. Ella aun no sabe que yo existo porque no soy una teta, pero supongo que algún día diversificará sus amores y espero ser uno de ellos.

 

 

12.

 

La cosa está que arde. Ahora nos despertamos todas las mañanas rogando que bajen los contagios en España y en Italia, que sea real que en algún momento no muy lejano la curva de la muerte comienza a descender. Esperamos que cambie allá, para que cuando nos toque aquí, tengamos algún miserable dato del que agarrarnos, como Pipina a su cordón. La cosa está fea fea. Estados Unidos es el foco de contagio más importante del mundo, el presidente naranja dice que no puede ser peor el remedio que la enfermedad, así que mejor todos a trabajar y nada de estar enfermitos en sus casas. Y Obrador no piensa cerrar la frontera del Norte. Ahora somos nosotros los que queremos que pongan el muro. Quién lo iba a decir. 

 

 

13.

 

Pipina linda, hermosa, ya te lo he dicho más de mil veces en estos 10 días desde que te conozco, pero te lo escribo aquí otra vez. Eres la cosa más linda que vi nunca en la vida. Te trajimos a este mundo jodido porque, aun sabiendo que estamos rodeados de personas peligrosas, creemos que la vida puede ser hermosa y digna de ser vivida. Haremos todo para que así sea. Tu hermano Ale ya sabe arrullarte y hacer que dejes de llorar. Yo no. La Negra es fuerte y te ama. Estamos felices y agradecidos de estos nueve meses que te llevó a cuestas a todos lados, y de esas tetas que te hacen tan feliz. Te tocó llegar en plena pandemia, confinamiento y distancia entre la gente. Estamos en cuarentena en la casa, carentes de contacto pero repletos de amor. Esperemos que pase esta crisis mi mierda y podamos abrir las puertas de la casa para que entre la gente querida y te llene de besos, abrazos y amor.  

 

 

 

 

Esquirlas del miedo // Marcelo Percia

Prudencias contienen miedos.

Cuidados salvan vidas.

Cuando urge lo común, afectuosas distancias entre cercanías conjuran hostilidades que estallan en la confusión.

Fragilidades que confían en otras fragilidades se dan a la palabra.

 

En momentos de pánicos y desamparos, hospitalidades (que se necesitan) apelan al pronombre de la primera persona del plural.

Hostilidades (que acaparan) se amurallan en el yo.

 

Entre hospitalidades y hostilidades, se sabe, hay un pequeño paso.

 

Voluntades que sentían derechos, protecciones, seguridades, en la comunidad del Capital; se dan cuenta que, en un segundo, pierden todo.

No se trata de histerias ni de psicosis colectivas, sino de difusas percepciones de que la vida en común salva vidas o las destruye.

 

Pestes actúan como lentes de aumento.

 

Si de golpe, se desvanecieran los hábitos que hacen creer que el bienestar pasa por el reconocimiento, por la acumulación, por el consumo, por el rendimiento; no se sabría cómo ni para qué vivir.

Tal vez, en ese desconcierto, sin cómo ni para qué, hallaría su morada el porvenir.

 

La misma voz latina cogitare dice, a la vez, las acciones de pensar y cuidar.

A veces, de una sola palabra pende la vida.

 

En las cumbres del miedo, se comienza a imaginar lo peor como último alivio.

Rituales que sostienen la vida, no alcanzan en tiempos de pestes.

La paradoja de una cuarentena consiste en que hay que tratar de salir del encierro: el del ensimismamiento. Tal vez el más difícil.

 

El capitalismo está destruyendo la vida; entonces, la vida se defiende del capitalismo autodestruyéndose. Hace mucho que la literatura y el cine cuentan esta historia.

 

La vida en común no está amenazada por el miedo, sino por la desigualdad.

Desigualdades abonan miedos para ocultar privilegios que lastiman.

El Capital desprecia la vida que, sin embargo, necesita.

A veces, el miedo deviene pánico; otras, visión herida de lo inadmisible.

 

De pronto, nos damos cuenta de que la salud consiste en el olvido transitorio de un continuo estado de vulnerabilidad.

 

Distancias decididas en común no merecen llamarse aislamientos.

Aislamientos compartimentan soledades privándolas del don de la proximidad.

Distancias que cuidan suspenden contactos, pero no cercanías.

 

La acción constante de lavarse las manos, recuerda que la expresión lavarse las manos significa desentenderse de una responsabilidad.

 

Cuidar la vida, supone todavía algo más difícil: la común decisión de cambiar lo que la está dañando.

 

La inminencia devora el presente. Lo devora incluso alargándolo.

A veces, solo alivia el olvido.

 

Abundan retóricas ensañadas y belicosas.

Figuras que sostienen que el virus actúa por venganza o que estamos en guerra o que se trata de un enemigo invisible.

Se sospechan malicias peligrosas en cada corporeidad portadora.

Miedos al contagio detonan violencias.

 

La mujer tose en un colectivo. Hacen la denuncia. Se activa el protocolo. Detienen el vehículo. Suben médicos con trajes de protección. La mujer está asustada. Se resiste. Forcejean. Una voz pide que la esposen, que se la lleven.

 

Lazos sociales tienden sogas que salvan, que ahogan, que atan.

Redes virtuales conectan, sostienen, atrapan.

Lazos y redes demandan fidelidad.

El común cuidado no enlaza, no enreda, no demanda: solo está ahí, como disponibilidad que se hace presente cada vez que se la necesita.

 

Cuidados no infunden miedo. No agitan amenazas. No ejecutan castigos. No se molestan con la dificultad.

Cuidados alojan terrores e indiferencias desvalidas.

Mientras controles alertan y diseminan amenazas, cuidados prodigan descansos.

 

No dice lo mismo encierro que refugio, reclusión que repliegue, estado protector que estado represor.

No se trata de sinonimias ni de eufemismos, está en juego decidir cómo se quiere habitar la vida.

 

El riesgo consiste en que la desesperada necesidad de protección inmunológica derive en ataques contra otras existencias consideradas peligrosas

 

Diversas aplicaciones en un celular pueden advertir que estamos cerca de una corporeidad infectada, de una persistente tristeza, de un rencor macerado, del deseo de cambiar la vida.

 

Dicen que solo el control social detiene contagios, que solo la vigilancia evita contaminaciones masivas.

El común cuidado de cercanías que deciden protegerse con amorosas distancias, ¿puede gravitar más que vigilancias y controles?

 

Hablas del capital no se cansan de repetir que el virus iguala. Pero ni bien se distraen muestran una lista con glamur de infectados célebres: un actor y su esposa, un primer ministro, un ex juez, un jugador de fútbol, un tenor, un escritor, un príncipe, un productor hollywoodense preso.

 

El trágico infortunio de contagiar por proximidad, amplifica una vicisitud -siempre inminente- en cualquier circunstancia de la vida en común: cercanías, incluso las que se aman, pueden dañarse sin querer y sin saber.

 

Al daño que sí sabe que está dañando se lo llama crueldad, odio, insensibilidad, blindaje de la cercanía. Tal vez, capitalismo.

 

En la ciudad en cuarentena, se escuchan voces que dicen: “Sin casas, sin agua, sin dineros. Inhalando miserias. Ahora, pueden ver cómo estamos viviendo”.

 

El gobierno peruano declara a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional exentas de responsabilidad penal cuando “causen lesiones o muerte” reprimiendo en las calles el no cumplimiento del “confinamiento”.

 

La expresión latina amor fati se traduce como aprender a amar lo que acontece. Pero amar lo que acontece no equivale a resignarse al destino.

Resignaciones actúan como omnipotencias fatalistas.

No se trata de acatar lo que ocurre, ni de desearlo, ni de encantar la desgracia. Tampoco entregarse al refrán que sugiere: “No hay mal que por bien no venga”. A veces, las cosas solo vienen, pero otras hay que salir a buscarlas.

Se trata de valerse del impulso de lo que está sucediendo, precipitar la decisión de hacer algo con lo que acontece. Intensificar, en lo que pasa, aquello que abre porvenires.

Pero, las fórmulas no importan.

La fuerza del intento reside en que no siempre sabe hacia dónde ni qué.

 

El secreto no reside en saberse diferente, sino en saber lo diferente, el sentido inagotable de lo que difiere.

 

Intimidades precipitan, también, lo peor.

A veces, donde se esperan cariños advienen violencias, donde se esperan caricias advienen golpes, donde se esperan contenciones advienen ahogos.

Impotencias propietarias pueden matar.

 

Diferentes pestes arrasan la vida en común.

Una, la enfermedad del miedo. Otra, la enfermedad de la indiferencia.

Pero, también, la de la propiedad, la del resentimiento, la de la culpa, la de la ambición, la del sí mismo.

Además de otras que la enfermedad del olvido, a su manera, remedia.

 

Cuidados se entienden más con respetos que con miedos.

Miedos demandan seguridad, control, previsibilidad.

Actúan como propietarios que se creen dueños de la salud.

Respetos saben que no tienen potestad sobre nada.

Agradecen residencias pasajeras en la vida.

 

Ocurrencias que dan risa se balancean como boyas que flotan en superficies angustiadas.

El común reír -no la burla ni la ironía que lastima- ayuda a respirar.

 

Billete mata pacto // Diego Valeriano

Billete mata pacto, relato, valores. Mata quietud, paz social, obediencias militantes, acuerdos sindicales, experimento social. El billete mata todo, significa todo.  La manija de jubilados y mamás luchonas desarma de una patada la compleja ingeniería de medios, redes y estado. Billete mata miedo. Mata posteos, twits, publicaciones, audios reenviados al grupo de wasap de la escuela, balcones. 

Billete sustancia, papeo, productor de normalidad zarpada. Billete fiesta, anti cheto, deseo. Billete como otra forma de decir no, basta, libertad, hartazgo. Como denuncia al fracaso de la mediación progresista. El billete en la calle decide: las doñas deciden, los guachos deciden, las rochas deciden. Apropiación callejera de la  vida. 

El billete mata solidaridad social forzada, sistema métrico, recomendaciones del ministerio. Es la cabal muestra de lo que somos, de lo que queremos, de lo que podemos. Billete que marca  el pulso de lo que es esencial. Ni periodistas, ni cobanis, ni verduleras, ni milicos haciendo guiso: bancarios. 

Despertarse más temprano de lo habitual, caminar de más, que la SUBE tenga carga, tomar el bondi, charlar en el Face, cruzar la plaza, quedar a tres cuadras del Banco aunque sean las 6, desertar de los cuidados, entrar al banco, sacar billete, seguir haciendo mundo.

 

Lo sensible como campo de batalla // Franco Casanga

Reseña de La ofensiva sensible (2019), de Diego Sztulwark

 

Un análisis filosófico de las subjetividades de la crisis y las potencias plebeyas a la luz del fin de ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina.

¿Cómo se explica que gobiernos aupados por los sectores populares (clase trabajadora, movimientos indígenas, intelectuales) hoy esten siendo blancos de las protestas de estos mismos sectores populares o, al menos, parte de ellos? ¿Qué mecanismos o dinámicas han hecho que estos gobiernos progresistas que llegaron al poder en base a programas políticos antineoliberales hoy sean considerados más parte del problema que de la solución? ¿A qué se debe el nuevo ascenso de gobiernos reaccionarios y neoliberales en América Latina?.

En su último libro, La ofensiva sensible (Editorial Caja Negra), el investigador y escritor en el blog Lobo Suelto, Diego Sztulwark, señala que no podemos seguir pensando las derrotas de los gobiernos progresistas de América Latina en términos de más o menos apoyo electoral. ¿Por qué? Porque «el neoliberalismo no pierde elecciones». El neoliberalismo no ha necesitado de los votos para seguir expandiendo sus novedosos modos de consumo (modos de vida, según Sztulwark) o para seguir subjetivizando nuestros cuerpos. Pero atención: no es que no se hayan realizado políticas de redistribución en los países donde gobernaron alianzas progresistas (Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay) así como importantes políticas reconocimiento de derechos fundamentales de poblaciones invisibilizadas por el racismo colonial, sino que estas políticas se han mostrado insuficientes para producir nuevas formas de vida capaces de crear subjetividades populares más allá de la razón neoliberal.

 

Subjetividades de la crisis y políticas del síntoma
En La ofensiva sensible, Sztulwark analiza el ciclo político argentino que comenzó simbólicamente en el corralito argentino de 2001 hasta el triunfo de Mauricio Macri en 2015 dentro de otro ciclo mayor que afectó de similar manera a otros países como Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay o Venezuela. Para Sztulwark, la crisis es un momento epistemológico que nos sirve para ensayar una reflexión micropolítica de la potencia plebeya. Se trata de indagar a partir del acontecimiento una producción teórica que potencie lo que se despliega en ella sin dejarse replegar a restauraciones ideológicas predeterminadas. Las subjetividades de la crisis, esas sensibilidades que estallan en una crisis,son las formas que habitan la excepcionalidad, la ruptura con la normalidad, expresiones que adoptan un sinfín de repertorios de acción popular a través de las ocupaciones, asambleas populares, recuperación de fábricas, escraches, piquetes, etc. “Si -dice Sztulwark- el modo de vida resuena con los modelos de consumo y de valorización, y la forma de vida supone procesos de autonomía, entre ambos la vida se presenta como malestar o síntoma”. Si el neoliberalismo sigue ganando terreno en nuestras relaciones es porque sigue gestionando, canalizando y controlando nuestros afectos y malestares. A la gestión coaching de nuestras emociones que propone el neoliberalismo, Sztulwark opone una política del síntoma que supone una escucha de los cuerpos afectados, de la lucha colectiva y la rabia detrás de cada condición de vulnerabilidad, pero también de las vidas anómalas, subversivas, incómodas tanto a izquierda y derecha, que surgen en los procesos de ruptura con el sentido común. Quizás, justamente, en esos síntomas (malestares, impotencias) de nuestra cotidianidad están contenidas las nuevas formas de vida capaces de cuestionar los mandatos del capital. Según Sztulwark, una política del síntoma nos ayudaría a mapear y pensar nuevas resistencias, aperturas, potencias, sin deshabilitar nuestra dimensión afectiva, esto es, aceptar “la imposibilidad de relanzar lo político por fuera de una nueva centralidad de lo erótico, lo sensual y lo sensible”.

 

Voluntad de inclusión o el populismo de izquierdas (realmente existente)
En la segunda parte de La ofensiva sensible, Sztulwark analiza las limitaciones de las políticas progresistas de gobiernos como el kirchnerista, pero no desde el punto de vista económico-político, sino desde el punto de vista desde la subjetividad política. La voluntad de inclusión conceptualiza perfectamente esa idea del populismo de izquierdas de articular el malestar social a un contrato vertical de las voluntades. Puede ser que esta conceptualización se base más en los populismos “realmente existentes” que en la teoría de Ernesto Laclau, pero ello no desfavorece la crítica. Las consecuencias de esta estrategia estadocéntrica ha sido la desmovilización de los sectores más rupturistas, junto con una miopía sorprendente en el ámbito de “las micropolíticas neoliberales sobre el ámbito de las sensibilidades”. Una vez agotado el ciclo económico favorable, Macri vino a culminar el proceso de mercantilización de las masas sin el ropaje de la inclusión, sin complejos, como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos. Ciertamente el kirchnerismo fue una salida redistributiva a la crisis, pero también representó una vuelta al orden, una normalización a través del consumo a los cauces del mandato del mercado. En esta lectura, parece inevitable ver una semejanza con lo ocurrido en la fase Podemos de nuestro último ciclo de movilizaciones en el estado español. Si bien Podemos hoy se encuentra siendo parte (en minoría) de un gobierno de coalición con el PSOE, su fuerza de base popular parece ya demasiado debilitada a causa de la estrategia centralizadora de participación desde arriba. Para el autor, esa “autonomía de lo político acaba por ser una autonomía respecto de la división social: reduce lo político a una teoría técnica y separada de la conducción”.

La caracterización de la voluntad de inclusión ofrecida por Sztulwark es rica en contenido porque tiene la virtud de desplazar el centro de gravedad de la estéril crítica ideológica hacia las potencias en conflicto que se dirimen en los mecanismos de sujeción que operan en el neoliberalismo.

 

Hacia horizontes plebeyos en tiempos de crisis
El tercer y último capítulo titulado “El reverso de lo político”, Diego Sztulwark nos invita a salir de nuestra zona de confort, a suspender los automatismos intelectuales y a descubrir la potencia de existir en la desobediencia. Ante la derrota del progresismo socialdemócrata o populista, el descubrimiento de lo plebeyo aparece como alternativa al cinismo. “El momento plebeyo es el reverso flotante de lo popular: una falla o interrupción en los mecanismo de adaptación y de reacción con los cuales se transita de una situación a otra”. Lo plebeyo como el deseo a no ser gobernado, pero que no necesariamente quiere hacer la revolución. Su efecto descodificador no puede reducirse a una determinación sociológica, “es movimiento centrífugo”.

De la precariedad se alimenta la empresa capitalista, pero también del odio, del racismo y el machismo. Esta separación de un síntoma y su plasmación contra un Otro (lxs pobres, el/la migrante, la mujer) es parte de una persecución a toda experiencia que se salga del mando del capital, un odio contrarrevolucionario. Como señala Frédéric Lordon en su libro Capitalismo, Deseo y servidumbre (2015), si bien el capitalismo no agota la pluralidad de deseos en nuestras sociedades sí que capta y produce “las maneras de desear bajo las relaciones sociales capitalistas”. La investigación militante indaga estas formas de vida no para representarlas ni liderarlas sino para potenciarlas, abriendo el campo de lo decible y sensible. La praxis, la escucha, las contrapedagogías populares, son las fuentes de un conocimiento emancipador.

La ofensiva sensible no intenta ser un manual de cómo hacer la revolución, sino un compendio de reflexiones que quieren dar el combate del pensamiento. En estos días de estados de alerta y pandemias este libro puede darnos cierto respiro, ciertas pistas, de cómo abordar la dimensión sensible que nos recorre como sociedad, no dejarse atomizar por el miedo, socializar la seguridad, colectivizar la impotencia para volverla esperanza común. Porque como indica Sztulwark las crisis, en su inmanencia, tiene algo de fermento y catalizador donde también se generan estrategias capaces de extraer vitalidad.

 

Franco Casanga, Graduado en Filosofía y activista vecinal de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).

Fuente: rebelion.org 

Los furiosos japoneses en alianza con el corona // Jun Fujita Hirose

Tokio, 1 de abril 2020

 

Muchos japoneses están viviendo desde hace dos meses una relación ambivalente con el coronavirus. Cierto que les da miedo, pero al mismo tiempo se alían secretamente con él. Aquella alianza subterránea se produce ante el gobierno japonés actual, considerado quasi unánimemente como el gobierno más corrupto y nocivo de la historia japonesa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

En septiembre de 2013, en Buenos Aires, en su discurso dirigido a los miembros del comité olímpico internacional que iban a votar la ciudad anfitriona de los juegos olímpicos de 2020, Shinzo Abe, actual primer ministro japonés, reelecto a fines del año precedente, declaró: “La situación está bajo control. No hay ningún tipo de problema de salud ni en el presente ni para el futuro. Hoy en día, bajo el cielo azul de Fukushima los niños juegan al fútbol.” Lo dijo cuando todos los habitantes en Japón sabían perfectamente que la realidad era muy distinta y que la central nuclear de Fukushima de la Tepco (Tokyo Electric Power Company) no pararía de emitir por muchos años una enorme cantidad de radioactividad en la tierra, en el aire y en la agua. Para ellos, la organización de las Olimpiadas en Tokyo en 2020 no era sino una denegación ofensiva de la situación real en que se vivían, denegación orquestrada a la fuerza por el gobierno de Abe, en complicidad con el poder económico mundial. Así se estableció y se difundió inmediatamente en la población japonesa un potente sentimiento de rechazo al llamado “Tokyo 2020”.

La realidad que el gobierno japonés quiere denegar y hacer caer en el olvido, bajo el efecto de alucinación del espectáculo deportivo no es sólo la de la permanente contaminación radioactiva sino también la de la decadencia irreversible del Japón en cuanto superpotencia económica. Muchos japoneses, y los jóvenes en particular, se ponen a inventar nuevas formas de vida, diversas de las de hace treinta años. El propio accidente de Fukushima en curso no hace sino acelerar este proceso. En Japón nadie o casi nadie se entusiasma hoy ni con un megaevento como las Olimpiadas, alimentadas por la electricidad producida por los reactores nucleares reabiertos, ni con una megaconstrucción como la de la red del TAV de levitación magnética entre Tokyo y Nagoya. Todos esos megaproyectos son feos simulacros anacrónicos de la gloriosa postguerra japonesa.

Durante sus dos primeros años (2013-2015), la acción del gobierno de Abe suscitó la reacción de dos movimientos populares contestatarios particularmente masivos: el primero, contra el proyecto de ley sobre los secretos de Estado, y luego, el segundo, contra la decisión gubernamental del cambio de interpretación constitucional y la consecuente nueva legislación sobre las Fuerzas Armadas de Autodefensa. En ambos casos, los japoneses acabaron por enfrentarse con su propia impotencia política ante un gobierno de tendencia casi abiertamente fascista. Esto explica el hecho de que después de la derrota de las protestas contra la militarización en 2015, no tuvo lugar ninguna movilización masiva en Japón a pesar de una serie de escándalos de corrupción que implicaban al propio Shinzo Abe. En estos últimos cinco años, el odio popular al primer ministro y a su gobierno de coalición -entre el Partido Liberal Democrático y el Komeito- se expresaba sólo en forma discursiva, en Twitter en particular.

En este contexto político desesperante apareció el coronavirus. El gobierno de Abe parece haber comprendido desde las fases iniciales que el virus podría constituir una amenaza seria para su queridísimo Tokyo 2020. Así empezó su batalla contra el virus, batalla que consistía principalmente en subestimar adrede el efecto de la epidemia en el territorio japonés, reduciendo a lo más mínimo el número de pruebas de PCR, y evitando adoptar qualquier medida drástica de protección. El gobierno de Abe, así como el comité olímpico internacional y el japonés, quería mantener absolutamente la imagen de un Japón corona free cuando el Covid-19 se estaba volviendo pandemia mundial. Y esta nueva denegación gubernamental de la situación real es la que condujo a muchos japoneses a entrar en alianza clandestina con el coronavirus.

El 24 de marzo, el gobierno japonés, junto con el comité olímpico internacional, anunció públicamente el aplazamiento por un año de Tokyo 2020. Y con esto, el gobierno de Abe de repente se permitió hablar de la declaración posible de un estado de emergencia y de la toma posible de una medida de confinamiento para la ciudad de Tokyo. ¿El corona venció? Sólo a medias, desde el punto de vista de los japoneses furiosos. Cierto que festejamos la aparición, tan deseada desde hace muchos años, de una verdadera amenaza para el poder neoliberal fascista, pero lo que queríamos y queremos es una anulación inmediata y no en absoluto un aplazamiento, el cual significa sólo una época de purgatorio prolongada, en que el gobierno de Abe reorganizará sus pospuestas Olimpiadas como evento “testimonial de la victoria de la humanidad sobre el nuevo coronavirus” (dixit el propio Abe).

Muchos japoneses están ya listos a infectarse e incluso a morir por derribar el gobierno de Shinzo Abe y por enterrar definitivamente este abominable Tokyo 2020. Es una nueva forma de lucha armada la que está naciendo acá en un rincón del Extremo Oriente. Los japoneses rebeldes se identifican con el movimento del coronavirus, el cual se mueve a su turno identificándose con los grandes movimientos de desterritorialización absoluta de la Tierra. En una lucha armada, ¿no es siempre la Tierra la que nos proporciona las armas?

La performatividad del Coronavirus // Eduardo Medina

1.
Un extraño virus aparece en una ciudad de China y empiezan a morir personas. Es una nota de color. El virus al parecer se produjo por la ingesta de murciélagos. Wuhan se llama la ciudad. Un mercado de ahí parece ser el epicentro de todo. La noticia no es el virus, sino que en China comen murciélagos. Pero el virus escapa al factor murciélago y empieza a propagarse en diversas regiones de China y de otros países al rededor. Con el transcurrir de las semanas la noticia cobra más espacios en canales de televisión, medios online e impresos, pues organismos internacionales han hecho declaraciones al respecto afirmando la seriedad y mortalidad del virus. El virus tiene nombre, se llama “Coronavirus”. ¿Por qué ese nombre? Ahora está en un crucero, el Coronavirus parece que está allí. Hay infectados, un barco amarrado a un muelle por la fuerza. Y hay argentinos. En el crucero hay argentinos que también podrían tener el Coronavirus. La noticia nos es lejana aun. Pero China se ha blindado. El Estado de ese país toma medidas, restringe la circulación, amuralla Wuhan y los médicos e investigadores entran en acción en los distintos laboratorios. Finalmente el Coronavirus llega a Europa a través de la globalización, viajes comerciales y demás. Hay muertos en Europa, infectados, declaraciones al respecto de distintos mandatarios. ¿Puede llegar ese Coronavirus a Latinoamérica, a la Argentina por ejemplo? ¿Cuándo? ¿Nos debemos preocupar? En las redes sociales empiezan a circular chistes del Coronavirus, memes, videos, gif y stickers en Whatsapp. Una noticia grave sale por todos los medios: hay un infectado en el país y otros posibles contagiados. Son personas que vinieron de Europa. Es marzo de 2020. El Coronavirus ha llegado hasta nosotros. Está entre nosotros. Van a empezar a cerrar lugares, cortar el tránsito, tomar medidas drásticas. Van a anunciar una cuarentena, aparentemente obligatoria. Habla Alberto Fernández. La cuarentena está decretada. Todos en sus casas. ¿Qué es el Corona-virus?

 

2.
Como registro (libre) de una noticia, el Coronavirus es una más de tantas. Pero para los argentinos, luego de la última dictadura cívico-militar, solo la cruenta Guerra de Malvinas tuvo un efecto parecido. Allí hay un clásico y muy comentado estudio de Lucrecia Escudero Chauvel, Rumores y estrategias de guerra. La historia del submarino Superb, sobre la supuesta llegada a las costas del país de un temible y poderoso submarino ingles llamado “Superb”, construido a través de las noticias pero que nunca siquiera salió del puerto británico en donde se encontraba. Lo que finalmente sí llegó fue la guerra, que dejó muertos, heridos y un saldo traumático que aun no se pudo suturar para todos los que participaron en ella y para la sociedad en su conjunto. En ese trabajo Escudero Chauvel se pregunta, además de cómo se construye un rumor y de su forma práctica, cuáles son las distinciones mediáticas y socioculturales que permiten que un rumor, luego de una semiósis social, llegue a tener un valor o estatus ontológico, de “verdad”, es decir, de “verdad” para el que lo lee. Para la autora, en los medios de comunicación, ante la dicotomía Verdad/Falsedad, los mismos intervienen con una lógica propia que se da a través de la generación de “mundos posibles”, de un “irrealismo eficaz”, creando de este modo una “verdad mediática”. En el consumo y tráfico de información, ante la imposibilidad física y técnica de la comprobación o verificación, se hace imprescindible una eficacia simbólica capaz de dar confianza y credibilidad en los medios que la difunden, pero también un orden al mundo de los signos que nos circundan, que nos envuelven y de los que nosotros somos dinámicos reproductores y ahora, en los últimos tiempos, también ávidos productores. 

Es claro que el estudio de Escudero Chauvel tiene como condición temporal de producción las décadas del `80 y del `90, a donde la Internet era casi inexistente y la explosión de las redes sociales aun ni se vislumbraba. Hablamos de una circulación  de la comunicación descendente, es decir, de los medios de comunicación hacia la sociedad. En la actualidad esa circulación ha cambiado, se ha trastocado. Ahora existe, además de la circulación comunicacional descendente, la horizontal y la ascendente.  En donde la horizontal no tiene casi mediación temporal, es instantánea, a través de grupos en redes sociales, páginas web y blogs. Y la ascendente es la que producen los sujetos desde sus hogares o distintos espacios, no ya en papel o ni siquiera a través de una computadora, sino en los teléfonos celulares, usando las redes sociales como plataformas, pero también los comentarios en diarios online o hashtag. No un tweet, sino el comentario de un tweet puede ser la noticia que “levanta” un medio online o el noticiero de un canal de aire, estableciendo así un pasaje entre dos formas de discursividad distintas.

Lo que el Coronavirus pone en cuestión como noticia y como discurso es la circulación, el valor que tiene la circulación del discurso en una sociedad, frente a los miles y miles de estudios y papers que han puesto por apatía (y tal vez por facilidad) el foco tanto en la producción como en la recepción de dichos discursos. Es claro que la circulación no es un ente conceptual sencillo de apresar, pues juega con la instantaneidad como su condición más fiel de permanencia y persistencia. Si los medios masivos y las redes sociales habían puesto en jaque a los analistas e investigadores sociales, la semántica de una pandemia y la performatividad del significante llamado Coronavirus, directamente han desbaratado las herramientas teóricas con las que contamos. 

 

3.
¿Qué es el Corona-virus? ¿Es algo que podemos testear, verificar, comprobar por nosotros mismos? ¿Cuántos de nosotros tenemos amigos contagiados o muertos por este virus? Lo que nosotros tenemos es una construcción sociocultural del virus, llamado “Coronavirus”, pero que lentamente va produciendo el desplazamiento a su originario pero más sofisticado nombre “COVID 19” (todo en mayúsculas).

Nada de esto implica desconocer bajo ningún aspecto las declaraciones y mandatos de las autoridades nacionales y mundiales sobre esta problemática, ni mucho menos ignorar las innumerables muertes producidas en los distintos países a raíz de un mismo diagnóstico: Coronavirus. Es bueno hacer esa aclaración. Lo que intentamos es posicionarnos críticamente frente al significante Coronavirus y tal vez empezar a socavar a tiempo los elementos que componen esa significación.

¿Qué hay adentro del Coronavirus? Muerte, miedo, aislamiento, Estado, política, información, humor, enfermedad, Presidente, respiradores, China, Italia, España, Bolsonaro, Trump, barbijos, abuelos, estornudos, tos, calle, calle-vacía, encierro, soledad, angustia, etc. etc. ¿Quién puso todo eso ahí adentro? Como titularía Borges, todos y ninguno. Incluso a diferencia de otros significantes que no tienen correlato en el mundo fáctico, el Coronavirus guarda para sí la instancia de que puede vérselo o al menos hay personas que pueden verlo, como los médicos que seguramente podrán observarlo a través de microscopios en los laboratorios. Entonces tiene una existencia positiva, real, pero para nosotros, ciudadanos de a pie, el virus es una consecuencia, un efecto de algo que no vemos ni podemos ver, que no podemos comprobar. Y hacerlo, comprobarlo, posiblemente sea nuestra muerte o la muerte de un familiar o ser querido. Por lo tanto es posible discursivamente llamarlo “enemigo” como lo han hecho entre muchos otros Emmanuel Macron, presidente de Francia, o Alberto Fernández, el presidente argentino. Y la palabra “enemigo” en la política tiene un peso muy particular. Que todos y ninguno sean los responsables de lo que significa el Coronavirus y que el mismo goce de algún estatus real, permite deslindar culpas o atribuirlas, desentenderse o hacerse cargo, visibilizar el problema o no hacerlo, infundir el miedo o la calma, pero fundamentalmente esta construcción permite darle el carácter de verdad necesario para la acción, en principio contra el propio virus. Es como decir, “No importa que no lo hayas visto o no sepas, el Coronavirus existe porque hay una comunidad científica que sí lo vio. Y la OMS y el Estado le creen a esa comunidad”.

 

4.
En este punto del problema, queda la certeza de que las diversas instituciones y el Estado siguen teniendo una clara influencia sobre distintos procesos sociosemióticos, no ya como antaño en donde discursos alternativos al oficial, clandestinos o “ilegales”, muy de vez en cuando le ganaban la batalla. El Estado ya no pelea solo contra medios de comunicación. Hoy la sociedad (¿civil?) juega sus fichas en la circulación de la información. Y hasta podría decirse que los medios monopólicos han empezado a trazar ciertas alianzas con esa sociedad en desmedro del Estado y sus políticas públicas a través de esos pasajes entre distintas discursividades que más arriba mencionábamos. Tal vez la salud pública sea el último reducto o esfera de la praxis en donde el Estado cuenta con legitimidad para actuar y provocar acciones como las que estamos viendo hoy en día.

La salud pública o su reverso, la pandemia que ahora nos invade, parecen tener un efecto político que pocas veces se había podido observar. Un presidente ordenando a los ciudadanos retirarse a sus casas para aislarse, perdiendo la “libertad” garantizada por las constitución y afianzada por la costumbre, sin dudas que es un hecho sin precedentes, mucho más por el acatamiento generado. ¿Qué es lo que produce ese acontecimiento? Hay un trasfondo institucional que parecía perdido (felizmente) desde la última dictadura cívico-militar, que es el uso legítimo de la violencia. Las fuerzas de seguridad desplegadas en las calles resguardando que las medidas se cumplan. Como bien habíamos visto en las últimas décadas, el Estado había perdido parte importante de este atributo a partir de la prerrogativa de que usar la fuerza pública garantizaba un orden coyuntural, pero a la vez restaba legitimidad al gobierno que lo usase. Por otro lado, la pandemia tiene el trasfondo, no de la muerte, sino del miedo a la muerte. Por lo que el ciudadano, al desplazarse, se encuentra ante dos temores que lo acechan complementándose en la efectividad del fin deseado por el Estado.

El Coronavirus opera la irrupción de lo Real en nuestras vidas. Porque el temor está en el cuerpo y es una de las tantas pasiones o sensaciones de las que no podemos escapar mediante un juego simbólico cotidiano. Es lo que finalmente no se puede nombrar. A donde no hay universo simbólico que nos salve, que ponga palabras en su reemplazo. Y es ahí a donde el Estado parece hacerse cargo de nuestra angustia a través de su institucionalidad, de su edificio, de su facticidad. El Estado asume un saber que no tenemos, y ahora es él el que sabe y nosotros no, cuando por años hablamos de que el Estado era el atraso, la inoperancia y la ignorancia. ¿Será que cambió y ahora sabe, o lo hemos re-significado? Esa re-significación, en todo caso ¿será transitoria o permanente? ¿Para la salud pública solamente o para las demás prácticas sociales? Tenemos en ese punto un hecho positivo, pero también una posibilidad.

 

5.
En efecto, la salud pública, o más precisamente el Coronavirus, es el aleph desde donde el Estado está pudiendo encontrar una forma de observar y posicionarse frente a problemáticas sociales de múltiple índole. Ese lugar desde donde el Estado ve a través del Coronavirus es su acción más potente en años. Nunca había tenido todos los temas más acuciantes simultáneamente en agenda como ahora. Porque lo que revela la pandemia es un sistema de salud deficiente, un sistema de educación atrasado tecnológicamente, una economía endeble que se derrumba ante el primer traspié, la pobreza, la exclusión, la marginación, la falta de una comunicación confiable entre el Estado y los ciudadanos, la violencia de género que se agudiza en la cuarentena, el drama de la vejez, del trabajo en negro, etc., etc. En definitiva, la desigualdad que el aparato estatal por su propia historia y naturaleza ha querido y debido reproducir desde que se formó. Algo que en menor escala pasó en Estado Unidos con el Huracán “Katrina” en el año 2005. Todas problemáticas estructurales que no pueden ser atribuidas a un solo gobierno, pero que sí se le deben marcar al conjunto social y a la clase política en particular.

 

6.
Entonces tenemos por un lado un Coronavirus para la ciudadanía y, por otro, uno para el Estado y los distintos estamentos gubernamentales (Nación, provincia y municipios). El significante no opera de la misma manera, más allá de que, en la práctica, el discurso de un presidente, Alberto Fernández en este caso, o de cualquier gobernador o intendente, parezca igualar el problema en el valor que tenga el término “Coronavirus” y las problemáticas que arrastra. El saber, el conocimiento, la información que se registran alrededor del Coronavirus son operadores fundamentales. Lo que en el Análisis del Discurso se llama “extratextualidad”, “saberes extratextuales”, trabajan en el universo cognoscitivo de una manera desmedida, formando mayas o redes de información a donde atrapar el significante “Coronavirus”, para así convertirlo o re-convertirlo diariamente en un significante cada vez más monstruoso. Los saberes que despliega el significante temporal y espacialmente parecen agolparse ante nuestros ojos y sentidos de una forma caótica, casi imposibles de procesar y categorizar. Hasta la vida intima parece mediada por el significante Coronavirus, trazando distancias reales y convirtiendo a la virtualidad en la incompletud de la incompletud.

El discurso del Gobierno opera esa extratextualidad todo el tiempo. La escenificación del pote de alcohol en gel en los estrados o escritorios desde donde los distintos representantes difunden información y pautas, es el cruce y a la vez la distancia que marca la significación del Coronavirus. De un lado estamos Nosotros, del otro Ustedes, pero nos une este objeto que aquí está y que pasa a representar el problema y el grado de cercanía que tenemos. No es ya un Estado paternalista, tampoco un amigo, pero sin dudas que el virus ha impuesto una relación Estado-Sociedad mediada por un discurso volcado a la salud, al cuidado, al respeto, a la seguridad y a la prevención, que deberá encontrar su nombre en los próximos  tiempos.

Todo esto también implica que no se está discutiendo el poder del Gobierno, ni las medidas que toma. De a ratos ni siquiera se debaten las formas o los modos, como se acostumbra hacer en la llamada “patria panelista” de los canales de televisión. Ni siquiera se está discutiendo el valor que el Gobierno le asigna al Coronavirus como problemática social. ¿Cómo puede ser posible eso? Es como si nadie quisiera estar ahí, asumiendo todo ese universo de problemas que la pandemia dispara, ni siquiera del lado crítico. Si hasta incluso Patricia Bullrich, virtual líder de la oposición, escribió un tweet luego de la conferencia del Alberto Fernández  el domingo 29 de marzo diciendo: “Presidente, apoyaremos la cuarentena y trabajaremos, como oposición responsable, junto al Gobierno y a todos los argentinos para lograr el mejor resultado como país”. Sin un ápice de ironía, sarcasmo o distancia, el breve posteo de Bullrich puede ser el de cualquier gobernador del PJ o de un líder sindical aliado al Gobierno. ¿Cómo se produce un desplazamiento semejante en una sociedad marcadamente antagonista?

 

7.
El Coronavirus marca lo que en semiótica puede llamarse como “esfera de guerra”. Una instancia social, histórica, temporal, en la que el significante obliga a su aceptación plena o a la exclusión de quien lo rechaza. En los meses que duró la Guerra de Malvinas, el actor o individuo que no apoyaba a las Fuerzas Armadas (Gobierno de facto en ese momento) era poco menos que un enemigo, un apátrida, un traidor. Si en un autobús de línea se identificaba a un negador de la “gesta”, rápidamente se procedía a bajar al mismo de ahí a los insultos, cuando no a los golpes. Lo mismo sucedía en canchas de futbol, escuelas, universidades. El que repudiaba o criticaba la iniciativa de “recuperar las Malvinas” se convertía en un paria.

Pero una “esfera de guerra” no se consigue solo con la llegada de un  “enemigo” y su obvia identificación. Se necesita de todo un sistema de operaciones simbólicas para lograrlo. Y esas operaciones a veces llevan semanas o meses de preparación, dependiendo más del azar y de sucesos acontecimentales que de la manipulación o planificación de acciones, como a los fanáticos de las teorías conspirativas les gustaría pensar.

Las palabras “enemigo”, “excepción”, “guerra”, “lucha”, “preparación”, acondicionan el campo semántico necesario para una guerra. Pero hace falta que el sujeto, la población, el ciudadano, se sienta en esa guerra, asuma una posición, identifique a sus aliados, pero principalmente a ese “enemigo”, a esa otredad, y también a la línea que lo separa de unos y de otros. ¿A dónde está esa línea que nos confronta con el Coronavirus? ¿A dónde están mis aliados? ¿Puedo confiar en el de al lado? ¿O mi vecino puede estar infiltrado el enemigo?

Solamente en una guerra una sociedad puede ser tan operada por un significante. ¿Cuál es la diferencia sociosemiótica entre un contexto bélico y uno como el que actualmente vivimos? La condición del enemigo al que nos enfrentamos, su identificación, su nombre, su materialidad. El enemigo Coronavirus, como ente, puede circular entre nosotros, pues ha cobrado una existencia óntica merced a la circulación sincrónica y diacrónica del saber de su existencia. Ya existe fuera de nosotros. La relación con otros elementos del discurso le han dado un valor, una identidad. En cuanto a su ontología, es un saber al que nos da miedo  llegar, pero del que queremos apropiarnos. En tiempos de lo pos y de la interminable y solapada condena a las ideologías y los grandes relatos, podemos afirmar que la verdad, la vieja y bella Verdad, sigue ejerciendo su seducción como siempre lo ha hecho. El Coronavirus nos muestra su semblante, nos asusta descubrirlo, pero conjuramos ese incordio con el humor, con la reflexión veloz basada en el dato cotidiano, con el consumo de la información que le sigue dando forma continua, con la conversación virtual custodiada por su presencia. 

 

8.
La pandemia impone orden y control, pero no lo hace con la cohesión de la fuerza ni con un relato abierto, tampoco con la amenaza de un enemigo real. No es por solidaridad que el ciudadano se “guarda”, ni por cuidado de sí y de los otros (más allá de que luego esa sea la justificación pública de su acción). Es la soberanía del significante, como decía Foucault, lo que nos compele a aislarnos. No sabemos qué hacer ante el poder de los signos. La aparición de un elemento constitutivo del discurso del Coronavirus puede llegar a infundirnos el más profundo de los temores. El signo de la pandemia puede estar en un taper, en la ropa, en la vereda. Soñamos dormidos y despiertos con el contacto que no llega, con la posibilidad de su ingreso en nuestro cuerpo. ¿Tiene todo esto algo que ver con las filosofías de lo bio, de lo tecno, de lo pos? Nada. En absoluto. El Estado no se ha movido de su lugar. Las instituciones públicas y privadas, si no están cerradas, han reducido al máximo su influencia. El presidente no decidirá la muerte de nadie, más no sea por la omisión infructuosa de alguna medida de salud. No, nada de todo eso. El poder de sujeción de los cuerpos ha cambiado de lugar, pero lo ha hecho a un sitio que no estaba previsto en las filosofías contemporáneas

El Coronavirus parece ser más soberano que cualquier atributo estatal. Su infinita semiósis lo impregna todo. Compite con la política en ese acaparamiento, y también compite con el poder financiero en la velocidad de su desplazamiento.

Las amplias secciones de noticias dedicadas a la pandemia se basan en historias de vida, fotos, amplia dependencia de lo ocurrido en Europa y, por supuesto, la contabilidad diaria, minuto a minuto, de los muertos, tanto en Italia como en España, Estados Unidos y ahora en Francia. El número de muertos es clave para entender la construcción. El virus es muerte, hoy la muerte es el Coronavirus. Las muertes por accidentes de tránsito, violencia de género o asaltos a mano armada han perdido el estatus que tenían. Nadie parece morir sino no es por el virus que anda, que está entre nosotros, que circula. Por ese enemigo invisible que nos obliga a aislarnos, guardarnos, mantener las distancias, reservar el saludo, ser solidarios, consecuentes con lo que disponen las autoridades, etc.

Como antes dijimos, orden y control que no está viniendo de poderes instituidos o emergentes, sino de la tiranía de un poderoso significante. Desatado y tan letal como los efectos que produce en los cuerpos que toca. Ese des-encadenamiento se da en el marco de una sociedad que parece no poder ya controlar, seleccionar y redistribuir con los viejos procedimientos los discursos producidos, tal como había hipotetizado Foucault. Y por lo pronto y ante el latiguillo repetitivo “no se sabe mucho de él”, tampoco las filosofías actúales pueden dar con el concepto capaz de conjurar sus poderes y peligros, dominar los acontecimientos aleatorios que nos invaden y esquivar la temible materialidad en las que nos vemos envueltos.

 

Mientras tanto, nosotros acá, no hemos hecho más que seguir alimentando al monstruo.     

 

 

Paraná, 3 de abril de 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

Las que arden // Luciano Debanne

¿Cómo hacen las iglesias, las pequeñas iglesias, familiares, artesanales, barriales, para atender a su feligresía?

¿Cómo hacen las esquinas? ¿Cómo hacen las peluqueras? ¿Cómo hacen las señoras que hacen tortas lejos de los anaqueles presuntuosos de los malls? ¿Cómo hacen los pequeños salones de centros vecinales y clubes donde se festejan los cumples de quince con alcohol abundante a precios moderados? ¿Cómo hacen los pasillos y las puertas sin marcas, tenes, tengo, ahí voy? ¿Cómo hacen los que toman mate y explican una materia y prestan la oreja a cambio de unas migajas de atención que los acerque al amor? ¿Cómo hacen las putas y los cantantes de fiestas privadas, los payasos de cumpleaños infantiles? ¿Cómo hacen las feriantes agroecológicas transfeministas buenvivir karma vive el hoy? ¿Cómo hacen los artistas de gorra y tarima? ¿Cómo hacen las maestras particulares, los personals trainners, los guías de museos? ¿Cómo hacen los kiosqueros de escuela, la portera que saluda en la entrada, el que vende pururú y puflitos en la puerta del parque, el artista de la venta en colectivo, buenos días señora, buenos días señor?

¿Cómo hacen las pequeñas iglesias sin púlpitos ni altares para atender a su feligresía, de qué estará hecha en estos días su devoción?

 

El día después de mañana // Mateo Barros y Mair Williams

Por Mateo Barros y Mair Williams 

“Se omite lo que la crisis misma elabora como perspectiva propia y crítica respecto de la estructuración del presente. En su inmanencia, en cambio, la crisis tiene algo de genético, de germen o fermento, es decir, de engendramiento de estrategias capaces de extraer vitalidad de un medio árido, mortífero.” Diego Sztulwark, La ofensiva sensible.

El Presidente argentino lo puso en términos dicotómicos: o se preserva la economía o se preserva la vida. Lo hizo en términos dicotómicos para ofrecer una respuesta frontal y una justificación de las medidas tomadas a quienes perciben correctamente que las políticas de contención de la pandemia tienen un efecto pernicioso sobre la economía del mundo tal como venía siendo. Y es tangible: la relación de oposición -en los marcos modernos de la producción y explotación de recursos- entre economía y ecología revela lo profundamente emparentados que están los dos conceptos. Todo el mundo sabe, y admite, en sus quejas, que la economía actual del mundo funciona deteriorando y poniendo en riesgo la vida. Todo el mundo sabe que la ecología, pensada como la serie de reglas y políticas a tomar para preservar la vida en el planeta, destruiría el funcionamiento de la economía tal como lo conocemos. Nadie admite, políticamente, que piensa la economía y la ecología por separado y en oposición, pero las tragedias ambientales que provocamos y los discursos políticos demuestran que así se da en los hechos. El discurso del presidente lleva impreso el signo de los tiempos: ecología y economía pasan a formar parte de un mismo lenguaje, de un mismo debate y de un mismo plan, y la contradicción -casi hegelianamente- solo se resuelve si pasan a ser una misma cosa, transformada y distinta de los dos objetos bien diferenciados que fueron hasta hoy en el pensamiento occidental. 

A excepción de algunos grises, como el modelo alemán de prohibición del contacto sin confinamiento, la gran mayoría de los líderes de Estado parecen elegir entre una u otra de las opciones posibles. Los que ya saben dónde enterrar a los muertos pero no quieren ataúdes económicos elegirán la primera, y los que intentan “aplanar la curva” para neutralizar al enemigo invisible la segunda. Decidir en medio de las penumbras no es tarea sencilla, y menos cuando nos enfrentamos a un fenómeno desconocido sobre el cual -aún- no hay ciencia cierta. Claro está que “elegir la vida” no implica -como efecto colateral- que el daño económico no complique también las condiciones de vida y la reproducción de los medios de vida. Tan entramadas se muestran, por fin, economía y ecología, que un cambio radical e inmediato en la dinámica económica significaría, también, un suicidio.

Este artículo propone pensar en el día después de mañana. De ese mañana después del hoy perpetuo de la pandemia global que encuentra a los estados nacionales dejando de lado sus agendas para resolver el momento. Este artículo se propone pensar los vericuetos que aparecen en una serie de hipotéticos “después” de la pandemia y que plantean el imaginario de una configuración distinta de lo ya conocido. El día en que finalmente la curva tome una tendencia descendente y los estados-nación dominen esta problemática. El acontecimiento pandemia genera un corrimiento de las categorías con las que juzgamos al mundo y a nosotros mismos. Un desplazamiento necesario en nuestra manera de administrarlo, lo verdadero y lo falso, lo natural y lo social, todo inclinado, re-configurado. 

Parece que la crisis golpea a todos sin distinciones: el virus no distingue entre ricos y pobres, pero el punto de partida de ese universo que compone a “todos” nunca es el mismo y es imperioso detenerse en los matices. A partir de la crisis, podemos entrever más claramente los puntos de apoyo clave de la sociedad que se invisibilizan en su funcionamiento cotidiano. La pandemia, la emergencia, sirven a modo de test de identificación de los pilares que hacen a la contención social y a su vital importancia. Hay que pensar y repensar el caminito que nos llevó hasta aquí, pensar los últimos 10 años de lo que José Natanson llama “desglobalización”, la crisis financiera del 2008, las nuevas olas; pensar desde la crisis un potencial transformador del cuerpo social y el escenario global; pensar los ciclos del capital y el descuido de los sistemas sanitarios; pensar las instituciones globales.

El cuidado de los segmentos más vulnerables de la población está siempre tercerizado, informalizado, pauperizado y feminizado. Estamos frente a una oportunidad para modificar la norma anterior. El costo de tantas vidas debe servir como enseñanza para que tanto padecimiento no haya sido en vano y el fin de la pandemia arroje otra forma de habitar lo público y también esa enorme parte del sistema de cuidados que sostiene la vida y que hoy es considerado, por su informalidad, privado. No basta con preámbulos tecnócratas, es momento de rescatar –ahora que sí lo vemos– el valor del sistema de cuidados y la sanidad pública; así como también de reconocer la fragilidad del sistema. La experiencia de la crisis muestra que las respuestas generalizadas no alcanzan a la totalidad del conjunto: la excepción permanece como regla en ciertos territorios y ciertas categorías sociales.

¿Menos globalización?

Este nuevo brote de Estado de Bienestar y valorización de lo público -en boca de todos- no implica, necesariamente, menos globalización. Que quede claro, la decisión de frenar el mundo fue tomada a nivel global, los paliativos económicos los sustentará el Banco Mundial y el G20 sesionó para acordar un Fondo Mundial de Emergencia Comunitaria como reparo de las consecuencias del virus. Todos los países -con sus propias recetas locales- se encolumnan, en mayor o menor medida, tras la “estrategia china”. Las fronteras se cerraron y los países se aislaron, pero las respuestas nacionales fueron todas consonantes a una misma respuesta global: la que predica la OMS, el ente válido del mundo desconfiado.

Bolsonaro y Boris Johnson intentaron elaborar sus propias respuestas nacionales con épica churchilliana para cuidar sus economías y no ir al parate, pero no lograron consolidar su posición. Navegaron tan solos en la tormenta que la propia marea los acomodó en eje con el resto de los barcos. Johnson apostó al “herd inmmunity“, privilegiando al mercado, y se terminó contagiando y admitiendo, contra la hegemonía heredada de Thatcher, que “existe tal cosa como la sociedad”. Y, alguno comentó chistosamente, el neoliberalismo corrió de local. Algo similar, aunque no tan ridículo, sucedió en EEUU, pero el elevadísimo número de casos de COVID-19 los obligó a alinearse también. “Nadie se salva solo” dijo Alberto Fernández en la teleconferencia del G20, quienes minimizaron la pandemia la están padeciendo y no están preparados, no pueden afrontarla sin cooperación.

Las crisis ponen en tela de juicio los consensos vigentes y arrojan otros nuevos. Esta crisis parece arrojar uno que el siglo XX promulgó pero no supo materializar: el derecho colectivo a vivir. A transitar la excepción preservando la vida por sobre la riqueza. Este derecho quiebra un mandato neoliberal, que habrá que sostener cuando esto acabe y logremos parir otra normalidad. Algo sangra en el corazón del hedonismo individualista, y esa sangre no se lava con agua.

Quizá debamos preguntarnos ¿quién cuida nuestra vida? Una primera respuesta, por la negativa, podría afirmar que los mercados no. Las farmacias aumentaron los precios, “los vivos especularon”, el capital financiero mostró los dientes, Techint despidió y el Estado tuvo que salir a regularlos, a decirle a los que ganan siempre que esta vez no les toca la sortija y que los sagrados privilegios del capital concentrado pasan a un segundo plano. Primero está la salud de todxs, muchachos, “ganen menos”.

¿Entonces el Estado nos cuida? ¿O nos pide que nos cuidemos? “Cuidarse” parece ser un acto individual reducido al orden del confinamiento, la única alternativa al día de hoy; y también colectiva, porque “cuidarte es cuidar al otro” y evita los contagios. Pero el cuidado es insuficiente si el reducto de confinamiento implica hacinamiento, falta de acceso a los servicios básicos, trabajo informal e inseguridad, condiciones de vida en las que se encuentra el 30% de nuestros país. 

De todos modos, el Estado argentino está ocupándose de los más afectados y otorgará subsidios de emergencia y planes para que los que vieron afectada su fuente de trabajo o se exponen al virus por trabajar en la vía pública. Al día de hoy, más de 9 millones y medio de personas se inscribieron para cobrar el bono de 10 mil pesos que implementó el gobierno como Ingreso Familiar de Emergencia para los trabajadores informales. ¿Se trata de un reconocimiento de la importancia de esta dimensión que está por fuera de los márgenes de la economía formal capitalista? 

Además, se decretó el congelamiento de alquileres y la suspensión de desalojos por 180 días. Se regularon los abusos del mercado inmobiliario y se obligó a los propietarios a bancarizar sus ingresos, sin duda un hecho extraordinario en la lucha por el derecho a la vivienda en Argentina. El desafío es no volver atrás.

Lo que vendrá 

Está claro que cualquier cambio en la dimensión pública y el reordenamiento del escenario económico, aquí y allá, dependerá del éxito o fracaso de decisiones políticas. Si el nuevo mundo se parece más a un Estado de bienestar humanista y solidario o a un autoritarismo reaccionario con supresión de derechos civiles donde estemos “absorbidos por la gestión digital de lo humano y el control bio-social” como sostiene Horacio González en su más reciente artículo en el blog Lobosuelto!, tendrá que decidirlo la política.

¿Es una guerra sin tiros? ¿Una guerra por nuevos estandartes? ¿Por el dominio del orden global? Como primer esbozo es posible vislumbrar que el mundo ha tomado formas violentas, existe un estado de belicosidad manifiesto: libertades restringidas por la excepción, ejércitos de médicos, retórica agresiva, ciudadanos sobreideologizados, tensión, desconfianza generalizada, economías golpeadas y tropas con armas. Dar respuestas a estos interrogantes sería asumir prematuramente conclusiones que hoy por hoy muy difícilmente podamos obtener, y consideramos que la delicada coyuntura requiere de rigurosidad cirujana. Cautela.

Fuente: Revista Random

Una complicidad de muerte que se mantiene en silencio // León Rozitchner

“Los argentinos aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban”, señala el filósofo León Rozitchner.

En plena Guerra de Malvinas el ministro de Obras y Servicios públicos, ingeniero Sergio Martín, elevó a la Presidencia de la Nación (abril de 1982) los proyectos de privatización de todas las empresas dependientes de esa cartera: YPF, Gas del Estado, Yacimientos Carboníferos Fiscales, Química Río Tercero, Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), Ferrocarriles Argentinos, Aerolíneas Argentinas, Empresa Nacional de Correos y Telégrafos, Obras Sanitarias de la Nación, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (Segba), Agua y Energía Eléctrica, ATC Argentina Televisora Color Canal 7, Hidroeléctrica Nordpatagónica (Hidronor S.A.).

La “gesta” de las Malvinas se había convertido en un hecho “objetivo”, que mirábamos desde afuera como algo triste acontecido allá lejos. Un día aciago, es cierto, como el de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, los argentinos perdieron otra batalla: las Malvinas. Pero nos negamos a comprenderla como la Gran Batalla, la última con la cual culmina la perdición de la Argentina en la que colaboraron casi todos sus habitantes. Todavía seguimos pagando el botín de esa guerra. Esa mayoría, sin cuyo apoyo unánime no hubiera habido guerra, esa muchedumbre ahora más silenciosa que nunca, ¿puede pensar siquiera que por su adhesión activa vivimos este presente en el que estamos ahora?

Han pasado más de treinta años y sus consecuencias siguen vivas. ¿Cuál es el derrotero marcado por estos hitos –las Malvinas es el más importante–- que llevó a sus ciudadanos a entregar y empujar al país hacia la destrucción y la muerte? Isabelita-”Proceso” militar-Genocidio militar- Malvinas-Menemismo patricida-genocidio civil: tal es la serie de la última parte de la tragedia argentina. En ese breve período se consumó la entrega de miles de argentinos a la muerte al mismo tiempo que se nos despojaba de la geografía que constituye la verdad material de aquello que se llama el suelo de la Patria.

Pensemos. La soberanía de un país es la de sus cuerpos ciudadanos vivos. Pero no hay patria “espiritual” si no tiene su asiento en la tierra: nuestra geografía es el suelo materno de nuestra vida colectiva sin el cual nuestra existencia no sería posible. Somos argentinos porque nuestro cuerpo colectivo abarca la materia viva de lo que llamamos patria. La común pertenencia a su geografía define nuestro ser argentinos. Pero la tierra es nuestra y al mismo tiempo no es nuestra: esta contradicción define a la Nación y a la Patria. Simbólicamente todos somos argentinos mientras nos reconocemos en la bandera, el escudo, en el himno, en sus héroes o en sus leyes. Pero ¿qué pasa con la geografía, cuya materialidad viva fue convertida en propiedad privada de ellos, pero sólo en nuestra cuando sus dueños nos mandan a morir por la patria? A la tierra patria sólo se la recupera muriendo, no compartiéndola. Y así en las Malvinas. Los argentinos aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban: cuando recordando las islas idealizadas de la escuela primaria alcanzaron la posesión terrenal alucinada más tonta, fetichista y abstracta.

LA UNIDAD NACIONAL AL FIN LOGRADA

Malvinas es un acontecimiento crucial en nuestra historia, donde se sella un pacto siniestro que todavía dura: la complicidad de la mayoría de sus habitantes con el terrorismo de Estado. Esa unidad que el terror había anudado aún no ha sido rota. Porque alrededor de la “Reconquista de las Malvinas” convergió la totalidad de sus fuerzas sociales, de derecha y de izquierda. El gobierno genocida y sus cómplices de múltiples poderes, que lo habían instalado para realizar esa faena, genocidas todos, de pronto logra la Unidad Nacional alrededor de la defensa de la soberanía de la patria. ¡Oh maravilla! Lo más temido por la derecha y el imperio, de arriba hasta abajo, arrastrando ahora tras del triunfo ilusorio a todos los habitantes y a miles de jóvenes a perder la vida. Los genocidas ya no fueron sólo los militares, ni los hombres de la Iglesia, ni los financistas, ni los empresarios, ni los directores de los clubes de fútbol, ni los medios: ahora la población mayoritaria los acompañaba. ¿Algún día los argentinos asumirán la responsabilidad que la inocencia hipócrita y dolorosa encubre? Esta Argentina despojada, que relojea el mundo mientras cree que está viva, poblada de almas muertas y de cuerpos difuntos, es el resultado de aquella unidad siniestra, pacto mortal que todavía no pudo ser desanudado entre nosotros.

La guerra de las Malvinas logró el milagro: la unidad más completa que nunca pudo siquiera ser pensada por toda la izquierda –peronista y las otras– se realiza de pronto por arte de magia y con ella se esfuman las contradicciones tan declamadas por la dialéctica abstracta. El clarín de guerra soplado por un general borracho llenaba el hueco imaginario del antiguo dios Marte. ¡Argentina, Argentina! En el balcón, coronado de gloria de la Casa Rosada, un Perón fantaseado seguía agitando sus brazos detrás de Galtieri. Pero esa unidad nos hizo cómplices de sus masacres y borró las líneas de separación de las cuales el temblor y el terror nos habían mantenido alejados. La unidad nacional marcó el extremo límite que alcanzó la ciudadanía argentina en su sometimiento imaginario, allí donde todos los índices de realidad fueron borrados en la gran alucinación colectiva. ¿Hasta qué punto el terror es una explicación suficiente para comprender esta adhesión multitudinaria? Nos volvimos activos cuando podíamos estar quietos y en silencio, como estamos ahora. ¿Sobre qué pasión se apoyaba este desborde inesperado que barría con todos los índices de realidad? El apoyo debía brotar, pensamos entonces, como un condensado de todas las experiencias sociales en las que sus habitantes se habían formado. Las experiencias políticas vividas en el pasado fueron otras tantas formas ilusorias que desde mucho antes habían borrado la comprensión de lo que nos pasaba. Tampoco la izquierda había alcanzado a crear con sus acciones valerosas y sus propuestas revolucionarias la apertura de un espacio crítico sin fantasías mortíferas: un campo de lucha desalucinado. Un lugar de sensatez mínima que llevara a comprender las amenazas y las trampas que el sistema nos tiende para hacer de tantos argentinos sus figuras serviles.

Por eso es necesario (deseable diríamos) que la Guerra de Malvinas comience a ser rememorada como lo que realmente fue: una experiencia traumática y trágica de una población cuya historia mediocre sirvió a los designios de quienes nos destruyeron. Que se convierta por fin en una experiencia colectiva que se anime a deshacer, muy a posteriori, la trágica unidad pasada que la desunión actual tiene todavía como fondo: esa unidad alucinada donde todas las diferencias reales, perceptibles, se habían borrado. Para poder enfrentar nuestro propio pasado desde este presente desolado sería preciso que las Malvinas se conviertan en una nueva experiencia social: que a las Malvinas perdidas las transformemos en una recuperación de nosotros mismos, dolorosa sí pero menos mortal, de quienes la perdieron por la decisión colectiva de mandarlos al muere. Pero si sólo sirve la rememoración para hablar de eso que se sigue llamando “gesta”, eso significa volver a marcar de rojo al calendario para ocultar la sangre al rojo vivo de quienes allí murieron. En las Malvinas se anudó una complicidad de muerte, pacto siniestro y oscuro que todavía se mantiene en silencio.

Fuente: Página/12, Especial 25 años de Malvinas

Capitalismo o existencia humana // Raúl Cerdeiras

Si la crisis que provoca la pandemia del “coronavirus” porta algo alentador en términos de modificación de la realidad en que vivimos, es que puede acelerar la caída de una palabra tan universal como universal es su función de ocultar. Esa palabra es “economía”. Varias veces de manera provocativa escribí sobre el tema afirmado que “la economía no existe”. La palabra economía se usa en el lugar de “capitalismo”.

¿Qué pasaría si en todos los discursos (no importa quién lo pronuncie) con los que hace años nos aturden todos los días se dijera la verdad? Aquí la “verdad” significa: en vez de decir “la economía” se dijera “el capitalismo” Por ejemplo, escuchamos diariamente decir que “las medidas de prevención sanitarias deben afectar lo menos posible  a la economía”. Ahora bien, corramos el velo y en lugar de economía digamos capitalismo, es decir: una estructura que organiza mundialmente la vida social de los pueblos dominada por una oligarquía que reúne el 10% de la población mundial  y es propietaria del 86% de la riqueza producida [y el 1% de ese 10% posee el 46% de ese 86%]una clase media que cubre el 40% de la población y lucha por el reparto del 14% sobrante; finalmente, el 50% restante de los seres humanos que habitan este mundo son pobres y no poseen nada. El capitalismo funciona atado a su única ley, la ganancia y su acumulación que la obtiene mediante la explotación (directa y/o indirecta) de la fuerza de trabajo de los que nada tienen. Para realizar esa riqueza somete a la humanidad a la maquinaria infernal del consumo sin fin de cualquier cosa que sea. Dentro de su lógica destroza todo lazo social humano, promueve el individualismo hasta niveles insospechados a tal punto de crear la figura  del “emprendedor” que es una subjetividad que se obliga a sí mismo como si fuera su propio patrón. Desparrama por todo el mundo guerras no convencionales de rapiña para apoderarse de las riquezas allí donde estas florezcan y, como todo lo hace prever, dentro de un tiempo quizás no tan lejano hará inhabitable este planeta. De golpe, aparece que estamos promoviendo medidas sanitarias para preservar la vida tratando de “afectar lo menos posible” a esta máquina infernal de matar a más de media humanidad por hambre, despojo y persecución.

Todo el mundo “sabe” eso, sin embargo se lo acepta resignadamente porque nos han hecho creer que es lo único posible, que es algo natural, incrustado en la esencia misma del ser humano y que llegó para quedarse. Los dueños del mundo, sus políticos y sus Estados no hacen más que decirnos que no hay otra alternativa. A lo sumo algún grupo de gente quizás bien intencionada piense que desde el Estado se puede domesticar un poco a la bestia, hacerla más “humana” y “solidaria”, racional, etc. pero jamás abolirla. Son los populistas-progresistas “democráticos” que aún no se enteraron que cumplen de vez en cuando el papel de médicos de cabecera del capitalismo. Cuando este sistema corre el riesgo de empezar a resquebrajarse estos médicos llegan en la ambulancia de los votos que recogen en el camino prometiéndoles alivio a las pobres e indefensas víctimas hambrientas, porque “ellos saben” cómo reactivar la economía (o sea: el capitalismo) para sacar al país adelante. Así nos va. Algunos otros, los “tacticistas”, (que yo llamo los “realistas de vanguardia”) nos harán un guiño y una mueca de complicidad diciendo: “si, ya lo sabemos, pero no conviene decirlo porque espanta a la gente”. Así nos va.   

¡Es el capitalismo, estúpido! Hay que decirle al bueno de nuestro presidente cuando molesto porque el dueño de Techint despidió a 1450 obreros se reconfortaba diciendo que “afortunadamente la mayoría de nuestros empresarios”  no se conducían con ese espíritu egoísta. ¿Qué esperar cuando después de 163 años de publicado El Capital de Marx, un presidente dice tamaño disparate? Y cuando Cristina (junto con el Papa, la mejor propagandista del capitalismo humanitario) en un acto electoral del año  pasado en la Matanza decía “que había que meterles en la cabeza a los capitalistas algo que  no terminan por comprender y es que si la gente no consume ellos no existirían”. Pero no puedo dejar de recordar una frase emblemática que se repite constantemente, y para el mundo político de los médicos de cabecera del capitalismo es de una contundencia tal que no dejan de regocijarse con ella: “los muertos no pagan”. ¡Genial!. Veamos que encierra esta afirmación. En primer lugar el reconocimiento que el acreedor (es decir, el sistema capitalista representado por el FMI), es mortífero, te mata sin miramientos. En segundo lugar que se está dispuesto a vivir a cualquier precio. En tercer lugar,  ese “cualquier precio” significa que si me deja con vida voy a poder pagarle lo que le debo, y de esa forma mi acreedor podrá seguir reproduciéndose como lo que es: una maquina mortal. Ese es el mecanismo perverso de este slogan que se repite como un “arma efectiva en la mesa de negociación”: dejar que la vida de la humanidad se convierta en el medio para que siga reinando sobre ella el mortífero capitalismo.

Tampoco lo hace la izquierda tradicional que debería, aunque sea por tradición, denunciar públicamente y de manera constante y sistemática lo siniestro del capitalismo. No lo hace porque su política para poner en marcha ese proyecto reproduce, sin ninguna crítica de fondo, el modelo marxista-leninista que sucumbió, y encima han aceptado todos los requerimientos legales que les exige el Estado burgués para funcionar dentro del sistema político “democrático”.

Esta paralización de la realidad y su vida cotidiana  con todos los clichés del sentido común, pueden desocupar un espacio para la circulación de  cuestiones que hablen del peligro que corre la subsistencia de los humanos en tanto su vida en común se sostenga en el lazo social capitalista. La palabra “comunismo”, que hace más de medio siglo fue desterrada de la política: comunismo=terrorismo, fue la sentencia de la derecha que cubrió a todo el planeta. El “apagón” de esa palabra ayudó mucho para que deje de estar iluminada su opuesta. Ahora puede ser que la palabra “capitalismo” empiece a tomar cuerpo de nuevo por el solo hecho que se deban tomar medidas que buscan defender la vida (cuarentena, etc.) pero que complican a la economía y que esta reaccione de tal manera que podamos empezar a sospechar ¿qué es esa “economía” que no retrocede ni aun cuando corre peligro la vida de los humanos?

En medio de un posible despertar de algo nuevo en el campo de las políticas de emancipación, creo que sería aconsejable alentar esta tendencia de que la gente empiece a interrogarse acerca de qué tipo de sociedad está parada, qué hay detrás de la palabra economía que no sea cuánto dinero gana, le falta o puede gastar. En su momento, de la mano de Copérnico y muchos otros más, la humanidad tuvo que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” que tardó más de un siglo para ser aceptada y a regañadientes. El  cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos.

Esta puede ser una circunstancia parecida en cuanto amenaza resquebrajar el escenario de nuestras certezas y anunciar que las cosas no están dadas de una vez y para siempre. Aunque sea incipiente hay algo que se puede ir instalando en la experiencia más vital del día a día de la existencia. Sentimos el miedo cierto de perder la vida en manos de un virus poco conocido e imprevisible en su destino final, y cuando la voz de orden más razonable nos indica que la mejor forma de defendernos es recurrir a un voluntario y solidario aislamiento, resulta que hay algo que perturba, que impide ese gesto solidario: la economía. Tengo la esperanza que en el interior de la fuerza política que hoy gobierna el país, en el militante que compromete su vida a favor de una causa que él cree justa, este resquebrajamiento abra canales por los que ingresen otras aguas, comenzando por un “hilo” pero que puede terminar en un torrente. Pienso en las Madres de Plaza de Mayo.

No hay verdadera liberación si no nos liberamos de un sistema. Quizás ese pequeño chorrito de agua signifique que va tomando cuerpo la decisión de que en momentos como los que estamos viviendo, no podemos dar en política un solo paso si no es denunciando a cada momento a este sistema mundial capitalista. Pero no como ese vago telón de fondo que uno deja intocado porque cree que abordar su destrucción es una tarea reservada al largo plazo. ¡A la mierda con el largo plazo! Es hoy, aquí y ahora que hay que empezar a demoler a esta máquina salvaje. Aprovechemos esta crisis de sentido en las certezas de nuestras vidas que ponen al descubierto las lacras sociales que brotan del lazo social capitalista.

Pero también debemos advertir que hay que fundar la solidaridad por fuera de la amenaza de muerte. La verdadera solidaridad política y emancipadora es la que se construye alrededor de un proyecto creativo y no por la pura amenaza de la muerte. La lucha política (toda creatividad humana) debe esquivar el horizonte -en el que se empeña en ubicarla el pensamiento reaccionario- de ser una contienda entre la vida y la muerte. Ese es el escenario de las luchas naturales, en donde aún no existe esa excepción inmanente al orden natural llamado “ser humano”. El viviente humano es precisamente humano porque puede escapar a ese dilema. Quizás  la mejor situación en la que hoy se pueda singularizar la humanidad del hombre es cuando se encuentra ente el momento en que debe tomar una decisión sin garantías. No una elección, que es siempre entre cuestiones posibles, sino una apuesta sobre lo imposible. 

 Muchos sinceros luchadores contra el capitalismo se extravían, según creo, al elegir el camino de salir del capitalismo pero no “caminando para adelante” montados en la fuerza creadora de los desafíos de lo nuevo, sino “marchando hacia atrás” para refugiarse en una visión casi celestial de la naturaleza.

Hay que estar atentos porque es muy posible que esto gire hacia horizontes que refuercen el statu quo político o se encaminen buscando seguridades represivas. Hasta el Coronavirus la situación “política” (entre comillas porque entiendo que lo que hoy circula bajo ese nombre es la negación de la política, es pura gestión) ofrecía una disputa acerca de quien gestiona y gobierna al neoliberalismo: o es el Estado, con sus dos variantes, la democrática o la dictatorial (China), o es el capital financiero y las reglas del mercado. Es indudable que en nuestro país está ganando la “política” del Estado presente. Dentro de esta línea hay que estar alertados de la consigna de “nos salvamos entre todos” y ese todos incluye…a todos: FF.AA. empresarios, villeros, intelectuales, etc., lo que lógicamente nunca queda claro es cuál es el plan de salvataje, quien lo diseña y comanda. También es posible, como se dice insistentemente, que después de la pandemia el mundo ya no va a ser el mismo, va a ser distinto…habría que ver que se entiende por distinto.

Es tan grande nuestra orfandad en materia de políticas emancipativas que empezar a decir hoy lo que fue dicho hace más de 170 años atrás, de la  mano del Manifiesto Comunista, a saber, que el capitalismo destruye a la humanidad del hombre, puede resultar un paso que retumbe. Que produzca una “ganancia subjetiva”, que bajo nuevas formas políticas, aún incipientes, pero desligadas claramente de la matriz política que comandó las luchas revolucionarias del siglo pasado, ponga en marcha una nueva etapa en la manera de pensar y hacer las políticas liberadoras e igualitarias.

2 de abril del 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Más allá del colapso: tres meditaciones sobre las condiciones resultantes posibles // Franco «Bifo» Berardi

De repente, lo que hemos estado pensando durante los últimos cincuenta años tiene que ser repensado desde cero. Gracias a Dios (¿es Dios un virus?) que tenemos una gran cantidad de tiempo extra ahora porque las viejas empresas están hoy fuera de juego.

Voy a decir algo sobre tres temas distintos. Uno: el fin de la historia humana, que se desarrolla claramente ante nuestros ojos. Dos: la emancipación en curso del capitalismo, y/ o el peligro inminente del tecno-totalitarismo. Tres: el regreso de la muerte (por fin) a la escena del discurso filosófico, después de su larga negación moderna, y la revitalización del cuerpo como disipación.

1.-Bichos

La filósofa que mejor anticipó el apocalipsis viral en curso es Donna Haraway. En Seguir con el problema, ella sugiere que el agente de la evolución ya no es el Hombre, sujeto de la historia.

El humano está perdiendo su centralidad en este proceso caótico, y no debemos desesperarnos por esto, como hacen los nostálgicos del humanismo moderno. Al mismo tiempo, no deberíamos buscar consuelo en los delirios de un tecno-arreglo, como lo hacen los tecno-maníacos transhumanistas contemporáneos.

La historia humana ha terminado, y los nuevos agentes de la historia son los ‘bichos’ [critters], en la jerga de Haraway. La palabra ‘bicho’ refiere a pequeñas criaturas, criaturas pequeñas y juguetonas que hacen cosas extrañas, como provocar mutaciones.

Bien: los virus. Burroughs habla de los virus como agentes de mutación: mutación biológica, cultural, lingüística.

Los bichos s no existen como individuos. Se propagan colectivamente, como un proceso de proliferación.

El año 2020 debería ser visto como el año en que la historia humana se disolvió, no porque los seres humanos desaparezcan del planeta Tierra, sino porque el planeta Tierra, cansado de su arrogancia, lanzó una microcampaña para destruir su Will zur Macht.

La Tierra se está rebelando contra el mundo, y los agentes del planeta Tierra son inundaciones, incendios y, sobre todo, bichos.

Por lo tanto, el agente de la evolución ya no es el ser humano consciente, agresivo y de voluntad fuerte, sino la materia molecular, los microflujos de criaturas incontrolables que invaden el espacio de producción y el espacio del discurso, reemplazando la historia por la herstoria, la época en que la Razón teleológica es reemplazada por la Sensibilidad y el devenir sensual y caótico.

El humanismo se basó en la libertad ontológica que los filósofos italianos del Renacimiento temprano identificaron con la ausencia de determinismo teológico. El determinismo teológico ha terminado y el virus ha tomado el lugar de un dios teleológico.

El fin de la subjetividad como motor del proceso histórico implica el fin de lo que hemos llamado “Historia” con h mayúscula, e implica el comienzo de un proceso en el que la teleología consciente es reemplazada por múltiples estrategias de proliferación.

La proliferación, la diseminación de los procesos moleculares, reemplaza la historia como macroproyecto.

El pensamiento, el arte y la política ya no deben verse como proyectos de totalización (Totalizierung, en el sentido de Hegel), sino como procesos de proliferación sin totalidad.

2.-El uso, lo útil

Después de cuarenta años de aceleración neoliberal, la carrera del capitalismo financiero se detuvo de repente. Uno, dos, tres meses de bloqueo global, una larga interrupción del proceso de producción y de la circulación global de personas y bienes, un largo período de aislamiento, la tragedia de la pandemia … todo esto va a quebrar la dinámica capitalista en un manera que puede ser irremediable, irreversible. Los poderes que administran el capital global a nivel político y financiero están tratando desesperadamente de salvar la economía, inyectando enormes cantidades de dinero en ella. Miles de millones, miles de millones … cifras, números que ahora tienden a significar: cero.

De repente, el dinero no significa nada, o muy poco.

¿Por qué le están dando dinero a un cadáver? ¿Puedes revivir el cuerpo de la economía global inyectando dinero en él? No puedes. El punto es que tanto el lado de la oferta como el de la demanda son inmunes al estímulo monetario, porque la caída no ocurre por razones financieras (como en 2008), sino por el colapso de los cuerpos, y los cuerpos no tienen nada que ver con el estímulo financiero.

Estamos pasando el umbral que lleva más allá del ciclo de labor-dinero-consumo.

Cuando, un día, el cuerpo salga del confinamiento de la cuarentena, el problema no será reequilibrar la relación entre tiempo, labor y dinero, reequilibrar la deuda y el reembolso. La Unión Europea se ha fracturado y debilitado por su obsesión con la deuda y el equilibrio, pero la gente está muriendo, los hospitales se están quedando sin ventiladores y los médicos están abrumados por la fatiga, la ansiedad y el miedo a las infecciones. En este momento esto no se puede cambiar con dinero, porque el dinero no es el problema. El problema es: ¿cuáles son nuestras necesidades concretas? ¿Qué es útil para la vida humana, para la colectividad, para la terapia?

El valor de uso, expulsado por mucho tiempo del campo de la economía, ha vuelto, y lo útil ahora es el rey.

El dinero no puede comprar la vacuna que no tenemos, no puede comprar las máscaras protectoras que no se han producido, no puede comprar los departamentos de cuidados intensivos que han sido destruidos por la reforma neoliberal del sistema de salud de Europa. No, el dinero no puede comprar lo que no existe. Solo el conocimiento, solo el trabajo inteligente puede comprar lo que no existe.

Así el dinero es impotente ahora. Solo la solidaridad social y la inteligencia científica están vivas, y pueden volverse políticamente poderosas. Por eso creo que al final de la cuarentena global, no volveremos a la normalidad. Lo normal nunca volverá. Lo que sucederá después aún no se ha determinado, y no es predecible.

Nos enfrentamos a dos alternativas políticas: un sistema tecno-totalitario que relanzará la economía capitalista mediante la violencia, o la liberación de la actividad humana de la abstracción capitalista y la creación de una sociedad molecular basada en el uso.

El gobierno chino ya está experimentando a gran escala con el capitalismo tecno-totalitario. Esta solución tecno-totalitaria, anticipada por la abolición provisional de la libertad individual, puede convertirse en el sistema dominante del tiempo venidero, como Agamben ha señalado correctamente en sus recientes y controvertidos textos.

Pero lo que dice Agamben es solo una descripción obvia de la emergencia actual y del futuro probable. Quiero ir más allá de lo probable, porque lo posible es más interesante para mí. Y lo posible está contenido en la ruptura de la abstracción y en el dramático retorno del cuerpo concreto como portador de necesidades concretas.

Aquello con alto valor de uso está de vuelta en el campo social. El uso, olvidado y negado por el proceso capitalista de valorización abstracta, es ahora el rey de la escena.

El cielo está despejado en estos días de cuarentena, la atmósfera está libre de partículas contaminantes, ya que las fábricas están cerradas y los automóviles no pueden circular. ¿Volveremos a la economía extractiva contaminante? ¿Volveremos al frenesí normal de destrucción por acumulación y de aceleración inútil por el valor de cambio? No, debemos avanzar hacia la creación de una sociedad basada en la producción de lo útil.

¿Qué necesitamos ahora? Ahora, en el momento inmediato, necesitamos una vacuna contra la enfermedad, necesitamos máscaras protectoras y necesitamos equipos de cuidados intensivos. Y a la larga necesitamos comida, necesitamos afecto y placer. Y una nueva cultura de ternura, solidaridad y frugalidad.

Lo que queda del poder capitalista intentará imponer un sistema de control tecno-totalitario en la sociedad, esto es obvio. Pero la alternativa está aquí ahora: una sociedad libre de las compulsiones de acumulación y crecimiento económico.

3.-Placer

El tercer punto sobre el que me gustaría reflexionar es el retorno de la mortalidad como la característica definitoria de la vida humana. El capitalismo ha sido un intento fantástico de superar la muerte. La acumulación es el Ersatz que reemplaza la muerte con la abstracción del valor, la continuidad artificial de la vida en el mercado.

El cambio de la producción industrial al trabajo de información, el cambio de la conjunción a la conexión en la esfera de la comunicación, es el punto final de la carrera hacia la abstracción, que es el hilo principal de la evolución capitalista.

En una pandemia, la conjunción está prohibida: quédese en casa, no visite a amigos, mantenga su distancia, no toque a nadie. Es inevitable una enorme expansión del tiempo que se pasa en línea, y todas las relaciones sociales (trabajo, producción, educación) se han desplazado a esta esfera que prohíbe la conjunción. El intercambio social offline ya no es posible. ¿Qué pasará después de semanas y meses de esto?

Tal vez, como predice Agamben, ingresaremos al infierno totalitario de un estilo de vida plenamente conectado. Pero un escenario diferente es posible.

¿Y qué si la sobrecarga de la conexión rompe el hechizo? Cuando la pandemia finalmente se disipe (suponiendo que lo haga), es posible que se haya impuesto una nueva identificación psicológica: online equivale a enfermedad. Tenemos también que imaginar y crear un movimiento de caricias que obligue a los jóvenes a apagar sus pantallas conectivas como recordatorios de un momento solitario y temeroso. Esto no significa que debamos volver a la fatiga física del capitalismo industrial; más bien significa que debemos aprovechar la riqueza del tiempo que la automatización emancipa del trabajo físico, y dedicar nuestro tiempo al placer físico y mental.

La propagación masiva de la muerte que estamos presenciando en esta pandemia puede reactivar nuestro sentido del tiempo como disfrute, en lugar de como un aplazamiento de la alegría.

Al final de la pandemia, al final del largo período de aislamiento, la gente simplemente puede continuar hundiéndose en la nada eterna de la conexión virtual, del distanciamiento y la integración tecno-totalitaria. Esto es posible, incluso probable. Pero no deberíamos estar limitados por lo probable. Deberíamos descubrir la posibilidad oculta en el presente.

Puede ser que después de meses de constante conectividad en línea, las personas salgan de sus casas y apartamentos en busca de conjunción. Puede surgir un movimiento de solidaridad y ternura que lleve a las personas hacia una emancipación de la dictadura conectiva.

La muerte está de vuelta en el centro del paisaje: la mortalidad negada desde hace mucho tiempo, la misma que hace que los humanos estén vivos.


Publicado originalmente como “Beyond the Breakdown: Three Meditations on a Possible Aftermath” en E-flux.

Fuente: Calderon094

Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad tampoco debe conocerlas // Entrevista a Antonio Infranca

Antonino Infranca es un Filósofo italiano. Se doctoró en filosofía en la Academia Húngara de Ciencias con una tesis sobre el concepto de trabajo en Lukács. Entre sus libros se destacan Trabajo, individuo, historia. El concepto de trabajo en Lukács y Los filósofos y sus mujeresrecientemente publicado como ebook de descarga libre por Topía.

– ¿Cómo vive usted en Europa este hecho inédito en el mundo desde hace más de un siglo?

Creo que la respuesta debe estar en dos niveles: uno personal y otro comunitario. En cuanto al nivel personal, en verdad no vivo mal este estado de excepción, porque tengo el privilegio de vivir en el campo y con una biblioteca de casi diez mil volúmenes y con una discreta conexión con el mundo exterior. Incluso, antes de la epidemia de coronavirus, viví mucho en casa para dedicarme a estudiar, leer y escribir. El único obstáculo para mi vida privada es calcular y racionalizar mis movimientos; después de todo, no es un gran problema. Desde el punto de vista de la comunidad, las dificultades son grandes y muy visibles. Además de las calles vacías, observamos el nivel de aceptación de las restricciones por parte de los italianos: la gran mayoría no sale de la casa, a excepción de la minoría habitual de «inteligentes» que intentan evadir ridículamente las reglas. Además, la abrumadora mayoría de los involucrados en la primera línea (médicos, enfermeras, agentes de la ley, trabajadores y trabajadores de bienes necesarios) realizan regularmente su trabajo y su servicio a la comunidad, de una forma verdaderamente admirable. Como siempre, los italianos muestran su valor real en un estado de excepción. Confundida es la reacción de la clase política, que, como es la tradición de la clase política italiana, es digna de la comedia italiana.

Hasta ahora, la globalización era en beneficio de la economía, ahora debe ser en beneficio de la humanidad

-Desde su perspectiva teórica y profesional, ¿cuáles son sus efectos en la subjetividad de la población en los diferentes sectores sociales y en el tejido social y ecológico?

La subjetividad de la población italiana está muy afectada por la epidemia. La población está mostrando conciencia y responsabilidad por su papel dentro de la comunidad, respetando las reglas de aislamiento y exigiendo respeto por estas reglas. También crea conciencia de que menos tráfico de personas y bienes está mejorando las condiciones ambientales. Esta conciencia podría ser un buen punto de partida para futuras acciones políticas en el mantenimiento de esta mejora del medio ambiente.

 

– ¿Cuáles considera las problemáticas de salud mental por efecto de la pandemia y la necesaria cuarentena? ¿Qué formas de trabajo considera necesarias de implementar para esta situación?

Sin lugar a dudas, las tareas del hogar, donde sea posible, es la mejor medida para lidiar con el aislamiento necesario; lo que implica una completa capacidad de autogestión del trabajador, que en casa no tiene límites externos para su trabajo, pero debe poder encontrar dentro de sí mismo la disciplina correcta para un trabajo y una vida fuera del trabajo que valga la pena vivir. El otro aspecto a tratar estrictamente es la mayor atención a la salud de los trabajadores. Muchas infecciones en Italia han ocurrido en hospitales, incluido el personal de salud; por lo tanto, el trabajador debe tener mayor y completa seguridad en el lugar de trabajo Esta seguridad se logra no solo con los medios adecuados, sino también con un mayor empoderamiento de los trabajadores y un mayor respeto por los derechos laborales.

 

-A partir de esta pandemia, ¿es posible pensar un antes y después en la cultura del capitalismo tardío sobre la relaciones sociales, laborales y políticas?

Los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda pueden beneficiarse de la gran demostración de respeto por las reglas de la sociedad civil, la participación apasionada de los trabajadores para hacer su trabajo para lidiar con el contagio y la dedicación absoluta mostrada por los trabajadores de la salud

Sí, creo que los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda pueden beneficiarse de la gran demostración de respeto por las reglas de la sociedad civil, la participación apasionada de los trabajadores para hacer su trabajo para lidiar con el contagio y la dedicación absoluta mostrada por los trabajadores de la salud en su trabajo de la tarea al servicio de la comunidad. Será una tarea difícil, pero es posible explotarla política, económica y socialmente. Hay algunos signos, por ejemplo, en la actitud actual de los sindicatos para cerrar las fábricas, cuya producción no es necesaria para enfrentar la epidemia. Sin embargo, esta es una actitud respaldada por el trabajo continuo y reforzado de los trabajadores directamente involucrados en la lucha contra la epidemia. Las organizaciones de empresarios italianos están en contra, porque temen el perjuicio económico, aunque no les importa la salud de los trabajadores, por lo que muestran la cara inhumana del capitalismo a toda la sociedad civil.

 

-Desde todo lo anterior ¿cómo piensa sus consecuencias a largo plazo en la mundialización capitalista?

Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad no debe conocer fronteras

La globalización debe ser repensada y reestructurada. Hasta ahora, la globalización era en beneficio de la economía, ahora debe ser en beneficio de la humanidad. La solidaridad tendrá que ser el próximo virus en propagarse por todo el mundo. Hasta ahora, Italia solo ha recibido ayuda de países no europeos, como China, Cuba y Rusia. La globalización continental no ha dado ninguna respuesta efectiva a la epidemia. Este es el ejemplo de la globalización capitalista. Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad no debe conocer fronteras.

 

Foto: Together we are Bremen

Fuente: Revista Topia

Una ruptura antropológica importante // David Le Breton

David Le Breton es Profesor de Sociología en la Universidad de Estrasburgo. Miembro del Instituto Universitario de Francia y del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Estrasburgo (USIAS). Autor entre otros títulos en español de: Desaparecer de Sí. Una tentación contemporánea (Siruela), El cuerpo herido. Identidades estalladas contemporáneas (Topía), Conductas de riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía), El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos (Nueva Visión), Antropología del cuerpo y modernidad (Nueva Visión), Caminar (Waldhuter), La piel y la marca. Acerca de las autolesiones (Topía).

La editorial Topía publicará en los próximos meses su nuevo libro Experiencias del dolor. Entre la destrucción y el renacimiento.

El suceso catastrófico puede ser el fin de la civilización política, o incluso de la especie ‘hombre’. Puede ser también la Gran Crisis, es decir la oportunidad de una elección sin precedentes. Previsible e inesperada, la catástrofe sólo será una crisis, en el sentido literal de la palabra, si cuando golpea, los prisioneros del progreso exigen escapar del paraíso industrial y que una puerta se abra en el cerco de la prisión dorada

Ivan Illich, La Convivialidad

 

La crisis sanitaria recuerda la estrecha interdependencia de nuestras sociedades, la imposibilidad de cerrar las fronteras. La polución, el calentamiento climático con sus desequilibrios nos lo recuerda a diario. El surgimiento del coronavirus es una nueva vuelta de tuerca. Por otra parte, la paradoja es que al reducirse la circulación automotriz y aérea, y detenerse innumerables actividades que producen polución, el virus provee una especie de respiración ecológica para el planeta. Es necesario que los mundos contemporáneos entren en una era postmoderna radicalizando principios que todavía eran potenciales las semanas precedentes. No creo de ningún modo que se trate de cuestionar las medidas de protección, por supuesto legítimas, sino solamente de resaltar la ironía trágica de su subtexto.

Todos los días los medios de comunicación desgranan la cantidad de personas afectadas y el número de muertes aquí y en el extranjero. Nuestras sociedades, más que nunca, están bajo la tutela de la ordalía,[1] un juicio de Dios o más bien del azar que alcanza a unos y a otros, pero más electivamente a aquellos que participan aún de la trama social con su trabajo, en especial el personal sanitario. Dentro de este contexto, la letanía de la muerte por accidentes automovilísticos ha sido suplantada por la del coronavirus. La ordalía de las rutas está suspendida por el momento, pocos vehículos están en circulación y la cantidad de accidentes es casi inexistente. Es cierto, cada automovilista al volante de su vehículo está convencido que únicamente los demás son malos conductores, fantasea con ser un experto. Frente al contagio, es más difícil para cada uno de nosotros afirmar su omnipotencia.

 

El confinamiento en nuestras casas manteniendo las relaciones con los demás por medio de las herramientas de comunicación a distancia transforma a las poblaciones en un archipiélago innumerable de individuos. Cada uno está frente a sus pantallas aunque no quiera, transformado en un hikikomori ordinario, como esos jóvenes japoneses que viven en reclusión voluntaria mientras continúan un intercambio sin fin con los otros a través de las redes sociales. Se mantienen encerrados a veces durante años rechazando al mundo exterior. Con esta imposibilidad de salir se borra la presencia física con el otro, aún la conversación desaparece de antemano en beneficio de la única comunicación sin cuerpo, sin contacto, e incluso sin voz (salvo la amplificada por el smartphone o la computadora). Ya no hay más comunicación cara a cara, es decir del rostro al rostro en la proximidad de la respiración del otro. Y más allá de la pantalla, en la calle o en otra parte, la mascarilla lo disimula. El confinamiento acentúa la adicción al smartphone y en principio destruye también la conversación, o sea el reconocimiento plenario del otro a través de la atención hacia él.

Ahora el cuerpo es el lugar de la vulnerabilidad, donde yacen la enfermedad y la muerte para precipitarse por la brecha más pequeña. Más que nunca el cuerpo es el lugar de la amenaza, es importante sellarlo, clausurarlo, por medio de los “protocolos de barrera”, tan adecuadamente nominados. La “fobia del contacto”, señalada anteriormente por Elias Canetti también se radicaliza en nuestras sociedades. El cuerpo debe ser lavado, fregado, examinado, purificado constantemente, mantenido fuera de todo contacto con el otro desconocido, y por ende sospechoso. No más besos, no más apretones de manos o abrazos en las pocas relaciones todavía físicas que sólo se sostienen a distancia. El deseo es un peligro porque escapa a todo control y expone a lo peor a quienes ceden a él. Una forma inédita de puritanismo acompaña las medidas de confinamiento y las precauciones a tomar para no ser alcanzado por la enfermedad y no contaminar a los otros. Asistimos a un endurecimiento sociológico del individualismo con esta reclusión necesaria. La privatización de la existencia elimina el espacio público. El individuo hace un mundo sólo para él “comunicándose” permanentemente pero sin la incomodidad de la presencia física del otro.

El confinamiento con la pareja o la familia no siempre se asume con comodidad. Vivir el día completo unos con otros a veces es fuente de tensión. Más bien se trata de alegrarse por el reencuentro luego del trabajo o durante las vacaciones. En ese contexto, la vida en común es una imposición, no es algo elegido. Además es difícil salir para recuperar el aliento en vista de las restricciones para desplazarse. Lejos del viento pleno del mundo, el aburrimiento nos acecha, nos hace andar en círculos, rumiar nuestras preocupaciones, inquietarnos por nuestra gente querida y preguntarnos con ansiedad por las próximas semanas, y por el mundo del después. Podemos temer también brotes de violencia por parte de los hombres contra sus parejas o sus hijos. Los matrimonios que no se llevan bien pueden pasar momentos difíciles, y también los niños de las familias donde son maltratados.

La llegada de la primavera en el hemisferio norte suma todavía más dificultades. Los pájaros cantan por doquier, los brotes explotan, el llamado del afuera es irresistible, pero debemos mantenernos más o menos enclaustrados o en la proximidad de nuestras casas y resistir a la tentación del sol y de la naturaleza en plena metamorfosis. Una experiencia terrible para los niños que penan por comprender el motivo de tal encierro.

Redescubrimos con asombro el precio de las cosas que no tienen precio: el simple hecho de desplazarse a otro barrio, de recorrer los bosques, de encontrarse con amigos, de tomar un café en la terraza, ir a un cine o a un teatro, a una librería… Una cierta banalidad envuelve estos comportamientos cotidianos, y encuentran hoy su dimensión de sacralidad, su valor infinito. La crisis sanitaria en ese sentido es un memento mori, el recuerdo de nuestra incompletud y de una fragilidad que no dejamos de olvidar. Restablece una escala de valores banalizada por nuestras rutinas. La privación vuelve deseable lo que estaba dado sin siquiera pensarlo. Sólo tiene precio lo que nos puede ser arrebatado. El hecho de desplazarse era tan obvio que no se percibía como un privilegio.

Esta crisis sanitaria es una travesía por la noche, por el duelo, por la angustia, más allá nos espera una forma de renacimiento. Al término de la crisis sanitaria, el retorno a la normalidad será un momento de júbilo formidable, de reencuentro con los otros y con el mundo, de recuperación de la alegría de vivir y de la sensación de estar vivo. Los primeros días serán muy fuertes. Nunca deberíamos olvidar esta enseñanza propicia del sabor del mundo, pero esa es otra historia. Estamos en un cruce de caminos, las posturas políticas serán determinantes: la crisis sanitaria puede engendrar un impulso humanista, una mayor preocupación ecológica por el planeta, una inquietud social por luchar contra las desigualdades y las injusticias.

Traducción: Carlos Trosman

Notas:

 

[1] He escrito mucho sobre esta noción de ordalía, en especial en En Souffrance. Adolescence et entrée dans la vie (Metailié), en Conductas de Riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía), o en La sociología del rischio (Mimesis).

Fuente: Revista Topía

Segundos Afuera (Notas Sobre El Virus) // Rubén Mira

Miro por la ventana. Del otro lado del pasaje, junto a su ventana, mi vecina está repasando Instagram en su celu. Se ve que llego en el momento del descanso. Ella, como yo, trabajamos estos días desde casa. Somos criaturas Zoom. Sobrevivientes de un naufragio repentino. Nos chocamos contra el iceberg del virus y de pronto nos dimos cuenta que el agua no estaba tan fría y que teníamos chaleco salvavidas. Para mí y seguramente para ella, Zoom no existía hace una semana. Ahora entramos en un acercamiento vertiginoso. Zoom primero sirvió para el trabajo, ahora avanzó sobre los encuentros de amigos, los cumpleaños, las escapadas. En menos de dos semanas Zoom se desprende de su funcionalidad inicial, se apropia de cualquier contenido para retirarse a una transparencia que está por debajo del uso y del funcionamiento. Se vuelve primero una forma de estar y enseguida se volverá –sospecho– una forma de ser. Zoom no reemplaza, sustituye el modo de conversación presencial por otro análogo, pero que tiene sus propias reglas. El tema fundamental es que las voces no se superpongan, se trata de esperar el turno para hablar porque de lo contrario nada se entiende. La conversación presente, horizontal, se da un complejo juego de superposiciones y desvíos que se ordenan en los cuerpos, en su entramado abundante de cruces y desvíos de todos los sentidos, la forma resultante es una composición. En la comunicación zoom el orden lo es casi todo. Deviene entonces una forma vertical de la conversación, a donde el uso de la palabra se monopoliza para reestablecer el modelo de la conversación ordenada, por eso la forma resultante de la conversación zoom es instituyente. Aun genera algún dolor de cabeza,  cansadora que una presencial –los comentarios– pero eso es solo por ahora, la semana que viene todos vamos a estar acostumbrados. Temo que eso sea cierto. Pero es un temor falso. Sostengo lo que me da el cansancio, me aferro a ese dolor de cabeza, pero yo también necesito que esto se vuelva normal, incorporarlo metabólicamente hasta que se vuelva reflejo, gesto aprendido a fuerza de repetir. Zoom no reemplaza, sustituye el modo de conversación habitual por otro análogo, pero que tiene sus propias reglas.

Voy a IG. Fita, mi compañera, acaba de invitarme a una fiesta electrónica por Zoom para el sábado. Es curioso, pienso, se está en Instagram, se va a Facebook, las redes ya eran lugar a donde ir antes de todo esto, presuponían esta manera de salir. Estoy en IG y veo videos de gente entrenando en espacios mínimos, piezas, terrazas, intentando mover el cuerpo. Me resulta cómico, pero no debido al efecto buscado. Para qué entrenar –pienso–, si ya estamos corriendo la maratón para la cual nos veníamos preparando durante todos estos años. El virus hizo sonar el disparo de largada. Dejó atrás el gimnasio de las manos, de los ojos, una sintaxis de movimientos rápidos y repentinos que fuimos aprendiendo en celulares, teclados y pantallas, más allá de cualquier contenido, funciones corporales sencillas y pequeñas que casi no necesitan descanso, open 24 horas, para ponerlo a prueba en la carrera donde, por fin, se vuelven una necesidad. Y la maratón no podía ocurrir en otro lugar que en la ciudad del aislamiento. Perfecto espacio para el presente continuo virtual, tiempo que reclama ser y solo puede ser actualizado. Eso ya lo sabíamos –me contengo–, el virus pone en evidencia que las redes construyen para sí una virtualización totalizadora del afuera. Pero hasta ahora no habían  avanzado tanto, ahora su alcance se extiende hacia el trabajo y los afectos. Gracias al virus el sueño de trabajar desde casa y tener a los afectos cerca es posible. Como sucede con los sueños humanos cuando se vuelven reales la forma es pesadillesca. Cansancio, dolor de cabeza –pienso- transito congestionado, agendas sobrecargadas, inseguridad, nada de eso existe en el afuera en este momento. La paradoja surge en forma de imágenes contrastadas en fotos que se abisman en efectos oníricos de las ciudades vacía. Superpoblación de imágenes de la intimidad de las casas en las redes y en internet. Ciudad vacía-casas llenas. Quien lo hubiese pensado? –me digo- Este era el resultado, no la condición posibilidad de la virtualización radical. Resultado y condición de posibilidad se superponen. El virus es la transparencia necesaria sin necesidad de molestias. Aceleración pura, de tan rápido elimina todo trayecto.

El ícono de mi feed en IG es una casita. Quedarme en mi casa es impensable sin internet, sin redes. ¿Puedo ser tan obvio? –me indigno. Sí que puedo. El virus cierra la relación de identidad, propiedad, perfil como si fuese la santísima trinidad. Ya, ya. –me atajo- eso también venía ocurriendo. El Gobierno incluye a internet en los servicios básicos y en la red circulan instrucciones de cómo cuidar la capacidad de circulación de datos entre todos. Nunca como ahora la circulación de fotos de la vida cotidiana estuvo tan justificada; antes era algo que le dábamos a la red, ahora, post virus, son una posibilidad que la red nos da. Y en ese servicio, su función se redondea. Si la casa es la prolongación objetual y espacial de mi identidad, es en las redes donde esa expansión se recompone como decorado interior. Todo ese exterior disponible vuelve a mí y en el colage del perfil se restituye una imagen unificada de mi yo. El funcionamiento deviene sustitución: forma virtualizada de la conciencia de existencia y certeza de experiencia. Las redes no solo construyen un afuera virtual para sí, sino que transforman todo el afuera virtual en una interioridad segura pero ansiosa o, mejor dicho, en una interioridad que, para asegurarse, solo necesita que llegue la próxima actualización. Ciclo sin fin de la carencia mínima y la satisfacción mediatizada. Uno de los efectos más evidentes del encierro, dicen los psicólogos mediáticos, y de eso hay que cuidarse, es la confusión temporal, no saber muy bien que día es y en qué momento estamos. Insomnio, desordenes del sueño. Siempre, el otro tiempo está disponible. Se acomoda bien a los desequilibrios. Vamos momento por momento, en la luz sin noche ni día de los ordenadores. El virus pone en evidencia y nos obliga a vivir en el tiempo de las virtudes virtuales, eso –me digo–, el ícono de IG, pasó de ser lo que necesitamos para hacer habitable el lugar a ser el lugar mismo. Como todo lugar –me corrijo- es una temporalidad. Eso, el ícono, ahí nos quedamos. El afuera como tiempo alterno, tal vez, también dejó de existir hace mucho.

Subo ahora a la terraza. Todas las noches salgo a tomar otro aire. Vivo en una casa grande, tengo dinero para sobrevivir, estoy rodeado de privilegios. Hasta puedo permitirme el lujo –me digo– de imaginar el desastre que puede hacer el virus en las barriadas populares. No me animo a los camiones volcadores cargados de cadáveres porque me abstrae la ciudad de noche. El virus, que refuerza la idea de propiedad privada,  re administra la división del trabajo, terminará mutando en una enfermedad de clases –abandono. Mi mirada se empecina en las luces más pequeñas que muestran hasta qué distancia supuestamente hay un afuera. En la ciudad en cuarentena lo que desaparece es el primer plano. Ocurreal asomarse a la noche, lo mismo que durante una salida a comprar pan. Terraza o calle son puntos panorámicos, miradores. La cercanía de los cuerpos corrige las miradas que esquivan ver a los otros de cerca, como si los cruces de mirada pudiesen contagiar lo mismo que un saludo interrumpido por la tos. La situación reminiscencia, en el sonido, coincide con la situación paisaje en lo visual. Con la desaparición del primer plano el afuera deviene en exterior. El afuera, situación inestable, orilla, roce, posibilidad, se contornea con rigidez, pierde sus bordes, se hace frontera, auotridad fronteriza, seguridad interior. ¿Hay algo de nuevo en esto? ¿O hace tiempo que vivimos alojados en una cuarentena actualizable? De alguna manera –pienso–, el virus se vuelve la forma complementaria exacta de la vida virtualizada. Institucionaliza el lugar en el que estábamos, el lazo social se legaliza como lazo virtual, hace de lo que venía ocurriendo, lo que debe ocurrir. Por eso es que el encierro resulta menos un trauma que un ajuste de cuentas.

Esta tarde hubo una conferencia en Olivos. Estaban juntos el ministro de Defensa y los mandos militares. El portavoz dijo que el presidente les había señalado un “enemigo invisible” y que el trabajo de las fuerzas armadas era “hacerlo visible”. Aun no puedo digerir el alcance de esta semántica y su campo metafórico. Pienso en Videla diciendo que los desaparecidos no están, no existen. ¿Qué es esta nueva forma de la reparación? ¿Por qué no me suena a un intento más de los tantos de estos años? Dicen también que las fuerzas armadas poseen redes para llegar a todo el país con ayuda humanitaria. ¿Se vuelven también ellos los representantes de lo humano? Dicen que están contentos con la tarea que les toca. Más que contentos se los ve voluptuosos, entusiasmados, dispuestos a darle cuerpo a la semántica de la guerra. El virus trajo para ellos algo impensado: la posibilidad, un portal de posibilidad. De pronto, su presencia es necesaria, y como es necesaria, se vuelve deseable. Igual que las redes, gracias al virus, los militares pierden su sospechosa historicidad para restaurarse moralmente como parte del bien, incluso, como solución incuestionable. Redes y milicos forman parte de un mismo totalitarismo. Son las fuerzas de despliegue que van a hacerse cargo del cuidado. Se mueven en tándem, la red se hace institución, la institución se ofrece como red, mientras una, la red, preserva las funciones del afuera en el adentro, la otra, los milicos, se despliega en el afuera para cuidar el adentro. Son dos componentes del menú de reconstrucción de nuestra seguridad, pero también de nuestros afectos. Ya no provocan sospecha o temor, forman parte de lo que queremos, en cierta forma, se vuelven parte de nuestra intimidad.

Se habla de un efecto Malvinas. Algo de eso hay –pienso–, pero las cosas en Argentina suceden siempre primero como farsa y recién después como tragedia. Malvinas fue un andamiaje, una instancia teatral con escenografía realista, pura materialidad de decorado. Este portal parece tener, como las estrategias virtuales, una sutileza etérea y lógicamente causal, no es invisible, pero es aérea. Con Malvinas los milicos buscaron el efecto todos juntos, ahora, en cambio, todos juntos deseamos el efecto ejército. Un despliegue racional, aséptico, de fuerzas morales y logísticas. Pienso en el ejército ocupando la ciudad vacía. Es su ciudad soñada. La ciudad que soñaron el 24 de marzo y que ni siquiera en los años más negros para nosotros y dorados para ellos pudieron conseguir. Viralización del virus. Las redes y las apps suministran el modelo por el cual los milicos pueden dejar de ser malditos. Se trata de su capacidad de despliegue, de ese don casi invisible de poder llegar a todos lados. Al igual que la santa iglesia, fuerzas armadas y redes se muestran como una ubicuidad lógica, dada de antemano, que nos sorprende por haber estado siempre ahí, y lo disponible se vuelve necesario. Es lo necesario, pero es también la monopolización de lo posible. Del mismo modo que el posibilismo de las redes, el posibilismo milico implica la aceptación de una única posibilidad dada, deja de lado la creación de nuevas dinámicas que en lugar de recomponer lo que existía exploren los potenciales de lo que hoy es. ¿No son acaso más ubicuas las potencias de la sociedad civil frente a una catástrofe? ¿Qué nuevos modelos de institución pensar en su despliegue? ¿No es la oportunidad para apropiarse y hacer uso de una iglesia sin iglesia y de un ejército sin ejército? Híbridos, agenciamientos, ocupaciones, reciclajes de lo existente rompiendo el monopolio de lo posible. Rozo la ciencia ficción, la uotopía moral, milito la fantasía –me repliego. La respuesta al virus no es autoritaria porque nos impide salir, sino por cómo se ocupa eso que, en nuestro repliegue, hace ya mucho que dejamos más allá.

La acción del virus facilita un avance totalizador. Los diarios publican la cantidad de gente que incumple la cuarentena, los vecinos denuncian a otros vecinos, algunos amigos se alegran porque amaina la rebelión, triunfa la analogía disfrazada de callejera: desobediente-pelotudo. ¿No debería llamarnos la atención esta nueva equivalencia? La coincidencia se vuelve ideológica: ellos, los desobedientes, son en su mayoría ricos que reclaman su derecho natural a hacer lo que quieren: surf, running, ir a la costa, pasear en yate. Son muchos, es escandaloso. No es mi escándalo –pienso– los ricos, parece, tienen una vida que defender allá. Lo que me escandaliza es la naturaleza cuantitativa y cualitativa de ese querer estar afuera. ¿Por qué son ellos y no nosotros los desobedientes? ¿Por qué en lugar de miles no somos millones? ¿Por qué el encierro no nos resulta suficientemente insoportable? ¿Qué encuentros no virtuales había allá afuera, cuando el afuera aun parecía existir, que justificasen poner el cuerpo, jugarse por esa vida? Queremos que alguien se haga cargo de ese afuera que deseamos despoblado, mientras seguro se vuelve sinónimo de vacío. En ese movimiento se nos van años de historia de construir nuestra propia idea de cuidado y la delegamos. ¿Es el miedo a la pandémica muerte propia, o de la gente que queremos, suficiente para explicar semejante renunciamiento? No es suficiente ninguna explicación posible, estamos ante una revelación que no termina de ocurrir. La acción del virus adquiere un hermetismo artístico, formal, y desborda la crítica del afuera como espacio de encuentros, sugiere la indagación de la posibilidad de su inexistencia. 

Al antivirus por encontrar se impone contra fáctico, imposible formularlo bajo otra forma que no sea la incertidumbre. Preguntar, dejar preguntas abiertas, como palear la tierra, generar fertilidad para plantar posibles. ¿Qué podríamos encontrar al desprendernos de nuestro mundo tal cual era para aceptar la posibilidad de reinventar lo que propone este? ¿Por qué en lugar de delegar el cuidado no dejar atrás la composición de nuestro mundo afectivo para asumir los afectos que ahora nos rodean como posibilidad única, hermosa, por dada, por momentánea, por riesgosa? ¿Cómo sería una corporalidad de cuidados cuarenteneros, irreverente y pilla? Todas estas posibilidades parecen quedar atrapadas en el embudo del monopolio. Podría darse un virus –imagino– que nos obligase a todes a abandonar nuestras casas, a vivir en una situación puramente exterior. Las casas vacías, las calles llenas. Si este confinamiento nos resulta soportable, tal vez esa forma de autoritarismo nos resultaría infernal.

Desde la terraza la presencia de alguien en algún balcón es reversible. Ambos, esa persona o yo, nos asomamos a ver si vemos a otra persona, alcanza con comprobar que hay otro ahí. Intento una forma de saludo, si bien es tímida, debería ser eficaz. La persona asomada al balcón se mete adentro de su departamento. De eso hablo cuando hablo de orilla, de esa constatación que, paralelamente a la vida virtualizada, existía una zona imprecisa, como el alta y la baja mar, donde aún se movía nuestra relación entre cuerpos. De alguna manera, antes del virus todos pensábamos que éramos orilleros. Ahora sabemos que somos fronterizos. Yo también me meto adentro. Son las nueve de la noche. Ahí se escucha lo que debería ser un gran aplauso pero es una suma de aplausos individuales, emoticones. La hipocresía del miedo se vuelve acción patética, aplauden por las dudas, no vaya a ser cosa que les toque.  Cada uno con su cuotita de desesperación, más que homenajear, reclama. Pide héroes. Completa el paternalismo del momento. Que otros pongan el cuerpo, porque les toca, abnegado ejército de médicos y enfermeras, ascetismo quirúrgico de la operación militar, si no quieren ser héroes sean profesionales, hagan su trabajo, nuestro trabajo es quedarnos en casa. Es curioso –pienso– siempre los médicos son médicos y las enfermeras, enfermeras. Y siempre, casi junto con el aplauso, a las nueve de la noche, se publican los números de casos nuevos, el informe del día. Aumentan los casos, aumentan los muertos. Como siempre –escucho decir a mi hijo mientras juega Mario Bross en la tablet. Ese “como siempre” adquiere una forma absoluta. Pesa. Mañana –me digo– voy a salir a hacer las compras y, como el gato, voy a estar un rato ahí, voy a sorprenderme y a atemorizarme. Y después, yo solito, volveré a entrar.

*Ensayista, humorista, comunicador, editor, coautor junto a Sergio Lánger de la tira La Nelly (diario Clarín), autor de la novela Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia)

Fuente: Revista Ignorantes

Especial Spinoza: Ética, Tratado Teológico Político y Tratado Político (Traducción Atiliano Dominguez) // Lobo Suelto

Para DESCARGAR la Ética de Spinoza: CLICK AQUÍ

Ética - Spinoza. Trotta Atiliano Dominguez

 

Para DESCARGAR el Tratado Teológico Político de Spinoza: CLICK AQUÍ

Tratado teológico político

Para DESCARGAR el Tratado Político de Spinoza: CLICK AQUÍ

Tratado Político Spinoza_compressed

 

“La casta política en Argentina está siendo probada” // Diálogo con Christian Ferrer

sociólogo y ensayista Christian Ferrer, autor de libros como La amargura metódica: Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada, Camafeos y Cabezas de tormenta, entre otros, estuvo como invitado en el programa Fuera de Tiempo, que conduce el periodista Diego Genoud los domingos de 8 a 9 hs por Radio del Plata.

Fuente: Ponele 

En la charla, que compartimos a continuación, el también profesor universitario habla sobre el encierro, el choque cultural entre China y Occidente, la relación traumática del hombre con la naturaleza y la aparente suspensión de la grieta en Argentina.

Foto: Alejandra López.

Christian, empecemos por el tema del aislamiento, que es algo que se viene repitiendo en muchos países con el cierre de fronteras y con cierto clima de denuncia hacia a aquellos que violan la cuarentena. ¿Qué dirías que es lo más llamativo de esto que está pasando con la propagación del virus?

Christian Ferrer: Depende. Porque una cosa es hablar de Argentina y otra del mundo. Por más inundados que estemos de noticias, no sabemos mucho. La gente, en general, no tiene demasiada información sobre cómo se originó ni de cómo evolucionó rápidamente. En todo caso se han despertado, pero de ninguna manera esta es la primera pandemia del siglo XXI. Ya habían ocurrido otras. O a partir de la década del ’90, mejor dicho, empezando por el ébola y siguiendo por el SARS y la gripe aviar. Obviamente, esto de ahora parece una especie de nube radiactiva que toma todo a una gran velocidad. Y hay muchas reflexiones que se pueden hacer.

En principio, este tema de la cuarentena es una práctica antigua. En la Edad Media, cuando llegaba una peste, se cerraba la puerta de la ciudad, porque en aquel momento las ciudades todavía tenían puertas. En segundo lugar tenemos el ejemplo del sitio de una ciudad, que también es una práctica antigua: cuando una ciudad quedaba aislada por la invasión del ejército enemigo, ya sea por tierra o por mar, la ciudad debía sobrevivir con sus recursos, y era habitual que el ejército sitiador lanzara con catapultas cadáveres infectados, para lograr que la ciudad se rindiera más rápido.

El tercer ejemplo que se me ocurre, que sí fue muy propio de Argentina, es el estado de sitio con toque de queda, que eso ocurrió en la época de la Dictadura. No hay que olvidar que estado de sitio hubo durante todos los años de la Dictadura. No hubo toque de queda todo el tiempo pero sí estado de sitio. Es decir, hay antecedentes bien conocidos. Ahora bien, que China cierre toda una región tampoco es novedad. Ya lo hizo a comienzos de la década del ‘60, cuando fue la Gran Hambruna, después del fracaso del plan económico de Mao Tse Tung, donde murieron 30 millones de personas. El ejército chino cerró las carreteras y los pobres esqueletos que todavía caminaban murieron a la vera de los caminos.

Es decir, China tiene otra cultura: una cultura que unifica el control total de la población —y no solamente por medios electrónicos, porque es anterior a que existieran estos medios digitales— y una cultura del secreto, que es tradicional de la burocracia china desde hace 500 o 1000 años. En otras palabras, mientras Occidente valora cada vida individual, China no. En China lo que se valora es en definitiva la estabilidad social. Por lo tanto, aislar a toda una región y que se mueran los que se tengan que morir no es un tema para China.

Beijing. 1958. Foto: Henri Cartier-Bresson

El precio del progreso lo paga la naturaleza, eso es algo aceptado

¿Y en Argentina qué te sugiere que una medida de este tipo sea tomada por un gobierno?

Mirá, en principio no pueden hacer otra cosa, están haciendo lo correcto. Y sin tener otros mecanismos. Porque además el gobierno y toda la población —y, si no es así, la población debería despertarse— saben perfectamente que la Argentina no tiene una capacidad sanitaria para resistir un embate de estas características. No me refiero solamente a epidemias, que evidentemente pueden sobrepasar la capacidad de países como Italia, España o Estados Unidos. Me refiero a que la sanidad en Argentina está destruida hace 30 o 40 años por lo menos. Y lo sabe cualquiera que entre a un hospital público. Por lo tanto, esto se agrega a una situación que todo el mundo conocía pero de la que nadie quería hacerse cargo.

¿Y en qué medida un virus respiratorio como este se beneficia del tipo de sociedad que existe hoy en día? A la hora de propagarse, digo. Pienso en los aviones, en la velocidad a la que transcurre hoy la vida cotidiana…

Primero hay que ponerse en perspectiva. No es desde ya la primera epidemia que sufre el mundo, comenzando por la peste bubónica, que a fines de la Edad Media terminó con 120 millones de personas en el transcurso de unos cien años, y siguiendo por la viruela, que exterminó fácilmente al 80% de la población que había en América para cuando llegaron los españoles. Estamos hablando de cifras grandes. O la famosa gripe española, a la que cuando yo era chico se le decía “tos convulsa”, que mató alrededor de 50 millones hace apenas cien años. Pero lo que más me llama la atención es la poca memoria que quedó de todo eso. Si hace dos meses vos le preguntabas a alguien qué era la gripe española lo más probable es que no lo supiera.

Sí se recuerda lo de la “tos convulsa”. Sobrevive algún recuerdo de eso, aunque lejano, por supuesto.

Pero no se enseña en los textos de las escuelas ni en las facultades, habiendo sido, probablemente, la tercera catástrofe poblacional que tuvo el siglo XX. O la segunda, porque mató más gente que la Primera Guerra. Pero otro aspecto más interesante es que a este tipo de pandemias ahora se las conoce con el nombre de zoonosis. Es decir que provienen de una interacción perturbada entre el reino animal, o el ecosistema, y el ser humano. Vos mencionabas a los aviones. Supongamos: los murciélagos conducen la enfermedad, porque conducen todo tipo de enfermedades, porque vuelan. Pero en última instancia los murciélagos no van volando de país en país. En cambio los aviones son rápidos y llegan al otro lado del mundo. Y los animales tienen todo tipo de microbios y enfermedades, pero eso está controlado dentro de un ecosistema específico. Pero dado el aumento de la productividad, la extensión de las fronteras agrícolas, el desmonte, el arrasamiento de la vida natural, en fin…

El progreso, como se lo suele llamar…

Sí, el precio del progreso. El precio del progreso lo paga la naturaleza, eso es algo aceptado. Entonces, todo eso genera una perturbación en la relación entre los animales y los seres humanos. Y los animales, por supuesto, pierden esa batalla. Ahora, ¿por qué razón un microbio de un animal que está siendo acosado no va a entrar a un lindo receptáculo llamado ser humano? Si lo puede hacer fácilmente.

Es un extraño momento de reposo que no ha vivido Occidente desde hace mucho tiempo

Es una especie de revancha del reino animal.

Sí, pero eso es algo metafórico. Eso lo puede decir uno decir desde el punto de vista humano, pero desde el punto de vista animal lo único que encuentra el microbio o la enfermedad es un nuevo receptáculo por donde ingresar. Y la causa, en última instancia, es la perturbación originaria. Si vos en un mercado de aves oriental mezclás animales con posibles enfermedades junto con otros, todo en un estado de suciedad, y después eso te lo comés, tarde o temprano hay una mutación problemática. Y esa mutación se vuelve más problemática porque, dado que nació en China y ahí rige una cultura del secreto, todo esto no se da a conocer inmediatamente al público. Es bien sabido que al comienzo de todo esto un médico chino se sacrificó para avisarle al mundo lo que estaba ocurriendo, y que lo metieron preso.

Sí, y después murió por el virus…

Exacto. Esa cultura del secreto no la pudieron mantener tanto. Cuando fue la crisis del SARS, en 2003, ahí pudieron mantener más el secreto, hasta que ya no fue posible. Y lo mantienen en secreto porque la estructura jerárquica es distinta a la argentina. Cualquier oficial menor del Partido Comunista a cargo de una ciudad, una provincia o una dependencia de ninguna manera va a hablar si no tiene permiso de arriba, porque arriesga su carrera e incluso puede ir a la cárcel.

En segundo lugar, el problema con respecto a China es que ellos saben que al tener 1400 millones de habitantes las interacciones son inevitablemente problemáticas. Los cambios en las culturas sexuales favorecen eso. Nosotros lo llamamos modernidad, pero para un virus, un microbio o una bacteria todo eso es un caldo de cultivo lindísimo.

Apenas pase la amenaza y el peligro, ¿qué es lo que va a hacer la gente? Va a volver a lo mismo de siempre, porque no conoce otra cultura alternativa

Y además esto los agarró en el medio de la celebración del año nuevo, que es un gran movimiento migratorio interno, lo que facilitó la expansión del virus.

No solo eso. China es un país que de repente le da una orden a 100 mil habitantes que viven en el campo para que se vayan a a vivir a una ciudad nueva, construida para ese fin. Todo eso tiene consecuencias. Pero en todo caso, el problema de la zoonosis, es decir, de las enfermedades que provienen de la perturbación de los ecosistemas, es algo que lamentablemente no va a poder solucionarse, porque la única forma de solución es un decrecimiento del sistema productivo, y eso no lo acepta nadie. Ahora estamos en una extraña situación por la cual se ha parado la maquinaria social. Es un extraño momento de reposo que no ha vivido Occidente desde hace mucho tiempo. Ni siquiera se detuvo durante el período de guerras.

Leía hace unos días un artículo que escribió el filósofo italiano Bifo Berardi en el que hablaba sobre esto que estás planteando de una sociedad de la aceleración constante, de la competencia, la sobreexplotación y el ritmo en el que vivimos. Y que de repente un virus obliga al estancamiento, al encierro y a frenar la economía, todo en el marco de una recesión global que viene avanzando. ¿Qué representa eso a nivel social?  Esa contraorden de una sociedad que vive permanentemente sobreexcitada y que de repente es llamada al disciplinamiento y la parálisis.

Por el momento no significa mucho porque estamos en una semana y pico de cuarentena. Y aún si fuera un mes, o un mes y medio, es poco tiempo. Quiero decir: apenas pase la amenaza y el peligro, ¿qué es lo que va a hacer la gente? Va a volver a lo mismo de siempre. Porque no conoce otra cultura alternativa, no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida. Por lo menos a nivel colectivo. Dejo de lado las sectas o los grupos que tratan de vivir de otra manera pero que no son políticamente significativos. Entonces, lo más probable es que dentro de un mes o dos meses las personas van a pasar por un tiempo difícil, de encierro, y también de problemas. Porque cuidado: no es que podés tener encerradas así nomás a las zonas más carenciadas. Una cosa es el encierro en barrios de clase media y otra en barrios donde las condiciones son inhóspitas.

Pero dejando de lado eso, no creo que se pueda aprender mucho. Es más, ni siquiera creo que vaya a haber una gran inversión en salud a partir de esto, por la sencilla razón de que primero hay que pagar la deuda externa, y porque no se hace una conciencia suficiente sobre la importancia de la salud. Ahora bien, si esto durara mucho, si se propagara y hubiera realmente una mortandad extrema, que por el momento no la hay, ahí podría haber un intento de pensar cómo estamos viviendo. Pero no veo que a las castas políticas a nivel mundial les interese. Imaginate si a la dirigencia del Partido Comunista Chino le vas a ir a decir ‘che, tienen que parar un poco este proceso de transición al capitalismo’. Se matan de risa. Lo mismo pasa en Brasil, México o en Estados Unidos. Son maquinarias sociales.

Vivimos en nuestras casas como si fueran habitaciones de hotel. El ejemplo más grotesco es esa gente en Japón que duerme en cubículos

¿Y qué te pasa cuando escuchás que en Argentina, desde el Estado, se habla de una guerra contra un enemigo invisible? Cuando se trata de llegarle a la población con ese mensaje…

Sí, qué lindas metáforas. No son nuevas. Son metáforas biológicas bien conocidas durante la Dictadura. En algún momento incluso hubo… recuerdo que Francisco Delich había escrito un famoso paper acerca de las metáforas biológicas de la guerra que usaban los militares. O sea, no son nuevas. Ni mucho menos la idea del enemigo invisible, eso lo recordamos bien. Pero lo que a mí me parece importante destacar es esto: las personas aceptan que el Estado controle las vidas por el tiempo que sea no en función de un enemigo invisible, en principio, sino que lo aceptan porque el motivo es humanitario. Y desde siempre los peores controles se han ejercido en nombre de motivos humanitarios. De la misma manera que internet está controlada en China porque se habla de un enemigo externo, “problemático” para la forma de vida de los chinos.

Siempre hay un motivo de tipo nacionalista, pero fundamentalmente de índole humanitario, que hace que las personas acepten controles y disciplinamientos suponiendo que el beneficio es superior. Aunque con esto no estoy diciendo que está mal que estemos en cuarentena, al contrario. Es necesario parar la expansión lo máximo posible. Pero una cosa es eso y otra cosa son las justificaciones. O la retórica, si querés.

El Gobierno está diciendo que hay que prepararse para tiempos peores, que hay que tratar de achatar esa curva de crecimiento para que no se expanda. Y se habla de una especie de preparación para ese momento. ¿Vos decís que lo que se intenta hacer en momentos como estos es una preparación cultural?

No… Las verdaderas preparaciones llevan décadas. Esto es una preparación de emergencia, y no creo que se pueda comparar a la larga preparación cultural que se necesita para lograr un cambio de clima, de pensamiento en la historia de las ideas o de las prácticas humanas. Acá se está preparando a la población para restricciones que tienen que ver no solamente con la libertad de circulación sino con la preparación psicológica. Hay que tener en cuenta que, salvando pocos casos, la mayoría de las personas utilizan sus casas o departamentos como habitaciones de hotel. Trabajan todo el día, hacen largos viajes de ida y vuelta hacia el trabajo y después llegan a la casa para recuperar fuerza de trabajo. No es que están en la casa todo el tiempo y que el hogar sirve como temple de la personalidad, como podía ser en otra época. Vivimos en nuestras casas como si fueran habitaciones de hotel. El ejemplo más grotesco es esa gente en Japón que duerme en cubículos, para no tener que volver a la casa.

Es decir, nos encontramos en una situación interesante, y es que las personas de repente tienen que aceptar que su hogar no es solamente un refugio sino el lugar donde están templando su personalidad. Siempre y cuando esto perdure, claro. Lo cual no quiere decir que templar la personalidad con un esposo descerebrado y una esposa que se pone nerviosa y tres chicos que están desescolarizados sea fácil, por supuesto. Pero peor están en las villas.

Argentina es sentimentalmente anticapitalista, pero con prácticas de consumismo al extremo

¿Y hasta qué punto este periodo excepcional puede derivar en nuevas reglas hacia futuro?

No creo que eso se pueda prever ni pronosticar. Y, vuelvo a decir, salvo que se prolongue por meses y meses, tengo mucha desconfianza en que vaya a haber un cambio de consciencia o un fuerte examen de consciencia interior. Aunque sí sin dudas la casta política en Argentina está siendo probada. Porque ser político en Argentina en tiempos normales es fácil. Se pelean, se pegan un par de gritos en televisión, se dicen algunas cosas, se protege a los propios, se ve cómo pagar la deuda, cómo negociarla, lo de siempre. En cambio, en tiempos excepcionales hay una casta política probada. A la que después se la va a aplaudir o bajar el pulgar, dependiendo de cómo salga todo. Por el momento entiendo que el Gobierno va surfeando bien la cosa.

Bueno, hoy por hoy hay encuestas que marcan una aprobación con lo que está haciendo el Presidente. Y otros mencionan que se dejó de lado la grieta y que hay cierto mensaje de unidad ante la pandemia y el miedo.

Con respecto a lo de la grieta, es interesante en un punto. No porque no vuelva a aparecer, pero sí porque se suspendió. Si uno ve en las redes sociales lo que se publica ahora… Bueno, hasta hace un mes, no mucho más, ¿qué teníamos? A gente que se decía peronista que le tiraba cascotazos a los que no se decían peronistas, y todo así, retórico. Y por el otro lado, la otra gran conflagración que había en las redes era la enemistad entre hombres y mujeres a partir de demandas, legítimas por cierto, con respecto a la conducta de los hombres y al sistema que coloca a las mujeres en una determinada posición.

Ese doble sistema de guerra retórica de repente desapareció, no solo porque aparece un “enemigo invisible” y silencioso que puede afectar a cualquiera, sino porque en alguna medida era todo espuma. Eran guerras retóricas, en donde las personas vehiculizaban sus frustraciones y enconos de una forma fácil e impune. Eso me resulta interesante, la percepción de que todo eso era espuma. Pero cuidado, porque es una espuma tóxica, no una espuma linda de alguna playa de la Polinesia. Es la de los ríos y los mares contaminados.

Apareció algo que puede esparcirse como un arma  arrojadiza, es decir, que puede caerle a cualquiera

Claro, ante la pandemia y el pánico todo el resto es barrido. ¿El miedo queda como sentimiento principal en todo esto?

Mirá, no creo que “el miedo” haya llegado acá. Si uno vivera en España o Italia tendría miedo. Por ahora hay una especie de expectativa negativa, la sensación de que puede ser peor. No es el miedo exactamente, sino la aparición… es como si vos estuvieras yendo a la cancha a ver a Boca y te encontrás con la barra de River y estás a punto de pelearte y de repente aparecen extraterrestres que bajan de una nave con unas armas terribles y tiran un líquido verde que mata a todos… Bueno, el problema pasa a ser el extraterrestre, no tu conflicto de costumbre entre barrios o equipos. En ese sentido hay una conciencia de que apareció algo que puede esparcirse como un arma  arrojadiza, es decir, que puede caerle a cualquiera, y no es un arma de precisión, como un drone o una bomba, que va dirigida a tal persona.

Eso es lo que produjo una especie de, por un lado, disciplinamiento bastante exitoso, porque si vos pensás, hay 45 millones de argentinos en cuarentena y unos pocos miles que la desafían. Son muy pocos. Si mal no recuerdo, dicen que hay unos 5 mil detenidos. No es tanto estadísticamente hablando. Ahora, desde el punto de vista de los derechos humanos es raro lo que ocurre, porque si Macri hubiera metido a 5 mil personas presas se lo hubieran comido crudo. E incluso si, como dicen, Alberto hubiera detenido a 5 mil, aunque no sé dónde están esos 5 mil, pero si lao hubiera detenido sin un motivo como este tampoco hubiera sido aceptable. Lo cual revela lo siguiente: no es el motivo lo que posibilita la aceptación de detenciones sino que la idea de la detención ante la desobediencia es considerado como algo legítimo.

Foto: Stuart Franklin

No hay nadie en Argentina que quiera ser pobre, todos quieren ser ricos

Hace algunos años hicimos una entrevista que salió publicada en La Nación y ahí decías: “la argentina es una sociedad que tiene sentimientos anticapitalistas pero con prácticas adaptadas a los ideales del capitalismo, una especie de paradoja que se resuelve en el resentimiento hacia el que tiene y un pedido constante al Estado para que se haga cargo y minimice los daños…”. Esa ambigüedad de la sociedad argentina, ¿cómo la ves adaptada a esta situación?

La Argentina es un país frustrado. Hace por lo menos 50 años, 40 si querés, que este país no va para ningún lado. Ha probado todo tipo de planes, y ninguno funcionó. Planes cuadrados, redondos, cúbicos, rectangulares, paralelepípedos, y no funcionaron. Eso genera, a lo largo del tiempo, una sensación de frustración y un tipo de encono particular que es el encono sin objeto, el encono por sí mismo. Lo que antes se llamaba una mufa. Entonces ese encono se descarga con el primero que pasa alrededor, porque alguien tiene que tener la culpa. A veces ese encono asume dirección o vehiculización política: contra Macri o Cristina, supongamos. Otras veces ese encono nombra un sistema: el capitalismo, el patriarcado, etc. Pero por lo general la persona enconada la única forma´que tiene es agarrársela con el más cercano, no importa quién sea: un familiar, un vecino, un compañero de trabajo. Porque, si no, el encono es muy abstracto.

Las redes sociales vehiculizan esa psicopatología, y hacen bien, porque si no estaríamos a los garrotazos. Ahora, esa frustración argentina, la de un país supuestamente rico y con recursos, grande, que tiene territorio de más y no tanta población, toda esa frustración va generando no solo un malestar político constante —con mucha presión sobre el Estado, por otra parte— sino que entra en contradicción con otro sentimiento, que es el de que la gente en Argentina es sentimentalmente anticapitalista, pero con prácticas de consumismo al extremo.

Y como consecuencia de esta paradoja, se ingresa en una especie de disociación entre la retórica y las prácticas de la población, algo que muchas veces, y sobre todo quienes promueven proyectos emancipatorios, así sean más o menos radicales, no parecen entender. No hay nadie en Argentina que quiera ser pobre, todos quieren ser ricos. Cuando escucho… y no te digo a trotskistas, sino a kirchneristas e incluso a feministas decir “hay que terminar no solo con el patriarcado sino con el capitalismo”, yo digo “pero cómo se va a hacer eso si en este país todos quieren ser ricos” (risas).

Christian, te agradecemos el tiempo y la predisposición…

Dejame agregar una última cosa, para terminar. Porque en el origen está esto. Un sistema productivo que crece y que avanza sobre la naturaleza deja a los seres humanos una sola alternativa: o ellos o nosotros. O la naturaleza o nosotros. Y ya sabemos a quién vamos a elegir.

 

Saber parar. Sobre el rol del cognitariado durante la cuarentena // Lucía Naser

En el correr de la cuarentena diferentes trabajos intentan adaptarse para ser hechos desde casa: desde ventas a enseñanza. Para muchas adaptarse no es una elección sino una imposición y se supone que a quienes se les da esa posibilidad deberían celebrar que no son echadas o mandadas a seguro de paro. Adaptarse al aislamiento y al miedo a les otres para poder seguir teniendo qué comer y que la vida siga. ¿Pero a qué precio? Mientras nos hacemos esa pregunta baja el costo de sostener locales para el trabajo y el que conlleva la existencia de vida social, desde transporte a manutención de espacios públicos. 

Traducir la vida social al plano virtual no se trata solamente de switchear nuestro estado a online. Adaptarse lleva tiempo y mucho trabajo; especialmente para aquellos para quienes esta pandemia es particularmente peligrosa: los mayores de 60. Parecería que el neoliberalismo y el coronavirus se organizaron bien para dejar fuera de juego a los más viejos. ¿Cómo responder a eso quienes sí podríamos adaptarnos?

La adaptación inmediata, sin perder el tiempo, casi sin pensar en lo que está pasando porque urge encontrar estrategias para que todo siga “lo más normal posible”, es hija de la más pura ideología capitalista: el tiempo es oro y no se puede parar. Y ciertamente el capitalismo se cae si dejamos de producir, tal como lo muestra la crisis que ya está acá a unos 20 días de iniciar la cuarentena. La imposibilidad de parar y como contracara el uso del paro como estrategia de resistencia es clave en la historia de las luchas, obreras, estudiantiles y más recientemente feministas. Hay en la suspensión de las actividades una acción potente de visibilización y movilización. El paro puede ser la creación de espacios para hacer otras cosas. El paro puede ser una medida en contra de la desaparición de nuestras subjetividades debajo del permanente flujo de mercancías, bienes, transacciones, producción, que el neoliberalismo acelera cada vez más. Puede ser la acción que desobedezca el imperativo de circular, de no ocupar, de no estorbar. Pero el paro no elegido tiene otras implicaciones que nos suenan demasiado a medidas prontas de seguridad. Y este paro del presente es impuesto en nombre de nuestra vida mientras se nos pide que sigamos produciendo. 

¿Cómo afecta esta reclusión sin paro a les trabajadores inmateriales, intelectuales, de la educación, al cognitariado? ¿Qué pasa con el “teletrabajo”? ¿Cuánto adaptarse? ¿Cuánto resistir? ¿Cuáles son las consecuencias a mediano y largo plazo? Pienso en todo esto mientras intento decidir si como docente procedo a pasar todos los cursos a virtual; nos invito a interrumpirnos; o invento algo que no tengo la menor idea de qué es. Sin quedarme sin laburo. 

Entre el cuerpo en vivo del educador y el cuerpo vivo del estudiante 

Les trabajadores no son los únicos reprogramando actividades. Desde niñes de 7 años a universitarixs, un tráfico intenso de tareas y cursos online intentan mantener ocupadxs a les estudiantes, y no perder el tiempo ni la planificación. La interrupción de las clases llega cuando recién habían comenzado y tirar a la basura las horas de armado de contenidos y horarios no es fácil. 

La enseñanza es uno de los ámbitos donde “adaptarse” a la situación requiere traducciones muchas veces imposibles y siempre llenas de dudas ¿Con qué cara voy a hablarles de la historia del ballet? ¿Cómo debatir o sensopercibirnos por zoom?. Son tiempos en que temas centrales se vuelven secundarios y en primera línea aparecen nuevas preguntas y problemas relacionadas a casi todos los campos de conocimiento. Pasar por una pandemia y/o cuarentena concierne a la medicina pasando por la sociología, la arquitectura y la ingeniería química. O sea, ¿nos ponemos a pensar?. Y entonces, quizás, la medida pedagógica más sensata sea producir y transmitir conocimiento sobre la situación. Pero ¿qué pasa si lo que sabemos es poco o nada? Y entonces, quizás, no quede otra que armar programas desde el no saber, en los que el objetivo sea investigar juntes. Para esto no basta pensar sobre la situación: necesitamos pensar en y con la situación. 

Sin este cambio de perspectiva los sistemas de enseñanza se pierden de relacionar los saberes con un presente que los necesita (creo yo que es la lección más urgente). Sin aceptar este no saber que nos trae el presente, los conocimientos pierden su pertinencia y se quedan girando sobre sí mismos; sin que podamos responder con mucha certeza sobre la importancia de su producción y transferencia. 

Pero aún si creyéramos que la educación no puede ni debe parar; y que los planes deben ser ejecutados, sería difícil negar que lo presencial y lo colectivo juegan un rol en los procesos cognitivos. Sería demencial negar que en nuestras formas de conocer y de conocernos lxs otres importan. Sería irreal afirmar que lo afectivo no interviene en nuestros procesos cognitivos. Es por esto que superar el trauma anti huelguista que nos fue inculcando la derecha y el abordaje productivista y goal-oriented de la educación, según el cual perder clase es lo peor que nos puede pasar en la vida, es urgente. Por último, el miedo a “atrasarnos” se disipa si desarmamos la concepción de un tiempo lineal, controlado y progresivo. Si esta coyuntura no nos hace soltar esa fantasía, entonces nada lo hará. Porque además, si nos atrasaramos en avanzar en la dirección en la que todo iba, ¿no sería al final de cuentas una gran noticia? 

Soy sola 

Un profesor da una clase por youtube en camisa mientras atrás su hijo pasa arrastrando un pedazo de mueble recién destruido y pinta la pared con un durazno. La clase es interrumpida por un ruido de licuadora. Hace meses no vemos espaldas, pies, nucas. Hace meses no tenemos una discusión a los gritos. Hace meses no reís a carcajadas o te emborrachas con alguien. Hace meses no nos adentramos en un espacio que nos resulte extraño, inquietante, nuevo. El espacio público no virtual ha quedado desierto como una ciudad que alguna vez habitamos pero cayó en default, como una pantalla de un videojuego que quedó atrás.Nuestras casas son nuestro trabajo, y ya no es tan fácil recibir amigues. No es factible tampoco decirle a tus jefes que no estás para atender esa llamada o responder tal mensaje. Si tu trabajo se cuenta por horas, son incontables. Pero si se cuenta por tarea no importan las horas que te lleve o lo que (te) esté pasando en el medio. No importa si no dormis o si trabajas a las 3am en algún desvelo propio del sueño cambiado. El presente podría ser descrito así en poco tiempo. 

Encerrades en casa lo doméstico y lo laboral se difuminan; lo familiar y lo profesional dejan de ser esferas separadas. Lo personal deja de ser político para volverse económico. Y dejamos de trabajar desde nuestras casas para pasar a vivir en nuestros trabajos. Si siempre es domingo, no es domingo nunca. Y esto no es solo coronavirus, es la vida en el neoliberalismo. 

Escribo esto a las 5am luego de la teta nocturna de la bebé. Cierto imaginario ya obsoleto decía que “estar en casa” era sinónimo de tener tiempo. Pero ¿cómo eran los momentos de estar en casa pre cuarentena? ¿Como son ahora? ¿Cómo serán? El tiempo no es solo una barra de segundos que se desplaza como en un video de youtube: es nuestra ancla existencial y la vida toda se desquicia cuando él se desordena. 

Y en medio del desorden, cuando hace un par de semanas se cancelaba todo y la gente empezaba a irse al seguro de paro o directamente a quedarse sin laburo pensé: qué bien la hicieron (hicimos) les trabajadores inmateriales/intelectuales. Unos días después, observando los efectos que el teletrabajo, la sobreexposición a las redes y el encierro producen, mi pensamiento fue bien otro: qué mal la hicimos!

El corazón acelerado, la vista cansada, mensajes que llegan por cinco redes diferentes mientras la pc se tranca, la memoria se llena y se cae Internet. El símbolo de cargando gira por eternos segundos mientras ves pasar la mañana, la tarde, y se hace la hora de la siguiente reunión. De repente te das cuenta de que se te parte la cabeza, tenes el cuello como una roca, hace una hora que estas gritando a la pantalla y por algún motivo que no sabes explicar estás re quemada con todo y todes. 

¿Qué tipo de sociedad emergería de ser el tele trabajo una realidad ya no temporal sino permanente? ¿Qué le pasa a largo plazo a un cuerpo que no convive con otres? ¿Y si luego de sufrirlo esto llegara a gustarnos? ¿Si nos acostumbráramos a las pantuflas perpetuas, a la cercanía de la cama, a chatear sin que sea de canuto, a masturbarnos en el break? 

Los condenados de la pantalla 

Pero tampoco demonicemos la virtualidad. 

El mundo se ha vuelto un lugar horrible; la presencialidad es una experiencia intensa; te compromete y vulnerabiliza. La soledad tiene márgenes de acontecimientos posibles muchísimo menores que cuando estamos con otres y por eso “cansa menos”. Desde casa controlamos qué parte de nosotres se ve y cual no, podemos dar cualquier excusa para ausentarnos o desaparecer, el afuera está lejos y les otres también pero aún así accesibles. Al final ¿no es mejor así? Pensamos mucho en cómo son esta nueva distancia y el aislamiento obligado pero quizá este momento es también para pensar qué nos pasa cuando estamos en contacto. Al final de todo esto ¿quienes dirían que sí, si se les ofreciera quedarse en casa definitivamente? Con el tiempo y si no es vivido como imposición, una puede acostumbrarse. 

Un efecto de la virtualidad y las posibles consecuencias de adaptarnos a ella es cierta homogeneización de nuestro entorno. Internet siempre está ahí, igual de brillante, con las mismas interfaces y colores, con el mismo formato para todos los perfiles, con la misma velocidad a cualquier hora del día. Un hola es igual escrito por un desconocido que por tu mejor amiga. Un necesito ayuda suena igual escrito por alguien desesperadx que por alguien que la lleva más o menos bien. 

Y es que aunque parecería que la individuación radical es hacia lo que empuja esta vida en las redes, es posible que lo que se produzca finalmente sea otro efecto: la despersonalización. La misma a la que nos viene habituando el mercado laboral pero ahora extendida a nuestras relaciones. Todes online. Todes posteando. Todos viralizando el mismo meme. Participando del mismo challenge coreográfico. Como dice un amigo “voy por ahí dando like a todo lo que es cosa”.  Individualización y soledad; y despersonalización y anonimato, son por lo tanto dos variables que se van retroalimentando. Si hablamos de alianzas impredecibles… ahí hay una. 

Otro efecto es el aplanamiento del mundo que nos propone con nuestro entorno un vínculo de tipo touchscreen. Tocamos algo que no nos toca. Movemos ítems que no nos mueven. Interactuamos con un mundo que no nos mancha. Ni nos infecta. Donde el off o el restart están a la orden del día pero luego del reinicio todo seguirá ahí. Lo más grave y lo más banal tienen el mismo espacio en tu feed de noticias. Una notificación puede informarte de que alguien pensó en vos o que estás despedida. 

En su visita a Montevideo hace un par de años, recuerdo que Bifo dijo que los trabajadores de la red, o el cognitariado, serían los capaces de desencadenar una revolución. Que la alianza entre capitalismo y cognitariado podría estar en crisis, amenazando la inteligencia necesaria para que a largo plazo el sistema sea funcional. En el momento me pareció raro. Hoy, cuando un tercio de la población mundial está encerrada en sus casas o expuesta a la enfermedad sin elección de cuidarse, es claro que tenemos que preguntarnos qué rol vamos a jugar en la continuidad o interrupción de este pacto. ¿Cuáles teletrabajos son esenciales (porque sí los hay) y cuáles podrían esperar o tomarse tiempo para otras cosas, dejar vacíos donde crezcan otras? Podríamos reconvertir nuestro trabajo sin que peligren nuestros cuerpos, pero quizás somos cada vez más esclavos de lo que nos salva, 

Todos los cambios han sido guardados 

Para pensar en cuánto adaptarnos y cuánto resistir y cómo, no sólo hay que pensar en qué se produce durante el aislamiento/pandemia, sino en qué se estaba produciendo ahí en nuestras presencias, en aquello que añoramos llamándolo “normalidad”. Lo que vivimos y lo que vendrá es algo más que una dicotomía online / offline, presente / ausente. Atravesamos una situación en la que relaciones sociales y modos de producción cambian y nos cambian. En la que en el silencio embarullado de este aislamiento social, quizás se dejen escuchar otras preguntas. ¿De qué estamos ausentes exactamente? ¿Qué límites tiene la flexibilización laboral? ¿Qué pasa si la tristeza baja la productividad o la capacidad cognitiva? ¿Puede extenderse el ancho de banda de la eficiencia de nuestras interacciones sustrayendo el encuentro? ¿Están dadas las condiciones para una vida en comunidad en el aislamiento? ¿Qué comunidad es esa? Mi sensación es que sin cuerpos y afectos o la promesa de su próximo reencuentro, no hay community manager que resista.  

Cuando entramos en pánico sobre este distanciamiento social recurrimos a pensar ¿Cuánto tiempo es sostenible? No puede ser sostenible por mucho tiempo. Quizás tenemos que dejar de darnos tranquilidad con ese pensamiento y pensar que es más sostenible de lo que creemos. Y también que, incluso cuando acabe, todo habrá mutado. Porque en este período excepcional nuestras relaciones ya se están modificando, lo que es admisible o no ya se está transformando, el pensamiento sobre qué es aprender o enseñar ya se está transformando, nuestra experiencia del tiempo también. Lo que conocemos estructura nuestros hábitos

Lo que vivimos nos transforma. Luego de pasado este tiempo habremos encontrado estrategias que quedarán ahí, habremos ganado y perdido habilidades que quedarán ahí y también olvidado cosas, adquirido hábitos. 

Cuanto antes nos demos cuenta de que no va a volver el “como antes”, más aprovecharemos el durante. Si este presente no es elegido empecemos a pensar cómo tener un rol más activo en la construcción de lo que vendrá. Que ya está acá. Y nos enseña. 

Cuarentena. Crónica del séptimo día // Natalia Gennero

Llevamos siete días de aislamiento en un hotel. Hace una semana llegamos a Ezeiza desde San Pablo. Antes de salir, amigues nos avisaron que desde el día anterior a las personas que llegaban de zonas de riesgo, tuvieran o no síntomas del virus, el Gobierno de la Ciudad las alojaba en hoteles hasta que cumplieran 14 días de cuarentena.

Hubo aplausos cuando aterrizó el avión. No era un vuelo de repatriación, pero la mayoría de les que viajábamos habíamos quedado varades en algún lugar del mundo y, finalmente, conseguido volver al país en ese vuelo de una compañía africana. San Pablo-Buenos Aires en una aerolínea de Etiopía, que haya sido nuestra única opción no eclipsa la extravagancia. 

Las azafatas nos pidieron que llenáramos un formulario sobre nuestro estado de salud y esperáramos sentados. Subieron un chico y una chica recubiertos de nylon con barbijo y antiparras. Recolectaron los papeles y nos dijeron que íbamos a ir bajando en grupos. Armamos una fila para entrar al aeropuerto y pasamos guardando distancia por unos escáneres que miden la fiebre.

“Vayan formando del lado derecho los que tienen residencia en Ciudad de Buenos Aires y del lado izquierdo los que viven en provincia”. Del lado izquierdo no supimos más. Como la disposición del encierro hotelero está vigente sólo en ámbito porteño, entiendo que se habrán ido a sus casas. En este contexto surrealista, nada podemos garantizar.

Recién ahí, a dos horas de haber bajado del avión, nos avisaron que nos iban a llevar a un hotel. Mucha gente se enteró en el momento. Llamado de una señora a su familia, otro cancela un taxi, un pibe se preocupa por su perrito, llanto de una chica que está sola. Tres horas después nos estábamos bajando de un colectivo en la puerta de un hotel del centro. Eran las 12 de la noche, estábamos en Argentina. 

Nos tocó una habitación en el piso 17. La vista de la ciudad es impresionante. Debe ser que con la merma en la circulación de humanos el cielo se limpia. Vemos todo. A Evita en el Ministerio de Desarrollo Social, el Palacio Barolo, la cúpula verde del Congreso, el edificio de Tribunales, entre otras atracciones de este citytour aéreo. La inmensidad contrasta con la estrechez de la habitación, donde entran ajustadas dos mesas de luz, una silla y una cama. Pasamos más de la mitad de nuestras horas de vigilia mirando por la ventana. 

Leímos en los diarios que, si no teníamos síntomas, cumplidos dos días de hotel nos dejaban continuar la cuarentena en nuestras casas. Al día tres seguíamos encerrades en el cuarto sin que nadie nos explicara nada. Vienen personas del gobierno a traernos comida y otres con trajes de astronautas a desinfectar, pero nadie tiene un mensaje para darnos.

El segundo día escuchamos golpes en las paredes, se le sumaron otros ruidos metálicos, gritos, aplausos. “Me quiero ir a mi casa”, una voz grave de un piso de abajo. Desde ese día, al menos una vez a la mañana y otra a la tarde hay una especie de cacerolazo. Prejuicio mediante, pensamos: “gente que viene de Miami”. Hoy se le sumó la marcha peronista tocada en vivo con trompeta.  

Los días fueron pasando uno bastante igual al otro. Hay cambios mínimos, alrededor de cada cual armamos cadenas causales más o menos imaginarias (tenemos poco acceso a fuentes confiables). En vez de dejarnos la comida en el suelo, empezaron a dejarla arriba de una silla. En vez de una persona de desinfección, ahora vienen dos. En vez de encerrarnos en el baño para desinfectar, nos piden que nos subamos a la cama. Un día nos trajeron una lavandina. Al día siguiente, un balde.

Según lo que pudimos conversar con el personal del gobierno y del hotel, los procedimientos se van ajustado porque hay gente que se queja de todo: de la comida, de la limpieza, de la alfombra, de la ventilación. Nuestra opinión es que la comida es más variada que en nuestra casa y al resto ni se nos ocurrió pensarlo.

El problema no es ni la comida, ni la limpieza. El problema es el espacio. Entiendo que es un tema de salud pública. Que hay quienes no cumplieron la cuarentena. Que es una medida preventiva. Estoy de acuerdo. Nada de eso aplaca mi fantasía de salir corriendo. Abrir la puerta, caminar por el pasillo, las escaleras, el hall de entrada, la vereda. Salir a la calle. Correr.

Voy a cumplir la cuarentena donde me toque y después, el aislamiento. Lo que me inquieta es la plasticidad. La capacidad que tenemos de adaptarnos a condiciones hostiles. A la prohibición del desplazamiento. A la reducción de los movimientos al mínimo. A la atrofia de todos los músculos. A la respiración corta. No le encuentro otra salida que quedarme parada, esperando que algo llegue. Admiro a las plantas, que se despliegan estáticas.

Escribo en un gesto testimonial. No creo que sea importante lo que pasa acá adentro. Importante es lo que pasa en interiores estallados ya desde antes, que ahora el encierro obliga a habitar. Tensiones, precariedades, violencias de las que no quedan casi chances de zafar en este momento. Porque la pandemia, como todo, no nos afecta por igual.   

Llevamos siete días de aislamiento en un hotel. Hace una semana entramos a esta habitación.  Las nubes se mueven sobre los edificios. Uno de los chicos con look de astronauta pasa un trapo por todas las superficies. Le hacemos un chiste porque su traje tiene un agujerito en el codo. Se ríe. Un punto para nosotres. Es nuestra única visita. 

 

 

 

Vivencia y experiencia en la crisis del coronavirus // Amador Fernández-Savater

Un amigo por watsap durante una conversación matutina: “esto es lo más profundo colectivamente que nos ha pasado en varias generaciones”.

Intercambiamos algunos mensajes más a partir de esta afirmación. Yo interrogo la noción de experiencia: ¿es lo que nos pasa o algo más? Y también la cuestión de lo colectivo: ¿es lo que nos pasa a todos a la vez u otra cosa?

La respuesta queda en el aire, como tantas cosas hoy. Mi amigo J. tiene que atender a su madre mayor en casa. Yo, con menos obligaciones, decido aprovechar el tiempo suspendido para seguir derivando sobre las preguntas que se nos han abierto juntos.

Recurro a otro amigo, uno de esos a los que no conoces más que a través de los libros pero que a veces hacen más compañía que tantos vivos cercanos: el pensador argentino Ignacio Lewkowicz. Busco en él no tanto respuestas como buenos términos para plantear la pregunta, mejores herramientas para escuchar y atender la realidad. Me suena que Ignacio tiene cosas sobre esta cuestión, rebusco por la biblioteca y doy con ello.

En el librito Del fragmento a la situación, que Ignacio escribió con Mariana Cantarelli y el Grupo Doce, se puede leer que “tener una experiencia es hacer algo con lo que te hace”. Habría entonces una distinción entre, digamos, vivencia y experiencia. Una diferencia seguramente con su punto de abstracción, porque en la realidad está todo más mezclado, pero que puede ayudarnos a pensar y refinar la percepción.

Vivencia es lo que nos pasa, la huella o el reflejo en nosotros de lo que pasa. Vivencia colectiva es aquello que nos pasa a todos juntos o a la vez. Pero una experiencia sería distinto: no sólo una huella que refleja lo que pasa, sino más una marca que inscribimos nosotros, como un tatuaje. Producir esa marca a través de algún tipo de “nosotros” sería una experiencia colectiva.

Esta situación de crisis por el coronavirus, ¿es pues una vivencia o una experiencia? Es decir, ¿somos contemporáneos de algo o estamos “haciendo algo a partir de lo que nos hace”? ¿Es una situación que padecemos o una situación que logramos elaborar con sentidos propios,habitar?

Hasta las 11.00 no bajo al mercado de barrio -siempre vacío, al revés del supermercado, ¿por qué?-, así que prosigo un rato más pensando con Lewkowicz.

Encuentro en el mismo libro otro juego conceptual que puede llevarnos más lejos aún: la distinción entre “subjetividad instituida”, “envés subjetivo” y “subjetivación”, tomando la subjetividad en su sentido más general y sencillo: maneras de ver, de vivir, de actuar, de sentir y de pensar.

La subjetividad instituida es la serie de operaciones que debemos hacer para formar parte de una cierta lógica, la serie de comportamientos obligados para adaptarnos a una situación. Subjetividad instituida = adecuación.

El envés subjetivo es la distancia, el hueco o el agujero que se abre entre la norma y nosotros: dudas, malestares, preguntas, todo aquello que en nosotros no encaja, no cierra perfectamente y de alguna no se deja gobernar. La subjetividad instituida no es total, ni acabada y perfecta, siempre tiene un “resto”. Envés subjetivo = inadecuación.

La subjetivación es equivalente a lo que antes nombrábamos como “hacer experiencia”: una reapropiación subjetiva de un dato objetivo; no solamente sufrir lo que pasa, sino cambiar la manera de relacionarnos con lo que pasa. Es un exceso, un plus, un desborde de la subjetividad instituida. La subjetivación abre un tiempo-espacio distinto al obligado, inventa otros recorridos, abre otros posibles. Subjetivación = transformación.

La subjetivación colectiva es un proceso de transformación de la situación objetiva -dada, inalterable, cerrada- en situación habitable, modificable, resignificable. A través de la aparición de un “nosotros”, un espacio abierto de participación, una cierta comunidad. El nosotros de una “generación”, dicen Lewkowicz y el resto de los amigos de pensar. Luego volvemos sobre esto.

Conversación con mi madre y con amigos: mi madre, sujeto de alto riesgo en zona de alto riesgo, está tranquila y serena; los amigos, a los que el peligro no ha tocado aún, andan muy nerviosos en general. Reparto consejos de impasibilidad estoica como si fuera Marco Aurelio -vivir el presente sin proyecciones, preocuparnos sólo de lo que está en nuestra mano, trabajar sobre nuestra propia interpretación de lo que pasa-, pero en realidad la procesión va por dentro.

Entonces, ¿estamos ante una experiencia colectiva? Leo en la prensa (hay tiempo hasta para leer El País…) a dos intelectuales hablar al respecto.

El escritor Antonio Scurati dice que sí, que de hecho es la primera experiencia colectiva de los nacidos a principios de los años 70, la primera vez que pueden experimentar el sentimiento de pertenencia a un destino. Sin embargo, acaba su artículo celebrando “la decisión política que ha transformado Italia entera en una zona roja contra la arbitrariedad de las personas, su pánico e irresponsabilidad”. No parece muy claro de qué “comunidad política” se trata entonces, ¿simplemente la de asentir pasivamente a la decisión de un gobierno (sea acertada o no)? ¿La experiencia de la obediencia, la comunidad de los obedientes? No me parece muy convincente.

El ensayista Byung Chul-Han dice que no, porque la situación que vivimos “nos aisla e individualiza. No genera ningún sentido colectivo fuerte. De alguna manera, cada uno se preocupa sólo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa”. Han parece pensar que la situación objetiva no permite ningún tipo de apropiación subjetiva o de transformación, es una pura determinación y en ningún caso una condición que permita la acción. Tampoco me convence.

Yo por mi parte diría: no se sabe. Estamos en un proceso abierto que se trata de escuchar y en el que se puede intervenir.

Pero lo que me parece seguro es que la zona del “envés subjetivo” está hoy muy poblada. Y es justo ahí donde puede nacer el imprevisto político.

Un poco de ejercicio, limpieza, lectura… ¡No voy a derrumbarme por pasar unas semanas encerrado en una casa equipada con todo el confort moderno! Pienso en historias inspiradoras que me den ánimo, valor y ejemplo. ¡Gramsci en la cárcel! La lectura y la escritura como forma de vida, como forma de habitar creativamente el tiempo suspendido, como disciplina de la atención. Contra la dispersión, el desánimo, la entropía…

¿En qué sentido decimos que el envés subjetivo es hoy una zona muy poblada?

Las medidas de excepción decretadas suponen una interrupción radical del sentido de la vida cotidiana: el trabajo, los niños, los vínculos, las logísticas cotidianas, los cuidados, la movilidad… Nos vemos enfrentados abruptamente a mil situaciones nuevas. Es posible intentar seguir una serie de instrucciones y realizar las operaciones que nos permiten adecuarnos a la situación, pero en realidad por todas partes se abren dudas, problemas, preguntas, fisuras. No encajamos. Las singularidades de las formas de vida -condiciones, contextos, inclinaciones- no encajan en la norma universal homogénea decretada. En cada una de esas preguntas y dudas que se abren -¿cómo ocuparme de los míos? ¿Cómo no perder la cabeza? ¿Cómo entender autónomamente lo que pasa? ¿Cómo hacer algo al respecto?- se decide una forma de vida, se vislumbra un mundo. Lo ínfimo es de nuevo lo más político.

Un ejemplo entre un millón. Amigas madres, amigos padres, educadores con los que hablo estos días me transmiten esta pregunta: ¿qué hacer con los niños en casa? ¿Cómo no llenarles simplemente el tiempo vacío? ¿Cómo explicarles lo que ocurre y darle un sentido? Es posible “comprar” las respuestas prêt-a-porter -una lista infinita de tareas o deberes online, el relato de guerra contra el virus malvado que ha desplegado el gobierno-, pero tal vez ni siquiera podamos costear esa opción o simplemente no nos convenza. ¿Entonces? Hay que pensar e inventar, porque lo dado no alcanza. Todo el mundo está pensando e inventando hoy, aunque lo que más circule como “pensamiento” sean los artículos de opinión asociados a nombres conocidos.

Preguntas, agujeros, fisuras: el “envés subjetivo” está hoy más lleno que nunca. Ni siquiera la obediencia es obvia estos días. No obedecemos sólo porque lo mande el gobierno o la policía, sino que hemos escuchado también el llamamiento de los trabajadores sanitarios a quedarnos en casa para no multiplicar el contagio, para no poner en peligro el sistema de salud y la atención a los más vulnerables. Sin duda los trabajadores sanitarios son estos días el polo de identificación sensible más fuerte, la voz más creíble, seguramente porque están poniendo el cuerpo al extremo, con la vida al descubierto.

La subjetividad instituida vacila. La zona de inadecuación se amplía. En el envés bullen no sólo los malestares, sino también mil prácticas -abiertas o clandestinas, grandes o minúsculas- que “hacen con lo que nos hace”: prácticas de cuidado, de apoyo mutuo, de autoorganización, de supervivencia, etc. En ese envés está el humus de una posible subjetivación colectiva o de una “politización” de la crisis, si se quiere hablar otro lenguaje. Como el 13M de 2004 se “politizó” la situación creada por la gestión mentirosa que hizo el PP del atentado de Atocha, como el 15M de 2011 se “politizó” la situación creada por la gestión neoliberal de la crisis económica por el PSOE: desafiando y desbordando los sentidos establecidos, transformando las maneras de ver y sentir, alterando los nombres y las descripciones propuestas desde arriba (“¿Quién ha sido? Queremos la verdad”, “No es una crisis, es una estafa”, etc.).

Oigo gritos en la calle y me asomo, alguien reprende a un caminante desde un balcón. Se arma una pequeña gresca fea. ¿Son a su modo los “policías de los balcones” un proceso de subjetivación aunque sea “oscuro”? No lo creo. Más bien me parecen la cara B del relato de guerra que se ha empeñado en desplegar el gobierno del PSOE, una especie de plus subjetivo al discurso de movilización total contra el virus (ojo con los desertores, con los malos soldados…). No veo dudas, no veo preguntas, no veo envés subjetivo, no veo invención.

Por último la cuestión generacional. Según Lewkowicz, una generación no es una cuestión cronológica, sino un nosotros que se crea a partir de un problema. Que se apropia de un dato objetivo y lo convierte en una situación habitable: alterable, resignificable, modificable. Un nosotros, es decir, no un público de votantes, de espectadores o de consumidores, sino una fuerza colectiva, una superficie sensible, una nueva piel. Un nosotros que no preexiste a sus operaciones, sino que se configura a través de ellas. Y que puede incluir por tanto, quizá paradójicamente, a gente de distintas edades. A cualquiera que se sienta interpelado por esa apropiación, por esa creación de experiencia.

Scurati piensa la generación como una especie de padecimiento colectivo de una “buena decisión”, la gestión del gobierno italiano frente a la “irresponsabilidad de la gente”.

Han piensa que ningún nosotros puede surgir de aquí, porque la situación que vivimos está cerrada, clausurada. No hay modo de “hacer experiencia” en ella. Sólo cabe la obediencia: aislamiento y pasividad.

Habitar la situación sería por el contrario producir un exceso: una creación de sentido más allá de los sentidos impuestos (del relato de la guerra, por ejemplo). Un sentido que no es sólo “significado discursivo”, sino que arraiga en lo sentido, en los sentidos. Esa creación de sentido es imprevisible, no se puede anticipar. No se puede conocer de antemano su contenido, la naturaleza de sus preguntas, sus modos de organización, sus estrategias y objetivos. El proceso de subjetivación es siempre una sorpresa. Podemos, eso sí, no limitarnos a denunciar al poder y sus abusos, sino estar también a la escucha y atentos a ese envés de la experiencia.

Fuente: Filosofía Pirata

El retorno a la normalidad // Liliana Buitrago (Observatorio de Ecología Política de Venezuela)

Veníamos de dar una vuelta, ayer justo –¿o no fue ayer?, ¿hace una semana?, ¿dos?–  nos juntábamos los amigos como cada semana. Lo absurdo de la situación aún me espanta. “Ya nada es normal“, comenta la gente.

El tiempo de confinamiento en casa, distanciamiento social, cuarentena (indefinida), aislamiento voluntario, o como se le llame, es un tiempo que nos hace pensar en lo que deseamos y no podemos hacer –lo que hacíamos y ahora añoramos–, pero que pensamos podremos hacer luego de esta contingencia. También en lo que estamos considerando y naturalizando,  haciendo  normal, en el tiempo presente. Es decir, lo normal que pertenecía a nuestros hábitos y lo que vamos normalizando en el día a día, algo más perecido a lo normal como definido en la acepción 2 de la RAE:

NORMAL

Del lat. normālis.

  1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural.
  2. adj. Habitual u ordinario.
  3. adj. Que sirve de norma o regla.
  4. adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

Sobre la primera acepción quisiera señalar que los procesos de naturalización, normalización,  no se dan de forma individual sino colectiva y en contextos en donde existen desigualdades en la oportunidad de exponer, visibilizar y hacer circular nuestras visiones del mundo. Es decir, lo que se logra naturalizar o considerar como normal se encuentra atado y condicionado por relaciones de poder (poder decir-comunicar por ejemplo) y a las normas que señalan las acepciones 3 y 4 ¿Quién fija las normas y reglas? Este es un tema ampliamente abordado en las ciencias sociales, la filosofía, los estudios culturales y las ciencias del lenguaje. No nos alcanza este texto para exponerlo a profundidad. Sin embargo, nos conecta globalmente una profunda sensación de extrañar y el deseo por el retorno a la normalidad, pero, ¿cuál normalidad?

Confinada a ser maestra y madre a tiempo completo sin remuneración por ello –y sin culpa por no romantizar el tiempo que ahora paso con mis pequeños– me pregunto, ¿hasta cuando seremos los mismos de siempre los que paguemos las inequidades del sistema?, ¿estamos ante una nueva forma de reproducción del capitalismo?, ¿cuánto confiamos en el Estado?, ¿cuánto en nosotros mismos?, ¿hasta qué  punto es esta una vida vivible?[1].

Tenemos una pequeña red en un chat en un servicio de mensajería. En él posteamos cualquier recurso que podemos para ayudarnos en la tarea de ser maestrxs por obligación. Las madres, y uno que otro padre, envían además mensajes optimistas, otro tipo de mensajes no son muy bien aceptados. En el otro chat está la ayuda psicológica, mientras, la comida sigue alcanzando. Pero, hace rato que no alcanza, hace rato que hay una desigualdad profunda en el acceso global a la comida y nadie decretó una emergencia ante ello ¿Es eso normal?

Jesús vive en una de las esquinas de San Bernardino. Su colchón está más allá de la segunda acera, detrás de la pared con el árbol seco de mengua. Cada mañana espera que llegue la cena que baja y se recolecta por el bajante de los once pisos del edificio contiguo, tal vez hoy haya suerte y venga alguna mascarilla por allí para que la patrulla no vuelva a molestarle.

Cada Estado maneja la situación por su cuenta, bajo fuertes presiones políticas y económicas particulares que le hacen aplicar políticas globalmente discontinuas, irregulares y diversas, por ello la cooperación internacional ha sido frágil, muy frágil. La institución con algo de legitimidad – y menos mal que aún existe algo con legitimidad en medio de la administración global de este desastre humano –, la OMS, depende del sector privado. Un 80 % de los recursos de esta institución provienen de donaciones, empresas y fundaciones privadas[2]. Entiéndase bien, el valor de la solidaridad en lo público no existe bajo el neoliberalismo. Estamos sufriendo una pandemia de inoperancia del cuido global que se delegó a los Estados y con los que aún, parece que de manera global, contamos como especie para salvar la situación ¿Es normal que no se pongan de acuerdo en nombre de una falsa soberanía, mientras se instalan lentamente zonas de sacrificio mundiales? Por ejemplo, el plan de respuesta humanitaria de la ONU para la gestión de la coronacrisis[3] señala zonas de mayor vulnerabilidad, zonas que podrían dejar a Italia o Estados Unidos detrás en el cálculo de muertes y enfermos con el virus, y entre las que se encuentra Venezuela ¿Será normal que a sabiendas de que estas zonas son más vulnerables no se esté actuando coordinadamente para atenderlas? ¿Puede el estado de excepción pasar a ser la normalidad? ¿Desde hace cuanto esto es así ya?

Salir en las mañana para Mirian, que vive en Catia, no es asunto fácil, desde hace unos años el hospital es una sala vacía sin posibilidades y recursos para hacer lo que aprendió de sus maestras enfermeras: cuidar. Sin embargo se le hace más sencillo en la calle donde vive, allí su vecina le cuida a la niña, la abuela Carmen le ayuda con el almuerzo para llevarse todos los días y ella a cambio trae unos limones y fruta en la tarde para aliviarles el susto a las viejas. No se sabe si el brebaje funciona pero de que vuelan vuelan.

En la línea del frente, como señala David Harvey[4], están los obreros de la salud, los que ponen el cuerpo para cuidar a los enfermos de la pandemia. Ahora mismo en EEUU, el país con mayor cantidad de casos con coronavirus en el mundo, hay profesionales de la salud que no han podido hacerse las pruebas y reclaman cómo el trato es diferenciado por clase, fama, y las típicas formas de diferenciación que la ficción del estado de bienestar no visibiliza. En algunos países se ha denunciado cómo se hace selección de pacientes a atender o dejar morir, en una operación naturalizada como ¿cuido biopolítico? –¿del sistema económico? – en donde son evaluados como más valiosos los jóvenes  – ¿por quienes?– Uno se pregunta: ¿quién y cómo se estableció este criterio? ¿No debería ser normal que todos sean salvados?

Pierre teclea en la punta de sus dedos la nota de esta semana, le alivia seguir desde casa en el trabajo de redactor al que casi renuncia el mes pasado. Nadie como él escribe mejor sobre salud y espectáculos. El cantante en terapia intensiva, el rey sin corona, la cantante comunista. Por lo menos mientras siga la crisis, y el internet que nunca le falla, habrá trabajo. Esta semana tiene buenas fotos de las salas de emergencia, lástima que la mejor se la rechazaron porque el medico no tenia mascarilla. La infodemia[5] avanza.

Estamos en plena saturación mediática del acontecimiento al punto que no podemos ver más abajo del nivel de saturación cómo se desarrolla en este momento una guerra por el petróleo en el seno de la OPEP, cómo se suben los aranceles tributarios en Venezuela, cómo siguen avanzando los femicidios, o cómo se siguen asesinando a líderes ambientales en Latinoamérica, por ejemplo.

Por otra parte, el relato del héroe, con el que las redes nos inundan, pasa por debajo de la mesa que las profesiones del cuido (enfermerxs, maestrxs, bomberxs, por nombrar a algunxs) son, en especial en Latinoamérica, muy mal pagadas en el mundo. Sin contar que el trabajo de reproducción de la vida en los hogares –mal llamado doméstico– no es remunerado, estando a la base de la reproducción misma del capital.  Cuando se nos confina al espacio privado de nuestras casas, en especial para aquellos avocados al cuido de niños, ancianos o enfermos ¿cómo puede ser normal o esperable que este trabajo sea sostenible sin una remuneración por dicho trabajo? Ya se han activado campañas mundiales, como en el Reino Unido o Ecuador, exigiendo el pago equitativo de una cantidad de dinero fija mientras dure la emergencia, para mantener la vida de cada ciudadano.

Elisa se levanta cada mañana a pie del Ávila, mira al cielo que nota cada vez más azul y transparente. La ausencia de tráfico ha dejado a la ciudad y su cielo más limpios. ¿Será verdad lo de los delfines en Venecia?, se pregunta. En su casa de 200 mts cuadrados, vive con su pequeño (en el edificio continuo a la acera donde vive Jesús). Le ha pedido a Ana que se quede en casa para ayudarla en la limpieza y que esta vez se traiga a su hijo con ella para que el pequeño tenga con quien jugar. Ana piensa en su gente mientras limpia la casa con cloro para que el virus no los toque nunca, en el asma de su niño, en su hermana que cruzó la frontera hace unas semanas y de la que no tiene noticias, y en cómo los abuelos deben estar preocupados. Piensa, a lo mejor será como la semana del apagón[6] y regresarán pronto a verlos, ¿o no?.  Estamos aprendiendo a lidiar con la incertidumbre desde donde nos conectamos. ¿Era normal vivir conectados en la incertidumbre?

La OPS y la OMS identificaron que entre las principales amenazas para la salud en 2019 se encontraba una posible pandemia por influenza, aunado a la contaminación del aire y el cambio climático (nueve de cada 10 personas respiran aire contaminado)[7]. La pandemia actual es solamente un aspecto de la crisis civilizatoria producida en el marco del Antropoceno / Capitaloceno; junto a la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, los incendios globales, todos conectados[8]. ¿Es normal que ya sabiendo lo que iba a pasar algo así, no estuviésemos preparados o en mejores condiciones para afrontar la emergencia?

El capitalismo se está adaptando a un ritmo bastante predecible. En un clic las marcas mundiales modifican sus logos para expresar el distanciamiento social[9], un síntoma de que el sistema muta para perpetuarse y que el distanciamiento es ya una forma de consumo.

Mary recogió hoy temprano por la lluvia. Como no hay clases no está yendo a la escuela. Dar clases de de wayuunaiki en el patio se le hace más agradable, aunque el descanso hoy le ha hecho bien. Tiene ya 12 alumnos de la comunidad y algunas semanas con malaria. El agua no llega lo suficiente para mantener la siembra y la cabecera del río se está secando. Levantarse mañana a seguir sembrando en la cabecera para que no se seque es vital.

El retorno a la normalidad ¿Cuál? La vida que llevábamos antes de la cuarentena y la que ahora tenemos son vidas no vivibles. El quiebre en el tiempo de la producción económica capitalista nos confronta a pensarnos nuestro lugar en la reproducción de la vida. La reestructuración requerida para generar las transformaciones que nos hagan revertir la profunda desigualdad – hoy más evidente que nunca- las injusticias sociales, las injusticias climáticas, la no futurabilidad, la guerras de salud, la imposición del crecimiento sin límites y la incomprensión de la diversidad de formas y modos de vida no solo es urgente, sino impostergable. No podemos seguir imaginando la vuelta a la normalidad sin cuestionarla. Como señala Carmona[10], “la pandemia actual es el signo de que la naturaleza se ha vuelto un agente histórico, con el que hay que contar de aquí en adelante“.

Vivíamos/¿vivimos?/¿mal vivimos? en un mundo axiomáticamente condicionado al desarrollo, y es precisamente bajo este axioma que la normalidad que extrañamos e impera en los imaginarios globales no es posible porque es paradójicamente la causa de la contingencia que atravesamos ¡El retorno a la normalidad es hoy el mayor de los riesgos!

Por la vuelta a la normalidad aboga hoy la corporatocracia mundial que hoy exige la vuelta de los trabajadores a sus puestos de trabajo[11]. Si la vuelta a la normalidad implica dar la vida y poner el cuerpo para salvar un sistema económico de muerte, decimos no al retorno a esa normalidad.

Mientras, extrañamos los cuerpos de nuestros amores, el encuentro con los otros y deseamos pronto volver a vernos sin la mediación de una pantalla.

 

[1] Para Orozco (2012) , desde la economía feminista, la discusión sobre la vida vivible, la vida que merece la pena ser vivida implica abrir un debate en torno al buen vivir partiendo del reconocer la vulnerabilidad, la interdependencia y la ecodependencia. Ello conlleva a establecer las condiciones de posibilidad de la vida y cómo colectivizar las responsabilidades de garantía de esas condiciones de posibilidad. Disponible en: https://rebelion.org/de-vidas-vivibles-y-produccion-imposible/

[2] Dardot y Laval (2020) https://aterraeredonda.com.br/nada-podera-ser-como-antes/

[3] http://onu.org.ve/para-combatir-el-coronavirus-a-nivel-global-la-onu-lanza-un-plan-humanitario-de-2000-millones-de-dolares/

[4] http://www.sinpermiso.info/textos/politica-anticapitalista-en-tiempos-de-covid-19

[5] Franco Berardi (2020)  https://lobosuelto.com/cronica-de-la-psicodeflacion-franco-bifo-berardi/

[6] En Venezuela hace una año ya que el servicio eléctrico colapsó por más de una semana en Caracas y por mayor cantidad de días en otras zonas, dejando a el país entero sin luz, este episodio se recuerda como “el apagón² y marca un hito en la historia de la crisis económica reciente en el país.

[7] https://www.paho.org/hq/index.php?option=com_content&view=article&id=14916:ten-threats-to-global-health-in-2019&Itemid=135&lang=es.

[8] Para un análisis de estas conexiones en clave ecopolítica recomendamos las lectura de

Kothari, Escobar, Salleh, Demaria y Acosta (2020) https://www.opendemocracy.net/en/oureconomy/can-coronavirus-save-planet/

Terán Mantovani (2020)  http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/el-coronavirus-mas-alla-del-coronavirus-umbrales-biopolitica-y-emergencias/

Francisco Javier Velasco (2020)  http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/un-estornudo-que-sacude-al-mundo-algunas-consideraciones-en-torno-al-coronavirus-la-crisis-civilizatoria-y-el-colapso-global/

Elsa Gabriela Rodríguez Pérez (2020) http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/26/coronavirus-conexiones-ocultas-narrativas-entretejidas/

[9] https://www.marketingdirecto.com/anunciantes-general/anunciantes/mcdonalds-deja-corra-aire-entre-arcos-amarillos-parar-pies-covid-19

[10] https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/componer-con-gaia-el-problema-de-la-libertad-en-tiempos-del-coronavirus

[11] https://www.eldiario.es/internacional/coronavirus-EEUU_0_1009649972.html

 

«La forma en que el Gobierno de Chile ha enfrentado la pandemia es de un absoluto desprecio por la vida» // Entrevista a Alondra Carrillo y Javiera Manzi, voceras de la Coordinadora Feminista 8M

La Coordinadora 8M elaboró el plan de emergencia feminista nacional y plurinacional “Nuestro cuidado sobre sus ganancias”, para enfrentar las medidas sanitarias y económicas del gobierno chileno, que siguen evidenciando su desprecio por los sectores más vulnerables. Las voceras Alondra Carrillo y Javiera Manzi detallaron esta política de cuidados, que incluye una huelga productiva y la suspensión del pago de deudas por seis meses.

Por Laura Litvinoff

Unos días antes de volver a Buenos Aires, y luego de atravesar la marea del 8 y 9 de marzo en Santiago de Chile, Las12 entrevistó a Alondra Carrillo y Javiera Manzi, las voceras a cargo de La Coordinadora Feminista 8M de Santiago, para conversar sobre lo que fue ese momento histórico que movilizó a más de dos millones de mujeres y diversidades, y sobre la situación del país frente a la pandemia del coronavirus. Estas jóvenes feministas que se ocuparon de llevar adelante una de las marchas más multitudinarias de la historia del país, son también las organizadoras de ese “cuerpo en constante movimiento” que es el día a día de La Coordinadora, atravesadas ahora por el desafío del plan de emergencia feminista «Nuestro cuidado sobre sus ganancias», que denuncia el accionar del gobierno chileno en la crisis sanitaria y propone estrategias colectivas de cuidados. De qué se trata LCF 8M, cómo se sostiene, cuál es su agenda y qué lectura hace de la revuelta social de octubre en relación a las necesidades del movimiento feminista chileno, son algunas de las cuestiones que se dialogaron en el Centro Social y Librería Proyección, espacio emblemático donde se tejen las asambleas y alianzas feministas que desembocan en ese torrente infinito de cada 8M.

¿Cómo es la situación que están viviendo en Chile con el coronavirus?

 

-Alondra Carrillo: La forma en que el Gobierno ha enfrentado la crisis sanitaria y la pandemia ha sido a través de un absoluto desprecio por la vida, el cuidado y la salud de las amplias mayorías y la de todas las personas empobrecidas de nuestro país. Las medidas que fueron anunciadas, tanto en materia sanitaria como económica, tienen como único propósito salvaguardar las posibilidades de las empresas para que los mega ricos puedan seguir asegurando sus ganancias. Y esto hace que permanezca la incertidumbre en la mayor parte de la población, especialmente en el porcentaje elevadísimo que vive del trabajo informal. Las medidas son absolutamente insuficientes, estamos en una situación sumamente crítica, donde todas las organizaciones sociales y de profesionales están exigiendo la cuarentena total inmediata, pero el Gobierno se sigue negando a hacerlo.

¿Cuál es entonces el verdadero propósito de declarar el “Estado de Emergencia”?

Javiera Manzi: -Esa medida sirvió para dar vía libre a que los militares salgan a la calle otra vez, y también ha tenido dos funciones: higienizar políticamente la ciudad, es decir, limpiar todos los rastros de la revuelta, y asegurar la cadena de mando del Estado que hoy está tan frágil. No tenemos que olvidar que, además del coronavirus, estamos viviendo una crisis social gravísima, con un recrudecimiento del autoritarismo por parte del Gobierno y en el contexto de un claro terrorismo de Estado.

¿Qué medidas está tomando La Coordinadora Feminista 8M ante esta situación?

J.M.: -Estamos preocupadas por cómo va a seguir desarrollándose todo esto, por eso elaboramos un plan de emergencia feminista que nos llamamos a defender a través de una huelga productiva. Lo estamos articulando a nivel nacional y plurinacional, y la consigna es «Nuestro cuidado sobre sus ganancias». La idea es denunciar la actitud del Gobierno empresarial respecto de la crisis, e incluye una serie de medidas para las mujeres, niñas, niñes y disidencias de género que se hallan en ese contexto, como por ejemplo que las trabajadoras puedan suspender sus labores presenciales y trabajar desde el hogar, condiciones mínimas de salubridad para los trabajadores de la salud, del transporte y de la provisión; que los presos y presas políticas de la revuelta puedan cumplir  estas medidas cautelares en su hogar y también la suspensión total del pago de todas las deudas/dividendos por seis meses.

El estallido social de octubre siguió expandiéndose con mucha potencia a lo largo de estos meses hasta transformarse en una revuelta popular permanente. ¿Qué lectura hacen de este momento?

J.M.: -Nosotras vemos al estallido social, en primer lugar, como un momento destituyente. Hasta hace poco, Chile se caracterizaba por exportar una imagen de oasis económico y político, pero la crisis global del neoliberalismo ha calado aquí muy fuerte. Estamos hablando de uno de los únicos países en el mundo que tiene, por ejemplo, el agua privatizada con, además, uno de los niveles más altos de desigualdad. La gente se endeuda para comer, y hasta el pan se compra con crédito. Junto con eso, la naturalización de la privatización total, la financiarización de los derechos y el sistema de pensiones, que había sido otro de los hitos de movilización anteriores al estallido. Todas esas cuestiones marcan las causas principales del fenómeno que estalla como un proceso destituyente, de desnaturalización total de esas condiciones de vida. En segundo lugar hablamos de un proceso constituyente, en el sentido de que, por primera vez, las movilizaciones estudiantiles ya no se abocan solamente al problema de la educación o al pase escolar, sino que intentan abarcar toda la problemática de la sociedad. Por eso también los adultos mayores apoyaron tanto la movilización, porque lo que se empieza a dar es un fenómeno recíproco de solidaridad, y eso fue algo que cambió radicalmente la política del quiebre del tejido social que se venía llevando a cabo hasta antes de la revuelta.

Y el miedo de Piñera al ver esta lucha compartida fue tan grande que tardó apenas ocho horas en sacar a los militares a la calle…

J.M.: -Así es, la única respuesta del Gobierno fue la represión. Policía militarizada reprimiendo a menores de edad de una manera brutal, con una violencia política inaudita en un contexto democrático hasta ese momento en Chile. El relato del “Nunca más” se quebró, y ahí apareció lo imperdonable. Mucha gente que no hubiera salido si los militares no lo hacían, empezaron a salir a la calle, y ahí hubo también otro punto de unión: “Militares no”. Y las paredes de Santiago, una ciudad siempre tan higienizada, empezaron a llenarse de rayados donde la palabra “No” aparece constantemente: no más abusos, no más AFP, no más femicidios, no más esta vida. Esa potencia de la política de la negatividad fue un destape muy importante que nosotras también leímos en clave feminista, porque poder insistir con lo que no queremos hace que también aparezca una afirmación de lo que somos. Y en este proceso de constituirnos, la regeneración del tejido social se dio de una manera muy rápida, porque las asambleas territoriales se empezaron a multiplicar en esos días como actores que no existían en Chile desde hace muchísimo tiempo.

¿Cuál les parece que podría llegar a ser la salida más favorable para las mayorías en este momento de quiebre y transición?

J.M.: -Eso es algo que todavía está en curso. Y parte de lo que se ha habilitado estos meses de revuelta, es una confianza que empieza a existir por fuera del lugar que hasta entonces se les otorgaba a los políticos profesionales, a quienes se les delegaba la responsabilidad de tomar decisiones sobre la vida del país. De un momento a esta parte, lo que aparece mediante las asambleas territoriales, los cabildos y los distintos espacios de regeneración del tejido social, es la certeza de que es ahí donde habita la posibilidad de decidir las políticas del cuidado territorial y no en otra parte. Esto es muy interesante porque acá existía un gran acostumbramiento clientelar, tecnocrático, donde siempre estaba presente la figura de los “expertos”, y donde siempre fueron otros quienes proveyeron todas las respuestas.

Algo que se ve en toda la sociedad chilena desde la revuelta, es un gran descreimiento hacia todos los partidos políticos existentes.

A.C.: -Sí, hoy día es en las calles donde se vive un contexto de altísima politización popular y transgeneracional. Y también un proceso de aprendizaje y de una gran imaginación política, porque lo que está en curso es la posibilidad de imaginar otras formas de hacer política frente a este gravísimo contexto de terrorismo de Estado, que está amenazando permanentemente nuestras vidas. Otra cuestión interesante es que, por parte de todos los sectores políticos que están ahora en el poder, se está dando un negacionismo transversal de la revuelta social y del terrorismo de Estado, porque lo que plantean es que lo que hay hoy en Chile en realidad no es un terrorismo de Estado, sino “un escenario de agitación social y un desborde de la policía”.

J.M.: -También la mirada destituyente ha sido censurada por todos los sectores del Estado y se ha puesto el énfasis solamente de manera unilateral en el carácter constituyente, pero en un sentido muy acotado, porque el cambio que se pretende hacer ahora es un cambio constitucional, y no constituyente, en el sentido más general de horizontes políticos de vida.

Otra cuestión notable tiene que ver con la búsqueda de una horizontalidad en los sectores de poder. La figura de liderazgo pareciera haber perdido valor. ¿La Coordinadora Feminista 8M forma parte de esa búsqueda?

J.M.: -El hecho de estar imaginando otras formas de hacer política genera que el proceso sea lento, pero por supuesto que ya está primando mucho más que antes la necesidad de una horizontalidad. Y abre una pregunta que tiene que ver con la representatividad: ¿Cuál es la mejor manera de representar estos nuevos espacios que recién están construyéndose? Es algo que también estamos poniendo en discusión en todos los espacios en los que participamos.

A.C.: -La Coordinadora es horizontal o al menos busca serlo. Nosotras, por ejemplo, somos voceras, pero cada una participa de una asamblea territorial, y muchas de las personas que participan de La Coordinadora hacen lo mismo. Eso a su vez lleva a otra instancia que tiene que ver con lo que llamamos “la revuelta de la revuelta”, la revuelta feminista dentro de esta revuelta social. Ahí, todas esas cosas se empiezan a conectar de manera natural.

¿Cómo se retroalimentan la revuelta social y el feminismo? ¿El movimiento feminista fue uno de los motores del estallido?

A.C.: -Fue un antecedente de la posibilidad de imaginar una política independiente respecto del Estado. Es imposible entender las claves que organizan la revuelta de manera práctica sin mirar el contenido político del 8M del año pasado, que fue una gran crítica transversal a quienes han administrado y precarizado la vida de la sociedad chilena en estos últimos años. Y eso es algo que aparece después también en la revuelta. Esa diferencia volvió a ubicar al feminismo como una potencia que va mucho más allá de todos los sectores que pretenden hablar en su nombre.

J.M.: -La transversalización del feminismo dentro de los movimiento sociales también fue algo muy importante. Estuvimos en comités de trabajadoras sindicalistas, con las luchadoras socioambientales, en espacios de lucha educacionales, de derechos humanos, y más, con la idea central de abrir la pregunta de los feminismos y de empezar a pensarlos realmente a través de una perspectiva transversal. Y también, si hablamos de la relación entre el feminismo y la revuelta, no podemos dejar de mencionar a “Las Tesis”, porque ese acontecimiento marcó un antes y un después en el estallido social.

¿Cómo ven ustedes el tema de la autodefensa en la revuelta?

A.C.: -Es muy interesante, en Chile en general y en Santiago en particular, especialmente en el contexto de la Plaza de la Dignidad, por ser un ícono de la movilización y de la represión. En la conjunción entre esas dos voluntades aparece una especie de barrera que llamamos “la primera línea”, un fenómeno social nuevo que está pública y transversalmente validado por todo el mundo, más allá de lo que digan los sectores más reaccionarios. Existe para defendernos y para permitir la movilización, y esa caracterización permite reconocer lo que es autoorganización, porque la primera línea la conforman personas de carne y hueso que están poniendo el cuerpo por otros cuerpos.

¿Quiénes conforman “la primera línea”? ¿Existe una primera línea feminista?

J.M.: -Puede estar cualquier persona, y eso es lo más bonito. Hay jóvenes, niños, niñas, adultos mayores, viudos, personas que perdieron a sus hijos. Generalmente son sectores populares precarizados que vivieron la violencia del Estado a lo largo de sus vidas. Muchos de los relatos que aparecen cuando se les pregunta el motivo por el cual están ahí, tienen que ver con haber vivido la dictadura o con muertes muy cercanas de personas en ese momento. Por eso ellxs van a cuidar a las y los jóvenes que se manifiestan ahora, porque no quieren de ninguna manera que vuelva a suceder lo mismo. Hay mujeres, aunque por supuesto las han negado, como pasa siempre. En esta primera línea aparece la idea de una “política del cuidado”, porque es concretamente una forma de cuidarse de la represión policial. Y esa dimensión de que quien nos cuida sea el mismo pueblo es algo poderosísimo, porque genera que se replique a la inversa: la manifestación también cuida a la primera línea mediante otra red integrada en su totalidad por mujeres, “las mamás de la primera línea”. Sin ser estrictamente sus madres, han ido tomando distintas tareas de cuidados y contenciones significativas y potentes.

¿Cómo se organiza la coordinadora 8M ?

A.C.: -La Coordinadora es una especie de cuerpo en movimiento: todo el tiempo está cambiando y se están creando espacios para hacerse cargo de nuevas tareas y trabajos. Hay instancias de reunión, como asambleas internas y asambleas abiertas, y tiene algunas comisiones que la sostienen en términos de infraestructura, como Comunicaciones, Finanzas, Secretaría, y comisiones de articulación plurinacionales y de vinculación. Vivimos de la autogestión. Y también tenemos comités, muchos seguirán existiendo, porque si bien para nosotras la huelga general feminista tiene su momento de expresión en estas jornadas masivas, es un proceso que se va desarrollando y está antecedido por todo este trabajo.

Las demandas más urgentes del movimiento feminista en la Argentina son la legalización del aborto y la lucha contra los femicidios y transfemicidios. ¿Cuáles son las cuestiones más urgentes del feminismo chileno?

A.C.: -Acá también tenemos como prioridad esas cuestiones, y además estamos desarrollando una agenda con un programa de transformación social radical que hasta el momento tiene 16 ejes. Estamos construyendo un feminismo transfeminista, y eso repone la idea de un feminismo antirracista y popular que se levanta en las organizaciones sociales. La lucha contra el terrorismo de Estado, contra las formas de violencia patriarcal de la precarización de la vida, por una asamblea constituyente efectiva, libre, soberana, feminista plurinacional y popular, son cuestiones que están dentro de ese programa junto con las luchas que mencionas, y que son algunos de los núcleos subjetivos más potentes, enlazados con estos espacios de lucha y de trabajo.

Foto: Javiera Manzi y Alondra Carrillo.  Sacado por Juan Pablo Barrientos

 

Enemigo invisible // Iván Horowicz

Terminado el día, avanza la noche y vuelven los aplausos que se escuchan de fondo por la ventana. Veo pasar la vida, transcurrir la crisis, medio paranóico en la cárcel departamento de Nuñez que supimos transformar mi pareja y yo en bunker. Estamos en guerra, nos dicen, contra un enemigo invisible, nos dicen, pero yo estoy en guerra con todos, hasta conmigo mismo hace rato. Todo porque en mi creciente paranoia conspiranóica (no creo que exista la palabra) pretendo asumir una guerra contra el valor, contra el capital. Nuestro molino de viento, nuestro verdadero enemigo invisible. No nos son nuevas las fraseologías, entonces, para nosotros los paranóicos. Llegaste tarde Alberto Fernandez: formo parte de otro ejército, aunque no creo que te importe. Aunque no pretenda en estas líneas que nos reafirmemos en la diferencia de resistir, de ser la voz que clama en el desierto.

Si algo no hace el establishment son preguntas. Siempre se puede integrar los mejores equipos de los últimos 50 años, los gobiernos de científicos, los planteles. Al capital no le importa de dónde viene, sino a donde va. Es más: a veces en esos juegos perversos, los caballeros las prefieren zurdas. Nada más eléctrico para la nariz cocainómana de Fukuyama que un Jorge Asís, procedente de la izquierda virando al menemismo.  Un trayecto a lo Gabriel Levinas, que va del PCR, Antonio Berni y los 70 a Intratables[1]. Hay también jugadores menos rimbombantes. Menos dramáticos pero no por eso menos patéticos.

El para nada recodado ministro, Lino Barañao, que fue ministro de Ciencia y tecnología del kirchnerismo, y fue también integrante del ejecutivo cambiemita hasta la última hora. La propia trayectoria personal de Alberto, la de Massa, la de Carrió, la de Pichetto, etc. Etc. Etc.

Escribo, releo, repito como mantra para esta nota. Si algo no hace el establishment son preguntas, por eso los que pasan a integrarlo dejan de hacérselas. Y es acá en donde de verdad empieza lo que quiero decir. ¿Qué puede preguntarse uno, si se asume establishment?

Es curioso, porque establishment, gobierno, oficialismo, se asumen los que no son establishment. Los que de verdad lo son, ejercen su condición. Es parecido a los niños bien vestidos de caballito que viven en un monoambiente. Caballito es el barrio que pretende, decíamos durante nuestra adolescencia transcurrida en el Nacional 17.

Uno mira extrañado cómo los aguateros de Yupanqui le explican a los “troskos” que nunca jugaron en primera, que nunca gobernaron y entonces no saben. Gente cuya experiencia con el poder y la estatalidad no pasa de hacer la fila para cobrar el progresar, se coloca solita en el lugar de un intendente. Un público en el cine que piensa qué porque le gusta la película, está adentro de la trama. A fin de cuentas, la trampa ciudadana. Democracia representativa, el pueblo gobierna a través de sus representantes, etc. Etc. Etc.

Igualmente, no importa si es trampa o no, porque lo que me interesa es lo que piensa este público del cine que porque le gusta la peli se imagina parte de la trama. Por qué razona como razona, qué ocurre en su cabeza, constituye otra de mis no sanas obsesiones, de las obsesiones de un paranóico encerado en un departamento de Nuñez mirando por el balcón. Me siento parte de ese nosotros. De fondo, la sociedad me resulta sujeto de estudio porque soy un fóbico social. Porque ayer yo me enojaba, mientras mi novia, más inteligente que yo me explicaba que con el horror cada cual hace lo que puede. Basta de yo y de nosotros. Retomemoslos a ellos.

Este público del cine al que intento pensar, asume en ese movimiento, dos cosas que en realidad son la misma. La primera es una asociación indestructible entre el interés del estado y el interés general. Entre su interés individual y el de la casta política. En el interés general en abstracto de la sociedad, a la cual la crisis pareciera borrarle sus contradicciones, no acentuarlas. “Argentina unida” rezan los carteles de fondo de la cadena nacional de Alberto, nuestro supuesto primus inter pares.

La segunda cosa que asume es enterrar su inmensa angustia 10 metros bajo tierra, volverla a colocar en el inframundo, donde pertenece. Maldita crisis que saca a los muertos del placard, que evidencia lo que funcionaba de manera invisible. La angustia va de vuelta al fondo, y es con la subjetividad del estado con la que la logramos sepultar.

Hace unos días Alexandra Kohan decía en una entrevista lo siguiente:

“Lo que creo es que los discursos imperativos y moralizantes sirven para no pensar, para negar lo que está ahí ineluctablemente. Sirven para anestesiarse, ni siquiera para tranquilizarse. Son una especie de narcótico que impide parar y permitirse no saber qué hacer. Quizás tengan audiencia porque para algunos es más fácil obedecer, creyendo que hay alguien garante de las decisiones que se toman; porque esos discursos suponen que existe alguien que sabe, que no se equivoca y que nos está garantizando que no nos vamos a equivocar nosotros”[2].

Es verdad que Alexandra lo pensaba en relación a los discursos imperativos y moralizantes que aplicamos sobre nosotros mismos, pero algo de esto hay en la figura que se construye respecto a Alberto Fernandez, respecto al estado. Un miedo gigante recorre rincones del planeta entero. El pánico está más socializado que nunca, y en este contexto no son pocos los que intentan mirar hacia arriba para encontrar sentidos. Alguien que sabe, que no se equivoca, que cuida de nosotros, papa Alberto.

Papa Alberto, Papa Perón, no es la primera vez que el estado se construye en el imaginario social como padre, y de ahí es que absorbe parte de su fuerza también. Los vivos se visten de los muertos, y se disputan el siglo XX argentino en esa eterna rencilla entre liberales y estatistas. El fantasma de Keynes es convocado en ceremonia por Álvarez Agis[3] y un estado amigo se reconfigura en el imaginario social del miedo.

Pensaba en estas líneas, qué es lo puede preguntarse uno si se asume establishment, y curiosamente siempre tuve la respuesta frente a mis ojos.

Cuando discutía con aquellos amigos que habían elegido estudiar ciencias políticas dentro de la amplia gama de las ciencias sociales, siempre llegaba a la misma conclusión. El estado era para ellos, piso y techo, adentro y afuera. Nada social existía por fuera del estado. El estado es para los politólogos, lo que es la economía en el capitalismo. ¿Por qué es que los politólogos razonan como razonan? Bueno, porque así los forman. Porque las carreras de ciencias políticas tienen como objetivo, vomitarle al estado funcionarios para la ejecución de políticas públicas. Son pocos los politólogos que pueden salir del lenguaje de las políticas públicas, de las clasificaciones, de los sistemas de partido. El fetichismo del estado de derecho y una matriz alfonsinista de nacimiento condenan a la ciencia política a hacer zoología, clasificación (no clarificadora) de la democracia capitalista.

Creo que hoy hay algo de eso, la gente razona como politóloga. Frases preconstruidas como “La cuarentena es una mierda pero si no se hacía esto era peor” o “Imaginate si el ministerio de salud no era ministerio” muestran cómo todo se piensa como si uno mismo fuera el estado. Y esto es así aunque esas frases contengan en mayor o menor medida su cuota de verdad. Cuestionar desde donde se piensa otorga mayor claridad para demostrar cómo se vuelven unidad dogmática el interés colectivo y el interés del estado. Entonces, cuestionar la cuarentena se transforma en cuestionar si su aplicación reduce la curva de contagios.

Es en el pensamiento estatista, combinado con el miedo y la angustia mal sepultada la que nos explica al Frankenstein progrefascista que vive en nuestros amigos y familiares. Si uno se asume el estado, la policía no puede seguir siendo la institución que organiza la trata de personas y el narcotráfico, y tiene  que ser parte de las políticas del cuidado[4]. Aquellos y aquellas que hace tan solo tres años eran un ejército de asesinos represores a sueldo, son hoy nuestros guardianes, nuestros protectores, nuestros cuidadores.

Encontré, pensando a contra pelo, otro problema que uno tiene que dejar de preguntarse cuando se vuelve establishment. O mejor dicho, un hecho tan angustiante, que ya no alcanza con borrar la pregunta, sino que hay que negarlo expresamente. La salud y la economía, en el capitalismo, se encuentran en completa oposición. Digamoslo mejor, el bienestar humano y la lógica del valor son elementos contrapuestos. Están tan contrapuestos, que vamos camino a la destrucción de nuestro planeta y de nuestro bienestar, en beneficio de la producción de valor.

¿Alcanza entonces con, como dijo Alberto, priorizar la salud sobre la economía? No se puede elegir a la salud sobre la economía, porque la economía es en el capitalismo una relación total.  Elegir a la salud sobre la economía, implicaría que a pesar de que nadie trabaje, se le garantice a la sociedad entera toda necesidad básica y todo derecho humano. Es evidente, que no es ese el escenario hacia el cual avanzamos, porque por más enojo del presidente, la lógica del valor despide, y lo que el estado deja a manos del mercado sea por acción o por omisión, implica en los hechos la primacía de la economía sobre la salud. No hace falta ser economista para saber que, si la gente no hace plata, no come. El amplio tejido de los movimientos sociales empieza a no dar abasto a la creciente demanda de comida. Más de 7 millones de personas se anotaron para recibir el ingreso familiar de emergencia. Estirar una cuarentena ante un “enemigo invisible” que lo que muestra es la incapacidad del estado como institución en general, muestra también la incapacidad del estado para garantizar la vida de las personas. Sepultar esta conclusión es sepultar nuestra angustia, pero nuestra angustia tiene la mala costumbre de salir de la tumba.

En la hipótesis optimista que maneja el gobierno, el virus deja unos 250.000 infectados. En la pesimista, 2.2 millones. Casi nada está entonces, en control por parte del estado en este momento.  Dicho de otro modo, el virus lejos está de su control. El enemigo invisible gana una guerra imposible de pelear, si uno ve como la curvatura de infectados crece a nivel mundial. Curvatura que va a seguir creciendo posiblemente durante un año, hasta que se llegue al pico máximo, y recién ahí empiece a bajar. O hasta que el desarrollo de las fuerzas productivas invente una vacuna que nos salve y nos condene una vez más. El estado entonces, como decíamos, poco controla el virus. Pero sobre lo que aparentemente si tiene control el gobierno argentino, es sobre el imaginario social de un pedazo de la clase media argentina. No es novedad, son los nucleos duros existentes, el macrismo también tiene el suyo, aunque ahora tenga los pies fuera del plato.

Los que pregonan los esfuerzos que exige el gobierno argentino se abroquelan y suben de nivel cuando su centro de mando empieza a incorporar términos militares. Alberto Fernandez hablando de la guerra resulta reflejo deformado de Lenin leyendo a Clausewitz. ¿Qué solvencia tiene ese discurso? La que tiene cualquiera en el medio de una recesión mundial generalizada de la que no hay precedente histórico. Todo lo sólido se desvanece, y la ideología, como de costumbre, está sostenida por un palito de helado.

[1] http://www.plazademayo.com/2012/02/para-quienes-les-interese-una-pequena-bibliografia-mia/

[2] https://www.revistamate.com.ar/2020/03/alexandra-kohan-el-mundo-nos-silencio-a-nosotros-el-mundo-se-detuvo-y-nosotros-quedamos-pedaleando-en-el-aire/

[3] https://www.cenital.com/2020/03/29/como-pagar-la-guerra-contra-el-covid&45;19/64770

[4] https://www.pagina12.com.ar/255797-elogio-a-la-policia-del-cuidado?fbclid=IwAR3Iu5KM3lQBkJq6ioXMA7gxwlXdcXYUzdPrJ1toVDOVYfB__cnnmO9Xi2s

Domingo de resurrección // Diego Valeriano

Hay vida más allá del pacto de encerrarnos, cuidarnos, preocuparnos, vigilantearnos. Hay formas de entender más allá de cheto, Alberto, Italia, aplausos, balcones, Estado presente, hacer la tarea con Tomi. También hay pasillos, almacenes sin débito, necesidad de fiesta, vagar sin sentido, cambiar la garrafa, cajeros vacíos. Hay padrastros, desconfianzas, refugiados. Hay comida pero no hay billete. 

Hay formas de entender la cuarentena: semana santa, domingo de resurrección, enamorarse del encierro, cuidar a quien siempre nos quiso, sesión por skype, leer lo que tengo atrasado, cocinar rico. Hay, también, una secuencia que se repite: pibas y pibes agitandola, ágiles y pillos frente a los territorios explotados, a las ciudades parapetadas, a los piquetes abundantes de ratis. Super atrevidos en el goce, entrenadas en cómo plantarse frente a la violencia económica, policial, machista. 

Hay iglesias, templos, centros comunitarios, ejército ayudando en las villas y posteos militantes. Hay quienes insisten en nombrar las cosas como otra forma más de apropiarse de ellas. También hay formas de vida runflas al margen de este y cualquier pacto. Vidas insurrectas, festivas, gedes, no politizables. Siempre transitando en los límites del mercado y el estado. Hay amanecidos que ni saben qué día es hoy, chinos abiertos, asados en la vereda, ferias clandestinas. Hay desplazamientos imperceptibles, nuevas ideas y posibilidades. Hay guachas que extrañan morir un jueves y resucitar bien piola el domingo siguiente.

Antídoto Spinoza: La crítica como invención de modo de vida // Diego Sztulwark

“Todo el sentido del trabajo iniciado aquí es pues el de mostrar la inanidad de una afirmación como esta: “una filosofía construida more geometricoexcluye absolutamente la hipótesis de un sujeto creador de sentido, y al mismo tiempo, toda concepción del lenguaje donde este sería expresivo de mis representaciones”. Mostrando que el sujeto en cuestión ya no es por cierto el sujeto filosófico sino lo que llamo el sujeto del poema”.
“Spinoza no fue un erudito, sino un pensador”.

***
No se piensa “para” la época sino para escapar de ella y para ventilarla. Spinoza poema del pensamiento nos devuelve al más imprudente de los pensamientos, aquel que piensa “contra” el orden, aquel que se dirige a la invención de pensamiento y a la alegría que hace vivir. Es una imprudencia inventiva que exige enfrentarnos al lenguaje, convertirlo en poema.
Para Meschonnic Spinoza funciona exactamente en este sentido: como un antídoto contra el aplastante dominio del signo en las representaciones del lenguaje. Y esta es la principal contienda de la que nos habla este libro, la del pensamiento intempestivo contra las teorías del lenguaje que borran el afecto en el concepto.
“No se trata impunemente al lenguaje como una herramienta. Eso vuelve sordo” para pensar lo que un cuerpo “le hace al lenguaje”.
En Spinoza la sistematicidad filosófica es poemática y crítica. Y sin embargo, su explosividad afectiva no acaba de estallar, metida como está en la máquina de lectura universitaria, cuya insistencia en los marcadores lógicos y en los asuntos de la lengua no deja escuchar. Es lo que pasa cuando la filosofía opera como actividad intelectual meramente explicadora –el comentario–, dentro del orden y no contra él. Se acomoda en lo teológico político, en la metafísica dominante, tradicional, que todo lo somete a la separación entre cuerpo y pensamiento. Es este el reproche central que Henri Meschonnic dirige a los filósofos: el hecho de moverse siempre dentro del espacio de la analítica y la pedagogía, en el horizonte del signo, en el que el poema queda reducido a un filosofema y el ritmo al sentido.
“La ausencia de una relación concebida y construida entre el ritmo, la prosodia y el pensamiento permanece en el estado actual, el más extendido, tan trivial que ni siquiera lo vemos. Este estado se inscribe en el signo, en la cultura griega-cristiana del lenguaje. Y este estado constituye un obstáculo epistemológico insalvable para entender un pensamiento de la inseparación entre el afecto y el concepto. Por consiguiente para traducirlo en su ritmo y su prosodia, que no son más que el movimiento mismo del pensamiento en su continuo”.
El poema, movimiento que organiza el sentido, hace invención de pensamiento y crea modo de vida; abre el lenguaje a la historicidad y piensa más allá de lo que ya se sabe; hace sujeto; rechaza el mundo, lo transforma. Poema del pensamiento es la crítica que el ritmo le hace al signo, y el afecto al concepto. Es la crítica que batalla contra el dualismo metafísico cuerpo/alma, para buscar la unidad afecto-concepto; la fuerza de esa unidad a la que Spinoza llama Natura.
* * *
La célebre “soledad” de Spinoza –exiliado de su comunidad de origen, recluido luego voluntariamente– resulta inseparable de la “repugnancia” que le causaba el poder de cualquier autoridad sobre el pensamiento, sea el rabinato o la Universidad de Heidelberg, cuya invitación para enseñar rechaza. Y es rechazo, no aislamiento: “los rebeldes acudían a él de todas partes”, escribe Bayle. Se trata de una estrategia de la libertad.
Necesitamos desandar entonces la confusión entre “polémica” y “crítica”. Ambos términos proceden del término “guerra”, pero mientras que “la polémica es del orden de la retórica, y de la sofística. La crítica es un ejercicio de reconocimiento de las estrategias, y de denuncia de los efectos de poder. En este sentido, es lo contrario mismo de la polémica, que es una maniobra para tener poder”. Donde la polémica consiste en la pretensión de imponer una opinión o argumento por cualquier medio, la crítica busca transformar y posee una ética y una estrategia específica. Descubre funcionamientos; identifica y desmonta trascendencias.
Y aunque se haya querido ver en el Tratado teológico-político el inicio de la crítica bíblica, lo cierto es que la crítica de Spinoza apunta a desarticular la apropiación por parte de un poder, de una interpretación: “cuando se interioriza la religión, siempre es de la libertad de lo que se trata. Es decir de la felicidad”. La crítica del TTP desteologiza a dios, a la ética y a la historia. Pero desteologizar es “algo diferente a la laicidad, que es de otra época”. La potencia desteologizante de la crítica hace comenzar la “historicización radical de los valores”. A partir de allí, “el sentido, es la felicidad”. Es la singularidad del discurso de Spinoza, en el TTP: la conjunción inseparable de “la desteologización, el análisis del discurso y el sentido del lenguaje”. Y es lo que no entendió la “ortodoxia”, que solo veía en Spinoza un rechazo de “lo divino, mientras que lo que rechaza es la teocracia”, a la vez que le otorgaba un nuevo estatuto a lo divino desacralizado en el pensamiento.
Spinoza se ubica, ante la religión, en una posición de “desbordamiento”, dice Meschonnic, tanto respecto de las religiones constituidas, del cristianismo y del judaísmo, como “del ateísmo ordinario”. Spinoza “quiere a la vez la Biblia y la libertad del pensamiento”. Es esta “pluralidad interna” la no llegó a captar Leo Strauss, el “defensor de la religión”.
* * *
Es contra el agobio de las trascendencias en el pensamiento (Ser o Estructura; Hermenéutica o Lingüística) que Meschonnic redescubre el continuo spinozista. Contra las teorías que se dicen críticas pero sostienen que el pensamiento se divide en facultades, y en las categorías heterogéneas de la razón. El continuo afecto-concepto en el lenguaje reactiva la interacción entre el poema, la historia, la ética y la política.
Por una vez será el poeta quien lea a los filósofos. O los masacre.
Ni heideggeriano, derridiano, ni lacaniano o foucaultiano Meschonnic desafía a todas las escuelas. Tal vez sea esa la razón por la cual se lo acalle en nuestro medio, a pesar del creciente interés por la edición en castellano de su obra[1].
Henri Meschonnic no fue un desconocido en vida (1932-2009) en la Francia de su tiempo. De padres judíos pobres de Besarabia, fue traductor de la biblia hebrea y ha sido un escritor prolífero. Formó parte, además, del Centro Universitario Experimental de Vincennes –origen de la actual Universidad de París VIII– y enseñó durante largos años lingüística en la Universidad de Lille y en París.
Y sin embargo, no participó del estilo de politización sartreana del intelectual comprometido, ni de las rememoraciones del 68. Más bien se mantuvo distante de lo que consideraba denegaciones de la potencia de la revuelta, gestos de adecuación al poder.
* * *
Lo que Meschonnic enseña en su lectura de Spinoza es el valor estratégico de lo que llama marcadores afectivos, operadores cuya potencia es la del trazado del continuo, la invención de relaciones entre afectos y conceptos, la concreción de la unidad ritmada –no de la “unión”– cuerpo-alma.
“Pensar a Spinoza en su ritmo. Pensar el cuerpo en el ritmo de su pensamiento”.
Esos marcadores afectivos, inseparables de la prosodia, están en latín. Toda la obra de Meschonnic puede ser leída como una advertencia sobre lo que se pierde en las traducciones que borran estas marcaciones. La traducción se politiza. Ya no se trata del latín como lengua culta, ni de determinar las lenguas de Spinoza (¿y el español, el portugués, el holandés, el ladino, el hebreo?), sino de leer el latín del pensamiento y la escritura de Spinoza, y de “la cuestión de las relaciones entre la invención de un pensamiento en una lengua, y esta lengua. Lo que un pensamiento puede en lo que una lengua puede”.
Al latín de Spinoza se lo reconoce por sus impurezas: su paso por el hebreo; su escritura “contra el uso, forzando la lengua, voluntariamente”. Y es que –esta es una de las grandes premisas del trabajo de Meschonnic– no es la lengua la que hace a la obra sino la obra la que hace a la lengua. Lo materno es la obra, nunca la lengua. El latín de Spinoza no es el latín de Descartes. La obra entera de Meschonnic es un ataque al “genio” de la lengua. Sea el latín o el francés, el hebreo o el alemán: “la lengua no es la generadora. Eso también es falso. Lo que es generador, es un pensamiento de un sujeto en una lengua. Una relación cada vez única. En la medida en que solamente podemos decir que tenemos relación con un pensamiento si este pensamiento es una transformación del pensamiento. A diferencia del mantenimiento del orden, o del comentario”.
* * *
Los poetas han sido los primeros cómplices de Spinoza en un medio dominado por el odio teológico político: Goethe, Heine, Byron y Shelley. El poeta lee buscando la oralidad en el texto. Meschonnic no está pensando en el poeta que busca la rima, sino en aquel otro que anda en la búsqueda de combatir la tiranía del signo y romper la trampa de la comprensión temática.
¿No es así aproximadamente como nos enseñó el filósofo Gilles Deleuze a leer a Spinoza? Este libro es, entre otras cosas, una puesta a prueba del poderoso vínculo Deleuze-Spinoza. Fue la última parte de su libro Spinoza, Filosofía práctica (donde Deleuze lee en términos rítmicos la quinta parte de La Ética) lo que decidió a Meschonnic a emprender este trabajo; para entender a fondo lo que allí se dice sobre las velocidades infinitas.
Meschonnic encuentra a Deleuze a la vez muy cerca y muy lejos de Spinoza. Muy próximo cuando atiende a los afectos, pero extraviado a causa de su comprensión de la potencia, demasiado categorial, incapaz de dar real cuenta del continuo afecto-concepto-lenguaje. Su crítica al más sensible de los filósofos es del tipo “lo dice pero no lo hace”: “el problema aquí no es hacer una lectura afectiva, sino leer el afecto como escritura del pensamiento”. Deleuze desprecia la cuestión del lenguaje (no forma parte de su filosofía de la “expresión”); si bien apuntó a la cuestión del ritmo, no llegó a hacerse de él una idea viva y concreta. Esta crítica es uno de los grandes intereses de este libro. No tanto porque haya que considerarla necesariamente justa, sino porque ayuda a sacudir cierta autocomplacencia filosófica ambiente. Y porque le sirve a Meschonnic para avanzar en su propia relación con Spinoza. En su anti-estilística. En su teoría del lenguaje como escucha, que es idea de “leer el afecto como escritura del pensamiento”. Leer la afectividad del que escribe.
* * *
Así como la teoría de los marcadores afectivos introduce una comprensión no lingüística del lenguaje en la que lo que importa son los índices de intensidades rítmicas, el sujeto del poema del que habla Meschonnic no procede ni se confunde con el de la filosofía ni el del psicoanálisis. Tal y como lo encuentra en Spinoza, dicho sujeto es lo que funciona en la doble unidad de pensamiento y cuerpo, y de deseo humano y naturaleza. En los discursos que concretan esta unidad y crean modo de vida; y que se crean a partir de los modos de vida. El sujeto del poema es singularización, maximización de corporeidad en el lenguaje. Carga del afecto en el concepto. Trastocamiento del sentido que ya no parte de la significación de las palabras, sino del trabajo de las fuerzas que retuercen una lengua. El sujeto es esos retorcijones.
Y por eso el sujeto del poema no se confunde con lo poetizante, que hace del lenguaje un encadenamiento de clichés.
Sujeto del poema es lo que encontramos en la “concatenatio”, en la Ética, una sistematicidad que es al mismo tiempo una contra-coherencia respecto de la persistente escisión cuerpo (carne-afecto) y alma (espíritu-concepto) de lo teológico político, esa “logo-masticación” que suprime la invención de vida.
El sujeto comienza cuando ya no se lo confunde con el individuo. Ni como lo otro del objeto. Como en el arte, dice Meschonnic, el sujeto es actividad, subjetivación.
Y todo esto funciona en la Ética, donde “la prosodia, el ritmo, contribuyen a la demostración”, y donde se plantea una “relación entre inteligencia y mundo en la que el sujeto se extiende hasta absorberse en y absorber a Dios o a la Naturaleza”. “La inmanencia se come la trascendencia” porque es “su escritura”.
* * *
Hay en la Éticauna sistematicidad poética “entre la pequeña y gran unidad, la escritura y el more geométrico, entre el afecto y el concepto”, un modo de significar en el que el lenguaje no es mero medio de expresión ni una forma para un sentido, sino energía: “movimiento del sentido del cual el sentido no es separable”. No son “los fonemas de una lengua, sino los significantes de un sistema de discurso”. Es el ritmo como significante mayor.
Esos movimientos son “intensivos del pensamiento”, fuerzas del cuerpo en el lenguaje: sensualizadores.Hay una “energía increíble en el pensamiento” de Spinoza: “su pensamiento esesa energía. Y de ese modo, es también una erótica generalizada en el lenguaje. Hay un erotismo del pensamiento”. Es el deseo como esencia humana: “lo que sentía Nietzsche. De ahí toma un sentido imprevisto tener cuerpo. El pensamiento aquí tiene cuerpo. Otra cosa muy distinta al motivo erótico mismo, localizado. Como en Georges Bataille”.
Todo esto interesa también desde el punto de vista político. Porque lo erótico de Spinoza (en el cuerpo-idea-lenguaje) no solo actúa como premisa de la potencia del sujeto, sino también como condición efectiva y como índice de verdad de todo contrapoder. Sin esta extensión de lo afectivo-sensual al mundo de las prácticas micropolíticas, el sujeto se vuelve a confundir con el individuo, o con lo social objetivado.
* * *

¿Cómo es que a los más finos comentaristas se les escapó este Spinoza afectivo del lenguaje? Para llegar a él, en todo caso, Meschonnic batalla de un modo brutal. Despluma unos ciento sesentas libros, prácticamente todos los comentarios disponibles sobre el tema: machete en mano, avanza desmalezando, refutando a partir de grandes demarcaciones. Locura desatada: se desbroza, se refuta a mansalva. Deseo de escuchar el lenguaje de Spinoza como nadie hasta el momento lo había hecho.
Lo que Meschonnic siente es que se ha descuidado ostensiblemente el problema del lenguaje en Spinoza. Si bien le concede a Toni Negri la tesis según la cual Spinoza elabora como política y lenguaje lo que en la Holanda de su tiempo se daba como anomalía salvaje, le objeta que en lo que respecta al lenguaje, a esa anomalía “hay que saber reconocerla”, ya que es en la política del lenguaje en donde vive la verdadera política en Spinoza. En Pierre Macherey lee una negación total del problema del lenguaje, y en Etienne Balibar ve la sustitución del lenguaje por la comunicación. Y así con los demás autores, sean maestros clásicos o celebridades: de Matheron a Althusser, de Moreau a Badiou.
¿Qué hace con esta arrogancia?
¿Estamos realmente con Meschonnic tan lejos del Deleuze que insistía en su búsqueda de un habla extranjera, un tartamudeo en la propia lengua, en la escritura a base de ritmos intensivos y en la afirmación según la cual Spinoza escribe su Ética fundada en la potencia de los cuerpos porque era demasiado astuto para escribir una ontología? ¿No aprehende Negri acaso el carácter anómalo del movimiento spinoziano de la constitución y de la democracia absoluta como anuncio de un comunismo de la multitud singularizado precisamente en el lenguaje? ¿Es la “comunicación” en Balibar algo distinto que la conexión entre afectos, como base de un nominalismo de las singularidades?
Puede que este modo de proceder de Meschonnic –serial–, desconcierte e incluso fastidie. Pero en ningún caso se trata de provocaciones gratuitas, sino de un esfuerzo enorme por hacerse oír, por despejar, en el superpoblado campo de los comentarios spinozianos, un espacio en el que decir lo que tiene para decir: que Spinoza debe ser leído en “la unidad del espíritu y del cuerpo como el continuo en el lenguaje”, dado que “el lenguaje no participa de la disociación entre el pensamiento y la extensión” sino que en él se escucha el “movimiento del pensamiento, es inseparable del pensamiento”. Que no se llega a Spinoza (se lo asimila a Descartes o a Leibniz) cuando se descuida la concreción historizante del afecto-concepto en la escritura.
* * *
Lo que hace falta entonces, para que haya escucha, es una teoría del lenguaje, y el poema es ya esa teoría, en la medida en que –y esta es otra gran premisa del trabajo de Meschonnic– la “teoría” es la reflexión sobre aquello que aún no sabemos. La teoría como escucha de lo que podemos y aún no sabemos, porque “no se sabe lo que puede un cuerpo… en el lenguaje”.
Y Spinoza mismo se ha ocupado de elaborar una teoría práctica del lenguaje. Y sino ¿para qué dedicarse a redactar un compendio de gramática hebrea en latín siendo que en su siglo habían otras tantas disponibles?
“Su relación con el hebreo es una relación de afecto. Un testimonio de esto, es su juicio sobre los acentos, en su Compendio de gramática de la lengua hebrea, en el capítulo IV, de los cuales esperaba que estuviesen allí para expresar los afectos del alma”.
Su relación con el hebreo es “tan necesaria, y se hace en latín, como necesaria es su relación con el latín, y pasó por el hebreo”. Y es en ese “paso” por el hebreo y con esta “notación escrita de los afectos”que en la Ética funciona la concatenación potencia-afecto, potencia-concepto, potencia-lenguaje, donde lo divino inmanente resulta desacralizado. Deus Sive Natura.
El lenguaje del poema es el lenguaje ordinario, lo que importa en él es su aptitud para crear vida humana. Lo que en el TTP se da como combate del lenguaje y del modo de vida contra lo teológico político.
* * *
La casa editorial que editó hace años en su idioma original Spinoza poema del pensamientoquebró luego de hacer una única tirada. Luego no hubo intentos de reedición en francés ni de traducción a otras lenguas. Por lo que las primeras noticias que tuvimos del Spinoza de Meschonnic provinieron de las de sus propios trabajos. Fue gracias a Guillermo Korn, amigo en común, que dimos con Hugo Savino, escritor, traductor e introductor de Meschonnic en castellano. Y Hugo aceptó ponerse a traducir (¡latín/francés/castellano!), y nos puso en contacto con Régine Blaig, la compañera de toda la vida de Henri. A partir de allí, se trató de compartir los esfuerzos entre dos editoriales amigas, Cactus y Tinta Limón, para afrontar la edición argentina.
La composición de esta trama es una apuesta por renovar, al interior de las preocupaciones vitales y políticas que nos animan, el interés por una teoría histórica y materialista del lenguaje. Apostamos a que Spinoza poema del pensamiento enfatice el trabajo de la crítica en tres dominios de importante desarrollo en lengua castellana, y en Argentina en particular. El primero de ellos es el campo vinculado a la reflexión del lenguaje, debilitado según Meschonnic por el “giro lingüístico”. De la poesía al ensayo y al psicoanálisis. El segundo es el de la filosofía y en particular los estudios sobre Spinoza, que seguramente recibirán el impacto de esta anti-pedagogía. Y el tercero es el del pensamiento político, en ebullición tanto en Sudamérica como en el sur de Europa. Atravesado, como está, por la querella en torno al populismo, el continuo del poema ofrece una alternativa, en la medida en que desplaza la oposición entre los partidarios de la “hegemonía” concebida como actividad lingüística/comunicativa, y los de la “posthegemonía” asentada en los hábitos y afectos.
Aunque podemos imaginar la producción de efectos en más dominios: en el campo de discusiones en torno al hebreo, a las religiones, a eso a lo que se llama “judaísmo”; y muy particularmente, en torno al oficio del traducir.
Al respecto ha escrito Hugo Savino: “Traduzco en la Argentina. Contra la chifladura de borrar el poema para que solo quede la declamación”, “contra el concepto de literatura latinoamericana. Que nos encierra identitariamente. Nos aísla en bloques de identidades. En el bosque de las identidades”.
* * *
Este trabajo de Meschonnic sobre Spinoza no aspira al camino fácil, que conduce directamente al mercado, ni a constituir modelos políticos o retóricos listos para usar. Se nos pide muchos menos (o mucho más): la invención de un sujeto de la lectura capaz de retomar desde sí, para crear modos de vida, la labor histórica subterránea y siempre inconclusa, que la crítica no ha dejado de trazar.

[1] Los libros de Meschonnic editados en castellano hasta ahora son Golpe bíblico a la filosofía (traducido por Alberto Sucasas y editado por Lilmod, Bs-As, 2007); Heidegger o el nacional-esencialismo (traducido por Hugo Savino y editado por Arena Libros, Madrid, 2009); Puesto que soy la zarza ardiente (libro de poesía prologado y traducido por Hugo Savino y editado por Leviatán, Bs-As, 2008); Ética y política del traducir (traducido por Hugo Savino y editado por Leviatán, Bs-As, 2009); La poética como crítica del sentido (compilación de textos varios, traducido por Hugo Savino, prologado por Isabel Goldemberg y Savino, y editado por Mármol izquierdo editores, Bs-As, 2007); y Modernidad Modernidad, traducido por Eduardo Uribe, La cabra ediciones, México DF, 2014. Con menos circulación, se ha publicado en México “Para terminar con la palabra Shoa” (traducción de Silvana Rabinovich). Gracias a Hugo Savino se puede acceder al artículo “Demagogia del silencio, el deber de la resistencia. Cómo ser posthitleriano sin saberlo” (2002), http://anarquiacoronada.blogspot.com/2014/07/demagogia-del-silencio-el-deber-de.html. Se ha publicado otro artículo, “Continuar a Humboldt” (traducido por Hugo Savino) en revista Redes de las letras – Escrituras del Psicoanálisis, número 12/13.Los desiertos de la palabra, Legere, Bs. As., 2009. Diógenes Céspedes ha traducido al castellano, además, Para la poética, Editora de Colores, S.A. Santo Domingo, República Dominicana, 1996. Además se prepara la edición de Conversaciones con Henri Meschonnic que próximamente publicará Editores Argentinos Hnos.; y Poétique du traduire (Poética del traducir), será editado por Dedalus Editores.

Causalidad de la pandemia, cualidad de la catástrofe // Ángel Luis Lara

1.

En octubre de 2016 los lechones de las granjas de la provincia de Guangdong, en el sur de China, comenzaron a enfermar con el virus de la diarrea epidémica porcina (PEDV), un coronavirus que afecta a las células que recubren el intestino delgado de los cerdos. Cuatro meses después, sin embargo, los lechones dejaron de dar positivo por PEDV, pese a que seguían enfermando y muriendo. Tal y como confirmó la investigación, se trataba de un tipo de enfermedad nunca visto antes y al que se bautizó como Síndrome de Diarrea Aguda Porcina (SADS-CoV), provocada por un nuevo coronavirus que mató a 24.000 lechones hasta mayo de 2017, precisamente en la misma región en la que trece años antes se había desatado el brote de neumonía atípica conocida como «SARS».

En enero de 2017, en pleno desarrollo de la epidemia porcina que asolaba a la región de Guangdong, varios investigadores en virología de Estados Unidos publicaban un estudio en la revista científica «Virus Evolution» que señalaba a los murciélagos como la mayor reserva animal de coronavirus en el mundo. Las conclusiones de la investigación desarrollada en China acerca de la epidemia de Guangdong coincidieron con el estudio estadounidense: el origen del contagio se localizó, precisamente, en la población de murciélagos de la región. ¿Cómo una epidemia porcina había podido ser desatada por los murciélagos? ¿Qué tienen que ver los cerdos con estos pequeños animales alados? La respuesta llegó un año más tarde, cuando un grupo de investigadores e investigadoras chinas publicó un informe en la revista Nature en el que, además de señalar a su país como un foco destacado de la aparición de nuevos virus y enfatizar la alta posibilidad de su transmisión a los seres humanos, apuntaban que el incremento de las macrogranjas de ganado había alterado los nichos de vida de los murciélagos. Además, el estudio puso de manifiesto que la ganadería industrial intensiva ha incrementado las posibilidades de contacto entre la fauna salvaje y el ganado, disparando el riesgo de transmisión de enfermedades originadas por animales salvajes cuyos hábitats se están viendo dramáticamente afectados por la deforestación. Entre los autores de este estudio figura Zhengli Shi, investigadora principal del Instituto de Virología de Wuhan, la ciudad en la que se ha originado el actual COVID-19, cuya cepa es idéntica en un 96% al tipo de coronavirus encontrado en murciélagos a través del análisis genético.

 

2.

En 2004, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como FAO por sus siglas en inglés, señalaron el incremento de la demanda de proteína animal y la intensificación de su producción industrial como principales causas de la aparición y propagación de nuevas enfermedades zoonóticas desconocidas, es decir, de nuevas patologías transmitidas por animales a los seres humanos. Dos años antes, la organización por el bienestar de los animales Compassion in World Farming había publicado un interesante informe al respecto. Para su elaboración, la entidad británica utilizó datos del Banco Mundial y de la ONU sobre industria ganadera que fueron cruzados con informes acerca de las enfermedades transmitidas a través del ciclo mundial de producción de alimentos. El estudio concluyó que la llamada «revolución ganadera», es decir, la imposición del modelo industrial de la ganadería intensiva ligado a las macrogranjas, estaba generando un incremento global de las infecciones resistentes a los antibióticos, así como arruinando a los pequeños granjeros locales y promoviendo el crecimiento de las enfermedades transmitidas a través de los alimentos de origen animal.

En 2005, expertos de la Organización Mundial de la Salud, la Organización Mundial de Sanidad Animal, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos y el Consejo Nacional del Cerdo de dicho país elaboraron un estudio en el que trazaron la historia de la producción ganadera desde el tradicional modelo de pequeñas granjas familiares hasta la imposición de las macro-granjas de confinamiento industrial. Entre sus conclusiones, el informe señaló como uno de los mayores impactos del nuevo modelo de producción agrícola su incidencia en la amplificación y mutación de patógenos, así como el riesgo creciente de diseminación de enfermedades. Además, el estudio apuntaba que la desaparición de los modos tradicionales de ganadería en favor de los sistemas intensivos se estaba produciendo a razón de un 4% anual, sobre todo en Asia, África y Sudamérica.

A pesar de los datos y las llamadas de atención, nada se ha hecho para frenar el desarrollo de la ganadería industrial intensiva. En la actualidad China y Australia concentran el mayor número de macrogranjas del mundo. En el gigante asiático la población de ganado prácticamente se triplicó entre 1980 y 2010. China es el productor ganadero más importante del mundo, concentrando en su territorio el mayor número de «landless systems» (sistemas sin tierra), macroexplotaciones ganaderas en las que se hacinan miles de animales en espacios cerrados. En 1980 solamente un 2,5% del ganado existente en China se criaba en este tipo de granjas, mientras que en 2010 ya abarcaba al 56%.

Como nos recuerda Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), una organización internacional enfocada en la defensa de la diversidad cultural y ecológica y de los derechos humanos, China es la maquila del mundo. La crisis desatada por la actual pandemia provocada por el COVID-19 no hace más que desnudar su papel en la economía global, particularmente en la producción industrial de alimentos y en el desarrollo de la ganadería intensiva. Sólo la Mudanjiang City Mega Farm, una macrogranja situada en el noreste de China que alberga a cien mil vacas cuya carne y leche se destinan al mercado ruso, es cincuenta veces más grande que la mayor granja de vacuno de la Unión Europea.

 

3.

Las epidemias son producto de la urbanización. Cuando hace alrededor de cinco mil años los seres humanos comenzaron a agruparse en ciudades con densidad poblacional, las infecciones lograron afectar simultáneamente a grandes cantidades de personas y sus efectos mortales se multiplicaron. El peligro de pandemias como la que nos afecta en la actualidad surgió cuando el proceso de urbanización de la población se hizo global. Si aplicamos este razonamiento a la evolución de la producción ganadera en el mundo las conclusiones son realmente inquietantes. En el espacio de cincuenta años la ganadería industrial ha «urbanizado» una población animal que previamente se distribuía entre pequeñas y medianas granjas familiares. Las condiciones de hacinamiento de dicha población en macro-granjas convierten a cada animal en una suerte de potencial laboratorio de mutaciones víricas susceptible de provocar nuevas enfermedades y epidemias. Esta situación es todavía más inquietante si consideramos que la población global de ganado es casi tres veces más grande que la de seres humanos. En las últimas décadas, algunos de los brotes víricos con mayor impacto se han producido por infecciones que, cruzando la barrera de las especies, han tenido su origen en las explotaciones intensivas de ganadería.

Michael Greger, investigador estadounidense en salud pública y autor del libro Bird Flu: A virus of our own hachting (Gripe aviar: un virus de nuestra propia incubación), explica que antes de la domesticación de pájaros hace unos 2.500 años, la gripe humana seguramente no existía. Del mismo modo, antes de la domesticación del ganado no se tiene constancia de la existencia del sarampión, la viruela y otras infecciones que han afectado a la humanidad desde que aparecieron en corrales y establos en torno al año 8.000 antes de nuestra era. Una vez que las enfermedades saltan la barrera entre especies pueden difundirse entre la población humana provocando trágicas consecuencias, como la pandemia desatada por un virus de gripe aviar en 1918 y que tan sólo en un año acabó con la vida de entre 20 y 40 millones de personas.

Como explica el doctor Greger, las condiciones de insalubridad en las atestadas trincheras durante la Primera Guerra Mundial no sólo figuran entre las variables que causaron una rápida propagación de la enfermedad en 1918, sino que están siendo replicadas hoy en día en muchas de las explotaciones ganaderas que se han multiplicado en los últimos veinte años con el desarrollo de la ganadería industrial intensiva. Billones de pollos, por ejemplo, son criados en estas macrogranjas que funcionan como espacios de hacinamiento susceptibles de generar una tormenta perfecta de carácter vírico. Desde que la ganadería industrial se ha impuesto en el mundo, los anuales de medicina están recogiendo enfermedades antes desconocidas a un ritmo insólito: en los últimos treinta años se han identificado más de treinta nuevos patógenos humanos, la mayoría de ellos virus zoonóticos inéditos como el actual COVID-19.

 

4.

El biólogo Robert G. Wallace publicó en 2016 un libro importante para trazar la conexión entre las pautas de la producción agropecuaria capitalista y la etiología de las epidemias que se han desatado en las últimas décadas: Big Farms Make Big Flu (Las macrogranjas producen macrogripe). Hace unos días, Wallace concedió una entrevista a la revista alemana Marx21 en la que enfatiza una idea clave: focalizar la acción contra el COVID-19 en el despliegue de medidas de emergencia que no combatan las causas estructurales de la pandemia constituye un error de consecuencias dramáticas. El principal peligro que enfrentamos es considerar al nuevo coronavirus como un fenómeno aislado.

Tal y como explica el biólogo estadounidense, el incremento de los incidentes víricos en nuestro siglo, así como el aumento de su peligrosidad, se ligan directamente con las estrategias de negocio de las corporaciones agropecuarias, responsables de la producción industrial intensiva de proteína animal. Estas corporaciones están tan preocupas por el beneficio económico que asumen como un riesgo rentable la generación y propagación de nuevos virus, externalizando los costes epidemiológicos de sus operaciones a los animales, las personas, los ecosistemas locales, los gobiernos y, tal y como está poniendo de manifiesto la actual pandemia, al propio sistema económico mundial.

Pese a que el origen exacto del COVID-19 no está del todo claro, señalándose como posible causa del brote vírico tanto a los cerdos de las macrogranjas como al consumo de animales salvajes, esta segunda hipótesis no nos aleja de los efectos directos de la producción agropecuaria intensiva. La razón es sencilla: la industria ganadera es responsable de la epidemia de Gripe Porcina Africana (ASF) que asoló las granjas chinas de cerdos el pasado año. Según Christine McCracken, una analista en proteína animal de la multinacional financiera holandesa Rabobank, la producción china de carne de cerdo podría haber caído un 50% al final del año pasado. Considerando que, al menos antes de la epidemia de ASF en 2019, la mitad de los cerdos que existían en el mundo se criaban en China, las consecuencias para la oferta de carne porcina están resultando dramáticas, particularmente en el mercado asiático. Es precisamente esta drástica disminución de la oferta de carne de cerdo la que habría motivado un aumento de la demanda de proteína animal proveniente de la fauna salvaje, una de las especialidades del mercado de la ciudad de Wuhan que algunos investigadores han señalado como el epicentro del brote de COVID-19.

 

5.

Frédéric Neyrat publicó en 2008 el libro Biopolitique des catastrophes (Biopolítica de las catástrofes), un término con el que define un modo de gestión del riesgo que no pone nunca en cuestión sus causas económicas y antropológicas, precisamente la modalidad de comportamiento de los gobiernos, las élites y una parte significativa de las poblaciones mundiales en relación con la actual pandemia. En la propuesta analítica del filósofo francés, las catástrofes implican una interrupción desastrosa que desborda el supuesto curso normal de la existencia. Pese a su aparente carácter de evento, constituyen procesos en marcha que manifiestan, aquí y ahora, los efectos de algo ya en curso. Como señala el propio Neyrat, una catástrofe siempre sale de alguna parte, ha sido preparada, tiene una historia.

La pandemia que nos asola dibuja con eficacia su condición de catástrofe, entre otras cosas, en el cruce entre epidemiología y economía política. Su punto de partida se ancla directamente en los trágicos efectos de la industrialización capitalista del ciclo alimenticio, particularmente de la producción agropecuaria. Amén de las cualidades biológicas intrínsecas al propio coronavirus, las condiciones de su propagación incluyen el efecto de cuatro décadas de políticas neoliberales que han erosionado dramáticamente las infraestructuras sociales que ayudan a sostener la vida. En esa deriva, los sistemas públicos de salud se han visto particularmente golpeados.

Desde hace días circulan por las redes sociales y los teléfonos móviles testimonios del personal sanitario que está lidiando con la pandemia en los hospitales. Muchos de ellos coinciden en el relato de una condición general catastrófica caracterizada por una dramática falta de recursos y de profesionales sanitarios. Como apunta Neyrat, la catástrofe siempre posee una historicidad y se sujeta a un principio de causalidad. Desde comienzos del presente siglo, diferentes colectivos y redes ciudadanas han estado denunciando un profundo deterioro del sistema público de salud que, a través de una política continuada de descapitalización, ha llevado prácticamente al colapso de la sanidad en España. En la Comunidad de Madrid, territorio particularmente golpeado por el COVID-19, el presupuesto per cápita destinado al sistema sanitario se ha ido reduciendo críticamente en los últimos años, al tiempo que se ha desatado un proceso creciente de privatización. Tanto la atención primaria como los servicios de urgencia de la región se encontraban ya saturados y con graves carencias de recursos antes de la llegada del coronavirus. El neoliberalismo y sus hacedores políticos nos han sembrado tormentas que un microorganismo ha convertido en tempestad.

 

6.

En medio de la pandemia habrá seguramente quien se afane en la búsqueda de un culpable, ya sea en la piel del chivo expiatorio o en el papel de villano. Se trata, seguramente, de un gesto inconsciente para ponerse a salvo: encontrar a quien atribuir la culpa tranquiliza porque desplaza la responsabilidad. Sin embargo, más que empeñarnos en desenmascarar a un sujeto, resulta más oportuno identificar una forma de subjetivación, es decir, interrogarnos acerca del modo de vida capaz de desatar estragos tan dramáticos como los que hoy nos atraviesan la existencia. Se trata, sin duda, de una pregunta que ni nos salva ni nos reconforta y, mucho menos, nos ofrece un afuera. Básicamente porque ese modo de vida es el nuestro.

Un periodista se aventuraba hace unos días a ofrecer una respuesta acerca del origen del COVID-19: «el coronavirus es una venganza de la naturaleza». En el fondo no le falta razón. En 1981 Margaret Thatcher dejaba una frase para la posteridad que desvelaba el sentido del proyecto del que participaba: «la economía es el método, el objetivo es cambiar el alma». La mandataria no engañaba a nadie. Hace tiempo que la razón neoliberal nos ha convertido el capitalismo en estado de naturaleza. La acción de un ser microscópico, sin embargo, no sólo está consiguiendo llegarnos también al alma, además ha abierto una ventana por la que respiramos la evidencia de aquello que no queríamos ver. Con cada cuerpo que toca y enferma, el virus clama porque tracemos la línea de continuidad entre su origen y la cualidad de un modo de vida cada vez más incompatible con la vida misma. En este sentido, por paradójico que resulte, enfrentamos un patógeno dolorosamente virtuoso. Su movilidad etérea va poniendo al descubierto todas las violencias estructurales y las catástrofes cotidianas allí donde se producen, es decir, por todas partes. En el imaginario colectivo comienza a calar una racionalidad de orden bélico: estamos en guerra contra un coronavirus. Tal vez sea más acertado pensar que es una formación social catastrófica la que está en guerra contra nosotros desde hace ya demasiado tiempo.

En el curso de la pandemia, las autoridades políticas y científicas nos señalan a las personas como el agente más decisivo para detener el contagio. Nuestro confinamiento es entendido en estos días como el más vital ejercicio de ciudadanía. Sin embargo, necesitamos ser capaces de llevarlo más lejos. Si el encierro ha congelado la normalidad de nuestras inercias y nuestros automatismos, aprovechemos el tiempo detenido para preguntarnos acerca de ellos. No hay normalidad a la que regresar cuando aquello que habíamos normalizado ayer nos ha llevado a esto que hoy tenemos. El problema que enfrentamos no es sólo el capitalismo en sí, es también el capitalismo en mí. Ojalá el deseo de vivir nos haga capaces de la creatividad y la determinación para construir colectivamente el exorcismo que necesitamos. Eso, inevitablemente, nos toca a la gente común. Por la historia sabemos que los gobernantes y poderosos se afanarán en intentar lo contrario. No dejemos que nos enfrenten, nos enemisten o nos dividan. No permitamos que, amparados una vez más en el lenguaje de la crisis, nos impongan la restauración intacta de la estructura de la propia catástrofe. Pese a que aparentemente el confinamiento nos ha aislado a los unos de los otros, lo estamos viviendo juntos. También en eso el virus se muestra paradójico: nos sitúa en un plano de relativa igualdad. De algún modo, rescata de nuestra desmemoria el concepto de género humano y la noción de bien común. Tal vez los hilos éticos más valiosos con los que comenzar a tejer un modo de vida otro y otra sensibilidad.

 

Resonancias a partir de una pregunta de Tamara Tenenbaum y un texto de Lila Feldman // Emiliano Exposto

En conversación con Diego Sztulwark en un video filmado por la productora Fiord como motivo de las charlas en torno al libro La ofensiva sensible (Caja Negra), Tamara Tenembaum se pregunta: “lxs psicoanalistas dicen salud mental es amar y trabajar. ¿Pero en qué mundo?” La sugerente pregunta de Tamara fue retomada por Lila Feldman en su texto publicado en Lobo Suelto! titulado “¿Salud mental es amar y trabajar”.

Quisiera aprovechar la oportunidad para alojar los interrogantes de Tamara. Escribí este texto rápidamente, en un rapto de entusiasmo para intentar amplificar una serie de intercambios que venimos teniendo con Lila. Con quien nos unen las consideraciones históricas en torno al psicoanálisis en general y la comprensión socio-política de lo inconsciente en particular. Las resonancias rozitchnerianas, por decirlo de algún modo. Este escrito es menos una respuesta, que el intento de hacer proliferar las preguntas.

No estoy seguro si lo que digo es una obviedad, pero sería posible trazar una distinción metodológica mínima respecto de la relación entre salud mental, trabajar y amar. Una distinción precaria y provisoria, pues en las prácticas concretas se da todo mezclado, con sus complejidades históricas y variaciones conflictivas. Por un lado, podríamos ubicar la Salud Mental (con mayúsculas, se suele escribir así) refiriendo a un campo específico de instituciones, normativas, trabajadorxs, «usuarios», violencias, mediaciones estatales y privadas, derechos (la salud como un derecho), estudios especializados, relaciones de poder y resistencia, luchas concretas, modos de organización, cambio y resolución de conflictos, etc. Por otro, remitiríamos a la salud mental (con minúscula, según es usual leerlo), haciendo hincapié en una cuestión “existencial”, de formas de vida y devenires heterogéneos, un problema “antropológico”, por decirlo de algún modo. Guattari en conversación con Oury, creo que en Psicoanálisis y transversalidad, entiendo que sugería llamarle a esto “antropología histórica” o “aspecto metafísico” en torno a dicha faceta de la SM. Esto último, señala, Lila convendría concebirlo más como un «estado» que como un ideal, fin o condición existencial adquirida de una vez y para siempre.

En ambas maneras de entender la SM, creo, estamos ante prácticas concretas (libidinales, sexuales, ideológicas, institucionales, etc.). Es decir, la SM se conforma como una relación social de producción y reproducción, con sus agentes colectivos y actores particulares en una encrucijada compleja de dinámicas semióticas, derechos, mediaciones jurídicas, disputas, modos de circulación, discursos, canales de distribución, formas de consumo, etc. De manera que acuerdo plenamente con lo escrito por Lila: las definiciones en torno a SM son políticas y los contornos socialmente negociados en inmanencia a luchas de todo tipo (teóricas, institucionales, sindicales, cotidianas, etc.). La SM, entonces, se conforma como un campo de disputas. La política propiamente dicha comienza, según entiendo lo que dice Diego en la conversación con Tamara, cuando asumimos el carácter construido (por ende, transitorio, transformable, en disputa) y el estatuto problemático (cuestionable) de aquello que socialmente llamamos SM (en ambos de los sentidos delimitados).

Hago esta distinción metodológica porque tal vez ayude a pensar la pregunta de Tamara. Al menos es el modo en que resoné con el texto de Lila. En la medida en que comprendamos la SM como un campo de instituciones, normativas, “usuarios”, profesionales, violencias silenciadas, criterios de incumbencia, prácticas jurídicas, relaciones de fuerzas en torno a los derechos democráticos, etc., la Salud Mental constituye efectivamente un trabajo; o mejor dicho, comporta varios trabajos, divisiones del trabajo en cooperación social: los trabajos y formas de explotación de los agentes que intervienen en ese campo. Aquí también es probable que el amar sea una condición ética, por decirlo de cierta forma, de las prácticas de cuidado y hospitalidad que dicho campo necesita en sus diversas relaciones (entra las cuales, la relación “usuario” y “efector de salud” es una de ellas).

Por otro lado, podríamos considerar lo que llamé, por comodidad, el “carácter antropológico” o existencial. Decir antropológico, en este punto, ya es un problema, habida cuenta de que desplaza la pregunta imprescindible por la salud en general de los modos de existencia no humanos. Y, además, escotomiza los múltiples factores no humanos que intervienen en la producción de sufrimiento. No sé cómo tendría que denominarse, pero me sirve para la argumentación. De todas maneras, acá intuyo que se complica el tema del trabajar y el amar, y su relación históricamente (sobre) determinada con la salud mental. Pues conjeturo que, si bien sería preciso estudiar críticamente el tema, el anhelo de trabajo por parte de los “usuarios” internados en diversas instituciones podría considerarse como una demanda fundamental y urgente. Aunque, como me indican mis compañerxs de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs trabajadorxs, en ocasiones ese argumento ha traccionado prácticas en las cuales el “trabajo con las psicosis» conduce a formas de trabajo no remunerado de los “pacientes” so pretexto de que “trabajar hace bien”. No sé cuál es la solución de ese último problema. Y menos aún el modo correcto de platearlo. Hay mucha gente que hace años viene pensando la cosa y activando al respecto. Solo resueno con sus preguntas. En torno al amar, es claramente elemental alojar el deseo de amar en este punto o faceta de la SM que llame, de modo impreciso, “antropológica”. 

Ahora bien, considero problemático sostener que el trabajo es condición de salud mental en la vida cotidiana «normalizada» del capitalismo. La relación aquí entre amar, trabajar y SM, me pregunto si no precisa de una historicidad que lo situé en condiciones materiales, simbólicas e imaginarias de existencia específicas. La obra de Freud está plagada de dicotomías o dualismo: pulsión de vida y muerte, pulsión sexual y de auto-conservación, etc. Amar y trabajar es una de ellas. Correspondiendo esta última con la división desigual, jerarquización sexogenerizada y escisión específicamente patriarcal-capitalista entre reproducción social y producción señalada por los feminismos, o entre “no-valor” y “valor” según la consideración crítica de Roswitha Scholz en El patriarcado productor de mercancías. Lo que Freud llama amar, muchas veces, no es otra cosa que trabajo no pago.

El trabajo actualmente existe como tal bajo una forma determinada históricamente: la forma capitalista. Sea como trabajo asalariado, trabajo “formal” o trabajo precarizado, o bajo sus modos productivos, reproductivos, cognitivos, afectivos, “inmateriales”, etc., el trabajo en el capitalismo tiende a ser configurado como trabajo capitalista. Trabajo concreto y abstracto, según la distinción de Marx, coherente con la forma dual de la mercancía (valor de uso y valor). Trabajo social productor de mercancías realizado de manera privada e independiente, en una sociedad donde la reproducción y sostenibilidad de las vidas es definitivamente contradictoria con la producción de ganancias y acumulación de capital. Es en este marco que el trabajo capitalista, nunca está de más recordarlo, constituye una relación de explotación clasista, generizada, racializada, etc. Dejours, publicado por Editorial Topia en nuestro país, ha argumentado largamente sobre la relación (incluso etimológica) entre trabajo y sufrimiento. El trabajo capitalista y la forma valor, en nuestra sociedad, son los principales dispositivos de subjetivación social. Y el trabajo en estas condiciones históricas entonces, me parece, oficia como fuente productora de malestar social. Una relación social de mediación a partir de la cual se fundamenta y organiza la integración a la dominación capitalista. En este marco trabajar no es salud mental, incluso cuando sea anhelable o mejor dicho cuando es necesario tener un trabajo o alguna forma de reproducir la propia vida para aquellos que no tenemos otra cosa que nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Marx, para mí, sigue siendo una brújula cardinal en este aspecto. “No se puede politizar nuestras enfermedades y dolencias si no politizamos nuestra vida cotidiana, empezando por aquella actividad gracias a la cual nos mantenemos vivos, el Trabajo”, me decía el otro día un amigo en un intercambio por redes sociales. El trabajo no dignifica. Y tampoco se trata de liberarlo. El problema básico es abolir el trabajo capitalista en tanto relación social de explotación generadora de sufrimiento desigual en los cuerpos concretos. Toda “enfermedad mental” es política. De modo que la pregunta por el trabajo y la SM no puede abstraerse de las formas concretas de enfermedad, sufrimiento y “tratamiento”, lo cual conllevaría a poner en cuestión toda la “vida cotidiana” en la que vivimos para trabajar y trabajamos para vivir bajo el mando del capital. Esto es, no separar la politización del malestar de la puesta en cuestión radical, en un sentido emancipatorio, de las relaciones sociales del Estado, la propiedad privada, la explotación de clase, las opresiones de raza-género, las dominaciones capacitistas, etc.

El padecimiento social en líneas generales depende, efectivamente, de las formas mediante las cuales organizamos la cooperación material, es decir de nuestras relaciones sociales, sexuales, deseantes, económicos, políticas, etc. El sufrimiento nunca es una “cuestión privada”, sino el efecto complejo y desigual, contingente particularmente y necesario socialmente, de las relaciones de producción, intercambio, reproducción, consumo y distribución en las cuales estamos todxs metidxs. El capitalismo, lo sabemos hace rato, funciona como una fábrica global de mercancías y subjetividades. Una máquina indiferente al malestar que asimismo suscita, productora de muerte, crisis y enfermedad. Las personas particulares somos un momento concreto en la experiencia del sufrimiento social históricamente producido. Puesto que, en efecto, las contradicciones y antagonismos históricos se elaboran y verifican conflictivamente en los dramas concretos de los cuerpos particulares que los producen y reproducen. De allí la necesidad de vivir lo “personal” como índice de elaboración, combate y resistencia ante lo “impersonal”. La transformación permanente de las prácticas económicas, éticas, sociales, sexuales, psíquicas y deseantes de la vida en común, es el reverso ineludible de la transformación inmanente de aquello que padecemos y del modo desigual como lo padecemos. De allí la importancia, estratégica me gustaría denominarla, que una revolución del inconsciente se abra hacia el horizonte de una transformación revolucionaria de la sociedad en su conjunto.

Retomando los términos de Diego en el libro que suscito la conversación con Tamara y esté intercambio entre Lila y yo, una política comunista del síntoma en torno a la salud mental en relación al trabajo como relación social productor de malestar en el capitalismo, solo la encuentro pensable desde una perspectiva anticapitalista. La salud en general y la salud mental en particular, y en esta coyuntura se torna evidente, configuran un campo estratégico de una lucha de clases generalizada en todos los poros de la sociedad. Un campo imprescindible para las prácticas de combate político, cultural, ideológico, etc. Y allí la problematización del trabajo social como generador de “enfermedad” será obra de lxs propias trabajadorxs, o no será. La tarea creo que consiste en problematizar radicalmente, en las prácticas, las relaciones sociales que producen y reproducen el malestar y la llamada “enfermedad mental” como necesidad. Marie Langer o Franco Basaglia, entre muchxs otrxs, entendieron estos problemas hace algunas décadas. Y quizás en el campo psicoanalítico se trate, como bien se viene insistiendo un poco por todos lados, de restituir ese archivo a partir de nuestras propias preguntas, desafíos y luchas históricas.

 

Más allá del Coronavirus ¿Cómo salimos de la pandemia neoliberal? // Maxi Pedreros

 

Es un hecho muy inusual que un gobierno en plena crisis sea rescatado por un virus que probablemente -en el corto plazo-  haga colapsar los servicios de salud y extermine a una cantidad no menor de adultos mayores pobres. Es terrible sentir que esa potente idea de “pueblo”, ese sentimiento de unidad colectiva, forjado unos meses atrás en Chile, en el que, aunque caótico y espontáneo, se percibía un movimiento común, comience poco a poco a desintegrarse. Lo más evidente de este desmoronamiento, el rápido aumento de la popularidad de Sebastián Piñera en las encuestas. Una pregunta necesaria al respecto podría ser, ¿qué deseos trae consigo esa subida de porcentaje de aprobación? Lo que, en términos más amplios, equivaldría a preguntarse por las implicancias políticas de los actuales acontecimientos.

                Pese a todo, lejos de desvanecerse, azotado por una doble crisis, el gobierno en Chile parece estabilizarse. Sin duda, los militares en las calles no producen el mismo efecto que hace cinco meses y, en ese sentido, es certera la irónica y degradante frase del Ministro de Salud: «Un país que no quería nada de tropas en la calle, hoy clama porque tenga militares, armados, uno en cada puerta». Desde este punto de vida, la crisis sanitaria en Chile puede producir que la bestia, que se había logrado conjurar durante cinco meses, rompa el sello y emerja nuevamente.

                Se trata del retorno del Chile fabricado durante de la dictadura. El Chile del milagro económico, del paraíso del consumo y de la inversión, de la inflación 0. Chile de la compra compulsiva de papel higiénico, del asco al otro, de veraneos en medio de la miseria. Chile campeón, falo-adorador del emprendimiento y orgulloso de la satisfacción personal basada en el sufrimiento ajeno. Chile competitivo. La competencia, como siempre, termina siendo por la vida: un renovado Coliseo romano. El exitoso, paga, el fracasado, muere en el consultorio en invierno. Los ojos perdidos hoy sangran doblemente. Chile despertó, está vez dentro de otro sueño.

                Sin embargo, el fenómeno virulento, permea también nuevas posibilidades para la política global y local. Es la oportunidad para un profundo cuestionamiento al modelo económico-jurídico. El simulacro antes de la batalla decisiva. El gobierno de Chile no puede declarar cuarentena obligatoria, porque su marco de acción política está cien por ciento apegado a la razón del mercado. Las muertes, son pérdidas necesarias, inversiones quizás (hay que romper un par de huevos para hacer la tortilla), la emergencia es también una oportunidad de crecimiento, ¿quiénes están detrás de las instalaciones médicas en el lugar de reunión de la clase acomodada? Las decisiones gubernamentales deben estar al servicio del crecimiento porque eso es lo que las legitima y, lamentablemente, un porcentaje no menor del pueblo chileno también lo entiende así, ¿acaso alguien quiere seguir perdiendo dinero en sus fondos personales administrados por las AFP?

                La otra cara de la cuarentena, es la notaria disminución de la contaminación en los lugares en los que esta se ha sostenido. Lo que abre la esperanzadora pregunta, ¿será posible pensar una política gubernamental que se legitime a través de decisiones ecológicas? Una verdadera eco-política. Con decisiones ecológicas no nos referimos solo a las más urgentes frente al avance del calentamiento global y, el cada vez más acelerado, agotamiento de los recursos hídricos; sino que también, a la ecología mental y social: el necesario tiempo para digerir la experiencia colectivo-afectiva. Tampoco nos referimos a un gobierno que tome mayores medidas para la protección del medio ambiente. Un gobierno neoliberal también puede ser ecologista. Nos referimos, a fin de cuenta, a la ecología instalada en el corazón mismo de la razón de Estado.

                Para quienes somos más optimistas, la crisis sanitaria nos hace soñar con una política que desmonte la premisa “producir para producir”, en tanto, eje de todas las decisiones de gobierno. Un estado de cosas, en que el “bien común” suponga, ya no la realización completa de un capitalismo extractivista, sino, pausas necesarias en un planeta y en un psiquismo colectivo que necesitan respirar. De este modo, no se trata de pensar que el “Chile despertó” era superficial, que fue un paréntesis en medio de la masacre que seguirá acaeciendo, todo lo contrario, puesto que todavía es viable conectar esa alegre potencia colectiva del estallido con la posibilidad de un Estado soberano local y global, que ponga en el centro de su aparato administrativo, una ecología vital, que afirme con entereza lo que el pueblo mapuche viene enunciando desde hace siglos: “la tierra no es de la gente porque la gente es de la tierra.”

                 Para terminar, quisiéramos llamar la atención sobre la pragmática política que puede suponer esta crisis en un año marcado por un proceso constituyente en Chile. La crisis del COVID-19 nos demuestra que no basta con reformas política que desmantelen o suavicen ciertas políticas neoliberales (que por cierto son imperiosamente necesarias), sino que, lo que se debe reformar es fundamentalmente el sentido empresarial instalado en el centro de todas las decisiones políticas y diseminado, paradójicamente, cual virus, en millares de formaciones deseantes de la vida cotidiana.

 

Chile. La revuelta en el laboratorio neoliberal // Pierina Ferretti y Mia Dragnic

Publicado originalmente en Memoria. Revista de crítica militante https://revistamemoria.mx/

El estallido del malestar social

A comienzos de octubre entró en vigencia un alza en el pasaje del tren subterráneo (“metro”) de la ciudad de Santiago equivalente a 0,04 USD. Pocos días después estudiantes secundarixs iniciaron  jornadas de acción directa e hicieron un llamado a evadir el pago del boleto en señal de protesta en contra de la medida impuesta por el gobierno. La población adhirió masivamente y en menos de una semana comenzó la explosión social más grande de la historia reciente del país, que pasó de ser una reacción ante la subida del transporte a una impugnación general a las condiciones de vida impuestas tras más de cuatro décadas de aplicación de un ortodoxo neoliberalismo.

Hasta antes del estallido, Chile mantenía la imagen de exportación que había venido construyendo durante décadas: una democracia estable, cifras macroeconómicas favorables, reducción de los niveles de pobreza, aumento del ingreso per cápita, elevados niveles de acceso al consumo de bienes, entre otras características que convirtieron al país sudamericano en el caso excepcional de un neoliberalismo exitoso. Sin embargo, esta revuelta viene a desplomar esa apariencia y a exponer la base de desigualdad sobre la que se soporta un sistema que, desde que fuera implantado a sangre y fuego por la dictadura militar de Augusto Pinochet y los “Chicago Boys”, ha sido profundizado y perfeccionado tanto por los gobiernos de la ex-Concertación (coalición de partidos de centro izquierda que condujo la transición a la democracia), como por los dos gobiernos de derecha liderados por Sebastián Piñera.

La mercantilización de todas las esferas de la vida social -incluyendo cuestiones como el agua, la salud, la educación y las pensiones- y la constitución de un tipo de Estado funcional a la acumulación empresarial, por medio de subsidios a prestadores privados de servicios sociales que les aseguran elevadas ganancias, han sido los pivotes del neoliberalismo criollo que durante casi cuarenta y cinco años ha significado el aumento sostenido de la desigualdad y del malestar social en franjas cada vez más amplias de la población[1]. Algunos datos permiten mostrar los trazos gruesos de este cuadro: actualmente en Chile el 1% de la población más rica concentra el 26% del PIB, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos accede sólo al 2,1% de la riqueza[2], lo que lo convierte en el país más desigual de la OCDE y en uno de los treinta con peor distribución del ingreso a nivel global[3]; el 50% de lxs trabajadorxs gana alrededor de 460 USD y las jubilaciones tienen un promedio de 340 USD[4], montos absolutamente insuficientes para costear la vida y que explican en buena medida los elevados niveles de endeudamiento de la población que, de acuerdo a datos recientes del Banco Central, alcanzaron en el último trimestre de 2019 cifras récord que representan el 75% de los ingresos disponibles de los hogares chilenos[5].

En estas condiciones crece la sensación de agobio y malestar. No es casualidad que la consigna “No son 30 pesos, son 30 años” haya sido de las primeras que vio nacer esta revuelta. El pueblo chileno acumuló rabia, indignación, frustraciones durante décadas, hasta que el alza del pasaje del tren subterráneo fue el detonante de un terremoto social que, entre otras cosas, ha marcado el fin del consenso neoliberal en el país que fue su cuna y que era hasta hace poco un “modelo ejemplar”.

Nueva composición social y límites de las izquierdas

Mirando el aumento de la conflictividad social en las últimas dos décadas (resistencia mapuche, luchas por la educación y las pensiones, huelgas de trabajadores subcontratadxs, paralizaciones de profesorxs primarixs y secundarixs, conflictos socioambientales, movilizaciones feministas), se aprecia que el estallido de octubre sucede al interior de un ciclo de impugnación al neoliberalismo que viene intensificándose, pero que hoy determina un punto de inflexión que supera momentos anteriores de contestación debido a su magnitud y composición social. Lo que aparece como novedad es que en esta ocasión no son grupos específicos de la sociedad los que se rebelan, sino que, por primera vez en la historia reciente, es una mayoría efectiva de la población -que va desde los sectores populares más golpeados por la exclusión y la desigualdad hasta frágiles sectores medios que experimentan la precarización de sus condiciones de vida-, la que sale a las calles en forma espontánea y con una fuerza y radicalidad insospechadas.

Por otra parte, a diferencia de otros procesos de movilización de este periodo, que fueron conducidos por actorxs sociales organizadxs y con capacidad de convocatoria, la nota predominante de este estallido es su carácter espontáneo y la inexistencia de líderes identificables. La ausencia de banderas de partidos o grandes movimientos políticos en las concentraciones, pareciera significar que la inmensa mayoría de quienes participan no proviene de organizaciones políticas tradicionales, ni pertenece a las culturas militantes de la izquierda histórica. En cambio, la presencia de las banderas mapuche ha sido muy significativa, así como la pañoleta verde que simboliza la lucha por el acceso al aborto y, también, las banderas y camisetas de los principales equipos de fútbol. Esto revela que en Chile, al igual como ha sucedido anteriormente en varios países latinoamericanos y caribeños, se están agotando los modos tradicionales de la política, demostrando con claridad la incapacidad y los límites que tiene la democracia representativa para canalizar las aspiraciones de las mayorías sociales.

Esta revuelta ocurre en un momento en que las formas clásicas que articularon al movimiento obrero, al campo popular y a las clases medias en el siglo XX -sindicatos, partidos de la izquierda histórica y de centro-izquierda- han experimentado procesos de desfonde y vaciamiento, explicables por una conjunción de factores que van desde las transformaciones en la composición y estructura de la clase trabajadora -que han mermado las organizaciones sindicales-, hasta la colusión de las elites políticas, incluyendo a las de centroizquierda, con los intereses empresariales que ha terminado por deslegitimar al sistema y a la clase política en su conjunto. Sobre este fondo, que viene configurándose desde hace varios años, la situación abierta por el estallido social de octubre dejó todavía más en evidencia los límites de las izquierdas partidistas, y en particular los del Frente Amplio[6] (FA), para canalizar las demandas sociales y desarrollar nuevas formas de hacer política. La joven agrupación de izquierda, en vez de actuar como un agente articulador de la lucha social, ha terminado siendo parte de las prácticas políticas que se proponía superar. La firma a puertas cerradas de un acuerdo para cambiar la Constitución Política del que fueron excluidos los movimientos sociales y el apoyo de un grupo de diputadxs frenteamplistas a un paquete de leyes represivas impulsadas por el gobierno de Piñera, fueron duramente criticados, provocando un contundente rechazo del FA en buena parte de los sectores organizados que participan en la movilización.

Así las cosas, esta irrupción popular, que es expresiva de las conflictividades sociales nacidas de las nuevas formas de desigualdad producidas por el neoliberalismo, no encuentra lugar en las izquierdas partidistas tradicionales y estalla por cauces distintos, con lógicas nuevas y, también, con identidades, imaginarios y deseos de nuevo tipo, lo que hace imposible encasillar lo que está ocurriendo con las categorías y polaridades que permitieron comprender la lucha de clases en el siglo XX. El pueblo que está en las calles es heterogéneo en su composición social y generacional, representa las nuevas formas de trabajo y las nuevas exclusiones provocadas y agudizadas por la modernización neoliberal, así como nuevas subjetividades moldeadas por las promesas de integración social por la vía del ingreso al mercado laboral, de la educación terciaria y del consumo, y, muchas veces, por la frustración de estas expectativas, irrealizables bajo las condiciones de precariedad e inseguridad que imperan. Se reúnen en las movilizaciones estudiantes secundarixs y universitarixs, jóvenes profesionales precarizadxs, pobladorxs de barrios periféricos, sectores de una frágil e inestable “clase media”, barristas de fútbol (símbolo de la juventud popular y estigmatizada), trabajadorxs asalariadxs calificadxs y no calificadxs, jubiladxs y adultxs mayores, oficinistas y trabajadorxs de apps, entre otrxs. La condición compartida por este conjunto abigarrado de grupos sociales es la precariedad experimentada en mayor o menor grado, sentida como amenaza o vivida como realidad efectiva, la indignación ante los abusos de la élite económica y política y un rechazo transversal a la política institucional.

Esta mayoría social que ha salido a las calles da cuenta de la emergencia de un pueblo gestado por largos años al interior de una de las experiencias más radicales del neoliberalismo a nivel global. Su aparición ha desbordado completamente al sistema político y a las organizaciones que tradicionalmente canalizaron los intereses de las clases subalternas y marca un antes y un después en las luchas antineoliberales en Chile: el momento en que es una mayoría la que se levanta para reclamar otro tipo de vida y, con ello, otro tipo de sociedad. En esto radica la potencia de esta revuelta y los desafíos que impone en términos políticos para una izquierda que no está anclada en estos nuevos actores, ni en sus conflictos ni en sus subjetividades[7].

Una rebeldía expansiva. El feminismo y la revuelta

Un elemento sobre el que quisiéramos llamar la atención de manera particular tiene que ver con el lugar que el feminismo ha ocupado en este momento de revuelta y en la producción de una sensibilidad rebelde que se expande por cada vez más espacios sociales. Lo ocurrido con la performance del colectivo Las Tesis es una excelente muestra de ello. Desde Santiago a Ciudad de México, del Wallmapu a Rojava, pasando por Libia, India, Grecia y Turquía, así como por numerosas ciudades de América Latina, Europa y Estados Unidos, el grito de rebeldía de las mujeres y disidencias sexuales se escuchó fuerte y claro a lo largo del mundo. La rapidez con la que se diseminó esta protesta, la magnitud que alcanzó y la resignificación que se hizo de ella en diversas localidades, así como la masividad, transversalidad y coordinación descentralizada pero efectiva de las huelgas del 8 de marzo de los últimos años, o de manifestaciones contra la violencia machista y por el derecho al aborto que se realizan simultáneamente en distintos países, son hechos que dan cuenta de hasta qué punto en la actualidad el feminismo se erige como una nueva fuerza internacionalista, anticapitalista y antipatriarcal.[8]

Sin embargo, junto con esta dimensión visible a escala global y local, la emergencia feminista contemporánea tiene impactos en otros niveles que vale la pena retener en tanto que están resignificando y profundizando el llamado que a lo largo de la historia ha hecho el feminismo. La politización de la vida cotidiana, los procesos de desnaturalización de prácticas sexistas discriminatorias, la capacidad de nombrar distintas clases de violencia y de identificar las estructuras de poder que las producen son algunos de los nudos claves, así como el fortalecimiento de la acción colectiva que saca a las mujeres del confinamiento privado, de la culpa y de la posición de víctimas y amplía el campo de lo político, generando transformaciones en el conjunto la sociedad. El estallido de octubre en Chile se inscribe en esta dinámica, pues si fuera posible sintetizar en pocas palabras el movimiento que se ha producido en estos meses de revuelta, diríamos que se trata de un pasaje generalizado del malestar privado e individual a la revuelta colectiva, de un momento en que aquellos sufrimientos que se habían vivido en el encierro doméstico, con culpa y en soledad, se instalan en el espacio público, se comprenden como social y políticamente producidos y se despierta una voluntad de lucha y el reconocimiento mutuo entre quienes comparten experiencias, sentimientos, temores y esperanzas comunes. Tránsitos que van de la victimización despolitizadora a la acción que produce política, de la culpa a la demanda, de la resignación a la desobediencia han sido motorizados principalmente por el movimiento feminista en el Chile de los últimos años. Las multitudinarias concentraciones contra los femicidios bajo el lema NiUnaMenos y las movilizaciones estudiantiles del llamado “Mayo feminista”, por ejemplo, han desencadenado no solo una sensibilización general respecto de la violencia machista y el abuso sexual en contextos laborales y educativos, sino sobre todo una disposición al desacato de los mandatos patriarcales y a la rebeldía ante la arbitrariedad, la discriminación y las injusticias aceptadas como naturales hasta hace no mucho tiempo atrás. Sin ir más lejos, el estallido de octubre estuvo antecedido por la Huelga Feminista del pasado 8 de marzo, cuando cerca de 500 mil mujeres y disidencias repletaron esa misma plaza -rebautizada como “Plaza de la Dignidad”- que hoy es copada por la sociedad en su conjunto. Estos no son, y es preciso remarcarlo, hechos desconectados.

Desde este punto de vista, puede apreciarse el trabajo subterráneo de un feminismo que opera al interior del cuerpo social y que interrumpe las relaciones políticas y sexuales desde diversos espacios de manera simultánea, contribuyendo a suscitar las fuerzas y energías necesarias para que el malestar privado, transformado en revuelta colectiva, se convierta en una disposición de masas. Por esto, más allá de las consignas que predominan, la sensibilidad que el feminismo ha despertado en la sociedad atraviesa de una punta a otra la rebelión del pueblo chileno que hoy se ha declarado en rebeldía.

Horizontes: autonomía política y democracia

Por estos días Chile exhibe un nuevo rostro y atrás queda la imagen de un neoliberalismo triunfante, hegemónico en lo cultural y lo político, así como la de un pueblo alienado por el consumo y desinteresado en los destinos colectivos. Emerge una sociedad desobediente, sobre todo un universo de jóvenes que ha hecho del desacato una forma de habitar el presente. En los saltos a los torniquetes del tren subterráneo que inauguraron estas jornadas, en el desafío frontal a las fuerzas armadas y carabineros, y en todas las formas de irreverencia hacia lo establecido que han poblado estos más de cien días de revuelta, asoma una generación sin miedo, consciente de la desigualdad de clases y que ha sido capaz de contagiar su rebeldía al conjunto de la sociedad.

En lo inmediato, las movilizaciones han logrado copar la agenda política y reinstalar los grandes temas en los que se juega una transformación estructural del sistema, abrir la puerta a un proceso de cambio constitucional y notificar a las elites políticas y empresariales de que el neoliberalismo ya no cuenta con la adhesión conforme de un pueblo obediente. Por otro lado, no podemos dejar de denunciar la brutal represión desatada contra el pueblo movilizado, constatada por todos los organismos de derechos humanos que han realizado misiones de observación en el país y que ponen en tela de juicio el carácter democrático y la legitimidad del gobierno de Sebastián Piñera. Las cifras son impactantes: más de 5500 querellas por violaciones a los DDHH, entre las que se cuentan denuncias por violencia sexual y por tortura. La práctica recurrente de la policía de disparar escopetas antimotines al rostro de lxs manifestantes ha provocado más de 350 lesiones oculares y ha dejado a dos jóvenes completamente ciegxs. Lxs muertos ya superan la treintena y lxs heridxs y presxs se cuentan por miles. Esta magnitud de violencia estatal/empresarial no se registraba desde los años de la dictadura militar y muestra sin disimulo hasta dónde la clase dominante está dispuesta a llegar para impedir las transformaciones sociales demandadas.

Hacia adelante uno de los mayores desafíos que se abre es el de la creación formas de organización colectiva capaces expresar los intereses de esta mayoría social que ha saltado a las calles y de acumular fuerza suficiente para enfrentar políticamente las batallas que se vienen. En este sentido, las asambleas y cabildos que durante estos meses se han multiplicado a lo largo del país nos parecen de los espacios políticos más significativos. El que miles de personas, muchas de las cuales por primera vez son parte de una movilización social, se hayan reunido a deliberar, a hacer diagnósticos participativos de los problemas sociales más urgentes y, también, a elaborar soluciones y propuestas, es un ejercicio democrático radical para un país como Chile. En el fondo, lo que se cifra en estos procesos  comunitarios es una lucha por recuperar el poder de decisión sobre los destinos de la vida colectiva y contra la captura neoliberal de la democracia, pues si algo ha provocado el neoliberalismo, además de la abismante desigualdad, es una colonización cada vez mayor de los procesos de reproducción social  y una continua desposesión de los grupos subalternos en términos políticos: un bloqueo de su poder de decisión, una exclusión de sus intereses y un desarme de sus instrumentos de acción colectiva.

En el escenario abierto, la consolidación de la autonomía política de esta fuerza popular que ha irrumpido y la maduración de un nuevo proyecto histórico anticapitalista son desafíos tan complejos como necesarios. Sabemos que en ese derrotero las temporalidades son heterogéneas y que no hay atajos posibles. Por lo pronto, lo que queda claro es que esta revuelta inaugura un nuevo capítulo en las luchas sociales contra el neoliberalismo en Chile, uno protagonizado por un pueblo dispuesto recuperar la vida robada por el capital y a luchar, como dice una de sus consignas más conmovedoras: “hasta que valga la pena vivir”.

 

[1]Algunos análisis del Chile actual así como de los efectos políticos de la modernización neoliberal pueden encontrarse en Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo, Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clase y conflicto social, Santiago, El Desconcierto-Nodo XXI, 2014 y Carlos Ruiz, La  política en el neoliberalismo. Experiencias latinoamericanas, Santiago, LOM Ediciones, 2019.

[2]Ver Informe Panorama Social de América Latina 2019 de la CEPAL               https://www.cepal.org/es/publicaciones/44969-panorama-social-america-latina-2019

[3]Datos tomados del Banco Mundial https://datos.bancomundial.org/indicador/SI.POV.GINI?locations=CL         

[4] Datos tomado del informe de la Superintendencia de pensiones, marzo 2019 https://www.spensiones.cl/portal/institucional/594/articles-13798_recurso_1.pdf

[5] Banco Central de Chile, “Cuentas Nacionales por Sector Institucional. Tercer Trimestre 2019”. https://www.bcentral.cl/areas/estadisticas/cuentas-nacionales-institucionales.

[6] El Frente Amplio es una coalición de partidos y organizaciones políticas de izquierda constituida durante el año 2016. Entre sus miembros, reúne a importantes ex-líderes del movimiento estudiantil que hoy son diputadxs de la República.

[7]El sociólogo Carlos Ruiz ha planteado la situación en los siguientes términos: “Usaría la siguiente figura: hay un pueblo nuevo, que es el que construyó el neoliberalismo, que no es el pueblo del siglo XX […] Y es un nuevo pueblo sin izquierda[…] Y     también es una izquierda sin pueblo […] Es una izquierda sin                política de masas”. Ver: https://www.guionb.com/entrevistas/carlos-ruiz-la-izquierda-chilena-no-tiene-proyecto/

[8]  En La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo (Buenos Aires, Tinta Limón, 2019), Verónica Gago realiza una estimulante lectura de la fuerza de los feminismos contemporáneos a partir de la experiencia acumulada en el proceso de organización de las recientes huelgas del 8 de marzo en Argentina

Diálogo con Christian Ferrer // Fuera de tiempo (Spotify)

El sociólogo, ensayista y profesor de la Universidad de Buenos Aires Christian Ferrer conversó con Diego Genoud (@otro_periodista) en Fuera de Tiempo (@fueradetiempo_) sobre la crisis global que se originó a nivel global por la pandemia de coronavirus, el rol de China en el desarrollo de la epidemia, el impacto de la cuarentena en la maquinaria social y su correlato en la Argentina.

He aquí el link: https://open.spotify.com/episode/7FKPH3BTpNCLb7QATN8Bof 

¿Salud mental es amar y trabajar? // Lila María Feldman*

Salud Mental.  Categoría en la que los psicoanalistas  nos hemos interesado poco, y que resolvemos rápido, acudiendo a la célebre frase de Sigmund Freud, en la que define salud como capacidad de amar y trabajar.

Qué  podemos decir hoy, más de 100 años después, al respecto. ¿Nada nuevo?

Fue una filósofa (punto de partida interesante, no fue una psicoanalista ni una psicóloga, no una trabajadora del campo de la salud mental), que participaba de una conversación, la que me llevó a detenerme en ello. En este día de sol, en este día de aislamiento forzoso pero de lo más sensato, aún en estado de embotamiento ya que los sucesos tienen una mayor velocidad que nuestra capacidad de absorverlos.

Y aún así, una frase es capaz de despabilar. Ninguna ocasión mejor que esa para escribir.

Tamara Tenembaum decía, conversando con Diego Sztulwark: “los psicoanalistas dicen que salud mental es amar y trabajar. ¿Pero en qué mundo?”.  Pregunta en apariencia sencilla, pero que nos convoca a volver a las viejas –y ojalá permanentes- preguntas. ¿En cualquier mundo? ¿Qué sucede además cuando el mundo se transforma y nos transforma a pasos agigantados? ¿Se puede estar sano simplemente amando y trabajando? ¿Se puede estar sano sin preguntarse por el mundo, por uno en el mundo, un mundo donde hay otros? Un mundo que además puso en jaque vertiginosamente nuestros modos personales, singulares y colectivos, de amar y trabajar.

De lo que los psicoanalistas hablamos con mucha mayor frecuencia es sobre el Deseo, los deseos prefiero decir yo. No hay uno solo, no hay uno “último”, (créanme que decir esto al menos entre psicoanalistas no es ninguna obviedad). Tamara Tenembaum dice al respecto (no es una cita textual, sino una cita afectada por la escucha), en realidad se pregunta: ¿el deseo es la piedra última de nuestra libertad…hay un deseo puro, incontaminado…hay un deseo no afectado por determinadas condiciones político, económicas…?”.

Volviendo a la cuestión de la Salud Mental como categoría poco trabajada, es cierto sí que fuimos desligándola –y seguimos haciéndolo- de la idea de “normalidad”. De hecho la Ley Nacional de Salud Mental pone fuertemente el acento en ello, desde una perspectiva de Derechos. Los Feminismos populares también, son movimientos que revolucionaron el modo de pensar la subjetividad, no solo a las “mujeres”.

Yo pienso en un psicoanálisis más “sano”, uno que no pierda la cabeza, al ceder su propia y actual cabeza a lo que otros han dicho y pensado, uno que no empiece y termine en los diálogos e intercambios interiores y encerrados en su propio campo, uno que tenga una dosis imprescindible de locura, la necesaria como para poder seguir soñando, aun en las condiciones más adversas, uno que entienda que la salud mental también se inventa.

Un psicoanálisis que siga amando el volver a las viejas preguntas, pero que no renuncie a buscar nuevas respuestas, uno que también pueda hacer preguntas nuevas, hasta de las más ingenuas. Uno que tome la palabra públicamente, no solo para su propia “escuela”.

 Entonces, retomo esa pregunta. ¿Qué es hoy salud mental?

En primer lugar, es un estado. No una garantía, no es algo ganado y conquistado de una vez y para siempre, no está escrito en las “sagradas estructuras”…quise decir escrituras.

Amar y trabajar, lo cual no es poco. Pero amar y trabajar, siempre que ello modifique nuestra subjetividad, porque un sujeto que no se transforma es un sujeto de consumo, sujeto a y de lo neoliberal como  organizador y creador de nuestras sumisiones y también (hoy más que nunca) de nuestras enfermedades.

Soñar, siempre.

Preguntarse todo, de nuevo, cada vez. ¿Por qué no ahora, cuando la vida vuelve a ser pregunta,  y somos muchos los que nos preguntamos qué es vivir hoy, qué es una vida propia?

Y preguntarse por todo eso en este mundo, y por el mundo, porque somos sujetos de deseo, de deseos, y en este mundo. En este, por ahora, no en otro, y si queremos otro, también eso debe ser una pregunta.

Eso también es Salud Mental.

Y su definición es política.

Finalizo este texto, tal vez también un manifiesto esperanzado, volviendo a aquella conversación que lo disparó, con palabras de Diego Sztulwark: “…donde la idea de salud (o vida) deja de ser normalidad y adaptación, donde eso se rompe, hacemos política…”.

*    Psicoanalista y escritora.

 

Normas, controles y cuidados // Sebastián Stavisky

Este 27 de marzo, el sociólogo Daniel Feierstein publicó una nota en la sección El País del diario Página/12 a propósito de la importancia del respeto a las normas en el actual contexto de cuarentena decretada por el gobierno. Titulada “Coronavirus: la importancia de las normas de cooperación”, la nota puede leerse como la continuación de otro artículo suyo publicado cerca de diez días antes, el cual lleva por título “El desafío de las ciencias sociales en la Argentina de hoy”. Ambos escritos se sostienen sobre el supuesto de que la principal herramienta inmunológica para frenar la propagación del COVID-19 radica en la responsabilidad solidaria de las personas. “Solo nos queda apelar a nuestra responsabilidad, a las mejores tradiciones solidarias de nuestro pueblo…”, es la conclusión a la que arriba en el segundo de sus artículos, mientras que, en el primero, concluye con la “responsabilidad central” que lxs profesionales de las ciencias sociales tenemos como potenciales agentes de esta farmacopea moral. Seguramente no haya demasiado que objetar respecto a la evidencia de que, en efecto, la falta de solidaridad es un problema de enormes dimensiones, incluso, quizás, mayores que cualquier pandemia. Por otra parte, resulta interesante el intento de poner en discusión el problema del lazo social justamente cuando la principal herramienta preventiva contra el contagio —quizás, si no la única, la más efectiva con la que hasta ahora contamos— que están tomando los gobiernos es el aislamiento físico (discusión aparte ameritaría la preponderancia que, en su reemplazo, está tomando la compulsión a la ultra-conectividad virtual). Sin embargo, sin restar importancia a estos aciertos de Feierstein, considero que varias de las afirmaciones que sostiene son no sólo objetables, sino riesgosas en sus presupuestos epistémicos (que, por supuesto, no son sólo suyos: por ello esta nota). Y, en lo que hace a la función que nos asigna a los cientistas sociales, un verdadero desperdicio: ¿en verdad nuestra tarea de la hora debe limitarse a traducir en lenguaje durkheimiano el hashtag #QuedateEnCasa?

En el segundo de sus artículos, Feierstein afirma que distintas corrientes de pensamiento se habrían obstinado en socavar la “antigua verdad” de que “las normas no sólo son una forma de imposición de poder sino que su origen también se vincula con la construcción de lazos sociales”. Las consecuencias de este socavamiento —refiere luego— las estaríamos actualmente vivenciando “en la tremenda dificultad con la que nos encontramos para que sociedades como la italiana, española o argentina acaten medidas fundamentales de contención de la pandemia”. Desde su perspectiva, por tanto, si la pandemia no está pudiendo todavía ser controlada sería resultado no —como argumenta el colectivo Chuang en su artículo “Contagio social”, publicado en castellano a modo de folleto por Lazo Ediciones de Rosario, o David Harvey en “Política anticapitalista en la época de COVID-19”– de los modos de producción capitalista y de su vínculo, en contextos específicos de acumulación, con la explotación medioambiental y de otras especies animales; tampoco de la política de ciertos gobiernos de privilegiar el sostenimiento de las ganancias de los empresarios por sobre el cuidado de las vidas al momento de decidir cuándo y cómo frenar la circulación. Si la pandemia no está pudiendo ser controlada es porque estaríamos padeciendo un fenómeno de anomia social, de lo cual se desprende entonces que el debate sobre cómo frenar el COVID-19 sea, antes que un tema de política sanitaria, un asunto de servidumbre voluntaria; y la función de lxs cientistas sociales, antes que una crítica a los modos de gobierno o de producción, un cuestionamiento de las formas de desobediencia.

Entre las corrientes que habrían puesto en cuestión la norma cooperativa a las que alude Feierstein, responsables, en última instancia, de la propagación descontrolada del virus, no hay ninguna que refiera a las condiciones materiales de existencia, a la mutación antropológica que —como diría Bifo— viene produciendo el desplazamiento de interacciones físicas y conjuntivas por máquinas semióticas que operan según lógicas conectivas de mediación, o a la dirección individualizante de las conductas por parte de la gubernamentalidad neoliberal. Así, si la primera de las formas de derrumbe de la solidaridad esbozadas por el sociólogo remite al capitalismo, es sólo para destacar la hegemonía de sus valores impuestos, cuyas manifestaciones coyunturales agruparía, sin distinción, a empresarixs especuladorxs, consumidores de clase media que llenan sus carritos de supermercado sin consideración por el faltante de mercancías que pueda afectar a sus prójimos, y turistas huyendo desesperados a la costa argentina. Luego, si la segunda de las corrientes remite a las formas de autoridad, es sólo para referir a su condición existencial, transhistórica, lo que hace difícil comprender cómo es que los actuales modos de ejercicio del poder operan de manera situada en contextos tan excepcionales como el que estamos viviendo.

Finalmente, la tercera forma de ruptura del lazo social a la que hoy estaríamos expuestos sería —para el autor— producto de la incomprensión del sentido de las normas por parte de un progresismo que ha hecho una “distorsionada lectura berreta de Michel Fouacult”. Sin desconocer que el filósofo francés haya sido objeto, en reiteradas oportunidades, de interpretaciones desmedidas, cabe al respecto precisar que, así como la ley, un decreto presidencial no es, precisamente, una norma en el sentido foucaultiano del término. Que haya personas que no respeten la orden de cuarentena, las pautas de distanciamiento social o los recomendados hábitos de higiene es posible que, también, sea efecto de los procesos de normalización por los cuales muchxs no cuentan con una vivienda digna en la cual resguardarse sin mayores complicaciones el tiempo que se les indique, no tienen la posibilidad de tomar todos los recaudos necesarios para una higienización adecuada, están expuestxs a la violencia de un orden patriarcal amplificado en la intimidad del encierro en el espacio privado, o no siguen percibiendo un sueldo sin la urgencia por volver a trabajar (y pienso, al respecto, tanto en trabajadorxs informalxs como en empleadxs de comercio, en médicxs y barrenderxs, en trabajadorxs de la economía popular y de la economía app). Ciertamente, las normas o, mejor, los decretos fueron violados —como refiere Feierstein— por “miles de personas llegadas de Europa” que, irresponsable e insolidariamente, no acataron la simple orden de quedarse catorce días en sus casas, exponiendo así al contagio del virus a muchxs más. ¿Pero acaso lxs cientistas sociales no tenemos también algo para decir acerca de esas otras normalizaciones que regimentan nuestras vidas y, por tanto, las condiciones necesarias para el cuidado frente a la violencia tanto del coronavirus como de una multiplicidad de otros factores que la actual pandemia no sólo no pone en suspenso sino que, por el contrario, vuelve aún más crueles?

Quienes nos dedicamos a las ciencias sociales y contamos con el privilegio de un exceso de tiempo libre durante el período que dure la cuarentena podríamos abocarnos a registrar —como está haciendo CORREPI— la cantidad de violaciones a los Derechos Humanos que las fuerzas de seguridad, haciendo uso de un mayor juego de libertades que la actual situación les concede, están cometiendo, principalmente, sobre los sectores más vulnerados de la sociedad. O analizar los efectos que sobre nuestras sensibilidades está produciendo una cobertura mediática de la pandemia que se preocupa más por propagar el miedo contando la cantidad de muertos que se produce cada día, que de tranquilizarnos narrando la infinidad de casos de personas que están recuperándose del contagio. Y que, asimismo, iguala la importancia de asumir responsablemente conductas de cuidado a la difusión de prácticas de delación. ¿Acaso tales tácticas discursivas no le están facilitando “al fascismo imponer sus discursos de ‘orden’ o ‘mano dura’” mucho más que —como refiere Feierstein— las berretas interpretaciones progresistas de Foucault? “El miedo a una pandemia —afirma Srecko Horvat y cita Bifo en “Crónica de la deflación”— es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y la economía capitalista.”

También podríamos, lxs cientistas sociales, poner en cuestión el uso, tanto mediático como gubernamental, de metáforas bélicas para el abordaje de un problema que es, ante todo, atribución del ministerio de salud antes que del de seguridad o defensa, y analizar los potenciales efectos que tales formas de elaboración de la situación actual puedan producir en la ruptura del lazo social sobre el que habla el autor. ¿Qué margen nos queda para pensar en formas solidarias de relación cuando continuamente nos están haciendo creer que nos encontramos en medio de una guerra contra un enemigo invisible? ¿No es acaso el mismo lenguaje que se utiliza en el tratamiento del problema del narcotráfico o de la delincuencia asociada a lxs pobres —a lxs que, por otra parte, Feierstein alude creyendo necesario recordar, en estos precisos momentos, el riesgo que implica su romantización—, cuyos efectos sobre el crecimiento de la violencia (y no, precisamente, efectiva en el descenso de los niveles de aquello que dice combatir) han sido ampliamente estudiados por cientistas sociales? “No estamos en guerra ni tenemos que estarlo —afirma el médico parisino Sophie Mainguy—. No necesitamos de una sistemática idea de lucha para ser competentes. […] Las formas de vida que no sirven a nuestros intereses (¿y quién puede decirlo?) no son nuestros enemigos.”

La frase con la que Feierstein concluye la segunda de sus notas —cuya primera parte cité al comienzo de este artículo—, luego de aludir a “las mejores tradiciones solidarias de nuestro pueblo”, refiere que “las normas de cooperación […] son las que permitieron a la especie humana su evolución y subsistencia en el planeta”. La afirmación recuerda a la respuesta que, a fines del siglo XIX, Piotr Kropotkin dio a la lectura hobbesiana de la teoría de Darwin que había ensayado Thomas Huxley. Este último fue uno de los primeros en extrapolar a la sociedad una concepción reduccionista del darwinismo sobre la base de la competencia como único factor de supervivencia. Publicada inicialmente a través de una serie de artículos en una revista científica de Inglaterra, la respuesta de Kropotkin constituyó la base de su famoso libro El apoyo mutuo. En él, el anarquista ruso traza una historia de las prácticas de cuidado mutuo introducida por el análisis de las distintas formas de solidaridad presentes en comunidades de vidas no-humanas. Así, entre varias otras experiencias, remite a los gremios de artesanos de las ciudades medievales, cuyas prácticas solidarias de cuidado fueron interrumpidas por la emergencia del Estado absolutista.

Si traigo a colación el estudio de Kropotkin es porque creo que en su afán por desnaturalizar el vínculo que en su tiempo estaba comenzando a tejerse entre supervivencia y competencia —cuyas consecuencias en la fundamentación tanto del fascismo y el nazismo como del neoliberalismo son bien conocidas— puede encontrarse un índice del necesario trabajo de historización que lxs cientistas sociales bien podríamos hacer a los fines de problematizar uno de los presupuestos que parecieran estar imponiéndose como incuestionados cada vez con mayor fuerza. Me refiero al vínculo que hoy estamos presenciando entre la urgencia de armarnos relaciones de cuidado y la difusión generalizada de prácticas de vigilancia y control. Y no se trata —como dice Feierstein— de “cuestionamientos abstractos a ‘tecnologías de control’ que son contraproducentes y que funcionan como reaseguros de nuestra tendencia a la negación de una realidad angustiante”. En todo caso, en primera instancia, cabría preguntarnos si la supuesta efectividad de dichas tecnologías es tal o si, incluso en países donde su perfeccionamiento alcanza límites que en Argentina sólo podemos imaginar como fenómenos de una novela distópica, su utilización no estaría exponiendo —como refiere el colectivo Chang en el escrito al que referí más arriba— la falta de legitimidad en la que se encuentran muchos de los gobiernos centrales a la hora de tratar con situaciones de emergencia. Interpelando a esa suerte de orientalismo invertido al que el tratamiento de la pandemia pareciera inducirnos, Byung-Chul Han afirma: “China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. […] Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino.” Luego, una segunda pregunta que también podríamos hacernos es por las posibles consecuencias que la negación a problematizar el vínculo establecido —por otra parte, desde mucho antes que el pasado 20 de marzo, de allí que ahora se muestre tan consolidado— entre prácticas de cuidado y mecanismos de control de todo tipo pueda tener sobre nuestras formas de existencia una vez que la pandemia haya pasado. Al respecto, cabe recordar que el sostenimiento e, incluso, experimentación de prácticas éticas de cuidado no tiene por qué poner en suspenso la elaboración de una crítica al modo en que somos gobernados. Muy por el contrario, tal vez no sea del todo posible ensayar una sin la otra.

Mientras estoy terminando de escribir esto, me encuentro con otra nota de dos sociólogxs, Gabriela Seghezzo y Nicolás Dallorso, que no sólo comparte el presupuesto de una igualación entre cuidado y control, sino que lo expone de un modo peligrosamente explícito, incluso —como reza el título— haciendo un “Elogio a la policía del cuidado”. “La pandemia —aislamiento preventivo obligatorio mediante— cambió el sentido común securitario —afirman lxs autorxs—. […] Y esta situación nos pone frente a un dilema: a veces la vigilancia y el control son también prácticas de cuidado.” Considero que lo dicho hasta acá bien vale como interpelación a gran parte de los argumentos sostenidos por la nota, la cual quizás amerite el repudio de organizaciones que desde hace décadas vienen denunciando las violencias institucionales de las que sus integrantes, familiares y amigxs fueron y son víctima. También diría de lxs investigadorxs sociales que se dedican desde hace años a estudiar las distintas formas de la violencia ejercidas por las fuerzas de seguridad en su llamada “lucha” contra la delincuencia si no fuera porque lxs propixs autorxs se encuentran entre ellxs. Pedir que se tenga en consideración el cuidado de la salud de lxs policías (cuestión que no debiera ser objeto de debate en relación a la vida de nadie) no es lo mismo que llamar a aplaudir su accionar. ¿Acaso la repetición de imágenes en loop de C5N mostrándonos personas adineradas violando la cuarentena es motivo suficiente no sólo para reclamar la intervención policial, sino incluso para celebrarla? ¿No tenemos ya sobrado conocimiento de que el modo en que tanto la policía interviene para detener a turistas que viajaron a Europa o se fueron de vacaciones a Pinamar y no respetaron la orden de cuarentena es muy distinto a las formas por las cuales se hace lo propio con pibxs de barrios pobres que, simplemente, salieron a dar una vuelta manzana? ¿O es que, en verdad, vamos a creernos la fantasía de que, por su alta capacidad de contagio a cualquier cuerpo humano, el virus estaría, finalmente, cumpliendo con la promesa democrática de igualación que ninguna experiencia política pudo hasta ahora concretar? Finalmente, ¿no saben lxs autores de la nota coordinadores del Observatorio de Seguridad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBAde los efectos posiblemente no deseados que su escrito pueda generar en la legitimación de prácticas en las que se nos presente como ambigua la distinción entre cuidado y violencia? Incluso si acordáramos con la necesaria tarea de la policía en el contexto actual, su función no es ni será nunca la de cuidarnos. Como dice Horacio González en su artículo “La inmovilización”, a propósito de la arenga nacionalista de Berni a la policía bonaerense para que, con “orden, subordinación y valor”, salga a “cuidar a las familias”: “esta reducción resbalosa de planos, es una forma de pensar ociosa, no porque esos planos no existan […] sino porque falla la forma de traducirlos”. El hecho de que sea prudente y responsable obedecer la orden de quedarnos en nuestras casas no implica que debamos hacer lo mismo con el llamado del presidente a “dar vuelta la página” en nuestra relación con las fuerzas armadas y de seguridad. El virus no es el único objeto de todos nuestros miedos.

 

28 de marzo de 2020

El laboratorio social // Diálogo con María Pía López y Diego Sztulwark (lalengua)

María Pía López y Diego Sztulwark reflexionaron en conversación con Lalengua sobre la situación de excepción que se vive en el mundo y las posibles salidas políticas al laberinto de la pandemia. En un escenario ambiguo e incierto hablaron del rol del Estado, de las posibilidades de un realineamiento de fuerzas en el escenario  nacional, de la solidaridad y el control, del protagonismo de las fuerzas de seguridad.

Por: Juan Funes  |  Fotos: Sebastián Freire y Moro Anghileri

El mundo no va a ser el mismo cuando logre salir de la emergencia de la pandemia del Covid – 19. La gran pregunta es hacia dónde girará la forma en que los estados y el Capital reaccionarán cuando la crisis sanitaria mundial pase a ser, simplemente, una profunda crisis económica. En diálogo con Lalengua, la socióloga y militante feminista María Pía López y politólogo Diego Sztulwark reflexionaron acerca de la ambigüedad de los días que corren. El escenario de la cuarentena plantea una situación de laboratorio social en la que se ensayan forzosamente modelos de trabajo a distancia, relaciones virtuales entre las personas, nuevas formas de control sobre la población; se han visto reacciones sociales diversas que van desde la solidaridad de miles de voluntarios y voluntarias, hasta el individualismo más hedonista; desde la revalorización de lo colectivo frente a lo privado, hasta el goce por denunciar al otro que esté por fuera de la norma.

La revalorización del Estado es una nota constante, pero con demandas heterogéneas: se reclama inversión estatal para la reactivación de la economía, distribución de la riqueza para ayudar a los sectores más vulnerables, la salud pública volvió a aparecer como un pilar fundamental de la comunidad en conjunto con la investigación científica, pero también se le demanda al Estado más mano dura y rigurosidad en la vigilancia, y el clásico salvataje de las grandes empresas y bancos castigados por la crisis. ¿Qué pasará con el mundo y cómo reinventará el presidente Alberto Fernández, frente a estas tensiones, el gobierno que encabeza? 

Dentro del tubo de ensayo

La tendencia de la descentralización del trabajo no es nueva. Comenzó hace casi cincuenta años y su avance ha sido brutal en la creciente precarización del empleo. El peligro es que esta lógica se profundice luego de esta pandemia y se filtre en otros terrenos de la vida. “Lo que ahora me parece que tal vez ocurra, con este nuevo impulso, es que esto llega a espacios de educación, llega a los espacios de psicoanálisis, se va metiendo en sectores en donde todavía había una apuesta a la presencia”, opinó Sztulwark. En la misma línea, María Pía apuntó que “hay algo de ese laboratorio también en algunas universidades. Se empieza a pensar que es una ocasión para virtualizar las clases, con todo lo que eso significa también de suspensión de ese espacio áulico, donde parte de los intercambios no tienen que ver con el aprendizaje de contenidos, sino con otro tipo de conversación o de circulación”. 

La autora de Apuntes para las militancias: feminismos, promesas y combatesremarcó la tendencia hacia “un tipo de maximización del tiempo que yo lo siento como bastante brutal”. “En general se trabaja más. Hay todo un tiempo sociabilidad de los espacios de trabajo, el que compartís con otres. Todo eso quedó postergado frente a la necesidad de construir una nueva productividad. Es complejo, porque aplacar los términos muertos sobre la perspectiva de la productividad no necesariamente redunda en aumentar el ocio o el tiempo disponible para otras cosas, en sociedades en las que quedó demostrado que tienen una especial capacidad para capturar la lógica del ocio y ponerla en servicio de la lógica de la producción de ganancias”. 

La otra cara del trabajo en cuarentena es la del empleo informal y precario, “que en estas condiciones no van a poder obedecer las pautas que el Estado está proponiendo si no se baja suficiente dinero”, señaló Sztulwark. El Gobierno, según el autor de La ofensiva sensible, se encuentra en una tensión muy difícil de resolver, “entre una necesidad de enfriar el movimiento de la población y de calentar la economía. Es muy complicado. Si se enfría todo acá se muere medio país de hambre; y si se calienta todo se muere medio país por virus. El Gobierno está negociando entre empresarios, intendentes, sanitaristas, y van buscando la combinación posible”. Se trata del aspecto más delicado – por fuera de la situación sanitaria – que el Gobierno tiene que enfrentar. “Para poder gobernar esta situación hace falta también inventar mecanismos de gobierno que no se han creado. Uno se pregunta si de manera paralela no está habiendo un conjunto de inquietudes en la base social, o pueden irrumpir también mecanismos de descontento o de invención. En una situación de crisis como ésta, el gobierno del mundo no está asegurado”, amplió el politólogo. 

El tema de la producción aparece, más que nunca, desencajado, escindido del dinero. “Se puede ir haciendo evidente que no es necesario producir tanto”, sostuvo María Pía, una afirmación que abre un abanico de cuestiones. “Esa evidencia tendría que ser correlativa a la evidencia de que entonces hay que separar el tema de los ingresos de la producción o del esfuerzo, o de reconocer otro tipo de esfuerzos, otro tipo de producciones, y pensar ahí algo del orden de una renta universal, que la vida se garantice más allá de esas condiciones de trabajo”. El laboratorio se complejiza y, según la socióloga, “puede ser un laboratorio del que salgan formas de hiper explotación mucho más acentuadas”, o bien a partir del cual “podamos dar una discusión con formas más libertarias de organización de la existencia”. 

 
 

Las ambivalencias del Estado 

Como en toda crisis, el escenario de la pandemia del coronavirus no deja dudas sobre la necesidad de estados fuertes. Pero, ¿qué tipo de “estado fuerte”? Sztulwark recordó, en primer lugar, el rol que cumplió históricamente el estado ante las crisis económicas: el de salvar empresas y bancos, es decir, “el estado capitalista relanzando al mercado, un estado neoliberal que actúa para relanzar la dinámica neoliberal, que siempre tiene base fuerte en el Estado”. Otra cosa es hablar de un estado fuerte, “en el sentido de que es necesario que el Estado de cuenta de un mínimo común para la existencia. Ahí ya no está actuando solamente para defender las condiciones de un relanzamiento del Capital; está actuando de manera tal de permitir que la población se reproduzca y que haya un mínimo estándar de vida en común”, explicó. Esta segunda acepción implicaría “expandir la salud pública, extender una garantía de la alimentación mientras y el transporte a la gente, o está obligado a fortalecer vías de comunicación entre la gente que después también pueden ser utilizadas como instrumento político”. El objeto de la disputa es, entonces, a qué llamamos “estado fuerte”, y cómo se logra resignificar la función estatal. “Para pensar un Estado diferente no alcanza con pedir estado fuerte, también hay que mirar muy bien qué fuerza es la del Estado, qué sectores son los que están influyendo sobre ese Estado y a quiénes está beneficiando ese Estado”, sintetizó Sztulwark. 

María Pía consideró otros aspectos de la ambigüedad estatal, del campo en disputa abierto que se profundizó con la pandemia. La salud aparece, más que nunca, como pilar fundamental de la sociedad y podría convertirse en un significante reordenador de las prioridades estatales. “A mí me parece que hay algo muy interesante cuando el presidente recorre un territorio en el Conurbano Bonarense y aparece lo que pasa en Moreno, hay 500 mil habitantes y un solo hospital. Si una crisis de esta índole nos lleva a poder pensar que tendría que haber  diez hospitales en Moreno, que tendría que haber condiciones de salud para toda la población, agua potable para todo el mundo porque sino no podés hablar de higiene, y pensar el Estado desde esa perspectiva”, esbozó la socióloga. 

Como contracara, también gana terreno la demanda de “seguridad”. En este sentido, María Pía apuntó que “hay personas que llaman Estado a la parte represiva de ese Estado. Hay mucho sueño de orden funcionando, de personas que están muy subidas a la lógica de que por fin hay orden callejero, por fin la policía está en la calle pidiendo que circulen. Personas que ven en este aislamiento obligatorio una promesa de sociedad”. Esa promesa se condensa hoy en un reclamo concreto: el estado de sitio. Sztulwark sintetizó el conflicto de la siguiente forma: “por un lado puede avanzar una conciencia crítica y pueden avanzar una serie de protagonismos en el campo de la salud, de la alimentación, entre otros. Pero, por otro lado, es un momento peligroso en relación a los mecanismos de control. Cada una de las instituciones está en disputa: o se convierte en ‘pública’ o se convierte en ‘de control’. Eso está en disputa, está abierto, no está resuelto todavía”. 

 
 

El control horizontal

¿Qué pasa cuando la vida en comunidad despunta en una vigilancia entre pares? En la emergencia de la pandemia miles de personas se sumaron como voluntarios a diferentes instituciones – convocados por la Universidad de Buenos Aires, Pami, Cascos Blancos, entre otros – con el fin de fortalecer el cuerpo colectivo ante la crisis. Pero al mismo tiempo creció la tendencia de controlar y denunciar a quienes no cumplen la nuevas reglas impuestas por el Estado. Sztulwark compartió la imagen de los médicos cubanos bajando de un avión en un aeropuerto de Italia:  “hice un post en el que escribí ‘fascistas que aplauden a comunistas’. Me parece que habría que pensar hasta qué punto en este momento lo que se pone muy cerca es el comunismo del fascismo, en el sentido de que todas las personas juntas intentando producir criterios comunitarios, generar reglas para poner las cosas en común – a ésto se refiere con comunismo -, nos acerca a una imagen más comunista de la gestión de la sociedad. Pero si esas personas lo que hacen es juntarse a controlar, denunciar con odio toda diferencia, toda autonomía con forma de existir o de la manera de gozar, y reprimir, eso que pareciera ser comunista se vuelve fascista. Me parece que eso realmente está en disputa”. 

El miedo, la sensación de amenaza, puede ser un afecto muy propenso para el resurgimiento de las demandas de orden y repliegue de las libertades tanto individuales como colectivas. Para María Pía es “muy posible” que se codifique esta amenaza “en términos de lo que serían las derechas clásicas”. ¿Cuál es la mejor forma de preservarse ante un peligro? “Teniendo una lógica de la seguridad, teniendo a alguien que dispone del monopolio de la fuerza y puede impedir que las personas hagan; hay una identificación con ese lugar que es muy problemática”, sostuvo la socióloga. “Hubo todo un esfuerzo de los sectores democráticos en Argentina de tratar de pensar que el Estado que reivindicamos es el Estado que pidió perdón por los crímenes del terrorismo de Estado – continuó -. Ahora, en un contexto del sueño del orden, pareciera que es posible postergar éso, no de parte del Gobierno, sino de parte de cierto tipo de resonancia social que está teniendo la pandemia”. María Pía consideró interesante plantear esa situación en términos de goce, “como algo que satisface a esas personas por su propia identificación con el orden”, y apuntó que también está ligado “con el fondo anti igualitarista que hay en muchos momentos”. 

En este contexto surge la pregunta por el rol que deben cumplir las fuerzas de seguridad. Sztulwark planteó que la policía en las calles puede ser vista de dos maneras: “o ellos son los héroes que logran evitar que la población hedonista y neoliberal salga a consumir o a contaminar a los otros, como los ‘héroes de la seguridad’; o bien los héroes son los ‘héroes de la salud pública’, y la policía puede ser vista como un apéndice”. Los actores son los mismos, pero no quién encabeza el manejo de la crisis, dado que “no es lo mismo pensar que son la seguridad y el control los que organizan todo, que pensar que lo que organiza todo es el lazo que se puede instalar a partir de la idea de lo público”. La policía puede tomar la forma de “agente sanitario”, “distribuyendo comida o ayudando a establecer criterios de cómo moverse, apoyando la posibilidad de la salud pública”, describió el politólogo, y luego aclaró que “si la salud pública queda reducida a un dispositivo policial, ahí ya nos encontramos con una situación muy diferente y muy complicada”. 

Dentro de esa tensión, María Pía opinó que la ventaja es que en Argentina “la conducción del Estado está en manos de personas con mucho compromiso democrático y mucha lucidez para pensar estos problemas. No veo que en el Gobierno no haya una tensión muy cuidadosa con respecto a ese costado represivo que puede tener la situación, porque de hecho desde el Gobierno no se anuncian argumentos represivos. No tenemos ese escenario”. 

El plano local 

Una de las lecturas más comunes entre las izquierdas ante la catástrofe sanitaria mundial, es que nunca fue tan visible que el proyecto neoliberal es irreconciliable con la posibilidad de dar lugar a una civilización, a la mera posibilidad de reproducción social. Para María Pía la situación de la pandemia no marca un punto de quiebre, sino de continuidad con catástrofes que se repiten desde hace años: “lo vemos con el cambio climático, con los incendios del Amazonas y después Australia. Sabemos que estamos en un horizonte en donde esa destrucción va a ser sistemática. Lo que está pasando con el virus me parece que no se puede desligar de los modos en que esa especie trata a otras especies, y cómo produce industrialmente a los animales. Es lo que pasa cuando la lógica del Capital se convierte en la lógica dominante. Cuando eso pone en riesgo a la propia especie que lleva adelante el desastre, quizás obliga a parar y a volver a pensar. Pero no soy muy optimista con en ese aspecto; creo que también puede dar otras cosas, que es la gestión de la pandemia, alumbrar un mundo que sea aún más horrible”. La socióloga trabaja sobre este tema desde la óptica de los feminismos y los antiespecismos, y consideró que la posibilidad de construir un mundo distinto a partir de esta crisis dependerá de cómo “construir una hipótesis de conflicto, y también fuerzas que den lugar a ese conflicto, fuerzas que puedan encarnarlo”. 

Sztulwark propone algo similar, al argumentar que “sin un tipo de subjetivación revolucionaria que diga ‘este sistema no lo queremos, queremos otros’. Este inevitablemente tiene que estar hecho de luchas”. Para ello es necesario que “deje de haber alianzas entre los populismos y los reformismos con las élites neoliberales, y por una vez tiene que haber un procesamiento del conjunto de saberes y demandas populares”, y en esta dirección “darle fuerza y poder a sujetos efectivos que sean capaces de ordenar la sociedad de otra manera: movimientos feministas, movimientos indígenas, movimientos campesinos, movimientos de trabajadores”.

Pensando en éstos términos, ¿en qué lugar quedará parado el gobierno de Alberto Fernández cuando termine la pandemia? El politólogo planteó que Fernández llegó al gobierno gracias a la estrategia de Cristina Fernández de “ocupar el centro y evitar que lo ocupe la derecha”, lo cual fue, para él, impecable desde el punto de vista táctico, pero al mismo tiempo obturó la posibilidad de construir una coalición antineoliberal. “Lo que sería interesante es que, como efecto de estas circunstancias, cambie de hecho la alianza; que se cambie de lo que fue la alianza electoral, a la alianza de los actores que pueden empezar a sostener una pregunta sobre cómo abandonar el neoliberalismo. Una vez que pase esta crisis, ese cambio de componentes puede estar ocurriendo o puede llegar a ocurrir, y me parece que nos tocaría a todos ser claros en señalar esto. Por ejemplo, en el sendero de algo así como la renta básica, sería algo mayoritario o minoritario dentro de la coalición de Fernández. Hay que forzar un realinamiento en relación a las nuevas tensiones que esta crisis plantea y ojalá se pueda dar”, amplió. 

 

Para el politólogo esta reconfiguración puede pensarse con “un mapa más abierto al realinamiento que había antes de la crisis. Puede ser que haya sectores de movimientos sociales, de la izquierda, católicos, entre muchos otros, que puedan apoyar con más fuerza esto, y otros sectores empresariales que puedan haber apoyado al desarrollismo de Fernández, pero que no se jugarían tanto. Lo que digo es que puede haber un realineamiento de actores y que ese realineamiento no necesariamente lo va a impulsar o lo va a entender rápido Alberto Fernández. No sé si él es el líder de ese reagrupamiento”.

Tanto él como María Pía destacaron que la coordinación del Mercado Central se le haya dado, por parte del Gobierno, a Marcos Levaggi, referente de la Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT), como uno de los gestos más interesantes del oficialismo. “Ese un dato fundamental, es quién elegís para garantizar cadenas de producción de alimentos”, indicó la socióloga. “No elegís la Sociedad Rural, no elegís la Federación Agraria. Elegís a la UTT, el sector agrario que viene marcando precisamente, en relación a lo que mencionábamos antes de qué fuerzas se ponen en juego, una capacidad de incidencia, de organización y de construcción muy interseccional de las cuestiones. Pensemos que la UTT es también el conjunto de las mujeres rurales; los contenidos feministas que ponen en juego las compañeras y es la agroecología en la discusión sobre los agrotóxicos. Todo eso, es decir, todo lo que pone en crisis al capitalismo la UTT, es quizás una de las fuerzas sociales que lo ponen en discusión ahora”, explicó.

 
 

Covid: Aprendiendo del virus // Paul B. Preciado

Si Michel Foucault hubiera sobrevivido al azote del sida y hubiera resistido hasta la invención de la triterapia tendría hoy 93 años: ¿habría aceptado de buen grado haberse encerrado en su piso de la rue Vaugirard? El primer filósofo de la historia en morir de las complicaciones generadas por el virus de inmunodeficiencia adquirida, nos ha legado algunas de las nociones más eficaces para pensar la gestión política de la epidemia que, en medio del pánico y la desinformación, se vuelven tan útiles como una buena mascarilla cognitiva.

Lo más importante que aprendimos de Foucault es que el cuerpo vivo (y por tanto mortal) es el objeto central de toda política. Il n’y a pas de politique qui ne soit pas une politique des corps (no hay política que no sea una política de los cuerpos). Pero el cuerpo no es para Foucault un organismo biológico dado sobre el que después actúa el poder. La tarea misma de la acción política es fabricar un cuerpo, ponerlo a trabajar, definir sus modos de reproducción, prefigurar las modalidades del discurso a través de las que ese cuerpo se ficcionaliza hasta ser capaz de decir “yo”. Todo el trabajo de Foucault podría entenderse como un análisis histórico de las distintas técnicas a través de las que el poder gestiona la vida y la muerte de las poblaciones. Entre 1975 y 1976, los años en los que publicó Vigilar y castigar y el primer volumen de la Historia de la sexualidad, Foucault utilizó la noción de “biopolítica” para hablar de una relación que el poder establecía con el cuerpo social en la modernidad. Describió la transición desde lo que él llamaba una “sociedad soberana” hacia una “sociedad disciplinaria” como el paso desde una sociedad que define la soberanía en términos de decisión y ritualización de la muerte a una sociedad que gestiona y maximiza la vida de las poblaciones en términos de interés nacional. Para Foucault, las técnicas gubernamentales biopolíticas se extendían como una red de poder que desbordaba el ámbito legal o la esfera punitiva convirtiéndose en una fuerza “somatopolítica”, una forma de poder espacializado que se extendía en la totalidad del territorio hasta penetrar en el cuerpo individual.

Durante y después de la crisis del sida, numerosos autores ampliaron y radicalizaron las hipótesis de Foucault y sus relaciones con las políticas inmunitarias. El filósofo italiano Roberto Espósito analizó las relaciones entre la noción política de “comunidad” y la noción biomédica y epidemiológica de “inmunidad”. Comunidad e inmunidad comparten una misma raíz, munus, en latín el munus era el tributo que alguien debía pagar por vivir o formar parte de la comunidad. La comunidad es cum (con) munus (deber, ley, obligación, pero también ofrenda): un grupo humano religado por una ley y una obligación común, pero también por un regalo, por una ofrenda. El sustantivo inmunitas, es un vocablo privativo que deriva de negar el munus. En el derecho romano, la inmunitas era una dispensa o un privilegio que exoneraba a alguien de los deberes societarios que son comunes a todos. Aquel que había sido exonerado era inmune. Mientras que aquel que estaba desmunido era aquel al que se le había retirado todos los privilegios de la vida en comunidad.

Roberto Espósito nos enseña que toda biopolítica es inmunológica: supone una definición de la comunidad y el establecimiento de una jerarquía entre aquellos cuerpos que están exentos de tributos (los que son considerados inmunes) y aquellos que la comunidad percibe como potencialmente peligrosos (los demuni) y que serán excluidos en un acto de protección inmunológica. Esa es la paradoja de la biopolítica: todo acto de protección implica una definición inmunitaria de la comunidad según la cual esta se dará a sí misma la autoridad de sacrificar otras vidas, en beneficio de una idea de su propia soberanía. El estado de excepción es la normalización de esta insoportable paradoja.

A partir del siglo XIX, con el descubrimiento de la primera vacuna antivariólica y los experimentos de Pasteur y Koch, la noción de inmunidad migra desde el ámbito del derecho y adquiere una significación médica. Las democracias liberales y patriarco-coloniales Europeas del siglo XIX construyen el ideal del individuo moderno no solo como agente (masculino, blanco, heterosexual) económico libre, sino también como un cuerpo inmune, radicalmente separado, que no debe nada a la comunidad. Para Espósito, el modo en el que la Alemania nazi caracterizó a una parte de su propia población (los judíos, pero también los gitanos, los homosexuales, los personas con discapacidad) como cuerpos que amenazaban la soberanía de la comunidad aria es un ejemplo paradigmático de los peligros de la gestión inmunitaria. Esta comprensión inmunológica de la sociedad no acabó con el nazismo, sino que, al contrario, ha pervivido en Europa legitimando las políticas neoliberales de gestión de sus minorías racializadas y de las poblaciones migrantes. Es esta comprensión inmunológica la que ha forjado la comunidad económica europea, el mito de Shengen y las técnicas de Frontex en los últimos años.

En 1994, en Flexible Bodies, la antropóloga de la Universidad de Princeton Emily Martin analizó la relación entre inmunidad y política en la cultura americana durante las crisis de la polio y el sida. Martin llegó a algunas conclusiones que resultan pertinentes para analizar la crisis actual. La inmunidad corporal, argumenta Martin, no es solo un mero hecho biológico independiente de variables culturales y políticas. Bien al contrario, lo que entendemos por inmunidad se construye colectivamente a través de criterios sociales y políticos que producen alternativamente soberanía o exclusión, protección o estigma, vida o muerte.

Si volvemos a pensar la historia de algunas de las epidemias mundiales de los cinco últimos siglos bajo el prisma que nos ofrecen Michel Foucault, Roberto Espósito y Emily Martin es posible elaborar una hipótesis que podría tomar la forma de una ecuación: dime cómo tu comunidad construye su soberanía política y te diré qué formas tomarán tus epidemias y cómo las afrontarás.

Las distintas epidemias materializan en el ámbito del cuerpo individual las obsesiones que dominan la gestión política de la vida y de la muerte de las poblaciones en un periodo determinado. Por decirlo con términos de Foucault, una epidemia radicaliza y desplaza las técnicas biopolíticas que se aplican al territorio nacional hasta al nivel de la anatomía política, inscribiéndolas en el cuerpo individual. Al mismo tiempo, una epidemia permite extender a toda la población las medidas de “inmunización” política que habían sido aplicadas hasta ahora de manera violenta frente aquellos que habían sido considerados como “extranjeros” tanto dentro como en los límites del territorio nacional.

La gestión política de las epidemias pone en escena la utopía de comunidad y las fantasías inmunitarias de una sociedad, externalizando sus sueños de omnipotencia (y los fallos estrepitosos) de su soberanía política. La hipótesis de Michel Foucault, Roberto Espósito y de Emily Martin nada tiene que ver con una teoría de complot. No se trata de la idea ridícula de que el virus sea una invención de laboratorio o un plan maquiavélico para extender políticas todavía más autoritarias. Al contrario, el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que replicar, materializar, intensificar y extender a toda la población, las formas dominantes de gestión biopolítica y necropolítica que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional y sus límites. De ahí que cada sociedad pueda definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella.

Pensemos, por ejemplo, en la sífilis. La epidemia golpeó por primera vez a la ciudad de Nápoles en 1494. La empresa colonial europea acababa de iniciarse. La sífilis fue como el pistoletazo de salida de la destrucción colonial y de las políticas raciales que vendrían con ellas. Los ingleses la llamaron “la enfermedad francesa”, los franceses dijeron que era “el mal napolitano” y los napolitanos que había venido de América: se dijo que había sido traída por los colonizadores que habían sido infectados por los indígenas… El virus, como nos enseñó Derrida, es, por definición, el extranjero, el otro, el extraño. Infección sexualmente transmisible, la sífilis materializó en los cuerpos de los siglos XVI al XIX las formas de represión y exclusión social que dominaban la modernidad patriarcocolonial: la obsesión por la pureza racial, la prohibición de los así llamados “matrimonios mixtos” entre personas de distinta clase y “raza” y las múltiples restricciones que pesaban sobre las relaciones sexuales y extramatrimoniales.

La utopía de comunidad y el modelo de inmunidad de la sífilis es el del cuerpo blanco burgués sexualmente confinado en la vida matrimonial como núcleo de la reproducción del cuerpo nacional. De ahí que la prostituta se convirtiera en el cuerpo vivo que condensó todos los significantes políticos abyectos durante la epidemia: mujer obrera y a menudo racializada, cuerpo externo a las regulaciones domésticas y del matrimonio, que hacía de su sexualidad su medio de producción, la trabajadora sexual fue visibilizada, controlada y estigmatizada como vector principal de la propagación del virus. Pero no fue la represión de la prostitución ni la reclusión de las prostitutas en burdeles nacionales (como imaginó Restif de la Bretonne) lo que curó la sífilis. Bien al contrario. La reclusión de las prostitutas solo las hizo más vulnerables a la enfermedad. Lo que curó la sífilis fue el descubrimiento de los antibióticos y especialmente de la penicilina en 1928, precisamente un momento de profundas transformaciones de la política sexual en Europa con los primeros movimientos de descolonización, el acceso de las mujeres blancas al voto, las primeras despenalizaciones de la homosexualidad y una relativa liberalización de la ética matrimonial heterosexual.

Paul B. Preciado, ex Beatriz, es un filósofo experto en teoría queer y filosofía de género.

Medio siglo después, el sida fue a la sociedad neoliberal heteronormativa del siglo XX lo que la sífilis había sido a la sociedad industrial y colonial. Los primeros casos aparecieron en 1981, precisamente en el momento en el que la homosexualidad dejaba de ser considerada como una enfermedad psiquiátrica, después de que hubiera sido objeto de persecución y discriminación social durante décadas. La primera fase de la epidemia afectó de manera prioritaria a lo que se nombró entonces como las 4 H: homosexuales, hookers —trabajadoras o trabajadores sexuales, hemofílicos y heroin users heroinómanos. El sida remasterizó y reactualizó la red de control sobre el cuerpo y la sexualidad que había tejido la sífilis y que la penicilina y los movimientos de descolonización, feministas y homosexuales habían desarticulado y transformado en los años sesenta y setenta. Como en el caso de las prostitutas en la crisis de la sífilis, la represión de la homosexualidad sólo causó más muertes. Lo que está transformando progresivamente el sida en una enfermedad crónica ha sido la despatologización de la homosexualidad, la autonomización farmacológica del Sur, la emancipación sexual de las mujeres, su derecho a decir no a las prácticas sin condón, y el acceso de la población afectada, independientemente de su clase social o su grado de racialización, a las triterapias. El modelo de comunidad/inmunidad del sida tiene que ver con la fantasía de la soberanía sexual masculina entendida como derecho innegociable de penetración, mientras que todo cuerpo penetrado sexualmente (homosexual, mujer, toda forma de analidad) es percibido como carente de soberanía.

Volvamos ahora a nuestra situación actual. Mucho antes de que hubiera aparecido la Covid-19 habíamos ya iniciado un proceso de mutación planetaria. Estábamos atravesando ya, antes del virus, un cambio social y político tan profundo como el que afectó a las sociedades que desarrollaron la sífilis. En el siglo XV, con la invención de la imprenta y la expansión del capitalismo colonial, se pasó de una sociedad oral a una sociedad escrita, de una forma de producción feudal a una forma de producción industrial-esclavista y de una sociedad teocrática a una sociedad regida por acuerdos científicos en el que las nociones de sexo, raza y sexualidad se convertirían en dispositivos de control necro-biopolítico de la población.

Hoy estamos pasando de una sociedad escrita a una sociedad ciberoral, de una sociedad orgánica a una sociedad digital, de una economía industrial a una economía inmaterial, de una forma de control disciplinario y arquitectónico, a formas de control microprostéticas y mediático-cibernéticas. En otros textos he denominado farmacopornográfica al tipo de gestión y producción del cuerpo y de la subjetividad sexual dentro de esta nueva configuración política. El cuerpo y la subjetividad contemporáneos ya no son regulados únicamente a través de su paso por las instituciones disciplinarias (escuela, fábrica, caserna, hospital, etcétera) sino y sobre todo a través de un conjunto de tecnologías biomoleculares, microprostéticas, digitales y de transmisión y de información. En el ámbito de la sexualidad, la modificación farmacológica de la conciencia y del comportamiento, la mundialización de la píldora anticonceptiva para todas las “mujeres”, así como la producción de la triterapias, de las terapias preventivas del sida o el viagra son algunos de los índices de la gestión biotecnológica. La extensión planetaria de Internet, la generalización del uso de tecnologías informáticas móviles, el uso de la inteligencia artificial y de algoritmos en el análisis de big data, el intercambio de información a gran velocidad y el desarrollo de dispositivos globales de vigilancia informática a través de satélite son índices de esta nueva gestión semiotio-técnica digital. Si las he denominado pornográficas es, en primer lugar, porque estas técnicas de biovigilancia se introducen dentro del cuerpo, atraviesan la piel, nos penetran; y en segundo lugar, porque los dispositivos de biocontrol ya no funcionan a través de la represión de la sexualidad (masturbatoria o no), sino a través de la incitación al consumo y a la producción constante de un placer regulado y cuantificable. Cuanto más consumimos y más sanos estamos mejor somos controlados.

La mutación que está teniendo lugar podría ser también el paso de un régimen patriarco-colonial y extractivista, de una sociedad antropocéntrica y de una política donde una parte muy pequeña de la comunidad humana planetaría se autoriza a sí misma a llevar a cabo prácticas de predación universal, a una sociedad capaz de redistribuir energía y soberanía. Desde una sociedad de energías fósiles a otra de energías renovables. Está también en cuestión el paso desde un modelo binario de diferencia sexual a un paradigma más abierto en el que la morfología de los órganos genitales y la capacidad reproductiva de un cuerpo no definan su posición social desde el momento del nacimiento; y desde un modelo heteropatriarcal a formas no jerárquicas de reproducción de la vida. Lo que estará en el centro del debate durante y después de esta crisis es cuáles serán las vidas que estaremos dispuestos a salvar y cuáles serán sacrificadas. Es en el contexto de esta mutación, de la transformación de los modos de entender la comunidad (una comunidad que hoy es la totalidad del planeta) y la inmunidad donde el virus opera y se convierte en estrategia política.

Inmunidad y política de la frontera

Lo que ha caracterizado las políticas gubernamentales de los últimos 20 años, desde al menos la caída de las torres gemelas, frente a las ideas aparentes de libertad de circulación que dominaban el neoliberalismo de la era Thatcher, ha sido la redefinición de los estados-nación en términos neocoloniales e identitarios y la vuelta a la idea de frontera física como condición del restablecimiento de la identidad nacional y la soberanía política. Israel, Estados Unidos, Rusia, Turquía y la Comunidad Económica Europea han liderado el diseño de nuevas fronteras que por primera vez después de décadas, no han sido solo vigiladas o custodiadas, sino reinscritas a través de la decisión de elevar muros y construir diques, y defendidas con medidas no biopolíticas, sino necropolíticas, con técnicas de muerte.

Como sociedad europea, decidimos construirnos colectivamente como comunidad totalmente inmune, cerrada a Oriente y al Sur, mientras que Oriente y el Sur, desde el punto de vista de los recursos energéticos y de la producción de bienes de consumo, son nuestro almacén. Cerramos la frontera en Grecia, construimos los mayores centros de detención a cielo abierto de la historia en las islas que bordean Turquía y el Mediterráneo y fantaseamos que así conseguiríamos una forma de inmunidad. La destrucción de Europa comenzó paradójicamente con esta construcción de una comunidad europea inmune, abierta en su interior y totalmente cerrada a los extranjeros y migrantes.

Lo que está siendo ensayado a escala planetaria a través de la gestión del virus es un nuevo modo de entender la soberanía en un contexto en el que la identidad sexual y racial (ejes de la segmentación política del mundo patriarco-colonial hasta ahora) están siendo desarticuladas. La Covid-19 ha desplazado las políticas de la frontera que estaban teniendo lugar en el territorio nacional o en el superterritorio europeo hasta el nivel del cuerpo individual. El cuerpo, tu cuerpo individual, como espacio vivo y como entramado de poder, como centro de producción y consumo de energía, se ha convertido en el nuevo territorio en el que las agresivas políticas de la frontera que llevamos diseñando y ensayando durante años se expresan ahora en forma de barrera y guerra frente al virus. La nueva frontera necropolítica se ha desplazado desde las costas de Grecia hasta la puerta del domicilio privado. Lesbos empieza ahora en la puerta de tu casa. Y la frontera no para de cercarte, empuja hasta acercarse más y más a tu cuerpo. Calais te explota ahora en la cara. La nueva frontera es la mascarilla. El aire que respiras debe ser solo tuyo. La nueva frontera es tu epidermis. El nuevo Lampedusa es tu piel.

Se reproducen ahora sobre los cuerpos individuales las políticas de la frontera y las medidas estrictas de confinamiento e inmovilización que como comunidad hemos aplicado durante estos últimos años a migrantes y refugiados —hasta dejarlos fuera de toda comunidad—. Durante años los tuvimos en el limbo de los centros de retención. Ahora somos nosotros los que vivimos en el limbo del centro de retención de nuestras propias casas.

La biopolítica en la era ‘farmacopornográfica’

Las epidemias, por su llamamiento al estado de excepción y por la inflexible imposición de medidas extremas, son también grandes laboratorios de innovación social, la ocasión de una reconfiguración a gran escala de las técnicas del cuerpo y las tecnologías del poder. Foucault analizó el paso de la gestión de la lepra a la gestión de la peste como el proceso a través del que se desplegaron las técnicas disciplinarias de espacialización del poder de la modernidad. Si la lepra había sido confrontada a través de medidas estrictamente necropolíticas que excluían al leproso condenándolo si no a la muerte al menos a la vida fuera de la comunidad, la reacción frente a la epidemia de la peste inventa la gestión disciplinaria y sus formas de inclusión excluyente: segmentación estricta de la ciudad, confinamiento de cada cuerpo en cada casa.

Las distintas estrategias que los distintos países han tomado frente a la extensión de la Covid-19 muestran dos tipos de tecnologías biopolíticas totalmente distintas. La primera, en funcionamiento sobre todo en Italia, España y Francia, aplica medidas estrictamente disciplinarias que no son, en muchos sentidos, muy distintas a las que se utilizaron contra la peste. Se trata del confinamiento domiciliario de la totalidad de la población. Vale la pena releer el capítulo sobre la gestión de la peste en Europa de Vigilar y castigar para darse cuenta que las políticas francesas de gestión de la Covid-19 no han cambiado mucho desde entonces. Aquí funciona la lógica de la frontera arquitectónica y el tratamiento de los casos de infección dentro de enclaves hospitalarios clásicos. Esta técnica no ha mostrado aún pruebas de eficacia total.

La segunda estrategia, puesta en marcha por Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Hong-Kong, Japón e Israel supone el paso desde técnicas disciplinarias y de control arquitectónico modernas a técnicas farmacopornográficas de biovigilancia: aquí el énfasis está puesto en la detección individual del virus a través de la multiplicación de los tests y de la vigilancia digital constante y estricta de los enfermos a través de sus dispositivos informáticos móviles. Los teléfonos móviles y las tarjetas de crédito se convierten aquí en instrumentos de vigilancia que permiten trazar los movimientos del cuerpo individual. No necesitamos brazaletes biométricos: el móvil se ha convertido en el mejor brazalete, nadie se separa de él ni para dormir. Una aplicación de GPS informa a la policía de los movimientos de cualquier cuerpo sospechoso. La temperatura y el movimiento de un cuerpo individual son monitorizados a través de las tecnologías móviles y observados en tiempo real por el ojo digital de un Estado ciberautoritario para el que la comunidad es una comunidad de ciberusuarios y la soberanía es sobre todo transparencia digital y gestión de big data.

Pero estas políticas de inmunización política no son nuevas y no han sido sólo desplegadas antes para la búsqueda y captura de los así denominados terroristas: desde principios de la década de 2010, por ejemplo, Taiwán había legalizado el acceso a todos los contactos de los teléfonos móviles en las aplicaciones de encuentro sexual con el objetivo de “prevenir” la expansión del sida y la prostitución en Internet. La Covid-19 ha legitimado y extendido esas prácticas estatales de biovigilancia y control digital normalizándolas y haciéndolas “necesarias” para mantener una cierta idea de la inmunidad. Sin embargo, los mismos Estados que implementan medidas de vigilancia digital extrema no se plantean todavía prohibir el tráfico y el consumo de animales salvajes ni la producción industrial de aves y mamíferos ni la reducción de las emisiones de CO2. Lo que ha aumentado no es la inmunidad del cuerpo social, sino la tolerancia ciudadana frente al control cibernético estatal y corporativo.

La gestión política de la Covid-19 como forma de administración de la vida y de la muerte dibuja los contornos de una nueva subjetividad. Lo que se habrá inventado después de la crisis es una nueva utopía de la comunidad inmune y una nueva forma de control del cuerpo. El sujeto del technopatriarcado neoliberal que la Covid-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes físicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo. No tiene rostro, tiene máscara. Su cuerpo orgánico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semio-técnicas, una serie de prótesis cibernéticas que le sirven de máscara: la máscara de la dirección de correo electrónico, la máscara de la cuenta Facebook, la máscara de Instagram. No es un agente físico, sino un consumidor digital, un teleproductor, es un código, un pixel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidos.

La prisión blanda: bienvenido a la telerrepública de tu casa

Uno de los desplazamientos centrales de las técnicas biopolíticas farmacopornográficas que caracterizan la crisis de la Covid-19 es que el domicilio personal —y no las instituciones tradicionales de encierro y normalización (hospital, fábrica, prisión, colegio)— aparece ahora como el nuevo centro de producción, consumo y control biopolítico. Ya no se trata solo de que la casa sea el lugar de encierro del cuerpo, como era el caso en la gestión de la peste. El domicilio personal se ha convertido ahora en el centro de la economía del teleconsumo y de la teleproducción. El espacio doméstico existe ahora como un punto en un espacio cibervigilado, un lugar identificable en un mapa google, una casilla reconocible por un dron.

Si yo me interesé en su momento por la Mansión Playboy es porque esta funcionó en plena guerra fría como un laboratorio en el que se estaban inventando los nuevos dispositivos de control farmacopornográfico del cuerpo y de la sexualidad que habrían de extenderse a la a partir de principios del siglo XXI y que ahora se amplían a la totalidad de la población mundial con la crisis de la Covid-19. Cuando hice mi investigación sobre Playboy me llamó la atención el hecho de que Hugh Hefner, uno de los hombres más ricos del mundo, hubiera pasado casi 40 años sin salir de la Mansión, vestido únicamente con pijama, batín y pantuflas, bebiendo coca-cola y comiendo Butterfingers y que hubiera podido dirigir y producir que la revista más importante de Estados Unidos sin moverse de su casa o incluso, de su cama. Suplementada con una cámara de video, una línea directa de teléfono, radio e hilo musical, la cama de Hefner era una auténtica plataforma de producción multimedia de la vida de su habitante.

Su biógrafo Steven Watts denominó a Hefner “un recluso voluntario en su propio paraíso.” Adepto de dispositivos de archivo audiovisual de todo tipo, Hefner, mucho antes de que existiera el teléfono móvil, Facebook o WhatsApp enviaba más de una veintena de cintas audio y vídeo con consigas y mensajes, que iban desde entrevistas en directo a directrices de publicación. Hefner había instalado en la mansión, en la que vivían también una docena de Playmates, un circuito cerrado de cámaras y podía desde su centro de control acceder a todas las habitaciones en tiempo real. Cubierta de paneles de madera y con espesas cortinas, pero penetrada por miles de cables y repleta de lo que en ese momento se percibía como las más altas tecnologías de telecomunicación (y que hoy nos parecerían tan arcaicas como un tam-tam), era al mismo tiempo totalmente opaca, y totalmente transparente. Los materiales filmados por las cámaras de vigilancia acababan también en las páginas de la revista.

La revolución biopolítica silenciosa que Playboy lideró suponía, más allá la transformación de la pornografía heterosexual en cultura de masas, la puesta en cuestión de la división que había fundado la sociedad industrial del siglo XIX: la separación de las esferas de la producción y de la reproducción, la diferencia entre la fábrica y el hogar y con ella la distinción patriarcal entre masculinidad y feminidad. Playboy acató esta diferencia proponiendo la creación de un nuevo enclave de vida: el apartamento de soltero totalmente conectado a las nuevas tecnologías de comunicación del que el nuevo productor semiótico no necesita salir ni para trabajar ni para practicar sexo —actividades que, además, se habían vuelto indistinguibles—. Su cama giratoria era al mismo tiempo su mesa de trabajo, una oficina de dirección, un escenario fotográfico y un lugar de cita sexual, además de un plató de televisión desde donde se rodaba el famoso programa Playboy after darkPlayboy anticipó los discursos contemporáneos sobre el teletrabajo, y la producción inmaterial que la gestión de la crisis de la Covid-19 ha transformado en un deber ciudadano. Hefner llamó a este nuevo productor social el “trabajador horizontal”. El vector de innovación social que Playboy puso en marcha era la erosión (por no decir la destrucción) de la distancia entre trabajo y ocio, entre producción y sexo. La vida del playboy, constantemente filmada y difundida a través de los medios de comunicación de la revista y de la televisión, era totalmente pública, aunque el playboy no saliera de su casa o incluso de su cama. En ese sentido, Playboy ponía también en cuestión la diferencia entre las esferas masculinas y femeninas, haciendo que el nuevo operario multimedia fuera, lo que parecía un oxímoron en la época, un hombre doméstico. El biógrafo de Hefner nos recuerda que este aislamiento productivo necesitaba un soporte químico: Hefner era un gran consumidor de Dexedrina, una anfetamina que eliminaba el cansancio y el sueño. Así que paradójicamente, el hombre que no salía de su cama, no dormía nunca. La cama como nuevo centro de operaciones multimedia era una celda farmacopornográfica: sólo podría funcionar con la píldora anticonceptiva, drogas que mantuvieran el nivel productivo en alza y un constante flujo de códigos semióticos que se habían convertido en el único y verdadero alimento que nutría al playboy.

¿Les suena ahora familiar todo esto? ¿Se parece todo esto de manera demasiado extraña a sus propias vidas confinadas? Recordemos ahora las consignas del presidente francés Emmanuel Macron: estamos en guerra, no salgan de casa y teletrabajen. Las medidas biopolíticas de gestión del contagio impuestas frente al coronavirus han hecho que cada uno de nosotros nos transformemos en un trabajador horizontal más o menos playboyesco. El espacio doméstico de cualquiera de nosotros está hoy diez mil veces más tecnificado que lo estaba la cama giratoria de Hefner en 1968. Los dispositivos de teletrabajo y telecontrol están ahora en la palma de nuestra mano.

En Vigilar y castigar, Michel Foucault analizó las celdas religiosas de encierro unipersonal como auténticos vectores que sirvieron para modelizar el paso desde las técnicas soberanas y sangrientas de control del cuerpo y de la subjetivad anteriores al siglo XVIII hacia las arquitecturas disciplinarias y los dispositivos de encierro como nuevas técnicas de gestión de la totalidad de la población. Las arquitecturas disciplinarias fueron versiones secularizada de las células monacales en las que se gesta por primera vez el individuo moderno como alma encerrada en un cuerpo, un espíritu lector capaz de leer las consignas del Estado. Cuando el escritor Tom Wolfe visitó a Hefner dijo que este vivía en una prisión tan blanda como el corazón de una alcachofa. Podríamos decir que la mansión Playboy y la cama giratoria de Hefner, convertidos en objeto de consumo pop, funcionaron durante la guerra fría como espacios de transición en el que se inventa el nuevo sujeto prostético, ultraconectado y las nuevas formas consumo y control farmacopornográficas y de biovigilancia que dominan la sociedad contemporánea. Esta mutación se ha extendido y amplificado más durante la gestión de la crisis de la Covid-19: nuestras máquinas portátiles de telecomunicación son nuestros nuevos carceleros y nuestros interiores domésticos se han convertido en la prisión blanda y ultraconectada del futuro.

Mutación o sumisión

Pero todo esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad. Es precisamente porque nuestros cuerpos son los nuevos enclaves del biopoder y nuestros apartamentos las nuevas células de biovigilancia que se vuelve más urgente que nunca inventar nuevas estrategias de emancipación cognitiva y de resistencia y poner en marcha nuevos procesos antagonistas.

Contrariamente a lo que se podría imaginar, nuestra salud no vendrá de la imposición de fronteras o de la separación, sino de una nueva comprensión de la comunidad con todos los seres vivos, de un nuevo equilibrio con otros seres vivos del planeta. Necesitamos un parlamento de los cuerpos planetario, un parlamento no definido en términos de políticas de identidad ni de nacionalidades, un parlamento de cuerpos vivos (vulnerables) que viven en el planeta Tierra. El evento Covid-19 y sus consecuencias nos llaman a liberarnos de una vez por todas de la violencia con la que hemos definido nuestra inmunidad social. La curación y la recuperación no pueden ser un simple gesto inmunológico negativo de retirada de lo social, de cierre de la comunidad. La curación y el cuidado sólo pueden surgir de un proceso de transformación política. Sanarnos a nosotros mismos como sociedad significaría inventar una nueva comunidad más allá de las políticas de identidad y la frontera con las que hasta ahora hemos producido la soberanía, pero también más allá de la reducción de la vida a su biovigilancia cibernética. Seguir con vida, mantenernos vivo como planeta, frente al virus, pero también frente a lo que pueda suceder, significa poner en marcha formas estructurales de cooperación planetaria. Como el virus muta, si queremos resistir a la sumisión, nosotros también debemos mutar.

Es necesario pasar de una mutación forzada a una mutación deliberada. Debemos reapropiarnos críticamente de las técnicas de biopolíticas y de sus dispositivos farmacopornográficos. En primer lugar, es imperativo cambiar la relación de nuestros cuerpos con las máquinas de biovigilancia y biocontrol: estos no son simplemente dispositivos de comunicación. Tenemos que aprender colectivamente a alterarlos. Pero también es preciso desalinearnos. Los Gobiernos llaman al encierro y al teletrabajo. Nosotros sabemos que llaman a la descolectivización y al telecontrol. Utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí. Apaguemos los móviles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan e imaginemos juntos en la revolución que viene.

Fuente: El País

Barrett // Pedro Yagüe (Engendros)

En 1902 la homosexualidad era, entre otras cosas, una injuria. Por eso, cuando don José María Azopardo denunció públicamente a Rafael Barrett de sucumbir en esas malas artes, la enfurecida respuesta del caballero no se hizo esperar. De esas palabras –probable fruto de un impulso fugaz– se desprendieron numerosas consecuencias: un certificado médico que acreditaba la castidad anal de Barrett, un desafío a duelo con Azopardo rechazado por un Tribunal de Honor, una posterior paliza de Barrett al presidente del Tribunal, algunas notas periodísticas que hoy llamaríamos amarillistas, la expulsión de Barrett de los círculos de la aristocracia madrileña, y, finalmente, su llegada a Buenos Aires en 1903.

La vida y obra de Rafael Barrett esconden un sinfín de misterios. Entre ellos, su olvido. El esporádico regreso a sus textos no fue nunca antojo del fisgoneo académico –quizás por eso su general omisión–, sino más bien consecuencia del deseo de recuperar el espíritu insolente y a la vez cálido que daba origen a su escritura.

A principios del siglo pasado, Barrett escribía algo que podría haber dicho cualquier persona sensata de nuestro tiempo: a esta época le falta serenidad, somos incapaces de contemplar la vida con amor inteligente y tranquilo. El vigor de esta sentencia renace cuando sus palabras permiten atender la propia falta de registro sobre esos infinitos detalles que hacen a la vida cotidiana. Esa especie de sensibilidad romántica que los habitantes de las grandes urbes imaginamos en el hombre de campo es recuperada por Barrett como el insumo teórico y político por excelencia. La incapacidad de mirar vivir es la madre miserable de la pobreza intelectual.

Fue mirando vivir que Barrett pudo hablarnos de los espasmos de la vida cotidiana, de la inteligencia altruista de las hormigas, del cinismo amable de la ciencia social, de los peligros de la fe en el progreso científico, de la acechante presencia de los muertos en los vivos, de la eterna juventud del pesimismo. Esa sensibilidad, ese saber mirar, fue lo que llevó a Barrett a la política. 

Habían pasado algunos minutos del amanecer. Bajo una lenta llovizna porteña, Barrett advirtió la presencia de un hombre encorvado que, en plena lucha contra el invierno, revolvía la basura de la noche anterior. Buscaba algo para comer. Una prolongación de su mano en forma de garfio agitaba los deshechos de la inmundicia urbana con la esperanza de encontrar un consuelo para el hambre y el frío. Mientras el hombre –que parecía viejo, aunque tal vez no lo fuera– lograba encontrar un pedazo de carnaza masticada, Barrett sintió por primera vez la infamia de la especie en sus entrañas. 

Cada uno de sus textos y conferencias posteriores se encontró sellado por el odio de aquella madrugada. Es difícil explicar por qué ciertos acontecimientos nos marcan para siempre. Solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria. Hay momentos a partir de los cuales nada puede ser visto como antes. Nadie dudaría que Barrett, la noche anterior a esa madrugada, entendía a la perfección los detalles y las causas de la marginalidad. No fue una revelación intelectual lo que se produjo.

Cuando imaginamos que alguien a quien nos representamos como semejante experimenta un afecto, señala Spinoza en la Ética, somos afectados entonces por un afecto similar. Habría que aclarar que, para que esto suceda, ese otro debe ser construido a través de un proceso de identificación imaginaria. Esta mímesis sensible de la que nos habla Spinoza no se activa al entender al otro como un semejante, sino al imaginarlo como tal. Sospecho que fue eso lo que vivió Barrett durante el amanecer de aquella madrugada. Ese hombre revolviendo la basura dejó de ser un elemento más de la escenografía porteña para transformarse en su semejante. Ambos fueron, entonces, parte de lo mismo, y el hambre que Barrett imaginó fue también su propia hambre.

Las palabras de Barrett vienen desde el llano, desde la experiencia de una vida. Leerlo es un trabajo más sensible que intelectual. Sus textos, olvidados, perdidos, nos invitan a imitarlo: a mirar con los ojos y a pensar con las entrañas.

Engendros – Pedro Yagüe – Hecho Atómico Ediciones

 

Primero no fue el miedo // Marina Chena

Primero no fue miedo. Quizás asombro y la atracción que suscita lo exótico. El nombre extraño de la ciudad de los  mercados mugrientos. Lo primero fue el televisor que proyectaba los números en vivo. Casos, muertos, casos, muertos, casos, muertos.  Mapas llenos de círculos rojos que crecían como la humedad de las paredes. Después las ciudades en cuarentena, la palabra pandemia en boca de todos, la inmunidad  como incerteza. Qué fácil parece ahora la vida anterior a este sopor en el que estamos. Qué simples los cuerpos y su ritmo, su mecánica invisible. Si hubiésemos advertido que el curso de la historia se jugaba en el punto cero del contagio. La peste. La vida desconocida como tal. Quién podrá decir que la culpa no es propia. Que nada hizo para contribuir a la caída, como caen las naranjas en invierno, llenas del sabor que acumularon con la helada. 

El riesgo es una amenaza  imperceptible, omnipresente,  daña más que cualquier peste, más que la helada.  Porque ahora sí, es el miedo y su certeza, los enemigos que sabíamos ahí, en cierta forma inofensivos. Nos habíamos acostumbrado a la mansedumbre y ahora nos hablan de la guerra, como si no tuviésemos que alimentar una vida lo suficiente, dar de comer a los hijos, ganarse el pan. Una vida es tan poco después de todo, cuando hablan de la guerra. En la guerra a escala planetaria, una vida ya no cuenta. Solo se trata de amigos o enemigos y su distribución exacta. 

El deseo, en cambio, es tan distinto,  corre, llama, mezcla lo que no debía mixturarse, enciende por sí solo la soledad de los días. El deseo tomando de los cuerpos su memoria de músculos, la verdad de lo vivo, poder decir aquí he sido amada. Los cuerpos, habituados al cansancio de sostener una rutina de siglos, siguen siendo lo único que ofrece novedad en el desierto humano. O acaso no los han visto inclinarse, parecer vencidos y –sin embargo- encontrar la belleza y el goce. Los cuerpos amputados, torturados, enterrados de mujeres no nos han mostrado que la vida siempre vuelve, que la casa está donde descansan los muertos. 

Quisiera un cuerpo donde alojar la peste, anhelar el contagio y extenderme en otros cuerpos donde encontrar mi morada. Tocar y ser tocada. Saber que no habrá nada que nos proteja de la muerte o de esta obediencia marcial, que acabará siendo lo mismo.

El virus y el psicoanálisis // Pablo Tajman

            Tal como importan las disociaciones en nuestrxs pacientes (y en nosotrxs, sus analistas), disociaciones que no retornan de lo reprimido como formaciones del inconsciente, sino que son puestas en acto, sea como vacíos, como “modos de estar con” o como escenas a veces llamadas “actuaciones” y que tienen fuertes lazos con disociaciones en el “espacio social”,  importan las disociaciones del psicoanálisis con el resto de las disciplinas que se ocupan de “cuestiones sociales”. Un psicoanálisis que no encuentre modos de ocuparse de dichas cuestiones es un claro ejemplo de disociación con la cual el monodispositivo “individual” y la monoteoría freudolacaniana contribuyen en gran medida, entre otras cuestiones, por cómo han quedado ligadas a la idea de profesión liberal y a la idea de estructura ahistórica.

 

            ¿Cómo podemos pensar la relación de los psicoanálisis con los sistemas públicos de salud con mayor o menor nivel de desguace[i] y con los modos de producción que han funcionado como formas favorables a la transmisión del virus?[ii] En principio, volviendo a ubicarnos como trabajadorxs de la salud (y bastante precarizadxs en nuestra gran mayoría, por cierto), lo que nos devuelve a reconocer nuestro lugar en la cadena de producción y reproducción social. En segundo lugar, considerando en todo momento que estamos tomados por estructuras de poder “generizantes”, “racializantes” y “productivizantes” (es decir, tendientes a disponer todo hacia una producción que busca un máximo de ganancia inmediata sin conexión con sus posibilidades futuras de sostenibilidad) entrelazadas entre sí.

 

            En cuanto al virus, ¿no se escuchan en todo momento dos causalidades?: o es culpa de “los chinos que comen cosas raras”, “racialización” que desvía de fijarse en las políticas sanitarias y medioambientales en relación a la producción de alimentos; o es “la naturaleza haciéndonos a nosotros lo que nosotros le hacemos a ella” (tal como dice Zizek en el párrafo final de su artículo[iii]), versión equivalente a aquellas donde la madre naturaleza o dios toman revancha por nuestro mal comportamiento, lo que es bien distinto a decir que los modos de producción como el hacinamiento de animales, el monocultivo a gran escala y el no dejar otra opción a poblaciones empobrecidas más que el tener que explotar lo que queda de bosques y fauna silvestre para poder sobrevivir rompe las barreras que otros modos de producción ponen a la propagación de enfermedades.

 

            ¿Cómo se juega esto en nuestra forma de estar en el mundo y cómo se juega en los tratamientos en los que participamos como analistas? Si no podemos pensar formas de estar con lxs pacientes en las cuales seamos parte participante necesariamente[iv], difícilmente podamos pensar críticamente a las instituciones-dispositivos que dan forma a nuestro estar en el mundo (y al de lxs pacientes).

 

            A pesar del fuerte interés del psicoanálisis por cuestiones relativas a la sexualidad y los vínculos, y a diferencia de ciertos feminismos con sus grupos de reflexión crítica sobre algunos de estos temas, el primero tiene una larga historia de falta de cuestionamiento a las instituciones. Un ejemplo central de nuestro campo: siempre ha tendido a cuestionar el posicionamiento de quien consulta en relación a lo edípico-intrapsíquico en lugar de al mismo tiempo acompañarlx en cuestionar a la familia cis-heterosexual monógama como institución de reproducción política y social que también lx determina. No es común escuchar a unx analista preguntar “¿Este modo de pareja, de familia y de sexualidad que practicás, tienen algo que ver con lo que me contás que te hace sufrir?”[v]. Del mismo modo, lxs analistas no solemos preguntarnos sobre esto en nuestrxs análisis. Más bien buscamos formas de posicionarnos de modos menos repetitivos y sufrientes en las instituciones-dispositivos sociales tal cual vienen dados.

 

            Así como en psicoanálisis no solemos encontrar modos de preguntarnos críticamente por las instituciones de reproducción social (familia, pareja y sexualidad), mucho menos encontramos vías para preguntar o preguntarnos por cómo vincularlas a los modos de producción (de los que somos parte hasta en la más mínima compra). A estos últimos, ni los estudiamos, ni los ponemos en juego en los tratamientos. Aún no hemos cuestionado la idea de trabajo como ideal que usualmente se sostiene en nuestra sociedad. Con la idea-base de prohibición del incesto como garantía social ahistórica, pasamos por alto una de las características fundamentales de la modernidad capitalista: la tajante disociación entre la esfera pública de la producción y la esfera privada de la reproducción de la cual se sostiene la primera, abaratando sus costos basándose en la dominación de las mujeres (cuanto más racializadas, más explotadas) y en la “nuclearización” de la familia que a través de la herencia garantiza la continuidad exponencialmente desigual de la acumulación[vi].

 

            Cuando se le echa la culpa, como decíamos, a “los chinos que comen bichos raros” en lugar de al modo de producción capitalista del cual China es uno de sus epicentros, dejamos fuera de nuestra consideración las remeras baratas, las zapatillas nike y el celular que compramos, producidos por trabajadores altamente explotados que se ven necesitados de comprar comida lo más barata posible para lograr subsistir, comida producida en condiciones sanitarias horrorosas, producción que genera entornos altamente transmisores de enfermedades que en otros entornos productivos encontrarían barreras en espacios y tiempos distintos (y claro, esto no se resuelve solo con la acción individual de no comprar esos productos…). Dejamos fuera, entonces, nuestra implicación personal en dicha cadena como consumidores y, sin necesidad de enunciados xenófobos tan grotescos, podemos estar dejando fuera las implicaciones de nuestra imposibilidad de agruparnos efectivamente como trabajadorxs de la salud, lo que nos lleva, entre otras cosas, a depender de las obras sociales y prepagas para tener un consultorio que nos permita llegar a fin de mes, lo cual, esta vez desde nuestro lugar como analistas, conlleva la misma lógica de no pensar los intermediarios entre quien compra o quien busca un tratamiento y el camino que se da para que sea posible. Podría criticarse el homologar al comprador de remeras con quien busca un tratamiento, pero en términos de quién se queda con la mayoría del dinero pagado directa o indirectamente por la remera o por el tratamiento, esa crítica no me parece pertinente.

 

            Mientras no podamos cuestionar de modos colectivos (o al menos dirigidos a que tales modos colectivos se generen) las formas en que reproducimos las instituciones-dispositivos pareja, familia, sexualidad, trabajo, fuertemente relacionadas a modos de producción y consumo (de alimentos, en esta situación en particular…), difícilmente la clínica pueda ser algo diferente a un adaptacionismo bienintencionado -y, en el mejor de los casos, creativo- al mundo que hay, lo que al mismo tiempo estará diciendo en acto que ese mundo que hay no es modificable.

 

            Si queremos que nuestrx lugar sea el de quienes trabajan con otrxs para lograr otros modos de vida, necesitamos cuestionar las instituciones-dispositivos de reproducción social en las que hemos preferencialmente fijado nuestra atención como disciplina y sus interconexiones con los modos de producción (es decir el tipo de familia, pareja y sexualidad que históricamente el psicoanálisis convalidó y naturalizó en relación a los modos de producción y trabajo y las “racializaciones” necesarias para atar todo ese sistema y mantenerlo “andando”) evitando así el lugar que nos hemos reservado de “opinólogos” de los medios de comunicación sobre por qué la gente se desespera tanto por acopiar papel higiénico en situaciones de crisis.

 

            Empecemos por casa: reconozcámonos trabajadorxs de la salud[vii] precarizadxs en nuestra gran mayoría, registremos cuánto nos angustia eso en medio de esta situación donde gran parte se encuentra sin resto económico (aunque generalmente pertenezcamos a la “clase media” y tengamos alguna red de donde sostenernos) y no nos desconectemos de la “racialización” que hace que, por tomar un ejemplo, en la mayoría de las villas no haya cuarentena posible (hacinamiento de personas y de animales como característica estructural, a no pasar por alto), no al menos al modo de la “clase media”.

 

            Mi propuesta, que se sostiene de la crítica hasta acá desarrollada, es que, al mismo tiempo que colaboramos con y esperamos a que esta situación transcurra lo mejor y lo antes posible, empecemos a agruparnos de modo tal que, al mismo tiempo, la prolonguemos. Sí, propongo que mantengamos el impacto que el coronavirus nos produce personal y profesionalmente, para que cuando llegue algún alivio, no nos alivie del esfuerzo de pensarnos en la red de producción y reproducción que el virus revela, de tal modo de empezar a desandar nuestras complicidades, las involuntarias, las inconscientes, las heredadas y sus superposiciones, para que desde el psicoanálisis dejemos de ser cómplices de instituciones-dispositivos que han colaborado con la generación de esto que hoy vivimos.

 

 

 

 

[i] Queda claro que este mismo virus en otro estado de los sistemas de salud junto con otro modo de interconexión entre ellos daría por resultado una situación bien distinta.

 

[ii] Ver en http://chuangcn.org/blog/ el texto del grupo Chuang “Contagio Social”, Ed. Lazo, 2020, donde se compilan explicaciones de biólogos de izquierda sobre cómo los modos actuales de producción de alimentos generan condiciones favorables a la transmisión de enfermedades. Exceptuando este texto, la gran mayoría de los producidos por referentes filosóficos que han circulado dejan sin cuestionar estos modos de producción y sin historizar el brote actual en relación a otros virus de gripes, de ébola y otras enfermedades.

 

[iii]http://thephilosophicalsalon.com/monitor-and-punish-yes-please/

 

[iv] Ver Stephen A. Mitchell “Influencia y autonomía en psicoanálisis”, Ed. Ágora Relacional, Madrid, 2015  y Jessica Benjamin “Beyond doer and done to”, Ed. Routledge, 2017 y Jessica Benjamin “Los lazos de amor”, Ed. Paidós, 1996.

 

[v] No estoy diciendo que siempre haya que preguntar estas cuestiones, el tema es porqué no aparecen nunca o casi nunca a menos que el paciente las lleve (y muchas veces no encuentran lugar a pesar de esto)

 

[vi] En la disociación entre lo público y lo privado, entre la familia y el trabajo, el trabajo migra mayoritariamente a las grandes ciudades, el ámbito privado de la familia se reduce y tiende a habitar en lugares cada vez más chicos (tendencia al hacinamiento). Ver Antoine Artous “Sobre la opresión de las mujeres” partes I, II y III en revista www.intersecciones.com.ar y Juan Ignacio Castien “Familia y reproducción del capitalismo” en https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/POSO0101130239A/24452

 

[vii] Un analista no puede operar únicamente desde el lugar de trabajador, pero tampoco puede prescindir de él, a menos que quiera que queden negadas sus dependencias económicas, lo cual no es sin efectos en la clínica (y no sólo en la clínica). Queremos que las prepagas paguen las sesiones virtuales y que lxs pacientes particulares continúen sus tratamientos, no solo -como se dice tanto en estos días usando un tono altruista- en beneficio de la continuidad de sus análisis en medio de esta situación tan grave y compleja, sino también porque queremos llegar a fin de mes. Esta es una más de nuestras disociaciones. Somos afectados por las situaciones clínicas (de las que somos parte), por la económica (de la que somos parte), somos parte de las instituciones de producción y reproducción y mejor haríamos en estar en contacto con todo esto en lugar de mantener ese lugar aséptico que nos ha caracterizado hasta la actualidad.

Ir a Arriba