Anarquía Coronada

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Un común sentir. Esquirlas del Miedo #3 // Marcelo Percia

Estos tiempos incitan a imaginar otros modos de lo común.

En la expresión “el sentido común” el adjetivo común indica que se trata de algo que pertenece y aúna a la mayoría normalizada.

Mientras que en el sintagma “un común sentir”, el infinitivo adviene sujeto intervenido por un común que no totaliza ni permanece.

 

Se vive en el terror cuando se siente que un dolor no tiene límites. Cuando no se puede prever su final. Cuando no hay afuera de lo que aflige y amenaza. Cuando no se cuenta con suavidades que, con la sola convicción del deseo, digan: “Esto pasará, si no pasa hoy, pasará mañana”.

 

Solidaridad no se reduce a retóricas altruistas: de la filantropía, de la caridad, de la beneficencia, de las morales sacrificiales, de las buenas conciencias.

Conviene reservar la palabra solidaridad para nombrar una común alegría de dar la cercanía.

 

En el ascensor de una casa de departamentos, en un barrio de la ciudad, colocan un cartel que dice: “Si sos médico, enfermero, farmacéutico o te dedicas a la salud, ¡Andate del edificio porque nos vas a contagiar a todos, hdp! Tus vecinos”.

 

De pronto, la cualidad de la vecindad, de la cercanía, de la proximidad, se vuelve peligrosa enemistad.

Individualismos urbanos incuban secretas violencias comunitarias que, además de vigilar, delatar, husmear, pueden -bajo la forma de tumultos anónimos- amenazar, dañar, expulsar, golpear, matar.

 

Queda llorar cuando duele la vida, cuando entristecen las distancias, cuando lastiman las proximidades, cuando se está ante lo irremediable, cuando no hay a quién llamar, cuando no se puede otra cosa.

 

La expresión mano dura aproxima medicinas con policías.

Una mano dura sanitaria corre el riesgo de olvidar suavidades y firmezas de hospitalidades que cuidan.

 

Ante el riesgo de muerte, entre el Estado y el Mercado, preferible confiar en el Estado. Una autoridad pública responsable que decida, que contenga, que informe, que frene poderes crueles y suicidas.

Pero, ante los límites del Estado, se necesita habitar un común proteger, un común cuidar, un común escuchar. Políticas de cercanías que los Estados no pueden, no saben y que, a veces, temen.

 

La preferencia se presenta como condición débil y restrictiva de la decisión. Se opta por la preferencia cuando solo queda elegir entre alternativas dadas, sin posibilidad ni tiempo de suscitar otros escenarios.

 

La idea de bien común calcula conveniencias. Instala una representación y autoriza voces que hablan en su nombre.

Poderes dicen qué hace bien y qué hace mal para el conjunto, la totalidad, la mayoría. Amparan y persuaden fragilidades que se entregan subyugadas al poder. Que rehúyen conflictividades del estar cerca.

Pero no hay EL bien común. No se puede pretender lo común como uno solo.

Se trata de bienestares y malestares desparramados, dispersiones de intereses y afectividades.

Un común bienestar se presenta como pregunta insidiosa sobre qué beneficia y perjudica a la no totalidad comunitaria.

Lo común no se ajusta ni se acomoda en conjuntos cerrados. No se impone como unidad coercitiva.

Lo común transcurre en franjas de afectaciones que, muchas veces, no se tocan. Paralelismos de bienestares y malestares que, cada tanto, colisionan.

Choques negados o, a veces, admitidos como anomalías, excepciones, escándalos, noticias de color.

 

La vida como presión de productividad resume una exigencia que embelesa a las hablas del capital.

Increíble el consejo psicológico que recomienda aplicar ese patrón de rendimiento en las obligadas estadías en las casas.

Para quienes las tienen, claro.

 

“Todo está muy raro”.

Rarezas nombran desconciertos, extrañezas, suspensiones de lo conocido.

Las rutinas están dislocadas.

Las palabras están fatigadas.

Una común perplejidad solicita ternuras que piensen sin premuras.

Sin la compulsión de volver a la normalidad.

 

Paranoias tienen un enemigo del que protegerse.

Depresiones se abrazan a lo perdido.

Pero cuando no se sabe por dónde viene el ataque ni qué se va a perder, se cae en la incertidumbre.

Incertidumbres y angustias hablan una misma lengua intraducible.

 

Grupos racistas, neonazis, supremacistas amenazan con salir a propagar el virus entre la comunidad judía de Nueva York.

 

Acciones de contagio como armas de exterminio sobrevuelan como verosímiles de una civilización habituada, en situaciones de pánico, a protegerse seleccionando vidas.

 

Se respiran peligros: no se sabe si sí o si no, ni dónde ni hasta cuándo, que no te beso, ni te abrazo, ni me acerco, que si estuve o no estuve, que si toqué o no toqué, que si me despido o espero.

La inminencia no cesa.

La indeterminación no da descanso.

 

La declaración “Hoy no hice nada” se escucha como confesión de un delito o una falta de iniciativa, de voluntad, de creatividad.

El sentido común confunde tiempos de perplejidad, con desgano o depresión.

Un día sin logros ni resultados se sentencia como perdido.

 

“Cuando esto pase, te voy a abrazar”. Solo una frase alcanza para alojar lo venidero.

 

En películas del fin del mundo, se ven multitudes desesperadas dispuestas a cualquier cosa para no morir.

Poderes que disciplinan y castigan no alcanzan, incluso muchas veces no sirven.

Además de gobernar, se necesita encantar lo común: un deseo de cercanías que dan el dar.

 

A la jefa de la terapia intensiva del hospital Vera Barros de la ciudad de La Rioja, el test de coronavirus le da positivo. Incendian su auto, dejan sobre el parabrisas un cartel que dice: «Ratas infestadas. Váyanse”.

 

Aunque cueste decirlo, una común violencia resquebraja utopías e idealizaciones de la vida en común.

 

No somos seres biológicos ni seres matemáticos, acontecemos como sensibilidades que se tocan, se huelen, se respiran, mientras encantamos o destruimos la vida con palabras.

 

Una cosa vidas que tienen donde ir y se protegen en un común estar. Otra, hacinamientos que amontonan y apilan vidas menospreciadas.

Una cosa quedarse en casa, otra en manicomios y cárceles.

Instituciones que encierran ejecutan muertes encubiertas.

 

Ahora que el sentido común choca y se escandaliza con los horrores de los encierros, duele más no haber terminado todavía con los manicomios.

Ni con el sentido común.

 

El virus no iguala, ahonda desigualdades.

El 2 de mayo La Garganta Poderosa publica este tuit: “Murió por coronavirus una vecina de la Villa 31. No murió, ¡la mataron de abandono!». La mujer de 84 años, madre de la primera joven que enferma en la villa, compartía en baño con once personas.

 

Cuando se ven los mapas llenos de puntitos rojos, se piensa: “No hay a dónde ir”.

No hay protección por fuera de un común cuidar.

 

La pregunta: “Alguna novedad” revela, en estos días, un lado incómodo: la obligación de tener algo que contar por encima de los números que reportan muertes y contagios.

 

De golpe, sentimos angustias no solo personales y comunitarias, también sentimos aflicciones de todas las existencias que respiran, de las que no se ven, de las que se comen y se corrompen. Sentimos aflicciones de la tierra, del agua, del aire.

Sentimos la común angustia de lo vivo.

 

Racionalidades epidemiológicas vaticinan que tras el virus (sin contar la mala suerte) sobrevivirán las criaturas más aisladas, más fuertes, más sanas, más jóvenes, más ricas.

Esos destinos estadísticos no tienen en cuenta amores y cercanías, ni siquiera como albures inmunitarios.

 

Las palabras están más indecisas que nunca.

Cada tanto un pensamiento tropieza con una idea, entonces caen montones de preguntas.

 

La destrucción del hábitat de vivientes que no hablan y la crianza de esas vidas cautivas, hacinadas, deprimidas, mal alimentadas, tratadas con químicos; favorecen mutaciones de virus que luego pasan a arrogancias hablantes, cada vez más indefensas.

 

La vida no depende de sistemas inmunológicos personales, sino de necesarios equilibrios entre ecosistemas de todas las existencias que alberga la Tierra.

Cada muerte por el virus ocurre como deceso individual, pero recuerda que se está extinguiendo la común corporeidad.

 

Asistimos a frustradas explicaciones que comienzan diciendo “siento que…”.

Sentimientos que no se terminan de decir, que no se saben decir, que se está viviendo sin que se puedan saber.

Sentimientos a la deriva que pasan de una cosa a otra, sin poder reconocerse en los fragmentos desacoplados de las normalidades rotas.

Así, las angustias.

 

 

«Un fantasma recorre el mundo» // Lila M. Feldman

Qué hace lo neoliberal con la libertad?

La vuelve slogan. Bandera que promete y construye servidumbre. Spinoza se preguntaba: por qué los hombres luchan por su servidumbre como si se tratara de su libertad?

Hoy esa pregunta se actualiza en las calles y escribe un capítulo más.

Qué los irrita tanto? El fantasma de la «desposesión», para aquellos que consideran que las posesiones son un «privilegio de clase» y que el gobierno neoliberal del mundo jamás debe verse amenazado. El Manifiesto Comunista nos arroja una primera frase, ya célebre: «un fantasma recorre Europa». 

 

Hoy un virus recorre, literalmente, el mundo. Sin embargo, el fantasma comunista sigue vigente. Tal vez lo que sigue susurrando es que el mundo podría ser distinto…

La libertad para lo Neoliberal es un bien regulado desde la lógica de la desigualdad. (Se instituye la desigualdad como forma naturalizada de administración y distribución de Derechos y libertades). La libertad se vuelve más bien sinónimo de “interés”. Tener libertad es la capacidad de cuidar, privilegiar, los propios intereses. La revolución neoliberal ocurre en nombre de la libertad (mercados, países, hombres libres) pero destruye su fundamento en la soberanía tanto en los Estados como en los sujetos. Los sujetos, emancipados de todas las preocupaciones por lo público, lo social, lo colectivo, lo político, se insertan en las normas e imperativos de la conducta del mercado y se integran en sus propósitos.

De qué modo se puede desear la servidumbre, en qué condiciones la servidumbre puede volverse el modo de afirmar la vida? ¿De qué maneras la servidumbre puede ser significada como liberación? Su perversión es la construcción de esa ficción. Sabemos que en ocasiones los hombres prefieren el orden a la confusión, al precio de la ceguera. Pseudo libertad, hecha de pasividad y dependencia, y la promesa (también economicista) de distribución y reparto de premios y castigos, de cielo e infierno, según los grados de sumisión y sacrificio.

Que dirían aquellos que participarán de la marcha de los barbijos? Que el miedo es soberano y que un mundo no capitalista para muchos es peor que la muerte, y allí van. Hay luchas que atraviesan nuestra Historia toda. 

Parece que Marx y Engels lo sabían.

 

Amor por el fantasma del futuro: hacia una ética y política de lo no humano   // Silvana Vignale[1]

El mundo ya no será el mismo, nos decimos. Están cambiando las condiciones de posibilidad de nuestra experiencia histórica. Toda pregunta por “el día después” -sabemos que no existe tal día-, debería comenzar teniendo presente uno de los principales a priori históricos de nuestra experiencia: el humanismo.

¿Continuaremos haciendo loas a nuestra humanidad, cuando es en nombre de ella que se atenta contra el medioambiente -ya desde antes, incluso, que el concepto de apropiación industriosa del liberalismo quedara atado a la dignidad humana, y que la relación del hombre con la naturaleza y con los demás seres fuera de dominio-? ¿Seguiremos hablando de tratar los temas políticos y económicos atendiendo a lo humano, cuando es en nombre de la humanidad que se busca proteger a unas vidas -mientras se confina a la mayoría a la precariedad, a la marginalidad, al hambre y a la muerte-? ¿Hablamos de salidas humanitarias a la crisis, cuando esa crisis es la que nosotras y nosotros mismos hemos provocado, ignorando acontecimientos como los inmigratorios y formas de desplazamiento de las poblaciones, por la guerra y por la desigualdad en el mundo? ¿De ayuda humanitaria cuando eso se refiere a los víveres que los aviones de guerra descargan en los pueblos de medio Oriente, después de haber descargado bombas? ¿Seguiremos hablando de la humanidad, cuando en sus enunciados se dice hombre como equivalente a ser humano?

Jamás traicionar a la humanidad. Ese es el imperativo categórico kantiano. ¿No debiéramos ya sospechar de él?: «Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio» (AA IV: 429). Ya sabemos entonces, un tiempo después, qué quería decir ahí «humanidad». Se convirtió en paradigma de una ética que en realidad sirve al dominio destructivo del ser humano sobre la naturaleza, al dominio del alma sobre el cuerpo, del varón sobre la mujer, y al dominio y la violencia de unos sobre otros. La noción de persona, en nuestro más alto imperativo formal, lo respalda: como dispositivo teológico-político, siempre sirvió a los fines de la dominación. Los crímenes contra la humanidad se han organizado en torno, una vez más, de garantizar la continuidad del pacto o contrato: es la doble vara de los derechos humanos, universales e inalienables, que sin embargo son pasados por alto por las organizaciones internacionales cuando no está en juego el orden político y económico de los países que eligen las palabras con las que se ordena el mundo.

No olvidemos al respecto qué es lo que permitiría en el universo moderno hallar el camino de la Ilustración: la salida de la auto-culpable minoría de edad. La salida de la infancia, para encontrarse con una mayoría de edad que es la de la libertad de pensamiento, la que mientras emancipa nuestro entendimiento de los dogmas religiosos, nos ata a la obediencia de lo político, limitando nuestra libertad de acción y reacción, gestionando nuestras fuerzas, aumentando nuestra capacidad productiva, debilitándonos en nuestra capacidad de reunión y de acción política. Gestionando la obediencia mediante los usos público y privado: no olvidemos también que esa gestión constriñe a las mujeres a una doble subordinación: cuando el ámbito de lo privado es el confinamiento a lo doméstico. En todo el proceso de esta emancipación, las luces que inventaron las libertades, inventaron también las disciplinas, como decía Foucault: es el dominio y constricción de unas fuerzas por otras, el pago de una servidumbre voluntaria por otra servidumbre voluntaria.

Nos toca ante la neutralidad valorativa y la objetividad científica señalar, una y otra vez, las relaciones entre el poder y la verdad. Blanquear para siempre el interés de toda ética y la perspectiva de toda mirada. Quizás, y nuevamente, haya que buscar una ética que presuponga la felicidad, pero desde móviles materialistas y no formales. En la infancia se encuentra el desconocimiento de la felicidad en su relación con el deber, con la responsabilidad, con el mérito, con la deuda moral, con la deuda económica. El desconocimiento de la falacia del mérito como premio al mayor esfuerzo. Retrotraernos a una ética no meritoria, sin recaer en ningún dogma. Una ética que no se encuentre fundada en la promesa, y con ello, en la confiscación de todo tiempo futuro.

El desafío es la salida al dispositivo teológico-político y a los disfraces de la servidumbre. El de una felicidad que no se merezca ni pretenda ser universal como la verdad. Al fin y al cabo, nos hemos contado una historia de la verdad y de la política, que es también la historia del olvido de la infancia como territorio inocente, libre de culpa y de deuda. La historia de la verdad para Occidente no ha sido sino la historia de la humanización, la historia del olvido de lo corpóreo, de lo que atañe a la vida, de la circulación de los afectos, en pos de la garantía de seguridad y obediencias a un orden político que hace de la singularidad de los sujetos, un individuo abstracto; la historia de los universales que funcionan como dispositivos de captura de los cuerpos, que quedan oscilantes entre la persona y la cosa. No se equivocaba Nietzsche cuando se preguntaba si la filosofía no ha sido hasta ahora una interpretación del cuerpo y un malentendido sobre el cuerpo. Son los cuerpos los que hoy alojan un virus que pone en crisis ese orden político y económico, que parece atender mejor la gestión de la muerte que la de la vida. Es la circulación de algo entre los cuerpos y no del dinero lo que marca el punto de inflexión en las transformaciones de nuestra experiencia histórica, a pesar de aquella historia del humanismo, de la verdad y de los universales.

¿Y cómo pensar una política de lo no-humano, una política o una comunidad política que se desenlace de lo humano, para enlazarse a otras formas de relación, en una nueva economía afectiva, de vínculo con los otros seres, con el mundo, con la naturaleza, también con nosotras y nosotros mismos? ¿Es posible una política no-humana, una política distinta a la del hombre y los derechos del hombre, una política que incluya lo femenino sin que lo femenino se reduzca a las figuras de lo maternal y del cuidado, al ámbito de lo privado, del amor al prójimo, del amor desinteresado? ¿Una política que incluya a los animales no como objetos de nuestra violencia y consumo, sino como aquellos con quienes compartimos un mundo? ¿Cómo pensar en una política no ilustrada, una política que no se jacte de los usos prudentes de la razón; una política desde una intimidad no mediada por la representación, que la restituya al ámbito de la materialidad de los cuerpos, a otras formas de relación con la vida? ¿Es posible una política de la infancia en la que nuestras relaciones ya no se funden en la ficción culpable de la caída, que no se funde en las relaciones entre acreedor-deudor?  ¿Es posible una política inocente, como la de la tercera transformación de la que habla Zaratustra, la del niño como un primer movimiento de una rueda? ¿Una política que deje en la historia y en ruinas a categorías como las de persona, individuo, yo, sujeto, libertad individual, y por supuesto, hombre? ¿Una política que no nos aprese en una identidad, que no ponga al cuerpo secundado al alma o a un cogito, que atienda la circulación y la multiplicidad de fuerzas, de gestos, o de afectos? ¿Una política que no decrete cuáles vidas valen y cuáles no, que no establezca distinciones humanas?

Si todavía es pensable como metáfora y como destino que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro en la arena, convenga considerar que no siempre los fantasmas son fantasmas del pasado. También existen los fantasmas del futuro, los que esperan para que ser encarnados: «más elevado que el amor a los hombres es el amor a las cosas y a los fantasmas. Ese fantasma, que corre delante de ti, hermano mío, es más bello que tú; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos?».[2] Un amor flecha, un amor por el por-venir.

 

[1] Doctora en Filosofía. Investigadora en CONICET. Contacto: svignale@mendoza-conicet.gob.ar

[2] Nietzsche, Friedrich (1998). Así habló Zaratustra. Buenos Aires, Alianza, p. 102.

Cuerpo aislado, revuelta y poesía // Salvador Schavelzon

 

Ante el peligro, la holoturia se divide en dos:

con una parte se entrega para ser devorada por el

mundo,

con la otra huye.

Se divide violentamente en pérdida y en salvación,

en multa y premio, en lo que fue y lo que será.

En el centro del cuerpo de la holoturia se abre un

abismo

de dos orillas repentinamente ajenas entre si.

En una orilla la muerte; en otra la vida.

Aquí la desesperación, allá el aliento.

Si existe la balanza, los platillos no se mueven.

Si existe la justicia, hela aquí.

Morir lo necesario, sin exagerar.

Crecer de nuevo a partir de un despojo rescatad

Sabemos dividirnos, es verdad, también nosotros.

Pero sólo en cuerpo y susurro interrumpido.

En cuerpo y en poesía.

A un lado la garganta, a otro la risa

ligera, rápidamente sofocada.

Aquí el corazón pesado, allá non omnis moriar,

tres pequeñas palabras como tres plumas al vuelo.

El abismo no nos corta en dos.

El abismo nos rodea.

AUTONOMIA, poema de Wislawa Szymborska, 1972

In memoriam Halina Poświatowska

 

El poema de arriba me llegó vía whastapp como cadena iniciada por amigos que organizaron la lectura diaria de poesía para llevar mejor la cuarentena. El mismo me llamó la atención porque dialoga con la fractura que veo hoy -¿siempre?- recorrer nuestro mundo. Vivimos un momento en que el corte de las rutinas anteriores abre un estado de interrogación, donde somos convocados a pensar en el final de muchas cosas, con dificultades extraordinarias y no previstas que nos juntan y nos dividen, nos acerca a una causa común, pero nos separa en la forma en que cada uno puede ejercitar una buena distancia.

 

Con el confinamiento, queda en evidencia la artificialidad del arreglo en que vivimos cuando todas las funciones, actividades o servicios son redefinidos o mantenidos sólo después de nueva y sucesiva confirmación. La programación colectiva y pacto social se explicita y, aunque aparentemente estemos imposibilitados de discutir los términos, pareciera estar siendo modificado para ser firmado nuevamente. Tenemos el Leviatán del otro lado de la mesa exigiendo nuevas condiciones antes de restablecer la seguridad y el orden social. ¿Podremos mantenernos sin firmar?

 

El poema está dedicado a la memoria de la poeta polaca Halina Póswiatowska, muerta a los 32 años debido a cardiopatía y problemas respiratorios adquiridos cuando era niña, durante la ocupación nazi de Polonia. Es imposible separar el funcionamiento biológico de la vida político social. Este texto busca pensar en esta intersección, en la encrucijada en que nos encontramos.

 

La holoturia, también conocida como pepino de mar, es un equinodermo tentacular utilizado en Oriente como plato gastronómico y también en la medicina tradicional, incluso contra malaria y artritis, al igual que la hidroxicloroquina… De acuerdo con una búsqueda rápida en internet, vemos que este ser del fondo del mar tiene capacidad de auto desmembrarse en caso de peligro, regenerandose después a partir del cuerpo que resta. En caso de amenaza, la holoturia expele partes del abdomen, genitales, intestino y pulmón a través del ano o de grietas en la piel, como modo de amputación que distrae los enemigos. En la poesía de Szymborska, la expresión latina “non omnis moriar”, venida de un verso de Horacio, se traduce como “no moriré totalmente”.

 

¿Cuál es la fisura que, como en el cuerpo de la holoturia, separa hoy la vida de la muerte, el peligro de la posibilidad de sobrevivir? Pensando en el nivel del funcionamiento de la vida social, la poesía permite entender el desafío de la necesidad de revuelta que se impone más allá o junto a la necesidad de preservación física. Significa mantener en pie la necesidad de lucha que la nueva situación no posterga, ni suspende en su urgencia.

 

En la pandemia renunciamos, de forma voluntaria o propuesta por el Estado, a mucho de lo que nos era familiar. No nos acercamos unos a los otros como antes y paramos de circular territorialmente fuera de los lugares en que dormimos. Lo inédito de las medidas alcanza también a la interrupción de la producción, a la venta y distribución de variadas mercancías. Mismo que sea momentáneo, notablemente se interrumpe aquello que no se suponía que podía parar.

 

El planeta vuelve a mostrarse más difícil de ser destruido que el capitalismo y la especie humana, ambos fragilizados simultáneamente. Nuestra especie se diferencia ahora no por las cualidades específicas de su civilización (capacidad de lenguaje y comunicación, de trabajo abstracto, de ley, de historia) sino por una nueva fragilidad respiratoria que exige interrumpir todo. Forzada a salir momentáneamente de la arrogante idea de control de la naturaleza, reaparece nuestra conección con el resto del ambiente como algo inocultable. Nos encontramos en un universo donde no estamos solos y gotículas, virus, remedios, murciélagos y oxígeno producido por selvas se conectan en un único tejido. El capitalismo no se muestra desarticulado, sino inesperadamente muestra su subordinación a la vida, casi nunca puesta en evidencia.

 

Durante la pandemia, encontramos una igualación de todas las personas impuesta por la dependencia de iguales condiciones pulmonares para poder respirar pero, como la holoturia frente al peligro, ella también nos divide. A pesar de los discursos de unión y de un imaginado cuerpo social cohesionado que nos convoca como población, como país, como familia, suspendiendo la individualidad por la posibilidad de que cualquiera se contagie, en realidad muchos son obligados a continuar circulando. Quien tiene que garantizar la distribución de bienes esenciales y cuidado de la salud se vincula todavía a la idea recuperada de que somos un “social”, pero por una lógica de sobrevivencia muchos otros deben circular con efectos en dirección contraria al nuevo consenso general. Mientras un rumbo unificado revitaliza la idea de Welfare State la realidad -respiratoria y económica- de muchos muestra la inevitable falencia de cualquier Estado para lidiar con los que nos desafía viralmente. 

 

La resistencia que la holoturia nos propone, eyectando parte de ella para preservarse, puede ser leída con perversidad neoliberal o evolucionista, de sobrevivencia de los más aptos, los más fuertes o con más recursos para superar la enfermedad… conseguir un lugar lugar de internación en el hospital en caso de necesitar, frente al descarte de los que no conseguirán, los perdedores en la competencia de todos con todos por no enfermarse hasta que la curva de óbitos, y colapso del sistema de salud, se estabilice. La biología se encuentra con la economía y la sociedad en las manos del Estado, como administración de camas, ciudadanos, muertes y virus en el aire. Pero la holoturia inspira a la poeta también de otra manera.

 

Cuando el poema de Szymborska se refiere a la autonomización defensiva de la holoturia presente también entre nosotros, los humanos, lo que el cuerpo emite y deja ir, como susurro asfixiado, es la risa y el poema. El abismo no nos divide de forma simple, alejando la muerte de nosotros: el peligro nos circunda. Entre nosotros, lo que no muere parece no ser apenas nuestro cuerpo, que se protege, sino también lo que sale de dentro nuestro. Pensando en la pandemia, podemos encontrar por este camino un lugar que está más allá de la protección más inmediata del cuerpo y de la salud. La experiencia de vivir en cuarentena nos permite imaginar pequeños actos insurreccionales o creadores que se encuentran en este lugar, todos los días, entre el heroísmo, la transgresión, más allá del encuadramiento.

 

Más allá del Leviatán y su intento de administrar la naturaleza en la búsqueda de un antídoto que elimine el peligro y nos devuelva los poderes de super hombres dominantes del planeta, no encontramos apenas la irresponsabilidad de algunos capitalistas, la ignorancia de determinada verdad científica, la inconsciencia o el cansancio que avanza contra lo social. Más allá del cuidado del cuerpo, entregado a las autoridades sanitarias, cuando todo es re-evaluado se abre la posibilidad de superación de esta orden social donde lo que hoy nos ataca fue engendrado. 

 

Sin cuestionar la organización del mundo que hoy entra en suspensión, encontramos la posición homicida “sincera” de quien dice que el país no puede parar y los intereses de la economía son prioritarios, pero también una defensa hipócrita de la cuarentena que no toma en cuenta la incapacidad de protección frente al virus de quien es obligado a salir, y no puede adoptar el confinamiento. Una tercera piensa contener la circulación con desarrollo de un control autoritario en nombre del bien que tendrá consecuencias posteriores imprevisibles. No nos sirve ninguna de esas posiciones políticas que hoy organizan la discusión de gestión política estatal. El virus se mantiene en el aire, pero sólo algunos lo encuentran. Y de esa manera no discutimos cómo generamos colectivamente la obligatoriedad de esta circulación de una parte de nosotros que será sacrificada, como en la defensa de la holoturia.

 

Industriales y gestores del Estado asesorados por expertos miden si va a haber mucho contagio, o cuentan ya con la previsión de infecciones y muertes como parte del cálculo político o empresarial. Comparan tablas de contabilización de infección y muerte en países, provincias, ciudades, barrios, lugares de trabajo. Millones de cuerpos relacionados con la suministro y distribución; con la sobrevivencia y con la subordinación jerárquica en el contexto del trabajo, ya tuvieron el botón de “continuar” accionado. Ven como el círculo íntimo los tratan como apestados, sin el heroísmo reconocido a los trabajadores de la salud, que también deben adecuarse a una lógica de guerra sin los cuidados correspondientes.

 

Pensando en el cuerpo social único que se preserva para regenerar, la orilla premiada en el poema, la necesidad de defensa demarca un nuevo limiar civilizacional y de ciudadanía entre los que están dentro y los que quedan fuera. Esos conceptos se aplican porque involucran siempre la definición de quién será excluido. En la cuarentena, los de adentro son los que cuidan, los que pueden cuidar de sí y ser cuidados. Quien circula, tose sin cuidado o promueve la circulación, no participará de la civilización de los vencedores de la pandemia. Junto con los dispensables por el lucro o la exclusión, la orilla de la vida delimita también un buen gobierno y otro no contribuyó a que la curva se aplane.

 

Sorprende el tamaño de la nueva coalición. Conociendo los participantes, nos preguntamos hasta dónde podremos avanzar juntos sin repensar nuestra vida en el mundo y como, de hecho, cualquier nuevo pacto social dejará a muchos en el camino. ¿O será que nos exigen dejar cualquier diferencia para después? Veremos la regeneración de una socialdemocracia cínica, que celebra la vuelta del Estado pero no va a divorciarse de los mercados y continuará apostando en el mismo modelo de producción.

 

El viejo mito de la comunidad nacional está hoy a la orden del día, como un abrazo con el codo de empresarios en busca de recursos públicos, trabajadores obligados a responder a la pandemia a partir del margen de cuidado que les es permitida, sin ser consultados… y un Estado especialmente dedicado a preservar el orden. El nuevo pacto social, así, estará más cerca de los mensajes de nueva etiqueta sanitaria incorporada por marcas que no aplican esos cuidados a la circulación y trabajo que ellas mismas generan; o por las medidas de suspensión producto de la necesidad de mantener vivos a quienes necesitan volver a trabajar, antes que por una movilización social de cooperación y fuerza creativa.

 

Si el Estado de modelo chino, fascista o progresista fracasa, y el capitalismo verde del Green New Deal no convence a nadie, tal vez encontremos una mezcla de formas viejas con un nuevo funcionamiento post pandemia que incorpore las transformaciones que ya estaban encaminadas y que, ahora, se aceleran. Naciendo de la rapiña intercapitalista de los que se beneficien de las ruinas y de la falencia de un capitalismo “nacional”, un capitalismo menos controlable por el Estado avanza apostando fuertemente a las nuevas condiciones de distribución y venta, apoyadas en la producción ubicua y descentralizada que depende de una precariedad de la fuerza de trabajo con costo cero y sin ningún compromiso con la vieja idea de lo “social”.

 

Por este camino, vemos una separación que redefine el capitalismo entre el asalariado y el precario; con o sin renta y jubilación; entre la fábrica y la plataforma de geolocalización; entre especulación financiera, servicios, informalidad y endeudamiento generalizado. El abismo nos circunda, y es otro el lugar donde debemos estar. No hay solamente un modo de enfrentar la pandemia, aunque, como en tiempos de guerra, exista apenas un solo comando general. Es en el lugar de las luchas donde es posible romper la jerarquía obligatoria del consenso y revisar las recetas y diagnósticos construidos con la fuerza de estadísticas que oponen muerte a vida pero no permiten preguntar cuál vida.

 

Contra la nueva civilización que se mantiene siendo la misma, o como fragmentación que sale de un cuerpo común y toma un nuevo rumbo, nos preguntamos por el espacio para una insurgencia que construya un mundo nuevo con otro ritmo y otra orientación principal. ¿Cómo luchar, hoy, cuando se imponen restricciones al encuentro y las herramientas de control se perfeccionan? ¿Cómo podemos cuestionar un modelo de desarrollo, de Estado y de ciencia que, lejos de mejorar los modos de existencia y subsistencia de millones, se relaciona con las condiciones de posibilidad de la pandemia, y con las dificultades y falta de preparación para enfrentarla en que nos encontramos?

 

El peligro -muestra la holoturia- puede obligar la invención de algo nuevo. Un poco de voracidad por el mundo y un poco de fuga, que nos permita volver como fantasma que recorre cualquier nuevo pacto como opción fatalista. Rechazando que para preservar la vida sea necesario renunciar a la risa o la poesía, o de la revuelta, la pandemia nos convoca a buscar caminos para que una movilización semejante y mayor a la actual se oriente también para el cuestionamiento del orden social, con nuevas instituciones que nacerán, otro régimen de relación con el mundo no humano, y que de forma independiente pueda ser también una respuesta a la pandemia.

 

Si el capitalismo también mata, enfrentando los jóvenes que no pueden quedarse en cuarentena con los más viejos sin cupos de internación suficientes; mientras se eliminan las jubilaciones y los derechos laborales; es necesario mantener en el aire la posibilidad concreta, de acción que construye un nuevo terreno y no apenas imaginación o prefiguración, para reaccionar evitando trabajar por el restablecimiento de eso mismo que debemos desarticular. Si todo lo que es viral se mantiene en el aire, no nos asfixiemos dejando la solución en manos de los que apuestan al caos de la desesperación, o al orden de la represión.

 

Entre el resentimiento y el coraje, la resignación y la fuga, se abren dos formas de actuar, como dos mitades. Una vive el confinamiento como fin de mundo, buscando desesperadamente repararlo en el sentido anterior. El otro es el desafío casi imposible, pero al mismo tiempo imprescindible, de no transitar dentro de cualquier consenso si no es con autonomía, manteniendo la lucha en el aire, contra todo nuevo pacto que nos impongan, para que todos podamos respirar.

 

 

 

Salvador Schavelzon es antropólogo, docente e investigador en la Universidad Federal de São Paulo, Brasil. 

 

Texto publicado en portugués en https://n-1edicoes.org/textos-1

 

 

Guerra y revolución: el caso Venezuela // Tinta Limón Ediciones

Palabras previas al libro “Venezuela crónica. Cómo fue que la historia nos trajo hasta aquí”, el libro del periodista y escritor José Roberto Duque, que muy pronto estará en librerías.

“Rebatir esa estupidez con los discursos y con los hechos es fácil. Pero la verdad ya no convence a nadie; la propaganda tal vez haga dudar incluso a los fanatizados, pero la verdad no. No es diciendo ni demostrando verdades como se detendrá el aparato de guerra de Estados Unidos contra Venezuela”.

J.R.D.

La hipótesis central de este libro es que para pensar la Venezuela actual hay que volver cien años atrás, a 1917, momento en el que se descubre que el país está asentado sobre una gigantesca reserva de petróleo. El inicio de la explotación de este carburante, con criterio intensivo y de exportación, es un hito fundacional y constitutivo; y de allí derivan las disputas políticas, económicas y sociales que marcarán todo el “corto” siglo XX venezolano: la incorporación del capital extranjero para su explotación, el desarrollo de una oligarquía financiera parasitaria, el desplazamiento de la producción agrícola, la formación de las ciudades modernas, la consolidación de una cultura rentística, la necesidad de controlar los recursos naturales.

El otro momento –el que inaugura el siglo XXI– es el Caracazo. Desde 1989 Venezuela experimenta un proceso de transformación social que la vuelve un caso de inevitable atención para la investigación política. El ciclo de resistencias callejeras contra el neoliberalismo, que en Latinoamérica forjó experiencias de lucha y organización disímiles y potentes, dio forma en Venezuela a un chavismo popular que, a lo largo de casi tres décadas, ensaya modos de organización e institucionalización de aquellas resistencias. La segunda hipótesis es, entonces, que este nuevo ciclo que se inicia con una revuelta popular dará lugar al chavismo como un tipo de gobierno, pero también y sobre todo, al chavismo como subjetividad del desborde, de la crisis; un modo de la política “más allá” del Estado y del propio Hugo Chávez.

Una constante de esta trama, que va del ‘17 a nuestros días, es la obstinación con la que Estados Unidos intenta apropiarse del petróleo que yace bajo esas tierras caribeñas. En este punto, la relación entre capitalismo y energía cobra relevancia. Es decir, la vulnerabilidad o autosuficiencia de un país depende de la capacidad de controlar alimentos, energía y minerales, explica José Roberto Duque; pero en Venezuela, específicamente,la gestión de la energía fósil es lo que ha moldeado la historia. Solo desde allí se pueden pensar la democracia y la soberanía. El problema del uso soberano del petróleo y de los bienes comunes, en términos más generales, es el problema político central de Venezuela.

Es evidenteque la intensidad con la que los intereses de Estados Unidos se ponen en juego en territorio venezolano no tienen parangón en el Cono Sur. Mientras se cierra este libro las tropas estadounidenses navegan por las costas venezolanas en el marco de una supuesta operación antidrogas, el presidente Donald Trump le puso precio a la cabeza de Nicolás Maduro y toda la plana mayor del gobierno es acusada de ser una banda narcoterrorista que busca inundarde cocaína a Estados Unidos para dañar a su población. 

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“Estamos en guerra”, dice Duque, mientras escribe estas páginas en medio del segundo apagón eléctrico que afecta al país en 2019. Nada puede ser leído fuera de esa clave. Nada sucede en Venezuela fuera de esa lógica. Duque escribe desde las trincheras de la Venezuela profunda, abigarrada; y desde ahí despliega su mirada de cronista e historiador anclado en el presente, atento a la creatividad popular que reinventa los modos de vivir.

Para el sentido común Venezuela es hoy un Estado Fallido, la encarnación de todas las insuficiencias y males. Su imagen condensa el devenir autoritario y antidemocráticode un régimen socialista, además desvirtuado por el despilfarro y la corrupción, por el hambre, la violencia y la violación sistemática de los derechos humanos. Venezuela es una palabra encarnada en la coyuntura política latinoamericana, que funciona como lo otro de la república (anatema en los medios masivos de comunicación), índice de las posiciones de cada país en el plano geopolítico. 

“Vamos a terminar como Venezuela”, amenazanlos defensores del neoliberalismo para seguir sus recetas de ajuste y disciplinar cualquier iniciativa democrática que intente cuestionarlas o amplíe la participación popular.Porque el problema de la república –de la división de poderes, del funcionamiento de la democracia liberal– está en el corazón de la crítica a Venezuela,destinataria de un repertorio de estrategias de contrarrevolución a nivel regional, que ocupa el lugar del “mal”, como “el terrorismo islámico” a nivel global.

Y en esa trama, los organismos internacionales y las ONG cumplen un rol activo como árbitros “desinteresados” de los valores democráticos y Estados Unidos como gendarme de estos valores. El ejemplo más reciente es el informe de la ONU sobre los derechos humanos en Venezuela de julio de 2019, también conocido como informe Bachelet, que difundió cifras incontrastables, imprecisiones, fallas metodológicas y datos de fuentes vinculadas a sectores de la oposición y fue ampliamente replicado.

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En suma, el caso venezolano es ejemplo de lo que no se puede nombrar si no es para rechazarlo. Frente a esta verdad irrefutable, Duque mismo se pregunta si hay o hubo una Revolución en curso en Venezuela. En esta línea, rearma un recorrido cronológico que permite vislumbrar, desde 1917 en adelante, cómo se reproducen las vidas, cómo se configuran materialmente. Venezuela es la segunda reserva de petróleo mundial, luego de Arabia Saudita: de la geopolítica a la subjetividad, el petróleo es un elemento clave en la configuración de la realidad venezolana. Es determinante en su organización social y económica, sobredetermina consumos y formas de gestionar los vínculos y las distancias.

Más que la república o la democracia, entonces, el problema es la relación entre el petróleo y la guerra: la guerra contra lo que el sociólogo Reinaldo Iturriza llama “el chavismo salvaje”.Que se inventa cuando la relación compra-venta entra en crisis, cuando los modos habituales estallan. Cuando los recursos, que antes parecían interminables, ya no están. Nunca hay meras víctimas, mera crisis, siempre hay modos de las clases populares reinventando, recreando formas e intercambios no neoliberales. Una experiencia radical en el despliegue de formas prácticas de democracia para contrarrestar la fuerza expropiadora e individualizante del neoliberalismo.

La batalla, entonces,se juega sobre todo en cada territorio, en cada vida, en cada gesto que enfrentala lógica neoliberal dominante, incluso al interior y en tensión con el proceso. “Estamos en guerra y en revolución”, dirá Duque, “porque hay un pueblo desatado haciendo cosas fuera de lo común por las que antes era perseguido, un pueblo inventando nuevas formas de vivir”.

La clave, entonces, es la creación de instituciones que estén a la altura de las formas de vida que las resistencias van creando. Las comunas y los colectivos, como formas democráticas de organización y de toma de decisiones, son algunas de estas nuevas institucionalidades: son las trincheras del chavismo popular que aún resiste la invasión y la guerra.

Y esta es la Venezuela que nos interesa, el chavismo que reconstruyen estas páginas: un chavismo de ruptura más que de continuidad, de apertura, más que de cierre. Chavismo salvaje que es, finalmente, lo que destila la escritura de Duque, una escritura desmesurada, en exceso, sea a nivel de la sintaxis, sea a nivel del objeto del libro, sea a nivel de la imaginación política. Descifrar las claves del caso Venezuela a los lectores no venezolanos exige la lucidez y desprejuicio de quien se anima a leer con ojos prestados una realidad que poco tiene de obvia.

 

 

Hacia una crítica política de la cultura del malestar (Reflexiones desde la cuarentena) // Mariano Pacheco

Un recorrido por el pensamiento crítico, de Freud a Mark Fisher, pasando por Nietzsche y Marx, hasta León Rozitchner y Félix Guattari. Una búsqueda por abordar desde la teoría crítica la relación entre cultura y malestar, pero también, a problematizar la tendencia a dicotomizar “privatización del estrés” en el capitalismo contemporáneo con abordaje del malestar desde el carácter “Público-Estatal” de la Salud Mental. La dimensión “desde abajo” (y a la izquierda) como apuesta por sumar al trabajo sobre la subjetividad abordajes comunitarios, asumiendo el desafío de trazar una conjunción entre abajo/arriba y entre las dinámicas singulares y las experiencias colectivas.

 

 

I- Cultura y malestar

Si para Sigmund Freud, en el siglo XX, se trataba de pensar “el malestar cultura”, en estas primeras décadas del siglo XXI podríamos pensar que la problemática se ha corrido un paso más allá, y que la humanidad se encuentra inmersa en una cultura del malestar. Para el fundador del psicoanálisis, la problemática del malestar está presente ya desde finales del siglo XIX, incluso desde antes de la publicación de “La interpretación de los sueños” en 1900 (por ejemplo, en una carta a Fliess en 1892), y sus reflexiones en torno a psiquismo y cultura serán parte de un corpus amplio que va desde “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” (1908) hasta “El malestar en la cultura” (1930), pasando por “El porvenir de una ilusión” (1927) y “Tótem y tabú” (1913). Es decir, que  esa búsqueda por salirse del carácter “religioso” del interrogante sobre la “finalidad de la existencia” está presente en una serie de textos “histórico-antropológicos” que abarcan un período extenso de su producción intelectual; problemática que será una constante, tanto antes como después del “Giro del 20” (“Más allá del principio del placer”).

Si para Freud la cultura misma se sostiene sobre el telón de fondo del malestar (Eduardo Gruner insiste en subrayar el trasfondo hobbesiano de esta hipótesis, puesto que se asentaría sobre un crimen. A saber: el asesinato del padre de la horda primordial por parte de los hermanos en el “mito freudiano”), las vidas en el Nuevo Orden Mundial vigente en el corriente siglo (fase neoliberal del capitalismo) se caracterizaría por sostenerse sobre una “cultura del malestar” –ya no el costo no deseado, desigual, impuesto para vivir en la modernidad capitalista, o la búsqueda por conjurar y reducir la tendencia constitucional de mutua agresión introyectándola como sentimiento de culpabilidad, dicho en términos más clásicamente freudianos– sino una suerte de aceptación de que, sobre ese suelo existencial, deberíamos además asumir el plus contemporáneo de cierta memoria en torno a “los años de bienestar” (sea en el marco de los Estados capitalistas o los socialismos de Estado) y la frustración actual ante una compulsión al consumo que el neoliberalismo no deja de promocionar, sin ofrecer los medios materiales para que millones de personas puedan satisfacer ese anhelo de comprar, comprar y comprar.

 

 

II- Malestar y capital

Partimos del hecho de que habitamos un mundo que se estructura en base a la explotación (apropiación privada de la riqueza social común vía el trabajo asalariado, el trabajo doméstico y otras formas de no reconocimiento de labores del que hacer social cotidiano). Bajo esta dinámica de explotación y alienación de la mayoría de la humanidad (que se complementa con una subordinación del planeta y el resto de especies a la lógica de valorización del capital) es difícil pensar  en una vida saludable al interior del capitalismo, que enferma como norma y establece como normalidad una dinámica que enferma.

Ya en sus textos “juveniles” Karl Marx llamaba la atención sobre este curioso proceso a partir del cual “la desvalorización del mundo del hombre crece en proporción directa a la valorización del mundo de las cosas”. Y señalaba que “el trabajo no sólo produce mercancías”, sino que “se produce a sí mismo y al trabajador como a una mercancía”. Así, “el trabajo produce obras maravillosas para los ricos, pero produce desposeimiento para el trabajador”. Y de allí toda su teoría de la alienación: “la objetivación del trabajo aparece, bajo la forma de la economía política, como desrealización del trabajador; la objetivación, como pérdida del objeto y como sometimiento servil a él; la apropiación, como alienación, como enajenación”.

Se podrá discutir –con razón–, como tan bien lo hace Facundo Nahuel Martín en su libro sobre Marx, si no hay un costado idealista en este planteo en torno a pensar que alguna vez el ser humano podrá coincidir consigo mismo, cuestión que no quita rescatar estos bellos pasajes del autor de El Manifiesto Comunista para ver cómo, en el capitalismo, el modo de estructurar la vida bajo el trabajo asalariado (u otras formas de explotación y apropiación privada de la  producción común) lleva a que la actividad de la mayoría de la humanidad sea, para ésta, una tortura diaria, que deviene en “disfrute y alegría vital para otro”.

Podría objetarse también –sobre todo después del “giro Althusseriano” de las lecturas de El capital– que éstas son reflexiones humanistas de un Marx pre-marxista. Sin embargo, tal como supo destacar el pensador argentino Melcíades Peña –en su curso de introducción al pensamiento político de Marx de 1959– son temáticas que luego reaparecen en El Capital, donde Marx habla de la “devastación intelectual” que se produce al “transformar a personas que no han alcanzado la madurez en simples máquinas de fabricar plusvalor”, por ejemplo, cuando se refiere al trabajo infantil (asumido como “normal” hasta que la lucha del proletariado logró obtener ciertas conquistas de regulación laboral), o cuando piensa “la jornada laboral” y su impacto en los cuerpos proletarios.

 

 

III- Estrés y capital

Esta tendencia, presente en el capitalismo desde sus inicios, se profundiza en la fase financierizada del capitalismo contemporáneo, atravesado por la fenomenal revolución científico-técnica a la que hemos asistido en este pasaje del siglo XX al XXI.

Y a diferencia del ciclo 1848-1988, donde el capital se encontró con un proyecto que lo enfrentaba y se mostraba ante los “condenados de la tierra” como alternativa posible (el comunismo en su dualidad de “tendencia” y “proyecto”), en nuestros días vivimos, habitamos este mundo bajo el horizontes de sentidos de ese “Realismo capitalista” del que nos ha hablado más recientemente Mark Fisher (exacerbación de ese Capitalismo Mundial Integrado que tan tempranamente analizó Félix Guattari, aún antes de la caída del Muro de Berlín). “El posfordismo ha innovado también en las formas del estrés” subraya el crítico cultural británico; reflexión a la que cabe agregarle que, sobre el suelo de las vidas precarias, el trabajo aparece atravesado por la idea (neoliberal) del emprendedorismo. A esto, además –subraya Fisher– hay que sumarle el hecho de que el ciberespacio ha tornado “obsoleto el concepto clásico de espacio de trabajo”.

Así, les trabajadores tenemos que estar todo el tiempo produciendo, tanto material como subjetivamente: hay que pensar en metas y objetivos de desarrollo personal como condición sine quo nom de la existencia (sea desarrollo personal en “trabajadores con cierta estabilidad” y profesionales –o aspirantes a serlo–, sea para sobrevivir en el día a día en el caso del precariado).

Este círculo (emprendedorismo/cibertrabajo+hiperproductividad material/subjetiva) se cierra entonces con la “privatización del estrés, en palabras de Fisher, descripto como proceso en el cual “el capital enferma al trabajador, y luego, las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor”.

Esta privatización del estrés se propone, asimismo, conjurar las posibilidades de realizar un abordaje de los padecimientos desde la salud pública, comenta Fisher; reflexión a la que le podríamos agregar la propuesta de abordaje comunitario desde abajo, no necesariamente público-estatal.

Por todo esto que venimos describiendo, se tornan fundamentales las hipótesis de Guattari en torno a la imposibilidad de escindir el “frente de luchas del deseo” del “frente de la lucha de clases”, planteo al que luego le agregó el frente de lucha por otra relación entre la humanidad y el planeta. Estos frentes de lucha fueron conceptualizados en sus “Tres ecologías” (ambiental, social y mental), donde advertía –ya hacia finales del siglo XX– sobre este proceso a partir del cual el capital se transformaba en una amenaza para las especies, tanto animal y vegetal como humana, y llamaba en consecuencia a efectuar una “reconversión ecológica” de la acción política y sindical, una reinvención de la subjetividad obrera en la búsqueda por entretejer una nueva alianza entre ecologismo, feminismos y movimiento obrero.

Estos planteos de inicios de los años noventa surgen, en gran medida, porque Guattari visualiza una gran incapacidad  de las organizaciones tradicionales de dar cuenta de la importancia de las nuevas situaciones que implican esta especie de sumergimiento existencial en el caos capitalista, al ritmo en que se disuelven las antiguas instancias de reflexión y van mutando –a pasos acelerados—los modos en que nos vinculamos (“corte del sujeto y su entorno por los dispositivos tecnológicos”, plantea Guattari).

 

 

IV- Política (popular) y malestar (capitalista)

Tal como sostuvo León Rozitchner, en sus reflexiones sobre la obra de Sigmund Freud, parece condenada al fracaso toda empresa que pretenda realizar una “cura individual” sin poner en cuestión el “sistema productor de enfermedad”, a la vez que no puede asumirse una abolición de la lógica del capital sin “cura” singular.

Si el poder nos “sitia” desde adentro, explica León (organización del aparato psíquico de modo tal que cada cuerpo se constituye en la totalidad social estructurada, “haciendo sistema” desde nuestra subjetividad con la subjetividad socio-cultural), se tratará entonces de asumir el desafío de efectuar una crítica política del malestar.

Sí bien asumimos, con Alain Badiou, que la política requiere de la reunión de las personas, y es por lo tanto –siempre– una empresa colectiva, también asumimos que toda política es, simultáneamente, micro y macro-política. ¿Cómo trabajar entonces, en términos moleculares, aquello que sostenemos en términos molares?

Entendida como “acción colectiva” de “sujetos colectivos” capaces de modificar situaciones, asumida asimismo como “capacidad de cualquiera de ocuparse de los asuntos comunes” (como escribió Ranciere), la política –en sentido fuerte– no estaría tanto ligada a los actos de gobierno (gestión) y las luchas por el poder (del Estado) –momentos que no pueden obviarse, de todos modos, desde una perspectiva revolucionaria– sino a aquellos momentos en los cuales se logra interrumpir la temporalidad de los consensos, dando paso a la emergencia de una fuerza capaz de actualizar la imaginación de la comunidad en la que estamos inmersos (e inmersas).

La relación entre capacidad de interrumpir el orden y confianza en la creatividad/ protagonismo popular se torna aquí fundamental a la hora de pensar nuestros malestares (por ejemplo, los padecimientos singulares en los días de confinamiento social, preventivo y obligatorio por el coronavirus que acecha al mundo).

La política (el accionar de las militancias), así entendida –entonces– debería ser colocada en el centro de la escena a la hora de pensar la contemporánea “cultura del malestar”. En en esta coyuntura, en particular, se torna clave el sentido político que podamos darle a la crisis en curso (sanitarias, de acumulación, de reproducción, de las subjetividades), a riesgo de que –otra vez, como hace casi dos décadas atrás– se asimile crisis a caos en sentido peyorativo, es decir, que se niegue el componente de productividad político-existencial de todo crisis, en tanto permite repensar (nos), singular y colectivamente, y (re) definir aspectos centrales de nuestras vidas, intentando sustraernos de la “dicotomía incruenta (Oliverio Girondo) entre tener que combatir la salida  “fascita neoliberal” de la crisis o aceptar resignadamente una perspectiva “progre-estatalista” de retorno a la “vida normal” (zona de preocupación común entre mis camaradas de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs Treabajadorxs, Emiliano Exposto y Gabriel Rodríguez Varela, quienes recientemente han publicado en el Portal La luna con gatillo el texto titulado “Análisis militante: las crisis como ´grado cero´ para la politiación del inconsciente”).

La política –en sentido fuerte, es decir, como praxis transformadora y no como simple gestión del orden–, entonces, no tiene que ver con una cuestión de individuos excepcionales ni con grupos de especialistas, sino con las masas, y en el modo en que esa política de masas y esos proyectos colectivos son asumidos en el cotidiano, asimismo, por cada cada uno de nosotres respecto a nuestros vínculos más inmediatos. No hay oposición allí, entonces, entre cada existencia y la experiencia colectiva (“la primacía del campo social como término de la catexis de deseo define el ciclo y los estados por los que pasa un sujeto”, nos recuerdan Deleuze y Guattari en “AntiEdipo”, primer tomo de capitalismo y esquizofrenia), y quizás deberíamos apresurarnos, sí (¿por qué no?), a escapar de las formas de explicar todos nuestros problemas en términos de “individuos”  y “sociedades” (con su dimensión “pública-estatal”), e intentar gestar una Política capaz de efectuar una creativa conjunción entre micro y macro-política, y entre singularidad y comunidad.

Fuente: Revista Intersecciones

 

Como frenar los femicidios // Natalia Arenas

Para afuera Jorge Julián Christe era un chico bien: 31 años, cuerpo hegemónico fitness, piloto de avión, hijo de una ex jueza y el ex secretario de un Juzgado. Puertas adentro en su relación con María Julieta Riera, de 24, era diferente: la psicopateaba, la violentaba física y psíquicamente y la trataba como un objeto. El jueves pasado tuvieron una pelea en su departamento del centro de Paraná y la tiró por el balcón desde el octavo piso. A las 3 de la mañana se subió a su moto y fue a la Jefatura Central de Policía para narrar un accidente. No le creyeron. La autopsia confirmó que antes de su muerte María Julieta había sufrido una golpiza.

Hace 32 años el boxeador Carlos Monzón intentó la misma coartada con su esposa Alicia Muñíz. Lo que cambió en estas tres décadas es que en ese momento los medios salieron a defenderlo. En principio le creyeron. Después hablaron de un crimen pasional. De que ella de alguna manera ella se lo había buscado.

Entre el 20 de marzo y el 30 de abril hubo al menos treinta y seis femicidios. Son datos en los que coinciden los observatorios de La Casa del Encuentro y Ahora Que Sí Nos Ven.

Durante la cuarentena obligatoria los delitos más frecuentes (robos y hurtos) disminuyeron casi un 90 por ciento. Pero los femicidios no aflojan. Hay una razón fundamental: casi el 70 por ciento sucedió en la vivienda de las víctimas. El peligro está en casa.

Roberto Romero estaba viviendo la cuarentena con su pareja María Esperanza Fernández en San Pedro. El domingo pasado ella había quedado en verse con una de sus cinco hijas. Como no llegó a la cita, la joven se acercó a la casa. No respondían el timbre y la puerta estaba trabada. Tuvo que entrar por la ventana. Ahí encontró a su mamá muerta, envuelta en una frazada. Cerca había un martillo ensangrentado y una carta de Romero. Ella tenía 43 años. Él tiene 46 y está prófugo. La fiscal que sigue el caso, Viviana Ramos, dijo que la carta da indicios de una situación de violencia que involucra a otro familiar. De momento, que se haya escapado es la principal prueba de que fue el autor del femicidio.

El Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad lanzó una serie de medidas como la habilitación y ampliación de líneas de WhatsApp para denuncias, la excepción del aislamiento social a las mujeres en situación de violencia en casos de fuerza mayor y la incorporación de estas mujeres al programa Hacemos Futuro para acompañarlas desde la asistencia social y económica.

En medio de la multiplicación de tuits y retuits que cuentan nuevos casos de femicidios, ayer la periodista Ana Correa tuiteó un dato interesante: hubo un aumento de consultas en la línea 144 pero bajaron las denuncias y los femicidios se mantuvieron. “Es una señal clara de que entre el 144 y la denuncia hay un agujero. Habría que empezar por ahí, detectar donde se dan estos baches y por qué sucede”, dijo Correa.

Además del plan de emergencia implementado por el Ministerio, organizaciones barriales, y regionales trabajan en acompañamiento legal y contención. Incluso en esta cuarentena se armaron redes feministas y se profundizaron otras. ¿Qué otras acciones se pueden impulsar a corto plazo?

“Sabemos que hace meses hay faltantes de dispositivos duales, en especial botones anti pánico, por problemas de importación. Ya sé que no es fácil, pero se podría impulsar la fabricación local o el uso de apps (más fácil) que reemplacen esos dispositivos”, tuiteó Correa.

El Consejo Federal de Defensores y Asesores Generales de la República Argentina publicó un documento con recomendaciones. Entre ellas: que cada jurisdicción tenga un formulario digital modelo para derivar rápidamente los casos de violencia de género a la autoridad judicial que corresponda, y la ampliación de los juzgados de turno y de los espacios de cumplimiento de aislamiento obligatorio para las mujeres en situación de violencia (el Ministerio habilitó hoteles).

Mumalá propone ampliar la asignación económica para mujeres y LGBT+ y para familiares de víctimas de femicidios, usar dispositivos electrónicos para monitorear a los agresores y hacer una campaña masiva para difundir a dónde pueden recurrir las mujeres víctimas de violencia.

“Aprendamos del rastreo del paciente 0 del COVID, sigamos cada caso para atrás”, propone Correa. “El Ministerio de las Mujeres podría hacer un trackeo semanal de femicidios, y encontrar qué fue lo que falló para operar ahí”.

La violencias contra las mujeres tiene múltiples causas sociales y culturales imposibles de desantramar en el corto plazo. Pero muchas mujeres están en peligro ahora. Necesitan ayuda hoy. Y hay un centenar de profesionales y técnicas que pueden aportar conocimiento y otro tanto de referentes políticas y barriales que pueden sumar la experiencia, la contención y la escucha. Se trata de armar redes en algunos casos y fortalecerlas en otros. Se trata de ir en busca de las mujeres y LGBT+ que están en situaciones de violencia, rastrear las denuncias, las perimetrales, los pedidos de auxilio. Muchas no llegan a llamar a la línea 144 o mandar un whatsapp. Otras se cansaron de denunciar y que no las escuchen. Se trata de pensar soluciones integrales más allá del punitivismo.


No es cierto que nada volverá a ser igual // Michel Houellebecq

Un poco peor, respuestas a algunos amigos…

Este confinamiento me parece la oportunidad ideal para resolver una vieja disputa entre Flaubert y Nietzsche. En algún lugar (he olvidado dónde) Flaubert dice que uno sólo piensa y escribe bien cuando está sentado. Protestas y burlas de Nietzsche (también he olvidado dónde), que llega incluso a llamarlo nihilista (lo que sucede en un momento en el que ya había empezado a utilizar la palabra de forma equivocada e indiscriminada): él mismo concibió todas sus obras caminando, todo lo que no se concibe caminando es nulo, además, siempre ha sido un “bailarín dionisíaco”, etc. Poco sospechoso de una simpatía excesiva por Nietzsche, debo, sin embargo, admitir que en este caso es más bien él quien tiene razón. Tratar de escribir si no se tiene la posibilidad, durante el día, caminar durante varias horas a un ritmo sostenido, es fuertemente desaconsejable: la tensión nerviosa acumulada no logra disolverse, los pensamientos y las imágenes siguen girando dolorosamente en la pobre cabeza del autor, que rápidamente se vuelve irritable, incluso loco.

Lo único que cuenta realmente es el ritmo mecánico, maquinal, de la marcha, que no tiene como objetivo principal hacer aparecer nuevas ideas (aunque esto pueda suceder en una segunda etapa), sino calmar los conflictos inducidos por el choque de ideas que nacen en la mesa de trabajo (y aquí es donde Flaubert no se equivoca del todo); cuando nos habla de sus elaborados diseños en las laderas rocosas del interior de Niza, en los prados de la Engadina, etc., no sólo habla de las nuevas ideas, sino también de las nuevas ideas que nacen en la mesa de trabajo; Nietzsche divaga un poco: excepto cuando se escribe una guía turística, los paisajes que atraviesa son menos importantes que el paisaje interior.

Catherine Millet (normalmente bastante parisina, pero por suerte estaba en Estagel, Pirineos Orientales, cuando llegó la orden de inmovilización). La situación actual le recuerda de manera inquietante la parte «anticipación» de uno de mis libros, La posibilidad de una isla.

Así que me dije a mí mismo que era bueno, al fin de cuentas, tener lectores. Porque no había pensado en hacer la conexión, aunque está bastante claro. Además, si pienso en el pasado, eso es exactamente lo que tenía en mente en ese momento, con respecto a la extinción de la humanidad. No hay nada como una gran película. Algo bastante sombrío. Individuos que viven aislados en sus células, sin contacto físico con sus semejantes, sólo unos pocos intercambios informáticos… todo cuesta abajo.

Emmanuel Carrère (Paris-Royan; parece haber encontrado una buena razón para desplazarse). ¿Nacerán libros interesantes, inspirados en este período? Se pregunta.

Yo también me lo pregunto. Realmente me lo preguntaba, pero en el fondo no lo creo. En la pandemia hemos tenido muchas cosas; a lo largo de los siglos las pandemias han interesado mucho a los escritores. Ahora tengo mis dudas. En primer lugar, no creo ni por medio segundo en afirmaciones como «nada volverá a ser igual». Al contrario, todo seguirá siendo exactamente igual. De hecho, el curso de esta epidemia es notablemente normal. Occidente no es para la eternidad, por derecho divino, la zona más rica y desarrollada del mundo; se acabó todo eso desde hace tiempo, no es una primicia. Si lo miramos en detalle, Francia lo está haciendo un poco mejor que España e Italia, pero no tan bien como Alemania; allí también, y eso no es una gran sorpresa.

Por otro lado, se espera que el coronavirus que tenga como resultado principal la aceleración de ciertas mutaciones en curso. Desde hace algunos años, todas las evoluciones tecnológicas, ya sean menores (video bajo demanda, pagos sin contacto) o mayores (teletrabajo, compras por Internet, redes sociales), han tenido como principal consecuencia (¿objetivo principal?) la reducción de los contactos materiales, sobre todo humanos. La epidemia de coronavirus ofrece una magnífica razón para esta fuerte tendencia: una cierta obsolescencia que parece golpear las relaciones humanas. Esto me recuerda una comparación luminosa que encontré en un texto anti-LDC escrito por un grupo de activistas llamado «Chimpancés del Futuro» (descubrí a estas personas en Internet… nunca dije que Internet sólo tuviera inconvenientes). Así que, los cito: «Pronto hacer niños tú mismo, libre y al azar, parecerá tan incongruente como hacer dedo en la ruta sin una plataforma web. Compartir coche, compartir piso, tenemos las utopías que merecemos, bueno, no importa.

Sería igual de falso decir que hemos redescubierto la tragedia, la muerte, la finitud, etc. La tendencia desde hace más de medio siglo, bien descrita por Philippe Ariès, ha sido la de ocultar la muerte tanto como sea posible; bueno, la muerte nunca ha sido tan discreta como en estas últimas semanas. Las personas mueren solas en un hospital o en las habitaciones del EHPAD (geriátricos), son inmediatamente enterradas (¿o cremadas?, la cremación está más en el espíritu de estos tiempos), sin invitar a nadie, en secreto. Muertas sin el más mínimo testimonio, las víctimas se reducen a una unidad en las estadísticas de muertes diarias, y la angustia que se propaga en la población a medida que aumenta el número total tiene algo extrañamente abstracto.

Otra figura que se ha vuelto muy importante en estas semanas es la edad de los enfermos. ¿Hasta cuándo deben ser resucitados y tratados? ¿70, 75, 80 años? Depende, aparentemente, de la parte del mundo en la que se vive; pero nunca antes se había expresado con tanta calma y desvergüenza el hecho de que la vida no tiene el mismo valor para todos; que a partir de cierta edad (¿70, 75, 80?) es un poco como si uno ya estuviera muerto.

Todas estas tendencias, como he dicho, ya existían antes del coronavirus; sólo se han manifestado con nuevas pruebas. No despertaremos, después del encierro, en un nuevo mundo; será lo mismo, sólo que un poco peor.

Revista Ignorantes 

Red Editorial 

La imagen y el dinero. Alcance político del concepto deleuziano de “imagen-cristal”[1] // Jun Fujita Hirose

  1. La imagen-tiempo como imagen-bisagra

En la primera mitad de los años 1980, Gilles Deleuze escribió dos volúmenes consecutivos sobre el cine. El primero se titula La imagen-movimiento y el segundo, La imagen-tiempo. “Imagen-movimiento” y “imagen-tempo” son los dos mayores conceptos que Deleuze inventa a partir del cine. Sin embargo, entre estos dos conceptos, Deleuze inserta un tercero, el que llama “imagen-cristal”. En la historia del cine tal como fue concebida por Deleuze, la imagen-cristal constituye una imagen-bisagra, a través de la cual el cine pasa del régimen de la imagen-movimiento (el cine “clásico”) al de la imagen-tiempo (el cine “moderno”).

   En el segundo volumen del díptico, La imagen-tempo, Deleuze dedica un capítulo entero al concepto de imagen-cristal. Lo más curioso de ese capítulo, titulado “Los cristales de tiempo”, es el hecho de que Deleuze se pone de repente a hablar de “dinero”, de que jamas ha hablado en los capítulos precedentes. ¿Por qué habla de dinero para explicar la imagen-cristal? ¿Cómo se sitúa esa brusca aparición del dinero a la bisagra entre la imagen-movimiento y la imagen-tiempo? Al tratar esta problemática del dinero, quisiera aclarar el alcance político del concepto deleuziano de imagen-cristal.

   Primero los invito a ustedes a leer el pasaje en cuestión. Deleuze escribe:

“El cine como arte [industrial] vive en una relación directa […] con una conspiración internacional que lo condiciona desde dentro, como enemigo más íntimo, más indispensable. Esta conspiración es la del dinero […]. A la dura ley del cine, donde un minuto de imagen cuesta una jornada de trabajo colectivo, no hay otra réplica que la de Fellini: ‘cunado no quede dinero, el film estará acabado’. El dinero es el reverso de todas las imágenes que el cine muestra y monta por el anverso, a tal punto que los films sobre el dinero son ya, aunque implícitamente, films dentro del film o sobre el film. […] Es la vieja maldición que corroe al cine: el dinero es tiempo. Si es verdad que el movimiento soporta como invariante un conjunto de intercambios o una equivalencia, una simetría, el tiempo es por naturaleza la conspiración del intercambio desigual o la imposibilidad de una equivalencia. Por eso se puede decir que el tiempo es dinero: de las dos fórmulas de Marx, M-D-M es la de la equivalencia, pero D-M-D’ es la de la equivalencia imposible o el intercambio trucado, asimétrico. […] Lo que expresa el film dentro del film es ese circuito infernal entre la imagen y el dinero […]. El film no es sino el movimiento, pero el film dentro del film es el dinero, es el tiempo. La imagen-cristal recibe de este modo el principio que la funda: relanzar sin descanso el intercambio asimétrico, desigual y sin equivalente […]”.

  • 2. Film sobre el dinero, film dentro del film

En este pasaje, Deleuze habla primero de “film sobre el dinero” y luego de “film dentro del film o sobre el film”, y termina por hablar de “imagen-cristal”.

   Empecemos nuestra lectura de este pasaje por una pregunta: a menudo se llama a los estudios de cine hollywoodianos “fábricas de sueños”, pero ¿en qué sentido? ¿Qué es un sueño cinematográfico? El hacer soñar en el cine consiste en excluir de la pantalla la condición financiera del movimiento que se desarrolla en ésa. El hacer soñar al espectador consiste en hacerlo vivir, durante una hora y media, en un mundo en que toda la vida humana se despliega sin ninguna preocupación financiera. El espectador paga su billete para entrar en tal mundo imaginariamente liberado de todos los problemas de dinero.

 

   Lo que Deleuze llama “film sobre el dinero” es el tipo de film que rompe tal sueño, haciendo surgir en la pantalla problemas de dinero. Es el tipo de film en que, por ejemplo, los personajes se encuentran en dificultades económicas y ya no pueden comprar las cosas necesarias. En el pasaje que acabamos de citar, Deleuze dice que este tipo de film constituye ya un “film dentro del film o sobre el film”. ¿En qué sentido? En el sentido de que cuando los personajes no pueden comprar o cobrar las cosas necesarias, el propio film se muestra sí mismo en su dificultad de avanzar de manera prevista. Así surge en la pantalla el ser mismo del film, junto con la cuestión financiera que los personajes afrontan en el propio film.

  El “film dentro del film o sobre el film”, propiamente dicho, designa el tipo de film que relata su propio proceso de producción. Y acá Deleuze dice que todos los films dentro del film o sobre el film son films sobre el dinero sin excepción. ¿En qué sentido? En el sentido de que ningún proceso de producción fílmica se sustrae a la cuestión de su financiamiento. Todos los films dentro del film o sobre el film son films sobre su propia condición financiera.

3. Dos fórmulas de Marx

Si es verdad que todos los films dentro del film son films sobre el dinero, ¿de qué tipo de dinero se trata en ésos? Lo pregunto, porque en el capitalismo, en que el cine se inscribe como arte industrial, el dinero funciona bajo dos formas completamente diferentes. Hay dos tipos de dinero distintos. De ahí, que en el pasaje que estamos analizando, Deleuze habla de las dos fórmulas de Marx, M-D-M (mercancía-dinero-mercancía) y D-M-D’ (dinero-mercancía-más dinero). Lo importante es notar el hecho de que en una y otra fórmula no se trata justamente del mismo tipo de dinero. En M-D-M, el dinero aparece bajo forma de poder adquisitivo, mientras en D-M-D’, bajo forma de medio de financiamiento, es decir, bajo forma de dinero-capital.

   El dinero en cuanto poder adquisitivo es lo que Marx llama el “equivalente general” de todas las demás mercancías, el cual permite intercambiar una mercancía por varias mercancías diferentes. El dinero en cuanto poder adquisitivo, en cambio, es el dinero que entra en las manos del obrero: el obrero no posee nada más que su fuerza de trabajo para vender y necesita, sin embargo, comprar una panoplia de subsistencias. Se trata, en este segundo caso, del dinero que sirve sólo para la reproducción. El poder adquisitivo es un poder impotentizado en términos de producción.

   Al contrario, el dinero en cuanto medio de financiamiento, dinero-capital, es el dinero que se encuentra en las manos del capitalista. Es el dinero excedente y libre (o arbitario), en cuanto que sale fuera de la esfera de la reproducción necesaria. El dinero-capital no reproduce nada, sino produce todo de cero sin parar. Es una verdadera potencia de producción, potencia de destrucción y creación.

   A propósito de esta doble forma del dinero, Deleuze dice algo muy sugestivo en uno de sus cursos universitarios dados en la época de la publicación del anti Edipo:

“No hay que concebir un hombre potente […] como alguien que tiene más dinero en su portafolio que un obrero. […] Su potencia no viene de un poder adquisitivo más grande, sino viene del hecho de que él maneja y determina la dirección del flujo de financiamiento. Seguro que él tiene un poder sobre el flujo de poder adquisitivo de sus obreros, pero lo tiene porque, ante todo, es dueño de un flujo de financiamiento.”

4. Circuito infernal entre la imagen y el dinero

Volvamos a nuestra pregunta: en el film dentro del film o sobre el film, ¿de qué tipo de dinero se trata? ¿Del poder adquisitivo o del dinero-capital? Se trata del segundo, evidentemente. Incluso cuando el film cuenta, por ejemplo, el relato sobre un equipo de cine al que falta poder adquisitivo para continuar su rodaje, eso remite necesariamente a la cuestión del dinero-capital, en la medida en que, como Deleuze sañala en su curso, el flujo de poder adquisitivo es siempre regulado y limitado por la dirección del flujo de financiamiento, dirección determinada por el productor y sus proveedores de fondos. Tal primacía del dinero-capital sobre el poder adquisitivo es lo que Deleuze llama “conspiración internacional del dinero”.

   A propósito del film dentro del film o sobre el film, Deleuze habla del “circuito infernal entre la imagen y el dinero”. Dice que el film dentro del film expresa ese “circuito infernal”. ¿Qué significa esto? Acá Deleuze entiende por “dinero” el dinero-capital y no el poder adquisitivo. Lo importante para señalar es que el dinero-capital en cuanto tal, el dinero de financiamiento en cuanto tal, es una potencia puramente prospectiva, es decir, potencia aún no actualizada de ninguna manera, y abierta a toda actualización futura. Es precisamente lo que es el primer D de la fórmula D-M-D’: el dinero-capital aún no actualizado, aún no transformado en M.

   En cuanto a la “imagen”, ocupa el lugar de la M de la misma fórmula D-M-D’, es decir, una determinada actualización de la potencia de la primera D. En el “circuito infernal” entonces hay una diferencia de tiempo entre la imagen y el dinero: desde el punto de vista de la imagen, el dinero aparece como su pasado, dado que en D-M-D’, la primera D es una forma pasada de M. En síntesis, el “circuito infernal” es un cortocircuito anacrónico en que la imagen entra en coalescencia inmediata con su forma pasada, con su forma puramente potencial, aún no actualizada en ninguna imagen determinada. Si quieren ustedes, se trata de una especie de “doblete empírico-trascendental”.

   Al fin del pasaje, Deleuze llega a hablar de “imagen-cristal”, diciendo que la imagen-cristal recibe su principio fundamental del film dentro del film. Es decir que la imagen-cristal es el tipo de imagen que se corresponde con la constitución interna que acabamos de ver del film dentro del film. La imagen-cristal se puede definir entonces como la imagen en la cual la imagen-movimiento, actualizada de una manera determinada, entra en cortocircuito anacrónico con su imagen-capital pasada, puramente potencial y abierta a todas las otras actualizaciones.

5. Ritornelo y galope

Yo escribí un libro titulado Cine-capital. Es una lectura marxista de los dos volúmenes de Deleuze sobre el cine. Una de las tesis principales de mi libro es: la imagen-movimiento es imagen-obrero. En el libro, describí cómo el cine en cuanto “arte industrial” pone a las imágenes a trabajar, es decir, en el proceso de producción de plusvalía a la vez estética y económica. Por ejemplo, examiné cómo Alfred Hitchcock, en Los pájaros, hace trabajar a los pájaros ordinarios, tales como las gaviotas, los gorriones o los cuervos, en el proceso de producción de una nueva especie ornitológica extraordinaria: los pájaros hitchcokianos. Y a tal proceso de producción de plusvalía extraordinaria a partir del trabajo colectivo de un conjunto de imágenes ordinarias empalmadas por el montaje, lo llamé, en mi libro, “movimiento del cine-capital” o “valorización cine-capitalista del valor”. De ahí el título del libro: Cine-capital.

   La imagen-movimiento es imagen-obrero. Esta tesis se puede sostener también en términos de dinero. En el pasaje que estamos tratando, Deleuze dice que la imagen-movimiento se desarrolla según la fórmula M-D-M. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que la imagen-movimiento en cuanto tal no conoce el dinero sino bajo forma de poder adquisitivo o reproductivo. En las sociedades capitalistas, ¿quién no conoce el dinero sino como poder adquisitivo? Es el obrero, como ya hemos visto. Desde este punto de vista, también la imagen-movimiento es asimilable a la figura de obrero.

   Dicho esto, ¿qué occure cuando la imagen-obrero entra en una situación cristalina? La imagen-obrero descubre o recuerda de repente el otro aspecto del dinero y, en particular, de su dinero poseído: aspecto puramente potencial, puramente prospectivo. Creo que acá el argumento deleuziano de la imagen-cristal puede remitir a la tesis fundamental del libro del sociólogo italiano Maurizio Lazzarato, La fábrica del hombre endeudado, publicado en 2011. Allí Lazzarato escribe:

“Así como el capitalista debe transformar el dinero […] en capital, el proletario debe transformar el flujo de poder adquisitivo en flujo de subjetivación autónoma e independiente, en flujo de interrupción de la política del capital […]”.

   Lo importante es notar que Lazzarato supone que el dinero en cuanto potencia prospectiva no se reduce sólo a su forma-capital y que podría tomar también otra forma completamente distinta, tan potente como la forma-capital: forma revolucionaria. Esta tesis nos lleva a decir, a propósito del cine, que la imagen-obrero podría transformar o convertir su poder adquisitivo en esa forma de revolucionaria del dinero. Y esto es precisamente la idea de Deleuze, como veremos más tarde.

   La formación de una imagen-cristal se da como un doble descubrimiento: la imagen-obrero descubre o recuerda, de repente, la “conspiración internacional” en que queda prisionero en cuanto obrero propiamente, pero -al mismo tiempo- descubre también la posibilidad de salir fuera de esa conspiración capitalista, una apertura de provenir. Es en este sentido en el que en el mismo capítulo sobre la imagen-cristal, Deleuze señala la coexistencia de dos movilidades distintas en el cristal, a saber, las de “ritornelo” y de “galope”. Deleuze escribe:

“Lo que se oye en el cristal es el galope y el ritornelo como las dos dimensiones del tiempo musical, siendo el uno la precipitación de los presentes que pasan y el otro la elevación o la recaída de los pasados que se conservan.”

   En la imagen-cristal, se oye o se ve, de un lado, el ritornelo infernal de la imagen-capital y, del otro, el galope revolucionario de las imágenes proletarias. Y es sólo a través del realzamiento del ritornelo infernal que las imágenes proletarias se ponen a galopar -o precipitarse- hacia la “interrupción de la política del capital” (o del cine-capital) y, simultáneamente, hacia su “subjetivación autónoma”.

6. Subjetivación autónoma de las imágenes proletarias

¿Qué es finalmente lo que Deleuze llama “imagen-tiempo”? En el pasaje que estudiamos hoy, Deleuze dice primero: “el dinero es tiempo”. Y luego: “el tiempo es dinero”. Cuando afirma que “el dinero es tiempo”, Deleuze entiende por “dinero” el dinero-capital. Esto nos hace decir que el dinero-capital es tiempo y que la imagen-capital es imagen-tiempo. Pero cuando invierte esta “vieja maldición”, diciendo que “el tiempo es dinero”, ¿no es que Deleuze entiende por “dinero” no sólo el dinero-capital sino el dinero como potencia en general? Si así es, podríamos decir, esta vez, que el tiempo es dinero-potencia y que la imagen-tiempo es imagen-dinero en cuanto potencia. En síntesis, si es cierto que la imagen-capital es imagen-tiempo, sin embargo, la imagen-tiempo no se reduce sólo a la imagen-capital.

   De hecho, las imágenes que Deleuze trata bajo la categoría de la imagen-tiempo en el segundo volumen de su díptico sobre el cine no son las que atañen a la imagen-capital, sino las que entran en el proceso que se puede definir justamente como “subjetivación autónoma”. La imagen-tiempo es la imagen autónoma e independiente de la organización cine-capitalista. Si la imagen-movimiento es la imagen-obrero que se desarrolla siguiendo el flujo de poder adquisitivo, cuya movilidad es enteramente regulada y limitada por la orientación del flujo de capital, la imagen-tiempo es la imagen que se desarrolla convirtiendo el flujo de poder adquisitivo en “flujo de subjetivación autónoma”, cuya movilidad desborda, sin parar, los límites determinados por la orientación del flujo de capital.

   El propio Deleuze usa el término de “autonomía” o de “heautonomía” (término originalmente kantiano que significa “capacidad de legistar sobre sí mismo”) para calificar la imagen-tiempo. A propósito del neorrealismo italiano, por ejemplo, Deleuze escribe que “los objetos y los medios cobran una realidad material autónoma que los hace valer por sí mismos”. Es decir que las imágenes y sus componentes salen fuera del movimiento del cine-capital o de la valorización cine-capitalista del valor, y se hacen valer por sí mismas de manera autónoma en sus materialidades respectivas. Esto se puede resumir en la famosa consigna de Roberto Rossellini: “Las cosas están ahí. ¿Por qué manipularlas?”.

   O también, a propósito de la relación entre lo visual y lo sonoro en las películas de Marguerite Duras, de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet o de Alain Robbes-Grillet, Deleuze escribe: “lo visual y lo sonoro darán lugar a dos imágenes heautónomas, una imagen auditiva y una imagen óptica, constantemente separadas, disociadas, o desenganchadas por corte irracional entre las dos.” Esto quiere decir que lo visual y lo sonoro dejan de producir plusvalía en su racionalidad laboral cine-capitalista (por ejemplo, producción de un “personaje” como identidad audio-visual) y entran en una nueva relación, “irracional” desde el punto de vista cine-capitalista, en la cual cada uno se hace valer por sí mismo cobrando una realidad material autónoma (por ejemplo, un relato oral y un gesto corporal que valen cada uno por sí mismo de manera autónoma). Y tal subjetivación autónoma de las imágenes, Deleuze la llama “situación óptica y sonora pura”, situación propia de la imagen-tiempo. O el cineasta portugués Manoel de Oliveira, a su turno, la llama “saturación de signos magníficos que se bañan en la luz de su ausencia de explicación”.

7. Reapropiación proletaria del medio de producción

En sus primeros años, el cine no era arte industrial, sino, más bien, arte mercantil. El llamado “cine primitivo” era un arte asimilable al capital mercantil más bien que al capital industrial. En el cine primitivo, las imágenes no trabajaban, sino que eran por sí mismas productos mercantiles. Los hermanos Lumière, por ejemplo, mandaron a sus camarógrafos a todas partes del mundo, los hicieron grabar imágenes exóticas, es decir, extraordinarias, y las vendieron al público en París y en otras ciudades metropolitanas. Al comienzo, el cine no era sino un comercio de imágenes, en cuanto último legado de la cultura visual desplegada durante el siglo XIX (la fotografía, el escaparate, la exposición universal, el viaje en tren, etc.).

   En su díptico sobre el cine, Deleuze no trata el cine primitivo. ¿Por qué? Porque, precisamente, el cine primitivo no se corresponde por nada con su definición del cine como arte de la imagen-movimiento, es decir, como arte industrial. Dicho esto, debemos notar que el cine-capital mercantil subsiste siempre. Los festivales internacionales funcionan a menudo como ferias de muestras o exposiciones universales de imágenes exóticas. En los festivales de tendencia socialdemócrata, las imágenes exóticas más apreciadas son indubitablemente las de la pobreza. Todos los galardonados habituales del festival de Cannes, tales como Ken Loach, los hermanos Dardennes o Hirokazu Kore-eda, lo saben perfectamente. El título de una película de Kore-eda es muy sugestivo en este sentido: Nobody knows. En esa película, el cannois japonés muestra la pobreza vivida por una parte marginal de la población japonesa como algo extraordinario que nadie conoce. Y tal comercio de imágenes no es cine, según Gilles Deleuze.

   Es con la invención del montaje a mitad de los años 1910 con la que el cine se volvió en arte industrial. El montaje es la cadena de montaje cinematográfica, a través de la cual las imágenes están puestas a trabajar. Así nació la imagen-obrero, es decir, la imagen ordinaria que produce plusvalía extraordinaria en su trabajo colectivo bajo el mando del cine-capital.

   El montaje es el principal “capital constante” cinematográfico (mientras las imágenes constituyen el “capital variable”). Es el principal “medio de producción” cine-capitalista. Pero, ¿qué pasa con ese medio de producción, cuando las imágenes se ponen a salir fuera de la organización laboral cine-capitalista? ¿Un luddismo? No. Se trata más bien de una reapropiación proletaria. Al reapropiarse del montaje, las imágenes proletarias modifican, sin embargo, completamente su uso. El montaje ya no pone a las imágenes en conjunción laboral, sino que las pone en conexión disyuntiva para hacerlas valer cada una por sí misma. ¿Es una vuelta al cine primitivo, al cine mercantil? No, en absoluto. Porque son las imágenes ordinarias en cuanto tal las que se afirman cada una en su realidad material autónoma o heterónoma. La “situación óptica y sonora pura” es la situación ordinaria que cobra su propia plenitud semiótica material. En el régimen de la imagen-tiempo, son los pájaros ordinarios los que se hacen valer por sí mismos al nivel óptico como al sonoro.

[1] La procedencia de este artículo son notas de una conferencia online dictada por Jun Fujita Hirose en “Diálogo con Jun Fujita Hirose: La imagen cristal, el déjà-vu: sus incógnitas”, el viernes 1 de mayo del 2020. Taller de lectura online organizado por Alberto Sladogna

 

Herejes bitácoras para el re-lector desprevenido (III) // Carlos G. Picco (Compilador)

 

Hogar

por Carlos G. Picco

 

Y ahí estoy, parado en el borde de algún acantilado loco. ¿Qué es lo que tengo que hacer? tengo que agarrar a cualquiera que se acerque demasiado al acantilado; me refiero que, si están corriendo y no ven hacia dónde van, tengo que  salir de algún lado y agarrarlos. Eso es todo lo que hago todo el día. Entiendo perfectamente, como dicen los eruditos, que viajar es importantísimo para la formación del espíritu, pero hasta los más iluminados saben que por muy viajero que sea uno, cada tanto es necesario volver a casa… es que solo en ella consiguen alcanzar y mantener una idea pasablemente satisfactoria acerca de si mismos. No obstante y pese a todo, si se me pudiera pensar de algún modo, nombrar digamos o clasificar al menos, podría aconsejarle la novedad de señalarme como una especie de paranoico al revés. Es que sospecho, incluso aquí parado, que la gente conspira para hacerme feliz.

 

Anochece y esta es, en definitiva, sólo la escenificación de una conversación entre cuidadores, cavernarios y carpinteros.

 

 

Escribe lo que inscribe

por Ana Paula Tumas

 

¿Cómo me has visto? Como un día de verano. Vamos a la isla. ¿A dónde? A la isla, a zambullirnos para ver la ciudad, subiremos y saludaremos a los barcos…¿Qué sabes de esa ciudad? Fue engullida por un terremoto. Emerge del agua a veces, con la promesa hipócrita de la primavera. ¿Me darías dos días? Sí. Vagar. Ojalá llueva. Y me agarres de la mano. Y me metas en una librería escondida. A buscar lo que no tienen. Hombro con hombro. Amo verte reír. Gané entonces. ¿No lo sabías? Nunca lo sé, tu sonrisa. Hoy me reí todo el día, hoy te ví. En el pasillo. Con ojos de río. Hoy fui feliz. ¿Bailas? No iré al hospital, no iré, quiero hacer proyectos para el mañana, el vecino desconocido siempre me responderá con la misma música, y siempre habrá alguien para venderme palabras. ¿Cuánto dura el mañana? La eternidad de un día cuando el ruido. Un día en la eternidad cuando tu voz. Vayamos a la ciudad, ahí donde nadie, vayamos de noche, allí cuando quieta.

 

 

Extracto Canto III

por Federico Racca

 

exilio y los exiliados. Esopo fue esclavo, Esquilo y los griegos ostraquizados en Sicilia, ¿Safo confinada en Lesbos? El progreso del peregrino y El quijote. Severo en París y la expulsión de la IPA. Jabès, Jünger: “me sería muy agradable consagrarme a mis coleópteros; como dijo Goethe, uno se retira poco a poco del mundo de la apariencia.” Joyce y el Zurdo después de Raco: ¿Cantan aún los gallos del Cid, al amanecer, en Medinaceli? nací en el mes de enero y llovía según me cuentan. Mi padre era un pobre con libros. Siempre llevaba cuatro caballos y una alforja con extraños textos. Para completar su jornal de peón de quinta o sexta categoría, iba a los potreros, montaba los potros salvajes y los amansaba. Le traigo un caballo, ¿me lo puede arreglar? Domar sobre pastos altos para que cuando caigas, caigas sobre blando; eso nos enseñó. Los jueves yo cabalgaba dieciséis kilómetros hasta Junín. Al mediodía tocaba mi estudio de guitarra al diestro Almirón; a las cinco llegaba a la casa del irlandés, el maestro Cornow, que me daba la leccioncita de gramática inglesa y volvía galopando a mi aldea. ¿Desarraigado? ¡Qué voy a estar desarraigado! Estoy en París porque todo me queda cerca, hasta la soledad. Fui cien veces, no tengo nostalgia: en las tardes cuando me hace un ruidito, cojo la guitarra y está conmigo. Mañana no tomes deber, dijo Eluard, es interesante y tienes que tocar la guitarra para ellos. Pequeña señora Edith Piaf afirmó que París tenía que escuchar mi música e hizo pegar carteles dondequiera: Vendredi 7 Juillet 1950 à 21h. au théâtre de l’Athénée EDITH PIAF chantera pour vous et pour le grand guitarriste et folkloriste argentin ATAHUALPA YUPANQUI. Extraordinario honor que no olvidaré, ni podré pagar jamás; pan se dice pan… pese al amplio recorrido entre Burgos y Valencia, podemos decir que únicamente el entorno de San Esteban de Gormaz y el de Medinaceli, ambos en la provincia de Soria, son los narrados con una perfección topográfica absoluta. El propio Menéndez Pidal abandonó la idea de que un sólo juglar de Medinaceli fuera el autor del poema. Se admite ya, que hubo un poeta de San Esteban de Gormaz que escribió muy cerca de la realidad histórica, y otro poeta de Medinaceli, bastante más tardío, consecuentemente alejado de los hechos del Cid, que poetizaba más libremente. Hacia 1103 o 1109 debió escribir el primero, es decir, a los pocos años de la muerte del Campeador (1099). En cambio el refundidor de Medinaceli debió de llevar a cabo su obra alrededor de 1140, fecha propuesta por Pidal, con anterioridad, para la totalidad del poema :me senté en los escalones de la Dogana porque las góndolas siempre fueron caras; en mi walkman escuché la voz de Terror Días: que se los va a llevar el diablo y enfrente el canal, con la Giudecca entre bruma y Roger Keith en Cambridge sin saber de la calle Querini, a una cuadra del canal, atravesando el puente de la Academia, caminando Le Zattere hasta más allá de la iglesia de los dominicos y entonces a la derecha, hasta una callejuela sin salida y casi sin luz: y la primera luz, antes de que el mínimo rocío haya caído, después de una noche sin concerto de Vivaldi y el vaporetto que no llegaba y el frío frente a los dogos con el canal como espejo. Él sabía de su final por eso el primer cantar, el del destierro: “falta la primera hoja del códice”, me dijeron; sin embargo ella –Dédalo le dio a Ariadna el ovillo de cordel– habla desde el balconcito que mira al canal: Ezra visitó Venecia a los trece años con su madre y su tía abuela France, la que había bailado con el general Ulysses Grant. Volvió en 1908 viviendo en la esquina de rio San Trovaso; de allí el Canto LXXVI. Dijo la Signora Agresti “quiebra su sistema político pero no el económico” y el sol alto, mas arriba del horizonte, escondido en un banco de nubes, iluminó de azafrán el borde de la nube. Amaba Venecia con locura (eran los Años del Silencio, después del psiquiátrico y del exilio interno; después el otro). Le gustaba leer versos en voz alta, sólo hablaba con los gondoleros; ellos le querían. Murió sereno, de vejez, entre el Día de los Santos y el de los Difuntos, tenía 87 años. Cuando salió de la casa para ir al hospital no quiso ser llevado en camilla; bajó las escaleras solo y a pie se fue a tomar la barca relean la historia: es todo lo que en ella se lee de verdadero. Los que creen hacer causa en su trajín son, sin dudas también, los desplazados por un destierro que han preparado; pero se han hecho ceguera bella los ciegos

 

 

Refutación

por Melina Di Francisco

 

El tiempo de vivir sin tiempo. Estallar las posibilidades. Hoy se siente lo que mañana no.

 

¿Pueden ustedes sentirse cuerdos?

 

Él dice, nos cuidemos del virus y la psicosis ¿Alguien escucha toda la frase?

 

Por las noches las canciones a mi hija son siempre la misma nota, repetida, repetida.

 

Por los días escucho angustia. La misma nota, repetida, repetida.

 

Y en la cama del placer, contamos siempre el mismo muerto. Sacame de acá, donde nacemos, cogemos y morimos. Quiero dormir parada.

 

Les digamos a todos que este finde nos vamos a las sierras, a ver qué pasa. Les digamos que nos vamos a casar, a ver qué pasa. Les digamos que tendremos otro hijo o que vamos a apagar los celulares. A ver qué pasa.

 

Inventemos una historia todos los días. La escuela de niños felices/la secuestran a mamá/la casa embrujada. Se nos terminó el alcohol. Inventemos una historia todos los días.

 

Limpiemos, trabajemos, cocinemos, bailemos ¿Cuántos días? Tengo dones de todo tipo. Todos ellos. Hagamos jardinería, nos ocupemos de la planta que nació para morir y escribamos su epitafio.

 

¿Nos olvidaremos así?

 

El día que papá murió sentí alivio. Algún día, después de doler, la locura de ver morir iba a quedar atrás.

 

Pero no. El cuerpo tiene memoria, decía mi profesora de gimnasia.

 

 

Infraestructura informática solidaria para acciones solidarias // Systemli (Colectivo Informático Militante)

 

Aclaración: esta nota es una traducción de un articulo publicado por el colectivo de habla alemana “systemli.org” (colectivo informativo militante). Por este motivo muchos enlaces no están disponibles en español. Pedimos disculpas por la falta de capacidad técnica.

Este último tiempo dada la situación actual estamos recibiendo consultas de muchos lugares y espacios distintos sobre cómo se puede seguir militando y continuar el trabajo político en estos tiempos.  Nos preguntan, por ejemplo, cómo se puede implementar digitalmente una reunión o asamblea dado el caso de que la gente no quiera/quiere o no puede reunirse en determinado lugar dada la situación actual.

Como colectivo informático de izquierda, queremos ayudarles a utilizar las herramientas adecuadas manteniendo un nivel mínimo de privacidad y seguridad. A continuación, presentamos algunas recomendaciones específicas de herramientas digitales que consideramos útiles para la militancia en estos tiempos de coronavirus.

 

Comunicación en tiempo real, llamadas telefónicas y videoconferencias grupales.

 

Principales herramientas para reuniones virtuales. La comunicación será encriptada y nadie podrá escucharla excepto los propios participantes.

 

Jitsi es una plataforma gratuita para videoconferencias y se puede iniciar directamente en el navegador web. Nuestra experiencia demuestra que funciona bien con hasta 5 participantes. Recomendamos dos proyectos de colectivos informáticos de izquierda:

 

– Jitsi instance of Autistici/Inventati: https://vc.autistici.org/

 

– Jitsi instance of Mayfirst: https://meet.mayfirst.org

 

Mumble permite llamadas grupales más grandes (sin video), incluso con más de 100 participantes. Actualmente hemos instalado un servicio de atención (solo disponible en inglés y alemán) para ustedes. Para los clientes nativos de los principales sistemas operativos este programa ofrece un mejor sonido. Toda la información sobre nuestro servicio de Mumble se encuentra disponible aquí (solo disponible en inglés y alemán).

Nextcloud Talk permite videochat y compartir la pantalla con un máximo de 4 participantes. Se necesita una cuenta, también se puede invitar a otres por medio de un enlace compartido. Toda la información sobre nuestro Cloud-Service aquí (solo disponible en inglés y alemán).

– Nuestra Cloud-instancia: https://cloud.systemli.org (solo disponible alemán).

 

Mensajería instantánea y grupos de chat

Las aplicaciones del tipo Messenger son siempre importantes para una rápida comunicación y coordinación, actualmente diríamos son incluso indispensables.

Signal es la mejor aplicación para enviar mensajes entre teléfonos Smartphone. Ideal para la comunicación de 1 a 1 y grupos más pequeños, puedes armar grupos de chat no públicos (hasta 50 participantes). ¡Siempre que sea posible, usa Signal!

Normalmente no recomendamos (artículo disponible solo alemán) Telegram, pero para los grupos grandes y públicos no hay por el momento ninguna alternativa recomendable. Muchas organizaciones vecinales se organizan a través de grupos de telegramas (por ejemplo, Kiezkommune o Corono-Soli-FFM). Nuestra recomendación pragmática: utilícela sólo para grupos abiertos, ten en cuenta que la comunicación no está protegida y utiliza Telegram-Client de F-Droid si es posible. Al menos de ese modo evitas los rastreadores que analizan los comportamientos de comunicación.

Jabber permite chat 1 a 1 y también para grupos más grandes. Puedes comunicarte a través de diferentes formas. Ofrecemos un servidor con registro público y cliente web. Para chatear en la computadora hay programas para todos los sistemas operativos. Toda la información sobre nuestro servicio de Jabber aquí (solo disponible en inglés y alemán):

– Nuestro servidor Jabber: https://jabber.systemli.org

 

Comunicación externa

Ticker son adecuados para la difusión de noticias. Con nuestro Ticker puedes mantener tu entorno (por ejemplo, tu vecindario) al día sobre los hechos y noticias actuales. Los Ticker debes solicitárnoslos por medio de correo electrónico (solo disponible en inglés y alemán). Estaremos encantados de proporcionársela, los mismos se encuentra bajo diferentes dominios. Toda la información sobre nuestro proyecto para los Tickers aquí:

Mastodon es una alternativa gratuita a Twitter. Podemos recomendar los siguientes casos:

– El caso de los compañeros holandeses de Wehost: https://social.weho.st/

– Del entorno del Club de Computación del Caos (sólo por invitación): https://chaos.social/

Discusiones y almacenamiento de conocimientos

A través de nuestra instancia Nextcloud pueden trabajar juntos en textos, compartir documentos y coordinar citas, tareas, etc. Hemos escrito una guía sobre cómo usar Nextcloud como la modalidad grupal. Toda la información sobre nuestro Cloud-Service (solo disponible en inglés y alemán).

El Etherpad es muy adecuado para recoger conocimientos ad-hoc y crear textos colectivamente. No necesita ningún registro, pero no está protegido contra el vandalismo. Sin embargo, los enlaces pueden ser creados sin permiso de escritura. Una combinación de Etherpad y Mumble ha demostrado su eficacia para grandes asambleas. Toda la información sobre nuestro Pad-Service (solo disponible en inglés y alemán).

– Nuestra autoridad: https://pad.systemli.org/

– Riseup.net: https://pad.riseup.net/

Los wikis son perfectos para la recopilación y gestión del conocimiento. Si quieres construir una base de conocimiento (interna o pública), podemos proporcionarte un wiki con el software Dokuwiki a si lo solicitas haciendo clic aquí (solo disponible en inglés y alemán).

Esperamos ayudarles con las recomendaciones y la infraestructura para su trabajo político. Para los debates, la planificación de la acción, la coordinación de la ayuda a los vecinos y todos los demás trabajos solidarios y militantes.

PD: Como nuestros compañeres (solo disponible en inglés y alemán), llevamos a cabo muchos otros servicios (solo disponible en inglés y alemán), que nos complace poner a disposición de todas las iniciativas emancipadoras y solidarias.

 

systemli.org

Tu colectivo informático militante

Proveedor no comercial para la comunicación militante y protección de datos, completamente libre de vigilancia.

Dirección web: 

https://www.systemli.org/…

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 Creative Commons by-sa: Weitergabe unter gleichen Bedingungen

 

“La pregunta es qué se hace con el virus del capitalismo” // Entrevista a Alejandro Horowicz

Por ELIEZER BUDASOFF

 

A comienzos de este año, cuando Alejandro Horowicz volvió a Buenos Aires después de celebrar su cumpleaños 70 en Nueva York, el nuevo coronavirus era apenas una “misteriosa neumonía china” y el adjetivo “histórico” recién empezaba a saltar de los titulares sobre los incendios en Australia a las noticias sobre la decisión del príncipe Harry y Meghan Markle de ser normales. En febrero estalló el contagio en Europa, pero las noticias sobre el virus tardaron casi un mes en volverse algo “histórico”: el 28 de febrero, después de siete días en picada, los mercados bursátiles de todo el mundo informaron sus mayores caídas en una semana desde la crisis financiera de 2008. Una caída histórica, la primera de varias en la carrera descendente de los mercados, seguida por otro récord histórico en Estados Unidos, en este caso ascendente: el de los números de desempleo.

El horizonte. Crónica de la psicodeflación #5 // Franco «Bifo» Berardi

Original en: https://not.neroeditions.com/lorizzonte/
[Traducción: Emilio Sadier para sangrre.com.ar]

18 de abril

«¿Hubieras dicho alguna vez que el apocalipsis sería tan aburrido?», me pregunta mi amigo Andrea, cuya vida es habitualmente muy aventurera y ahora se ve obligado a pasar su tiempo en un sillón desfondado y destartalado cerca del Aventino mientras la primavera romana florece silenciosa a su alrededor y ni siquiera la puede ver.

Buena pregunta, buen punto de vista.

¡Aburrirse finamente!

Pero puede verse el asunto desde otro punto de vista para disipar la niebla del aburrimiento. Puede verse el apocalipsis como un evento que se desarrolla en cámara lenta, una precipitación de la cual prevemos los próximos derrumbes, los próximos desprendimientos pero de la que no podemos gobernar casi nada.

Esta revelación ostensible de la impotencia de la voluntad consciente, frente al desarrollo de eventos macro (como el cambio climático) o micro (como la propagación de virus), es la lección que deberíamos poder asimilar y elaborar.

Si la voluntad no puede gobernar los procesos, ¿hay quizás otra facultad que pueda hacerlo?

Para no aburrirme, leí un artículo de Francesco Sisci, un sinólogo italiano muy inteligente que forma parte de la Academia de Ciencias de Beijing (lo que significa que sabe lo que dice cuando habla de cosas chinas).

Sisci parte de la noticia de que los estadounidenses quieren exigirle a China resarcimientos por millones de billones de billones. Según ellos, China tiene la culpa de este desastre: un virus escapó de su maldito laboratorio de Wuhan, lo ocultaron y continúan ocultando información… Luego nos atacaron a nosotros los estadounidenses, su chinese virus como dice Trump y repite Mike Pompeo. Nuestra economía se está yendo a pique y ahora nos deben pagar, dicen enfurecidos aquellos que habían prometido aquello de make America great again.[1]

Es culpa de los chinos. Demandémoslos.

Vamos a cancelar la deuda de Estados Unidos con el banco chino.

Como de costumbre, los estadounidenses juegan con fuego.

Tal vez piensen que si China se enoja, tendrán que enfrentarse a unos cientos de boxeadores armados con espadas, escudos y lanzas que salen de la esquina para golpear.

Nein. Sería bueno no olvidar el desfile del 1 de octubre pasado con todas esas hermosas cabezas brillantes y esas ojivas redondeadas.

Aparte del coronavirus, con esas aceitunas el número de muertos puede multiplicarse más de cien veces.

Sisci, que sabe mucho, advierte contra la locura militarista que la catástrofe social provocada por el virus podría suscitar.

La idiotez congénita del pueblo estadounidense, por otro lado, se exhibe abiertamente en las ciudades de Michigan y de Virginia, donde grupos de panzones armados exigen que los gobernadores retiren sus medidas preventivas. Se preparan para disparar a los indios entre una cerveza y otra. Pero el problema es que ahora ya no existen pieles rojas a caballo sino una potencia tecnomilitar totalitaria disciplinada.

19 de abril

En las últimas semanas escribía con facilidad y una cierta (irresponsable) alegría, las palabras me surgían con fluidez y se encadenaban sin resistirse.

Ahora algo ha cambiado. Tal vez porque una amiga me acusó de usar la palabra «irresponsable» con un signo positivo, mientras que el momento requiere el máximo de responsabilidad.

A ver, nunca me gustó mucho la palabra «responsabilidad». Pero empiezo a sentirme un poco avergonzado de planear en el aire mientras las cosas se ponen cada vez más dramáticas.

20 de abril

En los últimos días me puse a releer los escritos de William Burroughs y de Philip Dick.

Los leí en los años ochenta. En 1982 tuve la suerte de conocer a Burroughs, fui a verlo en su búnker de la calle Bowery para entrevistarlo. Casi no entendí nada de su acento, y de eso resultó una entrevista dispersa que luego salió en la revista Frigidaire.

Leí ExterminatorAh Pook is HereThe JobThe Electronic Revolution y algunas de sus novelas vertiginosas, que hoy se pueden releer como premoniciones.

Con gélida lucidez alucinada, Burroughs decía que el lenguaje humano no es más que un virus que se ha estabilizado en el organismo, mutándolo, impregnándolo, transformándolo: «la palabra misma puede ser un virus que ha alcanzado una situación permanente en el huésped» (La revolución electrónica). Por lo tanto «el hombre moderno ha perdido la facultad del silencio. Intenta detener tu discurso subvocal. Intenta alcanzar al menos diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo antagónico que te obliga a hablar… El lenguaje es una tara genética, es por la palabra misma que no existe ninguna inmunidad».

Pero si el lenguaje es un virus que se impone al organismo conduciéndolo al predominio de la abstracción sobre la concreción de lo útil y, por lo tanto, a producir las condiciones históricas de su autodestrucción, ¿no podemos suponer que será precisamente un virus lo que vuelva a unir lenguaje y concreción, sensualidad, sufrimiento?

Pero, ¿en qué plano actúa el virus? Diría que actúa en el plano estético: es la percepción, la sensibilidad lo que puede recomponer la relación entre lenguaje y concreción.

21 de abril

No he dejado de pintar desde que comenzó la reclusión. En realidad, no puedo decir que lo mío sea pintura: hago collages con fragmentos de imágenes, fotocopias, periódicos a los que luego superpongo colores de esmalte, esmaltes de uñas, etiquetas, mallas…

El departamento está lleno de estos cuadritos de treinta y cinco por cincuenta o setenta por cincuenta, que están allí apilados en el banco, apoyados en los estantes de la biblioteca, amontonados en el suelo.

Algunos motivos son recurrentes, como obsesiones: una paloma blanca vencida por un cuervo negro regresa como un leitmotiv. ¿Recuerdan esa escena?

Pinto palomas y cuervos que se persiguen bajo los ojos asombrados de Bergoglio, quien seguramente habrá buscado interpretar la señal que provenía de las alturas de los Cielos.

Es el 26 de enero de 2014, Francisco ha ascendido recientemente al trono de Pedro, después de que otro Papa había agachado la cabeza ante las ingobernables potencias del caos interior. El genio de Nanni Moretti narró por adelantado el drama de la depresión humana ante la primacía del caos en Habemus Papam.

El Papa y dos niños en el balcón de una ventana de San Pedro. El Papa acaricia las cabezas de los niños, mientras estos lanzan al aire dos palomas blancas. Un cuervo negro llega desde la izquierda, persigue por unos momentos a la pobre paloma que trata de escapar, luego la agarra, la arrastra, la devora.

La simbología es escandalosamente clara: el mal proviene repentino de las profundidades del caos y colorea el cielo de Roma con sangre inocente.

¿Debo continuar? Mejor no. No quiero interpretar los signos como si detrás de ellos existiera la voluntad de alguien que se manifiesta. Mi ateísmo no me lo permite. Pero a veces me cuesta resistir a la idea de una emanación omnipoética y maligna que ofrece signos enigmáticos pero sugerentes a la platea atónita de los espectadores humanos.

De Francisco proviene la lección política de un hombre que combate la batalla de Cristo no en nombre de la verdad, sino en nombre de la caridad, del compartir jubiloso y doloroso de la experiencia humana. Pero de sus palabras y de sus actos se sigue también una lección filosófica: las potencias del mal son emanaciones del caos, cuando el caos supera nuestra potencia de sentido, de afecto y de razón. No es la voluntad de Dios lo que se manifiesta en el mal. En su homilía nocturna de marzo, Francisco lo ha dicho sin vueltas (y de qué otro modo habría podido decirlo)[2]: Dios no castiga a sus hijos, el virus no es un castigo divino.

¿Y entonces? Y entonces el virus es la complejidad del caos que supera nuestra capacidad de comprensión, gobierno y cuidado.

Pero la historia de la cultura es precisamente la historia de esta caosmosis, de esta relación entre el caos de la experiencia y el orden provisorio de la conciencia.

Fotos en el periódico: estamos en Estados Unidos, hay una hilera de autos que tocan bocina y ondean banderas de estrellas y barras. Ciudadanos armados se manifiestan contra el lockdown, exigen que se le restituya la libertad.

Una señora saca un cartel del auto que lleva escrito FREE LAND.[3]

La libertad.

¿De qué están hablando? Son ciudadanos blancos de una nación que escribió la palabra «libertad» en sus documentos fundacionales, pero que desde el principio ha omitido mencionar la esclavitud de millones de personas para exaltar su libertad.

Cuando Jefferson y sus socios escribieron su famosa Declaración de Independencia, en la confederación de trece Estados había 600.000 africanos que trabajaban gratis bajo condiciones de total falta de libertad. Alguien planteó el problema durante la redacción del texto sagrado. En la primera versión, efectivamente, había una frase que condenaba a Inglaterra por haber instituido el régimen de la esclavitud en sus colonias. Luego se decidió eliminar esa frase porque mencionar la esclavitud significaba revelar la hipocresía, la falsedad absoluta de todo el texto sagrado de mierda sobre el que descansa la civilización política estadounidense.

¿Libertad de quién y de hacer qué cosa?

La retórica de la libertad se desmorona bajo los golpes del indeterminismo viral. Esta es quizás la debilidad esencial de las posiciones, por lo demás completamente aceptables, de Giorgio Agamben, que parece restaurar una metafísica de la libertad que tiene muy poco de materialista.

Mientras tanto, la demanda de petróleo cae hasta el punto de que el valor del petróleo en los mercados mundiales se ha desplomado a cero, y luego ha caído por debajo de cero: si comprás algunos barriles, te pagan por la molestia. Buques cargados de petróleo están estacionados en los océanos porque los depósitos árabes, texanos, iraníes, etc., están llenos. La industria estadounidense del esquisto, el gas que se extrae destruyendo el subsuelo con martillos neumáticos subterráneos, está en ruinas. Podemos esperar que se arruine para siempre. Pero hay un tubo que atraviesa el continente desde la frontera canadiense hasta la mexicana. Es el oleoducto de la Keystone Oil Pipeline. Lo han querido construir a toda costa, apaleando a las comunidades pieles rojas que defendían sus territorios: también ese tubo debe estar lleno a reventar de líquido negro.

¿Qué vamos a hacer con toda esta sustancia aceitosa?

Una pregunta inquietante: si volvemos a la normalidad, a la normalidad que era normal antes del virus, ¿qué haremos con todo este petróleo barato? Si continúan rigiendo las leyes del mercado, que son las de la máxima ganancia y de la competitividad, ¿qué quedará de las esperanzas ecológicas? Con el petróleo a precios bajísimos, ¿qué tan improbable se volverá la reconversión a tecnologías menos contaminantes? ¿Qué quedará de las buenas intenciones relacionadas con el cambio climático?

22 de abril

El Guardian dedica atención a un tema que en los últimos tiempos ha sido descuidado por la prensa: ¿qué será del sexo? De hecho, ¿qué ha sido del sexo en estas semanas, y en qué sentido podrían mutar los comportamientos sexuales, sobre todo los de la generación emergente, de la llamada generación Z (como Zoom)?

Entrevistada por el periódico, la Dra. Julia Marcus dice lo siguiente: «Ahora mi recomendación es que nos quedemos en casa e interactuemos solo con otras personas en la medida de lo estrictamente necesario. E incluso cuando lo hacemos, debemos de mantener una distancia de por lo menos un metro. Esto me hace pensar que el sexo es peligroso en este momento».

Pero el Dr. Carlos Rodríguez-Díaz acude inmediatamente a socorrer a los jóvenes que se preocupan: «Las relaciones sexuales pueden disminuir en las próximas semanas, pero hay otras formas de expresión del erotismo, como el sexting, las videoconferencias porno, la lectura de material erótico y la masturbación».

Wow. La que se presenta es una vida ascética con la opción de hacerse una paja por videoconferencia. Pido disculpas por la vulgaridad, no era mi intención.

Ciara Gaffney escribe un artículo interesante sobre el tema de la ciberrevolución sexual: «Con un poco de nostalgia, recuerdo cuando hablábamos de “recesión sexual” de la generación Z: una preocupación un tanto paternalista de que la nueva generación se volvería sexualmente raquítica, incapaz o poco dispuesta de fornicar por exceso de teléfonos celulares, redes sociales y pornografía en línea. En cierta medida, las estadísticas lo confirmaban: entre 1991 y 2017 el número de estudiantes de secundaria que practicaban el sexo había disminuido del 54% al 40%. Pero luego llegó una pandemia mundial, y un nuevo renacimiento sexual pareciera estar germinando».

La extraña tesis del artículo de Ciara Gaffney es que la pandemia está creando las condiciones para una nueva revolución sexual, cuyo núcleo sería el desarrollo de una sensibilidad sin contacto: «En la época color rosa antes del coronavirus, el envío de imágenes de desnudos era objeto de cierta vergüenza. Esas imágenes eran percibidas como burdas, incluso un poco patéticas. En la era del confinamiento, sin embargo, el envío de imágenes de desnudos tiene un regreso con gloria, sin arrepentimiento, como factor orgulloso de liberación sexual. Estratificada por la distancia, la Generación Z parece tener que reinventar lo que significa el sexo, en un mundo en el que el sexo físico es a menudo imposible. Así como el movimiento del amor libre sacudió las convenciones de su tiempo, el renacimiento sexual de la Generación Z sacude las convenciones de la relación sexual orgánica».

Me vienen a la mente los discursos sobre el cibersexo que circulaban entre los años ochenta y noventa. No es improbable que un campo de desarrollo de la tecnología electrónica en el futuro cercano sea precisamente el injerto de realidad virtual y de sensores teleestimulables. Ya lo hacían en Neuromancer de William Gibson de 1984.

«La cuarentena no solo alienta sino que fuerza a la exploración sexual: experimentar con desnudos, thirst traps,[4] generalmente sin repercusiones en la vida real».

Thirst traps significa «trampas que te provocan sed»; está bien, pero ¿y si después falta el agua?

La teletransmisión de estímulos sensuales recibidos mediante realidad virtual tendría una función útil desde el punto de vista demográfico; se dejaría finalmente de procrear, al menos por los próximos doscientos o trescientos años. Pero no creo que exista un universo de placer sin el contacto de la epidermis con la epidermis, sin el guiño irónico de la mirada a muy corta distancia, sin el sentido del olfato. Quizás yo sea anticuado.

Mientras tanto, en el New York Times, Julie Halpert escribe sobre la propagación de ataques de pánico entre los jóvenes estadounidenses que están encerrados en casa y expuestos a un flujo ininterrumpido de información.

24 de abril

Leo un mensaje de Rolando en FB, y comprendo que un poco está agarrándosela conmigo.

Además de la imaginación, dice Rolando, se necesitan programas concretos para afrontar los próximos años, que serán devastadores y decisivos. Rolando aún no tiene treinta años, así que piensa en el futuro cercano con la concreción que tal vez le falte al setentón que soy.

Me inclino a darle la razón.

«Ruego con el corazón en la mano que todas las fuerzas progresivas aprendan de una vez por todas la lección de Maquiavelo: “Pero dado que mi intención es escribir algo útil para aquellos que lo entienden, me pareció más conveniente ir detrás de la verdad efectual de la cosa que de la imaginación de ella. Y muchos han imaginado repúblicas y principados que jamás se han visto o conocido en verdad”. Ya basta, por favor, con las repúblicas futuras de la imaginación: quien quiera hacer caridad con los gestos y las promesas del reino venidero, que ponga su alma en paz y siga a Francisco. Los demás que vayan directamente a la realidad efectual y dejen de contar cuentos de hadas para sí mismos y para los demás. Los próximos años serán decisivos y devastadores», escribe afligido Rolando. ¿Y quién soy yo para poner en duda las palabras de Maquiavelo? Pero si pienso en la propagación de crisis de pánico entre los jóvenes estadounidenses, me pregunto en qué consiste la «verdad efectual» de la que hablan Maquiavelo y mi amigo Rolando.

Hoy en los Estados Unidos se ha cruzado el umbral de cincuenta mil muertes. Estas son las cifras oficiales. Se ha superado por lo tanto el número de muertos de la guerra de Vietnam. Los desempleados han superado los veintiséis millones. El presidente aparece todos los días en la televisión: hoy aconsejó inyectarse desinfectante y tomar baños de sol porque con el calor el virus desaparece. Todos los días su show se vuelve más chistoso. Hace unos días tuiteó: «LIBERATE MICHIGAN! LIBERATE MINNESOTA! and LIBERATE VIRGINIA, and save your great 2nd Amendment».[5]

Cada vez que Trump nombra la segunda enmienda, se trata de una amenaza explícita de guerra civil.

El escándalo de los demócratas alcanza alturas casi cómicas. Pero el escenario que está surgiendo no es tan cómico: por un lado, el pueblo de la segunda enmienda, el pueblo trumpista que reivindica el derecho a portar armas y las exhibe. Por otro lado, el poder de los Estados de las costas, los más ricos, productivos, globalizados: California y Oregón por una parte, Nueva York por la otra. Áreas metropolitanas contra áreas rurales, el cosmopolitismo contra el nacionalismo blanco. Los demócratas han decidido apostar sus cartas a un señor llamado Biden que tiene cien veces menos seguidores en Internet que el Trombón.

25 de abril

Ayer supimos que Repubblica cambia de director porque la familia Agnelli, propietaria del periódico, decidió poner en ese puesto a un periodista más alineado. El director despedido se llama Carlo Verdelli: no lo conozco, no tengo mucho que decir sobre él, pero me da impresión que lo hayan despedido a pesar de que hace pocos días recibió amenazas de muerte de estilo mafioso o fascista. ¿Qué habrá hecho mal el pobre Verdelli para ser echado por su patrón John Elkann, mientras los lectores de Repubblica recogen firmas en su defensa?

No lo sé con precisión, pero recuerdo que hace algunos días apareció en ese periódico un artículo sobre el paraíso fiscal holandés. Quizás Verdelli había olvidado que la empresa de los Agnelli, a pesar de haber sido durante décadas financiada por los contribuyentes italianos cuando se llamaba FIAT, ahora que se llama FCA tiene su sede legal en los Países Bajos y paga los impuestos (es decir, no los paga) en aquel país. Es natural que los Agnelli se hayan resentido.

En Milán, una docena de jóvenes que habían llevado flores a la lápida de un partisano fueron agredidos por un escuadrón de policías: los maltrataron, golpearon y arrastraron por el suelo. Las imágenes muestran que los manifestantes eran completamente inofensivos, llevaban barbijos, no tenían ninguna intención de provocar. ¿Por qué entonces írseles encima de esa manera rabiosa? ¿No estaremos presenciando el nuevo estilo de un poder policial integrado por tecnologías de control inexorable? Es un estilo legitimado por el terror al contagio, pero esa docena de chicos ciertamente no puso en peligro la salud de nadie.

En cambio, todos los días, millones de trabajadores «indispensables» para la ganancia de los industriales se ven forzados a vivir en condiciones de mucho mayor peligro que doce adolescentes en una calle de la periferia de Milán.

26 de abril

Estoy lleno de dudas y no arriesgo pronósticos, pero hay algo que me parece comprender: que la pandemia viral de 2020 señala un pasaje, o más bien lo revela. Se trata del pasaje del horizonte de la expansión, que delimitaba la mirada de la humanidad moderna, hacia el horizonte de la extinción que, de una manera o de otra, está destinado a delimitar la mirada de la humanidad que viene.

27 de abril

Ahora el nuevo grito es: «¡Reabrir! Volver a la normalidad».

¿Cómo no entenderlo? A nadie le gusta vivir encerrado en un cubículo, y es legítimo que los humanos quieran retomar las actividades que animan y alimentan la vida social. Pero el regreso a la normalidad significa el regreso de aquellas expectativas y de aquellos automatismos que han vuelto furibunda a la Tierra y han expuesto al organismo viviente a las tempestades virales.

Leo en el Monólogo del virus[6] de Frederic Neyrat: «Silencien, queridos humanos, todos sus ridículos llamamientos a la guerra. Bajen esas miradas vengativas que posan sobre mí. Disuelvan el halo de terror con el que rodean mi nombre. Nosotros, los virus, desde el fondo bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida sobre la Tierra. Sin nosotros ustedes jamás hubieran visto la luz… Somos sus ancestros, de la misma manera que las piedras y las algas, y mucho más que los monos. Estamos donde sea que ustedes estén y también donde no están. ¡Peor para ustedes si en el universo no ven más que lo que se manifiesta a su imagen y semejanza! Pero, sobre todo, dejen de decir que soy yo quien los mata. No están muriendo a causa de mi acción sobre sus tejidos, sino por la falta de cuidado de sus semejantes. Si no fueran tan rapaces entre ustedes como lo han sido con todo lo que vive en este planeta, aún tendrían suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los daños que inflijo a sus pulmones… Agradézcanme, más bien. Sin mí, ¿por cuánto tiempo más habrían hecho pasar por necesarias todas estas cosas de las que se decreta de repente la suspensión? La globalización, los concursos, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones… Agradézcanme, los puse frente a la encrucijada que estructura tácitamente sus existencias: la economía o la vida… El desastre termina cuando termina la economía. La economía es el desastre. Esta era una tesis hasta el mes pasado. Ahora es un hecho. Nadie puede ignorar cuánta policía, vigilancia, propaganda, logística y teletrabajo se necesitará para reprimirlo… Cuiden de sus amigos y de sus amores. Vuelvan a pensar con ellos, soberanamente, una forma de vida justa. Hagan clusters de vida buena, amplíenlos y no podré hacer nada contra ustedes. Esto es un llamamiento no al regreso masivo de la disciplina sino al de la atención. No al fin de toda despreocupación, sino al de toda negligencia. ¿Qué otra manera me quedaba para recordarles que la salud está en cada gesto? Que todo está en lo ínfimo».

Y Bruno Latour, en un artículo titulado Imaginar los gestos-barrera contra la vuelta a la producción anterior a la crisis: «La primera lección del coronavirus es también la más impresionante: la prueba está hecha; efectivamente, se puede, en pocas semanas, suspender por todas partes y simultáneamente un sistema económico que hasta ahora nos habían dicho que era imposible ralentizar o redirigir. Contra todos los argumentos de los ecologistas sobre la necesidad del cambio de nuestros modos de vida, siempre se oponían los argumentos de la fuerza irreversible del “tren del progreso” que no podía hacer nada para salir de sus raíles, “debido”, nos decían, “a la globalización”. Sin embargo, es precisamente su condición de globalizado lo que convierte en tan frágil este famoso desarrollo, capaz no solo de frenar, sino de detenerse por completo».

Pero sería ingenuo esperar que esta nueva, alucinada pero lúcida conciencia pueda volverse sentido común mañana o el mes que viene. La ansiedad de volver a la normalidad es por el momento la fuerza principal, casi mayor que el miedo –siempre presente– de un regreso del contagio.

Así que volveremos a la normalidad, pero será aún peor que aquella que hemos sufrido en el pasado. Porque a la explotación, a la precariedad, a la humillación económica cotidiana se les agregarán el distanciamiento, la tensión permanente de la relación con el otro.

Pero el problema es que este regreso a la normalidad pronto se verá frustrado. No necesariamente por el regreso del virus, entendámonos. Como todos, espero que se consiga poner bajo control al corona, o que se encuentre una vacuna, o no lo sé…

Este no es el punto. El punto es que la máquina de los automatismos ha entrado en una condición caótica sin retorno. El colapso del sistema económico mundial no se remedia: cientos de millones de empleos perdidos, el precio del petróleo que cae por debajo de cero, la quiebra de innumerables compañías comerciales y empresas manufactureras…

Y la explosión de venganzas políticas de la derecha que ha sido arrinconada pero no cede. Y la confiscación de los intereses nacionales, y el peligro amarillo que obsesiona a Occidente. Y el perfeccionamiento de técnicas de control tecnototalitario que China ha experimentado a niveles muy avanzados y que ahora se difundirá como un ejemplo a seguir.

La concreción matérica del virus, de esta aglutinación proliferante mutágena, ha modificado algo profundo en el organismo humano, pero sobre todo ha detenido la máquina de la abstracción. Volver a ponerla en marcha será una tarea imposible. Y en ese punto aprovecharemos la lección. Aprendimos que el sistema militar no nos protege de la extinción, sino que la acelera. Por lo tanto, el sistema militar tendrá que ser desmantelado, reconvertido. ¿Y cómo sobrevivirán los millones de personas que trabajan en las fábricas que producen armamentos? La lección que aprendimos es que no hay necesidad de trabajar para tener derecho a un ingreso. El ingreso de existencia ha sido una realidad y debe seguir siéndolo. Pero los millones de personas que hoy se ven forzados a producir armamentos y a extraer petróleo no se verán necesariamente condenadas a la inacción. Habrá muchas cosas que hacer para sustituir el sistema energético que ha destruido las condiciones de vida en el planeta, para moverse, calentarse e iluminar la noche.

Aprendimos a distinguir la producción de lo útil de la producción de lo abstracto monetario. Aprendimos que la riqueza no consiste en la acumulación de valor, sino en el disfrute del tiempo que fluye y de las cosas que podemos producir sin ser explotados.

Es en el transcurso de la tempestad que viene que esa lección volverá, ineludible.

 


Notas

[1] En inglés en el original, slogan de campaña de Trump en 2016, podría traducirse «Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande». A propósito de la dificultad de traducir este enunciado al español, es absolutamente recomendable el artículo de Pablo de Llano «¿Cómo traducir ‘Make America Great Again’?» publicado por El País en noviembre de 2016, a poco del triunfo de Trump. La nota no solo compila con gracia algunas notables interpretaciones de prestigiosos traductores sobre la frase en cuestión, sino que además supone un bello reconocimiento de la traducción como ejercicio de sutileza y curiosidad poética y política –a contramano de lo que ocurre cuando se combinan el exceso de fe en los automatismos algorítmicos y el imperativo de la inmediatez mediática. [N. del T.]

[2] «Francesco l’ha detto papale papale». La frase «papale papale» significa «sin vueltas» o «literalmente». El juego de palabras es tan evidente en italiano como intraducible al español. [N. del T.]

[3] La traducción más directa es «tierra libre», aunque el enunciado mantiene implícitas otras variantes, como «liberen la tierra» o incluso –en cierta resonancia con alguno de los argumentos del texto– «tierra gratis». [N. del T.]

[4] El término «thirst traps» refiere a mensajes provocativos o fotografías sexy publicadas en las redes sociales con la intención de que otros profesen públicamente su atracción. [N. del T.]

[5] «LIBÉRATE MICHIGAN! LIBÉRATE MINNESOTA! y LIBERATE VIRGINIA, y salven su gran 2nda Enmienda», en inglés en el original. [N. del T.]

[6] El enlace lleva a la versión castellana, que se encuentra en la misma web que la italiana. Aquí la traducción es propia y sigue los extractos que transcribe Bifo, a partir del cotejo con las versiones italiana, francesa y castellana, y en una variante menos castiza del español. [N. del T.]

No quiero dormirme por dentro // Malen Otaño

Los conté, son cuarenta soles consecutivos que veo apilarse en la ventana. Creo que hubo dos lunas llenas. Ninguna día tengo conocimiento de que día es. Pienso que podríamos inventar un nuevo calendario, pero con días más largo o que no sean días, que sean otra cosa, pero qué? Tiempo mudo, tiempo muerto, tiempo dormido. Las emociones se presentan minuto a minuto. Tienen un movimiento extraño, desconocido, aleatorio.  

 

Bueno pero tengo ideas, como dicen ahora hay que tener preguntas. No quiero hacerme preguntas. No las tengo. No se me ocurren. No las encuentro. No tengo ganas. No tengo ganas de hacer nada. No tengo ganas de hacer un orgasmo colectivo. No tengo ganas de interpretar “esto” ni como una crisis, ni como una oportunidad, ni como un antes y un después, ni un pasaje, ni un cruce, ni un desafío, ni una mutación, ni un cambio. No tengo ganas de encontrarle la vuelta. Ni el reverso. 

 

Me he secado. 

 

Pensar que hace no muchos meses-que parecen años- corria detras de los fluidos, como un perro que ladra sin parar en la vereda, porque algo lo paraliza pero también le abre el cogote. Ni saliva, ni sudor, ni transpiración, ni mocos, ni cera, ni menstruación, ni sangre, ni flujo, ni semen, ni lágrimas, ni pus, ni vomito, ni gases, ni mierda. Extraño profundamente este intercambio de fluidos entre las personas. 

 

Extraño el malentendido, la confusión, pisarnos en las conversaciones, los fallidos, las lagunas, las contradicciones, chocarnos en la calle, pegarnos codazos en la cama, escupirnos la cara, languetiarnos, mordernos, el vértigo en la panza, los empujones. Extraño la ansiedad, el nerviosismo, la vergüenza, el mareo, la incomodidad, los dolores, el cansancio. Extraño disimular, temblar, burlarme, pelear, gritar, bostezar, pellizcar. 

 

Guardo el último beso como un tesoro en el fondo de mi patio. Estoy cansada de verme el cuerpo. Me resisto, me aferro con mis uñitas a la pared de piedra, aguanto la respiración debajo del agua, hago abdominales. Me pellizco antes de dormir. Me acaricio el pelo al despertar. ¿Esto es la vida? ¿Esto es vida? No me quiero acostumbrar tampoco quiero ser imprudente. No quiero perder la sorpresa ni la imaginación. No quiero dormirme por dentro. Afuera no hay nada, o lo que hay es plano y sin forma. El único brillo es el de las pantallas. El mundo se plegó. Somos espectadores expectantes. Lo inminente. Lo inevitable. La amenaza paralizante. 

 

Me desperté en medio de la noche con mi propia voz. Tuve miedo de escuchar un grito.

Imagen: Suyai Otaño

El coronavirus ¿la primera pandemia posmoderna? // Raúl Cerdeiras

El Coronavirus parece haber arrinconado a la humanidad a tener que elegir entre “la bolsa o la vida”. Sin embargo no creo, como suele decirse, que sea una elección forzosa. No es una elección simplemente porque no hay nada diferente que elegir, son lo mismo. La bolsa (el capitalismo) y la vida (una estructura biológica destinada a la muerte) hoy caminan juntas. Dejadas a merced de su dinámica propia terminan en una siniestra articulación entre ambas: una estructura social hoy globalizada que se rige con la ley del más fuerte y un virus más fuerte que nuestras defensas biológicas. Es el imperio de la selva.

Este no es un momento de falsas elecciones, es el momento de decisiones. De salir del mundo de lo posible y apostar sobre el vacío que provoca la llegada de algo que desarregla la marcha del mundo tal cual está funcionando.

Es imprescindible volver a interrogarnos: ¿cómo se piensa hoy la humanidad a sí misma? Contemporáneamente, y desde mi mirada filosófica, creo que hay que hacerse cargo de las consecuencias que se derivan de que somos una excepción inmanente al orden de la naturaleza. Pero esta afirmación es una decisión sin garantía. Al mismo tiempo que se la pronuncia acepta la radical inconsistencia de aquello que nos exceptúa, de lo que nos abre una ventana en la naturaleza -a la que jamás podremos abandonar- para poder inventar la “existencia humana”. Este ser vivo está alojado en el pensamiento. ¿Qué es pensar? Aquí toma cuerpo el conflicto en su verdadera dimensión: nunca podrán ser  los discursos que nos vuelven a arrinconar del lado de la vida como pura especie biológica amenazada por la muerte. Por ese camino, ya se habrá comprendido, no hay opción porque tanto una como otra son una unidad indestructible. Jamás los políticos y estadistas que se arrogan la facultad de conducir el “destino de los pueblos” deberían advertirles a quienes quieren esquilmarlo, que “los muertos no pagan”. No es una simple chicana negociadora, significa que han puesto nuestra vida al servicio de la muerte: el capitalismo. Es cerrar la ventana y entregarlo todo.

El hombre piensa. Y mi apuesta es que el pensamiento sobre el que se construye la humanidad del hombre es inconsistente, no cierra, no hace un Todo, ni junta las infinitas multiplicidades en un Uno final y articulador. Los animales humanos que seguimos siendo, buscamos espontáneamente que el pensamiento nos vuelva a cobijar edificando un Todo-Uno capaz de darnos un sentido a nuestra existencia, y la devuelva al amparo de la que fue arrancada. Sería como una nueva unidad propia del “civilizado” que dejaría atrás la unidad de la “barbarie” natural.

En los comienzos del siglo pasado el pensamiento ha dado muestras suficientes que esa unidad es imposible de ser sostenida racionalmente, que la multiplicidad de todo lo que es (es decir: de todo lo que puede ser pensado) muestra que el reino del Uno se resquebraja y el pensamiento queda de esa manera sumergido en la inconsistencia. Sin embargo es el mismo pensamiento el que hoy tiene la posibilidad de fundamentar que se está abriendo una nueva racionalidad apoyada precisamente en esa inconsistencia. Podríamos decir, para ejemplificar esto brevemente, que algunos acontecimientos decisivos del último siglo y medio abrieron este camino: el psicoanálisis (Freud-Lacan) disolviendo la unidad del yo; la física cuántica y el principio de incertidumbre en las leyes de la naturaleza; las vanguardias estéticas de principios del siglo XX, que subvirtieron la representación en el campo de las formas; la teoría de los conjuntos en matemáticas como respuesta a las “paradojas” que nacieron en su interior y que la obligaron a fundarse derribando la idea de que los números eran “unidades” y afirmando que en matemáticas no hay otra cosa puras multiplicidades sin Uno, circunstancia esta que permitió al matemático Cantor producir por primera vez en la historia de la humanidad un  pensamiento  laico del infinito, fuera de toda especulación del más allá religioso.

La posmodernidad es la ideología  (disfrazada de filosofía) dominante en nuestra época porque del desmoronamiento de ese Uno, que deja aparentemente sin fundamento al pensamiento en una deriva sin fin e inocua, saca la triste y mortífera conclusión de que no somos otra cosa que seres finitos y mortales. Pues bien, así se piensa la humanidad del hombre masivamente en el mundo que aún se llama “Occidental” y que se empeña en expandir  por todos los rincones del planeta.

Esta ideología se enchufa inmediatamente como anillo al dedo con el  capitalismo en su etapa llamada neoliberal. Muchos creen que el capitalismo es un sistema que también funciona  bajo la idea de cuestionar lo Uno a favor de dejar su horizonte siempre abierto. Falso. Justamente la vida social que organiza el capitalismo consiste en imponer una invariante (lo Uno) que es el consumo de cualquier cosa que se produzca mediante la explotación del trabajo que una oligarquía (10% de la población)-poseedora privada de del 84% de la riqueza mundial- ejerce  sobre el resto de los habitantes. Pero también ha reforzado de una manera descomunal al Uno, pero no bajo la forma de los “grandes relatos” sino en lo que me gusta llamar  los “pequeños unos”, es decir, el individuo aislado, cuyo estandarte mayor es el famoso “uno mismo” que aparece como el único referente de nuestras vidas. Nuestra época no ofrece otras formas de darle un sentido a su existencia que no sea abrazarse a “sí mismo” bajo todos los semblantes identitarios que el capitalismo les ofrece. Pero como no hay más ese Uno unificador fuerte y perdurable, las pequeñas identidades en las que busca refugio son frágiles, perecederas. Bueno, ya se dijo: “todo lo sólido se desvanece en el aire…” Consecuencia: se vive angustiado o exaltado el puro aquí y ahora, saltando para todos lados, esperando que arribe la única certeza que queda: la muerte. Vivimos con esa certeza y para colmo sin “rituales” para recibirla.

Lo peor que le podría pasar a este sentido común hoy dominante, emparchado y frágil como decimos que está, es que el andamiaje de la producción capitalista entrara en una perturbación exterior a su propia dinámica y amenazara desarticularla. Y esto es precisamente lo que está sucediendo ahora. Entonces nos encontramos con una combinación ciertamente excepcional.  Por un lado, como lo vimos, el pensamiento destrozado porque parece haberse hecho realidad la sentencia de Platón en su Parménides: “si lo Uno no es, entonces nada es”, es decir, si colapsa el pensamiento regido por el imperio de lo Uno lo único con lo que vamos a toparnos es con la nada. Es la posmodernidad con su relativismo que todo lo arrasa, el fin de la verdad, la condena a toda idea de lo absoluto, la destitución de los universales por abstractos, el encanto por la finitud, etc. Pero además con el condimento de proclamar que toda esa “metafísica” fue el huevo de la serpiente en donde se incubaron los horrores políticos del siglo XX, desde el nazi-fascismo y su Holocausto pasando por el comunismo y rematada por los partidarios de Alá. Todos ellos puestos en la misma bolsa de los totalitarismos a los que se le opone el mal menor que es la democracia como modelo “humanista” de gestión del capitalismo.

Y, por el otro lado, que la vida cotidiana que organiza el capitalismo se desarticule por obra y gracia de un palo inesperado (la pandemia) que se mete en su rueda con suficiente fuerza como para entorpecer su dinámica, de tal manera que lo obligue a desenmascararse y mostrar que no titubea en proclamar que su verdadero rostro está del lado de la muerte.

Por eso podemos calificar al Coronavirus como la primera pandemia posmoderna. Deja a la humanidad sin otra respuesta que no sea “la bolsa o la vida”. Es la confirmación que si el pensamiento realmente humaniza al animal humano y los lazos sociales organizan su vida en común, ambos términos han sido colonizados. El pensamiento por la posmodernidad, y el lazo social por el capitalismo. Ambos brazos nos arrojan muy cerca de la barbarie.

Siempre consideré que esta pandemia a diferencia de otras calamidades del mismo estilo tiene un tratamiento descomunal, espectacular, movilizadora de reacciones gubernamentales insólitas, con una avalancha de opiniones, escritos y pensamientos desconcertantes así como  una gran agitación por los problemas que obliga a tratar. Todo eso me hace pensar que la real dimensión de esta pandemia -cuya importancia estrictamente destructiva en términos biológicos, médicos y sanitarios no estoy en condiciones de juzgar- no podrá evaluarse si se la extrae de esta atmósfera en la que es experimentada. Arriesgando una hipótesis diría: si en pleno siglo XXI la humanidad siente miedo de perecer y su respuesta no puede ir más allá de la lógica implícita en “la bolsa o la vida” (es decir: vivir para la muerte), puede ser una oportunidad que nos incite a reflexionar hasta qué nivel de impotencia ya estamos sumergidos que no vacilamos en asumirnos plenamente como víctimas.

Encerrados entre la posmodernidad y el capitalismo esta es una buena oportunidad para volver a activar a la filosofía y a la política, cada una en su campo propio, para luchar contra la pendiente en la que nos estamos deslizando. La pandemia puso en evidencia que tanto la filosofía como la política hace tiempo que estaban tomados por el covit-19: el reinado de la finitud y el de la víctima, respectivamente. Ya quedó dicho que el pensamiento filosófico está dando los primeros movimientos para acabar con la sentencia más que milenaria de Aristóteles: “el pensamiento siente horror frente al infinito” y así  liberarlo de la tiranía de lo Uno y enfrentar la aventura de una ontología basada en la inconsistencia del ser de todo lo que es, pero no para resignarnos a un relativismo sin salida como propone la posmodernidad, sino para fundamentar una nueva visión de la humanidad en la que se pueda volver a preguntar si el existente que somos puede ser capaz de componerse en un proceso de creación, es decir, devenir sujeto.

En cuanto a las políticas emancipadoras un buen punto de partida sería terminar con la figura de la víctima. No podemos seguir pensándonos víctimas. Somos plenamente responsables de este mundo injusto y desigual en el que vivimos, única manera de justificar nuestra voluntad y capacidad para cambiarlo. La víctima es inocente, solo puede esperar que algo exterior a su existencia llegue para salvarla, y esa es la matriz de toda política reaccionaria. Quiero terminar con una cita de Alain Badiou que desde hace años sirve de orientación a mi afán de ayudar a reinventar un nuevo ciclo político-emancipatorio: “La política comienza cuando uno  se propone no representar a las víctimas, proyecto en el cual la vieja doctrina marxista quedaba prisionera del esquema expresivo, sino ser fiel a los acontecimientos donde las víctimas se pronuncian. Esta fidelidad sólo es sostenida por una decisión. Y esta decisión, que no promete nada a nadie, no está a su turno ligada sino por una hipótesis. Se trata de la hipótesis de una política de la no-dominación, de la cual Marx ha sido el fundador y que se trata hoy de re-fundar…El compromiso político no es inferible de ninguna prueba, ni tampoco es el efecto de un imperativo. No se deduce ni se prescribe. El compromiso es axiomático”.

Raúl Cerdeiras – 28-4-2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entrevista a Bifo «El capitalismo ya no es inevitable» // Marcelo Expósito

La filosofía activista ha priorizado durante mucho tiempo pensar la movilización a partir de las pasiones alegres. Es verdad que el feminismo nos ha alertado siempre acerca de nuestras vulnerabilidades y que las feministas se han exigido siempre reflexionar y hacer política desde ese lugar. Pero la política militante se ha pensado habitualmente como si las potencias del cuerpo fueran inagotables. El italiano Franco “Bifo” Berardi(Bolonia, 1949), sin embargo, ha tomado siempre en cuenta el papel de las pasiones tristes, el miedo, la depresión o la pulsión suicida. Dos libros suyos en particular plantean la relación entre capitalismo y enfermedad: La fábrica de la infelicidad (2000) Héroes. Asesinato masivo y suicidio (2015). 

Bifo es un filósofo y un militante histórico de la idea y la práctica de la autonomía. Es recordado por su implicación en las revueltas de 1977 en Bolonia y, desde su participación en Radio Alice, la primera del movimiento de emisoras libres de Italia, se le reconoce por su activismo en la creación de medios y redes de comunicación independientes. No podría asegurar cuándo nos encontramos por primera vez en persona, pero lo tengo incorporado desde mucho tiempo atrás en mi memoria compartiendo dos tipos de situaciones: caminando juntos en manifestaciones y conversando generosamente durante horas, porque Bifoes un hombre amable y culto, siempre sorpresivamente inventivo. Durante mi cuarentena me he visto tentado a revisar su libro Fenomenología del fin (2015), cuyo título en inglés se basa en un juego de palabras: es tanto una fenomenología del “fin” como del “y”, es decir, que trata simultáneamente del punto final y de la conjunción. Inspirado por este libro tuve el impulso de charlar con él sobre cómo debemos relatar esta crisis civilizatoria a partir de los sentimientos extendidos de miedo e incluso de terror por nuestra impresión de haber llegado a un punto final, y hacerlo de una manera que no alimente los imaginarios apocalípticos en los que crecen los nuevos autoritarismos y los nuevos ecofascismos. Mantuvimos esta conversación el martes, 7 de abril de 2020.

Bifo, estás en Bolonia, ¿verdad? ¿Cómo te encuentras?

Bien, me encuentro bastante bien. Estoy en Bolonia. Tengo una casa que no está alejada de las famosas Torres de Bolonia, en el centro. La ciudad está desierta como muchas ciudades occidentales. Y orientales también.

¿Cuál es la situación en Bolonia con respecto a la región de Lombardía y otras ciudades que han sido más afectadas por la pandemia?

Bolonia está situada en la parte más al sur de la Pianura Padana, el norte de Italia conocido por ser de las zonas más fuertemente golpeadas, más que Wuhan por decirlo en términos de víctimas mortales. Pero Bolonia es la ciudad menos golpeada de la región. Es interesante observar por qué la Pianura Padana y no Nápoles o Sicilia, que se han visto afectadas mucho menos o casi nada. ¿Por qué Nueva York y no las amplias llanuras, por qué Wuhan y no otros sitios? Yo creo que el virus ha golpeado más fuerte en los lugares con más polución, donde nuestros pulmones son más débiles. Es un indicio de que las condiciones de la atmósfera han llegado a un nivel que es peligroso para el cuerpo humano. El aire es ahora magnífico en Bolonia. Puedo abrir la ventana y respirar. Soy asmático pero puedo respirar. Antes, normalmente no podía. Todos los días del año sobrepasamos los límites de contaminación ambiental establecidos por la Unión Europea. Pero desde hace unos días el aire está limpio. ¿Qué significa eso? No lo sé. O lo sé pero no lo digo [risas].

Has escrito ya dos artículos sobre la pandemia: “Crónica de la psicodeflación” y “Más allá del colapso”. La crónica contiene un par de imágenes menores que son muy conmovedoras. La primera relata cómo tomaste conciencia de tu especial vulnerabilidad en la situación actual. Nos narras una llamada telefónica de tu sobrina Tania que fue el primer toque de atención que recibiste sobre la obligación de tomarte en serio lo agresivamente contagioso que es la Covid-19. En ese instante caíste en la cuenta de tu condición especialmente vulnerable durante la pandemia: con el tono autoirónico y el humor negro que te caracterizan hablas de ti mismo como de un viejo asmático, alguien que forma parte de eso que de una manera muy ambivalente se denomina “grupo de riesgo”, una designación que lo mismo protege que estigmatiza. Más allá de la ironía, ¿cómo estás viviendo estas cuestiones en estos días? ¿Está cambiando tu manera de pensar sobre la enfermedad o la mortalidad reconciéndote atravesado de una manera tan directa por esta especial condición de fragilidad?

Mi vida cotidiana, lo confieso, no ha cambiado mucho. Viajo continuamente y eso sí ha cambiado. No puedo viajar y no sé cuándo podré ir a Barcelona. Tengo un deseo muy fuerte de ir a Barcelona pero sé que no podré hacerlo en dos, tres meses… ¿Cuánto? No lo sé. Pero, a pesar de esta diferencia, mi vida en Bolonia siempre ha sido una vida muy doméstica, tengo una casa llena de libros, puedo pintar… vivo bien acá. No salgo cuando estoy en Bolonia. Lo que ha cambiado es mi relación con la mortalidad, como tú has dicho. Y no porque antes no hubiera pensado en ella. Tengo que compartir una confidencia: he empezado este año a escribir un libro que se llama Devenir nada, lo que significa: morir. Es un libro sobre la muerte en el que estaba elaborando muchas ideas a partir de Schopenhauer, Spinoza… una especie de declaración de rechazo a la longevidad. No me gustan los viejos, no me gusto a mí mismo como viejo y no creo que haya sido una buena idea prolongar la vida humana más allá de lo que es digno. Es también una declaración de amistad a la muerte, que es algo que la modernidad ha rechazado y ha querido hacer desaparecer. Pues bien: el caso es que después empezó la pandemia y con ella me he visto obligado a pensar en la muerte de manera menos filosófica y más médica o más concreta. Y al mismo tiempo me ha entrado una especie de alegría de lo impredecible, porque en los últimos años he repetido muchas veces una idea de John Maynard Keynes en el sentido de que tenemos que hablar de lo inevitable: el capitalismo, la violencia, el totalitarismo… pero debemos hablar también de aquello que nunca se puede predecir. Voilà!, lo imprevisto ya está aquí y me ha dado una energía intelectual que ya no tenía. Porque antes me parecía que el capitalismo había ganado para siempre, que se iría transformando de manera cada vez más automática y totalitaria sin que pudiéramos hacer nada. Pero ahora lo impredecible ha abierto un nuevo escenario. Es trágico, es dramático, es brutal… pero al mismo tiempo es la apertura de un nuevo posible contra lo inevitable.

Tu sobrina te alerta sobre tu situación personal y se dispara en tu relato una segunda imagen que te trasciende como sujeto vulnerable a título individual. El objeto de su llamada es impedir una cita: evitar que tú, tu hermana Lucia y tu hermano Fabio quedéis a cenar. Nos cuentas que habéis mantenido la rutina de encontraros esporádicamente como un hábito residual de los encuentros regulares que manteníais para comer en casa de vuestra madre. Rememoras la entrada de tu madre en lo que llamas “una larga agonía” y cómo los vínculos familiares van languideciendo con ella. Siempre has puesto la subjetividad en el centro, se podría decir que has pensado casi siempre en voz alta desde “un” cuerpo. Pero nunca te había sentido adoptar este registro testimonial. ¿Qué nos está sucediendo? ¿Cómo interpretar esta emotividad general repentina, la manera en que durante la cuarentena masiva estamos poniendo de nuevo en el centro –no solamente de manera filosófica, como has dicho, sino de una manera tan material como la salud y la muerte de nuestros cuerpos– la importancia de cultivar relaciones sustanciales?

Naturalmente, la relación estrictamente familiar se vuelve importante porque es la más cercana. Pero no me gusta tanto la idea de que estaríamos volviendo a una dimensión familiar. Sí, claro: estamos en casa, quien vive en condición de pareja como yo puede disfrutar del compartir, de charlar, quien vive solo tiene que considerar la soledad como una situación que puede ser tal vez rica, tal vez triste… Pero el problema verdadero no es tanto lo que nos queda sino sobre todo lo que nos falta. Y lo que nos falta son las relaciones que tienen un sentido. Lo que a mí más me falta, tengo que decirlo, es el amigo que me vende el hachís y no puedo verlo, no sé dónde se ha metido [risas], aunque eso es sólo un pequeño dato particular. Pero a gran escala echamos de menos durante la cuarentena las relaciones que tienen un sentido porque estamos pensando desde el punto de vista de la fragilidad. Estamos reevaluando qué podrá ser la vida cuando salgamos de la cuarentena. Y desde un punto de vista intelectual no veo esta situación como una disminución. La percibo como un refinamiento y una ampliación de nuestro horizonte. Mis amigos me han dicho mil veces: “¡Tu pensamiento es depresivo!”, y ni antes era depresivo ni ahora me he vuelto de repente un tipo alegre. No. Lo que sucede es que me parece que estamos en condiciones de repensar las cosas: todo lo que era puramente habitual ha desaparecido y ahora miramos lo esencial.

Cuando salgamos, has dicho. En tu artículo evocas otra imagen que tiene una escala muy diferente de lo doméstico: la de millones de jóvenes y adolescentes ocupando el espacio público global en 2019 para alertarnos sobre la emergencia climática y exigir que detengamos el modelo también global que la provoca. ¿Cómo se relaciona esta imagen con la pandemia y su corolario, la cuarentena masiva? Es verdad que se está reflexionando suficientemente sobre la relación entre los daños que el capitalismo y en especial cuatro décadas de neoliberalismo han infligido al planeta y sus ecosistemas, y el daño que se ha ocasionado simultáneamente a las políticas públicas que deberían cuidar de la reproducción y la sostenibilidad de nuestras sociedades. Pero ¿te parece que hay algo más que decir en relación a este imaginario contradictorio que surge de la crisis terminal del neoliberalismo? Tenemos por una parte millones de cuerpos jóvenes en la plaza global y, por otra parte, millones de cuerpos confinados, todo ello dentro de un marco de consecuencias climáticas y sanitarias que se ceban sobre los cuerpos más vulnerables a una escala que no conocíamos en la historia contemporánea. 

Te refieres a los movimientos Fridays for Future o Extinction Rebellion… Yo participé en la manifestación del 15 de marzo de 2019 y era una movilización de jóvenes, muy jóvenes, hasta de niños de educación primaria que gritaban palabras muy claras: “No queremos vivir en el mundo de la violencia climática que el capitalismo ha producido”, porque la palabra capitalismo estaba escrita en las pancartas de los niños. Era el capitalismo mismo lo que cuestionaban, la sociedad industrial, la sociedad patriarcal… la sociedad en la que nos llaman a vivir. En ese mismo periodo, en abril de 2019, vi una película contundente, muy fuerte de una directora libanesa que se llama Nadine Labaki. Se titula Cafarnaúm (2018) y es una película muy impresionante que cuenta la historia de un niño que le dice a un juez: quiero denunciar a mis padres porque me han traído a vivir a este mundo. Me dije: la revuelta de Greta Thunberg es muy cercana a este sentimiento de desesperación total. Después vino la Cumbre del Clima de Madrid en diciembre de 2019 y significó la total impotencia de la clase política global, su falta de voluntad, su ignorancia… Existen por supuesto los criminales como el presidente de Estados Unidos de América, pero no se trata sólo de que haya una voluntad de poder violenta, hay también un sentimiento de impotencia: “¿Qué podemos hacer?, ¿podemos parar la máquina productiva? ¡No, no podemos! ¡La máquina productiva es indispensable, sin ella morimos!”… ¡E voilà lo imprevisible! Hemos llegado a un punto en que inevitablemente la máquina productiva se detiene porque si no la paramos morimos. ¡Una paradoja extraordinaria! Si no paramos ahora la máquina de producción justamente vamos a morir a millones. Es entonces cuando la detienen. ¿Pero qué sucede más allá de pararla? 

Hago una sugerencia: comprar el último número de The Economist, la revista más importante del pensamiento neoliberal. Su título es: A grim calculus, un cálculo macabro. ¿Qué es este cálculo doloroso? El periódico lo dice de manera honesta y realista: estamos obligados a parar la economía porque si no, morimos. Pero cuidado, porque morirá más gente durante los próximos cinco años por causa del parón de la economía, ya que la ruptura de las cadenas productivas y distributivas provocará efectos de desempleo, hambre, desesperación enormes. No podemos decir que The Economist esté afirmando locuras, porque cuando pensamos en el futuro sabemos que será así. Entonces, yo propongo una reflexión que hace apenas seis meses habría parecido totalmente utópica y ahora no lo es. Es verdad que si seguimos con los criterios de la economía consumista, si detenemos la economía en los términos de un capitalismo que prioriza la obtención del máximo beneficio vamos a producir inevitablemente efectos catastróficos en los próximos años.

¿Qué podemos hacer? Podemos renunciar al beneficio, a la propiedad privada, a los criterios de prioridad que son específicos del capitalismo. Lo primero que tenemos que hacer y debemos hacerlo ahora mismo es establecer qué necesitamos básicamente: la alimentación, los medicamentos, la comunicación, el afecto, el placer de hablar con los otros… las cosas a las que no podemos renunciar porque sin ellas morimos. Claro que a mí me gusta volar en avión, ¡quiero volver a volar en avión en un futuro, por favor!, pero no me resulta indispensable. Lo que sucede es que a la hora de cambiar los criterios de qué es indispensable y en el momento en que comienzan las restricciones surge un problema político: ¿cuál es la fuente de legitimidad para tomar estas decisiones?, ¿quién toma estas decisiones sobre cuáles son las prioridades? Esto constituye un mundo político totalmente nuevo que va a abrirse dentro de pocos meses o un año.

Pero al estallido financiero de 2008 le sucedió una reacción ciudadana que consistió en la revuelta de las plazas: de Tahrir a Occupy pasando por el 15M, las protestas contra las políticas de austeridad en Grecia o Portugal, los movimientos estudiantiles o juveniles en México, Colombia o Chile… Fue una fase de protestas que entre 2011-2013 potenció a gran escala una articulación entre las redes virtuales y la presencia masiva en el espacio público de las calles. Esto fue necesario para que se pudiera plantear un pulso a propósito de lo que tú llamas la fuente de legitimidad a la hora de tomar decisiones sobre las prioridades, legitimidad que en aquel momento residía exclusivamente en los gobiernos neoliberales. En un país como España esa respuesta ciudadana ha resultado muy determinante, porque la revuelta de las plazas permitió que hoy podamos estar afrontando la crisis múltiple que ha desencadenado esta pandemia en una situación donde la fuente de legitimidad es más compleja, no es solamente el criterio neoliberal. Sin embargo, aunque necesitamos continuar con ese pulso que permitiría el cambio radical de modelo que propones, no podemos volver a potenciar esa articulación entre redes y plazas. Durante un largo periodo de tiempo no será posible reeditar las formas de protesta que consisten en la ocupación masiva del espacio público, como sí fue el caso en 2011 y también en el año 2019 del que has hablado. Y por si esto no fuera suficiente problema, hoy nos enfrentamos en muchos países a gobiernos que no solamente son neoliberales sino que responden a un devenir autoritario del neoliberalismo.

Hay una diferencia fundamental entre lo que pasó después de 2008 y hoy. El colapso de 2008 fue esencialmente un colapso financiero, es decir, surgió el problema de cómo volver a establecer un equilibrio en el funcionamiento de las finanzas y por supuesto entre balance financiero y economía social. La gran novedad es que ahora, aunque las finanzas hagan todo lo que les resulta posible casi no servirá de nada. ¿De qué sirve que inyecten millones de millones de euros o de dólares si no tenemos mascarillas, respiradores, comida, cosas materiales muy concretas que son producto de la inteligencia científica humana? Sin eso, puedes tener un billón de dólares: no te sirve de nada.

Quieres decir que solamente un rescate bancario como el que palió la crisis de 2008 ya no serviría como única solución frente a la pandemia.

Claro, porque el problema fundamental es cómo volvemos a dar prioridad a lo que resulta útil, todo lo que en la historia del capitalismo ha sido progresivamente cancelado por la abstracción financiera. La historia de los últimos dos siglos ha sido la historia de la cancelación de lo concreto, del valor de uso. Y de repente el valor de uso vuelve rompiendo todas las máquinas financieras abstractas proponiendo que debemos volver a hablar de algo muy concreto. Quién paga la crisis no es el único problema. Evidentemente que si tú tienes mucho dinero puedes corromper a alguien para conseguir prioritariamente un respirador, pero a escala social el problema es qué cosas útiles necesitamos concretamente. Eso es extraordinariamente nuevo, porque la gente importante hoy no son los financieros que decidían hace diez años y a quienes no les importaba nada en absoluto cuáles eran las necesidades de la población. No: hoy son importantes los científicos, los técnicos, quienes saben producir una mascarilla, quienes saben cultivar la lechuga para la ensalada que nos vamos a comer mañana. Somos nosotros, los productores, sobre todo los productores científicos el centro del proceso de reactivación de lo concreto y lo útil.

Nos venía avisando de este colapso el movimiento contra la emergencia climática y en general la nueva ética global que exige reconsiderar la sostenibilidad del conjunto de la vida sobre el planeta de una manera no antropocéntrica. Es evidente que estamos culminando una crisis del humanismo, pero se trata de un declive fuertemente ambivalente. Por un lado, es cierto que la modernidad puso al “hombre” (un hombre, claro, muy connotado: blanco, europeo, etc.) en el centro dotándolo de un sentimiento de omnipotencia que ha resultado ser destructivo. Por otro lado no es menos verdad que el iluminismo construyó valores éticos y políticos que, precisamente al ser aniquilados por el neoliberalismo, se ha provocado la ruina de los sistemas democráticos. La herencia de la modernidad europea tiene que ser reexaminada a la luz del colonialismo o de la violencia antropocéntrica sobre el conjunto del planeta. Pero en la crisis global de la democracia el neoliberalismo deviene en monstruos autoritarios. Para hacerles frente, parece que resulta más urgente que nunca volver a reivindicar derechos humanos y valores solidarios que también constituyen una herencia histórica de la modernidad. Estas contradicciones venían siendo acuciantes en Europa durante las últimas décadas, pero parecen resultar ahora ya un problema de primer orden cuando nuestro continente se ha convertido en el epicentro mundial de esta primera pandemia del nuevo milenio.

Me parece que los nacionalistas agresivos, trumpistas, están un poco marginados en esta crisis. Yo lo veo en Italia, Salvini se ha vuelto un personaje casi ridículo. Exige que todo el mundo pueda acudir a la misa solemne de Pascua cuando el Papa Francisco ha pedido por el contrario que la gente se quede rezando a Dios en sus casas. Francisco ha estado magnífico en su aparición, en una performance artística frente a una Plaza de San Pedro vacía diciendo cosas muy profundas a nivel ontológico como que esta pandemia no es un castigo divino. ¡Dios no va a castigar a sus hijos, es un pecado social, estamos locos si pensamos que podemos estar sanos en una sociedad enferma! Francisco es un genio mientras que los derechistas parecen empobrecidos. Mira Boris Johnson. Espero que se recupere muy pronto de su enfermedad pero es el símbolo de la incompetencia existencial de la derecha global. A pesar de eso, creo que Trump va a ganar las elecciones y que los Estados Unidos van a vivir una segunda Guerra de Secesión. Los Estados Unidos están muertos, créeme. Pero esto es otro asunto…

Lo que tú planteas es que el neoliberalismo mismo va a asumir caracteres agresivos y totalitarios. No necesitará obligadamente a la derecha fascista porque el neoliberalismo, si quiere reproducir su funcionamiento, tiene que adoptar medidas totalmente represivas. Y por eso yo afirmo que tenemos que crear, de la manera más pacífica posible, las condiciones para experimentar una metodología totalmente nueva. Europa es ideal para hacerlo. Europa ha sido golpeada más fuerte que otros lugares del mundo, asiste a una crisis motivacional de la derecha –sé que existe Orban pero no me parece que importe muchísimo en este orden de cosas, para ser francos–, y España en particular es un lugar en el que el movimiento de ocupación de las plazas ha producido formas de transformación organizativa y subjetiva importantes, quizá no para cambiar el mundo por sí mismo pero sí para decir: se pueden crear formas que, ellas sí, van a cambiar el mundo desde la vida cotidiana. No desde el Parlamento, no será el Parlamento el lugar central; serán las asambleas, las asociaciones de vecinos, los médicos, los científicos que se reúnen para preguntarse: ¿qué necesitamos? Tal cosa es lo que necesitamos. Y entonces, si hay una fábrica que produce aviones militares, bueno, la cerramos. Porque necesitamos una fábrica que produzca respiradores, que produzca comida… Se tiene que cerrar el sistema militar europeo. Es algo que tenemos que decir: con el avión militar estadounidense F-35 que Italia ha comprado se pueden producir dos mil unidades de terapia intensiva para repartir. ¡Dos mil! ¡Y hemos comprado un F-35 en lugar de terapia intensiva! En el día de mañana tenemos que declarar: de acuerdo, olvidemos el pasado, como dicen los napolitanos: scurdammoce ‘o passato, simmo ‘e Napule paisà, no importa lo que haya sucedido. Lo que importa es que ahora no necesitamos aviones militares. Y entonces, no solamente el dinero sino también las energías físicas, materiales que utilizamos para producir armas, todo eso vamos a dirigirlo a la producción de alimentos, medicamentos y libros. Sería una forma de empezar, sé que estoy delirando, pero lo que intento explicar es que ahora estamos enfrentándonos a una posibilidad real, porque la alternativa es clara: o producimos aviones militares y morimos o no producimos aviones militares y vivimos.

Esto me recuerda otra idea que expresas en tu crónica sobre la psicodeflación, que el capitalismo es “una axiomática”. Se basa en axiomas que se autojustifican sin necesidad de más explicaciones, y parece claro cuáles de sus axiomas se han revelado ahora como falacias para la economía y prácticas nocivas para la subjetividad, incluso como políticas criminales para la vida sobre el planeta. Enumeras algunos de ellos: el individualismo, la agresividad, la competitividad… Les contrapones una enumeración en sentido contrario, no de axiomas sino de… ¿valores?, ¿tú los llamarías así, de esta manera tan humanista o de otra forma? En cualquier caso serían: frugalidad, decrecimiento, solidaridad, contacto… Pero sobre todo afirmas que debemos situar en el centro de la escena la idea de “igualdad”. Resulta curioso porque la igualdad es precisamente uno de los ideales centrales de la modernidad, hasta el punto de situarse en el centro mismo de la divisa republicana. ¿Adónde nos conduce tu reflexión? Si estamos de acuerdo en que atravesamos una crisis radical del humanismo, ¿se supone entonces que debemos más bien reinventar el significado de la igualdad en la era de esto que Donna Haraway denomina Chthuluceno? En el segundo artículo que has escrito sobre la pandemia, “Más allá del colapso”, reivindicas precisamente que Haraway es quien mejor ha predecido la pandemia desde la filosofía.

Hay dos aspectos que me interesan en tu pregunta. El primero es qué significa igualdad. En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y en otras constituciones de todo el mundo se afirma la igualdad. Es una igualdad política, incluso puramente formal. Ahora tenemos que pensar la igualdad desde otro punto de vista que no es, digamos, moral, es muy concreto: es el punto de vista de la frugalidad. Se trata de un punto de vista filosóficamente complicado pero muy importante, que es el de la felicidad, del placer. El placer no es tener muchas cosas. El placer es gozar del tiempo, es la condición de estar en armonía con los otros, con la naturaleza. Puede parecer banal pero lo estamos descubriendo de manera muy fuerte en estos días. Entonces, la igualdad es esencialmente una distribución igualitaria de lo que podemos producir, y en condiciones de colaboración podemos producir muchísimo, lo que cada uno necesita en el planeta y mucho más. El problema de la escasez pertenece al pasado premoderno, la modernidad ya creó las condiciones para una suficiente disponibilidad de recursos gracias a la potencia de la ciencia y de la tecnología. Por tanto, estamos hablando de una idea de igualdad no meramente ideológica ni política, sino una igualdad en el acceso a lo que resulta necesario.

El segundo aspecto de tu pregunta que me interesa y que puede hacer incluso más concreto el discurso sobre la igualdad tiene que ver con el criterio que funda la historia de la economía capitalista: el criterio del beneficio y de la acumulacíón de plusvalía, de valor abstracto. Bueno. Hay un ejemplo que me ha chocado mucho, se lo he leído a Farhad Manjoo, un tipo que escribe en el New York Times sobre tecnología. Tiene un artículo reciente sobre un tema del que se habla muchísimo, las mascarillas sanitarias que no se pueden encontrar. ¿Qué sucede en la más grande potencia económica del mundo que son los Estados Unidos de América? Tienen 4 millones de mascarillas y necesitan 3 billones en el próximo mes, de manera que tienen un 1% de lo que necesitarían. Y no lo pueden producir porque lleva tiempo construir una fábrica que pudiera hacerlas… ¿Y por qué? ¿Por qué esta locura? Pues la explicación es muy sencilla y lo reconoce el mismo New York Times: el criterio que gobierna las decisiones económicas es el de obtener el máximo beneficio. Producir mascarillas sanitarias apenas da beneficio y lo pueden hacer en China, ¿no?, donde el trabajo cuesta muy poco. El resultado es que el 80% de las mascarillas sanitarias que hay en el mundo se producen en China. Desafortunadamente, China ha tenido de repente necesidad de utilizarlas. ¿Y qué pasa después? Pues que todo el mundo está buscando un objeto indispensable pero que, gracias a la prioridad que se le ha dado al beneficio económico, no se ha producido en Estados Unidos. Por lo tanto, debemos olvidarnos de esta vieja idea de beneficio, competitividad económica y acumulación de plusvalía y empezar a valorar lo que es realmente necesario. Debemos hacer una lista: ¿qué es lo más necesario? Primero el alimento, segundo, tercero, cuarto, quinto, hasta lo centésimo… Entre las necesidades habrá también una camisa muy bella de color rosa y un avión supersónico, pero en el puesto milésimo. Tenemos ahora esta urgencia de decidir partiendo de un problema de criterio, porque se trata de un criterio de elección: primero lo útil, lo concretamente útil para la mayoría de la población. Y esto hace de la igualdad un concepto mucho más fácil de entender: hay una lista de cosas que son necesarias para todos. Después, si te gusta la camisa rosa o un pantalón negro, los pones en lista pero al final.

Te planteo una última cuestión. Hay una imagen de tu libro La sublevación (2012) que siempre tengo en el pensamiento. La utilizas para condensar todo aquello que en el ciclo de revoluciones del 68 tiene que ver con el plano subjetivo de la revuelta. Rememoras una actuación del Living Theatre en un teatro italiano donde provocaron una respiración rítmica del conjunto del auditorio que acabó convirtiéndose en un mantra. Esta imagen muy bella evoca principios de armonía relacional a través de una coordinación rítmica de los cuerpos, y pone de manifiesto que, en las revoluciones, la “conspiración” es una “co-inspiración”. El conjurarse para la revuelta consiste tanto en inspirarnos mutuamente como en respirar rítmicamente en conjunto.

Están proliferando en estas semanas las interpretaciones según las cuales este régimen de aislamiento masivo que exige la cuarentena podría ser un entrenamiento en nuevas formas de control tecnoautoritario que hipotéticamente servirían para gestionar el previsible derrumbe económico que viene de la mano con la crisis sanitaria. En “Más allá del colapso” aceptas que se trata de una posibilidad. Pero adviertes que existe otra: que los cuerpos en cuarentena interioricen una identificación psicológica entre la enfermedad y la inevitabilidad de reproducir las conexiones a distancia por causa del confinamiento. Dicho de otra manera, que podría no normalizarse la distancia impuesta en las relaciones sino que, al contrario, identificaremos psicológicamente este “distanciamiento social” con el hecho de estar enfermos. Esto significaría que quizá, después de la cuarentena masiva, las subjetividades rechacen como normal esta situación de excepcionalidad hasta el punto de que se relance un deseo colectivo de conjunción entre los cuerpos, de relacionalidad presencial. Desde este punto de vista se podría decir que durante la cuarentena y a consecuencia de eso que tú denominas el terror –que es diferente del miedo– que provoca la pandemia se está librando en nuestros propios cuerpos, en el plano psicológico y en el seno de las subjetividades el mismo pulso entre autoritarismo y reinvención de la democracia que lleva teniendo lugar de manera muy evidente al menos desde la crisis financiera de 2008.

Lo primero que debemos evidenciar es que en estos días en los que estamos obligados a hablar a través de las pantallas, la conexión se ha hecho omnipresente. Esto podría continuar después del fin de la pandemia. Pero podría también verificarse un fenómeno psicológicamente muy probable, muy comprensible: que identifiquemos la pantalla con un período triste de aislamiento. Y entonces se podría producir una vuelta de la conjunción, de la relación conjuntiva, que no significa olvidar la conexión a distancia pero sí considerarla como algo puramente instrumental. En segundo lugar, te agradezco mucho lo que has dicho y no lo habíamos preparado antes [risas], tus consideraciones sobre la respiración. Mi último libro, que todavía no ha sido publicado en castellano, se titula en inglés Breathing y en italiano Respirare. Está dedicado a la cuestión de la respiración. Nos encontramos en el interior de una crisis global de la respiración: son nuestros pulmones, es el aire contaminado el problema de hoy. Pero, al mismo tiempo, estamos descubriendo cómo la relación entre seres humanos, antes de ser una relación económica e instrumental es una relación de armonía de la respiración, de compartir un ritmo, un ritmo erótico, de la inteligencia, de la poesía, del caminar a través de la ciudad, de la noche y el día. El ritmo de la respiración. Yo estoy esperando que surja una idea igualitaria que se funde sobre la armonía planetaria de la respiración.

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Esta conversación forma parte de La pandemia en germinal. Conversaciones sobre un mundo en cuarentena, una serie producida para El Aleph. Festival de Arte y Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con la colaboración de Galería Àngels Barcelona, La Maleta de Portbou. Revista de Humanidades y EconomíaRevista CTXT y Nodal (Noticias de América Latina y el Caribe)

CTXT contexto y acción

El cacerolazo es la guerra por otros medios // Diego Valeriano

Cacerolean en Palermo, Belgrano, Devoto y San Isidro. También en Liniers, Ciudadela, Villa Sarmiento, y Morón sur. Suena largo, fuerte, peligroso. Suena a  miedo, a odio, a frustraciones todas juntas, a hartazgo de una vida horrible . Suena el rumor que vuelve al barrio el hijo de Martha, el que era re maldito, el que ella siempre escondía, el  que perdió un día que la tercera no lo banco más. Suena el wasap contagiando un sentimiento que no se puede aguantar. 

Suena el odio en Belgrano, el miedo en Moreno, la guerra en todos lados. Suena en la tele la voz chillona de una hater, una voz que habla sencillo, concreto, efectiva, sin vueltas. La voz de una víctima que perdió un hijo. Suena y retumba en  la doña que saca la basura, en la piba que vuelve tarde de noche, en el chabón que corre el  bondi a las seis de la mañana no para llegar a horario sino para esquivar los guachos que paran en la esquina. En el corazón ortiba del gordo de la rotisería que está convencido que ya nadie se preocupa por él. Suena fake, manija, repetido y poco importa. 

Suena la bocina del Uber, el aplauso al cobani, la notificación en el grupo de la comisaría, la frustración que la guita no alcanza. Un grito en el medio de la noche pidiendo auxilio, los perros cuando alguien cola por el  patio, nuestras contradicciones políticas. Ciertas víctimas suenan muy convincentes y no las escuchamos. El cacerolazo es la guerra por otros medios, por estos miedos y por eso suena tanto.

EL SIGLO XXI YA ESTÁ SIENDO GUATTARIANO // Emiliano Exposto

Michel Foucault cierta vez vaticinó que el siglo XXI sería deleuziano, refiriéndose a la importancia que tendría la obra del filósofo francés Gilles Deleuze en estos tiempos. Sin embargo, teniendo en cuenta las luchas y dinámicas del capitalismo de las primeras dos décadas del siglo habría que rectificar a Foucault y afirmar que el siglo XXI ya está siendo guattariano. Remitiéndonos así a la figura de Félix Guattari, co-autor junto a Deleuze de conocidos libros como El Anti Edipo (1972) o Mil Mesetas (1980). Guattari es el nombre de una multiplicidad: activista de izquierda en el Mayo del 68, admirador de Sartre, díscolo lector de Lacan, co-inventor del “esquizoanálisis”, compañero de algunos viajes junto a Toni Negri, militante revolucionario toda su vida. Guattari construyó un pensamiento abocado a la creación de conceptos situados históricamente de los cuales me interesa destacar “inconsciente maquínico”, “revolución molecular” y “transversalidad”. Mi selección no es inocente. Pues los tres problemas del archivo-Guattari que me resultan fundamentales son: lo inconsciente, esto es los procesos históricos y productivos del deseo, la imaginación, los signos, los síntomas, etc.; la revolución, es decir la transformación micro y macro política de la sociedad capitalista, patriarcal y colonial (máquina de guerra: conjunción entre devenires revolucionarios y revolución política-militar); y por último, la institución de organizaciones sociales y políticas de “nuevo tipo” acordes a los nuevos conflictos sociales, antagonismos políticos y procesos de lucha. En ese sentido entiendo que el libro titulado Las tres ecologías (1989) de Guattari, donde se presta especial atención a la ecología de la subjetividad, la social y la ambiental, es tal vez un texto que hoy en día ofrece saberes prácticos muy fértiles para atravesar las crisis generalizadas que estamos viviendo (crisis ecológicas, sanitarias, reproductivas, subjetivas, económicas). Luchas en el frente del deseo, luchas de clases y luchas ecologistas. Justo en el año de la caída del Muro de Berlín, Guattari planteaba la necesidad de recomponer los lenguajes, sensibilidades y métodos del movimiento revolucionario de masas en la encrucijada entre los feminismos y luchas por las diversidades, el clasismo del movimiento obrero y el precariado organizado, y los ecologismos antisistema. En momentos donde se agudizan las contradicciones del capitalismo mundial integrado, como llamaba Guattari al nuevo orden mundial propio de la violenta ofensiva neoliberal del capital sobre el mundo del trabajo, la transversalidad entre resistencias, formas de vidas y de organización resultan elementales para impugnar la “normalidad capitalista” que nos llevó a esta situación interrumpiendo las codificaciones estatalizantes o fascistas de las crisis en curso. Por estas razones, creo que en Guattari tenemos algo así como una brújula para intervenir críticamente en la coyuntura disputando los futuros posibles que aquí y ahora se están dirimiendo desde el punto de vista de las luchas en acto.

Tres Ecologías y Revolución Molecular: el legado del filósofo militante Félix Guattari // Mariano Pacheco*

Entre el “preferiría no hacerlo” melvilleano (Bartlebly), y el “lo hacemos por costumbre” delezeuziano/guattariano, me quedo con éste último. Las efemérides son una costumbre argentina, y en tiempos de redes sociales y pandemia, mucho más. No me considero, lo que se dice, un amante de las efemérides. Pero puesto a elegir, prefiero los aniversarios de natalicio que los mortuorios. Así que en función de seguir tejiendo este “secreto compromiso de  encuentro” entre las generaciones pretéritas y las actuales, como supo decir Walter Benjamin, van estas líneas rescatando la figura y algunas aristas del pensamiento de Félix Guattari, quien nació un día como hoy, 30 de abril, no en Argentina sino en Francia, hace 90 años.

 

 

I- La crítica, siempre

Con Félix Guattari –decimos Guattari para usar un nombre propio que expresa una diversidad de nombres y experiencias colectivas– la critica de la economía política, inaugurada por Karl Marx, va un paso más allá, introduciendo también la dimensión de la crítica de la economía subjetiva. Si el deseo y la producción subjetiva son del orden de la infraestructura, entonces, en los años del Capitalismo Mundial Integrado –como luego en la era del “realismo capitalista” de la que nos habla Mark Fisher– la apropiación de la producción subjetiva serán fundamentales, junto al control político y el antagonismo social nacido en el ámbito de la producción material.

Parece un matiz respecto del “marxismo clásico”, pero contiene consecuencias teórico-políticas fundamentales, puesto que desde allí Guattari va a construir su planteo de “Tres ecologías”: una “ambiental”, que replantee el vínculo entre la humanidad (acción depredatoria) y el planeta; otra “social”, atravesada por las luchas de clases; y, finalmente, una tercera dimensión, la “ecología mental”, que asume que el capitalismo, en su fase neoliberal, profundiza la angustia, la tendencia a la soledad, el individualismo y la neurosis, separando a los sujetos del campo social y privatizando el malestar. “No hay oposición entre las tres ecologías –escribe Guattari–. Toda aprehensión de un problema medioambiental postula el desarrollo de universos de valores y por lo tanto, de un compromiso ético-afectivo”.

 

 

II- La invención, por sobre todas las cosas

“Nosotros no hemos conseguido inventar una estructura política que sea capaz de desarrollar esos dos tipos de lucha al mismo tiempo; y por eso pienso, los movimientos sociales se han vaciado en lo esencial”.

Quien habla, para referirse a esta dicotomía incruenta establecida entre la micro y la macro-política, no es un militante argentino de la generación del 2001, sino Félix Guattari, en los años ochenta, reflexionando en torno a experiencias como la “Autonomía Obrera” en la Italia de fines de los setenta, y su incapacidad para evitar el aislamiento, pensar la relación entre las experiencias puntuales y la “comprensión global que las clases populares tenían de los problemas”. Así, según Guattari, las experiencias de la autonomía terminaron “replegándose sobre sí mismas”, presentándose como “tribus totalmente externas en relación con el conjunto del campo social”.

¿Por qué esta incomprensión de quienes comprendieron tan bien los cambios que habían acontecido en las sociedades capitalistas de posguerra? Quizás porque esencializaron uno de los momentos de la construcción, podríamos arriesgar. Porque redujeron la política revolucionaria a la construcción local desde abajo.

 

“Es preciso inventar un medio que permita la coexistencia de esas dos dimensiones. No sólo un medio práctico, un medio de intervención real, sino también un nuevo tipo de sensibilidad, un nuevo tipo de raciocinio, un nuevo tipo de teoría”, comenta Guattari, para quien, si bien lo fundamental pasa por la micropolítica (en tiempos en que poco o nada se hala sobre ella), la dimensión macropolítica no puede quedar fuera del horizonte de una analítica crítica.

En ese sentido, es un autor que presta una profunda  atención a la importancia de “desmoralizar” el análisis. “En el nivel de la micropolítica no puede funcionar una una lógica maniqueísta, a aprtir de la cual los ´buenos´ podrían hacer un agrupamiento entre sí para ir a atacar a los ´malos´”. Algo similar había anunciado ya en Mil mesetas (segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia), junto a Gilles Deleuze, cuando sostuvieron que en el rizoma “habita lo mejor y lo peor”.

No se trata de copiar o cambiar de modelos, sino de inventar, de “encontrar una salida”, para decirlo en los términos kafkianos de una literatura menor (la que anuncia un pueblo que falta).

 

 

III- Relaciones de fuerzas y revolución molecular

Si la “Revolución molecular” pasa para Guattari, fundamentalmente, por la transformación singular y la experimentación grupal para salirse de los “modelos dominantes de subjetivación” (sistemas modelizantes), queda claro para él –asimismo– que ningún movimiento molecular “podría sobrevivir durante mucho tiempo sin establecer una política en relación con las fuerzas existentes, con los problemas económicos, con los medios de comunicación…”. Es decir, que son los cambios en las relaciones de fuerzas (plano molar) los que pueden dar respuestas fundamentales a problemáticas que afectan a un país, como pueden ser el hambre, o el fin de una guerra en las disputas internacionales.

Esta mirada sobre la “Revolución molecular” asume lo molar como lugar de constitución de las grandes identidades, no para negarlas, sino para intervenir sobre ellas. Así, si la micropolítica pasa por ejercer una “analítica de las formaciones del deseo en el campo social”, la macropolítica pasa por operar transformaciones a nivel de las instituciones.  No se trata entonces de construir un gueto en el cual analizar los modos dominantes de subjetivación, sino de agenciar los procesos de singularización en el propio nivel en el que emergen, combinando la lucha en el frente del deseo con la lucha de clases más general. Operar una transformación en la relación entre el movimiento de autoorganziación de la actividad social y el Estado, también forma parte de la Revolución molecular, puesto que es a nivel molecular, también, en donde se expresan los modelos que hacen depender a la política de los poderes del Estado. Como todo marxista, también Guattari entiende que algo que tiene que ver con una revolución implica un “momento de irreversibilidad de un proceso”, que a su vez es proceso de “no retorno al mismo punto”.

Por eso para Guattari, la revolución es un “proceso que produce historia”, que termina con “la repetición de las mismas actitudes y de las mismas significaciones”.

Una revolución así, que duda cabe, es un proceso, una dinámica imprevisible, que apuesta a la experimentación y la creatividad, tanto en el plano singular, como colectivo.

“Conseguir que las finalidades del movimiento político en su conjunto no se reduzcan a los objetivos de toma del poder político, de reivindicaciones contra la derecha, de reivindicaciones sociales y de derechos”, escribe Guattari. Y agrega: “Conseguir que, a través de todas las dialécticas de esos procesos de autonomía en el campo social, el movimiento político desemboque en una de las finalidades fundamentales de la singularidad y la autonomía”.

No se trata entonces de oposición/exclusión, sino de conjunción, de co-existencia de dimensiones de la intervención política, y de su mutua contaminación.

 

*Nota publicada en La luna con gatillo

1° de mayo feminista. Nos organizamos para ir hacia la vida // Karina Nohales (Comité de Trabajadoras y Sindicalistas Comité Internacionalista-Coordinadora Feminista 8M)

Recibimos este 1° de mayo en un contexto de crisis global. El impacto planetario del Covid-19 afirma con renovada solidez el internacionalismo de nuestras luchas y de esta fecha. Los y las trabajadoras nos enfrentamos hoy en todos los lugares del mundo a profundos problemas vitales. Mientra las medidas de paralización total o parcial ya afectan a cerca del 81% de la fuerza de trabajo mundial, millones más están expuestas a perder sus ingresos y sus puestos de trabajo de manera permanente.[1] Junto a ello, la crisis de la reproducción de la vida ha intensificado y precarizado aún más los trabajos productivos y reproductivos que realizamos mujeres y disidencias.

 

Sabemos que las medidas adoptadas por múltiples gobiernos apuntan en un mismo sentido general: proteger las ganancias empresariales en ataque directo a nuestra existencia. Sabemos también que estos ataques y la actual crisis no han comenzado con el virus; más bien el virus expresa la ya larga crisis de la organización capitalista del trabajo y de la vida que coloca a millones de personas ante la incertidumbre total frente al presente y al futuro.

 

Justamente porque no queremos que el futuro se parezca a este presente; porque no queremos que tener trabajo hoy signifique, para muchxs, exponer su salud y no tenerlo signifique hambre; y porque impugnamos la normalidad violenta que nos quieren imponer, es que los pueblos en Chile decidimos levantarnos en revuelta contra la precarización de la vida y contra quienes con sus políticas la han sostenido por décadas. Nos mantuvimos en las calles cinco meses y sin descanso y venciendo el temor fracturamos la normalidad neoliberal. De la experiencia de 30 años de injusticia nació una consigna-horizonte que abrazamos: luchamos hasta que valga la pena vivir.

 

Apenas una semana antes de imponerse la necesidad del distanciamiento físico, cuatro de millones de mujeres y disidencias desbordamos las calles del país en un 8 y 9 de marzo históricos. La vitalidad de la revuelta se manifestó allí, en la Huelga General Feminista, cuando juntas y juntes exigimos -como hoy- la salida del gobierno criminal, el fin de la impunidad y del terrorismo de Estado. Nos levantamos en defensa de un programa feminista para transformarlo todo y afirmamos que vamos a la vida, a esa vida que queremos y que nos es negada. El 8 y 9 de marzo, en el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, demostramos que la revuelta le pertenece a los pueblos y que mientras los pueblos no decidan ponerle fin, la revuelta sigue.

 

Hoy somos esas mismas mujeres y disidencias quienes estamos en la primera línea de los trabajos de cuidados que sostienen la vida, esos trabajos esenciales que no pueden paralizarse, que son precarios, inseguros, mal pagados o derechamente no remunerados. Estamos en la primera línea de los  que nunca han conocido de limitación horaria. Hoy, somos esas mismas mujeres y disidencias las que estamos expuestas, muchas de nosotras, al encierro con nuestros agresores. Nos hemos dicho que nuestras vidas son un problema político y hoy más que nunca lo sostenemos, por eso levantamos un Plan de Emergencia Feminista ante la crisis y junto con otras organizaciones feministas conformamos una Red de Apoyo que recientemente lanzó una campaña para enfrentar la violencia machista en el contexto actual.

 

Frente a la actual crisis integral, una pregunta recorre el mundo este 1° de mayo: ¿Qué vamos a hacer ahora? Nosotras/es decimos que teníamos razones en octubre para levantarnos y que tenemos más razones hoy.

 

No nos llamamos a engaño. La transición democrática, más que de dos bloques, se trató de un cogobierno dedicado a administrar un mismo legado dictatorial y, en lo fundamental un mismo programa, el programa de la explotación y el programa de impedir el rearme político y orgánico de los sectores populares. Gobernaron por décadas y siguen gobernando sin haber hecho nada en favor de los y las trabajadoras. En los momentos más clave de nuestra historia reciente, cuando los pueblos decidimos saldar cuentas con ellos, muchos de los partidos que se presentaban a sí mismos como una alternativa a este duopolio de la transición, se cuadraron con la defensa del modelo y en contra de los intereses populares, aprobando las leyes represivas con que intentan aplastar la revuelta e imponiendo a los protagonistas del estallido unos términos que les excluyen del camino constituyente vital que ya hemos emprendido. Todos son responsables.

 

Afirmamos que antes y ahora los y las trabajadoras nos tenemos les unes a las otras y sólo podemos contar con la confianza en nuestras propias fuerzas para enfrentar y resolver los problemas urgentes que se nos presentan. Nos preparamos para impugnar, una vez más, las políticas con que este gobierno criminal y los partidos que se le subordinan, pretenden hacernos pagar una crisis que no provocamos. Nuestros fondos de cesantía se consumen y nuestros fondos previsionales desaparecen sin que los empresarios tengan que desembolsar ni un solo peso en remuneraciones, sin que nadie detenga este desangrar de los esfuerzos de toda una vida de trabajo. Estas políticas son hambre para hoy y hambre para mañana.

 

Nos preparamos para combatir la pobreza desde la solidaridad de clase, para sostenernos juntas y para impedir que la competencia se imponga entre nosotras y nos enfrente, porque cuando la pobreza enfrenta a trabajadores contra trabajadores, los ricos ganan terreno para empeorar nuestras condiciones de vida.

 

El 1° de mayo no ha sido hasta ahora una fecha en la que tradicionalmente las feministas tomemos la palabra, pero llevamos un tiempo reflexionando profundamente y articulando de manera colectiva lo que queremos decir. Lo hemos hecho desde el Comité de Trabajadoras y Sindicalistas de la Coordinadora Feminista 8M en los Encuentros de Feminismo, Trabajo y Seguridad Social y en los Encuentros Plurinacionales de les y las que Luchan y también hace un año realizamos nuestro primer acto de 1° de Mayo Feminista en Santiago. Este año, de manera virtual, nos volveremos a encontrar para decir públicamente que existe una alternativa por la cual luchar y para convocarnos a construirla.

 

Este 1° de mayo damos un paso adelante, llamándonos a construir una Organización Feminista de las Trabajadoras, una apuesta de unidad en tiempos de fragmentación y precarización del trabajo. Un espacio en que mujeres y disidencias nos agrupemos desde todos los trabajos que realizamos -formales, informales, remunerados o no- y también desde la cesantía. Nos llamamos a crear una espacio en el cual las amplias capas de trabajadoras que no han encontrado en las formas sindicales tradicionales un lugar de participación, de solidaridad y de acción conjunta se encuentren con las sindicalizadas para desarrollar juntas nuestra potencia, todavía dispersa.

 

Un espacio democrático de y para las bases, desde el cual hacer un balance de las organizaciones de trabajadores de las últimas décadas y también del lugar que mujeres y disidencias, y los trabajos que realizamos, hemos ocupado en ellas. Un espacio para visibilizar los trabajos de cuidados que sostienen la vida y para reivindicar la Huelga General Feminista como método para conquistar su socialización.

 

Este 1° de mayo también somos memoria feminista y memoria de futuro. Nos convocamos a construir una Organización Feminista de las Trabajadoras que sostenga el hilo rojo de la historia que nos une a las y los obreros de Chicago de 1886, el hilo que bordaban las mujeres en esas primeras huelgas que dieron origen al 8 de marzo, el hilo rojo de los trabajadores en los Cordones Industriales y de las pobladoras en las tomas de terreno en Chile. Hacemos nuestras estas luchas y reclamamos nuestro lugar como protagonistas de nuestros destinos en las luchas presentes y por venir.

 

Este 1° de mayo también somos internacionalismo, porque nuestras luchas no conocen de fronteras. Nos unimos en articulación Transfronteriza con feministas de múltiples territorios y continentes para afirmar juntas y juntes que la sociedad puede ser organizada sobre nuevas bases, que es posible una vida sin violencia patriarcal, sin racismo y libre de explotación; que las relaciones entre los pueblos pueden ser refundadas desde la solidaridad y desde ya ponemos en ello nuestros esfuerzos.

 

Desde este país en que pandemia se cruza con revuelta, extendemos hoy nuestro saludo a todos y todas las trabajadoras del mundo, con la certeza de que las revueltas también son contagiosas.

[1] Observatorio de la OIT: El COVID-19 y el mundo del trabajo. Segunda edición

Foto: Dani Zárate en Cosecha Roja

Máquina de guerra y estrategia // Diego Sztulwark

Notas sobre El capital odia a todo el mundo, fascismo o revolución, de Maurizio Lazzarato

 

La teoría de la guerra es un modelo para la ciencia social.

León Rozitchner

Hay que agradecer el impulso que lleva a un escritor a sacudirse aquellas premisas que ya no le son útiles. Tanto más si sus desplazamientos ayudan a provocar pensamiento. El último libro de Maurizio Lazzarato, El capital odia a todo el mundo, es ejemplar al respecto. Su crítica al llamado “pensamiento del 68” -fue, ostensiblemente, el suyo- propone una amonestación política a las corrientes llamadas autónomas además de una refutación filosófica a textos clave de Foucault, Deleuze, Guattari, Agamben, Negri o Rancière.   

Se trata de algo más que de meros ajustes de cuentas personales. Los desplazamientos propuestos por Lazzarato conectan con una insatisfacción respecto del estado actual de la teoría y de su capacidad para articularse con una política. En particular, el autor pretende llamar la atención sobre el dramático olvido de la guerra como principio que anima a la política, la economía y la técnica. No se trata solo de la guerra como creciente amenaza de conflagraciones bélicas entre Estados en la actual coyuntura global sino, más en general, del poder fundado en la violencia y en la fuerza armada como razón última del capitalismo, y del neoliberal actual.

  1. El pensamiento del 68 y sus límites

En muchas de sus intervenciones anteriores, Lazzarato partía de la impugnación de la tradición marxista en un doble aspecto: por un lado, la concepción del trabajo en Marx -propia del siglo XIX- debía ser sustituida por una nueva ontología fundada en la filosofía de la diferencia, capaz de captar la dimensión inmaterial de la producción; por otro, el partido revolucionario y la centralización política debían ser sustituidos por agencias múltiples, capaces de desplegar el acontecimiento más que realizar la toma del poder del Estado.

Frente a la doble limitación marxista, Lazzarato acudía al pensamiento radical francés del 68, en polémica con sus antiguos compañeros de la autonomía postobrerista italiana, a los que consideraba aún impregnados de conceptos propios del siglo XIX. Su propósito general, en libros como Políticas del acontecimiento, era sustituir la ecuación clásica, según la cual cabía deducir del valor-trabajo un sujeto obrero revolucionario, por una fundada en la filosofía de la diferencia, en la que fuerzas múltiples y procesos de producción inmateriales devenían capaces de acontecimiento. Algunos de sus libros traducidos al castellano como El hombre endedudado o Gobernar a través de la deuda, continuaron en esta línea, enseñando -en base a prolijas lecturas de Foucault, Deleuze y Guattari- que la relación acreedor-deudor se convertía, en el neoliberalismo, en las cateogrías fundamentales de la explotación social.

Sin embargo, y en vistas de la evolución de la coyuntura global, así como de la impotencia política en la que ha caído buena parte de la teoría radical francesa, Lazzarato asume a fondo la tarea del balance ácido, dirigiendo un reproche demoledor a

aquella izquierda del 68: el engendramiento de un pensamiento político nulo, miserable en términos de estrategia. A pesar de su atractivo superficial, sus líneas principales estarían contaminadas por una ambigüedad esterilizante. Lo que en su origen fue concebido como una original renovación del proyecto revolucionario, en un doble desafío a la cartografía de la guerra fría (oponer un nuevo proyecto revolucionario al capitalismo y, a la vez, unos devenires revolucionarios sin centro al viejo socialismo de Estado), aparece hoy, en la visión retrospectiva, como la fuente de una doble derrota cantada.

 

Para Lazzarato, 1968 fue el último intento europeo de animar una tentativa revolucionaria, luego de verificar la inviabilidad o el fracaso de la hipótesis leninista. En particular, el autor considera los grandes afluentes radicales que determinaron su formación ética e intelectual: la gran filosofía francesa de inicios de los años setenta -muy en particular la obra de Foucualt, Deleuze y Guattari- y la iniciativa teórica y militante de la llamada autonomía obrera italiana -Mario Tronti y Toni Negri.

 

Lazzarato opera sus desplazamientos, en primer lugar, alrededor de los límites que identifica en estas corrientes. Esos límites son tanto internos –europeísmo, exaltación de una figura restringida al movimiento obrero del ámbito fabril, desconsideración del pluralismo del sujeto presente en el feminismo y en la lucha anticolonial- como externos -la desactualización de muchas de sus categorías como producto de la evolución de la coyuntura global, la proliferación de discursos políticos y académicos que desfiguran ese pensamiento volviendo patética su impotencia para una coyuntura completamente diferente-. El cuadro de impotencia de la política radical del presente está configurado por estos límites.

  1. Disparen contra los foucaultianos

Cinco décadas después, el panorama es desolador: el socialismo real implosionó; el capitalismo, sin amenazas que lo fuercen a hacer reformas, descarga toda su agresividad sobre el planeta; y el pensamiento filosófico radical se convierte en las universidades en simple racionalización de la derrota.

La polémica principal de Lazzarato se dirige, en este contexto, contra lo que él denomina los “foucaultianos”, una noción genérica en la que agrupa diversas corrientes teóricas que tendrían en común el haber desarrollado todo aquello que en Foucault sería errado y nocivo. Esto es, una cierta imagen de los dispositivos de poder que crean subjetividad mediante una serie de automatismos, despojados de toda consideración de su violencia expropiadora. Este sería el caso de las analíticas del neoliberalismo en autores como Luc Boltanski y Ève Chiapello, o Christian Laval y Pierre Dardot. La positividad del poder circularía en el neoliberalismo entre las finanzas y las tecnologías, como si estos funcionamientos no respondieran a estrategias de guerra entre clases sociales.

Lo ausente, sobre todo en el último Foucault, sería una analítica del papel de la violencia tanto en los dispositivos coloniales como en los propiamente neoliberales. Pero lo que en Foucault es una ausencia fatal, en sus seguidores, afirma Lazzarato, es complicidad flagrante. Es el caso de Giorgio Agamben y de Roberto Esposito, cuyas retóricas referidas a los dispositivos “biopolíticos”, con todas sus variantes, no harían otra cosa que opacar o mistificar la realidad que es necesario pensar: el neoliberalismo como la estrategia del capital que, para aumentar la ganancia a toda costa, acude a la violencia y la emplea como medio para extraer valor de la vida. Al denegar esta verdad fascista del neoliberalismo, los “foucaultianos” dan la espalda y renuncian a la tarea intelectual del momento: aportar las categorías para crear una organización capaz de enfrentar al enemigo principal: el ensamble político entre la violencia neocolonial, patriarcal y propiamente neoliberal.

 

El reproche a la izquierda universitaria (los “foucaultianos”) se basa en que haya dejado de lado los orígenes fascistas del neoliberalismo. Este borramiento, para Lazzarato, se da por la vía de una desconexión entre «dispositivos» -en tanto que dominación de los automatismos- y subjetividad estratégica de dominación en manos de sujetos concretos y específicos. Para ilustrar esos orígenes, el autor recurre a la implantación de las políticas neoliberales en América del Sur, al papel contrarrevolucionario del terrorismo de Estado que instauró los “dispositivos” neoliberales, pero también al fascismo neoliberal actual de Bolsonaro.  

  1. Marx y América Latina (o Marx y el eurocentrismo)

Lazzarato tiene razón cuando nos recuerda que los fenómenos económicos y tecnológicos de la llamada globalización responden a una lógica de la desposesión violenta y, por lo tanto, a una determinada estrategia de guerra. Y tiene buenas razones, quizás, para acudir a la historia latinoamericana reciente en apoyo de sus tesis, despavilándose de un largo europeismo. De hecho, algunas de sus principales intuiciones se han desarrollado con más profundidad entre lxs pensadorxs y movimientos populares de esta región.

Es posible citar algunos esfuerzos intelectuales que desde hace décadas han planteado con toda claridad muchas de las ideas que Lazzarato apenas esboza. La cita más directa y reciente pertenece, sin dudas, a la literatura feminista que Lazzarato no desconoce aunque prácticamente no cita como, por ejemplo, el libro de Rita Segato, La guerra contra las mujeres. Sin embargo, fue después de la derrota político-militar, en el exilio argentino en México, a comienzos de los años ochenta, cuando comenzaron a reelaborarse las orientaciones de un marxismo no eurocéntrico (en diálogo, incluso, con la autonomía obrera italiana), y una nueva comprensión de la centralidad de la guerra en la política (tomando muy en serio al Foucault de la noción de resistencia y estrategia). Vale la pena retomar estas citas argentinas clásicas, porque confirman y enriquecen notablemente -lo veremos- las intuiciones de Lazzarato. Me refiero al libro de José Aricó, Marx y América Latina, y al de León Rozitchner, Freud y el problema del poder (texto previo inmediato a su magnífica reflexión sobre la guerra, a propósito de la guerra de las Malvinas).

José Arico -el mítico inspirador de la revista y luego de los cuadernos Pasado y Presente– descarta que la incomprensión de Marx de la realidad latinoamericana (ejemplificada en su célebre artículo sobre Simón Bolívar) se deba a un simple prejuicio eurocéntrico. La preocupación por las formaciones asiáticas así como su dedicación, a partir de los años sesenta, al problema de las naciones oprimidas, obligan a Aricó a precisar el diagnóstico. La hipótesis a la que arriba, luego de una pormenorizada reconstrucción de la evolución intelectual de Marx, es la siguiente: la ceguera de Marx con respecto a América Latina no se debió tanto al prejuicio o la ignorancia (como sucede con buena parte de los teóricos radicales actuales) sino en todo caso a un obstáculo propiamente político. Las características particulares del desarrollo de las sociedades latinoamericanas (sobre todo el hecho de que los Estados no derivan de procesos nacionales previos, sino que operan como instancias activas de constitución de las naciones desde arriba; “las formaciones nacionales se le aparecerán así como meras reconstrucciones estatales impuestas sobre el vacío institucional y sobre la ausencia de una voluntad popular, incapaces de constituirse debido a la gelatinosidad del tejido social”) perturbaban su principal tesis política: la inexistencia real de una autonomía del Estado respecto de la lucha de clases. La política de Marx, afirma Aricó, se había desarrollado en medio de dos grandes polémicas. En su temprana crítica de la Filosofía del derecho de Hegel, Marx afirmaba que el Estado centralizado, que surge del proceso de las formaciones nacionales europeas, no era más que una falsa totalidad racional y moral que incubaba y contenía una lucha de clases que, encabezada por el proletariado, se convertía en un efectivo proceso racional. Más tarde, en El 18 brumario de Luis Bonaparte, denunciaba la “aventura bonapartista” (caracterización aplicada a Bolívar), fenómeno mediante el cual la burguesía delega su representación política – nunca su poder económico- en un poder ejecutivo fuerte, dentro del marco de una disputa entre fracciones de clases y con el proletariado derrotado, ubicado en el fondo de la historia.

Bajo la remanida cuestión del europeísmo de Marx emerge, gracias Aricó, un verdadero problema aún hoy irresuelto: ¿cómo se realiza la crítica del Estado (algo que parece interesar muy especialmente a Lazzarato) en condiciones históricas sociales no europeas? Esta cuestión ya había enfrentado, medio siglo antes, a José Carlos Mariátegui con los partidos comunistas, pero también con el populismo aprista que había ayudado a fundar. La hipótesis según la cual el problema de Marx con América Latina fue su “exacerbado antibonapartismo”, no se resolvería entonces con una mera denuncia del prejuicio europeísta, sino que la crítica del Estado seguiría resultando un problema de dificil solución para los marxistas latinoamericanos, tal como lo evidencia la querella actual con el populismo.

 

  1. La teoría social continúa la guerra por otros medios

El núcleo de la intervención de Lazzarato consiste en mostrar que toda analítica de poder falla cuando no se remite el dispositivo a la estrategia bélica que le da vida y racionalidad. En el fondo, se trata de retomar la vieja máxima del teórico militar Carl von Clausewitz, según la cual la guerra es la prolongación de la política por otros medios. O, más bien, de seguir la inversión leninista por la cual la política prolonga y da forma, en el mejor de los casos, a la guerra. Lazzarato acierta en buscar la clave de la relación interna entre guerra y política (neoliberal) en la coyuntura sudamericana de mediados de los años setenta. Sin considerar aquella derrota de las fuerzas de la revolución, es dificil comprender la profundidad de la instalación de los dispositivos neoliberales, con la deuda ocupando el primer lugar. La filosofía de León Rozitchner, muy en particular sus libros del exilio, desde Perón: entre la sangre y el tiempo a Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia, capta tres cuestiones vinculadas a la guerra que aún faltan desplegar en Lazzarato: el carácter ético y cognitivo de las estrategias de la guerra; las consecuencias subjetivas del terrorismo de Estado; el papel de la contraviolencia como respuesta desde abajo a la guerra implementada desde arriba. 

 

Entre todos los textos de Rozitchner, quizás sea Freud y el problema del poder, libro escrito en 1981, a partir de un seminario brindado en México, el que mejor articula su perspectiva sobre el problema de la violencia. Su razonamiento es aproximadamente el siguiente: dado que tanto en Marx como en Freud la organización social aparece como el resultado de un enfrentamiento en el que se pone en juego el dominio de la voluntad ajena, y dado que, entonces, lo que estructura el campo político es la posibilidad de recuperar el poder colectivo expropiado, cabe responder a la pregunta en torno a las razones por las que los dominados suelen manejarse con “las mismas categorías del poder dominante”, muchas veces elaboradas por los estrategas de los países colonialistas.

 

La respuesta de Rozitchner es la siguiente: sucede que el individualismo burgués es el producto de la introyección de una violencia y de unas categorías que operan despotencionalizando toda tentativa de organización colectiva contra el objeto exterior o enemigo común. Mientras las cosas se mantengan en estos términos, todo intento de los grupos militantes de armarse en nombre del pueblo no hará sino profundizar el problema de una izquierda sin sujeto. Al arrogarse la representación del colectivo, sin lograrlo en los hechos, los grupos revolucionarios, afirma Rozitchner, desconocen la realidad y viven “una representación mítica”. Por el contrario, habría que suscitar en las personas “un interés mucho más profundo”, llamado deseo, para que “puedan constituirse en un poderoso medio colectivo de recuperación del poder”. Así, el problema de la subjetividad queda planteado como el de la relación entre la violencia y las categorías.

 

El problema de la guerra debe ser entonces reorganizado. La guerra no aparece como la interrupción de la política, como si esta fuera un campo de paz hasta la llegada del terror que la aboliera. Esta comprensión abstracta de la guerra, propia del modelo del duelo, ignora la conexión interna entre las fuerzas enemigas, que en la política aparecen al desnudo en situaciones límites como Estado terrorista. Asumir el paso directo a la guerra como momento de verdad, como si la política fuera solo falsedad, no conduce a otra cosa que a dramatizar la ineficacia ya ostensible en el campo político. Por el contrario, “si la guerra está presente en la política como violencia encubierta en la legalidad, se trata de profundizar la política para encontrar en ella las fuerzas colectivas que, por su presencia real, establezcan un limite al poder”.

 

La miseria de la estrategia que denuncia Lazzarato es inseparable de la miseria de la teoría social, tal como la descubrió Rozitchner hace ya cuatro décadas: la teoría de la guerra es un modelo para unas ciencias sociales que comprendan la relación entre las categorías y su prolongación en la acción, cuya verdad final se verifica en última instancia en el campo de batalla.

 

  1. Máquina de guerra revolucionaria contra el neofascismo

El gesto de Lazzarato es el de quien reacciona con urgencia práctica ante la ofensiva del fascismo neoliberal, buscando en los restos del naufragio los brotes de un reverdecer de la revolución sin la cual marcharíamos al desastre. Este retorno a la política militante y a la asunción del problema de la violencia es la piedra de toque que estructura los desplazamientos sugeridos por Lazzarato, y que quizás puedan resumirse en cinco aspectos:

 

Respecto a Marx: Se trataría de pasar del Marx que revela el secreto de la mercancía y el fenómeno del fetichismo, al Marx que revela que el secreto de la acumulación originaria del capital es la violencia expropiadora. El célebre fragmento marxiano sobre el fetichismo no sería más que un regalo envenenado para la izquierda, un modelo analítico -despolitizado- de una dominacion sin sujeto (un foucaultismo avant la lettre). El verdadero secreto del capital sería más bien aquel que descubre un vínculo íntimo – siempre denegado en el campo de la ley y la política- entre organización militar y expropiación. En el extremo de este razonamiento, Lazzarato parece afirmar que el capitalismo no ha sufrido mutaciones en su esencia, salvo en lo referente a la innovación tecnológica y bélica que lo asiste. El problema de la supresión del Marx del fetichismo ya era esbozado en las citas anteriores de la reflexión de León Rozitchner. Para evitar un fetichismo de la guerra es necesario identificar las fuerzas dominantes en el campo de la política y de la subjetividad, así como afrontar el problema de encontrar la contraviolencia en el plano de una política.

 

Respecto a Lenin: Su coqueteo con Vladimir Ilich no va más allá de sostener la idea de que el capital es incapaz de hacer reformas si nada lo amenaza desde un punto de vista político (y militar). ¿Pero qué es un Lenin sin bolchevismo? Menos de lo que uno quisiera. En todo caso, Lazzarato asume aquella formulación con la que Lukács definía la esencia del leninismo: asumir el punto de vista de la “actualidad de la revolución”.

 

Respecto a la autonomía obrera y postobrera: El reproche a sus maestros de antaño es más bien ácido. No ve en ellos sino carencia de estrategia. A Mario Tronti le dirige dos críticas: haber errado teórica y políticamente al definir la “fuerza laboral” sin tomar en cuenta a los “colonizados” ni a las “mujeres”, y una torpeza estratégica al separar esta fuerza de una perspectiva concretamente anticapitalista (“sin revolución, los obreros son un mero componente del capital”). A Toni Negri, para quien la multitud sí es una subjetividad múltiple, le atribuye el abandono del principio fundamental obrerista del “rechazo al trabajo” (cuestión que no se constata en Asamblea, el último libro de Negri en colaboración con Michael Hardt, en el que se postula más bien una teoría política para los procesos de valorización del trabajo vivo contra el dominio en términos de capital fijo).  

 

Respecto a Foucault: Se trata, para Lazzarato, de abandonar la idea del neoliberalismo según un paradigma productivo del poder (que borra la violencia fascista en el fundamento) así como la tentativa de hacer del biopoder un principio explicativo íntimo respecto de la lógica de ganancia del capital (señalamiento, este último, que hizo Paolo Virno de un modo sutil hace dos décadas en su formidable Gramática de la multitud). ¿Qué es lo que sí permanece vigente en Foucault? Sobre todo, las brillantes páginas dedicadas a la estrategia y las relaciones de fuerza en La voluntad de poder.

 

Respecto a Deleuze y Guattari: El desplazamiento más original y fecundo se da en torno a la noción central de “máquina”: fusionando las nociones de “máquina social” y “máquina de guerra”, Lazzarato alcanza su propósito mayor: una racionalidad teórica y  política -propiamente estratégica- que ya no opone ni separa funcionamiento objetivo de subjetividad, y permite comprender hasta qué punto toda “máquina técnica” (o dispositivo), responde a una máquina social (o máquina de guerra) capitalista. A partir de este punto, la argumentación se torna fluida: los mecanismos creadores de modos neoliberales de vida son tácticas de guerra del capital: el consumismo, las finanzas, los medios de comunicación o las tecnologías, no son automatismos que propagan una conciencia burguesa, sino piezas bélicas que refuerzan e intensifican los efectos de una derrota militar.

 

El neoliberalismo, escribe Lazzarato, debe ser leído, por lo tanto y desde sus comienzos, como el acto de fuerza que convirtió al pueblo en armas en mera “población”.  Y como la declaración de guerra a esa población. Este es el sentido del título de su libro. El odio del capital brota de una tentativa maquínica-capitalista por sostener la ganancia, única verdad que guía a la globalización, explica sus crisis irresueltas y hasta permite anticipar sus salidas cada vez más violentas y expropiadoras. Es, incluso, la verdad en la que hay que buscar las claves para dar cuenta de la pandemia.

 

La tesis de Lazzarato, entonces, puede formularse del siguiente modo: lo que llamamos globalización no es sino la actividad de una máquina de guerra capitalista, asistida y rectificada de  modo continuo por la acción de unos sujetos perfectamente identificables, que va del ejército norteamericano (la empresa más grande del mundo) a las bandas neofascistas -que llegan crecientemente a los gobiernos-, pasando por una variedad de técnicos e investigadores que, como se torna ostensible en las crisis furibundas, trabajan full time en los arreglos del funcionamiento. Esas subjetividades-maquínicas solo pueden ser combatidas por medio de la creación de subjetividades ligadas a una máquina de guerra revolucionaria.

 

¿Qué obtiene Lazzarato con esta reforma de las nociones de Mil mesetas? a. Una formulación que vuelve a reenviar la política y la violencia a la lucha de clases (Marx y Lenin, autonomía obrera). b. Una ampliación de los sujetos de esa lucha por la vía (tardío reconocimiento) de las luchas feministas y anticoloniales. c. Un reacomodamiento teórico que permite comprender la subordinación estratégica de las máquinas técnicas (dispositivos) al funcionamiento de la máquina social (máquina de guerra del capital). Y finalmente, d., la postulación de la revolución como creación de una máquina de guerra revolucionaria global, sin la cual no hay crítica ni alternativa posible.

 

Si lo comparamos con El huracán rojo, la extraordinaria narración de la revolución europea -de Francia de 1789 a Rusia de 1917-, escrita recientemente por el profesor Alejandro Horowicz, podremos multiplicar la pluralidad de perspectivas desde la que la parte más sensible de la intelectualidad politizada no deja de volver sobre el asunto. Mientras para Horowicz la revolución es un fenómeno de doble poder, que comienza por la capacidad de las clases subalternas de construir una autoridad moral para devenir fuerza armada, capaz de inscribir en las estructuras económicas y jurídicas nuevas perspectivas de igualdad, en Lazzarato se trata de un discurso de crítica filosófica que procura combinar, a partir de las luchas actuales, los ejes que las revoluciones del siglo XX no supieron coordinar: la intensidad (obrera) y la extensión (nuevas subjetividades); la dimensión igualitaria a la libertaria: la revolución con los devenires revolucionarios; el antagonismo político efectivo con las máquinas de guerra.

 

Quizás sientan lxs lectorxs, al menos lxs sudamericanxs, que las orientaciones principales de Lazzarato ya se venían desarrollando localmente de diversos modos y con referencias propias. Sin ese tono impugnador y unilateral. Con mayor comprensión y generosidad por los intentos del pasado. Y que al mismo tiempo falta un estudio integrador, comparable al que Horowicz dedicó a la coyuntura europea, sobre las vicisitudes de la revolución latinoamericana del siglo XX. La intuición de Lazzarato sobre lo imposible que resulta asumir la comprensión del neoliberalismo, en sus fundamentos militares, sin retomar a fondo las consecuencias de la derrota de las fuerzas revolucionarias, ha circulado y se ha desarrollado durante décadas entre nosotros. No deja de ser cierto, sin embargo, que la historia de la revolución continental, exitosa en Cuba y Nicaragua y liquidada militarmente en el resto del continente, aún espera nuevos estudios de filosofía política militante capaz descubrir continuidades inesperadas, útiles para enfrentar el odio el capital. 

La imposible dedicatoria // Paul B. Preciado

Durante el confinamiento por el coronavirus, entre el desorden del tiempo y la reorganización de las tareas cotidianas que el paro generalizado propicia, he adaptado un nuevo hábito. Cada día, a las 8:30 de la tarde, después de salir al balcón a aplaudir o a gritar, respondo a la llamada por videoconferencia con mis padres. Ellos están en una ciudad del norte de Castilla. Yo en un barrio de París. Antes del coronavirus, nos hablábamos una vez cada dos meses, por las ocasiones importantes, las fiestas, los cumpleaños. Pero ahora, la llamada diaria se ha vuelto una bomba de oxígeno. Eso es lo que dice mi madre, que siempre ha tenido talento para el melodrama, cuando se abre la pantalla: “verte, es como salir y respirar.” Mi padre tiene noventa años, es un hombre dinámico que antes del encierro caminaba cada día ocho kilómetros. Es también un hombre frío: un niño abandonado por su propio padre que creció sin afecto, pensando que el trabajo era su única razón de existir. Aunque hay prohibición de salir para los mayores, mi padre sale cada día a comprar el pan a doscientos metros de casa, con sus guantes y su mascarilla. “Nadie puede negarle eso”, dice mi madre. Y añade, cuando mi padre se aleja: “Quizás ya nunca más volvamos a poder pasear juntos por la calle. Quizás ésta sea su última primavera. Tiene que poder salir.”

Mi madre me llama unas veces en masculino, otras en femenino, pero siempre Paul. Me gusta cuando mi padre pregunta, “¿Quién llama?” Y mi madre responde, “es nuestro Pol.” Ella lo imagina así, escrito Pol. Cada día, mi padre inspecciona mi rostro en la pantalla como si escrutara los cambios producidos por la transición de género. Pero también, como si buscara su rostro en el mío. “Cada vez te pareces más a tu padre”, dice mi madre. La transición ha subrayado la similitud de nuestros cuerpos y de nuestros rostros, como sacando a flote un fenotipo que el estrógeno mantenía escondido. Aunque no se lo digo, ese parecido resulta tan inquietante o tan conmovedor para mí como para él.

El otro día mi padre me preguntó: “¿Por qué no te dejas la barba entera?” “Porque no me crece por igual en toda la cara”, le expliqué yo. Y añadí: “Empecé a tomar testosterona cuando tenía 38 años y cuando los poros de la piel están cerrados no puede crecer el vello.” “Pues vaya negocio. Para este reca’o no hacen falta alforjas,” respondió mi padre. “Déjale, no te metas con su barba. ¿Se mete él con la tuya?”, le amonestó mi madre. Cuando les explico que estoy corrigiendo las galeradas de un nuevo libro que sale en junio, mi madre pregunta, con un interés que deja al descubierto su deseo, a quién se lo voy a dedicar. “A Judith Butler”, digo yo. Y, “¿quién es esa señora?”, pregunta ella. Yo le explico que no es una señora, que es una persona que no se identifica con ningún género, ni masculino ni femenino y que le acaban de dar el certificado de persona de género no binario en California, como a mí me dieron en 2017 el cambio de sexo legal. Les digo que es el/la filósofe gracias al cual yo supe que incluso para los que éramos como nosotros, los que habíamos sido considerados desviados o degenerados, era posible hacer filosofía. “¿Y si no es ni un hombre ni una mujer?”, pregunta mi padre, “¿qué es?” “Es libre”, le digo yo. “Pues vaya negocio, para ese reca’o no hacen falta alforjas.” Y los tres nos reímos. Antes de colgar, mi padre, que nunca ha sido capaz de decirme que me amaba, se acerca mucho a la pantalla y me manda un beso. No sé cómo reaccionar a su inesperado gesto afectivo. “Te esperamos mañana”, dice mi madre, “para nuestra salida juntos del día.”

Después de la última cita con ellos, al escuchar la insinuada petición de mi madre y al verles tan frágiles y tan repentinamente cariñosos, pienso que querría poder algún día dedicarles un libro. Y entonces se me ocurre que para que pudieran disfrutar de esa dedicatoria sin verse ofendidos por el contenido, yo tendría que ser capaz de escribir un libro donde no figuraran las palabras homosexual ni homosexualidad, ni la palabras transexual y transexualidad, ni la palabra sexo, ni sexualidad, ni violación, ni trabajo sexual, ni prostitución, ni aborto, ni penetración, ni dildo, ni ano, ni erección, ni pene, ni polla, ni vagina, ni vulva, ni clítoris, ni tetas, ni pezones, ni follar, ni correrse, ni chupar, ni eyacular, ni SIDA, ni orgasmo, ni felación, ni sodomía, ni masturbación, ni perversión, ni maricón, ni lesbiana, ni lesbianismo, ni tortillera, ni bollera, ni amanerado, ni gay, ni marimacho, ni camionera, ni puta, ni zorra, ni mastectomía, ni faloplastia, ni enfermo mental, ni disforia de género, ni psicosis, ni esquizofrenia, ni depresión, ni pornografía, ni farmacopornográfico, ni mierda, ni adicción, ni droga, ni drogadicción, ni alcoholismo, ni marihuana, ni heroína, ni cocaína, ni metadona, ni morfina, ni crack, ni camello, ni suicidio, ni prisión, ni criminal…. El ejercicio de escritura, en sí mismo, me digo, sería heroico. El libro podría ser una larga perífrasis barthesiana, una buena distracción para los tiempos del confinamiento.

Fuente: Revista UNAM

Yendo de la cama al living. (Parte I). Crónicas desde las pasiones de un encierro // Facundo Cifelli

Día 1 (20-03-2020)

Lo que parecía imposible, se convirtió en probable. Ahora es realidad.
Con 3 muertos y más de 100 infectados, la cuarentena total se alzó como política preventiva irrefutable del gobierno argentino. Primero fueron las escuelas… los cines, los teatros, los bares, los restaurantes.
Ahora -y desde ayer- somos todxs encerradxs en casa, sin “funcionar”.
La televisión y las redes sociales se hacen eco de la situación exacerbando el clima de peligro y pánico que hay afuera (¿hay un afuera?). 

Más allá de la frontera domiciliaria, hostilidad. En el encuentro de los cuerpos, peligro. En el aislamiento individual, seguridad. 

¿Qué pasa con los modos de sentir que son otros respecto de los que el sistema establece como norma estandarizada? ¿Qué pasa con el mundo del trabajo en los márgenes, con la gente que hace el mango en el día a día? ¿Qué pasa con la recesión económica en un país latinoamericano que viene de 4 años feroces de neoliberalismo?

El mundo estadístico es infinito. Voy a remitirme, sólo por detalle, al boletín oficial del gobierno de la nación que dice:

AISLAMIENTO SOCIAL PREVENTIVO Y OBLIGATORIO
Decreto 297/2020
DECNU-2020-297-APN-PTE – Disposiciones.

Con fecha 11 de marzo de 2020, la ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD (OMS), declaró el brote del nuevo coronavirus como una pandemia, luego de que el número de personas infectadas por COVID-19 a nivel global llegara a 118.554, y el número de muertes a 4.281, afectando hasta ese momento a 110 países.

 

19 de marzo de 2020, se ha constatado la propagación de casos del coronavirus COVID-19 a nivel global llegando a un total de 213.254 personas infectadas, 8.843 fallecidas y afectando a más de 158 países de diferentes continentes, habiendo llegando a nuestra región y a nuestro país hace pocos días.

 

Que nos encontramos ante una potencial crisis sanitaria y social sin precedentes, y para ello es necesario tomar medidas oportunas, transparentes, consensuadas y basadas en las evidencias disponibles, a fin de mitigar su propagación y su impacto en el sistema sanitario. 

Que, con el objetivo de proteger la salud pública como una obligación inalienable del Estado nacional, se establece para todas las personas que habitan en el país o se encuentren en él, la medida de “aislamiento social, preventivo y obligatorio

Sin negar la gravedad epidemiológica de carácter internacional que el virus comporta, estos números no son nada si se los compara con la furia del dengue, aquel demonio olvidado que se cobró, hasta ahora, 10 veces lo que el coronavirus en nuestra región.
Pero la amenaza y el miedo aparecen cuando volteamos la mirada hacia el viejo continente: en el mismo momento que Argentina decide entrar en cuarentena, Italia cuenta 4032 muertos (627 en un solo día) y sus hospitales ya empezaron a transitar el desborde. 

«Justicia inflexible para la concientización de los argentinos» reza con orgullo -y arriesgo algo de goce- la T.V.
En otras palabras: autorización a las fuerzas policiales para descargar su odio siempre bien dispuesto. Un lugar, un espacio habilitado para el abuso.

Nuestros modos de vida comienzan a sufrir un sinfín de dislocaciones: todo lo sólido se desvanece el aire.

 

Día 2 (21-03-2020)

Me desperté un poco más positivo.
El shock sensacional de la noticia de saberme(nos) en aislamiento empezó a disminuir. Creo que es un buen momento para mirar la irrupción de los automatismos… es que por fuerza la gente ya no actúa rutinariamente. Por lo menos hasta que la conmoción que acarrea la imposición de esta nueva forma de vida pase por completo y logremos codificar las configuraciones de mundos emergentes.
¡Entonces está bueno! Se rompió el sistema de evidencias. Es una oportunidad para pensarlo todo de nuevo: la salud, el rol del estado, nuestras formas de alimentación, las ciudades, la tierra, la relación con la naturaleza, los vínculos. Un buen momento para mirar desde una lente transversal…

¿Estamos transformando o simplemente… gestionando?

¡¡La puta madre!! Se fue todo a la mierda.
No sé si por la pregunta que acabo de hacerme, porque prendí la televisión, porque en Europa el sistema de salud colapsó, o por una combinación de todos estos factores que me resuenan incansablemente en loop. 

No comprendo bien por qué, pero siempre que hago cuarentena mi cuarto se vuelve inhabitable. A las cosas se les antoja acomodarse en contra de todo criterio de orden: las sábanas nunca se quedan prendidas a la cama, los libros se desparraman sobre el piso, la ropa sobre alguna mesa, alguna repisa, yo que sé. Y la comida…. buéh, no importa.

Un médico español llora a mares y sentencia: «estamos matando a los viejos para que vivan los jóvenes». «Tiembla el mundo. Llora el mundo».

La gente en sus casas entre cuatro paredes, algunxs hacinadxs hasta la nuca, una guerra virológica y, como siempre, un infierno mediático. La recesión económica crece. La actividad productiva, cae.

Todo individuo se transforma en amenaza, en potencial transmisor de la muerte. 

 

ATENCIÓN: 

¿Estamos ante una nueva forma de terrorismo? Parece que sí, en el noticiero te dan un número de teléfono para que botonees a quien está fuera de su casa.

Aquí una pequeña demostración, -o no tan pequeña- : 

Hoy unxs chetxs fueron detenidxs en las puertas de Pinamar por tomarse la cuarentena como vacaciones. Enfurecida, pero tranquila mamá terminó de contarme la noticia agregando su opinión personal sobre el tema:

«El presidente porque no tiene huevos, pero tiene que poner el estado de sitio». 

¡¡VIEJA!! Vieja querida, Mi vieja… 

A saber: estudió en filosofía y letras, escribe poesía y canta coplas, hace yoga, tiene numerosos pines de Cristina, Néstor y Evita. Imágenes del Che en sus muebles llenos de libros, la colección completa de Cortázar, todos los discos de Mercedes Sosa, y 27 características más que la encasillarían en lo que sería una verdadera persona progresista.
Sí, ella. Pidiendo de golpe cerrar las fronteras, deportar personas y que estén los militares en la calle.

Parece que no es tan difícil, y hasta tiene su gustito, ser de derecha… sólo hace falta la crisis justa, la soledad social adecuada para dar el espacio que necesitan las pasiones tristes para aflorar. La angustia y el odio… la individualidad de un sentido común empresarial.

Y de repente, aquellos sentimientos que siempre rechazamos, los descubrimos… propios. 
¿Y ahora qué?    

Día 3 (22-03-2020)

¿Qué hubiera pasado si el grupito de Cambiemos se hubiera tenido que hacer cargo de semejante crisis que nos azota a nivel mundial? No importa ahora, menos mal que se fueron. 

Algo que sí importa: comprender dónde estamos viviendo. Argentina, un país que tiene después de la joda anterior, un déficit alimentario descomunal.
Hay, al menos, un 40% de las personas que van a tener problemas para comer
El presupuesto en salud fue en picada de un 2,3 % del PBI a un 1,7 %.
El Malbrán (La Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud) sufrió un 50% de recorte presupuestario, un 10% de recorte de personal y un 65% de recorte salarial.
En los últimos años vivimos un 257% de inflación, y entre el 2018 y el 2019 fue eliminado el presupuesto de abastecimiento de herramientas e insumos. 

Todos estos números para no mencionar el daño que vienen haciendo a lo largo de décadas las micropolíticas neoliberales. Insertadas en lo sensible, el campo de la estrategia, dan la lucha desde ahí. Máquinas de producir tiempos efímeros. Disfrutes fugaces. Alegrías desvanecientes.
Máquinas de producir sujetxs dóciles al orden del consumo. Somos el deseo de que la mercancía sea consumada en el mercado, porque para que la mercancía sea intercambiable, tiene que ser anhelada… tiene que haber un sujetx que la desee. Nos producen, al igual que producen las meras mercancías.
Producen nuestra cosmovisión, nuestra forma de entender y sentir el mundo.

Velocidad mental. Soñaba con carreras de autos cuando era chico. También me gustaba jugar a ese juego en el que le pegás a los cocodrilos que salen de su cueva alcanzándolos con la palma de la mano… antes de que vuelvan a entrar, cuantos más cocodrilos aplastabas, más puntos obtenías.
En esas casas de juegos que parecían casinos para chicos, ¿recuerdan?, tenías de todo, y todo se consumía velozmente: estaba ese juego de baile, el Pump creo que se llamaba (había gente que pisaba el cuadrado indicado con una precisión y velocidad tal que sus piernas parecían multiplicarse), el Daytona, el de embocar la pelota en el cesto para recibir tickets (cuanto más rápido lo hacías, más tickets ganabas), el Samba, que alcanzaba una velocidad tal que los ojos de las personas se iban desfigurando.
Velocidades.
La pandemia del coronavirus se extiende con una velocidad de ansiedad tremenda a lo largo del mundo.
Los casos registrados en nuestro planeta ya ascienden a más de 307.000.
Los contagios en China, país donde se originó el virus, han descendido con el paso de las semanas, pero es en Europa donde el COVID-19 está haciendo verdaderos estragos. Italia y España son los países más sacudidos por el brote. El primero muestra hoy un total de 53.500 casos positivos, mientras que en el país que nos colonizó hace más de 5 siglos se cuentan unos 25.500 casos.
En cuanto al número de muertes provocadas por el coronavirus, la cifra ha sobrepasado ya las 13.000 personas.
Empezó a sonar en las noticias lo mal que Donald Trump está manejando la situación en su país… Estados Unidos ya es el tercer territorio con más casos a nivel mundial: tiene un total de 26.700 contagios y 340 muertos. Los gobiernos de Inglaterra y Brasil, alineados políticamente al payaso mediático del Norte, parecen también desestimar la situación.

El peligro de que el sistema de salud argentino colapse es real. 

¿Tendrán los movimientos sociales al fin, en este nuevo modelo de crisis, el lugar que merecen, no por iluminados, sino por garantes de la reproducción de la vida? ¿O los lugares de las tomas de decisión serán para los mismos de siempre?

 

Día 4 (23-03-2020)

Una frase de Alberto Fernández se hizo viral y fue tendencia en twitter: “Atentos y vigilantes frente al peligro que nos amenaza”. Nuestro presidente, en múltiples de sus discursos, re-encarnaba de esa manera la voz del general. Pero con una sutil diferencia. Cuando Perón lanzaba esa consigna para todxs los trabajadores y trabajadoras de la Argentina corría el año 1955 y Junio sangraba en bombardeos a la Plaza de Mayo. 

La potencia del discurso era otra. No había réplicas en portales de internet multiplicándose en el tiempo y en el espacio succionando el carácter serio y contundente de lo que se quiere comunicar. 

La retórica discursiva que ocupó la escena desde el minuto uno de la pandemia en nuestro país (y en el mundo) fue una retórica de guerra. “Tenemos que luchar contra un ejército invisible”, fue otra de las frases que eligió nuestro presidente para hablarnos. 

Hoy es 23 de Marzo y una aguda angustia me recorre el cuerpo ¿Cómo puede ser que mañana no salgamos a la calle? ¿De verdad va a ser la primera vez que no nos manifestemos, en memoria y con la energía de lxs 30 mil? 

Hoy, más que nunca, debemos permanecer atentxs y vigilantes frente a aquel enemigo invisible. Pero sobre todo, frente a las nuevas formas de control, opresión y disciplinamiento que se están tejiendo sobre nuestras vidas.
¿Hay un juego nuevo de dominación sobre los cuerpos y los pensamientos? ¿Está el grupo social siendo cada vez más adherido a los saberes médicos? 

El discurso moral que ocupó con velocidad virológica todos los espacios del sentido común, ese discurso de la «conciencia colectiva» de «me cuido para cuidar al otro», nos instala junto a nuestras conductas y pensamientos bajo un criterio de la solidaridad.
Más lamento intuir que no es una solidaridad fundada en el amor. Más bien en el miedo, en el buchoneo al otro (recordemos que hay un número telefónico para llamar a quien viola el aislamiento, que mi vieja progre pidió estado de sitio). Es una solidaridad del espanto que destruye a la estrategia del encanto. 
Casi como una declaración moral y pública del miedo al contagio.
Sospecho una solidaridad puesta en función de la protección individual.

¿Esas serán las bases de esta nueva relación con el/la otrx? ¿A nadie más le llamó la atención la velocidad de obediencia con la que actuó el pueblo Argentino? ¿El enemigo es el otrx?

De la soledad y el aislamiento… ¿Qué mundo mejor se puede imaginar?

Spinoza vivió hace varios siglos atrás y como a todo humano de otro tiempo, puede que sus sentencias se le vayan modificando como en un teléfono descompuesto. Pero la he tomado así:

«Una sociedad donde la paz es un efecto de la inercia de los súbditos, que son conducidos como rebaños y formados únicamente para la servidumbre, merece más bien el nombre de soledad que el de sociedad».

Día 5 (24-03-2020)

24-03
La memoria sea, tal vez, el arma fundamental de la lucha de los pueblos.
Herramienta indispensable para trazar líneas de continuidad entre luchas, rebeldías y rebeliones de siglos pasados, con las de nuestro presente…

Paradójica y ardua tarea la de la memoria:
Ser fuente de sentido en las luchas actuales al mismo tiempo que recuperar, para amalgamar, las luchas que a lo largo de la existencia hierven bajo una misma esencia, pero se nos presentan hoy discontinuas, rotas, contra-opuestas.
Darle el mismo cauce a las fuerzas del mundo, que en distintas partes y a lo largo de la historia de las luchas, estallaron con la sed única de querer cambiar este sistema de control, opresión, destrucción e individualidades muertas, por uno de la comunidad, los cuidados y la vida colectiva.

 

Día 8 (27-03-2020)

El estado de aislamiento es la nueva normalidad.  Lo “normal”, es lo ajeno.
El estado actual de las cosas nos hace pensar si en verdad no veníamos viviendo desde hace tiempo en este estado de excepción.    

Increíblemente en este país parece estar habiendo consenso político ¿Desde cuándo que no veíamos eso? Esta situación evidencia, al fin, que todo es político.
La salud, un hecho político.

La educación, un hecho político.

La vida digna, EL hecho político. 

Ya no importa saber cómo empezó todo esto del virus, menos las teorías conspirativas: ¿Guerra virológica? ¿Experimento con la humanidad? ¿Un pelotudo se tomó una sopa de murciélago? 

Poco importa, lo seguro es que esto es consecuencia del sistema de muerte en el que vivimos. Consecuencia de lo mucho más que le importa el dinero y su acumulación a esta humanidad, que cuidar los recursos naturales… que es básicamente cuidar la vida.
No importa la gota que rebalsó el vaso de la podredumbre si éste ya estaba lleno desde antes. 

Ahora bien, todas las situaciones de crisis tienen un potencial transformador ahí donde se incuba el descontento, la angustia, la violencia, el sufrimiento.
He leído algunas cosas últimamente. Algunxs hablan del fin del capitalismo tal como lo conocemos y otrxs afirman que esta crisis no es sino la forma que el capital encuentra para perfeccionar los dispositivos de control que lo sostienen… que vamos camino hacia formas más acabadas de lo que podríamos denominar Biopoder. 
Sea como sea, tal vez ambas son válidas.
Pero quienes estamos del lado de la vida y la alegría no podemos dejar de observar cómo se profundizan los dispositivos de obediencia, al mismo tiempo que pensamos (quizás ingenuamente) que la única salida es por la vía del socialismo.

En resumen, los momentos de crisis son momentos de fragilidad general. Para todos lados…

¿Acaso éste momento de aislamiento es un momento de quietud y adormecimiento? ¡Qué terrible hipótesis para los sectores que intentamos constituir un sujeto revolucionario en el siglo XXI! Porque ¿cuál es la praxis en aislamiento? ¿Los posteos de Facebook? ¿Las acciones paternalistas de los presidentes?  Pero… ¿Estaba abierto, previo al aislamiento, un proceso de construcción en marcha de una izquierda revolucionaria?

También podemos preguntarnos si el mercado al fin se dará cuenta que no lo puede todo. Algunxs dicen que se está desmoronando… ¿Aceptará él sus propias precariedades, al igual que a nosotrxs lxs humanxs nos toca hacer?

El capital, ¿vive sus crisis como síntoma inevitable de su degradación, que tarde o temprano llegará debido a que destruye las mismas vidas que necesita para su reproducción?, o por el contrario ¿vive sus crisis como perfeccionamientos periódicos de sus dispositivos de dominación y control?

Si nos inclinamos por la segunda opción, cabe preguntarse cómo es que podemos constituir un sujeto capaz de crearse y re-creaese una y otra vez.

 

Día 9 (28-03-2020)

Notarán ustedes que me ausenté por dos o tres días. Es normal. Ya pasé más de una semana encerrado y hay veces que no sé qué pensar, mucho menos logro escribir. Sólo salgo 10 minutos para comprar comida y estoy empezando a confundirme…me está dando bronca que la gente aplauda religiosa y cronometradamente todas las noches a aquellxs que “están en la línea de fuego”. 

¿Qué cosa me genera lo que está pasando? Sin lugar a dudas, entramos en una situación límite. 

Un grupo de compañerxs y yo teníamos un proyecto hermoso. Instalar una radio en el barrio de Constitución que pueda tejer formas de comunicación diferentes a la hegemónica. Alternativa, popular… hecha desde abajo y cargada con la fuerza única de la inocencia. Una radio que se deje atravesar por las problemáticas del barrio, que le dé voz a lxs silenciadxs.
De verdad estábamos entusiasmadxs, tanto que nos importó un carajo que el carpintero desapareciera justo cuando el proceso había arrancado.
Levantamos las paredes nosotrxs mismxs… ¡Con nuestras propias manos! (nosotrxs, bichxs de ciudad, gente en su mayoría universitaria, de clase media que nunca tuvieron que reparar algo realmente serio). Aprendimos a usar herramientas que se parecían más a armas letales que a lo que conocíamos hasta entonces como instrumentos de construcción.
Cuando por fin terminamos de montar toda la estructura que iba a contenernos, nos dimos cuenta que el diseño estaba mal hecho desde el principio: los agujeros rectangulares que correspondían a las puertas eran más anchos y más altos de lo que debían ser. No nos desanimamos, “podemos solucionarlo” pensamos. 
Teníamos todo arreglado de palabra con el compañero electricista. De hecho, luego de mitad de año y terminada la instalación eléctrica de la radio, pensábamos brindar con él un taller de electricidad básica destinado a las personas que viven en condiciones más precarias y no tienen los conocimientos ni los elementos adecuados para tener una instalación eléctrica que no les ponga en peligro.

Luego llegó el virus, el aislamiento, la sobre información, y, con el correr de los días… las preguntas 

¿Qué hago con esto? ¿Qué hago con el tiempo que se resignifica permanentemente? ¿Qué hago conmigo mismo, con nuestra planificación anual?
¿Qué mierda es este paréntesis en las categorías que nos venían normalizando?

Y justo cuando el colapso en la idea de lo que era el ser humano era inminente llegó La Propuesta.

 

Día 10 (29-03-2020)

Me levanté a las 12.15 del mediodía. Extrañando inútilmente el gusto asqueroso a cigarrillo con el que me solía levantar cuando fumaba. Agarré el celular con la inercia de siempre y vi el mensaje. 

-“Vamos a hacer viandas sociales, ¿el local de Constitución está habilitado?”.  

-“¡Obvio! (respondí yo, tratando de llegar, con los dedos, a la velocidad que hubiera tenido si la respuesta hubiera salido de mi boca) Lo habilitamos desde el día uno con la intención de ponerlo a disposición si era necesario ante esta situación de crisis”.

Al fin sentí de nuevo que las cosas se movían… 

¿El capital se destruye o se re-construye? ¿Podemos saberlo a ciencia cierta? ¡Quizás ambas cosas!
¿Es pensable ambas cosas? Espero que sí.

Ahora… este aislamiento ya no es adormecimiento.
Mirándome al espejo me grité a la cara congelada: Basta de pensar que estamos ante la llegada inminente del Socialismo y basta de pensar que estamos destinadxs a ser esclavxs del sistema por la eternidad. Al capitalismo no lo baja el virus que salió de sus entrañas.
¿O ya se olvidaron de las calles prendidas fuego en Chile, de los chalecos amarillos en Francia, de lxs indígenas bajando en Bolivia, de las pibas en las calles en todo el mundo?
Solo en la práctica se constituye el sujeto revolucionario. Al capitalismo lo paran las organizaciones sociales, algún que otro sindicato y algún que otro partido. No su propio hijo, el COVID-19.

¡JÁÁ! ¡El virus no es ideología enemiga para detenernos! Andá a pensar eso en la Plaza Dignidad cubana… se te cagan de risa hermano.
El malestar que nos mantiene en movimiento no está disuelto y no lo estará hasta que resignifiquemos y encontremos nuevas formas de vida. 

 

 

Día 13 (01-04-2020)

Después de dos días de planificación, cocinamos.  Recorrimos el barrio golpeando los hoteles de mala muerte que hay en la zona y fuimos  a buscar a la gente que vive abajo del puente. Al final repartimos 80 viandas. 80 platos de comida caliente (quizás hubieran manoteado algo de algún almacén para poder comer, corriendo el riesgo de que la policía lxs cague a palos o que un chino les saque un arma. O le hubieran pedido prestado sin devolución, y de manera poco amigable, algunos pesos a algún desprevenido. O peor aún… hubieran comido aire frío si no nos hubiéramos tomado el trabajo).
El lugar en que estamos levantando la radio mutó a comedor comunitario. Qué importa, está buenísimo. 
Todos los recursos que poseemos tienen que ser puestos a disposición en una situación de crisis tal.
Para mitigar alguno, al menos alguno de todos los destrozos que el olvido dispara. 

Constitución es un barrio raro. Casi como si la autopista que está a metros de la calle Cochabamba lo dividiera  en dos realidades muy distintas la una de la otra. De un lado, hacia el sur (como de costumbre), la marginalidad absoluta. Gente consumiendo paco todo el día, mujeres que ofrecen su cuerpo a cambio de limosnas, malandras que buscan oportunidades, ladrones decadentes. Asesinos por ocasión.  

Y, al mismo tiempo, alberga una de las estaciones más transitadas de la Capital Federal. Casi todas las líneas de colectivo pasan por ahí.
Dos cuadras para arriba de la autopista está nuestro local. La situación cambia pero tampoco tanto. Es que aparece la facultad de Ciencias Sociales y eso le empieza a dar un tinte más progre al ambiente…y si nos vamos vas tres cuadritas más arriba aparece la UADE que, bueno… es la UADE. 

Hoy en día lo que más le tiene que preocupar al país (además de la emergencia sanitaria) es el abastecimiento de alimentos para los sectores populares, los mismos que se cargan a sus espaldas las emergencias alimentarias y de todo tipo cuando estallan las crisis. 
Ollas populares, comedores comunitarios, agricultura familiar, organizaciones campesinas con producción de alimentos sanos y a precios accesibles; todos dispositivos y actores que tienen la capacidad de insertarse en la realidad para marcarle un freno al avance neoliberal. Lxs que tienen la magnífica capacidad de re-significar y re-politizar al mercado, la comercialización y el consumo.
Lxs que nos permiten pensar en otros modelos económicos y en otras formas de vida que no se basen en la especulación y la acumulación    
Parece que llegó la hora de hablar más fuerte de soberanía alimentaria.
Parece que llegó la hora de hablar más fuerte de lo que es y lo que representa la Economía Popular.

Imagen: Eloisa Molina

Edición del texto: Anita Luz

 

Antígona // Horacio González

No se daría descanso a la memoria ni a la consulta de los diccionarios si quisiéramos referir todas las versiones que tiene el mito de Antígona. Facilita la tarea el estudio que el gran crítico Georg Steiner había hecho como reseña erudita y sutil en su libro Antígonas. Por supuesto, Sófocles es el primero, por lo que se sabe, que tomo los hilos sediciosos del mito, intentando atraparlo. Como podemos suponer, toda literatura que termina imponiéndose es aquella que captura más o menos habilidosamente (con sangre sudor y lágrimas), las caprichosas volutas de los mitos. Así, tenemos la Antígona de Bertolt Brecht, la de Jean Anouilh, no faltan las óperas y las adaptaciones televisivas. En nuestro país, están las Antígonas de Griselda Gambaro y Leopoldo Marechal, que la invocó para promover una conciliación nacional en 1950, lo que sería una de sus tantas interpretaciones. No nos equivocaríamos si decimos que el mito de Antígona es el centro de las lecciones de estética de Hegel en lo referente a la tragedia antigua.

¿Por qué la mencionamos ahora, en tiempos de reclusión obligatoria, si no fuera para cambiar un poco de tema respecto a lo que todos hablan? Sin embargo, es al revés. No queremos abandonar ese tema, porque somos como niños que estrenan un juguete nuevo hasta destrozarlo. ¡Ah! ¿Entonces verdaderamente va a relacionar a Antígona con el virus, profesor? No, por lo menos no tan directamente. Como es sabido, Giorgio Agamben escribió quizás las páginas más equivocadas, pero también las más interesantes sobre la situación que atravesamos, llamémosla de aislamiento domiciliario, encierro relativamente forzoso, administración de la soledad en determinados metros cuadrados, tolerables en ciertos barrios, problemáticos en las periferias, en fin, la reglamentación del domicilio o el barrio como clausura monástica. Agamben escribe cartas airadas y sumamente atrevidas. Intrépido, desafiante pero equivocado. O mejor, equivocado, pero más interesante que los filósofos mundializados que lo son por las trivialidades que esparcen con sus profecías obligatorias o con el empeño de ver quien asusta más con premoniciones solo sustentadas en jergas del momento. No en la argumentación delicada, que sin embargo vemos en el excesivo Agamben. Nos advierte que las consecuencias del aislamiento, al llegar ahora a la inhibición del acompañamiento de los familiares en los velorios y entierros, producen una absoluta novedad. Dice que esto no ocurría en la civilización Occidental desde Antígona. Esa novedad es pues lamentable.

 
 

Por supuesto, Antígona es un mito. Condensa en su complejo andamiaje el desafío al Estado desde los dioses domésticos, las deidades sagradas del parentesco sanguíneo y del hogar. Estas deidades subterráneas cuidan a la singularidad de la vida, lo que podríamos llamar la vida desnuda, la de los que, sin dejar de estar investidos de veneración, tienen la fragilidad del paria que puede ser muerto por cualquiera. El entierro de los muertos, el riesgo personal, el desdén por los reglamentos abstractos, el suicidio como acto de inmolación, es lo que antepone Antígona a la Ley mala, la ley abstracta. La que acusa a los que mantienen la norma estatal sin el respaldo moral que pueda convencer al último o a la última de las discrepantes. No es aleatoria la femineidad de Antígona, que hace valer su respeto por los ritos fundadores de vida por encima de la guerra, incluso aquella en la que está empeñado su hermano Polinices. Como en las crisis ciclicas del capitalismo, un mito reaparece de tanto en tanto, como un sentencioso asteroide que señala las fallas de los ámbitos culturales en los que vivimos. Aun cuando queremos y debemos cuidarnos.

La observación de Agamben suena como el tañido de un anciano radicalizado, obstinado en incomodar nuestros pobres movimientos actuales. Hay una lógica sanitaria de inmunización, de puesta de las poblaciones en un encierro que es abrigo. Lo aceptamos. Pero esto cuenta con la oposición de los dueños generales de las órdenes de producción industrial y financiera de todo el planeta. ¿Recién nos damos cuenta que en la razón de la producción (tanto de insumos, productos terminados o mercancías simbólicas) hay una pregunta implícita? Que es ésta: ¿Cuántas vidas deben sacrificarse para construir un alto horno, una plataforma submarina, una serie de caños sin costura, una central hidroeléctrica, un banco de datos, un aeropuerto? Eso está calculado, las estadísticas son en verdad ciencias del destino, las filosofías más agudas del siglo XX lo han denunciado. Se trata del mundo de la escasez, donde hay una cantidad de sobrevivencias y sacrificios computados y ya deducidos. No es que la razón calculista de las corporaciones sea inhumana. Tiene otra idea de la humanidad. La toma de antiquísimos saberes oscuros, quizás el de Creonte, no el de Antígona, que dicen que cada monumento del poder (económico, financiero o también simbólico) significa tal o cual costo en vidas humanas. Incluidos en el balance anual y general.

Una peste lo hace notar más, porque ahí aparecen gobiernos obligados, conminados éticamente a decir que las vidas nunca son calculables en términos de tablas de producción. Es el ultimo resto de antiguos humanismos, en una civilización que se instaló sobre la base de que una decisión economicista ya tiene en su mismo ser, la cifra secreta de cuántos deberán morir ante un llamado de la razón instrumentada a la manera de una producción que ya perdió su base empírica. Que ya es producción de la producción, ausentada de referencias en aquellas remotas necesidades humanas que incluían el derecho a la vida, sin más. Por eso ahora se habla de cuidado, como si se hubiera redescubierto lo que antes no era necesario decir o lo decían filósofos que profundizaban la idea de cuidado hasta el punto de proyectarse en la comprensión de la propia muerte. ¿Un cuidado que también sospecha del otro? ¿Que se cuida con un miedo interno, que habita de contrabando en ese cuidado, cuando se señala fácilmente a presuntos descuidados como enemigos de la comunidad normatizada?

De este modo, alguien que parece estar contra la cuarentena, como lo estarían los gobiernos que protegen la productividad material de las empresas e inmaterial de los entes financieros, nos advierte sobre las consecuencias secundarias del distanciamiento. En vez de una métrica sanitaria, las considera una lógica descuidada, aunque se hable de cuidado. Protesta contra la desconfianza en el abrazo, contra el recelo en la proximidad de los cuerpos. Y evoca el fantasma recurrente de Antígona, que no puede posar en esta época, quizás por primera vez en su larga historia de mito esencial que acompaña la historia humana. ¿Qué significa esto? El grito de advertencia de Agamben, aunque enoje por su desacato a las medidas necesarias de los gobiernos sensatos, tiene alcances filosóficos profundos. Nos ayuda más que el frágil pronóstico de la caída del capitalismo por un resoplido matutino del Logos.

Nos indica, contra los que presionan para levantar la cuarentena en nombre de ofrendar las necesarias vidas desnudas que el capitalismo siempre sacrificó (y no fueron muchos los que se indignaron contra esas muertes millonarias donde goteaba el silencio) que las medidas de protección de la vida deben mantenerse con un cuidado inspirado en una preocupación profunda. No con decisiones arbitrarias, abusos de poder, rasgo militarizantes, que lo único que provocan es un descontento que le sirve a la torpe filosofía del “muertos hubo siempre” de los hermanos Rocca y sus cofrades de todo el mundo. El cuidado intenso de las vidas no debe ser ni una rutina, ni una estadística ni un patrullaje. Debe tener también su economía política, su proyecto de distribución de responsabilidades colectivas, su plan maestro para el habitar, el educar, el curar y el vivir, que es la escucha para estar activos ante los legados culturales. Lo que Agamben quiere decir -lo interpreto y lo suavizo- es que si perdemos el cuidado más hondo, el del abrazo y la visita a nuestros muertos, esto es, el tema de las grandes leyendas de la humanidad, nos será más difícil el rudo debate con los mercaderes de la muerte estadística, que como parece abstracta, la consideran como la cuota necesaria para seguir dominando el mundo. 

Fuente: Página/12

Aislamiento y percepticidio // Claudia Huergo

Entro a un lugar, un poco nerviosa. Con el turno me enviaron un pdf con el permiso de circulación, y entre otras recomendaciones: por favor, al llegar, atienda a las señales. Una señorita me abre la puerta con un envase de alcohol en gel y me hace una seña para que le acerque las manos. Lo hago. Siguiente posta: un trapo de piso embebido en algo. Un paso más, un cartón. Me quedo inmóvil esperando la siguiente orden. Hay líneas verdes marcadoras en el piso. Me indica la última, avanzo, sin pisar la otra línea verde que separa del mostrador. Espere allí que la vendedora le alcanzará el producto: unos lentes recetados. Espero. Pruébeselos, indica. Tengo dos adminículos que me cuelgan en el extremo posterior de los brazos: las manos. Tengo la llave del auto en las manos. La apoyo en el mostrador, y acto seguido la retiro, como si hubiera apoyado una bomba.  Agarro las llaves y los anteojos. Me quedo quieta.  Lea estas letras. Me inclino hacia el cartón. Con lentes. Ah, claro. Miro al voleo: si si, está bien le digo. Firme aquí. Firmo. Listo. Listo. Parece que no me van a indicar dónde pisar para salir, así que improviso. Entro al auto y me desplomo en el asiento, exhausta.  

Esto mismo experimento cada vez que salgo a una compra. Me voy antes de pedir todo lo que iba a buscar. No es miedo. Lo intolerable es la atención al cuerpo, a los gestos. 

Ayer hablaba con alguien de eso: la desorientación de los gestos y las conductas. La torpeza relacional. No saber a qué atender cuando estamos frente a otro.  Tenemos el cuerpo desarmado.  Recordé un artículo del psiquiatra norteamericano Harold Searles: El esfuerzo por volver loco al otro: “Iniciar cualquier clase de interacción interpersonal que tienda a activar varias zonas de la personalidad del otro que se oponen entre sí, tiende a volverlo loco”.  

El  clásico dilema se complejiza: la bolsa o la vida no es lo único que se puede entregar. 

La-mano-que-se-subleva me susurra: entregá lo que quieras, bb, menos la percepción. 

El coronavirus como teatro de la verdad // Santiago López Petit

¿Y si poner el Estado a la defensiva tuviera que pagarse con muertos? Durante estos días de confinamiento, por la noche, al bajar la basura a la calle aprovechaba para escuchar el silencio de la ciudad dormida. Creía que hundirme en una soledad casi absoluta me permitiría entender lo que estaba sucediendo. Sin embargo, no conseguía desprenderme de una pregunta obsesiva: ¿Y si parar (relativamente) el mundo, si ridiculizar al poder, solo pudiera hacerse cuando la muerte se convierte en desafío?

            Sé que esta pregunta es extemporánea. En el marco de los debates actuales: la economía o la vida, la adopción o no del control y la vigilancia como prácticas habituales etc. incluso parece absurda. Pero el esfuerzo del concepto es medirse con lo delirante, y si es necesario, inventar conceptos también delirantes. Nunca el Estado, mejor dicho, nunca tantos Estados se han hallado en una situación a la defensiva como la actual ¿Quién podría negarlo?

            Basta analizar las ruedas de prensa que casi diariamente efectúan los presidentes de los gobiernos. En el caso español, la aparición de militares, médicos y políticos juntos, ejemplifica la cara terapéutica y militarizada del poder. “Estamos aquí para salvaros de vosotros mismos. No hay otra salida” nos repiten insistentemente, mientras emplean las estadísticas – no olvidemos que  “estadística” deriva de la palabra Estado – para objetivar sus decisiones. La representación no puede ser más patética ya que es la constatación de un poder agónico incapaz de prevenir ni de adelantarse. Recordar que Boris Johnson ha sido internado en una UCI, y que tantos políticos han sido infectados, es una metáfora siniestra pero muy real de esta agonía. Un poder, repito, enredado en sus contradicciones y falsedades, que ni sabe aún cuántos muertos se han producido, ni cuando llegará una normalidad que tampoco puede describir. Un Estado, en definitiva, incapaz de cumplir el contrato que según Hobbes lo fundamenta y legitima.

            En este sentido existe un cierto paralelismo entre el acto terrorista y la acción del coronavirus. En ambos casos, y a pesar de la evidente diferencia de escala, se trata de una “prueba” para el Estado, una prueba fallida que implica directamente su cuestionamiento. No es de extrañar, pues, que la reacción sea la misma: declarar la guerra al enemigo interior, ya sea el terrorista, ya sea el coronavirus. Esta declaración de guerra es totalmente falaz. Es ridículo que un Estado proclame la guerra contra un grupúsculo terrorista o contra un virus. Y, sin embargo, hay una guerra en curso pero no es la guerra decretada por el Estado. Es la guerra social no declarada que el coronavirus ha sacado a la luz. Por eso resultan lamentables por engañosas, las declaraciones de tantos personajes públicos que, de pronto, descubren nuestra vulnerabilidad e interdependencia. ¿Es que no sabían cuánto sufrimiento cabe en esta realidad? En España, cada día se suicidan diez personas; la gripe causa cada año entre 6.000 i 15.000 muertos; en Catalunya,  300000 personas (mayoritariamente mujeres) están encerradas en su casa con fatiga crónica, fibromialgia, o sensibilidad química múltiple,y la última vez que pidieron ayuda, la respuesta de las autoridades sanitarias fue que, como no causaban alarma social, se aguantasen. Por cierto: ¿cuántos muertos se requieren para declarar el estado de alarma? ¿No son suficientes los cinco millones de niños que, según la FAO, murieron de hambre el año pasado?

            La irrupción del coronavirus nos ha hecho olvidar que, a pesar de la brutal represión del Estado, un ciclo de lucha contra el neoliberalismo se estaba desplegando en muchos países del mundo. La emergencia climática también ha pasado a un segundo plano. El coronavirus impulsa, pues, una despolitización al cancelar las memorias de lucha y construir un simulacro de nosotros basado en un mismo miedo a la muerte. Pero el coronavirus, en tanto que potencia oscura de la vida, es capaz de una acción politizadora cuya radicalidad se nos escapa. Decir, como ya he avanzado, que muestra la debilidad del Estado es muy insuficiente. El embate del coronavirus no es más que el efecto de una naturaleza maltratada por un capitalismo desbocado. No hace falta perder mucho tiempo para demostrar esta afirmación. El coronavirus constituye  un acto de sabotaje de la vida contra una realidad que ya es plenamente capitalista y sin afuera. Vivimos dentro del vientre de la bestia y somos nosotros mismos quienes la alimentamos. ¿Es de extrañar que necesitemos aparatos de respiración asistida? El coronavirus ha abierto en canal esta maldita bestia y cuando el espacio de los posibles se ha venido abajo, entonces ha aparecido el teatro de la verdad.

            En el teatro de la verdad no hay ruedas de prensa. Las representaciones y sus  representantes  no tienen ya cabida. Está el personal sanitario en su lucha abnegada y solitaria; están los ancianos cuya muerte en la soledad de las residencias constituye su particular modo de escupir contra esta sociedad (por favor: llamarles “abuelos” a estas alturas es aún peor que el insulto que ya era); están las cajeras de los supermercados; y los riders corriendo en las calles vacías para complacernos; y los maestros que intentan acercarse a los niños y niñas enjaulados. Estamos los confinados que cada día a las 20h salimos a aplaudir y también el vecino que ha colgado un papel en la entrada pidiendo que la enfermera que vive en el edificio se marche porque puede contagiarnos. Están los que viven en locales sin ventanas a la calle y comparten un piso minúsculo con otra familia; están los que tenemos una buena conexión a internet y los que solo tienen un teléfono con tarjeta de pago. Los grupos de ayuda mutua que la policía multa. Y también muchas, muchísimas personas que no saben qué será de su vida.          

            La actual crisis sanitaria ha acelerado la deriva fascista inmanente al capitalismo en un doble sentido. En primer lugar, y su constatación supone ya una obviedad, por el aumento imparable de las formas de control y vigilancia mediante el uso de las nuevas tecnologías: geolocalización, reconocimiento facial, código de salud, etc. En segundo lugar, por la transformación que se está produciendo en la forma de trabajar. El capital, muy a su pesar, tuvo que admitir la existencia de la comunidad de los trabajadores dentro de la fábrica. Para poder controlarla, empleó las disciplinas, la vigilancia panóptica, y en particular, el secuestro del tiempo de vida. Ahora el capital tiene la posibilidad de deshacer lo que aún permanecía de dicha comunidad. El dispositivo de control ya no es el secuestro, es el teletrabajo. Internet y el teléfono móvil son los dispositivos que permiten hacer del trabajo una forma de dominio político. Ciertamente siempre ha sido así. La novedad reside en una progresiva indistinción: saber si trabajamos, si vivimos, o si sencillamente, obedecemos, resulta cada vez más complicado. Una teletrabajadora expresaba muy bien esta nueva situación: “Ahora duermo menos que nunca y me falta tiempo para todo”.

            La crisis sanitaria se inscribe dentro de una operación política de readecuación interna del neoliberalismo. Más allá de los cambios geopolíticos que se avecinan y de una globalización mucho más sobredeterminada por el Estado nación, lo cierto es que se aproxima una sociedad de individuos cada vez más atomizados y cuya única conexión pasa por conformarse, en el sentido más propio de la palabra, como terminales del algoritmo de la vida, es decir, de ese mercado que se confunde con la vida. Sabemos que toda crisis consiste en una situación desfavorable para la mayoría que ha sido políticamente construida y que, sin embargo, se autopresenta como naturalizada. Pero si esta crisis sanitario-económica global tiene importancia es porque en ella  – y gracias a ella – se pone además en marcha un nuevo contrato social basado en el control y la desconfianza. Por eso hay que entender el confinamiento como una etapa en la construcción de una subjetividad impotente y desconfiada. Una subjetividad que suplica poder vivir y que se piensa a sí misma como víctima, aunque las víctimas evidentemente no son iguales ya que la división del trabajo las atraviesa. El trabajador intelectual está mucho menos expuesto que el trabajador manual como la misma pandemia ha mostrado.

            #Todoirábien es una mentira. #Yomequedoencasa es una condena. El confinamiento iguala porque introduce a todos en el tiempo de la espera, y a la vez, visibiliza las brutales desigualdades existentes. El 62% de los muertos por coronavirus en Nueva York son negros y latinos. En Barcelona, un 0,5% (500/100.000, el índice más alto de la ciudad) de la población de Roquetes (Nou Barris) está infectado por Covid-19, en contraste con el 0,07% (76/100.000) de Sarrià-Sant Gervasi. La verdad se padece y se contagia. Por eso el Estado quiere clausurar el teatro de la verdad cuanto antes, pero la acumulación de muertos le impide cerrar la puerta. Su voluntad sería desplegar cuanto antes el espacio de los posibles, de unos posibles totalmente redimensionados y al alcance de unos pocos. Vivir la vida (permanentemente) en viaje, una vida aparentemente libre y desterritorializada, a partir de ahora, solamente podrá hacerlo quien tenga dinero. Los demás serán piezas fijas atadas a un deuda infinita. A pesar de lo terrible que es no tener una ventana desde la cual ver el cielo, o estar completamente solo, el confinamiento supone una cierta desocupación del orden. Los balcones se hablan entre ellos. Rostros que nunca se habían visto, se reconocen. Por unos momentos, estamos juntos fuera de la máquina capitalista, y entonces, la fuerza de dolor recogida en ella misma se convierte en indestructible. Sería demasiado insensato afirmar que, habitando el confinamiento, hemos arrancado un espacio de libertad a esta realidad opresiva e injusta, pero cuando el querer vivir se separa de la vida movilizada por el capital, dejamos de ser víctimas. Son momentos de extraña libertad que aterran al poder. A nosotros, nos ponen ante un abismo, y entonces, se nos hace un nudo en el estómago. No es el abismo de la incertidumbre sino el de la verdad de una bifurcación que el teatro de la verdad nos recuerda a cada instante. Tenemos que escoger si queremos seguir siendo un terminal del algoritmo de la vida que organiza el mundo o bien un interruptor de la pesadilla que nos envuelve.         

 

 

Pantallas y fantasmas (algunas cosas que están sucediendo) // Agustín J. Valle

Ayer me paró la policía. De civil, de prepo y hostil; aprovechando las coartadas de la hora para ejercer su goce de molestar -a dañar en este caso no llegaron-. Una de las cosas que están pasando. Leo por doquier, entre los intelectuales profesionales, futurología, pronósticos y rotulación docta de lo que sucede, gente que parece batir la posta, como si no estuvieran acá, sino más allá, y bajaran o volvieran de puro generosos nomás para explicarnos. Con toda la anchura de lo que está pasando, de lo que está sucediendo; señalar tendencias ya es bastante, ya es mucho. Distinguir, de todas las capas que componen al presente (o a la coyuntura, literalmente hablando), cuáles son las más activas y crecientes, sin imágenes cerradas de lo que pasará (“la centralidad del Estado será indiscutible”, “el capitalismo financiero no puede sobrevivir al virus”, “nos reencontraremos con la lentitud y los auto cuidados”, “se viene el control estilo chino”, lo que sea). Cerrados estamos nosotros.

Formo parte de una generación -si es que eso todavía tiene sentido- criada experimentando intensidades multitudinales en recitales de rock, en la cancha, en la calle cuando nos concentramos. Y formo parte de un enorme sector social que el 10 de diciembre pasado inundó el microcentro porteño, formando una “plaza” que constituye el mayor dique contra las fuerzas reaccionarias, según le dijo Cristina a Alberto en ese alucinante teatro político (“cuando los necesites, llamalos”). Ahora -ahora que Alberto profundizó los mandatos peronista y alfonsinista de limitarse a casa/trabajo-, ahora los curtidos en multitud experimentamos esta vida encapsulada, esta vida encerrada e hiper conectada, repleta hasta el desborde de imágenes y palabras mediatizadas.

Pero digámoslo, lo veníamos preparando (desde que existen internet y el delivery, se prefiguró), secretamente deseándolo…

Como mínimo hay una afinidad electiva entre la cuarentena obligatoria y la vida celular, entre el confinamiento y el liberalismo existencial, definido (por Tiqqun en El llamamiento) como la naturalización de la idea de que cada uno tiene su vida. La vida celular, la subjetividad mediática, preparó esta compartimentación, este confinamiento. Confinamiento abierto a la virtualidad, donde todo y cualquier cosa se nos presenta al alcance de la pantalla, con un grado de realidad, empero, muy evanescente. Contemplación del infinito de posibles y construcción de realidad a la baja: parecido a una depresión.

 

Es que el modo en que se reacciona a un peligro habla no sólo de las características de la amenaza, sino también de la racionalidad del sujeto reactivo. Nos cuidamos como somos. Renunciando a todo, incluso, según le leí denunciar a Agamben, a acompañar a nuestros seres queridos en su agonía; renunciando a todo excepto a dos cosas: a “la vida” tal como la concibe el cientificismo, y a la mediósfera.

 

La orden de quedarse en casa tuvo un acatamiento tan masivo, inmediato y extremo (gente que tardó días en salir a ver qué onda…), que solo puede entenderse contemplando el cansancio agudo que caracteriza al ritmo existencial contemporáneo. La ciudad se interrumpió, pero el interior hogareño está repleto: por las convivencias, por los trabajos que se crispan virtualmente, por las angustias y miedos de quienes ven suspendida su fuente de ingreso. Y también, por la moral rendimentista, frecuencia del ambiente mismo: lo vacío de la casa es un lleno de cosas por hacer, ordenar, mejorar. Aprovechar.

Aún si padecido, ese mandato productivista evita enfrentarse con los espectros que puedan aparecer tras el umbral de la aceptación, o mejor, decisión de interrupción, de suspensión, de vacío, de gestar cuidadosamente una nada. Que no existe, por supuesto, ni el vacío, ni la nada; pero son operadores de la espectralidad, de los fantasmas entendidos como las ideas más frágiles, más delicadas, que porta nuestro cuerpo, para cuya intelección necesitamos despejar el verso mandamás de lo mediato. La pantalla ocupa el lugar, e impide, que poblemos nuestro derredor con nuestros fantasmas. Ambos términos, pantalla y fantasma, tienen la misma raíz etimológica: algo que aparece. Si está llena y es constante la pantalla, difícilmente puede brotar en nosotros una tenue pero reveladora aparición.

A la vez las pantallas no salvan, y, si cuidamos nuestra salud mediática, pueden mediar, y no mediatizar, el intercambio entre los frutos de la especialidad orgánica que brota en esta tierra. Intercambiar, encontrar, juntar, combinar algo de la experiencia pensada -observada- de los cuerpos.  Las pantallas pueden nutrirnos para caldear nuestra fantasmagoría vital. Para eso hay que lograr que sean un medio y no una constancia, no las patronas del ritmo y pulso de nuestras vidas; medio entre pares y no ventana a un más allá superior, siempre más importante, bello y verdadero que nuestro magro presentito…

 

Que me paró la policía, decía. Afinidad electiva entre lo que ya éramos y la “excepción” para el cuidado: ahora hay muchísima menos gente en la calle y las fuerzas de seguridad tiene muchas más excusas para molestar y prepotear. Y lo peligroso es que no solamente el modo en que se articula el cuidado está hecho de la subjetividad que ya éramos, sino que, también, las novedades, los movimientos, los cambios, pueden quedarse más allá de su causa de aparición. “El distanciamiento social llegó para quedarse”, leí por ahí, como título de un matutino porteño; el entrecomillado elevaba el estatuto de la afirmación, porque expresaba la voz de un médico, o más aún, de un científico. Y recordemos que los científicos también son sacerdotes que saben más sobre la vida que lo que la propia vida sabe de sí; también nos mediatizan, en tanto nos separan de potestades inmediatas, como pensar y decidir -haciendo uso, más que obediencia, de la información- los modos de cuidarnos.

En todo efecto puede haber un plus respecto de su causa, decía Ignacio Lewkowicz. El ejemplo que ponía IL era la formación de los Estados modernos: estructuras de administración y contabilidad formadas por las necesidades de gestionar el excedente agrícola en el medioevo tardío, pero una vez formados, resultaron una entidad política que excedió en mucho a la mera gestión de la administración contable, primando como entidad política central, y luego como máquina fundante de subjetividad.

La policía me paró mientras caminaba acá en mi barrio; una fiorino utilitario paró de golpe a mi lado y dos ñatos bajaron al toque interpelándome que qué hacía, a dónde iba, dónde vivía, y sobre todo, por qué no tenía barbijo, sino una bufanda, y por qué no la tenía puesta. Yo me hice mucho el nabo -bien que me sale-, a la vez diciéndoles que había leído el decreto que obligaba a usar tapabocas, no barbijo, y al interior de los comercios, transportes públicos y dependencias de atención al público. No en la vereda. Fue interesante algo: bajaron y mostraron unas planillas, bien de burocracia estatal, amenazándome con una multa, bien de rapiña para la caja larretiana; me pidieron mi documento, pero se referían solo al número, que al ingresarlo en un aparatito, parecido a un celular (de hecho era algo celular), les saltó que yo tengo aprobado permiso para transitar. Les hice un chiste al final: el de la planilla y la multa mantuvo su cara perruna; el del artefacto digital se rió bajo el barbijo.

A un pibito en Bahía en cambio lo molieron a golpes, los uniformados y armados por el Estado. Mientras, hemos visto a los altos mandos de las FFAA hablar en conferencia desde Olivos del “orgullo de ser militares”, en La Matanza se reúnen intendente, gobernador y Presidente para festejar tres mil nuevos gendarmes en las calles, ante un riesgo de desborde social en cualquier momento, si ya veníamos al borde, con cuarenta por ciento de pobreza y millones de personas que de pronto dejan de percibir ingresos. En ese acto Alberto dijo “les agradezco a ustedes, los gendarmes, como a todo el personal de las fuerzas de seguridad, como también a todos los miembros de los movimientos sociales”. A gusto o a disgusto el Estado progresista es policial y apela empero a los movimientos para contener el hambre, la anomia y la desesperación en los barrios más humildes.

 

Algunas cosas que están sucediendo.

 

Fuente: Revista Ignorantes

El Teatro de Serafín // Antonin Artaud

El Teatro de Serafín debía entrar, en principio, en la composición de El teatro y su doble (Gallimard, 1938). Esto no sucedió así. Se ignora por qué este trabajo, al que el autor de “El teatro y la peste” le daba una gran importancia, se excluyó finalmente del volumen.

 

Traducción y nota: Enrique Flores

 

a Jean Poulhan

 

Hay demasiados detalles para que se comprenda.
Precisar sería arruinar la poesía de la cosa.

 

NEUTRO

FEMENINO

MASCULINO

 

Quiero ensayar un femenino terrible. El grito de la revuelta que se aplasta, de la angustia armada en guerra, y de la reivindicación.

Es como el lamento de un abismo que se abre: la tierra herida grita, pero se elevan voces, profundas como el agujero del abismo, y que son el agujero del abismo que grita.

Neutro. Femenino. Masculino.

 

Para lanzar ese grito me vacío.

No de aire, sino de la potencia misma del ruido. Alzo ante mí mi cuerpo de hombre, y tras echarle el “ojo” de una calibración horrible, parte a parte lo fuerzo a rentrar en mí.

 

Vientre primero. Es por el vientre que el silencio tiene que comenzar, a derecha, a izquierda, en el punto de las obstrucciones herniarias, ahí donde operan los cirujanos.

Lo Masculino, para hacer surgir el grito de la fuerza, apretaría primero la parte de las obstrucciones, comandaría la irrupción de los pulmones en el aliento y del aliento en los pulmones.

Aquí, ay, es todo lo contrario de la guerra, y la guerra que quiero hacer viene de la guerra que me hacen a mí.

¡Y hay en mi Neutro una masacre! Entiéndanme, hay la imagen inflamada de una masacre que alimenta mi propia guerra. Mi guerra se nutre de una guerra, y escupe su propia guerra.

 

Neutro. Femenino. Masculino. Hay en ese Neutro un recogimiento, la voluntad al acecho de la guerra, y que va a hacer surgir la guerra de la fuerza de su estremecimiento.

Lo Neutro a veces es inexistente. Es un Neutro de reposo, de luz, de espacio en fin.

Entre dos alientos, el vacío se extiende, pero entonces es como un espacio que se extiende.

Aquí es un vacío asfixiado. El vacío apretado de una garganta, donde la violencia misma del estertor ha obstruido la respiración.

 

Es hacia el vientre que el aliento baja y crea su vacío, y de ahí lo lanza de nuevo a la cima de los pulmones.

 

Eso quiere decir: para gritar no necesito la fuerza, sólo necesito la debilidad, y la voluntad partirá de la debilidad, pero vivirá, para volver a cargar a la debilidad con toda la fuerza de la revindicación.

Y sin embargo, y aquí está el secreto, como en el teatro, la fuerza no surgirá. Lo Masculino activo se comprimirá. Y conservará la voluntad enérgica del aliento. La conservará para el cuerpo entero, y para el exterior habrá un cuadro de la desaparición de la fuerza a la que los sentidos creerán asistir.

 

Pero del vacío de mi vientre alcancé el vacío que amenaza la cima de mis pulmones.

De ahí, sin solución de continuidad sensible, el aliento cae sobre los riñones, primero a la izquierda, es un grito femenino, luego a la derecha, en el punto en que la acupuntura china punza la fatiga nerviosa, cuando indica un mal funcionamiento del bazo, de las vísceras, cuando revela una intoxicación.

Ahora puedo llenar mis pulmones en un ruido de catarata, cuya irrupción destruiría mis pulmones si el grito que quise lanzar no fuera un sueño.

 

Amasando los dos puntos del vacío sobre el vientre, y de ahí, sin pasar a los pulmones, amasando los dos puntos un poco arriba de los riñones, hicieron nacer en mí la imagen de ese grito armado en guerra, de ese terrible grito subterráneo.

Por ese grito tengo que caer.

Es el grito del guerrero fulminado que en un ruido de vidrios ebrio hiere al pasar las murallas rotas.

 

Caigo.

Caigo pero no tengo miedo.

Vomito mi miedo en el ruido de la rabia, en un solemne bramido.

 

Neutro. Femenino. Masculino.

Lo Neutro era pesado y fijo. Lo Femenino, atronador y terrible, como el ladrido de un cancerbero fabuloso, macizo como las columnas cavernosas, compacto como el aire que tapia las bóvedas gigantescas del subterráneo.

 

Grito en sueños, pero sé que sueño, y en los dos costados del sueño hago reinar mi voluntad.

Grito en una armadura de huesos, en las cavernas de mi caja torácica que a los ojos pasmados de mi cabeza toma una importancia desmesurada.

 

Pero con ese grito fulminado, para gritar tengo que caer.

Caigo en un subterráneo y no salgo, no salgo ya.

Ya jamás en lo Masculino.

 

Lo he dicho: lo Masculino no es nada. Conserva la fuerza, pero me sepulta en la fuerza.

Y para el afuera es una bofetada, una larva de aire, un glóbulo sulfuroso que explota en el agua, ese Masculino, el suspiro de una boca cerrada y en el momento en que se cierra.

Cuando todo el aire ha pasado en el grito y ya no queda nada más para el rostro. De ese enorme ladrido de cancerbero, el rostro femenino y cerrado se acaba justamente de desentender.

 

Y es aquí que las cataratas comienzan.

Ese grito que acabo de lanzar es un sueño.

Pero un sueño que se come el sueño.

 

Estoy adentro de un subterráneo, respiro, con el ritmo apropiado, oh maravilla, y soy yo el actor.

El aire que me rodea es inmenso, pero se atasca, pues por todas partes la caverna está tapiada.

Imito a un guerrero pasmado, caído él solo en las cavernas de la tierra, y que grita azotado por el miedo.

Pero el grito que acabo de lanzar llama a un agujero de silencio primero, de silencio que se retracta, después al ruido de una catarata, un ruido de agua, todo en orden, porque el ruido está ligado al teatro. Así es como, en todo verdadero teatro, procede el ritmo comprendido bien.

 

El Teatro de Serafín :

Eso quiere decir que de nuevo hay magia de vivir, que el aire del subterráneo, que está ebrio, como un ejército refluye de mi boca cerrada hasta mis narices bien abiertas, en un terrible ruido guerrero.

Eso quiere decir que cuando actúo mi grito ha cesado de girar sobre sí mismo, pero que despierta a su doble de orígenes en las murallas del subterráneo.

Y ese doble es más que un eco, es el recuerdo de un lenguaje del que el teatro ha perdido el secreto.

Grande como una concha de caracol, como para sostenerse en el hueco de las manos, ese secreto; así es como la Tradición habla.

Toda la magia de existir habrá pasado por un solo pecho cuando los Tiempos vuelvan a cerrarse.

 

Y eso será muy cerca de un gran grito, de una fuente de voz humana, una sola y aislada voz humana, como un guerrero que ya no tendrá ejército.

 

Para pintar el grito que he soñado, para pintarlo con las palabras vivas, con los vocablos apropiados, y para, boca a boca y aliento por aliento, hacerlo pasar no por la oreja sino por el pecho del espectador.

Entre el personaje que se agita en mí cuando, actor, avanzo sobre una escena, y aquel que soy cuando avanzo en la realidad, hay diferencia de grado, cierto, pero en beneficio de la realidad teatral.

Cuando vivo no me siento vivir. Pero cuando actúo, es ahí que me siento existir.

¿Qué me impediría creer en el sueño del teatro cuando creo en el sueño de la realidad?

Cuando sueño hago alguna cosa y en el teatro hago alguna cosa.

Los acontecimientos del sueño conducidos por mi conciencia profunda me enseñan el sentido de los acontecimientos de la vigilia, donde la fatalidad enteramente desnuda me conduce.

Pero el teatro es como una gran vigilia, donde soy yo quien conduce la fatalidad.

Y en ese teatro al que llevo mi fatalidad personal y que tiene por punto de partida el aliento, y que se apoya tras el aliento en el sonido y en el grito, hay que, para rehacer la cadena, la cadena de un tiempo en que el espectador en el espectáculo buscaba su propia realidad, permitir a ese espectador identificarse con el espectáculo, aliento por aliento y tiempo a tiempo.

 

A ese espectador no es suficiente que la magia del espectáculo lo encadene; no lo encadenará si no se sabe dónde capturarlo. Basta de una magia azarosa, de una poesía que ya no tiene a la ciencia para apuntalarla.

 

En el teatro, poesía y ciencia deben identificarse desde ahora.

Toda emoción tiene bases orgánicas. Es cultivando su emoción en su cuerpo que el actor vuelve a cargarlo de densidad voltaica.

Saber de antemano los puntos del cuerpo que hay que tocar es arrojar al espectador a los trances mágicos.

Y es a esa especie preciosa de ciencia a la que la poesía en el teatro se ha, desde hace mucho tiempo, desacostumbrado.

Conocer las localizaciones del cuerpo es, entonces, rehacer la cadena mágica.

Y yo quiero, con el jeroglífico de un soplo, reencontrar una idea del teatro sagrado.

 

 

México, 5 de abril de 1936

* El compositor alemán Wolfgang Rihm empleó El Teatro de Serafín como una de sus fuentes para el argumento de su drama musical La conquista de México —Die Eroberung von Mexico— (1991), basada en el primer proyecto de Artaud para el Teatro de la Crueldad (1936).

 

** La fecha señalada al final del texto no corresponde a la de su composición, pues había sido escrito antes de su viaje a México; corresponde, quizá, a su envío a Jean Paulhan. Fue durante su travesía a México, en enero de 1936, que Artaud dio título al libro: El teatro y su doble.

 

*** De acuerdo con la edición de Gallimard, “en 1781, un italiano introdujo en Francia un teatro de sombras chinescas llamado Teatro de Serafín. Animado por él y por sus descendientes, ese teatro ofreció representaciones regulares hasta 1870. Baudelaire ya había usado ese título en el capítulo de Los paraísos artificiales en que describe los efectos oníricos del hachís”.

 

 

El Teatro de Serafín (fragmento) 

¿Qué se siente? ¿Qué se ve? Cosas maravillosas, ¿verdad? ¿Espectáculos extraordinarios? ¿Es muy bello, muy terrible, muy peligroso? Tales son las preguntas que hacen corrientemente, con una curiosidad mezclada con el temor, los ignorantes a los aficionados […]. Se imaginan la embriaguez del hachís como un país prodigioso, un vasto teatro de prestidigitación y escamoteos, donde todo es milagroso e imprevisto. Se trata de un prejuicio, de un error absoluto. Y puesto que, para el común de los lectores, la palabra hachís implica la idea de un mundo extraño y trastornado, la espera de sueños prodigiosos (sería mejor decir alucinaciones, las que son, por lo demás, menos frecuentes de lo que se supone), señalaré inmediatamente la diferencia importante que separa los efectos del hachís de los fenómenos del sueño… (“El poema del hachís”).

[Comienzan las alucinaciones. Los objetos exteriores adquieren apariencias monstruosas. Se presentan en formas desconocidas hasta entonces. Luego se deforman, se transforman […]. La personalidad desaparece. Ya no existe ecuación entre los órganos y los goces (“El hachís”).]

 

 

Salud mental hoy es no acostumbrarnos // Lila M. Feldman

Primero entró el agua. No entró de golpe. Y al principio parecía que podíamos prepararnos.
Como en toda inundación, tratamos de poner a salvo lo que podíamos.
Había una cierta altura posible aún donde poner los abrazos. Los encuentros. Los mates impunemente compartidos. La ingenuidad de una mano sobre otra. Tocar el mundo libremente, y ser tocados por él. La desprolijidad y la improvisación. Un beso.
Pero hubo un momento en el que el agua nos tapó y no nos dimos cuenta. La ventana pasó a ser un límite infranqueable. La puerta el umbral que divide lo sucio y peligroso de lo limpio y a salvo. Los miedos ya no eran un problema sino un marcador de riesgo…del otro. La sospecha una herramienta. La denuncia una obligación social o un cuidado. La ilusión un escape para crédulos. El apocalipsis, el derrumbe, el tsunami y el naufragio dejaron de ser figuras de delirios, fantasmas y locuras. El sueño es nuestro último refugio. El futuro un lugar incierto para un tiempo incierto.
Lo peor fue darnos cuenta.que el agua podía taparlo todo. Nos acostumbramos a respirar bajo el agua. Seguimos aferrados a costumbres, más habitantes de las casas que nunca. La música y el sueño nos siguen transportando a los que fuimos. A veces nos calman y otras son sal en la herida. En músicas y sueños aún viajamos.
Ya no nos prometemos una fecha en la que el agua se irá, y el mundo ya no volverá a ser lo que era. Será una Pompeya de seres congelados, petrificados y polvorientos? Ya no hacemos planes, la ropa nos hace bromas desde el ropero, es colorida acumulación de inutilidades y absurdos.
La locura tendrá que inventarse otros delirios, lo imposible y las distopías parasitaron nuestra vieja cordura. 
Entonces, mientras el agua sube y con ella aumenta la potencia de lo irrespirable, habrá que inventar alguna «altura» en la que ponernos a salvo.
Adaptarnos bien es perder la cabeza. 
Salud mental hoy es no acostumbrarnos.

Amor a la cuarentena // Diego Valeriano

Te enamoraste de la cuarentena, de lo larga que se hace, de cómo la extienden para cuidarnos. Te empapás cuando dice que la vida está por sobre la economía. Amás militar como festejante, trabajar en casa corrigiendo trabajos prácticos, trollear a del caño, dibujar con Tomi. Te cabe amar como alumna, postear la foto de tu niñe arrobando a Alberto, hacer caso,  tener un profe que nos explique todo.

Amás termear como forma de lucha. Tuitear sobre salud, barrio, Senado online, neoliberalismo, muertos en USA, médicos cubanos. Aplaudís a pilotos que vuelven de China, descansás en el grupo de wasap de la familia a parientes macristas que se están fundiendo porque no pueden abrir la peluquería. Ni te enterás como la gorra sigue verdugueando guachos, ahora porque no tienen barbijo, ahora porque están a más de 500 metros del rancho. Ahora porque pueden un poco más. 

Te encanta postear sobre confianza, cuidados, vida, científicos, salud pública. Militás en las redes una especie de solidaridad vinculada a la distancia, una ética del cuidado bastante vigilante, una responsabilidad de todes que en realidad es miedo propio. Pussy posteo consigna de henna. 

Te encanta como nos cuidan, mirar series, que diga chiques, estar con el teléfono 24/7, concientizar y de paso bajar línea en el grupo de wasap de la escuela. Tener un muro combatiente, un timeline deconstruido, creer. Te enamora profundamente el adiestramiento por app, evitar los cuerpos próximos, no tener que salir a eso que está afuera que siempre te costó tanto, no enfrentarte con ese garrón insondable que es vagar.

Pandemia: sintomatología del Capitaloceno* // Horacio Machado Aráoz (Colectivo de Investigación de Ecología Política del Sur)

Abril de 2020

 *Horacio Machado Aráoz (CITCA-CONICET-UNCA)

 “A primera vista, los virus, intermediarios entre la vida y la materia inerte, representan una forma particularmente humilde de la primera. Sin embargo, necesitan otros seres vivos para perpetuarse. Por lo tanto, lejos de haber podido precederlos en la evolución, ellos  la suponen e ilustran un estado relativamente avanzado de la misma. Por otro lado, la realidad del virus es casi intelectual. En efecto, su organismo se reduce prácticamente a la fórmula genética que se inyecta en seres simples o complejos, lo que obliga a sus células a traicionar su propia fórmula para obedecer la suya y fabricar seres similares a él. Para que nuestra civilización apareciera, también fue necesario que existieran otros, antes y al mismo tiempo. Y sabemos, desde Descartes, que su originalidad consiste esencialmente en un método cuya naturaleza intelectual hace que sea inapropiado engendrar otras civilizaciones de carne y hueso, pero que puede imponerles su fórmula y obligarlas a volverse similares a ella. En relación con esas civilizaciones, cuyo arte vivo traduce el carácter carnal porque  -tanto en la concepción como en la ejecución- está vinculado a creencias muy intensas y a un cierto estado de equilibrio entre el hombre y la naturaleza, nuestra propia civilización corresponde a un tipo animal, o viral». (Claude Lévi-Strauss,  «Arte en 1985», 1965)[1]

 

A modo de Introducción

En el momento menos esperado, pero en el más necesario y oportuno que nunca; desde el lugar ontológico más imprevisto, la Tierra ha sido políticamente convulsionada y no atina aún a reaccionar. Como un sutil y paradójico terremoto histórico y geológico, el Coronavirus lo ha cambiado todo; pero no  con movimientos bruscos, sino con una parálisis masiva y global. Su irrupción en la biología humana, ha provocado una interpelación mayúscula al conjunto de la población global contemporánea; probablemente el desafío más crítico que nos haya tocado afrontar en el breve lapso de nuestra aventura como especie.

Pero aunque este virus nos interpela a todxs, debemos su visita no por causa de todos. Ha venido a poner en cuestión un modelo civilizatorio en concreto, que mucho tiene que ver con cómo su irrupción se transformó rápidamente en una masiva crisis sanitaria mundial. Nos referimos a un modelo civilizatorio que, en el relámpago de su vigencia, ha puesto en crisis no apenas la continuidad de tal o cual forma de vida social, sino ya la de la mera continuidad de lo humano como tal. Hoy, en su crepúsculo, podemos ver cómo y en qué medida esa civilización ha comportado un dislocación drástica en el devenir mismo del proceso de hominización/humanización. Sin embargo, esto que es evidente y crucial, no todos lo ven. Más bien pasa desapercibido; sobre todo para amplias mayorías que viven inmersas en su ritmo y en sus reglas. Una civilización que, con aguda lucidez, fuera caracterizada por su método viral, viene a ser interpelada precisamente por un virus.

De repente, las civilizaciones otras, que fueron infectadas por aquella civilización viral, ven en el virus, menos un enemigo y más un inesperado aliado. Así como las otras especies y el conjunto de los seres vivos que fueron arrinconados a los extremos de la sobrevivencia, esos pueblos otros re-existentes, ven este tiempo, claro, con angustia e incertidumbres, pero también con mucha esperanza.  Sintiéndonos parte de ellas y ellos, compartimos algunas reflexiones que procuran precisar la envergadura de los desafíos y los motivos de nuestras angustias, así como dar cuenta de nuestras esperanzas. Trazamos acá una somera hermenéutica crítica de la pandemia, como sintomatología del Capitaloceno. A través de ella queremos compartir el diagnóstico sobre el régimen de relaciones sociales que nos está enfermando y abrir nuestros sentipensares, para seguir tejiendo con nuestrxs hermanxs, las rutas alternativas que nos lleven a otros rumbos.  Un virus, es decir, un lenguaje de la Tierra, nos viene a ofrecer una opción terapéutica y una práctica pedagógica. Ojalá podamos escucharle, aprender con él, y sanar.

 

1- Paro

“Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Tal vez las cosas se presenten de otra manera. Puede ocurrir que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en el tren tira del freno de emergencia”

(Walter Benjamin)

 

El año 2020 encuentra a la humanidad sumida en una parálisis apabullante, tan imprevista como generalizada. De repente, el mundo se ha parado en seco. Como si el tiempo se hubiera congelado. Todo, prácticamente todo ha sido interrumpido. Puede decirse en cierto sentido, que el 2020 no ha comenzado aún. La vida social del mundo globalizado está, por ahora, en suspenso. Salvo reveladoras excepciones, la inmensa mayoría de individuos que hoy conforman la población de humanos vivientes, está atravesando estos días confinada en sus recintos, bajo distintos regímenes de aislamiento.

Una elemental interacción microbiológica -de las miles de millones que acontecen a diario, a cada instante, en el planeta- desencadenó semejante conmoción. Es que, esta vez, el desvío contingente de sus trayectorias zoonóticas habituales hizo que una cepa de coronavirus fuera a parar en organismos humanos, para cuya visita no estaban biológicamente preparados. Ese minúsculo acontecimiento fue el detonante. Luego, siguiendo las rutas más transitadas del turismo y el comercio internacional, se fue expandiendo a la velocidad del ritmo de vida contemporáneo, hasta encender las alarmas sanitarias del mundo entero.

Así, la irrupción de un ignoto microorganismo en la fisiología humana, colocó a la especie ante una situación inédita. Nos puso a todxs, bajo un mismo prisma de sensaciones compartidas. Por primera vez en nuestra breve historia, afrontamos una misma experiencia vital, compartida en simultáneo a nivel global. Una vivencia que nos embarga a todxs. Porque, efectivamente, el virus nos afecta a todxs. Más allá de las insoslayables diferencias intra-especie (aquellas que nos distinguen, y aquellas que nos separan y nos clasifican), ese ser infinitesimal nos ha afectado a todxs. A cada uno de los cuerpos de todos los agrupamientos humanos, en sus distintas escalas, alrededor del mundo.

Se trata, por supuesto, de una afectación diferencial, que, por un lado, pone al desnudo todas las desigualdades creadas y vigentes, esas que hacen de ese “nosotros-humanidad”, una pirámide de enormes distancias y fronteras incólumes. Pero que, por otro lado, al mismo tiempo, nos genera una afectación radicalmente igualadora; como queriéndonos enseñar que -aunque no nos sintamos y no nos reconozcamos como tales-, somos parte de una misma familia, de una misma Comunidad de Vida; hermanadxs biológicamente, específica e interespecíficamente, por el aire que respiramos; por el agua, de remotos tiempos geológicos, que corre por nuestras venas y que nos une, en un mismo destino, con todos los seres del planeta.

Si al menos lográramos aprovechar este silencio, esta quietud, para percatarnos de ello, diríamos que esta pandemia, valió la pena. A pesar de todas las muertes y las represiones que vinieron y que vendrán montadas en el virus como excusa, si sólo pudiéramos, aunque sea mínimamente, re-conocer-nos como delicadísimas hebras de ese tejido más vasto, que nos excede por completo y que a la vez nos contiene y nos hace ser; si fuéramos capaces de sentir-nos, aunque sea por un instante, íntimamente conectadxs a la trama de la vida[2], diríamos que sí, que valió la pena.  

2- Tiempo

“‘Los cinco raquíticos decenios del homo sapiens”, dice un biólogo moderno, “representan con relación a la historia de la vida orgánica sobre la tierra algo así como dos segundos al final de un día de veinticuatro horas. Registrada según esta escala, la historia entera de  la humanidad civilizada llenaría un quino del último segundo de la última hora’. El tiempo-ahora, que como modelo del tiempo mesiánico resume en una abreviatura enorme la historia de toda la humanidad, coincide capilarmente con la figura que dicha historia compone en el universo”. (Walter Benjamin, Conceptos de Filosofía de la Historia).

 

Para una sociedad que ha hecho de la aceleración del tiempo, de la velocidad de las interacciones, del movimiento, la innovación y el crecimiento incesante sus marcas de origen, la parálisis se le presenta como un fenómeno radicalmente disruptivo y perturbador. 

Sumergidxs ya en generaciones y generaciones nacidas bajo el imperativo de la productividad, para lxs habitantes de este mundo, vivir es correr. Ir y venir, persiguiendo siempre objetivos, fijados quién sabe por quién y para qué. Hasta para sus vacaciones tienen tiempos reglados y metas de ‘disfrute’ (im-)puestas. Por eso la parálisis descoloca de forma absoluta. “No hacer nada”, está fuera de nuestro genoma societal. Y de repente, un microorganismo lo hizo. Dejó prácticamente en desuso, la primera y más emblemática de las máquinas de nuestra Era[3]. Transitamos días en los que el reloj no cuenta.

A los miedos epidemiológicos, se suman los de clase -es decir, de hambres de un lado y lucros cesantes del otro-, los de piel y los de sexo, esos que distribuyen desigualmente las probabilidades de enfermar y de morir. El “tiempo improductivo” los aumenta a todos; provoca incertidumbres varias y desesperaciones diversas, pero  generalizadas. (Mal)educadxs en formar parte de una maquinaria en movimiento perpetuo, de mercados que no cierran, de fábricas que “trabajan” las 24 horas, los 365 días del año, la parálisis es fuente de una angustia existencial inconmensurable.

Un diminuto habitante de este planeta, que sólo vive a condición de ser alojado en otros organismos más complejos, ha logrado hacer lo que muchxs, millones, hubiéramos deseado: una gran huelga mundial masiva que corte, por un tiempo indefinido, las cadenas de la explotación; la explotación de los cuerpos y de los territorios. Que detenga las maquilas que expolian capacidades; las motosierras que arrasan los bosques; los pesqueros que azuelan los mares; las cosechadoras que esquilman los suelos; los explosivos que vuelan montañas y exprimen las rocas del subsuelo. Un virus ha logrado, por unos días, detener los vertidos tóxicos y las incontables fuentes de contaminación que, día a día, envenenan las aguas y el cielo. La revolución que soñó el más osado –y, probablemente, más lúcido- revolucionario de esta época, no la hizo (hasta ahora) un colectivo humano, sino un pequeño microorganismo. Como si fuera el enviado de Benjamin, el coronavirus ha activado -al menos por un tiempo- el freno de emergencia.

Estamos así, paralizados. Pero no es apenas una parálisis forzada. Es la parálisis de una sociedad que ha perdido el rumbo. Más que parada, somos una sociedad perdida. Una forma societal aturdida y desorientada. Que ha errado la concepción del espacio y del tiempo; que anda así, ignorante de su geografía y desubicada en la historia. Mientras, la pequeñísima fracción de la especie que tiene el comando (si podría decirse así) cree que va en un tren de alta velocidad por un tiempo vacío y un espacio plano, sin poder ver lo que va dejando atrás ni lo que tiene por delante. Corre así, desenfrenadamente, por un camino sin rumbo y un horizonte sin sueño.

Una civilización errante nos puede convertir en una especie fallida. Una especie fallida es aquella que, básicamente, desconoce su procedencia y su lugar en el cosmos; que reniega de su pertenencia geológica y su destino. Así, en lugar de lamentar la parálisis, deberíamos estar agradecidxs. Porque cuando unx está perdido, nada mejor que detenerse a revisar de dónde venimos y hacia dónde realmente querríamos ir.

Si esta parálisis nos llevara a preguntarnos seriamente a dónde vamos, cuál es la razón de nuestra prisa; si llevara a cuestionarnos qué nos urge y qué nos desvela, diríamos que esta pandemia valió la pena.

 

3-(Sin-)Razón

 

 “Y tal vez la primera prueba de fuego sea el abandono sin nostalgia de la herencia de un siglo XIX fascinado por el progreso de las ciencias y las técnicas, con la ruptura del lazo establecido en aquella época entre emancipación (…) y la fábula del hombre ‘creado para dominar la naturaleza’ por la epopeya de una conquista de esa misma naturaleza por medio del trabajo humano. Definición seductora, pero que implica una apuesta por una naturaleza ‘estable’, disponible para esa conquista».

(Isabelle Stengers, En tiempos de catástrofes, 2017)

 

“Hemos tenido más que suficiente de imperialismo –de aquel impulso característico de Bacon a ‘ampliar los límites del imperio humano’. En esta era de mortales nubes en formas de hongo y otros venenos ambientales, creo ciertamente que ha llegado la hora de desarrollar una ética más gentil y modesta hacia la Tierra. Y una ética así debe guiarnos, con toda humildad intelectual, a juzgar críticamente el pasado cuando nos ha conducido en otra dirección”. (Donald Worster, Transformaciones de la Tierra, 1991)

Vivimos en una sociedad nacida de la arrogancia de la Razón. Todavía mayoritariamente, hay quienes con orgullo se reivindican hijos de esa Razón imperial. Con esa lógica y con ese espíritu, las élites políticas y científicas del mundo enfrentan la pandemia. Apelando a una receta ya obsoleta, epidemiólogos y gobernantes de todo el globo interpelan a sus respectivos pueblos convocándolos a “la guerra contra el virus”.

Es asombroso ver con qué naturalidad este discurso de guerra se instala y circula aproblemáticamente entre los habitantes contemporáneos del mundo globalizado. Si bien esto, hasta cierto punto,  es bastante esperable –pues nada más emblemático que la guerra como acto reflejo de este modelo civilizatorio-, no cabe desconocer que la lógica de la guerra es doblemente inconveniente para estos tiempos.

En términos coyunturales, nos hace correr justamente hacia la dirección contraria a la que deberíamos ir para buscar salidas de fondo. En lugar de ampliar y profundizar la cooperación internacional, las reacciones políticas han ido por el lado de cerrar fronteras, intensificar prejuicios y actitudes racistas-clasistas y xenófobas, y abrir una competencia geopolítica por tecnologías de gestión de la crisis y el acopio de materiales e insumos médicos. En el colmo, las principales potencias entablan a los codazos una carrera narcisista por ver quién logra “dar con la vacuna”. Al interior de las fronteras, la “excepcionalidad” del estado de guerra –como ha sido señalado- intensifica la imposición y aceptación de políticas de control, policiamiento y militarización de la vida social, lo que esta vez, dado el poder de las tecnologías disponibles, ha hecho palpables escenarios extremos de totalitarismo digital, antes sólo reservados al campo de la ficción. Así, cuando más necesitaríamos ensayar prácticas de cooperación, de horizontalidad y organización social de abajo hacia arriba, la lógica de la guerra exacerba el régimen del individualismo competitivo y el verticalismo tecno-burocrático.

Esto que ya es muy grave, no es sin embargo todo. En un sentido más estructural y profundo, el paradigma de la guerra presupone una epistemología política ya anacrónica.  Moviliza todo el imaginario modernista y reinstala subrepticiamente la legitimidad de todo el andamiaje institucional (la santísima trinidad del sistema, Estado-Ciencia-Capital)  que nos condujo justamente hasta donde nos hallamos hoy parados.

Bajo regímenes de necesidad y urgencia, la convocatoria a la guerra contra la pandemia activa, una vez más, la vieja y perimida cosmovisión antropocéntrica, expresada paradigmáticamente en la axiomática separación entre ciencias naturales y sociales. Más aún, en nombre de la jerarquía epistémica de la ciencia,  se profundiza la delegación del gobierno de Lo Común a un reducido círculo de expertos. La pragmática de la guerra no deja lugar a problematizaciones, al pensamiento crítico ni a epistemologías de la complejidad. Mucho menos a una ecología de saberes.

Así, en nombre de su presumida eficacia, la maquinaria bélica se echa a andar. Las ciencias biológicas y médicas son convocadas a estar en la primera línea de ‘batalla’; tienen la función prioritaria de atender y procurar reducir las “bajas”, proponer  medidas profilácticas para contener la expansión del ‘enemigo’, y crear las armas para vencerlo. Las ciencias sociales, por su parte, son convocadas a estudiar cómo se va a afectar la “normalidad” del sistema, para luego idear medidas paliativas y de control, en lo económico, en lo social y en lo político; en todo caso, acá el objetivo es investigar qué y cómo restablecer lo más pronto posible al normal funcionamiento de las instituciones.

Por supuesto, no se trata (tal como lo hicieran políticos e  intelectuales de las más variadas corrientes), de desconocer la existencia del virus en sí, ni de minimizar su incidencia sobre la biología humana  sino justamente de tomarlo en serio. Eso significa revisar y reconsiderar cómo lo tratamos. Y la verdad es que –más allá de diferencias superficiales- el trato que desde el poder se ha elegido dar al coronavirus es uniforme y típicamente moderno. Porque no hay nada más radicalmente característico de la Modernidad que esa actitud epistémica y política de absoluta desconsideración antropocéntrica hacia el resto de los seres vivos que (co-)habitan (con nosotrxs) este planeta. El sujeto moderno trata al mundo como si no fuera parte de él. Se para frente a la Tierra (incluso frente a lxs otrxs, de su propia especie) con la postura del conquistador. Figura emblemática si la hay, -filosóficamente enunciada por Descartes y Bacon en el siglo XVII, pero nacida antes, en el siglo XVI, como práctica política de los Colón, los Cortés, los Pizarro-,el conquistador como prototipo de la matriz de relaciones que entablamos con el mundo, condensa y resume todo nuestro tiempo y todo nuestro drama.

Quienes dirigen los destinos de la humanidad han optado, una vez más, por esa anquilosada postura para “enfrentar” al virus. Se lo trata, básicamente, como algo in-significante. Es decir, algo absolutamente desprovisto de sentido. A lo sumo, sólo lo considera en la medida en que afecta a los humanos (y acá, también –como es sabido, como parte de la política del conquistador, unos grupos de humanos importan y valen más que otros). Más allá de eso, el sistema científico y político hegemónico no considera al virus, ni ontológica ni semióticamente en serio. No se les ocurre preguntarse sobre el sentido de su existencia en el mundo.

Aunque parezca mentira, prominentes científicos e intelectuales críticos –incluso encumbrados filósofos de la biopolítica contemporánea- parecen seguir apegados al viejo paradigma newtoniano. No han tomado nota del giro ontólogico que –desde el interior mismo del pensamiento occidental- se ha dado al respecto, abriendo la ciencia a una nueva y más compleja comprensión del mundo-de-la-vida y, correlativamente, replanteándose el lugar de lo humano dentro del mismo. Desde la hybris moderna, se desconoce que un virus, como todo agente biológico, no sólo existe, sino que tiene significación en sí mismo; es un ser con capacidades teleonómicas[4] y semióticas. Un virus es parte de la densa red de almacenamiento y procesamiento de información biológica que se condensa en los genes;  y, como tal, es también portador del proceso geológico general de (re)producción de conocimientos sobre los que –holísticamente- se sustenta la vida en general en la Tierra.

Sólo tardíamente, después de un duro desierto obscurantista, las ciencias occidentales lograron “descubrir” esta asombrosa capacidad autogenerativa y de excedencia semiótica del mundo. De la mano de la revolución científica operada por el paradigma de la complejidad en la física y la biología principalmente aunque no exclusivamente (desde Einstein, Bohr, Heisenberg y Bohm, hasta Prigogine, Zohar, Monod, Maturana, Varela, Margulis, Harding  y un largo etcétera), en convergencia con el llamado giro ontológico en las ciencias sociales y humanas (desde Morin, Capra y Boff, a Haraway, Descola, Viveiros de Castro y Danowski, Latour, De la Cadena, Escobar y otro largo etcétera), se vino a “caer en la cuenta” que habitamos un Planeta Vivo. Se  empezó a tomar nota de la inconmensurable complejidad de los sistemas vivos; a dimensionar la extraordinaria capacidad autopoiética- sympoiética, teleonómica y semiótica del conjunto de procesos y seres que conforman el mundo que habitamos y que –con sus propias existencias- constituyen y producen nuestras propias condiciones de (co-)existencia.

Y, fundamentalmente, como eje de esa revolución científica, el nuevo paradigma de las ciencias de la vida, o de la complejidad, vino a producir una nueva comprensión de la propia condición humana, esta vez, no ajena y extraña al mundo, sino precisamente como parte del tejido de la vida. Lo que llamamos el “mundo”, la Tierra, o la “Naturaleza” no es lo que está afuera de nosotros, no es lo “exterior” a la cultura, sino el útero nutricio de cuyo seno emerge lo humano como una expresión más de la biodiversidad del planeta. Ver y comprender la Tierra como sistema viviente, como una densa y compleja trama de materia viviente en continuo devenir, implica comprender que entre lo humano y lo no-humano no hay fracturas ontológicas, sino apenas membranas porosas por donde fluyen materia y energía, por donde fluye la vida en sí, como trama, en la que los humanos actuamos y somos a través del mundo, así como el mundo se mueve y es también a través de nuestros organismos.

Siendo que esta constatación es un saber fundamentalmente pre-moderno, pero vivo y presente aún en muchas culturas y pueblos mal-tratados por Occidente como primitivos y/o “atrasados”, esta verdad primordial, a los fines que nos ocupan, viene a significar ni más ni menos que –como especie- nuestras vidas dependen –literalmente; es decir, materialmente- hasta de los más elementales seres y agentes microbianos y de los procesos y redes biogeoquímicos más básicos y rutinarios. Sólo vivimos por gracia y a condición de mantenernos conectadxs al resto de las otras especies, a la biodiversidad en su conjunto, como expresión sinfónica de la vitalidad de la Tierra. Científicamente, hoy, no podemos seguir parados en el paradigma baconiano/newtoniano de la ciencia. Necesitamos un cambio radical; una profunda mudanza civilizatoria. Contamos ya con otros horizontes epistémicos y políticos.

Con esto no estamos diciendo que, en general, las medidas sanitarias que se están tomando (al menos en algunos países) en el mundo sean irrelevantes o inconducentes. Al contrario, son necesarias, pero aún así, insuficientes. Y sobre todo, serán epistemológica y políticamente erradas si no se pasa de la profilaxis a la etiología de la pandemia. No tenemos que descodificar el genoma del virus sólo para conseguir una vacuna. Tenemos que abrirnos a ensayar otra hermenéutica del mundo vivo. 

Necesitamos ahora, en la urgencia, reactivos de testeo, barbijos, respiradores, lugares en salas de cuidados intensivos. Será preciso seguir con medidas de aislamiento y/o distanciamiento social, mientras no hallemos otros medios para evitar que la afección que nos provoca el Covid-19 se propague. Pero tengámoslo claro, esas medidas no nos sanarán. Para verdaderamente sanar, tenemos que atrevernos a abrir la pregunta respecto a qué es lo que realmente nos enferma y nos mata. Debemos abrirnos al sentido etiológico profundo, al sentido ontológico y político del coronavirus: ¿cuál es el régimen de relaciones sociales, biológicas, económicas, culturales y políticas que incubó este microorganismo que hoy nos interpela?

Curar no es apenas sofocar los síntomas. Curar es mudar; es atreverse a cambiar la matriz de relaciones que causó la enfermedad. En este sentido, la ciencia de siglos pasados podrá detener la expansión de la enfermedad y hasta reducir la cantidad de sus potenciales víctimas. Pero esa ciencia y esa política son ya obsoletas para los desafíos que tenemos en este siglo. Esa ciencia, esa política, y sobre todo ese modo de producción de la vida social que -hegemónicamente- llevamos (o que nos lleva) seguirá produciendo pandemias. Seguirá produciendo guerras y hambrunas. Seguirá malgastando esfuerzos y derramando sangre a escala y ritmo industrial. En fin, hasta que no la demos de baja, la Razón Imperial seguirá sacrificando la vida en el altar del progreso. Para realmente sanar, diríamos que, como especie, tenemos que atrevernos a dejar de comportarnos como conquistares, y empezar a vivir como cuidadora/es y cultivadora/es de este mundo; el único que tenemos y que somos.

Si esta pandemia, con todo el dolor y el sufrimiento humano producido, nos ayudara a preguntar-nos de qué realmente estamos enfermos. Si pudiera ayudar-nos a descubrir y afrontar la etiología de nuestras dolencias, y hacer los cambios que debemos hacer para sanar, diríamos que sí, que esta pandemia valió la pena.

 

4- (Necro-)Economía

“Sabemos que las sociedades industrializadas viven del pillaje acelerado de stocks cuya constitución ha exigido decenas de millones de años…

La actividad humana encuentra su limitación externa en la naturaleza y cuando se hace caso omiso de tal limitación sólo se consigue provocar una reacción que adopta en lo inmediato la forma de nuevas enfermedades y nuevos malestares; descenso de la esperanza de vida y de la calidad de vida, aún cuando el nivel de consumo esté en alza.”

(André Gorz, 1977).

 

“La agroindustria está tan centrada en los beneficios que considera que vale la pena correr el riesgo de ser afectada por un virus que podría matar a mil millones de personas”

(Rob Wallace, 2016).

 

La Pandemia en curso ha sido usada como excusa para la más reciente declaración de guerra. Ha forzado -se dice- una economía de guerra. Le llaman así a la parálisis temporaria de los mercados, los grandes flujos comerciales y gran parte del gigantesco aparato tecno-industrial global, con sus distintas ramificaciones sectoriales y geográficas. En nombre de esa economía de guerra, países de todos los rangos geopolíticos y gobiernos de todos los tintes ideológicos, preparan enormes paquetes financieros para -se dice- “paliar la crisis”.

Bajo un engañoso abandono de la razón neoliberal que muchos se precipitan a declarar, de repente, todos parecen haberse vuelto keynesianos. Desde la derecha a la izquierda, se aboga por la necesaria intervención del estado. Sin embargo, tal como se están pensando, esos salvatajes no van dirigidos a acabar con la economía de guerra, sino a profundizarla. Los enormes subsidios y ayudas financieras que se preparan, pueden ser las municiones que carguen las armas de una nueva ola de despojo. A juzgar por las condiciones previas, podemos estar ante un nuevo capítulo de una vieja historia: el salvataje de los privilegiados de siempre; a costa de un nuevo expolio de lxs condenadxs de la Tierra.

Aunque esto no tiene que ser necesariamente así, para evitarlo y para tener chances de torcer el rumbo, es preciso que nos aclaremos primero la etiología de la guerra y de esta crisis. Partamos entonces por lo básico: el coronavirus no ha declarado ninguna guerra; mucho menos, una guerra económica. En cualquier caso, su irrupción ha detenido -por un tiempo y parcialmente- la economía de guerra en la que venimos inmersos. La economía de guerra es -ni más ni menos, como ya sabemos y está a la vista de todo el mundo- la propia economía capitalista.

Esta afirmación -somos conscientes- es tan evidente como problemática. Por un lado, desde una perspectiva de rigor histórico-científico y honestidad intelectual, resulta irrefutable; pero, por el otro, dada la contundencia y la radicalidad de los cambios que involucra asumirla, es fácilmente rechazable por “idealista”, “romántica”, y cosas por el estilo. Lo sabemos, el capitalismo es el principal virus que ha afectado lo más profundo de los cuerpos -esto es, las estructuras perceptivas, emocionales, libidinales e intelectuales- de una enorme masa de población humana. Es, en ese sentido, la verdadera pandemia. Desde esas subjetividades infectadas -como dijera Fredric Jameson-, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Pero lo cierto es que nada más realista hoy, que reconsiderar la envergadura de los cambios que precisamos hacer. Porque ya no tenemos tiempo para perder en reformas gatopardistas. Necesitamos cambiar de manera significativa el actual curso civilizatorio hegemónico.

Para entenderlo, nada más claro que la pedagogía del coronavirus. Ésta nos muestra que -tanto en un sentido biológico-económico inmediato, como en un sentido ecológico y político de fondo- la pandemia en curso es un síntoma del Capitaloceno. Es el capitalismo lo que funciona como una economía de guerra; una guerra de conquista, iniciada hace ya más de quinientos años, pero drásticamente acelerada e intensificada en las últimas siete décadas. Se trata, como dijimos, de la primera y única guerra verdaderamente mundial; una guerra que tiene fecha de inicio, pero que hasta ahora no ha cesado. Una guerra declarada, en primer lugar, contra las mujeres y los pueblos agro-culturales, contra las culturas así estigmatizadas como primitivas y salvajes; una guerra contra la Tierra en sí, y contra el conjunto de seres vivos, “descubiertos” y “por descubrir” en cuanto objetos mercantilizables. (Porque, en definitiva, el capitalismo es básicamente una gran máquina de “descubrir” seres vivientes y procesos biológicos, geológicos, atmosféricos y socioculturales para transformarlos en mercancía).

El capitalismo hace que lo que llamamos modernamente “economía” sea efectiva y literalmente una gran maquinaria de guerra que funciona en una dinámica de destructividad inercial, avanzando a paso firme, creciente e incesante sobre el mundo vivo; produciendo cada vez más, mercancías y necesidades; dueños -cada vez más pocos dueños- y despojadxs a mansalva; bienes necesarios y -muchísimos más – productos superfluos; residuos y más residuos. Como advertía André Gorz en los ’70, “el desarrollo de las fuerzas productivas, gracias al cual la clase obrera debería haber podido romper sus cadenas e instaurar la libertad universal, ha desposeído a los trabajadores de sus últimas parcelas de soberanía… El crecimiento económico, que debía garantizar la abundancia y el bienestar para todos, ha hecho crecer las necesidades [y la población bajo condiciones humillantes de vida]” (Ecología y Libertad, 1977).

Así, ya nada queda de aquella ciencia aristotélica, la ciencia de la buena administración de la Casa. La economía -bajo las reglas del capital- se ha convertido exactamente en su antónimo. Por eso, hoy los debates en la esfera pública hablan con tanta naturalidad acrítica de la paradoja de “cuidar la salud” o “atender la economía”. Hablan desde una mirada que ha naturalizado lo económico como modo de producción que atenta contra la vida.

En ese marco, la acción del virus ha abierto una tregua en el curso de una economía de guerra. Por un tiempo, la paz volvió a la Tierra.  Por todos lados, tras esta parálisis, en un brevísimo lapso de tiempo, han proliferado indicadores y noticias reveladoras de la increíble recuperación de la salud biosférica. Aquí sí estamos ante una gran paradoja: un microorganismo que constituye una amenaza a nuestra salud, ha desatado un gran Jubileo de la Tierra; los cielos se han despejado y las aguas se han vuelto cristalinas. En todas las grandes ciudades, los niveles de concentración de CO2 y de otros gases contaminantes se han reducido significativamente; lo mismo ha sucedido con ríos y riberas marítimas[5]. La vida silvestre ha empezado a salir tímidamente del confinamiento secular y cada vez más asfixiante a la que la tenemos sometida. En cuanto a nuestra especie, la aritmética epidemiológica no es lineal: a las tasas y números absolutos de morbilidad y mortalidad del covid-19, deberíamos considerar también los millares de muertes, de accidentes y de agentes patógenos que se han evitado a consecuencia del virus. La respiración puede ser una vía de contagio; y paradójicamente, eso que puede infectarnos, ha purificado también -al menos estos días-  el aire que oxigena nuestras células.

Se trata entonces de la necesidad epocal de poner en cuestión una economía que nos enferma y que nos mata. Entender la etiología profunda del coronavirus, lleva, por un lado, a ver los motivos inmediatos, directos y concretos que explican los detonantes específicos de esta pandemia. Pero también, permiten echar luz sobre los factores estructurales, generales y de larga duración que la incubaron. En cuanto a lo primero, las investigaciones más serias disponibles nos indican que más que buscar en costumbres exóticas y lejanos mundos salvajes, debemos buscar los orígenes de la pandemia en prácticas globalizadas de producción y consumo. Estamos más bien ante un virus de origen industrial[6], diseminado y propagado por las más usuales prácticas y rutas del mercado mundial. Lejos de ser los causantes, los murciélagos desempeñan un incidental papel de reparto en una película cuya producción y realización general corresponde a la gran industria agroalimentaria global[7].

En su libro “Big Farms make Big Flu” [Las grandes granjas producen grandes gripes] (2016), el biólogo evolutivo y fitogeógrafo especialista en estudios de salud pública, Rob Wallace, apunta que, como consecuencia de la acelerada expansión agronegocio  “El planeta Tierra se ha convertido ahora en la Granja del Planeta, tanto por la biomasa como por la porción de tierra utilizada (…) Como resultado, se están liberando muchos de estos nuevos patógenos que antes y durante largo tiempo se mantenían bajo control por los ecosistemas de los bosques, amenazando al mundo entero (…) La cría de monocultivos genéticos de animales domésticos elimina cualquier tipo de barrera inmunológica capaz de frenar la transmisión. Las grandes densidades de población facilitan una mayor tasa de transmisión. Las condiciones de tal hacinamiento debilitan la respuesta inmunológica. Los altos volúmenes de producción, un aspecto recurrente de cualquier producción industrial, proporcionan un suministro continuo y renovado de los susceptibles de ser contagiados, la gasolina para la evolución de la virulencia”.

En definitiva, el coronavirus emerge como síntoma de la expansión de los procesos de mercantilización hacia las últimas fronteras de la vida. La maquinaria agroindustrial está asfixiando la vida silvestre y la vida en sí. Estamos asistiendo a las últimas escenas del devenir plantación de la Tierra. Un proceso incesante y creciente de concentración (de la tierra, de los mercados, de los insumos y los productos), de simplificación y uniformización (biológica, de saberes, de sabores, de semillas, de alimentos, de consumidores) y de gigantismo (en las escalas y las unidades de producción, las infraestructuras de almacenamiento, procesamiento y transporte, y las distancias geográficas involucradas en los circuitos del agronegocio).

Del siglo XVI al siglo XXI hemos dejado que el régimen de plantación fuera demasiado lejos. Hoy es una pandemia. Una fábrica de pandemias[8]. Antes que una metáfora, la Gran Plantación es una figura que condensa la trayectoria histórica seguida por este modelo civilizatorio. Da cuenta de la metamorfosis que el capital ha operado sobre Gea en poco más de cinco siglos. Como tal, la figura de la gran plantación nos conecta directamente a los problemas de fondo de este modelo, a sus raíces filosóficas, ecológicas y ontológico-políticas.

La plantación, en efecto, es la institución económica y política que está en la matriz generadora de las formaciones sociales de América, pero también en la raíz de la producción capitalista de la Naturaleza, en general. Se trata de un régimen de propiedad y de poder (sobre la tierra y los cuerpos esclavizados) que delata las raíces coloniales y patriarcales del capitalismo.

Más que un tipo de producción agraria, la plantación es un régimen de relaciones sociales en sí mismo. Una tecnología política y ecológica de expolio de la vitalidad de los cuerpos y de la Tierra. La plantación es latifundio; vale decir, concentración de la tierra y el poder en pocas manos, y su contracara, despojo de mayorías de sus medios de subsistencia e imposición de regímenes diversos de trabajo forzado. La plantación es mercantilización/profanación de los alimentos; es dejar de concebir la labranza de la tierra para producir lo que nos nutre y lo que nos da vida, para, en cambio pensarla, diseñarla y dirigirla como medio de maximización de ganancias.

La plantación, por eso, es monocultivo; es erosión de la diversidad biológica, agrocultural y también inmunológica de los sistemas vivientes, incluidos los humanos. No es agri-cultura, sino su contrario: una forma de explotación de la tierra; una técnica de guerra contra la fertilidad del suelo. Agricultura es el arte humano de cultivar la tierra para producir su propio sustento vital, y al hacerlo, es el modo también de cultivar lo propiamente humano, lo que nos debería distinguir como especie. Agricultura es un metabolismo energético que se basa en el aprovechamiento de la energía solar captada a través de la fotosíntesis como medio de nutrición. El régimen de plantación, en cambio, nos ha llevado a comer petróleo; ha provocado un drástico colapso geometabólico, tanto a nivel de los suelos, como de los cielos. Eso que llamamos calentamiento global y cambio climático, es, en buena medida, un derivado del régimen de plantación.

Todos los trastornos ecológicos derivados del régimen de plantación, tienen su correlato en el plano ontológico-político. Y es que, la plantación, como tecnología política, se funda y supone la figura del conquistador. La plantación, la estancia, el latifundio, la Gran Granja, tienen su origen histórico y político en un individuo, varón y generalmente armado, que a fuerza de violencia se erige como dueño absoluto de la tierra. Piensa la tierra como de su propiedad. Y piensa a los cuerpos que trabajan la tierra para él, también como una extensión de su propiedad. Piensa el proceso económico no como sustento, sino como explotación; no como colaboración humana en el proceso de re-producción ampliada de la vida en el mundo y del mundo-de-la vida, sino como maximización de la rentabilidad.

En definitiva, al frente de la Gran Granja no hay un/a agricultor/a, sino un depredador. Ése es el gran problema de este modelo civilizatorio. La raíz -ecológica, económica y política- de nuestros males y la tragedia del presente. El régimen de plantación es la matriz de la necroeconomía del capital; una economía concebida y practicada como economía de guerra; guerra de conquista y de explotación de las energías vitales para la valorización abstracta. No en vano, la antropóloga Donna Haraway habla de nuestra Era, como la Era del Plantacionoceno. Una Era donde el humano se desconoce como humus, y empieza a comportarse como conquistador/depredador del mundo de la vida.

Por un tiempo, el coronavirus ha puesto en cuarentena al conquistador. Ha detenido la normalidad necroeconómica de la depredación. Ese parate, permite también que respire la biósfera y que resurja la bioeconomía. En lugar de provocar desorden, diríamos más bien que ha venido a ponerle un freno; está poniendo a nuestro alcance la posibilidad de tomar conciencia del caos antropológico y geológico que ha provocado nuestra “normalidad”, nuestro “orden”.

Así, en los umbrales del capitaloceno, un microorganismo nos viene a regalar la oportunidad de revalorizar la economía del cuidado y de volver a practicar una economía centrada en la reproducción de la vida. Nos invita a tomar conciencia de cuáles son realmente las actividades económicas esenciales, cuáles son los bienes y servicios vitales; y, en consecuencia, quiénes son la/ os trabajadora/es imprescindibles; aquellxs que sostienen y hacen posible nuestras vidas. Honrar tanto dolor, tantas muertes y tanto sufrimiento provocado por esta pandemia, significaría no desaprovechar las enseñanzas y las oportunidades de cambio que nos está ofreciendo.

 

5- Nutrir la tierra, sanar los cuerpos, alimentar comunidades políticas democráticas. Pistas para una salida más humanizada del Capitaloceno…**

 

“En todas las divisiones [creadas por la Modernidad] veo que se repiten las mismas antinomias básicas: el ser humano como conquistador versus el ser humano como ciudadano/a biótico/a; la ciencia como afilador para su espada versus la ciencia como antorcha para explorar su universo; la tierra como esclava y sirviente versus la tierra como organismo o cuerpo colectivo”.

(Aldo Leopold, 1949). 

 

“Deberíamos haber construido las civilizaciones de la huerta y el jardín –en vez de ello hemos levantado las economías de la mina a cielo abierto”

(Jorge Riechmann, 2018)

 

Sin terminar de procesar la etiología de la pandemia, los análisis del presente están precipitadamente enfocados en cómo vamos a salir de la “crisis”. Tanto en lo económico como en lo político, predominan los discursos que hablan de la vuelta a la “normalidad”. No se termina de comprender la envergadura de la crisis; por tanto, no se cae en la cuenta que una “vuelta a la normalidad” no sólo no es posible, sino que tampoco sería deseable. Mientras que en lo económico el debate está planteado en términos de una todavía mayor intensificación neoliberal o un retorno a alguna forma de keynesianismo como presunta alternativa, en lo político las discusiones están centradas en torno al tipo de Estado (o de gubernamentalidad) que se están gestando. Las perspectivas críticas han centrado mayormente sus preocupaciones en los nuevos o mayores peligros que para la democracia y los derechos ciudadanos, se incuban en el gobierno de la crisis.

En su mayoría, las advertencias se han dirigido a marcar el sobregiro de la biopolítica hasta los umbrales de nuevas formas de totalitarismo digital. La concentración del poder de vigilar y castigar a manos del aparato estatal y cómo ese reforzamiento biotecnológico de seguimiento minucioso de la población, de lo que hace, piensa, dice, siente, y por dónde y cómo circula, que parece poner los cuerpos bajo regímenes de algoritmos autocráticos, ha hecho que se pongan todos los ojos en el “estado de excepción”, como si fuera ése el locus desde el cual se ejerce efectivamente el poder concentrado de hacer vivir y/o dejar morir.

Muy agudas para describir sus tecnologías, las miradas foucaultianas suelen ser, sin embargo, insuficientes para ver las raíces de ese poder totalitario en ciernes. No se vislumbra en toda su dimensión en qué medida, décadas de hegemonía neoliberal han reconfigurado la tierra en un sentido más bien hobbesiano; un mundo donde se ha exacerbado el individualismo competitivo, las desigualdades segregacionistas, el miedo y la violencia discriminatoria hacia las alteridades. En fin, un mundo donde la figura del conquistador ha impregnado los imaginarios como modo natural-izado de ser y estar en el mundo y como paradigma del “éxito” social y el sentido de la existencia. Y la verdad es que un mundo de conquistadores, donde encima ya queda poco y nada que conquistar, no es precisamente un ecosistema propicio para la vida democrática; incluso ni siquiera para la co-existencia pacífica.

A juzgar por los análisis sobre los impactos de la pandemia, la teoría política contemporánea parece seguir presa de los presupuestos antropocéntricos de origen. Sigue pensando lo humano como excepcionalidad. Sigue concibiendo la historia como exclusividad humana. Así, no atina a advertir en qué medida la salubridad de los regímenes políticos está radicalmente imbricada en la matriz de relaciones materiales y energéticas que el cuerpo social establece con la Tierra, como soporte básico primordial de la reproducción de la vida en general, y de las sociedades humanas en particular.

Desde nuestra perspectiva, además o más allá de las mudanzas en la estatalidad y/o en las formas de gubernamentalidad, los actuales acontecimientos y procesos en curso, requieren ampliar la mirada tanto a las raíces ecológicas del autoritarismo y la violencia política, como a las raíces políticas de la pandemia. Nos parece necesario percibir la pandemia misma como producto y síntoma del grado de descomposición de los sistemas políticos de nuestras sociedades contemporáneas.

Es decir, es preciso poder vislumbrar hasta qué punto las posibilidades de la democracia se empiezan a erosionar decisivamente en los procesos de concentración de la tierra y de monopolización de los flujos energéticos que nos constituyen como cuerpos vivientes, en particular, los flujos energético-alimentarios. Hasta qué punto la concentración de la capacidad de disposición sobre las dietas (el agua, las semillas, los saberes, los sabores), la uniformización y sobresimplificación genética y sociobiocultural de los territorios-poblaciones, son aspectos claves que están operando como vectores de fondo de las tendencias neofascistas del presente, la intensificación de la violencia racial, machista y clasista, el surgimiento de liderazgos autoritarios con apoyo electoral y la regresión general de los valores democráticos en las sociedades contemporáneas.

En este plano, se hace evidente que no estamos apenas ante una “crisis sanitaria” que ha desencadenado una crisis política o el peligro de los autoritarismos. La biopolítica opera sobre el trasfondo histórico y como contrapartida sistémica de la necro-economía. Esto significa que ni la pandemia es un “desastre natural”, ni estamos ante una enfermedad que apenas afecta a los cuerpos biológicos. La noción de Capitaloceno alude justamente a la idea de una crisis sistémica multidimensional; un evento límite que marca la crisis terminal de un modelo civilizatorio. La pandemia como síntoma del Capitaloceno está marcando la crisis terminal de la salud tanto de los cuerpos biológicos, como del propio cuerpo político, lo que a su vez remite a la crisis más general de la salud de la Tierra.

Como planteamos, en el meollo generador y desencadenante de esta crisis situamos el régimen de plantación; la matriz agroalimentaria moderna que progresivamente se fue imponiendo y mundializando como hegemónica a fuerza de cacerías de “brujas” y cercamientos, tráfico de cuerpos humanos esclavizados, masacres coloniales y neocoloniales para el despojo de tierras y la generalización de regímenes de trabajo forzado, misiones civilizatorias y campañas “nacionales” de conquistas de desiertos” contra los pueblos indígenas y campesinos del mundo.

Desde sus orígenes hasta nuestros días -con mayor intensidad a partir de mediados del siglo pasado-, la mundialización de esta matriz agroalimentaria hegemónica ha engendrado una ‘ontología (agro)tóxica’ cuyo flujo de insalubridad sistémica, circula entre la tierra, los cuerpos y las energías sociales siendo fuente de enfermedades biológicas, ecológicas y políticas. Desde una perspectiva de salud integral, un grupo de científicos hablan de una “sindemia global” para referir a los problemas correlativos y sinérgicos entre “obesidad, desnutrición y cambio climático” como efectos de este modelo (The Lancet, 2019). Desde la perspectiva de los pueblos originarios, se habla de “terricidio”[9], para referir al curso exterminista de este modelo civilizatorio en general, que incluye, claro, al régimen agroalimentario. A nuestro entender, ese concepto advierte muy bien sobre el papel clave de la violencia como combustible político de ese régimen y sobre sus consecuencias inseparablemente ecobiopolíticas.

Es en este contexto, en el epílogo de este derrotero histórico que cabe preguntarse: ¿qué tipo de democracia podemos aspirar en un mundo híper-concentración de la tierra; en un mundo en manos de pocos dueños? ¿Qué tipo de pluralismo y respeto de la alteridad podemos esperar, ante la descomunal homogeneización de los ecosistemas, la uniformización de los paisajes y los sueños, el desmonte de la diversidad biológica y sociocultural del mundo? ¿Qué tipo de poder y de libertades queda en manos de sujetos individuales y colectivos cuyos principales bienes y servicios vitales se hallan bajo el control oligopólico de grandes maquinarias globalizadas de abastecimiento y producción de necesidades? La mercantilización del alimento y la apropiación concentrada de la tierra no sólo degrada la biodiversidad, el clima y las dietas; erosiona las condiciones más elementales de la democracia, al horadar los propios procesos de producción y sustento de las comunidades políticas.

-La comunidad (política) de vida, del origen a la ruptura

«Cada uno de nosotros, en nuestras relaciones mutuas, pasamos minutos en los que nos indignamos contra el credo estrechamente individualista, de moda en nuestros días; sin embargo los actos en cuya realización los hombres son guiados por su inclinación a la ayuda mutua constituyen una parte tan enorme de nuestra vida cotidiana que, si fuera posible ponerles término repentinamente, se interrumpiría de inmediato todo el progreso moral ulterior de la humanidad. La sociedad humana, sin la ayuda mutua, no podría ser mantenida más allá de la vida de una generación» (P. Kropotkin, 1902)

“La historia nos demuestra que producir común es el principio mediante el cual los seres humanos han organizado su existencia durante miles de años”. (George Caffentzis y Silvia Federici, 2018)

Más allá de cuestiones formales, y de otras dimensiones, que es preciso tener en cuenta, la discusión por la democracia no puede omitir una teoría de la tierra, que involucre también una comprensión sobre nuestra vinculación específica como comunidades políticas con ella. Desde los orígenes de nuestra especie, producir la vida ha significado producir comunidad; porque la vida, materialmente hablando, es una producción; y una producción comunal. La vida específicamente humana es producción comunal en la Tierra, con la Tierra; de la Tierra. De ahí, la naturaleza intrínseca e insoslayablemente política de la condición humana, y también el carácter primordial que -en la modulación histórica concreta de lo político- tiene el vínculo que se establece entre una comunidad humana con la tierra en la procuración de su subsistencia.

Entendiéndola como un organismo vivo y complejo, como trama de interacciones inconmensurables en continuo devenir autopoético y simpoiético, la Tierra en su dinámica vital ha sido el útero material en cuyo seno se ha gestado la irrupción de nuestra especie. Entre otros millones de especies, fuimos misteriosamente habilitados a co-habitar este planeta y, desde esos orígenes, los procesos específicamente humanos no han dejado de estar radicalmente conectados y afectados a la dinámica geometabólica de la Madre-Tierra en general.

Históricamente, nuestro propio proceso de constitución como especie -hominización- no fue sino el resultado de esa interacción metabólica entre tierra y trabajo principalmente orientada a obtener y asegurar la alimentación. Así, a lo largo de miles de años, la humanidad se lanzó entonces a co-habitar y desplegar la aventura de la vida en la tierra, lo que primariamente implicó resolver el requerimiento básico de asegurarse la provisión de alimentos. Habida cuenta de sus transformaciones socio-cognitivas, estas colectividades humanas diversificaron sus prácticas alimentarias, ampliaron sus horizontes geográficos, y de forma paulatina echaron raíces en las más diversas geografías. De la selva al ártico, las poblaciones humanas se fueron asentando bajo el principio ecológico-político de priorizar la satisfacción de las necesidades alimentarias de todos los miembros de la comunidad

La irrupción de la agricultura -entre 10.000 y 15.000 años atrás- no hizo sino intensificar ese vínculo inseparablemente material y simbólico de flujos energéticos y materiales entre tierra y trabajo, como matriz fundamental a través de la cual tuvo lugar la producción y el despliegue de la vida social humana. La diversidad ecológica de los territorios fue la materia prima a partir de la cual se fue moldeando la extraordinaria diversidad sociocultural de los pueblos. Desde tiempos inmemoriales, la diversidad de las dietas constituyó un elemento emblemático de las culturas. Las dietas, en efecto, expresan sintética e integralmente todos los aspectos y dimensiones del modo de vida de los pueblos: su cosmovisión, sus saberes, sus modos de organización del trabajo y de la cooperación social en general. Es en este sentido que los sistemas agroalimentarios constituyen un nudo vital -en el más literal de los sentidos- tanto en la configuración de las sociedades humanas, como comunidades políticas, como en la socialización de la Naturaleza, como modo humano de habitar la Tierra.

Como enseñan los estudios de antropología económica, más allá de esa extraordinaria sociobiodiversidad -o en el marco de la ella-, los sistemas agroalimentarios pre-modernos se estructuraron bajo el mismo principio compartido de organización comunal de la producción.  Esto básicamente significa que el proceso general de producción social de la vida en estas comunidades estaba regido y regulado por los principios de reciprocidad y redistribución de las tareas y el goce de lo comúnmente producido.  

Tales principios tenían el efecto de asegurar el balance energético entre todos los miembros -humanos y no-humanos- de la comunidad-de-vida.  En concreto, reciprocidad y redistribución son la fórmula a través de la cual la comunidad es el alimento de sus miembros, así como cada miembro provee a su vez a la nutrición de la comunidad. Reciprocidad y redistribución se materializan en cadenas tróficas circulares y biodiversas, complementarias, donde el alimento fluye como medio de común-unión que hace al sustento de la vida.

La orientación prioritaria a la autoproducción para la satisfacción de necesidades vitales, tenía el efecto de regular los ritmos y niveles de producción, ajustándolos las posibilidades de los ecosistemas y los requerimientos energéticos básicos de cada miembro. Era lo que marcaba el límite, el freno que la comunidad humana tenía que considerar para que sus tasas de consumo energético no sobrecargaran los ecosistemas ni los cuerpos.

Estos principios básicos eran el soporte material y espiritual de estas agro-culturas; la clave de su economía y de su constitución política. Su efecto, el balance energético -lo que hoy llamaríamos justicia socioecológica-, era el modo de ajustar la producción a la vida (bio-economía) y era el modo (inseparablemente ecológico, económico y político) de (re)producir la comunidad política. De allí que, en estos sistemas comunales, el alimento y el trabajo (los flujos energéticos vitales) se concebían y producían más como bienes políticos antes que “económicos”; sus reglas de reparto y acceso estaban sujetas -como el mercado mismo- a la economía moral de la comunidad.

Por contraste, se torna evidente la gran fractura que involucró la transformación capitalista de la agricultura, con la irrupción del régimen de plantación. La Gran Transformación -como la nombrara Karl Polanyi- fue, en realidad, un proceso drástico y traumático de destrucción de la economía moral que hasta entonces regulaba el metabolismo social de la vida comunal. La ruptura de las reglas de reciprocidad y redistribución en términos comunales abrió paso a la economía de guerra; inauguró una era donde la producción de los medios de vida se transformó en una maquinaria de destrucción de las fuentes de vida y de producción de desigualdades abismales y crecientes, al interior de la población humana y entre ésta y el resto de las comunidades bióticas.  Como sabemos, “producción” pasó a significar explotación; explotación de los cuerpos y de los territorios. La prioridad de las necesidades vitales, se suplantó por la ganancia como combustible de las subjetividades que dirigen el “aparato productivo”.

Los primeros estudiosos modernos del suelo, ya a mediados del siglo XIX, se percataron que la agricultura capitalista no era agricultura, sino una forma extrema de minería. En base a los estudios de Liebig, Marx habló de la ruptura metabólica que representó la irrupción del capital en las comunidades agrarias. La producción agraria se desentiende del sostenimiento de la vida; se producen commodities, no alimentos. El suelo deja de ser organismo vivo y pasa a ser tratado como cantera. En el principio desencadenante de esas transformaciones, tenemos la violencia expropiatoria que se ejerce sobre la tierra y los cuerpos; el alimento y el trabajo pasan a regirse bajo las reglas del mercado. En el colmo, dejar de orientarse por el valor de uso y orientarse al valor de cambio, fue como romper la brújula: echar a andar una maquinaria poderosa y veloz, pero sin rumbo y sin freno.

Las consecuencias de este proceso ya las sabemos: la destrucción de las economías comunales fue el punto de partida de la necroeconomía del capital. Por eso, más que ruptura, cabría decir que se trató de un profundo y drástico trastorno geosociometabólico. La irrupción del capital afectó los ciclos de vida, tanto a nivel geológico, como antropológico. Todos los desequilibrios que hoy vemos y padecemos tienen su raíz en ese trastorno originario.

Desequilibrios tróficos a nivel biosférico y de las comunidades humanas: eso que llamamos cambio climático, erosión de la biodiversidad y sexta extinción masiva de especies, crisis de los ciclos de nutrientes. Desequilibrios drásticos en el balance energético de los organismos humanos vivientes: a la geografía del hambre -advertida Josué de Castro- hay que sumar ahora la geografía de la obesidad, la geografía de la intoxicación y la geografía del cáncer. Y los desequilibrios en el cuerpo no son sino un reflejo de los desequilibrios en la Tierra. Vivimos inmersos en una geografía más que desequilibrada, desquiciada, que se nos muestra, de un lado como “planeta de ciudades miserias” (Mike Davis) y del otro, como un mar de “desiertos verdes” (Alimonda).

Pero, en el fondo de todos los desequilibrios, en la raíz generadora de este caos geo-sociometabólico está la propia di-solución de la comunidad política: la invención/creación de una sociedad de individuos, autoconcebidos como dueños absolutos de “sus vidas” y “sus propiedades”; llamados a transformarse en conquistadores; y que definen el sentido de su existencia en términos de un camino infinito de compra-venta.

La ruptura de las cadenas tróficas por los monocultivos, de las reglas de reciprocidad y responsabilidad mutua, la abstracción del valor, ha terminado así, afectando la conciencia de la interdependencia, la necesidad y la centralidad de la economía de cuidados y de crianza; la sensibilidad vital de la especie. Ha creado individuos que se creen el principio y el fin de todo. Que la vida empieza y termina con ellos. Que la felicidad es una ecuación de consumo. Que la vida de los demás y las relaciones con los demás –los de la propia especie y los de las otras especies- sólo valen en tanto y cuanto le reporten alguna utilidad/ganancia. En fin, individuos que creen que se valen por sí mismos, y que viven como si todo el mundo que le rodea le fuera absolutamente prescindente, in-significante, sólo medible por su precio.

En nuestro país, en nuestra región, tenemos un ejemplo dramático de estos procesos. La drástica transformación de las ecoregiones pampeanas y chaqueñas en un mar de soja, la abrupta y soterrada reconfiguración de la geografía política sudamericana para dar lugar a la constitución de la “república unida de la soja”, ha dado lugar a conformación de una “ciudadanía sojera”; una subjetividad sojera. Una subjetividad política que bien se ajusta a los moldes del individuo hobbesiano. He ahí la especificidad regional de la cepa viral que nos está infectando.

-Volver-nos humus… Para alimentar un nuevo horizonte político

«Hablar del fin del mundo es hablar de la necesidad de imaginar, antes que un nuevo mundo en el lugar de este mundo presente nuestro, un nuevo pueblo; el pueblo que falta. Un pueblo que crea en el mundo que deberá crear con lo que le dejamos de mundo» (Viveiros de Castro y Danowski, 2019)

De alguna manera, el coronavirus nos devuelve la imagen del mundo que hemos creado y nos hemos creído. En la raíz de la necroeconomía del capital yace la antropología imaginaria de la filosofía política liberal y la “economía moderna”: el individuo “racional”, maximizador de sus intereses/utilidades, titular de “derechos” (básicamente derechos reales) y que ahora, en el epílogo de la carrera armamentístico-tecnológica, pretende controlar-lo todo a través de pantallas táctiles y algoritmos; el individuo que cree que todos los vínculos y las relaciones pueden reducirse a lo virtual y a la agenda de contactos de un celular; que el mundo digital es el presente y el futuro; ese individuo, encarnación de las elucubraciones de Hobbes y de Smith, es el que hoy está puesto en cuarentena.

Aislados, con medidas de “distanciamiento social”, acuartelados en las respectivas condiciones de clase; ensimismados y cada vez más enfrascados en el “mundo virtual” y la industria global del entretenimiento, el virus refleja la imagen de una sociedad perdida. Perdida en la historia y en el cosmos; pero también perdida como sociedad, como comunidad política. Porque la disolución de los principios de reciprocidad y redistribución, es la disolución misma de la sociedad humana como tal, como ámbito y sistema de con-vivencia política.

El desconocimiento de los vínculos y los flujos que nos ob-ligan a la Tierra, que nos hacen ser seres terrestres, con-vivientes con la biodiversidad toda, en una comunidad de comunidades, ha llevado al desconocimiento de la propia sociabilidad intra-específica. Nos hallamos en el umbral de una crucial encrucijada civilizatoria: o seguimos por la senda del mundo hobbesiano que esta crisis develó, o nos atrevemos a avanzar por la senda contraria de re-crear y cultivar la comunidad, a cultivar un mundo de solidaridades ampliadas y de reciprocidades intensas, que esta crisis también ayudó a visibilizar en los mundos re-existentes, confinados a los márgenes.

Así, lo que está en juego no es apenas el grado de autoritarismo de los sistemas políticos, sino las condiciones elementales de reproducción de vidas humanamente reconocibles como tales. No es posible detener ola de autoritarismos y pulsiones neofascistas que degradan las democracias realmente existentes, sin des-adueñar el mundo. Sin restringir radicalmente los “derechos de propiedad”. Sin desmercantilizar los dos principales flujos energéticos en los que nos va la vida, el alimento y el trabajo, y sin desmercantilizar la tierra en sí, como la fuente primaria de todas las energías.

Hoy más que nunca se hace evidente que los principales desafíos políticos son eminentemente (agro-)ecológicos.  El desafío pasa por la necesidad imperiosa de re-crearnos como comunidad política, para lo cual, resulta indispensable recomponer los flujos geosociometabólicos a fin de detener la devastación y empezar a recomponer la salud material y espiritual, de los cuerpos, de las sociedades humanas, y de la Tierra, como comunidad de comunidades. Necesitamos recuperar esa memoria ancestral que nos enseña que “producir común” es la ley de la vida, expresión de una racionalidad encarnada, arraigada; la razón justamente denegada por imperio de la Razón abstracta. Recuperar el saber transmitido por generaciones de que la salud de la tierra, de los alimentos, de los cuerpos y de las comunidades políticas forman todos una misma trama; son parte del complejo tejido de la vida.

Para (tener chances de) recuperar la democracia, necesitamos primero, sanar la Tierra. Volver a las prácticas agroculturales de cuidado, crianza, reciprocidad, mutualidad, respeto de la diversidad biológica y sociocultural. Es preciso re-aprender nuestro lugar en el mundo. Volver a re-conocer-nos como humus, hijas e hijos de la Madre Tierra, en comunión de interdependencia vital, existencial con la comunidad de comunidades bióticas que la habitan. Un camino así no es ni utópico, ni romántico, ni idealista. Es la topología de la vida que respira en los pueblos reexistentes; una topología marginal y acechada, sí, pero que confronta y nos muestra alternativas frente a la distopía hegemónica. Si tuviéramos la suficiente humildad epistémica, podríamos aprender de ellas y ellos. La situación de vulnerabilidad extrema en la que nos ha colocado un microorganismo debiera estimularnos a ello.

En su análisis sobre la crisis en curso, el investigador británico Naffez Ahmed plantea que “Superar el coronavirus será un ejercicio no solo para desarrollar la resiliencia social, sino también para reaprender los valores de cooperación, compasión, generosidad y amabilidad, y construir sistemas que institucionalicen estos valores”. Estos valores, remarca, no son simples construcciones humanas o preferencias ideológicas. Se trata en realidad de principios vitales y categorías cognitivas que orientan a la materia viviente en general en su curso de evolución y adaptación. En tanto principios ecológicos que orientan la dinámica de la evolución de la Vida en la Tierra, la reciprocidad y la solidaridad ampliada son hoy un requisito de sobrevivencia. Como ya en 1949 advertía el ecólogo norteamericano Aldo Léopold, precisamos entablar una relación ética con la Tierra, no ya para “salvar el planeta”, sino para recuperar nuestra propia condición humana. “Una ética de la tierra cambia el papel del Homo sapiens: de conquistador de la comunidad de la tierra al de simple miembro y ciudadano de ella. Esto implica el respeto por sus compañeros-miembros y también el respeto por la comunidad como tal” (“La ética de la tierra”, 1949).

Así, mientras no abramos la posibilidad de reconsiderar el estatuto ontológico, político y ético de la Madre Tierra, veremos vedado el camino hacia una sociedad plenamente democrática, que aspire de modo realista a conjugar justicia, libertad, igualdad y con-fraternidad.

En medio de tanto dolor, ante el panorama de tanto sufrimiento revelado y provocado, esta pandemia nos ha venido a ofrecer también, sin embargo, una acción terapéutica y una lección política. Nos ha mostrado el origen de nuestros males, de nuestra enfermedad civilizatoria. Pero nos ilumina también sobre caminos de sanación posibles. Nos muestra la posibilidad terapéutica de dejar de comportarnos como conquistadores y empezar a concebir-nos y comportar-nos como nobles y humildes cultivadores de la Madre-Tierra. Volver a reconocernos humus para alentar otros futuros posibles; horizontes que sean dignos de nuestro nombre.

 

*Este artículo fue originalmente publicado por secciones en www.latinta.com.ar, bajo el título de La pandemia como síntoma del Capitaloceno

**Este apartado fue escrito en co-autoría con Leonardo Rossi. Colectivo de Investigación Ecología Política del Sur –CITCA-CONICET.

[1] Agradezco al gran maestro y compañero, el Prof. Carlos Walter Porto-Goncalves, quien, en nuestras compartidas e intercambios de sentipensares, me acercara esta referencia de Levis-Strauss.

[2] Fritjof Capra, “La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos”. Barcelona: Anagrama, 1991.

[3] “El reloj, y no el motor de vapor, es la máquina clave de la moderna era industrial. (…) el reloj es una pieza de maquinaria cuyo “producto” son los segundos y los minutos. Merceda su esencial naturaleza, disocia el tiempo de los acontecimientos humanos y contribuye a generar la creencia en un mundo independiente de secuencias matemáticas mensurables: el mundo particular de la ciencia. (…) El tiempo abstracto se convirtió en el nuevo ámbito de la existencia. Hasta las funciones orgánicas acabaron reguladas por él… (…) El régimen industrial moderno podría apañárselas mejor sin el carbón, el hierro y el vapor que sin el reloj”. (Lewis Mumford, “Ensayos. Interpretaciones y pronósticos”. La Rioja: Pepitas de Calabaza, 2016 [1973].

[4] La teleonomía es la capacidad proyectiva de los organismos vivos, por la cual  –incluso en sus formas más elementales y microbióticas- sus existencias se mueven y orientan en función de objetivos adaptativos. El conocimiento de este atributo se debe a las investigaciones del biólogo molecular Jacques Monod, publicadas en su obra “El azar y la necesidad” (1970).

[5] https://news.un.org/es/story/2020/03/1471562

https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/el-positivo-impacto-ambiental-que-ha-dejado-el-coronavirus/48932

https://www.bbc.com/mundo/noticias-51713162

https://es.greenpeace.org/es/noticias/asi-ha-bajado-la-contaminacion-durante-el-estado-de-alarma-por-el-coronavirus/

[6] Nafeez Ahmed, “Coronavirus, synchronous failure and the global phase-shift”, 2020. https://medium.com/insurge-intelligence/coronavirus-synchronous-failure-and-the-global-phase-shift-3f00d4552940

Véase también: Colectivo Chuang, “Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China”, 2020 https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=1334&fbclid=IwAR36eLCYF4OenJfDDV7FvPv4B6UjzIi0MvfLeN96I0q6KMNGgJCNArIc11c

[7] Silvia Ribeiro, “El sueño de la razón: los hacendados de la pandemia”, 2020. http://www.biodiversidadla.org/Recomendamos/El-sueno-de-la-razon-Los-hacendados-de-la-pandemia

[8] Sólo en los últimos años, “entre los recientes patógenos emergentes y reemergentes de origen agrícola y alimentario, que se originan a través del dominio antropogénico, se encuentran la peste porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Reston Ebolavirus, E. coli O157: H7, fiebre aftosa, hepatitis E, Listeria, Virus Nipah, fiebre Q, Salmonella, Vibrio, Yersinia y una variedad de variantes nuevas de la gripe, incluyendo H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9 y H9N.4 y H9N” (Wallace, R.; Liebman, A.; Chavez, F.; Wallace, Rodrick, “El COVID-19 y los circuitos del capital”, 2020). https://lobosuelto.com/el-covid-19-y-los-circuitos-del-capital-rob-wallace-alex-liebman-luis-fernando-chavez-y-rodrick-wallace/

[9] Dentro de un reclamo al Estado argentino, mujeres indígenas de diversas comunidades expresaron en 2019: “Llamamos terricidio al asesinato no sólo de los ecosistemas tangibles y de los pueblos que lo habitan, sino también al asesinato de todas las fuerzas que regulan la vida en la tierra, a lo que llamamos ecosistema perceptible. Esos espíritus, son los responsables de que la vida continúe sobre la faz de la tierra y ellxs están siendo destruidos conjuntamente con su hábitat” (https://bit.ly/3cFsskA)

Hardcore/punk/metal: un paso más en la batalla // Mariano Pacheco

 Por Mariano Pacheco/ La luna con gatillo

 

Diez films recomendados en este breve ensayo, dedicado a rerevistar esa zona de confluencia entre las tres movidas musicales que supieron ser movimiento de expresión de rebeldías de las juventudes en el orden posdictatorial de la Argentina.

Este viernes 24 de abril de 2020 podrá verse el documental (aun no liberado a todo público) “Héroxs del 88”, de Luis Hitoshi Díaz, que vuelve sobre “Invasión 88”, el emblemático y controvertido compilado que en 1988 promocionó a bandas como Attaque 77 y Flema, pero también, a la más skinhead Comando suicida. Con este film cerramos la lista de diez películas recomendadas para abordar esta zona de confluencia entre las tres movidas musicales que supieron ser movimiento de expresión de rebeldías de las juventudes en el orden posdictatorial. Las otras películas con “Sucio y Desprolijo. El heavy metal en Argentina” (2015), dirigido por Paula Álvarez y Lucas Lot Calabró, que recorre la historia del metal, desde su nacimiento hasta hace apenas unos años e incluye numerosos tramos donde puede verse y escucharse a Ricardo Iorio; “Buenos Aires Hardore Punk” (2009), dirigido por Tomás Makaji, que indaga en el desarrollo de estas tendencias; “Ellos son” (2009), dirigido por Juan Rigirozzi, que cuenta la historia de la emblemática banda punk Los violadores; “Relámpago en la Oscuridad” (2014), dirigida por Germán Fernández y Pablo Montllau, que aborda la historia de Beto Zamarbide, cantante de V8 (y luego de Logos); “La H” (2012), aque traviesa bajo la dirección de Nicanor Loretti la historia de Hermética a través de sus protagonistas, con excepción de Ricardo Iorio; “Ricky Espinosa. El documental” (2015), de Juan Pablo Duarte, que aborda la vida del cantante de Flema, quien se suicidó en 2002; “Voces de Revolución”, el más reciente de los documentales aquí citados que ya circulan liberados en internet, que se estrenó en diciembre de 2019. Dirigido por Tomás Makaji, el film parte de la experiencia de Existencia de Odio (E.D.O), la primera banda del género en el país, para introducirse luego en lo que fue el denominado Buenos Aires Hard Core, movimiento que es también abordado en “Grita. Buenos Aires Hard Core 90-95” (2018), de Yago Blanco. Por último, en la lista seleccionada aparece el capítulo 1 de “Desakato a la Autoridad. Relatos de Punks en Argentina (1983-1988)”, el documental dirigido por Tomás Makaji y Patricia Pietrafesa (actual Kumbia Queers), sobre la escena punk, más allá (y más acá) de la música y los recitales, retomando toda la experiencia contracultural vinculada a los fanzines, las ferias, la filosofía anarquista, las protestas y las denuncias contra el abuso policial.

 

 

I-

El metal, como el punk rock y el hardcore, implicaron a inicios de los años noventa del siglo pasado, para muchos de nosotros (y nosotras), un verdadero grito de guerra contra el sistema, una suerte de contracultura suburbana contra la Cultura Careta que proponía el menemismo. Una cultura Anti-rebaño que, a la vez que congregaba y gestaba comunión entre pares, combatía los modos de homogeneización cultural que proponía el Nuevo Orden Mundial.

Son los años de recambio del punk: de Los violadores como gran banda del género a la proliferación de decenas de “banditas” de menor escala, de Flema a Dos minutos, de Sin Ley a Superuva, con Todos Tus Muertos en proceso de transición desde ese extraño punk rock que sonó en sus dos primeras producciones –“TTM” en 1988, y “Nena de Hiroshima” en 1991– hacia otros ritmos con los que seguirá luego de su tercer disco, “Dale aborigen” (1996); también son los años de emergencia (transitoria, por cierto), del fenómeno hardcore, el más fugaz de los tres movimientos.

Con Existencia de Odio como pionera de lo que pronto sería el Buenos Aires Hard Core, el género encuentra en Argentina a la primera banda en Latinoamérica en sacar a las calles un disco (“Religión”, 1991), que además cuenta con las canciones en castellano.  Formada a fines de 1988, inspirada en Agnostic Front (banda de cuyo tema “Existence of hate”, del disco “Cause for alarm”, obtienen el nombre), EDO es más metalera de las bandas  hardcore local.

 

 

II-

Los demos en casetes y algunos pocos videos piratas con filmaciones de recitales se tornaron fundamentales para expandir la movida hardcore en Argentina. También el boca en boca con la recomendación de cada fecha. Al menos hasta que las bandas fundamentales del Buenos Aires Hardcore grabaran, el compilado “Mentes abiertas”, y luego sus primeros discos.

Por eso ese sábado 15 de agosto de 1992 no fue un día ni una noche más en las vidas de decenas de jóvenes del Conurbano y las barriadas porteñas como Catalina Sur, porque el Buenos Aires Hardcore tenía su momento cumbre en la grabación de ese disco.

Con la excepción de Minoría activa, el resto de los grupos tenía como rasgo distintivo el hecho de ser identificadas con siglas, como como muchas organizaciones revolucionarias de los años 70 (ERP; FAR), y como lo harían años después los nuevos movimientos sociales (MTD; MTR; CTD): NDI (No Demuestra Interés), BOD (Buscando Otra Diversión) y EDO (Existencia de Odio) eran las tres bandas de hardcore que, junto con DAJ (Diferentes Actitudes Juveniles) se unieron con las bandas punks IDS (Inminente Destrucción Social), Venganza, Krisis Nerviosa, y la ya emblemática  2 Minutos, de Valentín Alsina, para dar un paso pionero.

“Hardcore es una cultura, que no acepta posturas estupidas./ Hardcore es lo que necesitas, para tus ideas poder expresar./ Hardcore es lo que tenemos, para luchar contra lo que no queremos./Hardcore es la unión, de ideas de los jóvenes de hoy….”, cantará DAJ por aquellos días.

NDI fue sin lugar a dudas una de las grandes bandas de aquellos días. Sus ritmos pegadizos, su mezcla de canciones “al palo” con otras más lentas, permitían combinar a la perfección el pogo, el mosh y el slam. Además lograba construir figuras poéticas poderosas y un mensaje que no dejaba de interpelar (“¿Pero tus ideas donde están?/ Debes quitarte el uniforme”).

El hardcore permitía hacer manada, reunir a través de una pasión, un ritmo y una forma determinada de vestir a los parias del modelo neoliberal, esas juventudes hijas de las calles, que nos amuchábamos en esquinas y plazas, y que hacíamos del vagar por ahí (muchas veces en skate) una forma de expresión, un modo de ejercer la libertad.

Si la economía y la política se globalizaba en medio de un avance atroz del neoliberalismo, ¿por qué no lo iban a hacer los ritmos musicales y las formas de vestirse? En Don Bosco estaba una de las pocas rampas de skate de la zona sur del conurbano, y allí asistían skaters de numerosas localidades. Y el hardcore, qué duda cabe, encontró en los skaters a sus primeros receptores en Argentina. Entonces el mundo skaters estaba ligado a cierto mundo popular de las juventudes de los hijos de las clases trabajadoras y populares del Conurbano. Incluso bandas punks, como Flema –que había sido parte del compilado Invasión 88— tenían canciones como “Fernando anda en skate”. Será Minoría activa, de todos modos, quien supo combinar la adrenalina del viento en la cara con los ritmos del hardcore y va a inmortalizar una canción dedicada al arte de la patineta (“La cuidad nos ofrece/ un poco de diversión,/ con la mente alejada,/ el cuerpo lleno de emoción./ S/ kate/ está llena de emoción/ Skate/kate/kate 100% diversión).

A fines de 1991 había salido Point Breack, el film estadounidense dirigido por Kathryn Bigelow que en Argentina vimos bajo el nombre de Punto límite. El film me impactó mucho en el piberío del Conurano, no tanto por la aventura de robar bancos disfrazados con máscaras que imitaban los rostros de presidentes yanquis (que tenía su encanto libertario) sino sobre todo por la sensación de libertad que se podía ver experimentar a los asaltantes, que se desplazaban de un sitio a otro siguiendo el ritmo de la música que escuchaban, pero por sobre todas las cosas, el movimiento de las olas del mar que seguían con sus tablas de surf. Obviamente, el desplazamiento por las calles sobre una tabla de ruedas con rulemanes era lo más parecido que un pibe de clase media baja o proletaria podía experimentar en el Conurbano.

Fueron tiempos, asimismo, de proliferación de juntadas en garajes vacíos, porque ni autos para estacionar había ya en muchas casas de familias trabajadoras (ahora sin trabajo) y de clase media (ahora venidas abajo), y esos sitios se caracterizaban –en general– por acumular cajas, y –a veces– por servir de cueva de pibes y pibas –en la mayor parte de los casos pibes– que comenzaban a formar sus bandas: hardcore, pero también de punk, de metal, de rock en general.

Zapatillas de colores, gorritos, camisas a cuadros arriba (y no debajo), de los buzos con capucha, marcaron en el naciente hardcore una estética más alegre y colorida que la negra de borcegos y cueros, jeans y tachas que inspiraba tanto al metal como al punk rock. Ritmos veloces, baterías en algunos casos con doble pedal, temas cortos y también melódicos, más alegres en general que las canciones punks o del metal, el hardcore se instaló con fuerza en esos primeros años de la década del noventa, al menos en Buenos Aires.

 

 

III-

Para quienes nos antecedieron, en esos años de transición política que también fueron de pasaje para el metal –fundamental, aunque no exclusivamente, de V8 a Hermética–, la década del ochenta fue terriblemente más cruda, y más violenta que la de los noventa: de Malvinas a la hiperinflación, la precarización del mundo proletario se dio a pasos agigantados, y como tan bien han estudiado los integrantes del GIIHMA (Grupo de Investigación Interdisciplinario del Heavy Metal Argentino), el pasaje de la dictadura a la “democracia” (castrada, de la derrota, como la caracterizarán los pensadores Alejandro Horowicz y León Rozitchner), suele obviar la violencia policial, sobre todo contra la juventud obrera de las grandes ciudades del país. Mientras un rock descafeinado le canta loas a una abstracta paz, las brigadas metálicas emergen en escenarios que suelen compartirse con las bandas punks.

“Un discurso tremendamente punk con un sonido metalero”, dice el Ruso Verea en uno de los films recomendados, cuando tiene que referirse a V8. Son ritmos, mensajes y estéticas que ayudan a sobrevivir, porque convidan a resistir la adversidad. Reflexiona Verea: “Eso de la estética también está ligado a sobrevivir. Sobrevivís a la cana, que te elije (‘Usted venga para acá’); sobrevivís a la familia (“¡Mira lo que me salió! ¡Mirá lo que es este hijo de puta!’). Te lo dicen tus propios viejos, con tus amigos, con tus familiares, con los amigos de ellos; en el barrio, la condena a tus padres (‘¡Qué raro tu hijo! ¿Se droga, no?’). Entonces vos vas sobreviviendo a infinidad de cosas que tienen que ver con cómo te aprieta, ye aprieta. ¿Entonces? Luchamos por el metal. Y es un paso más en la batalla. ¿Entendés?”.

Con la sencillez y la pasión que lo caracterizan, el Ruso Verea grafica con su frase sobre V8 algo que puede considerarse una constante, al menos, en las dos primeras décadas de posdictadura en la Argentina: la zona de confluencia entre el punk y el metal. En “Relámpago en la oscuridad” puede verse a Alberto Zamarbide (cantante de V8, y luego de Logos) compartir escenario con Attaque 77; también un testimonio de Piltrafa (cantante de Los violadores), dando cuenta de estas intersecciones. Asimismo, podríamos recordar que el mismísimo Ricardo Iorio graba con su voz una introducción al tema “El último vaso de vino”, de Flema (en el disco “Si el placer es un pecado… Bienvenidos al infierno”, de 1997), mientras que a Ricky puede vérselo con remeras con el rostro de Iorio en mas de una oportunidad.

La extensa estadía de Pil en Perú desde fines de los años noventa, el suicidio de Ricky en 2002 y el carácter “menor” de las bandas punks que siguieron en escena, sumado a que el género no se ha operado un recambio etario, hicieron del punk rock un fenómeno que quizás culmina con el siglo XX, ya que encontrará serias dificultades a la hora de seguir intentando ser un actor de la contracultura en el siglo XXI. Algo similar sucedió con el hardcore, cuya vida fue –a diferencia del punk– mucho más efímera, diferente a lo acontecido con el metal, cuyo “padre fundador” sigue en pie, aunque con una deriva que para muchos tiene poco o nada que ver con sus orígenes, el espíritu rebelde y el carácter urbano/proletario de su desarrollo (Iorio intercambió la potencia de interpretar e interpelar a franjas amplias de las juventudes del proletariado urbano, narrando sus desdichas y esperanzas, por un conservadurismo religioso, patriotero y rural, en un país donde tres cuartas partes de la población se concentra en las grandes ciudades y la mitad de la población en la ciudades de Buenos Aires, La Plata y las urbes del Conurbano; Iorio parece ser hoy por hoy una suerte de cantautor/payador con ribetes reaccionarios: antifeminista, de un nacionalismo sin trasfondo popular, con aspiraciones a sostener vínculos con “la tierra” y el imaginario rural en el peor de los sentidos). Así y todo, entre Iorio, y el resto de los ex V8 y ex Hermética que están vivos y permanecen en el país (sólo Osvaldo Civile falleció a fines de los noventa; y Zamarbide permaneció varios años viviendo en Estados Unidos, pero luego regresó al país, e incluso en 2012 compartió escenario con Iorio, contra todo pronóstico, en el marco del festival por los 30 años de V8) estos metaleros de la primera hora sostuvieron una escena en donde, además de Almafuerte, fueron nombres destacados los de Logos, Horcas y Malón. Además, en lo que va del siglo han emergido formaciones de renombre. Las más importantes, según Emiliano Scaricaciottoli, ANIMAL, y luego Carajo (“La banda de metal del siglo XXI”, según Diegga Caballero tituló su texto para el libro Parricidas, del GIIHMA), y más contemporáneamente Los antiguos (de quien Scaricaciottoli destaca la figura del Pato Larralde, sobrino del cantautor José, tan rescatado por Iorio).

 

***

Por lo que puede verse en las calles de las grandes ciudades del país, y en los multitudinarios recitales, el público metalero es extenso en cantidad, y diverso en edades (con casos en donde los actuales adolescentes y jóvenes comparten la pasión ya no con tíos, primos o hermanos mayores, sino incluso con sus padres, que no entendieron el heavy como una rebeldía de juventud, sino como una música a escuchar, y una dinámica de vida a sostener aún en la etapa de adultez).

En “Sucio y desprolijo. El heavy metal en Argentina”, puede escucharse al periodista Frank Blumetti decir:

“No se si el heavy metal ganó la batalla. En algún sentido parece muy absorbido,  muy cerrado sobre sí mismo… Pero me parece válido, en el fondo es la caja de pandora, que quede la voluntad de combatir, la voluntad de oponerse, la voluntad de cuestionar y de pensar por ende eso se mantenga. Si la música ésta ayuda a que eso se mantenga me parece muy válido, y si al final de la meta nos espera el precipicio, bueno, habremos llegado con cierta dignidad, espero”.

El Ruso Verea, por su parte, argumenta en el mismo film: “La calle es de la gente. Si hay algo que han logrado es que nos vayamos de la calle….”. Y agrega: “Cromagñon para el poder, para el sistema, para el esquema fue la gran excusa, para cortar y coartar. Nosotros crecíamos en los agujeros; traspirábamos en los agujeros; nos mirábamos y decíamos: ‘esto está bueno, esto es una mierda’…”.

Y refiere a esos antros, como Cemento (experiencia que también cuenta con un libro y un documental que puede verse en youtube) como reductos de sociabilidad, de formación, de educación sentimental, donde no sólo se escuchaba música, sino en donde también quienes asistíamos sabíamos que allí alguien podía recomendarnos otras bandas, o libros y revistas. “Un caldo de cultivo que molesta”, insiste el Ruso, quien llama a estar otra vez en las calles y en los lugares, pero en un “operativo retorno” que sea inteligente, en el que no nos dejemos llevar “por la estupidizacion”.

Después de más de una década en donde se produjo un “retorno de los dinosaurios”, el interrogante que introduce el periodista Martín Rodríguez en su libro “Orden y progresismo. Los años kirchneristas” (“¿El kirchnerismo mató al rock?”), no dejan de inquietar (nos). Obviamente, si hubo deceso fue por un mix entre asesinato y suicidio, no lo vamos a negar. Y la Plaza de Mayo del 10 de diciembre de 2019 (a la que muchos asistimos, entusiasmados, con la voluntad de festejar al menos transitoriamente la derrota electoral de un proyecto abiertamente neoliberal, reaccionario), no dejó de ser llamativa respecto de las figuras del rock allí presente, y sus edades (las excepciones provinieron de un campo más difícil de encuadrar en el rock, y fueron mujeres como Malena D Alessio –ex Actitud María Marta– y Sara Hebe, ambas mucho más jóvenes que el promedio de los “rockeros”).

El kirchnerismo, en su afán progresista y derecho-humanista, priorizó durante la larga década pasada una visibilidad del espectro del “rock pacifista” de los ochenta, e incluso del añejo cancionero de protesta anterior: así, de Fito Páz a Teresa Parodi, de León Gieco a Piero, ese estilo fue la marca distintiva del ritmo, la estética y el promedio de edad del sonido progresista de la época (con excepción de Los Redondos, que extrañamente se transformaron en la cortina de fondo de un oficialismo que encontró, cultivó y expandió una mística juvenil al ritmo del pogo más grande del mundo). Respecto del promedio de edad y de la capacidad de “trasvasamiento generacional”, de todos modos, el metal y el punk tampoco supieron hacer una excepción.

Pero queda claro que tanto el punk como el metal –y el hardcore, más allá de su efímera existencia, como movimiento que osciló entre ambos, con una estética más colorida y movimientos skaters más afines a una búsqueda de experimentar la diversión–, como citamos que dijo Blumetti en uno de los films-documentales, estos movimientos dejan un importante legado para las generaciones desobedientes, insumisas, rebeldes que puedan venir: “la voluntad de combatir, la voluntad de oponerse, la voluntad de cuestionar y de pensar”. Serán ellas las que tengan que dar “un paso más en la batalla”, las que definan si hay recambio para seguir luchando aún por el metal (y el hardcore, y el punk-rock). Para seguir diciendo “No”. Porque mientras haya injusticias, y explotación, dominación y esclavitud, hará falta que exista “gente que no” (“Existimos porque resistimos”, dice algún grafitti que puede verse aún en las calles de este país). Porque el rock –si al fin y al cabo queremos seguir usando este concepto para englobar las distintas vertientes a las que nos hemos referido–, si es rock auténtico, será impugnación. Porque como dijo el Ruso Verea: “cuando el rock dice Sí es entretenimiento”.

Y para entretenimiento ya existen numerosas mercancías producida por esa gran maquinaria que es el Triste Mundo del Espectáculo.

 

 

Para ver online los films de manera gratuita (Listado)

 

1- Sucio y Desprolijo. El heavy metal en Argentina
https://youtu.be/Nk1eenitRGw

2- Buenos Aires Hardore Punk

https://youtu.be/rtZjKpKjznM

3- Ellos son

https://www.youtube.com/watch?v=nARHjn0o2JU

4-  Relámpago en la Oscuridad
https://youtu.be/e-54y4s_4lw

5- La H
https://youtu.be/4vAih3Axnsk

6- Ricky Espinosa. El documental

https://www.youtube.com/watch?v=EN5So4SgiBM

7- Voces de Revolución
https://youtu.be/LUqGiTgqYKU

8- Grita. Buenos Aires Hard Core 90-95

https://www.youtube.com/watch?v=JeoEKLAmYIo&feature=youtu.be&fbclid=IwAR0zON9vXDhbYf_y0zcNch2Hgb7J0UJPlcV6HFKYFUd45G5p_55eeQOr-aA

 

9- Desakato a la Autoridad- Capítulo I
https://youtu.be/eqXpTu0jGhE

 

10- Heroxs del 88

https://www.youtube.com/channel/UCAJDakYsX3gLqkUMZebJRNg

 

 

La plaga negra / / Keeanga-Yamahtta Taylor

La activista y docente universitaria doctorada en estudios afroamericanos analiza cómo afecta el coronavirus a las comunidades negras en Estados Unidos. Su libro “De #BlackLivesMatter a la liberación negra” fue editado en Argentina, en conjunto con Traficantes de Sueños.

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Los funcionarios públicos lamentan la forma en que el coronavirus está sumiendo a las comunidades negras. La pregunta es, ¿qué están preparados para hacer al respecto?

El antiguo aforismo afroamericano “Cuando la América blanca se resfría, la América negra contrae neumonía” ha tomado un nuevo giro morboso: cuando la América blanca contrae el nuevo coronavirus, los estadounidenses negros mueren.

 

Miles de estadounidenses blancos también fallecieron a causa del virus, pero la velocidad con la cual los afroamericanos están muriendo transformó esta crisis de la salud pública en una lección objetiva sobre la desigualdad racial y de clase. Según un informe de Reuters, los afroamericanos son más propensos a morir de COVID-19 que ningún otro grupo de EE.UU. Aún es temprano el curso de la pandemia, y los datos demográficos son incompletos, pero una visión parcial es suficiente para sugerir una seria reflexión sobre esta cosecha amarga del racismo estadounidense.

 

Louisiana, con más de veintiún mil infectados reportados, ha sido el número más alto de casos de coronavirus por fuera del Northeast y Midwest. Cuando el gobernador del estado, John Bel Edwards, anunció recientemente que comenzaría a proporcionar datos sobre los desgloses raciales y étnicos de los fallecidos, incluyó el sombrío reconocimiento de que los afroamericanos, el 33% de la población de Louisiana, comprenden 70% de los muertos.

 

La pequeña ciudad de Albany, Georgia, a 200 millas al sur de Atlanta, fue sede de un enfrentamiento heroico de derechos civiles entre los residentes negros de la ciudad y su jefe de policía blanco a principios de los años sesenta. Hoy existen más de 1.200 casos confirmados de COVID-19 en el condado, y hay al menos 78 personas han muerto. Según informes recientes, el 81% de los muertos son afroamericanos.

 

En Michigan, los afroamericanos representan el 14% de la población estatal, pero actualmente, comprenden el 33% de infectados confirmados y el 40% de las muertes. El 26% de los infectados y 25% de las muertes del estado son de Detroit, una ciudad que es un 79% afroamericana. El COVID-19 también está devastando los suburbios de la ciudad que tienen grandes poblaciones negras.

El virus ha sacudido a los afroamericanos en Chicago, quienes cuentan con el 52% de los casos confirmados de la ciudad y un alarmante 72% de las muertes, superando con creces en la proporción de la población de la ciudad.

Como muchos ya han notado, este macabro repaso refleja el hecho de que los afroamericanos tienen más probabilidades de tener condiciones de salud preexistentes que hacen el coronavirus, particularmente mortal. Esto es ciertamente verdadero. Estas afecciones -diabetes, asma, enfermedades de corazón y obesidad- son factores críticos, y apuntan a la persistencia de la discriminación racial, que durante mucho tiempo ha aumentado la vulnerabilidad de los negros a la muerte prematura, como ha dicho la experta Ruthie Wilson Gilmore durante años. El racismo, como herencia de la esclavitud norteamericana, ha disminuido casi todas las chances de vida de los afroamericanos. La población negra es más pobre, más propensa a estar subempleada, condenada a viviendas deficientes y a una atención médica inferior debido a su raza. Estos factores explican por qué los afroamericanos tienen un 60% más de probabilidades de haber sido diagnosticados con diabetes que los estadounidenses blancos, y por qué las mujeres negras tienen un 60% más de probabilidades de tener presión arterial alta que las mujeres blancas. Tales disparidades de salud son marcadores de desigualdad racial tanto como el encarcelamiento masivo o la discriminación en la vivienda.

 

Es fácil simplemente señalar la prevalencia de estas afecciones de salud entre los afroamericanos como la explicación más importante para sus crecientes tasas de mortalidad. Pero también es importante reconocer que la vulnerabilidad negra ha aumentado especialmente por la continua ineptitud del gobierno federal en respuesta al coronavirus. La creciente carnicería en la América de Trump no tuvo que suceder en la medida en que lo hizo. La prueba de COVID-19 sigue siendo desesperadamente inconsistente y no disponible, con el acceso desglosado según las líneas predecibles. En Philadelphia, un científico de la Universidad de Drexel descubrió que, en códigos postales con una «menor proporción de minorías y mayores ingresos», fueron administradas un mayor número de pruebas. En códigos postales con un mayor número de residentes desempleados y sin seguro, hubo menos pruebas. En conjunto, las pruebas en vecindarios de mayores ingresos son seis veces mayores que en vecindarios más pobres.

Las pruebas inconsistentes, en combinación con las constantes denegaciones de la Casa Blanca sobre la amenaza del virus, exacerbaron la terrible falta de preparación para esta catástrofe. Con una coordinación más temprana, los hospitales podrían haber adquirido el equipo necesario y el personal adecuado, evitando potencialmente la embestida que ha ocurrido. Las consecuencias son devastadoras. En el área de Detroit, donde la enfermedad está aumentando, alrededor de 1.500 trabajadores hospitalarios, incluidas quinientas enfermeras de Beaumont Health (el sistema hospitalario más grande de Michigan) están fuera del trabajo con síntomas de COVID-19. Al principio de la crisis, en el Hospital Mount Sinai de la ciudad de Nueva York, las enfermeras se vieron obligadas a usar bolsas de basura para su protección. En todo el país, se les pide a los proveedores de atención médica que racionen las máscaras faciales y los escudos, aumentando dramáticamente el potencial de su propia infección y, por lo tanto, aumentando la tensión en los hospitales ya sobreextendidos.

 

La ola inicial de muertes negras desproporcionadas fue acelerada por la mala conducta de Trump, pero las muertes por venir son el resultado predecible de décadas de desinversión y negligencia institucional. A mediados de marzo, Toni Preckwinkle, presidente de la Junta del Condado de Cook en Illinois, que abarca Chicago, lamentó la crisis del COVID-19 y proclamó que «estamos todos juntos en esto», pero, semanas después, cerró la sala de emergencias del Hospital público de previsión en el predominantemente negro South Side. Preckwinkle afirmó que el cierre duraría un mes y fue una respuesta a un solo trabajador de la salud infectado con el virus. Dejó de lado el hecho de que las enfermeras, los médicos y otros trabajadores de la salud han dado positivo por COVID-19 en todo el país, y sus instalaciones no han sido cerradas. Es una decisión que simplemente no podría haberse tomado, en medio de una pandemia histórica, en ninguno de los barrios blancos y ricos de la ciudad en el lado norte.

Mientras tanto, en la prisión del condado de Cook, 323 reclusos y ciento noventa y seis oficiales correccionales han dado positivo por COVID-19. Como resultado, los funcionarios no solo no cerraron la cárcel del condado, sino que aún no han liberado a un número significativo de personas encarceladas, a pesar de que la instalación tiene la mayor densidad de casos de COVID-19 en Chicago. Estos son los tipos de decisiones que explican por qué existe una diferencia de treinta años en la esperanza de vida, en la misma ciudad, entre el barrio negro de Englewood y el barrio blanco de Streeterville. También son solo los últimos ejemplos de las formas en que el racismo es el resultado final de las decisiones que toman los funcionarios del gobierno, independientemente de sus intenciones. Preckwinkle es afroamericana y presidenta del Partido Demócrata del Condado de Cook, pero sus decisiones con respecto al Hospital Provident y la Cook County Jail aún herirán profundamente a los afroamericanos en Chicago.

 

La rapidez con que la pandemia ha consumido a las comunidades negras es impactante, pero también proporciona una mirada sin barnizar de la dinámica de raza y clase que existía mucho antes de que surgiera. La conversación más inútil en los Estados Unidos es el debate sobre si la raza o la clase son el principal impedimento para la movilidad social afroamericana. En realidad, no pueden ser separadas una de otra. Los afroamericanos están sufriendo esta crisis no solo por el racismo sino también por la forma en que la discriminación racial los ha atado al fondo de la jerarquía de clases de los Estados Unidos.

Desde la emancipación, el racismo ha reforzado las dificultades económicas de los negros. Esa dificultad se expresa a través de la concentración de afroamericanos en trabajos de salarios bajos, muchos de los cuales ahora son, irónicamente, considerados «esenciales». Según un informe del Times, Annie Grant, una mujer negra de 55 años que trabajaba en la planta avícola Tyson Foods en Camilla, Georgia, dijo que sufría fiebre y escalofríos, y les dijo a sus hijos que se le ordenó regresar al trabajo a pesar de presentar síntomas del virus. A principios de este mes, murió de COVID-19. Dos trabajadores más de la planta han muerto, y otros se ha quejado de la falta de equipo de protección y la dificultad de distanciamiento social allí, pero Tyson la ha mantenido abierta. (Un portavoz de Tyson Foods dijo que la compañía instituyó protección para los empleados, incluido «un suministro adecuado de mascarillas protectoras para los trabajadores de producción»). Cuando el vicepresidente Mike Pence habló sobre el papel del trabajo esencial y de los bajos salarios en medio de un brote cada vez mayor en las plantas procesadoras de alimentos, dijo: «Están prestando un gran servicio a los norteamericanos, y necesitamos que continúen, como parte de lo que llamamos infraestructura crítica, deben presentarse y hacer su trabajo».

Las amenazas cruzadas de hambre, desalojo y desempleo llevan a los afroamericanos pobres y de clase trabajadora hacia la posibilidad de infección. Menos del 20% de los afroamericanos tienen trabajos que les permiten trabajar en sus hogares. Los trabajadores negros están concentrados en trabajos públicos -transporte público, atención médica domiciliaria, venta minorista y servicios- donde el distanciamiento social es virtualmente imposible. Y luego, está la concentración de afroamericanos en instituciones donde el distanciamiento social es imposible, incluidas las cárceles y los refugios para personas sin hogar. Los afroamericanos representan la mayoría de la población en las cárceles y de la población sin techo. El 46% de los afroamericanos perciben el COVID-19 como una «amenaza mayor» para su salud y, sin embargo, raza y clase se combinan para poner en peligro a los negros. Estos números son la crisis envuelta dentro de la pandemia.

La pobreza, a su vez, refuerza los supuestos ideológicos sobre la raza. Cuando los barrios negros de clase trabajadora tienen altas tasas de vivienda deficiente y manutención escasa, y las comunidades negras tienen dietas pobres y obesidad generalizada, estas características se combinan con la raza. Racializar la pobreza ayuda a distraer de los factores sistémicos en los cimientos de la desigualdad racial y económica. En cambio, hay un exceso de atención en el diagnóstico y reparación de afroamericanos supuestamente dañados. El 10 de abril, el cirujano general de Trump, Jerome Adams, que es negro, instruyó a las comunidades afroamericanas y latinas a evitar el alcohol, el tabaco y las drogas durante la pandemia. En una oda paternalista familiar, Adams aconsejó: “Necesitamos que hagas esto, si no es por ti mismo, entonces por tu abuela. Hazlo por tu abuelo. Hazlo por tu “big mama”. Hazlo por tu pop-pop[1] «. Añadió: «Necesitamos que mejores».

Estos comentarios fueron un recordatorio de cómo el enfoque en las comorbilidades que acompañan a COVID-19, como la diabetes y la hipertensión, puede transformarse fácilmente en discusiones sobre los hábitos alimenticios y de ejercicio de la clase trabajadora negra. Pero esa es una discusión irresponsablemente unilateral, una que ignora las comorbilidades de los desiertos alimentarios, los rendimientos decrecientes de los cupones de alimentos y la depresión y la alienación que cubren los barrios negros pobres y de clase trabajadora. No es la ausencia de fuerza de voluntad lo que está alimentando los efectos mortales de la pandemia en las comunidades negras. Y el impacto desproporcionado del virus no es causado por una barrera del idioma que requiere que se hable con los afroamericanos con «lenguaje específico», como explicó más tarde Adams.

Los comentarios de Adams fueron también un recordatorio de que, incluso cuando la pobreza no es el problema, el racismo o las suposiciones racialmente inflexionadas sobre los afroamericanos influyen en la forma en que son atendidos dentro de la industria del cuidado de la salud. Las mujeres negras no solo tienen tres veces más probabilidades de morir en el parto que las mujeres blancas, sino que las tasas de mortalidad de las mujeres negras con educación universitaria en el parto son más altas que las de las mujeres blancas con solo un título de secundaria. Los estereotipos de los afroamericanos como gordos y perezosos, despreocupados e imprudentes, impetuosos, irresponsables y, en última instancia, indignos, se absorben en la conciencia del público en general, los proveedores de atención médica incluidos. Estos estereotipos están enraizados en las percepciones erróneas de la vida de los negros pobres y de la clase trabajadora, pero, dado que la raza es ampliamente considerada como biológicamente basada en nuestra sociedad, incluidos los médicos, se supone que son características heredadas por todas las personas negras. En una serie de estudios publicados en 2017, los investigadores encontraron «una preferencia implícita por los pacientes blancos, especialmente entre los médicos blancos». Otro estudio reveló que los médicos creían que los pacientes blancos eran más cooperativos desde el punto de vista médico que los pacientes afroamericanos. Un estudio de 2016 de estudiantes de medicina y residentes encontró que casi la mitad de ellos cree que existen diferencias biológicas entre los cuerpos negros y los blancos, incluida la falsa noción de que las terminaciones nerviosas de las personas negras son menos sensibles que las de los blancos. Estos hallazgos pueden dar una mejor idea de un estudio más reciente que mostró que los pacientes negros tenían un cuarenta por ciento menos de probabilidades de recibir medicamentos para aliviar el dolor agudo.

 

La discriminación contra los pacientes afroamericanos está tan arraigada en las prácticas de atención médica que un estudio nacional reveló que, incluso cuando los hospitales y las aseguradoras confiaban en un algoritmo para administrar la atención, los pacientes afroamericanos recibían en promedio mil ochocientos dólares menos de atención por año que pacientes blancos con las mismas condiciones crónicas de salud. Los afroamericanos tenían que estar más enfermos que los blancos antes de ser referidos para recibir ayuda más especializada. No es solo la pobreza lo que lleva a diagnósticos erróneos y atención inconsistente, sino también el profundamente arraigado supuesto de que los cuerpos negros están estropeados y, por lo tanto, son desechables.

No son solo los nombrados por Trump los que hacen declaraciones condescendientes o ignorantes. Incluso una incondicional liberal como la alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot, no es inmune a la fijación en las percepciones de complicidad negra en los malos resultados de salud. En respuesta a los informes sobre las muertes de negros por el coronavirus, Lightfoot dijo: «No podremos borrar décadas de disparidades de salud en unos días o una semana, pero tenemos que impresionar a las personas en estas comunidades. Hay cosas que se pueden hacer: existen herramientas a su disposición que se pueden usar para ayudarse a sí mismos, pero tenemos que mencionarlo tal como está y asegurarnos de que tengamos una respuesta muy sólida y de varios niveles ahora y en el futuro, y lo haremos.»

¿Cuáles son las «herramientas» a disposición de las comunidades negras en Chicago que les permitirían «ayudarse a sí mismas» a salir de la crisis del COVID-19? Lightfoot no dio más detalles, pero esto suena como un lenguaje cargado que traslada la culpa de las disparidades de salud negras a los barrios negros segregados de Chicago. Los comentarios de Lightfoot subestiman la dificultad de lograr una buena salud y bienestar al tiempo que combaten las fuerzas del subempleo, los desalojos y la violencia policial, todo lo cual define gran parte de la vida de la clase trabajadora negra en Chicago. La tasa general de desempleo para jóvenes hombres y mujeres negros en Chicago es del treinta y siete por ciento, en comparación con el seis por ciento de sus pares blancos. Ciertamente es más fácil promover estas misteriosas «herramientas» que enfrentar la crisis de desinversión y desempleo en la ciudad que ha durado décadas, pero eso es realmente lo que se necesita para cambiar estas circunstancias.

Hay una consecuencia adicional de dejar que la crisis del coronavirus caiga en un enfoque limitado sobre las elecciones personales de los afroamericanos. La suposición de que si ellos simplemente cambian su comportamiento personal, entonces pueden unirse a las filas de los aptos y saludables, ignora los problemas sistémicos que han creado una crisis general de salud y bienestar y acceso a la atención médica en los Estados Unidos. El problema que enfrentan las personas negras no es sólo la exclusión de una atención médica adecuada, con la inclusión como la cura. Pedir simplemente «acceso igualitario» puede reforzar la percepción de que el problema es solo el de la exclusión, cuando el problema más profundo es la propia sociedad estadounidense.

 

Cuando James Baldwin, en su mordaz libro de 1963 «The Fire Next Time», planteó la pregunta de si los afroamericanos debían integrarse en la «casa en llamas» de los Estados Unidos, argumentó que la pregunta exigía una mirada más profunda a la sociedad estadounidense. Baldwin escribió: “En general, los blancos no pueden ser tomados como modelos de cómo vivir. Más bien, el hombre blanco necesita con urgencia nuevas normas que lo liberen de su confusión y lo coloquen nuevamente en fructífera comunión con las profundidades de su propio ser. Y repito: el precio de la liberación de los blancos es la liberación de los negros: la liberación total, en las ciudades, en los pueblos, ante la ley y en la mente».

El racismo ha significado que casi la totalidad de los afroamericanos sufren en mayor medida que el conjunto de los estadounidenses blancos. Pero, en los últimos años, ha habido múltiples informes que muestran que la esperanza de vida de la persona blanca promedio va en reversa. Esto normalmente no sucede en el mundo desarrollado. Pero, en este país, este fenómeno es impulsado por el alcoholismo, el abuso de opioides y el suicidio. Lejos del privilegio blanco, este es el pathos blanco.

El acceso desigual a la atención médica puede ser importante en el contexto inmediato de la pandemia, pero esto por sí solo no nos dice mucho sobre la crisis general de la atención médica con fines de lucro en los Estados Unidos. Tampoco nos dice mucho sobre las crisis sociales a gran escala de los EE. UU. que respaldan los problemas particulares de salud de los afroamericanos y los estadounidenses blancos. Un vistazo sobre estas grandes crisis fue provisto por la Naciones Unidas en 2017, cuando sus investigadores entrevistaron a personas en varias ciudades sobre la pobreza en los Estados Unidos. El informe concluyó que “Estados Unidos ya lidera al mundo desarrollado en la desigualdad de ingresos y riqueza, y ahora está avanzando a toda máquina para hacerse aún más desigual… Las altas tasas de pobreza infantil y juvenil perpetúan la transmisión intergeneracional de la pobreza de manera muy efectiva y aseguran que el sueño americano se este convirtiendo rápidamente en la ilusión estadounidense.” Estados Unidos tiene las tasas de mortalidad infantil y juvenil más altas entre los países ricos. Los ciudadanos estadounidenses viven vidas «más cortas y enfermas» que las de otras naciones democráticas prósperas.

Cuando los funcionarios públicos lamentan la forma en que COVID-19 está afectando a las comunidades negras, la pregunta más importante es, ¿que están preparados para hacer al respecto? La respuesta inmediata debería ser la rápida expansión de Medicaid y Medicare. Pero el acceso a la atención médica es solo una pequeña parte de la dinámica que compromete la salud de los afroamericanos. Las buenas prácticas de atención médica también deben incluir el alivio de la amenaza y el estrés de los desalojos. Las mujeres negras constituyen alrededor del 44% de los desalojados de sus hogares en áreas urbanas; como resultado, experimentan desproporcionadamente la falta de vivienda y la depresión y, en casos extremos, acaban suicidándose. Una buena atención médica significa trabajos mejor pagados que permiten a las mujeres negras y sus familias preocuparse menos por las facturas mensuales y los costos del cuidado y educación de los niños. Las mujeres negras en Louisiana, el estado donde los afroamericanos enfrentan las tasas de mortalidad más altas de COVID-19, ganan cuarenta y siete centavos por cada dólar que ganan los hombres blancos.

Periódicamente sufrimos crisis nacionales que nos obligan a observar la pobreza y la desigualdad que existen a nuestro alrededor. Escuchamos a los que están en el poder, incluidos los funcionarios electos, discutir sin aliento las condiciones vergonzosas que producen estos resultados, pero prometen poco en términos de políticas específicas y acciones concretas para revertirlos. Trump dice que las tasas más altas de muerte negra son «un gran desafío. . .  Queremos encontrar el motivo de ello”. El Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, que acompaña cuidadosamente a Trump a sus reuniones de prensa, brindó una explicación que incluía los problemas de salud existentes, pero Fauci concluyó: «No hay nada que podamos hacer al respecto en este momento, excepto brindarles la mejor atención posible y evitar complicaciones.»

Las expresiones de preocupación, buenos deseos y promesas de «una respuesta múltiple muy sólida» suenan bien en las conferencias de prensa. Pero muchos funcionarios electos que nos dicen que tienen buenas intenciones están tan atrapados por la hostilidad prevaleciente al gasto para reconstruir el sector público que no pueden llegar a soluciones reales. En medio de esta creciente pandemia, el alcalde de Philadelphia, el demócrata Jim Kenney, anunció recientemente una ronda de recortes presupuestarios y servicios reducidos, diciendo: «No va a ser fácil y no va a ser agradable». . . pero, al final, necesitamos un presupuesto equilibrado». Philadelphia es la más pobre de las grandes ciudades estadounidenses donde los afroamericanos son los que más sufren el brote de COVID-19. Y, justo en el momento en que muchos destacan las formas en que la desigualdad y nuestra pobre infraestructura cívica están fallando al público, especialmente al público negro, el alcalde ha anunciado recortes presupuestarios «desagradables».

No es solo Philadelphia. Durante décadas, en todo el país, las ciudades grandes y pequeñas se han comprometido con un modelo de desarrollo que prioriza la atracción de corporaciones privadas con promesas de desgravación fiscal, mientras que descuidan la inversión en instituciones públicas. En cambio, los hospitales públicos han sido cerrados, las viviendas públicas se han destruido o se han dejado en mal estado, las escuelas públicas quedaron sin inversión y las clínicas de salud pública fueron cerradas. A pesar de que las terribles consecuencias de estas elecciones políticas durante la epidemia de COVID-19 aparecen en las noticias de todo el país, los funcionarios electos no tienen planes significativos de cambiar el rumbo.

Solo con el conocimiento de estas desigualdades en la salud y el racismo en la que están arraigadas no será suficiente para inspirar la acción de funcionarios electos o entidades gubernamentales. Cuando el huracán Katrina expuso el brutal racismo de la costa del Golfo, no condujo a un nuevo régimen de inversiones sólidas en el sector público ni a una infusión de empleos bien remunerados para sacar a los afroamericanos de la pobreza. En cambio, los buitres corporativos y sus facilitadores públicos forzaron el cierre de casi todas las escuelas públicas de la ciudad, que fueron «subastadas» a las charter schools[2]. El Ayuntamiento de New Orleans votó por unanimidad para derribar las viviendas públicas sin daños por el huracán. Decenas de miles de negros de New Orleans recibieron pasajes de ida de la ciudad, y luego se los denunció despectivamente como «refugiados» en su propio país. A menos que se restablezca el gasto público y se combine con el acceso a empleos bien remunerados, atención médica preventiva y de emergencia y viviendas seguras y asequibles, es difícil tomar en serio las expresiones de indignación por la pobreza y el racismo en este país.

En el último mes, hemos visto que es posible para los gobiernos locales y nacionales actuar en formas que protejan a las personas. El gobierno federal ha suspendido los intereses y la recaudación de los pagos federales de préstamos estudiantiles hasta septiembre, y el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano ha declarado una moratoria sobre ejecuciones hipotecarias y desalojos de hipotecas aseguradas por el gobierno. Algunas ciudades y estados han detenido los desalojos de propiedades de alquiler, y los municipios de todo el país han liberado a miles de personas de las prisiones y las cárceles. La policía local se ha comprometido a no realizar arrestos por delitos menores. En Detroit, los funcionarios se comprometieron a dejar de cortar el agua a las personas cuando no pueden pagar sus cuentas. Si todas estas acciones son posibles en una emergencia nacional, porque creemos que mitigaran la vulnerabilidad de las personas ante las enfermedades y la muerte, ¿por qué no puede ser esto siempre el estándar? Después de todo, ¿cuándo es un buen momento para cortar el suministro de agua potable a alguien? Uno no puede seguir criticando las crecientes tasas de muerte negra mientras no hace ni una sola cosa para cambiar nuestros sistemas políticos y económicos fallidos.

La dificultad para tomar estas decisiones no se trata solo de la falta de voluntad política. En 1968, durante otro período de agitación social, Martin Luther King, Jr., explicó que el poder del movimiento negro radica no solo en su capacidad para luchar por los derechos de los afroamericanos sino en su revelación de los «defectos interrelacionados» de la sociedad estadounidense, incluyendo «racismo, pobreza, militarismo y materialismo». La «revolución negra», continuó King, tiene el poder de exponer «los males que están profundamente arraigados en toda la estructura de nuestra sociedad. Revela fallas sistémicas en lugar de superficiales y sugiere que la reconstrucción radical de la sociedad misma es el verdadero problema a enfrentar”.

Incluso cuando las fallas en nuestra sociedad son tan fáciles de señalar, resolverlas entra en conflicto inmediato con los supuestos básicos de gobierno en el país actual. Reparar el daño profundo, histórico y continuo hecho a las personas negras requerirá transformaciones profundas y permanentes. Era cierto cuando King escribió estas palabras, hace más de medio siglo, y nunca ha sido más cierto de lo que es hoy. Para cumplir la promesa de que las vidas negras importan, Estados Unidos debe cambiar de manera sistémica y no superficial.

Traducción: Serenela M. Del Carmen Carrión (UNR)

Revisión y Corrección: Lautaro León (UBA)

Fuente original del artículo: The New Yorker.

[1] pop-pop es un término “urbano” que se utiliza para denominar a un abuelo amoroso o muy querido. (N. del T.)

[2] Las charter schools son escuelas que reciben fondos del gobierno, pero opera independientemente del sistema escolar estatal establecido en el que se encuentra. (N. del T.)

«NO QUIERO VIVIR UNA VIDA PROFILÁCTICA» // Sofía Guggiari

Pienso en la potencia del agua turbia, del polvo, de la suciedad de la calle, del barro, del olor y la espesura de las gotas de sudor, del temblor de un orgasmo en pleno aislamiento, de los cuerpos bailando en un aquelarre feminista, a haciendo pogo en un acto popular. En la potencia de un fallido o de un olvido que hace que el estornudo no llegue a taparse, de ese abrazo público desesperado y prohibido, ese chape callejero mal visto. Todo fragmento de vida al que no le llega el acohol en gel. Escucho un grito en medio del silencio de cuarentena: ¡No quiero vivir una vida profiláctica!

 

Me cuesta respirar a veces y no es el Covid-19. Es el afecto que el encierro y el aislamiento están produciendo en mi cuerpo. Estoy empezando a somatizar. Salgo para distraerme, pero ya no se que me hace mejor. Es difícil distinguir el adentro y el afuera. Me impacta la imagen de los rostros enbarbijadxs, los cuerpos, sus distancias,  el control masivo y permanente policial. Todxs hablando del horror a un posible contagio, y de las técnicas y tecnologías que se inventan para prevenir.

 

¿Desde cuándo la palabra contagio se volvió una mala palabra? ¿Por que el concepto de propagación, ese concepto tan poderoso, causa miedo y no alegría?¿Que lugar hay en medio de todo esto para el deseo? ¿Como sobrevivir en un mundo donde el contacto físico se volvió un accionar peligroso y hasta algo a denunciar?

 

La idea de que esto es momentáneo calma mi tormenta intempestiva, pero ¿hay manera de salir “ilesxs” o “como si nada hubiera pasado”? Pienso, me late con fuerza el corazón, me asusto, suspiro: las preguntas, sensaciones, tristezas y  incomodidades se me vuelven un mapa o una alerta para atreverme a pensar qué tipo de vida se está configurando.

 

No me cerró nunca la idea de una guerra. Me gusta más la imagen y la fuerza de una crisis, de un movimiento de tierra, de un rompimiento de estructuras y de sentidos.

Las guerras nos meten en la escena de lo terrorífico, nos quitan autonomía, nos dejan como víctimas o como merxs soldadxs contra un “enemigo invisible” como le dicen, pero a veces el enemigo es muy visible y está conviviendo con vos en tu casa. Y si no preguntémosle cómo se sienten a esas más de 567 mujeres que llaman todos los días para denunciar violencia de género  intrafamiliar, y ni hablar de lxs más de 25 que fueron asesinadxs (entre femicidios y travesticidios)

 

Pero pareciera que allá las vidas que se lleva el patriarcado, y acá las vidas que se lleva el Covid-19. Se las lleva porque efectivamente mata  y  por qué a las que no mata las vuelve unas vidas in vivibles. Toda una arquitectura cotidiana -para aquellxs privilegiadxs que podemos llevarla a cabo-  de profilaxis para evitar cualquier tipo de posible territorio propicio para la propagación del virus: desinfectar permanentemente todo lo que esté a nuestro alcance, desinfectarlo bien, que no queden partes que hayan podido estar expuestas, – y de paso aprovechar, que es un buen momento, para  «desinfectarnos del otrx», escuche decir a a una persona en un vivo de instagram.

Hace poco una amiga me dijo, preocupada por la situación, con la pesadumbres de quien extraña, como quien escribe,  ese encuentro del cuerpo a cuerpo diario, ese pegoteo imperfecto, ese piel a piel,  me dijo – ¿y si ahora nos da fiaca vernos, y cuándo nos veamos es solo un ratito porque queremos volver a estar solxs? El acostumbramiento a las vidas aisladas se me vuelve una imagen que me produce pánico y entonces me produce ganas de aislarme y el pánico es la base para el consumo, ya lo había escuchado por ahí.

 

No puedo pensar mi vida sin el peligro que implica vivirla. O algo así leí en un post qué escribió mi hermano Ramiro, que me hizo producir este texto y producir ciertos pensamientos, porque también las alianzas afectivas en la catástrofe, las redes colectivas de otrxs que importan y te hacen sentir que también importás. Esa fuerza del amor y la desmesura del lazo, del encuentro y del desencuentro, por que nó del odio y la tempestad también. No se puede gozar, desear, hacer política, amar, enojarse, crear, inventar desde la vida higiénica. La vida es la peste, es germen de potencias y potencias que producen gérmenes que hacen florecer las primaveras y contagian las revoluciones, aunque sean esas pequeñas, micro, cotidianas, que hacemos todos los días para tratar de sentir que tenemos una ética y que confiamos en ella para existir. Porque «no queremos ser más esta humanidad» como dice Susy Shock y «porque no queremos volver a la normalidad» como leí en alguna nota en alguna reflexión .

 

Me gusta pensar que la vida es vida en tanto incertidumbre y acontecimiento, la vida implica la no garantía, lo inesperado nos conmueve y nos transforma. Me gusta pensar que la vida está menos en lo que pensamos y diagramamos con tanta certeza, y más en ese despertar entre húmedo y atemorizante, que es el deseo.

 

No quiero vivir una vida profiláctica. No quiero ni creo que pueda. Y no es una desobediencia al “quedate en casa”; -aunque las desobediencias son los actos que crean insurgencias políticas y es algo que las feministas sabemos muy bien-, ni mucho menos un arrojo al descuido, ni un llamado a esa mentira de la «libertad individual”. En todo caso es un intento de volver a re conectarme con cierta vitalidad y sensualidad de la existencia. Y como nunca, desde este lugar, desde el confinamiento, de lo que trato es de hacer escritura y cuerpo -aunque son lo mismo-  lo que pienso, lo que siento, compartir un afecto, una pregunta, que se propague, que se contagie como se pueda porque también es la maner a que tengo, que tenemos,  de  tenernos los unxs a lxs otrxs.

Hasta que un imán irresistible nos impele // Norman Briski

Escribir con claridad… no puedo. Ponerle luz a tanta obscuridad la que retiene esa luz que buscamos. Tiempos de ocultamientos, de farsarios (Bufones sociópatas) compitiendo por ser el próximo imperio.

Como una vergüenza ajena, una adaptación humillante, que disimula el sometimiento. Vivimos los locales, los mandados, los ilusos, los positivitas del miedo. Destructivo genocidio por obtener comoditis.

Por eso los violadores penetradores de la tecno-biología y otros dólares. Pero Bumerang cumple su periplo y las torres caen con su Atalaya vigilante en esos días donde Alá gratifica a sus héroes.

Todo está cerca. Tan cerca que está dentro. Y elegimos la máquina para sanarnos.

Quiero que sepan de saberlo, son ellos los que miran moléculas, átomos, iones, protones hasta con la maquinaria de Dios. Y lo invisible se ingenian en representarlo. Como nosotros actores de existencias sin vida los rescatamos de la nada llena de material inocuo. Y le damos vida, conducta, presencia, deseos y temores. Atrapamos su intimidad y su genealogía social-familiar. De cómo sexualiza su existencia (¿omitiendo la reproducción?) Tentado por el color, somos creadores genéticos de poblaciones. Vivimos del muerto. Y la poesía alienta en revelar lo real de la realidad. El poeta se marea con sus palabras de la angustia. Sufre el placer, y abrevia la incertidumbre, plancha las manchas para escanearlas. Analiza e interpreta como el tecno-biólogo. Fabulando universos en una copa de vino.  Un poeta es aquella que tiene su sexo erecto o humectado y cuando se acaba el papel en blanco entonces, entrega su economía a la espada con la furia con el odio por todo lo que camina dejando huellas.

Y el afecto no necesita claridad y tampoco es obscuro.  Cuántica llegaste para tu sangre blanca. Que antipática tu virulencia, tu velocidad con tanta luz fulmino la invención del amor. Tu dañina infinitud. Nos preparamos así para arribar a otros planetas.

Es tiempo inesperado.

No hay juego. No hay deseantes.

Es ritornelo, regreso, La estatua ya no van a salir cabalgando.

Una batalla degradada.

Sin pechos, sin caras. Sin besos.

Los imanes no tienen encuentros.

Solo la indigencia no enmascara. 

 

NB

Abril 2020

La risa permanente // Nicolás Garibaldi

 

A propósito de Los enanos también empezaron pequeños de Werner Herzog (Alemania Occidental, 1970)

 

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El argumento. Un montón de enanos toman una especie de reformatorio rural en el que están encerrados y desatan un raíd destructivo; destruir y reir a carcajadas.

 

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“No hablaré, no delataré a nadie”, dice Hombre, el más pequeño de los enanos mientras juguetea con el típico cartel que el convicto sostiene en la foto.  No le interesa “ponerlo al derecho”, para la perspectiva del fotógrafo.

 

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Hay un enano, vestido de traje, que trabaja para los directivos del reformatorio. Está encerrado en una habitación y tiene encerrado a Pepe, un enano-destructor-reidor a quien tomó como rehén y ató a una silla con la esperanza de usarlo como moneda de cambio para la rendición. Amenaza con llamar a la policía pero los cables de teléfono han sido cortados.

 

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Pesa sobre Pepe la amenaza del asesinato; parece no importarle, mira el techo y ríe a carcajadas. Tal vez por el eco de las risas que se escuchan afuera, por la musicalidad de los objetos que se destrozan y se incendian. Pepe vive la experiencia extática de la destrucción sin que sea ejecutada por sus manos, forma parte de una composición vital mayor.

 

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Para Henri Bergson la vida se define por nunca ser idéntica a sí misma, no vuelve atrás ni se repite. Nos reímos cuando lo mecánico se inmiscuye en la vida. La risa es un síntoma de la aparición de esa mecanicidad, de la pérdida de elasticidad. Lo que da risa de la persona que tropieza es que  ya sea por rígidez o por velocidad adquirida los músculos ejecutaron un mismo movimiento cuando las circunstancias exigían otro distinto. Quieto o en movimiento hay inadecuación a los problemas que se presentan.

 

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Parece sencillo dar con los motivos contra los que se revelan los enanos, la opresión de una institución disciplinaria que pretende reducir su vida al órden y la limpieza. Pero, ¿por qué los enanos no pueden parar de reír?

 

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Si la risa no se detiene, si la risa es total y permanente, ya no se trata de qué ciertos intervalos de la vida se mecanizaron. Si la risa está en todas partes es porque la vida ya no está en ninguna parte.

 

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“Cuando algo cae, cae”, dicen. Derriban una palmera, la incendian, ríen y danzan alrededor. Una risa corrosiva, rabiosa de la que no hay vuelta atrás.

 

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No piensen que el reformatorio como una cárcel donde personas hacinadas deben luchar por su sobrevivencia. Se podría decir que es un reformatorio al estilo nórdico, incluso las postales rurales a algún desprevenido podría parecerle un destino turístico. Hay una granja, un vivero, gallinas y cerditos que revolotean. No solo un duro brazo, también terapeúticas. Pero todo eso no interesa, también será susceptible de ser destruido, la libertad no es un simulacro.

 

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El más grande de los cerdos es asesinado, no se termina de entender cómo, es una imagen que no se ve ni se pretende explicar ,“no les vamos a decir”. El cerdo triplicaba en tamaño a los enanos. Es un momento en el que la risa se detiene. Tal vez porque, paradojicamente, en esa muerte es la vida lo que se introduce, la posibilidad por sobre la probabilidad.

 

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Una gallina puede convertirse en una bomba molotov. Al Qaeda vio películas de Werner Herzog.

 

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La risa tiene un volúmen. Las patas delanteras de un dromedario son quebradas. El animalito arrodillado parece adoptar la posición de plegaria. Intenta ponerse en pie, pero las patas se vencen y una y otra vez. El más pequeño de los enanos mira al dromedario y no para de reir. Dentro de esa risa que no se detiene podemos detectar volumenes, y este tal vez sea el momento del volumen más alto. La risa ante el mecánico gesto de ponerse de rodillas, de renunciar a componer vida acá y ahora, a cambio de una segunda vida más allá.

 

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Si una gallina puede ser una bomba molotov, un auto puede convertirse en un toro de corrida, ¡ole! ¡ole!. Pareciera que las cosas antes de ser destruidas pasaran por una fase delirio para extraerles un plus de placer.

 

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¿Hay una relación entre estos enanos ácratas y los ludditas?

 

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De Christian Ferrer en Los destructores de máquinas: “en el viento se han sembrado voces que son conducidas de época en época y cualquier oído puede cosechar lo que en otro tiempo fue tempestad”.

 

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Los ludditas tenían sus propias canciones, himnos, especies de blues de la técnica.  ¿Acaso esas canciones se metieron con las ráfagas a través de las ventanas mal cerradas? Sin música no hay revuelta.

 

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Larga vida al King Kudd. Los registros de las gestas ludditas datan entre los años 1811 y 1816, en plena revolución industrial inglesa. Ante la dramática y acelerada transformación citadina, irrumpieron los artesanos con la destrucción de aquellas máquinas textiles que atentaban contra su modo de vida. Operaban con una lógica anónima, secreta, con figuras imaginarias que despitaban la caza de ejército de 10.000 hombres que estaba tras ellos. El gobierno decretó que aquél que destruyera una máquina merecería la pena capital. Pocas cosas irritan más la normalidad que la destrucción.

 

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Otra vez Ferrer: “ninguna rebelión espontanea, ninguna huelga salvaje, ningún estallido de violencia popular salta de un repollo. Lleva años de incubación, generaciones transmitiéndose una herencia de maltrato, poblaciones enteras macerando tácticas de resistencia. A veces siglos enteros se vierten en un solo día”

 

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“¡Conocemos sus trucos!”, la amenaza policial no amedrenta a los enanos.

 

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El enano aliado del poder dice: “si los encerramos se pelean entre ustedes, si los separamos hacen huelga de hambre”, las tácticas comienzan a corroer el ánimo del poder que presiente la perdida de eficacia.

 

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El enano vestido de poder huye, nadie lo persigue, no es su cabeza lo que interesa. En medio de la huída se detiene ante un árbol seco cuyas ramas parecen tomar la forma de una persona que apunta con el dedo. Siente que el árbol lo apunta a él,  e inicia una batalla verbal en la que lo insta a que deje de apuntarlo.

 

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Tal vez todo proyecto de reforma de las pasiones, de gobierno de la naturaleza se encuentre con éste mismo límite, lo que de árbol tenemos nunca cesará de reir, apuntar y destruir.

 

Edición: Eduardo Guzmán.

Una cuarentena es como una larga resaca // Claudia Huergo

Anoche tuvimos una primera noche de fiesta privada. Sí, siempre detrás del vidrio, del mismo lado de la mesa. Esta mañana recibo un mensaje de uno de los fiesteros: me desperté acordándome de los cartelitos y las risas de anoche. Entresueños imaginé que tenía que limpiar el depto. Me dormí un rato más y al despertar estaba todo impecable: sólo unas latas de cerveza vacías. 

Quise escribirle que entramos de madrugada a limpiar. A borrar las huellas. El humano es el único animal que intenta borrar sus huellas. 

Fiestera 2: envía por mensaje wasap registros de la conversación de anoche. -Tomemos el hotel Savoy.-   Estamos preparándonos para ser pocos.-  ¿No dejaron un mail para suicidarse?. – Apenas nos dejen vamos a desobedecer.- Una agencia de turismo que se llame: vínculos pasajeros.- Los grupos de riesgo son lo mejor que nos ha pasado. – Pagué una fortuna por los dientes, no los puedo romper. – Qué relación hay entre los ojos pequeños y el asado que te estás comiendo?- La única amiga que tengo tiene 87 años.- Apenas nacimos empezamos a cuidar a alguien, nunca nos dijeron que había una edad para eso.- No es que te falte tela, a mí me sobra cuerpo. -Recién nos estamos conogiendo.

Recordé que durante seis años dejé de fumar. Al principio fue un calvario: dolor y depresión, aislamiento social. Tres meses después ya podía hacer casi de todo. Cuatro años después, un día  me encontré llevando la mano a una etiqueta de cigarrillos. Un gesto simple apareció así, de la nada. Tuve que golpearme la mano sublevada: yo no fumo. 

Hoy,  en medio de la resaca y los mensajes de anoche,  de nuevo apareció un gesto así, simple: la mano agarró las llaves del auto, muy decidida a salir.

 Mateo versión 2.0 ya lo dice: si tu ojo o tu mano te ofenden, córtalos y arrójalos lejos de ti.  Es mejor que se pierda uno de tus miembros, a que todo tu cuerpo vaya al infierno. 

En verdad  les digo: confíen en la mano que se subleva. El infierno seguramente va estar encantador: lleno de  amigos. 

¿Qué va a pasar con el teatro? // Ramiro Guggiari

En estas semanas de cuarentena estuve intercambiando reflexiones casi epistolares con colegas, compañeres, amigues, sobre el futuro del teatro y nuestro quehacer en él. De esas discusiones subrayo un elemento: pareciera ser –aunque más como intuición que como revelación certera– que, en medio de la suspensión de la actividad teatral, estarían dadas unas condiciones empíricas excelentes para una aproximación conceptual necesaria de lo escénico hoy, de lo teatral en este momento-mundo. Una que, desde luego, bordee siempre la pregunta y se apoye en un ineludible “no saber” como piedra fundamental de cualquier pensamiento creativo en esta hora acuciante.

 

Muchos teatristas sentimos que se nos ha caído el mundo: se nos ha caído el teatro, se nos ha caído la vida. Perdimos la única cosa que nos importaba. Y parece que no la vamos a recuperar igual, ni pronto. Frente a esto sobreviene una sensación de angustia, de pérdida, duelo, tristeza. Pero también, vemos asomar una invitación interesante: la de una reconfiguración posible, necesaria, que se siente, casi como en un susurro al oído, viniendo de la historia misma, en un momento que se percibe de dimensiones “históricas”, aunque no sepamos lo que esto implica.

 

Partiendo de un primer diagnóstico (que un teatro cierto parece haber muerto, la tristeza porque formábamos parte de él, y la necesidad e invitación a crear uno nuevo, a crearnos nuevamente, mutar), aceptemos que vamos a requerir también un justo diagnóstico de ese mundo cierto que ha muerto -junto con ese teatro-, en el que muchas injusticias, sorderas, impotencias, falsedades y alienaciones formaban parte constitutiva, las cuales no parece que vayan a dejar de formar parte en el mundo que viene. No es que quisiera inclinarme sobre la tesis pesimista de que viene un mundo peor, pero de mínima admitamos que nada lo de bueno es sin una lucha -incómoda cuanto menos- de por medio. Y esto porque creo que si el teatro funda mundo es porque mundo funda teatro en la misma medida, y por tanto no podemos preocuparnos por el teatro sin hacerlo por el mundo, y con una consecuente dimensión de lucha; no teniendo teatro y mundo como cosas separadas -como querría la ideología, que establece entre ellas una relación discursiva-, sino como siendo la misma cosa, como querría hacer ver, en cambio, una ética existencial del mundo-teatro, del teatro-mundo. Aceptemos también que ninguna fundación de futuro podría desentenderse de las condiciones que ya hacían del mundo un lugar de mierda cuando se fue a caer. Y sobre todo, porque algunas de las pinceladas que empiezan a contornear el paisaje de nuestra vida postapocalíptica no parecen necesariamente muy diferentes a los vectores que ya motorizaban la vida de mierda, pero que ahora, como en un ensueño peposo cinematográfico, no las reconocemos por verlas intensificadas: estado policial, cierre de fronteras, hiperdependencia del ciberespacio, separación de nuestros afectos, soledad en medio de un montón de gente, ilusión virtual de cercanía, etc.

 

Ahora bien, si el teatro ha consistido hasta el momento en invención de mundo, ¿no podría contener, como en una sabiduría congénita, parte de la solución que se precisa? Y seguidamente, ¿podrá el teatro -es decir, ese arte que ha mutado siempre, inmutable, desde el confín de los tiempos- transformarse lo suficiente otra vez como para poder realizar esta operación? Pero todo el nudo del problema reside (aunque ahora no lo podamos resolver) en la dirección y el sentido de esa transformación. Acordamos en que estamos frente a una necesidad de mutación, la vida es mutación. Y esa mutación ahora requiere un no-saber, una “digestión”, una pausa. Un parar y repensar. Una urgencia en escuchar el viento, que está cambiando. Una amiga cercana me dijo esta semana: “teníamos que parar un toque”, para frenar (por lo menos desacelerar) el flujo inercial de los automatismos (intelectuales, perceptivos, actitudinales) a los que nos habíamos abandonado; cada cual sabrá cuál el suyo, los hay de izquierdas, centros y derechas, silenciosos y ruidosos. Sea como sea que vuelva, el teatro no podría volver igual, porque si volviéramos a hacer lo mismo que estábamos haciendo, hablará eso de una enorme insensibilidad nuestra como artistas. ¿Casi un año sin hacer nuestro oficio en medio de una pandemia y volvemos a hacer las mismas obras y de la misma manera? Evidentemente no eran obras, eran automatismos. Nos vemos así arrojados a la supervivencia, a parar todo, empezar otra vez, y preguntarnos cosas elementales que habíamos olvidado: ¿quién soy, qué estoy haciendo, para qué? Una obligada escucha de las fuerzas reales que actúan en cada momento nos permite actualizar la posición subjetiva, aventura que nos interpela enérgicamente pero no sin una apreciable cuota de oscuridad.

 

Es cierto que el teatro ha sobrevivido a tantas cosas, desde hace muchísimo más que veinticinco siglos, por lo menos la fuerza que lo anima es tan antigua, que uno pensaría… aunque esta pandemia nos mate a casi todos y dure décadas… al teatro no le haría más que cosquillas. Así y todo, la imagen distópica de un mundo de puro aislamiento, en el que la individualización de la vida (esa que ha avanzado sin prisa ni pausa a lo largo de la modernidad) llegara ahora a su máxima expresión imaginada, y en el que toda conexión entre seres vivos estuviera mediatizada y codificada por algoritmos viajando a través de fibra óptica (o lo que sea)… suena bastante parecido a un mundo sin teatro… por lo menos sin su fuerza esencial: el contagio, como dijo Artaud, o en el que el teatro quedaría expulsado de toda legalidad, convirtiéndose ya en un acto ilegal, terrorista, clandestino, peligroso, como lo es hoy de hecho, razón por la cual no se hace. El teatro –que es como decir la historia misma– lleva en su sangre un componente antihistórico: su flecha no va sólo hacia adelante, ¿o de dónde proviene sino, su persistencia milenaria, de dónde si no es de su resistencia a los vectores del tiempo? La pregunta es: ¿qué teatro vuelve y cómo ha sido afectado por la pandemia? ¿Volveremos mejores? En el riesgo de otro retroceso cultural en lo que refiere al contacto, la sexualidad, el erotismo, en el posible advenimiento de una nueva ola securitista del cuerpo, el teatro, en su hora más peligrosa, reencuentra su imagen sagrada, excesiva. El teatro, lo más inactual. Del otro lado, se alza visible la alternativa de adaptarlo, entregárselo enteramente a YouTube, “convertirlo” en su versión sin vida, higiénica, aséptica, funcional a un régimen recrudecido de producción de subjetividad precarizada. Tan necesario será que permitamos la mutación como que no nos dejemos llevar por el canto de sirenas de una actualidad sin nombre, sin historia, sin pueblo. ¿Cómo realizar esta operación sin que esto implique una posición extrema, cómo llevarlo a la práctica de un modo factible, al mismo tiempo, cuidadoso? Es tema de otro debate. De la paradoja no saldremos fácilmente.

Imagen: CDC/Hannah A Bullock/Azaibi Tami

Cuando «esto» se termine // José Roberto Duque

El periodista y escritor venezolano José Roberto Duque analiza la nueva embestida estadounidense contra el gobierno de Nicolás Maduro y lo caracteriza como “El round 12”. Tinta Limón Ediciones editará pronto su libro “Venezuela Crónica. Cómo fue que la historia nos trajo hasta aquí”.

Sospecho que esta reflexión y propuesta para la reflexión será un poco larga. Perdonen de antemano; responsabilizo de este ejercicio al mucho tiempo libre, y a otros asuntos de los que hablaré más adelante. Prometo hacer un esfuerzo para que, aparte de largo, no sea del todo aburrido, o no tanto.

El tema transversal del momento en todo el mundo, aparte del muy superficial: “¿Y cuándo volverá la normalidad?”, es el decisivo y profundo: “¿Cómo deberíamos vivir si se produce un colapso?”. Pues ya empezamos: ¿el colapso de qué? ¿Del sistema? ¿De las ciudades? ¿De nuestra paciencia? ¿Del gobierno venezolano o de otros? ¿Qué cosas colapsarán y qué otras permanecerán, o irán cambiando sin que de entrada se note mucho?

Es fácil de detectar una primera paradoja, desmenuzable así para efectos de su mejor comprensión:

  • Estados Unidos nos obligó, moldeó, entrenó y acostumbró durante 100 años para vivir en un modelo de sociedad y de ciudad, con una forma de acceder a la energía y los alimentos.
  • Como decidimos sublevarnos, Estados Unidos nos castiga. ¿Cómo? Haciendo colapsar ese tipo de ciudad y de modelo sin el cual muchos sienten que “no se puede vivir” (acabo de leer un tuit que decreta: “Sin gasolina no hay alimentos”).
  • Ya se asoma la paradoja: lo que no lograron varias generaciones de marxistas, comunistas, anarquistas ni libertarios de ningún signo (destruir la ciudad capitalista industrial), lo están haciendo los propios norteamericanos y sus aliados, mediante sabotajes y bloqueos. ¿Qué han saboteado los gringos aquí? ¿El socialismo? No: están saboteando lo único que existe, que es el modo de vida capitalista.
  • La pregunta crucial, decisiva, la de ayayay, la bonita, la amarga, la pelo en el pecho: ¿los revolucionarios y chavistas vamos a aprovechar este momento inigualable para terminar de demoler lo que el enemigo ya está demoliendo, o vamos a exigir el retorno a la lógica de ciudad capitalista que nos suponíamos llamados a liquidar?

En este clima y escenario tan propicios para la audacia, para el huir hacia adelante, entre las personas que prefieren ser o parecer absolutamente moderadas, serias, cientificistas o tan siquiera sobrias, persiste una especie de síndrome contrario al acto de imaginar o soñar, probablemente basado en una conocida canción de Silvio Rodríguez.

Esa canción habla sobre tres hermanos imbéciles que se extraviaron por andar mirando a la historia, a la actualidad y a “lo porvenir”. Recomendamos no tomarse esa canción al pie de la letra, que desde el título, de paso, ya anuncia que se trata de una fábula. Sí hay que analizar la historia, la noticia del día y también el futuro, así nadie posea un certificado confiable de futurología.

Sorprende y desespera un poco, también, oír a tanto chavista decir con entusiasmo que Venezuela tiene revolución para rato porque hay con qué financiarla, “nuestras” reservas probadas de petróleo alcanzan para 350 años. Y que, a causa de un montón de factores, es probable que algún día el precio del petróleo remontará hacia muy arriba tal vez rozando la barrera psicológica de los 100 dólares por barril (al cierre de esta nota, está por los 20 dólares, lo cual no parece desanimar a esos entusiastas creyentes en el retorno de la bonanza).

Al respecto hay una buena y una mala noticia. La mala es que ese “nuestro” inmenso charco de hidrocarburos pudiera caer cualquier día de estos en manos del enemigo, entre otras cosas porque el enemigo ha anunciado unas 10 mil veces desde el año pasado que viene por él.

La buena noticia es que, sea quien sea el dueño o administrador del charco de petróleo, el modelo o paradigma basado en los combustiles fósiles y otros derivados del petroleo sí está agotándose como paradigma, y tal vez la humanidad se verá por fin obligada a pensar y actuar en términos de LO QUE VIENE O LO QUE HAREMOS DESPUÉS DEL COLAPSO.

 

Sí, es muy probable y cercana la posibilidad de que el capitalismo ya no dé para más, aunque decretar eso no sea tan fácil ni automático. Vuelve la vocesita optimista (que es la misma pesimista): “Pero es que hay petróleo para 350 años”. Mijo: la Edad de Piedra se terminó y no fue por falta de piedras (digo, alguna debe quedar por ahí, reza en algún epígrafe leído hace poco). La era del petróleo y del plástico se acabará mucho antes de que se seque el último pozo petrolero, dice un James Canton.

Entonces, ¿empezamos a ensayar o aunque sea a pensar en la forma en que los sobrevivientes pergeñaremos después del desplome que viene?

La “normalidad” o como quiera que se llame

Debo el actual interés en profundizar en este tema, aparte de la circunstancia de la buena cantidad de tiempo libre y para las actividades que hacen volar la mente (lecturas, conversas, trabajo manual), el tropiezo con algunos fenómenos o momentos clave como la experiencia barcelonesa, cuya municipalidad y fibra comunera andan experimentando formas de organización capaces de sobrevivir “pase lo que pase, aún después del colapso” (asunto a desarrollar aparte), estimulados o enardecidos como andan por allá; unos, con la introducción en un libro de Carlos Taibo titulado así, Colapso, y otros, metidos hasta las cejas en la construcción efectiva de estructuras y organizaciones.

Antes, en la primera década de este siglo, tuvimos ocasión de zambullirnos en lo que proponía o ladraba El Cayapo desde el sueño o diseño de un concepto llamado “poblados integrales”: la sociedad sin anclaje cultural o conceptual alguno con las ciudades capitalistas. Cómo construir en otros lugares y con otros materiales, y no encima ni en el interior de la ciudad y la sociedad que van muriendo, ni con los escombros de esa ciudad y esa sociedad.

Ahora, justo ahora, proliferan en las redes y en medios de “información” de este lado y de aquel dos especulaciones o suposiciones macro.

Una, muy fantástica e improbable: que cuando se acabe la cuarentena ya no habrán capitalismo ni imperio, y que cuando todos salgamos a la calle y nos quitemos los tapabocas, Estados Unidos y Europa ya no tendrán como ser ni creerse los dueños del mundo. Escenario propicio para que, ahora sí, construyamos el socialismo (otros dicen que para que sobrevenga el reino de Dios; hay dogmas para escoger).

Esa especie de sueño feliz y luminoso es producto de (o respuesta a) otro que, lamentablemente, sí tiene una pesada ancla de probabilidades que lo conecta con la realidad: la concreción de la amenaza imperial, consistente en destruir al gobierno de Venezuela, secuestrar o asesinar a sus líderes más visibles e imponer en nuestro país un gobierno dócil a las órdenes, planes e instrucciones de Estados Unidos.

Evidente y lamentablemente, cuando “esto” se termine, Estados Unidos no será el vil promontorio de cadáveres y restos de basura que muchos anuncian, con la tierna pero ingenua intención de disiparnos los temores y facilitarnos el sueño. En el supuesto o suposición, bastante refrescante pero fantástica y descabellada, de que ocurra alguna hecatombe natural o provocada que dejen destruidas sus estructuras físicas, financieras y funcionales (y las de Europa), esa cosa llamada capitalismo seguirá viva y con ganas de seguir viviendo. Porque el capitalismo no tiene una única sede material, ni un cerebro ni un líder mundial que lo sostenga. Si fuera así, sería más o menos obvia la forma de eliminarlo: mediante un ataque con explosivos, tóxicos o corrosivos, tal como se eliminan los nidos de ratas.

De momento, el capitalismo es un asunto que ya los habitantes del planeta llevamos incrustado en el cuerpo, en la conciencia, en las costumbres, en la cultura, en los modos de desenvolvernos, de producir y gestionar la energía. Si desaparecieran Europa y Estados Unidos no se producirá una declaratoria unánime de adopción de otra forma de vida en sociedad. No se escuchará nada como: “Naah, se acabó el capitalismo. Bueno, ahora seamos todos socialistas”. Porque el capitalismo no vive en un lugar centralizado sino en el cuerpo y en la mente de los ciudadanos del mundo, mayoritariamente impedidos o negados a sobrevivir por métodos distintos a la lógica capitalista de relacionarse con el planeta.

Es más probable, aunque resulte absolutamente molesto, un desenlace o continuación en la que el capitalismo en su derrumbe nos arrastre como especie, o a una buena parte de la especie. Lo que vislumbra la canción de Gino González: “El mundo va más o menos, porque ahora no se acaba solamente pal pendejo”.

Entonces, mente en las nubes, pies en la tierra. Está bien soñar la otra sociedad, pero sin convertir el ejercicio en una novela de ciencia ficción. La humanidad todavía no está tan siquiera en condiciones de ponerle nombre a “eso” que viene, entre otras cosas porque no lo ha experimentado. Dentro de un siglo, ojalá que menos, seguramente viviremos de manera distinta, en un “modo” diferente a como vivimos ahora.

Las preguntas: ¿ese modo será mejor o peor que el actual? ¿Estaremos en condiciones al menos de planificarlo?

El experimento Venezuela

De alguna manera, en nuestro país se han dado algunas de las características o síntomas parciales de un colapso social inducido. Como los dueños del mundo no pueden acabar con el socialismo, que aún no existe, han comenzado por someter a nuestro cuerpo social a un procedimiento experimental: a ver qué tal reaccionamos los ciudadanos a algunas experiencias de colapso, o al colapso en cómodas cuotas.

No importa el jugueteo retórico o psicológico acerca de “si solo puede destruirse lo que existe, entonces en Venezuela lo que está muriendo es el capitalismo”; el bombardeo antivenezolano incluye una etiqueta muy visible en la que se señala que “esto” que estamos viviendo y viendo destruirse es el socialismo, y que Estados Unidos y Colombia quieren hacernos el favor de devolvernos al capitalismo, ese territorio donde nos iba tan bien (y no lo sabíamos).

Ese experimento ha tenido aquí una forma de larga pelea por capítulos, episodios o rounds. Esa pelea no acaba de comenzar sino que tiene rato en desarrollo, así que es bueno que nos asomemos, si no a la historia remota, al menos a lo que hemos vivido desde que comenzamos a romper con el siglo XX venezolano; qué cosas puntuales o tropiezos específicos hemos padecido, y/o nos han estimulado el impulso protagónico, desde que nos dio por ser chavistas.

 

Si usted quiere refrescar la memoria antes de continuar con este texto, diríjase al apéndice previo a la publicación de esta nota. En ese enlace encontrarán un repaso por los más notables 11 rounds peleados por el chavismo y por Venezuela en condiciones de alta tensión social: los episodios de los últimos 20 años en que los venezolanos debimos sufrir los rigores de la alteración drástica de nuestra cotidianidad, físicamente y también mediante la inversión de grandes dosis de energía emocional. Hay también una mención a este terrible round once que estamos peleando ahora.

Si prefiere no retroceder hasta allá o hacerlo después, siga leyendo acá abajo. A ver cómo se vislumbra el temido o esperado round 12.

Y aunque en el boxeo profesional las peleas de campeonato mundial están pautadas a 12 rounds, y no hay más allá sino la decisión de los jueces, aventuraremos también algunas anotaciones sobre el “después”.

El round 12

Organicemos:

  1. El chavismo, y por extensión toda Venezuela, ha vivido al menos once coyunturas de altísima tensión en los últimos veinte años (ver apéndice).
  2. Esto significa o explica el que, mientras muchos países andan con la alarma a millón y con el ánimo en dos manos, en lo que es su primera conmoción severa en mucho tiempo, acá nos comportamos como en una coyuntura difícil o crítica más. Todos los pueblos pobres del mundo han sufrido siempre, pero, al menos acá en Sudamérica, no hay otro pueblo o país que haya sido sometido a tantos momentos de extrema tensión (política, social, psicológica o nerviosa) en este siglo como Venezuela.
  3. Las veces que hemos estado cerca de colapsar o de tocar fondo en Venezuela, los recursos, métodos o actitudes colectivas que nos han permitido sobrevivir han consistido en prácticas de desurbanización o ruralización. No significa (por ahora) que estemos practicando una vuelta masiva al campo, sino que hemos puesto en práctica con éxito una lógica de sobrevivencia y resistencia anterior a la ciudad industrial.
  4. Ocurra lo que ocurra en Venezuela, el capitalismo colapsará o mutará violentamente hacia otro estadio o fase de la historia humana y la historia natural. Eso tal vez no lo veremos los seres humanos vivientes a esta fecha, o probablemente ya está ocurriendo muy lentamente y estamos muy ocupados como para detectarlo.

Así que el temible round 12 venezolano hay que suponerlo o esperarlo en su peor registro o escenario, no basado en pesadillas sino en anuncios públicos e incluso en documentos difundidos: Estados Unidos y sus aliados se han propuesto destruir al chavismo.

La más honesta actitud que nos cabe a los militantes es tomarnos en serio esas amenazas. Ya sabemos que el pánico y el desmembramiento como unidad nacional no son situaciones que se nos den muy fácilmente a los venezolanos. Por lo tanto, es preferible darle crédito a todo lo que anuncian los charlatanes desde el Norte y desde el Occidente, y entender que siempre puede ser peor, en lugar de creer que “los gringos y los colombianos nos tienen miedo porque somos hijos de Bolívar”.

En ese hipotético y peor escenario el ataque ya no sería sectorial o parcial sino una aplicación simultánea de sus métodos anteriores, y alguno inédito o novedoso:

  • Ataque masivo contra nuestras fuentes y productos energéticos (alimentos, agua, gas doméstico, combustibles, electricidad);
  • Corte o suspensión de la estructura que hace posible las comunicaciones digitales;
  • Cierre masivo de vías de tránsito con apoyo y presencia de grupos mercenarios con entrenamiento y equipamiento militar;
  • Presencia de alguna fuerza transicional regular o irregular que fuerce la celebración de algún parapeto de elección de un gobierno títere;
  • Inicio del proceso de demolición de la base política y social del chavismo;
  • Guerra del pueblo (y entonces se vería que el chavismo tampoco es destructible como un nido de ratas, ya que el chavismo no es una guarida ni un gobierno sino un concepto hecho carne de pueblo).

¿Y si no ocurre o no se da de esa forma monstruosa el mortífero round 12?

Entonces se dará de otra forma. Y habrá un después. Y en ese después estará todavía el chavismo reinventando la sociedad, desde las parcelas o espacios donde haya voluntad de resistencia u organización.

 

En un programa aparentemente inocuo o inofensivo, sobre la música actual y las formas de interpretarla, la cantora Lheorana González soltó de pronto un trabuco, bomba o misil que estalló al final de la transmisión:

“En un hipotético escenario apocalíptico, en que ya no haya tecnología con que mejorar o reproducir sonidos digitales, volveremos a escuchar nuestra voz, y sabremos entonces cómo era que de verdad cantábamos los pueblos”.

Rumbo al grito originario, primitivo y primordial de la especie: cuando no haya con qué producir los elementos que mueven al tipo de sociedad que tenemos, entonces “avanzaremos”.

¿Avanzar hacia dónde? Pudiera ser hacia un futuro con elementos del pasado: al momento en que debamos construir casas sin cemento ni cabillas, comer sin ir al supermercado, vestirnos sin que haya esclavos en las maquilas, comunicarnos sin que haya minas de coltán, desplazarnos sin petróleo. Un futuro “como antes” pero no como en la Cuarta República, sino como antes de la ciudad industrial, pero mejorado por los golpes dados y recibidos.

Repetir tantas veces como sea necesario: ¿es mucho soñar a estas horas tempranas de la pelea? Tal vez para empezar a preparar la fiesta o el llanto lo sea, pero para imaginar el después, no es nada temprano.

 

FUENTE: https://medium.com/@misionverdad2012/cuando-esto-se-termine-93777ce405d7

 

 

Capitalismo, reproducción y cuarentena // Silvia Federici

Entrevista en video: Traficantes de Sueños

Transcripción: Tinta Limón Ediciones.

Nosotras como feministas, los movimientos de mujeres en todo el mundo, hace muchísimos años venimos repitiendo que este sistema no garantiza nuestro futuro, no garantiza nuestra vida. Este sistema nos está matando de tantas formas diferentes pero conectadas: nos está matando con la agricultura industrializada, con la comida que nos da diabetes. En el 2019 más de 4 millones de personas murieron de diabetes en el mundo por esta comida fast food tan venenosa. Y también la contaminación de las aguas, los pesticidas. Entonces las mujeres del mundo, campesinas, indígenas, urbanas, son la primera línea en la lucha por una sociedad diferente. Por una reproducción que nos da vida, nos da futuro, que nos nutre, que no nos va a matar.

Es muy importante decir que esta pandemia hace muy visible, muy evidente, lo que pasa cada día con la guerra, con los desahucios, con las deslocalizaciones, las expropiaciones, la gente que es expulsada de su campo, con la contaminación del medio ambiente, la destrucción de la naturaleza. Otro ejemplo es el aumento de la desesperación. Hoy se habla en Estados Unidos de que 20 mil personas murieron por el coronavirus. Es terrible, es terrorífico. Solamente el año pasado 48 mil personas se suicidaron. Se suicidaron porque esta vida siempre es más triste, siempre es más difícil.

Como siempre, las que más sufren son las mujeres. Hoy podemos ver que son la primera línea como trabajadoras de cuidado (enfermeras, cajeras en las tiendas). Y también el incremento de trabajo en la casa, tener a los hijos, no transmitirles miedo, protegerlos de esta amenaza.

Todo esto pone en el centro, hace muy visible, la importancia de la reproducción. Reproducción es una palabra que todavía hace referencia a muchísimas realidades diferentes pero conectadas. Reproducción es el cuidado, las crianzas, cocinar, acompañar a los enfermos. Y también el cuidado de la naturaleza. Es la agricultura sustentable, donde las mujeres son las primeras trabajadoras. Una agricultura que no termina en el lucro, sino en el sustento de su familia. Es así que pueden controlar que lo que entra al cuerpo no te va a matar, te va a nutrir. Esta agricultura industrializada nos ha dado el cáncer, muchísimas enfermedades que son completamente derivadas de un modelo basado en el lucro. No es como la pequeña agricultura, donde la gente trabajaba con una relación muy directa con la naturaleza. Esta globalización, esta división internacional de la producción basada en el lucro no tiene ningún sentido: buscar la manzana que llega de China o de miles de kilómetros.

Entonces podemos ver que la reproducción es el terreno estratégico fundamental para la construcción de un futuro, de una sociedad. Reproducción significa vida, significa futuro. Vivimos en un sistema capitalista que su problema fundamental, lo que lo hace insustentable, es que sistemáticamente se basa sobre la subordinación de la reproducción de la vida. La subordinación de nuestra vida, de nuestro futuro. Se basa en el lucro individual, en el lucro de las grandes compañías y corporaciones. Esto es el capitalismo. Se funda sobre la explotación del trabajo humano y la subordinación de nuestra reproducción. Se puede ver que todas las medidas políticas y económicas que ponen en acción están conformadas por esta finalidad.

Las mujeres ya están dando esta lucha. Los movimientos de mujeres son hoy estratégicamente importantes. Podemos ver que la lucha es para recuperar la medida más básica de nuestra reproducción. Que sea la riqueza social que hemos producido, que sea la tierra, que sea el control sobre el agua, sobre las selvas. Crear una forma de organización. Hay redes de mujeres que ya se están formando para fortalecer los lazos. Fortalecer no solo nuestra capacidad de resistencia al Estado, sino de imponer otro tipo de sociedad. Como se dice en España y en América Latina: una sociedad donde la vida esté en el centro. Y también crear formas de reproducción más solidarias.

Durante muchos años, con compañeras de todo el mundo hablamos de la política de los comunes. Nunca se verificó con tanta claridad este concepto. Pensar colectivamente, no individualmente. Pensar nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo, el futuro. Pensarlo colectivamente, no como seres aislados. Ahora están intentando aislarnos en el nombre de esta epidemia. Debemos tener mucho cuidado. El miedo es que usarán la epidemia. El miedo de morir, que es muy fuerte, muy legítimo, lo usarán para continuar aislándonos, desmantelando nuestras protestas.

Es importante que desde abajo empezamos a recuperar el control de nuestra vida y a tomar decisiones colectivas. Esto signfica también que parte de nuestra lucha debe ser la de imponer al Estado como parte de la recuperación de la riqueza social. El Estado debe relocalizar los lugares donde podemos cuidar nuestra salud. Ahora solo podemos estar en la casa o en el hospital. Mucha gente tiene miedo de ir al hospital porque saben que se pueden infectar. El hospital no es solamente un espacio de cuidado de la salud. Es un lugar donde no hay insumos, donde quienes trabajan están en peligro. Entonces: la importancia de relocalizar, de tener estructuras de la comunidad, como alguna vez tuvieron muchísimos países. Antes del neoliberalismo exisitieron pequeñas clínicas, lugares, donde una persona podía ir si tenía problemas, sin necesidad de ir al hospital. En esta estructura se podía ejercitar también un mayor control sobre el tipo de cuidado que nos dan, que necesitamos. Se podría establecer un intercambio entre la gente del barrio, de la comunidad, con quienes trabajan en las instituciones. Necesitamos revitalizar esta estructura.

Hoy no es Estado sí o no. Es claro que tenemos la necesidad de usar estructuras que llegan de las instituciones, porque no tenemos alternativa. Una alternativa es comenzar a reflexionar colectivamente sobre lo que necesitamos, sobre nuestra salud, sobre la comida, sobre el territorio, sobre todas las situaciones que afectan nuestra vida. Mientras tanto, relocalizar la agricultura, la salud. Crear formas de control colectivo, de tomar decisiones de comprender.

Yo creo que es importante reflexionar sobre la realidad cotidiana antes del coronavirus. Y hablo sobre todo de Estados Unidos: en el período 2017-2018 más de 60 personas han muerto por Influenza. Y cerca de medio millón de personas murieron de cáncer. Miles y miles mueren de diabetes. Es una estadística increíble. Volviendo al comienzo: es un sistema que crea una condición de muerte permanente. Y sin hablar de la guerra: por años y años Estados Unidos y la Comunidad Europea en complicidad están creando una situación de guerra permanente que ha destruido Medio Oriente y ahora el norte de África.

Entonces: como mujeres, como feministas, ver que tenemos una mirada particularmente clara de la importancia de la reproducción de la vida. De cuáles son nuestras vulnerabilidades y cuáles son las necesidades que tenemos. Podemos ver que necesitamos una lucha muy amplia. Una lucha que conecta a las mujeres de áreas urbanas con áreas rurales para crear nuevas estructuras, nuevos lazos de solidaridad, nuevas formas de reproducción. Siempre inspiradas por el concepto de que la reproducción de la vida, la finalidad de la sociedad, debe ser el bienestar, el buen vivir y no el lucro privado.

 

Telegrama // Franco «Bifo» Berardi

Nuestro editor, Enzo Fonttz se puso en contacto con Franco Bifo Berardi y tradujo desde el inglés el testimonio de Bifo cuando conoció al escritor WIlliam Burroughs.

Los últimos cuatro días he dejado de leer novelas escritas por mujeres.

He vuelto a las obras de hombres blancos duros, particularmente dos de ellos: William Burroughs y Philip K. Dick.

Leer sus libros, para mí, fue enormemente emocionante y casi alucinante hace cuarenta años, pero, francamente, no me gustaría gastar mi tiempo con esos nerviosos monstruos y esas agresivas depresiones masculinas.

Conocí a Burroughs una tarde del año 1982, en realidad puedo decirte exactamente el día, fue el 4 de marzo. Recuerdo la fecha porque su hijo había muerto el día anterior.

Llamé a William por teléfono y le dije: ehm ehm … podemos posponer la reunión para la entrevista, y él respondió: “¿por qué ?, no importa. Podemos encontrarnos hoy”.

Fui al búnker en Bowery (vivía a la vuelta de la esquina) y hablamos durante treinta minutos más o menos. No entendí casi nada de lo que dijo, su acento texano fue abracadabra para mí. Finalmente, la entrevista (fue publicada en la revista italiana Firigidaire) no fue tan interesante.

De todos modos, los últimos cuatro días he vuelto a leer (cuarenta años después) las páginas de Ah Pook están aquí, y de The Job, y … wow.

Este tipo ya sabía todo sobre lo que está sucediendo ahora.

“Sigo avanzando la teoría de que en la revolución electrónica un virus es una unidad muy pequeña de palabra e imagen … Liberar este virus de la palabra podría ser más mortal que perder el poder del átomo”. dice.

En su visión, el ser humano está habitado por un virus que se llama “lenguaje”. Algo sucedió hace unos cientos de miles de años, y un virus invadió el ambiente humano y provocó la mutación que trajo a nuestros ancestros peludos de la naturaleza a la cultura. Ese virus fue una especie de cosa alucinógena que convenció a los humanos de que hay un mundo, y que el mundo significa algo, y que el pasado del diente es útil para tener una sonrisa brillante, y que Dios está castigando a quienes traicionan a sus esposas.

En exterminador! escribe:

“Los descendientes de los albinos que habitan en las cuevas son los habitantes actuales de América y Europa occidental. En estas cuevas, los colonos blancos contrajeron un virus transmitido a lo largo de sus malditas generaciones que los convertiría en lo que son hoy en día, una amenaza horrible para la vida en el planeta. Este virus, este antiguo parásito es lo que Freud llama el inconsciente engendrado en las cuevas de Europa en la carne ya enferma de radiación. Cualquiera que descienda de esta línea es básicamente diferente de aquellos que no han tenido la experiencia de la cueva y contrajeron esta enfermedad mortal que vive en su sangre, huesos y nervios que viven donde solían vivir antes de que sus antepasados ​​se metieran en sus cuevas sucias. Cuando salieron de las cuevas, no podían ocuparse de sus propios asuntos. No tenían asuntos propios porque ya no se pertenecían a ellos mismos. Pertenecían al virus. Tuvieron que matar, torturar, conquistar, esclavizar, degradar como un perro loco tiene que morder. En Hiroshima todo estaba perdido “.

Burroughs considera que el virus es la metáfora de la dualidad que implica el acto de hablar. Una especie de duplicación esquizoide de la experiencia perceptiva, que permite el surgimiento de un mundo de proyección e imaginación: la arquitectura esquizofrénica del mundo del lenguaje.

El lenguaje, según Burroughs, es un defecto genético, y no se puede imaginar inmunología para ello.

Bolonia, abril de 2020

Fuente: Metro. Arte y literatura.

Eduqué a mi hija para un apocalipsis zombie // Diego Valeriano

Ni entrenar, ni educar, ni transmitir: entregarse a este apocalipsis, hacer mundo. Vagar con los signos que se van recolectando. Pispiar, errar, ranchar, reírse, andar en bici. Entrenarse en la improvisación, en cómo se camina, en cómo equivocarse. Amasar una predisposición callejera bien pilla. Confiar sin confiarse, intentar contrarrestar el miedo que nos da todo. Salir a la calle porque la asfixia de adentro la mata. 

Segundearnos siempre fue la mejor manera de vivir este apocalipsis zombie, tirarnos una soga, compartir nuevas posibilidades, pavear. Desertar, huir, mutar, correr el último tren en Liniers. Plagar el viaje de chistes, reírnos de quienes ya mutaron. Obligarla a que pase por debajo de lo molinetes, a que coma el yogur directamente en la góndola de los lácteos, a construir enemigos, a no querer a las maestras, a no saludar con un beso si no quiere. A tomar el 238 y que se curta. Que sepa que nada es para tanto. Llevarla a la escuelita municipal de arte, a teatro, a telas en Haedo hasta que llore de hartazgo, a cada marcha hasta aburrirla, a cada recital hasta que entienda. Volver de una muestra del club y que nos roben, así aprendemos. Bancar a los ladrones de todas maneras, no denunciar. No aceptar que la policía nos lleve en patrullero a casa por ética, por dignidad, por miedo a que nos vean, para sostener cierto prestigio mutuo. Ir a clínicas psiquiátricas a visitar a las amigas que no pudieron con toda la maravillosa locura que dan las pepas y luego, de un toque de estar ahí, dudar de nuestra cordura.

Sufrir los paros docentes y aburrirnos en una plaza, frente a la tele, por los cibers, jugando con unas Barbies chinas que se les aplasta la cabeza. Colgarnos del cable, defender guachines, plantarse a los gendarmes de la estación, festejar la quema de los trenes. Confiar en sus intuiciones, en sus palabras, en su gedencia. Traspasar los límites, desconocerlos, que su vitalidad sea nuestra única verdad. Confiar en lo que hicimos, en lo que pudimos. Ir a buscarla a la 1ra de Morón y enojarme porque le recabió. Aceptar las mentiras como parte del acuerdo. Sentirnos chistosamente orgullosos de lo que hacemos.

Caminatas eternas discutiendo cuál es la mejor arma contra los zombies: ¿katana de Michonne, ballesta de Daryl, creer en las amigas? Que haga su propia faca, que se plante, que disfrute de la adrenalina que da defenderse, que ataque. Conquistar los espacios no ya por gusto, sino por necesidad. Reírnos de que colgaríamos como Shaun. Evaluar seriamente si la casa de la mamá o la mía es mejor como trinchera de resistencia zombie. ¿Planta baja, casa grande, depto al fondo, pasillo eterno, un cuarto piso desde donde se domina la avenida? 

Ser zombie, ranchada, que no se note. Fake, rocha, desertora, socorrista, manija. Salir a la ruta como en Zombieland. Huir de la resignación, del futuro, de la culpa, de la educación. Irse al campo, refugiarse en san Marcos, estar al acecho. Saber que nuestros caminos se separan, que tal vez ya no se crucen. Entrenarse en el desapego. Conquistar el apocalipsis como refugio vital, como mundo propio, como lo genuino, como regocijo de haber llegado acá a donde se está. 

 

 

Red Editorial

Eduqué a mi hija para una invasión zombie / Diego Valeriano. – 3a ed . 1. Aporte Educacional. 2. Ciencia Política. 3. Adolescencia. I. Título.
CDD 370.11

Premonición, casi sueño* // León Rozitchner

Después de escuchar tu premonición.

Te anuncio: se está preparando en algún lugar del universo un pequeño sol radiante, que saldrá desde lo oscuro de un agujero negro del espacio celeste. Y al pasar por la Tierra descargará como un inmenso imán una tormenta magnética que arrasará con todos los centros cibernéticos, incluido tu blog. Y borrará toda la información que los hombres, exprimiendo sus cuerpos, habrán acumulado electrónicamente en sus páginas de luz, y desaparecerá para siempre el etéreo trabajo de siglos y milenios. Porque no existe otra materia, en el extremo límite de la materia sensible, que pueda contener tanta información. Y los hombres se lamentarán de esa confianza loca puesta en algo tan pronto a disolverse en el aire, como si hubieran escrito durante siglos en el agua el testimonio de una gran pasión. Y no quedará nada, nada más que los libros a los que querremos volver, pero estos serán tan pocos porque los hombres de la luz habrán talado todos los árboles de la tierra, y sólo les quedarán disponibles los cuerpos de las algas que disuelven toda escritura porque se alimentan de la tinta que usamos para escribir. Y volveremos a contarnos cuentos y a tener memoria y a mirar de nuevo en los ojos a la gente y hasta pincharás con furia el frío ojo de vidrio de la computadora que te engañó. Pero ya no estaré para consolarte como todavía estoy.

* Correo dirigido a Alejandro Horowicz, 21 de agosto de 2008.

 Publicado en Ensoñaciones, como parte de la edición que la Biblioteca Nacional realizó de las Obras León Rozitchner, a cargo de Diego Sztulwark y Cristian Sucksdorf.

Coronavirus: Todos somos mortales. Del significante vacío a la naturaleza abierta de la historia[1] // Rita Laura Segato

Han circulado en estos días un número significativo de textos, muchos de ellos escritos por autores influyentes. Ellos intentan dar cuenta de dos aspectos distintos de la pandemia que nos aflige. Un grupo hace apuestas a lo que puede haber sido el origen del virus, dividiéndose entre aquéllas que adhieren a la teoría del complot y las otras que, sin necesariamente saberlo, dan continuidad a lo que ya Marx llamaba “ruptura metabólica” o desequilibrio de la relación entre los seres humanos con la naturaleza.

Me ocuparé aquí del otro conjuntos de interpretaciones, que dicen respecto al significado y uso a futuro de la pandemia. Cada uno de ellos  se deriva y tiene como presupuesto un proyecto político y un sistema de valores que defiende.

Por mi parte, veo el covid-19 como Ernesto Laclau vio a la figura de Perón en la política argentina: un “significante vacío”, al que diversos proyectos políticos le tendieron su red discursiva. También lo veo como un evento que da origen a un “efecto Rashomon”, evocando aquí la forma en que en las Ciencias Sociales se ha usado el tema del clásico film de Kurosawa: un mismo crimen relatado desde cuatro perspectivas de interés diferentes. Pero sobre todo lo veo como una situación de lo que Lacan llamó “irrupción de lo real” -el imaginario que atrapa nuestra visión del mundo o grilla a través de la cual filtramos las entidades que formarán parte de nuestra percepción es una fina tela que nos envuelve. Más allá de  ella se encuentra lo “real”, para usar el término de Lacan: la naturaleza tal cual sea, incluyendo nuestra propia naturaleza.

El virus no es otra cosa que justamente un evento del desdoblamiento de este otro plano, la Historia Natural, la marcha azarosa de la naturaleza, sus desdoblamientos contingentes, su deriva. Organismos se consolidan, duran y desaparecen. Nuestra especie seguirá ese destino incierto también o, con suerte improbable, tendrá la longevidad de la cucaracha –aunque será difícil, porque la cucaracha se caracteriza por necesitar de poco. Es importante acatar la idea de que, aun si este virus fuese un resultado de la manipulación humana en laboratorio o, como ciertamente es, una consecuencia de la forma abusiva en que la especie ha tratado su medio ambiente, igualmente y de todas formas se trataría de un evento de la naturaleza. ¿Por qué? Porque nosotros somos parte de esa misma naturaleza y, aun cuando capaces, como especie, de manipular microorganismos y provocar el advenimiento de una nueva era como es el Antropoceno, tenemos allí nuestro lugar, somos parte de esas escena que llamamos “naturaleza”. Nuestra interacción bioquímica pertenece y juega un rol en una escena toda ella interior al gran nido que habitamos, aun cuando el pensamiento occidental haya presionado para retirarnos de esa posición contenida, interdependiente y dependiente. Pensarlo así no nos resulta fácil, porque estamos dentro de la lógica cartesiana de sujeto-objeto, de cabeza-cuerpo, de mente-res extensa. La cosificación y externalización de la vida es nuestro mal.

Al hacer esa maniobra,  el pensamiento occidental cancelaba dos molestias. Una de ellas es la temporalidad de la vida, con su inherente descontrol y el límite que interpone al intento de administrarlo. El tiempo, que no es otra cosa que el tiempo de los organismos, de la propia Tierra como gran organismo, y de la propia especie como parte de ese gran útero terrestre, desafía la omnipotencia de Occidente, su obsesión por administrar los eventos, lo que he llamado en otra parte su neurosis de control. La otra obsesión del pensamiento colonial-moderno, occidental, es la de  colocarnos, como especie, en la posición de omnipotencia de quien sabe y puede manipular la vida, la maniobra cartesiana de formular la res-extensa, la vida cosa,  y catapultarnos hacia fuera de la misma. Por eso, frente a esta pandemia, tenemos la oportunidad de salvarnos cognitivamente de esta trampa y conseguir entender que, mismo aunque sea el efecto de nuestra interferencia, el virus que nos está enfermando es, de todas maneras, un evento natural, de ese acontecer sinuoso e imprevisible que es el tiempo. Y lo es porque resulta de una interacción dentro del reino de la naturaleza, de cuya escena somos parte. El salto de un virus del animal al humano debe leerse de esta forma, que nos recoloca en esta posición de ser parte del mundo natural con sus azares, que muchas veces creemos dominados. Toda una disponibilidad distinta para la vida y para lo inevitable de la muerte surge de una consciencia que acepta  ser parte subordinada al orden natural. La exterioridad cartesiana, lejos de ser universal, lleva a un vicio de lectura propio de Occidente y tiene consecuencias.

El otro gran tema es el del futuro, vinculado también a la dimensión anárquica del tiempo. Las tres imágenes de que hablo me permiten aventurar que un gran desconcierto ha sobrevenido en el mundo frente a esta rara plaga de conducta arcaica.  Frente a este desconcierto, las tres imágenes que le atribuyo: la ausencia de un significado e intencionalidad propia, su provocación Rashomon y  su realidad radical e independiente de nuestras apuestas me permiten hablar de una batalla a futuro  por la imposición de un orden a ese desconcierto. Y toda apuesta teleológica esconde un discurso de supremacía moral y todo discurso de supremacía moral tiene una vocación autoritaria. Quién tendrá entonces la permisión de narrarlo a futuro, para usar la expresión de Edward Said, o quién detentará el derecho a narrar, usando aquí las palabras de Homi Bhabha? Entonces esas tres figuras teóricas nos permiten prever que se dará una batalla para decidir qué red de significaciones, qué discursos y qué relatos serán capaces de atrapar el evento que nos desafía, para instalar así las políticas que darán forma al mundo en el después. Sin embargo, como ya he argumentado, la única utopía que ha sobrevivido a los sucesivos fracasos “revolucionarios” en su intento de reorientar el camino de los pueblos es la absoluta imprevisibilidad del futuro: nunca sabemos hacia dónde ni cómo soplará el viento de la historia. Lo único que nos resta es hacer nuestro papel, en acuerdo con nuestras convicciones y responsabilidades.

El preanuncio de la contienda en puertas ya lo hemos visto suceder por estos días, y este texto también, inevitablemente, se incluye. Muchas mallas de sentido se han tendido para atrapar el tiempo de la naturaleza.  Ya de inicio testimoniamos la divergencia entre dos grandes analistas, como son Slavoj Zizek e Byung-Chul Han: utopía y distopía en confrontación, a la par como presagios. A partir de allí, centenas de atribuciones de significado circularon en muchos textos, pero el virus las excede en su incerteza y el desconcierto en que ha sumido a la humanidad. Esto es muy importante considerarlo pues nos lleva hacia la apertura de la historia, a su imprevisibilidad y a la aceptación de los límites implacables impuestos a nuestra capacidad de controlarla, ordenarla. El virus da fe de la vitalidad y constante transformación de la vida, su carácter irrefrenable. Demuestra la vitalidad de la naturaleza, con nosotros adentro de ella. Se ha mostrado una realidad que nos excede y supera todo voluntarismo. Occidente se enfrenta así con lo que constituye la dificultad suprema del mundo colonial-moderno, porque la meta por excelencia del proyecto histórico eurocéntrico es la dominación, cosificación y control de la vida. Acorralar y bloquear todo imprevisto, toda improvisación ha sido su intento y relativo triunfo progresivo.

Este virus y todos los que le antecedieron y vendrán más tarde presentan una libertad que hace temblar inclusive más que la misma muerte a esta propuesta civilizatoria. Una libertad desconocida. Siendo así, la orden del día solo ha podido ser replegarse para “sacarle el agua al pez”, dejar al nuevo ser sin hospedero, hasta que su peligrosidad quiera “dar la curva” y, o surja una vacuna de las manos del papel que representamos en esta gran escena: la escena ambiental.   Lo que sabemos sirve, pero más que un control indica una “adaptación”,  una flexibilidad y maleabilidad de los comportamientos, y una capacidad de respuesta que forma parte de un mismo drama, del que somos parte. Gran lección le da este minúsculo ser al Occidente.

Difícil y escamoteado en el discurso de los medios fue el impacto inicial incontestable del virus, porque su aparición en escena fue francamente democrática. Atacó en primer lugar y con gran fuerza a las dos más grandes potencias del mundo, y a la rica confortable Europa. En este mismo momento está avergonzando a la Big Apple y a todo el mundo así llamado “desarrollado” al demostrar que carece de lo que parecía tener: seguridad para su gente y capacidad de cuidado masivo y general para sus habitantes. Atacó a  nobles, políticos de alto rango y empresarios de poderosas corporaciones. Hizo sorprendentes bajas entre las élites cosmopolitas. Ante el mismísimo lente mediático, le mostró al mundo que, sin lugar a dudas, todos somos mortales. Se comportó como un migrante al que nadie le coloca vallas. Llevó al propio Henry Kissinger a hablar del fin de la hegemonía norteamericana.

Es posible afirmar que, al menos por un tiempo, el virus, evento de la naturaleza, ha dado una lección democrática. En América Latina, mientras tanto, es posible adivinar un terror expectante y apenas entredicho, una verdad pronunciada a medias sobre lo que sabemos puede suceder cuando el virus finalmente derribe la frontera que blinda la inclusión de la exclusión. ¿Qué sucederá cuando macizamente  “cruce las vías” y haga su entrada, con toda contundencia, incontenible, entre los pobres?  Hasta hoy, en nuestro continente, debido a la cuarentena, la exclusión penaliza a los que viven rigurosamente al día por su necesidad del ingreso diario, pero no es en su cuadrícula que la peste se ha dejado sentir con más fuerza por ahora. ¿Qué pasará cuando arroye de lleno el espacio de los hacinados? Eso no lo hemos visto todavía. Aunque quizás quepa aquí una digresión sobre el caso particular de Guayaquil. He visitado en una ocasión esa ciudad y sus alrededores, y creo que por su extensa faja portuaria en la que atracan pesqueros pero también contrabandistas y traficantes es posible decir que allí hay una extensa población que, siendo pobre, es también cosmopolita. Esa rara conjunción entre pobreza y cosmopolitismo es lo que creo haber anticipado la llamativa vulnerabilidad de esa ciudad.

 

Volviendo a la futurología practicada hasta el momento por autores notables,  los intentos de captura han sido, hasta el momento, al menos los siguientes:

 

  • El virus hará posible derrumbar la ilusión neoliberal y abandonar la acumulación egoísta, porque sin solidaridad y sin estados proveedores no nos vamos a salvar. Sin un estado que garantice protección y entrega de recursos a los que menos tienen, no será posible continuar la vida. La postura, en este caso es que entenderemos que es necesario colocar la acumulación a disposición de la gente que la necesita para sobrevivir, y los gobernantes serán a futuro llevados a desobedecer el precepto fundamental en que el capitalismo se apoya.

 

  • El segundo pronóstico circulando podría describirse como “agambeniano” y es preanunciado por la ciencia ficción distópica. Estaríamos ingresando en un laboratorio de experimentación a gran escala que permitirá espiar a la población mundial con medios de control digital e inteligencia artificial con nuevas tecnologías infalibles. Todo será informado sobre cada uno de los vivientes y la amenaza de un estado de excepción  de magnitud desconocida  asolará a la humanidad.

 

  • Gobernantes como Trump y Bolsonaro parecen adherir, sin enunciarlo reflexivamente, a un tercer vaticinio relacionado con lo no dicho sobre la masacre esperada cuando el virus atraviese la gran frontera con los cantegriles y favelas. Un subtexto de su discurso y accionar parece asentir al exterminio de los sobrantes del sistema económico, curvarse a la ley de la sobrevivencia del más fuerte, del más apto. Una perspectiva neo-malthusiana y neo-social-darwinista se hace presente aquí, una ideología totalitaria – en la definición de ideología de Hannah Arendt – cuyos valor afirma que quien no esté adaptado a la sobrevida en determinadas circunstancias o quien  pueda perjudicar el proyecto nacional como definido por la perspectiva en poder, deberá perecer. El virus, visto desde esa ideología, se encabalga con la “solución final” característica del totalitarismo: lo que no sirve, en el sentido de que no presta servicio a un ideario, no debe vivir.  Esta posición, que es ideológica y responde al proyecto político de un sector de intereses, no debe ser confundida con un abordaje como el de Alemania, por ejemplo, que diverge de la estrategia de la cuarentena rigurosa y la extinción del virus mediante la absoluta restricción de hospederos humanos, y permite la circulación de personas apostando a la declinación natural de la potencia infecciosa del virus mediante el aumento de la inmunidad humana. Este último abordaje no es igual al de la propuesta del neo darwinismo social porque los estados que la proponen, como  Alemania y Suecia, tienen una mayor oferta de atendimiento y equipamiento médico para reducir la letalidad del virus. Aún así, ya han surgido dudas sobre la apuesta en el desarrollo natural de la inmunidad humana, que sin duda pondrá en riesgo la vida de mucha gente, y los países que han adoptado esta estrategia la están abandonando.

 

  • La cuarta interpretación adhiere a la importancia de un abordaje bélico y una derivación hacia una actitud fascista. Se entrena así para actuar sobre la base de la existencia de un enemigo. El frenesí del enemigo asoma su cabeza. Toda política montada sobre la presunción de la existencia de un enemigo común tiende necesariamente al fascismo. La enemistad, el belicismo se convierten en la razón de ser de la política. El virus sirve a las fuerzas de seguridad para actuar dentro de esa perspectiva y lógicas punitivas y de exterminio se desatan. Una parte de la población cuyo perfil en la política y en la ciudadanía tiene esas características se ha encuadrado hoy en esa lectura de la pandemia. Hay una cantidad de ejemplos de expresión de animadversión y agresividad extrema contra vecinos que trabajan en hospitales, sean médicos o enfermeros, contra personas que han llegado del exterior y contra personas que se encuentran enfermas. El furor y odio hacia toda y cualquier persona asociada a la plaga cunde entre sectores reaccionarios de la sociedad, que pretenderán, a futuro, imponer ese orden social frente a lo que puedan definir como “amenaza pública”: enfermos, migrantes, no-blancos, delincuentes, inmorales, etc.

 

  • La quinta predicción es que, al final, habrá de persuadir e imponerse a todos la idea de que la Tierra, en cualquiera de los nombres que recibe, nos habrá demostrado su límite y dejará probado que la explotación industrial de la naturaleza nos lleva en una dirección suicida. Ricos y pobres, según los que así piensan, habremos aprendido lo que los pueblos indígenas nos han repetido tantas veces: “No tenemos la tierra, es Ella quien nos tiene”.

 

  • Una sexta postura es la de que el virus vino a imponer una perspectiva femenina sobre el mundo: reatar los nudos de la vida comunal con su ley de reciprocidad y ayuda mutua, adentrarse en el “proyecto histórico de los vínculos” con su meta idiosincrática de felicidad y realización, recuperar la politicidad de lo doméstico, domesticar la gestión, hacer que administrar sea equivalente a cuidar y que el cuidado sea su tarea principal. Es a eso que le he llamado en estos días de un “estado materno”, como distinto a aquel estado patriarcal, burocrático, distante y colonial del que nuestra historia nos ha acostumbrado a desconfiar.

 

 

Seamos honestos: todas estas apuestas pueden ser perfectamente convincentes, dependiendo de cuál sea el proyecto histórico al que se adhiere y cuáles son los intereses que nos representan. Todas son igualmente interesantes e inteligentes, pero todas son omnipotentes, en el sentido de que pretenden, de antemano, vencer en la ruleta del tiempo. Todas adolecen de la neurosis de control del Occidente en su empeño por encuadrar la historia en un rumbo previsible. Muestran la inculcada incapacidad de estar, evocando aquí inevitablemente el rescate de la potencia del tiempo en su fluencia emprendido por nuestro filósofo, Rodolfo Kush, cuando substituyó el ser heideggeriano por el estar andino.

Problemas que ya existían se muestran exacerbados y se han vuelto más visibles, han aflorado y rasgado una superficie que antes no les daba acceso. El proyecto histórico del capital, y su estructura manifiesta en lo que he llamado “proyecto histórico de las cosas”, como opuesto al “proyecto histórico de los vínculos”, había vedado con eficiencia la consciencia de la finitud. Necesitaba colocar la muerte en un planeta distante. Pero hoy tenemos un gran funeral mediático, son centenas de ataúdes impúdicamente expuestos. Es posible que esto desvíe nuestro deseo en otra dirección que no la acostumbrada: ¿qué importancia podrían tener las marcas, frente a la presencia de La Muerte en el vecindario? Mejor pongámonos cómodos. Total….!

Resulta, además, que las plagas siempre son bíblicas, pedagógicas, aleccionadoras. De repente, es posible preguntarse si el orden institucional y la usina económica a que respondía no era ficcional, si el universo que habitábamos no adolecía ya de una precariedad insostenible. Más que por las muertes que ocasiona, pues decesos, mortandades ya hemos visto muchos, pero no han parado el mundo, es el desconcierto, descontrol e imprevisibilidad que la microscópica criatura ha introducido lo que viene a molestar la credibilidad del sistema. Por ejemplo, ha venido a demostrar que se puede cambiar la realidad prácticamente “de un plumazo” presidencial.  He aquí una pedagogía ciudadana: nada es inamovible, todo puede ser alterado bastando la voluntad política. En materia de gestión de la vida, constatamos que es posible transformar el mundo en un gran laboratorio en el que se  realiza un portentoso experimento.  Y eso es lo que les mueve el piso a los dueños del planeta

Que nadie venga a decirnos ahora que “no es posible ensayar otras formas de estar en sociedad” u otras formas de administrar la riqueza: se puede parar la producción y se puede parar el comercio. Estamos presenciando un acto de desobediencia fenomenal sin poder adivinar cuál será la ruta de salida. El mundo se ha transformado en el vasto laboratorio donde un experimento parece ser capaz de reinventar la realidad. Se revela, de repente, que el capital no es una maquinaria que independe de la voluntad política. Todo lo contrario. Estamos ahora frente a la evidencia que siempre los dueños de la riqueza y sus administradores buscaron esconder: la llave de la economía es política, y las leyes del capital no son las leyes de la naturaleza. Estamos frente a un Estado de Excepción inusitado y a la inversa, que ha apretado la palanca que suspende el funcionamiento de la gran usina que confundíamos con el orden divino. Un pseudo orden divino, una impostura cuya perfecta metáfora es el famoso becerro de oro bíblico, el falso dios que desorientó al pueblo de Israel en su travesía a Canaán: una gran plaga sobrevino por colocar un falso dios en el lugar del verdadero. El capital es el falso dios, la Madre Tierra es el verdadero. Y eso son los mitos en la gran episteme de la especie: siempre nos pautan la lectura del presente.

Proteger la vida, cuidar de ella en un aquí y ahora  y a como de lugar, en un presente absoluto, es todo lo que importa. No así los pronósticos y las declaraciones de principio e intención moral, pues, como he argumentado en otra parte, en esta fase apocalíptica del capital, el discurso de persuasión moral se ha vuelto inocuo frente a la pedagogía de la crueldad que ha inoculado nuestros corazones y consciencias con el antídoto eficacísimo que cancela la percepción empática del sufrimiento ajeno. Además, las pautas a futuro basadas en una supuesta idea general del bien son arriesgadas: cualquier falla en la cláusula que hayamos establecido y la construcción entera se agrietará; cualquier decepción, y nos parecerá derruirse la estructura que cuidadosamente hayamos edificado. Trabajar en la predicción es peligroso, pues no tenemos datos claros ni sobre el presente ni sobre el futuro. No conocemos con precisión lo que nos amenaza. Lo que importa es aprender a estar, cuidar como se pueda y soportar el suelo en movimiento debajo de los pies. He sugerido en otra parte que una politicidad en clave femenina se adapta mejor a este tipo de contingencia en la que salvar la vida es todo lo que importa.

En más de un texto he presentado al estado como la última etapa de la historia del patriarcado. He dicho que cuando la tarea política masculina deja de ser una entre dos tareas políticas, y el espacio donde se ejecuta deja de ser uno entre dos espacios -el público y el doméstico, cada uno con su estilo propio de gestión- para convertirse en una esfera pública englobante y el ágora única de todo discurso que se pretenda dotado de politicidad, es decir, capaz de impactar en el destino colectivo, en ese momento, la posición de las mujeres, ahora secuestradas en la cápsula de la familia nuclear, se desploma a la calidad de margen y resto, expropiada de toda politicidad. Sin embargo, se me ocurre que el enfoque albertiano, su manera de hablarnos, es, al menos en esta circunstancia,  una gestión doméstica de la nación. “Materna”, he dicho públicamente, porque lo materno y lo paterno independen del cuerpo en que se depositan, como nos ha enseñado desde hace tiempo la útil y vilipendiada categoría “género”, gran formulación del feminismo que nos ha permitido desencializar, desbiologizar roles y sexualidades. Alberto nos pide aunarnos, genera una experiencia infrecuente en nuestro país. Genera comunidad, nos pide que depongamos la discordia e intentemos reinicializar para enfrentar lo desconocido, dice que nos va a proteger y que va considerar las necesidades materiales en su desigualdad. Es por eso que he dicho que parece encarnar un estado maternal, una gestión doméstica, como una innovación. No puedo dejar de recordar aquí las dos nociones de patria a que el maravilloso ensayo de Jean Améry “Cuánta Patria Necesita un Hombre” hace referencia:  La patria patriarcal, bélica, defensiva, amurallada, y la patria maternal, hospitalaria, anfitriona. Las lenguas nórdicas tienen dos palabras diferentes para ellas: vaterland o fatherland la una, y heimat, homeland, la patria hogar, la otra. Es imprescindible destacar este acontecimiento, la diferencia albertiana, porque al teorizar, no solo describimos los eventos, sino que también los prescribimos, los hacemos ser, les otorgamos realidad, les alentamos un camino. Tenemos que identificar y nombrar las novedades que aparecen en la desconocida escena del presente.

Más que una fantasía de futuro, debemos prestar atención a lo que de hecho hay, las propuestas y prácticas que emergen, lo que la gente está concretamente haciendo e inventando. Lo que ocurre aquí y ahora a nuestro alrededor, entre nosotros. De nuevo: la politicidad en clave femenina, como he dicho otras veces, es tópica y no utópica, práctica y no burocrática. En esa vigilia, maneras de sustentar la vida que estaban al rescoldo se van reencendiendo lentamente. Nos vamos dando cuenta de que al menos una parte de la capacidad de subsistencia tiene que quedar necesariamente en manos de la propia gente. Resurge en nuestro país la memoria del 2001. Nuestra propia Odisea del Espacio, infelizmente archivada. Un sentimiento de pérdida muy grande se experimenta cuando nos percatamos de que, en el momento en que el Estado retoma eficientemente las riendas de la economía nacional y se supera el período de la gran carencia, toda aquella economía popular se desintegra. En la hambruna e intemperie del 2001, surgieron estructuras colectivas, el individualismo recedió y el país pasó por una mutación que se deja sentir hasta hoy. Pero cuando el problema de las necesidades materiales inmediatas se resolvió, nada promovió la permanencia de esas estructuras operativas que se habían creado.

He defendido que el buen estado es un estado restituidor de fuero comunitario, protector de la producción y el mercadeo local y regional, capaz de fogonear un camino anfibio: no podrá abdicar del mercado global porque de sus dividendos provienen los recursos para sus políticas públicas, pero tampoco deberá abandonar la auto-sustentabilidad de las comunidades, la soberanía alimentar y el mercadeo local, arraigado, que, como en el caso presente, vuelve a hacerse crucial para la sobrevivencia. Un buen estado transita entre los dos caminos y blinda al más frágil, para que sus saberes, sus circuitos propios de mercadeo, sus tecnologías de sociabilidad y sus productos no se pierdan, ni tampoco su autonomía. Vemos nuevamente hoy como resurgen a nuestro alrededor las pequeñísimas huertas en balcones, corredores, galerías y patiecitos, las trocas de sus productos entre vecinas; propone el gobierno las cuarentenas comunitarias, en barrios que se cierran como comunas; retoman su papel los colectivos, hacen colectas, se organizan para que la gente coma, y mis vecinas santelmeñas en red me preguntan todos los días qué necesito. No olvidemos a los millones de hindúes “walking home”,  un lugar que nadie jamás debería ser obligado a dejar. Vemos la ansiedad por la vuelta al terruño en todas partes, y tenemos la obligación de entender este movimiento visceral, atávico, de volver a casa.

El problema que resta es ¿cómo garantizar que esa experiencia quede registrada en los discursos del tiempo pos-pandemia y permanezca audible para, de esa forma, evitar que sea rehecha la fantasía de normalidad y de inalterabilidad que nos capturaba? ¿Cómo retener la experiencia de un deseo que, al menos durante este intervalo, se encaminó libremente hacia otras formas de satisfacción y realización? Habrán fuerzas habilidosas, muy bien instruidas, estudiando el tema para clausurar esa memoria, desterrarla, dejarla bien vedada, para de esa forma garantizar la continuidad de una “normalidad” que la pandemia había interrumpido. ¿Cómo estar preparadas para que el olvido no suceda? Como evitar, también, que la pérdida de experiencia acumulada en el 2001, vuelva a ocurrir?

 

[1] Agradezco a mi hija Jocelina Laura de Carvalho Segato las incontables horas de conversación sobre los errores cognitivos y epistemológicos del especismo.

La crisis que desvela: hacia un nuevo Welfare // Christian Marazzi

Original en: https://www.globalproject.info/it/in_movimento/la-crisi-che-disvela-verso-un-nuovo-welfare-europeo/22694
[Traducción: Emilio Sadier para sangrre.com.ar]

Christian Marazzi nació en Lugano, Suiza, en 1951. Doctor en Economía, enseña en la Scuola universitaria professionale della Svizzera italiana y ha escrito, entre otros libros, Il posto dei calzini (1994) [El sitio de los calcetines (Akal, 1999)], E il denaro va (1998), Capitale & linguaggio (2002) [Capital y lenguaje. Hacia el gobierno de las finanzas (Tinta Limón, 2014)], Finanza bruciata (2009), Il comunismo del capitale. Finanziarizzazione, biopolitiche del lavoro e crisi globale (2010), Diario della crisi infinita (2015).

Cristian Marazzi

En esta entrevista, analiza las relaciones entre la anterior crisis global de 2008 y la actual, solapada con la pandemia; plantea la necesidad política de un nuevo Estado Social que promueva un modelo antropogenético; y señala para el caso europeo –en línea con discusiones y acciones que están cobrando fuerza en otras latitudes– la necesidad de herramientas de financiamiento de la deuda pública y de redistribución de la renta, entre las que se cuenta el ingreso ciudadano.

Estamos ante la mayor crisis sistémica después de la de 2008. ¿Cuáles son, en su opinión, los principales elementos de continuidad a nivel económico y social?

El punto de continuidad es el de encontrarse ante un colapso, tanto en el frente de la oferta como en el de la producción de valor. Esto último simplemente debido al hecho de que una parte de la producción a escala nacional y mundial está bloqueada por obvias razones sanitarias. Por supuesto, el colapso de la demanda también es un elemento que tiene semejanzas con la crisis de 2008.

Aquí, sin embargo, las similitudes se acaban y surgen las diferencias. Mientras que a la crisis de 2008 se llega con una evidente burbuja especulativa sobre los bonos públicos y las acciones bursátiles vinculadas al sector inmobiliario, aquí llegamos a la misma situación de crisis a través de un elemento que tiene ciertamente que ver con la globalización –en particular, con el estrés impuesto por la financierización a todos los niveles y sobre todo a nivel ambiental–; sin embargo, sigue siendo un elemento relativamente exógeno, aunque se mantiene dentro de lo que ha sido un maltrato evidente del planeta y del medio ambiente por parte de la lógica y las prácticas capitalistas.

En tus escritos, a menudo has utilizado el concepto de “estancamiento permanente”, al menos para definir lo que estaba sucediendo económicamente después de la crisis de 2008-2011. ¿Cómo creés que este evento pandémico puede incidir en un proceso a largo plazo vinculado al estancamiento, y cuáles en cambio pueden ser elementos de ruptura?

Este estancamiento secular se instauró a partir de 2008 debido a las políticas de austeridad, por un lado, que redujeron los ingresos desde el punto de vista de su origen redistributivo, y debido a la precarización del trabajo.

Ante la falta de demanda frente a una oferta de producción de mercancías, que sin embargo ha crecido, los diversos Bancos Centrales implementaron políticas monetarias que llevaron al aumento de las deudas públicas y sobre todo privadas y que, por lo tanto, caracterizaron esta docena de años de estancamiento secular. Esto ha causado un aumento vertiginoso de las desigualdades en casi todas partes, en Occidente y más allá.

Ese factor actúa de modo que la crisis actual nos encuentra frente a frente en apariencia con el mismo enemigo, pero en realidad se trata de un “virus de clase”, en el sentido de que produce efectos diferenciados sobre las clases sociales. Desde el punto de vista de los datos afecta más fuerte a la población de edad avanzada, pero desde un punto de vista económico-financiero afecta mucho más a quienes son los vectores más estratégicos de la economía, es decir, a quienes trabajan en el sector de la salud o en el sector logístico y que, sin embargo, se encuentran teniendo condiciones remunerativas decididamente precarias. Esto es lo que esta crisis nos permite decir, observando cómo llegamos a ella.

En este tiempo se está reabriendo un debate que, quizás por primera vez, está poniendo en cuestión los modelos de gestión de la deuda y del gasto público de la gobernanza europea. En tu opinión, ¿es posible abrir un ciclo expansivo y redistributivo sin intervenir de manera estructural sobre el pacto de estabilidad y, en general, sobre los parámetros de Maastricht?

Quiero dejar bien claro que es posible salir de esta crisis con el relanzamiento de un nuevo Estado Social respecto de aquel que ha sido maltratado durante los últimos treinta años. Un Estado Social que se apoye en sectores como la salud, lo comunitario, la cultura, la investigación, la formación y el medio ambiente. Es decir, un Estado Social que sostenga y promueva un modelo antropogenético, basado por lo tanto en las actividades humanas para el hombre, antes que en aquellas realizadas exclusivamente para la producción de mercancías.

Sin embargo, todo esto pertenece al orden de lo posible y dependerá mucho de cómo saldremos de él, por ejemplo, en términos de modalidades de financiamiento y de distribución de la deuda pública, que obviamente está destinada a crecer vertiginosamente en los próximos meses debido a las medidas de intervención que apuntan a sostener tanto la demanda como la oferta.

Las modalidades de financiación de la deuda pública deciden en parte cuál será la duración de este Estado Social, o las posibilidades mismas de declararlo.

Si en Europa no nos emancipamos de las que han sido las condiciones estrictas que llevaron a la crisis de 2010-2012 (por ejemplo en Grecia, pero no solo), de los parámetros de Maastricht y de las condiciones de austeridad impuestas para el otorgamiento de las ayudas del Fondo Salva Estados[1], no veo posible que exista un Estado Social que tenga la capacidad de durar más allá de la crisis que estamos viviendo. Más bien, veo el riesgo de una lucha entre los Estados miembros para apropiarse de los capitales en circulación en los mercados financieros, cada uno con miras al financiamiento de sus propias deudas públicas.

Por lo tanto, creo que es deseable buscar políticas de mutualización de los riesgos, pero también de financiamiento de las deudas públicas de los Estados miembros, porque, si no lo hacemos, creo que lamentablemente avanzaremos hacia un soberanismo de las respectivas deudas públicas a escala europea.

La crisis actual también está reabriendo el espacio para una batalla históricamente estratégica por los movimientos, la del ingreso y del Quantitative easing for the people[2]. ¿Es posible, en este contexto, impulsar una nueva fiscalidad a nivel europeo que tenga una perspectiva redistributiva, y que se relacione con las cosas que acabás de decir sobre un nuevo modelo de Bienestar?

Estoy convencido de que una quantitative easing for the people, esto es, una redistribución diferente, por ejemplo, a la de estos 750 mil millones de euros que el BCE ha asignado para intervenir sobre los títulos públicos en poder de los bancos de los distintos países, está a la orden del día. Por consiguiente, necesitamos un ingreso ciudadano que sea una alternativa a las medidas de quantitative easing que hemos visto en los últimos años, porque hemos visto que muchas de estas inyecciones de liquidez por parte del BCE no han terminado en la economía real, y mucho menos en los bolsillos de ciudadanos europeos, sino en los mercados financieros. Las políticas de quantitative easing no han contribuido realmente a salir del estancamiento secular que mencionaba antes.

Creo que es realmente muy importante reivindicar una renta de ciudadanía, un ingreso ciudadano que, tengámoslo muy en cuenta, se agregue a los beneficios sociales, a las redes de seguridad social vigentes en los Estados miembros, y no en sustitución de ellas. Esto además porque, cuando sea que salgamos de esta situación de emergencia, muchas de las empresas que consigan sobrevivir a largo plazo estarán endeudadas y, por lo tanto, la existencia de una demanda solvente, en virtud de esta quantitative easing for the people, será fundamental para permitirles volver a producción y crear riqueza, precisamente porque existiría una demanda lista para absorberla. De lo contrario, realmente corremos el riesgo de una depresión duradera.

Hay también, por lo tanto, una valencia positiva desde el punto de vista macroeconómico en la idea de la renta de ciudadanía. Pero, sobre todo, hay una pregunta relacionada con los nuevos modos de producir, en particular con la digitalización, porque con un ingreso de ciudadanía finalmente se puede reconocer toda la producción de riqueza que hacemos de forma gratuita como resultado de estos nuevos modos de trabajar. Esto con mayor razón en una fase en la que aumentará el trabajo a distancia (onlinesmart working, etc.), dentro del cual la cantidad de trabajo gratuito que se está acumulando es decididamente importante.

En mi opinión, es necesario movilizarse alrededor de este tema y creo que es necesario hacerlo no solo a nivel nacional, sino a escala europea. Es algo que ya hemos dicho y repetido en el pasado, pero la característica de esta crisis es la de revelar cosas que habíamos predicho desde hace tiempo y que, debido a cuestiones de relaciones de fuerza y de modalidades particulares de crecimiento del capital, permanecían soterradas. Esta crisis, por un lado, revela todas las contradicciones del capitalismo financiero y global que hemos visto y experimentado en las últimas décadas; por otra parte, también trae formas de subjetivación, pensamiento crítico y experimentación que han permanecido en cierto modo ocultas o no han tenido la posibilidad de explotar a mayor escala, en particular a nivel continental. Es necesario moverse en esta dirección.

[1] Fondo salva-Stati, nombre que se le ha dado al Mecanismo Europeo de Estabilidad, organismo mutigubernamental regional fundado en 2011 para asistir económicamente a los Estados de la Eurozona con dificultades financieras. [N. del T.]

[2] “Expansión cuantitativa para las personas”, en referencia a medidas de estímulo económico y redistribución de la renta orientadas a los sectores populares, trabajadores, etc. [N. del T.]

La esencia del Estado contemporáneo (1) // Jacques Rancière

Fuente del texto en francés: Le Grand Continent, 10 de Marzo de 2020.

Traducción al español: Ignacio Gordillo y Martín Macías Sorondo. Corrección y edición: Gisele Amaya Dal Bó.

El filósofo francés Jacques Rancière firma un texto crucial sobre las transformaciones del Estado contemporáneo, los usos de la inseguridad y la lógica global de la profunda contradicción que estructura la secuencia actual.

El 29 de febrero, en Francia, el gobierno decidió implementar el decreto 49.32 para hacer pasar su reforma de las jubilaciones en la Asamblea Nacional, reforma que desde su fase de proyecto había desencadenado uno de los mayores movimientos sociales de los últimos cincuenta años. Ese mismo día, se anunciaron las primeras medidas de orden público para limitar la propagación del coronavirus, prohibiendo las grandes reuniones y restringiendo la circulación en los primeros focos de contagio identificados. Esta coincidencia no debe entenderse como más que eso, una coincidencia. La llegada del virus sigue siendo, por supuesto, un elemento exógeno. Pero tampoco hay que desaprovechar esta oportunidad conceptual, porque implica simultáneamente dos formas del vínculo entre los ciudadanos y el Estado, que pueden parecer contradictorias.

Nos pareció pertinente entonces ofrecer la lectura de una crónica pronunciada por el filósofo Jacques Rancière en el verano de 2003 en una situación que presenta elementos análogos a los que estamos viviendo en estos días: por una parte, la canícula que conlleva la muerte de miles de ancianos, por la otra, la reforma del sistema jubilatorio. El autor nos ha autorizado generosamente a publicarla bajo la condición de que “no le adjudiquemos el rol de profeta”.

 

El Estado y la canícula por Jacques Rancière

Al defenderse por no haber sabido prever los efectos de la canícula3, nuestro gobierno ha reconocido implícitamente que le correspondía, si no controlar el calor y el frío, por lo menos, prever todos sus efectos posibles sobre las vidas de nuestros conciudadanos.

Si el asunto se presta a la reflexión, es porque el gobierno está al mismo tiempo empeñado en una labor aparentemente opuesta. Su gran tarea es la de reducir los gastos que la colectividad asume para garantizar, tanto como sea posible, para cada uno un empleo, un salario y acceso a la salud. Este cometido se acompaña de un discurso que exalta las virtudes reencontradas del riesgo y de la iniciativa individual contra la tiranía del Estado de bienestar y el arcaísmo timorato de los privilegios sociales.

Es así como las circunstancias actuales nos presentan, en apariencia, un singular contra-efecto: en el momento en el que el Estado decide hacer menos por nuestra salud, se reconoce responsable en su conjunto en lo que respecta a nuestra vida, su duración y su protección contra todos los flagelos que la pueden amenazar. No se trata aquí de una contradicción accidental, sino más bien de una lógica global. Lo que está en juego en las reformas actuales no es, sin importar lo que se diga, la restauración gloriosa de las virtudes del individuo contra el lastre del Estado. Es más bien el reemplazo de sistemas horizontales y asociativos de solidaridad por una relación vertical entre cada individuo con el Estado protector.

¿De qué nos protege el Estado precisamente? Se resume en una palabra: inseguridad. Se ha querido asignar este término a los fenómenos de violencia y de delincuencia que existen en buena parte de los suburbios y colegios. Pero la inseguridad no se identifica con ningún fenómeno en particular; es la sensación móvil de que estamos amenazados por flagelos innumerables y eventualmente sin rostro. Nuestro presidente fue hace poco elegido por algunos para luchar contra el flagelo de la inseguridad en los suburbios y por otros para protegernos de la extrema derecha securitarista. En qué medida ha vencido a esas dos enfermedades, hoy en día nadie se lo pregunta expresamente. En su lugar, se le plantea si su gobierno ha hecho todo lo que es necesario para prolongar nuestra vida tanto como ella pueda serlo.

Detrás de las alabanzas oficiales a la virtudes del emprendimiento y del riesgo, lo que aparece de hecho es un vínculo cada vez más fuerte de cada individuo con un Estado encargado de protegernos de todos los peligros, tanto aquellos del islamismo y del terrorismo, como aquellos del calor y del frío. Esto quiere decir que la sensación de miedo es aquello que hoy más que nunca cimienta la relación de los individuos con el Estado.

 

Sería necesario entonces revisar algunos de los análisis entre los que hemos estado viviendo desde hace algún tiempo. Estos nos describen al Estado contemporáneo como aquel cuyo poder está cada vez más diluido, invisible, en sincronía con los flujos de mercancías e información. Estaríamos en la era del consenso automático, del ajuste indoloro entre la negociación colectiva del poder y la negociación individual de los placeres en la sociedad de masas democrática.

Sin embargo, el estruendo de las armas estadounidenses, los himnos a Dios y a la bandera o las renovadas mentiras de la propaganda estatal han sacado a la luz una verdad inquietante: el Estado consensual en su forma consumada no es el Estado gerencial o el Estado modesto. Es el Estado reducido a la pureza de su esencia: el Estado policial. La comunidad de sentimiento que apoya a este Estado y que este gestiona en su beneficio, es la comunidad del miedo.

Los errores que los gobiernos reconocen o de los que se les acusa en lo que respecta a la protección de su población actúan, entonces, como una especie de contra-efecto. Al no protegernos bien, están demostrando que están ahí más que nunca para hacerlo. El fracaso del gobierno de los Estados Unidos en proteger a su pueblo de un ataque preparado desde hacía mucho tiempo se revela como una prueba de su misión de protección preventiva contra una amenaza invisible y omnipresente. Lo mismo ocurre con los fracasos de nuestros gobiernos para hacer frente a la pequeña delincuencia o para prevenir los riesgos para la salud. Prevenir el peligro es una cosa, manejar la sensación de inseguridad es otra.

La opinión reinante desearía ver en el desarrollo de la lógica securitaria una reacción defensiva provisoria, debida a los peligros que plantean hoy en día a nuestras sociedades avanzadas las actitudes reactivas de las poblaciones desfavorecidas, impulsadas por la pobreza al desvío de conducta, el fanatismo o el terrorismo. Pero no hay indicios, en verdad, de que las actuales campañas de fuerzas militares y policiales o que los reglamentos securitarios estén conduciendo a una reducción de la brecha entre ricos y pobres, lugar privilegiado en el cual se quiere ver la amenaza permanente que pesa sobre nosotros.

La inseguridad no es un conjunto de hechos, es un modo de gestionar la vida colectiva. La avalancha mediática cotidiana sobre todas las formas de peligros, riesgos y desastres, así como la moda intelectual del discurso catastrofista y la moral del mal menor, muestran suficientemente que los recursos del tópico securitario son ilimitados. La sensación de inseguridad no es una preocupación arcaica, hoy reactivada debido a circunstancias transitorias. Es una forma de gestión de los Estados y del planeta que es capaz de reproducir en bucle las mismas circunstancias que lo sustentan.

 

 

(1) El artículo original se encuentra en: Rancière, Jacques, Moments politiques, interventions 1977-2009, París, La Fabrique, 2009, pp. 142-145.

(2) El tercer párrafo del artículo 49 de la Constitución Nacional francesa le permite al primer ministro, luego de consulta con el gabinete de ministros, decidir la promulgación de un proyecto de ley referido a las finanzas o al financiamiento de la seguridad social sin que sea necesario el debate parlamentario. Funciona, en suma, como una medida de excepción en la promulgación de leyes. El Parlamento puede contestar la decisión presentando una moción de censura en el lapso de las 24 horas posteriores a la aplicación del artículo 49.3, que debe ser apoyada por la mayoría de los miembros de la Asamblea para cobrar efecto y desaprobar el programa o la decisión del gobierno. En tal caso, el primer ministro debe, por ley (art. 50) presentar su renuncia al presidente. En el caso en cuestión, dada la mayoría parlamentaria del partido promotor de la reforma de las jubilaciones, la aplicación del artículo 49.3 supuso una aceleración en la aprobación de la ley que impidió su debate, método ampliamente repudiado por la ciudadanía y los partidos de oposición. (N.T.)

 

(3) En 2003, una ola de calor en Europa occidental y el creciente número de muertes que ella provocó habían suscitado en Francia cierta crisis político-mediática.

 

Argumentos de la fiebre. Segunda entrega de Esquirlas del miedo // Marcelo Percia

Se llama esquirlas a las astillas desprendidas de un cristal, de una piedra, de un metal, de la vida común detonada.

Estos tiempos necesitan argumentaciones que ayuden a entender e interpretar lo que está pasando, recomendaciones que ayuden a actuar, cercanías y confianzas que ayuden a estar, decisiones de gobiernos que cuiden.

También necesitan pensamientos espasmódicos, contracciones de ideas que duelen,  argumentos inacabados de conversaciones por venir.

Los fragmentos que siguen intentan esto último.

 

Un virus que mata logra, por el momento, parar un mundo que marcha hacia el desastre.

Logra lo que hasta ahora nada pudo: frenar la desidia de un modelo económico cruel y violento, que extrema las desigualdades y que está destruyendo el planeta.

 

De repente, se amanece con deseos de semilla. Semilla no como plan concentrado, sino como impulso hacia lo no sabido ni imaginado.

 

Una sola letra distingue estar cercanos de estar cercados.

Una sola letra distingue sueños de dueños.

Entre el sentido común y el sentido de lo común flotan galaxias.

 

No se sabe, no se puede imaginar, cómo sigue la vida después del virus. Pero, sí se sabe que no se quiere morir así: sin un beso, sin una caricia, sin el último abrazo. Sin el común dolor de cercanías que se despiden para siempre.

 

Escrutando, en el abismo de estos días, no se hayan reflejos de una figura propia, personal, identificable; se entrevén tramas de sensibilidades que tiemblan, se atraen, se despedazan, en las aguas borrosas de la historia.

 

Si no se puede otra cosa, la sesión clínica por teléfono sin imagen ayuda a sumergirse en la voz. A entregarse a una llamada, a una palabra, a tonos que se apagan y a cadencias que sorprenden.

Un momento de análisis puede acontecer en cualquier parte si se encuentra con una disponibilidad que escucha en estado de demora. Que asiste al vértigo de un silencio que solicita una señal de presencia, para no caer.

 

El problema no reside en la sociedad de control y vigilancia ni en las clases virtuales. El problema, aquí y ahora, consiste en el hambre, en la brutalidad policial, en los muchachos a los que “les tocó la hora de ganar menos”.

 

Hablas del capital tambalean desquiciadas.

Naciones poderosas luchan entre sí para acaparar barbijos y respiradores.

Francia acusa a Estados Unidos de comprar en aeropuertos chinos (al contado y a un precio cuatro veces superior) tapabocas destinadas a Europa.

 

Estadounidenses se protegen de las consecuencias del virus. Autorizan a funcionar tiendas de alimentos, de medicinas, de armas.

Aumenta la venta de rifles, pistolas, municiones y cuchillos.

 

Normalidades niegan, disfrazan, desestiman, cualquier cosa que las desestabilice.

Postulan que sigamos con la vida normal desde nuestras casas: que trabajemos, estudiemos, cumplamos años, hagamos el amor, nos analicemos, asistamos a un recital, estando en línea.

Nos encontramos ante la inesperada oportunidad de no seguir una vida normal, de no actuar como si no estuviera pasando nada.

Nos encontramos ante la oportunidad de no normalizar el sinsentido de correr hacia ninguna parte.

De no encubrir la visión de la desigualdad, de la concentración de riquezas, de la destrucción del planeta, de las violencias y crueldades, de las guerras coloniales y financieras.

Estamos ante la oportunidad de una común demora, de una común detención, de una común angustia. De una común convicción de que “Esta normalidad no va más”.

Aunque no propongamos ninguna otra.

 

Cerrar el día, entrar en la noche, amanecer otra vez, andar en un círculo cerrado: sucedía así antes, pero colosales distracciones ayudaban a olvidarlo.

 

En tiempos de tormentas, catástrofes, epidemias, urgen conducciones.

Pero, no como el descollante papel que asume un liderazgo fuerte, sino como diferentes posiciones por las que pasan sensibilidades que, en momentáneos entramados, pueden conducir fuerzas del común cuidado.

 

La cuarentena reduce lo aleatorio. La ciudad como reserva de imprevistos deseados.

 

No crecen los infectados. No se trata de infectados, sino de vidas que padecen una infección.

No expresa lo mismo si se dice invadidos, corrompidos, emponzoñados, que si se dice receptividades afectadas.

No expresa lo mismo si se dice contaminados, que si se dice inocencias afiebradas que temen contagiar, que se ahogan, que pueden morir.

Resistir lenguajes de la crueldad, tecnicismos que anestesian dramatizando, la vida y la muerte traducida en gráficos estadísticos.

 

Si se percibe lo que está pasando, cuesta no enfermar de miedo.

El miedo enferma cuando calla, niega, rebasa. Cuando se complace de sí. Cuando desespera y no se cuida. Cuando adhiere a todos los desastres. Cuando solo piensa con miedo. Cuando no ríe entre cercanías que se gustan.

 

Se extrañan barullos de voces superpuestas. Algarabías que se aproximan con ganas. Encuentros súbitos. Seducciones de una sola mirada. Roces accidentales. Sudores que se mezclan. Alientos que no dañan. Temores habituales. Sin contar otras cosas que ya se están sabiendo.

 

Las etiquetas yo me quedo en casa y nos cuidamos entre todos comienzan a servir como argumentos de venta y autopistas de consumo para muchas empresas. El mercado de los cuidados aprovecha al yo y al entre todos.

El común cuidado necesita inventar una lengua que las hablas del capital no puedan absorber.

 

Cuidar a quienes cuidan con barbijos, guantes, trajes, alcoholes, salarios. También con demoras en las que cada cual pueda contar qué le está pasando. Sin negaciones ni temeridades. Sin pánicos ni alarmismos. En confianzas que socializan astucias que ayudan a seguir viviendo.

 

El sentido común quiere que esto termine pronto y se adapta para seguir sin detenerse a pensar el mundo.

Negaciones engendran fanatismos.

La común curiosidad decide demorarse en lo que está pasando, aun sin saber cómo alojar lo que se siente.

Ese común no saber abraza soledades.

 

Hoy la medicina está pasando por un momento transitorio de poco saber.

Como estamos siempre quienes asistimos aflicciones de la vida en común.

Poco saber no equivale a saber poco, alude a lo ilimitado, inalcanzable, inconcebible del saber clínico.

Estar en posición de poco saber previene omnipotencias, soberbias, individualismos profesionales.

 

En algún momento estas preguntas pasan por la cabeza: ¿Estoy viviendo los últimos días? ¿Los astronautas me van a sacar de mi casa? ¿Saldremos de esto?

A veces, la cabeza no dice nada, duele callada.

 

Cuando la memoria de los besos se borre, el deseo de lo común carecerá de sentido.

 

Alejandro Kaufman piensa que para el capitalismo las vidas que hablan cuentan lo mismo que para el póker las voluntades que juegan. Al póker no le interesa quienes participan de la partida, le da igual quién gana o quién pierde.

De la mesa del capitalismo nadie se puede retirar.

 

La cuestión más difícil no reside en las incertidumbres por venir, sino en soltar las certezas del hasta ahora.

 

El gobierno de México emite una Guía Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica. Da este ejemplo. Hay dos pacientes: A tiene 80 años y B tiene 20 años. Se dispone de un solo respirador. A puede vivir 7 años más, mientras B 65 años más. El respirador corresponde a B.

Se presenta la condena como cálculo racional, la indolencia como asignación de recursos, el consentimiento con la crueldad como razón de fuerza mayor.

No se concibe ni se imagina la posibilidad de una común decisión amorosa y solidaria entre sensibilidades que padecen.

 

Desamparos tutelados por el pánico, en la desesperación, se envalentonan levantando banderas fanáticas.

Fanatismos de la prevención señalan, desprecian, estigmatizan.

 

Se vive un presente pleno que cierra sus fronteras amenazas.

Los días pasan sin que pase nada.

Se asiste a la inminencia de que está por venir lo peor.

¿Cómo preparar el común cuidado para ese momento?

 

Cuidar a quienes cuidan. A quienes se disponen a acompañar duelos sin despedidas.

 

Sensibilidades que tienen casa, agua y jabón, alimentos, algún dinero, amorosas distancias conectadas, tiempo para ver películas, leer un libro, remover la tierra de una maceta, rescatar una foto vieja, se declaran privilegiadas.

El privilegio de transcurrir las horas sin premuras.

 

Tras años de atener consultas de las aflicciones del vivir, sensibilidades que se entregan a cuidadosas demoras, aprenden a visitar casi todas las afecciones, incluso las de la felicidad.

 

La negación protege inmovilizando lo negado.

 

Hablar todo el tiempo del virus cansa, aburre, fastidia. La tácita presencia del miedo, el modo callado de saberlo, las formas amables de distraerlo, se presentan como tretas de una común evasión que reconforta.

 

La disyuntiva no se presenta entre salud y economía, sino entre la mera vida y el común vivir.

 

Cuesta contar con el tapabocas puesto cómo nos estamos sintiendo, si dormimos o no, si tenemos miedo, o si nos pasa algo que no sabemos explicar.

 

No está de más decirlo otra vez: uno de los mayores riesgos después del virus y del desamparo, reside en ahogarse en el auto padecimiento.

 

Vivimos tiempos en los que urge estar aunque no se sepa cómo.

 

 

Onda inmunitaria: voces cómplices para pensar la crisis del coronavirus // Onda inmunitaria

Un punto de emisión para pensar en compañía, para escuchar qué se está pensando desde distintos lugares, desde los haceres, desde las experiencias que vamos teniendo.Un esfuerzo, artesanal y precario, para pensar-con y escuchar, partiendo desde lo que hay, más acá o más allá del monólogo experto, mediático, del discurso autorizado.

Le hemos llamado Onda Inmunitaria, porque la única inmunidad individual y colectiva posible está en pensar y actuar por cuenta propia, sin esperar, sin delegar, sin dejarnos desposeer del sentido y la materialidad de nuestras vidas.

En esta primera entrega nos ponemos en contacto con amigxs en el extranjero para que nos transmitan un clima de sensaciones, reflexiones, preguntas. Voces cómplices:

Amarela Varela desde México nos habla de la división social en el país y de cómo se nota en el confinamiento, en el acceso a las tecnologías, en la educación cuando no hay escuela.

Pablo Lapuente desde Suecia nos habla de las (no) medidas puestas en marcha por el gobierno, de la respuesta social, de la degradación del Estado del Bienestar, del individualismo y la cultura cooperativa en Suecia.

Cristina Vega desde Ecuador comparte sus esfuerzos por entender el origen de la pandemia y el conflicto entre los modos de explotación del planeta, sociales, políticos. Reflexiona sobre la articulación social y las posibilidades de lucha, transformación y supervivencia en el contexto ecuatoriano.

Pantxo Ramas desde Roma nos habla de las distintas fases por las que han pasado los confinados en Italia, de los mecanismos de privatización/mercantilización de la salud, de la potencia que podría tener en estos casos una salud comunitaria o situada en el territorio.

Sera comparte su vivencia de la pandemia desde Sao Paulo donde parece que el equipo de Bolsonaro, a pesar del propio Bolsonaro, está tomando medidas adecuadas. Nos sensibiliza con las graves desigualdades de la ciudad, ¿cómo se lavarán las manos quienes ni siquiera tienen agua corriente?

Jun Fujita habla de la situación del coronavirus en Japón, donde el gobierno ha minimizado el contagio para proteger los Juegos Olímpicos y la población ha establecido una relación ambivalente con el virus: sólo una alianza clandestina con el corona podía desbaratar el cálculo económico del gobierno.

Ana Bigotte desde Lisboa nos cuenta sobre la instauración del Estado de emergencia, sobre las solidaridad institucionales y autónomas, sobre su personal caso, avisada de la gravedad de la situación por su hermano médico en medio del escepticismo general.

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