Anarquía Coronada

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Hay una catástrofe de género, es necesario darse cuenta // Rita Segato

Rita Segato añoraba el encuentro con sus fantasmas. Como si los hubiese visto en sueños deambular por los pasillos de ese edificio de San Telmo donde vive: chorizo, de baldosas blancas y negras, construido para obreros. Las oportunidades la llevaban cada vez más lejos de su país, dice, pero quería encontrar el camino de vuelta. El encuentro finalmente se consumó con el retorno al punto de partida, a Buenos Aires, después de una búsqueda en otras rutas y paisajes. Cuando habla de su vida sin rutinas, Rita la piensa en reencarnaciones, un vaivén entre la academia y los vínculos. A la hora de escribir despliega sobre la mesa seis diccionarios. Busca la palabra, precisa, en el idioma que más se le acerca a lo que quiere decir. También las busca cuando conversa. Compone, evoca, enfatiza. “Yo siempre fui leal a lo que me gusta, a mi placer, que es pensar. Mi camino es el camino del estudio. Me considero una académica que piensa de manera insurgente”, asegura.

−Parte de tu crítica intelectual apunta al hecho de que nuestros feminismos siempre han mirado hacia Europa, ¿qué cuestiones identitarias de Latinoamérica hemos salteado o dónde no pusimos atención por ese gesto?

−La situación de Bolivia y Ecuador del año pasado remite directamente a esa relación entre los feminismos y los Estados. Explica por qué perdemos las luchas todo el tiempo. Se da un paso adelante y dos atrás porque nuestra fe estatal nos dice que tomemos el Estado y el problema va a estar resuelto. Pero si la marcha no se hace en la sociedad, cuerpo a cuerpo, con la gente, de una forma arraigada en lo comunal y territorial, toda conquista se pierde tiempo después. Es un círculo vicioso. Es lo mismo que pasó en los países que menciono y que en cualquier momento puede volver a pasar en la Argentina. Tuvimos una victoria en las elecciones, pero si no se revierte en un trabajo con la gente, en los territorios, en la comunidad, en las economías arraigadas, locales, regionales, se va a perder. Últimamente estuve pensando mucho en el 2001, momento en el que se recolectiviza el país y hay cambios. Pero eso no fue aprovechado, porque de nuevo el Estado tomó el control de la economía, la historia y se perdieron invenciones que se generaron en contexto de crisis. A eso yo lo llamo el desarraigo: el país se desarraiga de sí mismo otra vez. Y la solución vuelve a ser en sentido institucional eurocéntrico. Pero es la sociedad que se ha transformado la que podrá tener un Estado diferente.

−¿Qué factores políticos e históricos explican ese desarraigo en el caso argentino y qué diferencias o puntos en común observás con otros procesos de la región?

−Estuve acá en noviembre de 2001, poco antes del estallido popular. Cuando este supera los sindicatos, los partidos políticos y los grupos de militancia; cuando es la gente –como sucedió en Chile− la que sale a la calle, ahí sí tenemos realmente un movimiento de las placas tectónicas. Sobre Chile se critica, por ejemplo, que no hay una vanguardia, una organización. Están equivocados. La oportunidad de una nueva historia aparece cuando salen a la calle quienes no están organizados: es al revés de lo que piensan. Entonces, eso pasó en 2001. La gente, fuera de la conducción de vanguardia, salió por desesperación ante la opresión económica y las políticas no confiables. Aparecieron las asambleas barriales, las ollas colectivas, comunes, el trueque, una gran cantidad de formas y respuestas a la situación de carencia. Después, vienen los gobiernos que empiezan a poner las cosas en orden. Los K: los mejores que hemos tenido, y el de Cristina fue el mejor de todos. Pero hubo una gran pérdida. No se optó por un camino anfibio que hubiera sido recuperar la economía con las apuestas al mercado global para hacer bienestar social. Noto, como alguien que ha visitado el país prácticamente como una extranjera a lo largo de mucho tiempo, que hubo un cambio en el 2001: se volvió más colectivista. El país que yo dejé era uno de individuos, de una ciudadanía homogénea, a raíz de un Estado autoritario en lo cultural que aplanó la nación y generó clones a través de la escuela. Pero cuando volví recientemente encontré que la gente besa al portero o al que cuida los coches en la puerta. Son pequeños gestos que indican la permanencia de vínculos colectivos.

−¿Qué desafíos surgen cuando sucede lo contrario? Por ejemplo, en la lucha por el aborto legal en la Argentina donde la sociedad ya dio esa discusión y hubo un avance en la comprensión de esa práctica como un derecho de las mujeres. Sin embargo, el Estado la niega.

−La cuestión que está en juego en esa negación del Estado, en el fondo, no es una discusión sobre el aborto, sino sobre quién escribe la ley. Lo que está dicho ahí es: “Esas mujeres que saquen el cuerpo, que se dejen de joder, porque no son ellas las que escriben las leyes”. La ley no tiene eficacia material, todo el mundo lo sabe. Es una falsa ley. Nunca nadie ha dejado de hacer un aborto aún con el riesgo de morir. En todo caso, habla de otra cosa que es si vas a dejar que un montón de muchachitas, libres, felices, festivas, bailando en la calle, escriban las leyes. Ese es el tema de la discusión del aborto en el Congreso: quién tiene el poder sobre la nación, quién tiene la lapicera que escribe las leyes. No pueden ser esas muchachitas. Pero serán. Porque muchas tienen menos de 16 años y van a votar.

−Rita, vos criticás el ADN patriarcal en la conformación del Estado. ¿Qué rol tendría el Estado, entonces, en ese proceso teniendo en cuenta el contexto argentino donde el movimiento feminista impone muchos de sus reclamos, como por ejemplo, la Educación Sexual Integral?

−No creo que se pueda abdicar del Estado. No soy anarquista de esa forma. Lo que pasa es que no percibe −y por eso ha perdido terreno ante las acciones de las iglesias fundamentalistas cristianas− el mar de fondo que se estaba generando. Porque esa fe estatal te hace perder noción de lo que está pasando en la sociedad verdadera. El Estado es la ley, el discurso jurídico, y piensa que lo que no está en sus reglas no existe en la realidad. Y es un error garrafal. Así vamos a perder siempre. Las reivindicaciones del feminismo todo el tiempo se dirigen a ese Estado. Mientras tanto, se van instalando otros discursos. No nos damos cuenta hasta el momento en el que nos controlan: la vida, la historia. La esperanza no viene del feminismo institucional, eurocéntrico, que se ha despegado de la gente. Viene de los pueblos, de sus estructuras comunales con sus proyectos propios. En Ecuador, por ejemplo, los sindicatos y partidos de izquierda no consiguieron hacer lo que lograron los indios: defender al pueblo del FMI. En la Argentina, con el movimiento político y sindical organizado, tampoco lo conseguimos. Nuestro continente es mucho más complejo. En Chile, el papel del movimiento indígena mapuche en el levantamiento de la sociedad, inclusive como ideario, está presente en todas partes y calles. Con esto estoy diciendo lo siguiente: es imposible pensar el feminismo de forma guetificada. Imposible pensar sus reivindicaciones, luchas y metas pensando solo en “nosotras las mujeres”. Solo se puede pensar entendiendo la política y la historia en un contexto mayor. Ahí entendemos lo que pasa con “las mujeres”.

−En octubre del año pasado participaste por primera vez en el evento feminista que se realiza en nuestro país desde 1986. ¿Qué lectura pudiste hacer de la disputa por el cambio de nombre del Encuentro Nacional de Mujeres?

−Lo que ocurrió fue un horror y tiene que ver con los partidos de izquierda tradicionales. Conozco la mentalidad y participé de la insurgencia en los años setenta. No tengo la menor añoranza y nostalgia. Cuando tenemos reveses tan grandes es porque cometimos errores importantes. En ese momento fueron banderas muy queribles. Yo también me emociono cuando escucho la música de protesta de aquellos tiempos y ahora han resurgido mucho con la influencia chilena. Pero mucho cuidado con andar en círculos, con las repeticiones, que es la tendencia natural. Hubo derrotas vinculadas no sólo con la fuerza del enemigo, sino con los errores. Con el Encuentro Nacional de Mujeres tuve una gran decepción. No entera, la mesa de mujeres sindicalistas en la que participé fue extraordinaria, una gran invención histórica. Además, las mujeres superan a la organización, eso es maravilloso. Hay que colocarlo en texto, hablarlo. El rechazo a la plurinacionalidad demuestra que hay un control por parte de vanguardias obsoletas. Una de las notas de Mariana Carbajal es extraordinaria porque te dice: “Lo más importante que ha sucedido en el Encuentro fue el descontrol”. O sea, las fuerzas que actuaron por sí mismas y con desobediencia en relación a la organización del movimiento.

−Entonces para vos el Encuentro es plurinacional y con las disidencias.

−Obvio. Porque la gente misma lo es. Por otro lado, sentí un dolor muy grande al ver una mesa de Abya Yala organizada por mujeres blancas, tres de ellas rubias. Quien ha vivido en Brasil y ha visto las luchas negras indígenas sabe que la raza es un factor fundamental, existe. Esa mesa muy bonita, pintoresca, colorida, al mismo tiempo ignoró completamente la existencia de la ocupación del Ministerio del Interior por un grupo de mujeres indígenas que consiguió grandes victorias.

−Luego de tus declaraciones tras la denuncia de Thelma Fardin, se originó un debate acerca de lo que dijiste sobre los linchamientos en las redes sociales. Hubo quienes tomaron esas palabras tuyas para enaltecer sus ideas en contra del feminismo. Vos marcaste escrache y linchamiento como dos términos totalmente diferentes, ¿podrías ahondar en eso?

−Sí, pero yo digo que el escrache está bien porque es una forma de justicia popular. Fue lo que surgió en la Argentina cuando no había un Estado capaz de juzgar los crímenes de los genocidas. El escrache entra dentro de la idea de pluralismo jurídico como otra forma de hacer justicia. Pero para que la haya tiene que haber un justo proceso. En el caso de los abusos, acosos y violaciones contra las mujeres, una gran cantidad acertará y realmente tendrá la verdad. Pero hay un margen de error y tenemos que disminuirlo. Las mujeres nos hemos unido y tenemos un momento de gran victoria. No podemos arriesgarnos. Hay que pensar en tribunales de estructuras comunitarias. No puede ser espontaneísta, no puede ser sumario, porque ahí se puede perjudicar nuestro camino. Además, es necesario hacer una diferencia entre el acusado púber, adolescente, y adulto, porque hay un tiempo en el que la persona está aprendiendo a vivir. Nociones de bien y mal. Entonces, es muy importante considerar la diferencia de las edades cuando hay una relación de poder.

−Pensando la violencia al interior de los vínculos, ¿cómo hacemos lxs jóvenes para tener relaciones más amorosas entre nosotrxs?

−Otro problema es eso. Hay una catástrofe de género y es necesario darse cuenta. Yo fui mucho más libre en mi juventud que lo que mi hija hoy que tiene 30 años puede ser. Porque yo pude atravesar el país de norte a sur, sola, con una mochila, con dos amigas, sin ninguno de los riesgos. Hoy no se puede hacer más. Pude andar haciendo dedo. Tengo 68 años. Fui más joven que las jóvenes hoy. Eso hay que verlo históricamente.

−¿Y para vos qué factor histórico puede explicar ese cambio?

−El proceso del riesgo de las mujeres avanzó en la sociedad. Son temas para estudiar. Yo creo que la sexualización excesiva de los niños desde la infancia, dada por la propaganda, la moda y el consumo ha tenido un efecto. Inclusive, en mi texto Las estructuras elementales de la violencia digo que hay una continuidad entre la violación y el consumismo. La gente usa las palabras sin estudiar. Con pedagogía de la crueldad hablo de una pedagogía que nos enseña a ver el mundo como cosa: la programación para que tengamos una estructura no empática. Y el capitalismo es el ideario del mundo cosa. La pedagogía de la crueldad es capitalista por definición. Tenemos que intentar al extremo dar las herramientas, los recursos, para que las chicas, las mujeres, nos podamos defender.

−¿Y se podría partir de la idea de la mujer cosa, la mujer objeto, para debatir o pensar esta disyuntiva que hay respecto a “trabajo sexual sí o trabajo sexual no”?

−La cuestión está mal puesta porque primero la trata es crimen. ¿O no es crimen? ¿Y? Esa es la fe estatal de nuevo, ¿porque es crimen vamos a decir que no hay trata? ¿Qué hago con criminalizar la prostitución? Si ya la trata es un crimen pero no pasa nada. Está mal puesto el debate.

−¿Y cómo debería ser?

−Yo no tengo la bola de cristal, pero te puedo decir que la criminalización no lo va a resolver. Es posible que produzca más clandestinidad y opresión, porque va a suceder escondido. Primero, hacer cumplir la criminalización de la trata, la ley que existe. Y luego ver que la reglamentación tampoco da acierto. Se puede ver en Alemania: los relatos son absolutamente abominables, descomponen. ¿Por qué? Porque se regularizó, pero las prostitutas son migrantes. Hecha la ley, hecha la trampa. La prostitución es un ejemplo clarísimo de que la ley no se basta a sí misma si la sociedad no se transforma. El trabajo es en la vida, en la sociedad, en las relaciones, y es mucho más duro. Porque lo que hemos hecho desde el movimiento feminista por mucho tiempo es pasar una ley e irnos a celebrar. Si no transformás la sociedad… Esa es la fe estatal: trabajar el mundo desde el Estado. Y es al revés. Es la sociedad que se ha transformado que podrá tener un Estado diferente. Es de mano contraria a lo que hemos venido pensando.

−Dijiste que una revolución sin demolir al patriarcado no nos lleva a ninguna parte…

−Y no soy yo sola quien lo dice. Quien lo hace de una manera magnífica es Abdullah Öcalan, el líder kurdo. Para que podamos caminar en la historia es necesario desmontar el patriarcado. Yo lo decía antes de enterarme más profundamente de las ideas de Öcalan. ¿Qué es la verdad? Es el resultado de una interlocución que concuerda, que converge en un tema. Si alguien lo dijo del otro lado del mundo yo también lo digo desde el lado de acá.

−¿Y cómo imagina Rita una revolución verdadera?

−Esa revolución donde primero identificamos la primera forma de subordinación. Poder, desigualdad de poder y prestigio, expropiación de valor, colonización de los cuerpos: el patriarcado. La primera colonia es el cuerpo de las mujeres. Si eso no sale a la superficie de las luchas estaremos dando vuelta en círculos.

−En el discurso de la última Feria del Libro de Buenos Aires instaste a que seamos desobedientes, a que construyamos nuestra propia desobediencia. ¿Por dónde se empieza?

−Es algo sorprendente para mí que la gente me escuche, nunca busqué fama. Yo siempre fui leal a lo que me gusta, a mi placer, que es pensar. Mi camino es el camino del estudio. Me considero una académica que piensa de manera insurgente. Tengo un gran gozo en tener una idea nueva. Ahí celebro. Es lo que me interesa. Una de las formas de desobediencia, como dije antes, es tener cuidado de repetir consignas y formas de militancia de los 60 y 70 porque son las que nos llevaron al muere. No es por ahí. Hay que pensar nuevo. Y además, ¿quién va a ser contrario a la desobediencia? Quien es contrario a la desobediencia no tiene pulsión de vida.

Entrevista  por Solana Camaño y Agustina Lanza

Sudestada

Cachorro. Breve tratado de filosofía paterna (fragmentos) // Agustín J. Valle

De Agustín J. Valle

Si un tratado es un intento es un ensayo (prólogo)

“Ya vas a ver cuando venga tu padre”. Ese lugar común heredado muestra un tipo rol paterno, vertebrado por tres elementos principales: la ausencia, la Ley y la Realidad.

No estaba, ese padre; llegaba. Y su condición ausente posibilitaba que su cuerpo fuera la carne portante de una abstracción, la Ley. La Ley, fantasía terrorífica y ordenadora; orden: mando y organización. Padre la traía del Afuera. Porque ese padre era la cuña, o la bisagra, que introducía el mundo social en el niño; el representante oficial del mundo Social en el mundo doméstico.

Por eso la madre, en este tipo ideal (pienso por ejemplo en la película El árbol de la vida, de Terence Mallick) era más cómplice y buena: porque ontológica y políticamente estaba más cerca. Ambos, niño y madre, constituían la parte doméstica de la humanidad (piénsese que ninguno de ambos votaba, y que “mujeres y niños primero…”).

El papá llegaba. En un buen caso, el fin de semana llevaba los chicos a recrearse; quizá lograba ser “macanudo”, apelando a sus recuerdos de que alguna vez fue también chico, y de que él es la Ley pero también juna la trampa…

Ese padre era, además, agente del principio de Realidad: vas a ver cuando llegue tu padre implica que todo lo que ves mientras tanto no es visión verdadera. Sólo en su presencia la percepción alcanzará de manera inequívoca la versión última de las cosas; él realizará la Realidad (disolviendo tus diversiones ensoñadas…). Para el padre, entonces, los descubrimientos y creaciones del niño no forman parte de la realidad. El mundo del bebé -el mundo que el bebé va haciendo- no forma parte de lo verdadero. Puede ser fuente de ternura, pero no de conocimiento.

Criticar a nuestros antecesores sería vil e impotente; lo que señalo es un vector de desplazamiento. La creciente igualdad de género está muy lejos, aún, de ser culminada, pero sí cuenta mutaciones gruesas, y difunde un aire liberador (fiebre, mar gruesa…) también para los varones del modelo de varón patriarcal, del padre distante castrador…

Las prácticas y los ánimos igualitaristas invitan a los varones a repensar nuestra consistencia. No está pensada una figura de varón y padre a la altura del movimiento de liberación femenina. Una figura de masculinidad afirmativa, orgullosa, no culposa ni “en retirada”: porque ese gesto culposo y autorepresivo supone, en el fondo, que una presencia masculina intensa disminuye a las mujeres. Intensidades masculinas vitalistas y fraternas es lo que necesitamos pensar, y la paternidad da un campo de experimentación alucinante. ¿En qué consiste y cómo puede llamarse una paternidad de presencia, la paternidad de una masculinidad no definida por el poder estructural?

En principio no sabemos, ni tenemos idea siquiera. Los padres no sabemos. Las madres también aprenden, también inventan, tampoco saben. Pero en todo caso, al menos saben algo de lo que pueden saber: la teta como referencia siempre está, en la madre. Es una parte del cuerpo y del alma (física e idea) con poderes ajenos al varón; el varón no tiene ni idea ni parte del cuerpo preparada específicamente para alegrar al bebé. Pecho seco, barato… Si comparte mucho tiempo con el hijo, el padre está obligado a inventar.

Y se da mucho. Se da como vector tendencial. Es incomprobable pero sensible, evidente, que, en comparación con las generaciones previas, hay más parejas donde un varón quiere procrear y una mujer no; hay más -casos de- cercanía e implicación paterno-varonil; hay más casos en que el papá pasa más tiempo en casa que la mamá, etcétera, etcétera. Que hay prácticas -cosas que les pasan a los cuerpos, cosas que hacen- de paternidad varonil presentes sin imágenes o ideas que las comprendan; praxis que no alcanzan estatuto de tipo. Un corrimiento de las prácticas que aún no decantó en representaciones comunes.

La paternidad presente empezó hace milenios, y en el presente podemos pensarla. Un padre que ya es el viejo de alguien sin pasar por ser -en sí y para sí- un “señor”. No hay figuras o nombres afirmativos de la paternidad varonil que dejen atrás las figuras del Padre de la Ley. Dejar atrás sin siquiera matar, porque matar consagra. No hay, al menos, que yo sepa. Los padres no sabemos.

Esa ignorancia es fértil; habilita una especial atención. Los chiquitos enseñan: los bebés enseñan sin explicar. Enseñar es mostrar. Enseñanza sin formalización de procedimientos, pasos, recetas.

Muchas de las observaciones e ideas sobre “la instauración de la subjetividad en el primer año de vida del niño” (o bien, sobre la progresiva adopción de la forma humana en el cachorro), presentadas en este ensayo, han sido, de seguro, muy pensadas y trabajadas en la historia del pensamiento -cosas sabidas, en fin-. No hay novedades aquí.

La vida nueva desmiente la supremacía de lo novedoso.

Hay, sí, señalamientos de enseñanzas del bebé sobre lo humano (lo humano: una potencia, un conjunto de facultades). Presentadas con las palabras que tengo según la inspiración propia de la presencia de mi hijo -mi hijo, máximo exponente de la especie, como cualquiera.

Clases de cocina hay muchas; clases de comida, de cómo se come, nunca sentí. Hasta ver al bebito: ¡así se come! No hay fórmulas para pedagogizar la valoración de las experiencias. Se puede pedagogizar el procedimiento formal de una experiencia, pero la valoración de las experiencias solo es inmanente. La valoración de las experiencias -cómo se habita algo en términos de intensidad, de placer y displacer, de sentido- no es algo que se pueda programar; pero pero sí se expresa, sí se muestra, sí se enseña: así se come.

El bebé viene a recordarnos que, de todo lo que es hermoso, nosotros somos lo más hermoso. Este recordatorio funciona en la especie toda. Les pasa a todos en todas partes: nace el bebé y es lo más hermoso. Y la universalidad de ese recordatorio es una más de las evidencias de la igualdad natural de los hombres (genéricamente hablando: varones y mujeres).  

Esa igualdad puede experimentarse desde la ignorancia presente paterna: el vínculo padre hijo puede ser una experiencia de la igualdad en el arquetipo de las asimetrías.

Gracias a la ausencia de nombres-tipo que nominen el rol vincular de los padres presentes, es fácil -en la experiencia- pensar al hijo como un amigo. No un amigo sin más; un amigo-hijo, un compañero-hijo. El hijo que es hijo del tiempo, es hijo del mar, hijo de las aves y de las montañas, hijo del hijo del hijo de todos los padres y de todos los sueños, es un compañero diferencial. Está hecho de lo mismo que nosotros, de lo que nosotros le pasamos porque pasó por nosotros: toda la información que el bebé trae plegada nos muestra, justamente en la escena de intimidad mayor, que estamos hechos por algo inmenso, en absoluto fundado en yo. Ahí en el micromundo, que para el bebé es inmenso, encontramos cuánto estamos hechos por fuerzas milenarias. Ese sustrato nos iguala, y somos testigos de cómo en el chico adopta una versión única. Lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la desigualdad. Padre e hijo somos diferentes en posición, en aptitudes, y radicalmente iguales en tanto ambos somos alguien que está acá.                                      

 

                                                                       ***

Graves pupilas

El Hombre es Hombre porque la mujer se puso de pie,

y la función nutricia fundante -la mama elemental-

dejó al bebé cara a cara con la madre,

anclado en la gravedad mutua de las pupilas.

 

Nos erguimos,

y alimentarse pasó a ser un proceso alguienizante.

 

                                                                       ***

Materialismo mamal (o la alguienitud)

La ingesta pone cara a cara, ojos ante ojos. Comer, tomar la teta, el amamantamiento puede definirse como un momento de mirarse a los ojos bebé y mamá. El ansia de leche lo lleva a esa posición como de espectador -pero ante algo mirante. El bebé mira ojos que lo miran y son mirados.

De estas dos cosas que pasan, leche y mirada, sería violento decir que una es esencial y la otra accesoria. (Y apuesto que una madre ciega también mira a bebé que amamanta). La teta entonces tiene una función alimenticia, pero la propia alimentación es un juego de germinación subjetiva. No de instauración del yo, sino -infinitamente antes- de la subjetividad misma, de lo subjetivo, o mejor, de “lo alguien”, la alguienitud -que, en principio, consiste en la evidencia de nosotros.

Hay alguien, y somos nosotros. 

La existencia del hambre y su satisfacción es interior al halo de ese lazo nosótrico, lazo que tiene su átomo máximo de gravedad, su núcleo acontecimental más jocundo, allí, en el agujero negro de las pupilas: ese espacio vacío es la morada más genuina de todo alguien. Las pupilas, ese hueco insondable, refutan que lo que hay es lo obvio. Son superficie donde el otro se muestra como presencia inaprensible, pero a la vez donde hay lugar para nosotros. Las pupilas, misterio elocuente y demorante, encontrado por el hambre del crío, son interfaz de la percepción del alma en el reino de lo mirable.

                                                                       ***

La sonrisa

La sonrisa no viene de movida, se sabe: se aprende.

Primeramente, la boca se abre o bien para comer -recibir, succionar, hay una bella violencita de apropiación alimenticia-, o bien para chillar, para, digamos, protestar por determinado aquejamiento -también, violencia para que algo pase-.

La sonrisa es la primera apertura no utilitaria de la boca; la primera incorporación no cuantificable de mundo; la primera expresión no determinista, que no busca una consecuencia. Rontundo porque sí, porque esto; festejo puro de lo que ya está pasando.

                                                                       ***

Jugar

Lo voy a acostar en la cama porque tiene sueño. Creo, observo y calculo que tiene sueño. Y lo necesito, para tener un rato de vigilia vigiliando otros asuntos. Otros asuntos en los que empero él también está, porque, desde que su presencia existe (y para la presencia, ser y estar son lo mismo), todas las cosas sopesan su sentido en relación con ella, con su presencia de él. Las prácticas, las actividades, los objetos, los lugares, los vínculos…. Desde que él es y está, desde su presencia, todo lo que se gane vigilia será sabiendo que sostiene el mundo donde él vivirá.

No hay que pensar “qué mundo le dejamos a nuestros hijos” sino solo qué mundito les hacemos para empezar a involucrarse en el mundo y armar el suyo. En todo caso, más bien qué hijos le dejamos a este mundo es una preocupación a la altura de nosotros. Nuestros hijos son las únicas personas que existen porque lo decidimos nosotros (al menos por efecto nuestro), de manera que son ellos la única verdadera responsabilidad nuestra. Pero ellos, como digo, involucran el mundo que les sostenemos. Los hijos involucran todo lo que se gana nuestra presencia vigílica, incluso lo que puebla nuestros sueños… Cuidar todo ese paisaje es cuidar lo que queremos cuidarles.

 

Pero decía: por signos de sueño, usanzas y ritmos cotidianos, y por deseo mío, lo llevo a su cama.

Pero decido que esta vez tenemos tiempo, y vamos a ver qué pasa si, en vez de mecerlo en brazos cantándole hasta que se duerma y recién ahí acostarlo (como es usual), lo pongo en la cama, donde de curso hay muñecos más y menos amigos, y me quedo al lado acompañándolo, esperando.

Lejos de acostarse, se para en el colchón, agarrado mirando pa’fuera. La cuna tiene un lateral de madera para que el bebé no se caiga o tire al piso, hecho de varas verticales tipo parrilla, coronadas por una baranda horizontal.

Parado, agarrado de la barandita, sostiene su vigilia mirando alrededor. Señala y tiende a cosas, cosas que ve y quiere, en un querer que es un quererse con ellas, querer investigarse a sí como solo puede en relación con cada cosa distinta; de verlas y quererlas ya se enlaza sonriente, sonríe y se arroja (a veces con prudencia). Cosas que llamamos juguetes, pero también, cosas sin más. Llenas de más, mejor dicho: cosas investigables, probables. Pero no hay diferencia para él -en él-, todo es cosa. No hay diferencia entre juguete y no juguete, todo es cosa, precisamente porque todas podrían ser igualmente probables, investigables. Nosotros somos los que introducimos los juguetes, el concepto juguete, como distinción sustancial entre las cosas.

El juguete es un concepto con gran potencia restrictiva: instaura como no jugable a todo el resto de las cosas. Tomá, esto es para jugar. Esto es para jugar.

El juguete, lo que se da como juguete, lo que se presenta como juguete dado, es fetiche que, consagrándose, opera una des-juguetización de las cosas. Convierte al mundo en campo de cosas no investigables; no probables: ya hechas, hechas como van a seguir siendo, sin importar tu presencia. Las cosas dejan de ser probables, son entes de certeza, dados. [1]

Y también uno es probable o dado.

Me siento en el piso, pues, junto a su cama. Me arrodillo y, mientras él se yergue sostenido en la barandita, le beso las manos; me mira a los ojos, sonríe y se ríe, y agarrándose con una sola mano extiende la otra para tocarme la cara. Luego mira otra cosa y yo de estar de rodillas bajo a sentarme, quedo atrás del panel de maderas anti-accidentes, él se cae sentado o se deja caer y una vez a mi altura me ve mirándolo atrás de las maderas: tengo la nariz y la boca justo ocultas detrás de una tabla, y cada ojo en una hendija. Se ríe, le divierte, pasa una mano por una hendija y me toca el ojo, la mete de vuelta, la saca por la otra hendija y me toca el otro ojo, todo esto mientras sigue riendo. Se agarró nuevamente de la barandita, se para, desde arriba me mira hacia abajo, desde ahí también me encuentra y vuelve a reír, y yo también me elevo un poco y supero la altura de la barandita. Entonces se agacha de nuevo, esta vez sin llegar a sentarse; aún agarrado de la barandita con una mano, con la otra toma una madera vertical y se agacha para encontrarme de nuevo -yo también bajé- tras las varas mirándolo con un ojo en cada hendija, y se ríe de nuevo, y sube de vuelta ya a buscar mi mirada arriba (de la baranda), y sube y baja y sube y baja a conectar mirada en los dos planos y se requete ríe cada vez: ya es jugar. Primero se cayó y levantó y ahora lo hace a drede; empezó como un accidente. El accidente de que una parte de algo resulte especial; sin quererlo, un movimiento muestra una diversión. El chico autonomiza esa parte y la repite buscando producir el suceso que había vivido sin buscarlo -o mejor, sin prefigurarlo, sin programarlo, porque podría interpretarse que el movimiento que el bebé hacía era una suerte de “búsqueda involuntaria”-.

 

Pienso en la emoción de perseguir y ser perseguido; la emoción formal del acto, sustraída del ánimo de su circunstancia primera. O en el fragor pensante de una búsqueda, y en la adrenalina y el fabuloso mapeo del esconderse. Pienso en esas emociones y en las correspondientes Mancha y Escondida. O pienso en patear algo porque sí y justo embocarle a otra cosa. Y acaso eso sea jugar: organizar la repetición de lo que se mostró emocionante en la experiencia silvestre. No simplemente usar cosas predeterminadas como piezas lúdicas, piezas destinadas al juego, impregnadas con una imagen pre-experiencial. Más bien, sobre todo, darnos a actividades que se mostraron emocionantes por accidente, mientras estábamos probando las cosas por apremio o porque sí.    

[1] Y quizá por eso los dados sean el símbolo del juego adulto, no inocente y desconfiado. El juego des-ludizado, el juego patologizable. Son juego, porque vuelven probable lo dado. Pero con doble objeción: encierran lo probable en un repertorio acotado (dado: seis caras), y lo ponen en juego solo para someterlo a la nueva e inapelable objetividad inmune a la presencia. Es un instante de juego, el arrojarlos (un golpe de dados), para de inmediato dejarlos dados. Por eso lo que tienen de gracia es el arrojar; por eso, quizá, la mejor tirada es la que los pierde de vista. El contrario colorido, contrario luminoso de lo dado de la fatalidad numérica y cuadrada, es la pelota. Tirar los dados es lúdico porque se los hace ser por un momento pelota, cuadrados que ruedan, pero solo hasta que su rectitud vence una y otra vez. La pelota es una indeterminación por determinación infinita. Sensibilidad suprema a la presencia, ayuda a que todo movimiento tenga efectos. Forma sagrada, a la que, aunque no ofrece sino generosidad total, perfecta fidelidad que expresa los vaivenes exactos de los presentes, algunos llaman “caprichosa”.

Las metamorfosis de Nietzsche //Gilles Deleuze

El primer libro de Zaratustra comienza con el relato de tres metamorfosis: “Cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león, y cómo el león, por fin, se convierte en niño”. El camello es el animal que carga: carga el peso de los valores establecidos, los fardos de la educación, de la moral y de la cultura. Los transporta hacia el desierto, y allí se transforma en león: el león quiebra las estatuas, pisotea los fardos, conduce la crítica de todos los valores establecidos. Finalmente corresponde al león convertirse en niño, es decir, en Juego y nuevo comienzo, creador de nuevos valores y de nuevos principios de evaluación.

Según Nietzsche, estas tres metamorfosis significan, entre otras cosas, momentos de su obra, y también estadios de su vida y su salud. Sin duda, los cortes son completamente relativos: el león está presente en el camello, el niño en el león; y en el niño está el desenlace trágico.

 

Federico Guillermo Nietzsche nació en 1844 en la casa parroquial de Röcken, una región de Turingia anexada a Prusia. Tanto del lado de la madre como del padre, la familia estaba compuesta por pastores luteranos. El padre, delicado y culto, él mismo pastor, muere en 1849 (reblandecimiento cerebral, encefalitis o apoplejía). Nietzsche se crío en Naumburg, en un entorno femenino, con su hermana menor Elisabeth. Es un niño prodigio; se conservan sus disertaciones, sus ensayos de composición musical. Hace sus estudios en Pforta, luego en Bonn y en Leipzig. Escoge la filología contra la teología. Pero la filosofía ya lo acosa con la imagen de Schopenhauer, pensador solitario, “pensador privado”. Los trabajos filológicos de Nietzsche (Teognis, Simónides, Diógenes Laercio) hacen que se lo nombre profesor de filología en Basilea en 1869.

Comienza la intimidad con Wagner, a quien había conocido en Leipzig, y que vivía en Tribschen, cerca de Lucerna. Como dice Nietzsche: entre los días más bellos de mi vida. Wagner tiene casi sesenta años; Cósima, apenas treinta. Cósima es la hija de Liszt y abandonó al músico Hans von Bülow por Wagner. En ocasiones, sus amigos la llamaban Ariadna, y sugieren las equivalencias Bülow-Teseo, Wagner-Dioniso. Nietzsche encuentra aquí un esquema afectivo, que es ya el suyo y del que se apropiará cada vez más. Los buenos días no carecen de alteraciones: a veces se tiene la desagradable impresión de que Wagner se sirve de Nietzsche, y le toma su propia concepción de lo trágico; otras veces la deliciosa impresión de que, con la ayuda de Cósima, él va a arrastrar a Wagner hacia verdades que este no habría descubierto por sí solo.

Su profesorado lo ha convertido en ciudadano suizo. Durante la guerra del 70 forma parte del servicio de ambulancias. Pierde allí sus últimos “fardos”: cierto nacionalismo, cierta simpatía por Bismarck y Prusia. Ya no puede soportar la identificación entra la cultura y el Estado, ni creer que la victoria de las armas sea un signo de cultura. Aparece su desprecio por Alemania, su incapacidad para vivir entre los alemanes. En Nietzsche, el abandono de las viejas creencias no constituye una crisis (lo que produce crisis o ruptura es más bien la inspiración, la revelación de una Idea nueva). Sus problemas no son de abandono. No tenemos razón alguna para sospechar de las declaraciones de Ecce Homo, cuando Nietzsche dice que, ya en materia religiosa y a pesar de la herencia, el ateísmo fue para él algo natural, instintivo. Pero Nietzsche se hunde en la soledad. En 1871, escribe El nacimiento de la tragedia, donde el verdadero Nietzsche se abre camino bajo las máscaras de Wagner y de Schopenhauer: el libro es mal acogido por los filólogos. Nietzsche se experimenta a sí mismo como el Intempestivo, y descubre la incompatibilidad entre el pensador privado y el profesor público. En la cuarta Consideración intempestiva, “Wagner en Bayreuth” (1875), las reservas sobre Wagner se vuelven explícitas. Y la inauguración de Bayreuth, la atmósfera de kermesse que encuentra allí, los cortejos oficiales, los discursos, la presencia del viejo emperador lo asquean. Sus amigos se asombran ante lo que parecen ser cambios de Nietzsche. Se interesa cada vez más en las ciencias positivas, en la física, en la biología, en la medicina. Su propia salud ha desaparecido; vive entre dolores de cabeza y de estómago, trastornos oculares, dificultades en el habla. Renuncia a enseñar. “La enfermedad me liberó lentamente: me ahorró toda ruptura, todo paso violento y escabroso… Me confirió el derecho de cambiar radicalmente mis hábitos”. Y como Wagner era una compensación para Nietzsche-profesor, el wagnerismo cayó con el profesorado.

 

Gracias a Overbeck, el más fiel e inteligente de sus amigos, Nietzsche obtuvo de Basilea una pensión en 1878. Comienza entonces la vida viajera: sombra, inquilino de modestas habitaciones, en busca de un clima favorable, va de estación en estación, en Suiza, en Italia, en el Sur de Francia. A veces solo, a veces con amigos (Malwida von Meysenburg, vieja wagneriana; Peter Gast, su antiguo alumno, músico con quien cuenta para reemplazar a Wagner; Paul Rée, al que lo acerca el gusto por las ciencias naturales y la disección de la moral). En ocasiones, regresa a Naumburg. En Sorrento, vuelve a ver a Wagner por última vez, un Wagner que se ha vuelto nacionalista y piadoso. En 1878, inaugura su gran crítica de los valores, la edad del León, con Humano, demasiado humano. Sus amigos lo comprenden mal, Wagner lo ataca. Sobre todo, está cada vez más enfermo. “¡No poder leer! ¡No poder escribir más que en raras ocasiones! ¡No frecuentar a nadie! ¡No poder oír música!”. En 1880, describe su estado de este modo: “Un continuo sufrimiento, cada día durante horas una sensación muy próxima al mareo, una semiparálisis que me vuelve difícil el habla y, para divertirme, furiosos ataques (en el último vomité durante tres días y tres noches, tenía sed de muerte…). Si pudiera describirles lo incesante de todo esto, el continuo sufrimiento que atormenta la cabeza, los ojos, y esta impresión general de parálisis, de la cabeza hasta los pies”.

¿En qué sentido la enfermedad –o incluso la locura– está presente en la obra de Nietzsche? Ella nunca es fuente de inspiración. Nietzsche jamás concibió la filosofía como algo que pudiera provenir del sufrimiento, del malestar o de la angustia –aunque el filósofo, el tipo de filósofo según Nietzsche, padezca un exceso de sufrimiento–. Pero tampoco concibe la enfermedad como un acontecimiento que afecta desde afuera a un cuerpo-objeto, a un cerebro-objeto. En la enfermedad, ve más bien un punto de vista sobre la salud; y en la salud, un punto de vista sobre la enfermedad. “Observar como enfermo conceptos más sanos, valores más sanos; luego, a la inversa, desde lo alto de una vida rica, sobreabundante y segura de sí, hundir la mirada en el trabajo secreto del instinto de decadencia, esta es la práctica en la cual más a menudo me he adiestrado…”. La enfermedad no es un móvil para el sujeto que piensa, pero tampoco un objeto para el pensamiento: constituye más bien una intersubjetividad secreta en el seno de un mismo individuo. La enfermedad como evaluación de la salud, los momentos de salud como evaluación de la enfermedad: esta es la “inversión”, el “desplazamiento de las perspectivas”, allí donde Nietzsche ve lo esencial de su método, y de su vocación para una transmutación de los valores . Ahora bien, a pesar de las apariencias, no hay reciprocidad entre los dos puntos de vista, entre las dos evaluaciones. De la salud a la enfermedad, de la enfermedad a la salud, aunque solo fuera como idea, esta movilidad misma es una salud superior, este desplazamiento, esta ligereza en el desplazamiento es el signo de la “gran salud”. Por eso Nietzsche puede decir hasta el final (es decir en 1888): yo soy lo contrario de un enfermo, soy sano en el fondo. Evitaremos recordar que todo ha terminado mal. Pues Nietzsche vuelto demente es precisamente Nietzsche habiendo perdido esa movilidad, ese arte del desplazamiento, ya no pudiendo mediante su salud hacer de la enfermedad un punto de vista sobre la salud.

En Nietzsche todo es máscara. Su salud es una primera máscara para su genio; sus sufrimientos, una segunda máscara, a la vez para su genio y para su salud. Nietzsche no cree en la unidad de un Yo, y no la experimenta: sutiles relaciones de potencia y de evaluación, entre diferentes “yo” que se ocultan, pero que también expresan fuerzas de otra naturaleza, fuerzas de la vida, fuerzas del pensamiento: esta es la concepción de Nietzsche, su manera de vivir. Wagner, Schopenhauer, e incluso Paul Rée: Nietzsche los vivió como sus propias máscaras. Después de 1890, algunos de sus amigos (Overbeck, Gast) llegan a pensar que la demencia, para él, es una última máscara. Había escrito: “Y a veces la locura misma es la máscara que oculta un saber fatal y demasiado seguro”. De hecho, no lo es, sino solamente porque indica el momento en que las máscaras, al dejar de comunicar y de desplazarse, se confunden dentro de una rigidez de muerte. Entre los momentos más altos de la filosofía de Nietzsche están las páginas donde habla de la necesidad de enmascararse, de la virtud y la positividad de las máscaras, de su instancia última. Manos, orejas y ojos eran las bellezas de Nietzsche (se congratulaba por sus orejas, consideraba las orejas pequeñas como un secreto laberíntico que conduce a Dioniso). Pero sobre esa primera máscara, otra, representada por el enorme bigote. “Dame, te lo ruego, dame… ¿Qué? Otra máscara, una segunda máscara”.

Después de Humano, demasiado humano (1878), Nietzsche prosiguió su empresa de crítica total: El viajero y su sombra (1879), Aurora (1880). Prepara La gaya ciencia. Pero surge algo nuevo, una exaltación, una sobreabundancia: como si Nietzsche hubiera sido proyectado hasta el punto en que la evaluación cambia de sentido, y donde se juzga la enfermedad desde lo alto de una extraña salud. Sus sufrimientos continúan, pero a menudo dominados por un “entusiasmo” que afecta al propio cuerpo. Nietzsche experimenta entonces sus estados más elevados, ligados a un sentimiento de amenaza. En agosto de 1881, en Sils-Maria, bordeando el lago de Silvaplana, tiene la revelación estremecedora del eterno Retorno. Luego la inspiración de Zaratustra. Entre 1883 y 1885, escribe los cuatro libros de Zaratustra y acumula notas para una obra que debía ser su continuación. Lleva la crítica a un nivel que antes no tenía: hace de ella un arma para una “transmutación” de los valores, el No al servicio de una afirmación superior. (Más allá del bien y del mal, 1886; Genealogía de la moral, 1887). Es la tercera metamorfosis, o el devenir-niño.

Sin embargo, experimenta angustias y vivas contrariedades. En 1882 tuvo la aventura con Lou von Salomé. Esta joven muchacha rusa que vivía con Paul Rée le pareció a Nietzsche una discípula ideal, y digna de amor. Siguiendo un esquema afectivo que ya había tenido ocasión de aplicar, Nietzsche le pide matrimonio de inmediato, por intermedio del amigo. Nietzsche persigue un sueño: siendo él mismo Dioniso, recibirá a Ariadna, con la aprobación de Teseo. Teseo es “el Hombre superior”, una imagen de padre –lo que ya Wagner había sido para Nietzsche–. Pero Nietzsche no se había atrevido a pretender claramente a Cósima-Ariadna. En Paul Rée, y anteriormente en otros amigos, Nietzsche encuentra Teseos, padres más juveniles, menos impresionantes . Dioniso es superior al Hombre superior, como Nietzsche lo es a Wagner. Con mayor razón, como Nietzsche lo es a Paul Rée. Es fatal, es claro que tal fantasía fracasa. Ariadna prefiere siempre a Teseo. Malwida von Meysenburg como chaperona, Lou Salomé, Paul Rée y Nietzsche formarán un extraño cuarteto. Su vida común estaba hecha de riñas y reconciliaciones. Elisabeth, la hermana de Nietzsche, posesiva y celosa, hizo todo lo posible por la ruptura. La obtuvo, pues Nietzsche no logró librarse de su hermana, ni atenuar la severidad de sus juicios sobre ella (“personas como mi hermana son inevitablemente adversarios irreconciliables de mi manera de pensar y de mi filosofía, esto se funda sobre la naturaleza eterna de las cosas…”, “no amo, pobre hermana, las almas como la tuya”, “estoy profundamente hastiado de tus indecentes parloteos moralizadores…”). Lou Salomé no sentía amor por Nietzsche; vuelve más tarde para escribir un libro extremadamente bello sobre él .

Nietzsche se siente cada vez más solo. Se entera de la muerte de Wagner, lo que reactiva en él la imagen Ariadna-Cósima. En 1885, Elisabeth se casa con Förster, wagneriano y antisemita, nacionalista prusiano; Förster se irá con Elisabeth a Paraguay, a fundar una colonia de arios puros. Nietzsche no asiste a la boda, y no soporta a ese cuñado enojoso. Escribe a otro racista: “Quiere dejar de enviarme sus publicaciones, temo por mi paciencia”. En Nietzsche, las alternancias entre euforia y depresión se suceden, cada vez más cercanas. A veces todo le parece excelente: su sastre, lo que come, el recibimiento de la gente, la fascinación que cree provocar en las tiendas. A veces prevalece el desánimo: la ausencia de lectores, una impresión de muerte, de traición.

Llega el gran año 1888: El crepúsculo de los ídolos, El caso Wagner, El Anticristo, Ecce Homo. Todo sucede como si las facultades creadoras de Nietzsche se exacerbaran, tomaran un último impulso que precede al hundimiento. Incluso el tono cambia, en esas obras de gran maestría: una nueva violencia, un nuevo humor, como lo cómico en lo Sobrehumano. A la vez Nietzsche erige de sí mismo una imagen mundial cósmica provocadora (“algún día el recuerdo de algo formidable estará ligado a mi nombre”, “solo a partir de mí existe la gran política sobre la tierra”); pero también se concentra en el instante, se preocupa por algún suceso inmediato. Desde fines de 1888, Nietzsche escribe extrañas cartas. A Strindberg: “He convocado a una asamblea de príncipes en Roma, quiero hacer que fusilen al joven Kaiser. ¡Hasta la vista! Pues nos volveremos a ver. Una sola condición: Divorciemos… Nietzsche-César”. El 3 de enero de 1889, en Turín, la crisis. Todavía escribe cartas, firma Dioniso, o el Crucificado, o los dos a la vez. A Cósima Wagner: “Ariadna te amo. Dioniso”. Overbeck acude a Turín, encuentra a Nietzsche extraviado, sobreexcitado. Lo lleva como puede a Basilea, donde Nietzsche se deja internar mansamente. Se le diagnostica una “parálisis progresiva”. Su madre hace que se lo traslade a Jena. Los médicos de Jena suponen una infección sifilítica, que se remonta a 1866. (¿Se trata de una declaración de Nietzsche? Siendo joven, contaba a su amigo Deussen una curiosa aventura, en que un piano lo había salvado. Un texto de Zaratustra, “entre las hijas del desierto”, debe considerarse desde este punto de vista). A veces calmo, a veces en crisis, pareciendo haber olvidado todo de su obra, todavía componiendo música. Su madre lo acoge en su casa; Elisabeth vuelve de Paraguay a fines de 1890. La evolución de la enfermedad prosigue lentamente, hasta la apatía y la agonía. Muere en Weimar en 1900 .

Sin una certeza completa, el diagnóstico de parálisis general es probable. La pregunta más bien es: ¿forman los síntomas de 1875, de 1881 y de 1888 un mismo cuadro clínico? ¿Es la misma enfermedad? Probablemente sí. Poco importa que se trate de una demencia, antes que de una psicosis. Hemos visto en qué sentido la enfermedad, incluso la locura, estaba presente en la obra de Nietzsche. La crisis de parálisis general señala el momento en que la enfermedad sale de la obra, la interrumpe, vuelve imposible su continuación. Las cartas finales de Nietzsche dan testimonio de ese momento extremo; por eso ellas pertenecen todavía a la obra, forman parte de ella. En tanto que Nietzsche tuvo el arte de desplazar las perspectivas, de la salud a la enfermedad e inversamente, gozó, por enfermo que estuviese, de una “gran salud” que volvía posible la obra. Pero cuando le faltó dicho arte, cuando las máscaras se confundieron en la de un payaso o un bufón, bajo la acción de un proceso orgánico u otro, la enfermedad misma se confundió con el final de la obra (Nietzsche había hablado de la locura como una “solución cómica”, como una última bufonada).

Elisabeth ayudó a su madre a cuidar a Nietzsche. Ofreció piadosas interpretaciones de la enfermedad. Hizo agrios reproches a Overbeck, quien respondió con mucha dignidad. Tuvo grandes méritos: hacer todo para asegurar la difusión del pensamiento de su hermano; organizar el Nietzsche-Archiv, en Weimar. Pero esos méritos se desdibujan frente a la suprema traición: intentó poner a Nietzsche al servicio del nacionalsocialismo. Último rasgo de la fatalidad de Nietzsche: la pariente abusiva que figura en el cortejo de cada “pensador maldito”.

Eterna Cadencia. 

Volver mejores // Diego Valeriano

Diego nos dice que los amigos y amigas son aquellos con quienes reunimos los ánimos necesarios para huir de nuestro tiempo. ¿Acaso queda otra cosa que la amistad con los guachines y las pibas frente a este garrón que es la vida? Su vida, nuestra vida, este tiempo. Frente a los ministros machos, el silencio militante, el griterío de los medios, la violencia de la gorra que no cesa ni se controla, frente a la ética vigilante del equipo de la escuela, ¿acaso es posible hacer otra cosa que segundearnos, ayudarnos. esperarnos? 

Ni docencia, ni militancia, ni posteo de funcionaria de niñeces, ni papá garrón, ni cura villero. Amiga, amigo, cómplices. Ponernos pillos para no ser pollo. Compartir un tiempo, buscar el aire necesario para respirar, darnos el empuje suficiente para combatir, huir, desafiar el estado actual de las cosas. Una amistad para poder habitar el mundo de otra manera, para manejar los tiempos, para entrar en una, para reírnos de pavadas, para aprender todo lo que no sabemos. Para superar la ilusión, la piedad y el miedo. Para desertar las veces que sean necesarias.

Una amistad cero vigilante que rechace esa manija insaciable de juzgar, de enseñar, de controlar. Una amistad para estar en las que hay que estar. No siempre, no en cualquier momento, no para jugar roles prefijados y aburridos. Estar es estar en las bravas. ¿Hay algo más importante que la amistad a la la hora de enfrentar toda esta crueldad? ¿Hay algo más importante que bancar sin una idea clara, sin jefas, sin especulaciones, sin ideología, sin mezquindades? ¿Hay algo más importante que aguantarla como sea y donde sea por esta amistad?

Amistad como ejercicio posible, crítico, anímico, manija: las cosas y las formas de dominio a veces cambian, a veces no, a veces mas o menos, pero la amistad encuentra siempre el modo de ser una revuelta, refugio, encuentro. Amistad para volvernos Facundo, rocha, Joana, negro, piba, Marquitos, turro. Amistad, como dice Luciano, para volvernos mejores, para volvernos guachines. 

Danza y contagio gravitatorio. Una conversación con Marie Bardet // Guillermo García Pérez

De paso en México a principios de octubre, cuando impartió el taller Volverse sismógrafos: investigaciones propioceptivas y archivos, en el Centro Nacional de las Artes, la presencia de Marie Bardet por primera vez en nuestro país fue tan discreta como significativa: implicó la posibilidad de conversar con una de las autoras que están desbordando los campos disciplinares de la danza y la filosofía, para encontrar nuevos territorios de enunciación. Doctora en filosofía y en ciencias sociales, por París 8 y la Universidad de Buenos Aires, ciudad donde vive desde hace más de una década, en 2012 publicó el libro Pensar con mover, traducido por Pablo Ires y editado por Cactus, con quienes también ha comentado volúmenes de Gustav Fechner, Félix Ravaisson y André Haudricourt, entre otros, como parte de la colección Pequeña Biblioteca Sensible. Bailarina, su escritura aspira al movimiento a partir de conceptos como el peso y la gravedad. 

 

Una de las inquietudes centrales que sobrevuela Pensar con mover es la cuestión de la nominación, que supuestamente estaría representada por la filosofía, enfrentada a los procesos dinámicos, propios de la danza. Ahí hay un primer problema que, a lo largo del libro, te encargas de deconstruir o de torcer, como tú dices. Si la problemática no es así de dicotómica, como ya se intuye, ¿cómo puede entonces moverse la escritura?

 

Sí, lo que apareció con la escritura del libro es esa sospecha de que el problema no es tan simple como el puro dinamismo de un cuerpo moviente y la nominación que vendría a fijarlo. Ahí se fueron ampliando o ensanchando los conceptos, primero porque creo que la filosofía no es solamente una práctica de nominación, mucho menos de categorización, creo incluso que pensar es un acto más ancho que la propia filosofía. Después de Pensar con mover he tenido durante varios años un proyecto de investigación llamado Extensiones del dominio del pe(n)sar, una suerte de efecto del libro, para experimentar hasta dónde llega el pensamiento. En el cruce entre pensar y pesar puede plantearse un modo de rearticulación entre palabra, movimiento, escritura y cuerpo, que sortee o que tuerza una serie de oposiciones, como la de lo fijo y lo que se mueve. También es muy pertinente que lo traigas a la conversación porque creo que hay un riesgo, una tara o una herencia pesada, al acercarse a Bergson (a quien acudo constantemente en el libro), de leerlo como un gran apologista del movimiento en contra de lo fijo. Pensar con mover todo el tiempo está lidiando con ese riesgo de reducir el problema a un problema de movimiento versus fijación. Creo que Bergson dice totalmente otra cosa y también busca constantemente sortear esa oposición. Algunas experiencias de la danza, diría de la política de la danza, parten de un mover permanente y evitan hacer del cuerpo ese cuerpo muerto que habría que hacer entrar en dinámica.

 

Y en general en el libro hay todo un esfuerzo constante por salir de esas dicotomías simples que pueden funcionar como trampas: no sólo la de lo pesado y lo ligero, lo móvil y lo inmóvil, sino también la de lo real y lo posible. Hay un esfuerzo constante de hacer existir una porosidad para que puedan entrar otras materias, otras sustancias, en donde no se supone que deberían estar. Mi pregunta todo el tiempo es: ¿este esfuerzo implica salir de la dialéctica? Porque no lo dices explícitamente pero se intuye.

 

No parto necesariamente de una idea como: “voy a hacer un libro con un pensamiento no dialéctico”, me interesa más bien, ya desde el prólogo, la inquietud por lo concreto; encontrar las problemáticas en lo concreto, en lograr enunciar esos problemas. Creo que la mejor arma antidialéctica debe ser Escupamos sobre Hegel, de Carla Lonzi, pero en todo caso lo que me parece interesante es reconocer la cantidad de versiones de la dialéctica que hubo en la historia; ahí sí, con algunas elaboraciones heterodoxas de la dialéctica, puedo reconocer preocupaciones en común. Pienso en el concepto de imagen dialéctica de Walter Benjamin. En ese sentido, me interesa más encontrar tensiones parecidas a lo largo del tiempo que hacer una historia, como de museo, donde yo me posicione en contra de tal o cual cosa. 

 

Sería un poco caer en la misma trampa ¿no?, porque implicaría salir de la dialéctica para entrar ¿a dónde? Tal vez lo que se quiere es distanciarse de ella, abandonarla, no sé, hay muchas otras posibilidades. 

 

Sí, el término que uso (y que los editores del momento me están cuestionando porque, claro, es un verbo del lenguaje coloquial argentino), es rajar: rajar de la dialéctica, que no es lo mismo que posicionarse en su contra, es también deshilacharla. El raje, por ejemplo, es algo que también piensa el colectivo Juguetes Perdidos, y que parte de un motor de enojo, de una rabia al hacer las cosas.

 

Pero también construyendo una brecha donde quepan otras lecturas, ¿no?

 

Claro, prestando mucho atención a la hendidura, a la huella que queda en esa hendidura. Que a veces se pone en relieve, pero en relieve negativo. Vos hacés un gesto o emitís una idea, y esa idea deja una huella que no es sobresaliente sino como rasguñada; ahí puedan caber más vidas, otras vidas.

 

Un poco después del prólogo de Pensar con mover haces un repaso de las concepciones de algunos filósofos sobre la danza. En realidad, no es tanto que escriban sobre la danza sino sobre la bailarina, y no tanto sobre la bailarina como sobre la bailarina de ballet. Es una imagen ya de inicio muy codificada. Al adosarle sus propios deseos a esa imagen prefabricada, para los filósofos termina convirtiéndose, como dices, en una imagen de ligereza. Y tú todo el tiempo intentas traer a esa bailarina de vuelta a la gravedad, para ver en qué otra cosa puede transformarse. ¿Cómo fue tu camino intelectual para llegar a esta idea? ¿Cómo llegaste a las conclusiones de lo gravitatorio, lo material y lo pesado, siendo tú misma bailarina?

 

Contestando desde el recorrido personal, lo primero a decir es que nunca practiqué danza clásica, o sea, no tuve que deshacerme de un “cuerpo clásico”. Desde joven ya había experimentado cosas de danza contemporánea que claramente decodificaban un vocabulario del cuerpo y pasaban mucho más por cuestiones de sensación y materialidad, de relación material con el propio cuerpo y con el entorno. Después practiqué danza desde la improvisación, formándome mucho con un bailarín que se llama Julyen Hamilton, en algo que llamaba composición instantánea. Estas experiencias, entre otras, como las del contact improvisación, me dieron acceso a prácticas que tenían una relación con la gravedad muy distinta a la de esa imagen de la bailarina ligera. Cuando empecé a leer a esos filósofos vi que idealizaban su propio pensamiento en el cuerpo de una bailarina, una bailarina que además tenía la potencia de abstraerse a través de su elevación. ¿Abstraerse de qué? De las condiciones pesadas y materiales de su cuerpo. Era como un juego de espejos en el que se proyectaba un ideal de un pensamiento sobre un cuerpo que, siendo ligero, lograba abstraerse de su condición de mujer. Era perfecto, cerraba perfecto.

Más que operar una inversión, que implicaba reivindicar el peso, me di cuenta que la trampa era la propia oposición entre leve y pesado; una vez más se trataba de rajar y de no contestar a ese imperativo sino de decir: no, las cosas se reparten de otra manera. Desde la práctica te das cuenta que, después de trabajar, no tienes manera de describir tu experiencia de movimiento ni en términos de levedad ni de pesadez. Que hay todo un campo por inventar, una lengua que logre deshacer el primer paradigma de oposición. Por eso me interesó la idea de gravedad, porque era un lugar de experiencia muy importante, un lugar donde encontraba una técnica y una poética para bailar, y a la vez era un lugar para emprender una disputa dentro de la filosofía, con sus pseudo-objetos de pensamiento. Era una manera de insertar dentro del campo de la danza las preguntas de los feminismos o las cuestiones de género, de lo queer

 

Y al entrar en este terreno, con nuevas reglas, y una nueva repartición de lo sensible y lo posible, se reivindican muchas otras cosas que la imagen de la ligereza no permite: huesos, músculos, texturas, articulaciones pero también, por ejemplo, lesiones. No estoy seguro que lo menciones en el libro como un problema a tocar. ¿Qué hay de las lesiones en esta repartición? 

 

Creo que la cuestión de las lesiones aparece justo al final, lo explico como un crujir de un cuerpo que no funciona tan bien. Desde finales del siglo xix hay toda una corriente subterránea que interroga y cuestiona cuáles son los cuerpos aptos o no aptos para bailar. Es una puja permanente hasta el día de hoy: la danza sigue siendo uno de los lugares de mayor disciplinamiento corporal, de ordenamiento, funcionalización y organización de los cuerpos. Por eso mismo creo que es un lugar de palanca, un lugar para dinamitar, para sabotear. Porque a lo largo de la historia de la danza, hubieron artistas y docentes que, justamente, deshicieron la danza, mediante la defensa de la inclusión de cuerpos distintos y no sólo virtuosos, y que además podían partir de la lesión como un lugar de aprendizaje. Es el caso de las técnicas somáticas. Siempre aparece en algún momento la discusión sobre cuál es la competencia, la cualidad, el trabajo, la técnica o el entrenamiento que se busca en el cuerpo para bailar. Es un juego de desandar o deshacer hábitos de perfeccionamiento virtuoso para efectuar un nuevo vocabulario. En ese sentido, por ejemplo, me interesa Loïe Fuller, que era petisa y gordita, lesbiana, con un recorrido en teatro y no en danza clásica, que era ingeniera e inventó un sistema de iluminación; o sea, escapa a muchísimas de las casillas de la imagen clásica de la bailarina. Me parece muy importante hacer partida la historia de la danza contemporánea desde ese momento, desde finales del siglo xix. Muchas veces se lee a Fuller como una de las pioneras de la danza llamada moderna, en oposición a la danza clásica. Fue recordada posteriormente, por la historia de la danza, como una pionera contra el ballet pero ella ni dialogaba con el ballet, ella bailaba en cabaret, su problema era totalmente otro.

 

En el capítulo de “Rolar”, mencionas que cuando el cuerpo del bailarín rueda por el suelo todas sus partes cuentan con el mismo nivel de pesaje. Y también mencionas que, a través de estas nuevas formas del cuerpo rodando, se relativiza la preponderancia del rostro o de las manos, las partes que normalmente entendemos como expresivas. Y esto me hace pensar en todas las corrientes de la filosofía y la teoría contemporáneas que están luchando contra el concepto de lo natural, de la naturaleza. Y me preguntaba si quitarle preponderancia o primacía al rostro y a las manos es también una operación de desnaturalización.

Sabemos que la naturaleza es una operación de producción cultural, social, política, histórica, particularmente denunciada en su actividad sobre los cuerpos. Al respecto, me parece que hay dos direcciones posibles: una es la que puede pensarse en términos de desfuncionalización de los órganos; ahí sigue siendo central la piel y el tacto, y la relación de peso también como intercambio de apoyo y soporte. Hay que lograr pensar esa operación al nivel de la materia-cuerpo, sabiendo que esa materia no es un objeto, sino que es relacional; ahí la naturaleza aparece como una operación de encasillamiento de estas relaciones. Uno de los trucos de construcción de este concepto de naturaleza es la idea de una mirada universal que necesita de una organización frontal del cuerpo. Una de las grandes maestras para pensar todo esto es Donna Haraway; ella explicó las dos cosas al mismo tiempo: el oculocentrismo, lo que llama el truco de los dioses de mirar desde ningún lugar, y la ficción de naturaleza. Dona Haraway es la bruja que logra pensar y problematizar al mismo tiempo la cuestión del oculocentrismo y la cuestión de la ficción de la naturaleza. Creo que hay un modo de perder la cara o un modo de salir del oculocentrismo como mirada frontal, focal y central, que no implica cerrar los ojos, o irse de lo visual sino ocupar lo visual, casi te diría hacer una okupa de los espacios de visibilidad y de los modos de mirar en alianza con otro sentidos, ya no sólo con el tacto sino, de forma muy importante, la escucha. Hay operaciones para deshacer la organicidad del cuerpo que desmonta a su vez el oculocentrismo y la ilusión de naturaleza. Lo cual por momentos puede parecer paradójico, porque cuando yo hablo e insisto en la gravedad hay gente que me dice: “Pero entonces, ¿qué? ¿Volvemos a una suerte de estado natural del cuerpo?” No, yo pienso la gravedad como una relación y esa relación se va sedimentando a través de procesos individuales y colectivos. 

 

Me sorprendió mucho leer el concepto de propiocepción casi al final del libro, un concepto que sólo conocía del campo de las neurociencias. En esa parte también hablas de la crítica o de la espectaduría de la danza, del espectador de la danza como alguien que puede tener una especie de contagio gravitatorio con aquello que está viendo, es decir, el bailarín en escena, en este caso. Y para mí fue un gran descubrimiento darme cuenta que puede pensarse la crítica desde la propiocepción, es decir, empezar ese trabajo desde el nivel de involucramiento de mi cuerpo con la pieza que estoy observando. ¿Crees que esto es posible o deseable?

 

No me gusta hacer programas o recetas de cómo deberían resolverse las cosas. Porque, ¿qué pasa muchas veces? Hay un espectáculo de danza o un proceso político y llega un experto, el historiador, el crítico o el sociólogo a explicarlo. Pero en la investigación situada puede trabajarse desde las prácticas, dar consistencia a un pensar de la práctica, y entonces elaborar una crítica colectiva. Prefiero pensar la crítica como una suerte de entrenamiento de escritura, de hacer circular una experiencia; dejar contaminar y dejar contagiar la escritura y la mirada por los propios movimientos de la danza.

Hubert Godard, un bailarín, pensador del movimiento y ahora terapeuta, habla de ese contagio gravitatorio, pero no desde una condición de empatía, sino como una pelea: la atención se inscribe siempre en la pelea. Porque, por ejemplo, ¿qué pasa con lo que las neurociencias llaman neuronas espejo? En la danza leemos esas tesis y decimos: ¡genial!, tenemos una justificación científica de nuestras intuiciones. Y caemos en una trampa, porque usar el término espejo implica la idea de una identidad. En el contagio gravitatorio no existe un juego de identificación o una armonía preestablecida. El espejo como tal es, además, muy problemático en las salas de danza, porque ¿cuál es el ordenamiento de la forma del cuerpo bailante que impone el espejo? Si las palabras importan, con la idea de espejo estamos perdiendo, no sólo una riqueza conceptual, sino un campo de disputa política. Y entregando algo que elaborábamos así, con las manos en la masa, al modo de conocimiento legitimado. 

 

Hablando de legitimar una práctica a través de conceptos de una “ciencia seria”, seguro ves todo el tiempo que hay autores que se ponen de moda, en este caso en los círculos coreográficos, y de repente parecen pulular piezas que quieren ilustrar sus ideas.

 

Deleuze-Rancière-Nancy, esa ha sido la secuencia [risas]…Tenemos una gran responsabilidad en cómo hacemos operar los modos de legitimación del pensamiento a través de la filosofía. Es una doble responsabilidad: cómo tomamos la palabra y qué rol damos a la teoría dentro de las prácticas de danza. Lees a Deleuze y, claro, hay un deslumbramiento: “wow, está diciendo exactamente lo que siento”. Ese deslumbramiento es hermoso, ese asombro como primer gesto filosófico, a mí me parece perfecto. La cuestión es que dentro de estos sistemas de producción, la danza sigue siendo o una ilustración o una inspiración para la filosofía. Siguen operando unas relaciones regidas por la dicotomía leve–pesado. Y ahí es donde me parece que hay que tomarse el tiempo, aunque haya menos plata, de hacer emerger la experiencia de ese encuentro: entre una experiencia bailada y una experiencia de lectura se puede elaborar un pensamiento. 

 

También como un contagio gravitatorio, ¿no?

 

Exactamente, también como un contagio gravitatorio. El tema es que esa relación es, muchas veces, más confusa, o claroscura, y se adapta mal a la lógica de los sistemas de financiamiento, de producción, de circulación y de programación de la danza, se adapta mal al statement, o a la gran declaración, del artista. Eso por un lado, y por otro está el problema de cómo se inserta la teoría dentro de la formación en danza: los cuerpos hacen, hacen y hacen, y después les imparten clases donde leen a filósofos y sociólogos. Muchas veces, además, acentuando esa idea de la gente que baila no sabe leer, no sabe hablar, no sabe escribir; entonces encuentras un filósofo que más o menos esté en sintonía con lo que haces, le extraes una cita y la pones en tu programa. Para pensar esto es muy útil el diálogo entre Deleuze y Foucault en 1972 sobre el rol de los intelectuales; ellos dicen: sólo hay acciones, acciones de teoría, acciones de práctica, que se van conectando en un mismo plano de inmanencia.

Creo que actualmente hay una gran posibilidad de volver a poner en juego ese diálogo, esa relación entre teoría y práctica, con las olas feministas. Quiénes leemos, cuál es la política de las citas, de la edición, quiénes elaboran el pensamiento de los movimientos, cómo nos damos la posibilidad de escribir desde la experiencia sin esperar a que venga la experta a dar su versión de lo que está sucediendo. Creo que estamos de nuevo en una ocasión histórica de dinamitar la oposición entre teoría y práctica. Es un momento muy álgido y muy interesante. 

 

Hablaste del dinero, de cómo algunos procesos más complejos dejan menos dinero. De por sí los bailarines son los artistas más precarios de todos y, por una frase de Pensar con mover, “no buscar evitar el desequilibrio sino situarse en él”, me preguntaba: ¿qué pensarán los bailarines de una idea así?

 

Este año empecé a leer el libro de Jack Halberstam, El arte queer del fracaso. Halberstam insiste, en consonancia con lo que platicábamos: no es el fracaso en contra del éxito, es rajar de la oposición entre fracasado y exitoso. Creo que hay una manera de pensar el equilibrio gravitatorio como una gran suma de desequilibrios o como un metaequilibrio, una metaestabilidad, que no se da a pesar de los pequeños desequilibrios sino por ellos. Muy distinta a una narrativa como la de la resiliencia, que implica volver al equilibrio después del trauma. Ahora, es muy difícil apropiarse de ese saber o de ese modo de vivir sin caer ni en el romanticismo de la precariedad; ahí está la trampa permanente. Es clave tener instancias de conversación, de pensamiento, que puedan ir y venir de las prácticas a las decisiones políticas de organización, y de ellas a las de repartición de recursos. La danza puede estar en el margen sin reivindicarse como marginal, puede habitar el margen. ¿Cómo lo habitamos y hacemos una morada vivible en él sin entrar u ocupar el centro? Hay otra pregunta permanente: ¿cómo estoy haciendo lo que estoy haciendo? Es una pregunta somático-política. Y, ¿ qué tanto puedo asentar mi modo de organización a partir de cómo estoy haciendo lo que estoy haciendo?

 

 

Palabras que anudan // Roque Farrán

 

¿Alguna vez te faltó el aire de una manera tal que al volver a insuflar tus pulmones supiste de qué materia estaba hecha la vida, el espacio, el universo? ¿Alguna vez tiritaste tanto de frío que apenas unos abrazos desconocidos parecían sujetarte a este mundo? ¿Alguna vez habitaste tal silencio que al recuperar el habla sentiste que cantabas? ¿Alguna vez te sumergiste en una noche tan profunda que al emerger a la luz sentías que escribías letras resplandecientes? ¿Alguna vez perdiste tanta masa muscular y tanta fuerza que al volver a caminar y tirar unos simples golpes sentías que eras indestructible? ¿Sentiste la fragilidad de los lazos que nos unen?, ¿lo fácil que es el disolverse de todo?, ¿lo persistente que es, aun así, la vida humana? Me emocionan los gestos porque me han sostenido en muchos momentos y, a su vez, otros me han dicho que algún gesto mío los ha alcanzado para bien; pero también existen la duración y los pasajes y los cambios de estado, a veces alegres y otras tristes, no podemos negarlos ni controlarlos; y luego las circunstancias y necedades y maldades de gentes ancladas hace añares en profundas tristezas, desigualdades, miserias, muertos en vida, por eso tenemos que llegar a captar de manera urgente, impostergable, no solo el gesto y la duración, sino la eternidad: la eternidad del instante.

Necesitamos aprender a pensar con el cuerpo que es, de algún modo, como aprender a caer. En el psicoanálisis, como en el Aikido, se practica la caída: es muy importante aprender a caer. A veces nos esforzamos demasiado por sostenernos en posiciones sufrientes, rígidas o blandas, porque tememos la pérdida: mejor lo malo conocido a lo bueno por conocer. Soltarse y dejarse caer no es un simple acto de renuncia voluntaria o pasividad, sino una práctica ética constante: dirigirse hasta el punto ciego, una y otra vez, hacia el foco, cayendo, girando, en elipse, hasta encontrar la forma, el estilo, el modo singular de efectuar la caída. Con la palabra y con el cuerpo, a la vez, el deseo emerge de nuevo. Siguiendo una observación de la amiga Lara Lizenberg, diría lo siguiente: “El analista es al menos dos, el que se produce en la intervención (como resto), y el que conduce a lo mejor el caso (lo que cae).” Para eso hay que contar al menos hasta tres, y no apurarse en la caída. Un analista en tanto opera no tiene perspectiva ni ideología, pero sí orientación. Su orientación en análisis es materialista y transgénero, porque excede los géneros discursivos y sexo-afectivos: se orienta por el deseo y lo que aumenta la potencia de obrar. En este sentido, no solo no puede ser binario, sino que lee el rasgo unario de la repetición y conduce la cura hacia lo ternario (RSI) o cuaternario (el sinthome) del anudamiento, según el caso.

Pero hay además un núcleo político de lo inconsciente. Atravesadas las identificaciones a los significantes amos que hacen padecer al sujeto, sumirlo en la servidumbre, no obstante persiste el núcleo de indeterminación en que el sujeto debe dar un salto sin garantías, coraje o valor de verdad, inteligencia material del tiempo y confianza sapiente en el Otro (que es un lugar abierto y no un banco de garantías o créditos). Ese es el punto clave donde un sujeto puede retroceder ante su deseo y desmoronarse  (“los que fracasan al triunfar”, decía Freud), o peor: devenir escéptico o canalla. Algo que vemos, sucede a menudo: la banalidad del mal. Por eso me pregunto si además de la “banalidad del mal”, comentada por Arendt, no habrá también una “analidad del mal”, en términos freudianos: una pulsión de los pequeños miserables por cagarse en todo el mundo. La idealización de los miserables cagadores, por supuesto, corre por cuenta y riesgo de los pequeños ahorristas y otros neuróticos de carácter más bien obsesivo. Aunque la deuda, la mierda y la miseria nos las dejan a todos. Hay condiciones estructurales para esta sociabilidad tan conveniente y estupidizada del común, esta economía del goce tan acendrada del capitalismo, pero el carácter subjetivo parece que no deja de sorprendernos. De todos modos, si entendemos realmente las causas materiales, tenemos que dejar de sorprendernos y actuar en consecuencia: intervenir las modalidades afectivas en todos los niveles, componer otros espacios donde afectar y ser afectados diferencialmente. En fin, abogar por una democracia con sensualidad (no solo consensual), es decir, populista: donde el goce sea con sentido público (no solo consentido), donde el deseo sea asumido como deseo de deseo de deseo (no solo del objeto contingente).

El deseo no puede ser digitalizado ni algoritmizado. Para entender esta aserción tenemos que reponer la vieja distinción filosófica entre el buen y el mal infinito. Los trazados, huellas y elecciones que hacemos en red pueden ser recolectados infinitamente como datos: almacenados, procesados y ofrecidos como perfiles en inducción de conductas de consumo. Ese es el mal infinito: la iteración de lo mismo en la diferencia supuesta por el libre albedrío. Pero el deseo real no se identifica a sus marcas determinantes, significantes o algorítmicas, es deseo de deseo a la enésima potencia: marca sus marcas y las excede, soporta un vacío consubstancial a él y, aunque no se actualice todo el tiempo de manera evidente, guarda una conexión imprevista con la potencia infinita de ser que es incalculable. Solo lo determina una determinación singular, desde el punto de vista de lo indiscernible o genérico, cada vez. Por eso la subversión del deseo, aunque se juegue también en redes, no será jamás digitalizada. Por más que se alimente la fantasía pornográfica de acceso al Otro, a sus elecciones más íntimas, la irreductibilidad insiste en el acto de desear y perseverar en el ser. Allí se configura una ética que podemos retomar y reactualizar de los antiguos.

Foucault se sorprendía al estudiar los textos antiguos de que el paganismo, contra una fantasía común, no implicara ninguna supuesta liberación sexual y que de ahí mismo provenían en realidad todos los cuidados que luego se acentuarían con la moral restrictiva cristiana. La verdad que el acto sexual no es la gran cosa, podría decirse, son más las fantasías y negocios que se engendran en torno a un goce supuesto que el placer en sí mismo: las descripciones antiguas de los frotamientos, posiciones ridículas, movimientos espasmódicos de los cuerpos, intercambios de fluidos, etc., son bastante risibles y elocuentes al respecto. La erótica es otra cosa: modos singulares y culturales en que las relaciones entre las palabras, los sujetos y las cosas se invisten libidinalmente orientados por el deseo. Puede haber acto sexual pero, como la cura, es un efecto secundario, no el objetivo principal de la erótica. Para eso no tiene que haber garantías respecto al resultado, a que la cosa funcione, acabe o no, bien o mal. En todo caso: más allá del bien y del mal. Lo importante es el recomienzo, otra vez: el deseo. Quizás haya algo de método en ese ethos de sostener el deseo en su emergencia incesante.

Leí por ahí que Foucault dijo que su única regla metodológica era leerlo todo. Sin dudas era muy buen lector y un investigador escrupuloso, pero obviamente no leía todo. Él mismo lo dice en la continuación de su historia de la sexualidad, cuando sale del período histórico que más conocía, y retorna a aquellos textos antiguos. Me pasa cada tanto, pese a que hay textos a los que siempre vuelvo como ejercicios cotidianos, encontrarme con territorios textuales y problemáticas inexploradas; siempre es una alegría enterarse que hay quienes se encuentran pensando desde otros lugares, términos y tradiciones. Luego, mi evaluación y valoración singular de cada proyecto o empresa, procede de igual modo: la consistencia la leo como corp-sistencia (término que tomo de Lacan), anudamiento entre prácticas y niveles irreductibles, entre vida y concepto. La consistencia no es sólo lógica sino que hace cuerpo. He leído así al mismo Foucault y a otros autores de renombre, por supuesto, pero no hago distinciones entre clases o grados respecto a eso: en cada nivel se plantea el desafío y la honestidad intelectual para anudarse o no a lo que se sostiene vitalmente, discursivamente, entre las palabras y las cosas.

Nadie sabe donde empieza y termina un cuerpo. Me desperté hace poco con esa frase y luego comencé a leer y escribir sin saber cuando había empezado y si acaso terminaría, alguna vez. La muerte quizás sea esa instancia que nos sorprende haciéndolo y por eso una parte del día se la dedico: para que no me sorprenda tanto. Leer, meditar, escribir, para ir tejiendo palabras que hagan cuerpo y pensamiento. Palabras con consecuencias materiales. Pues si tus palabras no pueden parar el mundo, para tus palabras: bájate de ellas y cámbialas. Y si no puedes cambiar al menos su sentido evidente, entonces dirígete a ti mismo estas simples palabras: “soy allí donde no pienso, pienso allí donde no soy”. Si esta disyunción problemática entre el ser y el pensar, allí, no te hace reencontrar el deseo de un decir verdadero, que implique la palabra, el cuerpo, el pensamiento, entonces ya no me hables de cambiar el mundo. Ni de nada.

 

Roque Farrán, 13 de agosto de 2020.

 

El Imperio nunca tuvo fin // Carlos Vidal

 

 

De ello, en tanto hiperuniversos, emanó una zona interfacial hologramática que es el universo pluriforme en el que nosotras, las criaturas, habitamos. Las dos fuentes debían intervenir por igual en el mantenimiento de nuestro universo, pero la Forma II siguió languideciendo y aproximándose a la enfermedad, la locura y el desorden.

Philip Kindred Dick

V.A.L.I.S (Vast Active Living Intelligence System)

 

 

Pija[1] es quizás el escritor de ciencia ficción menos científico de todos. Más de la mitad de su obra transcurre dentro de la cabeza de un solo personaje que en cada relato aparece bajo un nombre distinto. Pero que, en definitiva, es siempre Felipe Pariente Pija.

Los textos de Pija son como el universo: son finitos pero no tienen borde. Uno puede leerlos en cualquier momento y de cualquier manera. Nunca es la historia que cuenta “lo que cuenta”, sino la manera absurdamente desapasionada con la que nombra lo extraño del mundo que propone. Pija puede escribir un libro entero donde el narrador rota entre distintos sujetos/proyecciones de un mismo personaje en pleno uso de su esquizofrenia, y permitir aun así una lectura de tipo colectiverista con ráfagas de lectura entrecortada a las 7:30 de la mañana.

 

La religión y los modos de percibir el mundo son los dos ejes principales de su derrotero. En S.I.V.A.I.V.I alcanza una libertad extraordinaria cuando logra deshacerse de cualquier pudor respecto a escribir sobre sí mismo. Es evidente desde el inicio que Amacaballo Grasa es él, pero logra fundirlo con tantos narradores que en algún momento Amacaballo es cada uno de los sujetos que aparecen en el relato.

Es desde ahí que construye sus tramas, tramas realmente simples pero con muchos colores. En Ubik, un decálogo de casi todo lo que puede decirse acerca de universos entrecruzados, realidades alternas y estados alterados de la mente, el relato pareciera detenerse enredado en los múltiples planos de esas realidades. Pero a Pija no le importa. Es esa sensación de estar perdido, mareado, lo que vuelve a esa hermosa novela una joya.

 

No hay otro narrador de historias que logre insertar en sus relatos verdades tan extrañas y sutilmente intrascendentes. En “Nuestros amigos de Frolix 8” alguien encuentra a Dios muerto flotando en el espacio. Ese hecho no tiene ninguna importancia para el resto de la novela, salvo instalar una realidad donde algunos sujetos saben a ciencia cierta que Dios existió[2]. Se da el lujo de gastarse un argumento que volvería locos a cientos de nóveles escritores en una anécdota al pasar.

 

Leer a Pija es aceptar que la locura es una opción. Que lo ficcional de estar loco no está nunca dentro del loco si no en las formas que su vínculo con la “realidad otra” va tomando. En todas sus obras la locura es una opción, una decisión política, una manera de actuar en, y frente al mundo.

En Pija pareciera primar la “no ficción” en lugar de la “ciencia ficción”. Murió sabiendo que el rayo rosa que lo golpeó en 1974 era real y que la escritura había sido la única manera de desentrañar la información que había recibido. ¿Cómo desentenderte de una visión enceguecedora que te pone en contacto directo con otros “vos” del pasado, te da información precisa que permite salvar de la muerte a tu hijo mientras te lleva a vislumbrar la respuesta a la pregunta final?

 

Todo texto de ciencia ficción puede ser una novela psicológica. Un solo comentario al final puede cambiar por completo el sentido de la obra. Siempre es fácil escaparse de un enredo literario con el salvavidas: “todo fue un sueño, alucinación o farsa”. En esta obra nada de eso puede suceder: la locura está dentro del relato y, por momentos, es el relato.

 

Los escritos de Pija logran algo que otros dejan a mitad de camino. Logran el verosímil al liberar al lector de tener que decidir el marco de realidad en el que se desarrollan. Siempre está la opción de la locura, incluso para el que lee.

 

Dios no importa, el plásmata dickeano viene a enrollar los argumentos. Es una estética, no un sujeto del relato. La acción avanza y lo no conocido irrumpe, pero esa irrupción no es evidente para todos los que la presencian. Son esos atisbos de una presencia inasible lo que obsesiona a los personajes pijeanos. Todos, en algún lugar, son Leibniz: les da miedo la nada. La locura no es un bálsamo homeopático. Es una respuesta ideológica a la pregunta:

 

¿Por qué hay algo en lugar de nada?

[1] Uno de los primeros libros que leí de Philip Kindred Dick fue S.I.V.A.I.N.V.I. quizás lo primero que me llamó la atención fue el nombre de uno de los personajes: Amacaballo Grasa. En otras traducciones, que leí luego, el traductor mantiene Amacaballo (por Lovehorse) y deja Fat (en lugar de Grasa) En los primeros .doc que leía con obras de él (nunca leí un libro de Pija en papel salvo impresos por mi.) era común que las traducciones de los nombres de los personajes e incluso de las obras fueran absurdamente innecesarios y lineales.

[2] Mientras escribía esto en un documento de Google Drive noté que “existió” tenía el subrayado rojo indicando de un error ortográfico. Fue un segundo extraño en el que dudé de esa verdad incuestionable de que las palabras agudas terminadas en n, s o vocal llevan tilde. Pero lo maravilloso ocurrió el segundo siguiente cuando revisé la sugerencia: Sin pudor Google me increpaba: “quizás quisiste decir EXISTE”, decía sin ruborizarse. Pocas cosas más Dick que una corporación internacional que se niega a aceptar la muerte Dios. Antes de que Cebra (El Plásmata o Dios de S.I.V.A.I.N.V.I.) se dignara corregir esta intromisión inaceptable capturé el siguiente testimonio. https://drive.google.com/open?id=0B80oJ3DAuLX0S1hzRmM1V3FvN1E

La fatiga del material // Norman Briski

Uspallata 15

Banda Sonora para maqueta de trenes

 

La fatiga del material

 

Se despide el hierro.

 

Un férreo saludo de los puentes y la neblina oxidando adoquines. Transpiran rojo en las esquinas. Con otra sangre los mecánicos nocturnos caen por 8 horas de trabajo.  Noche de cielos cóncavos y amaneceres planos con olor a caballo jubilado. Duermen vigilados por el horario de la guillotina del salario. Soñando palmeras, íngles y corsarios. La inercia del otro pasado hiere al mármol de dedos lesionados. Incandescentes vidas con su propias usinas. Huesos luminosos encubiertos con un perro ladrando. Y en la letrina una niña alpinista no sufre la ingravidez de las cumbres, allí donde descarrila el viento, con miedo orina los arbusto de su vejiga. Sabionda no grita por la inutilidad y adopta silencio, ese de los animales y supo descender hasta las vías del nivel del mar. No hay barreras por eso espera el tren que pasa, que viene comiendo distancias, de otro idioma y del mismo metal. Cargando extranjeros, gente morena con mercurio en sus ojos hermosos importados de la obscuridad.

 

El hierro vuelve a la montaña.

 

Los durmientes aguantan la embestida hasta el alba. Los forjadores del odio doblegando los hierros agotados de tantas armas, de tantas espadas santas, de reinos de un solo señor. Metales perfumados de piedras de urano y de otras durezas para durar. Émbolo precoz del tren que pasa para la niñez que espera el monstruo del agua hirviendo con los esclavos engrillados ¿de qué revuelta nacerán? Otra niña otra, abusada en los suburbios cerca de las vacunas de las cloacas. Y ningún excremento se expone, todos están embutidos. Solo las aves ciudadanas que se aprecian por su vuelo se aparean con la velocidad de sus trinos y apuntan con su pequeño ano al transeúnte de la plaza. Ese que va a buscar al menos moreno del tren que va a llegar es el herrero el que acopia libertad, el que tiene el fuego del árbol que va a matar y con él hace monedas para la escudería patriarcal. Y llego  el jardín, simplificación criminal y el jardinero que no sabe hablar. Flores disciplinadas subvencionadas por el condado toman el agua de la sed de la miseria. Decorar el desamparo y el césped para no pisar. Flores caminando con la rueda de los galanes, el ojal, las palabras portadas denuncian su disponibilidad como las uñas pintadas o el carmín enmascarado en lo facial. Los rieles paralelos, encima los vagones, no llevan nada, van a buscar chinos para la paralela. Todos en el  vaivén, en la hamaca del opio magistral. El equilibrista no sabe otra cosa que ser equilibrado y la cuerda temblorosa que lo sostiene caligráfica el miedo atroz que simula con su valentía.

Entre tantos derroteros: roedores.

Entre vías margaritas y debacles de los pasajeros. Aroma de los linyeras.

Entre ozono y relámpagos, mi hierro agotado con una fatiga que me doblega y mis clavos rieleros extrañando la maza que me acuñó. Obligado inscesto matrimonial. Solo ritmo sin melodía. Acordes de chirridos agudos de niños mal engrasados.

Entre tanto la chimenea expulsa volutas de humo blanco y fabrica nubes con los puntos suspensivos en donde vamos a parar. Jubilación mínima.

Descartes – desechos -basura, ¡muera la ortografía!

En la quema del Huracán estaban las gambetas de Houseman Porque la vaca desde el diagnóstico del tren sufre una ataraxia crónica o ya conoce la dirección del matadero. Entre vacas tantas vacas análogas con la vía láctea. Las moscas de los tambos en las bocas que llaman a sus terneros. Entre tanto le roban la leche los tumberos. Un caballo blanco es la luna que no cabalga, rebuzna en vez de relinchar e inspira. Y el alambre con su puas le impide retozar. Así es el miedo. Dice pura escritura, mandamientos, numerología y la piedra se equivoca. Es pura fama. En la margen la arena con sus extravagancias le da escamas al ocio de los nadadores. La arena está en los tobillos… Pasa el hierro que vuelve a la montaña por dos caminos viejos. Con esa travesura el volcán apacigua con jazz su bramura. “Volverán a la mar los hombres”  y los niños se alojarán en aquella pensión donde un lagarto esta en el techo para nadar entre tantos dichos. Susurran las abejas ¿Qué dirán?

Notas a La ofensiva sensible: neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político de Diego Sztulwark (2) // José García Martinez

Estas son (otras/más) ideas desparpajadas sobre la cuarta sesión del ciclo de lectura sobre La ofensiva sensible: neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político de Diego Sztulwark que Ana Vivaldi organizó para el VK. Presento algunas reacciones a la productiva charla que se tuvo el jueves con Diego Sztulwark luego de leer la mayor parte del libro.

***

Pensar desde la crisis no es pensar sobre la crisis. Hay, al menos para mí, un saber desde la crisis que es similar a la suspensión —o el paso hacia atrás— de la infrapolítica, a la exposición de la inestabilidad de cualquier verdad fundacional de la anarqueología, a la imposibilidad de nombrar el cambio o el régimen consecutivo en el momento de  interregnum y a la semiótica de la contrapedagogía de la crueldad. Este saber radicaría en eso que Diego Sztulwark llama experiencia plebeya, que “no es la revolucionaria, porque no supone ni da lugar a una política específica, aunque sí involucra una relación explícita y desprogramada con la propia potencia, una indecibilidad de su propio lugar en relación con la axiomática del capital” (57). Así, si la existencia (y la vida) para pensarse debe(n) dar un paso atrás, no llenar los huecos del pasado compulsiva e inquisitorialmente, dudar de someterse a la fuerza del capital, desconfiar terriblemente del estado, pero también apostar por uno que sea restituidor, se debe a que sólo dentro de la sensibilidad plebeya es posible ver formas de vida que desbocan la “razón” del estado y la paranoia del capital. La ofensiva sensible: neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político de Diego Sztulwark ofrece, quizá, uno de los aportes más interesantes para repensar el excedente de vida (y muerte), de potencia y de deseo que ha dejado el neoliberalismo en su producción de subjetividades en América Latina (por su puesto, claro, con énfasis en la historia moderna y reciente de Argentina).

La crisis del capital no es crisis, es paranoia. La crisis del estado no lo es tampoco, es neurosis. La crisis es, entonces, el momento de los afectos, el momento de la persistencia de viejos hábitos, o la apuesta por nuevos, es casi la antesala del vuelo de la multitud en una línea de fuga. Así, el conatus al que se enfrenta lo plebeyo queda puesto cara a cara con la forma neoliberal. Si el neoliberalismo se ha encargado de forjar modos de vida, que son ese afán “que persigue una adecuación inmediata a los protocolos de compatibilidad que ofrece la dinámica de la axiomática capitalista” (38), entonces, cuando lo plebeyo no entra en ninguna compatibilidad, no desea afirmarse en la axiomática del capital, pero tampoco negarse en la neurosis del estado, sólo queda la persistencia de colectivos, de masas, de multitudes. En este colectivo, por sus lazos comunes, por su amistad, surge también un “proceso de individuación alternativo al neoliberal” (114) e incluso, un proceso multitudinario y ajeno al pueblo. Hay en lo plebeyo todas las potencias para desbaratar la política y el mercado, y aún así, lo plebeyo no se abalanza, en su reverso se suspende como “sombra y vacilación”, como “plasticidad para atravesar el caos” (136), pues el plebeyismo apunta hacia la construcción de un texto en bricolaje, un texto que invita a ser mal leído, porque el exceso de potencia de lo plebeyo no se entrega ni a la red del estado, ni al axioma del capital, sólo a la mesa del Beteleur (el Mago) donde reinan siempre diversos flujos de cuerpos de todo tipo.

Sólo en las formas de vida surge el reverso de lo plebeyo. Forma de vida, “toda deriva existencial en la cual los automatismos hayan sido cortocircuitos” (38), ese “malestar que se hace carne en el cuerpo” (38) es también una fecunda reelaboración de esas potencias latentes de la fuerza de trabajo. Así, si el sueño neoliberal es la posible adquisición y adaptación de los modos de vida, de los medios de producción para explotar a otros, la fuerza plebeya y/o el momento plebeyo, recuerda siempre que la fuerza de trabajo no está sólo condenada a satisfacer a aquellos que poseen las máquinas y los mecanismos de producción y reproducción social, sino que los dueños de éstos y las máquinas mismas se alimentan de la potencia de esas aves libres como el viento, plebeyas de nacimiento, multitudinarias por hábito. Repensar la fuerza de trabajo, como forma de vida en la crisis, invita a repensar a los anfibios del mundo, a aquellos cuerpos que entre agua y tierra, como los galeses luego de la acumulación originaria descrita por Marx, están listos para exponer su plasticidad sin detenerse tanto en el pasado y su neurosis, pero sin someterse al narcisismo de los espejos del mercado. Esto, por supuesto, implica que la ofensiva sensible no puede negar su condena a la máquina, su lucha con los modos de vida, ni tampoco negar su ruina, ni su pasado, ni su militancia, ni su fracaso, sino que aún ahí persisten líneas de fuga porque el fracaso revolucionario no agota el planteamiento de los problemas que se hicieron, ni la posibilidad de relanzar el proyecto, de promover esa imagen que diagrame el lugar común de todo aquello que escapa. Aunque, claro, en estos días, no nos queda más que saber que todo va para mal, que ni programa, ni proyecto satisfacen. Por otra parte, ahí, otra vez, late el reverso de lo plebeyo, que se sabe pesimista en la historia, pero se mantiene loco y necio en la ontología, en la materia misma de todo cuerpo.

De las cosas insignificantes // Roque Farrán

 

En un libro recientemente publicado: Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020), propongo una serie de ejercicios de filosofía práctica. Retomo meditaciones antiguas y modernas, propongo algunos fragmentos de lectura y escritura para realizarlas, etc. Hay sobre todo un tipo de ejercicio que quisiera traer a colación en esta oportunidad, ya que recientemente encontré un fragmento de escritura que se ajustaba también al caso señalado: meditar y valorar las pequeñas cosas de la vida. El disfrute de las cosas pequeñas, incluso insignificantes, no habla de un conformismo social sino de la grandeza del alma; expansividad micropolítica y ontológica absolutamente necesaria para emprender cualquier otra transformación, hasta diluir las medidas y escalas sociales. Hay algo de esa sabiduría práctica, de ese contento simple, que habilita captar las relaciones de fuerza en su materialidad concreta, fuera de cualquier idealización excesiva o gloria perecedera.

Dos fragmentos en ese sentido; uno pertenece a una escritora trans cordobesa y el otro a un filósofo estoico y emperador romano:

“Conocí gente que se alegra por motivos menos pretenciosos que la gloria. Gente que festeja un desayuno, un abrigo infalible, encontrarse una moneda en la calle, un par de zapatos de mujer dejados al azar al borde de la cama, dos cepillos de dientes en el vaso en vez de uno, la vista por la ventana de un departamento… Gente que se pone feliz con el perfume de su pelo, con las prontas recuperaciones, el pan, la arena fina del mar donde hundir los pies… Gente que celebra el trabajo, cuando el trabajo merece una celebración… Hoy celebro a esa gente y a todos los azares que me hacen levantar la taza de té como si brindara con vino.” (Camila Sosa Villada).

“Conviene también estar a la expectativa de hechos como éstos, que incluso las modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún encanto y atractivo. Así, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas partes; esas grietas que así se forman y que, en cierto modo, son contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo, adecuadas, y excitan singularmente el apetito. Asimismo, los higos, cuando están muy maduros, se entreabren. Y en las aceitunas que quedan maduras en los árboles, su misma proximidad a la podredumbre añade al fruto una belleza singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la melena del león y la espuma que brota de la boca de los jabalíes y muchas otras cosas, examinadas en particular, están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un aspecto bello y son atractivas. De manera que, si una persona tiene sensibilidad e inteligencia suficientemente profunda para captar lo que sucede en el conjunto, casi nada le parecerá, incluso entre las cosas que acontecen por efectos secundarios, no comportar algún encanto singular. Y esa persona verá las fauces reales de las fieras con no menor agrado que todas sus reproducciones realizadas por pintores y escultores; incluso podrá ver con sus sagaces ojos cierta plenitud y madurez en la anciana y el anciano y también, en los niños, su amable encanto. Muchas cosas semejantes se encontrarán no al alcance de cualquiera, sino, exclusivamente, para el que de verdad esté familiarizado con la naturaleza y sus obras.” (Marco Aurelio).

Hay que tener en cuenta que el filósofo estoico llega a esa valoración de las cosas singulares y accesorias luego de aplicar el método de la división física, por el cual destruye toda valoración social de las demasiado glorificadas obras humanas: guerras, gestas, vestimentas, fiestas, comidas, etc. La experiencia por la cual la escritora cordobesa arriba a similar consideración, sin dudas no está exenta también de los rigores de una vida singular. En mi caso, me pregunto cómo transmitir a otrxs esa posibilidad de captar lo singular, a través de ejercicios concretos a realizar en la cotidianeidad, para que no queden fijados en obras reductibles a un aspecto meramente estético (y sean así nuevamente glorificados, idealizados, etc.).

 

Roque Farrán, Córdoba, 07 de agosto de 2020.

 

¡Haced rizoma, experimentad! Deseo, clínica y multiplicidad // Sofía Guggiari

  1. Herencia deseante

 

Estamos conversando con mi vieja sentadas en un restaurante. Me acuerdo del ventanal que daba a la calle; me acuerdo de la cara de ella en frente mío, sus muecas con sus velocidades y sus fugas, siempre como disparos al cosmos. Hablábamos sobre la clínica. Ella es psicóloga psicodramatista y dirige su escuela, que dirigía mi abuelo también, cuándo vivía. Herencia deseante. Maquinaria de transmisión. 

Ella me dice: – Cuándo escribo sobre psicodrama, me preguntan donde esta la clinica en lo que escribo. ¡Y todo lo que escribo es clínica!. Pienso en lo que me dice. ¿Será que quien no quiere verlo está demasiadx obtusx-cerradx-angostx?

Se me viene a la cabeza una escena, como una imagen que viaja. Lo que llaman un recuerdo. Pero lo recuerdo ahora, no en el restaurante. Quizás es lo mismo, yo escribiendo y yo hablando con mi vieja y  ese recuerdo que viaja y se funde en el presente. Me acuerdo que mi abuelo -en una de esas meriendas que tomábamos con el y mi hermano, cuándo tenía quizás yo, no más de quince años- me dijo un día, apenas abrió la puerta de su casa: –La angustia, angustia porque es angosta. Y después nos fuimos a tomar ese café.

Devenir entre madre-abuelo para escribir. Devenir entre su padre y el mío, también psicoanalista, para hacer clínica. Primero destrozar y luego encontrar de los trozos, lo singular, lo que permite la opción. Elegir es una invención o una ilusión. Es la ilusión de que algo se permite: ¿por qué no pensar en lo múltiple?

Heredar familia es también hacer maquina-deseante con ella, si se puede

 

 

  1. Deleuze-Guattari como máquina-clínica-deseante: diferencia epistemológica

 

¿Se escucha el deseo como agenciamiento? ¿Se escucha el inconsciente como máquina, como fábrica? (A diferencia del inconsciente como velo o teatro de lo real) Claro que si. No solo se escucha, se siente, se percibe, dan ganas de tocarlo, dan ganas de seguir su producción. Inventar. Levantarse de ese cómodo sillón de psicoanalista con pipa y de levantar al cómodx paciente de diván -se producen pacientes de diván y psicoanalistas de sillón-

¡Levantarlx, sacudirlx, sacudirme y hacer revuelta!

Yo a veces psicoanalista de sillón y a veces paciente de diván, pero la diferencia, más bien lo que la produce, es la conjunción. Y… y esto y aquello. No es más -ni menos- que la  posibilidad de lo múltiple; dijeron y sucumbieron frente a la desmesura. Hay materia entonces hay cosmos y hay multiplicidad. Lo contrario, lo obtuso, lo que se cierra sobre si, lo Uno ¿Lo angustiante? Pero no es su sentido de mundo, ¿acaso no angustia la inmensidad?, si no en su sentido de devoración. Lo que nos deja sin opción.

Yo también entonces, diván-sillón-pipa-revuelta-cuerpos-madre-padres-angustia-entre-deseo y a veces también solo esa piba de quince años que todavía no sabe hacer con lo que escucha.

 

 

  1. A propósito de escribir sobre la clínica: “después de niño ahogado, María tapa el pozo

 

Quiero irme a vivir sola, anhela ella.

¿Y cómo te imaginas viviendo sola? le pregunto entonces

en principio  lejos del ideal, me contesta.

¡Que manera de enunciarlo! ¿Notan esa equivocación? ¡Que maravilla el inconsciente!  Despliega a continuación  una suerte de territorios imaginarios conformado por faltas, ausencias,  culpas y burocracias que hacen que su anhelo se desvanezca en el intento de hacerlo vivir en el relato. Lejos y tan cerca de su ideal, se siente algo, ante todo una gran pesadumbres: es el estado de la cosa.

 – Me cuesta mucho tomar decisiones, optar por algo,  elegir es perder. A mi me cuesta perder (Seguro eso se lo dijo otra psicoanalista-sillon-divan)

Pero cuando lo dice, en ese punto, lo sabe todo y ahí se completa, entonces no pierde nada. ¡oh, la famosa castración!

Escucho cada vez más y al mismo tiempo cada vez menos.

Le llamo la atención sobre aquello que había dicho: –”Pensé que me ibas a contar cómo te imaginabas viviendo sola, no cómo NO ibas a poder hacerlo por que te cuesta elegir”

Ella asocia. Deviene. Agencia.

Claro, como mi primer amor.

Agenciar: disponer y componer elementos de una determinada manera

Cuándo ella habla, yo me pierdo;  por que claro, por que no decirlo, a veces nos perdemos y eso es el desierto. Y en el desierto estamos produciendo. Nadie sabe y tampoco nadie entiende; no hay más ella ni yo: devenir. Ahora maquina ella-yo produciendo inconsciente. Le hablo de la madre, no, no yo, si no ella. Ella habla de su madre. Pero yo ya la había escuchado. ¿Dónde estaba? ¿Será el primer amor? ¿Será esa con sus muecas y sus fugas?  ¿Esa es su madre o la mía? Devenir madre. ¡Esto también es escribir sobre la clínica!  Se arma territorio más visible pero no por ello abandonamos el desierto; ella-yo-madres. Componemos y disponemos.

Me cuenta que su madre, una mujer muy estricta cuando la retaba, siempre traía un dicho: “después de niño ahogado, María tapa el pozo” – Me dejaba sin salida, la sensación de que había hecho algo terrible y de que no podía elegir. Y agrega: – ahora que pienso, mi vieja decía lo mismo de su abuela.

 

  1. El inconsciente es múltiple, la escena también lo es

 

Ella, niño ahogado. Ella, María que tapa. Ella, pozo. Ella persona que además ve la escena y puede enunciarla. ¿Que dice el niño? ¿Que siente María mientras tapa el pozo? ¿Cuál es el entre ellxs? María y el niño ahora precarizadxs en el tecno-neoliberalismo. Ahora también lxs dos, mirándola a ella como queriendole decir algo; un susurro imperceptible, un decir que no es nada, es solo la intención de escuchar. 

Yo también niño ahogado y entre el pozo y María. Yo analista entre ella y su madre. Entre mi abuelo y la mía, así me hice analista. «El entre no esta por fuera de los cuerpos, los atrapa, los cubre, los tapa» me dice mi mamá

¿Cuál es mi refrán? Lo angosto de la angustia o yo ahogada a los 15 años por mi abuelo y su angustia. ¿Y si Maria no tapa el pozo y se ahoga también? Si yo fuese el pozo, le diría: “Haced rizoma y no raíz. Experimentad!” (Deleuze,Guattari 1980)

 

Heredar familia es heredar un tipo de encastre de máquina deseante. Mi paciente produce escenas, estados de la cosa, enunciados, territorios y desterritorializaciones a partir de una manera de enunciar ese refrán. Un plano de la escena con la que se agencia una existencia, que siempre le recuerda que “ella tapa el pozo” Producción de culpa y de sombra. Como dije, el estado de la cosa, por que todo aquello es lo que conforma esa pesadumbres. La idealización y su doble cara, es precisamente lo que arrasa pero completa. “Después de niño ahogado, María tapa el pozo”. Ella asesina o muerta, culpable ante todo pero algo al fin.

 

  1. Resonancia personal de la escena de mi paciente: hacer del mandato una herencia que permita la potencia

 

Cuándo mi abuelo murió me acuerdo sentí por primera vez algo que no había sentido jamás por el: agradecimiento. Me acerque a su cama en su cuarto, antes de llevarlo a velar. Estaba el, tendido, tieso, como niño ahogado. Ahora el «gran Tato Pavlovsky», pesado, hundía en la cama su pasado y dejaba la marca. Me acerque y le dije, por lo bajo, para que mi voz no se haga eco: “gracias”. Ahora vivo, porque muerto, podía agradecerle. El en su momento no lo permitía. Pienso que agradecer es informarle al otro que dio algo de sí. Por lo tanto es informarle al otro que algo cedió o perdió. No todos quieren escuchar eso.   

Mi deseo entre mi abuelo y mi madre. Entre mi paciente y el pozo. Entre su madre y su abuela. Mi deseo en la multiplicidad.

 

 

CORTO: La fuga es hacia adentro // Patricio D. Suárez

El futuro llegó

Durante la segunda mitad del 2018, gracias al CFP 24 tuvimos la oportunidad de dar un taller de cine vinculado a la construcción ficcional, en el marco del proyecto PROFES (Programa de Capacitaciones Complementarias). La novedad fue una situación que resuena con la actualidad de nuestra escuela: al darse el curso los días sábados, el edificio estaba prácticamente vacío y lxs que hacíamos el taller teníamos la disponibilidad, la frescura –o la resaca solaz- que otorga la temporalidad del fin de semana. A pesar de que el CFP 24 se caracteriza por reinventar continuamente lo “escolar” y por revelar cada vez que tiene la oportunidad, el entramado afectivo, comunitario y político que hace posible la vida en la ciudad, si uno se deja estar, los automatismos institucionales nos encorsetan con un pragmatismo repleto de sentidos demasiado rígidos –el aula, los contenidos, las reuniones, las fechas, los eventos-. De repente, el CFP de los sábados se nos aparecía como ESPACIO estructuralmente desnudo, lleno de hendijas con relatos impensados: desde las locaciones armadas por los distintos oficios que se enseñan, con sus propios materiales, sus marcas territoriales, su dramaturgia y su estética, hasta el silencio que nos posibilitaba grabar, ensayar, escucharnos y laburar sin jerarquías, continuar la clase en el Chino de la esquina hasta entrada la noche, hacer manada.
Después de varias discusiones encendidas armamos un guión colectivo. Surgió la idea de catástrofe como sensación de futuro cercano: un acontecimiento había generado que el mundo exterior fuera inhabitable, el aire contenía un elemento nocivo que obligaba al uso de máscaras para respirar sin peligro. Sobrevoló la idea de un virus, agrotóxicos, pero no le dimos mucho lugar a la explicación de la causa, sino a entender cómo funcionaba la vida de los personajes en ese nuevo escenario. Qué hábitos, saberes, vocaciones y rituales del mundo viejo podían sobrevivir; qué cosas se volvían patéticas, irrecuperables. El mundo dejaba de ser un afuera a conquistar, y el acto de resistencia de esta comunidad ficticia residía en encontrar una forma de vivir juntos, de fugar hacia un adentro por construir, un adentro que contenía sus propios monstruos y fantasmas. El contexto represivo del macrismo y el régimen robustecido del neoliberalismo, nos llevó a la idea de una fuerza, un poder que no sólo hacía del mundo algo banal y humillante, sino que además se confundía con el propio deseo para terminar de enmohecer los impulsos de rebeldía.
Cada tanto, en sus expediciones reducidas, los personajes encontraban algún casette que contenía información en idiomas foráneos, que hablaba desde una cultura desaparecida y les servía de insumo – anacrónico, arbitrario, pieza de puzzle- para la construcción de un imaginario común. El ermitaño del grupo había construido un vivero artificial al cual le dedicaba su vida como si se tratara del último jardín en la tierra. Ese recogimiento lo había llevado al borde de la locura, con accesos filosóficos que capturaban su voz para emitir algunas sentencias ensoñadas, todavía indescifrables. “Están viniendo” decía el agorero, otro que había escapado de la comunidad para ver qué quedaba afuera y acababa de regresar enfermo.
“La fuga es hacia adentro”, fue el título que pensamos. A nuestro alrededor flotaron la estética del cyberpunk, las distopías de ciencia ficción, lo cyborg, la biopolítica como reducción de la vida a su pura reproducción material, la idea benjaminiana de que el estado de excepción es la “normalidad” para la tradición de los oprimidos. En este contexto de pandemia, con la aceleración totalitaria del neoliberalismo, con el espacio público reducido a las pantallas, con la virtualización del lazo social, con la dinámica biopolítica como método de supervivencia, con un discurso sanitarista, utilitarista, -todavía en 2020- positivista, que nos cuenta cómo va a resolver el problema con la misma receta que produjo el desastre, mientras la tecnología da su nuevo salto para reafirmar la estructura de la desigualdad, el esclavismo amable, la barbarie como motor de una supuesta “civilidad”, vemos este corto de ficción con menos exigencias artísticas y un cariño especial. Como si nos confirmara que los procesos de individuación colectiva producen en su circuito eléctrico imágenes de orden mágico, oraculares, que no sabemos explicar pero que hablan desde lo más profundo y opaco de nuestras percepciones. Que tal vez no nos brinden todavía programas políticos ni respuestas fácticas, pero que le dan sentido a nuestra obstinación de seguir intentando vivir juntos.
El taller de cine: Lara Dafne, Gab Ino, Sergio Flores, Anita Medina, Nanu Gabriel, Diego Espósito, Poga Roldán, Ezequiel Latín, Pamela Loiello, Renata Fernández, Pablo Kovacs, Felipe Villar, Chiqui RGD, Demian Emanuel, Francisco Benincasa, Patricio D. Suárez.

 

Canto del dolor social y sus mitos // Vicente Zito Lema

Preludio: Preguntas fundamentales que plantean las poéticas del dolor social en boca de la belleza

 

  1. ¿Con qué piedras se construye

la morada de los iguales…?

 

  1. ¿Con qué manos

se defiende la belleza…?

 

  1. ¿Con qué espíritu se construye

un “orden de diferencia fraternal”….?

 

  1. ¿Cómo se incorpora

a la materialidad de la historia

la materialidad de los sueños…?

 

Pregunta final:

¿Qué hiciste con el amor

mientras el otro sufría…?

 

Los cuatro movimiento

 

I

Ni en el giro circular del tiempo sobre la bóveda celeste jamás con mácula… Ni en el arrastre a duras penas por los desiertos oscuros del milagro…Ni con luna del este ni con viento del oeste cuando aleja en remolino los fantasmas… Ni por ley, ni por presagios… Ni por el capital, ni por los réditos acrecidos sobre las tumbas sin flores… La impunidad goza de buena salud… El crimen de la pobreza aún no paga…

 

La voz de los muertos se escurre por el vacío

junto al sudor de Dios…

 

En la medida que la palabra traspasa

el límite de los gestos… “la boca ya no habla

del dolor, la boca siente el dolor”, hay

un gajo de la realidad en nuestra boca.

  

Comentarios

La paja en el ojo ajeno

Abusadores  silvestres de la caridad, criminales desde la partida (estigmas en la tradición lombrosiana: “el pibe orejudo” / “pibe chorro” o locos de toda la espesura en la cabeza… Pagarán su deuda hasta el último suspiro… Nadie los llamó a la vida.

Amado Frankenstein

Con carne de mendigo, aullido de homicida serial, carcajada de demente en la última cena, el cuerpo del dolor social pone bajo sospecha la razón como sustancia de la vida, el placer como predicado final.

Fantasmática

La auto exculpación cierra su ciclo. El dolor social sucedió por responsabilidad de otros; o de todos, y termina con que no sucedió así, o directamente no sucedió; en virtud de los hechos, o directamente porque el otro, sujeto sufriente, sombra entre las sombras, no existió. No hay huella; no hay materia. Puros fantasmas en el puro cielo, detrás del cielo…

No hay socorro en las nubes. Sólo fuga. Un instante…

Requiescat in pace

En las hogueras del dolor social se vuelve humo de mala piedra el derecho a la subversión y el delirio, sus prácticas y ensueños.

Cenizas de la poesía final que el viento aleja para ventura de la normalidad y la propiedad privada.

Descanse en paz

El destino de la ley es enterrar el cuerpo sacrificado. Todo el agua del mundo cae sobre el humilde fuego del delirio. No mientan, aquí no hay amor ni arenilla de mísera piedad. La música que el poder celebra es el silencio. La palabra que inicia y cierra su discurso: el vacío.

Visiones

¿Será de ver que en la ética del dolor social el primer mandato irrenunciable del agónico (sufriente) es sobrevivir….? Lo que ya es desafío, escándalo, y para colmo bello.

Su belleza es pura potencia del acto, en tiempos en que reina el “concepto estético”: mera idea, para excluirse de la realidad, anterior al conocimiento del alma…

Hay un artificio de dolor estremecido, sin poner un dedo en el infierno.

II

Los cuerpos del dolor social se amontonan en las zanjas del pobrerío. Huelen a lo que en la pureza del paraíso son: carne podrida, con exceso de agonía, devaluada a mordiscones por perros y ratas. Es muy rápido, hasta vaporoso el camino al infinito espacio. (Hay una estética del camuflaje… Su mejor música es el órgano en la catedral… Sus imágenes cuelgan en el museo… Su lenguaje termina esculpido en la academia…)

Detrás de muros y murallas; entre puertas y portones; rejas y cerrojos; bajo el ojo perpetuo de un panóptico que no perdona las sombras y clama atroz por la ley para destapar el alma (¡doy mi caballo por verla!), persisten, se obstinan, resguardan la historia bajo tierra los dueños consagrados (a palos) del mal y la culpa.

III

¿Recuerdas tu pena de niño?

No toda belleza consuela,

ni cualquier consuelo es amor…

El cuerpo que sostiene cada uno de los naufragios del dolor social…

Ese cuerpo sabe (es un saber profundo, es la Piedad, donde se cobija la madre del sacrificado) que la belleza, negada como belleza, nace en el dolor y la conciencia de un otro real, es su causa, y la mantiene en su deseo.

Esa belleza consuela lo perdido…

Humedece con rocío los labios afiebrados del perseguido y maldito…

Cicatriza las heridas de todos los días y hasta resucita la pasión de la vida cuando ya nada queda…

Ni siquiera asoma la estrella matutina…

 

Aún allí, en ese espacio abandonado a la buena de Dios, que nunca conocerá del paraíso…

Donde el cuerpo humillado es separado de sí, convertido en la agónica sustancia que precede los rudos suspiros de la muerte…

Llega la belleza que redime, en puntas de pie, con aires de bailarina eterna…

Ese cuerpo despreciado desde el día que nació.

Cuerpo del puro despojo, al que ahora socorre la belleza del dolor, ansía en su pregunta final la verdad, sin otro límite que el amor por la verdad.

Esa verdad sin mesura, más ardiente que la sombra alucinada del desierto…

Esa verdad del cuerpo desnudo y sangrante…

No los mitos de la justicia vendada; no la parodia de buenos modales en la mesa del té; no la estética que apesta de tanta nada a la hora de los lobos, no la moral de gruesa mansedumbre capaz de banalizar hasta el tañido sagrado de una campana, y convertir la exaltación del poder en “la niña de sus ojos”.

 

Aún en el tiempo de la destrucción acumulada de los cuerpos como motor de la riqueza… Dejando atrás la mañana que huye todavía cruda, la tristeza que corroe, la amargura que devora, el rencor que saquea, hay una belleza que siempre está naciendo, que persiste y resiste, que se niega a ser pervertida en rapiñosa mercancía bajo la luz de la luna…

 

Es una belleza que aúlla frente a la soledad y el espanto del cuerpo abandonado en la soledad de la noche y el espanto del día.

Que susurra en la inocencia y delicia de quien comparte la vereda del sol en el frío. (¿Han visto esos cielos sin gasas ni remolinos? / ¿esa mano que despide y tiembla…?)

Es una belleza que hunde decidida sus pisadas de elefante que sostiene la tierra en la gran calamidad… Y ante el cuerpo perseguido y castigado que se obstina en ser cuerpo, anuncia:

Jamás habrá olvido donde creció la conciencia.

Nacerá la belleza en el alba que se desliza sobre un cuerpo ya sin sollozo, por si mismo resucitado…

 

Esa belleza que va y viene entre los pliegues del alma

Siempre maldecida… negada y viva… (¡esa flor del aire!… entre suspiros…)

Esa belleza que embiste contra los muros de la

cárcel (¡si no es la belleza, quién!) y muestra y desnuda

ante la luz de los cielos lo que el mito del orden escamotea, niega:

el padre de la ley es el verdugo, y el sueño del verdugo

                es colgar del árbol más alto / al espíritu humano /

hasta que patalee y patalee… igual que un cerdo…

Como si en el mundo del dolor no hubiera otro

destino para los cuerpos siempre maldecidos

que ser ahorcados / para ejemplo del desprecio de la vida

como suculencia de un demonio hambriento

Junto al alma / al espíritu / a la belleza / …

Y tapiar los cielos con las cenizas de los muertos

En la cruz de la pobreza…

Así, cuando el viento del silencio pasa… pasa…

entre las hojas que tiemblan

 

Ah, belleza…. Necesidad de que subviertas la sagrada armonía de la riqueza;

Su beatífica contemplación del dolor como fin supremo,

y sacudas el árbol del orden para la muerte, la quietud,

los géneros y las disciplinas, los manuales de estilo,

que justifican y amparan la desgracia…

Oh, sí, abre las esclusas de la memoria que quema.

Deja que avancen los amorosos ríos contenidos

sobre las tierras saqueadas…

sobre los cuerpos humillados, sin principio ni fin,

hasta el hartazgo de la noche

que no conoció el día…

 

Ah, belleza… Tú, rebelde y revulsiva, despierta en nosotros

el deseo de barrer hasta el polvo de la

pálida estética que miente la agonía, que devora y decora,

a tanto por metro, tanto da, una carnicería de cuerpos

sin movimiento (macabro feedlot en la pampa abierta),

un asilo de niños o de viejos, o un manicomio que desagota

los sueños junto a las aguas servidas…

 

Ah, belleza…  Nunca hagas del delirio

una sentencia de muerte para el delirante

que quemó sus naves…

Ah, belleza que nos aguardas al final del camino

mientras buscas las señales de los cielos

Y desafías y corres peligro frente a las bocas complacientes

de los pálidos dioses sin amor…

Viejos dioses embriagados, arteros en arte de doblar el codo,

Vueltos estatuas de sal o de pulida piedra.

 

Ah, belleza, enciéndete / arde como un sublime fuego

Al cuerpo del dolor socorre, necesita de vos…

                                                            acude / acude

No valides lo que la conciencia rechaza como veneno

Y el alma en su temblor agónico, sin espejos

Aborrece más que a la muerte …

 

Comentario

La belleza no puede (persé) convertir en pasiones alegres (donde mora la vida) las pasiones tristes del desmadre social, que envenenan el cuerpo y sientan en la mesa sagrada al crimen y a la demencia.

 

IV


Hay una valija abandonada

detrás de la Vieja Iglesia

donde inicia el Barrio Rojo

 

Cada uno de nosotros / que nunca termina de ser y hacerse…

Que abraza la belleza por amor y también con miedo..

Que se ata y se desata en el barco del destino…

Y carga a duras penas la historia de donde viene…

Navegando con él y por él, con su infancia y su vejez…

Mezcladas en la valija recogida en la calle del abandono…

Apenas amaneciendo en los bordes del mar…

Vaya viaje, que ni siquiera tuvo un claro inicio…

Y si lo hubo son sombras de manos y de olas…

Son quejidos antes de las palabras…

Risas sin sentido…

Como si la locura que abrió nuestros ojos / y el crimen

que cierra nuestros ojos…

Nunca nos abandonara…

Con su lenguaje de alma en alma…

Con sus pasiones de boca en boca / mientras la noche

se convierte en día /… y estallan las nubes como cristales…

                                               y otra vez cada uno de nosotros

                                               se abraza a la belleza

                                               como un niño asombrado

                                               por amor o con miedo…

 

¡Revuelta o barbarie! // Oscar Ariel Cabezas

Esto no es el fin

La inconsistencia permanece

en la fisura

somos exilio

en la patria del río.

—Daniela Catrileo, Río herido (2016)

En el contexto de la pandemia por Covid-19, en uno de los países con porcentajes de contagio y de decesos más altos, el fuego profano por la dignidad está lejos de apagarse. En la historia política de Chile, el rechazo de la sociedad civil a acatar la normatividad del orden neoliberal constituye un acontecimiento sin precedentes a lo largo de los treinta años de transición democrática. El modelo económico basado en el libre mercado y la privatización de los bienes comunes más exitoso del planeta es un cadáver que solo logra sostenerse sobre la base de la represión del Estado. La rebelión por la dignidad iniciada el 18 de octubre del 2019 (18-O) es una insurrección contra la normalidad de los treinta años de la llamada transición a la democracia. La consigna por el alza del boleto del metro, “No son 30 pesos, son 30 años”, condensa el desborde de un modelo basado en el sacrifico de los desposeídos. La evasión y luego las revueltas en todas las ciudades de Chile no fue otra cosa que la interrupción del sacrificio de millares de chilenas y chilenos, de migrantes latinoamericanos y haitianos que padecen no solo la explotación de la energías extraídas de sus cuerpos, sino la humillación, la discriminación, el desprecio, la indiferencia, el olvido, el expolio de sus vidas.

El 18-O es la primera fractura significativa en la hegemonía neoliberal y la apertura germinal de un laboratorio político y experimental en el que todo parece estar abierto. ¿Qué es lo que se ha abierto? En principio, la posibilidad de una trasformación radical del modo de producción que vampiriza y precariza la vida de la sociedad en su conjunto. La manera en que la sociedad civil ha traducido la experiencia del dislocamiento del tiempo de la normalidad neoliberal ha sido la indignación. El fuego de la pasión política que definió la lucha por la dignidad de los primeros meses, las barricadas en los barrios periféricos contra la represión policial del gobierno, las evasiones en el Metro de Santiago desatadas por los estudiantes secundarios, los cacerolazos durante la pandemia contra la falta de medidas sanitarias y el incremento del control policial, han estado acompañados de un antagonismo radical e insoluble desde las estructuras institucionales de la democracia parlamentaria. La democracia en Chile no es una democracia universal y plural, sino el instrumento de coerción policial de la clases políticas, que suplementa el programa global del neoliberalismo “mundial e integrado”.

La democracia encarnada en la materialidad social del devenir plebeyo, que se ha configurado desde el 18-O, pero que tiene precedentes en las luchas estudiantiles del 2001, 2006 y 2011, es inasimilable a la democracia parlamentaria de la forma-partido-estatal. La revuelta ha interrumpido la democracia neoliberal y la racionalidad de sus mecanismos de dominación micropolítica (subjetividad del emprendimiento, narcisismo autófago, individualismo sin aperturas, miedo al otro, salvación especulativa en el consumo). El tiempo de la normalidad y de su racionalidad ha sido fisurado por la irrupción social que se expresa en la revuelta por dignidad. Esta irrupción es de carácter múltiple y se sustrae a las formas modernas del partido-estado. La revuelta es la resta de la democracia neoliberal y la suma de una heterogeneidad radical de cuerpos que aspiran, a través de lógicas de organización asamblearia y de desmilitarización de la autodefensa de la sociedad civil, a constituirse en un contra-poder. Lo que la irrupción de la protesta social ha expresado es el deseo por destituir un gobierno que ha administrado la crisis del modelo mediante la peor represión social conocida en democracia después del fin de la dictadura en 1989. Así, el movimiento en las calles ha sido un movimiento contra el secuestro de la democracia y la justicia social en manos de la clase política y sus pactos oligárquicos. El odio a la revuelta de la sociedad civil que han expresado distintos sectores de izquierda y derecha a la interrupción del tiempo de la normalidad es el odio a la democracia de los cuerpos que se han expresado en la calle decididos a destituir una forma de gobierno y de sociedad que sostiene las desigualdades sociales y la violación de los Derechos Humanos. El antagonismo social, heterogéneo y plural, ha puesto en escena la descomposición del orden político y ha revelado que las estructuras de representación de las instituciones modernas y republicanas, secuestradas por la política neoliberal, ya no gozan de legitimidad. A través de la consigna la indignación por 30 años de abuso desocultó que el pacto oligárquico no es solo un pacto que a espaldas de la sociedad civil firmaran solo los gobiernos de la derecha, heredera de la dictadura que hizo posible el experimento neoliberal más exitoso del planeta. Los 30 años por los que reclama la sociedad civil son sobre todo los años de pactos firmados por los  gobiernos democráticos de la Concertación y la Nueva Mayoría.

En Chile ha sido la izquierda neoliberal la que sobre todo ha establecido una continuidad con el régimen constitucional que heredó de la dictadura del General Pinochet[ii]. Así, el tiempo de la normalidad de los 30 años es el tiempo hecho posible por el escamoteo de la heterogeneidad de cuerpos que componen a la sociedad civil y por la negociación de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. El tiempo de la normalidad neoliberal es el tiempo de los que oprimieron la democracia de la Unidad Popular en 1973 y, por lo tanto, es el tiempo que está inscrito en el legado de la dictadura militar, la que tiene su expresión conceptual y jurídica en la Constitución de 1980. En efecto, desde la década de los ochenta la carta magna del gobierno militar ha hecho posible que el experimento neoliberal sea el más exitoso en el mundo y que el atropello a los Derechos Humanos permanezca en la penumbra de una legalidad que protege a las fuerzas castrenses. De hecho, una de las características de la policía de Carabineros de Chile, durante los primeros meses de la rebelión, ha sido la represión desmesurada, la tortura y el asesinato. Las fuerzas del orden de manera sistemática han mostrado voluntad deliberada por violar los DD.HH. con el motivo de restablecer el tiempo de la normalidad. La criminalización de la revuelta por dignidad ha permitido que el gobierno sea el principal responsable de la mutilación de ojos de los manifestantes, torturas, violación de mujeres, maltrato infantil y asesinato según los resultados del informe anual del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH)[iii]; esta ha sido la respuesta del gobierno. La revuelta ha interrumpido el tiempo de la productividad afectando la popularidad del empresario y presidente de la república Sebastián Piñera que gobierna con menos del 10 % de aprobación ciudadana. 

El tiempo de la revuelta ha dislocado el tiempo del productivismo y, junto a los efectos de la pandemia por Covid-19, ha herido la lógica del consumo como espacio de recreación democrática y normalización de la subjetividad. El Chile que Tomás Moulián había diagnosticado en el Consumo me consume (1998) describiendo el síndrome de la individualidad neoliberal y la relación con el hedonismo de la pasión por el consumo ha sido herida por la irrupción de la revuelta. La subjetividad que ha emanado de lo incalculable de la revuelta podría llegar a constituir la protohistoria de un umbral emancipatorio o bien de una catástrofe social provocada por la desmesura de la represión. La revuelta es una especie de volcán en erupción y la verdad de una excepcionalidad que no tiene traducción en la normalidad del tiempo del consumo. La sociedad civil, hoy medianamente confinada —según privilegio de clase social y no de política de control sanitario estatal— por los peligros de la pandemia del Covid-19, no parece desear el continuum de una normalidad que se realiza en la compulsión hedonista del fetichismo de la mercancía. A pesar de la pandemia y de la “cuidadocracia” ejercida sobre todo por los sectores acomodados de la población, la crisis de la sociedad del consumo ha sido un destello emanado de la revuelta de la sociedad civil. Esto hace pensar que lo que Jean Baudrillard llamaba “las seducción de los objetos” del espacio mercantilizado del Mall y la subjetividad crediticia de los endeudados por el oasis del consumo ha sido herida por la subjetividad de la desobediencia civil. La subjetividad del 18-O ha emergido como una experiencia novedosa del tiempo que explica la fisura del tiempo del consumo y del productivismo de la modernización mercantilizadora del capital.    

La izquierda tradicional del parlamentarismo neoliberal se viene sumando a la deriva necropolítica desde el pacto oligárquico con los militares y los grandes empresarios desde 1989. Toda la estructura parlamentaria está corroída por la pulsión narcótica (dinero, poder, prestigio) del neoliberalismo y la revuelta lo sabe desde mucho antes del estallido. Lo sabe porque la sociedad civil debe vivir la crueldad perceptible de las fuerzas de la represión, al mismo tiempo que vive la violencia imperceptible inscrita en la subjetividad que habita la angustia y la muerte de la sociedad neoliberal. Por eso, la revuelta no confía en la izquierda del parlamentarismo neoliberal desde que sabe que la “cosa nostra” de los parlamentarios es parte de la injusticias estructurales del sistema. El saber de la revuelta es un “acervo de conocimiento a mano” sostenido por largos años de acumulación de experiencias de injusticia y abandono porque la transparencia de las desigualdades sociales es absoluta.  El promedio de lo que gana un parlamentario chileno es de unos 13.000 dólares, mientras que el salario mínimo es de unos 460 dólares. La rebelión por dignidad es también una reacción a la desmesura de estos privilegios. Y la violencia que se asocia a la emergencia de la marea en las calles que clama por el fin de los abusos se criminaliza porque el Estado neoliberal no tiene ya como contener la rebelión.

En su libro El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado (2019) Rodrigo Karmy, uno de los teóricos de la hipótesis destituyente, ha señalado con acierto que “la violencia popular no es una “violencia hobbesiana” sino una violencia que interrumpe la simbología capitalista” (50). Esta interrupción no ha sido obra de vándalos como ha querido hacer creer el gobierno, sino de un  clamor genuino que está asociado a la consigna de que “Chile despertó” de la hipnosis, del letargo, de la pandemia neoliberal internalizada a punta de crueldad. El despertar es incontenible. La desesperación por parte del gobierno de controlar el “estallido social” ha carecido de la más mínima racionalidad política. La arbitrariedad y el abuso de la fuerza se ha acoplado al sin sentido que se condensó, desde los primeros días, en la sentencia militar de Piñera: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable”. Esta proclama bélica contra la emergente sociedad civil es el deseo expreso de asfixiar los ímpetus de la rebelión por dignidad convirtiendo a la sociedad civil en presa de los crímenes de Estado: Torturar, mutilar, apresar niños y asesinar a más de treinta personas durante los primeros meses de la rebelión civil son el resultado de la imposibilidad estructural del gobierno y la casta de políticos que se han coludido con el intento por acallar el clamor de la sociedad civil. Una sociedad desgarrada que ha tenido que padecer los 17 años de una de las dictaduras más sanguinarias de la historia de América Latina y los 30 años de experimentación neoliberal basados en la humillación de las clases populares y la precarización de la vida de éstas. La dignidad de las clases humilladas emerge como un relato desde la epidermis de los cuerpos que se duelen y que se reconocen en las formas y los mecanismos con los que el sistema neoliberal los ha vejado. Pero sobre todo se reconocen en la lucha que resiste la crueldad de una historia de humillación y saqueo de las energías de millones de ciudadanos, ciudadanas e inmigrantes precarizados por el dominio de un sistema con aval global para explotar y usurpar la vida digna.

En Chile la dignidad es el relato entrelazado a los afectos micropolíticos de lo que Diego Sztulwark ha llamado “ofensiva sensible”[iv]. Este relato-afecto es lo que el gobierno no puede ni podrá detener con la estafa del control de la pandemia por Covid-19. En el relato-afecto la dignidad es algo así como la palabra plena de cuerpos que encendidos por la rebeldía oponen resistencia al mismo tiempo que afirman el umbral y la urgencia de una vida distinta de la que han ofrecido los pactos del parlamentarismo neoliberal. Alia Trabucco, una de las voces jóvenes más interesantes de la literatura chilena, hallael síntoma de la oposición al gobierno de Piñera en la ausencia de relato. En su artículo “El otro relato” Trabucco describe la miopía de la oposición y la manera en que la ausencia de relato oposicional y anti-neoliberal revela a una clase política incapaz de agenciarse, sin criminalizar, el clamor de la revuelta social: “La miopía de la oposición, por lo mismo, es gravísima. Supo ceder al ‘relato del orden’ no solo respecto del presente y las urgentes demandas de transformación, sino también respecto del futuro y sus urgencias sociales y ecológicas. La oposición, al parecer, no tuvo un relato propio que oponer. Pero tal vez ese otro relato, el que está imaginando futuros posibles, futuros vivibles, no esté al interior del congreso.”[v] Trabucco narra con la serenidad de quien sabe que la ofensiva sensible de la revuelta es la apertura a un Chile posible y urgente en el que pueda morar la dignidad de la pluralidad de mundos subjetivos. Su sospecha es que el relato de esta pluralidad ya no se halla en la izquierda del parlamentarismo neoliberal.Y en efecto, lo que está afuera del congreso es irreductible a lo meramente parlamentario porque toda esta estructura moderna vive una crisis profunda de legitimidad.

La ausencia de relato de la izquierda neoliberal resuena en la crisis de legitimidad y en la falta de imaginación, y en la retirada del horizonte emancipatorio que defendió durante la asonada de protestas contra el régimen militar de Augusto Pinochet en la década de los ochenta[vi]. La izquierda tradicional es constitutiva de la clase política del Estado patriarcal que pactó la transición a la democracia sin jamás salir de los marcos jurídico-normativos del experimento constitucional de 1980. Se puede decir, en la estela de Trabucco, que la oposición (ex-Concertación y Nueva Mayoría) carece de una narrativa para imaginarse a sí misma como una oposición real al parlamentarismo neoliberal del cual es parteEste diagnóstico no es algo que haya requerido un contingente de políticos y cientistas políticos, sino que es un saber de la sociedad civil en rebeldía. Se trata de un saber colectivo fundado en la experiencia de abusos, saqueos a los bienes comunes y humillaciones por más de 30 años de hegemonía neoliberal. En la inteligencia colectiva del devenir plebeyo de la revuelta del 18-O tiene todos los elementos teóricos y de desocultamiento del principio de crueldad con el que el neoliberalismo articula el mundo de vida.

El saber de la necesidad de otro relato y la crítica al neoliberalismo puede ser expresado por un estudiante secundario, un rapero popular, un militante de la primera línea, una anciana, un mapuche, un obrero, una lavandera, un universitario, un ciudadanx/proletarix nómade con la misma complejidad que la de un gran catedrático de ciencia política. Es por eso que la revuelta social no requiere de los intelectuales de la izquierda tradicional y menos de la academia a la que su inscripción en la universidad, sin distancia del neoliberalismo, la vuelve ajena al clamor del cambio social. La izquierda tradicional y sus intelectuales están agotados y han sido sustituidos por la inteligencia colectiva de la ciudadanía de la revuelta. Por eso, la crítica a la filosofía de Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Jaime Guzmán no llega ya a constituir un relato oposicional. La revuelta es la crítica a la crítica de la filosofía y el más intenso intento por superar el deslegitimado sistema de partidos políticos que sostiene el modelo neoliberal. Los que han pensado que la revuelta social es acéfala o que no tiene una orientación política olvidan que hay una inteligencia plebeya que recorre la estructura afectiva desde los estratos más populares hasta las maltratadas clases medias, de todas las fuerzas y los cuerpos que componen una revuelta  en marcha.  El General Intellect de la revuelta ha zurrado —al igual que lo había hecho en el movimiento de estudiantes en el 2001 (“Mochilazo”), en el 2006 (“La revolución pingüina”), en el 2011 (“La primavera de Chile”)— las pretensiones de ilustración proveniente de la intelectualidad de los partidos políticos. La revuelta en Chile es plebeya, pero no porque carezca de ilustración, sino porque su ilustración es radical respecto de la necesidad de arrancar de raíz el problema; y la raíz es el neoliberalismo y sus políticas de miseria y muerte. Lo que ocurre en el país con uno de los movimientos feministas más fuertes de la región es una revolución molecular, una revolución de los afectos y de la sensibilidad. Esta condición no-moderna de la revuelta es la verdadera novedad. La Pandemia de Covid-19 y la instrumentalización del gobierno de Piñera no podrá controlar una revolución que escapa a los manuales de la ciencia política y del marxismo vulgar.  En la superficie de un neoliberalismo estatal que es molar; la dualidad entre lo molar y lo molecular es la dualidad entre un Estado que intenta reprimir la multiplicidad de mundos subjetivos. Hasta antes de la pandemia por Covid-19 la revuelta había sido imposible de reducir mediante la represión policial y por las estrategias disuasivas de la clase política. La transformación de la ira acumulada en los afectos de una sociedad civil decidida a cambiar las crueldades del sistema ha permitido identificar que la descomposición del sistema de partidos políticos es parte del problema que la revuelta civil desea erradicar. La desconfianza en la clase política no es arbitraria ni menos aún irracional o acéfala. La revuelta por dignidad funciona con un operador de saber-potencia que se traduce en la inteligencia colectiva de la sociedad civil. Así el operador de saber-potencia de la rebelión por dignidad se distingue de los dispositivos del saber-poder  del gobierno y sus aparatos de represión policial. Lo que el parlamentarismo neoliberal no le perdona a la revuelta es que el General Intellect de la revolución molecular en marcha está diseminado en la pluralidad de los cuerpos. La pluralidad no tienen centro es pluralidad descentrada de las lógicas modernas con las que se ha pensado convencionalmente el poder. La revuelta está en todas partes, no tiene un centro de operaciones, ni un Estado Mayor, sino un devenir plebeyo múltiple que en nombre de la dignidad atraviesa los estratos sociales.

 La revuelta no es solo la ira de los humillados o el músculo cargado de energía contra el principio de crueldad del parlamentarismo neoliberal, sino también la inteligencia colectiva de los cuerpos reunidos por la indignación; así, el deseo de dignidad es la inscripción de la pluralidad de mundos subjetivos en la imaginación de un mundo plural que hoy se opone al Estado. En su artículo “Piglia y Walsh: escribir en tiempos de crisis”, el escritor y ensayista Diego Zúñiga piensa desde la sensibilidad de la revuelta que no es posible concebir  la crisis sin imaginar ficciones que tensen la relación con el estado[vii]. La revuelta es hoy la topología en la que ocurre un poema o la posibilidad de una ficción fundacional que tense la relación con el Estado y desborde la ilegitimidad del relato del orden social. Al igual que en la república de Platón, el Estado neoliberal desea dejar fuera la experiencia poética de la revuelta. Por experiencia poética entiendo las intensidades y los afectos de la pluralidad de mundos subjetivos que abre en el cielo turbulento de la historia el clamor por el fin del neoliberalismo. Los afectos y las intensidades que han emanado de la revuelta civil y militarmente desarmada se expresan en la experiencia de un poema vivo que desafían símbolos y pone en crisis el orden. La revuelta es ciudad y está movilizada por la politización de las expresiones artísticas más mundanas. Las danzas, las murgas, los Avengers de la primera línea, el negro Matapacos, la presencia de raperos en medio de barricadas, la canción “El derecho de vivir en Paz” de Víctor Jara, la performance “El violador eres tú” del Colectivo Lastesis, los poemas de La Guerra Florida de Daniela Catrileo, la lectura de los libros de Nona Fernández, las imágenes de las cicletada conducidas por la Wenüfoye, bandera mapuche reprimida desde su genealogía por el gobierno de Patricio Aylwin[viii], entre otros, constituyen la tensión estética o poemática de resistencia a símbolos de opresión colonial y neocolonial. El Negro Matapacos, la Wenüfoye constituyen el clamor de un liderazgo carismático sin precedentes. En el interior de la revuelta social los liderazgos carismáticos se inscriben en la pluralidad de mundos. Estos desafían símbolos coloniales y abstracciones nacionalistas cuya razón de ser es el umbral de un horizonte emancipatorio contra la barbarie neoliberal. 


Nota: agradezco a Lorena Amaro la lectura, los comentarios y sugerencias que generosamente hizo a este artículo

[ii] Véase Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito, Santiago de Chile: LOM Ediciones, 1997.

[iii] Véase al respecto el informe del INDH: https://bibliotecadigital.indh.cl/bitstream/handle/123456789/1701/Informe%20Final-2019.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[iv] Diego Sztulwark, La ofensiva sensible: Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, Buenos Aires: Caja Negra, 2019.

[v] Trabucco Zerán, Alia:  https://www.eldesconcierto.cl/2019/12/07/el-otro-orden/

[vi] Freddy Urbano, El puño fragmentado: la subjetividad militante de la izquierda en el Chile post-dictatorial, Santiago de Chile: Ediciones Escaparate, 2008.

[vii] Diego Zúñiga: https://www.latercera.com/culto/2020/01/19/ricardo-piglia-rodolfo-walsh-escribir-tiempos-de-crisis/

[viii] Fernando Pairican, “La bandera mapuche y la batalla por los símbolos”: https://ciperchile.cl/2019/11/04/la-bandera-mapuche-y-la-batalla-por-los-simbolos

La gorra que se convirtió en Corona // LTA

“Tenemos que imaginar que las cosas pueden ser de otra manera. 

Si no podemos imaginar un mundo distinto al desorden establecido, 

moriremos”

Donna Haraway

 

La cuarentena se sintió para muchas como un llamamiento al interior de la vida en un hogar que elegimos reventar desde hace mucho. La cuarentena caló en tareas domésticas, en cocinar, en mantener limpio, en estar “bien guardadas” porque estar sueltas pone en peligro al otrx. ¿Cómo hacer para no sentir que esto es lo más conveniente, si en realidad es lo que tantas queremos reventar a patadas desde hace mucho? Llamado a estar adentro, llamado a la pareja, llamado a la familia, a “cuidar y redescubrir lo verdaderamente importante”. 

Quizás sea importante decir que a las Thelmas y Louises, sus familias, sus amores, los interiores de sus casas y las buenas cenas les parecen cosas a cuidar pero no las únicas. Sentirse bien en un mundo tan achicado, tan constreñido, tan acotado puede volverse un peligro para nosotras ya que arremete contra el deseo de tener la vida en varios espacios y temporalidades distintas. Entendemos que es momentáneo y circunstancial, que es “necesario” pero en esa comprensión de la coyuntura aparecen mecanismos que nos convocan a la regulación. Operaciones cotidianas que convocan a la buena moral y que en este tiempo tan excepcional, pueden volverse más visibles por lo bestiales. 

 

De la obviedad de los modos de cuidado 

 

El aislamiento social y obligatorio se desplegó como una serie de indicaciones sobre prácticas a evitar para cuidar al otrx. Tiempo de crisis, de pandemia. Un montón de frentes que cuidar y ninguna experiencia previa de cómo transitar por acá. Ante el llamamiento a entender que sobre todo hay que cuidarse de este virus, la vida parece reducirse a cuidarse de no contraer y transmitir el virus. Nos convertimos en cuerpos vigilados y peligrosos, se vuelve agotador tener el cuerpo bajo lupa y en control estricto sobre cuán responsables venimos siendo.

Entendemos que la excepcionalidad de la situación obliga a gestiones novedosas, a armar sentidos nuevos, a ver cómo, pero lo que nos agota es la marcación moral encubierta de cuidado que indica “un” modo de vivir responsablemente. 

Decimos encubierta porque es difícil pensar que algo que refiere a “cuidados” sería negativo o perjudicial. Sabemos, porque La Tenemos Adentro, que no siempre el bien contempla al otrx, que el bien está incluido en el libro de buenos usos y costumbres, y por lo tanto, trae consigo, la mayoría de las veces, mucha carga moral.

Cuántas veces escuchamos: “te lo digo por tu bien”, pero, ¿qué es el bien?; o: “yo sé que vos estas tratando de hacer x cosa, pero para mí estás descuidando asuntos importantes de la vida”, y ¿qué es lo importante? Más allá de las lecturas epidemiológicas y de las políticas de estado, estos discursos habilitan un engorramiento individualizado que marcaría por dónde ir y qué es lo que deberíamos cuidar. Una marcación que entendemos, no es necesariamente una operación consciente. 

 

De los micro revanchismos adoctrinadores 

 

Si una persona decodifica, por ejemplo, que en esta coyuntura no habría que abrazarse con nadie o asistir a una reunión, ¿qué la llevaría a explicitar eso, si ya resolvió para sí que es lo más responsable? Escuchamos: “¿Vos podés garantizar que no tenés corona?” Entendemos que es difícil ver que otrx realiza acciones que una querría pero que se ven interrumpidas por otras fuerzas (miedo, sobretodo). Como un mecanismo para validar la propia posición y la emoción que prima decimos, por ejemplo: “yo no voy a ir y creo que aún no es momento”. Sabemos que eso, lanzado así, la baja, regula, tira para el lado de quien lo dice. Convoca a la parálisis. Preguntarle al otrx si le voy a poder abrazar cuando, por ejemplo, sabemos que le otre abraza, es un modo de pedir que la responsabilidad de lo que pudiere ocurrir quede del lado del que autoriza. 

Queremos ser claras, entendemos que parte de vivir, en general, y de atravesar una situación de excepción tan radical implicaría, en el mejor de los casos, contar con lxs otrxs para pensar modos de cómo hacer. No creemos que se trate de resolver en soledad siguiendo cada quien su criterio y no comunicarlo. Pero se siente tan distinta la pregunta sobre cómo resolver evidenciando la afectación, diciendo qué es lo que vamos sintiendo atravesadxs por miedos/dudas/angustias, a convocar al otrx a que no haga porque una no puede/quiere. 

Onfray dice que a veces se desprecia lo que no se puede o sabe cómo alcanzar. Allí aparece el juicio como revanchismo ante lo que no puedo en mí. Seguramente cada unx puede recuperar en su historia momentos en los que ha enjuiciado algún modo de vida con el que después puede vincularse más livianamente. Siempre es menos trabajo mirar al otrx que unx mismo y quizás por eso la fuerza de algunos frentes: es más sencillo ser de derecha, creer en dios, creer en el bien y el mal. Es más pesado, más denso, pero más sencillo. Entendemos esto descansa en que existe un guión estructurado milenariamente estableciendo clasificaciones y limitaciones, una fuerza en automático que no se discute. Hablamos de la posibilidad que implica revisar qué me afecta, y asomarse a aspectos propios que une evalúa como oscuros. Desarmar eso requiere disposición a meterse en un barro propio que a veces es difícil. 

 

Saber todo del otrx. Banalizar la intimidad

 

Un virus tramposo que es tan fluido como el capitalismo, se nos fue metiendo en las vértebras y comenzó a operar. De algún modo, intensifica esta posibilidad de creer-nos autorizados a avanzar sobre el otrx, a saber del otrx y de algún modo, irnos sobre el otrx.

¿Cuales son los efectos? Un borramiento de la otredad, que de alguna forma nos lleva a lo Uno, a lo universal, a lo único. Darle lugar al otrx para que nos diga lo que tenga ganas de decirnos y hasta donde quiera decirnos. Que sea el otrx también el que evalúe la situación (de juntarse o no, de tomar el mismo mate o no), darle crédito al otro, entendemos que ese es el límite. Si una persona no dice algo, ¿por qué siento que puedo preguntar? ¿Qué es lo que se legitima ahí? 

 

Lo bestial en la pandemia como potencia 

 

Del mismo modo que la pandemia nos puso de cara a preguntarnos (en el mejor de los casos) sobre modos de vida o acciones de la cotidiana que eran vividas como evidentes y naturales (la velocidad de los días, los abrazos y los encuentros o su falta, la interioridad de cada casa y la vida que nos veníamos armando) se desplegó la posibilidad de revisar cómo nos regulamos y regulamos a les otres desde ese “no saber hacer”. 

Estamos frente a un escenario de excepcionalidad atronadora y esto abre posibilidad. Posibilidad de revisar cómo construimos y resolvemos las preguntas de lo que implica cuidar y ser cuidado. Posibilidad de hacer evidentes los automatismos incorporados sobre lo que hacemxs cuando le otre, por alguna razón, nos inquieta. Posibilidad de  complejizar la idea del cuidado, posibilidad de preguntarnos cómo. 

“Yo estoy mal, vos me bancás. Vos estás mal, yo te banco”. La pandemia nos deja a la deriva de nuestros males internos/externos ¿Cómo los enfrentamos? ¿Cómo miramos el hueco que tenemos dentro y que viene de afuera?

Si el otrx se transforma en un repositorio de mis tristezas, para luego yo ser el del otre. Si hacemos un ranking de quién la pasa más mal en la pandemia, si lamemos nuestras heridas solxs y esperamos que el otrx nos salve ¿Es así cómo nos cuidamos? 

¿Por qué no nos preguntamos juntxs por el vacío? ¿Por qué no podemos sentir que estamos juntxs en esta? Nadie se salva solx, pero ese nadie tiene que estar dispuesto a ser alguien, no desdibujarse, no arrojarse al otro como algo vacío, como un peso que debe bancar. 

 

Y entonces ¿cómo?

 

¿Se trata de no preguntar? ¿Se trata de no decir? De a ratos sentimos que quizás lo que debería orientar es la pregunta sobre unx mismx: ¿qué me mueve a irme sobre le otrx? Ejercicio que requiere valentía, así es. 

Hay que animarse a ver en unx que muchas preguntas y señalamientos que hacemos son movidos por un vigilante interior. A ese también lo tenemos adentro, hecho carne. 

Hay gente que se lleva muy bien con tener una comisaría adentro y vive así. No escribimos para ellxs. Pero nuestras preguntas apuntan a quienes desean ampliar libertades pero sienten en sí mismxs esa incomodidad de la sobrejustificación propia, esa rumiación excesiva, para justificar/se los porqué de algunas acciones. Hacerse cargo de esa tensión y enfrentarse valientemente a esos aspectos que puedo desarmar, si tolero mirar lo que tengo adentro. A veces hay que desconfiar un poco más de lo que pensamos, detenernos a mirar si coincide con la vida que queremos a(r)mar. 

Es que LTA. De nuevo: Si una persona no dice algo que yo supongo le pasa ¿por qué siento que puedo preguntar? Si una persona resuelve que podría más livianamente con algunos señalamientos de sanidad ¿por qué siento que lo puedo interpelar?

Si podemos reconocer que lo que nos lanza a la pregunta a le otrx es la inquietud que nos genera que ese otrx pueda o haga lo que a mi me pone en tensión aún, quizás lo conveniente sea llamarse al silencio. Si suponemos que le otre anda en algo (lo que sea), pero no me lo compartió aún, ser cautos y llamarnos al silencio antes que poner al otrx entre la espada y la pared. 

Y entonces ¿cómo armar con lxs otrxs? Andamos sintiendo que para armar hay que estar en el encuentro lo más despojadamente de juicios sobre el bien y el mal vivir. Quizás sea desde afectaciones más sensibles, desde preguntas que den lugar a más preguntas, no que encubran respuestas. Y así, se crearán cuidados, para esta pandemia y para la cotidiana. 

Encontrarnos quiere decir que nos acompañamos y nos cuidamos juntxs, no puedo cuidar a nadie solx, me consume, me deja sin cuerpo. Hablar de “nos” quiere decir que estamos en relación, que nadie está arriba de nadie para salvar, que nos salvamos juntxs o no se salva nadie.

No se trata de que todo da lo mismo, sino de poder ir eligiendo qué mundos cuidar y sus modos.




Bajo ese azul dilatado. Esquirlas del miedo #7 // Marcelo Percia

Esquirlas van y vienen con sus heridas. Dicen cosas y se desdicen. Saben y no saben qué pensar. Se extienden como notas inconexas, sin ataduras ni costuras. Fragmentan sueños prendidos fuegos. Cavilan ruinas del presente. Recogen mudeces. Verifican si hay cuerpos que todavía respiran.

Lo saben sensibilidades esquirladas: después de un largo tiempo de catástrofe, para no rendirse, se aprende a prescindir del miedo, de la seguridad, de las metas, de la ficción de sí.

Esquirlas implosionan palabras. Las rompen por dentro. Derrumban paredes que separan unas de otras. Una lengua, así despedazada, no vela dolores.

Aforismos y fragmentos coinciden en el escaso número de líneas herméticas, pero mientras aforismos se cierran con satisfacción en el último punto, fragmentos se saben restos irreconocibles de continuos naufragios.

 

Se necesitan para sobrevivir cuidados y suertes. A las suertes (buenas o malas) se las inclina y se las ayuda con cuidados y a los cuidados se los acompaña con suertes. Pero nada de eso alcanza sin el relevo de cercanías amorosas y atentas que tejen súbitas redes que sostienen.

Héctor Libertella (2000) calcula las proporciones de una gran red: “98,5 por ciento de huecos y agujeros entre nudos, y apenas 1,5 por ciento de materia concreta hilo”.

Así, como esos necesarios lazos entre vacíos que respiran respetados, se puede pensar un amor, una amistad, un común estar. Interesan las redes más por lo que sostienen que por lo que atrapan, más por lo que dejan escurrir que por lo que retienen.

 

La idea de “un común cuidar” no concierne solo a urgencias sanitarias en tiempos de pandemias, postula un modo de vivir. Así piensa Deligny una clínica, en casas de convivencia, como derecho a la vida en red: como vagabundeo sostenido entre cercanías respetuosas de las distancias.

 

Añoranzas que temen lo peor se aferran a lo que hace daño.

Un dibujo de Tute presenta a una mujer parada de perfil con la mirada hacia un frente vacío que dice: “Quiero volver a la vida miserable que tenía antes”.

 

No tenemos angustia, pertenecemos a ella.

Pertenecer a la angustia quiere decir pertenecer a la vida. Lo viviente tiembla en sensibilidades que, cuando se aproximan confiadas, calman temores, causan abrigos, alojan deseos.

Avideces hostiles lastiman proximidades y lejanías. También traicionan confianzas. Así la vida en común, siempre en peligro.

Negaciones de que el virus enferma y mata, apelan también a desmentidas que dicen que, aun cuando se necesitan cuidados, resulta peor la cuarentena porque mata a la economía.

Angustias perciben, de un modo difuso, que peligra la vida y que se necesita protegerla del capitalismo.

No se puede escapar a lo inevitable. Las fugas fallidas no evitan el dolor. A veces, lo congelan, lo mantienen intacto, amurallado, y alargan, así, sufrimientos sin fin.

Alegrías sobrevienen como burbujas que se elevan desde la aflicción. Espumas porosas se agitan en el aire, vagabundean disponibles, estallan en un común reír, por el solo gusto de hacerlo.

Sin discontinuidades, intervalos, separaciones, golpes, disrupciones, iluminaciones, como dice Bergson, solo pasaríamos -sin saberlo- por un continuo fluir sin fin.

 

La demasiada vida arranca voces que repiten, una y otra vez, sin bastarse: ¡Qué difícil vivir! ¡Qué difícil saber cómo! ¡Qué difícil no poder! Así, entre dudas y asfixias, se tienta una posibilidad. Tentativas deciden actuar, aunque no consigan ni resuelvan nada.

 

Horacio González, a propósito de una sombra de hollín que quedó como huella de una mujer quemada debajo de un puente en el que dormía en esta ciudad, pregunta: “¿Quién sabe lo que puede un Odio? ¿Quién se anima en nombre de esas tinieblas del corazón a hacer brasas de una vida?”.

Maldades y odios no se explican por personalidades viciosas y criminales. Se trata de sentimientos siempre disponibles en una civilización que incita lucros y decide qué vidas tienen valor. Maldades y odios colonizan arrogancias fallidas que se defienden y cobran valentía dañando.

En El corazón en las tinieblas (Heart of darkness), Joseph Conrad (1899) expresa algo difícil de admitir: “La fascinación de lo abominable”. La fuerza cautivante de un nocivo poder que se hace temer acatar, imitar.

Dolores acontecen en sensibilidades como avatares de la vida.

Maldades y odios, amores y solidaridades, rondan tiempos del capital como disponibilidades sentimentales que alfabetizan corporeidades clasificadas y disciplinadas.

 

Se dice “no puedo creer lo que está pasando”, mientras se está viviendo, cada día, eso que se sigue sin poder creer. Se declara “increíble” lo que desconcierta, asombra, se teme, se rechaza. Manotazos de ahogo, hasta que llegue (o no) el auxilio de un común pensar.

 

No se tiene una personalidad ni muchas como prefería Oliverio Girondo (1932): “Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades”. Adherimos a colecciones de reacciones automatizadas. Esas afiliaciones, al comienzo involuntarias, con el tiempo se imponen como necesarias y eternas. Repertorios ayudan a vivir abreviando la vida. Pululamos como intérpretes especializados en unas pocas reacciones.

 

Se dice: “Tengo que tomar las riendas de mi vida”.

Pero la vida no tiene riendas. No se la conduce como a una bestia domesticada.

Se vive, sin riendas y sin dominios. Solo eso.

 

Roland Barthes (1977), en Fragmentos de un discurso amoroso, detecta un falso dilema del mercado de consumos afectivos: durar o arder. Cuestión que recorre la literatura romántica desde el siglo XVIII. Tras el fastidio respecto de lo que se llama un amor viable, pregunta: “¿Por qué durar es mejor que arder?”. Advierte que la idea de viabilidad actúa como botón de sujeción biopolítica.

Se trata de arder y, también, de hacer durar el ardor. Como una lectura que se lamenta que termine y se la hace durar contándola.

 

La simplificada opción entre arder o durar tensiona también la vida del rock.

Kurt Cobain (1994) deja una carta, antes de dispararse con una escopeta, en la que cita un verso de Neil Young (1979) que dice: “Se me ha acabado la pasión, y recuerden que es mejor quemarse que apagarse lentamente”.

John Lennon (1980), consultado por esa canción, meses antes de que lo mataran, responde: “Es mejor desvanecerse como un viejo soldado que quemarse”. Gustavo Cerati (2006), haciendo alusión a la misma cuestión, escribe: “Y que durar sea mejor que arder”.

 

Se suele citar esta confesión de Bukowski: “A veces solo duele existir: respirar duele, levantarse cada mañana duele, sonreír y llorar duele. No se puede reprochar a alguien que quiera abandonar la vida. No siempre se soporta tanto dolor. Me salvaron el alcohol, los cigarrillos, la literatura; pero no siempre se encuentra una salvación”.

No se trata de salvarnos del peligro de vivir, no hay resguardo seguro.

Tal vez se podría aspirar, como quería Artaud, a extraer -de un común hacer- ideas que tengan la fuerza del hambre, la persistencia del dolor, el rigor y la implacabilidad de la peste.

 

“Nos falta una válvula de escape”.

Se llama válvula de escape a una pieza de metal que permite la expulsión de gases que se generan dentro del cilindro de un motor cuando se quema la mezcla de aire y combustible durante el tiempo de explosión.

 

En una precisa traducción de Silvina Ocampo, el comienzo de un poema de Emily Dickinson (1886) dice “Sentí un funeral en mi cerebro”. Así el dolor, el repicar de culpas, reproches, frustraciones. Hostilidades que no cesan. No poder un silencio sereno. “…como si todos los cielos fueran campanas / y existir solo una oreja”.

Sensibilidades excedidas, sobrepasadas por la tanta vida, a veces, no despiertan de la pesadilla.

 

Difícil admitir el lado funesto del mundo del Capital. Crueldades y destrucciones embotan deseos. Y algo todavía peor: pesimismos y escepticismos conceden protagonismo a goces mortíferos y quejosos.

 

Esta civilización niega la vulnerabilidad. Niega la muerte irremediable. Niega la fragilidad de sensibilidades expuestas a las vejeces. Niega la acumulación de violencias del común vivir. Divide poblaciones entre vidas protegidas en abundantes dineros y muchedumbres apiladas en zonas de desprecio.

Esta civilización niega la vulnerabilidad. Culpabiliza a quienes se enferman e incluso se mueren. Economías depredan, concentran riquezas, condenan existencias, pero responsabiliza a quienes no tienen trabajo.

La fantasía de invulnerabilidad solo cuenta con una equivalencia: la de la inmortalidad.

Privilegios de la juventud, desmesuradas riquezas, provisorias inmunidades, no garantizan la gracia de lo invulnerable.

Tetis sumerge a su hijo Aquiles en el río Estigia para hacerlo inmortal, solo el talón en el que lo sostenía no pudo recibir la protección de las aguas.

Sigfrido mata al dragón que custodia el tesoro de los nibelungos. Se baña en su sangre para volverse invulnerable, pero una hoja de tilo adherida a su espalda impide el milagro completo.

Literaturas escriben muchas veces estas historias bajo diferentes formas.

Normalidades dicen “todos somos mortales, pero los pobres son vulnerables”.

La sensación de invulnerabilidad -que se paga a precios altos- necesita desigualdades, sufrimientos, injusticias, para fortalecerse.

La ruptura de la normalidad supone, entre otras cosas, la suspensión de la fantasía de invulnerabilidad que difunden hablas de la producción, el rendimiento, el consumo. Hablas de los bancos, los seguros, las medicinas privadas.

Esta civilización practica la crueldad vulnerando vulnerabilidades.

La actual pandemia (si no persiste el ensañamiento) podría oficiar como rito de iniciación planetaria, como aprendizaje de cuidado de una común vulnerabilidad.

 

Cuando la muerte se muestra irremediable, solo cuenta la despedida, el darse a una serena aflicción que no la repudie ni la niegue.

Entonces esa común vulnerabilidad se abraza (aunque a veces con rabia) a la tristeza.

 

Una cosa depresiones; otra, tristezas. Depresiones no tienen ganas de vivir, tristezas se apenan por las ganas de vivir malogradas, contenidas, contrariadas. Una cosa el regodeo en el desaliento, otra la tristeza que se duele por lo perdido. Una cosa el lamento sin fin, otra la pena que transita lo inevitable.

 

En los bajos fondos planetarios, la expresión “población de riesgo” equivale a una condena estadística: mucha edad, mala salud, ningún dinero, exigua suerte, confirman el perfil de las vidas sentenciadas.

Números, estadísticas, descripciones de sucedidos, interpretaciones, sentencias: consumimos datos como alimentos balanceados para mascotas.

Los datos no pueden ni saben traducir sensibilidades. La diferencia entre un sentimiento y un dato reside en la vida estremecida.

 

Versiones sobre acoso escolar describen sufrimientos de las víctimas (aislamientos, marginaciones, estigmatizaciones, exclusiones, hostigamientos, coacciones, intimidaciones, amenazas, violencias). También analizan características de quienes agreden, quienes padecen y las situaciones en las que se encuentran.

Quienes repiten el término bullying, desconocen enseñanzas de Pichon-Rivière: fragilidades amuralladas en bravuconadas, se defienden depositando lo silenciado, lo negado, lo temido, lo insoportable, en receptividades que, entonces, cargan con esos males y negatividades.

Lo silenciado, lo negado, lo temido, lo insoportable (la enfermedad y la muerte), ¿se transfiere a la cuarentena como causa del mal?

 

Juan José Saer (1982) cuenta la historia de un grumete español que, a principios del siglo XVI, se embarca en una expedición al Río de la Plata.

Al llegar se encuentran con una tribu pacífica -aunque antropófaga- que siguiendo la costumbre se come a toda la tripulación, salvo al muchacho, a quien adopta.

El sobreviviente vive entre existencias que hablan una lengua que desconoce, que no entiende, que no sospecha. La novela narra la serena perplejidad ante lo extranjero, lo extraño, lo ajeno, lo otro.

El entenado comienza con estas palabras: “De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia de cielo. Más de una vez me sentí diminuto bajo ese azul dilatado: en la playa amarilla, éramos como hormigas en el centro de un desierto”.

Fascinaciones capitalistas: las máquinas psíquicas // Emiliano Exposto

Ensayo publicado en Proyecto Synco. Observatorio de tecnología, ciencia ficción y futuros

 

  1.  

Emprender un análisis militante en torno al problema político del inconsciente en la sociedad capitalista contemporánea involucra, entre tantas otras cosas, lidiar con las incertidumbres materiales-espirituales de esas potencias extrañas, asombrosas y ambivalentes que resultan desatadas y al mismo tiempo desechadas por el proceso contradictorio del metabolismo moderno del capital[i]. Implica investigar prácticamente las riquezas despertadas en lo inconsciente tanto a raíz de los procesos de luchas concretas como también por la mediación global de las formas sociales capitalistas, pero cuyas posibilidades materiales exceden o tienden a desbordar el poder de mando universalizado del capital que asimismo las suscita y explota de modo inmanente. La exploración sobre diversas formaciones inconscientes construidas históricamente en dimensiones tales como, por ejemplo, la política de izquierdas, el intercambio virtual de ciberinformación, la mediación estatal de las relaciones sociales, las condiciones desiguales de la reproducción social o el trabajo asalariado, supone investigar la verificación sensible de las dinámicas antagónicas del capitalismo en los territorios imaginarios, semióticos y emotivos de los cuerpos afectados por las luchas sociales y por el hechizo mercantil que recubre la experiencia social en el modo de producción capitalista. Los procesos generales y los conflictos sociales carecerían de significancia afectiva si se prescindiera de esta constatación libidinal en los cuerpos de la acción y la pasión en donde se debaten dramáticamente los antagonismos históricos. Las relaciones sociales capitalistas, acechadas por sugestiones metafísicas y embrujadas por la fetichización de la forma mercancía que tiende a expandir su eficacia espectral a todo el planeta al intensificarse en territorios subjetivos concretos, se elaboran de manera pragmática y abierta en las tensiones de las trayectorias existenciales individuales y colectivas matrizadas por la mediación equivoca de las formas capitalistas de constitución social. Esto supone vérselas, entonces, con las riquezas sintientes, técnicas, semióticas, cognitivas, imaginarias, discursivas o deseantes que se hallan abigarradas en la plural experiencia concreta de las relaciones capitalistas y de los conflictos sociales, plasmadas con temporalidades diversas en los espacios complejos que hacen a la pasión monetizada del dinero, en las imágenes y tecnosonidos sin referencia que se difuminan en las abstracciones del espectáculo algoritmizado, en las posibilidades contradictorias de la tecnología o el derecho institucional, en la heterogeneidad de objetos de anhelos, pánicos, figuras en la incertidumbre y motivos de alucinación, en las luchas en curso o invenciones en las crisis, en las seducciones estatalistas que se conjugan junto a la erótica privatista gobernada por las finanzas. Si desde el punto de vista de la racionalidad de la cuantificación del capital interesa movilizar y confiscar los poderes mágicos, aterradores y fabulosos del inconsciente es por el mismo motivo que nos interesa a nosotros, marxistas que creemos en fantasmas, esto es: porque en las ambigüedades abiertas en el deseo, las fantasías o los usos del lenguaje se componen las riquezas que, como una aureola ensoñada, animan el proceso social, y sin las cuales quedaríamos condenados a enfrentarnos en un combate desencantado contra el realismo capitalista en el cual replicaríamos, bajo la forma insuficiente de la inversión, las categorías del enemigo que habitan en nosotros. Así pues, fascinaciones capitalistas parte de una intuición marxiano-guattariana, a saber: no es posible pensar críticamente el capital sin fascinarse un poco con esta máquina desquiciada que despierta potencias tan sublimes como desastrosas en las relaciones sociales. El desafío radica en investigar las cualidades maravillosas y las posibilidades siniestras que se metabolizan en las máquinas psíquicas precarizadas de la clase trabajadora en medio de este mundo en crisis[ii]. Una teoría crítica del inconsciente en esta sociedad se basa, en consecuencia, en el potencial emancipatorio de las posibilidades postcapitalistas abiertas en la inmanencia de la dinámica antagónica del capital, pero cuya realización implicaría transformar y superar el capitalismo como tal.    

1.

Las crisis que atravesamos tienden a desactivar algunos automatismos que regulan, normativizan y “normalizan” las vidas individuales y colectivas, pero también ahora mismo se aceleran otros automatismos (desgarrados por conflictos) que se caracterizan por su eficacia inconsciente. Actualmente, como bien viene argumentando el investigador Diego Sztulwark en diversas intervenciones, proliferan las imágenes-interrupción referidas a la relativa suspensión de ciertas experiencias de movilización visible de los cuerpos en el espacio público, lo cual convive con la detención parcial de algunos circuitos de producción, circulación y consumo de mercancías, en el mismo movimiento en que se agudiza el intercambio de información, la aceleración de signos, el flujo de telecomunicaciones, la sobrecarga en las tareas de la reproducción social y de los cuidados protagonizadas por diversos cuerpos feminizados y racializados, movimientos sociales y organizaciones. Asistimos a una situación contradictoria de crisis donde se combinan políticas de pánico y modos de auto-organización popular, confinamiento social e incremento del desempleo y la pobreza en los sectores más vulnerabilizados, colapso de las subjetividades y refuerzo de la intervención estatal, violencia institucional e iniciativas sociales de solidaridad, detención global de ciertos flujos de mercancías y aislamiento controlado de personas para poder sostener las condiciones del movimiento del capital. No obstante, la máquina capitalista ya se estaría disponiendo a buscar nuevos recursos de apropiación-capitalización explorando novedosos mecanismos de acumulación como también explotando cada vez más la materia inconsciente del psiquismo de la clase proletaria. En lugar de un modelo de crisis convergentes quizá debemos investigar este contexto como una única crisis del capitalismo como modo de organizar la coproducción con el metabolismo de la naturaleza humana y extra-humana, lo cual tiene diversas expresiones como las crisis alimenticia y climática, económica y energética, psíquica y biofísica, reproductiva y sanitaria. Estas crisis no representan multiplicidades conectadas de modo exterior, sino diversas formas de la misma crisis que emanan del desastre de un proyecto “civilizatorio”: la ecología social, natural, técnica y cultural capitalista. Lo que está en juego es la posibilidad de desafiar los límites objetivos-subjetivos que la máquina de terror del capital impone en su regulación de las crisis del orden de las normalidades que suturan los antagonismos que horadan lo real capitalista.

Pensar situadamente el inconsciente en y desde la crisis supone problematizar radicalmente los dispositivos de dominación concretos que se instancian a partir de ciertos automatismos capitalistas que constituyen a las máquinas psíquicas proletarias en una ambivalencia de sujeción y subjetivación agenciada entre las situaciones de colapso, las imágenes de catástrofe, los desbordes emocionales, la ciberconexión virtual, la improvisación de elementos de invención colectiva en las crisis, las rebeldías cotidianas y las imaginaciones afectivas futurizantes. Lo que denominamos automatismos no son otra cosa que dispositivos concretos de dominación, explotación y violencia efectiva que buscan separar a las máquinas psíquicas de lo que pueden, operando por expropiación de los recursos deseantes y fantasiosos del inconsciente en tanto proceso material inherente a las relaciones económicas, culturales, técnicas y políticas de esta sociedad. Tales dispositivos precisan, para su instalación y reproducción, de la acción de diversas subjetividades y violencias (institucionales, financieras, algorítmicas, cotidianas) entramadas junto con instancias de control, disciplina y vigilancia que ajustan, aplastan o patologizan las inadecuaciones que ciertos cuerpos ensayan para cortocircuitar los automatismos. Por eso, lo importante de pensar críticamente tales psicoautomatismos, contra los propios límites, radica en la urgencia de investigar prácticamente las condiciones de su interferencia, subversión y rechazo. No pretendemos reducir los problemas de la analítica de la dominación y las cuestiones de la pragmática de las posibilidades inmanentes al interrogante sobre el inconsciente. Nos enfocamos en esto buscando investigar los posibles y los límites que se configuran en las prácticas de espaldas a la voluntad de quienes atravesamos las crisis de la máquina de terror del capital. En cierto modo, un particular aspecto de la lucha de clases se juega hoy en la disputa contra los automatismos que el mando del capital pretende imponer en los cuerpos y territorios, buscando reasegurar con ello sus mecanismos de captura de los posibles sociales en momentos de crisis irresueltas. La pregunta es: ¿cómo sustraerse a los automatismos del capital, haciendo pasar posibles en la interrupción?, ¿cómo hacerle una “huelga” al trabajo psíquico del inconsciente capitalizado dentro de las relaciones de poder-saber-subjetivación dominantes? Porque lo interesante, a su vez, es que la conciencia puede querer sabotear, rechazar, sublevar, resignarse o impugnar el vitalismo espectral del capital, pero el cuerpo a veces no sabe cómo desobedecer el automatismo acelerado de las máquinas psíquicas explotadas, antagónicas, acorraladas, resistentes, fundidas a nivel del inconsciente.

2.

La historia de la modernidad puede ser comprendida como la historia de una capitalización del inconsciente. Y la historia moderna del inconsciente es tanto la historia social de su colonización capitalista como también la historia política de los antagonismos sociales, crisis, rebeliones, conflictos y luchas que desgarran la sociedad de la mercancía.

Como argumenta Facundo Nahuel Martín en su libro Teoría crítica de la modernidad, en la sociedad capitalista emerge históricamente un movimiento ambiguo de mutación del nexo social que conlleva a una relativa modificación, heterogenización y estandarización mediada tecnosocialmente de las relaciones particulares y colectivas en el capitalismo, lo cual convive contradictoriamente junto a contratendencias que fetichizan las posibilidades inmanentes del lazo social. Estas tendencias definen el movimiento contradictorio del inconsciente capitalista, el cual oscila entre los polos antagónicos de la producción semiótica y deseante. Realizando una re-escritura categorial de la argumentación de Guattari y Deleuze en El antiedipo en conjunción con la comprensión crítica de la contradicción entre riquezas materiales y valor abstracto que desarrolla Moishe Postone en Tiempo, trabajo y dominación social, llamamos disposición proletaria del inconsciente (“polo esquizo”) al proceso capitalista que motoriza el movimiento que tiende hacia la desterritorialización, destotalización, plurificación y descodificación de los flujos materiales que hacen a las riquezas libidinales, semióticas, técnicas, sensibles e imaginarias en tanto potencialidades emancipatorias que se encuentran en pugna. Y designamos como disposición burguesa del inconsciente (“polo paranoico”) al proceso contrario de reterritorialización estatalista, retotalización edipizante (familiarista, autoritaria, privatizante), sobrecodificación dineraria y fijación parcial en la forma pulsional del valor abstracto en tanto “bloqueo” de las riquezas materiales en debate permanente. El deseo abstracto, atravesado por líneas culturales, técnicas, biofísicas, económicas o políticas, resulta ser puesto a trabajar hacia el interior del campo de fuerzas históricas del cuerpo social capitalista, pero lo hace siempre oscilando entre polos contradictorios y antagónicos que se encarnan, elaboran y resisten conflictivamente en territorios existenciales concretos. Tales polos de lo inconsciente hacen que todo territorio existencial sea un ambivalente espacio de disputas: un “nido de víboras” (Rozitchner).

No podemos prescindir del descubrimiento más fecundo de Freud, esto es: la lucha de clases maquinando en lo inconsciente como núcleo de verdad histórica, y que por la forma social que nos impuso el individualismo burgués ignoramos en, desde y contra nosotros. Si se trata de politizar el inconsciente, el primer terreno de problematización somos nosotros mismos. Por esta razón, resulta necesario repensar el campo histórico del inconsciente desde un punto de vista clasista y repensar la lucha de clases en sus dimensiones inconscientes. Lejos de una “psicologización” de las relaciones sociales lo que buscamos es una radicalización de los vectores de politización del inconsciente que ya se están llevando a cabo en diversas prácticas, instituciones, activismos y grupos, sobrepasando cualquier profesionalización al expropiarle la propiedad privada-pública sobre la “función analítica” a los especialistas en el psiquismo: los feminismos populares, las militancias de la disidencia sexual, mental, psíquica o corporal, ciertos sectores del precariado, las luchas antirracistas, entre otros combates, podrían ser comprendidos como la “vanguardia” de un proceso en curso de co-investigación y transformación de las representaciones sociales, las sentimentalidades ideológicas o los regímenes de signos y afectos en la medida en que instituyen nuevas imágenes de vida deseables más allá de la actual normativización de los territorios existenciales. He allí el proceso de democratización de la “función analítica” que es menester acelerar, radicalizando prácticas situadas de análisis militante del inconsciente en todos los territorios operativizadas desde el punto de vista de las luchas concretas en acto aquí y ahora.

Es necesario recomponer la transversalidad entre la máquina estética, la máquina crítica y la máquina analítica: una nueva máquina revolucionaria para interferir el realismo capitalista.

Como el capital en tanto relación social global, lo inconsciente capitalista moviliza potencias extrañas que exceden sus propias territorializaciones y codificaciones existenciales; el trabajo inconsciente produce riquezas que son bloqueadas por la misma dinámica inmanente del metabolismo deseante y semiótico. La fenomenología general de estos polos antagónicos del inconsciente se expresa en la apertura y obliteración de la multilateralización de “posiciones de sujeto”, la diversificación de las demandas y fantasías, la pluralización de puntos de conflictividad, la ampliación de las capacidades de intervención técnica sobre los cuerpos, la heterogenización de eróticas de placer, sensibilidades y focos de resistencia. Esto supone la expansión de las habilidades por parte de los actores para poner en contingencia y modificar sus formas de vidas de manera relativa y desigual; así como también se intensifican la fragmentación y las opciones por generar trayectorias de existencia más diferenciadas en una libertad mediada por el mercado que encierra opresiones particulares y privilegios de clase, raza o género. Estas potencialidades emancipatorias que el capital viabiliza y obtura en lo inconsciente tienden a permanecer contradictoriamente no-realizadas por los límites compulsivos de la acumulación dineraria. En efecto, lo unidimensional y lo multidimensional, la equivalencia y la diferencia, la homogeneización universalista y la heterogenización particularista-fragmentada son dos facetas de la unidad contradictoria del metabolismo de las relaciones antagónicas del capital. Una teoría crítica del inconsciente capitalista 4.0 resulta realizable desde el punto de vista de las posibilidades postcapitalistas que se generan desde las luchas y en la axiomática del capital, comprendiendo que su materialización solo es posible superando el fin ciego de la insensata tautología del valor que socava sus propias bases materiales, al reorganizar de otra forma el conjunto de las prácticas de producción, intercambio, reproducción y consumo.

Los poderes psíquicos de la producción inconsciente son desatados y revolucionados constantemente por el aceleracionismo ironista y suicida del capital, pero sus riquezas son también subsumidas, mercantilizadas y expropiadas en función de la acumulación de ganancias. Las luchas y crisis constituyen el principal analizador de las formaciones inconscientes. Los imaginarios, los malestares, las emociones, los afectos, las significaciones, las tonalidades ideológicas, las sensibilidades conforman un territorio de batallas para la lucha de clases. Lo inconsciente, antes que una especificidad profesional, es un campo común de politización.

3.

Hay un potencial cognitivo en las crisis como punto de partida de nuevos posibles. Hay malestares, y allí algo resiste, se subleva y organiza pasando por estados de desobediencia, politizando el dolor, traspasando umbrales de inadecuación, discrepando: ¿cómo subvertir, desacatar, rebelarse contra los automatismos del inconsciente? Es necesario, podríamos decir de un modo que parecería exagerado para ciertas almas cuerdas y cuerpos excedidos de conciencia, construir una huelga inédita respecto de las tareas inconscientes que no son esenciales para la reproducción de la existencia. Pues como muchas otras actividades cotidianas en la sociedad productora de mercancías, articuladas bajo el poder subjetivante del dispositivo objetivo de la ley del valor, también el trabajo del inconsciente de las máquinas psíquicas es trabajo socialmente necesario no remunerado. Hoy en día las máquinas psíquicas de la clase trabajadora en su conjunto no están exhaustas en el sentido biofísico solamente o colapsadas en el sentido emocional-cognitivo, sino que están agotadas en su capacidad de aumentar el nivel de trabajo inconsciente-abstracto socialmente no remunerado que resulta explotado, empleado y apropiado sin compensación por los poderes de mando del capital. Su potencial para llevar a cabo trabajo psíquico no remunerado ha llegado a un límite, que sobrepasa incluso los malestares desiguales del cuerpo o el padecimiento de la mente individual y colectiva. Y este extractivismo del trabajo inconsciente “barato” o sin remuneración requiere ser puesto en el centro de la agenda anticapitalista ante la crisis de la realidad del capital en su conjunto. Pues la apropiación privatizadora de los espacios y la capitalización neoliberal-financiera del tiempo son causas parciales involucradas en esta “colonización” extractivista del trabajo social abstracto del inconsciente. En ese marco, las máquinas psíquica son puestas como materiales “baratos” apropiables por el poder del capital, configurando así una sala biopsicotecnosocial de operaciones que se acoplan a los otros recursos explotables por el capital: “energías, materias primas, fuerzas de trabajo y alimentos” (J.W. Moore). Conforman “unidades de producción” que combinan flujos de cantidades abstractas y cualidades sensibles que revisten  híbridos de organismo y ficción, cuyas fronteras difusas solo funcionan carburando en el vacio, haciendo ruidos, fundiéndose hasta casi largar humo, mezclando opresiones y potencialidades, haciendo pasar riquezas en la precariedad. Y esto tal vez hasta que la conciencia corporal se aburra de vivir en medio de este agotamiento psíquico, y entonces el obstáculo quizás sea que un cuerpo proletario a veces puede muchas cosas, demasiadas cosas, hasta decir basta, y tirarse por la ventana, o dirigirse hacia la revuelta, venciendo el terror, componiendo con otros diferentes sublevaciones cotidianas, desafiando la amenaza de muerte que en vida nos dan, convirtiendo la impotencia y la omnipotencia en politización radicalizada contra el poder del capital.

Las crisis de ciertos automatismos capitalistas viabilizan el terreno para nuevas investigaciones: la arena de una epistemología proletaria del inconsciente o política comunista del síntoma. Habitando las crisis es posible explorar qué fantasías, lenguajes o afectos se movilizan en esta situación; las crisis son un punto de miras contra el orden del capital.

No es loable experimentar politizaciones efectivas contra el realismo capitalista sin una problematización de nuestros imaginarios, sin una puesta en cuestión de los propios obstáculos y límites, en tanto estos se sostienen en una angustia de muerte que amenaza a toda persona o grupo que osará ir más allá de los posibles normalizados por el terror del capital.

Sin poder parar, no sabiendo cómo hacerlo, o no queriendo realizarlo (¿deseando tal vez contra sus propios intereses preconscientes y necesidades conscientes?), estas máquinas psíquicas chirrían, se revientan, se embalan 24/7 en un eterno retorno de entusiasmos, disponibilidad, rendimiento, ejercicios terapéuticos del sí mismo, mandatos de optimismo, recompensa y felicidad, manifestaciones narcisistas de autopromoción del yo, visibilidad y servidumbre de sí, libertades paradójicas, iniciativas y deudas, intimidades congeladas, compromisos. El mando del mercado, ese déspota abstracto gerenciado por déspotas bien concretos, se alimenta de una “comoditización” del campo inconsciente de las personas, grupos e instituciones, poniendo a trabajar las almas y cuerpos según criterios sexistas, capacitistas, cuerdistas, racistas. Este poder terapeutizado, como dicen en Espai en Blanc, o este realismo terapéutico que hace al devenir actual del capital, como bien señalan Franco Castignani y Alfredo Aracil, se nutriría a su vez de múltiples ejercicios espirituales y un sinfín de terapias de diverso calibre que gravitan en torno a técnicas yoicas de estilización emocional y trabajo afectivo de sí, traccionadas sobre el fondo del imperativo que impone una autovalorización obligada y, por definición, inalcanzable a las vidas, al estratificar desigualmente y normativizar jerárquicamente las conductas, sentires y dolencias.

A su vez, las máquinas psíquicas precarizadas de la clase trabajadora, exprimidas pero persistentes, en alianza y en lucha, detonadas, deliran las grandes intensidades de la historia, cargan los nombres fantasmáticos del campo social, siendo que el inconsciente ahora mismo tiende a alucinar combates del presente y futuros aún no cancelados, invistiendo crisis desoladoras y promisorias: 2001 asoma bullicioso. Hay un potencial sintiente por explorar en el delirio; existe una cualidad cognitiva y semiótica en las alucinaciones políticas que es preciso experimentar e investigar. Las máquinas psíquicas no se fascinan con el melodrama de papá-mamá-yo: deliran los cuerpos de la historia (la alfonsinización como imagen triste del progre-estatalismo, la lucha de calles dosmilunera retornando en alucinaciones futurizantes, el chavismo como fantasma de las fantasías parciales y los terrores fragmentados de la derecha, la profecías de extinción, el miedo ante la actuación mortal de este agente viral: tecnosemiótico, psicotrónico, necropolítico y biofísico, las fabulaciones conspiranoicas que traman una etapa superior del huxleiano Mundo Feliz, o las imágenes estereotipadas de postapocalipsis, constituyen ciertos estados intensivos de alucinación productiva por los cuales suelen pasar el deseo y la imaginación en este contexto). Pero en la misma porción de la materia social, las máquinas psíquicas, como han señalado Ezequiel Gatto o Verónica Gago en textos recientes sobre la invención y la amplificación de las potencias en pugna aquí y ahora, también construyen posibilidades de inteligencia colectiva hibridando luchas, modos de vida, improvisaciones, redes, afectos de futuro, pánicos de catástrofe, sensaciones de colapso, iniciativas. El gobierno capitalista de lo posible resulta imposible paradójicamente sin la apropiación de estas riquezas generadas en la cooperación interdependiente, en tanto que estrategia política de extractivismo de tiempos y espacios que recae desigualmente sobre las máquinas psíquicas precarizadas.

4.

Sobre el fondo de la precipitación conflictiva de las máquinas psíquicas proletarias, se observa una imaginación estatalizada que conlleva a un embotamiento burocratizante de las expectativas sociales, lo cual actúa envolviendo las fantasías en un sinfín de pasiones tristes copadas por una seducción del estado que expresaría la presencia de un dispositivo contradictorio de control sobre el imaginario político del cuerpo colectivo que combina conflictivamente orden y libertad, ley y violencia. En el estado, como relación conflictiva de clases, se condensan parcialmente las contradicciones que horadan el imaginario social, coagulando a su vez las riquezas inconscientes antagónicas por la acción de una seducción estatal generalizada que modula ánimos y aspiraciones. Todo esto parece dar como resultado una imaginación política que, aunque no exenta de desacuerdos, querellas y rispideces, parecería pronta a implosionar o a morir de aburrimiento en medio de un paisaje sin antagonismos decididos. Una épica triste moldea la imaginación estatalizada. A su vez, las pasiones políticas se hilvanan entre las afecciones de miedo, esperanza, desesperación o nostalgia cincelando la extraña experiencia de un tiempo histórico signado por la normalización de la destrucción capitalista y la superstición postapocalíptica, lo cual va encontrando sus emociones y signos más típicos (y redundantes) en una mezcla de apatía, futurismo de la extinción, terror, melancolía depresiva, manía productivista y cinismo deshistorizado. De manera complementaria y contradictoria, el yo supremacista, colonial-racializante, patriarcal, equipado de un inconsciente propietario y reaccionario manifiesta hoy una composición derechista ultraneoliberal y antidemocrática que se nutre de la combinación entre autoritarismo del mercado, conservadurismos reactivos o religiosos, y fascismos “libertarios” expresado en redes sociales, medios de comunicación transmisores de odio ante todos aquellos anhelos sociales e imaginarios que no se amoldan (a cualquier precio, a como dé lugar) al patrón del mercado y la ganancia burguesa, y en las calles defendiendo la privatización del mundo ante los espectros del “comunismo expropiador” al pelear por la servidumbre (in)voluntaria a la relación capitalista en nombre de la “libertad”. Contra estas tendencias se componen luchas e iniciativas (como la auto-organización de los trabajadores del capitalismo de plataformas) que practican un “saber hacer” en las crisis abriendo posibles en pugna, horadando tanto la gestión progresista de la interrupción como también el negacionismo derechista del problema. Esto patentiza que el orden en crisis de la “normalidad capitalista” se asienta sobre antagonismos e inadecuaciones que lo rebalsan, los cuales discuten la eficacia inconsciente de los imaginarios dominantes en los cuerpos.

5.

El inconsciente trabaja dentro de las relaciones sociales económicas, y los procesos políticos y técnicos económicos trabajan en inmanencia al inconsciente en tanto campo de fuerzas. El capitalismo explota desigual y diferencialmente la fuerza de trabajo de la clase trabajadora en su composición racializada y generizada, manipulando para su beneficio las relaciones de producción, consumo y reproducción al instalarse a su vez en la economía psíquica, imaginante y deseante de los proletarios. Es por eso que, como señala Guattari, la lucha revolucionaria no puede circunscribirse solo al ámbito de las correlaciones de fuerzas perceptibles. Debe, por lo tanto, desarrollarse en todos los niveles de la economía deseante y semiótica de las máquinas psíquicas “parasitadas” a nivel infrafísico y micropolítico por los equipamientos de poder capitalistas. (“En el ámbito del individuo, la pareja, la familia, la escuela, el grupo militante, la locura, las prisiones, etc.”). La máquina capitalista parecería que puede preverlo casi todo, calcularlo, probabilistizarlo, exceptuando las rupturas políticas de la lucha de clases: los quiebres de los antagonismos y revueltas infrapolíticas. La explotación desigual de las fuerzas de trabajo inconsciente expresa un gobierno capitalista cisheteronormado, racialista, etario, sexista, capacitista, cuerdista, colonialista que actúa extrayendo riquezas libidinales o imaginativas desde los cuerpos y territorios, intentando regular (violentamente) la posibilidad misma de crear y actualizar nuevas posibilidades.

Todas las formas concretas de enunciación crítica que describen actualmente el panorama ansioso de la mente liquidada, la represión neoliberal y estatal que recae sobre cuerpos racializados, migrantes y disidentes, la agresividad panicosa y securitista de las personas, el endeudamiento (público y domestico) como reverso del despojo de los territorios y la desposesión de lo común, la atrofia infopatológica de los sentidos sometidos a la multiplicación de los intercambios, el insomnio agotador, la crisis económicas, ecológicas y de la reproducción social, el empobrecimiento, segregación, desempleo y marginación creciente de grandes sectores poblacionales, la objetivación biopolítica de lo viviente, el carácter “autoexplotador” del cibertrabajo, la inmunización paranoica y el neohigienismo, la extracción de datos que modifican todas las formas de intimidad, la normalización del apocalipsis, el vigilanteo militarizante, la banalización mediática y el conteo necropolítico de muertes, el vértigo de vivir en la fluidez, la terapeutización biomédica del discurso público del riesgo, la precarización total de la existencia en su conjunto, etc., en última instancia tienen una eficacia en los cuerpos cuyos alcances acaban penetrando en la sobreexplotación desigual y la movilización ininterrumpida de las máquinas psíquicas de la clase que vive de su trabajo. Máquinas psíquicas empleadas por el capital en una carrera extractivista de sobrecarga de actividad libidinal, cognitiva y semiótica que tienen como consecuencia todo tipo de síntomas, trastornos, dolencias, insolvencias, mutaciones que resultan constitutivas de estas relaciones sociales que son tan irreformables como invivibles. Pero cuyos efectos inesperados terminan liberando paradójicamente el metabolismo de la producción inconsciente como resultado contrario de la visible (y desigual) detención de los canales motrices de la conciencia desorientada. Las potencias maravillosas, devastadoras y monstruosas que la máquina capitalista despierta pero no puede realizar bajo los límites de la acumulación, desatan una multiplicidad de poderes productivos y cualidades destructivas en el proceso del inconsciente no renunciables para un proyecto político emancipatorio. Por lo que es necesario reapropiarse de esas riquezas psíquicas enajenadas como poderes del capital. Esos virtuales inventivos recorren hoy las luchas que abren posibles en y desde las crisis. Llamamos potencia a la capacidad colectica para actualizar posibilidades en virtud de amplificar el campo de visibles, decidibles, imaginables, sentibles, audibles y decibles en cierto territorio existencial grupal, individual o institucional, investigando en las riquezas de una situación determinada las condiciones para hackear los automatismos del capital.

6.

Asistimos a un devenir infrapolítico del capital inconsciente, donde la mercancía, el valor, el trabajo y el dinero se instalan entre nosotros, precediendo a toda insumisión propia de la llamada micropolítica y desquiciando cualquier regulación de tipo macropolítica. El valor es el sujeto inconsciente de la producción deseante, imaginaria y semiótica en la modernidad. La dinámica de la valorización del valor se le presenta al sujeto constituyente como vinculante, siempre-ya-dada. Las mercancías son paquetes de espacio-tiempos deseables que suscitan anhelos y fantasías nunca realizables del todo en el consumo de las mismas. El capital nos primerea: el proceso antagónico de fetichización desde el vamos constituye, de manera conflictiva y disputada, la forma fantasmagórica de la experiencia concreta de los actores particulares al no tratarse de una mera deformación ideológica o engaño de la conciencia, sino de una dinámica global enajenada, encantada, la cual provee objetos de deseos nunca estabilizados, vehiculiza alucinaciones, renovados conflictos sociales y fantasías plurificadas que enriquecen las prácticas concretas, mediatizando por el dinero la totalidad fracturada de la interdependencia entre las personas. La relación capitalista se fractaliza como modo de existencia, y por esto mismo habita, trágicamente, en los territorios donde también se dan antagonismos y rebeldías, elaborándose de forma conflictiva en los cuerpos sintientes de los sujetos, asediando sus padeceres, sus motivaciones, sus proyectos, sus alucinaciones. Dicho esto, entonces, ¿será cierto eso de que el capital puede soñar y nosotros no?, ¿continua siendo la noche de los proletarios aquel lugar mítico y a la vez bien real de resistencia e invención de elementos de inteligencia colectiva?, ¿cómo contestar la pesadilla capitalista cuando el imperativo de valorización capitalista se metaboliza (de forma conflictiva y activa, parcial y fallida) tanto en la vida diurna como en la onírica de los cuerpos, extrayendo energías, capacidades, tiempo, riquezas de las máquinas psíquicas de los trabajadores?, ¿cómo organizarse para rechazar el trabajo inconsciente de las máquinas psíquicas?, ¿de qué manera producir desplazamientos a nivel del pensar que hace cuerpo y del cuerpo que hace lenguaje? Y estos interrogantes, en lo escencial, no se reducen al tan mentado encierro, al confinamiento, el teletrabajo o el aislamiento, y tampoco se confunden con los llamados “efectos patológicos” de la pandemia, sino que las crisis profundizan una tendencia inherente a las contradicciones de la máquina de terror del capital que, lejos de su defunción o totalitarismo cerrado, atraviesan clases y plurales sectores sociales de forma desigual y combinada, de manera heterogénea y fragmentada, disputada y estratificante. Así pues: ¿es regulable jurídicamente el desgaste emocional, la fundición cognitiva, el automatismo inconsciente de las máquinas psíquicas clasistizadas, precarias, siendo que esto excede con creces, por ejemplo, el problema del teletrabajo debido a la tendencia que apunta hacia la difuminación de las diferencias cualitativas entre los tiempos concretos de descanso, aburrimiento y ocio, y el tiempo abstracto del trabajo creador de plusvalor?

7.

En medio de esta debacle ambiental, crisis del capital y nuevos procesos de luchas imbricados en diversas formas de conflictividad social, una teoría crítica del inconsciente en la sociedad capitalista atenta a sus contradicciones (catastróficas, liberadoras, opresivas) y antagonismos se torna una investigación militante necesaria para refrescar la teoría social y la acción política. Años de represión, desigualdad y hostigamiento, de crisis de alternativas emancipatorias globales y negación de conquistas, de humillación y frustración política, privatización del sufrimiento, desmoralización social y flexibilización violenta de las condiciones materiales, imaginarias y simbólicas de existencia de la clase trabajadora, dejan como saldo la precariedad dañada de las máquinas psíquicas proletarias, enganchadas al trabajo inconsciente financierizado, endeudado, colapsado de créditos a muerte, movido sin necesidad de un rostro de poder personificado al “interiorizar” la voz de mando del capital como relación global. Estas cuestiones comportan formas fenoménicas que reproducen la explotación de las máquinas psíquicas de los proletarios sometidas a los automatismos inconscientes del capital, los cuales tienden a agudizarse allende la desaceleración de ciertos automatismos más generales del capitalismo. Tal es así que, en la actualidad, las grillas sensoriales de los individuos tienden a pasarse de rosca, en una espiral sin fin, queriendo y no queriendo la “normalización”; las arquitecturas mentales de los grupos quedan dando vueltas como un trombo; las violencias institucionales aumentan; algunas organizaciones vamos de a poco agotando los recursos imaginativos acumulados, y las voluntades, que parecen volar por los aires, no sabemos por dónde comenzar a componer guiones simbólicos y riquezas sensibles que traccionen nuevas cogniciones para atravesar las crisis.  

El trabajo inconsciente al cual nos estamos refiriendo, entonces, remite al trabajo del signo, del sueño, del deseo, del discurso, del chiste, etc., de los que hablaba Freud. A los efectos de investigar allí por qué ciertos automatismos infrapsíquicos no saben de interrupciones, ya que producen y destruyen, sin importar costos ni beneficios; cómo actúan reproduciéndose sin miramientos por los malestares desiguales que suscitan en los cuerpos concretos que los dinamizan y resisten. Lo inconsciente capitalista se conecta en todas partes, produce por el producir mismo mientras la valorización del valor emprende una huida desesperada contra su propia desvalorización, la acumulación dineraria choca con una nueva barrera para la tasa de ganancias y el capital se encuentra con un límite material y concreto a su propia reproducción ampliada en medio de unas crisis generalizadas de la sociedad capitalista las cuales hacen que las máquinas psíquicas precarizadas deliren las contradicciones y alucinen los conflictos de este tiempo histórico. La actual paralización de ciertos trabajos visibles, o la sobrecarga de otros trabajos invisibilizados, mal retribuidos o no reconocidos, no indican por ende como su reverso necesario la detención del trabajo inconsciente explotado por el capital. El consumo e intercambio de bienes, servicios, personas y cosas en ciertos espacios tiende a desacelerarse hace algún tiempo, pero el trabajo inconsciente se intensifica, se agudiza, se acelera, no se interrumpe, ya que tal vez no pueda hacerlo, ¿pues acaso tiene otros límites que la fragilidad de los cuerpos, la finitud vulnerable de los territorios existenciales?, ¿es posible agenciar una especie de “paro general” contra los extractivismos y automatismos inconscientes del capital?, ¿cómo sabotear la hiperexplotación del trabajo psíquico?, ¿es posible, o deseable, el aceleracionismo en lo que hace a este tema del trabajo inconsciente?

Al contrario entonces de lo que hoy suele anunciarse, entendemos que no hay una parálisis tendencial en la ecología libidinal, afectiva, imaginante y cognitiva del trabajo inconsciente. En cambio, presenciamos la aceleración de un extractivismo psíquico que recae sobre el cuerpo del inconsciente, el cual, en su complejidad multidimensional, se acopla a todas las formas habidas y por haber de extractivismo, desposesión y despojo del capital, ya que rara vez se suspenden los engranajes imperativos y las exigencias vertiginosas que reclaman siempre más y más trabajo a realizar por parte de estas máquinas psíquicas averiadas sobre el fondo del deterioro general de las vidas humanas y no humanas. En adyacencia a un campo social asediado de retrofantasmas y futuros en disputa, la producción sexista, racista y clasista del psiquismo capitalizado tiende por ende a acelerarse en una dinámica de sobreproductividad, precariedad, hiperexplotación, supraexpresión, pero también esto hace pasar creaciones de riquezas entre la incertidumbre, los cuidados, la cooperación y el miedo. La historicidad de tales psicoautomatismos precisan para su procesamiento determinado de mecanismos subjetivos y objetivos bien concretos de intervención técnica, comercial, mediática y territorial sobre el inconsciente, el cual opera en correlaciones de fuerzas en conflicto, prácticas de mercantilización, antagonismos y ritmos alocados por la circulación de infomercancías. El inconsciente funciona entre crisis y luchas; entre imágenes de colapso, invención de posibles, desigualdades, catástrofes y futurizaciones en la interrupción. La producción inconsciente, construida en prácticas concretas agenciadas por los sujetos pero que tienden a operar de espaldas a la voluntad de los mismos, está ahora mismo liberada, sacudida, estallada, abierta, dañada. Politizable. En la reproducción acrítica de la hipótesis spinoziana por excelencia (“nadie sabe cuánto puede un cuerpo”), suele pasarse por alto un problema político fundamental, a saber: un cuerpo proletario a veces puede demasiado.

La cualidad específica de la praxis política suele ubicarse en la conciencia colectiva auto-organizada, no obstante de poco vamos asumiendo que tampoco contamos con una hipótesis estratégica postleninista de transformación del inconsciente proletario, en un largo contexto postderrota donde el capital, en tanto máquina de terror y guerra, constituye modos de vida que exceden la conciencia, los intereses y las interpelaciones ideológicas poniendo a funcionar para su propio beneficio todas las máquinas concretas que se interconectan en el campo histórico (máquinas sociales, afectivas, técnicas, políticas, bélicas, algorítmicas, jurídicas, cognitivas y comunicacionales al servicio de la acumulación y la propiedad privada resguarda por el estado). El campo de batalla del capital contra la vida estropeada de las máquinas psíquicas se dirime, hoy, en la capacidad individual y colectiva que tengamos de suspender la extracción de las capacidades y riquezas del inconsciente. Este campo de batallas, bien concreto, está compuesto de cada lucha en la crisis que abren horizontes de futuros. Aunque, mientras tanto, un dolor insoportable en ambos lados de la frente agobia la fragilidad nerviosa de un cuerpo que, momentáneamente, pone un tope a las explotación desigual de las máquinas psíquicas, las cuales sin embargo se cuelgan en una banda moebiana de trabajo inconsciente que antecede a todo trabajo productivo, reproductivo o improductivo realizado por la clase proletaria. Y nadie sabe cómo parar o combatir con eficacia estos extractivismos psíquicos. Pues este cuerpo precario, afiebrado, no sabe cómo no querer poder más, y experimenta malestares: pasa por estados de intensidad dolientes de “angustia” o “depresión”. Y es aquí que conquista su momento de verdad la compartida premisa “etiológica” del giro malestarista de las nuevas teorías críticas protagonizado por autores como Bifo, López Petit, Rolnik y, en lo fundamental, por importantes activismos como por ejemplo Orgullo Loco y los estudios queer y las disidencias. Algunas hipótesis de aquellos autores sugerirían que las desiguales formas de malestar social del capitalismo terapéutico, psiconormativo y emocional que pone a trabajar toda la subjetividad, para decir con Eva Illouz, responden a aquellas situaciones problematicas de crisis en las cuales se establece un límite (no poder, no saber, no querer) respecto de la exigencias de autovalorización que movilizan imperativamente los cuerpos en un contexto de acentuada precariedad, de acuerdo a mandatos capacitistas que indican siempre poder-más y autovalorizarse (según mecanismos de productivismo, éxito, reconocimiento o auto-mercadeo, que operan a su vez estigmatizando, culpabilizando, medicando o privatizando las dolencias o afectos inadecuados). La politización militante del inconsciente encuentra un terreno ineludible en esos signos vitales que no encajan en los mandatos de la subjetivación mercantil: formas de vida que emergen en la inmanencia de la axiomática del capital pero que tienden a rebasarla. Se trata de refuncionalizar y radicalizar las riquezas deseantes, sensibles, imaginarias y semióticas que se producen (y exceden) en el seno de las relaciones sociales capitalistas.

Todo síntoma es político.

El inconsciente de las máquinas psíquicas, su economía deseante y semiótica, constituye una escena de la lucha de clases irrenunciable para una política comunista revolucionaria.

  1.  

El problema, en lo que hace al inconsciente y sus psicoextractivismos, no alude solo a la invención de otros modos de vida situados, sino a la impugnación radical de esta forma de vida: la abolición y superación de la existencia capitalista en la que trabamos para vivir y vivimos para trabajar. No resulta conveniente separar la cuestión de la creación de modos de vida e instituciones de nuevo tipo de las correlaciones de fuerzas de las luchas de clases y de las hipótesis estratégicas de tipo comunistas o socialistas. El realismo del inconsciente capitalista, esa dinámica posthumana y xenomaterialista que desborda la conciencia descentrando todas las funciones humanas, se comporta como una máquina maravillosa, bélica y siniestra productora de posibilidades liberadoras y catastróficas. Para habilitar vectores de politización de las dimensiones inconscientes en todas las prácticas del campo social hay tanta más inteligencia colectiva en los aceleracionismos, la cibernética, la ciencia ficción, los nuevos realismos filosóficos, los activismos disidentes, los xenofeminismos o el diseño que en las “disciplinas psi”. En pos de investigar las formas políticas de administración de lo posible y lo imposible en las máquinas psíquicas, el punto de vista no puede ser otro que el de una revolución inmanente y permanente del inconsciente: una praxis situada, militante y postclínica sobre los problemas del deseo, los imaginarios, los malestares o los regímenes sensibles de signos. Pues dicen que asistimos a una catástrofe tendencial de las ecologías mentales, sociales y ambientales, un tiempo de crisis sin precedentes, un espacio pronto a ser destrozado, donde también las fuerzas de trabajo inconsciente anhelan, hablan, escriben, erotizan, imaginan, padecen, improvisan, resisten, futurizan, bien sin parar, bien discontinúas; ¿cómo amplificar las riquezas de los territorios existenciales? Se destruyen posibles comunes, se patologizan cuerpos, se privatizan malestares, hay cadáveres, y mientras tanto el inconsciente está siendo revolucionado, pero no solo por la acción concreta de las luchas sociales, sino también por las potencias ambiguas (liberadoras, opresivas, catastróficas, posibilitadoras) que desata el capital en la cooperación inventiva de las máquinas psíquicas subsumidas a las compulsiones abstractas, movilizadas y explotadas en virtud del devenir infrapsíquico del valor. Sin embargo, un nuevo ciclo de luchas de clases generalizadas, protagonizado por objetos humanos y no humanos, nos acecha, nos sacude y desborda, aquí y ahora, anunciando un nuevo comunismo en todos los territorios divergentes en los cuales se organizan, o se empiezan a perfilar, una multiplicidad de prácticas antagonistas en donde ello trabaja dentro, contra (¿y más allá?) del enemigo.

9.

En medio del imaginario social dominante de la actualidad, el cual tiende a circular entre las sentimentalidades ideológicas de una seducción estatal generalizada de las expectativas sociales, la crisis de alternativas políticas globales, las posibilidades de elaboración activa que determinadas luchas, composiciones colectivas e iniciativas abren en estos contextos complejos, la derechización fascista de ciertas gramáticas políticas y pragmáticas existenciales, la fantasmatización de un deseo social abstracto de integración a las conductas y afectos del mercado, y la asimilación de una retórica posibilista que parecería ubicar a la democracia burguesa de la derrota como la única pasión de “inclusión social”, los desafíos planteados por Fisher en su realismo capitalista están siendo trastocados. Hoy es más probable fantasear con la construcción cruel de un capitalismo intergaláctico que expanda el mundo de la mercancía después del fin de este mundo y del planeta, que delirar con la abolición y superación emancipatoria de esta forma social de vida humana y extra-humana sometida a las abstracciones impersonales del trabajo abstracto, el dinero y el valor en tanto relaciones emplazadas en los dispositivos concretos de gobierno y control de la máquina de guerra del capital. Hoy resulta más sencillo, como han señalado Ariel Petrucceli y Facundo Rocca, fabular con una invasión extraterrestre o incluso con un capitalismo supraplanetario que implicarse en una fantasía intransigente de revolución social, cultural y política. Cuando “salgamos” de la cuarentena por la pandemia, las crisis capitalistas, las muertes, el desastre ecológico, el empobrecimiento y los extractivismos territoriales, las revueltas populares, la explotación sobre el trabajo inconsciente de las máquinas psíquicas de la clase trabajadora, y la violencia sexista, racista y fascista se recrudecerán. La alternativa será clara: alucinaciones comunistas y delirio postcapitalista, o sálvese quien pueda de la metástasis del capital.  

 

[i] Gran parte de los conceptos y campos problemáticos de este texto fueron desarrollados junto a Gabriel Rodriguez Varela en el libro El goce del capital. Crítica del valor y psicoanálisis (Marat).

[ii] La expresión “máquinas psíquicas” fue formulada por el psicoanalista Juan Pablo Pulleiro en su artículo “Sobre los mandatos de productividad en la cuarentena”, disponible en: notasperiodismopopular.com.ar/2020/04/22/productividad-cuarentena/

Reproches y pedidos desesperados al psicoanálisis en la obra de J.D. Salinger // Laura Martín

En el permanente linkear del pensamiento, a veces la lectura de una obra nos sirve de plataforma para pensar algo que nada- o casi nada -tiene que ver con el texto leído. Como lectora de Salinger encuentro objeciones y prejuicios acerca de qué es el psicoanálisis en varias de sus narraciones. Pero no todo es crítica, hay también – o quizás principalmente- una serie de pedidos desesperados.

 Su obra no pretende calculadamente ofrecernos una visión acerca del psicoanálisis, pero hay  por lo menos dos piezas en las que distintas voces expresan ideas en relación a qué puede esperarse de un analista. Ideas que hago extensivas a la confusión generalizada de la  que a mi entender la práctica analítica es objeto.

 Frecuentemente cuando escucho alguna crítica al psicoanálisis pienso que aquello de lo que el crítico está hablando no es el psicoanálisis tal como yo lo entiendo, sino una caricatura o una reducción a la imagen más infantil que se pueda tener de él.

 Este reproche salingeriano -expresado en las voces de algunos de sus personajes-, cabalga sobre el que de hecho sucede desde el surgimiento mismo de una disciplina que hiere nuestro narcisismo cuando plantea que las personas no tenemos un centro de control, sino más bien, una instancia psíquica a la que llamamos “yo” y que pretende fallidamente controlar cuestiones que si bien son orientables no se controlan.  La práctica que nació en el seno de una época objetivante y sedienta de descubrir el quid de la humanidad en el tejido cerebral, es blanco de los más irritantes reproches, antes, ahora y seguramente así lo sea siempre.

Los prejuicios acerca del psicoanálisis dejan ver una concepción del mismo muy exigente. Creo que vale, para figurárselo, usar la imagen de los pedidos tiránicos que pueden hacérsele a una mamá cuando no se la percibe  fallada y cansada, sino hiperpotente. Complementaria de esta imagen es la  del niño que pide: por favor, dame eso que no tengo y en vos reluce, por favor, dame todas las respuestas, por favor respondé a la imagen que en vos proyecto. Y como no responde-nada lo hace- surgen los reclamos incesantes. 

Quizás la posición de sabiduría que solían adoptar y aún adoptan, algunos ejemplares de la disciplina, exacerba o es la génesis misma de esta situación. ¿Quién no escuchó alguna vez “hice análisis mil años y no me sirvió para nada”? Lo que se le pide a la neurociencia, a la religión, a los dioses, a las madres percibidas hiperpotentes y al psicoanálisis mal entendido; lo que se pide de este modo imperioso que no acepta cavilaciones ni caminos alternativos, no tiene el tono suave de los pedidos clementes, sino más bien  el sonido irritante de los gritos desesperados de un lactante.  Se busca, a veces, la respuesta total que por fin haga de nosotros ese ser mítico: el hombre feliz.

Partiendo de semejante demanda, el psicoanálisis es de una insignificancia espeluznante, es chiquito, encorvado, deslucido y fláccido. Es quizás una práctica para enfermarnos en paz, fumar en paz, caminar lento en paz, no poder en paz, recalcular los recorridos en paz. Es, en términos personalísimos y probablemente ideales, una práctica compasiva. No mucho más.

 En sus “Estudios sobre la histeria” (1893-95) Freud lo escribía bellamente. Hablaba del análisis como una práctica para mudar “miseria neurótica” en “infortunio ordinario”; y así poder estar más orientado para lidiar con este último. Quizás sea por eso que el psicoanálisis no puede pensarse como un producto de mercado, porque promete poco y da mucho. Por eso no tiene lista de precios, aunque los que nos analizamos, paguemos uno.

«Repetidas veces he tenido que escuchar de mis enfermos, tras prometerle yo curación o alivio mediante una cura catártica, esta objeción : «Usted mismo lo dice, es probable que mi sufrimiento se entrame con las condiciones y peripecias de mi vida, usted nada puede cambiar en ellas, y entonces, ¿de qué modo pretende socorrerme?. » A ello he podido responder :… usted se convencerá de que es grande la ganancia si conseguimos mudar su miseria histérica e infortunio ordinario. Con una vida anímica restablecida usted podrá defenderse mejor de este último. «  (Freud, “Estudios sobre la histeria”)

            Salinger es para mí  portavoz privilegiado de la posición de reclamo descripta. Al sumergirme en su lectura descubro su sesgo: desautorizar al psicoanálisis, denunciarlo por estafa, chamullo, inutilidad.

Mucho se dijo y se dice acerca de que al ser un discurso contrario a la utopía de la plenitud, es rechazado por el mundo del capital que nos invita a conseguir cosas y sensaciones que nos llenen, una vez y otra, y otra vez, y otra más; empujándonos a sumar y sumar  para luego sufrir la contracara: el vacío estructural. La propuesta es bailar al ritmo de la sensación lleno-vacío-lleno. El psicoanálisis, en cambio es una apuesta a decidir en cada oportunidad del modo más ajustado a nuestro estilo. Hay muchas definiciones de estilo, me apoyo ahora en la idea Barthesiana.  En “¿Qué es la  escritura?”  Barthes arriesga: 

 Sea cual fuere su refinamiento, el estilo siempre tiene algo en bruto: es una forma sin objetivo, el producto de un empuje, no de una intención, es como la dimensión vertical y solitaria del pensamiento… El estilo es así siempre un secreto;….  es estilo una suerte de operación supraliteraria que arrastra al hombre hasta el umbral del poder y de la magia…. el estilo se sitúa fuera del arte, esto es, fuera del pacto que liga al escritor con la sociedad. Podemos imaginar por tanto a autores que prefieran la seguridad del arte a la soledad del estilo. »  En el mismo artículo Barthes, para graficar el carácter automático del  estilo habla de la “forma de andar”, alguien puede tener un andar cerrado, uno desgarbado, y así. 

En esta línea, en el reciente artículo publicado por Revista Polvo «¿Pará que sirve analizarse?», Marina Esborraz, Luciano Lutereau y Carlos Quiroga, si bien no hablan de estilo, proponen que el análisis es para «poder estar de cierta manera».

            «El análisis es para “estar”. Es un tiempo, un modo de vida, estar de cierta manera. Muchas personas no pueden vivir sin “hacer” y se la pasan haciendo cosas, a veces sin estar en ninguna…. se dice “soy ansioso”. Pero no puede decirse «soy angustiado»; para angustiarse hay que aprender a estar, devenir situación y tiempo. Para estar hay que devenir cuerpo y no ser…. “Estar” es lo más difícil. Porque nadie elige cómo estar. Es la pasividad radical. Lo insoportable.”

El análisis es  entonces una invitación a habitar lo más genuino de uno, a estar ahí, sin optar por la vía ilusoria y sufriente del ser. Quien experimenta un análisis, en general se encuentra con la sensación de que no hay plenitud, pero sí hay formas de existir  más alegres que otras, menos atrapadas por el ideal y de las cuales se puede obtener una buena porción de  satisfacción.

 

  1. Los psicoanalistas: una casta de orejas de lata. 

En “Seymour: una introducción” J.D. Salinger  nos ofrece un cuento-ensayo, que consiste en un análisis de la obra poética del hermano mayor de la familia Glass (Seymour) por parte de su hermano Buddy. Seymour fue un poeta torturado que acabó suicidándose. Este exhaustivo análisis literario de la obra de Seymour  deja ver la relación ambivalente de Buddy con el psicoanálisis quien habla de los analistas por momentos con desprecio y por otros con dolor y desesperación. Hay un tono de reproche que se destila a lo largo del texto. Lo que más lo enoja es que los analistas no hayan podido acabar con el sufrimiento de su hermano Seymour. A Buddy lo enoja el psicoanálisis “sordo”.   

“…los eruditos, los biógrafos y sobre todo la aristocracia intelectual ahora vigente, educada en una u otra de las grandes escuelas psicoanalíticas- les reprocho con la mayor acrimonia lo siguiente: ellos no escuchan como es debido los gritos de dolor.”

 Buddy nos dice que el dolor no se cura, se escucha, y nos ofrece- casi imperceptible-  una idea bellísima y altruista: hay que prestar el oído al otro porque mientras está doliente lo ensordecen ese hielo inervado en todos sus tejidos y esa placa de metal pesado estaqueada en su pecho. Por eso, el oído y la atención se prestan para que quien esté aturdido pueda oír con el nuestro lo que dice cuando ni sabe que está diciendo algo. Siempre, hasta en el más lapidario de los dolores, hay un texto para leer o escuchar. Y esa es una apuesta grande del psicoanálisis, una decisión. Para ello son necesarios los “aparatos de escuchar”  pero Buddy se encontró con  “lamentables equipos para escuchar” y está enojado. Él dice lo que hoy tantos intentan explicar, que la humanidad no es algo a curar y entonces patologizarla y medicalizarla, eso no puede más que llevar a un terreno infernal: la pretensión de normalidad. 

 ”Son una casta de orejas de lata. Con tan defectuoso equipo, con esas orejas ¿cómo es posible rastrear el dolor, por el sonido y la calidad tan sólo, hasta su fuente?”

Más adelante en el mismo cuento, Buddy hace una declaración que expone con sencillez lo que él espera de un buen escritor: no me des tu cuento estupendo, dame tu tesoro. Buddy pide al escritor entrega, soltura, innovación no calculada, pide una voz propia, que por supuesto es mucho más que un cuento estupendo escrito para agradar al lector y para buscar premeditadamente su identificación.  Nos pide que no le demos algo estupendo curado en un buen molde, nos pide la olla sucia y vieja en la que se cuece lo más esencial. 

 Ese pedido de Buddy a los escritores puede hacerse extensivo a los analistas: denme tu tesoro, no curen mi dolor, rastreémoslo juntos hasta su fuente, ustedes y yo con sus oídos prestados, oigamos el sonido del lugar en donde surgen muerte y nacimiento a la vez. En un análisis no hay días perfectos para los peces banana, hay más bien  peces que por la boca mueren o nacen. Muere lo dicho cuando es leído de otro modo y nace entonces la capacidad de leer y escuchar entrelíneas. Teniendo en cuenta esto, el pedido de Buddy parece ser un pedido digno de ser oído.  No pide curación, pide escucha. Entonces, cuando cree que su enojo más lo aleja del psicoanálisis, él está en realidad más se acerca. 

 

  1. El psicoanalista que sabe: en realidad lo que a usted le sucede es…

  En «Franny y Zooey», la joven Franny se encuentra con su novio Lane luego de un tiempo largo de no verse. El diálogo deja ver a ambos personajes separados por una marcada polaridad Femenino-masculino. Franny se desborda, se desmaya, tiene el sentimiento oceánico que produce la espiritualidad cuando no se encasilla en ninguna religión que la estructure. Leyó el libro “El camino de un peregrino” y esa lectura desdibujó los bordes de su yo al punto de ya no tener anhelos. Desde ese lugar desorillado escucha a Lane, un joven universitario obsesionado con brillar a través de su ensayo acerca de Flaubert. Él quiere ser alguien, quiere dejar su marca en un mundo que ya cuenta con muchas celebridades en su género.

Obstinadamente Lane descree del repentino estilo desapegado de Franny y le propone que un buen psicoanalista interpretaría que en realidad lo que le sucede a ella es que prefiere dejarlo todo por su temor a competir. Desde su mundo sediento de logros mensurables no puede entender la expansión oriental de su chica e intenta por todos los medios la occidentalización de lo que ella le presenta.  Franny no duda en desacreditar ese afán psicologizante de Lane y pone inmediatamente las cosas en su lugar:

 “No tengo miedo de competir es justamente lo contrario. ¿No lo comprendes? Me da miedo ver que acabaré compitiendo, eso es lo que me asusta. Por eso dejé el curso de teatro….Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto.”  

El personaje Lane deja ver otro prejuicio acerca del psicoanálisis difícil de erradicar. ¿O acaso no nos pasa a menudo que nos pidan a los analistas que digamos qué quiere decir un sueño, o  por ejemplo alguna producción artística? Lane está tomado por esa hermenéutica psicológica compulsiva en la que las cosas son siempre una máscara ocultante. Este es otro de los rostros del psicoanálisis, otro malentendido para abonar al odio y la confusión generalizada. El psicoanálisis no es la búsqueda en las profundidades, es sencillamente la lectura de la superficie, la lectura “entre” líneas, la enunciación está “entre” no está “sub”. Creer que detrás o más abajo de lo que se está diciendo está el oro de la verdad y que sólo la iluminación psicológica accede a ella, es una de las formas de la locura. ¿O no nos dice el loco que aquello que vemos es en realidad otra cosa? ¿O no es para él el velador de su mesa de luz una cámara colocada por los servicios de inteligencia, o su dolor de cabeza persistente signo del chip que le fue implantado? 

 

  1. 3. En busca de un analista que crea en la gracia de Dios.

Más adelante en el mismo relato la familia de Franny- igual que su novio Lane- se encuentra preocupada por el afán místico y desapegado de la joven . Zooey, -hermano de Franny- propone que sólo un psicoanalista místico podría ayudarla. Únicamente un narrador no analista puede animarse a decir que una actitud agradecida y tener confianza en la gracia de dios (que no es lo mismo que creer en dios, es más bien creer en la alegría de estar vivo y agradecer lo que se nos da bien) sería un rasgo potente en un analista. Lejos de todo afán cientificista, aquí, sin querer, Salinger ubica al “buen analista” más cerca del creyente que del escéptico. Y una vez más, cuando cree alejarse del psicoanálisis, se acerca.

» Para que un psicoanalista le sirviera de algo a Franny, tendría que ser un tipo muy especial. No sé. Tendría que creer que si tuvo la inspiración de estudiar psicoanálisis fue por la gracia de Dios. Tendría que creer que si no le atropelló un maldito camión antes de que obtuviera su licencia para ejercer, fue por la gracia de Dios. Tendría que creer que si posee la inteligencia natural que le permite ayudar en algo a sus malditos pacientes es por la gracia de Dios…. Si da con alguien terriblemente freudiano, o terriblemente ecléctico, o sólo terriblemente mediocre, alguien que ni siquiera sienta una absurda y misteriosa gratitud por poseer intuición e inteligencia…, saldrá del análisis en peor estado que Seymour. Me preocupa horrores pensar en eso

 

 

Bibliografía:

-Barthes Roland, “¿Qué es  la escritura?” (VER EDICION)

-Esborraz, M., Loutereau, L., Quiroga, C., “¿Para qué psicoanalizarse”?, Revista Polvo, Junio 2020. http://www.polvo.com.ar/2020/06/para-que-psicoanalizarse/

– Freud, S. “Sobre la psicoterapia de la histeria”(1893-1895), Ed. Amorrortu, Buenos Aires 1999.

-Salinger, J. D. “Seymour una introducción”, Ed. Edhasa, Buenos Aires 1990.

-Salinger, J. D. “Franny y Zooey”, Ed. Edhasa, Buenos Aires, 1990.

 

Clínica migrante. Clínica habitada // Laura Jaite

 

Lo que solíamos hacer  era sabido, en cierto modo era rutina. Cada uno, seguramente debía tener sus rituales. Llegar temprano, hacerse un mate o un café, prender luces, subir persianas, esperar que vayan llegando. Hacer alguna llamada rápida, releer la agenda, buscar algún libro en la biblioteca o en la pila para rever algún concepto. Regar las plantas, despejar el escritorio.

La irrupción de la pandemia y la obligatoriedad del aislamiento dejo una parte del hacer sabido como en suspenso. No quieto ni inmóvil, pero nos obligó a quedarnos en casa. Mudar el trabajo a casa.

Los objetos, los libros, los juegos y juguetes, tantas de nuestras cosas;  quedaron en el consultorio o en los lugares en dónde atendíamos. Trajimos a casa cierta incomodidad, muchas preguntas, pocas certezas, el desafío de dar continuidad.

Mudarse a la teleasistencia fue una opción, la que nos quedó para continuar nuestro trabajo. 

En las mudanzas, como suele ocurrirnos llevamos con nosotros muchas cosas, otras las dejamos, algunas las transformamos renovándolas. Este movimiento (sea elegido, sea forzado), nos impone revisar bagajes, encontrarnos con cosas que creíamos perdidas, desprendernos, soltar.

Migrar a lo virtual, a lo telefónico para seguir haciendo clínica. Pasar de los cuerpos presentes vinculándose, del acompañar y jugar con todo el cuerpo con otros cuerpos. Para encontrarnos en voces y escuchas, en gestos, esbozos de cuerpos. En búsquedas de  puntos de vista, de ángulos para ampliar los escuetos espacios que a modo de ventanitas, enmarcan  nuestros torsos y rostros. Inventando jugares.

 Encontrar algo, a modo de pista de lo que antes se había construido junto con el otro (un juguete, un cuento, recuerdos de experiencias, algunos gestos o sus ensayos, haceres, decires compartidos) para asirnos de hilos conductores que pudiesen enlazar algo de lo que teníamos con lo presente.  Sin desmentidas, ni omnipotencias. Para hacer continuo algo de lo que se interrumpió con el impacto: la paradoja de mudarnos para quedarnos.

Mudar  también el ropaje, en cierta forma quedar desnudos, algo expuestos. Abrir un poco nuestras intimidades, intentando no intimidar (ni intimidarnos). No sin incomodarnos pero teniendo  la posibilidad de reinventar lo existente. Haciendo clínica. 

Conmoviendo la clínica, co-moviendo la clínica.

En el impasse del pasaje surgen algunas reflexiones. Se asoman.

Ventana sobre la Clínica

Hacer clínica es hacer recorridos. Caminos al andar, a veces desandándolos. Ir paso a paso, pasos cortos, saltos, giros. Pasos firmes, tambaleantes. Pasos detenidos o perdidos. Otros andares. Para entrar, llegar, estar, detenerse, avanzar.  Inventar y reinventarnos. 

Abriendo el/al juego, haciendo juego.  Jugares.  Salir o entrar a buscarlo. Intentando juego cuando no hay.

Poner a jugar teorías y prácticas. Conceptos e invenciones. Una praxis jugada. Invitar a jugar, jugarnos jugando. Armar y amar juegos. 

Hacer clínica es pensar qué se juega en este jugar. Pensar lo que se juega en este lugar. Dar lugar a lo que está en juego en este pensar.

Mutar, migrar,  la “mirada clínica” de un “ojo clínico” que es herencia de la medicina por una “escucha clínica”. Que nunca será una sola porque sería sorda.

 Escucha que se dona en cada encuentro, para y con cada uno. No es un escuchar a secas, genérico. Es más parecido a una construcción, un posicionamiento, una presencia. Escucha amplia para que quepan palabras, frases, silencios, musicalidades, narraciones, gestos, movimientos, miradas. Contactos y expresividades diversas. Permeable para que algo se cuele. Inquieta para que algo resuene. 

La clínica se está emparentada a lo artesanal como oposición a lo productivo, reproductivo y maquínico. En ella quienes hacen están implicados, creando.  Creación autoral que permite revelar y rebelar a los sujetos de la creación. Conjurar a lo inédito, alojarlo. 

Se hace hilando, atando, tensando, soltando, desanudando, hilvanando. Emparchando, dando puntadas, a veces sin hilo. Cortando o simplemente sosteniéndolo. Desenmarañando, intentando asir la punta del ovillo, encontrar  el ovillo, ovillar.

 A veces superponer, anteponer o posponer. Componer.

Donar tiempo, hacerlo, encontrarlo, respetarlo, inventarlo.

Encuadrar, hacer espacios. Ampliando o acotando. Perimetrarlo, andamiarlo, defenderlo, habitarlo, co-habitarlo. 

Espaciar, especiar, esparcir. 

La clínica es hacer territorio, al andarlo. Un territorio que toma cuerpo y cuerpos, que los implica, los vincula. A veces recorriendo las periferias. Otras haciendo en los bordes. 

Un tiempo-espacio que no es cerrado ni abierto, ni afuera ni adentro. Que puede plegarse, replegarse o expandirse.

Hacer clínica es intentar coincidir en un tiempo y un espacio ¿una cita? Se arma  a medida, probando con el otro (dando sabor-saber), andamiando, sosteniendo.  Espacio-tiempo a  veces efímero, endeble. Siempre indeleble. A veces ¿vacío? Siempre vital. 

 Lo que llamamos “entre”. Para intentar poner allí cosas,  las de cada una, las conjuntas. Las suyas, las mías, las nuestras ¿Esperanzas? ¿Posibilidad?

Es estar disponibles, dispuestos. Hacer apuestas siempre, por otros, con otros, a otros. No de las de “todo o nada” sino las de “algo siempre”.

Es compromiso ético, estético, político.

Montar escenarios para convocar escenas. Buscar llaves, fabricarlas si hace falta. Tener y tender un manojo de llaves de mano a mano.

Poner cuerpo, donar cuerpo. Como sostén, espejo, contenido y continente. 

Poner palabras, prestarlas, des-atraparlas, alojarlas, inventarlas, esperarlas, buscarlas, transformarlas, multiplicarlas, tallarlas. Darles voz, ponerlas a jugar, intuirlas.

Hacer clínica es  delimitar y desarmar limitaciones (de etiquetas limitantes), hacer borde, bordar. 

Movernos y conmovernos. Demarcar y dejar marca.

Despojar de etiquetas a quien alojamos, re nombrarlo. Llamarlo por su nombre, porque allí atisba el deseo. Pelar ropajes que acotan, que son más que cubierta, un estigma. Que encierran y cierran al sentido. Que visten con sufrimiento, desamparos. 

Vislumbrar lo singular, sacarlo de penumbras. Volver a mirar, intentar miradas. Ser espejo que devuelva un reflejo, un destello de que, lo que vemos en el otro nos interesa, nos pregunta, nos llama.

Hacer clínica es donar y dar sentidos, construirlos, enlazarlos. Es contar con otro, con otros. Hacer saber que se cuenta con nosotros, que contamos juntos.

Es cada vez, esta vez,  otras veces. Había, hay y habrá muchas veces.

Hacer clínica es hacer memoria, buscar sus marcas, sus rostros y nombres. Trabajar con la historia y sus historias. Con las que están vivas y las perdidas.  Convocar al sujeto a conversar con las historias, apropiárselas. Escuchar la historia de cada uno construida de las historias con otros. Los de antes, los de ahora.

Es mover las aguas estancadas, cruzar las aguas, beberlas. Hacer embalses, salir y llegar a puertos. Encontrar puertos de partida y de llegada. Seguir navegando.

Es crear y crear-nos, creando. Hacer clínica es un haciendo *. 

 

* El gerundio es, en diversas lenguas, una de las formas no finitas del verbo, es decir, una forma verbal que no se define por rasgos tales como el tiempo, ni el modo, ni el número, ni la persona. Acción que ocurriendo acontece.

Cuidar afectos y efectos, haciendo clínica.

Como quien renueva los votos de una vieja querencia y ahueca las manos para avivar la llama que allí anidaba, continuamos haciendo clínica. Cuidamos esperanzados que el fuego no se consuma, que no cese.  Que crezca, mantenga su luz, irradie calor, que invite a quedarse. Volvemos  a apasionarnos. Asomamos a nuevas ventanas, transitamos otros paisajes, inventando tiempos-espacios, registrando como cartógrafos lo que vamos construyendo. Conjuramos encuentros. Creamos, compartimos.  Hacemos y seguimos rastros, rostros, restos. Descubrimos que podemos seguir en juego, jugando con otros. Concertando citas.

Son tiempos de hacer redes, de conversar, de sostenernos con otras y otros. Con viejas y nuevas preguntas. De continuar enlazando sentidos, abriendo (a) sentidos, sintiendo. Los hacedores de clínica estuvimos inquietos pero  nunca solos.

En algún momento volveremos a los lugares conocidos. Serán volveres, singulares, más allá de protocolos compartidos. Serán desafío y refugio, lugar de acogida donde alojaremos nuestras pequeñas intervenciones escuchantes

Para seguir haciendo clínica creativamente. Clínica habitada. Confiados porque haciéndola estaremos cuidando afectos y efectos.

Más allá de la masa, la multitud (La novela cultural psicoanalítica) // Lila M. Feldman

Más allá del principio de placer y Psicología de las masas y análisis del yo, son textos contiguos. Escritos y publicados en 1920-1921. Cien años después, pienso que la vigencia del psicoanálisis y el pensamiento Freudiano radica en su método, su ética y su política, la apasionada investigación de los enigmas del inconsciente, y su gobierno de la vida anímica. El interés por los sufrimientos humanos, y la definición de psiquismo como territorio de conflictos. Conflictos que entrañan a la vez dimensiones singulares, e histórico sociales y colectivas. Las mismas no se oponen ni se excluyen. Están presentes, siempre.

Freud escribió, cada vez, remarcando el carácter provisorio de sus descubrimientos y afirmaciones. Y si algo marca su escritura es que en ella late la urgencia por transmitir lo que va pensando, al ritmo de sus descubrimientos, construcciones y obstáculos.

Más allá del principio de placer, concluye así:

“…debemos ser pacientes y esperar que la investigación cuente con otros medios y tenga otras ocasiones. También hay que estar preparados para abandonar un camino que se siguió por un tiempo, si no parece llevar a nada bueno. Sólo los creyentes que piden a la ciencia un sustituto del catecismo abandonado echarán en cara al investigador que remodele o aun rehaga sus puntos de vista…”

Sostengo que pensar el yo desde la masa (masas artificiales), un siglo después, es marca de atraso, para quienes vivimos esta época signada por las revueltas y las transformaciones políticas, culturales y subjetivas que nacen de las multitudes.

Las palabras no han sido nunca inocuas, y es tiempo de volver a revisar los fundamentos y principios (sabemos que en cada historia, y en La Historia, no hay un único principio sino varios…), en lugar de repetir. Honrar la revuelta freudiana es no dejar de ser, es seguir siendo, capaces de revueltas. Sigamos escribiendo con pluma escandalosa, contra los discursos conservadores, para que el psicoanálisis no se vuelva discurso conservador (no imagino para el psicoanálisis peor futuro que ese) y obturante.

Este escrito no pretende arrogarse el derecho a decir “qué quiso decir en verdad” Freud, ni quién lo lee mejor (cuantas hojas psicoanalíticas destinadas a ello…), sino que busca volver a pensar, y ver en todo caso que queremos decir nosotrxs, hoy. Que el psicoanálisis no se pervierta en masa: ejército o iglesia; y que el yo no sea solamente potencia de alienaciones, es trabajo permanente del propio psicoanálisis.

¿Seguimos considerando que la masa, o la horda primordial, son mitos y funcionamientos constitutivos de nuestra subjetividad?

¿Qué consecuencias entraña pensarnos desde la masa, o desde la horda, como paradigmas de la grupalidad, del campo histórico-social, de la fundación y refundación de nuestra cultura? ¿Siguen siendo conceptos y herramientas vigentes? ¿Se mantienen intactos?

¿Cuál es la potencia de la multitud como concepto, y como acontecimiento en la Historia?

Ser consecuentes con la herencia freudiana es escribir a partir de su legado, un siglo después, más allá.

-Le Bon, Freud y las masas.

En 1920 Freud se halla leyendo a Le Bon, Trotter, Zola y Mc Dougall, cuenta Rodrigué en “El siglo del psicoanálisis”, su biografía de Freud.

Le Bon se interesa por las masas y sus efectos en el alma del individuo. Las masas, dice Freud citando a Le Bon, son sugestionables, maleables, las masas funcionan por imitación y contagio. Las masas son impulsivas, volubles y excitables. Crédulas y acríticas. Las masas son tan intolerantes como obedientes ante la autoridad…”La masa quiere ser dominada y sometida, y temer a sus amos… totalmente conservadora en el fondo, siente profunda aversión ante las novedades y progresos, y una veneración sin límites por la tradición”. El individuo de la masa es un individuo alterado y disminuido en sus funciones cognitivas e intelectuales. Es un individuo que se cree omnipotente y que se comporta de modo irresponsable y desinhibido. Tiende a caer en un estado de fascinación cercana a la del hipnotizado. “El individuo deja de ser él mismo; se ha convertido en un autómata carente de voluntad”.

Le Bon compara el alma de las masas con el alma de los primitivos, las mujeres y los niños, a quienes considera formas inferiores de evolución. “Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. Piden ilusiones, a las que no pueden renunciar”. La masa es un rebaño servil que obedece a un Señor, o líder. La masa es, para Le Bon, un retroceso a una forma anterior de la cultura.

La masa es –para mí- el nombre de un colectivo patologizado, y corre el riesgo de parecer absorber dentro de sí a la totalidad de los funcionamientos colectivos, como si fuera un concepto totalizador. Sobre todo, si sobre él también descansa el análisis del yo. La masa también es un modo de investigar la anatomía de la psique, con sus conflictos, sus vínculos tanto en el terreno metapsicológico como intersubjetivo, sus grados de sumisión y de libertad. Freud mismo, en un pasaje del apartado III, advierte que es probable que bajo el nombre de masas se hayan reunido formaciones muy diversas, que deberían separarse. Y considera que las masas no son retroceso sino creación de cultura, y marca de la cultura en el psiquismo. Sin embargo, privilegia en el abordaje de las masas, a las masas “artificiales” fundamentales: Ejército e Iglesia. Es decir, abordará lo social, los lazos libidinales e identificatorios que lo sostienen y posibilitan, y desde allí lo psíquico, desde dos dispositivos paradigmáticos de obediencia.

No creo posible desconocer el valor político de tales conceptualizaciones, si es desde un campo de obediencias y sumisiones, de restricciones, empobrecimientos, culpas y sumisiones, que pensaremos lxs psicoanalistas lo atinente a la identificación: primer lazo afectivo con otro, crucial en la prehistoria del Complejo de Edipo, y en su disolución y porvenir. Matriz de sucesivas identificaciones y vínculos, que se desplegarán a lo largo de la vida.

Es cierto que las masas (Freud se refiere generalmente al “alma de las masas”, aun cuando haga innumerables referencias a la vida pulsional…) responden tantas veces a prejuicios de raza o estamentos (clases), opinión pública, etc. Empero, hay que señalar que las mismas no son el conjunto ni la totalidad de las sociedades humanas. ¿Somos capaces de seguir aseverando junto a Freud, que debemos osar “corregir el enunciado de Trotter según el cual el ser humano es un animal gregario, diciendo que es más bien un animal de horda, el miembro de una horda dirigida por un jefe”; y que la masa es el renacimiento de la horda primordial?

Por otra parte, en su recorrido, Freud ubica que en dichas dos masas paradigmáticas, las mujeres estamos ausentes tanto como sujetos políticos centrales, tanto como “objetos sexuales”. Las ligazones fundamentales allí se sostienen entre los hombres, miembros de las masas, y entre sus integrantes y el líder (ideal del yo). Las mujeres: confinadas al espacio doméstico, y distribuidas entre los hombres en “su” pasaje de endogamia a exogamia.

¿Es la narración de Tótem y tabú la narración con la cual pensarnos? ¿La horda de hermanos, varones, sigue siendo el ámbito central donde la cultura humana se funda? ¿Y las mujeres? ¿Las mujeres se reparten, según el deseo del hombre, que encuentra regulación en la salida de lo incestuoso, y con ella la exogamia? ¿La salida exogámica es privilegio y potestad de los varones? En muchos momentos lo femenino queda demasiado enlazado a lo materno. Lo femenino, dice Julia Kristeva, “quedó en la oscuridad, absorbido, reabsorbido en el pacto de los hermanos”. El campo de los deseos y la sexualidad, de la cultura y el pacto que la sostiene, se ordenan en función de lo masculino como lugar hegemónico. Hoy el asesinato totémico y mítico del padre se reformula, en todo caso, en asesinato, inconcluso aún, pero de ninguna manera mítico, del patriarcado. Pasaje del mito al acontecimiento (Badiou nombró al acontecimiento como lo que permite a un inexistente ponerse de pie).

Si no ha quedado claro, la masa es producto (y reproductora ella misma) –también- de la cultura patriarcal.

-Rozitchner y su lectura de Freud. ¿Y el poder dónde está?

León Rozitchner realiza (1972) en una parte de su extenso libro “Freud y los límites del individualismo burgués”, una lectura notable de “Psicología de las masas y análisis del yo”.

En primer término, sitúa un punto fundamental: la omisión en Freud del hecho de que Le Bon es un pensador de derecha, cuya teoría se basa en la preeminencia racial, y que fue vanguardia del fascismo y del nazismo europeo. Esa omisión no puede menos que ser responsable de ciertas lecturas ingenuas. Dice Rozitchner: “Este es, pues, el contenido político del libro de Le Bon que Freud no incluyó explícitamente. Retengámoslo, pues, en la lectura de su Psicología de las masas y análisis del yo para prolongar sus afirmaciones y sus análisis, y hacer emerger esta presencia latente que debía estar necesariamente presente en su pensamiento”. Esto será central para realizar una crítica a las concepciones burguesas de la masa. “Le Bon no alcanza a comprender que su cultura, consolidada como absoluta y estable, es una cultura represora. Y que la represión está presente como fundamento de la individualidad burguesa”.

Rozitchner va a profundizar en un Freud que sí establece la marca cultural (siempre histórica) como distancia interiorizada en lo intrapsíquico, imbrincado con lo intersubjetivo. Y en la relevancia del problema de las masas, punto crucial del proceso histórico contemporáneo, y de los conflictos y conquistas del poder. León lee en Freud también la masa como el campo donde es posible inaugurar una experiencia “aberrante” desde el punto de vista oficial, lejos de las formas primitivas y cuasi naturales (horda, manada, tropilla), experiencia colectiva y conflictiva capaz de una modificación radical del yo, y creación de cultura, mucho más allá de la única masa que la burguesía concibe: el hombre sometido del individualismo burgués, ese que justamente la masa, en su aparente desorganización, reorganizó, fijando a la sumisión como “esencia” del hombre.

Ese pasaje, de una masa a otra, es también el pasaje de la sugestión al amor, creación de lazos libidinales que la sostienen (en palabras de León: la razón hecha cuerpo, la carne hecha significación, extensión material, campo sensible), una teoría de la afectividad más allá de la sumisión y la dependencia, una teoría libidinal desde la cual la masa puede ser también lugar de elaboración histórica e identificatoria.

-Virno y las multitudes.

Para Paolo Virno, multitud es lo opuesto a “pueblo”, si existe multitud no hay pueblo, y viceversa, si existe pueblo, no hay multitud. El pueblo converge en el Estado, su premisa y promesa universal es el Estado, en cambio las multitudes son modos abiertos a desarrollos contradictorios: rebelión o servidumbre. Su premisa no es el Estado, sino el lenguaje (lenguaje que por supuesto incluye al cuerpo). La universalidad ya no es promesa, sino premisa. La universalidad es punto de partida.

Virno parte de Spinoza, para quien “multitud indica una pluralidad que persiste como tal en la escena pública, en la acción colectiva… sin converger en un Uno, sin desvanecerse en un movimiento centrípeto. Multitud es la forma de existencia social y política de los muchos en tanto muchos… Para Spinoza , la multitud es la base, el fundamento de las libertades civiles”. La multitud para Virno no se contrapone al “Uno”, sino que lo redetermina. La multitud es un modo de ser ambivalente, “contiene dentro de sí peligro y salvación, aquiescencia y conflicto, servilismo y libertad”. La multitud es territorio de paradojas. Otra de ellas: “La experiencia colectiva de la multitud no debilita, sino que radicaliza el proceso de individuación”.

Virno añade algo más. Lo propio de la multitud es el “no sentirse en la propia casa”, esa experiencia y vivencia está en el centro de su práctica social y política, es su condición permanente e irreversible (tan cercana a la extranjeridad –Virno agregará que los extranjeros son siempre pensadores- pero también próxima a lo nómade) no encarna (a diferencia del pueblo) en el “Estado soberano”. Ese no sentirse en la propia casa, será anudado por Virno a la “preeminencia de los lugares comunes”. Vaya paradoja. Lo común es lo extranjero. Esa extranjeridad, ligada a la desobediencia y al éxodo, es lo que constituye y distingue a la multitud de su versión servil: la masa (el sentido común es buen ejemplo de esta última). Ese no sentirse en la propia casa, me lleva a John Berger, y su libro Confabulaciones. Allí habla de la impertinencia y de la orfandad: “Propongo una conspiración de huérfanos. Intercambiamos guiños. Rechazamos las jerarquías. Damos por asegurado que el mundo es una mierda e intercambiamos historias sobre como logramos arreglárnosla pese a todo. Somos impertinentes. Más de la mitad de las estrellas del universo son huérfanas y no pertenecen a ninguna constelación. Y transmiten mucho más luz que las estrellas que forman parte de una constelación”. La impertinencia y la orfandad son también –añado- rasgos de la multitud.

Otro elemento sumamente interesante -en cuanto a la composición de la multitud, aún en construcción- es el del “virtuosismo”. El lenguaje, nos dice Virno, es sin obra. “Toda enunciación es una prestación virtuosa. Y es tal porque, obviamente, está conectada… a la presencia de los otros… Solo el hablante -a diferencia del pianista, del bailarín, del actor- puede prescindir de un guión o de una partitura. El suyo es un virtuosismo doble: no solo no produce una obra que se distinga de la ejecución, sino que ni siquiera tiene una obra a sus espaldas, una obra a la cual actualizar mediante la interpretación”. Dicho virtuosismo le permitirá a este autor desplegar la cuestión del vínculo entre potencia y acto, un acto que es potencialidad pura. Política sin guión. (Reverso de lo político, según Diego Sztulwark, la multitud no coincide con pueblo, pero si con “lo plebeyo”).

Virno también hará referencia a la multitud como subjetividad, y sus tonalidades afectivas. En ese sentido, ubica un conjunto de tonalidades que van desde el oportunismo (que Virno distingue de “la sensibilidad hacia lo posible”), hasta el cinismo, pasando por la “alegre sumisión”. Como contraparte, sobresale (siguiendo esta vez a Benjamin) la curiosidad. (Yo agregaría el júbilo de lo emancipatorio).

¿A qué se refiere Virno con “ambivalencia de la multitud”? a que tanto lo bueno como lo malo derivan ambos de un mismo núcleo, de una misma “forma de ser”.

A diferencia de Le Bon, Virno sostiene que la multitud tiene algo de infantil, pero ese algo es –cuanto menos- algo serio. No subestimable ni “primitivo”. Como el juego… sin desprecio de la infancia.

-Feminismos y Patriarcado. Nombres de la masa, nombres de la multitud.

Si la “corporación patriarcal” tiene como punto de partida una determinada identidad, que en todo caso se trata de asumir y reforzar “en masa”, si todo varón debía (y tantas veces debe aún, en circuito interminable de deber y deuda) enfrentarse al tremendo trabajo de consolidar esa identidad demostrando-se que no es mujer, ni niño, ni gay; los movimientos feministas –en cambio- se sostienen en el trabajo permanente de redefinir “lo femenino”, y al género, los géneros en general, cuyo soporte es ese mismo colectivo, usina de libertades, exploraciones, y múltiples identificaciones.

Sororidad, palabra-testimonio, invención de una nueva matriz identificante, es ejemplo, uno apenas, de la potencia de la multitud feminista en el campo de las inscripciones identificatorias constitutivas del yo (lejos, muy lejos de la idea de “contagio histérico”, y desde ya, mucho más allá de lo edípico). Ser mujer, aún en sus más intimas y privadas complejidades singulares, se inscribe y se tramita –también- hoy, en el campo social. Lo público y lo privado reabren otra vez sus vínculos y se reescriben, cuando decimos –por ejemplo- que lo personal es político. Y entonces la enorme potencia del lenguaje se apropia de lo que la multitud tejió en los encuentros entre palabras y cuerpos. No es una “palabra-propaganda” (cito una vez más a Virno) o slogan en clave de “masa” y su acopio de “sentido común” (Saúl Feldman escribió un hermoso libro al respecto), es la palabra que en el campo social nombra a la vez experiencia privada y pública. Es la multitud y su creación de sujeto político. Su enorme potencia de afectar y transformar a cada sujeto, las sexualidades, las identidades , las instituciones, el lenguaje, y en ocasiones, hasta las leyes que nos damos.

Las mujeres, desamarradas del confinamiento al espacio doméstico y de los ideales que la ligaban centralmente a funciones de maternidad y cuidado, y en caso de transgresión y desobediencia: ligadas a la envidia del pene y del varón, fálicas, “poco femeninas”, venimos transformando ideales, identificaciones, trayectos posibles, y nuestro propio “Narcisismo del género”, que supo ser tan devaluado. Esos trabajos psíquicos de mujeres y disidencias, junto con el trabajo de deslindar masculinidad de dominación, no serían posibles sin las transformaciones que pulsa la multitud, en su existencia corpórea. No son búsquedas solitarias, no son luchas individuales y personales únicamente. El Ni una menos es espejo y motor de todo ello.

Por último, Virno dice algo precioso, y evocador de la multitud cuando ella es existencia sensible: “la multitud es también un conjunto de memorias y un gusto sensual por los lugares, por las historias que los lugares nos cuentan, que estos lugares tienen…Si esto no existiera, la multitud sería una cosa pobre, sería un discurso, en el peor sentido de la palabra, sociológico”.

La multitud es revuelta de cuerpos, lenguajes y calles. La marea verde y violeta, y en ella todas las herencias de luchas multitudinarias, emancipatorias y revolucionarias, lo sabe. La multitud feminista se expande en todo el mundo. Es también la puesta en relación entre las urgencias y las voces de hoy, con toda una historia, más bien millones de historias, de silencios. Todos esos ancestrales silencios, con sus represiones, clandestinidades y sufrimientos, regresan en la multitud, liberando tantas veces los deseos y existencias de ideales mortíferos. Y entonces el aborto, tanto como el deseo de no maternar, pueden dejar de ser tabú…

Donde la masa era, advino (o devino) la multitud. Multitud, que es también la capacidad de afectar y modificar la cultura, y sus malestares. Y sigue batallando, aún sin calles, aún en tiempos de confinamiento pandémico, y más allá: será ley.

Fuente: CIAF

-Bibliografía general:

-Badiou, Alain. “El despertar de la historia”. Ediciones Nueva Visión. Bs.As; 2012

-Berger, John. “Confabulaciones” Interzona editora. Bs.As; 2018.

-Freud, Sigmund. “Más allá del principio de placer”. Amorrortu Editores. Bs.As; 1992.

“Psicología de las masas y análisis del yo”. Amorrortu Editores. Bs.As; 1992.

“El malestar en la cultura”. Amorrortu Editores. Bs.As; 1992.

“Tótem y tabú”. Amorrortu Editores. Bs.As; 1992.

-Feldman, Lila María. “La revuelta en la cultura”. Blog Lobo Suelto. 2019.

“La lengua revuelta”. Blog Lobo Suelto y Diario Página 12. 2019.

-Feldman, Saúl. “La conquista del sentido común”. Ediciones Continente. Bs.As, 2019.

-Kristeva, Julia. “Sentido y sinsentido de la revuelta”. Eudeba. Bs.As, 1998.

-Rodrigué, Emilio. “Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis” Editorial Sudamericana. Bs.As; 1996.

-Rozitchner, León. “Freud y los límites del individualismo burgués”. Ediciones Biblioteca Nacional. Bs.As; 2013.

-Sztulwark, Diego. “La ofensiva sensible”. Editorial Caja Negra. Bs.As; 2019.

-Tájer, Débora. Seminario anual de Psicoanálisis y Género. 2020.

-Virno, Paolo. “Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas”. Tinta limón Ediciones. Bs.As; 2016.

 

Entrevista al Colectivo Chuang // Puro Chamuyo

En China, la pandemia produjo un extraño proceso colectivo de cuestionamiento y aprendizaje social. Fue un impacto para la vida cotidiana de los 1400 millones de chinos que viven bajo el capitalismo.

La experiencia subjetiva es semejante a la de una huelga masiva, pero con características distintas a una huelga: porque no fue espontánea, vino de arriba hacia abajo, y además, con la involuntaria atomización propia del confinamiento, puso de relieve los enigmas esenciales del presente chino. Por eso puede trazarse un paralelismo con las huelgas masivas del siglo XX, que eran el emergente de las contradicciones de su momento.

La cuarentena resultó, entonces, como una huelga vaciada de sus componentes comunitarios, pero aún así con la capacidad de producir un fuerte golpe en la psicología y la economía, y esto amerita en sí mismo una reflexión. La primera es cómo la producción capitalista se relaciona con un mundo no-humano, en un sentido elemental: el ‘mundo natural’ -incluido el sustrato microbiológico-, no puede comprenderse sin la referencia a cómo se organiza la producción social (porque de hecho, no están separadas). Por eso mismo, esto viene a recordarnos que el único ‘comunismo’ digno de llamarse como tal es el que incluye la potencia de una ecología o naturalismo politizado.



Chuǎng: Es la imagen de un caballo atravesando una puerta. Significa: liberarse; atacar, ir a la carga; actuar con ímpetu; buscar una forma de salir o entrar.


Para hablar de la pandemia de COVID19 en China hay que tomar en consideración los modos en que se desarrolló el país en las últimas décadas, y cómo el sistema capitalista mundial ha moldeado el sistema de salud en particular, y el estado sanitario general. Esta epidemia, la última, es similar a otras crisis sanitarias que ya ocurrieron. Crisis que tienden a producirse (casi) con la misma regularidad que las crisis económicas, y que los medios de comunicación tienden a ver a ambas como ‘cisnes negros’, como fenómenos intermitentes, impredecibles, y sin antecedentes.

La realidad es otra: estas crisis sanitarias siguen sus propios patrones caóticos y cíclicos de recurrencia, que las hacen posibles por una serie de contradicciones estructurales en el seno de la organización de la producción, y de la vida de los trabajadores en el capitalismo. Del mismo modo que la Gripe Española, el coronavirus pudo ser, y expandirse rápidamente, debido a la degradación general de la atención primaria de la salud en el conjunto de la población en China. Pero como esa degradación ha ocurrido en el medio de un crecimiento económico espectacular, quedó opacado por las ciudades refulgentes y las fábricas inmensas.



Lo que ocurrió es que el gasto público en salud y en educación sigue siendo extremadamente bajo; todos los recursos se volcaron a infraestructura de ‘ladrillos y cemento’, en especial en puentes, caminos, y electricidad barata para la producción industrial.



CHINA PARA AFUERA, CHINA PARA ADENTRO


Parte de la degradación del cotidiano, no visible para los extranjeros, tiene que ver con la calidad de los productos que se venden en el mercado interno, en muchas ocasiones de una peligrosa baja calidad. Es sabido que durante décadas, la industria china ha producido bienes exportables con los máximos estándares requeridos a nivel global, entre ellos iPhones y chips para informática. Pero los que se hacen para consumo interno tienen diferencias abismales con aquellos, y producen, a diario, escándalos y una profunda desconfianza pública.

El más importante en la memoria colectiva reciente es el de la leche en polvo infantil, adulterada con melamina. Eso ocurrió en 2008, y dejó una docena de niños muertos, decenas de miles hospitalizados y unos 300.000 afectados en total. Desde ese momento, hubo varios escándalos: en 2011 se produjo el del aceite reciclado, proveniente de aceites y grasas de restaurantes (llamado gutter oil, altamente contaminante para la salud); en 2018 hubo otro, cuando vacunas con falla mataron a varios niños, o el que ocurrió en 2019 cuando docenas de niñas fueron hospitalizadas por vacunas inválidas contra el HPV.


Hay otras historias, menos cruentas, pero que se acumulan en el ‘archivo familiar’ de cualquier habitante chino: por ejemplo las sopas instantáneas cortadas con jabón en polvo, para mantener el precio bajo, o productores que venden a los pueblitos cercanos sus cerdos muertos por misteriosas enfermedades, o el chismerío sobre en qué vereda, de qué calle, hay negocios en los que si uno compra, tiene más chance de enfermarse.

Antes de su incorporación pieza por pieza en el rompecabezas del sistema capitalista global, los servicios de salud (principalmente en las ciudades) se brindaban bajo el llamado ‘sistema danwei’ basado en las ganancias obtenidas por la empresa, o bien en los hospitales locales, con los llamados médicos descalzos, de manera gratuita.


LA HISTORIA DE LOS MÉDICOS DESCALZOS, Y EL DERRUMBE DEL SISTEMA


Cuando Mao Zedong proclamó el nacimiento de la República Popular China en la Plaza Tiananmen, el 1 de octubre de 1949, el gobierno comunista comenzó una modernización incesante de la salud pública. Tomó como modelo el sistema y la ayuda de la Unión Soviética, que era bien diferente a la de los Estados Unidos de América.

Hasta 1965 funcionaban 230 instituciones educativas para preparar a los profesionales médicos chinos en los conocimientos de la medicina occidental. Formaron poco más de 200.000 médicos. Pero para la población de China esa cifra era insuficiente, y además la mayoría de los centros de formación estaban en las ciudades. Tomando como espejo el sistema médico soviético, el gobierno comunista chino construyó hospitales de medicina general en las provincias (más de uno policlínico), y dispensarios sanitarios en los pueblos. El énfasis era la medicina preventiva, y por ello el gobierno abrió centros de prevención de enfermedades, junto a los centros de tratamiento. Sin embargo, el 25 de junio de 1965, un año antes de la Revolución Cultural, Mao resolvió la capacitación en masa de los ‘médicos descalzos’, para mejorar los servicios de salud en las áreas rurales más atrasadas, donde la mayoría de la gente no recibía atención médica ni servicios de salud pública. Para ello decidieron acortar el período de formación profesional a menos de 3 años, y enviar ese personal médico entrenado a las zonas rurales, con lo que se vigorizó la prevención en salud, más que su aspecto de tratamiento.

Estos médicos eran residentes de la propia zona rural. Esa población estaba cubierta por ‘los descalzos’ así como por el Esquema de Seguro Médico Rural Cooperativo (en inglés, RCMIS).

Al mismo tiempo, los trabajadores estatales, estudiantes universitarios y veteranos de guerra tenían otro tipo de protección, englobada en el Esquema de Seguro de los Empleados del gobierno (en inglés, GEIS), y había otro tipo más: el que cubría a los trabajadores de empresas estatales urbanas, y a los jubilados, y sus familias. Ese era el Sistema de Seguro Laboral (en inglés, LIS).



Lo que importa destacar es que el esquema de salud rural se sostenía con el aporte conjunto de los campesinos y del municipio, por lo cual era operado por los propios campesinos en simultáneo con la autoridad del pueblo, y su activo se construía por encima del subsidio que mandaba el gobierno central. La Revolución Cultural también marcó el sentimiento de orgullo insuflado en esos médicos de campaña, que en algunos casos recibieron menos de 6 meses de formación.

En poco tiempo, hubo 1.400.000 médicos descalzos. Los campesinos los llamaban “médico y agricultor”, porque desarrollaban las dos tareas. Recibía la mitad de la paga que le daban a un médico formado. De éstos, hubo 5.100, y 23.600.000 de asistentes para la salud.

Los resultados fueron evidentes: la tasa de mortalidad infantil bajó de 200 por cada 1000 nacidos vivos (en 1962) a 34 por cada 1000 (en 1982), y la expectativa de vida en el campo pasó de 35 a 60 años.

El fin de la Revolución Cultural, proclamado por Deng Xiaoping, devastó el sistema, y los médicos descalzos fueron reemplazados en 1985 por médicos comunitarios.

Los efectos de su desmantelamiento se verían con el tiempo: ese esquema había permitido capacitar al pueblo y barrer la Esquistosomiasis, enfermedad producida por parásitos en aguas sucias, que afectó a China durante siglos, y que luego regresó al país en los años ‘90. Por sobre todo, contribuyeron a expandir conocimientos sanitarios preventivos en la mayoría de la población, en un sistema de abajo hacia arriba (bottom-up), y todo eso en medio de condiciones materiales de severa pobreza. China, entre los 60 y los 80, tenía un ingreso promedio por debajo del que hoy tienen los países del Africa sub-Sahariana.

En 2003, la epidemia de SARS puso al descubierto plenamente la debilidad del sistema de prevención en salud.


¿QUÉ PASA HOY?


Desde ese momento, una combinación entre negligencia y privatización, degradó sustancialmente el sistema de salud, en proporción directa con la rápida urbanización, y con la producción industrial desregulada de bienes de consumo hogareño y alimentos envasados, lo que llevó a una mayor necesidad de una cobertura de salud. Mencionamos esto sin olvidar las regulaciones indispensables que debería haber en el rubro alimenticio y de fármacos.

China gasta hoy U$S 323 per cápita en salud, según confirma la Organización Mundial de la Salud. Es una cifra aún menor que la de otros países agrupados entre los de “ingresos medios-altos” como Brasil, Belarus y Bulgaria.

La falta de marcos legales y control afecta en especial a la población migrante, la que se fue del campo a los centros fabriles. De eso hablaremos en el párrafo siguiente.


El HUKOU


En el este de Asia, el sistema de registro del hogar ha venido funcionando desde hace 10 siglos como herramienta para fijar impuestos y para la conscripción a los ejércitos. El nombre original fue baojia. Y cuando se creó la república, continuó, pero tomando el modelo soviético de la libreta de residencia. Desde ese momento existe el hukou, que le ha servido al desarrollo socialista para proyectar las cosechas y sopesar las necesidades de consumo en las ciudades.



Por cierto, con la apertura de los mercados de trabajo urbanos esa fijación en el territorio ya no pudo ser tan estricta. Más allá de las restricciones burocráticas a los servicios estatales y al empleo urbano formal, se constituyó de hecho un mercado laboral dual en el que los portadores de su hukou local, participaron en gran escala en diversos rubros fundamentales para la economía (en especial en los grandes nodos de exportación costeros).


En cambio, los trabajadores migrantes sin registro de domicilio, no consiguen trabajo o solo consiguen empleo no-formal, sin protección social, y con salarios más bajos. Fueron precisamente estos últimos quienes protagonizaron las protestas laborales, y fueron detenidos y deportados. En 2003 se tocó un pico en estas revueltas, en Guangzhou, donde murió un trabajador migrante.



Lo concreto es que las restricciones a la movilidad basadas en hukou tuvieron una deriva menos violenta en los años sucesivos, pero no han desaparecido. Por el contrario, las autoridades locales y centrales lo utilizan como una herramienta para administrar el trabajo, la movilidad y la apropiación de capital.

Apesar de que ya no hay políticas de deportación individual, los trabajadores migrantes, en especial los de menores salarios en la industria, la construcción y varias formas de empleo semi-formal, todavía se enfrentan con una estructura legal que les impide establecerse legalmente en las ciudades donde trabajan. En el día a día, sin un permiso de residencia local, no acceden ni a la cobertura de salud, ni a las escuelas ni a diversos servicios que el estado provee.

Hay que decir que algunas restricciones son ahora más laxas, y algunos migrantes consiguieron un permiso de residencia temporal en las ciudades, basado en que puedan demostrar residencia permanente en la ciudad de cinco años, un historial de pago de impuestos y contratos laborales, lo que les permite acceder a algunos de los servicios; pero no equivalen al hukou.

El siguiente cuadro revela la cantidad de trabajadores del campo que migraron a los nodos industriales (casi 300 millones de personas), y en qué sectores trabajan.



Esto es tan así que si un trabajador consigue esa residencia, y sus hijos van a educación inicial, para el momento en que tienen que rendir los exámenes de ingreso a la educación superior, esos exámenes se toman en el lugar donde la persona está registrada, por lo cual la mayoría de los hijos de los migrantes vuelven a su pueblo de origen a cursar la secundaria.

Si bien el porcentaje de empleados en los conglomerados industriales estatales, los jituan, ha disminuido en el total nacional, el permiso hukou sigue produciendo una línea divisoria entre los que pueden trabajar con plenos derechos, y los que sólo consiguen ‘trabajo temporal’.

El siguiente cuadro muestra el total de la fuerza de trabajo en China, distribuida por sectores. Se aprecia una baja de trabajadores en el campo y un crecimiento en los servicios. El ingreso medio per capita Rural es de 4600 yuanes, el de quienes tienen permiso de Residentes es de 8500 yuanes, y el ingreso medio urbano, per capita, es de 11.600 yuanes (según la oficina de Estadísticas). De este modo, se puede concluir que los campesinos fluyan a las ciudades.



Todo esto permite entender que quienes más sufren la carencia de atención primaria de salud son los migrantes, porque cuando dejan su pueblito rural, pierden la asistencia que naturalmente recibían por el hukou. Insistimos: a las autoridades no les importa el lugar real de residencia, porque en el único lugar en el que recibirán los beneficios de salud y educación, es donde están registrados.


Ostensiblemente, como afirmamos más arriba, la salud pública comenzó a ser reemplazada por un sistema más privatizado (incluso gerenciado por el Estado). En este nuevo sistema, la combinación de contribuciones del empleador y el empleado derivarían en contar con atención médica, jubilación y facilidad en el acceso a la vivienda. Pero no fue así, o no como se imaginó: las contribuciones patronales casi no se depositan, y el empleado tiene que asumir todos los costos de su bolsillo. Según los últimos datos disponibles, solo el 22% de los 300 millones de trabajadores migrantes cuenta con acceso a la salud. Sin embargo, la falta de contribuciones al sistema de seguridad social no es un acto rencoroso de los patrones corruptos: se explica en gran medida por el hecho de que los escasos márgenes de beneficio no dejan lugar a las prestaciones sociales.


mapa de huelgas junio 2020 China Labour Bulletin

En uno de los principales polos industriales, Dongguan, según nuestros cálculos, si las empresas pagaran las cargas sociales reducirían los magros márgenes de renta a la mitad, y quebrarían. Por eso es que el Estado armó un rudimentario esquema médico suplementario, para dar cobertura a los jubilados y los trabajadores por cuenta propia, que en verdad apenas cubre unos cientos de yuanes por año, por persona.

El sistema de salud termina, así, desbordado. Y las tensiones sociales están a la vista.


Pacientes pagando por la consulta en un hospital de niños en Beijing PhotoXinhua

Hay varios asesinatos de personal médico cada año, y docenas son agredidos y lastimados por los familiares iracundos de pacientes que mueren en tratamiento. El más reciente (antes de la pandemia) ocurrió en navidad, cuando un médico de Beijing murió apuñalado por el hijo de una paciente. Estaba convencido de que su madre falleció por la pobre atención que recibió en el hospital. Una encuesta revela que el 85% de los médicos fue agredido en su lugar de trabajo.

En otro orden, los médicos en China atienden 4 veces más pacientes que los que ven sus colegas norteamericanos, y ganan menos que el salario medio nacional anual. En el último año del que hay registro regular sobre las protestas de los médicos y enfermeros, se contabilizaron 43 huelgas y protestas (en 2015).



Con este panorama de masiva desinversión en el sistema público de salud, puede entenderse por qué el COVID19 avanzó como avanzó en China. Si logró frenarse, además del confinamiento masivo, es producto de un torrente de médicos y enfermeros enviados desde múltiples puntos del país al foco de la pandemia.

Wuhan es una de las cinco ciudades que crecieron de forma exponencial. Tiene más de 11 millones de habitantes. El avance de las megalópolis urbanas sobre terrenos vírgenes o naturales, promueve que haya enfermedades de transmisión comunitaria, que emergen en el país cada uno-dos años. La próxima epidemia está a la vuelta de la esquina. Así como ocurrió con la Gripe Española, cuando hay una pobre condición sanitaria general entre el proletariado, la expansión del virus gana terreno y lo hace rápidamente.

Pero no se trata solo de eso, de la distribución de la enfermedad.

Estas son lecciones importantes en una época donde la destrucción provocada por la acumulación ininterrumpida se extendió tanto en el sistema climático mundial como en el sustrato microbiológico de la vida en la Tierra. Y es por eso que estas crisis serán más y más recurrentes.

El llamado de alerta es que esto -incluidas las nuevas hambrunas, las inundaciones y otros fenómenos a los que gustan de calificar como ‘naturales’-, será usado para la justificación de un mayor control estatal, y la respuesta, en cada ocasión, será la puesta en práctica de nuevos y sofisticados mecanismos de contrainsurgencia.

Desde nuestra perspectiva, desde China, creemos que una análisis político comunista coherente debe evaluar ambos datos a la vez. Desde el aspecto teórico, significa entender que la crítica al capitalismo se empobrece cuando solo se asienta en las ciencias duras. Desde un aspecto práctico, esto implica que el único proyecto político posible hoy es aquel que pueda orientarse en un territorio, definido por un desastre ecológico y microbiológico generalizado, y operar en ese estado perpetuo de crisis y atomización.∞





Chuǎng: Es la imagen de un caballo atravesando una puerta. Significa: liberarse; atacar, ir a la carga; actuar con ímpetu; buscar una forma de salir o entrar.


Fuente: Puro Chamuyo

LA CRIATURA 2020 – CUMBRE PERFORMATIVA – FASE #1

La lucha de los repartidores de aplicaciones contra los algoritmos // Salvador Schavelzon

UBER, RAPPI, IFOOD, LOGGI Y OTRAS EJERCEN UN GERENCIAMIENTO ALGORÍTMICO OBSCURO, IMPONIENDO ARBITRARIEDADES EN LA DEFINICIÓN DEL RITMO Y VALOR DEL TRABAJO

 

En medio de la tristeza política que hoy asola al Brasil, y a contramarcha de ella, la lucha de los repartidores de aplicaciones ha surgido con una especial fuerza. Símbolo del capitalismo desregularizado, financiero y de servicios, de estructura leve y lucros abisales, las pocas empresas de aplicaciones que controlan ese mercado han encontrado resistencia por parte de los trabajadores auto organizados que se movilizan contras las condiciones precarias de trabajo.

Absorbiendo una gran cantidad de trabajadores recientemente desempleados, o que ya se encontraban en el sector informal, las empresas Uber, Rappi, Ifood, Loggi y otra menores, ejercen un gerenciamiento algorítmico obscuro y autoritario, imponiendo arbitrariedades en la definición del ritmo, área de desplazamiento, cantidad y valor del trabajo, sin reconocimiento de vinculo para negar derechos y posibilitar un empleo pago mediante tarifas, con pagos menores que el mismo salario mínimo.

Sin posibilidad real de que los repartidores puedan regular, de forma autónoma, el trabajo, como las empresas argumentan que sucede — porque si no se adecuan al ritmo impuesto de largas jornadas de trabajo, las perdidas y represalias de las aplicaciones tornan el trabajo no rentable—, la respuesta ha sido la organización de protestas. Una primera paralización de los repartidores el día 1 de julio, conocida como #BrequeDosApps, con bloqueo en los locales de salida de los pedidos, movilización en la ciudad, y una importante cantidad silenciosa de repartidores que ese día no se linkearon con la aplicación.

La segunda paralización nacional fue convocada para el sábado recién pasado, 25 de julio, extendiéndose a varias ciudades. En la primera edición hubo movilizaciones y boicot también en Argentina, México, Chile y Ecuador, configurando ya una articulación internacional que enfrenta condiciones de trabajo parecidas. En las dos paralizaciones, se involucraron los usuarios que boicotearon las aplicaciones con evaluaciones negativas que bajaron considerablemente su “nota” en las plataformas de download. Varios restaurantes operaron sin reenviar entregas a empresas de aplicaciones.

Las reivindicaciones de los repartidores buscan un aumento de las tasas mínimas y por kilómetro, además del fin de los bloqueos indebidos y la demanda de auxilios o licencias de salud, accidente y distribución de EPIs (Equipamientos de Protección Individual), que fue limitada. Con el foco en las tasa los repartidores apuntan a valorizar el propio trabajo, que tiende a disminuir con la alta demanda de esta forma de renta, al mismo tiempo que aumenta considerablemente el lucro de las aplicaciones. Frecuentes penalidades económicas, suspensión del registro o desvinculaciones sin justificación ni claridad, acompañan la falsa idea de socios, en la falacia de una economía colaborativa donde solo se comparte con los trabajadores los costos de su propio mantenimiento y del equipamiento necesario para realizar las entregas.

La fuerza autónoma detrás de la organización de las protestas se conoce como Entregadores do Breque, formada por Motoboys y Bikers que destacan el no mantener vínculo alguno con los partidos o sindicatos. Los sitios donde se aglomeran a esperar los pedidos, los grupos de Whatsapp donde se intercambia información sobre las condiciones de trabajo y de las calles, y la circulación en la ciudad con adhesivos y panfletos en las mochilas, que los repartidores mismos tienen pagar para trabajar, han funcionado como espacios de organización y modo de divulgar las protestas.

La forma de organización de las paralizaciones responde a las características determinadas por el modo de trabajo, como un flujo continuo de repartidores dispuestos a divulgar las demandas y perder un día de trabajo para oponerse a la lógica de explotación impuesta. Es el propio trabajo del llamado capitalismo de plataforma el que configura un enjambre de trabajadores siempre disponible como fuerza a disposición de las empresas de aplicaciones para substituir a los repartidores cuando estos no pueden trabajar, en una lógica perversa de ser descartable frente a las enfermedades y accidentes, vehículos mal preparados como para arriesgarse en un día de mal tiempo, mala conexión, negativa a trabajar cuando no tiene demanda, etc.

En el enorme gasto en publicidad, que en parte responde al Breque Dos Apps, las empresas se presentan como solidarias, preocupadas de los repartidores y dispuestas a oír sus demandas. En la realidad, se niegan a dar asistencia y cuidado, por ejemplo anulando la decisión del MPT (Ministerio Publico del Trabajo) que obligaba a Rappi y Ifood a entregar elementos de protección en la pandemia. Las propias reglas de cada aplicación muestran una lógica cruel. Rappi impone un sistema de puntuación que obliga a trabajar a determinado ritmo, días, zonas, bajo pena de discontinuar los pedidos o llamados en las mejores zonas. La empresa Ifood organiza a los repartidores en dos categorías: una más libre (“nuvem”) que es castigada con escasez de pedidos, otra de “operadores logísticos” (OL), en la cual para recibir pedidos es necesario cumplir horario y responder a la subordinación de jefatura.

Forzando el algoritmo de valores, registros y evaluaciones para crear condiciones de super explotación, especulando con la necesidad de los que necesitan trabajar incluso con un valor de tasa menor a R$1 por kilómetro recorrido, las empresas obligan a extensas jornadas para compensar el gasto de los desplazamientos y otros costos, compra y mantención del vehículo, etc., costeados por el repartidor. Uber Eats, exige trabajar a ciegas, sin saber a cuál lugar el repartidor será enviado. Impidiendo la decisión de aceptar un pedido, que en otras app´s es permitida, pero conlleva un castigo. Trabajar como repartidor hoy exige horas de intentos de hablar con el soporte, deudas y suspensiones impuestas por problemas de las aplicaciones, de los clientes y de los establecimientos comerciales.

A medida que se desarrollaba la lucha de los repartidores, la prensa, los partidos y las instituciones reaccionaron. La izquierda partidaria hizo movimientos para apropiársela como “su” lucha. El Colectivo de Entregadores Antifascista, que apoya al Breque, contribuyo en esta dirección, a partir de la presencia en las redes sociales y la realización de gran cantidad de entrevistas en vivo con los medios, investigadores y representantes políticos o candidatos de ese campo. El grupo fue formado cuando se popularizo en las redes sociales un meme en que las personas declaraban que sus profesiones y actividades eran “antifascistas”, en el momento que esta denominación surgió a tono con las protestas anti racistas y  contra la violencia policial en Estados Unidos y coincidiendo con las protestas “antifascistas” contra Bolsonaro de la izquierda de São Paulo, a comienzos de Junio.

Pero la identidad o afinidad con la izquierda partidaria está lejos de ser lo que prevalezca entre los repartidores que organizan las paralizaciones, así como la de los millares que se suman al movimiento o deslinkean la aplicación en los días de protesta, adhiriendo al Breque dos Apps. Por su forma auto-organizada y salvaje, la huelga de los repartidores recuerda en parte la movilización de los camioneros de 2018. También las jornadas de Junio de 2013, que paralizaron la ciudad contra el aumento de la tarifa de transporte público y abrieron un periodo político ambiguo.

En la lucha de los repartidores, entre la primera y la segunda huelga, se produjo la intervención de grupos de derecha que trabajan en las redes sociales. Sin embargo, en un contexto diferente al de antes de la llegada al Gobierno, la derecha se coloca fuera del movimiento, en oposición a la paralización de los repartidores. En una línea similar a la que las empresas de aplicaciones han utilizado como estrategia en otros países del mundo, la fuerte inversión en redes sociales presenta al Breque dos Apps como contrario a los intereses de los repartidores («Não Breca Meu Trampo»), que también busca asociar las protestas a la izquierda y al sindicato como una forma de debilitarlos.

En el centro de la discusión, aparece el debate sobre la posible formalización y regulación de la actividad. Después del primer Breque, diputados presentaron proyectos y el sindicato del sector (SINDIMOTO-UGT) presentó demandas en el Tribunal Laboral, con la perspectiva anunciada de buscar el reconocimiento dentro del marco CLT (Consolidación de las Leyes del Trabajo) para los repartidores de aplicaciones. Esta bandera, que también se utiliza para desmovilizar y es poco probable que se logre, suscita la sospecha entre los repartidores de que podría obstaculizar el acceso al trabajo y la pérdida de flexibilidad, sin aumentar los ingresos. Como es contraria a la lógica que organiza esta economía, una formalización probablemente solo alimente negociaciones eternas y carreras de intermediarios políticos que, como las aplicaciones, se muestran como una mediación indispensable, pero no conducen a nada o mantienen la misma explotación.

El presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia (DEM), sostuvo una reunión con repartidores de todo el país invitados por el PSOL. La congresista Tábata Amaral (PDL) con el apoyo de Fernanda Melchionna (PSOL) presentó un proyecto que regulariza todas las actividades posibles «a pedido», buscando imponer obligaciones específicas a las empresas de plataforma, pero también llevando a la posible legalización de un trabajo mal remunerado. Condiciones de trabajo precarias en una falsa autonomía, o formalización del trabajo precario, con riesgo pagado por el trabajador, la fuerza de los repartidores ha sido encontrar formas de presión directa sobre la distribución de utilidades y la imagen de las empresas.

La auto organización y la lucha de los repartidores ha logrado visualizar el conflicto con las empresas que prefieren hacer que los trabajadores sean inviables en la promoción de una marca que se presenta como facilitadora del consumo directo entre los establecimientos comerciales de parte de los clientes, o que oculta la deuda del trabajo no remunerado en un discurso de ayuda para repartidores accidentados y oportunidad emprendedora. También en la transferencia del costo de la mano de obra a la propina de los clientes, que algunas compañías de aplicaciones aún no entregan completamente a los repartidores, apropiándose de parte de ella.

En el momento en que se declara la guerra entre los repartidores y las aplicaciones del capitalismo de plataforma, la amplia adhesión a la huelga se muestra como una mejor respuesta al trabajo precario que, con la complicidad del Estado, se impone más allá de cualquier legislación, debido a la capacidad tecnológica de gestionar millones de entregas con pocas compañías, estableciendo tasas en el límite de lo posible, siempre a la baja. Esta lógica es cuestionada por los repartidores que, en la posibilidad de detener la ciudad, construyen el camino para superar las imposiciones actuales, encontrando así un nuevo lugar desde donde posicionarse.

 

Salvador Schavelzon,  antropólogo, profesor de la Universidad Federal de São Paulo y autor de El Nacimiento del Estado Plurinacional de Bolivia, versión de su tesis doctoral.

 

Traducción del portugués Santiago De Arcos-Halyburton en Uninómada Sur

Publicado originalmente en https://brasil.elpais.com/opiniao/2020-07-25/a-luta-dos-entregadores-de-aplicativo-contra-os-algoritmos-autoritarios.htm

Filosofía sensual (una conversación entre Diego Sztulwark y Marcelo Percia) // Fernando Stivala

 Julio 2020

40na

Parte 1

El orden de las normalidades

 

 

Pensar desde la crisis

 

Militancias disidentes.

Colectivo situaciones.

Un común escribir,

una común escritura, sin nombres propios.

Una docencia insurgente, fuera del ámbito de las instituciones.

Una antipedagogía.

Grupos de estudio, pensamientos no encarcelables al pensamiento académico.

Tinta Limón, biblioteca andante.

León Rozitchner, la construcción de una amistad filosófica y política.

Simón Rodríguez, el triunfo de un fracaso ejemplar.

Maestros del lenguaje de la emancipación en América Latina.

Ignacio Lewkowicz.

Horacio Verbitsky.

Nudos de una conversación del presente.

Toda una ofensiva sensible.

 

Pensar, desafiar los propios límites.

Ir más allá de una angustia de muerte.

Angustia que acecha en los bordes de la experiencia que habitamos

Pensar como enfrentar los límites que el terror impone.

El terror impone un límite infranqueable. Un muro de inmovilidad.

 

Una filosofía sensual.

Rozitchner.

Capaz de pensar a partir de los filamentos vivos del cuerpo afectivo, y de dotar al lenguaje de una materialidad sensible, para una nueva prosa de mundo.

Reponer el cuerpo y la afectividad en la filosofía.

Materialidad sensible.

Deseo de nueva prosa de mundo.

 

La productividad de la crisis.

El intento de no tomar la crisis como un negativo angustiante y oscuro del cual hay que escapar.

El problema de la normalidad. La fobia a la crisis.

Pensar desde la crisis. No como objeto sino como punto de partida. Habitarla y ver que se inventa desde allí, qué afectos se ponen en juego, qué estrategias se desarrollan cuando hay crisis de lo común, de lo público, de lo colectivo.

 

La crisis es una oportunidad que se presenta como punto de inflexión, como torcimiento de la normalidad. Comba, pasar por arriba. Crisis no como excepcionalidad.

 

Pensar por fuera de la normalidad va más allá del vaticinio o la predicción.

En cada crisis el orden de las normalidades queda suspendido y esa vacilación es una gran oportunidad.

 

Pensar desde el 2001.

Desde la irrupción de ciertos movimientos de lucha, de crear lenguajes en común.

Interrupción de la calle.

La reivindación de la dignidad, distinta a la de la esperanza.

La idea de que nosotros somos personas que deseamos la normalidad es indigna. Es pobre cognitivamente, nos enseña poco en el plano personal y colectivo.

No solo porque lo que se nos presenta como orden nunca es normal.

La norma es una mala idea, mala incluso como idea conservadora.

Un país normal, una vida normal, además de no ser interesante, da muy poca cuenta de las dinámicas materiales de la reproducción de la sociedad.

Las crisis nos muestran las dinámicas de conflicto, de apertura, de necesidad de crear. Situarse en la crisis es un primer movimiento, y lo que descoloca es que esta crisis no vino empujada de manera contundente por los movimientos rojos.

No porque no estén. Están los feminismos populares, están los herederos del movimiento piquetero y la economía popular, están los movimientos campesinos, comunitarios.

Acá apareció un virus e introdujo este elemento de interrupcion.

No es posible asumir una política sin advertir que éste virus desactivo ciertos automatismos de la vida.

La crisis de ciertos automatismos.

 

Interrupciones

 

La crisis como punto de partida.

Y también como partición de la normalidad, del ideal de normalidad.

El ideal de normalidad es sin conflictividad.

Con toda la molestia que supone para el sistema.

Me partió.

 

Walter Benjamin plantea el presente transitado por la crisis como un presente en estado de solicitación.

Una solicitación que llama, convoca a pensamientos.

Pensamientos y memorias sepultadas de otras formas de vida o pensamiento.

Paritición.

Solicitación.

Resistencia de la conflictividad. Conflictividad que se resiste a desaparecer o quedar aplanada.

Interrupción del automatismo.

La crisis parte al automatismo.

 

¿Interrupción de qué?

Hay automatismos de la vida cotidiana que no se interrumpieron.

Hay un trabajo de los afectos personales.

Se interrumpieron sincronías sociales, colectivas.

Entonces esa interrupción hay que constituirla como pensamiento.

Hay demasiada apariencia de consenso.

Nueva normalidad.

Estaríamos de acuerdo que hay un virus molesto y peligroso, que la cuarentena es necesaria, que el Estado cumpla un papel mas protagónico.

Ese acuerdo opaca la visión. No permite pensar.

Está suspendido por un antagonismo brutal.

Normalidad partida.

Dos partidos desarrollan su antagonismo por debajo del aparante consenso del partido único de cuidado.

Dos partidos: hay uno que dice que la interrupción es un momento excepcional. De paréntesis. Luego hay que rescatar la normalidad.

Custodian el monopolio del léxico. Se apropian de un materialismo. Nos recuerdan que hay una materia, unas infraestrcuturas, una producción para cuidar la vida y la salud.

El partido de la normalidad. Un partido utópico. 

No se quiere hacer cargo de que esa normalidad fue destituida.

 

Y el otro partido no tiene el lenguaje todavía. Lo tiene que disputar.

¿Qué significa economia? No puede seguir siendo que la sociedad se reproduzca en términos neoliberales, porque lo que aumenta es la brutalidad y la agresión a la vida.

Este otro partido dice que el tiempo que viene no es una excepcionalidad, sino que empieza  a sospechar un tiempo nuevo. Donde la aparición de lo público y los cuidados ya quieren otra cosa, ya se vió otra cosa.

Si se piensa a fondo, lo que es necesario es poner en el centro otro lenguaje, otra economía.

Todos queremos un Estado activo y protector, ahora discutamos.

¿Quién va a poner el dinero, quién va a tomar decisiones, qué fuerzas van a protagonizar el momento que viene?

No hay recursos para todo.

No se puede satisfacer a los grandes capitales.

Bajo el consenso aparente, hay un antagonismo muy fuerte.

Hay un partido que muestra la cartas de manera explícita: defendemos la propiedad privada y vamos a hacer cualquier cosa por defenderla.

Lo que parecían automatismos, en realidad, son la imposición vía terror de un límite de lo pensable.

 

Tiempo de normalidades, tiempo de demasías

 

´Queremos ser un pais normal´.

Normalidad como sinónimo de capitalismo, de mercado.

Deber ser al que nunca se alcanza.

Cuando se piensa en las normalidades como modo de expulsión de las rarezas, represión de las anomalías, supresión de lo que difiere; las normalidades se presentan como una regulación de las sensibilidades. Una dosificacion. Una insensiblización de las sensibilidades. Ahí también retornan como aliadas del capitalismo.

El capitalismo necesita preguntarse qué hacer con lo que no queda normalizado.

Aparece como síntoma, o denuncia, o crítica explícita de ese orden.

Relación estrecha entre los automatismos y las normalidades.

Las normalidades se organizan en torno a automatismos, los proponen, y los ritualizan.

Los automatismos son fanáticos y devoran tiempo.

Hacen algo más riesgoso, ese fanatismo al devorar tiempo adormece sensibilidades, demasáas.

Eso que el capitalismo no sabe que hacer.

No puede inventar pastillas ni automatismos que la calmen.

La angustia no se calma con ningun automatismo.

Interrumpir los automatismos. No es tan fácil. 

Sobrevienen por otro lados. Reconstruyen un deber ser.  De la productividad, del rendimiento.

Esa confesión atroz: ´Hoy no hice nada´

Productividad invisible.

Confesión de conciencias dolientes, culpables.

El no cumplimiento de los automatismos nos vuelve culpables.

¿Para que lado va esa idea de culpa?

Para reconstruir y esforzarse y afanarse, o transformar la culpa en una denuncia, en una liberación, en la invención de otro tiempo.

 

Estamos situados en una conversación de muy largo aliento.

Marx, el capital es un plus de tiempo extraído a una cierta vida colectiva.

La plusvalía es tiempo de vida expropiado.

El debate sobre el tiempo en el siglo XX tenga como fondo esta cuestión.

La excepción, la norma, la angustia, el tiempo, la libertad, no pueden escapar de la idea de que el capital es el gran regulador y devorador del tiempo.

Es necesario plantear alguna imaginación de materialidad diferente que pueda hacer estallar el tiempo continuo.

La interrupción actual nos permite evocar ese debate perdido.

 

Santiago López Petit.

Es imposible imaginar politizaciones efectivas en la época donde el capital debora todo, sin pasar por el malestar.

Sin politizar el malestar.

No sería arrasar con el malestar como si no fuera relevante.

Sería aquello que Lazzarato llama ´el Capital nos odia´.

Cada vez que sentimos que no cuajamos en este mundo. Por fobia, o no ganas. Se abre una zona existencial que es la premisa, índice en el cuerpo de cada uno de lo que llamamos la crisis.

La crisis como punto de partida para inventar forma de vida.

Es individual pero no se la puede pensar así. Es abierta a un tipo de vínculo con lo común.

La etica individual, o la estetica de si, o el cuidado de si, no pueden plantearse por fuera de una lucha social o de clases.

Se han vuelto el mismo tema.

 

Politizar el malestar.

No es psicopatologizar el malestar.

Riesgo político.

Hay un malestar que sufre en cuerpos políticos.

Hay un común malestar. Se siente en un cuerpo pero la demasía de ese malestar no puede ser contenida por un solo cuerpo. 

Por eso los cuerpos estallan cuando no se piensan como cuerpos políticos.

Nos lo muestran las demasías que antes se llamaban psicosis.

El malestar del mundo estalla en una sensbilidad corporal, de sangre caliente.

Hay un malestar político y la politización del malestar es salir de la psicopatologización y medicalización del malestar.

Las señales del malestar del cuerpo son resistencias a la globalización.

El capitalismo llama a superar ese malestar.

Porque el riesgo es que ese malestar supere el capitalismo.

 

Deleuze y Guattari en el Antiedipo empezaron a plantear que el mundo del capital y de la esquizofrenia tienen zonas de cercanías.

Toni Negri.

Dado que el capital no puede existir sin realizar las mercancías que produce, es hora de tomar nota que las mercancías no se realizan nunca sin previamente constiuirse en deseables.

El capital además de producir mercancías, tiene que producir el mundo donde esas mercancías son deseables.

El problema de la autonomía del deseo es la crisis del capital.

El enorme esfuerzo del capital por saber qué sentimos, por hacer estudios de mercado, es el enorme esfuerzo de que un gigantesco de consumidores pasen a constituir momentos propios.

Rozitchner lo desarrolló en la Argentina.

Una izquierda sin sujeto, es una política que no dió con esta dimnesión del malestar y del deseo.

Nuestro Deleuze y Guattari es León Rozitchner.

 

Disputa por el pensar

 

Eso que se llama inseguridad, estrés, angustia, temor al futuro, puede no ser un reclamo de vuelta a lo anterior.

El partido de las normalidades no imaginan que las certezas pueden sacudir conformismos.

No imaginan que vivimos una común perplejidad por habitar un presente sin certezas y no es una mala noticia.

 

¿A qué le queremos llamar pensar?

Ser capaz de describir la realidad hasta su último gramo de evidencia.

La salida va a ser capitalista. El desempleo va a aumentar. La crisis de la izquierda es irremontable. El patriarcado es difícil de tirar abajo. El racionalismo aumenta.

Verdades miserables donde el pensamiento no tiene nada que agregar.

Decir lo que se ve. Contarnos lo obvio

No hace falta pensar. Verdad que no necesita desplazamiento. No involucra pregunta.

Verdad por conformismo.

El que diga esas cosas va a triunfar una y otra vez.

Tal vez pensar no sea reproducir la evidencia, sino hacerla.

Un problema de tipo ético-político-cognitivo.

Estar presente tal que nuestra presencia implique una pregunta, una creacion, un desplazamiento, una diferencia.

Otra idea del pensamiento y del lenguaje.

 

Ante esa miserabilidad nos aferramos ante los automatismos.

 

El desgano del pensamiento.

El pensamiento desganado.

 

Y el prestigio o el goce de estar en lo real.

Un realismo generalizado que no se da cuenta de los posibles.

Hay unos que se compromente con la redundancia de lo real.

El prestigio a un discurso periodístico que nos cuenta con sumo realismo la realidad.

Es evidente que el mundo es una mierda, hay insensibilización generalizada, hay masacre.

Tener un poco de cuidado con el prestigio del realismo que narra lo atroz, sin comprometerse con liberar zonas en donde la vida tenga por donde ir.

Hay también un realismo de los virtuales como lo enseña la filosofía de Deleuze.

Subrayan el universo de posibles no actualizados.

 

 

Parte 2

Cine y realidad

 

La disputa por la edición

 

La edición, la construcción de eso que es incapturable a través del cortar y el pegar, y crear esa visión de continuidad.

Si habría algo que llamamos realidad es una contigüidad que no es representable.

Borges, esa tensión en el cine entre lo continuo y lo sucesivo.

Esa relación con el tiempo.

 

La realidad es la construcción de una edición que simula ese continuo incapturable.

¿Como pensar la disputa por la edición?

Es la disputa por el sentido.

Disputar el sentido de esa materialidad de la palabra economía que se apropia el poder hegenómico.

Llevar esa disputa al lenguaje mismo.

Disputar los modos que tenemos de nombrar. Lo que pensamos.

Los nombres que tenemos tienen los límites de los nombres ya habitados por los tiempos políticos.

Ir más allá de los nombres.

Volver a construir una lengua.

Una lengua que tartamudea en contra de los automatismos del lenguaje.

Pensar la invención de economías.

Sino nos debora una miserabilidad.

La edicion del estino.

Entre un destino editado, y el deseo de un porvenir sin editar, sin saber.

Salvo en las solicitaciones de ese porvenir que hacemos en el presente y en la historia.

 

Jugar a empatar

 

El placer por el juego tienen que sortear el malestar del ganar y del perder.

Juegan hasta empatar. A veces por varias días seguidos.

Solicitación e momentos de la historia que permitan la invención de otra posibilidad.

Salida de la miseria.

Esa sonrisa de pensar.

Jugaban a empatar.

Jugaban con pasión, y a la vez cómo hacían para empatar.

Llegaban a jugar varios días hasta el resultado requerido, que era evitar el malestar en ese juego hermoso.

¿Hay economías en el presente que no son las que conocemos?

 

Al margen de la ley de valor.

Experiencias de luchas sociales acompañadas por ciertas fronteras del mercado.

Economías de subsistencia en movimientos sociales, club del trueque. Duraron por un tiempo. Economías de subsistencia

Hay que ver si toda lucha social que llega a un extremo tiene dos tendencias: o actualiza su economía o se apropia de lo dominante.

O se vuelve creadora de economía al margen de la ley de valor, o se apropia tendencialmente de momentos de la economía.

 

Deleuze piensa el tiempo como la capacidad de ver a la vez la doble realidad de lo actual, y su virtual.

Imagen cristal.

La realidad no es solo su actual. Tiene su actual y su virtual. Ver la actualidad y también la potencia.

El problema es que el cine es el único arte que tiene una relación con el capital. Requiere no del capital salario, sino del Capital con mayúscula, que invierte, el de las finanzas, que puede actualizarse en películas e imágenes nuevas.

El cine necesita del capital pero tiene que desmarcarse del límite que el capital le pone al cine y a la vida que es la tasa de ganancia.

Nos muestra una relación con un pasado que produce futuros controlados y que produce ciertas capacidades de creación muy limitadas.

Relación entre cine y forma de vida.

 

Eróticas incapturables

 

Lo plebeyo.

El momento donde sectores sociales de cualquier clase no aceptan una regulación impuesta por modos de vida a través del Mercado y del Estado, se sustraen de ella, o la desbordan.

Perlongher. ´Evita vive´

El plebeyismo como las eráticas incapturables.

Evita aparece en los lugares más impensados, despreciados del común vivir con una erótica descontrolada.

Filosofía sensual.

Potencia de laterialidad sensible, del cuerpo afectivo.

El plebeyismo como la erótica de esa nueva prosa del mundo.

 

El malditismo en Cooke.

Horacio González.

El plebeyismo como eso maldito.

Que no se sabe qué hacer con eso.

 

Nombrar algo que es una palabra imposible de reducir a ninguna clase social.

El plebeyo es el que no tiene nombre, no tiene apellido, ni títulos públicos.

Es lo que desborda o se sustrae a la regla burguesa de modos de vida. 

Un nombre que flota. Y que se podría corresponder a una realidad de los cuerpos numeraria. Anda por todos lados y no tiene simbolización evidente.

Un nombre que no tiene referentes, y unos referentes a los que nos cuesta ponerles nombre.

 

Una praxis revolucionaria.

Distinguir plebeyismo de populismo.

El plebeyismo subsiste como reverso de cualquier política.

Es una relación de sustracción o desborde con respecto a la regulación burguesa en cualquiera de sus modos.

Lo plebeyo es antipatriarcal.

Relatos plebeyos.

Escritura amorosa, en vez de ver vidas de víctimas se subrayan potencias.

Ternura de la crudeza. Narrativa partida.

 

Sensibilidades ofensivas

 

Ofensiva sensible.

Un adjetivo que califica una ofensiva como una cometida que arde.

Sensibilidades no como adjetivo, sino como una posición.

Sensibilidades ofensivas.

Que hieren y lastiman, pero también que ofenden a las normalidades.

Las sensibildiades crudas ofenden, perturban normalidades.

La fuerza de lo ofensivo cuando viene del lugar del dolor, de las heridas. Donde las normalidades se sienten perturbadas.

Una cometida, un ataque ardiendo.

Arde por el ardor, por el fuego, por el dolor.

Por la ensoñación.

 

Por un lado la ofensiva desensiblizante del campo social que impone el capital.

Y también por otro la ofensiva sensible como contra ofensiva. Madres de mayo, piqueteros, feminismo popular, entre algunas.

Movimientos que resensibilizan el campo social.

Logran poner las condiciones de posibilidad para hablar de otra manera, para entenderse, para ocupar de otra manera la ciudad, para conectarse distinto al pasado, para revisar el mundo en el que estamos.

Esa operación sensible es la que puede permitir que la llamada izquierda vuelva a pensar.

El pensamiento de la izquierda tiene que ser capaz de reconstituirse sobre aquella luchas que resensibilizan el campo social respecto de un campo ya desensibilizado primero por el terrorismo de Estado, y luego por las crueldades y el efecto de las nuevas tecnologías capitalistas sobre la sensibildad.

El pensamiento necesita una sensibilidad diferente.

Una resensiblización.

 

Conversaciones después de clase.

La gratitud. Otra cosa que las hablas del Capital no saben que hacer.

El don y la gratitud, que no esperan nada a cambio.

Sin ganancia, sin especulación, sin recompensa.

Gratitud.

 

Facundo Astudillo Castro, desaparecido en cuarentena // Cosecha Roja

El jueves 30 de abril, un rato antes del mediodía, Cristina Castro estaba trabajando cuando sonó su celular: era un policía. 

–Quiero hablar con la madre de Facundo Astudillo Castro  –dijo la voz del otro lado– para verificar el domicilio.

–Sí, soy yo –respondió ella.

–Le hicimos una infracción a su hijo por romper la cuarentena. 

El llamado salió de la comisaría de Mayor Buratovich, una localidad al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Cristina sabía que Facundo, su hijo de 22 años, había salido de su casa, en la localidad de Pedro Luro, para ir a ver a su ex novia en Bahía Blanca. Esos 125 kilómetros los iba a hacer a dedo. 

A las 13, Cristina se comunicó con Facundo y lo retó por salir sin un permiso de circulación.

–No sabés dónde estoy, no me vas a volver a ver más –dijo él. 

Esa fue la última vez que Cristina habló con él. Y la última llamada que salió del celular de Facundo. 

Cristina primero pensó que su hijo se había enojado -ella también lo estaba- y se preocupó unos días después, cuando la ex novia le dijo a los amigos de Bahía Blanca que Facundo nunca había llegado a su casa. Nadie más se pudo comunicar con él desde ese 30 de abril.

La madre intentó denunciar la desaparición. En la comisaría le dijeron que espere unos días. La denuncia recién quedó asentada el 5 de junio en la ayudantía fiscal de Médanos-Villarino y se abrió una causa por “averiguación de paradero”. 

La versión policial es que a Facundo lo detuvieron en el retén policial de Mayor Buratovich, a unos 30 kilómetros de su casa. Le labraron un acta por infracción del artículo 205 de Código Penal, por incumplimiento del aislamiento social obligatorio, y lo dejaron seguir camino a Bahía Blanca.

Recién el 19 de junio la policía hizo un primer rastrillaje en Mayor Buratovich. A Cristina se le acercaron dos policías para contarle que lo habían visto a Facundo. La oficial Xiomara Flores le dijo que lo levantó en su auto particular y lo llevó hasta Teniente Origone. El otro oficial le dijo que lo vio, pero lo dejó seguir caminando. En la causa figuran estos dos testimonios, pero el segundo policía dio una versión distinta: dijo que lo vio a Facundo subirse a una camioneta Duster Oroch color plata. 

“Hoy se cumplen 68 días que Facundo no está y cada vez nos cuadra menos la idea de que está desaparecido por voluntad propia”, dijo a Cosecha Roja Luciano Peretto, uno de los abogados de la familia. “Hay una serie de inconsistencias, ambigüedades y contradicciones en la causa de averiguación de paradero”, dijo y confirmó que decidieron abandonarla y hacer una denuncia penal por desaparición forzada en el juzgado federal de Bahía Blanca. 

En esta nueva investigación se incorporaron los testimonios de tres personas, que vieron a Facundo el 30 de abril  y que contradicen las versiones policiales. Como estos testigos están protegidos por la Justicia, no trascendieron sus declaraciones. 

Los abogados, que fueron aceptados como querellantes, pidieron además medidas cautelares para preservar las pruebas: que se aparte de la investigación al Ministerio Público de la Provincia de Buenos Aires y a la Policía de Villarino y la bonaerense.

Psicoanálisis, arte, política // Daniel Santoro y Julián Ferreyra

 

Conversación en torno al libro #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (La Docta Ignorancia, 2020) de Julián Ferreyra, con la participación del artista plástico Daniel Santoro. Se realizó el viernes 19/junio vía Instagram.

 

Algunos pasajes del diálogo: 

crítica a los psicoanalistas anti-metáfora; “donde existe una necesidad nace el derecho a un deseo”; “la pintura viene de la pintura, no del modelo”; el instante pre-significante, la marca de la ola y el rasgo unario; arte chino, elogio de la copia y construcciones freudianas; el Qi, el deseo y La Fuerza; del taoísmo y el “wu wei” a la asociación libre/atención flotante; crítica al aplicacionismo psicoanalítico sobre el arte; política y conducción de la cura: el artista, el psicoanalista; sincretismo religioso, misticismo, y de cómo el Papa Francisco se analizó en Villa Crespo.

 

Sobre el libro: www.hacerclinicapsicoanalisis.com/envillacrespo

 

 

 

 

De la experimentación y la creación de mundos privados // Colectivo LTA

No hay maneras correctas de ser feministas y mucho menos de vivir. Pero hace un tiempo venimos sintiendo que hay modos de crear pasajes entre eso que leemos y que nos hace pensar, y la construcción de espacios concretos desde donde experimentar. Pensando en el oficio de escribir, tan en solitario, buscamos construir escrituras colectivas a partir de experimentaciones individuales, y, quizás, no tanto.  Escribimos juntas, pensamos juntas, nos sostenemos y atravesamos.

Nos lanzamos a dejarnos afectar y crear juntas, aunque los cuerpos que son tocados son de un varón. Claro, pasa que aunque tengamos en mente experimentar con otras mujeres, todavía no pasó esa erótica, y los cuerpos se nos mueven con varones. Somos nosotras quienes tenemos ganas de vivir de manera libre y conquistando nuevos campos. Y nos gustan los varones. Así que, es con ellos con quienes intentamos experimentar en este pequeño campo de los garches y los encuentros. 

Sabemos que la tenemos adentro. Nosotras sabemos que somos hijas sanas del patriarcado pero tenemos ganas de tirarlo abajo (en nosotras y en el mundo). A los varones les pasan muchas cosas pero en general son distintas: es lógico, tienen las de ganar y nadie quiere perder eso. Entendemos que muchas veces no se juega una abierta negativa a renunciar a privilegios. Sencillamente hay un no dejarse afectar por las preguntas e inquietudes que nos mueven a nosotras porque no lo necesitan. 

Quizás empezar a desarmar por ahí. 

Cuando nos lanzamos a estas experimentaciones contemplamos que podemos rasparnos, que pueden desencadenar movimientos en otras relaciones, que se puede poner todo patas arriba. Pero no definimos de entrada qué implica. Nosotras no tenemos resuelto/definido/cerrado qué lugar irá ocupando esa relación. Muchas veces parece que ellos sí. Querer, gustar, desear a otros además de la pareja y permitirse esa experiencia sin sentir que se pone en jaque el vínculo amoroso que nos aloja, es para nosotras un campo de experimentación abierto. 

 

De la administración de los afectos y su gestión en la masculinidad ¿Asunto nuestro?

 

¿Se puede experimentar o mantener abierto el panorama de un encuentro si le otre ya sabe hasta dónde se va a dejar afectar? A veces hemos sentido que sí y otras veces que no. De a ratos se vuelve nítido que el no dejarse tocar de estos varones por preguntas que nos hacemos nos someten a repetir narrativas que queremos desarmar. Aunque lo hagamos diferente, le otre lo lee según la novela predeterminada. 

¿Es posible que gestos amorosos sean leídos por fuera del rol asignado de demandantes, minas que se confunden con los alcances de un garche, un tironeo a la peor de las conyugalidades? ¿Con cuánto trabajo de la palabra tenemos que dar cuenta de nuestra posición para que el otro nos lea? ¿Será que es posible? Este trabajo lo hacemos cotidianamente con las parejas que tenemos y requiere tironeo y explicitación constante. 

Nosotras sabemos tener el cuerpo incómodo, es constitutivo de “ser mujeres”. La cotidiana marcada por múltiples contradicciones y vulnerabilidades diferenciadas. Entendemos que al dejarnos afectar por algunas preguntas esas incomodidades se vuelven potentes. Sabemos de la potencia de la incomodidad como trampolín para la inventiva de nuevos modos. No nos resulta liviano o fácil estar incómodas pero intentamos hacer con eso, afectivamente y con otrxs. Y vivimos un poco así. Pensamos que con los tipos es distinto, la incomodidad los aturde o se les vuelve amenazante. A la incomodidad afectiva, se la sacan de encima (que es bien distinto a tirarla afuera). 

¿Será que han aprendido a administrar los afectos? ¿Será que afectarse implicaría poner en riesgo todo su ser? 

¿De qué nos sirve saber sobre esto? ¿Tendremos que aprender algo de este modo o es necesario tenerlo en cuenta para saber cómo se configuran esos campos de poder, esos campos afectivos? ¿Será necesario para tener un saber sobre el juego como decía Bourdieu? 

Nos inclinamos más por estas últimas opciones. Saber, no para volvernos más masculinas en el sentido de andar desafectadas por la vida. Sabemos que estar dispuestas, sensibles a los encuentros es la única forma de abrir el juego (y la vida) a ese saber del cuerpo del que habla Suely, abriendo mundos y posibilidades que nos encuentra cada vez, con eso que vamos queriendo, pudiendo, a(r)mando. 

Por otro lado, aprendemos con el feminismo que el saber potencia, nos muestra más peligrosas, no tenemos que tenerle miedo a eso. El saber nos permite avanzar (actuando/sabiendo) sobre el mundo de un modo en el que tradicionalmente han hecho los hombres, con el riesgo de ser arrogantes, con el riesgo de no contemplar las situaciones, con el riesgo de desconocer a le otre. Sí, es un riesgo y tenemos que tenerlo presente pero también, entender que es parte de la marea, que los cambios no son siempre límpidos, que esas brutalidades también forman parte. Por suerte tenemos de nuestro lado la sensibilidad, los poros bien abiertos y la falta de miedo en relación al perder. Esta marea verde, no es sin esto.   

Así nos metemos al encuentro con le otre. Teniendo la arrogancia de creer que sabemos hasta dónde y cómo seremos afectadas y creyendo que sabemos más de lo que le pasa a le otre que la persona misma. Tensión que nos va a acompañar en la experimentación de manera constante.

Intentamos poner en jaque la gestión afectiva y emocional que hacemos tan automáticamente, como performativa de nuestro género. Hace rato decidimos que no queremos vivir indicando y volviendo inteligible para los tipos qué hacer con sus afectos. Es mucho esfuerzo e implica al mismo tiempo, subestimar al otro en tanto sujetx capaz de vérselas con lo que le pasa. Hay grises, claro. A veces es palpable la inquietud y el querer hacer algunos movimientos pero no saber por donde. Allí estaremos para a(r)mar con le otre. Pero a la desafectación masiva y torpeza clara le intentamos correr el cuerpo. De nuevo: una cosa es tirarla afuera intentando armar jugada y otra distinta es sacarse las cosas de encima. 

 

Bancar la parada

 

 ¿Es posible que un hombre escuche estas otras propuestas vinculares si caemos en el lugar de “las amantes”?

 Decimos amantes y resuena distinto. Para el varón es vínculo no visibilizado, requiere menos trabajo, se puede ser torpe con más liviandad, es un vínculo asociado al placer. Para nosotras también se asocia al placer, pero sobretodo ganas de conquistar otras amorosidades. Multiplicar sus intensidades y sensibilidades. El asunto es que esto lo hacemos en casi todos los campos relacionales: nos cuestionamos lo que se hizo carne en torno a ser amiga, ser hermana, ser hija, ser madre, ser pareja, ser chonga. Nos preguntamos todo porque queremos destituir una jerarquía afectiva que nos deja siempre en una vulnerabilidad diferenciada en relación a los varones. 

Para nosotras decir: “esta relación podría ser distinta” es más cotidiano desde hace un tiempo. Implica desmarcarse cada vez del lugar previsto por ser mujer. Cada vez que aparezca la frase “no podría tolerar que estés con otra persona”, responder: “yo no voy a ir en contra de mi deseo” y bancar la parada. Cada vez que surja la pregunta “¿no te parece que es disociado estar conmigo y tener deseo de tener une hijx?”, responder: “no” y bancar la parada. Ante el interrogante “¿por qué me decís que nos vamos a separar en algún momento?”, responder: “porque no es posible imaginar que vamos a elegirnos para siempre” y bancar la parada. Cada vez que tengamos ganas de manifestar: “estoy enamorada. Puedo decírtelo sin que eso sea único, absoluto y determinante», recibir: “yo no puedo amar a dos personas al mismo tiempo” y bancar la parada. Cada vez que veamos algo que nos molesta o nos duele, como las imágenes de felicidad en redes y lo performativo del “amor oficial” poder decirlo y bancar la parada. 

Entendemos que nosotras también la tenemos adentro, pero lo decimos, nos dejamos afectar, y decimos. No como reclamo ni demanda si no como evidencia de involucramiento y afectación.

Así. Todo el tiempo así. Aún con la duda de que le otre puede no dejarse tocar por nada. Aún entendiendo que si le otrx me corre el cuerpo desde la desafectación o la torpeza esos movimientos los hacemos por nosotras. Por la conquista de nuevas narrativas con otros nudos y otros finales. 

 

Empezar de cero y armarse vidas radicalmente distintas: fantasía que se cayó cerca de los treinta

 

Las discusiones que se juegan convocando a la poliamorosidad nos parecen potentes y vibrantes. De todas maneras, estamos muy ciertas en que no queremos que nos digan nunca más cómo vivir. Y además ya tenemos algunas cosas armadas que queremos cuidar. Sabemos y/o aprendimos con el tiempo, que se trata de jugarse todo en lo micro, de abrir espacios nuevos que nos permitan sumar en libertades. 

Es una decisión la creación de mundos privados propios que no sean sentidos como secretos de una doble vida. Claro, hay mundos privados que serían aniquilados de ser expuestos. Hay que cuidar lo que se arma y es ahí donde se despliega la inmensa cantidad de estrategias, las micropolíticas. 

Otra herencia. Somos obstinadas. Y así, obstinadas, armamos micropolíticas, en alianza con algunas pocas, germinando pequeños espacios, armando mundos que se escapan de las reglas, de los ojos vigilantes, de los entes administradores de la vida, a oscuras del propio capital.

Armamos situaciones que no se registran, que no tienen valor de cambio, que no “valen” nada (en el sentido ampliamente capitalista) porque son esas estrategias que no valen nada justamente las que nos posibilitan sostenernos en rebeldía.

 Aparecen las amigas que saben y nos prestan la casa, las que nos sostienen cuando aparece la culpa, las que nos llaman cuando estamos por entrar en la narrativa de lo conocido, las que nos convocan y mandan tips para sexting, etc. Complicidades amorales que nos mantienen en estas fugas que vamos inventando. Nos decimos: “No pasa de este año que cojo con una piba”, “Vamos a salir de reventón juntas”, “Veremos qué otras cosas inventamos” y ahí vamos. Va mucho más allá de “estos tipos”. Es por nosotras y por sentirnos cabalmente vivas. 

 

¿Inscribir en torno a qué? ¿Se creerá que me estoy comiendo un viaje? Mundos privados como posibilidades

 

Nos hace ruido la noción de responsabilidad afectiva, nos cuesta pensar que habría un modo de eso y entendemos que lo más potente sería que la pregunta ética por el cuidado de los vínculos sea cada vez y en cada relación. Aparece una tensión permanente en estos vínculos en torno a eso. Si digo que lo quiero y que lo cuido ¿se creerá que me estoy comiendo un viaje? Nos pasan cosas en la vida, situaciones que la ponen en jaque y una da por sentado que lxs amigxs van a aparecer y acompañar. ¿Y con estos vínculos? 

¿Qué potencia tiene este modo de armar con otro sin inscribir? Si no se inscribe, ¿se olvida? Si no se inscribe, ¿no se siente? Si no se inscribe, ¿le podemos dar delete con un solo click? 

La pregunta nos parece que estaría mejor formulada si pudiéramos pensar a dónde se inscribe más que si se inscribe o no. Parecería que si no es «una historia oficial» o su revés «una doble vida o una historia de amantes» no podría existir. Hay algo de esto principalmente en los tipos. Como si las definiciones les sacaran la papa caliente de la mano y ahí, recién ahí, podrían empezar a ver qué les pasa con esa experiencia. Como si dijesen: «dentro de estos marcos, bajo estas condiciones, ahí sí puedo ver que onda”. Si “estoy o no estoy» recien ahí abrir un poco el campo para la experimentación.

Nos parece de una potencia inmensa, la idea de la intimidad y de mundos privados como posibilidades. Saber de esos mundos (crear esos mundos) sin que se lean como «verdades» que dejan por fuera a lo «real» o sin que lo «real»  se jerarquice sobre esos otros mundos, otros afectos. ¿Con cuánta osadía nos animamos a nombrar “verdades” en nombre de otrxs? Poder habitar los amores entendiendo que podemos conocer a le otre desconociendo sus otros mundos privados nos parece encantador y potente. Poder desarmar la idea de que amar es ser “transparente” y que ser transparente es que le otre sepa “todo” de mí.

Amar sabiendo que le otre tiene otros mundos y no son un asunto mío en la medida que no me haga parte. Amar sabiendo que le otre guarda espacios secretos para sí. Amar sabiendo que esa opacidad es la evidencia de que cada quien es un universo y celebrarlo.

Poder corrernos de la jerarquización de los afectos. Del dominio, del saber de le otre. Que estar con otrx no implique absolutizarlx. Lo absoluto nos caga la cabeza. Por momentos se nos olvida que componemos con detalles, con eso que nos roza del otre, con un gesto, con una lectura, con un modo, una risa.

Dar lugar a esas pequeñas conexiones, a lo diminuto, a eso sutil, al encuentro fugaz. No cómo sienten (generalmente) algunos tipos que de tan fugaz, de tan poco definible, casi que ni toca, casi que ni pasa. Conectar con lo sensible, lo pequeño y con esas fuerzas indómitas y desobedientes que por suerte siempre están, siempre irrumpen en la vida. En algún punto es eso lo que hace cuerpo, lo que vibra en una sintonía más vital y lo que abre a modos de hacer-pensar y decir, más próximos y por qué no, un poco menos claros.

 

Colectivo LTA 

La Tiramos Afuera

 

La Tiramos Afuera desde el pensamiento colectivo clandestino, no somos unx, no somos alguien.Somos la fuerza de un impulso, de un encuentro entre varixs, una experimentación colectiva para crear(nos) otras vidas en la que intentamos ponerle palabras a las sensaciones/intuiciones.

Nos presentamos como un intento de escapar a los guiones, de pensar otras maneras de actuar, de sentir y de ser. 

LTA, La Tiramos Afuera, nos lanzamos al mundo porque creemos que es posible construir otras maneras de vivir. 

Revolucionarias de Estado: Una política de la verdad lacaniana, popular y feminista // Roque Farrán

Badiou ha definido al Estado, en términos ontológicos y políticos, como la cuenta de las partes o representación de las multiplicidades ya contadas en la estructura de situación, en función de una lógica inclusiva que se regula por predicados y lenguajes característicos. Así, el Estado funciona normalmente de manera “constructivista” subordinando lo que es a lo que puede ser dicho, enunciado y clasificado según los saberes disponibles. No hay lugar para los múltiples genéricos, lo absolutamente cualquiera, aquello que reúne rasgos dispares y contradictorios con las clasificaciones disponibles. Un acontecimiento es entonces lo que habilita esa cuenta paradójica: un múltiple que se presenta a sí mismo irrumpiendo en la escena y presentando una serie de múltiples indiscernibles para la cuenta estatal constructivista (ya que el lugar en que se inscribe, llamado sitio de acontecimiento, es presentado pero no así lo que él presenta). Yo pienso que podemos considerar al acontecimiento de manera inmanente al Estado, sin que sea necesariamente normalizado, cuando la orientación de la cuenta de las partes no es meramente lingüística y reguladora, sino que se deja guiar por los múltiples indiscernibles y sus prácticas. Para eso tenemos que pensar no solo en incluir sino en anudar: la orientación nodal que nos permiten practicar los llamados populismos.

Mientras los fascismos operan bajo la lógica estricta de la pertenencia (lengua, raza o tierra), los populismos en cambio operan bajo la lógica abierta de la inclusión (derechos, redistribución, justicia social). La teoría de conjuntos y sus operaciones básicas bastarían para distinguir fascismos de populismos y no caer en esa figura antojadiza del “populismo de derecha” que sería algo así como un “círculo cuadrado”. La teoría de conjuntos le daría mayor rigor a la razón populista. No obstante, lo que yo he propuesto desde que leí a Laclau por primera vez, es la figura lacaniana del anudamiento borromeo: la radicalización de los populismos, quizás su pasaje hacia el socialismo o el comunismo real, depende de alcanzar políticamente esa máxima solidaria por la cual ya no se trata solo de incluir sino de entender cómo estamos todxs irremediablemente implicados y que, si se suelta unx, nos soltamos todxs. “Ni una menos” traduce políticamente esta lógica.

Le llamo “acontecimiento de Estado” al gesto material, tangible en la decisión política y la transferencia económica de recursos, por el cual un gobierno anuda las demandas y deseos de un sujeto político a su gestión, lo hace responsable de ello y se pone a su servicio (escucha, atención, disposición, composición). No hay cooptación de los movimientos y organizaciones si hay acción conjunta y transformadora de las estructuras implicadas mediante prácticas concretas. Alberto Fernández no solo tuvo el acertado gesto de replicar la política kirchnerista que consistió en anudar ejemplarmente el sujeto de los derechos humanos a su gestión, sino que reactualizó el mismo gesto definitorio del peronismo al nombrarse como “el primer alumno” de aquello que nos pueden enseñar las mujeres y diversidades sobre la violencia patriarcal[1]. Dos gestos clave que definen una orientación clara y decidida del gobierno actual: anudar y nombrar.

En consecuencia, eso nos advierte que la mejor política social no es el trabajo, sino la formación: quien se forma de manera continua, crítica y reflexivamente, puede encontrar un trabajo que sea significativo socialmente. Para ello hay que garantizar una subsistencia básica y no arrojar a los sujetos a la total incertidumbre: la renta universal, hoy más que nunca, es un derecho. La época cambió: no es la sociedad de la información, que se trollifica y autodestruye continuamente, sino la sociedad de los afectos y cuidados lo que hay que sostener. El presidente lo sabe y encarna esa ética de la formación, por eso no se asume como el primer trabajador sino como el primer alumno. Y claro, en lo primero que tenemos que formarnos es en políticas de género, en cómo sostener una sociedad basada en los lazos solidarios y el cuidado integral, y no en la mera competencia y el lucro incesante. Formar a nuestros formadores, formar a nuestros políticos y funcionarios, formar a nuestros docentes en un proceso recursivo, infinito y virtuoso, es clave en todo este asunto. 

Un punto nodal a trabajar, en pos de esa formación y transformación simbólica y subjetiva, es la figura de autoridad, que en psicoanálisis tiene como operador principal lo que se conoce como Nombre del Padre. Mucho se ha hablado de su “declinación” en términos negativos, como sugiriendo con ánimo nostálgico posibles restauraciones. Nada de eso, ya Lacan nos anticipó otros modos de anudamiento y de consistencia discursiva donde los sujetos pueden orientarse en lo real sin sucumbir ante la avanzada descomposición simbólica que promueve el capitalismo neoliberal. Recordemos que la palabra declinación tiene dos acepciones distintas: (i) “pérdida progresiva de la fuerza, intensidad, importancia o perfección de una cosa o una persona”; (ii) “conjunto de casos o variaciones morfológicas de una palabra (sustantivo, adjetivo, pronombre o artículo) organizado en paradigmas que expresan diferentes funciones sintácticas en ciertas lenguas”. Hay que dejar de pensar la declinación del Nombre del Padre, de la función paterna o de la autoridad simbólica, bajo la primera definición, y darle todo su valor a la segunda, como hizo Lacan en su debido momento. La declinación no es debilitamiento, sino sustracción de la importancia personal y despliegue de una potencia singular-genérica que nos anuda solidariamente. Esto no es de ahora: aprender a declinar nombres, palabras, conceptos, tradiciones es lo que impulsa la verdadera formación de sujetos. Lo simbólico no va a desaparecer mientras haya sujetos hablantes, movidos por el deseo y la vida, el asunto es saber leer, escuchar y alentar los modos en que se reconfigura la trama: el no-todo femenino y el nudo borromeo son matrices de pensamiento lacanianas que nos permiten hacerlo. También lo es el significante de la falta en el Otro.

Cabe reflexionar sobre la materialidad del significante Patria y sus resonancias impensadas, es decir, no su etimología o significación histórica, sino su efectividad práctica. He propuesto en otra parte ligarlo al significante de la falta en el Otro; por tanto, como tal es impronunciable pero no así su operación, que se produce cada vez que se pronuncia un nombre propio: su significado se iguala a su significación. Claro, esto no ocurre en cualquier parte y de cualquier modo, aunque tampoco se pueda prever (o, ¡atención espías!, pre-escuchar): la producción de un nombre propio en política está ligada a la función de un liderazgo legítimo, no por los antecedentes acumulados o el marketing precipitado, sino por la capacidad de responder allí, ante la contingencia abierta del vacío y la falta del Otro. Tal habrá sido el caso de Alberto Fernández y su nominación por parte de Cristina Fernández. No hay escuchas ni inteligencias sub-contratadas que puedan anticipar la materialidad de la producción de un nombre propio en política, pese a encontrarse expuesto por su resonancia a la escucha de cualquiera, como la carta robada de Poe: la lógica del deseo es transversal o diagonal al cuadriculado policial de los saberes expertos. Entonces, para multiplicar los nombres propios fieles al significante Patria, tendríamos que saber escuchar de ese modo y habilitar múltiples espacios donde se asuma el deseo materialmente, no por simple cálculo o dogmatismo esencialista. Eso sería sostener una política de la verdad lacaniana, popular y feminista.

Por último. Pensando en la vieja figura del “revolucionario de Estado” y las nuevas figuras de las hijas y la femineidad por las que se interroga Badiou en una Conferencia reciente, sostengo que en Argentina tenemos suficientes elementos singulares para generar nuestro propio pensamiento al respecto, sin necesidad de caer en esquematismos o rigideces propias de émulos subalternos. Entre las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el “Ni Una Menos” y Cristina Fernández, tendríamos que forjar nuestra propia figura teórico-política, surgida del anudamiento entre la reivindicación subversiva de un aparato ideológico de Estado como la familia, el movimentismo heterogéneo y urgente del feminismo local que tiene su pata ministerial, y la conducción implacable de una líder que ha sabido desplazarse del poder sin caer en lógicas sacrificiales ni entregas. Hay suficientes materiales históricos para forjar nuestras propias categorías de pensamiento político, por ejemplo: las “revolucionarias de Estado”.

[1] https://www.lamareanoticias.com.ar/2020/07/03/por-primera-vez-el-estado-argentino-presenta-un-programa-integral-de-accion-contra-la-violencia-de-genero/

No es silencio el de los muteados // Agustín Jerónimo Valle

“Yo quería conocerlo, al hombre… Pero no paraba de hablar. Y yo necesitaba verle el silencio, los gestos, cómo pitaba el cigarro…”, decía Atahualpa Yupanqui. Es que cuando hay alguien -allí donde hay alguien-, hay algo más que los signos expresados como tales. En la presencia hay algo irreductible a lo semiótico. Esto tiene por supuesto múltiples capas, sentidos e implicancias; hace siglos que se señala que no es prudente creerle a alguien todo lo que dice de sí. Es necesario el silencio, pero no el silencio total (inexistente, teórico, absurdo), sino el silencio semiótico,  para que se expresen ruidos que informan sobre otras dimensiones del existente, de lo viviente.

Al comienzo de la cuarentena, aprendimos a mutear micrófonos para evitar ecos molestos. Ahora nos encontramos con que el silencio de la pantalla llena de muteados es tal, tan helado y absoluto, que nuestras palabras parecen no tocar cuerpo alguno, no afectar a nadie. “Extraño el ruido constante de los pibes en el aula; ahora veo lo importante que era aunque en el momento me molestaba”, me decía un profe. Es que la comunicación mediática pareciera suprimir estos ruidos inherentes a la presencia (allí donde hay alguien, hay como mínimo un latido, una respiración…). Hablamos viendo caras muteadas, que a veces parecieran incluso prestar atención, si no directamente con gente que apaga su cámara, mutea su imagen, y queda como signo de virtual de “recepción abierta”. Lo dicho no tiene así ningún eco. Sin efectos corporales, las palabras quedan capturadas en un terreno semiótico puro (cuando hay alguien, las palabras pueden ser prolongaciones fonéticas de la corporeidad).

Ese ruido de la presencia es una expresión orgánica de lo viviente en cuanto tal; expresión sonora, no codificada, de que hay alguien. Y tiene una función subjetivante (es caldo generador de vida subjetiva), una función subjetivante en fuga o al menos desfasada de los dispositivos productores de sujetos. Los dispositivos producen signos: palabras, imágenes, ya codificadas, funcionales. En los dispositivos emitimos y recibimos signos codificados que reproducen nuestra membresía en las funcionalidades dadas. Incluso caben “palabras críticas” en los dispositivos y la funcionalidad, si ya todos los que las profieren y reciben saben (quiénes tienen autoridad esclarecida, qué palabras gozan reverencia, etc), donde nadie se conmueve…

La mediatización virtual de la vida -que ha pasado de general a total- tiende a suprimir el ruido, las expresiones orgánicas de lo viviente en cuanto tal. ¿O acaso relevamos yeites mediante los que pueden viajar algunos ruiditos? Algunos gestos, imágenes, ¡incluso palabras!, que no forman parte de la obviedad semiótica, pre programada y, aunque hiperactiva, inerte en cuanto inercial a lo dispuesto. Y si hay tráfico de ruido viviente, ¿somos capaces de escucharlo?, con el sensorio quemado por la plétora semiótica…

Ruidos de lo viviente aún no del todo sujetado: desde sonidos de erotización, hasta los murmullos de lxs pibxs en las aulas, o en aquellos gritos multitudinales que, contaban las amigas copaban como un río invisible, pero atronador, las calles repletas de las primeras mareas niunamenistas, puro grito sin palabras; pero también el ruido de una ciudad, el ruido de un barrio, los murmullos incodificados que nos recuerdan que siempre es posible lo impredecible. Después, claro, el ruido puede tomar consistencia de signos que batallen con los dispositivos (¡evadir, no pagar, otra forma de luchar!, ¡Mauricio Macri la p/yuta que te parió!). Pero lo verdadero, acaso, empieza siempre con su ruido, un murmullo, el sonido de los gestos que no saben aún de fines.

Ilustración de Silvia Lucero, publicada en APU

Pista falsa y amenaza: De la soberbia a la impunidad // CORREPI

En el contexto de la desaparición forzada de Facundo Astudillo Castro no falta ninguno de los condimentos propios del crimen de lesa humanidad que se investiga. El sábado en la noche, Cristina Castro, mamá de Facundo, y uno de sus abogados, fueron anoticiados de la presunta existencia de restos humanos incinerados en un baldío de la localidad de Mayor Buratovich, el sitio donde fuera visto por última vez Facundo cuando era detenido y subido a un patrullero.

Madre y abogado se trasladaron hasta el sitio. Al llegar, vieron que la policía bonaerense había desplegado muy rápidamente un fenomenal operativo, violando la concreta orden de su apartamiento en todo lo vinculado a la investigación del caso. En el medio, el oficial a cargo, subcomisario Reguillón, aprovechó la provocación generada para amenazar al abogado. “Vos quédate tranquilo, que cuando todo esto pase yo sé bien lo que tengo que hacer”, le dijo sin eufemismos. Varios vecinos presenciaron la intimidación.

Finalmente, la bonaerense se fue del lugar y se pudo constatar que los restos hallados no se correspondían con osamenta humana, circunstancias ambas que tornan como mínimo dudosas las intenciones “legalistas” esgrimidas por los uniformados. Desde la presunta pista falsa, a la soberbia actitud de demostrar control sobre una investigación en la que no pueden tomar cartas, la imagen de la impunidad sobrevuela este crimen que abunda en connotaciones institucionales.

La sombra de los casos de Luciano Arruga, Jorge Julio López, o el más reciente de Santiago Maldonado, entre otros, reaparece con mucha fuerza. Cada vez que, con previa intervención o responsabilidad directa de las fuerzas represivas, alguien desaparece, las conductas de los involucrados se repiten.

Estamos ciertos que las fuerzas represivas no podrían desandar el camino de la soberbia a la impunidad sin la necesaria participación de otros responsables estatales. Por caso, el Ministro de Seguridad de la provincia, el inefable teniente coronel Berni, que con un discurso subestimador del dolor y la desesperación de la madre se atribuyó la facultad personal -y no el deber legal que le cabe- de apartar de la causa a la fuerza bajo su mando, que se halla directamente señalada como autora del delito.

A esa soberbia e impunidad contribuye también la lenta y casi esquiva labor judicial, que parece abocada a distraer la necesidad de las medidas concretas pedidas por la mamá de Facundo. Y que, además, dilata en la práctica la sustitución de la bonaerense, como también lo exige la querella y quedó claro en este duro episodio.

Tanto el despliegue mediático de Berni como el torpe y poco expeditivo trámite judicial, tienden menos a la verdad que a la legitimación tácita del proceder policial.

La desaparición forzada es un crimen gravísimo. Integra junto a la tortura seguida de muerte, el combo preferencial de tiempos dictatoriales. Sin embargo no es patrimonio exclusivo de las formas más o menos violentas que asume el estado, ni exclusiva de circunstancias históricas determinadas. La apropiación del cuerpo de la víctima es una “vocación” institucional y por tanto sistémica, que suele contar con respaldo, a veces por comisión y otras varias por omisión.

APARICIÓN CON VIDA DE FACUNDO

EL ESTADO ES RESPONSABLE

CORREPI

Diversidad: la entropía como oportunidad // Luchino Sívori

«La acción no debe ser una reacción, sino una creación«

Graffiti anónimo escrito en Censier en el Mayo Francés de 1968.

 

 Como ya se sabe, en el mercado digital abundan las aplicaciones para hacer casi todo lo que uno necesita: software para llegar a los destinos deseados, programas que corrijen la gramática, webs que editan canciones, fotos… Por experiencia laboral, me crucé con una que da el formato necesario para escribir guiones de cine… inclusivos.

TRAMAS DIVERSAS

Cuando se quiere escribir un guión para TV o cine, uno necesita un formato standard para hacerlo: un tipo de sangría, una forma de colocar los diálogos, una tipografía, etc… No es vagancia, pero cuando se sabe que la posibilidad de tener una plantilla con estos elementos ya fijados existe y está allí en la nube (y, encima, “gratis”), uno se ve tentado a probarla (¿quién no ha mirado alguna vez la aplicación del buscador de calles de cierta empresa monopólica aún estando rodeado de personas a quien preguntarle?). Los algoritmos, mal que nos pese, ya conviven con nuestros hábitos.

Resulta que estoy allí, sentado frente a mi computadora con algo de curiosidad por saber cómo funcionaría este “facilitador” digital, cuando entro a YouTube y pongo en el buscador “tutorial [nombre del programa]”. Lo que me sale, para mi sorpresa, es lo siguiente:

 https://www.youtube.com/watch?v=D-7Rdq0gTds

Resumiéndolo, la empresa del programa explica en un minuto que, junto al instituto norteamericano Geena Davis, diseñaron un built in (algo así como una capacidad añadida al software) llamado Análisis de la Inclusividad. Lo primero que uno piensa es que este recurso sirve para analizar, cuantitativamente, cuán inclusivo está siendo tu potencial guión. No. El Análisis de Inclusividad te sugiere elementos, en este caso identidades, para que la serie, película o cortometraje que estás armando en tu cabeza sea correctamente inclusiva. Es decir, la inclusividad de la inclusividad. 

Probando un poco para dar crédito y un poco por autoflagelo, me dispuse a escribir una historia donde los personajes llegaban en barco a una fiesta en una isla desierta. Como todos los personajes principales navegaban en ese barco, era importante caracterizarlos. La idea era que se encontrasen allí y pasaran cosas, cual thriller de los Coen o J.J. Abrams. Fue ahí cuando tomé el recurso del Análisis de la Inclusividad. 

En un prolijo gráfico lleno de colores, el programa me mostraba qué porcentaje de mujeres y personas racializadas me faltaba para cumplir el “cupo inclusivo”. Mecánicamente, te reconducía a modificar -señalándotelo mediante remarcaciones insinuosas en el texto- aquellos elementos aún “poco diversos”, aconsejándote -también mecánicamente- un par de mestizos aquí, una mujer afrodescendiente allá, una persona LGTBI más acá…

Por supuesto que el guión de ficción era una prueba, un testeo de este recurso que el programa ofrece como un “valor añadido”. Después de un rato largo jugando al quita y pon, si se me permite el término, mis mestizos y mujeres trans quedaron allí, en esa isla desierta, sin más trama que las de sus propios algoritmos. 

DIVERSAS TRAMAS

La diversidad, como le pasó hace unas décadas al ecologismo, se está volviendo un elemento de discordia. No son pocas las voces dentro de los sectores progresistas que ya la ven como un factor de división y distracción. Sus críticas, muchas veces rodeadas de ironía, remiten a ejemplos como el que acabo de dar del programa de escritura de guiones. 

  Algunas de las consignas que más utilizan son que “se ha vuelto funcional al sistema”, o que “fragmenta” y “rompe a la clase trabajadora”, siendo “testimonial” y hasta “contraproducente”. La confrontación que nada por debajo de este debate, aunque algunos no lo quieran admitir, es la famosa cuestión de la diversidad versus el concepto de clase

 De esta manera, muchos de ellos lanzan en forma de pregunta retórica: ¿Hasta qué punto añadir personajes afrodescendientes en una serie de TV es rentable pero no así, por ejemplo, protagonistas sindicalizados? O: ¿No es apropiación -y despolitización- que las protagonistas de una serie de Netflix salgan con el pañuelo verde? Etc, etc…

 Con los años, todas estas cuestiones pasaron a ser, sin buscarlo, un debate de pocos y para pocos muy rentable en las redes sociales. Una especie de revival de Said confrontando con Spivak confrontando con Negri. 

La cuestión, sintetizada en abstracto, sería la confrontación de dos grandes visiones políticas dentro de la teoría de las ciencias sociales: una visión economicista y objetivista (relaciones de producción, economía, trabajo), y una óptica que sostiene el carácter subjetivo de la construcción del poder capitalista (biopolítica, hegemonía, identidad). 

Los primeros, como se sabe, pensaban y teorizaban la construcción del sujeto polítco (el proletariado) en base al concepto de clase -previa autoconsciencia de sus propios intereses-. Los segundos, herederos del postmodernismo, cuestionan dicha articulación por venir de un mar de diferentes vivencias capitalistas, poniendo en duda la representación uniforme de un tipo de proletariado. 

El primero enmarca al movimiento obrero dentro instrumento formal (el partido y el sindicato); el segundo, dificulta la representatividad debido a su heterogeneidad nacida bajo las nuevas formas de producción y reproducción neoliberales (nuevas fronteras entre vida y trabajo, empleo y desempleo, precariedad, etc.).  

Así estamos desde hace décadas, o desde que Foucault publicó “La estética de la existencia”.

    

EL TERCERO EN DISCORDIA

Cuando el dilema parecía llegar a un callejón sin salida (ni teórica ni práctica), surge en distintos lugares de Occidente la opción populista. Hija de esa rama de escuelas de pensamiento llamadas a la deconstrucción del marxismo, el populismo (de izquierdas) pareció plantear desde el principio el fin de los metarelatos -en este caso, el concepto de clase clásico- y ahondar, revolución lingüística mediante, en la famosa cuestión de la articulación entre la política y la realidad social moderna. 

A la tensión mencionada anteriormente el populismo lo puso como punto referencial al Estado, es decir, serían los estados nacionales los puentes para desencadenar esa contrahegemonía constituyente tan deseada. Así, lo que en la vieja izquierda era el partido y/o el sindicato, para el populismo de izquierda es el Estado el que canaliza y representa al “pueblo” hoy diverso, fragmentado. 

Las diversas experiencias latinoamericanas fueron el laboratorio de este modelo de politización moderna, habiendo llegado a aupar dentro de sus marcos institucionales variados y numerosos ejemplos. 

A pesar de haber conseguido enormes logros en esos territorios, los procesos, sin embargo, se vieron trastocados profundamente (incapacidad de los estados-nacionales de desligarse de los flujos financieros internacionales -neoextractivismo y commodities, deuda y políticas monetarias-; conflicto entre estatismo y globalización; política del lawfare perpetrado por las derechas locales en connivencia con EEUU, etc.). 

Con respecto a la articulación mediante el Estado de esa nueva masa trabajadora, los populismos progresistas tampoco lograron sortear la prueba. Nacionalista por naturaleza, su “teoría de la soberanía nacional” choca con sus sociedades y economías eminentemente globalizadas. De allí que su exacerbación nacionalista, como vemos en algunos casos europeos recientes, terminan rozando el terreno de la literatura más que el de la política situada.

EXPLORAR EL AZAR

Si miramos con atención, el problema que plantea la nueva composición social trabajadora en sus vertientes populistas o marxistas no sólo es una cuestión de articulación organizativa, sino también, y sobre todo, conceptual: la erosión de los dos ejes sobre los que estaban asentados la izquierda (la clase) y el populismo (la nación) es hoy patente. Surge, entonces, la pregunta: ¿Cómo pueden estas escuelas de pensamiento político destrabar este nudo gordiano cuando están, desde sus raíces teóricas, pensadas desde esos dos ejes?

 Esta pregunta nos empuja a pensar que quizás haya llegado el momento de articular nuestras militancias basándonos en otros ejes, sin abandonar aquellos que sirvieron antaño, pero sí formulando otros caminos, más adaptados a las complejidades de las nuevas sociedades actuales.

 El cinismo y el abroquelamiento no nos llevarán a ninguna parte, como se sabe. Quizás, es hora de comenzar a explorar este océano de incertidumbre teórica-práctica, reemplazando el derrotismo y la nostalgia por una entropía que no sólo niega el determinismo, sino que, desde la evolución y la transformación, potencia la creación de nuevos órdenes.     

 

Escrituras de lo éxtimo, lecturas de urgencia // Roque Farrán

Foucault distingue tecnologías de producción de objetos, tecnologías de producción de signos, tecnologías de dominación de los otros y tecnologías de sí. Sin dudas todas estas tecnologías, si bien diferentes en sus procedimientos y materiales, se encuentran entrelazadas. Lo que sostengo es que, aunque se encuentre la tecnología necesaria para inventar la vacuna, lo que necesitamos reponer urgentemente son las tecnologías del yo. Lo que muestra la proliferación de virus, de fakes, de locuras, de imbecilidades y violencias varias, es la dificultad ética, epistémica y política de constituir sujetos. No bastan las terapias individuales ni las cátedras a distancia, que serán cada vez más virtuales, ni mucho menos los cultos evangélicos o periodísticos cuyos sermones escuchan a diario nuestros estultos; necesitamos políticas decididas de formación que generen, brinden y distribuyan herramientas concretas de constitución de sí. No podemos dejar a los sujetos librados a su locura, a la angustia diaria que se disemina por todos lados. Leer, meditar, escribir, realizar pruebas y abstinencias como ejercicios prácticos de sí, es lo que tendríamos que estar difundiendo y generando en vez de seguir con este automatón mortífero de las actividades sin sentido, para cumplir estándares de un mundo que ya fue.

Una práctica fundamental de las tecnologías del yo es la escritura: nada de estetización de la violencia y el dolor, sino riguroso ejercicio de corte que apunta a la raíz de la estulticia. El sujeto no se constituye en ninguna interioridad vital sino en torno al vacío pulsional que lo conecta con un afuera insondable; no responde allí por amor al prójimo o simpatía personal, sino porque no le queda otra: se piensa por urgencia, se vuelve impersonal y singular a la vez, oscila entre el adentro y el afuera, que se vuelven indiscernibles; la verdadera vida surge de un contento de sí inextricable, sin culpa ni autocastigo, aún al borde de la inanición o la muerte. Ese modo de abordar las cosas da templanza y coraje, sin lamentaciones ni arrepentimientos. Solo podemos componer con otros verdaderamente si hemos llegado al fondo sin fondo de la superficie que nos constituye y hemos fabricado las herramientas necesarias que nos permiten plegar las fuerzas impersonales: conceptos. Si no llegamos a escribir con rigor e invención el concepto que nos transforme a nosotros mismos y preserve la vida, seguiremos farfullando agónicamente, demandando lo imposible en lugar de encarnarlo.

El psicoanálisis puede ser una práctica orientadora, en este sentido, pero no la única. La operación psicoanalítica produce una transposición de las prácticas habituales: desacopla y desanturaliza las duplas “decir/escuchar”, “leer/escribir”. Entonces al escuchar lee y al decir escribe. Transformar la escucha en lectura permite transponer el significado en significante, y transformar el decir en escritura permite cortar con la interpretación. El efecto continuado de estas transposiciones puede generar cierta extrañeza pero, en definitiva, lo que se produce es un alivianamiento de la carga del sentido gozado y la liberación de un plus de goce que nos devuelve un contento simple: el acto de decir o escuchar, de leer o escribir, sin correspondencias esperadas del Otro supuesto.

Yo mismo empecé a escribir en análisis. Recuerdo que le llevé mis notas a mi analista de aquél momento y ella por única devolución me sugirió, con cierta cautela, que fuese a ver a su antiguo maestro, quien también me recibió con atención y me invitó a participar de las reuniones de su pequeña escuela. Allí, él era la voz cantante y autorizada, no había mucha elaboración de conceptos o teorías, ni discusión de casos, etc. No fui más que un par de reuniones, pero decidí presentar esa carpeta de notas, efectos de lectura dispares, a un concurso de ensayos. Recuerdo la tierna devolución de Fernando Ulloa, que valoraba el escrito en su singularidad, aunque situaba una indecidibilidad radical entre sus inclinaciones, casi como evitando hasta última instancia la injusticia de alentar lo que representaba la competencia y la premiación del mérito. Un imposible, sin dudas.

Luego seguí escribiendo, cada vez más, hasta encontré un modo de financiar ese trabajo gratuito, a puro gasto: una beca. Tuve en ese momento la prefiguración de un deseo: escribir libros, y la fortuna de que esa insistencia del deseo encontrara su cauce. Los libros se multiplicaron y la formación, atravesando instituciones muy complicadas, tuvo sus efectos desiguales y combinados. El principal modo de atender y contactarme con otros pasa ahora, sin dudas, por la escritura. Es un modo de ir al hueso: allí donde se condensan todas las inhibiciones, síntomas y angustias. La escritura es el efecto precipitado de un decir y necesita su despliegue consecuente en escansiones lógicas, anticipaciones y retroacciones significativas que la van modulando, anudando, encontrado su cauce justo y haciendo cuerpo. Mi modo de leer y hacer devoluciones no pretende desentenderse del asunto ni delegar, tampoco se basa en la desautorización o descalificación desde un supuesto saber, y si bien la ternura no me sale mucho, trato de que el cuidado sea rigurosamente orientado por lo que aumenta la potencia de obrar y pensar, por el deseo irreductible que nos habita sin concesiones. Solo exijo el mismo trato y a veces tengo la suerte de hallar quienes publiquen lo que escribo. Necesitamos escribirnos y leernos.

Judith Butler es una filósofa que leo a menudo, la siento próxima y a veces cito. En su último libro ella comienza citando a un escritor argentino: Julio Cortázar, lo cual me parece un muy buen gesto de reconocimiento, como la cita de Foucault a Borges en el comienzo de Las palabras y las cosas. Los maestros, para mí, se encuentran en la letra y el uso, en el ejercicio material del pensamiento se dan cita y encuentran; no se citan por mera deferencia. No creo en el valor sagrado de la presencia ni tampoco en el automatismo de las clases a como dé lugar. No obstante, pareciera que hay una persistencia de realismo mágico, de fijación presencial, de idealismo o misticismo que asola estas pampas literarias, quizás demasiado reducidas al puerto y su mirada; obstáculo que impide escucharnos a distancia, citarnos entre nosotros, hacer uso, constituir escena de pensamiento. De ahí todo el circo literario que no se puede abrir a la captación material del tiempo, que no ejercita la inducción necesaria para salir de la estupidez pandémica. También nos preguntamos con Butler por qué hay vidas que merecen ser lloradas y otras no, pero lo sabemos demasiado bien, en cambio por qué hay obras que merecen ser citadas y otras no, resulta ya de una opacidad ladina, es el colmo de la ideología subordinada. El problema de la formación nos asola por todas partes.

Zizek propone como salida de la pandemia un “nuevo comunismo” y por eso ha sido criticado. No obstante, si seguimos su habitual estilo provocador, lo que tendríamos que promover más bien es un “nuevo individualismo”. Hasta ahora los neoliberales y libertarios se muestran tímidamente individualistas. En realidad, nos sorprende su capacidad obcecada de exponerse y militar colectivamente sus ridículas convicciones en relación a valores y fines sociales imaginarios. En realidad tendríamos que interpelarlos a que se ocupen de sí mismos, que asuman seriamente que la sociedad no existe y por eso tienen que cuidar de su familia y la gente más próxima de manera real y concreta. Solo así, abocándose cada quien al cuidado con rigor: quien trabaja en la sanidad curando, quien protege resguardando, quien administra regulando, quien gobierna redistribuyendo y organizando los recursos, quien no tiene recursos exigiéndolos, etc., solo así, según lo real del virus que orienta decididamente, la sociedad que no existe irá tomando la forma más adecuada. Las Madres y Abuelas nos han enseñado cómo se transforman en situaciones imposibles los aparatos ideológicos de Estado. Así que, mis queridos individualistas, ¡un paso más si queréis ser en verdad libertarios!

 

Roque Farrán, Córdoba 11 de julio de 2020.

 

 

EL POPULISMO: ¿UNA PARODIA DEL REVOLUCIONARIO DE ESTADO? // Raúl Cerdeiras

 

La economía política.

En la época del nacimiento del liberalismo, allá por el siglo XVIII, se ubica esta dupla que tendrá efectos decisivos en la historia moderna de la lucha de los pueblos por su emancipación e igualdad. Esta dupla asocia economía con política, es la economía política. Adam Smith puso las reglas del juego de la vinculación entre ambas que aún sigue hegemonizando a la vida política contemporánea.

Smith predicaba que la potestad del Estado debía detenerse frente a la economía. Aseguraba que la economía era el límite infranqueable para la política del Soberano. Para él no podía haber ningún conocimiento riguroso de la economía que luego permitiera diseñar planes o proyectos para manejarla desde el poder. Esa planificación había que dejarla que la realice su famosa “mano invisible”: el mercado.

Alrededor de un siglo después Marx escribió El Capital, obra que lleva el subtítulo: Crítica de la economía política. En la filosofía alemana de fines del siglo XVIII, dominada por lo que se llamó el “Idealismo alemán” (Kant, Hegel, Fichte, Schelling, etc.) se acuñó el término “crítica” con el significado de “limite”. Criticar significaba (y pese al paso del tiempo hoy también) ponerle un límite a aquello que se “criticaba”. La obra más conocida de Kant se titula Crítica de la Razón pura, y es un tratado por el cual se intenta ponerle “límites” a la pura Razón, cuestionar su pretensión de no aceptar condicionantes para desplegar su poderío.

La crítica de Marx está dirigida precisamente a ponerle límites a la economía para que esta se baje del pedestal por el cual se consideraba soberana y capaz de escapar al imperio del Estado político. De esta manera queda instalada una tensión entre la economía y la política, que bajo circunstancias y mundos brutalmente disímiles, siempre anduvo merodeando en la historia de la política, incluso cuando no opera con los mismos nombres que ahora.

La figura política de “El revolucionario de Estado”.

Dentro de su mirada, que comparto, Alain Badiou en su libro Lógica de los mundos (el ser y el acontecimiento 2) (Ed. Manantial, Buenos Aires, 2008. Todas las citas de Badiou son de esa obra) describe la invariante que sostiene a una figura política que designa como “el revolucionario de Estado”. Sostiene que se encuentran momentos políticos en donde se pueden encontrar estos rasgos invariantes que componen al revolucionario de Estado desde el año 81 a.C. en china, en un texto famoso: La disputa sobre la sal y el hierro, en la que polemizan, ante el emperador Tchao, los letrados conservadores partidarios de Confucio y el Gran Secretario (legista). Para tener una idea de esa polémica cito  del libro de Badiou lo siguiente: “Los letrados confucianos defienden el ciclo inmutable de la producción campesina y se oponen a todas las novedades artesanales y comerciales. Sostienen que todo marcha bien cuando ‘el pueblo se consagra cuerpo y alma a los trabajos agrícolas’. A lo cual el Gran Secretario opone un vibrante elogio de la circulación comercial, una confianza completa en el devenir multiforme de los intercambios” (Pág. 41).

Badiou dice que la figura del revolucionario de Estado surge cuando se aborda el Estado para ponerlo al servicio de una gestión política. Esta figura implica inyectar  una voluntad política al Estado para que este no se someta a la legalidad económica. Pero no basta con esta voluntad. Hay que articularla con una lucha por la igualdad, una confianza en el pueblo y el terror. Voluntad, igualdad, confianza y terror. Afirma Badiou: “De donde resulta que esta articulación es una idea invariante que concierne al problema del Estado. Esta Idea expone la subordinación del Estado a la política (visión ‘revolucionaria’ en sentido amplio). Combate el principio gestionario, que subordina la política a las leyes estatales de la realidad, o sea la visión pasiva, o conservadora, de las decisiones del Estado” (pág. 39).

Debe quedar claro que el revolucionario de Estado no es una circunstancia aislada, conforma una complejidad que ensambla una voluntad política (que es una dimensión subjetiva) una lucha contra las desigualdades, la confianza en el pueblo y el terror. Cuando falta alguna de esas circunstancias el cuadro se descompensa y la figura se descompone. Esta invariante puede sintetizarse así: “una gestión realmente política del Estado somete las leyes económicas a las representaciones voluntarias, lucha por la igualdad y combina, en dirección de la gente, la confianza y el terror” (Badiou, pág.38)

Mao contra Stalin.

Parece ser que la invariante de esta política (el revolucionario de Estado) reaparece a mediados de los años 50 al 70 del siglo pasado en el corazón mismo del proyecto comunista en la crítica que Mao le hace a Stalin. Entonces vemos cómo más de dos mil años después y en circunstancias históricas radicalmente dispares, encontramos las articulaciones internas que tensan a toda política que pretende desde el Estado domesticar al Estado y revolucionar a la sociedad. Robespierre, Thomas Münzer, y otros tantos, se pueden encontrar a lo largo de estos dos mil años. Pero instalémonos en nuestro tiempo.

Mao va a criticar lo que Stalin escribió en su libro Problemas económicos del socialismo en la URSS. Desde 1953 hasta comienzos de los 70, el centro de sus objeciones es que a Stalin solo se interesa por la economía, “sólo quiere la técnica y los cuadros”, habla siempre del “conocimiento de las leyes” pero nunca dice “cómo volverse amo de esas leyes”, ni tampoco pone “suficientemente en evidencia el activismo subjetivo del Partido y de las masas”. También le reprocha que “el Estado ejerza un control asfixiante sobre los campesinos” y que “su error fundamental se origina en que él [Stalin] no tenía confianza en el campesinado”. Finalmente Mao termina diciendo: “Todo esto toca a la superestructura, es decir a la ideología. Stalin habla únicamente de economía; no aborda la política”.

Finalmente sabemos cómo termino esta lucha. La revolución Cultural fue derrotada y China pasa a ser una potencia económica capitalista. Da toda la sensación que esta lucha entre economía y política de Estado termina, aún en el seno del proyecto político comunista cuyo nervio central era acabar con la economía capitalista, dándole la razón a Robespierre cuando en la Convención del 9 Termidor exclama: “¡La República está perdida! Los bandidos triunfan”.

La dictadura de la economía.

Así parece y así es, Adam Smith ha ganado la pulseada. Sin duda que el intento más profundo (el proyecto comunista) para torcer esta  historia fracasó. Y ese fracaso tiene, desafortunadamente, una sola palabra, una sola voz que lo interpretó, y es la del discurso político del mundo capitalista hoy reinante de manera absoluta. Como todo triunfador “esconde” la verdad de lo que pasó y fortifica su reinado con una sentencia que dice que ese fracaso significó “el triunfo de la democracia sobre la dictadura terrorista de los Estados socialistas”. Lo que hoy se hace y se dice bajo el paraguas de la palabra “política”, no es otra cosa que el hijo de esa sentencia bastarda. Por lo que el lector atento podrá inferir que nuestra actual existencia social está desprovista de política real, capaz de romper los lazos de dominación, y que pensar y actuar para re-inventarla  es quizás la tarea más urgente para todos aquellos que quieren cambiar este mundo invivible.

El triunfo del liberalismo significa en nuestra época que la economía, que en un principio se presentaba como un límite al poder político del Estado (Adams Smith), ahora ha tomado el mando del poder. Es la dictadura del capital. La política es la gestión estatal de la economía realmente existente. Paradójicamente retrocedemos a 1848 en donde Marx, antes de sufrir su propia derrota, decía en el Manifiesto Comunista: “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. Por eso lo que hoy se llama “hacer política” parece dividida en dos bandos que se hermanan para no hacer otra cosa que turnarse en la función de que nada cambie en serio y siga mandando el neoliberalismo.

Una buena parte ha “aceptado” su impotencia para imponerse sobre la economía y en un acto de sinceramiento dicen las cosas por su nombre: abandonan la “política”, se subordinan a las corporaciones y se dedican a gestionar. Son los “conservadores”. La otra,  intenta mantener a la política en esa cueva que es el Estado para insistir en el intento de limitar a la economía, tarea que hemos visto que ha sido imposible, pero que les sirve de pantalla para disimular su impotencia.

Ante este panorama las divisiones fuertes de la política que atravesaron desde 1848 (en el plano ideológico) y desde 1917 hasta la derrota de la revolución Cultural de Mao, (en el plano de la lucha real), quedaron sin sustento. Una de las principales divisiones de antaño rezaba: política revolucionaria versus reformismo. Y no solo se la enunciaba sino que había un caudal de pensamientos y prácticas que la respaldaba y creaban un lazo político real entre los pueblos para ubicarse de un lado o del otro. Hoy, al existir un solo orden eficaz y ninguna política real que lo interpele o amenace, el espacio de la “oposición” al sistema quedó vacante para que sea ocupado por una serie de híbridos políticos. Por ejemplo: el viejo marxista-leninista de antaño, se convierte en un “extremista de centro”; la ideología de los derechos humanos dan forma al “humanismo político”; el cuidado de la naturaleza ante su devastación, promueve la “eco-política”; el movimiento feminista por la igualdad de géneros en su lucha contra el patriarcado, instala la correspondencia entre “feminismo=anti-capitalismo”; y si el lugar está vacante, ¿por qué la Iglesia con su Papa no se va a animar a tirar dardos contra el agobiante neoliberalismo?; el lector astuto podrá seguir la lista, pero ahora quiero ocuparme del “populismo”, otro nombre que vino a ocupar ese lugar.

¿Perón fue un “revolucionario de Estado”?

La figura de Perón es muy fuerte por lo cual el análisis del peronismo no puede desligarse de la palabra y la acción de su líder indiscutible, casi absoluto. A primera vista hay una cierta correspondencia entre las notas que destacan al revolucionario de Estado con el peronismo. Veamos, a) la voluntad política desde el Estado de someter a las leyes económicas. Pensemos en la independencia económica. b) Lucha por la igualdad. Pensemos en la justicia social. c) Confianza en la gente, en el pueblo. Pensemos en “siempre haré lo que el pueblo quiera” d) El terror. Pensemos en “por cada uno de nosotros caerán 5 de los de ellos” y el mote de “tirano depuesto” luego de su derrocamiento. Desarrollemos estos cuatro rasgos.

En la economía, desde el Estado se realizaron intervenciones reales y efectivas para limitar la presencia de poderosos intereses económicos nacionales y extranjeros; se desarrollaron los núcleos de una industria basada en el mercado interno, y se limitaron las ganancias de la tradicional oligarquía. Este empeño empieza a declinar en la década del 50. Desde la guerra de Corea en 1950 Perón pasó a ser un aliado estratégico de los EE.UU en la lucha contra el comunismo, y su entrevista con Milton Eisenhower (hermano del presidente Americano), junto con la sanción de la ley de inversiones extranjeras n° 14.222 destinada a alentar el desarrollo industrial y minero del país, marcan el final de su apreciable intervención en la “legalidad de la economía”.

En la lucha por la igualdad,  el peronismo tuvo una posición consecuente en lo que hace al socorro de los humildes y sus derechos, buscando siempre lo más que se pueda establecer un principio mínimo y elemental de justicia social. Si bien es cierto que este empeño se llevó adelante al precio de convertir a los empobrecidos en un pueblo-víctima,  impotente para desplegar su propio futuro si no era bajo la acción y protección del Estado.

La confianza en la gente, casi siempre fue retórica. En el discurso, Perón siempre se “sometió” hasta el final de su vida a “la música más maravillosa que se puede escuchar”, la voz del pueblo. Pero su política real no fue precisamente de confianza al pueblo, de liberar su creatividad, sino la de propiciar un estricto control,  sobre todo en el sector más sensible, el proletariado que nacía a la sombra de su política económica. Armó una estructura sindical vertical y absolutamente servil al aparato del Estado que anulaba toda posibilidad de una intervención popular activa y autónoma.

El terror (articulado en dirección a la gente), finalmente esta cuarta característica, fue muy precaria y la mayoría de las veces se desplegó en cuestiones secundarias o con fines propagandísticos. Cuando la situación política se tensó y llegó el bombardeo de la Plaza de Mayo en junio de 1955,  Perón desoyó las sugerencias del sector más radicalizado del peronismo  (John William Cook) de armar a la gente y contraatacar con la misma virulencia que lo hacía la oligarquía. Prefirió su célebre consejo a los trabajadores: “de casa al trabajo y del trabajo a casa” y luego, el 16 de setiembre de 1955, negociar la rendición y su exilio en una cañonera.

La conclusión que podemos extraer de la experiencia del peronismo visto en su conjunto y analizada desde la perspectiva de la figura política del revolucionario de Estado, cuyo núcleo es, lo recordamos: sostener una política que pretende imponerle al Estado una capacidad de transformar la realidad desde el interior mismo del Estado, es que no pasa de ser un buen simulacro que se apoya en algunas realizaciones efectivas y un discurso engañoso.

La composición política del populismo.

Sin embargo, el carácter de “simulacro” de revolucionario de Estado con el que me permití calificar al peronismo, creo que permite entender las notas comunes, más o menos compartidas, de las  fuerzas que hoy se quieren ubicar en el rol de ser la nueva alternativa política en la lucha contra el neoliberalismo, una vez que, como afirman, el viejo ciclo del marxismo-leninismo está ya agotado. El populismo se presenta como la “nueva izquierda”.

Si analizamos las posiciones políticas que rodean a los gobiernos llamados populistas o “progresistas” que reinaron en América Latina desde el año 2000 en adelante, creo que todas entran por algún costado en el cuadro de la figura del simulacro de revolucionario de Estado. Ahora bien, el presidente Alberto Fernández hace un par de días dijo que para cambiar el mundo él se encuentra muy solo, acompañado únicamente por López Obrador (¡sí, leyó bien!) ya que no cuenta con la decena de presidentes que gobernaron los Estados de sus respectivos países en la década y media de la era dorada del populismo latinoamericano. Esta invocación a los gobernantes y no a los pueblos, parece una confirmación de que el populismo por fuera del Estado, no tiene ningún sustento político real para  “cambiar el mundo”. Más aún, el Kitchnerismo por medio de sus voceros más lucidos, y el propio Néstor, han declarado expresamente que consideran que la política es la capacidad de limitar desde el Estado los desmadres e injusticias de la  economía neoliberal. Rematando esto, por si queda alguna duda, presentándose como los portadores de “la vuelta de la política”.

Al no poder formar una identidad política propia, paradójicamente el populismo se mueve en el interior de dos fracasos. Se alimenta de dos fracasos. El primero de esos fracasos es la monumental experiencia del comunismo en el siglo pasado. Ya dijimos que el balance de su desfondamiento había sido realizado únicamente por los victoriosos reaccionarios y que era indispensable construir una revisión desde el campo de las fuerzas emancipativas. Imposible hacer esa tarea en el marco de este trabajo. Pero podemos presentar algunas conclusiones centrales.

El marxismo-leninismo, que es la forma política real que asumió el proyecto comunista, no logró desatar al pensamiento y la acción política de su anudamiento a la función de representar  al movimiento social (en aquel momento estaba compuesto fundamentalmente por el proletariado) por medio de una organización, que asumió la forma de partido (el sujeto activo del proceso) para articularlo con el Estado, que se suponía que era el lugar en donde se alojaba el poder. En consecuencia, tomar el poder del Estado debía ser el objetivo central de toda lucha revolucionaria para luego desde ahí transformar la sociedad y alumbrar una nueva ( “socialista” primero y luego el comunista). Logrado ese objetivo el Estado como tal se extinguiría dejando de lado su función esencial  que es eminentemente represiva (dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado, según quien lo ocupe) para transformarse en un simple organismo de administración de las cosas.

El balance que hacemos de esa experiencia nos permite concluir lo siguiente: el marxismo-leninismo encalla al pretender representar al pueblo y suponer que el Estado detentaba el poder y que para tenerlo era necesario ocuparlo. Se pensaba que el Estado era esencialmente un lugar político y por lo tanto  capaz de cambiar a la sociedad y por eso se termina fusionando el partido -es decir el sujeto- con el Estado. Este desastre provoca la necesidad de reexaminar este pensamiento que el marxismo-leninismo tenía acerca de la política. Esa revisión, que algunos venimos proponiendo desde hace algunos años, propone nuevas afirmaciones políticas que pueden (circunscriptas al punto específico que estamos tratando) sintetizarse así: a) el pueblo se presenta, no se re-presenta, y se organiza bajo formas que no son apéndices del Estado, como lo son los partidos; b) el Estado es una estructura destinada a garantizar el orden existente, es inútil forzarlo a que subvierta una situación de la que él es su Estado; c) el poder político real reside en el pueblo organizado, no en el Estado; d) la política debe practicarse a distancia del Estado, lo que no quiere decir subestimarlo o no tratar con él, todo lo contrario, significa que en las luchas reales se debe medir la real capacidad que tiene para reaccionar y dominar a los procesos emancipadores y jamás someterse a las reglas con las que intenta subordinarla.

Si la revolución comunista (y los movimientos de liberación del Tercer Mundo) con la fuerza que llegaron a acumular sucumbieron al entramado de la representación-partido-Estado, ¿qué podemos esperar de las estrategias populistas? Estrategias que, para colmo, debe someterse de entrada a la imposición del Estado neoliberal de jurar  respetar la democracia y luchar contra las dictaduras, cumpliendo el mandato que rigen las reglas del juego político establecido por los dueños del mundo.

El populismo no realizó ninguna tarea de revisión crítica o balance del período Lenin-Stalin-Mao que tenga entidad y autonomía respecto a la condena universal decretada por la ideología reaccionaria. Al no haberlo hecho se encadena a ese fracaso. Esto se hace muy evidente si recordamos el núcleo central de la figura política del revolucionario de Estado: ligar la política al Estado en la creencia que una voluntad política sería capaz de poner al Estado al servicio de cambiar el mundo. Quizás los entusiasme que a la derecha hegemónica no le gusta el “revolucionario de Estado” aunque esté tan licuado como hoy lo presenta el populismo, ya que “confianza en la gente”, o “lucha por la igualdad”, o “voluntad política de cambio”, son suficientes para incomodar su reinado. También los debe “animar” que la oligarquía utilice siempre su arma favorita para acusarlos de autoritarios y totalitarios, y deban salir a la palestra proclamando al mundo que son los defensores a ultranza de la  democracia, lo que los enreda en una lucha ridícula entre ambos bandos para ver quién es más totalitario-autoritario que el otro. Es el triunfo a nivel mundial de la política reaccionaria  post Muro de Berlín.

El otro fracaso del que se alimenta el populismo, es más práctico y directo. Después de la cantidad de años que haya logrado gobernar en cada país, el efecto que produce es el rebrote, más encarnizado aún, de los gobiernos  neoliberales de derecha. Incluso cuando son destituidos por la fuerza, como en Bolivia, pese a los éxitos que exhibía en su gestión, el propio Evo Morales reconoció que siendo algo esperable fueron impotentes para construir una capacidad política-popular capaz de evitar el golpe. Se va perfilando una secuencia de alternancia política que se puede describir así: destrucción (política neoliberal) / reconstrucción (populismo), luego nuevamente destrucción/reconstrucción… y así de seguido. Puede ser que esta dupla ocupe el lugar que años atrás ocupaba el par, gastado también, derecha/izquierda, o conservadores/reformistas, etc.

La verdadera mano invisible.

No podemos seguir tolerando que Adam Smith se regocije con su triunfo. Él puso el principio rector: ningún Estado podrá transformar la realidad económica que se estructura y se rige por “la mano invisible”. En la lucha contra esa sentencia se alzó el proyecto del comunismo. Este proyecto tuvo un primer momento, durante el siglo XIX, que fue el alzamiento directo de los pueblos enfrentándose cara a cara con el Estado burgués, en las barricadas de Europa, sin mediaciones, organización ni programa. Podemos arriesgar que el fracaso y tragedia de la Comuna de París en 1871, es el cierre de ese ciclo,  la etapa directa o espontánea del comunismo. Viene un nuevo ciclo, el marxismo-leninismo, que como ya lo hemos dicho, el pueblo es representado en un partido que lo conduce a tomar el Estado para transformar la sociedad. Es la etapa estatal del comunismo. Finalmente, después del fracaso de esta segunda etapa se presentan, como ya lo dijimos, varios postulantes para ocupar ese espacio (luchar contra el capitalismo global) instalándose en los últimos años con mucha  fuerza ese simulacro de “revolucionario de Estado” que es el populismo.

Pero quizás llegó el momento de hacer visible a la mano invisible. Lo que realmente hace invisible la economía no es al “mercado”, es al Estado en su función esencial de ser el garante final de toda estructura económico-social. En la victoria del liberalismo -es decir, en nuestros fracasos- tenemos que ver una oportunidad única en la historia para poder abordar la naturaleza real del Estado y su relación con la política. El Estado es una superestructura necesaria de toda estructura social para que esta funcione. El Estado es siempre el Estado de una situación (Badiou). El estado tiene una autonomía real respecto de aquello de lo que es el Estado. También es portador de una potencia no acotada de su poder, siempre flotante. El poder real de un Estado es siempre una incógnita para cualquier proyecto político emancipador. Pero es imposible desde el Estado pretender doblegar su sustancia constitutiva: garante absoluto de la situación de la que es el Estado.

¿Por qué entonces el liberalismo se empeña en que el Estado se ausente o desaparezca? Para esa pregunta hay una respuesta estratégica: porque el capitalismo es una lucha interna y despiadada entre los diversos segmentos que lo componen (comerciales, financieros, productivos etc.) de tal manera que los grupos dominantes buscan que sus conflictos internos se diriman por las reglas  de la pura economía, impidiendo  que el Estado, por su acción jurídica reguladora, no favorezca a sectores económicos más débiles y viceversa. Pero es falso que el liberalismo rechace la intervención del Estado. Las dos guerras mundiales, la crisis del 30, el keynesianismo, la crisis del 2008 (Lehman Brothers), etc.,  incluso ahora por efecto del Covid-19, el capitalismo es una máquina de apoyarse en el Estado para que cumpla con su función esencial: salvarlo. Circunstancia por la cual a todos los que pregonan todos los días a favor de la presencia del Estado, me gusta llamarlos “los médicos de cabecera del capitalismo”.

La verdadera mano invisible del capitalismo en cuanto a la regulación de su dispositivo económico será el mercado. Pero en términos políticos la mano invisible del sistema capitalista está alojada en su Estado, que le permite, sin que nadie lo note, que él sea el que realmente toma a cualquier política que se aloje en su seno para cambiar realmente al orden social.

El Estado podrá intervenir cuantas veces sea necesario en el plano de la economía pero lo invisible de esa intervención es su objetivo. Lo hace para cumplir su mandato de asegurar el funcionamiento de la compleja y contradictoria estructura económico-social. Quizás esto ayude a entender la naturaleza del terror en su dimensión política, es decir, en su propósito de cambiar el mundo (Robespierre)  y no de defenderlo como sea (Videla). Cuando se trata de esto último el terror es la pura y simple violencia del Estado desatada sin límites para aniquilar todo intento de cambio. Pero en su dimensión política el terror puede llegar cuando una política  quiere forzar al extremo al Estado para que se ponga al servicio de la transformación radical de un orden que él, sin embargo, está destinado a conservar. Como vimos, en el revolucionario de Estado aparece el terror como un componente necesario de esa figura, ligado a la confianza en el pueblo y lucha por la igualdad .

Apuesta.

La pandemia que azota al planeta está desajustando objetivamente al entramado neoliberal, ya de por sí inestable, del mundo, de cada región, y de cada país. Se abre un futuro de tensiones agudas. En medio de esta realidad hace más de 20 años que convivimos con chisporroteos dispersos, esfuerzos aislados, zonas confusas, luchas atomizadas en diferencias que terminan encerrándose sobre sí mismas, proliferación de relatos desconectados, y explosiones de protestas que delatan que esta existencia humana que organiza el capitalismo es ya insoportable. Mi idea es que no se ha consolidado, desde el derrumbe de la experiencia comunista, ninguna nueva política que empiece a tejer mínimamente toda esta multiplicidad de estallidos por medio de un nuevo discurso político igualitario y emancipador. Un discurso que empiece a darle cuerpo a un nuevo lazo político que atraviese toda la diversidad de las luchas. Para atravesarlas, no para unificarlas por arriba, representarlas en un partido y encaminarse otra vez a sentarse en el trono del Estado.

Toda gran política, si es realmente revolucionaria, de alguna manera parte en dos al mundo político y social en donde nace. La historia abunda en ejemplos. Hoy no basta con gritar un ¡ya basta! a la existencia salvaje del capitalismo neoliberal, si ese ¡ya basta! no va dirigido también, y principalmente, a la trama de políticas existentes que han demostrado que su ciclo está acabado y su impotencia,  cuando no su complicidad , sale a la superficie cuando se trata de enfrentar a este tremendo enemigo. Esta idea impulsa el trabajo que el lector está terminando de leer.

Hay mucha militancia y voluntad política desparramada por todos lados y especialmente en los movimientos que caen dentro de lo que creo que se enmarca el populismo. Pero si se trata de inventar nuevos caminos políticos y de tomar decisiones fuertes vamos a enfrentarnos a una disyuntiva: o el populismo  es el mejor camino para seguir avanzando gradualmente hacia un futuro que potencie nuestra capacidad de subvertir la política y abrir otra historia o, por el contrario, es un obstáculo que hay que remover para poder avanzar. Pienso que es un obstáculo. Pero también pienso que cobija una militancia popular capaz de removerlo desde adentro.

Quizás este sea un momento importante para empezar a pensar-hacer los primeros pasos para ver si podemos  volver a dividir el mundo de la política en dos, y de paso abolir a esta parodia de grieta que nos entretiene todos los días y quiere instalarse como el eje de nuestra realidad política. Empezar a separar la política del Estado, es decir, cuestionar la vieja tradición que define al Estado como una entidad política. ¿Cuál es el nuevo significado que puede tomar una política igualitaria y emancipadora cuando se construye a distancia del Estado? (reitero: no para desconocerlo sino para abrir el espacio necesario para inventar otra experiencia política). En esta cuestión puntual no puedo dejar de mencionar al Zapatismo que a su manera declaró hace 26 años que sus luchas no apuntaban para nada a tomar el Estado. Sigue teniendo un gran valor esa declaración sostenida consecuentemente. Sin embargo creo que han fundido y confundido a la política con el Estado, y al abandonar a este han abandonado a la política misma. La palabra “política” para ellos es sinónimo de Estado. En su lugar promueven la absoluta autonomía de grupos diferentes con luchas e identidades propias. Eso impide que se cree y circule entre todos, mínimamente, un nuevo discurso político porque sería visto como un intento de dominar sus autonomías por una universalidad que viene desde “arriba” sospechando que es el retorno bajo otra forma de la dupla Estado-política.  Desde abajo, hacia la izquierda y horizontalidad son tres figuras  muy escasas para sostener una experiencia política nueva.  Empero, con ese tridente al que le agregan  un discurso basado casi exclusivamente en pregonar lo que no quieren, han abierto experiencias y caminos nuevos.

La otra columna de la vieja política que hay que cuestionar es la representación y la forma que asumirá la organización colectiva, el cuerpo real, de esta nueva invención política. La antigua forma, el partido, tenía la función esencial de representar al movimiento social para ligarlo al Estado, apoderarse de él y ejercer el poder. Pero ahora, si apostamos a que los pueblos se presentan la forma en que auto-organizan su acción estará orientada a construir su propio poder. Esta nueva organización política podrá articular de mil maneras, según las circunstancias, su vínculo con el Estado, pero jamás ocuparlo para confundirse con él.

Que los tiempos convulsionados que nos esperan no nos sorprendan atrapados en la impotencia de las viejas políticas. Abramos la discusión y revisemos en profundidad sus presupuestos, su organización, y sus fracasos. Desde las luchas reales en que cada cual está comprometido,  empecemos a arriesgar y experimentar nuevas ideas políticas, que ya no se reducirán a simples  programas de gobierno.

Raúl Cerdeiras,  10-09-20.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

No somos islas // Carolina Wajnerman

Ante cuarentena, 

cuarenta antenas

la tarde anda lenta,

la noche a veces pesa.

(08/06/20). 

Desde que empezó el aislamiento social obligatorio trabajo en la guardia de un hospital, además de la sala de salud donde venía trabajando antes del aislamiento. Y escribo mucho. Voy recorriendo mis escritos en este período, como antenas buscando una señal.

Cuando escribo le doy batalla a la narrativa de la infección. Cuido que no toque mis poros, mis agujeros, mis órganos. No soy infómana, pero el relato infectante se cuela. Igual puedo decir que hay resistencia viva, cuando la afección se hace visible y no se aparta de lo esencial: la afectividad. Ella es mucho más poderosa que la estadística, la detección y las masividades. 

Hoy, en mi trabajo, encontré situaciones que me mostraron algo que ya venía percibiendo: un malestar que no tiene que ver solamente con la situación, que de por sí es difícil, sino especialmente con las interpretaciones y creencias que se fueron generando en relación a la situación. Y voy un poco más allá del rol de los medios masivos de comunicación y redes sociales, que tienen gran parte. Respecto a estas últimas, hoy recibí por whatsapp algo que simboliza lo que venía escuchando en quienes acompaño: un video en el que aparecía un monstruo de tamaño king kong, redondo, pinchudo, con cara de malo, que tenía cubiertos en la mano y se iba comiendo gente por las calles de una ciudad. Las personas corrían y se escondían en la casa, y el monstruo se ponía triste porque entonces no podía comer. Entiendo el mensaje, pero ¿con qué costos y efectos, buscamos influir en el comportamiento de otros? (22/04/20).

Quizás poco a poco podamos comenzar a percibir con mayor atención, aún transitando los (d)efectos de una comunicación de la distancia, bocas con barbijos y ojos irritados de pantalla. 

El consultorio 4 sigue siendo un espacio por descubrir. Los objetos se resisten al tiempo que nos cambia la mirada. Pero vuelvo a mirar el cartel que pegamos en enero: «Más razones para limitar el uso de pantallas». El cartel de al lado, contiene las fechas de reuniones de acompañamiento a familias que no están siendo (10/06/20). 

Me pregunto por qué tengo la necesidad de afirmar que no somos islas. Parece absurdo reivindicar cercanías. Algo de lo desorganizado del pensamiento es inevitable, y también necesario.

Entre barbijo y barbijo, le pido a este mate no compartido que me escuche. Él tampoco se quedó en casa. La bombilla me tira unas curvas, así no se achatan las preguntas (10/06/20).

Cuando toca acompañar y escuchar los bordes filosos de lo urbano, hay que estar con quienes gimen, gritan, abren la garganta, cantan con la sensación de que nunca se alcanza a lo suficiente. 

Un abrazo

se busca

en las casas

que la salud

nos valga

sin pena

ya queda

cada vez

menos distancia.

(09/06/20)

De a poco, me doy cuenta. Aunque me hace ruido la palabra aislamiento, no somos islas. 

Mucho después de todos los hisopados, aún quizá no se descubra por qué hay barrios en los que todo está unido. Hay sitios en que por razones obvias pero misteriosas, lo que les pasa a los fideos depende de los llamados, de las cucharas, de los médicos, de unas manos, de biromes, de corazones, del sol. (06/05/20) 

Hay algo de ser y sentirse islas en las ciudades amontonadas que no se apapachan, ni se amuchan, ni se avecinan. Se quiere salud sin saludarse. Pero aún las islas urbanas, se producen dentro de, con la naturaleza y las otras personas que nos rodean. De todos modos, hay barrios en los que todo está unido, por razones obvias y misteriosas: no creer posible la vida dentro de islas.

No me olvides. Esquirlas del miedo #6 // Marcelo Percia

Aquí las otras partes: PARTE 1PARTE 2PARTE 3 , PARTE 4, PARTE 5

No se trata de aforismos ni de sentencias, tampoco proverbios de la peste. Insisten las esquirlas como contundencias heridas, certezas perplejas. Más anonadadas que reflexivas. Restos de las noches y los días. Meditaciones que casi no meditan, que apenas posan una mano en la frente de sensibilidades fatigadas. A veces, pensar -más allá de goces y espantos del vivir- se impone como responsabilidad.

 

Congojas no personales arrastran los pies de los días. Eso que se nombra como incertidumbre no se presenta, hoy, como falta de certezas: sobrevuela como percepción de un mañana desganado. Certidumbres se presentan como casilleros previstos por las normalidades. No interesan ahora esos paneles de futuros destinados, importa tentar de ganas al porvenir.

 

Sujeciones engendran soberanías alucinadas, ficciones de libertad, autonomías ensoñadas. Así lo relata Kafka (1924): “El animal arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para volverse amo. No se da cuenta de que solo se trata de una fantasía creada por un nuevo nudo en la correa”.

No se trata de un Amo interiorizado ni de auto explotación, sino del placer que da el poder que se siente al dominar y al destruir, aunque se trate del único cuerpo sobre que se pueda reinar.

 

Urgencias sanitarias necesitan acompañar el morir. Requieren ternuras que sepan, en ese momento, a quiénes llamar para que llegue una voz o una imagen querida cuando no se puede abrazar o acariciar estando ahí. Despedidas piden un tiempo: el que solo se da, muchas veces sin hablar.

 

Agitan el terror al aislamiento mientras repiten la imagen desaforada de desahogos que corren alrededor de un lago. Contingentes aturdidos escapan trotando hacia lo que temen. Estampidas de confusión relucen muecas de libertad. El aislamiento que más daña se llama individualismo.

Carla Vizzotti, voz pacificadora del Ministerio de Salud, dijo entre otras cosas: «Es difícil para alguien a quien nosotros le decimos que todavía no puede salir a hacer una changa, ver gente corriendo en Palermo».

 

Se aplazan deseos para no morir ni propagar la enfermedad. Se contienen caricias y abrazos del amor, eróticas de los contactos, sentimientos que se rozan, para poder sobrevivir. Pero, ¿por cuánto tiempo más?

Subsistencias sin casas, sin dineros, sin cuidados, llevan decenas de años haciéndose esta pregunta.

 

Sufrimientos sobrellevan dolores que no saben o que no tienen con quién hablar. Cuando se repliegan callados, llega un momento en el que no pueden “distinguir dichas de quebrantos”.

Escribe Alejandra Pizarnik (1968) en “Extracción de la piedra de locura”: “De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque”.

 

Estrecheces de los aislamientos magnifican tristezas de lo triste, dolores de lo que duele, distancias de lo distante.

 

Sartre veía en las filas, para subir a un colectivo, series de figuras indiferentes. Hileras anónimas de existencias insignificantes. Sin embargo, en las colas de barbijos a metro y medio, de repente, estallan conversaciones que cuentan que el dinero no alcanza, que se extraña a una hija, que el sol abriga, que un doctor de la televisión dijo no me acuerdo qué cosa.

 

Si nos permitimos glosar un pasaje de Hamlet, volveríamos a decir que hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueñan nuestras psicologías. Necesitamos aprender a acompañar lo inescrutable, a pacificar lo incomprensible.

 

Acciones de cuidar, obsequiar el presente, acompañar despedidas, necesitan despojarse de apoltronados lujos pesimistas e inútiles omnipotencias heridas.

Lo que no se cura, no se remedia, no se sana, necesita tiempos que, a veces, se dan en un común silencio o en la sola mirada.

 

Asaltan desasosiegos cuando después de hablar, ante no se sabe bien quiénes, se apaga la cámara, el audio, la ilusión de contacto. Sobreviene un páramo en el que solo se escuchan ruidos monótonos de una casa. Sin corporeidades que vibran, las palabras se quedan rumiando desecadas.

 

Esta normalidad planetaria no va más. Aunque la restituyan como si no estuviera pasando nada. Habrá que volver a decir que no va más.

Sensibilidades envejecidas con el psicoanálisis albergamos una fe inconfesable. Cuando nos enteramos que alguien se enferma, preguntamos -sin que se note- si se analizaba. Confiamos en la fuerza inmunológica de un estar que se da a la palabra, al silencio, al por fin “andar sin pensamientos”.

 

Las Naciones Unidas afirman que una nueva enfermedad infecciosa sobreviene cada cuatro meses. Esta pandemia no será la última ni la peor. Se conocen virus que matan más, pero que se transmiten menos. ¿Qué pasará cuando combinen facilidad de transmisión y feroz mortandad?

 

Se dice el miedo no es zonzo para recordar que detecta y señala peligros. Pero cuando esos peligros no se pueden pensar ni contener, los miedos se tornan fanáticos. Certeros se movilizan detrás de poderes que prometen seguridad y desmienten lo insoportable: la común vulnerabilidad.

 

En casi todo el planeta se advierten economías de cuidados uniformes.

Imperativos de género (sin contar crudas violencias y explotaciones) imponen patrones que incitan a las mujeres a desvivirse cuidando.

 

El problema no reside en la vulnerabilidad sino en los individualismos y en los agrupamientos que actúan omnipotencias. Una común vulnerabilidad, que no se niega ni desmiente, levanta defensas. Desdramatiza lo irremediable entre cercanías que frotan deseos.

 

Necesitamos ideas que nos ayuden a vivir, aunque la vida no necesite de nuestras ideas.

Escribe Faulkner (1939) en Las Palmeras Salvajes: “No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne, no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejaría de ser, la mitad de la memoria dejaría de ser y si yo dejaría de ser, todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena”.

En El ser y la nada, Sartre (1943) escribe “La nada es siempre un en-otra-parte”.

Entre la pena y el hambre no hay elección. La nada no está entre las opciones. La demasiada nada lleva casi un siglo dándose atracones con la ficción del ser.

 

Hablas del capital desestiman visiones que conciben otras formas de vivir, llamándolas utópicas e ingenuas. Bloquean imaginaciones futuras cegando historias disidentes.

En tiempos coloniales, ingleses llevan fútbol a todas partes. Se sabe de una tribu en Nueva Guinea, los tangu, que se opusieron a que el desenlace de tan hermoso juego contemplara el ganar y perder. Disfrutaban empatando. A veces se extendían varios días hasta conseguirlo.

 

Frotamos potencias clínicas sin impacientarnos si, de nuestras lámparas, no se liberan genios.

 

Hablas del capital se desconciertan con el solo dar que no espera nada a cambio, se ponen nerviosas con gratitudes que se sienten y se declaran sin especular ni pretender ganar algo.

 

Hasta ahora no hay instituciones que entreguen certificados de “tranquilidad emocional”.

 

Se suele hablar de una “dimensión subjetiva” como si se tratara de zonas desconocidas que se necesitan calcular, indagar, medir.

Tensiones de época no se expresan tanto entre subjetivación y objetivación, sino entre sensibilidades e indolencias; estas últimas entendidas como sensibilidades normalizadas, disciplinadas, deslumbradas por brillos que incitan consumos, competencias, rendimientos, perfecciones.

 

Un observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, tras setenta días de cuarentena, concluye que el sentimiento que predomina en la población, formulado en términos personales, se llama «incertidumbre». La encuesta que hace, no concibe respuestas que expresen “vivimos la común perplejidad de habitar un presente sin certezas”.

 

El observatorio concluye que la incertidumbre actual “constituye una incubadora de inseguridad, estrés, ansiedad, angustia y temor al futuro”. No imagina que las no certezas puedan sacudir conformismos y agitar deseos de porvenires no normalizados.

 

El observatorio concluye que largos aislamientos impactan sobre la “salud mental”. Sus gráficos de sentimientos negativos no contemplan que la suspensión de las inercias pueda hacer lugar al proyecto de un común habitar sin desidias, vejaciones, crueldades.

 

El observatorio concluye que aislamientos incrementan miedos y angustias. No considera que malestares intensificados puedan liberar tristezas furiosas que disientan con la destrucción de la vida y por la ausencia de un común cuidado planetario.

 

El observatorio hace preguntas que miden el temor a contagiarse o enfermarse, en clave ensimismada. No interroga vivencias de una común vulnerabilidad ni enojos cansados por tantas desigualdades que matan.

 

El observatorio indaga perspectivas futuras de sensibilidades que responden aisladas sobre cómo creen que seguirán sus vidas. No estima que se podría pensar en un común porvenir o conjeturar otras formas de economía, de trabajo, de cercanías y lejanías que no dañen.

 

Un texto de Kant (1798) “El conflicto de las facultades” postula que la Facultad de Filosofía que en su tiempo incluía lo que hoy llamamos psicologías, ejercía la libertad de pensar y producir en contra de poderes que ahora estamos considerando normalizadores.

Vidas estremecidas se confían a las palabras para decir sentimientos. Pero ¿cómo saber lo que nos pasa? Facultades de Psicologías podrían participar de las discusiones sobre cómo nombrar lo que estamos viviendo, sin reforzar automatismos del sentido común que tanto complacen a las derechas.

 

Instrumentos que recogen «información» editan sentimientos con sus preguntas. Silencian lo que no saben, no pueden, no quieren escuchar fuera de sus matrices, de sus normalidades establecidas.

El observatorio mencionado interroga a su muestra sobre la preocupación por la economía personal y la del país. Pero no pregunta cómo la pandemia permite percibir que vivimos a merced de capitales que sólo persiguen rentabilidad y acumulación, ajenos a la idea de un común bienestar.

 

Derechas emplean la palabra “economía” como fachada que encubre que se padece una vida mercantilizada.

Cuando una encuesta del observatorio interroga a un perfil de edad, clase, género, localidad, cómo percibe “su economía”, evita una pregunta urgente: ¿cómo sufre el lugar que le tocó, las telarañas de la sumisión, las pesadumbres de las lógicas del capital?

 

No se sabe qué pensar ni en qué versión de lo que está pasando confiar. Se seleccionan, repiten, amplifican voces que se escuchan. Nos sostenemos en creencias y adhesiones. Hacen falta bares, pasillos de la facultad, entusiasmos que trabajan y discuten en un hospital, amistosas reuniones, confidencias amorosas, para no ahogarse en la confusión.

Sentimos simultaneidades, pero el pensamiento ordena lo vivido en tiempos sucesivos. El lenguaje recupera apenas algo de la demasiada vida que se agolpa en un solo soplo.

Se llama realidad a una representación que se presenta como el recuerdo de un sueño reprimido y fragmentado. Como el montaje de una película que ensambla, yuxtapone, suprime cuadros. Como narrativa de un poder que ordena, selecciona, jerarquiza, traduce, un verosímil que impone como verdad.

Realidades editadas (no hay otras) no se componen como mentiras ni falsedades, sino como enunciados que verifican visiones instaladas en el sentido común. Como retóricas que hacen pasar intereses y percepciones de pequeños grupos dominantes como punto de vista de las mayorías.

 

Se dice que tanta la vida que, cuando se la siente de un solo golpe, se precipita como angustia de muerte. Demasías angustian, pero no hace falta el miedo a la muerte para aplacarlas. El deseo de cuidar cada vida, todas las vidas, no tiene que nacer del terror, necesita advenir de temperaturas de la proximidad, del abrazo, de la decisión de alojar.

 

Angustias que arremolinan sensibilidades no tendrían que apaciguarse con pastillas ni con desgastes de energías; quizás portan deseos impensados de un común vivir. Tal vez sin desamparos ni imperativos productivistas.

 

Cercanías y distancias no interesan como reflejo confirmatorio de semejanzas, sino como inflexiones, desvíos, saltos, combas, que sorteen la ilusión de mismidad. Se comienza por el olvido de la sagrada identidad personal, de a poco se trata de llegar al momento en que la ficción del yo pierda importancia.

En Hyperion, Hölderlin (1799) propone el olvido de sí para devenir existencia entre todas las existencias vivientes. Lamenta la racionalidad que enseña a diferenciarse del mundo. Piensa que dolores ensimismados debilitan la conexión con las bellezas de lo vivo.

Fortalezas insomnes que no descansan ahondan llagas que ensombrecen las mañanas.

 

“No me puedo quejar” dicen receptividades que se saben privilegiadas. Pero, una cosa la queja y otra el cansancio que protesta. Quejas demandan resarcimiento personal. Protestas solicitan cercanías que ayuden a traspasar lamentos complacidos en una voz que dice “pobre de mí”.

Adorno (1945) en su Mínima Moralia toma precauciones respecto de la queja por “la marcha del mundo”, no tanto por ese lícito pesar, sino porque el fastidio quejoso corre el riesgo de quedarse detenido y embelesado en la sola descarga, consintiendo -tras ese gasto- la misma marcha del mundo.

 

Se extrañan barullos de la vida y sus sentimientos.

Flores pequeñas que se llaman nomeolvides recuerdan ruidos superpuestos, algarabías de las fiestas, bullas de la amistad. Recuerdan emociones celestes de la vida.

 

Devenir burócrata reloaded // Diego Valeriano

Devenir burócrata es no decir nada de la desaparición de Facundo, no decir nada de la responsabilidad política, de que la policía esa es de tal o cual político. Es no preguntarse nada.  No es solo no decir nada, es que no te interese, que ni te conmueva, a vos que te conmueve todo. Es que ni te aparezca cuando scrolleas de tan gato del algoritmo que sos. Es decir que Berni es un tipo que labura, que recorre el territorio, que tiene presencia. 

Es no preguntar, no indignarse tanto, no desgarrarse a posteos, hashtag, fotos como lo hacés a veces, cuando el victimario es claramente neoliberal. Es decir no hay que hacerle el juego a la derecha. Devenir burócrata es estar pendiente de un asesinado en Calafate, ver que pasó, a quién hay que defender, a quién hay que atacar. Es hablar de periodistas, espías, medios, justicia, patrones, giladas. Es hablar de todo eso que no dice nada, que no te pasa ni cerca, que no entendés. 

Es solo estar hablando de Evo ahora y no hablar de los pibes y pibas que le ponen el cuerpo a la cuarentena con esas mochilas en la espalda, cómo la quedan en cada esquina, cómo el Estado los ningunea. Es encasillar velozmente: Cheto, pobre, trabajadora, becario, compañera, traidor. Devenir burócrata es llorar las muertes según quién las mata o dónde mueren. Villa 31, Morón, Pedro Luro, Loma del Mirador, Plaza Miserere. Es entrar en la manija insaciable de buscar culpas o absolución. Es reivindicar, luchar, recordar a la víctima según quien sea el victimario.

Escritura en pandemia // Roque Farrán

Noto que seguimos en la misma vorágine, o peor. Hablaba con un amigo al que quiero mucho acerca de la inminencia del fin y de la persistencia de la estupidez humana, pese a todo. Es alguien que, podría decirse, está en la cima desencantada del sueño americano, allí donde se diseñan y registran casi todos los soportes digitales de nuestras elecciones: Silicon Valley, and so on, and so on. Para ellos como para nosotros, salvando enormes distancias, geográficas y económicas, el dilema es el mismo: la dinámica del esfuerzo, las objeciones, obstáculos y mil cálculos que conducen casi siempre al fracaso programado, o bien la potencia que apoya con confianza e incondicionalmente los recursos, lo que hay, a fin de desarrollarlo como sea. La batalla ya no es entre el bien y el mal, la ideología correcta o la incorrecta, sino que nos vemos conducidos a la matriz ontológica de todo este asunto: o bien apostamos por la potencia que nos constituye para reinventarnos, o bien seguimos tributando al sacrificio de los trabajos forzados hasta acabar con todo. La elección, más que nunca, es de vida o muerte. Ninguna teoría novedosa podrá salvarnos si no nos transformamos a nosotros mismos. Tenemos que dejar de correr (como runners de alma) y prepararnos para la muerte, o la vida, o su indistinción ab-soluta (como antiguos filósofos).

Lo que me interroga hace tiempo, en consecuencia, es ¿cómo dejar de ser esclavos de nosotros mismos? Séneca, el estoico, la hace fácil: dejar de exigirnos mil cosas y de compensarnos por ellas. Cortar el mecanismo de actividad-deuda-recompensa, traduce Foucault. El punto, para mí, es interrogarnos por qué necesitamos de continuo recompensas o compensaciones por lo que hacemos. Es ahí donde encontré un concepto afectivo clave, en Spinoza: el contento de sí mismo [acquiescentia in se ipso]. Volver a conectarnos con esa gratificación de hacer las cosas por el solo hecho de hacerlas, por la potencia que allí se expresa, luego ver cómo eso se puede componer y amplificar junto a otros. Pero lo primero es sentir la alegría que brota de considerarnos a nosotros mismos y considerar la potencia de obrar. El desbalance afectivo que hace que solo obtengamos gratificación vía compensaciones o privaciones de los otros es, al contrario, la raíz de todas las servidumbres. Si emprendiéramos cada cosa que hacemos con esa atención, con ese cuidado, con esa inquietud dirigida por la simple alegría de hacer y no por mandatos morales o cálculos de recompensa, otra sería la historia.

Para desengancharnos del circuito actividad-obligación-recompensa-deuda que nos convierte en esclavos de nosotros mismos, tenemos que cambiar entonces la modalidad afectiva que nos han impreso desde la temprana infancia: ya no reconocernos en la imagen especular que nos devuelve el otro, el ser amable por cuya investidura afectiva dependemos siempre del reconocimiento exterior; sino encontrar el punto donde atravesamos el espejo por un gesto imprevisto, allí donde conectamos con nuestra potencia de actuar y brota el afecto alegre. Antes del narcisismo especular del reconocimiento del otro, bajo la matriz de los ideales significantes, hay un narcisismo irreductible que conecta con el Otro material: la Naturaleza infinita de la que somos parte. Su índice y factor de eficacia es un afecto característico: el contento de sí. Quizás su minimal gesto significante sea la expresión de júbilo, pero también puede ser un silencio, una sonrisa, un libro, una escritura.

Es fundamental la escritura. Animarse a escribir para pensar, para formarse y transformarse. Es falsa la dicotomía entre ensayo literario y artículo riguroso. Es un chantaje a la escritura y sus efectos de formación-transmisión. Se puede escribir siendo claro, citando aquellos textos que nos han marcado y no haciendo una mera recopilación de información inútil o alusiones antojadizas, dejando también zonas oscuras, opacidades irreductibles o puntos abiertos a seguir desarrollando luego y no por condescender a solipsismo o enigmatismo alguno; se puede escribir nombrando a otros que nos acompañan en la escena de pensamiento, aunque no pensemos lo mismo, sin destruirlos o rebatirlos completamente, sin que sea una cuestión de deudas o favores; se pueden exponer planteos personales o aspectos biográficos que hacen al concepto, sin necesidad de infatuarse, etc. La rigurosidad, la sistematicidad y la consistencia no tienen por qué medirse en términos de cantidades, estandarizaciones discursivas o transparencias intencionales, pueden ir de la mano de la invención de un modo singular de entrelazar los conceptos e implicarse en el asunto tratado. No dejemos que nos sumerjan en ese chantaje que envilece y empobrece el pensamiento: la producción de conocimientos en ciencias sociales y humanas requiere de la invención de las formas de escritura. Más ahora que nunca: no retroceder ante el deseo.

Escribe Clarice Lispector: “Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto, pues el mundo está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío.”
Siempre me interpela lo que ella escribe sobre la escritura, me siento muy próximo y a la vez para mí todo se juega casi al revés, diría: Tenía miedo más bien de vivir, del deseo abierto y su inconmensurabilidad, la escritura fue una suerte de balsa(mo) para flotar en el mar de la incertidumbre y empezar a tejer nudos; escribir no es colocarme en el vacío, sino excederlo muchas veces, aunque sea irreductible. Hay que contar esos trazos que nos ha hecho ser como somos. Así como es habitual decir que un texto escrito guarda huellas del registro oral, si se ha basado en conversaciones, experiencias o clases previas, menos habitual es decir lo inverso: que una exposición oral no tiene nada de espontáneo y está marcada también por escrituras que vienen de libros, de la primera infancia o de más allá inclusive (ser nombrados y deseados antes). Por eso, cuando uno toma la palabra tendría que decir igualmente: disculpen si notan en mi afectada oratoria la marca de una escritura silente, ¡es la pulsión amigos!

Nací en Córdoba por el deseo de mis padres, aquí casi muero y aquí nació mi hija; aquí la vida y la muerte se cruzaron más de una vez. Todavía no sé bien por qué seguimos viviendo en esta ciudad. Quizás esa pregunta, ese sentimiento de extrañeza que me asola a menudo, hace que escriba. O quizás escribir sea la única razón por la que vivo, acá o donde sea que me encuentre. Y escribo filosofía, nada menos, el género más degenerado de todos, más elusivo, más incomprensible. Transgénero, habría que llamarlo en realidad. Y por eso también más interpelador, más molesto, más directo, más ubicuo. No creo que me lean mucho por acá, pues ya saben: nadie es filósofo en su tierra. No tengo clientes ni alumnos; no me gustan esos términos. Y acaso, si fundara una escuela filosófica de verdad, como las de antes, escribiría en el frontispicio: que no entre aquí quien no sepa hacer un nudo borromeo. El nudo más simple y a la vez complejo, cuyos cordeles entrelazados se sostienen de un modo tal que un corte cualquiera hace que todo se desarme. A la salida de la escuela veríamos cómo fundar una ciudad en serio: una que se sostenga solidariamente de sus partes. Partes cuyas diferencias pueden ser irreductibles, pero no por eso engendrarán odio y rencor.

Los discursos del odio están por todas partes, abundan en los paneles televisivos, en las redes, en los comentarios anónimos de los diarios, e incluso en las evaluaciones anónimas de artículos académicos. Como ya lo he dicho y escrito por ahí, el problema no es solo cultural o ideológico, responde a una matriz ontológica afectiva de base que define modos de constitución subjetiva y racionalidades instrumentales reactivas: pueden comportarse como odiosos y resentidos trolls personas muy bien formadas, cultas, de izquierda, derecha o centro; compañeros populistas, feministas o cuirs. Siempre que no partamos de considerar cada cosa, ente o ser singular en su esencia, su conatus, en su perfección tal como es y apuntando en todo caso a cómo podría potenciarse por composiciones adecuadas, siempre que no partamos de lo real las exigencias idealistas, finalistas y formales ejercerán violencia y se justificarán en el odio o desprecio del otro.

Cuando una tal Silvia Mercado escribe en nombre propio y por su propia mano en Twitter que preferiría que hubiese en Argentina 20.000 mil muertos a mil, para sentir que así sí se justificaría la cuarentena, nos percatamos claramente por esa condensación de palabras maliciosas que el Mercado nunca habrá sido una mano invisible que operaba virtuosamente para el bien social; el mercado librado a su suerte produce sujetos dañinos, cínicos y autodestructivos en su locura de individualidad extrema. No abogo por la recuperación de una ética de los valores perdidos, o la añoranza idealizada del pasado, sino por un ejercicio crítico de prácticas de sí que incluye la escritura en nombre propio como compromiso cotidiano con la verdad. Una escritura que se comparte, incluso por medios virtuales, y puede producir algunos mínimos efectos de formación. Luego, hay que multiplicar y anudar los diversos medios a través de los cuales podamos constituir sujetos que puedan responder a lo real sin caer en lógicas denegatorias o sacrificiales que la cultura de mercado retroalimenta sin cesar.

No tiene ningún sentido a esta altura anhelar una autoridad simbólica que ya no existe; ni pretender escribir libros homogéneos de un tirón, pacientemente elaborados, como antaño; ni tener una disciplina partidaria que determine unánimemente las conductas, o religiones que nos marquen un modo de tramarnos y salvarnos al fin. Todo eso ha caducado definitivamente con el neoliberalismo. Y en la consumación de éste no son más que fantasmas que lo siguen alimentando por reacción defensiva, cuando es apenas un espectro inercial. Al contrario, tenemos que dar un paso más en asumir nuestra condición hablante, dispar, fragmentada y anudada. No hay un Padre, sino modalidades de anudamiento sintomáticas cuya orientación afectiva hacia lo que aumenta nuestra potencia de obrar resulta crucial sostener, dejando de lado las tristezas y nostalgias del pasado, como el impulso autodestructivo del presente inerte. El tiempo que resta es el futuro anterior: lo que habremos sido para lo que estamos llegando a ser.

 

Roque Farrán, 03 de julio de 2020.

 

Psicopatologizar la cuarentena // Alicia Stolkiner* y Julián Ferreyra**

 

 Algo más que evitar “enfermedades mentales”

Reflexionar en torno a la salud mental (SM) hoy incluye pensar el malestar en circunstancias excepcionales, la preocupación por el futuro y por la muerte. No es una obviedad: salud mental no es el reverso de “enfermedad mental”. Por ende, no es adecuado reducir el sufrimiento a cuadros patológicos o nosografías prediseñadas. Tampoco tratar de definir causalidades lineales frente a una situación hipercompleja, por ejemplo, asignar todo el malestar a las restricciones y medidas que se toman para prevenir la expansión del contagio, o a la falta de anuncio de certezas que nadie puede garantizar.

Toda epidemia es un proceso que articula naturaleza y sociedad, y reconoce dimensiones económicas, políticas, sociales, culturales y subjetivas. En el caso de la actual pandemia de COVID-19, la magnitud de la afectación planetaria, la deficiente respuesta de países que se consideraban “desarrollados” y la definitiva caída de certezas con respecto al futuro de lo humano en sí, construyen un escenario inédito y abren un nivel colectivo de imprevisibilidad de futuro que obviamente afecta subjetivamente. Solamente una negación importante, casi mórbida, podría hacer que alguien no se considerara afectado. 

Es inevitable que acontezcan sentimientos de pérdida que a veces se suceden con instantes de alegría. Cada persona procesa esto según sus recursos singulares. Sin embargo, de una manera u otra, se atraviesa un duelo. Hay proyectos que se postergan o que nunca se realizarán, sueños y deseos que han ingresado en la incertidumbre. A esto se suma la incerteza de muchos con respecto a su situación económica, de empleo, de sustento y la agudización del riesgo para quienes estaban ya en situaciones de desamparo. Las respuestas a estas situaciones no deben ser tomados necesariamente como síntomas psicopatológicos: son o pueden ser recursos para adaptarse a una situación emocionalmente compleja. Eso no significa que no deban ser atendidos y escuchados singularmente, a la par que convocar acciones solidarias y colectivas. No hay forma individual de cuidarse que no implique necesariamente el cuidado de otros.

Analizar las dimensiones subjetivas y la posible producción de sufrimiento “psíquico” mientras el mismo [nos] sucede solo admite hipótesis frágiles y algunas preguntas. Es un análisis que requiere de la necesaria articulación entre lo económico, lo institucional y los dispositivos propios de la vida de los sujetos singulares. Y es justamente la vida cotidiana ─rutinas, temporalidades, espacios y relaciones─ la que se ve particularmente alterada. Nada volverá a ser cómo era. Como diría Sigmund Freud ante la guerra, “la muerte no se deja ya negar”i. Ha emergido un riesgo que no teníamos naturalizado.

Inclusive, algunos hechos obligan a revisar creencias y evitar afirmaciones taxativas sobre subjetividades. Hemos observado que algunas personas con diagnósticos de “trastornos graves” y antecedentes psiquiátricos, que viven en comunidad y mantienen sus soportes de cuidado, no presentan agravamiento, demostrando una particular fortaleza que no presentan muchos que no tuvieron tales antecedentes. 

 

Sobre “la angustia”

“Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente,
para que se vuelva moralmente, sino literalmente, contagiosa”.

                                                                                                Susan Sontagii

Hace algunos días nos encontramos con el asombroso ─por lo naif─ debate sobre el uso, correcto o no, por parte del presidente de la Nación, del término «angustia”. Se trata de una discusión banal, pero después de H. Arendt no es fácil dejar de lado la banalidad. De hecho, el pasado 25 de mayo Infobae confeccionó un dossier elocuentemente titulado “La angustia como pandemia” en donde se les dio lugar a 11 psicólogas/os de distintas tradiciones teóricas. Según el subtítulo de la nota, los profesionales entrevistados expondrían sobre “los efectos del confinamiento en la SM de los argentinos” pero, no obstante, el asunto fue “la angustia”. Incluso uno de los entrevistados sugirió que el presidente debería revisar teóricamente qué entiende por angustia.

Por cierto, no necesariamente la angustia es un síntoma de “enfermedad” y bien puede formar parte de los recursos subjetivos para afrontar situaciones vitales. Solamente la idea de una vida en el nirvana de la felicidad imperativa en la de la era de los “ansiolíticos” y “antidepresivos” como consumos indiscriminados, puede desconocer que innegablemente hay angustia y preocupación a lo largo de la vida y especialmente en situaciones extremas. Pero básicamente los problemas que definieron la mayoría de los entrevistados eran pertinentes a la situación general de pandemia y ninguno podía reducir los malestares y síntomas a efectos exclusivos del aislamiento.  Sin perjuicio de la idoneidad o pertinencia de lo opinado, dicha nota se caracterizó, como hecho periodístico, por un uso estrictamente aplicacionista del saber psi para instalar políticamente la crítica al “confinamiento” y reducir la complejidad de la salud mental a un solo campo disciplinar, el psicológico. Dicho de otro modo, un deslizamiento metonímico en donde el uso de sentido común de “la angustia” se desplazó, primero, hacia la esfera del saber experto y, luego, retornó hacia recomendaciones y “tips” de sentido común. Toda una operación retórica que puso un discurso disciplinario al servicio de una operación política.

Se le atribuye al confinamiento, y no a la pandemia, el malestar subjetivo, condensando en una sola palabra, “angustia”, como irrefutable prueba de error estratégico de un gobierno. Así, la angustia fue citada “como hija de la cuarentena y la cuarentena como abono y cultivo de la angustia”. En un solo factor: el aislamiento social preventivo, se simplificó la hiper complejidad de un fenómeno que puede producir obviamente un importante nivel de padecimiento a nivel colectivo y singular. En algunas de las opiniones se dedujo la posibilidad de incremento de suicidios por el “confinamiento”. No obstante, hay muchas investigaciones previas, desde la década del 30’ hasta el caso de Grecia ya en este siglo, que muestran el incremento de las tasas de suicidio en los períodos de crisis económica recesiva con incremento de desempleo, estado en el cual la Argentina ya había entrado desde hace por lo menos dos años. Entonces, confluyen la pandemia, la crisis económica local y mundial, la pérdida de empleos, el empobrecimiento y el aislamiento ¿Por qué, entonces, “la causa” sería el aislamiento o la cuarentena?

El esfuerzo teórico y práctico debe destinarse a innovar y promover factores protectores de la SM en circunstancias excepcionales, y no en usar el saber/poder especialista para favorecer a los que encubiertamente y por diversos intereses fogonean contra la cuarentena por intereses diversos. Para ello, se requiere una revisión conceptual interdisciplinaria, de ajustes meta teóricos. Hasta ahora todo parece indicar que la presencia de medidas colectivas y políticas de Estado de cuidado son factores protectores. Incluso la OMSiii, aunque ubicando a la depresión y ansiedad como unas de las mayores causas de sufrimiento en nuestro mundo, planteó que “tras decenios de abandono y falta de inversión en los servicios de SM, la pandemia del COVID-19 está afectando ahora a las familias y comunidades con un estrés mental adicional”. Descubriendo la pólvora: al final “todos” éramos usuarios, y el “estrés mental” es adicional a los preexistentes.

 

Detractores y cuentas pendientes

Hay distintas formas de posicionarse y actuar frente al COVID-19: una centrada en la lógica del cuidado solidario y colectivo con marco comunitario, y otra centrada en la preservación individual y el control poblacional, fácilmente derivable en estigmatizaciones y exclusiones motorizadas por el miedo y la moral policíaca. Ambas coexisten y eventualmente se articulan de diversas maneras. Asimismo, la metáfora bélica de la enfermedad convoca un fantasma que debe ser revisado en sus efectos, porque cristaliza en algunos la necesidad de un enemigo identificable y en otros una actitud sacrificial, grave en el caso de algunos agentes de salud.

El campo de la SM es heterogéneo y está atravesado por la fragmentación y segmentación del sistema de salud en su conjunto, así como por conflictos corporativos y posicionamientos diversos. En él hay multiplicidad de prácticas y agentes: el trabajo en el primer nivel de atención, en hospitales estatales generales o monovalentes (con sus distintas dependencias), las prácticas de atención en obras sociales y empresas de medicina privada, y las prácticas privadas. Todo esto en el marco de las tensiones de la implementación de la Ley Nacional de Salud Mental y su perspectiva de derechos en el año en que se debían transformar las instituciones monovalentes. 

Las instituciones totales dejaron al descubierto su vulnerabilidad en situación de epidemia. Los geriátricos demostraron que el encierro era más peligroso que la calle, mientras el Gobierno de la C.A.B.A. intentaba regimentar estrictamente la circulación de personas de más de 70 años que no estaban internadas. Asimismo, respecto de los hospitales monovalentes, se plantearon acciones para prevenir la entrada de la epidemia en ellos, implicando un costo emocional para los y las internados/as al suspenderse las visitas y los talleres. Se promovió dar el alta a quienes estuvieran en condiciones de ello, pero simultáneamente se convirtieron en lugares de menor riesgo de contagio para atender, e inclusive internar situaciones de crisis.

Hasta una de las conclusiones del documento de la OMS sobre SM plantea que “La crisis actual ha vuelto a exponer los riesgos inherentes y aumentados de la institucionalización. Muchos países han demostrado que los hospitales de SM pueden cerrarse de manera segura una vez que la atención está disponible en la comunidad. Como parte de un plan a largo plazo para mejorar la calidad, el alcance y rentabilidad de los servicios de SM, se recomienda dejar atrás las inversiones en torno a la institucionalización hacia un modelo asequible y de calidad de cuidados de la salud en la comunidad”. Interesante, no por pensar en la rentabilidad sino justamente para reflexionar y denunciar lo acontecido en el Hospital Borda, en donde un usuario falleció a causa del ataque de una jauría dentro de la institución. Una muerte más, claro está, que se cobra el manicomio.

Hay curiosas voces detractoras de la cuarentena y de las medidas de cuidado que, entre otros, utilizan falazmente el argumento de la salud mental. Por el contrario, un problema serio de este campo, un verdadero analizador, es lo relatado sobre la muerte en el Borda. Por ello, más que nunca recordamos la íntima relación entre terapéutica, acceso y resguardo de los derechos humanos. Una intervención no será clínica si prescinde de lo último. 

Resulta necesario revisar las prácticas en SM, y las psi en particular, recordando los pormenores de contraponer crisis y normalidad, en tanto “la crisis ya no es una interrupción de la normalidad. La normalidad es crisis. La crisis ya no es un momento decisivo (…) por lo tanto, ya no es un concepto útilivi. Convendría retornar entonces a una modesta y prudente psicopatología de la vida cotidiana.

 

Un screening con problemas

El Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la UBA realizó un estudio con amplia difusión en algunos medios que merece un debate sobre sus soportes metodológicos y las herramientas utilizadas. El estudio se titula RELEVAMIENTO DEL IMPACTO PSICOLÓGICO A LOS 7-11 Y 50-55 DÍAS DE LA CUARENTENA EN POBLACIÓN ARGENTINA. El título ya es erróneo porque los estudios epidemiológicos de impacto tratan de probar una relación causal clara con herramientas cuantitativas más estrictas que las utilizadas en este estudio. Más aún, el factor de “riesgo”, que según el título sería la cuarentena, resulta difícilmente aislable de la multiplicidad de determinaciones de malestar psíquico en la situación en estudio. Es imposible saber cuánto del malestar estudiado se relaciona con la cuarentena en sí y cuánto con la situación general de emergencia a nivel mundial y local.

El estudio no utiliza herramientas que permitan diferenciar una relación causal estricta entre aislamiento preventivo y otros factores de un problema de alta complejidad, e intenta comprender un fenómeno hipercomplejo con una hipótesis causal sencilla. Rolando García y Edgar Morin tendrían algo que decir al respecto. Por ejemplo, no indaga condiciones específicas de la cuarentena como: cantidad de personas conviviendo, hacinamiento, soledad, acceso a comunicaciones virtuales, condiciones previas de salud, relación con redes sociales, mantenimiento o no del trabajo en modalidad homeworking, etc. Omite cantidad de variables específicas del fenómeno por usar herramientas inadecuadas.

Otro aspecto metodológico dudoso es el muestreo. El mismo es “incidental”, carece de la representatividad de un aleatorio. Asombrosamente, los sectores pobres están claramente subrepresentados constituyendo menos del 12% del total de encuestados en ambas muestras, lo que no condice con la estratificación poblacional ni con las posibles formas de afectación. Por cierto, la muestra no excluye a los muchos habitantes que no realizan estrictamente permanencia en el hogar porque desempeñan trabajos esenciales. Prácticas tan diversas como ser personal de salud, barrendero, personas que trasladan pedidos, etc., que debieron ser excluidos o por lo menos consideradas en circunstancia especial, dado que no se mantienen en el hogar y eso conlleva, eventualmente, otro tipo de problemática, especialmente en el caso de trabajar en salud.

Para evaluar sintomatología psicológica se utilizó la prueba de screening SCL-27v, un instrumento para uso poblacional con cinco escalas: síntomas y dolor depresivo, vegetativo, agorafóbico y sociofóbico; un índice de gravedad global (GSI-27); una evaluación para los síntomas depresivos; y una pregunta de detección de suicidio. Se trata de una herramienta de origen anglosajón que difícilmente haya sido probada en condiciones tan excepcionales como las actuales. De allí que muchas de las respuestas que luego se contabilizan como indicadores de psicopatología pueden ser conductas o sentimientos esperables, inclusive respuestas adaptativas ante un fenómeno altamente disruptivo. Algunas dan cuenta de problemas que la persona puede tener desde antes del fenómeno actual, y otras resultan francamente exóticas a este contexto. Por ejemplo, dentro de la escala de depresión figura: sentirse triste, pensar en la muerte o en morir y sentimientos de desesperanza respecto al futuro. Obviamente, todos esos sentimientos son esperables en un momento vital como el actual y no únicamente por la cuarentena; quizás su ausencia no sería justamente un indicador de “salud”. En la escala de síntomas vegetativos hay algunos ligados al miedo y otros a dificultades respiratorias que bien pueden agudizarse por el temor al COVID-19, no por el aislamiento. En síntomas agorafóbicos hay una pregunta que merece ser considerada una burla: en plena pandemia se considera un signo psicopatológico que la persona “tenga miedo de salir de su casa” o que se siente “temerosa” (en general); y otra desopilante: “sentir temor en situaciones de multitud”. También hay las que parecen tener más relación con características generales de una persona que con esta situación: “sentirse inferior a los demás”, donde una respuesta afirmativa nada dice con respecto al presente.

Lo que el estudio evalúa como “conductas saludables” son actividades individuales: actividad físico-deportiva, vida sexual o práctica religiosa. No se incluyó ningún tipo de pregunta referida a vínculos afectivos, lazo social, actividades solidarias o de cuidado de otros. 

Hasta aquí algunas observaciones que se le pueden hacer desde su mismo marco. Un paso más allá de ellas, vale preguntarse: ¿es posible proponer recomendaciones sobre la SM en función de datos centrados y reducidos únicamente a la dimensión de la (a)normalidad? En este tiempo hay, además de lo nominado como “deficitario”, un enorme esfuerzo individual, social y político para adaptarse a una nueva realidad, desconocida e imprevisible. Uno de los responsables del estudio afirmó “se trata de ponerle cifras a un esperado fenómeno” o sea que presuponían el resultado que obtuvieron y anticiparon la respuesta ¿No se confirma así el carácter perecedero de cualquier posicionamiento teórico y de medición psicológica atendiendo a la mutabilidad de “lo humano” y el impresionante proceso de modificación colectiva al que asisitimos? ¿Debemos admitir sin reparos que se utilicen sin mediaciones ni ajustes las categorías producidas con anterioridad a éste? ¿No se trata una vez más del problema del aplicacionismo?

* Profesora Tit. de Salud Pública/Mental II Fac. de Psicología, UBA, Profesora del Doctorado en Salud Mental Comunitaria UNLa

** Psicoanalista, docente e investigador en Salud Pública/Mental II.

 

Referencias:

[i] Freud, S. (1915). “De guerra y de muerte. Temas de actualidad”. En Obras Completas. Vol. XIV (pp. 273-303). Buenos Aires: Amorrortu, 1992.

[ii] Sontag, S. (2012[1977]). La enfermedad y sus metáforas / El sida y sus metáforas. Buenos Aires: Debolsillo (p. 13-14).

[iii] Organización Mundial de la Salud (2020). Policy Brief: COVID-19 and the Need for Action on Mental Health (13 de mayo). Recuperado desde: http://coronavirus.onu.org.mx/wp-content/uploads/2020/05/UN-Policy-Brief-COVID-and-mental-health.pdf

[iv] Lorenzo Marsili, citado por Berardi, F. (2020). ¡Repartir! Crónica de la psicodeflación #7. Recuperado desde: https://lobosuelto.com/repartir-franco-bifo-berardi/

[v] The Symptom Checklist-27-plus (SCL-27-plus): A modern conceptualization of a traditional screening instrument. Recuperado desde: https://www.researchgate.net/publication/26800608_The_Symptom_Checklist-27-plus_SCL-27-plus_A_modern_conceptualization_of_a_traditional_screening_instrument

 

 

 

Una amistad de lectura // Marina Chena

Un amigo dice que la nuestra es  una amistad de lectura. Comparte un texto que a él le hizo pensar en eso y otro amigo festeja diciendo que aun sin “saberlo” desde antes, ahora se da cuenta de que la alegría y la complicidad que le produce nuestro encuentro, se debe a eso. El primer amigo, el que introdujo la idea, habla de la lectura como experiencia de amistad.

Leo a mis amigos, leo el texto compartido  y un goce que conozco bien, se instala en mí como un gesto durante el día. Ni el desgaste del trabajo, ni las miles de tareas cotidianas, ni el efecto desensibilizante del encierro, pudieron atenuar la euforia de haber leído en común con mis amigos. No juntxs, en común.

Si en la escritura es posible reconocer el rasgo polifónico, no será  la lectura también plural? No tanto por la aparición de quien escribe en la experiencia de lxs lectorxs, sino por la vivencia sensorial de los cuerpos que reaccionan a los guiños que hacen lxs amigxs. No siempre ocurre pero cuando pasa, se reconoce de inmediato. 

Cómo vivimos alejadxs de nuestrxs amigxs? Cómo soportan los cuerpos la falta de experiencia común o –en todo caso- qué vuelve común lo que antes hacíamos física y sensiblemente con otrxs? La expansión hacia adentro fue la respuesta de la época a la crisis del contacto humano. Vamos a morir de interioridad. 

La lectura, experiencia de amistad cercana e íntima,  toca la materialidad del cuerpo y abre un refugio a la orfandad. Brota el silencio, se agita el pulso, el tiempo cede, como si fuéramos a adueñarnos de la totalidad del tiempo del mundo, como afirmación de nuestra capacidad de vivir. Somos, en ese instante de lectura una forma posible de humanidad no humana, animales renegando de la domesticidad, asumiendo los riesgos necesarios, despojadxs del miedo y de la soledad.  La lectura se inscribe en nuestros cuerpos, como la enamorada se adhiere al muro, sin dejar ver aquello que la enlaza. Y  aun a ciegas, experimentamos la eternidad, la sensación perdurable de vivir con otrxs desde antes de nacer. 

Podríamos, si no fuésemos atexs por naturaleza, construir un altar y rezar a dios, suplicar por la expansión de esa vitalidad barrosa y turbia. Porque la lectura,  igual que la amistad, es una fiesta.

Sobre la “Interrupción” (notas para una conversación mantenida el 26-6-20 en la APPG) // Diego Sztulwark

Es imposible, al menos para mí, pasar por alto la coincidencia de que este encuentro se realiza un 26 de junio. Hace 18 años se producía la masacre de Avellaneda, en la que fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán -ambos militantes de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón-. Como sabemos, la matanza fue planificada por el poder político del Estado en respuesta a las demandas de normalización política provenientes del poder económico. No es mi intención, ahora, hacer el análisis de las graves implicancias políticas que este episodio tuvo en la coyuntura política, cuestión muy bien abordada por  Mariano Pacheco en Desde abajo y a la izquierda (Editorial Las cuarenta, 2019). Más bien pretendo extraer alguna orientación de esta coincidencia para nuestro encuentro de hoy.

 

El filósofo Henri Bergson afirma que hay que instalarse de un golpe en el pasado para constituir allí recuerdos, actualizando capas de pasado, virtuales que permanecen puros o en reposo, hasta que una solicitud del presente las despierta. Pero puede suceder, al contrario, que un fragmento de pasado no nos permita amoldarnos del todo al presente. Incluso cuando el presente parece haber cambiado en algunos aspectos.

 

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El título de este encuentro es pretencioso. Me doy cuenta ahora que lo releo: ¡Política y filosofía! Me gustaría aprovechar esta incrustación de un recuerdo de hace 18 años en el presente, para despejar esa pretenciosidad. Me gustaría hacerlo trayendo de mi memoria tres frases. Pertenecen a tres personas, filósofos y/o políticos, en un sentido bastante especial. La primera pertenece a Rodolfo Walsh. Y dice algo así como que en los hechos hay más riqueza que en la ficción. Los hechos merecen ser investigados y expuestos con las técnicas expresivas más avanzadas. Esos son los argumentos que Walsh le expone a Ricardo Piglia, a comienzos de los años setenta. Entiendo que se refería a una literatura capaz de comprender las virtualidades que portan los hechos, de leer en estas nuevas líneas de actualización. Una política en los hechos.

 

La segunda frase que me viene a la memoria es de León Rozitchner, y proviene de un antiguo texto, escrito seguramente en La Habana, a inicios de los años sesenta. A propósito de la invasión de Bahía de los Cochinos, Rozitchner hace su lectura del grupo atacante en Moral burguesa y revolución, concluyendo que el asesino es la verdad de ese grupo. El asesino es la verdad del grupo. Pienso en el ex comisario Franchiotti -el asesino de la masacre de Avellaneda-, y en la serie de los asesinos, portadores de una verdad más amplia, una verdad de grupo, o institucional, o de Estado. Es imposible pensar -nosotrxs latinoamericanxs, nosotrxs argentinxs-, sin mantenernos atentos a este tipo de frases. No hay asesino sin grupo. Es lo que dice hoy la antropóloga Rita Segato cuando afirma que no hay violador individual, porque toda violación se asienta en compañía de un amplio inconsciente patriarcal.

 

La tercera frase que  me viene a la memoria cada 26 de junio pertenece a otra tradición, la de la filosofía radical europea, y está escrita por un militante y pensador que aún vive y produce. Me refiero a Toni Negri. Es una frase del año 1992. Esta no la cito de memoria, sino que la transcribo literalmente. Dice así: “El ritmo de la transición de una época de desarrollo capitalista a otra se halla marcada por las luchas proletarias. Esta vieja verdad del materialismo histórico ha sido continuamente confirmada por el implacable movimiento de la historia y constituye el único núcleo racional de la ciencia política”. Las luchas proletarias, entonces, constituyen el “único núcleo racional de la ciencia política”; se trata de una verdad importante, porque no es obvia. Bajo la apariencia de una continuidad del dominio capitalista, hay crisis y transformaciones. Y la ley que las explica es la lucha proletaria. Me parece obvio el eco con lo sucedido hace 18 años. Quisiera que lo que vamos a conversar hoy, entonces, no pierda del todo de vista estos ecos. Esta fecha. Este recuerdo. Estas frases.

 

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Forzados por la pandemia y, sobre todo, por la experiencia de la cuarentena, prosperan las imágenes de la interrupción. La interrupción, en una primera impresión, choca de frente con las imágenes de la movilización. La interrupción del movimiento -es evidente- tiene algo de molesto, insatisfactorio, frustrante. Y más aún, por su vinculación con un fenómeno inédito que nos aproxima a la experiencia de la supervivencia. Es desde ahí que nos toca pensar. Pensar la interrupción no elegida. Interrupción como efecto de la circulación de un virus, y del hecho de que vivimos en unas coordenadas precisas, de un neoliberalismo radicalizado, que se hace presente, ante todo, en su desconsideración para todo lo que no aumente la ganancia. Se presenta, por lo tanto, chocando con los imperativos de cuidados que la crisis actual demanda.

 

Una primera idea, entonces, en y desde la interrupción, sería aquella que intenta pensarla como un deseo de interrupción de los automatismos con los que hemos pensado los dispositivos de dominación propiamente neoliberales. La interrupción del neoliberalismo ¿es un deseo, es un sueño, es la realidad de un colapso generalizado de las economías? Los automatismos están en el corazón del asunto. Y un pensamiento de la interrupción apunta, entonces, a plantear preguntas al respecto.

 

La doble crisis -sanitaria y económica- cuestiona hasta cierto punto los automatismos neoliberales. Por más que la información fluya y las finanzas se pretendan independientes de la producción de valor, lo cierto es que cuando las personas no pueden ir a trabajar ni pueden circular, bancos y empresas -esas entidades a las que en el neoliberalismo se les suele atribuir la fuente de toda potencia- se muestran ahora frágiles, y solicitan a los Estados apoyos y salvatajes. Su fuerza actual es completamente frágil. Bancos y empresas se presentan como la lógica del capital. Y el capital se muestra como la única vía realista de reproducción social. Por lo que el tiempo actual es también el del capital que se esfuerza por imponer y/o reforzar nuevos automatismos a la vida.

 

Pero, por otro lado, el juego de la potencia y la fragilidad afecta a la movilización popular, que ha quedado suspendida en muchas partes y que busca recomponerse de diversas formas. En síntesis, el bloqueo de algunos movimientos y de algunos automatismos nos enfrenta a la pregunta, quizás ahora con más urgencia que nunca, sobre los límites del proyecto de una recomposición de la norma neoliberal sobre la vida. Pregunta que implica su reverso inevitable: ¿qué nuevas posibilidades surgen del encabalgamiento entre crisis irresuelta del capital y tiempo de interrupción provocado por la pandemia?

 

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Traigo dos citas, dos imágenes teóricas pertenecientes a la filosofía crítica del sigo XX, para pensar la relación posible entre interrupción y potencia. Siguiendo un orden cronológico, me referiré primero a la “imagen dialéctica”, de Walter Benjamin, y luego a “la imagen-cristal”, de Gilles Deleuze. En ambos casos, el punto de partida es un rechazo del tiempo empírico, del modo como se presenta el tiempo histórico.

 

En Sobre el concepto de historia, Benjamin denuncia la experiencia del tiempo vivido como normal en el continuo histórico, por ser un tiempo hecho de derrotas de los oprimidos. Se trata de un tiempo de incesantes triunfos de las clases dominantes, de unos triunfos sucesivos que apuntan a liquidar no solo cualquier desvío en la historia, sino también cualquier recuerdo de un pasado diferente, capaz de inspirar nuevas ideas. El continuo de la historia, el triunfo de las clases dominantes, tiene por resultado la aniquilación de todo posible que no se adapte a la “norma” de los triunfadores en la lucha de clases.

 

El dominio del capital, lo que hoy llamamos el neoliberalismo, la reducción de los posibles a aquellos proyectos de existencia que ofrezcan ganancias, implica la liquidación de todas aquellas formas de vida que los oprimidos intentan e intentaron poner en juego sin suerte. El triunfo de las clases poseedoras, por lo tanto, anula todo pensamiento que tenga como premisa otra vida, otra sensibilidad, otro modo de producir, otra política.  

 

De manera simultánea, se abre otra temporalidad, un reverso del tiempo, para los sujetos que se encuentran en peligro ante el avance enemigo. Esta experiencia del peligro activa la posibilidad de visiones extraordinarias. Se trata de unas “imágenes dialécticas”, en las que las subjetividades acorraladas, amenazadas, perciben -intentando resistir un presente ominoso- o entran en contacto con aquellos “posibles” nunca realizados por sus antepasados. Es la tradición de los oprimidos. Las “imágenes dialécticas” interrumpen el continuo, reabren posibilidades insospechadas. La comunicación entre el peligro actual y posibles olvidados trastoca la experiencia del tiempo. En lugar del tiempo abstracto, homogéneo y vacío, el tiempo con el que el capital mide el trabajo como valor, aparece el tiempo mesiánico, el tiempo-ahora, un ahora cargado de un poder explosivo. El pasado irredento descubre un presente lleno de virtualidades. El futuro previsible deviene porvenir.

 

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En sus estudios sobre cine, La imagen-movimiento y La imagen-tiempo, así como en sus cursos sobre el cine (publicados por primera vez por la editorial Cactus, como Cine 1, Cine 2, Cine 3, y se prevé la publicación de Cine 4, último tomo de la serie, para el año que viene), Deleuze presenta la “imagen-cristal” ligada no al tiempo empírico sino al tiempo del acontecimiento.

 

La imagen-cristal expresa la potencia de los movimientos aberrantes. Su formación se da en el preciso momento en que la imagen-movimiento se agota o bloquea. El cristal remite al reflejo y la coalescencia en que entran dos imágenes. Si la imagen movimiento se desplaza sobre un plano actual, si va de actual en actual, la imagen-cristal se constituye cuando por una imposibilidad de discurrir en el movimiento actual, ocurre una prolongación de lo actual en lo virtual. La imagen-cristal reúne la imagen actual con “su” virtual. Las nociones de “actual” y “virtual” provienen de la obra de Bergson: lo actual del presente del acto coexiste en el tiempo con lo “virtual” reflejo del acto, que conserva el instante, que constituye el recuerdo. Según explica Deleuze, el régimen cristalino supone la crisis del régimen orgánico. Hay una relación necesaria entre la imposibilidad de reaccionar a ciertas situaciones (situaciones que Deleuze llama “intolerables”, demasiado terribles o demasiado bellas) y la acentuación de la videncia, de una experiencia radical de los sentidos. La ruina de los esquemas sensorio-motrices conlleva a un descubrimiento del tiempo y el pensamiento. La interrupción del movimiento puede conducir a una suerte de “contemplación”. Contemplación del movimiento. Descubrimiento de la estructura actual-virtual del tiempo. La contemplación puede ser reflexión sobre la potencia. Eso que en los automatismos del tiempo empírico circula por los carriles previstos por los automatismos del capital.

 

Tanto en Benjamin como en Deleuze, se hace posible pensar una particular relación entre interrupción y potencia, entre cierre y apertura del tiempo histórico. En ambos casos, la interrupción, más que oponerse al movimiento, se opone a los automatismos. Y a los clichés. Son pensamientos que restituyen virtualidades al movimiento. Son pensamientos sobre la revolución en un tiempo en el que la revolución pareciera ser impensable.

 

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Durante estos primeros meses de pandemia y cuarentena en nuestro país, la lucha política no ha cesado. Se trata de una lucha política que gira alrededor de los intentos del capital por imponer sus (nuevos y viejos) automatismos. Lo vemos tanto con respecto a la cuestión de la deuda, como con las ya mencionadas presiones para que la tan cacareada intervención estatal se oriente a la salvación de las grandes empresas para el mercado. En el fondo, se trata de un enorme esfuerzo por imponer un orden ruinoso, de demostrar que los cuidados solo pueden sobrevivir en el marco de la preservación de la lógica del capital. Esto supone, como lo hemos visto, la aceptación sumisa de una determinada temporalidad, pero también la preservación de lo que podemos llamar el monopolio del vocabulario. Salvar el monopolio del léxico es un imperativo fundamental para imponer un tiempo de orden. La crisis es un desafío para el capital. Un desafío a su temporalidad y a su control sobre el lenguaje. Veamos más de cerca el problema de la temporalidad en la política actual. Luego abordaremos la cuestión del control del vocabulario.

 

En los últimos meses, hemos visto a los neoliberales pidiendo más Estado. Esto suele pasar en todo el mundo en momentos de crisis. Más que un pedido, se trata de una intervención destinada a asegurar la naturaleza del Estado como lo que es: el garante de las relaciones sociales capitalistas en su última instancia. La disputa por la temporalidad se enmarca, por lo tanto, en torno al Estado. 

 

En efecto, alrededor de las nociones de “Estado fuerte” o “Estado protector”,  hoy existe un clamor prácticamente universal (exceptuando a quienes ven en el Estado un puro dispositivo de excepción, es decir, de control, y que solo quisieran desactivar su soberanía): el panorama general se orienta a pedir más y más intervención estatal. Pero ese clamor esconde un antagonismo de muy difícil resolución. Mientras los neoliberales piden que esa intervención sea “excepcional” (el tiempo de la excepción es el tiempo delimitado, es el tiempo que solo se abre para normalizar lo que la situación tiene de anormal, bajo acción del control soberano), destinada a restituir las grandes tendencias que subordinan vida a neoliberalismo, desde el punto de vista de la reproducción social, se hace necesario que la excepción dé lugar a un nuevo tiempo, en el camino justamente opuesto: en lugar de medidas transitorias para salvar la lógica del capital (lo que en Brasil, Chile o EE.UU. conduce directamente a una “necropolítica”), es necesario un nuevo diseño institucional que priorice la reproducción de la vida humana y planetaria. En lugar de una vuelta a la normalidad es necesario señalar un nuevo punto de inflexión. La batalla por la concepción del tiempo es, entonces, uno de los puntos fundamentales, y está asociada a la radicalidad con que la experiencia de la interrupción permita ir, más allá de las normas provisoriamente suspendidas.

 

Lo mismo podemos decir sobre la lucha política por el monopolio del vocabulario. Desde que el presidente Alberto Fernández se pronunció en favor de la “vida” y la “salud” contra la prioridad de la “economía”, los neoliberales no dejaron de responder que este modo de plantear las cosas era inconsistente, y que de manera inevitable la economía se refería a la vida misma, a la reproducción de la vida. El presidente quedó así sospechado de “idealismo”, mientras que los economistas y empresarios asumieron el papel de los “materialistas”. Esto es así por efecto del monopolio del léxico político en manos de los neoliberales. Lo cierto es que hoy la salud es la zona estratégica más dinámica de la economía. Pero para afirmar esto, la propia noción de economía es la que debe ser reinventada. Al decir que se prioriza la salud, se inicia un movimiento que debe ser profundizado a través de una reforma de la economía, hasta que esta quede por completo al servicio de la reproducción de la vida. Si esto no ocurre, entonces, el riesgo de un idealismo ruinoso comienza a ser una amenaza real. Entre los virtuales que afloran durante la interrupción, está la cuestión de la diferencia entre reproducción de la economía capitalista -que no crea riquezas, sino valor- y formas de cooperación que permiten reproducir la vida. Luchas de las últimas décadas permiten hacer la diferencia. Lo que nos conduce a la última cuestión, que es la de la invención de economías. Cuando hablamos de un nuevo lenguaje, nos referimos a crear una nueva economía. Cada vez es más evidente que la reproducción social necesita nuevas economías, preexistentes o por inventar.

 

Es evidente que en estas últimas semanas, la disputa por el tiempo (excepción o nuevo tiempo), y por el vocabulario (salvataje o expropiación) se exasperan, y la clase de los poseedores vuelve a sentir la presencia fantasmal de una amenaza a la que identifica como populista, ¡a pesar de que los llamados populistas no parecen haber amenazado jamás ni la propiedad ni la ganancia! El sólo hecho que el gobierno nacional intervenga una empresa -en concurso de acreedores, que ha estafado al estado- y haya anunciado que enviaría al Congreso (en que la oposición está sobradamente representada) un proyecto de expropiación, obró como detonante para una movilización en defensa de la propiedad privada en plena cuarentena. ¿Quién cuestiona aquí y ahora la propiedad privada concentrada, al punto de que sus poseedores sientan la necesidad de defenderla en las calles? Ese fantasma tiene raíces profundas y difíciles de identificar. Se trata de un inconsciente propietario aterrado, que se expande a través de redes sociales y medios de comunicación entre sectores medios y desposeídos, por los mismos vasos comunicantes que nutren el miedo en torno a los discursos sobre la seguridad. Imposible penetrar en ese inconsciente eludiendo el acontecimiento fundamental del carácter violento y explotador que la dinámica de acumulación de capital mantuvo luego de la última dictadura y, simultáneamente, de la memoria de luchas sociales que no podemos dejar de evocar este 26 de junio. 

 

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Si antes he traído dos citas clásicas, ahora quisiera recurrir a dos citas actuales, pertenecientes a libros editados en los últimos meses. Ambos pueden resultar insumos útiles para insistir en revisar, desde la interrupción, el paradigma de la movilización. El primero de ellos es El capital odia a todo el mundo, de Maurizio Lazzarato (Eterna Cadencia, 2020). El segundo es Cine-capital. Cómo las imágenes devienen revolucionarias, de Jun Fujita Hirose (Tinta Limón Ediciones, 2020). Ambos dirigen su crítica a una cierta idealización del capitalismo como serie de “automatismos” (financieros, tecnológicos, cinematográficos). Ambos enfatizan en la necesidad de pasar de una crítica de forma a una crítica de fondo del capitalismo. El primero, Lazzarato, señalando el carácter de máquina de guerra del capital. El segundo, Fujita, señalando el borramiento de la potencia de las imágenes en provecho de un cine-capital expropiatorio.  

 

Para Lazzarato, se trata de dejar atrás el cuestionable pensamiento del 68, al que le reprocha una miseria de la estrategia. Los seguidores de Foucault, dice, han teorizado la dominación neoliberal como un conjunto de dispositivos que producen subjetividad por la vía de automatismos “biopolíticos”, a través de las finanzas y las tecnologías, ignorando por completo que el neoliberalismo es, ante todo, un acto de guerra. En lugar de la dominación objetiva de los dispositivos, Lazzarato invoca a la máquina social capitalista como una máquina de guerra asistida por subjetividades muy concretas (desde los fascistas hasta los técnicos que la reparan y reforman cada vez). En su opinión, no hay reforma de izquierda posible para el capital neoliberal, que en ausencia de amenaza revolucionaria, solo apunta a aumentar su tasa de ganancia y a declarar la guerra a las poblaciones. La única opción que queda, dice, es retomar el camino de la estrategia revolucionaria, constituyendo una máquina de guerra anticapitalista, en base a movimientos populares tal y como esos movimientos surgen, más allá del pensamiento europeo de las últimas décadas.

 

Fujita lee el ya citado estudio de Deleuze sobre el cine para descubrir allí, en la imagen-cristal, el doble papel del dinero y su íntima relación con el control sobre la temporalidad. El cine depende, como se sabe, de un flujo de capital que es siempre dinero virtual, capaz de actualizarse en imágenes. Hay una relación interna entre cine y capital. Pero, al mismo tiempo, esa actualización del dinero en las imágenes restringe al cine ya que, como todo producto del dinero, debe garantizar altas tasas de ganancia. Por eso, dice Fujita, la actualización de las potencias de las imágenes en el tiempo vienen cargadas de un poder explosivo. No tanto en el cine que muestra la pobreza, porque ya todos vemos la pobreza, sino porque en cualquier momento el poder de actualización de las imágenes podría desprenderse de los límites que le impone el dinero-capital, y pasar a mostrar imágenes sobre la fuerza nueva que podría hacer de la potencia del dinero una potencia creativa, ya no atada a su pasado capitalista.

 

Leyendo a Lazzarato y a Fujita se tiene la impresión de que la interrupción libera virtuales, pensamientos y hasta posibles nuevas relaciones, pero que esas nuevas imágenes aún no se convierten en fuerzas capaces de pasar del cuidado de la vida y del planeta, a un nuevo modo de organizar la economía y la vida colectiva. Los dos señalan el papel productivo de la crisis y la interrupción de los automatismos, pero también parecen darse cuenta de que no hay ideas claras sobre cómo retomar la acción revolucionaria sin caer en un cliché. Cine y filosofía quizás estén comenzando a plantear preguntas que la política, consumida por la gestión inmediata, no se atreve a plantear. No tanto porque sean actividades “optimistas”, sino porque su tarea es precisamente inventar posibles.

 

26 de junio de 2020

 

El asesinato de George Floyd, entre la vida y la economía // Joaquín Sticotti

En la película Haz lo correcto de Spike Lee (1989) el clímax llega en una secuencia en la que el personaje principal, Mookie, inicia el saqueo y la destrucción de la pizzería en la que se había iniciado la pelea que termina con el asesinato de su amigo Radio Raheem por parte de un grupo de policías blancos. Cuando la película se estrenó, algunos de los espectadores le preguntaban al director si, efectivamente, el personaje de Mookie hacía lo correcto al iniciar el saqueo y la destrucción de la pizzería. Ninguno de esos espectadores, afirmaba Lee en una entrevista, era negro. La preocupación por la propiedad cuando acaban de matar a uno de los tuyos no tenía lugar.

Harlem amanece tranquilo después de varios días de protestas en todo Estados Unidos catalizadas por el asesinato de George Floyd en la ciudad de Minneapolis. La ciudad de Nueva York también fue escenario de las protestas, pero las mismas se concentraron en las zonas céntricas de Manhattan y en Brooklyn, lejos de este barrio en el que me encuentro. Las protestas incluyeron saqueos y destrucción de propiedades emblemáticas como la tienda Macy’s. Los diarios de Buenos Aires cubrían de forma bastante extensa las protestas, interrumpiendo la interrupción creada por la pandemia del Covid-19. Lo que sucedía en Estados Unidos concentraba la atención de muchos medios del mundo. Los medios estadounidenses buscaban la posición de afirmar la legitimidad de las protestas condenando la violencia y los atentados contra la propiedad (casi todos a excepción de Fox News que deslegitimaba el conjunto).  

Pero me gustaría concentrarme en una dimensión que parece un leitmotiv de los tiempos pandémicos: la vida o la economía. Cuando comenzó a circular el video del asesinato de George Floyd la indignación y la ira se esparció por todo el país. Las imágenes del video eran un montaje de distintas cámaras, muchas de seguridad y otras de los celulares de quienes pasaban por ahí. El desencadenante parecía de lo más insignificante (un billete de 20 dólares falso, un reclamo del comerciante que termina llamando a la policía) y la reacción de lo más desmedida (la acción de dos policías que reducen a Floyd y la posterior llegada de dos policías más que terminan participando del asesinato). Pero en la situación inicial ya estaban planteados todos los elementos, económicos y vitales, que después se replicaron en todas las protestas. Floyd estaba desempleado producto de la crisis causada por el Covid-19 que, en Estados Unidos, castigó con particular virulencia a las comunidades de afroamericanos y latinas. Cuando quiere comprar unos cigarrillos con un billete de veinte dólares falso, la reacción de la policía es reducirlo contra el pavimento y apretar su cabeza hasta dejarlo sin aire. Cuando los transeúntes le gritan con desesperación a los policías estos los miran desafiantes sin detenerse. Un suplicio resonante. El asesinato de Floyd activó la memoria colectiva de los asesinatos de otros afroamericanos por parte de la policía en los últimos años denunciados por el colectivo Black Lives Matter y tiene una siniestra similitud con el asesinato de Radio Raheem en la película de Spike Lee[1].

La escisión entre vida y economía es propia del capitalismo. La vitalidad, la mera reproducción, están atadas a una modalidad de relación entre las personas a través de las cosas. Esta lógica fetichista está repleta de contradicciones que no solemos observar salvo en esporádicos relampagueos. Lo que pasó en Estados Unidos durante los últimos días fue, sin dudas, uno de ellos. La fuerza conservadora de la policía castigó el mínimo cuestionamiento de esta modalidad de relación social asesinando a un afroamericano por un billete de veinte dólares falso. La respuesta virulenta volvió sobre la cuestión económica con los saqueos, más allá del esfuerzo mediático de verlos como desviación y no como síntoma. La reacción policial volvió a ser la represión a la protesta contra la brutalidad policial. En algunos estados, el movimiento en respuesta es el de impulsar la disolución o la reducción del presupuesto de los departamentos de policía. De esta manera, sigue abierta la disputa.

 

[1] El video que explicita la similitud se puede ver en la cuenta de Twitter de Spike Lee: https://twitter.com/i/status/1267269978320826368

Devenir burócrata // Diego Valeriano

Devenir burócrata es peor que ortiba, buchón, careta. Es abandonar la vitalidad, regalar las pocas ganas que te quedaban de vivir al Estado, tenerle miedo a lo que vagabundea, a ciertas maneras de decir, a un modo de andar Es hacer silencio frente al ruido ensordecedor de Berni, delirar troskos de manera imbécil, ser festejante de millonarios que ni te participan en su negocio. Es recordar los muertos según quien sea el victimario, de que barrio, quien gobierna. Es acomodar la historia de acuerdo a ciertas órdenes impartidas, escuchar ciertas radios, vomitar indignación solo cuando se está seguro, solo si hay red, si hay una orden. Es ver cómo se pierde la calle de modo inexorable frente a gente temerosa, imbécil, cruel, harta. 

Trocar militancia por responsabilidad, revolución por cuidados, segundeo por obediencia, andar por quietud. Agradecer a un presidente porque te cuida, sentirte contenta porque te cuidan, sentir miedo si no te cuidan. Burócrata, keynesiano de wasap, profe por zoom, trabajadora social, psicólogo del  juzgado, becario del Conicet como todo llanto. Hablar de cosas que ya no te afectan, envejecer de repente, parecerte a un cobani pero sin fierro, ni aguante, ni calle. Señalar, explicar, encasillar las vidas, batatear de futuro, opinar. Ser parte de los dispositivos que quieren moldear los cuerpos: marcarlos, incluirlos como excluidos, obligarlos a expresar signos, salvarlos, inmovilizarlos.

Devenir burócrata, sentirte parte de manera obediente de una maquinaria lejana, absurda, ajena, muerta. Abandonar la vida, hacer caso, estar vivos solo de manera legal, respirar pausadamente, moverse en el lugar. Renunciar a la manija hermosa de vagar, de decir pavadas, de reirse como un imbécil, de no creer que la política -ideológica, tribunera, partidista, puro termo- sea algo que valga la pena vivir a diario.

Argentina: Repensar una herencia. Darío Santillán a 18 años de la Masacre de Avellaneda // Miguel Mazzeo

¿Que representa hoy la figura de Darío Santillán para la militancia popular?  ¿Qué proceso histórico colectivo, qué experiencias, vivencias y saberes emancipatorios pueden percibirse en el recorte de esta figura individual? ¿Existen condiciones históricas para una proyección social amplia y efectiva de lo que representa Darío?  

De manera instantánea se nos presentan muchos elementos, todos entrelazados: un ethos popular reconstructor de relaciones humanas y vínculos comunitarios; un espacio horizontal que asume la igualdad como punto de partida (“naide más que naide”) y que está abierto a todos los debates y a todas las inquisiciones; un conjunto de prácticas generadoras de auto-estima en los y las de abajo y unos mecanismos productores de auto-respeto comunitario; un espacio simbólico articulador de experiencias de base bien diversas pero no contradictorias; la recuperación por parte de los y la de abajo de las fuerzas de la cooperación expropiadas por el poder dominante (burgués y despótico); una intensidad de los lazos políticos que no cabe en los esquemas teóricos tradicionales; un rechazo radical de los valores burgueses; un desborde de las formas de la estatalizad y una trasgresión de lo instituido; una ruptura con los procesos formadores de no-sujetos: electoralizados, carecientes, demandantes; un momento radiante y efímero de restitución de la imaginación política radical; un desafío lanzado al núcleo mismo de la dominación del capital.

Pensamos que la voz de Darío jamás ha dejado de trasmitirnos un mensaje principal que resuena en nuestros oídos más o menos así: “si se trata de rebelarse contra la injusticia, de llevar a la práctica una utopía emancipadora, de construir colectivamente una patria/matria para los y las de abajo, cuenten conmigo. Para administrar el orden de cosas existente, para recomponer desde arriba el vínculo entre el pueblo y el Estado burgués, llamen a otros y a otras”.  

Darío es el signo de una subjetividad política marcada a fuego por la rebelión popular de diciembre 2001. Un representante genuino del atisbo de una breve subjetividad revolucionaria en la desolada Argentina de la post Dictadura. La expresión de un momento de la historia preñado de posibilidades para los y las de abajo, de un instante fugaz de amor colectivo. El emblema de la politización del hambre y no de su moralización. Darío es, al mismo tiempo, chispa y pradera. El símbolo de un impasse.

Se podrá argumentar que muchos de estos sentidos remiten a aspectos micro-políticos y subjetivos, a la región de los afectos. Es cierto. Pero estamos convencidos de que en esos aspectos se dirimen las posibilidades de un proyecto radical y se juega la posibilidad de que lo colectivo se torne político. Esos aspectos son fundamentales en los procesos de politización popular. Darío también remite a un intento (fallido hasta ahora) de anclar y fundar una macro-política popular en estos aspectos micro-políticos del universo plebeyo, para que lo colectivo-político pueda trascender lo fragmentario, para proyectar y generalizar lo interno.

Consideramos que la pregunta estratégica que Darío nos dejó instalada es la siguiente: ¿Cómo hacer para que los afectos, los vínculos intersubjetivos y las praxis anticipatorias de la sociedad nueva y buena que anidan en cooperativas, huertas, comedores, merenderos, talleres, centros culturales, experiencias de comunicación alternativa, asambleas, piquetes, movilizaciones, etc., se constituyan en soporte de un proyecto político popular? ¿Cómo contribuir a la producción de una relación dialéctica entre praxis y proyecto? Todavía no hemos rozado la respuesta.

Si bien muchos de los sentidos que vinculamos con la figura de Darío aún habitan en los subsuelos y en los pliegues de la conciencia de un par de generaciones de militantes jóvenes, con desazón debemos asumir que hoy se hallan insertos en embutidos indescifrables. Han perdido terreno frente a otros sentidos y otros lazos. Otras intensidades, otros universos simbólicos, otras interacciones, atraviesan a las organizaciones populares. No estamos seguros de su productividad.

Muchas de las predisposiciones militantes actuales tienden a ser pragmáticas, centristas, “realistas”; tienden a calzarse el uniforme de representantes o  benefactores de las masas. Nos topamos con militancias que suceden en los marcos de las lenguas oficiales. Hablan clisés. Prefieren disputar las instituciones en lugar de sustituirlas. En ocasiones, estas militancias se afincan en estadios corporativos y nutren la complacencia perezosa de las dirigencias que difieren el porvenir, frenando deliberada o inconscientemente los procesos de maduración política del pueblo. O, en sus peores versiones, instituyen un “vandorismo para pobres”. Por ahí, sospechamos, no supura ni arde la herencia de Darío. 

Ya, con una mínima distancia temporal de por medio, podemos ver como el “extractivismo” operó sobre el cuerpo social de diversos modos. No sólo desde lo material, también se ensañó con algunas ideas y algunos afectos. Este vaciamiento produjo en una franja importante del activismo social y político popular un desinterés cada vez mayor por lo micro-político y lo subjetivo y, paralelamente, promovió la fetichización de la macro-política y la gestión estatal, lo que creó condiciones para la articulación de lo antagónico, para la integración subordinada de lo popular en el marco de proyectos ajenos. De a poco, muchos espacios que alguna vez funcionaron como usinas para una nueva radicalidad política, terminaron dispersos y/o subsumidos en una nueva liviandad política.

Para muchas organizaciones populares se fueron tornando menos improbables (y menos descabellados) los escenarios de vecindad con los responsables políticos del asesinato de Darío. De ningún modo estamos planteando que se trata de un efecto deseado, simplemente conjeturamos que determinadas dinámicas pueden conducir a esas inmediaciones. Sólo identificamos un riesgo derivado de una vocación de poder que se mueve en marcos estrechos y convencionales. Una vocación de poder sin horizonte emancipatorio que convierte a las identidades, a las ideologías y a los proyectos populares en rasgos accesorios de una flexibilidad infinita.    

Por su parte, los espacios donde los sentidos que unimos a la figura Darío se mantienen más productivos, tienden a escindir lo micro-político de lo macro-político, la experiencia de base del proyecto general. Por lo general, la riqueza de la experiencia micro-política no se condice con el carácter menesteroso de las opciones macro-políticas, la capacidad de invención social no se condice con la monotonía de las instituciones convencionales. Seguimos fallando en la construcción de un proyecto a la altura de las mejores construcciones de base, las más autónomas, democráticas, anticapitalistas, antipatriarcales; las que mejor prefiguran el futuro socialista. Existe el riesgo de diluir esos sentidos en las participaciones –absolutamente necesarias– en los espacios resistentes más extensos, pero también existe la posibilidad de que estos sentidos calen hondo en estos espacios.

Tal vez en el “extractivismo” arriba mencionado radique la auténtica “pesada herencia” del progresismo argentino: en las “amplias masas” que serializó, en la productividad social y política que despotenció y en el poder que le restituyó a los burócratas, a los punteros y a todos los agentes del “neoliberalismo desde abajo”; en su reemplazo de los espacios y dispositivos de experimentación política, social y cultural que se habían desarrollado espontánea y democráticamente en la sociedad civil popular por otros espacios y dispositivos típicamente estatales, mercantiles y verticales. Una forma de vaciamiento peculiar que abrió las puertas para otros vaciamientos en todas las esferas. Mientras tomó iniciativas valiosas en el nivel macro-político y hasta permitió el desarrollo de algunas lógicas estatales reparadoras, el progresismo argentino mutiló palabras claves que habían nacido para cuestionar a fondo el statu quo, silenció las voces más autónomas y disruptivas.

Por eso es una tarea imprescindible repensar el legado de Darío, los sentidos de una figura como la de Darío. Repensarlos para encontrar las formas más adecuadas de administrarlos en circunstancias históricas en que rigen tiempos políticamente uniformadores y no tiempos de impasse, unas formas que re-actualicen ese legado y esos sentidos pero que al mismo tiempo conserven sus núcleos innegociables. También para liberar a Darío de los ejercicios retóricos y estéticos, de las significaciones superficiales y oportunistas. Para delimitar la parte más auténtica de esa herencia. La parte que es memoria que trabaja para la cohesión popular y prolongada. La que es lenguaje fraternal y religante. La parte la más disruptiva. La más nuestra. La parte que espera para ser re-activada, no para acompañar los proyectos “alternativos” de la gobernabilidad capitalista en la Argentina sino para impugnarlos de raíz.  

Pandemia y resistencias en Colombia // Alioscia Castronovo Natalia Hernández Fajardo

Imagen: LUIS CARLOS AYALA

Mientras el hambre desborda los barrios populares, la violencia y la furia extractiva que devasta cuerpos y territorios no cesan, se intensifica. Tres meses después de haberse confirmado el primer caso, Colombia contabiliza 68.652 casos confirmados y 2.237 fallecidos por covid-19.

La mayoría de los contagios se concentran en Bogotá, la capital del país, y en las otras grandes ciudades, aunque la situación también es dramática en distintos territorios con población predominantemente indígena, particularmente en las regiones limítrofes con Venezuela, Perú y Brasil.

En los meses previos a la pandemia, protestas e insurrecciones populares estallaron contra las insostenibles medidas neoliberales en toda América Latina. Desde finales de noviembre en Colombia comenzó el paro nacional. Grandes marchas atravesaron todo el país en contra del “paquetazo neoliberal”, de las reformas fiscales, económicas y laborales sugeridas por el FMI y la OCDE al Gobierno del presidente Iván Duque, y en contra de las violencias sistemáticas desplegadas hacia pueblos indígenas, ex guerrilleros, mujeres y líderes sociales. Este conjunto de luchas desbordó el Paro Nacional del 21 de noviembre y sacudieron al país con una intensidad, una extensión y una capacidad inédita de conjugar radicalidad, masividad y heterogeneidad en la protesta social. Cuando nuevas movilizaciones feministas, ecologistas, campesinas e indígenas se iban gestando para el mes de marzo de 2020, llegó la pandemia, sumando a esta situación una crisis sanitaria.

Varias marchas tuvieron lugar el pasado 15 de junio en las principales ciudades del país, como Bogotá, Cali y Medellín para reclamar derechos y alimentos negados y planes en contra del hambre

Justamente en este contexto de excepción, mientras se desarrollan varias formas de control territorial organizadas por indígenas, campesinos y comunidades afro en distintas áreas del país, el conflicto social se reorganizó a partir de las condiciones de miseria y hambre que están golpeando a sectores importantes de la población. Varias marchas tuvieron lugar el pasado 15 de junio en las principales ciudades del país, como Bogotá, Cali y Medellín: las movilizaciones populares reclamaron derechos y alimentos negados, planes en contra del hambre y a la vez denunciaron las múltiples violencias que atraviesan el país, la masacre de líderes sociales y el racismo. De hecho, en resonancia con las revueltas en Estados Unidos, el mismo día una movilización antirracista atravesó la capital con la consigna “Las vidas negras importan”, contra el genocidio del pueblo negro, la represión policial, la impunidad y el racismo estructural.

La respuesta policial fue durísima: hubo más de cien detenidos y veinte heridos, la mayoría periodistas, estudiantes y defensores de derechos humanos. Según Contagio Radio, “podría interpretarse como un claro mensaje a quienes deciden protestar en medio del aislamiento y lo que algunos han llamado el autoritarismo de gobiernos locales y el gobierno nacional”. 

La crisis sanitaria muestra las consecuencias de la mercantilización de un sistema de salud racializado y elitista, que devela y resalta los estragos inocultables de décadas de gobiernos de la derecha neoliberal, que han dejado al descubierto los motivos por los cuales la gente saló a protestar en el paro nacional de hace unos meses. En Colombia la pobreza afecta al 60% de la población y el 10,8% vive en pobreza extrema, mientras que “la riqueza está concentrada en unas pocas manos, en pocas empresas que generan PIB, pero no igualdad», decía Alicia Bárcena de la CEPAL, en la presentación del informe Panorama Social en América Latina de noviembre del 2019.

En Colombia, 9,45 millones de personas —un 61,3% de la población— viven del trabajo informal o “rebusque” realizando actividades que alcanzan para el sustento diario, sin acceso a pensiones y sin recibir subsidios, según la OIT. Unas cifras que colocan a este país sudamericano en el primer puesto del mundo en informalidad laboral.

Con la pandemia, la situación de crisis se agudizó. El índice de desempleo aumentó al 19,8%, afectando a 4,1 millones de personas en abril de 2020, 1,6 millones más con respecto al mismo mes de 2019. Mientras tanto, la emergencia migratoria de personas principalmente provenientes de Venezuela (40%) se complica con la pandemia y se agrava con las dificultades de coordinación derivadas del hecho de que el mandatario colombiano no reconoce a Nicolás Maduro como presidente. 

Los contagios masivos en las hacinadas cárceles colombianas, al doble de su capacidad, ha sido otro de los efectos de la pandemia

Frente a este escenario, las medidas del Gobierno de Iván Duque han favorecido a las grandes empresas. Dos meses después de los primeros casos de contagio, el pasado 11 de mayo, Duque optó por flexibilizar el aislamiento social obligatorio, priorizando por encima de la salud los beneficios económicos de los sectores más poderosos, que presionaron para reabrir actividades en la construcción y la manufactura. Como respuesta, distintas organizaciones indígenas decidieron mantener medidas de control territorial entrando en tensión con el Gobierno nacional.

Los contagios masivos en las hacinadas cárceles colombianas ha sido otro de los efectos de la pandemia. Como escribe Sergio Segura, “las estadísticas del INPEC indican que las 134 cárceles del país tienen capacidad para albergar hasta 80.156 presos, sin embargo, en la actualidad se presenta un hacinamiento de más del 50% debido a la reclusión intramuros de 124.188 personas, lo cual revela una sobrepoblación de 44.032 internos en los centros carcelarios”. En las cárceles se registran actualmente 1.399 casos confirmados, y las protestas siguen adentro y afuera de sus muros, con familiares y amigos de detenidos que se han movilizado tras las primeras protestas y revueltas, que en el mes de marzo han dejado 23 muertos y 83 heridos por la represión policial solamente en la cárcel La Modelo de Bogotá. 

LA PANDEMIA EN LOS BARRIOS POPULARES EN BOGOTÁ

La ciudad de Bogotá, con sus ocho millones de habitantes, es actualmente el principal foco de contagio en el país, con 19.767 casos. En la ciudad sigue la cuarentena, y actualmente casi el 50% de la capacidad hospitalaria dispuesta por el Distrito está saturada, aunque ya antes de la pandemia tenía un sistema de salud colapsado.

El malestar social creciente por el incumplimiento sistemático de los derechos más básicos y las condiciones precarias de vida principalmente en los barrios populares y municipios aledaños estalló con la llegada del covid.

Además del riesgo de contagio, los habitantes de barrios populares —así como sucede principalmente con comunidades indígenas, afro y campesinos en todo el territorio nacional—, enfrentan un entramado de múltiples formas de violencias: la violencia del Estado, del ejército, de paramilitares, de otros grupos armados y de los diversos tipos de violencias que genera el narcotráfico, pero también la violencia del desempleo, la continua precarización y financiarización de la vida que en la cotidianidad implica endeudarse hasta por el plato de comida del día. El Estado parece solamente reclamarlos para engrosar la “primera línea” de los trabajos esenciales como alternativa al abandono sistemático.

Los balcones y ventanas de las ciudades colombianas se tiñeron con “el trapo rojo” como una forma de notificar la urgencia de necesidades no cubiertas, de hambre y pobreza

Frente a la ineficacia del Estado, y a su violencia, caravanas de solidaridad han atravesado barrios populares de las grandes ciudades, al igual que en territorios indígenas. 

Los balcones y ventanas se tiñeron con “el trapo rojo” como una forma de notificar la urgencia de necesidades no cubiertas, de hambre y pobreza, pero emerge más como un “símbolo de la desigualdad social en la pandemia”, como altavoz de la violencia estructural hecha costumbre.

En cada una de las 20 localidades de Bogotá, se han identificado sectores de extrema pobreza. Alrededor de 381.418 familias viven en condiciones precarias (medición del Distrito 2020), 9.538 en situación de calle (ONG Temblores) y hay 39.620 vendedores informales (Instituto para la Economía Social –IPES). En los barrios populares de la antigua Bakata —como es nombrada la capital de Colombia en lengua indígena y donde viven miles de desplazados por el conflicto armado—, se despliegan con enorme energía y con grandes dificultades estrategias solidarias colectivas y populares para enfrentar esta crisis como las ollas populares, las colectas entre vecinos, dispositivos de seguimiento para acompañar situaciones especiales como mujeres en riesgo de violencia intrafamiliar.

Los sectores populares se enfrentan a una dramática situación: “Morir de hambre o morir por covid”. Con estas palabras Flor María Hernández, representante Nacional de los Trabajadores Informales, presenta el angustiante dilema que atraviesa estos sectores. “Son los trabajadores informales quienes se ven más afectados con la medida de aislamiento social obligatorio. Si bien el Gobierno nacional dispuso un plan de entrega de subsidios, estos se realizan a través de cuentas bancarias y una importante cantidad de ellos no están bancarizados. Además, se han reportado irregularidades en las entregas de otros auxilios y denuncia que “las familias están hoy en una gran hambruna. Muchos y muchas han salido a protestar recibiendo como única respuesta la represión del ESMAD y la Policía”.

Los sectores populares, especialmente las personas que trabajan en el sector informal, se enfrentan a una dramática situación: ”Morir de hambre o morir por covid”

La mayoría de las personas que vive del “rebusque” no dispone de ahorros ni cuentan con protección en seguridad social o laboral. Debido a sus condiciones socioeconómicas, las tan popularizadas medidas individuales de la cuarenta representan un riesgo para su subsistencia. Por este motivo algunos “están saliendo a rebuscarse vendiendo tapabocas [mascarillas], bolsa para basura o eucalipto”, dice Flor María.

Frente a esta situación, el Grupo de Socioeconomía, Instituciones y Desarrollo de la Universidad Nacional sostiene la necesidad de un ingreso mínimo vital para vendedores ambulantes, recicladores, costureros, cuidadores, peluqueros, y todos los otros oficios que componen la economía popular. Cesar Giraldo, docente de la Universidad Nacional, afirma que “el trabajo de la economía popular satisface las necesidades básicas en muchos ámbitos, le da a la sociedad bienes y servicios, pero no recibe del Estado protección social ni derechos sociales. Son millones de ciudadanos que se ganan la vida así. […] Por esto proponemos una garantía del ingreso mínimo vital, ampliar el beneficio económico para estos sectores, para desempleados y cuentapropistas, y fortalecer redes de abastecimientos de alimentos”. Estas reivindicaciones se entrelazan con los debates en torno a la renta básica universal, que se ha vuelto central en las reivindicaciones de movimientos sociales de todo el mundo.

DESALOJOS Y VIOLENCIAS EN LOS TERRITORIOS

Ante la propagación del virus, la población indígena de Bogotá está en una situación de alto riesgo debido a los espacios reducidos en donde viven, como denuncia el líder del cabildo del pueblo muisca. Su comunidad se concentra en barrios populares de las localidades de Bosa y Suba, uno de los epicentros de contagio. “En el barrio el Rincón de Suba está la tasa más alta de contagio. Estamos generando monitoreos en salud, no nos quedamos con las manos cruzadas frente al incumplimiento del Gobierno, a la vez que hacemos un llamado a este para que haya una mesa, avanzamos organizando nuestra comunidad. Son más de 500 años de lucha, seguiremos adelante”. 

Esta situación afecta a la gran mayoría de los 37.000 indígenas de diferentes comunidades que viven en la Cxhab wala —la gran ciudad en lengua indígena nasa—. El 7 de mayo, la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) rechazó los abusos cometidos por la policía hacia indígenas de la comunidad Emberá Katío que habían sido previamente desalojados.

Conocidos en sus territorios como la gente del maíz, la realidad de los emberá en la ciudad es crítica. Atraviesan por una emergencia alimentaria y habitacional. Viven en albergues o pagadiarios compartiendo habitaciones entre 6 y 15 personas. Su fuente de ingresos son los tejidos que venden en las calles. Como la mayoría de indígenas en Bogotá, migraron por el conflicto armado que les arrebato todo: seres queridos, tierras, lazos comunitarios, todo, menos la fuerza con la que se aferran a su cultura, preservándola en medio de la urbe, mientras llega el día en el que recuperen sus territorios ancestrales. Propósito por ahora irrealizable a causa de una paz esquiva. Después de los Acuerdos en la Habana, otros grupos cooptaron los espacios, mantienen dinámicas de reclutamiento forzado y combates.

En plena cuarentena, también otros barrios populares tuvieron que enfrentar violentos desalojos, particularmente en las localidades de Usme y de Ciudad Bolívar, donde viven alrededor de un millón de personas y albergan la mayor cantidad de víctimas del conflicto armado. En estas zonas de la ciudad, la falta de cobertura de derechos básicos como salud, educación, vivienda, se suma a la presencia grupos ilegales. Y ahora, para terminar de agravar el panorama, emergencia alimentaria y covid.

El Estado aquí no solo tiene una deuda histórica por abandono, sino que es el responsable directo de acciones contra la población. Al final de abril la policía hirió gravemente a un joven que protestaba por la falta de ayuda del Distrito en el barrio El Recuerdo, que había salido a enfrentar la represión del ESMAD por el hambre, y como dice Rocío Garzón, del Movimiento Popular de Mujeres La Sureña, “porque no han llegado redes de apoyo, redes de solidaridad”

En estos mismos territorios, el Estado es responsable de las ejecuciones extrajudiciales de jóvenes civiles que los militares presentaron como bajas exitosas de guerrilleros en la guerra contra insurgente del Gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Estas muertes han sido denunciadas por la organización Madres de Falsos Positivos de Soacha y Bogotá para que los asesinatos no queden en la impunidad.

Ana Páez es una de ellas. Es madre de Eduardo Garzón Páez, uno de los más de 8.000 falsos positivos, una herida que sigue abierta. Ana nos cuenta que, a pesar de las durísimas condiciones, las Madres están fabricando tapabocas con las consignas “Quién dio la orden” y los venden para sostenerse y a la vez seguir con su lucha. “Dicen que no salgamos a la calle, pero es que ya son sesenta y pico de días que estamos encerradas y no tenemos comida, no tenemos nada, ni siquiera un mercado. Tenemos que pagar un arriendo, servicios, de todo y no tenemos” y agrega: “Llevamos 13 años en esta lucha y ya la mayoría tenemos más de 60 años, no ha habido justicia. El Estado no se ha dado cuenta cómo vivimos las víctimas, qué necesitamos, no es pedir, es un derecho que el Estado nos tiene que dar.”

NO ESTAMOS SOLAS: PRÁCTICAS DE RESISTENCIA DEL FEMINISMO POPULAR

Mujeres y trans también han venido denunciando abusos de la policía, que se intensificaron luego del lanzamiento del “Pico y género”, una medida diseñada por el Distrito para restringir la movilidad con base al género, que supuso la reproducción de estereotipos y dejó expuestas a las personas que no se ajustan al modelo binario tradicional, convirtiendo a la población civil en jueces de la identidad, como denunciaron organizaciones feministas y trans. “Hay miedo en el territorio. Como nos pasó en Bosa, la policía está amedrentando a las mujeres en la calle. A una chica la desnudaron, le quitaron su plata”, dice Rocío.

Esta medida, sin embargo, reveló la falta de redistribución de tareas de cuidado en el hogar. En los días asignados a las mujeres, las ventas se incrementaron un 20%. La Red Popular de Mujeres de la Sabana, compuesta por mujeres que habitan y trabajan en los municipios que rodean Bogotá, en su mayoría ligadas a la agroindustria de exportación de flores, vienen trabajado sobre el impacto de las múltiples jornadas de trabajo remunerado y no remunerado sobre los cuerpos de las mujeres.

En diálogo con ellas nos comparten: “Un tema central de la Red ha sido la campaña ‘Mi trabajo en casa también vale’ porque es aporte social y económico. Para nosotras ha sido fundamental estar activando el tema del trabajo del cuidado”, plantean, y se refieren a la situación concreta que atraviesan las mujeres en esta crisis: “El tema de género es fuerte. En la Sabana de Bogotá hay muchas mujeres madres cabeza de familia, al tener que salir a trabajar en las empresas de flores o estar en medio de todos estos despidos masivos no tienen el mínimo vital básico para la supervivencia”.

“Que muestren lo que está pasando, hay mucha gente en hospitales del sur, no los están diagnosticando, para que no sean cifras y para no gastar las pruebas en los pobres”

Las mujeres que trabajan en los cultivos de flores presentan un deterioro sistemático en su salud debido a las intensas jornadas de trabajo en los campos, donde están expuestas a temperaturas extremas y peligrosas condiciones laborares por el uso de plaguicidas y otros agrotóxicos. Todo ello sumado a las jornadas de trabajo doméstico y cuidado. Con la llegada del covid este escenario se ha recrudecido: “En la floricultura, los empresarios no tienen sistemas de seguridad. Las mujeres están trabajando exponiéndose al riesgo. Algunas empresas han quitado las rutas de trabajo, los buses de transporte, y las mujeres tienen que irse caminando o en bicicleta a la casa, cuando ya es un poco oscuro. En las empresas que si tienen rutas los buses van llenos” según la Red.

La alta exposición de los sectores populares es incontestable. Muchos municipios ni siquiera cuentan con hospitales propios. Tienen que atenderse en la capital: “Que muestren lo que está pasando, hay mucha gente en hospitales del sur, no los están diagnosticando, para que no sean cifras y para no gastar las pruebas en los pobres”, indica Rocío quien alerta sobre la situación de las personas de la tercera edad: “No están atendiendo a los ancianos, aunque logren entrar al hospital, porque los médicos tienen miedo, porque no hay cómo tratarlos, no saben qué hacer. Están mandando enfermeras y enfermeros más jóvenes. Esa es la realidad, pero eso no se ve”.

Desde la comunicación popular y alternativa con enfoque de género, afirma esta integrante de La Sureña, están contribuyendo en la visibilización de lo que escapa al relato oficial: “Hemos intentado mostrar, hemos acompañado y hemos hecho desde la red de organizaciones #TodasSomosTodes, el trabajo logístico, también como red de apoyo comunicativo, porque no se están mostrando las cosas, ahora hay derrumbe en Doña Juana otra vez. La gente con ese olor, la gente con moscas en todo lado, cerrando sus ventanas. Sus niños enfermos, que si no es de covid es de una malaria, porque la situación está así en los Sures”.

Doña Juana es el vertedero de basura más grande de Colombia. Su crecimiento desmedido y arbitrario ha generado una crisis ambiental en el territorio y crisis de salud en las comunidades que viven con el tapabocas puesto. Sin embargo, en las periferias donde se respira hambre y se respira contaminación, también se respira lucha. Porque la negligencia se ha contrarrestado con reexistencias que tejen articulaciones entre los movimientos sociales y feministas que desde el sur están organizando estrategias de solidaridad comunitaria y popular, creando dispositivos para proveer seguridad alimentaria a través de rutas de emergencia desde abajo con entrega de mercados en bicicleta directamente; haciendo rastreos y acompañamientos a mujeres que están sufriendo violencia de género; brindando apoyo en el uso de herramientas de comunicación como Whatsapp; trabajando desde la educación popular y desde una perspectiva que apuesta ir más allá de la contingencia; politizando el hecho como mujeres populares: “Cuidadoras, mujeres con discapacidad, mujeres desempleadas, mujeres recicladoras, madres con más de cuatro hijos. Es importante tener en cuenta que nuestras mujeres en los sures, están intentado salir, están moviéndose, con ollas populares”.

Lo más importante, destaca Rocío, es “que se sientan apoyadas por una red y que no están solas, creo que eso es lo primero que surge de este feminismo popular. No estamos solas”

Lo más importante, destaca Rocío, es “que se sientan apoyadas por una red y que no están solas, creo que eso es lo primero que surge de este feminismo popular. No estamos solas”. O en clave de la economía del cuidado como afirma la Red Popular de Mujeres de la Sabana: “Fortaleciendo estrategias que potencien nuestra economía, con la siembra, la plantación en las casas, con los huertos y acompañando, brindando apoyo emocional, comunicándonos cotidianamente. Alrededor de una propuesta alternativa feminista y donde esté en el centro la alimentación y el cuidado”.

En estas experiencias de mutualismo encontramos pistas concretas de ensayos de otros mundos posibles que apuestan desde los territorios por caminar alternativas a la falsa oposición “economía o salud”. En este debate por lo general resulta ilesa la racionalidad económica global del modelo productivo responsable de la sobreexplotación de los recursos y el empobrecimiento de los pueblos. El retrato colombiano es grito de la necesidad inaplazable de transitar de esta racionalidad dominante a racionalidades que incluyan una nueva ética y práctica política, que surge desde las luchas ecologistas, feministas y antirracistas. Una política de la diferencia que renueve los sentidos de la vida en común abriendo espacios para la posibilidad de la reexistencia de pluriversos, que sea posible, como señala Boaventura de Sousa “pensar las diferencias con igualdad, no convirtiendo a las diferencias en desigualdades”. Las tramas que entrelazan las rebeliones y las insurrecciones populares con las prácticas de solidaridad, mutualismo y resistencia en la pandemia en América Latina y más allá, indican caminos posibles para relanzar las luchas anticapitalistas en la crisis civilizatoria que estamos atravesando.

Este artículo fue publicado previamente en italiano en Dinamo Press

EL SALTO DIARIO

 
 

Teriantropías // Carolina Meloni González [1]

Somos el universo follando

Paul B. Preciado, Testo Yonki

Hay sueños verdaderamente reveladores. Como oráculos, muchos de ellos nos abren las puertas de la comprensión a deseos inconfesables, a miedos desconocidos; en ocasiones, incluso, nos permiten acceder a teorías filosóficas que no fuimos capaces de entender estando despiertos. Así, por ejemplo, gracias a un viaje onírico, pude comprender lo que querían decirnos Deleuze y Guattari cuando afirmaban que los devenires no son ni sueños ni fantasmas, sino que son absolutamente reales. Es totalmente cierto que devenimos animales y que podemos mutar. Si la atmósfera es  propicia, incluso sin darnos cuenta de ello, a veces nos comportamos como lobos, serpientes u hormigas. De repente, un hambre no humana nos asalta y se apodera de toda nuestra voluntad. En muchas ocasiones, la bestia que late en nosotros da alguna señal de su existencia: a través de un sonido, un gemido, un arrebato incontrolable de ira, ansia o deseo. Puede incluso manifestarse en un solo órgano, que se independiza de su condición antropomórfica y comienza a tener vida propia: una boca que se pone a desgarrar, a roer o a devorar. Cabe la posibilidad de que nuestra lengua se transforme por unos minutos en una suerte de ventosa. O que nuestra mirada se petrifique y amarillee, para saltar sobre una víctima. Habitan en nuestros cuerpos todo tipo de seres salvajes e indomables, transformaciones que no controlamos, órganos que se sublevan ante cualquier paideia disciplinaria que pretenda limitar sus funciones a términos puramente antropológicos. Orificios, dedos, codos y rodillas; pezones, labios, vaginas y penes; brazos, piernas y miembros que deciden abandonar el anthropos que somos, para deslizarse hacia el therion, esa bestia que hemos intentado apaciguar durante siglos a base de adoctrinamiento, castigos e instituciones punitivas. 

 

Y una noche, soñé que devenía animal. Soñé que follaba con un pulpo. Tentáculos de placer recorrían mi cuerpo, mi espalda, mis senos y cuello. Múltiples brazos se entrelazaban entre mis piernas, se deslizaban de mi sexo hacia el ano. Pequeñas ventosas succionaban cada rincón de mi piel. Y todo devenía penetrable, todo era susceptible de ser lamido, besado, chupado hasta el éxtasis. Y follamos, en una infinita noche, entre el sueño y la vigilia. Y fuimos dos y tres, y hasta perdimos la cuenta. Pues el deseo atravesaba esa cama, empapada de sudor y fluidos corporales indistinguibles. Lamer, morder, chupar, besar. Gemir, gritar, aullar. Palpitar, en cada penetración de un dedo, una lengua, un pene, un clítoris. Vibrar, estremecerse, temblar. Sudar, eyacular, fluir. Porque cada orgasmo traía consigo una transformación, convirtiéndonos en pulpos, calamares, bestias incontrolables. Follar hasta perder la noción del tiempo, hasta perder el sentido. Fundidos en un beso a tres bocas, en un abrazo que se iluminó como un fuego fatuo. 

 

No hay sexo sin mutación animal. Sin esa estela ácida que exudan las bestias. Multitudes de seres diversos y polimorfos nos visitan e invisten en cada encuentro sexual. Nos transformamos en auténticas perras en celo, en felinos seductores, en cervatillos cazados por un depredador, en serpientes que silenciosamente se deslizan por cartografías dérmicas. Un hombre-jaguar, del que no soy capaz de ver su rostro, cabalga entre mis muslos durante una convulsionada noche. Me sumerjo en vaginas que se transforman en misteriosas madrigueras, en las que me pierdo y hallo un refugio.“La sexualidad es la producción de miles de sexos”, afirmaban Deleuze y Guattari. Poblada de afectos, de amores abominables, de partículas infinitas que estallan en cada uno de nuestros poros, cuanto el otro-la otra nos rozan, palpan y atraviesan. Como en los sueños, como en los relatos míticos, hay que pensarla como ese escenario de “cuerpos destotalizados y desorganizados […] con penes removibles y anos personificados, con cabezas que ruedan, personajes cortados en pedazos” (Viveiros de Castro, 2002, 48). Similar al mundo onírico, el sexo nos lanza hacia flujos turbulentos, capaces de desestabilizar todo principio de individuación. ¿Quién no ha transitado esos devenires inauditos, esas regresiones animales, esas simbiosis corporales que nos conectan con nuestra más pura alteridad? ¿Quién no se ha bestializado en un grito orgásmico? ¿Acaso no hemos mordido o arañado cual fieras sin control? Huyamos, pues, de aquellos amantes que se empeñan en anclarnos a sexualidades molares, segmentarizadas en pares dicotómicos, edipizados y neuróticos. Follemos, como pulpos o manadas, con la fuerza disruptiva de hordas capaces de reventar y poner patas para arriba toda alcoba heteropatriarcal. Que nuestras experiencias sexuales se conviertan en auténticas revueltas callejeras, máquinas de guerra revolucionarias, fuegos incendiarios y barricadas, conmociones y movimientos tectónicos que produzcan réplicas y temblores durante días. Poblemos la tierra con nuestros deseos y gemidos. Que nuestros cuerpos y miembros reproduzcan esas extrañas conexiones multi-especies, híbridas y simbióticas que se dan en la naturaleza. Mutemos y cambiemos de piel, deshaciéndonos de nuestros ropajes somáticos humanos, abrazando disfraces insólitos y desconocidos. Follemos, siempre, zoopoiéticamente. Sin filiaciones, sin estructuras de parentesco jerarquizadas, sin relaciones de poder. Y que nuestras pieles, al encontrarse, puedan arder como un campo de hierba fresca poblado de luciérnagas.

Imagen: El sueño de la esposa del pescador de Katsushika Hokusai (1814) 

[1]Este texto forma parte del libro inédito Sueño y revolución, Se trata, por tanto, de un pequeño adelanto de un proyecto más amplio por parte de la autora.

Histética: arte y subversión en Freud // Julián Ferreyra*

Fue en la oscuridad del tiempo entre guerras del siglo pasado cuando el movimiento psicoanalítico conquistó el mundo. Un momento triunfal para el freudismo, el cual comenzaba a ser considerado “higiene de vida” o “moral civilizada” no sólo por los díscolos psiquiatras dinámicos sino también por toda clase de vanguardias, sobre todo escritores. Doble moral victoriana, la Belle Époque; luego los años mortíferos, que incluyeron también una pandemia, y esa “bella década del veinte” que, al tiempo de insinuar suntuosamente toda clase de revoluciones, producía su más allá [del principio de placer]. Una década ganada.

Los surrealistas habían sido interpelados y valoraron lo que los “científicos” no vieron ni de casualidad. Pero a Freud le interesaban los segundos, y por ello no les dio ninguna importancia a los primeros. Idealizaba a estos, que lo detestaban, al tiempo de degradar a esos que lo admiraban. Soldadura entre rechazo, obstinación y la más llana falta de entendimiento por las vanguardias. Me interesa enfatizar lo último, pero sin reducirlo al hecho artístico de vanguardia, ni tampoco a lo que usualmente se entiende por vanguardia. Me refiero a la dificultad freudiana de ir más allá de sí, de la dificultad estética para ceñir, pensar y eventualmente utilizar los efectos en la cultura que éste producía y produce. Sin rodeos, una dificultad en torno a lo popular ─que no es sinónimo de “masa” ─. Allí donde Freud se popularizaba, se reforzó la “extraterritorialidad” del psicoanálisis. Ante la (im)popularidad, una respuesta elitista. Ante la divulgación, la burrocracia universitaria. Ante la política, el nihilismo. Tecnicismos en vez de modestia artística.

Un genuino síntoma, que torna al psicoanálisis vanguardista y conservador al mismo tiempo, subversivo y demodé.

***

Masotta escribió una célebre ponencia sobre la estética freudiana[i] en la cual trabajaba ese curioso intento de Freud por disolver la relación con la obra de arte en su propia obra. ¡Disolver una obra dentro de otra obra! Pues bien, había igualmente allí un esbozo de prudencia, ya que no hay un saber a ofrecer desde el psicoanálisis en torno al arte; mejor dicho, no hay un saber en psicoanálisis en relación con prácticamente nada. Ni el arte ni el psicoanálisis comportan saberes terminados. ¿Serán arte y psicoanálisis elogios a lo sin término, lo inconcluso, fragmentario, transitorio?

Así en el arte como en la histeria[ii], interesa la relación con el deseo. Histeria como cuadro pictórico sincrético. Ello incrustado en el soma, una articulación, un jirón del discurso que llama a su reconstrucción, su restauración, su intervención (¡artística!). Para Freud un deseo se realiza en la fantasía del artista, esto es, en su obra[iii]. En el sueño, en la obra de arte, el deseo no se presenta como objeto en sí, sino articulado, mediado, diferido, indirecto. El deseo sería el más allá de la obra. ¡Qué loco! Entonces el problema, el síntoma, del psicoanálisis en torno a su presente, su porvenir, sería en torno a su deseo.

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Con todo, no habría según Masotta una perspectiva unívoca en Freud frente a la obra de arte. Uno podría decir que el psicoanálisis le hace frente al arte, y no mucho más ─ni mucho menos─. Esto es lo que nos advierte y convoca a la abstinencia de cualquier clase de aplicacionismo psicoanalítico del arte, que sería lo propio del más burdo, aunque rococó, psicoanálisis silvestre. Malos ejemplos freudianos al respecto: el Poe de M. Bonaparte, las giladas sobre Da Vinci, la degradación de la castración en el cuento de E. T. A. Hoffmann dentro de Lo ominoso y, en menor medida, el delirio freudiano sobre la Gradiva de Jensen. Con Hamlet o Schreber, es un matiz, lo que sucede es más bien el intento de Freud por valerse, auxiliarse, del arte para probar sus propias tesis metapsicológicas. Todos contraejemplos, o ejemplos contrafreudianos: allí Freud sí hizo consistir un saber, propio del psicoanálisis y del arte, en sí.

Asocio: se trata de ir más allá del psicoanálisis, a condición de servirnos de su arte. Cuando las personas psicoanalistas intervenimos y lo que acontece no parece psicoanálisis, aun cuando sería exagerado decir que estamos haciendo arte, al menos vamos por muy buen camino. Lo tautológico y la autorreferencia, en psicoanálisis o en las artes, es de mal gusto.

Asocio, recuerdo: dijo Federico Klemm en su nunca bien ponderado programa “El Banquete Telemático» ─millennials googleen─: “el primero que dijo ‘tus labios son como una flor’ es un genio; el último, un estúpido”. Klemm intuía que se trata devolverle al neurótico su capacidad artística, cura de la estupidez.

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Así las cosas, desde un Freud standard, tomado en su literalidad, se deduce: (1) paralelismo entre arte y neurosis en torno a las tendencias en la realización del deseo; (2) paralelismo entre goce estético y funciones sexuales infantiles; (3) arte como mediador entre realidad y fantasía. Esta última sería, siempre, la ilusión freudiana en torno al domeño de las pulsiones, entre lo “individual” y “colectivo”: la neurosis del propio Freud. Pero Masotta no toma a Freud en su literalidad ni al pie de la letra. No omite ni reniega de su confesada profanidad en torno al arte, o de su incapacidad para algo más allá del contenido racionalista, pero recuerda que Freud, aun con sus numerosas limitaciones, era un maestro de la retórica. Lo propio de un registro que no es ni el de la verdad ni el de la mentira. La verdad como un lugar plausible de ser ocupado por casi cualquier cosa. El Freud de Masotta es uno interesado en la exposición, la instalación artística, la performance, el happening.

Ficción freudiana: una retórica de lo bizarro.

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El deseo del analista, tematizado en su discurso, es lo propio del artista. Retornando a Freud, Masotta ciñe, y yo modestamente acuerdo, una retórica del convencimiento. A Freud le interesa siempre convencer, persuadir. En ese sentido Freud es muy peronista, me refiero a la retórica propia de Conducción política. Su estrategia, literaria antes que científica, comienza por conceder, no sin asumir su ignorancia, para luego inmediatamente imponer amablemente una pizca de verdad propia de su demostración. ¡¿Acaso no es así como obramos en un análisis?! En la retórica freudiana se asume la ignorancia y desde allí se enuncia un saber. Poner en suspenso, incluir el enigma por el locus en torno al saber, por su localización o lugar de pertenencia. “¿De dónde habla el genio?”: he aquí la estrategia, la pregunta freudiana.

Psicoanálisis y estética: más allá del saber. Lugares que no están constituidos al nivel del saber. El que “sabe” psicoanálisis no debería tentarse a decir “claro” lo que la obra “oscurece”. No aclaramos, oscurecemos. Freud utiliza al arte allí donde sus especulaciones metapsicológicas eclosionaron con lo enigmático; por ejemplo, utiliza el arte de la retórica para esas maravillosas conferencias de introducción al psicoanálisis. El arte sería el subterfugio freudiano para soportar y sostener el enigma. Y un enigma es justamente algo que exige una respuesta: “una pregunta sobre el deseo”, según Masotta.

Hablamos de estética, histeria y Freud: hablemos de una histética.

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Concluyendo, en esos gloriosos años veinte “Freud seguía aferrado al mundo de ayer y más aún a la manera como había concebido ese mundo al aportarle una revolución cuyo alcance, es indudable, no apreciaba. Extraña contradicción, soberbiamente freudiana”[iv]. Y si es muy freudiana, la misma no culmina en la persona de Freud quien, aunque hable, ha muerto. El problema está vivo, y justamente la dificultad, el escollo, está en matarlo. O peor: en enterrarlo vivo. Si recogemos la vitalidad del problema tendremos un interesante síntoma. ¿Para qué? Aunque no sea la mejor pregunta en relación a un síntoma, diremos que para contribuir a lo genuinamente revolucionario, esto es, una revolución que incluye el conflicto, lo fragmentario, lo que resta y divide. Una revolución provista de una estética de lo bizarro, histética. Y si antes no me refería a la vanguardia en sentido clásico, tampoco lo haré con revolución. Diré entonces que la estética freudiana puede aportar a una revolución centrada a la vida cotidiana. Y no me refiero a esa idea despolitizada de “cada uno aportando su granito de arena desde su lugar”, idea masiva más no por ello popular. Ni romantizar ni psicopatologizar la vida cotidiana: politizarla.

Estuvimos hablando de contradicciones soberbiamente freudianas. Llegó la hora de un psicoanálisis más contradictorio y menos soberbio.

 

*autor de #PsicoanálisisEnVillacrespo y otros ensayos (La Docta Ignorancia, 2020).

Imagen: fotografía del happening “El helicóptero” de Oscar Masotta.

 

[i] Se trata de Freud y la estética, leído en la Fundación Miró, Barcelona, en noviembre de 1976, e incluido en Papeles de la Escuela Freudiana de la Argentina, N°1, Buenos Aires: Ediciones Paradiso.

 

[ii] Siguiendo la ponencia de Masotta: Freud crea una “Estética de la disolución de la obra de arte en un discurso donde nada engloba nada y donde la estética entera es arrastrada a una rara analogía con la histeria. El destino de la desaparición del saber para que haya incrustaciones, sujeto del inconciente, por donde el objeto, causa del deseo, se articula con el soma. Nada más”.

 

[iii] Freud, S. (1908 [1907]). “El creador literario y el fantaseo”. En: Obras Completas, tomo IX. Buenos Aires: Amorrortu.

 

[iv] Roudinesco, E. (2015). “La guerra de las naciones”. En: Freud en su tiempo y en el nuestro. Buenos Aires: Debate (p. 224).

Sueño, luego existo (la vida onírica en pandemia) // Lila Feldman

Descartes, racionalista absoluto, “pensó” su filosofía pero primero la soñó, cuenta la historia. Tuvo que soñar para poder pensar, y fue gracias a tres sueños, y el trabajo de “auto-desciframiento“, contra ―y gracias― a ese “genio maligno” que el sueño figuró, que construyó sus meditaciones. A Freud, por otra parte, la verdad acerca del sueño se le reveló con un sueño: el famoso sueño de “la inyección de Irma”, a partir del cual pudo empezar a formalizar los mecanismos que lo constituyen, y configurar el trabajo interpretativo, haciendo pie en su propio autoanálisis. Para algunas comunidades aborígenes, y culturas del mundo no occidental, el sueño es la vía privilegiada, no ya de acceso al inconsciente, sino de construcción de experiencia, de experiencia “verdadera”. Los sueños son fuente de poder y conocimiento eficaz. Una persona sabia es la que puede leer la realidad de los sueños. En ellos es donde se gestan las enfermedades y su curación.

Nietzsche, por su parte, identificaba a la razón con el sueño. Mucho antes, Heráclito de Éfeso consideraba el dormir y el despertar como metáforas del comprender y del no comprender. “Los movimientos y los concursos son sino apariencia, pero apariencia bien fundada y que no se desmiente jamás, y como sueños exactos y perseverantes”, escribió Leibniz.

Para Schopenhauer, el sueño es terreno de un profundo conocimiento. En él una “segunda realidad” se pone de relieve. Para Jorge Luis Borges, el sueño era en sí mismo un género literario. No podemos dejar de mencionar a Lewis Carroll y su Alicia, que enlazó verdad, humor e ironía a “las profundidades del espejo” y a un “país de las maravillas”… Kafka, Poe, Bradbury, Calderón de la Barca, Murakami, Liliana Bodoc, por nombrar apenas a algunxs. Los sueños nos escriben.

Soñar es una operación que permite extraer de un enigma su potencia.

Soñamos desde que el mundo es mundo. El sueño recorre todas las épocas y las geografías. Desde que mujeres y hombres habitamos este mundo, vivimos de recuerdos, narramos para contarlos y pensarlos, y así quedamos condenadxs a soñarlos. El sueño divide tiempos y espacios (sueño-vigilia, dormir-despertar, día-noche) y están asociados a luz y oscuridad, enigmas y verdades, claridad de entendimiento y sombras confusas. Una niña a la que atiendo me dijo, poco tiempo atrás, que el sueño es esa linterna que decide qué oscurecer y qué iluminar.

El sueño, finalmente, es deseo. Viaje. Descubrimiento. Invención. Memoria, con sus resortes de olvidos y recuerdos. El sueño es una ruina viva (lo que nosotrxs hacemos con el tiempo, y lo que el tiempo hace con nosotrxs). Lo que conservamos al mismo tiempo que lo transformamos. El sueño es acontecimiento. Es imagen narrada, es imagen, lectura y escritura.

¿DE DÓNDE SACAMOS LAS IMÁGENES DE LOS SUEÑOS, MAMÁ?

¿De dónde sacamos las imágenes de los sueños, mamá?, me pregunta hoy mi hija. No sabe que yo estoy escribiendo este texto, pero sabe que los sueños me interesan, y ella está intrigada con los suyos. ¿Las sacamos de algún lugar? ¿Son imágenes que retornan, o creación, o auténtica virtualidad, que actualiza una potencia? ¿Esas imágenes forman parte de percepciones, o más bien se acercan a lo que Spinoza denominaba como “concebir”? ¿Son imágenes que revelan, tanto como encubren? ¿Cuánto muestran, cuánto velan? En el delicado precipicio entre lo que se puede figurar y lo inefable, entre lo que el sueño muestra y lo que vela o encubre, se debate nuestra posibilidad de dormir y de despertar.

DIBUJO: Leandro Waibe (@w.a.i.b.e) e.

En cuanto a los sueños y su figuración en imágenes, pienso que hay una distinción que Deleuze propone entre imágenes-movimiento e imágenes-tiempo para pensar el cine, así como la distinción entre esa temporalidad compuesta por lo actual y lo virtual. Diego Sztulwark, en un escrito reciente, retoma estas ideas, que me han resultado asimismo muy provocadoras para pensar la relación entre sueño e imagen. Georges Didi-Huberman trabaja la relación entre imagen, fotografía y montaje, también preguntándose por las posibilidades de lo “representable” y de la creación, insistiendo en la dimensión política de las imágenes. Para él, el pasado no es un hecho “objetivo”, sino un “hecho de memoria”. Sigo las huellas de estos pensadores para pensar la potencia subjetiva y política del sueño, que conjuga y amplía las posibilidades del testimonio y de la creación. Didi-Hubeman lee a Deleuze también, y dice que nuestro trabajo es crear imágenes que deconstruyan los clichés. ¿No es ese también uno de los trabajos del sueño?

Ahora sí, vuelvo a la pregunta de mi hija, y le digo que soñar no es “sacar” imágenes de una profundidad, sino crearlas, aun cuando ellas sean también retorno de lo reprimido. Una vez más, suscribo la idea de que el inconsciente es más una fábrica que un teatro, escenario de representaciones que repiten un viejo guión, siguiendo a Deleuze y Guattari.

¿De dónde sacamos las imágenes de los sueños, mamá?, me pregunta hoy mi hija. ¿Son imágenes que retornan, o creación, o auténtica virtualidad, que actualiza una potencia? ¿Son imágenes que revelan, tanto como encubren?

Soñar es una operación que permite extraer de un enigma su potencia. Walter Benjamin escribió que “vidente” es quien, en relación al pasado, puede recuperar algo que no está historizado. Una reserva heredada se actualiza y moviliza estrategias nuevas. El sueño lee el pasado, como si fuera un texto que nunca ha sido escrito. ¿Y cómo lee el futuro? Me gusta pensarlo en torno al concepto de acontecimiento, en palabras de Badiou, “lo que permite a un inexistente ponerse de pie”.

Desde que el mundo existe, o desde que el mundo existe para nosotrxs, o desde que nosotrxs existimos en él, los sueños nos habitan. Ocupan un lugar distinto en cada sujeto y en cada cultura, pero no hay sujeto sin sueños. ¿Existiría la literatura, la filosofía, el psicoanálisis, el arte, la política, la Historia, sin ellos? Recorremos la historia y los vemos allí: germen, cimiento, tema, fundación. Ingobernables sueños, ellos nos gobiernan y nos afirman, esa es su paradoja. Son nuestros, y extraños al mismo tiempo, tan propios y ajenos, nos pertenecen y los desconocemos tantas veces, pero no somos nada sin ellos. Los sueños son la reserva humana por excelencia, y la humanidad, su historia, es la reserva de sus sueños.

SUEÑOS, PANDEMIA Y LIBERTAD

Desde que el mundo es mundo, decía, pero también ahora, cuando de golpe el mundo ha dejado de ser el mundo que habitábamos y conocíamos, ahora, cuando la propia idea de “normalidad” fue brutalmente puesta en cuestión. Los sueños se imponen. Nos persiguen, nos rescatan. Tal vez sea el momento de volver a soñar el mundo, que se nos ha vuelto tan irreconocible. Al mismo tiempo, surge la pregunta respecto de la posibilidad de pensar cuál es la potencia política de esta nueva vida.

Estamos hace algunos meses en estado de pesadilla y con cierta vivencia de “irrealidad”. ¿Hasta cuándo durará la pandemia? ¿Cuándo nos despertaremos? Estamos viviendo en estado de perplejidad. De conmoción. En el borde de lo real y lo distópico, de lo pesadillesco e inverosímil. ¿Lo hubiéramos podido creer si alguien nos lo hubiera anticipado? Despertamos brusca y abruptamente a una nueva realidad que todavía intentamos asumir y absorber. La normalidad tal y como la conocíamos se desintegró y ya no sabemos exactamente dónde hacemos pie. Entonces, la pregunta por los sueños no es para nada una pregunta “teórica” o sofisticada. Forma parte del intento diario y nocturno por situarnos en este nuevo mundo: tal vez la única manera de situarnos sea volver a soñarlo. Los sueños siempre han sido una de las formas paradigmáticas de sostener la pregunta acerca de lo que es o no real, de lo verdadero y lo falso, desde tiempos remotos. Aún siguen siéndolo. Más aún cuando el mundo tal como lo conocíamos y vivíamos ha entrado y nos ha arrojado, a una vivencia de extrañeza y metamorfosis.

Didi-Hubeman lee a Deleuze también, y dice que “nuestro trabajo es crear imágenes que deconstruyan los clichés”. ¿No es ese también uno de los trabajos del sueño?

Los vínculos entre sueño y género literario son estrechos. En Sueño, medida de todas las cosas, propuse que el sueño es un género literario, que cuenta con un modo de escribirse, un modo de narrarse, y un modo de leerse, o escucharse. Agrego, hoy, que el sueño es un género muy cercano al género fantástico, tal como lo trabajó Tzvetán Todorov, ligado a lo extraño y lo maravilloso, a lo natural y lo sobrenatural. La pandemia, y toda la brutal experiencia de “desnaturalización” que desencadena, está fuertemente ligada a lo fantástico: ese momento de vacilación en el que dudamos de nuestra percepción, de la continuidad del mundo que conocíamos, de muchas de nuestras certezas y convicciones, de nuestras seguridades y tranquilidades. El sentido fue puesto en suspenso, y estamos sumergidos en el trabajo intenso de reubicarnos. El sueño está siendo, según escucho en tantos relatos, el lugar por excelencia que permite poner en juego esa conmoción y todas las vacilaciones. Entre el mundo de antes y el mundo de ahora, entre lo que sabíamos y lo que ya no, entre todas nuestras preguntas, fragilidades, terrores y deseos, el sueño. Los sueños. ¿Qué es real y qué no? ¿Cómo sé que estoy despiertx y no soñando? ¿En qué tiempo estoy? ¿En qué mundo estoy? ¿Qué es vivir? ¿En qué medida podemos tener una vida propia? Son algunas de las preguntas que laten en estado de vigilia y de sueño, en el limbo de la duermevela, en el borde del insomnio, onirizándolo todo. Asistimos a un fenómeno onírico que Carolina Meloni denominó “mutaciones oníricas”. Yo pienso que los sueños son el lugar que conjuga las imágenes sobrevivientes junto con las imágenes nuevas, las que vamos creando, singular y colectivamente. Esa mixtura de lo sobreviviente y lo nuevo es un modo ―insisto― de nombrar al sueño, y a este tiempo, tanto en el dormir como en la vigilia.

Carolina forma parte, asimismo, de un libro titulado Transterradas. Creo que ese término también es un aporte para pensarnos hoy. El mundo, con sus fronteras hipernítidas, con sus encierros y barreras, pero que nos ha desterrado de la solidez y la certeza hacia el reino de lo imprevisible, porque ya no hay a donde volver. Es frente al conjunto de estas experiencias que el sueño, paradigma de las fronteras conmovidas, es el nombre propio de la libertad. El sueño tal vez pueda hacer de este destierro, un lugar. En el confinamiento de las casas y los desamparos también, ampliar los confines. Y encontrarnos. Juan Forn escribió un bellísimo artículo hace muy pocos días, a partir de un sueño suyo, y yo leo que soñar hoy es el modo de juntarse con los demás, de volver a la dimensión de lo plural. Se pregunta, también, si el sueño es pasado o es futuro. Es ambas cosas, diría yo, todos los tiempos forman parte del sueño. Rodrigo Fresán escribió que los sueños pertenecen a un cuarto tiempo, subvierten el pasado, el presente y el futuro, y abren otro registro temporal: el tiempo del sueño. El sueño, el soñar, como resistencia y creación, una vez más, de lo colectivo. Un poco es “volver a ser”, otro poco un “no dejar de ser”. Un poco, migrar juntos.

Vivencia de tiempo alterado, de un tiempo otro, toda nuestra sensibilidad está dirigida a transitar los días, y procesar la experiencia. Los sueños, el soñar, han sido siempre, en momentos de trauma y catástrofe, de duelo, mucho más modo de metabolizar, elaborar y procesar lo que excede nuestras previas posibilidades. Un esfuerzo de trabajo los guía, y al mismo tiempo nos sostiene. A veces los sueños son modos de huir, de preservarnos en situaciones de extrema inermidad y catástrofe (Primo Levi y Jorge Semprún han dado testimonio de ello). Los sueños hacen del abismo medida humana, he escrito en otro lugar, desgarran algo de lo inefable y lo vuelven representación. También han sido y son modos de resistir, de crear, de transformar realidades, de “perseverar en el ser”. Vengo insistiendo en el hecho de que el sueño posee varias caras, reúne en sí mismo la capacidad de volver sobre las huellas del pasado, es repetición y rememoración, y es asimismo potencia, acontecimiento y creación. Su hilo enhebra pasado, presente y futuro, en él la temporalidad está hecha de otra materialidad. Los sueños son también ellos mismos modos de hacer y tener una experiencia del tiempo, de un tiempo propio, de un tiempo humano, mucho más allá de lo cronológico. Los sueños subjetivan cronología y biología. Son la materia libidinal que sostiene nuestros actos, batallas y deseos. ¿Tendríamos cuerpo sin ellos? ¿Tendría sentido el tiempo sin ellos?

DIBUJO: Leandro Waibe (@w.a.i.b.e)

Freud decía que el sueño es guardián del dormir; yo agregué tiempo atrás que es también guardián del vivir. Porque, ¿qué sería el vivir sin sueños? Incluso, ¿cómo podríamos despertar? Los sueños, pero más aún el soñar, lo vengo pensando en relación a la idea de fábrica. Usina de futuro, y de libertad, bastión y motor de la vida psíquica y de la vida colectiva.

Sin embargo, hay que decir que no siempre los sueños sensibilizan, pueden hacerlo, ello es parte de su potencia. Hay veces en que los sueños se han ligado (lo vemos en la historia de la humanidad tanto como en las pequeñas biografías e historias singulares, las de cada unx) a ideales de sumisión, destrucción, violencia, muerte. En ese sentido tal vez tenemos que estar advertidxs, no siempre sensibilizan.

También es igualmente cierto que el sueño es el territorio de la vida psíquica en el que nadie ha logrado penetrar, al menos aún, y aun con todos los intentos de medirlos y controlarlos, de muy diversas maneras. Los sueños se imponen, ingobernables e impenetrables a cualquier sistema de dominación, y en ese sentido son un sitio, o el sitio por excelencia, para resistir y sostenernos. El lugar de más absoluta intimidad, fuente de creación, de descubrimiento, de asombro, orilla en la que hacer pie, pero también un ir más lejos, un soltar amarras y despegar de la tierra firme.

LA FICCIÓN DE LA «NORMALIDAD”

Vuelvo a algo que dije recientemente en otro lugar, la “normalidad” siempre fue un riesgo, una ilusión, una ficción, una vara responsable de tantos desastres en múltiples teorías, prácticas y políticas. Ahora, en todo caso, quedó puesto más de manifiesto. Más desnudo, más visible, más expuesto. Encarnado ya no solo en intuiciones o ideas sino también en nuestras actuales vivencias y experiencias. Sensibilidad, fragilidad, provisoriedad, finitud, precariedad, desigualdad. La magnitud de las desigualdades. Están adquiriendo otra materialidad, otro espesor en estos días. Forman parte de un proceso de descubrir y reflexionar sobre cantidad de cosas que forman parte de los arrasamientos que la pandemia causó y causará, así como de la posibilidad de poner todo en cuestión, abrir preguntas, que ojalá podamos profundizar y asumir. Trabajar, y desmenuzar. Porque la pandemia es resultado de nuestra anterior “normalidad”. ¿Queremos, una vez más, volver a la normalidad? Por otro lado: ¿eso sería posible, aunque lo queramos?

Nos faltan todas las respuestas, pero, ¿por qué no animarnos al coraje de hacernos buenas preguntas? Finalizo este artículo con dos.

¿Qué sino el sueño podría permitirnos reinventar la vida? Paul Preciado escribió ―tal vez sea una de las posibles respuestas:

“Con los años, he aprendido a considerar los sueños, váyase a saber si por consuelo o por sabiduría, como parte integrante de la vida. Hay sueños que, por su intensidad sensorial, unas veces por su realismo y otras, precisamente, por su falta de realismo, merecen pertenecer a una biografía con el mismo derecho que el más notorio de los hechos acaecidos durante eso a lo que comúnmente se reduce lo que se entiende por experiencias realmente vividas, es decir, las que acontecen durante la vigilia. Al fin y al cabo, la vida empieza y termina en la inconsciencia, de modo que las acciones que llevamos a cabo en plena consciencia no son sino islotes en un archipiélago de sueños. Sería tan absurdo reducir la vida a la vigilia como considerar que la realidad está hecha de bloques lisos y perceptibles en lugar de ser un enjambre cambiante de partículas de energía y materia vibrátil, por el mero hecho de que no somos capaces de observarlas a simple vista. Por ello, ninguna vida puede ser narrada o evaluada por completo en su felicidad o en su insensatez sin tener en cuenta las experiencias oníricas. Lo que aquí funciona es la máxima de Calderón de la Barca, pero invertida: no se trata de que la vida sea sueño, sino de que los sueños también son vida”.

¿Los sueños harán la revolución? (pregunta que tomo también de Carolina Meloni, y de su artículo: “Casa tomada: ¿y si nuestras pesadillas anuncian la revolución?”).

Toda revolución empezó siendo eso. Apenas un sueño. Y las revoluciones que persisten, las que renacen, las que se sueñan sobre todo, las que se inventan, y también las derrotadas, como banderas (según escribió Alejandro Horowicz), aún flamean.

Tal vez sea eso lo que estamos soñando, muchxs de nosotrxs. Que la pesadilla deviene revolución.

Fuente: EL RUMOR DE LAS MULTITUDES – El Salto Diario

Estar raros, contra la vieja y la nueva normalidad // Amador Fernández-Savater

Conversaciones con amigos en fase 2: «estoy muy raro» me dice uno, «me encuentro revuelta» me dice otra.

A mí me pasa lo mismo. Raro, descolocado, desorientado. «Me he quedado a vivir en la fase 0», bromeo. Trabajo lo menos posible, paso mucho tiempo en casa, sólo me animo a los encuentros significativos.

¿Y si hubiese algo que atender en ese estar raros, algo a lo que deberíamos hacer un lugar? ¿Y si este estado de ánimo quisiera decirnos alguna cosa?

2. Pienso lo siguiente: estar raros significa que algo no encaja, que nosotros mismos no encajamos, que algo se ha roto, que hay un desajuste, un desacople.

No encajamos en el sucederse de las fases hacia la «nueva normalidad». Estar raros es nuestra manera de rebelarnos contra el proceso de normalización en marcha. Hay una desincronización entre el ritmo objetivo de las fases y nuestro propio ritmo subjetivo.

Me parece que estar raros es ahora la mejor manera de estar, un signo de salud y de vitalidad contra la adaptación y la anestesia. El desafío es más dejarnos estar raros que dejarlo de estar.

3. ¿Por qué no encajamos? Hay restos en nosotros de lo que hemos vivido estos meses. Huellas de un acontecimiento. Efectos de la interrupción.

La experiencia vivida ha dejado sus marcas en nosotros. Esas marcas nos desvían del camino automático hacia la nueva normalidad, demasiado parecida a la vieja aunque lleve mascarilla.

Las cosas no cierran. Quizá duele, pero es mejor así. El cierre es la normalización. No hay normalidad, ni vieja ni nueva, lo que hay es un proceso de normalización que consiste en neutralizar todo lo que no encaja, en presentar la norma como el único camino posible.

4. ¿Qué nos pasó? Por un momento se interrumpió la definición convencional de la realidad.

En primer lugar, la idea según la cual cada uno tiene su vida. La existencia dejó de ser un asunto privado. El vínculo de interdependencia se impuso como una evidencia material y concreta. No hay burbuja que proteja absolutamente del contagio, nadie puede salvarse solo. El otro, en la distancia social, se hizo paradójicamente más presente: mi destino está ligado al suyo. Los otros cuentan, importan.

En segundo lugar, la idea según la cual el trabajo y el consumo configuran el sentido de la vida. Para miles de personas los automatismos de la vida cotidiana quedaron suspendidos. Incluso continuar como si nada requería todo un esfuerzo de invención: ¿seguir trabajando cómo y para qué? ¿Seguir consumiendo cómo y para qué?

5. En la interrupción han aparecido preguntas, malestares y ganas de otra cosa.

Preguntas: ¿qué está pasando, qué me va a pasar, qué nos va a pasar?

¿Qué es lo importante, qué es lo esencial, qué y quién nos cuida?

¿Qué es lo significativo, qué relaciones me sostienen, qué hace que mi vida merezca la pena ser vivida?

Malestares, porque hemos sentido violentamente la evidencia de que las lógicas estatales y mercantiles no cuidan.

El Estado, porque a pesar de sus mejores intenciones cuando las tiene, es ciego a las desigualdades y las singularidades de las formas de vida. Se legisla como si la sociedad entera fuese una clase media más o menos acomodada. Confinarse, muy bien, pero ¿y los que no tienen casa? ¿Y los que viven al día? ¿Y los que viven en un lugar pequeño y son muchos? ¿Y los que tienen peculiaridades físicas o psíquicas que convierten el confinamiento en un encierro insoportable? Todas las desigualdades por género, edad, raza, clase. El Estado, basado en la lógica de la ley y el deber ser, no ve las diferencias que atraviesan lo que hay.

El Mercado, porque su lógica de maximización de la ganancia y beneficio le sitúa siempre por encima del cuidado de la vida. Es una lógica literalmente extra-terrestre: por encima de lo terrestre, de los terrestres y de la tierra. No se producen valores de uso, sino valores de cambio. No se producen riquezas, sino beneficio. Los inventos técnicos no liberan tiempo, sino que intensifican la producción. La guerra es la ocasión ideal para convertir ciertas mercancías (las armas) en dinero. El paro y los despidos son la mejor solución de las empresas para no arruinarse. La obsolescencia programada resulta una gran idea.

Los problemas para los habitantes de la tierra (humanos y no humanos) son soluciones para la economía. De ahí que el pensador italiano Antonio Gramsci apelase a nuestra «terrestritud común» contra la lógica capitalista de beneficio.

Ganas: en el silencio, en el tiempo reapropiado, en ciertos encuentros y reencuentros con la naturaleza, en los primeros paseos por ciudades libres de ruido, coches y estrés, en el cuidado de los más cercanos, en la atención amorosa a los desconocidos, en las prácticas creativas caseras, en la intensificación de los vínculos… en mil experiencias distintas se han despertado las ganas de vivir de otras maneras.

6. La vida viene sin manual de instrucciones. «Vivir no es otra cosa que arder en preguntas» decía el poeta Antonin Artaud. No hay normalidad, ni vieja ni nueva, sino un proceso de normalización permanente: apagar constantemente el fuego siempre reavivado de las preguntas sobre cómo vivir.

Estar raros es seguir vivos. Insistir en nuestras preguntas, malestares y deseos contra la normalización. Tratar de convertir todo ello en materia a elaborar para inventar un deseo nuevo, una nueva forma de vivir.

Estar raros es defender nuestras preguntas, conservar las marcas que nos ha dejado la interrupción como algo precioso, disponernos a otra atención sobre nosotros mismos y sobre la realidad.

Atención a todo lo que no encaja, porque bajo la apariencia de normalización hay mil heridas. Personas que ya no están y cuya ausencia nos interroga: ¿es normal que esta persona ya no esté, su muerte es natural o se trata de una muerte política, que depende de un modo de organización social? Lugares y cosas que ya no están: ¿es normal que este sitio haya cerrado, que esa persona ya no trabaje aquí?

Estamos raros porque no queremos volver a lo mismo y porque además lo mismo ya no existe.

7. Ahí fuera sigue el virus. Es un actor nuevo en el tablero de juego que obliga a todos los demás a redefinirse: nuevos hábitos, distancia social y medidas de protección en escuelas, universidades, comercios, transportes. Estamos raros también porque somos sensibles a todo esto.

Una amiga, madre de dos niñas, me dice: «ya no sé qué significa ser madre, para qué mundo se educa ahora a los hijos». El suelo se abre bajo nuestros pies.

La misma pregunta se puede hacer un maestro, una maestra, un terapeuta, un trabajador social, un agente cultural, un trabajador sanitario…

No hay normalidad, ni vieja ni nueva, sólo proceso de normalización: permanente desactivación de las preguntas que podrían abrir la situación, para reapropiárnosla, dejar simplemente de obedecer e inventar reglas comunes de cuidado colectivo.

8. Malas noticias: el virus se reproduce a través de nuestras formas de vida (turismo, aglomeraciones). Hay una especie de radioactividad en el aire. Podemos decir que los modos de vida convencionales están infectados y envenenados.

No hay vuelta a lo mismo. Incluso la persona que agarre este verano un vuelo con un destino paradisíaco lo hará con un cosquilleo de intranquilidad en la nuca.

Estiremos más aún las malas noticias: podemos afirmar que la “nueva normalidad” sólo es un paréntesis entre dos estados de alarma, aquel del que venimos y aquel hacia el que vamos. Incluso si no vuelve a declararse nunca, en adelante viviremos bajo su amenaza. Hasta que se encuentre la vacuna, sí. ¿Y si no se encuentra? ¿Y si aparecen nuevos virus u otros riesgos mayores derivados del cambio climático?

El miedo ha llegado para quedarse. La norma es, de aquí en adelante, el propio estado de alarma. Y lo que llamamos «nueva normalidad» es sólo una fase particular en ese marco: siempre provisional, precaria, inestable.

9. Podemos distinguir dos versiones de este proceso de normalización, dos formas de adaptación, dos formas de gobierno que son al mismo tiempo dos formas de subjetivación (es decir, de vivir las cosas).

La neoliberal / neoliberal lleva el nombre de Trump, Bolsonaro, Johnson. ¿La economía por encima de la vida? No: la economía es la vida.

Recuperar la normalidad lo antes posible, caiga quien caiga. Como rezaba la pancarta de un manifestante pro-Trump en Estados Unidos, «sacrificad a los débiles«. La vida es productividad, la vida es empresa, cada uno es el empresario de sí mismo, dejad caer a los que no puedan seguir el ritmo.

Necro-política y necro-lógica: producción de poblaciones desechables, superfluas, sobrantes. Precisamente el rasgo que Hannah Arendt señaló en su día como condición necesaria de la política nazi en Los orígenes del totalitarismo.

Pero no nos escandalicemos tan deprisa. Es demasiado fácil y no lleva a ningún sitio. Esa pancarta sólo hace explícito lo implícito, hay que agradecérselo. La necro-lógica ya rige nuestras instituciones. Pensemos en las residencias donde han muerto tantos de nuestros mayores. La percepción normalizadora que apaga las preguntas sobre esa muerte masiva («eran viejos, tenían que morir») ya nos atraviesa y constituye.

La versión neoliberal / socialdemócrata lleva el nombre de Pedro Sánchez (o de Alberto Fernández en Argentina).

Obviamente, es muy preferible (y defendible) frente al horror necro-político de la derecha radical por mil razones. Pero tampoco nos quedemos ahí. Es también un cálculo coste-beneficio sobre las poblaciones consideradas como fuerza de trabajo, otra consideración utilitaria.

En este cálculo se combinan los derechos sociales y las medidas sanitarias con un marco que no se toca, un límite absoluto. El querido Fernando Simón lo resumió con su franqueza habitual: «este país vive del turismo, tenemos que prepararnos» (en otras geografías se trata de otros extractivismos depredadores). A esa combinación se llama «nueva normalidad». No se toca el marco, ni se emprende ningún cambio sustantivo.

Pero tampoco le pidamos peras al olmo: lo que ha cambiado siempre las cosas es una nueva definición de la realidad, la emergencia de otro sentido de la vida. Un gobierno gestiona, mejor o peor, pero no puede producir otro sentido de la vida.

10. Una cantidad de preguntas, una cantidad de malestares, una cantidad de ganas de otra cosa. Todo ello junto y revuelto, en un magma. Es un potencial enorme.

¿Cuál es el desafío? Engarzar lo existencial con lo político, las preguntas y el impulso de cambio. Sólo hay energía política cuando ambas dimensiones tejen un vínculo, como ocurrió el 11M de 2004, el 15M de 2011, los 8M de la huelga feminista.

La transformación social no consiste sólo en una serie de problemas objetivos (pobreza, etc.) que se articulan en demandas dirigidas al Estado, sino que es también la expresión (no la representación) de unas preguntas radicales sobre la vida que de pronto se vuelven colectivas, comunes y compartidas. Formas de expresión (organizativa, estratégica, táctica) que hay inventar cada vez, no despreciando las experiencias pasadas, sino recreándolas.

Cuando lo existencial se separa de lo político sólo hay debilidad: lo político se convierte en partido, identidad e ideología; lo existencial se lleva a terapia

Las tentativas de transformación social han fracasado una y otra vez cuando encomiendan el cambio a una renovación puramente objetiva, estructural, sociológica. Es la «izquierda sin sujeto» que desmontó el pensador argentino León Rozitchner hace más de 50 años, pero que persiste en su fracaso.

La izquierda sin sujeto se hace cargo de lo político sin dimensión existencial, la terapia se hace cargo de lo existencial sin dimensión política.

El sujeto de cambio no es mero soporte de determinaciones económicas o sociológicas, sino el espacio de elaboración de preguntas, malestares y deseos. Un espacio a la vez e indisociablemente individual y colectivo.

La fuerza de transformación hoy pasa por la capacidad de dar expresión común al magma de preguntas, malestares y deseos que nos atraviesa, a nuestras subjetividades heridas y en crisis, en definitiva, a nuestro «estar raros».

Gracias por las conversaciones «raras» que alimentan este artículo: Marta Badiola, Natasa Lekkou, Raquel Mezquita, Marga Padilla, Juan Gutiérrez, Natalia Garay, Diego Sztulwark, Agustina Beltrán, Javier Olmos, Arantza Santesteban, Sergio Larriera, Eugenia Mongil, Amarela Varela.

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