Anarquía Coronada

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LANZAMIENTO! FUERZAS SILVESTRES VOL. 1 // PRINCESAS DEL ASFALTO

 

Luego de nuestro EP Fuerzas Silvestres (2019) lanzamos el Vol. 1 del disco, en una versión microscópica, cromática, viral. Trece temas amasados con los textos plebeyos que Diego Valeriano publicó en Lobo Suelto! durante el 2017/2018. Composición, producción y mezcla por Valentín Piñeyro y Nicolás Salvatierra. Arte de tapa: Endi Ruiz. Voces y arte visual de sus canciones: Lucía Amico, Araceli Atmadjian, Franco de la Puente, Julián Dubié, Marcelo Estebecorena, Julia Hadida, Rodolfo Opazo, Alejo Petriz, Nastya Rubert, Nicolás Salvatierra, Juan Pedro Scioli, Romina Trigo, Nehuén Zapata, Paulo Zogbe.

Nuestro colectivo Princesas del Asfalto surgió en el Laboratorio de Creación II del Teatro Cervantes –Teatro Nacional Argentino-, dirigido por Silvio Lang, en 2018, con la asistencia de Hernán Franco y la coordinación plástica de Endi Ruiz. Allí realizamos una investigación escénica, a partir del concepto “fuerzas silvestres” del colectivo de investigación militante Juguetes Perdidos. Cruzamos los textos sobre la cultura macrista y el plebeyismo neoliberal de Diego Valeriano, con los que compusimos canciones neo-punk, musicalizadas en vivo por nosotrxs, evocando la banda de rock argentina Dios. En el 2019 lanzamos nuestro primer EP Fuerzas Silvestres, y realizamos una residencia de creación performática en el Centro de Arte MUNAR, amplificando nuestra investigación junto a más de 30 artistas.

Luis Mesina: “Estamos ante un momento inédito, todo está en disputa” // Tinta Limón

Lector de Nietzsche y heredero del mítico fundador del sindicalismo chileno, Clotario Blest, Luis Mesina es secretario general de la Confederación de trabajadores bancarios y vocero de la Coordinadora NO+AFP, corazón del movimiento que alcanzó el último julio una medida histórica: millones de chilenos pudieron acceder a retirar parte de sus fondos privados de pensiones: “la primera derrota que se le infringe a la derecha desde la dictadura”, afirma.

Hace más de diez años Luis Mesina se ha empecinado en disputarle a la monolítica burguesía chilena su joya más preciada: la caja de pensiones. Un sistema ideado por el economista José Piñera –hermano mayor del Presidente–, e impuesto en 1980 por Augusto Pinochet. Este sistema permitió la creación de instituciones privadas (las Administradoras de Fondos de Pensión) dedicadas a invertir los ahorros previsionales individuales que depositan las trabajadoras y trabajadores chilenos para su jubilación, con la particularidad de que dichos trabajadores no tienen participación alguna en las ganancias de estas inversiones, pero sí en las pérdidas. Toda una postal de lo abusivo del neoliberalismo chileno. Luego de años de activismo de la Coordinadora, de un plebiscito autoconvocado que movilizó a más de un millón de personas, de infinitas marchas y asambleas a lo largo de todo el país, la derogación del sistema previsional de capitalización individual encabezó la larga lista de demandas que visibilizó el estallido de octubre del ’19.

Tras el categórico triunfo en el plebiscito del 25 de octubre último, Mesina sostiene que hoy está en juego la posibilidad de que la ciudadanía derrote al paradigmático neoliberalismo chileno. En esta línea, acaba de lanzar su candidatura como Convencional Constituyente para participar de la redacción de la nueva Carta Magna: “Tenemos la posibilidad de echar por tierra la Constitución política de Pinochet”, asegura.

La marca Chile
(y la avidez de su burguesía)

Para descifrar lo que está pasando hoy en Chile hay que tener una mirada un poco más extensa, mirar como mínimo la última década, incluso mirar mucho más atrás. Lo sintetiza muy bien la consigna que se repitió en el estallido: “No son 30 pesos, son 30 años”. Y quizá no sean 30 años, todo lo que hicieron los gobiernos de la Concertación en ese periodo, sino 47, es decir, incluyendo los años de la dictadura. 47 años hace que el pueblo chileno viene sufriendo una arremetida sistemática y sostenida por parte de la burguesía chilena.

No es fácil para un chileno decir todo lo que representa este país para nosotros cuando pasando la cordillera, en Argentina y en otros países de la región, se le da crédito a la más grande estrategia de los sectores dominantes de América Latina, es decir, la estrategia neoliberal de la burguesía chilena. Ustedes saben que la burguesía chilena tiene una peculiaridad con respecto a las otras burguesías de la región y es que, desde la “recuperación” de la democracia ha conformado un estado monolítico. Es una burguesía que no se ha fragmentado por intereses contrapuestos, o por casos de corrupción, y que incluso asume una impronta de “probidad”, ajena a escándalos. Y siempre ha defendido un Estado centralizado; incluso siente un profundo desprecio por la forma federal de organización política brasileña, argentina, uruguaya, etc.

Desde la década de los ‘90 empezó a calar la idea de que Chile era el Jaguar de América Latina. Éramos comparados, no con los países de la región, sino con los países del sudeste asiático, tipo Indonesia, Malasia, Singapur. Y efectivamente, Chile se presentaba con una buena tasa de retorno, un lugar ideal para comprar acciones. Así fue como inversionistas extranjeros empezaron a invertir en las grandes compañías chilenas, que empezaron a tener un mayor valor bursátil y se fueron independizando de la banca, empezaron a emitir acciones en la bolsa de Nueva York, a tener buenas notas en las calificadoras de riesgo. Se produjo un país que empezó a crecer “bursátilmente”, crecía desde el punto de vista del capital financiero, especialmente especulativo, que no invierte en áreas que agreguen valor al trabajo.

El problema es que cuando se compara el Chile actual con el de hace 30 años algunos indicadores económicos son llamativos, incluso también si se los compara con los de otros países de la región. Por ejemplo, tenemos el ingreso per cápita más grande de la región, un poco más abajo están Argentina y Uruguay. Y en varios indicadores de salud pública, esto es paradojal, Chile aparece con estándares más altos que los propios norteamericanos, por ejemplo, en expectativa de vida. Lo que no se dice ahí es que no es consecuencia del modelo económico de los últimos 30 años, sino que es consecuencia de una serie de políticas públicas que Chile venía experimentando desde antes del golpe de Estado, especialmente en el área de la salud pública.

 

Salvador Allende, que era médico y antes de ser presidente fue ministro de Salud pública, jugó un papel muy importante. Aunque es una medida que podría sonar demagógica o populista, fue él quien instaló el medio litro de leche gratuita para todas las niñas y niños chilenos, y esto tuvo consecuencias directas en la expectativa de vida de la población. Parece menor pero no lo es, lo explican organismos especializados en la materia: cuando se instala en todas las escuelas públicas ese medio litro de leche, Chile da un salto. Entonces, hay que ser cuidadoso con el origen de los procesos que permiten a Chile proyectar ciertos indicadores en el exterior.

Y así se fue construyendo la marca Chile, a partir de una serie de políticas en las que estaban todos de acuerdo, la derecha pinochetista y la izquierda que ha gobernado. Y fueron exitosos, podríamos decir, porque hasta Europa compró la marca Chile. Los inversionistas extranjeros decían: hay un país allá en una región del sur, al final, que se llama Chile, que no es un país conflictivo, como la Argentina, ni un país con derechos sociales consolidados, como Uruguay, ni que está gobernado por los trabajadores, como el Brasil del PT. Chile se muestra al mundo, entonces, como una institución sólida.

Pero esta marca Chile empezó a calar también en la gente común y corriente. ¿Vieron lo que es el Metro de Santiago? Después del de la Ciudad de México, es el más extenso de la región, el que tiene más líneas. Y Chile es un país pequeño, con mucha menos población que Argentina o Brasil. Es un metro muy moderno, con vagones anchos, estaciones con aire acondicionado, lo limpian todo el tiempo, no tiene rayados. Y está prohibido pedir dinero, o vender cosas, o cantar. El metro chileno es superlativo, ni Londres y París tienen el metro con el nivel de acá. Puro lujo. Y eso tiene varios impactos, sobre todo en la subjetividad de la gente común y corriente, de los propios chilenos.

¿Y cuál es el activo que vendía Chile a estos inversionistas extranjeros? Vendía paz social y rentabilidad financiera a quienes buscaban mercados. ¿Y quién se beneficiaba? El sector dominante, los gobiernos de turno, y una casta empresarial que se ha enriquecido mucho, muchísimo en estos 30 años.

En la revista Forbes de 2015, Chile aparece con 12 multimillonarios. Argentina y Colombia, por ejemplo, no aparecen con ninguno, y eso que tienen 40 y 48 millones de habitantes, respectivamente. Argentina es el octavo país más grande del planeta, es rico por todas partes; Colombia igual. Chile es un país de 18 millones de habitantes; no somos un país pobre en recursos naturales, pero tenemos un desierto grande. ¿Cómo se explica entonces que haya tantos multimillonarios? Se explica por su sistema previsional, por el fondo de pensiones.

¿Dónde se financia el Banco Santander? En Chile y gracias a su sistema previsional. Se financia con nuestros ahorros jubilatorios y expande su negocio en Massachusetts, uno de los estados más ricos de los Estados Unidos. Las grandes empresas de celulosa se financian también aquí, en Chile, con bonos de deuda y con acciones. Compran capital –la mercancía llamada capital–, y van a invertirlo en Illinois y Michigan. Las empresas de concentración de madera más modernas del mundo son de chilenos. Porque junto a la financiera y la especulativa, crecieron las industrias extractivas. Como nunca, creció la industria forestal en Chile. Se plantaron miles y miles de pinos y eucaliptos. Y además de que se destruyó la flora nativa, esos árboles consumen una cantidad impresionante de agua, lo que provocó la crisis hídrica que hoy atravesamos.

Chile se caracterizaba por tener mucha agua en el sur, muchos ríos. En cada región hay tres o cuatro ríos. Es un país muy angosto entonces la cordillera bota el agua y rápidamente sale al mar. Paradójicamente, Chile tiene hoy graves problemas con el agua. Si tu vas unos 600 kilómetros hacia el sur, muchos ríos se han secado, o les queda un caudal mínimo de agua. El desarrollo desmedido, descontrolado, de la industria forestal terminó agotando el agua y liquidando a la zona sur del país, que era hermosa. La empresa que controla el agua es privada. Chile es el único país del mundo que tiene privadas todas las fuentes y distribución de agua. La otra industria clave que se desarrolló en el sur, desde mediados de los ‘80, es la del salmón; una industria que ha generado “orgullo nacional”, que permitía compararse con Noruega, el principal productor de salmón. Pero ésta y la forestal son dos industrias que contaminan el ecosistema de manera brutal.

Un largo ciclo de luchas
(contra la desigualdad impúdica)

En las últimas décadas, y con muy pocos escrúpulos, estos empresarios quisieron construir cinco centrales hidroeléctricas en la zona sur del país. Ahí no hacía falta generar electricidad. El problema es que la zona minera de Chile, una zona completamente enajenada al capital internacional –privatizada por los gobiernos de Lagos y Bachelet, cuyas políticas han sido continuadoras del modelo instalado por la dictadura– necesita mucha energía, mucha agua. Entonces querían hacer una carretera hídrica, transportar agua 3 mil o 4 mil kilómetros. Querían sacar agua de un lago de la Patagonia que comparten la Argentina y Chile, el Buenos Aires/ General Carrera, contaminar dos ríos que son puros, y desde allí hacer como una cicatriz con torres de alta tensión para traer la electricidad hasta las zonas mineras.

Esos proyectos se lograron parar con una serie de movilización que comenzaron en el año 2000 contra la contaminación de las hidroeléctricas. Y unos años después, en 2006, irrumpió la lucha del movimiento estudiantil de los cabros del secundario, muy potente. Por sus vestimentas escolares se los llamó “los pingüinos”. Un conflicto que también comenzó demandando un pase escolar para el metro. Y en el 2011 vuelve a surgir un movimiento estudiantil, esta vez universitario, que concitó mucha solidaridad a nivel de América Latina. Al mismo tiempo hubo explosiones importantes en ciudades grandes del país, como en Punta Arenas contra la colusión de los precios de los combustibles, del gas. Es una zona austral, muy helada, y se utilizan mucho gas. Y después viene la zona de Aysén también, con mucho enfrentamiento, mucha violencia, barricadas en la ciudad, etc. Después viene en el norte, en Freirina, por la contaminación que produce la industria del cerdo. Hicieron mierda los pueblos, literalmente. Se producen cerdos a gran escala, se exportan, pero toda la mierda de los cerdos queda ahí, con sus moscas, y comienza a bajar a las napas subterráneas y contamina el agua. Estas empresas no tienen ningún cuidado, ninguna consideración por la gente que vive en esos pueblos, en esas zonas (se las llama “zonas de sacrificio”); tienen un absoluto desprecio por el pueblo chileno.

Las direcciones políticas están todas, de una u otra forma, validando el modelo completo. Un modelo basado en un estado de tipo subsidiario, impedido constitucionalmente de intervenir en la economía como empleador, gestionando empresas. Es decir, no puede desarrollarse en áreas donde interviene el sector privado. El Estado chileno no puede, por ejemplo, generar un organismo público que administre un nuevo sistema de seguridad social. ¿Por qué? Porque están las AFP y se entrometería en un área que es privada y, por lo tanto, le cabe sanción al Estado. El Estado no puede meterse, por ejemplo, en el área de la salud. Tiene sus hospitales públicos, que se sostienen con el porcentaje mínimo del presupuesto nacional que se le otorga a salud. Y los hospitales se están cayendo a pedazos, no tienen insumos ni personal, no pueden contratar enfermeras. En cambio, ¿qué hacen las clínicas privadas? Contratan, muchas veces subsidiados por el propio Estado, es decir, hay transferencia constante de recursos del Estado Chileno al sector privado.

Entones, en los grandes estándares, en los grandes indicadores, Chile es extraordinario. Pero la gente está muy estallada. Este nivel de voracidad fue generando en Chile, en estos 30 años, una concentración de la propiedad brutal, que a su vez generó niveles de desigualdad y de segregación muy grandes. Hay dos Chiles. No hace falta más que caminar Santiago hacia arriba, hacia las Condes, hacia Vitacura, para ver lo que es la soberbia de una clase que quiere mostrarse ante el pueblo interno y también hacia el exterior. Somos una zona sísmica, tremendos terremotos, y tenemos el edificio más grande de América Latina. Hay uno de cuarenta y pico de pisos y otro de cincuenta y pico, ambos en Las Condes, pero el más alto tiene 62 pisos, en el Costanera Center, en Providencia.

Es una cosa muy desigual. La segregación de clase en Chile es notoria, palpable. La diferencia entre esas zonas altas y las de abajo es abismal. No solamente de clase, sino que es casi racial. Allá arriba hay gente rubia, ojos azules, no son el perfil mayoritario del chileno. La segregación es tal que la elite empresarial y política que vive en los barrios altos hace lo posible por no cruzarse con la gente común que vive abajo. Hay una carretera privada por debajo del río Mapocho, que está seco. La hizo Ricardo Lagos y tiene seis pistas, de alta velocidad. Entonces quienes trabajan en el centro, en las grandes empresas, se meten en la carretera y salen de la ciudad hacia la ruta 68, que va a Valparaíso y Viña del Mar. Y hay otra carretera que va por arriba, por encima del cerro, que es la que toman quienes vienen de Mendoza. Quiero decir, pasar por el centro de la ciudad, por ejemplo, por plaza Italia, es prescindible. Pero al mismo tiempo muy curioso, porque siempre se dijo que Chile se parte ahí: de Plaza Italia hacia arriba: de Plaza Italia hacia abajo. Violeta Parra tiene una canción: “Al medio de Alameda de las Delicias // Chile limita al centro de la injusticia”. Pero hoy Plaza Italia ya no es el límite; ahora el límite es mucho más alto, de Providencia hacia arriba. Ahí empieza la zona escandalosamente rica, la que concentra la riqueza en Chile. Es una clase brutal, muy ostentosa. A diferencia de otros lugares, acá los ricos coparon los cerros, viven en las partes altas, en la Cordillera. Porque en la Cordillera siempre podés ir más allá, al infinito, casi. Y al mismo tiempo, todo está relativamente cerca. Es ese Chile desigual y ostentoso el está generando esta bronca que se está viviendo, que es la bronca que estuvo en la base del estallido de octubre del 2019.

Movimiento No+AFP
(y la madre de todas las batallas)

Aquí todo es privado y bastante abusivo, y ni hablar el sistema previsional. Chile tiene el peor nivel de pensión en América Latina. Las Aseguradoras de Fondo de Pensión (AFP) administran, en total, más de 220 mil millones de dólares, el equivalente al 80% del PIB de este país. Imaginarán que eso constituye un mercado de capitales muy potente, todo conformado con el ahorro previsional nuestro. Todos los meses nos sacan el 10% de nuestro salario íntegro a 5.800.000 personas, para que lo administren ellos y al final de nuestra vida activa no condenan a pensiones miserables. Porque con la capitalización individual cada uno se rasca por su propia uña. Así funciona el sistema previsional chileno. A veces cuesta comprenderlo desde otras latitudes porque no se logra concebir el nivel de extremismo con el que se privatizaron y desarticularon derechos sociales básicos vinculados a la salud, a la educación o a las pensiones. Casi que hay que ir más atrás de la revolución francesa para encontrar estos niveles de precarización.

Entonces, cuando se dice “Chile despertó” se dice algo muy cierto: sí, despertamos. Nosotros, los bancarios, veníamos peleando hace años. Y en 2013, junto a otras organizaciones, formamos un movimiento que se llama Coordinadora No+AFP, cuyo principal objetivo es luchar por un sistema previsional distinto a esta estafa que son los fondos de capitalización individual. Acompañamos otras luchas, es cierto, como la de los estudiantes, pero en 2016 explota el tema nuestro y empiezan las grandes movilizaciones. En 2011, los estudiantes habían hecho marchas gigantes, habían movilizado 600 mil personas. Cinco años después nosotros movilizamos 2 millones, fue una señal clara de que la cuestión de las pensiones es transversal. Marchaban con nosotros jóvenes de 14, 15 años con sus abuelos, marchaban adultos, marchó todo el mundo contra el sistema de pensiones de mierda que hay en Chile. La presidenta era Bachelet, y aunque no quería saber nada tuvo que recibirnos.

El movimiento logró concitar la atención de mucha gente, de muchos medios de comunicación, capturamos la portada de muchos periódicos ingleses, sobre todo. Vinieron del Financial Times a entrevistarnos, un periódico de derecha, de la oligarquía financiera. No podían creer lo que pasaba, ¡y justo en Chile! No podían creer que tan masivamente se rechazara un modelo que, para ellos, era deseado por todo el mundo, un modelo al que le habían hecho tanta propaganda contra los sistemas de reparto, contra los sistemas de seguridad social. La movilización mostró que las AFP son una estafa, una farsa, una gran mentira.

Una de las principales demandas de la revuelta de octubre del ‘19 fue No+AFP. El sistema de pensiones administrado por las AFP está totalmente deslegitimado, en todas las encuestas de opinión, en todos los cabildos convocados, en las asambleas populares, en la consulta ciudadana que hicieron los alcaldes. A su vez, el sistema de AFP es la base estructural del modelo económico chileno. José Piñera, el creador de este sistema privado de pensiones, basado en la capitalización individual, dice que esta fue la madre de todas las batallas. Porque ese fondo permite el financiamiento de los grandes grupos económicos. Toman esa plata a través de acciones o bonos de deuda y expanden su capital. Por eso Chile tiene expandido su capital en América Latina, en Europa y en Estados Unidos. Por eso a los empresarios les gusta tanto el sistema chileno, porque tenés plata fresca y barata. La banca compra mucha de esa mercancía llamada capital al 4 por ciento anual. Compra dinero, en la cantidad que quiera –hay mucho dinero para un país más bien pequeño– y lo ofrece al mercado convertido en crédito. Lo multiplica por 10 de forma inmediata. Lo compran a 4 y te lo prestan a 40 al año. Ellos ganan completamente. Entonces, hay que cortar esa cadena, sacar el financiamiento.

Este es el principal problema de Chile, su pelea más dura, más difícil. Es una pelea contra el capitalismo financiero, que es el único capitalismo que hay en Chile. Y yo creo que está en lo cierto José Piñera, es la madre de todas las batallas, ahí tenemos que ir a pelear, al corazón del capitalismo chileno. Y a su vez, es una demanda transversal, en el sentido que tiene efectos sobre otras luchas, sobre otros problemas. Si pensamos en la contaminación, o el problema ecológico, o hídrico. Por ejemplo, el agua está justamente privatizada sobre la base de expandir nuevas fuentes de control de la distribución del agua a través de bonos de deuda que ellos obtienen del mercado de capitales, montado sobre los ahorros previsionales de todos los chilenos. Toda la banca vive de eso.  También se articula con otras luchas, como las luchas feministas, contra el patriarcado. En el mercado de valores son todos machos, patriarcas los que dominan el sistema.

Entonces, retomo. En 2016 estalló el movimiento. 2017 fue un año de muchas marchas grandes, pacíficas y muy enérgicas. Marchaban niños, jóvenes, adultos mayores. En 2018 comenzaron a atacarnos, a intentar deslegitimar al Movimiento No+AFP, algo parecido a lo que hicieron con los colegios secundarios emblemáticos, como el Instituto Nacional. En marzo de 2019, dijimos solos no podemos, y desde la Coordinadora No+AFP comenzamos a convocar a otros movimientos sociales con la idea de impulsar Unidad Social. E invitamos al Colegio de Profesoras y Profesores, a la Coordinadora Feminista 8M. Invitamos a la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), con la que teníamos muchas desavenencias porque ellos habían sido parte del gobierno de Bachelet, fue una organización muy obsecuente con el gobierno, nunca tuvo independencia, nunca le hizo un paro. E invitamos a la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (CoNES), a la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ASES), invitamos a organismos de DD.HH., invitamos a la Confederación de Estudiantes de Chile (CONFECH), que es la federación de estudiantes más grande, y a dos organizaciones de pobladores que son muy importantes, Ukamau y FENAPO. Un montón de organizaciones con las que, hasta ese momento, nos unía muy poco, casi nada. Pero dijimos pongamos de acuerdo en un solo punto: defender los derechos sociales y defendernos de este régimen que pretende seguir acabando con nosotros.

Estuvieron todos de acuerdo y ahí partió el proceso de convocar a una protesta, un paro, para el 5 de septiembre, bajo la consigna: “Nos cansamos, nos unimos”. Y ese día cortamos la Alameda y hubo una represión brutal, tuvimos tres horas de disputa con los pacos. Por primera vez probamos los gases que la policía utilizaría un mes después, en la represión del estallido de octubre; unos gases muy fuertes, muy tóxicos, que te tiraban al suelo. Un gas pimienta que te dejaba ciego. Hubo movilizaciones en otras cinco ciudades, y en la noche hicimos un cacerolazo. Veníamos de movilizaciones muy grandes en Chile y esta no fue multitudinaria, fue más bien el activo sindical, el activo político el que se movilizó. Pero ese era el preludio de lo que se venía y vino el estallido del 18 de octubre. Unidad Social ya había nacido.

El estallido
(y el deseo de cambiarlo todo)

Esta rebelión popular, esta explosión social, no puede reducirse, obviamente, a la pelea por el pasaje del metro, ese fue el detonante. “Siempre hay una chispa”, decía Lenin, algo hace que la cosa prenda. Pero prende porque hay un combustible acumulado durante muchos años. Eso es lo que pasó en Chile. A todos nos sorprendió el estallido, pero a su vez sintetiza las demandas que veníamos haciendo: pensiones dignas, educación pública de calidad, salud pública, que el agua deje de ser privada y se la reestablezca como un derecho natural de uso público, por el cuidado del medio ambiente y contra las zonas de sacrificio. Fue un proceso de acumulación lo que explica la reacción masiva de la gente, y en algunos casos violenta.

Siempre se dice que los chilenos son muy tolerantes, pero se dijo basta, no se aguantó más. Y sucedió algo inédito en la historia de Chile, nunca había sucedido un conflicto social de esta magnitud, de esta extensión, de esta radicalidad, de esta violencia. La gente salió a quemar todo; a quemar, no necesariamente a saquear. Hay una manifestación de odio, de bronca; y un deseo de hacer mierda todo lo que represente el Estado, por años de abuso. La quema misma del Metro. Todos tenemos sospecha de que no fue gente común y corriente, pero hay estaciones que las destruyo la gente, con mucha violencia. Se quemaron iglesias, supermercados, se quemó todo. Andabas por las calles y parecía un país después de una guerra. Los primeros días era impresionante. Sobre la Alameda ni se podía transitar, volaban las piedras. O sobre Vicuña Maquena, las calles no existen, las veredas no existen, todo devastado. En noviembre, tú caminabas por calle San Antonio y la fogata era de dos o tres metros. Estas calles ardían todos los días.

La primera semana fue muy violenta; después vino la semana del paro, y la tercera semana fue la peor, la más violenta, y la cuarta más violenta aún, y la quinta… y fueron dos meses muy intensos. Y no solo en Santiago, también en Antofagasta, 1300 km al norte. En una zona latifundista, siempre de derecha, como Los Hornos salió el pueblo a quemar todo, a enfrentarse con la policía. Valparaíso lo quemaron en el segundo mes, habían quemado antes Osorno, Rancagua. En Valparaíso, todo saqueado; son como 14 cuadras, la zona más importante. Eso es una reacción a algo, expresa algo. Nunca Chile había peleado tanto, desde el norte hasta el sur.

Tenemos que saber valorar los triunfos materiales, además de los triunfos morales. Y en Chile quienes llevamos muchos años implicados en las luchas sociales hemos vivido de derrota en derrota. La derrota más grande que tuvimos fue la del ’73, con todas las consecuencias que ello implicó. Nos pusimos de pie diez años después, cuando en el ’83 convocamos a las grandes manifestaciones contra la tiranía. Si embargo, nos traicionaron, porque a los tres años hubo un acuerdo espurio por atrás de estas manifestaciones, tal como supimos luego por las declaraciones de Edgardo Böeninger. Y luego nos volvieron a traicionar en el ’89, con la alegría y el arco iris, cuando ganó el “No”, pero se aplicó toda la política económica que sustentaban aquellos que defendían el “Sí”, aquellos que defendían al dictador. Ni hablar de los gobiernos de la Concertación y de los gobiernos de Bachelet que fueron desastrosos.

Por eso hoy es el momento de avanzar. Toda esta energía con la que impulsamos nuestras demandas en los últimos años, y en particular a partir del estallido, tiene que traducirse en un beneficio para la gente. Porque si no la gente pelea, pelea, y no ganamos nada. La gente común y corriente es gente pacífica, que se saca la cresta trabajando, y que no está para luchar toda la vida. Pero sí se revela contra la injusticia, y tenemos que ganar algo. En Chile tenemos la jornada laboral más larga del mundo. Todavía tenemos 45 horas semanales. Y hasta hace cinco años atrás trabajamos 48 horas. Y como Santiago es una ciudad grande, la gente para desplazarse se demora mucho. Si no tenemos un triunfo, la gente común y corriente, la gente sencilla dice “hasta aquí llego yo, nomás”. Que el movimiento social sea capaz de dar dirección política depende de muchos factores. Uno no puede diseñarlo a priori porque la lucha social tiene sus bemoles y esto ha sido un proceso a saltos, no es lineal. Estamos empujando un proceso constituyente, incluso más allá del pacto espurio en el Congreso. Depende de nosotros: tenemos la posibilidad de echar por tierra la Constitución política de Pinochet.

La Asamblea Constituyente fue la demanda de la ciudadanía en todos los cabildos autoconvocados, en las asambleas territoriales del pueblo. La elite política y empresarial nos escamoteó la Asamblea Constituyente y, ¿qué nos ofrecieron a cambio? Nos ofrecieron esta Convención Constitucional, que no es soberana, que tiene toda una serie de restricciones. Pero el pueblo supo enfrentar esta situación e intenta ir más allá de las restricciones que se le imponen al proceso. Pero es perfectamente posible que esas restricciones sean modificadas mediante la movilización social; es perfectamente posible que surgen leyes express que permitan cambiar lo que está establecido en este proceso constituyente que se abre a partir de este plebiscito. Y es perfectamente posible, como en caso del proceso constituyente ecuatoriano, correr el cerco de lo posible. Hoy estamos ante un momento inédito, ¡todo está en disputa!

 

El proceso constituyente
(la historia en nuestras manos)

A un año de la revuelta de octubre, el monumental triunfo del apruebo contra el rechazo (el 80% de la población se pronunció contra un 20%) viene a reafirmar aquello que demandó nuestro pueblo en las calles, luego de soportar años de abusos, corrupción y de impunidad. Y el resultado reafirma lo dicho: el carácter clasista y segregado de la sociedad chilena. El mapa electoral muestra todas las comunas populares y de las clases medias contra las tres comunas más ricas del país, donde viven los grandes empresarios y la mayoría de los líderes de los partidos políticos actuales.

Pero también reafirma, sobre todo la segunda votación, la de “Convención constitucional” sobre la “Convención mixta”, un rechazo de la gente a los partidos políticos, que deberían guardar silencio y dejar que la democracia se exprese, si es que quieren la paz social que reclaman. El triunfo no fue solo porque la mayoría desea acabar con la Constitución espuria del dictador, sino que también fue una gran victoria de la población contra los que cambiaron Asamblea Constituyente por Convención Constitucional. Fue un mensaje claro y rotundo contra los políticos tradicionales. La gente se cansó de la democracia representativa y demanda participación.

Por eso ahora se abre el momento más difícil, que es lograr que los representantes que emanen de la ciudadanía, que tengan mandato, sean representantes reales, genuinos. El sentimiento general que se expresa de mil formas, en las calles, en las pequeñas asambleas y a través de las redes sociales es que la ciudadanía desea que la nueva carta fundamental la escriban los que han luchado, los verdaderos artífices de estos cambios: el movimiento social en todas sus expresiones. No quiere delegar su representación, porque no confían, en los partidos políticos de siempre.

¿Qué es lo que está en juego en este momento? Varias cosas. Está en juego la posibilidad de cambiar realmente la situación, de avanzar hacia el diseño de un país verdaderamente democrático donde los derechos sociales que tanto se han demandado puedan efectivamente ser garantizados y ejecutados por las mayorías que los reclaman. Está también en juego, y es lo más importante, la refundación de nuestro Estado. No es baladí plantear esto. Son poco más de doscientos años de vida republicana y nunca hemos tenido al frente, aunque sea pequeña, la posibilidad de diseñar un Estado con el concurso de la población. Siempre ha sido la oligarquía quien se ha reservado para sí ese derecho. Ha contado con el poder económico y también con el poder de la fuerza militar. Las tres constituciones que han regido en el mayor periodo de nuestra historia emanaron de convulsiones trágicas cuyo costo lo pagaron con sus vidas muchos de nuestros compatriotas.

Hoy nos encontramos ante una situación única que no podemos desaprovechar. Es el paradigma neoliberal chileno el que puede ser despedazado por la ciudadanía. Es la sociedad de los negocios la que puede ser derrumbada, es el Estado abusador que solo defiende el interés de un puñado de privilegiados el que puede ser derrumbado. Es posible acabar con 40 años de abuso e injusticia, de privatización de los derechos sociales —la salud, la educación, las pensiones, el agua. Eso es lo que está en juego hoy día en nuestro país. Depende de nosotros estar a la altura de este periodo histórico.

Tinta Limón

Volver nuestras las calles y exorcizar los 90s // Ana Marangoni

 

Tengo días buenos y días malos. En los malos me pongo pesimista, y leo todo con esa mirada distópica, un poco aterrada y otro poco extrañada. Hay una sensación que me habita, que vuelve, y que me recuerda cosas del pasado. No es que haya vivido demasiado, pero cuando estás más cerca de los cuarenta que de los treinta, te empezás a dar cuenta de que muchas de las cosas que viviste las tenés que explicar. Te das cuenta de que empezás a “saber” cosas, solamente porque te pasaron. Aunque saber, en esos casos, siempre es algo acotado, parcial, cargado de las subjetividades de las desmemorias que forman parte de la propia memoria. 

Cuando era chica y adolescente, en plena década de los noventa, la calle tenía una configuración particular. Había que salir con el DNI, que en ese entonces era una libretita verde un poco molesta. La cana era la cana, o sea, distante, peligrosa, imbatible. Vos estabas en un bar o en un boliche, y siempre podía caer la gorra. Empezaban a pedir los documentos, y si no lo tenías, te llevaban. Así de simple. La calle era propia, y a la vez no. El fantasma de la cana siempre estaba. Un recital, una marcha, un partido, podía terminar en palazos brutales y calabozos. La calle todavía estaba invadida por el poder marcial de los uniformes de la dictadura. Podías estar, podías salir, pero la amenaza estaba presente. La cosa, de un momento a otro, podía terminar mal.

Salir de una dictadura es algo gradual, es un proceso larguísimo, a veces, inacabable. Y en Latinoamérica, a veces parece que nunca terminamos de salir del todo. Quedan los resabios por ahí, y a veces los creemos desterrados, pero al menor descuido resurgen con fuerza y nos dan vuelta la tortilla. Chile hoy esta saliendo de la dictadura de Pinochet, por ejemplo. En Argentina, el estallido del dos mil uno nos devolvió junto a la calle todas las contradicciones de una democracia no resuelta, como nunca había pasado desde su retorno oficial, allá, por el ochenta y tres. Más tarde, la época dorada del kirchnerismo nos devolvió una postal del peronismo clásico, de calles repletas y apaisadas con la alianza de clases, de gente de Lanús o González Catán paseando en familia por la Nueve de Julio durante los festejos del Bicentenario. Se instaló una idea, muchas veces naif pero también potente y genuina, de haber recuperado la calle, y con ella la fiesta, el bombo, las banderas, el humo con olorcito a chori. 

No voy a hablar de Macri, porque a los gobiernos antagónicos no se les reclama; simplemente se les disputa sentidos y, en el mejor de los casos, se les gana. Alberto Fernández suponía esa alternativa para ganar frente a un gobierno que fue perdiendo solo. El gambito de Dama funcionó, y por cuatro años, o dos, Jaque Mate. Entiendo que en Argentina debatir se hace difícil. Para muches, Alberto es peronista, y hay que darle tiempo. Le tocó una pandemia, la deuda con el FMI, pésimos números en la economía, un peronismo frágil, fragmentado y camorrero, empresarios con mucho poder, un contexto regional hostil. Y podríamos seguir.

En pleno macriariato, vivimos en 2017 una de las represiones mas feroces desde el 2001, cuando nos manifestamos contra la reforma previsional. Ese día me acordé de ese miedo fantasmagórico de los noventa, pero hecho carne. La cana nos arrinconaba como si fuéramos ratas. Era nuestra noche de Tlatelolco. Ese día, todes ahí tuvimos miedo de morir. 

Últimamente ando con sensaciones raras. El inicio de la Pandemia nos mandó derechito para casa. Y aun así, comprendiendo el contexto, me asombraba el despliegue policial, que fuera el ejercito el que llevara provisiones a los barrios, o el megáfono de toque de queda de las 12 de la noche. 

El aislamiento pasó, al menos provisoriamente, y las calles volvieron a recobrar vida. Pero el brutal desalojo en Guernica, con Berni como protagonista, me trajo otra vez esa sensación de “cómo puede ser”, de querer entender diferencias entre Macri y Alberto, y no poder encontrarlas. ¿Un Macrismo moderado es igual a un Albertismo más rígido? ¿Cuánto tiene este gobierno de incapaz y cuánto de todo eso que solemos llamar “derecha”? 

El velorio de Maradona me revolvió otra vez el estómago. Me parecía poco verosímil que no se hubiera previsto la increíble movilización de personas para despedir a uno de los símbolos más importantes de fines del Siglo XX en el país. La historia nacional de los velorios colectivos, de figuras como las de Néstor o Gilda, en la historia reciente. El desfile de gente para despedir a Evita durante más de quince días, yendo un poco mas atrás. Despedirse del cuerpo. La procesión. El duelo colectivo. Figuras que condensan sentires, épocas, pedazos de historia. Un duelo de semejante magnitud que terminó en represión, gas pimienta, balazos de goma, corridas y palazos. Y después, un silencio más que incómodo. Supongo que muchos ya estarán diciendo lo que circuló después, que “fue la policía de la ciudad”. Pero si alguien está de acuerdo, algo así solo puede pasar con un gobierno que avala, o con uno que no puede, o no sabe, gobernar. Y la diferencia, hoy, no me importa demasiado. Porque tal vez se trate de una mezcla de ambas razones. 

Lo que sí me importa es el miedo al miedo. El miedo a que el miedo pase a ser, como en los 90s, un fantasma callejero. El miedo a la posibilidad latente de que se pueda pudrir. Y nunca se sabe quién termina detenide o en el hospital, quién pierde un ojo, quién no la puede contar.

Ese miedo me habita, y quisiera se fuese un miedo irracional, una perturbación paranoica, mi propio fantasma de la dictadura deambulando por mi cabeza.

Pero lo suelto, aunque corra el riesgo de ser tildada de fatalista, exagerada o purista. Y lo suelto porque algo me preocupa más que el ridículo, y es que nos demos cuenta cuando ya sea demasiado tarde. 



El más humano de los dioses // Carla Elena

Diego Armando Maradona y Eduardo Galeano compartían una admiración mutua que no temían manifestar, lo cual queda plasmado en diferentes declaraciones públicas y en las múltiples referencias al astro argentino que el escritor uruguayo compartió en sus obras. 

 «Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la ‘exitoína’. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga». Escribió Eduardo Galeano en una de sus referencias al Diez.

En su libro “Cerrado por Fútbol” (2017), el uruguayo describe al «10» como “el más humano de los dioses”, una definición que ha quedado en la cabeza de los argentinos y frase que hoy resuena en bares, calles, programas de televisión, redes sociales y charlas cotidianas.

El escritor continúa describiendo a Maradona como una suerte de Dios sucio. “Eso quizás explica la veneración universal que él conquistó, más que ningún otro jugador. Un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”.

Desde los comienzos de la historia el ser se pregunta acerca de Dios, piensa y reflexiona sobre su existencia, su poder y capacidad de hacer sobre el mundo y los sujetos que lo habitan. Ya en 1800 Nietzsche planteaba que: «todos los dioses deben morir» y así los seres humanos ser responsables de sus actos y acciones. Por su parte Immanuel Kant en 1700 afirmaba que dios existía pero que no había necesidad de probarlo, solo de creer en él.

Lo cierto es que nadie ha comprobado en estos años la verisimilitud de la existencia de este ser supremo, pero si algunos tuvieron la dicha y felicidad de ver al “más humano de los dioses”, un ser terrenal que desplegó su arte junto a su objeto de amor el cual transformó en parte de su cuerpo: la pelota.



No hay amor más claro, tangible y visible que la comunión y complicidad que Diego Armando Maradona había conseguido con el balón, en ese hacer conjunto danzaban, jugaban, se enamoraban en el recorrido y despliegue que juntos lograban al son de la música sonante en estadios repletos.

Dejarse penetrar por ese acto artístico que eran “El Diego” y la pelota en cualquier parte de su cuerpo y cualquiera fuera su tamaño era sublime, mágico. Subsumirse en ese pacto escénico que creaba el argentino más famoso cuando entraba en escena y desbordaba fantasía y arte era un placer inmenso que unió a diversas mismidades bajo un solo grito: aguante Diego!

Sujeto controversial si los hubo, lleno de bemoles y contradicciones, defensor de las causas que creía justas y que necesitaban ser visibilizadas. Hombre de Fiorito que descubrió su pasión por la pelota en el potrero de la villa “Las siete canchitas” hasta que a los 14 años pudo ser fichado por Argentino Juniors y de ahí comenzar una carrera imparable que lo llevó a recorrer el mundo entero. 

Abrazos, llantos, alegrías, tristezas, angustias, enojos ha causado este inmenso ser que hizo del juego un arte y así conquistar y hacer vibrar al universo por completo. Hombre que flameó cual barrilete para convertir uno de los mejores goles de la historia y los más imposibles e impensados también. Este sujeto que hablaba de igual a igual con un tal Fidel Castro y que se animó, de puro atrevido que era, a pedirle su gorra. Hombre que por momentos tocó el cielo con las manos y por otros atravesó las tormentas más complejas que se le presentaron.

Vivió a pleno su existencia, fue un ciudadano del mundo y depositario de inmensos amores, disfrutó la vida, la amó, la padeció, la transitó, la hizo propia y tuvo a millones de sujetos expectantes ante sus actuaciones dentro y fuera de las canchas.

Hoy no es momento de juzgar al ídolo que nació un 30 de octubre de 1960 en Lanús, hoy es tiempo de recorrer sus pasos por los diversos clubes nacionales, su actuación en Europa, disfrutar de sus jugadas y goles. Hoy es momento de admirar su magia y dimensionar lo que este hombre dejó en cada cancha en la que jugó y bailó. Hoy es hora observar a este ser que se donó entero en los mundiales para defender la camiseta de sus amores cuando no podía ni caminar, pero se entrelazaba con la pelota como si fuera parte de su cuerpo.

Si Dios existe o no será la gran pregunta de la historia y filosofía, pero como Kant menciona, no interesa comprobarlo, pero sí saber que existió un súper pibe que creó fantasía para degustar a todo espectador que lo viera, que con una fuerza extraordinaria y una capacidad de re hacerse, de re armarse y deconstruirse se convirtió en leyenda.

El amor entre Diego y la pelota fue hospitalario y forjaron un “entre” donde no se distinguían el uno del otro. Maradona fundó territorio con ese objeto de conocimiento que mediante el juego hizo propio y lo convirtió en el argentino más famoso de la historia dirán algunos.

Franz Kafka afirma que hay un “Punto de no retorno”: “A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar” comenta. Seguramente este sujeto del que todos hablamos hoy alcanzó ese punto al tener frente a sí a una pelota, hubo un lugar donde dejó de ser humano para transformarse en esa metamorfosis de la que habla Kafka y moldearse en un único ser junto con la pelota. Ese punto donde ya el hombre fue modificado por ese otro objeto que lo conquistó, construyó, acompañó y que luego de conocerlo nunca, Diego Armando, volvió a ser el mismo. 

Amó a la pelota y ella lo hizo con él, otros disfrutaron de ver su despliegue y juego infinito. Diego Armando supo, logró y conquistó a los seres humanos con sus pies haciendo travesías, pases imposibles de imaginar y goles irrelatables. Maradona literalmente se convirtió en ese “Barrilete Cósmico” que bien comentó Víctor Hugo Morales y que hoy se despegó nuevamente de la tierra y está dando vueltas por el cielo para seguramente seguir haciendo gambetas entre las nubes.

NO HUBO ERRORES (Sobre el velorio de Diego Maradona) // Rubén Mira

La muerte de Diego Maradona tendrá consecuencias políticas profundas que en medio de un dolor tan inédito como inexplicable obligarían hoy al balbuceo. Ya habrá tiempo para procesarlas a nivel orgánico y de metabolizar su efecto sobre nuestra posibilidad de hacer comunes, de volvernos otros. Estas líneas, escritas desde un dolor tan agregado como innecesario, se limitan a desahogar parte de lo ocurrido en Plaza de Mayo, la Casa Rosada y sus alrededores.

 

Quienes estuvimos reunidos en la plaza vimos como nuestro legítimo dolor, nuestra hermandad en él, fue reconducida a un apretuje de conveniencias, a una ansiedad de sucesos. Es decir, fuimos desalojados de nuestra experiencia anímica para ser obligados a vivir el paso a paso de un funcionamiento. Este desplazamiento es más canalla aún que la represión misma. Diría incluso que la represión es un componente aleatorio, circunstancial. Porque este desplazamiento es una derrota política mayor, de otra envergadura. Quienes ahí deberíamos haber estado tratando de ponerle palabras a nuestra desolación terminamos hablando sobre la posibilidad de que a Diego se lo llevasen en helicóptero igual que a de la Rúa. En lugar de interrogarnos sobre que nos pasaba en las lágrimas y los cantos que compartíamos, fuimos obligados a los celulares, al cálculo de trayectorias posibles del cortejo, de horarios de salida. En lugar de experimentar lo que nos estaba pasando en nuestro dolor terminamos pendientes de lo que ellos estaban haciendo con el dolor ajeno.

 

Todo, de antemano,  pintaba mal. Un velorio de diez horas para una concurrencia estimada en un millón de personas como mínimo, según los datos que manejaba el gobierno. La constante acumulación policial frente a una multitud doliente y fiestera, dispuesta a celebrar su dolor a como dé, en tanto y en cuanto su aguante por Diego es también parte de un aguante anti esclavo, anti cheto, pero sobre todo, anti yuta. Todo estaba dado, cuadriculación de control y escases de posibilidades, mucha gente junta, poco tiempo, circunstancias emocionales excepcionales, potencias mal evaluadas. Hacía falta que solamente alguien prendiese la mecha. Basto con que la rosca se antepusiese a la sensibilidad básica y que el flujo de maradoneanxs que pasaban frente al féretro se interrumpiese momentáneamente para que Cristina pudiese sacarse tranquila y en soledad la foto frente al cajón y comenzó el descontrol. Reprimieron en la puerta de la casa rosada y adentro también. Los ojos de quienes habían entrado llorosos salían destruidos por el gas que la seguridad de la Rosada les había arrojado a la cara.

 

Se comenzaba a destruir así una posibilidad única: el encuentro doliente y festivo en torno a la muerte de Diego Maradona, una experiencia colectiva extraordinaria que solo podía ocurrir acá, en Argentina, y que tal vez podría haber significado una nueva instancia de auto reconocimiento. ¿Quien podía pensar que no iba a pasar nada cuando anunciaron que el velorio de Maradona solo duraría hasta las 16 hs.? ¿Quien podía dudar de que todo se saldría de cauce cuando a las 14 hs. aun había una cola multitudinaria que llegaba hasta la avenida Garay y que esperaba bajo el rayo del sol desde temprano, su turno para pasar unos segundos por delante del féretro de Diego? ¿Quien podía conjeturar que se iban a quedar en el molde cuando les dijeran que dos horas antes de lo previsto debían volverse  a sus casas con su dolor a cuestas sin poder despedirse de Maradona? ¿Quien pensó que esto podía salir bien?

 

¿Nadie evaluó que esa multitud necesitaba más que en cualquier otra circunstancia presenciar tanta muerte en ese cuerpo, ver, aunque sea en un cajón, el testimonio de que Maradona había muerto? Pero todo empezó antes, y no es excusa lo sorpresivo, la falta de tiempo. Hubo tiempo de sobra para planear. Nosotrxs, los embarcados en la negación del dolor frente a lo evidente, podíamos darnos el lujo de la esperanza. Pero se supone que nuestros gobernantes deben prever situaciones de crisis a nivel nacional cuando el desenlace esta frente a sus narices. ¿Como puede ser que el gobierno, después de la operación de Diego, no se haya interesado a fondo sobre su salud y al menos realizado conjeturas acerca de su posible muerte, y sobre las consecuencias de organizar el dolor multitudinario que vendría con ella? ¿Como puede ser que los políticos profesionales no hayan calculado al menos la probabilidad y el modo de administrar una situación libidinal única, que marcaría profundamente las posibilidades de establecer diferencias políticas identitarias a nivel de las vidas y las sensibilidades que están representando? ¿No es acaso en el modo de construir comunes en torno al dolor por nuestros muertos a donde se juega la diferencia fundamental entre nosotrxs y nuestros enemigos?

 

Es indigno echarle la culpa a la policía de la ciudad. Ellos, era sabido, harían su trabajo. Y lo hicieron. ¿Porque los dejaron hacerlo? ¿Que hacían ahí? ¿Si los veíamos nosotrxs, no los veían ellos, que tienen la función de dirigir? ¿Fue la ciudad la que acordó la duración del velorio, la que decidió cerrar las puertas para que entre la vice presidenta? ¿Fue la ciudad la que anuncio una alargue que no se cumplió y la que cambio el itinerario del cortejo en una burla final? La delegación de responsabilidades hacia la familia de Diego hace aún más patética la simplificación. En el comunicado oficial, en las declaraciones de Fernández, en la vulgata de los medios oficiales, se hace responsable a la familia de haber pedido un velorio corto, de haber elegido la Casa Rosada,  de haber decidido no continuar con el velorio y llevarse a Diego casi a escondidas, evitando la multitud, de espaldas a nuestro dolor y a nuestra necesidad doliente. Se ampara esta delegación en una certeza pueril: la familia debe decidir porque ellos son los más afectados por el dolor. ¡Increible! Como si la muerte de Diego Maradona fuese una situación familiar y no una circunstancia política excepcional para el país que conducen, con repercusiones en todo el mundo.  ¡El presidente dice que el solo se puso a disposición de la familia! ¿Pero no era esta, a todas luces, una circunstancia política trascendente, en tanto ponía en juego no solo avientes posicionamientos políticos, la afinidad de Diego por el peronismo, su cercanía con los desposeídos, sino sobre todo la disputa por el los regímenes de deseos, elaboración de sueños y fantasías, y sobre todo, los modos de pensarnos en común?

 

El desastre ocurrido es consecuencia de una declinación o de un adormecimiento político que a esta altura resulta programático. Estamos hablando de los mismos dirigentes que hace años velaron en encuentro popular multitudinario al jefe epocal del peronismo, Néstor Kitcher, de manera prolija y profesional, sin daños colaterales,. Entonces supieron hacerlo, ¿Por qué ahora no? ¿no era esta una oportunidad mayor aun, más relevante, que reclamaba decisiones mas certeras? ¿Qué necesidad política funcional se fundamenta en el desprecio factico por los sectores más expuestos a la desigualdad económica y el desamparo afectivo?

 

Era imposible no velar a Maradona, por más covid que haya, era imposible. Tal vez en eso hay que coincidir con Fernández. Pero para hacerlo así , hubiese sido mejor no hacerlo. ¿No hubo nadie que supiese poner blanco sobre negro la situación a la familia logrando consensuar un velorio como se había planeado inicialmente, de 48 hs.? ¿Nadie pudo ir más allá del comprensible dolor y llanto de Claudia Maradona y tomar la conducción de un acto multitudinario y un dolor sin precedentes? ¿Nadie supo explicarle a ella y a sus hijas que ahí afuera había millones de familiares de Diego esperando para despedirlo, que ellos también eran su familia, tanto o más que ella y sus hijas? ¿No hubo, en todo caso, nadie capaz de ir mas allá de lo emotivo y llegado el caso plantar bandera de autoridad  y decidir que el velorio debía seguir hasta que todos los que querían pudiesen despedirse? No es mucho lo que estamos pidiendo con estas preguntas. Conmover, negociar, imponer, forman parte básica de la tarea de gobernar. En definitiva, argumentar que hoy en la Plaza de Mayo el desastre vivido se debió al respeto por las decisiones de la familia responde a la misma lógica que decir que había que desalojar a los palos en Guernica porque había una orden de un juez.

 

Orden del juez, voluntad de la familia. Es la misma lógica de defensa de la propiedad privada, en el primer caso, de la tierra, en el segundo, de un cadáver, simplificando las connotaciones concretas, simbólicas, significativas de cada caso, como si solo estuviese en disputa un conjunto de datos y no la complejidad de las tramas sensibles, los vericuetos de las pasiones. Entre yo tengo que cumplir la ley y me puse a disposición de la familia y el exxel que tenía que cumplir Aranguren prácticamente no hay distancia. El perdón macrista ha mutado en la explicación compresiva y sensible, pero es una justificación análoga de una maquinaria dispuesta a llevarse al muerto literalmente de espaldas a la gente, amagando a ir por la 9 de julio para escapar por Paseo Colón. ¿les suena la claridad del mecanismo en la analogía presente en el nombre de las calles?

 

En Guernica y en la Plaza, delegación de la imaginación política a una resignación pusilánime de restauración de un sentido común de esclavos. Mismo sustento de lógica política para dos hechos que parecen estar solo ligados por la actitud represiva pero que son un avance progresivo hacia una derrota peligrosa y abismal. Después de ver las casillas prendidas fuego en Guernica, fue posible pensar que no podía haber una ruptura más profunda entre la base social propia y el Gobierno, entre la rosca y la fiesta, entre ellos y nosotxs. Las casillas prendidas fuego fueron no solo una realidad ineludible ligada a la represión insólita, sino una herida simbólica clavada por su autor, Sergio Berni, como una cabeza en una pica en la muralla de la cultura de la imagen. Pero hoy, de manera chapucera y hasta podría decir inconsistente, fueron aún mas allá, transformando con sus manejos impresentables esa reunión de hermanos en una arrebatiña, como si el féretro hubiese sido ya no el fuego de un fogón igualitario de voces y llanto y encuentro,  sino un puñado de huesos tirados a la marchanta. Y llegaron al reducto de lo que todavía podía unirnos, con consecuencia que aún no se pueden medir pero de las que sin duda son responsables.

 

Cuando se produjo el desalojo de Guernica pedimos la renuncia de Berni. Hoy, ¿quien debería renunciar? ¿Cafiero, De Pedro? Los efectos del desastre son disimulados por el ámbito futbolero del velorio popular. No pasó nada, corridas de cancha. Pero si uno se detiene un poco en el comunicado oficial y las declaraciones de Fernández las similitudes son aún mayores, allá en el sur fueron las organizaciones de izquierda, hoy se habla de fanáticos y gente subida a las rejas, como si no hubiese pasado nada antes, como si no hubiese habido una rendición previa a lo que sin duda, si se lo manejaba así iba a pasar. ¿No será el momento de dejar de pedir renuncias para exigir de todas las maneras posibles el cambio de una lógica política que nos sigue empujando hacia un desasosiego que va mas allá incluso de una posible derrota electoral y se aventura hacia un derrumbe anímico necesario para la denigración final de lo político como modo de estar juntos?

 

Si no hubiésemos organizado esto hubiese sido peor, más o menos dijo Fernández. ¿Debemos tomar en serio esta frase? Por debajo de ella, amigxs militantes, incluso maradoneanxs, despliegan un argumento pregnante pero canallezco. Que no podía ser de otra manera, que el velorio de Maradona tenía que ser así porque así era Diego, la mezcla imposible entre el amor de las multitudes populares y la tranza y el bajón, y los miserables de turno. Es increíble la reaparición de las viejas figuras retoricas bajo argumentos renovados. Se trataría entonces no ya de un velorio organizado sino de un raro ejercicio de la laudatio, por la cual se homenajeaba en piezas poéticas a un muerto imitando el estilo que este frecuentaba en vida. Tal vez este argumento, hundirse a fondo en el lado más abyecto de lo retratado, sirva para elogiar la noche del diez de Adrián Suar y su equipo, acaso la obra cumbre realizada sobre Diego Maradona. Pero si esa hubiese sido la propuesta del gobierno, no estaríamos hablando del accionar de un presidente sino de una intervención del Guasón.

 

Murió Diego y no pudimos llorarlo como merecía y como merecíamos. ¿Los culpables fueron los inadaptados de siempre?. Una nueva trampa política esta plantada, nos transformamos en lo que dicen que somos y nos revindicamos fiesta enfrentando a la cana, copando la Rosada, separados una vez más de los que están ahí, los caretas, los yutas, los corbatas. Pero el dolor por la muerte de Diego es tan sabio que incluso este orgullo del agite, este diferencial en sí mismo no nos conforta del todo: ellos se zarparon y nosotrxs la pudrimos, sí, pero lo que necesitábamos que ocurra no pudo ocurrir, hay un dolor adicional.

 

El dolor por la muerte de Diego sostiene diálogos abiertos sin terminar, señala incertidumbres, nos impide situarnos afuera. La muerte no pudo evitarse, el dolor agregado, en cambio, se podría haber evitado. Y en su muerte Diego hubiese podido llevar, como sucede con todos los grandes temas vitales que su significación pone en juego, la función reparadora del dolor a dimensiones colectivas nunca antes pensadas, hacernos común, volvernos otros.  ¿no es también la historia la evaluación de aquellos posibles latentes que aquello que ocurrió transformo en imposibles? ¿No deberíamos habilitar lo contra fáctico para sopesar responsabilidades históricas concretas? ¿no es licito desear conjeturalmente un velorio reparador en lugar del mamarracho en el que nos metieron y la encerrona identitaria a la que nos empujaron? Y no se trata de pedir sensibilidad social, eso se le puede reclamar, siempre de manera inútil, a los ricos, a la iglesia, a los poderosos imperiales y los capitales trasnacionales. Se trata de la administración y el fundamento de un caudal político que significa crear, imaginar y acumular junto a y no desde, con y no para.

 

Una reparación maradoneana, incluso de la idea de cuidado y de autocuidado, manoseada y destruida como valor político diferencial en el tratamiento que el gobierno hizo de la crisis pandémica, pero que se remonta a la desmovilización post PASO y se ejemplifica en el desmovilizador tramite de la ley de aborto legal en curso, impulsada sin debate ni participación de la marea verde y sus potencias.  Porque si algo caracteriza a este gobierno es su progresivo distanciamiento de la fiesta como modo de respaldo anímico para gestionar la política como imaginación de nuevos posibles, un temor a la vitalidad insumisa de ese nosotrxs que la propia Cristina le señalo a Fernández  como apoyo ineludible, en aquella otra plaza esperanzadora, tan lejana y bastardeada.

 

Ahora sabemos con una certeza fortalecida por el daño recibido que de lo que debemos cuidarnos es de esta lógica política pusilánime, que siempre se inclina hacia el lugar común, la legalidad más pacata y sensiblera para fundamentar un pragmatismo tan débil como reaccionario. En términos de la aplicación de esa lógica hoy no hubo errores, su ejercicio es riguroso y vuelve a poner otra vez de nuestro lado la gestión autónoma, no representada ni representable, de la fiesta. Expresada también como pasó hoy en el enfrentamiento anti yuta, anti careta, anti profesional, en el rancheo a lo que dé, en la corrida para ver el cajón de Diego salir para donde sea.

 

Con Guernica muchos dejamos definitivamente de tener empatía afectiva con su gestión, pero nunca, tal vez,  pensamos que llegaríamos a despreciar  sus consecuencias de una manera tan directa y feroz como sucedió esta tarde, en el día más doloroso, en el dolor más impensado. Tal vez desde el mismo dolor agregado, los que los votamos, y los que vamos a volver a votarlos, llego la hora de decirles claramente que dejen de hacer las cosas de manera cobarde. Y que si van a hacerlas como cobardes profesionales por lo menos las hagan de manera eficiente, de modo tal que no nos obliguen, además del rechazo, también a la vergüenza.  Porque lo que viene después es la negación y la indiferencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si nos tocan el afecto nos tocan todo // Claudia Huergo

Me sorprendió un poco no estar a la altura del duelo mundial. Con alivio, voy a decir porque hay ratos que a esta cuerpa no le cabe una intensidad más. Hace unos años en medio de ese embudo que hacen los duelos, soñé que iba a un velorio y cuando me acercaba al cajón respiraba con alivio: ah, este muerto no mío. Cuando me desperté me reí. Me di un poco de ternura ante esa pobre astucia, por cómo había resuelto el dilema en el sueño.  

Pero la pregunta que viene empujando, con la que me dormí a las diez de la noche y me desperté a las 4 de la mañana es otra: son los afectos sagrados? Puede una meterse con los afectos? Soy una boluda porque me afecto? Hay afectos correctos y otros incorrectos? Hay correctores de afectos? Es de yuta querer mover o transformar un afecto? Somos responsables de los afectos?

Que hace o piensa o calibra una marea? Es la marea feminista un compuesto afectivo que está expuesto a afectarse contradictoriamente? 

No se me ocurre que nada bueno venga por el lado del blindaje afectivo. Pero tampoco cuestiono si alguien en medio de una ventolera entorna la ventana. Y sí trabajamos para transformar nuestros afectos. Sí asumimos que estamos en medio de una disputa sensible: queremos no solamente pensar sino sentir de otra manera. O sea que sí nos metemos con todo, tocamos, profanamos. Sobre todo porque sospechamos de a quienes sirve la jerarquía de lo sagrado. De cómo se entrama al juicio de las vidas que valen y las que no. Ya sabemos cómo es quedar en la cola de la dádiva esperando que algún derecho vaya a derramar de la copa, y a finalmente ungirnos.  

A veces no hay dolor, hay triunfalismo. 

Un chabón que entrevistan cuenta que Diego jugó noventa minutos con la pata rota: ¡es un guapo!  Claro, me suena el alert machimbrismo. A priori diría que no me gusta ver a alguien reventarse por ninguna causa. Pero también a veces estoy tomada por intensidades que no me hacen registrar el dolor o el cansancio. Alguna vez habré pensado que me esperaba un podio, un premio o un castigo. Otras veces no, habré pensado que estaba bien gastar la vida en eso. Qué se yo. 

Lo que sí sé, como dice la Stenger, es que no quiero quedar en medio de alternativas infernales, siempre entre la espada y la pared, abonando la fábrica de dilemas donde vamos a quedar contándonos las costillas. Eso ya lo hace el capitalismo.

Escribo esto para mis amigas, las del jogo bonito, donde cuentan los pases, las gambetas y los túneles. Algunas veces será gol y otras la pelota al cielo. Jugar es necesario, ganar algo a veces es justo, y el arco siempre se mueve.   

La única forma de decirle hasta siempre // Diego Valeriano

Escabio, risas, lágrimas, piedrazos a la gorra, descontrol, motos  y segundeo. Todo lo que no somos, todo lo que pudimos ser a veces y esta sensación rara acá en la panza. El amor insurrecto, la vagancia que siempre lo supo suyo y unos guachines que lo aman sin tiempo. Vagar sin rumbo porque no podes creer que exista tanta tristeza,  arrancar para  la estación porque la soledad duele, escribirle al transa, faltar al trabajo, mirarnos cómplices con los que están en una, en esta que estamos casi todos. Charlar en el furgón, llegar a Once cantando, celebrar eso que no se explica, llorar como festejo, reír de manera exagerada, tomar un poco para poder aguantar este día, escabiar bastante para esta fiesta, saber lo que viene. Otro mural entre tantos murales de pibes asesinados, la desobediencia como una textura de la piel, el cuerpo tenso, la mirada torva, el gusto a sangre en la boca. Aprender a caminar imitando sus pasos, su desdén, su prepotencia, su arrogancia. Lágrima tatuada, escracho en el hombro, bautismo, casaca, fiesta, santuario, grito de guerra. El odio a la gorra, la desconfianza a todo, el dolor en el cuerpo que se va yendo de a poco, los gritos que llegan desde más allá y se nos meten adentro. Las doñas con sus penas, los gedes que nunca fallan, las pibas que entienden todo. Las canciones, los que se plantan a la infantería, los que nunca corren. Botellazo para que estallen los escudos, esquivar las balas, patear el patrullero, saltar las vallas, correr atrás del auto, colar con la moto en la burbuja. Llorar, cantar, reír, ranchar hasta que no quede otra que volver, ser fiesta. No hacer caso como la única forma de decirle hasta siempre. 

Carlos Pérez Soto: “Hay que cuidarse del arcoíris que nos pueden vender” // Tinta Limón

Nos encontramos por primera vez con Carlos Aurelio Pérez Soto frente a la plaza Ñuñoa, un domingo caluroso, al caer la tarde. Pérez Soto es profesor de física, filósofo, docente e investigador marxista hegeliano. De inteligencia despierta, es reconocido por su perfil crítico y su pensamiento heterodoxo. La amplitud de sus campos de trabajo queda impresa en los títulos de sus obras, desde: Sobre la condición social de la psicología (1996); Sobre un concepto histórico de ciencia; (1998): Comunistas otra vez, para una crítica del poder burocrático (2001); Sobre Hegel (2006); Proposiciones en torno a la historia de la danza (2008); Una nueva antipsiquiatría (2012); Marxismo aquí y ahora (2014).

 

Hace solo unos días triunfó de manera contundente la opción de aprobar un espacio institucional de discusión y redacción de una nueva Constitución que reemplace a la de 1980, pergeñada en dictadura por Jaime Guzmán como estructura jurídica del neoliberalismo. Pero los pensamientos de Pérez Soto no tienen nada de triunfalistas. Lo primero que señala es que la mitad del padrón electoral no participó del plebiscito, y que eso puede implicar un problema de legitimidad para la futura Constitución, pero en lo inmediato es un factor que debilita la base social real que sustenta el proceso constituyente. Casi en simultáneo –compara–, en Bolivia, con golpe de Estado, con pandemia y aislamiento social, con mayor mortalidad por el virus que en Chile, votó el 87 por ciento del electorado. Sobre todo, insiste, porque esa fuerza social es necesaria para revertir la ilegitimidad de origen de este proceso constituyente, las condiciones impuestas a todos los chilenos por un grupo de señores feudales de la política y consignadas en el Acuerdo por la paz y la nueva Constitución. “Lo peor que podríamos hacer, dice, es tener otra vez una Constitución viciada de origen. Sería una torpeza de la clase política, porque dentro de cinco o diez años todo vuelve a estallar”.

Lo que sigue, son los extractos de una conversación hecha de distintos momentos.

Por un programa constitucional radical

Lo que hay que hacer en Chile es una refundación democrática de las bases institucionales, del Estado y de la convivencia nacional. Una refundación democrática que es el reverso de aquella refundación neoliberal que quiso hacer Jaime Guzmán de este país. Y eso es una larga marcha. Luego de este primer paso, del “Apruebo”, hay que elegir una Asamblea Constituyente realmente representativa, realmente soberana, para luego lograr una Constitución que opere como la base de esa refundación. Porque aún estamos a tiempo de dar una pelea por la soberanía efectiva de la Asamblea Constituyente, por remover los límites que le puso al proceso constituyente el famoso Acuerdo por la paz y la nueva Constitución. Es necesario impulsar ahora una reforma constitucional que defina toda una serie de cuestiones pendientes vinculadas a la forma en que se eligen los integrantes de esa asamblea. Una reforma, por ejemplo, que le tiene que dar participación a los pueblos originarios. Una reforma, por ejemplo, que permita ampliar y mejorar las condiciones de participación a los independientes.

La dinámica de movilización social debería decantar en candidatos determinados, unas orgánicas. Lo que tiene que haber son representantes de unas orgánicas. Y esas orgánicas deben ir a patear la puerta de los partidos políticos constituidos que se dicen de izquierda para que les den cupos en sus pactos. La ley que tenemos obliga a meter a los dirigentes sociales dentro de la camisa de fuerza de los partidos organizados. Porque los independientes que vayan por fuera de los pactos no tienen ninguna posibilidad de ser elegidos. Y los independientes que vayan en pactos chicos, en pactos regionales, tampoco tienen ninguna oportunidad. Acá los únicos pactos que tienen oportunidad real son los pactos que se estructuran a nivel nacional, con un referente único, que inscriben una lista única, etc.

Por eso nuestra política tiene que ser que haya tres grandes pactos, y no dos, en la elección de constituyentes del 11 de abril de 2021. Un pacto de derecha, aunque mejor si va dividida. Otro pacto que sea la Concertación, sola. Y un tercer pacto progresista, de izquierda, o radical, el nombre que quieran ponerle, pero separado de la Concertación. Todos los personeros de la Concertación están pidiendo una lista única, porque piensan que, al amparo del Frente Amplio, y de los independientes, van a poder meter su gente y salvarse. Pero la Concertación está en pleno naufragio y eso le hace muy bien a Chile, es muy educativo para el pueblo chileno. Entonces, un pacto de la derecha, un pacto de la Concertación clásica y un tercer pacto que vaya desde los comunistas hasta Revolución Democrática, los humanistas, el partido liberal, etc. Y lo importante es que dentro de ese pacto haya espacios para los independientes y que haya un programa constitucional radical. Ser independiente no es, por sí mismo, una garantía. Hay muchos independientes que tienen intereses locales, que son capaces de votar muy radicalmente en un tema y, sin embargo, de manera conservadora en otro tema. Lo que necesitamos son independientes que sean capaces de compartir un programa constitucional radical global. Y que no vayan solo a defender derechos sectoriales o regionales.

Otra cuestión a definir son los mecanismos de aprobación del nuevo texto constitucional. Se definió que para aprobar cada artículo tiene que votar a favor 2/3 de los constitucionalistas, y si no se alcanza, ¿qué pasa? Lo que hay que pedir es un plebiscito intermedio: que toda norma significativa sobre lo que no haya consenso se someta a plebiscito.

Es hora también de presionar para darle a esa reforma mayor transparencia para la Asamblea. Por ejemplo, hay que exigir que la asamblea constituyente no tenga sesiones secretas, que se sepa todo, que los constituyentes estén obligados a dar cuenta ante sus electores y que seamos capaces de reaccionar ante cada discusión que se vaya dando. Y hacer movilizaciones repartidas, distribuidas, sobre todo frente a los municipios. Pero la presión tiene que ser con programa. Es urgente redactar un programa constitucional radical, cinco puntos. Y en ese programa, no pondría los derechos sociales en un primer lugar, sino la forma de financiar esos derechos sociales. Hay que evitar un compromiso político en el que nos regalan una Constitución llena de derechos, pero nos niegan la posibilidad de ejercer esos derechos. Hay que cuidarse del arcoíris que nos pueden vender. Se puede redactar una Constitución que dé derechos sociales –porque no cuesta nada poner derechos en la Constitución– y después negar las fuentes de financiamiento. Es lo que ha pasado con varias de las constituciones nuevas que hay en América Latina, y en particular en Colombia. Que consagran el más absoluto derecho a la educación, pero resulta que no hay plata para la educación.

Entonces, podemos obtener una Constitución muy bonita, muy democrática, con una redacción espectacular, pero luego no tener un peso para financiar todo eso. Lo que hay que poner en centro de la discusión es cómo se distribuyen las riquezas de este país. Lo que hay que poner en el centro de la discusión son los 200 mil millones de dólares que tienen las AFP. Lo que hay que poner en el centro es el capital financiero, que nos va a endeudar intencionalmente para seguir espoliando este país. Entonces, el programa constitucional radical tiene que apuntar, primero, al capital financiero y a las riquezas básicas, y, después a la democratización de la estructura institucional de este país. Si eso ocurre, entonces los derechos sociales van detrás. Y, de este modo, los derechos sociales no solo se declaran, sino que son realmente posibles.

Es clave reclamar la soberanía efectiva de la Asamblea Constituyente. Remover los límites que tiene, sobre todo respecto de los tratados de libre comercio. Y también darle poder sobre el endeudamiento del Estado. Porque durante el desarrollo de la Asamblea Constituyente, si la cosa se viene muy mal para la derecha, este gobierno —que va a seguir vigente— es capaz de endeudar este país en cien mil millones de dólares en un par de meses y dejarnos clavados con la deuda externa. La Asamblea Constituyente debería tener soberanía suficiente para impedir el sobrendeudamiento externo para impedir que durante la Asamblea Constituyente se establezcan pactos internacionales que resguarden al gran capital chileno.

En la Constitución hay que hacer pronunciamientos que entren directamente en contradicción con el entramado legal que hay hasta este momento. Eso es lo que la derecha teme y eso es lo que hay que hacer. Hay que poner una disposición que entre directamente en contradicción con la ley minera y que obligue a reformularla o derogarla. Hay que poner en la Constitución una norma explícita que le prohíba al Estado respaldar deudas financieras privadas, porque todo el problema del saqueo de los países es a través de la deuda externa. Una norma explícita que le prohíba al Estado respaldar la deuda de los bancos. Hay que poner disposiciones expresas que aseguren que el Estado está obligado a responder por el 100 por ciento de la demanda educacional de salud, de pensiones, más allá de que haya universidades privadas, hospitales particulares, etc.

Hay que poner en la Constitución disposiciones expresas que apunten a la democratización del Estado. Los plebiscitos vinculantes a todo nivel, la revocatoria de mandato, la iniciativa popular de ley, la descentralización del gasto. Tenemos que lograr una Constitución que en su texto contradiga el entramado legal que se ha levantado durante cuarenta años en chile, de tal manera que obligue a una tarea parlamentaria posterior de reformular todas las leyes que entran en contradicción.

Porque los enemigos son claros, y son tres. El principal enemigo es el capital financiero transnacional, que está en las AFP, que está en los bancos (y en la deuda externa que nos van a meter si tratamos de democratizar este país). El segundo enemigo es el capital depredador de los recursos naturales. Hay que apuntar contra las mineras norteamericanas. Y el tercer enemigo es el capitalismo nacional, las grandes empresas que se han organizado en torno a los fondos que les llegan de las AFP y las inversiones que han hecho en el retail, es decir, en mecanismos de comercialización y de endeudamiento (el retail no es más que capital bancario encubierto). Hay que apuntar contra los acuerdos que se han establecido con la Organización Mundial de Comercio. Porque la OMC nos obliga a garantizar la propiedad privada, las concesiones que hemos dado, las deudas que hemos contraído. Por eso es tan grave eso de que la convención constituyente no pueda cambiar los tratados de libre comercio. Porque los tratados encubren este papel rector a nivel mundial de la OMC que opera como gran guardaespaldas de las operaciones del capital transnacional en cada país.

El 18 de octubre los chilenos perdimos la paciencia

A lo largo de treinta años se ha contado un cuento de éxito económico, de crecimiento, y lo que ocurre es que todo el mundo tiene la impresión de que a los únicos que les va bien es a los grandes empresarios. En cambio, la gente ve cada vez menos el éxito, hay dificultades muy concretas en la educación superior –que es cada vez más cara–, en la salud –que es cada vez más catastrófica. Había mucho malestar acumulado y con un chispazo la gente perdió la paciencia. Eso fue lo que pasó el 18 de octubre, los chilenos perdimos la paciencia

No es que el estallido y la movilización sean algo nuevo, han venido ocurriendo cada vez con mayor intensidad desde el 2001: 2001, 2006, 2011, 2019. Son todas revueltas contra la democracia neoliberal y contra quienes han gobernado este país durante los últimos treinta años. Una cosa notable es que los chilenos le tienen muchísima más paciencia a los gobiernos de la Concertación o de la Nueva Mayoría que a Piñera. Evidentemente, la derecha hace de manera torpe lo que la “centro izquierda” hace de manera eficaz. La derecha ha gobernado dos veces y las dos veces han sido los estallidos más grandes, es como cobrarle al gobierno explícitamente de derecha lo que no le habían cobrado a los otros gobiernos. Pero la verdad es que los gobiernos de la Concertación –como otros gobiernos de corte socialdemócrata, o de centroizquierda– profundizaron las bases del neoliberalismo en nuestro país, y en muchos casos fueron más allá de lo logrado por Pinochet.

Ahí está lo esencial de lo que puede mostrar el caso chileno: el modo en que se profundiza el modelo neoliberal al punto abarcar todos los ámbitos de la vida pública, estatal, privada, hasta que el modelo neoliberal se vuelve una forma de vida; y sobre todo una forma de disciplinamiento neoliberal de la vida. Y esto, claro, produjo muchos malestares.

Los malestares de un país triunfalista

Pero, sí, hay mucho malestar, o dos tipos de malestares combinados. Por un lado, está el malestar de las capas medias, hay una frustración acumulada de expectativas muy grande. Les vendieron una promesa de ascenso social que, luego de treinta años de neoliberalismo sólo redunda en endeudamiento, y una incertidumbre tremenda a la hora de buscar trabajo, enfermarse o jubilarse. Y, por otro, el malestar y el enojo de los más pobres. Los niveles pobreza en Chile son muy altos, pero están ocultos por estadísticas oficiales completamente mañosas y disimuladas en el endeudamiento: en este país, el 33 por ciento de los ciudadanos mayores de 18 años aparecen como morosos en el sistema financiero. De hecho, hay dos pobrezas, una pobreza absoluta, que está en orden del 10 por ciento, y otra relativa, que se va conformando con la pauperización de los sectores más pobres de las capas medias. Es la que surge del contraste entre las capas medias que crecen y los pobres que van cayendo. Este contraste con las clases medias que hace mucho daño; hay una indignación acumulada por ese contraste que los políticos no ven y el gobierno, mucho menos.

Chile es un país triunfalista en el que las ciudades están ordenadas de tal manera que las capas medias no ven a los pobres: literalmente, circulan en otros barrios. En cambio, los pobres ven permanentemente a las capas medias en las telenovelas, en los avisos comerciales. En las noticias, los únicos que aparecen son los estudiantes universitarios –en Chile las universidades son muy caras, muy elitistas. A la gente se le junta rabia porque ven y no son vistos. En Pascua o Año Nuevo, muchos salen de la ciudad a la costa. Y todo el mundo dice: “No quedó nadie en Santiago”. Sale 1 millón y medio, y no quedó nadie. La ciudad tiene 7 millones de habitantes. Es decir: cuando hay 5 millones de personas las calles están vacías, porque ese millón y medio es el visible, el que tiene todos los autos, los que van a los grandes supermercados. Eso te da un índice de la violencia de ver y no ver. Pero vas a Quinta Normal, sigues hacia Cerro Navia, o vas a San Ramón y si sigues hacia Puente Alto: hay un mar de pobres. De desempleados crónicos. De gente con unos regímenes laborales muy malditos, muy precarios, con salarios muy bajos. Las estadísticas del desempleo están absolutamente distorsionadas porque no consideran el subempleo, el empleo precario y el empleo informal. ¡Las estadísticas consideran como trabajador a alguien que ha trabajado dos horas en dos semanas!

Un orgullo monstruoso

Nosotros tenemos la ventaja monstruosa de ser vanguardia del neoliberalismo en el planeta. Aquí se han probado todas las técnicas en la instalación y luego, en la profundización de un sistema neoliberal “exitoso”, que alcanza a todas las dimensiones de la vida, hasta los niveles más inimaginable. La mayor parte de la izquierda mundial sigue llamando neoliberal a la derecha política; sigue llamando centroizquierda a las versiones más actuales del neoliberalismo, lo que implica un despiste grosero, histórico. Han quedado pegados a la imagen de que neoliberalismo implica una dictadura militar, privatizar las empresas del Estado, una abstención del Estado respecto de la economía, “achicar” el Estado y el empleo estatal. Y me parece que esta lectura es muy superficial, tiene muchos mitos.

Y estos mitos les impiden ver, por ejemplo, que el Estado neoliberal fue y es muy activo impulsando políticas de elusión –más que evasión– tributaria. Las empresas pagan la menor cantidad de impuestos –¡incluso no pagan nada!– a partir de mecanismos de compensación tributaria. Les impide ver que el Estado neoliberal fue y es muy activo orientando masivamente el gasto estatal hacia el beneficio privado. En Chile no se desfinancian la salud y la educación, sino que se las orienta hacia el lucro privado a partir de un Estado “subsidiario” que, en momentos de crecimiento económico deriva generosos subsidios a empresas para que se hagan cargo de las “cuestiones sociales”. Les impide ver, también, lo qué hay de neoliberal en los gobiernos latinoamericanos de centro-izquierda de las últimas décadas. No ven como neoliberal el endeudamiento, o el desvío sistemático de recursos del Estado para uso privado; no ven el neoliberalismo que consiste en convertir las empresas públicas en centros de negocios; no ven el neoliberalismo que significa el costo del crédito, que va depredando el salario.

Este me parece un punto central: una proporción cada vez más importante del salario se va en el costo del crédito. Es decir, no solo en el hecho de que los Estados se han retirado de los servicios básicos como salud y educación, y no solo el aumento sistemático del precio del transporte va mermando el salario, sino que cada vez que tú compras estás pagando al menos el 20 o el 30 por ciento sólo en crédito. O dicho de otra manera, los trabajadores son explotados en el acto de producción, pero después el salario que reciben es depredado, sobre todo, por el capital financiero. Eso es el neoliberalismo profundo que las izquierdas no suelen ver, incluso en Chile. Acá los comunistas tienen el criterio de llamar neoliberal a Piñera, pero no de reconocer como neoliberal a Michelle Bachelet. Pero la gente común y corriente lo sabe, son los políticos y los intelectuales los que no lo saben.

Por otro lado, es una cuestión de sentido común, no hace falta que lo diga un economista o un ingeniero comercial: es una irresponsabilidad absoluta prestarle plata a gente que no produce o que lo que produce es solo salario. Si tú produces salario y no te alcanza, y pides plata prestada es porque no te alcanza, ¿cómo vas a devolver lo prestado? Entras en un “bicicleteo”: bicicleteas la deuda permanentemente. Así, los niveles de endeudamiento privado van aumentando, hasta que en algún momento hay un colapso, se produce una corrida financiera y los bancos quiebran. El caso de Chile igual es particular. Los bancos tienen la certeza absoluta de que el Estado les va a respaldar las deudas. Porque la depredación del salario va de la mano con la depredación del Estado. Y Chile tiene ahorros en el sistema financiero internacional como para hacerlo –el Estado chileno tenía 40 mil millones de dólares y un riesgo país muy bajo. Esa irradiación del sistema financiero especulativo al bolsillo de cada trabajador es el neoliberalismo más profundo. Y hablamos de la depredación del salario y del Estado, pero podríamos hablar de cómo en Chile esta depredación alcanza niveles altísimos en los recursos naturales, el incremento del saqueo de la naturaleza. Por eso digo, es un orgullo monstruoso: somos los peores.

Una protesta difusa…

Lo que pasa hoy en Chile es muy interesante porque no hay un programa puntual de demandas, es una revuelta que lo pide todo. La lista más elemental pasa por salud, educación, pensiones, jornada laboral, salario mínimo, una lista gigante. De algún modo, eso se condensa en el pedido de una nueva Constitución.

Es interesante la protesta porque es una protesta difusa, contra el modelo en general y sin más horizontes que la ira generalizada. Me hace acordar a la Argentina del 2001, solo que si allá la consigna era: “¡Que se vayan todos!”, porque no había nadie a quien salvar; aquí es: “¡Que se vaya todo!”, que el modelo cambie radicalmente. Y ninguna de las izquierdas tiene como programa o como objetivo desbancar al modelo. El Frente Amplio, por ejemplo, que se supone que está más a la izquierda que los comunistas, no tiene ese programa. Incluso a la izquierda de ellos está el Partido Humanista. Ellos son los únicos que han dicho “No al modelo”: no a la politiquería, no al arreglismo, quizá porque no tienen ningún compromiso o una tradición ideológica que los condicione.

El estallido encontró desprevenida, incluso, a la represión. Creo que el poder se contó el cuento de que había pacificado el país, a tal punto que ellos mismos, en declaraciones públicas, reconocen que no tienen la inteligencia policial suficiente para saber qué movimientos hay. Todo eso lo descuidaron. Lo único que está absolutamente investigado y militarizado policialmente es el territorio mapuche, pero en Santiago no pasaba demasiado. Y cuando pasó, no supieron qué hacer, no supieron cómo parar la movilización. Por eso el ejército no quiso salir a la calle: no tienen la capacidad operativa para controlar una protesta difusa que además ocurre sin un movimiento político detrás.

Una protesta difusa en la que no hay un líder con el que puedas negociar o tomar preso. Y ninguna de las izquierdas han podido o querido aparecer dando la cara diciendo: “Nosotros llamamos a los chilenos a tal cosa”. Nadie. Ni los comunistas, ni Convergencia Social, ni los movimientos de pobladores que son muy radicales habitualmente. Nadie ha salido a decir: “Llamamos a los chilenos al próximo paro nacional”. No se atreven a algo que es elemental que es a llamar a protestar. Y que los vayan a buscar a la casa, y que los ponga presos, y que entonces se genere un héroe. No se atreven a hacer eso. Lo que hay, entonces, es una protesta difusa que es visible en la plaza Italia, pero que ocurre en todo Santiago y en todas las regiones del país, y sobre la que no hay capacidad operativa, ni de la policía ni del ejército, para controlarla.

… y una izquierda cómoda y sin imaginación

En ese marco, es muy raro que ninguna de las izquierdas tenga un proyecto global contra el modelo, que estén tan dispuestas a conversar a espaldas del movimiento social, como si tuvieran una desconfianza genérica del movimiento social. Aquí, la izquierda se contó el cuento de que la gente se abstenía en las elecciones, que estaba absorbida por el consumo. La propia izquierda no fue capaz de captar la acumulación de indignación que había y que en algún momento iba a estallar. Hay una insensibilidad realmente increíble que se debe, entre otras cosas, a que las izquierdas han entrado al juego electoral y el juego electoral en Chile está muy bien financiado por el Estado. Ser concejal, ser alcalde, ser consejero regional o ser diputado es muy buen trabajo. Sin ir más lejos, es un trabajo estable que las personas no tienen. Los militantes de los partidos políticos tienen una oportunidad de trabajo en el aparato político del Estado, algo nada despreciable.

Los partidos de izquierda son débiles porque no tienen capacidad de imaginar una alternativa real al modelo neoliberal. Lo que conciben como alternativa son formas de paliar los efectos más nocivos, pero no discuten lo estructural. Alternativa al neoliberalismo es no pagar la deuda. Es no pagarla, cero, no se paga nada, no se pagan intereses, no se paga el capital. Se declara nula. Alternativas al neoliberalismo, acá en Chile, es derogar las concesiones mineras. Alternativa es eliminar los mecanismos de elusión tributaria masiva de la que se beneficia la banca y las grandes empresas nacionales y trasnacionales, uno de los pilares del neoliberalismo. Alternativa es tomar los fondos de pensiones, que son el gran soporte de la estructura neoliberal –y que en Chile están administrados de manera privada por las AFP– y que el Estado los ocupe en mover la economía nacional, en invertir en el desarrollo del país; invertir en el cobre, en fruta, sumar valor agregado a productos internacionales. Salvo el caso de las AFP, de la que hay una proposición alternativa muy clara, formulada por gente muy valiosa como es la de la Fundación Sol, esas alternativas no existen.

Lo que nosotros llamamos neoliberalismo es consistente con el post fordismo, como forma actual de la división internacional del trabajo; consistente con un proceso en que la burguesía va perdiendo hegemonía frente al control burocrático, que es el proceso más de fondo. Se van introduciendo en organismos estatales técnicas de administración neoliberal, como el autofinanciamiento, como el riesgo de asumir deuda con el propio Estado. El capitalismo que hegemonizan los chinos no es el capitalismo del siglo XX, ni el del siglo XIX. Es un capitalismo en el que los capitalistas son una parte del bloque dominante, la otra parte son los burócratas. Todo eso se nota en el despiste histórico de la izquierda en la medida en que no ven que el centro hegemónico capitalista se corrió a China, que Estados Unidos se fue al hoyo, que Europa es un parque temático. En la medida en que no ven eso, no conciben alternativa. En la medida en que no ven cómo el modelo de acumulación capitalista tiene un cambio estructural, no logran pensar una alternativa. Lo que contraponen es una especie de keynesianismo, de estatalismo idiota a esta altura, porque el Estado puede ser saqueado a través de mecanismos burocráticos. Uno podría tener un Estado enorme y montar todo lo que quiera, pero todo el gasto social del Estado va a parar a bolsillo privado.

Claroscuros del movimiento social chileno

Hubo una marcha de un millón de personas unos días después del estallido. En una entrevista, los periodistas le preguntan al presidente de Renovación Nacional (RN), que es el partido de derecha, cómo ve la salida. Y el tipo, que está en una posición de negociar dice: “Bueno, si usted tiene 4 millones de personas en la calle hay que buscar una salida”. ¿4 millones? ¿De dónde sacó ese número? Todos los medios dijeron que había un millón. Incluso los propios organizadores. Lo que ocurre es que cada puesto de carabineros, a lo largo de todo Chile, manda un informe y el Ministerio del Interior suma. Entonces, claro, en Santiago hubo un millón, pero a lo largo de todo Chile se agregaron 3 millones más. Hubo movilizaciones hasta en los lugares más lejanos y pequeños.

Las movilizaciones fueron muy masivas y en todo Chile, nosotros no vemos eso, pero el gobierno sí lo ve. Por eso ellos están más asustados que nosotros. Las izquierdas en Chile no quieren verlo. No quieren verlo porque tendrían que asumir una tarea de conducción política que les queda grande y respecto de la cual han sembrado toda clase de desconfianzas. Sobre todo porque se han dejado manipular, han cometido errores groseros, como el de firmar el Acuerdo por paz y la nueva Constitución. A la candidata presidencial de la izquierda, del Frente Amplio, a Beatriz Sánchez, la funaron [escracharon] en Plaza Italia. Camila Vallejos no puede salir a la marcha. A Gabriel Boric lo funaron.

Hay dos dirigentes que, me parece, merecen mucha confianza porque no han caído en esto. Uno es Luis Mesina, de la Coordinadora No+ AFP, que hace mucho fue del Partido Socialista, y el otro es el presidente del Colegio de profesores, Mario Aguilar, que es Humanista, no pertenece a la izquierda tradicional. Son las dos caras más visibles de Unidad Social.

En Unidad Social también está la CUT, la Central Unitaria de Trabajadores de Chile, que se supone que es la confederación más grande de Chile, pero Bárbara Figueroa, que es comunista, y que es una mujer que, como los políticos, se ponen siempre adelante en la foto, ahora no aparece, no toma el micrófono. Las izquierdas chilenas se han comportado de una manera vergonzosa. Y el resultado de su accionar es que nos pasaron la aplanadora por encima. La gente no lo olvida.

Tampoco hay líderes sindicales por fuera de la CUT con alguna capacidad. Porque todo el movimiento sindical, que es un movimiento minoritario, está en manos de los comunistas y los socialistas. En Chile, la sindicalización es del orden del 20 por ciento del total de los trabajadores. Las condiciones de negociación salarial son mínimas. No hay un movimiento sindical real, es muy superestructural, gobernado por camarillas que son elegidas de manera indirecta a partir de sindicatos fantasmas y cosas por el estilo.

Tampoco se puede esperar mucho del movimiento estudiantil en Chile, que está en manos de una casta de politiqueros de izquierda. Piensa tú que para cada elección de la FECH (la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile) hay 6 listas de izquierda. En un país donde la izquierda es minoritaria, hay 6 listas de izquierda. Es decir, hay izquierdas que no tienen ninguna otra presencia que no sea en dos o tres universidades. Lo que pasa en Chile con las universidades tradicionales es que son extremadamente elitistas, muy elitistas, entonces representan a un sector de la población que no tiene problemas.

El hito clave en este deterioro político del movimiento estudiantil fue el 2011. En aquel momento, el movimiento fue por toda la educación chilena y al final los únicos que ganaron fueron los universitarios. A los secundarios les dieron la espalda, los abandonaron en el camino, salieron perdiendo. Por otro lado, el movimiento de los secundarios es un movimiento inorgánico, absolutamente inorgánico, no dura, es por generaciones. Hay generaciones que se organizaron mejor, como la del 2006 con el pingüinazo o la de 2011, que duran unos años organizadas. Pero luego se apaga por cinco años. Tienen una radicalidad muy grande pero ninguna capacidad de permanecer en el tiempo. Lo que evidencia que no puede haber un movimiento social sustentado en los estudiantes, tienen que moverse los trabajadores, los pobladores, los pensionados, las mujeres.

Una sociedad medicalizada

Hace un tiempo fui a Temuco, a dar una charla y luego fuimos con los anfitriones a comer, y me llamó la atención un cruce de calles que en las cuatro esquinas había farmacias, y todas tenían gente comprando. Lo comenté y un compañero me cuenta que en esas esquinas que ahora tienen farmacias hace unos 10 años había financieras de esas que prestan dinero de forma rápida y sencilla. Y que luego cerraron las financieras y pusieron parrillas, lugares para comer. Pero luego también quebraron y entonces pusieron farmacias. Me pareció ver ahí de modo muy claro, muy sugerente, todo un ciclo: la gente pide préstamos, se endeuda, gasta irresponsablemente y ahora sobrevive con antidepresivos. La medicalización de la subjetividad ha alcanzado una dimensión política en este país. No es el primero, eso en Estados Unidos funciona, en Europa también.

En Chile es muy visible y cotidiano el consumo de fármacos para anular la subjetividad. No hay familia en la que no haya dos o tres personas que están consumiendo: para despertar, para dormir, para no deprimirse, para activarse… Es común, incluso, que las personas consuman dos, tres fármacos simultáneamente. Ese fenómeno, por su magnitud, tiene un efecto de control social. Y cuando digo que tiene un efecto de control social estoy pensando en el efecto que producen sobre la subjetividad social, no en que haya un comité central de las farmacéuticas planeándolo. Pero sí detrás de esto hay una filosofía médica, desde mi perspectiva errónea pero ideal para los negocios, que se basa en la medicalización de la salud y que se ha vuelto hegemónica. Naturalmente, la industria farmacéutica hizo de esto un gran negocio, pero lo que a mi más me preocupa es cómo esto acaba funcionado como un mecanismo de control social, que a los Estados parece no preocuparle. En cierto sentido, es un síntoma de lo que ocurre en las sociedades neoliberales actuales.

Una democracia administrada

Cuando empezó todo esto, todo el mundo estaba entusiasmadísimo pero me parecía que lo más sensato era ser cauteloso. Recuerdo muy bien el ’83, que las protestas duraron un año entero y había barricadas en todos los barrios. Fue un año de una violencia increíble, se incendió todo Chile. Mucha gente decía que se estaba incubando el socialismo en las calles de Santiago. Pero luego vimos el reverso del ‘83, que fue el ‘89. Llegó el “arco iris” y se implantó el neoliberalismo. También hay que recordar el 2011 y lo fácil que le resultó a un poder altamente tecnologizado administrar un movimiento social, por muy violento que fuera.

Si hay algo de lo que el neoliberalismo chileno se puede jactar es de su capacidad de administrar el modelo. Porque este es un modelo muy inestable. Pero Chile es un país protegido en el mercado financiero internacional. Aquí no le van a hacer la bancarrota que les hicieron a los griegos, o a Islandia. Este país opera como modelo. Piensa en el caso peruano: en su campaña electoral, Pedro Kuczynski dijo: “Nosotros queremos ser como Chile” –algo muy raro porque los peruanos patriotas se sienten enemigos tradicionales de Chile. Luego salió a decir: “No, vamos a superar a Chile”. Pero como sea, Chile es el modelo neoliberal a seguir. Y es un modelo que están dispuestos a cuidar. Si la izquierda hubiera empujado un poquito más se podría haber logrado la renuncia de Piñera, es decir, entregar a alguien para cuidar el modelo. Se habían negado 20 años a hacer una Constitución nueva, pero se asustaron y en dos meses armaron las condiciones para hacerla. Porque la idea es cuidar el modelo que tiene una significación mundial.

Nosotros con Pinochet teníamos problemas con la dictadura, queríamos democracia. Hoy día tenemos problema con la democracia. Porque la democracia, en algún aspecto, es peor que la dictadura. Hay quien dice: “Pero no matan gente”. Claro, no matan gente a balazos, en el mejor de los casos. Pero la gente se muere en los hospitales, la gente se muere con unas pensiones miserables. Si tu consideras víctima solo al tipo que recibió un balazo en la frente, entonces no estamos entendiendo en qué consiste la miseria, en que consiste la explotación, la injusticia.

En ese sentido, nuestro problema es qué hacer con la democracia. Y con una democracia que no tienen ningún contenido participativo. Yo escribí un texto que se llama “La democracia como dictadura” describiendo cómo el marco institucional democrático está diseñado para administrar lo social. Y tiene unos recursos tan grandes que hay que pensar dos veces cómo hacer una protesta social para que no sea administrable. Los requisitos son básicamente dos, y no son muy novedosos: tiene que haber un pueblo indignado y tiene que haber una conducción política medianamente lúcida. Y aquí hay un pueblo indignado y no hay ninguna conducción política. ¿Por qué? Porque no hemos madurado políticamente el significado del neoliberalismo y, menos, una alternativa a él.

No tenemos programa radical para esta situación, todos los programas son horizontes de reformas. Las izquierdas más viejas se quedaron pegadas al estatalismo socialista, las izquierdas más nuevas tienen formas comunitarias, hippies, de autoconsumo. Pero no hay un programa global. Mi opinión es que ese programa es perfectamente formulable pero hasta ahora no parece haber fuerza política. Si tú ves en la calle gente indignada, y miras para el otro lado y no ves nadie capaz de dirigir, entonces al segundo o tercer día de la revuelta empiezas a pensar que te van a vender el arco iris y a reconfirmar el neoliberalismo.

¿Hay que «profanar» a Jacques Lacan? Por un psicoanálisis irreverente* // Alejandro Dagfal**

 

En 1983 Jean Laplanche, con ánimo provocador, se preguntaba si no había que “quemar a Melanie Klein”.[1] Casi cuarenta años después, con menos vocación inquisitorial, nos conformamos con preguntar si no hay que “profanar” a Jacques Lacan. Según el filósofo Giorgio Agamben, profanar significa devolver lo sagrado al uso común, hacerlo profano, restituyendo lo que permanece aislado, separado en la esfera de lo divino.[2] En ese sentido, podríamos decir que profanar implica desacralizar, desdivinizar, rehumanizar. A su vez, esa profanación permite nuevos usos terrenales, como el juego, el pensamiento y la creación. Es que un saber sagrado, como un evangelio, sólo se interpreta o se difunde, pero no se cuestiona. No se lo usa de manera crítica ni lúdica.

Cuando el psicoanálisis se concibe a sí mismo como una práctica extraterritorial, como un saber soberano y sin contexto, se convierte en una cosmovisión totalizadora que, desde su propio púlpito, se autoriza a medir o juzgar otros saberes y prácticas.[3] Por esa vía, el psicoanálisis tiende a sacralizarse, apartándose de la esfera de lo terrenal. A veces se vuelve tan doctrinario que resulta imposible entenderlo a partir de categorías que no sean, ellas mismas, sagradas. Sin embargo, cuando el psicoanálisis renuncia a ese carácter divino, admite nuevos usos y permite la invención. Recupera su poder cuestionador. Se abre incluso a nuevas relaciones con otros saberes y prácticas que lo interpelan.[4] Se deja seducir por problemas que no lo contaminan, sino que lo fecundan. Y lo mismo ocurre, podría pensarse, con aquéllos que lo adoptan, lo practican y le dan una vida renovada.

En la Argentina, además de conocer una formidable expansión, el psicoanálisis sufrió la sacralización casi desde un principio, cuando en los años ’50 y ’60 las teorías kleinianas, en algunos espacios, llegaron a transformarse en una suerte de culto ritualizado. Sin embargo, al mismo tiempo, en sus “formas profanas” (que algunos consideran desviadas, impuras o bastardas), el psicoanálisis fue el motor de pensamientos y acciones originales, desde Pichon-Rivière, Bleger y Baranger hasta Masotta, sin olvidar “la experiencia del Lanús”.[5] Posteriormente –sobre todo en la universidad–, las ideas lacanianas tomaron para muchos el relevo del lugar sagrado que antes había ocupado el kleinismo, haciendo del analista francés un ícono casi incuestionable (o en todo caso un demonio, que no es más que el reverso de lo mismo). Así, desde los ’80, en nuestro país, el lacanismo dejó de ser un saber contracultural para convertirse en un discurso hegemónico muy arraigado y altamente institucionalizado. No sería errado aventurar que, hoy en día, Lacan está más vivo en Buenos Aires, La Plata, Córdoba o Rosario que en París. ¿Pero a qué precio?

Por eso, retomando la pregunta inicial, casi como un anhelo, respondemos que sí, que hay que “profanar” a Jacques Lacan. Hay que perderle el respeto en el mejor de los sentidos. Hay que franquear esa distancia que lo canoniza para posibilitar sus usos terrenales, para reinventar a diario un psicoanálisis “no todo”, entreverado con los desafíos de su tiempo, que es el nuestro. En el pasado y en el presente, son muchos los que lo han usado (y lo usan) de manera imaginativa, sin convertirlo en credo, sin transformarse en feligreses. Es que el mejor modo de asumir una herencia es aceptar que la fidelidad absoluta es un ideal imposible, que sólo nos lleva a convertirnos en guardianes del templo en el que se conservan los restos de un legado.[6] Ante esa perspectiva, más vale explorar las diversas formas de la “traición”, que no congelan el pasado, sino que, de manera irreverente y cotidiana, lo ponen a trabajar, convirtiéndolo en promesa, forjándole un porvenir.

* Este texto fue escrito como presentación de un taller que tendrá lugar el 27 de noviembre a las 14 hs., en el marco del XII Congreso Internacional de la Facultad de Psicología de la UBA. Junto con Alexandra Kohan, Jorge Reitter y Julián Ferreyra, invitaremos al público a adoptar una actitud “irreverente” para reflexionar sobre los problemas que la historia, las identidades de género, las disidencias sexuales y el campo de la salud mental plantean hoy al psicoanálisis.

 

**(UBA, CONICET, Biblioteca Nacional)

[1] Laplanche, J. (1983). Faut-il brûler Melanie Klein? Psychanalyse à l’Université, 32 (8), 559-570.

[2] Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

[3] Castel, R. (2014). El psicoanalismo. El orden psicoanalítico y el poder. Buenos Aires: Nueva Visión.

[4] Derrida, J. (2000). États d’âme de la psychanalyse: l’impossible au-delà d’une souveraine cruauté. París: Galilée.

[5] Dagfal, A. (2009). Entre París y Buenos Aires. La invención del psicólogo. Buenos Aires: Paidós.

[6] Derrida, J. (1999). Sur parole. París: Éditions de l’Aube.

Oh que será… Siete notas sobre los destinos de lo común (imaginando una pospandemia) // Lila María Feldman

1- Lo común

Nuestro mundo jamás se ha caracterizado por la igualdad, en cuanto a su administración de bienes y servicios, ni en cuanto a Derechos y garantías, ni aun en su distribución o reparto del tiempo y el espacio. “Lo común”, podría decirse que es una declaración siempre inexacta, siempre sujeta a los efectos y condiciones desigualantes, históricos e innumerables. Pero es también una construcción y una búsqueda irrenunciable. La libertad, no es entonces un bien del que disponer, ni un derecho o acceso al consumo, ni una expresión más de la propiedad privada, ni tampoco la capacidad de imponer deseos, sino la brecha que se construye singular y colectivamente cada vez que achicamos, disminuimos, desarmamos y combatimos el predominio de la desigualación, y construimos un “común”. Esta pandemia, una vez más, y en forma exacerbada, visibilizó que la desigualdad no es un sustantivo sino un verbo, no es un dato natural y estable sino una forma de distribuir recursos, entre los cuales también se hallan el espacio, el tiempo, las certidumbres, el futuro, la salud, etc. Se conjuga en acciones, se sostiene en políticas, se decide cada día. Por ello no se saldará únicamente con la vacuna.

Esta pandemia, una vez más, y en forma exacerbada, visibilizó que la desigualdad no es un sustantivo sino un verbo, no es un dato natural y estable sino una forma de distribuir recursos

¿Será por eso que el fantasma del Comunismo agita a los “defensores de la libertad”, tan próximos a quienes en la palabra vida camuflaron su defensa de la hipocresía, la exclusión y la desigualdad en sus resortes clandestinos? La palabra comunismo no tiene, muchas veces, consistencia más que para representarles el peligro de “lo común”, aquel que amenaza al imperio de la desigualdad con todas sus indiscutibles y “naturales” hegemonías.

Sabemos que el conflicto es una dimensión siempre presente en la escena psíquica y la escena colectiva, pero él ha dejado paso a una nueva exigencia de trabajo, diaria, ineludible, ardua: la de absorber y hacer propio un nuevo mundo hecho de incertidumbres, y metabolizar la pérdida drástica y definitiva de muchas de nuestras certezas. Estamos -entonces- enfrentados a asumir una nueva vida.

Asumir una nueva vida… en los bordes y contra la negación. Alicia Stolkiner, entre otros, puso la lupa en ese mecanismo que tantas veces nos permite pensar lo que el psiquismo expulsa cuando no logra enfrentar, y elude o desmiente, con sus tantas estrategias, defensas y modos (por más precarios o sofisticados que sean). Añado aquí también que la negación en el espacio común deja de ser un sustantivo y pasa a ser un verbo cuando se lo ejerce, y una expresión paradigmática: Negacionismo. El Negacionismo es política, el mecanismo de defensa propio se erige en condena de los otros, pero también en la asunción sumisa de esa condena, interiorizándola, legitimándola, incorporándola en perpetua cárcel colonialista y pastoral, en el propio dominio intrapsíquico, aun poniendo en riesgo la propia vida. No debería sorprendernos tanto que no tenga límites y que raye la idiotez o el cinismo. Hemos escuchado a algunos sectores ortodoxos de la comunidad judía justificar el Holocausto al inscribirlo en la lógica del castigo-enseñanza de Dios por los desvíos cometidos…

2-“El tiempo existe para que no todo ocurra simultáneamente…” (Susan Sontag)

El tiempo/ Entre la vivencia de un tiempo alterado/ más que antes/ menos que antes/ ininterrumpido/ interrumpido/ detenido/ cronometrado/ extendido en obligaciones y trabajos/ cada día igual al anterior/ igual al que le sigue/ tiempo de temores/ tiempo para todo/ tiempo para nada/ presente perpetuo/ tiempo de espera/ tiempo pospuesto/ ¿pasó un año? /¿o fueron meses? /¿volveremos a vernos?/ ¿el tiempo volverá a ser nuestro?/ ¿habrá tiempo?/ Tiempo de incertidumbres/ vaciado de promesas/ paréntesis entre dos abismos/ entre lo que fue y será/ instante eterno/ Rituales alterados/ alteradas las despedidas los cierres los comienzos los pasajes/ En un comienzo pautábamos un diferir/ de una cuarentena a otra/ una fecha en la mira/ un final aparente/ Hasta que dejamos de medir el confinamiento en etapas/ y de contar en días/ postergar de a poco/ hasta que entendimos/ estamos entregados a la experiencia de no saber hasta cuándo.

3-“El espacio existe para que no te suceda todo a ti…” (SusanSontag)

El espacio/ Confinados, amontonados, arrumbados, superpuestos/ solos, solísimos/ la intimidad no nos sirve, no disponemos de ella/ a veces la negociamos/ intentamos ordenarla/ administrar usos y formas/ la intimidad escasa, la intimidad sobrante/ la ilusión de espacio abierto/ el perro nos saca a nosotros/ el balcón es aliado, el lavadero, el auto, el baño/ La virtualidad y los espacios nuevos/ los encuentros nuevos/ lo propio inventando otros lugares para existir/ Los auriculares, las barreras protectoras contra amenazas/ conservación del pudor, del secreto, del enigma/ El barbijo, la máscara, la distancia, la pantalla, la desinfección, acrílicos, barreras/ el cuerpo incorpora nuevos hábitos/ rutinas/ mientras pelea por no acostumbrarse/ a perder abrazos, mates, besos/ a los codazos, decíamos, para hacernos espacio/ ahora el codo es la mayor cercanía y el resto añorante del tacto/ protocolizados los encuentros/ desmadrados.

4- Alteridad

El tiempo y el espacio existen para sostener una vida en común, efecto también de un conjunto de pactos colectivos y mudos pero ciertos, testimonio (a veces desgarrador, a veces aliviante) de la presencia o de la existencia del otro en nosotros, no únicamente por fuera, en el espacio que nos es exterior. La alteridad se inscribe en el movimiento y devenir espacio-temporal. La virtualidad (a la que no todos tenemos el mismo acceso) propone posibilidades y nuevas exigencias. Entre un interior seguro y confinado, y un exterior riesgoso, lo virtual es el modo en que una experiencia transicional perdura -sobre todo en la infancia y adolescencia- aun capaz de ser puente entre territorios tan polarizados. Transicionalidad y creación a veces, otras, refugio autoerótico o sedante, de acuerdo a sus posibilidades de inscribir alteridad en un tiempo y un espacio, incluso desde la experiencia con la pantalla.

5- Zona

Estamos todos desterrados, exiliados, en estado de diáspora y prometiéndonos un reencuentro que ya está definitivamente marcado por el destiempo y el desajuste

Martín Kohan, a partir de la lectura de Juan José Saer, delimita un concepto, uno de esos conceptos que iluminan. “Zona” viene a ser no un reflejo realista -escritura mediante- de un determinado lugar, de una configuración local y pintoresca, en una narración cronológica, sino un modo de nombrar lo que el tiempo y el espacio configuran como marca o huella psíquica, eso que los psicoanalistas solemos referir como “apres-coup”, en sus registros tanto tópicos como temporales. Zona es resultado del cruce memoria y lenguaje con sus efectos de escritura subjetivante. Entre lo que está a medio borrar y lo imborrable, rasgo de extranjeridad con que se funda lo más propio, una nostalgia que empuja al mismo tiempo hacia atrás y hacia adelante. Zona, entonces, puede ser tal vez un modo común de nombrar esta experiencia pandémica y global: estamos todos desterrados, exiliados, en estado de diáspora y prometiéndonos un reencuentro que ya está definitivamente marcado por el destiempo y el desajuste, o lo dislocado. Zona es conjunción de tiempo y espacio, entre el ya no del pasado, y el todavía no de un futuro, herida de la perplejidad, lo irreconocible y lo familiar infligiéndose entre sí una marca. Entre el querer volver y no, porque lo que dejamos atrás y se desmoronó también es lo que nos ha enfermado. Desde esta zona divisamos que tiempo y espacio existirán para lo común a partir de nuevos pactos, y asistimos a las tensiones (algunas dolorosas y brutales) con las que los diferentes colectivos, heterogéneamente, intentan trazarlos.

Zona es conjunción de tiempo y espacio, entre el ya no del pasado, y el todavía no de un futuro, herida de la perplejidad, lo irreconocible y lo familiar infligiéndose entre sí una marca

A veces lo que nos mantiene cerca son las alteraciones temporo-espaciales. Ya no signo de confusión sino absoluta conexión con la realidad. A veces esas alteraciones son posibles resistencias (y en una de esas, pandemia mediante, podríamos revisar nuestra común y precaria definición de salud y enfermedad, o normalidad y locura).

6- Causas y azares

Estamos condenados a investir, dice Piera Aulagnier. Establecer y concatenar causas es una exigencia psíquica fundamental e incesante. La pandemia es experiencia arrasadora de desestabilización, en el espacio colectivo pero también en el mundo intrapsíquico. Niños y adolescentes en particular se enfrentan también al trabajo de duelo frente a la pérdida de esas madres y padres que permanecían (permanecíamos) aún como garantes de verdad y soportes primarios de las certidumbres más básicas. Entre los dos órdenes de causalidad que Piera establece: causalidad demostrada y causalidad interpretada, el sujeto libra (el sujeto infantil mucho más) -contra lo incierto- sus batallas. De un tiempo a otro, de un espacio a otro, la búsqueda es que tenga sentido dibujar un modo de vincular dos orillas. O producir dos orillas. Que ello tenga sentido es trabajo común, no solitario.

7- Sueño

El sentido fue puesto en suspenso, y estamos sumergidos en el trabajo intenso de reubicarnos

Sueño: bastión de la vida psíquica y de la vida colectiva. Es también esa zona, que conecta, liga, reúne las dos orillas, entre lo que fue y será, entre las imágenes sobrevivientes y las imágenes nuevas. Sueño, la pandemia es la versión del sueño que encuentra en el género fantástico, ese mundo en el que lo sobrenatural y lo siniestro, la extrañeza radical, la pregunta por lo verdadero y lo falso, el quiebre entre real e irreal, lo irreconocible, se despliegan, hacen experiencia de la vigilia en sueños, porque nuestra vigilia se ha vuelto irreal, distópica, pesadilla, inverosímil realidad que no da tregua. Algunas veces, como narra Juan Forn con su escritura que nos hace soñar, el sueño es juntarnos con los demás, volver a una existencia plural. Otras veces, el sueño pierde volumen y espesor, y entonces soñamos en dos dimensiones, ¿no es esa una metáfora precisa y tremenda? El sentido fue puesto en suspenso, y estamos sumergidos en el trabajo intenso de reubicarnos. El sueño está siendo, según escucho en tantos relatos, el lugar por excelencia que permite poner en juego esa conmoción y todas las vacilaciones. Entre el mundo de antes y el mundo de ahora, entre lo que sabíamos y lo que ya no, entre todas nuestras preguntas, fragilidades, terrores y deseos, el sueño. Los sueños. ¿Qué es real y que no? ¿Cómo sé que estoy despierto y no soñando? ¿En qué tiempo estoy? ¿En qué mundo estoy? ¿Qué es vivir? ¿En qué medida podemos tener una vida propia? Son algunas de las preguntas que laten en estado de vigilia y de sueño, en el limbo de la duermevela, en el borde del insomnio, onirizándolo todo.

Lo común es lo que aparece algunas veces, hermosas y amparantes veces, aunque más no sea para compartir la incertidumbre y las batallas, las ilusiones de tiempos mejores, y tiempos comunes (lo más común y corriente posible) fuera de la excepcionalidad que nos partió la vida, en esa zona intermedia que a veces el lenguaje y el sueño, abriendo otro espacio, otro tiempo, nos regalan.

Fuente: Revista Topía

10 puntos para Soledad Acuña // Cora Gamarnik

1- Soledad Acuña, ministra de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, charlaba amigablemente con el diputado del PRO Fernando Iglesias. Una charla de ‘entre casa’, una conversación en confianza. No se cuidó, no había coaching de por medio, no tenía un discurso escrito, practicado. Soledad Acuña dijo entonces lo que pensaba, sin matices ni disimulo, con crudeza, con torpeza.

2- Soledad Acuña dio datos. Datos salidos de algún estudio que no cita, un estudio que realizó un perfil de quienes eligen ser docentes de la ciudad. Supongamos que es un estudio bien hecho. Los datos muestran que quienes siguen la carrera docente: «son cada vez más grandes de edad», que es la «tercera o cuarta carrera que eligen luego de fracasar en otras», y que «son de sectores socioeconómicos cada vez más bajos». El problema no está en los datos sino en las conclusiones que la ministra saca de ellos. Soledad Acuña sostiene sin ruborizarce que esos docentes tienen menos ‘experiencias enriquecedoras’ y menos para ofrecer en términos de ‘capital cultural’. Por el contrario, se infiere, habría un sector social de capitales socioeconómicos altos que si tiene más para ofrecer y que si posee experiencias enriquecedoras. El propio Mauricio Macri podría servirnos de contra-ejemplo. Pero estos dichos además de constituir una gravedad política extrema son de una profunda ignorancia. Reducen la noción de “capital cultural”, esencializan una distinción de clase y sostienen que habría una relación lineal entre origen social y capacidad de enseñar. Habla además de ‘fracaso’ cuando alguien demuestra por el contrario que quiere seguir estudiando una y otra vez. Faltaba que agregue un argumento biologicista y hacía cartón lleno.

Sus dichos estarían sugiriendo que:

-Las personas mayores o que hayan tenido estudios universitarios incompletos no estarían en condiciones para ejercer la docencia.

– Que habría una edad para estudiar más propicia que otra.

-Que no terminar una carrera te transforma en ‘fracasado’.

-Que estudiar varias carreras aún sin terminarlas es un desmérito individual.

-Que el lugar socioeconómico de pertenencia determina el capital cultural y la posibilidad de tener ‘experiencias enriquecedoras’.

Está claro. El problema no son los datos.

3- Soledad Acuña es Ministra de Educación de una ciudad en la que el PRO gobierna desde hace 13 años. Sin embargo la ministra habla como si hubiera gobernado hasta ahora algún ente abstracto y se para desde un sitio etéreo externo a la gestión que encabeza. Bajo su gobierno se comprobó el desfinanciamiento de las escuelas públicas, aumentaron las denuncias por la mala alimentación en los comedores escolares, hubo problemas con las vacantes, intento de cierre de profesorados, represión a docentes que protestaban por la creación de la Unicaba, uso de estudiantes para estrategias de marketing e intento de cierres de escuelas nocturnas por nombrar solo algunas de sus ‘políticas educativas’.

Para no hacerse cargo de los resultados de su gobierno el manual del Pro indica que es bueno buscar un culpable externo. En sus declaraciones Soledad Acuña instala frente a las familias que lxs culpables del estado actual de la educación son lxs docentes, sobre todo los ‘docentes militantes’ ‘sobre-ideologizados’. Así ella se desresponsabiliza de sus propias políticas mientras culpabiliza a quienes estos años sostuvieron las escuelas contra viento, marea, ajustes, bajos salarios y pandemia.

4- Soledad Acuña solicita a las familias que denuncien a lxs docentes que «eligen militar en lugar de hacer docencia» y les pide que usen las clases virtuales como espacio de vigilancia doméstica. Propone una relación de control de los padres y madres sobre los y las docentes. Acuña siembra un manto de sospecha, lxs considera una amenaza y elabora un sistema de control que nos retrotrae al peor de nuestros pasados cuando la delación se pagaba a veces con la vida. Pero hace algo más, en ese juego fortalece y profundiza la desligitimación de los docentes, los considera peligrosos, dañinos. ¿Usted sabe dónde está su hijo ahora? Decía una publicidad en 1978.

5- Soledad Acuña sostiene el discurso ingenuo de “los docentes que hacen política” y se apoya en  el pseudo reclamo neoliberal sobre la neutralidad del currículum. Como si enseñar pudiese ser una técnica aséptica. Hablar de Santiago Maldonado es hacer política pero hablar de Sarmiento, de Mitre o de Roca no… Podríamos dar ejemplos similares con temas de ecología, racismo, machismo, pobreza…todos presentes en el currículum escolar. Sabemos que la supuesta no toma de posición encubre una posición. Sabemos de sobra que negar la política es una forma eficiente de hacer política sobre todo cuando se allanó previamente el camino  desvalorizando ‘lo político’. ¿Y utilizar a lxs alumnxs y sacarles fotos para campañas de marketing del partido que gobierna la ciudad qué es? ¿Utilizar la frase “Con los chicos no” en su carta ‘aclaratoria’ (que alude a lo que señalan los antiderechos para oponerse a la Educación Sexual integral) qué vendría a ser?

6- Soledad Acuña usa frases como “hay que enseñar a pensar”,  “no hay que decirle a los chicos y chicas qué tienen que pensar”, “el aula como lugar diverso y de pluralidad». Discursos como slóganes, cáscaras vacías. ¿Qué significa enseñar a pensar para Soledad Acuña? ¿Qué si se puede decirles a los chicos y chicas? ¿Cuál es la diversidad y la pluralidad que propone? ¿Quiénes estarían en condiciones de ser buenos docentes?

7- Hay en los dichos de Soledad Acuña una línea común con discursos de otros funcionarios en estos años: “¿Qué es esto de universidades por todos lados?” (Macri); “Los pobres no llegan a la universidad” (M. E. Vidal); “Los que ‘caen’ en la escuela pública” (Macri).

En todos se observa no solo el desprecio por la educación pública sino también la falta de expectativa en lo que la educación si puede. No podemos negar la coherencia.

8- Leo en un posteo de facebook: “A una amiga la acusaron de socialista porque la oyeron hablar de distribución de la riqueza: estaba hablando de Producto Bruto Interno, algo que según diseño curricular corresponde al 2do año en geografía. No tienen ni idea de lo que dicen y con esta ministra se sienten envalentonadxs”.

Ese es el problema. Lo que habilita su mensaje.

9- Soledad Acuña sostiene que lo que dijo tenía como finalidad defender a los estudiantes. ¿De qué habría que defenderlos? ¿Qué estudiante está implícito en sus dichos? ¿Quiénes si podrían ser ‘adoctrinados’? Sus dichos implican estudiantes que se dejan convencer por aquellos que les ‘bajan línea’, que pueden ser manipulados, que no tienen historias ni criterios propios.

Queda claro, Soledad Acuña nunca fue docente. 

Quiénes si pisamos las aulas sabemos que no «fabricamos» a nadie… ni aunque quisiéramos.

10- Soledad Acuña debería renunciar pero no por haber ido a una escuela en la que trabajaba Erich Priebke, argumento contradictorio en si mismo, banal y de una estupidez supina. Para el caso es egresada también de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y ahí si finalizó la carrera.

Soledad Acuña no podría seguir siendo ministra si docentes, familias y alumnxs exigieran su renuncia por el grado de desprecio e ignorancia que demostró.

¿Qué oídos lacanianos están dispuestos a escuchar? // Manuela Cámara

El Psicoanálisis viene siendo, hace ya unos años, interpelado por muchxs pensadorxs de otros campos del pensamiento de las Ciencias Sociales. Desde Michel Foucault, Hélène Cixous, Monique Wittig, hasta Gilles Deleuze, Félix Guattari, Jacques Derrida, y Judith Butler, quienes han hecho, desde diferentes recortes, una crítica a la teoría hegemónica psicoanalítica.

Estas discusiones no parecían tomar mayor relevancia hasta el llamado de Paul B. Preciado, el pasado noviembre, ante la Escuela de la Causa Freudiana (Escuela lacaniana de Paris). En el marco de las conferencias “Mujeres en Psicoanálisis”, el filósofo contemporáneo fielmente dedicado a la construcción de un paradigma que se aparte de la epistemología binaria de la diferencia sexual y que reconozca a las identidades trans y cuerpos no binarios, dejó en evidencia que el Psicoanálisis se encuentra ante el gran error de la despolitización.

Su intervención fue lo suficientemente crítica para despabilar un poco a lxs miembrxs de la escuela lacaniana, quienes se sintieron atacados, y no tardaron en sacar sus escudos. Unos meses más tarde, decidió publicar el libro “Yo soy el monstruo que les habla”, en donde reafirma el colapso epistémico ante el que estamos parados y la inminencia de un llamado a la deconstrucción. “El Psicoanálisis está frente a una decisión histórica sin precedente: o continúa trabajando con su epistemología de la diferencia sexual y sigue legitimando el régimen patriarco-colonial que lo sostiene, deviniendo así responsable de las violencias que la misma produce, o se abre a un proceso de crítica política de sus discursos y sus prácticas.[1]”  

Lo que Preciado viene a denunciar, no es el Psicoanálisis como disciplina ni como práctica clínica, sino más bien la fidelidad ciega, sorda y muda de lxs psicoanalistas del siglo XXI. Que parecieran estar encerradxs en un delirio teórico histórico-regresivo que no permite escuchar los nuevos saberes producidos.

Las subjetividades y cuerpos de hoy son consecuencia inminente e inmanente del desarrollo de las nuevas tecnologías virtuales, reproductivas, anticonceptivas, cromosómicas, protésicas y endocrinológicas, entre otras. Asimismo, no podemos ignorar la reubicación de la mujer en la red de relaciones de poder que juegan tanto en la vida pública como privada. Estas cuestiones han puesto en cuestionamiento conceptos como género, sexo, sexualidad, deseo, familia, amor, y tantos otros de interés primordial para el Psicoanálisis.

El llamado a repensar y poner en perspectiva las bases teóricas en las cuales está fundada esta disciplina, nos invitan a preguntarnos porqué valdría la pena el esfuerzo, cuál sería la relevancia del Psicoanálisis hoy.

Teniendo en cuenta el aporte de Félix Guattari acerca de la importancia de adentrarnos en el plano del deseo para comprender las estrategias micro-políticas con las que opera el capitalismo, podemos decir que entender el entramado inconsciente de las subjetividades que conforman nuestro orden social, es fundamental para desenmascarar el ejercicio de las relaciones de poder en juego en el proceso de tallado y moldeado de nuestros aparatos psíquicos. Creados a imagen y semejanza del apetito de este aparato monstruoso que es el sistema hetero-patriarcal capitalista.

Ante este proceso de construcción de un paradigma más noble y sensible a las nuevas identidades al que nos convoca Paul Preciado, necesitamos poder desnaturalizar lo ya construido, y por lo tanto, comprender cómo y de qué estamos constituidxs. Por más hermoso que suene, ya no nos conformamos con ser polvo de estrellas.

 

Por otro lado, y no opuesto, más allá de la lógica binaria y heterosexual del Complejo de Edipo en la que se sostiene la teoría de la formación del aparato psíquico, el Psicoanálisis tiene mucho para aportar a este intento de derrocamiento del pensamiento binario. Ya que, si hay algo que esta práctica clínica introduce, es la lógica de la paradoja, la posibilidad de poner en diálogo lo que desde el sentido común se cree contradictorio. La práctica psicoanalítica le da un lugar protagónico al “entre”, en tanto no pretende eliminar el síntoma si no ponerlo a trabajar.

En el marco de un capitalismo que enferma, que produce síntomas como mercancías, y que luego no reconoce como producto propio e impulsa a desecharlo, resulta novedoso el desarrollar un “saber hacer” con el síntoma, en lugar de silenciarlo.

El Psicoanálisis nos confronta con otras versiones de los significantes más cotidianos. Un síntoma es padecimiento y satisfacción pulsional al mismo tiempo, el goce reúne a la depresión y la euforia, el cumplimiento de deseo puede encontrar la felicidad y la más profunda tristeza en la misma cima. Servirnos de esta lógica paradójica de su discurso, para interpretar el mundo, puede ser una gran arma de lucha contra la organización binaria del lenguaje, y es definitivamente aquí donde tenemos que dar batalla. Como dice Giorgio Agamben, “…la historia de los hombres no es quizá otra cosa que el incesante cuerpo a cuerpo con los dispositivos que ellos mismos han producido: antes que ninguno, el lenguaje[2].

 

Para ser sujetos activos de esta historia, Preciado nos invita a abandonar los cómodos sillones de analistas, quitarnos las máscaras, salirnos de la posición de semblante de objeto a, y pasar al diván. Iniciar una de-construcción y re-construcción de nuestra formación académica, implica remontarnos al pasado, revisar los saberes que nos constituyen, ponerlos en perspectiva, “matar a nuestro padre”, en pos de desentrañar nuestros goces, síntomas y repeticiones, y así poder superarlo.

Reconocer la demanda de las nuevas voces sería legitimar el riesgo al que se enfrenta, y que asimismo representaría, la caída del discurso psicoanalítico. Es decir, eludiendo el binarismo, solo reconociendo sus límites podría re-trazar sus alcances en la cartografía de las subjetividades actuales.

¿Va el Psicoanálisis continuar refugiándose en Anna O, el hombre de las ratas, Dora y Juanito, o va a disponerse a las voces del presente que le están hablando?, ¿Qué oídos lacanianos están dispuestos a escuchar?

Para aquellxs que no quieran salir a las calles, el presente está servido en el diván.

 

 

Manuela Cámara Cháves.

3 de Noviembre 2020, Paris.

 

[1] P.B. Preciado, Je suis un monstre qui vous parle, Paris, Grasset et Frasquelle, 2006, pp.124

[2] A. Giorgio, Profanaciones, Paris, Payots et Rivages, 2006, pp. 93-94

IMAGEN de Raphaël Fienga 

La alegoría en Walter Benjamin, una aventura judía (II) // Henri Meschonnic

El hebreo como alegoría

El hebreo jugó para Kafka y Benjamin un rol análogo. Fue para ambos, en parte, y no en la misma medida, porque Kafka sabía más, la lengua-alegoría. El símbolo del fracaso. No una lengua más entre otras, que se aprende o no se aprende. Un símbolo del judaísmo, tras el que se corre indefinidamente sin llegar jamás. En ese sentido, sentido nuevo, una lengua sagrada: inaccesible. Resulta revelador que el mismo Scholem haya experimentado este efecto de lo sagrado que produce la lengua de santidad: “Estudié hebreo sin la convicción de que algún día realmente lo llegaría a saber. Lo encontraba extremadamente difícil y pensaba que no lo dominaría jamás. [1]” Cuanto más alegórico era el hebreo, más operaba el efecto de pasividad de la alegoría, del que habló Benjamin. 

La historia de las tentativas de aprendizaje del hebreo de Walter Benjamin, tantas veces retomado, interrumpido, aparece como una historia de veleidades, de indecisiones, de contradicciones. El hebreo, como Palestina, adquiere la forma de Tierra prometida: “La “lengua original” como decía medio en broma”. Queda relegado como su partida a Jerusalén. Deviene inaccesible. De inmediato símbolo de todo lo inaccesible. O de lo inacabable. Como posiblemente también lo sea el judaísmo. Si Moisés no entró, en la Tierra prometida, ¿qué somos nosotros para merecer entrar?

El efecto difiere de la relación cultural con la “filosofía del judaísmo”. Se trata de demostrar que ya no basta con ver en esas tentativas de Walter Benjamin “veleidades piadosas [2]”. Las intermitencias del hebreo son sólo una parte de la presencia, de la actividad del hebreo en él. Aparentemente, entre 1920 y 1929.  Scholem reporta, hacia 1918, “terminados sus exámenes, se pondría a estudiar hebreo”. Abril de 1920: “Fue entonces que Benjamin trató de aprender hebreo por primera vez”. Noviembre: “Se inscribió en un curso de hebreo en la universidad”. En 1927: “Me dijo en ese momento que, terminado el trabajo que había comenzado, no le quedaba ninguna razón para demorar más el aprendizaje del hebreo”. 1928-1929, están los proyectos de hebreo y de puesto en Jerusalén. En 1929, hace dos meses de hebreo.

Esta entrada en el hebreo-alegoría del umbral, reviste máxima importancia: “Entrar en el hebreo tiene una importancia incalculable” (carta a Scholem, 29-12-1920). A Scholem, el 19.2.1925: “Y finalmente, cuando sea posible, debo tomar en serio el hebreo sin demora”. Pero su hijo, él [3], “aprende el hebreo naturalmente” (14.1.1926). El hebreo entra siempre en conflicto con alguna tarea prioritaria: El Trauerspiel, los Pasajes parisinos. Siempre trabajos en el sentido de la alegoría. El 30.1.1928: Ésta puede ser la última vez que tenga la chance de volcarme al hebreo y a todo lo que para nosotros tiene relación. Además, el momento es muy favorable. En primer lugar, desde el punto de vista de mi disposición interna. Cuando haya finalizado de una manera u otra (nunca escribí arriesgando hasta tal punto el fracaso) el trabajo que me ocupa actualmente, llevado con prudencia y del todo provisorio, este ensayo tan curioso y en extremo precario, sobre los “Pasajes parisinos. Un hechizo dialéctico”, quedará cerrado para mí un ciclo productivo, el de Einbahnstrasse, de igual modo que el libro sobre el Trauerspiel cerrará el ciclo germánico” y subraya su contradicción: “Mientras tanto, intento desalentar todo lo posible mis negociaciones con mis editores, porque en el fondo no es esto lo que quiero sino el hebreo

Es una metáfora de las Pirkei Avot, en la Mishná (“haz un cerco a la Tora”) que utiliza por alusión, para decir que nuevamente deja el hebreo para más adelante: “Hacer del tiempo que paso y de la enseñanza -poco importan los nombres-, que el estudio del francés y el alemán me significa como si tuviera un cerco alrededor” (A. Scholem, 11.3.1928). Metáfora llamativa aquí ya que invierte los valores: Hace del Trauespiel y de los Pasajes parisinos su propia Biblia, su propia Ley, precisamente “si y en la medida en que el mundo judío en mi mente debe salir de su estado de latencia” Es decir que el judaísmo de Walter Benjamin pasa por el Trauerspiel y Paris-Baudelaire, pasa por la alegoría, no por el camino directo del hebreo. La metáfora de las Pirkei Avot funciona aquí como profecía. Porque es a nosotros que nos da una señal.

Walter Benjamin continúa debatiéndose, entre dos direcciones aparentemente divergentes: “Vía libre para emprender los estudios hebraicos” (30.11.1928), “No tengo por lo tanto otra opción que comenzar enseguida con el hebreo en Berlín como un simple y puro aprendizaje de la lengua”(14.2.1929), y “ya que he comenzado, continuaré con el hebreo sea como sea”(6.6.1929), esfuerzo sostenido (cartas del 7.6 y del 26.6.1929) hasta “trabajo extraordinario, salvo en hebreo” (18.9.1929) y finalmente: “Necesito abandonar definitivamente la esperanza de aprender hebreo mientras esté en Alemania”(20.1.1930).

El Passagenwerk descartó definitivamente el hebreo. Dejó entonces de alegorizarlo. De convertirlo en lengua-utopía. Así como postergó, por segunda vez, el viaje a Palestina. Las razones: “las que para ti serán las más débiles pero que para mí son las más fuertes” (A Scholem, 14.2.1929). El conflicto operó una dialéctica en suspenso. Conflicto doloroso: “la terrible concurrencia del hebreo” (15.3.1929) “indecisión propiamente patológica” (6.6.1929). Pero Scholem vio que eran las inhibiciones interiores que suscitan las exteriores”. En su carta del 30.3.1931, situaba a Benjamin como “legítimo continuador de las más fecundas y auténticas tradiciones de un Hamann y de un Humboldt”. Finalmente, escribiendo a Adorno, Benjamin retoma la expresión misma de Scholem sobre las dificultades interiores-exteriores, para verlo como un hecho “absolutamente providencial” (31.5.1935).

Sería una lectura liviana considerar estas referencias al hebreo una derrota o “piadosas veleidades”, tanto como insuficiente quedarse, para el judío de la escritura en Benjamin, sólo con su situación cultural. Aunque incluya sus precisiones, sus intereses. Benjamin habla “del rápido vistazo dado en todos esos años a los volúmenes de la Biblia” (9.3.1938). Por el que llega a una visión personal: El que viese el lado cómico de la teología judía tendría de golpe la llave en mano de Kafka. ¿Hubo alguien de ese tipo?” (4.2.1939).

Benjamin es judío en la teoría del lenguaje. Se lo decía a Scholem desde 1916: “El día que tenga mi filosofía -me dijo- será de cierta manera una filosofía del judaísmo”. Scholem veía “una inclinación que se mantuvo sin embargo en un carácter más bien abstracto”. Pero al menos había, si no conocimiento filológico, un saber por su relación con Scholem: “Nuestras discusiones versaban con frecuencia sobre teología judía y nociones fundamentales de la ética judía”. Y ante todo información, como el artículo de Bialik sobre halakkah y hagadah. Al que se agregan las publicaciones de Scholem en alemán y en inglés[4]. Scholem notó el efecto de utopía del judaísmo en Benjamin: “Bajo un cierto aspecto de autenticidad y, diría yo, de utopía, creía en sus propios proyectos. [el estudio de hebreo y la instalación en Palestina], dado que las categorías teológicas del judaísmo todavía tenían sentido para él como punto de fuga de su pensamiento, como lo demuestran sus adiciones manuscritas en Trauerspiel […] hacia la categoría judía de las correlaciones históricas asociadas a la noción de origen”. Hay una observación de Benjamin según la cual “la introducción al libro sobre el Trauerspiel sólo podría ser comprendida por alguien que conociera la Cábala”. Scholem testimonia la relación entre teología y lenguaje´, en Benjamin, por la distinción, por ejemplo, entre Wort, verbe, et Name, nom. Pero siempre ve un aspecto conflictivo entre una “visión materialista del lenguaje” y una “teoría mística del lenguaje”. Su “rostro de Jano”. Pero entonces es la alegoría que transforma ese dualismo. Porque no es solo una teología. Es indisociablemente una teoría y una práctica, una lectura y una escritura. Lo que muestra “La tarea del traductor”.

“La tarea del traductor” es, para Scholem, “una suerte de punto culminante del período en el que [Benjamin] manifestaba una orientación francamente teológica en materia de filosofía del lenguaje” es destacable que este “credo personal” (prefacio a la traducción de Tableaux Parisiens), que tiene una importancia capital en la historia de la traducción occidental, le valió a Benjamin la “reputación de autor incomprensible”, y fue recibido por un “silencio total”.  Es que para darle su lugar a Walter Benjamin esta historia necesita ser reescrita por el ritmo y el discurso. Pero sigue siendo la historia del sentido, del signo, de la lengua. Para la poética, es necesario destacar que la presentación de Scholem, tan amistosa como es, continúa siendo la de la incomprensión dualista: el judío contra el marxista, la teología del lenguaje de los años veinte, y el trabajo de los Pasajes. Para Benjamin, era una búsqueda única e indivisible.

El judío del lenguaje no se opone por él a Baudelaire. En la entrevista de 1927 con el rector de Jerusalén: “Precisamente, dice, ese trabajo de traducción lo condujo a reflexiones filosóficas y teológicas sobre problemas de los que esperaba encontrar la solución en los estudios hebraicos; ya que, agregaba, en esta ocasión tomaba conciencia cada vez más nítidamente de su ser judío”. Es decir, traduciendo a Baudelaire. Frente a la paradoja, el judío tradicional en sí mismo es dualista. Es la utopía de Benjamin. Marxista para los teólogos, teólogo para los marxistas.

El judaísmo no es solamente una cultura para Walter Benjamin. Interés mesurable por el nivel de conocimientos. Es una organización de la escritura. Primero como exotismo, luego como elemento tanto constitutivo como invisible: vuelto alegoría. Uno de los primeros recuerdos de Scholem recae sobre el lenguaje de Benjamin, palabras, entonación: “En esa época no utilizaba giros específicamente judíos; fue más tarde bajo mi influencia y la de su mujer Dora, que comenzaría a utilizarlos. Para mi vergüenza, debo confesar que no me pude resistir a suprimir y remplazar por puntos suspensivos un giro que figuraba en un pasaje de una de sus cartas.” A propósito de Karl Krauss, “cuya actitud hacia el lenguaje, marcada por una suerte de sumisión al mismo, comenzaba a preocupar a Benjamin desde aquella época”, hacia 1921 Scholem comenta “el origen del estilo de Krauss que me parecía relacionado con la prosa hebraica y la poesía del judaísmo medieval, con la lengua de los grandes autores de la Halakkah, así como al “estilo mosaico”,  con esa prosa rimada donde los pedazos de lenguaje de los textos sagrados vienen a arremolinarse unos entre otros como en un caleidoscopio y se encuentran profanados en el plano literario, polémico, descriptivo e igualmente erótico”. La “relación de los judíos con el lenguaje”, “con la Revelación en tanto hecho fundamental del lenguaje y sus reflejos en todas las esferas del lenguaje” no quedó en Benjamin en estado de especulación y debate. El estilo mosaico es desde ya un montaje. Pero la primacía de la alegoría, él mismo vinculado al montaje, produce un modo de enfoque que no se separa en una temática por un lado y una gramática por otro. Es una construcción de la visión por la alegoría.

El pasaje como construcción reversible

Lugares de alegoría, los pasajes parisinos son lugares donde se invierten los signos. Lugares concretos, de los que el surrealismo había hecho pasajes de maravilla. El campesino de París comienza, luego del “prefacio a una mitología moderna”, por “El pasaje de l’Opéra”, que más adelante se vuelve “Pasaje onírico de l’Opéra”. Lo maravilloso era definido por Aragon como “la contradicción que aparece en lo real [5]”. Scholem, en la Historia de una amistad, testimonia que la novela de Aragon “lo incitó a comenzar el trabajo previsto sobre los pasajes de París”. Pero en los Passagenwerk, Benjamin invierte la relación entre los pasajes y el surrealismo. Lo que le permite, pasando por el surrealismo, estar a su vez en relación directa con la vida, es decir con la alegoría, con los pasajes: “El padre del surrealismo fue dada, su madre fue un pasaje”. Por otro lado, toma distancia con los surrealistas: “La poesía de los surrealistas trata las palabras como nombres de marcas y sus textos son en el fondo prospectos de emprendedores todavía no establecidos”. Si los surrealistas pasaron antes que él, Benjamin reescribió los pasajes parisinos. Los convirtió en una antimitología. Su propia escritura. Su continuidad. La continuidad de la alegoría, y el lugar donde la alegoría se realiza. Lugares de inversión del tiempo, del espacio. Lugares que propagan la reversibilidad.

Por esa razón los pasajes parisinos de Benjamin son algo más que lo maravilloso del surrealismo. Son la forma de una gramática del judío en el mundo moderno de su tiempo. Sin que lo supiera, sin duda, ya que no encontré que lo diga en ninguna parte. La alegoría desconocida, la que no hizo, y que sin embargo es legible como un ritmo de Benjamin. Una organización tiempo-historia, una organización del sujeto en él: el efecto del vav reversible en la gramática del hebreo bíblico. Donde a una secuencia narrativa cuya acción verbal está conclusa le sigue y (el vav) y una inconclusa que adquiere valor de conclusa, mientras que a una secuencia cuya acción verbal está inconclusa, más y, le sigue una acción conclusa que adquiere valor de inconclusa. Un mismo significante ve invertido su valor de aspecto -tiempo[6]. Esta inversión de valor ha sido muy comentada. Es, en el lenguaje mismo y precisamente en la lengua-alegoría, la realización de la alegoría. No es necesario que Walter Benjamin lo haya hablado, o incluso lo haya sabido, para que se opere, por el alegorista, la realización alegórica. Ya que la lectura-escritura de Benjamin produce la alegoría como modo de lo legible. Hace de la alegoría el modo dominante de lo legible, y de lo legible, la alegoría. La estructura de auto-inversión en su contrario es en él un ritmo del sujeto. Ritmo que enseguida se vuelve ritmo de la visión. Símbolo, igualmente, de una cierta condición judía, tal como la pudo vivir, y tal como él la representa para nosotros.

Es el modo de pasaje que hay entre Baudelaire-Paris, Paris-surrealismo, y la aventura de Benjamin. Este pasaje no es una simple serie de analogías. Es el contrario que siempre sobreviene, el contrario en el momento mismo en que sobreviene. Contra Aragon y su “mitología”, que Walter Benjamin califica de “elemento impresionista”, propone la “disolución de la “mitología” en el espacio de la historia. Ciertamente, eso sólo puede sobrevenir por el despertar del conocimiento no consciente incluso de lo que ha sido”.

Inversión del progreso, la creencia más importante del siglo XIX, en declive, los pasajes son un revés: “Determinar la figura específica del mundo de las cosas en el siglo XIX (puede ser a partir de su revés, deshechos, restos, ruinas)” (a Adorno, 2.8.1935). Los pasajes parisinos son una inversión de lo interior en exterior. Benjamin los compara con el funcionamiento del sueño: “El interior sale hacia afuera”. Es “la calle como interior”. Donde se realiza incluso la leyenda del flâneur, que es también una dialéctica, porque opera el pasaje del individuo a la muchedumbre, donde se pierde, en ella que sólo se compone del “hombre de la muchedumbre”. El pasaje como templo, templo “de la capital de la mercancía”, es luego descripto de un modo contradictorio, que es a la vez el sueño y la crítica del sueño: “Los pasajes son casas o corredores (Gänge) que no tienen exterior- como el sueño”. Pertenecen a las “casas de sueño de la colectividad”. El pasaje del sueño al despertar es eso que Benjamin nombra “Estructura dialéctica del despertar: recuerdo y despertar estrechamente emparentados”. Lo que Benjamin lleva al estatus de método: “El nuevo método dialéctico del historiador enseña a atravesar con la rapidez y la intensidad de los sueños, en espíritu, lo que ha sido, para experimentar el presente como un mundo del despertar, al que finalmente cada sueño se remite.” El efecto de reversibilidad de los pasajes está marcado por los espejos: “Un aspecto de la ambigüedad de los pasajes: su riqueza en espejos, que agrandan los espacios como en los cuentos y dificulta la orientación”. Benjamin nota que ya no se conocen los ritos de pasaje en la vida moderna: “Nos volvimos muy pobres en experiencia de umbrales. Dormir es probablemente la única que nos quedó. (Pero también despertar)” En esta poética general de umbrales se sitúa la prostitución: “las prostitutas aman los umbrales de estas puertas de sueño”, donde Benjamin distingue umbral y límite: “Umbral es una zona”.

Los pasajes parisinos son también un pasaje hacia su infancia. Son en Benjamin una disposición en su historia, una configuración del sujeto. Esto aparece desde “Infancia en Berlín hacia el mil novecientos” que comienza por “No encontrar el camino en la ciudad…” -búsqueda y pérdida del camino, búsqueda y pérdida del sentido. La reciprocidad alegórica está ya en la espacialidad del sentido, que hace una semántica de los lugares: “Que el laberinto tiene un significado lo supe desde siempre… y “Muy tempranamente recibí la señal” Esta relación con las calles, las de la ciudad de su infancia, se presta a confusión entre lo próximo y lo lejano, entre lo vigente y lo concluido. Más que una confusión, una designación recíproca: “Nada lejano era más lejano que allí, donde en la bruma sus voces se juntaban. Y sin embargo lo cercano que me rodeaba incluso no hace mucho se desvanecía también”. Es notable que la primera relación con el judaísmo que se menciona fuera fallida, y designada Despertar del sexo. “La profanación del día de fiesta estuvo asociada a la calle de la madama, donde por primera vez experimenté los servicios que se prestan a los deseos de adultos”. Lo simbólico del umbral parte de esta infancia: “Quedé inmóvil en el umbral, como enraizado” -inmóvil para “escapar”.  El intercambio entre lugar y sentido hace que el futuro lleve al pasado”.  Pone el futuro en el pasado:  Ese pequeño rincón del Parque Zoológico llevaba las huellas de lo que vendría. Era un rincón profético. A la manera de esas plantas de las que se dice que tienen el poder de mostrar el porvenir, hay lugares que tienen ese poder profético. Casi siempre son lugares abandonados, también copas de árboles, que se apoyan contra los muros, lugares sin salida, jardincitos donde nadie permanece. En tales lugares parece incluso que lo único que nos espera es en realidad cosa ya pasada”. La inversión es tomada como profecía, ironía dramática. Dice la verdad -el porvenir- y no sabe que la dice. Así el vav reversible hace decir al significante temporal-aspectual su contrario.

Las escenas de Infancia en Berlín revierten una en la otra la búsqueda de la infancia y la búsqueda del porvenir. El ritmo de inversión hace un antisentido, un antimundo. Esta inversión es peligrosa. No es sólo una alternancia, como la del día y la noche, donde parece que se mantiene. Es una inversión de lo activo en pasivo, de ver en ser visto, de vivir en haber vivido, de la memoria en olvido.

El sentido de la inversión es la búsqueda de señales. Un modo de presencia en el presente que pone la profecía en el presente, en contra-videncia, en contra-surrealismo también, una percepción del presente: “Porque la presencia de ánimo es como la quintaesencia de este porvenir: percibir lo que sucede exactamente en el segundo mismo es más decisivo que saber por adelantado el futuro lejano. (Madame Ariane, segunda puerta a la izquierda).  Y Benjamin es precisamente alguien que fue un pasaje de presagios, presentimientos, señales, pero que no pudo salvarse. Lo profético es su autobiografía. Fue el “Doctor Nebbich [7]” quien escribió: “ahora bien, apenas sabemos cómo reaccionar en función esta fuerza con la que la advertencia nos pega de lleno y nos arrastra. Solamente cuando la dejamos escapar, y solo entonces, se descifra”.

El presente como momento de la inversión hace de la historicidad una relación, no el transporte al que queda librado el historicismo: “Sabemos bien que el pasado no es el preciado tesoro de un museo, pero sólo se llega a él desde el presente”. Por lo que Benjamin nunca cae en la habitual separación entre tiempo e historia. Ya que ambos pertenecen al sujeto. El presente es el futuro. El objeto de la “lucha interior” de la que le habla a Hofmannsthal, a propósito de Sentido Único, es “tomar la actualidad como reverso de la eternidad en la historia y relevar la marca del lado oculto de la medalla”. Reversión, reversibilidad que tiene lugar en el presente de enunciación, tiempo de un narrador.

El punto es el lugar y el tiempo de la inversión de signos. Que representa, como un perfecto escenario, la descripción de las gaviotas en Mar del Norte, de Paisajes urbanos, donde Benjamin dice, primero: Lo que sucedió entonces con los pájaros – ¿o  conmigo? – fue en virtud del lugar que había elegido en mi melancolía, de mi ubicación dominante y solitaria, en medio de la cubierta de popa”, luego, después de la descripción del movimiento de los pájaros: “ A la izquierda todo estaba todavía por descifrarse y mi suerte se jugaba a cada señal; a la derecha todo estaba realizado hace tiempo y era una única señal silenciosa. Estas inversiones duraron un largo tiempo hasta que yo mismo no fui más que el umbral por encima del cual los mensajeros sin nombre, negros y blancos se entrecruzaban por los aires.” Escena capital: imagen y alegoría. La inversión misma de los signos es el signo de Benjamin. Reversibilidad que él llama dialéctica, de donde surge el malentendido, el desfasaje, con Adorno, en relación con su análisis de París. Pero esta inversión es su ascesis: “Penetramos el misterio en la medida en que lo reencontramos precisamente en lo cotidiano, gracias a una óptica dialéctica que reconoce lo cotidiano como impenetrable, lo impenetrable como cotidiano[8]” Era el método que se inventaba para escuchar el sonar continuo de la alarma que oían los surrealistas, cuando todavía creía, en 1929, en la reciprocidad Marx-Rimbaud: transformar el mundo, cambiar la vida. Al menos esta ascesis era una escucha. La inversa hace la postura emblemática del Angelus Novus, en las “Tesis sobre la filosofía de la historia”.

El futuro en el pasado, el pasado en el futuro       

La construcción reversible que, en Benjamin, pone el futuro en el pasado y el pasado en el futuro organiza tanto su judaísmo como su marxismo. Simétricos inversos. No en sí mismos, sino por posición. Se hacen mutuamente imposibles. Como si fueran el pasado y el futuro, el uno del otro. Es en tanto judío que Benjamin fue “materialista histórico”, en tanto “materialista histórico” que fue judío.

El judaísmo provee “un concepto del presente como “tiempo actual” en el que se han dispersado astillas del tiempo mesiánico” (Tesis, XVIII-A). Habla del futuro, a través de la metáfora de la puerta por donde pasa el Mesías, que retoma todas las puertas del tiempo y de la historia en su cadena alegórica, y este futuro está en pasado, gramaticalmente: “Pero para los judíos el futuro no devino en un tiempo homogéneo y vacío. Porque cada segundo del futuro era la pequeña puerta por donde podía llegar el Mesías” (Tesis, XVIII-B). El mesianismo está en pasado. Así como el hebreo es un paraíso perdido. Como los judíos están dichos en pasado: “Es sabido que a los judíos les está vedado tratar de descubrir el futuro” (Tesis, XVIII-B). Por el “tiempo actual”, el Jetztzeit, el mesianismo no sólo es la urgencia, es también la condición de enunciación, del sujeto. Por lo tanto, paradójicamente solidario de la historicidad, que es siempre la de un sujeto.

No puede entonces no entrar en conflicto con la situación del sujeto en el marxismo, donde “el sujeto de conocimiento histórico es la propia clase combatiente, oprimida” (Tesis, XI). Y la clase social como sujeto prohíbe al individuo la función-sujeto. La de “sujeto histórico en el instante de peligro” (Tesis VI). Así la clase que “lleva a su fin la obra de liberación” y que tendrá por lo tanto el futuro, contiene en su definición la inversión interna de la liberación en privación de libertad. Aquí el futuro sin sujeto individual, allá el sujeto sin futuro, si el propio mesianismo está en el pasado.

El lugar de su reversión el uno en el otro es la alegoría del autómata, en “Sobre el concepto de historia” (I)- “Tesis”. El “materialismo histórico” es el muñeco que juega al ajedrez. El enano jorobado, “maestro en el arte del ajedrez”, que lo manipula por debajo de la mesa, es la teología, judía. Es decir, el mesianismo. La paradoja, y la inversión, del lenguaje de Benjamin es entonces que el “materialismo histórico” (la expresión aparece ocho veces en estas “Tesis”), el que “sabe”, es el hombre mesiánico. No el muñeco. Pero un hombre mesiánico que “fue a la escuela de Marx” (IV) Su reflexión, a raíz de los sucesos inmediatos, que en sí mismos constituían una figura de inversión (el pacto germano-soviético), revierte entonces la “creencia en el progreso” de los “políticos”, su confianza en la “masa como base”” [Massenbasis] y finalmente su “alineamiento servil en un aparato incontrolable” (X). El progreso, la masa, el partido son la “traición a su propia causa” (X). Crítica política a la que se agrega una crítica teórica e histórica, la de haber borrado a Blanqui (XII), y denigrado la “imagen”, la de los “antepasados avasallados” a “ideal”, el de los “nietos liberados” de la socialdemocracia. Crítica del rol de “liberadora de las generaciones futuras” (XII) atribuido a la clase obrera. Crítica de la noción de progreso ligada a la de “tiempo homogéneo y vacío” (XIII). La discontinuidad de la historia que Benjamin implica vuelve a oponer el marxismo a Marx. El “materialismo histórico” que se opone al historicismo, y que anuncia al Mesías “vencedor del Anticristo” (IV) termina por hacer del historicismo y del marxismo un solo Anticristo. A lo que opone el “salto del tigre en el pasado”, el “salto dialéctico” de la revolución conocida por Marx “bajo el cielo libre de la historia” (XIV).  Salto que hace “estallar el continuo de la historia” (XV, XVI). Ese salto sólo puede ser el mesianismo.

Así como no entró al hebreo, Benjamin tampoco entró al Partido. Al carácter para él “no pertinente de la metafísica materialista” no oponía más que “una política “justa”, una política radical, que por lo tanto no tiene otra pretensión que política, que actuará siempre en favor del judaísmo y, lo que es infinitamente más importante, encontrará siempre en el judaísmo un aliado” (carta del 29.5.1926). Es entonces en tanto judío mesiánico que propone que se vea en él “no un partidario del materialismo dialéctico como de un dogma, sino un investigador para quien, en todo lo que nos anima, la actitud materialista parece más fecunda que la idealista del punto de vista de la ciencia y del hombre.  Y para decirlo en pocas palabras: nunca pude investigar y pensar en otro sentido que no sea, si me permiten decirlo, teológico, es decir de conformidad con la doctrina talmúdica de los cuarenta y nueve grados de significación de cada pasaje de la Torá” (7.3.1931). Contra el clisé de Benjamin “víctima perpetua de sus contradicciones” [9], lo que aparece no es un peloteo entre lo político y lo religioso, entre el polo de Brecht y el polo de Scholem, sino una dialéctica del Mesías. Que no admite en su ortodoxia ninguno de los dos términos. La dialéctica de la alegoría mantiene las dificultades. No las resuelve: “Someterse a una observancia o política o religiosa. Considerando su naturaleza profunda, no veo por mi parte diferencia alguna entre esas dos observancias. Ni siquiera de mediación”. (A Scholem, 29.5.1926)

Para aquellos que habían elegido, como Scholem, o el grupo del Instituto de Investigaciones Sociales, el conflicto no podía representarse sino en términos de elección, es decir de oposición no dialéctica, de ambigüedad. Benjamin no satisfacía a Adorno, que le reprocha un compromiso estéril, tanto para el marxismo como para él. (Carta 10.11.1938). Pero Benjamin justamente había escrito: “La ambigüedad es la manifestación en imagen de la dialéctica, la ley de la dialéctica en suspenso… Ese suspenso es utopía y la imagen dialéctica es así una imagen de sueño. Una imagen tal que entrega su mercancía simplemente: como fetiche. Una imagen tal como la dan los pasajes que son tanto casa como calle. Una imagen tal como la da la prostituta que es cliente y mercancía a la vez”. La imagen es la actualización del ahora, el destello: “El ahora del reconocimiento es el instante del despertar”-le jetzt está ligado al “aufblitzen” de la imagen. La “imagen dialéctica” interviene, como la imagen surrealista, “allí donde la tensión entre los extremos dialécticos es la más grande”. En Utopía.

Benjamin pone entonces el marxismo fuera de él. En particular “la teoría marxista del arte: de improviso un bluf y de improviso escolástica”. Pero también impulsa al extremo la teología: Mi pensamiento frente a la teología se comporta como el secante frente a la tinta. Está empapado de ella. Pero si después pasa el secante, no queda nada de lo escrito. La alegoría desciende a los infiernos: “Paralelismo entre este trabajo y el libro del Trauerspiel: ambos tienen en común el tema: teología del infierno”. Al igual que en “Por una crítica de la violencia” Benjamin reconoce una “violencia divina”, somete la historia a lo teológico discontinuándola por el mesianismo. Pero también la discontinúa y la actualiza por el sujeto: “pero en el recuerdo [im Eingedenken] vivimos una experiencia que nos impide concebir la historia de una manera radicalmente ateológica”. Adorno (en su carta del 11.10.1938) pudo ver la conexión con la teología nominalista en Benjamin.

El ahora del tema mantiene la tensión de los extremos, y le da sentido al pasaje, su “bonhomía abismal” (respuesta a Adorno, 9.12.1938). Retoma el pasado por el presente: “Si el tema del libro es el destino del arte en el siglo diecinueve, lo que ese destino tiene para decir está guardado en el tic-tac de un reloj cuya hora ha sonado por primera vez en nuestros oídos” (A Horkheimer, 16.10.1935).  El vínculo entre historicidad e individuación no tiene que ver más con la teoría marxista del arte. Es una historia del sujeto. Benjamin lo enuncia en “La tarea del traductor”: “es más bien reconociendo la vida en todo lo que tiene historia, y que no es sólo en su escenario, que hacemos plena justicia a este concepto de vida.” En ese sentido, la poética de la alegoría, del fragmento, del montaje, de la inconclusión, es una poética de la vida: “Las obras terminadas tienen para los grandes hombres menos peso que esos fragmentos sobre los que sigue trabajando toda la vida” (Horloge, S.U., 153) Refiriéndose a sí mismo Benjamin hablaba más de Passengenarbeit, que de Passangenwerk. El derrumbe interior está ligado a la inconclusión. Esto incluso, con el parentesco de la parábola y la alegoría, deja a Benjamin más cerca de Kafka. Benjamin escribe: “Así como dijo Kafka, existe una esperanza infinita, simplemente no es para nosotros” (12.6.1938) y en la clausura del ensayo sobre Goethe, en 1922: “Nur um der Hoffnungslosen willen ist uns die Hoffnung gegeben – Es solamente para aquellos que no tienen esperanza que la esperanza nos ha sido dada” La inconclusión también es alegoría. Ni fracaso, ni elección. Sino alegoría del sujeto, del lenguaje, de la historicidad.

La historia, el lenguaje, alegorías uno de otro

De todos los investigadores de la Escuela de Frankfurt, el único que puso en primer plano la teoría del lenguaje, y la necesidad de relacionar la teoría del lenguaje con la teoría de la historia, es sin dudar el que ha sido más marginal. Allí está su unidad. En esa tensión [10]. Desde el programa de 1918 sobre la filosofía venidera, Walter Benjamin propone transformar la preeminencia epistemológica de las ciencias exactas considerando el lenguaje: “La gran transformación y corrección a la que conviene someter un concepto de conocimiento orientado de manera unilateral hacia las matemáticas y la mecánica no es posible sin poner el conocimiento en relación con el lenguaje, como Hamann lo había intentado en vida incluso de Kant [11].” Hace veinticuatro años cuando escribe, en 1916, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje del hombre”. Maurice de Gandillac notó que la preocupación por el lenguaje aparece desde el inicio de su correspondencia y se extiende hasta sus últimos trabajos.  Y también: “Desde el comienzo recusa toda cesura entre “significante” y “significado” [12].” A partir de la Génesis. Como rechaza el corte entre enseñanza y vida, en el texto sobre “La vida de los estudiantes” en 1914. Y la relación kantiana entre sujeto y objeto, “la filosofía venidera”, relación que califica de “mitología”. Rechazo del dualismo que Benjamin expresa con una “imagen”, en Infancia berlinesa. Es significativo que, de un juego de su infancia, haga aquí una alegoría del lenguaje. Hace así de la propia teoría una aventura del sujeto, no una aventura de categorías: “Quería sacar el “calcetín de adentro”, fuera de su bolsa de lana. Lo tironeaba de a poco hacia mí, hasta completar el fenómeno que me hundió en la consternación: el calcetín de adentro estaba enteramente desplegado y fuera de la bolsa, pero la bolsa ¡ya no estaba! No muy a menudo pude experimentar esta verdad enigmática: forma y contenido, el envoltorio y lo envuelto, el calcetín de adentro y la bolsa son una sola y misma cosa. Una sola cosa, y una tercera también, en realidad: el calcetín fruto de su metamorfosis”.

Esta pequeña escena bien podría equivaler a la del Fort-Da, la escena primigenia del psicoanálisis. Ésta es la escena primigenia del lenguaje. Obsérvese la “consternación” que produce el paraíso perdido de la unidad primera. Tal vez se necesita esta experiencia (mucho antes de ser concepto) del lenguaje, para el “programa de la filosofía venidera”. Ya que el dualismo del lenguaje se acomoda muy bien a la primacía epistemológica de las ciencias exactas y naturales. Incluso hoy. Sólo el rechazo del dualismo hace que se requiera al mismo tiempo otra epistemología, para el lenguaje y la historia. Y también para el judío. Del todo semejante, en esto, al hombre.

Irving Wohlfarth demostró en qué medida la teoría del lenguaje en Benjamin era una “repetición de la Genesis” – “la prehistoria de un cierto marxismo. Anticipándose, tanto en Benjamin como en Lukacs, bajo la forma de una repetición de la Génesis. Relatada cada vez como filosofía del lenguaje y, en La Teoría de la novela, como una historia de géneros. Lo nuevo en estas variaciones complementarias de un esquema muy antiguo, es que hacen coincidir la Caída con el advenimiento de la sociedad burguesa. […] La sociedad burguesa es el infierno, pero un infierno que se ignora. No sólo se pierde el Paraíso, sino la conciencia misma de la pérdida. Recuperar el Paraíso, es restaurar primero la conciencia de la Caída. La crisis es ante todo metafísica: cualquier otra crisis es la continuación [13]”. Pero no sólo es la teología de la Génesis la que organiza en Benjamin el estatus del lenguaje. También la tensión entre el lenguaje y la historia. El ángel de la historia, “el rostro vuelto hacia el pasado” y que la tempestad que sopla del Paraíso “empuja sin cesar hacia el futuro al que le da la espalda” (Tesis, IX) es también la alegoría de la relación, en Benjamin, entre su teoría del lenguaje y su teoría de la historia. La aventura teórica y de la escritura son organizadas para él por el mismo ritmo reversible.

Su teoría del lenguaje está primero, en “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje del hombre”, un primado del nombre, la mayor parte del tiempo asimilado al nombre propio, o fusionando el nombre propio y el nombre común“La esencia lingüística del hombre es por lo tanto nombrar las cosas” y “en el nombre la esencia espiritual del hombre se comunica con Dios”. El nombre es la más íntima esencia del propio lenguaje. El lenguaje es nominación: “La creación divina finaliza cuando las cosas son nombradas por el hombre”. Así el nombre y la palabra son idénticos. Igualmente, en el estudio sobre las Afinidades electivas: “Nada vincula mejor a hombre con el lenguaje que su nombre”. Más tarde, en una conversación con André Gide, sostiene: “Esta fórmula asombrosa: sólo al dejar una cosa la nombramos”” Que vincula el lenguaje a la pérdida del paraíso. Pero rehace enseguida la continuidad, por el nombre. El lenguaje, pero sólo como nominación, es por lo tanto el medio y el signo de una continuidad entre Dios, la naturaleza y el hombre: “El caudal ininterrumpido de esta comunicación corre a través de la naturaleza entera, desde lo existente más elemental hasta el hombre, y desde el hombre hasta a Dios”. En el primer relato de la creación, Benjamin sostiene el efecto creador del lenguaje, que es “Wort und Name” – Verbo y nombre”. El calco teológico del francés “Verbe” –verbum, traducción misma de logos, reproduce y olvida al mismo tiempo, no el griego sino el hebreo davar, que no distingue entre acción y lenguaje, ni entre cosa y palabra, “evento-cosa-palabra”. Cuyo saber es el nombre. Así es como lo divino es confundido con lo sagrado, y puesto en lo sagrado.

Esta continuidad implica, en Walter Benjamin, “un lenguaje de las cosas”. Pero a las cosas les está negado el principio elemental del lenguaje formal, es decir el sonido. Es un lenguaje mudo. Que supone “posible la comunidad de las cosas en comunicación” Esta concepción tiene dos efectos. Como postula que el lenguaje es “la esencia espiritual de las cosas”, colocada “en la comunicabilidad”, Benjamin deduce que el lenguaje es antes que nada comunicabilidad, antes de ser o de tener un contenido: “No hay contenido del lenguaje; como comunicación, el lenguaje comunica una esencia espiritual, es decir, pura y simplemente, una comunicabilidad”. Y más adelante: “El lenguaje de la naturaleza debe ser comparado con una consigna secreta que cada centinela trasmite en su propio lenguaje al siguiente, pero el contenido de la consigna es el lenguaje del propio centinela”. Por lo tanto, y en esto Benjamin continua a Humboldt, el lenguaje para él no es solamente comunicación de lo comunicable, sino que al mismo tiempo es símbolo de lo no-comunicable”. Lo que es capital para la poética, y que funda en él la alegoría.

La doble paradoja de esta teología bíblica del lenguaje es dejar al descubierto tres principios importantes, fuera de toda teología: que el “contenido” más fundamental del lenguaje es el lenguaje mismo; que ese lenguaje es siempre la totalidad del tema; y que significa tanto por lo que no dice como por lo que dice, en lo que no deja de desbordar el signo lingüístico en su teoría tradicional. Por lo tanto, es de la antigua teoría de las correspondencias entre el microcosmos y el macrocosmos (y entre las artes) [14], que Benjamin saca una noción de traducción generalizada, en el ensayo de es 1916. Extrae intuiciones fundantes para la teoría del discurso. No hubiese podido si sólo estuviera repitiendo una teología. Pero en él, el comentario es creación teórica porque también es escritura, aventura del sujeto. La tradición se invierte en invención.

El lenguaje como único sujeto es un incoativo conceptual contra la reducción instrumentalista del lenguaje a la comunicación. En esa batalla se centra la crítica a la relación kantiana entre sujeto y objeto, en el programa de una filosofía venidera, en 1914, así como la crítica de la comunicación en “La tarea del traductor”. Es un vínculo del poema y lo político. La síntesis de 1935, sobre los “Problemas de la sociología del lenguaje” está orientada totalmente hacia un anti-instrumentalismo. Donde Benjamin domina suficientemente los problemas de sociolingüística para incluirlos en una antropología histórica del lenguaje, cuerpo, gesto y sujeto. Trabajo que supera todos los límites en la mirada de la Teoría crítica. Demuestra cuántas áreas del lenguaje se implican mutuamente y requieren una teoría de conjunto. Sujeto-social, lenguaje-historia.

La mayor contradicción con esta historicidad implícita y presupuesta del lenguaje-tema, en Benjamin, es el estatuto de su rechazo del signo. Benjamin confunde arbitrario y convención, hacia una teoría mimética del lenguaje como “parecido no sensible”, parecido a un significado: “Como el lenguaje, es bien evidente, no es un sistema convencional de signos, se necesita siempre remontarse a los pensamientos, tal como se presentan, bajo su forma más primitiva, como modo de explicación onomatopéyica”. Con Hofmannsthal, evoca su “convicción de que toda verdad tiene su morada, su palacio ancestral  en la lengua, que ese palacio está hecho con los más antiguos logoi y que frente a una verdad fundada de esta manera, los enfoques de las ciencias particulares quedan subalternos tanto como nómades de algún modo, se conforman con soluciones aleatorias a los problemas que plantea la lengua, cautivas de esta concepción que, haciendo del lenguaje un simple signo, afecta su terminología con un arbitrario irresponsable”. Irving Wohlfarth destacó que es la teología de la Caída que opera aquí, tanto como la nominación bíblica: “La Caída, es la caída del nombre en la arbitrariedad del signo”. Efecto conjunto del romanticismo alemán con la teología judía. Benjamin hace una génesis del sentido, del juzgamiento, Urteil como división original (Ur-teil): “En la Caída misma toma su curso la unidad de la falta y la significación [Bedeuten] delante del árbol del conocimiento, como abstracción. En las abstracciones vive lo alegórico como abstracción, como poder del espíritu del lenguaje mismo, está en él en la Caída”. Es destacable que antes que Bajtín, que criticaba a Saussure en 1928, en Marxismo y filosofía del lenguaje, Benjamin opera, a partir de su teología, la misma reducción sociologista de la arbitrariedad del signo a una concepción burguesa del lenguaje: “El verbo [Wort] humano es el nombre de las cosas. Lo que excluye la concepción burguesa según la cual la palabra [Wort] no tendría con la cosa más que un vínculo accidental, y no sería más que signo de las cosas (o de su conocimiento) puesto en virtud de una convención cualquiera” No es a Saussure al que refiere Benjamin en 1916, pero admite esta antigua identificación, incluso frecuente, de la arbitrariedad al azar (zufällig) que sigue prevaleciendo cada vez que la arbitrariedad se confunde con la convención, en beneficio de la teoría tradicional.

El antisigno, la antireducción a la comunicación, en beneficio de una comunicabilidad otra, la de lo incomunicable, conforman en Benjamin una teoría antirepresentativa del lenguaje. Escribe, en 1939, a propósito de Baudelaire: “Lo que cada uno de nosotros tiene de más esencial, es muy raro que lo traduzca en forma descriptiva.” Aquí, el esbozo de una teoría del ritmo como historicidad radical de los sujetos toma el control, allí donde termina el signo. Ya en Hölderling “la elevación del proyecto a un más alto nivel se expresa en el plano de los sentidos mediante aliteración”. Y Baudelaire “reproduce en los ardides de su prosodia los shocks y los golpes que le daban sus preocupaciones, como el centenar de hallazgos por los cuales se los merecía”. Se trata de algo más que de expresividad, que es la del ritmo en: “Esta estrofa célebre evoca en su ritmo mismo un balanceo”. Aunque tampoco allí Benjamin se detiene en la expresividad, sino que va hacia una interpretación que refiere al sujeto Baudelaire. Pero es de nuevo la prosodia la que se pone en cuestión cuando Benjamin busca sugerir la organización del significado, vinculando la metáfora y la prosodia como vincula a Blanqui con Baudelaire. La paradoja es que el sujeto se muestra precisamente de incógnito. La ocultación del sentido es lo que muestra el modo de significar. Lo incomunicado del signo es lo primero que se comunica. Lo irrepresentable del sentido. Cuanto más incomunicable, más se comunica. Lo que el poema, más que cualquier otro acto del lenguaje, anticipa. Pero que hace todo lenguaje: “La incógnita era la ley de su poesía. Su prosodia es comparable al plano de una gran ciudad por donde es posible circular discretamente al resguardo de sus calles, las puertas cocheras, o los patios. En ese plano las palabras tienen su lugar exactamente definido, como conspiradores antes de estallar la revuelta. Baudelaire conspira con el mismo lenguaje”. Otra intuición del ritmo como crítica del signo aparece en esta nota de Passagenwerk  sobre el “ritmo de hoy que define este trabajo”, a través del ejemplo del cine donde se oponen el impacto de las imágenes y el flujo de la música que desliza: “Seguir la “evolución” hasta el final [Entwicklung] fuera de la imagen de la historia [darzustellen] y presentar el devenir por la ruptura dialéctica en sensación y tradición como una posición en el ser, es hacia donde tiende también este trabajo [15]”.

La alegoría en Walter Benjamin está ligada entonces a la teoría de lo irrepresentable, a la teoría del lenguaje en su teología, ya que “la incluye en la Caída”. Hanna Arendt escribía que Benjamin “pensaba poéticamente”. Lo que relacionaba al pensamiento por metáforas, en “sentido original, no alegórico” de “vinculo sensible”, y tal como las metáforas “ponen poéticamente en acción la unidad del mundo”. El “pensar poéticamente” estaba definido: “Comprendió la lengua en general a partir de la poesía”. Situada para ella ente Mallarmé y Heidegger. Visión reductora de Benjamin, al que rechaza en lo que Horkheimer llamó teoría tradicional. Del signo. Y del poema. La poetización de la poesía. Y del pensamiento.

El proyecto de los “Pasajes parisinos” trata sobre la teoría del conocimiento, y “sobre todo sobre la teoría del conocimiento de la historia” (A Scholem, 20.1.1930). Pretende ser un pasaje entre la visión teórica y la reflexión rigurosa. Buscando ser concreto en el interior de las estructuras que releven la filosofía de la historia. Estos pasajes no sabrían reducirse a metáforas. Como tampoco pensar poéticamente no se reduce a pensar metafóricamente.

Si hay un pensamiento político de Walter Benjamin, me parece que está en la tensión sostenida y recíproca, entre la búsqueda del lenguaje y la búsqueda de la historia. Esta tensión hace la de concepto y práctica de la alegoría, en él. Que es una creación. Fuera de toda proyección sobre Mallarmé o Heidegger. O incluso de comparación. Benjamin hizo del sujeto de la historia, la historia de un sujeto. Demostró que era una parte de la historicidad. Así Baudelaire es una parte de él. Sin duda porque fue él quien escribió, me parece, la obra más fraternal sobre Baudelaire. Baudelaire, pasaje de Benjamin. Donde comprender no es una proyección interpretativa, sino la transformación de la lectura por la escritura. Desde la posición más difícil, la del rechazo del dualismo lingüístico, literario, antropológico. Esta posición lo hace pasar, como a Humboldt, por un autor difícil. Pero no hace más que resistir los clisés reinantes. Como el ritmo al signo. Es el ritmo, y la relación lenguaje-historia, que son difíciles. Puede ser que sean ellos los ángeles judíos que llevan a Baudelaire.

La doble búsqueda de Walter Benjamin lo pone en una doble tensión. Su teoría de la traducción implica la primacía del discurso, un sujeto de enunciación en su historicidad. Pero se realiza en una teología de la palabra y del nombre, que la vuelve a poner en una ahistoricidad, ya que mantiene la “violencia divina” en el lenguaje.

La teoría del lenguaje de Walter Benjamin supone y mantiene la continuidad Dios-la naturaleza-el hombre. Lo sagrado. La confusión entre lo divino y lo sagrado. Pero su teoría de la historia es sólo un único combate contra la continuidad, el progreso, lo mítico. Hasta hacer, en “Por una crítica de la violencia”, la crítica más radical de toda violencia política, tanto de la que es “fundadora del derecho” como de la que es “conservadora del derecho”. Salvo de la “violencia divina”.

Su teoría de la historia está fundada en el mundo de lo divino. Que está roto. Los vasos en la cábala están rotos. El continuo no se recupera sino a través del discontinuo.

Su teoría de la historia está organizada a la inversa. En las ideologías del continuo (donde se sitúa el marxismo, con su optimismo), trabaja en reconocer el discontinuo. Catástrofes, pero también renacimientos. La discontinuidad de la individuación. El toldot hebreo, pluralidad de comienzos y de recomienzos, no historia, del griego, investigación.

Pero su visión del discontinuo está de vuelta por la teología en alegoría indefinida del eterno retorno catastrófico. Su teoría del lenguaje es judía. Podría decirse que su visión del lenguaje lo es, en parte, también. Pero ambas se invierten una por la otra en su contrario. El punto de reversión es la imagen, la dialéctica suspendida de la alegoría.

La experiencia de Walter Benjamin es así la alegoría de una historia que es búsqueda de su propio sentido. La aventura teórica es la infinitización del sujeto. Una historia que no es solamente judía empíricamente, por dificultades en la vida, una persecución que lo llevó a la muerte. Ni solamente por su ética y su teología. Sino por el esbozo, que aparece en la alegoría, tal como él la ha transformado, de una rítmica del sentido que es la rítmica de un sujeto. El rechazo del signo es una subjetivación de la historia. Esto puede ser porque, en la actualidad, buscamos en Walter Benjamin profecías para nuestro tiempo. Pero es su historia la que nos cuenta. Y esa historia es una historia judía.       

Traducción: Raquel Heffes                 


[1] Gershom Scholem, Fidélité et utopie, 1978

[2] Maure de Gandillac, prefacio a Mito y Violencia

[3] N.T. alude a Benjamin “hijo de…” en hebreo

[4] Y de numerosos elementos, mencionados en Historia de una amistad

[5] Aragon, Le Paysan de Paris, éd. Gallimard, 1926

[6] En hebreo, el vav se llama vav-hahipukh, vav del cambio, de la reversión. El hipukh es el cambio de una cosa en su contrario, el contrario en el momento de su advenimiento, de este modo el mismo término designa el solsticio de verano y de invierno. Esta sintaxis es característica del hebreo bíblico. Las gramáticas designan el vav de distintas formas, reversible, conversivo, y hablan de formas convertidas o de tiempos revertidos: “Es así como varios libros comienzan por un vayehi [acción inconclusa del verbo ser] (Jos, Jug, 1S, 2S, Ruth, Esth, Ne) o por otro verbo en imperfecto convertido como para marcar mejor el carácter ininterrumpido de toda la historia bíblica” (Mireille Hadas-Lebel, Manual de historia de la lengua hebraica). En Ovadia,16: “Y ellas [las naciones] beberán y engullirán //y ellas serán /como si no hubiesen sido” – vechatu vela`u // vehayu / kelo hayu. Todas las formas verbales son conclusas. Las tres primeras están precedidas del vav reversible y tienen un valor de acción inconclusa, de futuro. Y luego la secuencia narrativa está interrumpida por kelo [como si no] y la última forma conclusa queda como acción conclusa: de un lado y de otro de la comparación + negación, un mismo significante tiene un valor opuesto y el pasaje de ser a no ser se hace en el mismo significante.

[7] Carta a Scholem, 20.7.1921; Nébbykh, en yiddisch, “sin chance”

[8] “El surrealismo”, en Mito y violencia

[9] Clisé denunciado por Marc B. de Launay y Marc Jiménez en su presentación del número de la Revue d’esthétique, op. Cit., p.6.

[10] Cuando Habermas escribe: “Benjamin ha sabido articular temas extremadamente divergentes sin lograr realmente la unidad”

[11] “Sobre el programa de la filosofía venidera”, Mito y violencia.

[12] Prefacio a “Mito y violencia

[13] Irving Wohlfarth, “Sobre algunos temas en Benjamin”

[14] La construcción teórica de Benjamin, como conjunto teórico y práctico, resulta muy diferente a la de Mallarmé, a la que él se refiere en su curriculum vitae: “Mi interés por la lingüística va a la par de mi creciente atracción por la literatura francesa. En ese aspecto, mi atención fue captada primeramente por la teoría del lenguaje tal como se desprende de las obras de Stéphane Mallarmé”. (Revue d’esthétique)

[15] Es notable que Benjamín admite una desatención a la métrica, y luego una insuficiencia que es la inversa de su importancia cuando le atribuye a la métrica el propio estilo de Baudelaire como “barroco de la banalidad”. Está atento a la prosodia. Le escribe a Rilke respecto de su traducción de Anábasis: Intenté sobre todo conservar cuidadosamente en alemán el vivo aliento de esta acción prosódica”. Otras observaciones sobre el ritmo se mantienen subjetivas, y no las comprendo: “La primera línea de “La sirvienta de gran corazón” – por sobre “de la que estás celosa”, no acentúa como sería esperable. La voz se retira, por así decirlo, de “celosa” y ese menguante de la voz es algo muy característico de Baudelaire”, o “esos choques subterráneos que hacen tambalear los versos de Baudelaire. Parece que a veces la palabra se desploma sobre sí misma”.

La alegoría en Walter Benjamin, una aventura judía (I) // Henri Meschonnic

Resulta extraño constatar el olvido, en la mayoría de los estudios consagrados a Walter Benjamin, salvo cuando están dedicados a ese aspecto, de su condición de judío. Como si, en todo lo que ya se ha dicho en general sobre Walter Benjamín, reiterarlo, insistir, fuera una incongruencia. Lo que inmediatamente pasa a ser una “dimensión” entre las otras: su dimensión judía. Así la señal de que ciertas cosas no están terminadas es una cierta manera de no hablarlas. Y además: es darle un lugar al judío después de no haberle dado ninguno. Basta con que un estudio trate la parte judía en Benjamin y tenemos al judío.

Planteo en principio, para mantenerme más cerca de lo empírico, que toda consideración que olvide esta situación o que haga de ella un tema separable y separado, hace de Benjamin una abstracción, un artefacto. No muy alejado de lo que pueda creerse del lenguaje de las entre-dos-guerras hacia el judío, donde la izquierda y la derecha tenían casi las mismas palabras, y los mismos silencios. Como se ve en Sartre, cuando el demócrata abstracto defiende al judío contra su enemigo. Efecto político del dualismo. Lo muestro más adelante.

Pero es con todo lo que tiene de histórico, que Benjamin tiene su historicidad de escritor. Que hace del dualismo un fantasma sin fuerza que ejerce sobre él sus características lingüísticas, literarias, antropológicas. Con sus efectos políticos. No están más el judío de un lado y el hombre del otro ni el significante de un lado y el significado del otro. Tampoco el hombre y la obra, los temas y la escritura, el fondo y la forma. El afecto y el concepto.

Rechazo entonces por principio, dentro de los límites de esta escucha, que el judaísmo o la judeidad de Benjamin sea una categoría distinta, oponible, por ejemplo, a su marxismo como dos términos de una elección–categorías de la teología y de la historia entre las cuales, como se dijo, no hubiera sabido elegir.

En la búsqueda del funcionamiento de la escritura, no puedo situar a Benjamin por la teología, como invitan las alusiones a la “violencia divina” al final de “Por una crítica de la violencia”, o solo por el mesianismo del “lenguaje puro” y del “parentesco de lenguas”, en “La tarea del traductor”. Así fue como Michaël Löwy acercó la “utopía del futuro” de Benjamin al “tikkun, en el sentido cabalístico de restauración de la armonía cósmica quebrada, y redención (Erlösung) mesiánica”.

La escritura impone una lectio difficilior. No el drama barroco de un lado, los pasajes parisinos del otro, o Baudelaire, o la infancia berlinesa, etc., sino la implicación de las relaciones entre poética, ética y política que tanto es método como escritura. Tampoco es posible extraer el marxismo de Benjamin que se yuxtapone a su poética. De ahí que los términos se mantengan en estado de veleidad, y de fracaso. Como si la poética y la teoría estuvieran más allá de lo inconcluso, de la no conclusión, que vacían de sentido la noción de fracaso. Tanto como la de éxito.

Es posible este recorrido en sí mismo no pueda ser más que alegórico, más que en la filología. Se trata de demostrar no sólo que Benjamin, a partir del estudio de la alegoría, hizo de la alegoría un método, sino que sobre todo transformó la retórica de la alegoría en forma-sujeto. Le dio a la alegoría el sentido de su relación con el judaísmo, el sentido judío de su aventura. La escritura es entonces la configuración de la reversibilidad, que es su lógica. Se encuentra que está en analogía con un giro particular propio del hebreo bíblico, y que en las secuencias narrativas invierte lo concluido en inconcluso, lo inconcluso en concluido. Pero nada prueba que Benjamin haya conocido esta particularidad gramatical, ni prueba lo contrario. Su escritura lleva a postular una analogía con ese giro, como si fuera una organización de su visión. Un ritmo poético y teórico. Pero esta analogía es en sí misma una alegoría. Carece de toda atestación filológica. Está ausente como está ausente el hebreo en Benjamin. Como el judío ausente y presente en él. Emblemática, como lo que yo mismo hago aquí. Para demostrar que ya no es posible conformarse con un planteo, sea sociológico, sea teológico, tampoco con el vaivén entre los dos, donde Benjamin queda indefinidamente en suspenso, vuelve a suicidarse, mientras el academicismo oficia en sus templos. La poética incluye todos los términos en el ritmo de la vida, algo que la ética por sí sola y o lo político por sí solo tienen tendencia a olvidar. Cada uno en la insuficiencia de su suficiencia.

Walter Benjamin impone, e ilustra, una poética del judío. Incluye y desborda lo filosófico y la epistemología de las cuestiones del lenguaje. Es necesaria una política del lenguaje como forma de vida para reconocer el movimiento que hace de Benjamin un judío, no del judaísmo, sino relacionado con el judaísmo. Donde se disuelve la fácil oposición entre un judío incompleto y Gershom Scholem, instalado en la cábala y en su lugar, entre el que perdió y el que ganó. Cuanto más parecía alejarse Benjamin del hebreo, y de Jerusalem, más judío era. Con la cábala incluso no hay más que relaciones. Las de Scholem no estuvieron exentas de ambigüedad. Y el judaísmo no se limita a la cábala. Pero Benjamin no se presta a la reducción dualista. Ni a la definición sartriana-hegeliana, totalmente orientada hacia el pasado al mismo tiempo que privada de historia, es decir de futuro.

Ostensible u ocultada, esta poética está activa en la actualidad de Walter Benjamin. Actualidad no solamente porque su obra es cada vez más integralmente editada, cada vez más comentada. Sino porque sigue dividiendo. Su actualidad es su poder separador. Porque tiene un abordaje crítico, no solamente sobre tal o cual tema, sino sobre el modo mismo de significar. Relacionar fragmentos de sentido por la cita emite un efecto de sentidos que no está contenido en las unidades. El método de Benjamin no es sólo el de un Ensamblador – uno de los sentidos de Qohélet, el Eclesiastés. Ni la sola incompletud debida a los acontecimientos y a la muerte. Produce, por la aproximación de

fragmentos, una rítmica de significación, que está presente y no está representada. Del mismo modo la tarea del traductor es producir un pasaje que sigue siendo pasaje. No una llegada, como se piensa comúnmente, sino una relación que permanece relación. No termina en traslado, de lengua. Queda en camino, para hacer sentir el camino: “Por eso, sobre todo en el momento que aparece, el mejor elogio que se puede hacer de una traducción no es decir que se lee como obra original de su propia lengua. Por el contra- rio, la significación de fidelidad, garantizada por la literalidad, es que la obra pueda expresar la gran nostalgia de haber aportado un complemento a su lenguaje.” El abordaje crítico está allí, sobre la tradición, sobre el vínculo de lo subjetivo y lo colectivo que el dualismo no deja de separar en adentro/afuera, en la primacía del sentido, de la lengua, de lo social.

La actualidad de Walter Benjamin es también la actualidad ambigua de lo teológico- político. Es al mismo tiempo una figura, trágica, como la figura de un judío, de un cierto lugar del judío en el mundo europeo de su tiempo, y del nuestro. Una figura de la inestabilidad de lo filosófico por la teología. Así se desliza de la filosofía a la cosmogonía: “Comparación de la fenomenología de Hegel y la obra de Grandville”, Grandville en el que ve una “cosmogonía de la moda”.

La actualidad de Walter Benjamin no es solamente su admisión en el Panteón de la modernidad. Su modernidad es la crítica del cliché de la modernidad. Por todos lados, de Lautrémont o del Libro de Mallarmé, como de dada o de los futurismos, de todas las vanguardias de comienzo de siglo hasta Musil y Kafka, la modernidad se formó una representación sincrética de la modernidad. Un estereotipo: “Los componentes del arte moderno el esoterismo, el hermetismo, la desaparición del sentido, el carácter fragmentario de la obra, la sedimentación del contenido social en la forma, la maduración del material y la tecnicidad de los procedimientos considerados determinantes, para Adorno, de la función negativa del arte en el contexto de la cosificación total de las prácticas artísticas y culturales aparecen como consecuencias del fracaso de la cultura.” Las aventuras siempre individuales, el riesgo solo y sin precedente acaban en este sintético. Tan verdadero y ficticio como el retrato del judío por un antisemita, tal como Sartre lo analiza. Donde la modernidad, definida del todo negativamente como la no-unidad, la no-claridad, el no–sentido, designa esta otra trivialidad, lo clásico como representación. La modernidad habría hecho de la autodestrucción una de las Bellas Artes.

Cuanto más parece ilustrar Walter Benjamin esta condición, vista con posterioridad, tanto más su escritura es un combate contra la destrucción. A la muerte de Maïakovski, Roman Jakobson había escrito “De una generación que destruyó a sus poetas” Es mostrar el efecto social en el poema. Como lo presentaba, antes incluso, Mandelstam. Como Alexander Blok ubicaba la escucha de los poetas. Pero ver un arte poético en la presión de los desastres, es extrañamente volver a la víctima solidaria y cómplice de aquello que lo aplasta. Como se hace con el judío. Es ver la historia, imprevisible como el ritmo, en destino. En la ilusión retrospectiva, y la borradura de las condiciones históricas trans- puestas en condiciones estéticas, se codifica entonces, de lo descriptivo a lo normativo, un mito de la modernidad, que repentinamente se transforma en academismo de la modernidad. Ya que se afana en reproducirse.

Por el contrario, “Para una crítica de la violencia”, por ejemplo, bastará con atestiguar que la modernidad de Walter Benjamin está en el combate contra la descomposición. La escucha es incluso un combate. Es el trabajo de la alegoría, en Benjamin. Contra la estetización de lo fragmentario, receta de lo moderno, hay que reconocer los modos de historicidad del fragmento. Sin confundirlos con las formas breves. No podría mezclarse en una misma poética el resultado de una devastación, y el aforismo concebido breve. La valorización complaciente de la no conclusión, en los epígonos (no aparece ni en Benjamin ni en Kafka), se agota desde que toda obra está inconclusa.

En Walter Benjamin, el montaje se presenta como montaje surrealista. Qué más moderno que el montaje, el collage. Según Hanna Arendt, “se trataría precisamente de una suerte de montaje surrealista”. Sin embargo, sin excluir este patrón, hay algo más que informa, en Benjamin, el marco de las citas de las que sólo queda un parecido. Hannah Arendt liga este “descubrimiento de la función moderna de la cita” con un “deseo de destruir el presente”. Cita a Benjamin, que escribía: “Las citas, en mi trabajo, son como asaltantes de grandes caminos que se presentan armados y despojan al caminante de sus convicciones”. Pero la cita es uno de los más antiguos artes judíos. Junto al comentario. El Talmud está lleno. La cita-montaje de versículos bíblicos fue incluso un género medieval. La yuxtaposición de citas contribuye a terminar con el “encasillamiento rígido de las disciplinas”. Demuestra que la “consistencia de la verdad […] se ha perdido”, como dice Benjamin en una carta. Hannah Arendt agrega el coleccionista y el errático como figuras organizadoras de la cita: el coleccionista, “que recolecta entre los escombros del pasado sus fragmentos y sus pedazos”; el flâneur, que “que sólo necesita agacharse, por así decirlo, para recoger sus preciosos fragmentos entre los escombros del pasado”. Ese trabajo específico de la cita es vinculado por la propia Hannah Arendt con una nominación. Y la nominación en Benjamin es bíblica. Está ligada a Adán “padre de los hombres como padre de la filosofía”. Es una escucha de la tradición (sentido mismo de la palabra cábala), “y el que escucha con todas sus fuerzas no ve”. Benjamin lo decía de Kafka. Lo que acerca más la cita-montaje a la profecía. Es por lo tanto una relación con el pasado y el presente que es la de la historia. Por lo tanto, muy distante de una fijación y del surrealismo.

La especificidad del montaje, en Benjamin, es en sí misma una alegoría de la especificidad, susceptible de pasar inadvertida en medio de las sobrepujas y el alboroto de la modernidad. Pero la escucha, como la escritura, es singular. De donde la alegoría tiene el primer lugar, en el estudio y el modo de significar. Por allí quiero demostrar que la alegoría es una forma-sujeto, en Benjamin, y que el hebreo se vuelve alegoría, que el pasaje es un lugar reversible, figura de la inversión del futuro en pasado y del pasado en futuro, y la historia, el lenguaje, una alegoría entre sí. Figuras emblemáticas de esta utopía particular –la utopía del judío.

La alegoría, forma-sujeto.

Walter Benjamin hizo de la alegoría su forma-sujeto. La forma de su afinidad con Baudelaire. Privilegiada en relación con otras afinidades, Proust o Kafka. Una forma-trama. El retrato del autor en alegoría. Que tiene un lugar inaugural, y constante.

Desde la preparación de su tesis sobre el Trauerspiel y la tragedia, sitúa el tema como la “confrontación exhaustiva de dos formas, diferenciada por una deducción de la forma del Trauerspiel, a partir de la teoría de la alegoría1”. La “esencia de la alegoría” es objeto de la tercera parte del estudio (carta del 5.3.1924). Se trata de la “penetración histórico-filosófica de esta forma”. La alegoría está más allá de la estética, “más allá de la belleza”. Es dialéctica: “cada persona, cada cosa, cada relación puede significar cualquier otra cosa”. Fin de lo profano. Esta dialéctica es “religiosa”. La alegoría atañe al lenguaje, por- que es “convención y expresión”, ambos “en conflicto”. Por allí, en tanto ambigüedad y pluralidad del sentido, deviene un elemento del barroco, “destrucción de fronteras” entre las artes, “reinado de la dilapidación”.

La alegoría define el barroco, para Walter Benjamin, con una mirada y un traspaso del hoy sobre el pasado. La historicidad misma. El barroquismo de la historicidad.

La alegoría es barroca como forma de lo inacabado, de precariedad: “La penetración (Einsicht) en la precariedad (ins Vergängliche) de las cosas y la inquietud por salvarlas en lo eterno, es en lo alegórico uno de los móviles más fuertes”. La alegoría se sitúa “en el punto más alto del conflicto entre lo precario y lo eterno- wo Vergänglichkeit und Ewigkeit am nächsten zusammenstossen”. Por ese motivo la muerte, el cadáver, la Caída, juegan un rol emblemático en el barroco, y la tristeza (Trauer) es el “fermento” de la alegoría occidental”, según Benjamin, por oposición a la “retórica oriental”. La alegoría es el único “entretenimiento que se dispensa el melancólico”. Al estatismo del símbolo, que queda inmutable, Benjamin opone lo alegórico que debe “constantemente renovarse y sorprender”. La figura del no-orden, Unordnung, contrariamente al clasicismo: “Percibir la no-libertad, la inconclusión y el quiebre de la bella, de la sensual Physis estaba esencialmente prohibido en el clasicismo. Pero son ellos los que precisamente están incluidos en la alegoría del barroco, ocultos bajo su loco esplendor, con un énfasis en principio insospechado”

El tiempo es historia, en la alegoría según Walter Benjamin. La alegoría es una forma de la historia, no la historia de una forma. Porque la historia es “el curso de un ocaso que no se puede detener – Vorgang unaufhaltsamen Verfalls” (G:S: 1, 353). El sentido de ruina: “Las alegorías son al reino del pensamiento lo que las ruinas son al reino de las cosas– Allegorien sindi m Reiche der Gedanken was Ruinen im-Reiche der Dinge” (ibid., 354). Por ser una forma de la precariedad del sentido, la alegoría es una figura de la historia. Lo que dice la metáfora de la cara hipocrática, la cara de un muerto: “Mientras que, en el símbolo, con la iluminación (Verklärung) de la Caída, el rostro transfigurado (transfigurierte) de la naturaleza se revela fugazmente a la luz de la redención, en la alegoría la facies hipocrática de la historia es como un paisaje original fijo a los ojos del espectador. La historia, con todo lo que tiene de prematuro, de doloroso [2], de falseado desde el inicio, deja su huella en un rostro- no en la cabeza de un muerto. Y también es cierto que toda libertad “simbólica” de expresión, toda armonía clásica de la configuración, todo humano, falla en esto- lo que expresa no simplemente la naturaleza del ser humano, es la historicidad biográfica de cada uno que se expresa en la propia figura, la más decadente por naturaleza, que se expresa plena de sentido, como un enigma. Es el núcleo de la meditación alegórica, de la exposición barroca, profana (weltlichen) de la historia, como historia del dolor del mundo: significativa solamente en las pausas de su decadencia”. La alegoría reúne, en Benjamin, el sentido de la pérdida de todo y aquél de la pérdida del sentido mismo. Lo que constituye a la vez un método y una teoría del lenguaje, al mismo tiempo que una teoría de la historia.

La alegoría como método y modo de enfoque, constituye el método de montaje, en Walter Benjamin: “Método de este trabajo: montaje literario. No tengo nada para decir. Sólo para mostrar. No voy a robar nada valioso ni apropiarme de fórmulas espirituales. Pero de los trapos, del deshecho (die Lumpen, den Abfall); no quiero hacer el inventario sino hacerles justicia de la única manera posible: utilizarlos” El deshecho no viene dado pese a las apariencias. Sería empirismo. Se desprende del método que lo pone enseguida en su lugar. Tal como muestra el epígrafe de Remi de Gourmont en la sección “Peinture, Jugendstil, Nouveauté”: “Hacer historia con los deshechos mismos de la historia” A la especificidad del objeto, le corresponde la del método. Un fragmento plantea que “el comentario de una realidad […] requiere un método totalmente otro al de un texto. En un caso es la teología, en otro la filología, la ciencia fundamental. La alegoría, el montaje, están en lo teológico-político. Sin embargo, incluso mediante la anulación de la idea de progreso, es lo que él llama su materialismo histórico: “Su concepto fundamental no es el progreso sino la actualización” En un movimiento heracliteano, la teología y el marxismo son transformados, como los conceptos de progreso y declinación, que son “solo dos lados de una sola y misma cosa”. Ambición de la alegoría-montaje: “La primera etapa de este camino será adoptar el principio de montaje en la historia”. De dónde, implícitamente, surge esta crítica del marxismo: “Romper con el naturalismo histórico vulgar”.

La alegoría hace una poética de lo político, y una política de la poética. Al mismo tiempo que una teoría de la historia, una teoría del lenguaje: una lógica de su relación que desarticula el binarismo de sentido en su operación formalista. Es la línea de Hum- boldt; ubicar la historia en el pensamiento del lenguaje: “No es así, que el pasado de- rrama su luz sobre el presente y el presente su luz sobre el pasado, es imagen aquello donde lo que ha sido se une en un resplandor al ahora en una constelación.” En otros términos, es imagen la dialéctica en suspenso (Bild ist die Dialektik im Stillstand) […] Sólo las imágenes dialécticas son verdaderas (es decir: no arcaicas); y el lugar en el que se las encuentra es el lenguaje (die Sprache). El proceso no es por lo tanto reductible al mar- xismo. Tampoco al dualismo del signo. No se lo puede clasificar como una tentativa sin- crética, en un ida y vuelta del materialismo a la teología. La alegoría es aquí una lógica que transforma y desplaza los límites de los templos que constituyen el marxismo, o la teología, o la filología.

Esta poética de la alegoría está del lado de Humboldt, no de Marx o de Engels: “Wilhem von Humboldt pone el centro de gravedad en las lenguas, Marx y Engels lo ponen en las ciencias y la naturaleza. Toda la apuesta epistemológica, ética y política del siglo XIX está allí; y es también la nuestra, con sus estrategias adversas.

La alegoría-montaje, en su red de significar lo uno por lo otro, hace del flâneur de las calles, un flâneur del lenguaje. Walter Benjamin destaca la “magia de los nombres de calles”. La ciudad, por el nombre de sus calles es un “cosmos lingüístico”, de donde extrae una reflexión sobre los nombres propios y su relación con la lengua, tanto como una reflexión que desemboca en el laberinto. La poética de la alegoría, en Benjamin, es una teología del lenguaje. La poética del barroco ya es “onomato-poética”, el continuo de Dios con la naturaleza y el lenguaje que tiene por efecto no separar la imagen del trabajo prosódico. Es también una teoría del silencio: “Porque es muda, la naturaleza caída entristece –Weil sie stumm ist, trauert die gefallene Natur”. En cambio, “su tristeza la vuelve muda”, y “lo triste se siente así de tanto en tanto reconocido por lo inconocible”. Ser nombrado, -aun si el que nombra es tanto como un dios y un bienaventurado- deja tal vez para siempre una sensación de tristeza. Pero cuánta más todavía por no ser nombrado, sino solamente leído, leído sin certeza para el alegorista, y que sólo tenga mucha importancia para él”.

Baudelaire-París, Baudelaire- siglo XIX, el trabajo de la alegoría prolonga por su lectura la escritura de Baudelaire. Desde “Quiero mostrar cómo Baudelaire está rigurosamente encasillado en el siglo diecinueve” (14.4.1938), hasta “esta tendencia de Baudelaire a volverse modelo en miniatura del conjunto” (16.4.1938), es decir del libro París, capital de siglo XIX. Dialéctica en suspenso, pero “fundida-encadenada gracias a que lo antiguo aparece en lo moderno y lo moderno en lo antiguo”, fundida-encadenada al poema y a lo social: “La mercancía en tanto culminación de la visión alegórica de Baudelaire”, donde la prostituta “sería la mercancía culminando en plenitud la visión alegórica”. La paradoja es que, como para el montaje surrealista, una poética judía también organiza la alegoría del vínculo entre Baudelaire y Benjamin. “Hago tocar el cielo a mi Baudelaire cristiano, elevado por ángeles puramente judíos” (a Adorno 6.8.1939).

El paradigma del alegorista y del desterrado es tal que todos los términos que se refieren Baudelaire constituyen la alegoría de Walter Benjamin en Paris: “Esta poesía no es un arte regional, sino más bien la mirada del alegorista que alcanza la ciudad, la mi- rada del desterrado” [3] A la que se añade el flâneur en la multitud “El flâneur sigue todavía en el umbral de la gran ciudad, como en el umbral de la clase burguesa […] Busca asilo en la multitud”. Fundido-encadenado al Paris de Baudelaire al Paris de los surrealistas, a los pasajes del Campesino de Paris. De Baudelaire a la bohemia, a los complotadores profesionales, a Blanqui. El shock de Benjamin a la lectura de La eternidad por los astros, de Blanqui4 está preparado por el shock, como principio poético en Baudelaire”. Preparado por la teoría de la alegoría barroca, aun si “La alegoría en Baudelaire, contrariamente a la alegoría barroca, lleva rastros de la ira interior que era necesaria para hacer irrupción en ese mundo y para romper y arruinar sus creaciones armoniosas” (Zentral-park). La nostalgia, escribe Benjamin, es “el sentimiento que corresponde a la catástrofe en permanencia”. Fundido-encadenado con Blanqui y Nietzsche que expone la carta a Horkheimer el 6.1.1938. Y que retoma Zentralpark: “Es necesario fundar el concepto de progreso sobre la idea de catástrofe”.

La escritura de Walter Benjamin lee la relación entre melancolía y alegoría, y propaga la alegoría. La puesta de sol romántica es “el paisaje como alegoría”. El “todo para mí se vuelve alegoría”, epígrafe a la exposición francesa “Paris, capital del siglo XIX, Baudelaire o las calles de Paris” es puesta en práctica: “La afinidad de Baudelaire por el latín tardío lo impulsaba sin duda a su pasión por lo alegórico, que floreció por primera vez al comienzo de la Edad Media”. Como con la profecía, hay pasividad frente a la alegoría, para Baudelaire-Benjamin: “Shelley domina la alegoría, Baudelaire es dominada por ella”.

En Paris, ciudad mitológica, es alegoría, o muerte: “El aparato sangriento de la Destrucción” es la antesala de la alegoría. La serie encadenada de modernos y suicidas: “Así el suicidio aparece como la quintaesencia de lo moderno”. Y “La modernidad debe mantenerse bajo el signo del suicidio”, “esta “pasión moderna” que Baudelaire reconoció en el suicida”. El poeta asesinado de Apollinaire aparece, en Benjamin, a través de una metáfora judía: el “pogrom que debe acabar en la faz de la tierra con la estirpe de poetas líricos. El suicidio es uno de los lazos entre Baudelaire y Benjamin. Motivo en Baudelaire, performativo en Benjamin. Más que una causal recurrente, explicable psicológicamente, sociológicamente, se trata de una poética, que es autoprofecía, por la unidad en Benjamin de la teoría y de la escritura, del sujeto de la historia y de la historia de un sujeto. Angelus Novus, es él. La alegoría profetiza y no sabe que profetiza. Impulsa al extremo la experiencia de la precariedad: “La experiencia de la alegoría, que se ata a las ruinas, es verdaderamente la de la eterna precariedad –die der ewigen Vergängnis”. Presión extrema de los contrarios uno contra otro: lo eterno y lo que sucede. Constantemente la teoría y la práctica de la alegoría se mezclan en Benjamin, que evoca, en Zentralpark, la “tendencia destructiva de la alegoría, […] su manera de subrayar en la obra lo que aparece en un fragmento”

Los pasajes parisinos hablan de la ruina, el abismo, lo moderno y su pasaje de uno a otro. Muestran las ruinas de la burguesía, y de una época. Cada época “lleva implícito su final y lo revela – como Hegel ya lo había reconocido- con astucia”. La modernidad “está determinada a la vuelta de la fatalidad a ser un día la antigüedad” y “se lo revela a quien fue testigo de su nacimiento […] La cara de la modernidad misma nos fulmina con una mirada inmemorial. Tal es la mirada de la Medusa para los griegos”. Los pasajes son también señales de utopía. Análogos a las “calles-galerías” de Fourier. Benjamin releva: “Había un pasaje del deseo”. Que sigue existiendo. Los pasajes son también asociados al sueño: “Para comprender los pasajes a fondo, los deslizamos por la capa de sueño más profunda, hablamos como si nos hubiera sucedido. Aquí el sueño-deseo. Más allá, el funcionamiento del sueño.

La alegoría, forma de combate, produce el encuentro con Kafka. Walter Benjamin es escrito por la lectura de Ante la ley: Hoy como hace diez años su relato corto Ante la ley es siempre uno de los mejores que a mis ojos existen en alemán” (21.7.1925). Un ele- mento reaparece en el “12, Blumeshof” de Infancia en Berlín hacia mil novecientos: “Me quedaba inmóvil en el umbral, como enraizado […] no osaba, aterrado, acercarme”, y en Baudelaire, el umbral “que separa al individuo de la multitud. Baudelaire era el guardián de ese umbral”. En Historia de una amistad, Scholem menciona una leyenda del Talmud según la cual cincuenta puertas de la sabiduría “serían abiertas delante de Moisés, salvo la última; curiosamente este relato produjo una fuerte impresión en Benjamin” [5] Un alto, una prohibición transformados en historia de un sujeto.

Es lo que no se comprende lo que hace sentido. Especialmente en la parábola. Este enigma, este relato hacen la afinidad con la alegoría según Walter Benjamin. Donde escribir es esa búsqueda del sentido que se sustrae. Benjamin dice de Kafka, en 1934, a propósito de la esperanza de aplazamiento en El Proceso: “Nada era entendible para Kafka fuera de un gesto. Y ese gesto, que no comprendía, constituye el elemento nebuloso de la parábola. Punto de donde procede la creación literaria de Kafka”. La parábola, como la alegoría, hace una poética de lo inaccesible del sentido.

Una poética del fracaso. De la que el mismo Kafka se convirtió en parábola. Walter Benjamin escribe: “Fracaso es su intento de gran estilo para hacer de la literatura una enseñanza y darle, como parábola, la consistencia y falta de brillo que, desde el punto de vista de Kafka, eran las únicas cualidades adecuadas. Ningún escritor ha obedecido tan fielmente el mandamiento “No te harás imagen”. El fracaso se vuelve enseguida una alegoría de la literatura, del lugar de la escritura” Por lo tanto su actualización. Su finalidad. Lo que no se puede imitar ni pretender ser. El fracaso de Kafka se vuelve una figura que anula el fracaso: “Para estimar la figura de Kafka en toda su pureza y en su belleza específica, nunca se debe perder de vista esto que es la imagen de alguien que ha fracasado. Las circunstancias de este fracaso son complejas. Podría decirse que una vez seguro de la desventura final, todo entonces y solamente entonces todo le sucede como en sueños. Nada más extraño que el fervor con el que Kafka ha resaltado su fracaso: (carta a Scholem, 12.6.1938). Donde todo refiere al mismo Benjamin. El “como en sueños” habla de la completa inmersión del sujeto en toda su aventura, la falta absoluta de lo lúdico, que hace, y solo ella, que todo pueda volverse alegoría, porque entonces la alegoría es la alegoría del sujeto. Es el valor, en Benjamin, del hombrecito jorobado, “el habitante de la vida desplazada”, que “se desvanecerá con la llegada del Mesías”

Así, nada menos lúdico (lo que no impide el humor, al contrario) que la alegoría forma-sujeto. Que en ese sentido se parece incluso a la profecía, juega a un peligroso juego con las “experiencias místicas”, y con la locura: “Lo que hay de loco en Kafka, de propiamente loco y en el preciso sentido del término, es que este universo de experiencia, el más reciente de todos, ha sido convocado en él precisamente por la tradición mística”. Profecía de Benjamin: “La experiencia que corresponde al Kafka individuo privado bien podría ser tomada por las grandes masas a la hora de su propia supresión”. Adorno le recuerda: “usted dijo que cada una de las ideas de los pasajes deberían estar arrancadas propiamente de una zona dominada por la locura”

Distinguiendo las parábolas de Kafka de la alegoría, Walter Benjamin se refiere a ellas como si hablara de su propia alegoría: “No se trata de alegorías y no se debe tampoco tomarlas al pie de la letra, están hechas para ser citadas y relatadas con miras a una explicación. ¿Sabemos acaso las lecciones que contienen las parábolas de Kafka y los llantos de sus bestias? Jamás son explicitadas y apenas aparecen, aquí y allá, en forma alusiva”. Es que para ellas “ya no es cuestión de sabiduría”. En Kafka, las parábolas son alegoría de la hagadah – lo legendario, y alegoría de la ausencia de una nueva halakkah– el enfoque de la ley. Pero Kafka también es el pasaje de otra alegoría. Donde Kafka está en la escucha de la tradición, y de los “residuos”. Benjamin sugiere que los elementos de lo desconocido del sentido, en lugar de remitir a “lecciones” antiguas, “los preparan como hacen los precursores”. Por allí, invierte el pasado en futuro. Abre la alegoría a la profecía, el futuro del sentido. Hace de la alegoría no sólo su forma-sujeto, sino una forma de la utopía, una forma judía.

Traducción: Raquel Heffes

Ph / Walter Benjamin

1 W.Benjamin, Correspondance I, 1910-1928, Aubier-Montaigne, 1979. Carta del 7.10.1923, p.278.

Leidvolles, et Leid, “mal,dolor”, incluye también el suicidio, sich ein Leid antun. No dicho, pero incluido. Pulsión del sentido y de la historia.

3 W. Benjamin, « Paris, capitale du XIX siècle »

4 Ver la carta a Horkheimer del 6.1.1938

5 Gershon Scholem, Walter Benjamin, historia de una amistad.

 

Fuente: https://cuartaprosa.com/2020/10/21/henri-meschonnic-la-utopia-del-judioi/

 

Crisis política, transición y salidas constituyentes en Perú // Anahí Durand Guevara

En poco más de una semana, la vorágine de acontecimientos en Perú configuró un escenario convulso y complejo. A la destitución de Martín Vizcarra como presidente de la república (acusado de «incapacidad moral permanente» por el Congreso), le siguió la imposición de Manuel Merino, quien pretendió gobernar en coalición con la más rancia derecha nacional.

Las maniobras de la clase política y la usurpación del gobierno en medio de una grave crisis sanitaria y económica a causa de la pandemia hicieron estallar la indignación popular, generando una ola de protestas que fueron reprimidas con brutalidad. La fuerza de la movilización desarrollada en todo el país obligó a Merino a renunciar a cinco días de haberse proclamado presidente, produciéndose un vacío de poder.

Tras una larga jornada de negociaciones, el Congreso proclamó presidente a Francisco Sagasti, diputado por Lima del centrista Partido Morado, quien deberá ejercer una presidencia transitoria hasta el 28 de julio del 2021, cuando entregue el mando a quien sea elegido presidente las elecciones de abril.

Lo acontecido esta semana, en términos de la profundidad de la crisis, masividad de las movilizaciones y confluencia de agendas desplegadas, requiere una explicación y un análisis que atienda a la coyuntura pero también a cuestiones estructurales, brindando algunas pautas para trabajar escenarios futuros.

En particular, existen dos ejes centrales para pensar el actual momento político. De un lado, los contornos de una crisis signada por el agotamiento del régimen neoliberal como forma de gobernabilidad y ordenamiento social. De otro, los escenarios que se perfilan a futuro, incluyendo el espacio para salidas transformadoras que contemplan el cambio Constitucional.

En el ejercicio de pensar ambos ejes de conjunto radica la posibilidad de arriesgar alguna hipótesis sobre lo que vendrá: la apertura de un proceso electoral como punto clave de un momento que termina… y de otro que puede empezar.

Un tiempo que termina: honduras y contornos de la crisis de régimen

Ainicios de los 90, en una sociedad golpeada por el conflicto armado y la hiper inflación, los grupos de poder económico definieron una salida autoritaria a la crisis, colocando a Alberto Fujimori como punta de lanza de una coalición cívico militar destinada a aplicar las reformas neoliberales. El autogolpe de 1992, primero, y la promulgación de la Constitución de 1993, después, sepultaron un régimen estatalista y democratizador cuyo hito principal fue la Asamblea Constituyente de 1978.

El neoliberalismo «a la peruana» se instaló en lo ideológico, lo programático y lo societal, imponiendo una visión del Estado como mero promotor de la inversión privada, desarrollando una legislación y una institucionalidad favorables al libre mercado y expandiendo una racionalidad individualista que, en nombre del emprendedurismo popular, alentaba la informalidad y justificaba la desprotección social.

Con algún aggiornamento democrático, este régimen sobrevivió a la caída del fujimorismo y los grupos de poder económico continuaron gobernando. En esta nueva etapa, las élites aprovecharon los altos precios de los comodities en el mercado internacional para iniciar una carrera extractivista que avanzó en los andes y la Amazonía, trayendo buenas cifras macroeconómicas al tiempo que despojaba a pueblos indígenas y comunidades campesinas de sus territorios.

El nuevo período de «prosperidad falaz» ilusionaba a las clases medias y prometía inclusión vía consumo a los sectores urbanos populares. Mientras tanto, los grupos gobernantes abandonaron los burdos mecanismos de corrupción del fujimorismo para aceitar una sofisticada maquinaria de enriquecimiento ilícito que se valía de esquemas de contratación para robar al Estado. Las cosas le funcionaban bastante bien a las cámaras empresariales y demás grupos de poder, pero las denuncias de corrupción vinculadas al caso Lava Jato alteraron completamente el escenario.

El modelo neoliberal, ya desgastado por el declive del boom extractivo, sufrió un terremoto: todos los exgobernantes, que se turnaron el poder desde 1992, resultaron involucrados en sendos delitos de corrupción; todos los poderes del Estado se revelaron comprometidos con mafias, sobornos y componendas. Se abrió así una profunda crisis, que la renuncia de Kucinscky y el ascenso apurado de Vizcarra lejos de solucionar, apenas sirvió para salvar temporalmente una gobernabilidad que se caía a pedazos.

En medio de una sociedad hastiada de la clase política, Vizcarra hizo lo que pudo para salvar el régimen, gobernando para la CONFIEP al tiempo que confrontaba al fujimorismo cerrando el Parlamento y convocando uno nuevo con carácter transitorio. Pero el pésimo manejo de la pandemia y su propia incompetencia –signada por un entorno mediocre y sus propias denuncias de corrupción— terminaron por arrinconarlo. Vizcarra se vio cercado por grupos de interés, mafias y viejos políticos tradicionales que, desde el Congreso, no pararon hasta vacarlo y avanzar en copar el Estado.

Al aceptar la vacancia, Vizcarra cerró la puerta al último atisbo de legitimidad del modelo instalado en los 90. Lo que queda es la decadencia de un régimen que agoniza, desnudo, arrastrando en sus estertores a la moribunda institucionalidad democrática.

El autoproclamado presidente Manuel Merino se hizo de la primera magistratura aupado por una coalición de derechas emergentes y tradicionales que no midieron el contundente rechazo popular. O, que si lo hicieron, optaron por apuntar a consolidarse a sangre y fuego.

Las movilizaciones masivas, protagonizadas especialmente por jóvenes y estudiantes, fueron respondidas con fuerte represión policial. Pero la indignación ciudadana continuó, y resultó decisiva para la caída del efímero gobierno.

Así, luego de una accidentada negociación en un Parlamento tomado por mafias y grupos de interés, se designó como presidente transitorio a Francisco Sagasti: un diputado de centro derecha que ha asumido un discurso conciliador. No obstante, el momento político parece ser propicio para salidas transformadoras y por izquierda, que incluyen entre sus principales demandas un proceso constituyente que culmine en una Nueva Constitución.

Lo que puede empezar: escenarios de la movilización popular

Tras meses de parálisis y estupor por los efectos de la pandemia (que ubicó al Perú entre los tres países con mayor letalidad del mundo), la población se volcó masivamente a las calles. Durante esta semana de movilizaciones, la gente no exigía el regreso de Martín Vizcarra ni la instalación de un nuevo gabinete: demandaban la renuncia del golpista Manuel Merino y rechazaban a toda la clase política corrupta e indolente.

En una sociedad con partidos políticos prácticamente inexistentes y organizaciones sociales muy débiles, la amplitud y fuerza desplegada por la movilización ciudadana evidenció un potencial impugnador no visto desde hace décadas. En distintos lugares de Lima y las principales ciudades del país se organizaron cacerolazos, piquetes informativos y concentraciones a manera de marchas descentralizadas que recogían la indignación de los vecinos. Ni el terruqueo ni la brutal represión pudieron detener a las movilizaciones que, hasta el pasado lunes –día en que se nombró presidente a Sagasti— no daban muestras de aplacarse.

Con Vizcarra y Merino fuera de la presidencia y con un gobierno transitorio obligado a durar mínimamente hasta las elecciones de abril, puede vislumbrarse el inicio de un nuevo ciclo político y proponer algunos escenarios.

Una posibilidad –siempre abierta en Perú— es la estabilización continuista, que prepararía el terreno para una restauración del modelo con aires renovados otorgados por figuras que aparecen como nuevas en la política peruana, tales como Julio Guzmán o George Forsaith. Esa es la opción de los liberales peruanos, con el flamante presidente Sagasti a la cabeza, quien ya adelantó no impulsará el cambio de Constitución.

Al igual que en la transición de los 90, cuando colapsó el fujimorismo, las élites gobernantes apuestan por las «cuerdas separadas»: cambios en política institucional sin tocar el modelo económico. No obstante, a diferencia de aquella transición, ahora vivimos una crisis económica y social profunda, con un modelo desgastado que ha agudizado las desigualdades y una clase política de espaldas a la gente.

En este marco parece tomar fuerza un segundo escenario, signado por el cuestionamiento hacia el régimen del 92, la corrupción generalizada y la angurria de jueces, funcionarios y congresistas. Esta crítica frontal, si bien puede presentar tintes antipolíticos, tendientes a cuestionar la totalidad de los partidos, posee también un componente crítico que responsabiliza directamente a los grupos de poder (como la CONFIEP, o a los dueños universidades y farmacias que lucran con las necesidades del pueblo).

A diferencia de oportunidades anteriores, hoy está más presente la demanda de una nueva Constitución que reemplace a la impuesta por Fujimori y presente salidas de fondo a la crisis, marcando un nuevo pacto social con un Estado garante de derechos y no uno promotor de la inversión privada (como lo establece la Carta de 1993). En esta línea, resulta clave lo que puedan impulsar y organizar los sectores más politizados, las organizaciones sociales y los partidos de izquierda, ejerciendo una labor pedagógica y militante capaz de vincular la critica concreta a la clase política y las condiciones de vida con la demanda de un horizonte de cambio constitucional.

Perú y Chile fueron los dos países donde las élites golpistas gobernantes optaron por «constitucionalizar» el modelo neoliberal, colocando candados que hicieran muy difícil introducir cambios y reformas. En Chile, luego de treinta años y en medio de una revuelta generalizada, los candados saltaron y el pueblo en un referéndum optó por instalar una Asamblea constituyente.

En Perú, aunque el acumulado militante y organizativo no presente la densidad chilena, existe también un ánimo impugnador y destituyente que puede cerrar el ciclo neoliberal y acabar de abrir uno nuevo. La presencia de una nueva generación de jóvenes, que ha tomado las calles y no parece estar dispuesta a conformarse con arreglos superficiales, es decisiva. Pero será crucial, también, el modo en que se desenvuelva la campaña presidencial del verano 2021 y las narrativas y propuestas que puedan presentar las opciones progresistas.

Epílogo temporal: elecciones y salida por la izquierda

Con un gobierno de transición apenas instalado, un Parlamento que continúa tomado por mafias y una sociedad que apenas entierra los muertos de las protestas, el calendario electoral, que sigue corriendo, será decisivo para dirimir salidas a la crisis y catalizar la indignación popular en alternativas de gobierno.

Nunca antes la derecha, en sus distintas vertientes, había tenido tantos candidatos defendiendo la continuidad del modelo: están los neoliberales orgánicos al empresariado, como Hernando de Soto o Fernando Cilloniz, la versión más ligth, como George Forsait y Julio Guzmán, o los autoritarios populistas, como Daniel Urresti. Las opciones que tengan más posibilidades serán las que logren desmarcarse de la clase política y los precedentes gobiernos de derecha.

Así lo ha entendido Forsaith, un exarquero de Alianza Lima con la ambición suficiente para abandonar el municipio distrital que dirigía y lanzarse a candidato presidencial, jugando a ser el Nayib Bukele peruano. La otra opción de este espectro que cuenta con posibilidades es el Partido Morado, que tuvo un buen desempeño en la reciente crisis. Aunque su líder y candidato presidencial, Julio Guzmán, aparece desgastado, y el partido, en buena medida, deberá correr con los pasivos del gobierno de transición.

Desde el campo de izquierda, la dispersión no es nueva. Existen cuatro agrupaciones en carrera, la mayoría sin posibilidades, atrincheradas en discursos testimoniales, como Perú Libre, o subsumidas por egos caudillistas, como el Frente Amplio del excura Marco Arana.

La opción con mayores posibilidades es la coalición Juntos por el Perú, que presenta como candidata presidencial a Verónika Mendoza, a quien las encuestas –ya antes de la crisis— ubicaban segunda. Sin duda, la movilización y el malestar ciudadano frente a la clase política amplían las oportunidades de una izquierda que se ha mostrado conectada con la protesta popular proponiendo cambios de fondo, incluyendo una nueva Constitución.

El desafío pasará por consolidar una base de apoyo político y social que exprese la indignación y se articule a las demandas de los sectores golpeados por la crisis y movilizados por el momento político. Pero no será fácil: sobre esta opción arremete el establishment, que cuestiona permanentemente sus ejes programáticos. También militan en su contra los grandes medios de comunicación distorsionando la información, y una multiplicidad de sectores cavernarios, que apelan a las tácticas más sucias para mantener a la izquierda fuera del poder.

El verano electoral 2021 se anuncia intenso y podría ser el marco para iniciar un ciclo transformador que inaugure una convivencia de mayor justicia social y democracia. Hay vientos favorables en la región, como lo muestran la contundente aprobación de la Asamblea Constituyente en Chile y el triunfo de Luis Arce en Bolivia. Hay, también, una generación que ha tomado la palabra, salido a las calles y que no esta dispuesta a guardarse otra vez asestando los golpes definitorios al agonizante régimen del 92.

Próximos a conmemorar el bicentenario, quizás sea este el inicio de una segunda y verdadera independencia para Perú. Una independencia que pueda plasmar un nuevo pacto social en una nueva Constitución. Hay espacio para la esperanza.

El pacto preexistente // Diego Sztulwark

Hace unos días, circuló en las redes sociales un pseudo libro difundido como El Pacto, sin autor identificado (la firma alude a una Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia), aunque claramente escrito por personas del ámbito judicial, hipersensibles a la defensa del personal de las Fuerzas Armadas involucrado en las prácticas del terrorismo de Estado. De su lectura podemos decir tres cosas:

  1. No aporta ni agrega datos, carece de toda verdad a exponer. Se trata, más bien, de un texto documentado, pero la información que ofrece es falsa o gravemente manipulada; y las hipótesis que se ofrecen son actualizaciones de las viejas narrativas del fascismo ligado a la represión.
  2.  Constituye un elogio involuntario a los logros obtenidos a lo largo de estas décadas por los organismos de derechos humanos, descriptos en todo caso no como avances democráticos cruciales, sino como amenazante colonización sobre el Estado y el Poder Judicial, garantes últimos de la propiedad privada.
  3. Innova en dos aspectos: logra contener la furia anticomunista que perturba la escritura proveniente de este tipo de usinas; y apunta a objetivos estratégicos inmediatos, claramente identificables, en particular a resitir toda reforma del Poder Judicial.

 

La idea de «pacto» es el dispositivo fundamental del razonamiento. Los autores imaginan un inverosímil acuerdo entre políticos-delincuentes y organismos de derechos humanos, que tendría por objetivo principal evitar que la justicia actúe en casos de corrupción, desviando así su atención hacia los juicios de la última dictadura y, por finalidad última, lograr la reorganización de las relaciones sociales por fuera del principio de orden de la propiedad privada.

«Con el perpetuo enjuiciamiento a las FF.AA. y la dirección de las imputaciones en manos de las organizaciones de DD.HH., Verbitsky alcanza su objetivo y el kirchnerismo también: los Tribunales Orales Penales Federales, encargados de investigar y juzgar la corrupción estatal, tenían y tienen sus agendas atestadas, desde el inicio de la gestión Kirchner, hace ya 17 años, en el juzgamiento de hechos ocurridos en la Argentina hace 45 años. Ello en parte explica por qué solo el 1% de las causas de corrupción llegan a juicio oral y, de estas, solamente el 2% recibe condena. Mientras tanto, la relación se invierte en las causas de lesa humanidad: el 98% son condenados y el 1,4%, absueltos».

El principal operador de la conquista que parte del campo social para llegar al vértice del Estado sería la promoción de la figura del militante. Sea que provenga de la idealización de la actividad de las organizaciones de los años setenta, o de la actividad de cuadros jurídicamente formados de los organismos de derechos humanos, el militante es presentado como un ser esencialmente parcial, ideologizado y obediente a una jefatura. Y el temor a la perversa influencia de su figura proviene de un supuesto plan de penetración de distintas esferas profesionales como el periodismo, la educación y, finalmente, del botín más codiciado: el Poder Judicial. Siguiendo esta línea de argumentación, el CELS sería el sofisticado instrumento coordinador en tanto que la agrupación Justicia Legítima operaría como el instrumento táctico de manipulación de jueces y fiscales.

En síntesis, el pacto habría consagrado la convergencia de grupos muy diferentes: por un lado, los que actúan en función de que la justicia no cumpla con su función anti-corrupción (por supervivencia política y porque el propio proyecto sería esencialmente delictivo) y, por otro, los que se abocan a concretar una voluntad de venganza ilimitada en el tiempo (imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad), y en la extensión de responsabilización social con dictadura (ampliándose primero de lo militar a lo cívico-militar, y luego a  lo cívico-eclesiástico-militar, etc.).

Lo que me interesa del texto es el carácter explícito de su objetivo estratégico: asegurar el aparato judicial como nexo fundamental entre fuerza coercitiva e instancia legal, nexo sobre el cual reposa el orden de la empresa capitalista. Según sus autores, este orden estaría amenazado por sus enemigos históricos. Y me interesa por dos razones. La primera: porque confirma que los fenómenos de histeria propietaria o de ultra-derecha de estos últimos tiempos puede ser caracterizados más bien como fenómenos de “aseguramiento”, fundados en el miedo y en una feroz agresividad de naturaleza defensiva. Más que vaticinio de un nuevo tiempo, este tipo de fascismo se aferra de un modo paranoico a un ideal alucinado de jerarquías y esencias, de controles y vigilancias, como último fundamento. La segunda: porque hace posible complementar los estudios recientes sobre los afectos neoliberales ­­­­­–en particular sobre el odio–, con la capacidad de racionalización que actores organizados pueden montar sobre la base de esa afectividad. El odio como tal, en tanto que afecto libre, puede obrar como transgresión y desacato. Pero el odio tomado por este tipo de razonamientos, más que desafiar una democracia formal y una sociedad protocolizada (y tomada por lo políticamente correcto), es en todo caso la reafirmación de pactos propietarios preexistentes, que no han dejado de formatear la estructura social, de castrar toda pulsión político-democrática y de poblar el inconsciente del Estado, a partir de efectos irreversibles del terrorismo de Estado.

Hipótesis de un neoliberalismo a la peruana // Victor Miguel*

El congreso peruano volvió a destituir a un presidente y nos vuelve a poner un reto como sociedad. El aparato estatal con más desprestigio del Perú[1] se deshizo la noche del 9 de noviembre de Martín Vizcarra tras declararlo “incapacitado moralmente” por corrupto, compartiendo el mismo destino que su predecesor Pedro Pablo Kuczynski[2]. Así, la peor versión de la clase política peruana contraatacó, allanándose el camino de la impunidad, el cinismo y todavía más corrupción.

El 15 de noviembre Manuel Merino, que presidía el congreso que destituyó a Vizcarra y asumió la presidencia de la nación de inmediato, tuvo que renunciar como jefe de Estado tras la brutal represión de las fuerzas del orden que se llevaron la vida de dos manifestantes.

¿Qué es este neoliberalismo a la peruana donde el despojo y la angurria son las invariables de las élites políticas y empresariales? ¿Qué es esta criatura que adopta formas de institución, capaz de cambiar de nombres, pero que intensifica los peores axiomas del neoliberalismo? ¿Qué hipótesis sobre esta democracia nos atrevemos a ensayar cuando los brazos del Estado colonial desaparecen toda imagen de institucionalidad clásica?

En suma, estamos ante la pregunta por la crisis. Habitarla y pensarla no desde la exterioridad de quien categoriza, sino desde la expresión de las multitudes que vienen arriesgando sus vidas hoy en respuesta callejera a la barbarie estatal. Y no sólo: desde las vidas que en el contexto más adverso, en cuarentena bajo toque de queda, han podido reinventarse a pesar de los aparatos represivos del poder.

La respuesta de la calle

Las calles han sido el mejor laboratorio de experimentación transformadora en el Perú de las últimas décadas. La investigadora y militante mexicana Raquel Gutiérrez destaca la “capacidad de veto” que tienen las masas para impugnar ciertas medidas o avances del capital y poder abrir un camino de reapropiación, o al menos disputa, de la riqueza social[3]. En el Perú reciente, el que sorteamos desde la constitución neoliberal del 93[4], no han sido pocas las veces que la calle gritó “¡basta!”

En el año 2000 fue la movilización popular la que hizo fracasar el modo de operar del Estado con la “Marcha de los Cuatro Suyos” (inspirada en los cuatro puntos cardinales del Imperio Inca), quebrando la gobernabilidad del fujimorismo de aquél entonces[5]; en el 2009 luego del “Baguazo” hubo un punto de inflexión respecto del gobierno autoritario de Alan García[6]; en el 2014 fueron las juventudes quienes impulsaron la derogación de “la ley pulpín” que legalizaba la explotación laboral entre los más jóvenes[7]; en el 2019 miles inundaron la “Panamericana Norte” contra el cobro abusivo de peajes en Puente Piedra[8]. Y como último gesto de una memoria viva de las luchas tenemos a las trabajadoras de limpieza pública que, en las peores condiciones para un acuerpamiento colectivo, en agosto de este año se movilizaron contra la precarización de su trabajo ante la Municipalidad de Lima[9].

¿Cómo leemos las diversas izquierdas estas desobediencias que jamás armonizaron del todo con este modelo neoliberal y que nunca renunciaron al antagonismo en las calles? ¿Qué imágenes constituyentes arriesgamos si al momento del veto popular no se necesitó de un caudillaje político ni de un órgano jerárquico como el partido? ¿Es el proceso chileno el horizonte para Perú?

Nuestro norte es el sur (a veces)

Desde los noventa el Chile de Pinochet fue la brújula de las medidas jurídicas y económicas implementadas por el condenado Fujimori[10]. Chile y Perú mantuvieron un sendero entreguista, el manual del Consenso de Washington y de los chicos de Chicago. Detrás, sin embargo, de las exitosas estadísticas y la religión del crecimiento económico crecía el descontento popular. Chile reventó y tiene en marcha un proceso constituyente luego de una masiva participación ciudadana[11]. ¿Qué falta para dar ese paso tan deseado en las consignas de la izquierda peruana de las últimas horas?

En principio, podemos simplificar en que el desprecio popular hacia la clase política es común en ambos casos. El modo, sin embargo, de operar del neoliberalismo para reproducirse es distinto. En Chile no se destituyó a Piñera. En el Perú vamos por nuestro tercer presidente en menos de tres años. Pareciera que la destitución de presidentes es el modo que encontró el poder en el Perú para depurarse a sí mismo y renovarse ante la sociedad.

¿Cómo se deslegitimó la popularidad fugaz que Vizcarra había ganado justamente combatiendo a la corrupción fujimorista?

Vizcarra generó alguna expectativa social luego de decretar en octubre del 2019 la disolución del parlamento de mayoría fujimorista, en el marco de una lucha anticorrupción que comprometía a los sectores más rancios de la extrema derecha peruana[12]. Llegó a alcanzar niveles récord de popularidad en el cargo por esa gesta[13].

Pero no olvidemos que fue el presidente que enriqueció aún más a la gran banca peruana y al sector financiero durante la pandemia, otorgándoles casi 9 mil millones de dólares estadounidenses[14]; fue el que decretó la Ley Nº 31012, la cual libra de responsabilidad penal a policías y militares de matar mientras patrullan las calles para hacer cumplir el estado de emergencia[15]; fue el que culpó a las trabajadoras y trabajadores de la economía popular de propagar el virus, caracterizando a los mercados barriales como “focos de contagio”[16] y habilitando una cacería contra el comercio ambulatorio ejecutada por varios alcaldes de la capital[17]. El orden y la mano dura fueron la única garantía de control que propuso su gobierno defenestrado.

¿Dictadura de nadie?

¿Qué es lo que se expresa hoy en la calle si no es una defensa del gobierno neoliberal destituido? No es por Vizcarra ni por salvar la institucionalidad liberal del empresariado, es por evitar la consumación de la podredumbre en el poder que miles marchan hoy.

Pero destaquemos esto: vemos repetida la racionalidad de un Estado neoliberal como el peruano, capaz de suspender instituciones (siempre empujadas desde la desaprobación civil) para evitar un desborde destituyente mayor (como en el caso chileno). Pueden desaparecer parlamentos o presidentes y la máquina seguir andando. ¿Estamos ante una “dictadura de nadie”[18] como indicó en otro momento el sociólogo peruano Félix Reátegui?

Si remover piezas en su interior es el modo que tiene el neoliberalismo peruano para replegarse y evitar la durabilidad y recrudecimiento de la crisis ¿cómo respondemos de manera original más allá de las consignas con las que todxs estamos de acuerdo? Deseamos un proceso constituyente, sí. Y estamos en lucha por ello. Pero damos la impresión desde las izquierdas que tenemos ya definidas todas las salidas para un momento de interrupción excepcional como el actual. Los sucesos de los últimos años -entre indultos, destituciones presidenciales y disoluciones parlamentarias- han abierto otros senderos de movilización, confrontación y organización contra un modelo más allá de los canales institucionales.

¿Cómo estar a la altura de la incertidumbre y qué espacio le damos al surgimiento de una novedad política?

El filósofo argentino León Rozitchner en “La izquierda sin sujeto” se preguntaba si es que acaso estábamos pensando la razón sin meter el cuerpo en ella. “El problema es temible: ¿cómo poder producir nosotros lo contrario de lo que el capitalismo, con todo su sistema productor de hombres y mujeres, produce?”[19]. Dependerá de la desobediencia plebeya prefigurar en sus luchas un “horizonte comunitario-popular”[20] posible, que no decante sólo en el posibilismo del partido reformista (que con las mejores intenciones, quizás, sólo alcanza a gestionar un Estado intrínsecamente neoliberal) y que a la vez no renuncie a sus demandas políticas por una vida digna.  El proceso está abierto y presto a darnos las alianzas que necesitamos para la sociedad que queremos.

*Maestrando en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad en la Universidad de Buenos Aires

 

[1] https://www.enterarse.com/20190905_0001-tenemos-al-congreso-mas-impopular

[2] https://www.idea.int/es/news-media/news/es/el-presidente-pedro-pablo-kuczynski-renuncia-su-cargo-tras-acusaciones-de

[3] https://horizontescomunitarios.files.wordpress.com/2016/10/gutierrez-mas-alla-de-la-capacidad-de-veto.pdf

[4] https://www.nodal.am/2019/12/la-constitucion-de-1993-y-los-millones-que-recibio-keiko-fujimori-por-nicolas-lynch/

[5] https://www.hrw.org/es/news/2000/07/28/la-marcha-de-los-cuatro-suyos

[6] https://rpp.pe/peru/actualidad/que-fue-el-baguazo-causas-y-consecuencias-de-una-matanza-noticia-996965

[7] http://miningpress.com/nota/277808/ley-pulpin-congreso-derogo-polemico-regimen-laboral-juvenil

[8] https://gestion.pe/peru/puente-piedra-vecinos-y-transportistas-marchan-contra-cobro-de-peajes-noticia/

[9] https://elcomercio.pe/lima/sucesos/isabel-cortez-de-que-trata-el-conflicto-entre-las-trabajadoras-de-limpieza-y-la-municipalidad-de-lima-noticia/

[10] https://www.facebook.com/watch/?v=1144185328968967

[11] https://theconversation.com/el-proceso-constituyente-en-chile-y-el-desafio-de-la-democratizacion-148764

[12] https://elpais.com/internacional/2019/10/01/america/1569885710_959879.html

[13] https://www.dw.com/es/popularidad-de-vizcarra-se-dispara-a-casi-80-por-ciento-tras-su-decisi%C3%B3n-de-disolver-el-congreso/a-50816588

[14] http://www.laizquierdadiario.pe/Reactiva-Peru-solo-beneficia-a-los-mismos-ricos-de-siempre

[15] https://www.europapress.es/internacional/noticia-peru-aprueba-ley-exime-responsabilidad-penal-militares-policias-20200329133416.html

[16] https://www.radionacional.com.pe/noticias/politica/vizcarra-tenemos-36-mercados-que-son-focos-de-contagio-en-lima

[17] https://andina.pe/agencia/noticia-recuperan-diversas-calles-de-victoria-estaban-ocupadas-ambulantes-812816.aspx

[18] https://idehpucp.pucp.edu.pe/opinion/la-dictadura-de-nadie-buscando-el-mal-menor/

[19]  https://lobosuelto.com/la-izquierda-sin-sujeto/

[20] https://horizontescomunitarios.wordpress.com/2017/05/25/reproducir-la-vida-en-comun-la-mirada-de-raquel-gutierrez-aguilar-entrevista-por-silvia-l-gil/

Foto: Diego Miranda

Fuente: Jacobin Latinoamérica

Fin de ciclo. Reseña de «Habitar y gobernar», de Amador Fernández-Savater // José Luis Gallero

En medio de la larga crisis civilizatoria que parece marcar la pauta del siglo XXI, pocas tentativas tan legítimas como la de renovar el imaginario colectivo. Ante el deterioro acelerado de nuestras sociedades, el último libro de Amador Fernández-Savater constituye una lectura profundamente reparadora, como lo es, en realidad, toda la bibliografía de este pensador y editor nacido en vísperas de la transición española. Sensibilidad ética, imaginación política e inteligencia pedagógica se yuxtaponen en su quehacer a una ingenuidad (de ingenuus: “engendrado libre”) indispensable para cambiar el estado de las cosas, como él mismo constató una primavera inolvidable de la que pronto se cumplirán 10 años.

Ya en su primera entrega (Filosofía y acción, 1999), nuestro autor asumía la tarea crítica desde una posición minoritaria a la que no ha dejado de permanecer fiel y que revela afinidades con la fértil imagen juanramoniana de “inmensa minoría”. “¿No es cada vez un puñado de locos (esclavos, obreros, negros, mujeres, homosexuales) los que comienzan las mutaciones importantes?”, leemos. Una escritura clara, precisa y condensada recorre los múltiples formatos (artículos, crónicas, conversaciones, apuntes de lectura) que componen este artefacto ensayístico, cuyos ocho apartados contienen otras tantas invitaciones a “reimaginar” la revolución, el nosotros, el enemigo, la estrategia o el conflicto. Inscrito en el vértice de una década que declina y otra que despunta, rinde balance de la primera y tantea la fisonomía de la segunda, sometiendo ambas a un intenso interrogatorio.

No se trata de una reflexión sobre el poder, sino sobre la necesidad de descubrir nuevas formas de hacerse cargo de los problemas comunes. Dado que “hay un solo mundo en el que los diferentes tenemos que convivir en igualdad”, no caben estrategias de exclusión; lo que se precisa son políticas dotadas de potencia acogedora para reforzar los cada vez más débiles vínculos comunitarios. “Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos cuando aceptamos la definición del conflicto como enfrentamiento”. En consecuencia, no se habla de revolución en cuanto suceso, sino en cuanto proceso, pues la formación de un pueblo no es distinta de la educación de un niño. Y en sintonía con la advertencia formulada por Foucault en 1978 —»Son las preguntas de las enfermeras o de los guardias de prisiones las que deberían interesar a los intelectuales»—, la vanguardia está llamada a transformarse en una retaguardia capaz de acompañar a los más rezagados. Son estas verdades morales las que hacen habitable el mundo, pero no las experimentamos como una iluminación, sino como una quemadura.

Intelectuales: personas que intentan pensar y hacer pensar, pupilos acaso de Juan de Mairena y su Escuela Popular de Sabiduría Superior, fuera de cuyo benévolo ambiente “no hay manera de aprender nada que valga la pena”, según anotaba Machado en julio de 1938. “Es en la escuela donde se juega el porvenir de la República”, señala, a su vez, Fernández-Savater haciéndose eco de la certidumbre expresada por Juan de Palafox en 1638: “La mala educación de la juventud es la ruina de la República”. ¿Y si estuviéramos realmente al final de un ciclo decepcionante? “Esa sensación de decepción no me parece mala condición para el pensamiento”, recapitula el autor de Habitar y gobernar, quien en el diálogo con Rita Segato que sirve de epílogo al volumen, y a propósito del destino de la humanidad en tiempos de contagio, suscita la siguiente declaración de la antropóloga argentina: “La vida hoy debería componerse de comer —y hacer comer, en el sentido de proveer a los que no tienen—, sentir y pensar. Y nada más”.

Tierra para vivir, cárceles para deshabitar // Colectivo YoNoFui

Las violencias del Estado se entrelazan y estallan en nuestros territorios. La matriz de crueldad donde se gestaron las respuestas a la toma de Guernica, y a las personas privadas de libertad por el reclamo de visitas, provoca el mismo correlato: el desprecio, la represión y el punitivismo como respuesta.

Una represión tiene tintes de guerra y hay distintos modos de hacerla, para que la guerra suceda debe haber dos bandos, uno que ataca y otro que defiende. Este caso es distinto. El gobierno tomó una postura clara. Decidió a quién hacerle la guerra, pero esta guerra no es entre dos bandos, es entre el Estado y nuestras vidas precarizadas, descartables, que se reinventan en los bordes de la nada. Para nosotres la respuesta estatal es deslegitimarnos, criminalizarnos y catalogarnos como terroristas internos. Funcionarios preocupados por salvar su imagen, por no volverse cadáveres políticos apelan a demonizar a las organizaciones con tal de no asumir el costo de la represión. Sepan que el macartismo cae por su propio peso. 

Es muy fácil el lugar de la corrección jurídica y política cuando tenes tu vida resuelta materialmente, casa, comida, acceso al sistema de salud, trabajo… Ahora, cuando tu vida es pura precariedad, y tenes que tomar una tierra para vivir, o vivís hacinado en una cárcel, y escuchás que el gobierno repite una y otra vez “Quédate en casa”. Nos preguntamos ¿qué pasa cuando tu casa es la calle o la cárcel? ¿quién se hace cargo de eso? ¿Quién contempla nuestras vidas, nuestras realidades, nuestras urgencias? ¿A quiénes les habla el Estado? ¿Y dónde quedó esa máxima del peronismo “donde hay una necesidad hay un derecho”? ¿Cuáles son las necesidades que cuentan? ¿La de los que piden más cárceles? ¿La de los “dueños” de la tierra?  

El gobierno presentó un plan de “seguridad” de $38.000.000, que incluye la construcción de 12 nuevas cárceles en el AMBA y para eso sí están expropiando tierras. ¿A qué le dice seguridad un gobierno que reprime para desalojar tierras de 5 propietarios mientras expropia tierras para construir cárceles? Cárceles a las que posiblemente irán a parar personas que no tienen un techo para vivir o que viven la vida con una soga al cuello. ¿Cómo es posible que la gorra se sienta legitimada para prender fuego centros universitarios en las cárceles? ¿No venía este gobierno a diferenciarse del anterior? ¿No era este el gobierno de los que menos tienen?

Mientras mujeres, niñes, jóvenes y adolescentes deambulan por Guernica sin tener un lugar para vivir, el Ministro de Seguridad Sergio Berni concentra sus energías en difundir un spot de campaña auto- celebratorio de su plan represivo desplegado durante el desalojo y legitimado por el gobierno provincial y nacional. Nos repugna la pedagogía implícita de este mensaje y la decisión del Estado en darle curso y amplificación. La espectacularidad de las fuerzas represivas intenta imponer una narrativa para justificar la violencia desplegada sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, a la vez que se esfuerza por mostrar una imagen positiva de aquello que solo podemos nombrar como represión y saña hacia nuestros cuerpos racializados. 

“El derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad privada son innegociables”. A esta proclama estatal le decimos, no será a costa de nuestras vidas y de nuestras libertades. No defendemos lo mismo. No le decimos vida a lo mismo. No somos guardianes de la libertad del capital ni de sus acumulaciones. Nunca nuestras libertades serán a costa de otrxs.  

No basta con encerrarnos, no basta con dejarnos a la intemperie, nos tienen que gasear, darnos con balas de goma para que todxs vean lo que nos pasa a quienes nos corremos de la norma. ¿Acaso quiénes son los que habitan nuestras cárceles?  No son los Etchevere, ni los Macri. Somos lxs pibxs pobres de los barrios. Los que no entran en sus políticas de “inclusión” Si estos son los modos de responder frente a las demandas, no queremos que nos incluyan. Decimos no a la inclusión vía represión. 

Somos el número que no cierra en sus estadísticas. Los rostros con los cuales construyen sus campañas, los que tenemos que arrebatar derechos porque de lo contrario nuestras vidas no cuentan para nadie. No estamos hablando de izquierda y derecha, no nos binaricen con sus modos truchos y gastados de catalogar la política. 

Somos plaga, somos esa fuerza que no los va a dejar dormir en paz, no vamos a parar hasta que caigan. Somos esa boca que no va a dejar de balbucear hasta que nuestras rabias organizadas estallen, somos la rabia misma que va a devorar los engorramientos vecinales. Somos esas bocas que no se van a callar frente a los punitivismos que vociferan cárceles, lo vamos a decir cada vez más fuerte, las cárceles no solucionan nada, absolutamente nada. Frente a cada golpe nos volvemos más fuertes, frente a cada desalojo, volveremos una y mil veces. Estamos reinventándonos, instaurando nuevos gestos colectivos, dándole un nuevo sentido a la justicia para que deje de ser solo el fantasma, la carcasa vacía de todo esto que creemos y defendemos. 

La cárcel nunca será nuestra casa. Tierra para vivir, feminismos para habitar. 

 

Entres // Agustín J. Valle

Foto: Caleidoscopio de la serie Seis movimientos para una línea. Ana Efron

 

El hombre precisa un silencio cálido, y se le da un tumulto glacial
Simone Weil, “La persona y lo sagrado”

1-  “Antes, entre la escuela de Barracas y esta reunión, tenía un bondi. Tengo la vida personal y la laboral toda junta; el laburo y las amistades y la familia y todo, todo junto”. No hay “entre” las cosas: la virtualización general de la vida lo suprime. No solo a los “entres” como espacio-tiempos en algún sentido “libres”. También los entres de las funciones que cumplimos, ahora todas pegoteadas, apelotonadas, en la vivienda si no se sale a trabajar, y en la pantallita continua en general. Entre mi ser empleado de la agencia y mi ser marido, entre ser alumna en la facu y ser hija, hermana, hijastra… 

2- Es difícil imaginar que la virtualización -o mediatización- retroceda mucho en el territorio conquistado aunque la pandemia se supere. No solo por el interés de las empresas en continuar implementando teletrabajo, sino, también, por cosas más profundas de la conformación de nuestra subjetividad, como que “las clases de ukelele que empecé en cuarentena andan bárbaro, así que cuando pase la pandemia imagino hacer, por mes, tres virtuales y una presencial”. Más cómodo, más fácil, ahorros de viajes, ahorro de tiempo, ahorro de cruzarse con gente, ahorro de roce urbano. Ahorro o pérdida del ratito pre y post clase, donde…

3- Ocupando la palma de la mano -¡nada menos que el atávico gesto de mirarse la palma de la mano!-, los celulares son un perfeccionamiento técnico de la supresión masiva de los entres, de ahí las crecientes tasas de quemazón general. La TV, gran aparato colonizador del tiempo libre, fue según Jonathan Crary la bisagra entre la lógica de la disciplina y la del control. La TV pautó actividades masivas donde había autoregulación hogareña, primero con horarios disciplinados, pero luego sentó las bases del continuo conectivo -interactivo, fragmentable…-, con el tridente de las grabadoras/reproductoras de VHS, los videojuegos hogareños y, sobre todo, la TV por cable. Ese continuo fue catalizado por internet, luego por la celularidad, y alcanzó un nuevo paroxismo con la pandemia: el continuo conectivo es el patrón de la vida, y borra los entres. 

4- Qué es un dispositivo se titula un ensayo de Giorgio Agamben donde dice que puede pensarse lo real humano distinguiendo por un lado lo viviente, y por otro los dispositivos. Y que el sujeto es la resultante de de la captura de lo viviente en dispositivos; de la disposición de lo viviente por dispositivos. Pero no obstante hay un plus, una excedencia, de lo viviente respecto de su formateo dispositivo; un deseo, un malestar… Lo viviente excede una y otra vez a los dispositivos, que por eso se reinventan dinámicamente para contener -y hacerse un lugar en- los cuerpos. Los entres son el espacio de esa excedencia de lo vivo respecto de los dispositivos. Nacho Lewkowicz lo llamaba el envés de sombra: los aparatos producen un sujeto, pero el sujeto tiene un envés que es oscuro para los aparatos (el aparato familiar, el aparato psiquiátrico o el computadora o el auto o el escolar o el aparato cocaína…). Por ejemplo, los obreros textiles franceses de 1830 a quienes les pintó juntarse por las noches a leerse cosas y escribir, en vez de dedicar el entre de las jornadas laborales al descanso debido para la reposición de las energías… y armaron luego un periódico clasista pionero (J. Ranciere cuenta en La noche de los proletarios la historia de este envés de sombra de la subjetividad forjada como “obreros” por el aparato fabril). Pero incluso en escala mucho, pero mucho más modesta (una simple y sabrosa rateada de la escuela…), late, en los entres de las cosaslo viviente no dispuesto. Contra el imperativo de disponibilidad permanente, en los entres late lo viviente indispuesto: potencia pura que por eso -por ser potencia- puede ser invisible, y ser negada en su existencia por el Realismo del capital conectivo. Puede incluso sentirse como malestar. 

6- Llamamos entres a las instancias de presencia no completamente funcionalizada. Instancias o momentos de posible flotación; hendijas de respiración en la normalidad cotidiana. Vacío-poblado, por ensueños, fantasmas, fantasías (pantalla mata fantasma). Toda instancia donde las definiciones de las cosas y de nosotrxs se distienden. Rincones de nosotrxs no tomados del todo por la finalidad prestablecida, por la codificación de rendir-para.

7- Llega la primavera, llega el calorcito, y nos alegramos, ¿por qué? Con el calor todo se dilata, se ensancha el espacio que está entre las moléculas -constitutivo de las moléculas, de la materia, en tanto que entre-. El entre existe por naturaleza y tu cuerpo lo sabe; de ahí la alegría de primavera. 

8- Por supuesto los entres pueden estar adaptados y ser inofensivos para el orden, respiraderos donde sobrevivir: no deja de ser algo. Pero cuando lo vivo rechaza la disposición, es el entre copando la realidad. “Esto no lo bancamos más”: ¿quiénes? No exactamente lxs sujetxs dispuestos, sino algo de ellxs no reductible a su función; la intolerancia y el levantamiento -macro o micro- implica un pensarse desde otro lugar que desde el dispuesto por los aparatos de la reproducción del orden.

10- Si queremos escuchar la verdad que se habla en una institución, no debemos ir a las oficinas, ni a las aulas, sino al pasillo, como bien se sabe. Porque en los entres respira el ánimo, lo que le pasa a lo vivo con/ante/en el orden de la producción. El ánimo, que no es lo que hacemos sino lo que nos pasa con lo que hacemos, como dice H. Bergson, es improgramable de antemano, y difícilmente convertido en signo instantáneo. El ánimo respira en los entres de modos diversos: se alienta, llora, suspira reflexivo, rumorea, gime de placer, grita, ríe expandido… Expresiones orgánicas de lo viviente en cuanto tal, en su dimensión no codificada. 

11- Vaya si hay menos pasillos, ahora… La mediatización total deja a lxs cuerpos más disponibles como trabajadorxs, más cautivos como consumidorxs. Asfixiar el ánimo es una operación política de primer orden. Por supuesto que los aparatos -los artefactos- en sí no tienen la culpa, que puede haber zonas de respiración en la virtualidad, y que cuando algo del ánimo se retoba a lo dispuesto, las tecnologías son un gran recurso. Por supuesto, los artefactos “en sí” tienen una inocencia última; pero tienen un estatuto de cosa cerrada (medio mágica anque berreta), que prefigura patrones de uso. Por dan eso su carga eléctrica crispa un productivismo, un hacer sin parar, pero a la vez inhibiendo el ánimo creador de modos, parámetros, sentidos.     “Damos forma a nuestras herramientas y luego ellas nos dan forma a nosotros”, decía Mc Luhan. 

12 Los artefactos conectivos son operadores de una esfera suprema y mandamás. Ante la que siempre estamos en falta, siempre nos falta, y por eso también los entres son degradados, como pérdida. Tiempo es dinero, tiempo es conexión, atención dispuesta… El conectivismo continuo da lugar a un estado de distracción permanente, como paradójica parte de un rendimentismo productivista. Nos distrae del ánimo para dejarnos disponibles. Reproduciendo un fondo de precariedad -si te desconectás, si te desactualizás, caíste, chau…- siempre presente aunque por supuesto muy desigualmente repartida. El cuerpo, el alma, se adecúan al patrón del dispositivo, y así quedamos: quemados, con el ensueño atrofiado… ¿Cuánto aumentaron los arranques de pánico y ansiedad, en esta pandemia, bajo supresión de los entres? La gente se asfixia, todo el tiempo expuestos al continuo pantallil, constantemente disponibles: carne viva entregada al dispositivo. 

13- La tradición romántica de la nocturnidad, la hermosa, generosa y trágicamente festiva Noche, tiene también la fecundidad liberada de los entres. La noche es el entre natural de las jornadas del Astro Rey, ídolo  primigenio. Un punto de inflexión histórica desatendido, entonces, así como Christian Ferrer lo señala del alambrado de las pampas, fue la instalación de la luz blanca en la noche metropolitana. Por supuesto desigualmente progresiva y demás; pero vaya si hubo una oleada enceguecedora, blanquecina, en la ciudad, en algún momento de esta última década. Le tiran con luz de quirófano, de interrogatorio, al territorio madre del ánimo entrista, al refugio éntrico fundamental.

14- El continuo conectivo es el continuo de la Actualidad, de la que estamos siempre en deuda, como mínimo por las inevitables horas de sueño. Cuando el aparato nos informa nuestro “tiempo en pantalla”, está recriminándonos cuánto tiempo perdimos desactualizándonos… La Actualidad impera sobre el presente; vivimos pagando, dormimos debiendo. 

15- Una operación garante del continuo y la supresión de los entres es el escroleo. Flujo permanente, cascada de “cúspides”, brillante sucesión de eventos presentados como perfectos y plenos en su efímero instante; es efímero, precisamente, porque lo supremo no se deja agarrar… Matriz patrón de nuestros esquemas perceptivos, de nuestro ordenamiento del mundo; línea imparable del continuo; cinta que transporta lo real eximiéndonos de transportarnos nosotrxs; línea no de montaje -de lo en proceso-, sino de promoción -de lo ya hecho-; el escroleo es el horizonte de nuestra cabizbaja época, o tenemos escroleo en vez de horizonte, o el escroleo sirve para que no haya horizonte. 

16- El llamado distanciamiento social es, en cierto sentido, en rigor la supresión de la distancia. De la distancia como dimensión experienciable, la distancia como esfera habitable. En tanto que no hay entres, no hay distancia entre las cosas. Distanciamiento corporal, hiperconectismo social. Y lo que se ajeniza, al punto de la des-empatía, la ajenización de las vidas que, según lo que disponen las máquinas productivas, no se tocan con la nuestra, eso no es distancia, es también la más radical supresión de la distancia.

17- “Estuve todo el día haciendo cosas y sin embargo llega la noche y siento que no hice nada”: porque el continuo sin entres indistingue las diversas cualidades, la diversa naturaleza sensible de las cosas. Suprimir el entre de las cosas es, en última instancia, matar de muerte a las cosas en tanto entes singulares, a lo cósico, en la dominancia plana del patrón. ¿Pueden los aparatos unir sujetos (individuales, colectivos) que no sean adherencias al viento dado sino remansos, pliegues donde lo dado adopta una velocidad diferencial, unas intensidades y una forma singular? Mediar sujetos que no estén puramente dispuestos por los aparatos. Quizá, incluso, con los aparatos podamos organizarle moradas a lo que late en los entres. Hacer viajar en las pantallas elementos que vienen de y nutren autonomías diversas. Autonomía de sentido. Allí donde haya entres hay que alimentarlos, regarlos, darles espacio… 

18- “Muchos me preguntan por qué me levanto a las cuatro de la mañana desde hace más de 20 años. ¿Sabe por qué elijo esa hora?… Porque el hombre aún no ha empezado a sufrir. A esa hora estoy puro, limpio, en silencio, y escribo mientras la familia duerme. Entonces, todo yo soy una esponja que absorbe. Leo idiomas, gramáticas, filosofía o escribo mis propios asuntos. La noche no me gusta. Quizás porque los fantasmas vienen al anochecer. Con esto quiero decir que los fantasmas vienen después que el hombre sufrió. Y el hombre empieza a sufrir cuando sale a la calle a ganarse el pan de sus hijos… y se topa con el otro hombre. Entonces, recién entonces, comienzan a salir los lobos que cada cual tiene adentro”. Atahualpa Yupanki.

19- Allí en el entre lo viviente agudiza su inspiración olfativa. Allí en una “atmósfera de silencio”, como quería Simone Weil, “se vuelve audible el hilo sordo del grito de quienes no tienen voz” (sean sujetos o cosas, una montaña, un sector social, una dimensión inactual de nosotrxs…). En los entres se expresa el ánimo (el ánimo de lo viviente sujetado en dispositivos que oprimido (o exprimido…). Ahora quien se levanta a las cuatro, habiéndose ya dedicado al sueño, y antes de que mande Febo, tiene al continuo conectivo para des-entrificar, para no hacerse presente en ese entre. Atahualpa batalló de ese modo con el lleno de su época; pero también en su música muestra que hay entres que pueden instaurarse, que se puede crear entres para la presencia. Hace tanto silencio, Atahualpa, que podria pensarse que lo que sus músicas y sus palabras ponen es, ante todo, los entre-ellas, sus entres. Hendijas para que respire lo no aparateado, donde el ánimo viviente de lugar a su llano del dolor, su gemido de placer, al menos una larga inspiración y exhalación libre.

 

Video: Fran Paredes

La fotografía como forma de resistencia // Diálogo con Paulo Slachevsky

En el marco del dossier realizado a un año de la revuelta en Chile, entrevistamos al fotógrafo y fundador de la Editorial LOM, Paulo Slachevsky. Además, presentamos su trabajo de registro fotográfico realizado durante los meses de movilización. Todas las imágenes que acompañan este especial son de su autoría.

Paulo Slachevsky nació en Santiago pero aprendió a tomar fotografías en Francia, donde vivió hasta los 19 años. Su familia decidió mudarse a ese país poco tiempo después del golpe de estado a Salvador Allende. De regresó a Chile, participó y registró cada protesta que hubo contra la dictadura: “Eran momentos de mucha represión, pero muy esperanzadores a la vez por la enorme movilización social”, cuenta. Durante esos años creó, junto a otros fotógrafos, la agencia Cono Sur e integró la Agrupación de Fotógrafos Independientes. También estudió periodismo.

Paulo Slachevsky.

En 1990, junto a Silvia Aguilera, fundó la editorial independiente LOM –que en idioma yagán significa «sol»–, un engranaje clave en la renovación del pensamiento chileno de izquierda, de donde surgieron, a lo largo de treinta años, ensayos fundamentales sobre la memoria y los derechos humanos, además de los más lúcidos cuestionamientos a las políticas de la transición y el neoliberalismo. Durante algunos años la fotografía pasó a un segundo plano, aunque siempre se mantuvo relacionado con este oficio: en 1991, junto a Elizardo Aguilera, lanzó y editó Mal de Ojo, pionera y delicada colección de libros de fotografías. Fue con las masivas protestas estudiantiles de 2011 que retomó más activamente la fotografía, y de ahí a nuestros días se multiplican sus registros de manifestaciones sociales.

Paulo es muy alto y flaco, es fácil verlo cámara en mano en medio de la multitud. Va y viene, de acá para allá. Se acerca, se aleja, toma distancia, apunta y dispara. Desde el estallido de octubre de 2019, se dedicó cada día a retratar el momento histórico que vive su país. Asume su labor con rigor y convicción militante. “Intentan cegarnos para que no veamos ni reaccionemos frente a los abusos de este sistema neoliberal depredador que arrasa con todo”, dice refiriéndose a los cientos de casos de heridos oculares durante estos meses de protesta. En medio de gases y corridas tomó muchas de las fotografías que compartimos y que formarán parte de Fragmentos de un despertar, su primer libro.

La semana pasada, al cumplirse un año del estallido, volvió a las calles a retratar lo que estaba pasando. Estas son algunas de las fotografías que tomó:

Viernes 16 de octubre, en Plaza de la Dignidad.

Viernes 16 de octubre, en Plaza de la Dignidad.

Domingo 18 de octubre, celebrando el año de la revuelta, Plaza de la Dignidad y alrededores.

Las imágenes pueden tener usos contradictorios –dice–, y así como muchas veces han sido herramientas de denuncia y resistencia, también ha sido útiles a los discursos dominantes para estigmatizar, perseguir y banalizar. ¿Cómo potenciar la función de resistencia de las imágenes y conjurar la banalización? Este interrogante abierto recorre la siguiente conversación que entreteje su experiencia personal, la historia chilena reciente y el actual momento de revuelta.

¿Cómo llegás a la fotografía? ¿Cómo fue ser fotógrafo en tiempos de dictadura y, luego, de transición?

A los once años, después del golpe de Estado y de que varios familiares tuvieran que exiliarse, mis padres decidieron salir del país y nos fuimos a vivir a Francia. Mi padre tenía una máquina fotográfica y al poco tiempo me hice cargo yo de las fotos de familia. A fines de los ‘70 tomé un breve curso y así, ésta se hizo una práctica más presente. En julio del ‘83, terminé el liceo y vine de vacaciones a Chile, ya con la idea de fotografiar las protestas contra la dictadura. Eran momentos de mucha represión, pero muy esperanzadores a la vez por la enorme movilización social. Me vinculé con gente de algunas poblaciones y organizaciones de derechos humanos, y empecé a estar presente en todas las movilizaciones de las que me enteraba. Felizmente, conseguí una credencial de fotógrafo, primero de la revista Análisis y después de una revista francesa, Temoignage Chretien. Eso ayudaba frente a la represión. Conocí a Silvia Aguilera, dirigenta entonces de la Agrupación de Familiares de Presos Políticos, y me quedé en Chile. El trabajo fotográfico se transformó en una práctica diaria hasta marzo del ‘90, cuando asume Patricio Aylwin y con Silvia fundamos LOM.

En esos años se fue construyendo un fuerte vínculo con otros fotógrafos y entre cinco armamos una pequeña agencia, Cono Sur. Llegamos a publicar un libro en 1986, El pan nuestro de cada día, del cual la mitad de la edición se perdió en el allanamiento y destrucción de la imprenta. Éramos parte de la Agrupación de Fotógrafos Independientes (AFI). Paralelamente estudié periodismo, creyendo, equivocadamente, que esos estudios se vinculaban a la práctica que tenía como fotógrafo. En resumidas cuentas, para mí como para muchos de los que por suerte pudimos salir vivos y sin mayores traumas, fue esa una experiencia muy significativa e intensa, donde la solidaridad y la entrega se vivían día a día, donde había un horizonte común de resistencia y construcción de una sociedad más justa y humana. Eran tiempos de horror y muerte, pero al mismo tiempo los cargábamos de vida y esperanza. En esos años, como símbolo de esa vida, tuvimos el privilegio de ver nacer a nuestras hijas mellizas.

Además de fotógrafo, tal como nos contabas, sos junto a Silvia Aguilera, el fundador y principal impulsor de una de las experiencias de edición independiente más importantes de América Latina, LOM ediciones. ¿En qué puntos se articulan o potencian tus prácticas de fotógrafo y de editor?

De una u otra forma en LOM, con Silvia, pasamos de una militancia política y social durante los años de dictadura, a una militancia desde la cultura, estableciendo un vínculo y, en el mejor de los casos, un impacto social y político. Hubo un cambio importante, pero también muchas continuidades. El mismo tema de la memoria y los derechos humanos, tan presente en la labor de ambos durante los ‘80, se constituye en un pilar del trabajo de LOM. En el primer texto-manifiesto de la editorial, a principios de los ‘90, refiriéndonos al nombre de la editorial y a su logotipo, lo señalábamos: “Queremos mantener en la piel la sombra de sus espectros, y en la retina de nuestros ojos esas fotografías de principios de siglo que captaron con toda su vida a Inxiol, Ceilapantesis, Latabilik, Kipe, Angela Loij y tantos otros sin nombre que evocamos”. Ellos, hombre y mujeres habitantes del extremo austral del continente, que fueron exterminados casi por completo en nombre de la “modernidad y el progreso”, y luego ignorados, omitidos o hechos desaparecer de nuestra historia. Ese manifiesto expresa el anhelo de mantener junto a nosotros a tantos que resistieron y que ya no estaban aquí –a los resistentes de entonces y a los recientes–, y construir con ellos, con su luz en la memoria, nuevos derroteros, algo que la fotografía y el libro, de algún modo, posibilitan de manera privilegiada. Así, como muchos otros, luego de resistir a la dictadura pasamos a desarrollar una labor de resistencia al modelo, al conformismo y al olvido.

Dictadura chilena, años 80.

Por muchos años dejé la fotografía en un segundo plano, la reservaba a lo familiar, los viajes, el cotidiano y los momentos más emblemáticos, como las marchas de los once de septiembre. Recién con las marchas de los estudiantes del 2011 empecé a retomar el ejercicio fotográfico en términos públicos o sociales de manera más permanente. Sin embargo, creo que nunca me aparté del quehacer fotográfico, asumiéndolo desde otra perspectiva. Un año después de que inauguramos LOM, en 1991, inauguramos la colección Mal de Ojo de libros de fotografías, la que se constituye en la primera y mayor colección de libros de este género en Chile, y junto a Elizardo Aguilera, asumimos luego el rol de editores de esta colección.

Cora Gamarnik, que estudió el fotoperiodismo en Argentina durante la dictadura, tiene la hipótesis de que la fotografía periodística logra constituirse, a pesar de la censura y la persecución generalizada, en una suerte de “falla del discurso oficial”. Dice ella que las imágenes lograron romper la censura y, una vez finalizada la dictadura, tuvieron un rol central en la construcción de la democracia al denunciar, con la fuerza inapelable de las imágenes, asesinatos, abusos y torturas. ¿Se puede pensar en el caso chileno un lugar similar para el fotoperiodismo?

Sin duda el trabajo de fotógrafos comprometidos con los derechos humanos y con la lucha en contra de la dictadura cívico-militar, tanto chilenos como de otras latitudes, fue un gran aporte en cuanto registros para las denuncias, como testimonio de las luchas que se estaban dando, lo que reforzaba el ánimo de la resistencia. Fueron históricas ciertas imágenes del golpe, de Pinochet y los generales de la junta, todas ellas expresión o la cara del horror, y estas marcaron el imaginario en torno a la dictadura chilena. La censura que luego, en los años ‘80, aplicó la dictadura a las fotografías que se publicaban en las revistas de oposición, da cuenta de cómo esas imágenes los representaba y por ello los incomodaba. Fue emblemático ver las publicaciones de las revistas ApsiAnálisisCauce y otras, cuyas páginas aparecían llenas de recuadros en blanco o en negro, bajo los cuales iban los pies de fotos que describían lo que aparecía en la imagen ausente, dando cuenta así de la censura de las fotografías. Las mismas imágenes de los rostros de los detenidos desparecidos con la pregunta “¿Dónde están?”, simbolizan el uso la fotografía como interpelación a la memoria, a la justicia. Sin embargo, al mismo tiempo, la fotografía fue usada como arma de represión, para identificar rostros, lugares, situaciones, y luego ir por ellos. También, en el ámbito del periodismo, fue parte del discurso de los medios oficiales y del gran empresariado, los mismos que dominan hoy, como El MercurioLa Segunda y La Tercera, para instalar y fortalecer el sistema, para humillar y denigrar a los resistentes y a las víctimas, para generar el terror. Recordamos tantas portadas con los cuerpos de resistentes acribillados, ensangrentados, semi desnudos tirados en las calles, bajo el titular: “Terrorista abatido en enfrentamiento”. La fotografía fue y es un espacio en disputa, donde más bien predomina el uso que el sistema hace de ella; así vemos frecuentemente la fotografía que banaliza, mercantiliza y manipula. Es un enorme instrumento de poder, de propaganda, uso que se opone a la voluntad de dar testimonio con la fotografía, sentido que la marca cuando es expresión de resistencia. En tal sentido, tengo una opinión más matizada en relación a las imágenes y la fotografía periodística. Comparto plenamente la reflexión que hace en torno a ello el intelectual inglés John Berger, en el libro Mirar, donde critica el uso que se hace de la fotografía en el capitalismo, buscando su uso alternativo como un proyecto:

“Las fotografías son reliquias del pasado, huellas de lo que ha sucedido. Si los vivos asumieran el pasado, si éste se convirtiera en una parte integrante del proceso mediante el cual las personas van creando su propia historia, todas las fotografías volverían a adquirir entonces un contexto vivo, continuarían existiendo en el tiempo, en lugar de ser momentos separados. Es posible que la fotografía sea la profecía de una memoria social y política todavía por alcanzar. Una memoria así acogería cualquier imagen del pasado, por trágica, por culpable que fuera, en el seno de su propia continuidad. Se trascendería la distinción entre los usos privado y público de la fotografía. Y existiría la familia humana”.

Es básico en tal sentido, cargar de contexto las fotografías, con palabras u otras fotografías –como él mismo señala–, evitando su uso fragmentario, aislado, manipulado, como instrumento del poder. Eso posibilita generar fisuras al discurso oficial como señala Cora Gamarnik, como lo pueden hacer también de otra manera, la poesía, el teatro, la narrativa, el cine.

Toma de tierras. Dictadura chilena, años 80.

Respecto del rol de la fotografía durante la revuelta, ¿crees que hay una continuidad con un tipo de registro inaugurado en tiempos de dictadura, una herencia que se despliega hoy? ¿Qué rasgos novedosos aparecieron durante la revuelta?

En este terreno en disputa, como ya decía, sin duda hay continuidades. Por un lado, está la búsqueda de apoyar las luchas desde el trabajo fotográfico, de denunciar la represión, difundir las demandas y las movilizaciones. Han servido también como pruebas contra la represión en el ámbito judicial. Pero, de otra parte, con el dominio casi total de los medios masivos de comunicación tradicionales, está la imagen que busca mostrar e identificar la protesta social como terrorismo, vandalismo, simplificando, retomando y potenciando la mirada binaria de orden versus el caos. Han reforzado fuertemente las leyes punitivas contra la protesta social y usan también las imágenes para condenar a los manifestantes. Todo esto en un contexto donde las tecnologías, con los celulares y las redes, han masificado de manera increíble el uso de la imagen, posibilitando una circulación enorme de las fotografías, pero a la vez banalizándolas e inscribiéndolas, de una u otra forma, en usos complejos, al vincularlas o integrarlas directa o indirectamente a la publicidad, y relacionarlas con lógicas de control, como ocurre con las redes controladas por las mega empresas mundiales de internet. En ese contexto, ¿cómo potenciar un rol de resistencia de las imágenes que uno comparte? Es un tema que está en cuestión, que hay que poner en debate.

Plaza Ñuñoa durante la revuelta. Santiago de Chile.

Durante los días de protesta, carabineros tuvo una política de apuntar y disparar a los ojos de los manifestantes lo que dio como resultado que más de 450 personas perdieran la visión en parte o en forma total, según datos del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) ¿Cómo analizas esta práctica, que no es exclusiva de la policía chilena ni hace foco en los fotoperiodistas, pero que se evidenció sistemática y brutal? ¿Cómo viviste la represión?

Como dices, ha sido brutal y criminal. Creo que, por su masividad y sistematicidad estas agresiones deberían inscribirse en la tipología de crimen de Estado, crimen de lesa humanidad. Lo que vimos de parte del gobierno, fue un apoyo irrestricto al accionar de carabineros, fue reiterado una y otra vez, dando carta blanca a esta práctica. Como señalamos en la declaración que realizamos las y los fotógrafos en solidaridad con Gustavo Gatica, “Sus balines no cegarán la luz de la fotografía y de la vida”, que se extiende también a Fabiola Campillay y a todas las víctimas de trauma ocular: “¿Qué quieren cegar? ¿Qué desean que no veamos? La injusticia y la desigualdad, las brutales violaciones a los derechos humanos no se acallan ni se esconden arrancando los ojos de nuestros jóvenes”. Los actos represivos, tras la brutalidad de los hechos, no dejan de simbolizar lo que pretenden: hacer desaparecer de la faz de la tierra los anhelos y sueños de una sociedad diferente, así fue en los ‘70 con la desaparición forzada; hoy intentan cegarnos para que no veamos, sintamos y reaccionemos frente a los abusos de este sistema neoliberal depredador que arrasa con todo, la tierra y los seres vivos que la habitamos.

Como fotógrafo, igual que durante los años ‘80, uno no deja de sentir cierto temor frente a la brutalidad y crueldad de la represión. Muchas veces, de manera práctica, y también subjetivamente, esta limita el propio qué hacer. Pero, manteniendo ciertos cuidados, cada vez uno debe sobreponerse a ese temor y los cercos que instala la opresión.

Si tuvieras que elegir tres fotografías tuyas sobre la revuelta de octubre, ¿cuáles elegirías y por qué?

Por primera vez estoy trabajando en un libro propio, titulado Fragmentos de un despertar, que publicaremos en la colección de bolsillo, serie 18 de octubre, y he tenido que hacer una selección de un centenar de fotografías. Como una muestra de ese trabajo, seleccionaría la imagen que va en portada, un joven que “vuelve de la batalla” con el puño en alto. Es en la principal zona de enfrentamiento de la primera línea con carabineros, en calle Ramón Corvalán con la Alameda, a una cuadra de la Plaza de la Dignidad. Siento que simboliza de alguna forma la confianza y esperanza viva en esta historia de avances y retrocesos de las luchas en favor una sociedad más justa.

Movilización en el centro de Santiago. Enero 2020.

También elijo la imagen de las jóvenes, una con nariz de payaso, jugando al salto a la cuerda, tomada en Plaza Ñuñoa, se dieron escenas similares en la Alameda [ver más arriba]. Da cuenta de la alegría y energías que marca este proceso, donde pese al dolor por la represión, late un sentido lúdico, creativo y transformador. Siento que expresa la fragilidad de todo gran movimiento social, cada salto es incierto.

Por último, una de las pocas imágenes a color del libro. Es del viernes 20 de diciembre 2019, donde se dio una verdadera batalla campal en la Plaza de la Dignidad, en la que las y los jóvenes, con gran valentía, lograron desalojar a los represores que habían copado la plaza desde temprano [fotografía de portada de este artículo]. Me impactó mucho ese día, estar allí y vivir esa experiencia. Mi lectura de la imagen tiene un dejo de melancolía, rememorando el imaginario de tantas luchas sociales donde con las banderas rojas o rojo y negras, se enfrenta de manera muy desigual a la represión. Espero que el libro, que busca entretejerle un sentido a esos fragmentos de la revuelta que captan las fotografías, llegue a algunas y algunos de esas/os jóvenes que están hoy haciendo historia.

* Para ver más fotografías de Paulo Slachevsky se puede ingresar en su cuenta de Instagram –donde cotidianamente va publicando sus imágenes– o en su Flickr –donde puede encontrarse un resumen de lo más desatacado de su trabajo de los últimos años.

Fuente: TINTA LIMÓN EDICIONES

 

Acerca del laboratorio urbano. Una reseña a De la fábrica a la metrópolis, de Toni Negri // Gustavo Diéguez

De la fábrica a la metrópolis reúne una serie de escritos realizados por Antonio Negri entre 1996 y 2015, que se aprecian como despliegues de aquello que desarrollaron con Michael Hardt en Multitud, y que conversaron con Cesare Casarino en Elogio de lo común, pero en este caso estableciendo en el centro de la escena a la metrópolis contemporánea, como “fenómeno irreversible” y “espacio de realización de la potencia común de la multitud”.

La reflexión sobre la explotación de lo común a partir de su expropiación es, desde aquellos escritos y en particular en este trabajo compilatorio, la clave y la razón por la cual el fenómeno urbano asume una posición central en las preocupaciones sobre las formas de vida y la dimensión contemporánea de la democracia, en vistas de que la fase actual de la producción capitalista tiene basado su propio fundamento en lo común en tanto “locus de la plusvalía”.

La centralidad de la metrópolis en el análisis es un dato relevante porque le permite territorializar el concepto de multitud y discutir desde allí acerca de las connotaciones sobre el derecho a la ciudad, que estuvieran tan vigentes en la consideración teórica, pero tan postergadas en las agendas de las políticas urbanas de la última parte del siglo pasado y en lo que va de este siglo.

Al tomar a la metrópolis como el lugar de la expropiación capitalista de la cooperación, que incluye todas las operaciones de empobrecimiento, de exclusión, de destrucción del estado de bienestar y de explotación generalizada del saber, Negri intenta localizar el análisis en la potencia del común; en un esfuerzo por “superar el juego entre ‘privado’ y ‘público’ que desde siempre ha constituido el concepto de ciudad y que a veces representa su figura político administrativa”.

Esa apuesta por una “investigación militante metropolitana” implica afrontar una serie de problemas implícitos en la expropiación de la cooperación común, para hacer posible el “ataque a la renta urbana como base para la determinación de un ingreso ciudadano metropolitano”. La invitación a pensar el gobierno de la metrópolis supone un ejercicio acerca del orden institucional que implica una nueva fisonomía en lo concerniente a la gestión democrática, a partir de la construcción de “un lenguaje y una máquina constitucional adecuados” y una articulación eficaz entre autonomía metropolitana y gobierno del país.

La invocación al ensayo de una serie de acciones transformadoras asumidas como objetivos impostergables, como el ataque a la renta urbana, la constitución de un fondo metropolitano para el ingreso ciudadano, una política de inversión en servicios de la metrópolis, la construcción de instrumentos de gobernanza democrática para el autogobierno metropolitano, parecen resumirlo como un texto programático, pero sin embargo, en su estructura tripartita, el libro congrega tres dinámicas que lo sitúan dentro de una condición temporal más compleja y analítica: el éxodo –de la fábrica a la metrópolis–, la invención –del común–, y el retorno –de la metrópolis a la fábrica–. Esa estructura enmarca sus hipótesis hacia la necesaria construcción de una nueva figura de explotación, inspirada en principio en los estudios de David Harvey, basada en la extracción del plusvalor de las ciudades. Una nueva figura que se imponga sobre la situación vigente en la que la renta ha sustituido a la ganancia, y el precio de los alquileres y servicios metropolitanos se convirtieron en sus instrumentos.

Llegado a este lugar queda en evidencia que estamos ante un libro crítico al urbanismo tradicional, el hipermoderno y el posmoderno, escrito desde la convicción de que las ciencias de la ciudad se han inclinado sostenidamente hacia el biopoder: “El mando sobre la ciudad se estructura como mando sobre la vida: el tiempo y el espacio se ordenan, pero para la producción y el consumo”.

En su repaso crítico por la teoría urbana reciente, hace recaer el desafío transformador en la actividad del “reformismo urbanístico”, que a lo largo del tiempo ha venido reproduciendo materialmente la estratificación de la secuencia renta-ganancia-salario, asumiendo al ciudadano como alguien irremediablemente sumergido en el mundo de las mercancías. Por detrás de esta crítica no deja de haber una insospechada esperanza corporativa en la arquitectura y su incidencia en la ciudad, un llamado a los arquitectos a arriesgarse “a la posibilidad de abrir la metrópolis a los flujos productivos, a las posibilidades de encuentro y de construcción de luchas”. Dicha salida implica interpretar la relación productiva entre metrópolis y multitud, a través de “la liberación de nuevas formas de vida y la investigación de estructuras de comunidad tendientes al éxodo”; formas de vida traducidas desde acciones concretas de cooperación que se inscriban como instancias de producción biopolítica. Aquí es donde reside la expectativa de Negri para liberarse de la degradación, la expulsión y la marginalidad, de manera de “recuperar la metrópolis para la transformación de la vida y el ejercicio de la democracia”.

Se vuelve necesario abordar la invención del común. Lograr el cometido de la construcción del común supone afrontar en inicio el problema de la participación pública, considerando que su déficit actual forma parte de asuntos vinculados con la exclusión en todas sus formas. Negri se focaliza en la pregunta sobre la actualidad de la participación desde el señalamiento de la necesidad de la cooperación como salida y la actuación sobre las nociones de la democracia moderna hacia una democracia radical. “Es en la cooperación social que se generan las condiciones de producción, las dinámicas de valorización, los lazos materiales y la interacción que coordina y orienta la acción humana que tiene en mira a la producción de bienes y la reproducción de sus condiciones”. Allí aparece el concepto del “laboratorio urbano” como dispositivo de actuación y convergencia de iniciativas de orden local, dentro de una perspectiva de interacción donde los sujetos son colectivos y los emprendedores políticos, indispensables actores públicos en la instrumentación de la cooperación social.

Toda esta nueva práctica social que implica el laboratorio urbano será la que deba enfrentarse a los problemas más diversos como la planificación ecológica, las perspectivas del hábitat, la descentralización industrial, la socialización informática, la construcción de redes productivas, la reorganización de los servicios que contienen las nuevas formas de marginación, la definición de un nuevo código de trabajo, la emergencia de nuevas formas de vida. Pero como emprendimiento político, como tejido vivo, esta búsqueda de una síntesis democrática se enfrenta a la renta: la renta de la tierra y la renta financiera. “La financiarización es la forma actual del mundo capitalista”, la explotación del común a través de la financiarización de la vida. La democracia está presentada aquí como la posibilidad antagónica para hacerle frente, a condición de que se vuelva absoluta, “…cuando en ella opere el reconocimiento de que cada uno es necesario para el otro, como iguales en el común… Hoy la democracia no puede ser pensada sino en términos radicalmente diferentes: como gestión común del común. Todo siendo producido por todos, pertenece a todos… Si la democracia moderna fue la invención de la libertad, la democracia radical, hoy, quiere ser invención del común”.

De la fábrica a la metrópolis aparece en tiempos de pandemia en los que tomó una específica prioridad la política del acceso al suelo como fase primordial del cumplimiento del derecho a la salud en el marco de la producción de un hábitat para el común. La tierra es el lugar visible de una disputa más amplia, desde la evidencia de la inequidad territorial para el desarrollo de las actividades básicas de la convivencia y la cohabitación.

Lo que el concepto de metrópolis subraya en este enfoque actualizado por Negri es que el derecho al suelo y a la ciudad, supone el acceso a un derecho metropolitano del común, una oportuna cuña en el debate disociado entre lo público y lo privado. Aquí, y en continuidad a Rousseau, se comprueba que la propiedad es una apropiación del común por parte de uno solo, una expropiación de todos los demás. “Hoy, la propiedad privada consiste esencialmente en negarle a los hombres su derecho común sobre aquello que únicamente su cooperación es capaz de producir.” Del otro extremo, la dimensión de lo público es aquello que pertenece a todos pero a ninguno, es decir, lo que pertenece al Estado. El común no nos pertenece, nuestro suelo tampoco, “la manipulación del Estado sobre el común no se llama apropiación, sino gestión –económica–, delegación y representación –política–.”

La posibilidad de reapropiarse del común se inicia estableciendo en primer término una crítica drástica a este paradigma moderno, que implique en ello una salida a la cuestión de la identidad y la naturaleza que inscriben al problema desde la condición del “ser” o el “tener”.

“Nosotros no somos nada y nosotros no queremos ser nada. ‘Nosotros’: no es una posición o una “cosa”, en esencia, que pueda fácilmente declararse como pública. Nuestro común no es nuestro fundamento, es nuestra producción, nuestra invención continuamente reiniciada. “Nosotros” es el nombre de un horizonte, el nombre de un devenir. El común está siempre por delante, es una progresión. Nosotros somos este común: hacer, producir, participar, moverse, dividir, circular, enriquecer, inventar, reanudar.”

Desde esta resistencia al “saqueo capitalista de la vida”, surge entonces una pregunta sencilla derivada de su análisis: ¿por qué la democracia moderna genera desigualdad? La construcción de una democracia radical como la que aspira Negri, entraña la producción de una forma de subjetividad que está constituida por un contradeseo que, en palabras de Casarino, es el “deseo de ser en común”. La dificultad que supone afrontar aquello es una de las grandes puertas que deja abiertas para continuar pensando en términos de las posibilidades de reproducción de una cooperación, que debiera encaminarse necesariamente hacia una imaginación urbana basada en tecnologías del habitar, que hagan frente y superen la naturaleza extractiva que tienen como fondo la actividad productiva y que definen a la superposición entre producción y ecología como el problema central de la espacialidad urbana.

 

Fuente: Editorial CACTUS

Deserción e imaginación política para la comunidad que viene // Entrevista a Peter Pal Pelbart

Los escenarios de catástrofe permiten alojar la posibilidad de una nueva imaginación estético-política. Hoy se repite como un mantra que, pasada esta pandemia, deberemos cambiar de vida. Sin embargo, existe el riesgo de que esa exhortación se replique bajo las formas del slogan. Después de todo, la frase viene abriendo interrogantes década tras década hace más de un siglo, desde que Rainer María Rilke la acuñara en un famoso poema. Qué significa cambiar de vida es, entonces, la pregunta que atraviesa el último ensayo de Peter Pál Pelbart en el que recupera al poeta austríaco, traza una especie de genealogía del desastre y cuestiona las formas en que entendemos la noción de comunidad. 

 

Peter Pál Pelbart es filósofo. Nació en Hungría, vivió en comunidad en un Kibutz, estudió filosofía en la Universidad París IV (Sorbonne) y hace más de 50 años vive en San Pablo, donde formó el colectivo teatral Ueinzz junto a un grupo de internos del hospital de día House. En Argentina publicó Filosofía de la deserción (Tinta Limón) y A un hilo del vértigo. Tiempo y locura (Milena Caserola). En su último ensayo, Espectros de la catástrofe, señala que, si la restauración postpandémica siguiese girando en torno a la idea de progreso y la productividad desenfrenada, el reverso tal vez sea una desafección todavía más acentuada de nuestras existencias. Entonces surge el interrogante sobre cómo ir contra la desafección y la brutalidad de una estatalidad como la de Jair Bolsonaro, por ejemplo. Para el ensayista, es clave el vitalismo insospechado que generaron las manifestaciones del 2013 en Brasil como reacción ante el precio del transporte, disparador bajo el que subyacía el cuestionamiento al establishment de todas las dirigencias políticas. Es cierto que el entusiasmo ante los millares de insubordinados dispersos por todo Brasil fue sofocado en 2018 cuando se eligió a Bolsonaro como presidente. No obstante, según Pál Pelbart esas fuerzas siguen latentes y a través de ellas será posible “producir una suspensión del aceptado funcionamiento de la máquina del mundo”.

  

-En un ensayo reciente, Espectros de la catástrofe, escribís una frase que impacta: “el aire perdió su inocencia” ¿Cuándo fue que el mundo comenzó a tornarse irrespirable? 

-En ese texto me interesaba pensar algunas cuestiones sobre la tecnología de la gasificación, que en las guerras consiste en tornar lo más tóxico posible la atmósfera del adversario. Es una descripción que hace muy bien Peter Sloterdijk: ya sea en una guerra química, bacteriológica o de gas, el objetivo no es matar al enemigo sino exterminar el ambiente que es condición de posibilidad de respiración de ese enemigo. Y en esa intervención sobre el ambiente aumenta muchísimo la escala de mortandad. En la Segunda Guerra Mundial, Bremen fue atacada por aviones ingleses de tal manera que hubo una concentración de gas tan inmensa que dejó a la población sin “ventana” alguna por la cual escapar o respirar: la ciudad se convirtió en una cámara de gas gigantesca. Este es un fenómeno que yo no puedo desvincular, por lo menos no en Brasil, de una toxicidad de otro orden, que es la ampliación de un clima de absoluto odio a los negros, los pobres, a la inteligencia en general. Una atmósfera tóxica que va produciendo una cultura de desafección. El hecho de que sea un escenario de envenenamiento mental, de saturación del espacio psicosocial con toda suerte de terrorismo sistemático; va ligado a percibir como “peligro” el acto de salir a la calle y encontrarse con otros. Entonces cada uno, confinado en su abulia, se pregunta ¿por dónde se respira?  La de George Floyd hoy nos resulta una situación emblemática porque las últimas palabras que soltó fueron: “no puedo respirar”. Esa exclamación desesperada unos segundos antes de morir -curiosamente, paradójicamente- disparó un huracán multitudinario en el que la gente salió a la calle a protestar. Ahí hubo un último soplo de vida que incendió un país entero. 


  «Es cuando dejamos de funcionar bien, cuando la máquina se desmonta un poco, que pueden aparecer brechas para acciones no previstas. Con un funcionamiento automatizado nada es posible (…) Esos momentos de suspensión e insurrección son del orden de una apertura de imaginación política, que es lo que se nos secuestra todo el tiempo cuando el mundo productivo nos hace funcionar muy bien e incesantemente»


-En tu ensayo también proponés la idea de retirada como parte estratégica de una guerra ¿En qué sentido retirarse, supondría un acto político en este contexto de catástrofe que describís? 

-Soy muy sensible a la idea de interrupción, a producir una suspensión del aceptado funcionamiento de la máquina del mundo. Obviamente que cuando las cosas se ponen en suspenso… se produce un hiato en el tiempo y otras temporalidades aparecen. Y el tiempo cronológico, progresivo, encandilado por el ideal de alcanzar una máxima finalidad a toda velocidad -ya sea el progreso o la razón- debería parar. Mientras no se mueva y se transforme esa concepción de tiempo vacía, homogénea, lineal y sucesiva; no hay cómo intervenir en el corazón de una sociedad. Entonces ahí hay un llamamiento para poner en suspenso ciertas cosas. Esos momentos existen en la historia colectiva, política, pero también en la historia individual cuando sufrimos un colapso psíquico: todo deja de funcionar y otras camadas de la memoria surgen, otras dimensiones de la temporalización permiten encender nuevos planos de existencia. Las protestas de junio de 2013 en Brasil fueron algo parecido: todo se detuvo. Millones de personas pusieron de rodillas a los poderes instituidos. Todos los gobernantes quedaron en pánico porque no pudieron decodificar lo que pasaba. A mi modo de ver, esa súbita paralización deja un margen para una especie de clarividencia política. Es cuando dejamos de funcionar bien, cuando la máquina se desmonta un poco, que pueden aparecer brechas para acciones no previstas. Con un funcionamiento automatizado nada es posible. Deleuze tenía la idea de que después de la Segunda Guerra Mundial, el cine hizo emerger otro tipo de temporalización. En lugar de haber una interacción entre los personajes tal como lo tiene, por ejemplo, un western: uno gatilla el revólver y el otro se lo devuelve; de repente aparecieron personajes que delante de situaciones tan inimaginables, impensables -ya sea Berlín destruida o un volcán en erupción- sufrían una especie de parálisis motora.

  

-Claro… ahí la modernidad del cine interrumpe las lógicas de acción-reacción, de causa-efecto…

-Exacto, esa relación es cortada y otra dimensión de memorias, pensamientos y afectos se acciona en los personajes. Esos momentos de suspensión e insurrección son del orden de una apertura de imaginación política, que es lo que se nos secuestra todo el tiempo cuando el mundo productivo nos hace funcionar muy bien e incesantemente. Excepto ahora que con la pandemia todo parece quieto y nadie sabe qué efectos habrá de tener este parate. Está claro que no puede haber interrupciones totales, pero sí una cierta retirada. En Guerra y Paz de Tolstoi, el General del Ejército ruso entiende que la victoria sólo será obtenida si no se presenta a la batalla. Napoleón llega a Moscú con toda la fuerza y no hay nadie para recibirlo, nadie para darle la llave de la ciudad y obtiene una victoria vacía. La ciudad se incendia, su ejército queda totalmente deshecho y el General ruso -que está a pocos kilómetros- se da cuenta que no hay que atacar, que el animal ya está muerto. Todos sus soldados creían que había que accionar y él tenía certeza de que, en ese momento, la inacción sería más efectiva. Claro… en nuestra situación uno podría pensar que la inacción es interpretada como mera pasividad. Pero tensar al máximo la inacción, en esta especie de deserción de la que estoy hablando, permite imaginar otras formas de existencia y no sólo un escape. Como los hebreos que en su larga travesía por el desierto produjeron una política nómade

  

 

-¿Cómo encontrar espacios de deserción en este contexto pandémico? Por momentos me da la sensación de que estamos protagonizando Final de partida de Beckett, en una suspensión temporal, sí… pero en un presente continuo, repetitivo, que degrada el cuerpo, vacía de sentido las palabras…

-El riesgo de nuestra retirada o éxodo siempre está presente. A mi modo de ver, esos experimentos en escala diminuta tienen una potencia de diseminación imprevisible, un quiebre de lógica, una asignificancia: ya sea en un experimento literario como el de Beckett o teatral como el del Grupo Ueinzz, o la ocupación de un predio acá en San Pablo por los “sin techo”. Guattari decía una cosa bien loca: “no sabemos si la gramática de la próxima insurrección vendrá de un Kafka, de un Lautréamont o de un James Joyce; antes que de las fábricas”. Es mucho más difícil pensar en la escala de la totalidad; la ilusión de gobernar la complejidad de magnitud planetaria es una especie de delirio megalomaníaco, por no decir omnipotente o prepotente. Entiendo que para quien funciona orgánicamente o molarmente, sólo puede intentar pensar en términos de partidos o de multitudes. Pero yo todavía considero que el control de la totalidad es por sí mismo el preanuncio de un totalitarismo. Por eso prefiero esos movimientos diminutos, esas pequeñas hecatombes en campos muy distintos como el feminismo, la cuestión de la negritud, de los sin techo. Parte del fascismo y la cultura de la muerte que vino con Bolsonaro, su ascensión conservadora y regresiva, fue una reacción a las revueltas de junio de 2013, que tenían el componente de esas multiplicidades deslizándose como placas tectónicas. En ese momento había emergido el fantasma de la insurrección, lo que Nietzsche llamaría “transvaloración de todos los valores”. Se desparramó en el aire como una especie de respiración, y aquello fue insoportable para una sociedad brasileña tan estratificada, piramidal y elitista. La reacción, lo vemos ahora, fue de una maciza violencia.    

  

-¿Sos de la idea de que se aprovechó la pandemia para ensayar una acentuación del Estado de Excepción, como sugirió Giorgio Agamben? 

-Mirá… con N-1 Ediciones vamos a publicar Una vida política, un libro de Daniel Defert quien fue el compañero de Michel Foucault. Ahí describe cómo fue el comienzo del HIV y ya entonces habla de una pandemia que había llegado súbitamente para producir los efectos más perversos por el miedo al cuerpo del otro y de un cierto terrorismo en relación a los contactos. La cuestión es cuáles de estos mecanismos que fueron accionados durante la pandemia van a persistir. ¿De aquí a un año vamos a conservar este tipo de enseñanza o conferencia remota, esta especie de descorporización? En eso estoy de acuerdo con Agamben: si prevalece este dispositivo a distancia, la vida estudiantil está muerta. Lo que hace al corazón de una universidad son las inquietudes, las palpitaciones, las pasiones y las organizaciones irreverentes que producen los encuentros físicos. Todo eso se acabaría si los profesores se adecuasen al dispositivo remoto y deseasen inclinarse por la imposición de estas tecnologías. La virtualización torna todo más aséptico y desencarnado.


   «Yo todavía considero que el control de la totalidad es por sí mismo el preanuncio de un totalitarismo. Por eso prefiero esos movimientos diminutos, esas pequeñas hecatombes en campos muy distintos como el feminismo, la cuestión de la negritud, de los sin techo»


– Antes hablábamos de esa Europa de posguerra de la cual dio testimonio la modernidad del cine con sus personajes shockeados, vagando por las ciudades en ruinas. ¿No te da la sensación de que faltan imágenes de la catástrofe actual?

-Es cierto y es muy difícil… Estamos rodeados de imágenes, pero no de la pandemia. Hay una especie de invisibilidad que dificulta situarse en torno a un acontecimiento de esta magnitud, lo que favorece a algunos a asumir una postura de denegación: “el virus no existe, es una construcción mediática, de los histéricos o de los perezosos”. La sensación en este vacío de imágenes es perturbadora porque no tenemos de qué agarrarnos, no hay referencias. Por eso en mi último ensayo hice un esfuerzo para producir conexiones con otras catástrofes y así dar un pequeño soporte para que no quedemos solamente en una suspensión vacía. ¿Cómo poblar este momento ante tanta perplejidad? Con algunos paralelos históricos, literarios, filosóficos que nos ayuden a pensar. 

  

-En tu libro Filosofía de la deserción describís cierta nostalgia por la idea de comunidad, que en cierta forma habríamos perdido ¿Desear constantemente esa comunidad “perdida” sería una especie de placebo para soportar la hostilidad del presente?

-Lo que intenté indicar ahí es que la nostalgia por una supuesta comunidad perdida, es una ficción. Nuestro consenso sobre la noción de comunidad tiene mucha dificultad para ser hospitalaria con las pluralidades, las heterogeneidades. Incluso esa idea de comunidad a veces funciona de la manera más regresiva, en dirección a un comunitarismo étnico o religioso. Puede verse acá en Brasil con la Iglesia Evangelista aludiendo a una comunidad de Cristo que se apoya integralmente, hecha entre aquellos que tienen una creencia común o una doctrina. Mi idea es que la comunidad siempre está por venir.  Comunidad nunca hubo, lo que hubo fue sociedad que es una especie de socialitarismo: un totalitarismo de la sociabilidad. Prefiero pensar la comunidad como un campo de diferencias que se tocan. Sin distancias, soledades, diferenciaciones y singularizaciones no tiene ningún sentido hablar de comunidad. Creería que ciertas experimentaciones sobre lo común van en este sentido: estar en común como aquello que se comparte, pero siempre en apertura a diferentes temporalidades, modos de subjetivaciones y afectos. Pienso en la construcción de una comunidad que no sea sometida a un consenso o a un unitarismo. 

  

 

-¿Ahí entraría la idea de un “socialismo de las distancias” que retomás de Barthes? ¿Bajo qué formas crees que hoy es posible hallar ese espacio y ese tiempo propios como una manera de huir del ritmo del poder? 

-Claro… Es cierto que nuestra idea más difundida de comunidad supone compartir un mismo territorio. Pero cuando pensás junto a estos autores como Barthes, Blanchot o Nancy, que son un poco literatos y filósofos, entendés que tenían en mente una comunidad de espíritus creadores que no necesariamente compartían el mismo espacio: era la posibilidad de un territorio existencial pero no como si fuesen parte de un monasterio. Hace unos años participé en un documental que dirigió mi compañera Mariana Lacerda. La película sigue el encuentro de una fotógrafa húngara -que vino a Brasil huyendo de la guerra- y el chamán Davi Kopenawa. La fotógrafa se llama Claudia Andújar, tiene 87 años y pasó muchos años de su vida junto a la etnia Yanomami, un pueblo que estaba amenazado de extinción. Después de muchos años de lucha ella, conjuntamente con Kopenawa y otros, consiguieron legalizar la demarcación de un territorio muy grande para los Yanomami. Ahí tenés una idea de comunidad en un sentido muy amplio: la judía húngara refugiada que perdió a la familia en Auschwitz y los Yanomami. A simple vista las diferencias parecerían muy abismales, pero hay algo del orden de la comunidad allí que te hace pensar en lo común a partir de resonancias de planos diversos y no sólo en la coexistencia territorial. Es muy distinto a la experiencia que en mi adolescencia tuve en un kibutz con 150 personas viviendo en un mismo lugar, comiendo y trabajando juntos pero construyendo un tipo de comunidad que se regía por un igualitarismo consensual, por un socialitarismo


   «Prefiero pensar la comunidad como un campo de diferencias que se tocan. Sin distancias, soledades, diferenciaciones y singularizaciones no tiene ningún sentido hablar de comunidad»


-Integraste el Grupo teatral Ueinzz con pacientes del hospital de día House, con los que practicaron las formas dramáticas de la esquizoescena. ¿Qué lógicas de lo convivencial se jugaron allí? 

-En principio se jugaba la posibilidad de inventar dispositivos donde pudieran convivir mundos distintos y que en la coexistencia de esos mundos se pudieran experimentar afectaciones recíprocas, producciones de algo que no pertenecía a nadie pero un poco a todos. Por diminuta que haya sido esa experiencia fue lo más cercano que imagino a lo que -en el hospital psiquiátrico La Borde- Félix Guattari llamó “tornar barroca una institución”. Un laboratorio que contenía la carga explosiva de cada uno, nuestros colapsos, nuestro humor, nuestra desubjetivación. El desafío era no perder la fuerza de esos agenciamientos. Porque tienen una potencia increíble, a pesar de que toda vida social intenta anular esas soledades, esas fragilidades. Cómo pensar ese pasaje de la impotencia de la reclusión urbana y solitaria, hacia ese territorio común en el que el arte protege y permite percibirte no como un hospital psiquiátrico sino como un grupo de teatro. Esa denominación (grupo teatral) produce un efecto potente en cada persona que siempre se sintió “paciente psiquiátrico” y de repente gana un pasaporte de actor. Y también posibilita ampliar el espectro de papeles a ser representados, más allá de aquellos a los que estaban condenados: ser enfermos mentales. Esa apertura de horizonte es una mutación a-subjetiva que muestra una biopotencia en contraposición a un biopoder o una biopolítica que trata a esas existencias locas como nulas e intenta neutralizarlas.

Fuente: Revista Almagro

 

Chile Rebelión. Plebiscito de Entrada-Posdata // Diego Ortolani

 

Como preveíamos en el texto publicado aquí, las opciones Apruebo y Convención Constitucional triunfaron en el Plebiscito. Las encuestas preveían ese triunfo y esta vez no fallaron. Pero la contundencia del triunfo, prácticamente 80 a 20 en ambas opciones, habilitó la fiesta nocturna en plazas y barrios el domingo 25 y hasta ha sido leída como refundacional. La abstención fue alta finalmente, de 49 %, pero varios elementos muy positivos la relativizan, sobre todo, la alta participación juvenil (habituales abstencionistas) y el claro sesgo de clase en la votación, mientras más proletarias las comunas más creció la participación y más rotundo fue el triunfo, al punto que sólo en los 3 municipios donde se concentra la población rica triunfaron en Santiago el Rechazo y la CM: “No eran 30 pesos, eran 3 comunas”.

Este sesgo juvenil y proletario del voto es muy estimulante, y coincide en parte con la “composición orgánica” de la rebelión abierta en Octubre de 2019, protagonizada ante todo (si bien muy diversa) por un joven proletariado/da, incluso cognitario y afectivo, más aún en sus primeras líneas y derivaciones asamblearias y territoriales (como reflexionaba en el texto del año pasado también publicado aquí).  Esto indica interesantes derivas posibles de la rebelión y sus sujetxs, en cuanto a su auto-constitución política, material, simbólica, sensible.

No obstante, todos los obstáculos ya analizados están ahí. Ni bien se terminaron de contar los votos y se celebró el triunfo, específicamente con respecto al “proceso constitucional” reaparecen nítidamente las trampas y peligros ya descritos.

Además, la derecha y sus representados cuentan con llevar una lista única a la elección de convencionales constituyentes (no sin dificultades), en busca tanto del tercio de bloqueo como de hacer número para los posibles 2/3 del Partido del Orden en la Convención. Pablo Longueira, “coronel” de la UDI y ministro en el Gobierno Piñera 1, defenestrado en su momento del escenario político por su participación en graves hechos de corrupción político-empresarial, lo resumía magistralmente a sus huestes evidenciando parte de las trampas del Acuerdo.

Por otro lado, los partidos de oposición parlamentaria es altamente probable que vayan divididos en al menos 2 listas (si bien hay llamados a lista única), por impulso sobre todo del ala más derecha de la ex Concertación, especialmente reacia a sacar los pies del círculo del Partido del Orden y abrirse a acordar con el Frente Amplio y sobre todo con el Partido Comunista. Una lista estaría integrada por toda la ex Concertación, y otra eventualmente por el FA y el PC (aunque incluso esta última encuentra sus dificultades).

Y todo esto, descontando lo ya dicho: se despliega el circo de los partidos deslegitimados, donde el octubrismo y el pueblo alzado, que abrieron la brecha, o no tienen lugar o como mucho sería uno subordinado y no protagónico, reforzando la posibilidad de una NC gatopardista.

Por estos días se apagan los ecos de las celebraciones, cunde la inquietud y se reponen los dilemas. En el movimiento de movimientos (M18 le apodamos) resurge la deliberación y vuelve a aparecer clara la necesidad de desbordar el proceso del Acuerdo. De máxima, cambiando la ley reglamentaria para lograr que sea una Asamblea Constituyente plurinacional y multitudinaria, sin la hegemonía de los partidos políticos y con sus propias reglas. De mínima, con otras fórmulas que al menos impliquen una Lista Única de candidatos a convencionales, con la participación de los partidos pero con hegemonía de los movimientos en las listas, constituyendo éstos a lo mejor alguna suerte de Asamblea General o Parlamento Popular en la cual deliberar y designar candidatxs. Y así, van surgiendo propuestas, en un proceso que será febril y enredado, cuyo horizonte más realista, desde la perspectiva rebelde, es la reapertura de las movilizaciones para forzar lo nuestro.

Es cierto que el bloque dominante no domina monolíticamente ahora y expone fisuras, precisamente gracias al largo ciclo de luchas iniciado en 2006 y a la rebelión. El marco general es de crisis de legitimidad y de extrema fragmentación político-partidaria, si bien no llega a ser de crisis de dominación porque el sistema muestra las garras de la represión, con las fuerzas armadas y de seguridad bien conducidas por el bloque neoliberal dominante. Recuerda aquello de que “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”.

Un diálogo entre el “M18” y los partidos (al menos con aquellos partidos que como el PC, el FA, algún pequeño sector de la ex Concertación, partidos menores, puedan tener voluntad de articular contra el neoliberalismo), quizás necesario al menos coyunturalmente, es difícil y hasta improbable, por diversos motivos que no hay espacio aquí para explorar, el mayor de todos su grado de deslegitimación.

Si hay algo así como un movimiento de movimientos que constituye una novedad política salvaje con respecto al sistema de partidos constituidos, que ha protagonizado la rebelión contra el neoliberalismo en ausencia casi absoluta de estos, abriendo un momento constituyente (y creemos que es así), este movimiento enfrenta todos aquellos desafíos: cómo y para qué ensayar su auto-constitución política, qué hacer con respecto al sistema de partidos y el poder del Estado, cómo mantener abiertos en sus posibilidades tanto el proceso de rebelión como el proceso constituyente (y este como doble movimiento, constitucional y de auto-constitución). Qué horizonte de lo común, de la democracia y qué nuevas instituciones imaginar. Sentir si son posibles derivas revolucionarias (y por cuales vías, problema de una época de capitalismo deslegitimado pero desquiciado y crecientemente destructivo). No hay dudas que es un movimiento que ha desplegado una enorme energía y creatividad, capaz de producir enunciados tales como “No era depresión, era capitalismo” ó “Hasta que la dignidad sea costumbre”, y que guardará un gran  poder destituyente. 

Todo ello,  teniendo a las espaldas 30 años de fragmentación neoliberal, despolitización y memorias parcialmente cortadas. Y de frente tanto a la continuada amenaza de la represión como a todos los demás dispositivos neoliberales de normalización y captura,  en un marco continental (y global) de operación de la alianza imperial-oligárquica, que sobrevuela como siempre a Nuestra América como vimos tan recientemente en el golpe de Bolivia. Grandes desafíos, a los cuales hitos como estos dos octubres consecutivos aportan aliento y épica.

 

En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente (Introducción) // Wendy Brown

INTRODUCCIÓN

Este espíritu tiránico, queriendo hacer de obispo y de banquero por todas partes.

George Eliott, Middlemarch: un estudio de la vida en provincias

 

Tomando por sorpresa incluso a sí mismas, las fuerzas de la derecha dura han llegado al poder en las democracias liberales alrededor del mundo.[1] Cada elección trae un nuevo shock: neonazis en el parlamento alemán, neofascistas en el italiano, el Brexit escoltado por una xenofobia amarillista, el ascenso del nacionalismo blanco en Escandinavia, regímenes autoritarios formándose en Turquía y en Europa del Este, y, por supuesto, Trump y sus secuaces. El odio y la belicosidad racistas, antiislámicos y antisemitas crecen en las calles y en internet, y grupos de extrema derecha recientemente formados han salido a la luz con osadía luego de años de acechar en las sombras. Lxs políticxs y las victorias políticas envalentonan a los movimientos de extrema derecha, que como consecuencia adquieren sofisticación mientras manipuladores políticos y expertos en redes sociales elaboran cuidadosamente el mensaje. Mientras los reclutamientos siguen aumentando, los centristas, los neoliberales mainstream, los liberales y los izquierdistas están atónitos. Las falsas esperanzas, indignadas y moralizantes, de que las fracturas internas o los escándalos de la derecha la llevarán a la autodestrucción son mucho más preponderantes que las estrategias serias para desafiar a esas fuerzas con alternativas convincentes. Hasta tenemos problemas para nombrar lo que está sucediendo: ¿Qué es esto? ¿Autoritarismo, fascismo, populismo de derecha, democracia antiliberal, liberalismo antidemocrático, plutocracia de derecha? ¿O es otra cosa?

El fracaso para predecir, entender, u oponerse efectivamente a estos acontecimientos se debe en parte a supuestos cegadores sobre valores e instituciones occidentales perennes, especialmente el progreso y el Iluminismo y la democracia liberal, y en parte a la extraña aglomeración de elementos de la derecha en ascenso, su curiosa combinación de libertarismo, moralismo, autoritarismo, nacionalismo, odio al Estado, conservadurismo cristiano y racismo. Estas nuevas fuerzas aúnan elementos conocidos del neoliberalismo (desregular el capital, reprimir a lxs trabajadores, demonizar el Estado y lo político, atacar la igualdad, promulgar la libertad) con sus opuestos aparentes (nacionalismo, refuerzo de la moral tradicional, populismo antielitista, y demandas de soluciones estatales a problemas sociales y económicos). Combinan una superioridad moral autopercibida con una conducta casi celebratoriamente amoral e irrespetuosa. Respaldan la autoridad al tiempo que presentan una desinhibición social pública y una agresión sin precedentes. Se enfurecen contra el relativismo, pero también contra la ciencia y la razón, y rechazan consignas y reclamos basados en evidencias, en argumentación racional, en credibilidad y responsabilidad. Desprecian a lxs políticxs y a la política y a la vez evidencian una voluntad de poder y una ambición política feroces. ¿En qué quedamos?

Académicxs y comentaristas no han escatimado esfuerzos por responder a esta pregunta. Una explicación elaborada desde la izquierda, cuyos límites se verán claramente, dice más o menos esto: en el Norte Global, la política económica neoliberal devastó regiones rurales y suburbanas, vaciándolas de trabajos dignos, pensiones, escuelas, servicios, y la infraestructura como gasto social se evaporó y el capital persiguió la mano de obra barata y los paraísos fiscales del Sur Global. Mientras tanto, una brecha cultural y religiosa sin precedentes se estaba abriendo. Lxs habitantes de grandes ciudades, educadxs, modernxs, refinadxs, a la moda, laicos, multiculturales, cosmopolitas estaban construyendo un universo moral y cultural diferente de lxs habitantes del interior, cuyas dificultades económicas fueron sazonadas con un firme y creciente distanciamiento de las costumbres de aquellos que los ignoraban, ridiculizaban o despreciaban. Quebradxs y frustradxs por demás, los habitantes rurales y suburbanos blancos cristianos fueron alienados y humillados, excluidos y desplazados. Entonces el racismo de siempre se incrementó cuando nuevxs migrantes transformaban los barrios suburbanos y cuando las políticas de “equidad e inclusión” parecían, a los ojos de hombres blancos sin educación formal, favorecer a todxs menos a ellos. Así, las agendas políticas “liberales”, las agendas económicas neoliberales, y las agendas culturales cosmopolitas generaron una creciente experiencia de abandono, traición y finalmente rabia de parte de los nuevos desposeídos, las clases trabajadoras y medias del Primer y el Segundo Mundo. Si sus homólogos de color fueron tanto o más perjudicadxs por la aniquilación neoliberal de sus trabajos sindicalizados y los bienes públicos, por la baja de oportunidades de acceso a una educación de calidad, lo que lxs negrxs y latinxs no sufrieron fue la pérdida de su orgullo de pertenencia a Estados Unidos o a Occidente.

Mientras este fenómeno tomaba forma, continúa el relato, los plutócratas conservadores lo manipularon de manera brillante: los desposeídos fueron arrojados bajo el ómnibus económico en cada esquina mientras les tocaban una sinfonía política de los valores de la familia cristiana junto con un panegírico de la blanquitud y de su juventud sacrificada en guerras sin sentido ni fin. Esto es ¿Qué pasa con Kansas?[2]

Combinar patriotismo y militarismo, cristianismo, familia, retórica racista y un capitalismo desenfrenado fue la receta exitosa de los conservadores neoliberales hasta que la crisis del capital financiero en 2008 devastó los ingresos, las jubilaciones, y la propiedad de los hogares de sus bases blancas de clases trabajadoras y medias.[3] Incluso con los economistas balbuceando que se habían equivocado respecto de la desregulación sin freno, la financiación de la deuda y la globalización, un severo desplazamiento era necesario ahora. Esto significó ponerse a gritar sobre ISIS, los migrantes indocumentados, los mitos de las leyes antidiscriminación en Estados Unidos, y por sobre todas las cosas, demonizar al gobierno y al Estado social por la catástrofe económica, pasando astutamente la culpa de Wall Street a Washington porque el gobierno trató de arreglar el desastre rescatando a los bancos y abandonando a la gente. Entonces nació una segunda ola de reacción contra el neoliberalismo, esta vez más desordenada, populista y fea. Ya irritados por una elegante familia negra en la Casa Blanca, los blancos descontentos también estaban alimentados por una firme dieta de comentarios de derecha en Fox News, la radio, y las redes sociales, conjugados desde los márgenes como un potpourri de movimientos previamente aislados –nacionalistas blancos, libertaristas, antigobierno, fascistas– conectados entre sí vía internet.[4] Dada la expandida desilusión con las interminables guerras en Medio Oriente, el patriotismo militarista y los valores familiares ya no eran suficientes. Más bien, el nuevo populismo de derecha dura se nutre directamente de la herida del privilegio destronado que la blanquitud, el cristianismo y la masculinidad garantizaban a aquellos que de otra forma no eran nada ni nadie.

El destronamiento era fácilmente atribuible a migrantes y minorías roba-trabajos, junto con otros beneficiarios imaginarios no merecedores de la inclusión liberal (más indignante aun, aquellos de religiones y razas supuestamente terroristas), cortejados por las élites y globalistas. Esta figura proviene de un pasado mítico en el cual las familias eran felices, completas, y heterosexuales, cuando las mujeres y las minorías raciales se ubicaban en su lugar, cuando los barrios eran ordenados, seguros y homogéneos, cuando la heroína era un problema de los negros y el terrorismo no estaba adentro de la patria, y cuando un cristianismo y una blanquitud hegemónicos constituían la identidad manifiesta, el poder y el orgullo de la nación y del Occidente.[5] Contra las invasiones de otras gentes, ideas, leyes, culturas y religiones, este era el mundo de cuento de hadas que los líderes populistas de derecha prometían proteger y restaurar. Los eslóganes de campaña lo dicen todo: “Make America Great Again” [Que América vuelva a ser grandiosa] (Trump); “Francia para los franceses” (Le Pen y el Frente Nacional); “Take back control” [Volver a tomar el control] (Brexit); “Nuestra cultura, nuestro hogar, nuestra Alemania” (Alternativa para Alemania); “Polonia pura, Polonia blanca” (Partido de la Ley y la Justicia polaco); “Que Suecia siga siendo sueca” (Demócratas Suecos). Estos eslóganes y el espíritu agraviado que expresan conectaban con anterioridad a disparatados grupos racistas marginales, católicos de ultraderecha, cristianos evangélicos y blancos suburbanos meramente frustrados y desclasados respecto de las clases medias y trabajadoras. La creciente siloización del consumo mediático, desde la TV por cable hasta Facebook, fortaleció esas conexiones y amplió la brecha entre la gente del interior y las personas urbanas, cultas, cosmopolitas y de razas mixtas, feministas y aliadxs de la causa LGBT, y atexs. Al mismo tiempo, la imparable disminución neoliberal de la existencia no monetarizada, como por ejemplo ser conocedores y considerades con el mundo, coincidió con la privatización sofocante del acceso a la educación superior para muchxs. Una generación entera desviada de la educación en artes y humanidades se volvió contra ella.

Los acentos en este relato varían. A veces están puestos sobre las políticas neoliberales, a veces en una presunta amalgama de la izquierda con el multiculturalismo y las políticas identitarias, a veces en la importancia creciente y el poder de los evangélicos y cristianos nacionalistas, a veces en el aumento de la vulnerabilidad a las mentiras y las conspiraciones de la población no educada, a veces en la necesidad existencial de horizontes y la inherente falta de atractivo de la cosmovisión globalista para todos menos para las élites, y a veces en el persistente racismo de una antigua clase trabajadora blanca o el nuevo racismo al que se aferran jóvenes blancos sin acceso a la educación formal. Algunxs acentúan el rol de los poderosos think tanks de derecha y del financiamiento político. Otrxs focalizan en los nuevos y viejos “tribalismos” emergentes de la descomposición del Estado-nación o de regiones previamente más homogéneas (racial y religiosamente). Sin embargo, casi todos coinciden en que la intensificación neoliberal de la desigualdad en el Norte Global fue un reguero de pólvora y que las migraciones masivas del Sur al Norte fueron la chispa que prendió el fuego.

Con sus distintas inflexiones, esto se ha convertido en el sentido común de la izquierda desde el terremoto político de noviembre de 2016. Esta narrativa no está mal, pero, como argumentaré, es incompleta. No registra las fuerzas sobredeterminantes de la forma radicalmente antidemocrática de la rebelión, y entonces tiende a alinearla con el fascismo de antaño. No considera el estatuto demonizado de lo social y lo político en la gubernamentalidad neoliberal ni la valorización de la moralidad tradicional y los mercados en su lugar. No reconoce la desintegración de la sociedad y el descrédito del bien público por parte de la razón neoliberal como preparatorios del terreno para los llamados “tribalismos” emergentes como identidades y fuerzas políticas en años recientes. No explica cómo el ataque a la igualdad, combinado con la movilización de valores tradicionales, pudo recalentar y legitimar racismos cocinados a fuego lento por los legados coloniales y esclavistas (lo que Nikhil Singh llama nuestras “guerras internas y externas”), o el nunca evanescente carácter de la superioridad masculina.[6] No registra el nihilismo intensificado que desafía a la verdad y transforma la moral tradicional en armas de batalla política. No identifica cómo los ataques a la democracia constitucional contra la igualdad racial, de género y sexual, contra la educación pública, y contra la esfera pública, civil y no violenta, han sido todos realizados en nombre de la libertad y la moral. No capta cómo la racionalidad neoliberal desorientó radicalmente a la izquierda, al presentar un discurso naturalizador en el cual la justicia social es a la vez trivializada y monstrificada como “corrección política”, o caracterizada como la Kulturkampf (guerra cultural) de la izquierda gramsciana orientada a derrocar la libertad y la moral y asegurada por un estatismo blasfemo.[7]

Este libro aborda estos temas teorizando cómo la racionalidad neoliberal preparó el terreno para la movilización y la legitimación de fuerzas antidemocráticas feroces en la segunda década del siglo XXI. El argumento no es que el neoliberalismo por sí mismo causó la insurgencia de la derecha dura en el Occidente contemporáneo, o que todas las dimensiones del presente, desde las catástrofes que generan grandes flujos de refugiadxs en Europa y Norteamérica hasta la siloización política y la polarización generada por los medios digitales, pueden ser reducidas al neoliberalismo.[8] Más bien, el argumento es que nada queda intacto por un modo neoliberal de la razón y de la valoración y que el ataque neoliberal a la democracia en todas partes ha modulado la ley, la cultura política y la subjetividad política. Para entender las raíces y las energías de la situación actual es necesario ponderar la cultura política neoliberal y la producción de sujeto, no solo las condiciones económicas y los racismos perennes que las engendraron. Significa ponderar el ascenso de formaciones políticas autoritarias del nacionalismo blanco animado por la rabia movilizada por los abandonados económicamente y racialmente resentidos, pero diseñado por más de tres décadas de ataques neoliberales a la democracia, la igualdad y la sociedad. El sufrimiento y el rencor racializado de la clase trabajadora y la clase media blancas, lejos de distinguirse de esos ataques, adquieren voz y se forman a partir de ellos. Estos ataques también son el combustible (aunque no sean ellos mismos la causa) de la ambición nacionalista cristiana de (re)conquistar el Occidente. Ellos también se entretejen con un nihilismo intensificado que se manifiesta en el quiebre de la fe en la verdad, la facticidad y los valores fundacionales.

Para producir estos argumentos, En las ruinas revisa algunos aspectos del pensamiento de aquellos que se juntaron en la Sociedad de Mont Pèlerin en 1947, tomaron el nombre de “neoliberalismo”, y ofrecieron el esquema fundante de lo que Michel Foucault llamaría la dramática “reprogramación del liberalismo” que hoy conocemos como neoliberalismo. De nuevo, no obstante, esto no quiere decir que los intelectuales neoliberales originales –Friedriech Hayek, Milton Friedman y sus medio hermanos, los ordoliberales alemanes– o incluso los encargados de formular políticas neoliberales posteriores hayan apuntado a crear este presente político y económico. Por el contrario, el entusiasmo popular por regímenes autocráticos, nacionalistas, y en algunos casos neofascistas, impulsados por la propagación de mitos y la demagogia, viene tan radicalmente de ideales neoliberales como el estado represor de los regímenes comunistas salen de Marx y otros intelectuales socialistas, incluso cuando, en cada caso respectivamente, una planta deforme creció del suelo fertilizado con esas ideas. Forjado en el crisol del fascismo europeo, el neoliberalismo apuntaba a la inoculación permanente de órdenes liberales de mercado contra el resurgimiento de sentimientos fascistas y poderes totalitarios.[9]

Ávidos por separar la política de los mercados, los neoliberales originarios hubieran detestado por igual al capitalismo clientelar y al poder oligárquico internacional engendrado por las finanzas que maneja los hilos de los Estados hoy en día.[10] Tratando de sacar la política de los mercados y los intereses económicos de la gestión política, ellos hubieran deplorado la manipulación de las políticas públicas por parte de las mayores industrias y sectores capitalistas y habrían odiado, también, la politización de las empresas. Sobre todo, tenían pavor de las movilizaciones políticas de una ciudadanía ignorante arengada y querían que el mercado, la disciplina moral y una democracia de riendas cortas la pacificaran y contuvieran. Se hubieran horrorizado por el fenómeno contemporáneo de líderes a la vez autoritarios e imprudentes subiendo al poder con esta ola. En resumen, mientras que el libro argumentará que la constelación de principios, políticas, prácticas y formas de razón gobernantes que pueden reunirse bajo el signo del neoliberalismo constituyeron el catastrófico presente, esto no fue una deriva intencional del neoliberalismo, sino su creación frankensteiniana. Desentrañar cómo esa creación llegó a existir requiere examinar los inminentes fracasos y oclusiones de los principios y las políticas neoliberales, así como sus mixturas con otros poderes y energías, incluyendo las del racismo, el nihilismo, el fatalismo y el resentimiento.[11]

 

Si bien este libro no sostiene que el neoliberalismo apuntó a crear la coyuntura actual de principios, políticas, prácticas y formas de racionalidad, tampoco sostiene que los fascismos de los años 30 estén “retornando”, ni que la civilización occidental, otrora en el camino del progreso, esté en un período de regresión.[12] Por el contrario, el libro teoriza sobre la formación actual como algo relativamente nuevo, distinto de los autoritarismos, fascismos, despotismos o tiranías de otros tiempos y espacios, y distinto también de los conservadurismos convencionales o conocidos. Rechaza así el lenguaje que gran parte de la izquierda usa para reprobar a la derecha, así como gran parte del lenguaje que la derecha usa para describirse a sí misma. El libro hace foco en el modo en que las formulaciones neoliberales sobre la libertad animan y legitiman a la derecha dura y cómo la derecha moviliza un discurso de la libertad para sus exclusiones y ataques frecuentemente violentos, para reasegurar la hegemonía blanca, masculina y cristiana, y no solo para construir el poder del capital. También se interesa por cómo esta formulación de la libertad pinta a la izquierda, incluso la izquierda moderada, como tiránica o hasta “fascista” en su interés por la justicia social, y al mismo tiempo la pone como responsable de la desintegración del tejido moral, de las fronteras inseguras y de darles todo regalado a quienes no lo merecen.

El proyecto de En las ruinas… requiere pensar más allá e incluso revisar los argumentos de El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, mi trabajo previo sobre neoliberalismo y democracia, en el cual mi caracterización de la racionalidad formadora de mundo del neoliberalismo se centraba exclusivamente en su pulsión de reducir a lo económico todas las formas de existencia, desde las instituciones democráticas hasta la subjetividad.[13] También requiere revisar los argumentos de un ensayo anterior, “American Nightmare” [Pesadilla Americana], donde analizaba las racionalidades neoliberal y neoconservadora como distintas en cuanto a sus orígenes y sus características.[14] Ninguno de esos argumentos lograba captar rasgos cruciales de la revolución neoliberal de Thatcher-Reagan, rasgos que tomaron su orientación de aquello que Phillip Mirowski llamó el pensamiento colectivo neoliberal y Daniel Stedman Jones describió como “un tipo de internacional neoliberal”, una red transatlántica de académicos, empresarios, periodistas y activistas.[15] Esta revolución apuntó a liberar los mercados y la moral para gobernar y disciplinar a los individuos mientras maximizaba la libertad, y lo hizo demonizando lo social y la versión democrática de la vida política. La razón neoliberal, especialmente como la formuló Friedrich Hayek, presenta los mercados y la moral como formas singulares de provisión de necesidades humanas que comparten principios ontológicos y dinámicas. Basada en la libertad y generando orden y evolución espontáneos, sus opuestos radicales son cualquier tipo de política social, planeamiento y justicia deliberada y administrada por el Estado.

Que los mercados tienen este rol en el neoliberalismo es un lugar común, no así la moral tradicional, aunque esta última aparece en un lugar destacado en el documento fundacional de la Sociedad de Mont Pèlerin.[16] El rol de la familia en la revolución neoliberal estadounidense es el tema del enriquecedor libro de Melinda Cooper de 2016, Family Values, que revela el reaseguro de las normas patriarcales familiares no como una atracción secundaria sino como algo profundamente incrustado dentro del bienestar neoliberal y la reforma educativa. Cooper examina y relaciona una serie de ámbitos políticos en los cuales la familia tradicional fue explícitamente designada para sustituir múltiples aspectos del Estado social. En su relato, la privatización de mercado de la seguridad social, la salud pública y la educación superior incluía “responsabilizar” a hombres individuales, en vez de al Estado, por los embarazos de adolescentes; a los padres, en vez de al Estado, por los costos de la educación superior, y a las familias, en vez de al Estado, por la provisión de cualquier tipo de cuidados para personas dependientes (niñes, discapacitades, y adultes mayores).[17]

El libro de Cooper es brillante. Sin embargo, solo a través de un retorno a las ideas fundantes neoliberales, y a Hayek en particular, es posible poner de relieve la arquitectura de la razón que articula la moral tradicional con el neoliberalismo y anima las campañas de la derecha de hoy. Estas campañas muestran como ataques contra la libertad y la moral a toda política social que desafíe la reproducción social de las jerarquías de género, raza y sexo, o que modestamente equilibre la polarización de clases. Para Hayek, los mercados y la moral juntos son la base de la libertad, el orden y el desarrollo de la civilización. Ambos son organizados espontáneamente y transmitidos por la tradición, más que por el poder político. La moral tradicional puede hacer de las suyas solo cuando los estados están igualmente restringidos para intervenir en ese dominio, y cuando la expansión de lo que Hayek llama la “esfera personal protegida” otorga a la moralidad más poder, laxitud y legitimidad respecto de lo que las democracias racionales y laicas permiten de otro modo. Sí, más que un proyecto de agrandar la esfera de la competencia y la valoración de mercado (“economización de todo”, como sostuve en El pueblo sin atributos), el neoliberalismo de Hayek es un proyecto moral-político que intenta proteger las jerarquías tradicionales al negar la propia idea de lo social y al restringir radicalmente el alcance del poder político democrático en los Estados-naciones.

El ataque contemporáneo contra la sociedad y la justicia social en nombre de la libertad del mercado y del tradicionalismo moral es entonces una emanación directa de la racionalidad neoliberal, a duras penas limitada a los así llamados “conservadores”. Si la reforma previsional clintoniana es el ejemplo más obvio del “neoliberalismo progresista”, este también perfiló la campaña del matrimonio igualitario, que construyó su defensa del matrimonio de personas del mismo sexo sobre la base doble de la singularidad moral-religiosa del matrimonio y la singularidad económica de las familias para proveer salud, educación, bienestar social y una transmisión intergeneracional de la riqueza. Las fuerzas conservadoras, empero, han apelado directamente a la moral tradicional y a las homilías del libre mercado, metiendo en el paquete el patriotismo, el nativismo y el cristianismo. En Estados Unidos, una mayoría de la Corte Suprema fue cómplice de esas apelaciones con una serie de decisiones que anularon restricciones en la producción y el comercio, haciendo retroceder estatutos antidiscriminatorios y expandiendo el significado y el alcance de la libertad religiosa.[18]

Los textos fundacionales rara vez lo mencionaban, pero la superioridad blanca y masculina fácilmente se plegaba al proyecto de mercados-y-moral neoliberal. Por un lado, los mercados desregulados tienden a reproducir más que a mejorar los poderes y la estratificación históricamente producidos. La división sexual y racial del trabajo están construidas dentro de aquellos: el trabajo doméstico sexualizado no está remunerado, y su versión pobremente subpaga en el mercado (cuidado infantil, limpieza, cuidado de lxs enfermxs, cocina) está desproporcionadamente sostenido por personas migrantes y de color. Profundas desigualdades en la educación pública y privada (desde el jardín de infantes a los posgrados) componen esta estratificación, al igual que la cultura de clase, raza y género estructuran prácticas de contratación, promoción y éxito. Por otro lado, la moral tradicional sirve para rechazar cuestionamientos a las desigualdades, por ejemplo, asegurando la libertad reproductiva de las mujeres o desmantelando iconografía pública celebratoria de un pasado esclavista. La moral tradicional también conecta la preservación del pasado con el patriotismo al presentar al último no solo como amor a la patria, sino como amor a cómo eran las cosas en el pasado; así estigmatiza las objeciones a la injusticia racial y de género como antipatrióticas. De ahí las críticas a la protesta del jugador de fútbol americano Colin Kaepernick contra la brutalidad policial racializada (que consistió en arrodillarse en vez de quedarse de pie cuando sonaba el himno nacional en la previa de un partido) que fue calificado una falta de respeto a las tropas estadounidenses. Kaepernick nunca mencionó a las tropas y nunca dirigió su protesta contra los emprendimientos militares norteamericanos. Sin embargo, algo más que una metonimia conecta el himno nacional, el fútbol americano y los militares, incluso más que un correctivo racista contra los deportistas negros cuyo trabajo es jugar y bailar para los blancos, y no reclamar un asiento en la mesa con ellos. La lógica que presenta su protesta como antipatriótica está organizada por una figura de la nación constituida por tradiciones indemnes a la crítica, incluyendo tradiciones de policiamiento y racismo. Los militares, identificados con la tarea de “defender nuestro estilo de vida”, incluso –o quizás especialmente– cuando libran guerras con apoyo limitado, son el emblema más brillante de esta figura.

 

El ascenso de las políticas antidemocráticas

Quizá los opositores a la socialdemocracia debieran acogerla por sus efectos conservadores. La socialdemocracia trae a la sociedad en general y al sistema político contribuciones que sirven para suavizar el radicalismo potencial de la democracia política. Todas contribuyen, todas benefician y todas tienen un interés. Al promover la educación pública, la seguridad social y un sistema de salud integral, la socialdemocracia ayuda a mitigar la conflictividad de la riqueza, las razas, las etnias y otras identidades potencialmente explosivas. Promueve una comunalidad de contribuciones y beneficios compartidos que incentiva un gobierno moderado, en vez de una forma enfurecida del gobierno de la mayoría.

Sheldon Wolin, Fugitive Democracy and Other Essays [Democracia fugitiva y otros ensayos]

 

En las ruinas sostiene que el ascenso de las políticas antidemocráticas fue impulsado a través de ataques contra la sociedad entendida como algo experimentado y organizado en común, y contra la legitimidad y la práctica de la vida política democrática. El capítulo 1 comienza este análisis del proyecto de moral-y-mercado del neoliberalismo examinando la crítica del neoliberalismo a la sociedad y su objetivo de desmantelarla. El capítulo 2 explora el ataque contra la democracia entendida como soberanía popular y poder político compartido. El capítulo 3 delinea el proyecto neoliberal de expandir el alcance de la moral tradicional más allá de las esferas de la familia y el culto privado a la vida pública y comercial. En Estados Unidos, la Corte Suprema ha sido una poderosa cómplice de esta expansión, y el capítulo 4 analiza dos de los fallos recientes de la Corte en esta línea. El capítulo 5 explora la imbricación del proyecto neoliberal de mercado-y-moral con el nihilismo, el fatalismo y la supremacía blanca herida. También desarrolla un leitmotiv que atraviesa los otros: como ya he señalado, el neoliberalismo produce efectos muy diferentes de aquellos imaginados y buscados por sus arquitectos. Las razones para esto son muchas. Hay, de hecho, una especie de retorno de lo reprimido en la razón neoliberal –una feroz erupción de las fuerzas políticas y sociales a las cuales los neoliberales se opusieron, subestimaron, y a la vez deformaron con su proyecto desdemocratizador. Lo que esto significa es que en realidad el neoliberalismo existente ahora presenta lo que Sheldon Wolin caracteriza como una forma “enfurecida” de gobierno de mayoría (muchas veces definido como “populismo” por especialistas) emergiendo de la sociedad que los neoliberales intentaron desintegrar, pero no lograron derrotar, y así la dejaron sin normas cívicas comunes ni compromisos. Hay, en segundo lugar, una suelta accidental del sector financiero y de los modos en que la financierización socavó profundamente el sueño neoliberal de un orden global competitivo levemente orientado por instituciones supranacionales, por un lado, y facilitado por Estados completamente autónomos de intereses económicos y de manipulación, por el otro.[19] En tercer lugar, están los modos en que los mercados y la moral así retorcidos se sometieron mutuamente a la gramática y al espíritu del otro; es decir, que la moralidad se mercantilizaba y los mercados se moralizaban. A través de este proceso, ambos se volvieron politizados como creencias en pugna, perdiendo de esta manera su carácter y su modo “orgánico y espontáneo” de organizar conductas por los cuales Hayek y sus colegas los valoraban. Finalmente, el neoliberalismo intensificó el nihilismo, el fatalismo y el resentimiento rencoroso ya presentes en la cultura moderna tardía. Juntos, estos desarrollos y efectos generaron algo radicalmente diferente de la utopía neoliberal de un orden igualitario liberal en el cual los individuos y las familias serían políticamente pacificados por los mercados y la moral y estarían delimitados por un Estado autónomo y con autoridad, pero despolitizado. En vez de eso, el neoliberalismo produjo el monstruo del que sus fundadores hubieran abominado.

 

¿Neoliberalismo? ¿Qué?

Yo debería concluir esta introducción con una breve consideración sobre cómo el término “neoliberalismo” es empleado en este trabajo. El neoliberalismo no trae una definición instalada, y ahora existe una sustancial literatura académica que argumenta sobre sus características constitutivas. Algunes poques han llegado a sugerir que su carácter amorfo, proteico y cuestionado presenta dudas sobre su propia existencia.[20] Pero, como es el caso de otras formaciones que cambiaron el mundo –incluyendo el capitalismo, el socialismo, el liberalismo, el feudalismo, el cristianismo, el Islam y el fascismo–, un permanente cuestionamiento intelectual de sus principios, elementos, unidad, lógica y dinámica subyacentes no invalida su poder hacedor de mundo. El neoliberalismo –las ideas, las instituciones, las políticas, la racionalidad política– junto con su vástago, la financierización, parece haber moldeado la historia reciente del mundo tan profundamente como cualquier fenómeno identificable en el mismo período, aunque los académicos continúen debatiendo precisamente qué son ambos.

El término “neoliberalismo” fue acuñado en el Coloquio Walter Lippmann de 1938, un encuentro de académicos que sentaron las bases intelectuales de lo que tomaría forma como la Sociedad de Mont Pèlerin una década más tarde. El neoliberalismo es comúnmente asociado con un paquete de medidas de privatización de la propiedad y los servicios públicos, que reduce radicalmente el Estado social, controla el trabajo, desregula el capital, y produce un clima de impuestos-y-tarifas amigable para los inversores extranjeros. Estas fueron precisamente las políticas impuestas en Chile por Augusto Pinochet y sus asesores, los “Chicago boys”, en 1973 y poco después aplicadas en otras partes del Sur Global, muchas veces impuestas por el Fondo Monetario Internacional como mandatos de “ajustes estructurales” ligados a préstamos y reestructuración de deuda.[21] Lo que comenzó en el hemisferio sur pronto desbordó hacia el norte, aunque los poderes ejecutivos de esas revoluciones fueran bastante diferentes. Para el final de la década de 1970, aprovechando una crisis de rentabilidad y estanflación, los programas neoliberales fueron amasados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, de nuevo centrados en la desregulación del capital, quebrando la organización de lxs trabajadores, privatizando bienes y servicios públicos, reduciendo la tasa impositiva progresista, y achicando el Estado social. Las medidas rápidamente se expandieron por Europa Occidental, y el quiebre del bloque soviético a finales de los 80 significó que gran parte de Europa del Este transicionara de un estado comunista al capitalismo neoliberal en menos de media década.

El relato anterior, ajustado a una aproximación neomarxista, formula el neoliberalismo como un ataque oportunista por parte de capitalistas y sus lacayos políticos contra los Estados de bienestar keynesianos, las socialdemocracias y el socialismo de Estado. En Globalists: The End Of Empire and the Birth of Neoliberalism [Globalistas: el fin del imperio y el nacimiento del neoliberalismo], Quinn Slobodian le agrega sofisticación a esta imagen al enfatizar la medida en que el neoliberalismo era concebido intelectualmente y revelado prácticamente como un proyecto global, en el que la soberanía económica del Estado-nación sería suplantada por las reglas y acuerdos arreglados por instituciones supranacionales como la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.[22] En el relato de Slobodian, el neoliberalismo intentó simultáneamente desmantelar las barreras para el flujo de capitales (y por ende para la acumulación de capital) puestas por los Estados-naciones y neutralizar las demandas de redistribución del recientemente descolonizado Sur, como las encarnadas en el Nuevo Orden Económico Internacional. La interpretación de Slobodian también subraya en qué medida la revolución neoliberal fue diseñada para sofocar las expectativas de la clase trabajadora tanto en el mundo desarrollado como en las regiones poscoloniales en vías de desarrollo, al producir una carrera mundial hacia abajo. Dicho de otra manera, liberar el capital para que salga a la caza de trabajo barato, recursos y paraísos fiscales alrededor del mundo, inevitablemente generó estándares de vida más bajos para las poblaciones de clase trabajadora y clase media en el Norte Global, y continuó la explotación y limitó la soberanía, provocando a la vez un desarrollo (desigual) en el Sur Global. [23]

En contraste con la interpretación neomarxista, al conceptualizar el neoliberalismo como una “reprogramación del liberalismo”, Michel Foucault ofrece una caracterización sustancialmente diferente del neoliberalismo –su significado, sus objetivos y su propósito–. En sus clases en el Collège de France de 1978-79, Foucault enfatiza en el significado del neoliberalismo como una racionalidad política nueva, cuyos alcances e implicaciones van mucho más allá de las políticas económicas y del empoderamiento del capital.[24] Más bien, en esta racionalidad, los principios de mercado se convirtieron en principios gobernantes aplicados por y al Estado, pero también circulando a través de instituciones y entidades en toda la sociedad: escuelas, lugares de trabajo, clínicas, etc. Estos principios se volvieron principios saturadores de realidad gobernando todas las esferas de la existencia y reorientando al propio homo oeconomicus, transformándolo de un sujeto de intercambio y satisfacción de necesidades (liberalismo clásico) en un sujeto de competición y ampliación de capital humano (neoliberalismo). Al mismo tiempo, según Foucault, los neoliberales formularon los mercados competitivos como si necesitaran apoyo político, y de ahí una forma nueva de lo que Foucault llama “gubernamentalización” del Estado. En la nueva racionalidad gubernamental, por un lado, todo gobierno es para los mercados y está orientado por los principios de mercado, y por otro lado, los mercados deben ser construidos, facilitados, equipados y ocasionalmente rescatados por instituciones políticas. Los mercados competitivos son buenos, pero no exactamente naturales o autosuficientes. Para Foucault, estos dos factores de la racionalidad neoliberal –la elaboración de los principios de mercado como principios gobernantes ubicuos y el propio gobernar como reformateado para servir a los mercados– están entre aquellos que separan la racionalidad neoliberal del liberalismo económico clásico, y no solo de la democracia social o keynesiana. Ellos constituyen la “reprogramación de la gubernamentalidad liberal” que podría arraigarse o se arraigaría en todas partes, empresarializando al sujeto, convirtiendo el trabajo en capital humano, y reposicionando y reorganizando el Estado. Para les foucaultianes, entonces, más importante que la nueva versión del capitalismo por parte del neoliberalismo, es la alteración radical de los valores, coordenadas y principios de realidad que gobiernan, o “conducen la conducta”, en órdenes liberales.[25]

Este libro se nutre de las aproximaciones neomarxistas y foucaultianas al neoliberalismo, y también las expande para rectificar su mutua omisión del lado moral del proyecto neoliberal. No las toma como opuestas o como reductibles a explicaciones materiales versus ideacionales del poder y del cambio histórico, sino que las utiliza como análisis de dimensiones diferentes de las transformaciones neoliberales que tienen lugar en el mundo en las últimas cuatro décadas. La aproximación neomarxista tiende a enfocar en instituciones, políticas, relaciones económicas y efectos a la vez que soslaya los efectos de amplio alcance del neoliberalismo como una forma de gobernar la razón política y la producción de sujeto. La aproximación foucaultiana enfatiza en los principios orientadores, orquestadores y vinculantes del Estado, la sociedad y los sujetos y, sobre todo, en el nuevo registro de valor y valores del neoliberalismo, pero tampoco presta atención a los nuevos poderes espectaculares del capital global que el neoliberalismo proclama y construye. La primera presenta al neoliberalismo abriendo paso a un nuevo capítulo del capitalismo y generando nuevas fuerzas, contradicciones y crisis. La segunda revela a los gobiernos, sujetos y subjetividades transformados por la nueva versión de la razón liberal relanzada por el neoliberalismo; ve al neoliberalismo revelando la medida en que el capitalismo no es singular y no funciona según su propia lógica, sino siempre organizado por formas de la racionalidad política. Ambas aproximaciones contribuyen para entender las características del neoliberalismo actual y de la coyuntura presente. Dicho esto, este libro se ocupa principalmente de incluir su ataque polifacético a la democracia y su activación de la moralidad tradicional en lugar de la justicia social legislada.

[1]  Sentimientos nativistas y xenófobos, racistas, homofóbicos, sexistas, antisemitas, islamofóbicos pero también cristianos antilaicistas han adquirido un arraigo político y una legitimidad inimaginables una década atrás. Políticos oportunistas se suben a esta ola mientras que conservadores más principistas intentan sumergirse en ella; las agendas políticas de ambos por lo general se dirigen más hacia la plutocracia que hacia las pasiones furiosas de las bases demandando la criminalización de migrantes, del aborto y de la homosexualidad, la preservación de monumentos de un pasado esclavista y que las naciones se vuelvan a dedicar a la blanquitud y al cristianismo.

 

[2]  Thomas Frank, ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos. Madrid, Ediciones Acuarela, 2009.

 

[3]  Muchos expertos atentos toman el coletazo de la crisis de 2008 como la causa que precipitó el giro a la derecha dura. Ver, entre otros, Yanis Varoufakis, “Our New International Movement Will Fight Rising Fascism and Globalists” [Nuestro nuevo movimiento internacional luchará contra el fascismo en ascenso y los globalistas] en The Guardian, 13 de septiembre de 2018 https://www.theguardian.com/commentisfree/ng-interactive/2018/sep/13/our-new-international-movement-will-fight-rising-fascism-and-globalists; y David Leonhardt, “We’re Measuring the Economy All Wrong: The Official Statistics Say That the Financial Crisis is Behind Us. It’s Not” [Estamos midiendo mal la economía: las estadísticas oficiales dicen que la crisis ya pasó, pero no], en New York Times, 14 de septiembre de 2018 https://www.nytimes.com/2018/09/14/opinion/columnists/great-recession-economy-gdp.html; Manuel Funke et al, “The Financial Crisis is Still Empowering Far-Right Populists: Why the Effects Haven’t Faded” [La crisis financiera sigue empoderando a los populistas de derecha: por qué los efectos no se han disipado], en Foreign Affairs, septiembre 2018, https://www.foreignaffairs.com/articles/2018-09-13/financial-crisis-still-empowering-far-right-populists; Philip Stevens, “Populism is the True Legacy of the Global Financial Crisis” [El populismo es el verdadero legado de la crisis global financiera], Financial Times, 29 de agosto de 2018, disponible en https://www.ft.com/content/687c0184-aaa6-11e8-94bd-cba20d67390c; Khatya Chhor, “Income Inequality, Financial Crisis, and the Rise of Europe’s Far Right” [La desigualdad de los ingresos, crisis financiera y el ascenso de la extrema derecha en Europa], France 24, 20 de noviembre de 2018, https://www.france24.com/en/20181116-income-inequality-financial-crisis-economic-uncertainty-rise-far-right-europe-austerity (fecha de último acceso: 10 de junio de 2020).

 

[4]  David Neiwert, Alt-America: The Rise of the Radical Right in the Age of Trump [Alt-América: el ascenso de la derecha radical en la era de Trump], New York, Verso, 2017.

 

[5]  Cfr. James Kirchik, The End of Europe: Dictators, Demagogues, and the Coming Dark Age [El fin de Europa: dictadores, demagogos y el advenimiento de una nueva era de oscuridad], (New Haven, CT, Yale University Press, 2017); Douglas Murray, The Strange Death of Europe [La extraña muerte de Europa], (Londres, Bloomsbury Continuum, 2017); y Walter Laqueur, After the Fall: The End of the European Dream and the Decline of a Continent [Después de la caída: el fin del sueño europeo y el declive de un continente], (New York, Thomas Dunne Books, 2011).

 

[6]  Nikhil Singh, Race and America’s Long War [La raza y la guerra larga de Estados Unidos], Oakland, University of California Press, 2017.

 

[7]  Ver, por ejemplo, Jonah Goldberg, Liberal Fascism [El fascismo liberal], New York, Doubleday, 2007, pp. 361-67.

 

[8]  Los últimos desarrollos que ayudaron a hacer crecer y animar lo que previamente era una formación marginal en Estados Unidos y en Europa incluyen la secuela del colapso del capital financiero; el ascenso de medios de comunicación altamente sectorizados y siloizados, incluyendo redes sociales; distintas crisis económicas y políticas, desde la guerra civil siria hasta las guerras de maras en Guatemala, generando un aluvión de refugiadxs y migrantes a Europa y a Norteamérica; ISIS y otras organizaciones del terrorismo islámico; los dos mandatos presidenciales de un afroamericano en Estados Unidos; la promulgación izquierdista de la justicia y la ciudadanía multicultural; el declive de la calidad de la educación pública y el acceso a la universidad para las clases trabajadoras y medias; y, sobre todo, el desarrollo de internet. La globalización neoliberal es también responsable de gran parte del descontento de las clases medias y trabajadoras blancas del Norte Global, cuyas fortunas y futuros se derrumbaron mientras el capital industrial buscaba mano de obra barata en el Sur Global, y el capital financiero transformaba la necesidad humana de albergue y las jubilaciones en una fuente de enormes ganancias por la especulación, y la idea de los impuestos para sustentar la civilización se volvió anacrónica.

 

[9]  Algunos de los ordoliberales estuvieron cerca de apoyar el fascismo, y para ninguno de ellos el establecer mediaciones entre los mercados y la política fue su único objetivo. Ver Quinn Slobodian, Globalists: The Birth of Neoliberalism and the End of Empire [Globalistas: el nacimiento del neoliberalismo y el fin del imperio], (Cambridge, MA, Harvard University Press, 2018), que ofrece una explicación convincente del orden mundial que ellos querían construir. Además, mientras yo cito la fecha convencional del origen del neoliberalismo, comenzando en el encuentro de 1947 de la Sociedad de Mont Pèlerin, William Callison esboza un argumento convincente para rastrear sus orígenes en el período de entreguerras. Ver William Callison, “Political Deficits: The Dawn of Neoliberal Racionality and the Eclipse of Critical Theory” [Déficits políticos: el alba de la racionalidad neoliberal y el eclipse de la teoría crítica”], (Tesis doctoral, Universidad de California, Berkeley, 2019).

 

[10] Ver Thomas Biebricher, “The Biopolitics of Ordoliberalism” [La biopolítica del ordoliberalismo], Foucault Studies, no. 12, october 2011, pp. 171-91; Claus Offe, Europe Entrapped [Europa acorralada], (Cambridge, Polity, 2015); Wolfgang Streeck, Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism [Ganando tiempo: la crisis demorada del capitalismo democrático], (New York, Verso, 2014); and Yanis Varoufakis, And the Weak Suffer What They Must: Europe’s Crisis and America’s Economic Future [Y a los débiles les toca sufrir. La crisis de Europa y el futuro económico de Estados Unidos], (New York, Nation Books, 2016) para explicaciones sobre cómo y por qué los bancos y las instituciones financieras socavan cada vez más la autonomía política a la hora de tomar decisiones. Brian Judge está terminando “The Financialization of Liberalism” [La financierización del liberalismo], una tesis en el Departamento de Ciencias Políticas de la UC Berkeley que examina los mecanismos de este socavamiento en operaciones gubernamentales subnacionales.

 

[11] Muchxs estudiosxs de la economía política han analizado críticamente las contradicciones económicas y las limitaciones de la economía neoliberal. También William Callison en “Déficits políticos” ofrece una atenta genealogía y una explicación analítica de los puntos ciegos internos del neoliberalismo respecto de “lo político”. Thomas Biebricher ha escrito sobre las contradicciones y aporías respecto de la neutralidad política y la soberanía en Biebricher, “Sovereignty, Norms and Exception in Neoliberalism” [Soberanía, normas y excepción en el neoliberalismo], en Qui Parle 23, no. 1, 2014, 77-107.

 

[12] See Rahel Jaeggi, Fortschritt Und Regression [Progreso y regresión], Berlín, Suhrkamp, 2018.

 

[13] Wendy Brown, El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo. Traducción de Víctor Altamirano. Malpaso, 2018. (Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution. New York, Zone Books, 2015).

 

[14] Wendy Brown, “American Nightmare: Neoliberalism, Neoconservatism and De-Democratization” [Pesadilla americana: neoliberalismo, neoconservadurismo y desdemocratización], en Political Theory 34, no. 6, diciembre 2006, pp. 690-714.

 

[15] Ver Philip Mirowski, “Neoliberalism: The Political Movement That Dared Not Speak Its Name” [Neoliberalismo: el movimiento político que no osa decir su nombre], en American Affairs 2, no. 1, Primavera 2018, https://americanaffairsjournal.org/2018/02/neoliberalism-movement-dare-not-speak-name/; y Mirowski, “This Is Water (or Is It Neoliberalism?)” [¿Es agua o neoliberalismo?], Institute for New Economic Thinking, 15 de mayo, 2016, https://www.ineteconomics.org/perspectives/blog/this-is-water-or-is-it-neoliberalism. Mirowski elige la denominación “Pensamiento colectivo neoliberal” para captar en qué medida las ideas centrales del neoliberalismo no eran las de una persona o incluso las de un tiempo. Por el contrario, la Sociedad de Mont Pèlerin en sí misma se componía de un elenco modestamente diverso y cambiante y fue afinando sus ideas con el tiempo. Aquellos que eran marginales en un momento se volvían centrales en otro, y las diferentes escuelas de las cuales la sociedad estaba compuesta nunca lograron una unidad intelectual incluso cuando compartían y desarrollaban un proyecto común político, económico y moral.

 

[16] En la “Declaración de principios” de 1947 de la Sociedad de Mont Pèlerin, el primer tema de la lista que requería mayor estudio era “el análisis y la exploración de la naturaleza de la crisis presente como para acercar a otros sus orígenes morales y económicos” (la cursiva es mía). La declaración también identificaba “una visión de la historia que niega todo estándar moral absoluto”, como si estuviera entre los peligros contra “los valores centrales de la civilización” y la libertad. Disponible: www.montpelerin.org/statement-of-aims.

 

[17] Melinda Cooper, Family Values: Between Neoliberalism and the New Social Conservatism [Valores familiares: entre el neoliberalismo y el nuevo conservadurismo social], New York, Zone Books, 2017.

 

[18] Mientras que esos desafíos derivan de varios elementos de la Constitución de Estados Unidos, ninguno ha sido más importante que las libertades exprimidas de la Primera Enmienda. Este es el tema de los capítulos 3 y 4.

 

[19] Ver Wolfgang Streeck, Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism [Ganando tiempo: la crisis demorada del capitalismo democrático] (Londres, Verso, 2014), especialmente los capítulos 2 y 3; Claus Offe, Europe Entrapped [Europa acorralada], (Cambridge, Polity, 2015); y Greta R. Krippner, Capitalizing on Crisis: The Political Origins of the Rise of Finance [Capitalizando la crisis: el origen político del ascenso de las finanzas], (Cambridge, Harvard University Press, 2011), y también la crítica a Krippner de Brian Judge en su tesis. Con la financierización, los Estados e incluso las instituciones supranacionales no solo están subordinados a los poderes y vicisitudes de los mercados financieros, sino que la producción de sujeto y subjetividad también cambia: el riesgo, el crédito y la especulación, más que la conducta productiva o empresarial disciplinada, moldean no solo la vida económica sino también la vida política. Ver Michel Feher, Rated Agency: Investee Politics in a Speculative Age [Agencia calificada: la política investida en una era especulativa], Nueva York, Zone Books, 2018.

 

[20] El argumento de que el significado inestable del neoliberalismo pone en duda su existencia es tan raro como sostener que significados cuestionados del capitalismo, del liberalismo, o del cristianismo implican que estos no existen. George Monbiot también ha señalado que la negación de su existencia es una bendición para su poder. Ver Monbiot, “Neoliberalism: The ideology at the Root of All Our Problems” [Neoliberalismo: la ideología en la raíz de todos nuestros problemas], en The Guardian, 15 de abril, 2016, https://www.theguardian.com/books/2016/apr/15/neoliberalism-ideology-problem-george-monbiot. En una línea similar, ver Mirowski, “This is Water (or Is It Neoliberalism?)” [¿Esto es agua? (¿o es neoliberalismo?)]; y Mirowski, “The Political Movement That Dared Not Speak Its Own Name” [El movimiento que no osaba decir su propio nombre]. Ver también la introducción a William Callison y Zachar Manfredi, Mutant Neoliberalism: Market Rule and Political Rupture [Neoliberalismo mutante: gobierno del mercado y ruptura política], Nueva York, Fordham University Press, 2019.

 

[21] Ver Juan Gabriel Valdés, Pinochet’s Economists: The Chicago School of Economics in Chile (Cambridge, Cambridge University Press, 2008). La Escuela de Chicago: operación Chile, Buenos Aires, Eds. Grupo Zeta, 1989.

 

[22] Slobodian, Globalists, ver especialmente la introducción y el capítulo 1.

 

[23] Guido Brera y Edoardo Nesi, Everything Is Broken Up and Dances: The Crushing of the Middle Class [Todo se rompe y baila: la demolición de la clase media] (New York, Other Press, 2018) es una explicación brillante, lírica y conmovedora de este proceso.

 

[24] Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France (1978-1979), ed. Michel Sennelart, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.

 

[25] Ejemplos de esto se incluyen en mi trabajo previo, El pueblo sin atributos (op. cit.); Michel Feher Rated Agency: Investee Politics in a Speculative Age (op. cit), y Pierre Dardot y Christian Laval, The New Way of the World: On Neoliberal Society [El nuevo modo del mundo: sobre la sociedad neoliberal] (Londres, Verso, 2014).

Científicos // Diego Valeriano

Como te recabieron Berni y Guzmán, sus modales, sus gestos, sus dos formas de encarnar el ajuste. Universidad y calle, brutalidad y corrección, paciencia y corchazos, obediencia siempre. Manija en los barrios, buenos modales en las oficinas. Nueva normalidad tan cruel, vigilante y parecida a la de siempre. Fuertes con los débiles, gato de los fuertes. Científicos, a su manera, de eso que es gobernar. 

Te recabio Guernica como laboratorio para calmar a los dueños de la tierra, como otra forma de decirles perdón, como otra forma de decirle a la vagancia que aprenda, que no hay fiesta, que nada, que ahora no. Las metas fiscales escritas afuera, ser mulo del Fondo y que te gane la calle gente aburrida que pide represión y ajuste. La política en patrullero, los cobanis bien plantados, la ausencia de Facundo, Mariela, Luciano, Santiago. Esta nueva moral ortiba y controladora, las ministras que no contestan la carta de las pibas y descubrir nuevamente que siempre se ajusta por abajo. 

Te cabio descubrir que eso que pensabas que es militar con suerte es burocracia, que con ciertos gestos apenas alcanza, que eso que creías que es política es gestión más o menos obediente, un poco más ortiba, un poco más piola, que eso que es la vida, la apagan en cada esquina. 

Foto de Agustina Byrne

La construcción política de la emergencia // Santiago López Petit

El malestar social se extiende por momentos. La secuencia interminable confinamiento-desconfinamiento-reconfinamiento- es la cuerda que lentamente nos ahoga. La cuerda que un Estado, incapaz y preso por el pánico, sujeta para tratar de imponer su nueva normalidad. Ahora  ya sabemos que la anunciada nueva normalidad no es más que la continuación de esta pesadilla. Cuando todo empezó parecía que entrábamos en una película de ciencia ficción, y que nosotros éramos unos protagonistas enmascarados. La emoción contenida del primer mes estaba hecha de miedo y de alivio. El miedo de morir y el alivio de no tener que trabajar. Los balcones pugnaban por abrirse al cielo. Ahora no se oyen canciones. La consigna “Todo irá bien” suena todavía más estúpida, y hemos aprendido que somos únicamente los tontos útiles de un momento de la historia del capitalismo. La intriga se deja resumir en pocas palabras: el  capitalismo desbocado – lo que usualmente se conoce como neoliberalismo – produce un virus que el propio capitalismo reutiliza para controlarnos. En el silencio de la noche sometida a toque de queda, se oye el grito de ¡Basta! Estamos hartos. Hartos de tanta incertidumbre, hartos de tantas falsedades y, sobre todo, hartos de tanta arbitrariedad.

            Es evidente que el coronavirus existe y mata, lo que no significa aceptar el uso perverso de la palabra “negacionista” como descalificación de toda posición crítica. La expansión de la pandemia crece, y cada día nuevos países europeos aplican formas de confinamiento. El Estado que pretendía una regulación biopolítica de las poblaciones ha terminado por recurrir a la práctica más antigua de la sociedad disciplinaria: el aislamiento. Encierros, controles y castigos, salen de la cárcel y se difunden por la ciudades. Hay que proteger a la sociedad de sí misma. Sin embargo, el fracaso de la gestión autoritaria en Occidente es flagrante. La crisis de las formas de representación política, la desconfianza ante el discurso experto, es total. Medirse con el no-saber implica atrevimiento y coraje. Es lo que ha ocurrido en los hospitales y en la lucha admirable por salvar vidas que allí ha tenido lugar. En cambio, el no-saber vehiculado por el espectáculo de los mass media – con sus solemnes ruedas de prensa, con sus especialistas y sus estadísticas macabras – solo sirve para acrecentar la confusión. En el fondo, ese era el objetivo perseguido. La confusión atenaza tanto como el miedo, y promoverla le ha servido muy bien a un Estado cada vez más deslegitimado a causa de su ineficacia e incapacidad de anticipación. 

            El confinamiento conlleva una estratificación clasista, del mismo modo que la movilización de la vida – que es el modo actual de explotación – también diferencia entre quienes salen adelante y quienes se hunden en el agujero. Quienes consiguen hacer de su yo un Yo marca y quienes solo pueden ser sombras. O simples sobrantes. El confinamiento actúa, pues, como un arresto domiciliario discriminante y, sin embargo, durante los primeros días poseía una peligrosa ambivalencia. El término filosófico más adecuado para describir esta situación es el de epojé. La epojé o reducción fenomenológica consiste en una especie de “puesta en duda radical”, en un poner entre paréntesis la cotidianidad y nuestra relación con ella. Por unos instantes, nuestra mirada sobre el mundo y sobre nosotros mismos se transforma totalmente, y como el personaje central de la película “El taxista ful”, llega un momento en el que nos decimos: “la vida no puede ser eso…”. Entonces agarrados al viento de la duda, descubrimos nuestro querer vivir, un querer vivir que no nos pertenece ya que es común y compartido, porque en verdad solo nos pertenece el ser que la realidad nos obliga a ser.

            El confinamiento podía haber supuesto una epojé sanitaria que, a pesar de ser impuesta, abriera un espacio/tiempo capaz de subvertir el sentido común. Ese sentido común miedoso que repite incesantemente: “Eso es lo que hay”. O bajo su forma más actual: “El virus ha llegado para quedarse” El silencio de la noche confinada, esa otra vida presentida, permitía pensar (¿o soñar?) en otro modo de hacer frente a la pandemia basado en la potencia y creatividad colectiva. Son infinitas las ideas que pueden surgir de la cooperación libre. Desde la fabricación casera de mascarillas a la creación de programas informáticos para conectar las escuelas en apuros. El primer confinamiento podía impulsar una búsqueda interior que, lejos de concluir en un espacio íntimo y privado, empujara hacia afuera. A la acción directa y a la ayuda mutua. No ha sido así. La secuencia confinamiento-desconfinamiento-reconfinamiento- ha bloqueado esa posible vía de liberación y ha implosionado el tiempo que se había ralentizado gracias al silencio. En el interior de la máquina capitalista éramos sus unidades de movilización. A partir de ahora, cada cual vive en su propio tiempo de espera. Somos simples “estructuras de la espera”. ¿Dónde queda la bifurcación?

            El Estado toma de nuevo la iniciativa y pasa a gestionar esa espera desesperante mediante una práctica cruel y cínica: el humanitarismo. El humanitarismo no cambia nada radicalmente, y por eso resulta muy cómodo. Basta dar dinero a quienes acuden a la ventanilla correspondiente aunque lo hagan gritando mucho. La secuencia confinamiento-desconfinamiento-reconfinamiento- construye el estado de emergencia como una obviedad indiscutible: “Oye tú: ¿prefieres morirte?” Apoyado en el derecho, a diferencia del Estado de excepción, se pone en marcha una inmensa maquinaria para salvarnos la vida. Las paradojas son innumerables: la movilización a la que estamos obligados para subsistir, se transmuta en confinamiento; cada día nos dicen que nuestra vida no vale nada, y ahora resulta que quieren salvarnos; tenemos que trabajar diariamente, pero no podemos salir el fin de semana; viajar en metro sí, pero no ir al teatro o al cine; y así podríamos continuar.

            En definitiva, el estado de emergencia nos convierte en víctimas. Todos somos declarados víctimas reales o potenciales. Pero lo que resulta paradójico  – una vez más – es que esta condena se hace en nombre del derecho a la vida. La Vida entendida como valor supremo termina justificando cualquier medida represiva y de control, y el Estado-guerra que ha sacado ojos en Chile o en Francia, que detiene a la gente por sus ideas, pretende autopresentarse como nuestro padre protector. Un paréntesis: lamentarse a estas alturas por los derechos perdidos es hipócrita porque los derechos solo los defiende un contrapoder. Poco a poco, la construcción del estado de emergencia se muestra como lo que realmente es: una operación de neutralización política que emplea la separación como su arma principal. La memoria histórica reciente queda borrada; el espacio público restringido al supermercado; la salud reducida a ausencia de enfermedad; la muerte como lo opuesto a la vida… El estado de emergencia pone en funcionamiento todas las formas de la separación: la distancia social, el teletrabajo, la culpabilización, el encierro… El conflicto político desaparece de la sociedad atomizada. El sistema de partidos discute con vehemencia cuantos muertos puede tragar el desagüe del fregadero sin atascarse.

            El estado de emergencia, porque es la traducción política de la naturalización de la muerte,  no admite disentimiento alguno. Como cualquier padre autoritario nos pone ante el dilema obedecer/desobedecer, y sabemos que ambas opciones refuerzan la autoridad. La extrema derecha ha optado por la desobediencia. El pensamiento reaccionario conoce muy bien la centralidad política de la muerte y no duda en utilizarla. Defiende el engaño de una libertad individual, y reduce el querer vivir a puro instinto de supervivencia. Sacarse la mascarilla en la calle no es un acto de valentía sino de estupidez. La izquierda, por su parte, permanece callada. Estamos en época de rebajas y el mal menor ha sustituido a la experimentación social. El 15M queda lejos. Sin embargo, los recientes disturbios callejeros que han tenido lugar en diferentes ciudades parecen haberla despertado: “¡Es cosa de la extrema derecha!” denuncian sus representantes. Incluso la policía  es más inteligente: “Se trata de un movimiento social típico del siglo XXI. Hay una chispa y prende. No tiene estructura ni organización interna. La gente que estuvo allí responde a un perfil transversal. Al principio había hosteleros (sic), gente cabreada…”.

            Sería sencillo afirmar que la solución consiste en politizar ese malestar social tan temido por la izquierda, pero como dice Miguel Hernández: “cortar ese dolor ¿con qué tijeras?”. Salir del dilema maldito que nos tienden, rechazar el victimismo y afirmar una y otra vez que “la vida no puede ser eso”. Desplegar esta verdad e iniciar un éxodo colectivo, que no significa viajar a la segunda residencia ni esconderse en una autenticidad inexistente, sino en intentar pensar fuera del Estado. La epojé habría un posible contra lo posible. El Estado organiza el pánico dentro de un sistema cerrado. Podemos autoorganizar el pánico en el interior de un sistema abierto. El sistema inmunológico no es el baluarte que defiende a un organismo asediado, bien al contrario, es un“motor de experimentación” que trabaja para la vida. Diferenciar el riesgo del peligro. La salud posee una dimensión social y política.  De la muerte, la extrema derecha solo sabe inferir amenazas  y miedo disfrazado de valentía fingida. Nosotros tendríamos que arrancar a la muerte el coraje necesario para desocupar el Estado.

 

 

           

 

Piedra a «Berni» // Agustín J. Valle

Es mucho más que el hombre así llamado lo que se nombra, hoy, con la palabra Berni. El kirchnerismo tuvo entre sus banderas fundantes dos pilares democráticos, con los que recogió lo que, en 2003, eran demandas plantadas por la movilización popular: no al ajuste ni a la represión. La protesta social no se responde con palos, balas, gases; la crisis no se encara con privatización, deuda, achicamiento del poder adquisitivo de las clases trabajadoras. Esto lo distinguía del menemato, pero más aún, del largo ciclo posdictatorial. De La Rúa tuvo que irse por neoliberal; Duhalde, por la represión asesina. En cambio con Néstor, bajando el cuadro y pidiendo perdón en nombre del Estado, y Néstor en Campo de Mayo, ante centenares de milicos formados, gritándoles “¡no les tengo miedo!”, se abría una forma de Estado, una estatalidad, que se alejaba del Terror. Ahora el Estado no solo reprimió, no solo protegió con palos, balas y gases la propiedad de los ricos y poderosso, no, más aún: el Estado fue y prendió fuego las casillas, incendió las viviendas hechas a mano, a cuerpo, a pulmón. Dejó cenizas. El fuego es un mensaje de terror.

Obviamente el Terror ejercido no tiene comparación con la desaparición sistemática de personas -pero fue con el telón de fondo de la desaparición y asesinato de Facundo Castro, con Berni mintiendo descaradamente a la madre y a la sociedad, que el Estado volvió a presentarse como una formación de monstruos que destruyen con gas y fuego la vida, la comunidad organizándose.

En el 2005 lo tuve cerca a Berni un día, y lo vi mentirle a la que en los papeles era su jefa, Alicia Kirchner, ministra de Desarrollo Social. Fue en una fábrica recuperada por un movimiento de trabajadores desocupados, donde estaban montándose emprendimientos productivos (receptores de subsidios estatales), sobre los que el coronel le informaba a la pingüina mentira tras mentira. Él era nexo del Gobierno con los movimientos sociales. Después pasó a ser el “segundo” de otra mujer que también boicoteaba, Nilda Garré, y tomó el mando de la Seguridad para deponer aquella bandera de la no represión a la protesta social. Ilustra mucho, ese desplazamiento, de la gestión de iniciativas de trabajo con los laburantes desocupados, a su Espectáculo represivo. “Los que cortan la Panamericana no son trabajadores, son energúmenos”, decía ya en 2013: demasiado parecido a una voz de patrón enojado… Pero aún hay compañerxs bienintencionados que arguyen firuleos, o gritan sintagmas, logrando disimularse que en el riñón de su espacio se destaca un militar ostentando violencia institucional contra quienes mellan la gran propiedad.

Guernica ilustra una soltada de mano a las pretensiones del costado izquierdo del frente social sobre el que se erigió el gobierno. Porque la resistencia y la lucha contra el macrismo no la protagonizó el FdT, ni el FpV; la lucha feminista, la lucha docente, la lucha de derechos humanos (por Santiago Maldonado, contra el 2×1, o para defender a Hebe cuando quisieron apresarla), la lucha contra la Previsional, etcétera. Fue y es un amplio espectro social amplio y rico (¿cuántas, de las miles de personas expulsadas de la tierra en Guernica, votaron el año pasado a Alberto y Crisinta?), que mostró su escala, descomunal, la tarde y noche de la asunción de Alberto y Cristina. Esa noche maravillosa donde el teatro de la política hizo climax (“Alberto, ellos son el pueblo, ante ellos te transfiero mi liderazgo, ellos son los que pueden defenderte si lo necesitás…”).

El peronismo tiene una ambivalencia sempiterna: hay argumentos empíricos para amarlo, y también para detestarlo. Arriesgo hipótesis: el peronismo tiene una condición deinterfaz, entre los movimientos democratizantes de la sociedad, y lo que Horacio González suele llamar la razón de Estado o razón de gobierno. Por eso tienen razón los compañeros cuando dicen que el que implementa algo de beneficios para el pueblo es el peronismo, y también los camaradas cuando dicen que el peronismo en el fondo viene a preservar la gobernabilidad capitalista. Por supuesto, la razón de gobierno es razón de orden. En circunstancias de tensión deviene pasión de orden, se crispa como odio a lo revoltoso, y goza con tener poder y pegarle.

Quizá estemos viendo cómo la faz del orden avanza y prima sobre la faz moviente y justiciera del peronismo.

Como me señaló un amigo -lo llamaremos Ruso-, la decisión de reprimir, y de aplicar imágenes de terror, hay que contextualizarla con la carta que publicó días antes Cristina. Allí dice que, “nos guste o no nos guste”, es necesario generar un acuerdo con todos los sectores políticos, económicos y mediáticos. Pero antes también dice que el antiperonismo del empresariado argentino es incomprensible, que no tiene razón de ser porque con sus gobiernos ganaron mucha guita, y que este insensato anti peronismo empresarial resulta uno de los principales problemas del país. Algo muy parecido había ya planteado en aquel acto en Parque Norte en 2008 cuando el enfrentamiento con los ruralistas: “Nosotros no estamos en contra de la ganancia de los empresarios; nosotros inventamos la alianza entre capital y trabajo”, dijo aquel día.

El día nefasto en Guernica, el principal diario oficialista dedicó su tapa a ponderar una ronda de encuentros del Presidente con Bulgheroni, Rocca, Pérez Companc, Coto, etc, realizada “para tranquilizar la economía”. A los multimillonarios no se les pudo sacar ni un pesito demás; a los sin techo se les cayó con la más terrorífica cara de la Ley. Después de las movilizaciones -físicas y emocionales- del 17 y el 27 de octubre, vemos esta tendencia, ordenancista y no justiciera, de la que Berni no es más que la cara más obvia; quiero decir que es un desplazamiento contra los sectores más democrático-populares, para empezar, del frente propio.

Exhibición no es subversión // Diego Sztulwark

Los resultados de los enormes pronunciamientos públicos en elecciones y plebiscitos de los últimos días en Bolivia, Chile y EE.UU. dan un respiro ante el crecimiento -en extensión y en intensidad- de un fascismo en plural, que no se explica solo por la expansión de un fenómeno ideológico, sino por la convergencia de varias lógicas concurrentes de aseguramiento posesivo (la correlación entre la narrativa a lo Berni, conjugada con presión por asegurar la privatización de la tierra; o la presencia de «libertarios» de ultraderecha que tienen amenazada la libertad por los protocolos de cuidados públicos, serían ejemplos bien «nuestros»). La discusión sobre estos fascismos ha dado lugar a la percepción de un escenario reactivo, en el que estas «nuevas» derechas en ascenso se adueñan de una agresividad expresiva, de una desinhibición extrema, y en última instancia, de una gestualidad transgresora que las izquierdas fueron perdiendo, encajonadas en una defensiva que las vuelve representantes de los discursos de la sensatez, o que directamente las subordina a una moral mojigata, una distensión muscular que les impide actuar con vigor, y una dependencia de los discursos de la legalidad y de la razón científica que cristalizan en una posición impotente y pacata de simples custodios de lo políticamente correcto. Sin dudas, el desenfado del discurso del odio en la redes sociales y en los territorios trabaja en este sentido. El libro Las revueltas del odio. Gestos, escrituras y políticas, que reúne un ensayo de Gabriel Giorgi y otro de Ana Kiffer (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2020), aporta al respecto una nueva lucidez analítica considerando los casos de Argentina y Brasil (con interesantes reflexiones sobre la relación entre pasiones y escrituras digitales). Mi pregunta sería la siguiente: ¿No concedemos demasiado cuando otorgamos a la derecha una capacidad disruptiva e innovadora, que los movimientos en general habrían perdido, o bien solo podrían recuperar abrevando en el afecto de un odio comparable? Es cierto que la crisis del orden, cuando es crisis vista desde arriba, tiende a resolverse por la vía de la movilización del odio. Pero no lo es menos que este odio está vinculado al miedo. Un miedo justificado por el riesgo de perderlo todo. Siempre habrá unos «otrxs» a quienes temer y odiar, contra quienes reaccionar a fin de asegurar el orden. Pero este odio no es desacato, sino aferramiento elemental. De allí la insistencia de la pregunta: ¿es realmente cuestionador ese odio? Cuando percibimos un puro odio, sin inscripción en políticas de aseguramiento -ese odio desligado del que alguna vez escribió Santiago López Petit-, estamos ante un afecto libre, susceptible de actuar como fuerza crítica o subversiva. Es exactamente lo que no sucede con estas ultraderechas. Más que subvertir el llamado «pacto democrático» (expresión esta que muestra suficientemente bien la triste concepción que la democracia se ha hecho de sí misma), la violencia de los fascismos actuales es re-aseguradora de pactos más oscuros, fundados en la propiedad concentrada y en jerarquías sociales duras, que preceden y subyacen inmodificables a la conformación misma de estas democracias. Solo los movimientos populares más radicales se han atrevido y se atreven a cuestionar este inconsciente colonial por debajo de las constituciones y los discursos edificantes. Y es más bien contra este cuestionamiento igualitario que se alza la desenfadada defensa de estos presupuestos del llamado «pacto democrático». De ahí las memorias que el odio actual prolonga respecto de las dictaduras y los colonialismos. Los fascismos no son cuestionadores, salvo de lo «políticamente correcto». Son más bien aseguradores de las jerarquías de fondo sobre las que esas, nuestras democracias, se fundan. Su indigno coraje consiste en admitir y defender como razonable lo que hasta ahora solo los movimientos populares denunciaban como injusticia: aquello que los discursos progresistas solo nombran con palabras de impotencia, porque son incapaces de descender a la dimensión de guerra real en que se reproducen. Las llamadas «nuevas derechas» revelan lo que ya sabíamos: que tras la fachada de la democracia liberal rige una guerra acentuada. Su lección se dirige a demostrar la impotencia transformativa en que ha caído el campo de las izquierdas. Gabriel Giorgi escribe que «el trabajo fundamental del odio» apunta a «regular y disciplinar el espacio público, el terreno en el que se define lo público en democracia», el escenario en el que se deciden las igualdades tolerables. En la medida en que las derechas canalizan y modulan, expresan y exacerban el odio y el miedo en un sentido desigualitario, más que transgresoras resultan exhibicionistas. Su tarea es la de exponer a la vista de todos la violencia de un orden racial, sexista y clasista. De asistir la dinámica que asegura la máquina social neoliberal. No vienen a imponer nada nuevo, sino a reforzar y a resguardar. No inventan criterios, sino modos de publicidad y comunicación. Su propósito declarado es intensificar el orden, ampliando su capacidad de hacerse oír, de actuar. Desplazando la legitimidad del uso vertical de la violencia. Aseguran, no cuestionan. Exhiben, no subvierten. Razón por la cual, si se desea derrotar a estos populismos de derechas -como les llaman-, se trata menos de hacer una defensa de la democracia, y más de un profundo cuestionamiento (lo que Gabriel Giorgi llama «contraofensiva», escrituras desde el odio, pero de un odio en tanto que pasión política que crea zonas compartibles, y Ana Kiffer propone como una contraefectuación no asesina del odio). Cuestionar la democracia por su incapacidad de revertir desigualdades. Cuestionarla porque ella no se atreve a revisar las conexiones entre orden objetivo y deseos fascistas que se incuban en sus sótanos Cuestionarla en sus supuestos desigualitarios, sobre los cuales se reproduce y crece este inconsciente reaccionario.

“Estar en una relación” o sobre cómo el capitalismo se nos metió en la cama // LTA

Solemos pensar que disputar de alguna manera la lógica del capitalismo en los vínculos tiene que ver con cuestionar la exclusividad y la idea de que le otre es una propiedad privada. Si bien se vienen dando múltiples discusiones para cascotear esas nociones (los miles de matices que nos propone pensar el poliamor), lo cierto es que la idea de qué implica estar en relación con otre tiene muchas aristas que se vinculan con nuestra subjetividad capitalista. Dice Stengers que el capitalismo es un sistema brujo sin brujos. Captura y capturamos en acciones cotidianas sin ser conscientes de esas operaciones.

Si entendemos que nuestro modo de vivir el mundo está necesariamente atravesado por la lógica capitalista, lo que es sentido como deseo, por tanto, tampoco escapa a esa lógica. ¿Cómo desandar subjetivamente la cosificación de le otre o de una relación como mercancía? 

Recurrimos a nuestro querido y viejo brujo para que nos siga dando pistas para pensar. Marx plantea que la mercancía es la forma elemental del capitalismo y que la operación de fetichización sobre la mercancía tiene lugar al quedar hechizados por los modos de producción capitalista que no nos permiten dilucidar las condiciones de explotación y extractivismo que las hacen posibles. Las mercancías se despliegan frente a nosotrxs y como tal embrujo eficaz, no somxs capaces de leer qué fuerzas las hacen posibles salvo que cultivemos una posición que las torne visibles. 

Él plantea que, bajo este sistema, las relaciones sociales están subordinadas al principio de trabajo abstracto y a la producción generalizada de la mercancía, cuestiones que marcan los territorios posibles de lo relacional. En este sentido, la tarea será ver qué es posible de fugarse y de revolucionar en esas lógicas.               

 

Capturadxs por el capitalismo 

 

Las mercancías encierran una doble significación. Si bien llegan al mundo como objetos materiales, cosas concretas con valor de uso con las cuales las personas tienen una relación directa, estas se presentan como mercancía cuando se produce una abstracción de esas condiciones materiales, y se tornan intercambiables en tanto adquieren un valor de cambio. 

Marx explica que cuando los objetos tienen un valor de cambio idéntico (cuando podemos decir que estamos “un kilo y dos pancitos”), no existe disparidad ni posibilidad de distinguirlas. Allí encontramos, entonces, la diferencia principal: como valores de uso, las mercancías representan, ante todo, cualidades distintas; como valores de cambio, al contrario, sólo se distinguen por la cantidad. Este aspecto los vuelve intercambiables al evaporar los elementos materiales y las formas más singulares y concretas que le dan existencia.  

Esta breve referencia nos permite pensar en las relaciones, situaciones o problemáticas que, por ser más del orden de los afectos, del deseo o de lo intersubjetivo, creemos, se escapan de estas lógicas mercantiles. Pensamos el valor de uso como eso más sensitivo en los vínculos, lo que ocurre allí.

¿Qué ocurre cuando el valor de cambio captura el modo de vincularnos, cuando una relación empieza a tener valor de cambio y se despega de lo más concreto/ sensitivo?, ¿qué plusvalía se juega ahí? 

Sabemos de las violencias que desencadena la operación de registrar a le otre como un objeto que debe ser propio. ¿Pero en qué otras situaciones más cotidianas estas capturas se expresan? ¿En cuántas dinámicas podrían ser conjuradas? 

Quizás si estar en pareja es una mercancía bien valorada: ¿quién gana en sostener una pareja que «no funciona» pero con quien puedo tener hijes, por ejemplo?, ¿cuánto esfuerzo hacemos en mantener relaciones familiares o de pareja que, aunque a veces elevan hasta el hartazgo angustias y desazones, sostenemos porque son las reconocidas como las “verdaderamente importantes”? ¿Será que cotizan en el mundo de las relaciones? ¿Quién es suministro de quién? ¿Qué proporciona esta relación? ¿Sostener ese estándar a cualquier costo? Allí, el plus capitalista.

Podemos pensarlo también en las relaciones con amigxs. Abrir ese libro de contabilidad entre deberes y haberes que se arma cuando decimos “somos amigxs» ¿Qué pasa cuando se mide, se calcula ese “amor” y pasamos a tener “relaciones bancarias”? ¿Cuál es mi beneficio? ¿Que pierdo? No hay relación sino más bien, mercancías de afectos que se tienen o se pierden.

Hay una “vinculación” entre el amor y la incondicionalidad que hace que esa deuda sea eterna, como si el cálculo de cuánto damos o cuánto demandamos tuviera como base la incondicionalidad, no importa qué sucede en el lazo concretamente “sos mi amiga, si yo te acompañé en esa, tenés que estar en esta”, “si nos juntamos ¿cómo no le vamos a avisar a tal?, se va embolar”, “yo ya te invité varias veces, ahora te toca a vos”. Un juego de relaciones calculadas, que sostienen muchas veces un hacer sin deseo para que le otre no se embole, y terminamos moviéndonos al ritmo del mercado. 

¿Qué pasa cuando no podemos escapar de lógicas que se aplican a distintos amores? ¿Cómo se fuga de ese debe y haber eterno? ¿Cómo se rompe el pacto invisible de incondicionalidad?

Solo se es fiel a las intensidades, diría Amador. En el campo de juego, tenemos que estar dispuestxs a traicionar ese pacto que funda las relaciones bancarias.

«No estoy dispuestx a soportar cualquiera porque sos mi amiga/familia/pareja”. No hago cosas por vos, sino porque me encuentro en esa relación, por las ganas, por lo que nos genera el encuentro. No hay deuda, ni casilleros para llenar. No tenemos deberes ni obligaciones. 

¿Eso quiere decir que le otre no me importa? ¿Que se cayó la responsabilidad afectiva? ¿Que soy individualista? 

El capitalismo corta y estratifica. Tendremos que volver a preguntarnos qué implica estar en una relación.

 

Pensar en otros modos de agarre

 

Sabemos de la importancia que tiene la experiencia práctica/concreta para el armado de otros modos posibles. En ese punto nos volvemos a preguntar: ¿Qué define algo? ¿Cómo llegamos a nombrar esto o aquello? 

Si entendemos que la posibilidad de decir es siempre relacional, entonces, ¿cómo se define una relación?, ¿cuándo decimos que estamos en eso?, ¿cuándo algo llega a tomar consistencia, forma, visibilidad?, ¿cuándo lo podemos nombrar? 

Parecen preguntas obvias, pero nos introducen a un tejido sensible porque nos hacen pensar sobre qué de nuestra experiencia hace que algo encuentre posibilidad y, de alguna manera, volver a ese forma más directa y no tan mediada por el valor de cambio.

¿Será entonces que lo nombramos cuando estamxs afectadxs, cuando es intenso, cuando ya pasó tiempo, cuando es frecuente? ¿Será por el anhelo de “tener” cierto tipo de relación? ¿Será que lo define lo que representa eso para otrxs?

Es interesante ir respondiendo estas preguntas porque a veces ese «más» intenso o «más» frecuente implicaría – desde el sentido común que compartimos – que algo importa más o vale más que otros vínculos introduciéndonos de lleno a la lógica capitalista que propone todo un sistema de jerarquías afectivas y valoraciones que codifican los afectos dentro del mercado y nos separan casi sin percibirlo de ese registro más sensible, de eso que pasa cuando estamos en relación con alguien.

En el último libro de Stengers sobre Whitehead, se plantea que toda experiencia vale, sin jerarquías ni exclusiones, en la medida que revela un asidero posible en el mundo, un agarre, algo de lo que sostenerse. 

Pensamos qué distinto sería acercarnos a las relaciones desde allí, desde ese asidero, desde ese posible que abre un agarre, que por más efímero, minoritario o extraoficial que sea, tendríamos en cuenta ese registro más sensitivo y experiencial del encuentro y no sólo las grandes nomenclaturas que hablan sobre ello.

¿Cuántas veces nos pasa que más allá de tener redes afectivas familiares o de “toda la vida”, contamos para algunos acontecimientos importantes de la vida con alguien que abrió un posible para eso que vengo sintiendo/ experimentando porque se acercó con otra sensibilidad para acompañar? 

Una amiga/bruja nos decía alguna vez que quien mejor nos cuida es quien puede hacer con nuestra imposibilidad. Poder estar al lado, acompañar, armar con le otre que a veces puede menos, puede poco, puede distinto, no puede cosas que antes podía, etc. Ahora, ese que puede acompañar, ¿necesariamente es un hije?, ¿necesariamente es una pareja?, ¿necesariamente es mi “mejor amiga”? 

Como este podemos pensar miles de ejemplos: ¿quién acompaña en la rendida de una última materia?, ¿en la muerte de un ser querido?, ¿en la experiencia con un chongo? 

Pensar las relaciones desde ese asidero que se abre para alojar lo que allí pasa, habilita a pensarnos en relaciones diferentes y singulares y no sólo desde la vara rígida y capitalista que jerarquiza las relaciones en una escala de valores desde las más, a las menos importantes.

Pensamos, ¿cuál es el costo de la lógica capitalista en nuestros cuerpos? Sin duda el sufrimiento y aplanamiento de la vitalidad que traen aparejados, son dos de los efectos más devastadores que encontramos.

Andamos por ahí formateadxs, sufriendo porque con alguien no se da todo lo que quiero, porque una relación no vale nada, porque quien debería acompañar no lo hace según su puesto en la jerarquía afectiva. ¿Cómo no vamos a querer todo con quién se supone tenemos que querer todo? ¿Cómo vamos a querer algo con quién se supone no tendríamos que querer nada? 

A la vez, también es cierto, que no da igual si hay encuentro o no. El otrx no es una propiedad privada pero tampoco es “intercambiable”. Hay fuerzas que se mueven en cada relación que son únicas y mutables dentro de ellas. Hay tensiones que se juegan ahí y si quizás logramos dejar de medir cuán poco o mucho se acerca o se aleja de la mercancía premium podrían aparecer otros posibles, locales, situados, inmanentes y en movimiento. 

Qué pasaría si abrimos lugar para relaciones/situaciones inútiles, esas que no “sirven” para nada (por lo que no contarán como trabajo), esas que no “valen” para nada (por lo que tampoco tendrán valor de cambio, porque no representan nada). Un mundo entero de otros posibles se abriría allí. 

Creemos que es interesante abrirnos a la pluralidad de afectos y repensar qué implicaría estar en una relación. Sabemos que armarnos vida en distintos lugares nos cuida y que efectivamente vamos conectando/armando agarre en distintos momentos y por distintas cosas con les otres. También, que a veces se dan distintas intensidades con distintas personas y que eso no implica que sea mejor ni peor, sólo diferentes. Esas diferencias son algo a atender sensiblemente, registrar los efectos y las potencias de lo que se va armando y lo que se abre como posible. Creemos que eso es distinto a suponer la existencia de las relaciones de manera estática y total por vínculos de parentesco o amorosos fijos y eternos en los que damos por sentado qué debe ocurrir y qué debo hacer con ellos. 

Pensamos que es necesario armar nuevos modos de pensar-nxs y de estar en el mundo más allá de la fórmula mercancía/dinero que nos tiene embrujadxs en estos procesos de producción manteniendo la ilusión que somos nosotrxs lxs que los comandamos. 

Si bien querer hacer ahí de manera “consciente o voluntaria” es un poco en vano ya que, como sabemos, esta mediación/embrujo es idéntica a lo que se nos plantea como ley natural en lo social, creemos que es un acto concreto y micropolítico, pensar las propias estructuras, las relaciones más internas y armar desde allí esta escritura afectada.

La Tiramos Afuera en busca de nuevas formas que nos ayuden a armar relaciones como pasajes, como aperturas a nuevos mundos, fugas hacia otra parte.

Deleuze y nosotres (Latinoaméricanxs del siglo XXI) // Mariano Pacheco*

A 25 años de la muerte de Gilles Deleuze, pensando en cuánto de deleuziano tiene este siglo XXI

¿Quién, después de leer a Gilles Deleuze, puede salir indemne de esa lectura?

La máquina de guerra textual que puso en marcha, y la que luego agenció con su camarada y amigo Félix Guattari, no dejan de producir sentidos, aún después de sus muertes. Es que, como tan bien ellos comprendieron, las ideas surgidas de sus conversaciones, las frases vertidas sobre un papel, dejaron de pertenecerles (si alguna vez se puede decir que les “pertenecieron”) para ponerse a funcionar donde sea que encuentren oídos. Claro que el riesgo fue grande, y doble. “El que dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribió un Nietzsche sin el cual es muy difícil entender, al menos, a Deleuze (no tanto a Guattari, cuyo archivo filosófico permanece más rigurosamente apegado a la tradición marxista, por más heterodoxa que ésta aparezca en sus lecturas), y vaya si Guattari-Deleuze dijeron cosas diferentes. Pero también la astucia de saber introducir nuevos puntos de vista para pensar los nuevos problemas puede verse traicionada, en tanto un movimiento de indagación inaudita y experimentación filosófica y narrativa audaz, puede verse transformada en una nueva jerga, un “deleuzianismo”. Captura del ejercicio creativo por un nuevo dogma, punto cero del devenir, mutación en “modelo”. Deleuze sin Marx, sin Freud, sin lucha de clases. Deleuze estancado en el siglo XX sin capacidad de operar una reactualización de sus aportes al calor mismo de los debates y las luchas contemporáneas. Ese es nuestro desafío: no dejarnos seducir por la jerga poner a funcionar, mas bien, sus conceptos, del modo en que Deleuze mismo concibió el ejercicio filosófico: siempre conectado con un afuera textual, con otras narrativas no-filosóficas, con otros modos de expresión no textual. Y crear conceptos, siempre nuevos, siempre ligados a nuestros devenires, a nuestra historia.

No es este el texto en el que lo haremos, pero resulta evidente –al menos para muches– que no puede leerse ni a Deleuze, ni a Guattari ni a ninguno de sus compañerxs de ruta de generación sino es bajo la inflexión situada, geopolítica Latinoamericana, y del siglo XXI, para no pensar ya con la estructura de un mundo bipolar, con fuerte peso de Partidos Comunista alineados con una Tercera Internacional y un aire de profundas revueltas de los pueblos del mundo, sino en el contexto de nuestro tiempo, la era del realismo capitalista, con un neoliberalismo triunfante en tanto modo de vida que subjetiva incluso cada proceso que se asume “antineoliberal”, y resistencias múltiples (luchas desde abajo, organizaciones sociales autónomas, Movimientos Populares con estrategias de poder y Gobiernos Nacionales con cierta vocación de desviar el rumbo de los partidos de derecha y las gestiones estatales más abiertamente en neoliberales –en tanto programa–) que en lo que va del siglo tienen más de aquello que Deleuze (y Guattari) promovía (las micropolíticas, las revoluciones moleculares) que aquello que querían problematizar (la política reducida a mera intervención macropolítitica, la revolución como hecho total de irreversibilidad).

Quedará para próximos textos, nuevas reflexiones, intentar contribuir en ese sentido: llevar al extremo la definición deleuziano-guattariana de que toda política es, a la vez, micro y macro política, y pensar cómo esa conceptualización nos ayuda a pensar la integralidad de las intervenciones de la actualidad, pensadas a su vez en un marco de su correlación con nuestras historias recientes en el continente, y en cada uno de nuestros países.

 

***

Lo interesante de Deleuze, su filosofía, sus lecturas de Spinoza y Nietzsche, es que nos ayudan a pensar de otro modo la relación entre nuestras existencias singulares y la experiencia social general. Ser es siempre una determinada configuración de fuerzas, de relaciones, internas y externas, que nos constituyen como criaturas humanas, deseantes. De allí que resulte caduco el esquema liberal que nos habla de un individuo, y una sociedad, y de una existencia reducida a pensar el interés.

Spinocista como era, Deleuze comprendió muy bien que no se puede reducir una existencia humana  a su mera reproducción biológica, y que en su tendencia a perseverar es fundamental su capacidad  de afectar y ser afectada, así como sus ritmos y velocidades, que determinan sus movimientos, y por lo tanto, el carácter triste o alegre de las pasiones que pueblan su cuerpo. De allí que no aparezca ningún contrasentido entre el modo en que Spinoza caracteriza la muerte y la forma en que Deleuze termina con aquello que era su cuerpo entonces.

“¿Qué es la muerte? –se pregunta Deleuze en su curso de 1980/1981–. Es el hecho, que Spinoza llamará necesario en el sentido de inevitable, de que las partes que me pertenecían bajo una de mis relaciones características dejan de pertenecerme y entren bajo otra relación que caracteriza a otros cuerpos. Es inevitable en virtud misma de la ley de la existencia. Una esencia encontrará siempre, bajo las condiciones de existencia, una esencia más fuerte que literalmente destruye la pertenencia de las partes extensivas a la primera esencia”.

La muerte, en Spinoza, siempre viene de afuera (no hay lugar para el suicidio). Morir, entonces –insiste Deleuze– quiere decir exactamente que las partes que me pertenecen dejan de pertenecerme. La forma en la que lo expresa en ese curso, que hoy podemos leerlo porque fue publicado como libro, en Argentina, bajo el nombre de “En medio de Spinoza”, no dejan lugar a dudas: “muero cuando las partes que me pertenecen o me pertenecían son determinadas a entrar bajo otra relación que caracteriza a otro cuerpo”.

Hace dos años, en un texto que escribí en homenaje a Deleuze titulado “Devenir pájaro, un último acto de libertad” (publicado en el Blog Lobo suelto: https://lobosuelto.com/devenir-pajaro-un-ultimo-acto-vital-palabras-de-homenaje-a-gilles-deleuze-mariano-pacheco), decía que un domingo 4 de noviembre de 1995, Gilles se arrojaba desde la ventana de su departamento parisino, dejando su obra como testimonio, pero también, aquel acto-pregunta: ¿qué es una vida?

Agobiado por el asma y con una incapacidad progresiva para escribir –e incluso hablar–, el pensador francés decide quitarse la vida, o más bien –podríamos decir– aquella permanencia en el mundo que ya no era experimentada como lo que él entendía como una existencia auténtica.

 

* Escritor, periodista, investigador popular. Miembro Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs Trabajadorxs del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. Director del Instituto Generosa Frattasi.



Piedra contra Berni // Diego Valeriano

¿Quiénes somos nosotros? ¿Las que respiramos el mismo aire, los que marchamos el 24, los que posteamos contra el golpe en Bolivia, los que nos encontramos en Av. de Mayo corriendo de la Federal? ¿Esa carcajada en Tandil yendo a ver al Indio? ¿Quiénes somos nosotras? ¿El millón en el Congreso, la fiesta cuando se iba Macri, el abrazo a las madres? ¿La socialización de los del sur, el segundeo a quienes queremos, la amistad con la vagancia?

Es difícil saber quienes somos, pero igual nos gusta un nosotras, nos alegra un nosotros que nos acerque, nos banque, nos defienda, los ataque. Hay un nosotros de las madres, de las pibas, de los guachines, contra el gatillo fácil, más o menos popular, torpemente de izquierda, anti gorra, anti cheto, anti facho. 

Ese nosotros que heredamos y construimos no puede tolerar que siga Berni, no puede permitir que se nos cague de risa con sus videos, con esas arengas. No puede bancar que el miedo de Axel lo mantenga, que los negocios inmobiliarios sonrían, que los poronga del conurbano operen. Porque si sigue Berni casi que no hay nosotras, ni amigos, ni 24 de marzo, ni abrazos. 

Piedras contra Berni para que se vaya. Piedras, gritos, agite, fiesta, memoria de la calle, desobediencia urgente. Mostrar la idiotez de sostenerlo, el daño que les causa, lo poco que les creemos. Porque si Berni sigue, no hay posibilidad de nada, se cierran los caminos, se nos agota el aire, perdemos amigos, nos quedamos sin tierra. Piedras contra Berni porque si no lo ortiba, lo patrullero, lo policial se nos va metiendo, nos vamos haciendo los otros, nos vamos quedando sin aire, sin ánimo, sin nada.

LA LLAMA DEL CUSAM

En el marco de las protestas del día de ayer -que iniciaron las personas privadas de su libertad en toda la provincia de Buenos Aires tras la suspensión a último momento del protocolo de visita autorizado por el SPB-, nuestros estudiantes no sólo buscaron generar instancias de diálogo, sino que defendieron el espacio universitario exponiendo sus propias vidas. Hoy domingo 1 de noviembre, por la mañana, nos enteramos que funcionarios del servicio penitenciario atacaron e incendiaron nuestro Centro Universitario.
Se trata de un hecho absolutamente repudiable, de enorme gravedad institucional y con pocos precedentes. Sin embargo, la agresión y daños contra nuestro espacio universitario por parte de funcionarios del Servicio Penitenciario Bonaerense no fueron un hecho aislado: el Centro de Estudiantes Universitarios de la Unidad 31 de Florencio Varela también fue saqueado e incendiado.
Recién mañana lunes por la mañana podremos determinar la gravedad de los daños físicos ocasionados y tomaremos como Universidad las medidas correspondientes. Pero, ante un panorama tan desolador, con el dolor en los ojos de ver destruido el esfuerzo de tantos años y una Unidad Penal que quedó literalmente desvastada, algunas certezas están a la vista.
Los únicos dos espacios que no fueron destruidos en la jornada violenta de ayer fueron el Centro Universitario y el gimnasio de Espartanos. Son los únicos dos espacios que se construyeron desde abajo con lxs estudiantes, organización y consciencia colectiva. A la hora de pensar la reconstrucción del CUSAM y la Unidad Penal, deben ser nuestra guía.
Otra certeza que nos acompaña desde nuestros inicios en 2008: que el CUSAM haya sido incendiado justifica y compromete doblemente nuestra tarea. El espacio universitario CUSAM es desde sus comienzos un espacio también para lxs trabajadores del SPB. Lo sucedido sencillamente refuerza nuestra convicción de que su formación es necesaria para transformar este modelo penitenciario agotado.
Se equivocan quienes piensan que el CUSAM, al igual que los demás centros universitarios en las cárceles de todo el país, es algo material que se puede destruir. Desde el momento en que prendimos la mecha de la educación, el CUSAM está a salvo para siempre y ardiendo más que nunca en la consciencia de todxs sus estudiantes y docentes.
Nuestra certeza más grande es que la llama del CUSAM está adentro y afuera: es una construcción colectiva entre distintas comunidades de la región. El CUSAM es la Escuela Técnica, la Colmena, El campito, las empresas recuperadas, La Biblio, el Meren los Amigos, el Bachi La Esperanza, Diego Duarte, America Mestiza, EPM, FM Reconquista, 8 de Mayo, Bella Flor, El CUSAM es fruto de todas estas y más experiencias colectivas. Por eso el CUSAM renace y se multiplica con el apoyo que hemos recibido a lo largo del día de todxs ustedes. Mañana, amigxs, florecerán mil CUSAM, porque el CUSAM somxs nosotrxs.

OFENSIVA SENSIBLE RECARGADA. ENTREVISTA A DIEGO SZTULWARK // Ezequiel Fanego y Alfredo Aracil

A un año de la publicación de La ofensiva sensible sorprende tomar conciencia de lo vertiginosos que fueron estos últimos meses: de la derrota en las urnas del macrismo y el inicio del estallido social en Chile a la pandemia, el fortalecimiento del discurso neofascista, el golpe y elecciones recientes en Bolivia y el plebiscito para cambiar la constitución de Pinochet. Hablamos con Diego Sztulwark para seguir de cerca las formas con las que se sigue expresando el reverso de lo político en latinoamérica.

Caja Negra: Una de las propuestas más estimulantes de La ofensiva sensible es la de efectuar una inversión de la perspectiva con la que abordamos las crisis: en lugar de profundizar los análisis sociológicos, tu libro hace un llamamiento a adoptar el punto de vista de la crisis y desde allí intentar una alianza con el síntoma que nos permita desplegar de los saberes en él contenidos. Hoy nos enfrentamos a una especie de saturación de la crisis. En el mundo, y muy particularmente en la Argentina, a las tensiones cada vez más límites del régimen extractivista/financiero vigente se le sumaron las propias de la gestión sanitaria de la pandemia. ¿Qué aspectos de esta encrucijada crees que se nos hacen visibles hoy a partir de adoptar la perspectiva que proponés en tu libro?

Diego Sztulwark: Hoy todo es crisis. Desconfío mucho de esta inflación de la verdad. Es cierto, hay crisis. Pero los discursos de la crisis se elaboran desde arriba. Y cuando eso sucede, la apelación a la crisis funciona como discurso de orden, de poder, de aseguramiento de la dominación en condiciones cada vez más precarias y violentas. Es todo lo contrario a la idea de asumir la crisis como premisa. Cuando los que mandan hablan de crisis lo hacen desde la perspectiva del orden. Y de un determinado orden específico. Ese que se suele llamar neoliberal. Hablan de crisis para bajar salarios, despedir gente, presionar por subsidios para las empresas y limitar los recursos destinados a financiar el bienestar social. La crisis es la excusa perfecta para imponer una cierta normalidad. El problema es que esa normalidad cada vez es menos consistente, menos abarcadora, menos creíble. La normalidad que se procura imponer vuelve a subordinar la reproducción social a las exigencias de la reproducción capitalista. Pero de un capitalismo cada vez más desesperado. Este discurso de la crisis desde arriba ha colonizado completamente el mundo político.

Mi impresión es que hay un reverso, un punto de vista muy diferente, que consiste en afirmar la crisis desde abajo. Algo que trabajamos con mucha profundidad en la época del 2001 con el Colectivo situaciones, y que veo más vigente que nunca. Se trata de asumir otro punto de partida, como condición de posibilidad de otra cosa. La crisis como punto de vista no extraña la vieja normalidad, sino que en todo caso quisiera crear una nueva, de una naturaleza completamente diferente. La crisis como premisa positiva equivale al rechazo del mando neoliberal. Y supone comprender que su pretensión de que la reproducción comunitaria pueda basarse en sus propias categorías es inconducente. Esta premisa está en la base de toda crítica, de toda génesis de una cultura diferente. En ese sentido, pienso que la escucha del sintoma se sitúa cada vez más en el centro de una política no neoliberal, si aceptamos que esa escucha implica una alianza con los malestares. La fenomenología de la crisis sólo se ha radicalizado desde que comenzó la pandemia. El malestar ha explotado, y todos nos dedicamos hace meses a los cuidados individuales y colectivos. La llamada nueva normalidad es inseparable de una precarización de la estructura social, del miedo al futuro, de una dualización aún más extrema entre el bienestar del encierro y el trabajo a la intemperie; de modos de vida cada día más dependientes de las ofertas de mercado y formas de vida que deben inventarse un mundo de cuidados como condición de existencia.

La coyuntura ha abierto una discusión sobre el fin. Pero, ¿del fin de qué estamos hablando? Mientras Hollywood lleva décadas especulando con un apocalipsis zombi, sucesos como los de Guernica suscitan otro tipo de imaginación. ¿Qué posibles se actualizan con las tomas de tierra?

 Mi único contacto con los zombis antes de la cuarentena había sido una participación muy menor en una película genial del colectivo Barrionuevo Tóxico, Estación Zombi, en donde pibas y pibes del conurbano son tratados como unos seres mutantes, más dinámicos y sensuales que aquellos que venimos del centro de la ciudad con discursos de inclusión social. Digamos que lxs pibxs zombis usan la boca para comerse a quienes usamos la boca para hablar. Una aguda crítica al progresismo de clase media urbana. 

Las películas y series norteamericanas sobre zombis las conocí en esta cuarentena. En ellas, una persona o un grupo de personas advierte que el orden humano se ha perdido y decide luchar por sobrevivir contra un mar de pseudohumanos  –cuerpo humano, cerebro aplastado– incontrolable. Es exactamente el inconsciente de una sociedad imperial que advierte que ha perdido su hegemonía planetaria y ve masas humanas ingobernables por doquier. Es sobre todo la decisión de aplicar dosis infinitas de violencia para hacer sobrevivir un modo de vida, en las condiciones que sean. Así imagina el fin el inconsciente colonizador. En su libro Autómata y caos, Franco Bifo Berardi da vueltas a este fin anunciando, el fin del cerebro de la raza blanca del norte y la llegada de lo oscuro del sur. Es preciso advertir que el fin de la hegemonía norteamericana emergida de su victoria de la guerra fría con el mundo socialista de la ex URSS no es el único fin imaginable, que podemos imaginar otros finales. Un autor de Caja Negra como Mark Fisher hablaba del “realismo capitalista” como la imposibilidad de asumir final alguno del mando del capital. Este es un razonamiento de tipo Eterno Retorno de Nietzsche: ¿cómo afirmar lo que viene? Quizás se pueda apostar a que la conmoción producida por la pandemia no se resuelva sólo en un deseo de normalidad. 

¿Qué indican las tomas de tierras? No estoy seguro, pero quizás indican que hay nuevos enlaces entre desposesión y capacidad de imaginar otras formas de propiedad colectiva. Seguramente no de un modo directo, porque en la ocupación hay un acto inmediato de reivindicación de un derecho y una demanda, pero sí tal vez de un modo indirecto, en el doble sentido de que la presión sobre la propiedad pública y, sobre todo, privada cuestiona el estado de cosas y fuerza reacciones. Y esta semana hemos visto hasta qué punto estas reacciones, aún provenientes de gobiernos que se dicen a sí mismos populares, pueden ser tan antipopulares (como el desalojo violento de la toma de Guernica). Las repercusiones de las tomas, en lo inmediato, parecen hacer chocar el punto de vista progresista (que, como dice Marino Pacheco, lo reduce todo al Estado) con el popular, que quizás se vea empujado de acá en más a fortalecer el sentido organizativo de sus acciones.

Sobre el retorno del fascismo también se viene discutiendo mucho, desde después del crack financiero de 2008. ¿Qué hace que el fantasma del fascismo vuelva con cada crisis? ¿Como es su relación con el neoliberalismo en la actualidad?

El discurso fascista suena a delirante, porque supone una amenaza, un enemigo comunista y revolucionario. Suena a anacronismo, a herencia de los discursos de la guerra fría. El deliro de los propietarios, sin embargo, no me parece desatendible en lo más mínimo. Ya Hobbes decía que el propietario temía por su propiedad antes de que un no-propietario lo amenazara. Hay en el miedo del propietario un anticipo, un presentimiento, una racionalidad preventiva. Me parece que el fascismo actual ya no tiene nada de la retórica revolucionaria de aquel de un siglo atrás. Se trata un fenómeno de aseguramiento. Aseguramiento de la propiedad, del control del Estado, de las formas de subordinación social (del deseo, de los consumos, de todo aquello que garantiza la realización de las mercancías). Me parece que el fascismo actual es una admisión de la imposibilidad de los neoliberales para gobernar la crisis de un modo puramente parlamentario. Es una estrategia de salvataje, un modo agresivo de orden al que acude el mando neoliberal ente el fracaso de lo que ellos mismos postularon durante décadas como el gobierno democrático de los mercados. ¿Es el fascismo un fantasma? Creo que es más bien un modo que encarna la antropología propietaria del capital ante el fantasma que lo agobia, ese fantasma-zombi o piquetero-delincuente o populista-anarquista. Es el terror a los signos de un mundo plebeyo al que tienen muy poco que ofrecerle. Ese terror es la fuente más evidente de violencia de sexista, clasista y racista del presente. 

Algunos fotogramas de Estación Zombie, película del colectivo Barrionuevo Tóxico, en la que participó Diego Sztulwark. Disponible acá

Se viene dando en el último tiempo un fenómeno discursivo novedoso, que es la apropiación de la derecha de ciertas preocupaciones que tradicionalmente tenían mayor presencia en las militancias populares. Uno de estos casos se dio recientemente con el problema de la salud mental: como un modo de oponerse a las medidas de confinamiento, de un día para el otro, estados como el estrés, la soledad, las ansiedades pasaron a ocupar un lugar central en la agenda política de la derecha y en el sistema de medios masivos. Frente al oportunismo de esta repentina preocupación, parece que lo peor que puede hacerse es negar la urgencia política de estos temas. Más bien deberíamos doblar el esfuerzo por distinguir modos opuestos de abordarlos. ¿Podrías ayudarnos a pensar en qué se diferencia el abordaje que el discurso dominante quiere apurar hoy de los malestares psíquicos de esa noción de politización del malestar que recorre La ofensiva sensible

Todo depende de cómo se asuma el síntoma: ¿nombra un disfuncionamiento a corregir o reenvía al agotamiento de una estructura? Las derechas llamadas “libertarias” agitan un deseo de libertad que consiste en identificar su propia salud mental con la salud de una normalidad de la reproducción del capital. Por eso ven comunistas en cada prescripción de la salud pública. Ojalá tengan razón. Y que el movimiento de los cuidados que estamos viendo en todo el mundo tenga la fuerza de poner en cuestión esa estructura. Pero es muy complejo, porque a nivel de mando político no aparecen cuestionamientos sino más una insistencia en recurrir a los mismos sistemas de automatismos que nos trajeron hasta aquí. En el mismo momento que el discurso del orden habla de afectos y de subjetividades descubre que no es posible adaptar a las personas a unas estructuras rotas. Descubre por tanto la doble tarea de normalizar la economía y de perfeccionar los modos de reajuste y adaptación, todo un tratamiento de las psiquis propietarias dañadas. Al contrario, la política de escucha del síntoma procura comprender lo que no cuaja en estas estructuras. Liga la llamada salud a una nueva economía, nuevas estrategias, nuevos lenguajes. En todo caso, estar discutiendo esto parece confirmar que la polaridad Modo de Vida/Forma de Vida –entendiendo por la primera toda manera de vivir articulada en relación automática con el mercado y a la segunda como la de aquellos que asumen su vida como una pregunta y no cuajan directamente en ese automatismo– es un modo concreto de comprender el discurso actual de la lucha de clases.

“¿Es el fascismo un fantasma? Creo que es más bien un modo que encarna la antropología propietaria del capital ante el fantasma que lo agobia, ese fantasma-zombi o piquetero-delincuente o populista-anarquista. Es el terror a los signos de un mundo plebeyo al que tienen muy poco que ofrecerle. Ese terror es la fuente más evidente de violencia de sexista, clasista y racista del presente.”

Por último, queríamos preguntarte por Bolivia y Chile. Las rotundas victorias del MAS y de la aprobación de la reforma constitucional parecieran poner en cuestión la idea de que hay un sentido común neoliberal infalible instalado en Latinoamérica, esa sensación que por momentos resultaba asfixiante durante los primeros años del macrismo. El hecho de que Chile, un país que se presentó siempre como el modelo más exitoso de cultura neoliberal, haya iniciado un proceso de manifestaciones populares y de solidaridad de base tan impresionante que entre otras cosas desembocó en este plebiscito pareciera indicar que bajo la imagen de una sociedad adaptada a la precariedad neoliberal circulan también otros deseos en puja. ¿Crees que es posible leer en esas expresiones el germen de un poder popular que pueda actuar hoy como contrapeso del poder financiero? Da la sensación de que los gobiernos progresistas no terminan de convencerse. 

La ofensiva sensible se publicó más o menos cuando se iniciaba la rebelión en Chile. Recuerdo que estuve en Santiago por esas semanas, fue algo muy impresionante. Fueron también los días del golpe en Bolivia. El año transcurrido desde entonces fue tremendo, la pandemia y todo lo que ella puso en juego pareció trastocarlo todo. Y, sin embargo, lo que podíamos ver entonces en Bolivia y Chile se confirma hoy con bastante continuidad. Son dos situaciones completamente diferentes, puesto que Bolivia es desde hace décadas ya un laboratorio de movimientos sociales anticoloniales, mientras que Chile aparecía hasta hace solo un año como la vanguardia del neoliberalismo. No obstante, se da entre esas situaciones casi opuestas una sincronía altísimamente sugerente. Mi impresión a trazo grueso es que en ambos casos se corrobora, primero, el peso de un reverso plebeyo de lo político, unas irrupciones populares capaces de forzar aperturas históricas desde bien abajo, y segundo, que la llamada política convencional está en relativo retraso para traducir el potencial de esas fuerzas y esas sensibilidades En Bolivia fue el ritmo de la contraofensiva popular la que parece haber marcado el ritmo de los acontecimientos, antes que los “aciertos” de la dirección histórica del MAS. En Chile, es una rebelión de una intensidad y una extensión impresionante lo que fuerza, desde abajo, la apertura de un proceso constituyente. Y no es sólo esto. Sino que luego de forzar esa apertura ese proceso, directamente lo ocupa –por medio de una participación inédita en medio de una pandemia, con alta cooperación en poblaciones populares– abriendo posibilidades nuevas impensables hace muy poco. Son señales que debemos atender, porque nos indican el absurdo de la pretensión neoliberal de reproducir la vida social dentro de sus estrechas categorías. El llamado neoliberalismo es, ante todo, un proceso atravesado por antagonismos muy profundos. Bolivia y Chile muestran, cada uno a su modo, como esos antagonismos son protagonizados por dinámicas de creación de formas de vida y de organización popular. Esta sigue siendo la fuente de nuevos acontecimientos democráticos, que no se agotan –por suerte– en las difíciles encrucijadas de los gobiernos progresistas. Cuando digo estas cosas no pretendo sonar “optimista”, tengo muy presente las preocupaciones de compañerxs de Chile que anticipan que será muy difícil todo lo que ahora viene. No es que no vea las dificultades. ¡Pero son dificultades de un proceso extraordinario!

Caja Negra Editora

LO QUE EL DESALOJO NOS DEJÓ // Red de experiencias territoriales comunitarias

Jueves 29 de octubre. Una noche hermosa de luna llena, en torno a muchos fogones, las familias de la toma de Guernica esperaban lo que deseaban que nunca sucediera.
A las 4 de la madrugada se produce el apagón en la toma y en barrios alrededores. El territorio estaba rodeado. Pocos minutos antes de las 5, en la oscuridad, comenzaron a avanzar las impactantes formaciones de las fuerzas represivas por el norte y por el sur de la toma. Por el lado oeste no hay salida posible, quedaba sólo una salida para escapar. El escenario se transformó en un campo de terror. Centenares de mujeres corrían desesperadas con sus hijes a cuestas y algunas pocas cosas que pudieron manotear en medio del desastre. Mientras muchas otras personas resistían para que ellas pudieran salir bien. Afuera del predio se encontraban con organizaciones sociales, comisiones de salud y vecines que hacían de apoyo y resguardo. Esto no bastaba para consolarlas y desviar sus miradas desorbitadas cuando veían los ranchos arder con las pocas cosas que tenían pero que significaron mucho durante tres meses. Padres que lloraban porque sus hijes permanecían en el predio en medio del ataque o porque los llevaron presos.


La espectacularidad de la represión era muy impactante. Tropas que avanzaban prendiendo fuego ranchos, postas de salud, centros de acopio de donaciones y comedores. Cuatriciclos que pasaban a toda velocidad por los alrededores rompiendo los puntos de apoyo. Helicópteros de la policía con algunos medios que registraban todo desde el aire. La represión y la persecución continuaron varias horas por los barrios vecinos. Muchos jóvenes le gritaban desde sus casas a la policía “ustedes son los criminales”, “asesinos”. El predio fue sitiado. Inmediatamente ingresaron las topadoras. Algunas comisiones de derechos humanos y médicos, mediante mucha presión, pudieron ingresar al predio. Registran lo devastador del paisaje: ranchos incendiados, herramientas, elementos de cocina, animales calcinados.
No hay protocolo que contenga este accionar. Vinieron preparados para la guerra. El despliegue fue de pura violencia y crueldad: apagón, incendios, ejecución de las topadoras ante las miradas de niñeces y mujeres, rompiendo un código que en toda guerra se debe respetar: el de asistir y sacar a los heridos. Los asistentes sanitarios fueron gaseados, atropellados y echados del lugar.


El gobierno, a través de muchos medios, intentaba tapar la violencia hablando de desalojo ordenado. Torciendo la realidad de la misma manera con la que fueron manipulando las mesas de negociación, utilizando la mentira y el desprecio. Mientras se desarrollaba la última mesa en la que se debía firmar el acta-acuerdo y en la que prometían respuestas solo para 250 familias aun reconociendo que el último censo arrojaba a 1400, el desalojo estaba en marcha. Fue el Estado, a través de sus funcionarios, el que rompió los acuerdos. No hay accionar político dentro de la toma que justifique el desalojo. Especularon todo el tiempo con acciones y discursos para dividir, quebrar, enfrentar y desacreditar a las organizaciones que vehiculizaban lo que el Estado nunca pudo gestionar en la toma: la atención y el cuidado a través de la salud, la alimentación, las vestimentas y todo tipo de respuesta a las necesidades. ¿Dónde estuvieron y están las áreas de desarrollo de la comunidad, de la niñez, de género y de hábitat durante este tiempo más allá de los discursos de un Estado que asiste? ¿Cómo vuelve un gobierno que se llama popular de semejante ejercicio de la violencia y despojo a los sectores que reclaman tierra para vivir? ¿Constituye esto lo que una parte de la sociedad y algunos medios celebran?
¡Cuántas imágenes del terrorismo de Estado nos vuelven a sacudir: apagón, cuatriciclos rompiendo puntos organizados para el apoyo a la asistencia, medios cómplices de la violencia y empresarios esperando que el poder político y judicial les garantice la renta sobre sus negociados inmobiliarios mafiosos! No fue posible la tierra para quienes la necesitan para vivir. Hubo represión para sostener el pacto con quien la usurpa y se adueña para sus negocios financieros.


A dos días del desalojo no hay una sola familia de la toma con una respuesta concreta. Los centros en los que prometían alojarlas transitoriamente se encuentran vacíos. Muchas familias fueron a parar hacinadas a terrenos prestados por vecines. Otras andan deambulando por las estaciones y las plazas. Y muchas otras volvieron a los lugares de violencia de donde huyeron.
Quiénes vienen de organizaciones populares desde las cuales llegaron a ocupar funciones en el Estado hoy y conocen la realidad de la pobreza, la marginación y el despojo ¿cómo pueden aceptar el atropello, la humillación y el abandono? ¿Cómo explicaran las represiones venideras? ¿Qué respuestas darán a los sectores que seguirán luchando por tierra para vivir?
Ante la crisis habitacional, la lucha por la tierra es una realidad que no se puede enmascarar, criminalizar ni violentar. La organización colectiva es el desafío para lograr el uso social y comunitario de la tierra.

#TierraParaVivir
#ComunidadesParaConstruir

 

Punto de inflexión // Colectivo editorial Crisis

Un mes especialmente simbólico para el gobierno está terminando de la peor manera posible. Hace dos semanas el movimiento justicialista cumplió 75 años de existencia. Y hace apenas dos días invocamos la figura de Néstor Kirchner, a una década de su fallecimiento. Pero quienes festejan hoy 29 de octubre de 2020, con total desparpajo, son el poder económico concentrado, la derecha antipopular y el Fondo Monetario Internacional.

En el conurbano bonaerense, más precisamente en la localidad de Guernica, las fuerzas represivas al mando del teniente coronel retirado Sergio Berni esperaron el alba para arremeter con ferocidad contra miles de personas sin techo que procuraban un pedazo de tierra para vivir. El ministro de Seguridad de Axel Kicillof tiene tiempo para hacer proselitismo mientras reprime a los humildes que jura amar, con un cinismo altamente valorado en los medios de comunicación –a ambos lados de la grieta. El desenlace violento llegó luego de varias semanas de negociación y echó por tierra un acuerdo entre el ministro de Desarrollo Humano de la Provincia y las familias ocupantes, que estuvo a punto de firmarse. Nadie sabe muy bien por qué el gobierno provincial decidió dar por clausurada cualquier salida democrática al conflicto, para dar paso en cadena nacional a imágenes de un desalojo brutal y aleccionante.

Mientras el castigo policial continuaba en los barrios aledaños a la toma de Guernica, en la ciudad de Paraná la jueza María Carolina Castagno ordenó desalojar a los integrantes del Proyecto Artigas, con el fin de restituirle la posesión de la Estancia Casa Nueva a sus oligarcas propietarios. En la tranquera de ingreso al campo, los hermanos Etchevehere festejaron junto a Patricia Bullrich, al grito de “¡viva la propiedad privada!”. Luego entonaron el himno nacional, felices por la buena salud de sus privilegios. Dolores Etchevehere denunció desde el interior del terreno en disputa la naturaleza espúrea de una justicia que tiene muy claro su lealtad de clase. Una línea de siniestra complicidad con los poderosos hermana al fiscal de doble apellido (Condomí Alcorta), que se sacó una selfie con “la conquista” de Guernica como fondo, con el fiscal de La Paz (Oscar Sobko), hijo de desaparecidos, que expuso con mucha convicción su servilismo a los intereses del más grande mafioso entrerriano.

Hay que tener en cuenta un tercer hecho acontecido esta mañana triste: la aprobación en el Congreso del Presupuesto Nacional 2021. Como manifestó el actual director del Banco Nación, Claudio Lozano, “las características del presupuesto presentado para el próximo año indican que el acuerdo con el FMI obtuvo un peso importante en la planificación de la política pública contenida en el proyecto de ley.  Está claro que otro hubiera sido el trazado presupuestario si en el centro de la agenda pública estuviera la resolución de los efectos sociales y laborales que viene dejando a su paso la crisis sanitaria”. Arrinconados por los ataques contra la moneda argentina que explicitan la fragilidad de nuestras pretensiones soberanas, el equipo económico ha comenzado a ceder ante los especuladores y ata su suerte a un apoyo del FMI que, obviamente, conllevará condicionamientos.

Todo parece indicar que estamos ante un punto de inflexión. Hace pocos días el exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, todavía exiliado en nuestro país, nos explicó por qué el Movimiento Al Socialismo pudo volver a triunfar frente a una derecha fascista y neoliberal que se había encaramado en el Estado: según él, no es lo mismo interrumpir un proceso popular que derrotarlo. La derrota supone perder la iniciativa histórica. Quedarse sin horizonte. Entregar las banderas.

Un viejo militante peronista que nació en el 55, peleó en el 76 y sobrevivió al 2001, dijo hoy, angustiado antes las imágenes de la represión contra el pueblo, “de esta no se vuelve”. El Frente de Todos no parece contar con las fuerzas necesarias para impulsar en lo inmediato un gobierno progresista y de inclusión democrática. Pero si entrega sus convicciones ante la presión de los poderosos, como parece estar sucediendo, perderá mucho más que una elección de medio término. Perderá algo más que el gobierno. Perderá su razón de ser.

Foto: Agustina Salinas

Revista Crisis

La política en patrullero // Diego Valeriano

La política en patrullero tiene otros tiempos, otras texturas, otros modos. Es más fácil. Se nutre de buchones, funcionarias, opinadores. Sabe cuáles son nuestros miedos, anda en medio de la noche sin ningún problema. Patrullero posteo, patrullero crueldad, patrullero traición. Chaleco, militancia, casco, selfie, escudo, chamuyo. 

La política en patrullero absorbe todo, seca todo, quita el aire, las ganas, la tierra. Es anti balas, no le entra una, no le importa, arrasa con lo que se cruza. Es un modo de vida, una adecuación inmediata al mando del capital. Es la única adaptación posible que se permite. Patrullero silencio, complicidad, encubrimiento. 

El patrullero educa, corrige, señala. Niega el síntoma. La política en patrullero no entiende de tonos, momentos o historias, no le importan. No entiende de ideas, es la idea. Desprecia a los vagabundos, a las gedes, a lo plebeyo. Odia a Facundo, Ludmila, Santiago, María, Luciano, odia a esos cuerpos. Marca el ritmo, el tono, tus ideas y obediencias. No le hace el juego a la derecha, no duda, no discute, es pura territorialidad militante. 

¿Cómo te bajás del patrullero una vez que te subiste? Una vez que disfrutás de ser así de poronga, infalible, ¿cómo volvés a tu cuerpo, a tus ganas, a eso que decís que sos? ¿Cómo explicás, discutís, te reís, festejás? ¿Cómo buscás el aire con amigos? ¿Cómo hacés para volver a la plaza nuevamente sin que te dé algo, un poco, una astilla de vergüenza? 

 

Desde el desalojo represivo en Guernica // Entrevista a Neka Jara (integrante de la Asamblea Feminista)

https://radiocut.fm/audiocut/neka-jara-integrante-asamblea-feminista-toma-guernica-con-daniel-tognetti/

Entrevista a Neka Jara, histórica militante autonomista, popular y feminista desde Guernica. Cuenta el salvajismo de la represión desde la posta sanitaria, en medio de la represión. En este día tan triste, contrasta con la miserabilidad de las coberturas periodísticas y ayuda a denunciar lo que está pasando.

Chile Rebelión. Plebiscito de Entrada // Diego Ortolani

 

Esto que sigue no es un artículo sistemático, que sería bueno tener tiempo para escribir y justo ahora falta, sino un compendio de reflexiones tomadas de respuestas urgentes y en diálogo con preguntas de compañeros y compañeras de fuera de Chile, que me han llegado en estos días previos al Plebiscito Constitucional de este domingo 25 de octubre.

Comoquiera que se nota que mucha gente, estando muy implicada, ni siquiera comprende bien qué se vota mañana (cosa que sucede incluso aquí), ni tampoco el contexto y los significados de este Plebiscito, vamos viendo y empecemos por lo más simple.

La papeleta del voto consta de 2 preguntas. La primera es si el votante Aprueba o Rechaza que se redacte una Nueva Constitución (NC) para Chile. De ahí que las campañas en torno al Plebiscito se hayan articulado fundamentalmente en torno al Apruebo o el Rechazo, y esa ha sido su simbolización fundamental. La Constitución vigente en Chile, si bien con una cantidad de reformas importantes (sobre todo en el Gobierno del “socialista” Ricardo Lagos, 2000-2006), es la llamada Constitución del 80, la constitución pinochetista pergeñada por un grupo de intelectuales orgánicos de la dictadura cívico-militar, comandados por Jaime Guzmán (fundador también del partido Unión Demócrata Independiente, UDI, la derecha más dura y defensora fundamental todos estos años del legado pinochetista). De manera que, simbólicamente, el resultado tiene una gran carga.

También, porque si es cierto que las reformas del período de Lagos eliminaron algunos de los llamados “enclaves autoritarios” de la Constitución del 80 (como los senadores designados y vitalicios, la autonomía de las FFAA con respecto al Gobierno constitucionalmente elegido, etc.), y luego durante el segundo gobierno Bachelet (2014-2017) se eliminó otro importante enclave autoritario remanente (el sistema electoral binominal, que sobre representaba a la derecha, cambiado a uno proporcional D’Hondt), la codificación del neoliberalismo radical en la Constitución vigente, en sus líneas maestras, permanece intacta.

Las demandas populares y ciudadanas anti neoliberales que eclosionaron en un largo ciclo de luchas que se inició con la “revolución pingüina” del 2006 (inolvidable movimiento de estudiantes secundarios por la educación pública),  chocaron una y otra vez con el cerrojo constitucional. Hubo un simulacro de proceso constituyente en el gobierno Bachelet 2, dado que el clamor ciudadano por una Nueva Constitución y una Asamblea Constituyente fue creciendo en las sucesivas estaciones de aquel largo ciclo de luchas, y de hecho una de las promesas fundamentales que legitimó el “Programa” y la elección misma de Bachelet 2 y su Nueva Mayoría, fue una Asamblea Constituyente para una NC. Pero no pasó de un simulacro. 

Por todo esto una de las demandas fundamentales de la rebelión popular que estalló en el gran Octubre de 2019 fue una Nueva Constitución y una Asamblea Constituyente, como inicio de un ciclo de transformaciones profundas que desmonten el neoliberalismo, permitan la recuperación de derechos sociales conculcados desde la dictadura (todos), y empezar a dibujar un nuevo horizonte de sociedad. Se comprende mejor entonces el simbolismo del Apruebo y el Rechazo.

La segunda pregunta de la papeleta plebiscitaria es cuál debe ser el órgano que delibere y redacte esa Nueva Constitución. Las dos opciones disponibles son: 1) Convención Mixta Constitucional (CM), que se constituiría con un 50% de convencionales elegidos por el Parlamento en funciones, y un 50 % de convencionales elegidos por votación popular ad hoc, 2) Convención Constitucional (CC), que se constituiría con un 100 % de convencionales elegidos por votación popular ad hoc.

Aquí lo que hay que mirar es si la CC se impone sobre la CM. Las encuestas realizadas durante lo más álgido de la rebelión de octubre a diciembre 2019, arrojaban que el Parlamento tenía entre un 3 y un 6% de aprobación (luego no ha pasado si acaso del 9-10 %). El Parlamento y la mayoría de los partidos políticos representados en él, incluida muy conspicuamente la ex Concertación, luego ex Nueva Mayoría y ahora fragmentada (aquella coalición que había prometido que “la alegría ya viene” cuando a fines de los 80 condujo la derrota electoral de la dictadura), están profundamente deslegitimados. Claramente por su implicación y complicidad, durante la infinita “transición a la democracia” de la posdictadura, con la vigencia y administración “exitosa” del modelo socioeconómico neoliberal (que es también político y cultural), implantado en su día a sangre y fuego por Pinochet y los Chicago Boys, incluidos sus aspectos más aberrantes de abusos, colusiones y corrupciones político-corporativas de todo tipo y enorme magnitud, que durante los últimos lustros se han destapado con fuerza, destruyendo el mito del “oasis chileno”.

El “Modelo” y sus abusos es precisamente contra lo que se ha levantado el pueblo en la rebelión abierta el 18 de octubre de 2019. Y como la mayoría de los partidos parlamentarios han estado comprometidos con él, que una NC sea redactada por convencionales elegidos a mitad por el Parlamento en la CM, es percibido (y lo sería realmente) como un dique mayor que la CC al carácter transformador de la NC. Se supone que la CC, al ser 100% electa por voto popular, podría expresar mejor el anhelo transformador (volveremos sobre esto).

Lo tercero que habrá que ver, que no está en la papeleta, es el por ciento de participación electoral. Dada la constitución histórica, compleja pero real, del aquí llamado Partido del Orden neoliberal (que obviamente incluye al gran empresariado, los grandes medios de comunicación, gran parte del poder judicial, las FFAA y de seguridad, y en su aspecto político-electoral a la derecha partidaria y a la ex Concertación, in distinguiendo a las fuerzas políticas ); dada también la deslegitimación de ese orden, y la convicción mayoritaria que todo eso está ahí para oprimirnos y cagarnos, la abstención electoral en Chile ha llegado a niveles que la transforman en una democracia (neoliberal) de bajísima intensidad, como la norteamericana. En las últimas municipales la abstención fue cercana al 70 %, en las últimas parlamentarias al 53 %, y en las últimas presidenciales de 51 %. En la medida en que este Plebiscito sea percibido (con toda su ambivalencia, que exploraremos un poco) como el inicio de un posible ciclo de transformaciones, la participación debería subir, y si es muy alta (pese a la pandemia y a la campaña del terror que ha desplegado la derecha), será un claro indicio de esa percepción, o más bien, de ese anhelo.

Este Plebiscito, llamado de Entrada, forma parte de un “Proceso Constituyente” que incluye 4 estaciones, la segunda será la Elección de convencionales constituyentes en abril de 2021 (las fechas se fueron corriendo por la pandemia), la instalación y sesión más adelante de la CC ó CM para redactar la NC, y por último un Plebiscito de Salida donde se Apruebe o Rechace la NC.

Tal “Proceso Constituyente” fue negociado por la mayoría de los partidos políticos con representación parlamentaria  (toda la derecha, la ex Concertación y la fracción hegemónica del Frente Amplio, coalición de centroizquierda que por ese motivo se fraccionó de inmediato), en el llamado “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”, suscrito entre gallos y medianoche el 15 de noviembre de 2019, luego de un mes de rebelión popular que no cedía, con gigantescas movilizaciones, derrota por el pueblo alzado de un Estado de Excepción, y altos niveles de enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, que alcanzaron su punto más álgido en la inolvidable huelga general del 12 de noviembre de 2019 (relaté ese mes heroico y multitudinario en un texto urgente, que quizás leído ahora a la distancia peca de optimista, pese a la magnitud innegable de aquellos acontecimientos). Luego, durante el verano del 2020 fue negociada su reglamentación, en todos sus aspectos, por una “Comisión Técnica Constitucional” constituida por los partidos firmantes del Acuerdo. Y así estamos ahora en este “Proceso Constituyente”.

Que como decíamos, es altamente ambivalente. Por un lado, si en el Plebiscito triunfan las opciones Apruebo y CC, simbólicamente es una conquista contra lo peor del legado pinochetista  y abre una brecha político-jurídica en ese formidable dique que ha sido la Constitución del 80. Por otro, al haber sido negociado de espaldas al movimiento popular en rebelión, al estar cooptado en su reglamentación y formas de elección por el sistema político neoliberal deslegitimado (no pueden elegirse convencionales fuera de las listas de los partidos políticos y por tanto el movimiento popular no puede elegir candidatos “independientes” , como han dado en llamarlos los medios y los partidos ), y en fin, al ser cualquier cosa menos una Asamblea Constituyente popular y originaria, como clamaba la rebelión, es señalado por gran parte del “movimiento de movimientos” emergido con Octubre como una maniobra de contención del carácter transformador que debe tener un proceso constituyente. La NC que emerja de este proceso es imposible que sea la anhelada. Existen por supuesto artículos y textos más sesudos, pero se puede ver al callo en este sencillo video de Radio Plaza Dignidad.

Es cierto que en las negociaciones se logró incluir una cláusula que garantiza paridad de género en la elección de convencionales, de manera que por primera vez en la historia constitucional universal, una Constitución será redactada por un órgano constituido 50 % por mujeres. A la vez, con toda su importancia, eso no garantiza uno de los clamores de la rebelión, la de una constitución feminista. Que fuera Plurinacional era otro clamor, para lo que la calle exigía un cupo de 10 % mínimo para pueblos originarios en el órgano constitucional, exigencia que fue ignorada por el Acuerdo.

Una exclusión muy sentida es la de las y los estudiantes secundarios, quienes iniciaron la rebelión en Octubre con sus inolvidables evasiones masivas del Metro. La calle exigía que votaran las personas a partir de los 14 años, pero el Acuerdo lo evadió olímpicamente.

Otras trampas del Acuerdo y su itinerario “constituyente”  son: el Plebiscito de Entrada es con voto voluntario, el de Salida con voto obligatorio (o sea, intentar sumar número a la posible abstención vs sumar número a la legitimación por voto popular de una NC redactada por éstos partidos); la coincidencia de la elección de convencionales con las elecciones municipales y de gobernadores –una novedad del sistema político chileno, donde hasta ahora los gobernadores eran designados por el poder central-, lo cual suma vértigo y confusión a un proceso ya de por sí confuso; y en fin, los propios tiempos del proceso, vertiginosos y apretados, lejos de unos tiempos establecidos con mayor autonomía que permitieran una mayor maduración y una mejor deliberación del M18 sobre una Asamblea Constituyente y sus modalidades.

Por comodidad, homenaje e interpelación a una soñada autonomía política, entre algunxs compas le llamamos M18, o también  octubrismo, al movimiento de movimientos emergido con Octubre, que incluye, digamos, a los movimientos pre-existentes: feministas y de la sexo-diversidad, secundarios y estudiantiles, ecologistas, gremiales y de trabajadorxs, etc.; más todo lo surgido con Octubre: asambleas territoriales y coordinadoras, primera línea y sus apoyos, incluidos todos esos cuerpos movilizados, esas rebeldías más difusas y menos organizadas, en suma, una multiplicidad de sujetos y sujetas en busca de una constitución política autónoma al neoliberalismo y sus expresiones partidarias. Como sabemos, los tiempos en la lucha política son fundamentales, y su heteronomía o autonomía hacen una diferencia decisiva.

La ambivalencia es tal, que una parte de la derecha, más “liberal”, está por el Apruebo: un ala de Renovación Nacional, que es el otro gran partido de derecha, Evópoli, un partido generacionalmente más joven, así como mucha derecha social. Incluso, ministros y ministras de Piñera. Sólo la UDI, la ultra derecha neofascista del Partido Republicano, y el ala más vieja y dura de Renovación Nacional se han declarado abiertamente por el Rechazo. Y también por el Apruebo van todos los partidos del Acuerdo, otros partidos como el Comunista y partidos menores, gran parte del octubrismo (pese a todo), y muchísima gente suelta.

Por otra parte, en noviembre de 2021 serán las elecciones parlamentarias y presidenciales, lo cual también contribuirá a dejar en ángulo oscuro éste “proceso constituyente”, sumará confusión y se cruzará, con toda su importancia, con el mismo. Pensar en qué medida y sentido se cruzan y condicionan mutuamente ya excede las pretensiones de este texto, pero será una cuestión fundamental a dilucidar.

A partir de aquí, dejo algunos apuntes rápidos más urgentes y sueltos aún que surgieron en esos diálogos que mencionaba al principio, con amigos y compas.

“- Como les decía, este Plebiscito y todo este “Proceso Constituyente” es un rejuego complejo. Por lo mismo, inteligente y mete una fuerte cuña en el movimiento.

– Dentro de tanta maraña y  mediocridad política,  qué alegría y esperanza me da Bolivia.

– Sí. Bolivia muestra que se puede incluso resistir los Golpes “de nuevo tipo”. Pero hay que tener mucha convicción, inteligencia y mucha valentía política. Esa es la clave. Aquí Catalina Pérez, la presidenta del partido Revolución Democrática, hegemónico en el Frente Amplio, y una de las figuras por la centroizquierda en el Acuerdo, reconoció que éste se firmó bajo amenaza de golpe. Todo lo contrario de Bolivia. ¿A quién le preguntaron si había que negociar o queríamos resistir?

–  ¿Por qué no le crees a la Convención Constitucional? ¿Crees que su conformación va a estar manipulada? ¿Qué la Constitución que salga de allí va a ser más de lo mismo?

– Claro. Aquí es un gran debate desde el día 1 del Acuerdo:

1) El Acuerdo se firma entre los partidos deslegitimados y defenestrados, excepción hecha del Frente Amplio, que digamos estaba en un cono de sombra por su tibieza parlamentaria y lejanía de los movimientos, desde que en 2017 ganó 20 diputados y un senador. De todas maneras, con su firma a ojos vista del Acuerdo, su posterior aprobación en el Parlamento de las leyes «anticapucha y antibarricada» presentadas por el Gobierno de Piñera para reforzar la criminalización de la rebelión, mas su actuación tímida y sin convicción frente a los crímenes pandémicos del Gobierno en estos meses coronavíricos, queda incluido en buena medida.

Se firma de espaldas a la protesta popular, de espaldas a los movimientos sociales y a las nacientes asambleas territoriales y sus coordinadoras. Desde el Partido del Orden, se firma evidentemente para descomprimir la movilización social, relegitimar a los partidos, y entrampar el carácter transformador de la eventual Nueva Constitución.

2) Se firma bajo amenaza de golpe, luego de que después de un mes, la rebelión no cedía, y la huelga general del 12 de noviembre, con un alto nivel de enfrentamiento popular a la represión, mostraba la posibilidad de tumbar al Gobierno criminal, y abrir un cauce de transformación profunda. Bolivia muestra como decíamos que transar no era el único camino.

Si, eso está claro, ¿pero donde está la trampa en la elección de los constituyentes, independiente del tema del inexistente cupo para los pueblos originarios?

– Voy… 3) Se firma con la concesión de los 2/3 de quórum en su reglamento de funcionamiento. O sea, la derecha, con 1/3 de quórum, puede bloquear toda transformación sustancial de la NC. Peor aún: el Partido del Orden, sumando a la ex Concertación, con 2/3, puede imponer una NC gatopardista, que no decodifica al neoliberalismo constitucional, ¡y que después puede ser legitimada por el voto popular en el Plebiscito de Salida!

Me refiero a los quórums que define el reglamento del Acuerdo para la eventual Convención Constitucional, quórums para que quede asentada una materia en la Nueva Constitución, tras la deliberación de los y las constituyentes. Reglamento “cocinado” por una Comisión Técnica de los partidos firmantes del Acuerdo.

Ahí está…

4) La reglamentación acuerdista sobre la elección de constituyentes implica que «los independientes» (el pueblo, los movimientos), no pueden ser electos fuera de la tutela de los partidos en sus listas. Incluso si (como para la paridad de género), se consiguiera «cupos para independientes» y para «pueblos originarios», el que la forma de elección sea por el sistema proporcional D’Hondt, y usando los distritos parlamentarios vigentes, le garantiza la hegemonía y/o sobre representación a (éstos) partidos políticos, que para ese terreno tienen sus máquinas aceitadas y listas.

O sea, que como sea la CC va tener los suficientes momios y «moderados» para que todo quede más o menos igual.

Así es. 5) Se impone una cláusula por la que deben respetarse no sólo los tratados internacionales suscritos por Chile (entendible y en gran medida positivo), sino también los Tratados de Libre Comercio, incluido el TPP11 si alcanzan a aprobarlo antes de la CC.

6) No hay limitación ni transparencia alguna con respecto al financiamiento de las campañas para la elección de convencionales.  Obvio, los grandes empresarios van a lubricar generosamente como acostumbran.

7) El progresismo tipo Frente Amplio y Fernando Atria (importante constitucionalista ex PS hoy en el FA, que el día del Acuerdo estaba operando a full para que éste saliera, por celular ya que no estaba adentro, convencido que estaba haciendo historia), esa gente, frente a la criticas, argumentan que se logra terminar con la Constitución del 80 partiendo de una supuesta «hoja en blanco». Esto implicaría: no queda nada de la Constitución del 80, en la deliberación de la CC todo parte de una «hoja en blanco».  Con la concesión de los 2/3 de quórum, dicen, es cierto que probablemente saldrá una «Constitución mínima». O sea, generalista, sin definiciones sustanciales. Por ejemplo, con respecto al agua privatizada hasta en sus fuentes, y los recursos naturales; a una renacionalización de las AFP, los fondos de pensiones privatizados; respecto al derecho a la salud y la educación; a los derechos sexuales y reproductivos, como el aborto libre, seguro y gratuito. Etcétera.  Pero, dicen, ya no existirá la Constitución del 80, y lograr esas conquistas en las futuras luchas parlamentarias sin sus cerrojos será más viable.

Primero, esto obvia que la «hoja en blanco» ya está negociada por el Partido del Orden. Segundo,  lastra la posibilidad de ir más a fondo por medio de la lucha, la movilización, la auto-organización y la auto-constitución política del M18 y de una Asamblea Constituyente  impulsada desde abajo. Impone la imagen de la democracia que éste progresismo no puede superar, cuyo horizonte insalvable es el “Estado de Derecho” liberal, cada vez más neoliberalizado y restringido, en todos lados. Y esto, por falta de imaginación política, o por miedo -amenaza de golpe, sólo parcialmente entendible-, o por una elección político-teórica a la cual le falta radicalidad democrática, por paternalismo racionalista con respecto al protagonismo y la participación popular, o por todo eso junto y vaya a saber qué más. Tercero, subestima al Partido del Orden, que en ese juego donde la lucha y el protagonismo popular no participan, lo más probable que se los lleve puestos.

Imaginen el giro histórico que hubiera significado decir, en noviembre: no, de espaldas a la lucha y el protagonismo popular, nada: I) Renuncia del Gobierno criminal, II) AC sin la hegemonía de los partidos políticos (hay experiencias previas, en Islandia prohibieron la participación de los partidos en la AC, y previamente metieron en cana a los banqueros y políticos corruptos), III)  NC escrita con la participación popular, como inicio de un largo camino de transformación (espantando el fetichismo constitucional, porque sólo un papel no va a cambiar la realidad, con toda la importancia que tiene una Constitución)

Perdieron ese tren. El Acuerdo metió una cuña en el movimiento. Y ahora se abre el dilema de si avalar todo esto apostando a la CC, o impugnarla e intentar construir la AC desde abajo. Hay quienes dicen que sería posible “abrir” esta CC a una real AC, y transformar este “proceso constitucional” en un verdadero proceso constituyente. Se ve difícil, porque no está diseñado para eso. Hay quienes dicen que hay que apostar a las dos cosas, a participar en éste proceso sacándole el máximo partido, ejerciendo una crítica permanente sobre él, y a la vez impulsar una AC desde abajo. Puede ser, pero el grado de energía y madurez política que eso supone, hay que ver si se consigue por aquí.

E insistimos (esta es una idea de un compañero muy querido): una posibilidad latente es que una NC gatopardista y que no decodifica el neoliberalismo puede quedar legitimada por el voto popular en el Plebiscito de Salida. Una trampa genial.

Hay clivajes de clase. En las asambleas y sectores en general más de clase media, suena fuerte la opción de apostar a éste proceso y “abrirlo”. En las asambleas, colectivos y organizaciones de territorios más populares, la bronca con el Acuerdo y la CC es grande. Así como también en buena parte de los  movimientos sociales pre existentes a Octubre (feministas, sindicales, ecologistas, pobladores, estudiantiles, la coordinadora Unidad Social, etc., muchos de los cuales sacaron desde noviembre declaraciones y documentos analizando y denunciando todo esto).

El progresismo partidario  cree que con su astucia parlamentario-electoral va a «derrotar a la derecha» y al Partido del Orden. Difícil. No por gusto Chile es un gran alfil del neoliberalismo mundial. Estúpidos no son, todo lo contrario. Estamos una situación muy difícil y ambigua. Además, con la pandemia arriba. Con la militarización y el control del territorio legitimado por la pandemia. Y con la pandemia misma, que no es ningún cuento y ha derivado (por la gestión criminal del Gobierno) en que Chile tenga una de las tasas de mortalidad más altas del mundo, muertes que en su mayoría ha puesto el mismo pueblo. Pero bueno, lo peor que puede pasar es que haya en el futuro que impugnar todo esto (ojalá eso sí que no pasen otros 30 años).

Lo que sí estuvo buenísimo es que el 1er Aniversario el domingo 18 mostró que la rebelión está viva, en inevitable paréntesis pandémico. Fueron 500 mil personas más o menos. Y por la noche hubo mucha movilización territorial. La mayor apuesta es que cuando la pandemia ceda (alguna vez cederá se supone), la rebelión y las luchas se reactiven, que será el elemento activo que diga por dónde.

El domingo 18 estuvo muy bueno pero los pacos asesinaron a un muchacho de 26 años en la población La Victoria, lo acribillaron. Se ha luchado mucho, ha muerto mucha gente, muchas y muchos mutilados, presos, torturados. Eso indispone también contra las transas.

Hay que poder calar a fondo en qué medida esto se está desarrollando en un marco de gran impunidad de las gravísimas y sistemáticas violaciones a los DDHH contra la rebelión, con números muy pesados: casi 40 muertes desde Octubre, torturas, violaciones y apaleamientos en gran número, más de 600 mutilados oculares  por disparos de perdigones o balines a los ojos, más de 60 con pérdida total o parcial de la visión, más de 600 heridos, más de 2500 presos políticos (con ensañamiento y persecución por parte de Fiscalía y jueces, campaña del terror, guerra mediática, movimientos empresariales y militares).

Y de una continuidad de esas violaciones ni bien la movilización asoma la cabeza de nuevo. Con sectores fachos organizándose y emergiendo (como un Patria y Libertad 2020 que remeda al de la Unidad Popular), con crímenes emblemáticos estos días recientes: el chico que los pacos tiraron por el puente al Mapocho, Aníbal acribillado el domingo, el de un defensor de los niños y niñas violentadas del Servicio Nacional del Menor..

Esta semana tuvimos en nuestro barrio, organizada por nuestra asamblea, una actividad con familiares de presos y presas de la rebelión. De sus testimonios y de la información disponible, surge evidente que hay, además de la caza y encarcelamiento masivo de manifestantes, desatada sistemáticamente, una acción sostenida del poder judicial (Fiscalía y jueces), para endurecer las penas y dificultar las defensas, operaciones de amedrentamiento a las familias y redes de apoyo de los presos, acoso laboral.

Sumemos las nuevas leyes represivas votadas en el Congreso, operaciones de inteligencia y amedrentamiento a las y los que luchan. Están todos los poderes del Estado involucrados y sincronizados, con los medios encubriendo y desinformando.  Como en dictadura, solo que de “más baja intensidad”.

Justo en estos días, y a propósito de las grandes movilizaciones del 1er Aniversario del 18O,  el Partido del Orden y los grandes medios plantearon un “debate” sobre una “condena transversal a la violencia”, buscando reforzar la operación de pinzas sobre el  movimiento. A propósito de debates sobre ello en las asambleas, reflexionaba: A la vez, dentro del tema de “la violencia’, hay que diferenciar entre la violencia insensata y despolitizada (incluido a su interior los hechos de violencia que son directamente operaciones y montajes de inteligencia, que no son pocos), de la legítima e inevitable auto-defensa popular frente a la violencia sistemática y multifacética del sistema. Que se relaciona estrechamente con el derecho de rebelión de los pueblos. Al interior de ello, cierto nivel de violencia es inevitable. Y no es antidemocrática. En los procesos de rebelión popular frente a los órdenes injustos, cuando son realmente emancipatorios, los momentos electorales y los momentos de auto-defensa e insurreccionales no son opuestos. Se suponen mutuamente. Esa problemática histórica puede ser sacada por la puerta de las ‘ciencias políticas’ de las democracias neoliberales, pero la historia real las vuelve a colar por la ventana.

Este es el marco del Acuerdo y su “proceso constituyente”. El domingo se va a celebrar el triunfo del Apruebo, seguramente, en lo que puede ser un urnazo, y quizás sea una fiesta. Pero sobre todo simbólica, con la conciencia para muchos de que será una victoria ambivalente, que habrá que empujar mucho después para que tenga sentido”.

17 de octubre 2020

Incidentes en el Laboratorio (Ensayo fílmico, 2020) // Notaría de Dudas

Sinopsis:
Ensayo constituido de 5 video-poemas donde se refleja los primeros meses de la revuelta social desatada en Chile desde octubre del 2019. Archivos familiares, fragmentos de televisión y el registro de las manifestaciones narran los distintos estados de ánimos existentes durante el estallido social.

Título: ​Incidentes en el Laboratorio
Año:​ 2020
Realización: ​Notaría de Dudas
Duración: ​12 minutos
País: ​Anileufu, $hile.

Bifo: “Tenemos que entrar en sintonía con el caos” // Ezequiel Gatto y Diego Skliar

Bifo dice que el comienzo de la pandemia le produjo una soledad eufórica: “Se desató un tiempo tan terrible como útil. Escribir sobre mi experiencia personal ha sido una manera casi involuntaria de analizar muchos acontecimientos que pasan en el psiquismo global”. Sobre la portada del libro El umbral. Crónicas y meditaciones (Tinta Limón, 2020), donde destaca una ilustración de su autoría, cuenta que es resultado de momentos donde está “un poco nervioso” y necesita conectarse con “una esfera menos racional”. Referente del movimiento de la autonomía obrera italiana y fundador de importantes experiencias de comunicación alternativa, Bifo se transformó en una de las voces más influyentes para leer la coyuntura internacional.

¿Qué significa que el coronavirus pasó de ser un biovirus a un infovirus y por qué eso nos coloca como humanidad ante un umbral?

Tengo que anticipar el discurso a un período anterior a la explosión de la pandemia. Al final del año 2019, durante la explosión de revueltas en todo el mundo. De Hong Kong a Quito, La Paz, Santiago de Chile, Barcelona, París, Beirut. En el otoño de 2019 me pareció que se estaba verificando algo de nuevo muy espasmódico. Me pareció que estábamos ante una confusión del cuerpo global. Como si el cuerpo de las nuevas generaciones, especialmente de la generación precarizada, hubiese nacido en el interior de la aceleración telemática.

Esta generación estaba produciendo un rechazo muy violento, muy corpóreo a la sofocación. Esa sofocación es el punto de partida de todo esto. La imposibilidad de respirar que el movimiento negro expresa con las palabras “I can’t breathe”. Es el símbolo y el síntoma al mismo tiempo del efecto que 40 años de dictadura neoliberal ha producido sobre el cuerpo y el cerebro, entendido de una manera neurofisiológica casi. Es esta corporeidad conectiva la que explota sin proyecto, sin estrategia. Desde mi perspectiva, el centro de la revuelta de otoño de 2019 es Chile. Porque en Chile todo empezó. En Chile todo puede terminar. La dictadura fascista y neoliberal.

Pero la explosión fue como un estallido de locura, una convulsión. Y la convulsión anticipaba el colapso que llegó en febrero con la pandemia. En este momento es el caos lo que tenemos que interpretar. No podemos interponer fórmulas políticas del pasado. Tenemos que entrar en sintonía con el caos. Cuando se verifica una situación de caos es inútil y peligroso pensar que tenemos que hacer la guerra contra el caos. El caos se alimenta de la guerra.

Es la primera vez que se puede usar la palabra extinción en un sentido político y no biológico. Porque la extinción se ha vuelto muy probable. Lo que tenemos que hacer es captar un nuevo ritmo, a nivel sensible, a nivel de formas de vida. Es un proceso que puede ser muy largo y muy doloroso. Yo creo que la pandemia obliga a la sociedad global a buscar un ritmo sintónico con la situación caótica que 40 años de locura neoliberal han producido. Estamos en el umbral. El pasaje de la oscuridad a la luz y de la luz a la oscuridad.

¿Y qué evidenció el virus?

Cada vez más la fuerza dominante ha sido la abstracción tecnofinanciera que ha impuesto sus reglas y que ha destrozado unos estructuras de la vida social. Pero durante la pandemia nos damos cuenta de que el problema no es el dinero. Lo importante son cosas muy concretas como las estructuras sanitarias, las mascarillas, la comida. Lo que necesitamos básicamente se impone como lo que está al centro de la atención.

Entonces, la frugalidad es la palabra que mejor expresa esta vuelta a lo concreto. Frugalidad no significa pobreza significa una relación buena, feliz, entre lo que necesitamos y lo que podemos tener. Pero hay un punto que vamos a ver claramente en el futuro: solo una redistribución de la riqueza, de los recursos a nivel planetario y local podrá permitir una salida de la crisis espantosa que se está desarrollando en el mundo. Redistribución de la riqueza, frugalidad, igualdad.

Lejos de esta posibilidad, las crecientes expresiones de derecha en el mundo han negado la pandemia y pujan desde el comienzo por volver a “encender la máquina”. Lo vemos en Brasil y en Estados Unidos, donde cada vez más se habla de un proceso de guerra civil.

El fenómeno Bolsonaro es tan extremo en su vulgaridad que me hace pensar en una especie de Berlusconi en una fase de senilidad extrema. Creo que la senilidad y la impotencia son claves muy importantes para entender la ola de violencia machista y racista. En cuanto a Estados Unidos, la guerra civil se está desarrollando. Es un potencial que no se desarrolla en las calles, se desarrolla en las grandes instituciones del imperialismo estadounidense. Pero existe también una guerra racial y social que ha explotado en los últimos cuatro meses y no parará con las elecciones. Es una crisis psíquica.

Un dato esencial es la subida ininterrumpida del consumo de drogas oficiales que lleva a una intoxicación masiva, sobre todo de la población blanca senilizante. En junio se vendieron tres millones de armas de fuego, que fue una de las mercancías más vendidas durante la pandemia: hay 300 millones de armas de fuego bajo los colchones. La insurrección del movimiento norteamericano después del asesinato de George Floyd se explica en términos de reactivación psíquica del organismo pensante de la organización colectiva. Un intento subconsciente por evitar una depresión suicida en el largo plazo.

¿Cómo vivir ante la posibilidad de la extinción en el horizonte?

El problema es que el colapso no puede ser superado al interior del paradigma neoliberal. La cuestión principal que yo me pongo es la siguiente: ¿se puede imaginar vida feliz en el horizonte de la extinción? La respuesta es sí. Es la única manera para escapar de la extinción. Seguir imaginando ternura, imaginando erotismo, imaginando aventura.

Achille Mbembe, Tras los pasos de Fanon // Ignacio Navarro

En los orígenes del capitalismo lo que encontramos es un barco: un barco cargado de esclavos negros. Engranaje central y originario de un proceso de acumulación sin precedentes, a partir del siglo XV, bajo el prisma de la mercancía, África y sus habitantes se convierten en stock, en reserva de mano de obra disponible para el comercio europeo. Nunca dejará de ser paradójico que, más tarde, hacia el siglo XVIII, el apogeo de este sistema esclavista y de trata humana haya coincidido en tiempo y espacio con el esplendor de la Ilustración y sus ideales. Mientras que el discurso de la libertad echaba raíces en el continente europeo, la práctica de la esclavitud se extendía a través del Atlántico. Se decretaban los derechos del hombre y, al mismo tiempo, se consolidaba una campaña de depredación sin antecedentes. Tal vez la “paradoja del liberalismo” –tal como la acuñó Foucault en sus cursos–, esconda en su capricho el rostro delirante de la modernidad, su raíz neurótica, el filoso punto en donde asegurar la libertad implica detonarla. O, como denunciaba Franz Fanon: “Esta Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra”.
Así, volviendo sobre los perturbadores primeros pasos de la modernidad, el ensayo del filósofo camerunés Achille Mbembe se remonta a los orígenes de la razón negra, a la génesis de ese sistema de prácticas y discursos que permitieron elaborar al negro como sujeto de raza. A partir del siglo XV, con el esquema de trata esclavista en el Atlántico, luego en América, a través del sistema de plantocracias y, después, mediante la colonización de los países usurpados. “La trasnacionalización de la condición negra es, entonces, un momento constitutivo de la modernidad, mientras que el Océano Atlántico es su lugar de incubación”, apunta el autor. Una maquinaria sin precedentes de extracción de plusvalía en donde el negro esclavizado era el engranaje principal de un proceso de acumulación primitiva del capital a escala planetaria. “Las ideas modernas de libertad, igualdad, incluso de democracia son, desde esta perspectiva, históricamente inseparables de la realidad de la esclavitud”. “El capitalismo racial es el equivalente de una vasta necrópolis que descansa en el tráfico de muertos y osamentas humanas”, sentencia el autor.
Expropiación material y empobrecimiento ontológico son las señas de este proceso. Como resultado, el negro, disperso por el mundo, exento de pasado, no se reconoce a sí mismo sino a través de lo que le dijeron que era. Dialoga con la imagen de sí mismo que le dejaron los colonos al marcharse y que lo constituye en una alteridad sin reconocimiento a través de la esclavitud, la colonización y el apartheid.
Mbembe analiza el doble resultado del proceso de racialización. Al convertir al negro en un verdadero hombre-mercancía, como espacio de extracción de energía viviente sin precio ni límite, también constituyó en él un “yacimiento de fantasías” bajo el exotismo, la compasión y la supuesta misión civilizadora. La producción de sujetos de raza conduce al autor a incorporar una comprensión amplificada del excedente: el excedente económico y el excedente de sentido. Porque si por un lado el negro, esclavizado y extraído de su lugar de origen, será el excedente energético necesario para solventar la empresa que asumirá el capitalismo en su fase colonial, también, de manera paralela, se convertirá en el resto excesivo que la razón occidental moderna nunca podrá incorporar a su concepción de mundo. En su lugar florecerán todo tipo de fantasías. Una inmensa arquitectura imaginaria que, disfrazada de exotismo, colocará al negro atrapado entre la pereza y la lujuria, o, en el mejor de los casos, “tomado en adopción por el imperio de la alegría, pero abandonado por la inteligencia”.
El extractivismo colonial funciona así sobre dos planos: como plusvalor económico y como excedente de sentido. Guiado por la fabulación y el mito, el europeo monta una relación imaginaria sobre el subsidio racial mientras intenta dar cuenta de esa otredad de forma objetiva, a través del discurso de la biología política. Por eso la razón negra constituye, ante todo, una actividad primaria de fabulación: “el trabajo cotidiano que consistió en inventar, contar, y hacer circular fórmulas, textos y rituales para lograr el advenimiento del negro como sujeto de raza y exterioridad salvaje; trabajo cotidiano cuyo fin era hacer del negro un sujeto susceptible de descalificación moral y de instrumentalización práctica”.
Siguiendo a Fanon, Mbembe agrega que el racismo colonial también encontraría su respaldo fantasmático en el plano sexual: el ensañamiento sobre el cuerpo de los esclavos confirmaría un miedo primigenio a la “supuesta y alucinante potencia sexual del negro”. Así, el negro es, ante todo, su miembro. Neurosis que en realidad pondría en evidencia “el trastorno incestuoso que anida en toda conciencia racista”. Mbembe advierte que “al proyectar sus fantasías sexuales en el negro, el racista se comporta como si el negro, cuyo imago él mismo construye, existiera realmente”. Y, finalmente, la alienación surte el efecto deseado cuando las apariencias maquinadas por la raza comienzan a desempeñarse por sí mismas en el cuerpo de los condenados, como si ellos fueran los propios autores. De esa manera, el esclavo negro no solo sería una hombre-moneda, hombre-cosa, sino que también encarnaría, en ese atormentado sistema de compensación psíquica, al hombre-falo. Reducido a un pene, seguiría atrapado en una conversación ajena que nada tiene que ver con su humanidad.
El contrapunto de esta voz es la declaración autoafirmativa de una identidad que se resiste a ser nombrada desde lo ajeno: “¿Soy, en realidad, aquel qué dicen que soy?”. La cura apuntaría a poner fin a esa fisura psíquica, aquella provocada por el reflejo colonial que promovió un yo ajeno que se habría convertido en un otro. El ensayo de Mbembe propone analizar el actual “devenir negro del mundo” e interrogar el presente meditando en medio de los restos humeantes de la poscolonia. Como Fanon, que apesadumbrado pero alerta, se desengañaba: “Yo sólo quería ser un hombre entre otros hombres, y resulta que me descubrí siendo un objeto en medio de otros objetos”.

La semana de los escritores // Juan Manuel Sodo

Semana pareja. Hernández se sentó a leer en un Café Martínez, Lapegue hizo lo propio en un Bonafide, Bulnes en Havana y Garnero en Starbucks. Los cuatro coincidieron en afirmar que les gusta más el café que suelen tomar en sus casas. Achaval, por su parte, salió a correr. Mientras que Norman, Moreno y Di Natale optaron respectivamente por caminar, ir a la pileta a nadar libre o subir una montaña. Según la última actualización del sitio oficial de la FADE (Federación Argentina de Escritores), así quedaron las posiciones en el ranking de varones: 1. Garnero 2. Moreno 3. Hernández  4. Cisneros 5. Lapegue 6. Oncativo 7. Karpan 8. Consiglieri 9. Norman 10. Di Natale 11. Achaval 12. Ranieri 13. Bulnes 14. Lioy 15. Restelli.

 

 

Semana incierta. El canal de reseñas de Oncativo en youtube obtuvo nuevas visualizaciones. Sin embargo, el incremento no se tradujo en nuevas suscripciones y encendió una señal de alarma en su entorno. Karpan fue entrevistado para el podcast de Carracedo en Spotify, que espera un buen volumen de reproducciones para meterse entre los quince. Consiglieri se dio de baja en Netflix y contrató una promoción de Flow. Lioy se descargó el último libro de Restelli y subió una foto arrobándolo, en una clara muestra de solidaridad entre los de abajo. Los likes no se hicieron esperar y ambos incrementaron sus seguidores. El final está abierto y se estima que habrá movimientos tanto en los puestos de vanguardia como en los del fondo.

 

 

Semana clave en la lucha por mantenerse en el top ten. Se viene una nueva edición de dos de los eventos más importantes del circuito y hay muchos puntos en juego por defender. Cisneros, Fusser, Armendía y el líder Garnero se trasladan al Congreso Internacional de Nueva Narrativa de Mar del Plata, al tiempo en que Ranieri, Banger y el escolta Moreno se desplazan hacia el Festival Anual de Literatura de la ciudad de Santa Fe, que reparte importantes premios. La conferencia de apertura estará esta vez a cargo de Norman, que buscará acercarse a los cinco punteros. Algunos se hospedarán en el Hotel Castelar y otros en el Corrientes. Se espera una gran afluencia de público procedente de las localidades vecinas.

 

 

Semana decisiva. Beguiristain, que relegado por una seguidilla de dolencias musculares se había quedado en Buenos Aires, viajó finalmente a Mar del Plata en ómnibus para estar presente en la ceremonia de cierre. Descartó las empresas Condor y Plusmar, optando por Chevallier. Seleccionó el asiento 22 sin saber que el pasajero del 23 sería el mismísimo Ayudé. En lo que atañe a Restelli, viajó a Córdoba a presentar su libro. La novedad, comparado con Achaval, es que pasó el auto de nafta a gasoil y de sistema manual a tele-peaje. En la autopista se cruzó con Di Natale, que volvía de otra estadía en el cerro Champaquí y publicó el viaje en la plataforma Carpoolear para compartir los gastos. 

 

 

Semana de resoluciones. Bulnes adhirió todas sus facturas al sistema de débito automático, Consiglieri se des-adhirió y comenzó a utilizar el servicio Pago mis Cuentas mientras que Cisneros fue a Rapipago a cancelar una deuda con Telefónica pero no pudo porque se había atrasado demasiado respecto del último vencimiento. Mediante un comunicado en su sitio oficial, la FADE resolvió entonces que así quedaran las posiciones en varones: 1. Moreno 2. Garnero 3. Hernández 4. Oncativo 5. Norman 6. Lapegue 7. Consiglieri. 8. Di Natale 9. Karpan 10. Cisneros 11. Bulnes 12. Restelli 13. Lioy 14. Achaval 15. Ranieri. Asoman un poco más atrás, pero con serias chances de no perder pisada al lote de arriba, Banger y Carracedo.

 

 

Semana intensa. Con lo que llevan acumulado en premios en lo que va de la temporada, algunos salieron a comprar dólares, otros se volcaron al euro y otros fueron a comercios mayoristas e invirtieron en productos de primera necesidad. Achaval y un par más, entre ellos Lioy, decidieron finalmente invertir en un equipo para pasar el auto a gasoil. Hernández, a su vez, optó por materiales para la construcción. Buscará ampliar el altillo que utiliza como estudio para poder agrandar el cupo de inscriptos en sus talleres y sostenerse así entre los tres primeros. Ayudé terminó de pagar un crédito hipotecario y pasó de inquilino a propietario. En lo que a Karpan concierne, abrió un negocio como monotributista y tuvo que recategorizarse.

 

 

 Semana dispersa. Los escritores se preparan para el Encuentro Latinoamericano de Montevideo, un evento que si bien no forma parte del circuito, permite canjear puntos para el Ranking. Acosado por las lesiones, Beguiristain se retira y deja su lugar en el cuadro principal a Moya. Tras una caída en las ventas de su nueva novela, Armendía se queda afuera y no estará entre los participantes, al igual que Fusser, que fue invitado a una residencia creativa en Alemania. Los veinte clasificados para viajar a Uruguay, son: Achaval, Ayudé, Banger, Bulnes, Carracedo, Cisneros, Consiglieri, Chaparral, Di Natale, Garnero, Hernández, Karpan, Lapegue, Lioy, Moreno, Moya, Norman, Oncativo, Ranieri y Restelli.

 

 

Semana estable. Después de su flamante inclusión en la nómina, Chaparral ratificó su racha siendo invitado a dar una charla TED. En cuanto al resto, no se registraron mayores novedades: Garnero fue traducido a dos nuevos países, Moreno coordinó un workshop en la Feria del Libro y consolidó la punta, los cuentos policiales de Norman fueron reeditados, a Oncativo le pidieron que haga un prólogo para una antología de narradores jóvenes, a Lapegue le pidieron que escriba una contratapa, a Cisneros lo contrataron para dar una masterclass y busca recuperar terreno. A Di Natale lo invitaron a dar un curso intensivo de maestría. Antes de aceptar, preguntó cuál es la diferencia entre diplomatura, tecnicatura, maestría y doctorado.

 

 

Semana accidentada. Aprovechando la inquietud generada por la inversión en equipos de gas que varios realizaron, la FADE firmó un convenio con la Secretaría de Deportes y la General Motors y el circuito profesional de escritores varones participó de una jornada en el autódromo de la ciudad. Se entusiasmaron probando modelos de competición hasta que Ranieri, ávido de pasar a Restelli, efectuó una maniobra imprudente y se despistó provocando una colisión con Ayudé. De la jornada también formaron parte los integrantes del circuito latinoamericano y, al momento del accidente, los primeros puestos en la carrera espontáneamente originada, eran los siguientes: 1. Cicoteo 2. Errazuriz 3. Macat 4. Oncativo 5. Namanovici 6. Gantía. 7. Lioy.   

 

 

Semana discreta. Beguiristain visitó a los accidentados y aprovechó para sugerirles opciones de prestaciones medicinales en base a su experiencia con distintos profesionales. Ranieri y Restelli tienen Swiss Medical. Ayudé tiene Galeno. Bulnes y Carracedo cuentan con cobertura en Medife, distinto de Moya y Armendía que se encuentran cubiertos por Medicus. En otro orden de cosas, la Universidad Nacional de Artes Comparadas (UNAC) abrió una nueva licenciatura y comenzaron a llevarse a cabo las reuniones para ocupar cargos, cátedras y funciones. El consejo directivo mantuvo un desayuno de trabajo con Karpan, Garnero y Banger para propiciar un primer acercamiento. A la salida del mismo, los tres coincidieron en señalar lo positivo del encuentro.

 

 

Semana bisagra. Di Natale se va a vivir a La Cumbrecita y Achaval hará lo propio al radicarse en Costa del Este. A Moreno le ofrecieron un contrato por dos años para dirigir un catálogo en importante grupo editorial con casa matriz en Londres. Desde Barcelona, contactaron a Hernández manifestándole la intención de comprarle los derechos de un cuento y llevarlo a la pantalla grande. Le propusieron que él mismo  supervise el guión de la adaptación. Fusser regresó al país y se mostró activo en redes sociales. Consiglieri se separó y una prestigiosa dramaturga planea dirigir un biodrama con su caso. Cisneros, como cada jueves, llevó a los chicos al colegio. Todo esto impactó de lleno en el ranking y Chaparral aprovechó para acercarse a los punteros.

 

 

Semana convulsionada. Se conoció finalmente la última actualización de la FADE y hubo sorpresas. Al cierre de la presente edición, la tabla había quedado de la siguiente manera: 1. Moreno 2. Garnero 3. Hernández 4. Norman 5. Oncativo 6. Karpan 7. Lapegue 8. Cisneros 9. Lioy 10. Consiglieri 11. Bulnes 12. Chaparral 13. Banger 14. Fusser 15. Restelli. Como nota destacada, cabe señalar que Carracedo se presentó ante el Tribunal de Disciplina objetando la decisión de FADE de dejarlo nuevamente afuera. En el top five de los latinoamericanos, en tanto, según informó el boletín oficial de FLAE (Federación Latinoamericana de Escritores), las posiciones son estas: Errazuriz, Namanovici, Gantía, Cicoteo y Macat.

 

 

Fin de semana. Aprovechando el acuerdo labrado entre la FADE, la Secretaría de Turismo y la agencia Despegar.com, un grupo de escritores viajó a la ciudad de Bariloche. Se hospedaron en el Hotel Llao Llao y practicaron snowboard. Alejado del frío, otro grupo prefirió los deportes náuticos, aceptando la invitación a participar de una regata por el Río Paraná que unió las costas de San Isidro y Ramallo. Con un destacado desempeño, Moya sorprendió a propios y extraños. En lo referido al plano judicial, se registró una nueva petición. Sumándose al reclamo de Carracedo, Armendía solicitó al Tribunal mayor transparencia en los criterios de puntuación. En cuanto a Bulnes, le ofrecieron dar un curso en una universidad extranjera, pero no aceptó.

 

 

Semana tranquila. Ranieri y Ayudé se reponen de sus lesiones. Permanecen en observación en el primer piso de un importante centro médico asistencial del barrio de Palermo, ocupando las habitaciones 302 y 303. Utilizan medicina clínica tradicional, en contraste con Beguiristain, que usa medicina oriental, y Banger, que se trata con finas hierbas naturales, lo que le valió un notable ascenso en el último ranking. Cambiando el ángulo de la información, la FADE emitió un duro comunicado rechazando los pedidos de Carracedo y Armendía. En la carta los conminó a hacer lo que mejor les sale, dedicarse a escribir, y dejar de hacer política partidaria encubierta en un año eleccionario.

 

 

Semana cumbre. Di Natale, que al alejarse geográficamente también se aleja de los puestos de elite, bajó a la proveeduría del pueblo y formuló declaraciones a un medio local. Aseguró que no está retirado de la actividad y que tampoco descarta volver, pese a que ahora está muy bien como está. A esa misma hora pero a novecientos kilómetros de distancia, respaldado por una cadena de librerías y otros anunciantes, Achaval respiró aire marino y entró a hacer su columna de literatura en la radio de la calle principal. Más acá, en las oficinas que el Ministerio de Cultura posee en el microcentro porteño, se votó que Garnero y Moreno sean los representantes de la delegación argentina en la Bienal de Venecia y que el uruguayo Baldesari les haga una entrevista pública.

 

 

Semana elevada. El Gobierno de la Ciudad Autónoma y el Banco Itaú inauguraron una nueva estación de drones y en conferencia de prensa presentaron la aplicación gratuita que ya se pueden descargar los usuarios. Pese a que algunos poseen cuenta en otros Bancos, como el Galicia, el Francés o el Santander, los escritores del ranking profesional de varones fueron invitados a probar las flamantes rutas de transporte aéreo. Del evento también participaron los latinoamericanos, en un claro gesto de integración regional. Cisneros eligió hacer un tramo de la ruta que históricamente hacía la línea 39 de colectivo y se emocionó al volver a pasar, desde el aire esta vez, por la casa en la que vivió gran parte de su infancia.

 

 

Semana álgida. Es tiempo de renovar autoridades en la FADE y las reuniones están a la orden del día. Temen que la interna se traslade al circuito. Por otro lado, continúan desarrollándose las negociaciones en el marco de la aprobación del Plan de Estudios de la nueva Licenciatura de la UNAC. A esta hora, el único confirmado es Errazuriz, que estará al frente de la cátedra de Literatura Chilena. Oncativo, en tanto, cerró acuerdo con un importante multimedio para producir un ciclo de docu-ficciones, con lo cual así quedaron las principales posiciones: 1. Moreno y Garnero igualados en puntos 2. Hernández 3. Oncativo 4. Norman 5. Cisneros 6. Karpan 7. Bulnes 8. Lapegue 9. Consiglieri 10. Lioy 11. Banger 12. Fusser 13. Restelli 14. Chaparral 15. Ranieri.  

 

 

Semana acalorada. La primavera va cediendo al verano y encuentra a los profesionales de la escritura afectados a diversas actividades al aire libre, matinales. A primera hora, fueron convocados a formar parte del acto de reapertura del canil de Parque Lezama, en el sur de la ciudad. A continuación estuvieron abocados a una recorrida guiada por las obras de lo que será el futuro Distrito Literario en Villa Soldati. Oyeron palabras tales como accesibilidad, urbanización y desarrollo. En dichas instalaciones, tanto FADE como FLAE tendrán sus propias reparticiones. Fusser se imaginó ocupando alguna de las oficinas del segundo piso. Namanovici se visualizó recibiendo visitas en las del tercero.

 

 

Semana balanceada. Como en cada cierre de etapa, llega el turno de los balances. Están aquellos que en su fuero íntimo se reprochan no haber ido a mayor cantidad de presentaciones de libros, existen los que se prometen publicar más en revistas y suplementos culturales a partir del ciclo que viene, así como hay quienes sienten que necesitan mejorar su performance en Twitter y Medium. Los rendimientos personales se evalúan. Proliferan las matrices FODA, con riguroso análisis de fortalezas y debilidades. Cuando repasa lo hecho, la autocrítica de Ayudé pasa por errores groseros en la preparación física. Asimismo, Hernández se arrepiente de haberse perdido la tradicional competencia de la caza de zorros, aquella tarde en la estancia campestre.

 

 

La última semana. Al mando de sus autos particulares, una nutrida comitiva de escritores efectuó un nuevo viaje a la ciudad Mar del Plata para estar presentes en el Festival Internacional de Cine, sobre todo en la inauguración. Algunos pararon en Atalaya a desayunar, mientras que otros definieron encontrarse a almorzar directamente en Dolores. Restelli, Lioy y Lapegue estacionaron sus coches y compartieron una parrillada completa. Restelli condimentó su ensalada con oliva, Lioy con aceto y Lapegue optó por el vinagre. A la vuelta, Consiglieri se desvió y pasó por Costa del Este a visitarlo a Achaval. De este modo, la temporada entró en receso hasta después de las vacaciones.

 

 

La semana final. Antes de saludarlos y desearles los mejores augurios para el año que comienza, este portal quiere aprovechar para reafirmar la independencia de criterio de su línea editorial y desmentir cualquier tipo de vinculación con las agrupaciones que participarán de las elecciones. Acusaciones como las recibidas por parte de los señores Armendía y Carracedo obligan a redoblar el inquebrantable compromiso con la labor de informar que siempre ha caracterizado a estas páginas. Y ahora sí, llegamos al final. Será hasta la próxima semana de eventos, una vez reanudado el torneo, que seguramente nos encontrará ofreciéndoles los últimos adelantos tecnológicos en materia de cobertura y nuevas secciones.

“La revuelta nos obligó a pensar qué instituciones inventamos” // Entrevista a Vitrina Dystópica por Tinta Limón Ediciones

A un año de la revuelta, publicamos una serie de entrevistas que realizamos en los meses posteriores al estallido en Chile. En esta primera entrega, la conversación con Vitrina Dystópica. Fotografías de Paulo Slachevsky.

El domingo 6 de octubre de 2019 entra en vigencia un nuevo aumento en las tarifas del Metro, en Santiago, el cuarto en menos de dos años. El “panel de expertos” que regula el precio del transporte público en la ciudad decide que a partir de ese día debían pagarse 30 pesos más para viajar. La medida genera fastidio en una población mayormente abrumada por el alto costo de la vida y cansada de los abusos.

La semana comienza con una convocatoria a concentrarse en algunas estaciones del metro para “evadir” los torniquetes y viajar sin pagar. La convocatoria la hace vía Instagram un grupo de estudiantes secundarios de uno de los colegios “emblemáticos” de la ciudad. En esos colegios la tensión era tal que los Carabineros dormían en sus techos.

En ese marco, el partido oficialista agudiza la represión y presenta un proyecto para sancionar penalmente a quienes evadan el transporte público. El miércoles 16, Clemente Pérez, ex presidente del Directorio de Metro durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, dice en horario central a un canal de noticias: “Cabros, esto no prendió. No se han ganado el apoyo de la población”. Pero el descontento se viraliza y las evasiones se propaga: cada día se suman más personas.

El viernes, al grito de “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”, cientos de estudiantes secundarios se autoconvocan en las bocas del metro, entran corriendo, en banda, de a cientos, y saltan los molinetes. Cantan, bailan, pintan las paredes de las estaciones y hasta queman algún vagón. El Gobierno invoca la Ley del Seguridad del Estado y anuncia severas sanciones contra quienes resulten responsables del ataque al metro. El descontento sale a la superficie.

Ese viernes 18 de octubre el transporte se suspende a las tres de la tarde y las personas que salen de trabajar deben volver a sus casas caminando. La ciudad está paralizada y, a la vez, se respira un aire de alivio. “No me importa tener que caminar para volver”, dice una mujer cuando descubre que el subte está cerrado. Otras y otros deciden quedarse en las calles a protestar. Y esa misma noche estalla la revuelta.

Suenan cacerolas, se toman las calles y las plazas, se montan barricadas, se atacan supermercados, centros comerciales, bancos y farmacias, todos identificados con abusos y estafas recientemente difundidos por la prensa. Se incendian, también, veinte estaciones de metro, una docena de buses y el edificio de ENEL, la empresa prestadora de servicios eléctrico.

El estallido se expande a lo largo de todo el territorio chileno. En Santiago, la ex Plaza Italia –ahora  llamada Plaza de la Dignidad–, un lugar simbólico en la historia de las luchas sociales, se convierte en el epicentro de la protesta. El sólido neoliberalismo chileno se resquebraja: Chile despertó, dicen los propios chilenos. ¿Qué es lo que sucede? ¿Cómo se llegó hasta acá?

Una serie de respuestas, inspiradas y provisorias, las encontramos conversando con el colectivo Vitrina Dystópica. De las razones de los malestares a la genealogía de un movimiento recortado sobre una generación insubordinada: la generación del pinguinazo. La subjetividad antipolicíaca y el estar en bandas son marcas indelebles de esta fuerza de octubre. A continuación, las ideas más destacadas de ese encuentro.

Octubre estalla
(las luchas se transversalizan)

Chile reventó en octubre, ya no se aguantaba más. Fue una revuelta contra el saqueo organizado por los empresarios, contra un modo de vida insoportable, contra el “masoquismo del mérito” y la presión de ser reconocido, contra la violencia policial y contra todo un entramado político-institucional que en nuestro país es especialmente cruel. Hay mil motivos.

En Chile hay una privatización total de la vida. Hay un sistema masivo de endeudamiento. Los bancos y financieras, cada uno, te ofrece su tarjeta de crédito, las farmacias tienen su tarjeta, los supermercados tienen otra. ¡Sólo falta que las botillerías te den su propia tarjeta! Hay miles de líneas de endeudamiento y una flexibilidad muy grande. Y ante este problema, la única respuesta es más endeudamiento, una forma cada vez más fácil de hipotecarnos. Entonces cuando nos dimos cuenta de que no había respuesta posible, sucedió lo que está pasando ahora: todo estalla y se vuelve visible la lucha contra la privatización total.

De fondo, siempre está la idea de Chile como el “jaguar de Latinoamérica”, de que tenemos un modo de vida diferente al resto del continente. Está la figura, también, de la “barrera natural” que nos separa del resto de Latinoamérica, la Cordillera, un “cordón higiénico” de los pesares de la Argentina. “Somos distintos”, “estamos mucho más ligados a Europa”. Hay un deseo muy fuerte de ser blanco. Pero hace rato que todo eso se empezó a ir a la mierda.

La revuelta es, también, contra la corrupción. En los últimos cinco años hubo muchos casos en los que las policías y las fuerzas armadas aparecían robándose fondos públicos. Hubo casos de corrupción en el gobierno, sobre todo grandes transnacionales que estafan al Estado con muchísimo dinero y quedan impunes. Casos de colusión como el de los productores de pollos o el del papel higiénico. Pero, sobre todo, la sensación de que para los empresarios no hay ley, no hay penas. A lo sumo, los mandan a tomar clases de ética como ha quedado de manifiesto últimamente. Es muy indignante, porque es la impunidad total. Al mismo tiempo, la TV esconde bajo la alfombra estos casos haciendo un festín espectacular con “el flagelo de la delincuencia”, “que entran y salen por puerta giratoria”, buscando naturalizar las políticas de criminalización de la pobreza, especialmente contra lxs más cabros.

En 2007 se promulgó la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente, una ley que habilita la penalización de menores. Concretamente, los jóvenes pobres van en “cana” y los ricos no entran a ninguna cárcel. La fecha en la que sacan esa ley no es arbitraria, porque en el 2006 fue el pingüinazo.[1] Y en 2007 Bachelet impulsa esta ley que vuelve punible a niñas y niños desde los catorce años ¡Una ley de Bachelet, no de Piñera! Pero lo hace a su manera, con cinismo: articulando todo un discurso de la protección de las y los niñxs. Y empiezan a meter en cana a lxs más chicxs. Se dan casos de alta connotación pública, como el caso de un niñito de ocho, nueve años, al que llamaron  “Cisarro”, que tenía una serie de delitos que se hicieron mediáticos para justificar esta ley. ¿Y a dónde lo meten? Ahí pasamos a otra cuestión que ya era sabida, pero que se volvió muy central desde el estallido: la crisis y la corrupción en el Servicio Nacional de Menores (SENAME). Más de dos mil niños han muerto en los Servicios de “Protección” de la niñez. También se revelaron abusos sexuales, muchísimos maltratos e, incluso, venta de órganos.

Entonces, en octubre estalla el caso de SENAME, estallan los casos de corrupción, estallan los casos de robo al fisco de las Fuerzas Armadas, estallan las “zonas de sacrificio”[2] y la muerte indiscriminada del pueblo mapuche. Serán todos esos elementos los que se empiezan a conjugar en un malestar que ya no tenía dónde ser alojado más que en la calle.

Y, al mismo tiempo, hay un componente transversal a las luchas o a los malestares. En las marchas hay hartas banderas mapuches, hay un sensibilidad con la lucha de los pueblos ancestrales que no se reduce sólo al mapuche, sino que se extiende a otras territorios “sacrificados” por el capital. Las “zonas de sacrificio”, como Quintero y Puchuncaví, zonas desoladas por la extracción de hidrocarburos, que comienzan a organizarse como comunas para poder luchar contra este destructor de la tierra y destructor de la vida. Y empieza a haber un eco muy interesante entre las luchas territoriales de las zonas de sacrificio con el pueblo mapuche. Empieza a haber un común ahí. Hay una experiencia de lo común que es clave porque todos se empezaron a dar cuenta de que el problema es el neoliberalismo y las policías que lo protegen.

Quebrar el consenso del miedo
(¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!)

Si hacemos una lectura de las poéticas de la revuelta, el elemento gatillador de esa transversalidad es la jugada que hacen los estudiantes secundarios. El armazón frágil del endeudamiento que cargamos durante los últimos treinta años se cae cuando nos damos cuenta de que no hay enemigo interno, de que no hay delincuentes, de que no hay vándalos. Cuando se quiebra el consenso del miedo y dejamos de legitimar la campaña mediática contra los estudiantes de secundaria, cambia completamente la perspectiva. Nos tenían encerrados mirando la televisión: “mira los delincuentes”.

Un tiempo antes del estallido los pacos dormían en los techos de las escuelas, por miedo a que los “delincuentes encapuchados” salieran a quemar cosas en la mañana. Ya habían metido policías en el interior de las escuelas. Los estudiantes secundarios estaban en un conflicto permanente, encerrados en cada una de sus escuelas y los especuladores del miedo extrayendo valor de ese confinamiento. ¿Qué valor? El valor miedo. El valor miedo permitía que la gente, frente al endeudamiento y la precarización de sus vidas, frente a los casos de corrupción, pusiera la atención ahí. Hay una política del autofinanciamiento, del endeudamiento, de la privatización y de la capitalización individual que tiene por regla el estar confinado. Lleva tu malestar a tu casa, adminístralo tú mismo, sácale provecho por medio de la lógica del sacrificio y el mérito, pero no lo expongas.

Los estudiantes secundarios estaban, también, un poco presos de esa lógica de pelear contra la policía. Hasta que se dan cuenta y empiezan a organizarse, ya no para pelear contra los pacos, sino para fugarse de la escuela. Se escapan del confinamiento que permitía la extracción del valor miedo. Y lo interesante es que salen hacia el Metro. O sea, se meten abajo de la tierra, donde va toda la gente apretada, y rompen los torniquetes. De estar encerrados en el interior de las escuelas, salen, se fugan y abren los torniquetes permitiéndole a la gente pasar sin pagar.

Y si bien se organizaron para fugarse, no se puede decir que sean organizados desde afuera. Está la CONES –que es la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios, hegemonizada por el Partido Comunista–, pero no es que eso haya sido organizado por los partidos de izquierda. Tú vas a una escuela emblemática, como a la que van estos chicos y chicas, y lo que ves son chicas lesbianas, disidencia, punks, aros, tatuajes, los chicos con sus cortes de pelo. Las escuelas parecen casas okupadas. En el interior suele haber murales de lucha contra la policía. Y muchos murales de y sobre la lucha del 2006, que son los que no se pueden tapar. El resto está todo rayado.

Aula Segura
(y las micropolíticas del miedo)

Hacía tiempo que los estudiantes de los colegios emblemáticos habían desatado la guerra contra la policía. Los colegios emblemáticos, en este caso colegios municipales, es de donde salen, o salían, los mejores puntajes para ir directamente a las universidades públicas.

Los estudiantes de estos colegios desde hacía tres años venían desarrollando prácticas de autoeducación, de enseñanza-aprendizaje alternativas. Venían criticando el modelo educativo, las políticas públicas macro, pero al interior de las escuelas ya habían empezado a desarrollar sus propias prácticas. En muchos aspectos, ellos habían tomado el control de las escuelas, celebraban las manifestaciones, hacían actividades en apoyo a las luchas mapuches, a las luchas de las mujeres y las disidencias. Incluso en muchas de estas escuelas habían armado oficinas de sexualidad y de género. Y tomaban posición en los conflictos sociales que se sucedían distribuidos en todo el país, y los incorporaban al interior de las escuelas.

Hace un tiempo, una integrante de un equipo de “convivencia escolar” de una de estas escuelas nos decía muy indignada que no podía entender a estos nuevos estudiantes que ya no se preocupan por “la educación” –como sí lo habían hecho los movimientos estudiantiles de 2006 y 2011–, sino por otros temas que “no le cabían a las escuelas”: “que el aborto, que los mapuches, que los perros, que los animales… ¡Esto ya no le compete a las escuelas! ¿Por qué no se preocupan por la educación?”. Hay un desconcierto total de los aparatos de convivencia. Y cuando prima el desconcierto suele aparecer la brutalidad represiva. Y esa fue la única respuesta que, finalmente, se dio: brutalidad represiva.

El conflicto en estas escuelas se agudizó en el último tiempo por el proyecto Aula Segura, que es una política de Estado, un protocolo que busca intervenir en las escuelas que están más politizadas. Lo que se permite el proyecto de ley Aula Segura es que todas las escuelas cuenten con un protocolo de expulsión. En 2015 Michelle Bachelet impulsa la modalidad de “escuelas inclusivas”, una modalidad en la que las escuelas ya no podían efectivamente expulsar. Igual es muy hipócrita el concepto que usan: no se podía expulsar, sino que debían “garantizar el cambio de ambiente”. Es un eufemismo asqueroso. Entonces, no expulsaban para no dejar a lxs estudiante sin clases, sino que le reasignaban otra escuela, una escuela “de acuerdo a sus condiciones”. Y así es como hay escuelas realmente convertidas en vertederos de estudiantes. Los sacaban y los cambiaban todos a las mismas escuelas que son principalmente muy periféricas, donde la educación es mala y donde, al mismo tiempo, solo hay conflictos. ¡Que se acuchillen entre ellos!

En cambio, vino Piñera y dijo: “vamos a garantizar que los estudiantes puedan tener todos educación y para eso les vamos a otorgar a los directores de escuela las facultades que se les habían quitado”. Y lo que volvieron a reponer fue esa potestad de expulsar a través de Aula Segura. Concretamente, lo que hace es acelerar los tiempos de una expulsión. En lugar de durar quince días, la investigación –el “debido proceso”– pasa a ser solo de cinco. Es una suerte de judicialización de las escuelas. Si un profesional del área de “convivencia escolar” identificaba a un estudiantes desarrollando una asamblea o convocando a un par a una movilización, podía denunciarlo de manera anónima para que se le hiciera una investigación. Y se activaba el “debido proceso”. La investigación podía durar hasta dos meses para garantizar que el estudiante fuera expulsado, pero a los cinco días el estudiante ya estaba fuera del aula, suspendido.

Contra la educación de mercado
(la generación del pingüinazo)

Esto, naturalmente, no es nuevo. Desde 2006, desde el “pingüinazo”, el Estado chileno está en guerra contra los estudiantes. En esos años se contagió el malestar con respecto a la privatización de toda la educación chilena; ya no solamente la privatización de la educación superior, sino la privatización de todo el sistema educativo.

Ya había movilizaciones muy fuertes desde 2004, en la Universidad, contra el Crédito con Aval del Estado (CAE)[3], que a su vez retomaban las luchas contra el neoliberalismo que había dado con mucha tenacidad el movimiento estudiantil universitario de los ’90. Pero ahora se extendía a las escuelas secundarias, que fueron tomadas. En ese proceso también se empiezan a recomponer las coordinadoras estudiantiles a nivel zonal –zona norte, zona sur, etc.–, que es algo que no había pasado antes. Es decir, empiezan a ponerse en diálogo los diferentes estudiantes de diferentes escuelas. Justamente, las escuelas privadas –que siempre están al margen de todas las movilizaciones– empiezan a sumarse a los paros y a las tomas. Esa trama de solidaridad fue sumamente importante, porque articuló y transversalizó a todo el movimiento. Ya no eran solamente los estudiantes de las escuelas públicas municipales pidiendo una educación de calidad, sino que eran, incluso, los estudiantes que tenían privilegios los que estaban luchando contra sus propios privilegios. Y por la posibilidad de que todos tuvieran los mismos. Entonces, esa puesta en común del malestar fue muy interesante.

En suma, en 2006 se decreta, transversalmente, la guerra contra la “educación de mercado”.  Una de las consignas centrales de aquellas movilizaciones pedía que los colegios volvieran al Estado, dado que habían sido municipalizados sobre el fin de la dictadura mediante la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE). Se luchaba contra esa ley que garantizaba el entramado constitucional de la educación de mercado.

En cierto modo, esa lucha fue traicionada a partir de 2007, o así lo entendimos los estudiantes de secundaria que acusamos a la CONFECH –que es la Confederación Nacional de Estudiantes de Chile– de haber pactado con el gobierno de Michelle Bachelet para que la LOCE fuera reemplazada por otra –la Ley General de Educación (LGE)–, que dejaba intacto tanto el principio de autofinanciamiento como el Crédito con Aval del Estado. Por esa traición hubo una fractura entre el movimiento universitario y el secundario, que va del 2007 al 2010. También en ese momento la CONFECH expulsa a la FEP (Federación de Estudiantes del Instituto Pedagógico), que era más anarca, más radicalizada, sin el formato “republicano” de la CONFECH, sino un formato más libertario, con una Asamblea que funcionaba mediante democracia directa y sin presidente, solo con voceros. Hubo una fractura total. Son tres años de disputa al interior del movimiento.

Políticas de la fragmentación
(del Estado)

Una de las principales líneas estratégicas de la dictadura consistía en fragmentar el gran órgano social del Estado. También en la educación. De hecho, lo que hizo la dictadura de Pinochet con la Universidad de Chile es muy significativo: la desmembró, la destruyó, la aranceló y le cambió el nombre.

Había tres grandes universidades en el momento del golpe, la Universidad de Chile, que es de 1842, la Universidad Técnica del Estado y la Universidad Católica. La Universidad de Chile era una sola institución en todo el país. Lo que hizo Pinochet fue fragmentar y atomizar ese gran cuerpo social que se extendía en todo el territorio nacional y hacer que cada una de las sedes fuera una universidad autónoma. También la separó del Instituto Pedagógico, que es de 1889, y es un histórico bastión de la izquierda. Este Instituto tenía otras sedes, como la de Valparaíso –que hoy se llama Universidad de Playa Ancha–, pero que a su vez todas pertenecían a la Universidad de Chile. Pero en 1983, luego del cambio de la Constitución –que fue en el ‘80– el Instituto Pedagógico pasa a llamarse Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación.

Hay un desmembramiento organizado por el neoliberalismo de todo el sistema de Estado que permitió que lo público se privatizara. Pero no solamente se privatiza “por fuerza de ley”, sino que la conducen hacia un modo de gestión eminentemente neoliberal, por más que sigan siendo universidades públicas. Y el principal mecanismo para imponer este modo de gestión es el “autofinanciamiento”. Impedir constitucionalmente que el Estado pueda sostener su propia universidad pública e impulsar a que estas funcionen y se gestionen como universidad privada. Esta es una de las herencias más contundentes, pero a la vez más resistidas, de la dictadura. Y ese principio de autofinanciamiento se fortalece aún más con el Crédito con Aval del Estado, porque se bancariza, por un lado, endeudando a los estudiantes y, por consiguiente, endeudando a las universidades. El CAE en un momento llegó a tener un interés del 6%. Y después lo bajaron a 4%. Y ahora, recién el año pasado, con mucha lucha de por medio, lo bajaron a 2%.

Al mismo tiempo, es una lógica que se replica en otras áreas del Estado, como en el Sistema de Pensiones. Ahí se expresa la misma lógica: la de la capitalización individual. Esta es, sin duda, una de las grandes columnas del consenso neoliberal instaurado por la dictadura: que todos se subjetiven de acuerdo a un principio de capitalización individual. Y las instituciones educativas empiezan a funcionar también de la misma forma.

Por eso las universidades públicas hoy están en una lucha permanente por sobrevivir, porque no tienen fondos, inversiones, para poder entrar en competencia con las universidades privadas. Muchas públicas, como el Pedagógico, no tienen presupuesto para investigar, por lo que queda muy en desventaja respecto de otras universidades, sobre todo privadas, que sí lo tienen. Una universidad sin investigación no puede competir con las que sí lo hacen. Y las que sí lo hacen son, principalmente, universidades privadas, que invierten en investigación –hacen papers, venden modelos o proyectos– y eso les permite rentabilizar su quehacer. Y lo peor es que le venden su conocimiento a las instituciones públicas. Las grandes reformas públicas, como la del Transantiago, fueron investigaciones y gestiones hechas por universidades privadas. Porque las universidades públicas no tienen la fuerza para poder administrar las políticas del Estado. Es una política de debilitamiento cuyo origen se remonta a la dictadura.

Lucha contra la deuda
(Generación 2006)

A nosotrxs nos resulta divertido pensar que aquellos que hicimos el “pingüinazo” en 2006, cuando estábamos en la escuela secundaria, fuimos los mismos que encabezamos el conflicto en 2011, cuando estábamos en la universidad. Y, en cierto sentido, fuimos quienes, ya en la vida laboral, nos movilizamos contra las AFP y hoy estamos tirando piedras en las plazas. Ahí hay una continuidad desde 2006 y tiene que ver con no dejar a un lado el malestar que nos produce el neoliberalismo, el principio de autofinanciamiento y de endeudamiento por el crédito. Y salimos de ese espacio escolar, universitario, a la calle, a la vida del trabajo, que es altamente precarizada. Porque ser universitario profesional es exponerse a una precarización del trabajo; una población de precarizados no sindicalizados. Por eso es, también, un movimiento muy acéfalo: no tiene referentes orgánicos.

Desde 2006 la lucha es contra el financiamiento y contra la deuda, y eso no se ha abandonado hasta ahora. Pero es muy interesante lo que pasa en el 2011, porque es también el movimiento de lxs indignadxs a nivel global. Acá estaba la discusión con respecto a la bancarización de la vida y la lucha contra la deuda. El problema del endeudamiento, en un primer momento, aparecía confinado a la educación superior. Todo giraba en torno a ella. O al modelo educativo neoliberal, que es principalmente la lucha contra el principio de competencia, de autofinanciamiento y de endeudamiento. Creemos que esos tres elementos son clave.

En 2004 se luchaba contra el CAE y dos años después, además de contra el CAE, se luchaba contra el principio de autofinanciamiento. Y porque todas y todos pudieran entrar a la universidad. Ahí hay algo importante, porque se luchaba por mayor lugar en la Universidad, y entre 2006 y 2011 crecen los institutos profesionales, que fueron una gran jugada del neoliberalismo. Cuando se está poniendo en crisis el modelo educativo, reinventan su estrategia y empiezan a copar ofertas estudiantiles de educación superior. “¿Quieren ir a la universidad? Bueno, les vamos a ofrecer educación superior a su alcance”. Y empiezan a proliferar por todos lados los institutos profesionales. Carreras técnicas, sobre todo. ¿Quiénes son los que estudian en un Instituto Profesional? Los estudiantes pobres, de las escuelas municipales, periféricas.

Y esto se articulaba con toda una discursividad sacrificial, propia de la meritocracia, del emprendedor: “Págatelo tú, que no te lo pague el Estado”. Esa fue la mejor salida frente al malestar del 2006 y del 2011. Fue la salida neoliberal. Fortalecer el emprendedurismo y que estos estudiantes pobres se den cuenta de que ellos pueden endeudarse y pagarlo;  que no necesitan que el Estado les garantice nada: individualmente pueden demostrar que pueden alcanzar sus propios logros.

Esto se suma a la traición del movimiento del 2006, conformado principalmente por secundarios, que fueron traicionados por las cúpulas de la izquierda más tradicional hacia el 2011. El 2011 fue la mayor expresión de la traición –nuevamente– a los estudiantes más radicalizados, que son principalmente los estudiantes más pobres. El 2011 fue una pelea a muerte, que evidencia muy bien el inevitable componente de clase que tiene Chile –a diferencia, por ejemplo, de la Argentina. Acá no hay, necesariamente, una referencia positiva de lo popular.

De hecho, los chicos de las escuelas más periféricas, durante el 2011, eran expulsados de las marchas. Y era un movimiento completo que le gritaba: “Que se vayan los sopaipas”. El término “sopaipa” remite a un tipo de corte como el de esos guachines que bailaban en Argentina, Los Wuachiturros. A ese corte de pelo se lo llama “sopaipa” acá. Y que era el chico de barrio, de la villa, que llegaba a la marcha, a veces encapuchadxs, y llegaban a destruirlo todo. A pelear con la policía. A destruir la calle, los paraderos. Y los mismos estudiantes, las mismas personas que marchaban los segregaban: “que se vayan los sopaipas”. Pura crítica burguesa, porque esa actitud de mostrarse rompiendo “lo que es de todxs” contradecía el objetivo de ampliar esa luchas al sentido común ciudadano: “Que se vayan porque vienen a ensuciar el movimiento, que tratamos que sea lo más limpio, lo más progresista, lo más aceptable”. Todo eso se fue a la mierda.

El Estado en Chile no puede nunca calar en los movimientos más populares. No entra por ninguna parte. Porque son principalmente estudiantes privilegiados: Boric, Jackson, Vallejos Dowling, Sharp. Son estudiantes privilegiados que pasan a ser los referentes de la izquierda representacional o institucionalista. Porque los Pérez están peleando en el Liceo público con la policía. Y organizándose en bandas, escuchando trap insurreccional, siendo veganos, o straight edge, que son “anti-todo”. Y leen mucho, escriben también, en un registro muy cercano al de la anarquía, que está en los textos, en los panfletos, se ve en todos lados. El ensamble teórico-práctico es más fuerte hoy que en periodos anteriores. Antes era: o luchabas contra la policía o te dedicabas a “pajas mentales”. Pero ahora los movimientos de confrontación con la policía tienen mayor capacidad de leer el contexto. Lxs pendejxs son unas máquinas. Son chicos del INBA, de la escuela secundaria, a los que persiguió la policía. Tienen grupos de estudio de filosofía. Pero con una perspectiva de no creerle a nadie, a ningún político más tradicional. Y de no caer en las lógicas representacionales.

¿Radicales vs. Institucionalistas?
(y la forma Coordinadora)

Históricamente ha habido una desconfianza de la institucionalidad. Creemos que viene de la post dictadura, del modo en que se fueron acomodando cuando dejaron de ser perseguidos. Sobre todo el Partido Socialista y el Partido Comunista, que se fueron acomodando y formando parte de la gobernabilidad neoliberal. Eso fue evidente durante 2011, cuando ambos espacios bajaron al movimiento estudiantil. O luego cuando conforman la Nueva Mayoría. Por eso hay mucha desconfianza con todo lo que venga de las instituciones políticas. Porque, además, tienden a reproducir esta lógica, como pasó en diciembre con el voto de varios diputados del Frente Amplio a favor de un conjunto de leyes represivas (“antisaqueos” y “antibarricadas”).

Desde el 2006 hasta ahora la gran discusión era: o caes en las máquinas representacionales, institucionales o continúas en la radicalidad, desde afuera de los espacios formales de la política. Y estas dos fuerzas estaban en tensión constante. Pero lo bueno de la revuelta es que te mezcla un poco todo, te corre de los lugares donde cada uno estaba fijado. Te obliga a ser más estratégico, o a desarrollar una inteligencia estratégica que permita pensar qué instituciones nos inventamos.

Pero el modo en que se daban los conflictos durante el 2006 y durante el 2011 tendían a posicionarte en uno de estos polos Y, por ejemplo, era muy criticado el que tenía las dos posiciones al mismo tiempo, quedaba como un poco infiltrado, o una huevada así: “¿Qué andai, de infiltrado?”. Ese lugar ambivalente de la revuelta es interesante porque también lo que te está planteando es que esa polaridad ya no puede ser planteada, que ya no hay por dónde entrarle a la representación más tradicional; que ya no hay parlamento, que ya no hay policías, que ya no hay sindicatos, que ya no hay Frente Amplio. Pero, ¿qué hay? Hay coordinadoras. Las coordinadoras fueron apareciendo en las luchas, en las luchas estudiantiles de 2006 y con mucha más fuerza desde 2015. Y tienen que ver con esto que decíamos: ya no hay grandes estructuras políticas y organizativas, como en otro momento era el partido o el sindicato. Mas bien, todos tienen su bandita. Y, entonces, la única manera es coordinar las distintas banditas.

Lxs jóvenes radicalizadxs de hoy
(y su impulso al estallido)

Luego, claro, también hay organizaciones más clásicas de secundarios, como la CONES, que es del Partido Comunista. Pero también está la ACES, que es un movimiento mucho más transversal, mucho más radical, que funciona como una coordinadora. Está conformada por estudiantes de colegios emblemáticos, de colegios municipales que no son los de mayor calidad, el Instituto Nacional o el Liceo 1 sino el Liceo de Aplicación, el Darío Salas, el Cervantes, el INBA. Son estudiantes pobres que han entrado a escuelas públicas más o menos emblemáticas.

Y ya no se puede hablar del movimiento como hablamos durante el ciclo 2006-2011, ni se pueden pensar en línea con las organizaciones o ideologías políticas más clásicas. Son principalmente jóvenes que han hecho del combate con la policía una de las mayores experiencias actuales de autoafirmación. No necesitan militar en organizaciones grandes, sino que aparece el concepto del grupo de afinidad. Son principalmente grupos de afinidad que agarran como referente a algunos anarquistas muertos entre el 2009 y el 2011. Entre ellos, Mauricio Morales, el Punki Mauri. Con toda su simbología, la Estrella del Caos y el extintor, que es como la bomba. Ya no la “A”, sino la Estrella del Caos. Es cosa de ir a cualquier colegio y está en todos lados rayada.

Y son esos estudiantes secundarios, que venían de una trayectoria de combate contra la policía, los que hoy están en la primera línea. Fue un training de combate con la policía de dos años en todas las escuelas secundarias. Pero eso antes se hacía en las universidades, sobre todo entre 2007 y 2011. Eran grupos de encapuchados que salían las universidades. Salían organizados a pelear con la policía porque tenían la autonomía del campus universitario, donde si la policía entraba tú te podías esconder, cambiar de ropa rápidamente y pasar a ser un estudiante como cualquier otro. Pero estos pibitos están en las escuela, que son lugares chiquititos donde no te podías esconder, entra la policía y te captura inmediatamente.

De hecho, el 2011 fue un momento de fuerte criminalización de la práctica de combate directo contra la policía dada mayormente por los referentes de ese movimiento, que luego fueron los referentes del Frente Amplio. Lo que caracterizaba a los movimientos anteriores era una lógica más representacional, más militante, que segregaba y criminalizaba el combate directo. Lo que hacen los estudiantes secundarios es retomar la trayectoria o la memoria del combate con la policía, del combate directo. Y de repente, en 2019, estalla la revuelta y lo que se segregaba, hoy se lo retoma y valora. Aparece, por ejemplo, la primera línea como principales protagonistas a la hora de sostener la revuelta, el enfrentamiento. Un tiempo antes, toda esa primera línea hubiera sido impugnada, criminalizada.

Quizá parte de la alegría inmensa del fin de año en Plaza Dignidad tuvo que ver con una sensación de alivio, de “al fin realmente pasó algo”. ¿Cuántas veces peleamos con la policía?, ¿cuántas balas nos dispararon? ¡Y ahora todos aman a los encapuchados! O se ponen la capucha y quieren pelear contra la policía. Cuántos años costó que la experiencia sensible de pelear contra la policía al fin se haya compartido. Ahora sí, es el momento.

Subjetividad ACAB
(contra el gorrudismo social generalizado)

No sabemos lo que va a pasar con el estallido, con este movimiento por venir. Lo que es evidente es que predomina una sensación de que algo nuevo se inicia en Chile. Pero el odio a la policía está completamente instalado. Lo que se está viviendo en Chile es una lucha contra la policía en todas sus expresiones. Una policía que, además, está militarizada –miren las tanquetas que usan– desde la época de Bachelet, es decir, es un cambio que hizo el progresismo. “No vamos a sacar nunca más a los militares a la calle”, dijeron, pero militarizaron a la policía. Eso sucedió desde los años 2000, vinculado con el enfrentamiento con el “Nuevo movimiento mapuche”, el de la autodeterminación y el del combate directo con la policía. Ya hace más de doce años que la policía está en combate directo contra la gente en todos lados.

El ACAB (“All cops are bastards”) aparece en Europa, con las protestas griegas contra la deuda, y viene del Black Block europeo, de sus peleas contra la policía. Y llega acá porque la lucha contra los pacos estaba desatada desde hacía rato. Pero el ACAB hoy tiene un alcance mucho mayor, que no se reduce al policía con el traje, a la institución, sino que es también contra lo policíaco. Es decir, no ser policía de nadie. Es una lucha, también, dentro de los horizontes de la micropolítica y de los cuidados. Es una lucha de “sé igual de ACAB en tu casa”. No ser policía y el luchar contra la policía son dos caras de la misma sensibilidad. Y esto incluye cierta disputa al interior de las figuras de la representación política: “no me vengái a paquear” (en alusión a los  pacos), se le dice al maquinero. El “maquinero” es el operador político de una organización de izquierda más tradicional que en la asamblea trata de conducir la cosa para poder posicionarse, para sacar rédito. “Pasar máquina”, se dice aquí: te paso la máquina por encima. Esa es otra figura policíaca.

Y al mismo tiempo, hay que poder afirmarse en lo que pasa, en lo que se está haciendo. La otra vez un militante de izquierda nos interpelaba “¿Y qué van a conseguir? ¿Y qué han conseguido?”. Quizá no hemos conseguido demasiado, pero hoy el 95% de la población chilena odia a la policía y se lleva esa idea de no ser policía a sus casas. Y eso no es poco porque de ahí pueden surgir mil. Ya, por lo menos, tenemos eso.

Una guerra anímica
(¡pacos culiaos!)

Hoy la batalla a nivel macro se juega también a nivel micro, en el plano del ánimo. Hay una guerra anímica total en estos momentos. La gente trata de reponer el ánimo para poder seguir sosteniendo la revuelta cada día. Los cuerpos están cansadísimos, entonces es sumamente importante poder desarrollar prácticas que traten de sostenernxs anímicamente. Y de esta batalla anímica participan también los pacos. Ellos hablan de un “sabotaje psicológico” contra las fuerzas policiales, produjeron ese concepto. Los tipos tratan de controlar las manifestaciones para reponer psicológicamente a la institución. Tratar de reponer la validez de la institución frente a la opinión pública. Porque la perdieron, porque hoy es una institución completamente deslegitimada por la corrupción y la represión de esto meses. O sea, estos tipos no solo perdieron la plaza Dignidad, lo que perdieron fue la dignidad. Socialmente, son basureados en la calle. Un paco va a comprar y no le venden, por ejemplo. Hubo un video dando vueltas de cuando echan a un paco de una multitienda; el tipo estaba comprando y la gente, los vendedores, no le quisieron vender.

Hay muchos relatos que se cuentan y circulan por redes. Los pacos históricamente usan gratis el transporte público y ha habido casos en que los bajan de un colectivo, como acá se les llama a los autos compartidos. El carabinero se sube y le dice al chofer: “Llévame hasta tal lugar”, y el chofer le contesta: “No, bájate”. “Pero, oye, soy carabinero, tienes que llevarme”. “No, no te voy a llevar”. Y bueno, creo que el paco lo putea, pero se tiene que bajar igual del colectivo. Es un relato muy bonito, porque el chofer mira a la gente que estaba atrás y les dice: “Oye, disculpen por esta situación”. Y uno de los pasajeros lo agarra del hombro y le dice: “No te preocupes, ya no estamos solos”. Dan ganas de llorar.

El consenso de la transición se desmorona
(micropolíticamente)

Este relato da una clave importante para entender qué se está discutiendo. Porque golpearles la gratuidad es golpearles la serie de privilegios con los que cuentan los carabineros desde la transición democrática –y entre estos privilegios, el de la impunidad. Las policías y las fuerzas armadas tienen las garantías sociales que ningún chileno tiene. Son los únicos que después del golpe del ’73 siguieron viviendo en el socialismo. Los únicos que se quedaron con el sistema de jubilación y de pensiones de la Unidad Popular, con su sistema de prevención en salud, también. Que la gente no le quiera hacer valer el beneficio que les aseguró el Estado es una acción política y un gesto contra el consenso de la transición.

Son muchos elementos que permiten pensar que lo que hoy se está viviendo es el desmoronamiento de este consenso. El estallido no es, simplemente, “vamos a quemar las cosas, vamos a destruir”. Por el contrario, la lucha diaria, micro es ir desactivando estos consensos que forman parte de la vida cotidiana y que suceden hoy mismo. Que no se pueda subir a las personas en un auto por la fuerza, gritarle, golpearla. Hace falta multiplicar esa práctica de desactivación micropolítica del consenso neoliberal, que todas y todos lo tienen en sus manos ahora, en estos momentos.

¿Cómo componerte una vida?
(la violencia como autodefensa)

Para pensar el uso de la violencia, que forma parte de muchas prácticas políticas de todos estos años y que hoy nos rodea por todos lados, la fórmula es pensar que no hay vanguardia que quiera imponer nada, sino solo autodefensa. Acá hay violencia, pero para defender algo. Lo que se está tratando de defender es un modo de reinvención de la vida cotidiana. ¿Y qué es lo que se defiende?

Cada quién tiene sus estrategias para poder armarse una vida. Las feministas y las disidencias tienen todo un modo de componer y recomponer una vida cotidiana, una nueva relación con los vínculos, con sus cuerpos, con el mundo de lo público y los privado. La lucha contra las Administradoras de Fondos de Pensiones –que son las encargadas del sistema de capitalización individual de jubilaciones y pensiones diseñado en la dictadura– ha sido también un espacio donde se aglutinan formas y generaciones muy distintas. Por lo tanto, es una manera de recomponer toda una vida cotidiana en relación con los más viejos, pero sobre todo en relación al trabajo.

No+AFP es un modo de reinvención de lo laboral, por parte de trabajadores precarizados que carecen de sindicato; es la lucha contra la privatización individual. Los movimientos estudiantiles, como decíamos, son modos de recomposición de lo juvenil. Está todo el escenario también de reinvención de los territorios, por parte de las Asambleas territoriales, y del cuidado de la tierra y del agua, con movimientos como el Movimiento por el agua y los territorios (MAT) o el Movimientos de defensa del agua, la tierra y el medioambiente (MODATIMA). Es un modo de reinvención de la vida y de reencuentro con la naturaleza. A su vez, todas estas luchas y organizaciones apoyan y valoran la lucha del pueblo mapuche. Y se puede pensar todo lo que sucede en esta revuelta como un proceso de recomposición de un modo de ser social, colectivo.

Las experiencias de las Cooperativas de Abastecimiento, por ejemplo, son brutales, con doscientas familias afiliadas. ¿Y qué es lo que hacen? Organizar canastas de alimentación por medio de la compra directa a productores. Y hay varias de estas cooperativas, en distintos territorios. Y muchas de estas experiencias “infra” rayan el hipsterismo, pero hay que entenderlo desde la experiencia chilena. Acá todo pasa por ser una ONG, o micro emprendimiento. Tú ves a los anarcos que empiezan vendiendo soya, y luego se arman su puesto de comida orgánica, en ferias… Es una estrategia de lxs locxs, también, como para no trabajar dentro de las lógicas hegemónicas de empleabilidad y precariedad.

Toda esta recomposición, que no está exenta de violencia, no implica tomar la vanguardia de nada. Es, más bien, un espacio de anonimato; la necesidad de habilitar un espacio de encuentro, de conocer las luchas del otro, de qué es lo que se viene armando, en condiciones de imprevisión total. Se está improvisando, porque todas las energías creativas están dispuestas, principalmente, en encontrarse. Por eso hay actividades todos los días en la plaza: porque la gente se está tratando de inventar espacios de encuentro. Y eso es importante porque ya nadie puede pensar, a priori, que conoce algo: “ah, no, yo conozco a este movimiento de antes”. Nada quedó intacto con el estallido social. Todos los partidos se fueron a la mierda, las organizaciones formales se fueron a la mierda. O sea, son organizaciones formales y partidos que ya no tienen la capacidad de movilización porque no tienen la capacidad de ponerle concepto a lo que está pasando. ¿Y dónde están los que le están poniendo concepto a lo que está pasando? Haciendo actividades de encontrarse, de que la experiencia política pase por el cuerpo. Algo fundamental está pasando en ese plano.

El wenüy
(una nueva subjetividad política)

La revuelta también nos permite hacer un balance de estos últimos años, preguntarnos cómo se fue expresando, o cómo se fue acogiendo el malestar social desde 2011 hasta el estallido. Y, como decíamos, éste tuvo dos canales: uno fue el enfrentamiento de los estudiantes –secundarios, sobre todo– con la policía. Y el otro las grandes marchas que se realizaron estos últimos años:  marchas mapuches, marchas por No+AFP, marchas feministas del 8M, marchas en apoyo a las “zonas de sacrificio”. Un poco de lo que dan cuenta estas marchas es de que hay una sensibilidad recompuesta con esos malestares, que no los posees tú individualmente, que no te pertenecen en exclusiva. Y esto hace que las marchas muestren muy bien cómo hay una fuerza de reunión y de vinculación que no está dada porque te pertenezca el malestar, sino porque compartes el malestar con el otro. Creo que esto es sumamente importante y novedoso.

¿Qué es la Coordinadora No+AFP? Es un encuentro entre generaciones de precarizados. Cuando los estudiantes van a las marchas de No+AFP, no van preocupados individualmente por cuando ellos sean viejitos, van a compartir la sensibilidad con el viejito que está ahí, que es su abuelo. Un caso muy conocido fue el de Mauricio Fredes, asesinado por los pacos en diciembre, en plaza Dignidad. Estaba en primera línea porque lo que él había desarrollado era una práctica de cuidado con su abuela, que era una jubilada que no tenía pensión. Y él se tenía que sacar la cresta para poder sostenerla.

Hay una especie de recomposición de la sensibilidad con esos malestares. Bueno, tú no eres mapuche, no te están disparando a ti. Pero sí te pones en la calle a luchar y a defender al pueblo mapuche. No te pertenece la lucha, pero estás ahí con ellos. Un ejemplo obvio es el de Santiago Maldonado, que es lo que los mapuche llaman “wenüy”, que es el amigo. Es el que no es mapuche, pero pelea contigo. Y ellos nunca te van a dar, nunca te van a otorgar, el reconocimiento de mapuche, pero sí de wenüy. Es un amigo que está a la altura de la lucha, incluso cuando no le pertenece –y no le pertenece porque no tiene sangre mapuche. Pero sí está en la calle dando la cara contigo.

La figura del wenüy, del amigo, creo que habla un poco de la subjetividad social chilena. Al mismo tiempo, no parece que fuera algo local, algo especial de la revuelta chilena; parece, más bien, expresión de una subjetividad más amplia, a nivel latinoamericano. Pensamos en lo que está pasando en Colombia, sobre todo con el activismo medioambiental. Son personas a las que no le pertenecen los bienes comunes y están luchando por los bienes comunes. No por la propiedad respecto del bien común, sino por el bien común, porque sea usado por todos y todas. Lo mismo pasa acá, uno sale a la calle a pelear y a poner el cuerpo en primera línea no porque te pertenezca la primera línea, ni te pertenece la marcha, es porque tú sabes que hay que contener a la policía porque atrás están pasando cosas que no estaban pasando antes. Y por eso es una lucha inminentemente transversal. Creo que acá hay una clave para pensar cómo se recompone una nueva subjetividad política, como dice nuestra amiga Suely, citando a otro amigo, al Félix: se está componiendo una nueva suavidad política.’

Las fuerzas reactivas
(contra el proceso constituyente)

Pero, cuidado, que si ponemos atención a las grandes masacres hecha por los estados neoliberales en Latinoamérica, apuntan precisamente a esas sensibilidades, o a los cuerpos que desarrollan esas sensibilidades. Porque hay tres grandes fuerzas reactivas que, en estos momentos, pueden cooptar lo que se está gestando, y una es el miedo. Es la fuerza más reactiva y está siempre al acecho. Precisamente, si algo se logró desactivar con el estallido fue el consenso del miedo y las políticas de seguridad que conllevan. Es muy importante identificar eso. El barrabrava, el migrante, todas las figuras que los medios de comunicación mostraban como el nuevo enemigo interno, comenzaron a desmoronarse, ya no se sostienen. El nuevo enemigo interno es la oligarquía, la elite de empresarios que controla el Estado desde la dictadura hasta hoy día. Más que enemigos, la gente ve ahora en el otro, o en la otra, la posibilidad de una vida digna de ser vivida. Y por eso buscar reconocer a ese otro, compartir con esa otra. Que los barrabravas estén ahí con la abuelita y con los niños, cuando el barrabrava era el máximo símbolo de la violencia, es maravilloso.

Entonces, una de las fuerzas reactivas es la del consenso del miedo. Lo que están tratando de reponer es la figura del vándalo, del violentista, del terrorista. Lo tratan de reponer, lo tratan de reponer, lo tratan de reponer: ese el consenso del miedo y las políticas de seguridad. La segunda fuerza reactiva es la del confinamiento, las políticas de confinamiento familiar. Es volver a meter tus malestares a la casa y la familia. Y eso es lo primero que dice el General del Ejército (Javier Iturriaga) ante el estallido social: “Vuelvan a sus casas, con sus familias, sean felices, quédense ahí”. El confinamiento en el espacio privado y que cada uno resuelva sus malestares como pueda. Porque la tercera fuerza reactiva es la de la capitalización individual. Que es, en definitiva, la gestión de tu propia miseria, el sentirte emprendedor. ¿Cómo sacarle provecho a la miseria que tienes todos los días? Este último es re complicado, y el riesgo de la hipsterización está ahí. Creo que esas serían como las tres grandes fuerzas reactivas que sostienen el consenso neoliberal en Chile y que el estallido desactivó un poco. Creo que las tres operan en el horizonte del deseo y de la subjetividad.

Ahora, la pregunta clave es cómo poder sostener las potencias destituyentes durante el proceso constituyente. O que lo que se constituya pueda permitirse sostener las potencias destituyentes que son estas fuerzas de reinvención de la vida cotidiana que van permitiendo desactivar los tres consensos. Pero, ¿cómo hacerlo?

Vivir en banda
(y conjurar los malestares en red)

Nosotros todo este tiempo fuimos organizando cosas, participando de encuentros colectivos. De alguna manera es donde canalizábamos todos y todas ciertas experiencias de orfandad que nos dejó el dejar de ser estudiantes y la pelea con la policía, digamos. Pero lo hacemos construyendo cosas. Y construyendo conversaciones. Nos conocemos todas y todos con todos porque hacemos conversaciones radiales con personas que están metidas en todas las cosas, en todas las redes. La experiencia de la red es una especie de protoinstitución que ya está construida, y que se va construyendo todo el tiempo. Las Coordinadoras están construidas. Y ahora lo que pasa es que la red pueda, digamos, desarrollar una infraestructura económico-política que, creemos, ya está empezando.

Realmente, lo que tenemos más a mano, es seguir viviendo en bandas. Creemos que, hasta ahora, es lo que estamos haciendo. E inventando formas de trabajo que lo permitan. Y esto suele darse, acá en Chile, bajo formas muy ongistas. ONG’s que han sido, por otra parte, grandes canalizadares del malestar. Tú vas a una ONG y es también como un okupa, como que todo lo hemos convertido en una okupa. Las escuelas pasaron a ser okupas, las universidades pasaron a ser okupas, nuestros puestos laborales parecen okupas. En las ONG, de repente tú puedes ir con tu perro, toda la gente anda a pie pelado. Por un lado, puede sonar muy neoliberal, pero ya hay prácticas organizativas de la vida cotidiana que están ahí, haciéndose, transformándose.

En cierto sentido, esto es muy generacional. Hay una “generación 2006” en todos lados, en cada familia, que funciona como agente de contagio, un elemento contaminante. Y siempre algo está haciendo algo, metiendo un virus –el virus de la okupación. Siempre hay una 8M metida en alguna parte; siempre hay un No+AFP en la vida cotidiana. O sea, prolifera y prolifera por bandas. Hay un factor que es el generacional que es muy fuerte. Nosotros seguimos inquietos. Somos la generación del 2006 y seguimos inquietos. Y tratando de habitar el presente de una manera distinta. Imagínate esxs pibitxs que vienen ahora. En nosotros aún había una memoria política vinculada con una sensibilidad de la izquierda más tradicional. Pero eso también estalló con el 2019. Veremos lo que viene ahora.

Virulencias de cuidado
(De la revuelta y otros contagios)

Se está cumpliendo un año de la revuelta de octubre 2019 y hace solo unas semanas todxs quedábamos conmocionados frente a las imágenes de un niño de 16 años tendido inconsciente sobre el cauce del río Mapocho. Algunos segundos atrás había sido arrojado desde el puente Pío Nono, a 7 metros de altura, por un policía de fuerzas especiales que participaba de un operativo de de intervención en Plaza de la Dignidad que trataba de evitar que se volvieran a congregar las fuerzas de oktubre post-confinamiento.

Las imágenes del horror de la dictadura cuando cuerpos anónimos eran encontrados de forma imprevista en la ribera del río Mapocho se repetían. No es casualidad que ese cuerpo fuera el de un estudiante secundario, uno de los mismos niños a los que el Estado chileno le declaró la guerra con Aula Segura, con SENAME, uno de esos mismos “pingüinos” con los que se desató la revuelta social contra la herencia constitucional de Pinochet.

A pocos días después de la más grande marcha feminista que había existido en la historia de Chile, la del 8 de marzo de 2020, Piñera determinaba la implementación de un paquete de medidas sanitarias COVID, basadas en el distanciamiento físico y en el confinamiento, bajo estricto control militar, a nivel nacional. Si durante 40 años habíamos buscado afirmar “que no estábamos solos, que no volveríamos a soltarnos”; si no hicimos caso a la orden del general Iturriaga de “meternos en nuestras casas felices”, cuando la rabia en la calle se combatía con el Ejército en toque de queda, aquel día, la memoria del encuentro en la ocupación callejera que aún vibraba en nuestros cuerpos era desafiado a partir de una exigencia de cuidado y protección frente al virus.

Las preguntas y el desconcierto nos embargaron. ¿Podían las potencias de la revuelta, del encuentro en la okupación callejera, desafiar la tan naturalizada idea de que el espacio íntimo o privado era de por sí un espacio despolitizado? ¿Podíamos habitar y cultivar vida en nuestros adentros cuando históricamente la tarea silenciosa del neoliberalismo fue su destrucción? ¿No habíamos salido a la calle con la urgencia de luchar por el cuidado y la protección de nuestros abuelos, por cambiar las condiciones de exposición a la violencia de las y los niños, por la desigualdad y la violencia contra la mujeres y disidencias? ¿No habíamos aprendidos e incorporado, hecho cuerpo en primera línea, la necesidad de la autodefensa frente a la violencia represiva de la oligarquía y sus guardianes? ¿No había sido el oktubre una revuelta que puso en el centro gravitacional, frente al modo de vida capitalista, la politización del malestar, un deseo de cuidado y responsabilidad ética contra la devastación y la muerte?

Mientras el desconcierto apremiaba, en pleno toque de queda, un convoy militar depositó a Piñera en la Plaza de la Dignidad. No era necesario convocar a los medios: pocos segundos después las redes estallaron con la imagen del asesino sobre el monumento. Lo que el 19 de oktubre había atribuido a la revuelta social, ahora buscaba otorgárselo a otro enemigo: el coronavirus. “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, cruel e implacable”, había dicho en oktubre del 2019 refiriéndose a las fuerzas sociales chilenas. Casi un año después, el 22 de septiembre, en su discurso de fiestas patrias, volvería a reponer el soporte bélico de la democracia neoliberal: “Sabemos que el coronavirus es un enemigo poderoso, cruel e implacable”.

Si alguna certeza pudimos avizorar durante este tiempo de confinamiento, es que el principal articulador de la democracia capitalista, de la movilización de la vida en todas sus formas por el capital, está dado por la capacidad de gestionar la devastación y el enfrentamiento entre todas y todos. Una trama de producción de miedo generalizado y de inyección de odio como garantía de un orden capaz de promover la individualización y depotenciar las capacidades colectivas para reinventar los cuidados diferenciados.

La declaración de guerra contra el covid-19 fue, también, la continuación bio-seguritaria de la declaración de guerra social declarada contra el oktubre-19. Contra una sensibilidad colectiva en estado de revuelta; contra una multiplicidad de prácticas e inteligencias colectivas que emergieron de la interioridad común de la sociedad chilena, de sus malestares, daños y dolores. Contra la potencia de mutabilidad que hizo factible sostener la revuelta contra la gestión sanitaria del neoliberalismo. De algún modo, el oktubre-19 confirmó que el virus, antes que una amenaza, supuso una alianza de las fuerzas sociales con las fuerzas de Gaia. Una alianza mutante en la que las virulencias de la revuelta social bajo la forma de los cuidados podían sostener la imaginación atenta de oktubre, la escucha a las urgencias de los territorios y los hogares de las y los más expuestos a la gestión neoliberal de la pandemia.

Si de algo estamos convencidos hoy es que frente al miedo y al daño organizado por el capital, de cara al pacto bélico de la democracia corporativa, los territorios y los cuerpos sensibles al malestar colectivo se han permitido sostenerle la mirada al terror pandémico. Mutando como el virus han dejado de manifiesto que las potencias del cuidado se activaron en los espacio “interiores”, evidenciando que la politización de nuestras intimidades es un virus con alto nivel de contagio, que a la vez pone en entredicho la norma de confinamiento individual del capital y su pacto de miedo y odio organizado.

* Durante los meses de pandemia, Vitrina Dystópica organizó una serie de conversaciones virtuales con integrantes de organizaciones sociales chilenas, que vienen impulsando estrategias de cuidado frente a la crisis sanitaria neoliberal, llamada: Virulencias de cuidado. De la revuelta y otros contagios. Para escucharlas hacer click aquí.


[1] Pingüinazo es como se nombra al primer gran levantamiento del movimientos estudiantil en Chile. La referencia al “pingüino” es por los colores de los uniformes escolares de las y los estudiantes chilenos.

[2] Zonas de sacrificio refieren a territorios urbanos y rurales en los que se legitimó la extracción de bienes comunes y la contaminación del medio-ambiente con este fin.

[3] El Crédito con Aval del Estado es un crédito universitario que se implementó durante el gobierno de Ricardo Lagos y se otorga para costear los gastos de estudio en la universidad. Esta política dejó, en 2019, a más del 40 por ciento de los estudiantes que tomaron el crédito como morosos.

Fuente: Tinta Limón Ediciones BLOG

Gombrowicz // Pedro Yagüe

La inmadurez es lo real. Y lo real no tiene forma. La forma envuelve, oculta. Asfixia. Crea una ficción sofocante. En ese encubrimiento hay algo que se gana y algo que se pierde. La ganancia: seguridad, integración, cultura. La pérdida: inmadurez, realidad. Así, nos dice Gombrowicz, se vuelve el hombre incapaz de expresar lo interior. Incapaz de expresar su verdad. Verdad que nunca es solo suya porque nunca está solo. En Gombrowicz hay un amor por la inmadurez. Un romanticismo extraño, entrañable; una búsqueda de nuevas fuerzas en lo más profundo de uno mismo. La inmadurez es concebida como un combate insistente contra la forma. Una resistencia contra el aroma putrefacto de la cultura. Se escribe para resquebrajar un orden, para hacer salir lo que no debería. Aparece entonces una fórmula: escribir es la búsqueda de un acuerdo con lo propio, la expresión de una discordia con lo exterior. Para Gombrowicz nada de lo que le es propio debe impresionar al hombre; de tal modo que, si nos impresiona nuestra grandeza o nuestro pasado, ésa es la prueba de que aún no los llevamos en la sangre. Gombrowicz odia la cultura. La combate, la enfrenta: su parafernalia, sus recompensas y reconocimientos, generan en el hombre un anhelo de madurez. Aparece entonces todo el circo de los escritores, los cantantes, los poetas y sus falsedades. ¿Cómo no aburrirse con todo eso? ¿Cómo no aburrirse de los cantautores y poetas, tan parecidos entre sí, tan calculadamente tiernos? Muestran su arte como quien publica en Instagram o Facebook una imagen de sus nuevas tetas. Son artistas de papelito, de brillantina. ¿Cómo no aburrirse con todo eso? Con un enorme esfuerzo. Esto lo sabe cualquiera que haya ido a ver el arte de estos personajes: la incomprensible carcajada esnob de los teatros, la atención fingida a la lectura de textos solemnes e ilegibles, la estupidez amable del aplauso a una canción, el infinito simulacro de un sentir que no se tiene. Varones y mujeres que se obligan a arrodillarse frente a la imagen que construyen de sí mismos. Asesinos de su tiempo. El sentido de la escritura se descubre cuando ésta se vuelve contra uno mismo. Escribir, para Gombrowicz, es una forma de resistencia. O mejor dicho: se escribe porque algo en uno se resiste. ¿A qué? Al maquillaje asfixiante de la cultura. Algo quiere brotar, algo que busca destruir la realidad como el sueño a la vigilia. Una fuerza que intenta salir y mostrarse como es, a cara limpia. Una fuerza incomprensible, incontrolable, impredecible. Eso es la inmadurez.

Como niños perdidos (la pregunta por la revolución hoy)* // Amador Fernández Savater

Qué hacer es la pregunta por excelencia del imaginario revolucionario clásico, planteada por Lenin en el libro del mismo título. Es la pregunta por un modelo: el modelo de revolución dominante en el siglo XX, a la vez triunfante (como toma del poder) y fracasada completamente (como experiencia de emancipación).

Hubo desde luego otras revoluciones en el siglo XX (como la mexicana o la española), pero quedaron de alguna manera opacadas por “la sombra de octubre”. Octubre se convirtió en el modelo de toda revolución, en la fisionomía de la revolución, exportado por todo el mundo. Las imágenes de cambio de Octubre devinieron las imágenes de cambio por excelencia: de lo que tocaba hacer, de lo que cabía esperar, etc.

La toma de poder como objetivo, el Estado como palanca fundamental, el saber como ciencia, la teoría como saber que se inyecta desde fuera a las masas, la militancia como heroísmo, el compromiso como incorporación disciplinada de la idea, el conflicto como lucha a muerte, la organización como vanguardia consciente estructurada en Partido, la revolución como acontecimiento mayor que rompe en dos la historia del mundo o punto cero…

Este modelo se arraiga en lo que podríamos llamar el “paradigma de gobierno” propio del pensamiento o la metafísica occidental, según la cual un sujeto -armado de ciencia, organización y fuerza de voluntad- somete un mundo-objeto y lo modela, lo civiliza, elevando el ser al deber ser. En este libro no haremos balance de este modelo y su “desastre oscuro”, como lo llama Alain Badiou en su reflexión histórica sobre el comunismo autoritario, sino que nos preguntaremos más bien por la posibilidad de un desplazamiento: de la pregunta de qué hacer a la pregunta por cómo hacer.

Qué hacer, decimos, es la pregunta por un modelo. Cómo hacer es por el contrario la pregunta de los niños perdidos. “La revuelta que viene es la revuelta de los niños perdidos”, nos dice el colectivo Tiqqun.

Niños perdidos porque tienen más preguntas que nada, una condición difícil de sostener, de mucho desamparo, en medio de la urgencias que parecen exigir medidas inmediatas (aplicaciones de un saber ya disponible). Pero tales medidas pueden resultar tan sólo trampantojos, porque el verdadero desafío es la transformación de los modos de sentir, pensar y actuar, una mutación civilizatoria que ya está en marcha, por fragmentos, en el mundo presente.

Niños perdidos porque ya no encuentran guía segura en el poder del Texto o de la Ciencia, “omnipotente por verdadera”.

Niños perdidos porque no tienen lengua sabia, sólo lengua común.

Niños perdidos porque no contestan el orden y el saber establecidos con otro orden y otro saber en la cabeza, sino que interrumpen, preguntan, desertan, ensayan y tientan, a través de la experiencia y el tacto.

Niños perdidos porque no miran el mundo desde un Estado, a derribar o conquistar, presente o futuro, desobedeciendo así la ley de la oscilación.

Niños perdidos porque no buscan adueñarse de un centro (centro de poder, centro de saber), pero tampoco instalarse en los márgenes o la periferia, sino emborronar la diferencia entre ambos.

Niños perdidos porque ya no buscan gobernar, ni ser gobernados, sino devenir y permanecer ingobernables.

Niños perdidos porque comen su propio trigo, sin esperar a mañana.

Niños perdidos cuyo no-saber no es ignorancia, sino potencia de pensamiento.

 

Niños perdidos que no esperan encontrarse finalmente, sino que asumen que la pregunta por cómo hacer es una pregunta interminable, inagotable.

Así, como niños perdidos, tanteamos las revoluciones del siglo XXI. Sin disociar ya nunca jamás lo que se quiere y cómo se quiere, como ocurría en la vieja pregunta por qué hacer donde la finalidad justificaba los medios más aberrantes, sino aceptando que los medios prefiguran ya los fines o que no hay más que medios, medios sin fines, “medios puros”.

 

* Fragmento del prólogo a Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política (Ned ediciones, 2020).

El libro de Amador Fernández-Savater, con epílogo de Rita Segato, se puede encontrar en las siguientes librerías de Buenos Aires:

LIB. NORTE – Av. Las Heras 2225

METAPHORA – B. Mitre 2099

MENENDEZ – Paraguay 431

DE LA MANCHA – Av. Corrientes 1888

PAIDOS – Av. Kas Heras 3741 – Loc. 31

ARCADIA – M.T. de Alvear 1548

BADARACO – Av. Entre Ríos 921

GOULD LIBROS – Acevedo 388

 

https://leobooks.net/producto/lib-16885/

 

Distribuye Océano Argentina:

https://www.oceano.com.ar/LibroDetalle/16885/LIB

 

“Nombre Falso” de Piglia, un excepcional juego de géneros que configuró un nuevo canon // Joaquín Montico

Una lectura posible de los libros de Ricardo Piglia (así como también de sus artículos, clases, manifiesto y ensayos) es la de la escritura como intervención. Una suerte happening que, de ser leído a través de los dispositivos de narración que pone a funcionar, cristaliza una política literaria en el sentido más fuerte.

Es el caso de Nombre falso, publicado por primera vez en 1975 por Siglo XXI. Allí se ven guiños por todos lados a su propia idea de literatura. En primer lugar el título. Nombre falso hace referencia a algo que se puede decir que inventó Borges, pero el primero en verlo fue Piglia y es lo que llama la ficción del nombre. En una conversación en 2010 con Paul FirbasPedro Meira Monteiro Fermín A. Rodríguez (La forma inicial, Eterna Cadencia, 2015), Piglia cuenta que siempre le interesó –en Borges- lo que llama la ficción del nombre. El acceso a otra identidad y un disfraz con el peso propio de su historia. El nombre no sería sólo una marca del sujeto sino que sería la cifra de una historia que está inscripta, dice Piglia. En sus clases de la TV Pública, señala esto en relación a la ficción del nombre en la zona del culto al coraje. Es el caso del bibliotecario Dahlmann, en el cuento El sur de Borges, a quien provocan de distintas formas pero cuando lo nombran tiene que salir al entrevero contra el cuchillero del almacén de la Pampa.

“Sólo se pierde lo que no se ha tenido” es el epígrafe del libro en cuestión y lo atribuye a Roberto Arlt. Es una de las citas más famosas de Borges, que pertenece al ensayo de 1947 Nueva refutación del tiempo. Es una intervención como otras que hizo en este sentido. Por ejemplo al pararse en Macedonio Fernández, sacándolo del lugar que le atribuyó Borges (la de un Sócrates de pensiones porteñas, un narrador oral cuya importancia residía en sus dichos y su presencia) y colocándolo en el medio de las dos poéticas argentinas más importantes del siglo XX. Piglia saca de escena al Macedonio, digamos, borgeano, oral y pone al que escribe ligado a la ficción paranoica (Museo de la novela de la Eterna), de la cual Arlt sería el máximo cultor (Los siete locos)

La intervención pigliana, como la borgeana, es, entre otras cosas, pero fundamentalmente, una relectura de la tradición. Entendiendo la tradición como la libertad de moverse en los márgenes de una cultura central, como dice Borges en El escritor argentino y la tradición. La libertad de Sarmiento, por ejemplo, de atribuir falsamente “las ideas no se matan” (que es de un autor francés) a otro autor, es decir, una cita falsa (¡un nombre falso!) como comienzo de la literatura argentina (señalado en Respiración Artificial). Se podrían sumar las malas traducciones leídas por Arlt y las malas lecturas de Borges, que a todo le otorga el carácter de literatura fantástica, sea Hegel Georg Cantor.

Piglia declara que Macedonio es el mejor escritor del siglo XX y lo posiciona como cultor de la “novela futura”, hecha de prólogos: literatura conceptual. Que es algo que ya estaba en el Monsieur Teste, de Valéry. Y por su parte, como es sabido, a Borges lo manda a disputar con Sarmiento el siglo XIX. Es decir, interviene fuertemente sobre la tradición y sobre la realidad. Por algo en la colección de Historia de literatura argentina, dirigida por Noé Jitrik, Macedonio Fernández completó un tomo y Borges no.

En la edición última de Anagrama, Piglia cambió Las actas del juicio (cuento que imagina un juicio al posible asesino de Urquiza y que fue publicado en el primer libro del autor, La invasión, de 1967) por El relato de la loca y el crimen (con el cual ganó un concurso en el que participaba Borges como uno de los jurados). En este último aparece el conocido Emilio Renzi, periodista del diario El mundo, y pretende resolver el crimen de una prostituta mediante la lingüística a partir de las declaraciones de una mujer psicótica que habría presenciado el crimen pero cuyas declaraciones son puro desvarío. Otro movimiento borgiano se advierte en el cuento mencionado y la novela corta con la que finaliza el libro. En “Las ruinas circulares” se lee “(…) Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera (sin apartar, probablemente sin sentir) las cortaderas que…”. Y en la traducción que hace Borges de Las palmeras salvajes, de Faulkner, dice: “Pero él la sostenía, jadeando, sollozando, y volvía a repechar la pendiente fangosa”. Piglia, por su parte ejecuta en “Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo” y en Homenaje a Roberto Arlt dice “Gordo, jadeante, el traje de filafil verde nilo manchado con café, ceniza y rouge”.

Sarmiento, Macedonio Fernández, Borges y ArltSarmiento, Macedonio Fernández, Borges y Arlt

El prólogo de Nombre Falso es otro espacio de ejercicio borgeano. En la segunda parte de Ficciones (titulada Artificios) se caracteriza sucintamente los cuentos que suceden al prólogo. Allí Borges dice “De El Sur, que es acaso mi mejor cuento, básteme prevenir que es posible leerlo como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo”. Y Piglia en su nota preliminar, en referencia a la novela corta (que finaliza la obra como El sur en Ficciones) dice “a veces pienso que es lo mejor que he escrito nunca. Tal vez pienso así porque lo escribí con la certeza de que por primera vez había logrado percibir lo que realmente se percibía del otro lado de la ventana”. Las dos obras finalizan con la percepción de los autores de haber escrito su mejor relato.

Si se permite una arbitrariedad, Nombre falso podría ser ubicado en diálogo primero con Sombras suele vestir de José Bianco, de 1941 y con Hombre en la orilla de Miguel Briante, que es de 1968. Una nouvelle, quizás muy corta para publicarse sola, completada por relatos breves igual de buenos y que Piglia recuperó en 2013 para su colección Serie del Recienvenido, de Fondo de Cultura Económica.

En definitiva, a diferencia de sus contemporáneos preferidos (SaerPuigWalsh) que ampliaron el campo de batalla de la literatura empleando materiales distintos a los de Borges, Piglia se mete a fondo con estos dispositivos para, en este caso, homenajear a Arlt.

Pandemia y conflicto social, entre el feminismo y el precariado // Entrevista a Neka Jara y Mariano Pacheco por Diego Sztulwark

En medio de la preocupación por la amenaza de cumplimiento del desalojo de la toma de Guernica surgió la posibilidad de entrevistar juntos a dos compañerxs de larguísima y reconocida trayectoria militante en las organizaciones sociales y populares autónomas. Ambos fueron parte activa de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón y hoy forman parte de experiencias de autoinstitución popular que, en medio de la pandemia, combinan cuidados colectivos y lucha social. La propuesta fue que cada uno respondiera por su cuenta y con sus compañerxs más cercanos tres preguntas comunes: Neka, ofreciendo un punto de vista territorial feminista como militante de Las comarqueñas y Mariano como parte del Instituto Generosa Frattasi, perteneciente al movimiento gremial de los trabajadores preciaros. 

La primera pregunta que les quiero formular es la siguiente: cómo ven, cada uno desde su inserción actual, la evolución de la conflictividad social. En particular les pregunto en cómo se crea organización popular en la pandemia.

Neka Jara: – Es un momento para pensar de manera diferente la conflictividad social. Todos los reclamos –como el derecho al techo, al trabajo, a la vivienda- cobran un nuevo sentido con la pandemia. Porque surgen nuevas preguntas: ¿Vamos a vivir? ¿Cómo vamos a vivir? ¿Cómo vamos a trabajar? Son preguntas sustanciales. Las luchas por estos derechos cobran otro sentido que se vincula directamente a la pregunta sobre la existencia.

Con respecto a las organizaciones populares, si tomamos la experiencia de la toma de Guernica a grandes rasgos podemos visualizar tres modos bien marcados: las organizaciones que siguen insistiendo con una construcción de oposición al poder establecido muy tradicional; otras que siguen sosteniendo y abriendo espacios de lucha a partir de derechos vulnerados como la falta de trabajo, tierra, techo y comidas, peleándole al estado y administrando lo logrado para fortalecer espacios de construcción popular. Y otras que expresamos, desde la asamblea feminista, prácticas que intentan ir más allá del reclamo de tierra para vivir, con propuestas para desarmar situaciones de violencia y de opresión tramando formas comunitarias de vivir, como se expresa en las asambleas, en los diversos talleres y en el encuentro plurinacional de muyeres y disidencias llevado a cabo sábado 10 de octubre en la toma. Si bien la perspectiva feminista es hoy una novedad en la toma, no podríamos dejar de reconocer que al interior del mismo feminismo conviven tensiones relacionadas con diferentes miradas políticas. Muchos colectivos feministas terminan reproduciendo prácticas verticalistas y hegemónicas haciendo prevalecer el interés de la organización por encima de la construcción de tejido común. Nos preguntamos cómo desarmar relaciones capitalistas y patriarcales basadas en prácticas de control y de violencia, proponiéndonos la creación de espacios comunitarios con relaciones horizontales y reciprocas y formas de defensas de esos espacios. 

Mariano Pacheco: -Creo que la pandemia del COVID 19 puso al mundo en una situación por demás compleja, y a los Estados nacionales –más allá de las limitaciones de maniobras que puedan tener en el marco del Nuevo Orden Mundial Neoliberal (fase actual del capitalismo)- ante el desafío de posicionar una política de salud determinada, de la mano del abordaje económico y social frente a la crisis. Esta situación debe ser analizada al calor del proceso corto de los últimos cuatro años; del mediano, que se abre diciembre de 2001, y del largo de la posdictadura. Es decir que hace falta dar cuenta del proceso más general, teniendo en cuenta las limitaciones que en Latinoamérica  mostraron tanto las gestiones progresistas del Estado como las luchas sociales desde abajo que no se plantearon una estrategia de poder. A todo esto hay que sumar el frente que venció electoralmente al partido neoliberal, es excesivamente heterogéneo. El Frente de Todos está compuesto tanto por las organizaciones populares con mayor capacidad de movilización y presencia territorial nacional, como por las corrientes progresistas que gobernaron la Argentina durante tres mandatos consecutivos (y dejaron al país en las condiciones en la que lo dejaron en 2015), y también por sectores peronistas que tranquilamente en otra coyuntura podrían haber integrado el bloque de fuerzas neoliberales. Fuerzas que no han sido derrotadas sino que permanecen agazapadas o mas bien al acecho, con presencia parlamentaria, control de medios hegemónicos de comunicación y con cierta capacidad de movilización. El gobierno actual es más un gobierno de transición que un gobierno popular. Formo parte del conjunto de militancias que hemos decidido apoyarlo, a pesar de todo, pero no confundimos deseo con realidad.  

En este marco, nos interesa sobre todo prestar atención a la estrategia general esbozada por el bloque de fuerzas sociales más dinámico de los últimos años: la Economía Popular, que incluye en su interior lógicas emprendedoristas (típicamente neoliberales), pero también, la conformación de un sujeto político (lo que llamo “El Precariado en Acción”) capaz de hacer ese pasaje de movimientos sociales (más económico-reivindicativos) a Movimientos Populares (organización social+estrategia y programa político), que permitieron esbozar un alto grado de recomposición de fuerzas, y asumir una dinámica de transversalidad a partir de la cual se incorporaron e hicieron carne otros planteos presentes en la agenda política nacional (sobre todo de los feminismos, a través de la conformación de un feminismo popular, pero también, de un cierto ecologismo popular y un sindicalismo territorial que interpela al sector de trabajadorxs asalariados). Ese bloque de fuerzas sociales, decía, tuvo una estrategia general muy clara: conformar el sindicato del precariado (la UTEP), priorizando en los hechos esa unidad tan declamada pero poco practicada por otros sectores, y acompañar –en el plano táctico– la fórmula Fernández-Fernández, sin perder autonomía en el planteo político, entendiendo que un triunfo de Juntos por el Cambio situaba a los Movimientos populares ante un escenario de franco retroceso político, y a los sectores populares ante un tremendo futuro de indigencia económica y social.

En el contexto de la pandemia se lanza el Ingreso Federal de Emergencia (IFE), que pone ante los ojos de la “clase política” –por el elevado número de inscriptos– aquello que los Movimientos Populares ya venían anunciando desde hacía tiempo: que hoy la clase que vive del trabajo está partida en dos, y que casi la mitad de sus integrantes no permanecen bajo relación salarial sino que se “inventan” un trabajo en los marcos de la economía popular (sin derechos). El IFE permitió además acelerar el proceso de lanzamiento del Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (RENATEP), contemplado en la Ley de Emergencia Social conquistada durante el macrismo (y subrayo “conquistada” porque aún existen cuestionamientos al modo de acción de los Movimientos populares, con argumentos francamente canallas por parte de ciertos progresismos que se dedicaron en muchos casos a bastardear esas luchas desde el sillón de sus casas, en las que permanecieron mirando la televisión, entremezclando momentos de depresión con momentos de euforia ultraizquierdista por redes sociales). El RENATEP será la base sobre la cual pensar, con datos reales en mano, una salida popular para la pospandemia, que no sea un simple retorno a la injusta normalidad.

Foto: La Obrera colectivo fotográfico

 

Luego de cuatro años de gobierno de Macri, la derecha más reaccionaria se propone debilitar al gobierno actual: ¿cómo juega la consideración de esta coyuntura política en las luchas del presente?

NJ: -Pensar que la derecha es Macri es muy restringido. Hay una derecha recalcitrante muy activa dentro del mismo gobierno, una especie de cacicazgos compuestos por gobernadores, intendentes, sindicalistas, etc. El problema está en si el gobierno asume un rol impuesto por la derecha o si hace honor a los postulados pre-electorales. Pensando en la toma de Guernica, además de los problemas que se generan en torno a la pandemia como la falta de oportunidades laborales, imposibilidad de acceso a la salud, a la alimentación y a la generación de recursos para sostener alquileres, etc., el trasfondo de un reclamo centrado en el acceso a la tierra para vivir se sustenta en los deseos despertados por un gobierno “popular” y la solución real estaría en que las familias puedan lograr un hábitat digno. Las luchas sociales emergen en este contexto de producción de estatalidad -promesas en torno a la vivienda, la asistencia, el trabajo, etc. – y de una crisis profundizada por la pandemia.

La solución del reclamo de la tierra en Guernica depende de una decisión política que podría colocar al gobierno en un lugar esperado por muchos sectores sociales. Hay cuestiones en Argentina que son deudas históricas y que escuchamos gritar a lo largo de los años por distintas organizaciones y distintas luchas como la falta de trabajo, la ausencia de respuestas dignas con relación a la salud, la alimentación, la educación y la imposibilidad de acceso a la tierra para vivir. La respuesta a estas demandas es la represión, el desalojo violento o, en el caso de la vivienda, el ofrecimiento de soluciones precarias que incrementan el hacinamiento, y producen relaciones violentas. La manera de habitar un lugar es impuesta desde arriba y desde afuera y nunca está la pregunta de cómo las personas quieren vivir. Así tenemos el modelo de las viviendas sociales que devuelven una imagen estigmatizada. Muchos cuerpos despojados es fácil prever a donde irán a parar: refugios, viviendas y barrios precarios, cárceles, psiquiátricos.

Si la tierra está en manos de pocos para especulaciones inmobiliarias y negociados mafiosos, para otros sectores el único camino para acceder a la tierra para vivir es la toma y la lucha por lograrlo.

MP: -En primer lugar, diría que no estamos ante un proceso ascendente de la lucha de masas, sino estamos atravesando una cuarentena, que mayormente se respeta, sobre todo en los sectores populares. La circulación es más bien restringida al barrio, se utiliza el transporte público por trabajo más que por recreación y se circula en la vía pública por el mismo motivo. Las expresiones anticuarentena son minoritarias, aunque profundamente amplificadas por los medios hegemónicos de comunicación. Sí hubo en estos meses movilizaciones puntuales, la más ejemplar, las ocupaciones de tierras para construir viviendas, pero cabe destacar que hoy la principal lucha de los Movimientos populares pasa por registros más imperceptibles, ligados a las tareas de organización territorial, a las prácticas comunitarias. Esas tareas la llevan adelante organizaciones que, mayormente, han asumido la estrategia de acompañar a este gobierno. Es que, además del escenario político están esos microfascismos que circulan socialmente, que ganan terreno incluso entre los sectores populares, y que contribuyen a que sectores supuestamente progresistas tengan corrimientos cada vez más hacia la derecha (corrimiento que explica la línea de seguridad de la gestión Kicillof en la provincia de Buenos Aires, con un ministro como Sergio Berni).

Creo que, ante ese escenario, están muy bien las posiciones que vienen sosteniendo algunos agrupamientos, como el Movimiento Evita, Somos-Barrios de Pie, la Corriente Clasista y Combativa, las organizaciones que componen el Frente Patria Grande (Vamos, el Movimiento Popular La Dignidad, el Frente Popular Darío Santillán, entre otros), o sectores del sindicalismo como el “Degenarismo” en la CTA, que con matices entre sí, integran este gobierno a través de militancias en algunas funciones estatales, lo apoyan políticamente asumiendo que es el único que puede en estos momentos sostener la situación sin perjudicar aún más a los sectores populares, pero a diferencia de lo que sucedió durante los años de “orden y progresismo” kirchnerista (como dice el periodista Martín Rodríguez), no tienen “obediencia debida”. Me gusta esa consigna que sostiene que, ante una lucha de los de abajo, incluso frente a un Estado que se integra en algunas de sus funciones de gobierno, la posición debe ser estar “junto a las y los últimos de la fila”.

 Foto: Emiliana Miguelez

 

Se escuchan voces que dentro, pero sobre todo fuera del gobierno hablan de enfrentar al conflicto social “aplicando la ley” como sinónimo de defender, de la manera que fuera, la propiedad. ¿Cómo se ve esto desde la lucha por la tierra?

NJ: -¡Qué tema el de la propiedad privada! La pregunta sería ¿qué se defiende cuando se habla de “respetar la propiedad privada”?

Recuerdo algunas tomas inmensas de tierra en Quilmes y me vienen muchas imágenes mirando Guernica hoy. Lo primero que percibo es el gesto de delimitar los lotes para cada familia. La vista aérea de los cuatros barrios de Guernica es muy impactante en este sentido, porque muestra –en los tantos alambrados improvisados- la reproducción en escala tan masiva del sueño de tener un pedacito de tierra para vivir. Ante los cincos supuestos dueños aparecen miles que dicen tener el derecho a acceder a un pedazo de tierra.

Creo que la discusión política fundamental tendría que centrarse en los usos de la tierra: ¿es lo mismo la necesidad de acceder a un pedazo de tierra para construir una casa para vivir, para hacer una huerta, criar algunos animales, etc. que apropiarse de 300 o miles de hectáreas para hacer barrios privados o mega proyectos financieros? ¿Es lo mismo reivindicar y luchar para el derecho al hábitat digno que usurpar grandes cantidades de tierras para incrementar el valor del suelo y especular en ámbito financiero, desplazando comunidades y pueblos enteros o arrojando miles de personas a vivir en situación de calle?

Es hora de abrir y profundizar una discusión general sobre la tierra, sus usos y sus usurpaciones.

La asamblea feminista en la toma de Guernica viene aportando mucho en este sentido, construyendo la que podríamos definir una crítica práctica de la propiedad: tejiendo y profundizando vínculos comunitarios ahí adonde superficialmente se ven solo cercos. Una crítica práctica de la propiedad es tejer en el cotidiano nuevas formas de existir, desarmando estructuras de violencias para acuerparnos en comunidades. Creando soluciones colectivas ante situaciones de aislamientos, de soledades, de carencias y de miedos.

Repudiamos las soluciones que llegaron de la mano del Estado individualizando los problemas, criminalizando y estigmatizando. Aun así prevalecen hoy, en la toma de Guernica, distintos espacios autogestionados de creación como respuestas a problemas urgentes: una posta de salud comunitaria, comedores populares donde se comparte el alimento, comisiones para intervenir y acompañar situaciones de violencia, diversas asambleas en torno a distintos temas que hacen a la vida cotidiana en la toma, festivales y trabajo comunitario para ayudar compañeras solas con sus niñeces. El desafío en marcha es tierra para vivir, feminismo para habitar.

MP: -Aunque no me encuentro participando ahora de ninguna experiencia de lucha por la tierra y la vivienda, conozco muy bien esas experiencias, y desde me interesa destacar ante todo la importancia de estas luchas que ponen en el centro la resolución del lugar donde se va a vivir. Son es en sí mismas una escuela política, de organización popular. Se trata de luchas que como decía Evita ponen de manifiesto necesidades, es decir, derechos. Y no menos importante, hay que saber que estos procesos implican una fuerte intemperie: suponen desamparo y miedo ante una posible represión. Mas allá del romaticismo que surge de las redes sociales, se trata de procesos muy duros. Si bien ocupar una tierra está fuera de la ley, ¿es posible censurar las tomas de predios cuando la necesidad no tiene otra forma de ser resuelta? ¡No! El problema es de las propias leyes, que expresan el triunfo de una clase (de hecho, en momentos de avance popular, como en la Argentina de 1949, o en los más recientes procesos de Bolivia y Venezuela, cuando las luchas populares avanzaron, las Constituciones fueron modificadas). Es importante tener en cuenta ese dato, y las operaciones que la derecha (que está afuera y adentro del gobierno) realiza contra la gestión actual del Frente de Todos. Porque el riesgo es caer en un ultraizquierdismo discursivo que descuida procesos y relaciones de fuerzas. No tiene sentido pedirle a un funcionario del Estado que salga y declare estar a favor de las ocupaciones de tierras, porque al otro día se desatan una serie de tomas que ponen en jaque su propia gestión. Pero sí tiene sentido pedirle que no judicialice los reclamos, que priorice de las leyes sus costados garantistas y que asuma políticas de inclusión social y no de represión. Ve una diferencia entre una perspectiva progresista, que cree en un Estado que le garantice soluciones, y un punto de vista popular, que entiende que lo principal del proceso es la construcción de un sujeto de cambio es la organización popular. Por eso: no alcanza con no reprimir y asegurar un presupuesto para viviendas. Hace falta involucrar a los sujetos populares en la elaboración de políticas públicas que además de darle una vivienda a cada familia, permita que la organización popular crezca, se fortalezca. De allí que el “Manifiesto Nacional por la Soberanía, el Trabajo y la Producción”, presentado en mayo de este año (aun antes de la ocupación de Guernica), entre otros, por la UTEP, la CTA Autónoma y sectores de la CGT, contenga entre sus puntos el de “Acceso a la vivienda digna y la planificación territorial”, que contempla una Ley de alquileres donde se ajusten los precios de acuerdo a un índice estatal, se urbanicen los barrios populares existentes (unos 4.500 en todo el país) y se generen por lo menos 200.000 nuevos lotes con servicios para las jóvenes familias trabajadoras.

11 de Octubre de 2020

Foto Principal:  Fernando Almeira

Foto: La Obrera Colectivo Fotográfico

Hipnovampiros coloniales // Acción Sabandija

El poder no esconde nada,

La resistencia tampoco.

 

Mirar al horizonte.

Mirar Europa.

Mirada única.

 

La comisión nacional de monumentos, de lugares, y de bienes históricos decretó en Noviembre del año pasado (2019) el número 769 para decirnos lo siguiente:

 

“Que entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, importantes ciudades de américa latina decidieron cambiar su paisaje urbano, siguiendo la tendencia de las ciudades europeas, y tomando como paradigma a la ciudad de París, ya que la república francesa dominaba el horizonte cultural de la época.”

 

Ojos hipnotizados

Estatuas zombies.

Almas sustraidas

Fijezas mirando hacia otro lado.

Cultura disconforme con lo que es.

Disconformidad que sabe de un Todo, siempre en otra parte.

Fundamento origen. Paraíso Europeo.

Nunca acá, siempre en otro lado.

Lejos está la fuerza. Separadxs de lo que podemos.

 

Artistas callejeros

 

Colmillos llenos y sedientos a la vez.

Nunca alcanza. Es la llenitud del Capital, un movimiento que se muerde la cola.

Disconformidad no moviente.

 

Disputar la calle.

Dibujar monumentos animados.

Hacer movible lo estático.

Se pide y se busca romper con las representaciones; también artísticas, políticas, y del sentido.

Se pinta con telas, con hojas, con ideas, con cartones, con palos, y con sogas.

Se hace teatro con objetos, con cadenas, con pinturas, con pinceles.

Se grafitea con conversaciones, adrenalinas, previas, entrenamientos, arneses.

La escena es toda. Se hace teatro con la vida.

Se dobla.

Se vive yendo a levantar una escena.

Empujando toneladas de historia.

 

Una nueva Tierra.

Una nueva cultura,

Una nueva suavidad,

Una nueva forma de hacer arte,

Y política.

Efímera.

 

El pueblo convocado por el lenguaje del arte. Construido desde las sensaciones.

Crear pueblo para liberarnos de territorios dominados por formas de poder miserables.

 

No vamos en busca de un nuevo ideal, sino de algo que quede a salvo del modelo mayoritario.

Y ahí, sin llenar, ni capturar, ni cambiar figuritas, ni poner otro fundamento, ni lograr plantar bandera.

Sin ismos ni logías.

Una verdadera manera de evitar hacer colonias.

 

Condición de posibilidad de cualquier proyecto subalterno.

No solo ser conscientes de la subordinación, sino preguntarse cuáles son las líneas de salida.

 

No es la realización de la propuesta dominante.

No es saber lo que somos, sino más bien la pregunta por lo que somos cuando no estamos colonizados.

Esa pregunta se abre por la vía de la creación.

 

El pueblo por venir.

El pueblo tomado en sus múltiples miradas.

Ojos desorbitados.

Una convocatoria a la singularización.

 

Sigue el decreto:

“Que el modelo urbanístico a seguir estaba dominado por la apertura de grandes avenidas, y la construcción de extensos parques y jardines destinados al disfrute público y a la higiene ambiental, producto de la influencia de los proyectos del Barón Georges Eugène HAUSSMANN, que por encargo de NAPOLEÓN III, transformaron la imagen de la ciudad de París como símbolo del triunfo de la burguesía, la pujanza económica y la modernidad.”

 

Hay movimientos que se dan la luz del día: se instalan decretos que modelan la vida.

Hay gigantes incrustados en el medio de donde vivimos, sentimos, amamos, comemos, circulamos.

 

Sentir ajena la calle.

Sentir que el barrio no te pertenece.

Las calles son del Estado, del fundamento, de la norma, de la policía, de los horarios, de los agentes de tránsito, de los chalecos amarillos, de las restricciones.

Dueños de todo, rindiendo culto a la foto, a lo fijo, a los monumentos.

Colonialismo.

Adormecimiento.

Es también el territorio metiéndose en el pensamiento.

Nos hacen cosas.

 

 

Más del decreto:

 

“Que los Estados latinoamericanos emularon estos conceptos importando proyectos, profesionales, equipamiento y obras de arte, destinados al ornato de edificios y espacios públicos.

 

Que el arte público de una Nación es fruto de este proceso histórico en el que los monumentos y esculturas se comportan como elementos referenciales y son un instrumento de propaganda de las nuevas ideas y de los regímenes que las llevaron adelante.”

 

Alerta de Diego Sztulwark:*

 

“El modo de apropiación de la tierra, de ocupar el espacio, no determina solamente una potencia de repartición y posesión del suelo, sino que es un acto jurídico fundador de derecho.

 

Ocupar la tierra implica, a la larga, la concreción de vallados y cercados, ordenamientos que dan lugar a formas de poder y de dominio públicamente visibles.

 

La normalización de un paisaje de la crueldad resulta inseparable de la disminución de los umbrales de empatía indispensables.

La macro política de la desposesión depende de su capacidad micro de inducir una general desensibilización frente al sufrimiento de otros.”

 

Por eso pide:

“Extenderse en las calles, desbordar regulaciones, interrumpir automatismos, poblar la tierra”.

 

Si la disputa está en las calles.

Si la modalidad de reclamo y marchas ya sabíamos que había caducado pero todavía las hacíamos como nostalgia de un pasado que no queremos soltar.

Tenemos que inventar otros modos de tomar las calles, de ganar su confianza, de creer en ellas.

Modos más silenciosos, menos ruidosos, en el medio de la noche.

El horario en que el aparato productivo deja de estar solicitado por la máquina social. Instituciones cerradas, jornada laboral terminada, medios callados.

Recuperar los momentos donde no funciona la convocatoria a la productividad. No estamos obligados a actuar al ritmo que la sociedad, colón, y los fundamentos de hacia dónde hay que mirar nos piden.

 

Recuperar un silencio.

Recuperar un vacío,

Se disputa de una manera extraña, sobre un plano inmaterial.

Se defiende algo que nunca quiere ser fijado. Se defiende un espacio siempre a llenar, una voz siempre a ocupar.

Necesitamos tener monumentos desiertos.

 

Un poco más de este inconsciente colonial hecho decreto:

“Que plantean al ciudadano los ideales o mentalidades de aquellos que los erigieron al ser una referencia paradigmática con la que se “construye una historia” y tienen además una finalidad pedagógica y una capacidad de recordación intencional que influye por sus símbolos y alegorías y por su emplazamiento en el imaginario urbano.”

 

Paisaje urbano, tendencia europea.

La tierra micro colonial penetrando en la mentalidad de los ciudadanos.

 

Dice Diego siguiendo a Suely: “El inconsciente colonial identifica toda desestabilización como una amenaza, y tiende a aferrarse a la identidad: perfila así el sujeto modélico de las políticas neoliberales.”

 

Tenemos vergüenza.

Vulnerabilidad, fragilidad.

Debilidad común.

Introyectamos miedo, imaginamos de entrada lo que no, lo bloqueado.

Así nos separamos de lo que podemos.  

 

La vergüenza de esas estructuras de cotidianeidad.

La vergüenza es la que nos lleva a accionar, a escribir. Al desplazamiento

El indio construido por el colonizador es patético decorado de estados coloniales.

 

La india y el indio inacabado es lo que resiste a la colonización bajo modos que no se saben cuáles son.

Lo inacabado versus las formas.

 

El conato que tiene que sostenerse en el vértigo de no saber qué.

No tener nada que decir y haber querido expresarlo.

 

Una convers-acción: palabras, escenas, pinturas, imágenes.

Una verdadera semiótica.

 

Más de 500 años de fracasos.

Necesitamos volver a la tierra,

Revolver entre cosas para que entren en diferentes secuencias de narr-acción.

Componer con los fragmentos del arte y de la política, otros sentidos.

 

Una nueva suavidad,

Necesitamos acciones pararrayos para mostrar, contar, gritar, disfrazar, rayar (no sin dolor, no sin peligros).

 

Micropolíticas que son macro.

Parece que no se ven pero hay contagios.

Como las raíces de la tierra, a las que queremos volver; pero no para retornar, sino para renovarla.

Una conexión mágica, concreta, misteriosa y material.

 

Está acción sí se anima a salir a la superficie.

Brotes trepando por monumentos.

Muestra el arriba de toda práctica micropolítica.

Nos devuelven lo macro, las creencias.

 

Atletas pararrayos.

Artistas antenas.

Captan la fatiga generalizada de disputar algo que tiene que ser vaciado cada vez.

Captan la fatiga que ofrecen las variadas góndolas pasivas del Capital.

Esa fatiga no es una común vulnerabilidad, ni siquiera puede ser llamada común.

 

Captan un nuevo concepto

Un concepto que nace de la acción.

Una acción que nace del dolor, de la sensibilidad, de la vergüenza.

Una necesidad.

Algo que no se quiere más.

Nace del dolor de un colonialismo molecular, invisible, representado por los decretos, por la calle, por los hábitos, por los lugares que circulamos, por hacia donde miramos sin saber por qué.

 

Un colonialismo ideológico.

 

Mirar a Europa,

Mirar a hacia ‘allá’,

Siempre en otro lado.

El problema no está en fantasear mirando el horizonte, sino en estar alejado de lo que se puede.

El problema es que la felicidad, la potencia, la expresividad, o las fuerzas, siempre están en otra parte. Nunca acá.

 

Ojos animados.

Para dejar de ser solo títeres movidos por los hilos de la ciudad tomada.

Formas sutiles de domesticación.

Funcionan porque pensamos y sentimos con los ojos dibujados y los colmillos saciados.

 

Esta acción vuelve de la superficie con los ojos llorosos, y los tímpanos perforados, con la panza llena, pero no de plusvalía.

Otra saciedad; que no implique el encadenamiento de otras fuerzas.

La saciedad por cuidar lo que nunca hay que llenar.

 

Mirar a Europa.

Tener cosas.

Salir de la matrix faloeuropea es darse cuenta de que lo que estás persiguiendo no era lo que querías.

¡Que peligro!

Quedar a merced de armar y buscar las palabras, las cosas, los sentidos.

 

Spinoza alertaba:

Si el humano cree que nace libre porque siempre sabe lo que quiere, porque siempre sabe hacia dónde mira; el problema de eso no es que sea falso, sino que no sabe porque mira hacia donde mira.

Tenemos conciencia de lo que miramos y nos sentimos libres.

Tenemos los ojos dibujados.

No sabemos qué hace que miremos hacia algunos lados.

 

Última del decreto:

“Que el desarrollo de esta tendencia fue el puntapié inicial de una larga tradición de implantación de esculturas en lugares públicos, que tuvo lugar en todo el territorio nacional.”

 

Esclavos de nuestra ignorancia a través de miradas dirigidas, ignoramos las razones que nos hacen querer algo.

 

Esta acción nos pide multiplicar la mirada, volverla loca, infinita, con más vueltas, todavía más animada.

Mirada esquizo que nos enseña que la vista no se puede fijar.

Mirada mareada que necesita de no saber para donde ver.

Desquiciar la mirada. .

Darle aire.

Devolverle vida.

Animarla.

Necesidad de un proceso de descolonización para poder volver a mirar

 

Intervención invitación.

Una manera de no ser colonial, de hacerse responsable de los riesgos de no ser colonial.

El único peligro que no se quiere tomar es el de la pasividad del no hacer, el de la fatiga. Esa complicidad con lo insensible que nos viene a buscar cada noche.

No queremos ser más esta humanidad implica también una relación de no indiferencia con lo que no se puede más.

 

Acción efímera.

Un deseo que sabe de lo que no puede jamás capturar.

Un deseo que sabe más que la mirada de cristóbal.

Un deseo que sabe de su carácter impermanente.

No so lo puede hacer monumento, ni estatua.

Necesidad de volver moviente lo fijo.

Desfijarlo, desapropiarlo de sus imágenes.

 

La propiedad habla el lenguaje de la permanencia.

Si se quiere discutir la propiedad, tenemos que pagar cuentas con lo efímero, mirar de frente lo impermanente, vérsela con lo que tiene múltiples entradas y salidas.

 

Última alerta y salida de Diego:

“El poder del medio ambiente como espacio de los desvíos, contra las fijezas de las estructuras y estatuas.”

 

Sutilezas de la micro y macro política

 

No queremos traducir ni explicar.

El poder no esconde.

Nada se define por su contrario

La Nueva tierra actúa sigilosa

 

*Libro: “La ofensiva sensible, neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político”

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